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Piedra

Summary:

Lo primero que debe hacer un alquimista, para llegar a serlo, es aprender de la piedra. Endurecerse, hacerse resistente a los fallos y a las limitaciones del mundo corriente, ser impenetrable para el resto del mundo, escondiendo su secreto en su interior.

La piedra no hace rico, no da recompensas, pero hace invencible y da el poder de la alquimia, pues solo quien está dispuesto a amar una roca por todo lo que su esencia implica, sabrá luego transmutar cosas más grandes. La piedra siempre ha sido considerada un canal para dejar fluir la magia y lograr cosas que parecían imposibles, tal y como busca la alquimia.

Un año, tan solo un año y el alquimista sabrá si puede convertirse en una piedra y ser algo más grande o si no habrá sido capaz de ver más allá de una superficie demasiado tosca y empezar a transmutarse en algo más grande, más fuerte, más allá del sufrimiento.

Chapter 1: Prólogo

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

PRÓLOGO

(1 de septiembre de 1941)

 

MOLLY

Londres estaba decaído, más de lo habitual. Caía una frágil llovizna y el olor a carbón les ahogaba, aunque todos se guardaban de toser, como si cualquier sonido fuese a perturbar esa extraña calma agitada que había en el ambiente. Aquella ciudad parecía de todo menos una ciudad, era más bien una tumba. Los Lacey eran una familia alegre, eran irlandeses, como al resto de sus paisanos, se les oía venir desde lejos, así había sido desde que Arnie iba a Hogwarts, y Frank y Molly eran tan solo unos niños gritones pero felices, que iban rebotando alrededor de su madre, acompañando a su hermano mayor al andén nueve y tres cuartos. Pero ahora, Londres no les daba la confianza ni el ambiente para ser aquella familia. 

Las paredes de los edificios parecían aún más negras que de costumbre, a causa de los incendios todas las cosas bonitas o importantes estaban rodeadas de sacos de arena, pero lo que más impactaba eran los edificios destruidos por las bombas, como si les hubieran pegado bocados con dientes negros. Ninguno lo decía, pero todos estaban pensando: “¿qué está pasando? ¿Cómo vamos a huir de todo eso?” Y Molly sabía la respuesta: no iban a huir. Su hermano era un Gryffindor de manual, no huía del conflicto, no se protegía bajo sacos de arena como una estatua bonita. Arnie se había enrolado ya en el ejército mágico de Gran Bretaña, voluntariamente, y a su padre le habían reclutado, y ambos se unirían a filas en menos de un mes, por lo que, presumiblemente, no sabía cuándo les volvería a ver, a no ser que les dieran un permiso en Navidad, lo cual, a juzgar por el estado de la capital de Inglaterra, iba a ser muy muy complicado. 

— Tápate el pelo, Molly, no quiero que esta lluvia sucia te lo estropee. — Dijo su madre, entremetiéndole el pañuelo con el que se tapaba la cabeza. — ¿Qué le pasa a mi rosa de Galway? Estás pálida, niña. — Le dijo su padre poniéndole una mano afectuosa en el hombro. Ella suspiró, y enseguida se arrepintió, porque el ambiente olía a ceniza y queroseno, y la lluvia lo espesaba aún más. Jason y Arnie lucían amplias sonrisas, y Rosaline lo intentaba, pero en cuanto creía que no la veían, tenía la cara hasta el suelo. — ¡Bueno! Ahora me irás a decir que no quieres ir a Hogwarts, ¿o qué? — Trató de animar su apuesto hermano, con esa sonrisa que había levantado pasiones en Hogwarts. Molly negó, y siguió caminando, para entrar de una buena vez en la estación de King’s Cross y dejar de respirar aquella atmósfera tan pesada. 

El andén estaba tan lleno de alumnos y familias como siempre, pero Molly no veía a nadie, solo a su padre y su hermano, no podía dejar de mirarles de lado, hasta que su hermano la agarró por los hombros. — Pero bueno, Molly, ¿qué te pasa? — Y ya no pudo más. Subió sus ojos oscuros inundados en lágrimas hacia los de su adorado hermano mayor. — No quiero ir más. No con lo que está pasando. No debería irme lejos. — Arnie chasqueó la lengua. — ¡Vaya! No he conocido una irlandesa más irlandesa que tú… Bueno quizá mamá. — Dijo dándole un codazo a su madre, pero ninguna de las dos sonreía. — Pero te juro que Ballyknow va a seguir exactamente igual cuando vuelvas. Los acantilados caledonios se formaron hace millones de años, los bosques van a seguir siendo verdes porque nuuuuunca va a dejar de llover… — No es por eso… — Cortó, ya dejando salir las lágrimas. — Es que no quiero irme sabiendo que padre y tú os vais a la guerra. No os quiero implicados en esto y no quiero estar perdida en Hogwarts, y sola. — Dijo mirando de reojo a Frank. Ese iba a ser su primer año sin su hermano, y quedaban pocos jóvenes de Ballyknow o Galway en su curso o su casa. 

Frank puso cara de dolor repentina. Su hermano mediano no tenía la fortaleza ni la chulería del mayor, y su tierno corazón de Hufflepuff estaba sufriendo también, mucho había aguantado sin descomponerse. — ¿Y qué ibas a hacer tú en Ballyknow todo el tiempo? — Seguía Arnie con su discurso. — ¡Vivir! — Respondió ofendida ante la pregunta de su hermano. — Ayudar a madre, ayudar a los enfermos, en San Mungo ya no hay sitio para los heridos. — ¿Sin hacer magia? — Preguntó él, como si fuera una obviedad. Molly miró a ambos lados. — No puedo estar como si nada en el colegio mientras estáis poniendo vuestra vida en riesgo. — Su hermano hizo una pedorreta. — ¿Quién está poniéndose en riesgo? Al pequeño Frankie no le quieren en ningún lado, demasiado esmirriado aún. — A sus dieciocho años recién cumplidos, su hermano mediano era ciertamente un soplido. Alargado y en los huesos, con cara chupada, tenía la misma constitución enfermiza que su madre, pero ni un tercio de sus redaños, y solo parecía rebosar vida cuando cantaba y animaba las fiestas del pueblo y veía al resto de gente feliz, como buen Hufflepuff. Lo malo es que la guerra había robado bastante aquellas oportunidades, y parecía languidecer a la vez que el país. 

— Y padre solo estará en intendencia aquí en Londres, ayudando a otras familias mágicas, estarás de acuerdo con eso ¿no? — Miró a Jason. Era un padre magnífico, otro Hufflepuff entregado. Su sonrisa y su rostro afable siempre habían sido un consuelo en cualquier momento difícil que hubieran podido pasar sus hijos, y cualquiera que le hubiera necesitado. Había demasiada gente perdiendo seres queridos y quedándose sin hogar… Realmente le necesitaban, no podía ser tan egoísta de querer quedarse a alguien tan bueno como su padre para sí misma. — Pero tú sí vas al frente. — Replicó mirando a su hermano mayor, que sonrió de nuevo. — ¡Pues claro que voy! ¿Me imaginas a mí en intendencia? Perdería todo, haría humor negro… Menudo desastre. — ¿Puedes dejar de reírte de todo por un momento, Arnold Lacey? — Preguntó alzando la voz, dejando que las lágrimas recorrieran su rostro, pero su hermano no se inmutó. — ¿Por qué? Es que eres muy graciosa, enana. Ahora has sonado talmente como mamá… Pero más ridícula, la verdad. — Suspiró y entornó los ojos, y ya su hermano le acarició los hombros. — ¿Puedes dejar tú de enfadarte conmigo? — Le buscó la mirada, y se la mantuvieron el uno al otro. — Es mi deber, Molly. Sé que tú lo entiendes más que nadie porque eres lo más Gryffindor que hay después de mí. — Y el nudo de su garganta se lo confirmó. Sí, era su deber y ella lo entendía. — ¿Puedes, simplemente, prometerme que no serás demasiado Gryffindor y no te meterás en la boca del lobo? — Su hermano rio a carcajadas. — ¿Es que quieres que te mienta? — Y ella tuvo que reírse también, porque es que era imposible. — Mira, sí que puedo prometerte algo. Voy a escribir todos los días un diario, para que puedas leer todo lo que me pasa mientras estoy por allí, con lo que te gustan a ti los libros, ratita de biblioteca. — Dijo dándole en la nariz. — Y cuando acabe las hojas del cuaderno, te lo mando, para que lo leas mientras escribo el siguiente. Y tú, mientras, podrías hacerme un elegante fajín del color de nuestra casa para el uniforme tan estupendo que me van a hacer y que me va a convertir en el terror de las nenas… — Dijo moviendo los hombros. Molly no pudo evitar reír y le dio en el hombro. — Te lo prometo. — ¡Eh! ¿Y a tu padre no? — A los dos. — Dijo con cariño, mirándoles. — Esa es mi rosa de Galway. — Respondió él agarrándole de una mejilla. — ¡Mira! Ya te ha vuelto el color. Qué bonita eres, hija. — 

El tren pitó, avisando de que ya había que subir, y sintió cómo la sonrisa se le borraba y el estómago se le atenazaba. Echó los brazos al cuello de su padre muy fuerte y luego hacia Arnie, más fuerte aún si cabía. — ¿Cómo voy a saber que no estás haciendo el loco? — Su hermano la estrechó también. — ¿Cómo vas de Astronomía? — Bastante bien. — Arnie la separó y la miró. — Todos los días, busca Venus en el cielo y yo lo haré también, y así nos sentiremos un poco más cerca. — ¿Por qué Venus? — Porque es la luz más brillante del cielo, que nos recuerda siempre que por muy negra que sea la noche, siempre habrá algún punto brillante. — Alzó la ceja. — Y porque a mí la Astronomía se me daba fatal y es lo único que se localizar en el cielo aparte de la luna, pero esa es demasiado obvia. — Ambos rieron, pero las lágrimas acudieron de nuevo a sus ojos. — Venga, dejad que hable con mi hija de mujer a mujer antes de que se vaya. — Dijo su madre, interviniendo y agarrándola del brazo, en dirección al tren. — ¡Adiós, mi rosa preciosa! — Dijo su padre agitando el brazo. — ¡Cuídate, enana! ¡Y mucho ojo con el Graham ese, que Frankie me ha dicho que anda detrás de ti! — ¡Yo no he dicho nada! — ¿No? ¿Y quién si no? — Se peleaban sus hermanos, afablemente. — ¡Adiós, Frankie! ¡Adiós, Arnie! — Y con la voz rota, y andando de espaldas para no perderle de vista, le gritó. — ¡Cuídate, hermano, por favor! —

Pero su madre le hizo bajar a la tierra, agarrándola de los hombros también y poniéndola ya en la puerta del vagón. — Mírame, Margaret. — Su madre no tenía la sonrisa afable de su padre, ni la socarrona de Arnie. — Las mujeres irlandesas somos fuertes, ¿me oyes? — Le levantó la barbilla. — Tienes que ser de la misma piedra que los círculos celtas que llevan en pie miles de años a pesar del tiempo, ¿de acuerdo? — Sus ojos se anegaron de nuevo, pero asintió. — Sé valiente, hija, es todo lo que un Gryffindor necesita. Las mujeres irlandesas hemos sobrevivido hambrunas y revoluciones. Lo llevas en la sangre, Margaret, que no se te olvide nunca lo fuertes que somos. — La abrazó con fuerza antes de que sonara el segundo pitido del tren. — Venga, vete. Y tú estate a los estudios y tus libros, que es a lo que tienes que estar, ¿me lo prometes, hija? — Se lo prometo, madre. — Aseguró, ya desde las escalerillas, mirándola mientras se alejaba. — ¡Sé fuerte, Margaret! ¡Te quiero, hija! — ¡La quiero mucho, madre! — Y mirando por encima de su madre, gritó. — ¡Padre, Arnie, Frankie! ¡Os quiero! ¡Volved a casa! ¡Os quiero! — Pero ya no sabía si la estaban oyendo, mientras el tren se alejaba, cada vez más rápido, de King’s Cross. 

 

(20 de agosto de 1942)

Las gaitas comenzaron a sonar. Una, dos, tres… Once tumbas a las que descendían ataúdes. Once muertos en un pueblo tan pequeño… De esas once tumbas, solo diez tenían a su dueño dentro. En la tumba de Arnie no había nada. “Fue imposible recuperar algo que supiéramos que era suyo”, había dicho aquel chico de uniforme que se había presentado en la puerta de su casa hacía una semana. Ni una sola parte. No es que se metiera en la boca del lobo, es que voló por los aires la boca del lobo. Ese había sido Arnold Lacey. La gente pasaba por su lado y le iba apretando la mano, el hombro… Pero Molly prácticamente no sentía nada. No, porque si se permitía sentir, iba a derrumbarse, y ya no sería como las piedras celtas, contra viento y marea. Había aguantado el tipo en Hogwarts cuando le dijeron que su padre había muerto en un bombardeo en Londres. Solo pudo ir y venir en el día al entierro, y Arnie no fue. Y ahora lo estaba aguantando, pero no duraría mucho más, porque la pérdida de su adorado hermano era demasiado para ella. Quizás no era una mujer irlandesa como la que mencionaba su madre. 

Y hablando de su madre, suavemente la tomó del brazo. — ¿Vamos a casa, Margaret? Está empezando a llover. — Ella levantó la mirada hacia el cielo y unas gotas la obligaron a cerrar los ojos. — Frankie, ¿acompañas a madre a casa? Voy enseguida. — Estaba segura de que su madre iba a decirle algo, pero se entendieron sin necesidad de insistir ninguna de las dos más. Y cuando, efectivamente, Frank se la llevó, Molly se dejó caer de rodillas frente a la tumba de su hermano, junto a la de su padre, y romperse, llorar bajo la lluvia para que no se notaran tanto sus lágrimas al volver a su casa. Y así estuvo un rato, con el sonido de las gaitas funerarias aún metido en la cabeza, y la tierra tierna de la tumba de su hermano justo delante, como si se negara a irse de su vida. Arnie siempre se negó a todo por sistema. 

Y allí se estaba quedando, hasta que notó una mano en su hombro. — Margaret. — Se giró y notó cómo alguien paraba la lluvia sobre ella. Se giró y vio a un chico en silla de ruedas, con una pierna escayolada. La expresión la debió traicionar, porque entre la lluvia y la llorera no reconocía bien al chico, y él dijo. — Soy Cletus O’Donnell. Serví con tu hermano. — Molly se levantó del hierbín, quitándose un poco el agua de la cara y mirando de nuevo al chico, que era el que estaba sujetando un paraguas mágico con la varita. — Hola. — Dijo, aún un poco confundida. Miró su pierna. — No es grave. — Señaló él, que había seguido su mirada. — Bueno, no tanto como parece, al menos. Tengo que tomar crecehuesos todos los días, y no es agradable, pero al menos estoy aquí. — Molly tragó saliva y miró la tumba, a donde ahora también miraba Cletus. Sí, era el hijo mayor de los aritmánticos. Eran gente de bien, de buena posición, muy inteligentes y buenas personas, pero el chico era más de la edad de Arnold, y nunca se había fijado en él. — He visto el funeral desde ahí detrás. Mis padres sí que estaban aquí… pero yo no tenía fuerzas para ponerme delante de tu madre. Yo estoy aquí y su hijo no. Yo podría haber sido el cabo Lacey, y, sin embargo, aquí estoy. — Molly parpadeó y negó con la cabeza. — Ella nunca habría pensado eso. — Cletus encogió un hombro. — Cosas de mi mente Slytherin, supongo. — Se mordió los labios por dentro y tomó aire. — Me hirieron la pierna tres días antes de que tu hermano muriera. Tres días. Todos dijeron que perdería la pierna, pero el cabo ordenó que me fuera a casa… — Conocía demasiado bien la expresión de querer llorar, pero aguantar, y era la que tenía Cletus en ese momento. — Que aquí en Ballyknow sabrían cuidarme, que aquí todo el mundo es duro como… — Las piedras de los círculos celtas. — Terminó ella, asintiendo, y Cletus la imitó. — Y aquí, la enfermera Kelley dijo que nada de perder la pierna y aquí estoy, como para decirle que no. — Molly sonrió un poco. Conocía a la chica, y había renunciado a San Mungo por cuidar ella a todos los soldados de Ballyknow a los que mandaban del frente, para aliviar un poco la carga del hospital y que pudieran estar en sus casas, con sus familias. — Amelia Kelley es un amor, si ella dice que vas a conservar la pierna, lo harás. — Clatus asintió de nuevo, con la mirada perdida. — No… No quería perturbar tu duelo, Margaret. Solo quería… Bueno, ahora no sé cuánto sentido tiene, pero… Tu hermano me dio esto, antes de que me trajeran, y me dijo que te los diera en cuanto te viera. Por desgracia, llegó la mala noticia antes. — Se abrió la chaqueta y sacó dos cuadernos doblados, maltratados y roñosos. — Eso solo puede ser de Arnie. — Comentó ella con una risita. — Maltrataba muchísimo los libros. — Cletus le sonrió suavemente. — El cabo hablaba mucho de que quieres ser bibliotecaria. Decía que eres la lista de la familia. Que tu hermano Frank es el bueno y tú la lista. — Molly rio un poco, acariciando los cuadernos. —  Y él, ¿qué? — Él el guapo y el canalla siempre. — Respondió Cletus ampliando la sonrisa y ambos rieron. Molly movió los libros. — Son sus diarios. Gracias por traérmelos, soldado. — Dijo de corazón. Él asintió y los ojos de ambos se llenaron de lágrimas. — Cletus, si Arnie creía que debías estar aquí, es porque tenías que estarlo, porque él siempre obraba según el deber, era lo más importante para él. Y ni mi madre, ni yo, ni nadie desearía lo contrario. Porque de haber estado tú con tu unidad, Arnie no estaría vivo, sino que tú estarías muerto. — Levantó los diarios. — Y yo no tendría esto. — Cletus tragó saliva y la miró. — ¿Ya puedes hacer magia fuera de la escuela? — Ella asintió. — Acabo de cumplir los diecisiete. — Él alzó las cejas. — Ah, como no te habías echado hechizo ni nada. — Ella negó tristemente y miró al suelo. — No tengo fuerzas. — Cletus suspiró y amplió el paraguas. — Venga, que te acompaño con tu madre. No te quedes aquí calándote. Pero solo si sustituyes a la buena enfermera Kelley y empujas mi silla, así no tengo que estar pendiente del hechizo. — Ella asintió y echaron a andar hacia su casa.

— No digas más eso. — Dijo Cletus de repente. — ¿El qué? — Que no tienes fuerzas. Tienes y muchas. Pero parar y llorar no te quita esas fuerzas. Veo que a ti también te han dicho lo de las piedras celtas, pero… ser fuerte no es no llorar nunca. Eres fuerte, Margaret, y tu hermano lo sabía. Y que tenías un futuro como bibliotecaria, también. — Ella suspiró fuerte y sonrió. — Eso espero, es lo que quiero ser. — Aquí no hay biblioteca, podrías intentarlo. — Alzó una ceja y dijo. — ¿Me ayudarías tú? — Cletus rio. — No, no, el de los libros es mi hermano. Cuando vuelva de sus cosas de alquimista, te lo presento. Si es que no se va antes a la Conchinchina, claro. — ¿Dónde está? — Preguntó con tono preocupado. Las ciudades grandes eran peligrosas, que se lo dijeran a su padre, que había muerto sin pisar el frente. — En Glastonbury, en el laboratorio alquímico de allí. Las bombas no caerán porque los muggles no saben que existe. — Molly asintió. — ¿Y los magos? — Cletus rio. — No se acercan ahí ni por casualidad, el sitio está protegido por alquimistas de fuego, ¿has visto lo que hacen esos tipos? — Ella negó. — Pues hacen así. — Dijo chasqueando los dedos. — Y ya no has visto nada más. Todo está en llamas. Nadie que sepa lo que puede hacer un alquimista de fuego se acerca a ellos. — Un escalofrío le recorrió la espalda entera. Debería alegrarse de saber que la comunidad mágica estaba protegida de aquella manera, pero esa facilidad para destruir… Le ponía los pelos de punta y la hacía sentirse insegura allá donde estuviera.

Para despejarse, cambió de tema y preguntó. — Tu hermano es el prefecto O’Donnell ¿no? — Sí, alguna bronca había recibido de él. Ahora que se fijaba, Cletus también tenía los ojos muy claros, como él, y ese porte tan alto, incluso estando en la silla de ruedas. El chico se rio. — Le voy a contar que aún hay gente que le llama así dos años después de salir del colegio. Le va a encantar. Te ha regañado alguna vez ¿eh? — Ambos rieron. — Alguna, alguna. — Llegaron a la puerta de la casa, y Molly se metió bajo el tejadillo. — Muchas gracias por todo, Cletus. — Él sonrió y asintió. — De nada, Margaret. En Ballyknow nunca os va a faltar de nada a los Lacey, recurre a mí y a mi familia siempre que nos necesites. Especialmente si montas una biblioteca en el pueblo, desde luego. Mis padres y mi hermano son unos cerebritos. — Ambos rieron y ella asintió. Iba a meterse por la puerta, pero se giró en el último momento. — Camelias. — ¿Qué? — Preguntó él, desconcertado. — A la enfermera Kelley le gustan las camelias, siempre las lleva a las tumbas de los soldados que cuidó y no sobrevivieron. Y lleva una pequeñita en la solapa. — Ladeó la sonrisa. — Regálale camelias, soldado, y entre y eso y tomarte la crecehuesos sin rechistar… la tienes en el bote. — Ambos rieron y él asintió. — También puedes abrir una agencia de citas. — Volvió a reír. — Lo tendré en cuenta. Gracias, Cletus. — Y con el corazón un poco más aliviado, entró en su casa. 

Solo había una luz en la mesa de la salita y todo lo demás estaba casi a oscuras a causa de la lluvia plomiza que caía. Avanzó hacia la salita, esperando ver a su madre, pero solo estaba Frank mirando por la ventana, deshecho. — Frankie. — Le llamó suavemente, para no asustarlo. — ¿Dónde está madre? — La he hecho acostarse. — Su hermano se dirigió a ella y le hizo quitarse la chaqueta. — Estás empapada, Molly, ¿qué estabas haciendo? — Preguntó, mientras empezaba a echarle hechizos para secarla y limpiar el barro de su traje negro. — Estaba con Cletus O’Donnell, el hijo de los aritmánticos. Servía en la misma unidad que Arnie. — Frank le trajo un té y se lo puso por delante. — Bébetelo, no quiero que te resfríes. — Y se sentó frente a ella, lo cual aprovechó para sacar los diarios. — Me los ha traído Cletus, eran de nuestro hermano. Cumplió su promesa… — Molly. — La llamó Frank. Ella levantó la mirada y la cruzó con él. — Voy a irme a América. — Y Molly sintió un vacío repentino en el estómago. Toda la vida había oído la palabra “América”, en Galway se oía todos los días, y solía ir acompañado de una madre llorosa, de una familia rota, de la promesa de una riqueza que allí no podían alcanzar, pero de la que no tenían prueba tampoco, porque casi nadie volvía. — ¿Cómo…? ¿Cómo que América, Frank? — Su hermano suspiró. — Molly, madre está muy débil y, aunque no lo enseñe, triste. Ya no puede trabajar como antes, y sin padre y Arnie aquí… — Otra dimensión en la que no había pensado: la dimensión económica. Molly nunca había tenido que preocuparse por eso, pero… ahora que lo decía… — Pero… tú ya estás fuera de Hogwarts, puedes trabajar… — ¿Aquí? Molly, abre los ojos. Estamos en guerra y quién sabe durante cuánto tiempo más. Te digo más, ¿quién sabe qué será de Gran Bretaña, de Europa entera? — Frank negó, apesadumbrado, frotándose los ojos. — Yo no valgo para esto, hermana… Arnie sabía cuidar de la familia, pero a mí lo único que se me ocurre es irme a América y mandaros todo el dinero que pueda. — Ella se mordió los labios por dentro, pero las lágrimas acudieron a sus ojos. — Pero madre se va a quedar destrozada, Frankie. Acaba de perder a su hijo y su marido casi seguidos, si te pierde a ti también se va a morir. — No, Molly, se va a morir si no tiene nada que comer, te lo aseguro. Mira… — Tomó su mano. — Yo tampoco sé cómo lo voy a hacer, pero tengo que hacerlo. Tengo que intentar aportar a esta familia lo que pueda. Y cuando las cosas estén mejor aquí en Europa, volveré a Galway… — Ahí sí que soltó una risa sarcástica. — Todos dicen eso, Frank, y nadie vuelve. — 

Se había creado un silencio entre los dos hermanos, que al final rompió el chico. — Cuando termines Hogwarts… tienes que quedarte con madre, Molly. Te va a necesitar más que nunca. — Sus ojos volvieron a anegarse en lágrimas. — Yo no puedo sustituir a sus otros dos hijos. — Él negó. — Madre es fuerte y lo superará, pero necesitará ayuda, y alguien que controle que no haga barbaridades, que sabes que se sobreesfuerza mucho, alguien que vigile que come… En fin, ya me entiendes. — Molly asintió y apretó más la mano de su hermano. — He vivido toda la vida contigo a mi lado, Frank. ¿Ahora qué voy a hacer? — Él rio y le acarició la cara. — Librarte de mí, supongo. Soy un peñazo, siempre me lo has dicho. — Ahora me arrepiento. — Él negó con una sonrisa. — Nah, qué va. Verás qué paz cuando tengas por fin la casa para ti y madre. Os vais a organizar mucho mejor que teniéndonos aquí molestando. — Molly rio un poco entre las lágrimas. — ¿Cuándo te vas? — Frank suspiró. — Cuanto antes… Dicen que el uno de enero de 1943 van a cerrar Ellis Island, y con ello, las políticas de migración cambiarán… Así que tengo que irme ya mismo. — Molly apretó los labios y asintió. Sí, a eso se refería Cletus con la fortaleza. No ser fuerte para no llorar, sino para saber afrontar la vida que se le venía encima sin suplicar de rodillas que le ayudaran o la socorrieran, simplemente… aceptándola, como las piedras aceptaban la lluvia y el viento, aunque las erosionaran, pero quedándose de pie. 



Notes:

¡Bienvenidos de vuelta, fans de El Pájaro en el Espino! Si sois nuevos, encantadas de teneros por aquí, en esta historia ambientada en el universo de Harry Potter que estas dos coautoras tanto aman.

Aquí estamos para presentaros la nueva saga, la que continúa El Pájaro en el Espino y por eso lleva su nombre con un subtítulo: Alquimia de vida, porque eso es lo que hemos logrado hacer en estos dos años publicando la historia. De algo que escribimos para nosotras, surgió esta saga, los personajes que para nosotras eran parte de nuestro corazón ya, cobraron vida en vuestros comentarios y vuestras palabras, vuestros favoritos, incluso cuando no os gustaba cómo giraba la historia. Por eso no podíamos limitarnos a dejarlos saliendo de Hogwarts, porque estas coautoras tienen muchas muchas ideas.

Por si sois nuevos aquí: esta es la historia de Marcus O’Donnell y Alice Gallia, dos jóvenes magos que empezaron siendo los mejores amigos en Ravenclaw y terminaron enamorándose y viviendo su historia a pesar de todos los giros de la vida. Pero su historia está muy lejos de terminar: el mundo real, enemigos que ya no son matones de colegio, y sobre todo, un futuro brillante lleno de viajes, alquimia y esa familia de la que todos hemos llegado a formar parte. No obstante, si queréis saberlo bien, tenéis El Pájaro en el Espino por aquí, para que sepáis dónde tiene sus raíces esta historia.

Estas coautoras os saludan y os dan la bienvenida al mundo que alegra sus días y esperan que alegre los vuestros. A nuestros fans previos: todo esto no existiría sin vosotros, esta es nuestra forma de daros las gracias: Marcus y Alice por la eternidad, porque, como siempre hemos sabido todos, estaba escrito.

¡Empezamos, alquimistas! Y lo hacemos con un prólogo de nada más y nada menos que la abuela Molly. ¿Os lo esperabais nada más empezar? En esta nueva saga ya conocéis a muchos personajes de los que rodean a Marcus y Alice, todos tienen un pasado y mucho que enseñarnos, y aunque nuestra historia mira al futuro, sabemos que por aquí hay muchos fans de nuestros Magical Tales que saben que los familiares tienen mucho que contar sobre el pasado y que eso es precisamente lo que construye los cimientos del futuro.

Contadnos, ¿qué os ha parecido este prólogo? ¿Os da pistas? ¡Nos morimos por leeros!

Chapter 2: Parte 1: alzar el vuelo

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Notes:

Como ya os habréis dado cuenta, en esta nueva etapa los tomos se llamarán según los rangos de alquimistas, que irán, como pasaba con los elementos, íntimamente ligados a las etapas vitales de los chicos, pero como había tanto que contar, esta vez, en vez de tener cursos, tenemos partes, y esta parte se llamará: Alzar el vuelo, porque siempre hemos estado muy ligados a los pajaritos y para empezar una nueva etapa hay que abrir esas alas y despegar de lo que fuimos.

Y diréis: pero, alquimistas, ¿y esa portada en la que no veo nada? Pues no veis nada porque la iremos actualizando, capítulo a capítulo, hasta que esté completa, y si nos seguís en instagram, las iréis viendo en primicia, así que ya sabéis donde ir encontrando esas pistas, aunque podréis seguirlas también en nuestra galería, enlazada en las notas de arriba.

Y ahora… ¿Estáis listos para empezar esta nueva etapa?

Chapter 3: La eternidad es nuestra

Notes:

Directorio de personajes
Índice Piedra
Lista de reproducción de Piedra
Galería
☾ Canciones asociadas a este capítulo:
- Backstreet boys - Everybody
- Massimo Ranieri - Se brusciasse la città

(See the end of the chapter for more notes.)

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LA ETERNIDAD ES NUESTRA

(3 de junio de 2002)

 

ALICE

Relamió la cuchara y Molly rio. — Hija, da gusto verte comer así. — Ella sonrió y se encogió de hombros. — Es que es la crema de limón más buena que he probado en mi vida. — Contestó risueña. — ¡Y todavía queda la tarta! — Mamá, intentábamos que fuera una sorpresa. — Dijo Arnold echándose hacia atrás en la silla con un suspiro. — Es un cumpleaños, no es como que fuera a ser una grandísima sorpresa. — Apostilló Lex, apoyándose igual que su padre en la silla. Se parecían más de lo que solían admitir. — Sorpresa sería que la tarta viniera andando, o saliera algo de la tarta o… — No va a ocurrir. — Emma y su padre también seguían siendo los mismos. Todo era lo mismo, y a la vez nada lo era, porque aquel era el primer día del resto de sus vidas. 

Estaban en el jardín de los O’Donnell, bajo un sol brillante, en una sobremesa que se les estaba alargando demasiado teniendo en cuenta que se iban de celebración de graduación en unas horas, pero es que era todo tan perfecto… El sol, las flores, la mesa y las sillas de forja blanca, toda la comida de Molly sobre la mesa… su padre sonriendo, sonriendo de verdad, con su hermano hablando y contándole todo lo que había estado pasando ese trimestre en Hogwarts… — Es que no entiendo entonces cuándo le damos los regalos. ¿Por qué no hoy, que es su cumpleaños? — Discutía la voz del gran alquimista Lawrence O’Donnell, a quien le cambiaban el esquema de una fecha y ya estaba tenso. — Porque eso da igual, papá, lo que queremos es que lo vean todos y lo disfrutemos en familia… — Y entonces la tarta, ¿es hoy y mañana no? — Es hoy y mañana, los dos. — Lawrence bufó y miró a otro lado. — Pues porque es mi nieto Marcus, si no, te diría que estáis haciendo un despropósito absurdo, pero bueno, al menos tendrá dos tartas… — ¡Calla ya, gruñón! Voy por la tarta, y deja de darle el cumpleaños a tu nieto. — Le regañó Molly, haciendo amago de levantarse. — Ya voy yo, abuela. — Dijo ella, levantándose más rápido y poniéndole las manos en los hombros. Miró a su novio y ah, eso sí que cambiaba, pero a más y mejor cada día. Estaba radiante, estaba feliz, y nada en el mundo valía más que esa sonrisa. — No será como que venga andando sola, pero creo que al cumpleañero le gustará que se la traiga yo. — Y con una sonrisa amorosa y un guiño a su novio, se alejó de nuevo hacia la cocina. — Yo solo digo que se la hace andar sola en un momento… — Oía a su padre de fondo.

La verdad es que no había hablado mucho con él. Y no sería porque quedaban cosas que hablar. Pero acababa de salir de Hogwarts, era el día de Marcus, y no era momento para ponerse a hablar de cosas tan intensas. Podría permitirse un día aunque fuera sin responsabilidades ¿no? Llegó a la cocina y vio una caja de cartón con forma de cúpula. Sí, eso debía ser la tarta. Oh. Era un bizcocho lleno de glaseado azul por encima, con el escudo de Ravenclaw en galleta en medio. Marcus iba a volverse loco. Se puso a poner delicadamente las velas, cuando oyó una voz en la puerta. — ¿Necesita ayuda mi pajarito? — Sonrió a su padre y negó con la cabeza. — Bueno, a no ser que te sepas un hechizo tipo incendio pero que haga que las velas no se apaguen mientras llevo la tarta a la mesa. — William se encogió de hombros. — Pero lo hago en un momento. — No, no. — Dijo ella levantando la mano. — Nada de experimentos, que me queda una graduación y otro cumpleaños en las próximas veinticuatro horas. — Su padre se encogió como un cachorro al que se le regaña, pero trató de mantener la sonrisa. — Sí, sí, mejor… Tienes razón. — Alice suspiró y se quedó mirando la tarta unos segundos. — Papi, sé que tenemos que hablar ¿vale? Pero, por un día, vamos simplemente a celebrar, ¿te parece? — Él asintió y sonrió. — Yo solo quiero estar contigo, pajarito, y verte feliz. — Ella sonrió de medio lado. — Y lo estoy, ¿no me ves? Solo quiero que las tres celebraciones estén exentas de problemas y responsabilidades. Solo fiesta, tarta y puede que un poquito de champán. — Su padre rio. — Ya de perdidos al río ¿eh? No te importa lo que diga Emma. — Ella se encogió de hombros. — Va, hasta ella querrá celebrar el decimoctavo cumpleaños de su hijo. — William asintió y ella cogió la tarta. — Anda, ve saliendo y prepara los ánimos que quiero que en cuanto salga por esa puerta todos vayan cantando cumpleaños feliz a lo grande. — Como le gustaba a su Marcus, a lo grande, lo espectaculero. Oyó cómo su padre hacía lo que le pedía y empezó a salir, tarta en mano, con las velas encendidas, al ritmo de la canción, hasta que puso la tarta delante de su novio y se situó a su lado, mirándole con absoluta felicidad.

 

MARCUS

Estaba pletórico. Muchas veces había visualizado el día en que abandonara Hogwarts y, en todas sus fantasías, estaba triste y lloroso. Cuando vio en el calendario que coincidía con el día de su cumpleaños, se enfadó (bueno, lo vio el verano pasado, no es que estuviera del mejor de los humores). Sin embargo, su salida había sido tan... perfecta, tan como tenía que ser, con Alice de la mano, con su hermano y él juntos como él siempre había querido, sabiendo que su familia le recibiría así, con una gran comida de cumpleaños, y con un fiestón programado para esa noche... En fin. No podía estar más feliz. 

De hecho, estaba apoyado sobre las dos patas de la silla y echado hacia atrás con una enorme sonrisa en la que, si te fijabas bien y limpiabas un poco esa máscara de chulería y altanería de quien se siente el rey de su casa, podías ver al niño ilusionado por su cumpleaños que había debajo. Su madre le había puesto ya varias veces mirada de "te vas a caer", pero en fin, tampoco es que su pose fuera muy distinta a la de su padre y su hermano, si es que en eso eran los tres iguales... Bueno, Marcus era el único que se dejaba equilibrar sobre las dos patas traseras. Un día se iba a caer de verdad. Pero no iba a ser hoy, tuviera que ver. Hoy era un día perfecto. 

Se echó a reír con lo de la tarta, y luego chasqueó la lengua y abrió los brazos en cruz. — A ver, papá... — Dijo con obviedad. Lex tenía razón, no es como que fuera una enorme sorpresa pensar que iba a haber tarta siendo un cumpleaños, de Marcus para más señas, y estando su abuela implicada en el asunto. No podía dejar de reír de pura felicidad que sentía: por las ocurrencias de William, por ver a Dylan hablando tanto, por los gestos de su madre y de su padre, por su abuelo indignado con las fechas... Todo le hacía gracia, todo le hacía feliz, todo le hacía reír y sonreír. — Abuelo, mi mayor regalo es tener aquí a mi familia en este día tan especial. — Bueno... — Suspiró Lex hacia un lado, guardándose una sonrisilla, y Marcus automáticamente le picó en las costillas con el índice, lo cual no se esperaba y le hizo saltar (y ponerle una cara de malas pulgas que casi le hace arrepentirse, de hecho, se puso en las cuatro patas de la silla por lo que pudiera pasar). — No tenga usted tan mala sangre, señor de Slytherin, que es la pura verdad... — Mañana cuando veas tus regalos hablamos. — Contestó el otro, a quien afortunadamente la cara de mala leche solo le duró el momento de la impresión por las cosquillas, y luego volvió a sonreír. 

Alice se levantó y se ofreció a traer la tarta y él la miró con ojos brillantes y una sonrisa radiante, haciendo un gestito cortés con la cabeza en ese lenguaje caballeresco en el que a ellos les gustaba hablarse. La siguió con la mirada, con una sonrisa totalmente embobada, hasta que Lex le trajo a tierra. — Aunque yo sé de una que se ha saltado las normas y ya le ha dado su regalo, abuelo. — Picó el chico, y claro, como Marcus no estaba en lo que estaba, enseguida se revolvió con el ceño fruncido. — ¡Lex! ¡No dig...! — Tenía todas las miradas encima. Un momento... — Ah... Sí. — Corrigió. Trató de hacer como que no había tenido tremendo patazo delante de toda su familia, si bien Lex aguantándose la risa y Marcus con esa risilla nerviosa tan delatora no eran de mucha ayuda, y dijo. — Anoche, en la fiesta de graduación, me dio su regalo. Es precioso, pero lo tengo guardado, mañana os lo enseño a todos. — ¿Qué es? — Preguntó su padre, contento, pero también con ese punto de claramente querer echarle a su hijo una mano para salir del atolladero. Marcus, por supuesto, se agarró firmemente a esa ayuda. — Una pluma de faisán de La Casa de las Plumas de Hogsmeade. — Vale, bala esquivadísima, porque todos reaccionaron con asombro, alegres. — Qué preciosidad. — Esas son las mejores para escribir, muchacho. Cuídala bien, que no se te pierda ni se estropee. — Respondieron su abuela y su abuelo respectivamente. Marcus asintió, convencido. — Sí, sí, desde luego. Nada más dármela fui a guardarla con mucho cuidado. — Tanto que tardaron una hora en volver. — Añadió Lex, y Marcus le miró con intensidad. ¿¿Pero te vas a callar?? 

— Bueno, mis años me ha costado, pero ya sé detectar cuándo una conversación se pone incómoda así que... — Dijo William, levantándose. — Voy a ver si mi pajarito necesita algo. — Y se marchó de allí, dejando al resto de presentes escondiendo las risillas (excepto a Marcus, claro, y a Emma, que hacía como que rebañaba la crema de limón de su plato y estaba ajena a la conversación). El que con más evidencia se estaba riendo por detrás de su mano era Lex. Te recuerdo que mañana viene Darren, así que deja de ponerme en evidencia . Pensó, y su maldito hermano, después de respirar para no estallar en una carcajada, respondió. — Vale, vale. — Lo que hizo no solo que Marcus le mirara abriendo aún más los ojos, sino que Arnold, sorprendido, mirara a uno y al otro. — Un momento, ¿os estáis comunicando telepáticamente? —Ahí sí, Emma les miró, alzando una ceja, tan sutil en su expresión como siempre. Marcus miró a Lex. — Eeeehm... — Su padre alzó las manos y las dejó caer con un bufido. — ¡Toda la infancia peleados y mira ahora! Ya me contaréis cómo habéis arreglado esto. — Supongo que Marcus y Lex han madurado lo suficiente como para ver la conveniencia de estar unido a tu familia y aprovechar lo que la vida pone a tu disposición, viendo cómo puede ser beneficioso para ti. — Respondió Emma, tranquila. Marcus asintió. — Exactamente eso, mamá, gracias. — Muy conveniente cuando hay cosas que se prefiere que no escuchen los demás. — Dejó caer, además, bajando de nuevo la mirada a la crema, y Marcus tragó saliva. Ahora la risilla que escuchó de fondo fue la de Dylan, que se tapaba la boca también. Marcus le miró con los ojos entrecerrados. Ya, tú no te rías tanto, que ya mismo estás igual

— ¡¡Bueno, que viene la sorpresa que todos sabemos que no es sorpresa pero vamos a hacernos los sorprendidos!! Canción incluida ¿eh? — Proclamó William, a quien vio guiñando descaradamente un ojo a los presentes, tanto que les hizo reír. El sonido del cumpleaños feliz que empezó a entonarse justo después hizo a Marcus sonreír ampliamente, girándose hacia su novia, que venía con la tarta. Se le pusieron los ojos como platos al verla, justo cuando Alice la puso ante él. — ¡¡Hala!! ¡¡Me encanta!! — ¡Ay, mi niño, si es que da gusto hacerle estas cositas! — Celebró Molly, que justo después se fue hacia él y le estrujó las mejillas. — Sigue siendo un niñito para su abuela. — Sí, para su abuela... — Lex. — Paró Arnold, porque su hermano había vuelto a esconder la risilla e iniciar una bromita. Marcus estaba ya demasiado centrado en su tarta Ravenclaw. — Es genial. — ¡Venga, sopla las velas! — Animó su padre. Miró a todos los presentes, emocionado, y sopló las velas. Todos aplaudieron y vitorearon, pero Marcus solo atinaba a sonreír. Apretó la mano de su novia, con la mirada en la tarta, y tragó saliva... — Habrás pedido un deseo ¿no? — Oyó a William preguntar, pero no contestó. — Uy, uy, mal asunto, Marcus tan callado. — Hizo una leve mueca con los labios, y todavía no había reaccionado y ya tenía a su abuela encima. — ¡¡Ay, ay mi niño!! ¡¡Ay que no te vea yo llorar, que lloro yo!! — ¡No, no, abuela, que estoy bien! — Trató de salvar, riendo levemente. Vale, el achuchón de Molly le había sacado un poco del estado melancólico y había recuperado la compostura. — Es que... Me encanta la tarta... Es genial... — Hijo, un Ravenclaw sigue siendo Ravenclaw toda la vida, si es eso lo que te preocupa. — Contestó su abuelo. Marcus sonrió y asintió. — Es verdad. — Es que, de repente, al verse allí, fuera de colegio, y ver su escudo y recordar... que ya no habría más Hogwarts... 

Pero su abuelo tenía razón, y solo tenía que mirar a su alrededor: su familia, más unida que nunca, y más que lo estaría al día siguiente. Ese futuro brillante que tenían por delante, un cumpleaños perfecto, esta noche vería a sus amigos, a quienes tendría siempre... Tenía todo lo bueno que podía tener. Su deseo al soplar las velas: por primera vez, Marcus O'Donnell había pedido... conservar lo que tenía. Ellos siempre pedían más y más, soñaban más alto. Pero ese año... la vida le había dado tantas cosas, más las que estaban por llegar, que podía conformarse. Y ya pediría más el año que viene. Miró a su novia, con una sonrisa radiante, y se levantó, dispuesto a cortar la tarta. — ¡Venga, que el rey de Ravenclaw va a cortar la tarta! ¿Quién quiere? —

 

ALICE

Sabía ella que de los momentos emotivos no se habían librado aún. Y todavía quedaba el cumpleaños de mañana, eso iba a ser para verlo. Rio un poco y miró a su novio acariciándole los rizos. — Marcus es que es de pedir deseos muy grandes. Como todo lo que hace. — Aunque frunció el ceño. Otra cosa no, pero la expresión y el brillo de los ojos de Marcus cuando pensaba a lo gran alquimista la conocía, y ahora lo que veía era más… ¿agradecimiento? ¿Emoción? Le miró y sonrió más. — Capaz eres de haber pedido volver a Hogwarts, que te conozco. — Dijo riéndose, mientras le rodeaba con el brazo por los hombros. 

Y casi tiene que evitar a Molly, que a poco estuvo de llamar a los bomberos y la mismísima guardia real porque su Marcus estaba llorando, lo que le provocó hacer un gestito de ternura al mirarles. Eso sí, cuando habló Lawrence sí que se le empañaron los ojos. — No, si ya me olía yo que quedaban aventuras y desventuras Ravenclaw para rato, y si no mira aquel. — Dijo señalando a su propio padre, que ya se había quedado pillado con algo, mirando las nubes. — ¿Eh? ¿Qué dices, hija? — Ella rio y negó con la cabeza. — Nada, papá, que eres muy tierno cuando te quedas así tan… tu tipo de Ravenclaw. — 

Se sentó de nuevo y recibió el pedazo de tarta, aunque su plan era comer o poco o nada, mientras escuchaba sonriente las historias de graduación que contaban los mayores y le daba la mano a Marcus. Se sonrió a sí misma pensando que antes tenían que hacer eso debajo de la mesa y ahora podían estar ahí, todos juntos en familia y podía hacerlo abiertamente, sin tener que contar los minutos que quedaban para robarle tiempo al reloj y pasar aunque fuera un momento fugaz juntos. — Pero el abuelo no tuvo fiesta de graduación. — Señaló Molly, cuando Alice reconectó con la conversación. Larry hizo un gesto con la mano en el aire, apartando la cara. — ¿Y quién quería ir de fiesta en aquellos días? Había racionamiento, media Inglaterra estaba en ruinas. — Inglaterra, no Irlanda, no Ballyknow, más concretamente. — Apuntó la abuela, certera como siempre, mientras se comía un trocito de su bizcocho. Larry bufó de nuevo. — ¿Entonces no saliste ni nada, abuelo? — Preguntó Lex. — No, no, hijo, yo me fui derechito a prepararme el examen de alquimista de piedra. Que ya ves, ni tanta falta me hacía, teniendo en cuenta cómo salí de preparado en Hogwarts. — Rio entre dientes y les miró. — Claro que yo no tenía ni novias ni un grupo de amigos que estuvieran lo suficientemente locos como para sacarme por ahí. — Porque no quiso venir a Ballyknow nada más terminar. Allí todos los años se celebra, o se celebraba, vaya, graduación para los jóvenes magos que vuelven al pueblo, porque no hay nada que guste más a un irlandés que el que otro irlandés vuelva al hogar. — Ya se estaba viniendo arriba. — Hacíamos encantamientos de Leprechauns que bailaban y dibujaban arco iris en el cielo, como fuegos artificiales. Y teníamos muy poca comida, es verdad, pero con patatas se hacen maravillas y cerveza y whiskey no faltaban nunca, y al final lo que importaba era celebrar que volvíamos a estar todos juntos. — El tirito de Molly estaba siendo evidente hasta para ella que no era una O’Donnell. Y de repente se oyó un estallido, que les hizo a todos dar un botecito en la silla. No lo conociera ella, ese era su padre. Eso sí, esta vez no era un hechizo, sino una botella de champán que había abierto. — Perdón, es que me parecía el momento propicio para abrirlo. — Hijo, que hay gente mayor en la mesa, por favor, el corazón. — Se quejó Larry, pero Molly se echó a reír con esa risa suya tan contagiosa y cálida. — Qué ocurrencias tiene, si es que no te aburres con él. — Dijo la mujer, agarrándole del moflete a su padre por encima de la mesa, mientras este vertía el champán por varias copas. Luego cogió una y dijo. — Por mi yerno, Marcus O’Donnell, y su dieciocho cumpleaños. — Guau, te has currado un montón el discurso. — Le picó Arnold. Su padre le miró con malicia y le dirigió la copa. — Pues por ese viaje a Irlanda al que me parece que no hemos sido invitados pero nuestros hijos sí. — Alice rio por lo bajo. No llevaban ni un día fuera y ya se le acumulaban los planes, como le gustaba a ella.

— Entonces, ¿dónde vais a ir? — Preguntó Arnold a Alice. Ella se giró hacia la chaqueta y sacó un birrete de graduación con purpurina azul. — A donde nos lleve este traslador que, según tengo entendido, es por Londres. Pero nos los ha dado Ethan sin mayor explicación, solo nos ha puesto los colores de nuestras casas. ¿A ti te lo ha dado verde, Lex? — Él se encogió de hombros y negó. — Ha asumido que o me vuelvo con vosotros o con Darren. — Arnold estaba examinando el traslador. — Ah muy bien, muy bien, yo me quedo más tranquilo, que aparecerse conlleva sus riesgos, quieras que no… — Oyó suspirito alrededor y ojos en blanco. — ¿Qué? — Preguntó Arnold, mosqueado. — Cariño, yo soy tu madre y te quiero, pero solo a ti te parece que aparecerse tenga riesgos reales. — ¿Cómo que solo a mí? Hay estudios que refieren… — ¡Ay, Arnie, por favor! — Cortó Emma con un suspiro. — Pero sí, yo también apoyo que volváis con traslador, sobre todo si vais a beber. — ¿Y no puedes decir eso antes del “Arnie, por favor”? — Preguntó el hombre, con fingida indignación, llevándose la mano al pecho. — Y quiero ver a todo el mundo de vuelta en su habitación. — Dejó claro Emma. Y entonces Alice se dio cuenta de que estaban contando con que ella volvía allí mismo esa noche. Miró a su padre y se le veía cabizbajo. Tragó saliva y dijo. — Bueno yo probablemente deje aquí a Marcus y Lex y… — William. — Saltó Emma con ese tono autoritario suyo, que les hizo a todos, al implicado al que más, cuadrarse un poquito. — Hemos pensado que quizás quieras quedarte aquí con Dylan este par de días. Tu casa lleva mucho cerrada y vamos a estar más tiempo aquí que allí. Cuando pase el cumpleaños, podemos ir todos juntos y ayudaros un poquito y poner todo en orden y habitable. — La mirada que Alice le lanzó no podía ser de más agradecimiento. Tenía pánico absoluto de volver a su casa, la verdad, de todo lo que habían vivido en aquel día, era lo que más miedo le daba. Y Emma, no sería legeremante, pero como si lo fuera, la verdad, porque bien que había sabido lo que más necesitaba en ese momento. 

Pero su padre levantó la cabeza con pesar. — Yo os lo agradezco, pero… — Carraspeó y se removió incómodo en la silla. — Bueno, estamos en confianza, supongo que ya sabéis en quién estoy pensando… — Sintió como si la mesa entera contuviera la respiración. — El cuadro está con nosotros, William. — Dijo Larry finalmente. Su padre les miró, casi con ojos suplicantes. — ¿Con vosotros? — Sí, cariño, pero está estupendamente. — Aseguró Molly enseguida. Veía cómo su padre se estaba conteniendo de ponerse a hacer una batería de preguntas. — Ah, bueno… ¿Habíais hablado con… mi sanadora o…? — Todos negaron. — Creímos que era lo mejor, papá. Nos lo llevamos en Pascua. — Dijo ella sin más. No era momento de sacar a relucir los espías de los Van Der Luyden. — Ah, bien, claro, sí… — No pasa nada si la echas de menos. — Dijo Dylan de repente, que claramente estaba recibiendo demasiadas vibraciones de su padre. Él le miró y asintió, sacando un pucherito. — Claro, claro… Solo quería… Bueno, hablar con ella, explicarle como pudiera… que no se sintiera abandonada por mí. — Oh, no te preocupes por eso, cariño. En casa está hablando conmigo todo el día. — Dijo Molly con aquel tono que aliviaba el dolor de cualquiera. — ¡Menudas son! A veces estoy en el taller y pienso, ¿quién hay en casa? Y son ellas cotorreando en la cocina. — Molly resopló. — Mira, si el techo de la cocina se cayera, a ti no te pillaría debajo seguro, no pasas por allí ni de casualidad, y el cuadro me hace mucha compañía… — Todos trataron de reír, porque la visión era cómica y por distender el ambiente. — Pues entonces… tú dirás, cariño, si te parece bien… — Dijo William mirándola. Nada, ni un día sin responsabilidades. Bueno, al menos, si se quedaban allí dos noches podría estar tranquila cuando saliera. — A mí me parece genial, papi. — Dijo con media sonrisa y apretó la mano de Marcus. — Todo el tiempo que pase con mi sol es poco. — Y no era mentira, encima ganaba días con Marcus. Su padre se inclinó por la mesa y puso la mano delante como si les estuviera diciendo un secreto. — Creo que Emma ha dejado caer que juntos pero no revueltos y, por experiencia, cuando dice esas cosas no son sugerencias. — Eso sí que la hizo reír de verdad y miró a su novio de reojo. — Lo habíamos entendido, papi. — Sonrió a su novio. — A mí me vale con estar cerca de él. —

 

MARCUS

Repartió tarta a todo el mundo y, cuando ya hubo acabado, se sacó un buen trozo para él y le hincó el diente casi mientras se estaba sentando, exagerando la reacción (cosa que solía hacer con la comida, y más si era de su abuela), con un prolongado sonidito de gusto. — Abuela, está espectacular. — Como que fue el último en servirse y el primero en terminarse el trozo, y no se sirvió otro porque ya había comido mucho y se iban a ir de fiesta y no quería ir con el estómago tan embotado, si su plan fuera quedarse en casa, desde luego que estaría repitiendo... Bueno, puede que en lo que todos se entretenían contando historias de sus respectivas graduaciones, entre risas y disimuladamente, hubiera metido un poquito la cuchara por una esquinita de la tarta. Es que estaba buenísima. 

Atendió a la anécdota de sus abuelos y justamente le pilló con la cuchara en la boca cuando dijo que no había tenido tiempo para fiestas porque estaba preparándose los exámenes para alquimista. Así se quedó, con una expresión tremendamente delatora, culpable y ridícula, parado con la cuchara en la boca y mirando a su abuelo como si acabara de caer en algo que ni se le había pasado por la cabeza. Vaya, él dándoselas de gran alquimista y pensaba ir a darlo todo por ahí en vez de estar en lo que tenía que estar. Miró a los lados, como esperando que los demás le relajaran al respecto o algo así, pero estaba cada uno en lo suyo. Menos mal que el propio Lawrence dijo después que las prisas eran innecesarias. Bueno, se quedaría con eso. 

Conectó con lo que su abuela contaba (ya sí con la cuchara en el plato) y se puso a pensar. ¿Se sabía él encantamientos para hacer leprechauns? Darren sí, porque los había hecho para su propio cumpleaños, que caía en San Patricio. Quizás pudieran hacer algo para esa noche... Se lo pensaría, a ver qué se le ocurría. Estaba tan concentrado que el ruido que hizo William al descorchar el champán le hizo dar un salto en su sitio, pero se tuvo que reír justo después. Estaba feliz, estaba con Alice y su familia, no podía pedirle más a un cumpleaños, y encima al día siguiente iba a tener otro. Más feliz estuvo después de que William brindara por él, y a diferencia de a su padre, solo oír cómo le llamaba yerno para Marcus era perfecto. — Muchas gracias, William. — Aún le costaba no llamarle señor Gallia, pero ya se iría acostumbrando. Rio y brindó, mirando de reojo a su novia y más directamente a su abuela, que sabía que eso le hacía muchísima ilusión. Irlanda, París, Roma, Damasco... Tenían muchos viajes pendientes y no podía esperar a realizarlos.

Volvió a meter la cuchara en la tarta cuando la conversación se desvió a los trasladores, y se dio cuenta de que Dylan le estaba mirando con cara de diablillo. Estuvo a punto de pedirle discreción... pero pensó que había una técnica mejor. — ¿Quieres más? — El chico sonrió, travieso, y le tendió el plato. — Que sea bien grande. — Marcus lo miró con los ojos entrecerrados y una sonrisilla, pero empezó a cortar. Ese niño era más listo que todos ellos juntos. Reconectó con la conversación y salió en defensa de su padre. — Yo estoy contigo, papá. Un traslador me parece la opción más segura para todos. — ¿Es que piensas beber, futuro alquimista? — Le preguntó Lex con malicia. Marcus, que no pensaba dejarse liar, se irguió dignamente. — Soy una persona prudente y responsable que, en caso de hacerlo, lo hará con moderación. Soy ya mayor de edad por mucho. — Ya ves, muchísimo, un año entero. — Se burló su padre, haciendo reír a William entre dientes. Marcus le miró ceñudo. Te recuerdo que esto ha sido por defenderte a ti . Sin embargo, prosiguió. — Y, a pesar de esto, por si acaso mis facultades se vieran mermadas, prefiero que me traslade un traslador a hacerlo apareciéndome, ejercicio que requiere de una gran concentración y poder mágico. Y, desde luego, que no hablo ya por mí, sino por otros a los que podría írsele la mano con el beber. — Lex se encogió de hombros con una caída de párpados. — A mí no me mires. Yo podría habernos traído a los dos en escoba, en realidad. — Bueno, por si acaso, sigue siendo mejor el traslador. — Dijo Marcus. No se imaginaba a Lex emborrachándose, pero si se daba el caso, ni loco se montaba en una escoba con alguien que hubiera bebido, y menos a las velocidades que volaba su hermano. 

El momento de confusión vino cuando su madre aclaró lo de que "quería ver a cada uno en su habitación". Pues claro, ¿dónde iba a...? Espera ¿acaso Alice iba a dormir allí también? Abrió mucho los ojos y se le escapó una sonrisa de niño feliz. ¿¿Pero y ese regalo de cumpleaños?? Ya, bueno, no iba a poder dormir con él, hasta ahí lo había dado más que por hecho, ya se la jugaron mucho en Nochebuena y en La Provenza en el desván. Pero poder llegar a casa con su novia y levantarse y saber que desayunarían juntos… La miró, lleno de ilusión, pero Alice parecía un tanto atribulada, y William también. Ah, claro... Había algo detrás de eso. La emoción le había hecho pecar de ingenuo. 

No iba a ser cuestión solo de hoy sino de los próximos días. Se mantuvo sereno, porque no quería pecar de insensible teniendo en cuenta los motivos por los que era, pero por dentro estaba dando saltos de alegría. Bajó la mirada y se mantuvo en un segundo plano en esa conversación tan delicada, porque había salido a relucir tanto el tema del retrato de Janet como el que William estaba acudiendo a una sanadora mental. Miró a su padre de reojo, pero la expresión de Arnold era tranquila y, la de Emma, tan serena como siempre, pero no parecía tensa. Eso auguraba que las cosas estaban bastante bajo control, tampoco es como que pretendiera que el tema desapareciera de un momento a otro, por lo que era buen inicio que al menos estuviesen controladas. Los comentarios de su abuela le hicieron reír levemente y mirar a Alice de soslayo, comprobando su estado. Sabía... lo que ese retrato generaba en ella. No quería verla sufrir. 

Sin embargo, Alice se mantuvo bastante serena y dijo que le parecía bien el plan. No pudo evitar una sonrisa de corazón, bien amplia, y debía tener la cara totalmente iluminada. — Ay, si es que mira mi niño, cómo la mira. — Su abuela se creía que esas cosas las decía para sí, pero se enteraba toda la mesa. Le daba igual. Sí, estaba enamorado de Alice hasta la médula, y no solo le daba igual que todos le vieran mirándola con cara de idiota, es que lo quería así, quería que se supiera cuánto la quería. — Siempre la ha mirado así, lo que pasa es que no se daba cuenta ni él. — Apuntó Arnold, y eso ya sí le dio un poco más de vergüenza. Él muy digno pensando "que vean lo enamorado que estoy de mi novia" y llevaba con la misma cara de bobo siete años, a esas alturas no se sorprendía nadie ya. Eso sí, el comentario de William primero le azoró un poco y le hizo retirar la mirada de Alice con un carraspeo, pero la risa de ella le hizo reír a él también. La miró de nuevo, diciéndole que la amaba con la mirada. — Va a ser genial tenerte aquí. El mejor regalo. — Respondió. 

Tras un rato más charlando, se levantó. — Nos vais a tener que disculpar, pero creo que deberíamos ir a arreglarnos para la fiesta. — Su hermano, que se había retrepado aún más en la silla comiendo frutos secos, puso cara de hastío. — Tío, que queda todavía una hora para la... — ¿¿UNA HORA?? — Se espantó él, y ya sí que se puso nervioso. — ¡Que vamos a llegar tardísimo! — Lex le miraba con la boca entreabierta como si se hubiera vuelto loco de remate. — Marcus. Una hora. Vamos en traslador. Sabes que son inmediatos ¿no? — ¡Pero que me tengo que duchar y cambiarme entero y peinarme y todo! — Hijo, por favor, que "y todo" no sea echarte el bote entero de colonia. — Pidió su padre, levantando varias risas entre los presentes, pero Marcus no tenía tiempo de tonterías. — Bueno, vosotros haced lo que queráis, pero yo me voy ya. Y a menos cuarto estoy cogiendo el traslador y no espero a nadie. — Dijo a Alice y Lex, y el segundo, bien tranquilo y sin dejar de comer frutos secos ni mover ni un músculo, dijo. — Vaya, para estar allí un cuarto de hora antes tontamente. — Que no sabemos dónde nos lleva ni si... ¡Bueno, que me liais! — Y entró en la casa, oyendo risillas a su costa detrás de él pero que no le detuvieron lo más mínimo, y subió rápidamente los escalones para ir a ducharse.

 

ALICE

Otro al que conocía perfectamente: su novio. Aquella cara era inequívoca. Ya había empezado a rayarse eternamente porque su abuelo empezó a estudiar del tirón y él no. Y claro, todavía si no se le hubiera calentado la boquita la noche anterior con lo épica que iba a ser la farra del exprefecto O’Donnell, podría bajarse del plan, pero, o defraudaba a su conciencia alquimista, o se tendría que tragar sus palabras ante sus amigos arriesgándose al escarnio eterno. — Abuelo, ¿te pusiste a estudiar nada más salir? — Preguntó distraída. — Bueno, no, no, la verdad es que dormí muchísimo, porque traía un cansancio tremendo de tanto estudiar y las funciones de prefecto, necesitaba descansar. Mi madre pensaba que estaba enfermo y todo. — Se rio y negó con la cabeza. — Ahora soy un viejo y… No sé si será que ha pasado demasiado tiempo pero, a excepción de cuando nacieron los niños, no me recuerdo tan cansado. — Pues prueba a tener dos seguidos. — Soltó Emma. — Estaba todo el mundo como loco con la fiesta del primer cumpleaños de Marcus y yo con una barriga gigante… Oh, por Merlín, qué tortura. — Alice se rio. Le gustaba ver a Emma lo suficientemente relajada como para decir esas cosas. Igual que le gustaba ver a Marcus y su hermano hablando, a su padre llamando yerno a su novio, en fin… familia. 

Cuando Molly resaltó aquello, amplió la sonrisa y dijo. — Y cómo le miro yo a él. Si no llego a ser Ravenclaw, hubiera suspendido todos los EXTASIS solo por quedarme embobada. — A veeeeer pooor favor, que la tarta ya tiene suficiente azúcar. — Se quejó Lex. Ella entornó los ojos, pero ambos se rieron. Eso sí, la risa les duró lo que Marcus tardó en darse cuenta de que les quedaba una hora para irse. Ella ni intentó detenerle, si cuando se ponía así era imposible pararle. Cuando desapareció por la escalera, ella sonrió y dijo. — Verás cuando se acuerde de que puede hacer magia. — Todos rieron y ella se apoyó en los hombros de Lex. — Venga, futuro cazador titular, hay que cambiarse. — Lex resopló. — Yo no sé ponerme guapo. — ¡SI TÚ YA ERES GUAPO MI NIÑO! — Exclamó la abuela. Ambos se fueron entre risitas y la sensación era de absoluta felicidad.

Alice estaba lista en veinte minutos a falta del hechizo del pelo. Se había puesto un vestido que no se atrevería a que se lo vieran los O’Donnell si no fuera ya novia de Marcus y fuera a su graduación. Era BASTANTE corto, color melocotón y con brillitos. Ella estaba encantada, pero igual se ponía una chaquetita encima para disimular. Estaba volcando la cabeza para dejar caer el pelo y hacer el hechizo peinador, cuando alguien llamó a la puerta. Imaginó que sería Marcus y le dijo que pasara pero. — Eh… si eso… vuelvo luego. — Levantó la cabeza y terminó de atusarse el pelo, ahuecándolo un poco. — ¡No! Tranqui, Lex, que solo me estoy peinando. Ya estoy vestida y todo. — Ya, ya lo veo… Eh… Bueno… Pero ese vestido… Vaya que yo no entiendo y no… No miro, eh… Pero no es como… — ¿Muy corto? — Sugirió ella con un suspiro. — ¿Incómodo? — Incómodo parecía Lex, desde luego. — ¿No tienes miedo de que se te suba andando o…? Que se te… Tú sabes… Lo de arriba… Se te vean las… — ¿Qué quieres, Lex? — Preguntó con un suspiro. — Tú… ¿Me ayudarías a arreglarme? — Ella se rio y le miró de lado. — ¿Cómo ayudarte? — Sí… Tú… ¿Me puedes elegir una ropa que… yo que sé, me quede bien? Pero no en plan que mi abuela y mi madre me digan que soy guapo, en plan que Darren piense… En fin, todas esas cosas que va a pensar mi hermano cuando te vea con ese vestido. — Ella se rio y asintió. — Venga, vamos a tu armario, a ver qué encontramos. — Salieron hacia su cuarto y Lex susurró, como si fuera un secreto. — ¿Y crees que podrías hacer el hechizo ese pero en mi pelo? — Alice se aguantó la risa, pero asintió. 

— ¿Con todo esto tú vas cómodo? — Le preguntó una vez hubo seleccionado un conjunto. — Supongo que sí… ¿Debería ponerme colonia? — Alice asintió. — No tengo colonia. — Ella se rio. — Pues ahora le pides a Marcus y ya está. — Lex suspiró y miró la ropa. — Me la tengo que poner. — Dijo significativamente. Alice levantó las manos y rodó los ojos. — Ya me voy, avísame cuando quieras el hechizo peinador. Voy a pedirle colonia a tu hermano. — Salió del cuarto y se dirigió al de su novio, apoyándose en el marco de la puerta que vio abierta. — Pero qué guapo puedes llegar a ser. En algún momento deberías parar. — Y lentamente se acercó a él, poniendo las manos en su camisa y terminando de abrocharle los últimos botones. — Me encanta ayudarte a vestirte… ponerte cositas… Tú me puedes poner los zapatos a mí antes de salir, si quieres.— Se acercó a su oído y susurró. — Bueno, quitártelas también está muy bien. — Y soltó una risita, mientras olía su colonia. — Tu hermano necesita colonia. — ¡AAAAALIIIIICE! — Oyó desde la otra habitación. — Y a mí también me necesita por lo visto. — Y salió caminando lentamente, contoneándose a posta, sabiendo que la estaría mirando. 

Cuando llegó, puso una sonrisilla traviesa e hizo un bailecito con todo el cuerpo. — Pero bueeeeeno qué O’Donnell más sensual. A ver, siéntate ahí. — Le dijo señalando la silla. — Voy a probarte un par de cositas en el pelo. — A ver, le iba a peinar bien, pero primero se reiría un rato. El primer peinado del hechizo que le hizo fue una cresta coronada de rojo. — ¿Qué te parece, O’Donnell mayor? — Preguntó, aguantándose la risa. Justo a tiempo de que Noora apareciera por allí y diera un salto para atrás al ver a su amo. Y claro, él, al ver la reacción del animal, la miró horrorizado. — ¿Qué me habéis hecho? — Ya ahí no pudo contenerse y dijo. — Es broma ¿vale? Ahora te lo quito, pero tenía que verte con algo distinto, siempre vas igual. — Se lo estaba pasando en grande. 

 

MARCUS

Al menos cuando salió de la ducha oyó movimiento en el piso de arriba, lo que quería decir que Alice y su hermano ya habían subido también a arreglarse. Fue rápidamente a su dormitorio y sacó del armario la ropa que tenía reservada para ese día, porque, sí, él ya había pensado en eso hacía tiempo y era ropa que no se había llegado a llevar a Hogwarts, sino que la tenía allí reservada. Llevaba una camisa blanca y una chaqueta negra con toques brillantes, con el pantalón a juego, bastante para el ambiente que llevaban, no la eligió en balde. Se puso los pantalones y los zapatos pero, antes de ponerse la camisa, se peinó, porque se había dejado el pelo mojado para poder manejarlo mejor, y colocarse cada rizo cómo y dónde él quería, con sus dedos y con la varita, con precisión milimétrica. No quería que su camisa se arrugara o se mojara, pero ya empezaba a entrarle frío, además de que se estaba demorando, así que se apresuró en peinarse un poco más rápido y se terminó de vestir.

Sin embargo, cuando estaba terminando de ponerse los botones, frente al espejo y de espaldas a la puerta, oyó a su novia en esta. Tenía la mirada baja, en concreto en sus manos colocándose los botones, y esbozó una sonrisa, mientras se daba la vuelta. — Si parara, no pod-OH, WOW. — Exclamó tan pronto la vio, quedándose con la boca abierta. Vaya... Vaya. Iba impresionante. Para Marcus, Alice era preciosa siempre. A veces, como en Nochebuena o en la graduación, iba especialmente preciosa. Otras veces, estaba tremendamente atractiva... Pero lo que tenía delante... eso, era otro nivel. La noche prometía. Y pensar que había accedido sin problema alguno a que Alice durmiera en su casa pero no en su habitación... Oh, espera, que estaban en su casa. Que él iba del brazo de Alice bien orgulloso, pero ahora temía que se le notara en la cara estrepitosamente lo que estaba pensando al ver a Alice con ese vestido. 

Se había quedado como un pasmarote, con la boca entreabierta, admirándola, mientras ella se le acercaba y terminaba de abrocharle los botones. El susurro en su oído le provocó más cosas de las que debería, pero se limitó a sonreír, aunque no había cerrado la mandíbula. Se le escapó una muda carcajada, miró fugazmente a la puerta y, viendo que no había nadie, la miró a ella de nuevo y respondió, también en un susurro. — No me hables de quitar ropa, Gallia, que hemos prometido dormir en habitaciones separadas. — Tardó en recibir el siguiente mensaje porque seguía embobado. Uf, su hermano, eso le recordaba que debería moderar lo que estaba pensando si no quería oírle quejarse toda la noche. De hecho, ya lo estaba escuchando bramar desde la otra habitación. Se mordió un poco el labio. — Ve. Voy enseguida. — Dijo, y ella se fue... moviéndose de esa forma... Uf. Ya era tener mala idea hacerle eso con un legeremante en la habitación de al lado, de verdad que sí... Pero qué gusto para la vista...

Después de quedarse unos segundos mirando a la puerta vacía como un idiota, decidió terminar de vestirse. Se colocó la chaqueta, se aseguró de estar absolutamente perfecto y se echó colonia. Tomó los tres frascos que solía usar y se dirigió a la habitación de su hermano. Cuando entró y vio la estampa, se detuvo súbitamente, con los ojos muy abiertos y una sonrisilla en los labios. No se echó a reír inmediatamente porque era evidente que Lex no sabía lo que Alice le estaba haciendo en el pelo. Dejó los tres tarros en la cómoda y fue a hacer el teatrillo de pensárselo, pero Noora delató que algo no iba bien. Y, cuando Alice confesó que era broma, ya sí que rompió a reír. — Es que se la tenías que haber puesto amarilla y negra, para su tejoncito... — Mira, tú mejor no hables. — Espetó su hermano, que se levantó y se dirigió al espejo mientras Marcus y Alice se reían de fondo. Y claro, fue verse y poner el grito en el cielo. — ¡¡Pero qué me has hecho!! — ¡Va! ¿Tú no querías variar? ¿Ser un Lex nuevo? — ¡Esto no es nuevo, esto es... es...! ¡¡Quítamelo!! Se quita ¿no? — ¿Quitarse? — Marcus fingió preocupación, mirando a Alice. — No, ese era de los permanentes ¿no? — Este tío es tonto, vamos. ¡Ya no te pido más ayuda! — Acusó a Alice, enfadado como un niño pequeño. — Eso te pasa por no pedírsela a tu hermano mayor. — ¡Joder! ¿¿A que no voy?? — ¿Qué pasa aquí? — Preguntó la voz de Emma, apareciendo en la puerta inmediatamente después. Por un instante, pensó que se les cortaría la broma del tirón... Nada más lejos. 

Su madre, siempre tan comedida en sus expresiones, abrió delatoramente los ojos al ver la cresta roja de su hijo. Se había creado un leve silencio que Lex, claramente, esperaba que jugara en su favor... pero no fue así. Para sorpresa de todos los presentes, Emma empezó a hacer una mueca con la boca que parecía querer contener una risa para, finalmente, llevarse una mano a esta y esconder una risa real. Marcus abrió mucho los ojos, miró a Alice, y los dos se echaron a reír. — ¡¡Venga ya!! — Se quejó Lex, dando una patada al suelo, pero a Emma le había dado un ataque de risa. No perdía la elegancia que la caracterizaba, pero no podía dejar de reír. — Perdona, cariño... — ¡No, es que ya lo que me faltaba! — ¿Qué pasa? — Preguntó Arnold, entrando también, debatiéndose en si alucinar más por la risa de su mujer, o por el peinado de su hijo más malhumorado. — ¡Venga, más gente! ¡Decidle a William que suba también, ya que estamos! — Mejor no lo invoques, que sabes que viene. — Dijo Arnold entre risas. 

Como estaba viendo que Lex estaba llegando al límite de su paciencia, Marcus sacó la varita. — Va, va, ya te lo quito. — Y empezó a echarle un hechizo que solo era aire y se limitaba a removerle el pelo, por lo que, al cabo de un rato de arrugar la cara ante la diminuta ventisca que le estaba echando su hermano, Lex se revolvió y puso su cara de mosqueo habitual. — ¡¡Me estás echando aire!! — Era para quitarle un poco de... — ¡¡Que me lo quitéis ya, hostia!! — Le atacó otra carcajada, pero ya sí, le deshizo el hechizo a su hermano. — El peinado lo dejo en manos de Alice. — Ya, pues ya me lo voy a pensar. — Pues nada, péinate con agua, si no. — Contestó Marcus a la queja de Lex. — Nosotros no queremos influir, así que mejor nos vamos. — Dijo su padre entre risas, llevándose a su madre, que para sorpresa de todos se seguía riendo. Lex seguía con su cara de pocos amigos habitual, pero Marcus se dirigió al comodín y señaló los frascos. — A ver, me he traído... — La que llevas tú, no. — Cortó él. Marcus rodó los ojos. — Pues me llevo este. Ahí tienes los otros dos, elige el que quieras. — Cogió su colonia y fue a devolverla a su cuarto, no sin antes recordar. — Venga, que al final se nos va a hacer tarde. — Pasó por el lado de Alice y le susurró al oído. — Buena estrategia de distracción. — Dedicándole una evidente mirada de arriba abajo, con una sonrisa sugerente, y saliendo después de la habitación. Sí, ese vestido de infarto iba a llamar bastante la atención de su familia, pero había conseguido que su madre se fijara primero en el ridículo peinado de Lex. Bien jugado, Gallia. Muy bien jugado.

 

ALICE

Ya con lo del tejoncito se estaba partiendo de risa. — ¿Cómo no se me ha ocurrido? ¿Ves? Tenía que tenerte a ti de asesor. — Dijo entre risas. Pero, ya con la broma de que no se quitaba, estaba hasta llorando. Merlín bendijera con miles de Theos a su prima Jackie por enseñarle el hechizo que hacía que no se te moviera el maquillaje. Y para ponérselo más difícil entró Emma, dándole un ramalazo de terror y culpabilidad, por lo que le había hecho a su niño adorado. Y, para la sorpresa más grande de su vida, empezó a reírse, claramente intentando controlarse para no carcajearse delante de su hijo abiertamente. Definitivamente era un buen día, porque podía asegurar que era la segunda vez en su vida que veía a Emma reírse así en siete años. Arnold, siendo Arnold, se estaba riendo pero apaciguaba un poco los ánimos. — Mira, si subiera mi padre, le encantaría este peinado, si él todo lo que sea colores y formas raras… — Comentó mientras que Marcus le vacilaba un poco más. — ¡QUE ME LO QUITES! — Que sí, que sí, que voy. — Dijo mientras se acercaba, antes de que su cuñado acabara maldiciéndola. 

Finalmente le hizo a Lex un peinado muy favorecedor, con sus onditas más marcadas, pero así desenfadado como era su estilo. De hecho, estaba muy guapo, pensó mirándole con los ojos achicados. — ¿A qué viene ese tono de sorpresa en tu pensamiento? — Dijo Lex un poco enfadado. — No, no es sorpresa porque seas guapo. Es que nunca me había fijado que tenías el pelo tan bonito. — A ver, es el hermano de Marcus, normal que haya heredado también el pelo perfecto, solo que más clarito… — ¡Bueno! ¡Ya está! ¡Largo de aquí! Lo que me faltaba por oír, vamos. Primero tengo que echarla para que me deje desnudarme, y ahora que me parezco a su puto novio. — Eso la hizo volver a reírse, porque era demasiado cómico, mientras Lex la arrastraba sin ninguna dificultad fuera de la habitación. — ¡Venga, Lexito! No te enfades conmigo, ¿y lo guapo y sexy que vas a ir? — Dijo ella lanzando besitos al aire. 

Aprovechó la apreciación de su novio para rozarle la mano y preguntar, con toda la intención. — Buena distracción ¿para quién, amor mío? — Agarró su mano y tiró de él hacia su habitación. Dejó la puerta abierta, pero se sentó en su cama y le tendió uno de sus tacones plateados. Y lentamente subió una de sus piernas hasta apoyarla en la de él, mientras se apoyaba con los brazos en la cama. — Pero, mi amor, abróchamelos. — Dijo con tono sensual. Obviamente, no era ajena al hecho de que aquel vestido era cortísimo y todo lo que enseñaba al hacer aquel movimiento. Mantuvo la sonrisa sensual y dijo. — Y ahora el otro. — Y, mientras cambiaba de un pie al otro, contuvo un suspirito, y puede que le acariciara un poco de más con el pie. Cuando se puso de pie ya con los tacones puestos les echó un hechizo acolchador, también truco de su prima Jackie, y miró a su novio. — Es para aguantar toda la noche con ellos y poder bailar. — Especificó con una risita, antes de dejarle un besito y susurrar sensualmente. — Habitaciones separadas, amor mío. — 

Había cogido una chaqueta, no solo por no escandalizar a todos los presentes, sino porque esperaba estar hasta muy tarde fuera. Nada más bajar, ya tenía a Molly encima. — ¡Ay! ¡Quién tuviera dieciocho otra vez para poder ponerse algo tan corto y tener esas piernazas! — Automáticamente se puso rojísima, menos mal que el maquillaje lo paliaba. Adoraba a Molly, pero sus halagos podrían ser un poco menos delatores. Su padre simplemente la miró y sonrió. — Con esa sonrisa que trae, nadie va a mirar otra cosa. — Discrepo. — Soltó Lex pasando como un ánima por detrás suya en dirección a buscar algo, probablemente. — Gracias, abuela. — Se giró hacia Dylan y le acarició los rizos. — Hoy voy a tardar en volver. — Advirtió. — Ya, ya lo sé. — Contestó el otro un poco mosqueado. — Pero ya tendré yo mi graduación, y tú no podrás venir porque serás ya una vieja que no aguanta una fiesta. — Eso le hizo soltar una carcajada. Los enfados de los Hufflepuffs eran muy adorables. Se agachó y besó su coronilla. — Pórtate bien ¿vale? — Luego bajó la voz. — Ten paciencia con papá ¿vale? Haz como has hecho en la comida. Habla con él, que le encanta, y que Arnold y Emma te cuenten cosas de cuando era joven, que verás qué risas. — Él asintió y señaló a Molly. — La abuela Molly nos ha dicho que nos va a enseñar a cocinar cosas básicas para no ser unos inútiles totales y no tenerte de criada de nuestra casa. — Tuvo que contenerse muy fuerte la risa y miró a Marcus. Si es que su abuela era tremenda. — Muy bien, pues mañana me lo cuentas todo. — Mañana vais a estar todos de mal humor y vais a querer estar en silencio como en Año Nuevo. — Pobre, aún no sabe lo que es una resaca , pensó, conteniéndose otra risa. Salió al porche con los hermanos O’Donnell y miró a Arnold y Emma en la puerta. — No os preocupéis, que os los cuido como si fueran míos. — Arnold suspiró y rio, cruzándose de brazos. — ¿Por qué será que no me da eso ninguna seguridad? — Pero Alice ofreció sus brazos a los hermanos y sacó el traslador. — ¿Listos, O’Donnells? — Y metió la mano en el birrete. 

Los viajes en traslador mareaban un poco, pero es verdad que suponían mucho menos esfuerzo mental que aparecerse. Por el mareo, y teniendo en cuenta que estaba atardeciendo, le costó reconocer el sitio, que parecía un callejón muggle cualquiera. — Capaz ha sido McKinley de traernos a un callejón de mala muerte lleno de… — No seas así, Lex. — Le regañó ella, que no quería tener que estar lidiando con el mal humor de su cuñado desde tan temprano. Se giró sobre sí misma y, por fin, reconoció un lugar. — No me digas que no lo reconocéis. — Dijo mirando a los hermanos. — Ah, O'Donnells, os sacan de vuestra cuadriculatura habitual y… — Abrió los brazos y se acercó a los tablones. — Es la entrada a la feria de Navidad. — Pero no es Navidad. — Contestó Lex, evidenciando, por la cara que veía en los dos, lo que ella señalaba. — Bueno, pero puede que el resto del año sea otra cosa. — Chasqueó la lengua y sacó la varita, para que los tablones se abrieran ante ella. Y vaya que si era otra cosa. Aquella plaza mágica era enorme, ya se había dado cuenta en Navidad, pero ahora, en vez de puestos, lo que había eran bares con distintos ambientes recreados mágicamente: ambiente discotequero, playero, otros más tipo club elegante… Vamos, el playero tenía hasta la arena y un encantamiento que simulaba las olas. — ¡Hombre! Ravenclaw siempre antes. — Oyó una voz conocida. — Hastings, querido. — Contestó ella sonriendo. — ¿Qué haces por aquí? — Hills quería que llegáramos antes e investigáramos, venid que esto es la leche. — ¿No hay nadie más? — Preguntó extrañada. — Andrew y Donna. — Menos mal que está Donna. — Dijo Lex con un suspiro de alivio. — Oye, ¿qué pasa? — Demasiados Ravenclaws juntos. — Donna también es Ravenclaw. — Le recalcó, ofendido, Sean. — Pero no se siente Ravenclaw… — Lex y sus movidas. — Pero es verdad, ¿no hay nadie más? — ¿Quieres decir todos los hufflepuffs que van a llegar con diez minutos de retraso por lo menos? ¿O nuestro organizador personal que va a llegar el último porque siempre tiene que hacer una entrada triunfal elegantemente tarde? — Alice asintió. — Tienes razón. — Le dio la mano a Marcus y siguió a su amigo, encantada.

 

MARCUS

Fue a su cuarto a devolver los tarros de colonia (se echó un poco más, por si acaso) y se miró una vez más al espejo, retocándose el pelo y ajustándose la ropa, comprobando que estaba perfecto. Sonrió y salió muy seguro de sí mismo de la habitación, de vuelta a la de Lex para ver si habían resuelto ya el drama del peinado. Parecía que el peinado sí que estaba resuelto, aunque el drama no tanto, porque justo cuando se acercaba a la puerta vio a su hermano echando a Alice, quien se moría de risa. Eso le hizo reír a él también. — Si te soy sincero, has durado ahí dentro más de lo que pensaba. —

Por supuesto, su novia no iba a dejar su tirito pasar. Ladeó su sonrisa aún más, con esa mirada que solo le dedicaba a ella. — Para quien se quiera dejar distraer. — Respondió. A él, desde luego, nada le distraía del atuendo de Alice, de ella en sí, ni la mejor broma del mundo. Por mucho que fingiera estar en otra cosa, Alice brillaba con luz propia para él, una luz que le atrapaba. Se quedó mirándola con esa misma sonrisilla mientras la chica le conducía a su habitación y se sentaba en la cama, con esa expresión ladina pero el deseo claramente reflejado en sus ojos. Bajó la mirada a su pierna cuando la estiró hacia él, y luego la miró a ella. — Con mucho gusto, princesa. — Respondió, seductor, colocándole el tacón, levantando la mirada de tanto en cuando a sus ojos y sin desdibujar la sonrisa. Esperó a que le tendiera el otro pie, y notó perfectamente cómo lo hacía, cómo movía las piernas y cómo le acariciaba. Alice era única provocándole, y a él le encantaba entrar en esas provocaciones. Antes caía como un idiota sin pretenderlo; ahora, se lanzaba del tirón. Le puso lentamente el segundo tacón y, cuando ya lo tuvo abrochado, miró detenidamente y de soslayo a la puerta, siempre advirtiendo de que no hubiera nadie y, de paso, dándole a su novia una señal de que iba a hacer algo. Volvió a mirarla y, con suavidad, se inclinó para dejar un beso en su pierna y acariciarla levemente, mirándola a los ojos, antes de soltarla. No iba él a perder semejante oportunidad, sobre todo de devolverle la provocación.

Rio con suavidad, mirando sus pies al echarles el hechizo. — Ingenio femenino. Vais varios pasos por delante. — Aseguró, y el susurro la hizo mirarla de soslayo, con los párpados bajos. — Te veo con demasiada necesidad de recordarlo. — Pinchó, en un susurro. Sí, a los dos les iba a hacer mucha falta recordarlo si ya la noche empezaba así. Bajaron y la primera en notar a Alice fue su abuela. Sonrió y, como él aún estaba llegando y no había llamado la atención del resto de presentes, su mirada se fue delatoramente donde la mujer señalaba, de hecho: a lo corto que era ese vestido. Eso sí, la quitó de inmediato en cuanto su hermano tuvo la fantástica idea de, justo después de pasar por su lado, decirle al padre de la chica que sí que iba a haber gente mirándole las piernas: Marcus, por ejemplo, el primero de todos. Se aclaró ligeramente la garganta y, con una sonrisa radiante, caminó él también hacia los demás. — Definitivamente, yo ese porte no lo tenía. — Dijo su abuelo entre risas, y ya Molly cambió el foco de atención y se fue hacia él, apretándole la cara como hacía siempre. Abuela, mi pelo impoluto, por Dios , pensó, pero claro, le daba pena no dejarse querer por su abuela, tan cariñosa. — Ay, mi niño, pero qué guapísimo por favor. Qué pareja más bonita, qué pareja más bonita, es que míralos, si es que... — Y así se tiró un rato, ya se estaba planteando pedir socorro, que al final iban a llegar tarde de verdad. Cuando se quedó más o menos a gusto, su abuela le dio un sonoro beso en la mejilla y remató. — Guapísimo. Y tú, no te quejes más, que tú el porte lo tenías. Vamos, te lo digo yo. — Le dijo a su abuelo. — Lo que pasa es que era muy soso el pobrecillo, pero vamos, teníais que haberlo visto de joven. Ay, la mirada que te echaba más de una... — Pues ya me dirás quién, porque yo creo que solo me mirabas tú. — Su abuela soltó una fuerte carcajada que más bien parecía un grito de sorpresa. — ¡Que ya le diré quién, dice! Habrase visto poca vergüenza semejante. ¿Rose Connington no te suena de nada? — Ay, esta mujer, ya sabía yo que me iba a sacar a Rose Connington. Ya no sé cómo decirle que solo era una amiga de mi cuñada... — ¡Mira, teníais que haberla visto! Es que se le quedaba mirando embobada. Me acuerdo que una vez se le cayó una pinta encima y todo. Estábamos... — Y ahí su abuela empezó a narrar y Marcus vio la oportunidad de oro para despedirse e irse. 

Lo de zafarse de su abuela no iba a ser tan fácil porque claro, ya había alabado a Alice y a él y ahora le tocaba el turno a Lex, que además se llevó ración extra porque nadie estaba acostumbrado a verle tan arreglado. Menos mal que su hermano tenía poco aguante para los piropos. Pilló justo la despedida de Dylan de Alice y cómo este parecía preocupado por su estado al día siguiente. Marcus chistó con suficiencia, altanero como de costumbre. — Colega, es mi cumpleaños. Pienso ser el rey de la fiesta mañana, tú no te preocupes, que no te voy a defraudar. — No hables muy alto, por si acaso. — Dijo su padre. Eso hizo a William soltar una carcajada y cruzarse de brazos. — Apuesto lo que queráis a que al menos uno de esos tres llega esta noche aquí arrastrándose. — No es que sea esa una apuesta muy arriesgada. — Dijo Arnold entre risas, y William le miró. — ¿Quieres jugar fuerte, O'Donnell? Pues te digo más. — Le señaló, y Marcus casi dio un respingo, mirando a los lados como si guardara la esperanza de que fuera a otro. — Ese, el don perfecto, el rey de la fiesta de mañana, va a ser el peor. Lo van a tener que traer los otros dos en volandas. — Marcus soltó una risa casi bufada, llena de soberbia. — Lo siento, William, como buen yerno no puedo permitir que hagas esa apuesta porque no quiero que pierdas. — Sí, sí, mañana hablamos. — Contestó el otro. Arnold salió en su defensa. — Yo diría que si esa hija tuya ha salido a ti tanto como lleva pareciendo desde que nació, va a ser ella la que llegue más perjudicada. — William se giró hacia él y le estrechó la mano fuertemente, a pesar de que Arnold no parecía querer sellar ningún trato. — Acepto la apuesta. — ¡No he dicho que quiera apostar! — Ya hablaremos mañana. — ¡Eh! — Cortó Lex, ceñudo y llamando la atención de los dos hombres. — ¿Es que nadie se plantea que pueda ser yo? — Se creo un leve silencio. Lex frunció el ceño todavía más. 

— Mejor que no sea ninguno y todos contentos. — Resolvió su madre, con esa sonrisa tranquila siempre inmutable. — Pasadlo bien. — Eso, que vamos a llegar tarde. — Insistió Marcus y, ya sí, tomaron el traslador. Salieron al porche, se despidieron de sus padres, se agarró entre risas y absolutamente feliz al brazo de su novia y, antes de irse, bramó. — ¡No nos esperéis despiertos! — Y, acto seguido, el traslador los llevó a su destino. Lo cierto es que el lugar le quería sonar, pero no terminaba de ubicarlo, así que se quedó mirándolo pensativo por unos instantes. Ya tuvo su novia que meterse con él solo porque estaba tardando más de la cuenta en responder. — No seas tan rápida, Gallia. Hay muchos sitios en Londres que se parecen. — A saber si estamos en Londres. — Dejó caer Lex, y Marcus le miró ceñudo. — ¿Cómo no va a ser Londres? Es un traslador conseguido por un aún alumno de Hogwarts cuando nos lo dio, no te dan... licencia... para salir de la... ciudad. — Se le iba apagando la seguridad en la frase que decía a medida que avanzaba. Era Ethan McKinley el que había conseguido el traslador. Eso de que estaría siguiendo las bases de la ley mágica... Quizás era mucho aventurar.

Menos mal que Alice les sacó pronto de dudas. Abrió mucho los ojos y, ya sí, reconoció el entorno. — ¡Es verdad! — Le dio en el brazo a su hermano. — ¡Si vinimos una vez en verano, de pequeños! Nos trajo el tío Phillip cuando aún era novio de Andrómeda. — Ah, es verdad, que nos usaba para pelar la pava con ella. — Qué desagradable eres. ¿No te acuerdas que fue el día que nos compraron el helado de cuatro bolas? — De esas cosas solo te acuerdas tú. — Mira, da igual. — Resolvió, prefería adentrarse donde tuvieran que ir y dejar a su hermano y sus malas pulgas a un lado. Cuando Alice abrió la entrada, alucinó. — Definitivamente, esto no estaba así aquella vez. — Como que sería pleno verano y, por supuesto, de día. Aquello era un entorno de fiesta en toda regla, y no de fiesta infantil precisamente, pero molaba muchísimo. Ahora sí que tenía ganas de darlo todo. 

La voz que sonó por allí le hizo girarse hacia su amigo, radiante, y darle un abrazo. — ¡Hastings! — ¡O'Donnell! — Se saludaron como si llevaran sin verse un mes en vez de apenas siete horas. Quería muchísimo a su mejor amigo, ahora tendrían que acostumbrarse a verse fuera del colegio. — Me extraña que el primero no hayas sido tú, prefecto. — Cualquiera llega el primero, teniendo que tirar de estos dos. — Se quejó, aunque le dedicó una burlita a su novia y a su hermano que, por supuesto, fue mejor recibida por la primera que por el segundo. Miró a los lados, agarrando la mano de Alice y siguiendo a Sean mientras les conducía un poco por el lugar. — ¿Y Hills? Has dicho que venía contigo ¿no? — ¿Es que no puedes vivir sin mí ni un ratito, O'Donnell? — Comentó su amiga, que al parecer estaba escondida con Donna y les iba siguiendo los paso. Se giró y dio un par de pasos hacia atrás, abriendo mucho los ojos y admirándolas a ambas, que no dudaron en posar. — ¡Pero bueno! ¡Por favor, llamen a los aurores, esto tiene que ser ilegal! — Joder, ya se nos podría haber ocurrido a nosotros algo así, tampoco era tan complicado. — Le dijo Andrew a Sean, mientras las dos chicas se reían, complacidas con el exagerado piropo de Marcus. Se saludaron y Donna le dijo. — Pero qué guapo vienes, Marcus. ¿Dónde tenías ese atuendo guardado? — Dije que hoy venía a darlo todo, que no confiáis en mí. — ¿Y habéis visto a esta, cómo viene? — Preguntó Hillary, agarrando a Alice de una mano y haciéndola girar sobre sí misma. Sean aprovechó la escenita para lanzarle un silbido que levantó varias risas. — Esta noche se va a producir más de un desmayo a tu costa, Gallia. — Vamos a dejarnos de desmayos por el momento, anda. — Aclaró Marcus, entre risas.

— Bueno, bueno, el que viene también espectacular es nuestro jugador estrella. — Le dijo Hillary a Lex, pero el chico solo se encogió un poco y abrió la boca como si quisiera dar las gracias o algo, pero no llegó a decir nada. Y Sean, tan bueno, pero tan torpe como siempre, quiso arreglarlo a su manera. — Sí, tío, joder, vienes, uf. — Lex frunció el ceño y Sean miró a otra parte, como si no hubiera ocurrido nada. Marcus se tuvo que aguantar la risa. Creo que el problema de mi hermano no era que el piropo viniera de una mujer, pero buen intento, Sean , pensó. Avanzaron un poco y, aunque Donna intentó hablar con él, su hermano parecía bastante retraído y apartado del grupo. Se separó él también y se le puso al lado. — Eh ¿qué pasa? No puedes tirarte toda la noche así de esquivo, tío, que hemos venido a pasarlo bien. — Lex, cruzado de brazos, se encogió un poco más. — ¿Por qué no ha llegado Darren aún? ¿Seguro que es aquí? ¿Y si está en otro sitio? Vuestro birrete es azul y todos sois Ravenclaw, a lo mejor el amarillo llevaba a otra parte. — Lex, relájate, que ya llegará. Es Darren, vendrá tranquilo y a su ritmo. — Pero es que ya es la hora. — Bueno, pues mientras llega, acércate a nosotros. — Eso no parecía convencer a su hermano. — ¿Y si al final no viene? — ¿No venir y perderme una fiesta a la que va mi serpientilla favoritilla? — Sonó la risueña voz de su cuñado, que automáticamente se encaramó a la espalda de Lex. Claro, detrás de él no se le veía. Lo que sí se veía era el cambio radical en la expresión de su hermano.

Lex se giró a Darren y el otro dio un paso atrás y le miró descaradamente de arriba abajo. — Uuuuuh, pero bueno. Pero qué sexy está mi chico. — ¿Te gusta? — Preguntó Lex, con un adorable tono inseguro. Darren le puso una mano en la solapa. — ¿Que si me gusta? Estás más guapo que nunca, y mira que ya era difícil. — Gracias. Esto está guay ¿verdad? Tiene un montón de cosas. Lo he visto y he dicho, seguro que a Darren le gusta. — A Darren lo que más le gusta de este sitio es que estás tú. — Eso hizo a su hermano agachar la cabeza con una risita avergonzada. Marcus contemplaba la escena alucinando con cómo el mar humor de su hermano no solo se había extinguido, sino que cualquiera diría que en algún momento estuvo ahí. — Tenemos permiso para volver a casa cuando queramos. — Uuuh, ¿eso es que vas a quedarte aquí viviendo la noche a tope supertope? — Si tú estás aquí, sí. Me apetece, en verdad. — Guau. — Dijo Marcus, monocorde, y luego buscó a Darren con la mirada. — ¿Te puedes venir a vivir con nosotros? — Lex le miró mal, como siempre, pero el otro soltó una risita. — Uy, si por mí fuera. Mi hermana juega a un juego de ordenad... Juega a un juego... — Ya Darren estaba tan acostumbrado a que no le captaran las referencias muggles que ni se molestaba en explicarlas. — ...En el que puedes coger las casitas y ponerlas donde tú quieras y trasladar a la gente y que vivan juntos y eso. Y yo lo veía y decía, oye, si se pudiera hacer eso con magia, no veas qué bien. Íbamos moviendo las casas ahí según el día y nos podríamos poner todos juntos, en plan, la casa de los O'Donnell en el centro, y a un lado la mía y al otro la de los Gallia. Molaría un montón, ¿a que sí? — Los dos hermanos le miraban como si hubiera hablado en otro idioma. Darren miró a Lex con ternura y le dijo, acariciándole el pelo. — No has entendido nada de lo que he dicho ¿verdad? — Ni una palabra. — Contestó su hermano en el tono más meloso que le había oído jamás, para acto seguido lanzarse a besarle. Marcus arqueó las cejas y dio un paso atrás. — Ya si eso me voy con los demás. —

 

ALICE

Le encantaba cuando Marcus se ponía ese plan, y le hacían mucha gracia Sean y Andrew intentando llegar a ese nivel de galanterías. Se dejó girar por Hillary con una gran sonrisa. — ¿Te estás planteando cosas justo ahora que dejamos de dormir juntas, Hills? — ¡Uy! ¿Quién dice que vayamos a dormir separadas ahora? — Preguntó maliciosamente la chica, y ambas rieron, mientras Hillary tiraba de ella hacia aquel mundo paralelo de bares, luces y música, ignorando la cenicidad pasajera de sus novios. Y por lo visto, de Lex también, que ya estaba rayado con que el suyo no apareciera. 

Menos mal que Darren llegó y arregló el humor de Lex automáticamente. — De nada por darte a un pincelito modelo como novio, tejoncito, eh. — Dijo ella echando la cabeza para atrás. Darren rio y dijo. — Si es que yo sé ver una mano de experta estilista. Pero también te voy a decir, que el que vale, vale. — Sí, sí, a mí qué me vas a contar. — Contestó Alice entre risas. Miró a sus amigas y frunció el ceño. — ¿Dónde vais a dormir? ¿Os lleva el birrete a vuestras casas? — Hillary asintió. — A mí sí, pero espero que la abuela Edith no esté mirando por la ventana cuando llegue, porque le da algo si me ve aparecer sin más en el callejón de la basura. — Yo duermo con Kyla oficialmente, así que espero que no tarde mucho en aparecer, que si no va a ser un cantazo. — Dijo Donna, y ambas la miraron un poco extrañadas. — Que me voy con Andrew. — ¿Con Andrew? ¿A casa de… los Corner? — Donna se encogió de hombros. — No. O sea, sí, pero es que sus padres tienen guardia, con que me vaya antes de que lleguen… Ya puedo aparecerme. Duermo allí y más descansadita me aparezco en Dover. — Hillary y Alice se miraron con una sonrisa ladeada. — No vayáis a decirme que no voy a dormir. — Ambas se echaron a reír. — Hombre, es que si os vais a quedar solos en su casa… dormir dormir… — Donna chaqueó la lengua, pero se estaba riendo. — Dejadme en paz. A vosotras nadie os persiguió cuando empezasteis a hacer cosas con vuestros respectivos. — Sí, esta. — Dijeron las dos, a la vez, señalándose la una a la otra, lo cual hizo reír a la menor. — Dejadme en paz. — Alice se detuvo entonces a mirar el entorno, y que sus amigos estaban terminándose unas cervezas, planteándose si no deberían ellos pedir algo también. — Oye, ¿hemos venido a este club por algo en particular? — ¡¡¡¡PORQUE SOIS UNOS ABURRIDOS!!!! — Tal como si fuera un mesías, Ethan entró por la puerta con los brazos extendidos, rodeado del resto de los Hufflepuffs, de Greengrass, que no se perdía una fiesta, y de Peter, que ya más bien debía contar como Hufflepuff también.

— A ver, queridas todas, de Ravenclaw teníais que ser. Os habéis venido al garito más mortalmente aburrido de toda la plaza. — Todos miraron a Sean, que abrió mucho los ojos y subió las manos, excusándose. — Oye, que nosotros hemos llegado los primeros y solo me he venido al sitio que me parecía más a lo que estamos acostumbrados. — Claro, porque en una graduación lo que espera uno encontrarse es algo a lo que está acostumbrado. Bueno, menos mal que ha llegado el maestro de ceremonias, ¡todo el mundo al garito chino! — Ah, que había un garito chino, Alice ya estaba completamente dentro de la celebración. Tiró de su novio, riendo, en dirección a los demás, pero se percató de alguien más que estaba ahí. Se acercó a Ethan y susurró. — ¿En serio? ¿Te has traído a tu hermana? — Nena, no tiene amigas, no ninguna que se gradúe al menos. Haz gala de ese corazoncito dorado tuyo y consiente su presencia. Te juro que no se lanzara sobre tu Marcus, aunque bien pudiera, porque esa chaquetita… — Alice chasqueó la lengua. En fin, por tal de no empezar la noche con mal pie…

Llegaron al bar chino, con música electrónica pero que a la vez sonaba asiática, donde todo era como muy rojo y con unas decoraciones chinas muy horteras, pero que para una noche de fiesta venían de lujo, y el Slytherin les guio hasta una sala más apartada, con una barra. — Bueno, queridas, aquí empieza la noche. La idea es que probemos todos y cada uno de los países o regiones representados en los bares de esta plaza. En cada uno tendremos que beber un tipo de bebida, no seáis paletas y pidáis cervecita o champán en todos, que todo llegará. China me gusta para empezar porque hay que probar estos chupitos. — Sacó una bandeja llena de vasitos pequeños con un líquido cuyo color no podría asegurar, a causa de las luces rojas. — Se llaman garganta de dragón, están fuertecitos pero, como veis, son poca cosa. Luego tenemos que pasar las famosas pruebas de este bar que son los aros de fuego. Para mis queridos amantes de quidditch va a estar genial. — ¿Hay que atravesar aros de fuego? — Preguntó Peter con los ojos iluminados. — No, Bradley, chiquitín, pretendo devolveros a todos más o menos enteros. — Señaló la pared donde había numerosos aros apagados aún. — Es como jugar a los dardos, pero en vez de en una sola diana, en varias, y a medida que te acerques al final, los aros flamearán más, impidiéndote la buena visión del número de puntos de dentro. Entre eso y los chupitos, nos vamos a reír. — Ethan movió la bandeja y dijo. — Veeeeeeenga, ¿quién se atreveeee? — YO. — Dijo una voz atronadora y muy segura por detrás. — ¡Ky! Ya pensé que no venías. — Dijo Oly angustiada. — Es que casi no vengo. ¿A qué hay que atreverse? — Ethan señaló con la mirada la bandeja. — A tomarse el chupito y empezar la diana de fuego. — Lo que sea. — Y Kyla alargó la mano y cogió un chupito, bebiéndoselo del tirón. — ¿Una pequeña dosis de rebelión paternofilial puede ser? — Preguntó el Slytherin. — Pues sí. No he salido en dieciocho años y la primera vez que lo hago todo son problemas, pues no me da la gana de seguir siendo la prefecta Farmiga. — Se giró y le plantó un beso a Olympia. — ¿Qué es eso de la diana de fuego? — Alice ladeó una sonrisa y se rio un poquito, cogiendo un par de chupitos y pasándole uno a su novio, chocando los vasitos. — Por los prefectos desmelenados esta noche. — E imitó a su amiga bebiéndoselo del tirón. Wow, por algo se llamaba garganta del dragón. Pero sintió una euforia por dentro de ella espectacular, unas ganas de saltar y moverse que le quemaban por dentro. Igual es así como se sienten los dragones .

 

MARCUS

Se colocó junto a Sean, que ya había pillado un sitio y se estaba tomando una cerveza, y ambos asistieron a la conversación sobre el destino al que llevaban los trasladores, mirándose de reojo y aguantando risillas como dos idiotas cuando Donna confesó que se iba a casa con Andrew. — Te quedas atrás, Hastings. — Le murmuró. El otro le miró extrañado y Marcus se encogió de hombros con una caída de ojos. — Aún puedes ahorrarle el posible susto a la abuela Edith ofreciendo caballerosamente tu casa para dormir... — Sí, y que la abuela Ellie nos deje en la calle a los dos, que es capaz. Y con un muro levantado en el jardín para que ni nos veamos. — Eso hizo a Marcus reír a carcajadas. — Y tú ¿qué? No me creo que vayas a meterte en casa de tu suegro con él y tu cuñado durmiendo dentro, no eres ese tipo de tío. — ¿Quién ha dicho que me vaya a casa de Alice? — Sean arqueó una ceja. — Si mi abuela es capaz de levantar un muro en el jardín, no me quiero imaginar lo que piensa hacer tu madre. — Técnicamente dormimos en habitaciones separadas. Ha sido la condición que ha puesto Emma O'Donnell porque, lo creas o no, ha sido idea suya que los Gallia duerman en casa. — Aaaah, "los Gallia", no solo Alice, y con normas. Eso es trampa. — Marcus chasqueó la lengua, le lanzó una mirada a Alice (a su vestido, más bien) mientras ella seguía hablando con las chicas y le murmuró a Sean. — Trampas es lo que pienso hacer yo esta noche para saltarme esa norma. — Sean soltó una carcajada y le dio un manotazo en el brazo. — Me gusta el exprefecto O'Donnell. —

La pregunta de Alice sobre qué hacían allí y la entrada de Ethan junto a todos los Hufflepuff cortó la tranquila conversación de los chicos. Marcus alzó una mano. — Tranquilidad, que solo estamos calentando motores. Que la noche es muy larga. — Tú has prometido desfasar, así que no me hagas pincharte, que sabes que lo hago. — Le amenazó Ethan con un índice, y luego le lanzó una obvia mirada de arriba abajo y añadió. — Y con tanto gusto que te pinch... — ¡¡¡MARCUSITOOOO!!! — Oly no iba a tardar mucho en echársele encima, pero la recibió encantado si con eso no terminaba de escuchar la frase del otro. Terminó el abrazo con él y se lanzó también a estrujar a Sean. — ¡¡Ayayay, que ya estáis bebiendo y todo! — ¡Si habéis tardado un montón! Que quedamos hace media hora. — Dijo Sean. Oly se encogió de hombros. — Es que vengo desde Cornualles. — ¿Que vienes, andando? — Se burló Sean, haciendo reír a Marcus. Oly empezó a soplar a su alrededor y dijo. — Qué vibras más tontas. Me voy con las chicas, que me gustan las vibras sexuales que tienen hoy. Aunque Marcus también trae unas poquitas. — Tengamos la noche en paz, anda. — Advirtió el aludido. 

A Sean le cayeron las culpas por la elección del lugar y Marcus se aguantó la risa, pero no dijo nada, porque todavía le caía algo a él también por estar allí tan tranquilo cuando había prometido desfasar. Dejó de reír para dejarse arrastrar por Alice, mientras los demás azuzaban. — Venga, venga, O'Donnell. Que hoy te vas a saltar todas las normas que no te has saltado en años. — Ninguna norma me impide beber hoy. — Ooooohhh míralo, que viene a tope. — Ya lo dije ayer, qué poco me creéis. — Comentaban entre risas, y al mirar a Alice, a quien vio fue... Venga ya. ¿Qué demonios hacía Eunice allí? Su novia ya había cortado la conversación con Ethan, apenas les pilló murmurando el final. La chica le miraba, pero él no iba a dedicarle ni la más mínima atención, así que cambió la vista a otra parte, se mojó los labios en su acto reflejo particular y decidió seguir en el modo que estaba hasta ahora y hacer como que su excompañera de prefectura no estaba allí. No quería saber nada de ella.

Entrecerró un poco los ojos al entrar al bar chino. Uff, no veas si estaba alta la música, y vaya martilleo. — El que viene a desfasar y ya se está quejando del volumen de la música. — Oyó que le decía Lex a Darren, que se echó a reír. — ¡Eh! No me he quejado, ha sido un mero comentario MENTAL. Ahora no me vayas a estar delatando toda la noche. — Descuida, nadie quiere saber lo que piensas de la falda de tu novia. — ¡Lex! — Uuuuuhh yo sí lo sé, que no soy legeremante, pero tengo dos ojitos y sé seguir direcciones, y los tuyos hacen, biiip bip bip. — Dijo Darren, haciendo gestitos con los dedos y señalando las piernas de Alice. Lex se moría de risa, pero Marcus frunció los labios y le bajó los dos dedos acusadores a Darren, que también se lo estaba pasando en grande a su costa. — ¿Queréis hacer algo útil? Procurad que haya distancia suficiente entre Eunice y nosotros. — No soy tu esbirro. — Respondió Lex, con media sonrisilla. — Y no quieres saber lo que piensa, hazme caso. — Efectivamente, no quiero. — Aaaaaay Maaaarcus. — Dijo Darren, dejándose caer en el costado de Lex. — Nadie viene hoy aquí a que le manden trabajo. Tú relájate y ya está. — Me voy a relajar. — Acusó, señalándoles. — Me voy a relajar y vais a flipar. — Venga, sigue prometiéndolo. — Le picó Lex. 

Atendió a la explicación de Ethan sobre el bar como atendía Marcus a todo, con atención, porque Marcus era Marcus hasta de fiesta aunque él dijera que hoy venía desmadrado. Observó los chupitos y miró con una ceja arqueada cuando Ethan, Ethan McKinley, dijo que "estaban fuertecitos". Vamos, que se iba a abrasar la garganta. Pues empezaban bien la noche, no quería perder la batalla antes de empezarla siquiera. Su intención era ser de los primeros en atreverse a las cosas porque tenía algo que demostrar esa noche, y básicamente callarles la boca a todos los que se burlaban de él, pero la última persona que pensó que lo haría se le adelantó. Arqueó mucho las cejas mientras veía a Kyla bebiéndose el chupito del tirón. — Wow, wow, vaya. Buenas noches, forastera. — Andrew y Sean rieron a su lado, aunque igual de alucinados que él. 

Alice tomó un chupito y se lo pasó, brindis incluido. Ladeó una sonrisa. — Brindo por ello. — Y, sin pensárselo, se bebió el chupito... Vale, primera tos de la noche. Antes de que hubiera amago de risa siquiera, alzó el vaso y detuvo, diciendo. — Estoy calentando. — Mierda, le había salido con la voz totalmente rota. Ya sí que no pudo evitar las risas. — Pues calienta que sales, O'Donnell. — Se rio Peter, burlón. Carraspeó un poco y, cuando se notó con capacidad de hablar normal, se dirigió a su amigo de la infancia. — Mucho hablar de que los Gryffindor sois los valientes y los Ravenclaw somos los aburridos, pero aquí los tres únicos chupitos que se han bebido han sido nuestros. — Eso levantó un "uuuuhhh" en el entorno por parte de todos los de otras casas y ovaciones de sus compañeros. — ¡Pues ya voy yo! ¡Y de dos en dos! — Dicho y hecho, Peter cogió un chupito con cada mano y se los tragó del tirón, uno detrás del otro. Poppy no atinó ni a reaccionar, y Peter compuso una mueca rarísima y gritó. — ¡HOSTIA, CÓMO QUEMA! — Todos estallaron en una carcajada, pero el otro soltó los vasos, dio una fuerte palmada y dijo. — ¡VENGA! ¿Dónde están esos aros de fuego? —

 

ALICE

Su novio era muy gracioso cuando intentaba dejar al perfecto prefecto O’Donnell atrás, pero aún no había bebido tanto como para que aquel chupito le pasara sin causarle estragos. — ¿Estás bien, mi amor? — Preguntó, acercándose e inclinándose un poco para buscar su mirada, porque estaba el pobre que se le saltaban las lágrimas. — ¡Hala, Peter! Si es que no se puede contigo… — Se quejó Poppy cuando Peter se puso a ser… Peter, y se bebió dos chupitos de golpe. — Uhhhhh ya tenemos los más valientes de la sala… ¿Quiénes más nos va a sorprender, y pasarán su turno para los aros de fuego? — Yo misma. — Se ofreció Eunice. Sí, bueno, intentando caer bien en ese grupo, ya podía tener buena suerte. — ¡Venga y yo! — Dijo Theo. Vaya, ni le había visto, pero se le veía contento. — ¡UHHHHH CHICAS CUIDADO QUE MATTIE VIENE FUERTE! — Exclamó Ethan, dejando la bandeja para darle el chupito directamente en la boca a Theo, que en cuanto lo bebió cerró los ojos fuertemente, pero más o menos aguantó el tipo. Todos reían y aplaudían, y el maestro se acercó a la bandeja, cogiendo dos vasitos. — Yo como mi Bradley, voy con todo. — Y se bebió dos chupitos de golpe. — Y a mi grupo de las reinonas: no me decepcionéis. — Dijo señalando a Darren, Lex y Cedric. No sabía hasta qué punto a los aludidos les gustaba eso de reinonas.

A un chasquido de Ethan, los aros de la pared se incendiaron en un momento. — Venga, los del quidditch obviamente primero, pero no me seáis obvias y que alguien más se atreva. — Peter por supuesto, adelantó a los demás y traía ya los dardos, de alguna parte los cogió. El efecto cuando acertaban en los números, dependiendo de lo cerca del centro del círculo que cayera el dardo, era hasta un poco apabullante, cosa que a Peter le parecía muy graciosa. Los segundos en probar fueron Andrew y Lex, lo cual, por lo visto picó a Eunice, que también lo intentó sola. — ¡A ver! Que se aparte todo el mundo. — Oyó por ahí. Se giró y vio cómo Hillary se tomaba un chupito y se abría paso entre todos hacia la línea de lanzamiento. — Ehhhh ¿Hills? — Preguntó Sean un poco preocupado. — Déjame, cari, que os voy a enseñar cómo lanza una muggle. — Se subió en una mesa y movió la varita. — ¡Wingardium leviosa! — De repente, levitó siete dardos y los lanzó con un movimiento certero de la varita a cada uno de los aros, que se encendieron a la vez, ocasionando que todos abrieran mucho los ojos y contuvieran la respiración. Hillary se apoyó una mano en la cadera y chasqueó los dedos. — Y ahora lo imitáis si podéis. — Me estoy planteando fuertemente dormir en el jardín con esa mujer. — Susurró Sean a su lado. Rio y miró a su novio, al cual, del impacto del fuego se había pegado, y ahora lo tenía muy bien para rodearle con el brazo. — Hola, perfecto O’Donnell… Qué bien te tengo ahora aquí… — Levantó la cara, rozando su nariz y subiendo la mano por su tronco. — Para disfrutar de ese atuendo que todos están alabando… — Bajó la voz. — Y que te quitaría ahora mismo… — ¿VES? Me vienen unas auras supersexuales, Ky, a nadie le importaría que… — ¡Oly! — Le llamó la atención la susodicha entre risas. Ella se rio y negó con la cabeza. — Cuando vayan todos un poquito más borrachos… te voy a secuestrar. — Advirtió con tono bajo y sensual a Marcus. 

— ¡Bueno! Pues la letrada Vaughan os lo ha explicado. Querida eres más que ganadora de este pub. — Ah ¿pero estábamos compitiendo? — Preguntó Eunice. — ¿Es una gymkana o algo? — Ethan resopló. — A ver, hermanita, si te refieres a que ganamos algo, pues lo único que vamos a ganar es una toña curiosa todos los que estamos aquí, pero bueno, podemos conceder ciertas deferencias al ganador. Por ejemplo, Hills, elige el próximo garito, tengo retos para todos. — Mmmm… — La aludida se puso el dedo en la boca y se hizo la pensativa. — ¡Escocia! Lo he visto antes, y a falta de representación galesa, siempre será mejor la escocesa. — ¡EL MÍO! — Saltó Poppy emocionada. — ¿Vas a beber chupitos de whisky, nenita? — Preguntó Ethan cómicamente, tirando de Peter y Poppy con sus dos manos. — ¡Sí! Mi padre me ha dicho antes de salir que una auténtica señorita escocesa aguanta el whiskey cual torre de castillo. — Esa es mi chica. — Alardeó Peter. — Anda que ojalá me hubieran dicho eso a mí… — Refunfuñó Kyla. Se soltó de Marcus y se enganchó del brazo de Kyla, mientras salían en dirección al bar escocés. — ¿Qué te ha agarrado a ti, prefecta Farmiga? — Nada de prefecta hoy, por favor. — ¿Y a ti, letrada? Se te ha ido tela la olla con lo de los dardos. — Hillary se encogió de hombros con chulería y se dejó rodear por Sean. — Me han provocado un poquito… — Pues yo no he sido. — Señaló el chico. — No, no, tú no… Esa idiota de Eunice. — Alice frunció el ceño. — ¿Te ha dicho algo? — A mí no, pero ya conoces a Theo, se ha acercado a ella todo majo, y nada, yo no estaba prestando mucha atención porque parecía típica conversación insustancial, pero de repente la oigo decir claramente “claro, para los muggles tiene que ser toda una experiencia todo esto” con una condescendencia… Y mira, bonita, aquí muggles no hay, pero a mí me iba a ver ganar a todos los amiguitos de la sala. — El chupito te ha sentado divinamente. — Señaló Donna con una risita. — He quedado como una reina. — Aseguró Hills y Sean dejó un beso en su mejilla. — Además de verdad. — ¿Y a ti qué te ha pasado? — Volvió Alice al tema con Kyla. — Que mis padres me han agobiado un montón en plan que no me desmadrara, que yo no era “de esas chicas”. — Resopló. — Como si hubiera desfasado una sola vez en mi vida. Y ya ha empezado con las insinuaciones… — La mirada le traicionó y buscó a Oly, aunque la apartó enseguida, y Alice entendió. — Escúchame. Aquí no están. Disfruta de la noche y ya mañana… empiezas a preocuparte de nuevo. Es lo que yo misma voy a hacer. — Aseguró cálidamente.

El bar escocés recreaba el gran comedor medieval de un castillo y sonaban gaitas por todas partes, pero con ritmos muy alegres, que hicieron a Alice ponerse a dar saltitos de alegría. — Mira, el putón ha pillado el reto antes de empezarlo. — Anunció Ethan, que aparecía con otra bandeja de vasos, estos un poco más grandes, con whiskey en el fondo. ¿Se las tendrían preparadas ya o algo? Se sentaron en una de las grandes mesas, como si aún siguieran en el Gran Comedor e Ethan se subió a la mesa, cogiendo de una mano a Poppy. — ¿Lo explicas tú, reinita? — La chica asintió con una gran sonrisa y señaló la pista. — ¿Veis esos cuadrados con seis cuadraditos? Pues son para bailar encima. Se irán encendiendo con equis luminosas y hay que poner los pies encima, para al final crear un baile al ritmo de la música. — Por cada cuezo que metáis, la equis se pondrá roja, para que podamos asignaros chupito. — Alice arrugó el morro. — ¿Pero tiene que ser whisky? — No, no te preocupes, Alice, si yo sé que tú no eres una señorita escocesa. — Uhhhh lo que le ha dicho. — Dijo Peter haciendo un gesto con la mano. — ¡Ay que no! Que digo que no tiene por qué aguantar el whiskey. — Se quejó Poppy. — Yo te he entendido, Pops, preguntaré a la experta cuando me toque. — Contestó con un guiño y una sonrisa a su amiga. Algunos ya estaban cogiendo vasitos, pero ella pasó porque, lo dicho, le daba mucho asco el whisky, de hecho, Cedric tenía rodeado a Theo dándole uno de los vasitos y Lex y Darren jaleaban. — Muy traumatizado por lo de Eunice no le veo. — Susurró Alice a Hillary. — Me da igual, es una insolente estúpida. — Aprovechó la cercanía y la confusión de la mesa, para dejar caer una mano distraídamente sobre la pierna de su novio y acariciarle ligeramente, sin acercarse a zona conflictiva, pero dejando patente que estaba ahí. — ¿Bueno, quién empieza? — Preguntó Ethan abriendo los brazos. — ¡¡¡THEO EMPIEZA THEO!!! — Jalearon los del otro lado de la mesa. — Que dice que ha jugado ya a eso pero con cacharros muggles, y Darren también. — Dijo Cedric a voz en grito, señalándoles.

 

MARCUS

Le hizo un gesto a Alice de que todo iba más que bien, superbién, vamos, que estaba normalísimo... Gesto solo, aún no podía hablar correctamente. Fue tragando saliva y respirando hondo en lo que Peter hacía de las suyas y los demás se decidían a ver quién empezaba con lo de los aros, mientras se mentalizaba. Venga, Marcus, es que no estás acostumbrado a beber y este era fuerte, pero ya si has aguantado este, aguantas los demás. Tú controlas. Porque eso por supuesto, él pensaba beber y darlo todo pero bajo su propia voluntad. Eso de emborracharse y perder el control... Eso no iba a ocurrir. Solo fingiría que sí para darles en las narices a todos esos que pensaban que no sabía divertirse.

La primera persona que fue a ofrecerse fue ni más ni menos que Eunice. Se ahorró gestos y palabras, simplemente se colocó al lado de su novia y miró con el mínimo de educación a la Slytherin, pero con cero entusiasmo. No la quería allí, pero tampoco le iba a dar el desplante que merecía para que le arruinara la fiesta haciéndose la víctima o a saber. Sería educado en lo mínimo y necesario y punto. Al menos Theo salió con ella y a ese sí le pudo animar y vitorear. Ethan se bebió otros dos de golpe y luego le pasó la bandeja a Darren, Cedric y Lex. Obviamente, su hermano se limitó a mirarle con una ceja arqueada y no cogió chupito alguno, al menos no hasta que Darren, después de beberse el suyo, empezó a convencerle con sus tácticas Hufflepuff. Su hermano suspiró, cogió un chupito y... se lo bebió con sorprendente dignidad. Marcus arqueó las cejas, pero no dijo nada... Claro que, con Lex, no hacía falta. — ¿Te sorprende o qué? — Marcus le miró. — No sabía que bebieras. — Y no bebo, soy deportista. Pero también soy fuerte y... — Irguió el pecho y puso una sonrisilla. — Tengo sangre irlandesa. — Marcus frunció tanto el ceño en ofensa que parecía un niño enfadado, y como tal le salió la queja. — ¡Yo también tengo sangre irlandesa! — Creía que tú "habías nacido en San Mungo como todo buen mago inglés que se precie". — Eso generó risitas a su alrededor y Marcus miró a su hermano con inquina. Ya se las pagaría, ya.

No sabía si el chupito afectaba a tus sentidos o que aquello era negligentemente peligroso para un lugar cerrado, pero achicó los ojos y dio un paso atrás cuando el fuego iluminó el primer número. Reacción muy distinta a la de Peter, por supuesto, que se vino aún más arriba. A pesar de la advertencia de Ethan, efectivamente fueron todos los jugadores de quidditch los primeros en intentarlo, pero, para su sorpresa, la siguiente fue Hillary. Ahí sí que picó con ruiditos y aplausos, y desde luego que la actuación intelectual de su amiga le daba mil vueltas a todas las bravuconadas de los otros. Soltó una fuerte carcajada y empezó a aplaudir, para después señalarla con una mano para que todos la vieran. — ¿¿Veis esto?? ¡Esto es una actuación Ravenclaw! Ahora llamadnos aburridos. — Ay, por Merlín bendito... — Suspiró Ethan. — Tenéis que meter acertijos hasta en juegos de beber. — Asume tu derrota, McKinley. — Contestó Marcus, sobrado, siendo animado por todos sus compañeros de casa, por supuesto. Y esa frase no iba solo para Ethan, sino para los dos McKinley, que le estaba viendo la cara de desprecio a Eunice, aunque se forzara por mirar a otra parte.

Miró a su novia, que se había agarrado a él, con una sonrisa ladina. — Hola, alumna traviesa. Te veo muy asustada para ser tú. — La picó, y eso que ni loco la querría ver cerca de ese fuego. Se iba a dejar llevar por las insinuaciones de Alice si no fuera porque Oly no solo las interrumpió, sino que las vociferó para que se enterara todo el bar. Miró a la Hufflepuff con cara de circunstancias, pero la chica, como siempre, ni se dio por aludida. Iba a necesitar mucho alcohol para que eso le diera igual, y dudaba que el alcohol fuera a cambiarle la personalidad tan radicalmente. Su novia, sin embargo, volvió como si nada, y él miró a su alrededor, vio que todos estaban entretenidos y, mordiéndose el labio, se acercó a su oído para susurrarle. — Ese puede ser nuestro plan... Tú dejas a los demás emborracharse, y yo me dejo secuestrar. — La miró con una ceja arqueada. — Porque te he visto recuperarte con mucha facilidad de ese chupito. — No se iba a molestar en intentar fingir que podía tener más aguante que Alice, solo lo llevaría con la mayor dignidad posible.

Antes de ver lo peligrosos que podían ser esos aros se había planteado con qué hechizo poder ganar aquello, pero Hillary se le había adelantado y no le iba a quitar su victoria, que por la frase de su amiga, sonaba bastante a reafirmación. Igualmente, se lo pensó dos veces cuando vio lo que los aros hacían. Aun así, no iba a marcharse tan fácilmente quedando de que ni siquiera había intentado hacer nada, así que, con su altanería habitual, le dejó caer a Alice y a quien lo quisiera escuchar. — Porque Hills se ha merecido la victoria y ha estado más rápida... porque no es como que sean los primeros aros de fuego a los que me enfrento. — Aludiendo a La Provenza. Como que Alice necesitaba sus fanfarronadas o el resto le estaba haciendo el menor caso. Hillary decidió Escocia y la reacción de Poppy y verla tan dispuesta a aguantar ni más ni menos que whiskey le hizo compartir miradas cómplices con Alice y quienes le rodeaban, aguantando la risa. A esa sí que no se la imaginaba emborrachándose, iba a ser divertido de ver. 

Alice se soltó de él y Marcus se puso junto a Sean, pero su amigo parecía agarrado por un anzuelo. Un anzuelo llamado Hillary. Marcus rio entre dientes y le dijo. — Anda, ve. — Es que no puedo permitir que se me escape hoy precisamente. — Dijo el otro con la voz como si se hubiera bebido un caldero de Amortentia entero, lo que hizo a Marcus reír a carcajadas. Efectivamente, su amigo rodeó a Hillary con el brazo y Marcus se puso a su lado justo para escuchar cómo, efectivamente, su actuación había sido fruto de un mal comentario de Eunice. Endureció el rostro. Su plan era no dirigirle la palabra en toda la noche, ni la mirada si podía, pero como molestara a alguno de ellos... se iba a acabar llevando un corte, que Marcus no se callaba tan fácilmente. Miró a Hillary y confirmó. — La reina de los dos mundos, el muggle y el mágico. Es más de los que otras pueden decir, que solo tienen uno y ni siquiera llevan título. — Eso provocó algunas exclamaciones entre risas en los que le rodeaban, pero Hillary le miró con los ojos brillando de orgullo. — Eso me ha gustado. — Todo tuyo para que lo proclames. — Aseguró él, que aún seguía un tanto cortante en el tono, y ya había buscado a Eunice con la mirada. Iba ligeramente apartada del grupo, mirando a todos de reojo. Esa se iba a acabar yendo antes de que terminara la noche, lo tenía claro. Y lo esperaba. 

Cuando Kyla empezó a contar lo que le ocurría, se perdió de la conversación porque alguien apareció con un botecito a su lado, mirándole con expresión maliciosa. — Cuñadito, cuñadito, ¿estás ya borrachito? — No me voy a emborrachar, Darren. — Lex soltó una carcajada seca. — Ya se está echando atrás... — No me estoy echando atrás, no he dicho en ningún momento que fuera a perder el control. He dicho que voy a desfasar y vais a ver lo que soy capaz de hacer, pero puedo hacer todo eso sin emborracharme. — Los dos le miraban con sonrisillas y Marcus bufó y se apartó de ellos. — Idos a molestar a otro. — Vendremos como pajarracos de vez en cuando a comprobar tu estado, hazte a la idea. — Eso, que a ti te gustan mucho los pájaros, no creo que te moleste. — Contestaron Darren y Lex respectivamente, echándose a reír justo después, pero Marcus ya les estaba ignorando. 

El bar escocés por dentro era una pasada y casi se le agarra un nudo en la garganta, porque se acordó de su querido Gran Comedor. Ahora solo me quedan bares de borrachera para recordarlo, pensó en un arranque de melancolía. Menos mal que no lo dijo en voz alta, algo le decía que solo iba a conllevar burlas a su costa. Se puso junto a Alice y rio un poco. — ¿Ya has empezado a bailar? ¿Sin mí? — La picó, sacándole la lengua en un gesto cómico, pero atendió a la explicación de Ethan y Poppy sobre lo que había que hacer. Lo de que con cada fallo había que beber un chupito le hizo mirar el whiskey. Vale, eso iba a comprometer su empresa de no perder el control si bebía de más, y después de haberse saltado el reto de los aros de fuego, como se saltara también el de baile, iban a empezar a decirle que vaya desfase se estaba marcando. Estaba buscando en su cabeza ya estrategias para defenderse de los ataques cuando Alice preguntó lo que él se estaba preguntando. Eso sí, la respuesta de Poppy, tan inocente como siempre, levantó las risas entre todos. 

Miró pícaramente a Alice, porque sí, pensaba devolverle miradas muy evidentes por cada gesto que le hiciera, pero luego miró al resto. De nuevo, se le habían adelantado otros, pero esta vez, corrió y se metió en el grupo. — Matthews es nuestro hombre esta noche. — Jaleó. Supuestamente iba a ignorar a Eunice y eso estaba haciendo, pero había escuchado la historia de Hillary y Marcus necesitaba dar su puntilla. Si no, no era él. — Eso de nuestro hombre suena de escándalo ¿eh, Greengrass? — No me líes precisamente tú, Ethan. — Contestó Cedric, y ya estaban viendo al pobre Theo un poco colorado, aunque riéndose. Empezaba a no saber si era por la vergüenza o por el alcohol. Marcus le puso una mano en los hombros y dijo. — Eh, dejádmelo tranquilo, que los posos del té le dijeron que iba a casarse con una francesa y está en vías de ello. — UUUUUUUUUUUH. — ¡Tío! — Respondió el aludido, pero se seguía riendo. — Ya te sonsacaremos sobre la Jackie cuando hayas bebido un poco más. — Le aseguró Sean y Marcus se echó a reír. Empujaron a Theo a bailar y no solo salió, sino que lo hizo sorprendentemente bien, mientras todos le jaleaban. — ¡¡Eh!! ¡Que la gracia es fallar y beber! — Se quejó Ethan, y Marcus volvió a lanzar otra puya. — Oye, Slytherins, que si vais a meteros en retos, mejor asumid que no va a ser de vuestro gusto siempre. — Sean estaba llorando de la risa, pero en un momento determinado se le acercó y le susurró, sin dejar de reír. — Tío, para, que ya va a ser la hostia de evidente. — ¿Tú quieres una Hillary con el orgullo flotante esta noche? — Le contestó, y luego chasqueó la lengua con chulería. — Pues déjame a mí. Que yo también quiero resarcirme un poco. — Tío, porque eres tú y existe Alice, si no, te tendría bien alejado de mi novia, que menudo peligro. — 

— Yo no digo nada, pero aquí hay exprefectos que... — ¡¡YO YO YO!! — Arrampló Oly, casi empujando a Ethan, quien rodó los ojos. — No era el prefecto al que me refería, pero vale... ¡Eh, Mattie! ¿De dónde has sacado eso? — Se giraron a Theo y el pobre, cortado, miró a los lados, con el vaso en la mano. — Me lo ha dado Lex. — Ha sido idea de Darren. — ¡Es que ha hecho muy bien el baile! — Se defendió el susodicho ante la acusación de su propio novio. — ¡Se suponen que beben los que fallan! Pero vamos, que no me quejaré yo de ver a Mattie borracho. — Es solo un licor dulcecito. — Aseguró el Hufflepuff, y Darren corroboró. — Es un especial Escocia, tiene muy poquiiiiito alcohol. — Se acercó Poppy y lo olió, y luego, con voz aguda, dijo. — Bueeeeeeeno... — ¡Uuuuuuh los amantes gais quieren emborracharnos al Mattie! A saber para qué. — Coreó Ethan, sacando carcajadas en el grupo, pero Marcus abrió mucho los ojos y les señaló. — ¡Los dos pajarracos estos lo que quieren es emborrachar a todo el mundo! Me lo han confesado. — ¡Imbécil! No es verdad. — Se defendió Lex, pero la broma estaba ya servida y se generó un jolgorio alrededor. Eso sí, Theo siguió bebiendo tan tranquilo. 

— ¡A ver, que voy! — Repitió Oly con alegría, saltando al cuadrado y empezando a hacer... un auténtico desastre. Les iba a dar algo de reírse. Ethan intentaba pararla porque no estaba dando absolutamente con ninguna tecla, no paraban de salirle equis rojas, pero ella seguía bailando. — ¡Que llevas ya como cuarenta chupitos acumulados! ¡Que te vas a matar, loca! — ¡Ay pero espera que ya casi lo tengo! — Y seguía fallando. Menos mal que se acabó la canción, pero Marcus estaba a punto de caerse al suelo de la risa, se le caían las lágrimas a mares. — Casi mejor que te metan todos los chupitos en un vaso de tubo y acabamos antes. — Pidió Ethan, y eso hicieron, y la escena era para verla. De verdad que no podía parar de reír. — ¿Y esto me lo bebo del tirón entonces? — Preguntó Oly, mirando a través del contenido. Ethan le agarró la mano antes de que se le ocurriera hacer semejante locura. — No descartaba yo acabar la noche en San Mungo, pero no tan pronto, ricura, que acabamos de empezar. Déjanos ver otro país al menos. — Marcus siguió limpiándose las lágrimas de la risa y Oly, conforme, empezó a beber poquito a poco, con Poppy advirtiéndole a su lado de que parara si veía que era demasiado. — ¡Venga! ¡Siguiente en atreverse! —

 

ALICE

Alice se tuvo que contener la risa y la mirada cuando Ethan le soltó aquello de Cedric. Pero su novio, que ya se estaba empezando a soltar, y Sean también, se pusieron a hablar de Jackie, a lo que ella levantó las manos. — No me lo gaféis, que todavía me puedo quedar a Theo en la familia y evitar el terrible gusto de Jackie en hombres. — Theo la miró y estaba todo rojito, con los ojos cristalosos. — No sé si me estás ayudando mucho, Gal. — ¡AY QUE EL MATTIE SE NOS CASA! ¡Y yo sin haberlo llegado a probar! — Ahí ya no se pudo contener, de hecho, se le saltaron hasta las lágrimas. Maldito Ethan. De hecho, probablemente por eso, Theo se ofreció a bailar, y menos mal, porque el resto de los comentarios eran para oírlos. 

Iba a ofrecerse a bailar ella, pero Oly quería intentarlo, así que por qué no dejarla. Y bien que hicieron, porque ver a Oly intentar ese reto era demasiado y, como decía Ethan, iba a acabar por los suelos de tantos chupitos acumulados. Pero eh, lo importante era que ella se lo estaba pasando bien y, sobre todo, había sacado a Kyla de aquella nube negra que traía y ahora se estaba riendo con todos los demás. — ¡Alice! — Se sobresaltó cuando alguien la llamó. — ¿Bailas conmigo? — Le preguntó Poppy, que le pasaba como a Theo y se estaba poniendo rojita. — Pues claro, reina. — Se levantó muy dispuesta. — Espera, espera, espera. — La paró Hillary agarrándola del brazo. Ella se paró en seco y su amigo apuntó con la varita al vestido. — ¡Inmobilus! — Susurró. Alice la miró extrañada, pero luego intentó mover la falda y, efectivamente, estaba inmóvil. — ¡Eh! ¡Qué buena idea! — Hillary suspiró y asintió con evidencia. — Es que no quiero que des un espectáculo, que vas como loca con el vestido ese y ni cuenta te das. Y así nos aseguramos que no hay manos furtivas. — Terminó con un carraspeo. — Sí, claro, como que mi novio no puede desencantar eso y sin siquiera pronunciarlo, mona. — Ups, demasiado sincera, mejor huía con Poppy a hacer el reto. — No le toques el mamoneo a la señorita Gallia, que yo no la llamo zorrón por nada. — Oyó que le advertía Ethan, pero ella se fue muy derecha a ponerse en los cuadraditos con Poppy, quitándose los tacones y dejándoselos a Marcus en el regazo. — Como el príncipe de Cenicienta. — Le dijo guiñándole un ojo al recordar la Nochebuena. 

La verdad es que al principio pensó que iba a ser difícil, pero, realmente, los cuadraditos iban mucho al ritmo de la música, tenían bastante sentido y seguían un patrón más o menos lógico, así que enseguida le cogió el tranquillo. — ¡Eh! No es tan difícil. — ¡No! Mira, yo también he terminado. — ¿Y ahora qué? ¿Empatan? — Preguntó Cedric, y al seguir su mirada, se dio cuenta de que todos les estaban mirando a los pies. Miró a su amiga y rio. — A mí no me importa gan… — ¡Ni de coña! — Saltó Peter. — Si mi zorrita gana, gana, nada de compartir. Que encima es escocesa. — Él solo se debió dar cuenta de lo que acababa de soltar, y durante unos segundos, nadie ganó a nadie porque estaban todos muertos de risa, hasta la propia Poppy. 

— Bueno a ver. — Dijo Ethan, limpiándose las lágrimas. — Haced otro baile PERO… — Recalcó. — Con un vaso de whiskey en la mano cada una, sin derramar nada. — Se acercó a ellas, poniéndoles un vaso en la mano a ambas. Luego cogió la mano que tenían más cercana la una a la otra y dijo. — Yyyyyy como sois muy amiguis, y el prefecto O’Donnell no ha logrado acabar con vuestra amistad, tenéis que bailar de la manita. La que salga victoriosa de esto, gana. — De momento, a las dos les dio la risa muy fuerte, aunque Alice miraba con asco el whiskey. — Yo no quiero beber esto. — ¡Yo me lo quiero beber todo! — Dijo Poppy levantando el vaso en lo alto. Lo cierto es que le sorprendía bastante que su amiga quisiera beber, pero se la veía tan metida, que solo pudo sonreír. — Venga, vamos a ello, zorrita, ya claramente te da igual el apelativo. — Es que lo soy. — Dijo con su brillante y adorable sonrisa. Cuando logró dejar de reírse otra vez, se colocaron en los cuadritos, una mano con la de Poppy y la otra sujetando el whisky. 

Y aunque se le daba bien, se estaba poniendo ciertamente difícil el asunto, pero de repente oyó una ovación. Miró (un poco mareada, no lo iba a negar), alrededor, esperando ver su whiskey derramado, pero al girarse vio cómo Poppy, por la pura concentración, había pisado mal un cuadradito. — ¿He ganado? — Preguntó entusiasmada. — ¡HAS GANADO! — Confirmó Poppy toda contenta, después de beberse de un trago su whisky. Alice le dio un sonoro beso en la mejilla. — Toma, guapa, para ti entero. ¡HE GANADO! — Y salió dando saltitos hacia Marcus. — ¡He ganado, amor! — Hillary le acarició el brazo con una sonrisa sorprendida. — Ya, ya lo hemos visto. La única persona que se me ocurre que te haya podido enseñara hacer eso, ha debido ser tu tía Vivi. — Ay, Violet Gallia, bendita sea. Slytherin de muchos talentos. — Dijo Ethan, como si rezara. — ¿Y a dónde quiere ir la ganadora, a ver? — Se giró a los demás e hizo un gesto con la mano. — Verás, verás, que el resultado os va a sorprender. — Ella levantó las manos y sonrió, como si estuviera, efectivamente en medio de un escenario. — ¡A París! — Ethan la señaló. — Si es que no sé para qué pregunto. ¡Vamos, vamos, mademoiselles, que nos vamos a París, por lo visto! — Y ella toda contenta volvió a engancharse a su novio. — Mira que si hubiera Roma y Damasco te llevaba también… — Entornó los ojos y rio. — Pero hay Cariiiiiiibe, quizá podemos escaparnos allí. Que te dejes secuestrar… — Susurró, provocando, recordando las palabras de antes.

 

MARCUS

Como aquello iba para largo, se pidió algo de beber... Vale, llevaba alcohol, pero le habían dicho que no demasiado, lo podría tolerar. Se sentó en un taburete junto a Sean, que se había pedido lo mismo, y estaban los dos riendo y comentando cuando vio que Alice y Poppy salían a bailar. Su novia se le acercó, le dejó los tacones en el regazo y él simplemente le dedicó un guiño y una mirada de deseo nada disimulada. Puede que tanto dicha mirada como la sonrisilla le delataran, estaba deseando ver bailar a su novia. Por supuesto, Ethan lo tuvo que aprovechar. — Mira, O'Donnell, tu fantasía sexual. Y tú aquí bebiendo. — Cállate un ratito, anda. — Cortó al Slytherin, pero tuvo que aguantar risitas alrededor. Bah, estaban todos de broma y a esas alturas ya todos sabían que de niño le gustaba Poppy, hasta la propia Poppy, pero su amor real era Alice... Su amor real, sí, por supuesto, aunque en esos momentos, se pusiera como se pusiera, no era en amor precisamente en lo que estaba pensando al verla. Aunque... — ¿Extrañado de que no se le vean más las piernas a tu novia o qué? — Dijo Donna burlona, mientras Hillary reía de fondo. Otras dos que venían agarradas del brazo como pajarracos, no sabían si eran peores ellas o Darren y Lex. 

Marcus se hizo el digno, pero ya contestó Hillary. — Tranquilo, no es nada que "no puedas desencantar sin siquiera pronunciarlo". — Haciendo unas pronunciadas comillas en el aire que provocaron las risillas malvadas de las dos. Marcus hizo una digna caída de ojos, llevándose la bebida a los labios. — Privilegios que uno solo tiene por ser quien es. — Uuuuuhh cuidado que Marcus va a sacar su faceta sexy. — No necesito sacarla, siempre está ahí. — Bueno a ver. — Cortó Sean, porque Marcus estaba cada vez más arriba, aunque las otras dos se morían de risa. Cuando pararon, se le acercaron otra vez y Donna susurró. — Tendrías que haberle visto la cara de ascazo a aquella cuando Ethan ha recordado que antes fantasearías con una Hufflepuff adorable que con ella. — Donna señaló a la aludida con un evidente gesto de la cabeza y, al mirar Marcus, Eunice estaba haciendo lo posible por no mirar siquiera al baile y centrarse en la copa que tenía en la mano. Marcus rodó los ojos y se ahorró los comentarios, pero ya avanzó Hillary, echando un poco atrás a Donna para ser ella quien se acercase a él a susurrarle. — Oye, como os diga algo, tú nos lo dices a nosotras. Que la arrastro de los pelos, vamos. — ¡Hills! — Se escandalizó Sean, que estaba con el oído puesto. La chica hizo un gesto de quitar importancia con la mano. — Es una capulla, se lo merecería. Que no hubiera venido. — A veces me das miedo. — Contestó Marcus entre risas. Donna afianzó el enganche que tenía del brazo de su amiga y, muy recta, recordó. — Tú llámanos si nos necesitas, que ya nos encargamos de que esa no moleste. — Y se fueron de allí, riéndose, dejando a Marcus y a Sean mirándose entre ellos sin saber muy bien ni qué reacción tener. Así que se limitaron a seguir bebiendo.

Peter no defraudaba con sus comentarios, y mientras decidían si en el baile habría empate o no, su aportación hizo a todos estallar en carcajadas. La apuesta la subió Ethan con el siguiente reto, que todos corearon con un "uuuuh". Marcus se acomodó en el taburete, con una sonrisilla y la copa en la mano. — Estás disfrutando de lo lindo. — No lo sabes tú bien. — Le contestó a Sean, dando un sorbo a la copa. Eh, pues llevaría poco alcohol, pero estaba bueno eso. Maldito hechizo de inmovilización de la falda, aunque no quitaba los ojos de Alice, pensaba deshacerlo en cuanto no se diera cuenta nadie, para algo era el rey de los hechizos silenciosos, tss... Sí que se estaba viniendo un poco arriba. Seguiría admirando a su novia, que no solo tenía unas piernas preciosas, también su sonrisa, sus ojos, ese pelo que bailaba con ella, uf, y cómo le quedaba el escote... Parpadeó y miró a Darren y a Lex como si fueran una advertencia personalizada, y se los encontró riéndose, a saber de qué. Ah, mierda. Esa cosa que se estaba bebiendo llevaba más alcohol del que parecía, seguro... Bueno, intentaría dejar un lapso de tiempo entre esa copa y la próxima. Aún podía controlar. Pero ya se iba a acabar esa, que estaba buena.

Ver a Poppy en ese plan era indudablemente gracioso, y Sean y él no paraban de comentar y reír. — Tío, la Poppy borracha, es que no doy crédito. — Decía Sean mientras se limpiaba las lágrimas de la risa. — Joder, y yo que pensaba que lo de Oly era insuperable. — Añadió, y Marcus casi se cae del taburete de las carcajadas. No recordaba haberse reído más en su vida que en ese bar, le dolía ya el cuerpo entero de la risa y no podía parar. — Va, va, atiende que ha ganado tu novia. — ¿¿En serio?? — Preguntó. Madre mía, ni se había dado cuenta, pero ahí estaba Alice, proclamándose vencedora. Se puso de pie y alzó la copa. — ¡¡LARGA VIDA A LA REINA DE RAVENCLAW!! — Eso generó una ovación. Hillary preguntó a voces. — ¡Creía que la reina esta noche era yo! — ¡Tú eres la reina del mundo mágico y del muggle, majestad! — ¡Toma! ¿Soy la reina de tu reina entonces, O'Donnell? — No me líes, letrada Vaughan. Que estás ante un emperador. — Se oyeron más "uuuuh" a su alrededor y Darren, entre risas, le dio un codazo a Lex y dijo. — Este ya se está viniendo arriba... — ¡Eh! — Detuvo él, alzando un índice. — Que yo esto es algo que mantengo siempre. — Lo peor es que es verdad... — Confirmó Lex, y Marcus se quedó tranquilo. Claramente porque no vio las risillas subrepticias de los dos novios.

Se enganchó a su novia, riendo con sus comentarios, pero con la mirada claramente puesta en la falda. Porque, a ver, era un hechizo, era un reto intelectual, y él era Marcus, esas cosas le llamaban... Desde fuera su mirada no parecía ser por eso para nada, pero bueno. — Mira, hoy vamos a empezar a recorrer el mundo, mi amor. — Comentó, orgulloso y con una risita tonta. Volvió a mirar su cuerpo y se acercó para susurrar. — Secuéstrame cuando quieras si es para hacerme... viajar... por esos sitios tan buenos... — Y seguía con los ojos en la falda. Es que era verdad que no se movía ni un ápice, qué curioso. La tocó un poco con los dedos. — Qué bien inmovilizada... — Dejó caer. — Sería una lástima... que alguien supiera... deshacer esto... — ¡A ver, la campeona y el emperador! No empecemos ya. — Les bramó Peter, levantando risas en todo el grupo y provocando que todos les miraran. Marcus se irguió y respondió también a gritos. — Mi mente Ravenclaw intenta resolver un conjuro. — ¡Que sí, tío, que puedes meter la mano por debajo, no te rayes! — ¡¡PETER!! — Riñó Poppy, pero igualmente estaban todos muertos de risa mientras se dirigían al bar. 

Entraron en el bar francés y abrió los brazos en cruz. — ¡Pero cuánta elegancia! Si es que mi reina de Ravenclaw no se merece menos. — Madre mía, ¿cuántas lleva este? — Le preguntó Ethan a Sean, que estaba doblado de la risa y, como pudo, contestó. — Os juro que solo una. Pero es que se la ha bebido del tirón. — Marcus suspiró con exagerado desprecio. — De verdad, no sé qué hacer con tanta envidia a mi alrededor. — Se fijaron en la pista y la gente parecía estar haciendo bailes en grupo, pero de repente se paraba la música, todos cambiaban y alguien se quedaba fuera. Se adentraron un poco en el bar y, mientras el grupo anterior acababa, Ethan fue explicando. — ¡Bueno, a ver! Esto es muy sencillo. ¿Veis aquella dama enmascarada? — Se fijaron y, efectivamente, en el grupo había algo que parecía un ente encantado, no una persona real, con una máscara y un vestido muy pomposo como sacado de un cabaret, que reía maliciosamente y bailaba con uno de los integrantes del grupo. — El reto consiste en intercambio de parejas. Oh, Gallias, nunca os estaré lo suficientemente agradecido, santos seáis, por tanta guarrería que... — ¡Al grano, que nos perdemos! — Cortó Hillary, señalando con la cabeza a Peter, que ya estaba bailando solo por allí, y la sola estampa ya levantó risas. Sí, es que con Peter como no se fuera al grano, se dispersaba. 

— Entramos todos a bailar y la música se va a ir cortando de repente. Cada vez que se corte... — Ethan chasqueó fuertemente los dedos en el aire. — Intercambio de parejas. — Yo no... — Oyó mascullar a Lex, negando y mirando a Darren, pero el otro le hizo gestos para que no se adelantara y siguiera escuchando la conversación. — Una vez sí una no, esa bicharraca enmascarada se va a enganchar a alguien, lo que va a provocar que seamos siempre impares y, por tanto, uno quede desparejado. El desparejado, pierde y se elimina. Gana el que se quede solo bailando con la de la máscara. — Miraron al centro y, efectivamente, había solo tres personas, dos bailando entre ellas y una con la enmascarada que no dejaba de reír, y la tensión se palpaba en el ambiente. — ¡Venga, mientras estos acaban, chupitazo de champán! — Celebró Ethan. Todos bebieron y se quedaron mirando, entre risas, el resultado de la prueba anterior. Cuando se cortó la música, la enmascarada se fue y dos de ellos se juntaron para bailar, quedando el tercero fuera. La música volvió a cortarse y el escenario se quedó en negro absoluto, y cuando volvió la luz, la chica estaba bailando con la enmascarada y, por tanto, se proclamó ganadora, mientras el chico, con expresión de fastidio pero sin dejar de reír, se había quedado solo. 

— Vale, sabemos quién va a ser la primera en caer eliminada ¿verdad? — Susurró Hillary con malicia, de nuevo enganchada a Donna y provocando las risitas de ellas, hacia donde estaban Marcus, Alice y Sean. — ¡Venga, menos cháchara que entramos! — Anunció Ethan, y todos fueron corriendo a la pista. Eunice, de hecho, estaba bastante reticente a entrar y poniendo mala cara. Marcus fue hacia el centro con Alice. — Yo no te cambiaría ni por todos los galeones del universo, Alice Gallia, espero que lo sepas. — Le dijo, muy puesto, pero después puso una sonrisilla maliciosa y añadió. — Pero pienso ganar este juego. — La música empieza ¡YA! — Y así fue, empezó una música bastante movida que les hacía a todos bailar en un espacio muy reducido y agarrados a su pareja como si les fuera la vida en ello, sin parar de reír y de chocarse entre sí porque apenas había espacio. De repente, la música se detuvo y aquello se volvió un caos, y Marcus soltó a Alice y se agarró de la primera persona que se encontró, antes de que la música volviera a sonar. — ¡¡¡MARCUS TÍO!!! JODER, YO TAMBIÉN TE QUIERO. — Tío, Peter, no me jodas, ¿¿qué haces aquí?? — Es que la Poppy se me ha ido. — Mira, no me la vayas a liar ¿eh? Concentrado. — Ah ¿pero que ganamos por equipos o algo así? — ¡No, tío, individual! ¿No has visto a los de antes? — ¡Yo qué sé, había mucho ruido! — ¡¡¡ESTE BAILE ES SOLO PARA LA REALEZA!!! — Oyó gritar a Hillary, exultante, agarrada a Donna y muertas de risa las dos, y al fijarse se dio cuenta de que la que había quedado fuera había sido Eunice, que ya andaba con cara de asco otra vez. La música se detuvo de repente y Marcus se soltó de Peter y fue a agarrarse a otra persona. — O'Donnell, que no podemos perder esto ¿eh? Que tenemos un estatus que mantener. — Farmiga, vienes hoy a tope. — Y tú ayer prometiste desfasar. No podemos defraudar. — ¡¡¡NO ME JODÁIS, VAMOS!!! MAL DE OJO OS CAIGA A TODOS. — Bramó Ethan, y al darse tanto Kyla como él cuenta de que había sido el que se había eliminado el segundo, se echaron a reír de tal forma que casi se caen al suelo los dos. Eso sí, sin soltarse. No iba a soltarse tan fácilmente de nadie.

 

ALICE

Oyó a su novio jalearla y dio saltitos en su sitio. — ¡Sí, mi rey! ¡He ganado! — Oly rio a su lado, un poquito ida, seguro que ya había estado probando plantitas de las suyas. — ¿Por qué os gustarán tanto esos títulos antiguos que encima se pisan los unos a los otros? — Eso la hizo reír y le dio un beso en la mejilla la exprefecta. — Tú eres la emperatriz de todos nosotros Oly, si siempre te sales con la tuya con todos nosotros. — La chica levantó el índice y se le puso el pelo rosa. — No, no, no Galita mía, no siempre, porque solo he estado en dos orgías en Hogwarts y ninguna con la gente que me importaba de verdad. — Kyla, que estaba al lado, se giró con los ojos muy abiertos y Alice también la miró igual. — ¿Cómo que “solo” dos? — Oly se encogió de hombros y se colgó del cuello de Kyla. — Pero ahora solo mi Kyla se lleva todo eso y la amo con todo mi ser. — La chica rio y la miró embobada, acariciándole el pelo. — Estás loca. — Le dijo con una voz de adoración total. — Vaaaaaale, momento ideal para que esta se marche. — Dijo alejándose con una sonrisa y dando saltitos hacia su propio novio. 

Ya sabía ella que Marcus se iba a rayar con la falda, pero vamos, que no había nada mejor que ponerle un reto por delante a su novio, vaya. Puso una sonrisa astuta mientras recuperaba sus tacones y tuvo que contener un suspiro cuando tocó la tela. Pues sí que estaba sensible a pesar de que hiciera poco más de veinticuatro horas desde la última vez… Pero bueno, Peter cortando todo romanticismo. Iba a preguntarle qué tal le iba a él con el tema de las manos y las faldas, pero quería demasiado a Poppy como para hacerle pasar esa vergüenza, así que se limitó a sonreír a su novio y acariciar su nuca. — Viajar ¿eh? — Se acercó a su oído y susurró. — Me gusta como eufemismo… — Y ahí lo dejó, saliendo hacia el francés.

Sí, su novio estaba un poco venido arriba, pero iba con el humor general, especialmente en el sitio ese tan guay. Si sabría ella que Francia era una buena idea. Alzó la ceja y movió una mano en el aire a lo que dijo Ethan. — Si es que al final vas a tener que dejar a las expertas. — Esa sí que es experta. — Dijo Theo señalando a la fantasma sensual, o lo que leches fuera, del juego que estaba explicando Ethan, y que le hizo gracia nada más empezar. — Theo es que tiene que ir a saco a por las francesas aunque sean espectros. — Dijo Darren entre risas, deshaciéndole la coleta al chico y revolviéndole el pelo. Se colocó con su novio y entornó los ojos. — Sííí… Me amas mucho pero que vas como loco a ganar, lo sé. — Le dio un piquito, empezando a bailar ya. — Pero me quedé aquí con la vena Slytherin incluida, mi amor. — 

El juego era divertido, pero enseguida se vio separada de su novio, y en brazos de alguien que pasaba por allí. — Señorita Gallia. — La saludó. Ella puso una sonrsilla, girando bajo la mano del chico. — Prefecto Greengrass. — Lo siento por tu novio pero voy a por todas, esto lo gano yo. Quiero sentirme poderoso. — Oh, Slytherins compitiendo entre sí, sois un espectáculo. — Y tú bailando. — Dijo él con media sonrisilla, a lo que Alice le dio un puño suavecito en el hombro. — Cedric, pillín, que ya veo que vas achispadillo, no me intentes adular. No eres el primer prefecto de Slytherin con el que bailo. — Le contestó de broma, lo que hizo reír al chico. — Pues pasando a la siguiente, que no puedo malgastar los encantos. — Con un giro final, la dejó en brazos de Poppy. — ¡Hola, compi de baile! Nos damos buena suerte. — Iba a contestar, pero la reacción de Ethan les hizo demasiada gracia a las dos y ya ni bailando estaban. De hecho, tocó separarse de nuevo y de repente Alice se vio sin pareja. — Ahhhhh putón, has perdido tu tambiééééén. — Resopló y se fue, con las manos en las caderas, junto a Ethan. — Porque me has distraído, idiota. Estrategias de Slytherin. — Ahora será culpa mía también. ¿Y tú qué, bombón? ¿Te ha robado una puti francesa el novio? — Preguntó Ethan mirando a Lex. — Mucho he aguantado, la verdad. No me gusta bailar, y por Darren lo hago, pero por otra gente… — Fingió un escalofrío que les hizo reír, pero ya tuvo que intervenir Eunice. — Si no has probado a bailar con otra gente, ¿cómo sabes que no te gusta? — Porque me da horror solo de pensarlo. — Cortó Lex bien rápido, porque la analogía la habían visto todos. La chica se encogió de hombros y volvió a beber. — Oye ¿no habréis estado emborrachando a posta a mi novio? — Preguntó Alice, dándole en las costillas a Lex con una risita, para rebajar el ambiente. — ¿Por qué? ¿Te da miedo lo que pueda hacer que no se atreve sobrio? — Vaya, Eunice tenía ganas de peleíta. — Puf, a ese santurrón hace falta algo más que alcohol para moverlo de su sitio, te lo digo yo, que solo me llevé un morreo lastimero y a la fuerza. — Eunice encogió un hombro. — Otro que tampoco ha probado nada más y no sabe lo que se pierde… — Alice resopló y se cruzó de brazos, justo cuando Theo apareció por allí. — ¿Te han eliminado, Gal? — Hace un rato. — Dijo ella con una risita. — Pues vente y bailamos entre eliminados. — Dijo amistoso. — Y contigo también, Lex. — Propuso, mientras agitaba el pelo graciosamente. Otro que estaba muy arriba esa noche. — Vaya, y ella preocupada por lo que hace el otro… — Ahí ya se giró. — A ver, Eunice, ¿qué quieres? — Se cruzó de brazos y la miró directamente. — ¿Quieres peleíta? Porque a mí me tienes un poco cansada ya. Quiero pasármelo bien, no recibir dardos permanentemente. — Pues entonces deja algo para las demás, que siempre tienes que acapararlo todo. — Oye, Eunice, ¿quieres…? — Preguntó Theo un poco apurado. — Ni lo intentes, Matthews. — Dijo levantando una mano con desprecio. — No era por ti. — Pues con los O’Donnells no tienes oportunidades. — Contestó ya ella un poquito irritada, entre la actitud y la contestación de superioridad al pobre Theo intentando ser amable. — Ya veremos. Estate atenta. Igual no todo lo que te ha contado tu novio adorado es verdad… — Iba a contestarle ya mosqueada, y de hecho Ethan se había puesto entre las dos, cuando se dieron cuenta de que Marcus estaba justo delante. — ¡Mi amor! ¿Te han eliminado? — Preguntó avanzando hacia él y acariciando sus brazos, tratando de ignorar a la otra. — Y ha ganado Greengrass. — Señaló Darren, llegando al lado de Ethan. Efectivamente, Cedric estaba bailando con la aparición, que molaba muchísimo. — Qué tío, hasta a la fantasmita le va a poner esa sonrisilla. — Dijo Darren riendo. — ¿No envidias a los bis? Todo les viene bien, cien por cien de probabilidades de éxito iniciales. — Dijo Ethan, sacando el labio inferior y señalándoles. — No. — Contestaron Eunice y Lex al mismo tiempo, a lo cual prefirió reírse. La que lo quería probar todo , pensó a ver si Lex lo oía y le hacía reír un poquito. — Buah, pues yo quiero el conjunto de la fantasmita. Es suuuuuuupersexy y chulísimo. — Dijo admirando al espectro. — Ya, ¿por qué no me sorprende que tengas a todos los tíos así si vas diciendo esas cosas? — Esta vez fue Hillary la que se giró hacia Eunice. — Si vas a estar así pírate. Te aguantamos porque queremos a Ethan, pero no te pases ni un pelito. —

 

MARCUS

Tocó cambiar y rápidamente se enganchó de la primera persona que encontró. — ¡Cuñadito! — ¡Hombre, cuñado! — Respondió también entre risas. No podía parar de reír, y Darren tampoco. — ¿Dónde te has dejado a mi hermano? No me digas que sigue jugando. — Sí, a diferencia de tu pajarito, de hecho. — Puso cara extrañada y miró alrededor. Efectivamente, Alice había sido eliminada ya, lo que le hizo abrir mucho la boca. — Mi hermano bailando y Alice en la barra. Esto sí que no me lo creo. — ¡Pues no te empanes mucho, que toca cambiar! — Advirtió Darren y, de hecho, eso ocurrió, que tocó cambiar de repente de pareja y se tuvo que enganchar a la primera persona que encontró.

— ¡Pero bueno, pero bueno! — Exclamó, y aprovechó el ambiente para hacer una floritura de baile con la chica, que se echó a reír con la suficiencia de quien sabe que ha esquivado ya varias rondas y eliminado a gente. — ¡Letrada Vaughan! — Emperador O'Donneeeeell. A mí llámame reina a partir de ahora o no te hablo ¿eh? — Los dos se echaron fuertemente a reír. — Te veo contenta. — ¡Contentísima! Y eso que la enmascaraducha esa me ha robado al novio. — La mía está ya eliminada, así que... — ¡Anda, me lo has gafado! — Oyó de fondo gritar a Darren. Efectivamente, Lex había caído eliminado también. Marcus soltó una carcajada. — Mucho ha durado. — Mírala, es que no puedo, uff. — Dijo Hillary, que había clavado la mirada también en los eliminados. — Es que la tenemos hoy. La tenemos, vamos... — Eh, Hills. Vamos a pasar de Eunice ¿vale? Como si no estuviera. — Te voy a decir una cosa, Marcus, y te la digo muy en serio. — Advirtió en tono severo, señalándole. Tan en serio parecía ir que se le había cortado la risa. — Como esa tipa os toque las narices a Alice o a ti esta noche, o vuelva a hablarle así al pobre Theo o me diga algo, es que le quemo el pelo, vamos. — No quieres empezar tu vida laboral con antecedentes penales. — Uh, mira cómo tiemblo de miedo. ¡Que le den! — No pudo evitar reírse a carcajadas. — El alcohol te saca la vena violenta. — Pero, justo en ese momento, la música se paró y tocaba de nuevo cambiar. 

— MARCUSITOOOOOOO. — Oly cada vez gritaba más, pero estaba demasiado contento como para no reírse. Eso sí, la chica daba tales botes que se le iba de las manos. — ¡Oly, Oly, Oly! ¡Que nos van a descalificar! — ¡Que no, que no! ¡Wii wii wii! — Es que no podía ni regañarla. Estaba doblado de la risa y llorando de verdad. Oly se le encaramó como un koala. — ¡Mi Marcusito qué bonito es y qué borrachito estáááááá! — ¡Otra igual! ¡Que no estoy borracho! — Pero es que no podía ni responder a esa frase sin reírse, y tenía las defensas tan bajas que la chica se le soltó otra vez. — ¡Que nos vamos! — ¡Pero espérate, que no se ha parado la canción! — Un poquito achispado sí debía de ir, porque al Marcus normal eso le hubiera puesto de los nervios y ahora estaba muerto de risa. Ahora sí, la canción se paró, y Oly no le soltaba, y en el tira y afloja, por un momento temió quedarse sin pareja, pero no fue así. Alguien se le enganchó. 

Tenía una risita que daba un poco de miedo. No sabía bien si entablar conversación con ella o no. — Uuuuuuhhh otro al que le ponen las francesas. — Se burló Sean, que bailaba con Donna, los dos a carcajada limpia. — ¡Pero míralo, si parece un perchero, cómo se nota que no es su Alice! — Dijo la chica, y Marcus les hizo una mueca. — ¡Me tenéis envidia por bailar con semejante ser maravilloso! — Lo cierto es que la enmascarada daba un poco de grima. Olía fuertemente a perfume, pero tenía las manos heladas y un tacto extraño. La máscara le tapaba la mirada, y esa risa como un eco de fondo era un poco escalofriante. — Uy estoy recibiendo las vibraciones del mini Marcusito asustadito, qué mono, cuánto tiempo. — ¡Oly, céntrate, que nos eliminan! — La riñó Kyla, y Marcus abrió mucho los ojos y las señaló. — ¡Eh, no vale! ¡Mucho amor libre pero estás repitiendo pareja, Olympia Lewyn! — Empezaron a burlarse de él y de sus quejas cuando la música se detuvo, la enmascarada desapareció de repente y todos a su alrededor hicieron fuga total. — ¡¡Venga ya!! ¡No vale! — ¡No te quejes más, O'Donnell! — Se burló Sean una vez más, muy subidito él, bailando ahora con un felicísimo y saltarín Darren. Les dedicó varias pedorretas y, puesto que oficialmente había perdido, abandonó la pista. 

Se dirigió directo hacia su novia y alzó los brazos, poniendo expresión quejosa e infantilmente apenada. — ¡Me ha agarrado la espectro esa y me ha hecho trampa, me ha dejado vendido! — Se quejó, y entonces se dio cuenta de que... ¿era él, o el ambiente estaba un poquito tenso? — Pero molaba bailar con ella, ¿a que sí? — Trató de aliviar Theo. Marcus chasqueó la lengua. — No sé yo ¿eh? Si me dan a elegir... — Miró a Alice y le puso una sonrisilla ladina. — Prefiero a las francesas de carne y hueso. — Theo soltó una única y espontánea carcajada e hizo un gesto con la mano. — ¡Toma, y yo! — Hillary se giró hacia él muy cómicamente. — ¿Theeeeeeeodoooore? — Va, ni que no lo supierais todos ya. — Esto es más divertido de lo que pensaba, lo reconozco. — Dijo Lex entre dientes, con una risilla. Bueno, quizás lo del ambiente tenso solo se lo había imaginado, aunque ciertamente Ethan estaba más callado de lo que solía estar. 

Poco a poco fueron llegando todos hasta que Darren les avisó de que el ganador había sido Cedric. Marcus chasqueó la lengua. — Tsss... Slytherins... — Sí ¿verdad? Qué competitivos y qué mal perder tienen. — Volvió a decirle Sean con tonito. — Hastings, me tienes envidia porque he bailado con la espectro y tú no. — Pero qué dices, chaval, si estabas muerto de miedo. — ¿¿Discúlpame?? — Además, sí que he bailado. — Sí sí, y bien agarradito, que lo he visto yo. — Aportó Hillary con retintín, aunque en el fondo se estaba riendo. — Al menos Marcus reconoce que las prefiere de carne y hueso. — Y yo también, mi amor. — ¿Ves? — Se metió Marcus de por medio, señalando a Hillary. — Eso es lo que hace a una buena reina. — La chica hinchó el pecho llena de orgullo y Sean bajó los hombros. — Eres pesadito ¿eh? No te cansas de ser pesadito. — Menos mal que te has dado cuenta ya, después de siete años, llegas a tiempo. — Cómo quería a sus amigos, es que como se lo pasaba con ellos, no se lo pasaba con nadie. Estaba siendo un pedazo de cumpleaños. Uf, qué contento estaba, se moría de ganas por llegar al próximo bar, a ver cuál era el siguiente reto. Esa noche tenía que ganar alguno, como que se llamaba Marcus O'Donnell.

Y estaba él muy en la nube del entusiasmo cuando, de repente, pasó algo con Eunice que le pilló despistado, pero le pareció detectar un cruce de dardos entre ella y Hillary con Alice de por medio. Trató de hacer que su cerebro rescatara la información. ¿Había dicho algo Alice de la ropa del espectro? Sí, le había parecido oír que sí. Lo de Eunice no lo había oído bien, pero como se imaginaba que era un argumento para meterse con ella y, si bien Marcus quería ignorarla por completo no iba a consentir que insultara a su novia, miró a Alice y dijo muy convencido. — Tú con ese conjunto estarías mil veces más sexy que el espectro ese. — Oyó a Hillary mascullar algo con bastante mala idea mirando a Eunice de reojo, pero Sean la estaba intentando callar. Igualmente, Marcus con tanto ruido no llegaba a enterarse muy bien de las cosas. Sí, era el ruido. No tenía aún las capacidades tan mermadas... Creía. — ¡Bueno, el ganador elige! ¿No? — Preguntó Cedric, muy seguro, alzando una copa de champán. — ¡Pues elijo que me quiero quedar un ratito más en este sitio antes de irme al siguiente, que me ha gustado! ¡Invito a champán! — Eso fue fuertemente ovacionado y todos tomaron una copa. Bueno, era champán, no llevaba tanto alcohol... ¿no? La gente lo bebía mucho. No podían beber cosas tan alcohólicas con tanta frecuencia como si fuera lo más normal del mundo...

— Madame... — Empezó meloso a decirle a Alice, cuando ya llevaba la copa a mitad. — ¿Sabes que sé hablar francés? Bueno, un poquito. Me enseñó una chica muy guapa. — Le guiñó un ojo. — Oye, que con tanto cambio no he podido bailar apenas nada contigo... — El siguiente grupo había empezado el juego, pero había otra pista habilitada solo para bailar. Ya algunas parejas como Andrew y Donna estaban por allí bailando, así que agarró a Alice de la mano y se la llevó hacia allí. — Te han eliminado antes que a mí ¿eh? — Tendría él que nacer de nuevo para no recochinearse. — ¿Qué te ha pasado? ¿Como eres un pajarito chiquitito te has extraviado? — Se pegó bastante a su cuerpo y susurró, mientras bailaban. — ¿O es que no has encontrado una pareja de baile a la altura? — Volvió a rozar la falda y, ladeando una sonrisa, se acercó a su oído y susurró. — ¿Qué pasa si deshago este hechizo ahora? — Se llevó una mano al bolsillo, agarró su varita y, sin sacarla, apuntó a la falda. No estaba muy lúcido pero su poder mágico no lo perdía. Era Marcus O'Donnell, era hijo de Emma O'Donnell por algo. No se le iba a resistir un Inmobilous tan fácilmente. — Y sin que nadie se dé cuenta. ¿Qué te parece? —

 

ALICE

Miró a su novio con cariño y sacó el labio inferior, como si le diera mucha penita, acariciando sus mejillas. — ¿No te ha gustado la tiparraca esa? — Si es que su niño era muy asustón. Rio a la reacción de Theo y se encogió de hombros con una risa. — Ya no se corta. Veremos cómo se porta en La Provenza, y cómo de preparado está para francesas de verdad. — Dijo haciendo un bailecito rápido con las caderas, que hizo reír a sus amigos. — Las Gallia provocando infartos allá donde van. Nada fuera de lo previsto. — Dijo Ethan con una sonrisilla maliciosa. La verdad es que le daba un poco igual Eunice, sus amigos estaban contentos, Lex hacía bromas, y su novio estaba allí junto a ella, muy muy cerca, así que… eso era todo lo que le importaba. 

Celebró la decisión de Cedric y se regodeó un poquito, levantando el brazo. — ¿Veis? Una vez pruebas Francia ya no quieres otra cosa. — Y dirigió la mirada traviesa a Marcus. Se estaban provocando, no se los conociera ella ya, y le encantaba. Jaleó junto a todos los demás la decisión de la invitación a champán. Puede que sí estuviera un poco contentilla de más ya. Pero era su graduación, ¿qué menos? — ¡Por el prefecto Greengrass! Viva el impacto Slytherin, que le da la ambición para ganar siempre y los recursos para invitarnos a todos a champán. — Cedric se rio y chocó su copa con la de ella. — Es gracioso porque es cierto al cien por cien. Por eso mismo, señorita Gallia. — Se giró a sus amigas y Theo, que ahora estaba entre ellas y dijo. — A ver señoritas, que les voy a enseñar a beber champán como se bebe en Francia. Atiende tú también, Mattie. — Sabes que está borracha cuando empieza a hablar como Ethan. — Dijo Donna con una risita maliciosa. — ¡A ver, poned atención! La copa siempre se agarra de aquí. — Dijo poniendo los dedos a la mitad del listón de cristal del pie. — Así se me cae. — Se quejó Theo. — No, querido, así estas obligado a beber menos en cada traguito. Si lo bebes de golpe, se sube demasiado, y las burbujitas te hacen así en la garganta y acabas llorando. — ¡Eso me ha pasado! — Saltó Donna. — Sí, sí, si claramente habla la voz de la experiencia por ella. — Le pinchó Hills con una sonrisita, pero ella siguió. — Bebéis así, de a poquitos, y siempre de pie, que sentado no se da una cuenta de cuánto lleva y luego te caes redondo. Y por último… — Levantó la copa. — Siempre mirando a alguien mientras lo haces. — Chocó la copa con Hillary y la miró a los ojos mientras bebía, a lo que su amiga rio. — Es buena la tía. Venga, hecho. Voy a buscar a mi Sean y a probar esto. — Yo no tengo aquí a la Jackie. — Dijo Theo con un pucherito. — Pues yo probaría antes con el espectro que con esa. — Señaló Donna, apoyándose en el hombro de su amigo y mirando de reojo a Eunice. 

Ella iba a buscar a su novio para probar lo de la copita, pero la buscó antes él. — Monsieur… — Contestó ella, acariciando su pecho, tentativa. — A ver, enséñeme lo bien que se le da el idioma y el baile… — Dio un traguito a la copa y la dejó antes de dejarse llevar por su novio. — Sí, algo me tenía distraída y no era esa señora tan extravagante… — Dijo con media sonrisilla, entreabriendo un poco los labios cuando notó que su novio se pegaba más a ella. — Pero nunca encuentro ninguna pareja mejor que mi espino para nada. — Y eso último le había salido con un tono directamente ardiente. Pero es que estaban muy cerca, y le decía aquellas cosas… — Me encanta bailar para ti. — Dijo moviéndose como una serpiente encantada por aquellos ojos de Slytherin. Y tuvo que contener un jadeo cuando volvió a sentir su mano en el bajo del vestido. — Si eres capaz de quitarme el hechizo aquí y ahora… — Se giró y se puso de espaldas contra su pecho, pero se pegó tanto que notó la mano de Marcus en su propio bolsillo y rio entre dientes. — Vas a volverme loca, Marcus… — Echó la cabeza hacia atrás con una risita. Estaba muy nublada, la verdad, el champán empezaba a hacer lo suyo, pero estaba en ese punto en el que moverse era más fácil, y la sonrisa salía sola, y las palabras también. — Cuando éramos más pequeños y yo notaba esas sensaciones me decía a mí misma que me ponías nerviosa… — Se rio de sí misma y aprovechó su posición para susurrar. — Ahora sé que es que me pones muchísimo cuando te haces el mago sabio. — Siguió bailando en esa posición, alzando una mano para acariciar sus rizos. — ¿Qué vas a hacer cuando deshagas el hechizo de la falda, mi perfecto prefecto? —

 

MARCUS

La verdad es que no había atendido mucho a la lección de Alice sobre cómo beber champán. Y eso en Marcus era muy raro, pero como muy muy raro, por dos motivos: primero, porque él SIEMPRE atendía a una lección; segundo, porque era Alice hablando, y Alice tenía una luz especial para él y pocas veces hacía o decía algo y él lo ignoraba. Sin embargo, había cogido su copa, había brindado y le había dado el primer sorbo, porque sí, así era Marcus, él era de probar, de experimentar... No era verdad. Él era de escuchar y luego, si eso, probar. Estaba raro esa noche. Pero ¡eh! Era su cumpleaños y se estaba graduando. No se le ocurría un momento mejor para liberar al nuevo Marcus, la verdad. Aunque lo de no escuchar a Alice había sido un lapsus. Mejoraría eso. 

Se le olvidó un poco su propio lapsus cuando Alice le pidió que le enseñara su idioma y su baile. Puede que hablara literalmente, puede que fuera un eufemismo, pero le había sonado a lo más sexy del mundo igualmente. Ahora sí, ahora sí que la veía a ella y solo a ella. Dejó la copa de champán por ahí porque, total, ya estaba vacía, y prefería tener las dos manos disponibles. — Me gusta oír eso. — Respondió con una sonrisa ladina. — Lo cierto es que, desde que te has ido, el baile solo ha ido en decadencia. — Suspiró falsamente. No se lo creía ni él, se lo había pasado bomba, pero Marcus siempre se lo pasaba mejor si Alice estaba incluida en el plan. Eso y que no había una persona a la que le gustara más adular que a su novia. A ella también le gustaba regalarle el oído, o directamente provocarle, porque lo que dijo después le hizo contener el aliento y pegarse aún más a ella. — Hm ¿para mí? — Preguntó con deseo. Ahora sí que solo existía Alice en aquella discoteca.

Tanta fue su obnubilación que, cuando su novia se pegó a su pecho, girándose, por un momento casi se le olvida ya no que existía más gente, sino que estaban en un sitio público. Se notaba la mente muy embotada por el deseo (porque el factor alcohol no lo estaba contando, solo el otro), y tuvo que morderse el labio para contenerse mientras ella bailaba, se contoneaba y le susurraba esas cosas con ese tono que le encendía. En esa postura veía su cuerpo mucho mejor, que lo de ser alto tenía sus ventajas, y podía recorrerlo con sus manos como si fuera la escultura más hermosa del mundo. Mientras ella hablaba, cerró los ojos, olió su perfume al acercar el rostro a su cuello, y no dejó de moverse al ritmo que ella le marcaba, como si le hubiera hipnotizado. Ladeó la sonrisa. — Puede que tú me lleves poniendo nervioso desde el primer día... Y lo sabes... Y lo haces porque lo sabes... — Rozó apenas la piel de su cuello con sus labios y dejó escapar una risa muda. — Soy un mago sabio. — Se acercó a su oído y susurró. — El más sabio del mundo si tú quieres. — Si estuviera allí cualquiera de sus amigos de otras casas ya estaría diciendo algo así como que eso solo le ponía a los Ravenclaw, pero ellos dos eran Ravenclaw así que no veía la laguna por ninguna parte en su estrategia.

Volvió a cerrar los ojos, notando los dedos por sus rizos y conteniendo un suspiro otra vez, abriéndolos para sonreír con malicia con la nueva pregunta. En el movimiento de sus manos por su cuerpo, bajó una de estas, pasó los dedos por su pierna y, al llegar a la falda, susurró en su oído. — Ya lo he hecho. — Y, para demostrarlo, subió su mano un poco más, levantando ligeramente la tela a su paso, sin dejar de moverse, muy pegado a ella. — ¿En qué me convierte haber hecho esto en un sitio así, sin que nadie, ni tú misma, te hayas dado cuenta? ¿En un mago sabio, o...? — La verdad es que no se le ocurrían muchas más opciones, él solo quería que Alice le dijera que le había gustado y punto. Se pegó aún más a ella, sin dejar de bailar, y volvió a acercarse a su cuello, esta vez disfrutando del tacto de sus piernas, aprovechando que la falda había recuperado su movilidad. — Estás impresionante esta noche... Muy sexy... Demasiado sexy. — Susurró antes de besar su piel, bajando por su cuello y sus hombros. Oh, qué maravillosas vistas tenía desde ahí, qué cerca sentía su cuerpo, pensaba disfrutarlo todo lo que pudiera.

Pero empezó a quedársele corto al poco tiempo, por lo que giró a su novia y se lanzó a sus labios, pegándose a ella. Definitivamente, puede que se le hubiera ido un poco la noción de la realidad, porque estaban rodeadísimos de gente, amigos y desconocidos, en un lugar más que público, atestado. Quería dejar de besarla y decir alguna frasecita ingeniosa de las suyas... pero así estaba bien. Tenía muchas ganas de besarse con ella, de pegarse a ella, de tocarla, llevaba aguantándose desde que la vio con ese vestido y ahora que tenía la oportunidad no la iba a desaprovechar hablando, ya hablaría luego. Efectivamente, perdió la noción de la realidad, porque en un momento determinado se separó de sus labios y el Marcus prepotente quiso salir a flote, dejando escapar una sonrisa sobrada y diciendo. — Somos la envidia de... — Y miró alrededor, y frunció el ceño, interrumpiendo su discurso. Dejó de bailar automáticamente y, de repente, sintió como si les hubieran abandonado en mitad de un lugar desconocido, como si se hubiera aparecido a su alrededor una realidad que antes no estaba ahí. Miró varias veces a los lados hasta que determinó lo que creía que había ocurrido. — Alice... creo que los demás se han ido sin nosotros. —

 

ALICE

— Para ti. — Susurró con un suspiro al notar las caricias de Marcus. De hecho, el roce de sus labios, al hablar, con su cuello… — Y tanto que lo eres. Y cómo sabes ponerme nerviosa tú a mí también. — Siguió con la broma, pero con la cabeza llena de bruma del alcohol y perdida en el roce de su novio. — Pero no negaré que me encanta ponerte al límite. — Y volvió a cortársele la respiración al notar las manos de Marcus subiendo su falda. Le debían haber cambiado al novio sin darse cuenta porque su novio no haría eso delante de la gente ni de casualidad. Pero no pensaba quejarse, de hecho, se rio un poco, simplemente disfrutando y diciendo. — Te convierte en un mago sabio y tremendamente atractivo al que me gustaría hacerle muchas cosas… — De hecho, en aquella postura, y mientras sentía sus besos por su piel, se sonrió recordando. — ¿Te acuerdas de cuando estábamos así en el baño de prefectos…? — Sabiendo que activaría esos mismos recuerdos en su novio, encendiéndole del todo. 

Pero si algo le había pegado a Marcus (y más a ese Marcus atrevido y calenturiento que el alcohol había sacado a flote) era que siempre quería más. Le besó como si le diera el aire que necesitaba para respirar, como si llevara años sin hacerlo, porque las sensaciones de su cuerpo y su mente ahora mismo eran muy distintas a cuando estaba sobria, y todo se amplificaba y se vivía de una manera diferente, y ella solo podía pensar en perderse en los besos y los brazos de su novio, notando cómo buscaba pegarse más a él, sentir sus cuerpos más cerca, rozándose. Notó que se separaba, y ya estaba ella pasando un poco de lo que dijera y levantando la cara para seguir besándole cuando… se dio cuenta de lo que le decía. Miró a su alrededor y contuvo una risa. — Qué fuerte. Nos han abandonado. — Se rio un poco y miró a los que quedaban por allí. — Bueno, parece que no solo es que cuando estamos así solo nos veamos el uno al otro, es que todo el mundo pasa. — Tiró de la mano de su novio con un suspirito. — Vamos a buscarlos, anda, todo sea que se pierdan todos menos nosotros. — Terminó con un piquito a su novio. — La noche es muy larga, mi amor… Ya encontraré la manera de escaparme contigo. —

Salieron del bar francés, y tardó un poco en localizarlos, pero después de tres bares, todos iban un poco perjudicados, igual que ellos, así que les fichó a tiempo para verles entrar en uno que irradiaba luz y color. Nada más llegar, aferrando fuertemente la mano de Marcus, empezó a fijarse en todo como si estuviera alucinando un poco. — ¡Wow! Qué animación, ¿qué es esto? — ¡La feria, querida! Es España, vaya ojo tiene el amigo Cedric. — Eh, que se lo he sugerido yo, que me voy con Donna dentro de nada. — Se quejó Andrew. — ¡OLE MI CAPITÁN! — Dijo Donna, apareciendo del brazo de Cedric, ambos con sendas flores en la cabeza y con una jarra de un líquido que parecía vino blanco y un montón de vasitos. — ¿Eso qué es? — Ni idea del nombre que ha dicho el de la barra, pero he probado un traguito y esto es néctar de dioses. — Alice cogió un vasito y se lo acercó a la nariz. — Oh, oler huele bien. — Se lo bebió de un trago y se relamió. — Wow, pruébalo. — Dijo cogiendo otro para Marcus y dándoselo, cuando se dio cuenta de que todos estaban mirando. — ¿Qué? — Venga ya, os hemos tenido que dejar en el francés porque cualquiera os decía algo, y no digo nada de acercarse, porque con los tentáculos que tenía mi amigo por ahí, miedo tenía de que me arrancara la mano. — Dijo Sean picajoso. Ethan entornó los ojos después de beberse de un trago el vasito. — Yo había propuesto quedarnos a ver el espectáculo, pero chica, no han querido. Y la única que suele apoyar estas cosas es la Oly y aquí no está, otra que se ha perdido, pero más discretamente. Oye, echa un poco más de eso, Donnita linda, me ha gustado. — Dijo poniéndole el vaso. — Venga, anda, explica el reto de este. — Dijo Darren con una risilla maliciosa. — ¡Os lo explico yo! — Saltó Cedric. — Este está prefecto desmelenado también. — Dijo Lex señalándole. Ay, qué bien, todos contentos y haciendo comunidad, Oly estaría encantada con las auras si no estuviera por ahí, liándose con Kyla probablemente. — ¿Veis eso? — Dijo el chico, señalando un recinto cercado. — Ahí hay un espectro de un toro y tenéis que hechizarlo como mejor creáis para reducirlo. Pero cuidado, que es duro, un Desmaius flojito no va a valer. Os va a perseguir por ahí, tenéis que evitarle, sea corriendo o con magia, pero si os atraviesa no os pasará nada, solo os dejará una enorme mancha roja en el lugar por donde ha pasado. — Alice se sentó sobre una de las mesitas de colores y cogió otro vasito, moviendo el pie y la mano al ritmo de la música. — Yo en este me quedo aquí, muchas gracias. — Dijo significativamente. — Y tú también vas a pasar de burradas ¿verdad, mi amor? — Dijo mirándole con ojitos de cordero degollado.

 

MARCUS

Con lo bien que estaban, se había metido en una pompa maravillosa en la que solo estaban su novia y él bailando, besándose y acariciándose, y la poca capacidad de pensar que tenía la empleaba en fantasear con esas ideítas que su novia le lanzaba. Pero claro, cuando se vio solo, de repente sintió que había perdido la conexión con el grupo, y encima ese espectro que iba y venía seguía bailando por allí y riéndose con esa risa hueca y escalofriante, y él solo podía mirarla de reojo mientras trataba de pensar dónde podían haber ido los demás. Para una vez que salía de fiesta no quería perderse. Y vale, sí, estaba a solas con Alice, que era lo que deseaba. Pero prefería estarlo bajo sus condiciones, no en una discoteca perdido de su grupo. Se la iban a pagar.

Recibió el piquito y puso una sonrisita, regalándole otra mirada de las que ya le había echado varias esa noche, siguiendo a su novia hasta el final del bar francés y en busca de los demás. Les encontraron tras mirar en varios, y justo al entrar en el que precisamente estaban abrió los ojos como platos. Podía jurar que no había visto tantos colorines diferentes en su vida, y la música era muy alegre, pero no alegre al estilo irlandés, sino... un alegre que no sabía describir. Seguía alucinando cuando Ethan les sacó de dudas: estaban en el bar de España. Al final iba a ser cierto el estereotipo de que eran todo alegría, ¿estaría el país tan lleno de colorines como esa sala? Bueno, como bien decía Andrew, Donna y él iban a viajar ese verano, así que ya les preguntaría. Se le escapó una risa un poco tonta y le dijo a Alice. — Me gusta este sitio. — Estaba un poco embobado por los colores y la música, claramente, porque el elegante y sobrio Marcus no habría encontrado tan atractivo aquel lugar de normal. — Podemos añadirlo a la lista de viajes. — Ya se le había olvidado el mosqueo porque les hubieran dejado tirados. Ahora lo que tenía era mucha curiosidad por saber cuál iba a ser la bebida típica de allí... Curiosidad solo, claro, como buen Ravenclaw, que él siempre quería aprender. Ah, y el reto. Sí, por eso también tenía curiosidad. Ya le iba tocando ganar algo.

— Eh ¿de dónde has sacado eso? — Preguntó, señalando la flor que Donna llevaba en el pelo. La chica posó con una sonrisita y dijo. — Me la han dado porque tengo "mucho arte". Eso ha dicho el de la barra. — No sabemos lo que significa porque lo ha dicho en español, pero intuimos que es bueno. — Aclaró Cedric. Marcus hizo un gesto con la mano. — Pues si alguien tiene que llevar una flor consigo es mi Alice, mi reina de las plantas. — Esta cada vez tiene más títulos. — Se burló Hillary entre risas. Él seguía tratando de ver dónde regalaban las flores cuando Alice le puso un vasito diminuto delante de las narices. Olía dulcecito, y a Marcus le encantaba el dulce, así que seguro que le gustaba... Vaya, también llevaba alcohol. Bueno, qué se le iba a hacer, al parecer en esos sitios todo lo que vendían tenía alcohol, ¿pero qué iba a hacer? ¿No disfrutar de su cumpleaños? No, no, no, él había prometido ir a por todas, y a por todas iba. — Oh, sí que está bueno. — Se lo terminó de un trago. — Joder con el prefecto O'Donnell, es una esponja. — Comentó Andrew, riendo y con un toque asombrado. Lex, que como siempre aparecía por allí como un fantasma, chasqueó la lengua y dijo monocorde. — Lo que le pasa es que es un tragón. Creo que toda la familia temía el día que le diera por beber porque iba a tener el mismo límite que con todo lo que come y bebe: ninguno. — Os veo hablando mucho y consiguiéndome pocas flores. — Se quejó. Y sabía que tenía más motivo de quejas... pero ahora no caía. Es que en ese sitio tan colorido no se podía estar de mal humor.

El que sí parecía de mal humor era Sean, aunque pilló solo el final de su perorata, justo cuando le pareció que se refería a él. Cuando habló Ethan, captó a lo que se referían. — ¡Ah, eso, de eso quería quejarme! — Dijo señalándole, como si alguien (aparte de Lex) pudiera saber en lo que él andaba pensando. — ¡Os habéis ido sin nosotros! — Sí, se te veía muy triste. — Respondió Donna con tonito, levantando varias risas. Marcus se puso muy digno. — Pues que sepáis que no estábamos haciendo nada indecoroso ni que... — Ay, por Dios. ¿Pero para qué le tiráis de la lengua? — Dijo Lex, pero Marcus siguió. — Lo que veíais en esa pista no era más que la expresión del más puro amor, entre dos cuerpos que se desean... — ¡Joder, tío! ¡Sin detalles! — Irrumpió Sean. Nada detenía a Marcus ya. — Y dos almas complementarias que se buscan y se aman. Alquimia de vida, algo digno de ser vivido. — Que ahora resulta que al O'Donnell borracho le gusta que le miren. Es que me caigo muerta, vamos. — Pronunció Ethan, y Darren estaba a carcajada limpia y estruendosa, mientras los otros se debatían entre si reírse, quejarse o burlarse de él. Marcus estaba más que seguro de su discurso y de ahí no se pensaba bajar. 

Ethan empezó a explicar el reto y Marcus miró al supuesto toro con los ojos entrecerrados, pensativo. Vale, iba a ganar ese reto. ¿Por qué ese en concreto? Porque... sí. Llevaban ya tres bares y no podía ser que no hubiera ganado todavía y ese le había gustado. Lo del toro... parecía peligroso. Pero solo era un espectro, no le iba a hacer nada. Si había podido bailar con una, podía sortear a esa cosa. Notó que Alice le hablaba, pero él seguía mirando el ruedo. — ¿Hm? — Preguntó, distraído, y Lex hizo un ruido de garganta y, con una risa de fondo, se giró a Darren. — Alguien ha entrado en modo obcecado. — Darren rio con él y su hermano se cruzó de brazos y le espetó. — Eh, genio, tu novia intenta... — ¿Dices que vale cualquier cosa mientras no te atraviese? — Preguntó, sin salir de su concentración ni dejar de mirar al espectro. Ethan arqueó las cejas y apoyó un brazo en su hombro, susurrándole meloso. — Cualquier cosa, mi excelso prefecto. ¿Es que vas a intentarlo... torero? — Le dejó caer, levantando varias risillas. Marcus no estaba prestando atención a Ethan. Iba a parar a ese toro. Empezaba a verlo nítido en su mente. 

— ¡¡YO VOY PRIMERO!! — Ay, Peter, ¿pero tienes plan? — Preguntó Poppy, pero el otro ya estaba saltando al ruedo. — ¡¡Pero que había una puerta!! — Señaló Sean con ambas manos, pero nada, Peter a lo suyo. Lo que intentó con el toro fue un espectáculo digno de ver. Marcus estaría retorcido de la risa, como estaban los demás, si no fuera porque estaba fuertemente obcecado en trazar un plan sin fisuras. — ¡¡TORO!! ¡TORO! ¡PETRIFICUS TOTALUS! — No sirvió de nada. El toro le impactó y Peter rodó por ahí, pero se volvió a levantar. — ¡PÁRATE! ¡EXPELLIARMUS! — ¿Pero de qué vas a desarmar al toro, ricura? — Le bramó Ethan, casi sin poder hablar, porque estaban todos llorando de la risa, Donna estaba prácticamente en el suelo. — ¡ESPERA ESPERA, QUE LO TENGO! ¡OLE EL TORO! ¡ARTE DE TORO! — ¿¿Pero qué haces, Bradley?? — ¡YO QUE SÉ, HABRÁ QUE HABLARLE EN ESPAÑOL O ALGO! — Pues no, porque el toro le volvió a revolcar. — ¡LEX! ¡PRÉSTAME LA ESCOBA! — ¿De dónde me saco yo la escoba, tío? — Ni pudo responder, porque Peter se llevó el cuarto revolcón del toro. — ¡Ay, Peter, por Dios, salte ya! — Le bramó Poppy, que medio se reía medio estaba con preocupación real. Lo intentó una vez más, pero ya se ve que cinco embestidas fue todo lo que consideró oportuno soportar antes de rendirse y se salió del ruedo. 

— Yo paso, yo ya tengo una victoria. — Dijo Cedric entre risas, sin poder ni beber del vaso de vino porque no paraba de reír, como todos los demás. Marcus seguía muy callado y concentrado. Darren fue el siguiente en hablar. — Yo me da que de este vamos a pasar todos. — Voy yo. — Cortó Marcus. Todos se giraron a él, callados durante un segundo, pero enseguida empezaron las risillas. — Tío, ¿tú? ¿Tú te vas a enfrentar a un toro? — Preguntó Sean, que pretendía sonar bromista pero tenía un velo de preocupación de verdad. De hecho, se le fue la sonrisilla de la cara y preguntó más serio. — Es coña ¿no? — Se puso de pie, levantándose del taburete alto en el que estaba apoyado. — Mi reina va a ver cómo soy capaz de honrarla. — Dijo mirando a Alice, tras lo cual añadió. — Guardadme esto. — Dejando el vaso en la mesa con un golpe seco. Agarró dicho taburete y se lo llevó arrastrando hasta el ruedo. Oía de fondo a sus amigos preguntándose qué clase de conexión se le había torcido en la cabeza, pero él tenía un plan, e iba de cabeza a él. 

Entró en el ruedo y colocó fuertemente el taburete delante de la entrada. — ¡EH! — Bramó, y el toro se volvió. — Ya vengo de bailar con otra como tú. Venga, persígueme. — Lo provocó. El Marcus sobrio (porque claramente ahora no lo estaba) se habría llevado las manos a la cabeza con eso. Pero el Marcus actual no solo estaba embotado por el alcohol: estaba deseando demostrar lo que era capaz de hacer. Y un Marcus venido arriba nunca sabías por dónde te podía salir. El espectro echó aire por la nariz, frunció el ceño y, tras enfocarle levantando arena del suelo, arremetió contra él. Pero Marcus ya había empezado su estrategia. Varita en mano, había apuntado al suelo y había empezado a correr, empezando por el taburete, por el perímetro del ruedo, haciendo un cerco en el suelo con la misma. Cuando vio que el toro estaba peligrosamente cerca, le apuntó con la varita y gritó con todas sus fuerzas. — ¡PROTEGO! — El toro impactó violentamente contra su escudo, cayendo hacia atrás, y Marcus retomó su tarea de continuar el surco en el suelo. Iba por la mitad del ruedo cuando el espectro se había recuperado, se había vuelto a poner de pie e iba, aún más furioso, a por él. — ¡PROTEGO! — Misma estrategia y mismo resultado: el toro salió despedido, gruñendo, hasta el centro del ruedo, y él volvió a dibujar en el suelo. Lo mismo ocurrió, una vez más, cuando estaba a punto de llegar al lugar de inicio, donde le esperaba el taburete. — ¡PROTEGO! — Y, de nuevo, su escudo le defendió del ataque. 

Llegó hasta el taburete. Ahora quedaba la parte más complicada. Jadeando por la carrera y el esfuerzo, desde su posición, se concentró todo lo que pudo para dibujar las líneas internas del círculo, mientras el espectro, aún en el suelo, se recuperaba del último golpe y trataba de localizar donde estaba ahora su objetivo. Estaba terminando el dibujo cuando el toro, embravecido, corrió hacia él una vez más. Apenas le faltaba una línea, y la dibujó a lo justo. Nada más terminarla, en apenas un segundo y con el toro a punto de llegar hasta él, agarró el taburete y lo lanzó al centro del círculo, cerrando las manos acto seguido. Tan pronto el mueble de madera impactó contra el suelo, un fulgor hizo brillar todo el círculo justo a tiempo, cuando el toro ya se acercaba al límite, y el taburete desapareció, apareciendo en su lugar una enorme jaula de madera que cercaba todo el espacio que él había dibujado en el suelo, y que hizo al toro estamparse una vez más, pero esta vez contra los barrotes. Toro enjaulado y él fuera de peligro. — MENUDA. PUTA. PASADA. — PERO QUÉ COJONES. — Oyó gritar a dos de sus amigos. Dio un último jadeo satisfecho y se giró hacia el público, victorioso, haciendo una pronunciada reverencia. — EMPERADOR DE MI VIDA, VAMOS. — Gritó Ethan. Marcus se irguió de nuevo y, mientras se dirigía hacia donde estaban los demás, el otro dijo. — Señor alquimista, puede usted decidir nuestro próximo destino. — Marcus miró a Alice, arqueó las cejas y, chasqueando los dedos, levantó los brazos e hizo un bailecito para decir. — Nos vamos al Cariiiibeeee. —

 

ALICE

Asintió, loca de contenta, cuando Marcus dijo que quería ir. — ¡Y yo! ¡Qué alegría, qué luz, qué jolgorio! Mira si tienen hasta imitada la luz de la tarde por un hechizo de techo. — Dijo señalando al fondo del bar, donde una ciudad se dibujaba contra el cielo con un color anaranjado. — Apuntadísimo queda para la lista de viajes. — Y, por supuesto, tuvo que hacer un sonidito adorable cuando Marcus empezó a pedir flores para ella. Le miró sacando el labio inferior. — Aw, no te preocupes, cariño mío, yo siempre llevó una flor conmigo. — Le aseguró con tono tierno.

Se tuvo que reír con lo que dijo Lex de que les daba miedo que bebiera como comía, y se tapó la boca para reír. — Dale tiempo, yo creo que entre eso y los genes irlandeses se irá acostumbrando al alcohol. — Ladeó una sonrisita y le miró. — Además, se pone muy atrevido él cuando ha bebido un poquito… — Y se chocó con el costado de su novio ligeramente. — Típica información que no necesitamos para nada, cuñada. Y lo de un poquito, en fin... — Aseguró Lex, dándole un sorbito pequeño al vino dulce aquel y poniendo cara de asco. — Te va más lo amargo ¿eh? — Lex paladeó sin relajar el ceño. — Pues mira, sí. — Y acto seguido, señaló a Marcus. — El que parece que está un poco amargado es él. — Alice se giró y centró la atención en el discurso de su novio. Tuvo que contenerse muy mucho de no reírse en su cara cuando lo definió como alquimia de vida y defendió que se estuvieran dando el lote en público con esa serenidad. Se agarró a su brazo y se limitó a decir. — Bien dicho, mi alquimista. — Qué cantidad de títulos, ¿cómo se acuerdan? — Dijo Donna. — A mí lo que me flipa es esa habilidad de salir del paso con dignidad, que creo que O’Donnell ha adquirido de Gal. — Le contestó Andrew, rodeándola con el brazo. Ella como toda respuesta hizo un gesto con la mano y dijo. — Envidias. — Y ahora es ella la que suena como Marcus, esto no tiene fin. — Se quejó su amiga. — Como buen círculo alquímico. — Contestó Alice señalándola y guiñando un ojo. 

Obviamente, el primero para ofrecerse a esa locura de reto fue Bradley, nadie esperaba lo contrario. — Pops, mejor que dejes de preguntarle por un plan de ahora en adelante, vas a vivir mejor. — Su amiga negó y suspiró. — Mira, mientras no pida la escoba… — Mucho se había adelantado Poppy. Por supuesto, Peter se había lanzado sin un plan, y el toro estaba haciendo lo que quería con él. Había agotado todas las armas de un Gryffindor, a saber: Desmaius y Expelliarmus, y ya había recurrido a hablarle en lo que él consideraba español y, finalmente, a la escoba. Increíble. Al menos estaban todos muertos de risa.

Hasta que oyó a su novio que iba a hacerlo él, que se le cortó la risa de golpe. Se giró y le miró muy seria. ¿Marcus contra un toro? A ver, que no era real, pero… — Mi amor… — Pero estaba tan ilusionado que le dio un poco de pena cortarle la ilusión, así que cuando se refirió a ella como su reina, simplemente sonrió y dijo. — Claro que sí, mi vida, yo te doy todo mi apoyo. — Y mientras se alejaba al ruedo, Darren hizo una pedorreta. — Menos mal que va más tostado que en toda su vida, si no, habría detectado la mentira en tu voz. — Alice le hizo una pedorreta y centró su atención en la cerca. A ver, era Marcus, tenía un plan, siempre tenía un plan. — ¿Marcus tiene algún plan? — Preguntó Poppy. — Eso espero. — Contestó preocupada. Mierda, tenía que haber sido más segura diciendo “pues claro, mujer, ¿cuándo no tiene Marcus un plan?”. Además, era un espectro… No podía hacerle nada… ¿verdad?

La cosa es que, una vez en el cercado aquel, realmente parecía tener un plan. Los Protegos de su novio eran buenos, pero necesitaba hacer ALGO contra el toro, porque era un espectro, no se cansaba. Oh, así debía sentirse Marcus cuando ella duelaba. Pero entonces, se dio cuenta de que estaba haciendo algo… Espera, espera . Se puso de pie sobre la mesita para verlos desde más alto, y de repente lo entendió. — ¡DALE, CARIÑO! ¡ES TUYO! — ¿Cómo no lo había visto antes? Marcus siempre usaba la alquimia para todo. Cuando transmutó el taburete ante sus ojos, dio un salto gigante. — ¡SÍ! ¡SÍ! ¡ESE ES MI REY DE RAVENCLAW! — Eso se lo debe decir en la cama también. — La picó Darren. — Calla ya, Darren, que bastante tengo con que no se me caiga. — Dijo Lex, que tenía los brazos abiertos a su alrededor a modo de precaución.

Pero no hubo precaución que valiera cuando su novio llegó. Se lanzó a sus brazos y le dio un fuerte beso. — ¿Cómo puedes ser tan genial? Eres todo inteligencia, vida mía, eres el mejor alquimista que hay. ¡Eres el mejor! — Sean suspiró. — Tenía que haberlo hecho yo. — Te hubiera llamado estúpido loco, te prefiero aquí conmigo. — Le aseguró Hillary con una sonrisa. Bien por las inseguridades de Sean. Luego rio y movió ella también sus caderas, en aquella broma que tenían desde los trece años. — Al Cariiiiibe. — Ethan les rodeó a ambos y dijo. — ¡Cómo saben mis golfas! ¡Venga, todos para allá! — 

El bar del Caribe molaba muchísimo, y Alice hubiera pretendido quedarse toda la noche ahí, si le hubieran dado a elegir. Olía superrico (a piña, coco, crema de sol, pescadito a la parrilla, lima), había arenita y la barra y los asientos eran de caña, era talmente como estar ante el mar, con la luz del día también simulada, y antorchas alrededor. Tenía hasta los soniditos de la jungla que se simulaba detrás. Volvieron a sentarse todos juntos y, por supuesto, Ethan apareció con la bebida. — Piña colada, pero quien quiera puede pedir combinados, que aquí son divinos. — Ella se lanzó a la piña colada porque estaba buenísima y lo sabía, menudo peligro tenía eso también. — Venga, cuál es el reto, que este no se le resiste a un Hastings. — Dijo Sean, dejando el vaso de golpe en la mesa. Ethan señaló una zona con mesas de caña y cocos volteados. — Esos cocos se iluminan, haciendo las notas de una melodía. Tú la tienes que memorizar y replicarla. Por cada fallo, ya sabes. — Peter se apoyó en el hombro de Poppy. — Yo después de beberme media jarra de eso de España por el revolcón del toro, voy a pasar. — Yo voy contigo, Sean. — Dijo Alice enganchándose de su brazo. — Verás, ahora va a ser reina de los cocoteros, también. — Total, me encanta la piña colada, si pierdo, me da igual. — Y sí, más le valía, porque con la que llevaba encima y el nublado del calentón de antes, debía estar tocando el himno del mismísimo Satanás porque no acertaba un coco. Eso sí, estaba muerta de risa con su amigo, tanto que ya se caía encima de la mesa. — ¡Alguien que tenga un poquito más de sentido musical que yo y quiera sustituirme, por favor! — Dijo terminándose el chupito de piña colada.

 

MARCUS

El toro no le había llegado a embestir, pero su novia sí. Le encantaba que se lanzara hacia él de esa forma, siempre la recogía en sus brazos y la besaba de vuelta... Pero debía venir aturdido por el esfuerzo o algo porque sintió como si le hubiera impactado una bola de demolición que casi le tira al suelo. Porque claro, Marcus no contaba con que el mareo pudiera venir del exceso de alcohol. — Soy el hombre más inteligente del mundo porque soy el sol. — Aseguró firmemente, besando de vuelta a su novia y con la seguridad de que esa frase tenía muchísimo sentido. Le había sonado gloriosa. Habría que ver si al día siguiente le sonaba igual.

Se dirigieron al bar del Caribe, tal y como él había elegido, e iba sacando pecho el primero del grupo (bueno, a la par de Ethan, que era el que guiaba) ya que había sido quien lo había elegido. Y porque ya no le dejaban más atrás. El orden de los bares estaba siendo elegido con muy buen criterio porque eran mucho mejores a cada cual que iban. — ¡Sí, combinados! — Celebró, como si él tuviera la menor idea de lo que era un combinado. Se giró al público y dijo. — ¡Eh! Este bar lo ha elegido el alquimista O'Donnell. — ¡Vaya! Ya no es el prefecto O'Donnell. — Se burló Sean, pero Marcus se vino aún más arriba. — Siempre seré vuestro prefecto peeeeeero eso ya es cosa del pasado. Por si no habéis visto el grandioso espectáculo digno de ser vivido... — ¿De Alice y tú liándoos? — Ese os lo habéis perdido por iros. — Contestó a Donna, y retomó su hilo. — Del gran alquimista O'Donnell cercando a un toro embravecido. — Un espectro de toro embravecido. — Sí, un espectro pero tú no te has enfrentado, me he enfrentado yo. — Y era difícil ¿eh? Te lo digo yo, ni hablándole español, tío. — Aportó Peter. Marcus volvió a retomar. — La alquimia... Emmm... — Ah, maldita sea. Le habían interrumpido tantas veces que ya no sabía lo que estaba diciendo. Sacudió la cabeza. — ¡Que este rey de la alquimia se merece un combinado porque la alquimia es la combinación de esencias vivas en su más pura versión de la magia que...! — Que sí, guapo, que sí, que te pidas lo que quieras. — Le dijo Ethan entre risas, palmeándole el hombro. — ¿Tienes alguna idea? — Marcus ojeó los paneles con cócteles que tenía delante, concentrándose mucho. La verdad era que... no. Le sonaba todo igual. — Puede que me deje aconsejar. Es virtud de un hombre sabio aceptar opiniones diversas. — Ethan dio un muy sonoro y profundo suspiro y empezó a explicarle qué llevaba cada uno, pero la mirada de Marcus se posó en el que llamó claramente su atención, interrumpiendo la explicación del otro. — ¡Ese! — Señaló exageradamente, como quien divisa tierra después de llevar meses en un barco. — ¡Ese quiero! — Total, que me has hecho explicártelo todo para que al final te pidas el azul. Pero mira, eres tan mono borracho que me da hasta igual. — Marcus alzó un índice. — ¿Crees que alguien borracho habría hecho lo que he hecho yo en ese ruedo? — Bueno, tenemos ya epopeya servida para toda la vida. — Rio Sean a su alrededor, que se acababa de pedir una piña colada. Marcus chistó. — Qué poco original eres, Hastings. — ¡Me he pedido lo mismo que tu novia! — Pero ella lo ha pedido porque sabía que yo iba a pedir otra cosa y así podíamos los dos probar de las dos, de la nueva y de la tradicional. — Se lo estaba inventando sobre la marcha, pero por increíble que pareciera, el Marcus borracho aún podía soltar más palabrería. 

Sean, claramente pretendiendo emularle porque la sombra de Marcus había resultado tremendamente alargada tras su exhibición en el bar español (menos mal que él solo se lo decía todo), pidió el siguiente reto e Ethan se puso a explicar. Como él ya había ganado su reto, se sentó en el taburete de la barra con su maravilloso cóctel azul, que estaba buenísimo por cierto (venga ya, eso no podía llevar alcohol, si estaba superdulce. Tenían que ir más a ese sitio. Y al español. Al francés no. No le gustaba la espectro esa), riendo con Alice, Sean y los demás y con la prueba de los cocos, muy tranquilito. Hasta que alguien se le puso a su lado. — Menuda pasada lo de antes. Ha merecido la pena venir solo por verlo. — Miró solo de soslayo, porque había reconocido la voz de Eunice. Se le borró la sonrisa del semblante, pero siguió pendiente del juego de Alice y sus amigos, sin mirarla. Esto no detuvo a la chica de seguir hablando, ni de arrimarse más a él, con una sonrisilla maliciosa. — Sí que vas a ser un alquimista espectacular... No me extraña que esta prueba te sepa a poco. Pero claro, es que a lo que tú llegas, no llega todo el mundo. — Dio un sorbo a la pajita que le habían puesto a su copa. Sin comentarios. Estaría embotado por el alcohol y la euforia, sí, pero aún detectaba un tirito hacia Alice, porque para Marcus, Alice siempre estaba en referencia. Hubo un silencio, en el que ambos se quedaron el uno al lado del otro mirando la prueba de los cocos. En una tensión palpable.

Hasta que Eunice volvió a hablar. — Qué elegante viene hoy tu novia. — Se mojó varias veces los labios. Hasta ahí, hasta ahí pensaba aguantar. No iba a consentir faltas de respeto a Alice, porque sí, había detectado el fuerte sarcasmo, la sonrisilla y el tono despectivo con el que lo había dicho. Eunice tendría mucho dinero y el estilo de las clases altas, o eso creía ella, pero la elegancia no la conocía en absoluto, y no iba a consentir que pusiera en entredicho la de Alice. Peor para ti si no te gusta su vestido, porque yo llevo con ganas de arrancárselo desde que se lo he visto , pensó, en un tono que claramente no usaría sobrio, pero pensarlo, en el fondo, por muy protocolario que fuera en apariencia, lo pensaba hoy y lo había pensado más de una vez en su historia con Alice, solo que ni muerto iba a reconocer algo así con alguien que no fuera con ella y una vez la relación se había formalizado. Sea como fuere, no había dado respuesta a Eunice... aún. La chica estaba con mirada y sonrisilla de suficiencia, de brazos cruzados y mirando con superioridad a Alice, mientras furtivamente le dedicaba una caída de párpados a él. — ¿Sabes, Eunice? — Dijo al fin, y pudo notar a la perfección como esta, si bien disimuló todo lo que pudo, se inquietaba ante la respuesta. ¿Esperanzada, quizás? Muy tonta debía ser. Mientras se levantaba del taburete y se metía una mano en el bolsillo para buscar su cartera, llamando con la otra al camarero, añadió. — Yo también me alegro de que hayas venido esta noche. — Pidió una copa de piña colada, dejó el dinero en la barra y, tras hacerlo con un golpe seco y decidido, la miró y dijo. — Así puedes comprobar cómo no me liaría contigo ni borracho. — A Eunice se le cambió el semblante por completo por el impacto del corte, pero Marcus le mantuvo la mirada el tiempo que tardó en coger su copa y la que acababa de comprarle a su novia y marcharse de allí. 

— ¿He oído reina del Caribe? — Pues has oído mal o se te ha roto el tímpano, porque vamos. — Dijo Darren, secándose las lágrimas. Marcus le tendió la copa a Alice. — Toma, mi amor. La primera de las muchas que nos vamos a tomar cuando vayamos. Un chupito ha debido saberte a poco. — ¡UUUUUUUHUUU! — Como un torrente había entrado Oly por la puerta, abriendo mucho los brazos y gritando. Era imposible tener el pelo de más colores diferentes. — ¡UUUUUUUHHHHH MIS AMIGOOOOS! ¡No os encontraba! ¡TENEMOS QUE IR A UN BAAAAAR SUPERCHUUUUULIIIIIIIIII QUE ES DE ESPAÑA! — ¡Venimos de allí, hermosa! ¿Y vosotras? Porque aquella tiene todavía hasta las gafas empañadas. — Dijo Ethan señalando a Kyla y levantando carcajadas a su alrededor. Oly dio una palmada en el aire. — ¡Qué dices! ¡Pero si no os he visto allí! Solo he visto un pobre torillo ahí pegándose cornadas contra una jaula de madera... — ¡¡¡HABÉIS SIDO TESTIGAS DE LA OBRA DE...!!! — Ay, por Dios. — Suspiró Hillary, porque Marcus ya había subido los brazos y estaba bramando en toda su grandilocuencia. — ¡¡¡EL GRAN ALQUIMISTA MARCUS O'DONNELL!!! — ¡¡NOOOOOO!! — LO QUE OYES. — ¡¡Y NOS LO HEMOS PERDIDO, KY!! — Ya habrá otras ocasiones. — Respondió la ex prefecta, y Andrew soltó una carcajada. — Me da que Kyla no cambia una experiencia por la otra. — Ay, gracias, Andrew, cariño, le he hecho eso que... — ¡¡¡Oly, por favor!!! ¡No me saques otra vez el tema! — Se azoró el chico, quitándose rápidamente de en medio antes de que Oly empezara a detallar prácticas sexuales. — ¿Tú quieres verme, Oly? Voy y lo repito. — No, no, no, no, rey de muchas cosas, nada de repetir bares. ¡Venga, siguientes con los cocos! — Pidió Ethan. Como ya iban a ir otros a jugar, Marcus se acercó a Alice y puso meloso la mano que tenía libre en su cintura. — ¿Me dejas probar? — Preguntó, señalando la piña colada con un gesto de la cabeza y poniendo una sonrisa tontorrona. — De tu cóctel. O de lo que tú quieras. — Le ofreció su propia copa. — Yo te dejo probar... de mi cóctel. O de lo que tú quieras. —

 

ALICE

Asintió, sacando los morritos. — Claro, cariño, los cocos se ponían de montón de colores, eso debía ser que los estaba tocando divinamente. — Sí, sí, seguro que es eso, cuñi. — Dijo Darren muerto de risa. — Si siempre se ponen rojos, Alice, es que no das una. — Pues no sé por qué, es un color muy alegre, en el bar de España hubieran estado de acuerdo conmigo. — Dijo ella, encogiéndose de hombro y sacando el labio inferior. Lex se rio y la señaló. — Rectifico lo que ha dicho Donna, sabes que va borracha ya cuando habla como Oly. — Ella hizo una pedorreta y rodeó la cintura de su novio. — Envidia que tenéis. — Cogió la copa de piña colada que le ofrecía Marcus con una sonrisa, y le pegó un traguito (bueno, igual no fue un traguito, sino un trago con todas las letras), y miró a Marcus con adoración. — No puedo esperar. — Estaba como loca por empezar todos sus viajes. — ¡Mira, hablando del diablo! — Señaló Darren a la entrada triunfal de Oly. 

La chica venía a tope, como siempre, de hecho, Alice ya no sabía si es que iba colocada todo el tiempo, o es que Oly era así ya sin más. Se le escapó una carcajada con lo del bar de España, porque la verdad, siempre había quien estaba peor que tú. Dio un botecito en su sitio cuando su novio se vino arriba, porque había hablado muy alto, muy cerca y muy de repente, lo cual causó las risas de sus amigos, pero ella lo recondujo uniéndose a su entusiasmo. — Te hubiera encantado Oly, ha sido como ¡chum! — Exclamó, dibujando un círculo en el aire, imitando el que había hecho Marcus. — Y ¡chum! ¡chum! Y entonces ¡paf! Tira el taburete y enjaula al bicho, increíble. — Oly la iba siguiendo como si estuviera viéndolo en directo, pero los otros estaban muertos de risa. — Mucho cachondeíto, pero aquí ninguno se ha enfrentado a ello. — Pero ellos seguían en sus trece, igual es que no sonaba tan autoritaria y firme como ella creía. Eso sí, Oly, siendo Oly, se encargó de cambiar el foco de las risas hacia Andrew y ella, con aquellas afirmaciones que hicieron que se tapara la boca y mirara a Kyla de reojo, pero su amiga no parecía afectada en absoluto por las declaraciones de la exprefecta. Sí que debía ser bueno eso que hacía. Y eso le recordaba que había unas cuantas cosas que Marcus y ella también hacían… Uf, la niebla de su cerebro cada vez era más espesa y ya distinguía los pensamientos muy malamente. 

Pero su novio debía estar pensando parecido, porque entre la bruma de sus pensamientos, distinguió perfectamente la sensación de Marcus agarrándola de la cintura y su tono al hablar. — Claro que te dejo, me has invitado tú. — Dijo llevando su copa a sus labios y mirándole, alzando las cejas. — A saber qué buscas tú con tan caballerosos gestos. — Retiró la copa y miró el combinado azul de Marcus, asintiendo. Total, ya… Lo probó y se relamió sin quitar los ojos de los labios de él. — Mmmm delicioso… — Y sin darse cuenta, ya estaba deslizando el dedo por el cuello de su novio y mordiéndose el labio inferior. Se pegó más a él y susurró. — Parece que nuestra actuación en el francés no ha tenido buen público, y yo soy Alice Gallia, siempre quiero más… — Dejó la copa en la barra y agarró las manos de Marcus para bailar al son de los alegres y sugerentes ritmos de la música, sin salir a la pista. — Así que ahora solo voy a bailar para ti, de verdad… — Se inclinó sobre su oído y metió la mano en su pelo. — ¿Qué más quieres probar de mí, mi alquimista? — Ya no sabía ni si sonaba sugerente o si realmente se estaba moviendo al ritmo de la música. — Porque yo lo que quiero es probar un reto contigo, sobre todo después de verte hacer esas cosas de alquimista como lo que has hecho con el toro… — Pasó las manos por detrás de su nuca y siguió susurrando. — Pero es un reto que no pueden ver los demás y que quiero que disfrutes solo tú… — Se separó y juntó su frente con la de él, sin dejar de moverse, para susurrar sobre sus labios. — Y así vamos practicando para cuando vayamos solitos al Cariiiiiibe… Y nadie pueda interrumpirnos… — Difícil de creer ahora, pero por lo menos aprovecharía cada cacho de la noche que tuvieran. — Pero tienes que encontrar un sitio donde podamos escondernos. — Terminó con tono ardiente, casi un gemido, de puras ganas que le tenía.

 

MARCUS

Se acercó a su novia, sin perder la sonrisilla ni la risita de fondo (se estaba riendo mucho porque estaba muy contento en el Caribe. Bueno, en el bar del Caribe. Ambientado en el Caribe. Él se entendía), y de nuevo rodeó su cintura y se pegó a ella para bailar, como estaban en el bar francés, solo que ahora con una música más sensual y alegre y un ambiente más luminoso, como si estuvieran en la playa. Si es que parecía de día. Entre el bar de España y el del Caribe y lo poco cansado que estaba, si le dijeran que era de día, se lo creería. Otra cosa que le tenía muy feliz y sin dejar de reír era ver a Alice así, tan contenta, dando botecitos, probando los juegos y hablando de esa manera tan graciosa. 

Tardó en pillar su primer comentario, porque estaba siguiendo el recorrido de la copa de la chica hasta sus labios, esperando que le diera permiso para probar la bebida. Puso expresión fingidamente ofendida. — ¡Cómo! Yo soy un caballero, don caballero el rey Marcus O'Donnell, alquimista. Ya me conociste así. No pretendo nada, está en mi naturaleza caballerosear. — Ya estaba empezando a inventarse palabras, pero en el cerebro de Marcus sonaban perfectas. Alice probó de su copa, pero él no había llegado a probar la piña colada, y continuaba siguiéndola con la mirada, y eso que los labios de Alice y esa forma de relamérselos le distraían. Por no hablar de ese dedito que se paseaba ahora por su cuello, y que le hizo mirar a Alice desbordante de deseo, anhelando besarla como si no lo hubiera hecho en la vida. 

Arqueó una ceja, pegando su cintura a la de ella para seguir el ritmo de aquel baile. — ¿Es que quieres público, Alice Gallia? — Tenía tantas ganas de besarla y tocarla que, honestamente, le daba bastante igual quién les viera. Si total, todos sabían ya que eran novios y que se besaban y se acostaban y eso, ¿qué más daba que solo lo supieran o que también lo vieran? Definitivamente, el Marcus sobrio no iba a pensar esto, pero el Marcus de ese momento estaba demasiado metido en el ambiente caribeño, festivo y relajado como para darle importancia a algo que ahora veía tan trivial. — Aaaahhh. — Respondió. Ah, vale, que lo que decía su novia era lo contrario, que para que no les miraran, pues mejor que no les miraran... Creía... haber entendido... No estaba seguro de haberse enterado. 

Lo que sí entendió fue lo que vino después. Esa forma de susurrarle, de enredar los dedos en su pelo y la pregunta eran clarificadoras hasta para alguien tan borracho como él (vale, sí, puede que estuviera un poquito bebido de más, pero él no había firmado con nadie en ninguna parte que no fuera a beber esa noche). Se mordió el labio y ladeó la sonrisa chulesca que solía poner. — ¿Te ha gustado? — Puso pose altanera. — Soy un gran alquimista... Hago cosas increíbles... — Al Marcus borracho también le gustaba que le engordaran el ego, al parecer. — Aahm, un reto solo para mí... — Le siguió el rollo. Sí, claramente ya se estaba enterando de por dónde iban los tiros. Bueno, lo había sabido siempre, pero... Bueno, eso. — Ahá. — Respondió, hipnotizado por la cercanía de sus brazos, con el corazón más acelerado. — Cuando vayamos al Caribe... nadie va a ser capaz de encontrarnos... — Se acercó a su oído y susurró. — Pienso buscar la mejor cabaña del mundo porque no vamos a salir de ella. — Aseveró. Y quizás para lo que se le ocurría que iban a hacer en esa cabaña no hacía falta irse tan lejos, porque podía buscar cómo hacerlo allí mismo. Ya estaba trazando un plan de huida a toda velocidad, de hecho.

Casi se le escapa un gemido a él también solo por cómo ella le hizo esa sugerencia. No hacía falta que se la repitiera dos veces. — ¿Ese es el reto? — Arqueó una ceja, mordiéndose el labio, devorándola con la mirada. — Yo nunca pierdo un reto, Alice Gallia. — Agarró decidido la mano de Alice y la arrastró de allí, en dirección a los baños. A ver, no se conocía el bar, no es como que pareciera tener muchos lugares ocultos, lo único que se le ocurría era eso. Pero no se le habría ocurrido a nadie más ¿no? O sea, la gente a los baños públicos no solía ir. Él lo evitaba todo lo que podía, al menos. Seguro que estaba vacío, además, ¿quién iba a usar un baño para eso? Buf, si es que estaba que se salía esa noche, lo había visto claro, un lugar oculto, a puerta cerrada, y nadie se iba a imaginar que estaban allí, porque, en fin, los baños estaban separados por sexos, nadie se iba a imaginar que Alice estaba en el baño de chicos. Porque sí, iba a ir al de chicos, que estaba viendo desde allí el de chicas y tenía una cola tremenda. 

— Perdón. — Dijo en un tono puede que más alto de lo que pretendía si el objetivo era disimular, pero es que la música estaba alta (no tanto como en el francés y en el español, pero sí) y la gente bailando le cortaba el paso. Al final, entre unos y otros, consiguió llegar hasta el baño. Miró a los lados para comprobar que no había nadie... Sí que había gente, bastante además, pero pff, es que aquello no se iba a quedar vacío nunca, así que pasaba de esperar. Entró con decisión, sin soltar la mano de Alice, y se encerró con ella en una de las cabinas vacías. — ¿Le parece bien a mi reina el lugar privado que le he buscado? — Se pegó a ella todo lo que su cuerpo le permitía, arrinconándola contra una de las paredes de la cabina, mirándola de arriba abajo. — Estás impresionante. — Pasó una mano por su pierna. Vaya, seguía teniendo la bebida en la otra, debió dejarla en la barra. Daba igual, el inodoro estaba cerrado, ahí la podía dejar. Necesitaba las dos manos. — No sabes las ganas que tenía de esto. — Y ya sí con las dos manos disponibles y la mayor privacidad que podían conseguir, con tanto ruido de fondo que nadie les escucharía, se lanzó a sus labios, apretándose contra su cuerpo y tocando esa maravillosa falda que llevaba provocándole desde que aún no habían salido de su casa.

 

ALICE

Suspiró imaginándose aquel viaje al Caribe. — No puedo esperar… — Se rio con lo de la cabaña y le miró con ojos y sonrisa traviesos. — Si está tan alejado de todo… podremos… hacer retos de los nuestros… en la playa, por ejemplo… con el mar bañándonos… sin nada más que la arena y nuestros cuerpos… — Le gustaba imaginarlo, pero más le gusta hacérselo imaginar a Marcus, lo cual hacía que su sonrisa se pusiera más traviesa, se pareciera más a la sonrisa Gallia habitual. Y ya sabía ella que bastaba que le propusiera un reto a su Marcus para que él se muriera por cumplirlo. Sin quitar la sonrisa, se aferró de su mano y le siguió y, la verdad, ni le importaba si les habían visto. Que todos supieran quién era el objeto de los deseos del prefecto O’Donnell. 

Puede que estuviera complicada la cosa, porque aquello estaba bastante lleno de gente, y quién sabía cuál era el plan de Marcus. De hecho, estaba tan mareada, y su novio tiraba de ella tan rápido, que de repente se vio en otro sitio y ni siquiera lo reconoció (es que era confuso lo de que pareciera de día y tal). Pero, de la misma forma, en un momento, se vio dentro de un lugar… Estaba también hecho de cañas y era pequeño… Y dejó de ver, porque sintió la mano de Marcus acariciándole la pierna. — Tu reina quiere que la hagas tuya. — Buena respuesta, porque no ubicaba donde estaba. Hasta que vio a Marcus dejar la copa en el retrete, y ya se dio cuenta de que estaban en un baño. ¿Y toda esa gente estaba fuera? Bueno, es que le daba igual, la verdad. Le recibió con besos salvajes, dejando a Marcus caer sobre ella. Rio un poco entre besos. — Me pone tanto cuando me miras así, es que nada me enciende más. — Le aseguró besando su cuello y bajando las manos por su cuerpo.

A ver, composición de lugar. Estaba en un baño, no muy privado, con Marcus, pero ya había dicho Emma que esa noche tenían que dormir separados, había ruido allí… y no sería la primera vez que hacían algo así en un baño. — ¿Te gustó lo del baño abandonado? — Preguntó en un susurro contra su oreja, dando un mordisquito en la misma. — Pero aquí sí que no podemos hacer ruido, mi amor… — Llegó acariciando hasta su entrepierna, y luego subió la mano hasta su vestido, deslizándose un tirante. — Ni podremos quitarnos toda la ropa… — Cada vez hablaba de forma más aterciopelada y sugerente. — ¿Crees que podrás probar todo lo que quieres de mí… con estas condiciones? — Bajó un poco más el tirante y se pasó al otro. Le rodeó con una pierna y se rozó más aún con él, volviendo a acariciarle. — Yo sé que yo puedo volverte loco a ti. —

 

MARCUS

Uf, y encima le daba alas, que era lo peor (o lo mejor, según se mirase) que se le podía dar a Marcus. Se mordió los labios tan fuerte que parecía querer contenerse con ello, y eso que no se pensaba contener lo más mínimo después de esa afirmación. — ¿Ah sí? ¿Eso quiere? — Preguntó sugerente, apretándose aún más contra ella. La cabina era diminuta, pero Marcus tenía tanta necesidad de cercanía que sentía estar en una habitación gigante, le sobraba espacio por todos lados. — Pues lo pienso hacer. — Respondió. Puede que no hubiera sido la respuesta más ingeniosa y elegante del mundo, pero lo sentía en el alma, no estaba en un estado de lucidez tan bueno como para que se le ocurriera otra mejor. Y no recordaba que Alice hubiera incluido respuestas elaboradas en su petición.

Tuvo que resoplar de lo mucho que se estaba encendiendo, porque encima su novia no dejaba de provocarle, ni con sus besos, ni con sus manos, ni con sus palabras. — No sabes cuánto me pones. — Respondió él también, porque total, ya que se estaban sincerando. Volvió a besarla y, entre besos, le dijo. — Me hubiera lanzado encima tuya cuando te he visto con ese vestido. — ¿Por qué no lo había hecho? Ah, claro, porque estaban en su casa con toda su familia allí. Ah, maldita sea, qué oportunidad perdida, allí había un montón de camas en las que hacer mucho más cómodamente que allí lo que pretendía hacer... Un momento. A ver, ya para esperar no estaba, y su madre había dejado muy clarito que tenían que dormir en habitaciones separadas. Que igualmente, en Navidad no se enteró de que no lo hicieron... Bueno, sí se enteró, pero ya estaba hecho, y tampoco le castigó ni nada... Bueno, tuvieron una bronca al día siguiente, pero eh, al final aceptó ser suegra de Alice y todo, ni tan mal. Y ahora efectivamente era su suegra, si le dio igual entonces... No, no le terminaba de pegar con su madre que eso le diera igual nunca, fueran novios o no. 

¿Y si se aparecían ahora? Uh, eso podría ser. ¡Eran magos! Podían aparecerse. Aunque, y esto le costaba reconocerlo, pero no le iba a quedar de otra que hacerlo, la verdad es que había bebido un poquito. Le daba susto aparecerse bebido, una cosa era enfrentarse a un toro de mentira y otra era arriesgarte a desmembrarte por ahí. Y si cogían el traslador, se dejarían a Lex... Bueno, Lex podía irse con Darren... ¿Y cómo volvía al día siguiente? Pf, ese plan tenía lagunas. Vale, aparecerse mejor, con cuidadito. ¿Y dónde se aparecían? ¿En su casa? ¿Y si quedaba alguien despierto? Buf, es que estaban sus padres, y estaba William también, y Dylan... Oh . William y Dylan estaban en su casa. Entonces, la casa de Alice... ¡Estaba vacía! ¡Dios, qué gran idea! Aunque Alice se ponía triste cuando iba a su casa. Eso sería una cortada de rollo... ¡Joder! Qué difícil le iba a ser cumplir los designios de su reina. Pues nada, a hacerlo en el baño. Si total, lo dicho, le sobraba hasta espacio.

Se había cabreado un poquito consigo mismo muy tontamente, aunque no dejaba de besar a Alice, ni de tocarla, porque en fin, ese vestido le llevaba toda la noche volviendo loco y ahora no iba a dejar pasar la oportunidad. Hasta que ella habló. — Mucho. — Respondió con la voz cargada de deseo y puede que una risa un poco tonta, que tembló absolutamente cuando notó el mordisco en su oreja. Ah, y Alice empezó a tocarle. Y a bajarse los tirantes del vestido. — Por Merlín... — Susurró. El deseo le estaba nublando tanto que le estaba jugando, de hecho, una mala pasada, porque la veía hasta borrosa, y no quería verla borrosa. No quería perderse un detalle de lo que tuviera que ver. — Sí. — Fue lo único que acertó a responder, lanzándose hacia ella de nuevo, devorando sus labios. ¿Que no podían quitarse toda la ropa? Ni quería. No lo necesitaba. Buf, ese vestido, estaba deseando quitárselo, pero si se lo dejaba puesto también le iba a venir muy bien para las fantasías que llevaba toda la noche teniendo. Y si ella no le quitaba la ropa a él y aun así lo hacía, pensaba guardar ese traje toda su vida como una reliquia, como la mejor compra jamás hecha. 

— Me vuelves loco. — Respondió casi sin voz, entre jadeos. — No sabes cuánto. — Lo suficiente como para que estuviera ya desabrochándose el pantalón, sin dejar de besarla ni de tocarla, y maldita sea, o el pantalón era muy complejo de desabrochar (no lo recordaba así cuando se lo probó la primera vez) o el deseo le estaba volviendo especialmente torpe, y un Marcus torpe se enfadaba, y no estaba ahora para enfadarse, ya suficientes emociones tenía en el cuerpo como para lidiar con una más. Agarró con firmeza una pierna de Alice, aprisionándola para encajar con ella, sin dejar de besarla, y la otra mano se dirigió a su pecho, que dudaba que la chica se hubiera bajado el tirante por nada. Pero de repente sintió como si estallara una bomba. No, no una, como tres seguidas, al menos los milisegundos que su cerebro tardó en identificar el ruido como que estaban aporreando la puerta. — ¡¡Eh!! ¿¿Os dejamos aquí otra vez?? — Dijo la burlona voz de Darren, entre risas, y escuchaba otra risa de fondo mezclada con una frase que le pareció que decía algo así como. — Tío, no me obliguéis a estar tan cerca, si ya desde fuera les oía. — Creía que te gustaba meterte con tu hermanito. — Y más risas descaradas. ¿Eran Darren y Lex? Sí que estaba embotado, le costaba reconocer a la gente. Y, por supuesto, no había dejado de besar a Alice. Después del sobresalto por los golpes, había vuelto a su tarea y los estaba ignorando por completo. Con suerte determinaba que no estaban allí y les dejaban tranquilos. Total, si no respondían, no tenían por qué saberlo. — ¡¡A ver, los de la alquimia de vida!! ¿Os falta mucho? — Vaya, ahora Sean. — Oye, que si vais a hacer alquimia de vida, no os olvidéis luego de ciertas cositas, a ver si vamos a tener una alquimia de vida de verdad dentro de nueve meses. — Añadió Darren, y más golpes a la puerta, y más risitas. Marcus resopló, rodando los ojos hacia arriba, y al siguiente golpe en la puerta respondió él, dando también un puñetazo desde dentro. — ¡IDOS YA! — ¡Uh, el alquimista, que se enfada! — Y más risitas. — ¡Os va a matar la envidia! — A este paso el que nos va a matar es él, a ver si va a ser de los borrachos violentos, que ya ha enjaulado a un toro. — Dijo Lex, tras lo cual sintió como se acercaba a la puerta y le decía. — Tranquilo, hermanito, ya le digo yo a mamá que estás más que bien. — ¡MIRA, ME CAGO EN TODO! — Abrió la puerta bruscamente, pero los otros tres salieron correteando como ratillas entre risas, hasta que oyó a Darren decir. — ¡Nos vemos en Irlanda, señor de sangre irlandesa, que mi amor ha ganado a los cocos! —

 

ALICE

“Pues lo pienso hacer”. Uf, cuando se ponía mandón, podía con ella, porque de repente le daban todas las ganas de obedecer que nunca tenía. Verse a los dos tan encendidos y pasionales, era todo lo que necesitaba Alice para perder la cabeza y simplemente dejarse llevar por lo que deseaba. — Me encanta ponerte. — Le susurró entre besos y caricias. Estaba tan mareada que no sabía dónde empezaba Marcus y terminaba Alice, eran una fusión de sensaciones más que placenteras. Vale, nota mental: conservar ese vestido con su misma vida si hacía falta, que era infalible para provocar a un Marcus que cada vez se le hacía más desconocido al mismo tiempo que tremendamente atrayente. Igual todo el alcohol tenía que ver también, pero si decía que ya quería quitárselo al principio de la noche…

Esa mirada y ese “sí” susurrado al extremo, era lo último que su mente requería para seguir como una loca el camino del deseo. No era la primera vez que lo hacían de pie en un baño, solo tenía que acordarse de cómo lo lograron la otra vez. De momento, Marcus estaba teniendo problemas para desabrocharse el pantalón, y ella estaba teniendo problemas para algo que no fueran sus manos, haciéndola cerrar los ojos y disfrutar sin más de ello. Ah sí, así lo habían hecho, con Marcus agarrándole la pierna y levantándola un poco. Si es que, qué listo era su novio… Más le valía darle un buen premio. Pero no pudo ser.

El sonido en la puerta la hizo sobresaltarse y mirar de reojo, pero su novio seguía a lo suyo, y no iba a ser ella la que iba a parar. Pero reconoció la voz de su cuñado y sus amigos, y paró de golpe cuando Darren dijo lo de la alquimia de vida. Espera ¿por qué a su cerebro eso le había parecido una señal de alarma? ¡Oh! La poción… ¡Pero si llevaba la remesa de tarritos en la maleta! Se la tomaba al llegar a casa y ya está… Ay, ya tenían que cortarles el rollo. Sin preguntar siquiera, Marcus abrió la puerta, y ella le dio el tiempo justo para subirse el tirante, y probablemente, no bajarse mucho la falda. Y aunque los tres estaban más pendientes de reírse de ellos que de otra cosa, sí escuchó a Lex decir mientras se alejaba. — Joder, las cosas que tiene uno que ver. — Calla, anda, que más de uno y de una hubiera dado por ver a esos dos como les hemos pillado. — Aseguró Sean. 

Suspiró y miró a su novio. Menuda cortada de rollo. — Se van sin nosotros, mi alquimista… — Negó con la cabeza y se acercó a besarle, esta vez con más ternura que pasión. — No te preocupes, que yo esto te lo voy a dar más temprano que tarde. — Aseguró entre besos. La verdad es que se estaba encendiendo un poco otra vez, así que se separó de sus labios, aunque siguió rodeándole. — Yo soy tuya para siempre, Marcus. No hay prisa. — Sonrió y dijo. — Tenemos toda la eternidad. — Y con media sonrisilla, salió del baño, recolocándose el vestido, mientras oía silbidos y “uhhhh” de los presentes en el baño. Si llega a ser en Hogwarts, con toda la cohorte de admiradoras de Marcus, hubieran sido amenazas de muerte. Se reunión con los demás, con Marcus tras ella. — Parece que alguien ha deshecho cierto hechizo. — Pinchó Hillary. Sí, claro, Sean y Darren habían tardado la friolera de dos minutos en contárselo a todo el mundo. Ellos que habían sido los reyes de la discreción esta vez. — Sí, tía, eso ha sido en el francés ya. — Le dijo Donna, que parecía muy seria. Ah no, no estaba seria, es que estaba… ¿menos perjudicada que los demás? Por todos los centauros, ella misma iba fatal. No más alcohol esta noche, Gallia , se dijo a sí misma, porque de verdad que se veía perdidísima. Se enganchó al brazo de su novio y, por primera vez en su vida, no notaba más estabilidad y seguridad en ello, pero el resultado fue que entre los dos, más o menos, se iban apoyando, y fueron hacia el irlandés.

— ¡Eh! ¡Es irlandés como vosotros! — Señaló Alice, repentinamente contenta de estar allí. — Te lo acabamos de decir, Gal, lo ha elegido mi Lexito. — Le dijo Darren, dándole un codazo con una risita. — Tu abuela estaría orgullosísima, Alexander, cuéntaselo mañana. — Le dijo, con más gravedad, de corazón. Lex no lo interpretó así, porque soltó una carcajada y miró el reloj. — Más bien será hoy, dentro de unas horas. Verás las risas. — Sí, la abuela Molly se ríe mucho, en líneas generales. — No, no quería decir… Me refería… Bah, da igual, si no estás en condiciones de entender nada. Mira, leprechauns. — Dijo señalando a los hombrecillos, que les recibían bajando desde el techo, dejando una estela verde de la que salían brillitos. — ¡Buah, qué pasada! — El sitio era un pub clásico, con mucha madera, una gran barra y montonazo de botellas cubrían la pared de detrás de la misma. La música era absolutamente irlandesa, y había verde por todas partes. Y entonces le dio una sensación en el estómago que no supo explicar, como cuando llegaba a La Provenza en verano y veía el mar brillar bajo el sol del Mediterráneo y olía a lavanda. Miró a Marcus con una sonrisa y le apretó un poco más. — No sé por qué, pero… acabo de sentirme en casa. — Y se lo decía de corazón, pero bueno, esperaba que no le diera la risa como antes le había pasado con Lex.

La bandeja que Ethan trajo, gracias al cielo, era cerveza, la cual era fácilmente sustituible por cerveza de mantequilla sin alcohol, así que se acercó a la barra a pedir una, a lo que el tabernero rio. — Jovencita, esto es un pub irlandés, ¿cómo vamos a tener algo tan insulso e inglés como cerveza de mantequilla? — Ella rio y asintió. — Tiene razón. ¿También le resultaría insulso algo sin alcohol? — El hombre rio. — Mire, por ser una mocita tan alegre, y porque le he oído decir que se siente en casa, y eso es porque lleva Irlanda en la sangre, le voy a poner un licor de manzana sin alcohol que es una delicia y es tan verde como mi condado de Wexford. — Alice le sonrió de vuelta y dijo. — Pues que sean dos. Y no, yo no tengo sangre irlandesa, pero mis hijos sí la tendrán. — Y según lo soltó, miró a los lados a ver si Marcus estaba por ahí. No, menos mal. Pero sí había otra persona. — Te he oído. — Theo estaba apoyado con los codos en la barra y una sonrisita muy de haberse pasado también un poquito, tratando que pareciera que ya sabía lo que acababa de oír. — Que no queríais lo mismo, decía… Que no iba a ceder ninguno de los dos… — Él sí había cogido la pinta y le dio un trago. — ¿Pretendías intentarlo esta noche ahí en el Caribe? — Preguntó con una expresión pillina que no le había visto nunca. — Si pretendes intentarlo tú algún día con mi prima, deja de reírte de mí. — Amenazó, señalándole, aunque sin borrar la sonrisa. Justo el camarero le trajo los dos vasos con líquido muy verde y ella levantó uno. — Slaínthe, señor mío. Y muchas gracias. — De nada, moza, pásalo bien y tráeme a ese heredero de la sangre irlandesa por aquí que yo lo vea. — Se rio y señaló a Marcus. — Es fácil verlo, es el chico más guapo de toda la sala, seguido de este. — Dijo señalando a Theo. — Pero este es un poquito bocazas, cosas de su casa. — Pero riéndose los dos, se fueron hacia Marcus. — Toma, mi vida, es sin alcohol. — Y volvió a agarrarse a él. — ¿Cuál es el reto? ¿No caerse redondo después de toda la que llevamos? — ¡Es muy sencillo! — Saltó Ethan, en un tono que consideró intolerablemente alto. — Hay que encontrar la olla de los leprechauns. Está escondida en el pub, y no vale usar magia para encontrarla. Por lo demás, como queráis. Eso sí… quién sabe qué cositas os surgirán durante la búsqueda. — Sí, como que no tenían ya suficiente con cómo iban.

 

MARCUS

Frunció los labios con reproche, viendo a esos tres cómo se iban... En fin, lo dicho, se habían ido. Podía volver a lo que estaba. Pero fue a cerrar de nuevo y besar a Alice y vio cómo le decía con pena que se iban sin ellos. Y encima a Irlanda... Joder, su puto hermano molestando siempre, ¡¿no podían haber elegido que el próximo país fuera otro?! ¡¿Tenía que ser Irlanda?! Es que vaya fastidio, porque él tampoco se lo quería perder. Al menos Alice le devolvió la sonrisilla cuando le dijo que se lo daría más temprano que tarde, notando un escalofrío en el pecho. Dejó escapar una especie de ronroneo quejoso, besándola otra vez. — Yo quiero ahora. — Se lamentó. Bueno, no importaba. Marcus O'Donnell había conseguido enjaular a un toro esa noche, podía conseguir quedarse a solas con su novia. Pocas cosas tenía él más claras que esa.

Estaba muy decidido (bueno, lo había decidido porque no le quedaba de otra) a irse cuando ella le miró, rodeándole, y le dijo que la eternidad era de ellos. Fue a abrir los labios para responder, pero estaba un poco lento y ella se le fue antes, dejándole allí como un pasmarote. Le hubiera encantado decirle no sabes cuánto te amo, Alice Gallia, me casaría contigo aquí mismo si pudiera. ¿No sería romántico? En el Caribe, como llevaban desde niños diciendo, en la intimidad de los dos solos... Vale, quizás al Marcus sobrio un baño público no le parecía el mejor sitio del mundo, pero ese Marcus lo percibía como una idea tan buena que le parecía insultante no haberla tenido antes. ¡Maldita sea! Podrían haberse casado en su pasillo de Hogwarts, por ejemplo. Y ahora no podían volver... Bueno, mejor no lo pensaba más, que le estaban dando ganas de llorar.

— Buen trabajo, tío. — Le dijo un desconocido en tono burlón, junto a las risas de los suyos. Marcus hizo un gesto con la cabeza un tanto errático, con una sonrisa, porque no tenía ni idea de quiénes eran ni por qué le felicitaban... ¡Ah! Debía ser que le habían visto en el bar español. — Gracias. Alquimia, transmutación de madera. Soy alquimista. — Los otros pusieron cara confusa, pero él se fue de ahí bien orgulloso. Y tan orgulloso iba de pensar que su epopeya contra el toro al que venció con alquimia sería algo de lo que hablarían generaciones y todos los que esa noche tuvieron la suerte de estar allí, que entró por el bar irlandés con los brazos abiertos en cruz. — ¡Fáilte! — Gritó, lo que hizo que tanto sus amigos como más de un presente por allí le pusiera cara de extrañeza. Otros no, otros alzaron sus pintas y le contestaron, y por supuesto Marcus prefería quedarse con eso. — ¿Qué dice este ahora? — Preguntó Donna, y Lex respondió. — Por algún motivo ha sido él el que le ha dicho a los demás "bienvenidos". — Porque esta es mi casa y un buen irlandés siempre recibe a sus invitados en su casa. — Dios, ahora habla como nuestra abuela. — Se quejó Lex, lo cual Marcus ignoró por completo, y como Alice se puso a hablar con él, él se dedicó a observar la sala a su alrededor, contentísimo. Qué orgullosa iba a estar su abuela, como decía Alice, pensaba contárselo en cuanto la viera.

Perdido en mirar el entorno estaba cuando Alice le dijo que se sentía en casa. Se le hizo un nudo en la garganta y la agarró de las manos, con mucha seriedad. — Es tu casa, Alice. Siempre lo será. Y el día que vayamos, también lo será. Siempre lo será. — Empezaba a sonarle como que repetía mucho lo mismo, pero es que quería enfatizarlo bien y que quedara claro. Pasó por allí Ethan con una bandeja y pensó primero voy a terminarme la copa, que la tengo casi entera todavía , y entonces cayó, abriendo mucho los ojos. — ¡Me he dejado la copa en el baño! —Chasqueó la lengua con fastidio. — Ahora van a pensar que soy un desordenado. — ¡¡Yo te la recojo, tío!! ¿¿Dónde está?? ¡Yo voy! — ¡Peeeeter! — Agarró Poppy a su novio casi del cuello de la camisa y ya en dirección al bar caribeño de nuevo. — Dudo que la copa esté ahí ya. Lo siento, Marcus. — ¡Pero que yo voy rapidísimo y la cojo! — No, Peter, da igual... Ya está perdida. — Resolvió con mucho dramatismo. Pues nada, esperaba que la cerveza negra estuviera igual de buena. No la había probado nunca. 

— Venga, guapísimo, haz honores a tu casa y pilla algo de la bandeja de este camarero tan guapo. — Le dijo Ethan, que se acercaba a él contoneándose, bandeja en mano. Marcus pilló una cerveza negra y el otro rio. — O sea, que no ibas a emborracharte pero sí a desfasar. Sí que estás desfasando más de lo que creía yo, pero estás bastante borracho, me vas a permitir. — Un irlandés nunca se emborracha. — Estaba empezando a inventarse cosas, pero bueno, él siempre salía del paso con sus dotes oratorias. Dio un trago y... Uf, qué amarga. Debía habérsele puesto una cara parecida a la que pone un bebé cuando chupa un limón, porque Ethan soltó una carcajada muy fuerte. — Vaya con el irlandés... — ¿Licor de espino no tienes? — Preguntó, mirándole la bandeja. El otro volvió a reír. — A ver, hermoso, que no soy camarero de verdad. Aunque para ti, soy lo que tú me pidas. Al fin y al cabo, algo me dice que yo tengo más oportunidades contigo que mi hermana... — Da igual, me la quedo. Me acostumbraré. — Continuó él con su discurso, porque detectaba que Ethan había seguido hablando, pero no estaba atendiéndole. 

Alice se acercó a él y la recibió con una sonrisa y mirada de pura ilusión, porque traía en la mano... — ¿Cómo has conseguido licor de espino sin alcohol? — Es de manzana. — Apuntó Theo. Ah, bueno, un pequeño fallito, pero no pasaba nada. — Te dejo probarla. — Le dijo sobre su pinta, acercándosela. Sí, a ver si Alice la bajaba un poquito, que no se veía capaz de beberse entera una cosa tan amarga pero tampoco quería dejársela y quedar mal. Eh, esa no era mala estrategia, ir ofreciendo su pinta por ahí y que al final se la bebieran entre todos... Ethan empezó a explicar lo que tenían que hacer, y Darren y Lex se le volvieron a acercar. — ¿Quééééé cuñaditoooo, cómo te lo estás pasanditoooo? — Estupendamente. — Yaaaaa ya te vemos... — Y, como verás, aún en pleno uso de mis facultades. — Los dos estallaron en una carcajada. — Ya, ya. Estás fresquísimo. — Y tan fresquísimo, ¿no me veis? — La parte buena es que vas a poder decirle a los abuelos que tienes el aguante de un irlandés. Más o menos. — Pinchó Lex, con una sonrisilla maliciosa. Marcus se giró y se cruzó de brazos. — Tengo mucho aguante. — Lo que quieres decir que has bebido mucho. — No he bebido tanto. — Entonces no tienes tanto aguante. — Sí ten... ¡No me líes! — Se quejó, a lo que los otros se volvieron a reír. — Tan irlandés no será, porque esa pinta no baja. — Se añadió Donna a las burlitas sobre su persona, a lo que Darren rio y dijo. — Y pienso encontrar yo la olla de los leprechauns, porque... — Dejó una caricia amorosa en el pelo de Lex y completó. — ...Tengo que honrar a mi amor, el único irlandés de verdad. — ¡Bueno, lo que me faltaba! — Saltó Marcus. O sea, ¿¿su hermano era un irlandés de verdad y él tenía que aguantar burlitas?? Eso lo zanjaba él ya mismo, vamos. 

Se dirigió a una de las mesas y se subió encima, muy decidido aunque con un poco de cuidado, que estaba un poco mareado. Lo primero que escuchó fue una voz femenina acercársele y tratar de rodearle con preocupación por si se fuera a caer (¿era Kyla? Sí, parecía Kyla, llevaba a Oly detrás), y luego varios gritos de jolgorio por parte de los que estaban en el bar, seguramente los mismos que le recibieron al entrar. Si es que los irlandeses hacen amigos con mucha facilidad, su abuela siempre lo decía. Ya tenía amigos nuevos, qué maravilla de noche. — ¡Escuchadme todo el mundo! — Joder, esto sí que no lo pensaba yo vivir. — Dijo Ethan, alucinado y entre risas. Había más de una cara sorprendida entre sus amigos y otros se estaban riendo. — ¡Quiero decir...! — Eh, tío, sigues con el pantalón desabrochado. — Le señaló Sean, y automáticamente dio un respingo y se miró, muy escandalosamente, si efectivamente se había dejado el botón abierto o la cremallera bajada. No era así, lo único que hizo fue desatar un montón de carcajadas. Se irguió de nuevo, con los labios fruncidos en expresión de reproche, y señaló a Sean. — Eres un capullo, Hastings. — Sí, pero tú no has dudado en comprobarlo, por algo será. — Contestó el otro, riendo, pero Ethan le contradijo. — Y bien capullo que eres, porque ya hay que tener mala leche para que se nos suba semejante prenda a una mesa semidesnudo y decirle que se tape. — Se estaba desviando la conversación y así no le iban a escuchar. 

— ¡Aprovecho que estoy en el hogar que corre por mis venas...! — Marcus era muy bueno y muy grandilocuente dando discursos. Solo esperaba que el alcohol no le torciera mucho las palabras. — ¡Para deciros que hoy es un gran día! — ¿Hoy día tres u hoy día cuatro? — Preguntó Lex, pinchón. Marcus le señaló con la mano que tenía la pinta. — Todos, hermanito, todos. — Miró a su público. — Acabamos de graduarnos. — Bueno... — Empezó Donna con una risilla, mirando a Lex y Cedric, pero Marcus prosiguió. — Y hoy es un gran día, y mañana también, y pasado, y el otro. Tenemos todos los grandes días por delante que queramos, ¡porque somos magos y brujas! ¡Y somos grandes! ¡Y somos valientes, y astutos, y honrados, y sabios! ¡Somos alquimistas, enfermeras, abogadas, jugadores de quidditch profesionales, pocionistas, o futuras ministras! ¡Somos lo que queramos ser y más! ¡Y por eso esta noche tiene que ser épica, como todas las de nuestra vida! — ¡Ese es el prefecto desmelenado que yo quería ver! ¡Ahora la chaqueta! — Gritó Ethan, pero Marcus de nuevo siguió. — ¿¿Porque sabéis qué?? ¡Porque el mundo es nuestro! ¡Porque podemos hacer de cada día nuestro día, porque todos son nuestros días! ¡Porque la eternidad es nuestra! — Bramó con la mano de la cerveza en alto, muy decidido. Ahí sí recibió ovaciones. Si es que a él esas cosas se le daban de miedo.

 

ALICE

¿Cómo había dado la bienvenida Marcus? No se había quedado con la palabra (como para quedarse con algo así al aire de ese idioma), pero le había hecho toda la ilusión del mundo, y ya estaba visualizando un futuro en el que tuvieran un hogar trilingüe con el inglés, el francés y el gaélico. Definitivamente estaba de muy buen humor. Su novio también, aunque le dijo algo del licor de espino que no entendió, pero Theo parece que sí. Por Merlín, qué bruma mental tenía. De hecho, se vio con algo en la mano… Ah, se lo había puesto Marcus, vale, pues lo probaba, si se lo daba su novio. — Dios, qué malo está esto, mucho mejor mi licor de espino. — Dijo inmediatamente, poniendo cara de asco. — Como te oiga mi abuela… — La picó Lex, que había aparecido por ahí con Darren y parecían estar simplemente riéndose de ellos, como llevaban haciendo toda la noche. — No creo que a una persona tan dulce como Molly O’Donnell le guste esto, de verdad te lo digo. — 

De repente, había perdido a su novio de vista (de verdad, empezaba a sentir que la vida pasaba sin ella, porque como confusa estaba un rato). ¡Oh! Se había subido en una de las mesas, le recordó a sí misma hacía un rato cuando se subió para verle en el bar español. Parecía estar peleándose con Sean, pero no se enteraba de por qué, pero la verdad le daba un poquito igual, porque la visión de su novio ahí subido era demasiado bonita. Se quedó mirándole con una sonrisa boba, aunque dio un respingo cuando se puso a hablar, porque lo hizo muy alto, cosa que a Ethan y Hillary, que estaban cerca de ella, les debió hacer mucha gracia. — ¿Quieres un babero, nena? Te veo extasiada. — Pues sí, ¿no lo estarías tú? — Y le dio en el brazo. — Chssst, quiero escuchar. — 

Qué bonito lo de que corría por sus venas, Molly estaría muy orgullosa, y era lo mismo que ella le había dicho al del bar… Mierda, ya se había perdido parte del discurso. Definitivamente, la vida iba más deprisa que ella. Reconectó en “somos grandes, somos valientes”, lo cual la puso muy contenta y la hizo levantar el brazo. — ¡Lo somos! — Coreó. — ¡Enfermera! ¡Enfermera voy a ser yo! — Dijo con entusiasmo, como si tuviera que llamar su atención. — Sí, no nos cabía duda. — Dijo su amiga, palmeándole en el hombro como si estuviera loca. — ¡Calla! ¡Que ha dicho que se va a quitar la chaqueta! ¡Dale, cariño! — Que lo ha dicho Ethan. Sí que vas mal. — Se rio su amiga. Ella le sacó la lengua, pero no estaba del todo segura de que se lo hubiera dirigido a Hillary realmente. Pero ahora le daba igual, su novio acababa de decir que el mundo y la eternidad eran suyos y ella aplaudió y silbó como la que más. — Si es que ha nacido para las masas. — Dijo inclinándose hacia Hillary. Ah, no, que era Kyla. — Sí, sí, de aquí a Ministro de Magia no hay nada. — Aseguró la chica. — ¿Verdad? Nah, pero él quiere ser alquimista, la política te la deja a ti. — Dijo muy convencida. Kyla la miró como si quisiera decir algo, pero se rectificó. — Es igual. — Aseguró. 

Se acercó a él entre la gente, abriéndose paso porque, a ver, era su novia, que se apartaran, aunque oía reírse a los chicos. — ¡Me encanta el Marcus desatado! Aunque ni te enteres de si llevas el pantalón abrochado o no. — Le decía Sean, apoyado sobre él. — ¡Yo estoy contigo, tío! ¡VAMOS LOCOS ESTA NOCHE! ¡A POR LA ETERNIDAD! — Lo que hay que buscar es una olla, cariño. — Le decía Poppy a Peter, acariciándole la espalda, como si tratara de acallar a un caballo desbocado. — ¿La escoba cuenta como magia? — Preguntó él, que aún seguía acelerado. — Yo diría que sí. — Respondió Sean, riéndose antes de beber. — Sabéis que los muggles usamos las escobas para barrer ¿verdad? — Dijo Theo, que también estaba muerto de risa y bebiendo de una cerveza. — No jodas, tío. Lo siento por vosotros. — Se volvió Peter, como si diera un pésame. Bien, le habían despejado un poco el camino a su novio. — ¡MI AMOR! — Le dijo lanzándole los brazos como si no lo hubiera visto en media vida. — ¡Qué genial eres dando discursos! — Le besó y le miró a los ojos. — La eternidad es nuestra, sin duda. — Se separó y tiró de sus manos. — Y la olla también, ¡vamos, corre! —

Tiró de él fuera del grupo y le dijo, en lo que ella estaba segura que era un susurro. — Me han contado mil cuentos sobre las ollas de los Leprechauns. Viven en los acantilados Celedonios. — Espera, estaba segura de que no se llamaban exactamente Celedonios, ¿Caledonios? Bueno, era igual. — Y esconden las ollas al final de los arcoíris. ¡Mira! — Señaló las paredes del sitio. — Aquí las paredes son fotos de sitios de Irlanda, solo hay que encontrar los acantilados y seguir algo que pueda ser un arcoíris. — Igual no se había explicado bien, pero ella tiró de Marcus, porque tenían que demostrar que ellos iban a ser la pareja más irlandesa del mundo mundial. 

Por fin, encontraron la foto de los acantilados Caledonios, que tenían un cartel debajo identificándolos. — ¡Eh! Eran Caledonios, lo que yo decía. — Debajo de ellos había una mesa esquinera, en la que no había nadie sentado. — La olla tiene que estar por aquí, busca un arcoíris… — Se acercaron, y en ese momento, se dio cuenta. — ¡Mira, cariño! Los cojines son de colorines, esto va a ser la olla. — Se puso a levantarlos, y en ese momento, el asiento se levantó como un baúl, y salió Ethan de dentro, con una olla entre los brazos. — ¡¡¡¡Adiós, pringuis!!!! — ¡Eh! ¡Ethan! ¡Lo había encontrado yo! — Se quejó como una niña pequeña. — Reinita, estás en horas bajas de tu faceta Ravenclaw, pero yo tengo la mía Slytherin aquí arriba, y te he oído desgranar tu plan perfectamente, solo que aguanto mejor el alcohol que vosotros dos. — Aseguró, mientras se iba con su sonrisa sibilina. Alice sacó un pucherito, como si a esa niña pequeña le hubiera quitado un caramelo. — ¿Me das por lo menos monedas de chocolate para Marcus? — Claro, tonti, toma. — Y le puso unas cuantas en el cuenco de la mano. Sin quitar el pucherito, se fue hacia Marcus. — Toma, me las ha dado Ethan. Yo quería ser tu princesa Firinne que te encontrara la olla, pero… tenemos chocolate. — Terminó, encogiéndose de hombros.

 

MARCUS

Lo del discurso había sido épico, pero cuando dejó de vitorear, reír y dar un trago a la pinta (uf, estaba amarga, de un trago a otro se le olvidaba), miró para abajo dispuesto a bajarse... Y, por Merlín, qué alto estaba. Parpadeó, tratando de enfocar. De repente tomó conciencia del peligro, ¿qué hacía en ese sitio tan inestable y alto, de pie, sin ningún tipo de sujeción? ¿Cómo había podido dar el discurso entero sin caerse? — Apóyate, anda. — Le dijo Lex, acercándose con una sonrisa de condescendencia. Tentó un poco y, finalmente, apoyó en los hombros de Lex la mano libre (y un poco también la de la pinta, puede que mojara ligeramente a su hermano, pero no se quejó. Qué bueno era, qué bien le había hecho Darren en su vida, estaba mucho más paciente) y utilizó una silla como escalera improvisada para bajarse de la mesa y, al poner los pies en el suelo, se dirigió muy serio a su hermano. — Gracias. — Se puso una mano en el pecho. — Sé que no te lo he pedido. Sé por qué lo sabías. Y sé que lo has hecho por tu buen corazón y el cariño que me tienes. — Va, venga, de nada. Vete con tu novia, anda... — Lex. — No se iba a ir tan fácilmente. Lex suspiró un tanto incómodo, pero Marcus siguió. — No te he valorado como merecías. Y tu don, tu mayor don, no está aquí. — Le tocó la frente, y el ceño de Lex se frunció tanto que se le estaba juntando con la nariz, pero le tenía tan descuadrada la actitud de Marcus que ni respondía. — Está aquí. — Y ahora le tocó el pecho, con voz emocionada al decirlo. Porque era muy bonito el amor fraternal que se tenían. Lex volvió a suspirar. — Muy bien. — Le puso las manos en los hombros y le giró, enfocándole hacia Alice, que iba hacia él. — Ahora, a decirle cositas bonitas a ella. — Eres el mejor. — Insistió, con la voz más emocionada aún. Era muy afortunado de tener a Lex como hermano.

Antes de que llegara Alice, llegó Sean y se le apoyó en el hombro, seguido de Peter. Rio con sus comentarios y se vino arriba de nuevo, aliviando un poco la emoción por ese momento tan intenso con Lex. — Una olla que solo puede encontrar un irlandés de verdad. Como yo. — Miró a Sean. — Ahora qué ¿eh? Pusisteis en cuestión mi capacidad de desatarme. Yo lo hago todo bien, Hastings. Hasta esto. — Mira, te voy a tener que dar la razón, la verdad. — Respondió su amigo entre risas. Estaba intentando seguir la conversación de sus amigos cuando Alice se le lanzó encima, y notó como alguien (¿Sean, quizás? Era al que tenía más cerca) le ponía las manos en la cintura rápidamente, impidiendo que cayeran los dos al suelo, porque Alice se le había lanzado con una fuerza... No estaba midiendo mucho su novia esa noche. Que él llevaba recibiendo abrazos suyos media vida y nunca había perdido tanto el equilibrio. Qué bruta. — Porque tú me inspiras. — Le dijo con mucha grandilocuencia, como si estuviera recitando una serenata bajo su balcón, después de que le besara. — La eternidad es de mi princesa y mía, y de todos nosotros. — Soltó una carcajada y la siguió cuando tiró de él. — ¡Y va a ser una eternidad estupenda si encontramos esa olla! ¡Que tienen dinero, Alice! ¡Que nos vamos al Caribe! — Y empezó a vitorear por el camino, como si realmente le hubiera tocado una olla de dinero.

Atendió con la mayor concentración que pudo a la historia de Alice, pero la historia que estaba contando o era muy intrincada, o usaba palabras raras o algo, porque era como si le costara seguirle el hilo. Era una sensación rara, porque Marcus solía pillar al vuelo lo que le contaban, y además juraría que esa historia se la conocía, pero aun así le estaba costando seguirla. — Sí... Sí... Cele... ¿Celedonios? ¿Ciledonios? — Miró hacia arriba. — Cile... No... Era... Me suena Caledonios. Cale... donios... — Le sonaba todo raro. Pero juraría que era Caledonios. ¿O era Celedonios? Es que Alice había dicho Celedonios. Pero recordaba a su abuela diciéndolo y... Buf, qué lio. Todo lo que intentaba recordar o procesar parecía estar cubierto por una bruma, o como si lo estuviera viendo debajo del agua. Era raro. Dejó de rayarse cuando Alice exclamó que mirara hacia un sitio en concreto, y agudizó la vista para ver dónde señalaba. — ¡Ostras! ¡Sí sí! ¡Buenísimo! — ¡Pero qué ocurrentes los de ese bar! Qué bien hilado todo. — Por Merlín, qué lista eres. Te quiero tanto. — Aseguró, dándole a su novia un fuerte beso en la mejilla antes de que se le fuera corriendo. Ay, esta Alice, tenía que ir corriendo a todas partes. — ¡Que se me escapa el pajarito! — Se quejó entre risas, y eso que le estaba llevando de la mano. Pero ni por esas la alcanzaba.

— ¡Ves! Me sonaba Caledonios. Si me lo dijo mi abuela. — Corroboró él, mirando atentamente la foto y poniendo el dedo en el letrero, murmurando "Caledonios" a medida que pasaba el índice por el rótulo. Comprobadísimo. Pues nada, ya solo tocaba buscar la olla por allí. Se puso a buscar el supuesto arcoíris. Algunos cristales refulgían con el color del arcoíris, solo tendría que buscar una vitrina por allí. Ya está, lo tenían, si es que eran listísimos. Era la pareja más lista de la historia. — Si es que somos imparables. — Se respondió a sí mismo, orgullosísimo, mientras buscaba el cristal que claramente tenía que haber por allí. Sin embargo, Alice vio unos cojines de colores, y Marcus abrió mucho los ojos y la boca y se llevó las manos a la cabeza. — ¡¡Qué fuerte!! ¡¡Pero qué ingenioso!! ¡¡Jamás lo habría imaginado!! — ¡Bua! Con lo que valoraba él el ingenio. — Somos el mejor equipo, Gallia. — Claro, él era listo, y la ingeniosa era ella, por eso había encontrado los cojines. Madre mía, estaba exultante de entusiasmo, ya solo les quedaba encontrar la olla... Por desgracia, llegaron tarde.

Dio un brusco paso hacia atrás que casi le tira al suelo (se veía en el suelo esa noche entre una cosa y otra al final), porque Ethan salió de repente de debajo de los cojines. Menudo susto, le había puesto el corazón en la garganta. Frunció el ceño y le señaló. — ¡Eso es trampa! ¡Nos has robado el ingenio! — Os he robado la idea, mi querido prefecto melodramático. — ¡Pues también está mal! — Aseveró. Robar estaba mal, fuera lo que fuera. — ¡Esto es nuestra propiedad intelectual! — El otro soltó una carcajada. Iba a hacerse el digno, porque si Ethan se creía que iba a comprarlo con monedas de chocolate iba listo. Pero cuando quien se las ofreció fue Alice, con esa carita tan bonita y tan triste, todo su orgullo se cayó al suelo. — No, no digas eso. Tú eres mi princesa, mi mejor princesa, mi amor. — Le dijo con un fuerte tono dramático, lleno de romanticismo, agarrando sus manos y frente por frente a ella. — Eres mi princesa francesa-irlandesa-inglesa perfecta. Y eso nunca, nadie, ningún Slytherin malintencionado nos lo podrá robar. — ¡Vaya! Ahora soy un Slytherin malintencionado. — ¡Sí! — Dijo Marcus mirándole con el ceño fruncido pero sin soltar las manos de Alice. Parecía un niño pequeño enfadado. Se volvió de nuevo a su novia y cogió una de las monedas, quitándole el envoltorio y, con una sonrisa, ofreciéndosela. — Para ti, mi amor. — Esperó a que la chica se comiera la moneda que le daba y cogió otra para él, irguiéndose muy digno y diciendo en voz alta y evidente. — Lo sé, las de mi abuela Molly son mucho mejores porque son hechas por una irlandesa de verdad, pero... — Y, de repente, un dolor punzante en su dedo le hizo soltar un quejido y abrir las manos como si lo que tuviera en ellas fuera la fuente del dolor. Y lo era, solo que lo llevaba enganchado del dedo. — ¡¡VENGA YA!! — Se quejó, sacudiendo la mano en la que el duendecillo, con muy mala leche, le había clavado los dientes en el dedo. Acabó saliendo volando por ahí, y Marcus dio un par de patadas en el suelo. Definitivamente, parecía un niño pequeño. — ¡¡¿¿Por qué me tocan siempre a mí??!! — Creo que ha sido porque le has ofendido. Nos lo ha advertido el de la barra. — Dijo Theo, apareciendo por allí. Le puso una mano afectuosa en el hombro y le dijo. — Lo siento, tío. — Gracias, Theodore. No me merezco esto, ¿verdad que no? — No te lo mereces, no. — Eres buena persona, tío. — Va, coge otra, seguro que ya no se transforman más. — Asintió y, muy obedientemente, cogió una moneda, le quitó el envoltorio y se la llevó a la boca. Miró a Theo con expresión de niño apenado. — Está muy buena. — No sabes cuánto me alegro. — Qué buen tío era Theo. Ahora fue Marcus el que le puso una mano en el hombro. — Vas a ser un gran primo político. Soy muy afortunado de tenerte en mi familia. — ¡Bueno! — Cortó Ethan, dando una palmada en el aire y llamando la atención de los demás. — Antes de que nuestro guapísimo y desmelenado prefecto siga dando cariño a todo el mundo menos a mí, ya podéis estar siguiendo al menda al próximo bar, que por algo he ganado yo. — Se dirigieron a la salida pero, antes de cruzar la puerta, Marcus se giró y volvió a alzar los brazos. — ¡Adiós, Irlanda! ¡Volveremos! — Y los mismos que habían gritado para saludarle al entrar, le gritaron y alzaron sus cervezas también al salir. Pero qué simpáticos. 

— ¿No nos dices dónde nos llevas o qué? — Ahora lo veréis, no seáis impacientes. — Respondió Ethan a Sean mientras se encaminaban. Cedric soltó una risita. — Yo tengo una teoría... — Tú calla, niñata. — Le espetó el líder, que seguía encabezando la marcha. Se plantaron ante la puerta de un establecimiento con enormes cintas blancas, rojas y azules. — ¡Hala! ¡Alice, mira, Francia otra vez! — Dijo contento, pero Cedric soltó una carcajada. — Casi. No es Francia, es Estados Unidos. — Arqueó una ceja y miró a Ethan. — Y, por si os interesa saberlo, mi teoría era cierta. — A nadie le interesa saberlo, prefectucho. — ¿En serio? — Preguntó despectivamente Eunice, mirando a su hermano, cruzada de brazos. — ¿No había un país menos interesante? — No me toques los huevos, hermanita, encima que te he traído. — Esta soltó un bufido despectivo. — Como que te tengo que dar las gracias, será por lo bien que me lo estoy pasando... — Eh, guapita de cara. — Saltó Hillary, pero Sean la agarró del brazo y trató de hacer fuerza hacia atrás, aunque la chica seguía tratando de increpar a la otra, que la miraba altiva como si realmente deseara que perdiera los papeles contra ella. — Sí, tú. No te hagas la tonta y deja a tu hermano tranquilito, ¿quieres? — Es que si esto es por lo que creo que es, me parece patético, vamos... — Pues mira, sí, es por eso. — Le espetó Ethan. — Me estoy follando a Aaron McGrath y se me ha ido a América y estoy con síndrome de abandonado. No creo que sea sorpresa para ti ni que seas la más indicada para hablar de cosas patéticas. — ¡Ahora te comes esa! — ¡Hills! — Reprendió Sean, un tanto agobiado, pero su novia se volvió hacia él y empezó a argumentarle en un tono muy poco discreto por qué Eunice se merecía sus improperios y más. 

— ¡Ea, para dentro ahora mismo todo el mundo! — Ordenó Ethan, y hacia el interior del bar de Estados Unidos fueron. Nada más cruzar el umbral, oyó a Lex pararse en seco y decir. — ¡No me lo creo! — Darren empezó a pegar saltos, riendo a carcajadas, y tirando del brazo de Lex. — ¡Canta, mi Lexito, canta! — No, no, qué dices, que me da vergüenza. — ¡Síííí, que esta te la sabes! — ¡Que nooo! — Respondió Lex, pero sin dejar de reír, y con una cara de ilusión que ciertamente Marcus no estaba acostumbrado a verle. Se acercó a los chicos con una sonrisa de curiosidad y les preguntó. — ¿Qué pasa? ¿Quiénes son? — En referencia a esa canción tan animada que sonaba. Lex se echó a reír, aunque le brillaban los ojos de alegría, lo cual era ciertamente bonito de ver. Quien respondió, girándose hacia él de un salto, fue Darren. — ¡Son los Backstreet boooooooooooooys! —

 

ALICE

Se le puso una sonrisa idiota en cuanto le dijo lo de la princesa inglesa-irlandesa-francesa. — Ohhhhh muchas gracias, mi amor. — Qué momento más bonito estaban viviendo, solo interrumpido por uno de esos duendes malaje. Se llevó el dedo de Marcus a los labios y le dejó un besito. — Ay, mi vida, pobrecito. Yo te curo. — Ah, pero Theo estaba por ahí, y se dijeron cosas muy bonitas. De hecho, se había quedado pillada en las cosas bonitas, porque de repente, Ethan les estaba moviendo a todos otra vez. — ¡Jo! No quiero irme de Irlanda. — Dijo quejosa mientras salían. La verdad es que quería intentar otra vez lo de las ollas… Pero igual ya no estaban en el mismo sitio y se había quedado sin ideas…

No le dio tiempo a darle más vueltas, porque Ethan ya se los estaba llevando a otra parte, y la desconexión entre sus pensamientos y sus movimientos, así que sus pies seguían solos a su amigo, mientras ella seguía dándole vueltas a la cabeza. Pero Marcus dijo que volverían, eso lo había oído. — ¡Sí! Irlanda siempre será nuestra casa. — Coreó, recordando lo que le había dicho Marcus antes, cosa que, a Donna y Andrew, que pasaban por al lado, pareció hacerles mucha gracia.

Abrió mucho los ojos cuando Marcus le dijo que estaban en Francia otra vez. — ¡Hala! ¿Hay dos franceses? Cuánto gustamos. — Dijo con una risita. Ah, no, que era Estados Unidos. — Bueno, pero también es un poquito parte de mí, mi madre era americana. — Pero a nadie parecía interesarle, porque ya estaba la tonta de Eunice con ese tono enfadón y criticón de siempre. Ay, qué molesta. Le apreció distinguir que hablaban de Aaron, y se le activaron todas las alarmas, pero solo era Ethan diciendo que se lo estaba tirando. Bueno, ninguna novedad en el frente. Ah, pero es que a aquello molestaba a Eunice. Estúpida . Pero ahí salió Hillary. — ¡Ole mi letrada Vaughan! — Jaleó ella, un poco indiferente a la reacción de Eunice. Se enganchó del brazo de su amiga. — Solo quiere que le prestemos atención, pasa de ella y vamos a entrar. — 

Estaba animadísimo aquello. Los americanos sabían dar ambiente de fiestón, desde luego, aunque, la verdad, ella seguía prefiriendo Irlanda. Pero, de repente, Hillary, Theo y Darren se pusieron a cantar la canción a toda mecha. — Creo que nos estamos perdiendo algo. Cosas de muggles, supongo. — Susurró a Marcus. Pero no contentos con eso, parecía que Lex también se sabía la canción, y eso sí que tenía que verlo ella, su cuñado cantando. — ¡DAAAAAALE LEX! ¡Que todos queremos verte! — A mí que no veis nada a estas alturas de la noche. — Se quejó. Ay, qué mala leche tenía cuando quería. — ¡Eh! Margaritas para todos. — ¿Eso no es de México? — Preguntó Theo. — Es que los americanos no tienen nada propio. No te quejes tanto, Mattie, y bebe, mi rey, mientras os explico el reto. — Señaló unas pantallas. — ¿Veis eso? Se llama.. — ¡RECREATIVOS! ¡QUÉ CHULO! ¡Mira, Theo, es el Space Invaders! ¡Y el Tekken! — Gritó Darren, excitadísimo. — ¡Me pido el Comecocos! — Le coreó Hillary. — Están hablando en mandarín ¿verdad? — Preguntó Sean. — Si nuestros queridos mugglecitos me dejan, lo explico para los de sangre pura, que están un poco perdiditos. — Dijo Ethan levantando la voz. Les explicó cómo funcionaban, pero Alice no terminó de pillarlo mucho. — Y hay que hacer todo eso solo que en vez de con los mandos, con la varita. — Alice parpadeó. — Hay tres máquinas y tenemos tres muggles, como ellos solitos se las han repartido, tendréis que intentar batiros contra ellos. — Hala, como en duelo, qué guay. — Dijo toda contenta, aunque no se hubiera enterado bien de cómo se jugaba. Dio un trago al margarita y se fue derechita a la de Theo, donde murió en la primera partida. Lo dicho, no se había enterado bien. 

El que estaba por las nubes era Darren, que iba derrotando a todo el que se le cruzaba. — ¿HAS VISTO, LEXITO? ¿HAS VISTO? ¿Qué haces si gano a todo el mundo? — Le gritó, dando saltos. Lex se estaba riendo a carcajadas como no le había visto nunca. — Canto para ti, mi amor. — ¡SÍ! ¡ESO MISMO! ¡Y YO BAILO PARA TI MIENTRAS CANTAS! ¡TENGO QUE GANAR! — Ethan también se estaba riendo y fue a sentarse a su lado. — Por mucho que me joda reconocerlo, me gusta verlos así. Es muy feliz. — Ella se apoyó en el hombro de su amigo y dijo. — Lo has hecho muy bien, pasa de tu hermana. Está siendo una noche genial. — Y tú has pillado, putón. — Quéééééé va, han llegado antes. — Dijo tristona. — Seguro que Aaron también está pensando en ti. — Le aseguró. Y entonces se percató. — ¿Dónde está Marcus? — Ethan señaló. — Matándose con Hillary. Putón, si no existieras tú en el mundo, esos dos hubieran tenido un angry sex de manual. —

 

MARCUS

Miró a Alice con los ojos muy abiertos y cara de ilusión. — ¡Es verdad! — ¿Cómo no había caído? ¡Janet era americana! La rodeó con sus brazos, estando ella de costado a él, y la apretó contra sí en una postura un poco extraña, pero con mucha ternura. — Mi princesa francesa-inglesa-irlandesa-americana perfecta. — Sin soltarla, hizo un bailecito bastante tonto mientras reía. — Y caribeña. — 

Ya le sorprendía ver a su hermano no solo reconociendo una canción, sino con una mínima intención de cantar (aunque le estuviera diciendo a Darren que no, pero se estaba riendo). Es que, encima, Darren, Hillary y Theo estaban a tope y se la sabían entera. Les miró con los ojos entrecerrados, intentando entender... por qué... Y, en lo que pensaba, Alice le susurró. Un momento . ¡Aaaah claro! ¡Los criados en entornos muggles! — Aaaaaaaah. — Dijo en voz alta, él solo, asintiendo con la satisfacción de haber desentrañado el misterio de por qué algunos no conocían la canción y otros se la sabían de memoria. — ¿Este es el grupo que le ha dado nombre a mi bowtruckle? — Preguntó Donna con una sonrisa ilusionada, siguiendo el ritmillo de la canción, a lo que Darren y Lex contestaron a coro un sonoro "sííííí" que a Marcus le hizo tanta gracia que se echó a reír a carcajadas. — ¡Nick Carter! — Bramó, alzando los brazos, como si hubiera que celebrar el hecho de que se hubiera acordado. 

Ethan apareció con una bandeja de algo a lo que llamó margaritas, y a Marcus volvió a hacerle mucha gracia. Cuando dejó de reírse, se acercó rápidamente a la bandeja, arrasando un poco a quienes había a su paso, solo para decir. — ¡Eh, eh, eh! ¡Si es una flor, la primera para mi novia! — Cogió dos copas y, con una gran sonrisa y tan ceremoniosamente como lo hacía todo siempre, le dio una a su novia y brindó con ella. — Cuando vayamos a las fiestas del mundo a recorrer el mundo por el mundo, tenemos que probar todas estas cosas, pero en el mundo. — Esperaba haber dejado claro lo que quería manifestar, él lo había dicho muy convencido. De repente, los tres criados en entornos muggles empezaron a gritar en lo que él juraría que era un idioma que no conocía. Se inclinó hacia Alice, muy serio, sin dejar de mirar a los otros tres. — ¿Tú sabías que el muggle era un idioma? — Miró a Alice. — Porque eso es otro idioma ¿no? ¿O tú lo has entendido? — Ladeó la cabeza, entrecerrando los ojos. — Nah... Tiene que serlo... ¿Tú sabes si en Estudios Muggles se estudiaba? — Maldita sea, nadie le había informado de eso. Se hubiera cogido la asignatura de saber que había que estudiar un idioma nuevo. Eso le ayudaría a sus futuras relaciones internacionales. Que él iba a ser un hombre de mundo.

¿Ves? Sean tenía la misma duda. Abrió mucho los ojos y le dio en el brazo. — ¿Verdad? Yo creo que es otro idioma, tío. Teníamos que habernos cogido Estudios Muggles. — Uy, qué va, este sabe otra forma de estudiar a ciertas muggles mucho más interesante que esa. — Se burló Ethan, pero Sean le miró con el ceño fruncido y advirtió con un índice. — ¡Eh! Que mi Hillary es una bruja muy brillante. — Pues mira tu bruja brillante qué bien se lo pasa. — Respondió el Slytherin, señalándola con un gesto de la cabeza. Al girarse para mirarla, la vieron prácticamente encaramada a una máquina, moviendo como loca los manillares, mientras hacía con la voz un ruido que sonaba como "wiu wiu" y que les hizo fruncir el ceño como si no entendieran nada. 

Después de que Theo, Darren y Hillary toquetearan la máquina, Ethan especificó que el reto estaba en hacerlo con la varita. Marcus bufó con suficiencia. — ¿Y ese es el reto? ¿Hacer magia? — A ver, don alquimista, no nos vayas a transmutar el cacharro que me veo teniendo que pagarle los materiales a todos los bares, que ya te has cargado un taburete. — Advirtió Ethan. Marcus se cruzó de brazos con el ceño fruncido. Lo que le quedaba por ver, vamos, McKinley regañándole a él. 

— A ver, el alquimista. Tú, conmigo. — Decidió Hillary sin darle opción a réplica, y lo arrastró de tal manera que casi tropieza por el camino. De hecho, lo hizo entero trastabillando, casi se cayó encima de la máquina en cuanto Hillary le soltó la chaqueta. — Este te va a gustar. Es un glotón, como tú. — Ese bicho es amarillo. Yo soy azul y bronce como la excelsa casa Ravenclaw. — No te rayes y escucha. Mi pantalla es esta y la tuya es esa. — Atendió, asintiendo gravemente, muy concentrado. — "Pantalla" está en muggle ¿verdad? — ¿Qué? Madre mía, lo que me faltaba, lidiar contigo borracho. Tú atiende y ya está. — Buf, qué borde podía ser Hillary cuando quería. Siguió explicándole en qué consistía el juego, que por lo visto era seguir un camino de bolitas y que no te pillaran unos fantasmas de colores. Parecía fácil. Pero, de repente, apareció un elemento distractor que Hillary no le había dicho. Y, para alguien como Marcus, era MUY distractor. — ¡¡Eh!! ¡¡Fruta!! — ¡Tío, no mires eso! Tienes que huir de los fantasmas. — ¡¡Eh!! ¡¡Que el plátano me huye!! — ¡Que huyas tú de los fantasmas, O'Donnell! — Va, va. — Le dijo, pero ni caso. Siguió persiguiendo la fruta. Y, de repente, el fantasma rosa se cruzó en su camino y su protagonista se convirtió en una especie de papilla y dejó de andar. — ¡Eh! ¡Iba a por la fresa! — ¡Y dale! ¡Que tienes que huir de los fantasmas! — ¿Pero entonces por qué me dan comida? — ¡Porque da puntos, pero no te pueden matar, primero tienes que huir y ya si eso luego vas a por puntos! — ¡Pero yo quiero la fruta! — ¡¡¡MIRA!!! ¡No empieces ¿eh?! El comecocos de toda la vida es: Huir. De los. Fantasmas. — Pero es que hay fruta. — ¡¡¡DIOS MÍO NO TE CREO VAMOS!!! ¿¿TÚ ME ESTÁS OYENDO?? — ¡Eh! ¿Cuándo me toca? — Preguntó Sean, pero fue flagrantemente ignorado por los dos.

Aquello no había manera de remontarlo. — ¡¡OTRA VEZ!! ¡PERO ES QUE LOS FANTASMAS ME PARAN! — ¡¡MADRE MÍA, MARCUS!! ¡TE HE DICHO QUE TIENES QUE COGER LAS BOLAS GRANDES! — Oye, yo también quiero jugar. — Volvió a quejarse Sean. Ni caso, Marcus empezó una partida nueva, ya obcecado. Ya Hillary ni jugaba a la suya, estaba pendiente de la de él. Empezó a señalarle la pantalla como loca. — ¡¡AHORA!! ¡VE A POR LOS FANTASMAS, QUE ESTÁN AZULES! — ¡¡OSTRAS, ESTÁN AZULES!! — ¡¡CORRE, CÓGELOS!! — ¡ESPÉRATE, QUE CORREN MUCHO! — Hablaban tan a gritos que les debía estar oyendo el bar entero. — ¡¡QUE SE TE CAMBIAN DE COLOR!! — Advirtió Hillary cuando los fantasmas empezaron a parpadear, pero igualmente Marcus ya había cambiado de ruta, lo que hizo que la chica diera un golpe en la máquina. — ¡¡¿¿PERO DÓNDE VAS AHORA??!! — ¡¡QUE CASI LO TENGO!! — ¡¡¡PERO QUE ESE PASILLO ESTÁ VAC...!!! — Nada. Había muerto otra vez, a la chica ni le dio tiempo a recordarle que estaba tirando por un pasillo vacío, como si él no lo hubiera visto. Soltó un gruñido de desesperación y le gritó casi en la cara, haciendo aspavientos con las manos. — ¡¡¡QUE NO PUEDES IRTE DE CABEZA HACIA LOS FANTASMAS!! ¿¿TAN DIFÍCIL ES?? — ¡¡QUE QUERÍA ESA CEREZA!! — ¡¡¡¡MIRA YO TE MATO EH!!!! — ¡¡Bueno!! — Interrumpió Ethan. — ¡A ver, los dos Ravenclaw, antes de que acabéis a hostias! ¡Que tenemos ganador! — ¡¿Cómo que ganador?! — Preguntó Marcus, alzando los brazos con ofensa. — ¡Yo aún no he terminado mi partida! — ¡Pero si te han matado cien veces! — Dijo Sean. Marcus empezó a negar y se giró a la máquina otra vez. — No, no, no, no, no. Yo hasta que no consiga una fruta no... — ¡¡¡MIRA!!! — Gritó Hillary, y prácticamente hubo que agarrarla porque se le iba a lanzar encima para pegarle casi. Mejor lo dejaba, que su amiga se estaba poniendo un poquito violenta. 

— Para sorpresa de nadie, el ganador eeeees... — Empezó Ethan, y Peter, espontáneamente, comenzó a hacer un redoble de tambores. El Slytherin alzó el brazo de su cuñado con triunfo y dijo. — ¡Darreeeen! ¡Muggle tenía que ser! — Todos vitorearon, pero el propio Darren el que más. — ¡Voy a por mi premio! — Y ¿has oído eso, Lex? Parece que no eres su premio. — Picó Ethan, porque Darren había salido corriendo hacia... un señor que estaba metido dentro de una cabina. ¿Qué hacía hablando con un desconocido? A veces Marcus no entendía a los Hufflepuffs, de verdad que no. El chico volvió bien contento y se enganchó al cuello de Lex. — Alguien me ha prometido una cosiiiitaaaaa. — Ay, por Merlín. — Dijo Lex, tapándose la cara entre risas. Darren empezó a animar. — ¡¡Venga, venga!! ¡Que mi Lexito no pase vergüenza! ¡Os quiero a todos arriba eh! — Animó, justo cuando la canción acababa y empezaba a sonar, de nuevo, la misma que estaba sonando cuando entraron. 

Obviamente, Hillary y Theo se vinieron arriba de nuevo, pero Darren seguía dándole empujoncitos a Lex. Y, para sorpresa de todos, en cuanto la canción empezó a animarse, su hermano también. Se montó tal jolgorio que allí ya estaban todos saltando y gritando, y antes de que llegara el estribillo, Darren se había subido a la barra, cantando a voz en grito e iniciando un improvisado striptease que fue bastante bien acogido, porque todos gritaron aún más, saltaron aún más y gritaron aún más. Y, la verdad, la canción era bastante fácil y pegadiza, así que al cabo de un rato ya la estaban cantando todos. La chaqueta de Darren estaba ya en manos de Sean, la corbata le había caído encima a Poppy y Oly estaba pidiendo a gritos que siguiera lanzando cosas, pero cuando el chico tenía la camisa abierta pareció detener ahí su espectáculo y limitarse a bailar, y no fue el único. Por si se sentía solo, a la misma mesa se subió Peter, y el baile de ese sí que era para verlo, tanto a nivel individual como cuando Darren y él empezaron a restregarse de una forma bastante cómica. Más gritaron y más animaron y saltaron todos, y Marcus acabó casi enganchado de Lex, que estaba más venido arriba y contento de lo que le había visto en toda su vida. Aquella sí que estaba siendo una noche para la eternidad.

 

ALICE

Se acercó a la máquina donde Marcus estaba jugando con Hills, y la pantalla se le antojó una auténtica locura. — ¿Te han matado por comilón? — Señaló con una risita, picándole en las costillas. — ¿No tendrás hambre a estas horas? — ¡PUES POR LO VISTO SÍ, PORQUE NECESITA CEREZAS! — ¿Hay cerezas? Qué ricas. — ¡Otra! ¡Que no va de comer! — ¿Y para qué ponen cerezas? — Hillary la miró como espantada. — Mira, es que no os aguanto. — Y se fue. Eso le hizo bastante gracia, no sabía ni por qué. Aplaudió a Darren, que al parecer había ganado. — ¡Uhhhhh, ahora toca striptease! — Gritó, juguetona. Mira, eso no se le había escapado. Se giró a su novio y dijo. — Que no es que yo tenga ningún interés especial en ello, eh. — Entonces no pudo evitar que se le saliera una carcajada de niña traviesa y se tapó la boca. — Aunque Ethan ha dicho que tendrías un angry sex con Hills muy guay si yo no existiera. — Volvió a reírse como si fuera una niña diciendo una barbaridad, pero ante la cara de su novio, le volvió a lanzar los brazos por el cuello, mirándole a los ojos. — Pero aquí estoy, y no te doy angry sex, te doy del bueno. — De momento . En verdad le había picado un poco la curiosidad por el otro. 

Pero ahora el centro de la atención de todo el mundo era el striptease de Darren. Al principio le hizo gracia y coreó a los demás, especialmente cuando vio a su cuñado ahí arriba cantando. — Mañana se lo pienso recordar y le voy a obligar a interpretarla de nuevo delante de todos. — Pero, con la subida de Peter, la expectación subió y ella aprovechó para susurrar a su novio. — Yo voy a desnudarte mucho mejor… — Y no especificó cuándo, todo fuera que al final no pudieran, pero… la imagen en el cerebro de Marcus ya estaba allí. 

La cosa se descontroló un poco y ella acabo agarrada a Poppy bailando, y aprovechó para pincharla. — Vaya, vaya, tu novio quitándote trabajo, eh… — Poppy entornó los ojos, y no se puso roja porque ya lo estaba. — Paaaara, Alice… No digas esas cosas. — Ella le puso las manos en la cintura y la hizo balancearse. — ¿Por quééééé? ¿Te da vergüenzaaaaaaa? — Poppy apretó los labios y asintió. — Un poquito. — Bueeeeeeno, te dejo tranquila, pero… — Señaló a Peter, que también se había abierto la camisa. — Eso de ahí es solo para ti, chica. — Y ambas rieron, bailando abrazadas y dando saltitos, hasta que Cedric apareció por allí y dijo. — ¡Eh, Ethan! Deja de babear y vamos, que ya está preparado lo que has pedido. — Los chicos se bajaron, y ella se vio llevada por la masa. — ¡Eh! ¡Esperad! ¿Qué has elegido, Darren? — ¡Italia! — Bramó el chico entre la multitud. — ¡Por el bueno de mi abuelo Tony! — Ah. Bueno, le parecía bien, ese iba a ser su primera viaje con Marcus, así que genial.

Salieron al frente y vieron una serie de instrumentos muggles de colores. — ¿Qué es esto? — Preguntó ella, ya con los ojos brillantes por ver algo nuevo. — ¡Son vespas! — Dijo Theo ilusionado montándose en una y poniendo las manos en el manillar, porque sí, se parecían a una bici, pero diferente. — Pero no vamos a saber conducirlas. — Querido, la magia todo lo puede. — Ethan y Cedric se montaron en una, este retorció el manillar y la vespa salió andando sola. — ¡Estas se conducen solas en cuanto las arrancas! Y nos llevan al italiano. — ¡Qué guay! ¡Yo quiero! — Exclamó ella, buscando una vespa en la que sentarse. Al final, lo hizo aturullada y rápido, con alguien que no vio, porque todos estaban teniendo la misma idea, pero para cuando se dio cuenta, se percató de que iba con Peter. — ¡Bradley! — ¡Ey, Gal! Esto son como escobas, pero van solas y no vuelan, ¿a que mola? — Se giró para ver si veía a Marcus en las demás, pero se desequilibró y Peter le agarró una mano y le hizo rodearle con ella. — ¡Que te caes! Agárrate. — Ehm… Peter, no te has abrochado la camisa. — Él rio. — Ya, ¿has visto que fuerte estoy? Mira, mira qué abdominales. Lex está más petado de brazos, pero yo estoy cuadradísimo aquí… — Alice suspiró. — Ay, Merlín, que no esté muy lejos el bar… — ¡Mira, mira! Le puedo hacer esto. — Y de repente notó cómo la parte de delante de la vespa se levantaba. — ¡Para, Peter! ¡Para que nos matamos! — Oh, por Dios, la locura Gryffindor era peor que la suya, vaya, como Marcus lo estuviera viendo, se iba a desmayar. 

Todos fueron llegando, y ella se bajó toda rauda hasta encontrar a su novio. — Oh, ya pensé que te me habías perdido. — Le dio la mano y dijo. — Tenía que entrar a Italia contigo, porque nuestro primer viaje va a ser Roma. — Y a la puerta se dirigió, bien agarrada de la mano de su novio, alegrándose de estar estable otra vez. — Peter está de la olla, no dejes que me vuelva a llevar a ninguna parte en la vida. — Susurró. 

El sitio molaba muchísimo. Tenía la pinta de un palacio toscano, y también parecía que era de día allí, con sus paredes anaranjadas y sus balcones con balaustradas y plantas por todas partes. — ¡Esto me encanta! — Se puso a dar saltitos al ritmo de la tarantella que sonaba. — ¡Tengamos otro taller en la Toscana, mi amor! Seríamos unos alquimistas tremendamente felices, con tanto sol y alegría, ¿no pega un montonazo con nosotros? — Preguntó, mientras no paraba de dar saltitos. — ¡A ver! ¡Un poquito de Italia para vosotros! — Dijo Cedric poniéndoles una bandeja por delante. — ¡Oh! ¿Qué son? — Limoncello. — ¡Oh! Suena delicioso. — Delicioso y fuerte , pensó en cuanto se bebió uno y casi le da un atragantón fuerte.

 

MARCUS

Miró a Alice con expresión frustrada. — Tú me entiendes ¿verdad? — Y ya iba a hacer una disertación (o a intentarlo, estaba un poco lento al encontrar las palabras esa noche) sobre por qué no deberían poner comida en un juego cuyo protagonista lleva el verbo comer en el nombre si el objetivo es huir de unos fantasmas (es que de verdad que no le veía ningún sentido), cuando el triunfo de Darren le hizo olvidarse de lo que se estaba preocupando. Aunque, más que eso, fue el comentario de Alice el que le descuadró por completo. — ¿Cómo? ¿Qué? ¿Cómo? — ¿Que qué? ¿Él y Hillary qué? Enfadado sí estaba, aunque no tanto como su amiga, que se enfadaba muy rápido, pero es que... ¿¿Cómo que "sex"?? — Yo sex solo contigo, mi amor. — Aseguró, casi asustado y con una mano en el pecho. A ver, a ver, que todavía se les torcía la noche, ahora que había espantado a Eunice.

Menos mal que el espectáculo de Darren y Peter sobre la mesa le hizo olvidarse de esa tontería que había dicho Ethan, que igualmente Alice tampoco es como que pareciera muy preocupada (aunque por un momento se alegró de que no estuviera Jacobs por allí). Saltaron, canturrearon la canción y vitorearon a los dos que estaban haciendo el striptease, y en un momento dado, su novia le susurró en el oído algo que le hizo mirarla y... quedarse unos segundos buscando cómo responder. ¿Dónde se le había ido esa rapidez de palabra que tenía siempre? En su lugar, y tras un par de segundos pillado solo mirándola, se le escapó una risita estúpida que intentó reconducir como pudo a una especie de expresión de galán de la que él estaba muy seguro, otra cosa es cómo hubiera quedado en realidad. — Esa oportunidad no la pierdo. — En verdad parecía estar diciendo un fragmento de la conversación mental que traía consigo mismo esta noche, y que era esa obcecación porque Alice dormía en su casa, pero su madre había dicho que cada uno en su habitación. Sí, bueno, en Nochebuena también iba a dormir cada uno en su habitación. Es que no, lo dicho, no iba a dejar pasar esa oportunidad. Que Alice quería desnudarle. Es que vamos. Ni que fuera tonto ahora.

Cuando escuchó la decisión de su cuñado, abrió los ojos con cara de niño ilusionado y le gritó a Alice. — ¡Mi amor! ¡Que nos vamos a Italia! — ¡Increíble! Es que estaban haciendo todas sus próximas rutas esa noche. Qué de ideas iban a llevar a sus viajes. Se sentía como si volvieran a ser esos niños que planeaban ir a las fiestas tradicionales juntos. Vamos, es que se cogería ahora el primer traslador que les llevara a cualquiera de esos destinos y se iría con los ojos cerrados. Lo que parecía que iba a llevarles al siguiente bar era una especie de bicicleta un poco más robusta, aunque tampoco lo suficiente como para que a Marcus le diera confianza. De nuevo, tendió a pensar que era un objeto decorativo hasta que vio a Theo montarse. — Espera ¿qué? — Bueno, por supuesto que pensaba subirse con Alice, de la cual no es como que se terminara de fiar mucho, pero prefería ir pidiéndole a ella que tuviera cuidado, que en el fondo un poco de caso le hacía, y además ya la conocía lo suficiente como para saber por dónde podía tirar su imprudencia, que hacerlo con cualquiera de los que estaban allí (que, la verdad, iban todos un poco borrachos, pero no estaba allí para juzgar a nadie). El problema fue que, en lo que pensaba, Alice se estaba yendo de allí con Peter, dejándole con una cara de desconsuelo peor que si fuera un niño abandonado en mitad de la calle. 

De repente solo veía gente montarse en las vespas muy rápido y él aún no atinaba a nada. Solo vio de refilón a Eunice, quien también se había quedado desparejada porque su hermano se había ido con Cedric, pero vamos, ni de coña se subía con ella en la vespa. Antes se iba andando (que tampoco se le antojaba una mala solución, dicho fuera de paso). — Marcusito Marcusitooo. — Dijo la voz de Donna. Ella y Hillary venían apoyadas la una en la otra entre risillas, y traían una cara de querer cotorrear que les estaba haciendo gracia hasta ellas mismas. — ¿No te montas con Eunice, que se ha quedado sola? — Ni de coña, vamos. — Las otras dos se echaron a reír, y Hillary se acercó a decirle en confidencia (aunque no se molestó en bajar el tono de voz). — La puedes tirar de la vespa en marcha. — ¡Hala! Qué burra. — Se rio Donna a carcajadas. — Aunque le puedes hacer un truquillo de esos de los tuyos y te enganchas detrás y le quemas el pelo o algo. — ¿Magia, dices? — Contestó él, y las dos se echaron otra vez a reír. Hillary volvió a hablar. — Que nos ha chivado Theo que te pones muy maloteeeeeee. — Frunció el ceño, sin ni idea de qué le hablaban, mientras las dos se morían de risa ellas solas. Donna especificó. — Cuando lo del novio de Jackie, la prima de Alice. Dice que los dejaste por los suelos a los dos. — Yo quiero ver una actuación de esas, Marcus. — Le dijo Hillary, sugerente, y ahí sí que vio él una señal de alarma, tanto que alzó las manos. — Hills, que Alice ya se ha ido y luego Ethan dice cosas raras de nosotros. — ¿Eh? — Se extrañó la otra, que claramente estaba de broma, pero él especificaba por si acaso. 

— ¡Bueno! ¿Cuál de estas bellas damas me acompaña? — ¡Uy, yo! — Respondió rápidamente Hillary a Andrew. — Me voy con el capitán del equipo de quidditch, que seguro que es el que mejor conduce, ¡ahí os quedáis! — Andrew se fue con ella a carcajadas, y Donna se cruzó de brazos y chistó. — Lo que hay que ver y oír, no va el tío y pregunta, en vez de llevarme a mí en prioridad. — Hillary le sacó la lengua mientras el otro arrancaba y se iba con ella, y Donna le gritó. — ¡Pues yo me voy con el tío más guapo de la fiesta! — Marcus la miró gratamente halagado. — ¡Oh! ¿Soy el tío más guapo de la fiesta? — Marcus, por favor. A los Ravenclaw no nos gusta tener que resaltar obviedades. — Le contestó, con ese tono borde que usaba siempre, pero le daba igual porque se había llevado un piropo, así que se montó detrás de ella en la vespa, se agarró fuerte a su cintura (porque seguía sin fiarse del cacharro ese) y, con un ruido infernal que se le estaba metiendo en el cerebro, fueron hasta el bar italiano. 

Lo primero que vio al bajarse fue a su novia, hacia la cual corrió y se abrazó como si llevara un siglo sin verla. — ¡Mi amor! Te he echado de menos. — Aunque luego la miró un tanto suspicaz. — Te has ido sin mí. — Miró a su alrededor y se le pasó al ver lo impresionante que era todo, sonriendo y mirándola con amor. — Pero mira qué bonito es esto. Algún día te llevaré. Y vamos a ser tan felices. — Si el reto de este bar es una opereta romántica, ya podéis darle el premio a estos dos. — Se burló Sean al pasar por su lado. Marcus le miró mal. — Que sepas que tu novia se ha ido con el capitán de quidditch y aún no ha vuelto. — ¿Qué dices, tío? Si lleva ya dos chupitos de la cosa esa italiana. — Contestó Sean, señalando a Ethan con la bandeja y a Hillary muerta de risa a su lado. Pff, bueno, pero seguro que llegó después de él, Marcus no la había visto al entrar... También es que se había ido directo hacia Alice, pero... ¡Bueno, él sabía lo que decía!

Agarró fuerte a su novia cuando le dijo lo de Peter. — No, mi amor. Yo te protejo con mi vida. — Aseguró con dramatismo y luego puso cara de impotencia. — Pero es que te me vas muy rápido. ¿Y si un día te me escapas? Que hay pajaritos que se van... y luego no los ves... — No, no. No podía pensar en eso porque se iba a echar a llorar y estaban de fiesta. Sacudió la cabeza y redirigió el tema. — Yo he venido con Donna. — Miró de reojo a las dos chicas, aunque cada una estaba en un sitio distinto, y sin perderlas de vista se acercó a Alice para susurrar. — Me han dicho que soy muy guapo y que quieren que les haga un espectáculo... No sé si se estaban metiendo conmigo o iban en serio, pero yo me he ido por si acaso. — Bueno, se había ido con Donna, pero no le quedaba otra opción. Desde luego prefería con ella a con Eunice, que esa sí que lo decía en serio y con mala leche, encima, al menos sus amigas le querían. 

Se quedó un tanto absorto mirando el bar hasta que Alice le hizo esa propuesta. Abrió mucho los ojos. — ¡Sí! — Dijo inmediatamente, y sin pensárselo ni un segundo, como si acabara de tocarle dicho taller en una rifa, puso una mano bajo sus piernas para cogerla en brazos y empezó a darle vueltas. — ¡Sí, sí, sí, mi amor! ¡Alquimistas en la Toscana! ¡Alquimistas en el sol! — ¡Tíos, ya, que se van a pensar que sois parte de la atracción del bar! — Se rio Peter, levantando también las risas del resto. Dejó de dar vueltas (uh... no tenía que haber dado tantas... Mejor se quedaba con Alice en brazos hasta que estuviera lo suficientemente estable él como para saber en qué parte del suelo tenía que dejarla) y miró a su amigo. — Tenéis muchísima envidia. — ¡Ahora a mí, ahora a mí! — Pidió Oly, llegando hasta él a saltitos, como una niña pequeña que quiere que le hagan la misma tontería que le han hecho a su amiga. — Mejor no te arriesgues, que está intentando no caerse al suelo. — Advirtió Kyla entre risas, y Oly se giró entonces a ella. — ¡Pues házmelo tú! — Ay, Oly... — ¡Wiiiiiiii! — Daba igual, ya se le había subido encima, así que la otra, que no dejaba de reírse, hizo un intento de moverla y darle vueltas, aunque su novia en sus brazos no paraba de moverse como si tuviera pulgas. Marcus dejó finalmente a Alice en el suelo y la miró, condescendiente. — No les ha quedado igual que a nosotros. — Aseguró. Si es que ellos tenían felicidad y talento natural para ser la mejor pareja del mundo. 

Cedric se acercó con una bandeja, Marcus cogió un vasito y brindó de nuevo con Alice, con una radiante sonrisa. — ¡Por nuestro nuevo taller! — Se llevó un buen trago, pero acabó tosiendo y cerrando fuertemente los ojos. — Oh, pero mejor de esto no tengamos. — Dijo con un hilo de voz. Su hermano apareció por allí, poniéndole una mano en el hombro y riendo. — Mira, llevo toda la vida deseando reírme de ti y esto está siendo muy divertido. — Ladeó la cabeza y bajó un poco el tono. — Pero ya en serio, deberías dejar de beber. Te vas a poner malo. — No he bebido tanto. — Marcus, que tú no tienes fondo para tragar. Has bebido mucho. — Marcus chistó. — ¡Es que un hombre sabio experimenta y no deja pasar las nuevas experiencias que le ofrece la vida! — Ya, pues tú ya has cubierto el cupo de buenas experiencias por esta noche. — Le dijo Lex, quitándole el limonchelo y poniéndolo a un lado. Marcus le miró con indignación. — Se lo pienso decir a mamá. — No, no creo que lo hagas. — Dijo el otro entre risas. Suspiró y le recondujo hasta donde estaban los demás. — Anda, atiende al reto, que este te va a gustar. — Dijo llevándoselo, pero a su espalda notó cómo le soltaba un hombro y se estiraba para alcanzar a Alice, agarrarla de la muñeca y tirar de ella también, mientras la chica parecía estar yéndose a otra parte. — Y tú ven también, pajarita. No os vayáis a perder y ya la tenemos montada. —

 

ALICE

¡Oh! Que la había echado de menos y todo, sí ella a él también. — Es que no me he dado cuenta de dónde me sentaba. Pensé que estabas a mi lado e iba yo toda segura. — Acarició sus rizos y luego la mejilla. — Contigo siempre voy segura de que estarás a mi lado, amor mío. — Luego asintió fuertemente a todo lo que decía. — Sí que lo vamos a ser. — Sean les cortó un poco el rollo, pero tal y como iba ya esa noche, ni el cenizo de su amigo podía cortarle el rollo de verdad. Marcus volvió al modo protector, y ella sacó un pucherito. — Pero ¿a dónde me voy a ir? Dime, Marcus O’Donnell. — Tomó su cara entre sus manos y le miró a los ojos. — Si eres mi presente y mi pasado, ¿cómo no vas a ser mi futuro? — Le dio un piquito y susurró. — Un halcón siempre vuelve al brazo de su dueño. —

Parecía que entre eso y la mención al taller, le había quitado las penas a su novio. Bien, estaban en Italia, no podían estar tristes. Rio cuando la levantó, sintiéndose ligera y feliz. — ¡Me encanta! ¡Alquimistas del sol! — Se dejó bajar sin dejar de reír. — No sabes cuánto te amo… — Le dijo de corazón. Qué le gustaba hacer esos planes con su novio, le daba muchísima alegría. Ahora Oly quería que la cogieran. — Ya, no me extraña que quieras. — Dijo haciéndose la interesante, aunque no le salía tan bien como a Marcus. Al final se tiró encima de Kyla, pero Alice no pudo más que asentir a la afirmación de su novio. — Es que no solo somos imparables. Somos inimitables, cariño. — Dijo ofreciéndole la mano para que chocara, como si acabaran de ganar algo. Bueno, en su cabeza sí ¿vale?

Lex vino también un poco aguafiestas, reteniéndola. — ¡Eh! ¡No me agarres, que yo seré un halcón pero tú no eres mi dueño! — Lo que hay que aguantar. Nada de limoncello para ti tampoco. — Si ya habían quedado en que no iba a beber limoncello, a ninguno de los dos les había gustado. — No te nos vayas a poner paternalista ahora, que te acabo de ver cantar a los Cuackstreet Boys. — Backstreet. — Eso. Mañana otra vez, pero delante de todos. — Lex se rio y negó con la cabeza. — Mañana no me toques las narices, que yo tengo más cositas que contar que tú. — Pero bueno, atendieron al reto, esta vez explicado por Darren, ya que él había elegido el bar. — A todos nos gusta la pasta ¿no? Pero aquí vamos a tener que demostrar hasta qué punto. — Señaló una mesa muy larga con una hilera de platos en medio. — Se juega por parejas uno en cada lado. La pasta aparece en el plato, y tenéis que decir en alto qué tipo de pasta es y la salsa. A medida que acertéis, el plato se acercará, pero cada vez que os equivoquéis, el plato se os irá alejando, hasta que lo gane uno de los dos. — Alice dio unos saltitos en su sitio. — ¡Qué guay, mi amor! Te va a encantar el reto. — Además, pensaba ponerse ella al otro lado, porque como no tenía ninguna intención de comer, se lo regalaría como quien dice a Marcus. Pero entonces Cedric puso las manos entre ellos. — Nope. Eso sería algo así como supertrampa, os lo digo yo que soy prefecto. — No te lo crees ni tú. — Se quejó Alice como una niña chica. — ¡ALISITA MÍAAAAAAA! — Gritó de repente alguien por ahí. — ¡YO QUIERO CONTIGO! ¡NO HEMOS HECHO NADA JUNTAS! — Ah, era Poppy. Como si no la hubiera visto hace años dijo. — ¡Mira sí! Si las normas me prohíben estar con mi Marcusito, que sea contigo. — Le tiró un beso a su novio antes de irse con Poppy y dijo. — ¡Dale, mi amor! Que esto lo ganas. — Y se colocó con Poppy. La cosa estaba reñida, porque las salsas todavía, pero los tipos de pasta se le perdían bastante a Alice, y Poppy no era mucho mejor. — ¡Farfalle! — ¿Otra vez? Alice, que ya lo has dicho. — ¡Vale! ¡Macarrones! — ¡Que no se dice así! — Y ya estaban las dos muertas de risa sobre la mesa. Al menos se hizo con unos tagliatelle al pesto buenísimos, y tuvo tan cerca los ravioli gorgonzola (ya no se le olvidaba, que por eso había perdido) que había llegado a pescar uno que estaba bien bueno. Pero el concurso terminó y se proclamó ganador Theo. — Ay, me voy con mi pobre Marcus, que estará muy afectado. — Se disculpó con Poppy, que parecía bien a gusto con sus penne all’arrabiatta. 

— ¡Mi amor! ¿Qué ha ocurrido? — Dijo corriendo hacia él con los brazos abiertos. Llegó a su altura y le rodeó. — ¡Bueno! Y esto no sería Italia si no supiéramos dar un buen espectáculo en el escenario, así que ya que mi Lexito se ha animado y que mi cuñadito no ha podido ganar, queremos dedicarles a él y a la cuñi una cancioncita. — Y se subieron en unas mesas. Ella zarandeó a Marcus con una sonrisa. — ¡Mira, mi amor! Que nos van a cantar una cosa, así te animas. — Ya aprovechó y le hizo un gesto con un guiño a Theo a modo de felicitación. Claro, tanto viaje con sus padres, le había dado conocimiento de cosas como la pasta.

 

MARCUS

Lex les estaba arrastrando a los dos, y Marcus puso cara de niño al que sus padres han sacado de la sala de juegos prácticamente a rastras. Pero cuando Alice dijo mal el nombre de esa banda, le dio tal ataque de risa que casi se cae al suelo. Lex chistó y tiró de su chaqueta hacia arriba, moviéndole como un muñeco de trapo. — Buf, menos mal que no voy a tener hijos... — Cuackstreet Boys. — Repitió él, llorando de la risa. Le puso una mano en el hombro a su hermano y, cuando la risa le dejó hablar, dijo. — No me digas que no es la mujer más divertida del mundo. — Sí, sí... — Respondió el otro, y Marcus se siguió riendo un rato más.

Abrió mucho los ojos y preguntó prácticamente a gritos. — ¿¿Es un concurso de comer?? — Alzó los brazos con un grito de victoria. — ¡¡POR FIN!! — Anda, hijo, a ver si así dejas de perseguir cerezas. — Picó Hillary, recuperando su ofensa anterior, aunque Darren rio un poquito y dijo. — Bueno, no va exactamente de eso. — Marcus chistó. ¡Pues nada! ¡Se moriría de hambre esa noche! Luego que si se le subía el alcohol, ¡normal, si no le daban de comer! Atendió a la explicación de su cuñado, y por supuesto él ya tenía claro que iba a ponerse con Alice, ¿con quién si no? Era su novia y su equipo de toda la vida, siempre se ponía con ella en todo, y además... Alice no comía nunca y él tenía mucha hambre. Era la mejor combinación posible... Lástima que aquello estuviera lleno de Slytherins envidiosos que le rompieron la estrategia. Frunció el ceño, mirando a Cedric. — ¡Eh! Que yo soy prefecto también, que yo te he visto nacer en el puesto. ¿Y cómo que trampa? — Negó con el dedo índice. — No, no, no, no de prefecto. — Que él también sabía usar su título. Dio igual, porque ya vino Poppy y se llevó a su Alice. Miró a Cedric con los ojos entrecerrados. — Esto ha sido por tu culpa. — Lo sé. — Dijo el otro con una sonrisilla maliciosa. — Pero si quieres... — PUES YO CONTIGO, TÍO. — Interrumpió Peter, justo cuando Cedric parecía ir a proponer ponerse juntos. Y Peter no solo hablaba a voces y se metía por mitad de la conversación, sino que arrollaba. Tanto que, cuando se quiso dar cuenta, estaba sentado frente a un plato. No sabía ni cómo había llegado ahí, solo había visto un borrón y ya estaba sentado. Parpadeó, aturdido. Cabía la posibilidad de que Peter se lo hubiera cargado al hombro y lo hubiera sentado donde le había dado la gana.

— JODER QUÉ BIEN ¿NO? ¿NO O QUÉ? ALICE Y POPPY EN PLAN DE QUE SON AMIGAS DE NIÑAS Y ESO Y NOSOTROS, TÍO, JODER, QUE NOSOTROS TAMBIÉN SOMOS AMIGOS DE CHICOS, QUE NO HEMOS HECHO NADA JUNTOS, TÍO, PERO ES BONITO ¿NO? TÍO, VAMOS A JUGAR A ALGO JUNTOS, VENGA, COMO DE NIÑOS, COMO POPPY Y ALICE, HOSTIA, ¿HAS VISTO? QUÉ COINCIDENCIA ¿NO? — ¿Qué había que hacer? — Preguntó, de verdad que estaba muy aturdido. Solo veía gente sentarse a su alrededor y a Peter hablando sin parar, y un plato vacío delante. — VA, TÍO, VENGA, QUE TU ERES EL LISTO ¿EH? TENEMOS QUE GANAR. — Sabéis que no sois del mismo equipo ¿no? Que jugáis uno contra el otro. — Apuntó Sean, y cuando lo oyó hablar Marcus dio un respingo, porque su amigo había aparecido sentado a su lado de repente. Peter abrió mucho los ojos. — ¿¿QUÉ?? NOOOOO TÍO NOOO MARCUS YO QUERÍA CONTIGO NO CONTRA TI. SEAN, CÁMBIAME EL SITIO. — ¡Empezamos! — Anunció Darren, cantarín, y de repente el plato se llenó de pasta. Pues nada, ya no había tiempo de cambiarse de sitio. 

— ¡Hala, qué bueno! ¡Spaghetti carbonara! — Celebró Marcus, y de repente el plato se acercó a él, lo cual le hizo botar en su sitio de nuevo. Aaaaaah eso era, había que acertar lo que había. Peter empezó a aplaudir. — QUÉ BUENO. VA, TÍO, VENGA, DI OTRO. — ¡Que sois contrincantes! — Insistió Sean, pero Marcus le hizo un gesto de la mano. — Tú a tu juego. — Resolvió. Se quedó pensando. — Eso son... ¿Ravioli? — El plato se alejó de él. Abrió la boca. — Nooo. Se va. — Mira, como las frutas del comecocos. Ahora persíguelo también. — Ironizó Hillary, pero al verla al lado de Peter, Marcus se distrajo y empezó a señalarla. — ¡¡Eh, no vale, ellos son novios y están juntos!! — Se levantó, buscando a Cedric con la mirada, y dio una palmada en la mesa. — ¡Prefecto! ¡Impugno! — ¡Tío! ¡Que si te levantas, pierdes! — Volvió a poner cara de espanto y, efectivamente, al bajar la mirada, el plato estaba vacío. Frunció los labios, miró al plato de Sean y Hillary y... definitivamente, no se lo pensó. — ¡Pues como! — Y directamente metió la mano y se llevó un puñado de ñoquis a la boca. La chica soltó un grito y empezó a increparle. — ¡¡Pero qué haces, idiota!! — For framfofos. — Respondió con la boca llena. Vaya, pues estaban buenos. Aunque... no había quedado muy elegante eso de comer con las manos. — ¡¡YO TE MATO!! — ¡¡Yyyyyy tenemos ganador!! — Clamó Darren, alzando victorioso el brazo de Theo. Pues nada. Al final, ni ganaba, ni estaba con Alice, ni comía, ni nada.

Cuando su novia se le acercó, se dispuso a iniciar una melodramática e infantil exposición de por qué le habían hecho un boicoteo injusto a su persona y eran todos unos tramposos menos él, pero una proclama de Darren le interrumpió. Eso sí, le sorprendió gratamente el motivo, y miró a Alice con los ojos muy abiertos en señal de grata sorpresa... Al menos hasta que empezó a sonar la canción. — ¡Oh, venga ya! — Se quejó, porque la reconoció en el acto. La maldita cancioncita italiana esa que puso Darren en Pascua y que habían usado para meterse con él. — ¡Yo la canto en italiano y mi Lexito en inglés para que todos la entendáis y veáis por qué es la canción perfecta para Marcus! — Dijo Darren, y eso mismo hicieron, y las risas no tardaron en asomar. — “¡¡Si ardiera la ciudad, hacia ti, hacia ti, hacia ti correrííííaaa!!” — Marcus rodó los ojos. — ¿¿Pero dónde ha estado esta canción toda mi vida?? — Clamó Sean, llorando de la risa. Marcus frunció los labios y, en lo que acababa el estribillo e iba a comenzar la siguiente estrofa, gritó. — ¿¿Sabéis qué?? — Se irguió. — ¡Que sí, es mi canción! — Y, muy raudo, se dirigió hacia la mesa y se subió él también, siendo fuertemente ovacionado.

— ¡¡ALICE, MI AMOR!! — Gritó, mientras los otros dos le miraban de reojo y reían, pero no dejaban de cantar la canción. — ¡¡ESTO VA PARA TI, PORQUE TE AMO!! — Y lo que vino después fue un espectáculo que, por su bien, no recordaría al día siguiente, o no saldría de su casa en varios años. — Noooo séééé cantar en italiaaanoooooo. — Entonó, según él, con la misma melodía de la canción, pero con la letra a conveniencia. Darren y Lex tuvieron que parar para doblarse a carcajada limpia. Marcus, siguiendo con su teatro, apuntó con el brazo estirado hacia Alice, ente el público, y siguió con su canción improvisada. — Pero síííí que cruzaría una ciudaaaaad en llaaaaaamas por tiiiiiiii. — ¡¡EN LLAMAS NOS TIENES A TODAS, TÍO BUENO!! — Le gritó Ethan, y él le guiñó un ojo seductor, a lo cual el otro respondió fingiendo un teatral desmayo pero muerto de risa. Se giró a Alice de nuevo. — Y yoooo séééé que túúúú me buscarííías a míííí porque eeeeeres mi princeeeeesa perfeeeeectaaaa. — No puedo más. — Dijo Lex, literalmente llorando de la risa y tan doblado que prácticamente estaba dando con las rodillas en la mesa y Darren tenía que aguantarlo para que no se cayera. El que sí hincó una rodilla en la madera, pero deliberadamente, fue Marcus, señalando a Alice una vez más. — Mi amor, ven y búscame, como dice la canción. Sube aquí conmigo. — Le pidió, y esperó a verla acercarse para levantarse de nuevo, tenderle la mano y ayudarla a subir. — Me casaría contigo aquí y ahora si pudiera. — Le dijo, y luego miró al público. — ¿¿HABÉIS OÍDO?? ¡¡ES MI NOVIA Y ME VOY A CASAR CON ELLA!! — Eso fue fuertemente vitoreado y, acto seguido, se lanzó a los brazos de su chica, apretando su cintura contra él, en el beso más romántico que ese bar hubiera visto en toda su historia, estaba segurísimo.

 

ALICE

— Estás lleno de pesto. — Dijo riendo al mirarle la cara, cogiendo una servilleta y limpiándole con ternura. — Tíos, dais grima. — Les dijo Hillary con hastío. — Awwwww a mí me parece adorable. — Dijo Poppy. — Mi amor, mi zorrita, yo también estoy lleno de tomate. ¿ME LIMPIAS? — Eso sí les hizo reír fuertemente a todos. ¿Por qué tenía tanta gracia Peter? Pero su novio no parecía tan contento. — ¡Pero, mi amor! Si es una canción para ti, lo hacen con todo su cariño. — Es verdad que parecía una canción un poco dramática, pero… Espera, ¿no conocía ella esa canción de algo? Se giró hacia Sean. — Anda, ¿a ti también te suena de algo? — Y más se reía Sean. Si es que el caso es que el ritmillo lo tenía metido en la cabeza… 

La cosa es que su novio decidió que era su canción, a lo que ella tiró un poco de su brazo. — No, mi vida, nuestra canción es Un jour viendra y está en francés. — Pero nada, él estaba segurísimo de que era su canción. Bueno, igual era por eso que le sonaba, claro. Y de repente, estaba allí mismo subido, diciéndole muy románticamente que eso iba por ellos. Y ella soltó un gritito y se puso a dar saltos, como buena fan, con una enorme sonrisa y sin dejar de mirarle mientras, por supuesto, los demás se reían, pero era de pura envidia. Cuando le guiñó el ojo, Alice le dio un codazo a Ethan. — ¿Has visto qué sexy? Y esta noche me voy a casa con él. — Si es que lo he dicho siempre, que eres un putón. — Con él lo que me pida, la verdad. — Dijo ya abiertamente, provocando que su amigo se muriera de risa. Buah, qué bonita le estaba quedando la canción, si es que era único, y qué bien le quedaba ese traje, para arrancárselo. 

¿Que subiera? Allá iba. — ¡AHORA MISMO! — Dijo lanzándose a la mesa como si le fuera la vida en ello. Por algún motivo, hubo como un murmullo de preocupación, y varios de sus amigos se lanzaron hacia ella. Claro, sería para ayudarla a que no se le viera nada al subir, que aquel vestido era complicado. — Ay, qué caballeroso, muchas gracias. — Dijo con una sonrisa. Entre brazos que la rodeaban, y tomando la mano de su novio, se puso de pie junto a él en la mesa. Tuvo que poner una sonrisa enorme y asentir con aquella declaración tan bonita. — ¡Sí! ¡Por supuesto que sí! — Sí, claro, ¿qué va a decir ella? — Oyó que soltaba Donna, muerta de risa sobre la mesa. Y en ese momento, Marcus le dio un beso espectacular y ella enterró los dedos en su pelo, devolviéndoselo con pasión. — Bueno, bueno, ya estamos, eh… — Notó que decía Lex, poniéndoles las manos en medio como para separar. — No seas aguafiestas, Lexito, y ven aquí. — Dijo Darren. Alice abrió los ojos y se separó para mirar a sus cuñados, que ahora estaban besándose también. — ¡Ojo! ¡Qué pareja más bonita! ¡Vivan los cuñaditos! — Jaleó ella, porque estaba muy contenta, y quería que todo el mundo tuviera su historia de amor. La música cambió a otra muy alegre y empezó a moverse al ritmo de la misma, cogiendo una mano de su novio para hacerle bailar y otra a Darren. — ¡Uhhhh! El baile del amor. — ¡Eh! ¡Ese lo quiero bailar yo también! — Dijo Oly intentando subirse, lo cual a ella le pareció una idea preciosa, y no sabía por qué Kyla la agarró tan frenéticamente, como si fuera a entrar en el cráter de un volcán. Eh, esa era buena. — ¡Esto es un volcán de amor! — Exclamó toda contenta, levantando las manos mientras seguía bailando.

En algún momento, perdió un poco de pie y se desequilibró, pero algo la sujetó fuertemente. — ¡Wow, Lex! Eres superfuerte, ¿te habías dado cuenta? — Sí, me había dado cuenta, sí. Siéntate, anda. Y a lo mejor es hasta buena idea que te quites los tacones. — Ah, fíjate, no se me había ocurrido, pero no es mala idea. ¡MI AMOR! — Le llamó como si le fuera la vida en ello, y señaló los zapatos. — Quítale los tacones a tu princesa. — Y se quedó sentadita con cara de niña buena mientras su novio le quitaba los tacones, que la verdad es que le empezaban a sobrar. — Darren, hazle un hechizo protector a los pies, todo sea que haya cristales por ahí. — Añadió Lex. — ¡Jo! Eres superlisto, cuñadito, ¿te lo había dicho? — Eso le hizo reír. Bueno, bien, no era fácil hacer reír a Lex, aunque antes se había reído mucho y ni se acordaba de por qué. — Pues no, no me lo habías dicho. — Pues podrías ser un Ravenclaw maravilloso. — Dijo palmeándole la pierna con cariño. Él mantuvo la sonrisa y suspiró. — ¿Nos podemos plantear irnos ya a casa? — ¡Pero si te estás divirtiendo! ¿No te estás divirtiendo? — Dijo poniendo cara de cachorrito. — Es que estáis un poco perjudicados. — Venga, solo un poquito más, Lexito, porfi. — Eso, Lex, déjales un ratito más. Al menos que vayan al bar que ha elegido Theo. — Dijo Sean, llegando de repente. ¿A dónde había ido? Pues parecía que quería irse otra vez, porque agarró a Hillary de la cintura y tiró de ella. — Yo a mi rubia voy a llevármela a otro lado. — ¡UHHHHHHHHHHH! — Corearon Alice y Darren muy alto. Pero justo llegó Theo muy contento. — ¡Ya he elegido! — ¿Y qué has elegido? — Preguntó ella llena de ilusión Gallia ante algo nuevo. Theo le puso un sombrero muy grande, lo cual le hizo bastante gracia y dijo. — ¡México! — ¡BIEEEEEEN! — Celebró muy contenta, porque, ¿por qué no? Miró a Darren y luego los dos a Lex. — Veeeeeenga. Pero nada de beber, solo agüita, eh, que yo os vea. —

 

SEAN 

Ahora sí que se notaba mareado de verdad, necesitaba un poco de aire. Entre el limoncello, todo lo que había bebido, el cambio a esa artificial luz de día del bar italiano y el rato que se había pasado mirando a Marcus y Alice hacia arriba, mientras se reía con todas sus ganas, le habían terminado de marear del todo y sentía que estaba en un barco en mitad de la tormenta. Con un poco de aire fresco seguro que se le pasaba. Además, aún no había tenido oportunidad de buscarse un rato a solas con Hillary esa noche, y su novia estaba MUY contenta. Salió a la puerta, cerró los ojos y respiró hondo, notándose ligeramente mejor, aunque aún necesitaba serenarse. Miró el reloj. Madre mía, era tardísimo, se le acababa la noche y él ahí, sin triunfar todavía. De verdad, no dejaba de ser pringado ni con novia. Bueno, Sean. Serénate, vuelve a entrar y te vas directo para ella, que está muy receptiva. Sí, sí, lo podía lograr. Solo necesitaba… dejar de estar tan mareado… un minuto… 

— ¿¿Y me dejas aquí tirado?? — Que te lleve una de tus amiguitas a tu casa. ¿No te llevas tan bien con Greengrass? — Uy, sí, hemos heredado los dos el gusto por los prefectos, no te jode. — Sean frunció el ceño. ¿Esos eran… Ethan y Eunice? ¿Habían salido del bar? No se había dado cuenta. — Vete a la mierda, Ethan. Me has traído aquí para humillarme. — Eres una desagradecida de mierda. — Y tú un desgraciado. — ¡A mí no me llames desgraciado! — Abrió mucho los ojos y, discretamente, se colocó detrás de una de las columnas frente al bar. Ethan y Eunice estaban discutiendo en mitad de la calle, a gritos. — ¡Si no eres el puto foco de atención tienes que estar amargada y amargando a todo el mundo! — ¡Mira quién habla! ¡El maestro de ceremonias! — Eso es lo que te jode ¿verdad? Ver a gente que me quiere por como soy. — ¡Pero qué dices, imbécil! ¡Cualquiera de estos te dobla en inteligencia y en el estatus que va a tener el día de mañana, te usan de mono de feria! — Eres una miserable, Eunice. Qué pena me das. — ¿Yo te doy pena a ti? — La chica soltó una carcajada despectiva y añadió, mientras Ethan asentía fervientemente a su pregunta. — No eres más que una maricona loca que lo va gritando a los cuatro vientos, no sé cómo no te das pena a ti mismo. — ¿Tú tienes ojos en la cara, estúpida? ¿Tú ves lo que hay ahí dentro? — Dijo el chico, ofendido y señalando al bar. — ¡Hay un montón de parejas que se quieren! Algo que a lo que tú no pareces aspirar. Estás amargada porque has ido a colgarte por un gay, no es culpa mía. — ¿Pero de qué hablas, niñato? — ¡Que Lex O’Donnell no te va a hacer ni puto caso nunca, a ver si te enteras! ¡Y deja de darle ya la tabarra al hermano solo porque te da miedo que te pegue una hostia el otro si te le insinúas así! — Ethan soltó una carcajada triste. — Joder, Eunice, no se puede ser tan patética en esta vida, de verdad que no. Te vas del bar porque estás obsesionada con uno que es gay y con otro que tiene novia, y te entra una pataleta de niña pequeña porque le ves besándose con sus parejas, como si fuera algo nuevo. Es que, de verdad, yo alucino, colega… — No tengo por qué aguantar que me humillen de esa forma. — ¡¡Pero tía!! ¿¿Quién te está humillando, a ver?? — ¡TODOS! TUS PUTOS AMIGOS, ESA ESTÚPIDA MUGGLE QUE PARECE QUE ME VA A PEGAR DE UN MOMENTO A OTRO, TU PUTO EXNOVIO RIÉNDOSE DE MÍ MIENTRAS LE METE BOCA A LEX Y TE TOCA EL CULO A TI. — Darren no me ha tocado el culo en ningún momento, pero si lo hubiera hecho no sé en qué parte eres tú la puta protagonista de esta historia. — Ethan alzó las manos. — ¡¡Que nadie te está echando cuenta, Eunice!! — ¿¿Entonces para qué me traes?? ¿¿Para que vea cómo todos me ignoráis en mi puta cara?? — Bramó la chica, tras lo cual se dio media vuelta, dispuesta a marcharse. 

Su hermano la agarró de la muñeca. — Joder, no te vayas así… — Me has traído para ridiculizarme. — ¡Y dale! ¡Que no, joder, encima que te traigo! — ¿¿¿Para qué lo has hecho, entonces??? — ¡¡PORQUE ME DAS PENA!! — Le gritó, lo cual pareció impactar a Eunice como un doloroso hechizo. Ethan continuó. — ¡Estás sola! ¡Acabas de salir de Hogwarts y con tanta mierda de estatus y de influencias, habiendo sido prefecta y habiendo estado en el equipo de quidditch, sales del colegio completamente sola! ¡Y aquí la maricona loca como dices tú tiene un montón de gente que le quiere, y aun así, puedo coger mañana el próximo traslador que salga a Estados Unidos y buscar a alguien que me quiere también! — Ese americano se ha olvidado ya de ti, Ethan. — ¡¡Pues en ese caso me iré a otro sitio!! ¡Yo soy libre, Eunice, a diferencia de ti! — La otra soltó una carcajada mordaz. — ¿Libre como el viento, me vas a decir, como la puta esa de la Gallia? Ya veo lo libre que es. Le doy dos días para tener un bombo. — ¿Y a quién le va a joder más eso, a ella o a ti? Deja de insultar a Alice solo porque tiene algo que tú no tienes. Insultas a todas las chicas solo por ser lo que tú querrías ser, en vez de buscarte una personalidad propia. Eso es muy triste, Eunice. — ¿Sabes lo que es triste? — Le dijo ella, cargada de veneno, y se le acercó para decírselo aún más íntimamente. — Ser un desviado toda tu vida. Te estás arruinando el futuro, Ethan. — Él frunció los labios, manteniendo unos segundos la mirada, pero luego negó lentamente. — Estás muy equivocada, Eunice. De verdad que no sabes la lástima que esto me da. — Ella, orgullosa, se irguió. — No me la tengas. No pienso volver a ver a ninguna de estas personas, ¿no quieres que me busque mi propio camino? Pues eso haré. Así que deja de invitarme a estas mierdas solo para que vea cómo te restriegas con tíos y cómo las tías me quieren matar. — Todo lo que te pasa te lo buscas tú, Eunice. — Lo mismo digo. Así que mejor pídele a cualquiera de esos fabulosos amigos tuyos que te acojan esta noche en su casa, porque si te crees que papá y mamá te van a dejar entrar en casa ya de día y apestando a colonia de hombre, vas listo. — Ethan tragó saliva. — No vas a apostar por mí ¿verdad? — Ella le miró de arriba abajo, pareció pensárselo unos segundos, pero finalmente dijo. — Yo no tomo las decisiones en casa. — Él soltó una carcajada amarga. — Darme la espalda es una forma de decidir bastante clara. — No te hagas el mártir ahora. — No, esa parte te la dejo a ti. — Ethan sacó del bolsillo una especie de joyero y se lo dio a su hermana. — Vete a casa a llorar porque nadie te ha metido mano a ti y porque todos son felices menos tú. Y no me vengas a buscar, que me ha quedado claro que no te interesa donde yo esté. — Ella, dignamente, le quitó de las manos el joyero al chico, se alejó unos pasos y, dándole la espalda, lo abrió y desapareció inmediatamente de allí. 

El Slytherin se había quedado unos segundos cabizbajo y parado en su sitio, Sean le veía de espaldas. Si hasta a él le iba el corazón a mil y tenía ganas de llorar y de increpar a Eunice, no se quería imaginar cómo estaría el otro. Finalmente, vio que se volvía, dispuesto a entrar de nuevo en el bar, pero Sean salió de su escondite. — Ethan. — El chico se giró hacia él, con su sonrisa maliciosa, aunque esta se veía un poco forzada. — Ey. ¿Qué pasa, bombón? — ¿Estás bien? — Preguntó directamente, sin disimular el tono preocupado. El otro chistó. — Ni que esto me pillara de nuevas. — Suspiró. — En el fondo es que soy un buenazo gilipollas. Deshonra para mi casa. — No te merece. — Aseguró. — Ni ella, ni el resto de tu familia. — Hizo un gesto con la mano. — Deberías irte a buscar a Aaron McGrath y que les den por culo. — A diferencia de lo que era de esperar en Ethan, en lugar de una carcajada y un comentario socarrón, simplemente le miró con una mezcla entre gratitud y ternura. Al cabo de unos segundos, suspiró y perdió la mirada en ninguna parte. — Me voy a ir a tomar por culo bien lejos de aquí. Con Aaron o sin él. Pero yo esto no lo aguanto, la verdad. Mi hermana piensa vivir amargada toda la vida y mis padres querrían verme a mí en la mierda, o muerto, porque siempre es mejor un hijo muerto que una loca como yo para sus putos estatus. — Le miró. — Y yo soy desobediente por naturaleza, cariño. No pienso hacer eso ni loco. — Ambos rieron. 

Y entonces, Sean recordó algo. — Tengo que confesarte una cosa. — Ethan juntó las manos. — Oh, sí, Merlín sea bendecido. Dime que eres bisexual y te vas a liar conmigo. — ¡¡No!! — Saltó Sean, espantado, y eso sí que hizo a Ethan reír. Al menos había vuelto a ponerse en el modo coña de siempre. — El día que te peleaste con Darren, yo también estaba allí. Y le dije a él una cosa parecida a la que acabo de decirte a ti. — Eso le cortó al otro la risa un poco, y se le quedó mirando en silencio, con una especie de expresión apenada. Sean se encogió de hombros. — Lo siento. Darren estaba… — Lo sé. Hiciste bien en decírselo, porque tenías razón. Los Ravenclaw siempre tenéis razón. Y no me merecía. No merece esta vida de mierda. — Bufó. — Aunque al parecer también se la va a pasar viajando siguiendo al jugador de quidditch profesional. — Se guardó las manos en los bolsillos y, con una sonrisa fruncida y un tanto resignada, dijo. — Pero es feliz. Se merece ser feliz. Ya está superado eso, los O’Donnell son buena gente. Al final va a tener una familia de sangre pura con él pero sin tantas mierdas como la mía. Bien por Darren. — Tú nos tienes a nosotros. A todos nosotros. — Aseguró Sean. Ethan amplió la sonrisa. — Lo sé. — 

— Venga, va, vamos para dentro, que esta fiesta no es nada sin nosotros… — Oye… — Interrumpió Sean el paso de Ethan. Se quedó pensando unos segundos. A ver cómo planteaba eso. — ¿Tú no tendrás… por casualidad…? — Empezó. El otro le miraba con una ceja arqueada, y su sonrisilla se iba poniendo más maliciosa a medida que avanzaban los segundos. — ¿Algún truquillo para que puedas chingarte tranquilamente a la abogada rubita? — Sean soltó aire por los labios. Pues sí, eso quería, ya estaba dicho. — Por favor. — Ethan soltó una carcajada y le pasó un brazo por los hombros, alejándole de allí. — Pues escúchame con atención, bombón... —

 

MARCUS

Se estaba dando el beso de su vida con Alice hasta que entró Lex a separar, y le costó separar, porque Marcus no soltaba a su novia. Parpadeó. Ah, en verdad estaba bien eso de que les separara, porque ahora que se daba cuenta seguía subido encima de la mesa, pero con Alice se perdía tanto que se estaba empezando a venir arriba. Y claro, eso no quedaba elegante tan a la vista pública, aunque todos supieran ya que todo su cuerpo y su alma eran de ella. — Pero tampoco es necesario que lo vea todo el mundo. — Le dijo Lex. ¿Eh? Pensó él por un momento, mirando a su hermano confuso, pero luego chistó. — ¡Que no me leas la mente! ¡Fu, qué pesado! — Bastante menos hostil que cuando le tenía miedo, pero acababa de sonar exactamente igual que cuando se quejaba de eso mismo con ocho años.

Igualmente, Darren agarró a su hermano para hacer justo lo mismo que estaba haciendo él con Alice. — Ah, tú sí puedes ¿no? — Se volvió a quejar, pero estaba tan contento que se le pasó enseguida, y en su lugar, alzó los brazos y proclamó. — ¡¡SOMOS LA ORDEN DE MERLÍN!! — Si es que hacían una unidad familiar espectacular los cuatro, nada más había que verles. — Anda, Orden de Merlín, bajaros antes de que la mesa no aguante tanto peso. — Advirtió Kyla entre risas, ante lo cual Marcus se irguió y dijo con pomposa grandilocuencia. — Es verdad. Es difícil aguantar el peso de tanta grandeza junta. — Lo dicho, eran los mejores.

Claro, eran tan buenos que la gente no podía soportar la tentación de unirse a su grupo, y allá que iba Oly. Marcus alzó los brazos, triunfal. — ¡¡OLYYYY!! ¡SI PUDIERA ELEGIR HERMANAS, TÚ LO SERÍAS! — ¡AY, MI MARCUSITO, QUE LO QUIERO YO MÁS! — Gracias por la parte que me toca. — Se quejó Lex, y Marcus soltó un bufido. — ¿No se puede tener más de un hermano o qué? — ¡¡MUCHOS!! — Se alegró Oly, subiendo también las manos, pero Kyla le estaba intentando impedir que se subiera. La señaló con un índice. — Prefecta, no te pega ser tan envidiosa. — ¡Que os vais a matar, melón! — ¡Serías la cuñada de Marcusito! ¡No! ¡Tú la hermana y yo la cuñada! — Se alegró Oly, y Marcus hizo un puchero. — ¿No me quieres de hermano, Oly? — Ay, es que de personalidad eres más como la Ky, y además, prefiero no ser tu hermana porque uuuuuuhhhh tus vibras sexuales, y sería rarillo. — ¡¡Alice!! ¡Dile a Oly que no me voy a acostar con ella! — ¡Porque no queréis, que si no, nos iríamos todos! — Por lo pronto nos vamos a ir todos al suelo de nuevo antes de que se rompa la mesa. — De verdad, qué capacidad tenía su hermano de cortar el rollo. 

Al final procedieron a bajarse, pero por lo visto mientras él lo hacía, Alice perdió el equilibro o algo porque Lex se estaba quejando de que la había tenido que coger. ¿Por qué sentía que iba como a cámara lenta? Desde que puso un pie en el suelo hasta que se giró y vio a su novia sentada en la mesa, sintió que había pasado como mucho tiempo. Tanto que Alice hasta le estaba llamando y todo. Puso una sonrisa radiante, porque, ah, las palabras "mi amor" en boca de Alice y dirigidas a él sonaban a melodía para Marcus. Lo que sí no se pensó ni por un instante fue dirigirse a ella para cumplir lo que le había pedido. Oh, qué bien le quedaban los tacones, pero más bien le sentaba no llevarlos. — Será un placer, princesa. — Y, por supuesto, tenía que aprovechar para hacerlo todo mucho más teatralmente, arrodillándose con expresión seductora y agarrando su pierna con suavidad. Estaba viendo a Lex rodar los ojos, echar aire por la boca y frotarse el puente de la nariz con dos dedos, en un gesto idéntico al que hacía su padre. Marcus, muy despacio y sin quitar la mirada de los ojos de ella, le quitó primero un tacón y luego el otro, y tras el segundo, como hizo al ponérselo, besó su pierna con delicadeza, mirándola a los ojos. — ¡Nop, nop! Malos recuerdos. —Irrumpió Lex, obligándole a levantarse, aunque Marcus seguía poniendo su mirada seductora sobre Alice, a pesar del tambaleo. Eso sí, cuando se vio de pie, reaccionó hacia su hermano. ¿Qué? ¿De qué hablaba ahora? ¡Ah, claro, de eso! — ¡Bueno! O sea, que no te fue suficiente con interrumpirnos en Nochevieja, sino que lo vuelves a hacer. ¿Qué tienes contra nosotros? ¿Eh? — Hizo amago de encararse, pero entre que se tambaleó un poco y que Lex le miraba con cara de aburrimiento extremo, quizás no quedara tan imponente como estaba en su cabeza. — Si quieres destruir esta relación, tendrás que pasar por encima de mí. — Marcus... — Disuelvo la Orden de Merlín ahora mismo. — Ay, por Dios... — ¿De verdad quieres enfrentarte a mí? ¿Eh? ¿Has visto lo que le he hecho a ese toro? — Sin embargo, su hermano le ignoró por completo y, en su lugar, pidió a Darren que hechizara los pies de Alice. Eso le dejó descuadrado. ¿La estaba... protegiendo? Eso sí que no lo esperaba. 

Se quedó unos instantes en silencio, observando la escena, viendo cómo Alice le decía que podía ser un buen Ravenclaw. Se le llenaron los ojos de lágrimas, se llevó una mano al pecho y miró a su hermano. — Lex. — Dijo con la voz quebrada, y el otro, nada más verlo, profirió un lamento. — Por Merlín, ¿por qué a mí? ¿Qué te pasa ahora, Marcus? — Su respuesta fue lanzarse a abrazarle. — No sabes cuánto te quiero, de verdad. Perdóname. — Lex suspiró y le palmeó la espalda. — Va, va... Joder, que me quiero reír de ti mañana, no me lo pongas tan complicado. — Le separó, Marcus se limpió las lágrimas y, ya sí que sí, le llegó la noticia de cuál sería el próximo bar. Sí, mejor, necesitaba salir de ese momento tan tenso.

Se unió a esa especie de petición de permiso a su hermano (porque de repente, por algún motivo, sentía que tenía que hacerlo) y celebró como el que más, con vítores y gestos, el que decidiera que sí, que podían ir. Aunque no por eso no iba a engancharse de la última palabra de Lex. Se puso tras la espalda de Alice y, cogiéndola de las manos, empezó a hacer el tonto, contoneándose y moviéndole a la chica los brazos como si fueran sus alas (unas alas que iban muy desincronizadas la una de la otra). — Agüita agüita, queremos agüita fresquita... — Mi madre no puede ver esto, que al final me la cargo yo. — Oyó que Lex le susurraba a Darren, pero su novio se rio y le dijo. — ¡Qué va, Lexito! ¡Si nos lo estamos pasando genial! Y mañana, ¡MÁS CUMPLE! — ¡MAÑANA ES MI CUMPLEAÑOOOOOOS! — Tu cumpleaños fue ayer, porque de hecho ya es día cuatro. — Apuntó Lex, pero Marcus ya había soltado a Alice y se dirigía junto a los otros al bar mexicano, pero saltando en vez de andando. — ¡¡MARCUS O'DONNELL CUMPLE AÑOS Y LA FIESTA NO PARA!! — ¡NOS VAMOS DE EMPALMEEE! — Coreó Darren, y Lex empezó a reír sarcásticamente. — Eso no os va a hacer tanta gracia cuando os levantéis. — ¿¿Tú sabes lo que significa empalme?? — Preguntó Marcus, burlón y sin perder los gestos de victoria. — EMPALME ES EMPALMEEEE. — ¿Quién está empalmado? — Preguntó Ethan, socarrón, y luego le pasó un brazo a Marcus por los hombros. — ¿Tú, precioso? — No, no exactamente. Es que voy a mi cumple de empalme. — Eso ya me lo imaginaba. ¿Y qué? ¿Qué ha hecho que... empalmes tan bien? — Siguió el Slytherin, con tonito. Marcus, muy metido en la conversación, estiró el brazo para señalar descaradamente a Alice. — Esa preciosidad que tenéis ahí. — Uuuuhh ¿eso es lo que te empalma, prefecto? — Mucho. Muchísimo. A todas horas. — Marcus, deja el temita, anda. — Le advirtió Lex entre risas. Ethan soltó una carcajada y le miró. — Venga, Lexito, no me cortes al prefecto, ahora que me estaba hablando con tanta naturalidad de lo que le emp... — Ya. — Volvió a cortar Lex, aunque veía que intentaba aguantarse la risa. Ethan se volvió a dirigir a Marcus. — He de reconocer que no me has defraudado, al revés, estoy gratamente sorprendido. Has cumplido tu promesa de desfasar. — ¡TE LO DIJE! — Bramó Marcus. ¡Si es que de verdad! Si le hicieran más caso...

 

ALICE

Todavía iba aturdida de cuando Marcus le había dado ese beso en la pierna. Cómo le aceleraba aquel chico, qué habilidad para turbarla y meter imágenes en su cabeza. Sus labios en su piel, sus ojos clavados sobre ella, y esa postura… Oh, se lo iba a pedir la próxima vez, con lo que a él le gustaba complacer a su princesa perfecta. — Basta. — Dijo Lex levantándole el sombrero y dejándoselo caer otra vez. — ¿Has oído todo eso? — Alto y claro. — Perdón. — Dijo de corazón y un poco coloradita, aunque su cuñado hizo un gesto como de que no importaba. Pero ahora su novio la había cogido por detrás y se había puesto como a bailar con ella, pero a hacer que tenía alas. Le encantaba. — Wiiiiii, somos el aire y el agua… — Qué geniales eran, los cuatro elementos… Bueno les faltaban dos. Bueno, en verdad, en la tierra estaban y el fuego lo tenían siempre entre ellos… Eso le hizo reír. — Qué perfectos somos. — 

Y qué arriba estaban. Trató de engancharse al entusiasmo de Marcus por su cumple (¡por Merlín, qué suerte! Mañana les quedaba otra fiesta), pero Hillary tiró de ella. — ¡Ven aquí, señora O’Donnell, vamos a hacer retos antes de que tu amorcito te lleve al altar! — Eso le hizo mucha gracia y se enganchó de su amiga. — Yo contigo, mi galesita, voy a hacer retos tooooooooda la vida. — De repente sintió como si el suelo se pusiera cuesta abajo, pero se chocaron con Theo, y él devolvió el suelo a su sitio. — Bueeeeeeeno, ¿ya estamos así? — ¿Cómo? — Preguntó Hillary, y Sean, que venía detrás de Theo se rio tan fuerte que se le metió a Alice hasta lo más profundo del cerebro. — Qué escandaloso eres. — Anda, mira quién habla. ¡A ver, prestad atención! — Y otra vez, iba a acabar con ella de verdad.

Aprovechó para reunirse con su Marcusito, justo cuando le señalaba todo contento y los demás hacían ruidos muy de… — ¿Qué les estás contando, picarón? — Está confirmándonos lo que siempre he sabido yo, ¡QUE ERES UN PEDAZO DE PUTÓN QUE SABE LO QUE HACE! — Se apoyó en el hombro de Marcus y puso una sonrisa de suficiencia. — Pues sí. — No veas Mata-Hari la seductora con el sombrero. — Dijo Darren con una carcajada. — ¡Callaos ya! He venido a llevarme a mi novio al reto. — Y de repente, se dio cuenta de que no se habían fijado en el sitio. — Oye, cómo mola esto, es una casita superbonita. — Se llama hacienda. — Explicó Theo. — Por fuera son blancas para evitar el calor y por dentro del color tierra este para que parezca más hogareño. — ¡Sí que da auras de hogar! — Confirmó Oly. Se sentaron en una mesa llena de mantelitos coloridos, que pegaban mucho con la música y todo el ambiente. Alice aspiró fuerte y sonrió. — Me encantan estos olores. Quiero aprender a cocinarlo todo. — Mira, pues eso que vas adelantando porque con el novio que te has echado. — Dijo Darren, sentándose al lado suyo. — Ja, ja, al menos al mío sabemos lo que le gusta, ¿qué le gusta al tuyo? — Yo sé muy bien lo que le gusta al mío. — Y todos se empezaron a reír y hasta Lex sacó una sonrisa, aunque evitaba la mirada de todos. 

— ¡Bueno, el reto! — Otra vez Sean gritando, porque no quería arruinar la fiesta, pero le iba a echar un Pallalingua. — Eso son gelatinas mexicanas, el juego es una ruleta rusa. — ¡Eh! En La Provenza tenemos eso. Una pica ¿verdad? — Dijo ella incorporándose de la ilusión en el asiento. Sean chistó. — Joe, tía, para uno que puedo explicar… — Perdón, perdón. — Y se volvió a sentar. — Como Gal ha dicho… todos tienen el mismo color y consistencia, pero uno de ellos es de tequila y tabasco, o sea, que pica un montón, y el resto son de aguasfrescas. El que pierda no solo se lleva pique, sino que acto seguido tiene que subir ahí con los mariachis a cantar. — Yo no pienso hacerlo, no veo la ventaja por ningún sitio. — Aseguró la prefecta Farmiga. — ¡Ay Ky! No seas así, vaaaaamos. — Le dijo Oly. — Eeeeeeeeeso Ky, anímate veeeeeenga. — Se unieron Alice, Hillary y Donna, y al final, la chica acabó riéndose y tragando con ello. — Y después de esto, ¡tequilita con limón para todos! — Exclamó Ethan. — Bueno, ya veremos. — Ay, Lex, qué aguafiestas… — Y después de este nos vamos. — Aseguró mirándola. Jo. Ya le había leído la mente. — Y cuando nos la vayamos a comer, decimos todos ¡ÁNDALE! — Sugirió Theo, que llevaba otro sombrero él también, y parecía muy alegre. 

Se puso a mirar las gelatinas, como si estrechando los ojos pudiera adivinar cual era la mala, y estuvo a punto de coger tres distintas, y al final se decidió por la cuarta, ante lo que le parecieron quejas de los demás, pero que ni escuchó. Cuando todos tuvieron la suya, a la cuenta de tres se la comió. — ¡ÁNDALE! — Gritó con todos sus pulmones. Y sabía buenísima, como a melón y lima y todo muy suavecito. — ¡Toma! Mi sexto sentido funcionó. — Miró a Marcus y dijo. — ¿Tú estás bien cariño? — Gracias por la parte que nos toca a los demás. — Soltó Darren entre risas. No, pues a él tampoco le había tocado.

 

MARCUS

Miró un poco mal a Ethan. Ni que fuera la primera vez que llamaba a Alice así, pero seguía sin hacerle ninguna gracia, menos aún que insinuara que había sido idea suya. Pero cuando su novia se apoyó en él solo pudo sonreír y acariciarle la mejilla. — Te queda bien ese gorro tan enorme. Te queda bien todo lo que te pones. — Se acercó a su oído y le dijo, técnicamente en un susurro, pero al parecer no había calculado bien eso de bajar el tono y lo había dicho igual que si no se le hubiera acercado. — Y lo que no te pones. — Pienso volcar todo esto en un pensadero y ponérselo a vuestros hijos y a vuestros nietos. — Amenazó Ethan, pero Marcus simplemente caminó con su novia junto a él, bien orgulloso, hacia donde ella le quisiera llevar.

— Hay un montón de sitios en los que es de día. — Reflexionó. El bar español, el del Caribe, ese... — Ya mismo va a ser de día en la vida real también. — Comentó Lex. Marcus le hizo una pedorreta. — Vale, papá. — Nunca le has hablado así a papá. — Se burló el otro entre risas. Se sentaron en una mesa y Marcus cayó en algo que le hizo sonreír ilusionado, alzando una mano. — ¡Eeehh! ¿Este no es el país en el que se comen "naaachoossss"? — Preguntó con lo que él creía que era acento mexicano. Hillary empezó a golpearle con el bolso en la cabeza. — Deja. De comer. Ya. — ¡Que no he comido nada! Me voy a morir el día de mis cumpleaños y en mis memorias va a quedar fatal eso. — Es que de verdad, qué poca paciencia le tenían. Llenó el pecho de aire, soltó un sonidito de gusto con los ojos cerrados, pero acto seguido se quejó. — ¡Es que huele muy bien! — De verdad ¿por qué le tenían castigado sin comer? Tiró de la manga de su hermano. — Lex. Lex. Lex. — Puf, madre mía. ¿QUÉ? — Tráeme algo de comer. — Definitivamente, me has confundido con papá. — A ver, si te vas a pasar la noche regañándome, al menos dame de comer o algo. — Es que, de verdad, lo que tenía que aguantar. 

Su radar de comidas escuchó que Alice quería aprender a cocinar todo lo que se servía allí. La miró con ojos ilusionados. — ¿¿De verdad?? —Se mojó los labios y calibró, ladeando la cabeza. — ¿Cuánto crees que puedes tardar? — Dudo que lo tenga listo de aquí a los próximos cinco minutos. — ¡Eh! No subestimes a mi novia, que es la más lista del mundo. Es Ravenclaw. — Le contestó a su hermano, pero el tema se había desviado un poco por un comentario de Darren que él no había atinado a entender. Al menos el reto consistía en comer... Gelatina, que eso no llenaba nada de nada, pero al menos estaría fresquita. Se frotó las manos, removiéndose en su asiento y relamiéndose, como un niño glotón. — No vayas tan rápido y escucha las instrucciones. — Le advirtió Donna entre risas, poniendo un brazo por delante de él para pararle. Él la miró con una soberbia caída de ojos. — Yo siempre escucho las instrucciones. — Perdona, me ha despistado tu cara de hipopótamo a punto de abrir la boca a ver cuántos peces se lleva. — Marcus le hizo burlas y, como había asegurado que haría, siguió escuchando las instrucciones. 

Asintió, porque la dinámica parecía fácil, riendo junto a su novia con cariño cuando dijo lo de La Provenza. Ah, qué buenos recuerdos. Y, como hizo aquel día, esperó a que todos cogieran el suyo para quedarse él con él último, garantizándose si era el picante o no... Solo que, esta vez, no le dejaron. — ¡Venga, O'Donnell! Que esa estrategia nos la conocemos ya. — No sé de qué me hablas. — Kyla le miró con cara de circunstancias. — Hasta que no cojas la tuya, no coge nadie más. — ¡Oish! ¡Qué estrictos sois todos! — Eso provocó tal carcajada general estruendosa que hasta se sobresaltó. — ¡Manda huevos, vamos! — ¿¿Qué?? — Preguntó desconcertado al comentario de Sean. — ¡Tú, quejándote de que somos estrictos! ¡Lo que hay que oír! — Marcus hizo una pedorreta. — Es que ya no estoy de servicio. — Tú llevas así toda la vida. — ¡Bueno, ya está! ¿No queríais verme de fiesta? ¡Pues de fiesta estoy! — Afirmó, y todos volvieron a reír. — Mira, ahí hay que darle la razón. — Aseguró Darren. — ¡Venga! No desvíes la atención y bebe ya. — Le instigó Kyla, así que cogió un vasito. A la cuenta de tres, todos bebieron. — ¡ÁNDALE! — Clamó, riendo mientras bebía. Hizo un exagerado sonido de gusto, girándose luego a Alice para responder a su pregunta. — ¡¡Sabe a lima!! ¡Yo quiero otra! ¡Eh, Theo, pide otra! — Espera, que estamos a punto de perder a la abogada del grupo. — Dijo el chico entre risas. Todos miraron a Hillary. La chica estaba con las manos en la boca, pataleando, colorada y con las lágrimas saltadas, mientras Sean le intentaba preguntar por su estado, pero ella no podía ni responder. — ¡¡TRAEDME AGUA!! — Pidió por su chica, a lo que Marcus se reenganchó entre risas. — ¡¡AGÜITA FRESQUITA!! — Al menos se estaban todos muriendo de risas. Bueno, no todos, Hillary se estaba muriendo a secas.

— ¡¡POR DIOS!! — Consiguió decir con un gruñido después de beberse como media jarra de leche... Espera ¿leche? — ¡Eh! ¿Por qué leche? — Preguntó Marcus, pero Hillary le echó tal mirada asesina que alzó las manos. — Que solo es curiosidad, que no me la quiero beber... — Es que el picante mexicano se contrarresta con leche. — Explicó Theo, a lo que Marcus asintió con comprensión y los ojos muy abiertos. Le dio un leve codazo a Alice. — ¿Has oído, mi amor? Cuando vayamos a México, tenemos que llevar mucha leche. — Porque él ya había dado por sentado que a ese país irían también. Lex se levantó, suspiró como un señor mayor y dijo. — Bueno, pues dicho esto, nosotros nos... — Para el carro, monada. — Interrumpió Ethan, apareciendo por allí con una bandeja. — De aquí no se va nadie hasta que no hayamos probado... teeeeeeequilaaaaaa. — Recibió una ovación de todos, excepto de Lex, que solo rodó los ojos, y de Hillary, que trataba de recuperarse aún. 

— A ver, esto requiere demostración. Así que, por favor, el glotón oficial, que alguien lo pare. — Dijo Ethan, y Marcus de repente se vio con todos los ojos encima cuando ya tenía el diminuto vasito cerca de los labios. Movió las bolillas de los ojos con culpabilidad y, cuando se sintió observado, levantó la palma de la mano libre. — Solo lo estaba oliendo. — Vale, pues que así sea, que esto hay que tomárselo de una forma especial. — Ethan arqueó las cejas varias veces, y acto seguido, tiró de Theo y lo puso al lado de él, mientras el chico se reía. — A ver, Mattie, por ser quien ha elegido el sitio, te cedo los honores de hacer la explicación. — No, no, no... — Dijo el chico, colorado y mirando hacia abajo. — Hazlo tú, mejor. — Oish, qué tímidas son algunas. Vale, pues entre los dos. — Ethan se recolocó, muy puesto y cogió lo que parecía un salero. — Lo primero que hay que hacer es esto. — Tomó la mano de Theo y le echó en el dorso, bajo el pulgar, un poco de sal. Él hizo lo mismo en su propia mano. — Después, con una mano nos armamos del vaso. — Lo hizo. — Y, con la otra, de una rodajita de limón. — También lo hizo. — Y, una vez hecho esto, primero hay que chupar la sal, luego te bebes el vaso y, por último, muerdes el limón. — ¿Y no se puede beber y ya está? — Preguntó Kyla, un tanto asqueada, mientras Oly estaba dando aplausitos y Peter ya se estaba echando como una montaña de sal en la mano. — A ver, a ver, tranquilidad, que aún no habéis visto la demostración. — Dijo Ethan entre risas. Miró a Theo y le dijo. — ¿Preparado, Mattie? — El Hufflepuff asintió y el Slytherin dijo. — Vale, yo primero. — Y, acto seguido, agarró la mano con sal de Theo y la lamió, sugerente, mirándole, lo cual levantó muchos "uuuuuhhhh" entre el público. Luego, efectivamente, se bebió de un trago el vaso y mordió el limón, sacudiendo la cabeza y haciendo ruidos con la boca porque, al parecer, la combinación estaba bastante fuerte. — ¡Ah! Qué ganas tenía de darte un buen lametón. — Todos rieron, hasta el propio Theo, a quien Ethan le ofreció su mano para que hiciera lo mismo. Se lo pensó un poco, medio riendo, pero al final, más tímidamente que el otro, hizo lo mismo. 

Marcus miró a Alice con sonrisilla pilla. — Me ha gustado el invento. — Tomó la mano de su novia y le echó un poco de sal, y luego se la echó en la suya. — ¿Preparada, Gallia? — Preguntó sugerente. Tal y como había hecho antes al besar su pierna, se acercó su mano y, clavando la mirada en sus ojos, lamió la sal. Justo después, sin pensárselo demasiado, se bebió del tirón el líquido y mordió el limón... Y se le cayó toda la seducción al suelo, porque empezó a toser como un loco. — Joder. — Dijo con un hilo de voz. Le había dado un ataque de tos tremendo, ahora era a él a quien le lloraban los ojos. De hecho, se le tenía que haber caído toda la sal de la mano. Cuando se recuperó un poco (más o menos), le tendió la mano a su novia, aunque aún le lloraban los ojos e intentaba coger aire. — Vale, te toca. — Carraspeó fuertemente, porque la voz le había salido rota. Eso sí, buscó a Theo con la mirada y preguntó. — Oye, ¿de lo que tenía la gelatina no hay? —

 

ALICE

Soltó un suspiro de alivio cuando vio que Marcus estaba bien. — ¿Ves? A veces puedes ganar sin la técnica esa… Si la suerte siempre está de tu parte, O’Donnell. — Le dijo con cariño, acariciando sus rizos. Pero pronto cayó en que justo al otro lado, la pobre Hillary estaba rojísima y pasándolo fatal. — Ay, letrada, pobrecita… No se puede ganar siempre… — Eso hizo reír a todos menos a Sean, y a la propia Hillary, claro, que la miraron con muy mala cara. Bueno, si solo estaba diciendo algo evidente, ni que fuera mentira, y era ella la que había querido jugar… Si es que le pasaba como a su Marcus, llevaba muy mal lo de perder. Y peor lo llevó cuando Marcus volvió a decir lo del agüita fresquita, aunque a ella le hizo mucha gracia, por el tono con el que lo decía. Cuando vio pasar la leche por ahí, recordó que sí, claro, exactamente eso tenía que beber. — Sí, sí. — Le confirmó a su novio. — Es superimportante… Es por eso de la leche… — Se dio en la frente, cómo le estaba costando poner en orden los conocimientos de su cabeza. — La proteína… que contrasta el germen del… de la cosa esa… el… — Suspiró. Cómo odiaba un Ravenclaw no tener un cerebro a pleno rendimiento. — ¡CHILE! ¡ESO! Contrasta el germen, las semillitas del tabasco, las destruye… Un poco alquímico, vamos, básicamente la reacción es una separación. — Pero había tardado tanto, que ya todos estaban enganchados a Ethan diciendo “teeeeeeeequila”. Claro, si es que él tenía el discurso mucho más estructurado que ella… Esa noche iba ganándole en todo. Menos en irse con Marcus a casa… Eso era solo suyo. 

Para tomarse el tequila, por lo visto, también había normas, y ella tenía el cerebro en horas bajas, pero trató de atender a Ethan, que lo estaba explicando con Theo. — Bah, no se lo cree ni él. — Le dijo Alice a Marcus, inclinándose sobre él de brazos cruzados. — Lo que quería era meterle un lametón a Theo aunque sea en la mano. — Cosa que confirmó el propio Ethan poco después. — Pues sí que es complicado tomarse eso. — Se temía que a ella se le iba a caer todo por todas partes, viendo lo torpe que estaba. Pero su novio, claramente, no pensaba como ella, porque tomó su mano y se fue muy dispuesto a por dos chupitos y ella, por su Marcus, intentaba lo que sea.

Lo cierto es que lo hizo muy bien, tan bien que le recorrió un escalofrío entero cuando le lamió la mano así mirándola… Vale, empezaba a no parecerle tan descabellado lo de irse a casa cuanto antes. Además así dejaban de beber, que la reacción del pobre Marcus había sido bastante reveladora. Pero él le había dicho que lo hiciera, y ella lo iba a hacer. Imitándole, le miró mientras pasaba la lengua lentamente por su mano y se llevaba la sal. Sin pensárselo mucho, le pegó un tragó rápido al chupito y se llevó el limón a la boca. Aquello podía ser lo más asqueroso que hubiera probado en la vida, y era como fuego por su garganta. — Es… como los quesos esos que te hacen soltar fuego, pero… — Trató de carraspear y tragar saliva. — Como diez mil veces más. — Y sin soltar fuego después, que era la parte divertida del asunto. 

Bueno, pues ya habían cumplido, aunque aún se estaban recuperando, y tenía un Marcus con muchas ganas de lamer cosas y más cerca de la hora de levantarse de Emma de lo que le gustaría a ella, así que, cuanto antes se fueran… — ¡Eh, el cumpleañero! ¡Tenemos una sorpresa para ti! — Joe, ni en la vida fuera de Hogwarts nos van a dejar tranquilos . Pero miró lo que les señalaba Ethan y era como… una cosa que… colgaba, no, estaba levitando realmente, y parecía de papel de colorines, y ya está, dale colorines a un Gallia y ya tienes toda su atención. — ¿Qué es? — Preguntó ilusionada. — Es una piñata, querida. — Dijo Ethan poniendo un palo de madera en manos de su novio. — Una tradición mexicana. El cumpleañero tiene que golpearla hasta que se rompe y caen muchos caramelos. Nos parecía perfecta para nuestro pequeño exprefecto, como fin de fiesta. — Ya se le había quitado la prisa, estaba tan emocionada como los demás. — ¡Ya ves! ¡Cómo mola! — En la original hay que ir con los ojos cerrados, pero hemos considerado que tal y como va, vale con los ojos abiertos. — Dijo Sean con una gran sonrisa y Hillary apoyada en el hombro. Eso la hizo reír un poco. — ¡Venga, mi amor! ¡Dale, que lo quiero ver! —

 

MARCUS

Respiró hondo y se limpió las lágrimas que se le habían saltado con tanto toser. Mereció la pena solo por ver a Alice haciendo lo mismo que había hecho él antes, lamiendo su mano, y mirándole y... — Quieto, tigre. Guarda algo para la intimidad. — Le dijo Darren a su espalda, riendo con malicia y poniéndole una mano en el hombro para echarle de nuevo hacia atrás. Marcus simplemente bufó y dijo. — No a qué nada. — Lo cual provocó más risas en Darren. Vale, iba a decir "no sé a qué te refieres" y "no he hecho nada" y, al parecer, había creado una frase nueva que un Hufflepuff no era capaz de pillar. Tss. Se centró en su novia, que era lo que a él le importaba, de hecho estaba en eso cuando se había acercado a ella claramente sin querer, solo que Darren era muy malpensado. Al menos su novia no sufrió tanto como él con el chupito, pero por la cara que estaba poniendo claramente tampoco le había gustado. Rio y fantaseó unos segundos con lo que dijo. — Oh, los quesos... Es verdad... Pero esos estaban más buenos. — Por Merlín, se comería ahora una bandeja entera de quesos si pudiera. ¿Por qué le tenían que tener matado de hambre, en serio? Prefería ni mirar el reloj, porque como tomara conciencia de las horas que llevaba sin comer le iba a dar un mareo.

De repente le llamaron y Marcus se irguió en su sitio como un perrillo que oye abrirse un paquete de galletas, con la ilusión del niño que, en el fondo, aún no había dejado de ser del todo. Ah, le encantaba su cumpleaños, y por lo visto tenían una sorpresa para él, con lo que le gustaban a Marcus esas cosas. Si es que sus amigos eran los mejores del mundo. Apareció entonces una cosa flotante que Marcus identificó enseguida, por lo que los ojos le brillaron, pero el que saltó fue Lex. — ¡Hostia! ¡Una piñata! — Celebró, contentísimo. Darren le miró con una sonrisita enamorada. — Mira mi Lexito, que le gustan las cositas de niño, qué mono es. ¿Qué historia tiene esto detrás? — Su hermano rio un poco, quitándole importancia, pero no dejaba de mirar la piñata. — Cuando cumplí siete años, mi tía Erin había estado en México y me la trajo por mi cumpleaños. Yo tenía que subirme en mi escoba y golpearla en el aire, y se caían los caramelos. — Y abajo estaba yo dispuesto a recoger. — Dijo Marcus contento, lo cual hizo mucha gracia a los presentes. Sí, es que dicho así sonaba a plan infalible. Se puso de pie, muy dispuesto. — Pero esta vez voy a ser yo el que rompa la piñata, hermanito. — Muy bien. Yo recojo, entonces. — Ni se te ocurra robarme mis caramelos. — Amenazó, pero solo provocó más risas. Se dirigió directamente a la piñata, pero antes de arremeter contra ella, abrazó a Ethan. — ¡OY! ¡OY SI YO LLEGO A SABER ESTO EN HOGWARTS TE COMPRO CIEN! — Gracias, Ethan. Ha sido un detallazo, me encanta, es perfecto. — ¡Eh! ¡Que ha sido idea de todos! — Puntualizó Sean, y Hillary, que estaba apoyada en su hombro, le miró con un punto extrañado. — Tú tienes que hacerte mirar eso de que te dé celos esto ¿eh? — ¡Bueno! Que esta ricura está deseando coger sus caramelos. Si es que míralo, si es que no te lo tienes ni que imaginar de niño, ya lo tienes aquí. — Dijo Ethan, mientras Marcus, ya con el palo en la mano, miraba la piñata mordiéndose los labios y calculando cómo darle para reventarla a la primera. Quizás eso, solo por su fuerza bruta en vez de su poder mágico, fuera mucho pedir. Que él no era Lex. 

— ¡Bueno! ¡Quien quiera caramelos, que yo lo oiga! — Jaleó, y en cuanto empezaron todos a gritarle y animarle, se dedicó a darle golpes a la piñata. Casi se lleva a alguien por delante, no estaba él en su mejor momento de lucidez como para darle un palo tan largo. Tras unos pocos de golpes al objeto y otros cuantos a la nada, la piñata explotó y todo el suelo se llenó de caramelos, y allá que fueron todos, como si tuvieran siete años, a tirarse a por ellos. Hubo varios rodar por el suelo, muchas risas y alguna que otra pelea por la misma chuchería, pero ahí estaban todos, tirados en el suelo a carcajadas y acaparando el mayor número de caramelos posible. — ¡¡¡Bolitas de mousse!!! — ¡¡Son mías!! — Marcus respondía a todo que era suyo, aunque más de una chuchería desapareció de su poder irrecuperablemente. Hillary había alcanzado las bolitas antes que él, pero ya le robaría alguna. 

Al cabo de un buen rato seguían todos sentados o directamente tirados en el suelo, muertos de risa, y comiendo chucherías. — Por Dios, ¿cuántas llevas ya? — Le preguntó Poppy entre risas mientras chupaba una piruleta. Marcus terminó de tragar y empezó a enumerar. — He cogido una bolita de mousse, tres caramelos tropicales, una varita de caramelo, cuatro dragones de regaliz, mmm... — Rebuscó en su bolsa. — Y aquí me quedan diablillos picantes y meigas fritas. — Más la escoba chamuscada que tienes en la boca. — ¡Ah, sí! De esas me he comido... Alice, ¿cuántas me he comido? — Le preguntó a su novia, lo cual hizo tanto reír a Poppy que se dejó caer hacia atrás, tumbándose en el suelo. Marcus la señaló entre risas. — ¡Menos burlas, zorrita, que te he visto ya con dos piruletas de esas! — ¡Mentiraaaa! Es la primera que cojo. — Ya, ya. Que sepas que he echado de menos un paquetito de galletas tuyo. — Poppy puso entonces una sonrisilla y dijo. — ¿Seguuuuro? — Se abrió la manga de su vestido, rebuscó un poco y sacó un paquetito. — ¡¡Oh!! ¡¿En serio?! — Mi abuela me enseñó a guardar comida entre la ropa. — Respondió con su risilla adorable. Marcus soltó una carcajada, mientras miraba las galletas con adoración. — Tu abuela es una sabia. Dile que se lo enseñe a la mía. — Se acercó a la chica y le dio un abrazo. — Gracias, Pops. — De nada. — Se separó y se encogió de hombros. — Es un hechizo que viene muy bien si tu ropa no tienes bolsillos, no quieres que tu bolso pese tanto y, si se lo das a tu novio, probablemente llegue hecho puré. — Pues mi madre tiene un hechizo para aligerar el peso en los bolsos de extensión indetectable. Nos intercambiaremos los conocimientos. — Ambos rieron.

Empezaron a levantarse del suelo poco a poco y Lex dio un suspiro y dijo. — Bueno... — NOOOOOOO. — Dijo Marcus, que ya se estaba viendo venir lo que iba a decir. Lex puso cara de circunstancias. — Yo creo que ya está bien. — Sí, ya está bien de imitar a papá. ¡Es mi cumple y no me quiero ir! — Por Dios bendito. — Suspiró Lex, frotándose los ojos. Cedric chistó. — Yo siento ser el primer cortarrollos, pero la verdad es que yo sí que me debería ir yendo. — Miró el reloj y puso una mueca. — Nunca había salido hasta esta hora... Como no vuelva ya, mis padres me van a matar. De hecho creo que aun volviendo ya, me van a matar igualmente... — Yo también debería irme. — Apuntó Theo, tímidamente. — El traslador no me deja directamente en mi barrio sino en la zona mágica más cercana, e igualmente me tengo que coger un autobús que sale en media hora. Diría que voy un poco tarde, de hecho... — Darren soltó un gemidito apenado y miró a Lex, cogiendo su mano y balanceando sus brazos. — Jo, no había caído... Yo quiero que mi novio mago me deje en la puerta de mi casa. — Lex suspiró, mirándole también. — Si no tuviera niños a mi cargo, te aseguro que lo haría. — ¡Eh! Niño serás tú, que el hermano mayor soy yo, un respeto. — Se ofendió Marcus, y luego miró a los demás. — Entonces ¿os vais todos? — Preguntó un tanto triste. A ver... aún quedaba la segunda parte de la noche, porque estaba seguro de que podía usar aún la baza de buscarse la manera de acostarse con Alice. Pero es que se lo estaba pasando tan bien en la fiesta... No quería que terminara. 

— Yo también debería irme entonces, que estoy lejísimos. — ¿No te acompaño, entonces? — Bueno, si quieres... — Tontearon Sean y Hillary en tono meloso. Poco a poco estaba cada uno hablando con su compañero más cercano sobre irse o no, hasta que Darren, de repente, frunció el ceño y preguntó. — Oye, Ethan. ¿Dónde está Eunice? — Marcus miró a su alrededor. Es verdad, llevaba un rato sin ver a Eunice. El mellizo soltó una fuerte carcajada y dijo. — No sé qué le va a ofender más, si saber que te has dado cuenta antes tú que los dos O'Donnell, o que nadie haya reparado en que se ha ido hace casi una hora. — Eso sorprendió a Marcus. ¿Una hora? Pues... sí que la estaban ignorando. Pero también era señal de que, en esa fiesta, lo poco que había aportado había sido malo, y ni siquiera lo suficientemente relevante como para acordarse. — ¡Va! Que como no empecemos a despedirnos ya, no nos vamos. — Resolvió Donna, y eso hicieron, empezar a despedirse. Marcus se abrazó a todos y cada uno y empezó una sarta de alabanzas, agradecimientos y comentarios cariñosos. Es que quería muchísimo a sus amigos, de verdad que sí. — Gracias, Hills. — Ay, mi Marcus, si es que te tengo que querer al final, aunque me desquicies. — Yo también te quiero, aunque no me expliques bien los juegos. — Todavía te tragas la cereza virtual, de verdad que sí. — Se separaron del abrazo y fue a por Sean. — Tío, quiere que la acompañe a su casa. — Le susurró en el oído mientras se abrazaban. Vale, Marcus, estrategia de conversación confidencial, no te separes. — Eemm, pues, eso está bien ¿no? — Si nos pilla su madre nos mata a los dos. Y la abuela ni te cuento. — A lo mejor tiene un plan. — El de los planes era yo. — Tío, no te ofendas, pero ellas son más listas para esto. Tú hazle caso. — Va, va. Si en verdad nos hemos liado antes y todo. — ¿Sí? Joder, qué bien. — ¿Y tú qué? — Tío, tengo que buscarme la manera de dormir con Alice. Joder, que está en mi misma casa. — Ya, tío, pero tu madre. — Lo sé, lo sé, pero es que tío, está en mi casa. — ¡¡A VER!! ¿¿Ahora nos vamos a poner con el manoseo, cuando ya nos vamos?? Sois de lo que no hay ¿eh? — Bramó Ethan. Vale, quizás llevaban abrazados más tiempo de lo normal y todos se estaban riendo. — Bueno, eso, tío, que nos vemos. — Sí, sí, nos vemos. — Trataron de disimular al separarse, pero se echaron los dos esa mirada de "no sé cómo te lo vas a montar esta noche, pero más te vale no dejar pasar esta oportunidad". Si es que estaban los dos apañados.

Alice aún seguía despidiéndose de gente, pero él ya había terminado, y la necesitaban para irse. Se fue junto a su hermano y puso una mano en su hombro. — Eh, Lex. — Le dijo con los ojos muy abiertos, y el otro soltó aire por la boca, con los ojos hacia arriba, claramente aunando paciencia. — ¿Qué, Marcus? — Preguntó con tono cansado y casi paternalista. Sí que se estaba pareciendo a su padre esa noche, nunca se había fijado. — ¿Has oído eso que ha dicho Alice de las encimas de la leche? — El otro, sin quitar la cara de circunstancias, asintió lentamente. — Sí, Marcus, lo he oído. — Él se llevó una mano al pecho, con expresión impresionada. — ¿Verdad? O sea, y lo ha comparado con la alquimia, y lo sabía, lo del chile, y claro, porque eran semillas, que a ella se le dan muy bien las semillas, pero ha dicho lo de alquimia, y eso de encimas y tal. — Soltó un bufido impresionado, mirando a su hermano con completo alucine. — Es que es listísima. Sabe una cantidad de cosas que, buah... — Que sí, Marcus, que sí. Si a mí no me tienes que convencer, es mamá la que no quiere que durmáis en la misma habitación. — Marcus chistó, quitando la mano de su hombro, ofendido. — ¡Que no era por eso! Es solo que, buah, la admiro tanto. O sea, ¿tú no la has visto? Es que es listísima... — Había sido TAN impresionante lo que había dicho, él se había quedado tan embobado, que de verdad a veces se planteaba cómo era posible que no hubiera más personas enamoradas de Alice. Qué suerte había tenido de que se quedara con él. — Me encantaría decirle eso a la Alice de quinto. — Dijo Lex entre risas, así sin venir a cuento. Marcus se extrañó. — ¿El qué? ¿Que es lista? Yo creo que ya lo sabía. — Ya, ya... — Fue lo único que dijo el otro. Finalmente, cada uno se fue por su lado y Alice, Lex y él volvieron al punto en el que les había dejado el traslador, dispuestos a emprender el camino de vuelta a casa.

 

ALICE

Abrió mucho los ojos y la boca cuando dijeron lo de la piñata que les había traído Erin. — ¡Cómo mola! En verdad vuestra tía os conoce de maravilla, eh. — Como la tata… Ahora iban a hacer un equipo invencible. Eso sí, se giró a su novio y dijo. — Pero tú no te subas a ninguna escoba, mi vida, a ver si te me vas a caer… Que es muy tarde y estás muy cansado. — Lo que estaba era borracho, pero si decía eso ya lo había perdido para toda la noche. Aunque saltaba a la vista, porque Marcus no había estado tan cariñoso con Ethan JAMÁS, y hasta el Slytherin se daba cuenta de eso y, por supuesto, lo hacía notar escandalosamente. Pero en algo tenía razón, y es que a Marcus se le veía tan emocionado como a un nene pequeño por lo de la piñata, y eso la hizo sonreír de ternura. — ¿Quiere un babero, señora O’Donnell? — Preguntó Hillary. Ella se rio y le dio flojito. — Calla, tonta, ¿no has visto qué bonito se pone cuando está contento? — Hillary rio y asintió. — Y tú también cuando le ves a él así. — Luego ambas se sumaron al jaleo que pedía su novio, con grandes sonrisas. Porque sí, estaban borrachas, y era muy tarde, pero nada de todo eso invalidaba el hecho de que habían terminado en colegio de forma excelente, y eran muy felices en esos momentos. 

En principio, temió un poco que Marcsu se acabara llevando a alguien por delante antes que a la piñata, y por las quejas que oía alrededor, todos pensaban lo mismo. Solo podía pensar en el buen juicio que había supuesto que no tuviera que hacerlo en escoba, o se lo veía recolgado en las guirnaldas de papelitos de colores tan alegres y bonitas que había por todas partes. Eso sí, cuando los caramelos cayeron, todos se lanzaron como locos. Alice reconoció unos caramelos de chocolate y café, que tenían forma de cafeteras italiana y se lanzó a por ellos, porque sus favoritas eran las bolitas de mousse, pero vio la pelea que traían Hillary y Marcus por ellas y no tenía ninguna necesidad de tenerlas. Pero su novio le estaba haciendo una pregunta mientras hablaba con Poppy. — ¡Ah! ¿Escobas? Todas las que hayas podido comer, seguro. — Dijo con una risita. Pero Poppy siempre podía dar más e hizo un hechizo superchulo. — ¡Qué dices! Cómo mola, Pops, me va a hacer falta si quiero llevarme a Marcus de viaje por ahí, que este hombre siempre tiene hambre. — Su amiga se rio y dijo. — Mi madre siempre dice que es el hechizo más útil que existe después de los limpiadores y el Bauleo. — Pero Lex ya vino a seguir insistiendo en que se fueran. Jo, qué pena. 

— ¿Qué has pillado? — Preguntó Darren, apareciendo a su lado, con varias cosas en las manos. — Los bombones de café, ¿quieres? — Dijo ofreciéndole, a lo que Darren puso cara de asquete. Acto seguido, la ayudó a levantarse y fueron a sentarse mientras Marcus parecía ponerse de acuerdo con Sean en algo. Estaba tan perjudicada que hasta la batalla por los caramelos la había dejado jadeando. — Ya vais a tener que iros. — Alice asintió. — Sí, sí, va a ser lo mejor. — Y tú lo estás deseando, diablilla. — Dijo su cuñado con una sonrisa maliciosa, dándole en la mejilla. — ¡Ay, tonti! — Dijo, quitando la cara, entre risas. — Solo procura no meterte en la cama de Lex sin querer que ese te pega una patada para tirarte. — Y los dos se rieron fuertemente. De repente, Darren se quedó un poco más callado. — Estoy un poco preocupadillo por lo de mañana. — ¿Por la familia? Si ya les conoces. — No a los señores Horner. — A Alice se le activó la alarma interior habitual de cuando oía “Horner”, hasta que cayó en quiénes eran. — ¡Ah, bueno! Pero son Phillip y Andrómeda, son buena gente. Tienen niñitos chicos, fáciles de llevar. Phillip, cuando no está bajo el radio de acción de su madre, es un tío muy majo. — Darren chasqueó la lengua. — Pero mi Lexito está nervioso. — Alice se encogió de hombros. — Es por la costumbre, pero a las malas, estarán ahí los abuelos, y no seréis la única pareja anticonservadora, porque van las tías también, por fin juntas… — Se apoyó en su hombro. — Todos te queremos, Darren. — Y yo a vosotros, cariño. — Le aseguró el chico. 

Vio que todo el mundo se estaba despidiendo, y guiñó un ojo a sus amigos, que parecían muy acaramelados y dispuestos a irse juntos. Se despidió de Theo que le dijo. — Vamos hablando para lo de La Provenza. — Ella asintió. — Reláááájate, Theo, que va a ir todo bien. — Le dejó un beso en la mejilla. — Primito. — Dijo mientras le guiñaba un ojo e iba a despedirse de los demás. — Avisad cuando estéis en España y contadnos todo. — Pidió a Donna y Andrew. — Bueno, todo no hace falta, vosotros tened cuidadito. — Recomendó Kyla, que estaba por ahí con Oly recogida de su cuello, a la parejita. Donna rio. — Hecho. Y en cuanto volvamos, quedamos, que quiero veros todo lo posible antes del último año solita. — Ella acarició el pelo a su amiga. — Eso dalo por hecho. — Y se fue hacia Marcus y Lex, pasando un brazo por los hombros de cada uno. — ¿Estabais hablando de mí, tunantes? — Preguntó con una risita, mientras Darren se les unía por el otro lado. — Anda vamos… —

Sus cuñados se despidieron y ellos se acercaron a la puerta, cuando Lex sacó el traslador. — A ver, dadme una mano cada uno y, por Merlín y todo lo que admiréis. — Fulcanelli. — Cortó Alice, toda contenta. — Es una forma de hablar, Alice, pero venga, por Fulcanelli: NO OS SOLTÉIS. — Ella asintió muy formal y le dio la mano a Lex. La agarraba muy fuerte el tío, nada que ver cuando se la daba a Marcus. Y como estaba tan mareada, casi ni sintió el traslador, de repente, simplemente, estaban en casa de los O’Donnell. — ¡Wiiii! ¡Ya estamos aquí! — Dijo toda contenta. — CHSSSTTTT que vas a despertar a todo el mundo, tía. — La regañó Lex. Se iba a quejar, pero es que le convenía el silencio. Se fue hacia Marcus y le dio la mano. — ¿Te lo has pasado bien, amor mío? ¿Has celebrado como querías? — Susurró en su oído mientras iban de camino a la puerta. — No se me ha olvidado lo que te he prometido antes, pero hay que ser más discretos que en el Caribe. — Advirtió.

 

MARCUS

Dio un suspiro cuando se vio fuera de la feria y puso una carilla nostálgica aunque sonriente, mirando a sus dos acompañantes. — Este sitio es bonito. — Comentó, de corazón. — Hemos vivido muy buenos momentos aquí... — Lex se limitó a suspirar, pero Marcus perdió la mirada en el entorno, sin perder la sonrisa. Esas cosas... esas pequeñas cosas de la vida... eran hermosas. Era bonito reflexionarlo. Y quería tanto a Alice y a su hermano, y a sus amigos. Y a sus padres y a sus tíos por haberle traído de pequeño. Qué afortunado era de tener a tanta gente buena a su lado. Mañana pensaba darle un enorme abrazo a cada uno de ellos. No se lo daba ahora porque no eran horas, pero mañana los iba a ver a todos. Se moría de ganas.

Le sacó de su ensimismamiento la forma en la que Lex le cogió la mano, que por un momento sí que le llevó a la infancia directamente, casi le saltó el corazón. De hecho, le miró con carilla asustada. — Uh, mamá hacía eso. — Por eso solía ir de la mano de su padre, dicho fuera de paso, porque cuando su madre llegaba al punto de considerar que tenía que darte la mano porque, de lo contrario, hacías lo que no tenías que hacer, impresionaba un poco en su forma de agarrar. Si tenías ganas de hacer algo, desde luego se te quitaban. Y Lex había usado la misma intensidad pero con una mano más grande y más fuerte. — Pues ya sabes, no te escapes. — No, no. Yo hago caso. — Dijo con voz de niño asustado. Lo dicho, se había retrotraído a la infancia con su madre tal cual. Eso sí, se le escapó una sonrisilla más infantil todavía cuando Alice dijo lo de Fullcaneli, asomándose por el lado de su hermano para mirarla, estaba seguro, con la misma cara que la miraba con once años cuando la chica tenía una buena idea... Pero su madre había decidido que tenía que quedarse donde estaba. O sea, su hermano. Uf, qué lío.

El aterrizaje en su casa le hizo tambalearse un poco, pero su hermano le agarró de la cintura en un acto reflejo mientras Alice celebraba haber llegado. Rio un poco. — Gracias. — Le dijo a Lex, y luego miró a Alice con una sonrisilla y la señaló con un gesto de la cabeza, poniéndole mirada de colegueo a su hermano. — Mírala... — No vayamos a empezar ¿eh? — Le susurró su hermano con un tono serio que también pretendía emular a su madre... pero ya no tenía efecto. Ya Marcus estaba en la seguridad de su casa y con un objetivo tan claro en su cabeza que no veía ninguno de los intentos de su hermano por pararle. Se acercó a su novia, trayendo a sí la expresión de galán seductor que estaba segurísimo de que le salía muy bien (a saber si desde fuera se veía igual) y la miró con una sonrisa ladina mientras le preguntaba, deteniéndose frente a ella, cerca de la puerta de la casa pero aún sin entrar, mientras Lex abría. — Muy bien. — Respondió meloso, mirándola a los ojos y colocando las manos en su cintura. — Y aún no ha terminado mi cumple. — Sí lo ha hecho. Hace seis horas. — Comentó Lex, terminando de abrir la puerta y entrando en la casa. Marcus no le hizo ni caso. — ¿Ah no? Hmm... Me temo que tengo un poco de mala memoria esta noche... ¿Me recuerdas lo que me habías prometido? — Los dos le habéis prometido a mamá dormir cada uno en su cama. — Volvió a apuntar Lex, esta vez desde dentro de la casa y mirándoles con impaciencia, haciéndoles un gesto para que entraran. Marcus rodó los ojos. — Dame un minuto. — Le pidió a su novia, y se separó de ella apretando levemente su mano, guiñándole un ojo y sin perder la sonrisilla. 

Se fue hacia Lex, respiró hondo y empezó. — A ver... — No. No. Esta vez, no me liais. — Cortó su hermano. Como ni tenía ganas ni podía ponerse ahí a discutir porque estaba todo el mundo dormido, usó la estrategia de poner cara de pena. Lex arqueó las cejas. — Orden directa de mamá. — Hermano, querido hermano, cargas una responsabilidad muy grande que nadie te ha solicitado. No es justo para ti. — Que no me líes, hostia. Además. — Arqueó la ceja aún más y puso una sonrisilla maliciosa. — ¿También lo vas a hacer con tu suegro aquí? — Mamá me da más miedo, sinceramente. — Lex bufó fuertemente. — Tío, por favor. — Eh, que he dejado a Alice sola. — Se alteró de repente, y se giró, dispuesto a buscarla con la mirada, mientras Lex ponía cara de no comprender. — ¡Estamos ya dentro de la casa! Y bajad la voz, que vais a despertar a todo el mundo. — Insistió Lex entre susurros. Qué pesado con lo de la voz, ni que estuviera gritando.

Se acercó de nuevo a su novia, sonrisa en rostro una vez más, como si hubiera solucionado algo. — Hola, guapa. ¿Te has perdido? — Bromeó mientras le pasaba una mano por la cintura. Lex rodó los ojos y se les acercó. — Estoy por meterte debajo de la ducha de agua fría. — Uuuhh, ¿has oído eso, princesa? ¿Te das una duchita conmigo? — No me puedo creer esto. — Murmuró Lex, mirando a otro lado y negando. Marcus estaba ya haciendo intentos mimosos con Alice, acercándose a su rostro y dejando besos furtivos en su cuello, mirándola con deseo, mientras el otro farfullaba, tratando de no mirarles. — Pero es que la culpa es mía... Porque a ver a mí qué me va en esto... Ellos sabrán lo que hacen... — Uf, qué cortarrollos su hermano sin callarse. No hablaba nunca y ahora tenía que estar ahí charlando. 

— Escápate conmigo. — Le susurró a Alice en el oído. — Lex está deseando acostarse. Puedo... entretenerme en el baño... y tú... — Le arqueó las cejas, con una sonrisilla. Es que el plan no era tan difícil, vamos, y una mente traviesa como la de Alice iba a pillarlo a la perfección: Marcus se entretenía en el baño mientras Alice "se iba a acostarse" y, en cuanto Lex entrara a su cuarto, ella reptaba hasta el de Marcus y él, casualmente, se la encontraba allí al volver. Luego solo tenía que volverse al suyo para que no les pasara lo de Nochebuena y ya estaba. — Tengo un cielo estrellado que quiero enseñarte. — Insistió en sus insinuaciones. Para él no tenía ninguna laguna ese plan.

 

ALICE

Marcus parecía que se estaba yendo con Lex, y ella aprovechó y caminó un poco por el césped, aprovechando que iba descalza, porque le encantaba, aunque se dio cuenta de que llevaba aún el hechizo protector de Darren para no cortarse ni nada, pero ya no le hacía falta. Se lo quitó, pero le costó, Darren se lo había hecho fuerte (o ella no había tirado el mejor Finite Incantatem de su vida) y ya sí, se dedicó a dar saltitos y bailar por el césped con una sonrisa. Le encantaba sentirse libre y hacer esas cosas, y el hecho de no seguir sintiendo que tenía que aparentar ser alguien que no era con los O’Donnell, le hacía sentirse muy libre, y, por lo tanto, feliz. Pero Marcus llegó y la rodeó de la cintura, haciéndola reír. — Ahora mismo te lo recuerdo. — Dijo melosa, pero ya tuvo que llegar Lex a recordarles aquello. — ¿Pero quién está hablando de dormir, Lexito? — Dijo ella muy segura. Pero bueno, Marcus iba a convencer a Lex, seguro, así que sin problemas, ella se volvió a bailar descalza sobre el césped.

Rio cuando le hizo la pregunta. — Me acabo de encontrar. — Le contestó, acercando su cuerpo al de él, con voz juguetona. Le hizo muchísima gracia lo de la ducha, combinado con los besos en su cuello y, la verdad, algo dentro parecía estar incomodándola, como si no fuera aquel el mejor plan del mundo, pero es que Marcus besándole el cuello de esa forma… Solo podía reírse y dejarse llevar. — Oye, eso de la ducha aún no lo hemos probado… — Porque el baño de prefectos no contaría ¿no? — ¡Mierda! ¡Tío, que no lo quiero saber! ¿Podéis por favor dejar de hacer… ESO, e iros cada uno a vuestro cuarto? —

“Escápate conmigo” y Alice no necesitaba oír absolutamente nada más para convencerse. Esa frase se la había dicho ella a él mil veces, y el mero hecho de que ahora fuera al revés, le ponía a mil. — Estoy deseando verlo, desde la posición más privilegiada que existe. — Le respondió en un susurro, acercándose a su oreja y mordiéndole ligeramente, antes de salir dando pasitos ligeros hacia la casa, porque había entendido lo que quería Marcus hacer perfectamente. 

Al entrar tuvo que desacelerar, porque en la noble madera del suelo de casa O’Donnell, los pasitos sonaban más. Tratando de ir más ligera, subió las escaleras, con Lex detrás, por alguna razón. — ¿Qué haces? ¿Escoltarme? — Preguntó en un susurro. — Ver que no te matas, que no las tengo todas conmigo. — Que no, hombre, ¿me vas a dejar en la camita y me vas a arropar también? — Lex suspiró y rodó los ojos. — Voy a ver cómo te quedas ahí dentro, por lo pronto. — Ella le sacó la lengua y se dirigió a la puerta de su cuarto muy segura. Llegó hasta la cama y se dejó caer, con los brazos en cruz, levantando la cabeza justo después. — ¿Contento? — Preguntó desde ahí. — Si no te mueves de ahí, sí. — Ella levantó el pulgar y giró sobre sí misma. — Dile a mi novio que le amo y que buenas noches, ya que no me dejas moverme de aquí. — Y esperó a oír cerrar la puerta y unos segundos. Lex no podía tardar mucho en meterse a dormir. Aprovechó para dejar los tacones y atusarse un poco el pelo, aunque pensaba despeinarse enseguida. Se levantó suavecito y, en lo que se acercaba a la puerta, tuvo una idea. Marcus era capaz de ponerla muy muy a mil, de hecho, era acordarse del baño, o de los besos por el cuello y… Por Merlín, ya estaba jadeando. Quería hacer algo por ponerle ella así también a él. Estaba acordándose del día de San Valentín, y gabardina no tenía por ahí, y no había tiempo para el navarryl, pero podía sorprenderle de forma parecida… Se quitó la ropa interior y la dejó por ahí apartadita, pero se dejó el vestido. Con lo que le había gustado a Marcus, podrían hacerlo así, sin quitárselo, no le veía fisuras. Entreabrió la puerta y miró que no hubiera nadie antes de salir dirección del cuarto de su novio, cuya puerta estaba en el lado contrario del pasillo un poco más adelante.

 

MARCUS

Se mordió fuertemente los labios, porque de alguna manera tenía que contenerse de no lanzarse encima de su novia ya y poder hacer la cuidadísima estrategia que habían planteado. Alice se fue hacia la casa y él se la quedó mirando, inundado de deseo, y en un momento que ella le miró a él, respondió. — Pienso ponerte en la posición más privileg... — ¡Tira ya! — Le empujó Lex, cortándole su ardiente discurso y casi haciéndole trastabillar, en dirección a la casa. Le miró con el ceño fruncido y chistando, pero bueno, igualmente tenían que entrar en la casa y cuanto antes lo hicieran, más cerca estaría su objetivo. 

Entraron en casa y al ver como Alice andaba más cuidadosa, él hizo lo mismo. Pero en un momento determinado, al verla de lejos, se detuvo, conteniendo un suspiro, bajando los hombros como un idiota. Frunció los labios y miró a Lex, con una expresión tan emocionada y los ojos tan brillantes que cualquiera podría decir que iba a echarse a llorar de un momento a otro. — La quiero mucho. — Lex rodó los ojos, pero parecía que le daba hasta pena cortarle otra vez, por un momento hasta parecía levemente compasivo. — Ya, pues la vas a tener que querer mucho otro día. — Yo la amo igual todos los días. — Creo que me has entendido. — Miró él también hacia su novia y se le acercó mientras decía. — Y mejor me pongo tras ella antes de que se mate. — Y eso hizo, subir las escaleras detrás de Alice, mientras Marcus aún reflexionaba un poco más sobre la suerte que tenía de tener una familia tan bonita.

Cuando llegaron arriba, puso cara pilla y fingió (muy bien desde su punto de vista) que se iba al baño y se despedía de Lex y Alice hasta la mañana siguiente. — Buenas noches, hermano. Buenas noches, mi amor. — Y al mirarla a ella, le guiñó un ojo, mientras Lex le miraba a él con expresión de cansancio y de "no me puedo creer que seas tan descarado". Se fue, no obstante, bien seguro y chulito al baño, donde se encerró a esperar. Estaba segurísimo de su plan así que simplemente se puso a acicalarse de nuevo ante el espejo... Y, uf, casi se tambalea. Lo veía todo borroso, de repente el baño tenía una luz muy incómoda y mirar un cristal reflectante no le había parecido del todo buena idea. Entrecerró un poco los ojos. Vale, Marcus, tienes que espabilar. Agua . Sí, mejor se echaba agua. Abrió el grifo y, sin pensárselo mucho, se mojó la cara, pero debió lanzarse un poco violentamente el agua porque se le colaron un par de chorros por el cuello, lo cual fue MUY desagradable, porque notaba el agua helada. Bueno, le iba a venir bien enfriarse un poco, que se notaba ardiendo (y lo que el quedaba por arder). 

Dejó su diatriba con el grifo y el agua en cuanto oyó una puerta cerrarse. Puso una sonrisilla de niño malo y, de puntillas, se acercó a la puerta y la abrió con mucho sigilo, asomando la cabeza. Lex estaba en mitad del pasillo, mirándole con los brazos caídos y cara de hastío total. — ¿De verdad? — Sssshhh. — Pidió Marcus, mirando hacia la puerta de Alice como si esperara verla ejecutar su estrategia desde allí. El otro rodó los ojos hacia un lado, con una expresión casi triste, y tras soltar aire por la boca dijo. — Me rindo. — Y se fue a su habitación. Eso lo sabía él, que no iba a tardar mucho en querer acostarse. Aunque antes de entrar añadió. — Tenéis suerte de que el único legeremante de la casa sea yo. — Sí, bueno, las cosas de su hermano, ni caso le hizo. 

Cerró un poco más la puerta, solo asomando los ojillos, para que su novia no le viera espiando, porque estaba seguro de que de un momento a otro abriría la puerta de su habitación. Efectivamente, allí estaba ella y allí estaba la anchísima e inevitable sonrisa de él al verla. De hecho, técnicamente el plan era esperar a que ella se colara en su cuarto y después ir él como si no supiera nada, pero no pudo esperar. En cuanto la vio de espaldas abriendo su puerta, salió a pasito rápido del baño y la agarró por la cintura. — ¿Colándote en mi cuarto sin permiso, princesa? — Susurró en su oído, dándole la vuelta para mirarla de frente justo después. Puede que no tuvieran que estar haciendo eso cuando aún seguían en el pasillo, pero qué más daba, estaba todo el mundo dormidísimo. — ¿Has elegido ya la posición desde la que quieres que te haga ver las estrellas? — Le encantaban los juegos de palabras, pero no más que su novia siguiéndoselos y escalándolos donde nadie más los podría llevar. Estaba yendo todo como la seda... hasta que su hermano lo rompió otra vez. 

— ¡Ts! ¡Eh! — Les llamó con urgencia desde su cuarto. Tenía los ojos muy abiertos y les hacía gestos con las manos mientras Marcus le miraba con aburrimiento. — ¿Qué ahora, Lex? — Joder, hacedme caso. — Tío, acuéstate ya... — ¡Joder, que está...! — Creo que intenta avisaros de mi presencia. — Marcus abrió tanto los ojos que se le iban a caer de la cara, aún mirando a Lex, porque... No, no podía mirar. No quería mirar y comprobarlo. Pero, finalmente y a cámara lenta, lo hizo. — Bonita estampa, esta. — William alzó las palmas. — Que no es como que tenga yo especial interés en presenciar ciertas cosas, si bien creo que soy menos sensible a ellas que mis compañeros del otro dormitorio. — Marcus quitó las manos de la cintura de Alice inmediatamente, con la boca entreabierta y cara de tonto que trata de buscar una excusa convincente a su comportamiento. Ah, mierda, al final les habían pillado. Con lo bien confeccionado que estaba su plan, le habían podido las prisas. 

Lex carraspeó un poquito y, con la cara un tanto apurada, se movió como un cangrejito hacia ellos y puso levemente las manos en los hombros de Alice. — Ah, em, señor Gallia... — Llámame William, hombre, si está claro que aquí hay confianza. — Dijo el otro. Parecía estar haciendo un fuerte esfuerzo por aguantarse la risa. Lex se sacudió un poco. — Ya, sí, señ-o sea, William. Es que... No queríamos encender las luces, por no despertar y... — Miró a Alice, buscando complicidad. — Iba a su cuarto ¿verdad? Pero se habrá confundido. Em, yo, lo siento, la iba a acompañar, es que me he despistado yo también. — Ah, hijo, no lo intentes. He convivido quince hermosos años con la mujer más buena del mundo y hasta ella sabía ver que lo que no tenía arreglo, no lo tenía. — Al menos parecía que se estaba aguantando la risa mientras hablaba, aunque para ser honestos, William hablaba la mitad del tiempo así. Lex soltó una especie de risilla bastante incómoda, como si quisiera hacer ver a William que su comentario le había relajado pero sin salirle muy bien, y trató una vez más de salir del paso, llevándose a Alice en base a empujarla despacito con los hombros. — Ya... le digo donde está su cuarto... para la próxima. — Sí, te lo va a agradecer. — Contestó el hombre, mirando a su hija con una ceja arqueada y una mirada que a Marcus, en el estado que estaba, le costaba demasiado descifrar. 

— Solo una última pregunta. — Interrumpió William, cuando se había creado una calma tensa en la que aparentemente estaba ya todo solucionado, Alice ya a punto de entrar en su cuarto reconducida por Lex y Marcus como un pasmarote en la puerta del suyo, aún con el susto reflejado en su cara. Para aumentarlo, le miró a él ladeando la cabeza en una mezcla entre comicidad e ironía. — ¿Cómo pensabas enseñarle a mi hija las estrellas? No te referirás a mi hechizo ¿no? — Ya sí que se le pusieron unos delatores ojos de terror, mientras Lex se frotaba la cara con una mano y suspiraba. Marcus miró un segundo a su hermano. Rápido. Dime en qué está pensando. Dime si me quiere matar. Lex volvió a mirarle con cara de hastío. Ya, claro, que no funcionaba bidireccional eso, que el legeremante solo era Lex. Bueno, igualmente eso lo tenía que arreglar, así que... — No hace falta. — No, no, déjalo que se explique. — Contradijo William a Lex, que hizo un intento en balde de parar a Marcus, que ya estaba en posición de ataque de caballero medieval y dispuesto a soltar un pomposo discurso. 

— Señor Gallia. — Dijo con una mano en el pecho. Sí, mejor volvía al trato respetuoso, que ya estaba la situación lo suficientemente tensa. — Amo a su hija más que a mi propia vida y quiero que sepa que yo a ella solo la trato desde el más absoluto y profundo respeto. — No me cabe duda de que ibas a hacerle todo lo que ibas a hacerle desde el respeto. — Por supuesto. — Marcus. — Advirtió Lex, mirándole casi con miedo y un punto de súplica. Marcus ni caso, solo dio un paso adelante hacia el hombre, que le escuchaba con mucha serenidad y atención (al menos así lo percibía él). — Le digo con sinceridad, en nombre de Marcus O'Donnell. — Bien, bien. Me interesa saber en qué nombre hablas. — Lex se estaba frotando la cara con tanta desesperación que se bajaba las mejillas con ambas manos, pero Marcus seguía con su discurso. — Que mi amor por ella es tan profundo y sincero que es alquimia de vida. — Ay, por Dios... — Suspiró Lex. William había arqueado las cejas. Ah, eso le había impresionado. Iba bien por ese camino, entonces. — Somos uno y somos el Todo. — Sin detalles, amigo. — Puntualizó William. Vale, en ese caso, tenía que abreviar... No había entendido bien a lo que se refería, pero intuía que se refería a que no se extendiera. — Y yo la quiero, y por si no he dejado constancia, sepa también que la amo. — Acabas de repetir lo mismo. — Le chivó Lex en un susurro. Marcus le miró mal. ¡No era lo mismo! Era... Bueno, era casi lo mismo, pero tenía connotaciones distintas. Creía. 

— Si por mí fuera, señor Gallia, me casaría con ella ahora mismo. — El hombre puso expresión impresionada. — Vaya ¿en serio? — Lo ha repetido como quince veces a lo largo de la noche. — Dijo Lex con cansancio. William chistó. — Quince... Hmm... No sé si son suficientes. —Eso hizo a Marcus asustarse. No, no, no quería la menor sombra de duda sobre su amor en su suegro. Tras un par de segundos pensando a toda velocidad, viendo cómo podía repararlo, abrió mucho los ojos y le miró, diciendo. — Me caso ahora mismo. — Lex le miró súbitamente. Claro, con lo unido que estaba a mamá, no le parecería bien que se casara sin ella, pero podían despertarla a unas malas, y lo celebraban al día siguiente, que iba a estar todo el mundo. Tenía arreglo ese plan. — Alice, mi amor. — Miró a su novia, poniéndose esta vez ambas manos en el pecho. — Si tú quieres, yo me caso contigo ahora mismo. — ¿Y quién va a oficiar la boda? — Preguntó William, y Marcus le miró como si acabara de tener la mejor idea del mundo. — ¡Usted! ¡Usted podría oficiar la boda! — Dios, se iba a casar con Alice en su propia casa y casándoles ni más ni menos que William Gallia, con lo muchísimo que le admiraba. Ya le estaba viendo la cara de ilusión a Alice. Claro, tenía que ser su sueño que les casara su propio padre, y él los sueños de su princesa quería cumplirlos todos. Es que era su mismo sueño también. No había sido consciente hasta esa noche, pero claramente lo era.

Se enganchó del brazo de su novia y, emocionado, dijo con la voz un poco rota. — Señor Gallia, sería todo un honor para mí. — Déjeme parar esto, por favor. — Rogó Lex a William. Vaya con Lex, sí que era un niño de mamá. William rio entre dientes, un tanto contenido para no despertar a los demás (suponía) e hizo un gesto a Lex con la mano. — Sí, sí, venga. — Pero señor Gallia, yo quiero, quiero que sepa que quiero, que sería todo un honor para mí. — Dijo casi lloroso, agarrado al brazo de Alice, en posición de boda perfecta. — Mañana lo hacemos mucho mejor, como a ti te gusta. Estoy seguro de que mi pajarito prefiere casarse en el jardín ¿a que sí? — ¡Alice! ¡Que nos vamos a casar en un jardín! — Le dijo emocionado a su novia. Aquello mejoraba exponencialmente. Acarició su rostro y le dijo, enamorado. — Debajo de nuestro árbol. — ¿Ese que lleva justo a la ventana de tu habitación? — ¡Sí! ¡Ese! — Respondió Marcus a William, contentísimo, pero Lex volvió a suspirar y el hombre a parecer que se aguantaba la risa.

Su hermano pareció determinar que hasta ahí llegaba el espectáculo de esa noche y se metió por medio para separarles, llevándose a Marcus de vuelta a su habitación. — Señor Gallia, ha sido un placer verle. Es usted el mejor. Le admiro muchísimo, de verdad, muchísimo. — Venga ya, Marcus, acuéstate ya. — Le dijo Lex en susurro mientras prácticamente lo empujaba hasta su habitación. El hombre escondió una risilla entre dientes y añadió. — Buenas noches, hijo. Ya mañana tenemos una conversación más seria sobre si este matrimonio ha sido consumado con anterioridad o no. — Marcus se giró, un tanto asustado, y fue a iniciar otra perorata sobre el amor y el respeto, pero Lex se le puso delante. — Para ya, Marcus. Que se está quedando contigo, parece que no lo conoces. — Marcus le miró como si acabara de hacer una ofensa a alguien de la realeza cuanto menos. — William Gallia jamás me haría eso. — Es verdad. Todo el mundo sabe que yo soy un hombre muy serio. — Respondió William, y Marcus le señaló con ambas manos, mirando a su hermano. — ¿Ves? — Vete ya a tu cuarto, Marcus, por el bien de tu salud mental cuando te levantes, hazme caso, por favor. — Sí, sí, venga hijo, hazle caso. — Dijo el hombre entre risillas, y antes de meterse de nuevo en su habitación, añadió. — Total, yo ya he ganado mi apuesta. —

 

ALICE

Contuvo un jadeo cuando sintió que Marcus la había agarrado, y sonrió, cargada de deseo. — Yo creía que mi prefecto me había dado todos los permisos. Especialmente cuando veas la sorpresita que tengo para ti… — Pasó los brazos por su cuello y rozó su nariz con la de él. — Podemos probar varias a ver cuál nos gusta más. — Susurró melosa, tirando de las solapas de su chaqueta. Pero Lex les tuvo que cortar OTRA VEZ. — ¿De verdad creías que me iba a quedar en la cama? — Le preguntó incrédula. Ah, pero no. — ¡Papi! Se me había olvidado que estabas aquí. — Dijo de corazón. No estaba acostumbrada a estar allí y que su padre anduviera por las habitaciones. Alice asintió a la afirmación de su padre. — ¿Verdad? Hacemos muy buena pareja. — Y ahora vuélvete a dormir, que tengo un asunto pendiente, pero como le dijera eso a su padre, sí que no se lo quitaban de encima. 

La conversación que empezó después fue un poco confusa. Parecía que su padre hablaba en un plano, Marcus en otro, y que Lex tenía que pagar el peaje de los dos. Negó con la cabeza a lo de que se había equivocado de cuarto, hasta que entendió a lo que se refería su novio y recondujo. — Que no, que este no es mi cuarto me ponga yo como me ponga, pero es que no sé ni lo que hago. Soy un caos Gallia, papi. — Dijo con una sonrisita angelical. Su padre rio y la miró de reojo, pero siguió hablando con Marcus, claramente ella ahí solo podía empeorar las cosas. Negarlo siempre es peor, hasta que tu padre te pilla intentando ponerte en varias posturas para ver las estrellas, por lo visto. Al menos parecía que habían sorteado el asunto. 

No, pues no . Más preguntas, ahora entendía la frustración de su padre cuando ella siempre pedía otro cuento. Esto es venganza, papá, y no me la merezco , pensó amargamente. Eso sí, Marcus estaba lento con las preguntas, parecía que no sabía con quién se jugaba los cuartos. Hala, ya iba a empezar la verborrea, y eso con su padre era peor, tenía más hilos de donde tirarte. Entornó los ojos con lo del respeto. — Te sigue vacilando como cuando teníamos doce años y nos quedábamos dormidos en el sofá de tu abuela. — Dijo con un suspiro. Qué pesado podía llegar a ser su padre, ¿no podía enfadarse sin más como Emma? Eso sí, cuando dijo lo de alquimia de vida, ella se cruzó de brazos y asintió muy seria. — Para que veas. — Es que muchas risas, pero Marcus y ella se querían de verdad. — No son detalles, papá, es alquimia de vida. — Pero mejor no tocar más el temita. Y ella empezaba a sentirse incómoda y cansada… Ay. Ay. La sorpresa. — Alto. — Le advirtió Lex en un susurro agresivo, mientras Marcus seguía argumentando. — Ni se te ocurra pensarlo que no lo quiero saber. — Okey, no lo pensaré , pensó muy segura, tratando de concentrarse en otra cosa. 

¿Casarse? ¿Ahora? ¿Así sin ropa interior y en medio del pasillo? Bueno, ya se había planteado casarse en medio de otro pasillo y, esa vez, desnuda. — ¡No! ¡Alice, por Dios! — ¿Alguna objeción al enlace, Lex? — Preguntó su padre haciéndose el interesado. — Muchas, pero no las quiere saber. — Contestó el otro. Delator . — Como que no te delatas tú sola. — Le contestó al pensamiento. Pero Marcus parecía pasar de todo eso, y Alice tenía objeciones muy claras a ese enlace, pero dicho así, por Marcus, y con su padre oficiando… — ¡Sí, claro que sí! — Ay, madre… — Se quejó de nuevo Lex. Pero Alice ya se había contagiado del humor de Marcus, porque lo que su sol le propusiera a ella le venía bien, y dio un saltito. — ¡Di que sí, papi! Sería genial. No estás de broma ¿verdad, papi? — ¿Yo desde cuándo, hija? — Lex ya estaba resoplando. Alice le señaló con el pulgar. — Aunque el testigo sea un quejica. — Aunque en verdad, lo del árbol era una grandiosa idea, y le daría tiempo a terminar de vestirse y ponerse algo mejor que el vestido de la graduación. Y que estuvieran los abuelos y las tatas. — ¡Venga! Genial, lo veo, ese árbol es importantísimo para nosotros. — Y le miró hipnotizada mientras le acariciaba la cara. — Va a ser precioso. — Luego se giró a su padre. — ¡Sí! Es que es nuestro árbol. — Ya, ya me imagino. — Contestó su padre con esa risita que ponía cuando pensaba maldades. — Papi, que no, que es en plan bonito. — Sí, sí, si esto es precioso. — Ay, ya estaba vacilando otra vez, si es que luego se preguntarían por qué solo Marcus y ella podían entenderse. 

Al final no iban a poder dormir (o lo que surgiera para ver las estrellas) juntos, así que nada, resignada, se fue hacia su habitación. — Lo dicho, te sigue vacilando. — Se inclinó hacia su novio y dejó un suave beso en sus labios. — Buenas noches, amor mío. — Y se acercó a la puerta. — Oye, pajarito. — Le llamó su padre. Ella se giró, y eso no le vino bien, porque estaba que se caía, así que se agarró al marco de la puerta. — ¿Qué, papi? — No te enfades conmigo, pajarito. — No, papi, pero yo quería ver las estrellas. — Él rio. — Ya, ya me imagino, pero te he salvado de una bronca de Emma. — Ella se encogió de hombros. — Ya, bueno… Gracias, supongo. — Supones bien. — Antes de meterse dentro del cuarto dijo. — Papi. — ¿Me vas a pedir un cuento? — No… — Levantó la mirada, con una sonrisilla tierna. — ¿De verdad nos vas a casar? — Me encantaría, mi vida, pero creo que no tengo la acreditación para ello. — ¿Y desde cuándo necesitamos los Gallia tal cosa? — Su padre rio y la acarició. Igual era cosa del alcohol, pero veía esa mirada que su padre le dirigía cuando era pequeña, cuando aún era él mismo. — Pues también es verdad. Pero no se puede ser padrino y oficiante al mismo tiempo. — Ella chasqueó la lengua y asintió. — Es verdad. — Y yo no me voy a perder el día que lleve a mi pajarito del brazo como buen padre orgulloso. — Alice suspiró y negó con la cabeza. — Eres un dolor de muelas, pero te adoro cuando eres así. — Su padre le dio un beso en la frente. — Lo mismo digo, pajarito. Venga, vete a dormir. — Sí, papi. — Y, tras cerrar la puerta y recuperar su ropa interior, se derrumbó en la cama.



Notes:

¡Vaya forma de salir de Hogwarts! No podíamos acortar un capítulo tan trepidante y lleno de celebraciones y fiestas, es que no nos hemos dejado nada en el tintero, para demostrar que todos están aquí: familiares, amigos, magia, fiestas… Todo lo que prometíamos, y se prometieron entre ellos, en un solo capítulo. Hoy solo queremos saber, ¿os ha gustado este comienzo? Bueeeeeeno, vale, en realidad queremos saber con qué bar os quedáis, ¡contadnos por aquí!

Chapter 4: The birthday boy

Notes:

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THE BIRTHDAY BOY

(4 de junio de 2002)

 

ERIN

— Se van a creer que nos ha pasado algo grave. Los vamos a asustar. — Violet rodó los ojos, dejando el trapo en la mesa, pero con una sonrisilla tonta. Las dos llevaban con esa sonrisilla tonta prácticamente desde que hicieron oficial lo suyo y buscaron la manera de irse a vivir juntas, aunque fuera moviéndose sin parar. — ¿Estará algún día contenta Erin O’Donnell con algo? Siempre te andas quejando de que llegamos tarde. — Erin miró su reloj y ladeó la cabeza. — Ya, pero es que no habrán ni desayunado. Una cosa es tarde y otra cosa es dar un susto. — Violet soltó una carcajada. — Y nuestros sobrinos seguro que siguen durmiendo la resaca. — Erin la miró y parpadeó. Pues… efectivamente, probablemente los tres chicos siguieran dormidos. ¿Qué hacían yéndose entonces tan temprano? Ante su cara de no comprender y su silencio, Violet, que terminaba de recoger a punta de varita el desayuno de ambas, volvió a reír. — No ves dónde está la gracia ¿verdad? — Se cruzó de brazos y apoyó el peso en una pierna. — Tu sobrino Marcus. Queriendo ser el rey en su propio cumpleaños, con mi hermano delante y parte de los Horner. Despertándose con resaca. — Se lo imaginó por un segundo y tuvo que fruncir los labios fuertemente cuando le vino la imagen a la cabeza. — Esa es mi chica. Ya lo vas pillando. — 

Oyeron unos pasitos rápidos dirigirse hacia la puerta, y nada más abrirse, Dylan se lanzó encima de Violet. — ¡¡Tata!! ¡Qué ganas de verte, sois las primeras! — Violet y Erin cruzaron una mirada sorprendida y furtiva solo un segundo, hasta que esta trató de reaccionar con naturalidad. — ¡Pero si es mi patito precioso! ¿Y quién no iba a tener ganas de verte a ti, ricura mía? — El niño rio con alegría y soltó a su tía para ir a abrazar a Erin. — ¡Hola, tía Erin! A ti también tenía muchas ganas de verte. — Volvieron a mirarse. ¿Dylan ya hablaba? ¿Con tanta naturalidad? Pues eso era una maravillosa noticia, la verdad, y la mejor manera de empezar ese día. 

Cuando entraron, lo primero que vio fue a su hermano con el cuello estirado al máximo, tratando de reconocer si efectivamente eran ellas. — ¿Erin? ¿Todo bien? — La pelirroja miró a la rubia con cara de “te lo dije”, pero la otra solo soltó una de sus clásicas carcajadas. — ¡Ay, cuñado, si es que sois todos los O’Donnell iguales! Bueno, ya me permito el lujo de llamarte cuñado, espero que no te importe. — Creía que siempre habíais sido cuñados. — Apuntó William, con una sonrisa. Estaban todos los adultos tomando el desayuno, además de Dylan. — A efectos prácticos, Arnold y yo contamos como pareja. — Emma ya le estaba poniendo a su consuegro cara de no tener ganas de empezar con las bromas tan temprano, pero al menos parecían todos de bastante buen humor en general. 

— ¿Queréis desayunar? — No, gracias, ya hemos desayunado en casa. — Bueno, sentaos al menos. ¿Cómo es que habéis venido tan temprano? — Erin suspiró y miró a Violet, quien rodó los ojos. — Madre mía la que traéis los O’Donnell con la hora. ¿No puede una tener ganas de ver a su familia? — Quiere presenciar cómo Marcus se despierta con resaca. — Se sinceró Erin, y su comentario provocó una estruendosa carcajada de William, que casi se atraganta con el croissant que se estaba comiendo. Tosió un poco y, entre lágrimas, dijo con la voz un poco rota. — Me parece una buenísima idea, hermana, la verdad. — Aún queda un rato para que se levanten. — Dijo Emma con tranquilidad. — Creo que anoche llegaron bastante tarde. — ¿Crees? — Preguntó Arnold, con una sonrisilla irónica, mirándola de soslayo con una ceja arqueada. — Alguien estaba intranquila por tener a sus dos polluelos de fiesta a las tantas. — Emma le miró con una expresión aparentemente inexpresiva, pero todos los allí presentes desearon que Arnold no siguiera por ahí si no quería perder su lugar en la cama marital. 

— Tranquila, llegaron de una pieza. — Comentó William con una sonrisilla, tras lo cual se reclinó un poco en su asiento. — Aunque bastante perjudicados los dos mayores, eso sí. — No esperaba menos. — Comentó Violet, que le faltaba frotarse las manos. A Erin le parecía un misterio por qué disfrutaba tanto con todo aquello, pero le hacía muchísima gracia. — La parte buena es que tu hijo Lex se merece una medalla a la paciencia por su encomiable labor con los otros dos. — Emma disimuló, pero hasta Erin había detectado cómo su orgullo por su hijo pareció hacerla triplicar su tamaño. Arnold, sin embargo, miró a William con una ceja arqueada. — Algo me dice que de esa frase no hay ninguna parte buena que sacar si la analizas bien. — Efectivamente, nuestro amigo el listo del grupo ha dado con la clave. — Comentó William bromista, haciendo a Violet reír abiertamente, y a Erin reír también, aunque de una forma más disimulada. 

— Venían los dos que… — Un carraspeo de Emma y un sutil mirar hacia el lado de William les hizo a todos callarse. Dylan estaba tan tranquilito comiendo, pero claramente la mujer había resaltado que lo que tuviera William que decir era mejor que no lo hiciera delante de su hijo. El niño terminó de masticar, levantó la cabeza y vio a todos los adultos en un silencio tremendamente culpable. — No os preocupéis. Sé que mi hermana bebió anoche porque iba a salir con su amigo Ethan, que bebe siempre. Me lo ha dicho Olive. — Erin miró de reojo a Violet porque la estaba viendo con los ojos llenos de lágrimas de tanto aguantarse la risa. Dylan siguió comiendo tan tranquilo, mientras los dos O’Donnell le miraban con sorpresa, y añadió después de tragar una vez más. — Y yo confío en mi colega, pero me parece que anoche también bebió, solo que delante nuestra no lo va a reconocer porque no le gusta defraudar, pero a mí no me defrauda. No va a dejar de ser mi colega solo porque bebiera en su cumpleaños. — Si hubieras oído lo que yo… — Masculló William, lo que hizo que Emma le taladrara con la mirada y Arnold prácticamente se escondiera detrás de la tostada que se estaba comiendo. Erin estaba por jurar que Violet le daría a su hermano todo su dinero a cambio de esa información. 

Dylan aceleró el desayuno y miró a Emma. — He terminado, señora O’Donnell. Lo voy a llevar a la cocina y me voy a arreglar mi cuarto ¿vale? — Muy bien, cielo. Eres un encanto. — No se preocupe, es que sé que preferís hablar sin mí así que mejor me voy. — Ya sí que se le escapó a Violet un fuerte ruido de garganta que le obligó a taparse la boca para disimular, aunque ya era un poco tarde, y a Erin casi se le escapa la risa también, pero Arnold la estaba mirando con cara de hermano mayor regañón. En cuanto Dylan se fue, Violet se permitió reír a gusto. — Al menos me ha pedido permiso, en ausencia, se ve, de otras figuras a las que pedírselo. — Dijo Emma, mirando con evidencia a William. Este, que tenía su croissant a mitad, pareció darse por aludido. — Bueno, es que te habrá detectado como la señora de la casa. — Ya. — Dijo la mujer. No parecía convencida con ese razonamiento. 

— ¿A qué hora llegaron los chicos? — Preguntó Erin, tratando de reconducir el tema a lo de antes. William rio un poco y contestó. — A las seis y cuarto de la madrugada. — Arnold suspiró fuertemente y ella dijo, conteniendo la risa. — Pero si eso fue prácticamente hace un rato. — Mira, demasiado que están acostados. Yo cuando me gradué volví a los dos días. — Dijo Violet. Emma rodó los ojos, tras lo cual suspiró y añadió. — Mejor les dejamos dormir un poco más, que el día se plantea largo y van a estar destruidos. — Uuuuuhhh prefecta Horner, qué blanda te veo. — Picó Violet, y ya le estaba viendo a su cuñada la cara de “es muy temprano para empezar con tonterías”. — Yo creía que les ibas a colgar boca abajo por la osadía de beber. — Son jóvenes y han salido de graduación. Es lo normal. — Temo porque el día menos esperado envenenes a mi sobrina. Tanta condescendencia en ti me resulta rara. — ¿De verdad no queréis tomar nada? — Interrumpió Arnold. Su hermano siempre hacía eso cuando veía las hachas volar entre Emma y Violet.

— Yo propongo dejar descansar a Lex hasta última hora prácticamente, que el muchacho se lo ha ganado. — Dijo William, tras lo cual hizo un gesto despreocupado con la mano. — Pero puede ser divertido despertar a los otros dos. — Tú hija recién levantada cuando no le corresponde es de todo menos algo divertido. — Dijo Violet, mirándole, pero luego puso una sonrisa maliciosa y giró el rostro hacia los O’Donnell. — Pero Marcus recién levantado de resaca… — Rio, malvada, y acto seguido juntó las manos en señal de súplica. — Por favor, dejadme despertarle. Dejadme darle los buenos días y un feliz cumpleaños a mi queridísimo sobrino político. — William soltó una carcajada y dijo. — Deseo concedido. — Deseo no concedido. — Contradijo Emma con dureza, mirándole a él, y luego miró a Violet. — Aún faltan horas para que lleguen los invitados. No han dormido nada, y este día es muy importante para él. — Nada que una ducha de agua fría y una poción revitalizante no curen. No se puede ser tan delicadito. — Se despertará cuando se tenga que despertar. — Atajó Emma, y muy elegantemente, como si no hubiera nada más que añadir, removió el café de su taza. 

El silencio apenas duró treinta segundos. — ¿Cómo sabes tú tantas cosas? — Preguntó Arnold a William. Este aguantó la risa y dijo. — Porque me asomé en cuanto les oí entrar. Tuve una conversación muy interesante con tu hijo. — Oh, Dios… — Suspiró Arnold, frotándose la frente, lo cual solo animó a William a seguir hablando. — Al parecer, hoy no solo vamos a celebrar un cumpleaños, también una boda. Venía muy convencido de querer casarse con mi hija en mitad del pasillo si hacía falta. — Violet estaba descaradamente muerta de risa, pero a esas alturas Erin también, solo de imaginarse la escena. William, con expresión divertida, miró a Emma. — ¡Eh, y han elegido sitio y todo! Al lado del árbol ese grandote de tu jardín. Dicen que es “su árbol”. ¿Has oído, Emma? Es su árbol. El mismo árbol que va a parar a la ventana de tu hijo. — Ya te he oído. — Con lo bien que trepa la mía. — Lo he pillado. — Intentaba cortar la mujer, bebiendo como si nada y sin alterar el tono. William ladeó la cabeza y la miró. — Tú también estabas despierta ¿verdad? — La mujer, con la mirada baja, simplemente apoyó la taza en el plato y dijo. — Les oí llegar. — Claaaaro, les oíste llegar y luego te metiste en la cama como si nada, sin espiar ni un poquito. — Emma seguía con la mirada muy digna puesta en la mesa. Cogió una pastita, en silencio, prolongando la pausa para responder, hasta que dijo. — Oí algunas cosas. Pero solo me interesaba saber que estaban bien los tres, en cuanto lo supe me acosté. — William rio entre dientes, pero se ahorró decir lo que todos estaban pensando: que no se lo creía ni ella.

— Decidido, voy a despertarle. — Violet. — Pidió Arnold con un suspiro, echando aire por la boca. — Déjalo estar, por favor. — ¡Venga, no seáis aburridos! Lo más divertido de cuando llega un jovencito borracho a casa es poder molestarle a la mañana siguiente. Menudas batallas campales he tenido con André. — Va, O’Donnells. Prometemos dejar a Lex dormir, pero a Marcus hay que molestarlo un poquito. Vuestro hijo está demasiado crecido y ayer se le fue la noche de las manos, ¿cuántas ocasiones así creéis que vamos a tener en la vida? — Propuso William. — Parece que no le conocéis. En cuanto tome conciencia de lo que ha hecho, va a vetar el alcohol por lo menos hasta su boda de verdad, que no os preocupéis, no va a ser hoy. — Después vamos a ser nosotros los que aguantemos con los dos de mal humor: con Marcus por la resaca y con Lex por la resaca de Marcus. — Contraargumentó Arnold, pero William siguió tratando de convencer, uniéndosele Violet. Se originó un debate rocambolesco sobre por qué deberían despertar a Marcus y Alice y por qué no, en el que Erin se limitaba a mirar a unos y otros y a reír, y Emma estaba allí como si aquello no fuera con ella, muy seria… Hasta que habló. — No se va a despertar a ninguno de los chicos hasta que no quede por lo menos media hora para que lleguen los invitados. No quiero a mi hijo sufriendo en su propio cumpleaños, ni mucho menos voy a permitir que una familiar no directa y mayor que él se meta en su cuarto a despertarle, Violet, va a ser muy violento para él. Y no hay más que hablar. — Erin frunció los labios como una niña a la que la madre de una amiga suya acaba de regañar junto con su grupo, y se generó un silencio tenso en el que solo se oían los cubiertos del desayuno. Una vez más, apenas treinta segundos después, William habló. — Anoche le dijo a mi hija que esperaba que hubiera decidido ya en qué posición quería que le hiciera ver las estrellas. — A Arnold casi se le cae la taza de las manos, de hecho, chocó contra el plato y derramó un poco de café. Emma, temiblemente más comedida, simplemente dejó la suya en el plato, sin gesticular más que para tensar un poco la mandíbula, tras lo cual alzó la mirada y la puso en Violet. — Todo tuyo. —

 

MARCUS

El peso que hizo que su colchón se venciera levemente provocó que su cuerpo se sacudiera por el sobresalto. Podría jurar que acababa de caer en la cama como podía jurar que no había inmutado su posición desde que lo hizo. Aunque... ¿cuándo se había acostado? No lo recordaba. Tampoco es como que en esos momentos tuviera mucha capacidad para pensar.

Frotó la cara contra la almohada, cerrando la boca, y se dio cuenta de que tenía la mandíbula contraída, a saber cuánto tiempo llevaba con la boca abierta. Estaba boca abajo y le dolían absolutamente todos los músculos del cuerpo, se notaba el pelo pegado en la cara e incluso la sensación de que estaba húmedo, lo cual solo aumentaba su confusión. Ya el movimiento de cabeza hizo que su cuerpo decidiera que hasta ahí las órdenes que estaba dispuesto a recibir por el momento, porque absolutamente nada más le respondía. Y hablando de la cabeza... Sentía como si tuviera dos clavos presionando sus ojos, otros dos en las sienes y otro en la nuca. ¿Cómo podía dolerle la cabeza ENTERA? ¿Y por qué le dolía tantísimo? Y lo más importante... ¿cuándo se acostó? Porque no era consciente de qué era lo último que recordaba, pero de seguro no era en su casa, sino en los bares. Solo que las imágenes podían estar ordenadas cronológicamente o, dado su estado de confusión, ni siquiera ser reales.

— Pero qué guapo eres hasta estando en semejante estado. — La voz le hizo dar otro sobresalto, como un bebé cuando oye una voz demasiado grave. Claro, el peso en su colchón era una persona, y esa persona acababa de hablar. Y tenía que estar soñando o algo, porque la voz que identificaba no pegaba nada despertándole en su habitación. — Buenos días, casi tardes ya, principito. Y feliz cumpleaños. — Con mucha dificultad y un gran esfuerzo, hizo por darse la vuelta, con la cara contraída y un gimoteo. No atinaba a abrir los ojos, pero en lo poco que entreabrió se dio cuenta de que no había escuchado la voz mal: le estaba despertando Violet. La mujer ladeó la cabeza, con esa sonrisilla que podía dar hasta miedo, y le pasó la mano por la solapa de la chaqueta. — Madre mía, claro, así habrá llegado la otra. Tu madre se puede dar con un canto en los dientes de que le hayáis hecho caso, me parece un milagro, vamos. — ¿Violet? — Preguntó, y la voz le salió tan rota y ronca que tuvo que toser, y eso le hizo sentir otro clavo, pero esta vez en su garganta, mientras los de su cabeza se apretaban y le hacían cerrar fuertemente los ojos. Gimió un poco y se frotó la cara... Espera, si estaba Violet allí... Dio un salto en el sitio, y eso le arrancó otra expresión de dolor, exclamación incluida, pero necesitaba comprobar su entorno. — Madre mía, ¿tan mal llegaste anoche que dudas de estar en tu propia casa? — Parpadeó con fuerza, mirando a los lados. Le había costado, pero sí, efectivamente, estaba en su habitación. Por Merlín, se le había puesto el corazón en la garganta. Soltó aire por la boca y se dejó caer en la cama de nuevo, con el consiguiente gruñido de dolor por el impacto contra el colchón, que le reverberó por todo el cuerpo. Pero es que por un momento temió haberse plantado en casa de Violet y de Erin esa noche, dado que no recordaba ni haber llegado a la suya y que no entendía qué hacía la mujer allí.

— A un glotoncillo como tú seguro que le apetece tomarse ahora un buen desayuno. — Fue oír la palabra "desayuno" y soltar otro gemido quejoso, y no le dio una arcada de milagro. Buf, tenía el estómago vuelto del revés, no podía pensar en comer en ese momento. Esperaba que se le pasara, porque... Oh, mierda. Abrió los ojos y miró a Violet casi con espanto. La mujer amplió muchísimo la sonrisa y extendió los brazos en cruz. — ¡Sí, sorpresa! Hoy es la celebración oficial de tu cumpleaños, por todo lo alto, con mucha pompa y mucha familiaridad, como te gusta a ti. — Socorro, pensó mientras gimoteaba otra vez. De verdad que era lo único que le salía de la garganta mientras se retorcía en la cama. Violet hizo un ruidito apenado. — Oh, pobrecito. ¿Qué te pasa? ¿Te duele la cabeza? — Sí. — Dijo lastimero. Se removió otro poco y la miró. — ¿No es de noche todavía? — La mujer soltó una carcajada que le taladró el cerebro. — No era de noche ni cuando llegaste. Son las once de la mañana. — Abrió mucho los ojos, con el ceño fruncido, y parpadeó. Miró a la ventana. Pero si estaba todo oscuro. — Ah, sí, eso. — Dijo la mujer, como si hubiera adivinado su gesto. — Tu padre en su inmensa bondad os oscureció los cristales del dormitorio a los tres para que durmierais tranquilitos. Más bueno él. Todo para que su hijito querido llegara aquí dispuesto a hacer ver las estrellas a su novia. — Y, tras decir eso, soltó una risilla maliciosa. Marcus la miró extrañado. No se estaba enterando de nada.

— ¿De verdad son las once? — Preguntó, tratando aún de ubicarse, mientras hacía por incorporarse poco a poco, porque la cabeza le daba miles de vueltas. La mujer asintió. — Y da gracias, mi intención era despertarte hace casi tres horas, pero tu padre me rogó por tu vida. Tu padre, que no tu madre. — Puso una sonrisa diabólica y añadió. — Estoy deseando ver vuestro hermoso reencuentro. — ¿Los demás? — Preguntó como pudo, no le salían las frases enteras. Mientras lo preguntaba, se miró a sí mismo. ¿Qué hacía con la ropa de la noche anterior? ¿De verdad no se había cambiado? Un fuerte escalofrío le sacudió entero, y se llevó instintivamente la mano al pelo. ¿Por qué parecía que lo tenía húmedo? ¿Es que se había mojado el pelo antes de acostarse o algo? — Aún no hay aquí ningún invitado, pero por poco tiempo. — Le dio un par de palmaditas en la pierna y le miró de arriba abajo. — Te va a venir bien una duchita. — Dio un suspirito y ladeó la cabeza. — ¿Te ayudo a empezar el día? — Sí, por favor. — Pidió sin ser consciente de lo que estaba pidiendo y a quién, frotándose la frente. Violet se levantó y apuntó con la varita a su ventana. El hechizo oscurecedor desapreció de pronto y entró una luz por la ventana tan cegadora que casi le hace gritar mientras se tapaba la cara. — ¡Pues venga, hermoso, que ya es de día! — Bramó, y al dolor por la luz se le sumó el de los gritos, que se le metieron en la cabeza. — Aaah, así que a eso te referías con las estrellas, al hechizo del techo. Eres todo un truhan tú ¿eh? — Rio escandalosamente y volvió a acercarse él para darle otra palmada, que percibió tan fuerte que casi le derriba en la cama de nuevo, pero esta vez en el hombro. — ¡Venga, arriba, rey de la fiesta! ¡Demuestra lo que hace un buen O'Donnell! — Se fue hacia la puerta y, asomada al marco y con una sonrisilla, añadió. — Y feliz cumpleaños. —

 

ALICE

No podía moverse. O sea, definitivamente, o le habían echado un Petrificus, o simplemente se había pasado tanto la noche anterior que ya jamás se recuperaría. Era una posibilidad. El caso es que, cuando oyó la puerta abrirse, su cuerpo fue a reaccionar con un sobresalto y se quedó en el agónico movimiento de una sardina fuera del agua porque, lo dicho, no podía moverse. La luz que entraba no debía ser mucha, y aun así, le molestaba como si fuera una de esas plantitas que se marchitan con la luz, y se consumen según les da. — Alice, ¿estás despierta? — Mierda. La voz de Emma O’Donnell.

Y ahí sí. Ahí su cuerpo si reaccionó, era mero instinto de supervivencia ante el peligro. No le había dado ni para ponerse el pijama, se había derrumbado sobre la cama y así tal cual se había quedado. Notaba todas las costuras y los brillitos del vestido clavados por los costados, pero estaba arremangado hasta por encima de su cadera. Su primera reacción fue removerse para hacer bajar el vestido. — Estoy despierta, Emma. — Ya está todo el mundo abajo, te estamos esperando. — Respondió la mujer con un tono lúgubre que helaba el alma solo de sentir la decepción en él. Y ahí sí pegó un respingo. Tal fue la angustia que le había dado, que el respingo fue fuerte y se cayó por el otro lado de la cama, aterrizando de rodillas. Siempre le pasaba igual con esa cama, a ver si la cambiaban ya o algo. Pero ahora no podía pensar en eso. Ahora solo venían escenas a su mente: Marcus con el corazón roto, porque era su primer cumpleaños como novios y ella no había estado ni para recibir a los invitados; Emma decepcionada porque no llevaba ni medio año y ya estaba metiendo patazos como nuera, encima en el día grande de su niño; el señor O’Donnell desconfiando de ella, porque claro, tremenda pasada se había tenido que pegar para estar así; los abuelos disgustados porque su nieto no había tenido el cumple que quería, y menudo ejemplo para su hermano de aún no doce años… Todo mal.

— ¿Estás bien? — Preguntó Emma, preocupada, entrando más en la habitación. Ella se puso de pie de un salto. — Sí, sí, sí, sin problemas, sí, bien. ¿Y Marcus? ¿Está muy enfadado? ¿Me da tiempo a ducharme? Dile que… — Alice. — La paró Emma. “Vete de mi casa ahora mismo” es lo que viene después, pensó. — No están los invitados aún. Solo quería espabilarte, que te veía muy sumida en tu sueño, y no parecía ni que te fueras a mover. — Alice se quedó mirándola, con el pelo revuelto cayéndole por la cara y la boca entreabierta. Si la que estuviera ahí fuera su tata… No, si la que estuviera ahí fuera otra persona diferente a Emma O’Donnell, su injustamente afamada cólera mañanera se habría levantado con toda su fuerza contra ella. — Entiendo. — Dijo contenidamente. — Pero no tardarán mucho en llegar. Por eso he venido a despertarte. — Alice asintió lentamente. Ahora que el momento de adrenalina había pasado, la cabeza le iba a estallar, del estómago era preferible no hablar y tenía tan mal humor en ese momento que le oprimía el pecho. — Marcus se acaba de levantar también, y se ha metido al baño. Usa el de mi habitación si quieres. — ¿Y Lex? — Preguntó. Porque se negaba a creer que Emma le diera a ella prioridad en el uso de SU baño por encima del de su niñito adorado. — Lex va a dormir un ratito más. — Ah y ESO sí era retintín. Ya sabía ella que no se iba a librar. No obstante, con Emma siempre era mejor tomar lo que te daba y callarte, así que cogió su neceser y su albornoz y se fue al susodicho baño en el que, dicho fuera de paso, nunca había entrado.

Y madre mía, lo que se había perdido. Menudo lujo de baño, la prefecta Horner quería llevarse el baño de prefectos a su casa. Poder ducharse con esa alcachofa que te caía como si fuera lluvia en la cabeza, echarse geles que olían al cielo y salir y secarse en una de las esponjosas y suaves toallas de aquella casa, hizo mucho por su estado de ánimo y de salud. Cuando salió del baño, duchada, con los dientes lavados y hechizándose el pelo, la vida se veía de otra forma. Hasta que llegó a su cuarto. — Vaya, consejo de Gallias. — Suspiró. — ¿Qué he hecho para merecer tal honor? — Sobre la cama, ya hecha, estaban su tata y Dylan, y mirando por la ventana, su padre. — Ya te he dicho yo que no podía ser eso que decía Emma de que no estaba de tan mal humor. — Dijo William. — Y yo te he dicho que era buena idea que la despertara la prefecta Horner, porque mira, ni un gritito nos hemos llevado, solo un poco de desidia. — Le respondió Violet. — Al menos está mejor que el novio, que parecía meramente un cadáver. — Alice la taladró con la mirada. — No le gusta que hablas así del colega, tata. — Aportó su hermano. — ¿Puedo saber qué queréis o voy a tener que pasar desnuda mucho tiempo esperando a que os manifestéis? — Su tata se rio y se le echó encima dándole muchos besos en la mejilla. — Hoooooola preciosaaaaaaa, tu tata te ha traído todo lo que le has pedido, incluido un poquito de esa mala leche Slytherin que sé que echabas de menos en tu vida. — Muchísimo. — Dijo con un mohín de cansancio. — Solo hemos venido a ver qué tal estabas y qué tal fue la graduación ayer. — Alice suspiró y revisó las cosas que, efectivamente, le había traído su tata. — Fue muy bien, estuvimos en un montón de sitios, pero preferiría contároslo con Marcus y Lex y con una poción revitalizante. — ¡Marchando! — Vociferó su tía. — ¡Tata! ¡Por Merlín y todos lo magos y brujas que ha habido hasta ahora! Baja la voz. — Y su tía se fue riéndose entre dientes. — Hermana, te noto incómoda y preocupada, pero tranquila. Si es por lo del asunto de las estrellas, los mayores están muertos de risa por dentro, aunque por fuera lo traten como si fuera un drama. — Alice frunció el ceño, completamente perdida, y solo atinó a preguntar. — ¿Qué? — ¡Anda, vamos! — Bramó su padre poniendo las manos en los hombros de Dylan. — Deja que tu hermana se vista. Y deja de ser tan brutalmente sincero, hijo, te lo digo yo, que desde que has vuelto a hablar te pareces más a mí y… — La voz de su padre se perdió por el pasillo y ella por fin pudo vestirse y arreglarse. Toca ser una O’Donnel, Alice, se dijo mientras sacaba el maquillaje, dispuesta a arreglar la cara que traía. En cuanto terminara, se iba de cabeza a por la poción y a achuchar a su novio, que debía estar pasándolo peor que ella.

 

MARCUS

Tenía serias dudas de si seguía dormido o todo lo que estaba viviendo era real. Se frotó la cara y se arrastró con muy poca dignidad por la cama en un infructuoso intento de levantarse, prácticamente tuvo que rodar hasta que los pies le tocaron solos el suelo. Si le dijeran que anoche le pegaron una paliza, se lo creería, porque le dolía el cuerpo entero. Y no recordaba nada, porque a esos flashes inconexos que le llegaban no se les podía llamar "recuerdos", ni siquiera sabía si habían pasado o no. Casi que prefería no pensar en anoche, suficiente tenía con pensar en cómo iba a afrontar ese día.

Porque, poco a poco, fue tomando conciencia: hoy celebraban su cumpleaños. Tenían reunión familiar, los Gallia estaban allí, a la vista estaba que Erin y Violet también estaban allí, y en un rato llegarían sus abuelos, Darren y, por primera vez en su historia, sus tíos Phillip y Andrómeda con sus primos. Puff... Él solo quería seguir durmiendo. De hecho, estuvo muy tentado de volver a oscurecer el cristal y derrumbarse una vez más en la cama. Estaba en una postura difícil de definir, porque tenía los pies ya puestos en el suelo pero no podía decirse que estuviera sentado en la cama, porque el tronco lo seguía teniendo apoyado en el colchón, cuando oyó unos pasos acercarse a su puerta que le hicieron envararse en el acto. — Estoy despierto. — Dijo casi automáticamente, aunque seguía con los ojos bastante entrecerrados por la luz. De hecho no podía ni ver a su madre, solo intuir que estaba en su puerta, porque los pasos se habían detenido. Se puso de pie, se tambaleó un poco, se apoyó en el cabecero e hizo un esfuerzo por abrir del todo los ojos. — Estoy despierto. — Ya veo. — Respondió la mujer. Menos mal que no podía verle la cara, aunque le escuchaba el tono.

Emma respiró hondamente. — Deberías darte una ducha. — Después de parpadear muchas veces, ya sí alcanzó a verla. Ah, esa cara de desaprobación. Marcus podía decir con orgullo que muy pocas veces en su vida, casi ninguna, le había dedicado esa cara a él. Pero hoy sí que lo estaba haciendo. Se frotó un poco la cara y el pelo, lánguidamente aunque tratando de aparentar que tenía su propio estado más bajo control de lo que lo tenía realmente. — Sí. — Se aclaró la garganta, porque la voz le salía pastosa y rota. — Sí, voy... Emm... Me voy a... — Quitarte la ropa de anoche, al menos. — Se miró. Ah, sí, se lo había dicho Violet, pero su cerebro no lo había terminado de procesar. Se había acostado con la ropa de la noche anterior. Ahora estaba tomando conciencia de la mala señal que era eso. Su madre suspiró con condescendencia, mirándole de arriba abajo, y dijo. — Lo ideal es que el cumpleañero sea el primero en estar listo. — Hizo una pausa que casi sonaba despreciativa y añadió. — Usa agua fría. — Y se fue, dejando a Marcus aún tratando de ubicarse en el espacio-tiempo.

Cualquiera que viera la estampa que tenía bajo el agua le perdería el respeto. Estaba como en trance debajo de la ducha, ni siquiera había llegado a enjabonarse, solo tenía la mirada perdida mientras estaba ahí de pie mojándose como un perrillo abandonado bajo la lluvia. ¿Qué había pasado la noche anterior? Recordaba... poco, la verdad. El bar chino... el galés... y, a partir del francés, todo empezaba a llegarle desordenado y confuso. De hecho, juraría que en algunos momentos parecía que era de día, y eso no podía ser. Lo que sí estaba claro es que había dormido menos horas de las que su organismo necesitaba, y que eso le iba a pasar factura todo el día. Ya estaba siendo un milagro que no se quedara dormido bajo la ducha, que en más de una ocasión hasta se le habían cerrado los ojos y se le había caído un poco la cabeza. Sí, mejor cambiaba al agua fría.

Había sido desagradable y ahora tenía el cuerpo más cortado aún, pero al menos estaba despierto. Eso sí, la cabeza le iba a explotar. Salió del baño y fue a su cuarto a vestirse. La habitación de Alice estaba abierta y oía voces salir de ella, pero la de Lex seguía cerrada. Tenía ganas de ver a su novia, pero no tenía fuerzas ni para pensar, así que mejor se vestía. Dios, podría ser la primera vez en su vida que no tuviera ganas de hablar con nadie, solo de dormir y de no existir hasta nueva orden... Y tenía que pasarle justo cuando celebraban su cumpleaños. Qué suerte la suya. Se arregló como pudo, aunque la mala cara no tenía ningún arreglo, y se dirigió al cuarto de Alice. Aunque antes de hacerlo, al pasar por delante de las escaleras, oyó bramar desde abajo. — ¡Mira quién está despierto! ¡Ha sobrevivido y todo! — ¿Por qué cada ruido que escuchaba era como un martillo golpeando en su cabeza? Con una leve mueca de incomodidad, miró hacia abajo y se encontró a su padre, a William y a Dylan al pie de las escaleras. Había sido el padre de Alice el que había llamado su atención, y su padre continuó. — ¿Todo bien? —Marcus simplemente hizo un gesto de la cabeza con una sonrisa artificial, tanto que todos rieron. — No te preocupes, colega, sabemos que habéis bebido. Estás así por eso. Creo que la hermana quiere verte. — Uy, sí, probablemente seas al único al que quiere ver, de hecho. — Completó William. Los tres rieron y Marcus decidió ignorarles y buscar a su novia, porque lo dicho, no podía ni contestar. — No vayas a despertar a tu hermano. — Advirtió su padre, y Marcus miró hacia atrás de nuevo, con el ceño fruncido. O sea, ¿Alice y él estaban despiertos pero Lex no? ¿Y por qué no? ¿Qué clase de favoritismo era ese? Bueno, daba igual. Es que no podía pensar.

Alice estaba en su habitación maquillándose. Fue a tocar a la puerta, pero el ruido se le antojó molesto hasta para él así que solo dejó la mano en la misma y dijo a la chica. — ¿Se puede? —Con una sonrisilla leve y cansada, y desde luego no era el mejor tono del mundo, aunque al menos la escasa amabilidad que era capaz de sacar se la iba a dar a ella. Se guardó las manos en los bolsillos. Se sentía encogido y, básicamente, hecho un trapo. Alice al menos parecía un poco mejor, aunque tampoco la veía resplandeciendo precisamente. — ¿Tú también sientes que te ha pasado un erumpent por encima? — Soltó aire por la boca, cansado de llevar tanto rato de pie, y de hecho echó una mirada a la cama. No, no se iba a sentar, porque de sentarse a tumbarse había muy poco, y de tumbarse a dormirse, menos. Volvió a mirar a Alice. — Estoy destruido. ¿A qué hora llegamos? —

 

ALICE

Su tía le había traído los vestidos de La Provenza y se puso el largo azul sin mangas que se había puesto para ir al campo de lavandas con Marcus. Se estaba adornando con joyas, para parecer más un ser humano decente, cuando su novio entró. Se acercó a él con un quejidito y le pasó los brazos por el cuello, dándole un breve besito. — ¿Uno solo? Una manada más bien. — Vio que su novio miraba a la cama y tiró de él hacia ella, dejándose caer. — Solo cinco minutitos antes de que tengamos que enfrentarnos a la jauría humana de ahí abajo. — Susurró. Se puso a acariciar su pecho y luego su cara y sus rizos con suavidad. — Más tarde de las seis. — Dijo contestando a su pregunta. — Pero solo lo recuerdo porque en un punto del mexicano, Lex dijo que tu cumple había pasado hacía seis horas. — Suspiró y se apoyó en su pecho. — Me lo pasé genial, pero esto está siendo matador. — Giró la cabeza para mirarle. — Pero creo que mi tata está preparando abajo la poción revitalizante, y eso va a ayudar mucho. Si usa mi receta, eso es capaz de levantar a un muerto, palabra de Gallia. — Dijo con una sonrisa, y cerró los ojos. — Desde aquí no se ven tanto las estrellas, pero… al menos estamos juntitos. — Susurró, acurrucándose contra él. No sabía bien por qué le había venido lo de las estrellas a la cabeza pero se sentía bien decirlo. — ¿Qué hacéis? — Oh, por Merlín, aquella voz iba a acabar con ella. Dio un respingo y se incorporó ligeramente para mirar a Emma. — Es que estamos un poco afectados. — Admitió. — La falta de sueño. — Emma suspiró, con ese suspiro que le salía tan bien para transmitir una profunda decepción vital contigo, y dijo. — Bajad que está la poción ya hecha y deben de estar a punto de llegar los abuelos. —

Aquello era un auténtico paseo de la vergüenza. A medida que bajaban, notaban las miradas de los familiares sobre ellos intensificarse. Saludó a Erin con una sonrisa y gestito de la mano y se fue derechita a por la poción. — Con extra de esencia de pomelo, para la hidratación profunda. — Dijo la tata poniéndoles por delante dos vasos. Y para que esté tan ácido que queme, malvada, que eres malvada, pensó mirándola muy mal. — Y he hecho cafecito. De comer no os he puesto nada, porque ya casi es la hora de comer y… — ¡YA ESTAMOS AQUÍ! — Casi se atraganta con la poción cuando oyó a Molly entrar a gritos. — ¿Dónde está mi cumpleañero que su abuela le ha traído mucha comidita y su regalazo? — Apareció por la cocina, obviamente, porque ese era el lugar donde Molly O’Donnell entraba primero siempre, y les estampó dos sonoros besos. — A ver, a ver… Uy, qué malilla cara traéis. ¿Mucho licor de espino anoche? — Entre otras cosas. — Dijo Alice carraspeando, por la acidez del pomelo, antes de volver a beber. — En realidad bebimos licor de manzana y cerveza negra en el irlandés. — Aseguró, tratando de darle conversación a la mujer. — ¡AY NO ME DIGAS QUE ESTUVISTEIS EN UN IRLANDÉS! — La voz de Molly se metía en sus sienes y sus cejas como cien agujas, seguida de la igualmente hiriente risa de su tía. — ¡Eres lo máximo, Molly! — ¡Oy mi niña rubia que no la había visto yo! ¿Y mi niña? ¿Está ya aquí? Anda que sale a recibirme. — Querida, quizás debiéramos bajar el tono de voz un poco, que los chicos se ven cansados. — Advirtió Larry, agarrando suavemente del brazo a su mujer, con su voz profunda y pausada, que era como un milagro. — Ay, sí, sí, perdón. Bueno, voy a ver a Erin, vosotros tomaos eso que enseguida estáis bien. — Son unos flojos, ¿verdad Molly? — Dijo Vivi agarrándose de sus brazos. — Un poco delicadillos sí han salido sí, para ser uno irlandés y la otra una Gallia… — Vaya par. Sintió cómo Larry la rodeaba con delicadeza. — No hay alquimia que transmute una resaca, es lo que hay, hijos. — Sí, ya lo veo. Marcus ya la habría hecho de ser así. — Sonrió y miró a su novio con cariño. — Pero no me arrepiento porque fuimos muy felices ayer. — ¡YA LLEGUÉ, O'DONNELLCITOS! — Oyó en el jardín delantero. Oh, no, Darren, no. Se apoyó en el hombro de Lawrence y dijo. — No tengo tanta buena voluntad tan de resaca, por Merlín. — ¡AY MI DARREN QUE ESTÁ AQUÍ TAMBIÉN! — Por Dios, Molly podría hacerse oír en el mismo Ballyknow si quisiera.

 

MARCUS

Cuando su novia le pasó los brazos por los hombros casi se pliega hasta el suelo como un muñeco de plastilina. Jamás se había sentido con tan poquísima fuerza, era como si estuviera hecho de polvo y al mínimo soplido se fuese a desvanecer. Qué horror de sensación. No se podía creer que hoy, precisamente hoy, tuviera esa reunión familiar que tanto deseaba y esperaba cada año, y mejorada por la presencia de personas que habitualmente no estaban, y que él estuviera ASÍ. De verdad que solo quería dormir.

Soltó un quejidito él también cuando Alice le condujo a la cama, que se le antojaba más apetecible que en toda su vida. — Me voy a dormir. — Advirtió penoso. "Solo cinco minutitos", y uno solo que le dieran y se quedaría dormido. Mejor que Alice le entretuviese y se asegurara de que tenía los ojos abiertos porque no confiaba nada en que su cerebro decidiera por sí mismo no desconectarse. Ya incumplió nada más tocar el colchón, porque soltó aire por la boca y cerró los ojos. Por Merlín, qué bien se estaba allí, tanto que se acopló con Alice casi con un ronroneo. Sí, se iba a quedar dormido, lo estaba viendo venir. Al menos hasta que Alice dijo la hora a la que habían vuelto, lo cual le hizo abrir los ojos. — ¿¿Las seis?? — Preguntó, enfatizando mucho la sorpresa porque la voz no le salía del cuerpo más alta. Volvió a soltar una queja, echando la cabeza hacia atrás. — No he dormido ni cinco horas. — Se lamentó. ¿Cómo no iba a estar destruido de ser así? Puso la cabeza en su sitio otra vez y señaló a la pared de al lado como un niño enfurruñado. — ¿Y por qué Lex sigue durmiendo y nosotros no? — Y capaz y su hermano se había vuelto antes que ellos y todo, a lo mejor por eso le daban el premio, pero no era justo... No, no. Se recordaba hablando con Lex en el pasillo y no tenía el pijama puesto. Volvieron a la vez. ¿¿Entonces??

Lo siguiente que dijo Alice le dejó parpadeando y mirando a la nada, como si su cerebro estuviera lleno de engranajes oxidados que hacían todo lo posible por ponerse a funcionar. ¿Mexicano? No recordaba ningún mexicano... Bueno. Frunció el ceño. — ¿Ese era en el que llevabas un gorro muy grande? — Le preguntó. Sí, recordaba el gorro grande, y... poco más, la verdad. Necesitaba más tiempo para ir procesando poco a poco. Puso una sonrisa adormilada a lo de la poción. — Pues voy a necesitar como dos litros... Dios, solo quiero dormir. — Y, conforme iba diciendo eso, se iba apagando, porque Alice se había acurrucado junto a él, y él pasó un brazo por su espalda, y allí se estaba tan bien...

— ESTOY DESPIERTO. — Saltó, en cuanto oyó a su madre en la puerta, y el sobresalto con el que incorporó el tronco le obligó a llevarse una mano a la cabeza, porque toda la habitación le había dado la vuelta entera como si se hubiera volcado un barco. Se frotó los ojos mientras su madre decía que la poción estaba lista y que bajaran. Oh, bajar las escaleras... — Dame un segundo. — Pidió a Alice, mientras aún se estaba frotando los ojos. No se veía capaz ni de levantarse de la cama sin dar un cabezazo en el suelo, como para bajar las escaleras. De verdad que se estaba planteando seriamente bajarlas sentado. ¿Por qué se encontraba TAN mal? ¿Tanto había bebido? Él dijo que quería desmelenarse y desfasar, pero no beber tanto como para estar más muerto que vivo al día siguiente. Seguro que había sido todo idea de Ethan, eso sí que lo recordaba, verle con diferentes bandejas... Lo iba a matar.

Al final había bajado de pie, muy despacito pero de pie. De las risitas de los demás pensaba pasar olímpicamente, no estaba de humor. Tomó uno de los vasos que le daba Violet y, sin pensárselo, le dio un buen trago, como si aquello fuera su garantía de supervivencia... Casi lo echa. Le costó horrores tragárselo, tenía la cara tan contraída que debía habérsele arrugado entera. Tosió un poco. — ¿Qué? ¿Está fuerte? — No, no, está bien. — Dijo tratando de ser cortés, pero la voz absolutamente quebrada le delató, lo que hizo que Violet soltara otra de sus carcajadas, de esas que atravesaban los tímpanos de uno al otro. — Seguro que no tanto como el tequila y algo caería anoche. — ¿Tequila? ¿Él? Lo dudaba... Oh, espera. Parpadeó varias veces, con el vaso en la mano y la mirada perdida en un punto indefinido del suelo. Recordaba algo de un limón... Y la sal... Lamer la sal de... la mano de Alice.... — ¿Veis? Ya va recordando. — Se burló Violet, claramente de la cara traumatizada que debía tener él en ese momento. Se frotó la cara y volvió a darle un trago a la poción. Ah, por Dios, qué fuerte estaba.

La entrada de su abuela le pilló aún con el cerebro a medio despertar, lo que a un Ravenclaw de manual como a él empezaba a impacientarle bastante. Los fuertes besos que le dio en las mejillas le dejaron un pitido en los oídos y, cuando le soltó, tuvo que dar un paso atrás para no caerse, porque hasta se había quedado con sensación de pérdida de equilibrio. Madre mía, qué cumpleaños le esperaba. Su abuelo le estaba mirando con una risilla entre los labios. Ah, genial, ahora hasta su abuelo se reía de él, y él que podría hoy contar oficialmente como su día uno de aprendiz de alquimista. Todo saliendo según tu plan, Marcus O'Donnell, pensó amargamente mientras se frotaba la cara otra vez y escuchaba a Alice hablar de... ¿bar irlandés? Espera, él no estuvo en ese bar, se acordaría.

Con la conversación de su abuela y Violet se había perdido hacía un rato, así que se dirigió a una de las sillas y se desplomó en ella de lado, apoyando el codo en la mesa y la cabeza en su mano. Uf, así también podría quedarse dormido... — Vaya, vaya. — Dio otro respingo y casi dice "estoy despierto" otra vez, al menos había vuelto a abrir los ojos con el corazón en la boca. — Al menos uno de mis hijos fue medio responsable anoche, por lo que me han contado. — Dijo su padre, claramente con tonito burlón, pero Marcus no estaba para pillar dobles sentidos. Se dejó caer como una palmera doblada hacia el otro lado, donde estaba el respaldo de la silla, y dijo con voz cansada. — Yo fui responsable. — Ya, ya. Tienes todo el estado que tiene uno a la mañana siguiente de haber sido muy responsable. — Se burló otra vez. Fue a contestar que era porque apenas le habían dejado dormir dos o tres horas (bueno, eran más, pero Marcus siempre estaba dispuesto a exagerar) cuando se volvió a montar revuelo en la cocina. Tardó en procesar que había sido por la llegada de Darren.

— Ooooy mis cuñis, ¿todavía estáis así? — Marcus le miró con mala cara y sin fuerzas ninguna, aún dejado caer sobre la silla. Violet se acercó al Hufflepuff con una sonrisa. — Tú debes de ser Darren, el novio de mi sobrino político. ¿A que sí? — Darren puso la cara de ilusión de quien ha visto a Flammel en persona y miró de hito en hito a Alice y a Violet. — ¿Eres la tata de Alice? ¿Violet Gallia, la del Profeta? — ¡Oy, cuántos títulos! — ¡¡Encantado!! Me han hablado maravillas de ti. — A ver si no voy a ser yo ¿eh? — Ambos rieron estruendosamente. — Y, dicho sea de paso, también dudo de que tú seas el Darren del que me han hablado. ¿Qué haces tan fresco, estando estos dos como dos trapos? — Los Hufflepuff tenemos fama de tiernos, pero aquí estamos, podemos aguantar una fiesta con mucha dignidad. — Cuidado, no vayas a ofender a tus suegros. — Uy, perdón, iba por... — ¡¡Que es broma!! — ¡¡Ay!! Pues eso, que están muy poco curtidos en fiestas y que preparo unas pociones revitalizantes de muerte. — Uh, ¿pueden competir con las mías? — ¡Dímelo tú! ¿Cómo me ves? — Y otra vez a morirse a carcajadas. Marcus los miraba a los dos como si los quisiera matar, con el codo de nuevo apoyado en la mesa y la mano aguantándole la cabeza, en decadencia absoluta.

— Hola, señora O'Donnell. Perdón, que me he puesto a hablar y no la he visto... — Llámame Emma. — Pidió su madre con una sonrisa leve pero sin perder su porte y su escasa muestra emocional habitual. Violet soltó una carcajada. — A ver, por favor, no vas a llamarme a mí Violet y a la abuela Molly y a ella la vas a llamar señora O'Donnell. Un Slytherin tiene que ganar hasta en familiaridad. — Ahí la risilla de Darren fue más tímida, porque claro, de su madre no iba a reírse a carcajadas. No quería perder su puesto en esa casa tan pronto. — ¿Dónde está mi L... Dónde está Lex? — Reculó a mitad de camino. Eso lo había pillado hasta Marcus, y por supuesto todos los presentes, que escondían sonrisillas... Bueno, su madre no tanto. Fue Arnold quien contestó. — Dormido. Hemos querido premiarlo por cuidar tan bien de nuestros niños. — Eso sí levantó risitas e hizo que Marcus dirigiera ahora la mala cara a su padre. A ver, no estaba entendiendo el cachondeito en absoluto. Darren, cuando acabó de reír, se ofreció. — Si queréis, cuando me digáis, le aviso yo... — Ya se ha ofrecido Dylan a hacerlo. — Aseguró Emma, sin perder la sonrisa ni las manos entrelazadas como si estuviera tallada en mármol. Dylan, que justo acababa de entrar en la cocina, tardó un rato en reaccionar a la mención, hasta que dijo. — Ah, sí. Voy a despertar a Lex. No te preocupes, Darren, yo lo hago con cuidadito. — Como buen Hufflepuff, casi cuñado. — Respondió Darren. Violet dio una palmada en el aire y dijo con tono provocador. — Quééééé bieeeeen sienta la armonía Hufflepuff en una casa, de verdad que sí. Solo falta tu cuñada Andrómeda, Emma. ¿Cuándo llegan? — Espero que dentro de un buen rato, rogó Marcus para sus adentros, tras lo cual dio otro trago a la poción. Puff, qué trabajo le iba a costar acabársela.

 

ALICE

Ella entendía que Marcus tenía una imagen totalmente autoimpuesta de chico perfecto y modosito, pero los intentos que estaba haciendo por mantenerla, teniendo en cuenta el estado en el que estaba, estaban obrando bastante más en su contra que en su favor. — Fue muy poquito. — Aportó ella, con voz flojita a ver si todos la imitaban, en referencia al tequila. Le dio a su tía en el hombro. — No seas mala, Violet Gallia. Déjale. — Oooooh qué romántico, cómo se defienden, a pesar de estar para pedir el sudario ya. —

El entusiasmo de Darren estaba haciendo muy poco por la resaca, aunque tenía que admitir que la poción de su tía, si bien era matadoramente ácida, estaba haciendo su efecto. — ¿Tierno tú? — Preguntó girándose hacia Darren. — Mira, no voy a contar lo que se hace en esa sala común porque… — Porque tienes las de perder respecto anoche, reina de Ravenclaw y del Cariiiibe… — Contestó el chico haciendo un bailecito y pegándole las caderas. Lo cierto es que… empezó a tener flashes… Ay, por Merlín. — Quita, tonto. — Dijo empujándole con una risita. Se calló porque ya apareció Emma por ahí y nadie quería desatar su ira. Ah, qué bien, ya es Emma. Yo siete años viniendo aquí en plan “señora O’Donnell” y con Darren, a la segunda, ¡hala! Como se notaba el favoritismo, vaya.

— Envidiosa. — Le acusó una voz ronca. Se giró y vio a ese enorme Lex, frotándose un ojo con la mano que su hermano no tenía aprisionada, tirando de él, que era tan cómico como ver a un ratoncito tirando de un elefante. — Alexander, yo no te he enseñado a bajar en pijama y menos cuando hay reunión familiar. — Le afeó Emma, cruzándose de brazos. — Es que Dylan no me ha dado lugar. Me ha dicho que era de vital importancia que tomara la poción revitalizante. Que, en verdad, si la ha hecho Vivi yo la quiero un poquito diluida en agua, eh… — ¡Oye, mocoso! ¡Au! — Se quejó la tata, porque le había dado en el brazo, y probablemente, la sensación había sido parecida a darle al cemento armado de la pared. — Un respeto que ahora soy tu tía. — Va, pero es que yo no bebí tanto como esos dos ¿eh, rey y reina del Cariiiiibe? — Oye, ¿qué es eso del Caribe? Darren lo ha dicho también. — Señaló su tía. — Qué bien que te dedicaste al periodismo, tata, no se te escapa una… — Dijo Alice con un suspiro, terminándose la poción y yendo a por el café.

Justo entonces, vio por la ventana de la cocina cómo aparecía alguien en el jardín. — Oh, Dios, tus tíos ya están aquí. — Dijo, con auténtico pesar. No estaba ella para recibir mucha gente. — ¡¡¡ENTONCES ESTUPENDO YA ESTAMOS TODOS!!! — El tono de voz de Molly iba a acabar con ella. — ¡AY! Pero si está mi Lex aquí. ¡Míralo! Más fuerte cada día, hijo da gusto verte… — Abuela, espera, que si cuando entre mi tío sigo en pijama, mi madre me mata. — Dijo Lex, terminándose la poción del tirón y subiendo las escaleras. — ¡Pues ya sabes! — Bramó Emma. — ¡Ay, Merlín! ¿Qué habré hecho yo para merecer esta familia tan poco protocolaria? — Los Gallia se miraron con cara de circunstancias. O estaban influyendo para mal en los O’Donnell, o Emma tenía la esperanza de que la influencia fuera al revés y no le estaba saliendo la táctica muy allá.

Phillip y Andrómeda llamaron a la puerta, y ya desde ahí se estaba oyendo un jaleo que amenazaba con atacar a su resaca. — Ehmmmm, Vivi, ¿te enseño a Muffin? Lo he dejado jugando en el jardín. — Saltó Darren. Claramente no quería conocer a los Horner (aunque fueran los Horner buenos) sin Lex allí. — Claro, espérate que vamos a por Erin, que claramente se ha escondido de la multitud. A ella le gustan todos los bichos vivientes y a veces disecados. — Y su tía lo entendió a la perfección y se fueron del brazo. — ¡Miranda! Por última vez, hija, no. No hay regalos para ti, tu cumpleaños es en agosto, y en agosto se celebrará, junto al del primo Lex si quieres. — Regañaba Andrómeda, ya cansada. — ¡Es que no es justo! El de Lucas fue hace nada, y ahora Marcus, y todos con regalos menos yo. — Contestó la niña, enfadona. — ¡Hola, familia! ¡Feliz cumpleaños, sobrinito! — Celebró Phillip, entrando ajeno a todo drama, para variar, con Lucas en brazos. — ¿Dónde está el cumpleañero? — Hola, hermano. — Dijo Emma con aquel tono de que te estaba advirtiendo. — Gracias por señalar directamente quién es tu favorito. — Perdona, perdona, hermana. — Fue y le dio un beso, estrechando la mano de Arnold poco después. — ¡Pero qué ven mis ojos! ¡El mismísimo William Gallia! — Hola, Phillip. — Hace muchísimos años que no te veo. Estás… — Le miró de arriba abajo. — Estupendamente. — Gracias, Phillip, qué familia más bonita. — Dijo señalándoles, y con un deje de tristeza en los ojos. Sí, él había sido un Phillip Horner. Con una mujer más joven que él, de carácter y corazón Hufflepuff, una niña y un niño que se llevaban seis años… y ajeno a las preocupaciones y cuidados que su mujer tenía que soportar. No había caído en cuanto podía llegar a parecerse aquella familia a la que su padre tanto anhelaba. — Hola, querida. — Tío Phillip. — Saludó ella con un beso en la mejilla. — Uy, qué caritas traemos, sobri… — Comentó dulcemente Andrómeda, dándole otro beso. — Es que ayer era la graduación. — Oh, la mía fue un asco, solo con los prefectos y algunos hijos de familias importantes, en un club de clase alta de Londres… Un peñazo. — Comentó Phillip. — Hola, tesorito. — Dijo cogiendo a Lucas y estrechándole contra sí. — Y hola, princesa Horner. — El título pareció gustar a la niña, que corrió a abrazarla también. — ¡Hola, prima Alice! ¿Quién es toda esta gente? — Que se presenten solos, por Dios, o que los presente su tía, que yo no tengo fuerza. — ¡Hala eres un niño, como yo! — Soy más mayor que tú. — Dijo Dylan estirándose, un poco ofendido. — Pero tú seguro que juegas más rato conmigo que los demás. — La cara de su hermano era de “no tengo intención”, pero Alice le recordó. — No os lleváis tanto. Lo mismo que tú con Lex. — Y bien que te pegabas a él de pequeño, sé amable, quería decir en el subtexto.

 

MARCUS

Dio otro sorbo a la poción, porque necesitaba acabarse eso ya y recomponerse, arrugando toda la cara en un gesto cada vez más exagerado. Eso sí, aunque a duras penas porque aún le lagrimeaban, dirigió los ojos entrecerrados por la acidez hacia Darren cuando dijo lo del Caribe. Un momento, no recordaba haber hablado de eso con Darren. Ah, ya está, se lo ha chivado Lex. O sea, su hermano se le metía en la cabeza, le contaba a su novio sus cosas como un par de cotillas, y el otro iba y lo soltaba delante de toda la familia... Eso le ofendía, pero prefería pensar que era eso y solo eso lo que había ocurrido, y no que había perdido tanto el control que lo había soltado en mitad de la noche delante, como mínimo, de Darren. No, no no. Marcus O'Donnell no perdía el control. Iba a desfasar, sí, pero... no tanto... quería pensar... Por Merlín, pero si ni siquiera se acordaba de la mitad.

La voz de Lex sonaba tan de ultratumba, y tenía un aspecto tan adormilado, que no se diría que la noche le hubiera ido mejor que a ellos. Se apoyó en el respaldo de la silla y se cruzó de brazos, mirándole quejarse y entrar en riña con su madre, esperando a que alguien le diera una explicación de por qué Lex "merecía el premio" de quedarse dormido más tiempo y "había que despertarle con cuidadito", mientras a él le habían lanzado a Violet encima y dando gracias porque le despertara a las once y no a las nueve. Bueno, sus sospechas se confirmaban con la burla de su hermano. Chistó. — Bueno, ya está. A ver cómo sabes tú eso. — Lex soltó una risotada sarcástica. — La legeremancia no me ha hecho falta, que ya veo por dónde vas. Lo ibas promulgando tú solo. — Lo dudo mucho. — Si lo que quieres son más datos, deja que me termine de despertar. Nos vamos a reír. — Marcus le miró con los ojos entrecerrados, y la sonrisilla malévola de su hermano no auguraba nada bueno. Y él seguía con los recuerdos difusos. Mejor dejaba el tema correr, que algo le decía que iba a salir perdiendo.

Sí que dejaron el tema correr, porque acababan de llegar sus tíos. — No puede ser. — Se le escapó entre dientes mientras se frotaba la cara con ambas manos. Su padre rio con los labios cerrados y le hizo un gesto con la cabeza para señalar la poción. — Anda, termínate eso. O se te va a hacer muy largo el día. — No, si ya se le estaba haciendo largo y no llevaba levantado ni una hora. Se acabó la poción (no sin antes toser varias veces entre trago y trago), dejó el vaso lavándose (menos mal que su madre tenía la pila hechizada por defecto, estaba él como para hacer magia, capaz y le perseguía la esponja a él en vez de al vaso) y se acercó a Alice. — ¿Cómo de factible ves que nos escapemos para dormir en algún momento? — Le susurró mientras iban a buscar a sus tíos. Trató de dibujar una sonrisa débil. — Siento ser tan megalómano. No había contado con lo difícil que iba a ser este día después de la fiesta. — Comentó con una risa avergonzada. Si es que se lo tenía bien empleado...

Su tío ya le estaba llamando nada más entrar, así que salió de detrás de Alice (daba igual que la duplicara en altura, el muy cobarde de él, conforme se acercaban, se fue rezagando detrás de su novia como si eso le fuera a dar más tiempo para que le hiciera efecto la poción). Sonrió como pudo y se acercó a su tío. — ¡Gracias! Ey, orgullo de su primo Marcus, futuro Ravenclaw, bienvenido a mi casa. — Empezó a decirle a Lucas, moviéndole las manitas graciosamente y haciéndole reír. Phillip soltó una carcajada. — Sabes que está difícil que salga Ravenclaw ¿verdad? — Un momento. ¡William! Que dice mi tío que de la unión entre una Hufflepuff y un Slytherin es difícil que salga un niño Ravenclaw. — El otro no contestó, porque nada más divisarlo Phillip le dio tal alegría que acto seguido empezaron a hablar. A Marcus le dio igual, él tenía su argumento, así que mientras los hombres hablaban, acercó la cara a Lucas, que le seguía con la mirada, y le susurró. — Te has reído, eso es un sí, ¿a que sí? — El niño volvió a reír y él se rio con él. Ah, bebés. A Marcus le quitaban todos los males los bebés.

Saludó a su tía Andrómeda y rodó un poco los ojos con resignación. — Aún me está haciendo efecto la poción revitalizante de Vivi. Espero que no tarde... — Dijo, dirigiendo una mirada cómplice a la tía de Alice... Ah, no estaba. Ni ella, ni Erin, ni Darren. Qué raro. Con suerte habían ido a molestar a Lex. — Oh ¿Violet Gallia está aquí también? — Preguntó su tía con un punto de curiosidad y un leve brillo en los ojos. Marcus simplemente asintió, contento. — Lo dicho. Cumpleaños familiar. — Sí, el de farra ya lo tuviste ayer. — Creí que te estabas quitando el pijama. — Nada, ya tenía que estar Lex ahí pinchándole como siempre. Echó aire por la boca y se dirigió a su tía de nuevo, con el ceño fruncido en extrañeza. — ¿Y mi prima? — La mujer sonrió e hizo un gesto con la cabeza, lo que le hizo girarse. Ahí sí que sonrió de corazón, porque vio a Miranda abrazada a Alice. Precioso regalo de cumpleaños para él. — ¡Oye, Miri Miri! ¿A mí no me saludas? — La niña se separó de Alice y, con un suspiro hastiado que a Marcus le pareció ciertamente gracioso, le miró con cara de circunstancias solo para decirle a su novia. — ¿Puedes decirle que no me llame Miri Miri? Princesa Horner me gusta más. — Marcus soltó una carcajada espontánea, de la que se arrepintió en el acto porque él solo se había provocado un latigazo bestial en la cabeza. La poción iba haciendo efecto, pero no hacía milagros.

Cuando se recuperó un poco, aprovechando que Miranda estaba distraída hablando con Dylan, se le acercó por la espalda y la levantó por la cintura, provocando que la niña soltara un grito agudo que le taladró el cerebro. Dio igual, porque Marcus no podía evitar hacer el tonto con los niños, así que se la colgó como un fardo al hombro. — Pesas muy poco para ser una princesa. — ¡Bájame, no soy un saco! ¡Delante de la abuela Anastasia no haces esto! — Su abuela Molly, que acababa de saludar a sus tíos, soltó una carcajada musical que puede que llevara un poquito de retintín. — Ay, vida mía, delante de esta abuela podéis hacer lo que queráis. — Esto es territorio O'Donnell. — Le susurró a su prima con voz tenebrosa, lo cual solo hizo que se revolviera como una lagartija hasta que la dejó de nuevo en el suelo. — Tú eres Miranda ¿verdad? Sí que pareces una princesita. — Ya se quedó su abuela con su prima, y poco a poco aquello se iba convirtiendo en una reunión en la que todos charlaban contentos. Le gustaba ver a sus tíos allí. Había sido una muy buena idea invitarles... No tan buena hacerlo al día siguiente de salir de fiesta, pero bueno.

— ¿Dónde está Darren? — Le preguntó su hermano, extrañado. Marcus se encogió de hombros. — Ni idea. Oye, ¿anoche...? — Os pegasteis un pasote tremendo. — Completó Lex. Luego le arqueó una ceja. — Veo que ya hemos terminado con mi problema. — Perdona, sí, Darren. Pues... No sé. A lo mejor está en el baño. — Sí, se han ido al baño él y las dos lesbianas. Marcus, sacúdete la resaca, por favor. — Marcus parpadeó. Ah, pues... no se había dado cuenta. Lex también podría hacérselo ver de una forma un poquito menos borde, pero debía ser mucho pedir eso. — Voy a buscarles... — Un momento. — Le detuvo Marcus, agarrándole el brazo con suavidad, solo en un gesto para que parara. — Si crees que realmente están escondidos... no entres a lo loco ¿vale? — ¿Y qué hago? ¿Dejo a Darren en el jardín y a los tíos en la casa todo el día, a ver si no se cruzan? — No, tío, solo digo que no los traigas hasta aquí a empujones. Quizás... — Se mordió el labio, pensando, y su mirada se cruzó con ella, tan sola como siempre. — Eh, tía Andrómeda. — La llamó. La mujer le miró con una sonrisa, mientras Lex también le miraba, pero con cara de "¿qué demonios haces?". — Antes has preguntado por Violet ¿no? Pues está en el jardín. Lex, ¿por qué no le enseñas a la tía la casa? — Ay sí, Lex, cielo. Desde fuera he visto el jardín y parece precioso. — Lex miró a Marcus un segundo y luego dijo. — Claro. — Y ambos se fueron. Tenía las capacidades bastante mermadas, pero no tanto como para no haber visto dos cosas: que Andrómeda estaba ilusionada por vivir una reunión familiar exenta de protocolos y presunciones que solo la aislaban y le parecían absurdos, y que Darren necesitaba hacer la toma de contacto con los Horner poco a poco. No le parecía una solución tan descabellada.

 

ALICE

Marcus con sus primos era una de las cosas más adorables que había visto en la vida, y así le miraba, obnubilada. — ¿Te traigo un babero, reina del Caribe? — Le dijo Arnold bajito, por detrás. Ella chasqueó la lengua. — Has sonado a mi amiga Hillary. — Lo que esa criatura habrá tenido que aguantar. — Ella se hizo la ofendida. — Todos tenéis envidia de que yo mire así a Marcus. — Arnold se rio entre dientes. — Un poquito. Pero porque veo esa hambre de futuro en la mirada de quien todavía anda preparando cosas en su cabeza. Y me encanta. — Dijo estrechándola con un brazo por sus hombros. Ella sonrió. Era imposible estar enfadada con alguien como Arnold. Se acercó a su novio con energía renovada, y dejó un casto beso en su mejilla. — No te preocupes, mi megalómano precioso. Yo por verte feliz en tu cumpleaños, aguanto resacas y lo que haga falta. — Susurró en su oído.

Miranda empezó a quejarse, y le tuvo que salir una carcajada cuando dijo que en casa de la abuela no hacía eso. — Y tampoco hacíamos esto. — Y se acercó a ella a hacerle cosquillas, despertando las risas y movimientos bruscos en la niña. — ¡Estáis muy raros! — Acusó entre risas. Ante el comentario de Molly rio con ganas, mientras ayudaba a bajar a Miranda le susurró a la abuela. — ¿Cuánto tiempo llevabas queriendo decir eso? — Más de veinte años, desde la primera vez que entré en casa de los Horner y vi cómo trataban a mi Arnie, que siempre ha sido un niño buenísimo y muy estudioso, además de tremendamente guapo, porque es igualitito al padre, por lo que era el mejor partido que una madre podría querer para su hija, vaya. Y me lo trataron como si fuera un mendigo viniendo a pedir limosna. — Se tuvo que reír más y dijo. — Qué pena que no te haya oído decir eso. — Molly hizo un gesto al aire. — Se queja de vicio. Yo siempre le he recordado que es mi niño primero y más bonito, pero bueno, él a sus cosas. — Esta casa es rara. — Interrumpió Miranda. — ¿Rara? Yo creo que es bien bonita. Mira, ¿quieres ver el jardín? — Miranda pareció pensárselo. — ¿Tiene flores? — Tiene. — Confirmó Alice. — Venga sí, y así la abuela Molly termina de prepararlo todo para la comida. — Miranda subió la mirada y susurró. — ¿La comida la prepara ella misma? — Madre mía, no les quedaba trabajo ni nada con los Horner buenos.

El sol no favoreció a su resaca, cuando salió de la mano de Miranda, pero la niña estuvo tremendamente rápida. — La señora O’Donnell no sabe nada de protocolo. Y al primo Marcus se le ha olvidado. — Le comentó, como si ella fuera guardiana segunda del dicho protocolo. — Lo conocen, pero como estamos en familia, no usamos el protocolo. ¿A que con papá y mamá no lo usas? — Miranda la miró muy seria. — No son tu papá y tu mamá. — Se le tuvo que escapar una risita. — Lo he dicho para que me entendieras. ¿Usáis el protocolo o no? — Miranda hizo un gesto de evidencia. — No, porque estamos en núcleo familiar directo. — Alice odiaba cuando se reían de ella de pequeña al hablar como una persona mayor, pero de verdad que era muy cómico. — Pero nosotros somos un núcleo familiar que lo que nos gusta es pasárnoslo bien y dejarnos de protocolos, para dedicarnos a disfrutar. — La niña puso un gesto con la cara y suspiró, como quien dice “bueno, te lo pasaré”. — ¿Quiénes son esos? — Dijo señalando a Darren, Erin y la tata. — Pues a una deberías conocerla, por lo menos. — Le contestó, agachándose a su lado y mirando en la misma dirección. Miranda afinó la vista y asintió. — Ah sí, es la tía rara del primo Marcus. — Eso no es muy protocolario. — Creía que habíamos abandonado el protocolo porque estábamos en familia. — Rebatió. Qué lista era, y qué Slytherin, cómo jugaba con la ventaja. — Se llama Erin. La de al lado es mi tía, se llama Violet Gallia. — Parece más tía mía que tuya, porque es muy rubia y muy alta. — Alice asintió. — Eso es porque yo me parezco a la familia de mi madre, pero mi hermano Dylan y mi padre sí que se parecen a ella. — Es verdad. — Concedió la pequeña. — ¿Y ese chico? — Se llama Darren. — ¿Y qué hace aquí? — No quería meter la pata. Quería que Lex y Darren hicieran las presentaciones tal y como ellos quisieran. — Mira, allí está Lex. Ha venido con él, así que pregúntale. — Y la niña salió corriendo en dirección de Lex, Marcus y su madre.

— Gracias por ser tan buena con ella. — Dijo una voz a su espalda. — No está muy familiarizada con algo así… — ¿Una familia cariñosa y alegre? — Phillip suspiró y asintió con una sonrisa. — Los Gallia somos un caos, pero en lo de dar cariño y alegría somos expertos. — El tío de Marcus rio y se metió las manos en los bolsillos. — Sí, la verdad. Tu padre está muy bien. — Se encogió de hombros y ladeó la cabeza. — Un poco más… apagado, diría yo. El William Gallia que recuerdo era pura dinamita, no callaba y gritaba muchísimo. — Eso la hizo reír. — El que yo recuerdo también. Está mejorando, no obstante, pero… hay cosas que le recuerdan a mamá. Aparte de mí, claro. — Phillip asintió. — No la conocí, la verdad, mi familia no… — Los Gallia estamos vetados, lo sé. Pero mi madre se parecía mucho a Andrómeda. Era de Ilvermony, pero hubiera sido Hufflepuff. Ojos claros y pelo oscuro, siempre con los niños… Y tus hijos se llevan lo mismo que Dylan y yo. Todas esas cosas le hacen recordar lo que ya no tiene y nunca tendrá. — La expresión de Phillip se había oscurecido. — Pero no te preocupes. A mi padre le hace el mismo daño que le cura recordar, tiene que aprender a vivir con ello. Solo… hay que darle tiempo. — Yo siempre le he admirado mucho. Admiro el intelecto ¿sabes? El intelecto de verdad, no el ganado con poder, como Linda y mi hermano, y a veces pienso que hasta yo mismo. — Alice se giró. — Yo te admiro mucho, Phillip. Y a tu hermano, muy a mi pesar. Es un gran médico. Si hubiera sido otra persona, me hubiera encantado trabajar con él. — Phillip sonrió. — Tienes el corazón de una Hufflepuff, eh… Y créeme, lo reconozco, estoy casado con una. — Ambos rieron y Phillip parecía que quería decir algo pero no sabía cómo. — Oye… ¿Ese es…? — Dijo señalando al grupito al otro lado del jardín. — Darren, sí. — El… — Novio. — Le ayudó Alice. — De tu sobrino Lex, sí. — Phillip rio y se rascó la nuca. — No sé muy bien cómo proceder en estos casos. — Alice se encogió de hombros. — A mí me has tratado siempre muy bien, ya me llamabas sobrina la segunda vez que me viste. — El hombre asintió. — Lo haces muy fácil. — Alice ladeó la cabeza. — Darren también. Es un Hufflepuff, con un puntito de mala leche Slytherin, nada que no conozcas. — Ya, ya… — Les iba a costar, pero en algún momento tenía que empezar.

Cogió del brazo a Phillip y les llevó con los demás. — ¡Hombre! ¡El mediano peligroso de los Horner! ¿Qué pasa, guapetón? — Saludó su tía. Phillip puso una sonrisilla tonta y se coloreó de rojo entero. — Hola, Violet. — ¿Os conocéis? — Preguntó Andrómeda. — Claro, le hice una entrevista en el Ministerio de Magia alemán una vez que presentó allí un libro, en una reunión del Alto Consejo de Magia. Y luego los del Profeta le sacamos de farra por Berlín. — Andrómeda le miró con una sonrisilla y abriendo mucho los ojos. — No te imagino de farra precisamente a ti. — A mi sobrino tampoco y mírale. — Acusó Phillip. Ah, ahí estaba la vena Slyhterin. Vende a tu sobrino favorito con tal de quedar bien. Pero estaba siendo divertido y Marcus, a pesar de la resaca, se veía feliz.

 

MARCUS

Lex había mirado un par de veces hacia atrás como si le pidiera auxilio, o como si más bien le demandara ayuda porque se la debía o algo así. Marcus seguía con los recuerdos de la noche anterior demasiado difusos, pero la poción al menos le estaba aclarando bastante la mente. Si tanto Alice como él estaban mucho peor que Lex, apenas se acordaban de cosas sueltas, y su hermano se había ganado el derecho a dormir más y ser despertado con más cariño... unido a comentarios de aquí y allí de los adultos... ¿pudiera ser que hubiera cuidado de ellos hasta llevarles a casa sanos y salvos? Madre mía, no quería ni pensar qué podía haber dicho y hecho. No iba para nada con Marcus desfasar hasta el límite de lo irrespetuoso, pero... algo le decía que se había salido mucho de sí la noche anterior.

— Dieciocho años y se te sigue viendo pensar desde fuera como cuando eras pequeño. — Dijo su padre, poniéndose a su lado. Marcus le miró y el hombre señaló hacia donde Marcus tenía la mirada antes, que era la puerta que conducía al jardín. — Tus invitados más especiales están ahí fuera. — Arnold le miró y sonrió con ternura, revolviéndole un poco el pelo. — Feliz cumpleaños, hijo. — Marcus ladeó la cabeza, y casi podía vérsele una sombra culpable en la cara. — Mi cumpleaños fue ayer. — Bueno, pero lo sigues celebrando hoy. Y me gusta... esto. Esto que has montado, el que quieras seguir haciéndolo con tu familia, y que esta sea cada vez más grande, en parte gracias a ti. — Siguió mirándole con cariño y añadió. — Llevo siete años echando mucho de menos a mi niño, y ha venido muy parecido a como se fue, igual de cariñoso. ¿Puedo mimarlo un poquito, o no? — Marcus chistó y retiró un poco la mirada. — No es momento de hacerme llorar. — Su padre rio con los labios entrecerrados. — Estoy siendo el auror bueno, como siempre me acusa tu madre de ser. — Ambos rieron. — Y tú tienes una cara de culpabilidad de la que ella se va a aprovechar y, te digo más, tendría motivos. — Marcus bufó. — ¿Tan mal llegué anoche? — Arnold se encogió de hombros. — Yo estaba dormido. Tu madre me acusa de confiar en ti en exceso, como si parte de su indignación no fuera por decepción. — Va en serio... ¿Cómo que decepción? ¿Está decepcionada conmigo? — Al hombre se le escapó una carcajada. — Todo lo que la madre de un chaval de dieciocho años puede decepcionarse porque ha llegado a casa borracho como un barril de Guinness. — Qué irlandés. — Acabo de escuchar a mi madre alabarme a voz en grito como si yo no la oyera, es lo mínimo que puedo hacer. — Volvieron a reír ambos. Arnold le dio una palmada en el hombro y le dijo. — Anda, ve con tu hermano. Sé lo que estás pensando y sí: se lo debes. — Arqueó una ceja. — Y teniendo en cuenta que tu novia se ha quedado a solas con una versión reducida de tu abuela Anastasia, que Andrómeda y Phillip se están arriesgando a la ira divina de los Horner por estar aquí, que Lex y Darren van a hacer pública y oficial su relación y... tu tía Erin. — Marcus rio un poco y su padre continuó. — Creo que lo mínimo que puedes hacer, efectivamente, es estar presente. Todos están aquí porque te quieren, no lo olvides. — Frunció los labios unos segundos y, al cabo de estos, chistó otra vez y se zafó de la mano de su padre. — He dicho que no me hagas llorar. — Y, dejando atrás las carcajadas de Arnold, salió al jardín.

— ¿Y el aporte proteico es el mismo? — No sabría qué decirte. Pero te pondré en contacto con ella, es una nutricionista animal fantástica. — ¡Jo, qué guay! Muchísimas gracias, Erin, es que no se me habría ocurrido en la vida. — Anda, viene el chico del cumple. — Anunció Violet, provocando que Darren y Erin interrumpieran su conversación y le miraran. Marcus sonrió. — ¿De qué habláis? — Violet hizo una floritura con la mano y, abriendo mucho los ojos, respondió. — Aquí nos tienes a los dos Slytherin asintiendo a una conversación superinteresante sobre sustitutos veganos para las chucherías de animales. — El problema de la extinción inminente de gusarajos por su desmesurado uso en chucherías y pociones es muy grave. — Justificó Erin, aunque Darren había soltado una risilla y Lex también estaba conteniendo la sonrisa. Violet le acarició el pelo. — Claro que sí, mi amor. Lo tengo en mi libreta de futuros reportajes pendientes. — Erin suspiró. — Se burla de mí. — Merlín me libre, pelirroja. Solo aprovecho que ha llegado el erudito para ironizar un poco, no quisiera yo aburrir al cumpleañero. — Violet le miró. — Aunque teniendo en cuenta que prácticamente has montado una cabalgata del orgullo gay para tu cumpleaños... — ¡Vivi! — ¿¿Qué?? Solo digo que esto va a ser de todo menos aburrido. — No empieces, por favor. — Le murmuró con un punto avergonzado, y mirando de reojo a Andrómeda. Ah, su tía también estaba allí, silenciosa pero, a juzgar por la expresión de su rostro, muy entretenida y contenta.

— Me alegro mucho de que hayáis venido. — Le dijo Marcus a Andrómeda, acercándose a ella. Miró a su prima en la lejanía, junto a Alice, y añadió. — Parece que intenta comprender de qué va esto. — Su tía soltó una risita. — Yo solo tengo un hermano y vive fuera, le ve muy poco, y mis padres ya están muy mayores. Se puede decir que las únicas reuniones familiares que conoce son las de los Horner, y... Bueno. — Ya. — Los dos rieron entre dientes. — Pero te aseguro que se va a acostumbrar pronto. Además, le encanta estar contigo. De hecho, mírala, ahí viene. — Y, efectivamente, su prima Miranda iba corriendo hacia ellos. Se paró en seco cuando llegó, mirando a los que para ella eran tres desconocidos. — Hola. — Miró a su madre de reojo, y luego a los otros tres. — Soy Miranda. — Volvió a mirar a su madre de reojo, y luego miró a Marcus. — Me ha dicho Alice que aquí no hay protocolo. ¿He saludado bien? — Violet soltó una fuerte carcajada y dio una palmada en el aire. Semejante salida hizo a Miranda dar un respingo y mirarla. La mujer dijo. — Yo es que no puedo. Qué bien me lo voy a pasar hoy, va a parecer mi cumpleaños, vamos, de lo que me voy a divertir. — Pareces mi tía. — Cortó la niña, mirándola. — Porque eres rubia y alta, pero ya me ha dicho Alice que es porque te pareces a su padre. — Parpadeó y añadió. — Y una tía mía no gritaría tanto. — ¡Miranda! — Riñó Andrómeda, y la niña se encogió de hombros con cara de "si no hay protocolo, no hay protocolo", mientras Violet reía a carcajada limpia.

La atención de la niña se dirigió entonces a Darren, que se estaba tapando la boca para disimular la risa. — Hola, ¿eres amigo del primo Lex? — Se produjo un cruce de miradas bastante sospechoso entre todos los presentes (bueno, no todos, Violet seguía encantada de la existencia con la situación). — Sí, soy amigo de Marcus y de Alice. — ¿Y de Lex no? — Miranda no era ninguna tonta, y el intento de tirar por la vía de en medio de Darren con ella no daba resultado. Lex carraspeó, miró de reojo a su novio y dijo en un intento de arranque de valentía. — No. — Pero cuando fue a especificar, la mirada de la niña sobre él le hizo trabarse de nuevo. Andrómeda les miró y, al cruzar su mirada con ellos, sonrió levente y se acercó a su hija. — En realidad, es su novio. Es amigo de Marcus y de Alice, pero es el novio de Lex. — La niña frunció el ceño, extrañada. — Pero son dos chicos. — Y son novios. Porque se quieren. — Miranda les miró, entrecerrando los ojos, como si intentara procesar si eso podía ser posible o no. — Ya lo nuestro si eso lo dejamos para más adelante. — ¡Vivi! — Riñó Erin en un susurro enfadón, pero Violet realmente parecía estar pasando el día de su vida.

Alice y su tío Phillip llegaron cogidos del brazo, lo cual le hizo sonreír. Había mucha armonía ese día en su casa, que era todo lo que quería, y... Sí, bueno, puede que hubiera alguna que otra situación incómoda, pero era la primera reunión en la que estaban todos juntos. Podía entrar dentro de lo normal. Si superaban el día de hoy, todo mejoraría a partir de entonces. Eso sí, casi se cae al suelo de la risa al ver la cara que puso su prima cuando Violet se dirigió a Phillip en esos términos. De hecho, la niña se acercó a su madre con los ojos muy abiertos, moviéndose como un cangrejito, y le tiró de la falda mientras decía. — Mami... Le ha dicho a papi cosas de novia. — Andrómeda se tapó una risilla, mirando con complicidad a los cuatro adolescentes, y palmeó la cabeza de su hija. — Tranquila, cariño, es que es muy cariñosa, pero a mí no me importa. ¿Ves que no me importa? — Marcus se estaba conteniendo la risa, al menos hasta que su tío señaló su estado una vez más. Ahí sí que se permitieron el lujo Lex y Darren de reírse abiertamente. — Ya vale ¿no? Un respeto al cumpleañero y dueño de esta casa. — Ah ¿tú eres el dueño de esta casa? — Ironizó Lex. Phillip soltó una carcajada. — Deseando saber qué piensa mi hermana de eso. — Porque Arnold aquí ni pincha ni corta. Bien visto. — Comentó Violet, haciendo esta vez reír a Erin, y poner a Andrómeda una cara muy graciosa, con los ojos muy abiertos, y reírse segundos después. Definitivamente, no, no estaban acostumbrados a esa falta de protocolo.

— Bueno, cumpleañero... ¿Nos presentas? — Preguntó su tío, con una sonrisilla que parecía forzada a ser la mejor posible y mirando a Darren de reojo. Marcus dio una palmada en el aire. — ¡Faltaría más! Darren Millestone, te presento al mejor Horner que vas a conocer en tu vida después de mí. — Comentó pomposo mientras se dirigía a Phillip, tras lo cual, tomó a Lucas de brazos de su tío y se giró hacia su amigo. — Aquí lo tienes. Se llama Lucas Horner. — ¡Eh, larguirucho! ¿Qué clase de falta de respeto a tu tío es esa? — Dijo Phillip entre risas, y todos estaban riendo y en un entorno bastante relajado. Bueno, Miranda había hecho un mohín y se había cruzado de brazos. — Horner masculino, quiero decir. Todos sabemos que la princesa Horner es Miranda. — Claro, claro. — Siguió el rollo Darren, mientras se acercaba a Marcus y a Lucas, lo cual hizo que la niña pusiera expresión de digna conformidad. — Hola, cosita bonita. Soy Darren. Oy ¿pero qué edad tienes tú? Si eres casi como mi puffskein. — Le empezó a decir. Phillip se acercó un poco a ellos y, al detectarlo el Hufflepuff, dejó de tontear con el risueño bebé y se recompuso lo más formalmente que pudo. — Ah, perdón, señor Horner. Es un placer... — Llámame Phillip. — Dijo el hombre, con una sonrisa cordial y estrechándole la mano. Durante el saludo se había creado un microinstante de silencio, que Phillip rompió poco después. — Y gracias por el piropo a mi hija, pero que no se entere Emma de que ha sido destronada. O sea... tu suegra, vamos. — Ya ya. — Contestó Darren con una risa nerviosa, y eso hicieron los dos, reír nerviosamente durante unos segundos.

Marcus cruzó mirada con Alice mientras seguía con Lucas en brazos, y luego miró a Lex. Su hermano estaba tenso como la cuerda de un violín. Frunció los labios y, susurrándole tonterías a Lucas, se acercó a él. Su hermano le miró con extrañeza al verle tan cerca, más aún cuando Marcus depositó a Lucas en sus brazos. — Toma. — Lex cogió al bebé con un poco de miedo, pero este rápidamente le miró y se rio con felicidad, poniéndole las manitas en la cara, lo que hizo que el rosto de Lex se relajase un poquito e incluso sonriera. Marcus frunció una sonrisa con los labios cerrados. Sí, los bebés tenían un poder calmante muy bueno, por ese preciso motivo se lo había dejado a su hermano. — Te hace más falta a ti que a mí. —

 

ALICE

Miranda iba a hacerles el día a todos. Hasta Andrómeda se rio con la escena, y menos mal, porque Alice ya iba a mirar mal a su tata, que es que tenía que tener trapos sucios hasta de un Horner. — Efectivamente, hemos dicho que nada de protocolos, princesa Horner. — Eso a mí se me da genial, rubia, Violet Gallia, encantada. Cuando quieras saltarte las normas, aquí estoy. — ¿Qué normas? — Preguntó Miranda, curiosa. Alice negó con la cabeza y miró a Andrómeda. — Te diría que no es así de normal, pero es que con ella es lo que hay. — Le dijo con resignación. Andrómeda aquel día tenía muchas ganas de reírse, por lo visto. — Me encanta la gente así, tan atrevida y que no le da miedo de decir lo que piensa. — Ah no, no, por eso ni te preocupes. — Dijo Vivi haciendo un gesto en el aire. — En verdad le pegas un montón a Phillip Horner, y no porque te haya tocado la lotería precisamente con esa familia, sino porque alguien tenía que romper el círculo vicioso. Arnie no era el típico mago con el que hubieran casado a Emma, pero al fin y al cabo era de sangre pura, no caído en desgracia como nosotros, y esas cosas. Pero tú sí suponías una diferencia. — La aludida sonrió y se encogió un poco ante el halago, señalando a Lex y Darren, que ahora estaban con Phillip, Marcus y el bebé. — Pero ellos son los que van a dar el cambio de verdad. Y han podido hacerlo porque Marcus y Alice dieron un golpe en la mesa que nosotros no supimos dar. — Su tía la miró con el ceño fruncido. No, no le había contado nada de Percival, ni la legeremancia de Anastasia, ni nada que se le pareciera, a su familia. No quería que su padre tuviera esa escena en la cabeza, que su tía armara un escándalo… — Digamos que no nos hemos plegado a los designios de ciertas personas, a los que por lo visto nadie más quería plegarse. Puede que sacáramos un poco el polvo de debajo de la alfombra. — Su tía asintió satisfecha, aunque Alice sabía que no había acabado ahí. — Un poco, dice. Dijo todo lo que yo hubiera querido decir en su momento. Pero bueno, mis hijos conocerán otra vida, como esta, con diversidad de personas y formas de vida, que es lo que tienen que hacer. —

Mientras tanto, Alice estaba simplemente admirando la escena. — Mira a Lex con tu bebé. Parece que es un snap explosivo gigante. — Andrómeda rio. — Lucas se ríe con todo el mundo, no extraña nada ni suele llorar. Está bien para que Lex se vaya acostumbrando a los niños. — Se hizo un silencio en el que las dos mujeres la estaban mirando de reojo, pero, a Merlín gracias, justo en ese momento llegó el torrente de voz de Molly, cuando Alice ya se había acostumbrado al sol, para recordarle su resaca. — ¡PONED LA MESA QUE YA VA A ESTAR LA COMIDA! — ¿Por qué gritará tanto? — Se quejó Erin, a la que todo en la vida le daba vergüenza. Phillip se acercó a ellas, ya liberado de la carga del niño, y miró Andrómeda. — ¿Se refiere a que pongamos la mesa nosotros mismos? — La mujer le dio unas palmaditas en el hombro y dijo. — Sí, cariño, a eso mismo se refiere. — Él se quedó un momento callado y luego asintió, sacando la varita sin saber muy bien qué hacer, yendo hacia la casa. Su tía, por supuesto, no pudo callarse. — Me hubiera encantado nacer con servicio y nunca haberme tenido que plantear si es que una puede poner la mesa. — Erin la miró. — Pero si tú te escaqueas siempre en La Provenza. — Vivi se encogió de hombros y se puso a hacer gestos con las manos. — Pero lo hacía porque tenía la conciencia de que me tocaba poner la mesa. No es tan fácil aprender a escaquearse de las responsabilidades, pelirroja mía, yo te enseño si te da envidia. — Y las cuatro se rieron. — Pues haciendo gala de las habilidades de mi tía, me escaqueo para ver a mi novio, que es, a la sazón, el cumpleañero. — Dijo, desplazándose a donde estaba Marcus.

Se acercó al chico y se enganchó de su brazo. Lucas hizo un gesto de adorabilidad hacia ella, con unos gorgoritos adorables. — Hola, precioso. Qué bien estás ahí con el primo Lex, eh. — Toma, Alice, quiere ir contigo. — Dijo el chico todo lo rápido que pudo. Iba a negarse, pero como el pobre Lucas estaba en suspensión, lo cogió. — Ay, de verdad, Lex, que no quema, es un bebé. — Es que no estoy acostumbrado a coger humanos. No tan delicados al menos. Las criaturas se me dan mejor. — Ella entornó los ojos y acarició la espalda de Lucas. — Oye, de momento va bien ¿no? Creo que a Phillip le ha shockeado más lo de poner la mesa que Darren. — El chico se encogió de hombros. — Parece buena gente. — Sí, bueno, solo hace falta que diga “suegra” y “novio” de forma menos tensa y forzada. Y veremos cuando le digamos que es de familia muggle. — Replicó Lex, claramente incómodo. Alice chasqueó la lengua. — No lo hagas más incómodo de lo que ha sido en realidad. Tu tío lo está llevando mejor de lo que yo pensaba. — Tendría que llevarlo como cualquier otra cosa. — Sí. — Convino Alice. — Pero de momento hemos dado ya un paso en la dirección correcta. Quedémonos con ello. — Se giró y miró a su novio y le acarició la mejilla. — ¿Qué tal los efectos de la poción revitalizante? ¿Mejor? — No os pongáis acaramelados otra vez y encima delante del niño, os lo pido por favor. — Dijo Lex, con una risita de fondo de Darren. — Bueno ¿qué os pasa? ¿Por qué tantas risitas? — Pffff es que después de los dos espectáculos de ayer. — Como si hubiera entendido de lo que hablaban, Lucas soltó una de sus risitas adorables. — Oye, ¿y tú de qué te ríes? — Le preguntó Alice, haciéndole cosquillitas suaves, a lo que el nene aplaudió. — Así, así estabais ayer. — Dijo Darren, riéndose también. — Yo creo que os estáis quedando con nosotros. — Dijo entornando los ojos y meciendo a Lucas, haciendo como que se centraba en sus risitas.

 

MARCUS

Lex estaba sonriéndole a Lucas al menos, y Marcus les sonreía a los dos. Y entonces, cayó en algo y frunció el ceño, reflexivo. — ¿En qué piensan los bebés? — Preguntó con curiosidad real. Lex rio con los labios cerrados. Seguía tenso, pero al menos miraba a Lucas con cariño. — Solo piensan cosas sueltas, y el lenguaje es difícil de entender, piensan con imágenes... A este parece que mi nariz le hace bastante gracia. — Marcus soltó una risa. — Pues mejor para él entonces. — Respondió, y siguió pensando... Y entonces Lex le miró, pero no dijo nada. Marcus dejó de pensar en lo que estaba pensando y empezó a hacerle monerías a Lucas, pero su hermano le seguía mirando. — Espero que todo el mundo lo asuma igual de bien. — Dijo Lex. Marcus suspiró. — Venga, mira a tu alrededor. Parecen todos contentos. — Lex emitió una sarcástica carcajada de garganta. — Igualmente... gracias. — Le dijo su hermano, y luego le miró. — Y sí. No tendré mis propios hijos, pero aprenderé a coger mejor a los bebés para cuando tengas los tuyos. — Marcus sonrió, y Lex volvió a mirar a Lucas. — Total, ya practiqué anoche lo que sería un hijo vuestro mientras tiraba de vosotros dos. — Bueno, vamos a dejar el temita de anoche ya. — Cortó Marcus. Al final le iban a dar el cumpleaños.

Darren llegó junto a ellos, con las manos en los bolsillos y una sonrisilla, y le dijo a Lex. — Tu tío es simpático. — Ah, Hufflepuffs. Muy cruda se le tenía que poner la cosa para decir algo malo. El chico se acercó a Lucas y dijo con todo aniñado. — Aunque estoy de acuerdo con tu primo Marcus en que el mejor Horner eres túúúú. — El niño rio y Lex, con una sonrisilla, miró a Darren alzando una ceja. — ¿El mejor Horner entonces no soy yo? — Tú eres el mejor en mi corazón. — ¡Vaya! — Dijo Marcus con una carcajada. — Espero que no tengas la desfachatez de volver a llamarnos empalagosos a Alice y a mí. — Y hablando de su reina de Ravenclaw, justo se le acababa de enganchar del brazo. Le duró poco el agarre, porque Lex le encasquetó a Alice el bebé. Marcus suspiró. — Mucho ha durado. Te lo he dado para que te sintieras mejor. — Miró de reojo a Alice y le susurró. — Está un poquito tenso. — Y, obviamente, su novia puso las cartas sobre la mesa. Marcus miró a su hermano con cara de circunstancias. — Están aquí. Están contentos. Y sí, indudablemente ha debido chocarles más tener que poner la mesa. — Añadió con una leve risa, pero enseguida habló en serio otra vez. — Sabes perfectamente de qué familia viene. Casi pierde a su propia mujer por no llevarle la contraria a la abuela. Solo se tiene que acostumbrar. — Se encogió de hombros. — Pero mira a la tía Andrómeda. Está contentísima. — Y a mí las que me han caído genial genial son Erin y Violet. — Apuntó Darren, alegre e intentando relajar a su novio. — Así que por mí no te preocupes, que me puedo tirar toda la tarde con ellas si hace falt... — No. — Cortó Lex, y rápidamente miró a Marcus con los ojos muy abiertos, señalando a Darren. — Es que eso es lo que no quiero. ¿Ves? Le va a pasar como a Andrómeda, que se va a aislar... — Lex, no te precipites. ¿Ves en Darren a alguien con tendencia a estar aislado? ¿Le ha aislado alguien aquí? — Pero es entrar los Horner en juego y... — Solo ha dicho que Violet y Erin le han caído bien. — Si puedo hablar... — Dijo tímidamente el chico, alzando la mano con prudencia. — También me llevo muy bien con tu abuela Molly. — Lex suspiró, resignado. — Bueno, a ver cómo avanza esto. — Sí, mejor dejaban la cosa fluir y que fuera lo que Merlín quisiera.

Iban a dirigirse hacia la mesa del jardín, pero volvieron las burlitas cuando Alice preguntó qué tal la poción. Frunció los labios y miró a su novia, ignorando deliberadamente a los otros. — Estoy mucho mejor, mi amor. Muchas gracias, ¿cómo estás tú? — Sí, sí, ignoradnos ahora y haceos los correctos. Igualitos que estabais anoche. — Pinchó Darren, provocando las risas de Lex. Fue a contestar, pero ver a Alice interactuando con Lucas era demasiado bonito como para ignorarlo en favor de los otros dos. Marcus se acercó a ella y agarró una de las manitas de Lucas, diciéndole. — Es que son muy tontos, Alice. No son unos Ravenclaw listísimos como nosotros. ¿A que sí? ¿A que te ríes de eso, eh? — Míralos, si es que parecen formales y todo. — Se burló Darren, junto a Lex. — Y pensar que si no es por nuestra intervención esto podría ser la imagen de dentro de nueve meses. — Es que es alquimia de vida, tío. — Y los dos rieron a carcajadas como dos idiotas, provocando que Marcus les mirara sin comprender nada. — Eh, menos bromas. Dejad la alquimia tranquila. — Y más se rieron los otros. Como si el comentario a la alquimia hubiera sido peor que eso que habían dicho de los nueve meses...

— ¡¡A VER, LA NUEVA GENERACIÓN!! Luego la fama de caradura se la lleva una, hay que jod... — ¡Ya está la comida! — Interrumpió Erin, claramente evitando que su novia soltara un improperio delante de Miranda, que seguía por allí. Los cuatro se acercaron hacia la mesa, y Miranda rápidamente se le puso al lado. — Primo. — Le llamó, y estiró el brazo para señalar una fuente de sándwiches. — ¿Ves eso? — Sí. — Lo he puesto yo en la mesa. — Y al decirlo parecía como si esperara que Marcus no se lo pudiera creer porque ni ella misma se lo creía. Se guardó reírse y simplemente dijo. — ¡Oh, pues te ha quedado precioso! — Miranda parpadeó, mirándole. — Todo el mundo pone cosas. — Sí, voy a ir a ver qué puedo poner yo también. — La niña seguía mirándole como si tratara de entender el por qué de esa situación tan rara en la que la gente se servía su propia comida. Horners...

Andrómeda volvió a coger a Lucas en brazos y los chicos se sentaron, Marcus al lado de Alice, y Lex y Darren frente a ellos. Al lado de Marcus, sin embargo, estuvo a punto de generarse una guerra civil. Dylan se había dirigido muy confiado hacia el que dio por hecho que era su sitio, pero Miranda había dado una carrera y, de un salto, se lo había quitado, y le miraba con expresión digna. Sin ni siquiera decirle nada, miró a Marcus con una caída de ojos y dijo. — Primo, ¿a que puedo estar al lado tuya porque es tu cumple? — Claro que sí, Miri Miri. — Pero no me llames Miri Miri. — Vale, Miri Miri. — ¡¡Ay!! — Que síííí que puedes ponerte conmiiiiigo. — Dijo entre risas, revolviéndole el pelo a su prima, quien enseguida se lo recolocó dignamente. Marcus miró a Dylan y señaló el sitio frente a él, al lado de Darren. — Así te tengo enfrente, colega, que para las confidencias es mejor. — Y le guiñó un ojo. Dylan pareció medio conforme, aunque parecía haberse abierto una brecha entre él y Miranda. — Bueno, ¿quién va a ser el primero en poner en vergüenza al cumpleañero con lo que hizo anoche? — Preguntó Violet, mirando a Lex y Darren mientras se llevaba un snack a la boca con cara de mala, con las consiguientes carcajadas de William de fondo. Emma arqueó una ceja. — Mejor empezamos la comida con otro tema. — Tiene razón, prefecta Horner. — Andrómeda se estaba tapando la boca para disimular la risa y la incredulidad con lo que estaba viviendo, que claramente le estaba gustando, sobre todo la cara de su marido de estar perdiéndose algo. Violet, por supuesto, no había terminado. — Hablo entonces con los Horner de la reunión. ¿Qué se siente al pisar el mundo real? —

 

ALICE

— No me extraña que estés tenso. Yo lo estaba en Pascua. — Y con motivos. Y mira la que se lio. — Alice suspiró. — Tus tíos son distintos, y el hecho de que estén aquí te da una idea de ello. — Pero nada, Lex estaba atacado. — No fuerces, Lex. Nadie va a aislar a Darren, todos le adoramos, y en todo caso, aislaremos a quien no le adore como nosotros. — Comentó con una sonrisa, picando al Hufflepuff en la mejilla.

Contestó con cara de adoración a Marcus. — Yo estoy bien. Alguna que otra he tenido como esta en verano en Francia con André y los Sorel. Aquella Nochevieja fatídica de sexto, sin ir más lejos, me levanté mucho peor. — Espero que entonces no hicieras todo lo de anoche. — Aportó Lex con cara de asco. Alice se giró. — Bueno, ya está bien con la bromita, que somos nosotros. — Pero Marcus hizo la de ignorarles y jugar con el niño y ella se rio mirándoles. Qué bien se le daba al condenado. — ¿Perdona? ¿Que parecemos formales? Para todo hay un momento, y si no pregúntale por el protocolo a Miranda. Ayer estábamos de fiesta, no había por qué ser formales. — Se defendió ella, porque, de verdad, qué pesaditos estaban. Pero entonces dijeron lo de los nueve meses y la alquimia de vida y le dio un vuelco el corazón. No habían… ¿no? No, Darren acababa de decir que les habían interrumpido, y ella se había levantado en su cuarto, vestida… Y entonces le llegaron unos flashbacks de un baño y Marcus diciéndole que quería saltarle encima desde que la vio con el vestido. — La cabeza de la cuñada, ahora mismo, es zona de guerra. — Dijo Lex, con una risita maliciosa, señalándola. — Tranquila, si os hubiésemos dejado te habría hecho mellizos, pero era más divertido y menos dramático tocaros la puerta. — Tragó saliva y miró a Marcus con culpabilidad. — No me creo nada. — Aseguró. Mentira. Se lo creía más de lo que estaba dispuesta a admitir. De hecho, decidió hacerse la loca y centrarse en su tía berreando, antes que seguir dándole a la cabeza. — Tata, el lenguaje, contrólate. — Uuuuuy, qué mala cara se te ha puesto de golpe. ¿Tan flojita te has vuelto al lenguaje Gallia? — Ella negó, pero su tía insistió. — ¿De qué estaba hablando Andrómeda antes? Casi no hemos hablado desde Pascua. — Luego, ¿vale, tata? — Justo lo que necesitaba ahora era contarle todo aquello a su familia. Definitivamente, en otro momento.

Lo bueno de su tata es que siempre se podía confiar en ella para dejar a todo el mundo pasmado por algo con aquella lengua suya, y desviar el tema de la noche, también. — Pues la verdad es que me alegro de que Miranda aprenda cosas como estas. — Dijo Andrómeda, mientras le daba cachitos de comida partidos más pequeñitos a Lucas. — ¿Como qué cosas, mami? — Como a poner la mesa. Bueno, Miranda y el padre… — Dijo con retintín. Molly se reía mientras les echaba pastel del pastor a todos, que la verdad, olía tan bien que no podía rechazarlo. — Querida, yo siempre les hice aprender hechizos domésticos y además a hacerlo manualmente, porque quería adultos funcionales y no vagos crónicos. — Te lo ha explicado, Andrómeda. Fíjate qué infancia más dura. — Ogh, por favor. — Se quejó Erin. — Pero si siempre la ponías el primero y te ibas en plan “mirad, he puesto la mesa yo solito”. — Tú no la pondrías porque tendrías las manos llenas de tierra o de pelos de algún bicho. — Ambos hermanos se pusieron a sacarse la lengua y hacerse caras. — Qué bien notar que ya estamos en casa. — Comentó Lawrence con un suspiro, antes de meter el tenedor en el pastel.

Atendió al intento de riña de Dylan y Miranda y suspiró. — Dyyyylan, ¿qué clase de caballero eres si no dejas tu sitio a una señorita? — Su hermano frunció más aún el ceño. — Yo estoy siempre con mi colega. — Pues por eso mismo. Déjale el sitio a Miranda. — Dylan empezaba a tener una vis del carácter que no le conocía, porque siempre había tenido un carácter muy dulce y pacífico. — ¿Con Lex si me dejas sentarme? — Y esa pregunta pasivo-agresiva sí que le delató cien por cien como niño a punto de entrar a la adolescencia. Ella asintió. — Sí, patito, y no te enfades tanto, que estamos de cumple. — Se fue, cual gato mimoso enfadado con su dueño, y se dejó querer por Lex y la tata. — Oye, Phillip, si te ha gustado poner la mesa, yo inventé un hechizo por el cual los platos y los vasos viajan hacia donde les mandes con las varitas, para cuando hay mucha gente. — Intervino su padre, ajeno a todo. — Ese mejor lo vamos a dejar para otro momento, que la otra vez que lo hiciste, quedó con lagunillas. — Acalló Molly a su padre, antes de que Alice tuviera que hacerlo. — Ahora sí que estamos todos, ¿no crees, Larry? — Preguntó su tata, inclinándose sobre el hombre y llenándole la copa de hidromiel. — Pues sí, querida, sí, y contigo repartiendo alcohol tenemos la guinda del pastel. Lo cual hace que piense que es un buen momento para un brindis. — Y cogió la copa y se levantó. Alice buscó desesperadamente algo sin alcohol, y a Merlín gracias, encontró el licor de frambuesa sin alcohol de Molly, echándoselo a Marcus primero, antes de que le instaran a coger la hidromiel. — Quiero hacer un brindis no solo porque hace dieciocho años me pusieron en brazos por primera vez a mi primer nieto, el que todos sabéis que es mi heredero en el noble arte que siempre me ha cautivado, sino por el hombre noble e inteligente en el que se ha convertido. Felicidades, Marcus, hijo. — Alice sintió cómo se le humedecían los ojos y levantó la copa al tiempo que todos decían. — Por Marcus. — Bebieron con una gran sonrisa, y se quedó embobada mirando a su novio, de lo perfecto que era.

— Abuelo, ¿tú alguna vez has encerrado a un toro con alquimia? — Preguntó Lex. Ay, eso no tenía buena pinta y ya se estaba tensando. — ¿Un toro, Lex? No, por Dios. Ni cerca de uno he estado. — Seguro que sí. — Soltó Molly con un bufido. — Ni a un gusarajo se acercaría. — Lex asintió. — Entonces puede que mi hermano te haya superado ya. ¿No te ha contado su épica hazaña en el bar español? — Jojojojojo esto promete. — Dijo la tata levantando la copa en dirección a Lex. — Desde que tienes novio eres de un entretenido, Lexito… — Emma suspiró y se llevó la mano a las cejas con delicadeza. — Pues no, no vamos a esperar a después de la comida. —

 

MARCUS

En cuanto su abuela empezó a servir comida se dio cuenta del hambre que tenía. Claro, llevaría sin comer desde la noche anterior, porque no había desayunado nada. Rio con sus tíos y sus primos, encantado de tenerles allí en aquel ambiente tan distendido y diferente al de la mansión Horner. Se sentía como conocer a personas nuevas, conocerles de verdad. Con la riña entre su padre y su tía, rio y se irguió como un niño orgulloso, diciéndole a su tía Andrómeda. — A mí también me enseñó muchos. Me encantaba conocerlos, para ser un mago funcional el día de mañana, como ella bien dice. — Y para pasar el mayor tiempo posible en la cocina. — Pinchó su padre, arrancando varias risitas. Marcus se hizo el digno. — Sí, tengo mucha hambre. Hambre de conocimiento y de hechizos nuevos. — Mi niño es que siempre ha sido un alumno estupendo. — Reforzó Molly, haciendo que él se irguiera como un niño orgulloso al que acaban de darle un halago. Como era Marcus siempre, básicamente.

Al llevarse el primer bocado a la boca sí que notó el hambre que tenía... pero también lo revuelto que estaba su estómago. Marcus comía a toda velocidad, casi engullía, y eso fue a hacer, pero al llevarse el segundo trozo a la boca se tuvo que parar y pensárselo dos veces. Uf ¿en serio iba a sentarle mal todo lo que se comiera? Pues vaya cumpleaños entonces. No se acordaría de lo de anoche, pero sí se acordaba de que su abuela Molly tenía dos tartas para él. Dejó el tenedor en el plato y, para disimular, sonrió al comentario de William, respirando hondo. — ¿Estás malo? — Le preguntó su prima. Uf, lo que le faltaba para la resaca, Miranda vigilándole. — ¿Eh? No. — Es que has dejado de comer. — Quiero disfrutar del pastel poco a poco. — Le dijo con una sonrisita, pero Miranda no parecía nada convencida con su argumento. Menos mal que Alice echándole licor de frambuesa en la copa y su abuelo iniciando un discurso desviaron la atención.

No pensó que este fuera a ser tan emotivo, o quizás él estaba especialmente emocional, o embotado, o algo. Escuchó a su abuelo con una sonrisa cuando empezó a hablar, pero tuvo que tragar saliva varias veces a medida que avanzaba. Se le estaban humedeciendo los ojos sin que él pudiera controlarlo de ninguna manera, y su abuela se levantó de un salto. — ¡AY, MI NIÑO PRECIOSO, QUE SE HA EMOCIONADO! — Ya solo el berrido se le metió en el cerebro, pero cuando su abuela le cogió la cabeza y empezó a acribillarle a besos en la cara sí que perdió la noción hasta de dónde estaba. Y, por supuesto, ya estaba llorando ella también. — Si es que eres lo más bonito del mundo, ay. — Ya, abuela. — Intentó detener, y con la voz un poco quebrada y una sonrisita emocionada, miró a su abuelo. — Muchas gracias, abuelo. — Qué cuqui todo. — Apuntó Darren, pero Lex se inclinó hacia su novio y pudo escuchar cómo le susurraba. — Lo mejor es que ahora está intranquilo con su conciencia. Ya va a empezar con que si no es digno de... — Ejem ejem. — Tosió mirando inquisitivamente a Lex. Que se diera cuenta de que le estaba escuchando.

Y claro, llamarle la atención a su hermano tenía sus consecuencias. Ojalá supiera a qué se refería. Le miró con el ceño fruncido, porque la pregunta no podía ser más rara, y por las risitas que veía de Darren intuía que iban por él. Y no tenía ni la más remota idea de por qué. Parpadeó, perplejo, cuando su hermano dijo que él se había enfrentado a un toro en un bar español. — ¿Perdón? — Se le escapó una risa nerviosa. — Un toro. — Siguió riendo, nerviosamente. Todos le estaban mirando. Alzó las palmas, devolviendo las miradas de los presentes casi indignado. — ¿Tengo pinta de ponerme delante de un toro? — Y, de repente, se le vino una imagen a la cabeza. Perdió la mirada, congelado en su sitio, pensando. No... No podía ser... Se veía a sí mismo... ¿dibujando un círculo en el suelo? Sí, sí, ahora empezaba a acordarse. Recordaba las sensaciones, sentirse muy orgulloso de una proeza y repetir... que era alquimista... Y veía un toro... Pero todo era muy confuso.

— Y, con todos ustedes, la cara que pone una persona de resaca cuando empieza a acordarse de lo que hizo la noche anterior. — Dijo Violet, provocando risitas alrededor. Marcus negó varias veces con el dedo índice. — No, no no. No hagáis caso a Lex, porque no. — Aún no he dicho nada. — Comentó su hermano, muy tranquilo, con una sonrisilla de superioridad y cruzado de brazos mientras se balanceaba en su silla. — Bueno, ¿vais a explicar ya lo que sea? — Preguntó Arnold, que si bien se estaba divirtiendo, la incógnita empezaba a impacientarle. William rio. — Sí, sí, por favor. Por una vez quiero no ser el peor parado de una reunión social. — Aquí el alquimista. — Empezó Lex, mirándole sin perder la sonrisilla maliciosa. A Marcus se le empezó a acelerar el corazón de puro miedo. — Se enfrentó anoche ni más ni menos que a un toro. — Todos miraron a Marcus, desencajados. El propio Marcus se hubiera mirado desencajado a sí mismo de haber podido. — Y, oye, fue impresionante, hay que reconocerlo... — Es... Eso no... — Empezó, ¿pero qué iba a decir? Apenas recordaba nada, y de lo poco que iba apareciendo en su mente... Por Merlín, sí que había un toro.

— A ver. — Empezó de nuevo, alzando las palmas. Se dio unos segundos, y de repente llegó a términos consigo mismo. — Vale, sí. Ya me acuerdo. Hice... algo. Hice un círculo. — Bien, vas bien. — Apuntó Lex. Estaba convencido de que Darren no se estaba riendo más descaradamente por timidez delante de su familia política. — Y había... una especie de ruedo. Pero no era un toro. — Sí era un toro, Marcus. — Bueno, parecería un toro en todo caso. — Era un toro. — Pero de mentira. — Marcus, era un toro. — Lex no perdía la calma en contradecirle y Marcus, por contra, cada vez estaba más nervioso. Miranda le miraba. — Primo Marcus, ¿has matado a un toro? — ¿¿Qué?? ¡No! — Ya Lex y Darren habían estallado a reír, y Marcus les señaló, indignado. — ¡Se están aprovechando de que no me acuerdo para inventarse cosas? — ¿Y por qué no te acuerdas? — P... — Ups. Casi responde antes de darse cuenta de que la pregunta la había lanzado ni más ni menos que su madre.

— Hija, el por qué no se acuerda, creo que ha quedado ya más que evidente. — Dijo la voz solemne de su abuelo, de nuevo levantando risitas y haciendo a Emma suspirar y rodar los ojos. Lawrence le miró. — Tengo curiosidad real por saber cómo se vence a un toro con alquimia. — Venga, alquimista, explícale al abuelo tu gran hazaña. Ayer estabas muy convencido de que iba a estar muy orgulloso de ti. — Siguió pinchando Lex. Marcus bufó. — Abuelo, de verdad que ha tenido que haber un error... — ¿Pero no iban a condecorarte y tod...? — Lex. — Cortó su madre. — Deja a tu hermano. Que está pasando un mal rato. — Lex se limitó a callarse pero sin perder la sonrisilla ni dejar de mirarle. Marcus parecía un niño arrepentido de una travesura, mirando a su abuelo con disculpa. — Venga, yo lo cuento. — Se animó Darren, sonriente por no echarse a reír. — Señor O'Donnell, entramos en un bar español y su nieto, que estaba muy contento anoche... — Miró a Miranda. — ...Porque era su cumple y acababa de graduarse. — Puntualizó con dulzura. A la niña le pareció plausible, y Darren se giró de nuevo al abuelo. — Decidió que quería participar en el reto de ese bar, que era muy difícil y nadie se atrevía. El reto era vencer a un toro utilizando cualquier medio que quisieras. A ver, no era un toro real, era un espectro. — ¿Ves? — Chilló infantilmente Marcus, mirando a su hermano. El otro soltó una carcajada suspirada. — Era talmente un toro. — Un espectro. — Un espectro de toro. — Pero no era de verdad. — Pero lo parecía. — ¡Vale! — Cortó Arnold, y luego miró al Hufflepuff. — Continúa, Darren. — Pues eso. — Obedeció, sin perder la sonrisa. — Marcus, que estaba muy muy contento, por la cantidad de motivos que llevaba para estar contento... — Marcus se frotó la cara con las manos mientras Lex disimulaba muy mal que estaba muerto de risa. Vaya si era discreto Darren con las analogías... — Dijo que él podía vencer al toro. Cogió un taburete de madera, lo colocó en el ruedo, y le hizo al toro: ¡EH! — Mentira. — Verdad. — Le contradijo Lex, llorando de la risa. — El toro podía embestirte. Marcus empezó a dibujar un círculo en el suelo y, cada vez que el toro se acercaba, ¡PUM! Le echaba un ¡Protego!, pero en plan. — Se puso medio de pie e hizo una floritura. — "¡Protego!" — Marcus le miró con los ojos entrecerrados. Ni bajo tortura pensaba reconocer que eso sonaba demasiado a algo que él haría. — Y cuando terminó el círculo, hizo ¡bam! Y lanzó el taburete en el centro y ¡FUM! Se convirtió en una jaula enorme de madera y ¡hala! Toro dentro. — Todos los presentes le estaban mirando con los ojos como platos. Marcus negó, con la mirada perdida. Qué vergüenza, por Dios...

— Juradme que eso es verdad. — Preguntó William, sin dejar de mirarle. Lex asintió. — Lo juro por los Montrose Migpies. — ¿Los quién? — Preguntó Miranda, pero nadie contestó. — ¿Has enjaulado a un toro con alquimia? — Preguntó su padre, asombrado. Marcus se encogió. — Era un espectro. Nunca me enfrentaría a un toro de verdad. — Miró a su abuelo con arrepentimiento. — Abuelo, no quiero no ser el hombre inteligente que has descrito... — Adiós, ahora drama... — Suspiró Lex, pero Marcus seguía. — Nunca malusaría la alquimia. — Pero Larry soltó una carcajada. — ¡Pero muchacho! ¿Has visto las caras de todos los presentes? — Marcus miró a su alrededor. Esperaba encontrar decepción, pero todos parecían... ¿sorprendidos? — Si sigues queriendo casarte con mi hija, ahora mismo empezamos. — ¡William! — ¿Eh? — Su padre había reñido a su suegro, pero Marcus se había quedado confuso con la afirmación. Tras unos segundos de murmullos y confusión por su parte, Violet salió de su silencio para mirar a Alice. — ¿¿Y no te lo tiraste?? — ¡¡¡VIVI!!! — Por Dios... — El regaño de Erin se había mezclado con el asqueado suspiro de Emma y la aspiración exclamada de Andrómeda, que se tapaba la boca con ambas manos y luchaba por no echarse a reír, mientras a Phillip se le salían los ojos de la cara mirando a Violet. Miranda había fruncido el ceño y estaba en proceso de mirar a sus padres, pero Dylan la paró para decirle. — Toma, estos son los mejores sándwiches. — La niña notó el deliberado desvío de atención y Marcus se tapó la cara con las manos, porque ya hasta Dylan se estaba dando cuenta de lo que él NO quería que NADIE hablara de él. Violet negó e, ignorando a todos, añadió. — Empiezo a dudar seriamente de que seas mi sobrina. —

 

ALICE

Que Marcus perdiera apetito y velocidad de comer era preocupante, garantizado. Pero que Lex y Darren cada vez estaban más dispuestos a hablar de la noche anterior en medio de la reunión era bastante más preocupante. Para, Lex, si no quieres que me echen de aquí para siempre, pensó muy fuertemente a ver si tenía algún efecto. — Tranquila, si creo que ya saben cosas. — Dijo el otro de la nada, mirándola. Vale, más delatador cuando puedas. Se rascó al frente incómoda, pero, quizá por ser el del cumple, o por la falta de costumbre de que la liara con nada, las miradas se las estaba llevando su novio.

Lo del toro, eso sí, la traía por la calle de la amargura, porque empezaban a venirle flashes y… se puso muy muy cachonda con aquello. Marcus habría hecho un uso poco recomendable de la alquimia, pero ella iba a quedar como la guarrona que era cada vez que Marcus hacía un pinito de más. — No era un toro. — Aportó ella, quizá levantando un poco de más la voz. Carraspeó, porque ahora las miradas estaban ella. — Era un espectro, que si te atravesaba te dejaba una mancha roja pero no era peligroso. — Se rascó un poco la nuca y suspiró. — Vamos, que peligro no había. A Peter le atravesó cincuenta veces. — Cómo no. — Dejó caer Emma con resignación. Pero peor fue cuando preguntó por qué no se acordaban. Pues porque para entonces ya habían estado en el francés, dándole fuerte al champán… Maldito champán, todo era culpa del champán.

Escuchó el relato de Darren, bebiendo mucha agua mientras tanto, a ver si así se le pasaba más rápido. — Bueno no eran tantos motivos, a ver si dejamos de agrandar el relato. Es que hemos dormido muy poco. — Yo creo que tampoco os ha sobrado tiempo precisamente. — Aportó Emma con retintín. Ay, por todos los dragones, su primer cumpleaños de novia oficial y no había dejado de meter la pata. Los detalles de la transmutación cada vez eran más claros y cada vez recordaba más cómo de desesperada estaba por llegar a un lugar donde poder hacerle de todo a Marcus después de aquella hazaña. Eso solo podía ponerse peor. Y su padre mejorándolo todo, claro. — Papá. — Advirtió, aunque todos se estaban riendo o conteniéndose la risa, menos Emma. Phillip estaba hasta rojo. — ¿Qué? Si es que estoy muy orgulloso de mi yerno. — Y… efectivamente, y tras lo que dijo Larry, se dio cuenta de que todos estaban sorprendidos. Y a ver, que ella estaba muy orgullosa de su novio… Quizá no tan orgullosa de las circunstancias y de lo que hicieron a continuación, o lo que ella creía que podrían haber hecho. Por Merlín, que me digan de una vez si lo hicimos o no, que no sé si estoy a tiempo de tomarme la poción. — Dylan, ¿aún llevas la libreta? — Preguntó de repente Lex. Su hermano asintió y le pasó la libreta y el boli, a lo que Lex escribió muy rápido. — Oye, esta cosa es útil. — Mamá lo usaba siempre, se llama boli. En América se los robaba a los muggles. — Explicó su hermano, volviendo a ser por un momento ese angelito adorable. Lex le pasó el papel que ponía, en aquella letraja de Slytherin pasota: “¿Crees que te hubiera dejado acostarte sin tomarte la poción? Deja de pensar a gritos en alarma, que no me dejas ni oír a los demás”. Levantó la mirada, entre agradecida y un poquito harta a la vez y pensó pues a tu hermano no se le había ocurrido hasta Navidad, no es como que la vayas a usar mucho, pero bueno, lo dejó pasar.

Una frase de su padre la hizo dar un respingo. — ¿Que si qué? — Claramente la boda exprés no entraba en sus planes. — Dijo su tía señalándola con el pulgar. — Yo te veía muy dispuesta anoche, pajarito. — ¿De qué estás hablando, papá? — Preguntó, ya molesta, porque no entendía nada. — Bueno, anoche no, esta mañana a las seis y cuarto, cuando habéis llegado, Marcus me dijo que estaba dispuesto a casarse ahí mismo contigo, y que yo oficiara la boda. — Molly estaba tapándose la boca fuertemente para no reírse a carcajadas y Alice les miraba a todos alucinada. Andrómeda estaba hasta llorando. — Perdón, es que es demasiado antiprotocolario para mi sobrino como para que no me muera de risa. — Se excusó, cuando se dio cuenta de que la estaba mirando. — Pero vamos, que si te lo estás pensando… — Iba a responder, pero ya tuvo que salir Violet. — ¡Tata! — Le llamó la atención, mirando acto seguido a Miranda, que había sido distraída al punto por su hermano. Menos mal que ya se podía contar con él para esas cosas. Pero nada, su tata insistiendo. — ¡Estábamos en un bar! — Parecía mentira que tuviera que aclarar eso, pero es que encima Lex y Darren empezaron a hacer pedorretas. — Si quieres te contamos qué tal os fue en el francés y luego en el Cariiiibe. — Eeeeeeso Cariiiibe. — Coreó Darren a su novio. — ¡Bueno ya está bien! Os estáis pasando. — Dijo muy roja. — Alice, si es que llegasteis que no era normal. — ¡Papá ya vale! No os creo nada. Vale, queréis darnos un escarmiento por beber, pero ya. — Dijo molesta, apoyándose en la mesa y tapándose la cara. — ¿Yo por qué iba a mentirte, pajarito? — Tú has sido mucho peor. — Acusó, ya a la defensiva. — Y yo peor aún. Pero yo me lo habría… — Bueno, ya vale, Vivi. — Cortó Emma, que era la única ante la que demostraba algo parecido al respeto a la autoridad. — ¿Qué pasó en el Caribe? — ¿Y ahora preguntaba? De verdad que no entendía nada. — Pues que Lex ganó al juego de los cocos, y Marcus y Alice intentaron quedarse solos, porque Marcus había conseguido deshacerle el hechizo del vestido que le habían hecho para bailar en el escocés… — Narró Darren. — Tenía que habérseme ocurrido algo así para Violet. — Dijo Emma con un suspiro, haciendo que todos ya se rieran abiertamente. — Y nosotros fuimos a molestar, básicamente. — Claro, así venían queriendo ver las estrellas. — Ya ni se quejó de su padre, ni quería saber a qué se refería, solo dejó la cabeza gacha. — Bueno, venga, no seáis así, que todos habéis sido jóvenes y habéis tenido novios y novias. — Yo no. — Dijo Phillip. — Hasta que conocí a Andrómeda estaba a otras cosas, y me hubiera muerto de miedo de que me pillara mi padre. — Molly le señaló. — Pues mira, un comportamiento tóxico que hemos quitado de la historia familiar. — Yo no tenía… — Empezó Erin. — Hija, no me hagas hablar, que una es discreta pero no tonta. — Le advirtió Molly, lo cual hizo reír a Vivi. — Te tiene calada, amiga. — Nos. — Le recordó Erin en un susurro agresivo. — Yo tuve una resaca parecida. No encerré toros, pero sí hice un poco el ridículo delante de todo un pueblo, que ya me consideraba el rarito, haciendo lo que yo creía que era bailar, con la chica que acababa de dejar plantado a su prometido, en el día que debía de haberse casado. — Afirmó el abuelo. La risa de Molly se volvió más fuerte y contagiosa. — Eso en nuestros tiempos era un escándalo. Y ya cuando se presentó en la puerta de mi casa sin avisar, para qué queríamos más. — Ambos se miraron y rieron. — Y con nosotros también se metieron por eso nuestras familias. — Admitió la abuela. — Y a mí me dolió la cabeza todo el verano. Qué ritmo llevaban con el alcohol, por todos los cielos. — Se rio Larry. Menos mal que habían movido un poco el foco. Siempre se podía confiar en los abuelos para eso.

 

MARCUS

Un toro, un espectro de toro, qué más daba. Esa cosa te podía atravesar y él se había puesto delante. Empezaban a llegarle flashes de la noche anterior, pero el único espectro que recordaba, y un tanto borroso, era el de la francesa, y ya solo ese le daba un poco de repelús, cuanto menos... un toro... — Me he puesto delante de un toro. — Murmuró como ido, masajeándose las sienes con la mirada perdida, mientras los demás seguían riendo y hablando entre sí. Definitivamente, había perdido el control la noche anterior. Y, al parecer, eso fue después del francés, y al francés no fueron tan tarde. Por Merlín, si eso lo había hecho casi al principio de la noche, ¿qué hizo después?

Entornó los ojos hacia arriba para escuchar el relato de William de la noche anterior. Le estaban entrando hasta escalofríos por el cuerpo. Por favor, que no dijera que empezó a hacer cosas de borracho delante de su suegro... Pues sí, eso es exactamente lo que hizo. Se tapó la cara con las manos y se encogió como un armadillo, dando con las manos en la mesa, mientras escuchaba las risas de fondo. Respiró hondo y se armó de valor para destaparse y mirar a William. — Lamento mucho mi conducta, señor Gallia. — Ah, no, ahora no me vengas con señor Gallia, que eres tú muy listo. — Dijo el hombre entre risas, negando con el índice. ¿Se podía morir ya? Porque se quería morir, vamos.

Por supuesto, Lex y Darren tenían más historia que aportar. — No hace falta. — Dijo cortante y con los dientes apretados y los ojos muy abiertos mirando a los dos chicos. Pero no le hicieron ni caso, faltaría más, aunque Alice también pidió zanjar el tema directamente. Estaba demasiado avergonzado como para atender directamente el conflicto entre los Gallia, solo escuchaba de fondo con la cabeza gacha, las manos entre las rodillas y echando aire por la boca en silencio, hinchando los mofletes, como un niño al que le están regañando y sabe que lo ha hecho todo mal. — Empieza a darme un poco de pena en realidad. — Oyó que Lex le decía a Darren, con un puntito malicioso, y Marcus levantó la mirada hacia su hermano súbitamente y con el ceño fruncido. Eso solo provocó más risas. — Algún día me vengaré. — ¿Y qué vas a hacer? ¿Encerrarme en una jaula de madera? — Le dijo su hermano muy chulito, pero le estaba viendo la mala cara a Marcus y se retractó un poco, diluyendo la risilla, disimulando y comiendo. Sí, que no jugara con él, que Marcus también era Horner y podía tener muy mala leche si le tocaban la tecla equivocada.

Por un momento parecía que se había desviado la conversación, pero no. Y claro, la pregunta la había hecho su madre, así que como para no contestar. Eso sí, Darren (como todo el mundo) se impresionaba más ante su madre que ante el resto, pero ni por esas no narraba con todo lujo de detalles, detalles que a Emma claramente no le iban a gustar. Cuando dijo lo del "juego de los cocos" para Marcus lo más preocupante fue que no tenía ni la más remotísima idea de a qué se refería. Por Dios, qué desagradable no recordar lo más mínimo, ¿de verdad había visto eso? Es que no tenía ni una mínima idea... Ah, claro, puede que no lo hubiera visto. Porque, por desgracia, empezó a recordar conforme el relato avanzaba, y tuvo que tragar saliva, de nuevo con la mirada perdida, parpadeando como si se hubiera mareado y tuviera que recentrarse y cogiendo agua para beber, porque hasta el licor de frambuesa se le iba a atragantar a ese paso. El hechizo... — Hombre, imagino que para alguien que ha enjaulado a un toro con alquimia, un hechizo así no debe tener demasiado misterio, ¿verdad que no? — Comentó William, con su sonrisilla socarrona y cruzado de brazos, retrepado en la silla. Ya hasta Arnold se reía, ni se molestaba en parar a su amigo, y claro, un William imparable era un William que no callaba. — Ese talento lo ha heredado de ti, Emma. — Dijo mirándola. Su madre tenía los ojos entornados hacia arriba como si estuviera rogando paciencia a todos los seres del universo, pero eso ya fue la gota que debió colmar el vaso del aguante de su tío Phillip, que rompió en una fuerte carcajada, tapándose los ojos que claramente le lloraban. Marcus le miró con un punto de decepción, como si esperara que al menos la parte Horner de esa reunión se comportara. Pero no, su tío debía estar encantado con la evidente ruptura de protocolo y puesta en evidencia de su hermana.

Y lo peor era que había niños delante. Por Lucas no importaba, porque no tenía aún edad para enterarse de nada, solo se reía automáticamente al ver a todos reírse. Por Dylan, al parecer, tampoco había que preocuparse ya en exceso, en vistas de que no solo no parecía espantado, sino que deliberadamente desviaba la atención. El problema era Miranda, que ya miraba a unos y a otros y parecía poder vérsele los engranajes del cerebro funcionando a toda velocidad para intentar pillarlo. Cuando Phillip se echó a reír, y Andrómeda también, la niña les miró demandantes, y luego miró a Marcus, que tenía ganas de todo menos de reírse. El comentario del hechizo le hizo abrir mucho los ojos, y en una de esas, oyó a Dylan decir. — Creo que el colega ahora preferiría tenerme a su lado a mí. — Provocando que Lex y Darren se murieran de risa. Marcus miró a Dylan como si le hubiera traicionado. ¿Qué había sido del dulce niño que le tenía en un altar? Ahora se metía con él. Oh, Dios, ya mismo iba a empezar a comprender qué hacía con su hermana y, al parecer, en qué condiciones había intentado hacerlo la noche anterior. Faltaban días, horas, minutos para que ese niño que tanto le admiraba le perdiera el respeto.

Su abuela trató de desviar la conversación. Ah, sí, esa sí que le defendía de verdad, era como mamá pollo saliendo al ataque si le tocaban a los polluelos. Lo hizo a su manera, no obstante, poniéndose a ella misma y al abuelo en el foco de los comportamientos inapropiados a causa del alcohol, lo cual desdramatizaba un poco su historia. Al menos sonrió y rio un poco a lo que su abuelo narraba, si bien se le antojaba imposible percibirle como alguien que hiciera el ridículo o que fuera el "rarito" del pueblo. Rieron y el ambiente se relajó ligeramente, al menos hasta que Lex dijo. — Eh, en favor de Marcus hay que decir que estuvimos en un irlandés. — Y en favor de Lex, que lo eligió él tras ganar la prueba de los cocos. — Dijo Darren con cariño, mirándole, y hubo un intercambio de miradas muy tierno entre Lex y Darren que apenas duró un segundo pero que era fácil de captar. También captó a su tío mirando a Andrómeda de reojo como si le sorprendiera el hecho de ver amor real entre su hermano y Darren, pero bueno, supongo que era cuestión de que se acostumbrara. — Es que mis niños llevan Irlanda en la piel, como debe de ser. — Celebró Molly, bien contenta, juntando las manos con adoración y mirándoles a ambos... Pero claro, Lex no iba a desaprovechar meterse de nuevo con él. — Marcus se comportó como un verdadero irlandés, entrando por las puertas gritando, FÁILTE. — ¿Pero no era él quien entraba? — Preguntó confusa Erin, mientras todos los de la mesa (y los Gallia, porque por qué no) que sabían irlandés se echaban a reír a carcajadas. — ¿Qué significa? — Preguntó Andrómeda, curiosa y con una felicidad en la cara que Marcus nunca le había visto. Lástima que estuviera siendo a su costa, visto lo visto. — "Bienvenidos". — Respondió Lex entre risas, y luego añadió. — Y, como buen irlandés, se pidió una pinta y fue clamando por ahí que eso de licor de manzana sin alcohol era una mierda... — ¡Eh! Yo no hablo así. — Y que a él que le dieran licor de espino. — ¡Ese es mi niño! — Celebró su abuela, pero Marcus ya estaba negando. — Que no, que no. Que no bebí tanto, no no... — Es verdad, la pinta no te la bebiste. Dijiste que estaba asquerosa. — Eso sí ofendió a Molly, que le miró con la boca muy abierta, y Marcus taladró a Lex con los ojos como platos. — ¡Que yo no soy tan ofensivo, te estoy diciendo! — ¿Entonces en qué quedamos? ¿Bebiste o no? — Marcus se quedó un tanto como pez fuera del agua, boqueando, hasta que saltó la persona que no esperaba ver saltar.

Miranda se puso de pie de golpe, dando con las palmas en la mesa (le pegó un susto, de hecho, tenía las capacidades demasiado mermadas y los reflejos no le iban muy rápido) y dijo a Lex con voz chillona. — ¡Ya vale! ¡Es el cumple del primo Marcus y meterse con él está muy feo en su cumple y no está bien porque tiene que estar contento y te estás metiendo con él! — Dijo muy autoritaria, y sus padres no la pudieron ni regañar, porque lo único que provocó fue risitas adorables. Eso solo enfureció a la niña más, y ella frunció el ceño. — ¡No me gusta esta falta de protocolo! — Eh, eh, ya me acuerdo. — Dijo Marcus entonces, a quien la defensa de su prima pareció inspirarle. Se giró a ella y le dijo. — ¿A que Lex se merece que me meta ahora yo con él? — ¡Sí! — Pues acabo de acordarme de una cosa. — ¡Vaya! ¡Una cosa! — Dijo burlona Violet. Tras las risas, Marcus miró a Lex y le señaló. — Sé de uno que se puso a cantar una canción de un grupo muggle encima de una mesa. — Darren se rio, mientras Lex le devolvía una mirada desafiante y una sonrisa torcida. — ¿Por qué iba a ser eso un recuerdo real y no un intento tuyo de inventarte algo para vengarte de mí? — Porque te recuerdo perfectamente... ¿Cómo era...? — Intentó entonar la canción en un murmullo, y ya a Lex le iba temblando la sonrisilla. Miró a Alice como si quisiera que le siguiera la canción. — Era... “Everybooody”... Algo así... — Me extrañaría que te acordaras justo de eso, que vino después. — Desafió Lex, y a Marcus se le abrió la mente súbitamente. Señaló a Darren. — Y tú estabas con él. Conoce la canción por tu hermana. ¡¡Ya me acuerdo!! Tú estabas cantando, y tú estab... — Va, Marcus, no inventes. — Zanjó Lex, y la mirada inquisitiva que le lanzó fue tan obvia que ahora el foco se movió directamente a los dos chicos.

— Uuuuuuhhhh momento de poner en evidencia a los gaaaaaays. — Empezó a pinchar Violet, llevándose un tortazo en el brazo por parte de Erin y haciendo que su madre se removiera en el asiento y su tío Phillip volviera a mirar a Andrómeda como si estuviera viendo una obra de teatro insólita. Darren carraspeó un poco y, con una sonrisilla nerviosa, se removió y dijo. — Molly, esto está de muerte... — ¡Mira cómo cambia de tema! — Acusó Marcus. — Mejor no hablamos de los muchos discursos que diste anoche encima de mesas. — Atacó Lex, dejando a Marcus de nuevo pensando. — Quien dice discursos dice exhibiciones. — Puntualizó, mirando esta vez a Alice. — ¿O te crees que la primera vez que dijiste en la noche que te ibas a casar fue delante de William? — ¡Anda! ¡Con pedida pública y todo! Y yo perdiéndomelo. — Dijo su suegro, que se estaba divirtiendo mucho con el relato. Violet soltó una carcajada. — Mira cómo han desviado el tema, ya tuvo que ser vergonzoso lo de ellos para que sea peor que lo que están contando. Y solo se me ocurre un striptease. — Ya iban a regañar a Vivi otra vez, pero el silencio incómodo de Lex y Darren fue tan delator que Vivi abrió los ojos como platos, se inclinó sobre la mesa levantándose de la silla y chilló. — ¡¡POR MERLÍN!! ¿¿FUE UN STRIPTEASE?? — ¡Empezó Bradley! — ¡Mentira! ¡Empezaste tú! — Se excusó Darren, a lo que Marcus contraatacó. Darren alzó las palmas. — Solo me desabroché la camisa, lo juro. — Emma suspiró sonoramente y se frotó la frente. Bueno, al menos estaba teniendo parte de su venganza.

 

ALICE

Y, cómo no, su novio se creía todas las tonterías de su padre, y ahí estaba, pidiendo perdón, pareciendo aún más culpable. Y como todo buen Slytherin acorralado, ya empezaba a sacar las ansias de venganza contra su hermano, el cual, como buen Slytherin también que era, respondió retándole. Pues sí que se iba a hacer larga la comida. Y no sabía ella cuánto, porque el comentario de su padre al hechizo del vestido, rematado con la mención a Emma y la risa sincera de quien no había visto jamás un buen caos Gallia en una comida, la hicieron derrengarse en la silla y taparse la cara. Por Merlín, iban mal, muy mal. Tan mal que su hermano se había sumado al escarnio público, pero Alice le miró y le dijo. — Algún día vas a necesitar que te saque las castañas del fuego delante de la familia, y ese día te voy a recordar esta comida. — Su hermano se encogió de hombros y se rio un poquito, como quien dice “dale, dale”. Sí, él tenía más cosas que contar suyas que ella de él, pero la vida era muy larga, y ya la buscaría, ya.

Se acordaba más o menos de lo del irlandés, y vagamente de lo del licor de espino y manzana… Sí, aquella pugna le era familiar, pero no aportó más. Eso sí, Molly O’Donnell debía ser la única persona de la familia dispuesta a defenderles y a alegrarse de que se emborracharan tanto. A ver, a ver, intentó recapitular. Llegaron al irlandés, sí, ¿y antes? Antes fue… el propio Lex o Darren quien les dijo que se iban al irlandés y ella estaba MUY enfadada en ese momento… ¿por qué? Oh. Oh. Ahora sí. El Caribe. Ahora lo entendía todo. Oh, por favor, si había alguna entidad que quisiera apiadarse de ella, que nadie se enterara de lo que pretendían hacer en el Caribe.

Aquella entidad pareció ser Miranda, que no solo sacó el protocolo en el mejor momento posible, sino que reactivó algo en el cerebro del cumpleañero, munición que podían utilizar. — ¡Eh! ¡Eso era! “Roooock your boooo…” — Y entonces se acordó y abrió mucho los ojos. — ¡Eso precisamente estabas…! — Pero vio la cara de Lex y se calló. Porque ella era buena. — Ahora sabes lo que se siente. — Pero tarde, porque su tata ya se había subido a aquel barco, y al final se acabó destapando, nunca mejor dicho. — Claro, echadle la culpa al Gryffindor, qué clásico. — Se quejó Erin. — A ver, en honor a la verdad, las locuras las suele empezar Peter. — Aportó Alice, conteniéndose la risa. — Tú no te rías tanto, que no me gustaría comentar comiendo lo que estos ojos han visto de ti, y no porque me lo estuvieras enseñando a mí precisamente. — ¡Oh, por favor! — Se quejó Alice, diciéndole con enfado. — Qué ofensivo. — Esto no está bien, nada bien. — Suspiró Arnold. Pero nada, volvían a lo de las peticiones públicas. — Oye, a ver, que os recuerdo que los tres padres de aquí le organizasteis unas pruebas de pedida medievales a Marcus en La Provenza. Si quiere decir por ahí que a ver si se casa conmigo pues… dejadle. A los dos nos parece bien. — Su padre dio una palmada. — Pues vamos a ello. — Papá, para, sabes perfectamente a qué me refiero. — Le advirtió, levantando la mano. — Y es muy triste que nos estéis haciendo pasar esta vergüenza cuando deberíamos estar hablando de las cosas bonitas de la noche. Sí, no nos acordamos de muchas cosas, pero precisamente confiábamos en que vosotros nos las contaríais sin avergonzarnos y echaríamos buen día, pero bueno, si es que no queréis pues nada. — Ahora Lex y Darren estaban con la cabeza gachilla, como pensándose qué decir. — ¿Os lo habéis creído? Es una táctica más vieja que la tos, lo de hacerse muy fuerte la ofendida para que os sintáis mal. — Dijo Vivi señalándola. — Se ha notado a kilómetros. — Ella miró a su tía hecha una furia y se hizo un silencio bastante pesado en la mesa. — ¿Y… lo de los streaptease lo hacéis a menudo? — Preguntó Phillip de repente. Todos se giraron de golpe a él. — Ay, Phillip… — Suspiró Andrómeda, pellizcándose el puente de la nariz. — Dices unas cosas… — Estoy preguntando. — Se excusó, con voz de niño que ha hecho algo mal. — Pues no, tío, no solemos hacer streptease, no porque… — Bueno, Alice tiene razón. — Cortó Emma. — Habladme de la parte, vamos a decir, “blanca” de la noche. ¿Dónde fuisteis? ¿Dónde hay tantos bares mágicos? — Pues no te lo vas a creer, pero… — En el callejón de la feria de navidad. — Dijeron Vivi y Erin a la vez. Todos se quedaron mirando a la segunda. — ¿Qué? Una también ha sido joven. — Y me ofende un poquito que no os extrañe ni un poquito que yo sí lo conozca. — Apuntó Violet. —  Bueno, el caso es que empezamos en uno chino, con chupitos de dragón, o algo así… — Uf, los he probado, terrible, alcohol de quemar. — Aportó Vivi, y todos la miraron. — Vale, ok, lo pillo, soy una golfa. — ¿Qué es una golfa? — Preguntó Miranda. — Algo que no debes decir. — Zanjó rápido Andrómeda. — En cada bar había una bebida y un reto. El primero era como con anillos de fuego y lo ganó Poppy, y, como quien ganaba elegía el siguiente bar, eligió el escocés, y ahí gané yo con los cuadraditos de bailar, y por eso me tuvieron que hacer el hechizo. — ¿Y qué elegiste? — Preguntó su padre. — Pues el francés si había ¿no? — Aportó Molly, a lo que ella asintió. — Pues yo hubiera elegido algo raro, en plan… Nueva Zelanda o Kuala Lumpur, lo otro ya lo conozco, y con esos nombres, deben hacer cosas muy locas. — Y aquella chorrada de su padre valió para que toda la mesa estallara en carcajadas, haciendo hasta llorar a Andrómeda. — Este hombre… — Decía tratando de controlar las risas. — Oye, ¿en el francés sigue la tiparraca aquella que te roba la pareja de baile? — Preguntó Vivi. Erin tuvo un escalofrío y arrugó el gesto. — La toqué una vez y me valió para salir huyendo, al diablo el juego. — Lex, hijo, ¿bailaste con una espectro? — Preguntó Arnold, conteniendo la risa. El chico negó. — Yo como la tita Erin, no quería verla ni en pintura. — Dijo haciendo otro gesto de asco. — Era un espectro amable. — Dijo Darren con adorabilidad. Bueno, eso ya sí se parecía un poco más al tipo de comida que ella quería.

 

MARCUS

Se cruzó de brazos y asintió fuertemente como un niño indignado cuando Alice dijo que, si quería ir por ahí diciendo que se casaría con ella, lo podía hacer. — Si he podido vencer unos aros de fuego... — Y a un toro. — Apuntó Lex, socarrón, haciendo a Darren taparse la boca mientras se reía como una ratilla. Marcus le miró apenas un segundo con los ojos entrecerrados, pero volvió a su digno discurso. — ...Puedo decir que quiero a Alice y que quiero casarme y pasar toda mi vida con ella. Ni que fuera sorpresa para nadie a estas alturas. — Lo dicho, cuando se metían mucho con él, Marcus acababa tomando la estrategia de tirar para adelante y hacer de la propia burla su defensa. Hasta ahora no había tenido mucha defensa posible, pero ya eso sí podía usarlo a su favor. Por supuesto, mientras los demás hacían pedorretas y burlas por sus (según ellos) cursilerías, su abuela Molly enseguida empezó a murmurar con adoración lo bonito que le parecía y lo buenísimo que era su niño, aunque la que le miró con más ternura y confesó lo que le parecía en voz alta fue Andrómeda. — Qué bonito. — Y por el tono se notaba que se le había escapado del corazón totalmente. Miranda miró a su madre. — Mamá, ¿el primo Marcus se va a casar? ¿Pero esto no era un cumpleaños? — La mujer rio. — Se refiere a más adelante, cariño. Solo lo ha dicho en público porque quiere mucho a Alice. — Estaría resacoso, pero aún sabía reconocer un tirito.

A su hermano y a su cuñado se les cortó la tontería cuando Alice les dijo que no tenían por qué meterse con ellos. Pues efectivamente, él solo había celebrado su cumpleaños y su graduación, ¡ni que fuera un crimen!... Bueno, puede que se sintiera bastante avergonzado en estos momentos por haberse pegado semejante festival descontrolado, cosa que no iba nada con él, ¡pero no tenían por qué dejarle en ridículo delante de toda la familia, igualmente! Para él estaba bastante justificado el mosqueo de Alice, pero Violet no tardó en dejarla en evidencia... Vale, sí, puede que fuera una estrategia, pero él no pensaba bajarse de ese barco. — Tiene toda la razón. — Mira como defiende a la futura esposa. — Se burló Erin, arrancando risillas. Vaya, su tía o no hablaba o se sumaba al carro de las bromitas. Arnold suspiró, cruzándose de brazos y echándose hacia atrás. — Venga, hijo, menos indignarse. Todos nos hemos emborrachado de jóvenes y los adultos nos han puesto en ridículo. Os toca. — Pues no os veo meteros con aquellos dos. ¿De verdad os creéis que no bebieron nada? — Aseguró, señalando a Lex y Darren. Su padre se encogió de hombros. — No acabaron tan mal como tú, y es tu cumpleaños, eres el protagonista. — Como siempre, y bien que le gusta. — Pinchó Lex con recochineo. Antes de que pudiera protestar, Violet añadió algo. — Y siempre es más divertido meterse con don perfecto. Ese chaval de ahí no tiene pinta de que le importe reconocer que le encantan las fiestas de vez en cuando, ¿a que no, chico Hufflepuff? — ¡En absoluto! — Dijo contento Darren. No, si es que así no se podía...

Eso sí, lo que casi corta el rollo fue ese comentario tan tenso, pretendiendo sonar normal y adaptado a la situación y logrando radicalmente lo opuesto, de su tío Phillip. Marcus miró a Lex de reojo y ya le estaba viendo mala cara y el ceño fruncido. A saber lo que andaba pensando su tío. Casi que prefería que siguieran metiéndose con él a arriesgarse a un cabreo de su hermano, no quería acabar mal el cumpleaños para una vez que estaban todos. Su madre atajó el tema rápido, igualmente, pidiendo que hablaran solo de lo bueno. Empezaron a narrar y, sí, del chino se acordaba. En un segundo, Violet dijo la palabra "golfa" y Miranda la duplicó, haciendo que Marcus la mirara súbitamente y, justo después, entornara los ojos hacia Lex, Darren y Alice. Se tuvo que contener de echarse a reír, tapándose discretamente la boca para taparse una sonrisilla, bajando la cabeza y aprovechando para comer, aunque con las comisuras de los labios luchando por subirse. Mientras iban narrando, Marcus intentaba recopilar. Vale, el chino lo recordaba. El escocés, también. El francés, también... Ya a partir del francés empezaba a perderse.

Lo del espectro lo recordaba. Chasqueó la lengua y, aunque Darren intentó defenderla, dijo. — Bueno, eso de amable... — No como el toro. — Frunció los labios mirando mal a Lex, pero volvió a girarse a Darren. — Tenía una risa un tanto... escalofriante. — ¿Dónde fuisteis luego? — Preguntó Arnold, curioso. Darren continuó. — Ganó Cedric Greengrass y eligió el español. Ahí fue donde Marcus ganó el reto. — ¿Y qué elegiste? — Le preguntó su padre directamente a él, y Marcus pensó durante unos segundos. — Eemm, pues... — Lex y Darren le miraban con risillas. Su hermano dijo. — Una pista: en el bar que tú elegiste fue donde gané el juego de los cocos. — Y ahí cayó, y el cambio de su cara le delató. Ya Lex y Darren se echaron abiertamente a reír. — No se me ocurre ningún país que pueda dar tanta vergüenza. — Preguntó Phillip, que no podía evitar mirar con curiosidad investigadora a Darren y Lex. El primero le dio al segundo un golpe en el brazo entre risas y dijo. — Va, ya lo decimos nosotros. A la de tres. — Marcus rodó los ojos con la estúpida ficcioncita de esos dos, que cuando acabaron de contar, dijeron al unísono y con un bailecito ridículo. — El Cariiiiibeeeee. — Y se echaron a reír. Y, por supuesto, le acompañaron los demás.

Ya estaba empezando a recibir preguntas de incredulidad. Alzó las manos. — Lo hice en honor a mi novia. — ¡Ah, la prometida otra vez! — Se te empieza a repetir la excusa. — Se burlaron Violet y Erin respectivamente. Molly chistó. — Dejad a mi niño tranquilo, que es todo un caballero y tiene unos gestos preciosos. Tú sigue, cariño. — Gracias, abuela. — Dijo muy digno. — Alice y yo llevamos años soñando con un hermoso futuro juntos. — ¿Ah sí? — Pinchó Arnold. — Pues sí. En carácter de amigos antes, por supuesto, hasta que aclaramos nuestros sentimientos. — Que son muy puros. — Purísimos. — Enfatizó, devolviendo la mirada a Lex tras su comentario. Siguió. — Y cuando éramos pequeños, dijimos que queríamos hacer muchos viajes y uno de ellos era el Caribe. Solo era una broma infantil que quise homenajear por amor. — Hiciste muchas cosas anoche por amor. — Marcus cogió un cubito de queso de uno de los platos y se lo lanzó con inquina a su hermano, haciendo que Miranda le mirara sin dar crédito a sus ojos. Lex se encogió cómicamente, entre risas, y Marcus advirtió con los labios apretados. — Ya vale. — Ya tienes que estar resacoso para tirar la comida. Creía que lo considerabas atentado contra la humanidad. — Contra ti voy a atentar. — No te atreves. — No qué va. — Venga, listo. Si quieres sigo hablando. — Y esto es lo que pasa en la vida real. — Le dijo Arnold con una sonrisa irónica a Andrómeda y Phillip, señalando luego a los hijos de estos. — Al menos los vuestros se llevan más tiempo entre sí. Bien por vosotros. — Su madre emitió una especie de carraspeo ofendido que hizo que Arnold dejara la bromita, aunque disimulando. Marcus no era legeremante, pero podía ver perfectamente lo que su madre estaba pensando: que no era el más idóneo para quejarse precisamente.

— Todo sabéis que soy un romántico. — Dijo William con tono burlón, levantando las risas sarcásticas. — Y que quiero a Marcus como si fuera mi hijo. — Este frunció los labios, emocionado. — Gracias, William. — Por fin parecía que le iban a respetar y homenajear como era debido en su cumpleaños... No caería esa breva. Se le había olvidado que era William quien hablaba. — Y a mi pajarito como si fuera mi hija. Porque lo es. — Ya empezaba a vislumbrarse que aquello parecía una broma. — Por eso estoy deseando saber qué cosas ha hecho por amor mi casi niño por mi niña real. — Oh, el mejor momento fue en el bar que yo elegí. — Dijo Darren con una mano en el pecho. Marcus le miró. Lo peor es que ni siquiera sabía a qué se refería. — Elegí Italia, en honor a mi abuelo materno, que era italiano. — ¡Oy! Pero qué bonitos son estos niños. Respeto a sus abuelos, como debe de ser. — Claro, abuela, nosotros respetamos a nuestras familias: yo elegí Irlanda y Darren Italia. No como otros, que se van a donde ponen cócteles de colores. — De verdad, la mala leche de Lex no conocía límites. Phillip volvió a hablar. — Son muy buenos valores. Eso os honra. — Por Merlín, ¿no se daba cuenta de lo artificial que sonaba? — Y ahí Marcus hizo el mejor alegato de amor que se puede hacer. Se subió a una mesa y... — Mentira. — Cortó Marcus inmediatamente, antes de que eso se pusiera fatal. Lex, con carcajadas, hizo un gesto con el brazo. — ¡Pero si no te acuerdas de nada, chaval! — ¿Nos dais permiso para representarlo? — Preguntó Darren en un tono tan adorable que a ver quién le decía que no. Maldito... — ¡¡Por favor!! El escenario es todo vuestro. — Clamó Violet. Pues nada, de esa sí que no le libraban.

— Lo dicho, se subió a la mesa... — Empezó Darren, y para ilustrarlo se levantó. — Y cantó... — No. — Empezó a negar Marcus. No. No no. Se negaba a reconocer eso, vamos. — "Eeeeeeres mi princesa perfeeectaaaaa" — No. — Insistió él, pero era inútil, todos habían empezado a reírse a carcajadas. Darren señaló a Lex, imitando lo que SUPUESTAMENTE había hecho él con Alice. — "Cruzaríííía una ciudad en llaaaamas por tiiiiii". — ¡Mira! Como cuando las pruebas. Eso es gracias a mi idea, hija. — Saltó William. Otra vez queriéndose morir. Y su tío que seguía alucinando con los dos chicos. — "Mi amor, ven y búscame como dice la canción". — Yo no soy tan dramático. — Se defendió ante la sobreactuadísima interpretación de Darren, pero solo sacó más risas a su alrededor. Lex, encima, hizo como que se levantaba a saltitos, y ya Darren remató. — "¿¿HABÉIS OÍDO?? ¡¡ES MI NOVIA Y ME VOY A CASAR CON ELLA!!" — Las risas ya eran estruendosas. Lex, entre lágrimas, dijo. — Lo que hicieron después, mejor no lo repetimos. — Pero quéééé boniiiiiiiiiiito. — Exclamó muy exageradamente Violet. Marcus echó aire por la nariz. — Pues si lo dije fue porque lo pienso. — Dignificó, pero nada, seguían riéndose de él. — Déjalo, hijo. — Dijo su padre entre risas. — Aunque me queda claro que fue tu noche, desde luego. — Lo que ha quedado claro... — Empezó William, y luego miró a Arnold con malicia. — Es que he ganado la apuesta. —

 

ALICE

Se estaba diciendo como muchas veces el verbo “casar” y ella encantada, pero no le parecía que se estuvieran diciendo en el modo “uy qué bien suena” sino más bien en el modo “ya vale, a ver si os creéis que todos los días son fiesta” y ya había antecedentes de boda traumática en la familia, no quería más. Pero no estaba fácil cuando hasta Erin se reía del asunto. Miró a los O’Donnell mayores y dijo. — Vale que yo llevo liándola desde que nací, pero el pobre Marcus no se merece esto. — Ya sabes lo que dicen de los que comparten colchón… A esta se le ha pegado el dramatismo. — Dijo su tía Violet. — Bueno, pero lo de las estrategias para evitar chaparrones lo ha cogido de ti, que también habéis compartido muchos colchones y habitaciones. — Contestó Erin, riéndose. Y mira, no pudo ni enfadarse. No solo porque un poco de razón sí tenía, sino porque la veía realmente contenta, y a su tía genuinamente feliz, lo que no era tan habitual, porque era raro ver a su tía sin reírse o sin hacer bromas, pero ahora la veía feliz de verdad, no enmascarando otras cosas. Tanto se había abstraído, que al final, se había perdido parte de la conversación.

Afortunadamente, aunque con algunos tiritos, la conversación siguió sus derroteros sobre la noche con tranquilidad, hasta que empezaron otra vez con el Caribe. Alice no quería recordar el Caribe. Se les había ido el calentamiento de las manos en el Caribe. Tenían que hacer algo con esos impulsos. — Vaya fustigación mental se está haciendo aquí mi amiga. — Dijo Lex por lo bajini con una risita. Sí, él se reiría, pero ella sabía que no podía controlarse con Marcus y eso era: preocupante. Marcus se puso a explicar el por qué de la gracia y no pudo evitar mirarle con ternura. — Lo vamos a hacer. — Aseguró, cuando contó la historia de cuando estaban planificando a dónde ir. — Ohhhh, qué bonito, ¿va a ser así la luna de miel? — Ay, tata, cómo desgastas las bromas. — Y se sacaron las lenguas mutuamente, mientras Lex y Marcus se pinchaban entre sí. Menudo cumpleaños, parecía aquello un jardín de infancia.

Pero ya empezó a intervenir su padre. Solo Marcus, en ese alarde suyo de agradarle, se creía el comienzo de aquel discurso. Si empezaba así, es que iba a soltar alguna burrada. Finalmente solo preguntó, pero si le conocía de algo, era una pregunta capciosa. Al menos el timón lo cogió Darren, con patinazo de Phillip, que desde luego estaba demostrando ser mucho mejor persona que el resto de los Horner, pero también tremendamente torpe con casi todo. Pero como aquel día todo estaba en su contra, Darren y Lex se pusieron a imitar a Marcus. — No cantó así. — Aseguró. Vamos, que Marcus así como ellos decían, no se había puesto fijo. — ¡Uy que no! Qué pena que no te acuerdes de una cosa tan bonita. — Pinchó el maldito Darren. Trató de ignorar a su padre y la pullita de lo que hicieron después.

Pero lo que dijo su padre sí que la hizo abrir los ojos. — ¿Qué apuesta? ¿Has hecho apuestas sobre tu propia hija? — Preguntó asomándose por la mesa para enfocarle. Pero este estaba mirando a Larry y Arnold, así que se giró a los dos. — ¿Vosotros también? Mira, mi padre todavía, pero los O’Donnell… — Les miró de hito en hito. — ¿Qué apostasteis? — Cariño, yo te juro que no aposté sobre ti, aposté sobre Marcus. — Ella abrió más aún los ojos. — No lo estás arreglando. — William se encogió de hombros y señaló a Arnold. — Oye, enfádate con él. — ¿Conmigo? William, esto ya no es el colegio. — Se quejó Arnold. — Bueno, que cuál era la apuesta. — Ambos se miraron, y Larry se rio por lo bajo. — Que Marcus iba a ser el que peor llegaba. — Entornó los ojos y suspiró. — De verdad, que no nos acordemos no quiere decir que… — Si no llegasteis tan mal, ¿cómo vais a explicar lo de las estrellas? — Preguntó su padre. Otra vez con las estrellas, ¿pero qué traían con las estrellas? — ¿Qué? Venga, dímelo, que ya lleváis todo el día de vacile. ¿Qué pasa con las estrellas? — Cuando vio dibujarse la sonrisa de su padre. Malo, muy malo, de hecho, su tía la puso también, o sea, peor. — Que ayer Marcus iba muy dispuesto a ponerte en alguna posición para hacerte verlas cuando llegasteis, y allá que ibas tú toda diligente hasta que salí yo. — Y de repente se hizo un silencio sepulcral y Alice sintió como si fuera a desmayarse, soltando un largo suspiro. Ya está, de ahí venía aquella inquina de Emma. Habían transgredido las normas de su casa OTRA VEZ. Aquel ambiente tan tenso, volvió a romperse con una risa. Una risa que empezaron Vivi y Erin, claro, pero que se extendió a los abuelos, a Phillip (menos mal porque estaba rojísimo, tenía que liberarse) y acabó llegando a todos menos a Emma. Oh, por Merlín… Me va a odiar. Los dos me van a odiar. Emma por saltarme las normas y Marcus por ponerle en este brete.

 

MARCUS

Él sí recordaba lo de la apuesta del día anterior, al menos de eso se acordaba. Lo había olvidado porque no pensó que hablaran en serio... Parecía que no conocía a William y a su padre. Antes de que se fuesen de fiesta habían hecho burlas con el tema, pero Marcus iba tan seguro de sí mismo que no pensó en ningún momento que la fuera a perder, ni Alice tampoco, porque pensaba que llegarían con total naturalidad... No fue así. Echó aire por la boca, cruzado de brazos mientras Alice insistía en saber en qué consistía la apuesta. — Se pusieron a hipotetizar sobre quién llegaría peor de los dos. — Completó él antes de que lo hicieran los adultos. Miró a su novia. — Pero claramente yo hice más el ridículo, así que... — Mejor deja ya el tema, pensó, porque lo que le faltaba era Alice pinchando por más información, cuando ya había quedado claro que había llegado por los suelos. Seguía con ganas de que se lo tragara la tierra, solo necesitaba cambiar el foco de la conversación.

Pues no iba a pasar, al contrario. Su novia, como buena Ravenclaw que había aprendido muy bien de él a ponerse digna y exigir explicaciones (para desgracia de ambos) siguió insistiendo y aquello, lejos de mejorar, empeoró considerablemente. Cuando escuchó a William decir algo de las estrellas frunció el ceño confuso, porque seguía sin saber a lo que se refería y ya había escuchado hablar de ello varias veces hoy... Pero algo le decía... que prefería no saber... Y, definitivamente, hubiera preferido no saber. Cuando William resolvió el misterio, Marcus abrió tanto los ojos que se le iban a caer de las cuencas, y empezó a ponerse colorado como en su vida, mientras resonaban risitas a su alrededor. No, no, no... No podía haber dicho eso delante de su suegro. No, no, no...

Se fue escurriendo poco a poco en la silla hasta que apenas se le veía la cara, la cual se tapó con las manos. — Jolín, los Hufflepuffs disimulamos mejor la culpabilidad. — Dijo Darren, con un puntito de pena. Vivi soltó una carcajada. — Y los Slytherin. Pero porque no tenemos. — Pero este es Ravenclaw y un buen Ravenclaw sabe que sí la tiene, ¿verdad, hijo? — Preguntó su padre con esa sonrisilla irónica y miradita intensa que ponía. Marcus apenas separó un par de dedos para que su ojo izquierdo le devolviera la mirada a su padre. Es que no sabía ni qué decir, no le salía la dignidad. — ¡Pero tranquilo, muchacho! — Dijo William entre risas, haciendo un exagerado gesto con el brazo de quitar importancia. — ¡Si yo era mucho peor! A mí estas cosas no me espantan. Aprovecha que soy un suegro guay. — Marcus se quitó las manos de la cara, aunque tenía una carita de niño pequeño a punto de echarse a llorar que le rompía toda la fachada que de seguro llevaba la noche anterior. Ya iba a empezar a disculparse con William una vez más por comportamiento inapropiado, aunque él hubiera bondadosamente intentado hacerle sentir mejor... cuando el hombre volvió a hablar. — En todo caso preocúpate por tu madre, que no es tan guay. — Y más risas. Muy pronto había confiado él en William y, claro, se la había jugado. Por un momento miró a su madre de refilón, pero un solo segundo, porque de haber visto en ese lugar un basilisco le hubiera dado menos miedo. Se frotó la cara con una mano, agachándola otra vez. Menudo cumpleaños.

— ¿Entiendes ahora por qué tu hermano merecía dormir un poquito más? — Preguntó su padre, y Marcus volvió a destaparse la cara, un tanto confuso. Miró a Lex y se lo encontró cruzado de brazos, con una sonrisilla astuta y cara de "al fin lo entiendes". Marcus parpadeó. — Exacto. — Dijo Lex, que como siempre ya debía saber lo que estaba pensando. — Si aquello no se os fue de las manos delante de William, fue porque yo lo impedí. Porque os reconduje a cada uno a vuestra habitación y me aseguré de que caíais en coma en vuestras respectivas camas. No pude cerraros la boca para que no hicierais semejante ridículo porque sois imposibles de controlar, pero al menos me aseguré de que no hicierais nada que pudiera tener hoy aún más consecuencias. — Ladeó la cabeza, pronunciando la sonrisa. — De nada. — Marcus soltó aire por la boca como si le hubieran dado el alivio de su vida, porque a esas alturas ya no tenía ninguna seguridad de lo que había hecho. Vale, le debía una a su hermano, para empezar una disculpa por su comportamiento vergonzoso y porque ahora podía imaginarse lo que Lex tenía que haber pasado con los dos borrachos en casa. Aunque, desde luego, se estaba quedando a gusto con la venganza.

— Pues yo no sé qué hay de malo en que el primo Marcus quisiera enseñarle a Alice las estrellas. — Dijo la voz chilloncilla de Miranda, muy digna, cruzada de brazos y con una caída de ojos con la que miraba a los presentes de manera casi despectiva. — Cuando yo tenga un novio, quiero que también me lleve a ver las estrellas. — Bueno, ya lo iremos viendo. — Saltó Phillip, mientras Andrómeda se tapaba la boca, aunque no por eso escondía las lágrimas de la risa que no podía controlar. — Bueno, yo tengo que decir una cosa. — Dijo Darren, y acto seguido se levantó y rodeó la mesa, mientras Marcus le seguía con la mirada. — Yo a Alice la quiero muchísimo desde cuarto que la conocí. — Se puso entre él y ella y a la chica le dio un beso en la mejilla. Luego miró a Marcus, pasándole un brazo por los hombros. — Y a mi cuñado también, que es el orgullo del castillo. ¡No sabéis la de fans que tiene! — El Darren natural también le habría dado un beso en la mejilla a él, pero no querría hacer implosionar a Phillip, que ya miraba a Andrómeda de reojo con expresión de "¿qué se supone que hacemos en estas circunstancias?" otra vez. Darren miró a los presentes, achuchando a Marcus y Alice contra él con ambos brazos. — Y puede que ayer estuvieran un poquiiiiiito contentos de más, pero se lo han ganado por ser los mejores amigos del mundo, dos alumnos estupendísimos del castillo y quererse mucho mucho, porque se quieren de verdad. — Se escuchó un "ooooh" por parte de algunas personas (su abuela, su padre y Andrómeda). — ¡Eso es verdad! — Aseguró Dylan, contento. Dylan se unía a todo: a meterse con ellos y a aplaudirles. — Y ayer pues... tenían muchas ganas de celebrar. — Siguió Darren, tras lo cual miró a Marcus como si fuera un niño pequeñito y le dijo, feliz. — ¡Y no les has contado nada de la piñata! — ¿Qué piñata? — Preguntó Marcus ya hasta tembloroso. Más anécdotas no, por favor. Contestó Lex. — Te regalamos una piñata, tío. — ¿Como la que yo os traje? — Preguntó Erin, ilusionada, a lo que Lex asintió, y Darren tomó la palabra de nuevo. — No te preocupes, ahora lo cuento yo. ¡Pero y lo contento que estaba cogiendo caramelos! — ¡Ay, con lo que le gustan a mi niño los caramelos! — Clamó su abuela. Estaba viendo lo que estaba haciendo Darren. Se lo agradecía, aunque parte de aquella situación la hubiera fomentado él.

Y claro, a lo que Marcus acababa de pensar, ya vino Violet a darle el toque Slytherin. — ¡Míralo, qué chaquetero! No te puedes fiar de los Hufflepuffs, van de que se compadecen enseguida y lo que hacen es aliarse al mejor postor. — ¡Eh! Eso no es verdad, ¿a que no, Darren? — Habló Andrómeda, lo cual sorprendió gratamente a Marcus. — Es solo que es el chico del cumple. Ya nos hemos metido suficiente con él, merece un poquito de cariño. — ¡Otra igual! Si es que no se puede con esta gente. — Siguió picando Vivi, en un tono bromista que hacía a todos reír mientras las miraba. — ¿Tú también eres Hufflepuff, hija mía? — ¡Sí! Y a mucha honra. — Dijo Andrómeda, erguida pero con una sonrisita, y luego miró a Marcus y le guiñó un ojo. Sonrió ampliamente. Le gustaba ver a su tía así, probablemente no hubiera podido decir esa frase desde que conocía a su marido. Al menos todo aquello estaba sirviendo para unirlos a todos.

 

ALICE

Lex iba a estar recordándoles toda la vida que le debían un favor. Y efectivamente, Marcus y Alice, cuando estaban con esas ganas, no eran capaces de callarse ni de parar, era un hecho. Pero, oh, Merlín, cómo hubiera deseado, por una sola vez, que no fueran así, que hubieran podido irse cada uno para un lado sin más, pero… No, había un punto de no retorno que tenían desde los… ¿catorce? ¿Quince años? Que hacía que les diera absolutamente igual todo en esas ocasiones, que solo se vieran el uno al otro. Y a ver, era bonito, era precioso, de hecho, pero ojalá no lo hubiera sido solo por esa noche.

Miranda, con su inocencia, en verdad la estaba haciendo sentir peor. Al menos, Darren intentó salvar la situación con aquellas formas Hufflepuff tan adorables, y la hizo sonreír. — Ya son muchos años metiéndonos en líos el uno al otro. — Y se miraron riéndose. — Ah ¿Darren era amigo tuyo de antes? — Preguntó Phillip. Su cuñado asintió. — Desde una preciosa tarde en la que éramos los únicos tres castigados y mi jefe de casa nos dejó sin vigilancia porque se le habían escapado los murtlaps. — Erin resopló. — Ese Kowalsky… Luego me dicen a mí que no estoy en el mundo real, pero Bertrand le da mil vueltas a todos los magizoólogos del mundo, vaya. — Alice palmeó la mano de Darren sin perder la sonrisa, pero indicándole que dejara de contar, fuera a soltar que se colaron en un pasillo secreto o que su ex estaba presente, bastante estaban ya trasluciendo. Su hermano también se unió a las loas, y por fin les dieron un poquito de descanso. De hecho, le dio para acordarse de la piñata. — ¡Ahhhhh! Ahora esa imagen que tengo de Marcus detrás de algo flotante empieza a tener más sentido. — Lo cual levantó unas cuantas risas. — Deberíamos comprarte una de esas todos los años, mi vida. — Dijo con cariño. — ¡Oy mi niño! Cogía los caramelos como un loco ese año que Erin se la trajo, casi ni miró lo otros regalos. — Molly siempre era capaz de poner adorabilidad en cualquier situación y eso, tal y como había estado la tarde, era de agradecer y mucho.

Por supuesto, su tía ya tenía que quejarse al respecto. — No te pases. — Le dijo señalándola con el dedo. — Que aquí estás en minoría Slytherin, y a una de ellas le diste la etapa de Hogwarts. — Era casi imperceptible, pero le llegó la risita de Emma. — Qué asquito dan las nueras pelotas. — Andrómeda la miró y dijo. — Bueno, Alice no lo es, pero ahí Vivi tiene un punto. Seré Hufflepuff, pero nunca he sido de eso. — Confirmado. — Dijo Phillip con una risita. Y eso sí la hizo reír, ver a Andrómeda haciendo bromas como aquella. Se lo merecía más que nadie, una reunión así, donde pudiera ser ella misma, donde poder reír y divertirse, experimentar una familia de verdad.

— Venga, hablando de regalos. Voy a sacar la tarta y se los damos ya. — Dijo Molly poniéndose de pie de un salto. — Mamá, nadie estaba hablando de… — Calla, Arnold, no seas envidioso, ya te daremos regalos a ti en tu cumpleaños. Pídele una piñata a tu hermana, aunque ahora que ha sentado la cabeza, igual tarda en volver a México. — Contestó la abuela con una sonrisita pícara, mirando a las tías con mucha felicidad. — Yo no tengo ningún problema con irnos a Cancún, ¿tú qué dices, pelirroja? — Dijo Vivi, dándole un piquito a Erin. — Ah, que chica con chica también se puede… — Murmuró Miranda, atónita. — ¿Entonces el primo Percival puede que también tenga novio algún día? — Chss… Miranda… — Le dijo Phillip por lo bajini, pero a Alice se le escapó una carcajada. — No lo descartes, cariño. — Y eso hizo reír a Lex también. Sería de justicia poética, la verdad.

— A ver esa tartaaaa. — Anunció Molly. — Ohhhhh pobres Ravenclaws, esta no es azul. — Dijo Lex, picajoso. — Es de tres chocolates y no creo que a mi Marcus le preocupe lo más mínimo. ¡Incendio! — Lanzó a las dieciocho velas. — Y aquí… la de mi Janet. — Dijo poniendo una tarta de cereza pequeñita al lado, con un treinta y ocho en velas. ¿En serio… su madre solo hubiera cumplido treinta y ocho años? Nunca se había planteado tan en serio lo joven que era hasta ese momento. Miró a su padre, que tenía la mirada perdida y llorosa. — Vamos, hijo, hay que ser fuerte. Tú ya lo estás siendo. — Le dijo Molly apretándole el hombro. — Pero no tenemos por qué olvidarla o cambiar las tradiciones. Janet siempre estará aquí y todos, mi Marcus especialmente, siempre nos acordaremos de su cumpleaños. ¡Hijo! A ti te pidió que soplaras las velas por ella aquel año ¿no? Pues entonces ya está. — La miró. — ¿A ti te parece bien, cariño? — Ella asintió, y ni siquiera quiso llorar, solo sonreír por hacer algo tan bonito por su madre. — ¿Y a ti, patito? — Preguntó la abuela mirándole. — Me encanta. — Dijo Dylan con una amplia sonrisa. — Pues si a mis niños les parece bien, a mí también. — Dijo su padre, con una sonrisa a pesar de la voz rota. Alice se fijó, y vio cómo Phillip pasaba el brazo por el respaldo de Andrómeda, como para comprobar que se quedaba allí, y Arnold miraba a Emma con adoración. Sí, era lo lógico de hacer. Ella hizo lo propio y entrelazó su mano con la de Marcus. — Dale, mi vida. Es tu cumpleaños, estamos juntos y fuera de Hogwarts, felices, solo un poco resacosos. — Rio un poquito, mirando sus preciosos ojos de Slytherin. — Celebrémoslo. —

 

MARCUS

Ese cuñado suyo tenía muchísima cara, que bien que había aprovechado para meterse con ellos con lo fresco que venía... Pero era buena persona. Era una muy buena persona y Marcus le quería mucho, ya solo por lo que había hecho con su hermano (básicamente convertirlo en un ser sociable y amistoso cuando antes era un puercoespín) debía apreciarle. Le miró sonriendo con ternura mientras hablaba, pero ya se le borró la sonrisa y bajó la mirada de nuevo, resignado, cuando dijo cómo conoció a Alice. ¿Por qué, a ver, por qué tienes que añadir el dato de que estabais castigados SIEMPRE? Él conocía a su madre mucho mejor que la mayoría de los presentes y sabía que, a pesar de su aparente frialdad, tenía en gran estima tanto a Alice como a Darren solo por lo felices que hacían a sus hijos... pero tampoco era necesario arriesgar tontamente.

Miró a Alice con confusión, pero no tuvo más remedio que unirse a las risas. — Honestamente, no sé si me alegro o no de no recordar perseguir algo flotante. — Comentó divertido. Darren se encogió de hombros. — Normal que no tengas imagen, ibas ciego. — La fuerte carcajada de William y Violet y la cara de Marcus, a quien se le iban a salir los ojos de la cara, hizo al chico dar un respingo en su sitio y excusarse, alzando las palmas. — ¡Que le habíamos tapado los ojos, quería decir! Perdón, que ha sonado fatal. — Ya, ya, pero te hemos entendido. — Comentó Violet con su puntito socarrón habitual, mientras Erin a su lado se secaba las lágrimas de la risa. Menos mal que Alice y su abuela intentaron salvarlo aludiendo a la adorabilidad. Chasqueó la lengua. — Ahora me da rabia no acordarme. — Estoy por jurar que tienes que tener más de un caramelo aplastado en los bolsillos del traje. — Dijo Lex con una sonrisilla, lo que hizo a Marcus intentar hacer memoria. Aham... O sea que puede que fuera eso lo que notaba pegajoso en el pantalón cuando se levantó... Tenía sentido. Esa mañana estaba en tal estado de confusión que sentía que le acababan de dejar allí desde otro planeta, como para pensar que quizás era un caramelo aplastado.

Sonrió con un orgullo casi malicioso, con ese puntillo repipi de Marcus cuando se sentía claramente superior fuera por lo que fuera, con la barbilla muy alta, cuando Alice hizo a su madre reír en base a alabarla. — Ni caso, mi amor. Solo es envidia. — Dijo con una caída de ojos a las quejitas de las dos tías, la suya y la de Alice, provocando soniditos de burla a su alrededor que solo le hacían crecerse más. Ah, sí, ese modo lo controlaba mucho mejor que el otro, y tenía que reconocer que le encantaba ver a toda su familia, la de sangre y la política, tan integrada los unos con los otros, bromeando con tanta naturalidad. Era muy buena señal, de hecho, miró a Lex y sonrió levemente con complicidad. Sabía que a su hermano le preocupaba la acogida que Darren pudiera tener, sobre todo de cara a los Horner. Quedaba demostrado que sus tíos estaban bastante a gusto, al menos Andrómeda.

Su abuela se levantó de repente con un cambio de tema tan poco sutil que tuvo que fruncir mucho los labios para aguantarse la risa, pero automáticamente miró a Alice, porque él todas sus miradas y sus pensamientos los compartía con Alice. Y claro, fue cruzar miradas y toda la contención se fue al traste y se echó a reír. Le encantaba que su abuela le mimara y que tuviera una agenda tan clara, pero era muy graciosa cuando se ponía así, dándole igual lo que dijeran los demás porque ella tenía un propósito que cumplir. En mitad de las conversaciones, el beso de Violet a Erin despertó una curiosidad en Miranda. Marcus fue a contestar con normalidad, ya que la tenía al lado, pero cuando dijo lo de Percival miró a Lex, con los ojos muy abiertos, y ya sí que se echó abiertamente a reír, sobre todo con el comentario de Alice, que hizo reír a su hermano también. Darren se había perdido parte de la conversación, pero los miró con su sonrisa risueña habitual y se puso a reír solo por contagio. — ¿Ya se os ha pasado la vergüenza? ¿Qué os pasa? — Preguntó Arnold divertido, y Darren, riendo, se encogió de hombros y respondió. — La verdad es que no lo sé. — Y más se rieron los otros tres. — Estos Hufflepuffs... — Comentó Marcus, y más risas, a las que también se unió Dylan probablemente siguiendo el mismo argumento que Darren. Eso era lo que necesitaba, verles a todos contentos.

Ignoró la pullita de Lex y, en su lugar, se llevó ambas manos al pecho muy dramáticamente. — ¡¡Oh, abuela, quéééé bueeeeeeno!! — ¡Ay, mi niño, si es que da gusto hacerte comida! — Respondió Molly, pellizcándole la mejilla, y Marcus volvió a adquirir la pose de niño repelente para picar a su hermano. — Te daré un trocito solo si quiero. Total, tampoco es verde... — Lex le sacó la lengua y él hizo lo mismo, lo que hizo a Molly reír con alegría. Estaba seguro de que su abuela les mantendría con siete años toda la vida si pudiera, aunque eso supusiera verles chincharse continuamente (total, lo hacían con diecisiete igualmente). Ver la tarta de Janet, en cambio, le agarró un nudo en la garganta, pero sonrió y miró a Molly con cariño. — Gracias, abuela. — Era la mejor del mundo, de verdad que sí. Miró a su novia y apretó su mano, sonriendo a su comentario, y simplemente movió los labios para decirle "te quiero" con ellos, solo para que ella lo viera. Tras esto, se giró a ambas tartas y sopló las velas, deseando que eso que tenían, esa vida, esa familia tan preciosa, durara todo lo que pudiera durar y más. No había mejor deseo que pudiera pedir que ese.

Todos aplaudieron y empezaron a cortar la tarta y a repartir los trozos por la mesa, entre risas. Marcus se echó un trozo tan grande de ambas tartas que, por supuesto, recibió bastantes burlas al respecto, burlas que él espantó con ambas manos como si fueran moscas e ignoró por completo, poniéndose a comer y alabando continuamente lo buenas que estaban, lo cual fomentaba las risas alegres y escandalosas (y nada modestas porque la primera que sabía que cocinaba bien era ella) de Molly. Miranda se había ido a sentarse con su madre, acurrucada con ella mientras comía tarta. Era el efecto que tenía recordar a Janet, todos valoraban a las madres que tenían presentes, y Miranda acababa de tomar conciencia del hecho por primera vez. Pero su prima pegó un salto de su sitio y casi se sube en la mesa cuando dieron a entender que se acercaba el momento de los regalos. — ¡¡Yo primera!! — Miranda, hija, espérate, cuando nos toque... — Advirtió Andrómeda, a lo que la niña ya iba a protestar, pero Lawrence se adelantó. — Sois unos de los invitados de honor en este día, así que, si la princesa Horner quiere empezar... — Su abuelo era otro que sabía usar las palabras adecuadas, porque ya solo con eso se había metido a Miranda en el bolsillo.

La niña cogió el regalo y se acercó a Marcus muy ceremoniosamente, poniéndose delante de él y diciéndole con una voz repelente que Marcus reconocía muy bien pero muy de la vertiente Horner de la familia, con mucha grandilocuencia, lo cual en esa vocecilla chillona e infantil quedaba muy cómico. Aunque a ver quién era el valiente que se reía de ella, con el carácter que tenía. — El papel de regalo es de Crafts & Lush, lo he elegido yo, y solo tenían rosa y amarillo y le dije que yo lo quería azul porque a ti te gustaba el azul y le echaron un hechizo al amarillo y mira, ahora es azul con brillitos y parece que tiene oro. — Iba asintiendo con una sonrisa y aguantándose el reír, y casi podía ver por la vista periférica a Violet conteniendo la avalancha de bromas y a Darren mirando de reojo a Lex y preguntándose si era un juego o era real aquello. — Es precioso, Miranda. Muchas gracias. — De nada, pero el regalo está dentro, esto es solo el papel. Pero es bonito y un buen envoltorio es importante. — Tienes toda la razón del mundo. — Ya estaba oyendo alguna que otra risita escapada. Que no la oyera Miranda que tenía la mecha de picarse muy corta.

Abrió el regalo con mucho cuidadito y poniéndole caritas a Miranda para hacerla reír, y cuando ya por fin vio lo que era miró a sus tíos, ilusionadísimo. Marcus era muy efusivo con sus regalos porque todo le encantaba y le entusiasmaba. — ¡Tío Phillip! ¿Dónde lo has conseguido? — El hombre rio y señaló con un cómico gesto de la cabeza a su mujer. — Tengo mano en el Ministerio. — Andrómeda rio un poquito y le dio un leve empujoncito en el brazo, haciéndole reír. El hombre retomó. — Es broma. Parte de la investigación es mía, así que... se puede decir que tengo prioridad a la hora de conseguir ejemplares. — ¡Oy! Si es un libro, lo quiero ver yo. — Ya estaba tardando mucho su abuela en quitarle el regalo de las manos. — ¿Qué es? — Preguntó Arnold. — "Desde la primera piedra". — Uno de los mejores manuales de historia y leyenda mágica de Reino Unido. — Completó Marcus, entusiasmado, ya que su tío se había limitado a decir el título. Emma preguntó, curiosa. — ¿Esa fue la investigación que hiciste con Rufus De Vere? — Phillip asintió contento, y Marcus se giró al resto de presentes para añadir más datos. Porque él siempre tenía que añadir más datos. — Está considerado el historiador de la magia más importante de la actualidad. Mejorando lo presente, claro. — Le lanzó a su tío, quien hizo un gesto con la mano como si le quitara importancia. Pero era Horner, le gustaba la adulación. — Ha hecho descubrimientos enormes en materia de leyendas, y este manual habla de los orígenes reales de las mismas. — Se giró a su tío de nuevo. — ¡No me puedo creer que trabajaras con él! — Ni yo que sea tan difícil conseguir estos libros. ¡Estas cosas deberían estar en las bibliotecas públicas! — Afirmó Molly, lo cual desató las carcajadas de su abuelo. — Mal tema le habéis tocado, os lo digo yo. De milagro no estamos aquí ninguno de los presentes por un enfado de biblioteca cuando nos conocimos. — ¡Hombre! Pero es que estábamos en guerra, ahora tú me dirás qué excusa hay. — Se defendió la mujer. Todos rieron. — Muchas gracias a los dos. — Si encuentras una bonita, te dejo que se la leas, que me da que hoy con tanto jaleo no va a dormir mucho. — Dijo Andrómeda entre risas, señalando con la cabeza a Lucas, que efectivamente estaba despiertísimo. Phillip la miró con un punto ofendido. — ¡Eh! El historiador soy yo y el libro es prácticamente mío, por no hablar del niño. — Eso levantó risas. — ¿Por qué no me lo pides a mí? — Andrómeda se encogió de hombros con una sonrisilla traviesa y, mirando a Marcus, dijo. — Porque a ti ya te tiene muy visto. Déjale que disfrute de su primo. —

 

ALICE

Realmente, debían estar hechos el uno para el otro, porque Alice no era gran fan de la comida, pero disfrutaba de lo lindo viendo disfrutar a su novio comiendo. Aunque ella cogió de la de cerezas y pensó en su madre. Pensó en qué le gustaría regalarle ahora que ya era más mayor, en cómo le daría más pena irse de su casa sabiendo que podía echar unos años más pasando todo el día con ella después de la separación de Hogwarts… Suspiró y miró a su padre con ojos vidriosos. William se merecía también ese pensamiento, claro que sí. Alice y William siempre se habían entendido mejor que nadie, él siempre había sido incansable con ella y Alice lo habría defendido contra viento y marea… Pero su padre había abierto una brecha en su corazón, y ella creía que la había sanado, que era tan fácil como concentrarse en dejar de sufrir, pero… no, no era el caso. Comió otro trozo de tarta y la voz de su madre resonó en su cabeza: ningún mal cien años dura, hija. Esto pasará también. Se lo decía cuando se obsesionaba con las cosas. Quizá era eso. Quizá su padre solo necesitaba más tiempo que los demás y ella… tenía que dejar la vida pasar un poco para olvidar lo que había pasado en Pascua y… en eso tendría que confiar, era su mejor baza, que todo pasaría y concentrarse en disfrutar, que es lo que ella hubiera hecho. — Está deliciosa, Molly, mamá no hubiera dejado nada para los demás. — Lawrence rio y negó con la cabeza. — Ella siempre dejaba para los demás, hija. Toda su vida. — Alice le miró con una sonrisa y asintió. Su madre no solo vivía en su cabeza o la de su padre. Vivía en todos ellos, y eso la hacía realmente inmortal.

Pero ya tocaban las cosas de los vivos de verdad y sonrió ampliamente al ver la emoción de Miranda. — ¡Claro! A nosotros nos dejaban dar los regalos los primeros de pequeños. — Yo no soy pequeña. — Replicó la niña, antes de ponerse muy bien puesta para entregar el regalo como quien entrega la corona de Gran Bretaña. Tuvo que contenerse la risa solo con la explicación del papel, porque lo de aquella niña era superior. Eso sí, cuando vio qué libro era, el entorno dejó de importarle y se inclinó sobre su novio, mirándolo con ojos de niña ilusionada. — ¿EN SERIO? ¿Es el que explica el origen de las leyendas de Beedle el Bardo? ¡Qué maravilla! — Y luego levantó la mirada hacia Phillip. — ¿De verdad has trabajado con De Vere? Me encantaría conocerle. — ¿No es ese señor que estuvo en nuestra boda que llevaba ese traje como barroco color vino y un sombrero muy esperpéntico? — Preguntó Andrómeda. — ¡Ese mismo! Es que es muy particular. — Contestó Phillip con una carcajada. — ¿Rufus De Vere estuvo en vuestra boda? — Contestó abriendo mucho los ojos. — Anda, pues yo no lo recuerdo. — Comentó Arnold, con el ceño fruncido tratando de hacer memoria. — Con trescientos invitados que tuvimos, no me extraña. — ¿CUÁNTOS? — Preguntó Alice abriendo mucho los ojos. — Sí, así son las bodas Horner… Y en la de Finneas fueron quinientos, pero Emma y yo no éramos el primogénito con la gran elegida y todo eso… — En la mía hubo doscientos, y ciento cincuenta fueron O’Donnells y amigos de Hogwarts. — Contestó Emma muy digna. De nuevo abrió mucho los ojos y se giró hacia Marcus. — ¿Hay en torno a ciento cincuenta O’Donnells? — Bueno, no todos son O’Donnells ya, hay Laceys, Mulligans… En fin, familia. En la nuestra estuvo todo el pueblo. — Comentó Molly con una risa. — Pero porque en aquella época a las bodas iban todos para aportar lo que pudieran y que todos pudiéramos tener una boda un poco más cuantiosa y animada. — Miró a Larry y puso cara de pilla. — Y porque querían ver casarse al eterno soltero alquimista del pueblo, no terminaban de creérselo. Teníais que haber visto a la abuela Martha, agarrándolo del brazo bien fuerte hacia el altar, como si fuera a darse la vuelta y escaparse en cualquier momento. — Y todos rieron con ganas, porque casi podían visualizar a ese joven alquimista que Molly describía, y a todo el pueblo presenciando. — Yo no iba a escaparme, yo estaba como loco por casarme contigo. — Replicó Larry, con la pinta de un niño que ha sido acusado de una media verdad. — Lo sé, querido, pero más de una vez me dijiste “¿por qué no podemos simplemente aparecernos en el ayuntamiento de Galway esta tarde y ya está?”. Y eso que la planeamos en un mes, llegamos a tardar más y se lo piensa… — Le encantaba cuando Molly y Larry se ponían en ese modo y poder estar compartiéndolo con tanta gente era una auténtica bendición, lo que no sabía si podría llegar a tener.

Sonrió con cariño a Lucas y le agarró de las manitas. — Pues claro que sí, su primo Marcus va a estar encantado de leerle lo que sea. — Cambio el tono a uno de fingida confidencia, como si le dijera un secreto al bebé. — Aunque es la prima Alice la que se sabe todos los cuentos y se los cuenta a él. — Andrómeda se rio y lo balanceó en sus brazos. — Yo os lo dejo unos diítas si hace falta, eh… No os peleéis. — Y en las risas estaban cuando su tata tiró muy dramáticamente la cucharilla en el plato y se levantó. — A ver, si las niñas de la familia van primero, nos toca a nosotras. Tenéis una tendencia al predominio masculino en esta familia muy preocupante. — Yo lo he dicho siempre… — Empezó Arnold. — Ni te atrevas. Me habrías dado un tercero para que se pelearan tres niños en vez de dos. — Le recriminó Emma. — Hijo, siempre con lo de la niña, déjalo ya… Ya tenemos a Alice, nos vale. — Le recomendó Lawrence, con una risita. Pero su tía iba a lo suyo.

Andando con pasos como imitando a las modelos, muy exagerada, se acercó con un paquete a Marcus y se puso de rodillas levantando el regalo a la altura de su novio. — Majestad, su regalo de sus reales tías bolleras, que solo quieren lo mejor para vos. Aunque no traigo cuento sobre el papel, lo hemos pillado esta mañana en un chino muggle debajo de nuestro piso. — Le tenía que dar la risa, de verdad que sí. Qué divertida era la maldita cuando quería. Esperó a que Marcus lo abriera y ambos fruncieron el ceño. — ¿Qué es esto, tata? — Ella suspiró. — Agh, jóvenes, ¿verdad Larry? No prestan atención. — Lawrence se estaba riendo fuertemente. — Es un interruptor de ruido portátil. Silencia hasta espacios que no se pueden cerrar del todo, y donde no se puede echar un Silentium, como el que tengo yo en Saint-Tropez… — ¡Vivi! — Le llamó la atención Emma. — Veeeeenga ya, prefecta Horner, es para aislar el ruido exterior, que este niño va a ser un alquimista muy importante y tendrá que estudiar e investigar con tranquilidad. — Su suegra se cruzó de brazos e hizo un gesto con la cabeza que quería decir “bueno, está bien” — Uhhh eso para cuando se tienen niños está muy bien. — Dijo Phillip. — Sí claro, si no vas tú cuando lloran… — Soltó Andrómeda dándole un codazo flojito con una risa. Su tía se levantó, pero se inclinó y les susurró. — En verdad tiene dos direcciones. Para silenciar el exterior o el interior… Ya según vayáis necesitando… — Dejó caer antes de volver a su sitio.

 

MARCUS

Marcus desencajó un poco la mandíbula, aunque realmente no le sorprendía tantísimo que alguien como De Vere hubiera estado en la boda de su tío. Llevaba toda la vida en una familia en la que sus padres, sus tíos y sus abuelos se codeaban con gente famosa e influyente del mundo mágico (de ahí la cara de nula impresión al respecto de Lex, que estaba charlando de algo con Dylan que parecía ir solo con ellos), pero no por ello dejaba de llamarle más la atención. ¿Quiénes estarían el día de mañana en la suya? Bueno, para empezar, tenía mucha confianza en la proyección de Lex y en la de Peter como jugadores profesionales de quidditch. También estaba segurísimo de que Hillary sería una abogada de muchísimo prestigio, tan seguro como de que Kyla sería Ministra de Magia. Por no hablar de Jacobs, cuyo nombre ya resonaba en el Ministerio como el de un gran auror. Y su familia estaba llena de personalidades desde ya, ¡y ellos mismos! ¡Iban a ser alquimistas! Buah, su boda sí que iba a ser una boda con mayúsculas.

Fue a mirar a Alice para decirle que, si ella lo quería conocer, pues que podrían hacerlo. En fin, su tío le conocía lo suficiente como para podérselo presentar si quisieran... Vaya, sí que tenía vena Slytherin. Sin embargo, se le detuvo el discurso con la sorpresa de Alice por el número de invitados. Pensó, mirando hacia arriba. Pues... no iba muy desencaminado el cálculo, así a ojo, con los que habría en la suya, y teniendo en cuenta que de aquí a que se casaran iban a conocer a mucha más gente seguro. De su divagación le sacaron las risillas de Lex y Dylan, a quienes miró con el ceño fruncido. Pf, vaya dos, con esos cerca no podía uno ni pensar tranquilo. Solo estoy pensando, riñó mentalmente a Lex, el cual le susurró algo a Dylan que le hizo reír con una risilla de ratón travieso. Mira, mejor los ignoraba.

Chistó con desaprobación, mirando a su abuelo, quien al detectarle le señaló con el índice y le dijo. — Menos grandilocuencia, futuro alquimista. Hay que saber medir. — Abuelo, cuando uno celebra el amor con la mujer de su vida, tiene que verlo todo el mundo. — Nos quedó claro anoche. — Pinchó Lex, sacando las carcajadas de Darren y Dylan. Les miró mal y la conversación pasó por encima de él y siguió su curso. Estaba un poco embobado viendo a Alice hacerle monerías a Lucas cuando el sonido de la cuchara contra el plato, aparte de taladrársele en su aún no recuperado de la resaca cerebro, le dio tal susto que le hizo saltar en la silla y llevarse una mano al pecho. Al menos era para llevarse un regalo, pero casi se lleva un infarto de camino.

Parpadeó un tanto atónito y avergonzado, sin saber muy bien si reírse o ruborizarse o mirar a los presentes pidiendo auxilio o qué hacer. Al final optó por lo primero, aunque tímidamente y después de mirar de reojo a su tío Phillip, a quien la franqueza sobre sexualidad de Violet seguía pillándole por sorpresa y buscando la mirada de su esposa cada vez que se manifestaba que había homosexuales en la sala. — Gracias. — Dijo entre risas solo por la ficcioncita que le había montado y de ver reírse a los demás, tras lo cual abrió el regalo. Se quedó mirando analítico eso que tenía en las manos y parecía ser un interruptor, pero antes de poder descubrir por sí solo lo que era, Violet lo dijo. Y se puso delatoramente colorado. Ya se estaba riendo Lex, a lo que le miró de soslayo con expresión asesina. Cállate. Como si no se estuviera delatando él solito. Bueno, él y Violet con sus insinuaciones. ¿De verdad le había regalado... un silenciador portátil... delante de TODA SU FAMILIA?

Que a ver, le iba a venir de miedo, dicho fuera de paso. Segundo gesto delator: mirar a Alice. Fue muy fugaz, pero con la suerte que estaba teniendo ese día seguro que le habían pillado antes. La pillada suprema vino cuando Vivi dijo que era para aislar del ruido exterior... cuando estuviera trabajando. Abrió mucho los ojos y dijo con comprensión. — Oooooooh ya. — Es que el erudito no lo había pillado todavía. — Dijo Lex malicioso, a lo que Marcus, picado, contestó. — Pues no, no lo había pillado. Por si no lo has hecho ya lo suficientemente patente todavía, estoy resacoso. — Primera vez en su vida que se le antojaba la mejor de las opciones hacerse el ignorante. Se giró muy digno hacia la mujer y le dijo. — Muchas gracias, Violet. Gracias, tía Erin. Efectivamente, me va a venir muy bien para la concentración. — Ya estaba escuchando sonidos escépticos y burlones a su alrededor, los cuales ignoró totalmente, hasta que Violet susurró eso hacia ellos y se quedó de nuevo cuajado y con las mejillas encendiéndose de una forma demasiado delatora. — Gracias. — Murmuró, tímido. De verdad... por qué tenía que verse él en semejantes circunstancias... Él que pensaba que en cuanto llegara a la vida adulta desaparecerían los momentos en los que se sintiera en ridículo...

— Oye, pues es muy útil. — Dijo Darren, que se había quedado pensativo mirando el cacharro de Violet. — ¿Sabéis a quién le vendría genial? A mi madre. — Todos le miraban. Lex carraspeó ligeramente y Marcus no era legeremante pero sabía perfectamente lo que su hermano estaba pensando: demasiado inocente, Darren, especifica. El chico lo pilló en el acto. — Es que es veterinaria. — Vale, eso en ese entorno de magos no era especificar, más bien confundir más. Phillip, de hecho, parecía aún más confuso. La única que saltó ilusionada fue Erin. — ¡Siempre he tenido curiosidad por ver una consulta de veterinaria! — Vale, magos y brujas presentes, yo os traduzco: tiene que ver con animales. — Dijo Violet, en su tono socarrón habitual. Darren alzó los brazos, festivo. — ¡Puedes venir cuando quieras! Mi madre estaría encantada de recibirte allí. ¡Conocer a una magizoóloga profesional, ya ves! Su sueño. — ¿En qué consiste su trabajo, Darren? — Preguntó Andrómeda, que ya debería haber llegado al límite de aguantar la mirada de "socorro qué está pasando" de su marido encima. — Mi madre es como una doctora, pero de animales. Es la versión muggle de los magizoólogos, aunque ella no hace tantas investigaciones ni viaja, tiene una consulta privada a la que la gente lleva a sus mascotas. — La cara de Phillip era un cuadro, pero Andrómeda sonrió con dulzura. — Suena a un trabajo precioso. — Y Marcus juraría que lo único que estaba haciendo era allanar el camino de los demás, porque si alguien se relacionaba con muggles allí era ella, seguro que era la única presente que había visto a más de un veterinario. — ¿Y por qué le vendría bien para su trabajo? — Arnold siempre curioso pero, sobre todo, dispuesto a hacer sentir bien a su hijo. Sabía que haría feliz a Lex interesándose por Darren. — Muchas veces, cuando tiene que intervenir a algún animalillo y en la sala de espera se genera algún escándalo, por ejemplo, porque se ponen varios perros a ladrar, el animalillo se pone nervioso y no se deja curar. O a veces ladran o lloran y asustan a los de fuera... A los dueños, me refiero. — Eso levantó varias risas. — Si me deja conocer su consulta, le regalo uno. — ¡¡Hecho!! — Desde luego, el combo Erin-Darren había sido todo un acierto.

— Bueno, dejen paso al suegro guay. — William se había quedado un poco callado desde el momento tarta, pero al parecer ya se había recuperado. — Yo sí te voy a dar un regalo que podrás usar en tu futuro trabajo. — No sé a qué te refieres, hermano, el mío claramente es para usar en el trabajo. — El tuyo es para usar cuando fallan los hechizos, lo cual es un insulto para un creador de hechizos de renombre como yo. Aunque me debato en si quiero que este de aquí use o no mi hechizo... — El regalo, William. — Cortó su padre, porque Marcus ya estaba rascándose la frente con vergüenza otra vez. El otro recondujo... pero después de terminar su frase. — Aunque me da que ya llego tarde a eso. — Pues nada, hoy el día iba de hacerle pasar vergüenza. William se acercó a él y le tendió un paquetito. — Felicidades, hijo. — Marcus sonrió con agradecimiento real. — Muchas gracias, William. — Bueno, al menos es pequeño. Ya solo falta que no explote. — ¡Tío, qué aburrido eres! Marcus, de verdad ¿cómo soportas a un padre tan aburrido? — Siendo él peor. — Respondió Lex. Marcus puso el regalo en la mesa y alzó las palmas con fingida indignación. — ¿Puede ser que abra el regalo de mi suegro, por favor? — Otro pelota. — Murmuró Violet de manera perfectamente audible. Erin la miró y dijo, irónica. — Ni que fuera una sorpresa. — Pero ya le estaban viendo la cara a Marcus de "pues no, al parecer no puedo abrir el regalo de mi suegro", así que se callaron todos (con risitas, eso sí) y le dejaron proceder.

De nuevo abrió muchísimo los ojos. Tenía a su prima Miranda subida al hombro y rápidamente preguntó. — ¿Qué es? — Al menos no había hecho esa pregunta con el anterior, claro que Violet tampoco es como que hubiera dado mucha opción. — Es un destilador de líquidos también portátil. — Contestó William, tras lo cual se encogió de hombros. — Ha quedado claro que a los Gallia nos va eso de llevarnos nuestra vida a cuestas mientras nos movemos, todo lo necesitamos portátil. — ¡Es fantástico! Muchísimas gracias. — Contestó mientras lo admiraba, inclinándose sobre la mesa para enseñárselo a su abuelo, que ya lo estaba alabando. — ¡Y no has visto lo mejor! Dale con la varita. — Ni un segundo tardó Marcus en sacar su varita y, con la ilusión del Marcus de cinco años que se colaba en el despacho de ese hombre y hacía todo lo que le iba diciendo, tocó el destilador con la misma. Este se encogió con un gracioso movimiento, quedando en la palma de su mano y ocupando poco menos que una almendra. William se rascó la cabeza. — Quizás lo he encogido de más. Ten cuidado de no perderlo. — ¡Me encanta! Es superpráctico. — ¡Mira! Eso mismo dijo en su cumpleaños cuando le regalaste el estuche ese lleno de plumas y tintas. Quién te lo iba a decir a ti, William, que ibas a ser el rey de las cosas prácticas. — Se burló Violet. Marcus se puso muy bien puesto y contestó. — Es el rey de los suegros. — Más sonidos de burla hacia él, pero William le miró con expresión traviesa y le dijo. — Buen intento, alquimista de vida. —

 

ALICE

Si era divertido compartir todas aquellas cosas, más divertido era tener a Darren aderezándolas. Siempre que pudieran desviar la atención de la obvia incomodidad de su novio, que claramente había pensado lo que había pensado, a ella le parecía bien. — Tiene que ser una locura eso de que todos se pongan a hacer ruido a la vez. — Le dio un escalofrío solo de imaginarse teniendo que lidiar con un montón de animales irracionales. — Yo con la Condesa y Elio voy bien. Son silenciosos y tranquilos, si acaso un poquito metiches, pero mucho ruido no hacen. — Lex entornó los ojos y miró a su tata, inclinando la cabeza hacia ella. — ¿Cómo era lo del colchón? — Que los que lo comparten son de la misma condición. — Contestó la otra con sonrisa malévola e inclinándose hacia Lex también. Vaya con los Slytherins. — Eso. — Ella les sacó la lengua y negó con la cabeza. — Envidia tenéis. — Sí, seguro, envidia yo, con mi Morgana, que tienes que matarla para que te dé una carta que no es para ti. — Se rio sarcástica y con un puntito de orgullo, mientras Erin y Darren descubrían el apasionante mundo de la veterinaria juntos. Eso era lo bonito de tener una familia tan diversa, que todos encontraban su nicho y luego podían ir intercambiándolo.

Su padre se adelantó con la proclama del suegro guay y ella sonrió. Sí, de las cosas que más la inclinaban a ponerse a bien con su padre y quererle como antes era ver cómo trataba a Marcus. Les miraba embobada, y le apasionaba cómo dos mentes tan diferentes podían ser igual de brillantes y pensar a la vez, comunicarse a la vez. Entornó los ojos ante sus insinuaciones, pero los O’Donnell había retomado el control de su padre, y ya no tenía ni que poner voz cansada y decir “papáááá por favooooor”. Negó con la cabeza y miró a los Slytherins. — Menuda alianza habéis establecido, qué peligro tenéis. Dejadles ser el suegro y yerno perfecto. — Y ellos se pusieron a imitarla con tono absurdo. Más absurdos eran ellos.

El regalo de su padre hizo que le brillaran los ojos de nuevo. — ¡Guau, papá! ¿De dónde has sacado un destilador tan guay? — De Francia, ¿verdad, muchacho? — Aseguró Larry, poniéndose a su lado, extasiado también como un niño. — Así es. En Marsella hay de todo para los alquimistas. Luego yo le he hecho las modificaciones para el tamaño, porque he deducido que un futuro alquimista de renombre, con una Gallia, lo va a necesitar. — Lo acarició con los dedos, y de lejos, vio cómo Emma observaba con una ceja levantada pero media sonrisilla. — El hechizo está impecable, William. — Él hizo una profunda reverencia hacia ella, como tomándoselo a broma. — Gracias, mi muy estimada señora O’Donnell. — Ella negó con la cabeza y suspiró, pero luego le miró. — De verdad, William, así es como hay que avanzar. — Era verdad. Era un hechizo impecable, y cuando su padre hacía las cosas tan bien y tan pulidas, era muy muy buena señal. Lo acarició con los dedos, mirando el instrumento asombrada y deseosa de probarlo. — Es fantástico, papi. — ¿Te lo parece de verdad, pajarito? — Preguntó emocionado. Ella le miró y le sonrió. — Pues claro. ¿No has visto que te han puesto ya de mejor suegro del mundo y no sé qué más? — Rio y miró a Marcus. — Casi dan ganas de ponerse a estudiar ya con todo lo que te están regalando para el taller. La pluma, el silenciador, el destilador… — ¡Y aún falta lo mejor! — Aseguró Molly desde su asiento. — ¡Molly, mujer aguántate un poco! — Le instó Larry, volviendo a su sitio. — Es verdad, mamá, no se te puede confiar un regalo. — ¡Pero ahora voy yo! — Intervino de repente Dylan, con cierto tono de mosqueo. — Que ya se me han colado mi padre y mi tata. — William le miró levantando las manos. — Perdón, patito, no sabía que tenías regalo. — ¡Pues claro! ¡Es mi colega! ¿Cómo no le voy a hacer regalo? Otros años he sido muy pequeño, pero ya estoy en Hogwarts, además sabía lo que quería regalarle. —

Se acercó muy raudo a Marcus con un paquete y una carta en las manos. — Toma, esto son galletas. Las hice con Poppy, que sé que te encantan, porque como las que vas a comer ya son las de mi hermana, pues que te quedara algo de Hufflepuff. — Y luego puso encima un sobre en el que ponía “COLEGA”. — Y eso es el regalo bueno. Se me sigue dando mucho mejor escribir que hablar, y tenía muchas cosas que decirte después de este año y todos los anteriores. — Lanzó los brazos al cuello de Marcus y dijo. — Feliz cumpleaños, colega. Eres el mejor colega del mundo. — Alice le acarició los rizos y le miró con los ojos humedecidos. — Eres lo más adorable que he visto en la vida. — Le dijo antes de dejar un beso en su coronilla.

 

MARCUS

Estaba contentísimo mirando su destilador nuevo, por lo que el comentario de Alice le sacó una carcajada genuina y decir. — Ya te digo. — Con total convicción y sin dejar de mirar su cacharro nuevo. Oyó las risitas de quienes no entendían eso de tener ganas de estudiar cuando no hace ni dos días que te has graduado, pero a ellos las ansias de conocimientos y, sobre todo, de descubrir el mundo juntos, no se las quitaba nadie. Se tuvo que reír con su abuela, porque ya estuvo a punto de desvelar el regalo. Se encogió de hombros. — Si me lo quieres dar ya... — No, no. El nuestro es el último. — Avisó su abuelo. Marcus le miró con una sonrisilla. — ¿Y eso? — El hombre, duplicando una sonrisa muy parecida a la suya, pero sin el punto Horner, se encogió de hombros. — Ventajas de ser un veterano, que puede generar expectación. — Yo no veo ahí ventaja ninguna, no puede una ni hablar... — Contradijo Molly. Por supuesto que no iba a dejar pasar tan fácil la ofensa de que desvelaba las sorpresas.

Igualmente, ya había alguien postulando para salir. Sonrió, frotándose las manos. — ¡Hala! Gracias, colega. — Dijo tan pronto Dylan aseguró que tenía un regalo para él, lo cual no esperaba, pero conociendo al chico, tampoco le sorprendía, era todo cariño. Ya solo lo primero le hizo muchísima ilusión, se le notó en la cara. — ¡No me digas! Buah, me encantan. — Las galletas de Poppy le encantaban, y era un bonito detalle por parte de su amiga. Ah, ahora le iba a dar la nostalgia de Hogwarts. Rio un poco, y no fue el único, y miró con cariño a Alice. — Las galletas de tu hermana son las mejores. — Eso era verdad. Las de Poppy estaban buenísimas, pero como las de Alice, ningunas. Eso sí, ya metió la mano en el paquete para probar una, recalcando tan exageradamente como siempre lo buenas que estaban. — Te han salido riquísimas, colega. Mil gracias. — Eso puso a Dylan muy contento. Pero, al parecer, su regalo no acababa ahí. Estaba dándole el segundo bocado a la galleta cuando le dio un sobre. Apuró lo que tenía en la boca, mirándole con leve sorpresa. — Uh, qué intriga. — Y nada más decirlo, el chico precisó que "tenía mucho que decirle" y se lanzó a sus brazos. Devolvió el abrazo, y claramente la resaca no le estaba dejando deducir el posible contenido emotivo de la carta. Devolvió el abrazo con una sonrisa. — Muchas gracias, colega. Eres el mejor. — El chico se separó y Marcus preguntó. — ¿Puedo leerla ahora? — Dylan se encogió de hombros. — Como quieras. Pero es privada ¿eh? — Eso le hizo reír. — Vale, la leo solo para mí. — ¡Pues de mientras voy a por el nuestro! Que lo dejé en la cocina cuando llegué. — Canturreó Darren. Lex miró a su chico con cara de circunstancias y el otro se encogió de hombros. — ¿Qué? Es que no quería perderme nada. —

Marcus se metió en la lectura de la carta, con una sonrisa y, lo dicho, sin esperar lo emotiva que iba a ser, dejando de fondo a los demás conversar (atinó a escuchar a su tío Phillip preguntándole con un intento de naturalidad otra vez a Lex si solían hacer los regalos en pareja). La sonrisa se le fue diluyendo poco a poco conforme seguía leyendo, y en su lugar aparecía un fuerte nudo en su garganta y... Buf, no estaba muy resistente esa mañana, antes de darse cuenta ya tenía los ojos llenos de lágrimas. Entendía por qué el chico no quería que la leyera en voz alta estando William, por ejemplo, presente, porque hubo una frase en la que se quedó en bucle, leyéndola una y otra vez. "Has sido como un padre para mí". De verdad que no podía salir de ahí, y eso solo era una de las mil cosas preciosas que el chico le decía en su carta. Tragó saliva y se limpió una lágrima. Eso, por supuesto, alertó a su abuela. — ¡Ay! — Estoy bien, estoy bien. — Se apresuró en decir, pero no era nada creíble teniendo en cuenta que estaba llorando abiertamente. Madre mía, sí que estaba bajo de defensas ese día. Se le caían los lagrimones.

— No sé si preocuparme. — Dijo Arnold con una sonrisilla, como si fuera una broma pero con un puntito real. — Me alegro de que te haya gustado. — Dijo Dylan con una sonrisa. ¿¿Gustado?? No le cabía la emoción en el pecho, "gustado" se quedaba muy corto. De hecho, se levantó y le dio un fuerte abrazo. Lex estaba muy callado, aunque les miraba con una sonrisa leve. Claro, tal y como estaba, sus pensamientos debían estar gritando todo el contenido de la carta, y Lex también apreciaba mucho a Dylan. — Te quiero muchísimo, Dylan. De verdad. — Le susurró en el abrazo. El chico le respondió tiernamente. — Lo sé. Lo noto. — Pues nada, no iba a poder dejar de llorar hoy. Y lo peor es que lo estaba contagiando a más de un presente, que ya estaba escuchando a Violet sorber y quejarse de que la hubieran hecho llorar.

— Pero ¿qué ha pasado? — Preguntó Darren, confuso y casi preocupado, quedándose clavado en el sitio justo cuando acababa de llegar. Miró a Lex y añadió. — Si solo me he ido un minuto. — Toda la culpa la tenéis los Hufflepuffs. Si es que así no se puede. — Se quejó Violet otra vez, limpiándose las lágrimas, lo cual solo aumentó el desconcierto de Darren. Marcus se separó de Dylan y, enjugándose las lágrimas entre risas, respondió. — Nada, está todo bien. Es que mi colega me hace ponerme sentimental. — Cómete una galleta y verás que se te pasa. — Bromeó Lex, aunque no perdía el toque cariñoso en su mirada a pesar de la pulla. Se volvió a su sitio, terminando de limpiarse las lágrimas, y justo eso mismo hizo, comerse otra galleta.

— ¡Bueno! Nos toca. Esto te va a poner muy contento. — ¡Eh! Que no estoy triste, solo emocionado. — Es verdad. — Corroboró Dylan, asintiendo con una sonrisita. Debía haberle puesto muy contento su reacción a su regalo. Marcus estaba convencido de que aún no había llorado todas sus lágrimas con aquella carta, pero ya seguiría cuando se hubieran ido todos. Darren le dio un codacito gracioso a Lex, pero el otro se removió, y su novio le insistió, y Lex le volvió a decir que mejor él... Y así un rato. — A ver, los tórtolos. — Se burló Vivi, levantando risillas. Al parecer, no se aclaraban con quién debía darle el regalo: Darren consideraba que el honor le tocaba a su hermano, y a Lex le había dado un ataque de timidez y prefería que lo hiciera otro. A ese paso se veía sin regalo. — ¡Bueno, lo hago yo en nombre de los dos! — Eso se veía venir, que Darren iba a acabar llegando a esa resolución. Se había tirado todo el tiempo con las manos tras la espalda ocultando algo, y cuando lo sacó resultó ser una caja vertical de un tamaño considerable, no sabía cómo lo había escondido sin que se le viera. Marcus abrió mucho los ojos, intrigado. — ¿Qué es? — Ábrelo. — Preguntó Marcus entre risas y en el mismo tono le respondió Lex. Se puso de pie y abrió la caja. — Tiene su explicación ¿eh? — Dijo contento Darren, mientras él aún lo sacaba. Cuando lo tuvo fuera, la primera en acercarse fue Erin. Si es que todo lo que tuviera que ver con animales... — ¡Oh! Un palo nuevo para Elio. Le va a encantar. — Celebró, porque él a su lechuza la tenía mimadísima. Erin ya lo estaba mirando de cerca cuando Darren alzó un índice. — Y no es un palo cualquiera, es un palo muy guay. ¿De qué está hecho? — Parece de cobre. — Respondió con normalidad, y tan pronto lo dijo abrió mucho los ojos, mirando a los chicos. — ¿Es para...? — ¡Exacto! Para que Elio pueda hacerte compañía en tu taller sin miedo a que se haga daño o se transmute solo. — Hubo algunas risillas pero, sobre todo, varios ruiditos adorables. Marcus se puso a mirar el palo con devoción. — ¡No se me había ocurrido! Es genial. — Igualmente, lleva un hechizo protector especial para mascotas. — Apuntó Lex. Se encogió de un hombro con una sonrisilla humilde y dijo. — Investigué un poco el hechizo que le echaste a Noora para protegerla, y encontré como un mundo de hechizos protectores para animales. El palo está reforzado para que sea más resistente y que detecte cuando Elio está apoyado y no sufra percances mágicos, aunque ya el cobre de por sí es difícil de trasmutar, pero por si acaso. — Darren se acercó al palo, sin perder la sonrisa. — Y eso no es todo. ¿Ves esto? — Preguntó, señalando una especie de cuenco pequeñito en un extremo de la barra horizontal. Marcus asintió y escuchó cómo su tía se reía. — Esto es lo que mejor le va a venir. — Dijo, y Lex corroboró las risas. Darren, quien había reído también, especificó. — Es un dispensario de comida que detecta automáticamente la dosis necesaria para el animal. Elio solo tiene que posarse y, cuando eches comida en él, te dirá si es insuficiente y se cerrará solo si intentas echar más de la cuenta. — Marcus frunció los labios y Lex le arqueó una ceja. — Para evitar riesgos por exceso de glotonería. — Hubo risitas, y al igual que le pasó con el regalo de Violet, tuvo que agachar la cabeza antes de soltar un tímido. — Gracias. — Sí que le conocían bien en su familia.

 

ALICE

La relación de Marcus y Dylan siempre había tenido un lugar especial en su corazón, y se enternecía como con pocas cosas cuando les veía en directo. Las lágrimas de Marcus le recordaron a las suyas, porque se imaginaba lo que decía la carta. Miró a su hermano con dulzura y orgullo, y tiró de su mano hacia ella. — Eres el mejor patito del mundo. — Su hermano puso una sonrisita orgullosa. — Y lo vas a ser siempre para mí. — Dijo atrayéndole hacia sí, rodeándole y haciéndole cosquillas y dándole besos por toda la cabeza y la cara. — ¡Ay, hermana! ¡Por favor! ¡Que está mirando todo el mundo! — Lo cual levantó las risas de los demás. — Te quiero. — Y yo a ti, pero suéltame, por favor. — Estaba rojo como un tomate y eso le divirtió mucho, pero, efectivamente, le soltó y le dejó irse a su sitio a seguir siendo un chico mayor. Se inclinó hacia su novio y cogió una galleta, moviéndola en la mano. — Qué sutil es con las metáforas. Lo ha sacado de mi padre. — Dijo de broma, y tratando de aliviar el momento, porque hasta su tía estaba llorosa.

No dudaba de que Lex y Darren tenían un regalo para Marcus, y además uno que llevara la firma de ellos. Entornó los ojos ante el momento parejita (luego tendrían valor de decirles nada a ellos) y admiró el regalo. — ¡Oh, pero qué cucada! — Tuvo que exclamar cuando oyó la explicación. Le dio la risa al pensar en el pobre Elio, tan chiquito, transmutándose solo. — Es el mejor regalo del mundo, porque el pobre Elio no puede vivir sin Marcus, y eso de tenerle todo el día en el taller iba a acabar con él. — Acarició el palo y sonrió. — Qué buena idea lo del cobre. Os pediría algo así para la Condesa Olenska, pero es raro que se esté quieta en algún sitio, y no tiene tanta necesidad de mí. — Su tía levantó la mano y la movió. — ¡Eh! No te metas con la Condesita, que ella es libre como el viento de verdad. — Bueno, ya de Condesita no tiene tanto… Más bien Condesota. — Apuntó Darren con su risita Hufflepuff. Vivi se giró con un grito ahogado muy exagerado. — No estarás llamando gorda a mi Condesita. Mira que te dejo en el mercado iraní donde la encontré, y te aseguro que no te apetece nada. — Y ya estaba riéndose otra vez. Y sí, tenía sueño, y sí, le dolía la cabeza, pero estaba muy muy feliz. — Oye, pues lo del comedero está muy bien. — Le dijo a su novio, inclinándose sobre su hombro y mirando el palo. — Pero no te vayas a enfadar cuando se cierre, que ya te estoy viendo decir “eso es demasiado poco, ¿y si se le acaba?”. — Le advirtió, dejando luego un beso en su mejilla.

Arnold puso cara pillina y dijo. — Entonces, ¿insistes en dejar el tuyo para el último, papá? — Lawrence asintió lentamente y Molly bufó de nuevo. — Oh, este hombre y las espectacularidades… ¡Hija! Los alquimistas son todos así, eh… — Le advirtió a la propia Alice, haciéndola reír. — Algo he podido ver en mis años de Hogwarts. — ¡Oh, venga ya! — Se quejó Lex. — Si tú eres igual, encima le sigues todo el rollo. — Ella se encogió de hombros con una risita. — No he dicho que yo no fuera así o que no me guste, solo que es cierto lo que dice la abuela Molly. — ¡Bueno! — Interrumpió Arnold. — Entonces tenemos que darte los nuestros, hijo. Son dos, pero ambos hemos participado de una forma u otra en los dos, así que no hay uno mío y otro de tu madre. — Los encantamientos de ambos son míos. — Adelantó Emma, a lo que Arnold suspiró. — Sí, hijo, por si no te lo habías imaginado, serían regalos muggles si no fuera por la intervención de la mágica mano de tu madre. — A eso Phillip se rio escandalosamente, pero fue reduciendo bajo la dura mirada de Emma.

Se acercó Arnold con los dos paquetes mientras Emma miraba complacida desde su lado de la mesa, y los puso frente a Marcus. Al abrirlo, efectivamente, parecían una corbata azul oscura (muy bonita y elegante) y un cuaderno, igualmente bonito y potencialmente caro viendo la encuadernación, pero, efectivamente, sin nada a primera vista. — La corbata, para que veas cómo funciona, necesito que el abuelo haga de probador. — Se la tendió a Lawrence. — Póntela, papá. — El abuelo obedeció y se entretuvo en hacerse un nudo windsor perfecto. — ¡Larry, por Merlín, hijo! Que es solo para probarla. — Le increpó Molly, más expectante de ver el resultado que nadie. — Las cosas se pueden hacer deprisa o se pueden hacer bien, Margaret Lacey. — Le dijo muy seguro, provocando risas en Alice, que adoraba aquella relación. Cuando por fin la tuvo, en la parte de abajo apareció un símbolo en dorado, brillante y finísimamente dibujado. — ¿Es…? — Preguntó achicando los ojos. — ¡El símbolo de alquimista carmesí! — Contestó Larry, tan emocionado como si le acabaran de dar el rango. — La corbata saca el símbolo correspondiente al rango de alquimista que tengas, para que veas cuánto confiamos en que los irás consiguiendo, y podrás presentarte en tus conferencias y demás con ello bien visible. — Genial, la chapa de prefecto para fuera de Hogwarts. — Aportó Lex con hastío, aunque Alice detectó la broma en su voz, y sus tías empezaron a reírse sonoramente. Gamberras, pensó, pero qué felices se veían.

— Y el cuaderno… — Dijo tendiéndole una pluma. — Pruébalo por las últimas páginas, para no estropearlo. — Y le dio la vuelta. — Escribe cualquier cosa. — Lo hizo, y la letra de Marcus se desvaneció, a lo que todos se sorprendieron, excepto el homenajeado. — ¿No has visto eso? — Le preguntó Alice, a lo que Arnold negó, satisfecho. — No lo ha visto porque nadie más que él puede ver lo que está escrito, se desvanece a los segundos de escribirlo a ojos de los demás. A no ser, que dé permiso para verlo. Mira, hijo, escribe: “permiso Alice Gallia”, y ahora toca la página, Alice. — Hicieron lo que decía, y ante sus ojos apareció la frase que se había desvanecido antes. — Y si quieres cancelar el permiso… solo tienes que tachar el nombre. — Y, efectivamente, todo se desvaneció de nuevo. — Es una transformación sensorial bastante sofisticada que acabo de terminar y mi empresa pretende vender por un buen pellizco. — Dijo Emma, con un toque orgulloso en la voz. — Qué menos que la tenga mi niño primero. — Su padre ya estaba ahí encima cual lechuza, mirándolo alucinado. — Es interesantísimo Emma, sí que van a sacar un buen pico por esto. — Si en el fondo él amaba su trabajo, no podía resistirse a un buen hechizo o transformación.

 

MARCUS

Rodó los ojos, pero le salió inconsciente la sonrisilla de lado cuando Alice besó su mejilla. — No te rías, que a ti también te gusta mimarlo. — Contrarrestó, tratando de sonar seguro y de quitarse a sí mismo gravedad en cuanto a las cantidades de comida que le daba a su mascota, pero hasta él sabía que no colaba. Siguió haciéndose el interesante pero, al igual que antes, colaba bastante poco teniendo en cuenta la carita de ilusión que se le ponía ante la expectativa de sus padres y sus abuelos dándole un regalo. El comentario de su abuela le hizo reír, sintiendo el cosquilleo de la curiosidad de qué tendrían reservado para él, y le dio un leve codazo a Alice con una risita cuando ella contestó a su abuela. — ¡Eh! Siempre he sido un hombre comedido. — Lex, que ya se había metido con Alice por su respuesta, soltó una fuerte carcajada. — Sí, comedidísimo. — ¡Eh! Que yo soy muy humilde para ser quien soy. — Di que sí, hermoso, eso te ha quedado superhumilde. — Apuntó Violet, haciendo a Erin reír. Bah, no le entendían.

Marcus rio junto a su tío por el gracioso comentario de su padre respecto a los regalos y los encantamientos, pero a diferencia del hombre, miró a Emma y se encogió de hombro. — Va, mamá, reconoce que ha sido gracioso. — La mujer rodó los ojos y, con un suspiro (y una sonrisilla que trataba de esconder con mucho más éxito que su hijo disimulando) hizo un gesto de la mano hacia su marido y dijo. — Anda, dale los regalos. — Para intentar desviar más burlas sobre su persona. Se acercó con ilusión a los paquetes y los abrió. — ¡Wow! Qué bonitos. — Dijo, alzando la corbata para admirarla y mirando el cuaderno también. Se veían muy elegantes. ¡Ah, no podía esperar a ser un alquimista de prestigio! Iba a ir engalanado con corbatas y cuadernos como ese todo el tiempo. Con lo que le gustaba a Marcus la ropa elegante y el material de papelería caro... Pero, efectivamente, eso no iba a quedar en simplemente una corbata elegante y un cuaderno caro, tenía un encantamiento detrás, así que lo dejó en su sitio y esperó a que se lo enseñaran. Y vaya si tenía un encantamiento detrás.

De nuevo estaba en carcajadas con sus abuelos, y asintió al comentario de Lawrence, porque sería algo que él haría (y lo estaría haciendo para crear expectación, claramente, como él mismo había señalado antes). Eso sí, por dentro estaba igual o peor que Molly, lleno de curiosidad. Cuando se resolvió el misterio, abrió los ojos como platos. — ¿Qué dices? — Se emocionó, levantándose y acercándose a la corbata para prácticamente ponerle los ojos encima. — ¡¿La corbata te marca el rango?! — Preguntó impresionado, mirando a sus padres, quienes asintieron, explicándolo después. Marcus pasó olímpicamente del comentario de Lex, estaba demasiado ocupado en descolgar la mandíbula hasta el suelo. — ¡Buah! — Miró la corbata, aún en el cuello de su abuelo. Se mordió un poco el labio y luego miró de reojo a sus padres, quienes empezaron a reír. — No os riais. — Es que pones la misma carilla de cuando eras pequeño. — Dijo Arnold con ternura, pero la que se acercó a acariciarle la mejilla fue su madre. Ya debía estar enternecida para mostrarse así con tanta gente delante. O eso, o muy cómoda y en familia. — Sigues siendo nuestro niño. Qué bien te conocemos. — Marcus sonrió. — Muchísimo. — Ahora decid por qué os estabais riendo. — Picó Lex, que claramente habría detectado también la cara de Marcus y, para confirmar, le habría leído el pensamiento a sus padres. Emma y Arnold se miraron, volvieron a reír y la mujer dijo. — Porque está deseando ponérsela pero no quiere pasar por el chasco de ver cómo no le aparece ningún símbolo. — ¡Es que no es justo! ¿No se le puede poner que aparezca algo así como "promesa de la alquimia" o "alquimista en proceso" o algo? — Y todos rieron. Mira, que les dieran a todos, que no paraban de meterse con él. Aunque estaba tan feliz... que él también se reía de sí mismo y de verlos a todos tan contentos.

Llegó el turno del cuaderno, y obedientemente siguió las instrucciones. Escribió con total normalidad "mi nombre es Marcus O'Donnell", pero el asombro de los presentes le pilló tan por sorpresa que frunció el ceño extrañado. ¿Acaso los demás veían algo que él no? Pues, no exactamente. Más bien al contrario. Abrió mucho los ojos. — ¿Cómo que no lo ves? — Preguntó a Alice, porque fue lo que intuyó de su exclamación. La explicación de su padre le hizo descolgar la mandíbula una vez más, pero rápidamente escribió lo que le decía: "permiso Alice Gallia". Aún más boquiabierto se quedó. Tachó el permiso cuando se lo indicaron y, efectivamente, Alice dejó de verlo. — Qué pasada. — Murmuró. Y qué útil, pensó acto seguido. Miró a sus padres con los ojos brillantes de alegría. — Es increíble. Muchísimas gracias, me encanta. — Y volvió al cuaderno, probando otra cosa. Apenas había empezado a escribir cuando Lex soltó socarrón. — Pues regálale otro, que este va a usarlo para escribirle guarradas a Alice. — Lex. — Reprendió su madre, aunque ni siquiera sonó dura, porque Lex siguió riendo entre dientes (y si Emma te regañaba en serio, desde luego que no hacías eso). — Qué tonto eres. — Le contestó con un fuerte tono burlón, mientras por debajo de la mesa iba escribiendo, porque Marcus podía perfectamente escribir sin mirar y mientras hablaba. "Permiso Alice Gallia". Escribió, y luego le echó a ella una mirada para que tocara el cuaderno. Solo había atinado a poner un simple "te quiero", pero bueno, al menos ya se lo había dicho en plena reunión y solo para ellos dos.

— ¿Ya sí podemos? — Preguntó su abuela con un tonito incisivo que parecía querer decir si le parecía bien a su merced Lawrence O'Donnell entregar su ansiado regalo ya. Lawrence asintió y se dispuso a levantarse lentamente, lo que hizo que Molly dieran un gritito y un saltito en su sitio y corriera hacia el interior de la casa a un paso muy gracioso. Eso levantó las risas de toda la mesa mientras el hombre, que se había quedado a mitad de camino en el proceso de levantarse, soltaba un sonoro suspiro. — En esta casa lo único que respeta mi rango es esa corbata. — Arnold, riendo, contestó. — A ver, papá, después de tenerla tanto tiempo esperando no le vas a quitar la oportunidad de que sea ella la que le dé su regalo a su niño. — ¡Efectivamente! — Entonó bien alto la voz de Molly, que ya se acercaba por allí con algo en las manos que parecía un tarro de galletas vacío, mientras todos reían. Dylan se levantó e, inclinándose sobre la mesa, dijo con una sonrisa. — Mira, Marcus. Ahí puedes meter las galletas que te he regalado. — Me parece muy buena idea. — Contestó su abuelo, con una risilla de fondo entre los labios secundada por sus padres que le hizo pensar lo que ya sospechaba: que aquello tenía trampa.

— Bueno. — Dijo Molly con una anchísima sonrisa, colocando con satisfacción el tarro en el césped. Definitivamente tenía trampa, su abuela no colocaría un utensilio culinario en el suelo pudiendo hacerlo sobre una mesa. A Marcus se le iba a salir la emoción por la boca junto con el corazón a ese paso. — Tu madre, que es un prodigio, mi niña... — Oy, mi niña. — Dijo Violet con tonito tierno y un pucherito mirando a Emma, lo que le granjeó no solo una mirada de reojo y casi despectiva de la aludida, sino una llamada al orden de Molly. — ¡Tss! No me interrumpas tú, que ya habéis tenido todos vuestro momento y este es el mío. — Su abuelo se inclinó hacia Arnold para murmurar. — Luego somos los alquimistas los que queremos que nos apunten los focos... — ¡Lawrence O'Donnell! — El hombre dio un sobresalto en su sitio que, siendo tan mayor y tan de alto rango, era indudablemente gracioso de ver. Claro que con su mujer no había edad ni rango que valiese.

— Como iba diciendo. — Volvió su abuela, juntando las manos y con un tono y sonrisa de ancianita adorable que contrastaba tanto con el berrido que acababa de pegarle a su marido que no sabía si reírse al respecto o asustarse. — Mi Emma que es un portento ella no solo de los encantamientos, ha hecho una cosita aquí. Porque ya sabrá mi niño que yo nunca le regalaría un tarro de galletas vacío ¿no? — Es una transformación. — Dijo él, con una anchísima sonrisa y mientras se ponía de pie, sacando la varita y mirando a su madre. Sentía la mirada de orgullo de ella puesta encima mientras se acercaba con mucha seguridad hacia el tarro de galletas. — Como habrás podido comprobar por el cuaderno, un alquimista tiene que tener muy a buen recaudo sus secretos. — Pronunció su abuelo, tan elegante como siempre pero, eso sí, sin moverse de su silla. No querría arriesgarse a otro regaño. — Y, como muy bien saben las personas que tan bien te conocen aquí... — Añadió solemne y sonriente, señalando con un grácil gesto de la mano y una mirada cómplice a Lex y Darren, quienes parecían encantados de ser incluidos en el discurso aun no teniendo ni idea de qué iba el asunto. — ...También es fundamental tener siempre a mano a nuestros seres más queridos, y los recursos que necesitamos. — Marcus estaba ya que se salía de la piel de la propia intriga, pero parecía esperar una especie de autorización para resolver esa transformación. Se mordió los labios y, con una gran sonrisa, su abuela dijo. — Adelante, cariño. — Sonrió y fue a deshacer la transformación... pero no se sabía el contrahechizo. Todos le miraban con sonrisillas. Soltó una carcajada muda. — Un acertijo. — Eso levantó varias risas. Si es que le conocían demasiado bien.

Se mojó los labios y, por supuesto porque él tenía que darse mucha pompa a sí mismo, empezó a elucubrar en voz alta. — Hmm... Es una transformación de mi madre, pero es un regalo hecho por mis abuelos. — Miró a Emma con una sonrisilla y los ojos entrecerrados. La mujer empezaba a no caber en la silla de orgullo hinchado. — Proviniendo de Emma O'Donnell, será un hechizo silencioso, pero como es para mí, debe ser algo que yo tenga dominado o pueda ejecutar sin dificultades aquí y ahora. También me cuadra que sea un hechizo silencioso si, tal y como dice el prestigioso alquimista del que ya oficialmente soy aprendiz... — Eso último lo dijo elevando el tono como si quisiera que todos se enteraran bien. — ...Es un regalo destinado para un alquimista, quien debe mantener a buen recaudo sus secretos. — Su abuela, desbordando admiración, dijo. — Pero qué listísimo es mi niño. — ¿En serio? Fíjate que ni él mismo se había dado cuenta. — Ironizó Lex con una sonrisita sarcástica. William, cruzado de brazos y reclinado en las dos patas traseras, se encogió de hombros y dijo. — Yo me lo estoy pasando muy bien. — Mientras le miraba curioso, como si esperara la resolución de aquello. Marcus, que solo necesitaba que el público le siguiera el rollo un poquito (y a veces ni eso) continuó, aún más venido arriba. — Un tarro de galletas vacío... No sé en qué se va a transformar, pero deduzco que no tendrá que ver con ello porque sería ilógico pedirme resolver un acertijo en base a su propia respuesta, la cual desconozco, así que tiene que ver con el origen y los realizadores. — Se mojó los labios, pensativo, sin perder la sonrisilla chulesca. — Sé por algunas personas de esta mesa... que la Fermentación es un estado alquímico que viene especialmente bien para cocinar cosas con levadura, por ejemplo. Como las galletas. — Le guiñó un ojo a Alice antes de seguir con su discurso. — Esa sería la parte Lacey. — Su abuela soltó una risita que fácilmente podría confundirse con la que emitiría la fan de un famoso si este le lanzara un piropo. — La parte Horner ya la he comentado, y queda... la O'Donnell. — Miró a su abuelo. — La primera norma de un taller de alquimia es: si quieres usar el taller, tienes que estar en el taller. — ¿Y estás tú en el taller, señor O'Donnell? — Lanzó su abuelo, enigmático y sonriente. Marcus ensanchó una sonrisa y dijo. — Hace muchos años que estoy en el taller. — El hombre hizo de nuevo uno de sus gráciles movimientos con la mano y señaló el tarro. — Ese regalo te va a venir muy bien entonces. — Marcus ladeó una sonrisa satisfecha, pasó la vista a su madre, quien pareció aprobar con una mirada orgullosa el siguiente paso, y se giró al tarro.

Fermentum praesens, pronunció mentalmente, aferrando con fuerza su varita y apuntando al tarro de galletas. Limpiamente, este giró sobre sí mismo y se transformó en algo de mucho mayor tamaño, tanto que tuvo que dar un paso atrás para que no se chocara con él en el proceso de transformación. Abrió los ojos, sin dar crédito. Ni en sus mejores sueños, ni siquiera mientras andaba fanfarroneando con el acertijo (porque por un momento casi se había perdido en la perspectiva de que el propio acertijo fuera el regalo) hubiera imaginado algo así. — ¿¿Eso es un puto armario evanescente?? — Bramó Violet, que se había levantado de un salto y estaba inclinada hacia delante. Marcus estaba tan boquiabierto que no podía ni hablar, pero Lawrence soltó una carcajada. — Con adjetivo o sin él, eso es exactamente lo que es. — El hombre miró a su nieto. — Directo a mi taller, para que estés en él siempre que quieras. Al final, algo sí que tenía que ver el acertijo con su solución: es para que puedas estar presente. — Yo no me he enterado del hechizo. — Se sinceró Darren, si quitar los ojos impresionadísimos del armario. — Pero esto es un pasote. — Se giró a Lex. — Lexito, yo quiero uno que me conecte con tu casa. — No es tan fácil conseguirlos. — Apuntó Emma, que estaba muy contenta pero no iba a perder la oportunidad de zanjar un posible pasaje clandestino entre su hijo y su novio. — Y tanto que lo es. — Atinó a decir Marcus, que aún no daba crédito. — Es... Es increíble. ¿¿Pero es en serio?? ¡Es que no sé ni qué decir! — Molly rio y acarició su mejilla. — Pues di que vas a visitar mucho a tu abuela, cielo, que como te vea entrando y saliendo del taller continuamente sin venir a verme, lo del tarro de galletas vacío no va a ser una metáfora. — Todos rieron, pero él rápidamente se abrazó a su abuela. — Ni que decir tiene que para devolverlo a su estado de incógnito solo tienes que añadir una negación al hechizo. — Apuntó Arnold, pero él ya se lo había imaginado. Phillip rio entre dientes y, cruzado de brazos, miró a su hermana y dijo. — He aquí el motivo por el que Petra te odia. —

 

ALICE

Los demás dirían que si prepotente o no se qué, pero la ilusión de Marcus al recibir regalos era la de un niño, si es que daba gusto dárselos. — Qué elegante, señor alquimista de piedra en pocos meses. — Le dijo con una sonrisita y un bailecito de hombros. Sí, no era tonta ni le faltaba conocimiento de su novio, ya sabía ella también que se estaba debatiendo entre ponérsela o no porque aún no tenía rango, pero solo había que recordarle que dentro de nada lo tendría. Además dentro de nada, porque para alquimista de piedra, ninguno de los dos necesitaba mucho esfuerzo, estaban por encima de los conocimientos exigidos. Y, de hecho, tenían más ganas de llegar al entrenamiento de alquimista de hielo que de ninguna otra cosa. Pero a ver, no hacía falta tampoco ponerle en evidencia delante de todo el mundo en su propio cumple, mejor recordarle que lo sería algún día.

Se limitó a entornar los ojos con cansancio a lo de escribir guarradas. De verdad, qué poca clase decirlo delante de sus padres, cuando podrían felizmente hacerlo o no, no era cosa de los demás. Que sí, lo harían, claro que lo harían, si no había nada que les gustara a ellos más que juntar intelectualidad e intimidad, pero no hacía falta decirlo así. Y, de hecho, su novio para lo que aprovechó, fue para ponerle "te quiero", y ella contestó vocalizándolo y mirándole. Vaya que si le quería, y más cuando hacía esas cosas. Si es que era lo más bonito de su vida, ¿cómo no iba a quererle, amarle más que nada, resacoso, cansado, prepotente o como se pusiera?

Pero, por supuesto, quedaba el misterioso regalo de los abuelos, y ella lo esperaba con tanta expectación como Marcus, y diría que toda la mesa. La candidez de su hermano le resultó adorable, porque aún era gran parte de ese niño adorable que había sido siempre. — Si algo he aprendido, patito, es que en esta casa, todo siempre es más sesudo. — Y no le cabía duda de ello, y más si estaban implicados Larry y Emma. Efectivamente, era una transformación, Alice también lo había visto claro, pero el acertijo se ponía complicado, aunque nada que ella no pudiera esperar de alguien como Lawrence O’Donnell.

Eso sí, lo que no se esperaba en ningún caso, era un armario evanescente. Abrió muchísimo los ojos, porque se había quedado enganchada en el discursito de su novio, y casi se había olvidado de que había algo en el césped, así que se asustó cuando vio algo tan grande aparecer. — ¿QUÉ DICES? — Preguntó alucinada. Se giró a su padre, como cuando era pequeña y alucinaba con algo. — ¿Has visto, papi? Es un armario evanescente de verdad. — Es que vamos, le parecía tremendo. — Ya lo veo, pajarito. — Contestó su padre entre risas. — A mí no me vayas a pedir uno, que la cantidad de hechizos y seguridad que hay que echarles es un calvario. — Rio un poco y volvió a mirar, encantada. Le parecía la mejor idea que había oído en su vida, vaya, lo bien que le iba a venir a Marcus. Ella tendría que aparecerse, claro, pero también es verdad que ella era capaz de dejar temas estar. Marcus era capaz de necesitar, a como diera lugar, analizar algo, o volver a comprobarlo, y no poder dormir hasta hacerlo, y eso no eran circunstancias ideales para la aparición, así que le parecía una buenísima idea. Se levantó y fue a agarrarle del brazo. — Vas a poder estudiar todo lo que quieras para ese gran alquimista en el que te vas a convertir con tantos regalos enfocados a eso. Y vas a esperarme en el taller todo arregladito todas las mañanas mientras yo llego toda despeinada por la aparición. — Comentó con una risa, aunque en el fondo estaba pensado ojalá levantarme a tu lado e ir juntos al taller. Ojalá, de hecho, que el taller fuera nuestro, y ni armario ni nada, simplemente fuéramos a nuestro propio taller, en nuestro jardín, tal y como lo vimos aquella noche en la Sala de los Menesteres.

Pero no era momento para pensar en esas cosas, tenían mucho que celebrar. — Papi, ¿quién es Petra y por qué le tiene manía a la tía Emma? — Es aquella señora muy alta y estirada que es prima de papá y profesora de Hogwarts. — Le dijo Andrómeda con una risita. — Papá tiene muchas primas estiradas. — Contestó la niña, haciendo que todos tuvieran que contenerse muy fuerte para no reírse. — Ya te enterarás de quién es, ya. Verás cuando saque el cuadernito histórico de las transformaciones. — Dijo Alice, volviendo a su sitio de la mano de su novio. — Uf, ya ves tía, pánico me daba solo oír pasar las páginas de ese cuaderno, parecía que estaba buscando una sentencia de muerte adecuada. — Aportó Darren. — Al menos a vosotros no os miraba como si olierais mal y os decía “menudo ejemplo para la familia Horner”. — Siguió Lex, haciendo que Miranda pusiera un poco cara de terror. — Pero tú tranquila, cariño, que tú vas a ser como yo, y le vas a enseñar lo que sabe hacer una Horner. — Dijo Emma con una sonrisilla orgullosa que le sacaba todo el brillo Slytherin. Arnold sonrió y miró a su hijo. — Venga, cumpleañero, mójate un poquito, y ya que es tu primer cumpleaños como mago graduado ya, dinos: ¿cuál ha sido tu profesor favorito y tu asignatura favorita? — Amplió la sonrisa y Vivi se quejó. — ¿Y solo le preguntas a él? — La de Alice ya la sé. Alquimia y Mustang, y tú no tenías asignatura favorita Vivi. — Eso hizo reír a su tía. — No, no, la verdad es que no. Venga, heredero al trono de la alquimia, mójate. — Dijo guiñando un ojo. — No todo van a ser regalitos. — Alice rio y se inclinó, apoyándose sobre él, relajada y feliz. Era su novio al que acababan de poner en un aprieto serio, no a ella. — Yo la profe la sé. — Saltó Darren. — Ingrid Handsgold. — Dijo apuntándole con el dedo. — Que se ponía todo rojitoooo cuando le decía cosas bonitaaaaas. —

 

MARCUS

Aún estaba alucinando, con las manos en la cabeza y los dedos enterrados en el pelo, mirando el armario sin podérselo creer, cuando Alice se le acercó y empezó a hablarle. Entre la resaca y la conmoción del momento, la escuchaba como si estuviera metido dentro de una pecera. La miró con una sonrisa cargada de emoción y le dijo. — Sabía que nunca dejaría de esperarte al pie de las escaleras. — Le salió directo del corazón. Porque sí, eso había hecho desde que la conocía: esperarla muy arregladito hasta verla aparecer, fuera como fuese, con el mejor vestido del mundo o como si acabara de caerse de la cama. Era su Alice, y era perfecta en todas sus formas.

Estaba muy ocupado mirando su armario y abrazando a sus abuelos para agradecerles semejante regalazo, mientras escuchaba a Miranda hablar de fondo, pero el comentario de que "papá tenía muchas primas estiradas" le arrancó una fuerte carcajada que le dobló el tronco (y le dio una fuerte punzada en la cabeza por culpa del maldito alcohol del día anterior). Se fue aún riéndose de vuelta a su sitio con su novia, pero alzó un índice en dirección a ella, sin perder la sonrisa divertida. — ¡Eh, eh! No seáis envidiosos los dos. Cómo se nota que no pertenecíais a dicho cuaderno. — Emma soltó una risita entre dientes que rebosaba orgullo Slytherin de tal forma que juraría que estaba envuelta en una nube verde. Se le cortó un poco, tanto a la mujer la risa como a Marcus las ganas de continuar con el tema, con el comentario de Lex. De hecho, apretó un poco los dientes, aunque nada comparado con la mirada de odio que se le puso a su madre. Fenwick... Qué mala persona era, porque no había otra forma de definirla. Como se enterara de que hacía la vida imposible a su hermano en el último curso... Pensaba tirar de contactos en el castillo para enterarse de que todo iba bien. Vaya, eso sí que había sonado tremendamente Slytherin.

Su madre dejó el tema correr centrándose en su prima, y Marcus hizo lo mismo. — Eso, a la princesa de Slytherin no le va a faltar de nada. — Que no me entere yo, esperaba que su red de contactos durara hasta que su prima entrara en el colegio, aunque dudaba fuertemente de que Petra le hiciera nada a una calcamonía en miniatura de Anastasia Horner, por muy hija de una Hufflepuff que fuera. De repente, le cayó a él una pregunta que, a pesar de que todos estaban usando a modo de burla, muy poco debían conocerle si realmente pensaban que iban a ponerle en un aprieto. Se irguió, muy buen puesto, pero apenas había abierto la boca y Darren ya soltó una de las suyas. Le miró con cara de circunstancias, ignorando las risillas de los demás. — Alguien pasaba tanto tiempo con Kowalsky que solo se cree lo que dicen las habladurías sobre mi persona. — Darren rio estruendosamente, pero vio a su tío Phillip mirar incómodamente a Andrómeda. Por favor, que no se estuviera planteando que pasaba tiempo con Kowalsky por algo que no fuera su pasión por los bichillos. — Que lo vi yo con mis propios ojos, cuñadito. — Bueno. — Cortó Marcus, mirando a los demás y dispuesto a retomar la pregunta, dejando a Darren y Lex riendo a pesar de la forma deliberada en la que él atajó el tema.

— Efectivamente, la profesora Handsgold... — ¿¿VES?? — Y vuelta a reírse los dos. Marcus les dedicó tal mirada de desdén que, de ser una mujer, perfectamente creerían que era su madre. — ¿Puedo terminar? — Al menos los demás estaban respetándole. O eso interpretaba él de que no se estuvieran riendo (abiertamente). — La profesora Hadsgold es una profesional admirable, como todo el elenco de profesorado de Hogwarts. — Bueno... — Dijo Lex, rodando los ojos, pero Marcus siguió. — Mejorable, quizás, la docencia de Historia de la Magia. — Miró a su tío. — Claramente, la comparat... — Un montón de sonidos de burla le interrumpieron, otra vez. Suspiró hastiado, mientras Phillip reía y hacía un gesto al resto con una mano. — Pero dejad al cumpleañero que termine. — Gracias. Estoy convencido de que, de haber coincidido contigo en el castillo, serías mi profesor favorito. Y no porque seas mi tío. — Para nada... — Murmuró Violet, provocando de nuevo las risillas de Erin (y de Arnold también, la verdad). — Sino porque tu trabajo, del cual he sido un ferviente seguidor desde... — Y les regaló a todos los presentes un discurso de más de cinco minutos sobre historia de la magia y la labor de su tío como historiador.

— Dicho esto. — Continuó. Había conseguido anular las risitas por aburrimiento. — No hace falta que diga, si bien me apasiona la historia como bien sabéis. — Sí, algo hemos oído al respecto. — Comentó su padre, con esa sonrisa suave que tenía siempre. — Que mi asignatura favorita es Alquimia. — ¡No! — Exclamó irónico Lex. Marcus le alzó una ceja. — ¿Quieres otra disertación sobre por qué me gusta? — No, gracias. Con oírla permanentemente en tu cabeza tengo suficiente. — Pero Lex, lo bonito del conocimiento es compartirlo. Deja que ilustre con ello a los demás, no te lo quedes para ti solo. — A mí me gustaba Encantamientos. — Cortó William, con una ancha sonrisa. Marcus le señaló. — ¡En efecto! Encantamientos y Transformaciones, mis siguientes en la lista. — Miró a Alice, con una mano en el pecho. — Lo siento, mi amor. — Ooooooh, es verdad, que no le gusta la Herbología. — Ni Pociones. — Dijeron Darren y Lex respectivamente, el primero con tonito gracioso y el segundo con su malicia habitual. Marcus alzó las palmas. — No es que no me gusten. A mí me gusta todo. — Excepto el vuelo. — Excepto el vuelo. — Corroboró a su hermano. — Es solo que no dependen exclusivamente de destrezas académicas. — Su abuela soltó una exclamación ofendida. Se giró hacia ella. — ¡Exclusivamente académicas, digo! No que no haya que tener conocimientos. — Me consta que "sabe mucho de plantitas" fue uno de los puntos claves en la columna de "pros" que tenía Alice. — Bromeó Arnold, pero antes de que Marcus soltara una risa sarcástica, Violet preguntó con una carcajada. — ¿Y qué había en la columna de contras? — "Ella es libre como el viento y un día volará cual pajarito y se olvidará de un aburrido como yo y me dejará tirado". — Volvió a burlarse Lex, levantando risitas. — Si pudiera transmutar tu envidia en oro, te haría rico. — Contestó a Lex. Al final, con tanta tontería no le dejaban responder.

— El profesor Handsgold también me encantó siempre como docente. — ¿Y Remus? — Preguntó su padre, y Lex y Darren se taparon ambos la boca con una mano y agacharon la cabeza. Marcus miró a Arnold. — Es un hombre que indudablemente sabe de lo que... ¡¿Alguien puede decirle a estos dos que paren de reírse?! — Tío, por favor. — Dijo Lex, entre risas, y Darren ya estaba literalmente llorando. — ¿Qué? — ¡Que no cuela que te guste el profesor Adams! Es lo más aburrido y deprimente de la historia. — ¡Oye! Que es mi compañero de trabajo. — ¡Venga ya, papá! Le has hecho a Marcus la pregunta con toda la intención para que te suelte un peloteo de los suyos, pero no lo aguantas ni tú. — Me ofendes, hijo. Remus es un gran compañero. — Oigo bostezar a tu cerebro cada vez que habla. — Eso hizo a todos reír, pero Arnold entrecerró los ojos y apuntó con un índice a Lex. — Los chivatos no gustan en tu casa, pregúntale a tu madre. — Emma rio entre dientes, y Marcus aprovechó para retomar. — Pero, indudablemente, si hay una docente en el castillo digna de admiración, de toda nuestra admiración, que merece ser encumbrada a lo más alto de... — Y otros tantos minutos de regalo de muchas loas antes de desvelar a quién se refería, aunque ya todos lo imaginaban. — Por ello, mi profesora favorita no podía ser otra que la grandiosa y sabia Arabella Granger. — Ahora es cuando confiesa el giro de trama definitivo: que se quitó su asignatura después de los TIMOs. — La asignatura es una cosa y la profesora es otra. — Contradijo a su hermano, teniendo que subir la voz por encima de las risitas que había generado. — Y yo ya tenía los conocimientos necesarios adquiridos. Ella misma me aconsejó enfocar mi itinerario de otra forma. Un buen Ravenclaw se rige por su necesidad de avanzar y conocer, no por sentimentalismos personales. — Ooooyyyy qué golpe bajooo. — Respondió Darren en una muy mala fingida ofensa, porque se seguía riendo.

— Yo tengo una curiosidad. — Dijo la voz profunda de Lawrence, el único que había permanecido respetuosamente callado y sonriente mientras él hablaba. Se giró hacia los adultos y dijo. — ¿Cuáles eran los vuestros? — Hubo un collage de reacciones entre los adultos, algunos resoplaron, otros carcajearon y otros rodaron los ojos, pero Lawrence apuntó con un índice a Arnold. — Si tú puedes poner a tu hijo en evidencia, yo también. Venga, muchachos: confiesen. —

 

ALICE

Menuda preguntita les habían hecho, porque daba igual cuán resacoso estuviera Marcus, él siempre tenía discursos en la mochila para loar Hogwarts y a sus profesores. Pero antes, por supuesto, tenía para su tío Phillip, menudo era él. Todos acababan mirándola, en medio del discurso, como si ella tuviera alguna clase de poder sobre la verborrea de Marcus, y ella se limitaba a hacer gestos como diciendo “¿y qué queréis que haga yo? Ha empezado Arnold”.

Obviamente, llegó a la conclusión de la Alquimia, aunque tenía lugar en su corazón para más. No para Herbología y Pociones, claro. Chasqueó la lengua y entornó los ojos. — Cómo no. No sabe apreciar la belleza del crecimiento azaroso de las plantas. — Azaroso, mi hermano, elige una. — Dijo Lex haciendo un gesto de balanza con las manos, haciendo reír a todos, aunque la abuela Molly seguía en su pose de falsa ofensa. — Esto pasa porque no los llevamos suficiente a Irlanda de pequeños, bueno ni de mayores, porque si hubiera aprendido Herbología allí en los huertos y los invernaderos… — Aleccionaba la mujer a Arnold, en voz baja, pero lo suficientemente alta para que la oyeran. Pero tuvo que reírse con lo de saber de plantitas. Ella se encogió de un hombro y miró a su novio. — Vaya, ¿dónde habrá oído tu padre esa frase? — Se rio y negó con la cabeza. — En su defensa, ya me lo decía antes de estar enamorado de mí. — Oyó otra risa por el fondo de la mesa y miró a Emma. — No ha habido tal época desde hace siete años, querida. — Y eso la hizo sonreír más aún. Le alegraba que todo el mundo pudiera ver su amor tan claro, y más Emma precisamente. Tanto la alegraba que ignoró las bromas que su cuñado a su costa.

Ah, pero Arnold tuvo que preguntar por Adams precisamente, y ella tuvo que entornar los ojos tanto como le dieron de sí. — Parece que Alice tiene una opinión contraria a la de Marcus respecto a tu compañero, hijo. — Señaló Lawrence. — Pues sí, la verdad, porque es muy duro ser mujer cerca de Adams, no pierde oportunidad de recordarte cómo tu género es naturalmente malvado y que abocamos al divorcio y la depresión a todos los hombres buenos. — Arnold ladeó la cabeza. — Es que el pobre lo ha pasado muy mal con el divorcio. — Alice levantó las palmas de las manos. — Pero no he sido yo la que se ha divorciado de él, señor mío. Además, hace ya tres años, que vaya asumiéndolo y no nos culpe a todas las mujeres del mundo. Tendríais que haberlo visto en el baile, fue el primero que me sacó a bailar y todo el rato “Gallia, sé buena con Marcus, es un genio, no lo vayas a hundir ¿eh?” Menudo consejazo para salir de Hogwarts… — Pero todos se reían de la circunstancia, y ella se unió a las risas inevitablemente cuando Lex dijo lo de que oía al cerebro bostezar. — Has debido sufrir mucho en las clases de Ferguson. — ¡Eh, jovencita! Cuidado con mi materia. — Se quejó Phillip, y ella se asomó a mirarle. — Mira, flaco favor le ha hecho Ferguson a tu materia. Es la definición de lo contrario a didáctico. —

Al final, su novio encumbró a Arabella como favorita, cosa que tampoco le sorprendió, aunque tuvo que reírse con lo de que se había quitado su asignatura en quinto. — Es verdad que fue un poquito traición, vida mía, por parte de los dos, y más con lo importantes que son las estrellas para nosotros. — Le dijo entre risas, acariciando su mano. — Puf, y tanto, si en verdad, si querías encontrarles, lo más rápido era mirar en la Torre de Astronomía. — La tata se rio fuertemente. — Lo mejor de que Lex se lance a hablar es que el tío no para, es como tener línea directa con Hogwarts. — Emma arrugó un poco el gesto. — Ahórranos más detalles. — ¡Que no! — Dijo ella ofendida. — Joe, que solo subíamos ahí a hablar y… estar. Era nuestro sitio favorito del castillo, porque es el más alto y sopla el viento y se ven las estrellas… Es muy nuestro. — Ohhhhh. — Saltó Molly. — Larry y yo también teníamos uno así en Ballyknow. Los pueblos, ya se sabe, y te aseguro que solo hablábamos y mirábamos el paisaje, que eran los cincuenta. —

Y hablando del aludido, precisamente hizo una pregunta a los padres. — ¡Eso, eso! — Coreó ella. — Aquí nos mojamos todos. — Erin se cerró un poco en sí misma, como si se asustara. — Pues… A mí… Todo el mundo lo sabe ¿no? — Venga, exprésate, cariño. — Dijo Vivi, rodeándola y dejando un beso en su mejilla. — Las tías de Marcus y Alice son cariñositas. — Le dijo Miranda en voz baja a su madre. — Pues… A ver… Cuidados ¿no? Esa era mi asignatura favorita… Y bueno, profesor… Es que… casi ni me veían, pero… el de Encantamientos era como… muy serio y callado y… no me hacía sentirme un bicho raro. — Vivi le dio una serie de besos seguidos en la mejilla. — Pero qué mona eres. — ¿Y la tuya, Vivi? — Preguntó Darren, a lo que su tía hizo un gesto con la mano. — A mí me aburría estudiar una barbaridad, pero Pociones me gustaba por la utilidad. Aunque las mejores pociones nunca se daban… Por lo menos te servían para algo. — Ahora resulta que el resto de asignaturas no sirven. — Dijo Emma con retintín, entornando los ojos. — Pues mira, Encantamientos también, pero es que el de Encantamientos, como bien ha señalado Erin, era mortal. Eso sí, el de Vuelo… Ese sin duda era mi favorito. — Dijo con una sonrisa traviesilla al final. — Por lo que más quieras, Vivi, no digas en esta mesa que intentaste seducir a un profesor de Hogwarts. — Pidió Arnold, tratando de contener el desastre, aunque Alice se sabía esa historia, y no le iba a gustar. — ¿Cómo que intentar? — Preguntó su tía, ofendida. — No me digas que no lo sabías. — Preguntó su padre, mirando a Arnold con tranquilidad, sin ni siquiera descruzar los brazos. — ¡Por el amor de Merlín, Violet! Que eras menor. — Señaló Emma, ya poniendo el tono de prefecta que acaba de pillar a una alumna. — Nooooo, no, no, no… ¿Cómo iba el bueno de Quayle a liarse con una menor? Cuando nos enrollamos yo ya tenía los diecisiete. — ¡No fastidies que fuiste tú! — Dijo Andrómeda, tapándose la boca y abriendo mucho los ojos. — Yo estaba en segundo, acababa de dar Vuelo con él y el rumor fue fortísimo. — Emma se frotó los ojos, pero Phillip no podía evitar reírse. — Menos mal que ya no era yo tu prefecta, qué vergüenza. — Es que era jugador de quidditch, jovencísimo y guapísimo, solo es que había tenido que retirarse por lesión… — Se justificó su tía. — Tú me entiendes, ¿verdad, Darren? — ¡Bueno! Andrómeda, querida, ¿y tus favoritos? — Preguntó Lawrence, claramente para cambiar de tema. — Yo el de Aritmancia, te la hacía divertida. — ¿Fawkes? — Preguntó Arnold y ella asintió. — ¿Os conocéis todos los aritmánticos? — Ya te digo, cada vez somos menos. — Venga, Arnie, deja de hacerte el bueno y di la tuya, que yo la sé. — Dijo su padre, con esa sonrisa Gallia peligrosa. Arnold se encogió de hombros. — Anda, y todos… Aritmancia… — No, no, no, no señor… No es eso a lo que me refiero. — Contestó su padre moviendo el índice. — Tu favorita, que no era una profe… — Ay, qué tonto. — ¿Quién es esa favorita? — Preguntó Emma con un tono curioso, pero ciertamente helado. — Pues, pues… A ver, no era profesora, pero la bibliotecaria, la señora Wayne… Es que yo era un niño muy bueno, pero mi mejor amigo era aquel penco de allí, y a veces solo quería un poco de tranquilidad, libros y silencio, y ella me dejaba sentarme a su lado en el mostrador, y me felicitaba por mis cuentas y lo limpitas que estaban… Vamos, como hacía con mi madre cuando aún vivíamos en Ballyknow. — ¡¡¡¡¡AY MI NIÑO!!!!! — Tronó Molly. — ¡¡¡¡Si es que es bonito él!!!!! — Ay, mamá. — Se quejó, porque los besos y los abrazos le estaban desestabilizando, y hasta Emma tuvo que sonreír dulcemente. — Siempre has sido tan tierno… —

 

MARCUS

Chistó. — Me parece muy básico y reduccionista valorar a un profesor solo por su desempeño en la asignatura. El docente es una cosa y la asignatura es otra, y en un internado como estábamos nosotros, a una profesora como Arabella, jefa de nuestra casa y futura directora POR ALGO SERÁ. — ¡Anda! No sabía yo eso. — Exclamó su tío, pero él siguió. — Hay que valorarla en su globalidad, y no solo por si he cursado su asignatura o no. — Más palabrería al estilo Marcus para defenderse. No se sentiría orgulloso de decir delante de todos ellos cómo Hillary y él acabaron gritando que estaban deseando perder Astronomía de vista aquel fatídico día del trabajo en el que Alice acabó drogada.

Sonrió a su novia cuando dijo lo de las estrellas y casi hizo que, a pesar de todo eso, le diera pena quitarse de la asignatura. Pero ya tuvieron que romperle el romanticismo resaltando lo de la torre de Astronomía. Y, para arreglarlo, oyó a William decir por lo bajo con una sonrisilla maliciosa y mirándole a él. — Mejor dejemos las estrellas tranquilitas. — Marcus tragó saliva y desvió la mirada. No, por favor, que no saliera a relucir el tema estrellas otra vez, que menuda liada habían tenido con eso.

Lo de que la asignatura preferida de su tía Erin fuera Cuidado de Criaturas Mágicas, efectivamente, no sorprendía a nadie. — También le gustaba mucho la Herbología a mi niña. — Dijo su abuela, orgullosa. Lawrence suspiró. — Sí, aún estoy limpiando gusarajos del quicio de la puerta de mi taller porque mi pequeña exploradora tenía que estudiar sobre una hiedra polinesia una Navidad y no tuvo otra cosa que hacer que plantarla ahí, "que daba sombrita y calorcito al mismo tiempo", sin decirnos nada, y volverse a Hogwarts y dejarnos con un montón de plantas salvajes creciendo alrededor de la madera. — Todos rieron, y Erin se encogió sobre sí misma, ruborizada, aunque con una sonrisilla. Marcus miró a Alice. — ¿En qué curso se estudia la hiedra polinesia para los gusarajos? — Preguntó divertido, una pregunta que sabía que era retórica. Erin suspiró. — ¡Vale! Era un experimento. — Y creció bien bonita, cariño. No te disculpes por poner plantas en nuestro jardín. — En la puerta de mi taller. Una planta que atraía a los gusarajos. De verdad que el otro día me encontré con uno y han pasado ya treinta años. — Las disputas cotidianas de sus abuelos eran muy cómicas.

Casi tan poca sorpresa como lo de que a su tía le gustaba Cuidados debía haber sido la salida de Violet, pero en la protocolaria mente de Marcus entraba tan poco esa posibilidad que desencajó la mandíbula, mientras pasaba la mirada de hito en hito entre todos los que hablaban. Giró los ojos lentamente, cruzó la mirada con Lex y ambos fruncieron los labios para aguantarse las ganas de reír. Desde luego que lo de Violet no tenía nombre, y Lex se puso hasta colorado cuando la mujer hizo esa pregunta a Darren, lo cual solo hizo aún más gracia a Marcus. Después de decir Andrómeda su profesor favorito, llegó el turno de su padre. La escena conmovió a todos (e hizo mucha gracia que su madre le tratara como a un niño pequeño). Marcus, sin embargo, chistó con fastidio y se cruzó de brazos. — Yo podía haberme llevado genial con mi bibliotecaria, pero la señora Bins me odiaba. — ¿A ti? ¿A mi sobrino favorito? ¿Con lo que te gustan los libros? — Preguntó Phillip entre cómico y tierno, y Marcus asintió con expresión penosa. — Porque estabas continuamente haciendo "sugerencias" a su biblioteca. — Dijo Lex, y su abuelo soltó una carcajada que hizo que Molly le mirara con los ojos entrecerrados. — Es que esa mujer no aceptaba que se le dijera que un libro estaba mal colocado o que faltaban manuales. — Su abuelo cada vez se reía más, a saber por qué, pero Lex bufó y le hizo un gesto con la mano. — ¡Tío, que te quería todo el puto mundo! No seas envidioso. — Ya, pero es que seguía sin entender por qué la bibliotecaria le odiaba precisamente a él.

— En cuanto a asignatura, mi favorita era Estudios Muggles. — Dijo Andrómeda, encogiendo un hombro con una sonrisa dulce. — Tampoco es sorpresa para nadie, supongo. — Es cierto que no estaba nada mal. — Apuntó la última persona de la mesa que todos hubieran imaginado que cursara esa asignatura. Todos la miraron. — ¿Cursaste Estudios Muggles, mamá? — Preguntó Marcus. Antes de que Emma pudiera defender con su tranquila impasividad habitual los motivos de entrar a esta asignatura, Violet soltó una carcajada y contestó por ella. — Claro, hombre. Hay que conocer bien a tus enemigos. — Su madre despegó los labios para hablar, pero apenas aspiró un poco de aire, mirando a Violet, y acto seguido cerró de nuevo la boca y perdió la mirada por ahí, dignamente. Mejor no preguntaban más. Mejor hacían como que lo que había dicho Violet era una graciosa y socarrona broma, reían un poquito y dejaban el tema correr.

— ¿Y quiénes eran tus favoritos, Emma? — Yo lo sé. — Respondió Arnold a la pregunta de Lawrence con una sonrisilla de satisfacción infantil, haciendo que su mujer rodara los ojos, aunque se le notaba la sonrisita en los labios. — Evidentemente, Encantamientos era mi asignatura favorita. Pero también pasé muy buenos ratos en el Club de Duelo. — Y lanzó una mirada cómplice a Alice, sonrisa incluida. Arnold añadió. — Ella muy buenos, yo muy malos. — Ah, qué exagerado. — Suspiró la mujer, pero de nuevo parecía estar ocultando la sonrisita. William fingió un escalofrío. — Yo por tal de no acercarme a Perkins, no me hubiera apuntado al club. Por eso y porque habríamos acabado achicharrados todos: mi rival, Perkins y yo. — Emma había vuelto a retirar la mirada, poniéndola en ninguna parte pero, esta vez, en vez de recta o altiva, con los párpados bajos. Marcus detectaba las microexpresiones de su madre demasiado bien, por lo que esbozó una sonrisilla de lado. — ¿Quién era Perkins? — El jefe del Club de Duelo. — Contestó William, pero quien Marcus quería que respondiera era su madre, por lo que siguió mirándola. Arnold rio entre dientes. — Tu hijo te ha pillado, cariño. — No hay nada que pillar. — Dijo ella, muy digna, ya sí levantando la mirada. — Perkins era un gran docente. — Perkins daba miedo. — Solo a quienes no hacían las cosas bien. — Contestó helada el comentario de William, continuando con su defensa justo después. — Era el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. — Y todo un cliché. — Completó Violet, lo que hizo a Emma rodar los ojos. Erin, con los suyos entornados, se frotó el brazo. — Sí que daba un poquito de miedo. — Imponía. Sabía defender y atacar, pero, ante todo, su sola presencia imponía. Tenía un aura diferente, eso lo hacía tan buen profesor. — Defendió Emma, y a Marcus le llamó la atención la vehemencia, tanto que arqueó una ceja. William se asomó para mirarla. — ¿Seguro que estás definiendo a un profesor, o a un auror de casos chungos? — Ahora es auror, de hecho. Aunque ya tiene que estar para jubilarse. — Dijo su padre, y Andrómeda asintió. — Confirmo. Toda la plantilla de obliviadores se echa a temblar cuando lo ve aparecer por alguna parte. Quiere decir que el tema es considerablemente grave. — Emma seguía altiva y digna, y Violet volvió a hablar, esta vez mirando a los jóvenes. — Para que os hagáis una idea, era un tipo que parecía ir envuelto en una nube negra, que cuando avanzaba por el pasillo parecía un dementor y que, cuando te miraba, pensabas, ojalá me hubiera mirado un basilisco. — Era una bellísima persona y un gran docente. — Siguió insistiendo Emma. — Nadie se defiende de las artes oscuras con risitas y colegueos. — Tú di lo que quieras, pero en su asignatura erais tres. — Rio William, lo que solo aumentó la dignidad de la mujer. Arnold soltó una carcajada y, mirando a Emma, dijo. — Dilo, por favor. — No. — Contestó con una dignidad que casi sonó infantil y a Marcus le hizo mucha gracia. Arnold volvió a reír. — Está bien, ya lo digo yo. Según Perkins, prefería que se apuntaran pocos a su asignatura porque era una "selección natural de aquellos con fortaleza suficiente para enfrentarse a la magia en todas sus formas". ¿No os preguntasteis cómo conocí a Emma? Resulta que un día me encontré un ego flotando por la torre Ravenclaw y resultó ser de una Slytherin de las mazmorras y fui a devolvérselo. — Eso hizo a todos reír, incluso su madre tenía una sonrisilla. — No sería tan malo ese hombre cuando la hacía sentir tan bien, señora O'Donnell. — Dijo Darren, y vio cómo Emma entornaba los ojos hacia él y, para sorpresa de todos, ampliaba la sonrisa. — ¡Pst! Si la vas a pelotear, llámala Emma, que ya te lo ha dicho antes. — Apuntó Violet, rompiendo el momento, pero haciendo a todos reír una vez más.

 

ALICE

Igual Marcus se había puesto a revelar secretos oficiales demasiado pronto. Secretos que Anastasia podría leer en cuanto Phillip se pasara por su casa, pero bueno… Se le olvidó para reírse con ganas de la historia de Erin. — Bueno, si fuera por cosas que esta nos plantaba en el jardín… Menos mal que su madre hubiera sido una herbóloga de primera, y sabía que con ella había que estar al quite. Una vez plantó una hiedra venenosa y una carnívora a ver cuál mataba antes a la otra. — Dijo su padre. Ahí todos la miraron y ella enrojeció un poco. — Bueno, es que una es naturalmente curiosa ¿vale? — William rio con ganas. — ¿Veis? Y así me reía yo, cuando decía eso con esa misma carita y los ojos brillantes, y Janet se enfadaba conmigo porque decía que era peor que ella. — Y todos volvieron a reír y… era bonito hablar así de ella, viendo a su padre sonreír, con menos miedo a que todo se ensombreciera por el recuerdo.

Por supuesto, Marcus tuvo que hacer su alegato sobre la señora Bins, a lo que ella asintió. — Si bien es cierto que es el favorito del resto… lo de la señora Bins clama al cielo, es que parecía que lo hacía a posta para molestarle, vaya. — Pero se rio y acarició su cara. — Tú también eras un niño muy bueno con las cuentas muy limpitas ¿verdad? — Le dijo a su novio con adorabilidad.

La sorpresa le llegó con lo de Estudios Muggles de Emma, lo cual le hizo abrir mucho los ojos. Chasqueó la lengua y le dio a su tía por encima de la mesa, aunque… En fin, no le extrañaría tampoco, la verdad. Se sonrió con lo del Club de Duelo, acordándose de Marcus y ella, pero todavía había una sorpresa más ahí. Bueno, sorpresa exactamente tampoco, porque de haber un profesor del que pudiera colgarse platónicamente Emma, ese sería el profesor de aura oscura y reputación tenebrosa del castillo. Lo de la selección natural no sonaba a Hufflepuff precisamente, y por un momento se le pusieron los pelos de punta solo de imaginárselo en los duelos, así había salido de buena duelista Emma, si no mejorabas podía mutilarte. Y con todo y con eso, no podía hacer más que mirar cuán feliz era con un hombre que era todo lo contrario, que hacía bromas malas sobre cuando se conocieron, que era un terrón de azúcar con cuentas muy limpias. Seguro que también hubo quien pensó que Arnold y Emma no pegaban en su día y ahora… ¿Cómo pudo dejarse llevar tanto por las opiniones de quién no sabe nada en su día? Apretó la mano de Marcus y sonrió. No, ya no lo cambiaría ni lo dejaría escapar por nada del mundo.

Se rieron un poco más con los peloteos, los piques y las conversaciones cruzadas, pero el sol iba bajando, y Lucas ya se había quedado dormido sobre su madre, y Miranda sobre la mesa. — Vamos a tener que ir yéndonos, que estos pequeñajos se lo han pasado tan bien que están agotados. — Dijo Andrómeda con dulzura. — Aunque estoy a gustísimo, no quiero irme. — Phillip, que había cogido a Miranda, la miró sorprendido. — Vais a tener que invitarla más, O’Donnells. — Siempre que queráis, ya lo sabéis. — Dijo Emma, dejando un beso en la mejilla de su hermano. — El treinta de julio es el cumple de Erin, os venís también, que seguro que algo hacemos, ¿a que sí, Molly? — Aseguró su tía Vivi, mientras se despedía también. — No faltaba más, por mi niña. — Bueno, ya lo decidirá la cumpleañera ¿no? — Dijo Andrómeda un poco cortada. — ¿Eh? — Preguntó la aludida. — Ah, sí, sí, claro, venid, y hacedle caso a mi madre y a mi novia, si siempre lo organizan todo por mí… — Qué ilusión le seguía haciendo oír esa denominación de boca de Erin refiriéndose a su tía. — Gracias por todo, Andrómeda. — Le dijo dándole un abrazo y dejando un beso en la cabecita de Lucas. — No, gracias a vosotros… Esto… Esto es la familia que quiero para mis niños. Ya el día que haya más por ahí para jugar con ellos… — Alice rio un poco y se encogió de hombros. — De momento, que disfruten de ser los reyes. — Contestó con una sonrisita.

— ¡A ver, familia! Esto hay que ir despejándolo. — Jaleó Arnold. — Sí, y nosotros nos vamos a ir, que estamos mayores. — Contestó Lawrence. — Y mañana temprano… — Recordó Emma, mientras empezaba a hechizar las cosas de la mesa. — …Nos vemos todos, y quiero decir TODOS, Violet y Erin, en casa de los Gallia para poner eso habitable. — Eso le puso un nudo en el estómago. Había sido muy bonito eso de pasar cuarenta y ocho horas juntos, celebraciones, familia… pero tenían que enfrentarse a la realidad: ya no estarían juntos todos los días. Y a ver, ella tenía mucho que hacer en su casa y mucho que trabajar en su familia, pero… le dolía el estómago solo de pensarlo. Mientras todos recogían, se acercó a Marcus y le tomó de la mano, alejándolo un poco en el jardín, bajo su árbol favorito. — Sé que mañana nos separamos… pero no será por mucho. Podemos aparecernos, y vernos todo lo que quieras. Podemos ir al río en Guildford con Dylan, o de picnic, te haré comida buena… Seguro que surgen planes con tu hermano y Darren, con Sean y Hillary… — Subió la mano y acarició su mejilla. — Yo tampoco quiero volver a mi casa, pero hasta que podamos tener esa casa preciosa, con su taller en el jardín… no olvides que somos Marcus y Alice y que nosotros escribimos nuestro destino como queremos. — Sonrió y le dio un beso corto. — ¡A VER LA PAREJITA! Que ya mismo van a salir las estrellas y nos ponemos tontos. — Bramó su padre desde el porche. Alice suspiró y apoyó la frente en la de Marcus. — ¿Qué hacemos con esta familia? —

Notes:

Marcus adora sus cumpleaños, pero después de tanta fiesta, tocaba un poco de vergüencita. Eso sí, echábamos de menos una buena celebración familiar plagada de regalos y magia, como a nosotras nos gusta. ¿Con qué regalo os quedáis? Estas coautoras lo tienen claro, pero queremos saberlo, y también si os habéis reído tanto leyendo las burlas como nosotras escribiéndolas. ¡Contadnos por aquí!

Chapter 5: The first rose of summer

Notes:

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THE FIRST ROSE OF SUMMER

(5 de junio de 2002)

 

ALICE

Su tía se acercó y suspiró, dejándose caer en una de las sillas de forja del porche. — Oye hacía años que no veía esto aquí. Creo que desde que… — Desde que murió mi madre. — Confirmó ella. — El jardín se murió aquel día y ya no había revivido más, hasta que Marcus y yo volvimos en Navidad, pero a papá no le hizo mucha gracia… — Vivi suspiró y arrugó el morro, mientras miraba hacia dentro. — Mira eso, Alice. — Se giró y oteó por la ventana que daba al despacho. Allí estaban Dylan y su padre hablando, mientras hacían la cama. Finalmente, Alice había pasado con que su padre se bajara a dormir allí. Había cedido porque intentaba escoger sabiamente qué batallas librar, y sabía que su padre no querría volver a dormir en ese cuarto sin su madre. Por lo menos habían logrado poner orden en el despacho, para eso llevaban todo el día limpiando y ordenando, y lo que les quedaba, porque querían pintar la casa entera, arreglar el jardín de delante… — ¿Qué ves? — Le preguntó su tía. Ella suspiró. — Mucho trabajo, tata. — Respuesta errónea. ¿Sabes qué veo yo? — A ver. — Un hombre que estaba muy muy cerca de la autodestrucción, charlando tranquilamente con su hijo, que llevaba tres años sin hablar. — Su tía siempre era capaz de hacerle cambiar de visión. Sí, efectivamente, si cuando tuvo la bronca con su padre en Navidad le hubieran dicho que estarían así, no lo habría visto posible.

Se dejó caer en la silla y suspiró. — No he sido yo. Ha sido la sanadora mental. — Miró a su tía. — No quiero responsabilidades, pero tampoco quiero méritos. — Tomó aire y cerró los ojos. — Solo quiero vivir mi vida, y que Dylan esté bien… — Vivi asintió. — Lo sé. Pero aún estoy por encontrar algo que te propongas y no logres cumplir. — Tenía que reírse con su tata. — Te he echado de menos. Sé que no acabamos genial en La Provenza y… sé que te has pasado los primeros meses de tu primer noviazgo oficial cuidando de papá. — La mujer negó y se encogió de hombros. — Considéralo como una deducción de horas de todas las que debo. Y a Erin le ha gustado La Provenza. — ¿Qué vais a hacer ahora? — De momento, el piso de Londres está bien. Los muggles son muy abiertos con el tema de las parejas del mismo sexo. Yo ya estaba preparando la excusa, pero la chavala que nos lo alquila llevaba una bandera de colores de pulsera, que por lo visto es la de los derechos de los homosexuales, bisexuales y todos los que no vamos con la norma. — Alice se rio y asintió. — Tienen hasta bandera, pues qué bien. — Entornó un poco la vista. — Así que… ya no querrás usar la habitación que se ha quedado libre para quedarte aquí y así no matarnos por el armario, el calor o el espacio… — Su tía se rio y negó con la cabeza. — Ahora no me vayas a decir que me vas a echar de menos. — Llevo durmiendo contigo toda la vida, claro que te voy a echar de menos, tata. — Le dijo, hasta un poco ofendida, mirándola a los ojos. — Pues no te van a gustar los cambios que hemos hecho en La Provenza… O igual sí, quién sabe. — Se rio y se llevó una mano a la frente. — ¿La habitación me la quedo yo o tú? — Tú, tú… Aunque era mía antes, pero soy una tata guay, y te la voy a ceder. — Alice hizo una pedorreta. — Porque te vas al desván, como si lo viera. — Su tía se rio y levantó las palmas de las manos. — Es mi hábitat natural, ¿qué quieres que haga? Y a Erin le gusta… — A mí también. — Reconoció. Su tata chasqueó la lengua. — Y a todos. Ha sido el picadero oficial. Pero ahora mi querida sobrina Jacqueline va a terminar una casa, y mis otros Gallia se van a ir allí, así que la casa va a tener muuuuchos picaderos, para cuando Dylan crezca y sea dueño y señor de todo. — Ambas rieron y Alice asintió. — Viene más espabilado que yo. — Y ya se levantó, porque llevaba mucho rato sentada en el jardín sin hacer nada a las plantas y su tía fue tras ella, acostumbrada como estaba a sujetarle las cosas de jardinería o echarle un hechizo aquí y allá cuando no podía hacer magia.

— Entonces… ¿qué vamos a hacer con la habitación libre? — Preguntó distraídamente, mientras cuidaba las herbáceas que habían puesto en el lado norte del jardín. — Lo mismo que con ese columpio… conservarla por los recuerdos, por los buenos momentos y… quizás darle otro uso. — Alice se rio, sin mirarla. — ¿Y para qué queremos usar esa habitación? — Es la más grande de la casa, ¿por qué no te trasladas tú a ella? — Por un momento se paró a pensar, mientras añadía tierra a una tomatera. No se lo había planteado. — Me gusta mi cuarto. — Odias tu cuarto. Siempre estás en otro lado, el jardín preferiblemente. Siempre te has quejado de que es pequeño, que no hay sitio para libros… Pues… trasládate ahí. — Que no quiero. — Zanjó, un poco cortante.

Se fue a otra esquina del jardín, donde Marcus y ella habían plantado los díctamos en Navidad, y Violet y ella se quedaron en silencio un rato, lo cual era bastante inusual. — Lo que no quieres… — No me digas lo que quiero, tata. No quiero hablar más de esto. Pásame la regadera, que los díctamos están muy pequeñitos y necesitan un poco de amor. — Su tía obedeció, pero se agachó a su lado. — Están muy pequeños aún. — Ella asintió, decidida solo a concentrarse a la jardinería, y era un hecho innegable que estaban pequeños. — Necesitan un poco de tiempo, y crecerán y serán muy bonitos, pero eso no le quita importancia al resto del jardín, ¿no crees? — Suspiró y dejó las cosas, mirándola con impaciencia. — ¿Me estás dando lecciones con alegorías de plantas? ¿A mí? — Vivi se rio. — Igual he sido un poco evidente, pero sí. — Le acarició la espalda. — Alice… sé que no te gusta esta casa. Sé que te trae muy malos recuerdos, pero… aquí te trajeron cuando naciste. Y a Dylan. Me acuerdo que su cunita estaba… — Ahí. — Dijo señalando el sitio. — Junto a la ventana donde da el sol de la tarde, en la parte donde daba la sombra, pero se estaba más calentito… — Completó ella. Tendría que olvidarse hasta de su nombre para olvidar a su hermanito en aquella cuna y a ella mirándole durante horas, mientras su madre se quedaba dormida con un cesto justo al lado. — Es la casa a la que te llegó la carta de Hogwarts. La única casa en la que quedan cosas de tu madre, como ese columpio o esa caseta del jardín… — Violet tomó aire y acarició los díctamos. — Me encantan tus díctamos, de verdad que sí, pero… aún tienen que crecer. — La miró a los ojos. — Sé lo que es querer empezar una vida dejando lo demás atrás, y permíteme que te saque del error, Alice. No funciona, no es tan genial como crees. — Ya sabía por dónde iba. — Yo no quiero empezarla sola. Ni dejar todo atrás, solo… lo que me lastra. — A uno le lastra lo que permite que le lastre. Soltar estas amarras no va a aliviar ese lastre. No vas a borrar la tristeza o los malos ratos, las peleas… solo porque no quieras echar raíces en esta casa. Sé que amas a Marcus, sé que tenéis vuestros planes… pero reconcíliate primero con esto, antes de fantasear demasiado con irte con él. Ya no son los tiempos que eran. Podéis hacer lo que queráis sin casaros, prepararos para el futuro como debéis, sin preocuparos de una casa, los gastos y todo eso. — Lo peor es que sabía que tenía razón. Pero es que llevaba viviendo con Marcus siete años, lo habían hecho todo al revés, porque ahora no concebía la vida sin él, pero… tenían que poner muchas cosas en su sitio, estudiar para las licencias… En fin, que ahora no podían pensar en irse a vivir juntos, y si eso era así pues… más le valía, efectivamente hacer las paces con esa casa.

Miró a su alrededor con un suspiro, oteando su jardín, porque ahora era suyo, no de su madre, y eso era triste y bonito a la vez, como lo era aquella casa al completo. Rio suavemente y señaló una flor. — Mira. La primera rosa del verano. Qué bonita es. — Se levantó y se acercó a ella. — No la he plantado yo, ha debido salir sola de alguna de las semillas que quedaran por aquí… Qué extraño en una rosa ser superviviente. — Acarició sus pétalos y sonrió. — Es preciosa. No hay tantas rosas naranjas… — Su tía se acercó y sonrió mirando la flor. — Pensé que no te gustaban las rosas. — Ella negó con la cabeza y rio. — Las odio. — Entornó los ojos. — Como a esta casa. — Señaló la planta. — Pero esta planta está aquí porque ha salido de las semillas supervivientes de una que plantó mi madre. — Rio de nuevo y miró a su tía. — Como esta casa. — Notó cómo sus ojos y los de su tía se inundaban. Sacó la varita y la cortó, tendiéndosela a su tía. — Para tu nuevo piso. Seguro que no tenéis flores. Que la tía Erin mucho cuidar bichos, pero de plantas nada. Y de ti ni hablo. — Vivi sonrió pero la miró con pena. — La has cortado. — Pero ya saldrán más. Esta es la primera del verano, y te la llevas tú. — ¿Por qué? — Por buena tata. Y por mujer valiente. Y por haber aprendido a dar consejos. — Solo he tardado dieciocho años. — Alice se encogió de hombros. — Otras no llegan a hacerlo nunca. — Su tía suspiró. — Deberíamos hablar de… Bueno… De la vida, de todo, con memé. — Alice asintió. — Deberíamos. Pero no será hoy. Memé no será eterna, pero espero que pueda esperar un tiempo a que… nosotras sanemos. — Vivi asintió de vuelta. — Nunca se le ha dado bien esperar. — Ya, ni ser cariñosa, comprensiva o buena figura materna, así que tiene mucho que aprender. — Le colocó un mechón de pelo a su tata detrás de la oreja. — Sé que lo que quieres pedirme es que no me vaya lejos como hiciste tú, pero no te atreves. — Sonrió dulcemente. — Así que ya te lo digo yo. No me iré. No nos iremos. Marcus si se aleja a la altura de Surrey de Inglaterra ya empieza a tener morriña de casa a las… veinticuatro horas. Incluso en La Provenza. — Ambas rieron. — No nos vamos a ninguna parte, tata. Somos los Gallia O’Donnell, todos nosotros. Somos imparables. —

Notes:

Seguir adelante después de los errores y los malos recuerdos es complicado, la tata Vivi lo sabe bien, y por eso queríamos ponerla aquí con Alice, recordándole que, a pesar de todo, son una familia y todos se merecen una nueva oportunidad. ¿Cómo creéis que le irá a los Gallia en esta nueva etapa?

Chapter 6: Juntos pero no revueltos

Notes:

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JUNTOS PERO NO REVUELTOS

(9 de junio de 2002)

 

MARCUS

Qué cuatro días más largos. No es como que no estuviera acostumbrado a pasar muchos días sin Alice: pasaban más tiempo al año juntos que separados, pero en las vacaciones solían estar cada uno en su casa salvo por las quedadas en La Provenza y poco más. Pero ahora, las cosas eran distintas: ahora era su novia. Ahora tenían un proyecto de vida conjunto y lo quería YA. Marcus y la paciencia cuando se obcecaba con algo.

Por lo pronto, podría disfrutar de las vacaciones que no disfrutó el año pasado por estar... en fin, bajo de ánimos, prefería no recordarlo. Sin embargo, era mucho lo que tenía que repetirse a sí mismo (y que se lo repitieran los demás) que estaba de vacaciones, porque tenía la palabra "alquimia" todo el día en la boca, acompañada de los términos "taller", "armario evanescente", "licencia" y similares. Cuando no estaba hablando de alquimia, estaba hablando de Alice, y su familia empezaba a no saber si era peor la versión erudito obseso o la versión enamorado principesco y melancólico.

Por primera vez en sus vidas, eran sus padres los que más se metían con él y se quejaban de su palabrería, y no Lex. Porque Lex estaba igual o peor, solo que, al no ser su hermano tan hablador, simplemente se limitaba a encerrarse en su cuarto releyéndose las cartas de Darren una y otra vez como si se hubiera ido a la guerra. Nada casualmente apareció el viernes su madre por allí diciendo que se había enterado de que había una exposición especial en el museo de quidditch de Londres. Marcus fue a quejarse de que se sabía ya ese museo de memoria porque habían ido quinientas veces (no tantas como a todo lo relacionado con la alquimia, pero tenía el don de sesgar hacia el camino que más le convenía), pero entonces Emma propuso hacer una quedada familiar que incluyera a Alice y Darren en el plan. Y a Marcus le faltó tiempo para gritar que sí a pleno pulmón.

— Vamos a llegar tarde. — Dijo monocorde su hermano, ya vestido y en la puerta. Marcus, que estaba con él, bufó y se asomó a las escaleras. — ¡No podemos llegar tarde a nuestra primera quedada familiar! — Bramó. Nada. Ninguno de los dos recibió respuesta. Lex, paseando por delante de la puerta como un animal enjaulado, chistó. — Darren no sabe llegar. — ¡Darren no sabe llegar! — Reprodujo Marcus de nuevo hacia las escaleras. Ni caso. — Que él va en transporte muggle. — Y Alice nunca ha ido. Seguro que no puede aparecerse tampoco. — ¿Y si le confunden con un muggle y le echan? — Y Alice podría pensar que se ha equivocado de día e irse, porque no es normal que no estemos allí. — Bueno, si se encuentra con Darren lo sabrá. — Es verdad, es verdad... — ¿Pero y si echan a Darren antes de que Alice llegue? — Y tampoco me hace gracia que esté Alice allí sola, que en ese sitio hay mucha gente de todas partes. — En mitad de su cómplice queja contra la tardanza de sus padres, los tacones de Emma se hicieron oír. Marcus y Lex se giraron como suricatos hacia ella, pero compusieron sendas expresiones de fastidio al verla sola. — ¿Y papá? — Preguntó Marcus, fastidiado. Su madre, tranquilamente terminando de guardar un par de cosas en su bolso, dijo. — Terminando de preparar lo del picnic. — Marcus chistó y Lex soltó un fuerte bufido. Emma no les hizo ni caso.

Tras apenas diez segundos de silencio, volvieron las quejas. — Como Darren se pierda... — Es que no me puedo creer que vayamos a llegar los últimos. — Que él nunca ha ido al museo. — ¿Sabéis que Alice tiene cosas mejores que hacer que estar allí espe...? — ¡Ya, ya! Por las barbas de Merlín, ¿qué he hecho yo para merecer dos adolescentes enamorados en la misma casa? — Se quejó su padre, apareciendo por allí con la cesta de extensión indetectable aún con las cosas necesarias a menos guardar. Nada más verle sus hijos, empezaron a removerse nerviosos y a abrir la puerta los dos a la vez como si la casa estuviera en llamas. Era su primera quedada oficial fuera de casa como familia. No tenían tiempo que perder.

 

ALICE

A ver, quedada familiar. ¿Pero cómo era una quedada familiar? O sea, no era como cuando iba Alice con los Gallia y Marcus con los O’Donnell y los juntaban a todos ¿no? Era una quedada de O’Donnells. Y proto’Donnells, si contaban Darren y ella como tal. Entonces… ¿Era como… Como equivalente a qué evento, para vestirse acorde? Bueno, para ser sinceros, le daba igual con tal de tener a Marcus cerca. Qué días más malos había pasado, por todos los cielos. La adaptación a su casa estaba siendo… lenta y complicada para todos. Y todos estaban poniendo de su parte, pero… Que ella quería estar con su novio y ya está, que no tenía por qué darse tantas explicaciones a sí misma.

— ¡Hija! — ¿Qué? — Bramó tensa. — Que son menos cuarto ya, que vas a llegar tarde. — Agh, su padre poniéndola de los nervios. — Calla, papá. — Ponte lo que sea, hija, si con que no vayas desnuda… — Asomó la cabeza por la puerta y miró a las escaleras, a la mitad de las cuales estaba su padre. — Menos pitorreo, William Gallia. — Le advirtió, seria. Volvió a meterse y al final se puso un vestido sencillito de cuadros azules y blancos, que era así como muy veraniego y discreto, y del color favorito de Marcus… ¿Debería ponerse algo verde? — Seguro que está buscando algo de los colores de la casa de Emma. — Oyó que decía su hermano, saliendo de su cuarto. — Sois muy listos los dos. — Gritó, mosqueada ya. Sí, el de cuadros, Alice, sí. Se puso las zapatillas a toda prisa, se revisó en el espejo el pelo y el maquillaje. Quién diría que tenía ya conquistado a su novio y conocía a su familia desde hacía siete años, estaba como un flan.

Salió y su padre les apareció a los tres, en una plaza mágica de Londres. — ¿A qué dices que venías? — Preguntó su padre mirando alrededor. — Al museo. — ¿A qué museo? — Pues ni se acordaba, ella lo que quería era ver a Marcus y cualquier museo le valía, hasta esos de los muggles cuyos cuadros no se movían ni hablaban. — ¿No será el de quidditch? — Dijo su padre señalando una entrada con unas columnas que imitaban palos de escobas. Ella se encogió de hombros. Pues prefería que no, pero empezaba a pensar que sí. — Bueno, donde sea, vosotros id ahuecando el ala, venga. — En ese momento, en el traslador comunitario, apareció un grupo y Darren se cayó de la multitud y los tres corrieron hacia él.

— ¡Darren! ¿Qué te pasa? — Ay, cuñadita, que he cogido tres trasladores hasta este, qué locura, yo ya no sé dónde es arriba y dónde es abajo. — Le ayudaron a sentarse en un banco y le dio unas palmaditas en el hombro. — Nos lo hubieras dicho, hombre, y te aparecíamos, que yo estoy harto de venir aquí. — Papá, si tu no has estado nunca en casa de Darren, ¿cómo te vas a aparecer allí? — Su padre se encogió de hombros. — Pues así, con la dirección y una descripción somera… — Anda, anda, déjate. Vete ya a casa de las tías. — Le señaló y le miró muy seria. — En transporte muggle. — Que sí, hija, que sí. — Nada de llamar la atención hasta que lleguéis. — ¡Que yo cogía el metro en Nueva York, señorita! ¡Y en Londres y París! — Dijo William haciéndose el ofendido. — Ya… Bueno, comportaos. Si pasa cualquier cosa, mandadme a Morgana. — Hija, ¿qué quieres que pase? Que solo vamos a comer a un restaurante chino. — ¿Con la tata y tú al mando? Le pregunto a quien quieras lo que puede pasar. — Su padre sacó el labio inferior y se encogió de hombros. — Pero está Erin. — Mira, mejor a eso no contestaba. Alice suspiró y miró a Dylan que le hizo un gesto tranquilizador. — Bueno, pues venga, no perdáis más tiempo, que los transportes muggles son muy lentos. — Su padre y su hermano se despidieron y se perdieron en dirección del Londres muggle.

Aprovechó y se giró a Darren, empezando a reírse los dos. — Dime que no venimos al museo de quidditch, cuñadito. — Él rio. — Pues claro, ¿a qué museo creías que veníamos? — Ella se encogió de hombros. — Yo que sé, dije que sí sin más, porque me moría por ver a Marcus. — Toma, y yo al mío, pero lo ponía bien clarito en la carta. — Ya, ya… Bueno, soy Ravenclaw, yo siempre estoy dispuesta a aprender. — Ambos rieron, y justo entonces vieron aparecer a los O’Donnell. Tuvo que contenerse mucho para no ir y saltar en brazos de Marcus. — Buenos días a todos. — Dijo con una amplia y brillante sonrisa de nuera perfecta. — ¡¡¡¡MI LEXITO MÍRALO ÉL!!!! El jugador más guapo de toda Inglaterra, y probablemente de la historia. — Saltó Darren, que ya se le había pasado el mareo, dando muchos besitos en la mejilla a Lex, para lo cual tenía que ponerse de puntillas. — Parece mi madre. — Musitó Arnold con una risita, mientras Alice le dejaba un beso en la mejilla. — ¿A que no has tenido que esperar? — Le preguntó Emma mientras la saludaba también con un beso. — No, casi nada, ya sabéis el trabajo que dan los Gallia, hasta que me he quedado tranquila de que se iban en la dirección correcta y que no llamaban la atención… — Emma puso cara de haber ganado alguna disputa, pero ella estaba centrada en su Marcus, al que no se privó de dar un piquito, después del espectáculo de Darren, mientras le agarraba las manos con cariño. — Te he echado MUCHO de menos. — Susurró fugazmente en su oído. Oh, por Merlín, iba a encontrar aunque fuera cinco minutos para estar solos.

 

MARCUS

Se aparecieron directamente en la plaza y, nada más hacerlo, divisaron a Darren y a Alice. Si es que lo sabía, sabía que iban a llegar los últimos. Estaría más cabreado si no fuera porque el corazón le había dado uno de los saltos más grandes de su vida y la sonrisa se le había dibujado sola en los labios, por el simple hecho de ver a su novia, riendo y guapísima como siempre. Es que no veía nada más. — Te debo una disculpa. — Dijo su hermano de repente, lo cual le extrañó tanto que súbitamente le miró, ceñudo. Lex tenía una cara de tonto tremenda... La que debía tener el propio Marcus hacía apenas unos segundos. Antes de que le preguntara, su hermano aclaró. — Es un gran alivio que tú no veas lo que pienso yo. — Marcus dejó escapar una muda carcajada sarcástica. — Ya veo. Ahora me entiendes ¿verdad? — Ya te he pedido perdón. — Contestó Lex, pero ni siquiera sonaba cortante, solo atontado. No dejaba de mirar a Darren, de hecho, aunque estuviera hablando con él.

Alice se acercó y Marcus estaba haciendo el esfuerzo de su vida por no lanzarse a abrazarla como si llevara sin verla tres años. Pero claro, ambos parecían estar de acuerdo en que tenían un decoro que mantener delante de sus padres... Decoro que Darren no respetó. Frunció los labios con un puntito de fastidio solo por la envidia de estar él controlándose y el otro no, y miró a Alice de reojo, pensándoselo. Pero su novia ya estaba saludando educadamente a sus padres. ¿Cómo era posible que el corazón le fuera a mil por hora? Qué tonto, parecía que era la primera vez que esa chica iba a dirigirle la palabra, pero la estaba viendo acercarse hacia él y los latidos se incrementaban más y más, y estaba sonriendo como un tonto. De hecho, ignoró la pullita de su madre, y mejor así, porque tenía un discursito bastante largo sobre cómo él advirtió de que llegarían los últimos y, estrictamente hablando e independientemente de que los otros hubieran esperado dos segundos o dos horas, los últimos habían llegado.

— Hola. — Musitó con voz embobada, justo después de que Alice le diera ese piquito que le supo a poco no, a poquísimo. Él también había ido directamente a agarrar sus manos, demostrando una vez más lo sincronizados que estaban. Por Merlín, quería darle un buen beso y un abrazo y decirle muchas ñoñerías, todas las que llevaba acumulando cuatro días. Maldita sea, pero no con su familia delante y en mitad de la calle. Contuvo un poco el aliento y la expresión de su cara se atontó más aún después de ese susurro. La buscó con la mirada y respondió. — Y yo a ti. Muchísimo. Demasiado. — Se le escapó una leve risa. Lo dicho, parecía que era la primera vez que hablaba con ella.

— Bueno. — Comentó su padre, contabilizando las entradas. — ¿Os doy a cada uno las vuestras, o las llevamos nosotros como cuando os traíamos de pequeños? — Marcus y Lex miraron a su padre y sus bromitas con cara de circunstancias, pero Darren rio y se acercó a Arnold. — Yo quiero verlas. ¡Qué chulas! Nunca había estado aquí. — ¿Conocías esta plaza, Darren? — Preguntó su madre, cordial y con una sonrisa. Parecía bastante contenta de estar allí, su madre no era muy expresiva, pero cuando salían los cuatro juntos solía estar muy contenta. Aquello había sido idea de ella, de hecho. A Marcus le gustaba verla así. — Pues la verdad es que no. — Comentó el chico, mirando a su alrededor. Rio un poco. — Y si le soy sincero, no termino de tener muy claro dónde estoy. Ese traslador comunitario ha dado muchas vueltas. — ¿Has venido en un traslador comunitario? — Preguntó Emma, con una ceja arqueada. Arnold ya estaba riendo por lo bajo entre dientes, y su mujer le miró de reojo. El hombre se encogió de hombros y suspiró. — Cariño, has sonado un poquito... — Solo le he preguntado. — Se ha notado que no has cogido uno en tu vida. — Emma pronunció el arqueo de su ceja. — ¿Tú sí? — ¡Pues sí! Y con la edad de ellos, precisamente. Es con la edad con la que se cogen esos trasladores, están para eso. — La verdad es que había un poco de todo en ese traslador. — Justificó Darren. Emma volvió a suspirar y le miró. — Podemos recogerte la próxima vez, si quieres. — ¿Cómo te creías que iba a venir, mamá? — Preguntó Lex, pero Marcus se le puso al lado, le dio un leve codazo y le susurró. — No pases por alto ese "la próxima vez". — Su madre acababa de organizar una quedada con sus novios y estaba planeando más en un futuro. Era mejor no enfadarla, a ver si se les iba a acabar el chollo.

— ¡Venga, para dentro! Que si no, vamos a comer tardísimo. — Animó su padre, y en lo que los dos adultos se encaminaban al interior del edificio, los cuatro adolescentes hicieron la misma estrategia: pegarse a su pareja, mirar a los padres de reojo y aprovechar para quedarse unos pasos más rezagados. Marcus apretó un poco más la mano de Alice y, con una gran sonrisa, le susurró. — ¿Qué tal? — Vaya, sí que tenía un diálogo fluido. Se mordió el labio. Dios, qué ganas de besarla. Miró de reojo a sus padres. Bueno... el beso que quería darle quizás no, pero podía tener un pequeño contacto, otro más, que no hacía daño a nadie. Dejó un beso rápido y furtivo en su mejilla y añadió. — Estás preciosa. — Amplió aún más la sonrisa, aunque parecía imposible. — Me moría por verte. — Es que le daba igual ir a un museo de quidditch, él solo quería ver a Alice y estar ambos integrados en su familia.

 

ALICE

Como dos idiotas, así estaban. Porque ahora mismo, su novio le parecía más guapo y adorable que de costumbre. Y oh, podía verlo en sus ojos, vaya si podía verlo. Los días separados, las ganas que se tenían, cómo se morían de ganas de simplemente estar el uno en compañía del otro, como hacían en Hogwarts… Bueno, en vez de rayarse con lo que no tenían, mejor centrarse en que por fin estaban juntos.

Rio un poco a lo del traslador comunitario. — Pues igual yo debería haberme montado más en ellos, que mi padre cree que puede aparecerse en cualquier lado con cuatro datos. — Dijo, entornando los ojos. — ¿Entonces van a comer con mi hermana y tu tía? — Preguntó Arnold, al que se le veía muy risueño. — Sí, a un chino decían, si hay que fiarse de los antecedentes, podemos hacer una apuesta de quién va a ofender primero al camarero, si la tata o mi padre. — Arnold rio y movió la mano en el aire. — Pero lo hacen sin maldad, son divertidos. — Sí, sí, sin duda, la cara que estaba poniendo Emma era de que a ella también le resultaban tremendamente divertidos.

Trató de mostrar entusiasmo ante el museo, porque ella siempre se entusiasmaba ante todo, pero, ahora mismo, su entusiasmo estaba dirigido a poder ver y tocar a su novio, y preferiría hacerlo con más intimidad, pero hizo un esfuerzo. — Sí, sí, yo la quiero de recuerdo. Nunca he estado aquí. — ¿Que hay un museo que no has visto? Qué deshonra sobre Ravenclaw, cuñada. — Miró a Lex y achicó los ojos, sacándole la lengua. — Estaba esperando a venir con alguien que entendiera, pero tú a lo tuyo. — ¿Y tu amiga desde hace seis años, Donna Hawthorne? — Pillada. — Nunca se ha dado la ocasión. Hazme el favor y disfruta de lo que tienes, como te acaba de señalar tu hermano, que es poder darnos una lección a nosotros por una vez. — Le dijo significativamente.

Según cruzaron las puertas, apretó la mano de su novio, y su mente puso un contador de cuánto podría ser que tardaran en quedarse solos, aunque fuera para darse un beso de verdad. Miró a Marcus y le puso una sonrisa tontísima. — Muy bien, ahora que por fin estoy contigo. — Puso una sonrisa aún más enamorada y embelesada cuando dejó el beso en su mejilla. — No sé ni cómo he aguantado tanto sin presentarme en tu casa, pero no quería ser pesada, y quería dejarte tiempo con tu familia. — Aunque eso era lo que estaban haciendo ahora, pasar tiempo con su familia, podrían hacerlo más veces y así al menos poder estar el uno con el otro.

— ¡Bueno! ¿Por dónde empezamos? Equipos, historia o palmareses. — Dijo Arnold, girándose hacia Lex. Alice se hubiera esperado un encogimiento de hombros al estilo Lex, pero entonces dijo, bastante animado, casi entusiasmado. — Lo suyo es empezar por historia ¿no? — Ah ¿pero hay historia? — Preguntó ella. — ¡Claro! Están las cartas de los primeros testimonios del qudditch, y hay recreaciones, mira, vamos. — Instó Lex. Claro, ella sola había dinamitado la posibilidad de quedarse un poquito atrás y hacer manitas con Marcus. Tendría que ser en otro momento. Lex se acercó a una vitrina y señaló unas cartas. — ¡Mira! Esas son las primeras cartas en las que se habla el juego al que jugaban en el pantano de Queerditch. Son del siglo XI. Y esas son las pelotas que describe. — Dijo el chico señalando otro estante. — ¿Y son del siglo XI también? Pues sí que las hacían resistentes. — Comentó mirando asombrada. — No, mujer, son recreaciones según la señora Keddle, mira, si las puedes coger. — Y de hecho Lex cogió una y se la tiró, pero no se lo esperaba y la pelota cayó entre Marcus y ella sobre la suave maqueta morada. — Ravenclaws. — Suspiró su cuñado. — Oye, pero ¿por qué le faltan los huecos? — Preguntó admirando la superficie lisa suave que tenía delante. — Porque se los pusieron después, para la aerodinámica. Antes era más difícil de coger y había más lesiones de dedos. — A ver, ponte ahí, hijo, que voy. — Dijo Arnie, muy lanzado de repente. — A ver si se va a lesionar justo ahora. O tú, que nunca te he visto coger una quaffle. — Dijo Emma, cruzándose de brazos con un suspiro impaciente. — ¡Dale, papá! — Exclamó Lex, dando un saltito hacia atrás como un perrillo con ganas de jugar. Arnold lanzó y Lex la cogió con una precisión que asustaba. — ¡Guau! — Cuidado con esas manitas preciosas, cariño, a ver si al final vamos a salir escaldados en el peor momento… — Dejó caer Darren, con su habitual dulzura.

Desde hacía un rato, había algo que a Alice le estaba mosqueando, como un sexto sentido. Y cuando Lex se puso a explicarles lo de la aerodinámica y por qué había aprendido a atrapar las pelotas así, se dio cuenta de qué era. Era una chica. Tenía que ser de su edad, o mínimo de la de Lex, con mucho pelo muy rizado y muy delgadilla, pero que les observaba atentamente desde que habían entrado. Agitó la mano de su novio y tiró de él para susurrarle. — ¿Conocéis a esa chica? No nos quita ojo desde que entramos, sobre todo a tu hermano. —

 

MARCUS

No podía dejar de mirar a Alice como un estúpido. Mientras se reía, mientras hablaba, mientras le decía a su padre que William iba a ir a un restaurante chino (si es que en el fondo el contenido le daba igual, solo quería verla tan contenta), mientras admiraba la entrada y decía que era muy bonita... Ah, ahí interrumpió Lex. Marcus puso un mohín enfurruñado, mirando a su hermano, y rápidamente levantó la barbilla y pasó un brazo orgulloso por los hombros de su novia. — Seguro que tú no has ido a todos los museos de herbología que ha ido ella. — Yo no soy Ravenclaw. — Contraargumentó el otro con ninguna dificultad, para luego irse a lo suyo y pasar de él. En realidad, no sabía si Alice había visitado muchos museos de herbología, o si esos "museos" más bien eran "invernaderos" porque tal cosa no existía... Pero tenía que hacer una defensa rápida, no precisa.

En esa aura de tonteo que traían ambos, sin dejar de sonreírla, la miró con los ojos muy abiertos y hasta se detuvo, solo para agarrar sus manos y mirarla. — ¡No! Tú nunca eres pesada. — Se acercó a ella, feliz, y murmuró. — Y tú eres mi familia. — Vamos, se llega a presentar Alice en su casa en esos días y le da la alegría de su vida. Chasqueó la lengua. — Me ha pasado lo mismo. Quería que tuvieras tiempo con tu padre y tu hermano. — Aclimatándose a la casa, recuperando un poco de ambiente familiar después de todo lo ocurrido y haciendo sentir cómodo a William para que no cayera en un pozo otra vez. Y no quería andar él estorbando, por eso se había aguantado hasta ese día sin ver a Alice. — Podemos... intentar organizarnos para vernos más a menudo. — Concluyó humildemente. Porque claro, para él que pasaran cuatro días sin verse era verse MUY poco a menudo.

Seguía embobado mirando a Alice y caminando de la mano con ella mientras su padre y Lex decidían por dónde empezar. Si es que le daba igual, había estado en ese museo ya mil veces. Merecía la pena por ver a su hermano contento, pero ahora tenía una vista que le interesaba mucho más. Se acercaron juntos a donde estaban las vitrinas con las cartas de Queerditch y sus pelotas, sonriente, viendo cómo Alice se entusiasmaba hasta por el quidditch. — Curiosidad Ravenclaw. — Le dijo, dándole con un índice en la mejilla con una sonrisita. Su madre suspiró también y él la miró, un poco extrañado, pero Emma tenía una sonrisilla en los labios. Lo dicho, a su madre le gustaban sorprendentemente las quedadas familiares, tanto que la ponían de muy buen humor. Era raro verla así, pero era bonito.

Cuando se quiso dar cuenta, Lex había tirado una pelota que cayó entre Alice y él. Ambos la miraron inexpresivos y luego a su hermano. Marcus arqueó una ceja, segundos después. — ¿Pretendías que la cogiéramos? — Perdón, debo haber entendido mal para qué se usa una quaffle. — Comentó irónico Lex. Mientras Alice preguntaba por los huecos de la pelota y Lex respondía, Marcus se cruzó de brazos, mirando la esfera, analítico. — Eso se le tenía que resbalar a la mitad de la gente. — Y Lex pretendía que la cogieran ellos en el aire. Seguramente. Rápidamente, su padre se vino arriba, y por supuesto Lex también, y Marcus tomó la mano de Alice para que ambos se alejaran prudencialmente, a ver si iban a llevarse un pelotazo. Soltó un gritito de ánimo para Lex y rio, dirigiéndose a su novia después. — Iba a decirte cómo eran las quedadas cuando veníamos de pequeños, pero ya las estás viendo con tus propios ojos. Lo que ha cambiado es el tamaño de la bola, antes lo hacían en la zona infantil. — Señaló con la cabeza, divertido, un ala del museo llena de colorines, pelotas y aros mucho más bajos de lo habitual, de donde entraban y salían niños a los que la bruja de la entrada les iba cambiando el color de las camisetas para que se sintieran jugadores de su equipo favorito. — Aunque como ha sido siempre tan sociable él, entraba con mi padre, daban tres pelotazos y se salían. Lo de interactuar con otros niños, como que no. — Rodó los ojos. — Un día vinimos con Bradley. Sus padres tuvieron que sacarle a rastras de allí. — Menuda pataleta montó.

Mientras él recordaba mentalmente los momentos vividos en aquel museo, y miraba a ese Lex tan entusiasmado como cuando era pequeño (o quizás más, de niño era aún más huraño si cabía), Alice pareció recabar en otra cosa. Se acercó a ella para oír su susurro y giró los ojos donde le indicaba. — ¿Eh? — Una chica, un tanto retirada, pero con la vista muy puesta en ellos. Esbozó una sonrisilla traviesa y miró a Alice. — ¿Estás celosilla, Gallia? — Dijo con una voz muy tonta. Se echó a reír por lo bajo y alzó las palmas. — Es broma, es broma. — Volvió a mirar discretamente a la chica y sacó un poco el labio inferior. — ¿Te suena de Hogwarts? No recuerdo haberla visto. — Se encogió de hombros. — A lo mejor es de fuera e intenta aprender el idioma, y como estamos llamando la atención de medio museo. — ¿Qué quieres ahora, rey de la alquimia? — Bromeó su hermano de vuelta, porque el final de la frase de Marcus lo había pronunciado bastante más alto. Ambos rieron y Lex les condujo hacia otra zona, quedándose él rezagado con Alice, tomando su mano, en esa nube de enamorados en la que estaban. — ¿Te parece sospechosa o qué? — Preguntó, en serio, aunque sin perder la sonrisilla, como si no le diera mucha gravedad. Volvió a mirarla. La chica había girado sobre sí misma para admirar la vitrina que tenía delante, pero miraba de reojo hacia ellos... Bueno, más bien...

— Entonces, cielo... — Vaya, eso sí que lo había dicho para medio museo, hasta sus padres se giraron un tanto sorprendidos. Darren había carraspeado fuertemente y se había enganchado del brazo de Lex claramente llamando la atención sobre el hecho. — ¿Dónde vamos ahora? — A la sección de escobas. Ya que hemos visto las bolas del siglo XI, habrá que seguir por las escobas. — Pero qué listísimo eres. Me he echado el novio más listo del mundo. — Marcus miró a Alice de reojo, luego a Darren, luego a la chica (la cual estaba mirando de nuevo la vitrina, pero con una sonrisilla traviesa en la cara), luego a Lex, a sus padres, y a Alice otra vez. Se acercó para susurrarle. — Vale, definitivamente no eres tú la celosa, Gallia. —

 

ALICE

Pues sí, tenían que verse más, todo lo que pudieran, aunque fuera solo para echar el rato juntos… Haciendo otras cosas, pero juntos. Vamos, lo que estaba describiendo era una vida en pareja, y ya sabía que, de eso, todavía, estaba difícil que tuvieran. — Lo haremos, mi amor. — Mientras tanto, disfrutaría riéndose de lo diferentes que podían llegar a ser los hermanos O’Donnell, y de imaginarse a ese mini Peter aferrándose con su vida a un museo por primera y única vez. — En verdad me parece adorable todo eso para los niños, es supertierno, antes de irnos enséñamelo. — Le pidió, con una sonrisa y un tonito adorables. — Yo nunca había estado aquí, y a lo mejor así aprendo un poquito. Por tamaño no me echarán porque yo creo que Lex con diez años medía lo mismo que yo. — En serio, Lex había sido como un señor grandote desde que ella lo recordaba.

Marcus pareció caer en la chica que le había señalado, y la chica se había percatado de que la estaban mirando, pero Marcus se lo tomó a broma, y nada mejor que a un Gallia le den una broma. Deslizó el dedo índice por su brazo. — Igual sí estoy celosa y te pido una compensación. — Seguramente, si hubiera tenido que ponerse celosa en aquel tiempo, se habría vuelto loca, con la cantidad de chicas (y algunos chicos) que habían caído rendidas cada vez que pasaba por delante el prefecto O’Donnell. — No, no es que me parezca sospechosa, es que parece que tiene algún interés en nosotros. — Bueno, ahora que se fijaba… no era en ellos precisamente. — No, no me suena de Hogwarts para nada. Y si no te suena a ti que conocías a todo el castillo… — Vaya cosas tenía su novio, si prácticamente se sabía el nombre de pila de todos los alumnos, si él no la conocía, definitivamente esa chica no era de Hogwarts, aunque por edad debería. Entonces era extranjera. Anda, quizá es que no entendía bien el idioma… — Qué fácil perdéis el interés cuando está el otro cerca… ¿Ya no quieres saber de escobas, cuñadita? — Pues claro, ¿cómo no iba a querer yo saberlo todo de escobas? — ¿Estás siendo sarcástica? — Que noooo. — Tranquilizó a su cuñado, yendo hacia él, sin soltar a su novio.

Pero alguien más parecía haberse dado cuenta de la presencia de la chica misteriosa. Solo que Darren, como buen Hufflepuff, no cultivaba el disimulo, y salió a voces sobre lo genial que era su novio. La cara de Emma era un poema. — Darren… ¿En los museos muggles no se recomienda mantener un volumen bajo de voz? Para favorecer la concentración. — El pobre se puso rojo como una manzana recién cogida. — Sí, sí, es verdad, es que cuando se pone así tan listo… me enamora. — Emma no varió ni un milímetro la sonrisa, solo bajó los párpados. En idioma Horner, que ya empezaba a entenderlo, eso quería decir “y me alegro por ello, pero baja la voz en mi presencia”. — Mirad, estas son las primeras escobas, que eran veloces, de hecho demasiado, pero nada aerodinámicas, y eso era un problema muy gordo en cuanto soplaba el viento porque… — Nada, Lex estaba ajeno a todo drama, porque estaba rodeado de escobas históricas. Pero sí, Darren se había puesto celosón, y casi que podía entenderlo, porque ahí estaba la chica otra vez. Iba a llamarle la atención a Marcus sobre el asunto, cuando ella misma se hizo notar. — Entiendes un montón de escobas. — Dijo en perfecto inglés, así que teoría del no entendimiento, cancelada. Bueno, perfecto no, ese acento… le recordó de inmediato a Aaron y a su madre cuando lo imitaba. — Es americana. — Le susurró a Marcus. Lex se giró y la miró. — Ah, no, bueno, es que me encanta el… El… — Y de repente, su Lex particular pareció haberse estropeado repentinamente, arrugando mucho el entrecejo y ciertamente confuso. — ¿Lex? — Preguntó Darren, desconfiado. — Sí, sí, perdón… Me he trabado… ¿Quién eres? — Lex, hijo… — Le instó Arnold, con su habitual cortesía. — Preséntate como Merlín manda… — Le tendió la mano a la chica. — Encantado, señorita. Soy Arnold O’Donnell, y este es mi hijo Lex O’Donnell, es cazador del equipo de quidditch de Hogwarts. — Ella amplió la sonrisa, que la aniñaba mucho más y la hacía parecer una chiquilla traviesa. — Blyth Jennings, ferviente admiradora del quidditch. — Darren la miraba desconfiado, y Lex no parecía salir de su asombro. — Yo soy Alice Gallia. — Sonrió a la chica. — Soy su cuñada. — Blyth la sonrió de vuelta. — Qué bonito tener una familia que se interesa tanto por tus gustos. Hay que venir a Inglaterra para encontrar auténticos fans del quidditch por lo que veo. — Pues si eso le parecía entusiasmo, no quería saber cómo era en América. — A ti sí te he oído. — Dijo Lex, repentinamente señalándola. Alice miró a Marcus de reojo y se rio, tratando de desviar la atención de ese comentario tan sospechoso. — Pues claro, Lex, la acabo de saludar. — Miró a la chica y trató de hacer una bromita. — Como ves, el quidditch es lo suyo, pero las presentaciones no. —

 

MARCUS

Estaba mirando la zona infantil con una sonrisilla, recordando, y asintiendo a lo que Alice iba diciendo... Al menos hasta que dijo que se lo enseñara antes de irse. La miró súbitamente, ilusionado, con ese disimulo con el que Merlín le había bendecido, que no era mucho. — Claro, claro, te lo enseño. — Señaló, tratando de aparentar normalidad, y añadió. — O si quieres podemos llegarnos ya. — Darren, atento, que nos veo interrumpiendo otra alquimia de vida en el baño. — Murmuró Lex cerca de ellos y con una sonrisa malévola, haciendo a su novio reír como una ratilla escondida. Marcus le miró con cara de circunstancia. — Creía que los museos había que verlos enteros. — Dices la frase como si fuera mía. Yo iba para las escobas. — Y eso hizo, dirigirse hacia las escobas, y Marcus rodó los ojos, suspiró y se encaminó también. Pero ya tenía la nota mental de ir a la zona infantil antes de salir del museo.

Alice tocándole con el índice y lanzándole ese comentario activó el lado travieso de Marcus, ese lado que solo tenía un motivo para existir y era Alice Gallia. La miró con una caída de ojos y una sonrisita ladina. — Vaya ¿y de qué tipo? — Pero estaban con toda su familia alrededor y ya sentía miraditas encima, de hecho, Lex volvió a lanzar uno de sus comentarios, así que se separó de nuevo y disimuló. — Estoy deseando ver esas escobas que llevan ahí desde el siglo XI. De hecho, no recuerdo ningún año de mi vida en el que no estuvieran. — No como los útiles de alquimia que tanto veneras, que son todos de ayer. — Contraargumentó Lex, irónico, y todos se dirigieron a la mencionada sección de escobas.

Aunque Darren pudiera no percibirlo así en ese momento, el que Emma hubiera tenido la concesión de decirle que bajara la voz era muy buena señal. Quería decir que lo percibía como parte de su grupo, es más, de su familia. Si no, habría pasado olímpicamente de él y simplemente hubiera puesto una muy disimulada expresión desdeñosa mientras buscaba la mirada cómplice de su marido. Marcus apretó los labios, porque el hecho no era menos gracioso por ser así. Respiró hondo para asistir al discurso sobre escobas de su hermano (a ver, él era Ravenclaw, atendía a todo, y le ilusionaba ver a Lex así, pero es que se conocía ya esa historia de memoria) cuando una voz que no era de su grupo le hizo cambiar el foco de atención por completo. Miró a Alice de reojo. Vaya, pues sí que estaba la chica interesada en ellos... Bueno, "en ellos". No había dudado ni medio segundo en hablarle directamente a Lex. Ninguno de los presentes, ni siquiera el propio Lex, estaba acostumbrado a que él fuera el foco más atractivo del grupo.

Se inclinó un poco hacia Alice para oír lo que le susurraba, pero sin quitar los ojos de Lex y la chica, porque desde luego que eso merecía la pena verlo. Americana, sí, eso daba sentido a por qué no la conocían de Hogwarts, aunque le tumbaba la teoría del idioma. Ciertamente y visto lo visto, era más factible pensar que la chica se hubiera fijado en Lex en concreto y fuera tan directa que no hubiera dudado en acercarse a hablar con él a pesar de que estuviera con toda su familia... y con su novio. Hombre, a más señas, lo cual le reducía considerablemente las posibilidades. Hombre que, dicho fuera de paso, tenía en esos momentos la mayor expresión de pocos amigos que Marcus le hubiera visto en la cara desde que le conocía.

Su hermano pareció trabarse de repente de una manera muy sospechosa. Era Lex, que se quedara bloqueado hablando con alguien no era nada extraño, pero parecía bastante confuso. ¿Le habría leído en la mente... alguna mala intención? De ser así, y siendo Lex como era, directamente le habría dado un corte y habría apartado a su familia de allí. No parecía eso. Quizás había visto que a la chica le atraía y se había quedado bloqueado. Era muy extraño. Su padre trató de poner un poco de protocolo en el asunto, presentándose debidamente. Tras presentarse Alice, Marcus dio un paso adelante y estrechó su mano también, con una cortés sonrisa. — Marcus O'Donnell, su sufrido hermano mayor. Perdona, es que ya he escuchado el discurso de las escobas muchas veces. No soy tan ferviente seguidor del quidditch, aunque sí de los logros de mi hermanito. — La chica soltó una risita traviesa y musical a su comentario y Lex arrugó el ceño más todavía. Tranquilo, que no tengo pensado levantarte al ligue. — No seas idiota. — Saltó su hermano en voz alta, lo que hizo que sus padres le miraran con reproche. Lex carraspeó. — Es... Siempre dice que es el mayor... pero yo soy más alto. — Marcus tuvo que apretar los labios muchísimo para no estallar en una carcajada, y la chica solo sonrió más ampliamente. Anda que... Más le valía a Lex aprender un poco de habilidades comunicativas si quería ponerse a dar vueltas por el mundo como jugador de quidditch profesional.

La tal Blyth admiró a su familia y Lex volvió a soltar un comentario totalmente fuera de contexto. Marcus le miró extrañado. Eso empezaba a no ser normal ni siquiera para Lex. La chica, muy risueña por lo que parecía, volvió a reír con el comentario de Alice. En vistas de lo absurdamente incómodo que estaba su hermano, Marcus decidió hacer un puente. — ¿Vienes con tu familia, Blyth? — La chica negó, moviendo los rizos, e hizo un desenfadado gesto con la mano. — Qué va. Acabo de terminar mis estudios en Ilvermorny y he decidido recorrer un poco de mundo. Y como me gusta tanto el quidditch, he empezado por aquí. — Marcus asintió, con una sonrisa. — Me parece un plan genial post-estudios. —Aunque empezar por un museo de quidditch tu recorrido de crecimiento personal... Como si él, de haberlo hecho, no hubiera empezado por recorrerse todos los lugares importantes de la alquimia. Pero, en su cabeza, no era para nada lo mismo.

— Puedes unirte a nosotros lo que queda de visita, si quieres. Así no estás sola. — Ofreció Arnold, y Darren puso cara de haber sufrido una traición personal y se enganchó aún más del brazo de Lex, como si temiera que se lo fueran a robar. Blyth puso una expresión ilusionada, con la sonrisa aún más ancha y, en cambio, una especie de velo de no querer expresar más de la cuenta en el rostro. — Me encantaría, seguro que aprendo más. Aunque no quisiera molestaros... — No es ninguna molestia. — Dijo Emma sutilmente, acercándose para presentarse también. — Emma O'Donnell, la madre de Marcus y Lex. — Un placer, señora. — Estaba viendo a Darren rodar los ojos con desprecio, y Marcus no era legeremante pero casi podía oírle pensar. Lex seguía con expresión confusa. La chica, ignorando esto, se dirigió de nuevo a Lex. — ¿Entonces jugabas en el equipo de Hogwarts? — Sí. — Contestó el otro, escueto, aunque sin sonar borde, solo confuso. Esta asintió, mucho más sonriente. — Qué guay. — Ya ves. Es algo que no está al alcance de cualquiera. — Saltó Darren, en un tono de clarísima indirecta que hizo a Marcus abrir mucho los ojos y mirar a Alice de soslayo. ¿Desde cuándo Darren se ponía así?

Pero la chica se quedó tan tranquila y sonriente como estaba, solo que ahora miraba al Hufflepuff. — ¿Tú eres su otro hermano? — Bueno... Pensó Marcus, mirando hacia arriba, a ver si con suerte no veía el primer asesinato de su vida en directo, que aún no sabía por parte de quién y a quién iba a ser cometido pero lo iba a ver. Darren se irguió y apretó aún más el brazo de Lex, diciendo muy dignamente. — No. Soy su novio. — Pero Blyth, lejos de achantarse o retirarse como Darren claramente quería provocar, simplemente asintió, sin perder la sonrisa. — Vaya, que si quisieras ser profesional tendrías un montón de gente animándote, ¡si ya hasta al museo vienen contigo! — ¿Verdad que sí? — Celebró Arnold las palabras de Blyth. Su padre siempre a punto para subirse al carro de evitar conflictos. Marcus se mojó los labios y decidió colaborar él también. — ¿Tú jugabas al quidditch en Ilvermorny, Blyth? — La chica encogió un hombro. — No se me da mal, pero siempre he sido más de admirar. — Uy, pues un museo es el lugar ideal para eso. Hay muchísimo que admirar, vitrinas llenas. — Volvió a irrumpir Darren, más ácido que en toda su vida. Sin embargo, la chica no quitaba la sonrisa traviesa y enigmática. Marcus miró de reojo a Alice otra vez. ¿Se lo parecía a él, o esa chica se mojaba poco en cuanto a dar pistas sobre sí misma se refería?

 

ALICE

Si Lex, siendo famoso, no se descubría a sí mismo como legeremante, sería un milagro. Trató de reír al intento de arreglarlo con lo de ser más alto y aportó. — La que seguro que no gana soy yo. Y eso que soy la más mayor. — Y además de verdad, porque aquella chica era muy menudita pero bastante alta. Sería buena jugadora de quidditch ¿no? — Perdona, cuñadita, sigo aquí. — ¿Qué? — Preguntó desconcertada. — Que yo cumplo antes, en marzo. — ¡Ay es verdad! Empezaba a ser mucha responsabilidad ser la mayor. — Siguió la broma. Lo que no se esperaba era a Darren así de irascible, nunca lo había visto así.

Visto lo tenso de la situación, su novio trató de sacar al prefecto O’Donnell que llevaba dentro y preguntó a la chica si venía en familia. Pues si llega a ser que sí, qué rarito hubiera sido que les diera plantón por seguirles a ellos… Oye… ¿no les estaba como costando horrores sacarles información? ¿Y si era una espía de los Van Der Luyden que ahora que no tenían a Aaron tenían que recurrir a otra gente? Lex paró en seco y la miró, pero justo en ese momento, Arnold y Emma la invitaron a unirse. Mierda. Sigue, sigue, tú como si nada, si es una espía, mejor que no piense que sospechamos, pensó bien fuerte para que su cuñado la oyera. Justo a tiempo de enterarse de la pregunta de la chica, que claro, le cayó un poco a trasmano. Aunque no tanto como la siguiente que hizo, esta vez a Darren. Marcus y ella se miraron esperando claramente un giro dramático de los acontecimientos, pero la chica como si no fuera con ella, se limitó a sonreír y se acabó el drama. Vale, era realmente sospechosa.

Apretó un poquito más de la cuenta la mano de Marcus cuando aquella chica volvió a desviar el tema de su persona, porque eso volvió a tensarla, y ya iba a decir algo, pero de repente, Lex volvió a tomar el mando de la situación. — Total, que aunque mi hermanito ya haya dejado claro que se lo sabe de memoria, aquí tenemos los modelos históricos, que eran simples palos, ¿ves? Y luego las encantaron antimaleficios. — ¿Pero cómo vais a tiraros maleficios sin soltaros de la escoba? — Preguntó ella con una risita. — Maldiciones silenciosas. — Dijo Blyth. Todos se giraron hacia ella, y de golpe se vio observada, así que reculó. — Vamos, digo yo. — No le estaba dando ninguna buena espina eso, no señor. A Darren tampoco, pero él iba colgado del brazo de Lex marcando terreno, no sospechando de una posible espía. Trató de distraerse mirando unas cestas que había por ahí. — ¿Y esto? ¿Para llevar las pelotas o qué? — Lex tuvo que reírse y frotarse los ojos. — ¿Realmente no sabes NADA de quidditch, Alice? Eran los antiguos aros. — Abrió mucho los ojos. — Ah, ¿y por qué los quitaron? — Pues por normativa, porque no había una medida estándar… — Y porque la gente los incendiaba cuando su equipo iba perdiendo, o simplemente para animar el partido. — Saltó Blyth. Para no jugar al quidditch no veas si tenía datos. — Sí, eso también. Es que la gente era un poco salvaje con el quidditch. — ¡Ja! Era, dice. Si les dejaran, lo harían hoy en día, ¿o no os acordáis de los ingleses en Roma cuando el mundial? — Dijo Emma. Quería reírse y participar, pero la aparición de aquella chica la había dejado un poco envarada, aunque siguió, de la mano de su novio, haciendo comentarios aquí y allá.

Pasaron al área de los equipos de quidditch y enseguida reconoció al equipo de Lex, que ese se lo había aprendido. — ¡Eh, Lex! ¿Te hacemos una foto donde los Montrose Magpies? — Dijo toda contenta, señalando las equipaciones blancas y negras que se mostraban en una vitrina. — ¿Eres de ese equipo? — Preguntó Blyth como lo preguntaba todo, con ese tono de curiosidad llana y genuina, como si estuviera en un juego. — Eh… Sí… Bueno, a mí me gusta el deporte, pero sí, los Montrose más que los demás. — Sí, vamos la definición de ser de un equipo. — Apuntó la otra con media sonrisita. — Lexito, vamos a hacernos una foto los dos. ¿Nos saca, señor O’Donnell? — Dijo Darren, tendiéndole la cámara a Arnold. — No faltaba más. Y ahora, si eso, puede sacarnos a todos Blyth, aquí delante del equipo de mi… familia. — Otro que era el rey de los secretos. Darren se enganchó del cuello de Lex con una gran sonrisa y Arnold les sacó, momento que aprovechó para mirar a su novio. Igual se estaba haciendo componendas de más, y aquella chica realmente parecía mostrar solo interés en Lex y ser un poco reservada. Apoyó la cabeza en el hombro de Marcus y susurró. — Te juro que daría lo que no tengo por tener ahora mismo un sitio donde pudiéramos estar solos. — ¡Chicos! ¡Vamos a ponernos para la foto! — No, ni cinco segundos de paz iban a tener, pero no pudo por menos que sonreír al acercarse a los demás y sentirse parte de aquella familia mientras posaba para aquella traviesa y misteriosa muchacha. — Ahora sí que vamos a poder ir al área infantil si quieres. — Dijo Lex con media sonrisita. — Y que aquí mi granado hermanito te cuente todos los traumas que ha cogido por ahí. —

 

MARCUS

Marcus atendió a la explicación de Lex. Se quejaba mucho de haber oído mil veces lo mismo, pero lo cierto era que ver a su hermano así, tan entusiasmado e informado con respecto a algo, le gustaba mucho, como buen Ravenclaw orgulloso del conocimiento que era. Asintió cuando, a la pregunta de Alice, Blyth respondió que se podía maldecir con hechizos silenciosos. Vivir con su madre le había hecho saber bastante de eso, además, como insistía en recordar, se sabía la historia del quidditch de memoria (y el reglamento, que se lo estudió cuando su hermano entró en el equipo de Hogwarts y, cuando supo que se dedicaría a ello profesionalmente, le echó otra ojeada).

Lo que no le gustaba era el tonito de Lex para decirles de nuevo que no sabían nada de quidditch. — Eh. — Le llamó la atención, frunciendo el ceño, porque claro, a su Alice no la tocaba nadie. — Que nosotros sabemos de muchas cosas y no nos vamos recochineando. — La carcajada de su hermano fue tan fuerte y mordaz que debió enterarse medio museo. — No, qué va. — Bueno, pero no hacemos sentir mal a los demás por saber nosotros más. — Lex fue a replicar también, pero su madre redirigió para que contestara a Alice correctamente. Blyth también se unió a aportar información. No le quedaban dudas de que debía ser una gran admiradora del quidditch, de lo contrario, no habría empezado su año sabático por ahí. Pero estaba dejando poco margen de dudas sobre lo que sabía. — La podríamos poner a competir con Donna. — Bromeó en susurro a Alice. Porque, claro, la chica había dicho que solo sabía, no jugaba... ¿O sí? No le había quedado muy claro, había sido una respuesta un tanto ambigua.

Al llegar a los equipos, fue ver a los Montrose Magpies y le recorrió un escalofrío de orgullo por el cuerpo. Creía que estaba siendo poco disimulado por mirar a Lex de reojillo y con una sonrisita, pero teniendo en cuenta que Darren estaba subido a él como un koala, que Alice directamente sugirió una foto y que a su padre le faltaba sacar una pancarta, resultó quedar como el más discreto solo por detrás de su madre. Miró sonriente y compartiendo una miradita cómplice con su novia cómo Arnold sacaba una foto a Lex y Darren. Lex estaba tan tenso como siempre ante una foto, pero mucho más sonriente, se notaba claramente que estaba feliz. — Al final, todo lo que necesitaba un O'Donnell era... un Gallia y un Millestone. — Le guiñó a su novia tras el susurro, tras lo cual ella apoyó la cabeza en su hombro. Sonrió, pero ni tiempo le dio a contestar porque ya les llamaban para la foto. Tiró de la mano de Alice, contento, y ambos se colocaron para salir en la foto de familia.

— Tengo que decirte una cosa. — Le susurró Lex, cuando aún ni le había dado tiempo a quitar la sonrisa para la foto. Le miró un tanto confuso, pero como ya todos se habían reactivado tras la pose, su propio hermano fue el primero en disimular y cambiar de tema. Marcus le miró con hastío. — Ja, ja. Tenían muchas revistas, las cuales me hubieran entretenido más si, a) no fueran esencialmente fotografías y tuvieran algo más de texto, b) mi concentración no se viera interrumpida cada dos segundos por el estruendo de un balonazo. — Se irguió, muy digno. — Yo me quedaba fuera con mamá y ella me hacía preguntas de lo que habíamos visto y yo se las respondía, demostrando que era un buen hermano mayor que escucha el entusiasmo del menor. — Demostrando que eras un resabiado al que le encantaba dárselas de inteligente. — Puntualizó Lex, y el comentario hizo reír a Blyth con una risa divertida y de un toque travieso. La chica se había colocado cerca de Lex al caminar, y Darren se metió en medio de una forma muy obvia. — ¿Y cuál dices que es tu siguiente parada? — Le preguntó, con un punto que sonaba casi hiriente, pero la otra contestó con normalidad. — Aún no lo he decidido. Estoy improvisando. Según si encuentro motivos para quedarme o para ir a otro sitio, tardo más días en irme o no. — Aah, motivos para quedarte... — Dijo Darren, en un fingido tono comprensivo. Luego hizo un gesto despreocupado con la mano. — En Inglaterra no hay mucho que hacer, tampoco te creas... — Marcus miró a Alice y le hizo un gesto con los ojos. Confiaba en que su novia se metiera por medio de esa conversación y la desviara de alguna forma antes de que fuera a peor. Porque por lo que a él respectaba, le estaban llegando las vibraciones de Lex de que algo le quería contar.

— Es oclumante. — Le susurró cuando se hubieron alejado discretamente unos pasos, colocándose un poco por delante de los otros. Marcus le miró con los ojos muy abiertos. — No me ha llegado nada. No puedo leerle la mente de ninguna de las maneras. — ¿Te has planteado no ir leyéndole la mente a las personas que acabas de conoc...? — ¡Joder, Marcus, no empieces! — Susurró Lex, irritado y mirando de soslayo hacia atrás, como si quisiera comprobar que los otros no les oían. — Nunca me había topado con un oclumante. — Bueno. — Dijo Marcus, con una leve risa, tras lo cual se señaló el pecho con falsa humildad. — Ya practicaste en su día conmigo... — Nunca me había encontrado con un oclumante profesional. — Enfatizó Lex, taladrándole con la mirada. Marcus retiró dignamente la suya. — No me pienso ofender... — ¿No te parece raro que alguien que está aquí simplemente dando un paseo tenga la mente cerrada? — Marcus pensó unos instantes y luego se encogió de hombros. — No sé, está viajando sola por lo que ha contado, y no sabemos nada de ella ni de su vida. A lo mejor solo intenta protegerse. Imagínate que hay algún legeremante malintencionado por ahí que detecta en su mente que está sola en el país y, qué se yo... le hace algo. Puede ser simplemente una protección. — Lex frunció los labios, mirando pensativo al suelo. Marcus siempre pensaba hacia arriba. Lex, hacia abajo. — No lo había visto así. — Marcus se detuvo, mirándole. Ya habían llegado a la zona infantil. — Es eso, o que intenta ligar contigo. — Idiota. — Yo diría que es bastante obvio. — Cállate. — ¡Vaya! Mis niños están nostálgicos. — Dijo Arnold, llegando a su altura. Le había faltado tiempo para ampliar las zancadas con carita de ilusión. Lex, por supuesto, puso sonrisa malévola y se la devolvió. — O eso, o alguien pretende hacerte abuelo. — Qué tonto eres, de verdad. Los museos se ven enteros o no se ven, ¿a que sí, papá? — El hombre rio, pero también suspiró. — Venga, Alice, que algo me dice que Marcus quiere enseñarte esto. Por lo que sea. —

 

ALICE

Desde luego, los hermanos O’Donnell siempre iban a ser los hermanos O’Donnell, solo que ahora no le incomodaba, como hace unos años, sino que le hacía mucha gracia. También trató de reír a lo de Donna. Marcus no la consideraba sospechosa… Y él era muy preocupón de base, si se lo estaba tomando a broma, probablemente es que ella estaba exagerando. Y desde luego que no tenía ganas de arruinar el día tontamente, y menos cuando su Marcus le decía cosas como que solo necesitaba una Gallia, que mira qué feliz casualidad, eso era ella, una Gallia, y se hacían fotos juntos, y disfrutaban del día y del merecido descanso de preocupaciones.

Detectó que Lex quería hablar con Marcus, y ella aprovechó para colarse entre Darren y Blyth, tratando de evitar una masacre. Pero sí que era cierto que estaba difícil entablar ninguna conversación profunda con aquella muchacha. — Pues en Francia también se juega mucho al quidditch, ¿sabes? Yo tengo familia allí. — Anda, qué bien, qué envidia. — Comentó la chica. — Igual allí también hay museo del quidditch y eso, yo nunca había venido a este, así que es posible que en París haya uno y yo no me haya enterado. — Comentó con una risita. — Sí, yo tampoco había estado en este antes. — Soltó Darren, mirando a su al rededor. — Pero tengo mucho tiempo para venir con Lexito siempre que quiera. — ¿Y cómo es que no habéis venido hasta ahora juntos? — Preguntó la chica. Darren la miró con clara ofensa y boqueó como un pez. — Porque… Porque no había coincidido que pudiéramos venir aquí en vacaciones. Yo hago todo lo que puedo para verle, aunque no sea fácil. — ¿Por qué no es fácil? — Vale, ahora en serio, el interés de esa chica por Lex no era normal. Y ya podía dejarse de espías y de asuntos, esa chica estaba interesada en Lex. Ya lo que quisiera de él… era más problema de Darren, aunque Lex ni la había mirado. — Por dónde vivimos cada uno. — ¿No os podéis aparecer en Inglaterra? — Sí, sí, pero es que Darren vive en una barriada muggle y no es tan sencillo. — Saltó ella. Ojalá y fuera eso, es que Darren era malísimo en aparición, y un día se iba a despartir e iban a tener un problema. — Ah… Que aquí os separáis. — Yo no me separo de Lex si puedo evitarlo. — Dijo Darren, muy orgulloso. — No, Darren, se refiere a las barriadas… Que en Estados Unidos viven todos con todos. — Mira, una cosa en la que vamos a estar de acuerdo. — Contestó él, no sin cierto tonito. — Bueno, yo preferiría lo de los barrios solo de magos. — Dijo Blyth levantando las manos. — ¿Qué pasa? ¿También eres clasista de la sangre? — ¿También? — Respondió ella. — Darren… — Advirtió Alice, mirando de reojo a Emma y Arnold, que se reían mirando la foto que ya había salido revelada y parecían estar recordando algo de Lex y Marcus de pequeños. — Que aquí ninguno somos de eso, eh… — Además, te he visto pasar de las insinuaciones de gente mucho menos agradable que Blyth, que realmente no ha dicho nada. La chica se encogió de hombros. — Claro, yo lo digo porque es un peñazo andarte siempre con ojo para aparecerte y eso. En una barriada mágica pues no tendrás que estar pendiente de eso, digo yo. — Casi se le escapa una risa, porque la chica lo decía todo tan de cara y con ese tono… que la hacía reír, no lo podía evitar. Pero si quería que a Darren no le diera un soponcio, necesitaba refuerzos.

Pero lo bueno era que acababan de llegar a la zona de niños y sintió cómo la llamaban. — ¡Ah! Se lo he pedido yo, me hacía ilusión ver el sitio, es muy cuqui. — A su afirmación, Lex y Arnold contuvieron una risa y se pusieron a darle palmadas en la espalda a Marcus. — ¿Qué? — Ignóralos, Alice. Hombres. Incluido el mío, que le tiene que reír las gracias a sus hijos digan lo que digan. — Dijo Emma, arrastrando las últimas palabras y mirando significativamente a Arnold. Vale, se estaba perdiendo, pero algo le decía que iba en su interés no preguntar. — Venga, ¿me lo enseñáis? —

Lex les condujo a una minipista, donde, efectivamente, repartían camisetas a los niños, y les daban escobitas, aunque estaban desencantadas, solo corrían con ellas como si fueran montados. — ¿Ves? Tienen quaffles pequeñitas, y las bludgers son de espuma, igual que los bates. — Eso le puso una sonrisa en la cara. — ¡Qué adorable! ¿Y la snitch? — Es una bolita dorada que tiene un encantamiento de recorrido fijo, mira. — La señaló Lex en la pista vacía, cazándola en un segundo, tan rápido que ni se lo vio venir. Alice parpadeó. — En verdad podrías ser lo que te diera la gana en el quidditch, condenado. — Lex se rio y la soltó de nuevo. — Es que esta es para niños, Alice. Venga, vamos por ahí que hay una pista para mayores, para probar a jugar aunque no seas profesional. — No me vas a subir en una escoba, Lex. — Que síííí, tonta. — Dijo agarrándola de los hombros. Al pasar por las mesitas de colores para niños vio pergaminos con dibujos de quidditch para colorear y las revistas que Marcus decía, y se lo imaginó siendo un niño precioso, peripuesto y adorable allí sentadito. — Mi amor, ¿me dibujas una snitch o algo? — Dijo mirándole parpadeando como una niña buena. — Me parece tremendamente adorable. — Aunque, en su mente, lo de ir a la sección de niños había sido una cosa de ellos dos solos para dar una vueltecita y… Bueno, hablar y tocarse e igual besarse un poquito en algún sitio discreto. Pero no, claramente no iba a ser.

Llegaron a un gimnasio donde se había organizado un grupo y se pasaban las quaffles. — ¡Eh! Vosotros, sumáis cinco fácilmente, poneos contra nosotros. — Ella se apresuró a negar. — Ah, no, no, yo ni idea de quidditch. — Venga, ¿por qué no, cuñadita? Si es amateur, mira, ni siquiera se juega en altura, solo un par de metros. — Bueno, eso no será altura para ti, que eres una palmera. — ¡Yo voy con mi Lexito! — Exclamó Darren, enganchándose del brazo del chico. — De verdad que es que… — Pero Darren tiró de ella y dijo, bajito pero agresivamente. — Ponte que si no se va a poner esa otra, tu solo intenta no caerte y ya. — ¡Venga! — Exclamó el chico que les había llamado. — Te pones de golpeadora, que es muy fácil para empezar. — Dijo tendiéndole un bate de plástico, luego señaló una pelota rosa que se movía frenéticamente en su caja. — La bluddger es de plástico, así que… — Ehm… ¿Y de las de ahí de espumita no hay? — Todos se rieron de ella, pero ni contestaron. Bueno, pues nada. — Blyth, ¿quieres probar? — Preguntó Arnold muy animado, pero la chica levantó la mano. — No, no, yo mejor arbitro que se me dan muy bien las normas. — Oye, que yo tampoco sé jugar… — Empezó ella quejándose, pero Darren le dio en el brazo. — Calla. — Jo, había que ver, lo que hacía una por la Orden de Merlín. — Venga, pues me pongo yo de buscador, que creo que puedo calcular las órbitas de la snitch. — Dijo su suegro, a lo que Emma puso los ojos en blanco. — A ver si pudiera ser no empezar el verano con lesiones. — Que no, mujer. — Vale, entonces os falta guardián… ¡Eh, tú! — Señaló el chico a Marcus. — Que tú eres alto, serás buen guardián. — Alice miró a su novio tratando de contener la risa que amenazaba con darle. — Venga, toma, guapa, haz una prueba. — Dijo dándole el bate. Ella sonrió de medio lado. — Venga… me voy ahí… con mi novio el guardián… — Respondió sin quitar la sonrisa. Es que no le gustaba que le llamaran guapa sin ton ni son. El chico soltó la bluddger y Alice reaccionó todo lo rápido que pudo, y para su sorpresa, le dio superfuerte y la mandó hacia el techo. — ¡Eh! ¡Le he dado! ¡Le he dado, Lex! ¡Soy una golpeadora! — Su cuñado se rio, montándose en las escobas que empezaban a traerles. — Sí, pero ahora hay que hacerlo en la escoba y a ser posible no des hacia arriba, Alice. — Ella frunció el ceño. — Pero si esto está lleno de gente, si le doy de frente voy a… Ah, ya… — Si es que ese juego era demasiado agresivo. Además, a ver cómo controlaba darles a los otros y no a los suyos. Mejor no lo pensaba mucho, que todavía se arrepentía. Le dio un piquito a Marcus y rio. — No estoy nada segura de esto, pero ya que no podemos estar ni medio segundo solos, al menos contentemos a la otra mitad de la Orden de Merlín. — Y se subió en la escoba, pero antes de flotar le dijo a Emma. — Échame el hechizo inmovilizador a la falda, porfa, que no contaba yo con encaramarme a dos metros. — Emma rio y se lo echó, y cuando pasó por al lado de Marcus susurró. — Lo de las buenas vistas de mis vestidos lo reservo para cuando estemos solos en los árboles de La Provenza. —

 

MARCUS

Puso una sonrisa radiante cuando su novia confirmó que se lo había pedido ella, pero las palmaditas idiotas de su padre y su hermano le hicieron chistar y removerse para que dejaran de dárselas (de ponerle en ridículo, más bien). Agarró a Alice de la mano y confirmó. — Te lo enseño. — Tirando de ella hacia el interior de la zona infantil.

Lamentablemente para él, Lex se les adelantó. Tenía hoy la voz cantante muy activa con la cosa de estar en el museo de quidditch y no dudó en capitanear y conducirles hacia las pistas. Marcus frunció los labios, y trató de hacer una maniobra de desvío. — Iba a... — Comenzó, señalando el otro extremo de la sala, donde había unas mesitas de colores y varias sillitas con adornos de pelotas y escobas, y en las que los niños más pequeños estaban coloreando snitches. ¡Él quería irse con los niños que coloreaban y sentarse allí! Esperaba no haber pensado eso demasiado alto porque Lex se iba a reír en su cara... En el hipotético caso de que le prestara la más mínima atención, que al parecer no se daba la circunstancia, ya había empezado a explicarle a Alice de qué iba aquello.

— Qué mono. — Dijo la tal Blyth con una sonrisita, mirando la explicación que Lex le daba a Alice y Darren sobre el funcionamiento de aquello. — Sí, es muy... — Empezó Marcus, que iba a asegurar que efectivamente aquello era bastante adorable (aunque seguía prefiriendo las plantillas de colorear), pero se interrumpió y miró a la chica. — Eemm. — Está dejó escapar una casi muda risa con los labios cerrados y le miró. — Sí, me refiero al entorno, no a tu hermano. Ya me ha quedado claro que tiene novio. — Ah, sí, no, ya. Si ya... — Dijo con una risa nerviosa. Puf. Menos mal que no estaba Darren delante, aunque bueno, parecía no referirse a Lex ni pretender nada... Parecía.

Claro, se despistó un segundo y ya estaba Lex llevándoselos a la pista de adultos. Marcus chistó. — Venga, tío, confórmate con lo que tienes, no nos amargues la quedada. — ¿Estás hablando conmigo o contigo mismo? — Dijo su hermano, bien contento y sin dejar de andar hacia el lugar. — Ja, ja. Hablo en serio. — Yo también. — Contestó Lex, igual de feliz. Mira, porque ver a su hermano así no era habitual y a él su familia le tocaba la fibra sensible, que si no... Al menos pasaron por las mesitas de colorear, y cuando Alice le habló, se paró en seco. Apenas despegó los labios. — No. — Zanjó Lex. Marcus chistó, infantil. — No eres mi padre. — Venga ya, tío. Que parezcas un alquimista de prestigio aunque sea, no te pongas a hacer monigotes. — ¿Eres alquimista? — Preguntó Blyth, pero Marcus, indignado con el comentario de su hermano, apenas le dijo. — En proceso. — Y respondió a él. — Que sepas que el dibujo es una habilidad que un buen alquimista debe dominar para no acabar transmutando, por ejemplo, vidrio en lugar de sal. Y el dibujo es una destreza que se aprende en la infancia temprana y que... — Tío, vas a jugar al quidditch, así que tú sabrás si quieres hacerlo cansado de hablar o no. — Concluyó Lex con tono hastiado y, una vez más, sin prestarle demasiada atención.

La reacción de Marcus cuando los que estaban allí les señalaron, ya con las cuentas hechas y todo, fue la misma que habría tenido (que tenía, de hecho, porque no era la primera vez que Lex se la liaba así) con nueve años: dar un sobresalto en su sitio y mirar con los ojos muy abiertos a quienes le señalaban. Por desgracia, se veía que el Marcus de nueve años tenía mucha más autodeterminación que el de diecisiete, porque en aquellos momentos simplemente sacaba un libro como escudo y se iba de allí, mientras que ahora, ahí estaba. Pero es que no podía dejar a su novia vendida... Ni a una desconocida "muy amante del quidditch" con Lex y su novio en plena fase de celos. No quería que la primera quedada oficial de La Orden de Merlín fuera de casa y con sus padres acabara en tragedia. Aunque, como Alice y él se pusieran a jugar al quidditch, había bastantes probabilidades de que eso ocurriera.

Alzó las palmas en cuanto Alice empezó a poner objeciones. — Yo si mi novia no quiere jugar, no soy quién para obligarla, y ya no daríamos para un equipo... — No coló, porque Lex tenía un objetivo claro ahí, y si no Darren, que Marcus no pensaría obligar a Alice a nada pero el Hufflepuff prácticamente la estaba lanzando a la pista a punta de varita. — Ah, pero ¿se juega por parejas o algo? — Preguntó esperanzado cuando Darren dijo que iba con Lex, dando un paso hacia Alice, pero el chico le miró súbitamente casi como un perro rabioso y se detuvo en seco. Lex, ajeno a la escena, simplemente soltó un fuerte suspiro y rodó los ojos. — ¿Cómo se va a jugar en parejas, Marcus? Venga, deja de hacerte el tonto, que no te pega nada. — Pues nada. Se le ocurrían pocas vías de escape a esas alturas.

La cara de Marcus mirando la supuesta bludger a la que Alice, ahora golpeadora del equipo, tenía que dar con el bate, era un poema. Se le iban a salir los ojos de la cara. — Vale, ya no quiero por parejas. — Murmuró con miedo, porque vamos, cualquier cosa menos golpeador. Aunque en teoría, las bludgers iban dirigidas a los otros miembros del equipo... Oh, por Merlín. — Bueno, sí, golpeador. — Cambió de idea, pero para qué, si nadie le estaba escuchando. Primero su hermano y ahora esos desconocidos, allí todo el mundo decidía por él. De hecho, hasta la chica nueva y sola estaba decidiendo más que él. La señaló, de nuevo con los ojos muy abiertos. — ¡Eh! ¿Se podía? — Miró a los demás. — ¡Yo me pido árbitro! — Tú no sabes arbitrar un partido de quidditch, Marcus. — No, lo que no sé es jugarlo. Las normas se me dan de escándalo. — Venga ya, hijo, no te lo pongas más difícil a ti mismo. — Marcus miró a su padre con inquina. — Cómo se nota que tú no juegas. — Eh, a mí en su día no se me daba tan mal. Que no me gustase no quiere decir que no se me dé bien, te recuerdo que soy hijo de Molly Lacey. —Soltó una risita con los labios pegados y dijo. — Tú es que has salido más a la parte de tu madre. — Ahora fue Marcus el que frunció los labios, enfadado. Pasó por al lado de su padre y le murmuró. — No dices eso delante de ella, valiente. —

Para dejarle aún más en evidencia, su padre se puso a jugar. Marcus subió y bajó los brazos con resignación, y ya sí oyó la risita de su madre de fondo. La miró ofendido. — ¿Tú también? — La mujer alzó la barbilla con lo más parecido a una sonrisa divertida que le podías ver. — Estoy muy contenta de ver a mis dos niños jugando juntos. — Ya. — Respondió Marcus, irónico. Tú ni te has molestado en ofrecerte, vamos. Eso lo sabían en todos los planetas existentes, que Emma O'Donnell no se iba a montar en una escoba para hacer el tonto y el ridículo en la zona de juegos de un museo. Algún día él tendría ese estatus intrínseco que él sentía que tenía, pero claramente no, y nadie le obligaría a hacer esas cosas. En lo que estaba mascullando como un viejo cascarrabias, volvió a sobresaltarse y abrir los ojos en su sitio cuando, una vez más, le señalaron. Se puso una mano en el pecho. — ¿Yo? — ¿Guardián? Descolgó la mandíbula, casi sin poder reaccionar. De hecho, le pareció oír a Alice llamarle "su novio" con mucho hincapié, como si quisiera contestar a alguien, pero estaba tan confuso que ni se estaba dando cuenta de nada.

Bueno, a ver, composición de lugar: si era guardián, no tendría que volar corriendo, perseguir a nadie, esquivar blugders (creía, ¿se le lanzaban blugders al guardián? Aunque la golpeadora era su novia, quería pensar que no le iba a herir deliberadamente) o evitar que se chocaran con él en pleno vuelo mientras se concentraba en buscar la snitch. Podía estar tranquilito frente a los aros, simplemente flotando en el aire. Se irguió. — Vale, sí. Guardián. Perfecto. — Estaba viendo a Lex aguantarse una risa como si supiera algo que Marcus no sabía, pero le daba igual. Se subió a la escoba y se fue muy digno hacia los aros, fingiendo hacer algo, pero en el fondo haciendo lo que quería hacer: nada. No jugar. Solo tenía que intentar parar la bola cuando alguien la lanzara y, el resto del tiempo, simplemente estar allí. Facilísimo.

Estaba tan metido en su ficcioncita particular de la dignidad que, cuando aún estaba de espaldas y en dirección a los aros, las vítores de Alice le hicieron girarse. ¿Le había dado a la blugder? ¿En serio? Vale, si quería felicitarla, debería intentar no mostrarse tan sorprendido. — ¡Esa es mi novia! ¡Cien puntos para Ravenclaw! — Vaya, ¿ahora te parece bien que se den puntos por jugar al quidditch? — Ah, cállate ya, Lex, no seas envidioso. — Contestó sin mirarle siquiera, lanzándole besos a su novia desde la escoba. Vale, ahora solo faltaba que tuviera clara la dirección al golpear, y que esta, a ser posible, no fuera hacia donde estaba él... O su padre o su hermano, si no querían que los avances de Emma con ella sufrieran un grave retroceso. Como aún estaba apenas sobrevolando el suelo, su novia se acercó a él y le dio un piquito. — Yo tengo mi propia táctica. — Respondió muy chulito. Sí, tenía una táctica fundamentada en la esperanza de que nadie del otro equipo se dirigiera a la portería a marcar. Puede que no fuera una táctica muy estudiada.

Fingiendo interés y profesionalidad, se aclaró la garganta y se puso muy raudo ante los aros, dispuesto a que empezaran los minutos de Marcus haciendo nada en el partido pero, aun así, formando parte del equipo. Entonces pasó Alice por su lado y él giró la cara para mirarla, con una sonrisilla ladina. — Eso esper... — ¡Marcus! ¡Atento! — Y, al girar la cara, vio a un tipo que no conocía de nada dirigirse hacia él a una velocidad que Marcus no era capaz ni de calcular. Abrió los ojos como platos y se apartó rápidamente, lo que hizo al otro marcar un tanto sin ninguna dificultad. Marcus, con la mano en el pecho, respiraba aliviado su propia supervivencia cuando Lex, suspendido en el aire, alzó los brazos con indignación. — ¡¿Pero qué haces?! — Quitarme. Venía hacia mí. — ¡¡Iba a marcar, inútil!! Tienes que pararlo, eres el guardián. — ¿Que cómo? — ¿Que ese tipo iba A MARCAR? Pero si parecía que iba a atravesarle, ni siquiera había visto que llevara la quaffle en la mano. — ¡10 - 0! — Bramó Blyth desde abajo, sin perder esa sonrisita traviesa. Lex bufó y se fue de allí mirándole con desaprobación. Ya, que no le hubiera obligado a jugar.

Lo que vino a continuación fue un espectáculo lamentable. Como era de esperar, el único motivado y con un mínimo conocimiento de lo que estaban haciendo era Lex, que parecía estar matándose por el equipo (aunque no sudaba ni una gota, o sea que encima les diría que había jugado partidos peores o algo así). Darren no paraba de perseguirle con cara de susto, y cuando se hacía con la quaffle, la cogía como si tuviera miedo de que fuera a explotar, soltaba un gritito y la lanzaba de aquella manera. Muchas veces Lex la atrapaba en el aire, pero otras se la daba directamente al equipo contrario. Su padre estaba parado en mitad del aire con cara de concentración, sin perturbarse lo más mínimo por las escobas que le pasaban a toda velocidad, y no parecía estar buscando la snitch, más bien tenía la cara que ponía cuando estaba calculando algo. De hecho, Marcus vio la pelota dorada delante de sus narices una vez y gritó con obviedad. — ¡Papá! — Señalándola, pero lo único que hizo fue alertar al buscador del otro equipo. En cuanto le vio ir hacia él, empezó a soplarle a la snitch y a espantarla con los brazos para que se fuera. Lex volvió a gritarle. — ¿¿¡¡Qué coño haces!!?? — ¡Tú a tus quaffles! — Le dijo nervioso, que ya estaba harto de ser cuestionado.

Lo de Alice con el bate era un espectáculo. Solo la veía dar bandazos aquí y allá y a las bludgers volando, y él sin una mampara tras la que esconderse. Había demasiados estímulos en ese partido y, cuando se quería dar cuenta, veía cuatro personas dirigirse hacia él a toda velocidad. No era capaz de describir la sensación de pánico que podía llegar a producir eso. — ¡¡80 - 50!! ¡Y el guardián ha tocado el aro, eso debería ser penalización! — ¿¿Qué?? — Gritó Marcus, desenroscándose de la postura de armadillo que había adquirido al verse a cuatro tíos encima. — ¡No he tocado nada! — Se defendió ante Blyth, pero la chica no le estaba haciendo caso. En su lugar, Lex volvió a gritarle. — ¡Que no te encojas! — ¿¿Y me dejo matar?? ¿¿Tu trabajo no es impedir que los otros marquen goles?? — ¡¡Ese es el tuyo, inútil!! El mío es marcar goles yo. — ¡Pero para marcar goles tú, tienes que quitarles la quaffle y, por exclusión, mientras tú la tien...! — ¡¡Tiempo de partido!! — Bramó Blyth, haciendo que Lex se sobresaltara, frunciera los labios y volviera a mirar a Marcus con reproche. — ¡Que nos van a penalizar por perder el tiempo! ¡No se puede hablar tanto! — Y se fue volando, dejando a Marcus con la palabra en la boca. No por ello no iba a contestar. — ¡No hace falta que me jures que en este deporte no habláis! — Y, justo al terminar su frase, en un acto reflejo y de puro milagro, tuvo que encoger el cuello como una tortuga porque una bludger le pasó a tal velocidad que hasta le rozó los rizos. Miró a Alice con sorpresa evidente y puso los brazos en cruz. — ¡Alice! ¡Que soy de tu equipo! — ¡Eh! ¿Eso vale como gol nuestro? — Señaló Darren. Vale, ya que al menos había estado a punto de morir por un pelotazo de su novia, se pensaba agarrar a eso. — ¡Sí, sí! Es una pelota lanzada por nuestro equipo al interior de un aro. Tiene que valer. — A un aro también de nuestro equipo. — Dijo Lex con voz cansada y cara de circunstancias. — Y los goles no se marcan con bludgers. — Veo mucha normativa para un juego tan salvaje y caótico. — Y por eso tú no podrías ser árbitro. — ¿Y puedo ser guardián? — ¡Chicos! ¡Tiempo de partido, segundo aviso! — ¡¡Ya tengo la progresión!! — Saltó Arnold, mostrando victorioso una libreta en su mano, con cara de felicidad. Lex bajó los brazos, con cara de ir a echarse a llorar de la desesperación. — Papá ¿¿qué haces con una libreta?? ¡Tienes que buscar la snitch! — Te aseguro que ahora me va a costar mucho menos encontrarla, hijo. — Dijo con toda la chulería que Arnold era capaz de usar, que no era mucha. Marcus se frotó la cara con las manos. Que acabara ya ese infierno, por Dios.

 

ALICE

Puso una sonrisita orgullosa cuando su novio dijo lo de los cien puntos. — ¿Así se sentirán los Gryffindor todo el tiempo? — Preguntó con sorna. Pero aquel maldito juego no daba pausas. La bludger le pasó rozando la cara de milagro, y oteó el campo buscando al animal del otro equipo que le había mandado una pelota tan agresiva. — ¡Oye! Que casi me das. — Se quejó. Que vale, que era el objetivo, pero darle en la cara y tirarle de la escoba no ¿no? Que estaban simplemente pasándolo bien. Bueno o intentándolo. De hecho, su cabeza, sin permiso, empezó una carrera silenciosa por ver quién se caería antes de la escoba, si Darren o ella, porque ambos andaban igual de inseguros.

Cuando vio al cazador del otro equipo ir hacia su novio, trató de reaccionar rápido, y empezó a mover el bate en el aire como si así pudiera invocar a alguna bludger y se obrara el milagro de tirarla contra aquel energúmeno. No fue el caso, y, de hecho, les marcaron, pero es que a ver quién paraba aquel tren. Claro, no esperaba que Marcus intentara parar nada de ese tipo, y Lex menos quejas, ya podía darse con un canto en los dientes de que Marcus no se hubiera bajado de la escoba con una rabieta y hubiera ido a sentarse al lado de Emma. Porque era un recién graduado de Hogwarts con dieciocho años, si no, ya estaría ahí.

Aunque no sabía muy bien qué estaba haciendo, debía admitir, decidió que quería cumplir un poquito con su parte, así que se puso a dar vueltecitas buscando las bludgers, aunque los pocos encuentros que tuvo con ellas fueron tan sobresaltantes, que suerte tuvo de no caerse, efectivamente, de la escoba, ganando a Darren en aquella carrera. Una de las veces pasó cerca de Arnold y sonrió. — Suegro, ¿esta estrategia cuál es? — Él asintió sacando el labio inferior, pareciéndose tanto a Marcus cuando estaba concentrado que la hizo reír. — Una muy buena, Alice, deja a los aritmánticos. — Y ella siguió su camino, y su equipo siguió abocándose a la derrota, sin que ella pudiera pillar una sola bludger.

Y de repente, le vio las intenciones a una desde lejos. A esta le doy. Se agarró bien a la escoba y echando mucho para atrás el brazo, le atizó bien fuerte a la bludger, que salió disparada a gran velocidad, dando contra varios elementos de la arquitectura del museo. Y a partir de ahí, empezó la vorágine. Se dedicó a perseguir a la bludger, que ahora más parecía huir de ella y a darle cada vez que tenía oportunidad, estableciendo un patrón mental de cómo actuaba la pelota y dándole cada vez que podía. — ¡Alice! ¡Relájate, hostia, y mira a dónde le pegas! — Le gritó Lex. Mierda, claro, ella toda contenta porque le estaba dando a base de bien, pero solo Merlín sabía a dónde la mandaba. Vale, a ver, ¿a quién intentaba darle? Ah sí, al castillo ese que antes había intimidado a su Marcus. El problema es que no paraban quietos, e intentado localizarle perdió un par de bludgers que le pasaron por cerca. Ay, de verdad, demasiados trabajos, ¿y si simplemente quitaban las bludgers? Claro, ella a sus cosas, y Lex y Marcus ya estaban peleándose otra vez. Se acercó otra vez, a ver si ponía paz, y entonces Blyth dijo algo de tiempo de partido. — Ah ¿ya se acabó? — Preguntó emocionada. Pero Darren le aclaró. — No, es que no se puede hablar tanto. — ¿Qué? ¿Por qué no? ¿Y cómo se hace la estrategia entonces? — Preguntó indignada, pero su cuñado se fue volando detrás de Lex como si se le fuera a perder. — Pues nada… — Susurró para sí misma, mientras trataba de buscar con la mirada la bludger. Ah sí, una cita perfecta estaba siendo aquello… Y justo, para su alegría y su sentido de la utilidad, llegó la bludger y trató de hacer algo heroico con ella, pero le dio tan fuerte que se desequilibró, y eso no fue lo peor. — ¡Ay, mi amor! ¡Ay, lo siento, mi vida! Si es que no sé lo que estoy haciendo… — Dijo apenada. Ay, que había estado a punto de hacerle daño a Marcus, le daba igual por dónde podía haber entrado la bludger, que por lo visto había un debate sobre si era punto o no. Sí, vamos, lo que ella decía, la cita perfecta. Se acercó con cara de pena. — ¿Estás bien? ¿Te he asustado? — Que no podéis hablar, Alice. — Le advirtió Blyth. Chasqueó la lengua. — Ay, de verdad… — Y se alejó un poco de su novio, vocalizándole “te amo”.

Y entonces, empezaron a pasar muchas cosas a la vez. El buscador del otro equipo le pasó por el lado desestabilizándola un poco, y justo por delante, pasó Arnold. — ¡Alice! ¡Dale al buscador, corre! — Arnold parecía estar corriendo para coger la snitch antes que el otro, pero ¿ahora dónde estaba la bludger? Espera, espera, que venía una. Se puso en posición, pero el muy rastrero del otro golpeador le dio, pero ella no quería perder la oportunidad y se estiró para darle, en dirección al buscador, que tenía a la izquierda. Lo malo es que había sido un movimiento muy temerario por parte de alguien que no tenía estabilidad ninguna en una escoba, y casi se cae, a lo cual reaccionó enganchándose en modo monito, como cuando se subía a las ramas de los árboles, agarrada a la escoba con brazos y piernas, pero por abajo. Hasta que no se sintiera del todo segura, no intentaría dar la vuelta.

Pero, entonces, oyó a Lex gritar. — ¡Sí, señor! ¡Eres un crack, papá! — ¿Hemos ganado? — Preguntó mirando a Blyth desde su posición. La chica se rio y asintió, mirando en la dirección de padre e hijo que se abrazaban. — Sip. El señor O’Donnell ha cogido la snitch, así que ganáis 80 - 200. — Alice parpadeó y abrió mucho la boca. Logró por fin girar la escoba para poder ponerse como una persona normal y se acercó a Marcus. — Fíjate, mi amor, hemos ganado un partido de quidditch. — Dijo mientras le dejaba un piquito y una caricia. — De verdad que no quería darte, mi vida, si yo te amo muchísimo, me cortaría la mano antes que despeinar esos rizos maravillosos. — ¿Sabes que eso que has hecho con la escoba de darte la vuelta se llama rizo? — Dijo Lex, acercándose con una sonrisa. Ah, ganar le quitaba todas las preocupaciones, por eso cayó en Slytherin en su día, claro. Ella se encogió de hombros. — Yo lo hubiera llamado supervivencia. ¿De verdad hemos ganado? — Él asintió con una risa incrédula. — Y todo gracias a papá, que es el mejor, y a ti, que un poco más y matas a ese pobre chaval. — Ella asintió y se cruzó de brazos. — A costa de mi propia integridad, sí. Oye, ¿pero cómo puede ser que ganemos si hemos hecho un partido penoso? Este deporte está mal. — Lex hizo una pedorreta y señaló donde estaba Emma. — Anda, vamos a devolvérselo a mi madre antes de que le de un síncope. — Mientras bajaban, uno de los contrarios le dijo a Lex. — Eh, tú, el cazador. Eres un bueno, chico. Como muy bueno. Aún estás a tiempo de intentarlo profesionalmente. — Su cuñado sonrió y asintió. No, desde luego que era el adecuado para guardar aquel secreto, no concedía nada, el tío. Si llega a ser Bradley…

 

MARCUS

Se quitó la cara de las manos, aunque casi que ya prefería no mirar. Si no fuera, claro, porque estaba suspendido en el aire sobre una escoba y en cualquier momento podían tirarle de un balonazo porque él era el encargado de guardar un estúpido aro a por el que todos iban. Claramente todos, porque Alice acababa de lanzar la blugder hacia allí y la snitch, en vistas de que su padre estaba jugando a ser aritmántico, también se había dedicado a pasearse por su alrededor como un moscardón molesto.

El apuro de Alice le hizo sentirse mal por ella. Claro que no sabía lo que hacía, ¡¡ninguno de los dos sabía lo que hacía allí!! De los cuatro, de hecho, porque dudaba que Darren y su padre estuvieran mucho más orientados. — Tranquila, mi amor, si es que este juego NOS VA A MATAR. — Le bramó a Lex, pero su hermano había pasado a toda velocidad por allí quaffle en mano y ni le había escuchado. — ¡Pero ni siquiera esta barbarie acabará con nuestra historia! — Qué divertido. — Escuchó decir a Blyth, con una sonrisilla graciosa. Emma, a su lado, rodó los ojos con un suspiro. — Es así en todas sus facetas. — ¡Os estoy oyendo! — Les bramó indignado, porque vamos, ya lo que le hacía falta ese día era que se burlaran de él.

Su novia se dirigió hacia él y Marcus ya iba a iniciar el modo amantes en mitad de una guerra que morirán abrazados si hace falta cuando la árbitro les cortó. La miró con los labios apretados en un mohín de irritación infantil. Yo habría sido mejor árbitro. Todos allí sabían que eso no era así, pero tampoco creía que él estuviera siendo mejor guardián de lo que podía serlo esa chica. Al igual que hizo Alice, él también empezó a lanzarle muchos "te quiero" con las manos en el pecho. Lo dicho, dos amantes en mitad de una guerra.

Y, de repente, su amada se vio inmersa en una especie de bombardeo, pelotas agresivas y jugadores que corrían a gran velocidad. — ¡¿Pero qué pasa ahora?! — De repente a nadie parecía interesarle su aro, porque se había quedado flotando solo allí mientras todos los demás estaban enredados por el aire. Que tampoco es como que deseara protagonismo precisamente ahora, porque como se viera a toda esa comitiva ir corriendo hacia él era capaz de tirarse de la escoba al vacío. Pero en fin... Tanto como para que no se estuviera enterando ni de lo que pasaba en su propio partido...

Hasta que los berridos de su hermano le aclararon la situación, a lo justo para que no le diera un infarto por ver a Alice recolgada de la escoba (si bien se había puesto a gritar como si estuviera en una casa en llamas para que alguien la socorriera, lo cual no había tenido ningún efecto). Su reacción fue una mezcla entre abrir mucho los ojos y la boca, porque sinceramente no contaba con que su padre atrapara la snitch, alzar los brazos en señal de victoria de su equipo y respirar con alivio porque, por fin, el partido había terminado. Se decantó, sobre todo, por la última, y estaba echando aire por la boca cuando Alice se acercó a él. Nada más hablarle la abrazó con fuerza. — Por Merlín, mi amor, qué mal rato. No juguemos más. — Os va a salir un hijo adicto al quidditch. — ¡No nos eches maldiciones! — Espetó a su hermano, quien pasaba muy feliz de largo por allí, mientras separaba el abrazo con su novia. Volvió a echar aire por la boca. — Pienso proclamar a los cuatro vientos que hemos ganado y que ha sido por nuestra magnífica intervención, y que se le ocurra a alguien decir nada al respecto. — Afirmó. Acarició la mejilla de su chica. — No te preocupes, mi amor. No sé lo que yo hubiera hecho con un bate, te has defendido realmente bien. — Sí, pero casi lo mata. Pero no ganaba nada poniéndole peor cuerpo a Alice, lo que tenían era que pisar tierra de una puñetera vez y ya está.

Lex no tardó en volver, antes de que pudieran bajar. Marcus apretó los dientes. — Se llama arriesgar la vida innecesariamente. — Y claro, tuvo que empezar su discurso de la dignidad antes incluso de pisar el suelo. Se irguió, muy indignado, y se puso una mano en el pecho. — Discúlpame. — Llamó la atención de su hermano. — ¿Ni una sola mención al guardián? — Lex le miró con cara de circunstancias. — ¿De verdad quieres que hablemos de tu maravilloso desempeño? — Mi maravilloso desempeño ha parado un gol. — De nueve. Nos han metido los otros ocho. Y ese lo has parado sin querer. — ¡Vaya! Ahora al saber lo llaman suerte. — ¿¿Saber?? ¿Tú sabes jugar acaso? — ¡¡No!! Te lo dije antes de que me subieras aquí. Pero ya que lo he hecho... — Nada, aquella conversación no iba a ninguna parte. Efectivamente y tal y como decía Alice, aquel juego estaba mal, por no hablar de lo peligroso que era. — Anda, sí, vamos para abajo. — Dijo con un suspiro cansado y ofendido. Cuando uno del otro equipo alabó a Lex, no pudo evitar decir con cierta inquina. — Bueno, no sé yo si es buena idea dedicarse a algo tan peligroso... — Pero el único efecto que logró fue que Lex se riera. Bah, él era un intelectual, no necesitaba la aprobación de la manada de machos alfa dándose golpes.

Estuvo a punto de besar el suelo cuando lo pisó, pero en su lugar, descendió de la escoba y se fue hacia su madre con mucha carga dramática. — Mamá, qué mal lo he pasado... — Mi pobre niño perfecto. Si es que tú eres más de libros. — Marcus suspiró hondamente mientras Emma, que claramente estaba haciendo la ficción de darle a su hijo lo que quería, le acariciaba el pelo. — Algún día tendré mi taller. Y seré como tú, con tanta clase y estatus que nadie me obligará a subirme en una escoba cutre. — Claro que sí, cielo... — Respondió ella, y él se dejó querer, evidentemente. Estaban teniendo una preocupante regresión a la infancia en esos momentos, porque Lex daba saltos mientras a su padre le faltaba echarle flores encima y él estaba muy digno y apartado dejando que su madre le dijera cosas bonitas. La chica nueva no perdía la sonrisilla traviesa del rostro, mientras miraba la escena con ojos enigmáticos y sin decir nada.

Como estaba detectando que Lex se acercaba a ellos y ya a Emma se le estaba poniendo cara de madre orgullosísima, se fue hacia su novia, porque por suerte hoy tenía más personas que le podían reforzar su indignación. — Si yo fuera Darren, me preocuparía que Lex se dedique a esto. Es más, siendo Marcus me preocupa que Lex se dedique a esto. — Soltó aire por la boca y se giró a Alice, agarrando sus manos. Ya sí adoptó un tono más natural. — ¿Lo has... pasado muy mal? Sé que esto no te gusta. — Chasqueó la lengua con fastidio. — Mi familia... Como a Lex le guste algo... — Como si él no hubiera sido el niño mimado con sus gustos toda la vida. Pero claro, desde su perspectiva, sus gustos eran mucho mejores y, sobre todo, no comprometían la supervivencia. En lo referente a la alquimia, Lex no estaba para nada de acuerdo, pero le daba igual. — A la próxima cita... estaría bien que hiciéramos algo que nos gusta. — Puso una sonrisa suave. — Podríamos quedar los dos solos. — ¡¡Bueno!! ¿Nos vamos de picnic? — Interrumpió el bramido alegre de su padre, junto con una fuerte palmada. El hombre tenía tal sonrisa de oreja a oreja que, sin pensarlo mucho, se giró hacia Blyth y dijo. — ¿Quieres venirte con nosotros? — La chica, por un momento, perdió la expresión divertida y enigmática que había traído todo el día y en sustitución apareció una de evidente sorpresa. — ¿Yo? — ¡Claro! Nuestra árbitro, la que nos ha dado la victoria. — Bueno... Yo, en fin, ha sido usted, señor O'Donnell, quien le ha dado la victoria a su equipo, en realidad. — Arnold movió la mano con falsa modestia, pero estaba tan sonriente y orgulloso de haber utilizado las matemáticas en el deporte que iba a romper la camisa que llevaba de tanto orgullo hinchado. Marcus rodó los ojos, aunque miró a Alice, tratando de contener la risa.

— Quizás la chica tenga otras cosas que hacer, Arnold. — Dijo Emma, tranquila, y luego miró a Blyth. — Mi marido se entusiasma rápido, pero no te sientas comprometida... — No, señora O'Donnell, si me hace mucha ilusión, y estoy sola, no tengo nada mejor que hacer. Es solo que no lo esperaba. — Dijo entre alegres risitas, y ahora quien rodó los ojos fue Darren, pero con mucha menos discreción que Marcus y añadiendo un suspiro. Para arreglarlo, la chica miró a Lex y añadió. — Que no tiene una todos los días la oportunidad de charlar de quidditch con alguien al que se le da tan bien. — ¡Pues listo! ¡Vámonos a comer, que esto de ganar da hambre! — Solventó Arnold, cantarín, emprendiendo rumbo a la salida y dejando a Emma atrás con su imperturbable expresión circunstancial y a Darren mirándole como si le hubiera hecho alta traición. Lex, que también estaba bastante venido arriba, simplemente sonrió un poco y se fue muy alegre junto a su padre y la chica, hablando de jugadas. Marcus se quedó atrás con Alice, aguantando una sonrisilla, y le murmuró a su novia. — Parece que ya no le importa que sea oclumante. — Parpadeó, como si él solo acabara de caer, y miró a Alice. — Oh, espera. Eso no lo sabías. — Se acercó a ella para susurrar. — Al parecer, es oclumante. Lex dice que no puede leerle absolutamente nada. — Se encogió de hombros. — Pero es una chica joven viajando sola. Me parece la precaución correcta a tomar. — Y, mientras se encaminaba, señaló a Alice con un índice y, con expresión interesante, añadió. — Recuérdame que tengo que perfeccionar mi técnica. Un alquimista nunca está lo suficientemente preparado. —

 

ALICE

Negó, mimosa cuando le dijo que no jugaran más al quidditch. — No, no, no. Nosotros, como buenos Ravenclaws, ya hemos probado, para que no nos puedan decir nada, y ya hemos comprobado que no es lo nuestro. — No quería quedarse viuda antes de casarse siquiera, y más por su propia culpa o la de una maldita bludger demasiado dura para los rizos de su Marcus. Entornó los ojos y arrugó el morro cuando Lex les dijo lo del hijo y pasó de él con un gesto de la mano, prefiriendo acariciar su mejilla contra la mano de Marcus. — Espero que hacerlo un poco mejor que yo, pero le he puesto todas mis ganas. — Dijo toda tierna. A ver si así se le olvidaba pronto que casi le daba.

— Bueno, ya está, que no es para tanto, O’Donnells. Habría que verte a ti en unas olimpiadas aritmánticas. — Dijo dándole unos toquecitos en el pecho a Lex. — ¿Hay de eso? — ¡Oh, y tanto que las hay! — Exclamó Arnold. — Tengo unos recuerdos fantásticos de ellas, es una pena que a partir de los dieciocho ya no te dejen participar. — Lex sonrió de medio lado, claramente conteniéndose la opinión. — Claro, papá, suena guay. — Y Alice se mordió los labios por dentro para no reírse porque ahora mismo si a Arnold le salieran alas de águila no sería más Ravenclaw.

En cuanto bajaron, Marcus se fue a ser consolado en su traumática experiencia por su madre, y Lex y Arnold se reían y claramente estaban disfrutando del momento, así que ella aprovechó para quitarse el peto de equipo y ayudar a recoger. En esas, Darren se acercó a ella. — ¿Esta por qué sigue aquí? Es que hay gente que no sabe cuándo sobra. — Ella se rio. — Darren, ¿qué te preocupa? Mira, es una chavala joven sola, es una apasionada del quidditch y simplemente ha encontrado alguien con quien pasar el tiempo hablando de tácticas sin ceder ni un milímetro de su privacidad. Admite que tu novio para eso es maravilloso. — Darren soltó un suspiro indignado. — Oye, ¿y que dirías tú si fuera con tu adorado Marcus? — Ella le miró con una ceja alzada. — Estás de coña ¿verdad? ¿Has estado en Hogwarts estos años? ¿Has visto esas filas de niñas diciendo “uhhhhh prefecto O’Donnell ayúdame con este ejercicio superdifícil”? — Darren boqueó y suspiró. — Estas cosas a los gays no nos suelen pasar. — Alice rio y negó señalando con la cabeza a los O’Donnell. — ¿Conoces de algo a tu novio? Si no te adorara por encima de todas las cosas, no te traería a cosas como estas, no te expondría a la aprobación de Emma, a la intimidad O’Donnell con sus peleas de quién es más listo o talentoso. — Acarició la espalda de su amigo. — Los celos nacen de la inseguridad. Y tú, Darren Millestone, no tienes derecho a ninguna inseguridad ahora que esta familia te ha acogido con los brazos abiertos y Lex y tú sois tan felices. — Por fin, volvió su expresión de Hufflepuff mimosón y ladeó un poco la cabeza. — Qué bandida eres con los argumentos. — Ella le acarició la mejilla. — Lo sé, es para que no se te olvide que somos la Orden de Merlín. —

Se unieron a los demás y otra vez se le puso la expresión de boba cuando su Marcus se dirigió a ella. — ¡No! Yo soy una Gallia, de todo acabo disfrutando, mi amor. — Se acercó a él y le rodeó ligeramente la cintura con los brazos, mirándole con la cabeza inclinada. — Nuestra… — Dijo haciendo hincapié en la palabra. — …Familia es muy variada en gustos y personalidades, y eso es muy bonito, y a mí me encanta pasar tiempo todos juntos. — Eso sí, cuando dijo lo de hacer algo solos, no pudo evitar ampliar la sonrisa y que le brillaran los ojos. — Seguro que se me ocurre algo espe… — Nada, interrumpida de nuevo. Sí, ella amaba a los O’Donnell, pero por Dios, cinco, diez minutos, no pedía más. Ya se le ocurriría algo para el picnic.

Pero es que no le daba tiempo de trazarse una estrategia, y ya estaba Arnold reventándole los planes. ¿Acababa de invitar a Blyth? Hala, más gente. Miró a Darren y, efectivamente, todas sus palabras anteriores parecían haberse invalidado por la tamaña traición de su suegro. Emma, que tampoco parecía por la labor de traerse a la desconocida (parecía que estaba viendo temblar las perfectas categorías de su cabeza en las cuales “chica del museo de quidditch” no entra en “familia” y ese día tenía la etiqueta de “familia”), trató de quitársela de encima a base de ser extremadamente educada como era ella, pero nada, si claramente Blyth quería quedarse con ellos… Bueno, igual ni mal le venía para distraer.

Al menos consiguió quedarse un poco atrás con Marcus, pero el momento se le rompió cuando le dijo que la chica era oclumante, básicamente por el miedo que se le agarró al estómago. — ¿Cómo? — Dijo todo lo bajito que pudo a pesar de su tono de alarma. — A ver, a ver, porque no es muy normal que una chica de dieciocho años sea oclumante, creo yo… — Susurró, tratando de controlarse. Se mordió el labio inferior y suspiró. Marcus no parecía asustado, la chica era muy joven, por su color de piel no parecía precisamente formar parte de los Van Der Luyden, y lo cierto es que no parecía interesada en ella para nada. Inspiró y sonrió a su novio. Marcus estaba lo suficientemente contento como para hacer bromas sobre la oclumancia, sus suegros estaban contentos, era un día bonito… ¿Podía simplemente dejar ir la sombra de los temores a los Van Der Luyden de una vez? Se enganchó del brazo de su novio y dijo. — Pues mira, ve practicando, porque pretendo hacer una clásica maniobra Gallia para robarte un beso en cuanto lleguemos al picnic y no quiero que Lex lo vaya voceando por ahí. — Le dio un besito en la mejilla y sonrió pillina, mientras se reunían en torno a Emma para aparecerse en el sitio que hubiera elegido para el picnic.

Con una precisión inusitada para estar transportando a cinco personas y a sí misma, Emma les apareció en la preciosa orilla del lago Hever. Blyth abrió mucho los ojos y dijo. — ¡Guau! Qué sitio más impresionante. ¿Seguimos en Londres? — Alice negó con la cabeza. — No, no, es Hever, estamos a unos setenta kilómetros de Londres. Mis padres me trajeron de pequeña para ver el castillo porque hay un montón de leyendas y fantasmas, es un lugar muy mágico, y muy monárquico, porque lo fundó Enrique VIII. — Miró a su suegra y sonrió. Sí, muy de Emma, si tenía que montar un picnic, lo haría donde lo hacían los reyes. Y antes de que se pusieran a sacar comida y Marcus se perdiera en eso, comenzó su ficcioncita. — ¡Ay! Me he dejado la chaqueta en el museo, que me la quité cuando el quidditch. — Toda la familia la miró durante unos segundos como esperando a ver qué venía después. — Voy a por ella… — Deslizó los ojos hacia Marcus. — ¿Vienes conmigo para luego aparecerme aquí? Seguro que lo conoces mejor que yo. — Porque se jugaba una mano a que no era la primera vez que iban allí de picnic. Lex emitió una carcajada de garganta. — Nada descarada, cuñadita. — Ella resopló como si estuviera muy cansada. — Ay, por favor, Lex, cómo eres. Que volvemos en cinco minutos, es aparecernos en Londres un momento, coger la chaqueta y volver. — Parece que no conoces a tu madre, como nos tardemos más de la cuenta es capaz de aparecerse y llevarnos de la oreja a cada uno de vuelta al día FAMILIAR, pensó, aunque Emma estaba haciéndose la loca colocando las cosas. No, no iba a tardar más de cinco minutos, quizá alguno más, pero enseguida volvería al día familiar. Se agarró del brazo de su novio. — Venga, cuanto antes nos vayamos, antes volveremos. — Y antes de que les pusieran más impedimentos, les apareció de nuevo en la portada del museo.

En cuanto se vio fuera del alcance de la familia, puso su sonrisilla traviesa y tiró de él hacia la calle del lateral del museo, prácticamente un callejón nada transitado. — ¿Cuántas ganas tenías de que te metiera en un lío de los nuestros, mi espino? — Preguntó antes de dejarse caer contra la pared y tirar de Marcus sobre ella, para besarle apasionadamente. Oh, por todos los dragones, ¿cómo sobrevivía el resto de horas de su vida que no estaban así? — No sabes cuánto echo de menos tener horas eternas contigo. — Dijo entre besos, alzando las manos y metiendo una en su pelo. — ¿Y si logro sacar a mi padre y Dylan de la casa esta semana y vienes a verme? — Le preguntó en un tono bajo y aterciopelado que no dejaba lugar a dudas, antes de volver a besarle con ansias.

 

MARCUS

Cada vez que Alice decía "nuestra familia" se derretía entero, podía casi notar cómo las piernas se le volvían más blanditas. ¿Podía querer más a esa chica? Pues seguramente sí, porque llevaba preguntándose eso ya no sabía ni el tiempo y siempre lograba quererla un poquito más, pero le parecía imposible. Les interrumpieron, sí, para no variar, pero mientras se dirigía al picnic con su familia no podía evitar seguir mirándola con una sonrisa embobada. Decirle a Marcus "nuestra familia" abría una dimensión tan amplia que él podía perderse fantaseando en ella durante horas.

Tan en su mundo iba que no le dio la menor importancia a lo de que Blyth fuera oclumante, lo cual en su novia claramente no tuvo el mismo efecto. De hecho, se asustó un poco con ese "¿cómo?", como si temiera haber pecado de negligente extremo. Se encogió de hombros. — Bueno, cariño, yo lo soy. — Dijo, tratando de relajar, pero acto seguido miró hacia arriba y, tras una pausa, matizó. — Bueno, tengo la práctica un poco perdida, pero es que ha sido un año muy movido... Con lo de los EXTASIS y eso... No he tenido tiempo. — Con lo de los EXTASIS, con su noviazgo de inicio turbulento y con todo el asunto de William y de los Horner. Hizo una mueca hacia un lado, pensativo. Él era un chico que llevaba investigando desde el verano de cuarto sobre oclumancia, que tenía un hermano legeremante con el que había practicado y que, para qué negarlo a estas alturas, tenía un intelecto y una capacidad de aprendizaje superior a la media. Aun así, no tenía la técnica dominada todavía... Pero insistía en pensar que había sido por haber estado a otras cosas y no haberlo priorizado. — Oye, a lo mejor esta chica es un portento. Podemos preguntarle si es del equivalente de Ravenclaw en Ilvermorny. — Preguntó, tratando de sonar lo más distendido posible.

Y de nuevo su novia le dejó embobado. La miró y dobló una sonrisilla, susurrándole. — En ese caso no debería practicar yo solo, Gallia. — Aseguró. Ah, qué ganas de besarla, pero miraba de reojo y estaba rodeado de gente. Se conformaría por el momento con ese beso en la mejilla que le había provocado un escalofrío por todo el cuerpo como si tuviera once años. En un abrir y cerrar de ojos, nada más se sumaron a su madre y los demás, estaban a las orillas del lago Hever. Era un lugar precioso que a él le encantaba, al que iban mucho de pequeños y que le trajo buenos recuerdos inmediatos. Sonrió ampliamente, admirando el lugar mientras llenaba los pulmones de aire, y miró a Alice con amor. — Me encanta que estemos aquí. — Aseguró. Llevaba media vida yendo con Alice a La Provenza, el lugar de su infancia, y ahora él podía compartir un poquito de la suya con ella.

Por supuesto, Alice ya lo conocía, pero a él le hacía la misma ilusión que estuviera allí, porque no habían ido por separado como de pequeños, sino juntos. Apretó su mano con cariño y miró a sus padres, rebosando felicidad. El único allí que parecía un tanto contrariado era Darren, que se aferraba al brazo de Lex como si se lo fueran a quitar. Lex también tenía una sombra dudosa en la cara, probablemente por no percibir nada en la mente de la chica, pero como no había nada que le entusiasmara más que el quidditch no parecía estar dándole excesiva importancia, estaba muy contento por lo que acababa de vivir. Fue a dirigirse de la mano de su novia al lugar en el que pondrían la comida cuando esta dio una exclamación y él la miró expectante. ¿Que se había dejado la chaqueta en Londres? Abrió la boca. — ¿En serio? Pues espero que no se la hayan llevado. — Porque con la de gente que había por allí... Ah, espera. Algo le decía que aquella iba a ser la mencionada maniobra Gallia. Ya estaba Lex mirándole con una sonrisilla, así que apartó la mirada con disimulo. — Claro, vamos rápido. — Aseguró. Mira que le había pedido su novia que disimulara...

Se aparecieron de vuelta en el museo y Marcus ya estaba mirando a Alice con una sonrisilla intrigada y deseosa, dejándose arrastrar por su mano. Le encantaba que esa chica le arrastrara, llevaba siguiéndola a todas partes desde que la conociera por primera vez. — Muchas. — Respondió casi sin aliento, ya con el corazón a mil, mirándola tan cerca ahora que ella le había arrastrado hacia esa pared. — Mi pajarito travieso. — Se mordió el labio, apoyando una mano en su mejilla y mirándola. — Cómo he echado de menos que me lleves por donde tú quieras. — Se besaron con esas ganas que llevaban acumulando desde la última vez que se vieron, que parecía que hacía una eternidad. Por Merlín, qué bien se sentía aquello, cómo lo necesitaba. — Yo también, mi amor. — Susurró, entre besos, con la voz cargada de deseo e incluso un toque trágico. — Qué largos han sido estos días. No quiero pasar tanto tiempo sin besarte. Nunca más. — A épico no le ganaba nadie, sobre todo cuando sentía esa emoción tan fuerte en el pecho, que casi notaba que le iba a estallar. No había estado tanto tiempo sin ver a Alice desde que eran novios. Oh, y pensar que el verano pasado no se vieron en tres meses. Lo pensaba y le dolía el corazón de manera insoportable.

Siguió besándola, sintiéndose incapaz de separarse de sus labios. A ver ahora cómo volvían, él ya no podía cortar eso sin morirse un poquito por dentro. Eso sí, la propuesta le hizo separarse levemente para mirarla con los ojos muy abiertos y brillantes. — ¿Po... podrías? — Preguntó con voz de idiota y el corazón latiéndole tan fuerte que debería estar viéndosele a través de la camiseta. — Si... haces eso... — Se le escapó una risa entre los labios, casi muda, nerviosa, que salió como aire. — Los dos solos... No me lo puedo ni imaginar. — Sí que se lo podía imaginar. Y tanto que se lo podía imaginar. — Iría a verte donde tú me dijeras. — Se lanzó a besarla de nuevo, enredándose en sus labios y aferrando su cintura. — Cuánto te quiero, mi amor. — Chistó, apenado, aunque no dejaba de besarla. — Estaba deseando salir para tener una vida contigo, y ahora no nos vemos. Esto es muy duro, Alice, yo no puedo soportarlo. — Como viniera alguien a decirle que estaba siendo un dramático, se iba a llevar un sermón que se iba a arrepentir. Nadie ponía su amor y su sufrimiento en cuestión. — Ya sé que dijimos... — Siguió hablando, pero se interrumpía para besarla. — ...Que siempre... disfrutaríamos del camino juntos... Que el camino era igual o más bueno que la meta... — Prolongó un poco más ese beso, y volvió a suspirar con tristeza, con un mohín casi infantil. — Pero yo quiero verte más, Alice. Necesito estar contigo. Todos los días. ¿Cuándo podremos vivir juntos? Dios, se me va a hacer eterno. —

 

ALICE

Oh, tener a Marcus a solas, llamándola pajarito travieso, besándola con ese frenesí que ya venía necesitando más que nada. — Nunca más, mi amor. — Repitió entre jadeos y besos. Qué mal camino llevaba aquello, ya empezaban a venirse arriba y les debía quedar como la mitad del tiempo.

Pero tuvo que reírse con aquella pregunta de su novio, negando con la cabeza. — No me preguntes si podría hacer algo por ti, Marcus… — Volvió a sus labios pasionalmente, agarrándole de la nuca y cerrando el puño en torno a su camiseta. — Porque ahora mismo haría lo que fuera por tenerte para mí sola… — Pero era Alice, no podía dejar pasar un tirito a su novio. — ¿Que no te lo imaginas? Yo creo que sí. Yo sueño con ello todas las noches, mi príncipe… — Y siguió metida en aquel momento, disfrutándolo porque sabía que cada vez le quedaba menos, recorriendo con las manos el cuerpo de su novio, para su desgracia, por encima de la ropa. — Te amo, mi vida. — Respondió, cariñosa y acelerada a la vez. Quizá deberían relajarse un poco.

Se separó un poco, apoyándose en la pared con media sonrisilla, y frotó su nariz con la de su novio. — Lo sé, créeme que lo sé. — Sabía que Marcus estaba exagerando un poquito, pero eso le gustaba, le gustaba que le repitiera lo mucho que la necesitaba y la echaba de menos, le hacía necesitarle y quererle aún más. Le dio un besito y atrapó su labio inferior entre sus dientes. — La tendremos, Marcus, antes de lo que parece… — Ah no, pero su novio siempre con un calendario por delante, claro. Él quería fecha estimada de mudanza por lo menos. Rio un poquito y le miró con ternura, acariciando su mejilla. — ¿Crees que yo no querría dormir esta misma noche a tu lado ya? ¿Crees que no quiero ya esa casa con su taller y su invernadero? — Oh, por Dios, se le encogía el estómago de emoción al pensarlo. Tiró más de él sobre ella y le aprisionó con su pierna, mientras volvía a besarlo. — Mi amor, somos Marcus y Alice, ya encontraremos la forma de que ese sueño nuestro llegue antes que los demás. — Volvió a besarlo. — Y mientras tanto… — Pasó la lengua por sus labios. — Déjalo de cuenta de mi espíritu Gallia para meterte en líos de los que te gustan. — Y le apretó más fuerte contra sí por un momento, como si pudieran sentir sus cuerpos a pesar de la ropa antes de tener que irse.

Se separó y agarró sus manos, tirando de él hacia la calle principal, donde el museo. — De verdad, mi amor, tú confía en mí, que haré que no tengas que echarme de menos mucho tiempo. Mañana en mi casa, después de comer, a las tres, esperas fuera, escondido detrás del roble, y cuando mi padre y mi hermano salgan por la puerta, tú entras. Yo dejaré la puerta del jardín abierta, así en cuanto salgan, me asomo a la ventana y te aviso, para no perder ni un minuto. — Dejó un último beso en sus labios y se separó de él, mordiéndose el labio inferior. — No voy a ponerte ni la traba de tener que quitarme la ropa interior. — Le susurró. Si es que le encantaba hacer eso.

Se dirigió rápidamente a la puerta del museo y asomó la cabeza dentro, localizándose en el vestíbulo, y ante la cara de su novio cuando salió sin la chaqueta, sin haberla buscado siquiera, de hecho, dijo. — ¡Ah! La chaqueta está en una de las cestas, pero diré que había olvidado haberla metido ahí. Me he asomado para ver dónde estaba el mostrador de objetos perdidos y si había alguien atendiendo. — Se encogió de hombros al salir. — El diablo está en los detalles, cariño, yo sé lo que me hago. — Volvió a darle la mano y le llevó al centro de la plaza. Le atusó un poco el pelo, le miró que tuviera la ropa bien colocada y, rodeándole por la cintura, le dijo con una sonrisilla tentadora. — Y bien… Lléveme a Hever, señor O’Donnell, que para eso le he traído. — Pidió con una risita, mientras se agarraba un poco más fuerte de la cuenta a él.

— ¡Vaya! Ya era hora. — Exclamó Arnold cuando aún no habían ni terminado de aterrizar. Ella entornó los ojos y suspiró. — Es que no veas el señor de objetos perdidos. Hasta que ha decidido aparecer, un rato esperando, y luego que nada, que no encontraba mi chaqueta. — Pues es que estaba aquí todo el tiempo, hija. Nos hemos dado cuenta al sacar toda la comida. — Dijo Arnold señalando la cesta. Ella se dio en la frente, mordiéndose el labio inferior. — Mira, menos mal, que ya pensé que había perdido algo, con las turras que le doy a mi padre con que sea más cuidadoso. Gracias por cuidar de mi honor de hija. — Dijo terminando con una amplia sonrisa, a lo que Arnold no pudo por menos que reírse, mientras se sentaban. — ¿Necesitas ropa, Alice? — Le preguntó Emma discretamente. — No, no, no te preocupes, de momento voy bien servida. — Miró a Marcus y achicó los ojos. — Igual cuando haga el examen de alquimista de piedra sí necesito comprarme cosillas que griten “soy una importante alquimista”. — Dijo haciendo un gesto con las manos. — ¿Y por aquí qué tal? — Preguntó. — Pues queriendo empezar a comer ¿verdad? Toma, Blyth, prueba esto, son sándwiches ingleses, lo que mejor se nos da. — Dijo Darren metiéndose entre Lex y la chica con un plato. — Ah, pues… Gracias, Darren. — Nada, mujer, ¿estás a gusto ahí? ¿No te da el sol? Justo ahí donde Arnold da la sombra... — Alice se contuvo una risa y se dejó caer sobre el costado de Marcus, mientras empezaba a comerse un sándwich y gestaba una gran idea en su cabeza, que rezaba por que fuera a salir bien, mientras se disponía a disfrutar de un picnic que auguraba ser divertido.

 

MARCUS

Cómo le latía el corazón cuando le decía esas cosas. Que haría lo que fuera por él, por tenerle a solas... Si tan solo Merlín le hubiera hecho más relajado, menos previsor de los riesgos o más desapegado de su familia, ahora mismo se aparecería en su casa. En su solitaria casa, donde estaba su habitación, su cama en la que ya habían estado y su cielo lleno de estrellas encantadas por Alice... Mejor dejaba de pensarlo.

Efectivamente, sí que se lo imaginaba. Soltó una risa casi nerviosa entre los labios, más bien culpable por disimular tan mal. — Quizás debería decir que prefiero no imaginármelo si no sé que voy a hacerlo en los próximos cinco minutos... o no podré soportarlo. Y acabaré haciendo una locura. — Su techo no sabía, pero él estaba hechizadísimo por Alice. Pensar que en unas horas volverían a separarse indefinidamente le agarraba un fuerte nudo en el pecho que casi le quitaba la respiración... Puede que sí estuviera siendo un poco dramático, ¡pero es que la echaba mucho de menos! Llevaba siete años acostumbrado a verla todos los días. — Yo te amo más, mi princesa. — Y así pasaron un buen rato.

La forma en la que aprisionaba su labio con sus dientes, cómo le decía que dormiría con él esa misma noche, la mención a su taller y a su invernadero... Se iba a echar a llorar, se le desbordaba el amor, el deseo y el drama por todos los poros a partes iguales. Menos mal que no andaba su hermano por allí, ya se estaría quejando de dolor de cabeza. Resopló un poco para intentar gestionarse antes de que le diera algo, porque ese roce de la lengua de la chica no ayudaba. — Vas a acabar conmigo, Gallia. — Suspiró y la miró a los ojos. — Puedes meterme en todos los líos que quieras si eso significa verte más. — Dijo con un punto de amargura, aunque luego se acercó a sus labios para susurrarle. — Y besarte más. — Antes de hacerlo.

Ya iba a empezar a quejarse de que se les hubiera acabado el ratito de intimidad, si bien él también era consciente de que se tenían que ir. No por ello no hizo un quejido lastimero mientras Alice tiraba de su mano, aunque este se cortó cuando su novia empezó a hablar. Mañana, en su casa, a las tres, detrás del roble, esperando que William y Dylan salieran. Tenía el corazón en la garganta ya y aún faltaba un día entero. Tragó saliva. ¿Él haciendo un ataque furtivo y engañando en el proceso a su colega Dylan y, peor, a William Gallia, su suegro y una de las personas que más llevaba admirando desde niño? Mucho debía desear estar con Alice para estar ignorando todas las lagunas que le veía a ese plan. — Hecho. — Dijo con la voz un tanto quebrada y un asentimiento. Sí, claro que confiaba en ella, después de todos esos años había aprendido a confiar en sus locuras. Aunque, fundamentalmente, lo que ansiaba era un poco de intimidad, para qué se iba a engañar. Su novia le besó en lo que él repasaba mentalmente en plan, pero todas las cartas del castillo de naipes se vinieron abajo y salieron volando con ese último comentario, al que solo fue capaz de responder con una risa estúpida y temblorosa. ¿Qué le pasaba? Cualquiera diría que era un erudito... Es que echaba mucho de menos a su novia, la verdad.

Iba siguiéndola como un fantasma sin capacidad de pensar, solo mirándola con una sonrisilla boba. Claro, le proponía esos planes locos y luego le inhabilitaba así, y Marcus entraba a todas. Qué lista era esa chica y qué bien le conocía. Casi ni estaba escuchando la narración sobre la chaqueta, reaccionó unos segundos después. — Espera ¿en la cesta? — ¿Entonces iban a llegar de manos vacías igualmente? Pues si lo llega a saber, se va a su casa... Claro que se les hubiera ido un poco más el tiempo de las manos. Volvió a dejarse arrastrar por ella, y cuando empezó a recolocarle el pelo se quedó mirándola con una sonrisita. — Tú eres un diablillo. Un duendecillo de Cornualles. — Le dijo con cariño. La agarró por la cintura con una fingida expresión de galán y la pegó hacia sí. — Será un placer, señorita Gallia. — Y los dos desaparecieron de allí, rumbo al lago Hever.

No, si encima se les iban a quejar por la hora. Lo dicho, se tenía que haber ido a su casa. Bufó con fastidio en dirección a su padre mientras Alice ya se estaba explicando, como si por ello pudiera hacer más creíble una indignación que no se había producido como tal, cuando el fastidio era más bien por otra cosa. Y, para qué fingir, tampoco estaba especialmente fastidiado, ya se había llevado de Alice mucho más de lo que pensaba llevarse ese día. Por supuesto, ella hizo mejor que él el papel de despistada cuando la chaqueta apareció en la cesta, ya que Marcus se limitó a chistar y a decir. — Anda, vamos a comer. — Que, tratándose de él, siempre era una buena baza. Se estaba dirigiendo disimuladamente a la zona donde ya estaba puesta la comida mientras Alice seguía elaborando su excusa cuando Lex se le acercó. — Ya solo te falta no gritar lo que venís de hacer. — Idiota. ¿Por qué no te entretienes leyéndole la mente a tu amiga nueva? — Lex entornó los ojos con sospecha hacia la chica una vez más. — Es muy maja, pero me tiene rayadísimo... — Marcus puso una mano en su hombro con una sonrisa irónica y dijo. — Bienvenido a no ser legeremante. — Pero se le cortó la bromita en el acto cuando escuchó a su madre preguntarle a Alice si le faltaba ropa, y su reacción fue similar a la de un perro que acaba de oír abrirse un tarro de galletas. Eso hizo a Lex reírse a carcajadas. Marcus le dio un manotazo. — ¿Te quieres callar? — Pero si eres tú, tío. — Decía el otro entre risas. Menos mal que Emma se limitó a rodar los ojos con un suspiro despreciativo ante tanta tontería y seguir atendiendo a Alice.

Se arrimó a su novia, dejando a su hermano y a su risa estúpida a un lado, y le dio un beso en la mejilla con una sonrisa. — Vas a ser la alquimista más guapa del mundo. — Y con ese cariñoso estamento, empezaron a comer. Lex estaba entusiasmadísimo hablando de quidditch con Blyth, ritmo que Arnold intentaba seguir en un alarde de ser buen Ravenclaw pero, ante todo, buen padre. Darren metía bazas de vez en cuando, pero no podía aportar mucho más que "es verdad" y "a mí también me gusta", junto con miradas de sospecha, lo cual resultaba muy gracioso. Marcus se estaría divirtiendo más si no fuera porque estaba demasiado ocupado en compartir comida con su novia como dos tortolitos, contenidos porque sus padres estaban delante pero muy acaramelados igualmente. Emma estaba en silencio, pero con una sonrisa tranquila, simplemente disfrutando de aquello y sugiriendo probar esto o lo otro de vez en cuando a algún presente al que veía sin comer (con Marcus no hizo falta).

— Se está poniendo el cielo un poco feo. — Anunció su padre, mirando preocupado las nubes negras y amenazantes. Marcus, que se encontraba mirando a Alice con una sonrisa enamorada como llevaba haciendo el noventa por cierto del tiempo desde que se sentaran a comer, respondió con normalidad. — Nada que un hechizo de paraguas no pueda solucionar. — En realidad, creo que deberíamos recoger ya. — Dijo su madre, y ya sí se le cambió la cara. — No, pero si estamos muy bien. — Yo al menos sí debería irme. — Comentó Blyth, mirando a su alrededor con un toque preocupado. — Aún no conozco el país, a ver si no voy a saber aparecerme en mi hostal. — Podemos llevarte, no te preocupes. — Se ofreció Arnold. La chica dijo que quedaba cerca de los callejones mágicos aledaños a Picadilly Circus, lo que hizo a sus padres recalcular la ruta ligeramente. No solían pisar una zona muggle tan transitada como esa, Marcus de hecho solo conocía la zona de oídas, nunca había ido. Igualmente, Arnold se ofreció a trasladarla, se despidieron cordialmente de ella y le desearon lo mejor en su viaje por el país y, en vistas de que el hombre se había despedido de Darren y de Alice, intuyeron que ya directamente iba a irse a casa. Eso les dejaba a todos con una Emma que ya había recogido y no tenía muchos más motivos para perder el tiempo.

— Entonces... ¿Mañana a las tres? — Le susurró a Alice, en el pequeño espacio de tiempo en el que Emma hacía como que comprobaba que no se habían dejado nada mientras las dos parejas se despedían. — Te quiero, mi amor. Con mi vida. Nos veremos más a menudo, me las ingeniaré. — Y, tras eso, dejó un beso en su mejilla. — Muchas gracias por invitarme, Emma. Me lo he pasado muy bien. — Dijo Darren con adorable corrección, aunque el puntito de fastidio por la nueva invitada no estaba muy disimulado. Emma sonrió levemente. — Ha sido un bonito día familiar. Podemos hacerlos más a menudo. — A Lex le brilló la cara, lo cual era tremendamente poco habitual. Ahí el motivo de que Emma quisiera repetir aquello con asiduidad. Se acercaron a ella y abandonaron el lago para desaparecer de allí e ir cada uno a su casa, pero antes, Marcus apretó la mano de Alice en un gesto cómplice. Fuera de Hogwarts también les quedaban muchas aventuras por vivir.

 

ALICE

(10 de junio de 2002)

Dejó de un golpe las cestas en la mesa de la cocina y puso una amplia sonrisa. — ¡Ea! Aquí lleváis merienda de sobra, chaquetas por si refresca, las mantas, he metido unos pasatiempos de los que le compré a Dylan en Honeydukes… — Miró alrededor. — Yo creo que lleváis de todo para pasar una tarde espléndida. — Hija, podrías disimular que quieres echarnos de casa, la verdad. — Dijo su padre, mientras intentaba meter un artefacto, del que prefería no saber la utilidad, en una de las cestas. — ¿Eso está homologado por el ministerio, papá? — Su padre la miró con expresión de evidencia. — ¿Se va el ministerio de camping con tu hermano, Alice? — Ella suspiró y se cruzó de brazos. — No es que quiera echaros. Es que sois agotadores, y necesito un ratito solo para mí. — Su padre negó con la cabeza. — Mira que me lo decían… Habrá un día que tú seas el que ella se quiere quitar de encima… — Alice dejó caer los brazos y le miró con cara de “sé lo que estás haciendo”. — No intentes darme pena. Dylan sí que quiere estar contigo. — William subió las manos y se encogió de hombros. — Pues hija, no lo sé, mi patito empieza a ser poseído por esa enfermedad que te poseyó a ti también. — Alice entornó los ojos. — Se llama adolescencia y eres un poquito exagerado. — Al menos no ha empezado con los calores misteriosos… — Sí, jaja, qué gracioso su padre recordándole lo de los calores. — Porque no ha empezado con los calores ¿no? — Le preguntó muy bajito, y más serio. — Pues mira, vas a tener ocasión de preguntárselo largo y tendido en el picnic tan bonito padre-hijo que os vais a montar. Que a Dylan no creo que le coloques a la tata para hablar de pociones contraceptivas. — Su padre abrió mucho los ojos. — Pues ese era mi plan. — Pues recalcula. O haz lo que quieras, pero echad la tarde fuera que yo necesito mi espacio y descansar. —

Efectivamente, aquel patito poseído bajó las escaleras con cara de hastío. — ¿A qué hueles? — Le preguntó Alice arrugando la nariz. — Me he echado tres tipos de repelente de insectos distintos. — Anunció su hermano. — Me duele la cadera y los hombros, ¿tenemos que ir al campo? — Dylan estaba creciendo a pasos agigantados, quizá aún no tanto en altura, pero pronto empezaría a pasarle como a Marcus en tercero, y desde luego que las quejas las tenía de temporada y en oferta. Aún podía dejar los brazos en sus hombros así que aprovechó. — Dylan, ya eres mayor, ya vas sabiendo en qué momentos uno tiene que comportarse. — Bajó un poco la voz y le miró a los ojos. — Papá te ha echado mucho de menos y se está readaptando a vivir aquí, todos lo hacemos. — Ladeó la cabeza y sonrió. — Vamos a ponérnoslo fácil entre todos ¿vale? — Su hermano suspiró y asintió, mientras su padre salía con un gorro de pescador lleno de patitos. — ¡Eh, patito! ¿Te gusta? Así todo el mundo sabe que voy con mi niño. — Tenía que hablar con su padre sobre aquello, pero no sería ahora, porque eran las tres menos cinco, y si conocía de algo a su novio, ya estaría rondando. — ¡Venga! ¡Muy bonito! ¡Vamos! Y disfrutad la tarde. Si se os hace de noche que papá eche un par de Lumos o Incendios controlados y así alargáis… — No se arriesgaría tanto con Marcus, pero si, al final, entre su novio y su familia conseguía media horita para darse un baño a sus anchas, no se iba a quejar.

Esperó cinco minutos desde que vio a los chicos desaparecerse de la acera, y fue corriendo a su ventana y se asomó. — ¡Marcus! — Llamó. En cuanto vio a su novio asomarse le sonrió y le hizo un gesto para que entrara por la puerta acristalada del salón. En cuanto le oyó cerró, se quitó la ropa interior sin quitarse el vestido, porque sus jueguecitos seguían siendo sus jueguecitos, y salió a la escalera. Estaba tirando el hechizo bloqueador desde allí para toda puerta y ventana de la casa (que se conocía a su padre) cuando vio a su novio subir y no pudo por menos que tirarse sobre él, empezando a besarle frenéticamente. — Pensé que no se iban a ir nunca. — Se separó para mirarle. — Por Merlín, ¿por qué eres tan guapo? Eres irresistible. — Dijo antes de seguir besándole.

 

MARCUS

Resopló en silencio, echando el aire por la boca con los mofletes inflados y clara impaciencia, como quien espera una larga cola en la aduana mágica teniendo cosas mucho mejores que hacer. Había mirado el reloj como quince veces en el último minuto y medio. Eran las dos aún, aquello se le estaba haciendo eterno. Bueno, llevaba así todo el día. Ellos que tenían un horario perfectamente estipulado y justo, JUSTO hoy, su padre se había tenido que entretener en una reunión de trabajo y habían tenido que almorzar a las una y media. ¡A las una y media! Por fortuna, su queja y desacuerdo evidente con el cambio de horario había sido confundida con su exageración de estar a punto de caer en la inanición por no comer a su hora, o con lo nervioso que le ponía que se rompieran sus rutinas. Como si alguna de esas dos cosas fuera más importante que lo que le pasaba de verdad: que tenía planes. Un plan, para ser exactos, un plan muy importante. Y no podía bajo ningún concepto llegar tarde... Y también preferiría no ir recién comido.

Otra vez miró el reloj. Estaba en uno de los sillones de la sala de estar con un libro en las rodillas, haciendo como que leía, pero solo miraba el reloj una y otra vez, resoplaba y movía la pierna nerviosamente. Su madre se había subido al despacho directamente a terminar un documento que se había dejado a medias, y su padre estaba leyendo tranquilo en otro sillón, con cara de quedarse dormido de un momento a otro. Lex estaba en el sofá peinando a Noora y jugueteando con ella. Arnold suspiró. — Hijo. — Dijo con hastío. Marcus ni le escuchó, allí había dos hijos de Arnold, podía ser el otro. Él no estaba haciendo nada. — Marcus. — Ah, pues sí, era él. Le miró con cara de despiste, como si acabara de caer de una aparición. — La pierna, hijo, por favor. — ¿Qué? — Que no paras de moverla. ¿Estás nervioso? — ¿Yo? ¿Nervioso? — Se encogió bruscamente de hombros. — ¿Por qué? — Arnold le miró por encima de las gafas unos instantes. A Marcus ya le iban a empezar a caer los sudores por la frente.

Su padre, sin embargo, suspiró y dijo. — Voy a hacerme un té y voy a echarme un rato en la cama. Estoy como si hubiera trabajado tres días seguidos. — Se levantó con un quejido y empezó a murmurar la misma queja sobre los aritmánticos alemanes y la reunión que le habían dado esa mañana que había estado pronunciando toda la comida y salió de allí. Marcus volvió a mirar el reloj, pero entonces, Lex se levantó y se le sentó al lado. — Joder, qué control ¿eh? — Dijo con sarcasmo. Marcus le miró parpadeando y el otro bufó. — Podrías disimular un poquito al menos. — Tío, ¿tú no tenías ya más control mental? En serio, agradecería tener un poco de privacidad en... — Créeme que llevo desde tercero inhabilitando tus putas fantasías locas con Alice. — Marcus puso cara de ofensa, pero Lex continuó. — Pero joder, qué mal disimulas. Si te crees que hay que ser legeremante para saber lo que vas a hacer, es de ser un poco tonto, la verdad. — ¿A quién llamas tonto? — A ti, excelso alquimista. Que vas gritando con la cara y con los ojos y con tanto resoplido y mirar el reloj que has quedado con ella para cosas que no quiere saber nadie. — Lex hizo un gesto despectivo hacia el libro. — Y llevas media hora sin moverte de esa página. A la velocidad que tú lees, ya deberías haberte terminado el libro. — Marcus chistó, se incorporó en el sillón y cerró el libro. Miró nerviosamente a la puerta y, tras comprobar que no había nadie, le susurró a su hermano. — No parece que abunden las oportunidades de estar solos. Estoy nervioso ¿vale? — Que sí, que sí, que no me tienes que dar explicaciones. Que yo estaría igual. Pero joder, es que te van a pillar de lleno. Tienes suerte de que hoy estén los dos hasta arriba de trabajo. —

Marcus miró el reloj otra vez. Las dos y veinte. Ya no aguantaba más. — Me voy. — Dijo poniéndose en pie de un salto. Su hermano le imitó. — ¿A qué hora habéis quedado? — A las tres. — ¿Y vas en transporte muggle, acaso? — Prefiero ir con tiempo. — Tío, si no te pillan nuestros padres te va a pillar el suyo. De verdad... — Pero Marcus ya estaba escaleras arriba, directo a su habitación para ponerse otra camiseta que no fuera de estar por casa y los zapatos. Se peinó, se echó colonia, se puso más como un flan todavía (ni que fuera la primera vez que iba a estar con Alice) y salió de su cuarto. — Ah, cielo. — Le llamó su madre al pasar por allí. Mierda. — ¿Podrías probar...? ¿Vas a alguna parte? — Se extrañó la mujer. Marcus se quedó boqueando como un pez. — Sí, sí, voy a... Emm... A comprar. — Emma le miró un par de segundos. — ¿A comprar qué? — Otro peine. — Intercedió Lex, que acababa de aparecer arriba de las escaleras. Marcus le miró, en lo que su hermano alzaba el peine de Noora entre las manos. — Esto tiene ya más púas caídas que puestas. Y estoy harto de escucharte decir que a Elio no le gustan las chuches nuevas, así que me apareces en la tienda de animales para que compremos otro peine para Noora y ya te llevas tus malditas chuches. — Tragó saliva. Iba a llorar de emoción por la defensa de su hermano.

Pero Emma les seguía mirando con una ceja arqueada. Marcus miró a su madre y, con una risilla nerviosa, chasqueó la lengua y señaló a Lex. — Cualquiera diría que se le da bien volar ¿eh? Hay que llevarlo a todas partes al señorito. — Emma suspiró. — No os volváis locos en la tienda. Tenéis demasiado mimados a vuestros bichos. — Y se volvió al despacho. Los dos bajaron en silencio las escaleras y salieron de casa, pero en el jardín, Marcus se lanzó a estrujar a Lex, quien ya se estaba intentando zafar entre quejas. — Te debo una. No me lo puedo creer. Te quiero, hermano, de verdad. — Menos quererme y más llevarme al barrio de Darren. — Marcus se separó y le miró con los ojos como platos. — ¿Ahora? — No, si te parece me escondo detrás del árbol del jardín a esperar a que llegues. — ¡Tío! ¡Que tengo prisa! — ¡Que habéis quedado a las tres, Marcus, joder! ¡Que no son ni las dos y media! — ¡Vale, vale! Porque te debo una, que si no... —

Había hecho la aparición más rápida de su vida, pero ya estaba donde tenía que estar. Estaba todo lo agazapado que podía estarse detrás de uno de los árboles del jardín de Alice, ni un centímetro más alejado de donde ella le había dicho. Había llegado tan temprano que veía perfectamente el movimiento en el interior de la casa, y cuando vio a William y a Dylan salir sintió una fuerte punzada de culpabilidad. ¿Qué estaba haciendo? Menuda traición, entrar ahí con alevosía en su casa sin permiso para... hacer lo que iba a hacer... sin que ellos lo supieran. Tragó saliva. No, no, no podía hacer eso, él tenía unos principios, y un cariño por esas personas, y una admiración y un respeto. Empezó a dar vueltas sobre sí mismo como una peonza detrás del árbol... Y entonces Alice le llamó desde la ventana.

Si es que no podía con esa chica, era imposible contenerse. Solo con ver esa sonrisa desde la ventana se le quitaron todas las ganas de irse. Y seguía sin tener la conciencia tranquila, pero... las ganas de estar con ella eran mayores, mucho mayores. Entró rápidamente y, a medida que avanzaba, sentía caer los hechizos y oía las puertas cerrarse. Eso hizo que su paso se acelerara aún más, junto con su corazón, y que corriera escaleras arriba con una ancha sonrisa, justo para encontrarse con Alice en estas. No se dijeron ni hola, fueron directamente a los labios del otro. — Por Merlín, estás preciosa. — Susurró. — Creía que me daba algo. No aguantaba más sin verte. Qué largo se me ha hecho desde ayer, no llegaba nunca el momento. — ¿Y si dejaba de hablar y se limitaba a besar, que era para lo que había ido?

Alice le daba pie a que su excitación subiera como la espuma en apenas un segundo, desde luego. Cuando le dijo que era irresistible, se mordió el labio y la pegó más hacia sí. — Tú más. — Fue la única línea coherente que fue capaz de articular, y mientras la besaba intensamente, la agarró con fuerza para cogerla en brazos, haciendo que ella rodeara su cintura con sus piernas. Seguían en las escaleras y el ejercicio de equilibro para no caer los dos rodando era complicado, pero la fuerza de su pasión era demasiado grande como para que no pudiera con eso y con más.

 

ALICE

Estaba muy bien saber que, aunque llevara el primer vestido que había pillado, que ni se había arreglado mucho (porque su plan era quitárselo todo del tirón), Marcus seguía diciéndole que estaba preciosa. Él estaba impresionante, pero ella prefería besarle que deshacerse en halagos. — Ya estamos solos, mi amor. Ya me tienes toda para ti. — Dijo entre besos con una risita.

Sintió cómo la cogía en brazos y se aferró a él como si le fuera la vida en ello, sin dejar de besarle, y dejando salir un gemido de su garganta. Bajó los besos ansiosos por su garganta y las manos por su cuerpo, para quitarle la camiseta, pero se dio cuenta de que aún estaban en las escaleras y que a lo mejor era un poco peligroso estar allí en esa postura. — Llévame a la cama. — Susurró, suplicante en su oído. No iba a tardar ni dos segundos en desnudarle, eso seguro, vaya.

Sintió cómo se movían hacia su cuarto y se giró un momento para mirar la cama. — Y esta no se rompe. — Dijo con una risita, mientras se dejaba caer de espaldas sobre el colchón, y tiraba de Marcus sobre ella. — Yo te dije que te lo iba a poner muy fácil y tu me vienes todo arregladito. — En verdad no lo estaba tanto para ser Marcus, pero ahora mismo, cualquier prenda de ropa que su novio llevara encima le sobraba. Se inclinó hacia arriba para quitarle la camiseta y aprovechó para besar su piel. — No sabes cuánto he pensado en besar tu piel por las noches. —Bajó la mano a su vestido y tiró de la falda hacia arriba lentamente y mirando a Marcus a los ojos. — Yo he cumplido mi promesa de ponértelo muuuuy fácil. — Y volvió a atacar sus labios mientras le desabrochaba el pantalón.

 

MARCUS

Los besos de Alice ya le estaban cegando, y quizás no había sido buena idea iniciar eso en las escaleras, pero en esas situaciones no se caracterizaba por pensar con raciocinio. Justo cuando trataba de dilucidar cómo hacer el siguiente movimiento sin caerse los dos, en primer lugar, y lidiando con su mente nublada por la pasión en segundo, ella le dijo que le llevara a la cama. Solo el comentario le arrancó un suspiro. Pues no se hable más.

La llevó aún en brazos hasta allí (menos mal que no estaba muy lejos), sin querer dejar de besarla en el proceso, y el comentario sobre que no se partía le hizo reír brevemente, mirándola con intensidad y una sonrisa ladina. — Me alegro por ello, porque había bastante riesgo. — Porque se notaba bullir de una manera que no sabía en qué podía acabar eso si la cama fuera medio endeble. Siguió besándola mientras caían ambos al colchón, pero Alice se separó de sus labios para lanzarle uno de sus retitos, aunque este era "bastante fácil". Menos mal que tenían vía libre, porque lo que no era nada fácil era contenerse con eso. — ¿Arregladito? — Preguntó con una leve risa, besando su mejilla y su barbilla mientras tanto. Se separó para que ella pudiera quitarle la camiseta, y cuando volvió a bajar se encajó entre sus piernas aún más, soltando el aire casi en un resoplido de contención. Aquello estaba escalando rápido y no lo pensaba parar.

Se mordió el labio y se le escapó una risa bufada y nerviosa cuando la vio subirse la falda de esa forma, mientras le hablaba. — Has cumplido. — Susurró. De verdad que no era capaz de articular nada más inteligente que eso, solo podía lanzarse a sus labios, devorarlos y acercar su cuerpo más al de ella. Ah, Alice intentaba quitarle el pantalón. Puede que no le estuviera dejando mucho espacio, pero no se quería separar ni un milímetro. — ¿Sabes la noche que me has hecho pasar? — Susurró en su oído, pasando las manos a sus piernas, terminando de subirle la falda y alzando un poco las caderas para facilitar que la chica le desabrochara el pantalón. Besó su cuello mientras, una vez desabrochado, se desprendía de él, dejando mucha menos ropa entre ellos. — ¿Sabes la mañana que llevo? — Un auténtico infierno, pero ahora estaba en el paraíso. El vestido de Alice ya estaba bastante subido, por encima de la cadera, lo cual era muy revelador, y ahora sus manos bajaban sus tirantes para intentar revelar lo que quedaba y desplazar sus besos hacia allí, aun dejando la prenda arremolinada en la cintura. A quién le importaba. A él, desde luego, como estaban ya le venía más que bien.

 

ALICE

Tendría que hacerse mirar por qué le ponían TANTÍSIMO la palabra “riesgo” en labios de Marcus, tanto que paseó sus dientes suavemente, sin llegar a morderle, por la piel de su cuello, y cerró la mano entorno a sus rizos. Por Merlín, se sentía arder por dentro, qué ansia tan mala, ¿desde cuando estaban así? Si juraría que en Hogwarts pasaron muchos más días sin poder… En fin, tener un momento como aquel, culminar sus deseos, pero ahora era como si llevara días sin beber y Marcus fuera agua fresca.

Rio, picarona, mientras notaba como se separaba de ella para dejarle quitarle el pantalón y le acusaba de la noche y el día que le había hecho pasar. — ¿Y qué me dices de la tarde que te voy a dar, mi sol? — Preguntó justo antes de devorar sus labios de nuevo, chocando sus lenguas, mientras notaba cómo le subía la falda, arrancándole un jadeo. — Yo siempre cumplo… Y no solo eso… Yo siempre te doy… — Subió los labios hasta su oído y susurró. — Más. — Pero se desconcentró de su jueguecito al notar los besos de Marcus por su piel hacia su pecho.

No quería pararle por nada del mundo, pero estaban aún al borde de la cama, así que se incorporó, terminando de quitarse el vestido y quedándose completamente desnuda, y echándose hacia atrás por la cama. — Ven. Ven, ven aquí. — Jadeó en tono suplicante, tirando de su mano. Terminó de quitarle la ropa interior y puso las manos en su pecho. — Espera un segundo… — Dijo con la respiración entrecortada. Le miró de arriba abajo y deslizó las manos desde su cuello a su torso, juntándolas en el vientre y llegando a su entrepierna. — Necesitaba verte un momento. — Volvió a besar sus labios. — He imaginado ese cuerpo entre mis piernas demasiadas veces estos días, tenía que verlo otra vez y comprobar lo precioso que es, mucho más que en mis sueños. — Volvió a sus labios y se escurrió bajo el cuerpo de su novio, aprisionándole con los muslos. — Ahora sí, Marcus, ahora sí puedes volverte loco y hacerme tuya, amor mío. — Dijo pasionalmente, tirando de él sobre ella, para que encajara sus caderas, anhelante de poder sentirle por fin.

 

MARCUS

Rio de nuevo entre los besos, con la respiración contenida, sin poderse ni quererse frenar. — No me digas esas cosas, mi luna, que ya me tienes muy cegado. — Susurró, deseoso. Dios, es que llevaban... Oh, vaya. Una semana sin hacerlo. Pues se le había hecho como tres meses por lo menos. Daba igual, nunca eran suficientes veces, y el día que salieron de fiesta se quedó muy con las ganas. Llevaba mucho más aguantando de lo que le gustaría y hoy Alice estaba demasiado irresistible.

Ese susurro le sacó un gemido e hizo que la visión se le nublara. — ¿Más? — Preguntó en un hilo de voz, tentativo, queriendo entrar en el juego de hacerse el inocente a pesar de que no quería perder ni un segundo más de tiempo. — No sé... qué más puede ser... Me vas a tener que guiar... — Picar a Alice era una muy buenísima idea y lo sabía. Llevaba demasiados años exponiéndose a sus riesgos y saliendo más que ganando con ellos. Y ahora lo podía reconocer: cómo le ponía que su novia le llevara al límite. Ah, maldita fuera su estampa y su postura de chico perfecto, protocolario, cauto y cuadriculado que se venía abajo en la privacidad con ella. Pero adoraba que solo Alice conociera esa faceta de él, y que la explotara al máximo.

Tuvo que soltar el aire de nuevo, conteniendo todo lo que se agolpaba en su pecho, cuando la vio quitarse el vestido. Que no es como que le estuviera cubriendo mucho ya, pero no dejaba de ser hipnótico. Tan hipnótico como su voz pidiéndole que fuera hacia ella, porque allá que fue él, como hechizado, a tumbarse sobre ella, y en esos momentos haría lo que le pidiera. Como por ejemplo, detenerse cuando se lo pidió, y eso sí que costaba. El pecho le subía y le bajaba con violencia por lo acelerada que estaba su respiración. — No me pares ahora... — Parecía ser otro comentario bromista de los suyos, pero era una especie de ruego y de advertencia. Lo dicho, estaba muy nublado. Pero Alice solo quería admirarle unos segundos, prolongar más esa excitación. Justo lo que necesitaba para acelerarse más.

Se mordió los labios con fuerza y cayó sobre ella. — Ya no tienes por qué imaginarme. Estoy aquí. — Agarró sus manos, mirándola a los ojos con intensidad. — ¿Volverme loco? — Soltó una leve carcajada, casi inaudible. — Demasiado tarde para eso. — La besó con pasión, parándose un segundo para, con los ojos cerrados y los labios rozando los de ella, susurrar. — Me volviste loco hace años. — Soltó una de sus manos para bajarla por sus caderas, y ya no esperó más para entrar en su interior, soltando un fuerte gemido nada más hacerlo. No sabía cómo había aguantado tanto, se le había hecho como una eternidad, pero ahora que habían empezado, sí que no habría quien les detuviera.

 

ALICE

No pudo evitar reír con la reacción de su novio cuando le dijo que parara. — Es solo un momento, mi prefecto. — Besó su mandíbula y llegó hasta su oreja. — ¿Tantas ganas me tienes que no puedes esperar ni un segundo? — Aunque se estuviera muriendo de ganas, que era lo que le estaba pasando, no podía evitar que le encantara juguetear con Marcus.

En cuanto la tiró sobre la cama y le agarró las manos, un grito ahogado salió de lo profundo de su pecho y sonrió, mirándole con los ojos muy abiertos. — Eso me ha gustado. — Aseguró en un susurro muy tentador. Y es que le encantaba desesperar tanto a Marcus que acabara haciendo esas cosas, nada propias de un perfecto prefecto siempre ansioso por permisos. Sacó la lengua y acarició sus labios cuando dijo que ya le había vuelto loco. — Es que es mi especialidad. Y no sabes cuánto me gusta. — Pero su discurso tentador se volvió un gemido agudo al notar a Marcus entrar en ella. Y por todos los dragones, cuantísimo había echado de menos esa sensación.

Se retorció de placer bajo las manos de Marcus pero sin querer soltarle ni un milímetro, aunque las reacciones de su cuerpo anhelante no podía controlarlas, y toda su espalda se arqueó de placer, haciéndola gemir al notar a Marcus aún más dentro de ella. — Qué pronto vas a acabar hoy conmigo… perfecto prefecto… — Dijo con la voz quebrada del propio placer. Ella siempre miraba a Marcus a los ojos mientras lo hacían, pero lo había necesitado mucho, lo había ansiado demasiado, y los ojos se le cerraban del gusto, de la sensación explosiva que estaba siendo estar así con él. — Sigue así, oh, por Dios, sigue así. — Abrió los ojos, jadeante, buscando sus ojos, y se movió mínimamente para juntar su frente con la de él pero sin dejar de moverse. — Te he echado de menos, amor mío. Te necesito, te necesito… — Pero sus últimas palabras ya se confundían con sus gritos de ese placer que, como ya había reconocido, tanto había necesitado.

 

MARCUS

Estaba tan excitado, se sentía tanto arder, que iba dispuestísimo a pasarse así horas y horas, besando a Alice, fundiéndose con ella y dándose placer el uno al otro, por lo mucho que lo había deseado... Y, sin embargo, el cuerpo ya empezaba a darle pistas de que aquello fácilmente, si seguían en ese plan, podría ser el encuentro más corto que hubieran tenido en toda su historia. Ojalá tuviera contención suficiente para ralentizarlo un poco, pero no iba a ser posible. Estaba fuera de sí, y por lo que notaba de ella, no era el único.

— No. — Contestó casi sin aliento a la pregunta que había dejado antes en el aire, aunque ya estaba dentro de ella. — No podía esperar... Ni un segundo más. — De hecho, ahora que sentía esa unión con ella, ese placer y ese calor, se le antojaba imposible haber aguantado tantísimo (sí, una semana, pero se le había hecho muy larga). Aún estaba agarrando con sus manos, y mientras se movía sobre ella la apretó con más fuerza. — ¿Ah sí? — Preguntó, aunque ya supiera la respuesta. — Puedo... hacerlo más... — Todo lo que a Alice le gustara, él lo haría. — ¿Qué más cosas te gustan? — Susurró en su oído, pero el movimiento y el placer empezaban a mermar su capacidad de hablar considerablemente.

Y los gritos de Alice, más aún. Él no tardó en acompasarse con ella, en movimiento y en sonido, agarrándose con más fuerza y sintiendo la tensión en su garganta y el aire que le escocía en el pecho. — Alice... — Suspiró, porque amaba su nombre, la amaba a ella, y gemir y gritar su nombre solo le hacía animarse más y más. — Y yo a ti... Te necesito... Te necesito... — Repetir una y otra vez lo mismo también era una necesidad y no le requería pensar mucho, al revés, es como si hubiera pulsado un modo automático que solo tenía que salir de él por instinto. Por el mismo instinto que se movía cada vez con más fuerza y más rápido, atrapando su cintura y dejando los labios en su piel.

El latigazo de placer impactó en su cerebro con tanta fuerza que el gemido se volvió casi un grito espontáneo, toda su piel se erizó y el ritmo se incrementó aún más, aunque fuera imposible. — Vas a acabar conmigo... — Susurró con un hilo de voz. — No puedo más... — Todo había sido muy intenso literalmente desde que había cruzado la puerta, no recordaba que hubieran escalado tan rápido nunca, y eso que ellos no necesitaban mucho tiempo para encenderse. Al parecer, ya venían bastante encendidos desde horas antes de encontrarse. Se aferró aún más a su cuerpo, sintiendo cómo todos sus músculos se contraían y perdía la noción de todo lo que no fuera su cuerpo y el de Alice. Quedó un rato jadeando con fuerza, ya relajado sobre su cuerpo, solo atinando casi un minuto después de que todo explotara a alzar ligeramente la cabeza para mirarla. Se le escapó una leve risa y una negación con la cabeza antes de poder reunir fuerzas para hablar. — Ha... sido rápido. — Eso... podría ser malo. Parpadeó. — ¿Has... te ha...? — A ver si había sido DEMASIADO rápido. Dejó un beso en sus labios y dijo. — Tenía... muchas ganas... Y estabas impresionante... — Añadió, acariciando su mejilla y mirándola con devoción. Conocía a su novia y sus expresiones, y sentía que le había gustado. Pero había sido todo tan fugaz que esperaba que no le hubiera sabido a poco. Al menos ahora tenían tiempo de acurrucarse el uno junto al otro, como tanto habían deseado esos días.

 

ALICE

Era automático, y era algo que tendrían que probar más detenidamente, porque en cuanto Marcus la agarró más fuerte, mientras seguía sintiéndole moverse dentro de ella, el cuerpo entero se le contrajo de placer. — Hazlo. — Suplicó casi sin voz, tomada absolutamente por el placer. Pero tuvo que reírse entre jadeos, cuando le hizo aquella pregunta. — No creo que tengamos tanto tiempo como para que te diga todo lo que me gusta que me hagas ahora. — Una nueva oleada de placer la recorrió solo de estar así, sintiendo la presión de las manos de Marcus, pensando en todo el placer que eran capaces de darse mientras lo hacían.

Pero al oírle gemir así su nombre, no solo le dio un escalofrío, porque le encantaba cómo lo hacía, sino una pista de que aquello iba encaminado a acabarse, aunque, como quien decía, acababan de empezar. Así que en vez de contestarle o seguir sus jueguecitos, cerró los ojos y se concentró en sentir, sentir sus pieles rozándose, su olor embriagándola, su movimiento, la tensión de sus dedos, y empujó las caderas al mismo ritmo que él, haciéndolo todo más intenso, poniéndose a sí misma al borde del abismo. Y como ella había predicho, el propio Marcus le dijo que no podía más, y ella más rápido se movió, encontrando esa nueva fuente de placer que suponía esa velocidad y esa unión en la que estaban. Y fue justo después, cuando notó a Marcus llegar al clímax, cuando ella se apretó aún más contra él, sintiendo como aquella sensación le invadía el cuerpo entero, aquella que tanto había ansiado aquellos días en la soledad de su cama, ese calor que le recorría las venas, esa sensación de plenitud, que hacía que sus miembros se retorcieran, sus piernas se cerraran en torno a Marcus, dándose cuenta de que había cerrado también la mano sobre la piel de su espalda, en ese ansia por sentirle más y más.

Se rio al sentirle reposar sobre su cuerpo y acarició sus rizos con devoción. — Yo no te veo acabado, Marcus O’Donnell. — Dijo retomando su frase de antes. Dejó un beso sobre su coronilla con ternura y bajó los dedos por su nuca con delicadeza. — Creo que… te he hecho un arañazo. — Dijo bajando el dedo hasta la zona. — Perdón, estaba… concentrada. — Sip, para un Ravenclaw la concentración era sagrada, aunque fuera para hacer el amor. Se rio y asintió con lo de que había sido rápido. — Y tanto. Ya te he dicho que te necesitaba. — Pero entonces le preguntó… ¿Le estaba preguntado eso en serio? Se le escapó otra risita y tomó la cara de su novio entre las manos. — Sí, sí. — Contestó, aunque la pregunta no había sido muy completa. — ¿No te has dado cuenta? Yo creo que soy bastante expresiva, y yo creo que ya conoces mi cuerpo… — Dijo mientras paseaba el índice por el costado de su novio. — Y mis gritos… — Buscó sus ojos y le puso esa cara pillina, esa mirada Gallia que llevaba poniéndole aposta siete años. — Pero, oye, podemos repetir si te entra la duda… — Y se estaba riendo cuando oyó algo. Era un rumor, pero su radar de niña traviesa se lo identificó como algo importante. Frunció el ceño y agudizó el oído. — Está… ¿Está…? — Y de repente dio un salto. — Está lloviendo. — Dijo en tensión. Se escurrió por debajo del cuerpo de Marcus y se empezó a vestir, temiéndose lo peor.

Ahora sí lo oía con claridad. Con tanta que juraría que estaba debajo de la ventana. — ¡ALICE, HIJA! ¡QUE NO PUEDO DESENCANTAR LA PUERTA! ¡AAAAAAALICE! — Debían haber llegado por la puerta principal, y al encontrarse con su hechizo, había dado la vuelta por el jardín. — AAAAAALICE VOY A SUBIRME AL ÁRBOL. — Se puso el vestido a todo correr y se puso a tirarle a Marcus su ropa, antes de abrir la ventana y asomarse. — ¡No! ¡Quieto, papá! ¡A ver si te vas a matar! Ve a la puerta, anda… — Y menos mal que lo había dicho, porque allí iba su padre muy derecho. Miró a su novio y apremió. — ¡Vístete, corre! Han debido volver por la tormenta… Ogh ¡maldita sea! Estoy harta de esta situación. — Se giró a su pobre Marcus y dejó un beso en sus labios. — Venga, no te preocupes, tú déjame hablar a mí. — El problema es que no encontraba su sujetador, lo había tirado como en otra dirección distinta que la de la parte de abajo y ahora… Bah, bajaría así, ya está.

Corrió a la puerta y les hizo pasar. — ¡Terrible, hija, terrible! Estábamos en el río ¿no? Y ya localizado un banco de peces y todo y entonces ¡BOOM! ¡CHAS! Empieza a tronar y ¡hala! Riada que te viene… — ¡Papá! Deja de llenarme la casa de agua, por Merlín. — Porque no paraba de moverse y gesticular y salían gotitas por todas partes. — Alice, no me estás escuchando, aquello ha sido una locura de… — ¡Papá! Que te quites el impermeable y el gorro, por favor… ¡Dylan! No te sientes en el sofá todo mojado. — Suspiró profundamente. A ver, ¿por qué a ella? ¿Por qué? Si es que aún le duraba el subidón físico de lo que acababa de hacer, pero la desesperación mental se apoderaba de ella. — Total, que ahí estaba yo, con unas cuantas truchas encima, porque la poción atractora se me había caído en la ropa y… — Papá. — Le paró agarrándole de los brazos y mirándole a los ojos. — Deja de moverte, quítate el impermeable y escúchame… — Miró a las escaleras. — Marcus está ahí arriba. Había venido a verme. — Su padre entonces entornó los ojos hacia la escalera y dijo. — ¡No me digas! ¡Eh, mini Arnold! Baja aquí que te vea tu suegro. — Dijo una palmada, haciendo saltar más gotitas de agua. — Bueno, pues qué bien, que un día chafado se ha convertido en día familiar. — Dylan entornó los ojos y suspiró. — Dylan, que te levantes de ahí. — Insistió. Su padre la miró de arriba abajo y alzó una ceja. — Es un poco pronto para las estrellas… — ¡Papá! Por favor te lo pido eh… — Y él se rio como un niño chico, diciendo. — Es que es gracioso… —

 

MARCUS

Estaba demasiado tranquilo y a gusto retomando la respiración sobre el cuerpo de Alice, con los ojos cerrados y sintiendo las caricias en su pelo. Los abrió para mirar de soslayo por encima de su hombro, sin moverse mucho, esbozando una sonrisilla. — ¿Ah sí? — Preguntó divertido, aún sin haber recobrado mucho el aliento, cuando le dijo que le había dejado una marca en la espalda. Sí, le parecía muy divertido ahora y para nada importante, pero quizás debería de labrarse una excusa por si sus padres se lo veían. Rio un poco y rozó su nariz con la de ella. — Tengo una marquita de amor de Alice Gallia. — Ahora estaba muy mimoso, y tenía mucho tiempo por delante para decirle tonterías a su novia. Lo último que necesitaba era una disculpa, si estaba en una nube.

Aunque quizás sí le vendría bien una confirmación de que Alice... estaba... había... Bueno. Es que no había calculado bien los tiempos, la había echado demasiado de menos, y en un fugaz vistazo a su reloj se había dado cuenta de que no eran ni las tres y cuarto y ya le había dado tiempo a entrar en la casa, en el dormitorio, hacerlo y recuperar la compostura (más o menos). Pero su novia puso sus manos en su mejilla, con esa risa tan bonita, y le tranquilizó bastante al respecto. — Sí, sí, pero... — Dijo con una risa insegura. Sí, a ver, él la conocía ya, y creía que... Bah, ella estaba riéndose y contenta y ambos demasiado a gustito allí como para darle más vueltas. El inicio de la vida de novios fuera de Hogwarts estaba yendo un poco a ensayo-error como todo buen experimento (eso diría Alice, él diría que los buenos experimentos se planificaban al milímetro para evitar errores, pero en algunas cosas empezaba a claudicar). Tenían mucha vida por delante para hacer sesiones más largas.

Le dio varios besitos por la cara entre risas. — ¿Repetir? Hmmm... Si hay tiempo... por mí... — Dijo meloso. Ah, claro, si encima podían repetir, pues mejor que mejor. En darle besitos y mimos a su novia estaba cuando ella pareció estar a otra cosa totalmente distinta, porque de repente se levantó, haciéndole caer en la cama como un muñeco de trapo. Ni tenía muchas fuerzas ni las quería emplear, allí se estaba muy bien, y como Alice no tardaría en volver, simplemente remoloneó como un gato a la espera de que su saltarina novia llegara a términos con lo que sea que había visto y volviera a la cama. Aunque, al abrir un ojo perezoso, la vio vistiéndose. Puso una sonrisilla lánguida y pícara. — ¿Es que la lluvia te da frío? — Se removió un poco para mirarla mejor, con expresión amodorrada. — Aquí se está calentito. — Pero Alice se había alterado por algo que no alcanzaba a entender... Hasta que su cerebro, por fin, dio la voz de alarma.

Estaba lloviendo. William y Dylan habían salido de picnic. No se puede hacer un picnic con lluvia. En su misma posición, abrió los ojos como platos, sintiendo que el corazón se saltaba un latido, y empezó a conectar todas las piezas de aquel puzle. Un poco tarde, porque justo cuando hizo la conexión lógica, empezó a oír a William gritando por la ventana. — No. — Murmuró. Eso tenía que estar siendo una pesadilla. — No no no no... — Ya estaba en pánico. Con lo bien que estaba. En el proceso de entrar en bloqueo al tiempo que quería desaparecer de allí, Alice empezó a lanzarle su ropa y él intentó cogerla al vuelo. Intentó, pero no atinó a ni una, entre que cada ropa cayó en un lado distinto y él se dirigía al contrario. Buen guardián de quidditch estaba hecho. En la última intentona, no solo no agarró la ropa en el aire, sino que intentó hacerlo a la vez que se bajaba de la cama, y lo único que consiguió fue enredarse en la sábana y acabar rodando por el suelo. Ya pensaría en lo patético que estaba quedando si sobrevivía a todo aquello, porque, de no morirse de un infarto, William le iba a matar. O su madre si llegaba a sus oídos, que llegaría.

Su novia le dio un beso mientras se terminaba de poner los pantalones que solo le dejó más aturdido todavía. — ¿¿¿Que no me preocupe??? — Preguntó en un susurro urgente. — ¡¡Alice que estamos en situación inequívoca!! — Pero nada, Alice estaba ya fuera de la habitación. Siguió vistiéndose a toda velocidad, peleándose con la camiseta porque estaba del revés, poniéndose un calcetín bien y el otro vuelto, atándose los zapatos mientras daba saltitos para mantener el equilibrio. Ah, la cama, estaba hecha un desastre. Se palpó los bolsillos. Mierda, su varita, ¿¿dónde estaba su varita?? Después de mirar con pánico el entorno, la encontró en el suelo. Claro, con tanta ropa volando... Lanzó rápido el hechizo para hacer la cama y se aseguró de que no hubiera nada sospechoso por allí... Como si su sola presencia EN LA HABITACIÓN de Alice apenas quince minutos después de que William hubiera abandonado la casa no fuera ya lo suficientemente sospechosa.

Vale ¿y ahora qué? ¿Salía por la ventana? Por Dios, qué vergüenza, qué poca clase, qué humillación para dos alquimistas, ¿¿cómo se les había podido ocurrir semejante locura?? ¿¿De verdad no tenían un poco más de control?? Ah, ahora con la excitación bajada ya veía mucho más claro que tenía que haberse quedado cada uno en su casa. Maldita sea, sus instintos básicos le habían jugado una mala pasada, a él, que iba por ahí fardando de que era todo erudición. Iba a hablar muy seriamente con Alice, esto tenía que cambiar a partir de ahora... Sí, en cuanto vuelva a decirte que te espera sin ropa interior, verás cómo cambias de idea. ¡Ah, maldita sea! No estaba ahora para ponerse a discutir con su propio cerebro.

Se acercó sigilosamente a la puerta de la habitación, la entreabrió un poco y puso la oreja. Vale, aún podía intentar huir, tenía esa casa bien localizada, quizás saliendo por otra puerta... Pero, entonces, William le llamó a gritos. Ahí sí que se le paró el corazón. Quería llorar. ¿Le había dicho Alice que estaba allí? Se frotó la cara. Muy seriamente, iban a tener que hablar muy seriamente. Asomó la cabeza lentamente por la puerta. ¿Qué hacía? ¿Bajaba? Ya sabía que estaba allí, iba a ser aún más sospechoso quedarse arriba.

Se mentalizó, se aseguró de tener la ropa y el pelo lo mejor posible y carraspeó, antes de salir con el semblante más seguro que tenía en el repertorio, que en ese momento... no era mucho, debía tener una cara de culpabilidad tremenda. Salió del cuarto y, nada más enfocar las escaleras, ya estaba William abajo esperándole. — ¡Hombre! Pero si es mi yerno favorito, sí que estabas aquí. — Se le escapó una risilla nerviosa. Iba bajando las escaleras como quien va a su ejecución. — Hola, eem... He... Me he acordado de lo del examen y... O sea, de la licencia... — William le estaba mirando aguantándose la sonrisilla. Tragó saliva. Mejor empezaba por el principio. — Que ayer cuando quedamos... le dije que tenía... un libro, o sea, de mi abuelo, que me lo estoy mirando y tal... Y he dicho... voy a llevárselo... — ¿Ah sí? ¿Puedo verlo? — Marcus parpadeó. Vaya. Esa no había sido su mejor salida. — Es que... se me ha olvidado en casa. — Se le escapó una risilla nerviosa. William, que no perdía la sonrisa divertida, se cruzó lentamente de brazos. Dylan estaba mirando de fondo con los ojos muy abiertos, ni había saludado, aunque parecía más centrado en otra cosa, porque miraba a su hermana como un ratoncillo que quiere huir de un depredador. O, en el caso de este ratoncillo en concreto, sentarse lentamente en el sofá sin que le vean. — O sea... que has venido a enseñarle un libro... pero no te has traído el libro. — Resumió William. Marcus se quedó un par de segundos en delator silencio, hasta que rio otra vez. — Sí, sí, esto, es que mi hermano me ha interceptado en la puerta, para que le llevara a la tienda de mascotas, una cosa de un peine para Noora y eso, y ya me he entretenido, he salido corriendo y... me lo he dejado allí. — Tragó saliva otra vez, con su mejor cara de niño bueno. — Pero... estábamos... hablando del tema. Me acuerdo bien... del libro y eso. Me lo he leído esta mañana. — William rio entre dientes y giró los talones para enfocar a su hijo. — Es lo bueno de tener hermanos menores, les puedes echar la culpa de tus problemas. — Dylan miró a su padre con cara de aburrimiento. El hombre se giró a Marcus otra vez, sin descruzar los brazos. — Pues ya que estás aquí... vente al salón. — Con los ojos como platos sintió cómo su suegro le pasaba el brazo por los hombros y lo arrastraba de allí. Miró con pánico a Alice mientras su padre le reconducía, diciendo. — Cuéntame más sobre ese libro, que me interesa. —

 

ALICE

Cuando Marcus bajó, aprovechó para chequearle de arriba abajo, no solo por si se había puesto alguna prenda del revés o si parecía realmente que venía de hacer lo que acababa de hacer, sino porque la caída de la cama había sido un poco aparatosa. Pero no, no, llegó bastante aparente y eso le hizo soltar un suspiro de alivio. Alivio que duró poco o nada, porque la excusa de Marcus era pésima. Asistió, frotándose los ojos, a aquel diálogo que básicamente era su padre jugueteando con Marcus cual foca con pescado para ponerlo más nervioso. — Ya vale. — Dijo bajito, pero firme, dándole en el brazo sin descruzar los suyos. Claro, su padre a lo suyo. — Ya, es que la tuya era Violet Gallia, así que colaba lo de echarle encima cosas, pero estamos hablando de Lex O’Donnell y de que no hay marrón que echar, solo se ha dejado un libro, y es mi novio, obviamente, aunque se deje el libro no le voy a castigar en la puerta, ¿no crees? —

Pero nada, su padre ya le había recogido en su brazo y ella suspiró más hondo aún. — Papá, no. — Atajó. — No le des la chapa, ha venido a verme a mí. — Y a mí, hija, ¿no ves que lo del favorito es recíproco? Y hace mucho que no hablamos. — Y Marcus tieso como un palo que no hablaba ni hacía nada por librarse de su padre. — Nada de alquimia. — William resopló. — Nada técnico, te lo concedo, pero ya que entiende tanto de licencias, que me explique qué necesitas para ser alquimista oficial de esas. — Ahí soltó un suspiro ofendido y se puso las manos en las caderas, incrédula. — A mí no me lo has preguntado. — No, se lo he preguntado a él. Haz té y nos lo tomamos todos juntos, anda. Y seca a tu hermano, por Dios, que va a pillar una pulmonía. —

Enfurruñada, se acercó y levantó a Dylan del sofá, llevándoselo a la cocina, mientras le quitaba las prendas mojadas. — ¡No soy un niño! — Se quejó éste, revolviéndose. — Ya lo sé. — Resopló ella colgando las cosas y apuntándole con la varita. — Por eso te he pedido que te levantaras del sofá con la ropa mojada dos veces, pero como no me has hecho caso como haría un adulto, pues te trato como un niño, ¿qué te parece? — Dylan se puso más patito que nunca, con los brazos cruzados y los morritos hacia fuera, probablemente creyendo que tenía un aspecto muy fiero, mientras Alice le echaba el hechizo secador por el bajo de los pantalones. — Me has mandado con papá para quedarte la casa sola con Marcus. — Alice volvió a suspirar y se puso a encantar las cosas para el té. — Y yo me he mojado, y papá ha hecho el ridículo, nos miraba todo el mundo, y tú dejándonos en la calle para que te diera tiempo a acabar lo tuyo con Marcus. — Ahí se giró con una ceja alzada. — ¿Disculpa? — No, no disculpo. ¿Qué te crees? ¿Que no sé lo que hacéis? Pues sí lo sé. Además, vas sin sujetador, se nota. — Automáticamente se puso los brazos sobre el pecho. — ¡Dylan! — ¿Qué? Es que vamos, te crees que no me doy cuenta de las cosas. — Y un poco de razón sí tenía, pero ¿desde cuándo su patito sabía de esas cosas? — ¿Qué sabes tú de lo que hago con Marcus? — Os besáis y os veis desnudos. Y os tocareis, y no quiero pensarlo más, porque mira, a saber cuántas veces lo habréis hecho y yo sin darme cuenta. — Hmmm tenía un lío importante su hermano, sí. Y ella no estaba siendo la mejor hermana mayor del mundo. Inspiró y se apoyó en la encimera, mientras hervía el agua. — Vale, lo siento. Sí, quería estar con Marcus a solas. Pero también quería que hablaras con papá precisamente de… esas cosas. — ¿CON PAPÁ? — Dijo Dylan abriendo mucho los ojos. — Ni loco, vaya, qué vergüenza. Cojo otra vez la libreta antes. — No pudo evitar que se le escapara una risa ante esa reacción. — Pues con alguien tendrás que hablarlo, Dylan. Y yo no soy un chico, igual es mejor que lo hables con uno. — Dylan negó con la cabeza y levantó la mano. — No sé ni por qué he empezado esto, vaya. — Alice se acercó a él y le miró con ternura. — Lo siento. — Dijo acariciándole los rizos. — Soy un poco nueva en manejar situaciones domésticas y tener un novio al que tengo demasiadas ganas de ver y de estar con él. Creía que podía matar dos pájaros de un tiro, pero no me ha salido bien. — Dylan se encogió de hombros. — En esta casa no se matan pajaritos. — Y ambos se echaron a reír. — Pero del tema va a haber que hablar. — Insistió Alice entornando los ojos. — ¿Preferirías a tu colega para eso? — Dylan pareció pensárselo. — A ver… Sí… Pero es que luego pensaría que todas esas cosas las hacéis y me da mucha grima. — Ella levantó la mano y la movió con evidencia. — Dylan, lo hace todo el mundo. Hasta los padres y los abuelos. — ¡NO! — Su hermano se llevó las manos a las orejas y cerró fuertemente los ojos. — No quiero saberlo. Qué horror. — Alice se rio y ladeó una sonrisa. — Y aún no sabes nada de cosas que nos pasan a las mujeres. — ¡Ay, por Merlín! Que sí, que lo hablaré con el colega… Otro día que él no vaya con cara de haber matado a alguien y yo haya tenido que sacarle a papá truchas de encima y me haya calado tres minutos bajo la lluvia en la puerta. — Ella se rio con ternura y fue a abrazarle, pero el niño la apartó antes. — ¡Hermana, por favor! Que vienes de hacer esas cosas con mi colega y aún vas sin sujetador. — Ella negó con la cabeza, pero no perdió la sonrisa. — Tienes razón, igual subo a cambiarme ahora que el té ya está hecho… — Pero se vio interrumpida por las tazas volando peligrosamente cerca de su cara hacia el salón. — ¡PAPÁ! — Bramó, realmente al límite de su paciencia.

Salió y los vio sentados en los sofás y se cruzó de brazos. — Papá, no hagas eso, casi nos das. — Él, por su parte, se rio. — Cuando lo hice en aquellas Navidades que celebramos aquí, os hizo mucha gracia, ¿a que sí, yerno? — Alice ni se molestó en responder, pero su padre la conocía bien y se inclinó hacia Marcus, sin dejar de mirarla. — Ahora se muere de ganas de regañarme, pero no quiere montar un drama familiar delante de un O’Donnell. Para lo mal que se lleva con su abuela Helena, a veces se le parece mucho. — Las tazas estaban flotando todavía, y ella se dedicó a cogerlas y dárselas a cada uno, haciendo posarse también los platos y demás en la mesita. — Por cierto, han llegado estas dos cartas para ti. Una es de Jackie y la otra del chico ese que vino a La Provenza. — Theo. — Completó ella, cogiendo ambas. Hmmm… Justo carta de esos dos a la vez. Cruzó una mirada con Marcus y se sentó en una de las butacas, mientras Dylan también se sentaba y se ponía a aportar datos al incidente de las truchas, narrado a voces por su padre.

 

MARCUS

Apretó los dientes y ya estaba temblando entero. "Favorito". Es que no, es que William Gallia decía eso y Marcus volvía a tener cinco años, y claro, ahora la conciencia le estaba matando. Le estaba viendo la cara de reproche a su novia, además de oyéndole el tono, pero ni por esas impidió que William se lo llevara al salón. Le echó una mirada casi de auxilio mientras lo arrastraba, pero su padre la había mandado a por té y Alice obedeció, dejándole a él solo ante el peligro. Definitivamente, la próxima aventurita se la iba a pensar dos veces.

— Bueeeno... — Suspiró William, sospechosamente tranquilo y sonriente... Bueno, a ver. Era William. Solía estar tranquilo y sonriente, pero Marcus estaba esperando que le matara por poner el honor de su hija en entredicho, de ahí que no esperara precisamente esa reacción. El hombre se quitó la chaqueta y empezó a secarse a sí mismo con la varita, despreocupadamente, mientras Marcus estaba tenso y clavado en mitad del salón. William le miró y arqueó una ceja. — Pero no te quedes ahí, hombre, siéntate. Estás en tu casa. — Marcus rio nerviosamente. ¿Desde cuándo estaba así con William? Ya, claro... Debería trabajarse la naturalidad. Tragó saliva y se sentó incómodamente en el sofá. William rio con los labios cerrados. — Parece que te estoy viendo hace unos años en un sofá como ese, pero en casa de tus abuelos... Suplicando perdón por haber dormido con mi hija. — Marcus tragó saliva, con los ojos muy abiertos. William soltó una carcajada. — Ni que hubieras hecho algo malo ¿verdad? — ¿Eh? No, no, claro que no... — Ah, la juventud. Y tú fuiste siempre tan protocolario... — Sí... — No querías que pensáramos mal de ti. Qué adorable eras. — Marcus volvió a reír nerviosamente. Por no llorar, que estaba a punto. De hecho, miró a la puerta. Necesitaba ver a Alice aparecer ya o, insistía, se echaría a llorar.

El hombre volvió a suspirar, ya seco, y se sentó frente a él, juntando las palmas y apoyando los antebrazos en las rodillas, mirándole con una sonrisilla. — Y en todos estos años... ¿aún no te ha enseñado mi pajarito que negarlo siempre es peor? — Marcus tragó saliva. Esquivó la mirada. — Bueno, emm... De verdad que aquel día me... quedé dormido sin querer. — William arqueó una ceja. Le vio porque le miró de reojo a pesar de la mirada esquiva. — Entonces... la licencia ¿eh? — Marcus intentó esbozar una sonrisa tensísima, mojándose los labios y asintiendo. Tenía ambas manos entre las rodillas y un movimiento nervioso en las piernas que no se le pasaba. Y, de repente, William se echó a reír. Marcus parpadeó. Vale, ahí venía cuando le mataba.

Cuando dejó de reírse, suspiró, se levantó y se sentó a su lado. — Marcus... no es el momento de ahondar en los pasajes más oscuros de nuestra historia, pero sabes que de bebés ya os conocíais ¿verdad? — Marcus asintió. William rio levemente y dijo. — Pues uno de los días que quedamos, mi hija se tiró encima tuya y te mordió la nariz. Creo que intentaba ser cariñosa a su salvaje manera. Tú, con lo quejica que eras, te dejaste. No emitiste ni media queja. Desde ese momento, empecé a hacer bromitas con vosotros, de esas que ponían nervioso a tu padre, cara de enfado a tu madre y hacían que mi mujer dijera "William, ya, deja de decir tonterías". — Marcus se rascó la coronilla, con media sonrisita. — Aquel día, cuando os quedasteis dormidos juntos, cuando vi que mi hija estaba callada, dormida y quieta solo porque tú la estabas abrazando... dije... no es como que quiera precipitarme, pero... — Siseó cómicamente. — Y supongo que te acordarás de aquel día de verano en La Provenza, antes de que entrarais en sexto, en el que tardasteis más de la cuenta en volver con los melocotones que mi madre os había encargado. Por no hablar de que, de repente, pasasteis de estar en la fiesta a estar tú en el desván y mi hija en mi ventana. — William volvió a arquear una ceja, sin perder esa sonrisa divertida de siempre. — Adivina quién le dijo a tu padre, que estaba en un protocolario pánico muy parecido al que tienes tú ahora, solo que con más confianza, que sí, que claramente habíais ido a daros el lote y que no pasaba nada. — Ante la terminología a Marcus se le escapó una especie de bufido agobiado espontáneo y retiró la mirada al suelo, lo cual hizo mucha gracia a William. — ¡Marcus! Chico, te creía más listo. Te estoy diciendo que no soy el típico suegro idiota que se vaya a enfadar porque hagáis lo que hacen los novios o que ande pensando que estas cosas no ocurren. Yo llevo haciendo que ocurran con gente a la que conocía mucho menos de lo que os conocéis vosotros desde los catorce años. — Marcus parpadeó con fuerza, aún mirando el suelo. William señaló al exterior. — ¿Y ese que está ahí fuera con un mosqueo absurdo? Ese me va a pillar la delantera. — ¿Se podía morir ya? Es que se quería morir.

William se levantó y volvió al sofá de enfrente, y mientras caminaba, decía. — Y si crees que no conozco lo que he engendrado, y lo que ha engendrado el que ha sido amigo mío desde los once años... — Se dejó caer en el sofá con un suspiro. — No necesito detalles de vuestros encuentros, pero me juego lo que quieras a que fueron mucho más tarde de lo que mi hija quería, y en peores circunstancias de las que tú querrías. — William. — Se animó a hablar, por fin, aunque la voz le salió tan quebrada que se obligó a carraspear. — Yo a Alice la quiero muchísimo, y... y... cada circunstancia con ella para mí es perfecta porque es con ella. — Oh, sí, desde luego que lo es. Eres hijo de tu padre, pero no dejas de ser de mi misma especie. Te creo. — Marcus tragó saliva. — Lo que te quiero decir es que no me tengas tanto miedo, Marcus, de verdad. A estas alturas. — Marcus dejó escapar el aire entre los labios. — No... Yo solo... — Venías a hablar de licencias de alquimia, sí. Fingiremos que es así, porque soy un suegro guay, pero no tanto. — Se inclinó hacia delante, arqueando de nuevo una ceja y apoyando los brazos en las rodillas. Marcus le miró como un conejillo asustado, y William bajó un poco el tono. — Y no dejas de ser el novio de mi hija colándote directamente hasta su habitación apenas dos minutos después de que ella deliberadamente me eche de mi casa, lo que me hace pensar sin mucho esfuerzo que eras cómplice. — Le señaló los rizos. — Y estás sudando. — Marcus tragó saliva y se peinó automáticamente, pero estaba colorado como un tomate. William volvió a apoyar la espalda en el sofá mientras decía. — Pero como tengo el historial que yo mismo tengo y, sinceramente, si hubiera podido escoger un novio para mi hija no me habría salido mejor ni queriendo, no es como que me pueda enfadar. — Puso una sonrisita y sacó la varita, pero antes de girarse a la puerta dijo. — Pero no te columpies mucho. — Marcus tragó saliva otra vez.

— ¡Bueno! ¿Viene ese té o no? — Bramó William, recuperando el tonillo bromista como si allí no hubiera pasado nada y trayendo las tazas en el aire. Marcus estaba al borde del desmayo por tensión, y tener que esquivar una taza que llegó a demasiada velocidad por allí no entraba en sus planes, por lo que la paró torpemente en el aire. — ¡Eh! Tus entrenamientos como guardián han dado sus frutos. — Celebró el hombre, soltando una carcajada después. — Lo de la licencia no, pero mi pajarito sí tuvo a bien contarme eso. Y que casi te mata con una blugder. — Se giró y, mientras seguía moviendo la varita, le oyó mascullar. — Ya veo que se sentía en deuda. — Se rascó la cabeza. De verdad que se iba a echar a llorar como no entrara Alice ya y empezara a neutralizar.

Y entró, sí, pero regañando a su padre. No, por favor, no era el momento de ponerse a William en contra, le necesitaban de buen humor, que les había pillado de lleno. Estaba en un trance traumático cuando el hombre le hizo una pregunta. — ¿Eh? Sí, sí. — Rio, nerviosa y artificialmente, y miró a Alice. — A mí me gusta. — Vaya. Apenas había sonado tenso y falso. Al comentario de William volvió a reír, y luego miró a Alice de reojo. Lo siento, acabo de acostarme con su hija aprovechando que no estaba, así que pienso reírle todas las gracias. Y si no le gustaba la idea, que no le hubiera metido en un plan que estaba cogido con pinzas, a la vista estaba.

Al parecer habían llegado unas cartas de Theo y Jackie, y Alice se sentó para leerlas. Marcus también quería saber, pero Dylan y William estaban hablando y él lo mínimo que podía hacer era dedicarles toda su atención, riendo cuando reían e interesándose. — Yo solo digo que esa última nos la podíamos haber traído. — Papá, estaba muerta ya. — ¡Pues menos trabajo! ¿Ibas a matar tú a esa pobre trucha, chico de Hufflepuff? Mira que escribo a Hogwarts para que te cambien de casa. — Dylan soltó un suspiro hastiado, rodando los ojos. — ¡Me refiero a que no nos podemos comer un animal que ni siquiera sabemos cuándo ha muerto! Podría estar malo. — ¿Tú qué piensas, yerno? — Yo es que no sé mucho de peces. — Y suficiente tenía con lo que tenía como para mojarse ahí. William y Dylan empezaron a debatir entre ellos, así que se aceró a Alice y, con una sonrisilla, le preguntó en relación a las cartas. — ¿Qué? ¿Qué dicen? —

 

ALICE

Sí, claro, con la culpabilidad que Marcus traía encima, enseguida le iba a decir nada a su padre. Se cruzó de piernas para leer las cartas y media sonrisilla se le apareció. Concediéndole eso a su padre, era gracioso pillar in fraganti a la gente, aunque ella lo estaba haciendo por carta, haciéndolo menos incómodo para todo el mundo. Levantó la vista y observó a su padre y a Dylan discutiendo. — Nada de peces muertos en mi casa. — Dictaminó. — ¿Y para qué nos mandas a pescar? — Preguntó William. Ella negó con la cabeza. — Yo os mandé a pasar el día en el campo y a hablar, pero, para variar, no habéis hecho ni lo uno ni lo otro, contenta me tenéis. — Dejó las cartas en su regazo y bebió del té, aunque casi lo escupe. — ¡Papá! Ya has echado otra vez el hechizo ese endulzante silencioso. Qué asco. — Su padre chasqueó la lengua. — Hija, eres la única a la que no le gusta. ¡Marcus! ¿A que…? — No tengas morro. — Le increpó señalándole con la mano. — Que te estás aprovechando de él. — Su padre rio. — No como tú. — Entornó los ojos y suspiró.

Al menos su Marcus se vino a su lado, pero ella ya estaba gestando un plan en la cabeza, así que tapó las cartas y le sonrió al mirarle. — Es una sorpresa. — Dobló las cartas y las cogió. — Y, de hecho, tengo planes que hablar contigo. Cosas de esta cabecita Gallia. De hecho, termínate el té, y nos subimos que tengo cosas que planear. — Dijo con una repentina alegría que había venido a despejar su día nublado. Su padre la miró con la ceja alzada. — Enséñale a Marcus la habitación nueva y a ver si te da alguna idea. — Alice rio e hizo un gesto con las manos. — Ya sé cuál va a ser: libros. Libros por todas partes, pero tú monopolizas todos los libros de la casa, papá. — Y mis libros serían de alquimia y de eso aún no podemos tener por aquí, pensó con un poquito de amargura. Se levantó y tiró de la mano de Marcus. — Recoged esto y que no vea yo hechizos improvisados ni una varita cerca de Dylan. — Su hermano resopló, sintiéndose herido en su corta edad y dijo, con toda la intención. — Ahora voy a subir. — Ella se encogió de un hombro y sacó el labio inferior. — Muy bien. — Y llevó a Marcus de la mano escaleras arriba.

— Ven, que te enseño la dicha habitación, ya que antes no me ha dado tiempo. — Y le llevó a la antigua habitación de sus padres, ahora despejada de muebles y tan solo con algunas cajas y cosas de escritorio. — La hemos pintado y vaciado... y ahora quieren que me haga aquí una habitación para estudiar y poder practicar alquimia. — Se encogió de un hombro y miró a su novio. — Ahora que papá ha transformado el despacho definitivamente en su cuarto… Pero no sé ni por dónde empezar… — Le miró de lado y sonrió. — Podrías ayudarme a que esto parezca un despacho de alquimista, tú de eso entiendes. — Echó un vistazo a la puerta abierta y se acercó más a Marcus, pasando las manos por sus brazos, hasta entrelazar sus dedos. — Siento que esto no haya ido como imaginábamos. Los Gallia y los planes… malísima combinación. — Se rio y dejó un suave beso en sus labios, bajando la voz al hablar. — Pero me he dado cuenta de que… aunque me moría de ganas de hacer lo que hemos hecho… no es eso lo que más echo de menos… — Rozó la nariz con la suya, sin perder la sonrisa. — Déjame hacer un plan que salga bien de verdad, que sea sorpresa y que nos dé lo que necesitamos más aún que acostarnos. — Dejó un suave beso en sus labios. — Tiempo juntos, a solas, disfrutando simplemente de estar. Y te cuento los planes que se me han ocurrido como Merlín manda. — Y volvió a besarle, suavemente, sin esa ansia que les había consumido minutos antes.

 

MARCUS

Ya iba a contestar que para él estaba el té perfecto cuando Alice cortó la oportunidad, dejándole a él con la boca ya entre abierta y cara de tonto. La cerró y bajó la cabeza, dando otro sorbo discreto al té... que no podía estar más dulce. Aunque como él era tan goloso, no le sabía ni tan malo. Pero viendo la reacción de Alice, no iba a ser un hechizo que necesitara en su día a día cuando vivieran juntos. Mejor ni lo mentaba. Ya había terminado de beber cuando padre e hija se acusaron el uno al otro de aprovecharse de su persona. Dio otro sorbo, con la cabeza más agachada aún. Le faltaba esconderse detrás de un cojín.

Su estrategia para cambiar de tema hablando de las cartas no fue muy allá, porque Alice dijo que era una sorpresa. Yo diría que ya hemos tenido suficientes sorpresas por hoy, pensó, pero se limitó a poner una sonrisa silenciosa. Su novia se puso de pie y dijo que la acompañara arriba. Marcus la miraba con una cara muy parecida a la que debía tener la famosa trucha muerta. ¿En serio vamos a subir otra vez? No creo que sea la mejor idea. Si bien estaba deseando dejar de pasar por semejante mal rato, irse a estar a solas con Alice en la planta de arriba después de la pillada que acababan de tener, tampoco le parecía la mejor opción. Quizás lo que debería es irse a pasar la vergüenza a su casa. Sería la primera vez que le dice a su novia que no a algo.

— Los libros siempre son una buena opción. — Dijo con una sonrisita infantil, lo cual gustó a su suegro. Subió de la mano de Alice y ella le mostró la antigua habitación de sus padres. Tragó saliva. Verla tan vacía era... triste. Pero suponía que era lo mejor, ciertamente. Miró a Alice con las cejas arqueadas y una sonrisa tranquila. — Eso es muy buena idea. — La rodeó por la cintura y dejó un beso en su mejilla. — No se me ocurre mejor uso para una habitación. Puedo venir a ayudarte todos los días si me lo pides. Y te ayudo a decorarla o a traer muebles. — Elevó una ceja y dijo, cómico. — Tu padre y yo ya le construimos casi media casa a tu prima Jackie. Tenemos experiencia. — Él mismo se tuvo que reír porque eso no había quien se lo creyese.

Alice entrelazó sus manos con las de él. Suspiró. — No te voy a negar que he pasado un mal rato en el salón. — Se frotó la cara. — A la primera que hacemos esto... Vaya liada... — Recibió el beso de su novia. — Pero ha merecido la pena. Por ti, siempre la merece. — ¿Qué iba a decir? Si es que era verdad. En el momento de mal rato se maldijo a sí mismo por haber ido... Pero por Alice, y por estar con ella, se metería en la boca del infierno si hiciera falta. Y William, al fin y al cabo, tenía razón: era un suegro guay. Lo siguiente que le dijo le dibujó una luminosa ilusión en la cara. — ¿Plan sorpresa? — Preguntó. De repente parecía que tenía once años. Puso una sonrisita ladina y que pretendía ser chulesca, pero era de enamorado total. — Me gusta. — Rozó su nariz y le susurró. — Todo lo que hace mi pajarito me gusta. —

Pasaron un rato charlando sobre cómo podrían poner esa habitación y luego volvieron a bajar, donde William siguió intentando justificar lo ocurrido con las truchas. No se quedó mucho más tiempo, había parado de llover momentáneamente y aprovechó para irse a casa. Mientras abría la puerta, soltó aire en un bufido. Menuda pillada, menuda situación y menudo todo. Cerró tras de sí y entró no sin cierta derrota, y vino a cruzarse con su madre por el pasillo. — Menos mal, os ha pillado la lluvia en la tienda. Ha caído tan de repente que estaba preocupada... ¿Dónde está Lex? — Marcus se había quedado parado en mitad del pasillo con los ojos abiertos en señal de acabar de caer en la segunda liada del día. Y en silencio.

Su madre miraba a su espalda como si cupiera la menor posibilidad de que su hermano estuviera escondido detrás. — Eeeh... — Marcus se había quedado boqueando como un pez, y Emma empezaba a mirarle con el ceño fruncido, sospechando. ¡Di algo rápido! — Essss que... Me ha mandado a por Noora. — La mujer arqueó una ceja. — Sí, emm... Resulta que quería comprarle una correa nueva y, pff... — Os he dicho que no os excedáis en la tienda. — Ya, ya, pero es que... Venía de oferta con el peine. — Hizo un gesto con la mano. — Cosas de las tiendas de animales, en fin... — ¿Y te has dejado a tu hermano allí? — Marcus se mojó los labios, recalibrando. A ver, tan descabellado no era. Podía seguir tirando por ahí. — Bueno, es que ya es mayorcito. Total, que necesitamos a Noora porque hay que probarle la correa, y para qué nos íbamos a aparecer los dos. Pues... Vengo yo, la recojo y ya está. — Emma se cruzó lentamente de brazos. — Pues venga. No se tarda tanto en una tienda de animales. Y puede empezar a llover de un momento al otro de nuevo. — Sí, sí, si es que... No he venido antes por lo mismo... — Tragó saliva y señaló las escaleras. — Voy... a... — Y pasó de largo de su madre, no sin cierto miedo, subiendo los escalones de dos en dos. 

Entró en el cuarto de su hermano y el bicho, que parecía que sabía que se estaba inventando una excusa a su costa, le miró directamente, casi con tan mala cara como su dueño. Marcus resopló. — Te tienes que venir conmigo ¿vale? — Le dijo, acercándose. Noora le miraba como si esperara que no hablara en serio. — A ver cómo cojo yo esto ahora... — Murmuró, mientras pensaba cómo coger al bicho en brazos. Fue a acercar las manos y la otra echó un paso atrás. — Eh, que no te voy a secuestrar. Que te llevo con Lex y con Darren. — Al nombre de "Darren" se le pusieron los ojillos redondos. Marcus soltó una carcajada sarcástica. — Vaya, qué bien se nos compra con chucherías. Se lo voy a decir al otro. — Agarró a Noora y esta volvió a mirarle mal, revolviéndose un poco. Marcus se la puso a la altura de los ojos y la señaló con un índice. — Que sepas que ya tengo un arañazo en la espalda. Como me hagas algo, te echo las culpas. — Suspiró, cambiando automáticamente el tono a uno penoso y casi suplicante. — Y ahora... seamos amigos ¿vale? — Y salió de la habitación, mientras mascullaba por lo bajo que solo se le ocurría a él y que no sabía qué había hecho para merecerse eso.

 

ALICE

(12 de junio de 2002)

Comprobó que lo llevaba todo en la cestita y se retocó las dos trenzas, atadas con lacitos morados, que sabía que a su novio le gustaban sus trenzas. Sí, el color de Marcus era el azul, pero ella hoy llevaba una temática, y el morado le iba de muerte. Se había puesto hasta los pantalones morados, del color de las lavandas, que había pensado en ellas cuando les echó el hechizo para cambiar de color. Con su enorme sonrisa, llamó a la puerta de los O’Donnell, y Arnold abrió. — ¡Hombre! Pero si es mi niña. Ni una pista tenía de que venías… — Dijo sarcástico. Ella rio y dejó un beso en su mejilla. — Ya me imagino. Es que le tengo una sorpresa, y tu hijo lleva muy mal la incertidumbre. — Y efectivamente, allí apareció Marcus, más que dispuesto para irse. — Al menos dime a mí a dónde vais ¿no? — Con una risita, se inclinó y se lo dijo al oído, a lo que su suegro puso una amplísima sonrisa. — Qué bonito, te va a encantar, hijo. — Ella rio, contenta y tiró de Marcus hacia el jardín. — Agárrate a mí, O’Donnell, que hoy vamos en traslador. —

El traslador lo tenía su madre guardado por ahí y aún funcionaba perfectamente. Llevaba a la trastienda de una confitería de Regent’s Street. El dueño era un mago casado y asentado con una familia muggle, pero él tenía allí su tiendecita y dejaba a los magos aparecerse por allí para facilitarles la vida para llegar al Londres muggle. Su madre, con lo golosa que era, había descubierto el sitio enseguida y se había convertido en usuaria y clienta, tanto que cuando Alice se apareció por allí para probar el traslador, el dueño la reconoció al instante. Estuvo encantado de hacerle el encargo que ella traía, además.

Aparecieron en la preciosa confitería, con sus paredes de madera blanca y su mostrador de cristal lleno de delicias. Sabía que, ya de entrada, estaba haciendo muy feliz a su novio. — Y este no es el sitio sorpresa, espera y verás. Pero puedes disfrutar de esto un poquito. ¡Fíjate esos macarons! Tienen mejor pinta que los de Francia. — Dijo señalándolos a través del cristal. — ¡Oh! ¡Hola, Alice! Aquí tengo lo tuyo. — Hola, señor Hargrove. — Tomó los paquetitos, envueltos preciosos, que le daba. — Muchas gracias. — A pasarlo bien, jóvenes. — Ese señor siempre parecía alegre, seguro que había sido Hufflepuff. — Se llevaba muy bien con mamá, por lo visto. — Le fue comentando a Marcus por el camino, enganchada de su brazo. — Lleva vida de muggle, pero no pierde las raíces, la verdad es que tiene una tienda cuquísima, y te vas a chupar los dedos con lo que te traigo. Eso sí, todo lo salado lo he hecho yo. — Señaló, levantando un poquito la cesta.

Por fin empezó a vislumbrar lo que quería y señaló el lugar. — Y allí vamos. A Primrose Hill. Mi madre y yo veníamos mucho a hacer picnics madre-hija, hasta que Dylan se volvió muy enmadrado y no se podía hacer nada sin él. Es un parque precioso, y dentro de la planicie de Londres, es un sitio desde el que se puede ver casi todo lo bonito. — Se adentraron al parque y encontró el sitio que buscaba. El día estaba bonito, aunque había algunas nubes, pero es que era Londres, era imposible que no las hubiera. Tendió una manta grande y suavecita, con flores en el suelo y se puso a sacar cosas. — Las cervezas de mantequilla, una para ti y otra para mí. Llevan el hechizo enfriador. — Dijo con un guiño. — Y ahora, voy a darte la pista de por qué te he traído aquí, y hasta que no lo adivines, no te cuento mis planes. — Sacó uno de los paquetitos y dijo. — Cierra los ojos y abre la boca, a ver si eres capaz de reconocerlo sin verlo. — Cuando su obediente novio lo hizo, se inclinó y le dio un beso. — Esto era el aperitivo, nada que ver. Ya sí viene la prueba de verdad. — Y le dio una minitartaleta de néctar de lavanda, sabiendo que su novio lo identificaría sin problema, otra cosa no, pero la comida Marcus la tenía muy bien ubicada.

 

MARCUS

Se había puesto tres camisetas distintas. En una de sus pruebas, había escuchado la risa entre dientes de Lex a su espalda, apoyado en el quicio de la puerta con los brazos cruzados. — ¿Qué? ¿Alguien a quien intentas impresionar? — Ja, ja. Ahora es delito querer estar guapo para el p... — Plan sorpresa que me ha organizado mi novia porque es fantástica y seguro que me va a encantar. — Completó Lex. Marcus le miró con cara de aburrimiento. — Tú le has añadido más adjetivos que yo. — Tú piensas tantos adjetivos que yo no soy capaz ni de reproducirlos. — Pues sí, lo pienso porque es la verdad. Porque tengo la novia más maravillosa, inteligente, dedicada, detallista, entregada... — Lex se giró y se fue, dejándole con su lista de adjetivos en la boca. Frunció el ceño. — ¡Y encima es preciosa! ¿Y sabes con quién está? ¡Conmigo! — ¡Que la disfrutes! — Le respondió el otro, ya desde su cuarto, porque Marcus se estaba recochineando a gritos como un niño pequeño. A él no le dejaba nadie con la palabra en la boca, menos cuando estaba alabando a Alice.

Siguió peinándose. Al final se había decantado por una camiseta blanca y una camisa de cuadritos verdes y amarillos por encima que le daba un toque muy veraniego. Con todo lo demás, se veía excesivamente formal o excesivamente "normal", y era una cita con su novia, quería ir guapo para ella, pero tampoco quería pasarse, no era una cena de gala, era un plan de disfrute y de día. Marcus y sus estrictos protocolos indumentarios, que se le complicaban con la coyuntura de no saber a dónde iban ni a qué. Esperaba ir adecuado para la ocasión.

Pegó un buen salto en su sitio cuando sonó el timbre y empezó a dar vueltas por la habitación como un gato persiguiendo a un ratón que no para quieto, mientras se palpaba los bolsillos comprobando que llevaba todo lo que necesitaba. Fue a salir como un rayo por la puerta de su habitación y casi se lleva por delante a su madre. La mujer, tras la impresión inicial, rio un poco. — Creo que ha venido Alice a buscarte. — Otra con la ironía. ¿Es que no puede estar uno feliz en su relación? — Su madre ladeó la cabeza y le miró con ternura. — Puedes, y debes. — Le puso las manos en las mejillas. — Me hace muy feliz saber que lo eres. — Marcus sonrió ampliamente y su madre le dejó un beso en la mejilla. — Tened cuidado. — Se separó, y el leve movimiento de dejar los ojos caer no sería perceptible a ojos de otros, pero sí a los de su hijo. — A ver dónde vais... — ¿No te fías de tu nuera? — Preguntó con una risa. Emma arqueó una ceja, le sostuvo un par de segundos la mirada y dejó escapar un mudo suspiro. — Vamos a quedarnos con la parte de que me alegro de que seas feliz. — Marcus rio entre dientes. — No es William. Repítetelo mentalmente. — Le dijo al pasar por su lado. Su madre le entornó los ojos, pero él se marchó riendo.

Bajó al trote las escaleras y, nada más detectarla sus ojos, se detuvo en seco, con una sonrisa embobada. Se llevó la mano al pecho muy teatralmente. — Guau. — ¿Estaba a tiempo de cambiarse de ropa? ¿Iba bien así? Bueno, ya se iba a quedar así, no iba a perder más tiempo. Se despidió bien contento de su padre, con un gesto de la mano y una sonrisita infantil, y su padre le miraba con la misma ternura con la que le despedía cuando sus abuelos se lo llevaban y él se iba igual de contento. Se dejó arrastrar por su novia hacia el traslador, mirándola con una cara de tonto muy evidente. — ¿Dónde me llevas? — Como si no supiera que tirar esa pregunta no iba a servir de nada, que ya lo había intentado mil veces. Pero si no preguntaba una vez más, no era él. Antes de darle tiempo a decir nada más, el traslador les hizo desaparecer del jardín.

Aterrizó bastante bien y rápidamente abrió mucho los ojos para reconocer el entorno. Lo cierto es que esperaba salir a un espacio abierto, por lo que se sorprendió. En apenas un segundo, los ojos se le abrieron aún más y la mandíbula se le descolgó ligeramente. — ¿Es una pastelería? — La miró, atónito. — ¿¿Me has traído a una pastelería?? — Volvió a mirar alrededor, apenas unos segundos, y luego la miró a ella. — ¿Te he dicho que te quiero? — Desde luego, eso era empezar bien una cita con Marcus. Descolgó la mandíbula aún más. Ah, que ese no era el sitio sorpresa. Pues le parecía una muy buena parada, y le parecería bien también si fuera parada única. Estaba devorando con los ojos hasta las paredes del local. — Quiero uno de cada color. — Dijo como hipnotizado, tanto que ni siquiera la voz desconocida que se incorporó a su conversación le hizo reaccionar hasta pasados unos segundos. Concretamente, en cuanto el hombre dejó unos paquetitos en manos de Alice que al parecer ella había encargado previamente. Se le fueron los ojos detrás. — ¿Qué es? — Preguntó sin filtros, como si tuviera siete años. El hombre soltó una leve risa. — Podéis llevaros más cosas, si queréis. — Traigo mucho dinero así que no me lo diga dos veces, pensó, pero iba a dejar que su novia marcara los pasos, que para eso había diseñado ella el plan. Pero ya volverían, ya...

— Hemos estado muy poco en ese sitio. — Comentó con una sonrisilla, apuntándolo con el pulgar mientras salían. — Nunca lo había visto. — ¿Estaba dejando claro que quería volver? Quería pensar que sí. Y eso que se moría de curiosidad por saber dónde iban. Alice se enganchó de su brazo y Marcus no podía ir más contento, mientras miraba a su alrededor. Estaban en la zona muggle de la ciudad. Aquello empezaba bien y divertido. Había dado por hecho que el hombre era mago porque pensaba que estaban en un sitio mágico, pero al parecer, era una pastelería muggle. Por eso no la conocía. Le daría las gracias a Janet para sí mismo por conocer ese lugar. — Me muero por probarlo todo. — Dijo con una amplia sonrisa, embobado, mirando la cesta, y luego mirándola a ella. Ah, sí que era feliz.

Por fin, Alice señaló el lugar al que iban. Marcus escuchó lo que le contaba mientras se acercaban a un parque muy bonito que él miraba con ojos brillantes. — ¿Un picnic para los dos? — Preguntó, apretando su mano. — Me encanta. — Los dos solos, en una zona de la ciudad en la que era poco probable que se encontraran con conocidos, simplemente comiendo juntos y charlando, aprovechando que estaba el día soleado. No se le ocurría un plan mejor. Estaba que ni reaccionaba, solo miraba a Alice extender la manta, sacar las cervezas de mantequilla y decirle cosas, y él simplemente la miraba con la boca entreabierta, y miraba el entorno. Apenas había personas desperdigadas por allí y la mayoría eran parejitas. El entorno no podía ser más encantador. Rio un poco, sentándose en la manta y obedeciendo. — Vale. — Cerró los ojos y abrió la boca. Lo que recibió fue un piquito que le hizo dar un cómico salto en su sitio. — ¡Eh! Eso es trampa. Y encima me lo he perdido. — Dijo entre risas. Estuvo a punto de abrir los ojos, pero Alice dejó antes el dulce en su boca. No tardó ni un segundo en identificarlo. — ¡¡Oh!! Dios, pero qué bueno. — Dijo con la boca llena, espontáneamente. Abrió los ojos y se llevó una mano a la boca para decir. — Perdón. — También con la boca llena, lo que hizo que le diera la risa. Si es que con tanto estímulo bueno ya no sabía ni cómo reaccionar.

Terminó de tragar y ya sí dio su veredicto. — Tartaletas de lavanda. ¿Cuántos kilos dices que te has traído? — Dijo entre risas. — Hmmm... — Empezó con tono cómico, entrecerrando los ojos. — Estoy viendo una tartaleta de lavanda muy apetecible por aquí... — Dijo inclinándose hacia ella, y antes de que pudiera reaccionar, la atrapó entre sus brazos, haciendo que perdieran el equilibrio ligeramente, no llegando a tumbarse pero sí doblándose como dos alcayatas torcidas. Rio. — Pero si tú misma eres una tartaletita de lavanda. Formato pequeño para un glotón como yo. Y te has acercado a mi boca cuando he cerrado los ojos, deduzco que te puedo comer. — Se acercó a su cuello y le dio un cómico y nada serio mordisco, casi rozándola con los dientes, mientras hacía ruiditos, solo para hacerla reír. La miró entre risas. — Estás preciosa. — Le acarició las trenzas. — Me encanta. Me encanta todo esto. Me encantas tú. — Dejó un piquito en sus labios. — Y me encantaba esa pastelería. Quiero volver. —

 

ALICE

Ya sabía ella que iba a ser buena idea lo de la pastelería. — Volveremos, te lo prometo. No puedo privar a mi novio de poner esa carita que se te ha puesto al ver todas esas delicias. — Le sonrió embobada. — Yo con eso, voy más que lista. — Pero ya veía su carita de ver el picnic, sus trenzas y su conjunto, y eso la hacía sonreír sin parar y sentir esas mariposas en el estómago de saber que estaba teniendo un momento feliz para los dos, fabricado por ella.

Se echó a reír por la reacción al comerse la tartaleta, y cuando la identificó le dio en la nariz. — Muy bien, glotoncillo, ya pensé que te habías perdido. — Y siguió riéndose con lo de los kilos de tartaletas, tenía muchas ganas de reír. Y más aún cuando su novio se lanzó sobre ella, rodeándole con los brazos y riéndose a carcajadas con la cabeza hacia atrás. Luego le miró a los ojos con aspecto travieso y rozó su nariz con la de él— Tú a mí siempre me puedes comer. — Se dejó caer sobre sus brazos y le miró hipnotizada. — Y tú has venido muy veraniego, casi como si supieras lo que vengo a proponerte, prefecto listillo. — Dejó un beso en sus labios sin soltarse. — Y siempre estás guapísimo. —

Tiró de su novio hasta que se tumbó con él inclinado sobre ella y se dedicó a acariciar su cara y jugar con sus rizos, que le encantaba. — A mí también me encanta. — Aseguró sin poder apartar la mirada de sus ojos ni que cayera la sonrisa de sus labios. — Y de eso fue de lo que me di cuenta el otro día. — Ladeó una sonrisa pero no dejó de jugar con sus rizos. — Te necesitaba mucho, como MUCHÍSIMO. — Dijo haciendo hincapié en la palabra. — Físicamente… Pero lo que más echaba de menos era el tiempo contigo. Tú y yo solos, haciendo planes… Mirándonos, dándonos besitos y caricias… — Bajó las manos por el tronco de su novio y puso una pose seductora en la mirada. — Por mucho que me hagas pensar en otras cosas que te haría, poniéndote tan guapo para mí… — Le dio la vuelta para tumbarlo y se quedó apoyada en su pecho, con la barbilla y las manos, sin dejar de mirarle. — Por eso hoy te he traído aquí, a este sitio que me encanta… Porque esta cabecita Gallia se ha puesto a pensar y ha pensado… — Entornó los ojos y puso sonrisita de niña. — ¿En qué sitio podría yo tener esto con mi guapísimo novio? — Se mordió el labio inferior. — Y, como si fuera una señal del destino… me llegaron dos cartitas… — Alargó la mano a la cesta. — Esto es un panecillo relleno de queso… que junto con las tartaletas de lavanda, mi atuendo y la mantita de flores sobre la que estamos… deberían darte una pista sobre a qué sitio pretendo llevarte. —

Se incorporó un poco, apoyándose sobre sus manos para mirarle bien a los ojos. — Jackie y Theo están como locos por verse, pero a Theo le sigue dando cosa ir solo y me preguntaba que cuándo pensaba ir… — Ladeó la cabeza. — No teníamos en mente ir este verano, al menos no hasta agosto, porque mi padre ya ha estado mucho por ahí, pero… — Puso su cara de niña pilla teniendo una idea. — Pensé… si Theo tiene mucha prisa por ir… podemos aprovechar, e irnos solos por primera vez a Saint-Tropez. — Se inclinó sobre su rostro y sonrió. — ¿Qué me dices, O’Donnell? ¿Quieres volver a La Provenza en verano? —

 

MARCUS

¿Quién quería piedra filosofal, si la risa de su novia le daba años de vida? Suponía que no podría demostrarlo nunca científicamente, pero él estaba convencido de ello. Ella reía y él reía también, así llevaba siendo desde hacía años. Ladeó una sonrisa pilla. — Qué bien. Lo tendré en cuenta. — Respondió a lo de que siempre la podría comer. Le gustaba cuando se hacían comentarios tontos, eran dos intelectuales durante demasiadas horas al día, de vez en cuando quería simplemente decirle tonterías a su novia y recibirlas en respuesta.

Arqueó las cejas, con una infantil sonrisita de superioridad. — A lo mejor lo sé. Yo soy muy listo. — Mentira, no tenía ni idea. Se miró a sí mismo. — Entonces ¿he acertado con el conjunto? — Chasqueó la lengua con fingida superioridad. — Ya lo sabía. — Para nada, el montón de ropa que había ido cayendo en su cama podía asegurar que no era así. Pero se alegraba de haber acabado atinando. — No tanto como tú. — Susurró de vuelta, sonriente, tras el beso. — Mi lavandita. Mi tartaleta de lavanda que me puedo comer cuando quiera. — Bromeó con cariño.

Alice se tumbó y él quedó inclinado sobre ella, sonriendo mientras le acariciaba los rizos y él hacía lo mismo, pasando los dedos delicadamente por su cara y por sus trenzas. — Qué guapa eres. — Le dijo embobado. Es que no lo podía evitar. Siempre que Marcus describía a Alice lanzaba una interminable ristra de adjetivos, como había intentado hacer con Lex, y tenía tantas cosas buenas que las referencias al físico solían estar bastante atrás en la cola: Marcus siempre ponía lo intelectual por delante. Pero cuando la veía... Esos ojos de Ravenclaw, esas trenzas, esa sonrisa traviesa. Le traían loco desde los once años.

Ladeó la cabeza, escuchándola con una sonrisita. Rio con un toque tímido y apartó la mirada. — Ya... Creo que quedó demostrado que yo también. — Una vez se le pasó el relax del momento (que con la entrada de William, no tardó mucho) se dio cuenta de lo poco que había durado el encuentro. Había batido el récord por lo bajo, y no es como que se sintiera especialmente orgulloso. Pero si a Alice le había pasado lo mismo que a él... Las penas compartidas eran menos penas, quería pensar. Aunque, puestos a elegir, mejor no pensarlo mucho. — Entonces ¿puedo darte besitos y caricias? ¿Es el plan de hoy? — Dijo con voz boba, acariciando su rostro. Rio un poco y arqueó las cejas. — ¿Que yo te hago pensar qué cosas? — Negó. — No, no, Alice Gallia. Yo he venido aquí muy veraniego a comer tartaletas. No me eches las culpas de tus líos. — Bromeó, riendo después y dándole un besito en la nariz.

Justo después, la chica le tumbó a él en la manta, y él se dejó, por supuesto. Estaba demasiado hipnotizado por todo aquello, relajado y feliz. — Uh, cabecita Gallia pensando. Creí que veníamos de relax. Ya me estás poniendo nervioso. — Volvió a bromear, riendo. Entornó los ojos hacia arriba, haciéndose el pensativo. — ¿En qué sitio? Hmmmm, no sé... Se me ocurre... ¿en todos los sitios del mundo? — La miró a los ojos, con estos muy abiertos, y en su posición se movió como pudo, dándole aspecto de lombriz de tierra, mientras canturreaba bajito. — En el Cariiiibeeee. — Rio. Le encantaba esa broma, y Alice siempre se reía cuando la hacía, y él adoraba verla reír.

Ah, las dos cartas. Ya veía por dónde iba. Sonrió ampliamente y, para confirmarlo, por si lo de las tartaletas no había sido pista suficiente, le dio un panecillo de queso. Era comida, no se pensaba quejar. — Qué bien me viene que me des más pistas, estaba muy perdido. Puedes darme más si quieres. — Bromeó, comiéndose el panecillo. Negó y, con la boca un poco llena y una risilla, dijo. — Nop, estoy superperdido. Dame más comida, a ver si me aclaro. — Ya sí se tuvo que reír de su propia tontería. Pero Alice tenía un plan que exponer, así que calló y escuchó (y comió de mientras). Dejó de masticar tan pronto lanzó la pregunta, mirándola con los ojos brillantes y parado en el sitio. A ver, sabía que se refería a La Provenza, obviamente, pero había dado por hecho que sería un viaje familiar como los de siempre. Pero... había dicho... — ¿Solos? O sea... ¿Solos... tú y yo? — Se le iluminó la sonrisa. De repente algo latió en su pecho con fuerza: el recuerdo del verano anterior, las vacaciones que se perdieron. La recuperaron en cierto modo en Pascua, pero eso que Alice le proponía este verano... Eso sí que era un sueño. — ¡¡Claro!! Claro que sí. — Puso las dos manos en las mejillas de Alice y dejó un beso en sus labios. — ¡Es genial! Pero ¿qué opina tu padre? Es decir ¿le parece bien? Porque imagino que le habrás pedido permiso. Le has pedido permiso ¿no? — Ya con la incursión en su casa para hacer lo que había hecho había tenido suficiente de saltarse la voluntad de William. — ¿Y cuándo nos iríamos? — Agarró sus manos y, con una sonrisa de oreja a oreja, la miró a los ojos. — Lo estoy deseando. —

 

ALICE

En aquel contexto, podría pasarse la vida entera. Por fin Marcus y ella pudiendo decirse moñerías sin reloj, sin miedo a que alguien se metiera con ellos, sin pensar en cuánto tiempo pasaría antes de que alguien les llegase diciendo “¡Gal! Habías quedado con no sé quién”, “¡prefecto O’Donnell! Han ocurrido siete desgracias en lo que no vigilabas”. Eso le hizo sonreír. — No poder vivir juntos aún es duro, pero no tener el bullicio del colegio también es una bendición. — Cerró los ojos y escuchó el rumor de los árboles movidos por el viento. — Así puedo oír cómo me dices lo guapa que soy, o puedo recordarte lo apropiadísimo que vienes, y cómo me gustan esos ojos de Slytherin. — Dijo subiendo hasta él y rozando su nariz con la suya. — Sin miedo a que nos interrumpan o se rían de nosotros, al menos unas horitas. — Y asintió fervientemente al plan de darse besos y caricias, riéndose a lo de que solo había venido a comer tartaletas.

— Y venimos de relax. — Respondió. — Pero verás qué contento te quedas cuando acabe de contarte mi plan. — Pero su fachada se cayó, muerta de risa cuando vio a su novio moverse mientras decía lo del Caribe. — Algún día vamos a ir de verdad… Verás qué día. Te voy a hacer bailar veinticuatro horas seguidas, por todas las veces que hemos soñado con ir. — Pero ya sabía ella que su novio lo iba a pillar muy rápido, aunque tuvo que volver a reírse abiertamente cuando hizo la broma de la comida. — Yo pensé que comiéndome a mí ibas a estar satisfecho, pero es que a mi glotón no hay quien le pare. — Dijo entre risas.

Sonrió ampliamente y ladeó la cabeza antes su pregunta, o más bien su ristra de preguntas y afirmaciones. — Solos. Con matices. — Levantó el índice. — Me explico. Theo quiere ir a ver a Jackie pero no quiere ir solo. Y si tú y yo dijéramos que nos queremos ir solos a La Provenza, aunque ya estemos mayorcitos y seamos novios, podríamos encontrarnos con alguna que otra mala cara. — De Emma, para ser más exactos, junto con una serie de preguntas, de seguro incómodas, sobre dónde iba a dormir cada cual. — E ir solos con Theo y Jackie también generaría algo de revuelo, porque aquí no son tontos y ya saben lo que hay. ¡Pero! — Le miró a los ojos y alzó más el índice. — Hay otra joven pareja que conocemos, con mucha necesidad de tiempo juntos, que nadie sabe que están juntos oficialmente. — Bajó el dedo y sonrió aún más a su novio. — ¿Qué tal plan te parece La Provenza con tus amigos de toda la vida Sean y Hillary? — Se apoyó un poco más en el suelo, viniéndose arriba. — Es perfecto. Las tres parejas queremos tiempo solos, y a la vez nos gusta estar juntos y pasar tiempo de calidad, yendo al festival de las lavandas, a la playa, etcétera, y también sabemos respetar el espacio de los otros para permitir que estén solos, disfrutando de sus días. — Se sentó y cogió la cerveza. — Les he preguntado a mis abuelos, y dicen que sí, que pueden venir a Guildford, y echar un ojo a papá y Dylan, lo cual nos dejaría la casa de La Provenza enterita para los jóvenes a falta de mi tía Simone, que vive ahí y no la vamos a echar, pero en verdad está todo el día en el pueblo con las primas Sorel, así que a todos los efectos, tendremos nuestras primeras vacaciones, pero en el lugar donde tendríamos que haber estado el año pasado y no estuvimos. — Se inclinó sobre Marcus y dejó un beso en sus labios. — Tengo mucho tiempo perdido que recuperar. —

 

MARCUS

Sonrió de oreja a oreja, dejándose acariciar, rozando su nariz con la de ella y disfrutando de cómo alababa sus ojos, su ropa y que le dijera cosas bonitas. — Muy duro. — Dijo con un cómico tono dramático. — Muuuuy muuuuuuuy duro. — Se quejó, lastimero, aunque entre risas, porque sí, no vivir con ella se le hacía un mundo. Marcus adoraba a sus padres, y a su hermano, aunque siempre estuvieran a la gresca. Estando en Hogwarts les echaba mucho de menos y le encantaba volver a casa... Pero no ver a Alice... Ah, qué perfecto sería que los Gallia tuvieran su casa pared con pared. O mejor, que hubiera tres casas adosadas, la de William, la de sus padres y la de Alice y él, y así todos felices. Ya estaba empezando a entrar en ese modo de relax tan intenso en el que empezaba a pensar muchas tonterías.

— ¡Y tanto que vamos a ir de verdad! — Celebró, riendo, pero luego puso carilla pilla. — Uhh ¿tanto vas a aguantar bailando conmigo? — Se encogió de hombros sacando el labio inferior, en su posición tumbado en la manta. — Pienso ir preparadísimo. Llevo soñando con bailar contigo en el Caribe muuuuchos años. — Ninguno de los dos estaba hablando de bailar, pero bueno, era divertido fingir que sí. Y, justo después, para seguir fomentando la bromita, dijo lo de que se quedaría satisfecho comiéndosela a ella. Arqueó las cejas, con una divertida y falsa expresión sorprendida en la cara. — ¿Cuestionas mi capacidad para comer sin parar? ¿Tan pronto consideras que me quedo satisfecho? — Chasqueó la lengua, retirando la mirada con teatral ofensa. — Vaya. Creía que me conocías mejor, Gallia. — La miró de nuevo, estrujó su cintura y alzó un poco el tronco para acercarse a su rostro. — Yo de ti nunca me canso. No eres la única que siempre quiere más, listilla. Al final te voy a meter un bocado de verdad. — Y otra vez hizo la tontería de fingir que le mordía el cuello y el hombro con ruiditos tontos, pero sin parar de reír.

"Solos con matices". Era demasiado bueno para ser verdad, pero ciertamente llevaba años yendo con Alice a La Provenza rodeados de gente y era precioso. El verano pasado se lo perdieron, y en Pascua que ya pudieron ir en calidad de novios... hubo un momento bastante feo, pero ya estaban las aguas muchísimo más calmadas, ahora solo tenían que preocuparse de disfrutar. Y ni que ellos no fueran expertos en buscarse momentos a solas. Dejó que su novia empezara a narrar, pero ya solo en las primeras frases tuvo que aguantarse la risa y mirarla con la cabeza ladeada. — Me imagino. — Dijo simplemente, frunciendo los labios para que no se le viera reír, y dejando el tirito en el aire. "Alguna que otra mala cara", ya. Los dos sabían que estaban hablando de su madre. Pero, por desgracia, no es como que pudiera discrepar. Parecía estar viéndole la cara a Emma. En lo que Alice no parecía confiar era en el maravilloso don de la oratoria y poder de convicción de Marcus. O quizás él confiaba en exceso.

Estaba intrigado por ver cómo seguía aquello, porque si aparte de a Theo y a Jackie había que añadir más gente al plan, sumándole a los habituales de La Provenza, no sabía a qué se refería su novia exactamente con "solos". Veía más "matices" que soledad, de hecho. Eso sí, la resolución le sorprendió tanto que abrió mucho los ojos. No se le había ocurrido ni por asomo aquello. — ¿En serio? — Abrió la boca, con una sonrisa esbozada. — ¡Les va a encantar la idea! Dios, Sean y Hills en La Provenza... — No se lo podía imaginar, la verdad. Era... un enfoque diferente, pero le apetecía, le apetecía mucho. Era su rinconcito con Alice, pero Sean y Hills eran sus mejores amigos, sería muy guay compartir aquello con ellos. Por supuesto, Alice ya estaba arriba con el plan, y él se ilusionaba solo de verla así. La parte del plan que no sabía era la de la casa. — ¡Ah, que tus abuelos no están! — Se sorprendió. Vale, ahora entendía un poco más eso de "solos", porque hasta ese momento le había parecido un plan con más gente que nunca.

Recibió el beso y rodeó su cintura, mirándola a los ojos con una sonrisa. — ¿Te he dicho que eres la mejor haciendo planes? — Le dio él otro piquito a ella. — ¿Entonces ahora toca fiesta de pijamas en el desván con esta gente? — Rio. — Bueno, con tu prima Jackie, contigo y con Sean ya tengo experiencia, aunque no juntándoos a los tres y añadiendo a los otros tres. Tiene que ser para verlo. ¿Y André no está? No sé si tengo más curiosidad por ver a Theo y a André juntos en la misma habitación, o ver si tu primo pone más nervioso con sus insinuaciones sexuales a Theo o a Sean... — O a mí, como si él las llevara bien. — O ver el combo que pueden montar Jackie y Hills juntas. Bueno, esto último más bien me da un poco de miedo. — Volvió a reír y a apretarse más con su novia. — Me parece un plan fantástico. ¡Por Merlín, ya lo estoy deseando! ¿Cuándo nos iríamos? ¿Les has preguntado ya si les parece bien?  — Cayó entonces en algo y la miró con los ojillos entrecerrados. — No me has contestado a lo de si a tu padre le parecía bien. — Alzó las palmas e hizo un gesto con los brazos. — Por mis padres, puedes estar tranquila. Yo les convenzo. No va a haber absolutamente ningún problema. Déjalo en mis manos. — Ya estaba, sentenciado a la perfección.

— Entonces... — Empezó, ampliando una sonrisa pilla y romántica, mirándola con adoración. — Planes y fiestas con nuestros amigos, noches de risas, de meternos con ellos cuando se escondan y pretendan que no los vemos desde la superioridad que nos da ser la única pareja oficial, consolidada y con proyecciones de futuro establecidas del grupo... — Ah, eso por supuesto, el puntito de orgullo que le hacía alzar la barbilla. Se mojó los labios y añadió. — Y, entre todo eso... la posibilidad de escaparme con mi reina de las lavandas a una casa completamente vacía... O a un campo que, exceptuando a tu prima Jackie, conocemos mucho mejor que los demás... — Dejó un beso lentamente en su mejilla. — O a la playa... Tengo pendiente enseñarte a nadar. — Volvió a mirarla a los ojos. — Ahora es cuando me dices que nos vamos ya. Bueno, después de volver a pasar por la pastelería. —

 

ALICE

Se rio, pilla y rozó su nariz con la de su novio, bajando el tono y poniéndolo más aterciopelado. — Ajá… Yo bailaría sin parar contigo, amor mío. — Y los dos sabían de qué estaban hablando, y Alice se ponía muy muy tonta y menos mal que estaban en un parque porque si no, ya se le estaría yendo de las manos. — Solo es uno de los muchos sueños que me vas a cumplir, príncipe azul. — Y se echó a reír respecto a lo de la comida, entornando los ojos. — No osaría, vamos. — Y volvió a reírse mientras hacía como que la mordía, aunque ahí aprovechó y susurró en su oreja. — Eso también puedes añadirlo a la lista de cosas que me gustan. — En alusión a lo que le había dicho el último día sobre lo de agarrarla como lo había hecho. Solo de recordarlo se le puso la carne entera de gallina.

Ya se imaginaba ella que su novio al principio se iba a bloquear un poco con el plan, pero, como le conocía, sabía que acabaría aceptando gustoso en cuanto asimilara lo que le estaba proponiendo. Así que asintió contenta a lo de Sean y Hillary. — ¡Ya lo creo! — Y negó, con cara pilla, cuando Marcus dijo lo de sus abuelos. — Nop. Eso nos da mucha pero que mucha libertad. — Dijo con una amplísima sonrisa. Ah, ya estaba contando las horas para poner aquello en marcha.

Se dejó rodear, encantada de la vida y se rio. — Mira, puede ser uno de los planes, va a ser curioso, y ya que nunca pudimos hacer una en Hogwarts, La Provenza me parece el lugar ideal. De hecho, si hace suficiente calor, podemos hacerla hasta en el jardín, con las estrellas… Como dos que conozco yo que se quedaron así tal cual cierta noche de San Lorenzo… — Dejó otro beso sobre sus labios, y ese lo alargó más, porque ese momento y esa postura le habían recordado mucho a aquella noche, y quería disfrutarlo como entonces. — Pero me parece una idea fantástica. André incluido, pero solo estará en fin de semana, porque está trabajando en París. — Se echó a reír solo de pensar en su primo poniendo nerviosos a sus amigos. — ¿Te imaginas las caras de Sean? Ay, no, si es que se bloquea muchísimo con esas cosas, demasiado. — Y siguieron riéndose, porque solo pensarlo ya era demasiado cómico. — Jackie y Hills son un peligro, pero yo creo que los interesados están dispuestos a asumirlo. — Negó con la cabeza y le dio un toque en la nariz. — Con Sean y Hillary no lo he hablado, quería preguntarte a ti primero. Con Theo y Jackie sí lo he comentado, y les ha parecido genial, aunque, la verdad, están tan desesperados por una excusa para verse que creo que me lo hubieran aceptado fuera lo que fuera. — Se pegó más a su novio y le rodeó la cintura con el brazo y las piernas con una de las suyas. — Yo sé lo que es necesitar una excusa para verte con la persona que quieres, aunque aún no te hayas aclarado… — Dejó un piquito con una risa sobre los labios de su novio. — Y me gusta Theo para Jackie. Ojalá, de verdad, eso salga bien. Yo pienso colaborar con ello. — Y se dedicó a disfrutar del entusiasmo de su novio, que ella sabía que siempre podía contar con ello.

Ah, pero su Marcus era su Marcus, y no se le podían olvidar los protocolos. — No, pero mi padre es el bastión más fácil de batir. Se resistirá un poco, porque aún le cuesta organizarse en la casa y eso, pero sabiendo que vienen mis abuelos y que la tata y Erin están aquí… cederá rápido. — Se recolgó de su cuello, mirándole enamorada. — Yo quería tu opinión y solo la tuya. Si tú quieres algo, Marcus, yo haré lo que sea por conseguirlo. — Le dijo de corazón.

Escuchó su enumeración y fue asintiendo a todo. — Yo creo que están tan desesperados que les va a dar todo igual. — Pero tuvo que poner cara pilla a lo del campo de lavandas. — Vaaaaya, vaya… Alguien empieza a contagiarse de ideas Gallia. — Hundió los dedos en su pelo y le besó, antes de incorporarse para sentarse, porque se veía venir que se venía cada vez más arriba y no era cuestión. Cogió un panecillo y mordió la mitad, mientras sonreía. — Y más cosas con las que no estás contando, sorpresas que las primas Gallia tienen para sus chicos… — Y cuando dijo lo de nadar abrió mucho los ojos. — ¡Sí! ¡Eso! Que nunca han querido enseñarme… — Le acarició la cara. — Si es que tenías que venir tú a cumplir ese sueño también. —

Rio y negó con la cabeza respecto a la fecha. — Pues me temo que tendría que ser hacia el veinte de junio, para pillar ciertas sorpresas que van con fecha… — Ladeó la cabeza y miró al horizonte. — Pero he pensado que… después del cumpleaños de Dylan quiero empezar a estudiar la licencia, para empezar cuanto antes en el laboratorio de tu abuelo… — Le miró a los ojos. — Y estar más cerca de nuestros sueños. Así que entre armar el estudio en mi casa, recopilar libros y prepararnos para empezar a estudiar cuando todo pase… Yo creo que vamos a estar un poco liados y se va a pasar volando. — Ladeó una sonrisa.

 

MARCUS

Le dejó una caricia en la mejilla, mirándola enamorado. — Cumpliría todos los sueños que tú me pidieras. — Que Alice siempre sea feliz, por supuesto que no había olvidado su propio sueño, su propio deseo a las estrellas. — Hmmm. Así que se sigue ampliando la lista. Bien, bien... Lo tendré en cuenta. — Dijo con tono meloso, riendo levemente y mirándola con una sonrisa ladina con un puntito de intenciones.

Y tanto que les daba mucha más libertad. Su cabeza estaba ya fantaseando con demasiadas cosas. Con las reuniones en casa con sus amigos, por supuesto; con ellos intentando cocinar cosas decentes y poniéndose hasta arriba, también, porque la comida siempre entraba en los sueños de Marcus; pero con ese universo de posibilidades que se le podían abrir con su novia, su creativa y traviesa novia, en una casa grande y completamente vacía, mientras los demás aprovechaban para hacer turismo porque nunca habían estado allí... Nervioso se ponía de pensarlo. Esperaba ir los días suficientes para hacer todo lo que, en tan solo los primeros minutos de conocer ese plan, se le estaba ocurriendo hacer.

Con esa propuesta de Alice, puso una sonrisa tontísima y se dejó caer cómicamente en la manta, estirando los brazos y diciendo con un suspiro. — Ay, Gallia, qué bien me conoces. Una noche bajo las estrellas. — En su misma posición, giró la cabeza para mirarla. — Me va a sobrar gente, pero me parece buen plan igualmente. — Se incorporó para ponerse de nuevo en la postura que estaba junto a su novia, y al hacerlo esta besó sus labios y él se perdió en ese beso, sonriendo con un leve ronroneo cuando se separó. Le encantaba el sabor de sus labios, le encantaba esa dulzura con la que le besaba. Le encantaba todo de ella. Hizo una pequeña mueca cuando dijo que André solo estaría el fin de semana, pero se tuvo que echar a reír con lo siguiente. — Pagaría por ver las caras que va a poner Sean y voy a tener la oportunidad de vivirlo gratis. — Se removió para mirar a Alice. — Si aún no se lo has dicho, podríamos quedar con ellos otro día y se lo decimos en persona. — En otras palabras: más excusas para verse. Chasqueó la lengua, sonriendo de lado. — No les culpo. Conozco esa sensación y te veía todos los días, no me quiero imaginar si hubieras estado en otro país. — Es que solo de decirlo le provocaba un doloroso latido en el corazón, y eso que solo era una circunstancia hipotética. Pero sí, entendía que Jackie y Theo estuvieran buscando la primera excusa para verse. Él también lo hacía teniendo muchísimas más oportunidades que ellos.

Recibió el piquito, asintió a lo de que Theo podría ser bueno para Jackie y rio un poco a lo último. — ¿Ahora nos toca hacer de celestinas? Qué bien. — Encogió un hombro, gracioso. — Después de vivirlo durante años en propia piel y de que Sean y Hillary nos ladraran si lo intentábamos siquiera, puede ser bonito hacerlo para otros. Y divertido, muuuuy divertido. — Rio, y tras eso rodó los ojos. — Y cualquiera mejor que Noel para tu prima, desde luego. — Miró a Alice con las cejas arqueadas. — Pretendo demandar un carro de regalos a André si conseguimos emparejarlos. La libramos de Noel y ahora le buscamos a Theo. Nos lo debe. — André odiaba al anterior novio de Jackie y tenía a su hermana en un pedestal. Desde luego, si esta acababa con un buen chico como Theo por obra de ellos, se lo iba a agradecer.

Suspiró con leve desaprobación, pero estaba de tan buen humor que no le duró mucho. Tal y como imaginaba, William no sabía nada. Alice y los protocolos, ¿cómo se le ocurría organizar algo así sin contar, en primera instancia, con la opinión de su padre? Era cierto que... Alice había tenido que hacer de adulta en esa casa demasiado, pero en fin. Marcus y sus protocolos, pero bueno, esperaba que no tardara mucho en decírselo y que, efectivamente, no pusiera objeciones. Apenas llevaba un mes fuera de la escuela y ya había quedado dos veces mal con William, no quería una tercera, por mucho que el hombre se autodefiniera como "un suegro guay". Que todo el mundo tenía un límite.

Rodeó su cintura cuando se agarró a su cuello y sonrió de oreja a oreja. — Pues mi opinión es que es perfecto. Como tú, como todo lo que haces. — Besó cariñosamente su nariz. Lo de las ideas Gallia le hizo chistar con una sonrisilla, dispuesto a iniciar una justificación que Alice cortó de raíz con ese beso. Se le olvidó por completo toda la parrafada que iba a soltar porque en ese beso se había perdido definitivamente, tanto que perdió levemente el equilibrio en su asiento cuando Alice se levantó. Si es que se quedaba enganchado de sus labios sin remedio. — ¿Sorpresa de las primas Gallia? Uh, no sé si echarme a temblar. — Dijo entre risas mientras cogía un panecillo él también. Se irguió, muy buen puesto y orgulloso. — Llevo años siendo tu rescatador particular, y ahora seré tu profesor de natación. — Movió la mano, mirando el panecillo. — Soy un alquimista en proceso, no un flotador humano. Uno tiene un estatus. — Bromeó haciéndose el interesante, pero luego rodó los ojos para mirar de soslayo a Alice con una sonrisilla. — Y prometí no soltarte jamás... Pero también dejar que mi pajarillo vuele libre como quiera. En este caso, que nade. — Amplió la sonrisa y comió.

Mientras masticaba, alzó los ojos, pensando lo que su novia iba diciendo. Veinte de junio, para eso faltaba poco más de una semana. Genial, no faltaba muchísimo pero sí lo suficiente como para poder organizarse bien. — Aham, sorpresas con fecha... Investigaré. — Dijo arqueando las cejas varias veces. Lo siguiente le hizo poner una sonrisa de oreja a oreja. — Proyectos. Me gusta. — Se arrimó a ella en la manta y, acercando la cabeza a su hombro, dijo con voz tierna. — Yo estoy muy cerca de mis sueños ahora mismo. — Sonrió y dejó un besito en su hombro, volviendo a su sitio y retomando lo de comer. — He estado haciendo una lista de libros que podrían venirnos bien. Algunos ya los tengo, me los he leído ya así que puedo prestártelos. Hay uno que quiero volver a repasarme, así que me lo llevo a tu casa el día que vayamos a recopilarlos y arreglar el estudio y le echamos un ojo juntos. Es sobre transformaciones sólidas elementales pero creo recordar que tenía un apartado de aleaciones y de fusionar sustancias, además es muy específico. Es algo que tenemos controlado, pero si podemos tenerlo muy controlado, mejor. Para poder avanzar sobre seguro. — Dio otro bocado al panecillo, mientras alzaba la mirada, pensativo. — De hecho, tenía pendiente preguntarle a mi abuelo por material en francés. — Ladeó una sonrisa y la cabeza, mirándola. — ¿Qué te parece? Ya que vamos a La Provenza, podríamos pasar algún día por alguna librería y comprarnos nuestro primer manual en francés. Sería tuyo, realmente, para tu estudio. Yo aún tengo que mejorar un poco en el idioma. — Y, tras decir eso último, soltó un evidente carraspeo. — Sin presiones... — Bromeó, claramente lanzándole un tirito a su novia. — Fíjate, qué vacaciones más Ravenclaw: tú aprendiendo a nadar, y yo aprendiendo francés. — Rio. — Ya estoy escuchando a nuestros amigos reírse de ello, pero ¿sabes qué? — Se acercó a ella, prácticamente rozando su nariz con la propia, y con una sonrisa, le dijo con voz enamorada. — Que me da exactamente igual. No pienso dejar de aprender contigo ni un solo día de mi vida, Gallia. —

 

ALICE

Si a ella se le daba bien idear planes, a Marcus mejor se le daba escalarlos más cada vez. Asintió a lo de que podían quedar con ellos y decírselo. — Pues claro, lo organizamos en mi casa si quieres, ya sabes que a mi padre no le importa el jaleo, y Sean y Hillary van a agradecer no estar en territorio comanche para poder darse la manita y esas cosas. — Dijo echándose a reír. Ah… Había que ver cómo habían cambiado las tornas para los cuatro. Y para Theo y Jackie también, en un abrir y cerrar de ojos además. Se pegó a su novio y le reposó la cabeza en el hombro, restregándose mimosa. — ¿No te alegras de no estar ya así? Dudando todo el día de si es apropiado o no, si me corresponderá, si será ir demasiado rápido… — Se echó a reír. — Mira tú y yo, si mañana nos despertáramos con una casa para nosotros, ya estaríamos ahí mismo, sin miedos ni dudas. — Y se rio mordiendo una tartaleta. — Y nos hubiéramos casado en la sala común. — Dijo recordando el día de San Valentín. — Algún día habilitarán a la jefa también para eso. — Aseguró. A ver, Arabella Granger podría hacer lo que se propusiera, no le extrañaría nada.

Se tuvo que reír con lo de celestinas y levantó las palmas. — Qué remedio. Pero creo que será a mejor. Si nos salen bien estos emparejamientos, vamos a tener un grupo muy interesante y carente de drama. Y si les sumas esos que nos hemos comido de repente como Donna y Andrew o Darren y tu hermano, a los cuales no habría emparejado en la vida, nos queda un futuro muy interesante. — Encogió un hombro a lo de los regalos. — Es André, le caes genial, es muy posible que te lo concediera y todo. Aunque a cambio de la influencia O’Donnell para poder trabajar de aritmántico en Inglaterra. — Aseguró entre risas. — Les gusta decir que Vantard es como Ravenclaw, pero todos sabemos que es Slytherin. —

No se le había pasado desapercibido el suspirito de su novio, a ver si se creía que era nueva. Pero sabía su respuesta si se ponía pesado: que no era para tanto, que su padre era mucho más despreocupado que Arnold y Emma, y que siempre la había dejado libre, para lo bueno y lo malo. Pero bueno, prefirió decirle que era perfecta (chico listo) y llevarse la conversación al terreno de los sueños provenzales. — Son sorpresas buenas, de esas que a los foráneos les gustan… Y a decir verdad, yo no he podido disfrutar de ella muchas veces, porque solemos ir ya para julio. Estoy deseando que lo veas todo. — Asintió a lo de rescatador y unió su frente con la de él. — No me has soltado nunca, pero ahora tengo que aprender yo sola. Tranquilo, lo usaré para nadar hasta ti. — Aseguró, con una sonrisa enamorada. — ¿A dónde más querría ir? —

Recibió el besito en su hombro con los ojos cerrados y una sonrisa. — Pues yo no paro de idear y ver cosas en nuestro futuro. De hecho, alguien me prometió llevarme a Roma al terminar el colegio… Y ya estoy pensando en cómo ahorrar para tener ese viaje lo antes posible. Igual hasta logro una forma alquímica de justificarlo, para que me lleves cuanto antes… — Se rio al acordarse de sí misma. — ¿Te acuerdas cuando aún no sabía nada de Fulcanelli y creía que ibas a descifrar el misterio allí en Roma? Qué envidia me dabas… —

Y muy a colación, Marcus empezó a hablarle de alquimia, y cada vez que le hablaba de alquimia, ya la tenía en el bote, daba igual la edad que tuvieran. — Me va a venir muy bien. Un estudio no es tal cosa si no está lleno de libros. — Se encogió de hombros y dijo. — Puedo dedicarme a copiarlos con el hechizo copiador. Hay que tener mucha pericia, e igual no me quedan como los originales, pero para estudiar me valdrán, y así no te quedas sin ellos. — Asintió a lo de echar un ojo juntos al libro y ladeó una sonrisa pilla. — Echas de menos también la biblioteca de Hogwarts, ehhh… — Le dio en la nariz. — No a la bibliotecaria, claro, ahora la bibliotecaria del estudio seré yo. — Se inclinó hacia él. — Y tú serás mi favorito. — Asintió a lo de los libros en francés. — Claro, podemos ir un día a Marsella con el tío Marc, además no lo conoces. A París no. — Advirtió. — Ahí voy a llevarte de viaje en otra ocasión, a descubrirlo y disfrutarlo como se debe. Pero en Marsella seguro que podemos hacernos con los libros. Y puedo seguir enseñándote francés en La Provenza, que créeme, se aprende mejor… — Entornó los ojos. — Aunque me parece recordar que te enseñé a decir una cosa muy interesante… — Se tuvo que reír con ganas aquel día que lo echó encima de Hillary con semejante frase. — A ver… repítemela… y me pienso la respuesta. — Dijo inclinándose sobre él para besarle. — No se me ocurre una forma mejor de pasar el verano que aprendiendo contigo. —

Se separó un poco pero se quedó acariciando su mano en círculos, mientras miraba el paisaje de Londres, pensativa. — Venga, sigamos soñando tal y como nos gusta. — Giró la cabeza y sonrió. — Hagámonos tres promesas, el uno al otro, que tenemos que cumplir en cinco años. Pero promesas medibles, cumplibles, no te vuelvas loco, O'Donnell, que te conozco. No me prometas un palacio de cristal o algo así, que se te suben las ínfulas de alquimista muy rápido. — Porque Marcus y Alice no serían Marcus y Alice sin unos buenos retos.

 

MARCUS

Rio entre dientes, acariciando con la mejilla el pelo de Alice, que había dejado la cabeza en su hombro. — Sí que me alegro, sí. — Miró hacia arriba, pensativo, en su postura. — Aunque tenía su punto divertido lo de buscarnos el uno al otro para intentar un acercamiento. Las dudas no, las dudas para nada, pero eso... — Bajó los ojos a Alice, con una sonrisa, y dejó una caricia en su mejilla. — Aunque prefiero esto, definitivamente. — Estar allí, enamorados, sin dudas. Tocándose sin problemas, besándose cuando les apetecía, charlando con la seguridad de que podrían hacerlo toda la vida. Sus años con Alice habían sido espectaculares siendo amigos, pero no cambiaría eso por nada del mundo.

Soltó una carcajada. — Si me despertara mañana mismo con una casa para nosotros, Gallia, ahora no estaría aquí, te lo aseguro. Estaría haciendo las maletas para no tener que moverme de esa casa más de lo imprescindible. — Apretó su cintura. — Para poder pasarme como mínimo el primer mes haciendo solamente esto. — Y la estrujó un poco más, como si temiera que se le fuera a escapar, riendo. Como vio que estaba dejando a su novia sin aire para seguir comiéndose la tartaleta, la soltó entre risas y aprovechó para coger él una también. — Oh, casarnos en la sala común... Qué oportunidad perdida. — Se lamentó teatralmente, fingiendo llorar sobre el dulce. — Aunque yo me casaría contigo en cualquier parte. Me casaría contigo aquí mismo, sobre esta manta. — Rodó los ojos. — Y ya me voy a callar, porque al parecer dejé bastante claro a varias personas el otro día que me casaría contigo literalmente en cualquier momento y lugar. — Suspiró mudo y con resignación. Vaya liada, de verdad. Se lo iba a pensar dos veces antes de beber la próxima vez.

Asintió, sonriente. Sí que les quedaba un futuro interesante, lleno de parejas felices. — Y todos los añadidos: Poppy y Peter, Oly y Kyla... — La miró con un puntito malicioso. — Oh, y una duda que me acaba de surgir: ¿ha dicho Dylan a quién quiere invitar para su cumpleaños? — No pudo evitarlo, se echó a reír. — Eres consciente de que en el viaje familiar a La Provenza vamos a tener a Olive ¿verdad? Como en su día me tuvisteis a mí. Creo que parte del mal humor de tu hermano del otro día era hacerse a la idea de no verla en tres meses. — Se llevó la mano al pecho. — ¿Qué puedo decir? Yo entiendo a mi colega. — Marcus con su edad aún no tenía demasiado mal humor, lo desarrolló un poco después, pero sí era cierto que tenía momentos bastante penosos poco después de volver de Hogwarts a causa de no ver a sus amigos... A Alice, para ser exactos. La echaba de menos a rabiar. Vaya erudito, no darse cuenta antes de lo que sentía...

Hizo un gesto despreocupado con la mano mientras seguía comiendo. — Eso está ya concedido. — Su padre tenía un hueco en su oficina reservado para André en cuanto quisiera entrar, y su madre tenía mano en el ministerio. Paternalismo O'Donnell e influencia Horner. No se podía pedir más. Y aunque rio al comentario de que Vantard era Slytherin, en el fondo, Marcus sabía que se estaba marcando una jugada muy Slytherin pensando eso, pero a esas alturas de la historia ya no debería sorprender a nadie. Cuando Alice siguió hablando, fingió una exclamación ofendida, mirándola sorprendido y con una mano en el pecho. — ¿Me has llamado foráneo? — Frunció los labios y negó. — Media vida yendo a La Provenza para que te llamen foráneo... — Pero la chica juntó su frente con la de él, lanzando su tontería por los aires y haciendo que la mirara embobado.

Estaba robando otro panecillo de la cesta cuando Alice dijo lo de Roma. — Puedes tener clarísimo que no se me ha olvidado. — Se dio un par de toques en la sien con una sonrisilla, a pesar de que aún estaba inclinado en un ángulo extraño y con la otra mano metida en la cesta. — Esta cabecilla también piensa e idea cosas, Gallia, cosas bien estructuradas y de emoción controlada pero que igualmente te podrían sorprender. Tengo el viaje a Roma muy bien trazado en mi cabeza, la parte instructiva al menos. La parte aventurera, si la hay... — Dejó en el aire, y miró a su chica con una sonrisa ladina y una caída de ojos. — ...Quizás la deje a la improvisación, o en manos de mi compañera de viaje, para el tiempo que sobre. — Porque, con las ganas que tenían de estar solos, harían mucha visita cultural, sí. Pero también iban a pasar el tiempo que les diera la gana dándose mimitos en el hotel.

— Aún no he descartado descifrarlo. — Respondió entre risas a lo de Fulcanelli, ya por fin con el panecillo a punto de ser mordido. Se puso a comer mientras su novia hablaba, pero rodó los ojos con sospecha hacia ella. — No me hagas preguntarte por qué dominas tan bien el hechizo copiador. — Él lo conocía porque así podía detectar cuando los alumnos hacían cosas fraudulentas, o para copias inocuas. Copiar libros era algo que no entraba en sus planes. Aunque... entendía el punto de Alice. Rio con ternura cuando le dio en la nariz, aunque rápidamente se puso bien puesto otra vez. — Echo de menos estudiar con mi compañera de estudio desde los once años. — Eso era verdad. Marcus estudiaba muy bien solo, pero también estudiaba muy bien con Alice. De hecho, "solo" y "con Alice" eran sus dos variantes para estudiar cómodamente, los demás le ponían nervioso. Arqueó las cejas y se pegó de nuevo a su novia. — Uh ¿vas a ser mi nueva bibliotecaria? Espero que me trates mejor que la anterior. — Ladeó la cabeza. — Lo siento. Ya he prometido el primer ejemplar de mi libro a la otra. — Para darle en las narices con él, básicamente. — Y espero que tú sí tengas el Harmonices Mundi. No te imaginas lo interesante que puede llegar a ser Kepler. — Dejó caer con voz seductora. Y mejor no tiraban por ahí, que estaban al aire libre, aunque tirarle tiritos sensuales a su novia era uno de sus pasatiempos favoritos (aunque ella le ganara por goleada y le pusiera bastante más nervioso)

— Me lo apunto: a París, no. — Dijo frunciendo los labios para aguantar la risa por lo tierna que le resultaba Alice haciendo cualquier cosa en realidad. Se hizo el pensativo muy teatralmente. — Hmmm... Me enseñaste... A ver, a ver, que haga memoria... — Fingió, sopesando unos segundos. — Ché parfé! ¿No era esa? — Rio, pero su novia siguió insinuándolo y se inclinó para besarle. Los besos de Alice le desestabilizaban bastante el teatro. — Hm ¿te tienes que pensar la respuesta? Pues vaya. Deduzco que era una pregunta, entones. Perdona, es que aún estoy haciendo memoria. — Chasqueó la lengua. — Y me has roto mi principal hipótesis. Yo creía que era... — Se acercó a su oído y le susurró. — Je t'aime. — La miró a los ojos. — Pero eso no es una pregunta, o no es algo cuya respuesta debas pensarte, quiero creer. No me hagas tener miedo, Gallia. — Rio un poco y fingió pensar otra vez. — Oh, espera... ¿Puede ser...? ¿Cómo era...? "Vulde..." No. "Vul..." — Estaba haciendo el tonto, aunque ahora que se paraba a decirla, realmente no tenía la seguridad se sabérsela bien. La apuntó con un índice, balanceándolo. — No debería decírtela. Deberías quedarte con la duda, y con las ganas de la posible pregunta y su consiguiente respuesta, después de lo que me hiciste. — Con la que le lio Hillary por aquello. — Pero voy a intentarlo, a ver... Era... — La miró a los ojos y puso su mejor pose sensual, la que podía adquirir en aquel entorno. — "Voulez-vous couché avec moi, princesse?" — Le lanzó un guiño chulesco. — Esa no te la esperabas. Le he añadido una palabra de mi cosecha y todo. — No se creía nadie que Marcus no estaba empezando a estudiar ya francés en serio, con el futuro de alquimista ya en la punta de los dedos.

El reto de Alice, como siempre, le encantó. — Uh, promesas. — Se mojó los labios, pensando muy en serio y mirando al cielo, pero ya tuvo su novia que ponerle cortafuegos. Soltó una carcajada y alzó los brazos con pretendida indignación. — ¡Vaya por Merlín! Ahora no te gustan mis grandilocuencias. Yo ya era así cuando me compraste, Gallia, no sé de qué te sorprendes. — La miró, inclinándose hacia ella. — Un palacio de cristal se le queda pequeño a mi reina de Ravenclaw. — Encogió un hombro, retirándose y perdiendo el tono romántico. — Pero vale, como quieras. Soñaremos en pequeño. — Pinchó, y ya sí se puso a pensar en serio. — Cinco años... Cinco años es mucho, y a la vez, seguro que se nos pasan volando. — Ladeó una mueca en los labios, y tras pensar otro par de segundos, alzó el índice. — Roma, París e Irlanda. Mi parte, tu parte, y la parte que ambos le hemos prometido a mis abuelos, la parte que hemos prometido a los orígenes. A encontrar el inicio, el núcleo, el principio de todo, como buen alquimista. — Arqueó una ceja. — Y eso no son tres promesas, solo es una. La promesa de que, en los próximos cinco años, debemos conocer al menos tres lugares nuevos. Bueno, dos cada uno de nosotros, y el tercero se lo haremos conocer al otro. La promesa del conocimiento en base a las vivencias, ¿acaso no es lo que hemos sido todos estos años? — Frunció una sonrisa satisfecha e, inclinándose hacia ella, le dijo. — Te toca. —

 

ALICE

Se dejó estrechar y se rio de lo casarse en la manta. — No te lo crees ni tú, mi querido y megalómano prefecto. — No lo sabría ella. Si Marcus no podía tolerar no tener un cumpleaños digno de un rey, qué menos querría para una boda. Eso sí, tuvo que reírse al recordar el momentazo de Marcus hacía apenas unos días junto a su padre. Claro, luego se moría de vergüenza y le brotaban los protocolos.

Abrió mucho los ojos a lo del cumpleaños de Dylan y dijo. — Pues no, pero, efectivamente, yo ya había contado con que quisiera invitar a Olive, no me cabía duda. — Se rio cuando se comparó con él y dijo. — Bueno, yo también era muy pesada con verte a ti, pero era pesada al estilo Gallia, es decir, dando saltos alrededor de la gente, y pidiéndolo muy alto y muchas veces, por si alguien albergaba dudas sobre mis sentimientos. — Dijo entre risas. Sí, la sutileza no era el punto fuerte de ningún Gallia. — Y Dylan no lo hace porque aún no se acostumbra a expresar hablando lo que piensa y siente, pero vamos, dale este próximo curso en Hogwarts, verás cómo vuelve. —

Amplió la sonrisa y negó con la cabeza. — No quieras dejar de ser foráneo tan pronto, porque eso significa que te quedan muchas cosas que descubrir… De la mano de una provenzal de pro, como yo, enseñándote todo lo que conozco y amo. Y algún día empezarán a considerarte provenzal también. — Dijo dejando un besito en su nariz.

Solo imaginar Roma ya se le ponía una sonrisa de ilusión en la cara y le brillaban los ojos. — Sabes que yo no puedo resistirme a descifrar algo, amor mío. — Entornó los ojos a lo del hechizo copiador y se encogió de hombros. — Pues porque no tengo dinero para libros y soy una Ravenclaw con un padre que se dedica a los hechizos. Si no hubiera copiado libros de la biblioteca no tendría prácticamente libros, y ya me dirás tú qué iba a hacer en las vacaciones. Se me da bien, pero obviamente no me quedan como los originales, sobre todo lo que me pasa es que se me descuadran un poco los párrafos, pero para seguir estudiando sirve. — Ladeó una sonrisilla y le dio un codazo flojito. — Ya estabas pensando mal, ehhh. — Ay, su novio, seguía pensando que se la podía liar en cualquier momento. Subió la mano y acarició su cara. — Y yo a mi compañero estudioso, incluso cuando se le va un poquito la mano… — Dijo recordando aquel momento en la torre. — Pero como aprendo contigo no aprendo con nadie. — Y asintió sacando mucho los morros. — Uy y tanto que sí lo voy a tener, con todo lo que le debo yo a Kepler… —

Marcus cuando quería podía ser muy muy gracioso, y la tenía al borde del ahogamiento con las frases en francés. — Tienes el mismito acento que tu suegro, poneos a practicar los dos. — Pero cuando le susurró aquello se le olvidaron las bromas y se le erizó toda la piel, hundiendo los dedos en los rizos de la nuca de su novio. Solo atinó a sonreír un poco al jueguito que traía Marcus con la frase, aunque para ser sincera, solo podía pensar en ese je t’aime. Ah, hasta que dijo la frase. Ahí solo pudo menear la cabeza un poco y buscar la boca de su novio al decir. — Mais oui, monsieur. — Besándole acto seguido, tratando de frustrar en sus labios todo lo que había sentido de golpe.

Ya sabía ella que a su novio le iban a gustar las promesas, aunque le hubiera sugerido rebajarlas. — Sí, sí, si yo te conozco metido en un saco, y por eso te sugiero que controlemos las expectativas. Porque tú y yo antes nos morimos que no cumplir una promesa del uno al otro. — Asintió y entornó los ojos. — Y tanto que se pasan volando, con todo lo que queremos hacer… — Y la primera promesa de su novio no podía parecerle más tierna ni mejor. — Me encanta. — Le dijo, mirándole arrobada. — Es… tan nosotros prometernos algo así. Me gusta esa primera promesa. — Se apoyó sobre las palmas de las manos y miró al cielo. — Yo te prometo… — Se rio ella sola. — Te prometo que vas a firmar. Sí, sí, firmar, con tu pluma de faisán azul maravillosa… dos papeles. — Se giró y le miró. — ¿Sabes qué dos? — Preguntó sin quitar la sonrisa alzando la ceja. — Las escrituras del taller de La Provenza, y las de nuestra casa. — Dijo dándole dos toques en la nariz mientras enumeraba. — Porque, si llegando el otoño somos ya alquimistas de piedra, estoy segura de que en menos de cinco años tendremos asignación, y en cuanto tengamos asignación, lo primerito que vamos a hacer, es buscar casa. Esa casa preciosa que viste en la Sala de los Menesteres, y a empezar a construir nuestro taller, para poder sacarnos más rápido las licencias. Y sí, probablemente habrá que tirar de la ayuda de la familia para construir el taller y… a lo mejor no podemos tener la casa tan bonita y bien amueblada como queríamos, pero… Yo lo quiero todo contigo, Marcus, y esté como esté, será perfecto porque será nuestro. Y eso sí que es una promesa, amor mío. —

 

MARCUS

Rio a carcajadas, abrazando a su novia aún más. — ¿Por qué me enamoraría de ti? — Dijo retóricamente, entre risas, achuchándola. — Eres la niña más adorable que he visto jamás. Parece que te estoy viendo dando saltitos. — Rozó su nariz con la mejilla. — Y todo porque querías verme... — Es que no podía ni describir cómo le hacía sentir eso. Tantos años queriéndose el uno al otro, deseando verse, disfrutando juntos. Y los que le quedaban. — Dylan lo expresa a su manera. Se le nota en la cara. Bueno, y en el tono temblón que se le pone cuando pregunta... — Cambió la cara para poner expresión de niño inseguro y dijo, imitando el tono de su cuñado. — "Pero ¿esto estará bien, colega? ¿Y si a Olive no le gusta?" — Rio de nuevo. Alzó un índice. — Y antes de que te metas conmigo, yo también fui un niño de once años enamorado, pero no era tan descarado. Ni tan inseguro. — Hizo un grandilocuente gesto con el brazo, mirando a una audiencia invisible. — Siempre he llevado con honor y empaque mi saber estar y mi seguridad en mí mismo. — Ni él se lo creía, eso era lo que quería demostrar todo el tiempo. Miró a Alice con una sonrisita infantil y volvió a abrazarla por la cintura. — Y de ahí que consiguiera que la niña más adorable del mundo se enamorara de mí. — De lo cual, dicho fuera de paso, ese chico tan seguro de sí mismo tardó siete años en darse cuenta, y porque ella se lo gritó a la cara.

Chistó, mirando a otra parte tratando de quitarle hierro al asunto en base a ponerle comicidad. — Te tendré que creer. — Bromeó. No se había planteado que Alice no pudiera comprarse todos los libros que quisiera, y no sería porque ella no era consecuente con su situación, la cual Marcus conocía más que de sobra. Pero le era demasiado fácil irse a su mundo y pensar que era para todos el mismo, escudado en el argumento de que "Alice lo merecía". Como si los galeones cayeran del cielo solo porque los merecieras. Pero como le insinuara a su novia que podía comprarle todos los libros que necesitara... Ya le estaba viendo la cara de desaprobación. Ya se inventaría algo para que Alice tuviera el bonito estudio que se merecía. Por el momento, tendrían que conformarse con el hechizo copiador.

Hablar francés, decirle cosas bonitas a Alice, estar allí... esos besos. ¿Podía parar el tiempo? Se inclinó un poco junto a ella, dejándose arrastrar, besar y acariciar por ella, totalmente en una nube. Entre eso y sus promesas, no se le ocurría un plan en el que pudiera estar más feliz. — Por supuesto. No pienso incumplir una promesa que le he hecho a la mujer de mi vida. Sea de grande como sea. — Vamos, que la grandilocuencia no era traba alguna para él. La miró con una sonrisa curiosa, esperando a la promesa que ella quería hacer. Frunció el ceño sin perder la sonrisa. Sabía que eso de firmar tenía algo detrás... Y tanto que lo tenía. A la pregunta simplemente negó con la cabeza, con curiosidad infantil. La respuesta hizo que su corazón se saltara un latido. — Oh. — Fue lo único que atinó a decir en el momento, porque se le había cortado un poco la respiración. Ahora sí que tenía una sonrisa absolutamente incontenible. La dejó hablar y soltó un poco de aire entre los labios. — Es... es la mejor promesa que se me ocurre. — Dijo, enamorado. Acarició su mejilla. — Nuestra casa... nuestro taller... nuestra licencia... — Hizo una pausa, mirando sus ojos preciosos, notando como los suyos brillaban. — ¿Eres consciente de lo feliz que me haces cuando dices esas cosas? — Se acercó más a ella, pegando su frente a la suya. — Es perfecto solo imaginarlo, no me imagino cómo será tenerlo. Tú eres perfecta, Alice. Todo lo que tenga contigo será perfecto. — Besó sus labios, lentamente, como si estuvieran solos en el mundo. — Te amo. — Susurró, pausando un beso, solo para retomarlo justo después.

Le quedaba una promesa aún, pero no tenían prisa, y sí demasiadas ganas de besarla, de demostrarle lo enamorado que estaba y lo feliz que le hacía. El resto del mundo podía esperar. Tras unos minutos de besos, caricias y mimos, rozó su nariz y dijo, en tono bajo y con una leve risa. — Vale... a ver cómo supero yo semejante listón. — Se separó un poco, no sin antes darle un piquito. — Sí hay algo que creo que vamos a hacer toda la vida... Pero este es el inicio de nuestra vida conjunta, así que... puede ser un buen reto para los dos. — Sonrió de oreja a oreja y la miró de frente, agarrando sus manos. — Aprender. Todo lo que podamos. Nos vamos a pasar la vida aprendiendo, pero... en estos cinco años, cada uno de nosotros deberá aprender tres cosas: una junto al otro, otra gracias al otro, y otra para el otro. Una cosa que aprendamos a hacer los dos juntos, algo que ninguno de los dos sabemos; una cosa que yo te enseñe a ti, y otra que tú me enseñes a mí; y una cosa que yo aprenda para ti, y tú aprendas para mí. — Ladeó la cabeza, sonriente. — La segunda ya se me ocurre: yo puedo enseñarte a nadar, y tú puedes enseñarme francés. Tenemos cinco años para aprenderlo. ¿Cómo lo ves? — Rio y besó su mejilla. — Si te gusta... ya tenemos nuestras tres promesas. —

 

ALICE

La imitación de su hermano era tan sublime que como para no reírse. — Oye, te queda igual. Voy a sugerir que te quedes más por casa que tú pareces entenderle mejor que nadie… — Se puso más mimosa y frotó su mejilla con la de él. — Y yo te necesito ¿sabes? No, de verdad, es que no puedo vivir sin ti, prefecto O'Donnell. — Rio y se encogió de hombros. — Igual es por lo de haber sido niño enamorado tú también. — Le encantaba estar así, poder decir bobadas sin miedo, sabiendo que él la entendería… Aquel era su pequeño paraíso.

Sonrió con cariño a lo de incumplir la promesa. — Lo sé, y por eso, para ahorrarnos tener que hacer heroicidades para cumplirlas, porque no somos Gryffindor, he dicho que tenemos que rebajar. — Le miró embelesada y acarició su mejilla cuando vio su reacción a la promesa. — Es que es tan fácil como buscar lo que más ilusión me haga a mí también. Y desde que me llevaste a la sala de los menesteres aquella noche… Solo puedo pensar en esa librería y el salón azul… — Miró al cielo soñadora y haciendo cosquillitas en el brazo a su novio. — Quiero todo lo que vi en esa casa, todo. Lo tengo grabado aquí. — Dijo señalándose la frente. — Y hasta que no lo saque, no voy a poder descansar. — Y se dejó besar, disfrutando de aquellos labios y enganchándose al cuerpo de su novio. — Y yo a ti, amor mío. —

Podría hablar de promesas con Marcus todo el día, pero también podría entregarse a sus besos y sus brazos sin ningún problema, y al final se les iba el tiempo entre una cosa y otra y era delicioso darse cuenta de cómo lo habían invertido. Escuchó el planteamiento que hacía Marcus y alzó las cejas cuando dijo “aprender”. — Pues sí, tú y yo siempre aprendemos y aprenderemos, para eso somos Ravenclaw. — Pero tenía más matices, claro, ellos siempre tenían más matices. — ¡Me encanta eso! — Dijo, recogiéndose sobre sus propias piernas, como si no pudiera aguantar el entusiasmo y salir saltando y dando botes de alegría. — ¡Es que ya estamos en ello! Y en cinco años dominadísimo vas a tener el francés, y con ese pedazo de profesor de natación que voy a tener, en cinco años voy a poder ir y volver a Córcega nadando. — Se rio y rozó su nariz con la suya. — A ver qué es lo que podemos aprender los dos. — Sonrió y le rodeó con sus brazos. — Las tenemos. — Confirmó.

Se tumbó, remoloneando, al lado de su novio y le miró desde ahí. — A mí me falta prometerte algo… — Dejó caer los párpados. — Y te recuerdo que sigo siendo esa niña inquieta de la que te enamoraste… Tiene que estar a mi altura. — Entrelazó los dedos de su mano con la de él. — Te prometo que vamos a… atrevernos a algo que no nos hubiéramos atrevido solos. Como el aprendizaje. En algún momento, tu me harás atreverme a mí a algo que no me hubiera atrevido, yo a ti a algo que no te hubieras atrevido, y los dos a algo que se nos ocurra, juntos. — Se incorporó y dejó un beso juguetón en sus labios. — Lo tuyo tendrá que ver con comida, seguro. — Y rio. Qué maravilloso podía resultar hacer planes para el futuro de esa forma. — Y ya te estoy viendo temblar cada vez que me digas que no a algo, temiendo que use mi derecho a atrevimiento contigo. — Negó con la cabeza. — Pero no, tiene que ser algo con lo que merezca la pena, y sin hacer pasar miedo al de enfrente. Tú y yo solo sabemos querernos, nunca hacernos daño. — Entornó los ojos. — Pero creo que parte de nuestra relación ha sido darnos cuenta de cuánto nos animamos el uno al otro a hacer lo que el de enfrente no habría hecho ni loco. — Acarició sus rizos. — Porque me vuelves loca ¿sabes? — Besó de nuevo sus labios. — Mi tierra… Mi agua… — Volvió a perderse en el beso. — Quién le hubiera dicho nunca a la chica del viento que amaría más poner los pies en la tierra que volar. Quién le hubiera dicho que ya iba a ser siempre así lo que le queda de vida. — Y tiró de Marcus sobre ella para seguir besándole sobre la manta.

 

MARCUS

Se irguió con una expresión infantilmente orgullosa. — Porque soy su colega. — Ahora sí que se había parecido a Dylan, y sin pretenderlo. — Y yo te necesito a ti, mi pajarito travieso. ¿Sabes lo triste que es despertarme por las mañanas y no oírte piar? No, no, eso no puede ser, hay que ponerle remedio. — Bromeó, mimoso, abrazándola y acariciándola. Así se podría pasar la vida entera, y estaba dispuestísimo a ello.

Picó cómicamente su mejilla con un índice. — Eso no lo dices delante de mi abuela. Con ella te haces la nieta perfecta. "Oh, Molly, qué ricas tus tartas". Pero no te oigo decir nada de heroicidades Gryffindor. — Rio. — ¿Sabes que desde que le dijimos lo de Irlanda no deja de insinuarlo? Ella dice que "no hay dicho nada" y que "estábamos hablando del tema", pero se saca el tema ella de la manga cada vez que quiere. Ahora no podemos echarnos atrás. — Dijo entre risas. Como si él pensara echarse atrás, estaba deseando irse con Alice al fin del mundo si hacía falta. Y si en el plan iba incluida su familia, mejor que mejor. Echó la cabeza hacia atrás, suspirando. — Es perfecta. Vamos a tener la casa perfecta. Y el jardín, no olvides el jardín. — Y los cubos de colores que había por el suelo. Su maldita mente paternal le traicionaba. Rio. — Habrá que cumplirlo, entonces. — La miró con una sonrisita, ladeando la cabeza. — Yo tengo aquí, bien nítido, mi sueño con el taller de La Provenza. No llegamos a entrar, porque ALGUIEN se me tiró encima y me despertó... — Suspiró. — Ay, Gallia, si es que te veo venir. Lo que pasa es que querías diseñarlo tú ¿verdad? Reconócelo. — Y empezó a hacerle cosquillas cariñosas en el costado. — Venga, venga, reconócelo. Mucho quiero jugar, pero en el fondo solo querías despertarme, todo para hacer lo que tú quieres. Dilo, dilo, confiesa. — Insistió, sin cesar las cosquillas, hasta que paró, agarrando su cintura y susurrándole. — Como si por sacarme del sueño no fuera a seguir soñando contigo. — Y dejó un beso en sus labios.

Se echó a reír, haciendo después gestos de detención con las manos. — Para, para, me conformo con que puedas nadar hasta mí en el agua si me pongo un poquito lejos. Lo de ir a Córcega, para próximos viajes si quieres. — Dijo, feliz y entre risas. — Pero sí, vas a ser una experta nadadora ya mismo gracias a mis clases, y yo hablaré francés tan bien que entre eso y mis conocimientos sobre alquimia, me verán en los laboratorios estatales de París y dirán. — Se irguió y adoptó un tono cómicamente pomposo. — "Oh, la la, monsieur O'Donnell, es usted un genio impecable, ché parfé!" — Y volvió a reír, derretido junto a su novia, ambos casi rodando por la manta. Estaba tan entretenido que no estaba ni comiendo, que eso ya era decir en él.

Se tumbó junto a ella, mirándola enamorado, susurrándole. — ¿Ah sí? — Cuando dijo que le quedaba algo por prometerle, embelesado, más aún cuando se describió a sí misma como "la niña inquieta de la que se enamoró". Sí que lo era, y cuantísimo la adoraba, y cómo le latía el corazón nada más verla, parecía que se le fuera a salir del pecho. Frunció los labios y, pensativo, miró al cielo, aunque en lo que pensaba Alice le robó un beso que le hizo reír levemente. — ¿Con comida? No sé por qué dices eso. Yo tengo un amplísimo espectro de campos que domino, Gallia. — Rio otra vez. — Pero me gusta eso. Me da un poco de miedo, pero me gusta. Si puedo poner una condición, te pediría a ser posible que no comprometa nuestra supervivencia o nuestra integridad física o mental en demasía. Gracias. — Bromeó, aunque esperaba que Alice realmente lo tuviera en cuenta. Arqueó cómicamente las cejas. — ¿Perdón? Como que te ha hecho falta ese permiso... — Recalcó la palabra intencionadamente. — ...Para hacer lo que te diera la gana conmigo todos estos años. No tenga usted morro, Gallia. — Se acercó a ella y la rodeó con sus brazos. — Yo jamás te haría daño. Solo quiero alumbrarte, como buen sol, y que estés alegre, tranquila y feliz. — Sí, que Alice siempre fuera feliz era su principal misión en esta vida, por delante de todo lo demás.

— Tú a mí me vuelves loco. — Susurró, acariciándola, dejándose besar por ella. — Mi fuego... Mi aire libre e indomable... Mi Todo. — Se dejó tirar de sí sobre ella para besarla, separándose solo para responder a esas palabras. — Siempre supe que darías flores a este espino aburrido. — Susurró con cariño, acariciando su nariz con la de él. — Temía que me chamuscaras con tu fuego... pero eres fuego del bueno. —Se acercó a sus labios. — Muy bueno. — Añadió, susurrando meloso, besándola de nuevo, y perdiéndose en esos besos un buen rato más. Al cabo de un rato, se separó un tanto, mirándola enamorado, susurrándole lo mucho que la quería una y otra vez, porque no se cansaba nunca. Mientras acariciaba su rostro, sonrió recordando la última anécdota de ellos mismos de la que se había enterado. — ¿Sabes? — La miró a los ojos. — Siempre has sido un poco peligrosilla para mí, chica del fuego arrollador. — Rio, echándose a un lado para tumbarse de nuevo junto a ella, apoyar el codo en la manta y la cabeza en su mano y mirarla, tumbado de costado. — Tu padre me contó el otro día una anécdota muy divertida de cuando éramos bebés. — Frunció una sonrisa artificial y dijo. — Dice que una vez me mordiste la nariz. — Arqueó las cejas. — Tu forma de darme cariño. — Pinchó. Luego, rio y añadió. — Lo peor es que yo me dejé completamente al parecer. — Siguió riendo y, tras esto, suspiró. — Qué pena que no nos acordemos... Aunque mi padre tiene muchos recuerdos guardados de cuando Lex y yo éramos pequeños. Quién sabe, a lo mejor en alguno sales tú. —

 

ALICE

Congelaría ese instante. Ahí en esa manta, diciéndose esas cosas y riéndose con las cosquillas, hablando de Irlanda y Molly, de la casa con jardín y el taller de La Provenza. Se mordió el labio inferior y acarició con delicadeza la cara de su novio. — ¿Ves como piensas todo demasiado? — Negó con la cabeza. — Cuando tu estás cerca de mí, sobre todo al despertar, y tenemos cosas como un maravilloso verano por delante yo no puedo planificar más allá de empezar cuanto antes el día para que disfrutemos de cada minuto juntos. — Dijo de corazón. Pero entornó los ojos. — Claro, que si me dejas diseñar contigo un taller que pretendes que usemos los dos… pues mejor que mejor. — Pero seguía riéndose bajo sus manos y sus juegos, aumentado las carcajadas por oírle a él. Definitivamente, lo que había necesitado con todo su ser era eso.

Suspiró exageradamente. — No he aprendido todavía y ya estás cortándome las alas, bueno, perdón, las aletas, porque pienso ser un pececillo en cuanto aprenda, no me vas a sacar del agua, O’Donnell. — Y soltó una carcajada sarcástica cuando le oyó decir aquella frase. — Qué payaso sabes ser. — Pero se puso a darle besitos por toda la cara porque le encantaba que la hiciera reír así. — Te van a llamar monsieur alchemiste cramoisie, que viene a ser alquimista carmesí. — Lo creía de veras. Y no llegaría a alquimista de vida porque ese tenía que ser Flamel, que si no, si le conocía de algo, no pararía hasta conseguirlo.

Asintió, con los labios hacia fuera a lo del amplio espectro. — Y con todo y con eso, siempre acabas en la comida. — Alzó la ceja y le miró. — A no ser que te pongas picarón y con ganas de probar en otros aspectos, que también se te dan bien… — Dijo con tono y mirada picarones, moviendo los hombros. Le encantaba poner nerviosito a su novio, no lo podía evitar. Asintió con cara de niña buena a lo del permiso, ya en esa burbuja un poco más picante que a veces también les llevaba de calle (y cuántos problemas les había dado aquella burbuja en su día) y se dejó llevar por aquellos besos eternos que le hacían olvidar todo.

— Somos el Todo. Juntos. Si no, no tiene sentido, mi querido alquimista. — Le recordó, y tuvo que sonreír a lo de las flores. — Es que siempre has sabido que se me dan muy bien las plantitas, desde aquella vainilla de viento a los pies de Rowena. — Y se rio, de nuevo picarona, cuando mencionó el fuego y volvió a besarla. Igual se le estaba yendo un pelín de las manos para estar en público, era una posibilidad pero, sinceramente, no iba a pararlo, ya lo había hecho muchas veces antes. Cuando se separó de ella, se quedó mirándole, de lado también, embelesada con lo preciosa que era aquella cara. Ya cuando mencionó a su padre alzó las cejas. — Ya empezamos bien… — Dijo con recelo pero sin perder la sonrisa. Negó con la cabeza. — Mi padre también… ¿Para qué se va a callar? Si es que es una saeta sin conductor, o peor, con un negligente al mando. — Pero tuvo que reconocer que era gracioso. — Uy, ahí hay muchas cosas que no me cuadran. Especialmente que te dejaras sin quejarte. — Se echó un poco encima de él, ahora siendo ella la que hacía las cosquillas. — Toda la vida oyendo: “¡Alice, mis rizos! ¡Alice, la arena! ¡Mis gafas de sol!” — Dijo poniendo voz ridículamente infantil. — ¿Y resulta que te muerdo y no dices nada? — Chasqueó la lengua muchas veces seguidas. — No te creo, no. — Y se echó a reír. — ¡Ay! Sería muy bonito verlos. Aunque fueran solo tuyos. Me gusta mucho el Marcus bebé y niño resabiado y precioso, siempre tan formalito, es que te como. — Y se tiró a su cuello, mordiéndole muy suave. — Esta vez a sabiendas. — Le miró, ya con una sonrisa. — Mira, ahí tienes otra quedada. Para ver tus recuerdos de bebé. Le preguntaré a papá, y me llevo alguno mío, aunque con lo poco ortodoxo que es mi padre, miedo me da lo que enseñe de mí. —

Pasaron un rato más así, alternando los mimos con la comida y las risas, pero a Alice no se le escapaba que la tarde empezaba a caer, y su novio había insistido en que quería pastelería, así que pastelería tendría. — Tenemos que ir recogiendo, que se nos hace tarde si queremos pasar por la pastelería. Y yo quiero que mi novio tenga su ración de dulces. — Dijo dándole con el dedo en la nariz. Miró alrededor y vio demasiados muggles, así que tuvo que conformarse con recoger a la vieja usanza, pero cuando lo tuvieron todo en la cestita, se sintió dichosa de compartir pequeñas cosas como aquella y poder avanzar por el parque cogidos de la mano.

Para cuando llegaron a la pastelería quedaba poca gente, y eso les daba, además, la tranquilidad de poder mirar a gusto los pasteles, siendo orientados por el señor mago. — ¿Estaban buenas las tartaletas? — Estaban deliciosas, señor Hargrove, parecen hechas en la misma Provenza. — Y el hombre reía y hacía un gesto de humildad con la mano. — Ah, nada de eso querida, pero no hay lugar donde una buena receta no pueda llevarte, es cuestión de proporciones y un poco de amor. — Señaló una tarta que tenía en la parte de atrás, preparándose. — Ahora se ha puesto de moda poner fotos en las tartas entre los muggles ¿sabéis? Me piden la cara de sus bebés o de gente famosa, hasta sus mascotas… No sé por qué querrían comérselos. Mira, os la enseño. — Y en lo que se iba, Alice le susurró a su novio. — Igual le pido una con tu foto y te como lleno de chocolate y de verdad… — Entornó los ojos. — Aunque… con echarte chocolate ya puedo hacerlo en directo. — Dijo bajito, entornando los ojos como si reflexionara, sabiendo el efecto que tendría. Al menos hasta que vio la dicha tarta y arrugó el gesto. Salía una bebé muy mona, como de un año, pero… — No me parece apetitoso y además me resulta un poco raro comerte una cara, la verdad. — El señor Hargrove se rio fuertemente. — Totalmente. A ver, chico, dime tú, ¿qué puedo ofrecerle a tu novia que sí quiera comerse? Porque, en lo que recuerdo, no come casi nada, y hasta la fecha, no ha pedido nada para sí misma. —

 

MARCUS

La miró con fingida ofensa. — ¿Ahora eres un pececillo? Tú lo que eres es un peligro, pero eso no es ninguna novedad. — Dejó una caída de párpados. — Y recuerda que yo soy la tierra, y también soy el agua. — Dejó una caricia en su mejilla, ya en un tono menos chulesco y más cariñoso. — Y que jamás te cortaría las alas... Ni las aletas, pececilla. — Recibió todos sus besos, riendo como un niño pequeño al que le hacen cosquillas, incluso ruborizado. Estaba tontísimo. Tontísimo como buen enamorado que era. — Eso me gusta como suena. Practicaré la pronunciación, me va a hacer falta. — Dijo con seguridad.

Aún quedaba comida por la cesta, por lo que aprovechó para seguir comiendo. Y hablando de comida, Alice acababa de decirle... algo... que no había terminado de pillar... creía. Hasta que lo pilló. Y casi se atraganta. De hecho, tosió un poco, disimuladamente, hacia un lado, dándose de paso tiempo a sí mismo para ponerse un poco digno al menos. — Yo soy un experimentador nato, Gallia. Es estudiando las opciones, y por supuesto probándolas, como se llega a la perfección. — A saber qué clase de fantasía se estaba montando ahora su novia en la cabeza, pero después de siete años ya había aprendido a que, dejarse llevar por las innovaciones de Alice, solía dar buenos resultados.

Soltó una carcajada, poniendo los brazos en jarra justo después para mirarla divertido. — ¿Cómo que no te cuadra? Será que yo me quejo mucho de tus cosas. — Llevaba quejándose desde que la conocía, pero no pensaba reconocer eso. — Según él, era tu forma de expresarme tu cariño, y yo siempre he sido muy inteligente y sociable. Claramente, así fue como lo entendí. — Respondió, bien seguro, a pesar de que era evidente que no recordaba nada de aquello. Pero en lo que fardaba falsamente, Alice se le lanzó encima, tirando por los suelos su defensa de que él no se quejaba nunca, porque tan pronto la sintió sobre él soltó una especie de grito de socorro, aunque entre risas. — ¡Es que me despeinas! ¡Un diablo, es lo que eres, rompiendo mi imagen impoluta! Envidia, segur-para, para, por favor. — Que ya le iba a dar algo de reírse por las cosquillas, se le estaban saltando las lágrimas. Consiguió zafarse de ella, aunque seguía jadeando por las risas. — Y yo no he hablado así jamás. La mía ha sido siempre la voz de un futuro alquimista carmesí. — No se lo creía ni él. Aún se estaba recuperando cuando le dio ese mordisco en el cuello, del que apenas soltó una queja-no-queja mientras la miraba pícaro. — ¿Ves cómo me muerdes a conciencia? Mejor para ti si lo interpreto como una muestra de cariño. — Susurró travieso. Rio, asintiendo. — Me parece muy buen plan. — Y tanto, buenísimo plan. Verles de pequeños, juntos, y de paso... Sí, que Alice viera lo mono que podía ser un bebé como él. Menos mal que iba a dejar el tema estar.

Empezó a hacerse el lastimero, agarrado a su novia y tirado en la manta, cuando insinuó que debían recoger, porque no quería irse. Llevaban una velada estupenda y volver a casa se le antojaba echarla de menos demasiado. Aunque la propuesta de la pastelería, desde luego, le gustaba. Le dio un tierno besito en la mejilla y empezaron a recoger. Menos mal que vio a Alice haciéndolo con sus propias manos, porque él ya estaba sacando la varita, y muy disimuladamente la volvió a guardar. Llegaron a la pastelería y Marcus ya estaba más que perdido mirándolo todo. La voz del pastelero, en cambio, le hizo reaccionar, sonriendo. — Estaban deliciosas, se lo aseguro. — Confirmó también. Miró donde señalaba, con el ceño fruncido. — ¿En serio? — Preguntó, torciendo el gesto, aunque rio levemente. — Le puedo asegurar, señor, que hay poca gente que disfrute más de la comida que yo. Pero no sé si me atrevería a comerme la foto de alguien, encima conocido. — Aseguró entre risas. Eso sí, su novia tenía un comentario que aportar en lo que el hombre se iba. La miró, mojándose los labios lentamente. — Para hacer eso me parece que la pastelería no la necesitas... — Encogió un hombro. — Pero tú misma. — Definitivamente, ya sí que sabía por dónde iban los tiros.

Cuando la tarta llegó, él también arrugó el gesto, al igual que su novia, cruzándose de brazos. — No me parece muy buena idea. — Miró al hombre. — Es decir, por parte de los clientes. Seguro que sus tartas están deliciosas. — El hombre rio y luego le preguntó qué podía ofrecer a Alice. Marcus rio. — Lo siento, señor Hargrove. Lo que más le gusta del mundo son mis torres infinitas de tortitas, llenas de nata, siropes varios y muchísima fruta. No sé si usted podrá ofrecérselo. — Comentó alzando las palmas y haciendo al hombre reír con ganas. Porque, evidentemente, eso no se lo creía nadie. Hablando ya en serio, respondió. — Lo que más le gusta a Alice son los arándanos, con diferencia. Aunque también la he visto comer tarta tropézienne bastante contenta, quizás tenga usted, ya que tiene tartaletas. ¡Ah! Y los melocotones. Como verá, le gusta la fruta. — Comentó entre risas. El hombre alzó las manos y dijo. — ¡No se hable más! — Y, muy alegremente, entró en su almacén, perdiéndose de su vista.

Aún de brazos cruzados, Marcus se giró hacia Alice con una sonrisilla. — Así que... pretendes seguir mordiéndome... Con tanta alevosía que hasta quieres echarme chocolate. — Miró de reojo a los lados. Ni había clientela entrando, ni el hombre parecía estar por volver, por lo que se acercó a ella y susurró. — No me des ideas, Gallia. Si no quieres que el día de mañana encuentre comida por todas las habitaciones de nuestra casa... por si en algún momento te entra hambre. — El hombre volvió, así que él retomó su lugar y le miró, mientras este dejaba en el mostrador una bandejita con varios dulces. — Tartaletas de frutas con crema pastelera. Estas en concreto llevan arándanos, fresas, melocotón y kiwi. — Miró a Marcus. — Doble ración, porque por lo que has dicho, me da que a ti también te gusta la fruta. — El hombre se inclinó y le susurró. — Pero llevas también un par de chocolate. Sé reconocer a un hombre goloso cuando lo veo, ya son muchos años. — Marcus rio. — Me ha calado usted bien. Muchísimas gracias. — Ah, y esto, un detallito de la casa. — Añadió, poniendo junto a la bandeja una bolsita. — Harina especial para tortitas, directa de Canadá. Para que ya sí que sean insuperables. —

 

ALICE

Por mucho que su novio se quejara, bien sabía ella que el estímulo de la pastelería sería ideal. A Marcus, la comida le ponía de especial buen humor, y eso le hacía ser especialmente gracioso, haciéndola reírse de lo de comerse las fotos, con esa risa descontrolada que sale ante las situaciones ridículas, tanto que temió que el señor Hargrove se sintiera ofendido. Pero, siguiendo su teoría de que aquel señor fue Hufflepuff algún día, él siguió con su misión de mostrarles las dichas tartas, mientras ella se dejaba caer sobre el hombro de su novio. — A veces me haces reírme demasiado, condenado. Eres de lo que no hay. — Eso era otra de las cosas que entre ellos no cambiaba y que echaba de menos en cuanto se separaban, cuánto se hacían reír el uno al otro.

Una de las cosas que más le gustaban de Marcus era esa mezcla explosiva de ser siempre muy correcto y redicho, y a la vez, sin avisar ni nada, ponerse picarón. Ya habían estado tensando la cuerda con los mordiscos, hablando de cuando eran pequeños, que si ataques por aquí, que si mordisquito por allá… Y ahora, con su voz, esperando a que les enseñaran aquella dichosa tarta y en presencia del pobre señor Hargrove, a Alice le subió un escalofrío por el espinazo que era muy muy difícil de controlar. Puso una sonrisita tentativa de medio lado y le miró, traviesa. — Idea apuntada, O’Donnell. Comerte sin pastelería de por medio. Me lo pondré de objetivo para La Provenza. —

Le volvió a dar la risa según describía las torres de tortitas, pero el tono le volvió a cambiar. — Puedo comerte con todas las cosas que se te ocurran, mi querido prefecto, porque mi comida favorita eres tú, nada de tortitas. — Dijo alzando la ceja. Qué le gustaba ese jueguecito. Misteriosamente, el pastelero pilló bastante bien cuáles eran sus gustos y salió con unas tartaletas de fruta que tenían un aspecto maravilloso (y para su novio las de chocolate, eso era tomarse en serio un negocio, desde luego). De verdad, lo de su novio… Ya tenía que comprarle algo, algo de comer, para más señas. Pero le miró enternecida y negando con la cabeza. — Eres de lo que no hay. — Y se rio un poquito a lo de la harina de tortitas. — Estoy deseando ver la cara de tu madre cuando vea el paquete. — Ah sí, algo que manchaba y molestaba tanto como la harina. Lo favorito de Emma O’Donnell, sin duda.

Se despidieron del señor Hargrove y pasaron a la salita donde tenía el traslador. Miró con pena a Marcus y se agarró a él. — Me da penita irme, con este día tan ideal… Pero he tenido una idea, te la cuento ya en tu casa. — Y se agarró a Marcus y se aparecieron en el jardín de los O’Donnell. Siempre le había encantado esa casa y esa calle. Respiró profundamente, con una sonrisa tranquila y cerrando los ojos, abrazándose a Marcus. — Siempre me ha encantado tu casa. Me siento muy bien aquí. — Alzó la mirada. — Pero ahora mismo mi casa es más practicable para las reuniones, y Sean y Hillary nunca han estado. ¿Qué te parece si les invitamos a casa Gallia para debatir y preparar ese viaje tan maravilloso? — Le dio un ligero beso y le acarició. — Tu padre está mirando por la ventana. Atento, que le voy a saludar, verás la reacción. — Susurró con una sonrisa. Levantó la mano, saludando exageradamente, y Arnold fingió estar mirando a otro lado y tardar en percatarse de que estaban allí, devolviendo finalmente el saludo. — Nos vemos el miércoles en mi casa para planear ese viaje. Tú avisas a Sean y yo a Hills. — Dejó un beso en sus labios y cogió una de las tartaletas. — Llévate esto a la quedada. — Dio un mordisco a su dulce, y mientras iba camino de aparecerse le dijo con la boca llena. — Te amo. — Porque sabía que si tardaba más en despedirse, Marcus no la dejaría ir nunca.

 

MARCUS

Su cita estaba llegando a su fin, y Marcus ya estaba planteándose qué excusa buscar para anclarse a esa pastelería, o para volver al parque. Todo por no soltar a su novia y volver a casa, donde estaría solo, melancólico y echándola de menos. Aunque también estaría bastante en una nube por todo lo vivido y los planes que tenían en mente, la verdad. Antes de poder decirle "y a mí", su novia le hizo arquear las cejas con una sonrisita. — Uh, una idea. ¿Es para que tenga ganas de volver a casa? Porque ahora mismo no tengo ninguna. — De verdad ¿no podían quedarse allí un par de horitas más?

Abrazó a Alice, cerrando los ojos y sonriendo, después de aparecerse en su jardín. — Esta casa es mucho más bonita cuando estás tú. — Dijo de corazón. Oh, cuando tuvieran la suya propia... Qué felices iban a ser. Sonrió a su propuesta. — Me parece muy bien. Aunque voy a tener que buscarme una compensación para mi colega, le vamos a poner los dientes largos. — Rio y apretó sus manos un poco más. — No veo la hora de que nos vayamos a La Provenza, te lo aseguro. — Y recibió su beso, más que feliz.

Estuvo a punto de delatar a Alice porque, cuando le dijo que su padre estaba en la ventana, frunció el ceño y se dispuso a mirara para comprobarlo, pero se contuvo a tiempo. Eso sí, lo que no contuvo fue la gracia que le hizo la escena. — Eres de lo que no hay. — Dijo entre risas, aunque su tono sonó a la más pura adoración, mirándola con cariño. Devolvió su beso, el cual le hubiera gustado prolongar, pero como acababan de dejar patente, su padre estaba mirando. — Te veo el miércoles. Ya estoy contando las horas. — Aunque con lo siguiente arqueó las cejas. — ¡Eh! ¿Y ese castigo? No pensaba que llegaran al miércoles, la verdad. — Afirmó sobre las tartaletas, pero sí, obvio que se las iba a llevar, si eran para los dos... De verdad que esperaba que llegaran vivas a entonces. Alice se marchó, y de camino, le lanzó un "te amo" con la boca llena que le hizo reír... y derretirse de amor. De hecho, se llevó una mano al pecho. — No creo que te haya amado más en ningún momento de nuestra historia que ahora mismo. — Exageró, pero es que ver a Alice tan feliz... le llenaba el corazón como no lo hacía nada en el mundo.

Tras lanzarle varios besos en el aire, Alice desapareció y él se quedó con el corazón latiendo con fuerza, chillando, tan loco de contento y de amor como llorando amargamente porque su amada se había ido. Al menos, primaba más lo bueno. Entró casi a saltitos en la casa, muy seguro y erguido y con una sonrisa de oreja a oreja. — Bueeeeenas tardeeeees. — Canturreó. Su madre, mirándole entrar, se aguantó una risa. — ¿Y eso que traes? — ¡Dulces! Buenísimos. Podéis probarlos, aunque he prometido llevarlos el miércoles a su casa, que tenemos quedada con Sean y Hills. — Los dejó a un lado. Lex acababa de salir también para recibirle, cruzándose de brazos mientras le miraba con una sonrisilla fruncida. Debía ser muy gracioso verle así, porque los dos tenían una expresión parecida. — Y esto ni siquiera es lo mejor. Traigo aquí... ¡Tachán! — Anunció, alzando la bolsa de harina. — Especial para tortitas, directa de Canadá. ¡Una delicia! — Lex arqueó las cejas, pero Emma apenas parpadeó. La mujer se mantuvo con su sonrisa imperturbable, pero Marcus pudo ver cómo tomaba y echaba lentamente aire por la nariz, hinchando muy sutilmente el pecho en el proceso. Igualmente, la ignoró y fue hacia su hermano, pasando un brazo por encima de sus hombros. — Mañana tenías entrenamiento con Bradley ¿no? — Correcto, agenda personal. — Estupendo. Pues voy a usar esta harina para hacerte las mejores tortitas que has probado en tu vida. ¿Qué te parece? — Lex arqueó las cejas aún más, pero con una sonrisa natural. Marcus estaba tan exultante que pensaba agasajar a todo el mundo hasta con lo que no tenía si era necesario. — Siempre que no vaya yo más gordo que la quaffle... me parece perfecto. — ¿He oído tortitas? — Preguntó su padre, quien había esperado un minuto para bajar para que no pareciera demasiado obvio que les espiaba en el jardín. — ¡Sí, eso mismo he dicho! ¡Invita a los abuelos! ¡Mañana el desayuno corre a cargo de Marcus O'Donnell! — Emma lanzó un hondo suspiro, pero estaba sonriendo. Sí, estaba feliz. Todos le veían feliz, y eran felices de verle feliz. Tal y como llevaba pensando siete años, no había nada que Alice Gallia no pudiera lograr. Incluido llenarles a todos de felicidad aun no estando presente.

Notes:

Sabíamos que a los chicos les iba a costar separarse, por eso queríamos enseñar varias situaciones en las que penaban por verse. ¿Tenéis escena favorita? Nosotras lo tenemos claro: ese partido de quidditch milagrosamente victorioso es insuperable. Contadnos por aquí, que nos encanta saberlo.

PD: ¿Tenéis teorías sobre Blyth? Es nuestro nuevo personaje por aquí, y querremos leerlas.

Chapter 7: Rêve d’un matin d’été

Notes:

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Chapter Text

RÊVE D’UN MATIN D’ÉTÉ

(22 de junio de 2002)

 

ALICE

Ah, si es que lo sabía, cómo odiaba esa mesa. — ¿HA HABIDO ALGUNA DESPARTICIÓN? — Resopló. — Por Merlín, Sean, qué dramático eres. Es solo una mesa que me como sistemáticamente cuando me aparezco en esta aduana. Es que está mal puesta… — ¿Y nuestro equipaje? ¿Crees que Marcus podrá aparecer bien a Hills? ¿Por qué los has dejado solos? Sabes que se pelean un montón, y eso tensa mucho antes de hacer una aparición. — Alice suspiró y le tendió la mano a Theo, que era el que peor había salido del estrépito.

El día que quedaron todos para planificar el viaje, habían decidido que, aunque Alice era la que mejor conocía el lugar, no controlaba aún tanto de aparición como para aparecerlos a los cinco, así que Marcus llevaría a una y ella a dos. No sabía por qué se había pedido a Sean, la verdad, había sido una cuestión de repartir rápido y como había recibido una oleada de “me da igual”, “yo lo que tú quieras” se había quedado con Sean y Theo. Mala elección sin duda. — Pero no estamos en tu casa. — Dijo Theo, que aún no se hacía mucho con las apariciones mágicas. — No, esto es la aduana de Calais. Te intercepta si quieres aparecerte desde cualquier sitio de fuera de Francia. — El chico parecía aturdido, pero simplemente asintió. — ¿Y NUESTRO EQUIPAJE? — Ay, Sean, baja la voz. — Ya se estaba arrepintiendo de llevárselo a La Provenza, solo esperaba que el Mediterráneo relajase un poquito aunque fuera. — Con el hechizo de Emma llegan solos a donde sea que los mandes, como en Hogwarts. — Él negó con la cabeza. — No me fío yo de eso. — Yo no desconfiaría de Emma O’Donnell, tío. — Le dijo Theo, atusándose un poco el pelo.

— Bonjour. — Saludó Alice al señor de la aduana. Le tendió la varita sobre el lector y vio cómo Theo abría mucho los ojos. — ¿No hace falta pasaporte? — Ella le miró. — Está en la varita. Los ministerios las tienen controladas, saben de quién es cada cual, simplemente la pones ahí y ya saben que entras en Francia. — Bienvenue a la France, madmoiselle Gallia. — Dijo, impertérrito el funcionario. — Merci. Venga, pasad. — Theo parecía aún un poco confuso, pero le tendió la varita, sin salir de su asombro. — Yo no entro a Francia sin Hillary. — Pues nada, quédate ahí. — Dijo Alice pasando por el arco detector. — ¿Os vais a Francia sin mí? — Preguntó Sean ofendido. — Usted está ya en Fgancia, monsieur. — Dijo con tono un poco cortante el funcionario. Ella se giró, con los brazos cruzados, apoyándose en la pared. — Es que no nos vamos a ninguna parte, Sean, solo hemos pasado por aligerar. — Theo se puso a su lado. — ¿Entonces avisaste a Jackie y a tu tía que llegábamos a esta hora? — Ella asintió y le apretó el hombro. — No estés tan tenso, Matthews, que te va a dar algo. Ni que fuera la primera vez que vas. — ¿Entonces entro? — Alice suspiró y miró a Sean con cara de circunstancias. — Tú sabrás, aún puedes volver a Liverpool. — Qué absurda conversación. Solo esperaba que los O’Donnell no hubieran entretenido mucho a Marcus y Hillary, porque vaya panorama. — Monsieur, ¿a dónde se diguige? — Preguntó el de la aduana cuando por fin dio la varita. — ¡Alice! ¿Por qué me pregunta a mí? — Simple gutina, monsieur. — ¿Rutina? ¿Cómo rutina? A mis amigos no les ha preguntado. — Sus amigos no han pagado la fila dugante cinco minutos. — Alice… — ¡Por Dios! Dile que vas a Saint-Tropez, Sean, de verdad. — El chico se giró al funcionario y dijo. — Voy a Saint-Tropez. — El funcionario asintió y le devolvió la varita. — Disfgute de la estancia, monsieur Hastings. —

 

MARCUS

Había quedado con Hillary en casa de ella, donde Marcus iría a recogerla, y fue verle aparecer y se le lanzó al cuello con más alegría que en toda su vida. — ¡Ay, O'Donnell, qué feliz me haces! — Vaya, toda la vida deseando oír eso. Me vas a poner en un compromiso con mi novia. — Idiota. Anda, vámonos ya. — Qué ganas de perderme de vista... — Comentó Lindsay, aunque con una sonrisilla, acercándose a su hija. — Marcus, qué guapo estás. Hace tanto que no te veo... — Marcus era muy familiar, muy cortés y recordaba a la perfección la primera vez que compartió tiempo con la madre de Hillary, en su propio cumpleaños ni más ni menos. Se quedó unos minutos charlando animadamente con ella (al fin y al cabo, para no variar en él, se había ido con tiempo de sobra), ignorando los tamborileos de Hillary con el pie en el suelo, hasta que se despidió bajo la promesa de cuidar estupendamente de su hija y se desaparecieron de allí.

— Ay, qué emoción. Ay, es que no puedo esperar. Ay, ¿cómo es la prima de Alice? ¿Y André? Porque André está ¿no? ¡Ay, es que me muero por conocerlos, de verdad! ¿Y la casa cómo es? ¡Oh! ¿Y la playa? ¡Buah, cómo voy a tomar el sol! ¿Y la fiesta cuándo era? ¡¡Llevo un vestido, que no lo sabes tú bien!! Y... — Así estuvo Hillary todo el tiempo que duró la cola de la aduana. Marcus se limitaba a oír, asentir y sonreír. Hillary estaba aquí arriba de la alegría y no iba a ser él quien la parara. — Ay, O'Donnell. —Suspiró, con la mayor sonrisa que le había visto en su vida, enganchándose a su brazo. Marcus ya empezaba a plantearse si se había tomado alguna de las plantitas de Olympia, porque no era normal tanta alegría. — Un viaje juntos, después de tantos años. ¿No te apetece? — Mucho. — Es que es genial, ¿a que sí? — Ya sí se le escapó una risa que intentó taparse con la mano. Hillary le miró. — ¿Ahora no te gusta que quiera viajar contigo? — Claro, porque estás tan contenta porque viajas concretamente conmigo. — Pues contigo estoy. — Te lo recordaré en La Provenza. — Idiota. Todo el día buscando halagos y ahora que te los doy, te metes conmigo. — No dudo de que haya un porcentaje de tu alegría que sea por mi presencia, pero sí dudo de que este sea el mayor. — Te pones insoportable a veces. — Y, a pesar de estar picándose como siempre, la sonrisa no la quitaba.

— Te veo muy contenta. — Le dijo con una sonrisilla. Hillary suspiró, soñadora. — Ay, es que me apetecía tanto, TANTO, un viaje así. Estar con vosotros, disfrutar de mi independencia. Ver lugares nuevos que... — El desván es un buen sitio para estar solos. — Oh, gracias a Dios. — Afirmó Hillary, soltando aire por la boca como si llevaba meses conteniéndolo. — No puedo más, te lo aseguro. Necesito un poco de intimidad aunque sea. — Ya, nos lo imaginábamos. — Dijo él entre risas. Se encogió de hombros. — No te preocupes, vamos los tres un poco igual. Buscaremos nuestros momentos. — Hillary bufó, negando. — Esto está siendo terrible, no lo sabes tú bien. Es prácticamente imposible pasar ni un minuto a solas. Tú no sabes lo que es esto, de verdad que no. — Bueno, que nosotros... — Vosotros nada. Tenéis mucha suerte de tener a las dos familias jaja jiji, todos de vuestra parte y diciéndoos lo monos que sois y la buena pareja que hacéis. Lo nuestro es un suplicio. — Menos quejas, que me traes a Sean por la calle de la amargura. — ¿¿¿Yo??? — Preguntó con gran interrogante Hillary, echando el tronco hacia atrás con una mano en el pecho y los ojos muy abiertos. — Tú no has visto a tu amigo pasando ya no digo por mi casa, por mi distrito. Peor que 007. — ¿Qué? — Nada, cosas mías. — Pero Marcus se había quedado pensando. — ¿Qué significa ese número? A mi padre le podría interesar. — No es un... Déjalo, te cuento cuando tengamos más tiempo. — Pues sí, mejor, porque, de hecho, ya estaban llegando a la ventanilla de la aduana de Calais.

Hillary había quedado ciertamente impresionada con el proceso de reconocimiento por medio de la varita. Mientras la miraba, comentó. — Esto es muy útil. La verdad es que te ahorra pape-AH. — Chilló, provocando un amago de infarto en Marcus y que diera un bote en su sitio. No fue la única. — ¡¡MI HILLS!! — ¡¡QUE NO ME LO CREO!! — ¡¡QUÉ GANAS TENÍA DE VERTE!! — Y sus dos amigos se fundieron en un morreo por el que perfectamente les podían haber echado de allí por escándalo público. La cara de Marcus era un poema. Cuando atinó a hablar (y seguían morreándose) dijo. — Mi porcentaje acaba de bajar de las dos cifras. — No se despegaban, parecían dos caracoles pegados. Suspiró y miró hacia delante. — ¡Theo! ¿Qué pasa, tío? — ¡Ey, Marcus! Menos mal que habéis llegado. A Romeo le iba a dar algo. — Marcus soltó una carcajada. — ¿Llamas Romeo a este? — Con pose de galán, avanzó unos pasos y se dirigió muy erguido hacia Alice, tomando su mano y, con una florida reverencia, besándola. — Mi princesa. Solo alguien de su categoría podría lucir tan preciosa en una aduana. — Oyó a Theo suspirar a su lado, mientras se guardaba las manos en los bolsillos. — Bueno. Bastante alto el listón entre unos y otros. Menos mal que no lo está presenciando Jackie. —

 

ALICE

— Están tardando mucho ¿no? — Bueno tío, es que es verdad que la has liado un poco con la cola, igual están ahí al final y no les vemos. — Sean suspiró y se cruzó de brazos, dando vueltas como un animal enjaulado. — Es que está siendo un suplicio no poder vernos. — Cuéntame más. — Dijo Alice. — No, no, de verdad, es que tengo que hacer malabares para estar con ella. De verdad, es un sufrimiento. — La mía vive en Francia, en la casa que se estaba haciendo con el tío que se iba a casar hace dos meses. — Sean se paró y miró a Theo intensamente. — Bueno, macho, no es una competición ¿vale? —

Y, de repente, se oyó un grito femenino de la nada, y antes de poder darse cuenta, su amiga Hillary estaba encima de Sean y el funcionario de la aduana con una mano en el pecho, arrepintiéndose de estar echando la mañana en aquella aduana. Afortunadamente, si Hillary estaba allí, su novio también, así que no tardó en sonreírle. Qué guapo venía, todo veraniego. Sonrió ante la chulería y le devolvió el beso sin quitar la sonrisa. — El Romeo original siempre serás tú, mi amor. — Theo rio y entornó los ojos. — Eso no es muy apropiado que lo haga yo al llegar a Saint-Tropez ¿no? — Alice se separó riéndose. — Eso depende. Si mi tía Simone está ahí, no te lo recomiendo, pero si no… — Se encogió de hombros y ladeó la sonrisa. — No creo que Jackie… — ¡GAL! — Se vio interrumpida por su amiga, que se tiró sobre ella y se puso a darle muchos besos en la mejilla. — Si es que eres la mejor amiga del mundo, tienes casa en la playa y encima nos invitas. — Volvió a los besos. — No sabes las ganas que tengo de llegar. — Pues no se hable más, vamos andando. — Volvió a acercarse a su novio y susurró. — Iba a decirte que si cambiábamos de acompañantes, pero veo que da igual. — Se giró a la parejita. — A ver tortolitos, una aparición más y podréis estar todo lo solitos que queráis. — Dijo alzando las cejas y ladeando una sonrisa. — Nos vemos en Saint-Tropez, mi amor. —

Efectivamente, como ella había predicho, su tía Simone y su prima Jackie estaban esperando en la puerta de la casa. El tiempo era delicioso y soleado, con una brisa marina que a Alice la llenaba de energía. — ¡Primiiii! — ¡Priiiii! — Se saludaron, como si tuvieran diez años, corriendo la una a los brazos de la otra para estrecharse. — Ay, menos mal que habéis llegado, esto empezaba a hacérseme eterno. — Claro, claro, seguro que era por eso, pensó Alice. Se fue a saludar a la tía Simone y miró de reojo a Jackie y Theo, que se daban el abrazo que más ha sabido a beso en la vida. — Tú debes de ser Sean ¿verdad? — Dijo su prima, saludándole con dos besos. — ¡Hala! Hablas inglés. — Claro, tío, ¿cómo te creías que habíamos hablado ella y yo si no? — Dijo Theo, y al tonto de su amigo se le había escapado la carcajada más neandertal de la historia.

Llegaron Marcus y Hillary e hicieron las presentaciones pertinentes, entrando al jardín justo después, donde su equipaje esperaba. — Tu madre hace ese hechizo impecable, Marcus. — Dijo la tía Simone, con un brillo de admiración en la mirada que se guardaba para muy poca gente. — Y ha hecho bien en dejar las maletas en el jardín, porque hay reestructuración de habitaciones. — Jackie resopló, caminando sospechosamente al lado de Theo. — Qué ganas de tener mi casa ya y acabar con los problemas de espacio, de verdad os lo digo. — Hillary miró hacia arriba por la fachada de la casa. — ¿Hay problemas de espacio en esta casa? — Alice asintió. — Los Gallia crecen, y si encima traemos a más gente, cada vez más apiñados. — Llegaron al salón y la tía se puso a disponer. — Theodore y vuestro amigo en la habitación de André y Jacqueline; las chicas en la habitación de Alice y Vivi, y Marcus y tú en la de tu padre. — Alice abrió mucho los ojos. — ¿En serio? ¿Nos has dejado esa habitación para nosotros? — Su tía entornó los ojos con una sonrisa. — Bueno, ya qué más nos da. Si Vivi se ha pedido el desván para dormir con su novia de por vida… Probablemente hagamos cambios en tu cuarto y os pondremos una cama allí, pero de momento, está como la última vez que lo dejasteis. — Ya, como a los otros les has colocado por sexos… — Su tía se encogió de hombros. — Es que sois la única pareja aquí ¿no? — Sí. — Contestaron todos a la vez. Nada sospechoso. Se venía el intercambio de habitaciones entre los otros cuatro en cuanto cayera la noche, todo lo tuviera ella tan claro. — Bueno, subid las maletas que tengo la comida esperando. — Ven, Hillary, que te enseño el cuarto. Es de los mejores porque tiene vistas al mar… — Y su prima y Hills desaparecieron escaleras arriba por delante de Marcus y ella. Señaló a Theo y Sean sus habitaciones y se dirigió a la de su padre.

No había querido decírselo a la tía Simone, porque bastante que les había puesto juntos, pero… aquella era la habitación de sus padres. Donde ella se metía entre ellos en la cama cuando tenía miedo, donde dormía su madre… Miró alrededor y se acercó a su novio, que llegaba detrás de ella. — Me encanta poder dormir contigo, la verdad, pero… — Suspiró. — Se me hace un poco raro que sea aquí. Y que mi cuarto vaya a dejar de ser como era… No lo pensé bien en Pascua y eché a la tata del cuarto la que podría haber sido nuestra última noche juntas, después de toda la vida… — Tragó saliva. — Será que me he puesto nostálgica de repente. —

 

MARCUS

Otro grito de Hillary, que casi hace que se le salga una vez más el corazón por la boca, anunció que su amiga iba a meterse por medio, entre Alice y él, para saludarla con toda esa efusividad que traía hoy consigo. No era la única, porque de repente le cayó encima Sean en forma de fuerte abrazo. — Gracias por traérmela sana y salva, tío. — ¿De nada? — Se extrañó Marcus, siendo aún estrujado por Sean. Sí que estaban mal. Su amigo se separó y le miró directamente, aún con las manos en sus hombros. — Os debo una, de verdad que sí. Y bien grande. — Ya, ya. Ya me ha puesto tu novia al d... — ¡¡¡¡¡SSSSSHHHH!!!!! — Marcus abrió los ojos como platos, pero Sean se retractó enseguida. — Perdona, tío, es la costumbre. — Yyyyya... En fin, os van a venir bien estas vacaciones. — A los que no sabía si iba a venirles tan bien era a los demás, porque esos dos les iban a volver locos.

Sonrió y apretó la mano de su novia. — Nos vemos en Saint-Tropez. — Le dijo de vuelta, con tono cariñoso, y acto seguido miró a Hillary. — Vamos, letrada. — Se agarraron del brazo y se aparecieron en el porche de la casa de La Provenza. Jackie y Simone ya les estaban esperando, y al parecer ya habían empezado todos a saludarse. — Pero si es mi inglesito favorito. — Y más vale que lo siga siendo, que vienen muchos conmigo y no quiero perder mi título. — Jackie soltó una carcajada, tras lo cual le dio un abrazo. — Qué ganas de veros. — Ya. Otra que le metía en el saco cuando todos sabían que su objetivo era otro. Pero no se pensaba quejar: él mismo estaba deseando hacer ese viaje, y sí, lo de sus amigos estaba muy bien, pero Alice eclipsaba absolutamente todo.

El halago de Simone al hechizo de su madre le hizo hinchar el pecho con orgullo. — Muchas gracias, señora Gallia. Mi madre es impecable con los hechizos, se lo diré de su parte. — Dijo muy puesto. Pero acto seguido, la mujer comentó algo de una reestructuración de las habitaciones. No le pilló demasiado desprevenido, al fin y al cabo, él solía dormir con Dylan y no estaba. Lo que bajo ningún concepto esperaba fue el combo que se había originado. De hecho, había abierto mucho los ojos, sin poderlo disimular, aunque intentó pasar a una expresión más normal inmediatamente para que no se le leyera en la cara lo que estaba pensando. ¿De verdad iba a dormir con Alice todas las noches? Notó un cosquilleo en el pecho. Eso era... un sueño. Lo deseaba con todas sus fuerzas. Pero, por otro lado, Marcus era tan sumamente protocolario que... Bueno, no es como que fuera la primera vez que lo hacían con familia en casa, pero... no tan abiertamente. Le había atacado un poco la vergüenza de inicio.

Se mojó los labios y quitó la mirada, disimulando, con el comentario sobre sus tías. Ya... Era de esperarse que no iba a ser aceptado con tanta facilidad, aunque, a decir verdad, la familia lo había acogido bastante bien en líneas generales. Claro, visto así, en comparación con la perspectiva de que dos mujeres que siempre han sido amigas solteras hayan resultado ser amantes y posteriores novias oficiales, que ellos durmieran juntos no era ni tan descabellado. De su divagar le sacó ese "sí" tan rotundo de los otros cuatros a la pregunta de si ellos eran la única pareja. Se ahorró rodar los ojos. Le hubiera gustado que Simone hubiese visto el numerito de la aduana...

Subieron todos a las habitaciones y, una vez perdido al resto de vista, no pudo evitar una sonrisa. Tenía una expresión muy boba en la cara, y estaba deseando entrar en el dormitorio para abrazar y besar a su novia, celebrando la buenísima suerte que habían tenido. Pero esta tenía cara rara. La conocía demasiado, algo estaba turbando su mente en esos momentos, así que borró la sonrisa y simplemente esperó a que ella sola lo dijera. No tardó mucho. — Oh. — Bajó un tanto la mirada, con las manos en los bolsillos. Claro, qué idiota. Miró de reojo la cama y sintió un pellizco en el pecho. La cama de Janet... Debía ser difícil para Alice. Frunció los labios. — Quizás... estemos a tiempo de reestructurar de nuevo las habitaciones. — Comentó. Él deseaba con todas sus fuerzas dormir con Alice, pero si ella no iba a estar cómoda, no tenía sentido. Aunque sí podía intentar hacerla sentir mejor en base a desmentir una de sus afirmaciones. — Eh, pajarito. — Le dijo con cariño y una sonrisa comprensiva, acercándose a ella y agarrando sus manos. Le buscó la mirada y habló con tono suave. — En Pascua... la situación era complicada. Parece que estoy oyendo la voz de tu tía Vivi diciendo "si de verdad te crees que te has librado de mí..." — Rio levemente, y luego negó. — Seguro que tenéis más opciones de dormir juntas, y si no, ya compartiréis otros momentos. — Arqueó una ceja, divertido. — ¿O me vas a decir que alguna de las dos tiene problemas con su nuevo compañero de dormitorio? Mira que con esa afirmación insultarías a dos O'Donnell de una misma tacada. — Volvió a reír, acercándose a ella y dejándole un leve besito en sus labios, con ternura. — Mi amor... lo entiendo. Para mí es... un sueño dormir contigo, pero si no estás cómoda, podemos buscar otra cosa. ¿Vale? — Acarició su mejilla. — Yo solo quiero que mi pajarito y futuro pececillo sea feliz. —

 

ALICE

¿Qué había hecho ella para merecer un novio tan maravilloso, que la conocía perfectamente y siempre intentaba hacerla feliz? Se giró con una sonrisa cuando la llamó pajarito, y se apoyó en su pecho. — Nadie me conoce como tú, mi espino lleno de flores. — Y él sabía que era verdad. Negó con la cabeza. — Perdona, mi amor. No quería que pensaras que no me hace ilusión. — Se encogió de hombros. — La última vez que vinimos fue… intensa. Y la última antes de esa la vida era muy distinta. Supongo que eso también es crecer, darte cuenta de que las cosas cambian… — Le rodeó con los brazos. — Pero muchas son para mejor. — Se acercó a su novio y le besó con suavidad y deleite, entreteniéndose en sus labios. — Mejor para pasar la noche juntos que esa penúltima vez. — Rio entre besos. — La tata y yo somos muy felices con nuestra situación, de hecho, nos hemos hecho compañía todos estos años porque creíamos que no podríamos tener a nuestro lado a quien queríamos… — Acarició su nuca con cariño. — Y ahora tenemos dos O’Donnells… a los que ninguna de las dos quiere ofender. — Y tiró lentamente de su novio hacia la cama dejándose caer.

Ya tumbados, miró hacia el techo y se rio. — Qué recuerdos… ¿Sabes que aquí hice mi lista? La de mis cosas favoritas, una noche de tormenta. Parecida a aquella en la viniste a rescatarme a la despensa. Y esa noche fallida en el desván aparecí por esa misma ventana. — Dijo señalándola con una risa. — Mi plan infalible era aparecer en mi cuarto y hacerme la buena, pero bueno, mi padre me salvó bastante el pellejo. — Se rio con ganas y se acercó a Marcus por el colchón besándole y rodeándole con el brazo. — Ahora tengo mi lugar seguro y mi salvador… Ya no voy a tener miedo más. — Dijo con mucho amor. — Y ya nos estoy imaginando pasando los veranos aquí y despertándonos para ir al taller que va a estar justo ahí abajo. — Señaló en dirección a la playa y volvió a besar a Marcus. — No cambiaría dormir a tu lado por nada del mundo. — Ya estaba ella poniéndose mimosa (y algo más) en brazos de su novio cuando oyó. — ¡Jóvenes! ¡Esta abuela de Vantard no espera! ¡Me lo como todo! — Rio un poco y acarició la cara de su novio. — ¿Hacemos una apuesta de cuánto va a tardar en haber escarceos de habitación en habitación esta noche? — Alzó las cejas con una sonrisa pícara. — Y lo mejor es que tienen que pasar por delante de esta puerta. — Y se echó a reír. Antes de salir, volvió a acariciar su rostro. — Eres el novio más bueno y comprensivo del mundo. Algunas cosas cambiarán, pero… tú y yo estaremos para siempre en ellas. Juntos. Amándonos. — Y bajaron hacia el comedor.

Su tía, a decir verdad, se había puesto espléndida con todo el pescado, los huevos rellenos, los tipos de quesos… — ¿Y si Theo y yo dormimos en su cuarto, dónde va a dormir André cuando venga? — Preguntó Sean. Su tía, mirando el plato que se estaba terminando, dijo. — Hijo, hace mucho que no pregunto dónde duerme mi nieto. Al final acaba apareciendo siempre para desayunar croissants de crema, mientras tenga eso y café, él está contento. — Las Gallia rieron y Sean y Theo se sonrojaron automáticamente. — Luego podemos ir a mi casa, antes de bajarnos a la playa, así veis dónde os vamos a poner a trabajar. — ¿Cómo? — Preguntó Sean. — Claro, ¿cómo esperabais compensar a mi tía y a Jackie por la estancia aquí? — Dijo Alice muy seria. Los chicos se miraron anonadados. Es que no lo podía evitar, se juntaba con su prima y le salía solo lo de gastar bromas, y su tía, con ese punto de mala leche de los Sorel, bien calladita estaba. — Yo ya le he dicho a Jackie que le voy a echar una mano en el taller por las mañanas, para aportar. — Ah sí, su fichaje estrella para esas cosas iba a ser Hillary, sin duda. Miró de reojo a su novio y pensó: venga O’Donnell, no me falles ahora que nos podemos reír pero bien.

 

MARCUS

Negó, con una sonrisa, acariciando su mejilla. — Sé que te hace ilusión. — Como para no saberlo, después de que ella fuera la que planificara todo eso, de su día de picnic, y de las ganas con las que se cogieron cuando se vieron en su casa. Claro que lo sabía, la había entendido perfectamente. Él, en su situación... no sabía si dormiría en la cama de su madre. Sonrió cuando dijo que las cosas cambiaban para mejor y recibió su beso, riendo y suspirando mudamente con el siguiente comentario. — Por Merlín... parece otra vida distinta. — Comentó entre risas. Amplió la sonrisa. — Eso me parece bien. — Ningún O'Donnell ofendido. Como si su tía o él pudieran ofenderse con esas dos Gallia a las que querían tanto.

Se tumbó junto a Alice en la cama, boca arriba él también, aunque la miró con las cejas arqueadas. — ¿En serio? Eso es muy bonito. — Se giró de costado y acarició su mejilla. — Puedo encargarme de continuar con eso entonces. De que tu lista siempre esté ahí para cuando la necesites. — De que fuera siempre feliz, como había pactado con las estrellas que haría, justo allí, en Saint-Tropez, hacía unos años. Con lo siguiente rodó los ojos. — Anda que... Vaya tino. — Miró a la ventana y rio. — ¿Crees que a nosotros nos aparecerá alguien? Por favor, si ese alguien es Sean, tenemos que ponernos en modo padres indignados. Aunque algo me dice que es más probable que sea Hillary. Tu prima Jackie saldrá por la puerta como si nada, y Theo probablemente se muera antes de salir, sea por donde sea. — Bromeó.

La besó y abrazó, y alzó la mirada con cara soñadora. — Ooh... Desde aquella vez que lo soñé, en esta misma casa, no he dejado de soñar despierto con ello. Me haces soñar despierto y querer conseguir todas esas cosas, a ser posible ya. — Sonrió y volvió a besarla, pero los besos se interrumpieron por la llamada de la señora de la casa. — ¡Uh! Te quiero mucho, mi amor, pero si no como me desvanezco. Y ninguno de los dos quiere eso. — Dijo entre risas, levantándose de la cama, aumentando la carcajada por lo de la apuesta. — Si bien he dicho que la más proclive a aparecer por la ventana es Hillary, yo creo que los primeros que se van a escapar de sus dormitorios son Jackie y Theo. Me explico: Jackie entrará al dormitorio de los chicos, echará a Sean a patadas y, después de girar varias veces como un trompo y con cara de pánico por el pasillo, Sean entrará al dormitorio de Hills. — Hizo un gesto de sentencia con la mano. — Lo dejo por escrito si quieres. — Es que estaba segurísimo de que iba a pasar justamente así.

Sonrió, recibió su caricia y sus palabras y besó sus labios. — Por toda la eternidad. Siempre seremos Marcus y Alice. — Y, juntos y compartiendo miradas cargadas del amor que se tenían, bajaron a la cocina. Le iba llegando el olor a comida, pero casi se desmaya cuando vio el banquete que había en la mesa. — Señora Gallia, esto es... — La mujer rio. — Te conozco desde que eras un glotoncillo de once años, y ahora eres un glotoncillo de dieciocho. No has cambiado tanto, ¿a que no? — Ni un poquito. — Corroboró él, sentándose a la mesa y haciendo a la mujer reír. Había empezado a comer de todo y con mucha alegría cuando la pregunta de Sean casi le hace atragantarse. Buen intento, pensó, y no fue el único, porque la abuela del susodicho desvió rápidamente el tema. Eso sí, con lo que tuvo que contener fuertemente el atragantamiento fue con el comentario de Jackie, automáticamente secundado por Alice. Las miró a ambas de reojo, carraspeó un poco y, limpiándose la boca con la servilleta con un gesto interesante, corroboró. — Oh, por supuesto. De hecho, Jacqueline, te iba a preguntar. ¿Qué hicisteis al final con la viga del techo? La que reforzó William. — Es que encima se había sumado Hillary. La broma estaba servida y las caras de Theo y Sean daban buena cuenta de ello. — Mi tío es que es un as con los encantamientos. No se ha movido ni un pelo desde que la colocó. Bueno... — Ladeó varias veces la cabeza, mirando hacia arriba. — La verdad es que se puso un poco bailona al segundo día, creo que fue una broma que intentaba gastarle a tu padre y que llegó con retraso. Pero ya se quedó bien. — Lo peor es que ahí había sonado sincera.

— Yo... pensaba que... estaba avanzada, la obra, y eso. — Aportó tímidamente Theo. Hillary hizo un gesto con la mano. — ¡Uf! Pero no sabes tú lo que es una obra. No sé cómo la llevas a nivel de construcción, Jackie, pero espero que tengas en cuenta todo el papeleo que hay que hacer después: licencias, permisos... — Sí, sí, ¡de cabeza me trae! ¿Has traído lo que te pedí? — ¡Claro! Pensaba echar mañana todo el día con ello. — ¿Eh? — Se le escapó a Sean, con cara y voz de besugo confuso. — Mañ... Tod... ¿Y vosotras... hablabais de antes? — No, bueno, se lo pedí a través de Alice. Ya sabes, mi prima la pobre me ha escuchado quejaaaaarme y quejaaaaarme... Y me dijo que a su mejor amiga se le daban muy bien estás cosas. — Jackie puso una mano sobre la de Hillary. — Y ella, muy amablemente, me va a ayudar. — ¡Pues claro, mujer! Qué menos. Mientras los chicos trabajan, nosotras miramos papeles. — ¿Marcus? — Preguntó Sean, mirándole a él, con una voz temblona que desde luego hacía que te dieran ganas de gastarle bromas. Marcus, que había reanudado el comer mientras disfrutaba del espectáculo, se limpió apresuradamente con la servilleta una vez más. — Ah, sí, perdón. Justo traigo aquí los planos, de hecho. — Sacó del bolsillo los pergaminos que siempre llevaba, pero uno de ellos, de hecho, era un plano de la casa de Jackie. Las chicas casi se delatan, porque claramente no esperaban ese movimiento y abrieron mucho los ojos, en lo que Marcus acercaba a la Gallia el plano. — Esta pared necesita un refuerzo. — Ay ¿otra vez con lo mismo? — Dijo Jackie tratando de ocultar una risilla divertida, mirándole traviesa. Marcus alzó las manos. — ¡Es que es un tabique de soporte! La otra vez estuve callado porque... — ¡Ja! Callado, dice. — ¿Callado, tú? Tendría que ver yo eso. — Dijeron Jackie y Hillary respectivamente. Vaya combo. Sabía él que a esa combinación había que temerla. Se irguió, muy digno. — Pues sí, callado por respeto a mi suegro, Don William Gallia, que no lo consideraba necesario. Pero yo lo he estado valorando personalmente y sigo pensando que hace falta. — Miró de reojo a los dos chicos. Ellos se miraban entre sí. Iba a tardar muy poco en explotar de la risa.

 

ALICE

Le estaba costando contener la risa lo que nadie sabía. Comió un poco de pan de queso para controlar una carcajada, porque es que la cara de los otros dos era un poema. Y su novio, que no era nada dado a las bromas (aún le debían quedar dudas de aquella que le gastaron a Sean en cuarto), metido de lleno en la representación, hacía que ella se viniera más arriba. Y por fin pudo reírse a gusto cuando dijo lo de su padre, porque es que se imaginó con total claridad a la viga bailando. — Típico de papá, la verdad. — ¿Tu padre hace bailar vigas? — Preguntó Theo abriendo mucho los ojos. — Vigas y lo que se le ponga por delante, hijo. Desde que le dieron una varita a mi sobrino lo que más ha hecho es usarla para alborotar él y que las cosas alboroten también. — Dijo su tía con un suspiro, haciéndola reír con ganas. Qué bien le estaba viniendo.

La intervención de Hillary fue, una vez más, brillante. Alice asintió y dijo. — Y cuando acabemos con la obra de Jackie, hay que empezar la del taller de alquimia, a ver quién le va a transmutar los muebles si no. — Su prima la señaló y dijo. — Lo de la cama con forma de corazón va en serio. — Alice entornó los ojos y negó con la cabeza. — Ya veremos. — Sean y Theo seguían en pánico absoluto, viéndose ya de peones de obra y, finalmente, recurriendo a Marcus. Pero en algún momento de su relación, había acabado pegándole a su novio el gusto por las vaciladas y, en un movimiento maestro que claramente nadie se esperaba, sacó el plano de casa de Jackie y se lo tendió. Y ahí estuvo a punto de romper la ficción porque casi se pone a aplaudirle. Sin embargo, se recompuso y sonrió. — ¿Has visto qué novio más detallista tengo? No se le escapa una. — Eso sí, la maestra en esas lides era Jackie, que inició un debate con él como si aquello estuviera habladísimo. — Bueno, voy a traer postre a estos chicos tan dispuestos, os va a hacer falta para la obra. — Sentenció su tía, dándoles el toque de gracia a los otros dos.

En cuanto Simone se fue a la cocina, Sean se inclinó sobre la mesa. — Ehhhh Marcus, Alice… A ver cómo digo esto… Sin querer ofender, Jackie, de verdad, pero es que a nosotros nadie nos dijo… O sea, estamos muy agradecidos, ¿verdad, Theo? — Verdad. — Coreó el chico, con cara de susto y rojo como un tomate. — Pero… es que no hemos tocado una obra mágica en la vida… Si… hubiera otra forma de recompensaros por vuestra hospitalidad… — Hillary chasqueó la lengua. — Oh, vamos, Sean, que no es para tanto. — A ver, Hills… Que es que… — Jackie levantó una mano. — No, no, por favor, sin compromiso ninguno. — Se levantó y se puso a la espalda de Theo y Sean, rodeando a cada uno con un brazo. — Si no podéis trabajar en la obra siempre podéis hacerme de maniquíes para el taller. — Theo tragó saliva y la miró. — ¿Y qué hay que hacer? — Naaaaada es muy fácil, pregúntale a Marcus, simplemente tenéis que estaros muy quietos y yo… — Fue bajando las manos por el pecho de ambos lentamente mientras cambiaba el tono. — Os tomo medidas y os pruebo cositas… — Y ahí, el propio Theo se giró y la miró. — Estás de coña ¿verdad? Lleváis de coña todo el tiempo. — Alice y Hillary cometieron el error de mirarse y ya todos estallaron a reírse, justo cuando Simone volvía con una bandeja llena de creme brulés individuales. — Hijo, sois un poquito crédulos. Anda, tómate una de estas, que te has quedado un poco blanco. — Alice no podría comer ni aunque lo intentara muy fuerte. — Pero… ¿usted ha estado en el ajo todo el tiempo, señora Gallia? — Preguntó Sean parpadeando y su tía se encogió de hombros, atacando al postre con la cuchara. — En esta familia, y en la mía, los Sorel, llevamos siendo así toda la vida. Nos gustan las bromas. — Ya, ya veo de dónde lo ha sacado su sobrina… — ¿Fue a ti a quien hicieron la broma esa del cuadro? Alice se lo contó a quien quiso oírla aquel año, yo creo que si vas por Saint-Tropez y dices “soy el que cayó en lo del cuadro” te reconocen. — Y más se reía ella, era imposible evitarlo. — ¿Hasta tú, tío? — Insistió mirando a Marcus. — ¿Lo teníais tan planeado que llevabas los planos ahí? — Jackie estaba llorando de la risa. — Lo mejor es que eso ha sido improvisado por mi inglesito favorito. Enorme, primito. —

— Alice, he pasado bastante del jardín porque sabía que venías, así que cuando quieras, todo tuyo. — Le dijo su tía, retirándose a la habitación. — Yo me voy a echar un ratito, vosotros jóvenes id a la playa y aprovechad el buen tiempo. — Y cuando desapareció por la puerta del pasillo, Jackie bajó la voz y puso una sonrisa pilla. — Es mentira, en verdad se tira dos o tres horas leyendo unos libros muggles superromanticones de una señora que viaja en el tiempo y se enamora de un escocés de las Tierras Altas del siglo XVIII. — Outlander. — Dijo Theo muy seguro, llevándose las miradas de todos. — Mi madre y todas mis tías están enganchadísimas. — Y a todos les dio la risa otra vez. — Bueno, yo me voy al jardín, que me han propuesto una misión. — Dijo Alice, dejando un beso en la coronilla de Marcus. — ¡Eso! Vosotros recoged e id a por las cosas de la playa, tú ya sabes dónde están, Marcus. — Jackie se enganchó del brazo de Hillary y la siguió al jardín. — ¡Portaos bien! — Ella se rio y se dirigió a coger las herramientas de jardín y la manguera, asumiendo que su amiga y su prima no iban a participar mucho en las labores, como mucho de peones sujeta herramientas. — No sabéis la falta que me hacía hablar con alguien menor de setenta años y hacer algo que no fuera jugar a las cartas con las tías Sorel. — ¿No tienes amigos aquí en Saint-Tropez? — Preguntó Hillary, y es que Alice había estado a punto de hacerlo, pero se olía que había algo más detrás. — Es que… desde que lo dejé con Noel… la gente me mira muy mal, y esto es un pueblo, y la verdad es que estando con él me había olvidado un poco de mis amigas de Beauxbatons. —

 

MARCUS

Menos mal que estaba comiendo, porque lo de la cama con forma de corazón transmutada con alquimia casi hace que le estalle la risa. En su lugar, solo agachó aún más la cabeza, haciendo que el pelo le tapara la cara, y siguió masticando. Claro que su amigo no iba a tardar mucho en reclamarle. Menos mal que tenía los planos en el bolsillo, bendita coincidencia. Le guiñó a Alice un ojo seductor cuando le llamó detallista, pero retiró la mirada muy rápido, de lo contrario se echaría a reír. Cuando Simone se levantó, se frotó las manos. — Es usted una anfitriona de lujo, señora Gallia. — La mujer soltó una risita nada modesta que casi sonó a "este punto me lo he llevado yo, Helena", antes de irse a por los postres. Otra cosa no, pero Marcus sabía muy bien cómo adular a una Slytherin. O a una Vantard, que para el caso era más o menos lo mismo.

Se estaba terminando uno de los panecillos de queso que tenía en la mano cuando Sean empezó a buscar con dificultad las palabras para abordar aquella circunstancia. Estaba dándole vueltas a la miga en la boca porque, como tragara, se atragantaba, pues estaba a un repique de explotar de la risa. Respiró hondo y se pasó los dedos por los labios, en un gesto interesante que solía utilizar cuando quería controlar la risa, mirando cómo Jackie se levantaba y se dirigía a los otros. Empezaban a lagrimearle los ojos de tanto aguantarse, y mirar a Alice y a Hillary no era una opción si realmente se quería contener. Por alusiones, simplemente asintió, porque lo dicho, no podía hablar. Pero ya fueron las dos chicas la que abrieron el tarro de las risas, y él no pudo contenerse más. — ¡Es que lo sabía! — Se indignó su amigo. — Y tú eres el peor de todos. — ¿¿Yo?? — Aseguró con mucha sorpresa, aunque sin dejar de reírse. — ¿Te crees que es mentira lo de que me usó de maniquí? — No me líes, O'Donnell, a ver si vas a acabar trabajando en la obra a pleno sol y tú solo. — Tú no tienes potestad en eso. — Y él no podía dejar de reírse.

Y, para rematar, lo de la broma del cuadro. Ya sí que estaba llorando directamente, con la cabeza y los brazos apoyados en la mesa. Sean se empeñaba en entender por qué Marcus era tan cruel con él en sus bromas, pero él no atinaba ni a contestar, solo a secarse las lágrimas. Negó, tratando de serenarse, y dijo casi sin aire. — No, no. — Respiró un poco para calmar la risa. — Eso ha sido totalmente fortuito. Se lo había traído a Jackie por si quería guardarlo de recuerdo, apareció entre mis cosas cuando volví a Hogwarts. — Miró a la chica y respondió. — Todo por la familia, primita francesa. — Eres insoportable. — Bufó Sean, y él se volvió a reír.

Le costó tanto calmar la risa que aún aparecía por momentos cuando ya se había acabado el postre y Simone se disponía a retirarse para descansar. Rio con lo de esa novela muggle y apuntó. — Le preguntaré a mi abuela Molly si la conoce, entonces. Ella lee de todo, y le encantan las cosas románticas y con cierto misterio. Me lo apunto como regalo de Navidad. — Alice y las chicas se fueron al jardín y les encargaron estar pendientes de las cosas de la playa, por lo que Marcus, muy dispuesto, se levantó y les guio hacia el piso de arriba. — Le encantan las plantas, seguro que la señora Gallia le ha dejado arreglar el jardín porque sabe que lo disfruta. — Iba comentando mientras subía las escaleras, con tono tierno y una sonrisa. — Va a dejar el jardín precioso, ya lo veréis. Cuando va cayendo la noche se está de miedo en el porche, y a Alice le encanta. Se conoce todas y cada una de las flores que hay en el jardín. — O'Donnell, no es bueno ir lanzando babas por las escaleras, que nos podemos caer los que vamos detrás tuya. — Comentó ácido Sean, haciendo que Theo se tapara una risilla. Marcus le miró irónico. — Perdona ¿puedes hablar? Creía que seguías con la boca pegada a tu no-novia, que no me extrañaría por cómo os habéis cogido en la aduana. — Luego miró a Theo. Él ya estaba casi arriba de las escaleras, y los otros, al detenerse Marcus, habían quedado parados unos peldaños más abajo. — Aunque todos aspiramos a superar el nivel de efusividad de ese abrazo. Menos mal que no estaba Dylan, no apto para ciertas edades. — Sé que estás siendo sarcástico. — Entre esto y pillar la broma, estás hecho un lince hoy, Matthews. — ¿Cómo dices que fueron todos tus años con Alice aquí en La Provenza? — Rebatió el otro, cruzándose de brazos con lo que pretendía ser una sonrisa de ganador de batalla. Sean soltó una media risa aguda y le miró. — Ahí te ha pillado. — Marcus rodó los ojos y, sin añadir comentarios (porque no lo pensaba reconocer, pero sí, le había pillado) se giró y dijo. — Venga, a por las cosas de la playa. —

 

ALICE

Alice cortó un par de hierbajos y miró de medio lado a su prima. — Lo que hicieras cuando estabas con Noel ya da igual. Sé una Gallia, pide perdón, asume tu error y ya está. No tienes por qué recluirte en este pueblo para siempre porque te equivocaras durante cinco años. — Jackie se sentó a su lado en el césped, y Hills lo hizo enfrente de su prima. — Tampoco es que pueda decir que mis amigas me dijeran “te estás alejando” o algo así. Es decir, Noel era como el chico más guapo de Vantard junto con Jean… — Espera, espera… ¿Ese Jean? — Preguntó su amiga. Alice asintió, pero apenas se dio la vuelta porque seguía con las plantas. — Pero el chico más guapo de Vantard era mi primo André. — Dijo ella muy puesta. Jackie chistó y entornó los ojos. — Total, que tampoco me dijeron nada, el único que me avisó abiertamente fue mi hermano. — En eso no le faltaba razón. No conocía mucho a las amigas de Jackie pero, por lo que recordaba de alguna vez que habían estado por allí, eran bastante superficiales y estúpidas. — Pues si solo las echas de menos por estar con gente joven, igual tienes que buscarte amigas nuevas. — Dijo Hillary, siempre tan taxativa. — Ya, pero volvemos a lo de antes, aquí en el pueblo ya soy la que dio el espectáculo con Noel… — Pues vete de aquí. — Alice se sacudió las manos y empezó a regar el arriate que acaba de arreglar.

— Olvídate de la casa, Jackie, sabes que uso le vamos a dar, esta familia cada vez es más grande, traemos gente, vamos y venimos… Los Gallia nunca vamos a irnos de La Provenza. El primer Gallia que se fue a Inglaterra se fue en el siglo XVII y aquí estamos nosotras, volviendo. No pasa nada si te vas a París. — ¡Sí, tía, París! — Dijo Hillary toda emocionada. — París para la moda es lo máximo. — Su prima apretó los labios. — Ya… Pero bueno, tendría que vivir en un piso sola y… — Pues sola también se está bien… — Su prima la miró con cara de corderito degollado que la ha liado y Alice entornó los ojos. — Que síííí… Que ya sé que estás hasta las trancas por Theo, y que os habéis estado hablando un montón estos meses, y te aseguro que el pobre está igual… Pero piensa por una vez en ti, solo en Jacqueline, sin complementos. — Se pasó al arriate de al lado y las chicas se movieron como si las llevara con una correa. — Si lo que sentís es tan fuerte, podréis mantenerlo a distancia un tiempo, hasta que te hayas forjado de nuevo una vida propia. — Negó con la cabeza. — No vuelvas a depender de una pareja, prima. — Hillary asintió. — Los hombres son un asco. — Jackie la miró con media sonrisa y señaló su espalda con el pulgar. — ¿El de ahí dentro, que no es ni el mío ni el de mi prima, también? — Su amiga se puso muy colorada y desvió la mirada. — Pues está todavía a medio camino de convencerse de que no. — Dijo Alice con tono incriminador.

— ¡Oye tú! Has tardado siete años en decidirte y ahora te crees doctora Amor. — Le saltó su amiga.  Alice se encogió de un hombro mientras echaba poción antifúngica en unas hojas. — Desde la experiencia te hablo. — Pues no, porque vuestras familias estaban muy de acuerdo con lo vuestro. — Bueeeeno bueno… Emma y yo ahora estamos en buenos términos, pero te aseguro que ha tenido más que reservas conmigo. — Hillary resopló. — Es que, de verdad, las madres… — Jackie le puso una mano en el hombro. — Yo sé lo que es que tu familia no apruebe tu relación. Pero es que al mío lo conocían metido en un saco, vaya, desde que nació. Y sabían que no era bueno para mí, no creo que sea tu caso. — No, si mi madre no sabe nada… Y apenas conoce a Sean. Aunque empieza a olérselo. — Alice se rio. — Hombre, porque Lindsay tonta no es, verás. Y tu novio no es que sea lo más discreto del mundo. — Hillary se rodeó las rodillas. — La verdad es que estoy bastante segura de que quiero estar con él… Pero no tengo ni idea de cómo se lo va a tomar mi madre. — ¿Por qué? — Preguntó Jackie. — Mi madre es muggle, y mi padre, o el señor con el que me tuvo en su día, vamos, era mago, casado, con familia mágica importante, y la abandonó cuando yo tenía dos años. — Jackie abrió mucho los ojos. — ¡Qué dices, tía! ¿Y no sabes quién es? Yo me presentaba delante de toda la familia y le montaba un drama que flipas, le dejaría fatal. — Hillary negó con la cabeza. — Nah, me da igual, la verdad. Si la mujer lo sabía, y fue ella la que le dijo que dejara a mi madre… Fue a mi casa a montarle un espectáculo y todo, cuando yo era un bebé. Por lo visto, después de que aquella señora fuera por allí, fue cuando mis abuelos se enteraron de que mi padre estaba casado y mi abuelo le retiró la palabra a mi madre, por seguir defendiéndole. — Alice se giró, sorprendida. — Aaaaamiga, esa parte de la historia tu madre no me la contó. — Así que, como ves, el historial con los magos, en mi casa, está turbulento. — Jackie se encogió de hombros. — Bueno, tía, pero este estamos seguros de que casado casado no está. — Ya, pero luego está el trauma de mi madre de que por tenerme a mí le costó un montón terminar de estudiar y todo eso… — Ahí las tres se quedaron en silencio, y Alice se giró hacia ellas, cruzándose de brazos. — Mira, te voy a decir cómo lo veo yo. Hablar de estas cosas con los padres es una mierda, sin más. — Levantó las palmas de las manos. — Pero creo que no te queda de otra más que ir y decir: “mamá, estoy con Sean, vamos en serio, y te aseguro que no tengo ninguna intención de quedarme embarazada mientras me preparo para el examen de abogacía mágica, y sé cuidarme”. — Hillary se puso rojísima de inmediato. — Puf, no sé yo. — Dicho una vez, listo se queda, tía, piénsalo así. —

Se había hecho un silencio en el que claramente cada una de las interesadas estaba dándole vueltas a la cabeza, y Alice pensaba en qué estaría haciendo el amor de su vida ahí arriba, cuando Jackie irrumpió en sus divagaciones. — Entonces… ¿creéis que la familia de Theo tendrá problemas con que yo sea una bruja? — Alice sacó el labio inferior. — Pues no sé… No les conozco, pero con lo cuqui que es él… no creo que te pongan muchos problemas. — Su prima se rascó la cabeza. — No sé qué hago pensando en estas cosas, si en verdad estoy rayadísima con si dar el paso o no. — ¿Qué paso? — Pues ya sabes… Besarle, y… lo que surja. — Alice abrió mucho los ojos. — ¿Pero aún no os habéis besado? — ¡Eso! Yo pensé que eso ya había pasado, a juzgar por el cuelgue de Theo estos meses. — Aportó Hillary. Jackie se rio enternecida. — No, no… Si Theo fue un caballero… — Jackie, te lo llevaste al campo de lavandas. — Ya, ya… Pero… Bueno yo lo acababa de dejar con Noel y… Pues nada, paseamos y hablamos muchísimo, y me abrazó mucho y… — Alice y Hillary se miraron aguantando la risa. — ¡Oye! ¿Qué? — Nada, nada… — Alice levantó las palmas. — Pues, chica, no sé a qué esperas… — Jackie se mordió la uña del pulgar. — No quiero echarle para atrás… Como es así tan tierno. — Alice y se rio y negó con la cabeza. — Te aseguro que está mucho más espabilado de lo que crees. — Su prima la miró casi ofendida. — ¡Tía! Me dijiste que tú y él no… — Ah, no, no, no lo digo por mí. Pero él me contó que ya había estado con una chica de Hufflepuff. — Con una… — Dijo Hillary, socarrona. — Y este año pasado con más de una. Ya sabes cómo son en esa sala común… Lo de la sintonía de los cuerpos y las almas que dice la prefecta. — Y las tres se echaron a reír como tres niñas cotillas. — Pero él sabe distinguir muy claramente entre rollo y cuelgue de verdad. Te aseguro, Jackie, que no le he visto así como está ahora ni con tu prima. — Pues ya sabes, primita, al lío… — Y justo oyeron a los chicos que iban saliendo al jardín.

 

MARCUS

Entró bien contento por su dormitorio, con los otros tras él... Demasiado tras él. De hecho, miró a los lados casi confuso hasta que les detectó casi escondidos tras el quicio de la puerta. — Podéis entrar. — Dijo con obviedad, y los otros iniciaron un atropellado balbuceo conjunto sobre el respeto a la intimidad de su dormitorio y el necesitar permiso para pasar. Marcus rodó los ojos. Ya veremos esta noche si os pensáis tanto colaros en los cuartos. — Os recuerdo que yo también estoy de prestado aquí. De hecho, juraría que esta es la segunda vez que entro en esta habitación. — ¿Y cuál fue la primera? — Antes de comer. — Respondió con normalidad a Sean mientras estos se decidían por fin por entrar y él sacaba de su baúl las cosas de la playa.

— Antes me llevaba bañador de repuesto, pero en realidad estamos al lado, podemos venir a cambiarnos. Y podéis bajar en chanclas, no hace falta cambiarse los zapatos allí. Ah, la crema solar, indispensable. Y toalla. Allí hay sombrilla, pero si queréis gorra... — No me he traído gorra. — Yo te dejo una. — ¿Tendrías otra para mí? — Tengo otra para ti. — ¿Cuántas gorras traes? — Pues al parecer una para cada cabeza que no ha pensado en traerse gorra. — Contestó con tonito a Sean. Encima que los dos le pedían gorras se iba a meter con él por previsor. Después de un discurso elaborado sobre lo necesario e indispensable para el correcto disfrute de la playa, se dirigieron a la habitación de los chicos para coger las cosas de ellos.

Había un silencio pastoso entre los tres, como si ninguno se atreviera a romper el hielo por miedo a hacer un comentario inadecuado. Como el que estaba a punto de hacer Sean. — ¿Creéis que Hillary llevará bañador o bikini? — Marcus y Theo se pararon en seco, mirándole inexpresivos. El otro casi se asustó. — Por preguntar. — Tío. — Suspiró Marcus, cerrando los ojos para aunar paciencia y buscando las palabras adecuadas para responder. — ¿Puedes al menos intentar ser un poquito menos pervertido? — ¿¿Perdón?? ¡¿Cómo que pervertido?! — Eso. Yo iba a decir mojigato. — Ahora miraron los dos a Theo. Se quedaron más de cinco segundos en incómodo silencio, hasta que Sean alzó los brazos y los dejó caer con indignación. — Genial. Ya tengo las dos gamas de insulto encima. Muchas gracias. — A ver, hippiepuff. Casi que prefiero... Mira, no os digo más nada. — Suspiró Marcus, girando sobre sí mismo para dejarles recoger. Theo se encogió de hombros y se dispuso a ello, pero Sean seguía... Seguía en modo Sean. — Ahora no sé si me preocupa más ser un pervertido o un mojigato. — Marcus rodó exageradamente los ojos, pero antes de poderle contestar, Sean se defendió. — Vale, señor casado. En vez de juzgarnos a los dos por no llegar a los estándares de perfección de tu reina de Ravenclaw y tú, podrías ayudar un poquito. — ¿Ayudar? — Hombre, creo que es bastante obvio que estamos muy liados. — Apuntó Theo. Sean se cruzó de brazos, irónico, y le dijo al Hufflepuff con malicia. — Déjalo. Está demasiado ocupado bromeando a nuestra costa y creyéndose un ser superior. — ¡Y dale con el ser superior! Estoy harto de que me digáis eso, no es mi culpa que tengáis tanto complejo. ¡Y la idea de la broma no ha sido mía! —

Se cruzó de brazos. — ¿Qué os pasa? — Cuestionó, y antes de que se le lanzaran al cuello, mostró las manos en señal de desarme. — No, no soy el doctor Amor ni me creo mejor que vosotros. Pero cuando yo venía con Alice a La Provenza en calidad de amigo, que es como supuestamente venís vosotros, no estaba tan histérico. Venía a pasármelo bien y ya está. Y os recuerdo que yo venía con mi padre y con el suyo. La madre de Hills se ha quedado en Gales y, créeme Theo, después de lidiar con Noel, los padres de Jackie no podrían decirte nada ni aunque te pillaran en la cama con ella. — Soltó aire por la boca. — Entiendo las dudas, ¿pero podéis simplemente aprovechar que estáis aquí y divertiros un poco? — Ahora fue Sean quien alzó las palmas, muy digno. — No sé a qué te crees que he venido aquí, pero... — Desde la puerta de mi cuarto se ven todas las demás, por si no os habéis dado cuenta el rato que os habéis pasado pegados al marco. — Cortó. Miró hacia el exterior de la habitación, se acercó a la puerta y, comprobando que no había nadie por el pasillo, cerró. Tocaba hablar en serio.

— Como esta noche no vea movimientos de cuarto de uno a otro lado, mañana dormís en la cueva de las medusas. — Theo tragó saliva, pero Sean se cruzó de brazos, ceñudo. — ¿Desde cuándo te importa tanto nuestra vida sexual? — No me importa lo más mínimo, me importa que no hagáis el idiota como lo hice yo, o que aprovechéis una oportunidad que yo no tuve. Porque, a pesar de lo muchísimo que me lo pensé y del pánico absurdo que me entró... — ¿Hay un pasaje que no nos has contado, O'Donnell? — Ni os lo voy a contar. No me interrumpas. Como decía, a pesar de mi pánico absurdo, llegué a intentarlo en una casa atestada de gente. — Se removió un poco, apartando la mirada. No le gustaba hablar tan directamente de esas cosas, pero si era de ayuda... — Lo hice, de hecho, en Pascua. — Se puso digno. — Si yo pude en semejantes circunstancias, no veo por qué vosotros no. — No quiero espantar a Jackie. — Confesó Theo. A Marcus se le escapó una fuerte carcajada. — ¿A la que casi os mete mano a los dos a la vez en el comedor delante de su abuela, dices? — ¡Pero eso era de broma! Es solo la segunda vez que nos vemos, y no quiero que piense que estoy aprovechándome de lo mal que le fue con Noel y de lo vulnerable que está para acostarme con ella e irme. — Sean miró a Theo. — Tío, nadie en su sano juicio pensaría eso de ti. — El otro se tocó el pelo, como hacía siempre, mirándose los pies. — Me gusta de verdad... pero... ella está aquí, y yo en Inglaterra... — Podrías venirte aquí a trabajar. Locos hay en todas partes. — Marcus y Theo miraron a Sean. Se volvió a asustar. — ¿¿Qué?? Quiero decir, a ver, ¿tú no ibas a ser sanador mental? Pues eso, que eso lo necesita la gente de todo el mundo. — Cámbiate primero de habitación y ya vamos viendo si te quieres cambiar de país. — Concluyó Marcus con una risilla.

— ¿Y tú? Por como os habéis saludado en la aduana, no creo que tengas dudas. — Le preguntó Theo a Sean. Este frunció los labios. — No... No son dudas, al menos ya no tanto. En peores nos hemos visto con las dudas... Es solo que... — Soltó aire por la nariz y miró a Marcus. — ¿Tú cómo estás ahora con Alice? — Marcus parpadeó. — Pues, muy bien, ¿cómo voy a estar? Mejor que en toda mi vida. Es decir, la echo de menos porque ya no estamos todos los días juntos, pero intentamos vernos y eso. Quedamos en su casa, o en la mía, y salimos y tal. Y nos queremos. — Genial. Pues eso es lo que yo quiero para mí. — ¿Y dónde está el problema? — Repasa lo que tú mismo has dicho, Marcus. Quedáis en vuestras casas, con vuestras familias, salís cuando os apetece sin tener que ocultaros. Hillary sigue escondiéndome de su madre. — Oh, venga, tío. — Suspiró Marcus. — No seas exagerado. Si Lindsay es un encanto, si he estado hablando con ella antes. Me ha dado saludos para ti, de hecho. — ¿En calidad de qué? ¿De yerno, o de ese chico tan gracioso al que conoció en tu cumpleaños? — Marcus frunció los labios e intercambió una mirada con Theo. Sean suspiró. — Claro que quiero disfrutar de esto, claro que quiero dejarme llevar. Pero si yo vivo ahora cuatro días en un noviazgo con Hills, saliendo con ella, viéndola a diario, riéndonos juntos, comiendo juntos, durmiendo en la misma cama... No sé cómo voy a llevar la vuelta a Liverpool. Va a ser un martirio. No puedo volver a lo de antes. No quiero volver sin ella. — Silencio otra vez. Lo peor... era que ambos tenían razón.

— Vale, vamos a hacer una cosa. — Suspiró Marcus, tras pensar unos instantes. — Para empezar, que no os vean tan rayados, o se van a preocupar ellas también y así vamos a ir fatal. Y ya llevamos más rato aquí arriba del que se tarde en coger unas toallas. — Y el bañador, y la crema, y las gafas, y la gorra, y un libro por si acaso, y el protector antimedusas... — Creo que se me ha entendido. — Cortó a Sean, ácido, ignorando la sonrisilla que Theo se estaba guardando. — Conozco lo suficiente a las dos chicas como para saber que no les gusta sentirse presionadas, que quieren estar... simplemente tranquilas. Tampoco es como que pidan tanto, digo yo. Así que... — Se encogió de hombros. — Vamos a ir dejando que transcurran estos días y se irá viendo. — ¿El prefecto O'Donnell improvisando? — Comentó Theo cómicamente. — No es improvisar, es que rayarse con lo que pueda pensar la otra persona o lo que pasará la semana que viene ya os digo yo, por experiencia, y vosotros habéis sido los que me habéis preguntado, que no sirve de nada. Así que vamos a bajar, y vais a estar con ellas como os apetezca estar. — Miró a Theo. — Si Jackie no quiere ir más allá contigo, te parará los pies. — Miró a Sean. — Y tú, joder, disfruta de la vida por una vez. Quién sabe, a lo mejor este entorno relajado hace que Hills vea las cosas de otra manera y que a la vuelta tampoco quiera estar sin ti. Pero no andes agobiando. Muéstrale eso que tanto le gusta de ti y ya está. — Pero en privado, a ser posible. — Soltó Theo, y en mitad de la tensión del momento, Marcus se echó a reír. Sean miró al Hufflepuff con odio. — Jackie no sé, pero yo te voy a parar ya los pies con las confianzas. — Reconoce que ha tenido gracia. — Dijo Marcus, limpiándose las lágrimas. Ya por fin, bajaron al jardín.

— ¡Pero cuantísima belleza de la naturaleza junta! — Lanzó al aire, con los brazos en cruz, dirigiéndose a las chicas. — Y flores también, mi amor. Te han quedado muy bonitas. — Hillary rodó los ojos por el piropo obvio, pero Jackie soltó una risita. — Anda, inglesito, no seas tan zalamero. Déjaselo a tu novia si realmente intentas evitar que contemos intimidades del Marcus bebé delante de tus amigos. — Perdona, pero el Marcus pre-alquimista de once años, que no bebé, porque no has tenido la inmensa suerte de conocerme de bebé... — Jackie ya estaba haciendo pedorretas, pero él siguió. — ...Era casi tan maravilloso como el Marcus actual. Digo casi porque mejoro con los años, como el buen vino. — Dios mío, dime que tu modo vacaciones no es aún peor que el modo colegio. — Dijo Hillary, pero la sonrisilla no se le iba. Marcus alzó las palmas, dirigiéndose a Alice para engancharse de su brazo mientras decía. — Todos mis modos son excelentes, pero no os quiero intoxicar. Os dejo que dosifiquéis con los demás. — Theo y Sean ya le estaban abucheando, pero él miró a su novia con una sonrisa radiante y dijo. — ¿Nos vamos a la playa, mi amor? —

 

ALICE

Su novio entró por todo lo alto elogiándolas a ellas y a las flores. — ¿Qué habrán estado hablando? — Cuando Marcus se ponía grandilocuente, por algo era, algo intentaba esconder o resaltar más que otra cosa. Y a juzgar por la cara de Sean, se lo podía imaginar. Menos mal que su prima siempre estaba muy dispuesta a distender el ambiente y Hillary, mientras fuera meterse con Marcus, siempre tenía una palabra en la boca. — Marcus pre-alquimista ya vislumbró un taller ahí. — Dijo levantándose y abrazando a su novio, apoyándose sobre él, mientras señalaba el campo vacío junto al jardín de la casa. — Y lo tendrás. — Luego miró a las otras. — Y el Marcus bebé era precioso, adorable y un angelito al que una Alice bebé loca le mordía la nariz. — Hillary resopló. — Mira, que grima dais. Ya hablando de propiedades y niños. — Alice abrió mucho los ojos y levantó las palmas de las manos. — ¿Pero quién ha hablado de niños? — Negó con la cabeza y tiró de su novio. — Venga, no me seáis carcas, vamos a la playa. —

La playa de Saint-Tropez le daba vida, definitivamente. Para ella, no empezaba el verano hasta que no ponía un pie en aquella arena dorada y vislumbraba el Mediterráneo. Entrelazó la mano de Marcus con la suya y sonrió. — Otra vez aquí. Juntos. — Giró la cabeza para besarle. — No sabes cuánto necesitaba volver. — Y se dirigieron a donde tenían casi de forma permanente la sombrilla, dejando las cosas y quedándose en bikini. — ¿Nos bañamos? — Sugirió Hillary, quitándose también el vestido, lo cual le mereció el reconocimiento menos discreto de la historia por parte de Sean. — A Gal no la dejan bañarse. — Dijo su prima para pinchar. — No es verdad. Ya no tengo doce años. Y siempre me han dejado bañarme si estaba Marcus por aquí. — Dijo sacándole la lengua y luego yendo a rodear a su novio. — ¿A que sí, mi amor? — Su prima puso los ojos en blanco y empezó a hacerle burla, pero Theo la cortó. — ¿Esa es tu casa, Jackie? — Alice se giró y le miró, conteniendo una sonrisa. Vaya, qué discreto, hijo de Helga Hufflepuff, pensó, tratando de aguantarse. — ¡Sí! ¿No te la he enseñado aún? — Él negó con la cabeza. — Pues vamos en un momento. — Sugirió ella, muy dispuesta. — ¡Ah vale! Vamos ahí primero y ahora nos bañamos. — Aquella intervención de Sean se mereció un hondo suspiro por parte de todos. — Sean… ven, vamos bañándonos y luego ya nos pasamos por ahí. — Sugirió Hillary, acercándose y agarrándole el brazo. Argumento suficiente para Sean, claro. — Ah… Vale, vale… — Y le hizo una seña con el pulgar a Theo, que acabó suspirando. — Vosotros… id y ya os avisaremos… de lo que sea. — Dijo Alice mirando significativamente a su prima.

Cuando se habían alejado un poco, su amigo se giró. — Joder, avisadme de estas cosas. — Sean, cariño, no podía estar más claro. — ¿Y yo qué sé? Si es una casa en obras. No hay cama ni nada, no… — Alice entornó los ojos. — Qué normativo eres, Sean. — ¿Yo? ¿Normativo yo? — Dijo señalándose, ofendido. — ¿Y tu novio? — ¡Uy! Si yo te contara. — Contestó ella muy alegremente mientras le echaba crema en la espalda a Marcus. — Y hablando de estar solos, ¿no queréis iros a dar una vueltecita? — Hillary se sonrió. — Bueno… ¿Hay algo bonito que ver? — A ver si nos vamos a perder. — Aportó, brillantemente, Sean. — Hoy estás espesito, amigo. — Le tuvo que decir. — Dime ¿hacia dónde le tiro? — Preguntó Hillary, y aprovechó para apartarla un momentillo. — Oye, el paseo está bien, pero viendo la disposición de mi amigo, a lo mejor os viene bien el desván esta noche. — ¿Esta noche? — Alice asintió. — Amiga, algo me dice que al desván le quedan máximo veinte minutos, y muy largo te lo estoy fiando, para estar ocupado. — Se giró y miró a Sean. — Además, creo que le va a venir bien pasar tiempo a solas y relajarse. Hazme caso. Si te lo llevas ahora a la cama, igual cortocircuita. — Su amiga asintió con una risa. — Solo estad de vuelta para la cena, que no tenga que poner excusas malas, que mi tía Simone lo caza todo al vuelo. — Y le hizo un gesto a Sean para que se acercara, y se intercambió por él, llegando a la altura de su novio. — Hola, profesor O’Donnell. ¿Vas a querer enseñar a nadar a esta alumna díscola? —

 

MARCUS

Rio y achuchó a su novia cuando dijo cómo eran ellos de bebé, y alzó la barbilla con altanería hacia Hillary. Puede que hubiera mirado un poco de reojillo la reacción de Alice a eso de "propiedades y niños", pero simplemente mantuvo su dignidad ante su amiga y no añadió nada más. Se dejó arrastrar hacia la playa y sonrió ampliamente, llevándose la mano de Alice a los labios y besándola con cariño. — Otra vez aquí. Juntos. — Repitió sus palabras. Sí, habían vuelto a esa playa. Ya habían estado en Pascua, pero querían volver en verano, resarcirse del anterior. Parecía que había pasado toda una vida. Una vida que había mejorado considerablemente.

Se colocaron en la sombrilla, entre risas y sonrisas, y Marcus estaba dejando sus cosas bien colocadas cuando Hillary sugirió bañarse, quitándose el vestido. Hasta ahí todo normal para él, pero le dio por mirar a Sean... y vaya cara tenía puesta. Rio con el comentario de Jackie, contestó a su novia que por supuestísimo que sí y, aprovechando que se había iniciado una conversación en otra dirección, miró con intensidad a su amigo. Disimula, tío. Parecía decirle con los ojos, y Sean medio lo captó, porque retiró la mirada y empezó él también a colocar sus cosas y a quitarse la camiseta. Marcus negó con la cabeza. De verdad... Esperaba no tener que pasarse todas las vacaciones así.

Claro que, cuando Sean se desvió del foco Hillary, entró perdido a la conversación siguiente. Marcus se rascó la frente. Menos mal que fue ahora Hillary la que se lo llevó al agua. Ahógalo de mi parte, pensó, pero en su lugar miró a Alice, contuvo una sonrisilla y negó con la cabeza. Este Sean... Se dirigieron al agua y el chico empezó a defenderse. — Tío, creía que habías entrado en Ravenclaw por tu ojo para el detalle. Ha sido salir del colegio y perderlo. — Ja, ja. Estaba distraído. — ¿Sí? ¿Con qué? — Cállate ya. — Marcus rio entre dientes. Por supuesto, ya arremetió contra él, lo cual hizo a Marcus soltar una carcajada. Inocente de él que no esperaba que Alice contestara con tanta obviedad, lo cual le hizo toser. — Bueno, vamos a estar pendientes de lo que estamos y eso. Que luego me quemo. — Trató de desviar, un poco colorado, aludiendo a que su novia debería fijarse más en echarle crema y menos en dar detalles de su vida sexual al aire. Al final le daban el viajecito entre todos.

Lo bueno es que siempre podía confiar en su novia para buscar estrategias para quedarse solos, y esta no había sido la más discreta del mundo, pero sinceramente, sabiendo ya todos lo que había y por qué estaban allí, le daba un poco igual mientras consiguiera su objetivo. Se aguantó la risilla y le dijo a Sean con un puntito irónico. — No te preocupes, que si te pierdes yo voy a buscarte. — Miró de reojo a Alice, que aún estaba a su espalda echándole crema, y murmuró. — Me apareceré lejos por si acaso. — Aludiendo a aquella vez que André casi les pilla, y teniendo que aguantarse la risa para que los otros no le pillaran. Alice terminó de echarle crema y se alejó con Hillary. Marcus miró a las chicas de reojo y, cuando las vio lo suficientemente distraídas, se acercó a Sean y le dio un tortazo en el brazo que le hizo dar un respingo y quejarse. — ¿Tú estás tonto o estás tonto? — ¡Joder, Marcus! — Susurró el otro con un punto de agobio. — Me vais a volver loco entre todos hoy. ¿No os dais cuenta de que no estoy en lo que estoy? — Nos damos cuenta, créeme. Hillary no tiene demasiada tolerancia a las estupideces y es de todo menos tonta, así que espabila. — Bueno, aguantó a Holbein casi seis meses... — Dios... — Se frotó la cara con desesperación. — Definitivamente, no estás en lo que estás. Vete con ella, anda. — Sean achicó los ojos. — Tú lo que quieres es quedarte a solas con Alice. — ¡Bravo, genio! ¡Es lo que queremos las tres parejas que hemos venido aquí! Así que deja de balbucear y haz lo que tienes que hacer de una vez. — Oh, perdón, maestro del impresionar a la chica que te gusta. ¿Tienes algún toro de repuesto que prestarme? — Tú eres idiota, de verdad te lo digo. — Pero Alice ya estaba llamando a Sean así que casi lo empujó para que se fuera.

Sonrió a su novia con ese puntito chulito que a él le salía tan bien. — Hola, señorita Gallia. ¿Cómo de díscola es usted? Preferiría no tener ciertos problemas en el agua. — Miró de reojo a sus amigos, comprobando que estaban ya bien lejos, y se acercó a ella, dándole un toque con el índice en la nariz y bajando la voz para decirle. — Como también preferiría que no dijeras lo normativo o no normativo que soy en ciertos ámbitos delante de la gente, graciosilla. — Soltó aire por la boca, poniéndose colorado otra vez. — Por Dios, Alice. Que parece que no me conoces. — Con lo que le gustaba a él fanfarronear, pero cuando la realidad se hacía muy evidente en el plano íntimo, ya se ponía tímido. Se cruzó de brazos y se irguió. — Que sepas que, como profesor, sí que pienso ser muy normativo. ¿Crees que estás preparada para ello? — Se descruzó de brazos y alzó un índice. — Lección número uno: si no sabes nadar, no puedes entrar en zonas en las que no hagas pies sin la protección adecuada, a saber, un elemento que te sujete y/o impida que te hundas. Por lo tanto... — Se acercó a ella y, pasando un brazo por su cintura y el otro bajo sus piernas, la subió en brazos. — Flotador O'Donnell a su servicio hasta nueva orden. — Dijo con una sonrisa, riendo después y dirigiéndose al agua. — Y, por llamarme no normativo delante de los demás... — Echó a correr, con ella en brazos y se lanzó sin piedad al agua, cayendo estrepitosamente los dos en esta y levantando la marea. Eso sí, no la soltó. Salieron ambos del agua y, antes de decir nada, le robó un beso, riendo después. Iba a hacer una bromita de las suyas, pero... Alice tenía los ojos tan azules en el mar, que inmediatamente se perdía. — Espero poder concentrarme... Eres una alumna demasiado guapa para este recién iniciado profesor. —

 

ALICE

Con una amplia sonrisa, se puso a acariciar el pecho de su novio. — Creo que mi maestro acuático sabe perfectamente cuán díscola puedo llegar a ser. — Le encantaba ponerle nervioso. — Creo que puedo causarte problemas en el agua, pero nada que no puedas solucionar poniéndote un poquito firme como le gusta a esta alumna. — Y se mordió el labio. Si es que jugaría con su novio eternamente y a lo que él le quisiera seguir el rollo, cualquier situación era propicia. Eso sí, entornó los ojos a la petición de su novio. — Oh, vamos, no he dicho casi nada. Déjame presumir un poquito de novio intrépido… — Bajó el dedo desde su cuello al centro de su pecho, acercándose más él. — Delante de algunos que solo conciben hacerlo en una cama… — Le dejó un beso ardiente en la mejilla. — Y tú y yo somos más imaginativos que eso… y bien que lo sabemos aprovechar. — Se separó mirándole a los ojos con su sonrisilla pilla y el sonrojo que se le ponía al pensar en esas cosas. Lo dicho, le gustaba demasiado. Sacó los morritos y asintió muy de seguido con la cabeza a lo de ser muy normativo. — Por supuesto que sí, amor mío. Tú sé todo lo normativo que quieras. Yo me encargo de la parte Gallia. — Y se echó a reír.

Sin parar las carcajadas, se dejó coger en brazos por su novio y se agarró fuerte a su cuello. — Me gusta cuando me coges así. No pienso soltarme de mi flotador O’Donnell por nada del mundo. — Aseguró. Y a ver, era verdad, ella se agarraba a Marcus muy pero que muy gustosa. De hecho, solo dio un gritito cuando se tiraron al agua, pero fue uno divertido, de disfrutar de la sensación, porque el agua del Mediterráneo, a dos ingleses como ellos, se les hacía el paraíso. Se quedó mirándole mientras él se fijaba claramente en sus ojos. Ella asintió con la cabeza y se deslizó dentro de su abrazo a más cerca de su rostro. — No te desconcentres, mi sol, que no queremos que me hunda. — Rozó una de sus piernas con el costado de él y susurró. — Tú enséñame lo básico de nadar… — Dio un besito en sus labios, en respuesta al que antes le había dado él. — Y luego… podemos… probar lecciones menos ortodoxas en el agua, aprovechando que no tenemos pececillos cotillas… — Se rio al pensar en las otras dos parejas. — Están ocupados. Y eso nos da cancha a ti y a mí para hacer lo que queramos… — Abandonó el tonito sugerente y se separó, agarrándose fuerte a las manos de Marcus. — Pero ahora… enséñeme, profesor O’Donnell. —

 

JACKIE

— Y ahí va a ir la habitación de André… Aunque quién sabe, igual ni la usa. — Dijo, señalando el hueco donde iría la puerta de la habitación con una risita. Theo lo miraba todo con aquella dulce sonrisa, que era muy bonita (extremadamente bonita) pero que no te clarificaba mucho qué era lo que realmente estaba pensando. — Y bueno, ya está. No es para tanto… Solo que estamos tardando tanto en hacerla que está siendo la comidilla de la familia y del pueblo entero. — Es una casa preciosa. — Contestó él, y ya Jackie se volvió a mirarle. — Venga ya, Theo, no puede ser lo único que tengas que decir. — El chico se encogió de hombros y se sentó en las escaleras. — Es grande, bonita, tremendamente luminosa, con unas vistas espectaculares… — ¿Pero? — Él la miró con aquellos ojazos. — Pero las casas merecen la pena por los recuerdos y con quién las vives. — Jackie se rio y se sentó en la escalera a su lado. — Eso le encantaría al tío William. Bueno y a todos los Gallia, diría yo. — Ambos se rieron. — Sí, creo que encajo bastante bien en su espíritu. —

Se quedaron un momento en silencio, mirando hacia el mar, que se veía desde allí por la falta de puertas. — Entonces… ¿no te gusta la casa por los recuerdos que hay aquí? — Le preguntó. Él alzó una ceja. — Yo no tengo recuerdos aquí, Jackie. — Ya, pero yo sí… — ¿Sí? Como no sea tu tío William haciendo bailar hasta a los tirafondos… — Eso la hizo reír mucho, y le dio en el hombro flojito. — ¡Tonto! — Negó con la cabeza. — Me refiero a que era la casa que me estaba haciendo con Noel… — Theo encogió un hombro. — ¿Y qué buenos momentos pasasteis aquí? — Ella se mordió el labio. Las peleas, los celos, las quejas… No era capaz de recordar ningún momento que fuera puramente feliz allí… — No sé… Ahora mismo no puedo recordar ninguno. — El chico amplió la sonrisa. — Pues por eso precisamente. Lo bueno es que la casa no está terminada… la estás construyendo. Igual que tu felicidad. Es un nuevo comienzo, y cuando esté lista, pues podrás empezar a construir tu felicidad en torno a ella. Con tu vida, lo mismo. — Ella se había quedado embobada mirándole hablar, la verdad. — Cuando dices esas cosas… — Y dejó la frase en el aire, viendo cómo él se ponía colorado de repente. — ¿Me pongo muy pesado? — Me haces olvidar todas las reticencias que me pongo a mí misma de enamorarme otra vez. — A ver, un poco directa, pero los Gallia habían sobrevivido a base de eso. 

Theo se inclinó y tomó su mano. — Jackie, pasado tenemos todos. — Ella ladeó una sonrisa. — Algo me han contado. Además de mi prima… — Él rio un poco y negó con la cabeza. — Esa abogada chivata, nunca debimos dejarla entrar en la sala común. — Y los dos se echaron a reír, pero Theo no le soltaba la mano. — Yo me olvidé de Gal en ese sentido hace tiempo, Jackie. — Lo sé. — ¿Y tú de Noel? — Ella rio tristemente. — Creo que antes de dejarle ya me estaba olvidando de él, la verdad. Solo que no lo quería ver. — El chico puso otra mano sobre la suya. — Entonces, dime, ¿qué hacemos que no estamos construyendo nuevos recuerdos? — Y los dos debieron pensar lo mismo, porque se encontraron al medio camino el uno del otro, uniendo sus labios. Durante unos segundos se perdieron en el beso, hasta que Theo se separó. — ¿Crees que podemos crear nuevos recuerdos en un sitio que no esté lleno de polvo y clavos? — Eso la hizo reírse como una tonta. Tenía razón. Se levantó y cogió la mano del chico. — Vamos. Hay un sitio que todo el mundo ha probado, por lo visto, menos yo, y mi tía Vivi no está, así que… está para nosotros. — Pour nous? — Preguntó él, con un acento superinglés pero adorable. — ¿Has dicho eso en francés? — Estoy aprendiendo. — Contestó, mientras ella salía cada vez más aprisa de la casa y le conducía a la otra. — Pour nous seulment. — Le confirmó en un susurro, con una sonrisa que hacía mucho que no tenía, que quizá nunca había llegado a conocer del todo, y viendo un brillo en los ojos de él que prometía ser la luz de todos aquellos nuevos recuerdos. 

 

MARCUS

Sonrió, totalmente embobado, aunque trató de recuperar el tonito chulito, si bien no iba a juego con la cara de bobo con la que la estaba mirando. — ¿Que no me desconcentre? — Chasqueó la lengua, mirando sus labios y sus ojos. — Tú no te has visto, Gallia... Estás preciosa. — Arqueó una ceja. — Y acabas de decirme que puedes causarme muchos problemas en el agua. ¿Cómo no me voy a desconcentrar? — Rozó él también su nariz con la de ella. — Cada día estoy más seguro de que naciste con el propósito de ponerme nervioso. — Y cómo le gustaba a él que le pusiera nervioso. Cuantísimo la quería, y como se divertía con ella, no se divertía con nadie.

Recibió su besito y asintió. — Lo básico, sí. Paso a paso. Hoy vamos a aprender a no morirnos si nuestro novio no nos sujeta en el agua. — Bromeó. No soltó sus manos, pero dejó que pusiera los pies en el suelo, ladeando la cabeza para mirarla con cara de circunstancias, aunque con un punto pícaro. — Y luego no quieres que me desconcentre. — Miró de reojo a la arena. Efectivamente, por allí no había nadie curioseando. Sonrió y se acercó a su oído para susurrar. — Tú aprende a nadar... y así tendrás más libertad para las cosas poco ortodoxas. — Dejó un beso en su cuello, un poco por debajo de su oreja, y se separó para mirarla. — Y no te creas que he perdido de mi mente que dormimos juntos esta noche. Solo estoy intentando contener las ganas de dar saltos de alegría. — Rio levemente. Lo peor es que era verdad.

— Vale, a ver. Empecemos. — Se aclaró la garganta. — Lo primero que vamos a hacer es aprender a flotar. No podemos nadar si no sabemos, como mínimo, flotar. Te hago una prueba. No te asustes, no voy a soltarte, no me sueltes tú a mí, solo voy a demostrarte una cosa. Afianza bien los pies en el suelo. — Cuando se aseguró de que lo había hecho, despegó él los suyos de la arena, pero sin soltar sus manos. Encogió las rodillas y se quedó flotando como una bolla, en una postura un tanto ridícula pero que ilustraba lo que quería enseñar. — Flotamos por defecto. Ya sabes: proporciones de sal. Por poca que tenga, flotar es fácil en el agua, flotas casi por defecto. Ejemplo desagradable: los muertos flotan. — Puso los pies en la arena y ladeó varias veces la cabeza. — Sí, influyen otras cosas, pero tú me has entendido. Si te pones a patalear, probablemente te hundas, pero si simplemente te dejas llevar hasta la superficie del agua, puedes flotar bastante bien. Te ayudo a hacerlo. — Se acercó a ella y, poco a poco, soltó sus manos pero agarró su cintura. — Ahora tienes que hacerte la muñeca de trapo. — Dijo entre risas. — Confía en mí. — Volvió a agarrar a la chica, levantándola del suelo, pero tumbándola poco a poco en el agua. — Vale, tienes que ir tumbándote, como si quisieras ponerte tumbada en el suelo. Piernas estiradas. Yo te sujeto, mira, tengo los brazos en tu espalda, ¿los notas? No los voy a quitar. Simplemente, ponte recta y relaja el cuerpo, que yo estoy aquí. — Esperó a que Alice se pusiera lo más horizontal posible, y para relajarla, la miró a los ojos y sonrió. — Hola, guapa. — Mejor no la hacía reír o se hundiría de verdad. — ¿Qué? ¿Cómoda? Sigo teniendo los brazos en tu espalda. Los iré retirando poquito a poco para que veas que no te hundes, pero primero tienes que estar relajada. —

 

ALICE

Se rio desde la garganta y entornó los ojos. — No, te he visto a ti, mi querido profesor. — Pasó el índice por sus labios, lo bajó por la barbilla y luego a su pecho. — Y te puedo asegurar que me desconcentras y mucho. — Rio con el roce de la nariz, y dejó caer los párpados al sentirle más cerca. — Es muy posible que naciera justo y exactamente para eso, amor mío. — Admitió.

Se comportó y puso los pies en el suelo, aunque el agua le cubría bastante más que a Marcus, hasta el cuello concretamente. Amplió la sonrisa y asintió cual niña buena ante el susurro. — Ajá… Eso mismo haré, profesor. — Cerró los ojos y suspiró ante ese beso, sonriendo después. — Claro, mi amor, si esto es solo el aperitivo. Porque yo sé que no te gusta perderte ninguna comida. — Le susurró en aquel tono que ella sabía ponerle.

Pero a ver, había que aprender a nadar, había que concentrarse que, por mucho que no le gustara reconocerlo, le daba un poco de miedo. Asintió y clavó los pies en el suelo, pero agarrando bien las manos de Marcus. Eso sí, la visión de su novio hecho una bolita en el agua, con la cabeza fuera, se le antojó graciosa. — Estás monísimo así. — Ah sí, esos ricitos pegados a la frente, y sus ojillos verdes y sus pecas… Por Merlín, sí que era difícil concentrarse. Asintió también a lo de la sal, y empezó a sentirse un poco más segura. Si había una explicación lógica, lo iba a agradecer, le gustaba tener esa tranquilidad que daban los hechos objetivos. Aunque fueran poco agradables como lo de los cadáveres. — No, pero es muy buen ejemplo, porque nada se mueve menos que un cadáver, desde luego. — Eso sí, sacó un pucherito a lo de patalear. — Es que eso me sale solo, supongo que es instinto, pero vale, me relajo. — Concedió.

Se rio a lo de la muñeca de trapo y se dio cuenta de lo que su novio intentaba. Sí, cuando era pequeña, su padre la ponía así en el agua y la arrastraba por allí de los tobillos, la hacía reír como loca. — Confío totalmente en ti. — Le dijo mirándole a los ojos. Luego los cerró y respiró, tranquilizándose a pesar de que sentía esa advertencia en el estómago del miedo advirtiéndole de que estaba haciendo algo peligroso para ella. Pero Marcus estaba allí, hablándole en aquel tono tan suave y adorable, solo podía sentirse segura. Cuando puso la postura que Marcus decía, abrió los ojos, y tuvo que reírse con el saludo de su novio. — Hola, guapo. No me disgusta esta posición ¿sabes? Pero sí, no estoy mal. — Dijo, tratando de destensarse un poco. Asintió a lo de los brazos y respiró profundamente mientras notaba que los retiraba. Y de repente, solo notó agua a su alrededor, pero, efectivamente, estaba flotando. Rio suavemente y casi que no quiso ni mover un músculo. — ¡Mira! ¡Funciona! ¡Estoy flotando! Tenías razón como siempre. — Sonrió girándose hacia su novio, mientras notaba cómo el trasero le tiraba un poco hacia abajo, pero se podía estabilizar sola. — ¿Y ya está? ¿De aquí derechita a nadar? — Preguntó entusiasmada. Ahora que había comprobado que podía flotar se sentía en todo lo alto.

 

MARCUS

Lo de que se iba a relajar tenía que verlo él para creérselo, pero partiría de la base de que su novia estaba dispuesta a aprender y ser obediente. La parte buena, que con Alice no solía ser frecuente, era que, efectivamente, el agua le daba inseguridad e incluso miedo. No es que le gustara que su novia lo pasara mal, pero una Alice asustada era una Alice menos temeraria y más dispuesta a seguir directrices. Y eso, indudablemente, a él le venía bien.

Aunque, a decir verdad, ver a su Alice teniendo que hacer un esfuerzo por relajarse tampoco era lo que más le gustaba del mundo. Sabía que los resultados iban a ser buenos, pero... Ah, maldita sea. ¿Quién te entiende, Marcus O'Donnell? ¿Cómo podía estar permanentemente quejándose de que la lagartija de su novia no parara quieta y no midiera los riesgos y, al verla así, estar deseando decirle "no, vuelve a ser tú, salta, corre, no pasa nada"? Si es que no se entendía ni él. A quién pretendería engañar: la Alice temeraria despertaba en él todas las emociones que pudiera sacar una persona a relucir. Y eso le encantaba.

Lo bueno era que ella confiaba en él y que, al parecer, tenía poder para relajarla, lo cual le hacía sentir seguro y ampliar la sonrisa. — Eso es bueno. — Dijo en tono bajo, para favorecer que siguiera relajada, y poco a poco fue retirando los brazos, bajándolos en el agua, sin que ella prácticamente lo notara, hasta que pudo echar él un paso atrás y comprobar, satisfecho, cómo Alice estaba flotando sola. No dijo nada, pero ella no tardó en darse cuenta. Rio. — Sí, ya lo veo. — Respondió riendo con ternura. — Así me gusta, dándome la razón como siempre. — Dijo chulesco, aunque sin perder la risa tierna. Lo que le sacó una fuerte carcajada (con un puntito de miedo, porque mucho estaba durando el modo prudente de su novia) fue su siguiente propuesta. — Uy, sí, lecciones finalizadas. Ya de aquí puedes aparecerte en cualquier superficie acuática. — Suspiró sonoramente. — Esto es solo flotar, proyecto de pececillo. No quieras correr tanto. —

Como Alice seguía flotando, hizo él lo mismo y se puso al lado de ella. — Hola. — Rio levemente y miró hacia arriba, al sol que les calentaba. — Así se está bien. — Rozó su mano, pero no quería tocarla mucho para que ella no sintiera que se desestabilizara. Solo que cogiera confianza estando ahí tumbada sobre la superficie del agua. Pasaron unos instantes en silencio y calma... Solo unos instantes, porque ya le estaban llegando las vibraciones de su novia queriendo saber cuál era el siguiente paso. — Entonces ¿seguimos? — Puso los pies en el suelo y esperó a que ella hiciera lo mismo, ayudándola. — Vale, no es difícil ponerse de pie, ¿a que no? — Agarró sus manos. — Te sujeto fuerte de las manos. Ahora, tienes que intentar levantar los pies del suelo, tumbarte pero esta vez boca abajo. Como estoy agarrando tus manos, la cabeza se te va a quedar fuera, pero quiero que intentes ponerte en horizontal lo máximo posible. — Esperó a que lo hiciera y sonrió. — Ahora, mueve las piernas. Como si estuvieras andando, pero en el agua, no hace falta correr, sigue el ritmo conmigo. — Y, entre risas, empezó. — Uno, dos, uno, dos, uno, dos... —

 

ALICE

Se sentía a gustito y contenta, así que ¿por qué no dorarle un poco la píldora a su novio? — Yo siempre que puedo te doy la razón, mi amor, porque se te pone muy buena cara, te pones más guapo aún. — Aseguró. Sí, hacer bromas estaba bien, se sentía mejor así. Y, de hecho, volvió a reírse con la exageración de su novio. — Sabes que en cuanto tengo una nueva habilidad quiero utilizarla lo antes posible, no me culpes, es otro tipo de espíritu Ravenclaw, mezclado con temeridad Gallia, rebajada por cortesía de Janet Gallia. —

Cuando se tumbó a su lado y la saludó volvió a reírse. — ¿Por qué eres tan mono? No conocía yo profesores que fueran tan cuquis. — Dijo correspondiendo a sus roces. Pero obviamente había que hacer más cosas. Ponerse de pie le daba un poco más de respeto, pero ya lo de darse la vuelta es que no terminaba de verlo para nada. Pero no iba a quedar una Gallia de cagada tampoco. Al hacerlo, estaba titubeando tanto que lo de la cabeza fuera no terminó de verlo, y chapoteó dando cabezazos un par de veces hasta que se estabilizó, escupiendo un poco de agua. — Me he puesto nerviosa. — Admitió, un poco avergonzada. A ver, que la teoría se la sabía, había visto nadar a los demás, sabía que, generalmente, se hacía tripa abajo, y ella iba a aprender a nadar porque sí, porque se lo había propuesto.

Lo de mover las piernas como si caminara, tampoco terminaba de captarlo, y dio con los pies en la arena un par de veces, de fuerte que daba las zancadas, y de hecho solo conseguía ponerse más vertical, menos mal que Marcus la estaba agarrando, porque casi se pone a tragar agua otra vez. Pero cuando logró prestar atención al marcaje de los pasos, poco a poco, notó cómo volvía a flotar otra vez. — ¡Eh! ¡Que lo logro! — Tragó otro poco de agua, que escupió enseguida. — ¡Mira, mi amor! Ya más o menos lo hago como los que nadáis. — Apretó más fuerte sus manos. — Pero nos quedamos así ¿vale? Y tú no me sueltas. — Sugirió, sin perder el entusiasmo, pero dándose cuenta de que para nadadora profesional no iba, desde luego.

 

MARCUS

Soltó una carcajada sarcástica... pero le gustó lo que le dijo. Era lo suficientemente Ravenclaw como para captar que eso era una estrategia de peloteo de su novia, pero también lo suficientemente Slytherin como para que le encantara que le adularan. — Tendrás que hacerlo más a menudo entonces. — Dijo con una caída de ojos. Y sí, sabía que su novia quería empezar a utilizar cualquier habilidad adquirida a la voz de ya, pero algo le decía que no iba a ser el caso de la natación. Alice estaba sorprendentemente insegura en el agua para lo que ella era.

Volvió a reír. — Ya te lo he dicho, tengo una alumna muy guapa a la que enseñar. Qué menos que ser un profesor adorable. — Contestó. Lo cierto es que la labor de enseñar y tutorizar la tenía bastante practicada, se había pasado los tres últimos años de Hogwarts rodeado de niños (y bastante perseguido por Colin). Aunque no recordaba haber enseñado natación nunca a nadie, pero bueno, no dejaba de ser una actividad fácil de desgranar en pasos. Y Alice era buena alumna.

Pero tenía bastante miedo, lo dicho, el agua no era su elemento. De hecho, al pensar esto, se guardó una risilla. — Fuego teniendo dificultades con el agua. — Rio un poco de garganta y luego dijo. — Perdón. — Mientras agarraba con fuerza las manos de Alice. A ver, estaban en una zona en la que podía ponerse de pie sin problemas y él la estaba agarrando y bastante pendiente. Marcus era asustón y aprensivo, pero hasta él sabía que no le iba a pasar nada por tragar un poco de agua, por lo que la visión de Alice escupiendo chorritos de tanto en tanto se le antojaba graciosa. Pero mejor no se reía más, a ver si iba a dejarle allí plantado con su clase. — No te preocupes, mi amor. Es el primer día, y recuerda que yo no te suelto. — Que se había puesto nerviosa. Si es que la tenía que querer, ¿cómo podía resultarle adorable en todas sus facetas?

Poco a poco fue poniéndose horizontal y Marcus la recibió con sonrisas y vítores. — ¡¡Muy bien!! Sigue así, uno, dos, uno, dos... — Siguió marcando para que Alice se afianzara en el movimiento un rato más, hasta que sintiera que le salía natural. Aunque lo de "los que nadáis" le hizo reír. — Igualita, ya mismo me echas una carrera. — Se quedaron así un rato más, pero ya vio que Alice empezaba a cansarse. — Vale, paramos, poquito a poco. Los pies a la arena, como estabas antes. No te suelto. — Y, cuando ya estuvo de pie, se abrazó a ella con fuerza. — Mi pececillo azulito. ¿Qué voy a hacer yo ahora sin poder cazarte tampoco en el agua? Te me vas a escurrir ya sí que sí por todas partes. — Dijo, sin parar de reír, dando un fuerte beso en su pelo y añadiendo. — Al menos ya tengo práctica para cuan... do me surja enseñar a más gente. — Nada, que no lo podía evitar. ¿Dejaría algún día de decir "para cuando tengamos hijos" y derivados? Ya habían hablado muchas veces del tema y habían decidido dejarlo en standby, y se habían prometido cosas. Ah, pero es que no lo podía evitar. No lo hacía por querer llevar la razón ni nada, era solo que... saldría un hijo tan bonito, tan listo y tan divertido de la mezcla de Alice y él. Ya estaba, ya estaba en sus sueños despiertos otra vez. A ver si iba a ser él el que iba a tener que poner los pies en la arena.

— Como primera lección no ha estado mal ¿no? — Dijo, aflojando un poco el abrazo para mirarla. — Podemos simplemente quedarnos por aquí flotando... tranquilitos... Ahora que están todas las no-parejas por ahí. — Rio levemente, dejando un besito en sus labios. Verano en La Provenza, por fin... Aquel sí que iba a ser un gran verano.

 

ALICE

Iba a sacarle la lengua a la gracieta del fuego y el agua, pero no le parecía tan buena idea en el estado en el que estaba. Además, luego le dijo que recordara que él no la soltaba, y ella se derretía fácilmente con cosas como esa, así que solo pudo seguir haciendo lo que su novio le decía.

Como buena Ravenclaw, le gustó que le dijera que iba muy bien, aunque ambos sabían que de ahí a nadar de verdad había un camino largo cuanto menos. Fue parando, tal y como le decía su novio, y no pudo evitar sentir alivio al posar los pies en la arena. El miedo podía llegar a ser agotador, y encontrarse segura de verdad otra vez, era de agradecer. Y el abrazo de Marcus lo remató todo. Daba igual cuántas veces se hubieran abrazado (y más que abrazado a esas alturas), siempre hacía que le saltara el estómago, y más estando así, piel con piel debajo del agua. Rodeó su cuello con los brazos y se dejó colgando de él. — No tienes que cazar algo que no quiere escaparse. — Dijo rozando su nariz con la de su novio con una sonrisa. — No voy a escurrirme a ningún lado, quiero quedarme aquí contigo… — Y aprovechó la firmeza de la posición de su novio y su postura para rodearle el tronco con las piernas y sentirse ya segura del todo.

Entornó los ojos con una sonrisa cuando dijo lo de enseñar a alguien a nadar. — Dylan ya sabe, privilegios de ser el pequeño, vaya. — Ladeó la cabeza y le miró a los ojos. — Igual podemos enseñar a Miranda y Lucas. — Pero sabía en qué había pensado su novio, o se lo imaginaba, vamos, por la forma de cortarse. Pero ahí estaba la clave, se había cortado, por lo que ella no ahondaría en el tema. A él le había quedado claro que ella necesitaba tiempo, enfrentar el miedo… Como a nadar. Y ella le había prometido que, cuando venciera ese miedo, tendrían una familia. De hecho… — Gracias por ayudarme a superar ese miedo que me da el agua. — Dejó un suave beso en sus labios. — Se te da bien ayudarme con los miedos. Y a mí batallarlos. — Era una respuesta velada, lo sabía, pero lo que quería decir era mira, he superado esto. ¿Qué no podré superar si tú estás a mi lado, ayudándome a ello?

Sonrió a la sugerencia de su novio de quedarse flotando por allí. — Y que no hay Dylans con ganas de jugar a los tiburones. — Dijo con una risita entre dientes. — Este va a ser nuestro verano. — Le aseguró. Y sí, lo iba a ser. Por fin estaban juntos y disfrutando como pareja de todo aquello, sin miedos ni inseguridades absurdas. Subió la mano a sus rizos y los peinó con los dedos, despejando aquella cara tan preciosa. — ¿Sabes qué me encantaba de bañarme contigo? — Se acercó a su rostro. — Tener una excusa para tocarte todo lo que quisiera. — Bajó la mano por su cuello y suspiró. — No he podido tenerte todo lo que querría estas semanas. — Se acercó a sus labios y le besó, mientras pegaba su cuerpo al de él. — Estaba ansiando el momento de meterme al agua y poder… tocarte todo lo que quisiera. — Se pegó a él, abrazándole fuertemente, sintiendo su cuerpo pegándose. — Y, ahora que puedo, besarte todo lo que quiera. — Dijo besándole justo después con intensidad, buscando su lengua como si le diera aire. Se separó y le acarició la mejilla con el índice. — Dime, mi sol, ¿qué te gusta más? ¿Que te toque o que te bese? —

 

MARCUS

Se derretía cuando su novia le decía que quería quedarse con él, que no se escaparía a ninguna parte. Ya había perdido el miedo a que eso ocurriera, Alice le había más que demostrado lo mucho que le quería y tenía plena confianza en la vida que les esperaba juntos. Aun así, nunca estaba de más escucharlo, y cuando lo hizo la achuchó con más fuerza, haciendo ruiditos cariñosos, como un niño que abraza a su peluche porque le parece absolutamente adorable.

O Alice no había captado su casi patinazo con lo que iba a decir, o sí lo había hecho pero le estaba siguiendo el rollo, por lo que sonrió. — Mira, me parece una gran idea. Sobre todo a Lucas, porque, insisto, ese niño va a ser Ravenclaw. — A él no lo bajaban de esa escoba con tanta facilidad. — Miranda puede que sea un poco menos agradable en las lecciones. — Dijo entre risas. Ya se estaba imaginando la vocecilla chillona de su prima quejándose porque se iba a ahogar, porque ahí no hacía pie, porque eso era mucho esfuerzo, porque le estaba haciendo daño en los brazos, porque... Todo lo que se le pudiera ocurrir.

Sonrió, notando su corazón ensancharse, y después de recibir su beso, respondió. — Porque eres la persona más valiente que conozco. — Acarició su mejilla. — Y hace años que nos prometimos batallar nuestros miedos juntos y ayudarnos el uno al otro. — Qué tiempos en los que un boggart infantil eran el mayor de sus problemas, y, aun así, en su momento lo vivieron con horror. Y, si a una conclusión pudieron llegar, era que lo mejor que podían hacer era batallarlo juntos. Prefería no pensar... en el último boggart al que tuvieron que enfrentarse. Así que tragó saliva, amplió la sonrisa y dejó un besito tierno en su nariz. — Alguien tiene que vigilar que no te caigas por el precipicio, pajarillo inquieto. — Dijo con una risita de adoración. Sí, él se desviviría por ella si hiciera falta, y la ayudaría con cualquier miedo que quisiera superar... cualquiera.

Rio y rodó los ojos. — Me da que Dylan ya mismo tiene personas mejores con las que jugar a los tiburones... — Dejó caer, sonando cien por cien como su padre cuando él mismo estaba alcanzando esa edad en la que prefería estar con Alice a estar con él. Ladeó la cabeza, con una sonrisa, esperando a que Alice respondiera a su propia pregunta. Dicha respuesta le hizo reír levemente entre dientes. — Vaya... señorita Gallia, qué callado se lo tenía. — Hizo una floritura casi medieval, mirando hacia arriba, pomposo. — Yo es que siempre fui más romántico. Y lo que más me gustaba de bañarme contigo... — Bajó la mirada y la clavó en la de ella. — Es lo preciosos que se ven esos ojos de Ravenclaw al lado del agua. No pensé que pudieran ser más azules hasta que te vi aquí. — Se mojó los labios con una sonrisilla pícara y añadió. — Bueno, lo de que no puedas nadar y así escaparte a hacer alguna locura de las tuyas, siempre fue otro punto a favor. — Bromeo, riendo.

Ah, pero su novia estaba acariciándole y eso le cortaba bastante las bromitas y le hacía acercarse más a ella. — Ah... ¿Solo puedes tocarme en el agua? — Preguntó con voz suave, acercándose a ella y chasqueando casi mudo la lengua. — No voy a poder salir de aquí entonces. — A cada beso que se daban más se buscaban, más se pegaban y menos espacio quedaba entre ellos. Bajó las manos por su espalda, acariciándola. El tacto de su piel mojada era una experiencia diferente, otro nivel diferente, y le encantaba. Ahora entendía muchas cosas. Ahora entendía a qué se refería su padre con "los jueguecitos en el agua". Oh, sí. Cómo había buscado tocarla en el agua toda la vida, sin reconocer lo muchísimo que eso le gustaba. — Hmm... — Fingió pensar a la pregunta que le hizo, mojándose los labios y mirando los de ella, rozando su nariz con la de la chica. — Esa pregunta es difícil y malintencionada, mi luna. — Besó sus labios una vez más, acariciándolos con su lengua, y al separarse añadió, sin perder el tono susurrado. — Qué te parece... ¿depende? — Dejó un par de besos en su mentón. — Si nos mira el sol... bésame. Me gusta que me beses. — Dejó otro beso en sus labios. — Y si nos mira la luna... — Acarició sus brazos ligeramente con los dedos hasta llegar a sus manos, permitiendo que estas le tocaran y mirándola a los ojos. — ¿No dices que te encanta tocarme? — Ladeó una sonrisa. — Entonces, tócame. Tú eres la luna. Puedes hacer lo que quieras. —

 

ALICE

Tuvo que reírse a lo de que Lucas iba a ser Ravenclaw. Como al final no fuera, no iba a haber quien lo aguantara, vaya. — Tendrán que aprender de cualquier modo, que luego no se vean como la prima Alice, dieciocho años y tiene que agarrarse a su profesor de natación como si le fuera la vida en ello. — Pero sí, no veía a Miranda poniendo siquiera un pie en la playa, la verdad. Dudaba que tuviera un código de etiqueta para dicha situación, aunque todo era cuestión de preguntarle a su abuela Helena, seguro que algo se le ocurría. Menudo dúo, se le ponían los pelos de punta.

Sonrió con ternura a lo que decía su novio. — Siempre dices que soy valiente yo, y te olvidas de ti. Somos valientes juntos, amor mío, como todo, lo hacemos mejor juntos. — Y respondió a ese besito. Podría estar todo el día así. — Yo ya no camino al borde del precipicio, Marcus. Yo ya solo camino de tu mano y me da igual lo de alrededor. — El precipicio de Alice siempre había sido admitir sus sentimientos y perder el miedo al desamor y la pérdida a la libertad. Una vez superado eso, se había dado cuenta de que no había tal precipicio.

Se tuvo que reír a lo de Dylan. — ¿Crees que tú y yo nos veíamos así? — Preguntó divertida. — Ahora que lo recuerdo… — Pasó de nuevo los dedos por sus rizos. — Cuando te quitaba la arena de los rizos… y me agarraba bien fuerte a ti y pensaba… wow… qué cerca estamos. — Dijo acercándose, para terminar en sus labios de nuevo. — Y yo sin darme cuenta de nada. De hecho ese día pensé: igual ya no quiere ser mi amigo más, porque las hormonas me habían traicionado y fastidiado el día. — Se rio y le abrazó con cariño. Habían compartido prácticamente todo en sus vidas, y ahora podían dedicarse simplemente a vivirlo sin miedos. La vida podía ser agradecida también.

Alzó la ceja y le miró. — Callado sí, pero era bastante evidente con todo mi lenguaje corporal que eso era exactamente lo que quería. — Sonrió más a lo de los ojos y se dejó colgar del cuello de su novio hacia atrás. — Así que los ojos, eh… — Volvió a enfocarle, clavándole la mirada directamente. — Qué cosas me dices, mi amor… — Posó la frente sobre la suya y ladeó una sonrisa. — Pero creo yo que… estando como estábamos de alterados en el verano de quinto… — Apretó un poco más sus piernas en torno a él. — Y pudiendo tenerme casi casi desnuda al lado… tú también pensabas en cosas que no eran mis ojos. — Y buscó sus labios sin perder la sonrisa, deleitándose con su lengua.

Negó con la cabeza a lo de no salir de ahí y chasqueó la lengua. — No, no te voy a dejar. Ahora que te tengo aquí y puedo tocarte todo lo que quiera… — Contestó en tono sugerente sin perder la sonrisa. Alzó las cejas y asintió a lo de la pregunta difícil. — Pero el alumno más brillante de Hogwarts podrá contestar a una pregunta de planteamiento tan simple ¿no? — Frunció los labios y movió la cabeza a los lados con el “depende”. — Bueno, tendré que dártela por buena, pero no te creas que me hace mucha gracia. — Levantó los ojos y dijo. — Oh, pues mira, nos está mirando. — Y respondió a aquel beso, que ya no tenía nada de besito inocente, y que respondía a la pasión que ambos notaban fluir entre ellos. Dejó que entrelazara sus manos, sin dejar de mirarle a los ojos hipnotizada. — Ah, claro, si la luna soy yo. Puedo tocarte también. Y como estamos los dos… puedo hacer las dos cosas. — Y buscó sus labios mientras bajaba las manos con deleite por el cuello, y seguía bajándolas por el tronco. — Ah, pero yo siempre tengo más preguntas, mi sol. — Pero antes volvió a sus labios, con rapidez, con ansia, devorándole por todas esas veces que no habían podido estar así en los últimos días. — Dime… ¿qué te gusta más… besarme o tocarme? — Bajó los besos por su cuello, mientras seguía recorriendo su tronco y sus brazos con caricias anhelantes. — ¿Y dónde? Porque yo tengo preferencias. —

 

MARCUS

Chasqueó la lengua, ladeando varias veces la cabeza. — Según mis estándares, no. Según mis estándares y mi perspectiva escasas veces errónea, éramos dos eruditos en busca del conocimiento constante y con unos grandes horizontes vitales que habían encontrado en el otro una fuente de conocimiento, de trabajo mutuo y de, para los momentos necesarios de descanso, diversión. — Contuvo una sonrisilla. — Pero sí, para los demás es altamente probable que se nos viera así. — Se acercó a su rostro y susurró en tono cómico. — Pero nunca les reconoceremos que tenían razón. Un poquito de lo mío sí que había. — Rio, y la miró con cariño. — Y yo pensaba... me encanta cuando me toca el pelo. — Puso una sonrisita infantil. — Casi hacía que me importara menos que me lo llenaras de arena. Constantemente. — Lo peor es que era verdad, aunque hasta él mismo podía escuchar su chillona voz de entonces quejándose de cada grano de más que le había caído en el cuerpo por culpa de su amiga. Pero lo siguiente que dijo le sacó una expresión de pena adorable. — Ooooh. ¿Cómo no iba a querer ser tu amigo? ¡Al revés! Dios, cuando mi padre me explicó lo que te pasaba, creía que te morías. Tuvo que repetirme como cien veces que te dejara tranquila, porque mi intención era llevarte a San Mungo con carácter urgente. — Se echó a reír al final. Qué ingenuos eran, de verdad que sí.

Siseó, paseando deliberadamente la mirada por su cuerpo. — Hmm lo siento, siempre fui demasiado educado como para... pararme a leer tu lenguaje corporal. — Comentó con clara intención, sin dejar de mirarla de arriba abajo con una sonrisa ladina. Asintió. — Los ojos. Desde el primer día que te vi te dije que me gustaron. — Se reafirmó. Cuando ella apretó más sus piernas y dejó ese comentario caer, se mordió el labio, mirando los de ella. — Esa falda, esos vestidos... me traías loco. — Susurró. — Y bien que lo sabías... — Rozó ligeramente sus labios con su lengua. — Pero sí, yo miraba tus ojos. Yo siempre fui un chico muy bueno, Gallia, aunque te hayas empeñado en sacar otra faceta de mí. — Se acercó a su oído y susurró. — Y a veces lo consigas. — Como que a él no le encantaba dejarse arrastrar a ese juego. Ni era tan inocente como quería mostrar, aunque en ese verano, si bien estaba bastante revolucionado, estaba considerablemente más en la inopia de lo que lo estaba ahora. No sabía ni por dónde le venían los golpes.

Arqueó la ceja, separando los labios con media sonrisa ladina. — ¿Qué quieres conseguir a cambio de tanta adulación, Gallia? — Dejó caer. Como si no lo supiera... Como si no le encantara que lo hiciera. Soltó una única carcajada suave. — ¿No te hace gracia mi respuesta? Vaya... Y yo que pensaba hacer un supuesto práctico... — Pinchó, porque así eran ellos, se tentaban el uno al otro y se tiraban de la cuerda, aunque los dos tuvieran exactamente el mismo objetivo. Sonrió con un poco más amplitud. — Bien... Veo que lo has captado. — Dijo sugerente a eso de que podía hacer las dos cosas porque estaban presentes los dos, correspondiendo su beso con deseo, aprovechando para acariciar su espalda mientras la sujetaba.

— Hm, más preguntas. — La besó de nuevo, en ese beso apasionado, y añadió. — Advierto que, mientras estoy respondiendo, no puedo estar besándote. — Se mojó los labios y escuchó. Tomó aire. — Uff... — Dijo soltándolo, con media risa. — Esa pregunta... esa pregunta es muuuuuy complicada. — Sobre todo si iba besando su cuello mientras él intentaba pensar. Así sí que se desconcentraba. — No me gusta... responder a las cosas sin un buen estudio previo. — Como si él no se tuviera más que estudiado el cuerpo de Alice. Pero nunca era suficiente. — Yo no me expongo a ninguna prueba para pasarla superficialmente... Me temo que necesito... más estudio, mucho más estudio del terreno, para responder a esa pregunta. — Devoró sus labios, pasando las manos por su cuerpo. — Repasarlo todo muy muy bien... No dejarme ni una sola zona por investigar adecuadamente... — La miró a los ojos con una ceja arqueada. — Aunque... si tú tienes preferencias... admito sugerencias de la experta. — Pasó sus besos por su cuello. — Aunque yo ya tengo mis propias hipótesis. — Susurró, echando un rápido vistazo para comprobar que seguía sin haber nadie y dejar un par de besos furtivos cerca de su pecho.

 

ALICE

Incluso estando en aquel plan, la ternura y los buenos recuerdos con Marcus ganaban, y se echaba a reír con sinceridad con sus ocurrencias y sus discursos muy bien puestos. — Me encantaba llenarte de arena para luego tener que quitártela, erudito. — Dijo dejando tiernos besos por toda su cara. Y le dio la risa de nuevo con lo de San Mungo. — A los chicos os tienen demasiado en la inopia con esos temas, de verdad te lo digo. Y yo peor estaba, que era como: “NO SE LO CONTÉIS BAJO RIESGO DE MUERTE POR DRAMA PUBERTOSO”. — Y volvió a reírse de ambos en sus brazos, en el agua, y sinceramente, era todo lo que necesitaba.

Alzó una ceja y le miró de arriba abajo. — Yo diría que se te da bastante bien mi lenguaje corporal, señor perfecto prefecto. A mí también me gustan tus ojos de Slytherin… — Dijo acariciando su contorno con el dedo. — Y me gusta desabrocharte las camisas… Tienen algo. Y como casi siempre vas con una… pues punto para mí. — Abrió los ojos recordando algo. — Y la corbata. Oh, me encanta lo sexy que te queda la corbata aflojada. — Le dijo juguetona, aferrándose aún más si podía a su cuerpo, para que la sintiera todo lo cerca que se pudiera. — Me gusta conseguir sacar esa parte de ti, mi amado perfecto prefecto. Es mi triunfo personal. — Dijo antes de atacar de nuevo sus labios.

Y de nuevo le dio la risa con lo de que no la podía besar si estaba hablando. — Podemos hacer las dos cosas. Se nos dan bien. — Aseguró entre los dichos besos. Se separó un segundo asintiendo con la cabeza. — A mí me parece que desde que nos besamos en cuarto has tenido tiempo de estudiarlo en profundidad, ¿no crees? — Pero desde luego que no se iba a oponer a un estudio así de exhaustivo. Abrió los ojos, que tenía cerrados para disfrutar de la experiencia, para enfocarle, con una mirada cargada de intenciones. — ¿Ah sí? Hmmm déjame pensar. — Y tuvo que modular un jadeo mientras su novio se acercaba al lugar de su hipótesis. — Creo que me conoces demasiado bien, amor mío. — Pasó las manos por su pelo, peinando sus rizos y se acercó a sus labios. — Si hablamos de besos… Efectivamente, has acertado. — Dijo con media sonrisilla, agarrando su mano y poniéndola sobre uno de sus pechos bajo el agua. — Pero si hablamos de caricias… — Bajó la mano de Marcus hacia su rodilla, deslizándola por el muslo hacia arriba. — Esto me vuelve loca, sobre todo cuando me levantas una falda o un vestido. — Dijo bajando la voz, antes de volver a lanzarse a los labios de Marcus. — ¿Hago yo mi hipótesis? — Se acercó a su oído. — Yo creo que los besos te gustan por aquí… — Dijo bajando los labios por su cuello. — Creo que te gusta esto también. — Dijo cerrando el puño en los rizos suavemente. — Pero que te quedarías, por encima de todo… con ese regalo de cumpleaños que te hice el año pasado. — Y se le escapó un hondo suspiro solo de pensarlo.

 

MARCUS

— Ah, así que lo reconoces. — Dijo con fingida indignación, aunque la risa se le escapaba. — Muy bien. Prepararé mi venganza cuando menos te lo esperes, que lo sepas. — Se echó a reír. — Sí, yo casi me muero, de hecho. Solo de pensar que tú te morías. No sabía qué hacer. Me había autoimpuesto que cierto pajarito estuviera sano y salvo. —Comentó meloso, devolviendo él también los besitos por su cara. ¿Se podían quedar ahí toda la vida? ¿Por qué la vida, simplemente, no era así siempre?

Ladeó una sonrisa chulesca. — Ya te lo he dicho, Gallia: a mí se me da bien todo. Sobre todo si tiene que ver contigo. — Chasqueó la lengua. — Vaya... Qué lástima que no lleve ninguna ahora... ¿Quieres que vaya y me la ponga? — Preguntó tentador. Se mordió el labio, mirándola. — A mí me gustan tus vestidos. — Hizo una pausa, solo para intensificar el momento y su mirada sobre ella. — Me gusta todo lo que te pones. Y lo que no te pones. — La aferró más contra él, sonriendo con picardía. — Con que sí ¿eh? Te gusta que deje de ser perfecto solo para ti... — Se mojó los labios y se acercó a los suyos. — A mí me gusta que me hagas caso. Es mi pequeño triunfo personal. — Y volvieron a los besos, en esa sintonía de saber que se conocían muy bien, y en todos los campos.

Arqueó una ceja, sin perder la sonrisita. — Que haya tenido tiempo para estudiarlo no significa que no quiera seguir haciéndolo. Un buen Ravenclaw nunca deja de investigar y mejorar. — Ladeó la cabeza. — ¿O me vas a decir que beso igual que en cuarto? — Porque él lo dudaba profundamente, los dos habían evolucionado bastante desde entonces. Siguió besándola, mientras sonreía con satisfacción, porque sentía sus reacciones y adoraba oír que la conocía tan bien (aunque ya lo sabía). Ahora el que tuvo que contener sus reacciones fue él, porque Alice había llevado su mano directamente a su pecho, y la tentación de descubrirlo de esa tela tan voluble que lo tapaba para poder acariciarlo con propiedad era demasiado grande. De hecho, una vez más había mirado de reojo hacia la arena, pero no había ni rastro de nadie por allí. — ¿Ah sí? — Se hizo el tonto cuando dijo lo que le gustaba que acariciara su muslo. — A mí me encanta hacerlo... Aunque, a diferencia claramente de ti, yo te prefiero así. Sin una falda que levantar, por muy tentadora que sea. — Rozó su nariz, tentativo. — En el fondo lo que me gusta alcanzar es lo que esconde. Así al menos no está escondido. — Susurró.

— Venga. — La tentó para que hiciera su hipótesis, aunque empezaba a generársele un pequeño problema por el cual no iba a poder salir del agua si se terciaba... Y, evidentemente, la respuesta de Alice no mejoraba la circunstancia. Soltó el aire por la boca, tratando de contenerse, cuando agarró sus rizos, porque eso le traía recuerdos... Oh, qué recuerdos, demasiados y muy concretos. Soltó una leve risa jadeada. — Me quedo contigo por encima de todo, hagas lo que hagas. Porque todo me vuelve loco. Tú me vuelves loco. — Besó sus labios, deseoso. — ¿Intentas comprobar si soy capaz de aguantar hasta la noche o qué? — Preguntó en un susurro sobre estos, aunque con una leve risa, como si quisiera preguntarlo medio de broma medio en serio. — Como tengamos que salir ahora del agua... Espero que hayas aprendido lo suficiente sobre estas lecciones como para salirte tú sola. — Dijo de nuevo con una breve risa. Se hundió un poco más en el agua (necesitaba refrescarse) y se quedó mirándola a los ojos, sujetándola aún en sus brazos, de nuevo rodeándola por la espalda (tocar su pecho era muy placentero pero necesitaba relajarse un poquito, que en esa playa, por poca que fuera, había gente). — ¿Sabes que a todas esas preguntas, la respuesta es sí? — Dijo con una sonrisilla, mirando sus labios. — Me encantas. Me encanta todo lo que me haces. — Se acercó a sus labios y dijo más bajo. — Lo haría contigo en cualquier parte del mundo. — Allí, por ejemplo, o donde fuera. Le daría igual estar lleno de arena o en mitad del agua. Besó sus labios y, al terminar, la miró a los ojos y dijo un tanto más serio. — Pero a ser posible donde no puedan condenarnos por escándalo público, por favor. — Que se estaba viendo a su novia venir, aunque le tuvo que dar la risa al decir eso último.

 

ALICE

¿Qué Marcus prefería? ¿El chulito que decía que todo se le daba bien? ¿El adorable que quería salvarla de la horrible condena femenina cuando era un nene adorable y absolutamente despistado? Ah, conocía perfectamente la respuesta: el Marcus tentativo y sexy, que quería ponerla contra las cuerdas del deseo haciéndole preguntas como esas. — La verdad es que me encanta ver cómo te saltas algunas normillas solo por tenerme así. — Admitió, socarrona. Pero no estaba mintiendo ni un poquito. — Y a mí me gusta hacerte caso, porque veo cuánto te gusta y se te pone una mirada de satisfacción que me pone a mil. — Admitió, mordiéndose el labio sin separarse ni un milímetro.

Negó con la cabeza ampliando la sonrisa. — No, para nada. Ahora me besas con menos prisa y menos miedo… — Volvió a besarle. — Con más ganas… — Uf, empezaba a ponerse tenso el tema. Y más cuando dijo lo de la falda. Le miró traviesa y sorprendida. — Pero bueno, prefecto O’Donnell, ¿desde cuándo eres tan atrevido en esas cosas que dices? — Preguntó con una risilla entre dientes antes de deleitarse con sus labios otra vez.

Le miró a los ojos con cariño y pasión cuando le dijo que se quedaba con ella. — Y yo me quedo con Marcus O’Donnell. Todo mío. — Le dijo rozando su nariz con la de él. Ah, pero sabía que esa afirmación de que lo haría con ella en cualquier parte conllevaba un “pero”. Rio entre dientes de nuevo y se acercó para dejar un suave beso en sus labios, con más ternura y cariño. — Lo sé, mi sol. Pero también sé que te tensa estar aquí. — Rio un poquito. — Puede que sí estuviera estirándote la cuerda a ver cuánto tardabas en olvidarte del calentón que llevas en favor del no-escándalo público. — Se bajó de su agarre y alzó una ceja. — Sí que tienes un problema, sí. Pero eso te lo quito yo en un momento. Y esta noche… retomamos donde lo hemos dejado. — Aseguró.

Y sin soltarse de su mano, cogió aire y se metió en el agua, deslizándose por la arena. Salió de golpe y dijo. — ¡Soy un pececillo! — Volvió a meterse al agua y se agarró de la otra mano, apareciendo por el otro lado. — ¡Un pececillo azul! — Volvió a sumergirse y salió ante él, echándole agua inmisericordemente. — ¡Vamos, prefecto! ¡Tienes que reperfeccionarte otra vez! No se puede permitir que salgas en según qué circunstancias ahí fuera. — Le dijo entre risas. Luego le rodeó y se subió a su espalda de un salto. — Vamos, mi perfectísimo O’Donnell, sácame de aquí. — Dejó un beso en su hombro. — Quiero que vayamos a un sitio que acabo de recordar al hablar de los viejos tiempos. — Apoyó la cabeza en su espalda, dejando que el sol la iluminara, la calentara, mientras ella sentía a su novio agarrándola, protegiéndola, y la paz de no tener responsabilidades en un rato. — A un sitio donde siempre habrá un recordatorio de Marcus y Alice, cuando aún pensaban que serían solo mejores amigos para siempre. — Esperaba que supiera a qué se refería. Además, le apetecía pasear por allí.

 

MARCUS

Tensar no era exactamente la palabra, pero... un poco sí. Porque le costaba tantísimo contenerse con Alice, tenía que hacer un esfuerzo enorme, y Marcus tenía en su cabeza una voz muy potente que chillaba y chillaba cuando hacía algo que consideraba políticamente incorrecto. Era un tormento... pero, ah, qué tormento más placentero. Con su novia todo era así, y allá que iba él, con los ojos cerrados, y no se arrepentía ni un poquito. A veces preferiría acallar esa voz, ¿pero qué ocurriría entonces? Solo Merlín sabía. Porque ya pasaban muchas cosas que hubiera considerado impensables aun teniéndola.

Puso una exagerada cara de sorpresa, con un punto indignado muy artificial pero la sonrisilla de fondo. — ¿Reconoces estar poniéndome al límite, entonces? Me parece terrible, Alice Gallia. — Qué le iba a parecer terrible. A él era al primero que le encantaba. — Cómo juegas conmigo... qué malilla eres... — Dijo con picardía. Así no se iba a relajar. — Se me acumulan las venganzas. — Como que no sabían de sobra los dos que, en ese terreno, siempre iba a tener él las de perder. — Sí que tengo un problema, sí. — Repitió tras ella, y entonces, su novia empezó a hacer tonterías. Y desde luego que eso era una gran estrategia para hacerle reír y rebajarle el calentón.

Soltó una fuerte carcajada, porque no se esperaba esa salida (nunca mejor dicho). Antes de que pudiera responder, su novia se sumergió una vez más. — ¡Alice! — Bramó, muerto de risa, como si quisiera decirle que parara, pero para nada, era muy divertido aquello. Aunque, tras la segunda salida, empezó a echarle agua. — ¡Eh, eh! — Se quejó, riendo y tapándose. — ¡Pero bueno! ¡Pececillo desagradecido, quién te habrá enseñado a nadar! ¡Te vas a enterar! — Intentó devolver el agua, diciendo. — ¡Tú me has puesto así! ¡Y pienso hacer justicia! ¡Se sabrá la verdad! — Bromeó, hasta que su novia se enganchó de su espalda y él la agarró para pegarla bien a sí. — ¿Que te saque de aquí? Ahora no quiero. — Alzó la barbilla con una infantil sonrisita digna. — Aún no estoy preparado. — No era mentira del todo.

Pero imaginaba dónde quería llevarle Alice y le parecía una gran idea. El Marcus relajado amaba cuando se ponía así, apoyada en él, hablando tranquilos... pero tenía que vengarse, o no sería él. — Ah ¿ya no tiene este pececillo más ganas de nadar? Pues lo siento, pero yo sí. — Se hundió, con ella bien agarrada a su espalda, y probablemente ella se hundiera con él, o quedara por fuera del agua a duras penas. Salió de golpe, pero asegurándose de que Alice estuviera enganchada a su espalda. — ¿Sabes que hay pececillos que se pegan a la espaldas de las ballenas y... de los tiburones? — Giró la cabeza y puso voz monstruosa. — ¡Te has enganchado a la espalda del tiburón equivocado, pececillo! — Y se hundió de nuevo, buceando hacia fuera, y saliendo cuando quedaba poca agua, corriendo hacia la orilla sin dar a su novia margen de reacción. — ¡Ahora no puedes huir! — Bramó, con ella a la espalda, y se dejó caer en la arena, rodando con ella varias veces. La soltó, provocando que rodara cada uno hacia un lado, pero se arrastró entre risas hacia ella, rápidamente. — ¿Ahora qué? — Preguntó riendo, y le llenó el pelo inmisericordemente de arena. — Antes de que lo preguntes: sí, me compensa. Soy medio Slytherin. Tenía que cobrarme mi venganza. — Apoyó los dos brazos cruzados en la arena, boca abajo, y la miró con una sonrisilla. — Me temo que vas a tener que bañarte otra vez. — Y él también.

 

ALICE

Pocas cosas le hacían más feliz que hacer reír así a su novio. La risa de Marcus era la poción más potente que hubiera probado en su vida, más que el navarryl, nada tenía mayor efecto sobre su felicidad que aquella risa. Por eso estaba tan a gusto en su espalda, tonteando y vacilándose entre ambos. — Dudo que no estés preparado. Un O’Donnell nace preparado, o cualquier sobrada Raventhin que se te ocurra ahora. — Dijo con voz adormilada, demasiado a gustito abrazada como un koala a la espalda de su novio.

Iba a contestar que no, no quería nadar más, y de hecho, igual cancelaba el plan cueva y se quedaban así indefinidamente hasta que le apeteciera. Se agarró más fuerte a su novio y se las apañó para no tragar agua a pesar de que se estaba riendo con las tonterías del chico. Era tremendamente divertido cuando quería, podría pasar por Gallia. — Ahora soy Alice la rémora, por lo visto. Pero si los tiburones están como tú, encantada. — Pero nada, su novio estaba descontrolado y la arrastró hasta la orilla sin darle ni un momento para dejar de reírse y calmarse. Y cómo no, el muy Slytherin, tuvo que vengarse de ella rodando por la arena. Lo que no se había parado a pensar, es que a Alice le ENCANTABA hacer eso. Le recordaba a ese verano de cuarto, ese día de San Lorenzo, cuando los padres ya vieron que ahí pasaban cosas no tan inocentes.

Cuando por fin cayeron cada uno a un lado, dejó salir esas ganas de reír. — Ya veo que te compensa, ya. — Incorporó el tronco y se sacudió como un perrillo. — Ahora soy un pececillo rebozado. Di la verdad, O’Donnell. Ya tienes hambre otra vez y querías echarme a la sartén y comerme, ¿es o no? — Se puso ella también boca abajo y se acercó a su novio. — Pues no puedo bañarme sin mi profesor-flotador-tiburón ¿no? — Se incorporó de un saltito y tiró de la mano de Marcus hacia dentro del agua, riendo al sentir que las olas chocaban con ellos. Se acercó a él y le rodeó el cuello con los brazos, clavando sus ojos en los suyos. — ¿Sabes que eres de lo más divertido cuando quieres? — Le besó. — ¿Sabes cuán feliz me haces? ¿Sabes que te amo, Marcus O’Donnell? ¿Eres consciente de cuán perfecto eres para mí? — Y le besó mientras las olas les limpiaban la arena a ambos.

Cuando se sintió liberada de toda la arena que les invadía, tiró de su novio hacia la cueva. — ¿Sabes? Aquel día mientras iba por aquí, en verdad estaba superdolorida y no sabía qué me pasaba, y no quería decírtelo para no entrar en pánico. Hice bien, visto lo visto. — Comentó con una risita. Ah sí, la cueva de las medusas no cambiaba. Aquel brillo particular, aquel ambiente tan privado… Cogió las dos manos de su novio y le miró de frente, emocionada. — Ahora sé que te he amado en todos y cada uno de los lugares que he compartido contigo. Pero aquí siempre seremos esos niños de doce años descubriendo la vida juntos. — Dijo juntando su frente con la de él, porque nada les definía mejor.

 

MARCUS

Rio con ganas y no pudo evitar abrazarse a ella, aún en la arena, porque la comparativa le había hecho mucha gracia. — Oh, un pececillo rebozado. Tienes una pinta apetitosa, voy a tener que hacer... — Y dio un bocado en el aire en su dirección, sonido incluido, entre risas. — Oh, creía que la señorita pececillo rebozado ya sabía nadar. Qué bien viene un novio cuando interesa. — Se quejó por quejarse, porque seguía riéndose y en un estado de felicidad que había echado mucho de menos desde el último verano que pasaron allí. Marcus y Alice eran siempre Marcus y Alice, pero en La Provenza... eran otros. Eran otra parte de ellos mismos.

Se dejó conducir hasta el agua, abrazándola y recibiendo su beso, con una sonrisa. — Yo siempre quiero ser divertido. Excepto en los momentos en los que no es pertinente. — Bromeó, pero miraba a su novia con adoración absoluta. — Yo te amo más, Alice Gallia. Eres lo mejor que tengo en la vida. — Y siguieron besándose, abrazados en el mar. Pasó sus manos por su espalda y rio un poco. — Sí que eres un pececillo rebozado. Estoy arrastrando arena. — Comentó mirándolas y viendo cómo, efectivamente, estaba llevándose la arena pegada al cuerpo de Alice con las manos al tocarla. — Fíjate si soy buen novio y mejor persona, y si mi parte Ravenclaw y O'Donnell es mucho más potente digas tú lo que digas, que no puedo vengarme de ti sin luego procurar que estés bien. — Comentó, mientras le quitaba la arena con las manos con delicadeza. — A ver, vamos a mantener al pececillo limpito. Tienes arena por aquí... y por aquí... y por aquí también... — Iba bromeando, riendo, mientras le pasaba las manos por la cintura, y por los hombros, y por el cuello, haciéndole cosquillas al pasar. — Sé de alguien a quien le gustaba mucho quitarme la arena del pelo... — Dejó caer, sabiendo lo fácil que era que su novia cogiera eso.

Fue con Alice hasta la cueva, escuchando lo que decía y negando con la cabeza. — Y yo en la inopia... — De verdad, qué torpe. Ahora no entendía cómo había podido no ver algo tan sencillo y obvio... Claro que, seguía insistiendo, nadie se había parado a explicárselo hasta ese momento. Su madre no hablaba de esas cosas, evidentemente: Emma O'Donnell podía demostrar que era un ser humano convencional hasta cierto punto. — No, no hiciste bien. — Dijo muy digno, aunque por dentro estaba pensando sí, hiciste bien, porque ya hubiera yo llamado a la ambulancia mágica si me llego a enterar. — Era tu amigo y me preocupaba por tu bienestar, y te hubiera cuidado estupendamente y evitado que pasaras un mal rato. — Mantuvo su argumentación, pero hasta él sabía que solo hubieran generado un drama más grande. Pero claro, Marcus O'Donnell no podía simplemente decir que era mejor que no le contaran algo, sobre todo algo que atañía al amor de su vida. Que ya lo era por aquella época aunque no se hubiera dado cuenta.

Lo que le dijo al entrar le llegó al corazón y le sacó una sonrisa sincera, mientras juntaba su frente a la de ella. — Nos encantaba descubrir el mundo juntos... En el fondo, siempre quisimos construir un mundo juntos. — Eso sí que lo recordaba vívidamente, lo convencido que estaba de que Alice sería su compañera de vida siempre, que nunca dejarían de aprender uno al lado del otro, de viajar y descubrir. El por qué no había llegado a ciertas conclusiones... Cabezonería O'Donnell, no podía decir otra cosa. Eso y su miedo a perderla para siempre, a que quisiera volar lejos de él. Pero se aferraba como un clavo ardiendo a ese entusiasmo y esas promesas que se hacían, pensando que serían suficiente. No se equivocó del todo, por fortuna para él.

— Quiero ver si esto sigue funcionando. — Dijo entre risas, cogiendo un poco del residuo de las paredes de la cueva. — Aquella vez me lo pusiste tú a mí, así que... — Le puso un poco a ella por encima del pecho, y luego se lo untó él. — Hmmm... Vaya, soy más hombre que por aquella época. Qué sorpresa. — Dijo casi monocorde, aguantándose la risa mientras se miraba. El rosa se veía considerablemente más intenso en su piel ahora que en la del Marcus de trece años, aunque la reacción de Alice era bastante verde también. Se giró a la roca y pasó la mano por esta, sonriendo con ternura cuando vio el resultado. — "Violet y Erin, 1975". "Marcus y Alice, 1997". — Miró a Alice. — Casi igual de sospechosas las dos primeras que los dos últimos. — Comentó entre risas. Se sentó en la roca, frente a los nombres, y pasó un brazo por los hombros de Alice para quedar los dos sentados ante aquellas letras, abrazados y con las cabezas pegadas, simplemente viviendo aquel momento. — Nos hemos querido todo este tiempo... — Acarició su pelo con la mejilla, sin quitar la mirada de los nombres que brillaban en la pared. — Es bonito verlo reflejado. Para la eternidad. —

 

ALICE

Obviamente, se paró a quitar la arena de los rizos de su novio, faltaría más. — Hay pocas cosas que me gusten más que tocar tu pelo. — Le dijo enternecida. Ladeó la cabeza y sonrió. — Y sé que a ti te gusta quitarme la arena para aprovechar para tocar… No me digas que no, prefectillo. — Y rozó su nariz con la de él, mientras reaccionaba a las cosquillas. Cómo se conocían el uno al otro…

De hecho, se conocían tan bien que, aunque no iba a contradecir a su novio, sabía que en su día hizo bien en no contarle por lo que estaba pasando, aunque se habría ahorrado una pelea tonta. De la otra forma, se ahorró que Marcus se llevara un infarto creyendo que se desangraba o algo así. Pero el recuerdo que le traía esa cueva era definitivamente ese que mencionaba Marcus. — Construir un mundo juntos… Creo que es una forma genial de definirnos. — Le besó con ternura. — Para siempre, Marcus. — Le susurró de corazón. Que no lo dudara nunca.

Avanzó a donde estaban los líquenes y se rio. — ¡Pero bueno, O’Donnell! Qué directo. — Dijo mientras le ponía la cosa esa por el pecho. — Cuando tenías doce años tenías más vergüenza también. — Se rio a lo de más hombre y dibujó espirales por su pecho y sus brazos con más líquenes. — Se ve muy bonito ahora, la verdad, señor O’Donnell muy hombre. También creo que es que aquel día a mí me estaban jugando las hormonas una mala pasada y destacaba demasiado. — Dejó el rastro de dos dedos en su mejilla y dijo con una sonrisa. — Hala, marcado. Mío. Para siempre. —

Se acercó a ver las letras y sonrió. — Dos parejas que se lo pusieron difícil entre ellas… — Miró a su novio y puso una sonrisita de superioridad, bajando la voz como si les pudieran escuchar. — Nosotros lo resolvimos antes. Es que somos Ravenclaw. — Se rio, apoyándose en su novio y rodeándole con un brazo la cintura. — Algo tiene este sitio… que siempre saca lo mejor de nosotros. Por eso necesitamos un taller aquí. — Alzó la vista para mirarle y contestó. — Pues claro, la eternidad es nuestra, Marcus. — Dijo con absoluta seguridad.

Y en ese precioso momento con su novio, tuvo que oír. — ¿HOLAAAAA? ¿TÍOS? — ¿Estáis haciendo guarradas ahí dentro? — Resopló. Se había olvidado de que se habían llevado a Sean y Hillary. — No… Entrad anda, pero mucho cuidado que el centro es una poza llena de medusas. — ¡Guaaaau! — Dijo Sean entrando primero y mirando a todos lados. — Vaya pasote de sitio… Qué colores más chulos. — Hillary llegó justo detrás y les señaló. — ¿Ves? Haciendo guarradas con las medusas luminiscentes. — Alice pasó discretamente la mano por la pared, cogiendo una buena cantidad de líquenes y se fue hacia Hillary. — Mira, mira qué guarradas. — Y empezó a ponerle líquenes por la cara, el cuello y medio cuerpo, lo que se dejaba, entre tanto retorcerse. — ¡Ay, idiota! — ¡Hala, Hills, estás superverde! — Hizo notar Sean. Alice se partía de risa. — Si te hubieras quedado un poco quietecita te hubiera hecho dibujitos bonitos, como a mi novio, pero como siempre tienes que pensar mal de la gente… —

 

MARCUS

— Se llama educación y saber estar. — Dijo muy puesto, con la barbilla alzada y una caída de ojos, mientras le ponía el liquen a su novia por el cuerpo. Al detenerse, la miró a los ojos con una sonrisa pilla y añadió. — Ahora tengo más confianza. — Lo dicho, parecía que se iba a morir si no daba la última palabra él, pero no era más que palabrería, como siempre. Rio con los comentarios de ella mientras se dejaba manchar por el liquen. — También soy menos asustón ahora. Eso no lo reseñas. — Comentó gracioso. Porque eso de untarse de una sustancia prácticamente desconocida... Vale, seguía sin hacerle gracia. Pero ahora confiaba más que de pequeño, solo que tanto entonces como ahora le compensaba disimular en favor de estar con Alice así. Rio con las marcas en su cara y dejó él también la suya, manchando la nariz de Alice con un toquecito de su índice en esta. — Mía. Para siempre. —

Asintió, con los labios fruncidos, pensativo y con la mirada puesta en los nombres. El comentario de su novia, no obstante, le arrancó una risa muda y de superioridad. — No me cabía duda. — Contestó, mirándola acto seguido. Dejó un beso en su pelo y apoyó su mejilla en este cuando ella reposó la cabeza en su hombro. — ¿Sabes? Estoy plenamente convencido de que... haremos cosas distintas. En este taller, con respecto al de nuestra futura casa, me refiero. O con respecto a los talleres en los que trabajemos mientras tanto. Serán... creaciones de estas versiones de Marcus y Alice. Las versiones veraniegas. — Rio levemente, y luego dijo un poco más en serio. — Las versiones de los Marcus y Alice que vengan aquí todas las veces que haga falta. — Porque, si algo tenía claro, es que su destino estaba ligado a La Provenza para siempre, no solo como destino vacacional. En el fondo, fue lo que quiso desde la primera vez que puso aquí los pies.

Pero ya tuvieron que venir los otros a romper el momento. Rodó los ojos y suspiró con un tono que le hizo parecerse peligrosamente a su madre. — Sí. No entréis. — Dijo con hastío, en un tono que probablemente solo hubiera escuchado él, como mucho su novia. Guarradas... Bueno, siendo ellos no era ni tan descabellado pensarlo, pero no pensaba dejar eso traslucir, prefería la dignidad. O que se lo creyeran y les dejaran tranquilos, con cualquiera de las dos opciones saldría ganando. Al menos la reacción de Sean mereció la pena, fue más o menos la que él tuvo con trece años... solo que con dieciocho. Pero le prefería así a poniendo pegas, de todas formas. Eso sí, Hillary tenía que poner su puntilla. — ¿Celosa, letrada? — Mira, no me digas esas cosas mientras estás... así, que ya lo que me faltaba. — ¿Así cómo? ¿Medio desnudo, dices? — ¡Eh! — Señaló Sean, que de repente había perdido interés en las medusas y estaba haciendo gestos con un brazo, ceñudo. — Que estoy aquí. — Marcus miró a Sean con cara de circunstancias, pero las quejas de Hillary porque Alice la pintara de liquen hizo que los dos se echaran a reír con la estampa.

— Como... muy muy verde. — Volvió a señalar Sean. Marcus arqueó una ceja. — ¿Algo que confesar, Hastings? — Menudo intelectual estás hecho, que ahora no puede tener uno curiosidad por nada. — Me conozco yo este tipo de curiosidad. Como que Marcus no había conocido esa cueva y sus particularidades antes que Sean y también se había dedicado a revestirlo de otra cosa. — Anda, vamos a ver cómo se te pone a ti. — Le dijo, y manchó de liquen a su amigo, riendo justo después. — Te favorece el rosa, Hastings. — Más que a ti, ¿a que sí? — Fardó su amigo mirando a Hillary, quien puso una sonrisita pilla y se acercó a él diciendo. — Mucho más, sí. — Pues aquello iba viento en popa, al parecer. Sean no se podía quejar. — Por cierto, ¿hemos perdido a la otra pareja del grupo? — Preguntó Marcus, generando un silencio y posteriores risillas. Iba a ser divertido aquel viaje.

 

ALICE

Estaba hechizando los cacharros en la pila con Jackie, sospechosamente sonriente, al lado, mientras su tía entretenía a los chicos en la mesa. — ¿Entonces, si no hubiera pasado las pruebas, no le hubieran dejado estar con Alice? — Preguntaba Sean, metido de lleno en la conversación. Su tía entornó los ojos con una sonrisa, que ella diría lo que quisiera, pero era más Slytherin que nada. — Bueeeeno ya después de tenerle tantos años por aquí, no lo íbamos a echar sin más, pero… — Movió la cabeza de lado a lado mirando a su novio. — Igual no le dejábamos dormir con ella esta noche y lo mandábamos a la habitación de Dylan, como antaño. — Alice se rio y se sintió agradecida de poder volver a tener momentos como aquellos en su familia. Simone miró a Sean. — Así que ya sabes, monsieur Hastings, pregúntate si tú pasarías las pruebas por una mujer… y entonces sabrás si la amas de verdad. — Miró de reojo a su amiga, que estaba sonrojada y con una sonrisilla colocando los platos limpios. — Y a ti, Theodore. ¿Qué te parecieron cuando las hizo Marcus? — Buah, su tía no es que se oliera la tostada, es que la había servido y echado mermelada ya, y Jackie se dio cuenta también. Su amigo rio nerviosamente. — Bueno… La de los anillos y la de los objetos… creo que las pasaría. Pero la de la poción multijugos… Me temo que sigo siendo un nonmagique en algunos aspectos, señora Gallia. — No eres un nonmagique si puedes usar una varita y has estudiado siete años en Hogwarts. — Y ahí cruzó una mirada con su novio. Estaban haciendo avances si alguien como su tía decía cosas así.

— Oye, hoy no hay estrellas fugaces, pero… ¿queréis salir un ratito a la playa? — Dijo su prima, metiéndose convenientemente por medio. — Es bonito, de noche y con las estrellas. — Alice llegó a la altura donde Marcus estaba sentado, y le rodeó desde la espalda. — Para los buenos recuerdos. — Pero coged unas mantas y eso, que ahora se pone fresca la noche. — Guiñó un ojo a Theo y dijo. — Aunque seguro que vuestro amigo magique Theodore os puede echar un Incendio y hacer una hoguera. — Vaya que si lo sabía, esa estaba planeando la boda ya. Pero es que solo había que mirar a Jackie para ver que estaba absolutamente feliz.

Cogieron varias mantas de playa para el suelo y otras más gorditas para taparse, y se situaron delante de la casa, pero ya en la arena, oyendo el mar y mirando las estrellas. Alice se sentó entre las piernas de Marcus y apoyando la espalda en su pecho, reposando sobre él, completamente a gusto y en paz, mirando las estrellas. — ¿Este es el cielo que le regalaste? — Preguntó Sean. Alice encogió un hombro sin perder la sonrisa embobada. — Este fue el sitio, diría que estábamos hasta en la misma manta. — Comentó mirando a su novio. — Pero el cielo era diferentes… Otras constelaciones, estrellas fugaces. — Bueno, ayer fue el solsticio, es la noche más mágica del año, y dentro de dos días es San Juan… — Empezó Hillary, cómo no, la experta en Adivinación y esos misticismos. — Y por eso, el día en el que la armaremos grande en la playa será dentro de dos días. — Dijo una voz que se acercaba desde la casa. Le hizo dar un respingo y girarse. — ¿André? — ¡Pero bueno! ¿Qué haces aquí? Tú trabajas mañana. — Dijo Jackie con una risita, y separándose ligeramente de Theo, que llevaban un rato rozándose las manitas. — Tú déjame a mí que decida cómo voy a trabajar mañana. Hoy me han surgido planes aquí. — Su primo llegó y dejó un beso en la frente de su hermana y luego chocó la mano con Theo. — Hombre, mi futuro cuñado. Ya me extrañaba no verte por aquí. — Hola, André, cómo me alegro de verte. — Sí sí, por la rojez te lo he notado, amigo. — Chistó. — Inglesitos… — Ahí se giró y les miró. — Y hablando de inglesitos… ¡Qué pasa con mis primos favoritos! — Y les abrazó a los dos a la vez. Luego miró a sus amigos. — Y esta damisela debe ser Hillary Vaughan… Madmoiselle. — Y tomó la mano de su amiga dejando un beso en ella, haciendo que a Hills le saliera la risa más tonta que le había oído jamás. — Y tú debes ser su caballero andante, Hastings, si no me equivoco. — André era tan encantador, que hasta Sean tuvo que estrecharle la mano con afabilidad a pesar de lo que acababa de presenciar con Hillary.

André se sentó en medio de todos y descorchó una botella de champán. — Y como estáis en La Provenza, empecemos vuestra andadura con buen champán francés. — Desde luego, primo, eres como la tata, siempre sacas botellas de champán de donde uno menos lo espera. — Dijo Alice cogiéndola y dándole un trago. — ¿Así sin copas? — Preguntó Hillary. — Oye, madmoiselle, ¿tú crees que pegan copas en este entorno? En La Provenza se relaja hasta mi más querido inglesito cobarde. — Oye, pues estamos durmiendo Theo y yo en tu cuarto, ¿tú que vas a hacer? — Preguntó Sean. Su primo, como toda contestación se recostó en la arena, doblando una pierna y apoyándose en su codo. — Primero de todo, dudo mucho ese primer punto, Hastings, porque o sois más inglesitos cobardes de los que yo había imaginado, o en cuanto mi abuela caiga va a haber reorganización de camas. — Levantó el índice. — Y segundo, tenía muchas ganas de veros y conoceros, pero yo ya tengo plan para dormir en otro lado esta noche, así que no os preocupéis. — Alice le señaló con sus manos. — André Gallia, señoras y señores. — En estado puro, además. — Completó Jackie. — Bueno, no os quejéis, he venido a veros, a traeros champán… — Dobló la cabeza para mirarla. — Mejor que la última vez ¿eh, canija? — Ella sonrió y asintió con cariño. — Mucho. — Pues eso, todos a beber y a disfrutar, pasa la botella por ahí. ¿Cómo os ha tratado mi país desde la llegada? —

 

MARCUS

Era tan fácil poner nervioso a Sean. Había recogido su parte de la mesa, pero se había vuelto a sentar porque seguía comiendo fruta. Marcus sí que era como un pájaro: hasta que no le quitaban la comida de delante, no dejaba de comer. Ya hasta él se había separado del frutero, pero se estaba terminando el último melocotón que había cogido mientras le lanzaba miraditas cariñosas y divertidas a su novia. Y mientras Sean seguía entrando de lleno en las bromas de Simone, que había resultado ser una sorprendente aliada en todo aquello, dicho fuera de paso.

Escondía una sonrisilla mientras masticaba la fruta y miraba a Simone de soslayo, con complicidad, porque sabía que ambos estaban metidos en esa broma silenciosa. También con un toque agradecido: sí que se sentía acogido por la familia de Alice, siempre se había sentido así. Y también había visto cómo los Gallia no acogían a Noel, lo que quería decir que no eran tan laxos con todo el mundo. Por no hablar del drama que traía el propio Sean con la familia de Hillary o, sin ir más lejos, las condiciones que ponían los Horner a todo el mundo. Había tenido mucha suerte. Eso sí, en la seguridad en la que estaba comiendo, el comentario de mandarle a la habitación de Dylan casi le hace atragantarse, al menos tosió un par de veces. Pero lo disimuló bien (creía), y simplemente devolvió la mirada a su novia como si nada.

Justo se estaba levantando para tirar la servilleta y recoger el cuchillo que estaba usando para el melocotón cuando los tiritos pasaron a Theo. En lo que el chico contestaba Marcus iba pasando por detrás de él, y con una sonrisa fruncida simplemente dio un par de palmadas en su hombro. Estás aceptado. Relájate. Quería decirle con el gesto, aunque no sabía si el otro lo iba a pillar. En su lugar, lavó el cuchillo con la varita y lo colocó en su sitio, dándole un beso en la mejilla a su novia ya que pasaba por allí.

Volvió a sentarse y Jackie propuso ir a la playa, notando cómo Alice le rodeaba, poniendo él sus manos en los brazos de ella. — No se me ocurre un plan mejor. — Aseguró con una sonrisa. Se dirigieron a la playa y se asentaron cerca de la casa, mirando al mar, con Alice apoyada en él y Marcus rodeándola con sus brazos. Definitivamente, no se le ocurría un plan mejor. — Observador, Hastings. — Dijo Marcus, feliz, mirando a su novia con adoración. — Ningún cielo es como el que me regaló. — Oooooooh. — Dijeron al unísono Jackie y Hillary, sonando un puntito cómicas con ello. Marcus las miró con los ojos entornados y las señaló a ambas. — Ese grupito lo quiero separado antes de que acabe la clase. — No tienes potestad aquí, prefectillo. — Yo no dejo de tener mi potestad allá donde voy, Vaughan. Ya a estas alturas deberías haberte curado de la envidia. — Y entonces, Jackie empezó a decirle a la otra chica algo en francés, y Hillary se echó a reír. — Eso, utilizando artimañas. Es la única posible vía de ataque que tenéis. Eso os define más a vosotras que a mí. — ¡Ah, que ahora se pueden comunicar sin que nos enteremos! Pues vamos bien. — Se quejó Sean, aunque con un punto divertido, tratando de buscar en Theo la complicidad. Pero este se encogió de hombros. — Bueno, yo entiendo un poquito de francés. — Contigo no jugamos. — Le dijo Marcus, haciendo que Sean riera y que Theo chistara, pero también sin perder la felicidad que todos tenían. 

Ya iba a meterse con Hillary, al igual que hizo su novia, pero la voz que escuchó tras ellos le hizo girarse inmediatamente. — ¡André! — Reaccionó entre sorprendido e infantilmente feliz. Le tenía un gran aprecio a André, una parte de él seguía viéndole como "el primo guay mayor de Alice", como le veía con once años. Siempre se llevaron muy bien y a La Provenza sin él le faltaba algo, eso lo sabían todos. Se levantó inmediatamente para acercarse a darle un abrazo, no sin antes reírse genuinamente cuando llamó a Theo futuro cuñado. — Aquí, o te acostumbras, o mueres. Te lo digo yo. — Le dijo al Hufflepuff antes de que André se volviera para saludarles a los dos a la vez, estrechándoles juntos en sus brazos y haciéndoles reír. — Pero el primer inglesito siempre voy a ser yo. — Madre mía, hasta para esto. Háztelo mirar. — Se burló Hillary. Y claro, al hablar, captó la atención de André. Aunque seguramente, siendo André, ya llevaría con la atención captada desde que la chica aterrizó esa mañana en La Provenza.

Miró a los demás escondiendo una sonrisilla, porque André ya estaba sentado, con plena confianza y, por supuesto, con una botella de alcohol. Sean rio. — Cuidado, que el prefecto O'Donnell es capaz de echarte una chapa. — El prefecto O'Donnell no está hoy de servicio. — Dijo con un quejidito mientras se sentaba en la manta, cerca de André. A veces se comportaba con el francés peor que Dylan con él. Por supuesto, su comentario fue acogido con una seca carcajada de Hillary. — Vaya, de repente alguien quiere entrar en el grupo de los guais. — Yo siempre estuve en el grupo de los guais. Yo presidía el grupo de los guais. Yo creé el grupo de los guais. — Di que sí, primo. De lo que quiera que sea que los ingleses llamáis "guay", seguro que tú eres el mejor. — Eso fue coreado por las risas de Jackie, y Marcus chistó con una sonrisa ladina y un suspiro. Por supuesto, los Gallia ya estaban bebiendo a morro de la botella. Por suerte, Hillary se adelantó a su pregunta, lo que le evitó caerse del supuesto "grupo de guais" en el que él solito había decidido en ese momento que estaba metido, dando la callada por respuesta. Aunque el comentario de André le hizo reír tímidamente.

Se tuvo que tapar la boca para no reírse cuando André se puso a responderle a Sean con tanta sinceridad, mirando a Alice de reojo. Siguió riéndose con los comentarios que iban y venían, hasta que el chico le dio un toque en la pierna y le dijo. — Y tú, menos risas. Que eres muy valiente cuando no hay tantos adultos delante, señor pareja oficial que ya hasta duerme con MI prima. — Hubo un coro de "uuuh" a su alrededor que hizo que le saltaran los colores. — Has usado bien el verbo, André: dormir. Porque, ante todo, soy un hombre que... — No pudo ni avanzar porque estaba recibiendo tal sarta de abucheos que no se le estaba escuchando. André, cuando dejó de reírse a carcajadas, respondió. — Mira, casi me ofendería más que realmente te echaras a dormir. Es que voy y te tiro por la ventana del cuarto, vamos. — Bueno. — Dijo él, carraspeando y mirando a otra parte, reajustándose incómodo en la manta, en un mal intento de cambiar de tema o fingir que no estaba allí, como hacían los conejos cuando sentían un depredador acercarse.

Al menos André lanzó otra pregunta al aire que desvió el tema. — A mí divinamente. — Dijo Hillary, quien al empezar a hablar se enganchó del brazo de Jackie. — Me he dado un baño en la playa espectacular esta mañana, y la comida está buenísima, y, ah, el sol... Y esta brisita, acostumbrada una a que el viento de Gales la vuelva loca. Estoy en la gloria. — ¿Soy yo o esta combinación es un poquito peligrosa? — Saltó André entonces, mirando a Marcus y a Theo y señalando a Jackie y Hillary. Él soltó una carcajada. — Lo es, yo lo llevo diciendo desde antes de venir. — André suspiró y se giró a la chica de nuevo. — Bueno, me alegro que te sientas cómoda aquí. La casa de los Gallia es tu casa para cuando quieras. Y si el viento te vuelve loca, te puedes venir, que de otra cosa no, pero de locos entendemos un rato. — André. — Chistó Jackie, pero su hermano miró a Alice y, guiñándole un ojo, corrigió. — De viento, quería decir. — Volvió la vista a su hermana e hizo un gesto despreocupado con la mano. — Relájate, Jacqueline. A ver si ahora va a resultar que el giro de trama es que tu novia era esta. No serían las primeras novias que se destapan en esta casa, dicho sea de paso. — ¡André! — Ahora entiendo lo de que no tuvierais clara la reorganización de camas. — Eres idiota, de verdad que sí. — Se quejó su hermana, pero los demás se estaban riendo de lo lindo. André se giró entonces a él y le dio un toquecito con la botella en la pierna. — Eh, inglesito suavón. No te creas que no me he dado cuenta de que no has bebido nada. — Uy, cuidado, que cuando este bebe se pone aún más megalómano. — Destapó Sean, levantando varias carcajadas y haciendo a Jackie aspirar una exclamación. — ¿Marcus borracho? Eso quiero verlo yo. — Solo son injurias y patrañas contra mi persona. — Recuerdo cierta canción... — Para. — Cortó a Theo, y le echó una mirada significativa. ¿Quieres jugar a ponernos en evidencia delante de André? ¿Seguro? Parecía querer decirle. Mejor le daba un sorbo al champán y no se hacía más el duro, aunque aquellos tenían más que perder que él en ese juego, estaba convencido.

 

ALICE

Algo dentro de ella, que no sabía que tenía, se alivió al ver que podían seguir teniendo lo mismo que tenían en la sala común, pero encima en la playa y aderezado por sus primos, y no podía hacerla más feliz. Aunque su novio pareciera querer hacer méritos delante de André (todavía). Eso sí, tuvo que reírse a lo del grupito de los guais, porque es que su primo siempre le sacaba una carcajada. Y por muy guay que quisiera ser, ya se estaba viendo que su novio eso de beber champán francés a morro no lo veía, aunque no fuera a decirlo por estar en el club de los guais. A quien sí que no le costó nada pegarle un trago a la botella fue a Theo, que quisieran que no, tenía mucha sala común de Hufflepuff a las espaldas.

Alice alzó la ceja y miró a su primo incrédula cuando dijo lo de dormir. — Perdona, que nosotros no nos metemos con quién metes en la cama tú por nuestra propia salud mental. — André se encogió de hombros. — No, es porque yo nunca he contado ni con quién ni cuántas veces me he acostado. Regla de oro Gallia. — Sean abrió mucho los ojos. — ¿Ni a tus amigos? — A esos canallas, menos. Yo soy un chevalier, mon ami Hastings. — Y volvió a reírse. Su primo era lo máximo vaya. — Yo me sé una… — Dijo picándole con el dedo en el brazo. Jackie soltó una carcajada seca. — Yo muchas, para mi desgracia. En Beauxbatons había que tener cuidado con qué puerta abrías porque podías encontrarte a André con una chica fácilmente. — Y otra vez todos muertos de risa. — Todo eso no cambia el hecho de que a mi prima pequeña, mi canija, le han dado ya una habitación de matrimonio con mi inglesito. — Suspiró y se llevó una mano al pecho. — Me hago mayor. —

Se alegraba de que sus amigos estuvieran tan relajados y pasando tan buen rato, la verdad, La Provenza era importante para ella y quería que la disfrutaran tanto como ella. Volvió a acurrucarse con su novio y sonrió. — Es una combinación perfecta, a los hombres siempre os inquietan las mujeres inteligentes. — Le recriminó a su primo, aunque sabía que él no era así, y fue muy jaleada por el resto de las chicas. Entornó los ojos y se encogió de hombros cuando Jackie recriminó a su hermano. — Es todo cierto, Jackie, qué le vamos a hacer, aquí todos lo sabemos. Los Gallia somos alocados, libres, y metemos mucho la pata. Pero también sabemos rectificar, trabajamos mucho en nosotros mismos y… — Miró el mar y las estrellas, acariciando los brazos de su novio. — Tenemos una casa en Saint-Tropez, así que si queréis seguir viniendo… amad a los Gallia. — Inclinó la cabeza hacia atrás y besó el mentón de su novio. — En el fondo sale a cuenta amarnos. —

Se rio, cogiendo la botella para su novio, pero ya tuvo Sean que abrir la boca. — No es verdad, cuando bebe solo se… — ¡Se enfrentó a un toro! — Saltó Hillary. Ya estaba la otra chivata. André dio un brinco y se giró hacia su novio con toda su sonrisa Gallia y Jackie se precipitó a su lado. — ¿QUE QUÉ? — A ver, a ver. — Intervino ella, levantando las manos. — Era un espectro, un toro de mentira. Y lo ganó usando alquimia, así que quedó estupendamente. — Pero Sean se echó a reír. — Uy sí, pero mientras tanto era para verlo vaya. “¡Eh, toro!”. — Se puso a imitarlo y Alice chasqueaba la lengua. — No fue así. — ¡Fue totalmente así! — Jaleó Hillary. Menudos dos traidores. — Y a ella le conviene decir que no, que no fue así porque justito después se lo llevó al baño. — Ahí sí que se irguió y se inclinó hacia delante señalando a Sean, mientras sus primos se partían de risa. — Sean, que todavía quedas peor que nosotros. — Advirtió. — ¿Peor? No es el primer baño que visitáis, amiga. — WOOOO bueno bueno bueno… — Dijo André, picando más todavía. ¿Venganza querías? Venganza vas a tener, chivatillo. — Sean llamaba a su ex novia gatita porque era de Gryffindor y ella a él polluelito por el águila de Ravenclaw. — Y ya sus primos muertos de risa en la toalla y, para espanto de Sean, Hillary también se estaba riendo, tapándose la boca con la mano. — ¡Hills! — Perdona, amor, es que no pierde gracia con el tiempo. — André se levantó de golpe, de nuevo con la sonrisilla. — ¡Ehhhh! He oído “amor” por ahí. — Les señaló a ambos. — Lo sabía. O sea, os habéis venido tres parejitas por aquí y dejáis al viejo André solo con la botella de champán. — Dijo cogiendo la botella y dejándose caer en la manta, mirando desde ahí a Hillary. — Me rompes el corazón, madmoiselle. — Su amiga se rio un poquito y se encogió de hombros como diciendo “es lo que hay”, mientras decía. — No te hagas el que no tiene plan. — Puedes traerte a Marine Youcernal. — Le dijo Alice picándole en la mejilla, y para su sorpresa, su primo alzó una ceja. — Puedo. ¿Qué plan nos ofrecéis? — Mientras aún salían de su asombro, Jackie dijo. — Bueno, teníamos pensado pasado mañana ir al festival de las lavandas y luego pasar la noche entera en la playa, como está mandado. — Como está mandado. — Secundó su hermano. — Y…quería llevar a esta gente al castillo cátaro de Montsegur, que tiene parte de visita muggle y parte mágica. Y la mágica es muy guay. — Alice sonrió y asintió con entusiasmo, acercándose al oído de su novio, melosa. — Qué menos que un castillo para un príncipe azul y su princesa del viento. —

 

MARCUS

Marcus asintió fuertemente a lo que iba diciendo André. — Eso pertenece a la intimidad de las dos personas involucradas. Fue una lección de vida que aprendí de André Gallia hace muchos años. — Dijo con orgullo, pero el mencionado, que justo en ese momento bebía champán, echó la botella hacia delante para destaparse la boca y preguntó con extrañeza. — Perdona, ¿yo dije dos? — Marcus abrió mucho los ojos, pero el otro soltó una carcajada y le dio una palmada en los hombros. — Si es que mi inglesito fue mi primo desde que puso un pie en esta casa. Lo supe yo antes que nadie. Antes que él mismo y que la penca de mi prima. — Añadió, lanzándole a Alice el corcho de la botella. Marcus se irguió y miró a los otros con superioridad. — Pues eso, que hay que ser un chevalier. — Uuuuh, va mejorando ese francés, primo. — Pero no lo alientes más, hombre. — Suspiró Sean casi con desesperación. Pero, efectivamente y tal y como su amigo temía, esas frases solo hacían que Marcus se viniera más arriba.

Rieron con los piques entre los hermanos, y su reacción natural ante ciertas cosas como el primo de su novia diciendo abiertamente que tenían una habitación compartida le hacía ponerse colorado... Pero disfrutó del momento, de la confianza, y simplemente sonrió y apretó a su novia entre sus brazos, reposando brevemente la cabeza en su pelo con cariño. Escuchó las palabras de Alice, sonrió y se acurrucó más con ella. — Yo amo a los Gallia. — Aseguró. Dejó un beso en su mejilla y, con cariño, aprovechó para susurrarle. — A una más que a nadie. — Y allí estaban, contentos, riendo, en la gloria... Hasta que ya tuvo Sean que sacar el temita.

Le miró con intensidad cuando dijo lo del toro. Eso le iba a perseguir toda la vida, maldita fuera su idea. Rodó los ojos mientras se sucedían las burlas, pero Marcus no se achantaba porque se metieran con él: al revés, se venía arriba. Podía hacerlo con eso también. De hecho, más le valía parar eso, que estaban hablando de lo del baño ya de más. — ¡Vale! — Bramó, alzando los brazos, pidiendo que se callaran. Cesaron las palabras, pero no las risitas, por supuesto, pero él, muy en su dignidad, miró a los dos hermanos y empezó a narrar. — ¿Recordáis las pruebas que, con amor e inteligencia, pasé en Pascua por el amor de vuestra prima? — Había ya pedorretas de sus tres amigos, pero él las ignoró. — Esa las hice sobrio, y ¿cómo salieron? — Como un digno merecedor de una Gallia. — Gracias. — Respondió a André, sin perder la dignidad. — Pues aquel día era mi graduación y mi cumpleaños. Y sí, quería celebrar. Y sí, bebí más de la cuenta. Considero merecer por un día, después de tantos éxitos cosechados en... — Yaaaaaaaaa Marcus, que te emborrachaste. No lo adornes más. — Cortó Sean, arrancando todas las risas otra vez. Él siguió digno. — Sí, lo hice, es cierto. ¿Sabéis por qué? Porque lo merecía, porque estaba feliz, Y. — Enfatizó con fuerza. — Porque ciertas personas llevaban cachondeándose injustamente de mí varios días, diciendo que era un prefecto estirado que no era capaz de desmadrarse, cuando yo puedo llegar a ser MUY divertido. — Di que sí, primo. No está bien que los amigos de uno se metan con él. — Gracias. — Volvió a contestar a André, aunque el otro se estaba tapando la sonrisilla con la botella. Es que se las servían en bandeja el uno al otro.

— Efectivamente, me enfrenté a un espectro de toro. Espectro, pues no soy tan negligente como para hacerlo con uno real por muy borracho que esté, pero toro, al fin y al cabo. Demostrando un gran dominio de mis habilidades como alquimista... — Sean interrumpió fingiendo un sonoro bostezo, pero Jackie se apoyó en el hombro de su hermano y preguntó. — ¿Cómo lo hiciste, a ver? — Ay, Dios... — Suspiró Hillary. Ya, pues no haber sacado el tema. Marcus se puso de pie y narró a los dos hermanos su enfrentamiento con el toro como si fuera una epopeya griega, lanzamiento de taburete incluido, con mucha pompa. Lo cierto es que tenía muchas lagunas sobre aquello, pero podía rellenarlas con grandiosidad. Y, total, los presentes allí también andaban medio borrachos, y había escuchado la historia ya las suficientes veces como para elaborar un relato creíble. — Pues me parece una puta pasada. Así se hace, tío. — Gracias. — ¿Vosotros es que venís compinchados o algo? — Preguntó Sean, señalando a André y a Marcus, que ya era el tercer agradecimiento que hacía a sus frases. Marcus señaló a su amigo, chistando y mirando a André. — ¿Ves lo que tengo que aguantar? Envidia pura. — Lo que veo es cada vez más factible eso de que esta te arrastrara al cuarto de baño después de semejante actuación. — Coronó André, y Marcus bajó los brazos con decepción, porque a ese comentario, lejos de poder dar las gracias, iba a tener que aguantar lo que ocurrió inmediatamente después: que todos estallaran en carcajadas.

Al menos las risas viraron de su foco al de Sean por el comentario de Alice, y ahí sí que se permitió reír él, colaborar a los comentarios y sentarse de nuevo con su novia en sus brazos. — Uuuhh. — Dijo, mirando a André cuando salió a relucir lo de Marine. — Yo me acuerdo de esa historia. — Como para no acordarse, si estas no paran de sacarla. No voy a daros la historia de cuento de hadas que estáis esperando por mucho que os empeñéis. — Nadie la espera. — Respondió Jackie entre risas. A pesar de la queja, André accedió a traer a la chica, tras lo cual salieron los posibles planes a relucir. Todos los planes se le antojaban espectaculares, y al comentario de su novia sonrió y volvió a besar su mejilla. — Un castillo a la altura de una reina. Como tú. — Al menos... — Suspiró André, alzando la voz y tirándose aún más en la manta, con toque dramático y sin soltar la botella. — Dos de las parejitas, como siguen pretendiendo no serlo, no me tienen de sujetavelas. — Andréééé. — Volvió a reñir Jackie, con cansancio, echándose un mechón de pelo tras la oreja. El otro rio y le dio un golpe con la botella a Marcus en la pierna. — Es la última vez que te digo que no has bebido. — No, pero si estoy bien... — Daaaa uuuun soooorbo aunque sea, tío. Si no, todo ese discursito del Marcus divertido de antes no me lo voy a creer. — Marcus suspiró y agarró la botella. — Además, necesito que alguien más saque a Jackie los colores, no solo yo. Y a tu amigo. Hazlo tú, que tienes más confianza, que si lo hago yo, queda fatal. — Marcus rio levemente, y ya sí, dio un breve sorbo a la botella. Estaba un poco fuerte, se le debió notar en la cara, que la arrugó entera, lo que hizo a André reír. Sin embargo, intentó disimular (aunque la voz le salió quebrada). — Theo, puedes participar en la conversación. — A mí es que me gusta escuchar. — Salvó el otro, haciéndose el niño bueno. Ya, pues eso no le iba a durar mucho allí.  

 

ALICE

Ya sabía ella que esa técnica de Sean sería como escupir hacia arriba, porque André era un chulo y un conquistador, pero era extremadamente inteligente, y quizá por eso, cuando se juntaban la inteligencia con su menester favorito, solo se podía ganar puntos con él. Se aguantó una risa con la franqueza de su primo y, a pesar de que sabía que esas cosas desconcertaban a su novio, es que el deslenguamiento de su primo siempre le había hecho mucha gracia. Eso sí, tuvo que resoplar cuando sus amigos seguían picándole con el tema de la borrachera. — De verdad, si es que no puede hacer nada el chiquillo, así normal que luego no beba nada, si es que lo hace y os volvéis locos. — Su amiga se rio con una carcajada hueca. — Mírala, como cambia los roles de género y se convierte en la princesa que acude a salvar al príncipe. — Ella la miró, alzando la barbilla. — ¿Algo que objetar? — Y su amiga negó, riendo, antes de darle un trago al champán.

Al menos, sus primos le dieron a su novio el momento de gloria que necesitaba, encima con resultado de victoria para él, y pudieron continuar picando a su primo, que era lo que le interesaba. — ¿Y por qué no? — Preguntó a lo del cuento de hadas, tirándole de vuelta el corcho. — Conozco a unos que también estuvieron siete años tira y afloja y ahora mira. — André se rio y se incorporó dándole en la nariz con el tapón. — Porque, mi querida canija, yo no soy tú, y definitivamente, Marine no es Marcus. Pero nos lo pasamos muy bien juntos cuando nos da por ahí. De hecho, muy pronto he dicho yo que sí, pero a lo mejor ya tiene planes con otro u otros. — Alice negó y se rio, apoyándose de nuevo sobre su novio. — Lo dicho, el uno para el otro. — Su primo no cambiaría nunca.

Rio pasándole la botella a su novio y dijo. — Venga, mon amour, demuestra que Francia ya te corre por las venas. Y luego a ese. — Dijo señalando a Theo, que dijo. — Yo ya he bebido. — Pero la atención voló hacia él con la pelota que Marcus le lanzó a su tejado, poniéndole muy rojo. — Es que yo… no sé mucho de los demás, no me meto en la vida de nadie… — Cuñadito, no peques de Hufflepuff, por favor, que en esta familia, excepto mis padres, te comen. — Theo rio y se encogió de hombros. — Yo de Sean solo puedo contar cosas buenas, porque ha sido un compañero de clase genial. En lo que a mí respecta, no se ha portado mal nunca. Solo he oído a las de Gryffindor hablar mal de él por lo de Patrice… — Sean resopló. — ¿Me va a perseguir toda la vida o qué? — Theo se encogió de hombros. — Tío, es que cuando Hills dejó a Neil todos dijimos que demasiado había durado… Nadie se sorprendió. Pero lo de Patrice… Como te hacía corazones con la escoba y todo eso… — Y Jackie y André se echaron a reír con ganas, mientras Sean enterraba la cara en las manos. — De Gal no puedo decir nada malo… — Ya, ya, ahórranos la hagiografía de mi prima. — Y Marcus es un tío genial y el mejor prefecto del castillo… — ¡Venga ya! Theo, por favor, una poquita de rabia aunque sea le tienes que tener. — Intervino, para su sorpresa, su prima. Theo rio y negó con la cabeza, pero se le empezaba a dibujar una sonrisilla. — Solo puedo decir… que bueno… como casi nunca me veía, que era como invisible para él, hasta el punto de que me arrollaba por los pasillos, sí que me di cuenta de que el pobre ha tenido que quitarse más de una vez a una prefecta de encima. — Alice tuvo que taparse la boca, como si se apoyara en la mano, para que Marcus no la viera reírse. Su primo le señaló. — Eso, eso, eso queremos. — Theo miró a Marcus. — Cuando la movida de la huelga, como una semana o así después, fui a buscar a Oly al aula de prefectos y te vi con Maggie, así que me retiré corriendo, pero me dio tiempo a oírte decirle que no ibas a acostarte con ella bastante tajantemente. — Se empezó a tocar el pelo. — Y… cuando lo del incendio, a mí me pillo en el invernadero y Mustang no estaba, pero yo estaba rodeado de chavales de segundo de Hufflepuff, no sabía qué hacer, así que subí para ver si estaba la profesora por ahí, y te vi quitándote literalmente de encima a Eunice McKinley. — Ooooooojo el primo, cómo se lo monta. — Dijo Jackie con tonillo. Desde luego, quedaba demostrado que Theo, si su prima estaba de por medio, no podía resistirse a una petición.

Pero se le puso una sonrisilla al recordar todo aquello, cómo lo veía ahora (con ventaja, desde luego, porque no era lo mismo verlo en el momento con todas las dudas o el agobio, que allí, en brazos de Marcus, viendo las estrellas) y suspiró un poquito, acariciando manos y brazos de su novio. — Cuánto parece haber cambiado la vida en un año solo… Para mejor. — Dijo mirándolos a todos. Porque sí, definitivamente todos estaban mejor. — Si ha cambiado tanto en un año… ¿qué no habrá cambiado en cinco o en diez? — Theo sonrió y deslizó la mano para acariciar la de Jackie. — Solo espero poder volver aquí para contároslo a vosotros. A esta playa, así, todos juntos. — André se rio, pero le vio un brillo en los ojos. — Ambición Hufflepuff, claramente… — Ladeó la cabeza y sonrió, mirando al cielo él también. — Pero tienes razón. Espero lo mismo. Aunque también espero poder estar en Inglaterra trabajando, la verdad. — Jackie miraba a Theo arrebatada, con una sonrisa tonta. — Y yo tener un taller de verdad, uno con diseños innovadores y bonitos de verdad. — Rio y dejó caer la cabeza en el hombro de Theo. — Y haber podido terminar la obra para entonces, por Merlín, que esto está siendo más largo que una pasión. — Alice cogió las manos de Marcus y dijo. — En diez años quiero ser enfermera alquimista. Quiero tener un taller justo ahí. — Dijo señalando el solar, que se veía desde allí. — Quiero tener la casa de nuestros sueños. — O sea, que otra obra. — Dijo André riéndose. — Dos, de hecho. — Confirmó ella, y luego enterró la cabeza en el cuello de Marcus. — Cumplir nuestras promesas, cuando sea tiempo de florecer. — Dijo, porque sabía que eso solo lo entendería él y así no la presionarían.

 

MARCUS

Menos mal que su novia le defendía, y él, al igual que hacía de pequeño, seguía sin perder su pose digna pero se dejaba ligeramente acoger bajo el ala de quien le estuviera defendiendo en ese momento, como una forma más de defenderse y decir "y esta persona está de mi parte, que lo sepas". Más acentuó la expresión orgullosa y el abrazo a su novia, con una sonrisita triunfal, cuando ella dijo que, a pesar de sus siete años de tira y afloja, allí estaban, como si eso debiera ser estandarte para todo el mundo. Así era Marcus: se había pasado casi siete años negándolo, pero al día siguiente de empezar su relación con Alice, ya podía permitirse decirle a todos que así era como se hacían las cosas y que espabilaran, que él entendía mucho del tema.

Pudo recuperarse del trago de champán porque la atención estaba en Theo y sus comentarios dubitativos. Estalló en risas, como todos los demás, cuando habló de las críticas de las Gryffindor a Sean a cuenta de su relación con Patrice. — Es que, aquí donde lo veis, el polluelito es todo un Cassanova. — Y tú eres imbécil. — Le replicó su amigo, haciendo que solo se riera más. Pero es que con lo de los corazones en la escoba estaba literalmente llorando y rodando por la manta. Se le empezó a cortar la risa en cuanto Theo pasó a ellos, y fue a responderle con un cariñoso "gracias, tío" pero, por supuesto, aquellos graciosos tuvieron que pinchar. — ¿Es que tanto os cuesta entender que una persona pueda ser simplemente buena y no oculte malas intenciones? — Dijo muy puesto, y se tenía que haber callado, porque el "buena persona" cantó a la primera que le pincharon un poco.

Marcus chistó. — No eras invisible... — Empezó a decir, pero el chico siguió. — Eh, solo fue una vez, y fue sin querer. Me pasaba con más gente. — Quiso defender a lo siguiente, pero nada, allí nadie le estaba escuchando. Y entonces dijo lo de las prefectas, y claro, ya para qué querían más aquellos cotillas. Negó y fue a mirar a su novia para intentar justificar que seguro que Theo se estaba confundiendo... y se la encontró haciendo un esfuerzo porque no se la viera riéndose. Arqueó una ceja. Bueno... Se quejó internamente, cambiando la mirada. Pues nada, otra vez volvía a ser él el foco de evidencias, y ya ni su novia le defendía. De verdad, nada como ser uno reseñable y carismático como para que todos disfruten de lo lindo hundiéndote.

Se puso a mirar al mar como si tal cosa, de hecho, volvió a apoderarse de la botella para dar un sorbo al champán (Dios, pero si estaba malísimo, ¿qué hacían bebiendo eso? Ya iba a arrugar la cara otra vez). Como si por hacer como que no estaba allí, realmente dejara de estar allí, o el tema se difuminaría, o alguien diría: "¿Marcus? ¿Qué Marcus? Nadie aquí responde al nombre de Marcus". En fin, salida inútil, pero la única que le quedaba al parecer. Eso sí, le pilló justo con la botella en la boca cuando Theo, sin tapujos, dijo que le había oído decirle a Maggie que no iba a acostarse con ella. Ya tenía todos los ojos encima. Tosió un poco con la boca cerrada, disimulando y dejando la botella en la arena. — Bueno. — Dijo como si tal cosa, tras lo cual carraspeó un poco. — Había discrepancia de opiniones al respecto. — Joder, y tanta. — Dijo André entre risas. Jackie puso ojitos de cotilleo y dijo. — Yo necesito esa historia entera. — No, no, créeme que no. — Cortó rápidamente Marcus. Y, afortunadamente, Theo prosiguió... No, de afortunadamente nada, porque si malo era mencionar a Maggie, ya sacar a relucir a Eunice era el colmo. Y claro, levantó una polvareda. Marcus suspiró hondamente, pero Hillary añadió algo más. — Y a pesar del ya mencionado momento de Alice llevándose a Marcus al baño de la discoteca del toro seguramente para que le diera una lección de alquimia... — Creía que ya habíamos dejado atrás el tema toro. — La tipa, que por algún motivo venía con nosotros ese día, siguió tirándole los tejos. — Espera, ¿¿estando ya juntos?? — Se sorprendió Jackie. Para qué le preguntarían a él, si allí menos él respondía todo el mundo, porque ya se adelantó Hillary. — No, si cuando el incendio también estaban juntos. — Y cuando lo de Geller también se te insinuó, que lo vi yo. — Oye no te sabía yo tan observador, Matthews. — Respondió ácido al oportuno comentario de Theo. Hillary siguió como si nada. — Pero es que ella tenía metido en las cejas a Lex, pero como es gay... — ¿Tu hermano es gay? — Irrumpió André, lo cual no cortó la historia. — ...Pues se obsesionó con Marcus. La muy zorra. — ¡Hills! — ¡Oish, es que no la aguanto! Me mira por encima del hombro continuamente. A ver dónde llega ella y dónde llego yo. — Por lo pronto sabemos dónde quería llegar y no llegó. — Comentó André, mirando a Marcus de reojo, y las risas volvieron a salir a la luz.

— Bueno, yo creo que ya... — Ah, no no, tú no te vas de aquí hasta que no des más detalles. — Le insistió Jackie, y André añadió. — Eso. Y estaría feísimo que mi prima, en su primera noche en cama de matrimonio oficial, "duerma", porque claramente solo ibais a dormir, sola. Así que ya estás largando, que estamos en confianza Gallia. — ¡Vale! — Se rindió. Porque total, no le iban a dejar hasta que no lo contara. — Tampoco hay mucho más de lo que ya sabéis. Me lie con Geller en la fiesta de Navidad de los prefectos del año pasado, fueron cuatro besos tontos y, por cierto, bastante aburridos. — Se generó un estúpido "uuuuuuhhh" a su alrededor acompañado de un comentario de André, quien mirando a Alice dijo con tonito. — Vaya, vaya. Alguien tenía puesto el listón muy alto. — Pues sí. — Zanjó Marcus, y rápidamente continuó para no dejar paso a más comentarios. — Ella iba con la idea fija de acostarse con alguien antes de acabar su estancia en Hogwarts y pensó que sería conmigo por lo que pasó en la fiesta, pero yo no tenía ningún interés. Cuando la huelga de Ravenclaw se lio muchísimo, me insultó... — ¿¿Te insultó una tipa que quería acostarse contigo?? — A Jackie le faltaban las palomitas. — Así es, y su brillante manera de intentar disculparse fue insinuarse otra vez, y esa fue la conversación que Theo oyó. Le dije que no y que no me lo propusiera más y fin. — Y que te estabas reservando para Alice. — Todos miraron a Theo, Marcus incluido. El chico se encogió de hombros. — Eso también lo oí. Como comprenderás, no se me iba a olvidar estando en el momento en el que estaba. — Marcus echó aire por la boca, cerrando los ojos. — Sí, me dijo que no me acostaba con ella porque con quien quería hacerlo era con Alice y que estaba jugando con medio castillo. Lo que viene siendo no encajar bien un rechazo. — Pues sí, la verdad, menuda ridícula. — Comentó Hillary. La chica alzó las manos y añadió. — Que razón no le faltaba, pero... Hija, al menos ten más clase. — Marcus se encogió de hombros y prosiguió. — En cuanto a Eunice, nunca me llevé bien con ella y claramente lo que quería era liarse con un prefecto. Estaba enganchada al de Slytherin, le fue mal, y efectivamente al parecer estaba bastante pillada por mi hermano, y eso era callejón sin salida. Yo era la opción más fácil e intermedia. El día del incendio me cabreó muchísimo. — Tensó la mandíbula. Sean esbozó una risilla. — Uuuuhh ese cabreo tiene nombre y apellidos. — No era el momento para insinuaciones y... — Ya, ya, no era el momento para insinuaciones y se metió con Alice, ¿a que sí? — Marcus alzó la barbilla y pasó un brazo por los hombros de su novia. — La envidia es más venenosa que lo que pueda tener ninguna serpiente en la lengua. — André soltó una fuerte carcajada y dijo a los presentes. — ¿Veis? A un tío así, hasta un soltero empedernido como yo le da sus bendiciones para desposar a su prima. — Y ya estaba Marcus con el orgullo tan por las nubes que debería verse desde Londres.

Al caer el tema, la siguiente en hablar fue Alice, aportando una bonita conclusión. La abrazó un poco más y sonrió, escuchando a los demás. Después de que Theo hablara, miró a Alice y dijo. — Yo sé lo que quiero para los próximos cinco años. Y para los próximos diez, y para los veinte, y para los cincuenta... — Rozó su nariz con su mejilla. A ella, la quería a ella, la necesitaba a ella. El día que tomó conciencia de que la amaba de verdad y no tenía más sentido negárselo, fue precisamente cuando ella le preguntó qué necesitaba, y se planteó qué quería tener y cómo quería vivir cuando saliera de Hogwarts. Y lo tuvo muy claro: la quería a ella. Y todo lo demás sería bienvenido y maravilloso, pero sin ella no tendría el menor sentido.

Miró a André. — ¿Te tendremos por Inglaterra, entonces? — Ojalá. Dile a tu padre que me haga un hueco en su oficina. — Marcus rio. — Créeme que estaría encantado. Te cambia por el señor Adams y todos los relacionados con él sin pensárselo. — Eso levantó varias risas que los franceses no entendieron pero que Hillary resumió. — Nuestro profesor de Aritmancia. Una palabra: divorciado. — Oh, sí, nosotros también teníamos de esos. — Comentó entre risas André. Siguieron soñando despiertos, y hablar de las diversas obras le hizo reír. — Yo puedo mejorar mis hechizos relacionados con obras. Y vais a tener dos alquimistas, eso es un punto en cuanto a refuerzo de estructuras y materiales sólidos, por no hablar de bonitos ornamentos... — Ya se está vendiendo otra vez. — Dijo Hillary, levantando risillas en los demás. Luego añadió. — Por lo pronto, procurad construir en terrenos legales. No me gustaría que mis primeros clientes fuerais precisamente vosotros. — Siguió riendo, y entonces Alice dijo aquello. Cumplir sus promesas, cuando fuera el tiempo de florecer. La miró con amor, totalmente perdido, y acarició su mejilla. — Tú siempre llevas una flor contigo. — Le susurró, como le decía cuando eran pequeños. — Las más bonitas de todas. Yo me encargaré de que no te faltan nunca. — E, instintivamente, miró hacia arriba, hacia las estrellas, con una sonrisa y ella en sus brazos. Él se encargaría de hacerla feliz, como prometió allí mismo años atrás. Nunca le faltaría de nada si en su mano estaba. Y lo que tuviera que llegar, que llegara cuando fuera. Si estaba con ella, no necesitaba nada más.

 

ALICE

Ya no se aguantó más y tuvo que echarse a reír con la cantidad de detalles que Theo dio de Marcus. — No veas con el Hufflepuff, era un infiltrado. — Pero se le cortó un poco la risa cuando contó lo que le había oído decir a Marcus sobre que se estaba reservando para ella. Vaya por Dios. Lo mal que lo tuvo que pasar el pobre, encima en aquellos días. Mira, al menos él no se reservó para nada, a vivir la vida a lo tejón, y ya está. A veces los Huffies, en su sencillez, vivían claramente mejor.

Aunque le hizo gracia lo de “por lo menos ten clase” acompañado de todo el relato narrado por su novio, tuvo que negar con una sonrisa a lo de Eunice. — Es una víctima de su educación y la forma de ver el mundo de su gente. Kowalsky, que es una gran persona, por encima de profesor, me dijo que la realidad nunca es cien por cien real, que depende de nuestro contexto, y tenía toda la razón del mundo. — Miró a su amiga, tremendamente enzarzada en su odio a la chica. — Tú lo sabes mejor que nadie, Hills. Tratas con magos todos los días, y te criaste entre muggles, sabes que, para nosotros, vuestras cosas son impensables, y háblale tú a alguno de tus primos de nuestros hechizos… Pues Eunice, con su vida, es muy parecida. No entiende ni los sentimientos muy profundos, ni darlo todo por una persona… Ni siquiera tolera fallar. Y vaya si ha fallado… No, no puedo tenerle odio, porque bastantes problemas tiene en su contexto. — Sean se rio y se inclinó hacia atrás. — Tú no has visto dónde viven los McKinley ¿no? — Alice se rio y dijo. — La primera vez que fui a casa de los abuelos O’Donnell le dije a mi madre que quería vivir en una casa de ese barrio. Y ella me dijo que no sabíamos si la gente de dentro era feliz, y que la nuestra era más pequeña, pero al menos lo sabíamos. Y tenía absolutamente toda la razón. — Besó la mano de su novio, que estaba muy encendido con aquel momento en el que Eunice se metió con ella cuando el incendio. — Eso es lo que siempre importa. — Alzó una ceja. — Y no ofende el que quiere sino el que puede, cariño, y yo en ese momento estaba aquí arriba después de que Florence me nombrara algo así como subenfermera. — Y todos rieron, anda que no la conocían y sabían que no había nada que la pudiera hacer sentir más orgullosa.

Mientras disfrutaba de las caricias y las monosidades de su novio, sonrió a su primo. — Ojalá y encuentres algo pronto allí. Me encantaría tenerte más cerca. — Yo solo lo siento por los solteros de toda Inglaterra, lo van a pasar mal. — Dijo Theo en tono de broma. André se giró hacia él. — ¿Sabes? Me alegro de que tú solito te hayas sacado de ese grupo, cuñadito. Entre eso y vender al otro inglesito solo porque mi hermana te lo ha pedido, llevas muy buen camino. — Estaba encantada con esa dinámica, la verdad, no podía decir otra cosa.

Rio a lo de los terrenos legales y la señaló. — Hills ya nos ha dejado claro dónde va a estar. — Está muy bien conocer a una abogada, por si me meto en líos. — Dijo André señalándola. Pero Sean estaba sospechosamente callado. — ¿Estás reflexionando sobre la vida, Hastings? — Le dijo en tono de broma. Y su amigo seguía sonriendo, pero tenía la mirada perdida en las estrellas. — La verdad… es que estaba pensando en que… ojalá tenerlo todo tan claro como vosotros. — Se encogió de hombros, un poco cabizbajo. — Aún no sé qué voy a hacer cuando vuelva, no sé qué se me da bien de verdad… Ojalá ser tan destacadamente bueno en algo. — Y ahí se hizo un silencio. Alice nunca había querido hacer sentir mal a su amigo, pero es verdad que todos tenían algo que les apasionaba y Sean… No era malo en nada, pero tampoco especialmente… — Los detalles. — Dijo de repente. — Eres el tío que más se fija en los detalles que conozco. Y eso vale para mil cosas, Sean. Simplemente… ponlo al servicio de lo que más te apetezca. — Y si no lo encuentras a la primera… cambias. — Dijo Jackie de repente, haciendo que todos la miraran. — Te lo dice una Gallia que se ha equivocado bastante… Igual no en la profesión, pero sí en la vida. — Sean sonrió un poco más y asintió y Hills se puso a su lado. — Date tiempo ahora. Mejor ahora que sí lo tienes que forzarte a algo que no quieres, y al final necesitar el tiempo igualmente cuando ya no te venga tan bien. — Alice sonrió mirándoles. Sabían quererse y apoyarse. Estarían bien.

Suspiró y, apoyándose en Marcus, miró el cielo, y justo vio una estrella fugaz. — ¡Eh! ¡Una estrella! Corred, pedid algo, que hoy no creo que pasen más. — Y ella se acurrucó de nuevo entre las piernas de su novio y cerró los ojos. Volver aquí, los siete, dentro de diez años. Siete. Como siete estados tiene la alquimia. Eternos, formando un Todo. Y cuando abrió los ojos, vio el rostro de su novio y susurró. — Eres mi Todo, Marcus O'Donnell. A veces pienso que no necesito deseos, si tú estás aquí. —

 

MARCUS

Su novia era buena, muy buena. Tenía el corazón de Janet y eso saltaba a la vista, por eso la miró con una sonrisa fruncida y tierna cuando, a pesar de que ella podría odiar a Eunice más que nadie, aseguró que comprendía por qué se comportaba así. Para él, en cambio, seguía sin ser justificación. Él era Horner, y nunca se había comportado como tal pudiendo hacerlo. Eunice podría elegir no ser... así. Además, para él no había justificación ninguna para atacar a una persona que no te había hecho absolutamente nada. Sobre todo si esa persona era Alice. Por ahí sí que no pasaba.

No supo si le hizo más gracia el comentario de Theo sobre los solteros de Inglaterra, o la respuesta de André, pero claramente el Hufflepuff había caído en gracia en esa familia. Había visto lo que era que a André no le gustara un cuñado y claramente con Theo no estaba siendo así. Aunque claro, tenía que mantener su papel de ofendido y chistar. — Con qué facilidad me vendéis. Alta traición lo llamo yo. — Bromeó en su tono habitual. Pero cuando su novia puso el foco sobre Sean se dio cuenta él también de que llevaba mucho rato callado hasta para ser él. Esperaba que no estuviera rayándose por su futuro con Hillary, porque eso sí podía tensar el ambiente... Afortunadamente, no iban los tiros por ahí (o en parte sí, pero decidió disimular). Frunció los labios con compasión. Ah, sí, esa conversación ya la habían tenido. — Tío, tú eres muy bueno en muchísimas cosas. — Le dijo con sinceridad. Marcus y Sean siempre se andaban picando a respectos intelectuales, pero era solo de boca para fuera. Él tenía en gran estima a su mejor amigo. Pero en el fondo tenía parte de razón: era bueno en muchas cosas, pero no era especialmente destacable en nada. De ahí que se creara un leve lapso de silencio.

Lapso que su novia rompió, porque ella siempre tenía una buena palabra que decir, como su madre. Eso sí que era ser destacablemente buena en algo. Todos empezaron a dar sus sugerencias y Marcus, sin perder la sonrisa tranquilizadora, se encogió de hombros. — Y si te conozco de algo, quizás no tengas muy claro lo que sí te gusta, pero sí tienes claro lo que no te gusta. Puedes ir descartando todas las opciones que no te gusten hasta que solo te queden varias. Y seguro que eres bueno en todas ellas. — Y lo decía con convicción, y Sean pareció quedarse más tranquilo.

Y entonces, pasó una estrella fugaz, y se le iluminaron los ojos. Sonrió ampliamente, mirando a Alice, y se abrazó más a ella. Ya había pedido por su felicidad una vez, y realmente... ¿qué más quería? No quería más que eso, ver a Alice feliz, tenía objetivo asegurado ya para toda la vida. Pero sonrió y miró al cielo, y luego a su entorno. No perdía nada por... añadir algo más. Seguir juntos. Cumplir nuestros objetivos, nuestras promesas, y... ser más. Florecer, cuando llegue el momento, y ser felices. Dejó un beso en la mejilla de Alice y se acurrucó con ella, apretándola aún más cuando le dijo eso. — Te amo, Alice Gallia. Tú eres mi sueño, y nada más. Tú eres mi Todo. — Aseguró él también, porque así lo sentía, así se sentían el uno por el otro prácticamente desde el primer día, y ahora podían decírselo a viva voz hasta el último de ellos. Y juntos tenían muchos objetivos, muchas promesas. Muchos retos. Él solo quería ir cumpliéndolos de la mano de esa chica, y con su familia y sus amigos con ellos. Y con quienes estuvieran por venir... ¿Quién sabía? Quizás, si volvían aquellos siete dentro de diez años, no volvieran solos...

— Bueno... — Suspiró André, dándole la vuelta a la botella de champán y sacudiéndola. — Esto se me ha acabado. La buena noticia es que tengo más en casa. — Miró el reloj. — Aún me queda aproximadamente una hora para mi plan nocturno... — Cuyos detalles no queremos saber. — Cuyos detalles, hermanita, ya te he dicho que soy un chevalier y no los voy a contar. — ¡Oh, por Dios! Pero si dices eso ya nos imaginamos lo que es... — Total. — Cortó André, aunque todos se estaban riendo mucho con la discusión de los dos hermanos. — Que aparte de más bebida, tengo unas cuantas porquerías en casa que me sobraron de una fiesta a la que fui el otro día. Podemos montarnos una buena fiesta pijama en el desván como las de antaño. ¿Qué le parece a mis primos? — Una ideaza. — Corroboró Marcus, que ya estaba prácticamente de pie. Hillary soltó una carcajada. — Has mencionado la clave, André: comida. Marcus se apunta a cualquier plan que implique comida. — Si te digo la verdad, mademoiselle, lo de que haya comida me lo vais a agradecer. Que aquí a todos os va a venir bien el combustible para aguantar la noche... — ¡¡ANDRÉ!! — Chilló Jackie, que ya estaba levantada, volviéndose hacia él, y los demás hicieron por reír pero ya más por lo bajo. Porque había dejado a todo el mundo en evidencia de un plumazo (aunque tampoco es como que fuera la primera vez). — ¡Venga! Menos quejas y andando, que ese desván está muy cotizado y no suele pasarse demasiado tiempo libre. —

 

ALICE

Se amaban y eran un todo, eso era lo único que necesitaba, realmente, y estaba segura de que todo lo demás vendría a raíz de ello. Observó a los demás en silencio, porque siempre le había gustado observar el mundo y a las personas. Sean tenía media sonrisa, aún un poco decaído, probablemente pensando que lo que había deseado quizá no se cumpliera; Hillary tenía los ojos brillantes, llenos de proyectos, con la expresión de quien quiere comerse el mundo; Theo y Jackie tenían la misma mirada, la de quien acaba de empezar a vivir el amor y solo puede desear que se sientan exactamente así por el resto de sus vidas; André tenía la sonrisa de superioridad de quien en realidad no necesita mucho para vivir, solo libertad; y su Marcus… Su Marcus era simplemente perfecto, tenía los ojos más bonitos del mundo y una sonrisa que la hacía soñar. Soñar y pensar otras cosas, pero bueno, ya habría tiempo.

De hecho, su primo propuso irse para dentro, con la excusa del champán y de tener guarrerías. — André también compra de tus cosas muggles, Hills. — Su primo levantó las manos como diciendo “es evidente”. — Los dulces mágicos son la bomba, pero en los salados, los nonmagique nos van ganando de calle. — Y con la coca cola, que no se te olvide. Tu prima quería replicarla. — ¿Qué es la coca cola? — Preguntó Sean, mientras recogían. Alice se giró entusiasmada. — ¡Una bebida de los muggles que es lo máximo! Pero dicen que la receta es secreta. — Miró a su novio. — Yo quería llevársela al abuelo para que hiciera una separación alquímica y sacara los ingredientes, para poder replicarla. — O puedes ir a un súper y comprarla, también. — Dijo su amiga, socarrona. — Uy, quita quita, qué jaleo, ya fuimos una vez a un bazar chino y la hicimos grande con mi padre y Arnold. — Dijo riéndose al recordarlo.

Pero algo pareció activarse en su prima, aparte de los típicos piques con su hermano, cuando dijo “desván”. — Mmmmm un momento, que voy a ver si está presentable el desván… — André se giró y la miró con una ceja alzada. — ¿Y por qué no iba a estarlo? — Pero ella ya iba escaleras arriba. — Bueno, pues yo qué sé, somos Gallia, somos un caos. — Ah sí, conocía esa excusa, el último recurso de un Gallia. André y Alice se miraron con su sonrisa pícara, y luego a Theo, que en ese momento parecía un niño que le han dejado en medio de una plaza sin nadie conocido. — ¡Pero qué campeón! De verdad, los inglesitos y el desván tenéis algo ¿eh? — Alice hizo una pedorreta. — ¿Perdona? Tú me enseñaste a salir por esa ventana para evitar levantar sospechas en la casa porque tú lo hacías. ¿Te recuerdo que la penúltima Nochevieja me aterrizó una de tus amigas especiales delante? — Su primo se rio con ganas mientras sacaba las bolsas con comida y la botella de champán del frigorífico. — Sí, sí, pero en materia inglesitos triunfa el desván. — Yo quiero saber qué ha pasado en ese desván. — Dijo Hillary picajosilla y Alice señaló las escaleras. — Pues tírale, ya verás. —

Subir allí siempre le hacía sentir mariposas en el estómago, por los recuerdos de la infancia y de la no tan infancia, era un lugar con su propia magia. Jackie estaba culpablemente sentada en la cama, mirándose las uñas como si nada. Se jugaba una mano a que Theo y ella lo habían dejado todo por medio después de lo que hubieran hecho aquella tarde, que se lo podía imaginar. — Ahora hay una cama de matrimonio, porque la tata, que es muy lista, se la ha pedido, pero antes había cuatro pequeñas, para André, Jackie, Dylan y yo. El primer año que Marcus vino tuvimos que ponerle un colchón en el suelo a mi hermano y André le pisaba al entrar por la ventana a una hora intempestiva. — Explicó Alice, entrando y dejándose caer en la cama. — ¿Por esa ventana? — Preguntó Sean incrédulo. — Eh, que Gal también ha bajado por ahí más de una vez. — Ella entornó los ojos. — Mientras yo me quedaba aquí con el inglesito cobarde, haciéndonos los buenos, cuando en realidad habían estado haciendo cosas prohibidas. — Remató Jackie. Alice se arrastró por la cama hacia la mesilla y cogió un tarro vacío. — A ver a qué huele esto… Tengo una apuesta. — Jackie se tiró encima de ella, aplastándola contra la cama. — ¡Dame eso! — Cógelo, André. — Dijo lanzándoselo y su primo estuvo rápido, aunque en la otra mano tenía una patata, así que Theo se lo quitó. — ¡Es mío! — Eso lo dudo mucho… ¡Ay, Jackie! — Su prima estaba haciéndole cosquillas aprovechando la ventaja y ella se removía. — ¡Cariño! ¡Ayúdame, por Merlín! Que van a acabar conmigo. — Hillary, por su parte, se trepó a la espalda de Theo. — ¡Suéltalo, Matthews! Lo vamos a averiguar igual… — Lo que le faltaba, gente siguiéndole el rollo para sentirse exactamente igual que cuando saltaban de cama en cama con doce años.

 

MARCUS

Marcus descolgó la mandíbula, se detuvo en seco en su travesía hacia la casa y empezó a mirar de hito en hito a todos los presentes. — ¿Hay una bebida muggle que "es lo máximo" y cuya receta es secreta y nadie me la ha enseñado? — Preguntó casi indignado. Hillary rio y se giró hacia él con los brazos en jarra. — Perdón, creía que eras demasiado mago muy mago para beber nuestras bebidas sin pasarlas por alquimia primero, como pretendía tu novia. — Este se sube al carro muggle y reniega de su raza si se trata de comida. — Bromeó Sean, haciendo a los demás reír. Siguieron caminando hacia la casa y Marcus, que se había quedado mirando a su amigo con los ojos entrecerrados, se puso a su lado y le dio un par de palmaditas en el hombro. — Te veo todo lo que te resta de vida bebiendo la coca cola esa. — No te mueras de envidia en el proceso. — Respondió el otro, tan ácido como él.

El tema se desvió porque, repentinamente, Jackie adoptó una actitud ciertamente sospechosa y avanzó sin ellos. Marcus volvió a descolgar la mandíbula, aunque esta vez con una sonrisilla dibujada y una ceja arqueada, y se sumó a los demás en mirar a Theo. Vaya, les había faltado tiempo, y eso que aún no habían definido nada supuestamente. El inicio del comentario de André le hizo reír, pero con el final ya saltó. — ¡Eh eh eh! — Su novia también respondió, por supuesto, y cuando acabó, él añadió su parte de la excusa. — Y yo nunca he entrado en un lugar en el que no se me hubiera concedido permiso prev... ¡Oh, ya vale, sois lo peor! — Se quejó, porque a medida que su frase avanzaba, más se reían y le miraban con picardía los demás. Estos malpensados... Aunque debía reconocer (para sí, para el resto jamás) que no había sido su mejor elección de palabras, desde luego.

Subir le trajo muy buenos recuerdos, y sí, algunos eran infantiles y eran los que pensaba evocar en aquel momento, con sus amigos y de fiesta y risas, pero otros eran más recientes y... En fin, para lo que a todas luces usaba allí todo el mundo el desván, aunque en su cabeza era un lugar precioso y romántico y conectado con ellos y un montón de palabrería propia de Marcus que mejor se guardaba para sí, porque solo sería blanco de burlas e incomprensión. Se dedicó unos instantes simplemente a mirar el sitio y sonreír, escuchando cómo Alice le contaba a sus amigos cómo era el desván cuando eran pequeños. — Dios, qué recuerdos... — Miró a André y le señaló. — Aquí mismo era donde el maestro en amor nos explicaba qué era un beso mientras nos hacía una demostración práctica con Marine Youcernal que nosotros espiábamos por la ventana. — Sí, y recuerdo ese momento de alguien diciendo. — André impostó una voz muy infantil para imitarle. — "¿Que no es tu novia? ¡Pero la has besado! ¿Cómo vas a besar a alguien que no es tu novia?" — Las carcajadas de Sean y Hillary fueron tan estruendosas que debieron llegar hasta la playa. Marcus miró al francés con los ojos entrecerrados. — Ya. Yo no hablaba así. — Parece que lo tengo delante. — Dijo Sean, limpiándose las lágrimas de la risa.

Pero el comentario de Jackie le hizo mirarla con la boca muy abierta. No hizo falta que desatara su indignación, porque de repente, ella misma quedó en el foco. Alice había cogido un tarro de la mesilla que había que ser muy torpe para no saber de qué era y se lo lanzó a André, y Marcus se dedicó a reír mientras se abría uno de los paquetes de patatas que el chico había subido y comía, disfrutando del espectáculo del tarro volador. Lástima que, justo cuando se estaba metiendo las primeras en la boca, su novia le pidió ayuda. Con mucha parsimonia, alzó una mano pidiendo espera mientras masticaba (y se generaba el absoluto caos a su alrededor), dejó el paquete a un lado, se sacudió las manos, sacó la varita y apuntó a la batalla entre Theo y Hillary. — ¡Accio tarro de contraceptiva! — El mencionado tarro salió volando y cayó en sus manos, dejando a Jackie tan ojiplática que dejó automáticamente de hacerle cosquillas a Alice. Marcus puso cara de falsa disculpa. — ¡Ups! Si tan solo no hubiera venido... — ¡Serás traidor! Yo te ayudé a ti, me debías una. — Sí, te debía una que he dejado de deberte en cuanto has dicho delante de todos que me hiciste un favor aquel día y por qué. — Se llevó el tarro a la nariz, lo olió y se recochineó con un sonidito de gusto, como si el aroma le encantara. — Con lo fáááácil que me hubiera resultado decir que no era más que un perfume vacío. — Y, señoras y señores, al que no paráis de llamar inglesito cobarde y no querríais de enemigo. — Señaló Sean, a lo que André acompañó con una carcajada. — Sí, sí, ya lo vi en plena actuación con mi excuñado y el imbécil que perseguía a esta. — Señaló a Alice con el pulgar. Luego, miró a Theo. — Tranquilo, Theo. Nunca vi a mi hermana tan contenta después de más de uno que echó con el gilipollas de su ex. — ¡Ohg, André! — Y Jackie les regaló a todos una colección de insultos en francés a su hermano que al otro solo le hicieron reír, mientras Theo se ponía cada vez más y más colorado.

— No tenéis ninguna prueba de que no sea un tarro de una de las novietas de mi hermano. — Dijo muy chulita Jackie, que en vez de callarse no daba la batalla por perdida. Ahí fue cuando Sean sonrió y, cruzándose de brazos, hinchó el pecho y dijo. — Si quieres hago un análisis detallado de todo lo que veo ahora mismo en la habitación y que no respalda tu teoría. — Jackie le miró con los ojos entrecerrados y Sean arqueó las cejas. — Ya lo ha dicho tu prima: lo mío son los detalles. — Todos hicieron "uuuuh", pero Hillary se enrolló un mechón de pelo en el dedo y dijo. — Hazlo, que yo quiero oírlo. — ¡Tía! — Se quejó la francesa, sintiéndose traicionada por su nueva amiga, pero el resto había intensificado aún más el "uuuuuuh", y Sean le estaba devolviendo una miradita a Hillary que Marcus juraba no haberle visto nunca. De hecho, André alzó las palmas y dijo en tono cómico. — Bueno, a ver, si la vas a poner cachonda mejor se lo haces en privado. — Se desataron varias risas, pero vio cómo Sean le dejaba caer. — Sí, en privado se lo hago. — Y la cara de Hillary no dejaba lugar a duda alguna, de hecho Marcus prefirió buscar por dónde había dejado el paquete de patatas. Sí que iban a tener fiesta esa noche en la casa.

— O sea que lleváis compartiendo cama desde los once años. — Dijo Hillary, cambiando de tema claramente para despejarse, burlona y sentándose como una diva en la cama de matrimonio. — ¿Has visto qué engañados nos tenían, Sean? — Y en Hogwarts muy preocupados todos porque durmiéramos los chicos y las chicas separados. El primero, este. Menudo falso. — ¿Habéis terminado con el ataque personal contra Marcus O'Donnell? — Preguntó él, quien había vuelto a apoderarse de las patadas, aunque ahora se había sentado al lado de Alice. — Esta solo se metía en mi cama para tirarme de la misma cuando consideraba que era la hora de levantarse para ir a la playa. — Le dijo, gracioso, a Alice, al tiempo que se comía una patata y le guiñaba un ojo.

 

ALICE

Desde luego que su novio podría meter la pata tremendamente con los comentarios que podían sonar regular, pero luego él solito se devolvía a lo más alto del podio, marcándose un Emma O’Donnell (Horner) y mirando a todo el mundo por encima del hombro, terminando la pelea con magia y dejando a mal quien pretendía, y acabó riéndose por la frase de su amigo, en parte porque era cierta y en parte porque le alegraba ver a Sean siendo plenamente Sean. Le hizo mucha gracia la ofensa de su prima, no obstante. — Le has contado hasta a las flores del jardín de Beauxbatons la historia del desván, no tengas cara ahora. — Dijo. Aunque tuvo que asentir a lo de que podía ser de cualquiera de las amigas de André, siempre existía esa posibilidad, claro. Para rematar, su primo puso en evidencia a Jackie y, de paso, a Noel, y ya sí que no podía parar de reírse. — Es gracioso porque es cierto. — Dijo casi sin voz, muerta de risa.

Se giró a Sean y Hillary y alzó una ceja. — Así que eso es lo que os va ¿eh? Que Sean te cuente detallitos que ve… — Hillary se cruzó de brazos. — Y a ti lo que te va es que aquel te diga cosas alquímicas. — Ella se encogió de hombros y puso aspecto de superioridad. — Y eso hace que hasta amándonos seamos dos intelectuales y eso es: bonito. — Dijo haciendo un gesto con las manos como si pusiera un cartel. Se inclinó sobre su novio, cogiendo una de las patatas que tenía ahí y asintiendo con la cabeza a lo buenas que estaban. Como casi siempre, su primo tenía razón, los snacks salados de los muggles eran insuperables.

— No, no la compartíamos. Solo las juntamos una noche de tormenta y pusimos a Dylan en medio. — Jugando a papás y mamás desde bien pequeños. — Dijo Hillary con toda maldad, dándole un trago al champán que André le acababa de pasar. — Vaya, mira quién se está aficionando a beber a morro. — Dijo ella en respuesta. — De todas formas, contacto hubo, que lo vi yo. — Dijo Jackie, con el mismo tono malicioso, a lo que Alice chistó y movió la mano en el aire. — Venga, venga, que el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, listos. ¿Por qué creéis que la tata puso esto aquí? — Y tiró de la cadenita del techo. — ¿Qué hace? — Preguntó Theo. — Anula el ruido para el exterior, pero tú sí puedes oír lo que pasa fuera. — El chico abrió mucho los ojos. — Vuestra tía está en el siglo XXII. — André rio y alzó las manos. — Los Gallia tenemos talentos ocultos, ¿qué podemos decir? — Sean entornó los ojos. — Ojalá en mi familia se hablara con tanta tranquilidad de estas cosas. En lo que a mí respecta, mi hermano mayor es un monje, vamos, porque ni una chica ha traído a casa, pero tampoco comenta nada. — Otro chevalier. — Señaló André con una reverencia. — Que seguuuuuro que no va besando ni nada a chicas que no sean sus novias. — Lanzó con malicia su primo. Sean se rio. — Es algo que va en las familias mágicas inglesas. Es simplemente un tema que no se habla bajo ninguna circunstancia. — Y las no mágicas. — Dijo Hills poniendo un mohín. Alice se encogió de hombros. — A ver, mi madre llegó aquí ya embarazada, como para ignorar el tema. — ¿QUE QUÉ? — Dijo Sean. — Ah, puede que no te haya contado eso nunca, sí. Bueno, ya te imaginas por dónde van los tiros. Y luego resulta que va mi tata y sale del armario con Erin después de treinta años… En fin, simplemente Gallia. — Sean se rio. — Igual sí que es verdad que vive en el siglo XXII, al menos más que el resto de los magos. — André palmeó el hombro de Theo. — Eso es lo que digo yo, cuñadito. Que mejor que esperar treinta años será ir dejando las cosas claras desde ya… — Theo le miró con media sonrisa. — ¿Lo dices por ti y Marie Nosequé? — Marine. Marie es otra, no me líes, Theo, macho, que luego meto la pata, y tengo que irme en un rato. — Y todos volvieron a reír. — ¿A ti no te han preguntado nada tus padres? — Preguntó Alice a su amigo, mientras cogía unas bolitas tropicales. Theo negó con la cabeza y se encogió de hombros. — Es que mis padres son un poco hippies ¿sabes? Fue como… Pásatelo bien, no hagas locuras y usa protección. — Sean casi se atraganta con el champán. — A mí mis padres me dicen eso y me quedo pillado, vaya. —

Como ella siempre estaba muy pendiente de su novio, vio por ahí los dragones de regaliz y se los ofreció, porque sabía que, no estando Lex, no se los iba a comer nadie. — ¡Uf! Otro momentazo de estos dos, lo de darse las chuches en el cumple de Marcus. — Saltó Hillary. — ¿Ves? Es una guarrona. — Le picó su prima. — Y vosotras idiotas, porque ahí estábamos muy chicos, y nos daba vergüenza hasta darnos la mano. — Pues bien que os escapabais al árbol a no sé qué del caldero… — Ella alzó la barbilla y se puso muy digna. — Envidia es todo lo que oigo. — Por un momento, se quedaron mirando a André, que estaba sorprendentemente callado, y él les devolvió la mirada. — ¿Qué? Es que he hecho todo eso, y probablemente antes que vosotros. Cuando mi padre vino a darme la charla le traumaticé yo a él. — Y volvieron a echarse todos a reír.

— Va, tíos, en verdad este desván es mucho más que todo eso. — Dijo Alice con una sonrisa dulce. — Aquí siempre hemos jugado en invierno y cuando llovía. En Navidades, en Pascua… Siempre me moría de ganas de traer a mis amigos… Y ahora por fin estáis aquí. — Dijo mirándoles. — De hecho, podemos jugar a algo de lo que jugábamos entonces. — Dijo Jackie levantándose y yendo al baúl de los juguetes. — ¡Oh, mirad! El peluche de André. — Y le tiró un delfín que tenía el color azul celeste gastado. — ¡Eh! No trates así a Louis, es mi colega, un respeto. Yo le contaba mis cosas ¿verdad, mon ami? — Dijo mirando al delfín en su mano. — Y las témperas de Alice, menudo peligro. Enseguida intentaba pintarte el pelo. Aquí el desiluminador favorito de Marcus sin duda... Aquí libros, también de Alice… ¡Ah, aquí está! — ¡Oh! El juego de comprar las calles y eso. Chulísimo. — Dijo entusiasmada. — ¿Es un Monopoly mágico? — Dijo Hillary. — ¿El qué? — Preguntó ella. — Es un Monopoly mágico sin duda. — Confirmó Theo, igual de emocionado. — Creo que eso es un sí a jugar. — Dijo ella, traviesilla. André chasqueó la lengua. — Venga, pero solo hasta que me vaya. —

 

MARCUS

Se puso a comer patatas, pero claro, allí no podían dejar de mencionarle ni un segundo. Luego que si a él le encantaba ser el centro de atención, como que el resto no le ponía en ese lugar continuamente. Rodó los ojos indisimuladamente para dejar patente lo que le parecían las bromitas mientras Alice contradecía. — Es cierto. — Afirmó a lo que Alice dijo de que solo juntaron las camas una vez, pero luego señaló a Jackie y dijo. — No es cierto. — Uy, que no, dice. — Respondió la otra, entre risas, y André también rio, mirándole con otra bolsa de patatas en las manos. — Venga ya, tío. Aquella no ha dejado de toquetearte desde el primer día. — ¡A cualquier cosa lo llamáis toquetear! Tenéis la mente emborronada de lascivia. — Por supuesto, recibió numerosas burlas a ese comentario. Y, por supuesto, eso no le detuvo. — Y veis cómo una chica asustada por la tormenta le da la mano a su amigo y ya estáis imaginando cosas raras. — He leído que el miedo es un potente afrodisíaco. — Ah ¿pero tú lees? — Burló Marcus el repentinamente subidito comentario de Sean, pero Theo se giró hacia su amigo. — ¡Es cierto! Tiene que ver con las conexiones cerebrales. Yo he investigado sobre eso en libros de salud mental. — Vaya por Dios... — Suspiró Marcus, pero prefirió seguir comiendo patatas.

No iba a tardar en salir a relucir la cadenita de Violet. Ahí sí que se retrepó en la cama y disfrutó del espectáculo en el que sus amigos alucinaban con el invento, comiendo patatas tan tranquilo mientras miraba a Alice con una sonrisilla ladina, explicando como si tal cosa el funcionamiento de la cadena cuando ambos sabían un hechizo que hacía exactamente lo mismo. Y, a diferencia de William, que no era nada discreto, se llevarían el conocimiento del hechizo con ellos a la tumba... Bueno, quizás se lo enseñaran a alguien que les demostrara suficiente confianza y necesidad. No era el caso de aquel grupito que no paraba de meterse con ellos. Que tiraran de la cadenita, que a fin de cuentas hacía lo mismo.

Marcus rio entre dientes al comentario de Sean. — Si yo intento hablarle de sexo a Lex, probablemente acabe muerto. — Fingió un escalofrío. — Por no hablar de que prefiero que no vea ciertas cosas. — Uh, tiene que ser jodido eso. No quisiera ver a mi hermano así. — Añadió Sean, con un punto asqueado, por lo que Marcus le señaló. — Gracias, eso le digo yo. Pero dice que el cerebro me grita. — Hillary soltó una carcajada. — Me lo puedo creer. — Espera, espera. — Detuvo Jackie. — ¿Lex es legeremante? — Miró a André. — ¿Tú lo sabías? — Su hermano se encogió de hombros. — Lo intuí el día que fuimos a casa del tío William y la tía Janet por Navidad y vinieron los O'Donnell. Le vi... un poco incómodo. — Y André también pareció un poco incómodo al decirlo. Marcus intuía por qué: en aquella época, Marcus y Alice intentaban no ser conscientes de lo que había, y claramente Jackie también. Pero André era más mayor, y su hermano estaba oyendo los pensamientos de todos. De alguna extraña forma debieron conectar. — Bueno. — Dijo Marcus con normalidad, para rebajar el tema. — El caso es que a final de curso se descubrió su legeremancia en Hogwarts. No es como que quiera que se vocifere por ahí, pero este es un núcleo de confianza. Le ha costado, pero ya no le importa hablar del tema con gente a la que considera afín. — Eso pareció gustar al resto.

Pero el tema avanzó y se destapó algo que también había una parte del grupo que no sabía: que Janet llegó a Europa embarazada de Alice. Al menos lo de sus tías ya lo sabían. — Pero sois una familia que nunca deja de sorprendernos. — Comentó divertido, mirando a su novia. Lo mejor fue el tirito de André a Theo que este devolvió con ese espíritu Hufflepuff que hacía que ni cuando te atacaran te pudieras enfadar, haciendo a Marcus reír con la circunstancia. Con lo que sí que rio fue con la definición de Theo de sus padres. — No sabéis la cantidad de chapas de Arnold O'Donnell que he tenido que tragarme, antes, durante y después de pisar La Provenza cada año. Y las prefería a las de Emma. Ella directamente te hace un interrogatorio en el que sabes que, por el bien de tu integridad física y mental, es mejor que digas la verdad. — ¿Le has dicho a tu madre todo lo que piensas hacerle a mi prima en este viaje entonces? — Comentó André con sorna, haciendo reír a todos y dejando a Marcus un par de segundos boqueando como un pez. — Bueno... Digamos que... — Carraspeó y se irguió un poco, con la mirada puesta en un punto indefinido de la cama pero con mucha dignidad. — Hemos llegado a un acuerdo no pronunciado por el cual ella no incide en ciertas preguntas y yo no me veo obligado a mentir. — Creo que eso es lo más Horner que he oído en mi vida. — Se burló Hillary, pero André estaba riendo a carcajadas, claramente sacando sus propias conclusiones sobre lo que Marcus y su madre habían acordado no hablar.

Alice se acercó a él con un dragón de regaliz en la mano y Marcus, con una gran sonrisa, abrió la boca para que se lo diera, apoyando la cabeza en su hombro justo después, mimoso. Pero ya tuvo Hillary que romper el momento. Rodó los ojos y gruñó un poco (porque tenía la boca llena) antes de contestar. — Qué envidiosa, hija. A ver cuándo te vas con tu no-novio a que te llene de detallitos. — Miró a Jackie. — Y tú a oficializar lo tuyo. Que tu hermano quiere casaros ya ante el claro ultraje a tu honor que ha acontecido aquí hace unas horas. — Qué va, tío, no me pega nada eso. Pero tampoco me opondría. — Dijo André como si nada, comiendo despreocupadamente. Miró a Alice y asintió fuertemente a su comentario. — Envidia pura y dura, mi amor, no lo dudes. — Aunque el comentario de André hizo a todos reír. El chico estaba tan tranquilo en aquella conversación que solo se limitaba a comer y a contestar lo justo y necesario.

Se acercó a su novia, arrastrándose en la cama, y pasó un brazo por su cintura con cariño cuando dijo que aquel desván le traía buenos recuerdos. Sí que sentía como si volviera a la infancia cuando estaba en él, sobre todo teniéndole a todos allí. Su breve momento de nostalgia se vio interrumpido por la propuesta de sacar un juego. — ¡Oh! Tengo que vengar la injusta paliza que nos dieron mi tía y Violet. Ahora al menos estamos todos en igualdad de condiciones. — Bueno, bueno, tanto como en igualdad de condiciones... que aquí hay gente que nunca ha jugado. — Dijo Sean, en clara defensa de su amada (y de paso de Theo). Marcus hizo un gesto despreocupado con la cara. — Me refería a igualdad intelectual. — Y luego miró a Alice de reojo con una sonrisilla pilla, como diciendo qué va, para nada. Porque, por supuesto, Marcus se consideraba en superioridad intelectual con respecto a los demás, sobre todo haciendo equipo con Alice. Aquello no iba a haber quien lo batiera.

Le sacó la lengua a Jackie cuando dijo lo del desiluminador, aunque imaginarse a Alice intentando pintarle el pelo con témperas a la gente le hizo mucha gracia. En lo que colocaban el juego en el suelo y se sentaban todos alrededor del mismo, André dijo. — Venga, quiero ver esas parejitas en acción. Yo juego solo. — ¿En serio, tío? ¿Vas a hacer un uno contra tres equipos de dos? — Preguntó Sean. — Para empezar, yo no soy el sujetavelas de nadie. Y, para continuar, quiero que este... — Señaló a Marcus. — ...Le dé un buen reporte a su padre sobre mis dotes para el cálculo probabilístico y económico por el cual voy a ganaros a todos de calle en este juego aun jugando solo. — Eso recibió una oleada de abucheos. — Venga, menos rollos y explicadnos las reglas. — Azuzó Hillary, convenientemente equipada junto a Sean. Se expuso de qué iba el juego y Jackie se adelantó. — El equipo más compensado somos nosotros dos así que empezamos. — Eso recibió más quejas aún. — ¿El más compensado por qué, si puede saberse? — Preguntó Marcus, a lo que la otra respondió muy digna. — Alice y tú sois el más fuerte. — Gracias. — Porque los dos sabéis jugar, flipado, déjame terminar. Aunque yo soy bastante mejor que vosotros. — Pffff lo dudo mucho. — Pero Theo no ha jugado nunca. — Bueno, en verdad al muggle... — Pero no es el mismo. — Atajó Jackie, mirándole con cara de "no me tires abajo la estrategia", lo cual hizo que André se riera maliciosamente. — Total, que el más compensado somos nosotros porque ellos. — Señaló a Sean y Hills. — Nunca han jugado y les vendrá bien ver un par de rondas a los demás para pillarlo. Vosotros, como ya he dicho, habéis jugado los dos y lleváis toda la vida en equipo y solo por eso ya sois más fuertes, tenéis que tirar los últimos. — ¡Eso no vale! — Y aquel. — Señaló a André, que ahora estaba retrepado en el suelo comiendo patatas, pasando por encima de su queja. — Se cree el dios de los cálculos, así que no le importará ir detrás nuestra. Así tiene ya un punto de referencia del que tirar. — Me vale. — Dijo el otro con tranquilidad, lo cual se llevó un bufido de Marcus. Jackie, contenta, estableció el orden. — Pues lo dicho: primero Theo y yo, luego André, luego Sean y Hills y por último Marcus y Alice. ¡Empezamos! —

 

ALICE

Agradeció el cambio de tema porque de conversaciones incómodas con Emma O’Donnell ella sabía un poco, y aunque parecía el día de airear cosas que no se sabían, el episodio del jardín en Navidad entre ellas se quedaba. Afortunadamente, del juego aquel sabía un poco más. — Bah, Violet Gallia aprovechándose de cualquier situación sin escrúpulos para ganar, nada nuevo bajo el sol. — Dijo con una risita. — Pero si no fuera por eso, hubiéramos ganado. — No volverá a ocurrir, no te preocupes. Mi hermana ahora es lastre de otro. — Aseguró André, llevándose un manotazo ofendido de Jackie. — Te vas a cagar, que Theo ha jugado al nonmagique. — Tú lo has dicho, hermanita. — Dijo él alzando una ceja. — A ver qué tal se le dan a tu novio los números, además de las cabezas. — Y ya ni se molestó en negarlo. Conocía esa sensación. Pero miró a su novio y susurró. — La desigualdad es manifiesta, pero ellos sabrán. — Dijo llenando el ego de su novio, porque es que le gustaba demasiado cuando se ponía gallito. Dejó un piquito en sus labios y se puso a ayudar a Jackie a disponer todos los elementos del juego.

Cuando ya todos estuvieron atentos, explicó la dinámica que, efectivamente, Hillary y Theo ya conocían, al menos casi toda. — ¿No hay hoteles? — Alice repasó la mirada por tablero y cogió una de las fichitas. — Está el Cecil de Los Ángeles para la zona de Estados Unidos. — Sus amigos se echaron a reír y el resto les miraban desconcertados. — Vale, vale, ya lo he entendido, no hay hoteles, son sitios encantados de cada lugar. — Claro, y en Los Ángeles es el Cecil… — Y más se reían. — Es que es muy ingenioso. — Decía Hills. — Bueno, pues nada, ya sabemos, más o menos. —

Y ese más o menos, acabó siendo más menos que más, porque ninguno de los dos contaba nunca con los marcadores especiales, y con Theo todavía no importaba tanto, porque tenía a Jackie de contraste, pero Hillary se estaba agarrando unos cabreos peculiares. — ¿Cómo que un palazzo menos? No, eso no es posible. — Que sí, Hills, que es que te ha vuelto a encarcelar el Vaticano. — ¡Estoy del Vaticano hasta donde no sabéis! — ¡Eh! ¿Qué se siente siendo perseguida por las religiones mayoritarias? — Le dijo, picándola, porque ella siempre se quejaba en Historia de la Magia de que los magos eran muy llorones. — ¡Que quiero mi dichoso palazzo! Eso siento. — También Theo tuvo sus más y sus menos con Jackie en cuanto a la compra de Francia. — Jackie, París es carísimo, no vamos a poder construir la Estación D’Orsay en la vida, te lo digo yo. — ¡Que quiero París! ¡Que no me lo va a quitar mi hermano! — Pero es que tu hermano no lo quiere porque sabe que no es buen negocio. — Trataba de insistir el chico. Mientras, Marcus y ella se habían hecho con Irlanda (esta vez había aprendido a no obsesionarse con Inglaterra, porque no daba tanto dinero) y ya tenía la mirada puesta en Rumanía, que recordaba que era lo que le había dado la victoria a las tías en su día. — ¡Sean! Marcus y Gal se van a quedar con la morada del dragón de Bucovina. — Pero André tiene ya Transilvania, no van a poder construirse ni el castillo ni la morada. — ¡Me da igual! ¡No quiero que ganen! ¡Compremos algo! — Pero Hills, si es que estamos en el Castillo de Sant’Angelo encerrados. — ¡Ay qué molesta puede llegar a ser la Iglesia, de verdad! — Y más se reía ella, que la verdad es que le daba un poco igual ganar, con las risas que se estaba echando.

La partida continuó, y efectivamente, entre André y ellos tenían controlada la zona de Rumanía, pero no podía progresar más, así que se relajó un poco de más, de tanto dinero que estaban recibiendo, hasta que oyó la risilla de su primo. — Alguien… ha ganado ya un millón. Gano la partida. — ¿QUE QUÉ? — Preguntó Hillary, que tenía media Italia hipotecada para conseguir liquidez. — Me acaba de tocar la carta de Merlín, lo cual quiere decir que puedo absorber por el bastón cualquier grupo que elija y sus beneficios, así que absorbo la parte de Rumanía de Marcus y mi prima, y ya tengo el millón. — Jackie afiló los ojos. — Odio esa carta. Como solo hay una tarda en salir de una partida para otra, pero es que siempre le toca a él. — André amplió la sonrisa. — Excepto cuando te sale a ti, entonces no te quejas tanto. — Alice chistó y miró a su novio, con falsa preocupación. — Mi amor, mi primo nos ha quitado nuestras propiedades. No es buena señal para el futuro, este quiere venirse a Inglaterra y robárnoslo todo. — Y se echó a reír, porque eso era lo que le gustaba a ella de los juegos, el cachondeíto, las bromas y todo lo demás. De hecho, Theo la secundó. — Mira, Jackie, pero nosotros conservamos todo lo de París, ¿no te parece una señal del destino? — Ojo con su amigo, que empezaba a ir a saco (normal, con lo que le jaleaban los demás para hacerlo). Y desde luego a su prima no parecía parecerle ni medio mal.

 

MARCUS

Pues sí, tal y como decía Alice, había una desigualdad manifiesta en su favor, por lo que estaba seguro de que iban a ganar (y más valía que así fuera, lo contrario casi le ofendería). André se hizo el intelectual nada más empezar la partida, pero Marcus sabía que era una estrategia, hacerse el entendidísimo para mermar la moral de los demás y ponerles nerviosos. No iba en absoluto con ellos, que estaban perfectamente compenetrados, tomaban todas las decisiones juntos como un único cerebro y, encima, eran un único cerebro muy listo y con mucha clase. Si es que estaba ganadísima esa partida.

O no. Hillary había entrado en colapso por meterse en Italia, tal y como se veía venir desde el principio, y Marcus estaba ya llorando de la risa con sus quejas sobre el Vaticano. — Si hubieras estado por las callejuelas alquímicas de Roma... — ¡Ya, O'Donnell! — Le calló, pero él no dejó de reír. — ¡Déjame ya de batallitas sobre tu maravilloso viaje a Italia para eruditos menores de edad! — Del cual saqué en conclusión que comprar Italia no es buena idea. — Dijo él, limpiándose las lágrimas de la risa. Por otro lado, Theo y Jackie estaban teniendo su primera discusión marital a causa de París, lo cual era ciertamente gracioso de ver. Marcus estaba relajadísimo junto a su novia con Irlanda (comentarios cariñosos sobre su futuro viaje familiar a su novia incluidos que solo crispaban más a los demás) y gran parte de Rumanía comprada, estrategia que vio en su tía Erin y que ya no pensaba olvidar más... Hasta que ocurrió algo con lo que no contaba.

Mantuvo la sonrisilla porque estaba muy tranquilo, pensando que lo de André era solo un comentario de los suyos... Hasta que vio la carta de Merlín. — ¿Cómo? — Se activó entonces, indignado, y la explicación que dio hizo que se le descolgara la mandíbula y que la expresión chulesca del prefecto O'Donnell desapareciera en favor de la del pequeño Marcus defraudado porque le habían roto su juego. — ¡¡Pero eso no vale!! — Va, inglesito, que no te pega tener mal perder. — ¡No es mal perder! Es que nosotros nos hemos currado una estudiadísima estrategia, por la cual... — Estuvo como tres minutos exponiendo por qué la estrategia de Alice y él era concienzuda, estudiada y perfecta, casi sin respirar. — ...Y que venga ahora una carta tan sumamente poderosa que, sinceramente, creo que debería estar prohibida por el juego, y lo desbarate todo, es un insulto al buen hacer, a la compenetración de equipo, al uso de la inteligencia en favor de... — Y otro minuto y medio más determinando cuántas cosas insultaba la carta de Merlín. — ¡Y hace que toda una estudiada estrategia no sirva para nada! ¡El juego no merece la pena así! — ¿Has terminado ya? No me gusta llegar tarde a las citas. — Marcus miró a André con cara de circunstancias. Alice le habló con una voz y una carita de pena que, aunque estuviera medio de broma, hizo que la recogiera en sus brazos como si la resguardara con dos alas y, mirando al otro con inquina, dijo. — Eso no pasará, mi amor. Tengo contactos suficientes como para poder decidir quién entra y quién no en Inglaterra. — Lo peor es que el tío podría hablar en serio y todo. — Dijo André, tras una carcajada y levantándose. Se acercó a él y le revolvió los rizos diciendo. — Pero no lo vas a hacer porque en el fondo me adoras. — Marcus soltó un gruñido de desaprobación que le hizo parecer enteramente Lex.

— Lo dicho, este que está aquí, se pira. Que tengo cosas mejores que hacer cuyos detalles no queréis saber. — Off, qué pesado es este hombre, ¡vete ya, anda! — Le instó Jackie mientras recogía el juego. André rio y se despidió de todos, prometiendo verse mañana en el festival de las lavandas. Con la excusa de la marcha de André, empezaron a recoger el desván y todos decidieron que había llegado la hora de acostarse. Entre el viaje, la playa por la mañana, la playa por la noche, deshacer las maletas, las horas que eran... estaban todos muertos de cansancio. Y ninguno lo iba a decir tan abiertamente en voz alta a pesar de llevar todo el día insinuándolo, pero para ninguno de los seis presentes había acabado la noche todavía. O se retiraban ya, o no iban a poder aguantar todo lo que tenían planeado para el día siguiente.

Bajaron entre risas, devolvieron el resto de la comida a la cocina y volvieron a subir, bromeando sobre el juego e hipotetizando y metiéndose con André ahora que se había ido. En el pasillo, Marcus y Alice se dirigieron con una natural sonrisa hacia su dormitorio, y entre los otros cuatro se produjo un tenso momento en el que dudaban si fingir que iban donde tenían que ir o iniciaban ya la maniobra de reorganización de habitaciones, como había dicho André. — ¡Buenas noches! — ¡Buenas noches! — Se despidió Marcus, y todos le respondieron. Alice y él entraron en la habitación y él cerró la puerta, quedándose con la espalda pegada a esta y mirando a su novia con una sonrisilla infantil. Se llevó un dedo a los labios para pedir discreción y habló en voz muy baja, casi inaudible. — ¿Cuánto crees que van a tardar en cambiarse? — Preguntó, y se aguantó una risa mientras le hacía a su novia gestos con la mano para que se acercara. Muy despacito y sutilmente, entreabrió la puerta para que los dos asomaran los ojillos por la rendija. Se señaló la oreja, mirando a Alice: se escuchaban los murmullos venir de las dos habitaciones, lo cual era ciertamente divertido de ver desde fuera. Esperaba que a ninguno de los dos se le escapara una risa lo suficientemente fuerte como para que los otros le escucharan, aunque estaba seguro de que estaban tan metidos en lo suyo que ellos le tenían que dar bastante igual.

En apenas unos minutos, se abrió con mucha seguridad la puerta de la habitación de las chicas y salió Jackie, diligente, hacia la de los chicos. Hillary estaba tapándose con la puerta, con una sonrisilla y mirando hacia el pasillo como una niña traviesa. Jackie pegó la oreja a la puerta de los chicos y, sin siquiera llamar, abrió rápidamente la puerta y se encerró dentro. Apenas quince segundos después, la puerta volvió a abrirse y Sean salió empujado de esta, que se volvió a cerrar. — ¡Jackie! — Murmuró el chico entre asustado y urgente, pero ya se lo estaba diciendo a la puerta cerrada. Hillary chistó bajito, lo justo para llamar la atención de Sean, quien miró hacia los lados del pasillo como si le persiguiera una patrulla de aurores y se fue corriendo hacia el otro dormitorio, cuya puerta se cerró justo después. Reorganización finalizada. Marcus cerró entonces la puerta de la suya y se tapó la boca con las manos para morirse de risa, porque se le caían hasta las lágrimas de aguantarse ante semejante espectáculo. — ¿Qué? ¿Cómo te has quedado con mi acierto de pleno en la predicción? — Le dijo a Alice en voz baja y como pudo, porque la risa casi no le deja hablar.

 

ALICE

Tenía que haberse visto venir que su novio se iba a mosquear por perder de aquella manera. Pero no me lo mosquees así, hombre, André, que yo tenía planes… Pensó fastidiada. Ah, cosas de Slytherins, ¿no podían simplemente quedarse con las risas? A juzgar por cómo Hillary había ido a cuchillo contra las lecciones sobre rutas alquímicas de Roma impartida por Marcus, no. Se tuvo que reír a lo de los contactos y entornó los ojos. — A veces os ponéis con un tono verdoso preocupante para, supuestamente, no ser ninguno de los dos Slytherin. — Recalcó ella, con una risa, mientras recogía, todo fuera que alguien propusiera una revancha y empezaran a volar cuchillos.

Pero claro, ningún pique era lo suficientemente interesante como para que André llegara ni medio minuto tarde a su supuesto plan. — Acuérdate de Marine. — Le dijo con toda la intención. — Ya veremos. Yo lo intentaré. A lo mejor me dice que no… — Y se fue riéndose él solo de su propio chiste. Y claro, ya que estaban, aprovecharon para meterse con él, pero Alice solo podía pensar en una cosa, y era que en breves tendría por fin, una puerta que separara al mundo de Marcus y ella, y un mundo que no tenía el más mínimo interés en cruzar dicha puerta.

Sin embargo, era demasiado tentador espiar lo que hacían los otros pipiolos, la verdad. Con su mejor sonrisa Gallia, señaló la puerta con la barbilla. Se acercó a su novio y acarició ella misma sus labios con el dedo índice. — Demasiado, si fuera yo la que tiene que cambiarse de habitación para tenerte a ti. — Dejó caer, para que se fuera haciendo a la idea de cuánto le deseaba. Obviamente, la que iba a tomar la iniciativa era Jackie, que a Alice no le cabía duda de que querría un segundo asalto, después de contenerse tanto y de las dudas que claramente había despejado. Y Hillary lo iba a agradecer. Claramente, ahí los cobardes eran los chicos, pero su prima tenía redaños de sobra, y casi se delata viendo cómo literalmente expulsaba a Sean del cuarto, dejándolo en medio de un pasillo oscuro de una casa que no conocía. Al menos su amigo había ganado algunos puntillos en materia iniciativa y, aunque corrió como un animalillo de presa, acabó en la que hasta Pascua había sido su habitación. De hecho, el pensamiento le hizo reír, mientras cerraban la puerta. — Sean y Hillary mancillando mi habitación… — Dijo llevándose una mano a los ojos. — Aunque ahora que lo pienso, Erin dormía ahí con la tata cuando venía a La Provenza… Mancillada ya ha sido un rato. — Y se echó a reír, tirando de su novio, para pegarlo a ella, rodeándole la cintura con un brazo. — Tú siempre aciertas, amor mío. Somos del método observativo, que contempla la reiteración y elabora la teoría más probable. — Se acercó a darle un besito, porque es que le encantaba que se pusiera redichos, y luego se estiró hasta la mesilla de noche, lanzando el hechizo de su padre. — ¿No te alegras tú de que nos hayamos quedado este hechizo para usarlo nosotros? — Preguntó más sugerente, buscando sus labios justo después, para besarlos con el deleite de quien sabe que, por fin, no tiene ni prisa ni interrupciones.

 

MARCUS

Se llevó una mano a la boca para seguir riendo, con más intensidad aún con el comentario de Alice. — Hastings no es capaz de mancillar nada ni aun yendo a hacer lo que todos sabemos que va a hacer. De nuestras tías me temo que no puedo decir lo mismo. — Comentó entre risas. La verdad es que no había imaginado cuán divertido iba a ser aquello. Su novia tiró de él y empezó a regalarle el oído, y él siseó, con una sonrisa ladina. — No me digas esas cosas, Gallia, que ya sabes cómo me pongo... — Dijo entre lo bromista y lo seductor. Porque ya estaban solos, y no solo eso, con todo el mundo más que ocupado: André se había ido, cada pareja estaba mucho más pendiente de lo suyo que de lo de los demás y, en cuanto a Simone, en el hipotético caso de que se despertara, probablemente lo que ellos hicieran (ellos, a quienes ella misma había asignado una cama de matrimonio y que estaban denominados por todos "la única pareja oficial") fuera el último de sus intereses.

Siguió con la mirada a Alice mientras se estiraba para alcanzar la varita y lanzaba el hechizo, mordiéndose el labio y mirando los de ella. — Me alegro. — Respondió, tras lo cual se fundieron en un beso, y al separarse de este, añadió con su chulería habitual, que con Alice le salía mejor que con nadie. — Será porque somos los más dignos para usarlo, los que más lo merecemos... — Bajó los besos por su cuello. — Cosa de genios... Y de gente que lo hace... todo bien. — Susurró, mientras pasaba sus labios del cuello al hombro de ella.

Subió para enfocar sus ojos de nuevo. — ¿Te he dicho ya que tuviste una gran idea? — Dijo con tono suave, porque sí, con ese hechizo podría hablar todo lo alto que quisiera, pero cuando estaba en esa cercanía con su novia, el tono susurrado salía solo, apetecía usarlo, y creaba aún más intimidad entre ellos. — Tú... y tus ideas... Gallia. — Paladeó las palabras, mirándola a los ojos con una sonrisa tentadora. — Y yo que no me arrepiento de ninguna de ellas. — Se acercó más a su cuerpo, rodeando su cintura y besando sus labios, dando un leve paso para acercarse a la cama un poco más, sin despegarse de ella.

 

ALICE

Se rio, porque tenía ganas de reír, francamente, aunque sabía que su novio estaba siendo un poquito cruel con Sean. A decir verdad, solo quería besarle, sentirle junto a ella, disfrutar de que por fin estaban solos de verdad. Se dedicó a dejar besos en sus labios y por sus mejillas, poniéndose de puntillas para llegarle más cerca. — ¿Cómo te pongo, O’Donnell? — Rio y susurró en su oído. — Me gusta que me lo digas. —

Iba a contestar de forma más elaborada a lo del hechizo, pero los besos de Marcus por su cuello la hicieron cerrar los ojos y entreabrir los labios, mientras subía la mano a sus rizos, como si le rogase que se quedase ahí, que quería simplemente disfrutar de aquella sensación. Cuánto echaba de menos su lengua y sus manos, era una agonía verlo todo el tiempo y no poder estar así, la verdad. Nunca había valorado tantos los momentos de pasión transitoria en Hogwarts hasta que tuvo que verlo todo el rato en presencia de las familias.

Juntó su frente con la de él mientras notaba cómo la empujaba hacia la cama y ella se dedicaba a desnudar su torso, porque quería sentirle piel con piel. — ¿Qué idea? Tengo muchas ideas, O’Donnell, soy Ravenclaw. — Y volvió a atacar sus labios, al principio estrechándole entre sus brazos, y luego bajando las manos por su torso hasta llegar a su pantalón. — ¿Te refieres a la idea de provocarte estando en el mar para dejarte con la miel en los labios? — De hecho, pasó su lengua por ellos con deleite. — Si así fuera te la quitaría gustosa. — Susurró juguetona, mientras desabrochaba el pantalón. — ¿O te refieres a preguntarte en que sitios te gusta más que te bese y te toque para ahora poder usarlo? — Y bajó la mano por su ropa interior mientras le besaba con ansia. — Ahora volvemos a estar el sol y la luna, encerrados en nuestro cielo particular. Podemos tocarnos y besarnos cuanto queramos. —

 

MARCUS

Ladeó una sonrisa, mirándola mientras le tentaba, mientras cogía su pregunta y se la alargaba, como hacía siempre. Y él se hacía el "tensado" (bueno, ya ni eso, ya simplemente se hacía de rogar), pero se las ponía en bandeja y lo sabía. — ¿Que cómo me pones? — Besó su cuello, cerca de su oreja, susurrando. — Ya sabes cómo me pones. — Siguió dejando leves besos. — ¿Prefieres que te lo diga... o que te lo demuestre? — Ella podía retorcerle las preguntas, pero él también sabía hacer eso. — Me pones... — Y lo dejó en el aire a sabiendas, sustituyendo cualquier palabra que pudiera decir por más besos, más caricias, y cada vez menos sutiles.

Dejó que Alice empezara a desnudarle, mientras él no se despegaba de ella, todo lo contrario, se acercaba más a su cuerpo y a la cama al mismo tiempo. Ya solo el tacto de sus manos por su torso le aceleraba y le anticipaba. Rio brevemente, aunque sin dejar de admirarla, de mirar su cuerpo como si fuera la primera vez que lo veía, como si fuera lo más hermoso del mundo (lo era para él), pasando las manos por su cintura. — No eres Ravenclaw. Eres la reina de Ravenclaw. — Se estrecharon el uno al otro, besándose con necesidad, y ya estaba a punto de dejarse vencer para que ambos perdieran el equilibrio sobre la cama cuando Alice habló de nuevo. Volvió a reír de nuevo. — A una mezcla de todo eso. — Arqueó las cejas, mirándola a los ojos, tratando de contenerse después de que lamiera sus labios y sintiendo ya sus manos acercarse a su pantalón. — A venir, en primera instancia. A esa excusa tuya tan elaborada de traernos aquí a nuestros amigos... para tener bula para quedarnos solos con una habitación de matrimonio, sin nuestras familias presentes. — Se acercó a su oído y susurró con intensidad. — Eres muy muy lista. — Dejó un leve mordisco en su lóbulo. — Listo es aquel que utiliza su inteligencia para los mejores fines posibles. Y tú eres muy lista, Gallia... Y yo también, por aliarme contigo. — Y si Alice le encendía con una rapidez pasmosa, su novia seduciéndole a la vez que su orgullo engordaba le ponía a unos niveles estratosféricos.

— El sol y la luna. — Susurró con ella, entre besos, resbalando sus manos por debajo de su blusa, subiendo desde su cintura para poder quitarle la prenda. — Ahora pueden besarse y tocarse donde quieran y como quieran. — Se desprendió de la parte de arriba de la vestimenta de su novia y bajó los besos hasta su pecho, pasando las manos por su espalda, estrechándola contra él. — Se me ocurre una idea. — Susurró sobre su piel. — Besémonos por todas partes. Toquémonos por todas partes. Y cuando acabemos... decidimos cuál nos gusta más. — Desabrochó el sujetador de ella, descubriendo su pecho, y le dijo con voz seductora. — Empiezo yo. — Y, ya sí, se empujó a sí mismo y a ella sobre la cama, quedando encima de su cuerpo y bajando hacia su pecho, deleitándose en besarlos y acariciarlos con sus manos, encajándose con Alice y notando cómo el calor empezaba a subir entre ellos.

 

ALICE

Le ponía donde más le gustaba, sin duda, besándola y acariciándola tan desenfrenado. El calor húmedo de La Provenza, la semioscuridad que tenían en la habitación, solo iluminados por la luz de la luna por la ventana, el champán que había bebido y el olor de la colonia que Marcus siempre llegaban la tenían embriagada, entregada solo a esas sensaciones, haciendo que todo se le amplificara. — Me encanta ponerte así. — Dijo con una risita mientras sentía los labios de Marcus deslizarse por su piel.

Por un momento, dejó los besos y las caricias para levantar la vista y clavar sus ojos sobre los de su novio. — Cómo sabes cómo robarme el corazón cada vez que usas esa labia tuya. — Dijo jadeando antes de buscar sus labios con ansia. — Cuando me dices esas cosas me vuelves loca, no tienes ni idea de todo lo que me haces sentir. — Dijo entre besos, pasando las manos por su espalda para pegarle aún más a su cuerpo y sentirse piel con piel. Ante aquel susurro y el mordisco tuvo que reírse, aunque al final le salió un jadeo porque todo lo que le iba diciendo la tenía nublada. — Sí que soy lista entonces. — Dijo despojándole por fin del pantalón. — Porque usaría toda mi inteligencia únicamente para hacerte feliz y disfrutar contigo, todos los días, en todas nuestras facetas. — Dijo besando su mandíbula y su cuello, cerrando la mano en torno a sus rizos. — Somos Ravenclaw. Somos muy listos hasta para esto, o quizá especialmente para esto. — Susurró sobre su piel con una risita traviesa.

Contuvo un suspiro al notar cómo la acariciaba por debajo de la blusa, deshaciéndose rápidamente de ella y sonriendo extasiada a lo del sol y la luna. Le encantaba que tuvieran su propio idioma, su propia forma de decirse aquellas cosas que eran solo de ellos. Pero cuando empezó a descender hacia sus pechos ya no pudo contener más un suave gemido. — Me parece la mejor idea que has podido tener. — Dijo, pegándose a él, mientras dejaba que le desabrochara el sujetador, y solo de esa voz que puso al decir “empiezo yo”, le arrancó otro gemido, que fue el primero de lo que se venía al tenerle encima en la cama, donde cerró los ojos y se entregó a aquella sensación, mientras arqueaba el tronco, de puro placer, con Marcus entre sus piernas.

Y estaba gozándolo de lo lindo, pero ella también quería dejar claro que estaba allí. — Y sigo yo. — Dijo, traviesilla, apartándose, muy a su pesar, de la boca de Marcus, para darle la vuelta sobre la cama, poniéndose a su lado de rodillas. — A veces me parece que acariciarte es lo más precioso y maravilloso que puedo hacer. — Susurró, aterciopelada, mientras iba acariciando desde sus rizos hacia abajo, entreteniéndose en su cuello. — Porque tienes un cuerpo alucinante… — Continuó, pasando la mano por su pecho hasta su abdomen. — Y porque, la verdad, me encanta ver tu cara cuando sé que te estoy dando placer. — Dijo llegando a su entrepierna y acariciándole. — Mírame. — Le pidió en un susurro demandante, mientras con la otra mano acariciaba sus labios. — Esto me encanta… — Se inclinó sobre él, besando su cuello con deleite. — Pero también quiero besarte ¿sabes? Porque cuando creo que esto es lo más excitante que puedo hacer… pruebo tu piel… — Dijo bajando los labios a hacia su pecho sin dejar de estimularle, resbalando su lengua allá por donde pasaba.

 

MARCUS

Descubrir esa parte del cuerpo de Alice, tocarla y besarla, era una de sus cosas favoritas en la vida, no en balde la había metido en esa lista no apta para todos los públicos que se habían fabricado no hacía ni un año. Pero su novia, ella en sí, era ya lo favorito de su vida. Y entre las características de su novia, se incluía ese "yo más" y sus ganas de hacer cosas. De ahí que, mientras él estaba ya en su nube placentera disfrutando de ella, le recondujera para "continuar ella", poniéndole en la cama y dejándole mirándola con una expresión entre el deseo y la sorpresa.

Ladeó la sonrisa. — A mí no me lo parece. Yo estoy convencido. Siempre. — Respondió, pasando los dedos suavemente por su torso y su cintura mientras seguía con la mirada el recorrido, admirándola. Se mordió el labio y cambió el foco de la mirada a los ojos de ella. Ya estaba anticipando lo que estaba por venir y sintiendo el placer con adelanto, porque conocía muy bien esas palabras, esos gestos y esa sonrisilla y lo que anunciaba. — A mí también... ¿Me dejarás disfrutar de la experiencia? — Preguntó con falso tono inocente. Sí, ver lo que provocaba en Alice era casi tan maravilloso como dejar que Alice le hiciera cosas a él. Era lo mejor de estar con ella. Era lo que hacía de esa experiencia algo impresionante. Y que siempre quisiera más.

Llenó el pecho de aire y contuvo un jadeo, porque estaba mirando dónde se estaba colocando, y estaba aún con el aire retenido cuando ella le ordenó que le mirara, y se quedó ahí, mirándola y sin respirar siquiera. Cerró lentamente los párpados cuando acarició sus labios y su cuello, sin responder, sin pensar y, probablemente, aún sin respirar, o no conscientemente al menos. La consciencia la tenía ya más que perdida. Notaba lo que hacía su mano y dicha respiración, la que era ya totalmente independiente de sus órdenes, se estaba acelerando. Y lo de abrir los ojos empezaba a ser una tarea complicada.

Los abrió, no obstante, pesadamente, y la miró. — Esto... me va a hacer complicada la elección. — Sus caricias, sus besos por su piel... Demasiados estímulos como para pensar con claridad. Disfrutó de aquello un poco más, porque era demasiado placentero como para decidir pararlo, hasta que alzó un poco el tronco y, poniendo con suavidad la mano en la barbilla de ella, hizo que la mirara. — Mi turno ha durado menos que el tuyo, me parece. — Besó sus labios con deseo, entreteniéndose en ellos, en buscar su lengua con avidez, pegada a su cuerpo. Mientras la besaba, deslizó su mano por sus piernas. — Yo también quiero... ir probando. — Bajó los besos por su cuello mientras decía. — Y ver lo que provoco con... mis pruebas. — Llegó a su entrepierna, acariciándola, mientras su boca buscaba su pecho una vez más.

 

ALICE

Qué zorro, cómo sabía que solo el hecho de ponerse chulo hacía que Alice se pusiera a mil, aunque fuera solo escuchando su tono de voz. Sonrió ante la “queja” de su novio, sin despegar la piel de sus labios. — Te dejaré… Pero respete su turno, prefecto O’Donnell, tenga un poquito de educación, que aún no ha llegado su segundo asalto. — Contestó juguetona mientras seguía paseando la lengua por su piel y no dejaba de utilizar su mano. Aquellos suspiros, notar en la propia piel cómo respiraba más rápido, cómo se tensaba, la hacía suspirar a ella deseando más y más y alzando la vista solo para contemplar el espectáculo que era Marcus O’Donnell a su merced.

Iba a llevar su lengua a un camino más interesante aún, cuando notó que se incorporaba y levantó la mirada hacia él. Por muy encendida que estuviera, cuando Marcus era tierno con ella, solo sabía deshacerse, así que, por unos segundos, simplemente dejó que le levantara la barbilla y se miraran con aquel profundo amor que sentían. Y que les encantaba demostrarse de distintas maneras. Rio un poco. — Y más largo pretendía que fuera… pero… alguien es muy impaciente. — Pero se enredó en su beso y no dijo nada más, abandonándose a la pasión de aquellos labios.

Pero claro, Marcus no la había parado para besarla nada más, o no solo ahí al menos. Un jadeo brotó de su garganta en cuanto notó su mano, cerrando los ojos, casi abandonándose solo a ese placer, al menos hasta que volvió a sentir a Marcus en su pecho. — Tienes un arma muy peligrosa tú en esa zona. — Dijo casi sin aire, pero Marcus seguía, arrancándole profundos gemidos y haciéndola solo pensar en aquella lengua y aquellos dedos, y casi sin darse cuenta susurró, arrebatada. — Sigue… No pares… Sigue… — Mientras se aferraba a sus rizos, apretándole contra ella como si así se asegurara de que no iban a separarse en mucho tiempo, como si solo existieran ellos haciéndolo.

Y aunque el placer era indecible, y se hubiera dejado gustosa seguir, ella se había dejado un caminito a medias. Tomó la cara de su novio entre sus manos y le miró. — ¿Vale como respuesta quedarse con la combinación de caricias y besos si se hace así? — Preguntó con voz aterciopelada antes de besarle. — Te dejaría toda la noche ahí, una y otra vez. — Le tumbó de nuevo en la cama y sonrió. — Pero aún no he probado a besarte por otras partes… No puedes tomar una decisión sin tener toda la información. — Y esta vez se fue derecha entre sus piernas, sin dejar de mirarle mientras le rodeaba con su boca lentamente sintiendo aquella sensación que la hacía volar de ver los efectos del placer que provocaba.

 

MARCUS

Y tanto que pensaba seguir, no pararía ni porque la casa se viniera abajo en ese momento. Oírla y sentirla así le aceleraba aún más, le encendía aún más, y le hacía incrementar sus besos y sus caricias y pegarse más a ella. Se detuvo cuando ella puso las manos en su rostro y le hizo mirarla, pero su comentario le hizo ladear una sonrisilla. — Me parece una respuesta excelente. — Y que, además, le ponía la suya en respuesta. Al final la había dicho Alice, tal y como pretendía desde el principio, porque él no podría decantarse por una sola cosa ni a punta de varita. — Perfecta. Como tú. — Añadió, pero no con el tono tierno y amoroso que usaba habitualmente, sino con un tono ardiente y deseoso. Porque no iba a parar y se notaba demasiado parado para su gusto en esos momentos, no veía la hora de retomar.

Alice volvió a tumbarle en la cama, pero él no podía dejar el comentario pasar. — ¿Y qué te lo impide? — Ladeó la cabeza, mirándola. — Yo estoy muy dispuesto. Soy todo tuyo, para lo que quieras que haga. — Siguió azuzando, a ver despertaba de nuevo lo que acababa de ver y le dejaba volver a su posición. Pero no, Alice había tomado ya un rumbo... Y qué maravilloso rumbo, no sería él quien se quejara ni muchísimo menos.

— Eso es verdad. — Susurró, con un hilo de voz, porque la iba siguiendo con la mirada y Alice se estaba acercando mucho a una zona que le iba a hacer nublarse en cuanto le tocara. De hecho, justo eso ocurrió, porque ya no pudo añadir nada más. Fue notar sus labios y cerró los ojos, dejándose llevar, saliendo un profundo gemido de su interior que le hizo arquearse lentamente antes de rendirse a lo que ella le quisiera hacer. Enredó los dedos en su pelo y la dejó, sintiendo cada roce en todos los poros de su piel, abandonándose a esa sensación tan extremadamente placentera. Llevaba mucho deseando a Alice, la última vez que estuvieron juntos fue demasiado rápida. Y si ella quería darle placer tanto como él a ella, pensaba dejarse. Porque aquello era demasiado bueno para pararlo.

Pero también era demasiado bueno para no pararlo a tiempo. Lo había disfrutado todo lo que había podido y, de hecho, más relajado que nunca, porque tenían toda la noche por delante y no se estaban escondiendo de nadie. Pero si no se retiraba, aquello iba a finalizar ya, y tampoco quería eso. Se apartó un poco y, al hacerlo, sintió el desenfreno y la necesidad de tener aún más de ella... Pero no sin antes hacerla sentir lo mismo. — Me toca. — Susurró, girándola para dejarla en la cama, ladeando una sonrisa pícara. Mientras bajaba por su cuerpo, clavando la mirada en la suya, añadió. — Espero que no se queje, o quiera recortarme mi turno... señorita Gallia. — Ladeó un poco más la sonrisa, totalmente intencionada, y descendió hasta colocarse entre sus piernas, besando su vientre y bajando poco a poco hasta esa zona en la que podía llevarla al mismo punto en el que estaba él hacía apenas segundos.

 

ALICE

Como buena Ravenclaw, se sentía satisfecha de haber encontrado la respuesta correcta. — Sabía yo… — Dejó caer entre risas. Pero nada más satisfactorio que ver el efecto que provocaba en Marcus, siendo, como él mismo había dicho, perfecta, perfecta para él.

En cuanto empezó su recorrido con la lengua, sintió cómo conducía a Marcus a ese lugar que le encantaba, y empezaba a entender cómo le gustaba tanto a su novio que le agarrara del pelo, porque cuando lo hacía él, le bajaba un escalofrío por toda la columna vertebral que le ponía todos los pelos del cuerpo de punta del puro gusto, mientras no reducía el ritmo.

Inspiró profundamente cuando se separó de ella. — ¿Algún día me dejarás tener la experiencia completa o qué? — Se quejó. Pero no se quejó mucho más. No, porque conocía a su novio y sabía que bastaba con que ella hiciera algo para que él quisiera replicarlo, y no iba a poner ninguna pega a eso. De hecho, simplemente se dejó tirar en la cama con una sonrisa, mirándole tentadora. — Algo me dice que no me voy a quejar precisamente. — Y le sostuvo la mirada mientras le veía bajar entre sus piernas y besar su piel.

Marcus había resultado ser condenadamente bueno en eso (bueno, es que era Marcus, era condenadamente bueno en todo, porque a todo tenía que ponerle el mismo empeño) y ya no pudo pensar mucho más porque la lengua de Marcus le hizo perder cualquier hilo que no fuera el puro placer que sentía. — Igual me quedo con los besos… — Murmuró, mientras volvía a meter los dedos en su pelo. Se debatía entre cerrar los ojos y concentrarse en seguir respirando y abrirlos para verle ahí. De hecho, cuando lo hizo, la sensación fue tan fuerte que sus piernas se tensaron y temblaron, mientras un latido de placer le avisaba de hacia dónde se dirigía. — Marcus… Me tienes al límite. — Avisó con un gemido, arqueándose justo después. Se agarró fuertemente a su brazo y tiró de él hacia arriba. — Ya no puedo esperar más. — Le dijo completamente entregada. — Te quiero dentro de mí y lo quiero ahora. — Tiró de él para sentarlo contra el cabecero de la cama. — Tú y yo haciendo el amor siempre en lo más alto de nuestra lista. — Le murmuró besándole brevemente, mientras se ponía sobre su regazo y ella misma le guiaba hacia su interior. — Quédate muy muy cerca de mí, mi alquimista… — Y, siguiendo sus propias instrucciones, empezó a moverse sobre él, gimiendo nada más empezar, porque la verdad es que estaba bastante estimulada, y algo le decía que Marcus iba a lograr eso que tanto le gustaba de verla llegar primero bien pronto.

 

MARCUS

Sabía que la tenía al límite, como había estado él hacía muy poco, y le encantaba tenerla así. Le encantaba saber que podía provocar eso en ella, le encendía aún más. Ojalá pudiera decir que el detener lo que Alice le había estado haciendo retrasaría lo que quería retrasar, pero solo ver cómo reaccionaba, oírla, sentir los dedos en su pelo y como se tensaban sus músculos... no es como que le bajara la excitación precisamente.

Se moría por fundirse con ella, por entrar en ella, pero a ambos les estaba gustando demasiado lo que estaba haciendo. No obstante, ella le detuvo, claramente con las mismas ganas que él de llevar aquello al paso siguiente. Soltó un jadeo cuando tiró de él, acercándose tanto a sus labios que parecía que fuera a devorarla. Ganas no le faltaban. — ¿Eso quieres? — Susurró, con un hilo de voz seductora y acelerada, mientras ella le sentaba. — No se hable más. — Aunque no es como que él tuviera mucha decisión allí porque Alice se había hecho con las riendas, y Marcus, una vez más, no pensaba oponerse lo más mínimo.

La frase de ella le sacó una sonrisa sincera. — Alice Gallia. Desnuda. Lo mejor de mi lista. — Respondió su beso. — Tú y yo haciendo el amor. Siempre en lo más alto. — Repitió, extasiado, tanto de placer como de felicidad. Se sentía el hombre más dichoso del mundo en ese momento, el más afortunado. Cuando soñaba despierto y ansiaba la grandeza, no se imaginó que la grandeza era justo eso: estar así con alguien como Alice, a quien amaba tanto y que le amaba igual. Rodeó su cintura con sus brazos y devolvió el susurro. — No me iría a ninguna parte. No pienso despegarme de ti. — Besó sus labios y susurró sobre estos, con los ojos cerrados, esperando a los movimientos precisos de Alice que conseguirían lo que ambos tanto anhelaban. — No hay fuerza en el mundo que pudiera separarme de ti ahora. — De verdad que no la había.

Sintió que podía llegar al culmen solo con el primer movimiento de Alice, y la sensación le hizo cerrar los ojos y echar la cabeza hacia atrás, suspirando y respirando con fuerza para contenerse. Se mojó los labios y la miró, sintiendo ese movimiento, como este se incrementaba y aumentaba más el placer de ambos. — Eres preciosa. — Y tanto que lo era. Alice llevaba siendo preciosa a sus ojos desde que la conoció, pero en momentos como ese, en ese preciso instante que se movía sobre él... era indescriptible cómo la veía. Llevó los dedos al centro de su pecho, donde podía ver cómo reposaba, ahora a la altura de sus ojos gracias a esa posición, el colgante que le había regalado la última vez que estuvieron allí. — Mi pajarito libre... — Susurró. Alzó la mirada hacia ella y volvió a sonreír extasiado. — Mi corazón... —

 

ALICE

— Marcus O’Donnell… dentro de mí. — Susurró sobre los labios de su novio, aunque tuvo que reírse un poco después sin dejar de moverse. — ¿Quieres que te diga quién está muy cerca de lo más alto? — Además de verdad que lo estaba, especialmente si su novio le susurraba así. Cerró los ojos y se dejó recoger por el brazo de Marcus mientras seguía moviéndose sobre él. — No, nada puede separarnos. Es una buena conjunción, dos esencias… fundidas en una sola. — Dijo entre jadeos, porque sí, esos eran Marcus y Alice, capaces de hablar de alquimia hasta en ese estado.

Claro que ver a Marcus inclinar hacia atrás la cabeza de esa forma, con aquella fuerza con la que lo sentía dentro de sí, no ayudaba nada a su autocontrol, y solo se movía más rápido y más fuerte. Y ya cuando le dijo aquello, un rayo de placer la surcó entera, en previo aviso. Y como siguiera mirando esos ojos, no iba a tardar mucho en llegar al clímax. — Tú eres perfecto. Eres lo más hermoso que han visto estos ojos de Ravenclaw. — Aseguró casi sin respiración.

Pero cuando acarició de aquella forma el colgante y le llamó pajarito, se quedó con los labios entreabiertos, con tantas emociones a flor de piel que hubiera llorado. — Mi espino florecido… — Dijo en un susurro lleno de amor. Y paró un momento el ritmo para tirar del colgante de Marcus para encajarlo con el suyo. — Nuestro corazón. — Corrigió, volviendo a moverse, ahora sin separarse casi de Marcus, agarrándose al cabecero. — Ahora sí que no puedes separarte de mí. — Y aumentó el ritmo para ponerse como antes, pero notando como sus pechos se rozaban con Marcus, cómo sus cuerpos se rozaban enteros, nublando su visión. — Marcus… Marcus, mi amor… Me haces volar. — Ya se lo había dicho allí mismo una vez, y no podía ser más acertado. Y es que en ese mismo momento estalló de placer, notando cómo le fallaban las piernas, dejándose caer de espaldas y tirando de él sobre su cuerpo. — No pares, mi amor, no te separes, quiero verte… Quiero sentirlo… — Dijo con la voz aún tomada por el gemido final que le había salido, pero reteniendo a Marcus entre sus piernas para no perder ni un centímetro de distancia.

 

MARCUS

Solo fue capaz de sonreír con chulería cuando le dijo que estaba en lo más alto, pero poco más. Porque él también estaba muy arriba y su novia solo consiguió subirle más aún. — Alice Gallia desnuda hablando de alquimia. — Susurró, después de tratar de regular la voz, porque esa frase y esos movimientos habían acelerado más su respiración y descontrolado sus gemidos.

Su mente se estaba ya nublando, y Alice, tras su gesto con el colgante, agarró también el suyo y lo unió al de ella. Movió la mano hasta la de ella, aferrándola, agarrando los dos ambos colgantes, y mirándola a los ojos mientras su otro brazo la estrechaba contra él. — Somos uno. Somos el Todo. — Susurró de vuelta, besando sus labios con amor pero con deseo, y muy brevemente, porque aquello empezaba a descontrolarse y necesitaba la boca para respirar, o para que el aire entrara y saliera solo al menos, porque él estaba a otras cosas. — Alice... — Suspiró, prácticamente ido, porque estaba notando el punto en el que ella estaba, la oía y la sentía, y él iba ya cuesta abajo y sin frenos también. Cuando ella incrementaba el ritmo, la estrechez y el sonido, él lo hacía a su mismo compás. Y cuando sintió que ella llegaba a lo más alto, fue a dejarse llevar, a sentirlo él también, pero su novia tiró de su cuerpo para ponerle encima. Eso le excitaba, vaya que sí, iba a rebasar límites que no sabía ni que tenía. Pero también le daba una brevísima oportunidad de alargar eso aunque fuera los instantes que el movimiento le había concedido para espabilar.

Puso una mano en su mejilla y la otra agarró una de sus piernas, mirándola con intensidad, sintiendo cómo ella se agarraba a él. — Siempre estaremos aquí. — Susurró, rozando sus labios al hablar, con la voz en un hilo, pero hablando absolutamente con el corazón. — Siempre estaremos así... Aunque no estemos... estaremos... — La besó intensamente, acariciando su lengua, sin parar el movimiento, aunque ralentizándolo un poco para no verse interrumpido por sí mismo en lo que quería decir. — Estemos donde estemos... tú y yo... somos esto... — La miró a los ojos y, ya sí, justo antes de intensificar el ritmo de nuevo, añadió. — Nuestra mente es libre. Y en ella, nunca vamos a parar. — Porque podrían estar donde estuvieran, en cualquier momento de su vida, y aunque se tuvieran el uno al otro para siempre, en todo momento podrían cerrar los ojos y volver allí. Marcus sabía que podría cerrar los ojos y volver a muchísimos momentos con ella, y los que le quedaban.

Y con ese pensamiento, sus cuerpos tan cerca y el ritmo desenfrenado, sintió esa oleada de placer que le hizo suspirar su nombre una última vez antes de quedarse rendido en sus brazos, respirando acelerado, piel con piel. Cuando se recuperó un poco, alzó levemente la vista y sonrió al verla, como si agradeciera a Merlín y a todos los dioses existentes que estuviera allí. — Eres la mejor. — Conclusión sencilla, pero absolutamente certera.

 

ALICE

Cuando veía a Marcus, en toda su belleza y su altura sobre ella, con aquella mano en la mejilla, mirándose tan de cerca, solo podía abrir los ojos y clavarlos en él, mientras recibía sus besos extasiada y lo admiraba como si fuera lo más hermoso que había visto en la vida, porque así era. — Lo somos. Mi Todo. — Le dijo en un susurro mientras aún se notaba contraerse del gusto al sentir a Marcus moverse sobre ella con las últimas oleadas de su placer.

Y sí, tenía razón, siempre estarían ahí. — Júramelo, Marcus. Que siempre sabremos hacer que el resto del mundo no exista y amarnos así. — Le reclamó, aprovechando la reducción del ritmo y sellándolo con aquellos besos lentos en los que se transmitían todo lo que necesitaban. Y entre aquellos besos se rio un poquito cuando dijo que en su mente nunca pararían. Y el que claramente no quería parar era su novio, que repentinamente retomó el ritmo, haciéndola estremecerse y gemir de nuevo, porque todo el placer que Marcus quisiera darle era bienvenido en su cuerpo, apretándose contra él, queriendo sentirle hasta el último momento, recibiéndole con un suspiro y acariciando su nuca y sus rizos.

Hizo que apoyara la cabeza en su pecho, recuperando ella también la respiración sin dejar de acariciar su pelo y sonrió. — Somos los mejores en esto y lo sabemos. — Dijo con una risita. Pasó otra mano a acariciar su espalda sin querer moverse ni un milímetro, disfrutando de aquellos segundos. — Mira que me gusta cuando estamos en el tema… pero estos momentos, justo después, como si no pudiéramos despegarnos… simplemente sintiéndonos y pudiendo respirar y relajarnos… Es lo mejor. — Ladeó la cabeza para mirarle. — El verano pasado, en esos momentos tan malos que pasé, recordaba la Sala de los Menesteres. Y a veces recordaba lo obvio… Pero, otras veces, lo que recordaba era ese momento en el que te dormiste sobre mí en el sofá, porque sabía que me había sentido plenamente feliz así, y cada vez que hemos podido dormir juntos lo adoro, que te apoyes así en mi pecho, y yo pueda acariciarte el pelo… — Y se dedicó a hacerlo durante unos minutos, en silencio, con el amor de su vida junto a ella.

Cuando se dio cuenta de que estaban tumbado al revés en la cama y de que no habían ni abierto las sábanas, se removió hacia arriba y se tumbó apropiadamente y tiró de Marcus con ella, tapándoles a los dos con la sábana, como si fueran dos niños jugando a las cabañas. Se rio, de hecho, como una niña y se estiró al lado del cuerpo de Marcus, rodeándole con el brazo la cintura y acercando sus rostros. — ¿Te imaginas poder hacer esto y estar aislados de todo, de cualquier cosa que no fuéramos nosotros, hasta que levantáramos la sábana otra vez? — Besó sus labios con cariño y susurró. — Eres mi paraíso, mi amor. — Y entonces se acordó de algo que había dicho antes, y paseó los dedos por su costado, juguetona. — Oye… ¿Es verdad que en tu mente hay una parcelita aunque sea donde siempre lo estamos haciendo? — Preguntó con una risita traviesa, mordiéndose el labio después.

 

MARCUS

Ya con la respiración un poco más recuperada, el cerebro le permitió pensar con más claridad, y que le fueran llegando las palabras que parecían haberse quedado por ahí flotando. La miró, acarició su mejilla y dijo. — Te lo juro. — Sonrió, relajado y feliz, mirándola con amor. — Ahora mismo, para mí no existe nada más en el mundo, salvo tú. — Alice brillaba con una luz especial, tanto cuando estaba presente como cuando no, y estaba siempre en su pensamiento, ocupando gran parte del mismo. Pretender que solo existía ella era una tarea que no le costaba demasiado realizar.

Volvió a apoyarse en su pecho, relajado y con los ojos cerrados. Aquel día habían viajado hasta allí, habían estado en la playa y jugando luego en el desván, charlando y sin parar de reír, y era bastante tarde y acababa de hacer un ejercicio considerable. Si Alice no le hablaba en los próximos treinta segundos, había muchas probabilidades de que se quedara dormido. Como ella decía, sin embargo, le encantaban demasiado esos momentos como para prescindir de ellos con tanta facilidad. Por eso rio levemente, sin abrir los ojos ni moverse de su lugar, cuando ella lo comentó. — Lo es... Eres muy cómoda, ¿lo sabías? — Dijo gracioso, acariciando su mejilla contra su pecho y apretándola un poco más, como si fuera su peluche para dormir. La miró de nuevo con lo siguiente que dijo, sonriendo levemente. — Yo... fui bastante idiota el verano pasado, la verdad. — Dijo, riendo un poco. — Me negué a recordarlo... Como si fuera posible. Estabas en mi cabeza día y noche. Pero... — Frunció los labios y acarició su mejilla de nuevo. — Temía haberte perdido. Y recordarlo... era demasiado doloroso. — Tanto que había recibido una punzada en el pecho de acordarse, y eso que ahora tenía la certeza de que ese universo ni siquiera existía. Se alzó levemente para acercarse un poco más a su rostro y dijo. — Aunque digas "no me creo que Marcus O'Donnell diga algo así"... No sabes cuánto me alegro de haber sido un idiota que estaba totalmente equivocado. — Se acercó a sus labios, con una sonrisa, y dijo antes de dejar un breve beso en estos. — Ahora no concibo la vida sin ti, ni sin estar así contigo. —

Volvió a tumbarse y se dejó acariciar por Alice, relajado, tan plácidamente que... puede que se hubiera dormido un poquito. No exactamente dormido, solo desconectado el cerebro puntualmente. Volvió a sí al notar que su novia se movía, apenas había sido un ligero duermevela (que, de no haber sido por el movimiento, claramente se habría convertido en sueño profundo en poco tiempo). La siguió y rio solo de verla reír. — ¿Qué haces ahora, pajarito? — Preguntó divertido, porque tenía esa carita traviesa de la que se había enamorado hacía muchos años, y estaba moviendo las sábanas arriba y abajo (puede que estuviera un poco enlentecido a esas horas y no sabía qué estaba haciendo). Se resguardó con ella bajo estas y Alice les tapó la cabeza a ambos, haciéndole reír y que agarrara su cintura con ambas manos, con cariño, pegándose a ella. — ¿Me imagino? — Preguntó, alzando una ceja. Se pegó a ella mucho más, con una sonrisilla. — Yo creo que es exactamente lo que está pasando. — Rozó su nariz con la de ella y, juguetón, continuó. — ¿Tú sabes lo que hay ahí fuera? Porque yo no. — Rio y la estrujó un poco más, y Alice le besó y él correspondió con cariño. — Tú eres mi Todo. — Susurró de vuelta. Tenía sueño, sí, pero ah, qué bien se estaba allí, podía pasarse haciendo moñerías con Alice toda la vida. Aquello sí que era felicidad.

La pregunta de ella le sacó una breve carcajada, pero enseguida se removió y jugó él también con los dedos en su piel, como hacía ella, con una sonrisa amplísima y divertida. — ¿Y si te digo que sí? ¿Qué pasaría? — Se acercó a ella de nuevo, mimoso, ronroneando un poquito y agarrando su cintura. — Me gustas. Me gusta tu cuerpo. Me gusta lo que nos hacemos... Y yo soy muy pesado y repetitivo, parece que no me conoces. — Pasó un dedo por su mejilla y su barbilla, dibujando su perfil. — Tú siempre estás en mi cabeza, cariño. Siempre siempre... Y puede... — Rio un poco. — Que sí, que haya una parcelita en la que siempre... estamos en lo más alto de nuestras respectivas listas. — Dejó un beso en su mejilla, otro en su nariz y otro en sus labios. — Bueno, siempre siempre no. Procuro no usar esa parcela cuando está Lex cerca. — Se echó a reír y, entre estas risas, añadió. — La cierro con llave. — Siguió riendo, de pura felicidad, y se llevó la mano al colgante de su cuello, alzándolo un poco. — Y guardo la llave aquí. — Alzó la barbilla, orgulloso como cuando era un niño. — Tú no puedes verla porque es solo mía. — Encogió un hombro, en su posición tumbada y mirándola. — Pero es una parcela muy bien cuidada... Y tú eres quien la disfruta cuando decido sacarla a la realidad. ¿Qué te parece? —

 

ALICE

Se tuvo que reír a lo de ser cómoda, acariciando con más cariño aún sus rizos. — Mira, me alegro por ello. — Pero entornó los ojos. Sí, habían sido un par de idiotas, pero solo pensar que le había causado aquel dolor a Marcus… Le miró cuando dijo lo siguiente y sonrió, acariciando sus mejillas y mirándole con ojos brillantes. — A veces equivocarse está bien. Mira dónde estamos. Mira lo que somos. No podría estar más orgullosa. — Le besó brevemente y aseguró. — No hace falta que nos imaginemos tal cosa. La eternidad es nuestra. — Le recordó, acurrucándose contra él.

Y sabía ella que a su novio le iba a gustar la ideíta de la sábana, haciéndola reír. — Construir nuestro nido, pío pío. — Contestó con una risita, dándole un piquito. Negó con la cabeza a lo de fuera. — Nada. Solo veo un Marcus O’Donnell desnudo y muy cariñoso por aquí. — No podía dejar de darle besitos y hacerle cosquillas y caricias con los dedos.

Abrió mucho los ojos y puso una sonrisilla traviesa cuando le confirmó lo de la parcelita en su mente. — ¿De verdad? Te voy a imitar. — Le miró de arriba abajo mordiéndose el labio mientras se dejaba agarrar y se pegaba a él. — Tú me encantas, y lo que hacemos es… indescriptible. De verdad, si lo intento no me sale. — Aseguró con una risita, mientras cerraba los ojos al tacto de Marcus por su cara, sintiendo cómo se le erizaban todos los vellos del cuerpo del gustito. — La verdad es que me halaga más de lo que esperaba que pienses en esto… La verdad es que, a veces, cuando estoy sola o intentando concentrarme, apareces tú en mi pensamiento, desnudo, tocándome, o con esa mirada y esa cara que se te pone cuando lo hacemos… y me causa problemas, la verdad. — Se rio y abrió los ojos, girándose hacia su novio y abrazándole. — Conclusión: me gustas demasiado, O’Donnell. — Y le dio un tierno beso, notando, al cerrar los ojos, cómo el sueño y el cansancio la invadían poco a poco. — Me parece ideal y me parece que quiero disfrutarla muuuuucho más. — Dejó otro besito. — Cuando haya dormido una noche del tirón porque no puedo más conmigo misma. — Aunque antes tenía algo que hacer. Levantó la sábana lo justo para taparles pero dejar las cabezas fuera y se descolgó por el lado de la cama para llegar al baúl y sacar una de las contraceptivas y bebérsela del tirón (guardando luego el tarrito vacío, que no era su prima Jackie precisamente). En cuanto terminó, volvió a su posición y se acurrucó contra el pecho de Marcus, pegada con la mejilla al calorcito que emanaba su piel. — No me sueltes, mi amor. Nunca. — Le abrazó, ya con los ojos cerrados y la voz pesada. — Quiero que me cuides y me abraces toda la vida, Marcus O’Donnell. — Su sueño mientras estaba despierta, su espino, su agua y su tierra. Su Todo era él, y sobre él, sabía que siempre podría dormir tranquila.

Notes:

¡Por fin Provenza y veranito! Iba tocando, y es un capítulo muy largo en el que queríamos meteros y meternos de lleno en La Provenza. Sabéis que nos encantan los veranos de nuestros chicos y nos moríamos por volver así y poner un poquito de todo en la llegada. ¿Quién se lo va a pasar mejor? ¿Echabais de menos a los Gallia franceses? ¿Cómo creéis que irá todo? Contadnos por aquí, como todas las semanas ¡mil gracias!

Chapter 8: Don't need to go any further

Notes:

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☾ Canción asociada a este capítulo: Gloria Stefan - Wrapped

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Chapter Text

DON’T NEED TO GO ANY FURTHER

(23 de junio de 2002)

 

MARCUS

Despertar con Alice era maravilloso, un autentico sueño. Le despertó un ruido en el pasillo y, al abrir los ojos, era de día. Alice seguía dormida y podía sentir a Simone trasteando en la cocina, por lo que despertó a su novia con besitos y arrumacos, y volvieron al mismo modo de agapornis felices en el que se habían quedado dormidos la noche anterior. Se escondieron bajo las sábanas, rieron, se besaron y se abrazaron, y de verdad que se sentía en el auténtico paraíso. Aquello probablemente hubiera llegado a algo más si no fuera porque estaba escuchando a Simone pasear por el pasillo con ese tono de "va siendo la hora del desayuno y creo que todos los presentes preferís que no abra ninguna puerta así que mejor salid por vuestro propio pie". Era hijo de Emma O'Donnell, sabía reconocer una intencionalidad en unos pasos.

Se vistieron y bajaron a desayunar, no sin antes dedicarse ambos a pavonearse y lanzar comentarios haciéndose los tontos como si no supieran que había habido cambio de habitaciones la noche anterior, a ver si alguno de aquellos cuatro cantaba y dejaba traslucir en su cara lo que había hecho. Tras el copioso desayuno (para él sobre todo, que no perdía oportunidad de ponerse hasta arriba), subieron a ponerse sus trajes de fiesta. Hillary estaba encantada con vestir con el traje de provenzal cedido por Violet, pero Sean ni estaba escuchando: se había quedado cortocircuitando ante la perspectiva de llevar un traje regional. Theo había adoptado la postura abnegada al respecto, pero el otro insistía en saber si le estaban gastando otra broma.

— Yo no me veo con esto, tío. — Que te queda bien, Sean, hazme caso. — Que no, que no. Que parezco un espantapájaros. — Que noooo. — Que tú me ves con muy buenos ojos, hombre. — Pues digo yo que Hillary te verá con ojos mejores. — Marcus había ido a cambiarse a su cuarto con Alice, pero no quería perderse aquel espectáculo, y solo acercándose a la puerta de la habitación de Sean y Theo ya les escuchó hablar. En lo que se dejaba ver por la puerta abierta, oyó a Sean chistar ante el espejo. — Si es que esto me queda grandísimo. — Theo suspiró y, al detectarle, le miró y le dijo. — Marcus, dile que le queda bien. — Pero su amigo, en cuanto se giró, protestó con un sonoro bufido, alzando los brazos y dejándolos caer. — ¡¡Venga ya!! ¿Por qué a ti te queda tan bien? — Porque soy el sumun de la elegancia. — El sumun de lo idiota, eres. El prefecto de pacotilla este. ¿¿Por qué tienes un traje a medida, vamos a ver?? — ¡Me lo hizo Jackie en Pascua! — Mi li hizi Jicki in Piski. — Se burló su amigo, girándose de nuevo hacia el espejo y mirándose con desaprobación. — Me queda como si me lo hubieran lanzado desde una escoba. — Es que es de William. — ¡Eso! ¡Démosle a Sean el traje del tío más corpulento de la familia! — ¡Tú eres el más alto del grupo! ¿A quién se lo van a dar? — Marcus señaló al otro. — Mira, Theo no se queja tanto a pesar de llevar el traje de su suegro. — El Hufflepuff le miró con cara de circunstancias y Marcus se tuvo que tapar la boca con las manos. Es que eso era demasiado gracioso.

Y todavía podía mejorar. — Bueno bueno, ¿cómo van mis inglesitos? — Fue anunciando André, y en cuanto se dejó ver por la habitación, Sean volvió a protestar. — ¡Hala! Otro al que le queda de miedo el traje. — Pero el francés ni le escuchó, porque nada más entrar abrió los brazos hacia Marcus. — ¡Pero míralo, el tío! Si parece nacido en un campo de lavandas. ¡Pero qué porte! ¡Qué elegancia! Un vrai monsieur! — Os vais a ir a la porra uno detrás del otro. — Dijo Sean con muy malas pulgas, pasando inmisericordemente por el momento orgullo hinchado y flotante de Marcus. André se giró hacia él. — El tío William rellena más el traje, es cierto. Pero mi hermana puede tomarte medidas. Ella no va a tener impedimentos, tú eres el que tiene que dar consentimiento, inglesito número tres. — Sean dejó los hombros caer. — ¿Por qué soy el tres? — Porque este está ya en la familia metido. Si hasta lleva el traje del suegro. — Ahora Theo, en lugar de poner cara de circunstancias, se ruborizó entero y agachó la cabeza. Marcus seguía observándolo todo con la boca tapada con una mano, pero la risa era cada vez más difícil de disimular.

Consiguieron que Sean dejara de lamentarse por lo grande que le quedaba el traje y salieron de la habitación. Las chicas estaban aún en la de Jackie y Hillary, pero en cuanto les oyeron, la francesa salió con la cabeza bien alta y una sonrisa radiante, abriendo los brazos en un gesto prácticamente idéntico al de su hermano. — ¡Pero mira qué messieurs tan hermosos y guapísimos! — Gracias, bella dama. Te sienta el vestido como si hubieras nacido para él. — Aduló Marcus, a lo que Jackie respondió con una risita. — Anda, para, que eres tú muy listo y sabes cómo echarme dos piropos en uno. — Es que, aparte de la impecable percha, eres la mejor modista del país. Eso lo saben ya hasta en Londres. — La chica volvió a reír. — Mi amigo anda un poco agobiado. — ¿Sí, Sean? — Dijo ella en tono meloso, mirando al chico. — Si necesitas que te tome medidas, solo tienes que darme tu consentimiento. — ¿Os hacéis un guion entre todos para decir lo mismo? — Respondió el otro, provocando que tanto Marcus como André se murieran de risa, y que Jackie siguiera provocándole a base de miraditas.

— Oh, la lá! Mejor no te vayas muy lejos, inglesito quejica. — Dijo André, mirando a la puerta de las chicas. Sean bufó y empezó a quejarse. — Ya ni el tres, ya directamente el quejic... — Pero se detuvo en seco cuando vio a Hillary aparecer. — Oh. — Fue lo único que articuló a decir, mientras la otra le miraba con una sonrisa que Marcus no le había visto nunca. Se había generado un silencio muy gracioso, en el que todos se miraban con sonrisillas mientras Hillary sonreía a Sean y Sean, por la pose y la cara que tenía, parecía que se iba a romper en añicos si en ese momento le tocaba alguien, de tan de piedra que se había quedado. Marcus le dio un leve codazo y le susurró. — Si quieres, te dejo mi guion. —

 

ALICE

Algún día… Algún día no habría nadie esperando al pie de las escaleras, haciendo un ruido de cacharrería con todos los elementos de la cocina llamando su atención, y podría terminar aquella sesión de besito y caricias en su nido de forma muy interesante… No era ese momento todavía, claramente.

La parte buena era que sus amigos estaban allí, era el festival de la lavanda de La Provenza, y la mañana estaba empezando divinamente con aquello de sacar los trajes para vestirlos a todos, hasta la tía Simone estaba de buen humor, sería aquello de tener gente joven en casa. Y para no perder tiempo de feria, se habían metido en la que fuera su habitación, a ayudarse las unas a las otras los vestidos, que tenían su miga. — Cuando te vi en las fotos no parecía que tuviera tantas cosas. — Dijo Hills metiéndose en el cancán. — Y ya verás, el de la tata tiene un efecto que los demás no. — ¿Ah sí? — Preguntó su amiga parpadeando. — Abróchate el corpiño. — Y cuando lo hizo, abrió mucho los ojos. — ¿Qué acaba de pasar aquí? — Preguntó señalándose el pecho. — Pensé que tú lo sabrías. — Aseguró Alice. — La tata dice que hay unos sujetadores muggles que lo hacen, y Jackie le metió un hechizo para que hiciera el efecto. — Hillary la miró con los ojos muy abiertos y asintió. — No sé yo si me voy a atrever a salir con esto. — Jackie rio, saliendo por la puerta y simplemente dijo. — Ya… Tu bomboncito se va a volver loco, querida… — Y se fue derechita a vacilar a los chicos.

Con una risa, Alice terminó de colocarse la falda y se acercó a Hillary para abrocharle la lazada del corpiño por detrás y el delantal. — ¿Estás contenta? — Le preguntó. Y a modo de contestación, su amiga se giró y la abrazó. — No sabes cuánto, además. — Ella le devolvió el abrazo y sonrió. — Nos merecíamos algo así. Nada de pensar en madres, abuelas, problemas diversos, futuro… Disfruta de la época más bonita de La Provenza y de tu amor, ¿estamos? — Hills asintió sonriendo. — ¿Te abrocho yo a ti? — Pero Alice negó con la cabeza, cogiendo su delantal. — Cosas de tradiciones. — Dijo saliendo al pasillo en dirección a su novio.

Llegó en una parte interesante de la conversación en la que se estaban metiendo con los inglesitos nuevos y recordando la broma que le gastaron a Marcus, al cual se dirigió, poniendo el delantal en su mano y ofreciéndole la espalda para que también terminara de atarle el corpiño. — Nos gustan los inglesitos cobardes. Son inteligentes también. — Sobre todo si están con francesitas como nosotras. — Dijo Jackie moviendo las caderas con chulería. Y justo entonces, salió Hillary, y Alice tuvo que contenerse mucho la risa, porque Sean se iba a desmayar. — ¿Te gusta? — Preguntó ilusionada. — Que… q… yo… Guau. — ¡Eso es todo un Ravenclaw! ¿Quieres intentar dejar el pabellón de Hufflepuff un poco más alto, cuñado? — Interpeló André a Theo. El chico se tocó el pelo y miró a Jackie de arriba abajo. — Eres lo más increíble que un Hufflepuff nonmagique desgraciado como yo ha visto tan de cerca. — Oh la la! Oui monsieur! Qué labia… — Alabó Jackie con una sonrisa pícara y los ojos brillantes, y se inclinó a darle un piquito. Era la primera vez que les veía besarse y no le podía parecer más bonito. Aunque vio que su prima le tiraba un poco de la hombrera de la chaqueta. — Pero hay que arreglarte un traje cuanto antes porque mi padre y tú no os parecéis en nada… — Theo puso cara de perrillo apaleado. — Pues a mí me parecía que me quedaba guay… — Y el timbre sonó. — ¡Menos mal! — Exclamó André. — Empezaba a sentirme solo. Y solo llevaba cuatro horas… — Alice frunció el ceño. — ¿Como que cuatr…? — Pero su primo ya había bajado. Se hicieron unos segundos de silencio hasta que Jackie exclamó. — ¡Marine! — Y salió corriendo a la habitación del balconcillo.

Tres segundos tardaron en ir los seis al mismo sitio y agolparse. — ¡Hola, Marine! ¿Cómo estás, querida? — Saludó su tía Simone, que se había adelantado. — Estupendamente, madame Gallia, ¡cuánto tiempo! — Sí, querida, a ver si… — ¡Memé! Ya estoy yo aquí para recibirla. — Saltó André, y su tía lo entendió como lo que era: “aire, que no quiero que parezca que es mi novia”. Ese primo suyo… Eso sí, ni corto ni perezoso, le dio un beso para saludarla. — Mucho con que no es su novia, pero bien que le ha metido un besazo nada más verla. — Señaló Hillary. Jackie hizo una pedorreta. — Mi hermano se saludaría así hasta con un besugo que comprara en el mercado, menudo es… — Entonces Marine reparó en ellos y levantó la mano con una sonrisa. — ¡HOLA, MARINE! — Contestaron al unísono y con grandes sonrisas, supernatural. — Hola, Gallias y buena compañía. — Señaló a Marcus y sonrió más. — De ti me acuegdo. Egues el chico que seguía a Alice a todas pagtes con cara de... — Cagado es la palabra que buscas. — Completó André, y Marine se rio. — ¡No! Era cara de… — Hizo un corazoncito con las manos. Eso la hizo reír. La pobre Marine no hablaba muy allá inglés, pero se hacía entender. — ¡Qué bien que has venido! André te estaba esperando. — Dejó ella caer. — No tanto como mi memé, claramente, no es así de maja con nadie… — Añadió Jackie. André se giró hacia Marine. — No sé de qué están hablando, el elenco del guiñol no me representa. — Marine rio con ganas y le miró con deleite. Pues su novia no sería, pero ella ahí veía cosas. — Bajad de una vez, que ese balcón no está pensado para seis personas, y no es de buena educación hacer esperar a una dama. — Y bajaron entre risas, todas las parejas de la mano. Se sentía como de niña, disfrutando del verano y las bromas, pero con la seguridad de llevar al amor de su vida con ella.

Paseando entre risas y piques, se fueron acercando a la feria, y ahí Alice les detuvo a todos. — Vale, todos los no-provenzales, tapaos los ojos, quiero que os llevéis la sorpresa. — Ella iba guiando a Marcus, Jackie a Theo y Marine y André a Hillary y Sean. — ¡Dios! ¿Eso que huele tantísimo son las lavandas? — Preguntó su amiga. — Sip, es una experiencia total para los sentidos, pero no abráis los ojos todavía. — Y cuando por fin estuvieron al principio de la cuesta que llevaba a los campos de lavanda donde estaba montada la romería y los puestos, dijo. — Ahora sí. — Y se abrazó al costado de su novio para poder ver su reacción.

Estaba segura de que Marcus nunca había visto los campos tan morados, porque junio era el mes en el que más lavandas florecidas había, prácticamente solo se veía morado, con los puestos de madera con sus tejados de tela blanca y todos vestidos de provenzales. Era una de las estampas más bonitas que había de La Provenza, y solo acababan de empezar el día. — Cuando tengamos el taller, podremos venir todos los años, amor mío. — Susurró, dejando un besito en su mejilla. — Hay, de hecho, un puesto de alquimia, ahora mismo bajamos. —

 

MARCUS

— Estás espectacular, rubia. — Dijo él, ya que su amigo estaba teniendo dificultades para reaccionar, a ver si al menos así le daba pie. No caería esa breva. Le dio espacio a Sean para su reacción centrándose en su novia, porque por supuesto, por muy guapas que fueran Jacqueline o Hillary, como su Alice no había nadie ni en esa casa ni en el mundo entero. Con una sonrisa galante, agarró el delantal que ella le tendía y esperó a que le diera la espalda, acercándose diligentemente para terminar de cerrar el corpiño. — La reina de La Provenza. — Le susurró al oído mientras lo hacía, dejando un leve beso en su mejilla justo después y aprovechando que todos estaban demasiado centrados en el show de Sean y Hillary para hacerles caso, y en la posterior puesta en evidencia de Theo. Se tuvo que reír con todos los comentarios, pero sin quitar la mirada de su novia. Porque ahí era donde toda la atención de Marcus podía irse, por muy entretenido que fuera el entorno.

Eso sí, no contaba él con un foco de distracción tan grandísimo. — ¿Marine Youcernal? — Preguntó, mirando a Jackie con los ojos muy abiertos y una sonrisilla, y sonando talmente como si tuviera once años otra vez. De hecho, salió en tropel junto con toda la masa de curiosos para mirar con ojos de lechuza curiosa la entrada de Marine en la casa, boquiabierto y sin palabras, infantilmente sonriente. Si ahora mismo fusionaran al Marcus de once años y a su Elio, saldría él, solo que vestido de provenzal. — ¿Pero cómo que no es su novia? ¡Si la acaba de besar! — Susurró casi en una exclamación, y automáticamente se dio cuenta de cómo había sonado. De hecho, Jackie le estaba mirando con cara de circunstancias y él tuvo que intentar reparar su orgullo aunque fuera un poquito. — Sí, me he oído. — Se defendió con retintín. Se refería a que la estaba besando como saludo y delante de su abuela, el día que habían quedado para la fiesta... que parecía como muy formal... ¡Meh, que él se entendía y no tenía por qué dar explicaciones a nadie!

— ¡HOLA, MARINE! — Respondió automáticamente como una oveja idiota, a coro del resto de ovejas idiotas que estaban allí haciendo exactamente lo mismo. Pero la chica le miró a él directamente, y Marcus se puso como un tomate y le salió la sonrisa más infantil de su vida, ya es que no parecía ni que tuviera once años, directamente tenía menos. — Sí, ese era yo. — Dijo como un idiota. Hillary soltó una aguda risilla de garganta y, cruzada de brazos, soltó. — Vaya, al menos ya lo reconoce. — Pero él estaba tan metido en su regresión a la infancia que ni hizo caso a ese comentario ni al de André, se limitó a ser otra vez un niñito tímido del que la no-novia del primo mayor se acordaba. Ya se pondría en modo Marcus Horner el resto del día, ahora le había pillado demasiado por sorpresa. Y estar así también era bonito.

Terminado el momento recibimiento y primer contacto con Marine, bajaron todos y pasearon juntos. Se presentó debidamente (y con mucha pompa, ya recobrando un poco su edad natural) y fue con Alice de la mano por el pueblo, bien feliz. Hasta que ella les detuvo. Marcus la miró con una sonrisilla y expresión interrogante. — ¿Yo cuento como provenzal o como no provenzal? — Casi cuela, inglesito cobarde. Pero no. — Respondió André entre risas. Se tapó los ojos y se dejó guiar por su novia mientras bromeaba con los demás y tanteaba muy bien el suelo, que no era el momento de caerse ahora y hacer el ridículo, por Merlín. El olor a lavanda le inundaba y le hacía sonreír, y le traía preciosos recuerdos.  No podía esperar para disfrutar de todo lo que les tenía deparado esa feria. Por eso no tardó ni un segundo en abrir los ojos cuando Alice lo anunció.

Se quedó boquiabierto y sin palabras unos segundos. — Menuda pasada. — Dijo al fin, después de pasear la mirada por ese enorme campo más morado de lo que nunca lo había visto. El susurro de Alice hizo que la mirara con una amplísima sonrisa y rodeara su cintura con los brazos. — Va a ser perfecto. — Le devolvió el beso en la mejilla, lleno de cariño. — Quiero ver todas las estaciones del año aquí contigo. Que no dejemos de enseñarnos cosas nunca, jamás. — Rozó su nariz con la mejilla de ella con ternura. — Tú nunca dejas de sorprenderme. — Oy, qué bonito, cuanto amor hay aquí. — Apuntó Marine, y al echar Marcus una visual, se dio cuenta de que las tres parejitas estaban muy acarameladas y diciéndose moñerías ente la vista de los campos. André y Marine iban a lo suyo, por supuesto. El chico suspiró. — Sí, esto es lo que nos queda, pasteleo todo el día. El puesto de dulces nos lo podemos ahorrar. — ¿Puesto de dulces? — Saltó Marcus, como un perrillo que oye abrirse un tarro de galletas. Hillary soltó una fuerte carcajada. — Vaya, Marcus, a ver qué eliges ahora: alquimia o dulces. Qué dos fuertes distracciones para ti. — Yo sé de otro que también está debatiéndose entre dos fuertes distracciones. — Apuntó André, señalando con un gesto de la cabeza a Sean, que automáticamente quedó en el foco de las miradas. Y con la suya delatoramente puesta en el pecho de Hillary, que Marcus no era ciego y también se había dado cuenta de que, sería el vestido o a saber qué, pero ahí se había producido una mejora desde el desayuno hasta que la vieron aparecer vestida de provenzal. — ¿Eh? — Dijo el otro, sabiéndose pillado, y rápidamente intentó excusarse. — No, yo, precioso el campo, muy bonito. Estaba pensando... — Pero nada, ni se le escuchaba, porque las carcajadas de los demás estaban pasando por encima de sus balbuceos.

 

ALICE

Todas las estaciones en La Provenza con él, con su sol. ¿Podía pedir algo mejor? Simplemente acurrucó su cabeza en su hombro y sonrió. Casi podía ver su futuro dibujándose en el horizonte. Rio un poco a lo de Marine y dijo. — Cuidado que es contagioso. Desde que estamos juntos nosotros no paran de salir parejas a nuestro alrededor… — Dejó caer como quien no quería la cosa, pero André la estaba ignorando convenientemente.

Y cómo no, fue mencionar los dulces y ya sabía que había perdido a su novio. — Si mi príncipe quiere dulces, dulces va a tener, empecemos por ahí. — Dijo tirando de él por la cuesta hacia abajo. Cuando pasaron por al lado del lavadero sonrió y le miró. — Siempre acabamos por aquí y siempre acabamos siendo muy felices. — Dijo apretando su mano. Avanzaron hacia el puesto de dulces. — Hay lavandas por todas partes, qué locura. — Decía Hills, mirándolo todo anonadada, mientras Sean, por supuesto, la miraba a ella, y Jackie y Theo se reían bajito entre ellos. Si André y Marine no salían por lo menos novios de aquella semana, ya no sabía qué más se podía hacer para atar a su primo.

Llegaron al puesto de dulces y empezó a enseñar cosas. — Eso es tarta tropezienne, que ya la conoces, tartaletas de lavanda… ¡Oh! Calissons, esto no lo has probado. — Cogió uno y dejó una monedita en el mostrador, para darle uno de los dulces a Marcus directamente en la boca. — Pues yo me pido las tartaletas de lavanda. — Dijo Theo con ojos golosos. — ¡Eh! Quietos todos inglesitos. — Tarde porque Marcus ya tenía el calisson en la boca, y ella había aprovechado un poquito para acariciar esos labios preciosos, ahora llenos de azúcar glas y almendra molida. — No os llenéis de dulces, por si hacemos los Juegos de Eleanore, que en cada prueba toca un dulce diferente. — ¿Qué son esos juegos? — Preguntó Sean. — Supuestamente, la reina Eleanore D’Aquitaine organizó un juego de seis pruebas para sus pretendientes, y quien las completara, conseguiría un dulce, el más maravilloso, de su mano, y por supuesto, casarse con ella. — Relató Marine, y Alice añadió. — Es que decían que era bruja y puso pruebas que lo suyo era cumplir con magia. — Actualmente ya no hay reina, pero nos quedan las pruebas de pedida y luego los Juegos de Eleanore en junio. Por cada prueba, nos regalan un dulce, y al final ganamos el más rico de todos. — ¡YO QUIERO! — Saltó Hillary. — Ya empezamos… — Murmuró Sean mirándose los pies. Ella por su parte cogió las manos de Marcus. — Los juegos empiezan después de comer, si quieres podremos apuntarnos. — ¿Y cuál es el dulce final? — Preguntó Theo. — Ehmmm… — Marine pareció pensárselo y le dijo algo a André que se rio y miró bastante embobado a la chica. — Ah claro, eso no sabes decirlo en inglés. Luego te voy a dar unas lecciones de recuerdo, que te veo perdidilla… — Pezones de Venus. — Dijo una voz a las espaldas de todos, pero André puso media sonrisilla. — Sutil. —

Se giraron y se encontraron con una chica morena y muy alta, con un chico muy francés al lado. ¿Serían conocidos? — Hola, Michelle. — Dijo Jackie un poco apurada, mirando muy mal a André. — No sabía que ibas a venir por aquí… — ¡Ah bueno! Es uno de los días grandes de La Provenza, la pena sería perdérmelo. Salut, ma petite. — Salut, ma belle. — Y la tal Michelle y Marine se saludaron con dos besos ante la atónita mirada de su prima, y Alice empezaba a entender por dónde iban los tiros. — Vosotros seréis la familia inglesa… Benvenue a la fête. — Señaló a André con la barbilla. — He oído que vais a apuntaros a los juegos. — Miró al chico que la acompañaba y dijo. — Habrá que ganarles, ¿no crees? — Hillary chistó y se cruzó de brazos, apoyando el peso en una pierna. — No, no lo creo. — Eso digo yo. — Dijo Jackie imitándola. Marine les señaló abriendo los brazos. — Tenemos un equipo muy dispuesto y hábil. — Y yo creo que Marcus, teniendo dulces de recompensa, nos va a dejar el pabellón bien alto. — Terminó André. Michelle se rio. — Ya lo veremos, ya… A bientôt… — Cuando se hubo alejado, Alice miró a su primo sacando el labio inferior. — Dime que no es con la que habías quedado hace dos noches. — Él asintió y le pasó el brazo por los hombros a Marine. — Pues sí, pero ya ves que todo bien, ¿a que sí, Marine? — Ya lo creo, si yo estuve con Antoine… — Alice suspiró y se apoyó en su novio. — No sé para qué quieren juegos ni pruebas ni nada, si esto es Sodoma y Gomorra. — ¡Eh! Habla por ellos… — Saltó Jackie, mirando de reojo a Theo. — Yo sí quiero mis pruebas y mi príncipe… Como la reina Eleanore. — Y ella se acercó al oído de su novio para susurrar melosa. — Lo que queremos todas las Gallia, por lo visto… es nuestra historia de cuento. — Y dejó un besito en su mejilla con alegría.

 

MARCUS

Se dejó guiar por Alice, mirándola con una sonrisa. — Todos los dulces que mi princesa quiera darme. Total, ya estoy gordito de felicidad, me puedo poner un poco más gordito. Espero que me quieras igual. — Sí, estaba muy pasteloso, como decía André. Pero es que estaba en una nube de felicidad y Alice tenía un halo de luz alrededor que le hipnotizaba como si fuera una polilla que no puede evitar seguirla. Es que cada vez que ella reía, él se derretía entero. La forma en la que se quedó dormido y en la que se despertó aún hacía cosquillas en su pecho, y esa sensación no se le iba a ir en días y días. Cuanto menos, horas después de haberla vivido.

— Yo contigo soy feliz en cualquier parte, pero sí, este lugar es especial. — Rozó su mejilla con la nariz, cariñoso. — Vendremos antes de irnos ¿no? Aunque sea a dar un paseíto. — Marcus era muy social, le encantaba estar con gente, pero también echaba mucho de menos estar a solas con Alice, y era algo que nunca le sobraba. El puesto de dulces olía de maravilla, tanto que casi pasaba por encima de las lavandas... Bueno, no, pero Marcus ponía una atención demasiado especial a la comida. Alice llamó su atención al hablar de un pastelito con forma de hoja muy mono y que él ciertamente no sabía lo que era, pero sonrió como un niño y abrió la boca para que su novia se lo diera. — ¡Hmm! — Reaccionó enseguida, aún masticando, mirando a la chica feliz y degustando el pastelito con gusto, sonriéndole cuando rozó sus labios, como si estuvieran solos en el mundo, cuando André interrumpió. Un poco tarde, él ya estaba comiendo. Pero si el problema era que se le iba a quitar el hambre para más dulces, en su caso no tenía de qué preocuparse.

La historia de los juegos le gustó, y sonrió a su novia con complicidad y ese puntito chulesco que sabía que le gustaba cuando sugirió jugar. — Yo me apunto. — Alzó la barbilla con una caída de ojos, mirando al resto con superioridad. — Y suerte ganándome con las pruebas. — Ya estaba recibiendo abucheos, pero señaló a todos los presentes con un índice. — El único que tiene experiencia pasando pruebas provenzales aquí soy yo, que lo sepáis. — Eh, que a estas pruebas hemos jugado los de aquí también, marido del año. — Se burló Jackie. Qué fácil era meterla en el pique. Eso sí, el nombre del dulce... No era muy protocolario, pero sonaba a que estaba rico. Se habría detenido más en eso si no fuera por la persona que había desvelado el nombre del dicho dulce.

No sabía quién era, pero al parecer, era conocida al menos por los hermanos, por sus reacciones. Lo que le extrañó fue la naturalidad de André y Marine, frente a la incomodidad de Jackie. Marcus se quedó observando como si fuera un partido de quidditch: básicamente, con la misma cara de confusión que se le ponía en un partido de quidditch. Se inclinó ligeramente hacia Alice como un junco doblado y le susurró. — ¿Tú estás entendiendo algo? — Pero la chica les dio la bienvenida como si supiera quiénes eran, y Marcus sonrió e hizo un gesto cortés con la cabeza, añadiendo. — Enchanté. — Notó que Sean le miraba mal de inmediato, pero él, sin embargo, había mirado a su novia y le había guiñado un ojo con un gestito de orgullo infantil. — ¿Qué tal? Voy aprendiendo poco a poco. — Le dijo bajito, solo para ella, bien contento. Que Alice le alabara aunque fuera una palabrita en francés le ponía muy contento.

Al parecer, estaban en un equipo todos juntos. Asintió a su mención, pero antes necesitaba aclarar algo. — Pero, un momento, ¿las pruebas son individuales o colectivas? — Alzó las palmas. — No, lo digo, por saber, me refiero, si somos un equipo, ¿hay un representante? ¿O bien se da un premio a cada uno? — Vamos, que no piensa compartir los dulces. — Dijo Sean, sacando las risas de todos. Marcus chistó. — Solo intento organizar una estrategia adecuada. — Eso y que quería ganarse los dulces, a quién quería engañar.

La chica y su acompañante se fueron y Alice lanzó lo que todos se preguntaban. Marcus miró a André con los ojos muy abiertos. Espera, espera... Porque a él le había parecido entender... que iba a pasar la noche... es decir... o quizás él tenía la mente un poco nublada por lo que él mismo había hecho... y claro, siendo André... pero ahora estaba... ¿Se había acostado con una chica la noche anterior y ahora había quedado con otra y ella con otro y habían coincidido allí los cuatro y todos estaban tan normales? Definitivamente, no era una vida para él. De hecho, miró a su novia y dio un pasito hacia al lado como los cangrejos, pegándose a ella, como si temiera que aquel ambiente de pseudobacanal se le pegara y tuviera la grandiosa idea de hacer lo mismo. Como si ese estilo de vida fuese contagioso. Él no se pensaba ir con otra, vamos. Le daban ganas de llorar del agobio de pensarlo.

Menos mal que Alice no parecía estar en esas, y cuando se apoyó en él, Marcus la recogió entre sus brazos, mirándola con cariño (y de soslayo a los demás). — Nosotros vamos a ganar estas pruebas en equipo como la pareja feliz y perfecta que somos. — De hecho, ella le susurró que quería a su príncipe y le dio un beso. Se le olvidaron todos los males. Lo dicho, Alice y su luz, que cegaba todo lo demás y le hacía sonreír como un idiota. — Por ti debería pugnar, reina de mi corazón, solo para que me concedieras de nuevo el honor de ser tuyo. — André dio un sonoro suspiro y miró a Marine, que había soltado una risita, mirándole con confusión, y se giró a André para preguntarle algo en francés, a lo que André respondió en inglés. — Ha dicho que son los dos igual de idiotas y que piensan pasarse el día dándose piquitos como dos pajaritos. — Habla la envidia por ti. — Dijo él, muy subido, aunque Marine se estaba riendo entre dientes de la respuesta de André. — Sabes de sobra lo dignísimo que soy del amor de esta Gallia. — Lo peor es que el tío pasó unas pruebas y todo. ¿Cuántas más quieres pasar? — Todas las que hagan falta. Me pasaría la vida pasando pruebas si es por ella. — Recibió un manotazo de Sean, que se había puesto a su lado sin que lo viera. — Tío, ya, córtate. Que pones el listón por las nubes. — Hastings, has estado siete años estudiando conmigo. Eso no es novedad. — Buf, de verdad, cuando se pone así de idiota... — Yo quiero ver qué más hay. — Apuntó Theo, sonriente y con las manos en los bolsillos, mientras estiraba el cuello para mirar. Se giró a Jackie y dijo. — ¿Me enseñas la feria? — Eh, inglesito suavón, que somos un equipo. — Cortó André, tras lo cual soltó una carcajada y dijo. — Mira, ya tengo un mote para cada uno. —

 

ALICE

Se tuvo que reír con la tontería de su novio. — Gordito de felicidad… y de amor. — Ay, por favor, sois demasiado ya, eh. — Se quejó Hillary y André entornó los ojos. — Hay dos que van por ese mismo camino. — Dijo mirando a Jackie corriendo alrededor de Theo manchándole la cara con la melaza de lavanda. — Ohhhhh tu hermana se ve muy feliz con ese inglés. Mejor que el tonto de Noel… — Si no crees que esta chica es tu alma gemela, André, es que eres más tonto de lo que pensaba, se dijo Alice en su cabeza. De verdad, el empecinado de su primo, teniendo una chica así al lado y seguía diciendo que él no se ataba.

Sonrió ampliamente a su novio y dejó caer los ojos de pura felicidad. — Me hace mucha ilusión que estemos aquí. — Aseguró y se recreó en su caricia. — Pues claro que vendremos. — Susurró. — ¿No sabes que yo soy experta en escaparme con mi príncipe cuando nadie mira? — Vaya que si lo iba a hacer, si ya estaba diseñando la estrategia para tener un momento campo de lavandas con su novio. Podría convertirse en una tradición de las suyas, la verdad.

Desde luego, si a Jackie y ella les había escandalizado el sistema raro que traían aquellos cuatro, Marcus tenía que estar recogiendo todavía cachitos de su estallido mental. De hecho, se agarró a ella como si se le fuera a escapar o algo y Alice se limitó a acariciar sus brazos con cariño, para que viera que no se iba a ninguna parte, y aprovechó para lanzarle un piropo. — Oye, mi amor, muy bien esa presentación en francés. — Echó la cabeza hacia atrás y dejó un besito en su mejilla. — Mon prince… Je t’aime. —

Afortunadamente, la conversación pasó de nuevo a las pruebas y a meterse con ellos, por supuesto. — Solo oigo envidias, y esta vez bilingües en inglés y francés, hay que ver cómo os reinventáis. — Dijo en tono de broma también, antes de volverse a su novio para mirarle con cara embobada cómo decía que pasaría todas las pruebas por ella. Marine carraspeó. — Bueno, recuperando el tema de si son en equipo, sí, y el equipo elige quién o quiénes, dependiendo de la prueba, lo hará mejor. — Mi hermana la mejor siempre, por si no lo sabías. — Dijo André con el cachondeíto. — Eres tonto. — Aportó Jackie, cruzándose de brazos. — Pero sí, Hillary y yo podemos hacerlas todas, ¿a que sí, ma cherie? — Hillary se le enganchó del brazo y echaron las dos a andar hacia los puestos. — Mais oui. — Contestó su amiga, y mientras se alejaban, Sean dejó caer los brazos con derrotismo. — Tío, no se cómo lo hacéis, pero vosotros las cabreáis y el que se queda solo soy yo. — Theo se acercó a él y se enganchó de su brazo. — Venga, venga, Hastings, que yo no te abandono, tío. — Y André y Marine salieron también riéndose detrás de ellos.

En el mercado había un poco de todo, y todo imbuido del color y el olor de las lavandas. Pasaron varios puestos de jabones y cosas del baño que Alice miró con ojos golosos y señaló. — Cuando tengamos una casa y tengamos sueldo de alquimistas licenciados, vamos a venir aquí y nos vamos a llevar un montón de esos para el baño… — Bajó la voz y susurró con una sonrisilla. — Como en la Sala de los Menesteres. — Llegaron a un puesto de velas aromáticas, donde Jackie y Hillary se habían parado, examinando los productos y ella señaló. — Deberíamos llevarnos una, para encenderla y sentirnos en La Provenza. — Y ya le parecía ver a su novio alargar la mano para pagar, así que le agarró. — Cuando nos vayamos a ir, volvemos por aquí y ya nos llevamos todo, que si no, hay que cargar con ello todo el día. — Y entonces su vista se volvió al puesto de alquimia, que era de los que se podía entrar y recorrer. — Bueno, ya ha visto mi prima el puesto de alquimia, ya la hemos perdido. — Dijo André socarrón.

Alice no había estado mucho en la feria de las lavandas, sobre todo de pequeña, antes de Hogwarts, y en aquel entonces ni entendía de lo que iba el puesto, y no había tenido oportunidad de volver con los conocimientos necesarios para disfrutar a tope de aquel lugar. Así que con una gran sonrisa tiró de su novio, como cuando eran pequeños y le arrastraba a algún lado, al interior de la tienda. — ¡No hagáis guarrerías, que os vigilamos en la distancia! — Dijo Jackie riéndose. — ¡Nos vamos a los puestos de flores y hierbas, tú sabrás, Alice! — Añadió Hillary, a lo que ella se giró un momento solo para sacarle la lengua.

El puesto tenía un hechizo de cielo echado en la lona parecido al que Alice le hizo a Marcus, pero con un cielo irreal pues mostraba todas juntas las constelaciones que más influían en las transmutaciones alquímicas, así como los planetas asociados a los estados. — Mira qué preciosidad. — Dijo mirando aquel cielo. — Algún día aprenderé a hacer esto mismo y lo tendremos en nuestro taller. — Y empezó a caminar entre los utensilios y los elementos tales como piedras, arena, cristales y demás cosas que eran buenos precios de transmutación. — De hecho, te voy a decir más, hay que asegurarse de que nuestro taller de aquí esté terminado para junio, así podremos venir aquí y llevarnos todo lo que nos haga falta ¿verdad? — Preguntó ilusionada. Justo señaló unos tarritos de cristal muy alargados que terminaban en un grifo. — ¡Oh, mira! Dispensadores, para poder coger la dosis exacta, qué genial. — Y caminando, alucinándose con cada cosa que veía, llegó a una gran tabla que parecía laminada en oro. — ¡Oh! ¿Qué será esto? No lo tengo controlado. — Leyó el cartelito de al lado y, por un momento, se quedó sin habla. — Es… un coagulador… — Frunció el ceño. — Creo que puedes intentar… imbuir de vida colocando objetos más grandes aquí. — Señaló el hueco. — Con el precio aquí y… — Se acordó de sí misma preguntando si Lawrence podría curar a su madre… y de su padre hablando de la sangre viable… Igual estaba flipando un poco, así que parpadeó y sonrió. — Quizá algún día aprenderemos a usarlo ¿no? —

 

MARCUS

Se tuvo que aguantar la risa y mirar a André con las cejas arqueadas cuando Marine dijo con tanta naturalidad su opinión sobre Noel. Y Marcus que, cuando llegó en Pascua, estaba preocupado por si era al único al que le caía mal ese chico... Al parecer, lo difícil era encontrar en La Provenza alguien a quien le cayera bien. Volvió a centrar su atención en Alice, sin dejar de rodearla ni acariciarla, ni de mirarla con una sonrisa radiante. — Eres experta en muchas cosas... pero en ser un pajarito travieso que va volando por ahí, la que más. — Le dijo divertido, dándole en la nariz. — Y siempre me arrastras. Me voy detrás tuya colgando de una patita. — Dijo entre risas. Si algo había allí dulce no eran los pastelitos, eran ellos dos en su nube de felicidad y de decirse pasteladas. Pero podría pasarse así toda la vida, por mucho que a su alrededor se metieran con ellos. Envidia pura. — Me escapo contigo donde tú me digas. — Le dijo en un susurro que intentaba ser seductor, pero que le salió demasiado tierno y enamorado. Tal y como estaba, vamos.

Más arriba aún se subió cuando alabó su francés, alzando la barbilla y poniendo una sonrisa enorme, con la misma carita de niño orgulloso que se le ponía cuando le felicitaba un profesor, pero aliñada con la adoración que sentía por Alice. — ¿Te ha gustado? — Quiso comprobar una vez más, respondiendo después a la frase que le dijo (de la que solo podía replicar una parte). — Je t'aime... princesa. — Encogió un hombro con una risita. — Me falta vocabulario en sustantivos. Y en adverbios. — En general, básicamente. Si le dijeran ahora que podían ponerse a dar clases de francés para hablar a la perfección el idioma antes de que acabara el día, se pondría a ello sin pensárselo.

Efectivamente, había que elegir un portavoz. Marcus seguía teniendo dudas. — ¿Y el premio es solo para el portavoz, o hay uno para cada miembro del equipo? — ¿Te gustan los pezones, eh O'Donnell? — Se burló Hillary en tono ácido, levantando risillas en los demás, y Marcus se irguió para responder... pero se limitó a abrir la boca, cerrarla de nuevo y retirar la mirada con dignidad. Porque, no, no iba a dignificar semejante infantilada con una respuesta... Por eso y porque decir lo que iba a decir, que a él solo le gustaban unos en concreto, solo le iba a echar más tierra encima, así que mejor se callaba. Menos mal que Hillary estaba demasiado ocupada en hacer tándem con Jackie, cosa que claramente no hacía mucha gracia a Sean. — Tío, está más feliz que en toda su vida. No te quejes más. — Todos siguieron caminando y Marcus suspiró y miró a Alice. — Es que no hay ninguna pareja como la nuestra, ¿a que no, mi amor? — Dijo con un impostado tono de resignación. Se le reforzaba su teoría de la superioridad hasta en el amor a cada minuto que pasaba.

Miró con los ojos brillantes todo lo que había. Era precioso y tenía un olor que le traía mil recuerdos y le ponía de buen humor inmediato, sobre todo si a eso le unía ver a Alice tan feliz. — Cuando tengamos nuestra casa, nos llevaremos de aquí todo lo que tú quieras. Y para nuestro taller, también. — Afirmó. La vela de La Provenza sí que le pareció una idea magnífica, y estaba esperando a que Alice se diera la vuelta para iniciar la maniobra de pagar sin que le viera y darle la sorpresa, pero su novia le conocía demasiado bien y le pilló. Chistó. — Vaaaale. Pero te voy a tener que pedir que me quites el ojo de encima aunque sea un par de minutitos, Gallia. Que si no, no puedo ser tu amado príncipe caballeroso que te compra alguna cosita con mucho amor. ¿Podrás? — Le dijo con una sonrisilla traviesa y tono tierno. Pero ambos habían recabado ya en el puesto de alquimia, y ahí sí que se les iba a ir toda la atención.

Salió sin pensarlo de la mano de Alice, con la misma ilusión que cuando recorrían juntos La Provenza de pequeños, o cualquier lugar nuevo del castillo, y se fueron flechados al interior del puesto de alquimia. — ¡Buah! Mi abuelo aquí fliparía. — El que estaba flipando era él, que ya recorría con los ojos a toda velocidad todo lo que había por allí. Pasó los brazos por alrededor de los de su novia, mirando al cielo embobado. — Así lo tendremos... y será el mejor taller del mundo. — Dijo con la voz cargada de emoción, antes de empezar a caminar junto a ella entre los pasillos. Rio un poco con su propuesta, sin despegar los ojos de todos los objetos espectaculares que allí había. — Una propuesta ambiciosa, me parece. Pero no hay nada que tú no puedas conseguir, Gallia, así que ¡trato hecho! — La miró, casi conteniendo la respiración. — De aquí a junio... No me puedo creer que vayamos a tenerlo en tan poco tiempo. Pero no puedo esperar. — Dijo emocionado. Se sentía talmente como cuando planeaban cosas con doce años, solo que ahora se veía con muchas más posibilidades a su alcance y sus sueños estaban más cerca de ser cumplidos.

— Esto es muy útil. — Dijo concentrado, mirando los dispensadores. — Imagina todo lo que podríamos hacer al principio de nuestras carreras con estas cosas. Entre el peso de esencias y esto para los líquidos... ¿Sabes que uno de los colegas de mi abuelo estaba intentando crear algo como esto pero que funcione también para sólidos? — Comenzó a hablar, pero Alice se había fijado en otra cosa, así que Marcus soltó el dispensador y se dirigió junto a ella hacia el otro objeto. Tragó saliva, sintiendo un leve vuelco en el pecho, y miró a su novia de reojo. — Lo es. — Dijo en voz baja. Sabía que ese objeto existía porque lo había investigado hacía bastante tiempo, justo para... saber si podrían usarlo para salvar a gente como Janet. Pero la medicina alquímica no era su fuerte, y cuando lo miró aún no tenía capacidad para comprender ciertas cosas. — Si alguien puede usarlo... esa sin duda serías tú. — La miró y acarició su cara. — ¿Recuerdas lo que te decía de pequeños? Este alquimista idiota, muy erudito y muchas ganas de salvar el mundo, pero lo que más ansiaba era hacer cosas bonitas para ti. — Dijo con una sonrisa leve y lleno de cariño. — Pero tú... Tú vas a ayudar a mucha gente. — Se encogió de hombros. — Y quizás no es algo que puedas plantearte de aquí a junio, pero... ¿te imaginas lo que podrías conseguir, cuando tengas la suficiente pericia y conocimientos, con un objeto así? — Se llevó sus manos a los labios y las besó, mirándola a los ojos. — Algún día, tendremos todos los jabones y velitas que queramos. Tendremos dispensadores, y se habrán inventado objetos que midan los sólidos con exactitud... Y algún día, tú, Alice Gallia, usarás un coagulador y le darás la vida a mucha gente. Y yo estaré ahí para verlo. — Amplió la sonrisa. — Estoy convencido. —

 

ALICE

No podía negar que, en parte, disfrutaba de la megalomanía de Marcus. Esa actitud de comprar todo lo que quisieran, soñar con todo lo que quisieran, y simplemente esperar que pudiera hacerse realidad… Aunque no aún, por lo que se giró y le dio con el índice en la nariz a su novio. — No seas manirroto, mi príncipe, eh… Que nos conocemos. — Le gustaba la megalomanía de Marcus pero tampoco había que darle carta blanca que se volvía loco. — Pero me encantan tus ganas de consentirme. Algún día, cuando tengamos ese taller, y nuestra casa y todo… simplemente me dejaré caer en tus brazos y te diré: ahora sí, consiénteme todo lo que quieras. — Y se rio. Marcus hacia la vida más feliz, más fácil de reírse.

Sonrió a lo de propuesta ambiciosa y se acercó a él, rodeándole con el brazo. — Pero son las propuestas ambiciosas las que te gustan, mi amor, yo lo sé. — Ojalá… Quizá si se aplicaban en las licencias, conseguían algo de dinero y usaban sus conocimientos alquímicos para crear las cosas… El padre de Poppy podría hacerles los planos… Era difícil pero no descabellado. Y sí, Marcus llenaría su taller de todas aquellas cosas.

Y de hecho, se había quedado pillada mirando el coagulador que, por supuesto, Marcus ya conocía. Le faltaba mucho que aprender si quería presentarse con Marcus a los exámenes de los rangos. Se giró cuando dijo que ella podría usarlo. — ¿Tú crees? — Hinchó el pecho de aire. — Sería… tan complicado… — Si ni siquiera había reconocido el instrumento… como para saber utilizarlo. Se rio cuando habló de sí mismo de pequeño. — Era un alquimista adorable y lo sigue siendo. — Dijo apoyando la espalda sobre su pecho, para que la abrazara, pero sin dejar de mirar el instrumento. — No sé si alguna vez llegaré a ese conocimiento, la verdad. No sé si puedo usar algo tan poderoso… — Se rio un poco con la enumeración y preguntó. — ¿Todo eso vamos a tener? — Pero sus ojos se inundaron en lágrimas cuando dijo que algún día le daría vida a mucha gente. — Nadie cree en mí como tú. Yo misma no creo en mí como tú. — Inspiró, controlando el llanto y dándose la vuelta para mirarle, apoyando la mano en su pecho. — Pero si algo tengo claro, es que quiero que estés ahí para verlo. Todo lo demás… ya vendrá o no, pero mientras estés tú, será perfecto. — Si Marcus creía así en ella… quizá era hora de empezar a plantearse que sí lo podía conseguir.

— ¡Eh, tortolitos! — Llamó André desde fuera. — ¡Venid, que tenemos una cosa para todos! — Tomó la mano de su novio, le dio un beso y dijo. — Vamos, que tenemos muchos sueños por cumplir, pero hoy creo que nos vamos a limitar a ganar esos juegos de la reina Eleanore. — Y tiró de su novio de nuevo hacia afuera. Cuando llegaron a la altura de su primo, le preguntó inmediatamente. — ¿Has llorado? — Ella sonrió. — Pero de emoción. Cosas de alquimistas. — Y su primo soltó una carcajada. — ¡Hay que fastidiarse con la llorona! Que no me entere yo, eh… — Dijo mirando a Marcus, socarrón. Pero ella sabía que André entendía, y Marcus también, y en algún lugar su madre también había entendido, y aprobado, el por qué de esas lágrimas de emoción.

Llegaron a donde esperaban los demás, y los ojos de Alice se abrieron como platos y una gran sonrisa apareció en su cara. — Sabía yo que la traía al lugar adecuado. — Fanfarroneó su primo. — No hacía falta ser un lince. — Dijo Hillary, un poco picada. — Es un puesto de flores, verás. — No, no es UN puesto de flores. — Recalcó ella. — Es EL puesto de flores. — El puesto de flores más bonito que hubieras visto en la vida, a rebosar, con pasillos enteros de flores de Francia, sí, pero también de todos los lugares del mundo. Había microclimas, variedades, plantas mágicas, destiladas, falsas, semillas… DE TODO. Adoraba ese puesto. — Antes de soltarte como un perrillo de caza por aquí, nos hemos tomado la libertad de comprar una cosita de equipo de cara a los juegos. — Señaló su primo. Con una sonrisa, Marine sacó de detrás de la espalda unas diademas hechas con lavandas y anémonas francesas, una para cada chica. — Pero esto… ¿es para todas? — Y para los chicos tenemos esto. — Un arreglito con las mismas flores en una pequeña pinza para ponérselo en la camisa o la camiseta. Alice cogió ambos con una sonrisa y le tendió la diadema a Marcus. — ¿Te lo pongo y me lo pones? — Y se dispuso a prender el ramito de la solapa de la chaqueta provenzal, y vio cómo su amiga y su prima la imitaban con sus chicos (André no, porque así era él). — ¡Vamos! Quiero ver todo el puesto por dentro. —

Y por el enorme puesto andaba corriendo, esta vez rodeada de todos también, parándose en esto y aquello, cuando Jackie llamó su atención. — ¡Mira, Gal! ¿Te acuerdas de esto? — Y señaló una campanula. Era una campanula de cristal, falsa, y por las noches, podías encenderla, y al abrirse, salía la luz y un hechizo espectro de un hada que flotaba frente a ella. — Nos encantaba de pequeñas… — Aseguró a Jackie. — Siempre decíamos que de mayores nos la compraríamos. — Aseguró Alice. — Pero luego nos dijeron que era para bebés… Ni que no pudiéramos disfrutarlo nosotras. — Se quejó su prima. Alice rio un poquito y le dio un pequeño abismo en el estómago, que trató de paliar girándose hacia su sol, su luz de guía que siempre la hacía sentir mejor. — ¿Te gusta? Algún día también podremos ponerla en nuestra casa si queremos… —

 

MARCUS

— Oooooh. — Gritó mezclado con una risa, echándose muy teatralmente hacia atrás mientras la recogía en sus brazos. — Algún día me dejará consentirla y comprarle todo lo que yo quiera. ¡Ahora sí que no puedo esperar! — Volvió a su posición para mirarla, acercándose a ella y diciéndole. — No soy manirroto, es que estoy loquito por ti, y algún día, te voy a llenar de cosas. Montañas de cosas. Y vas a tener que decir: "Marcus, sácame de aquí, que me entierras en cosas, y soy un pajarito pequeñito y me pierdo", como cuando te saqué del tarro. — Mientras le decía eso le iba dando besitos en la mejilla y en el cuello, divertido, haciéndole leves cosquillas. Quién le iba a decir a él, erudito desde el nacimiento, que iba a estar con una chica haciendo el tonto de esa forma en un puesto de alquimia rodeado de los mejores útiles que había visto en su vida. Claro, pero es que no era "una chica", era su Alice. Era su vida entera.

Rio levemente, con normalidad. — Claro que lo tendrás, mi amor. ¿Hay algo que Alice Gallia se proponga y no consiga? — Puso expresión chulesca y añadió. — Y tampoco hay nada que un O'Donnell se proponga y no consiga, y algún día serás Alice O'Donnell, por lo que vas a tener lo mejor de ambas familias. — Y, mientras acababa la frase, la miró. Y le vio los ojos. Y se le pasaron las ganas de decir tonterías. — ¡Eh! No, mi amor. ¿Qué he dicho? No llores. — Ya iba a llorar él solo de verla, lo cual no iba a ayudar en absoluto. — Era broma lo de Alice O'Donnell. — Tiró a la desesperada. Maldita sea, no quería arruinarle el día a Alice, quería verla feliz y contenta como estaba hacía un minuto. ¿Dónde estaba ese puesto de flores? Se lo compraba entero si hacía falta. Pero, en mitad de su pánico marca Marcus, ella habló, y se dio cuenta de que solo estaba emocionada y agradecida por sus palabras. Soltó aire por la boca. — Pues claro que creo en ti, mi amor. Y creo en el equipo que hacemos. No hay nada en lo que crea más que en eso. — Sonrió y acarició su mejilla. — Estaré. Estaré todo lo que tú quieras que esté, no hay mejor sitio en el que pueda estar que a tu lado. — La achuchó un poco y le dijo, divertido, tratando de relajar el ambiente. — No vas a tener manera de despegarme de ti, Gallia. Te vas a arrepentir de lo que has dicho. —

André les llamó y salieron de la mano, aunque antes dejó un beso tierno en la de Alice, mirándola con adoración mientras salía... Bueno, justo al salir se le fue la mirada a un libro muy guay que no conocía y que estaba en uno de los estantes junto a la puerta. Vale, se había quedado con el título en la cabeza por si acaso no volvían después, ya se lo pediría a su abuelo. O a su abuela. O a su madre. Tenía contactos a quien pedirle los libros. Le sacó del ensimismamiento el tirito de André, al que inmediatamente alzó las manos en señal de desarme. — Que yo solo le digo cosas bonitas. ¡Y quería hacerle un regalo pero no me ha dejado! — Menos mal que el otro estaba de broma.

Lo bueno es que fueron al antes mentado puesto de flores, y era impresionante. Casi con total seguridad era el puesto más bonito de la feria, y ya tenía que ser guay para que Marcus lo pusiera por delante del de alquimia o de cualquier puesto de comida. — ¡Mira! Tiene microclimas. —Señaló, y luego la miró con cariño y una sonrisita infantil. — ¿Te acuerdas de cuando lo imaginamos en la Sala de los Menesteres? Era espectacular. — Ladeó un poco la cabeza, con una sonrisilla infantil. — En ese momento quise tener una casa solo para construir un invernadero así para ti. — Lo peor es que era verdad y ni por esas se había dado cuenta de lo colgado que estaba de Alice ya en segundo, desde el primer día para ser exactos. Entonces Marine sacó las diademas y los prendidos para ellos. — ¡Pero cómo mola! ¿Lo has hecho tú? —Le dijo a la chica. — Eres una artista, madame Youcernal. — La chica soltó una risita cantarina y André le miró con cara de circunstancias. Marcus le devolvió otra de obviedad. A ver, si no le echas los piropos tú, alguien se los tendrá que echar. Encima se quejaría.

— Por supuesto. — Dijo caballeroso, tomando la diadema y acercándose a Alice, poniéndosela con delicadeza en el pelo mientras decía. — La reina de las flores. Mi reina de Ravenclaw. Reina de mi corazón entero. — Escuchó a Marine hacer un sonidito de adorabilidad, acompañado de una risita como si estuviera viendo a dos gatitos dándose mimos, y diciéndole a André algo en francés que seguramente fuera algo así como "son la pareja perfecta, en mi vida había visto algo así"... Marcus no entendía el suficiente francés por lo que había optado por decidir él lo que decía la gente según su conveniencia. Dejó que Alice pusiera el prendido en su solapa y la miró con la cabeza bien alta y una sonrisa llena de orgullo, enganchándose de su brazo para adentrarse en el puesto.

El ir del brazo duró poco, porque su activa novia tenía que ir corriendo a todas partes, pero a él le hacía feliz verla así. Cuando Jackie llamó a Alice, él se acercó también, con curiosidad por ver qué era eso que tanto les gustaba de pequeñas. Y casi sufre un desmayo con el derrotero que siguió la conversación. La vena de Marcus que se activaba ante los planes megalómanos de futuro estaba a punto de reventar de tanta estimulación que estaba recibiendo esa mañana. — Tendremos todas las que tú quieras. — Dijo, con la voz cargada de emoción, mirándola con los ojos más abiertos de lo normal y una sonrisa tontísima. Demasiado obvio, Marcus. — Para ti, las que tú quieras, porque te gustan, o sea, que si te gustan, para ti todas. — ¿Por qué, por Merlín, con la labia que él tenía, se trababa de esa manera en el momento en el que se mencionaban las palabras "bebé", "hijo" o cualquier similitud? — Me encanta. — Se limitó a decir al final, porque sí, quizás contestar a la pregunta literal que Alice le había hecho le podría hacer reconducir un poco mejor. — Y quiero. Sí, sí, claro que quiero. Las que quieras tú. — Para. Se aclaró la garganta y sonrió con normalidad. — Son muy bonitas. — Concluyó al fin. Sí, políticamente correcto, como buen hijo de Emma Horner que era... Le estaba viendo la cara a Emma Horner si le hubiera visto balbucear de esa forma.

— Bueno... he traído esto. — Apuntó tímidamente Theo, que aprovechando el descuido de Jackie se había perdido por el puesto y ahora traía un enorme ramo de flores variadas, las cuales empezó a repartir, en primer lugar, entre las damas, dando una extensa explicación sobre la personalidad de cada una. Las chicas estaban ya todas derretidas, sobre todo Jackie, aunque el sentir general fue un coreado "ay Theo, qué adorable eres, es preciosa, muchas gracias". A Marcus le encantaban esos gestos, por lo que miró a Theo con aprobación, si bien se maldijo por no haber estado lo suficientemente rápido como para quedar él así de bien. Pero Sean ya andaba mascullando con André, el cual aprovechó para recalcar su opinión sobre los inglesitos cobardes, suavones y conquistadores. Se acercó a ellos. — ¿Sabéis qué podéis hacer en vez de quejaros? — Ya viene el otro. No queremos tu opinión, prefecto. — Le dijo Sean, burlón. — Pues quizás deberíais. Tú, estás en un maldito puesto de flores. ¿Quieres que te recuerde el efecto que tuvo la última flor que le regalaste a Hillary? ¿La de San Valentin? — Eso dejó callado a Sean, pero no a André, que empezó a emitir burlitas con voz socarrona. Marcus también tenía para él. — Y tú. — El otro abrió mucho los ojos, como si de repente su padre le hubiera pillado haciendo alguna trastada. — Vale, no es tu novia y te traes unos rollos raros que de verdad que no quiero saber qué son, ¿pero te vas a morir por ponerle una corona que ELLA ha hecho y decirle una galantería? — ¿Te refieres a decirle "eres la reina de mi corazón y mis entrañas y..."? — ¡No tiene por qué! Pero no te vas a morir por decir algo bonito. Sé que sabes hacerlo, te he visto hacérselo a la no-novia de este. — ¡Eh! ¿Cóm... No es mi... Qué le has dicho a Hillary? — André estaba con un mohín en lo que Sean cortocircuitaba, pero Marcus siguió. — A ver si puede parecer que no sois dos críos que no saben relacionarse con mujeres. — Eemm... También traigo flores para vosotros. — Dijo la voz de Theo tras ellos. Todos le miraron, y André soltó un bufido divertido. — ¿Comprando al cuñado? — O siendo una persona detallista y ya está. — Corrigió Marcus, y acto seguido se giró para ver qué traía Theo para ellos.

 

ALICE

Dejarse mimar y decirse cosas bonitas por Marcus la ponía de demasiado buen humor, y se había dejado una cosa sin aclarar… Pero, para variar, estaban con gente, y tendría que ingeniárselas para quitárselos de encima y darle a su novio el cariñito que se merecía por ser tan extremadamente adorable.

De momento, a su novio pareció gustarle lo suficiente la lámpara como, para variar, prometerle todas las que quisiera en la casa, aunque trabándose un poco al decirlo, demasiados estímulos. — Tú siempre a lo grande, eh… — Dijo Jackie con una sonrisilla maliciosa, pero ella se limitó a engancharse del brazo de su novio y estrujarlo. — Él quería construirme una casa con invernadero de microclimas, comprarme una lámpara no es pensar en grande para él… — Se separó y le miró a los ojos. — Ni te imaginas todo lo que puede conseguir. — Le encantaba soñar así, le daba energía, le insuflaba vida.

Y en ese momento de nube amorosa estaban, cuando el adorable Theo llegó con las flores. Ella ya sabía cuál le tocaba, estaba segura. — Anémona francesa, con un poquito de romero. La flor del viento, rodeada de la planta más fuerte y versátil que pueda existir. — Ella le sonrió y le guiñó un ojo. — Siempre en el clavo, chico guapo. — En esa jugabas con ventaja, eh. — Añadió Hills. Theo se giró hacia ella y le tendió un tulipán amarillo de hojas perfectas. — La flor impecable, sin fallos, perfectamente diseñada, en definitiva… la que cumple absolutamente todas las normas, para la abogada. — Su amiga le sonrió y le guiñó un ojo. — Eres otro zalamero tú. — Para Marine… No te conozco mucho. — Dijo, poniéndose colorado, como le pasaba siempre. — Margarita, la flor de la alegría, porque siempre estás con esa sonrisa y es una alegría estar contigo. — ¡Ohhhh! Merci, Theo… Es adorable. — Contestó la chica cogiendo la sanísima y preciosa flor. — Y para Jackie… Lo mejor para el final. — Oh sí, a nadie le cabía duda de que ahí había una favorita, desde luego. — El iris, la flor de la elegancia y el estilo. — Dijo con una sonrisa de galán que juraría no haberle visto nunca, que se le cayó enseguida para decir. — Porque… eres… la chica más estilosa y elegante que he conocido en la vida. — Y Jackie, con la sonrisa más boba y enamorada que le había visto nunca, le dio un beso. — A alguien le ha salido bien la jugada. — Comentó Hillary. Y de fondo oyó cómo su Marcus regañaba a los sosos de los otros dos.

Y, obviamente, Theo, siendo un buen Hufflepuff, había traído para todos y se dirigió a los chicos. — La de Marcus es, obviamente, un espino blanco. — Dijo tendiéndole la ramita. — Por cuando la adivinación no se equivoca, a veces pasa. — Theo alzó la ceja y les miró. — Y sé de alguien que iba a tener espino blanco en su boda. — Alice le sonrió y volvió a unirse con su novio, enternecida, juntando ambas flores en un ramito. — Para Sean una orquídea, la flor de los detallistas y cuidadosos. — Le sonrió. — Ya tienes otra cosa que seguro que se te da bien, cuidar de la orquídea. — Su amigo se había quedado sonriendo sin palabras, y, por último, se dirigió a André. — Y para ese cuñado que quiere que me lo gane… — Estoy oyendo que me estás llamando cuñado sin tartamudear y sin ponerte como un tomate, me gusta por dónde va esto, inglesito. — Theo le tendió una flor superllamativa, y aunque tardó en reconocerla, casi arruina el momento gritando el nombre en voz alta. — El ave del paraíso. Hermosa y siempre libre, dispuesta a volar. — Se inclinó a Marcus y susurró. — Lo sabía. Me encantaba esa flor… Es un pajarito, al fin y al cabo. — Miró el ramito que habían formado y sonrió. — Aunque me gusta más este. — Me ha llamado hermoso, cómo sabe ganarme. — André estaba riendo, pero se le notaba emocionado. — Le pega muchísimo. — Confirmó Marine. — Y es superbonita. — La verdad es que sí, ¿de dónde es? — Aportó Sean, mirándola con curiosidad. Y aprovechando que estaban todos mirando la flor, Alice tiró sigilosamente de Marcus y se perdieron por los pasillos llenos de plantas.

Al poco, dio con un recoveco, rodeados de plantas de interior de hojas muy grandes y verdes, y se metió tras ellas. Cuando Marcus se puso a su altura le miró a los ojos, con una sonrisilla. — Tú no eres consciente ¿verdad? — Y se lanzó a sus labios a besarle, separándose poco después. — Tú no te das cuenta de lo feliz que me haces cuando hablas así de nuestro futuro, cuando te veo tan seguro de lo que puedo conseguir… — Volvió a besarle con cariño, rodeándole con los brazos. — Eres un sueño hecho realidad, Marcus. — Abrió los ojos y los clavó en los de él. — ¿De verdad crees que no siento mil mariposas volar en el estómago cuando me llamas Alice O’Donnell? —

 

MARCUS

Miró a Theo, recogiendo su espino, y rio levemente. — Muchas gracias, tío. A pesar del argumento no-científico. — Bromeó, pero luego miró a Alice con cariño y dijo. — Pero a esa profecía me acojo encantado. — Y se llevó el espino a la nariz para aspirar su aroma, acercándose luego a su novia. — La flor del viento y la más versátil. Perfecta combinación para ti. Como perfecta eres tú. — Es que no pensaba dejar de adularla. Theo había dado también en el clavo con las flores que le había dado al resto de las chicas, y a Sean también le encantó la suya. Aunque la que se llevaba la palma era la de André. — Eh, te pega un montón. — Comentó divertido. Theo era muy buen chico. Había tardado en conocerle, y su inicio había sido un tanto accidentado, pero se alegraba mucho de tenerle en su vida.

Marcus estaba mirando sonriente a todos hablando sobre sus flores, disfrutando él mismo de su espino, cuando Alice tiró de él. Con los años había aprendido a contener las exclamaciones de sorpresa en voz alta, aunque no dejara de sorprenderse (de hecho, trastabilló un poco y tuvo que esforzarse por mantener el equilibrio). — ¿Dónde me llevas volando, pajarito? Luego dirás que no voy colgado de una pata tuya donde tú quieras. — Bromeó entre risas, hablando más bajo, como si temiera ser descubierto en una travesura. Porque, sí, esa manera de salir corriendo los dos tenía todos los visos de una travesura de su novia.

Alice acabó encontrando el hueco que al parecer buscaba y, tras meterle en él, le miró a los ojos y le lanzó una pregunta que le hizo sacudir la cabeza, con una sonrisa confusa. Antes de poder responder, ella matizó, no sin antes lanzarse a sus labios. — Ah. — Dijo, dejando escapar una leve risa que sonó aliviada. — Tan feliz como a mí decirlo. Me hace feliz solo pensarlo, sueño con ello todos los días. Dormido y despierto. — La rodeó con sus brazos. — Estoy segurísimo de que conseguirás todo lo que te propongas. — Se besaron, se abrazaron y se miraron después a los ojos. — Tú eres mi sueño, Alice Gallia. Todo lo que tocas lo haces realidad. — Y entonces dijo lo de Alice O'Donnell. Bajó la mirada tímidamente, con una risa casi muda, y volvió a subirla para enfocar sus ojos. — Para mí serás siempre mi Gallia... pero... pensar en ello... y saber que te hace esa ilusión... — Volvió a escapársele una risa, con el corazón tan hinchado de felicidad que sentía que se le salía del pecho. — Cuantísimo te quiero, Alice. No te lo digo lo suficiente para lo mucho que lo siento. — Ni aunque se lo dijera a cada segundo podría ella hacerse una idea. Por eso la volvió a abrazar mientras la besaba, y allí podría quedarse perdido eternamente si les dejaran. Cosa que, en mitad de una tienda en una feria y tan acompañados como iban, obviamente no iba a ocurrir. Pero lo que durara, lo pensaba aprovechar. Cada segundo que pasaba con Alice era un tesoro para él.

 

ALICE

Las mesas que se ponían para las comidas populares eran siempre las mismas, aunque los puestos de comida cambiaran, y el estar sentada allí, con aquellas mesas, le traía tan buenos recuerdos… Desde la última Pascua, a aquella feria de San Lorenzo que lo cambió todo, y lo feliz que era de pequeña cuando había aquellos eventos durante sus vacaciones. Ahora tenía la inmensa suerte de estar allí con sus amigos, todos comiendo y riendo, y al amor de su vida, a su Marcus, esa persona que la hacía buscar hasta el recoveco más absurdo con tal abandonarse a sus brazos y a sus labios, allí, a su lado.

— ¡Venga, Theo, que te retiro el título de cuñado como no lo adivines! — A ver, que no soy Marcus, la comida no es mi especialidad. — Advirtió el chico, con los ojos vendados por una servilleta que Jackie le había puesto ahí. — Por eso no se lo hacemos a él. Por eso y porque las pruebas ya las ha pasado, tú aún tienes que ganarte ese derecho. — ¡A ver silencio que me tengo que concentrar! — Exigió Hillary, de la misma guisa, y con un Sean embelesado mirándola, riéndose de la situación. Delante tenían una tabla llena de quesos franceses y estaban jugando a adivinar el tipo. Un juego que, si Marcus jugara, habría terminado en lo que hubiera tardado en comer un cachito de cada. Por eso aprovechó, y dio un último trago a su limonada de lavanda, tan fresquita y aromática y le tendió la mano a su novio. — Mientras Hills y Theo encuentran su francesidad, ¿vamos a apuntarnos como equipo a los juegos? — Pero que sea eso de verdad y no como antes que os habéis perdido misteriosamente. — Dijo André con malicia, a lo que ella le sacó la lengua.

Efectivamente, en parte solo quería ir un poquito de la mano con su novio a hacer algo juntos, y allí fueron a inscribirse. Se hacía sobre un gran libro con miniaturas medievales que se movían y una vuelapluma a la que le decías los integrantes del equipo y te los inscribía con letra medieval. — Me encantan estas cosas, y nunca he jugado a estos juegos, solo en la versión infantil… — Y el discurso se le cortó porque vio algo que le llamó la atención.

Era un puesto de adivinación, nada poco habitual en aquellas ferias y eventos, pero el nombre… — Vamos un momento ahí… — Pidió, llevando a Marcus de la mano hacia el extravagante puesto. Tras una mesa llena de trastos, había una señora de la edad de su padre más o menos muy pelirroja, con unas ropas de vivos colores muy llamativas. Le recordaba un poco a la señora Hawkins, ¿era un requisito para ser adivina? — Bonsoir… — Saludó al entrar. No sabía bien qué le había cogido para acercarse a aquella mujer, pero… tenía curiosidad. — ¿Usted es… Marianne? Me llamo Alice Gallia… — Y la señora se levantó de golpe, con una gran sonrisa y dando una palmada. — ¡LA HIJA DE WILLIAM! ¡AY, PERO QUÉ NIÑA MÁS GUAPA! ¿Y tú quién eres, muchachote, su hijo? — No, no… Es mi novio, Marcus O’Donnell… — Marianne salió detrás de la mesa y les dio dos sonoros besos en las mejillas a cada uno. — Mira que no esperaba yo ver a tu padre ni a su estirpe cerca de mi puesto, y eso que tu madre, que en paz descanse, era muy fan de la adivinación… — Alice abrió mucho los ojos. — ¿Conocía a mi madre? — ¡Pues claro! Si era una mujer encantadora, y vino varias veces al puesto con tu abuela y tu tía Simone… — Ah, o sea que alguien se le había adelantado en la curiosidad. — Lo cierto es que no soy yo muy de adivinación, pero… me ha dado curiosidad conocer a una… amiga de mi padre, de cuando tenía mi edad. — ¡Oy oy oy! ¡Qué alegría me das! A ver, venid que aunque sea unas cartitas os voy a echar. — Alice miró a Marcus con cara de circunstancias. — No hace falta, Marianne… — ¡Sí, sí! Y tanto que hace falta. La hija de William y su yerno, yo tengo que ver cuanto menos a ver cuándo os casáis. — Se mordió el labio inferior y miró a Marcus con cara de “lo siento”.

 

MARCUS

Se estaba poniendo hasta arriba de comer. Después de que los demás tuvieran que aguantar varias quejas y tiritos por no haberle dejado comer más dulces a pesar de que las pruebas eran después de comer, se desquitó con el almuerzo. Estaba hasta arriba, aunque también bastante convencido de que le seguía quedando un buen hueco para los dulces que ganaran con las pruebas. Mientras comía, observó divertido como Theo y Hillary intentaban adivinar comida a ciegas, aunque el comentario del chico le hizo chistar, fingiendo fastidio. — ¡Vaya! Yo no soy Marcus, pero no porque Marcus es listísimo, no. No porque Marcus tiene un cerebro privilegiado, tampoco. No porque Marcus... — Añadió una serie de frases de queja más que incluían pomposos adjetivos sobre su persona, pero cuando vio que perdía la atención del público, concluyó. — Sino yo no soy Marcus porque Marcus es un glotón. Por lo que es conocido uno. Algún día os arrepentiréis. —

Apuró la comida y se levantó de un entusiasta salto para seguir a su novia. Aunque no sin contestar primero a André. — Antes estábamos haciendo una exhaustiva investigación sobre la flora de tan maravilloso puesto, hipotetizando sobre tus posibles usos. Los no-Ravenclaw no lo podéis entender. — Obviamente, nadie se creyó su sobrada, pero él pensaba llevarla por bandera con mucha dignidad. El libro para apuntarse era chulísimo, y se quedó mirándolo embobado mientras apuntaba los nombres de su equipo. — ¿Te imaginas que el día de mañana, cuando seamos grandes alquimistas como mi abuelo, tuviéramos tantos aprendices en el taller que tuviéramos que usar uno de estos para apuntarlos? — Se puso muy bien puesto, haciendo un teatrillo, y dijo con voz ceremoniosa. — Por favor, mentes brillantes del futuro, futuros dueños de esta ciencia ancestral, pasen por aquí e inscríbanse para ser aprendices del matrimonio O'Donnell. — Rio justo después de su propia broma... Aunque... en verdad no tenía por qué ser tanta broma... que sonaba alucinante... Ya estaba divagando y soñando despierto otra vez.

Aunque Alice parecía haberse visto interrumpida por algo que había llamado su atención. En ella no era raro, de repente veía algún estímulo que la atrapaba y allá que iba corriendo. Y allá que iba Marcus detrás. La historia de su vida. Lo que no esperó fue que, de todo lo que había en la feria, precisamente fuese un puesto de adivinación lo que llamara su atención. Por eso la miró extrañado, pero la siguió igualmente. El puesto era, ni más ni menos, lo que cabía esperar de una sala dedicada a la adivinación: muchos trastos dispuestos de forma caótica y un montón de utensilios que estaba seguro de que solo servían para algo en la mente de la persona que los había adquirido, porque no parecían tener un uso concreto. Alice, al parecer, no estaba allí por la mera curiosidad, sino que conocía de algo a la mujer del puesto. Alguna conocida del pueblo, quiso suponer.

Pero, en cuanto las oyó hablar, conectó con algo. ¿No había oído en alguna que otra ocasión la anécdota de que, en su juventud, William había estado saliendo con una adivina de La Provenza? ¿Sería aquella mujer? Puso una sonrisa educada, aunque la sugerencia de si se trataba del hermano de Alice le hizo dar un leve respingo. — No, no no. En absoluto. — Dijo entre risas, aunque ya se encargó su novia de aclararlo. — Encantado. — Cortés y protocolario, a diferencia de la dueña del lugar, que se abalanzó sobre ellos con total confianza y le dio unos fuertes besos que le abrieron mucho los ojos y le dejaron un tanto tambaleante solo por la impresión, mirando a Alice de reojo.

Lo bonito de todo aquello fue oír a la mujer hablar de Janet. Se le dibujó una sonrisa y mantuvo la mirada en Alice de soslayo, porque sabía lo importante que era para la chica todo aquello. Pero enseguida la mujer se ofreció a echarles las cartas. — Oh, es usted muy amable, pero no tiene por qué... — ¡Bobadas! Yo hago esto encantada. — Y ya estaba sacando las cartas, de hecho, sentada tras su puesto, por lo que no había mucha vuelta atrás. A Marcus le tensaba lo incontrolable y poco científico, pero... estaba feliz allí, de muy buen humor, y aquella mujer (y la adivinación en general, porque no se creía nada) parecía bastante inofensiva. Ladeó una sonrisa y le susurró a Alice. — Bueno... la profecía de Hawkins hizo bastante justicia, y no sería la primera vez que jugamos con unas cartas. — Se encogió de un hombro y añadió. — Por Janet, por lo que hubiera hecho ella en esta feria. — Y avanzó, con una sonrisa serena para dar confianza a su novia, de su mano, hasta sentarse ante la mujer.

 

ALICE

La cara de confusión y de “socorro” de Marcus se la esperaba, aunque él siempre tenía que ser un caballero, dejarse dar dos besos y todas esas cosas. Pero lo que sí que la dejó en el sitio fue que accediera a lo de que les leyeran las cartas. — Bueno… Es verdad que una vez nos acertaron… — Se encogió de hombros y ladeó una sonrisa. — ¿Por qué no? — Y su expresión se ablandó y endulzó aún más cuando dijo que lo harían por su madre. — Hubiera venido directa. — Dijo, casi pudiendo ver la cara de ilusión de su madre cada vez que le leían la mano o le echaban unas cartas. Ladeó la sonrisa y se acercó al oído de Marcus. — Al fin y al cabo, la última vez con las cartas prácticamente me las inventé y no pasó nada. — Y avanzó de la mano a la mesa, donde Marianne estaba haciendo hueco para poner las cartas.

No era el tarot, eran otras, y Alice no las controlaba para nada, así que levantó una ceja al verlas, cosa que no le pasó desapercibida a la adivina. — Es que el tarot es muy impreciso, estas dicen cosas más interesantes. — Impreciso, le daban ganas de echarse a reír, vaya. — Te gustan mucho las plantas ¿no? — Asintió. Vaya, como a mi madre, que vino más de una y más de dos veces aquí y seguro que algo le contó, pensó, tratando de no cambiar de expresión. — Sí, veo tres semillas… Bastante claras. — Les miró y puso cara pillina. — No vais a perder el tiempo, eh… — Ya iba a protestar y decir que a ver de qué estaban hablando, si de plantas o de humanos, pero se controló… Sobre todo porque no había olvidado aquel sueño… Yo soy la tierra… También había tres semillas en él. — ¿He dicho algo que te resuene, Alice? — Ella simplemente amplió la sonrisa. — No, bueno… Siendo yo, tres semillas no es nada extraño. Estoy todo el día con las plantas. — Marianne asintió lentamente. — Qué suerte que tengas tanta tierra entonces… — Arrugó el ceño, pero la mujer seguía. — Eso es lo que más claro está en vuestro futuro. Tres semillas que definirán vuestra vida. Ya cada uno… Sabrá lo que querrá plantar. — Y dejándoles con esa ambigüedad levantó la carta de en medio.

— ¡Vaya! Un cambio de destino, y está es el futuro más inmediato. Parece que, juntos, vais a tomar un cambio de rumbo. — ¿Nosotros? — Preguntó, como si hubiera alguien más. — Sí, así, de la mano como estáis ahora, pero… a un lugar diferente al que esperabais ir. — Ella rio un poco y se encogió de hombros. — Mira qué bien, nada de volver a Inglaterra, más vacaciones en La Provenza. — Bromeó. Decir “cambio de destino” era lo más ambiguo que podía haber, porque podía ser un cambio de destino figurado o literal, y de la cosa más nimia a la más trascendental. Es decir, en cualquier cosa lo podrías identificar y pensar que se ha hecho realidad. Y aún quedaba la tercera.

Pero esa sí que le sorprendió. Estaba en blanco, no había ni dibujo, ni número, ni una mísera línea, y de ahí levantó la mirada hacia Marianne. — ¿Qué es? — La mujer pareció pensárselo. — Es… el futuro a medio plazo, pero… parece que… — La mujer se mordió los labios por dentro y miró a Marcus, que estaba justo delante de la carta. — Ni siquiera las cartas están seguras de vuestro futuro. Podréis dibujarlo vosotros mismos. — Ya, qué conveniente, estaba bien meter una carta de esas para, de cuando en cuando, no tener que inventarte historias. — Pero bueno, ya ves que en vuestro futuro a largo plazo hay tres semillas estupendas, y con ese pensamiento me alegra dejaros. — Bueno, bien, se conformarían. Alice sacó unas monedas, dispuesta pagarle, pero Marianne le agarró de las manos. — A la hija de William no podría cobrarle. Dile a tu padre que venga a verme, que hace mucho que no le veo el pelo, y nos ponemos al día, aunque no me deje echarle las cartas. — Había que ver el poder de su padre a pesar de los años… Menudo peligro el terremoto de Hogwarts. — Pues… Se lo diré, muchas gracias, Marianne. — A vosotros, cariño, mucha suerte… con las semillas y eso. — Alice se rio, y justo se giró para ver a Hillary cruzada de brazos y con cara de superioridad, apoyada por Sean y a sus primos muertos de risas. Se acercó y dijo en voz baja. — Tiene una explicación… Esa fue novia de mi padre. — Contó con el mismo tono que una niña contaría un cotilleo del colegio. Modo en el que Sean y Hillary, que no estaban al tanto de la historia, entraron en un momento. — ¡Ojo! Las conquistas de William Gallia. — Puf, ya ves, el tío William es legendario por aquí, y todo el mundo sabe que Marianne estaba enamoradísima de él. — ¿Y os ha echado las cartas? ¿Qué os ha dicho? — Inquirió su amiga, como siempre, muy dispuesta a meterse en todo lo que tuviera que ver con aquella patraña. — Nada concreto, la verdad… — Oye, llama a tu novio que los juegos empiezan ya. — Dijo Jackie, alejándose hacia la puerta del recinto de los mismos. Entonces se fijó en que, efectivamente, Marcus se había quedado atrás. Ah, él y sus caballerosidades. — ¡Cariño! Vamos… Tenemos unos juegos que ganar. — Le dijo con una sonrisa, tendiéndole la mano. Esperaba que no se hubiera rayado demasiado.

 

MARCUS

No le gustaba la adivinación, aparte de por imprecisa, porque le incomodaba. Se había venido muy arriba con el buen humor y con tener un gesto bonito con Janet y con Alice, pensando con racionalidad, que era como a él le gustaba pensar: si aquello no era nada científico, si era hablar por hablar, no podía afectarle absolutamente en nada. Pero cuando se vio sentado en la mesa, empezó a tensarse. ¿Por qué me meteré yo en estas cosas? Sin embargo, miró a Alice, apretó su mano con cariño y sonrió. Nada, Marcus, no significa nada. Solo estás haciendo un pasatiempo más de esta feria como otro cualquiera. Se repetiría mucho eso a sí mismo y ya estaba. Tenía que dejar de ser un niño asustón y empezar a comportarse como el erudito que decía ser.

Miró a la mujer cuando, tras sacar unas cartas que él nunca había visto, aseguró que esas eran más precisas. Igual no necesitamos tanta precisión, pensó, pero en vez de decir esto, por algún motivo que hasta él desconocía, dijo todo lo contrario. — Bueno, somos gente que valora ante todo las cosas precisas y bien hechas. — No quieres precisión en esto, Marcus. Él y su maldita manía de querer quedar bien siempre: ante la adivina, ante su novia, ante el recuerdo de Janet... En fin. Al menos habían empezado hablando de plantas, y él volvió a mirar a su novia y sonreír... hasta que tomó conciencia de lo de las semillas. Sintió un violento latido. Alice... le había contado una vez un sueño... pero eso fue antes de... la bronca que tuvieron por... Pero luego habían hablado cosas y... Espera ¿¿tres?? Se estaba mareando y todo, pero se limitó a tragar saliva, aclararse inaudiblemente la garganta y bajar la mirada. O al menos la tenía baja hasta la bromita de la mujer, que le hizo abrir mucho los ojos y mirarla con cara casi asustada mientras se ponía colorado hasta las orejas. Bajó la vista de nuevo. ¿¿Ves?? ¡Y por eso no es buena la adivinación! Porque ahora iba a estar dándole vueltas a eso hasta Merlín sabía cuando. Tres... ¿Tres hijos, quería decir? Ya le parecía una hazaña que Alice quisiera tener uno solo. Es una metáfora, Marcus. Y está lanzada al aire, la adivinación es imprecisa e irreal. Iba a tener que concienciarse mucho de eso.

Alice desvió el tema a las plantas, claro, y él se mantuvo dando la callada por respuesta, como si no estuviera allí, como si fuera un mero espectador, como si aquello no fuera con él, como si fuese simplemente un acompañante ciego, sordo y mudo. Pero la mención a la tierra hizo que mirara delatoramente a la mujer una vez más, con sus ojos muy abiertos y las mejillas en claro rubor. Así no llegaba a ninguna parte y no quería que aquel día se torciera porque Alice sintiera que la estaba presionando o cualquier cosa de esas. ¡Que él no había dicho nada! Ah, pero había sido su maldita idea la de sentarse a que les leyeran las cartas. Si es que... Para matarlo, la verdad.

Tras decir que eso era lo más claro que veía, si bien no especificaba a qué se refería (por mucho que Marcus se lo hubiera llevado a su terreno, reforzado por la bromita de la señora), destapó otra carta. La siguiente hablaba de un cambio de rumbo, y Marcus frunció levemente el ceño. Aquí, en cambio, sonrió levemente, porque con esto sí que podía bromear. — Quizás nos replanteamos lo de la alquimia. Yo como arquitecto... no voy nada mal ¿eh? Pregúntale a Jackie. — Sí, bromas. Así se relajaban ambos. Al menos era bonito que les viera de la mano... Es decir, exactamente como estaban ante ella. La apretó un poco más y le dijo, cómico pero tierno. — Pues nada, aplazamos lo de Irlanda. Elige destino, alguno que no hayamos dicho nunca. — Rio levemente, acentuando dicha risa cuando Alice dijo lo de La Provenza. — Me parece perfecto. — Esa carta había sido más sobrellevable que la anterior.

Pero aún les quedaba una, y lo que salió fue una carta en blanco. Marcus, más relajado y con un punto escéptico en la mirada, puso los ojos en la mujer esperando a su veredicto... y la encontró mirándole con una cara que le produjo un leve escalofrío. Parpadeó. La mujer parecía estar buscando las palabras. Otro escalofrío. Eso... le había dado muy mal rollo, la verdad. Pero entonces dijo poco menos que nada, que aquello era prácticamente un lienzo en blanco en el que podrían dibujar. Lo que pensaba hacer sin necesidad de pasar por una adivina, vamos. Miró a Alice y volvió a sonreír. — Eso se nos da genial. — Dijo, convencido. Lo único que la mujer veía claro, al parecer, era lo de las tres semillas metafóricas, a lo que Marcus decidió que no le pensaba dar más vueltas por el bien de su salud mental, por no hablar de que eso estaba en la categoría de "a largo plazo", no ganaba nada dándole vueltas ahora. Se iban de allí más o menos como habían entrado, para sorpresa de ninguno de los dos.

La mujer se negó a ser pagada y ambos se levantaron, aguantando Marcus una risilla por el interés de la señora por ver a William. En la cabeza de Marcus, William era el fiel y devoto esposo de Janet, pero esa mujer formaba parte de una vida de William pre-Janet, y era divertido contemplar parte de ese pasaje. Cuando fueron a salir, vio que sus amigos les esperaban fuera. Suspiró, rodando los ojos, y fue a decirle a su novia algo así como "la que nos espera", mientras elaborada su palabrería clásica para contradecir a aquellos, cuando Marianne le detuvo, agarrando su muñeca con ligereza. — Marcus. — Le llamó con tono grave, pero suave. Se giró, y la mirada que encontró le dio un escalofrío de nuevo, tan fuerte que le borró la sonrisa de golpe. — Lo vas a recordar todo. Ya verás. — Marcus parpadeó, con el ceño fruncido de extrañeza. ¿Recordar? ¿Lo que le acababa de decir? A ver... tampoco le había dicho tanto, y él tenía buena memoria. Podría acordarse. Despegó los labios para responder, pero la mujer se adelantó. — Solo confía en ello. Y no tengas miedo. — Estaba totalmente descuadrado... y se estaba empezando a asustar. — Gracias, señora. — Dijo, cortés, aunque con el tono levemente atemorizado en su voz, moviendo el brazo lo mínimo necesario como para que la mujer, poco a poco, le dejara ir. Ella sonrió con calidez y asintió, y él devolvió el asentimiento a modo de despedida, si bien su sonrisa era mucho más tensa. Y por eso no le gustaban los adivinos. Directamente, le daban miedo.

Casi se sobresaltó cuando Alice le llamó, pero se recompuso rápidamente, disimulando, y salió de la tienda tratando de sonreír. — ¿Qué? ¿No podéis vivir sin mí ni diez minutos, o qué pasa? — ¿Se lo pones en bandeja a tu novia para que diga...? — Empezó Hillary, tras lo cual se llevó teatralmente las manos al pecho y dijo con un suspiro muy dramático y una cara muy ridícula. — "No, mi amor, mi príncipe, no puedo estar ni un segundo de mi vida sin tus chulerías de prefecto y tus besitos de pajarito". — Sean, atiende a tu no-novia, que la veo muy necesitada de atención. — Estúpido. Pienso comerme todos los peeeezooones que ganes. ¿Oyes eso, O'Donnell? Venga, repite conmigo el nombre del postre: pe-zo-nes. — Por favor, necesito relacionarme con mayores de edad. ¿Alguno disponible? — Al menos los piques con Hillary eran una buena manera de desviar su atención.

 

ALICE

Hizo una pedorreta al escuchar las tonterías de Hillary. — Sííí vaya, muy madura, Hills, has dicho pezones. — Su amiga se enganchó del brazo de Sean y se dirigió donde las pruebas. — Ya, ya, pues tu novio aún no lo ha dicho. — Alice volvió a poner los ojos en blanco y se enganchó ella también al brazo de Marcus y susurró. — No hace falta que lo digas, amor mío… — Total, sabes perfectamente dónde están y qué hacer con ellos, pensó, pero no lo dijo, porque no pretendía que su novio se desmayara ahí mismo. — Oye, ¿te ha dicho algo más Marianne? — Preguntó manteniendo el tono bajo. Le había dado una sensación… rara, no sabía explicarlo. Pero si Marcus no había venido con la cara hasta el suelo, malo malo no habría sido.

Así, del brazo, se dirigieron a la entrada de los juegos, donde había una tribuna en la que había unos espectros hechos por hechizos, representando a Eleanore y su corte. — ¡Mira, Marcus! Como tu amiga la del antro francés. — Dijo Sean con recochineo. — Esa historia querré oírla. — Dijo André, acercándose justo entonces y tendiendo a sus amigos y a Marcus unas pociones. — ¿Qué es? — Saltó Alice, inquisitorial. — Idiomática, para que no se pierdan con las instrucciones. Mira, ya verás, habla con Theo, le ha salido acento de París. — Alice se rio y acarició la espalda de su novio. — No te lo tomes a mal, mi amor. Algún día no te hará falta, pero es que es tu primer año. — Y ya se calló, porque el espectro de Eleanore se había acercado a la barandilla y parecía que iba a hablar.

— ¡Bravos y valientes caballeros de Francia! Veo que venís hasta aquí para pedir mi mano. Los peligros a los que se puede ver sometida una reina pueden ser muy diversos, por eso, os permitiremos trabajar en equipo, y al final, decidiréis quién es el merecedor del premio final que recibirá… de mi mano. — Hizo un lento gesto con la mano hacia la explanada. — Pues que comiencen los juegos. — Y todos los grupos se dirigieron a unos setos perfectamente recortados y ante cada grupo apareció una puerta y una Eleanore.

— Lo primero que un caballero ha de demostrar para ser digno de una reina, es que puede defenderla de cualquier peligro, pero sin arrasarlo todo en el proceso, pues en un buen reino, siempre debe quedar lugar para la armonía y la belleza. — Les hizo un gesto para que entraran y vieron lo que Alice esperaba: un laberinto. Pero era un laberinto con aspecto de… — Una muralla es el brazo armado de una ciudad, deben permanecer intactas el mayor tiempo posible. Pero hay que saber moverse por ellas. Encontrad la salida, eliminad a los invasores… y tratad de que sean dañadas lo menos posible. — Y desapareció. Hillary, ya en tensión y con la varita en la mano, se puso a mirar alrededor. — ¿De qué hay que defenderla…? Solo veo los bichitos estos… — Y fue a espantar una con la mano, pero Theo la agarró de la muñeca. — ¡No! ¿Ninguno ha dado Cuidado de Criaturas o qué? — Todos le miraron con caras de besugo y Theo suspiró. — Son libélulas de Aquitania… Si las tocas se empiezan a encender, y si las rozas demasiado, explotan. Si las hechizas, explotan directamente. — Así que a eso se refería con lo de preservar la belleza… No se deben dañar las murallas con los estallidos de las libélulas. — Dijo Alice, terminando de deducir. — ¡Pero están por todas partes! ¿Cómo hacemos para no… enfadarlas como ha dicho Theo? — Preguntó Marine, que también había sacado ya la varita.

 

MARCUS

Se enganchó muy digno del brazo de su novia, con la cabeza bien alta, aunque dirigió la mirada a ella cuando esta preguntó. Hizo un gesto con la mano y respondió sin darle la menor importancia. — Algo así como que tenga muy en cuenta lo que nos ha dicho. — No, no se lo había dicho exactamente con esas palabras, pero era como Marcus había decidido interpretarlo. — Tú sabes, cosas de los adivinos. —

El lugar donde se llevaban los juegos a cabo era espectacular, y lo que desde luego no esperaba ver era a la propia Eleanore (bueno, un espectro que la representaba) allí inaugurándolos. Puso cara de impresión e ilusión y fue a decirle algo a su novia cuando escuchó la burlita de Sean. Le miró con mala cara. — Sí, esa que prefería bailar conmigo que contigo, veo que lo tienes bien clavado. — Y lo de contarle a André la historia, ya lo irían viendo, en cuanto supiera cómo adornarla adecuadamente para quedar bien. El chico, no obstante, estaba a otras cosas, porque les tendió una poción idiomática. — ¡Oh! Esto nos va a venir bien. — Miró a Alice y negó con la cabeza, quitándole importancia con una sonrisa. — No te preocupes, mi amor. Me gusta estar preparado en el aquí y ahora, y así no pierdo detalle y puedo ir a por todas. — Levantó un poco la voz. — Claramente a ganar a todo el mundo con mi ingenio y saber hacer. — Y ya estaba Hillary mascullando. Es que era facilísimo picarla.

Estaba alucinando con la explicación del espectro de Eleanore, conteniéndose para no ponerse a botar en el sitio, porque se sentía como cuando el prefecto Graves y la prefecta Harmond explicaban las pruebas del día del Orgullo Ravenclaw. Miraba a Alice y a su equipo deseando salir corriendo a empezar las pruebas, aunque muy atento a todo lo que decía para no perder un detalle... Sí que funcionaba bien la idiomática, ahora que lo pensaba. Se dirigieron hacia los setos en los que apareció una puerta que les daría paso a la primera prueba, tras la explicación de otro de los espectros Eleanore, y la cruzaron para conocer en qué consistía y qué tendrían que hacer.

Y lo que vieron fue alucinante, pero también impresionaba muchísimo. — Hostias. — Murmuró Sean a su lado. Marcus estaba sin habla, directamente. En su cabeza ya se estaba haciendo una composición de lugar del reto: encontrar la salida, eliminar a los invasores y hacer el menor daño posible. Eran tres cosas diferentes y las tres igual de importantes, había que tener muy en cuenta las palabras escogidas por el espectro. ¿Qué clase de invasores serían? Ya sentía un cosquilleo en el pecho y en el estómago, pero no tardaron en verlos. Los supuestos "invasores" parecían... — ¿Libélulas? — Preguntó, más extrañado que defraudado, porque no podía ser tan fácil. Efectivamente, no lo era, ya estaba Theo para resolver la duda. — Uf. Me dan mal rollo las cosas que explotan. — Dijo Sean, dando un paso atrás. Marcus frunció los labios y empezó a pensar a toda velocidad. Vale, su amigo no iba a ser de gran ayuda en esa, todos tenían sus traumas al fin y al cabo. Como pasaran dos minutos más de la cuenta, Hillary iba a perder la paciencia, y Theo parecía más dispuesto a ponerse a darle de comer a las libélulas que a neutralizarlas... Él solo cayó en la cuenta con su propio pensamiento. Neutralizarlas... Quizás matarlas o batallar con ellas no era la solución. Quizás la clave estaba, precisamente, en no dañar la muralla. Sabía que el mensaje tenía truco.

— Vale, que nadie las toque. —  Dijo, sacando la varita. Jackie avanzó hacia él. — ¿¿Qué vas a hacer?? No sabemos si lanzarles algún hechizo que las espante las va a hacer explotar también por el estallido de viento. — Habrá que ser menos violentos, entonces. — Dijo él con una sonrisilla ladina, y afinó la puntería para señalar a una sola de las libélulas. — ¡Ebublio! — La libélula quedó atrapada dentro de una burbuja que la seguía a la perfección, por lo que esta seguía moviéndose como si nada, como si ni siquiera se hubiera dado cuenta de lo que la rodeaba. Con esa protección, ella no tocaría las paredes de la burbuja, y ellos no llegarían a entrar en contacto con ella. — ¡Pero qué ingenioso el tío! — Dijo André, pero la exclamación más dramática llegó de parte de Sean, que echó los brazos al cielo y le faltó ponerse de rodillas. — ¡¡ESTAMOS SALVADOS!! — Pero mira que era dramático el tío. Y encima en cinco minutos se le olvidaría y empezaría a burlarse de él.

Ahora era el momento de establecer una estrategia. — Vale, hay muchísimas, así que necesito que vayamos haciendo esto todos. — Y así hicieron. Se escuchaba el grito de sus hechizos entremezclándose unos con otros, mientras iban corriendo en busca de la salida. Pero había demasiadas libélulas, empezaban a ponerse nerviosos y el grupo se estaba desperdigando. — ¡¡Es por aquí!! — ¡No! Por ahí ya he tirado yo. — ¡Por Merlín, aquí hay muchísimas, hay que tirar por otra parte! — ¿¿Dónde está Marine?? — ¡Aquí! — ¡Tenemos que ir todos juntos! — ¡Pero por ahí ya hemos tirado! — Aquello era un caos, y en un momento determinado, todos acordaron tirar por cierta dirección por descarte... y se encontraron tal nube de libélulas que era inviable encapsularlas a todas. Se estaban agotando de correr y de usar su potencial mágico. — Hay que cambiar de estrategia. — Dijo Marcus, jadeando. Hillary le miró, casi desesperada. — ¿¿Aquí en medio?? ¡Nos van a comer los bichos! — Pero es que esto no es viable, hay que hacer otra cosa. — Concordó Jackie, aunque también se la veía agobiada. — ¿Levitar no vale? — Apuntó André, y su hermana le miró mal. — ¡Uy, cómo no se nos había ocurrido! ¡Vencer a unos bichos que vuelan volando nosotros! — ¡Calla ya, niñata, no grites tanto! — ¡Pues no digas tantas tonterías! — ¿A que no se te ha ocurrido pensar que pueda ser para ver la salida desde arriba? — ¿A que no se te ha ocurrido pensar que puede NO VALER HACER TRAMPA? — ¡¡Se llama estrategia!! — ¡VALE! — Bramó Marcus, que intentaba pensar y con semejante griterío no podía.

Y entonces, Marine, en su tranquilidad, dio con la clave. — Si pudiéramos meternos en la burbuja nosotros, sería más fácil. — Todos la miraron, sobre todo Marcus, con los ojos muy abiertos. — Eso es. ¡Eso es! ¡Tenemos que protegernos nosotros! — Tiró del grupo y se apiñaron todos. — A la de tres, varitas arriba. Tenemos que lanzar el Protego más grande que hayamos lanzado jamás. ¿Estamos? — Y miró a su novia, sonriéndole y guiñándole un ojo. Inició la cuenta atrás, y al acabar, bramaron al unísono. — ¡PROTEGO! — Una enorme cúpula les cercó a todos, llena de colores y brillos, y dejando fuera todas las libélulas. — ¿Preparados para atravesar la nube de libélulas? — Preguntó André con una sonrisilla traviesa. Sean dejó escapar el aire entre los dientes. — No las tengo todas conmigo de que no vayan a explotar al chocar con la pared. — En realidad, son bastante asustadizas, como cualquier insecto. Si nos ven llegar en tropel y envueltos por semejante pompa de luz, es probable que se aparten. — A ver, yo también me apartaría, sinceramente. — Contestó Hillary a Theo, lo cual distendió bastante el ambiente. — ¡Busquemos la salida! — Clamó Marcus, lleno de energía, y todos corrieron en la misma dirección, espantando a la nube de libélulas y divisando la luz que se filtraba hacia el final del pasillo. Estaban llegando a la meta de su recorrido.

 

ALICE

Estaba un poco paralizada, porque no quería siquiera hacer pensar a las libélulas que eran un peligro, sobre todo por Sean, que, efectivamente, tenía sus traumas al respecto. Pero Marcus puso la cara de pensar y, aunque su prima Jackie ya tuviera mucha premura por saber cómo eliminar a las libélulas, ella supo que Marcus había dado con la solución. ¡Claro! La cosa era conseguir que aquellas libélulas no pudieran rozarles a ellos… — Un poquito exagerado sí eres. — Le comentó a Sean, con aquel teatrito, pero lo mejor es que su amiga Hillary bien que le estaba riendo la gracia. Luego tenía que oír lo que tenía que oír ella.

Se aplicó, como todos los demás, en hechizar las libélulas, pero Marcus tenía razón, había muchísimas y todavía tenían que salir del laberinto. La tensión aumentaba, y se sentía acalorada y mareada por tanto giro por el laberinto, esperando en cualquier momento encontrarse a aquellas libélulas y que acabaran volando una almena. Sus primos peleándose no ayudaban, qué facilidad tenían para engancharse, desde que nacieron. Y entonces, Marine dio con la solución. — Sabía yo que había que traerla. — Susurró a André, para que quedara constancia. Por fin algo en lo que podía ayudar, los Protegos eran lo suyo, y sabiéndolo, le devolvió el guiño a su novio, antes de alzar la varita, recordando todos los duelos llevados a cabo en Hogwarts. La verdad es que la situación era cómica y sus amigos, como siempre, acabaron por hacerla reír.

Costó, pero por fin llegaron a la salida. Alice echó un vistazo atrás y comprobó que no habían dañado nada, y cuando se aseguró que estaban fuera, soltó el hechizo y se puso a saltar. — ¡Toma, toma! — Se fue directa a su novio y le rodeó con los brazos. — Si es que es listísimo. — Luego se fue para Marine y le apretó los hombros. — Y tú también, te quiero en este equipo más veces. — Si no lo decía, reventaba. La que también parecía tener algo que decir era Eleanore, que apareció por allí. — Gracias a vosotros, mi bella ciudad ha permanecido como tal y sin ningún rasguño. Parecéis ser los únicos que lo han conseguido, enhorabuena de corazón. — Dijo con su dulce tono de voz. — Seguidme, pues vuestro viaje tan solo acaba de empezar. — Y les condujo por unas escaleras bajo tierra.

— Un buen caballero ha de ser aguerrido, sí… pero también compasivo. — Con un gesto de la mano, aparecieron ante ellos cuatro dragones de piedra y un fuego central. — Un dragón podría ser el enemigo natural de un caballero, y sin su fuego, no representaría ninguna amenaza… Pero un buen corazón siempre sabrá sentir compasión por un ser indefenso. Debéis devolver el fuego al dragón sin atacarlo, y trabajar en parejas… pues uno de vosotros irá con los ojos vendados. Cuando decidáis cuál de los dos, apuntad a sus ojos y decid “¡Velata!”... — Y desapareció. Qué misteriosa podía ser la dichosa reinita.

— ¿Y cómo vamos a lanzar un incendio sin ofender al dragón? — Dijo André. — Y lo peor… ¿cuál es la consecuencia? — Dijo Sean tragando saliva. — Pues que no ganamos la prueba, Sean, hijo, mira que eres dramático… — Contestó Jackie entornando los ojos. Hillary, por su parte, mientras su novio agonizaba, ya se había encaramado en uno de los dragones con Marine. — Dentro de la boca tiene una boquilla de la que sale gas, por lo que, si una llama le toca se incendiará de inmediato. — Alice asintió. — O sea, que es puntería. — Con los ojos vendados. — Matizó Theo. — Claro, pero por eso es por parejas, tienes que confiar en que el otro te guiará bien para lanzar el Incendio. — Ella miró a Marcus y sonrió. — Yo me pongo la venda si te parece bien, soy muy buena en puntería, y confío ciegamente en ti. — No iba a perder el tono romanticón en toda la semana, estaba segura.

 

MARCUS

Al igual que Alice, él también soltó el hechizo para celebrar su victoria, alzando los brazos con un grito triunfal y automáticamente girándose hacia ella entre risas victoriosas para cogerla en sus brazos mientras saltaba y elevarla, dándole un par de vueltas. Pareciera que acababan de ganar en una lotería la titulación de alquimista carmesí o las escrituras de su taller, pero así eran ellos, se emocionaban ante cualquier juego. Cuando el espectro de Eleanore le dio las gracias, Marcus se hinchó de orgullo como cuando Anne Harmond le decía "qué chico más listo y más mono tenemos en Ravenclaw", con las manos tras la espalda y una enorme sonrisa. Si algún día era compañero de trabajo de ella (¡de Anne, no del espectro de Eleanore!) iba a tener que contener mucho estas reacciones, porque le salían solas.

Hizo un cortés gesto, reverenciándose con una mano en el pecho, antes de seguir al espectro hacia la segunda prueba. Mucho estaba tardando en ponerse a hacer caballerosidades con ella, siendo Marcus. Al fin y al cabo, ese espectro no daba ni muchísimo menos miedo, no tenía nada que ver con el de aquel bar, se parecía más a los fantasmas de Hogwarts, con quienes, dicho fuera de paso, él se llevaba bastante bien. Tras bajar unas escaleras, aparecieron ante ellos tres dragones de piedra. Escuchó a la mujer y luego volvió a llevarse la mano al pecho. — Descuide, hermosa reina, pues todo caballero que se precie debe ser compasivo con aquellos que lo necesiten. — Ya estaba tardando... — Masculló Sean con cansancio, pero a Marcus le dio igual, porque la mujer le dedicó una sonrisa y una leve inclinación de cabeza antes de finalizar su explicación e irse. Marcus se giró a su amigo. — Hay que ser educado, Hastings. Un caballero, no para de pedirlo bien clarito. — El otro simplemente farfulló incomprensiblemente, así que prefirió centrarse en la prueba.

Tocaba pensar en cómo hacerlo, porque el que lo haría con Alice estaba clarísimo. Se quedó pensativo y en silencio, mirando a los dragones, calculando su puntería, pero su novia se había ofrecido para vendarse ella los ojos. Mejor, Marcus no tenía mala puntería y, desde luego, confiaba muchísimo en Alice... pero ella era mucho más certera y habilidosa, y él... dejémoslo en "más ordenado". Si su novia empezaba a darle indicaciones a mil palabras por segundo, se iba a agobiar. Su capacidad certera estaba en la oratoria, así que desde luego era la mejor combinación posible.

Con una sonrisa enorme dibujada y gran superioridad, cogió la venda y, mientras se acercaba de nuevo a Alice, dijo. — Somos la mejor pareja de caballeros que jamás se ha visto, por lo que sí, obviamente devolveremos el fuego a estos pobres dragones, y lo haremos juntos. Por la reina Eleanore. — Qué fácil le resultaba meterse en el papel. Con delicadeza, fue vendando los ojos de Alice, diciéndole al oído con suavidad. — Tú sigue mi voz... esto lo tenemos ganado. Lo tuyo es la habilidad, Gallia. — ¡A ver, esos dos! — Menos mirarnos a nosotros y más a vuestros dragones, que se os enfrían. — Dijo él como toda respuesta al comentario absurdo de Hillary, terminando de anudar la venda de Alice. Puso sus manos en sus hombros y dijo. — Vale, alza la varita poco a poco. Un poco más arriba. Perfecto, ahora, poquito a poco, vamos a girar hacia la izquierda, muuuuy despacito, un pasito muy pequeño... Uno más... Uno más... — Fue guiándola, y de fondo escuchaba a los otros pegando gritos. "¡Arriba! ¡No, abajo! ¡Ahí no! ¡Estás torcido! ¡Espera espera, a ver cómo te lo digo!". Igualito que ellos. — Vale... Estás casi casi. — Le dijo a Alice. Es verdad que casi estaba. — Mantén el brazo firme. No muevas un ápice. Imagina... que es un dragón de verdad. — Si lo fuera, mejor que se quedaran inmóviles hasta que no les percibiera como una amenaza ¿no? — Estamos ante un dragón herido... pero dragón, al fin y al cabo. — Fue narrando, mientras Alice se mantenía tan de piedra como el dragón. — Hay que esperar... a que confíe en nosotros... — Lo que estaba haciendo Marcus era calcular bien la trayectoria del hechizo. Para afinar eso, Alice apenas tenía que bajar la varita un centímetro o menos. Si le decía que lo hiciera, podía pasarse. De ahí la narrativa. — Vale, parece que ya confía... Y acabas de ver que está herido, que necesita de tu ayuda. — Bingo. Alice acababa de relajar los hombros. El efecto de la compasión, y con ello, el leve movimiento en su brazo que necesitaba. — ¡Lanza! — Su novia lo hizo y el fuego penetró directamente en la boca del dragón, haciendo que en este se formara una hermosa bola de fuego. Marcus le quitó a Alice la venda de los ojos para que no se perdiera el espectáculo. — Lo has conseguido, desde ahora domadora de dragones. — La miró con una mezcla entre cariño y superioridad y le dijo. — Esto hay que contárselo a mi tía Erin. —

 

ALICE

Miraba orgullosa a su noble caballero, que era capaz de hipnotizar hasta a un espectro. No así a sus amigos, claro, porque parecía que se empeñaban en ridiculizar todas las cosas bonitas que hacían o les pasaban. Envidia, pura envidia de que a vosotras no os levanta Marcus O’Donnell en brazos por cualquier tontería. — Si fuera Eleanore ya habría elegido al caballero de verdad de aquí. — Sí, sí, veremos qué tal se le dan los dragones al caballerito. — Saltó André. — No te piques, primito. — Respondió ella guiñándole un ojo. — Además, la que se va a dedicar a los dragones es la princesa. — Dijo señalándose a sí misma.

— Por la reina Eleanore. — Convino ella, dejando un piquito en los labios de su novio y concentrándose. Pero esa concentración estuvo a punto de irse al traste rápidamente al notar cómo su novio le vendaba los ojos y le susurraba que se siguiera su voz. Le dio un escalofrío por todo el cuerpo y se le pusieron los pelos de punta. Las imágenes del baño de prefectos y de otros momentazos más recientes aparecieron en su mente sin permiso, y tuvo que contestar. — Cuidado, O’Donnell, que me estás evocando cosas que no me vienen nada bien ahora. — Dragones, Alice, dragones. Hasta los demás se habían dado cuenta, vaya.

Ya concentrada de nuevo, se dedicó a seguir minuciosamente las instrucciones de su novio, que además estaba metidísimo en la historia, a lo cual, sobre todo estando con los ojos vendados, era muy fácil engancharse, y así, tal como él había dicho, concentrarse solo en su voz y sus instrucciones, tratando de tener precisión cirujana en lo que le decía. Pero es que la historia estaba siendo muy mona y no pudo evitar decir. — Oh… Pobre dragoncillo. Quiero devolverle el fuego. — Dijo con voz adorable. Y entonces le dijo que lanzara el hechizo y ahí lo entendió todo. ¿Cómo podía tener un ingenio tan fino? Congeló el pulso, tal como hacía en los duelos para apuntar y gritó. — ¡Incendio! — Y a los pocos segundos, su novio le quitó la venda y pudo ver al dragón recuperar su fuego, y moverse, craquelando la piedra como si se liberara de un hechizo y salir volando hasta desvanecerse como el espectro que era. Se enganchó al cuello de su novio y sonrió. — Me ha gustado lo de domadora de dragones. — Le guiñó el ojo y se separó con una gran sonrisa. — ¡Somos los mejores! — O no. Porque se paró a mirar alrededor y había auténticos desastres con el resto de dragones. — Esto no se lo vamos a contar a Erin. Veo quemaduras de primer grado por aquí. — El dragón de Hillary y Sean era un desastre, y la chica parecía tener intenciones de asesinar a Sean. El de Jackie y Theo no estaba mucho mejor, pero por lo menos su prima estaba muerta de risa en el suelo mientras el pobre chico daba bandazos con los ojos vendados. El único que estaba decente era el de André y Marine y ahora se estaban diciendo ellos también cosas al oído. — No se puede ser tan cabezota como mi primo, vaya. Mira qué conexión… — Chasqueó la lengua y suspiró. — No saben lo maravilloso que es tener un amor como el nuestro. — Aseguró, poniéndose de puntillas para dejar un besito en la mejilla de su novio.

El espectro de Eleanore apareció en la puerta, más tristona que antes. — A veces es difícil encontrar la piedad en nuestro corazón para ayudar a los enemigos ¿verdad? Pero, ah, ¿quién sabe cuando nos podría tocar a nosotros mismos? — Habéis puesto triste a la reina, vergüenza debería daros. — Regañó Alice en voz baja, mirando a Sean y Hillary que todavía estaban discutiendo en susurros agresivos. — Para la próxima prueba debéis demostrar que un buen caballero es bueno tanto en puntería como en ingenio y memoria… Tal y como un buen gobernante debe ser, pues las luchas no solo con fuerza se ganan, y el ingenio sin brazo armado es inservible. — Y, de nuevo, salieron a un campo abierto. No había nada, solo un enorme claro de césped (Alice estaba segura de que estaban todo el rato moviéndose en las mismas habitaciones, pero con hechizos que cambiaban el entorno). Con un gesto de la reina, aparecieron un montón de aros azules, amarillos y rojos flotando y moviéndose, no muy rápido, pero sí incesantemente. — ¿Habéis notado que los escudos de los reyes de Francia y la de Inglaterra enarbolan los mismos colores… solo que en distintos dibujos? A veces es difícil distinguirlos… — Sí, sobre todo para ti, que estuviste casada con los dos, pensó Alice entornando los ojos. Eleanore hubiera sido de esas Slytherin que te hacen creer que son cuquísimas hasta que les pisas los intereses. — Pero en ambos representan lo mismo: lo que defienden. Primero: a su sangre. Segundo: a su riqueza. Y por último: la gloria. — Alzó la mano y de ella salió un haz de luz que atravesó uno de los aros. — Debéis atravesar así los aros, pero en el orden correcto, si no, se multiplicarán. Cuando eliminéis todos, saldrá una nueva tanda. — Ahí todos abrieron mucho los ojos. — ¿Pero cuántas veces? — Preguntó Jackie, alucinada. — Uno nunca sabe cuándo acabará la batalla, mi joven caballero… — Y tan tranquila, se fue. — ¿Me ha llamado caballero? — Preguntó su prima, ofendida, señalándose. — Te ha llamado caballero, tía, lo he oído. — Corroboró Hillary. Al final la hacían reír con sus tonterías en cada prueba. — No he entendido lo de los colores… — Aportó Theo. Ella se mordió el labio. — Yo solo sé que el hechizo ese tiene que ser un Baubillilo, se me dan de lujo por los duelos, incluso en movimiento… El problema es que temo apuntar al que no es y que esto se nos llene de aros. —

 

MARCUS

El cuadro que tenían montado los demás era para verlo, el único dragón que se salvaba era el de André y Marine. Marcus hizo una mueca con la boca. Se suponía que iban en equipo, ¡no quería quedarse atrás por culpa de la falta de coordinación de los demás! Si la reina Eleanore era justa, vería quiénes eran realmente dignos allí... Se estaba metiendo demasiado en el papel.

Hablando de la dicha reina, allí apareció. Se unió a la indignación de su novia por la tristeza de la mujer, mirando a los demás con un mohín de desaprobación. Literalmente parecían los dos niños que jugaban en el Orgullo Ravenclaw en los primeros años de colegio. Habría que darlo todo en la siguiente prueba, para la cual salieron a campo abierto. Marcus atendió a las instrucciones con atención, con mucha atención, pues la mujer había resaltado que aquí no solo necesitarían la puntería, sino también el ingenio y la memoria. Cada palabra del espectro era, por tanto, importante. Tampoco perdió la vista de los aros que, flotando, no paraban de moverse, mientras su cerebro iba ya a pleno funcionamiento, almacenando cada palabra, calculando la trayectoria que debería seguir su hechizo y atando cabos con lo que la reina decía. Y, ciertamente y salvo que se estuviera perdiendo algo, no le pareció especialmente complicado.

Sangre, riqueza y gloria. Así lo había descrito la mujer, y Marcus estaba seguro de que no había sido casual el orden empleado. Al fin y al cabo, en eso consistía la prueba, en atinar a los aros por orden. De lo contrario, se multiplicarían. — Porque batallar al enemigo equivocado, o luchar a destiempo, solo haría tu problema más grande. — Filosofó en voz alta, lo que le granjeó la mirada alucinada y ceñuda de Sean. — Tío, no puede ser que pilles hasta lo más críptico. — Esto no iba de cosas crípticas, iba de escuchar, pero estaba tan concentrado que ni respondió. Sangre, riqueza y gloria... Y tres aros que había que atravesar por orden... Parecía sencillo. Ahora quedaba ver si lo era realmente.

Todos parecían más agobiados con el tema del orden, pero Marcus omitió entrar al debate. Cuando fijaba su concentración en algo complicado, mientras todos entraban en crisis y él creía saber cómo solucionarlo si le dejaban pensar con tranquilidad, su semblante se tornaba prácticamente idéntico al de su madre. Sin quitar la vista de los aros, alzó la varita y apuntó al rojo. — ¡Baubillio! — Bramó. El haz de luz penetró limpiamente por el centro del aro rojo... y este no se multiplicó. — ¿¿En serio?? — Alucinó Sean. — ¿Cómo lo has sabido a la primera? — Preguntó Marinne, y luego se unió Hillary, soltando antes una carcajada incrédula. — Desde luego, si ha sido suerte, menuda tienes, O'Donnell. Aunque como hubieras fallado, a ver qué haces con tu fachadita de interesante... — Creo que intenta pensar en cuál sigue ahora. — Dijo Theo, que le miraba como si realmente intentara averiguar el proceso mental que Marcus estaba siguiendo para adivinar el orden de los aros. Marcus, por su parte, estaba callado, afinando la puntería, pensando. Y, al crearse el silencio tras la intervención de Theo, aprovechó para lanzar. — ¡Baubillio! — El hechizo atravesó esta vez el aro amarillo... y desapareció, de nuevo, sin multiplicarse. Ya se empezaban a oír vítores, y no quiso demorarlo más. — ¡Baubillio! — Bramó por última vez, haciendo desaparecer el aro azul, y celebrando todos el orden descubierto.

— ¿¿Cómo lo has sabido?? — Preguntó André, mientras se generaba una tanda nueva. Marcus puso una sonrisilla de superioridad y dijo. —  Puntería, para lanzar el hechizo; memoria, para recordar las palabras del espectro; e ingenio, para saber interpretarlas. Ella misma nos ha dado el orden. Primero: sangre. Segundo: riqueza. Tercero: gloria. Parece bastante evidente que el color rojo representa la sangre, así como el amarillo la riqueza, por el oro. La gloria, por tanto, solo podía ser el que quedaba, el azul. — Y, después de tan sereno y lógico argumento, hinchó el pecho y dijo más alto y con más pompa. — Porque azul es el color de los gloriosos hijos de Rowena, que con su ingenio y sabiduría, derrotan a los enemigos que... — ¡Vale! Tiro yo la siguiente. — Cortó Hillary, avanzando y afinando la puntería. Lanzó los tres hechizos en su orden, celebraron el acierto y una nueva tanda apareció otra vez. — ¡Me toca! — Se adelantó André. Casi falla en el segundo y les provoca un infarto a todos, porque había lanzado tan rápido y a lo loco que el hechizo se desvió y por poco impacta con el aro amarillo. Pero lo terminó, y apareció una nueva tanda. — ¿¿Pero cuántos hay?? — Volvió a indignarse Jackie, a lo que Marcus alzó una mano. — Sean cuantos sean, hacemos bien en turnarnos. La lucha en equipo se hace mejor. — Miró a Alice y, tras el susto con la puntería de André (y porque también quería la gloria para su novia, obviamente) le dijo. — Y creo que debemos dejar a la persona con mejor puntería del equipo el honor de intentar una aunque sea ¿no? —

 

ALICE

Cuando su novio hacía aquellas deducciones, tan rápido, tan exactas… — Es que es verdad… — Jackie resopló. — No, si es que la otra cae genuinamente… — Ya ves, así toda la vida, tía. — Aseguró Hillary. No, si es que la envidia flotaba en el ambiente, vaya, cada vez entendía más a su novio. — Al menos los chicos parecen un poquito más atentos. — Lanzó cual tirito.

Pero Marcus, cómo no, parecía el que más metido estaba en harina, y ya había sacado el primer aro. Estaba a punto de decirles a los demás que se callaran, pero Theo se le adelantó, y parecía genuinamente interesado en el procesamiento de Marcus. Bueno es que no le extrañaba nada. Y, cómo no, el segundo también lo dedujo, lo cual le llevó a acertar el tercero también. — ¡Toma ya! ¡Ese es mi Marcus! — Dijo dando saltitos a su lado y apretándole el brazo. Asintió a todo el procesamiento del chico, como si se le hubiera ocurrido a ella también, cuando en verdad estaba muy ocupada admirando la inteligencia de su novio. — Lo es. — Dijo embobada a lo del color de Ravenclaw, aunque ya tuvo Hillary que cortarle el rollo. Y el que se embobó entonces fue Sean, viendo cómo su novia lanzaba hechizos a los aros como si mismamente quisiera matarlos. — Qué valiente es… — Dijo con voz atontadísima, haciendo reír a Alice mientras se cruzaba de brazos. — Tú ves valentía, yo ganas de ganar, dos casas distintas. — Y en verdad vais todos a la misma. — Terminó Theo con una risita, lo que le dio la risa a ella también.

Pero para impetuoso su primo, que casi la lía con sus prisas y su fuerza. — Tanto aritmántico para que al final no seas preciso aquí… — Le dijo, picajosa. — Además de verdad. — Pinchó Jackie detrás, que no perdía oportunidad. — A ver, lista… — Empezó André, pero Marcus se le adelantó a lo que claramente su primo iba a sugerir, pero con muchísimo más cariño y elegancia. Y ella con una gran sonrisa se fue hacia el centro del verdín, dejando una caricia en la mejilla de su novio. La verdad es que le encantaba la puntería, no hacía ni un mes que no estaba en el club y ya lo echaba de menos.

La nueva tanda de aros apareció, y esta vez se movían más rápido, pero eso solo le picó más las ganas de acertar. Los primeros Baubillios los lanzó de forma directa y correcta, pero se fue viniendo arriba y empezó a lanzarlos con florituras aquí y allá. Cuando solo le quedaba el último, lanzó el hechizo por encima de la cabeza y sonrió, jadeando al terminar, y haciendo una reverencia. — ¡Pero qué flipada es la tía! — Dijo Hillary con una risa. — No me extraña. ¿Tú sabías que la canija hacía eso? — Preguntó André mirando a Jackie, que negaba incrédula. — Cuidado la que nos contaba que siempre “jugaba a la defensiva”. — Dijo haciendo las comillas con los dedos. Ella rio y se acercó a darle la mano a Marcus. — Una buena bruja debe ser competente en todos los campos, hombre… — Y hablando de virtudes, por allí volvió Eleanore, ahora más contenta.

— Sin duda, sois un equipo de caballeros que sabrían librar con sabiduría y justicia las batallas de un reino… — Y volvió a hacer un gesto hacia la entrada de la cueva donde antes estaban los dragones, reforzando la teoría de Alice de que estaban todo el rato en el mismo sitio. — Pero la guerra y el gobierno cuesta dinero… y la mejor arma de un mago siempre deben ser sus hechizos. — Continuó la reina mientras entraba con ellos a la cueva. — Ahí arriba tenéis un caldero de la abundancia. Hay un hechizo que vuelca todo su contenido… pero debéis descubrirlo… a base de probar. — Puf, ya se iba a poner tenso su novio, que eso no era muy concreto. — Pero recordad, lo importante es que, cuando el contenido se derrame, tengáis un hechizo preparado que recoja todo… pues un buen caballero siempre ha de tener recursos… — Y se fue desvaneciendo. Alice miró a Marcus y le señaló. — Vale, propuesta. Nosotros nos ponemos a probar todos los hechizos que se nos ocurran y tú, mi amor, estás listo y preparado con un hechizo impecable de los tuyos para recogerlo todo en el momento. — ¡Eh! ¿Por qué él? — Se quejó Hillary. André le puso una mano en el hombro y dijo. — Venga, rubia, que tanto orgullo no es bueno ni para mí. Si el inglesito cobarde se parece más a su madre de lo que quiere admitir, que todos sabemos que sí, hace falta un hechizo certero, hay que pedírselo a él. — Su amiga sacó los morros y se cruzó de brazos, lo que por cierto, con ese vestido, le hacía recordar mucho a su tía Vivi. — Pienso ser yo la que dé con el hechizo para derramar el caldero. —

 

MARCUS

Pero qué espectáculo de precisión estaba dando su novia. Ya solo con el primer hechizo, lanzado con normalidad aunque con una puntería asombrosa, le había hecho aplaudir. Pero con lo que vino después directamente se puso a vitorear. De hecho, en cuanto ella hizo la reverencia, él se arrodilló ante ella para hacer una aún más exagerada, ovacionándola. Se puso de pie y proclamó. — Caballero, princesa, reina, ¡o lo que encarte! ¡Pero alguien tiene que coronar ya a Alice Gallia, reina de estos juegos y de mi corazón! — Si es que no se le podían dar alas a su grandiosidad porque se venía arriba. Agarró su mano y alzó la barbilla, mirando a los demás con superioridad. — Competente, completa y más que eso. Porque mi Alice tiene una cantidad de talentos ocultos que... — No queremos saberlos. — Cortó André con una sonrisilla, suscitando burlitas en los demás. Marcus se puso aún más digno, poniendo la mirada al frente y caminando hacia donde había vuelto a aparecer el espectro. — Y por eso son ocultos, no porque ella no los muestre, sino porque no los queréis ver. —

Tras pasar a otra cueva que sospechaba que era la misma que la anterior, Eleanore les planteó la siguiente prueba. Eso de que el mejor arma de un mago siempre deben ser sus hechizos le gustó mucho. Marcus empezaba a comportarse con la reina-espectro como lo hacía con todo profesor o figura de autoridad a quien quisiera impresionar: sonreía, asentía fervientemente para mostrar su acuerdo y la miraba con los ojos muy abiertos en señal de profunda comprensión del tema, mostrando que allí era no solo el mejor, sino el más interesado. Miró hacia el caldero de la abundancia con ojos brillantes... pero eso de "ir probando" hechizos le descuadró un poco. ¿Cómo que "ir probando"? Hasta ahora habían seguido un método, un orden, habían usado el ingenio y la habilidad. ¿Cómo que "ir probando"? No le gustaban las cosas que dependían del azar, ¡él quería demostrar que podía ganar en base a sacar unas conclusiones sobre sus estudios y divagaciones y utilizar sus conocimientos y habilidades mentales para lograrlo!

Por supuesto, su novia, que empezaba a sospechar que había llegado al punto de conocerle incluso mejor que sí mismo, le relegó de esa tarea y le dejó la parte de "tener recursos", que desde luego era algo que iba muchísimo más con él. Resopló al comentario de Hillary, poniendo los ojos en blanco, pero al menos fue André el que parapetó. Mejor, porque le hubiera soltado una bordería y estaban de muy buen humor ese día como para romperlo, así que simplemente se puso a pensar. — Yo hacía muy buenos encantamientos de... reforcement. — Dijo Marine, con esa sonrisa y su marcadísimo acento francés, poniéndose a su lado. — Y aprendo rápido. Puedo ayudarte con el tuyo. — ¡Perfecto! Pues nosotros dos hacemos ese, mientras los demás prueban. — Y ahí empezaron todos a pensar qué usar, pero no empezaron hasta que Marcus no tuvo el suyo. No tardó en sacarlo. Dibujó una sonrisilla y miró a Marine. — ¿Cómo se lleva Francia con Irlanda? — ¡Oh, l'Irlande, preciosa! — ¿Y te gusta cantar? — La chica soltó una risita musical y, aunque un tanto confusa por la pregunta, contestó. — Cuando estoy contenta, mucho. — ¿Y estás contenta? — ¡Sí! — Genial. Pues hoy vamos a usar todo el poder de los arcoíris, y yo te voy a enseñar una canción, ¿te apuntas? — ¡Mais oui! — Marine estaba contentísima, y Marcus, a quien no le apetecía sacar a relucir una voz de cantante que no tenía delante de los demás, le dijo a la chica que se acercara y le susurró una estrofa en el oído para que la repitiera, junto con lo que tenía que hacer. — ¿Lista? — ¡Lista! — Y entonces, él apuntó con la varita frente a sí y justo debajo del caldero y lanzando un hechizo que había aprendido de su abuela hacía muchos años, pero que no había tenido la suerte de usar nunca, solo de escuchar. Una lona brillante, que simulaba una especie de arcoíris aplastado, casi transparente y luminoso, se extendía a unos centímetros por debajo del caldero, pero parecía muy poco fuerte. Ahí era donde empezaba la función de la francesa.

— ¡Ahora! — Clamó Marcus, con una gran sonrisa, sosteniendo el hechizo que sabía que empezaría a hacerse más y más fuerte poco a poco. Marine empezó a dar vueltas alrededor de él, sorteando entre saltitos y risas a los demás mientras lanzaban hechizos al caldero a lo loco, y cantando al mismo tiempo. — Hay un leprechaun en mi habitación/ que no cesa en cantar su canción / ¡Lai lai, lai lai lo! / ¡Con este oro solo juego yo! — El arcoíris se fue haciendo más y más fuerte, más colorido y consistente, y Marcus animó a Marine a seguir (aunque, todo había que decirlo, la chica no necesitaba que la animaran mucho, se animaba sola). — Hay un leprechaun en mi buhardilla / que no para de tocar su lira / ¡Lai lai, lai lai lia! / ¡De mi oro no veréis ni una monedilla! — ¡Sigue! ¡Está funcionando! — Dijo entusiasmado, porque nunca había practicado ese hechizo y notaba cómo se hacía más y más fuerte. Los demás aún seguían probando hechizos, pero Marine siguió cantando, repitiendo los versos una vez más, y otra, y otra. Y cuando iba a comenzar la cuarta, de repente, el caldero rebosó, llenando el falso suelo arcoíris de monedas. El hechizo de repente se plegó sobre sí mismo, cerrándose como un saco que almacenó todas las monedas y cayó pesadamente al suelo, haciéndolas tintinear.

Los gritos de júbilo tuvieron que escucharse hasta en la casa. Fueron todos corriendo a asomar la cabeza en la boca de ese saco de los colores del arcoíris, ahora lleno de monedas, y Marcus no tardó ni un segundo en coger una y comprobar que... — ¡¡Son de chocolate!! — Bramó. Menos mal que no eran veneno, porque él ya se estaba comiendo una.

 

ALICE

No podía parar de reírse con adorabilidad, agarrándose las manos y poniendo cara de niña buena que está siendo adulada. — Con que me corones tú como tu reina, me es suficiente. — Ya es que directamente sus amigos se alejaban y pasaban de ellos. Excepto André, claro, que ya tenía que estar comentando. — Mira quién habla. El que con catorce años andaba diciendo “vuelvo por aquí cuando hayas besado a alguien y te contaré más cosas”. — Y ahora sabes mucho más que besar, eh. — Y se sacaron las lenguas mutuamente. Con André a veces se volvían los dos el par de primos picajosos que habían sido siempre.

Sabía que su novio estaría un poco contrariado por la mecánica, pero la animosidad de Marine se contagiaba enseguida, y darle la oportunidad de ser la pieza clave para la resolución de la prueba, sabía que le cambiaría el humor. Ella por su parte, se colocó bajo el caldero, repartiéndose el espacio con sus amigos. En cuanto vio a Marine y Marcus charlar sobre estrategia, se concentró en empezar a lanzar hechizos que parecía que tenían sentido, tal y como hicieron los demás: Flipendo, Accio, Ventus… Nada. La cosa es que, como nada parecía funcionar, empezaron a lanzar hechizos que no tenían mucho sentido, y empezó a darles la risa tonta. — ¡Herbivicus! — Lanzó muerta de risa, a lo que los demás se rieron más. — ¡Ya está la de las plantas! ¡Glacius! — ¡Aguamenti! — Lanzó alguien por ahí, y más risas. Y en medio de aquella delirante situación, apareció un arcoíris construyéndose por ahí. Con los ojos brillantes de una niña pequeña, miró a su novio con una gran sonrisa, mientras oía a Marine cantar. — ¡Me encanta! ¡Seguid! ¡Vamos, chicos, hay que conseguirlo! — Ese era el espíritu que le gustaba de verdad. Y entonces Sean dijo. — ¡Espera, espera! ¿Y si es como lo menos obvio para hacer que algo se mueva? — Todos pararon de golpe, confusos, y su amigo gritó. — ¡Petrificus totalus! — Y el caldero se volcó, llenando el arcoíris de monedas que claramente eran de chocolate. — ¡Pero qué pasada! ¡Qué irlandés! ¡A la abuela le encantaría! — Estaba sobreestimulada por todo, la verdad.

Corrió al lado de su novio, y estaba tan arriba, que cogió ella otra moneda y todos les imitaron. — ¡Oh! Están superbuenas, pero las de la abuela están mejor. — Oye, que nos las quedamos nosotros si no queréis. — Aportó Hills, cogiendo un puñado de ellas en la mano. Se sentía como le gustaba sentirse en aquellos entornos, muy arriba, disfrutando del momento, con ganas de reír y hasta de comerse los frutos de su esfuerzo en las pruebas.

La que también parecía venir contenta era Eleanore. — Mi más sincera enhorabuena, mis nobles caballeros. Habéis resuelto la prueba con rapidez y, más importante, con belleza. Seguidme a la siguiente. — Y con la mano, describió un arcoíris hacia la puerta que apareció en la pared. Aparecieron en una sala bastante más estrecha con cuatro puertas, y la reina parecía preocupada. — Estamos llegando al final, y la prueba se complica, mis caballeros. Debéis enfrentaros a fieras criaturas, pero hacerlo con el respeto y la falta de violencia que se le debe a fantásticas bestias como las que vais a ver. Tened cuidado… Si os tocan, quedará una mancha en vuestro orgullo. — Sean y Jackie pusieron cara de pánico. — ¿Cómo que criaturas? — Pero en cuanto se abrieron las puertas se vio que eran espectros de criaturas a los que había que enfrentarse como si fueran reales. — Traaaaanquilos, son espectros, como el toro de Marcus. Y creo que no hay que enfrentarse a ellos de forma violenta. — Dijo Theo en su tono calmado de siempre. — A ver, primero, ¿qué son? — Preguntó Jackie. — Eso es un kelpie. — Señaló el Hufflepuff. Sí, ese lo había reconocido. — Aquello, una acromántula. — Se hizo un sonido generalizado de incomodidad. Vale, ya sabía Alice a por qué iba a ir. — Un hipogrifo… y una esfinge. — Vale, estaban todos un poco perdidos con cómo ganarles. — Del kelpie me ocupo yo, que me sé el hechizo para embozarlos y domesticarlos… — Yo voy a por la acromántula. — Se ofreció Alice. — No me da tanto asco y… tengo una idea, a ver si funciona… — Se giró a su novio y dejó un beso en sus labios. — No te preocupes, tendré cuidado. — Echó la vista hacia atrás y dejó caer con una sonrisita. — Yo diría que… esa esfinge está pidiendo que se la venza con inteligencia nada agresiva… — Lleva el nombre de Marcus, desde luego. — Dijo André, apoyándose en la pared y dando a entender que él no lo participaba para nada.

 

MARCUS

Llevaba ya lo menos cuatro monedas (de las cuales aún intentaba masticar dos a la vez como buen glotón que era), cuando se enteró de que había sido ni más ni menos que un Petrificus Totalus lo que había hecho al caldero rebosar. Todos estaban comiendo y riendo, pero Marcus no podía ni participar de la conversación. — ¡Por Dios! ¡Respira aunque sea! — Le dijo Hillary, porque Marcus ya había acumulado más monedas en su boca de las que quizás estuviera capacitado para tragar. Fue a contestar y ni podía, por lo que se llevó una mano a la boca para tapar la ridícula imagen que empezaba a dar y, cuando le cupo el aire mínimo como para emitir sonidos, se defendió. — ¿¿Qué?? ¡Pensar me da hambre! — Bueno, no sabía si se le había entendido bien la frase, seguía con la boca bastante llena.

Se recompuso rápido ante la presencia de la reina, porque seguía teniendo un estatus que mantener (eso sí, se guardó unas cuantas monedas en el bolsillo... y unas cuantas más para Alice, porque... quería a su novia... y que tuviera monedas... pero que no le quitara las suyas, a ser posible). Siguieron a la mujer tras el arcoíris que describió y que le sacó una sonrisa, mirando a su novia, pero cuando giró la vista de nuevo a la reina la perdió un poco, pues esta parecía preocupada. Y esas cuatro puertas daban mala espina. Algo le decía que acababan de llegar a una prueba, como mínimo, complicada... por no decir peligrosa.

No se equivocó. Tragó saliva, con los ojos delatando levemente su miedo. ¿¿Criaturas?? Pues que no contaran con él. ¡Ah, maldita sea, pero es que quería ser el caballero elegido! ¡No quería defraudar a la reina! O sea... al espectro... que él sabía que no era de verdad... ¡Pero daba igual! ¡Él quería quedar bien! Ser caballero era lo suyo, no podía echarlo a perder por una prueba. Según la mujer, debían hacerlo desde el respeto y sin violencia. Vale, eso le gustaba, pero a ver cómo se hacía eso con una, palabras textuales, "bestia". Cuanto menos, con cuatro. Pero entonces las puertas se abrieron, y lo que había ante ellos no solo no eran bestias reales, sino espectros... También vio una que le dibujó una automática sonrisa de satisfacción en el rostro.

Una esfinge. Esa podía ser su oportunidad. Las esfinges eran una de las pocas criaturas, por no decir la única, a la que se atrevía enfrentarse, porque lo suyo era un duelo intelectual. Y Marcus, en duelos intelectuales, entraba sin problemas. Miró a Theo con cara de circunstancias cuando usó su anécdota para relajar a los demás. Vaya con el ejemplito, pensó, pero prefirió mirar a las demás criaturas... Y entonces, Alice dijo que se enfrentaría a la acromántula. — ¿Cómo? — Se le escapó. Carraspeó casi mudo, con una sonrisa que pretendía ser de calma, y disimuladamente se acercó a su novia. — Eeem, mi amor... Que nadie como yo confía en tus poderes ocultos, pero... ¿cuándo te has enfrentado tú a una acromántula? — Porque, a ver, muy segura la veía. — No, me explico, lo digo porque... son bastante... ¿No deberíamos dejar a Theo? — Pero Theo ya se había asignado otra. Bueno, podría con varias ¿no? Él era el experto en criaturas, al fin y al cabo.

Pues no, allí estaban ya todos los papeles asignados, y al menos todos coincidían en que la esfinge era para él. Soltó aire por la boca con la resignación de saberse con la batalla perdida con Alice... pero ahí había una criatura que debía vencer, y esa batalla sí que iba a ser complicada. Así que respiró hondo, se irguió, y puso su mente en modo concentración: ya no existía nada más a su alrededor. Se la estaba jugando con eso, así que no podía tener distracciones. Cuando se supo sereno y preparado, avanzó con paso calmado pero decidido. La esfinge le estaba mirando, como si le esperase. Empezaba el duelo.

— Saludos, venerable esfinge. — Ah, más os vale, muchacho, ser inteligente suficiente, y no estar pretendiendo ganarme con baratas alhajas. — ¡No osaría! Pocas cosas que yo valore más que la inteligencia. — No es valor en exclusiva lo que debe darse, es uso. — En eso tenéis razón, absolutamente. — ¿Vais a dármela a cada palabra que diga? — Solo si esta gana mi admiración. — ¡Oh, vaya! ¿Debo yo ganar vuestra admiración? Pensé que era al revés. — Y yo que no queríais halago vacío. — ¿Me contradecís? — Solo digo que la admiración, desde mi estudiado punto de vista, debe ser algo que se gane mutuamente. — No sois vos nada humilde. — ¿En qué os basáis? — En el hecho de que consideréis "estudiado" vuestro punto de vista, en lugar de "humilde" como es lo habitual. — No es humilde ningún punto de vista, mi señora, como no lo es quien lo dice. Es un insulto a la inteligencia de ambos conversadores afirmarlo, pues cuando alguien expone su punto de vista, se entiende que ha tenido estudio previo para darlo. Y si no es así, es que está hablando por hablar, y quizás sea el menos humilde del planeta al hacerlo. Delataría enormemente su cinismo. — No puedo sino estar de acuerdo. No acostumbro a estar de acuerdo con gente tan joven. — ¿Considera la inteligencia una cuestión de edad? — Considero la sabiduría una cuestión de experiencia. — Pensé que hablábamos de inteligencia, no de sabiduría. — ¿Cuál es la diferencia, según vos? — ¡Mucha! La inteligencia tiene parte innata y parte que se entrena y se estudia, se ejercita. La sabiduría, en cambio, es la capacidad de almacenar experiencias y usarlas para tu propio crecimiento. Se puede ser inteligente desde que se nace. Hay sabios jóvenes, sí, y viejos necios, pero es indudable que la edad da un plus de sabiduría que no necesariamente se observa en la inteligencia. — Tenéis vos buenos recursos y buena labia. — Gracias, al orden de los recursos. Labia puede tener cualquiera, pero al igual que la inteligencia y la sabiduría, del inteligente y del sabio es saber usarla correctamente. Y con quien sea merecedor de oírla. — ¿Vuelve a adularme? — ¿En algún momento lo he hecho? — La esfinge sonrió ligeramente, pausando de súbito el discurso. Sostuvo la mirada de Marcus unos segundos y, tras estos, inclinó la cabeza y, como espectro que era, se desvaneció.

 

ALICE

No, si ya sabía ella que a su novio no le iba a parecer buena idea. — Cariño, yo no me he enfrentado a una acromántula en mi vida, pero es que eso no es una acromántula, es un espectro, no me da ningún miedo y, de hecho, alguien que se hubiera enfrentado a una de verdad no sabría cómo hacerlo sin violencia como nos ha pedido su majestad. — Lo mejor para con su novio era usar la lógica y meterse en el papel a tope. Y ser muy dulce, eso Hillary no lo había entendido nunca ¿ves? Señaló a Theo, que ya estaba ocupado con el kelpie. — Es que está liado, y somos un equipo. — Le agarró una mano y le dejó un beso en ella. — Suerte con la esfinge. — Y así como si nada, se acercó a la acromántula.

— ¡Quieta ahí o te lanzo mi telaraña! ¡Que te pico! — Le increpó la araña con su voz cascada según se puso frente a ella. Chasqueó la lengua y suspiró. — Que no te voy a hacer nada, que solo voy a enseñarte una cosa guay. — No quiero cosas guais, soy un animal centenario, me debes… — Sacó la varita y dijo. — ¡Espiralia! — Y de su varita salió un polvito brillante azul, describiendo una espiral cuyo tamaño y velocidad podía modular con su propia varita. — Mira… Mira qué chulo. — Y la puso más rápido, justo delante de sus numerosos ojos. Apenas segundos, y la acromántula se tambaleó y acabó cayéndose y desvaneciéndose justo después. — ¡Toma! — ¿Qué le has hecho? — Preguntó André alucinado. — Pues tiene tantos ojos que si los mareas todos a la vez se queda seca, claramente. Pero vamos, ha funcionado porque es de mentira… Si no, ya me habría matado. — Pero había terminado tan pronto, que le dio tiempo a poder asistir prácticamente a toda la conversación de Marcus con la esfinge. Se le escapó un suspirito y miró a Marine, que era la única que no le iba a ladrar. — Cuando hace esas cosas me deja desarmada… Como a la esfinge más o menos. — Y la chica se reía y asentía. ¿Ves? No era tan difícil.

— ¿Quién se ha encargado del hipogrifo? — Preguntó de repente, y André señaló con la barbilla a la esquina. — Mi hermana, están rivalizando en orgullo. — Y vaya que sí lo hizo, otra que a base de conversación orgullosa logró que el hipogrifo se le inclinara a ella. Negó con la cabeza. — Menos mal que le ha dado por la moda, porque de política sería un peligro. — A mí me gustaría de colega abogada, ¿qué dices, Jackie? — Dijo Hillary con una sonrisa. Su prima se encogió de hombros y puso cara de niña buena. — ¿Quién te haría trajes de abogada sexy y exitosa si no, Hills? — No, si su amiga y su prima tendrían que haberse conocido hacía años, estaban hechas la una para la otra. Alice se acercó a su novio y lo abrazó. — Eres capaz de vencer a una esfinge sin cansarte siquiera. — Le metió la mano en el bolsillo y sacó una moneda, dándosela. — Ese cerebro necesita azuquitar… — Azúcar la que sobra por aquí, vamos, anda… — Se quejó Hillary, acercándose a la puerta, porque esta vez, Eleanore no haba aparecido por allí, solo se había abierto la puerta sola.

De nuevo, habían salido un escenario exterior en la que había una especie valla en medio y gradas vacías… Y justo enfrente, el equipo donde estaba la otra novieta de André con el otro chaval y cuatro personas más. De entrada, eran menos en el equipo que ellos, pero ¿por qué…? — ¡Bienvenido a la prueba definitiva de caballería! ¡La justa! — Dijo Eleanore desde la tribuna de las gradas. Inmediatamente, se llenaron de espíritus de gente medieval, animando y mirando. — Qué guay… — Susurró alucinada. Si es que era una niña, le encantaban esas cosas. — Debéis elegir al caballero que juste al caballero del equipo contrario. Montaréis escobas y podréis usar los hechizos de esta lista. — Y apareció una lista flotante delante de ellos. Todos miraron a Alice, sin que ella se lo esperara. — ¿Qué? — Pues tía que eres la única que ha hecho duelos de nosotros. — Ella negó con la cabeza. — No, no, yo he hecho duelos, no justas. — Es lo mismo, pero en escoba. — Dijo Sean. — Noooo, no, no… ¿Os acordáis de mí en Vuelo? No me llevo bien con las escobas, hace dos semanas en el museo de quidditch di un espectáculo lamentable. ¿A que sí, cariño? — Lo hago yo. — Saltó André. — No estaba en un club de duelo, pero se me da bien, y es verdad que la canija es una manta con la escoba. — Alice frunció el ceño, mientras a todos les parecía tan normal el ofrecimiento. Ese no era su primo para nada, vaya. Se acercó y le preguntó en un susurro, mientras los otros elegían la escoba y repasaban los hechizos, cual equipo de entrenadores. — ¿Qué haces? — Creo que antes he quedado un poco mal, con lo de las criaturas. — Contestó él, estirando el cuello y los hombros. — ¿Delante de Marine quieres decir? — Delante de todos. — Vale, de Marine. — Concluyó ella. — ¿Tiene algo que ver con que está el otro tipo ese ahí y que probablemente le vayan a elegir a él? — Nop. — Alice miró a su primo y puso media sonrisa. — André, te gusta Marine. — Me encanta Marine, fíjate desde los catorce… — Ella se cruzó de brazos con cara de evidencia. — Que dejes de hacerte componendas. Me gusta. Mucho. A ratos, si no me rayo. — ¡Pues no te rayes tanto y no hagas tonterías como esta! — ¿Crees que no puedo ganar? — Alice resopló y se fue con los demás. — Haz lo que te dé la gana. — Y se reunió con su novio, acariciando su mano y apoyándose sobre él. — ¿No te alegras de haber pasado ya la fase de hacer estupideces por el otro pero no expresar tus sentimientos? — Y ya que estaba aprovechó y le dio un beso en la mejilla, susurrando. — Por cierto, tenemos que retomar el francés porque esa idiomática te ha hecho más sexy todavía, amor mío. — La idiomática, el traje provenzal, los susurros de antes… Su Marcus era un peligro.

 

MARCUS

Se había deshecho de la esfinge casi sin respirar, hablando con ella sin dar lugar a titubeos o dudas, que no le notara inseguro. Ciertamente, cuando se trataba de usar la labia y el ingenio, así como una buena estrategia, Marcus no solía sentirse inseguro. — Acabo de presenciar lo que ocurriría si tu madre fuera de Ravenclaw. — Le dijo Hillary con una risita. Marcus amplió la sonrisa. — Gracias. Es todo un piropo. — Sí que lo era, y bien grande. Miró a los demás, porque de repente tomó tierra y recordó que su novia se estaba enfrentando a una acromántula. Pero esta ya no estaba, la había más que neutralizado y antes que él. Theo con su kelpie también había terminado, y asistió a lo justo a ver el final del duelo entre Jackie y el hipogrifo, que desde luego era otra lucha de titanes digna de ver.

El abrazo de su novia y recompensa posterior, que hizo que Marcus pusiera una enorme y brillante sonrisa con ojos golosos, ya espantó a Hillary, que al parecer había tenido suficiente. — Ñam. — Dijo feliz como única respuesta, llevándose la moneda a la boca y dándole un piquito a Alice justo después. — Aunque no lo parezca, tengo el corazón a mil ahora mismo. — Dijo, soltando una risa jadeada, e hizo como que miraba a su alrededor mientras decía. — ¿Pero tienen más? ¡Ahora me sentiría capaz de enfrentarme a cuatro como esa! — Desde luego que cuando se venía arriba, se venía arriba. Si es que se le había hecho hasta corto.

El siguiente escenario al que salieron tras cruzar la puerta era considerablemente más grande que los anteriores, e impresionaba bastante. Marcus no tardó en reconocer de qué iba a ir esa prueba. — Es una... — Empezó, alucinado, pero ya les sacó la reina de dudas a todos. Una justa, impresionante. Aunque, después de impresionarse y alucinar como un niño pequeño... puso la cabeza en la realidad. Poca gente había allí más metida en el papel que él, a quien más le gustara el reconocimiento y que más deseara ser coronado caballero por la reina. Supuso que debió haber pensado que una justa iba a caer sí o sí, y no se veía él justando, menos aún sobre una escoba. Ya estaba empezando a poner una mueca de "no sé yo si esto me va mucho a mí" con la boca cuando todos miraron a su novia. ¡Oh, claro! ¡Ella era una estupenda duelista, sería la persona a la que más le honraría verle llevarse los laureles y no era tan miedosa para el vuelo como él! No tardó en sumarse al sentir popular.

Desgraciadamente, Alice tampoco parecía muy convencida. Chasqueó la lengua, pero no insistió mucho más. A ver si se iba a hacer daño, que las justas eran peligrosas, por mucho que fueran de simulación. Ella pidió que reforzase sus motivos para no asistir, pero apenas le dio tiempo a despegar los labios cuando André se ofreció, y todos le miraron un tanto sorprendidos. Marcus, tras la sorpresa inicial, soltó una carcajada y le dio un par de palmadas en el hombro. — ¡Nuestro gallardo caballero! Déjanos en buen lugar a todos. — ¡Venga, pues hay que elegir como LA MEJOR escoba que haya por aquí! Que no nos vaya a ganar esa gente. — Apremió Hillary, y de repente se generó un coro de cabecillas que establecían la mejor estrategia para la justa de André.

— La Saeta de Trueno es insegura. — Insistía Marcus, de brazos cruzados y negando con la cabeza, mientras Hillary bufaba. — Es de todos sabido que ha sacrificado seguridad por velocidad. — ¡Ahora eres un experto en quidditch! — Soy un experto en escuchar a mi hermano experto en quidditch. Ten en cuenta que no es muy difícil, solo habla de eso, y estuvimos en el museo hace un par de semanas. — ¡Marcus, que solo es una justa ficticia! — Ficticia o no, se tiene que montar en esa escoba mientras se concentra en lanzar hechizos de duelo y esquivar los del contrario, y para eso es mejor la Saeta de Fuego, es más precisa y cómoda de montar. No necesita velocidad, necesita estar seguro sobre el mango. Apóyame en esto, Jacqueline. — Lo que no entiendo es por qué no tienen la Saeta de Fuego Suprema. ¡Si está en todas las tiendas de Marsella! — Respondió por su parte la francesa, mirando ceñuda la lista como si esperara que apareciera por allí. Hillary volvió a soltar un bufido. — ¡La habrá cogido el otro equipo! ¡Así que nada, hagamos el ridículo! Ya puestos, que se monte en una Nimbus 2000. — A decir verdad... — Interrumpió Theo, alzando un dedo tímidamente. — Las Nimbus son las que, a día de hoy, han dado siempre mejores resultados. Menos espectaculares, pero estables. Hay selecciones que solo han usado Nimbus en toda su trayectoria. — Bajó el dedo al listado con prudencia y añadió. — Y está la 2001. — Va, André, sácanos de dudas. ¿Qué escoba quieres? — Dijo Sean, porque su caballero elegido justo aparecía por allí. El chico se concentró unos instantes en el listado y, tras hacerlo, dijo. — Me quedo la Saeta de Trueno. — ¡TOMA! — ¡André! — Cabía esperar que las automáticas reacciones de Hillary y Marcus iban a ser completamente antagónicas. — ¡Es una escoba de kamikazes! — Venga, inglesito cobarde. — Le dijo el otro, con su tono de colega habitual, poniéndole una mano en el hombro con su sonrisa encantadora. — Deja que este caballero se lance también a por el amor de la reina. — Y fue a protestar, pero el otro ya se había ido.

Soltó aire por la boca, resignado, y respondió a lo que Alice le había dicho. — ¿Insinúas que hace todo esto por...? — Miró de reojo a Marine, y luego volvió a mirar a Alice, resoplando. — Pues de nada le va a servir si se mata. — Se quejó, aunque tuvo que sonreír a lo siguiente. — Ah ¿sí? Lo tendré en cuenta... Aunque prefiero conocer el francés por ti a por una poción. Seguro que me sale mucho mejor acento. — ¡Caballeros, a sus puestos! — Proclamó la voz de Eleanore, y al ver a André sobre su escoba se fijó en su rival. — ¡Oh, Antoine! — Celebró Marine como si ella también se acabara de dar cuenta, y totalmente ajena a lo que Marcus empezaba a plantearse: que eso era una lucha de poderes real. Frunció los labios y le dijo a Alice con los dientes apretados, en tono bajo para no tener que oír las quejas de los demás si le escuchaban. — Con menos motivo aún me convence esa escoba. — Una temeridad. Eso le parecía, una temeridad absoluta.

Pero bueno, no sería él quien no animara a su equipo y a su primo favorito, que André tenía un lugar privilegiado para Marcus y eso lo sabía todo el mundo. En cuanto se dio la señal de arranque, André se lanzó hacia el otro a tanta velocidad que todos los del equipo se asustaron, abriendo mucho los ojos dando un paso atrás... y, al recuperarse, Marcus frunció los labios otra vez y miró a Hillary con reproche. — ¡A mí no me mires! Él la ha elegido. — Ay, por Merlín, que se mata. — Se lamentó Jackie, que empezaba a no querer mirar, porque la salida había sido demasiado violenta. Pero Marine, que desde luego había sido diseñada con el mismo corte despreocupado que André, soltó una risita y empezó a animar a gritos. Todos los demás se miraron. Bueno, habría que hacer eso, tendrían que animar. Y aguantarse el miedo en el cuerpo.

 

ALICE

Llegó tarde al debate sobre las escobas, pero tampoco se perdieron mucho, porque para Alice todas las escobas le parecían iguales: objetos que no fluían para nada con el viento, hacían lo que les daba la gana, no conectaban… Nada nada, nunca le habían gustado las escobas. Afortunadamente, su novio, como no sabía no atender a algo por poco que le importara, algo más sabía, y Theo también parecía controlar un poco más, aunque al final, su primo no les hizo caso a ninguno de los dos. — No me lo digas, ha cogido la más rápida y llamativa sin preocuparse de si lo va a tirar. — Le dijo a su novio, suspirando y cruzándose de brazos. — Supongo que mi sugerencia era demasiado Hufflepuff. — Dijo Theo. Alice asintió y le palmeó el hombro. — Tú has sido un buen cuñado. — Ya la broma estaba asentada y aquello parecía bastante oficial así que podía decirlo ¿no? Ya que con Marine y André todo lo que parecía que iba a tener era absurdas demostraciones de poder masculino.

Miró a su novio cuando le hizo aquella pregunta. — Hombre, ¿a ti qué te parece? Aquí mucho “no somos nada”, “todos libres” pero no soportaría quedar de cobardica o poco válido delante de Marine. — Suspiró. — Qué difícil lo hace todo… — Difícil y arriesgado, por lo que parecía, porque ya el primer acercamiento fue demasiado turbulento. Miró alucinada a Marine, que se lo estaba pasando de lujo y negó con la cabeza. — No, de verdad que sí que son el uno para el otro. — Y, en el fondo, le preocupaba, porque veía a su primo demasiado inclinado a hacer locuras. No le pegaba nada ir de Gryffindor por la vida.

Las siguientes rondas fueron igual de turbulentas, además su primo estaba haciendo unos gestos muy raros. — No entiendo qué está haciendo. — Dijo en una de las veces en que pasó demasiado rasante, evitando un hechizo de Antoine. — Está intentando ver algo. — Dijo Jackie. Sí, sus primos se peleaban mucho, pero solo porque eran demasiado parecidos, en el fondo, se entendían entre ellos a la perfección. Y entonces su primo bramó. — ¡Accio Levis! — Alice parpadeó. — ¿Qué acaba de hacer? — Pero Hillary se estaba partiendo de risa. Antoine se había quedado parado, mirando a ambos lados, y abiertamente: sin pantalones. Eso le dejó (lógicamente) bastante parado, y André aprovechó y lanzó. — ¡Expelliarmus! — Y desarmó a Antoine, ganando la justa inmediatamente. Y ahí Alice no pudo dejar más que escapar un suspiro. — ¿En serio? ¿Mi primo se ha comido un Gryffindor cuando no estaba mirando? — No, pero creo que Marine haría una buena Gryffindor en Hogwarts. — Comentó Sean. — ¿Pero a qué le ha hecho Accio que aún no lo entiendo? — A los vaqueros. — Aclaró Hillary. — ¡Ahhhh ya lo entiendo! Estaba buscándole la marca… — Para no invocar sin querer los míos o los de cualquiera. — Completó su primo, llegando escoba en mano y rodeando a Marina con un brazo. — ¿Cómo he quedado, queridos? — Me he reído un montón. — Le dijo la chica antes de dejarle un beso en la mejilla. — Hombre, muchísima gracia no me ha hecho verte hacer el loco, pero en fin. — Dejó caer Jackie. — Qué cabezota eres, eh… — Tuvo que aportar ella. Pero ya tuvieron que cortar la charla, porque aparecieron por allí otros dos grupos de participantes, probablemente de acabar de terminar su propia justa, y el espectro se levantó para hablar.

— Nobles caballeros de La Provenza. Vuestra reina está más que complacida de haber podido asistir a vuestros juegos en pos de su mano. Os estaré eternamente agradecida. Pero solo un grupo puede ganar y ese ganador será el que más juegos victoriosos haya conseguido. — Se movió ligeramente de un lado a otro y finalmente extendió la mano con un rayo de luz hasta señalarles. — Nuestros caballeros anglo-franceses, un aplauso para ellos, que han salido victoriosos de todos los juegos menos del de los dragones. — Sí, se veía venir. — Susurró divertida a Marcus antes de ponerse a celebrar dando saltos con todos los demás. Dejó un beso sobre la mano de su novio y sonrió. — Otra victoria para los O’Donnell-Gallia, amor mío. — Y, en tropel se acercaron a la reina, que levitó unas bandejas a su altura. — Para vosotros, los seis dulces de La Provenza. Por la primera prueba, el gibacié, pues su pan de naranja ha quedado tan liso e intacto como las murallas que se os encomendó proteger; por la segunda prueba, el calisson, con su almendra y su azúcar, por la dulzura y empatía que debisteis demostrar al ayudar al dragón; el nougat blanc en honor a dar siempre en el blanco en la tercera prueba; por la cuarta prueba, el caldero, ya recibisteis las monedas; el nougat noir, por la oscuridad a la que os enfrentasteis con gran valentía en la quinta prueba; y, para coronar una justa en La Provenza, la tartaleta de lavanda, en este caso, dedicada al campeón. — Dijo entregándosela a André. — Y ahora, mis nobles caballeros, os queda la decisión más difícil: ¿quién recibirá el dulce de la reina, y por lo tanto, su amor? — Y en su mano apareció un dulce blanco con forma de flor de Lis, que olía de maravilla (aunque casi todos habían empezado ya a comerse los de las bandejas). Alice miró de reojo a su novio, porque no quería ser ella la que lo dijera, pero el que se lo merecía era Marcus. Pero bueno, lo dejaría en manos de los demás.

 

MARCUS

Hasta él se estaba planteando ya no mirar tampoco. Aun así, él había ido ahí con el firme propósito de animar a André, por lo que, después de encogerse con expresión de dolor y miedo cada vez que hacía una de esas barrabasadas que no entendía por qué estaba haciendo, rápidamente se ponía recto de nuevo y empezaba a aplaudir y a animar. — ¡Vamos, André! ¡Viva nuestro caballero! — Y como había quedado demasiado conciso el grito de apoyo, siguió aplaudiendo y añadió. — ¡Porque eso define a un buen caballero! ¡Salir victorioso y vivo! ¡Sobre todo vivo! — Porque parecía que esa parte no la tenía muy clara el francés, así que mejor incidir en ella.

El siguiente movimiento, previo a que André desarmara a su oponente, le dejó a cuadros. De hecho, detuvo los aplausos y se quedó con la boca y los ojos muy abiertos, y con las manos a mitad de camino de aplaudir. Y se ruborizó de inmediato, sintiendo muchísimo calor, solo de pensar que eso pudiera haberle pasado A ÉL. Se moría, vamos. Él, que quería ser el caballero que todo lo hacía, a pesar de lo que odiaba las escobas, si se lo hubieran propuesto, hubiera salido a combatir la justa. De pensar que podría haberse visto sin pantalones delante de la reina y de todo el mundo... Era como espectador y solo la imagen le estaba haciendo hasta marearse. — Recuérdame que nunca me enfrente en un duelo a André. — Le pidió a Alice, mirando aún con cierta expresión traumatizada la escena. Pero, fuera como fuere, habían ganado, por lo que en cuanto André fue proclamado vencedor, volvió a aplaudir y vitorear como el que más.

Tras acabar el resto de las justas, la reina comenzó a hablar. Marcus sonrió con emoción, mirando a Alice como un niño que espera con intriga a los ganadores de las pruebas que acababan de hacer... lo que estaba ocurriendo, básicamente. Se sentía nervioso y emocionado, entre otras cosas porque se consideraba con muchas posibilidades de ganar... y así fue. No sabía ni por qué estaba tan sorprendido, ni que no se lo esperara, pero sobre todo estaba entusiasmado. No podía negar que le había molestado un poquito que la prueba de los dragones se considerase "no superada", pero bueno, Alice y él sí la habían hecho, se conformaría con ello. Al beso de su novia en su mano, correspondió tanto con una sonrisa como con otro beso, pero en los labios de ella. Estaba demasiado feliz como para no hacerlo.

Y más feliz que iba a estar cuando les dieran el premio, porque este consistía nada más y nada menos que en dulces. Ya se le estaban poniendo los ojos como platos, podría jurar que se les había cambiado el color a morado solo por ver esas tartaletas de lavanda. — Majestad, mi gentil señora, me siento profundamente honrado y agradecido por este premio. — No iba a ponerse a comer sin darle las gracias con su exceso de cortesía habitual y la pompa que requería la situación. Estaba ya comiendo cuando la mujer lanzó una última pregunta, que Marcus tardó en procesar porque estaba degustando ese nougat noir que tenía una pinta estupenda y sentía haberse ganado de sobra tras su enfrentamiento con la esfinge. Le pilló con la boca llena darse cuenta de que todos le estaban mirando, y por un momento se quedó paralizado, en una posición muy poco caballeresca, con el nougat a mitad de comer y pasando los ojos de unos a otros. Hillary soltó un hondo suspiro. — Con lo que me va a costar reconocerlo, pero es que encima no lo favoreces nada, hijo. — Marcus se apuró en terminar de masticar para preguntar qué pasaba y por qué le miraban todos, aunque realmente acababa de procesar en su cabeza la pregunta de la reina.

¿Su equipo... quería nombrarle...? — Si hay un caballero andante aquí, es nuestro inglesito cobarde. — Dijo André mirando a la reina y señalándole a él. Jackie, en un gesto de brazos cruzados y peso apoyado en una pierna demasiado similar al de Hillary, dijo con una sonrisilla. — Si se lo ha trabajado, se lo ha trabajado. — Claramente, aquí si hay alguien que le da importancia a estas ficcioncitas, es él. — Añadió Sean. — Y si no fuera por ti, todavía estaríamos dando vueltas por un laberinto en ruinas, o intentando que dejaran de multiplicarse los aros. Para ir a que nos coma una esfinge. — Apuntó Theo, haciendo reír a los demás. Marcus seguía mirando a unos y a otros. — ¡Venga, O'Donnell! No te hagas más de rogar. — Pero... ¿En serio? ¿No os importa? — Preguntó un tanto azorado. Marine soltó una risita y dijo. — He aprendido una canción irlandesa. Un brave chevalier que enseña canciones. — Miró a Alice, con una sonrisa sobrepasada y emocionada, y todos empezaron a animarle a ir con la reina, que le esperaba. — ¡El caballero entre los caballeros! ¡Un aplauso! — Jaleó André, haciendo que todos empezaran a aplaudir y vitorear. Marcus avanzó entonces, erguido y sonriente, hacia la reina, como cuando le nombraron prefecto y fue a recoger su insignia. Al llegar a ella, dejó el azoramiento y el rubor a un lado e hizo una profunda reverencia. — Majestad, no soy digno de un premio de vuestra mano. — ¡Lo sois, de eso y mucho más! Os otorgo mi bien más preciado: mi amor. — Le entregó el dulce, pero él tenía que ampliar esa parafernalia, así que se arrodilló como si fuera a ser proclamado caballero de verdad, haciendo que aumentara el clamor de la gente, y recibió el dulcecito entre sus manos. Y, tras una última sonrisa, se esfumó, y el escenario a su alrededor empezó también a desvanecerse, dejándoles en medio del campo de lavandas y muy cerca de los puestos de la feria en los que estaban antes de comenzar con las pruebas.

Se fue hacia sus amigos, que por supuesto le recibieron con las bromitas propias asociadas a lo de ser caballero y "merecedor del amor de una reina espectro". Se irguió sonriente y dijo. — ¿Sabéis que es un buen caballero también? Generoso. — Sacó la varita y apuntó al dulce. — ¡Engorgio! — La flor de lis se hizo mucho más grande, tanto que rápidamente tuvo que hacer un juego de manos para sostenerla con ambas. Olía tan bien que nadie puso objeción alguna a darle un pellizquito para que todos la pudieran probar, pero su reina tenía que ser la primera, por supuesto. Y no, no se refería al espectro. — Un caballero no es nada si no tiene una reina a la que servir y adorar. — Le dijo a Alice, acercándole un pellizquito de dulce a los labios, para que tuviera el privilegio de ser la primera en probarlo.

 

ALICE

Merecía la pena hacer cualquier cosa por Marcus y, cómo no, elegirle caballero, por tal de ver la ilusión que le causaba, cómo todos los demás reconocían su valía, le hacía querer hacerlo mil veces más, todos los años si así él lo quería. Miró a Theo, que era el que había dicho las cosas más bonitas y le sonrió. Qué bueno era y qué bien sabía hacer sentir a los demás. “Gracias” vocalizó, para que le viera, y él sonrió más y dirigió la mirada a Jackie un momento antes de vocalizar “a ti”. Sonrió a su novio y besó sus labios. — Enhorabuena, caballero, no me cabía ninguna duda de que serías tú. Corre con la reina. — Y aplaudió con los demás, sin dejar de mirarle. Se acercó entonces Hillary y dijo. — La verdad es que se lo merece, pero no le digas que lo he repetido. — Luego se enganchó de su brazo y dijo. — Y merece la pena solo por ver cómo le miras. — Ella entornó los ojos y se encogió de hombros. — Cuando quieras lo hacemos a la inversa y convierto al tuyo en un héroe. —

Amplió la sonrisa, mientras se comía el gibacié, que era su dulce favorito, y miraba a Marcus arrodillarse ante la reina. Le habían elegido porque se lo merecía, pero es que no había tampoco nadie que pudiera dar mejor espectáculo. — ¡Ojo! Que el inglesito deja a la canija por la reina. — Hombre, es una reina. — Aportó Jackie. — No, no, ni reina ni nada. Si deja a Gal después de todo lo que nos han hecho aguantar, lo mato, vaya. — Dijo Sean, lo cual la hizo reír. — Yo te nombro chevalier royale, mi futuro rey, de la reina Eleanore D’Aquitaine. Alzaos, mi joven enamorado. — Y todos los espectros corearon hurras y aplausos, así como los demás participantes (Michelle la que menos, esa no le gustaba nada, Marine mucho mejor). Con un último gesto de la reina, todo desapareció y se reveló dónde estaban: el mismo lugar de la inscripción, en un recinto de vallas de madera que debía ser como un cuarto de campo de quidditch. Todo había sido un hechizo, y pocas cosas había que le gustaran más.

Apenas había terminado el torneo y su Marcus, ese erudito con vena Slytherin, ya estaba demostrando que tenía un corazón de oro y amplió el dulce. Pero ya cuando aludió a ella no pudo evitar que se le pusiera esa cara de tonta que se le ponía cuando su novio hacía moñerías por ella y la metía de lleno en las ficcioncitas, completamente entregada. — Es un caballero que se ha ganado el amor de muchas reinas, pero de esta de la que más. — Abrió la boca y dejó que le diera el dulce, cerrando los ojos del gusto. Qué rico estaba, ¿no sabía aquello a…? — Me pido ser yo la que le diga que ha agrandado un pezón de Venus y se lo ha dado en la boca a su reina. — Dijo Jackie con toda la malicia del mundo. Alice la fulminó con la mirada, mientras su prima cogía un cachito para ella y se lo comía. — Oye, que no pasa nada por comértelos… — Y ya se tuvo que reír e ir a donde su novio. — Que se rían, tú eres el único merecedor de dos reinas, la de Aquitania y la de Ravenclaw. — Y cogió otro cachito, la verdad, porque le encantaba ese condenado dulce.

Otro que estaba bastante contento e hinchado como un pavo era André, que tenía a Marine enganchada a él y una sonrisa que era para verla. — ¿Qué? ¿Seguimos comiéndonos esta delicia en las gradas? — ¿Qué gradas? — Preguntó Hillary. Y entonces se acordó y se ilusionó como una niña pequeña. — ¡La cabalgata de las flores! — Miró a Marcus y le agarró del brazo, emocionada. — Ahora, antes de que anochezca y nos vayamos a la playa, hay una cabalgata con carros flotantes en los que los comerciantes hacen un arreglo floral, y nos dan una cartillita para que vayamos puntuándolos, y al final hay tres ganadores. — Algunos simplemente ponen las flores en plan bonito, pero otros hacen figuras y eso y está chulo. — Aportó Jackie, que ya estaba tirando de Theo hacia afuera. — No te metas con los que exponen las flores ordenaditas, resaltando su valor sin florituras ni barrocadas, son preciosos. — Rebatió ella. — Síííí sí, y si hubiera uno que las pusiera todas en macetas y con un cartelito identificativo, sería tu favorito. — ¡Pues sí! Le pondría la estrella morada. — Respondió con indignación Ravenclaw. — ¿Hay que poner una estrella? — Preguntó Hillary. — Sí, a la que más te guste, cuando termine el desfile. —

Salieron hacia las gradas, que estaban muy cerca de su campo de lavandas, lo que le hizo agarrarse un poco más a su novio. — No puedo esperar a que quiten todo esto y podemos venir a pasar un rato aquí, entre las flores… — Sonrió y le miró a los ojos. — Haciendo planes, mirando al futuro… — Rio un poco. — ¿Quién sabe? Quizás cambiando de destino… — Dijo en referencia a lo de Marianne. De momento, se sentarían a ver carrozas de flores, que pocas cosas le gustaban más a Alice, junto a Theo y Jackie, pegado a ellos, y viendo a André y Hillary reírse de algo, y a Marine y Sean contestándoles… ¿Cambiar de rumbo? ¿Para qué? No podría haber un lugar mejor en la tierra en ese momento.

 

MARCUS

Nunca había visto un espectáculo tan colorido como la cabalgata de las flores, y Alice estaba disfrutando allí como una niña, y por ende él también. Su voto se fue a la misma carroza: era un carro pequeñito, con unas ruedas enormes y aspecto antiguo, con multitud de flores muy frondosas pero dispuestas de una manera muy natural. Tal y como su novia había dicho, mostrar su esencia real sin necesidad de florituras ni barrocadas. Era de los más sencillos, pero era hipnótico por la cantidad de colores que tenía y lo sano de sus flores. Ni que decir tenía que el resto se había decantado por los de las florituras, pero Marcus y Alice tenían muy clara su decisión. El dueño, en agradecimiento, le dio a Alice un ramito de alysias, en honor a su nombre, y una flor de lis al caballero que había conseguido el amor de la reina, que Marcus se prendió muy orgulloso de su solapa. Hasta a los participantes de la cabalgata de las flores había llegado la noticia. Así iba como iba, hinchado como un pavo.

La noche estaba cayendo y, antes de que cerraran los puestos, habían vuelto sobre sus pasos para poder comprar algunas cosas interesantes que habían visto aquí y allá, tras lo cual fueron hacia la playa. La feria se había expandido hasta allí y todo estaba lleno de luces y música, así como puestos de comida. Compraron algunas cosas para llevar y se sentaron en la mesa a comérselas. — Y por eso yo llegó un punto en que decidí que con Marcus no se podía debatir. En primero creo que fue. — Dijo Sean, haciendo reír a todo el mundo, incluido al propio Marcus, porque se pondría como fuera pero le estaba alabando a su manera. — Venga ya, Hastings. Reconoce que te has rendido a mis pies con el numerito de la esfinge. — Reconozco lo que acabo de reconocer: que ni una esfinge soporta un debate contigo, que no tienes fondo. — Yo como oponente de debate no sé, bueno, sí sé, no lo quiero después de lo que he visto hoy. — Añadió André, todos entre risas de nuevo. — Pero como enemigo... Se de dos que no han venido a la feria por tal de no cruzárselo. — Anda, anda. — Dijo Marcus entre risas, mojando la patata en kétchup. — Qué exagerado... — Esa parte de la historia no la conozco yo. — Preguntó Hillary, pero Jackie dio un sonoro suspiro y rodó los ojos, aunque con una sonrisilla y muy pegadita a Theo. — Digamos que le puso los puntos sobre las íes muy bien puestos a dos cretinos que yo me conozco. Y que misteriosamente hoy no nos hemos cruzado. — Porque son dos muermos a los que no les gustaba hacer nada divertido. — Apuntó Jackie, siendo ampliamente coreada por el grupo. — ¡Vaya, vaya! ¡Por fin lo reconocemos! — Oh, venga ya, nunca dije que Noel fuese el alma de la fiesta. Iba por ir, como el otro. Por hacerse los interesantes. Ahora estará en su casa lamentándose de su existencia. — ¿Alguien se sabe alguna canción de despecho? Podríamos ponernos debajo de su ventana como la tuna a cantársela. — Dijo Hillary, y Theo estalló en una carcajada mucho más fuerte de lo que le hubieran visto nunca. Los demás rieron por inercia, aunque no sabían de qué se estaban riendo hasta que André preguntó. — ¿La qué? — Siguió riendo y, con un gesto de la mano, dijo. — Da igual, yo lo haría. —

 

ALICE

— Era el más bonito y lo sabéis. — Venga, Alice, déjalo ya, si os ha regalado las florecitas y lo habéis votado y dejado claro que era el que os gustaba. — Le dijo Marine dejándole la mano en el hombro. — Es que siempre les pasa lo mismo, se dejan llevar por la espectacularidad y… — Bueno, sí, mejor lo dejaba, porque su novio, que estaba claramente a otro nivel de inteligencia y comprensión, la entendía, y los demás eran como moscas que se iban a la luz que más brillaba. Al menos ahora tenía a Marcus, porque era para verlo cuando era pequeña y se enfadaba hasta con su madre por votar el carro que llevaba una gran lavanda formada a base de flores moradas. Suspiró para sí misma. Ahora tenía una alysia bien bonita y un novio que la comprendía y le seguía el rollo en todo, no podía por menos que estar contenta por eso.

Por supuesto, tener un novio tan ideal también traía sus consecuencias, como que quisiera siempre comprar cosas que a ella le generaba un poco de inquietud comprar, y no por el producto, sino por el dinero que se estaba gastando, pero dile tú a Marcus O’Donnell, con lo hinchado de orgullo que iba y con los efectos de la poción idiomática todavía encima, que no se parara en todos los puestos del mundo a ver qué podía pillar. De entrada, pillaron comida, por supuesto, aunque la verdad es que, contra lo que le solía pasar, estaba muerta de hambre de todas las cosas que habían estado haciendo, además, la comida de La Provenza le daba hambre. Si tuvieran pan bagnat en Inglaterra, comería más, estaba segura. Se había hecho también con varias jarras de limonada de lavanda y había pedido varios platos de patatas con hierbas provenzales, que estaba esperando a que le fueran servidos con Marine al lado. — Gracias por ofrecerte a ayudarme, no había mucho espíritu en la mesa. — Se rio de su propia afirmación. — He hecho mal al pedirlo cuando Marcus todavía no había llegado, se cargaría él solo de todos los platos, aunque... bien pensado, alguno llegaría medio vacío. — Ambas se rieron. — Sí, sí, menudo comer tiene… Pero sí, está hecho todo un caballero medieval. — Lo vio de lejos, con más comida y cosas que había comprado, hablando con Sean, picándose probablemente. — Se te ve contenta con nosotros, puedes venirte también al castillo de Montsegur, que vamos pasado mañana. — Marine le sonrió y asintió. — Sí, André ya me había invitado. — Vaya tela con mi primo… Luego querrá que no vea cosas, reflexionó en silencio. — Ah, pues… me alegro. Me caes muy bien, no tengo muchos amigos en La Provenza, porque casi siempre estoy con mi familia, y en mi experiencia no me ha ido muy bien con los de fuera. — La otra se rio y dijo. — A mí también me caes muy bien, y tu novio y tus amigos también, sois muy monos. Puedes contar conmigo cada vez que vengáis y yo esté por aquí. — Ya, claro, si fueras la novia de André, esta conversación no sería necesaria, pensó, sin quitar la sonrisa. — ¿Dónde vives el resto del año? — En París. Soy camarera en un sitio exclusivo y precioso. — ¡VAYA COMO ANDRÉ! En París y en un bar, es que vamos, en bandeja está, pero no, no quería meterse, que al final la acababa liando. Entre Marine y ella, levitaron todos los platos y fueron hacia la mesa, y la conversación se quedó en eso.

Nada más llegar ya oyó a Sean quejarse de los debates con Marcus. — Yo debato muy bien con él. — Dijo con una sonrisa, dándole una patata en la boca. — Sííí, sí, vosotros todo lo hacéis bien, pero yo te he oído decir que es extenuante. — Le reprochó Sean. Ella ladeó la cabeza. — A veces es… tenaz en sus argumentos. Y puede resultar cansado intentar sacarle de su discurso, pero, generalmente, con pruebas lógicas y contundentes de lo que estás diciendo, al final comprende y escucha. Es muy bueno escuchando. — Se rio de lo que dijo su primo y asintió con la cabeza. Sí, ella también había valorado encontrarse con los dos elementos, pero viendo las horas que eran y que no se habían manifestado, dudaba mucho que lo hicieran. Y más gracia le hizo lo que dijo su prima Jackie, mientras ella terminaba de masticar, haciendo que casi se atragantara. — Completamente cierto, la verdad. — Y miró con admiración a su novio cuando Hillary preguntó. Desde luego, les había dejado en su sitio. — Es que un buen caballero medieval sabe apartar a los fraudes. — Dijo como toda respuesta.

Miró a su amiga con el ceño fruncido, pero asumió que estaban hablando de cosas de muggles, porque Theo se rio mucho. — ¿Es un grupo de gente que canta canciones tristes o algo así? — Hills la señaló, mientras seguía comiéndose su cena. — Sip, algo así diría yo. — Pues sí, sí, llámales que esos son muy dramáticos y les va a gustar más que la buena fiesta que hay por aquí. — Apoyó la cabeza en el hombro de su novio y dijo. — Cuando hayamos comido un poquito más, tengo ganas de bailar. — Levantó de nuevo la cabeza y le miró. — La verdad es que llevo todo el día acordándome de la feria de San Lorenzo… Estaría bien que nos pusieran música para bailar en parejitas… — Entornó los ojos a los demás. — No creo que nadie se quejara por aquí… — Igual ya la canción esa que os gustaba se ha quedado un poquito antigua. — Acusó André, mientras devoraba su pan bagnat. — Y hoy no pueden verse perseidas a las que pedir deseos al terminar, pero todo es cuestión de disfrutar juntos. — Marine levantó el dedo índice. — No hay perseidas, pero aquí casi todos hacemos lo de, a las doce de la noche meter los pies en el agua y pedir un deseo. — Alice sonrió y se puso el dedo en los labios. — Hmmmm eso me gusta. Te lo tengo dicho, Marine, molas mucho. — Se levantó de un salto y tiró de su novio. — ¿Hacemos tiempo hasta ese momento bailando, O’Donnell? — Y mientras se iban a donde estaba la música señaló a los demás. — No seáis sosas, parejitas, y bailad vosotros también. —

Ya situados, se agarró al cuello de novio y empezó a moverse, no muy concentrada tampoco, al ritmo de la música. — Otra vez aquí. Te dije que volveríamos, que bailaríamos y que te enseñaría francés para entender la canción. — Se rio y juntó su frente con la de él. — Será que tengamos que volver para cumplir la última parte. Qué pena. — Le miro a los ojos con dulzura. — Aquella noche algo cambió para mí, aquella noche sentía que estaba tan enamorada de ti, y te veía tan lejos que solo se me ocurrió pedirle el deseo a la estrella. — Se rio y negó con la cabeza. — Resultó que solo había que decírtelo a ti. Que te amaba. Que te amo. Que te amaré. — Y le besó suavemente. Miró a su alrededor y vio que ambos Gallias con sus parejas se habían animado a bailar. — Creo que cierta pareja de Hogwarts va hasta a agradecer quedarse solos sin bailar, es más su estilo. — Rio otro poquito y rozó su nariz con la de Marcus. — A ver, sorpréndeme, ¿qué estabas comprando con tu amigo Sean mientras yo tenía una interesante aunque infructuosa conversación con Marine? — Preguntó mientras se balanceaba al suave ritmo de la música en sus brazos. Le encantaba hacer eso, era como si hablaran normal, pero con más intimidad y en un mundo paralelo creado por la música.

 

MARCUS

Puso esa expresión tan suya de niño siendo alabado cuando Alice llegó y dijo lo bien que debatía con él, abriendo la boca para recibir la patata que le ofrecía, y a mitad de masticar le pilló la confesión de Hillary. Estuvo a punto de mirar a su novia con ojos de acabar de recibir el impacto de una traición, pero en su lugar, se irguió y dijo con una digna caída de ojos. — Seguid intentando hacer muescas en nuestro indestructible amor. — Lo peor era que, si Alice realmente confirmaba que podía llegar a ser extenuante, intentaría refutar dicho argumento a base de realizar una extenuante exposición. Su novia se explicó y... Bueno, él la parte del cansancio la hubiera ahorrado, pero por lo demás mantuvo su posición digna sin inmutar un párpado. — Gracias, mi amor. — Dijo con mucha seguridad, demostrando eso, que su amor era indestructible... Pero eso de tenaz había sido un eufemismo y lo sabía. Graciosilla... Menos mal que con recordarle lo de que era un caballero medieval para ella le compraba rápido. Y con darle más patatas.

Automáticamente apoyó él también la cabeza en la de ella, cariñosamente, cuando Alice la reposó en su hombro. Sonrió, emitiendo una leve risa tierna mientras terminaba de masticar. — Este caballero no puede esperar a sacar a bailar a su reina. — Le sonrió, mirándola. — ¿Crees que podremos pedir la nuestra? — Pero claro, por mucho que Marcus se sintiera a solas en el mundo con Alice solo con mirarla, no lo estaban. Y ya tuvieron que venir sus amigos con burlitas. Se encogió de hombros y miró a su novia de nuevo. — Pues si no está esa, tendremos otra. Al fin y al cabo, ninguna canción de amor puede llegar a representar lo que siento por ti... — Y vuelta a las interrupciones y a los ruiditos de pasteleo. Los ignoró y, en su lugar, se acercó a ella y le dijo con una sonrisa, en un tono más confidencial. — Y, al fin y al cabo, esa canción hablaba de que llegaría un día en que nos diríamos te quiero... y ese día ya ha llegado. — Era preciosa y siempre sería su canción, le traía los mejores recuerdos de su vida. Pero seguro que ahora las había mucho más representativas de su momento actual. La pensaba encontrar.

La idea de Marine le gustó... a medias. Estaba muy motivado con todo, pero eso de meter los pies en el agua helada a las doce de la noche... ¿No era un poco llamar a un resfriado a gritos? Por no hablar de que no se fiaba de alguno de los presentes y su tendencia a las bromitas, a ver si le iban a tirar al agua. Pero claro, con esa sonrisa radiante con la que su novia había recibido la idea y ahora le proponía ir a bailar hasta entonces, los dos solos, fuera la canción que fuera, ¿quién decía que no? Desde luego, no Marcus O'Donnell. Se alejaron del grupo y puso sus manos en las caderas de ella, viéndola bailar. — Aquí estamos. — Confirmó, con una sonrisa iluminada que se le debía salir de la cara. — Estás preciosa cuando bailas. Siempre lo estás, pero bailando... No te lo dije aquel día, pero claramente lo pensé. — Juntaron sus frentes y añadió. — No podía dejar de mirarte. Y sigo sin poder. — Se le escapó entre los labios una risa de pura felicidad, sin separarse de ella. — Sí, qué pena. Aunque ya me sé algunos versos... "Je t'aime..." — Y conforme ella hablaba, él la miraba, sus ojos brillaban más y su corazón se inflaba. Soltó un poco de aire entre los labios. — Definitivamente... debí decírtelo aquel día. — Dijo con voz embobada, sin poder evitar reír ligeramente. Negó con la cabeza. — Alice... Ese deseo que pediste estaba ya más que cumplido. Te he querido desde que te conocí. Te quería aquella noche con todo mi corazón. — Encogió un hombro, con una graciosa sonrisilla de disculpa ladeada. — Pero fuiste a enamorarte del niño más miedoso del colegio. Uno que no sabía nada que no estuviera escrito en un libro. Y ante la perspectiva de poder no ser correspondido, y que ese pajarito que tan feliz le hacía saliera volando y no volviera... se moría de miedo. — Acarició su mejilla y cambió la expresión a una más pícara. — Espero que no me estés intentando sonsacar mi deseo. — Se irguió. — Vas a tener que esperar un poquito más, hasta que se cumpla. Tendrás que contener tu curiosidad. — Y lo mejor de todo era que, al igual que Alice tenía en su mano cumplir su deseo, Marcus debió ver también que en su mano estaba cumplir el de Alice. Que no estaba pidiéndole una ayuda a las perseidas, al destino o a una magia superior, como él pensaba, estaba pidiéndole permiso. Permiso para ser él mismo quien la hiciera feliz por siempre.

Rio con su comentario sobre sus amigos, y la pregunta le hizo arquear las cejas. — ¡Ah! ¿O sea que intentas sorpasar una curiosidad con la otra? — Encogió un hombro. — Luego te lo enseño. Intentaba dar lecciones de caballero medieval a mi Sancho Panza particular. — Alzó el índice. — Sí, sé lo que he dicho. Consiento que me llames larguirucho, pero yo no estoy loco. Que veo tu bromita venir. — Suspiró. — A quién quiero engañar... — La apretó contra él, entre risas, agarrada de la cintura, y le dijo. — Estoy loco por ti, Dulcinea. — Besó sus labios, feliz, entre risas, y al separarse siguió moviéndose con ella. Y justo le llegó a sus oídos la letra de la canción que sonaba de fondo. "Eres mi sol y mi luna". Se quedó parado, con los ojos muy abiertos y mirando a Alice con un atisbo de sonrisilla. — ¡Eh! ¿Lo has oído? La canción, lo que ha dicho. — Siguió moviéndose con ella, pero ya con el oído puesto. Le gustaba el estribillo, era alegre y fresco, como aquel lugar. Como Alice. A medida que la canción avanzaba e intentaba oír la letra, más le sonreía. — Esta me gusta. — Se recompuso un poco en su posición, bailando con ella, sin perder la atención. Decía muchas cosas que se les aplicaban, y a medida que avanzaba la canción se fue soltando un poco, haciéndola girar, riendo y sonriendo. Pero había estado tan concentrado que no la había disfrutado mucho. Iba a reparar eso.

— Ven. — Dijo en cuanto empezó a sonar la siguiente canción, tirando de la mano de ella. Rio y la miró. — ¿Qué pasa, Gallia? ¿Sorprendida de que sea yo quien tire de tu mano para a saber qué locura y no al revés? — Trotó un poco hacia el puesto del que salía la música y se acercó al muchacho que estaba encargado de ella. Menos mal que aún le duraban los efectos de la idiomática. — ¡Hola! ¿Podrías volver a poner la canción de antes? — El chico parecía amable, pero aun así le dijo con educación. — Acaba de sonar. Tengo muchas para poner, una repetida... — Es que... — Miró a Alice. Algo le decía que el argumento "estamos muy enamorados y queremos escuchar una canción que nos representa de nuevo" sonaba muy convincente para él pero no iba a ser muy sólido para el otro. Se mojó los labios y miró al chico de nuevo. — Es mi premio. Venía a canjearlo. — El otro se extrañó genuinamente. — ¿Premio? — Marcus asintió, convencido. — Sí, me lo ha concedido... — Hizo un gesto pomposo. — Su majestad la reina Eleanore D'Aquitaine. — El otro esbozó una muy sutil expresión sorprendida. — ¡Oh! ¿Tú eres el que ha ganado? — El mismo. — Pero... — Miró unos papeles que tenía por allí, confuso. — Creía que... el premio eran... dulces... — Siguió pasando papeles. — Nadie me avisó de que podía ser repetir canción. — Me concedieron el honor de un premio a mi elección, y bueno... uno es caballero, y un buen caballero debe otorgar el mayor de sus privilegios a la dueña de su corazón. — Afirmó, mirando a Alice. Luego miró orgulloso al otro, convencido de haber dado un argumento irrefutable... pero el muchacho, aunque majo, debió considerar aquello demasiado pasteloso como para rebatirlo y le miraba con profundo hastío y expresión circunstancial. Emitió un profundo suspiro resignado y masculló. — Si es que no sé ni para qué debato, ni que fuera la primera vez que me pasa. — Toqueteó su aparataje musical y afirmó. — En cuanto acabe esta, vuelve a salir. — Mil gracias. Vos sí que sois un verdadero caballero. — El otro le volvió a mirar con aburrimiento. Ya. Mejor se iba antes de que se arrepintiera.

Volvió con Alice de la mano a ponerse donde estaban y a colocarse en posición de baile. — ¿Qué? ¿Qué te ha parecido mi incursión? — Rio y la canción, efectivamente, volvió a sonar. Se dedicó a bailar con ella, feliz. — Sí, me gusta esta canción. Me recuerda a ti... Es feliz. Te veo feliz. — El mayor de mis deseos. Rio, trató de seguir la letra de la canción y repetir las frases que más les identificaban y bailó con ella, haciéndola girar y recogiéndola en sus brazos, abrazándola y moviéndose al son de la canción. Representando la mayor felicidad que podían representar en ese precioso lugar.

 

ALICE

Puso cara de niña buena, con ojos brillante y una sonrisita. — Sé que te gusta cómo bailo. Por eso me encanta bailar para ti. Cada vez que empezaba a moverme, buscaba tu mirada… Y me la encontraba encima. Y no sabes la de cosas que eso me hacía sentir. Cuando éramos más pequeños, me hacía sentir importante, y ya de más mayores… — Cambió el tono y se mordió el labio inferior. — Me hacía sentir otras cosas. — Y para cosas que le hacía sentir, ese “je t’aime”. Pasó lentamente los brazos por su cuello y jugueteó con los rizos de su nuca sin dejar de mirarle. — Cada vez que dices eso, me sube un escalofrío por la espalda que… — Suspiró y dejó salir el aire por los labios mientras cerraba los ojos. — Controla eso de ser tan terriblemente deseable, amor mío, que estamos en público. — Le advirtió, aunque con voz muy seductora.

Entornó los ojos a lo de la curiosidad. — Ay, O’Donnell, deberías saber que yo siempre quiero saber más, y si puedo investigar… — Dejó un besito en sus labios. — Me gustaría saberlo, eso es todo. — Y se echó a reír con lo de Sancho Panza y la alusión de sí mismo a Don Quijote. — A ver, mi amor, tú no estás loco. Si tú alguna vez vas contra unos molinos, yo te apoyaré. Algo habrán hecho esos malditos molinos. Tú ves cosas que los demás no podemos ni imaginar… Hay que escucharte y saber entenderte, eso es todo. — Y aquella frase y su propia convicción le dieron un poco de abismo porque… había sonado demasiado a su madre. Pero su novio solo podía hacerla sonreír y sentirse dichosa. — Me gusta eso de Dulcinea, pero tú sí eres un caballero de verdad, no como Don Quijote. Lo ha dicho una reina. —

Y tan feliz y en su nube estaba, que se le pasó lo que su novio le había señalado de la canción. — ¡Anda, es verdad! Está en inglés. Jo, y yo me lo he perdido… — Pero se movió entre los brazos de su novio. — Aunque la canción suena preciosa, me encanta… — Y cerró los ojos para poder disfrutarla bien. Y, de repente, su novio tiró de su mano, y le miró con los ojos muy abiertos y una sonrisilla. — Pero bueno, prefecto, ¿a dónde me llevas? — Y se tuvo que reír, porque cuando su novio tenía esos arranques, ella prácticamente volaba tras él. Ah, pero no les llevaba a estar solos (bueno, ya tendrían las noches en su habitación, que aún no se acostumbraba a tener siempre esa oportunidad). Completamente en silencio, asistió a la conversación en perfecto francés de Marcus con el chico que ponía la música, y se aguantaba la risa porque no se esperaba para nada una maniobra tan tremendamente caradura de su perfecto novio, caballero medieval, gran erudito, perfecto alumno de Slytherin cuando le da la gana. Asintió, llevándose las manos al pecho cuando Marcus aludió a ella y asintió, ante la mirada del chico que claramente no se creía nada, pero bueno, al final se habían salido con la suya.

Ya alejándose, se permitió echarse a reír, agarrando las manos de su novio. — ¡Pero bueno! ¿Cuándo me he liado yo con el caradura de la clase? Me has dejado impactada, ladrón. — Dijo dándole en la nariz con cariño y sin dejar de reír. Así era como más se disfrutaba de las cosas, sin duda. Se dejó coger por los brazos de su novio y volvió a moverse al ritmo de la música. — Es que estoy feliz. ¿Cómo no estarlo aquí, así, contigo? — Y entonces oyó una de las frases y sonrió, juntándose más a él. — ¿Has oído eso? “Envuelta en tus brazos, pacíficamente, donde soy feliz”, eso sí que me representa. — Giró bajo sus brazos dando varias vueltas para volver a caer en ellos. — Puede que tengamos otra canción ganadora para cuando queramos bailar así… — Y volvió a encajar con el ritmo, moviéndose en aquellos brazos donde siempre quería estar.

— ¡EH! Esta ya la han puesto. — Se quejó de fondo su primo. — Que nos pongan algo más animado. — Alice, sin soltarse de su posición, se inclinó hacia atrás y le sonrió. — ¿Para qué quieres tú música más movidita, André Gallia? — Para no dormirme porque yo no me dedico a hacer moñerías. — Le contestó, sacándole la lengua, pero sin soltar a Marine. Ella volvió a mirar a Marcus y dijo. — Me siento como… Como cuando nos olvidamos de la Sala de los Menesteres. Solo tengo que pedir que esto dure eternamente, Marcus. Siempre en tus brazos, siempre felices, siempre jóvenes, en La Provenza, con ganas de comernos el mundo… — Suspiró. — ¿Crees que es algo que pueda pedirle a esa estrella? — EHHHH PAREJITA ¿EN QUÉ ANDÁIS? — Rugió su prima, apareciendo por ahí, llevando una copa de champán en la mano. Alice la señaló y dijo. — Si es que es la heredera de la tata. — Y Jackie tiró de ellos, porque habían puesto la canción para hacer la conga y bailar, aunque iban tan rápido y dando tantos tumbos que los chicos trastabillaban. Menos mal que no tardó en cambiar la música, poniéndose más sexy, y Jackie bramó. — ¡Hillary! ¡Ven para acá! Vamos a bailar las chicas… Y a ver si los chicos nos pueden superar. — Y junto con Marine, se fueron a bailar al centro y, como siempre, aprovechó para mirar a su novio y encontrarse con su mirada, moviéndose solo para sus ojos. — Aprended, que luego toca vuestro turno. — Advirtió Hillary, ya con ellas, pegándose a Alice y agarrándose de las manos, y juraría que Sean se estremeció de un escalofrío mientras se colocaba cerca de los chicos. Desde segundo bailando para él... Al principio sin darse cuenta, y desde hace al menos un año, queriendo atraer esa mirada y las consecuencias que traía.

 

MARCUS

Rio un poco, entre el baile, y viendo a su novia bailar recordó lo que le había dicho ella antes de irse a pedir la canción. — ¿Cómo no te voy a mirar? No eres consciente de lo hechizante que resultas. — Se acercó un poco a ella, con el ritmillo de la canción, y susurró con una sonrisa. — No sé qué cosas sientes tú cuando te miro... pero no imaginas lo que siento yo al mirarte... — Los dos sabían en el idioma que estaban hablando, y por eso le encantaba mirarla, y a ella sentirse observada, y así mantenían el juego a flote. La envolvió en sus brazos después de girarla, tal y como decía la canción, y la sonrisa se le salía de la cara. — ¿Y has oído eso otro? ¿Justo antes de lo del sol y la luna? — Rozó su nariz con la de ella, con cariño, y repitió. — "No necesito ir más lejos". No necesito ir a ninguna parte, Alice, y cualquier lugar me vale, si tú estás conmigo. Aquí, en Londres o en la otra punta del mundo. — Ladeó una sonrisa y, sin dejar de moverse con ella, añadió. — Así que podemos cambiar de destino al que quieras y cuando quieras. Si es contigo, voy a cualquier parte. —

Estar abrazado a ella, notando cómo la música de la canción poco a poco se diluía, cerrando los ojos y oliendo su pelo, sintiéndola junto así... Podría quedarse allí eternamente. ¿Qué tenía esa playa que le daba sus momentos más felices? Pues, como acababa de decir, lo mismo que tenía cualquier otro lugar del mundo: a Alice allí. Donde ella estuviera, él era feliz. — Siempre. — Susurró a lo que dijo. Ni había oído las quejas de André porque solo podía mirarla a ella, oírla a ella y sentirla a ella, tal y como ella decía, como si todo lo demás no existiera. La miró a los ojos con esa pregunta y respondió de corazón. — Es algo que puedes pedirme a mí. — Ya detenido, agarró sus dos manos y se las llevó a los labios, dejando un suave beso en estas, mirándola a los ojos. — En mi mente siempre estamos aquí. Así. — Sonrió de lado. — Mi mente tiene muchas parcelas. — No se le había olvidado lo de la noche anterior, pero tras el guiñito pícaro, volvió al tono enamorado, al que hablaba desde lo más profundo de su corazón. — Esto durará eternamente si nosotros queremos, mi amor. Nadie podrá quitarnos nunca el recuerdo. Y siempre tendremos nuevos momentos que crear. — Y, convencido de lo que acababa de decir, ya sí decidió prestarle atención a los demás. Entre otras cosas porque ya tenían prácticamente encima a Jackie y su copa de champán.

Igualmente seguía un poco en una nube amorosa y el tirón de la francesa para unirles a la conga casi le hace caer de bruces a la arena, por no hablar de Sean dando patazos a diestro y siniestro. El único hombre del grupo que mantenía un ritmo medio decente era André, y aun así empezaba a notarse el efecto del alcohol que, dicho fuera de paso, Marcus no se había dado cuenta de cuándo había aparecido, pero allí estaba. Afortunadamente aquel intento de baile grupal se detuvo rápido, y entre risas se separó y observó cómo su novia arrastraba a las demás para ponerse a bailar. Sin perder la sonrisilla, arqueó una ceja. — Ah, que quieres que te mire. — Pensó. Pues muy bien. Encantado lo hacía, y como algo le decía que no iba a ser el único tío embobado con la escena del lugar, al menos le iban a dejar hacerlo tranquilito.

Las chicas iban y venían y se les acercaban, y la cara de Sean era un poema, lo cual hacía a Marcus contenerse la risa todo lo que el otro intentaba contener que no se le notara mucho lo que estaba pensando. — Bonito espectáculo ¿eeeh? — Dijo André con sorna, y Sean puso una expresión de no saber ni explicarlo con palabras, Marcus rio levemente porque ya conocía a André de sobra y no tenía por qué ocultar lo que sentía por Alice, pero Theo se ruborizó ligeramente y bajó la cabeza. Lo cual le granjeó un codazo de André. — ¡Aún me tienes que conocer un poco más! Mira, cosas peores he oído decir al gilipollas de Noel de mi hermana y, por supuesto, soy consciente de que ha hecho con ella. Mira y disfruta, ¿o para qué te crees que lo están haciendo las tres? — Cambió la mirada a Sean y enfatizó la pregunta. — ¿¿Eh?? —Bueno, se están divirtiendo en una fiesta como amigas que son. — Quiso apuntar Theo, siendo, como siempre, el alma buena del lugar. Marcus le miró con cara de circunstancias. — Quizás Marine, ya que EN TEORÍA. — Alzó la voz con eso. — No tiene a nadie que la mire. — Confirmamos que Marine lo hace por divertirse, pero vamos, también sabe que yo la miro. La llevo mirando desde que vosotros llevabais pañales, listos. — Dijo André como si nada. Sí, ciertamente dejarle en evidencia en ese plano no era la estrategia más fructífera. Aun así, continuó. — Pero Alice acaba de confirmarme que le gusta... reclamar mi atención. — Al decirlo, volvió a poner los ojos en ella, sonriendo. Se concedió unos instantes de regodearse en la visión antes de continuar. — Tío, y Hillary lleva intentando llamar tu atención desde yo no sé cuánto tiempo. ¿Qué necesitas? ¿Que te dé un martillazo? — ¡Eh! Que la estoy mirando, ¿por qué me regañas a mí? ¡Regaña a este! — Lo que quería decir es que yo disfruto viéndola bailar. — Intentó arreglar Theo una vez más, y lo que recibió fue un "yaaaaaaaa" coreado de los otros tres. — ¿Has oído lo que le ha dicho mi prima a Marcus? Pues quítale de encima la capa de cuentos medievales y multiplícalo por... Te calculo la progresión aritmántica cuando quieras, pero vamos a ponerle siete, que es un buen número. Ya sabes lo que piensa mi hermana. — Hasta Theo se tuvo que reír con eso, aunque más tímidamente que los otros dos. — Lástima que nosotros bailando sexy no quedemos tan bien como ellas. — Apuntó entonces, y los tres miraron al Hufflepuff. Este se encogió. — ¿Qué? Era una idea. Por compensar. — Habla por ti, inglesito suavón. Yo bailo divinamente. — Dudo que tu hermana quiera tener esa visión. — Dudo que estando este mi hermana me mire a mí, ¿o alguno de vosotros estáis mirando a alguna que no sea la vuestra? — Respondió André al comentario de Marcus. Pues ahí tenía razón.

 

ALICE

Seguía bailando, riéndose con las chicas, pero, de cuando en cuando, simplemente cerraba los ojos y, dejándose llevar por la música, pensaba en las palabras de Marcus. Que podrían estar en cualquier parte del mundo mientras estuvieran juntos, que en su mente siempre podrían recordarse así… Y una seguridad que no había sentido desde la comodidad de la infancia, la invadía y la hacía sonreír, y moverse de forma más ligera, más segura, más… libre. — No veas a mi primita como se le va la olla, ehhh… — Le dijo Jackie golpeándola con las caderas. — Es porque aquel la está mirando así… — Dijo Hillary con una risa, lo cual le hizo mirar a su novio y cruzar la mirada con él. Puede que se mordiera el labio inferior sin pensarlo mucho, solo porque… esa era la reacción que le salía cuando la miraba así. — Yo no me conformo con bailar eh… Yo tengo que hacer que mi inglesito suavón baile para mí. — Y agarrando las manos de Alice y Hillary, Jackie se acercó al grupo de los chicos y prácticamente las tiró encima de ellos. — Ponedles nerviosos, chicas. Marine, ¡demuestra que vales mil veces más que la Michelle esa! — Vaya, vaya, alguien estaba en su barco. Marine, por su parte, como siempre, simplemente se echó a reír y se dejó reposar sobre el pecho de André mientras seguía bailando, y Alice decidió imitarla y dejarse caer en los brazos de su novio sin dejar de moverse, bailando para él, tal y como le había dicho.

Lo mejor de la playa era la música sin parar, que, mientras no decayera el ánimo, todos podían bailar y reírse. Saltaban, se cambiaban las parejas, hacían el tonto… Y esta vez, Alice no había probado ni una gota de alcohol, ni falta que le hacía, estaba demasiado arriba. Estaban jugando a aquello de pasar bajo los brazos de la pareja casada para que les emparejaran aleatoriamente, cuando Marine dijo. — ¡Eh! ¡Que son las doce menos diez! ¡Vamos, que hay que ir al agua! — Y Alice dejó inmediatamente de bailar, buscó a su novio, y tiró de él hacia la orilla.

Cuando ya estaban cerca del agua, Alice se giró y miró con su sonrisita de las travesuras a su novio. — Tranquilo, mi amor, aquí no hay sirenas, el agua no está tan fría, esto no es el océano, vamos de la mano… — Hizo que se pusiera ante ella y le dejó un beso en los labios. — Solo vamos a pedir más deseos. No hay nada peligroso, solo una tradición bonita más que hacer juntos. — Y entonces tuvo una idea. — ¡Eh! Vamos a escribir nuestros nombres aquí en la orilla. — ¿Para qué? — Preguntó André, llegando. — Ayer decíamos que queríamos volver todos juntos a esta playa… y he pensado que, si dejamos nuestros nombres aquí y sube la marea… es como si el mar se los llevara, y siempre nos quedáramos en él… — Miró a Marcus, pensando en sus parcelas mentales. — Al menos un cachito de nosotros, para siempre aquí en el Mediterráneo. — Hillary sonrió con cariño y se acercó. — Pues no se hable más. — Claro, al hacerlo Hillary, los otros no se atrevieron a reírse de ella y se pusieron a imitarla a escribir sus nombres allí. Ella, por supuesto, lo escribió al lado del de su novio y se abrazó a él. — Marcus y Alice… Siempre Marcus y Alice. — Susurró. — ¡Venga, que llega la media noche! — Azuzó Marine. Ya se había fijado que ella no había escrito su nombre, probablemente para evitarse que André saliera huyendo.

Entraron un poquito más en el agua, hasta que les cubrió por las pantorrillas (puede que a Alice se le estuviese mojando un poco el bajo del vestido, pero ¿a quién le importaba?) y Sean, que parecía venir contentillo (probablemente con ayuda del champán) dijo. — ¿Hacemos un hechizo de cuenta atrás? — ¡Venga! ¡Seguro que te queda muy bonito! — Animó Marine. Claramente a la chica le gustaba esa tradición. Y su amigo, con esa alegría tan particular que traía, invocó una cuenta atrás en lucecitas moradas brillantes que se inscribió en el cielo oscurísimo sobre ellos. — A mi madre le hubiera encantado. — Dijo estrechando el hombro de su amigo y dirigiendo de nuevo la mirada hacia arriba, mientras abrazaba a Marcus por la cintura y se dejaba reposar sobre él. — Escoge bien el deseo, O’Donnell. Aquí se cumplen. —

 

MARCUS

Se estaba viendo a Jackie venir, aunque lo que se le vino encima literalmente fue Alice cuando su prima se la lanzó. — ¡Ey! — Dijo entre risas, recogiéndola en sus brazos para que no se cayera, sin poder evitar reír. — ¿Qué es esto? ¿Qué regalo me ha caído? ¿Es por haber sido un buen caballero? — Bromeó, pero su novia seguía bailando aun tras caer en sus brazos y, lo dicho, él no podía quitarle los ojos de encima cuando hacía eso, animándose a seguir su ritmo, apoyando levemente las manos en sus caderas y mirándola con deseo, como sabía que a ella le gustaba que la mirase.

Estaban todos bastante arriba, riendo sin parar, bailando entre ellos. Era gracioso ver lo decidido que bailaba André mientras a Sean había casi que empujarle (aunque no se hizo mucho de rogar, nunca había visto tan feliz y en sintonía a su amigo) y Theo se movía tímidamente, mientras Marcus seguía haciéndose el galán para ser coronado también el caballero que mejor baila, y las chicas estaban encantadas con semejante cuadro. Por un momento pensó que el aviso de que casi eran las doce era una alarma para decir que ya era muy tarde y tenían que volver a casa... no contaba con la personalidad francesa, claramente. — ¿Cómo que al agua? — ¿Ah pero que iba en serio? Su novia ya estaba tirando de él, por supuesto, y Marcus dejándose arrastrar como si no tuviera alma y viéndose convertido en un cubito de hielo en cuestión de minutos, porque si de algo estaba convencido era de que el agua iba a estar congelada.

Pero solo querían mojarse los pies, al parecer, si bien Alice avisando de que "allí no había sirenas" era casi tan relajante como un médico diciéndote que lo que va a hacerte no te va a doler antes de que le preguntes. — Más bien me preocupa que haya una temperatura lo suficientemente diferente a la mía como para que el cambio brusco me provoque una pulmonía. — Frase demasiado larga para que nadie le hiciera caso, claramente. De hecho, su novia le ignoró ampliamente y le besó. Ah... pero es que estaba tan feliz, tanto ella como él. Maldita fuera su estampa, no tenía remedio. Lo dicho, la seguiría hasta el infierno, ¿cómo no iba a seguirla al agua? Pues allá que iba, aunque suspirara con resignación. ¿Te refieres a resfriarnos juntos? Pensó, pero es que... no podía echar ese ánimo abajo, simplemente no podía.

Y entonces Alice propuso escribir sus nombres en la arena. Eso le gustaba más, tanto que sonrió ampliamente y la rodeó con sus brazos. — Eso me encanta. — Miró a la arena mojada, con el leve oleaje pasando por encima y volviendo a marcharse. — Siempre estaremos aquí. — Se soltó y empezó a escribir junto a ella, y los demás se unieron (excepto André y Marine, pero bueno, ellos iban allí con más frecuencia, quizás no necesitaban tanto como ellos ese ritual). — Siempre. — Repitió junto a su novia, devolviendo el abrazo y besándola con cariño. Lástima que aquella preciosa idea no parecía haber solapado la anterior de tocar el agua helada.

Tenía que reconocer que en su mente estaba más fría, pero no pudo evitar estirarse entero con una exclamación muda cuando metió los pies. Menos mal que nadie parecía haberle visto o toda su fachada de gallardo caballero se caería al agua y se la llevaría una ola en ese momento. No quería ni mojarse los pies, cuanto menos adentrarse, pero todos iban hacia delante, así que no podía quedarse atrás. Y ciertamente... aquello era bonito, y mágico. Y lo estaban viviendo todos juntos. Pasó un brazo por encima de su novia y sonrió, justo cuando Sean lanzó esa cuenta atrás, que todos empezaron a corear. La miró con cariño cuando dijo lo de su madre, mirando de nuevo al cielo. Sí... a Janet le hubiera encantado aquello, y era tan triste como hermoso pensarlo. En alguna parte, ella sería feliz de verles así, juntos, amándose. Las últimas palabras que Janet le dedicó las tenía escritas de su puño y letra en una carta, y acudieron a su mente una tras otra. Miró emocionado a Alice, ampliando la sonrisa, y dejó un beso en su sien tras decirle. — Mi mayor deseo eres tú. — Y, aun así, cerró los ojos y lo pensó. Ser lo que ella nos pidió. Ser imparables, ser mejores. Que William, Arnold y Emma estén tan orgullosos de nosotros como Janet lo estuvo en su día, honrar su memoria. Ser por siempre Marcus y Alice. Por ella. Junto con Alice, la familia era lo más importante para Marcus. Había dicho la verdad: verla feliz, verse juntos, era el mayor de sus deseos. Si podía pedir uno más... era conformar algo de lo que sus padres se sintieran orgullosos. Y que Janet siempre estuviera presente en ellos y guiando sus pasos.

 

ALICE

Bueno, mucho se había quejado pero no parecía estar muriéndose de hipotermia, así que se limitó a sonreír, abrazada a él y pendiente de la cuenta atrás, meditando su deseo. Cuando la cuenta ya estaba a punto de acabar, inspiró y pensó: dejar de tener miedo. Miedo a enfermarme, miedo a los Van Der Luyden, miedo a los fantasmas del pasado… Poder vivir sin tantos miedos, como estoy ahora, viviendo la vida, no volver a lo de antes. Era difícil, más, desde luego, que lo que le había pedido a las estrellas en su día, o lo que habían pedido anoche, mismamente, pero para eso estaban los deseos lanzados al medio de la noche ¿no?

Se había hecho un momento de silencio, claramente cada uno pidiendo su deseo o reflexionando, y ella se había abrazado un poquito más fuerte a su novio, hasta que su primo dio una palmada. — Bueno, ahora que mi querida Marine ya está tranquila porque ha empezado el verano, empieza la fiesta. — Alice miró a su novio con una ceja alzada. Cuando estaba en La Provenza, Alice se dejaba llevar mucho por sus primos, que eran muy fiesteros y se acostaban muy tarde, pero su novio era más… ¿inglés? Y ya era medianoche, no le veía ella muy de quedarse por ahí… — ¡Vamos, inglesitos! — ¿No es un poco tarde? — Aventuró Hillary, probablemente pensando en su propio novio, aunque este, por una vez, estaba animadillo. — Ay, ay, ay, rubia, me decepcionas… ¡Ahora empieza lo bueno! ¿Sabes lo que es un mojito? — Hillary asintió. — Pues vas a probar el mejor de tu vida. — Y la tomó de la mano llevándosela a un puesto de la playa. — ¡Eh, eh! Esperadme. — Pidió Sean, casi trastabillando hacia ellos al salir del agua. Alice miró a Marcus y se echó a reír. — Una noche es una noche… Más tarde se nos ha hecho a nosotros otras veces. — Dijo con una sonrisilla maliciosa, antes de tomar la mano de su novio y seguirles.

El mojito ese era un invento del mismísimo satanás. Sabía tanto a hierbabuena y lima, que ni te dabas cuenta de lo demás que llevaba, e iba cayendo uno detrás de otro. No obstante, estaba controlando, porque no quería acabar como en la graduación, fue bochornoso, más todo lo que se rieron al día siguiente de ellos. El que no estaba controlando tanto era Sean, de pie en el círculo formado por todos sentados en la arena. — ¡Y entonces Gal se sube tal que así en la mesa y empieza: “hay que caminar por la galaxia”, “me alborotas las estrellas, Sean!”, “Marcus, trae a Kepler”! — Miró a Hillary. — La peor cara la tenías tú, cariño, que parecía que la querías matar por mencionar a Kepler. — Y todos se echaron a reír, Hillary incluida, porque era lo que le pedía el cuerpo, aunque el que más André. — Ese episodio la canija se lo había callado. — Porque la canija se enteró este año, verás. Me lo ocultaron todo, probablemente por ahorrarme la vergüenza, la verdad. — Admitió ella. Sean asintió muy gravemente, achicando los ojos. — Menuda reunioncita nos hizo aquí el amigo, poco menos que nos amenazó a todos a punta de varita para que no dijéramos nada. — Alice chasqueó la lengua. — Dudo mucho que el prefecto O’Donnell hiciera tal cosa. — Dudabas también de que el prefecto O’Donnell se hubiera metido en la bañera del baño de prefectos o que no hubiera delatado a Oly por el uso de drogas ilegales, y mira. — Ella se giró hacia su novio, sobre cuyo pecho estaba apoyada, y se encogió de un hombro. — Eso es verdad, ¿qué tiene Oly para que no la delaten? — Que no la delate nadie, además. — Señaló Theo. — Porque la tía no tiene ni un poquito de cuidado. Y es la instigadora de la mayoría de barrabasadas que se hacen en la sala común de Hufflepuff. — André le señaló. — Cuidado con el cuñadito, que a saber lo que ha hecho en esa sala común. — Theo levantó las manos. — Muchas fiestas y alguna que otra primera experiencia y poco más… — Marine se rio y dijo. — Es que con eso de las salas comunes lo tenéis todo hecho. En Beauxbatons no tenemos salas comunes, estamos chicos y chicas separados sin más, y lo hace tooooodo más difícil, a no ser que seas homosexual, que te lo ponen en bandeja. — Hillary apuntó. — Eh, nosotros tenemos también los dormitorios separados, eh. — Pero se puede acceder a ellos desde la sala común ¿no? — Los cuatro Ravenclaws asintieron, como muy evidentemente, diciendo “¿y qué? Están separados”, pero André, Marine y Jackie se rieron. — Pues entonces ya está, subes y punto. — Theo no pudo por menos que encogerse de hombros y decir. — No puedo decir que no lo haya hecho. Pero no para eso. Casi nunca. Es que tenía muchas amigas, y a veces necesitaban que subiera por lo que fuera… — Eso hizo reír escandalosamente a los franceses. — ¿De verdad ninguno de los dos subió nunca a los dormitorios de las chicas? — Preguntó en referencia a los Ravenclaw. — ¡No! — Dijo Sean, indignado. — Bueno, Marcus pasó aquella noche en la que Alice estaba drogada allí, cuidando de ella, fue bonito. — Apuntó Hillary. Oh, si es que cuando quería era un sol. La miró con dulzura y le tiró un besito. — ¿Y tú a los de los chicos? — Preguntó André mirándola con picardía. — ¡Eh! ¿Por qué yo? — Dijo indignada. — Yo solo incumplía las normas cuando se ponían en el camino del conocimiento. Y podía conocer lo que había en esos dormitorios de otras formas. — Yo tampoco me colé nunca en Beauxbatons. — Admitió Jackie. — Tía, ¿y qué hacías con Noel? — Preguntó Marine con curiosidad, pasándole un mojito. — Estábamos juntos todo el día y eso… Pero… intimidad lo que se dice intimidad… solo teníamos en La Provenza. — Alice abrió mucho los ojos y vio que no era la única sorprendida. — Claro, vosotros Sala de los Menesteres no tenéis… — Uf, qué putada. — Dijo Sean, delatándose también un poco. — ¿Qué es la Sala de los Meneteres? — Preguntó Marine. — Algo, cherie, que si tú y yo hubiéramos tenido, hubiéramos gastado el hechizo de tantas cosas ilegales que se nos hubieran ocurrido. — Alice no pudo más que reírse y volverse hacia Marcus, esperando de verdad que no se estuviera escandalizando demasiado con la conversación.

 

MARCUS

Hinchó el pecho de aire, con felicidad y satisfacción, sintiendo la brisa marina, el olor de Alice tan cerca de él, el aroma dulce que llegaba de las flores y los dulces de la feria... Era relajante, y una manera perfecta de poner el broche final a ese día tan completo y divertido que quedaría siempre para su recuerdo... O no. Porque, en lo que él fantaseaba con ir todos juntitos y en paz hasta la casa para dormir plácidamente, en el caso de él, en brazos de su amada, los franceses habían decidido que la noche estaba muy lejos de terminar. Parpadeó un poco, mirándoles e intentando evaluar si era una broma, pero el comentario de su novia le sacó de dudas rápido: de broma, nada. Pero bueno, lo cierto era que se lo estaba pasando en grande. Ya tendrían tiempo para dormir, esos días no se desperdiciaban.

Eso sí, el mojito estaba de escándalo. No lo suficientemente de escándalo como para que a Marcus se le olvidara la última vez que se había emborrachado y sus consecuencias, pero estaba muy bueno y no parecía llevar demasiado alcohol. Eso sí, en cuanto empezó a notarse un poquito mareado, puso freno a las dosis de esa bebida tan fresquita de la que podría beberse diez barriles. No quería imaginarse lo que ocurriría si se bebía diez barriles. Mejor se terminaba el que tenía en la mano poquito a poco y detenía ahí el beber. Eso sí, por ver a Sean relatando en mitad del círculo merecía la pena. Entre el mojito, el cansancio y la imagen que tenía delante, estaba desternillado en la arena, caído hacia atrás, teniendo que alzar el vaso para no derramar su contenido. — ¡Eh eh eh! — Empezó a defenderse, aunque no podía controlar la sonrisilla, incorporándose con ambas manos en alto. — Yo era prefecto de nuestro amado castillo, alguien que debía velar por la seguridad del alumnado. — Ya veo como velaste por la seguridad de algunas. — Se burló André, desatando las risas de todos. Marcus le señaló. — ¡Pues sí que lo hice! De ahí que no me despegara de ella hasta asegurarme de que se encontraba bien. — El final de la frase ni se escuchó porque todos les estaban haciendo burlas. Menos mal que Hillary puso un poco de sensatez en todo aquello. — Gracias, letrada. ¿Veis? Alguien que entendió el dramatismo de la situación. — Aunque antes de ello había habido un extenso debate sobre las salas comunes que Marcus se pasó sorbiendo la pajita del mojito, muy tranquilo con su conciencia. — A pesar de nuestro intenso amor que es de todos conocido, jamás, y digo con orgullo JAMÁS, incumplimos la norma de colarnos el uno en el dormitorio del otro, exceptuando aquel día y por los motivos de gravedad ya expuestos. — Dijo pomposo, aunque la voz un tanto pastosa y las risitas de los demás le quitaban bastante credibilidad a sus palabras. Así como que las dijo con una digna caída de ojos pero mientras machacaba los trocitos de hielo del mojito con la pajita.

Miró a Alice con intensidad cuando dijo que "lo que podía conocer de los dormitorios tenía otras formas de conocerlo", pero el desvío hacia la Sala de los Menesteres y lo que André haría con ella le hizo reír. Definitivamente, el alcohol le estaba desinhibiendo un poquito, de lo contrario estaría escandalizado. Se acercó a Alice y, con una risilla, le dijo en voz baja, señalando  el mojito a base de seguir picando hielo con la pajita. — Creo que debería parar. — Desde su perspectiva se lo había dicho en voz baja, pero al parecer no lo suficientemente baja como para no ser oído por Sean, que enseguida le señaló y le puso de nuevo en evidencia. — ¡Eso, eso! A ver si te vas a poner a cantar en público otra vez. — ¿Que quéééééé? — Saltó Jackie entre risas, siendo coreada por un montón de soniditos de André. Marcus volvió a alzar las manos. — No nos precipitemos... — ¡Os lo perdisteis el día de la graduación cantándole a su enamorada encima de una barra! — Como era de esperar, eso hizo estallar en carcajadas a todo el mundo, aunque André seguía sin salir de su asombro. — ¡No me lo creo! — ¡Pues no sé por qué no! — Dijo Marcus, que había decidido ponerse digno con cualquier ataque a su persona en ese momento. — ¡Me has visto pasar unas pruebas para ganarme la bendición de la familia y la mano de mi amada! — ¡Venga ya, Marcus! ¿En serio te pusiste a cantar borracho en mitad de un bar? — ¡No tiñas mi justa de ridícula! ¡Yo no lo he hecho con la tuya! — ¿Alguien sabe si la idiomática te hace hablar en medieval? Es para echarle un cubo de agua a este a ver si se le pasa el efecto. — Bromeó Sean, y vuelta todos a reírse de su persona. Lo que no sabía su amigo es que le había dado una idea para dignificarse a sí mismo... o así lo veía la mente "contentilla" de Marcus.

— ¿Pues sabes qué te digo? Que es una canción en italiano y que estoy seguro de que podría recitártela ahora mismo en perfecto italiano gracias a la idiomática y te quedarías boquiabierto. — Eso provocó un "uuuuh" coreado. Sean se envalentonó. — Venga, listo, empieza. — Marcus se puso de pie y, mirando a Alice, recitó en un amago de italiano que empezaba a languidecer, que la idiomática no funcionaba tanto tiempo. — "Si se quemara la ciudad, por ti yo..." — No no no no no. — Interrumpió su amigo, poniéndose entre él y su amada, como si quisiera cortar la escena porque la estaban interpretando mal. — Nada de recitar. Canta. — ¿¿Perdón?? ¡No voy a cantar! — ¡Entonces no vale! — ¡¿Cómo que no vale?! — ¡Va, Marcus, queremos verte cantar! — Se metió André, y aquello se convirtió en una jarana de gente pidiéndole a Marcus que cantara y él diciendo que recitar era igual de válido y que eran unos envidiosos que querían hundir su reputación y no siendo oído en absoluto. Hasta que Marine se levantó y se dirigió a él a saltitos. — ¡Cántamela a mí! Como has hecho antes con la irlandesa. — ¡Que no voy a cantar! — ¡Noooo si es para pedírsela por ti al de la música! Me la cantas a mí y yo se la pido de parte del enamorado de la reina Eleanore D'Aquitaine. — Todos empezaron a jalear, y Marcus se lo pensó un poquito. Al final, se alejó unos pasos con Marine, le dijo más o menos la canción al oído y la chica, que debía tener una retentiva espectacular para la música, salió corriendo.

— Mira, como consiga que pongan la canción me caigo muerta ahora mismo, vaya. — Dijo Hillary, muerta de risa. Marcus se sentó, muy digno. — No creo que la tenga porque es antigua, y ya gasté mis bonos de canciones. — ¡Pero si eso te lo has inventado tú! — ¡Bueno pues está gastado! Y si ahora viene Marine y dice que no la pueden pon... — Pues sí, sí que podían, porque para asombro de todos empezó a sonar. Todo el corro que tenían montado se puso de pie con un alarido de triunfo, recibiendo a Marine, que venía corriendo bien feliz hacia ellos, y empezaron a jalear a Marcus para que cantara. Se tuvo que echar a reír porque, de verdad, aquello le iba a perseguir toda la vida y era extremadamente ridículo, y ni siquiera se sabía la canción, solo había improvisado el estribillo. Pero, cuando llegó este por primera vez, decidió tirar a un lado la vergüenza y, al menos ahora menos negligentemente que el día de la graduación, se puso a hacerse el enamorado desgarrado y a cantarle a Alice la canción, incluso poniéndose de rodillas en la arena, muerto de risa él y todo el mundo. Conforme esta avanzaba, ya todos se habían quedado con el estribillo y lo estaban cantando a voz en grito. Tenía que contárselo a Darren y Lex en cuanto volviera a Londres.

 

ALICE

Se le hacía muy gracioso ver a su novio con el puntillo pero poniéndose en modo prefecto muy puesto, porque era como oírle en el colegio pero con el factor alcohol, cosa que él nunca habría probado en el colegio salvo por engaños de Ethan y demás. — Ohhhh mi niño, se quedó conmigo hasta que dejé de tener pesadillas. — Dijo con ternura cogiendo su mano y dejando un beso sobre ella.

Ah, pero estaba tardando en recordar la noche de graduación. Ella, como buena novia (y también un poco porque no se acordaba mucho de ese momento) se limitó a sonreír y acariciar a su novio, sin unirse a la broma generalizada. Al menos un poquito. Porque en cuanto empezaron a venirse arriba, puso sus mejores ojitos de cordero degollado y miró a su novio diciendo. — Veeenga, mi amor, que yo no me acuerdo mucho de ese momento y quiero verte, me hace ilusión que me cantes a mí. — Y Marine siendo la lianta mayor del reino, se fue a pedírsela al chico de la música, lo cual le ocasionó reírse ya abiertamente. — Menudo peligro tiene aquí la amiga. —

Le tuvo que dar la risa floja con lo de los bonos de las canciones, tapándose la cara para contenerse, porque el nivel de ficcioncitas de su novio, aderezado con alcohol, era digno de estudio. Todo para nada, además, porque ahí empezó a sonar la canción, y solo de oír el ritmillo empezó a tener flashes del momento más claro, y se vino arriba. Y si ella se venía arriba, su novio mucho más, y al final tiró de los últimos efectos de la idiomática, poniéndose de rodillas y cantando el estribillo en perfecto italiano, y ella, metida de lleno, llevándose las manos al pecho y entornando los ojos, como si fuera el gesto más romántico que su novio hubiera hecho nunca por ella.

La cosa, desde luego, escaló hasta que todos terminaron cantando, chapurreando el italiano, riéndose y enganchándose de uno a otro. Cuando por fin terminó, se tiró de rodillas al suelo con Marcus y le rodeó con los brazos. — Yo también recorrería el fuego, la oscuridad y lo que hiciera falta por ti, mon amour. — Y se acercó a besarle. — Vaaaaale, ahora sí que es hora de que cada uno se vaya a su cuarto, claramente. — Anunció Sean a voz en grito, pasándole un brazo por los hombros a Hillary. — Mira, vas a tener hasta razón, inglesito quejica. — Dijo André, cogiendo a Marine como un saco y cargándosela a la espalda. — Mañana nos vemos en la playa. — Ah, que no duermes en… Vale, vale… — Contestó Sean, parpadeando de incredulidad, al ver a su primo alejarse con Marine en volandas. — Pues claro, ¿qué esperabas? Para ellos el día entero ha sido un prólogo. Y preferirán escribir el resto del libro solos que en una casa llena de parejas y mi memé. — Dijo Jackie, dirigiéndose a casa con los zapatos en la mano. Ella, por su parte, sonrió a su novio y dijo. — Yo creo que igual hoy cerramos capítulo… — Se rio y dejó otro beso en sus labios. — Pero juntitos y dándonos amor, ¿no crees? — Le ayudó a levantarse y se dirigió a la cama más contenta que nunca, ella que siempre se quejaba de que llegara la hora de acostarse. Claramente le pasaba porque no era para meterse en la cama con Marcus.

Notes:

No se nos puede olvidar que esta es una saga mágica, ¿y qué hay más mágico que una feria medieval y la noche de San Juan? Era necesario que lo celebraran para empezar el verano como Merlín manda, y aquí ha pasado de todo. ¿Con qué os quedaríais vosotros? ¿Los puestos y la adivinación? ¿Las pruebas de Eleanore? ¿La fiesta en la playa? ¡Queremos saberlo! Evoquemos entre todos esos primeros días de verano. ¡Recordad que nos encanta leeros!

Chapter 9: The ghost of the fast are the fears of the future

Notes:

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Chapter Text

THE GHOSTS OF THE PAST ARE THE FEARS OF THE FUTURE

(24 de junio de 2002)

 

MARCUS

Ni siquiera se despertó de una sacudida, probablemente su cerebro había decidido que ya había tenido suficiente, pero tenía los brazos tan en tensión que podría estar haciéndole daño a Alice sin darse cuenta, porque uno de sus brazos lo tenía por encima de la cintura de ella y al despertarse la estaba apretando. Tenía el corazón a mil por hora y se notaba las pestañas mojadas y los ojos húmedos, y el cuerpo helado. Bueno, estaba sin camiseta y la sábana le caía por la cintura, aunque no hacía tanto frío como el que él sentía que tenía.

Aunque la estuviera abrazando, lo primero que hizo fue abrir los ojos para comprobar que estaba allí. De hecho, se asomó un poco por encima, pues ella estaba de espaldas y... quería verla respirar. Solo eso. Miró el reloj. Solo eran las cuatro de la madrugada. ¿Cuánto hacía que se habían acostado? ¿Dos horas? Entre lo tarde que llegaron y los besos y arrumacos posteriores... y el sueño había sido largo. Horriblemente largo. Algo debió quedarse en su subconsciente. Su maldito subconsciente que, en algún momento, pensó sin que él le diera permiso qué duro debe ser para William dormir en esta cama en la que un día durmió con su mujer. Y pum, ahí estaba. Un sueño terrible. Un sueño... en el que Alice ya no estaba. Se había ido para siempre, y aun despierto, sentía aún la congoja en su pecho, porque en un sueño que sintió que había durado la totalidad de las dos horas que llevaba dormido solo había podido llorar y llorar y llorar con desconsuelo. Recordar todo lo vivido, su sonrisa, los bailes de hoy, la playa, sus proyectos de futuro. Saber que Alice ya no estaba, no poder verla más. Y llorar.

Pero solo había sido una terrible pesadilla, algo que no era real. Solo era... miedo. Y una jugarreta muy mala que le había hecho su cerebro. Soltó aire por la nariz, ya con la presión de su pecho un poco más aliviada, y se pegó al cuerpo de ella, abrazándola un poco más. Rozando su mejilla con la espalda de la chica, que estaba profundamente dormida y por fortuna no se había enterado de nada. Ni se iba a enterar. Porque solo había sido un sueño, y él iba a volver a dormirse inmediatamente, con ella en sus brazos, y a soñar otra cosa. Y a seguir disfrutando de sus vacaciones a la mañana siguiente, dejando aquello atrás como lo que había sido: absolutamente nada.

***

— Tío, yo lo siento, pero no te pega nada. — Dijo riéndose entre dientes mientras seguía cortando trozos de melocotón y llevándoselos a la boca. André insistió. — ¡Pues lo digo en serio! — Ay, André, venga ya, no seas más cateto. — Suspiró Jackie. — "Melocotonero" no es una profesión. — Bueno, pues yo te estoy diciendo que de pequeño quería ser melocotonero. No que sea una profesión. — ¡Pero qué vas a querer tú trabajar en el campo! ¿Y dónde estaba yo mientras eso ocurría, si se puede saber? Porque recordarlo no lo recuerdo. — Es que eras una renacuaja.  — Solo nos llevamos un año. — Lo suficiente. — Marcus seguía riendo con la boca cerrada mientras intentaba masticar. En el porche se estaba divinamente, al solecito, sentado en una de las tumbonas y comiendo melocotones. Alice estaba sentada en el césped haciéndole una trenza a Hillary, porque la muy envidiosa había escuchado la anécdota y se le había antojado una, y Sean y Theo se habían quedado dentro de casa, ofreciéndose amablemente a ayudar a la señora Gallia a terminar de recoger la cocina. A Marcus le parecía que lo que estaban haciendo era ganarse galones con ella, pero bueno.

— Bueno, me voy. — ¿Ya te vas? — Preguntó Sean, que justo salía con Theo en ese momento en que André había decidido que ya estaba bien de anécdotas y que tenía cosas mejores que hacer. Jackie bufó y le dijo a su amigo. — ¿Pues qué te crees? Este solo viene aquí a comer. — Y a honraros con mi presencia y con anécdotas de mini André siendo el niño más mono del mundo. — Eeeeeh, bueno. — Dijo Marcus, ladeando varias veces la cabeza. — Porque no me conociste a mí con esa edad. — ¿Y qué querías ser tú con cuatro años? ¿Alquimista? — Pues sí. Justamente. — O sea, que eras igual que ahora. — Apuntó a Sean, y todos le corearon con risitas. — Pues lo dicho. Una monería. — Bueno, que me voy. Ahí os quedáis, grupo de macetas. — ¡Nadie te ha dicho que vayamos a quedarnos aquí toda la tarde, listo! — Le bramó Jackie, pero su hermano ya se estaba yendo. La chica se giró a ellos y dijo. — ¿Damos una vuelta o qué? — ¿Podemos reposar la comida primero? — Propuso Sean, dejándose caer en la hamaca de al lado de Marcus con un quejido de señor mayor. — A mí no me importaría dar un paseo por la playa. — Comentó Theo, complaciente. Sean bufó y, acercándose a Marcus, le murmuró. — Vendido... —

 

ALICE

Estaba con los ojos entrecerrados, porque estaba de cara al sol, porque adoraba sentir la luz y el calor en la cara, mientras metía a Hillary en el humor provenzal haciéndole una trenza como las que siempre llevaba ella, con esa modorra tan agradable de después de comer, simplemente deslizando los mechones de su amiga sin prisa, dejando la trenza bonita. Sin girarse, se rio un poco y se encogió de un hombro. — André y yo podríamos ser una persona dividida en dos muchas veces. Nos gusta exactamente lo mismo en la comida. — André se rio, porque lo oía. — Naaaah no te confundas, canija. Yo no me quedaría con el inglesito cobarde para toda la vida. Y tú ya ahí te has metido de cabeza. — Además de verdad. — Ahí sí le miró y sonrió. — Pero si tú querías ser melocotonero, entonces servirá que yo quisiera ser florera. — Oye, no es ni tan mala idea, se puede ¿sabes? Puedes tener un invernadero y vender plantas, a ti no se te morirían. — Dijo André.

La conversación se cortó porque André se fue, y ella justo terminó la trenza y se levantó para acercarse a los demás, y aprovechó y miró a Marcus, tendiéndole la mano y dejando un besito en ella. — No ha podido con tu adorabilidad de minialquimista, mi amor. — Miró a los demás. — No sabéis lo cuqui que podía ser explicando alquimia. — No como tú, que eras un plomazo, tía. — Dijo Jackie, echándole crema solar a Theo en las mejillas con delicadeza. Alice le sacó la lengua. — Mira quién habla, que iba preguntando por patrones a todo el mundo… —

Sean se tumbó en la hamaca, y ella no pudo evitar chasquear la lengua y negar con la cabeza. — ¡Vamos a ver, Hastings! ¿Cuántas veces al año vas a estar a tiro de piedra de una playa como esta, con este sol? En Liverpool, pocas, muy pocas. — Pero su amiga, que estaba más dulcecita que de costumbre, se sentó a los pies del chico, dejando que los pasara por su regazo. — ¿Te gusta la trenza? — Le oyó que le susurraba y eso hacia sonreír a su amigo mientras asentía. Sí, Alice conocía el poder de las trenzas. Ella aprovechó y se recostó en su novio. A ver, tenía que reconocer que tenía su parte buena modorrear ahí, podrían hacerlo. Un ratito. Pero Sean claramente tenía ganas de hablar, no de modorrear.

— Oye… ¿De verdad no te habías planteado nunca lo de tener un invernadero? — Preguntó Sean. Ella se rio, pero luego vio que lo decía en serio. — No… Sean, yo quiero ser algo más. — ¿Tan malo sería tener una tiendecita de algo? También hacen falta ¿sabes? Como los de la feria de ayer. — Bueno, yo quiero montar un taller de moda, ya lo habéis visto. — Dijo Jackie. — Pero también querría aprender más, tener acceso a cosas más variadas, ampliar… No sé, las ambiciones típicas de cuando quieres que algo que te gusta vaya bien. — No tengo de eso. No sé lo que es la ambición, de verdad te lo digo. — Dijo su amigo, y era verdad. De hecho, Sean había deseado el amor de Hillary durante siete años, y si ella no llega a echársele encima, ahí seguiría esperándolo. Era muy de esperar, aunque eso también le daba mucha paciencia, pero a veces era demasiado… parado. — Estaría genial si eso fuera lo que quisieras… pero creo que es que estás buscando salidas desesperado y vas a por la más fácil, la segura. — Dijo Hillary, verbalizando lo que Alice ya estaba pensando, pero no se atrevía a decir por no agobiar a su amigo. Pero él no se enfadó, solo se encogió de hombros. — ¿Y qué hay de malo en lo seguro? — Nada… — Empezó Jackie. — Pero te lo digo yo, que me anclé mucho en lo seguro, que a veces no es que quieras seguridad, es que estás perdido y solo quieres una tabla en el océano, pero una tabla no es una barca, no te va a llevar a orilla, solo te va a mantener a flote. — Alice la miró y, disimuladamente, apretó su mano con cariño. Jackie lo había pasado muy mal con lo de Noel, pero estaba superándolo muy bien, viendo sus errores y siguiendo adelante. Su prima era mucho más reflexiva de lo que a ella misma le gustaba admitir. — Es decir, no es lo que realmente quieres, simplemente buscas una salida al agobio. — Acabó clarificando, porque la cara de Sean era para verla. — El miedo puede ser muy mal consejero, Sean, eso es verdad. Tienes que preguntarte de verdad si eso te gustaría. Una vida así de... tranquila, y quizá monótona. — Añadió Theo. — ¿Pero por qué todos pensáis que podría aspirar a más? — ¿Por qué no lo piensas tú? — Cortó Hillary, muy tranquila, demasiado para ser ella, pero firme también.

 

MARCUS

Se comió el último trozo de melocotón y, mientras conducía el hueso con precisión a punta de varita hasta depositarlo en una de los cubos de basura del interior de la casa, colándolo por la ventana, Alice se acercó a él y se recostó a su lado. Le pasó un brazo por encima con cariño y sonrió, escuchando la pregunta de Sean. Su amigo estaba bastante preocupado por su futuro, si le conocía de algo. Le miró y trató de decir en el tono más amable posible, para que no sonara a regañina o le preocupara más... pero sin dejar de intentar abrirle los ojos. — Claro que no tiene nada de malo tener una tienda, Sean. A mí me encantan las tiendas de productos temáticos, ya me visteis ayer por los puestos: creo que hace falta saber muchísimo no solo del tema que vendes, sino de economía, para mantener a flote tu negocio. Pero... las personas que tenemos tantas ansias de cultura y... en fin, grandes capacidades intelectuales, tenemos que intentar llegar más allá. — Se encogió de hombros. — Así lo veo yo. — Que no quería quitar mérito a la gente que trabajaba en tiendas, pero... en fin. Le parecía que una persona con la inteligencia de Sean estaría bastante desaprovechada en una tienda. Sobre sí mismo o sobre Alice es que ni se lo planteaba.

Asintió a los comentarios de Hillary y Jackie, mientras seguía acariciando a Alice por inercia y miraba a Sean, comprensivo. — A mí también me gusta caminar sobre seguro. Quizás... el truco en tu caso no es buscar qué es lo que más ambicionas o lo que más te gusta, sino descartar lo que no quieres. ¿Quieres ser magizoólogo, como tus padres y tu hermano? — Ni de coña, vamos. — Respondió su amigo casi con un escalofrío. — En ese caso, ya tienes una salida laboral descartada. Así con todas, hasta que las que te queden no sean tan fácilmente descartables. Elige entre esas. — Pero Sean suspiró, y siguió insistiendo en que quizás él no podía aspirar demasiado alto, cuestión con la que los demás no estaban demasiado de acuerdo, y así se lo hicieron ver.

— Hay muchos grados en las profesiones. — Aclaró Theo. — Quiero decir, uno puede decidir ser pocionista por ejemplo y dedicarse a hacer pociones básicas para tiendas, o puede ser profesor de Pociones, o puede trabajar en un laboratorio de un hospital haciendo pociones que salven vidas. Diferentes rangos de una misma profesión. — Sean le miró unos instantes antes de preguntar. — ¿Has elegido ese ejemplo por casualidad? — El otro se encogió de hombros. — Lo he elegido porque me parecía ilustrativo y porque sé que te gustan las pociones y se te dan bien. Me ha parecido un ejemplo bien traído. — Y tanto. — Dijo Hillary con una risilla, y luego miró a Theo con ese puntito de picardía maliciosa que se le ponía a veces. — Fíjate lo vocacional que es este que ya sabe hacer cositas raras con la mente. — Eso levantó varios "uuuuh" cómicos en el entorno, pero Theo rodó los ojos con una sonrisilla y chasqueó la lengua. — No hago cosas raras con la mente: escucho a las personas e intento ver qué cosas pueden aplicarse más a ellas y qué otras no. Cuando escuchas a alguien de verdad, no es tan difícil saber qué cosas de las que digas le van a hacer conectar más con tus palabras y qué otras no le van a aportar nada. — Lo dicho: cositas raras con la mente. — Dijo Jackie, pero con un puntito cariñoso y acariciándole el pelo.

— ¿Desde cuándo sabes que quieres ser sanador mental? — Le preguntó Sean. Theo reflexionó unos instantes, y al final dijo. — Creo que... en el fondo siempre ha venido conmigo. Me encanta la Herbología, Alice lo sabe mejor que nadie, y bueno, nunca he sido una persona con una aspiración enorme tampoco. Mis abuelos tienen un huertecito y me encantaba cuidarlo antes de entrar en Hogwarts, pero en los colegios muggles no se estudia mucha jardinería que digamos, como mucho la flora del mundo en libros de naturaleza. Cuando empecé Hogwarts y cursé Herbología, me encantó. Pero lo sentía como... un hobbie. No me veía dedicado a eso toda la vida. En cambio, siempre me gustó escuchar a la gente y sentirme comprendido. Saber cómo pensaba cada uno me fascinaba. No en plan, saber lo que piensa, sino saber por qué piensa como piensa. Y escuchar... No como los Ravenclaw con el sentido de "quiero aprender muchas cosas", sino simplemente por... conocer al otro, ver por qué percibe el mundo como lo percibe. En mi sala común era muy habitual hablar de sentimientos y expresarte sin tapujos, y mucha gente venía a contarme cosas porque se sentía bien al hacerlo... Y eso me hacía sentir... no sé... ¿Útil? Importante, en cierta manera. — Lo último lo dijo con una risita, y luego se encogió de hombros. — Me hace sentir bien, simplemente. Y... sé que hay mucha gente... pasándolo mal, porque su mente le juega malas pasadas. — Había notado cómo el chico, y también Jackie, reprimían mirar a Alice. Marcus también lo hizo. Todos sabían en quién estaban pensando. — Quiero ayudar a esas personas, y a sus familias, porque son cosas que repercuten mucho. Supongo que, en el fondo, es lo que he querido siempre. —

Hubo un leve silencio. Las palabras de Theo habían dejado a todos pensando, sobre todo... a Marcus. — Joder... ¿Ves? Yo de eso no tengo. — Insistió Sean. — A mí me parece precioso, la verdad. Y admirable. — Insistió Hillary. — Lo mío no es tan bonito, pero también me he pasado toda la vida siendo... contestataria. — Ella rio y todos lo hicieron. — ¿Has empezado a prepararte, Theo? — Preguntó Marcus. — Lo cierto es que siempre he leído cosas sobre salud mental, curiosidades que han caído en mis manos. Me metí en Adivinación precisamente porque escuché que había personas que podían incluso definir su vida en función de lo que oyeran de un adivino, y no me refiero solo a magos y brujas, también muggles. Me parece interesante cómo piensa la gente. — Puso una sonrisa orgullosa y dijo. — Y en septiembre me he apuntado a un curso de sanadores mentales, así que estoy muy contento. — ¡Enhorabuena! — Celebró Marcus... Y seguía pensando en... cuánto de la mente podría conocer Theo a esas alturas.

Jackie ni hablaba porque estaba demasiado ocupada cayéndosele la baba con todo lo que Theo decía, pero Hillary aportó. — Yo también empiezo cosas en septiembre. Aunque he visto como cuatro que me interesan, no puedo hacerlas todas. Reflexionaré en verano a ver por qué empiezo. — Se giró a Marcus y Alice y preguntó. — ¿Y vosotros? — Al menos dejaban a Sean al margen de tomar decisiones, que parecía un poco agobiado. A ver si se aclaraba con las suyas.

 

ALICE

Alice no conocía esa sensación de no saber a qué dedicarse. Había querido hacer tantas cosas que había perdido la cuenta, aunque básicamente, cuando era pequeña, lo que quería era tener superpoderes para saberlo todo y dedicarse a conocer todo, así que eso de no encontrar a qué dedicarte, era algo que no le había pasado, en todo caso, lo contrario, y sabía que a Marcus le había pasado igual. Y de todos los que estaban allí, todos tenían pasiones bastante definidas (en fin, Hillary encontrando vacíos legales en segundo para poder hacerle el recopilatorio del libro de prefectos a Marcus), así que tampoco es que pudieran dar mejores consejos que aquello de ir descartando lo que no le gustaba. — Yo tampoco sería magizoóloga ni loca, vaya. — Aportó con una risita, mientras se apoyaba aún más en Marcus y se dejaba acariciar con gusto.

Escuchó a Theo y asintió sonriendo. — Bueno, un poco cosas raras con la mente sí que haces. A veces parece que ves el futuro, pero en plan de verdad, no como los adivinadores. — Su amigo sonrió. — Pero eso es por lo que os estoy explicando, simplemente escucho, elaboro en mi mente y extraigo la conclusión más probable. Pero también puedo equivocarme fuertemente, o que la gente me salga por un lado que no me esperaba. — Avísame cuando pase. — Dijo ella sin más. Desde hacía un tiempo, escuchaba al chico con más atención, y desde cómo se comportó en Pascua, ya le tenía como un referente del comportamiento humano. Se rio a lo del huerto e hizo un sonido adorable. — Ohhhh ¿y ahora les pones a tus abuelos plantas mágicas en el huerto? Cuidado si algún día les deslizas una mandrágora o algo y la lías. — Theo rio. — No, no, zanahorias y patatas y van tirando. — Y atendió a cómo contaba lo de la sala común, sonriéndose. — En verdad los Huffies entienden más de la vida, y es muy bonito que tengan esa confianza y apertura para hablar de los sentimientos. Mi hermano me lo decía mucho, que para qué queríamos hablar tanto si al final no expresábamos lo que sentíamos… — Dijo estrechando la mano de Marcus y dejando un besito en ella. — Yo también te lo dije. — Saltó Sean mirándola. — ¿Y sanador mental lo contemplas? — Nope. — Pues mira, otra menos. — De verdad, qué sentido podía llegar a ser su amigo, había que reconocerle hasta lo más mínimo.

Sonrió a las palabras de su amiga y la señaló guiñando un ojo. — La carrera de la letrada Vaughan despega imparable. — Se alegraba mucho por su amiga, sabía que iba a ser grande (y desde luego ambición y empeño no le faltaban para nada). Y entonces les preguntó a ellos. Alice se giró a Marcus un momento y sonrió. — Yo creo que si por nosotros fuera nos presentaríamos al examen de alquimistas de piedra nada más volver a Londres. — ¿Tan sobrados vais? — Preguntó su prima, incrédula. Ella negó y se encogió de hombros. — Siempre hemos ido por delante del temario, hemos practicado por nuestra cuenta… Alquimista de piedra es un rango muy muy básico. Pero te piden mínimo tres meses de aprendiz en un taller de un alquimista licenciado, así que… pasaremos al menos ese tiempo con el abuelo Lawrence y… a seguir subiendo. — Claro, así es más fácil saber lo que quieres. — Dijo Sean, chasqueando la lengua. Alice tuvo que hacer un esfuerzo por no contestarle con una bordería, porque entendía lo que quería decir su amigo, aunque se estaba quedando un poquito en la superficie para su gusto. — Sé que es lo que parece… pero yo no me decidí a licenciarme en alquimia hasta hace tres meses. — Sean soltó una risa entre dientes. — Sí, claro… Gal, tía, te colaste en el laboratorio en primero. — Ella ladeó la cabeza y le señaló con la mano. — Pues para que veas, yo creía que no era capaz de ser alquimista. Que no tendría los medios, que no era algo para mí… — Luego miró a su novio con cariño. — Pero había muchas cosas que creía que no sería capaz de conseguir, y ya ves… me equivocaba. — Entonces, de ser enfermera, ¿ya nada de nada? — Preguntó Jackie. — No, voy a ser enfermera, pero enfermera alquimista, y para ser eso tengo que llegar a acero. Además, para lo que quiero conseguir… voy a tener que saber muuuucha alquimia. — Estás con el indicado, desde luego. — Le respondió su prima, picando a Marcus en el brazo. Ella rio y asintió. — La verdad es que sí… — ¿Y qué es lo que quieres conseguir? — Insistió Sean, que parecía interesado.

No sabía bien por qué, pero le costaba decirlo en voz alta. A veces se sentía como una niña ilusa al decirlo, y otras veces sentía que le iban a decir “bueno, quizá pongas la primera piedra de ello, pero jamás lo verás realizado”, y la verdad, no quería escucharlo. — Quiero curar a la gente, en general. Pero mi objetivo final… es curar a la gente con la enfermedad de mi madre. Que nadie más muera por ello, no más huérfanos, no más viudos por culpa de ello… — Bueno, enfermedades mortales seguirá habiendo. — Dijo Theo suavemente. — Sí, pero ya he aprendido que no tengo todo el poder del mundo. — Contestó ella. — Y es un homenaje a ella, a lo que fue y sigue siendo para mí. Mi madre era una Hufflepuff de corazón, y le encantaría saber que nadie más iba a sufrir lo que sufrió ella. — Se mordió los labios por dentro y sonrió. — Eso es lo que quiero conseguir, y para eso… — Hizo un gesto con el brazo como abarcando una gran distancia y luego mirando con ojos brillantes, no de tristeza, sino de ansias de crecer, a Marcus. — Tengo que recorrer mucho tramo, y empezar por aquí. —

Sean se había quedado pensativo, Hills la miraba con orgullo, pero su prima tenía los ojos inundados en lágrimas. — La tía Janet tiene que estar muy feliz allá donde esté, viendo todo esto. — Les señaló a los dos. — Esto. Y lo que quieres conseguir, lo que vas a conseguir. — Ella sonrió a su vez, aguantando las lágrimas y miró a Theo. — Tú le habrías caído requetebién. — El chico le devolvió la sonrisa, y se oyó un suspiro de Hills. — Creo que… yo también hago un poco esto por mi madre ¿sabéis? — Se mordió el labio inferior. — No me gustaría que los señores como mi padre sigan saliéndose con la suya. Simplemente desapareciendo y… sin aceptar ningún compromiso, ni consecuencias. — Se encogió de hombros y miró a Sean. — Quizá, además de descartar, puedes encontrar algo en ti que quieras cambiar, o en lo que quieras participar, y empezar a andar ese recorrido, como ha dicho Alice. — Ella aprovechó y miró a su novio. — Y Marcus va a llegar todavía más alto. Y si le preguntas al abuelo Larry, va a llegar a ser más grande que él, que me lo ha dicho a mí. —

 

MARCUS

Devolvió la sonrisa a Alice, asintiendo con seguridad, y respondió él también a Jackie. — La primera licencia no pide mucho más que lo que se estudia en Alquimia en Hogwarts. El profesor Weasley nos ha preparado muy bien, y siempre podemos contar con lo que vaya a enseñarnos mi abuelo en estos meses, que será muchísimo. Lo que hay que tener es la suficiente creatividad para sacar algo que impresione al tribunal, y nosotros de eso tenemos de sobra. — Le guiñó un ojo a Alice. Sí, para el examen de alquimista de piedra iban bastante sobrados, era la verdad. Apoyó la cabeza con cariño un par de segundos en la de su novia cuando hizo referencia a esas cosas que pensaba que no podría conseguir y se equivocaba. — Ambos hemos nacido para la alquimia. — Afirmó, y al pique de Jackie respondió riendo. — Recordad este momento cuando seamos una afamada pareja de alquimistas. Yo quiero llegar hasta carmesí, y Alice va a ser la mejor enfermera alquimista del mundo. Esta historia se escribe sola. — Si no se subía hablando del tema, no era él.

Pero no era habitual que alguien quisiera ser algo tan específico como lo que Alice contaba, y Marcus sabía todo el trasfondo, pero sabía que su novia no había profundizado tanto con los demás. Mientras ella hablaba, de repente sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo al acordarse del desagradable sueño que había tenido esa noche, que le hizo contener el aire en el pecho y bajar la mirada. Miraba a Alice de soslayo y pensaba... en lo maravillosa que era y... lo perdido y desolado que estaría sin ella. En que ojalá hubiera en el mundo más personas que, como Alice, quisieran acabar cada vez con más enfermedades, porque si todas ellas ponían de su parte... Ah, pero Theo acababa de dar con la clave: era utópico pensar que desaparecerían las enfermedades mortales del planeta. Y sí, su parte racional decía que sí, pero sus miedos... No era miedo, era pánico lo que sentía de pensar que le ocurriera a ella. No sabía... cómo Theo podía verlo con tanta entereza... Sí que era verdad que el chico tenía... un don para la mente y esas cosas. ¿Y si... le preguntaba...?

Pisó la tierra otra vez y dejó de divagar, porque Alice le estaba mirando. Respondió con una sonrisa enternecida. — Yo estoy seguro de que lo lograrás. — Dejó un cariñoso beso en su mano. — Y yo haré todo lo que esté en mi mano por ayudarte y apoyarte con ello. — Pensaba inundarla en cacharros médicos de alquimia si era lo que necesitaba, y leerse todos los libros que a ella no le diera tiempo a leerse y resumírselos si hacía falta. Pero seguían hablando de Janet y él estaba orgulloso de Alice y del recuerdo de la que hoy sería su suegra (uf, era raro pensarlo, pero también era bonito), pero estaba empezando a ponerse demasiado triste por culpa del maldito sueño que había tenido que tener justo esa noche (no es que en cualquier otra le hubiera sentado mejor, pero en fin...). Se llevó una mano al pecho mirando a Jackie, agradeciendo sus palabras. Miró a Hillary con admiración: no era habitual oír a su amiga abriendo el alma, pero sus motivos le parecían los mejores del mundo. — Otra que va a hacer historia. Estoy convencido de que vas a ser la mejor letrada del Ministerio, del planeta si me apuras. — Hillary soltó una risita. — Qué te gusta la grandilocuencia, O'Donnell. — Tienes mejores motivos que mi tía Linda y mi primo Percival de aquí a Durmstrang para ser abogada, créeme que prefiero que tú llegues más lejos. Obviamente, eso no lo dijo en voz alta.

Rio y achuchó a su novia con cariño por su declaración. — La estirpe de O'Donnells alquimistas de generación en generación. Nunca se detendrá. — En realidad, con saltos generacionales, si no me equivoco. — Apuntó Sean. — Tu padre y tu tía no son alquimistas. Y creo recordar que los padres de tu abuelo, según me contaste, eran artmánticos. — Marcus ladeó la cabeza, pensativo. — Y mi abuelo siempre contaba que su abuela materna era muy buena en alquimia, pero que solo la practicaba en casa. Que le hacía juguetitos de pequeño. Pero eran otros tiempos y no había mujeres alquimistas. Imagina la edad que tendría la abuela de mi abuelo... — Siguiendo esa regla. — Continuó Sean. — Los alquimistas serían tus nietos. Tus hijos serían aritmánticos. — Marcus miró a Sean con los ojos entrecerrados. Aún no había soltado a Alice y tenía una cómica posición de koala enfadado. — Te dije que te salieras de Adivinación cuando aún estabas a tiempo. — Bromeó. Al menos habían distendido el ambiente y ahora todos reían.

— Ahora que lo pienso. — Reflexionó en voz alta el propio Sean. — Mis padres son magizoólogos, pero sobre todo se dedican a la investigación, más que al cuidado. Mi abuela Ellie es pocionista, todos los sabéis, pero mi abuelo Buddy, su marido, se dedicaba a la investigación en pociones. Me gusta investigar... Me da menos miedo simplemente investigar que ejecutar algo y hacerlo mal. — Miró entonces a Alice. — Supongo que a una señora tan ocupada como usted, alquimista y enfermera con un gran proyecto entre manos, no le vendría mal un amigo investigador. — Marcus rio, feliz, y le dio un toquecito en el hombro a Alice. — ¡Anda, mira! Te ha salido un socio. — Bromeó, aunque no le parecía ni mala idea. Sean rio también y volvió a mirar al cielo. — Me lo pensaré... Supongo que hay que estar mentalmente muy preparado para trabajar en San Mungo. Pero si estoy en el laboratorio... ni tan mal, supongo. — Y, tras esa reflexión, se puso de pie, con el mismo quejido de señor mayor con el que se había sentado. — ¡Ahora sí que me apetece pasear! — ¡Vaya! Ahora el señor quiere pasear... — ¿Sabes que para ser alquimista de piedra hay que NO quejarse tanto? — ¿Ahora quieres ser alquimista de piedra? — Vete a la porra, O'Donnell. Lo dicho, ¿quién se viene a la playa? —

 

ALICE

Marcus tenía mucha fe en su futuro y en sus capacidades y eso le daba más fuerza que nada en el mundo. — Ya te estoy viendo leyéndote libros de anatomía, que tú nunca haces nada a medias. — Se rio. Cuando dijo lo de Hillary, ella asintió. — Pero tiene razón, Hills, y es a lo que tienes que aspirar. — Eso ha sonado demasiado Slytherin para ti. — Le dijo su amiga entre risas y ella negó. — Noooo, no, no, es muy Ravenclaw aspirar a la excelencia, y tú eres el mejor ejemplo. — Mira, en eso va a tener razón. — Acordó Sean, acariciando con cariño la trenza y mirando a su chica con adoración. Ah sí, de nada por eso, Hills, pensó con media sonrisilla.

Resopló a las indicaciones que estaba haciendo Sean. — Ay, no seas quisquilloso, Sean. — Y no pudo evitar poner una sonrisa más dulce pero moderada cuando dijo lo de los hijos aritmánticos. Quizá lo decían con demasiada ligereza, quizá estaban asumiendo demasiado rápido y ella debería pararles… De hecho, notó cómo Theo la estaba mirando de reojo, pero se limitó a decir, mirando a Marcus. — Me parece adorable la historia de tu tatarabuela, y querré saber más de ella. — Perdió un poco la mirada en el mar y dijo. — Y aritmántico también es una profesión muy Ravenclaw. — Dejó caer. Ella le prometió una familia a Marcus, y una familia tendrían. Ya vería cómo lidiaba con ello.

Señaló a Sean y asintió a lo de investigar pociones. — ¡Eh! Eso me gusta, y me vendrá genial, porque ya me veía reliada en el laboratorio porque no me fiaría de quien me hiciera las pociones, pero de ti me fío, en el club se nos iba genial. — Sean se rio y asintió. — No serías mal socio, señor Hastings. — Dijo guiñándole el ojo. Ah, pero ahora sí les apetecía pasear, y Alice accedió porque estaba demasiado a gusto ahí y estaba por quedarse dormida entre los brazos y las suaves caricias de su novio y con el solecito.

Salieron entre risas hacia la playa, pero Sean y Hillary se habían puesto muy tontorrones, e iban de la manita, susurrándose cosas, y ella decidió dejarles ese espacio que sabía que se buscaba en esos momentos, y ella se enganchó al brazo de su prima. Y al acercarse a ella, vio que le había llegado una carta y la lechuza se estaba yendo justo. — ¡Ey! ¿Qué te cuentan? — La cara de Jackie era un poco de circunstancias, así que tiró ligeramente de ella y le preguntó en voz baja. — ¿Pasa algo? — Echaron a andar por la orilla, descalzas, detrás de sus amigos. Miró un momento para atrás, pero parecía que Marcus estaba a gusto con Theo, y su prima parecía necesitar hablar. — ¿Malas noticias? — Que vienen mis padres… — ¿Hoy? — Mañana. Dicen que saben que estamos en el castillo, pero que van a estar unos días aquí para ayudar con la obra y eso. — Alice miró a ambos lados y se mordió las mejillas. — Y eso es malo porque… — Jackie ladeó la cabeza y suspiró. — Tía… — Y ladeó los ojos hacia Theo. — Ya, bueno… Es que en algún momento se tendrían que enterar. — Bueno, pero es que igual se espanta… — ¿Quién, Theo? Ay, Jackie… — Tía, para ti es muy fácil decirlo, pero es que no solo es por él, es que mis padres no aguantaban a Noel. — Alice hizo una pedorreta. — Ya, y tu hermano tampoco y míralo llamando cuñado a Theo… Te estás rayando, Jackie, y lo estás haciendo a posta. — La otra suspiró y negó. — No quiero tener que volver a pasar por todo esto para nada… — ¿Para nada? Estás colgadísima, y él también. — Dijo con una risa incrédula, pero su prima seguía negando con la cabeza. — ¿Y si… vuelvo a empezar otra vez y… ninguno de los dos quiere ceder y todo sale mal? — Conocía demasiado bien ese “y si” y precisamente con Theo, ella lo había tratado. Por una vez, quizá pudiera ayudar de verdad a su prima.

 

MARCUS

Sean de repente se había animado con la playa, y obviamente era para hacer manitas con Hillary. Ni le sorprendía ni, ciertamente, lo podía criticar, él también quería pegarse a su novia y darse mimos por la playa... pero tenía un asunto dándole vueltas en la cabeza. Así que se levantó y al primero que se dirigió, con una sonrisa, fue a Theo. — Lo que tiene que aguantar uno por tener vocación ¿eh? — Bromeó, distendido, pero solo era un pretexto para iniciar conversación con él, a ser posible... que Alice no la oyera. Que fuera lo más privada posible, más bien. No por nada, sino porque... Bueno, Theo no le iba a malinterpretar, al fin y al cabo, eso había dicho ¿no? Que escuchaba a la gente bien y sabían en el fondo lo que querían decir. Ni quería que su novia se asustara ni escuchar las burlitas de los otros, o su condescendencia. Y además, quería indagar un poco en... cosas de la mente. A Marcus le gustaba aprender, también podía hacerlo con esto.

— Parece que Sean empieza a vislumbrar opciones. — Comentó, sin perder el tono distendido, cuando vio a Alice engancharse del brazo de Jackie, lo que le dio a él la oportunidad de quedarse a solas con Theo. El Hufflepuff rio levemente, con ese tono tan empático que parecía salirle por defecto. — Sí. Es que es difícil, realmente. Algunas personas lo tenemos muy claro, pero las opciones son tantas que realmente lo más fácil sería liarse. — Y a Sean se le dan bien muchas cosas, en realidad. Estaría bien en cualquiera. — Es cierto. — Qué incómodo le resultaba cuando quería llevar la conversación a un punto concreto e intuía que el otro le iba a ver las intenciones a la legua. Como que no tenía entrenamiento de sobra con su madre... Pero Theo no era su madre. Era otro tipo de "verle las intenciones" al que no estaba acostumbrado. — Aunque tiene razón en eso de que para trabajar en San Mungo hay que estar muy mentalizado... Supongo que, para ser sanador mental, también hace mucha falta. — Theo ladeó la cabeza. — Hace falta, sí. Pero alguien tiene que hacerlo, es necesario. Y yo creo que se me da bien. A ver... no es que no me afecte lo que le pase a los demás, pero intento... gestionarlo cada vez mejor. Me queda mucho por aprender. — Marcus asintió. Luego alzó la barbilla, mirando a su novia caminar frente a él, y sonrió con orgullo. — Mi Alice es muy valiente. Tiene miedos, pero los vence, y va a trabajar en San Mungo a pesar de su historia, y lo va a hacer genial día tras día. Yo no podría, y sin embargo mírala a ella, tan decidida. — Theo le miró con una sonrisilla y una ceja arqueada. — Desde luego, como hablas de ella no hablas de nadie. — Marcus rio levemente. Era verdad, no podía decir otra cosa.

Pero quizás también era ese buen punto para reconducir el tema. Se mojó los labios. — Hablando de valentía... — Hizo una pausa, haciendo una mueca con los labios como si pensara fuertemente cómo decir lo que iba a decir. — Supongo que habrás leído, o a lo mejor aún no, pero vamos, que tiene que haber, como técnicas o cosas para ser más valiente ¿no? — Theo le miraba con ligera extrañeza. Marcus se explicó. — O sea, no valiente en plan Gryffindor de decir: "¡ahora me lanzo a por todo!", no. — Dijo entre risas. — Sino de... Bueno, que se te quiten tus miedos ¿sabes? — Ladeó la cabeza, mirándole con ojos de interés. — ¿Se podrá? O sea, a Alice le ha salido como por inercia. No por inercia, o sea, se ha esforzado mucho, pero.... me refiero... Me entiendes ¿no? — ¿Que si hay alguna técnica para eliminar los miedos? — ¡Eso! — Se alegró de ser comprendido, pero Theo rio como respuesta. Levemente, no en tono de mofa ni mucho menos, más bien como si Marcus fuera un niño pequeño que acaba de decir algo adorable. — Ojalá, pero me temo que no. Los miedos se vencen poco a poco, "por inercia", como tú dices, esforzándote mucho, tratando de pensarlos de otra manera... Pero no es como que haya un truco infalible. — Marcus se quedó en silencio, reflexionando. Notaba la mirada de Theo encima, analítica. Le iba a pillar. Tenía que reconducir el tema, hacerlo parecer mera curiosidad científica, antes de que el otro le descubriese.

 

ALICE

Se apretó un poco más con su prima y tomó aire. — Ya no se ve tan fácil, eh. — Dijo con media sonrisilla. — Todos nos decíais a Marcus y a mí que había que ver, que qué fuerte que no nos diéramos cuenta, que mucho habíamos tardado… Pero es que en estas cosas hay muchos factores. — Jackie puso los ojos en blanco. — Alice, Marcus y tú os queréis desde que erais dos renacuajos, solo habéis hecho el tonto… — ¿Sí? — Preguntó ella, alzando las cejas y fingiendo sorpresa, y se pasó al francés, para asegurarse de que no las entendían por casualidad. — ¿Sean y Hillary se quieren? — Jackie se encogió de hombros y se rio. — Pues claro. — Sí, pues ellos tampoco lo ven muy claro para estar juntos. — Eso son tonterías. — Todo son tonterías menos lo tuyo con Theo. — Su prima negó con la cabeza y perdió la mirada en la lejanía del mar. — No es eso… Es que yo sí que he metido la pata amorosamente, vosotros no. No tenéis esa losa ahí. — Alice apretó los labios y oteó el cielo. — Hillary y Sean no se besaron ni una sola vez hasta San Valentín de este año. Y que se quede aquí, pero después de acostarse por primera vez, tuvieron una bronca bestial y estuvieron sin hablarse un tiempo. Como Marcus y yo, dicho sea de paso. — Bueno, pero todo eso forma parte de vuestras rayadas. Yo estaba a punto de casarme, Gal, yo empecé una vida, y la corté de golpe. Y sí, era lo que tenía que hacer, pero las piedras de aquello se han quedado en esta mochila. — Dijo señalándose la espalda.

— Además, yo ya me había hecho a la idea de irme a París a estudiar moda, mientras intento mantener los encargos aquí para tener dinero… ¿Y Theo? Va a empezar con el curso de sanador. ¿Y si no quiere venirse aquí? Yo no quiero irme ahora que por fin he decidido que me voy a París… — Alice asintió y suspiró. — ¿Sabes que de eso hablé una vez con Theo precisamente? — ¿De venirse aquí conmigo? — Ella negó con la cabeza. — De las incompatibilidades a futuro. Cuando estaba enfadada con Marcus y no le veía futuro… Le dije que él quería algo que no le iba a poder dar. — Jackie chistó y se rio. — ¿Como qué? — Como estabilidad, porque, bueno, mi padre está logrando curarse, y los Van Der Luyden no han dado más señales de vida, pero… mi situación era muy fastidiada… Más que la tuya, que tienes un pasado que Theo conoce y que no le importa. — Su prima torció el gesto y asintió un poco avergonzada. — Pero no solo me refería a eso. — Dijo encogiéndose de un hombro. — Aquí todo el mundo habla de una siguiente generación de alquimistas, y esto y aquello… y a mí me da pánico ser madre. Me da miedo que acabe con mi carrera, me da miedo no ser tan buena como la mía, me da miedo… — Inspiró. — Morirme y dejar otros huérfanos en el mundo. — Su prima se había quedado muda y con la mirada baja. — Lo… lo entiendo. — Y ahí la que se sorprendió fue Alice. — La gente me suele decir “eso a ti no te va a pasar” y se quedan muy anchos… — Jackie asintió. — Ya, pero yo no soy todo el mundo… Tu madre era mi tía, Alice. Yo tenía catorce años cuando se murió… Fue como si una bomba cayera justo al lado de mi propia madre, como si se abriera un mundo de posibilidades que nunca había contemplado. Y ahora es una posibilidad que siempre tengo en cuenta. —

Ambas primas se habían quedado muy calladas, sin dejar de andar. Ni Jackie se había planteado que Marcus quisiera, alguna vez en la historia, algo que Alice no, ni Alice había salido nunca de su burbuja de pena personal por Janet. Su burbuja solo englobaba a su padre y su hermano, pero… su madre era querida por todos, y sus tíos y sus primos vivieron con ella, la conocían, disfrutaban de su dulzura y su risa como todos… Y la perdieron exactamente igual, con el mismo dolor. — Nunca me había parado a pensar en lo que fue para vosotros perderla… Siempre habéis sido mi apoyo, siempre enteros, con vuestras risas, vuestro cariño… Ni una sombra de pena. — Porque tu pena era más grande, no íbamos a agobiarte con ella. Pero claro que la tuvimos. — Jackie torció la sonrisa. — Yo tampoco había pensado que pudiera haber una sola cosa en la que estuvieras en desacuerdo con Marcus, la verdad. — Ella inspiró y perdió la mirada. — Creo que… lo estamos solucionando. O yo lo estoy solucionando, que para eso soy yo la del problema… — ¿Y eso cómo se hace? —

 

MARCUS

— Ya, bueno, aunque... — Retomó, fingiendo estar en un debate profundo, tras un rato de pausa. Porque no iba a dejar el tema pasar tan rápido, entre otras cosas porque lo había sacado muy a conciencia y necesitaba llevarse una conclusión. Solo estaba intentando buscar la manera de hacerlo parecer lo más "interés por el conocimiento" posible. — ...Supongo que... es una ciencia en avance ¿no? Que habrá muchas investigaciones. — Sí, por supuesto. De hecho, ahora estoy leyendo un estudio muy interesante sobre... — Y Theo se desvió a un tema que, si bien interesante, no era de lo que Marcus quería hablar.

Le vino bien para interesarse y parecer genuino, pero no tardó en reconducir. Al fin y al cabo, la exposición de Theo no fue tan larga. Marcus las hacía mucho peores. — Y... volviendo al tema de los miedos... — Se mojó los labios. — ¿Has visto cómo... vencer a un boggart? Por ejemplo. — Theo le miró, un tanto extrañado, aunque no mostró demasiada expresividad en su rostro. Parecía estar intentando comprender qué había detrás de la pregunta de Marcus. — Bueno... a vencer a un boggart, en teoría, te enseñan en el colegio, en tercero. En Defensa. — Ya, ya, sí, si me acuerdo. — Como para no acordarse. El día más humillante de su vida, y su historia a esas alturas ya incluía cantar borracho encima de la barra de un bar. — No me refiero... O sea, sería más bien... — Hizo un gesto con la mano y una mueca con la boca, mientras miraba a la nada, pensativo, buscando las palabras. — Lograr... como controlar la mente ¿sabes? O gestionar tu miedo. De manera que un boggart pudiera no detectarlo. Porque si no tienes miedo, entonces un boggart no puede salir ¿no? — ¿Hemos vuelto entonces al punto de no tener miedos? — Preguntó Theo con una sonrisa leve, pero que empezaba a sonar un poco preocupada. Marcus, que había escuchado perfectamente cómo sonaba eso, trató sin mucho éxito de matizar. — No, no, no es tanto... Es más bien... Supongo que habrá gente... que no tenga boggart ¿no? — Miró a Theo y su tono salió demasiado sincero, rozando lo desesperado, al preguntar. — ¿Se puede? — Y hasta él lo había notado.

El silencio apenas había durado un segundo, porque Marcus se dio cuenta en el acto de cómo habían sonado sus palabras, por lo que retiró la mirada, sacudiendo la cabeza con una sonrisa que pretendía restarle importancia, y dijo. — Da igual, si era una tonte... — Marcus. — Interrumpió el otro, con un tono sereno pero firme que no le había oído nunca. — ¿Qué pasa? — Le miró, y se encogió levemente de hombros. — Nada. Era solo curiosidad. — Ni él se había creído cómo había sonado eso, y por supuesto Theo tampoco. Soltó aire por la nariz, resignado consigo mismo, bajando la mirada mientras caminaba. — No me gusta que mis miedos me dominen. — A todos pueden llegar a dominarnos en cierta manera. Tenemos días en los que nos sentimos más fuertes y otros en los que sentimos que nos van a vencer, y también hay cosas que atacan más a nuestros puntos débiles que otras. — El Hufflepuff trató de buscarle la mirada. — Los dos sabemos que no has sacado este tema por casualidad. — Ladeó la cabeza. — ¿A qué le tienes tanto miedo como para querer desterrarlo de esta manera, Marcus? No parece una filosofía que vaya mucho contigo, eres probablemente el tío más seguro de sí mismo que conozco. — Marcus torció una mueca, aún con la mirada baja, y dijo. — No es... algo de mí a lo que le tenga miedo. — O no en su totalidad, al menos, aunque sí en parte. Alzó la mirada, y allí estaba ella, caminando por la playa. Sintió una opresión en el pecho. Mejor contaba las cosas desde el principio.

— Prométeme... que esto no va a salir de aquí. Por favor. — Theo se hizo un gesto de cremallera con la boca y dijo. — Secreto terapéutico. — Marcus le miró con los ojos entornados y cara de circunstancia y el otro rio levemente. — Era una broma, para aliviar... Puedes contarme lo que sea, Marcus. Me preocupa que estés tan asustado, la verdad. — Marcus echó aire por la nariz. — He... tenido una pesadilla esta noche. — Theo se detuvo en seco y le miró casi con cara de ruego. — Por favor, no vayas a preguntarme si los sueños son predicciones de futuro. Con la gente aún preguntándome si lo de los posos de té es cierto tengo bastante. — ¿Qué? ¡No! No es eso. — Y, como se le veía ciertamente agobiado, Theo se puso a su altura de nuevo. Marcus soltó aire por la boca otra vez. — Es... ha sido... — Y la mirada le traicionó, porque volvió a ponerla sobre ella, y Theo solo tuvo que seguirla.

— ¿Tienes miedo de que te deje? Supongo que es normal en las relaciones temer que la persona se desenamore de ti, pero creo que puedes estar tranquilo a ese respecto. — No, no es eso... tengo... es... — Tragó saliva. No, no podía decirlo. Afortunadamente, Theo cambió el semblante. Claramente había caído solo. — Tienes miedo a que se muera ¿verdad? — Solo de escucharlo tuvo que retirar la mirada y se le llenaron los ojos de lágrimas. — ¿Ese es tu boggart? ¿La muerte de Alice? — Es peor. — Dijo con la voz quebrada, y sin atreverse a mirarle. — Es... ella... en mis brazos... es saber que no va a volver... Y soy yo... volviéndome loco... tratando de traerla a la vida... sea como sea. — Y sí, esa era la parte en la que tenía miedo de sí mismo.

 

ALICE

Alice inspiró fuertemente y subió las manos, como cuando Dylan no hablaba nada y quería expresar que no tenía ni idea de algo. — Pues mira, en su momento, se lo planteé a Theo y me dijo que la clave estaba en encontrarse a mitad de camino. Y algo así estamos intentando. — Torció la sonrisa y los ojos se le inundaron. — Verás, yo no es que no quiera ser madre porque no me gusten los niños o porque… no me vea capaz. — Su prima asintió. — Además de verdad, llevas siendo un poco madre desde que Dylan nació y a todos nos tratas así. Hasta a tu padre. — Alice suspiró y la miró con evidencia. — Pues precisamente. Lo que me da miedo es dejar tras de mí un desastre como el que dejó mi madre sin querer, solo porque le llegó su hora antes de tiempo. — Tragó saliva. — Y bueno, Marcus… Puede que tuviera una visión de la paternidad y la familia un poquito utópica e idealizada… — Puso las palmas hacia arriba como si comparara dos cosas. — Así que vamos acercando posturas, cediendo un poco los dos. — Levantó una. — Él va admitiendo que tener hijos no es como simplemente decir: “eh, mira, un nene, vamos a enseñarle alquimia y a ser un caballero y ya saldrá así”. — Jackie se rio, y mira, eso ya la hizo sentir mejor. — Y yo pues… Se lo expliqué a él con las lavandas, aquel día que nos visteis Theo y tú en el campo. — Jackie abrió mucho los ojos. — Así que realmente no estabais… — Pues no, lista. — Pues sí, pero no en ese momento, se dijo a sí misma, pero ya había ganado esa parcela con su prima, no iba a echarse atrás ahora. — Le expliqué que, de la lavanda todo el mundo conoce las flores, pero… que estas solo pueden salir cuando es su momento, y mientras tanto, la planta sigue siendo bonita y útil, y hay que cuidarla igual, pero que ya se ven los capullos. — Su prima la miró parpadeando y parándose en la arena. — Perdón, es que la filosofía herbóloga todavía se me escapa. — Alice suspiró y rio. — Pues que me dé tiempo. Que simplemente necesito no tener presiones hasta que supere mi miedo… — Ahí ya sí, su prima asintió y siguieron caminando.

— A ver, eso está muy bien, pero mi problema con Theo es diferente. — Ahí ya tuvo que suspirar impaciente. — ¿Cómo diferente? Vamos a ver, tú no quieres ceder con París, y crees, y digo crees porque tampoco has preguntado, que él no quiere ceder con estudiar en Inglaterra, ¿es o no? — Jackie asintió. — Pues tía, solo tenéis que llegar al punto medio vosotros también. — ¿Calais? — Alice le dio en el brazo empujándola por la arena. — Qué idiota. A ver, Theo se ha apuntado este año a los cursos de San Mungo porque tenía que hacerlo cuanto antes y no sabía qué iba a pasar contigo, pero si lo habláis, estoy segura de que acabáis encontrando una solución. ¿Por qué te adelantas a la catástrofe? — Su prima se cruzó de brazos y perdió la mirada. — Es lo que conozco. Llevarle la contraria a Noel era terrible, era una bronca y un drama detrás de otro. — Alice ladeó una sonrisa. — Pues te aseguro de que Theo es todo lo contrario. En todo caso puede que hasta te harte un poquito el tono tranquilo y de “venga, vamos hablar, tú exprésate.” — Y eso las hizo reír a las dos.

— ¿Y si mis padres me dicen que estoy loca, que qué estoy haciendo otra vez? — Ella levantó las palmas de las manos. — Pues que… sinceramente, ellos no son quién para opinar. Tus padres se conocieron en el colegio y, según salieron, se casaron, los dos niños, pum pum, negocio y toda la vida a hacer lo mismo. Y eso está muy bien, pero es una lotería, a ellos les tocó, pero no es lo normal. No han lidiado con las dificultades de un amor no correspondido, o tóxico, o vivido a distancia… — Le puso una mano en el hombro. — Y, sinceramente, cuando vengan mañana y vean ese brillo en tus ojos, y tu sonrisa, y lo bien que estás, no creo que tengan ningún problema. Además, tiene la aprobación de tu hermano, y tú sabes que tu madre, lo que diga André, es verdad absoluta. — Eso hizo que su prima se riera de nuevo fuertemente y asintiera con la cabeza. — Tienes la luz, Jackie. — ¿Qué es la luz? — Es… ese brillo que se les pone a las parejas felices y enamoradas cuando están juntas, cuando se ven y se sonríen. Y la luz no falla. — Se giró y miró a Marcus en la distancia. Cuando se cruzaron las miradas sonrió y le lanzó un beso. — ¿Qué hacen esos dos? — Preguntó su prima, y ella se encogió de hombros. — No sé, pero me gusta que se lleven bien, siempre pensé que podrían ser muy buenos amigos… Solo no habían tenido la ocasión. — Su prima sonrió como una boba y les saludó también. — Pues ojalá se acostumbren a pasar tiempo juntos… Por ser familia. — Alice rodeó sus hombros con el brazo y le dejó un beso en la mejilla. — Pues ya sabes. Hablar las cosas. Mano de santo. — Y justo entonces notó cómo alguien la levantaba por detrás y dio un gritito. — Si es que no me libro de ellas ni yéndome de casa. — La voz de su primo André. Y al lado, Marine estaba haciendo cosquillas a Jackie, que se había tirado a la arena tratando de evitarla, sin mucho éxito. — ¡Letrada Vaughan! ¡Se está cometiendo un crimen! ¡Letrada! — Y pataleando en el aire trató de enfocar de nuevo a Marcus. — ¡Cariño! ¡Que me secuestran, por Merlín! —

 

MARCUS

— Marcus... — Empezó Theo. No sabía cómo podía mantener un tono tan sereno. Él había tenido que desviar la mirada hacia el mar y respirar hondo para no venirse abajo. — Sé que no es consuelo escuchar que todos tenemos miedo, pero sí te viene bien oírlo para dos cosas: la primera, para no atormentarte por tener miedos, porque es natural; la segunda, para tomar conciencia de la realidad. No puedes pretender no temer a nada, y hay cosas en la vida... que aterrorizan. — Intentó buscarle la mirada. — Eres muy inteligente, Marcus. Tanto que temes que tu propia inteligencia se te vuelva en contra. — Le prometí que no lo haría. — Aseguró. Echó aire por la boca, mirándola de soslayo. No quería que le viera así. — Le juré que, si le pasaba algo, no me volvería... — Loco como su padre. — No rebasaría ciertos límites. — Pues eso es algo que no puedes jurar. Uno no puede jurar que su mente se va a mantener estable toda la vida, porque no controlas eso. — No me gusta no tener control sobre las cosas. — Atajó. Se estaba dando cuenta al hablar con Theo de que tenía demasiadas cositas que limar en cómo veía la realidad.

— Si le pasara algo... — Theo suspiró, porque Marcus había dejado la frase en el aire. — Ella tampoco te puede prometer a ti estar viva por muchos años. Hay cosas que no podemos prometer. — No podría soportarlo, Theo. Siento que se me está rompiendo el pecho ahora mismo y ni siquiera ha pasado. — ¿Y por qué le dedicas tanto tiempo a pensarlo? — El chico le miró con intensidad. — Marcus, tener pesadillas con que nuestros seres queridos mueren es normal. Estás afectado por ella porque la has tenido hace unas horas, pero pensar en esto con frecuencia... solo te va a hacer vivir con miedo permanente, y esperando a que ocurra algo que ni quieres que ocurra ni sabes si va a ocurrir. — Sabía que el chico tenía razón. Pero ojalá fuera tan fácil como simplemente saberse la teoría y ya estaba.

— Una de las cosas que acabo de leer es que, por lo visto, el miedo puede hacer que se bloquee el cerebro. Entrar en pánico, no ser capaz de procesar lo que se está viviendo, el miedo que se está sintiendo, puede hacer que el cerebro se cierre en banda, sobre todo a personas con una capacidad intelectual muy grande, que ven más allá en las implicaciones de las cosas y que dominan su propio cerebro como si fuera una máquina a sus órdenes. — Le miró como si tratara de advertirle de algo. — Marcus, no te dejes dominar por tus miedos. Podrían hacerte mucho daño. Eres tan sumamente inteligente que serías capaz de bloquear tu propio cerebro por tal de no ver lo que no quieres ver. — Negó. — No hagas eso. No te dejes controlar por el miedo de esa forma, el miedo juega a la mente muy malas pasadas. Hazme caso, confía en mí. Está bien sentir miedo de vez en cuando, nos ayuda a detectar los peligros y saber qué hacer con ellos. Paralizarnos... no es una buena opción. — Marcus le miró. Aún tenía los ojos húmedos, pero su mirada estaba ya más clara. Al fin y al cabo, nada que relajara más a un Ravenclaw que una explicación lógica y ordenada. — Es tan doloroso... que cuesta pensar que tenga un buen propósito. — Theo dobló una sonrisa amarga. — Pues lo tiene. Te está ayudando a detectar los peligros que conllevarían una situación de gran dolor para ti. Si llegara a ocurrir... estarías más preparado que si nunca lo hubieras pensado. Porque, mientras temes, buscas soluciones. Siempre y cuando, insisto, el miedo no te bloquee. — Miró al frente, meditando sus palabras. Eso tenía sentido.

— Gracias. — Dijo al fin. Le miró y sonrió. — Vas a ser un gran sanador. — Theo bajó la mirada, ruborizado aunque con una sonrisilla, y se encogió de hombros. — Aún no lo soy... — Pues ya lo haces bien. Vas a ser el mejor de San Mungo... o de París, quién sabe. — Eso hizo a Theo reír y alzar la mirada. — Si ella quisiera, me vendría. En cuanto acabe el curso. — Marcus le miró con las cejas arqueadas. — ¡Díselo! Bueno... — Sopesó. Él mismo había lidiado con los sentimientos de libertad de los Gallia. — Mejor... estabilizaros un poco más. Pero vamos, está bien que sepa que estás dispuesto a venirte aquí por ella, supongo. — Hizo una mueca y chasqueó la lengua. — Lo siento, no soy tan bueno dando consejos como tú. — Theo rio a carcajadas. — No te ofendas, pero ya estoy acostumbrado a que seas especialmente torpe justo conmigo. — ¡Eh! ¿Por qué dices eso? — Venga, Marcus... — No me siento identificado para nada, que lo sepas. No sé ni de qué me hablas. — Pero Theo seguía riendo, y Marcus haciéndose el digno... Aunque, de nuevo, sabía que tenía razón.

Devolvió el beso a Alice en la distancia cuando se lo lanzó, notando el cosquilleo en el pecho. La quería tantísimo... Ah, no podía volver a su bucle otra vez. Ella estaba allí, los dos lo estaban. Y esa visión, verla reír y recorrer la playa, era tan preciosa... que merecía la pena todo lo que estuviera por venir solo por verla así, aunque fuera un minuto de su vida. — Anda, mira quién ha vuelto. — Comentó Theo, sacándole de sus pensamientos y señalando con un gesto de la cabeza a André, que se acercaba a hurtadillas junto con Marine hacia las chicas, atacándolas por la espalda. Marcus se echó a reír y, en cuanto las chicas empezaron los gritos y las quejas, le dio un codazo y le dijo. — ¿Preparado para ser un caballero de reluciente armadura? — El otro le miró con una sonrisita tímida y una ceja alzada. — ¿Contra mi cuñado? — Contra la no-novia de tu cuñado, que es la que está atacando a tu amada. De tu cuñado me encargo yo. — Alzó la barbilla y añadió. — ¿Delante de quién mejor que de él vas a demostrar de lo que eres capaz? — Le dio otro codazo. — ¡Hay que venderse bien, Matthews! —

Salieron los dos corriendo y Marcus se acercó a ellos gritando. — ¡VOY EN TU RESCATE, AMADA MÍA! — Theo casi pierde la carrera y tropieza, cayendo de boca a la arena, de la risa que le dio, pero trastabilló y se equilibró a tiempo. — ¡¡VENCERÉ A LOS MAYORES PELIGROS POR TI!! — ¡Cuidado, que no soy una ciudad en llam-CABRÓN! — Bramó André, siendo interrumpido por un placaje de Marcus que le tiró a la arena. Estaban muertos de risa, pero se enfrascaron en una enzarzada pelea en la arena en la que empezaron a rodar intentando coger el poder el uno sobre el otro. — ¡MI AMADA ES MÍA Y YO SOY SUYO! — ¡No me digas cosas guarras, me cago en todo! — ¡Que me he equivocado de poema, jolín! ¡Que la dejes, te digo, VIL VILLANO! — ¡Que alguien me libre de este tío, por favor! ¡Jackie! — Jackie está con su caballero. — Contestó Theo, que ahora tenía agarrada a la chica en brazos, la cual reía sin parar. Marine se encogió de hombros. — Ay, es que ha venido tan mono que le he dejado. — ¡Marine, joder! ¡Mira, no tenía que haber vuelto! —

 

ALICE

Su caballero de brillante armadura llegó (menos accidentado que Theo, todo fuera dicho), en vez de espada en mano, poema en boca y claro, no pudo evitar echarse a reír. — Y eso es un buen caballero Ravenclaw, primito, que batalla por su amada con la palabra. — Igual una espada no le hubiera venido mal. — Pero ella seguía riéndose e intentando zafarse, pero cada vez le costaba más soltarse, y al final, con el placaje, acabaron en la arena. Theo, por su parte, ya había rescatado a Jackie, y la adorabilidad de Marine le hizo sacar un pucherito. — Ohhhh, es demasiado buena para ti, André, mira qué cuqui. — Su primo se incorporó, yendo a por Marine. — No sabes llevar a cabo un plan, rubia, te comen los jovenzuelos. — Y cogió a la chica como un saco de patatas y se dirigió con ella, vestido y todo, hacia el agua.

Ella, ya que estaban en la arena, aprovechó y reptó hacia su novio, rodeándole con los brazos y haciéndole rodar para quedar encima de él. — Hola, mi brillante caballero. — Dejó un suave beso en sus labios y sonrió. — Me encanta que vengas a rescatarme. — Rozó su nariz con la suya y sonrió. — ¿De qué hablabas con Theo? — Preguntó con una risita. — ¿No será sobre cierta rayada sobre la distancia, el pasado…? — Rio y negó, mirándolos haciendo el tonto allí cerca suyo. — Ah, por cierto, mis tíos vienen mañana… Verás las risas. Y me temo que los cambios de habitaciones, para quienes tienen que hacerlos, se van a ver afectados. — Se inclinó sobre su oído y susurró. — Qué suerte haber superado ya esa fase… — Y ya que estaba, ahí se quedó. — Me encanta cómo vienes a rescatarme enarbolando poemas… Mon chevalier… —

Y estaba ella muy tentadora, allí, susurrándole cositas a su Marcus, cuando vio dos pares de pies a su lado. — Recuerdo esta escena, muy muy parecida, pero al levantar la vista quienes estaban eran nuestros padres. — Dijo, sin apartar la mirada de Marcus a posta. — Pues yo veo al rufián este encima de mi hija y… — ¿Y qué? ¿Qué le harías? — Preguntó Hillary a Sean, que se había puesto muy gallito. — No sé, pero no me haría ninguna gracia. Soy el señor Gallia y le corto las manos si no puedo verlas. — Alice se levantó de un impulso y aprovechó para tirar de Sean. — Entonces no te dejo que acerques a él, que no puedo permitir que hagas daño a esas manos tan bonitas. ¡Hills, ayúdame! — Y su amiga tiró del otro brazo de Sean hacia la orilla. — ¡Eh! ¡Eh! ¡Al agua no! ¡Alice! ¡Hills! ¡Cariño, no me hagas esto! — Y entre risas, divirtiéndose como siempre que estaban juntos, arrastraron a Sean hasta el agua cayendo los tres. Bien, así Jackie y Theo tendrían su momentillo. Y Marcus y ella… Ya tendrían otros, al fin y al cabo, eran los únicos que tenían una habitación legítimamente para ellos, para tener todos los momentos que quisieran.

 

MARCUS

Como caballero quizás tenía que perfilar un poquito las entradas al ataque, no solo por lo de recitar el poema incorrecto (igual recitar un poema no es necesario cuando vas a atacar) sino porque había tirado también a su amada al suelo. Menos mal que a Alice no pareció importarle, porque estaba muerta de risa. En el fondo lo sabía, que esa tontería la haría reír, por eso lo había hecho. — ¡Que la soltéis os digo! — Y sí que lo hizo, pero para irse a por Marine. Jadeando por el esfuerzo de la batalla, se quedó tumbado en la arena disfrutando de su autoimpuesto triunfo, con los brazos en alto.

Su novia no tardó en llegar, ni él en sonreírle y abrazarla. — Hola, mi hermosa dama. — Le encantaba ese jueguecito, a la vista estaba. Pero claro, la curiosa de su novia ya tenía que preguntarle de qué hablaba con Theo. Afortunadamente, y seguramente en relación a lo que ella hablaba con Jackie, tenía una hipótesis que distaba mucho del motivo de su conversación, así que se agarró a ella. — Este caballero también tiene dotes de celestino. — Hizo un gesto con la mano con mucha pompa y añadió. — Cosas de hombres. — Lo de los cambios de habitaciones le hizo reír y achucharla aún más. — Pues sí, somos unos afortunados. — La abrazó contra sí, girando su rostro para mirarla directamente. — Ya lo he dicho: soy tuyo. Todos mis poemas son tuyos, mi reina. —

Y estaban bien a gusto hasta que aparecieron Sean y Hillary. Miró a Alice. — Bueno, bueno, tanto como parecida... — En verdad aquel día llevaban menos ropa, pero también eran considerablemente más inocentes. Miró hacia arriba, clavando los rizos en la arena, porque desde su posición se hacía dificultoso enfocar a los que estaban de pie. — Ya quisieras tú un caballero así para tu hija. No tengo las manos en ninguna parte, le estoy dando un casto y puro abrazo lleno de todo mi amor. — Te voy a dar yo a ti todo tu amor... — Contestó con retintín Sean, muy metido en el papel de suegro de repente. Iba a seguir replicando, pero las chicas fueron más efectivas cortando los comentarios de Sean de raíz. Se echó a reír a carcajadas viendo cómo se lo llevaban al agua, acercándose al trote tras ellas hasta llegar a la orilla, pero sin meter los pies en el mar. — ¡Así es como acaban los rufianes! ¡No soy yo, oh lord, ningún rufián! — ¡Por las barbas de Merlín! ¿No te cansas? — Le dijo André a Alice a gritos, porque el chico también estaba en el agua con Marine. Todos con ropa, dicho fuera de paso. — Ella no sé, ¡pero yo sí! — Dijo la traviesa voz de Jackie a su espalda, y de repente notó cuatro manos empujándole hacia el agua. — NO NO NO NO NO NO. — Empezó a resistirse a los dos que le empujaban entre risas, hasta que se escurrió, larguirucho como era, todo piernas y brazos y se alejó de allí. Theo y Jackie, en cambio, se metieron en el agua, entre risas, para no ser menos.

— ¡Aburrido! ¡Mira el caballero aburrido, el único que está fuera! — ¡Cállate, Hastings, no estarías dentro si no te hubieran metido las chicas! — ¡Me he dejado meter, tú no! — Y la batalla dialéctica a gritos se hubiera prolongado más si no fuera porque, de repente, en un vil ataque a su persona, todos se pusieron de acuerdo "a la de tres" orquestada por André y empezaron a echarle agua con todas sus fuerzas, lo que hizo que tuviera que alejarse de la orilla otra vez mientras le jaleaban y abucheaban. — ¿Sabéis qué os digo? — ¡No se te escucha, O'Donnell! — Se acercó un par de pasos prudentes, pero sin callarse, por supuesto. — ¡Pues os digo que...! — Y otra vez a echarle agua y él a correr hacia atrás. Así no había forma. Llenó el pecho de aire, lo soltó de golpe y dijo. — ¡Os habéis metido con el caballero equivocado! — Y echó a correr hacia el agua, sin pensar demasiado ni en la temperatura, ni en que llevaba ropa, solo... no pensar, dejarse llevar, divertirse y vivir ese momento. Cayó con violencia en medio del grupo para salpicar lo máximo posible y salió para buscar directamente a su novia y cogerla en brazos, entre risas. — Caballero al rescate otra vez. — Creo que no era ella precisamente la que estaba en peligro. — Ponte a lo tuyo, Hastings. — Replicó, pero luego volvió a mirar a Alice, con una sonrisa. — Eres un pececillo peligroso, ¿lo sabías? Ya hasta te desprendes de tu profesor. — Rio y, acto seguido, besó sus labios. — Te quiero. — Dijo de corazón al separarse. Theo tenía razón, el presente merecía mucho la pena, tanto que no podía dejar que los miedos se lo quitaran. El pasado tenía demasiados fantasmas que llenaban el futuro de miedos. Pero su presente... era maravilloso.

Notes:

A veces los miedos nos atacan en nuestros mejores momentos y no lo podemos evitar. Tanto el miedo a perder lo que amamos como a no conseguirlo jamás, o a equivocarnos antes de tomar una gran decisión. ¿Empatizáis con los miedos de Marcus y Jackie? ¿Qué os parecen los consejos de Theo y Alice? Una de las cosas que más nos gusta plantear en la historia son circunstancias como esta, enseñar que todos tenemos miedo y la capacidad de afrontarlos, así que nos encantará oír vuestra opinión.

Chapter 10: Que alumbra y no quema

Notes:

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Chapter Text

QUE ALUMBRA Y NO QUEMA

(26 de junio de 2002)

 

ALICE

— ¡QUÉ DICES! — Te dije que había que advertir. — ¡QUE NOS MATAMOS! — Que no, que hay una pantalla protectora… — La llegada al castillo de Montsegur siempre era… conflictiva, sobre todo si era la primera vez que ibas. Ya habían avisado, antes de salir aquella mañana, de que el castillo estaba MUY alto. Hasta su tía Simone había insistido. Y Jackie había advertido de que la entrada para magos estaba en un saliente de la ladera, porque tenía que estar lo suficientemente apartada de la mirada de los muggles. El problema era que, cuando ambas habían sugerido advertir de esto último a los demás, André había salido con un. — ¿Estáis locas? Los inglesitos ni de coña van a querer ir si les contamos dónde hay que aparecerse. — Y en parte, tenía razón, así que ella se había limitado a decírselo en bajito a Marcus y describirle por qué todo era perfectamente seguro porque la barrera y patatín patatán. Pero, efectivamente, no le habían dicho nada a los demás, y ahora Sean estaba prácticamente encaramado en André. Ella, por su parte se soltó de Marine y se dirigió a su amigo. — Veeeeeeeen. — Le agarró del brazo y pegó con la mano a la barrera invisible. — ¿Ves? Todo bien, en realidad está alrededor de toda la montaña porque esto es muy alto. — Sean seguía con cara de pánico. — Yaaaa está, venga, tirando para la entrada. — Dijo señalando por el camino que iba hacia arriba. — No, encima hay que subir… — Bueno, que Sean se iba a quejar ni cotizaba, pero ya contaban con ello.

— De pequeña estaba empeñada en que era un castillo de hadas. — Contó ella, para hacer más amena la subida. — Ohhhh que cuqui. — Dijo Marine. — Sí, pues a André no se lo parecía tanto, y el tío no paraba de decirme “ahí lo que pasó es que quemaron a un montón de magos y brujas”. — Él siempre encantador. — Apuntó Jackie. Su primo ni se defendía de las acusaciones, solo sonreía con chulería. — Espera, ¿y es verdad? — Preguntó Sean, a lo que Jackie asintió. — Sí, los cátaros eran magos y brujas en su mayoría, y casi todos sus rituales incluían magia antigua, celta y demás. Oficialmente, les quemaron por herejes, y esta fue su última fortaleza. — Señaló las filas de muggles que esperaban para entrar. — Por eso es un sitio… histórico, y lo visitan tanto muggles como magos… — Puso una sonrisita pilla. — Aunque el recorrido es distinto, claro. — Y claro, si había un privilegio, ahí estaba Hillary. — ¿Ah sí? ¿Y qué vamos a ver? — Salas de varitas de los cátaros, y hay otra que las paredes están llenas de runas y tiene un trono invocador en medio. Ya verás, una pasada. — Dijo ella, entrelazando su mano con la de Marcus. — Vais a poder poner en práctica vuestros conocimientos. —

Llegaron a la gran puerta de piedra y Jackie señaló una en la que había una cola considerablemente más corta. Cuando pasaron hacia allí, se oyeron las típicas quejas de quienes estaba esperando para la principal. — Oye, ¿y qué les dicen al resto de los muggles cuando nos ven entrar así? — Preguntó Theo. — Pues que tenemos un tour reservado VIP especial y que hay que reservar con meses de adelanto. — Contestó André, no sin cierta satisfacción, porque a ese le encantaba tener privilegios. — Y mira, razón no les falta, porque el tour mágico… es muchísimo mejor. —

En cuanto entraron, un fantasma vestido de caballero les recibió en francés. — Bienvenidos al castillo de Montsegur, jóvenes brujos. ¿Qué os trae por aquí? — Queremos hacer la visita, en inglés, por favor. — Aclaró André. — Oh, entonces cambiaré a la noble lengua anglosajona. Bienvenidos todos, soy sir Laferrac, cátaro de corazón y residente permanente, desde hace setecientos años, de este bello castillo. Permitidme contaros que en este lugar habitan las almas de todos los que fuimos asesinados aquí dentro por orden del Papa y el rey de Francia. Por eso no dejamos entrar ni a clérigos ni a la familia real francesa, aunque tengo entendido que de lo segundo ya no hay. — Alice rio y negó con la cabeza. — Hace un par de siglos que no. — Magnífico, a todo cerdo le llega su San Martín. Debo advertiros que no os apoyéis ni tiréis de ningún lugar del castillo, pues hay infinidad de pasillos y rutas secretas, y, debéis saber que no se pueden realizar apariciones ni hacia dentro ni desde dentro del castillo por una cuestión de seguridad. Seguidme si sois tan amables. — Desfilaron por un túnel de piedra con antorchas con una llama blanca y brillante, más parecida a una bombilla, pero que ardía. — Esta llama tan particular es el secreto mejor guardado de los cátaros, lo que dio nombre a nuestra cruzada: la llama blanca. Podéis tocarla, alumbra sin quemar. Fue nuestra gran victoria y queríamos que fuera el símbolo de nuestra ideología: una religión que alumbra, que acompaña en el camino, pero siempre sin arrasar. — No le hacía falta que se lo dijeran dos veces, a Alice si le daban permiso, miraba, tocaba, entraba. Y no dejaba de alucinarle aquella llama, exactamente igual que cuando era pequeña. — ¿Es una transmutación ígnea por casualidad, sir Laferrac? — El fantasma rio. — Eso, querida señorita, no os lo puedo contar, pero podéis admirarla y venir a estudiarla siempre que lo necesitéis. — Ah, siempre igual, nadie le saciaba su curiosidad. — Acompañadme si sois tan amables a la primera sala: la astronómica, donde nuestros cátaros sintetizaron y hallaron por primera vez la llama blanca —

 

MARCUS

La exclamación que tuvo que contener cuando aterrizaron en el castillo fue... indescriptible. Estaba admirado de sí mismo de cómo se había contenido, aunque por mucho que había tratado de mantener la calma, en los ojos desencajados que se le habían puesto se delataba que no esperaba que aquello estuviera TAN alto. Había visto ese castillo en fotos de libros, y Alice le había ido haciendo el cuerpo... La realidad lo superaba con creces. Una realidad que incluía a Sean gritando como si se fueran a matar de un momento a otro, lo cual, dicho fuera de paso, no ayudaba.

Ahora todas las confirmaciones de seguridad de Alice le parecían puro adorno, de hecho, seguía con los ojos redondos y miraba a su novia de soslayo, como si intentara dilucidar si le había engañado para llevarle allí sin que le dijera "¿tú estás loca? ¿Quieres que nos matemos?". Que, claramente, es lo que hubiera dicho de saber que iban a aparecerse allí. — Qué... vistas. — Intentó decir, a ver si así fingía estar contento con aquello, aunque había sonado tan tembloroso que prácticamente había desvelado el miedo que tenía. Además de que no dejaba de mirar al terraplén. — Eso es porque eres una palmera, desde tu cabeza se ve todo más alto. — Miró a Jackie con cara de "no tiene la menor gracia el comentario", pero la chica se estaba riendo como un diablillo. Theo era el que más estaba disimulando el miedo, pero tampoco se le veía especialmente convencido. Cuando Alice se acercó tan al borde con Sean se le puso el corazón en la garganta. Se frotó los ojos. Hay una barrera. Aquí vienen hasta los niños. Tranquilízate, Marcus. Sí, bueno, iban los niños, pero ¿qué niños? ¿Niños como André, Jackie y su querida novia? No le eran buena referencia, la verdad. Él era buena referencia. Y él de niño no se hubiera planteado subir ahí. Ni de adulto. Pero bueno, sabía dónde se metía cuando se había comprometido con ese pajarillo inquieto que tenía por novia. Y él, bien enamorado y encantado con ello, sacó la sonrisa más tensa de la historia a relucir como si quisiera decir "qué feliz estoy de estar aquí". Pero no. Estaba deseando entrar en el edificio para dejar de escuchar gravilla caerse que le provocaba visiones de ellos rodando colina abajo.

Se centró en las palabras de su novia y sonrió cuando dijo lo del castillo de hadas, y aunque normalmente la hubiera achuchado contra sí y le hubiera dado un tierno besito, se contuvo: quería moverse lo justo para andar en línea recta. Estaba muy formalito (no como Sean, que menuda cara llevaba) pero aquellas alturas no eran su cosa favorita del mundo. Una cosa era su amada Torre Ravenclaw, bien segura, y otra era una colina por la que él tenía que andar. Que cuando decía que era un águila era una comparación metafórica. Lo de volar, ni con escoba se le daba bien. Lo dicho, mejor se centraba en la conversación, porque cada vez que pensaba en lo escarpado del terreno se le descomponía el cuerpo.

La historia de los cátaros la conocía, lo que le sorprendió fue ver a muggles por allí. — Pero... ¿a ellos también les cuentan lo de la quema y eso? — A ver, fueron ellos quienes los quemaron. Al menos que sean conscientes. — Remarcó André. Visto así, tenía sentido. Lo de la sala de runas le gustó, por lo que sonrió a su novia cuando entrelazó la mano con la suya y luego miró a Hillary. — Fíjate, vamos a poder demostrar lo buen equipo que somos. — Muchas ganas tienes tú de hacer equipo conmigo, O'Donnell. — Deseándolo estoy, ¿no me ves? — Un día con Hillary era un día perdido si no se picaban en algún momento. Las quejas de los muggles le pusieron un poco tenso, y la supuesta excusa de André no le convenció mucho. Puso expresión pensativa, con una mueca en la boca. — Si me dijeran eso a mí, investigaría dicho tour hasta encontrarlo. No me suena como una excusa muy sólida. ¿Tan conformistas son los muggles? — Hillary asintió. — Yo estoy con Marcus. A mí me dicen eso y hasta que no encuentre el tour, no paro. — Lo dicho, rubia: un equipazo. — ¡Ay, cállate un rato! — Entró al castillo junto a su novia y riéndose por lo bajo de lo fácil que era picar a Hillary.

Dentro del castillo se le pasó el susto prácticamente por completo: al fin y al cabo, ya no veía la altura ni el terreno escarpado, y en su lugar ante él tenía unas majestuosas paredes medievales perfectamente conservadas que hicieron que se le iluminaran los ojos y apretara más la mano de su novia. Le encantaba descubrir cosas con ella, y les quedaban tantas... Bueno, ella ya conocía el sitio, pero él no. Le valía. Escuchó con atención y la ilusión del niño que en el fondo seguía siendo al fantasma que les hablaba, y frunció los labios conteniendo una sonrisilla cuando dijo que nada de clérigos ni de personas de la realeza. Solo esperaba que a ninguno se le ocurriera sacar a relucir todos los títulos nobiliarios de los que Marcus hacía gala tanto en sí mismo como en su novia cada vez que le convenía. No se dio el caso, por suerte.

Si algo se le daba bien a Marcus O'Donnell eran las normas. Asintió a todas y cada una de las advertencias de sir Laferrac y le siguieron por donde les conducía. — Qué pasada. — Le susurró a Alice, sonriente. Era otra forma de darle las gracias por llevarles allí (una vez más, primero había pasado miedo y luego se había alegrado, como le pasaba con las propuestas de Alice desde que la conoció). La llama que el hombre les mostró le dejó muy atento a su discurso y considerablemente sorprendido. En lo que él atendía, por supuesto, su novia fue por delante y tocó la llama, lo que le hizo contener un pequeño sobresalto en su interior. No le pasó nada, por fortuna, así que se animó él también y, con mucha más prudencia que ella, acercó lentamente la mano hasta la llama. Efectivamente, no quemaba. — Es increíble... — Murmuró, asombrado. Y en lo que él alucinaba, Alice hizo una pregunta que provocó que la mirara con los labios entreabiertos, y que acto seguido mirara al fantasma, ansiando una respuesta. Pero no se la dio. En su lugar, continuó con el tour, pero en lo que se trasladaban de sala se acercó a ella, susurrándole aún con los ojos muy abiertos como si siguiera tocando la llama. — ¿Y esa pregunta? — Se le escapó una risa impresionada, moviendo ligeramente la cabeza, mirándola con admiración. — Te besaría ahora mismo, pero no quiero protagonizar un escándalo medieval en tan sagrado lugar. — Rio levemente. — Pero en serio: podría serlo perfectamente. — Hizo una pausa, mirando al fondo del pasillo, y apenas segundos después determinó. — La encontraremos. — Ladeó una sonrisa y la miró. — Ya tenemos nuevo proyecto, Alice Gallia. — Se acercó a su oído y susurró. — Tu prefecto está muy contento de verte tan aplicada. Diez puntos para Ravenclaw. — Rio entre dientes de su propia broma y volvió a centrarse en la ruta que seguían. Estaban a punto de llegar a la nueva sala.

 

ALICE

El castillo de Montsegur podía ser sobrecogedor para cualquiera, y apreciaba el esfuerzo de Marcus por no entrar en pánico como Sean, así que le apretó la mano con cariño. Lo bueno es que sabía que el castillo en sí mismo le iba a encantar, porque era imponente y muy medieval, y su novio ponía en valor esas cosas. Verle admirarlo con los ojos brillantes y la ilusión de un niño, le hacía inmensamente feliz, y se reafirmaba en que aquellas vacaciones eran la mejor idea que había tenido.

Sabía que su novio no iba a dejar pasar lo de la llama blanca, aunque lo de sorprenderle así con la pregunta no había sido intencionado, le había salido del alma, o más bien del cerebro, de ese curioso cerebro suyo, que, efectivamente, compartía con Marcus. Sonrió y se encogió de hombros. — No se me ocurre otra forma de modificar la esencia de una llama, más que haciendo una transmutación ígnea, pero ni me imagino lo difícil que tiene que ser. — Y su sonrisa se amplió con lo de que la besaría. — Guárdatelo para más tarde y me lo cobro con intereses. — Dijo en voz bajita guiñándole un ojo. Asintió a lo de que lo descubrirían, con la ilusión de una niña a la que le prometen un plan guay. — Se nos acumulan los proyectos. No puedo esperar a empezar. — Ah, pero su novio tenía todavía algo que decir, en aquel susurro, y haciéndose el perfecto prefecto… Un escalofrío recorrió toda su espalda y le hizo poner ESA sonrisita. — Cuidado, prefecto, que estás empezando a jugar con fuego y nos queda todo el día por delante aún. — Advirtió. Que ella tenía autocontrol pero no tanto.

Por fin, llegaron a la sala de astronomía y se oyó un “guau” generalizado. En vez de ser azul oscuro como la mayoría de las salas de astronomía, era entera blanca con las constelaciones en dorado y los elementos arquitectónicos resaltados en el mismo color. La primera vez que la vio casi le explota la cabeza incluso a ella por esa transgresión del aspecto habitual de los mapas astronómicos. — Esta sala siempre despierta muchas suspicacias entre los visitantes. — Explicó sir Laferrac. — Pero es que los cátaros creíamos que el cielo era una cosa más que había que iluminar, no literalmente, pero sí metafóricamente, pues en él se hallaban todas las claves para descifrar el mundo de abajo. Así fue como descubrimos que según la influencia de ciertas constelaciones se pueden conseguir magias diferentes, más poderosas en según qué aspectos… Por ejemplo… — Hizo un gesto con la mano y se apagaron las luces artificiales y solo quedaron las llamas blancas. En el techo, brillaba con luz dorada la constelación de Cáncer. — Hace tan solo cuatro días que la constelación dominante solar ha cambiado a Cáncer, por lo que los hechizos que mejor funcionaran son los de agua. — Y de repente, las paredes cambiaron y parecieron volverse acuáticas. como si estuvieran bajo el mar. Alice sabía que era un simple hechizo para sorprender a los turistas, probablemente del mismo cariz que el que le hizo ella a Marcus en el techo, pero no dejaba de sorprender (aunque le gustaba más cuando el efecto era aire y parecía que estabas en el cielo). — Y dentro de los hechizos acuáticos, habría que tener en cuenta la ascendente y la luna dominante a esa hora del día y según nuestra posición, y así es como los hechiceros cátaros consiguieron hechizos tan potentes que empezamos a ser perseguidos por la iglesia católica… Aunque nosotros mismos éramos católicos y solo creíamos estar desenterrando tesoros que Dios había puesto ahí para que llegáramos a ellos. — Alice sonrió y susurró a Marcus. — Eran Ravenclaws, sin duda. — Pero entonces, la expresión del fantasma se ensombreció. — Aquí es donde nuestra historia se pone trágica, queridos visitantes. —

Siguieron a sir Laferrac por un pasillo que, como buena Ravenclaw que era, le dio un abismo en el estómago. Era un larguísimo corredor lleno de estanterías… completamente vacías y calcinadas. — Este lugar ha sido creado para la visita, colocando en fila todas las estanterías para libros que había repartidas por todo el castillo para las diferentes salas de estudio… y que fueron quemadas, con todos los textos cátaros, y los propios miembros de la religión, cuando el papa Inocencio III mandó incendiar el castillo de Montsegur. Como este era el último bastión cátaro, los que morimos aquí, libros y personas, fuimos el último reducto de ellos, y nuestro conocimiento, murió con nosotros. Afortunadamente, la comunidad mágica, en ramas como la Historia de la Magia y la Alquimia, han podido ir recuperando pedazos de nosotros. — Podía ver la cara de Theo y Hillary, sintiéndose un poco incómodos allí, aunque sabían que sus amigos nunca les mirarían mal por su origen muggle. Pero a veces todos, magos y no magos, perdían un poco conciencia de por qué los magos eran tan recelosos del secreto de su magia. Y, tal como le pasó la primera vez que fue, notó cómo se instalaba un silencio respetuoso en aquel pasillo, antes de pasar a la siguiente sala.

 

MARCUS

Rio brevemente ante los comentarios de su novia, casi inaudible, comprobando que los demás estaban a lo suyo y no oían sus susurros. Se acercó a ella y dijo un poco más bajo. — ¿Un fuego del que quema... o del que solo alumbra? — Le guiñó un ojo. Si es que les encantaba provocarse el uno al otro, fuera cual fuera la circunstancia. De su mano, avanzaron hasta la sala astronómica.

La impresión que se llevó al entrar le dejó parado en la puerta, con los ojos y la boca muy abiertos. Tenía sentimientos encontrados: por un lado, le chocaba que su adorado color azul no estuviera engalanando la cosa más azul por excelencia que existía, que era el cielo, pero por otro, la vista era espectacular e impresionaba muchísimo. Además, tenía un por qué detrás, y a Marcus todo lo que tuviera un por qué le hacía escuchar. La explicación, de hecho, le hizo sacar el labio inferior y asentir con comprensión. Era una visión diferente pero indudablemente muy interesante. Estaba totalmente metido en aquello, con su cerebro a mil por hora, cuando a su alrededor, a la mención de la constelación de Cáncer, las paredes parecieron volverse de agua. — Wow. — Se le escapó, genuinamente impresionado, mirando a todo su alrededor. ¿Podían ir allí con cada cambio de constelación para ver qué aparecía? Aunque, hablando de aparecerse, la llegada... Se lo pensaría. Desde luego, desde allí dentro sentía que había merecido muchísimo la pena ir. Cuando tuviera que salir al exterior verían si seguía pensando lo mismo.

Sin dejar de mirar a su alrededor, impresionado, chasqueó la lengua y se cruzó de brazos ante la explicación del fantasma. — Es increíble cómo se ha envidiado siempre a quienes más sabían. — Se indignó en voz musitada hacia su novia. Si algo tenía Marcus claro es que el conocimiento era poder, y cada vez que hacían una cruzada contra la gente por su inteligencia se lo confirmaban. De hecho, lo siguiente que iban a mostrarle no solo reforzaba su teoría, sino que hacía crecer más su indignación e incluso su pena. Porque, tras la impresión positiva de la sala de astronomía, vieron algo sumamente impactante, y Marcus volvió a quedarse congelado en el sitio ante tal visión, aunque con unas sensaciones radicalmente diferentes. — Por Merlín... — Susurró espontáneamente, casi sin voz, mirando todo aquello con horror. Cerró los labios tras quedarse con estos entreabiertos durante toda la explicación del fantasma, tragando saliva y notando un nudo en la garganta... y una punzada de rabia.

¿Por qué los magos debían llevar toda la vida escondiéndose? Él no era, nunca lo había sido, clasista. Una de sus mejores amigas era hija de muggles, y Darren, su cuñado, también lo era, y él le había defendido a capa y espada ante cualquiera que se hubiera atrevido a decir algo de él, y seguiría haciéndolo. No podía decir lo mismo de los Horner, ni mucho menos. Cuando oía esas cosas... sentía bastante odio hacia los muggles. También le pasó en Roma. Y bajo ningún concepto pensaba... eso, de Hillary, ni de Theo, ni de sus familias, faltaría más. Eran muggles de otra época. Pero... pensaba ¿sabrán esos que están haciendo cola ahí fuera lo que están visitando? ¿Lo que nos hicieron aquí? Pues no, porque ni siquiera sabían que existían. Y eso... a veces, le molestaba. No era justo que fueran ellos quienes tuvieran que esconderse. Y normalmente vivía con ello, pero cuando veía ante sus ojos cómo habían quemado a sus antepasados solo por ser... como eran, y por conocer cosas, y habían arrasado con todo su conocimiento... La de cosas fantásticas que hoy podrían tener y no tenían por haber quedado reducidas a cenizas... Eso le daba bastante rabia.

Se había quedado un silencio incómodo, y notaba la tensión, precisamente, de Hillary y Theo. No, sus amigos no tenían por qué sentirse así por lo que otros habían hecho, así que decidió romper un poco el hielo y decir con una sonrisa leve. — Por algo son mis materias favoritas. — En relación a la utilidad de la Historia de la Magia y la Alquimia. Se seguía sintiendo tenso y sobrecogido, y no podía evitar mirar esas estanterías quemadas. ¿Cuántas cosas se perderían allí? Estaba seguro de que iba a quitarle el sueño esa noche.

 

ALICE

La verdad es que el ambiente se quedaba rarísimo después de ver y oír aquello. Marcus tenía razón, siempre iban a por los inteligentes, a los que se animaban a conocer… fueran del bando que fueran. — Galileo era muggle, hasta donde yo sé. — Dijo en medio del silencio. — Astrónomo, sí, pero sin poderes. — Todos se giraron hacia ella. — También fueron a por él. Y Veronés, que era pintor, y muy bueno, pero sus cuadros no se mueven, así que era muggle también, y también fueron a por él. Y un montón de muggles que solo sabían de hierbas y ni siquiera sabían hacer magia… — Se mordió el labio inferior. — El miedo es de los poderosos a no poseer un conocimiento superior, no a los magos. — Estrechó la mano de su amiga y le sonrió. — Para eso está sir Laferrac y el castillo, para recordarlo y no caer en los mismos errores. — André asintió. — Y a toda la gente que los reyes mandaron decapitar por pensar diferente… Claramente el problema está con los poderosos. — Eso pareció aliviar un poco el ambiente justo antes de llegar a la siguiente sala, y se alegró, porque esa sala les iba a encantar a Marcus y Hillary.

De hecho, su amiga se quedó parada mirando toda la sala con los ojos y la boca muy abiertos. — ¿Todo esto son… ? — Runas, bella dama. Runas vikingas, celtas, bretonas… Esto, queridos visitantes, es la sala del conocimiento. — Era una sala con paredes de piedra labrada a base de distintas runas, tintadas en negro, azul, morado y verde. Y en el centro había un trono de madera, también labrado con multitud de símbolos antiguos. — Este trono representaba para los cátaros el sumun del conocimiento, quien se sentara en él, ostentaría todo el conocimiento del mundo. Y por eso precisamente, lo tenían vetado para toda persona, nadie podía sentarse en él. — Los que no conocían la historia abrieron mucho los ojos, y Alice sonrió satisfecha, porque le encantaba aquella filosofía. — ¿Y para qué lo tenían entonces? — Preguntó Sean, rodeándolo. — Para recordar su aspiración, el conocimiento universal, pero recordando que, para ser alguien realmente sabio, hay que ser lo suficientemente humilde como para saber que siempre habrá algo más que conocer, que aprender, y nunca se debe dar por sentado que se sabe todo. — Contestó el fantasma, para a continuación pasearse por las paredes señalando. — Los cátaros tratamos de reunir todo el conocimiento mágico que hasta entonces estaba en nuestra mano, bien escaso si lo comparamos con los medios que gozáis hoy en día, pero veo que varias de vuestras mercedes conocen las runas. — Hillary y André asintieron, acercándose a la pared. — Eso es preanglosajón ¿no? — Así es… — Comenzó sir Laferrac, y Alice quiso dejar espacio a los que sabían mientras paseaba por la estancia con los que habían pasado un poco de las runas.

— En el fondo me gustan, es solo que requieren un tiempo que no tenía si quería unos buenos EXTASIS para ser enfermera. — Comentó Alice mientras daban vueltas a la sala, ojeando aquí y allá. — ¡Oh! Este símbolo lo conozco. — Dijo Marine señalando la pared. Sean y Alice se acercaron, y Theo y Jackie parecían estar aprovechando para hacerse y decirse moñerías. — ¿Qué es? — Preguntó ella. — Es un símbolo bretón que indica un portal. Los bretones usaban los círculos de piedra para viajar. — Alice resopló. — No me hables de ese asunto, que una vez casi la liamos Marcus y yo con eso. — Sean se rio y dijo. — Parece un círculo alquímico en verdad. — No, un círculo alquímico es esto. — Dijo ella señalando un poco más allá. — Si te das cuenta, el círculo tiene inscritas varias formas poligonales, y aquí en el portal… — Es un círculo. — Dijo Sean trazando con los dedos las líneas del símbolo. Casi ni le dio tiempo a entender qué había pasado.

Durante una milésima de segundo, vio brillar la forma en la pared, pero la siguiente sensación, fue que el suelo desaparecía literalmente bajo sus pies y Sean gritaba. — ¡Alice! — Gritó Marine, tendiéndole la mano, pero la caída era tan libre, que la chica cayó arrastrada por ella. Parecía un tobogán de oscuridad interminable, porque se le hizo larguísima la caída. Y, de hecho, mientras caía, solo podía pensar Marcus se va a poner hecho una fiera con esto. Finalmente cayeron sobre lo que claramente era un hechizo rebotador, que les hizo aterrizar con suavidad en una sala solo iluminada por llamas blancas. — ¿Estáis bien los dos? — ¿QUÉ ES ESTO? ¿DÓNDE ESTAMOS? ¿CÓMO VAMOS A SALIR DE AQUÍ? — Vale, Sean está bien. — ¿BIEN? ESTOY TREMENDAMENTE LEJOS DE ESTAR BIEN. — ¿Marine? — Sí, sí. — Contestó la chica levantándose y sacudiéndose los pantalones. Miró alrededor y señaló un pasillo. — Por ahí. — ¿Cómo por ahí? — Preguntó su amigo desesperado. — Sean, por algún sitio tendremos que salir, y yo creo que por ahí va a ser lo mejor. — Contestó la chica con tranquilidad. Ah, a Alice le gustaban las personas resolutivas y con iniciativa. — Vamos, hombre, no es tan grave. — Consoló a su amigo. — Ahora enseguida volvemos con los demás. —

 

MARCUS

Miró a su novia, atendiendo a sus palabras, y reflexionó sobre estas, mirando hacia arriba y ladeando la cabeza varias veces. A ver, la historia de las persecuciones a magos y brujas tenía muchas más páginas que la de persecuciones a muggles por parte de otros muggles... pero tenía razón. Era el conocimiento la clave de las persecuciones, por desgracia. La miró y sonrió levemente. — La sabiduría de una... — No, hemos dicho que nada de jerga nobiliaria en este sitio. — ...mujer sabia. — Un poco redundante, pero no era mentira.

La siguiente sala era absolutamente impresionante, igual o más que la anterior. Ni siquiera decía nada, solo admiraba las paredes, caminando despacio y boquiabierto junto a estas, mirando cada inscripción en la piedra. El nombre de la sala le hizo mirar al fantasma, notando cómo se le ponían los vellos de punta. "La sala del conocimiento". Definitivamente, su favorita de aquel lugar, y eso que solo llevaban dos vistas. Por supuesto, sus ojos se fueron hacia el trono, que parecía llamarle a sentarse como una fuerza poderosa, como un imán. Y claro, la explicación del fantasma le hizo entender por qué le resultaba tan sumamente atractivo, y las ganas de sentarse se hicieron aún más intensas... hasta que dijo que estaba vetado y por qué. Cerró los labios, que seguía teniéndolos entreabiertos, y agachó un tanto la cabeza casi con humildad y vergüenza. A veces pecaba precisamente de eso: de falta de humildad, y ahí era donde se demostraba que Marcus era muy inteligente, pero que Alice (que, por la expresión que puso, ya se conocía la historia) era más sabia que él. Marcus ansiaba más y más conocimientos y quería ser el que más supiera del mundo. Parecía estar escuchando la voz de su abuelo y de su padre en su cabeza... porque esa filosofía de la humildad eran ellos quienes se la transmitían. De su madre había aprendido muchas cosas, pero digamos que esa no era una de ella.

Enseguida se entusiasmaron con la identificación y lectura de runas. A Marcus le encantaba la historia y las lenguas, y Runas Antiguas había sido una de sus asignaturas favoritas en el colegio (puede que la profesora Handsgold tuviera un papel importante en dicha elección). Sonrió entusiasmado, acercándose junto con André y Hillary donde señalaba el fantasma, participando en dicha identificación. — Cuenta la leyenda... — Comenzó el hombre, después de que debatieran sobre el significado y origen de algunos escritos de la piedra. — ...Que hubo un alma que viajó de generación en generación, en la piel de muchos hombres diversos, y que siempre venía aquí a dejar su huella. Que entre estas inscripciones hay una clave, escrita en los diferentes idiomas que su portador, en sus distintas vidas, hablaba. Y que quien resuelva la clave... — Estaban muy entusiasmados con la historia, pero un estruendo les sacó automáticamente de la narración y les hizo sobresaltarse y girar la cabeza al lugar del que provenía el ruido.

— ¡ALICE! — Gritó, porque la había visto, había visto cómo desaparecía. Pero fue perderse en lo que parecía un agujero en el suelo que podría jurar que antes no estaba allí, y dicho agujero se cerró. — ¡¡ALICE!! — ¡¡SEAN!! ¿¿QUÉ HA PASADO?? — Al igual que él, Hillary había entrado en pánico inmediatamente también. André, sin embargo, parecía haberse quedado un tanto bloqueado, y Jackie y Theo se acercaron asustados a ellos, sin saber qué había ocurrido y dónde estaban los tres que faltaban. Marcus se había tirado al suelo y estaba dando golpes erráticos por donde creía que estaba el agujero. — ¡¡ALICE!! ¿¿QUÉ ES ESTO?? ¡¡AQUÍ HABÍA UNA COMPUERTA!! ¡¿ME OYES?! — Dudo mucho que le oiga a través de las paredes, joven caballero. — Inició el fantasma, pero ante la mirada asesina que le echó Marcus (que tampoco le serviría mucho a un fantasma, dicho fuera de paso), el hombre reculó. — Quiero decir, estas paredes son toscas y gruesas. Por mucho que gritéis... — ¿Dónde ha caído mi novia? — Preguntó con una voz que no dejaba pie en absoluto a rodeos ni historias medievales, solo a que su pregunta fuera respondida. — Aquí había un agujero en el suelo, ahora mismo, que se ha tragado a mi novia y a mis dos acompañantes. — ¡¡SEEEEEEEEEEAAAAAAAAAAAN!! — A Hillary tampoco le había convencido la teoría de que no se les pudiera escuchar a través de las paredes, y ahora sus gritos le taladraban el cerebro. Pero seguía esperando respuesta.

— Parece que sus compañeros han descubierto un portal... — ¿Qué portal? ¿Dónde está? — El fantasma parecía incómodo. De hecho, carraspeó. — Temo que mi código de honor me impida... — ¡¡A LA MIERDA SUS CÓDIGOS, OIGA!! — Bramó Hillary, poniéndose de pie, porque al igual que Marcus se había lanzado al suelo para intentar abrir el supuesto compartimento aunque fuera a porrazos. Se fue tan bravía hacia sir Laferrac que Theo y Jackie hicieron amago de ponerse delante por lo que pudiera pasar. — ¡¡YA NOS ESTÁ DICIENDO DÓNDE HAN IDO O...!! — Vale, vale, vamos a calmarnos. — Irrumpió André. Si bien parecía levemente agobiado, también estaba irritantemente calmado teniendo en cuenta las circunstancias en las que se encontraban. — Esto no es la primera vez que pasa ¿a que no? — Este castillo tiene siglos, por lo que es probable que dicha circunstancia... — ¿¿¡¡TENÉIS ABIERTO AL PÚBLICO UN CASTILLO CON TRAMPAS!!?? — Hillary no iba a tardar en interrumpir la irritantemente normalizada conversación entre André y el fantasma. Sir Laferrac volvió a carraspear e intentó decir con tono cortés, sonando ridículamente antiguo. Ya no les hacía tanta gracia la ficcioncita. — Mi dama, si habéis oído mis anteriores palabras, bien sabréis que son muchas las leyendas que este lugar alberga y... — Hillary hizo otro amago de bramido, por lo que André se interpuso. — Lo que creo que sir Laferrac quiere decir... es que quizás deberíamos... leer estas runas para encontrar algo que... — ¿¿Perdón?? — Interrumpió Marcus, poniéndose él también de pie con muy mala cara, con un ceño muy fruncido y muy cuestionador. — Dudo que Alice, Sean y Marine hayan leído ninguna runa antes de caerse. Esto no es una pruebecita de acertijos. ¡¡No sabemos cómo están!! ¿¿Y si se han hecho daño al caer?? — Vale, chicos, André tiene razón. — Se aventuró Theo, con tono muy suave, acercándose lentamente a ellos. — Perdiendo la calma no vamos a conseguir nada. Quizás deberíamos escuchar, primero calmarnos y... — ¡MIRA, MATTHEWS! — Gritó Hillary, alteradísima. — NO ME VENGAS DE TERAPEUTA AHORA PORQUE NO ¿EH? — Me pierdo un poco entre vuestro lenguaje moderno. — Irrumpió el fantasma. Debía dar gracias de ser ya un fantasma, porque Marcus y Hillary lo querían matar.

— Si a vuestras mercedes les parece bien... conozco este castillo como la palma de mi mano, mas hay secretos que no puedo desvelar. — Ya estaba Hillary mascullando. Lo dicho, de no estar muerto ya, no sale vivo de esa. — No obstante, hay rutas por las que podríamos encontrar a vuestros amigos si se siguen bien. Puedo acompañar a la parte del grupo que quiera recorrer conmigo estos pasillos, quizás a aquellos menos versados en lenguas antiguas. Los demás, puede que lleguen a desentrañar qué clase de magia ha activado el... — Hillary iba a gritar otra vez, pero Jackie se interpuso. — ¡Vale! Hagamos una cosa. Nos vamos Theo y yo con sir Laferrac, y André, Hillary y Marcus, que son los que saben de runas, se quedan aquí intentando adivinar qué ha pasado. Alguien encontrará a los demás. Y nos reunimos aquí de nuevo cuando lo hallemos ¿estamos? — No me parece una buena idea separarnos. — Dijo Marcus, con el corazón en la garganta. Por Dios, ¿dónde estaba Alice? ¿Estaría bien? Estaba empezando a entrar en pánico. — No tenemos opciones mejores. Cuantas más cosas probemos, mejor, no tiene sentido que nos quedemos todos en el mismo sitio, así que... — André dio una palmada en el aire y determinó. — Vamos al lío. — Rápidamente, Jackie y Theo salieron de la sala. Sir Laferrac tardó en reaccionar. — Oh, deduzco que eso fue un... No estoy versado en lenguas modernas. — Hillary y Marcus estaban mirándole mal otra vez. — Volveré con buenas nuevas. Por mi honor de caballero. — Dijo rápidamente antes de marcharse.

 

ALICE

La verdad es que las antorchas iluminaban más de lo que se pudiera esperar, y, al no quemar, no consumían la madera donde estaban. — Es que qué genialidad… — Dijo en un susurró, acercándose a una de ellas y tocándola con suavidad. — ¡NO ME JODAS, ALICE! — El grito de Sean le sobresaltó y le hizo encogerse como si fuera una niña pequeña haciendo una travesura. — Estamos atrapados, ¿no puedes dejar la alquimia un maldito segundo? ¡Y DEJA DE TOCAR COSAS QUE ES LO QUE NOS HA METIDO EN ESTE LÍO! — Sean, ¿siempre gritas tanto? — Cortó Marine, con su tono relajado y su dulce voz de siempre. Eso cohibió un poco al chico, que de repente parecía no saber qué hacer con las manos y con su persona mientras seguían caminando por el pasillo. — Ehm… Yo… Es que… Esto es muy estresante y peligroso. — Marine se giró con su mejor cara de madre comprensiva y dijo. — Pero hombre, Sean, no creerás que nos va a pasar nada. Esto pasa muy a menudo, es un castillo imbuido de magia, ya ves que cuentan tanto con ello que tienen hasta antorchas puestas aquí abajo… — Eso pareció tranquilizar a Sean, que en el estado en el que estaba, no iba a darle muchas vueltas a las cosas, aunque a Alice le preocupó más, porque tenía la sospecha de que aquella famosa llama de los cátaros podía estar encendida cientos de años, y a lo mejor en ese tiempo nadie había bajado, pero mejor quedarse con la visión de Marine.

— ¿Tenéis un plan o estamos andando a ciegas? — Volvió a la carga el chico. — He ido por el pasillo donde veía luz porque me parecía lo mejor. — Contestó la francesa con tranquilidad. — Pero admito sugerencias. — Alice asintió. — Vamos a llegar al final del pasillo y a ver qué hay ahí, y si no tenemos ninguna pista de cómo salir, sé volver a donde hemos caído. — Iba fijándose en las paredes y estaban llenas de signos de la cruz y otros símbolos cristianos que no conocía demasiado, solo de haberlos visto en algunos rituales o de cuando los mencionaba Fulcanelli, así que, si le estaban dando una pista, no se estaba enterando.

Pensar en Fulcanelli le hizo pensar en su novio, y se le puso un nudito en el estómago. — El pobre Marcus estará atacado, parece que le estoy viendo la cara de “no deberíamos haber venido”. — Sean dio la callada por respuesta porque probablemente pensaba igual, pero Marine se rio. — Enseguida te recupera, y más ganas tendrá de verte. — Ella sonrió de medio lado. — André también estará preocupado por ti. — Dejó caer. Y sí, Sean, me parece un momento para sacar el tema, pensó agresivamente como si su amigo fuera Lex y pudiera leerle la mente. Marine, para variar en la vida, se rio. — No, André no se preocupa por nadie. En todo caso por ti, por si sus padres le echan la bronca por perderte, o por si Marcus le hechiza del síncope. — Alice frunció el ceño, pero antes de que pudiera decir nada, Sean aportó. — Pues como a Hillary le haya dado por preocuparse casi prefiero quedarme aquí abajo. Y más cuando se entere de que he sido yo el que ha invocado la trampilla. — Ella se rio y negó con la cabeza. — Si quieres le decimos que he sido yo, de mí lo espera todo el mundo. — Eso hizo reír a Marine. — A veces André y tú os parecéis mucho. — Y ahí aprovechó para reenganchar el tema. — Pues sí. Y por eso creo que sí que se preocupa por ti, no te trata como a las demás. — La chica volvió a reír, mientras llegaban a una encrucijada, ignorando los caminos laterales y siguiendo de frente. — Será más fácil de recordar si seguimos recto. — Aclaró, y luego la miró. — Yo también soy “las demás”, Alice. Todas somos “las demás”. — Ella negó. — No, contigo es diferente, te lo digo yo que le conozco y lo veo. — Marine volvió a reír y le apretó el brazo. — Chérie, no te ofendas, pero yo he pasado objetivamente muuuuchas más horas con él que tú, aunque sea tu primo, y te aseguro que yo no tengo nada de especial, más que os caigo mejor que el resto. Será porque veraneo aquí, o porque me río mucho… — Alice se apresuró a asegurar. — Porque eres genial. — Sean se puso a su altura y también aportó. — Eres un encanto, Marine. — La chica volvió a reír. — Gracias, petites, pero soy una más, como André para mí. Nos llevamos muy bien, pero… a mí me gusta así. Mirad ahora, yo estoy más tranquila que vosotros, porque sé que André no está pasando un mal rato. Cuando me tenga que ir a Bretaña, o a trabajar a París, no lloraré ni se me romperá el corazón al separarme de él. Vivimos la vida con el presente y nada más, y, para nosotros, es la mejor vida. — Alice y Sean se miraron. Para dos Ravenclaws, incluso si uno de ellos era Sean, con sus inseguridades, eso de vivir al día y no pensar en el futuro, era inconcebible. — Mi tata vivía así y mira ahora… Se ha oficializado y todo. Y si el matrimonio homosexual fuera legal se casaría, te lo digo. — Marine sonrió y se encogió de hombros. — ¿Qué edad tiene tu tata? — No le digas que te lo he dicho, pero cuarenta y uno. — Marine le señaló. — Pues igual si llego a esa edad me lo pienso. — Eso la hizo reír. Incorregible, como André, si es que debían estar ciegos para no verlo.

Llegaron por fin a una sala circular con un gran cilindro en el centro, que parecía una tubería gigante. Espera, no lo parecía… — ¡Esto es el pozo del patio! Lo recuerdo. — Miró hacia arriba. — Estamos bajo el patio principal, esto debería ayudarnos a orientarnos. — MUY ASTUTA, MI QUERIDA SEÑORA. — Dio un respingo y se giró. — Sir Laferrac, casi me mata del susto. — No tanto como vos a vuestro enamorado, vive sin vivir en él y ¡oh! — Señaló a Sean. — Vuestra dama, caballero, menudo carácter, os esperan años interesantes a su lado, sin duda, se ha mostrado fiera por encontraros. — Eso le hizo contenerse una risa. — ¿Cómo habéis llegado aquí? — Preguntó Marine. — Los fantasmas podemos atravesar paredes. Ahora solo queda resolver cómo llegar de donde ellos se hallan a aquí, a ver si me acuerdo de llegar. Parto presto a dar las buenas nuevas de vuestro estado favorable. No os mováis hasta que os diga. — Alice suspiró y se sentó contra la vía del pozo. — Pues nada, a esperar. — Sean se sentó a su lado, parecía que estaba embobado. — Hillary poniéndolos a todos en solfa por mí… Pellízcame que debo estar soñando. —

 

MARCUS

Cerró los ojos y soltó aire por la boca, con los brazos en jarra, tratando de relajarse. Hillary estaba dando vueltas de un lado para otro, y gritos, muchos gritos que Marcus escuchaba de fondo. André ya se había puesto en marcha con las runas, pero las idas y venidas de Hillary claramente no le dejaban concentrarse. — Vale, aquí... parece que pone... ¿Bruma? No... ¿Pluma? — O PUMA, O ESPUMA, O A SABER. — Gritó la otra, dando más y más vueltas con los brazos en alto. — ¡¡O NADA DE ESO, PORQUE ES OTRA LENGUA!! MIRA, ¡¡MIRA!! — Señaló. — ¿¿SABES LO QUE ES ESTE CARACTER?? PORQUE ESTO SIGNIFICA BR, PR, BL, RR... — Bueno, pues entonces es cuestión de ir combinando hasta que tenga sentido... — ¡¡HASTA MAÑANA POR LA MAÑANA PODEMOS ESTAR AQUÍ COMBINANDO HASTA QUE TENGA SENTIDO!! ¡Que no, André, que así no hay manera, que esto no va a ninguna parte...! — Y Marcus, de mientras, parado en mitad de la estancia, intentando regular su corazón y su respiración y ordenar su cerebro para que todo ese pensamiento a mil revoluciones fuera en una dirección recta y no empezara a descarrilar.

Estaba pensando. Intentándolo, al menos, con los gritos de Hillary de fondo y un André que cada vez estaba más cerca de perder la paciencia también. Se acercó al lugar en el que su novia y los demás habían desaparecido. Ahí no había trampilla alguna, por más que miraba... no veía nada que pareciera una compuerta. Tampoco estaba mirando con la mente muy fría: se notaba embotado, como metido en una pecera, con el corazón palpitando en las sientes, los dientes apretados y un temblor que trataba de guardar dentro de sí, porque si lo sacaba fuera le tiraría al suelo. Hablando de suelo... Pisó un par de veces con el pie, como si quisiera comprobar un hielo que no iba a romperse a su paso. Aquello estaba bastante duro, pero... Pisó más fuerte. Se agachó y puso la oreja, dando un par de golpes con el puño. Sonaba hueco. No demasiado hueco, pero no sonaba a la piedra maciza propia de un castillo. Habían caído por ahí.

— ¡¡POR DIOS QUE SE PODRÍAN HABER MATADO Y NOSOTROS AQUÍ PERDIENDO EL TIEMPO!! — Gritó Hillary fuera de sí, una vez más, y ya André se despegó de la pared en la que intentaba leer para enfrentarla. — ¡¿Y te parece más útil estar gritando?! ¡¡Vamos a intentar resolver esto aunque sea, joder!! — ¡¡QUE ESTO SOLO ES UNA COLECCIÓN DE PALABRAS SIN SENTIDO, QUE DE AQUÍ NO SACAMOS NAD...!! — Ey ey ey TÚ, ¿QUÉ HACES? — André se había dado cuenta a lo justo de las intenciones de Marcus, probablemente porque, tras echarle en cara a Hillary que gritando también se perdía el tiempo, su siguiente ataque iba a ser contra Marcus, que de cara a ellos dos debía estar sin hacer absolutamente nada. Y al mirarle, vio como este, con la mirada clavada en el suelo, de repente sacaba la varita y apuntaba. André le detuvo a tiempo, pero tan a lo justo que, justo cuando lo atrapó con ambos brazos, ya estaba saliendo un amago de hechizo de su varita que rebotó en un lugar indeterminado. — ¿¿Se puede saber qué coño pretendías hacer, Marcus?? — ¡Eso está hueco! ¡Han caído por ahí! — ¡¡Eso ya lo sabemos!! ¿¿Tu solución pasa por echar abajo el castillo o qué?? — ¡¡Pasa por saber de cuántos metros es la caída!! — Bramó, zafándose de los brazos de André y mirándole de frente. — ¿Y si estamos hablando de una caída de muchísimos metros? ¿¿Has visto la altura que tiene este castillo?? — Si hubieras roto el suelo, entonces te matas tu con ellos ¿no? ¿Es eso lo que estás diciendo? — ¡¡PUES MIRA, SI SE HA MATADO, PUES YA ESTÁ, ME DARÍA IGUAL MATARME YO TAMBIÉN!! — André bajó los brazos. — Tío, no se han matado. — Eso no lo sabem... — ¡Sí, sí lo sabemos! — Cortó André. Echó aire por la boca y les miró a ambos. Hillary se había quedado callada, pero tenía los ojos enrojecidos del disgusto. — Vale, a ver... Solo se han perdido ¿vale? Vamos a enfocar esto... como esos juegos que tanto os gustan resolver. — Marcus no estaba nada convencido. De hecho, ni le devolvía la mirada.

Se generó una pausa hasta que André le puso una mano en el hombro. — No vas a dejar de agobiarte nunca, inglesito cobarde. — Le miró con los ojos entornados y al francés se le escapó una risita nerviosa. — Joder, qué miedo das cuando te pones así. — Le dio otra palmada en el hombro. — Va, Marcus. Están bien, solo se han perdido. Parece que nunca has leído sobre castillos medievales. — Algunos tienen bestias ocultas. — Créeme, si esto tuvo algún día una bestia oculta, como mucho van a ver sus huesos. ¡Este sitio tiene siglos, Marcus, ninguna bestia vive tanto! — Los dragones sí. — ¿Y van a tener un dragón encerrado en el subsuelo de un sitio que visitan los muggles? — La voz de André enfatizaba lo ridículo del planteamiento, y tras lanzarla rodó los ojos y suspiró. — Venga, que se supone que tú eres el listo del grupo. Vamos a resolver esto y a terminar con este drama de una vez. —

— Dejadme a mí las vikingas. Esas me ponen nerviosa. — Dijo Hillary con un movimiento despectivo de la mano, señalando donde estaba André, pero al girarse emitió un grito que sobresaltó a los otros dos. — ¡Perdone, perdone, mi hermosa dama! — JODER, ¿¿CÓMO APARECE ASÍ?? — Mi condición de fantasma me hace perder en ocasiones perspectiva de que no acostumbran los mortales a ver entes que atraviesan paredes. Temo que a la dama del caballero le he causado similar congoja con mi aparición. — ¿¿Alice está bien?? — Preguntó Marcus, abriendo mucho los ojos, porque entre tanta pompa había captado lo que le interesaba. Dio varias zancadas para acercarse a sir Lafarrec, que ya de por sí estaba un poco intimidado por Hillary. Alzó ambas manos. — Sanos y salvos los tres. — ¿¿Y dónde están?? — Atajó Hillary. Marcus tenía el corazón que se le salía del pecho, y una sensación de mareo por el alivio que trataba de gestionar para no perder información de lo que le decían. — Eso... es lo que intento saber. — ¿¿Pero no viene de verles?? — ¡Sí, pero el mapa de este castillo es intrincado! — ¡¡Creía que se lo conocía como la palma de su mano!! — Hillary estaba perdiendo los nervios otra vez. El fantasma estaba a punto de echarse a llorar. Empezaba a quedar ciertamente ridículo. — Mi bella dama, os ruego que no penséis de este humilde servidor... — Mejor vamos a abreviar. — Intervino André, porque Hillary iba a matarlo independientemente de que estuviera ya muerto.

— ¿Estaban los tres juntos? — Formando un pintoresco y unido equipo. — ¿Están heridos? — No me ha parecido verles como tal, caminaban y hablaban con ligereza. — El sitio donde están, ¿es peligroso o agobiante? — Un tanto oscuro, mas cubierto por nuestro preciado fuego eterno. — ¿Estrecho? — ¡En absoluto! Este castillo es inmenso en todas sus cavidades. — Vale, ya sabemos suficiente. — Concluyó André, volviéndose a la pared en la que estaba. Marcus arqueó una ceja. — ¿Sabemos suficiente? — Cuestionó. El francés, con total normalidad, confirmó. — Sabemos que están vivos, que no están heridos, que ellos mismos están buscando la salida y que no están atrapados en ninguna parte, ni bajo la amenaza de ninguna bestia ni en un lugar en el que se puedan quedar sin oxígeno. Ya es cuestión de encontrarles, así que... — Hizo un gesto con las manos y una sonrisita irónica y dijo. — Nos podemos tranquilizar. — Marcus echó aire por la boca. Bueno, él no estaría del todo tranquilo hasta que no viera a Alice, pero tendría que valer. — Ahora más le vale, sir Lafarrec, que no se pierdan también mi hermana y su enamorado. — Dijo eso último con tonito, en clara burla a los tres presentes. — ¡Oh! Buena idea, mi señor. Parto enseguida a comprobar que... no tengamos otro altercado por otra parte. Y a dar las buenas nuevas a ellos también. — Y se esfumó a través de una pared. André rodó los ojos y, mientras pasaba las manos por las inscripciones, murmuró. — Cuidado, a ver si los vas a pillar follando por un recoveco. — Las caras de Marcus y Hillary eran un poema. André chasqueó la lengua. — Es mi hermana, y el otro es un tranquiloide. No me extrañaría ni un pelo. — Les apremió con las manos y dijo. — Venga, a trabajar. Cuanto antes nos pongamos, antes terminamos. —

 

ALICE

— ¿Creéis que eso es síntoma de que me quiere? — Preguntó Sean, filosófico. Las chicas le miraron. — Es decir, parece haber aterrorizado a un fantasma preguntando por mí, ¿creéis que me quiere? — Yo ya creía que te quería sin necesidad de aterrorizar a nadie. — Dijo Marine sentándose a su otro lado. Alice se giró a su amigo y dijo. — Te lo ha explicado, Sean. — Su amigo chasqueó la lengua y entornó los ojos. — Vaaaale sí, Sean es tonto… — Alice suspiró y negó con la cabeza. — Pero no por lo que tú te crees. — Se giró de nuevo hacia él. — Eres tonto porque te empeñas en degradarte. Te has sorprendido y hasta sentido aliviado cuando sir Laferrac te ha dicho que Hillary estaba montando un escándalo por ti, y yo no lo he dudado un momento por Marcus. — Se encogió de hombros. — ¿Y cual es la diferencia? — Le preguntó. Sean la miró con cara de evidencia. — Que tú estás muy segura de que Marcus te ama. — ¿Y lo he estado siempre? — Sean cambió la cara y miró a Marine a través de ella. — Tú no te haces una idea de los añitos que han dado. — Eso hizo reír a la chica, pero Alice seguía mirándole con expresión astuta. — ¿Y cuál era la realidad? — Su amigo parecía ir entendiendo por dónde iba. — Que él estaba tan enamorado de ti como tú de él, o más. — Bueno más no. — Aclaró ella. — ¿Te has planteado que te esté pasando lo mismo? — Él la miró y al final suspiró y apoyó la cabeza en su hombro. — Solo espero que no esté enfadada conmigo. Ahora tengo más ganas de verla. — Marine aprovechó y se le apoyó en el otro. — Yo tengo hambre, ¿vale para suspirito también? — Vale. De hecho, si tuviéramos a Marcus aquí, algo llevaría encima seguro: grajeas, chocolatinas, algún dulce de la feria del otro día… —

Ya se le estaba contaminando el ánimo cuando oyó una voz que no sabía de dónde venía. — ¿Hola? ¿Sois ingleses? — Era el fantasma de una chica muy muy joven. Si no era como ella, debía ser incluso más joven. — Sí… ¿Quién eres? — Me llamo Lorene, soy de Calais, por eso hablo inglés. — Encantada, Lorene, yo soy Alice. Mis amigos y yo nos hemos caído por una trampilla, ¿tú no sabrás cómo salir de aquí? — La chica les miró a los tres y dijo. — ¡Ay! ¿Os habéis caído desde la sala del trono? Pasa mucho. Bueno, a ver, habrá pasado unas cuantas veces en estos últimos ochocientos años… Hay que deducir cómo abrir ese pasadizo. — Señaló un arco cegado. — Eso conecta con lo de arriba… Bueno, también podríais intentar bajar por la montaña, pero apareceríais abajo del todo… Pero, sois magos ¿no? — Ella asintió con una sonrisa. — Qué bonito, me encantaba la magia, aunque yo no lo era. — ¿Eras cátara? — Preguntó Marine. La chica asintió. — Sí, pero yo no podía hacer magia. Mi prometido sí, pero tuvimos que separarnos, él se quedó en Puivert y yo… perecí aquí. — Todos pusieron carita de pena. La chica era tan tan joven y se la veía tan triste al nombrar a su prometido. Suspiró y les miró. — ¿Os espera alguien arriba? — Sí… Mis primos y… mi novio. — Y mi novia. — Aportó Sean rápidamente. — Puedo intentar encontrarlos. — Ya ha ido Sir Laferrac, que estaba haciéndonos de guía. — La chica suspiró. — Sir Laferrac es harto despistado… Buscaré por el castillo a ver si les encuentro y puedo ayudarles un poco a deducir. — Muchísimas gracias, Lorene. — Y la chica desapareció también.

— Era una niña cuando murió. — Murmuró Alice. — Es muy triste. — Convino Marine. — Aquí perecieron familias enteras, y probablemente no supieran que fueron los últimos… — ¡ALICE! ¡SEAN! ¡MARINE! — ¿Eso era la voz de Jackie? Se acercó al lado de la pared por donde llegaba su voz. — ¿JACKIE? — ¿Estáis bien? — ¡Sí! ¿Dónde estáis? ¿Está Marcus? — Ahora mismo le aviso. Ha venido una chica a buscarnos, y nos ha dicho que por aquí había una antigua tubería, para tirar alimentos y agua desde el patio. Lo malo es que no cabemos. — Alice soltó un suspiró mientras oía a Lorene decir. — Podéis hablar vos también por aquí, caballero. — Gal, ¿estás bien? — Era Theo. Vaya, en qué andarían aquellos dos. — Estamos bien, pero Marcus debe estar histérico. — Tranquila, voy por él y… ¿Sean, estás ahí? — Sí, sí. — Por Dios en cuanto llegue Hillary júrale que estás bien. — Los tres rieron. — Hecho. — ¿Angustias por encierro? ¿Os falta el aire? ¿Alguno ha tenido algún ataque de pánico? — Marine está bien a gusto, Sean siendo Sean y yo preocupada por Marcus, pero bien. — Vale, quietos ahí, eh. — Lorene apareció a su lado de nuevo y susurró. — Ese no es vuestro prometido ¿verdad? — Ella sonrió y negó. — No, no, es el novio de mi prima. — Ah, menos mal… — Suspiró la chica. — No quería romperle el corazón a ninguna mujer con una infidelidad. — Eso volvió a hacerles reír. — Alice, si no encontramos forma de bajar, hemos pensado que podemos encogeros y levitaros por la tubería hasta aquí. — Dijo Jackie por la tubería. Ella resopló. — Uf, tengo mala experiencia con eso, cuando me empequeñecí sin querer lo pasé muy mal… — Pensó en su Marcus hablando angustiado a la tubería. — Bueno, si no hay otra forma, lo intentaremos. Qué mal que no podamos aparecernos… — A ver si terminaba pronto aquello y podían retomar las vacaciones ideales. Y el tema de la llama blanca, que, de verdad, la traía por la calle de la amargura.

 

MARCUS

Cada uno se colocó en una pared. Si bien el hecho de saber que estaban sanos y salvos le tranquilizaba, seguía considerablemente tenso y, por tanto, su concentración se tambaleaba. Notaba los latidos del corazón en las sienes y solo podía pensar a toda velocidad en qué zona del castillo se encontraría Alice y si estaría asustada, o dolorida por la caída, o a saber. — Aquí no hay nada. — Dijo Hillary, frustrada. — Nada de nada de nada de nada. — A ver ¿qué pone? — Preguntó André, paciente. Marcus seguía tratando de descifrar a los celtas. Por supuesto, él se había quedado a los celtas y André a los bretones, a ver si al menos sus ancestros le inspiraban o algo. Era todo un tanto absurdo y un Marcus en lo absurdo se ponía muy sarcástico... Aunque no tanto como Hillary, claro.

— ¡AGUA! ¡PONE AGUA POR TODAS PARTES! — Se enfadó la chica, señalando con desdén la pared. — Que si navegación, que si oleaje, que si conquistas... ¡Mira, de verdad! Esto son solo historietas vikingas. — Se giró hacia ellos. — ¿Qué pone en los vuestros? Porque aquí me voy a aprender la vida de Odín antes de ver qué ha pasado con mi novio. — Según esta frase... — Comentó André, concentrado. — ...Parece... lo que he dicho antes, "bruma". Y por aquí... — Señaló otra línea. — "Cuando el batir de las alas del...", no identifico a qué animal se refiere, pero vamos, algún tipo de pájaro... — ¡¡QUE NO ME IMPORTA!! ¡¡OISH!! — Hillary se fue hacia Marcus. — ¡Aquí no pone nada de cómo se accede a ninguna parte! ¡Ni de cómo se activa esa trampilla! — Ya os dije que ellos no leyeron nada para activar la trampilla. — Comentó Marcus, con la vista en las runas, intentando concentrarse. — Si la trampilla era un círculo, a lo mejor los celtas dicen algo. — Aportó André. Luego se encogió de hombros. — A falta de los otros dos... — Sí que dicen algo. — Cortó Marcus. De repente, al leer la tercera frase de lo que tenía delante, algo hizo click en su cerebro.

Hillary y André se le habían colocado cada uno a un lado, expectantes. Marcus comenzó a señalar. — "De las verdes praderas brotará vida". "De lo más profundo y hacia lo más alto, sus frutos". "La energía de su centro, con sus piedras, hará magia". — Sí. Tenía sentido, tenía que tenerlo. — ¿Qué es eso, Marcus? — Preguntó Hillary, tratando de disimular que no tenía la paciencia en sus mejores horas, pero realmente deseosa de obtener una respuesta. — Se refiere a la tierra. — Dijo él. Señaló a la pared frente a sí. — Tierra. — Señaló a su derecha, donde antes estuviera André. — Aire. — Señaló a su izquierda, la pared que leía Hillary. — Agua. — Y solo faltaba una. Los tres se dieron la vuelta. Frente a ellos, la pared con las antorchas. — Y fuego. — Allí se había detenido sir Laferrac a dar su explicación. Ahí estaban las antorchas. Aquella era la pared del trono de los cátaros. Allí tenían que estar sus respuestas.

— Vale, los cuatro elementos. Pero eso igualmente no nos dice nada. — Hillary parecía un tanto más aliviada por haberle encontrado la lógica a aquello, pero igualmente seguían sin una respuesta clara. Marcus se acercó a la pared frente a sí, donde estaban las antorchas y por donde sabía que ellos habían caído, y escudriñó. Y entonces lo vio. — Esto no es una runa. — Y nadie mejor que Marcus O'Donnell iba a detectar a la legua un círculo de transmutación. — Apartaos. — Le dijo a los otros dos, que habían ido tras él. Dio unos pasos hacia atrás, colocándose lo suficientemente lejos, y apuntó al círculo con la varita. Un haz de luz empezó a dibujar las líneas del círculo y, una vez acabado, este se iluminó y un agujero se abrió bajo sus pies, provocando que los tres se sobresaltaran y que Hillary ahogara un grito. Apenas pudieron reaccionar, porque segundos después de abrirse se cerró. — Hazlo otra vez. — Pidió André. Marcus le miró. — ¿Para qué? — ¿Cómo que para qué? Han caído por ahí. Vuelve a hacerlo para que caigamos nosotros también. Era un tobogán, por eso no les ha pasado nada. — No es el pasadizo correcto. — Dijo Marcus. Hillary le miró con los ojos como platos. — ¿¿Qué hostias dices, O'Donnell?? ¡Han caído por ahí! ¿Ahora te vas a poner en modo acertijo? — Han caído en una trampa. — Aseguró. — Aquí hay un escrito en clave y claramente esto va alternando las salidas. En eso consiste el conocimiento. — Afirmó, señalando al trono. — No es estático, es cambiante. Debes actualizarte, renovarte continuamente, y adaptarlo a las circunstancias. — Miró a la pared de nuevo. — El fuego no es la solución. — Por alguna razón. Ahora le quedaban tres opciones.

— Pues nada, a probar las demás. — Afirmó André, volviéndose a su pared y buscando si había algún círculo por ahí. Marcus se detuvo en su sitio, pensativo. Lo de ir probando no iba con él: tenía que buscar la solución de otra forma. — ¡Eh! ¡Ya he encontrado el círculo del aire! ¡Está en el techo! — Hillary hizo una pedorreta. — Sois tremendamente originales los alquimistas ¿eh? — Comentó mordaz, dirigiéndose a donde estaba André, dispuestos a hacer lo mismo que había hecho Marcus para dibujarlo. — Quietos. — Ordenó. ¡Por Merlín! ¿Es que no podían estarse un segundo quietos y dejarle pensar? No tardaría en dar con la respuesta si podía concentrarse aunque fuera un ratito. — No tenemos ni idea de dónde está la trampa de ese círculo si no es el correcto. — Y lo que les faltaba era caerse ellos por otro lado. Lo miró desde abajo, acercándose también, y luego miró a Hillary. — Y eso no es un círculo de un alquimista. Está sin terminar. — Hillary rodó los ojos. Porque, sí, Marcus reconocía un círculo alquímico allá donde lo viera. Como también sabía diferenciar un círculo de transmutación de un simple dibujito pintado.

— Nos estamos saltando información de las runas... — Marcus ¿entiendes que no podemos quedarnos aquí traduciendo runas toda la vida? — Pues gracias a la traducción hemos dado con... — ¿Con qué? ¿Con que cada pared habla de un elemento? Quitando eso ¡no tenemos nada! — Ya se iba a poner a discutir con Hillary, mucho estaba tardando. — Bueno, yo por si acaso voy a ir buscando el de la tierra, que supongo que estará en el suelo. — Dijo André, dirigiéndose hacia la pared correspondiente mirando el suelo. Y, mientras paseaba, vio cómo iba dejando la vista atrás y decía con una sonrisilla. — Mira, a los cátaros le gustaban los cangrejos. — Bromeó, señalando el centro de la estancia. Hillary rodó los ojos y pasó del tema, volviendo a sus quejas habituales, pero algo había conectado en el cerebro de Marcus. Un cangrejo... No, no podía ser casualidad.

— La constelación de Cáncer. — Murmuró. Los dos le miraron, y él miró alternativamente a uno y otro también. — El agua. — Se generó un silencio. Cuando reaccionaron, los tres a la vez se pegaron a la pared de las runas vikingas y empezaron a leer a toda velocidad. — ¡Aquí! —Bramó Hillary. — "Siente la marea, sigue su oleaje. Busca tu rumbo y conquistarás". — Algo va a señalarnos el camino. — Murmuró Marcus. — Algo... donde haya... — Oleaje. — Completó André. Los tres se miraron y sonrieron. — La sala de astronomía. — Dicho y hecho, salieron corriendo hacia allí.

Entraron atropelladamente en la sala después de haber corrido como si les persiguieran por el lúgubre pasillo de estanterías quemadas. Marcus se fue fijando en el suelo: estaba lleno de cangrejos. Aquel castillo cambiaba su ruta cada vez que cambiaba la constelación regente. Entraron en la sala y sus ojos se fueron directos a buscar la constelación de Cáncer. — Ahí. — Señaló el techo. La punta señalaba hacia una de las paredes, y allí estaba el círculo correspondiente. Al parecer, los círculos se movían de sitio también. Marcus alzó la varita y bramó. — ¡Aquamenti! — El agua impactó directamente sobre el círculo y, al terminar el hechizo, apareció ante ellos una puerta con unas escaleras que descendían a alguna parte. Sin pensárselo dos veces, descendieron las escaleras a toda prisa.

Sin embargo, al final de estas lo que encontraron fue un pasillo cegado. — ¡No me jodas! — Bramó André, jadeando. Hillary frustró un gruñido. — ¿¿Pero quién ha hecho esta puta broma?? — ¿¿Hills?? — Todos abrieron mucho los ojos. Era Sean. — ¿¿Sean?? — ¡¡Hills!! — ¡¡¡SEAN!!! ¿¿DÓNDE ESTÁS?? — ¡¡Te oigo a través de aquí!! — La pared. Por supuesto, ya estaba Hillary aporreándola. — ¡¡Hay que abrir esto!! ¡Apartaos! — Bramó la chica. Hizo el mismo intento que en la sala de arriba. — ¡Aquamenti! — Pero, por desgracia, aquí no funcionó. André empezó a mirar por todas partes. — Tiene que haber algún círculo... — Dejadme a mí. — Dijo Marcus. Tenía una idea. Quizás fuera un intento en balde, pero de alguna manera tenía que hacerlo. Si no servía, entre los tres podrían intentar echar ese muro abajo de alguna forma. Pero algo le decía que iba a ser una cuestión más de intelecto que de fuerza.

— Alice... escúchame. — Puso las dos manos en la pared y apoyó la frente en esta. — Estoy aquí... — Dijo, tratando de modular la respiración acelerada y su voz, intentando que supiera lo que estaba haciendo y que ella pudiera entenderle y seguirle. — Yo soy la tierra. — Sabía que ella respondería a eso. De hecho, lo escuchó al otro lado y sonrió, añadiendo él la siguiente frase. — Soy el agua. — Y la parte que faltaba la dijo ella. La pared se iluminó de repente con un fulgor que le hizo dar un paso atrás, aunque nada más verlo supo que no le haría nada. Que alumbra y no quema. Ese fuego que los cátaros usaban para alumbrar. La pared se había convertido en una enorme cortina de fuego blanca que, al consumirse, mostró a los tres al otro lado. Avanzó hacia su novia y la estrechó en sus brazos. — Gracias a Dios. — Dijo mientras la achuchaba. — Qué miedo he pasado. — Dijo de corazón. Porque le conocía lo suficiente como para que fingiera otra cosa, porque llevaba intentando contenerlo un buen rato y porque, como bien decían los Gallia, negarlo siempre es peor.

 

ALICE

No quería que se le notara pero empezaba a impacientarse por salir. Jackie y Theo sonaban preocupados, y, a pesar de la colaboración de los dos fantasmas, no parecían estar encontrando muchas pistas de cómo salir. Se acercó, cruzando los brazos, al cilindro que era el pozo. — ¿Por qué habremos acabado aquí? Solo había luz en esta dirección. Parecía que estaba… indicado. — Bueno, indicado si te fías de la llama blanca. — Señaló Marine. — Un cátaro siempre sigue la llama blanca. — Saltó Lorene. — La llama siempre guía, por eso alumbra eternamente. Por eso nos enseñaban a interpretar el cielo y confiar en que la llama siempre nos enseñaría el camino. — Alice la miró de reojo. Pobrecilla, creía de verdad en su causa, se le notaba… Y entonces algo hizo click en su cabeza. — Antes… Antes han dicho que era la época del primer signo de agua… Mientras estábamos en la sala de astronomía… — Se acercó al cilindro del pozo y lo tocó. — No puede ser casualidad que la llama nos haya traído aquí, donde pasa una corriente de agua. —

Y justo entonces, escuchó la voz de Hillary al otro lado de la pared. — ¡Hills! — Exclamó con alegría, dirigiéndose allí. Pero su amiga tenía claramente otro interés, interés que ahora estaba pegado a la piedra como si le fuera la vida en ello, montando una opereta en toda regla. Alice y Marine se miraron, entornando los ojos y tuvieron que contener una risa. Parecía que estaban intentando abrir la pared, y de pronto notó cómo Marcus la llamaba y fue ella la que se pegó a la pared. — Mi amor… — Dijo con cariño, posando las manos en la pared, para que notara que estaba bien, que estaba tranquila, que lo resolverían. Y entonces le dijo lo de “yo soy la tierra”. Le encantaba esa frase, y solían decírsela mucho, quizá así notaría que estaba todo bien… — Yo soy el aire. — Contestó con ternura. Y entonces, cuando le contestó con lo del agua… lo entendió. Oh, su alquimista brillante, lo había resuelto. Se giró al pozo y sonrió. Apartó a los otros dos hacia atrás, por si acaso, y colocó las manos en el muro. — Soy el fuego. — Su impulso fue apartarse inmediatamente, pero la llama cátara, como habían dejado claro, no quemaba. En cuanto se consumieron, vio que Marcus corría hacia ella y se unió a él en un abrazo muy fuerte, notando que respiraba mejor solo de tenerle ahí. — Lo sé, mi amor. Cómo lo siento. — Levantó la cabeza y le dejó un beso en los labios. — Está todo bien. — Se separó y sonrió. — No es solo que esté todo bien, es que has descubierto cómo llegar aquí, eres increíble. — Dijo contentísima, agarrando sus manos y besándolas. — Yo acababa de darme cuenta de que el pozo estaba aquí y que estaba relacionado con lo del agua. — ¡¡¡¡ALICE!!!!! ¿SEGUÍS AHÍ? — Anda, que Jackie sigue ahí. — Cayó Marine, dirigiéndose a la tubería. — Jackie, nos acaban de abrir la salida. Están todos aquí, no te preocupes, nos vemos en el patio. — Y, diligentes, se dirigieron a abandonar la sala, todo fuera que se cerrara. Pero al haber recuperado a su amor y llevarlo de la mano, se acordó de alguien. — Lorene. — Llamó a la joven. — ¿Cómo se llamaba tu prometido? — François Dampierre. — Si le sitiaron en Puivert quizás también esté anclado al castillo. No sé cuánto tardaré en volver, porque vivo en Inglaterra, pero para vosotros los fantasmas el tiempo es relativo. — La chica rio. — Cuán ciertas vuestras palabras. — Te prometo que, en cuanto pueda, iré a Puivert y veré si está allí. Y si lo encuentro, le diré que le esperaste siempre, que le esperas todavía. — La chica sonrió y describió una voltereta en el aire. — ¿De veras? ¡Oh santísimo Dios! ¡Sois un alma pura, Alice, mil gracias! — Ella sonrió. — Dámelas si lo encuentro. Vendré a contártelo si así es. — ¡Sí sí sí! Cuidad de ella, caballero. — Le dijo a Marcus. — Os deseo lo mejor a los dos. — Alice asintió y agradeció y se alejó por las escaleras, de la mano de su novio y le explicó. — La quemaron aquí junto a los demás y se convirtió en fantasma probablemente porque esperaba que el tal François viniera a por ella. — Apretó la mano de su novio y la besó de nuevo. — Me he sentido identificada por obvias razones. Así que ahora tendremos que ir a Puivert algún día y ver si a él le pasó lo mismo. Solo intentaremos no llevar a Sean para que no active nada. —

Se pasó todo el trayecto al patio loando a su novio, analizando cómo había encontrado cada pista, queriendo oírlo todo con ojos brillantes, hasta que divisaron en el patio junto al pozo a los demás. — Hills, me da la impresión de que has jubilado a un fantasma. — Decía Jackie. — Sir Laferrac vino a buscarnos y no lo he vuelto a ver. — Todos rieron y Hillary puso cara de hastío, sin soltarse de Sean. — A ver, estaba muy en plan guía misterioso y teníamos una emergencia, era como para ponerse así ¿sabéis? — De nuevo, la risa fue generalizada, y hasta Hillary tuvo que sonreír. — ¿Sabéis qué batalla nos queda? — Dijo Jackie señalando su reloj. — La de explicarles a mis padres por qué vamos a llegar, al menos, veinte minutos tarde a la comida en Aix. Seguro que algo nos acaba cayendo. — Dijo mirando a su hermano, que, para variar, estaba a otras cosas, de risitas con Marine. Alice miró el reloj y luego a su novio. No solo se le había ido el tiempo sino que se había olvidado de la comida con sus tíos en la encantadora Aix-En-Provence, que ninguno de los ingleses conocía. — ¿Tantísimo se nos ha ido la mañana? — Miró alrededor y suspiró. — Va a haber que volver para verlo en condiciones… — Miró las caras consternadas de todos y aclaró. — Bueno, sin activar nada ¿vale? —

 

MARCUS

Al separarse, la escudriñó, aún con las manos en sus mejillas. — ¿Seguro que estás bien? — Estaba mirando si había daños por la caída, o si había llorado, o si respiraba con dificultad por la angustia... Pero no, su novia estaba contentísima porque había resuelto un acertijo. Suspiró con alivio mientras se ahorraba cerrar los ojos. ¿Por qué todos allí (excepto Hillary, que más que les pesara a ambos se veía que eran los más parecidos) parecían estar tomándose aquello como un juego divertidísimo? A él casi le da un infarto. — Lo mío me ha costado. — Dijo con media sonrisa, tratando de no sonar demasiado angustiado. Sí, lo había resuelto, pero no sabía ni cómo. Con lo abrumado que estaba por la circunstancia, perfectamente podía seguir dando vueltas por la sala del conocimiento sin sacar nada en claro.

Miró hacia arriba y volvió a dejar salir aire entre los labios, bajando las cejas con resignación y negando. — Un pozo... — Menuda obviedad. Si lo hubiera sabido... — Estoy casi seguro de que esto lo diseñó un Gryffindor. — Miró a Alice. — Un Gryffindor listísimo, pero un Gryffindor. Las pistas traían aquí como podían haber llevado a cualquier otra parte y su conexión es superficial. Por no hablar de los riesgos que entrañaba equivocarte al resolver. — Chistó y negó, pasando la vista a Sean y Marine para comprobar que ellos también estaban bien. Por supuesto, Marcus no solo no se tomaba aquello como un juego sino que, una vez confirmada la supervivencia y bienestar de su novia, su mejor amigo y su nueva amiga, ya se podía permitir el lujo de juzgar lo adecuado de ese casi diabólico juego de ingenio.

La irrupción de los gritos de Jackie le recordó que aún no estaban todos juntos, pero la angustia duró poco, porque al parecer estaban bien orientados con respecto a la salida, por lo que sería cuestión de reunirse donde habían acordado. Antes de salir, en cambio, Alice se giró hacia el fantasma de una chica a quien Marcus no había visto aún. Una chica muy joven, por cierto. Frunció un poco el ceño escuchando la conversación, la cual claramente se había perdido, pero lo relajó para sonreír y saludar con cortesía cuando se dirigió a él. Se llevó la mano al pecho. — Lo haré. Toda la vida, y con todo mi corazón. — Miró a su novia y arqueó las cejas. — Si ella me deja. — Y si no me mata de un infarto antes. Mientras salían, Alice le contó la historia de la chica y el corazón se le encogió en el pecho. — Pero... es muy joven. — Musitó, frunciendo el ceño casi horrorizado. Miró a su novia y dejó un beso tierno en su pelo. — No habría castillo que me encerrara si sé que me estás esperando. — Y prefería no contemplar la posibilidad de que ambos acabaran convertidos en fantasmas con la edad que tenían, la verdad, porque por un momento en esa sala sentía que habían estado a punto. Y aún le duraba el susto en el cuerpo.

Alice levantó bastante su humor en base a engordar su ego intelectual, porque su novia le conocía muy bien. Se permitió el lujo de adornar un poquito cómo había llegado a las conclusiones que había llegado, fingiéndose el ser más racional y mentalmente frío del mundo cuando de resolver un misterio se trataba, y obviando la parte en la que casi hace un agujero en el suelo para compartir destino con ella presa de la desesperación. No era tan ingenuo como para pensar que Alice no sabría que parte de su discurso eran adornos o que André le delataría en algún momento, pero pensaba disfrutar mientras tanto. Le hizo bastante gracia la supuesta jubilación de sir Laferrac, pero chistó y decidió partir una lanza en favor de Hillary. — Estábamos un poco tensos por razones obvias y el señor no estaba dando ninguna pista concluyente. — Ni concluyente ni pista. Solo decía tonterías. — Afirmó Hillary. Marcus asintió. — Parecía más bloqueado que nosotros. Al final, hemos tenido que sacar nuestras propias conclusiones. — Después de que cierto caballero estuviera a punto de marcarse un Romeo por su Julieta, solo que echando el castillo abajo. — Sí que le había durado poco el momento "André no me ha delatado todavía, puedo fingir que mantuve la calma". — Aquí el caballero andante, mucho criticar a los Gryffindor, pero casi se marca uno y lo tenemos ahora de fantasma por aquí. — Exagerado... — Murmuró Marcus, rodando los ojos. — Solo estaba comprobando el estado del suelo. Necesitaba saber si la caída había sido muy aparatosa. — Pues tú ibas de cabeza. — Bueno, un momento de debilidad lo tiene cualquiera. — Se defendió, y acto seguido se estiró, muy digno, con la mirada al frente. — Y al final resolví el enigma, que es lo importante. — De repente, notó que alguien le agarraba la cara con cierta violencia y le plantaba un beso en la mejilla que le dejaba un pitido en el oído. — ¡¡Si es que es listo el condenado!! ¡Solo hay que dejarle pensar un poquito! — Gracias, Hills. — Respondió un tanto aturdido, tras lo cual se removió y la miró con una ceja arqueada. — Acuérdate en la próxima crisis antes de ponerte a gritar. No sé cómo Sean no te oía desde donde estaba. — Pues no, no la oía. Ojalá la hubiera oído. — Su amigo miró a la chica y dijo, muy melodramático. — No sabes cuánto he echado de menos tu voz, mi Hills. — Ooooh... — Se derritió la otra, yendo a darle un abrazo. Marcus rodó los ojos y miró a Alice. Y luego hablarían de ellos...

La mañana se habría pasado muy rápido para algunos, pero a Marcus el mal rato le había consumido años de vida, estaba seguro. Ya hablarían más adelante de si volver al castillo o no. Por lo pronto, debían aparecerse en Aix para la comida con los Gallia. Susanne y Marc les estaban esperando en la puerta, pero ni mucho menos con objeto de regañarles, sino con una amplia sonrisa y los brazos abiertos. — ¡Por fin venís! — Dijo la mujer, toda alegría, lanzándose a abrazar a Alice la primera. Jackie estaba un poco cortada, al lado de Theo, y André murmuraba algo con Marine, pero su padre le detectó rápido, señalándole. — Tú. ¿Qué has liado esta vez? Dudo que nuestros amigos ingleses hayan querido llegar tarde voluntariamente. — ¿He tenido que ser yo? — Preguntó André, fingiendo una indignación nada creíble. Se volvió a los demás. — ¿Veis lo que tengo que aguantar un día tras otro? — Anda, anda, menos quejas. — Dijo Marc, adelantándose y saludando a Marine con dos besos. Susanne ya había soltado a Alice y ahora le recibía a él con una enorme sonrisa. — Marcus, querido. — Señora Gallia, qué alegría verla. — ¡Ay, hijo! Después de tantos años y siendo ya prácticamente familia, no me hables con tanto formalismo, que me siento mayor. — Dijo con una risita. Veía que la mujer intentaba ver por encima de él y, con tono divertido y tierno, les susurraba. — ¿Tengo que incluir a alguien más en la familia? — Le dio un pequeño codazo a Alice y dijo. — Anda, chívale algo a tu tía. Que estos hijos míos no hay forma de que suelten prenda de nada. — ¡Bueno! ¿Me presentáis al resto del grupo o qué? — Comentó Marc, divertido, y André realizó las pertinentes presentaciones de Sean y Hillary. Jackie y Theo se iban acercando un poco más, por lo que Marcus y Alice dieron un paso atrás y disfrutaron del espectáculo.

 

ALICE

Alice adoraba Aix-En-Provence. Le encantaban sus fachadas tan grandiosas como destartaladas, sus colores pastel y que había flores en todas partes, era pura Provenza. Miró a Marcus emocionada y se enganchó de su brazo. — ¿Cómo es posible que no te haya traído nunca aquí? Es un sitio precioso. — Sobre todo para una boda. — Dijo su prima. — ¿Verdad? — Contestó al momento, con una sonrisa que le iluminaba la cara. Acto seguido, se dio cuenta de que su prima le había tendido una trampa, y simplemente entornó los ojos como si hubiera dicho cualquiera cosa, y la vista de sus tíos al fondo distrajo la conversación, y se dirigieron a saludar.

— ¡Díselo bien alto, tío! Todo culpa de tu hijo mayor. — Picó Alice. No se le escapó, por supuesto, la naturalidad con la que su tío saludó a Marine. Y justo cuando su tía la picó, aprovechó para dejar caer. — Pues depende, ¿contamos a Marine ya o no? — Eso hizo reír a Susanne, que les miró con cara de pilla. — Ay, cielo, eso es tierra baldía, no será que no se ha intentado. — Pero su tío Marc demandaba presentaciones, y ella se apresuró a introducir a sus amigos en la órbita. — Qué de años oyendo hablar de ustedes, tanto a Marcus como a Alice. — Dijo Hillary. — Espero que todo bueno… ¡Hombre! Pero si a este chico lo conozco yo de Pascua. — Dijo mirando a Theo y acercándose a darle la mano. — Hola, señor Gallia, de verle… me… alegro. — Su tío río y le señaló. — Es un cachondo Theo, en Pascua lo pasamos bien, eh… — Sí, sí. Divinamente. Precioso. Como esto. — Tú hablas inglés de normal ¿no? — Preguntó su tío desconcertado. Sí, sí, pero ahora mismo hablaría lo que fuera por que no le juzgaras, pensó Alice, mirando con media sonrisilla a su tía. Esta estaba cruzando miradas con Jackie, que no sabía dónde meterse. — Querido… creo que le estamos agobiando un poco. — ¿Ah sí? Perdón, eh, Theo… — No, no, señor Gallia, para nada. Si es que no estoy acostumbrado a aparecerme ¿sabe? — Ah claro, a mí me pasa, eh, a mí me sacas del trayecto Marsella-Saint-Tropez, y me pierdo ya… — Y su tío entró hablando con Theo en el restaurante. Alice se acercó a su tía y susurró. — Bueno, se lo va a tomar a bien cuando tu hija se decida a decirlo. — Susanne rio y negó con la cabeza. — Eso espero. Te juro, Alice, que es tan despistado que a veces me pregunto cómo conserva la cabeza sobre los hombros. —

Se sentaron a comer en un jardín precioso, y Alice le iba indicando a los ingleses cómo se comía esto o qué llevaba aquello, disfrutando de la luz del sol que se filtraba por las hojas de los árboles del patio. — Bueno, ¿alguien va a contarme por qué hemos comido más de media hora tarde hoy? ¿Habéis reemprendido la cruzada cátara? — Preguntó Marc. Alice sonrió, después de dar un sorbo a su limonada. — ¡Bueno, tío, no te lo imaginas! Ha sido una locura… — Marc miró a Marcus y sus amigos. — Así han empezado tooooodas las historias toooooodas las veces que nos han llamado de Beauxbatons, o del ayuntamiento, o de donde sea que la han liado mis hijos. — Papi, esta vez no hemos sido nosotros. — Dijo Jackie con media sonrisilla. Estaba más callada que de costumbre, probablemente estrujándose el cerebro sobre qué decir respecto a Theo. — Pero esta vez tenían ayuda inglesita para asistirles en el lío, tío. — Dijo ella, dejando un besito en la mano de Marcus y cediéndole el protagonismo a su primo, porque le encantaba contar historias muy a su manera, y sabía hacer reír a su padre. Mientras ella pensaba… sí, cuán bonita podía ser una boda en un patio así… en verano… por lo que fuera…

Notes:

¡Guau! Más magia de la que nos gusta. Esta semana tocan los cátaros. ¿Sabíais que existieron de verdad? Eran cristianos, muy sabios y científicos, que desafiaron el poder de la iglesia católica y defendieron el conocimiento en la zona del sur de Francia, Cataluña y Aragón. Su historia era tan fascinante que nos cuadraba muchísimo con nuestra saga y nuestros chicos, y quisimos meterles un poquito de tensión y caos para teneros ahí enganchados. Contadnos, ¿habíais deducido antes que Marcus cómo se podía liberar a los perdidos? ¿Os ha gustado este viaje al castillo cátaro? Si así ha sido, podemos plantear para un futuro ese viajecito de Alice a Puivert a encontrar al prometido de Lorene. ¡Gracias siempre por leernos semana tras semana!

Chapter 11: Where it's peaceful, where I'm happy, where I'm free

Notes:

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Chapter Text

WHERE IT’S PEACEFUL, WHERE I’M HAPPY, WHERE I’M FREE

(27 de junio de 2002)

 

MARCUS

Se revolvió en la cama, perezoso, aún con los ojos cerrados. Se estaba tan bien allí, la cama era cómoda, y la temperatura, perfecta. De hecho, ni siquiera llevaba la camiseta del pijama, solo el pantalón, y apenas estaban un poco cubiertos por las sábanas. Abrió los ojos y allí estaba Alice, y solo de verla sonrió. ¿Podía firmar porque aquello fuera así toda la vida? ¿Todos los días de su vida? Ahora, volverse a Inglaterra se le antojaba todo un drama. Y no porque no tuviera ganas de estar en casa o ver a su familia (a sus padres les quedaban varios días de aguantar anécdotas sin fin de Marcus en La Provenza), sino porque... sería volver a estar sin Alice. A despertar sin Alice. Y solo de pensarlo ya le estaba entrando frío, el frío propio de Londres, tan lejano al calorcito de allí.

Se arrastró un poco por la cama para abrazarse a ella, y al hacerlo vio cómo se removía también y abría los ojos. Sonrió. — Buenos días, princesa. — Susurró, dejando un beso en su mejilla justo después y aprovechando para apoyar la cabeza en la almohada, entre esta y el rostro de Alice, dejando salir un suspiro relajado. — ¿Podemos no levantarnos? — Preguntó con voz adormilada. Se pegó aún más al cuerpo de ella, abrazándola como si fuera un peluche y poniéndose mimoso, arrastrando las palabras. — No quiero irme de aquí. — Soltó un gruñidito que sonaba más a su estado placentero y relajado que a una queja real. — ¿Por qué alguien como yo no tiene un giratiempo? Solo lo usaría para hacer el bien. — Rio él solo de su propia broma, pero seguía sonando su voz amortiguada por tener la boca pegada medio a la almohada medio al cuello de Alice, donde estaba demasiado a gusto como para salir.

Se quedó unos instantes allí en silencio, solo disfrutando de esa paz y recapitulando los días que llevaban, tan felices. — Ahora me estoy acordando de la canción esa que bailamos el otro día. — Levantó la cabeza de su sitio con una sonrisilla infantil y los ojos medio cerrados, como si siguiera dormido. Tenía el pelo totalmente revuelto, lo que le daba una expresión de perrillo juguetón bastante graciosa. — Anda, cántame un poquito. — Recostó la cabeza en su hombro y se apretó a ella un poco más. — Aunque si me cantas ahora, a lo mejor me quedo otra vez dormido. —

 

ALICE

Se despertó al notar el movimiento de Marcus. Era una maravillosa forma de despertar, la verdad. Toda su vida, Alice había pensado que levantarse con una persona era algo incómodo. Que ella tendía a dormir de formas muy raras, se le recogía el camisón, se quedaba despeinada… Por no hablar de que ella solía levantarse de un humor de perros. Pero, como en tantas otras cosas, con Marcus se había obrado la magia. Ella, que no pocas mañanas había amanecido con la cabeza en los pies de la cama, cuando dormía con Marcus se limitaba a quedarse quietecita a su lado, para no dejar de sentir su calor y la sensación de protección que le confería, y encima, ni rastro del mal humor, porque claro, despertarse con besitos o con un Marcus perezosillo a su lado, era otra cosa diferente al frío y cruel despertador. — Buenos porque estás tú aquí, mi príncipe. — Contestó, estirándose un poquito solo, para no perder su privilegiada posición. — Podemos… — Dijo abriendo un ojo y mirando la suave luz que entraba por la ventana. — Es temprano, y no oigo ruido abajo, nadie está levantado, así que nadie sabrá que nos hemos quedado aquí. — Sonrió y se acurrucó un poco más en los brazos de Marcus. — Algún día… vamos a tener una casa, y nadie va a decirnos nada si nos pasamos toooooodo el día en la cama. — Giró un poquito la cabeza y sonrió. — Bueno, para coger comida porque, si no, mi príncipe se desmayaría. —

Suspiró. Sí, por desgracia, no tenían aún dicha casa, y tendrían que separarse en breve. — Repetiremos todo lo que podamos. Ahora que he descubierto lo bien que encajamos para dormir, yo no me bajo de este barco. — Y se rio con lo del giratiempo. — Siempre te acuerdas del giratiempo… tumbado a mi lado… con poca ropa… ¿Será coincidencia? — Preguntó con voz de falsa intriga, echándose a reír después.

Le miró cuando dijo lo de la canción y se quedó embobada con aquella visión. — ¿Por qué eres tan terriblemente guapo y atractivo hasta recién levantado? — Se giró y pasó los dedos por su pelo. — Eres irreal, Marcus O’Donnell. — Y dejó un beso en su frente mientras se reía un poquito de lo de que le cantara. — Esa todavía no me la sé, y entre que estoy recién levantada y que me has dejado anonadada, no sé yo si estoy muy para cantar. — Se recolocó y se puso un poco por arriba de él, viendo su cara tan bonita y sus rizos, y dejando que reposara sobre su pecho. — Pero me acuerdo de esas frases que nos llegaron…  Y puedo decírtelas como si se tratara de nosotros, porque era ideal. — Aseguró con ternura. — “Aquí en tus brazos donde hay paz…” — Dijo deslizando su mano por el brazo de Marcus. — “Aquí en tus brazos donde soy feliz…” — Sonrió y acarició su mejilla. — Pero sobre todo recuerdo cuando decía… — Bajó la voz y se acercó más a Marcus susurrando sobre su frente. — “Oyéndote decir que me amas… Vuelvo a tus brazos, donde me siento libre.” — Sonrió y le rodeó con sus brazos. — Esa es mi parte favorita porque… me di cuenta hace tiempo ya, eh… que nunca me siento más libre que cuando estoy en tus brazos. Y ya sabes lo que es eso para mí, amor mío. Lo es todo, todo lo que soy, lo soy más en tus brazos. — Inspiró y le acarició el pelo de nuevo, haciendo que se quedara sobre su pecho. — ¿Dónde te gustaría que estuviéramos ahora, mi amor? Si simplemente pudiéramos pedir cualquier cosa, cerrar los ojos y aparecer ahí. — Le encantaba ponerse soñadora con su novio, la verdad, le parecía de las cosas más bonitas que hacer.

 

MARCUS

Puso una sonrisilla graciosa y muy exagerada, con los ojos cerrados, cuando le confirmó que podían no levantarse y simplemente quedarse allí, aunque en el fondo supiera que eso solo era para un ratito. Las tonterías que hacía con y para Alice, no las hacía con ni para ninguna otra persona. Cuando ella se acurrucó con él, Marcus hizo lo mismo con ella. — ¿Entonces podemos fingir ser unos tardones perezosos que se han quedado dormidísimos hasta las tantas, y quedarnos de mientras aquí, haciendo así? — La achuchó con más fuerza y frotó su cara graciosamente contra su cuello, riendo. Desde luego, podía quedarse haciendo eso horas y horas y horas, y días, y meses, y toda la vida.

Echó la cabeza hacia atrás e hizo un ruidito de gusto, como si estuviera imaginándose el mejor manjar del mundo, cuando Alice definió su futuro. — No veo la hora, de verdad que no. — La miró, alzando un poco la cabeza. — ¡Y ni eso! ¿Te crees que has ido a enamorarte de un príncipe sin recursos? Nos insultas a ambos. — Hizo una floritura con la mano mientras volvía a dejarse caer en la almohada. — A ver si te crees que no he puesto ya en práctica el noble arte de hacer llegar comida a la cama. Y no me refiero a un Accio cualquiera, no. Me consta que mi abuela es capaz de ordenar a las recetas comenzar a hacerse desde otra habitación. — Encogió los hombros con una impostada soberbia caída de ojos. — Y tu príncipe es un experto en encantamientos y un muy buen nieto. Aprenderé a hacer eso desde la cama. — La miró y, dejando una caricia en su mejilla, sonrió. — Todo para que a mi princesa no le falte ni un arándano de desayuno. — Arqueó las cejas. — Y para yo poder comer lo que quiera sin tener que moverme de aquí. — Y, al decir ese "aquí", apretó de nuevo su cintura, como un cangrejo aprieta las tenazas.

Chistó, mirando a otra parte y suspirando, fingiéndose el resignado interesante. — Lo sé, lo sé, me he dado cuenta... ¿Qué le hago, Gallia? Tú, yo, tu cuerpo desnudo, al lado mío, que está en mi lista de cosas favoritas... este espíritu imparable y sediento de conocimiento que tengo... — Alzó los brazos, sin perder el teatro del dramatismo. — ¡Qué le voy a hacer yo, si no quiero perderme ni una sola oportunidad! Es una desgracia la mía. — Alice le daba tantas alas a sus bromas absurdas. Ah, pero ya se tenía que derretir con esa forma de su novia de decirle las cosas, de hecho, juraría que había puesto cara de haberse derretido por dentro, hasta se dejó vencer levemente en el colchón, sin dejar de mirarla. — ¿Yo soy irreal? — Acarició su mejilla y le dijo embobado. — Tú eres perfecta... eres única... — Como empezara con la sarta de piropos, sí que no se iban de allí.

No le cantó, pero sí le recitó alguna de las frases, y de verdad que se estaba derritiendo por dentro. No se le había derretido el corazón porque lo notaba latiendo con fuerza en su pecho. De hecho, tomó una de las manos de ella y, con la misma sonrisa enamorada con la que la estaba mirando, la puso sobre su corazón. — Mira. — La dejó ahí unos instantes, para que lo sintiera latir. — Así te quiero, así me pones cuando me dices estas cosas. — Acercó su rostro al de ella. — Pero se te ha olvidado una. — Rozó su nariz con la de ella, sonriendo de pura felicidad, y dijo. — “Eres mi sol y mi luna.” — Esa era la que más había llamado su atención, aunque luego le habían gustado muchas más. — También decía algo así como pintarse de azul, que es muy nuestro. — Rio brevemente y dejó un besito en sus labios.

Se apoyó en su pecho y se dejó acariciar. Su pregunta le hizo emitir una casi muda risa con los labios cerrados. — ¿Dónde? — Preguntó con voz adormilada, con los ojos cerrados. — Aquí. — Sonrió. — Cuando abra los ojos, quiero estar... tumbado en una cama, abrazado a ti, sin prisa por levantarnos... — Abrió los ojos y se hizo el sorprendido. — ¡Anda! ¡Justo donde estoy! ¿Cómo es posible? — Alzó la cabeza y la miró. — Cumples todos mis sueños. Eso sí que es una magia complicada. — Ladeó la cabeza. — ¿Y tú? ¿Dónde estarías? —

 

ALICE

Tuvo que echarse a reír con su novio con aquellos teatritos de dignidad que montaba. — Por supuesto, gran mago y mejor persona Marcus O’Donnnell, no dudaba yo que pondrías todo tu poder mágico al servicio de tú poder comer lo que quieras sin ni siquiera soltarme. — Dijo pegándose más a él cuando la estrechó, sin perder su sonrisa. — Y esto no es estar desnuda, aunque el camisón tampoco tape muchísimo. — Se inclinó de nuevo sobre su frente y susurró. — Y creo que sabes cómo quitarlo si quieres. — No podía dejarlo pasar, estaba demasiado a huevo. Ah pero cómo adoraba cuando se deshacía en halagos con ella y estaba tan tontorrón, haciendo tantas patochadas, dejándose caer sobre el colchón y mirándole con esos ojitos de niño graciosillo. Definitivamente, era irreal.

No pudo evitar que el corazón le saltara cuando le puso la mano en el pecho y una sonrisa tierna apareció en su cara. — Es el mejor sonido del mundo. Lo pienso desde que lo oí en primero, cuando Durrell te puso el fonendo y yo pude escucharte. Me hizo más ilusión aún que el mío. — Rio cuando rozó su nariz con la suya y asintió. — Es cierto. Parece que la escribieran para nosotros. — Y volvió a reírse con lo de pintarse de azul. — ¿Eso quieres? ¿Que te pinte de azul? — Deslizó el dedo por su nariz y luego dio un toque en cada una de las mejillas. — Que te pinto, eh, que bajamos a desayunar como un cuadro de esos que son como goterones de colores pero en distintos tipos de azul… — Fue dándole toques mientras iba hablando. — Azul como Ravenclaw… Azul como el cielo de Irlanda cuando hace sol… Azul del mar de La Provenza… Azul como toooooodos esos arándanos que me quiere traer mi novio… — Entornó los ojos con expresión pillina. — Como los ojos de los Gallia… — Se rio y se dejó caer un poco sobre Marcus. — Aunque me gusta el verde, eh… Como los ojos de mi novio… — Empezó a dejar besitos por su cara. — Como el licor de espino… Como la tierra… — Susurró en su oído. — O como esa vena que a veces te sale. — Terminó dejando unas breves cosquillas en su costado. —

Pero dejó que volviera apoyarse en su pecho para decir dónde querría estar. Qué payaso era cuando quería, ya volvió a hacerla reír haciéndose el sorprendido. Ella negó con la cabeza y se mordió el labio inferior. — Pueeees le pondría matices a ese “aquí”. Querría que estuviéramos así… en una cama… — Deslizó el dedo por su espalda, haciendo dibujitos aleatorios. — Pero… en otra parte. Amo La Provenza, pero está llena de gente. Querría estar… — Apretó los labios, pensando. — En la Toscana, en Italia. Buena comida, buen vino, campo, mar… Lo tiene todo. Donde nadie nos conozca ni nos espere. Y donde podamos estudiar muuuuucha magia. — Acarició su pelo haciendo que subiera la vista para mirarla. — ¿Qué me dices, O’Donnell? ¿Me llevas a Italia? —

 

MARCUS

Se llevó la mano al pecho y, muy digno y muy serio, dijo. — He dicho que lo haría enteramente por ti. Para que no te falte de nada. — No sabía cómo había podido decir esa frase entera sin reírse, porque en ningún universo aprender a llevar comida a la cama sin moverse sería un beneficio más para Alice que para él. Cuando matizó que no estaba desnuda, dibujó una sonrisita pícara y la miró de arriba abajo. — Es verdad... pero es que me cuesta determinar si estás mejor con cualquier ropa que te pongas, porque todo te queda bien, o sin ninguna. — Arqueó las cejas. — Es una elección muy difícil. — Afirmó, asintiendo severamente con la cabeza. Rozó el camisón con los dedos y añadió con voz más suave. — Y este es un camisón muy bonito. — Apenas lo había arrastrado un poco, pero ya se había ido su mirada a sus piernas, haciéndole ampliar levemente la sonrisa. — Para un cuerpo muy bonito. — Lo dicho, Alice le gustaba estuviera como estuviera. La miró, arqueando una ceja. — Sí que sé. — Se mojó los labios, siguiendo acariciando el camisón, mirándolo ladeando la cabeza hacia el otro lado. — Me lo voy a pensar. —

Se derretía cuando Alice le decía esas cosas, y cuando recordaban momentos de cuando tenían once años. — Enfermera de vocación. — Rio un poco y afirmó. — Estoy totalmente convencido de que la escribieron para nosotros. No puede ser tanta casualidad. — Rio un poco más fuerte con la escena. — ¿Ahora te sorprende que me deje hacer lo que quieras tú, aunque sea la mayor locura del mundo? Si quieres pintarme de azul... — Abrió los brazos en cruz. — Aquí me tienes. — Se recolocó de nuevo en la posición en la que estaba antes. — Y veo que te sabes muy bien todas las gamas cromáticas de azul, lo cual me hace muy feliz. — Acarició su mejilla, embobado. — Aunque mi favorita es el azul Gallia. — Siguió mirándola derretido, pero ante lo último arqueó las cejas. — Te gusta mi vena verde... — Y cuantísimo la engrandecía cada vez que se lo decía.

Las caricias por su espalda le hicieron cerrar los ojos, ampliando una sonrisa placentera. Si es que se sentía en el mismísimo cielo, ¿cómo iba a querer estar en ningún otro sitio que no fuera allí mismo? Era verdad que en La Provenza había demasiada gente, pero en esos momentos estaban solos en la habitación, por el silencio de fuera todos parecían dormidos, así que por lo que a él respectaba, el mundo no existía, solo Alice y él y esa cama. Aunque no podía negar que el plan de Alice sonaba bastante apetecible. Volvió a emitir un sonidito de garganta, como si estuviera degustando el mayor de los manjares. — Te advierto que ese "donde nadie nos conozca" dejará de existir algún día. Estamos destinados a algo grande, Gallia. El matrimonio de alquimistas, una de ellas la mejor sanadora del mundo. — Chasqueó la lengua. Había dicho todo eso sin moverse de su posición ni abrir los ojos. — Disfrutemos del anonimato mientras podamos. — Le encantaba fardar a lo grande aunque ni él pensara que fuera eso a cumplirse (pero si le dijeran que lo podía obtener, lo cogería sin pensarlo). La miró ante la pregunta. — Te llevaría donde tú me pidieras. — Se removió un poco para acercar su rostro al de ella, susurrando. — ¿No te he dicho ya que eres todo mi mundo? ¿Que te quiero con mi vida? — La besó con ternura, tiernamente. — Tú pídeme lo que quieras y lo tendrás. Si pudiera aparecernos allí ahora mismo, lo haría. — Movió la cabeza. — Estoy por ponerme a hacer las maletas, fíjate lo que te digo. Y a punta de varita desde aquí. Te lo he dicho, Gallia, que no me crees: sé hacer multitud de actividades domésticas sin moverme de la cama ni soltarte ni un poquito, y las que me quedan por aprender. — Ya sí tuvo que reírse finalizando la frase.

 

ALICE

El escalofrío, las mariposas del estómago y la respiración más agitada, se despertaron de golpe al sentir las manos de Marcus sobre su camisón, y tuvo que contenerse para que no se notara demasiado, aunque con aquellas cosas que le decía… Se le escapó un suspiro y le miró. — Cómo sabes desarmarme, bandido. — Dijo simplemente, con media sonrisa.

Se puso tierna cuando le dijo lo de enfermera de vocación y entornó los ojos con una sonrisita. — Ojalá y algún día pueda acordarme de ello mientras trabajo. En verdad me voy a convertir en una pesada, todo el día queriendo oírte el corazón con ese fonendo tan genial que alguien me regaló. — Y dejó un besito en sus labios. — Mi mejor paciente. — Le dio la risa cuando dijo que siempre le dejaba hacer lo que quisiera, porque, en el fondo, sabía que era verdad, y acabó asintiendo a lo de las gamas cromáticas de azul. — También es mi color favorito, mi amor, y mi tía, una vez, me dijo que, si pudieras, engalanarías las paredes de tu casa de azul con águilas doradas, así que he ido tomando nota mental para todos los tonos de azul que va a tener nuestra vida. — Y terminó riendo en sus labios y rodeándole un poco con la pierna cuando le dijo lo de la vena verde. — Me encanta tu vena verde, aunque a veces me pone en apuros si estamos delante de gente. — Le besó de nuevo, acariciando sus labios. — Qué bien que estemos solos. —

Rio un poco mientras seguía acariciándole. — Pero casi mejor que nos conozcan, nos harán descuentos y nos darán suits importantes y esas cosas, y no se atreverán a molestarnos porque el poderoso alquimista O’Donnell podría enfurecerse. Y a mí querrán tenerme contenta para que les cure. — Dijo con voz cómica y riéndose justo después. De nuevo, la respiración le falló cuando se puso a la altura de su rostro y notó cómo casi se le humedecían los ojos. — Realmente, mientras estemos en un sitio donde puedas mirarme así y decirme esas cosas, me da bastante igual dónde estemos. — Admitió, de corazón, porque ese chico sabía robarle el corazón. Siguió besándole y cuando se separó, tenía muy clara su respuesta. — Solo te pido que no me sueltes nunca. Y que un día, dentro de muchísimos años, cuando abra los ojos por la mañana y seamos viejitos, me despiertes y me digas: “aquí seguimos”, y podamos sonreír al acordarnos. —

Le tuvo que dar la risa con lo de las maletas y no soltarla. — ¿Y nos vamos a La Toscana así vestidos? No te lo crees ni tú. — Y se siguió riendo con él, aunque… le había dado una idea. — ¿Ah sí? ¿Quieres aprender… por ejemplo…? — Se escurrió un poco entre sus brazos y notó cómo se le recogía el camisón por abajo. — ¿A hacer maletas mientras te beso? — Besó sus labios y fue bajando por la barbilla hacia la garganta. — O mientras… te toco. — Dijo bajando las manos por su costado, disfrutando de su tacto. — Incluso podrías hacer maletas mientras… me quitas el camisón. — Le miró y le guiñó el ojo. — Solo para saber si eres capaz, nada más. — Dijo con voz de falsa inocencia. Si es que no lo podía evitar. Era culpa de él, que la ponía como la ponía.

 

MARCUS

Puso una fruncida sonrisita infantil cuando dijo que querría escucharle el corazón continuamente y alabó el fonendo que le regaló, pasando a su ya habitual expresión chulesca para decir. — Yo soy el mejor en todo. Paciente incluido. — Lo dicho, sería lo que ella le pidiera. El comentario de Violet le hizo soltar una fuerte carcajada, pero rápidamente se hizo el ofendido. — ¡Eh! Lo decís como si fuera algo malo. Y sois unas exageradas. Sí, las dos, porque estoy seguro de que bien te reíste con ello. Eso hacéis, reíros de mí a mis espaldas... — No engañaba a nadie con el discursito de la ofensa, porque él también se estaba riendo de la circunstancia. Se encogió de hombros y volvió a recostarse en su pecho, con mucha tranquilidad, cerrando los ojos. — Pero bueno, si has tomado nota de lo muy azul y muy bonita y muy a la altura de dos mentes Ravenclaw como nosotros que va a ser nuestra casa, me vale. —

Eso sí, lo de la vena verde le hizo poner una sonrisilla, alzando la mirada y recibiendo su beso. — El mejor lugar del mundo, los dos solos. — Corroboró. Acarició el perfil de su barbilla y parte de su cuello con un índice. — Seremos azules de cara a los demás... y para la intimidad... puedo sacar la vena verde siempre que quieras. — Comentó seductor, porque el jueguecito de Alice engordándole el ego y él dejándose era demasiado tentador para dejarlo pasar.

Arqueó las cejas y abrió mucho los ojos. — Uuuuuh. — Ya estaba fantaseando, solo había que verle la cara, a pesar de no perder el tono bromista una parte de él ya estaba en ese maravilloso futuro. — ¿Descuentos y privilegios? ¿Por ser el hombre más feliz del mundo además de afortunado, por tenerte a ti y dedicarme a lo que me gusta? ¿Cuándo dices que va a ser eso y dónde tengo que firmar? — Hizo como que buscaba con la mirada algo por la habitación, sin dejar de abrazarla. — Oye, que firmar documentos también puedo hacerlo sin levantarme de la cama ¿eh? — Bromeó, dejando de hacer el tonto mirando a todas partes y riendo.

Lo siguiente que le dijo le hizo derretirse, bajando la guardia de las tonterías y poniéndose tierno de nuevo. — Te lo diría a cada minuto del día. — Acarició su mejilla. — Y dudo que pueda dejar de mirarte así ni un instante, hasta el último día de mi vida. — Hizo una mueca con la boca, encogiendo un hombro. — Así que si pretendes ser la prestigiosa enfermera alquimista Alice Gallia, o Alice O'Donnell, más vale que no me invites a estar por ahí cerca cuando tengas que hablar de algo importante. O tendrás que decir... — Trató de imitarla y, mirando a un punto cualquiera, rodó los ojos y suspiró con resignación, haciendo un movimiento de la mano que señalaba a otra parte. — "...Y ese que está ahí con cara de idiota mirándome es mi marido. Sí, es alquimista. De verdad. Ya, no lo parece. Os prometo que es listo". — Se echó a reír con su propia tontería, pero es que era demasiado consciente de la cara de bobo que ponía cuando miraba a Alice. Y no la pensaba cambiar, sobre todo si ella decía que le gustaba. Volvieron a besarse, y él la abrazó aún más, rodeándola con sus brazos con ternura, y hablando con un poco más de seriedad, desde el corazón. — Nunca voy a soltarte, mi amor. Nunca. La eternidad es nuestra. Siempre estaremos donde queramos estar, donde esté el otro. Hasta cuando no estemos, estaremos. — Y volvió a besarla.

Abrió mucho la boca y los ojos. — ¡Me ofendes otra vez! ¿En qué idioma te digo, Alice Gallia, que yo por ti haría cualquier cosa? Lo siento, no sé suficiente francés aún, pero enséñame y en francés te lo diré. ¡Me voy a la Toscana en pijama si tú me lo pides! — Afirmó, porque suficiente que le llevaras la contraria a Marcus aunque fuera de broma para que él tirara para delante sin bajarse de su escoba. Pero claro, ¿dónde quedaba el orgullo de Marcus cuando Alice empezaba a besarle y a ponerse sensual? En ninguna parte, juraría que no sabía ni qué significaba la palabra orgullo en ese momento. Los ojos se le habían ido a ese camisón que convenientemente se había arrugado con su movimiento, justo antes de cerrarse por el gusto de recibir sus besos, mientras su sonrisita se iba dibujando más cada vez. Soltó aire por la boca, notando su piel erizarse. — Soy un erudito, Gallia... Yo siempre estoy dispuesto... a aprender cosas nuevas. — Abrió los ojos y arqueó una ceja. — Lo que no sepa ya, claro. — Se reclinó un poco más sobre ella, sin perder la sonrisilla, pasando una de sus manos por sus piernas y haciendo que el camisón subiera un poco más. — Te veo subestimándome mucho hoy... — Se deslizó hasta su cuello, dejando suaves besos por su piel. — Que si lo que quieres son pruebas... — Decía entre los besos, lentamente, y subiendo su camisón más cada vez, llegando la tela a la altura de las caderas. — ...Habrá que intentarlo... supongo... — Pasó a besar sus labios y a encajarse con su cuerpo, con movimientos lentos, deleitándose en esto poco a poco, acariciándola. Aquello era el paraíso, ciertamente, ¿cómo iba a querer estar en ninguna otra parte? Se deleitó en acariciar su lengua y en ir subiendo sus manos por su camisón, notándose entre sus piernas y rozando su piel. Él tenía el pantalón, pero ese camisón tenía una buena movilidad para sus intereses. Fue bajando los besos por su barbilla y por su cuello, acercándose a su pecho, deslizando uno de los tirantes. Y, mientras lo hacía, alargó la mano a la mesita de noche y alcanzó la varita. Sin dejar de besarla, la alzó y, con un movimiento y sin decir nada, cerró la puerta y silenció la habitación. Al hacerlo, alzó la mirada con una sonrisa ladina, clavándola en sus ojos. — Por lo pronto, parece que esto sé hacerlo. — Se mordió el labio y bajó la mirada hasta el camisón, pues de nuevo estaba deslizando la tela del mismo hacia arriba con la mano libre. — ¿Quieres que haga algo más? —

 

ALICE

Se rio con la falsa ofensa de su novio y asintió. — Sí, mi vida, así es, he tomado nota y vamos a tener la casa más azul que se te pueda ocurrir. — Dijo siguiéndole la broma. Dejó caer los párpados y sonrió suavemente cuando dijo lo de la vena verde en la intimidad. — La quiero solo para mí. — Se mordió el labio inferior con una sonrisita. — Me encanta tener partes de Marcus O’Donnell que son solo mías. — Dijo con voz tentadora. Ah sí, ya habían empezado a descender esa cuesta. De hecho, no pudo evitar alzar una ceja y decir. — Pues si quieres comprobamos a ver qué tal se te da lo de los documentos. Puedo ponerte un poquito a prueba… — Dijo bajando un poco más las manos. — Igual… poniendo a prueba tu pulso… — Susurró cerca de su oído.

Pero claro, su novio sabía ponerla tierna también y le hizo reír mucho imaginando esa escena que le planteaba. — Cuando sea la enfermera O’Donnell, voy a ir muy orgullosa con mi marido por ahí diciendo “no solo es un alquimista de renombre sino que mirad cuán enamorado está de mí”. — Tomó su cara con sus manos y sonrió con los ojos brillantes. — El mejor maridito del mundo. — Y volvió a besarle. — Siempre, amor mío. Siempre. — Le aseguró, porque eso era lo que quería, que ese fuera su “siempre”.

Alzó una ceja cuando dijo lo del pijama y puso una sonrisilla Gallia. — Cuidado con lo que dices cuando estás a tope de mimosidad y amor, mi vida… — Pasó la lengua por los labios de su novio. — Que yo luego me acuerdo de todo. — Y ya estaba dicho. Y lo iba a usar, vaya que si lo iba a usar. Dejó caer los párpados y suspiró mientras sentía sus besos. — Sí… — Susurró cuando le preguntó si quería pruebas, perdiendo un poco la noción de sí misma mientras notaba cómo Marcus la tocaba levantando su camisón, que empezaba a sobrarle pero mucho. Dejó que se colocara entre sus piernas, deleitándose con cada movimiento, cada roce que le arrancaba un jadeo.

Y para volverla ya más loca, mientras seguía subiéndole el camisón, vio cómo hacía el hechizo silencioso para aislarles de todo, y eso le hizo mirarle con una sonrisa que venía a expresar que quería devorarle. — Guau, señor O’Donnell… Impresionante. — Llevó la mano a su nuca y pegó las caderas a las suyas, rozándose con él. — Sabes que me encanta que hagas eso de los hechizos silenciosos. Me gusta tu poder… — Afiló los ojos. — Creo que ya te comenté algo sobre la erótica del poder. — Ladeó la cabeza sobre la almohada, siguiendo con el jueguito y rodeándole con las piernas. — Yo creo que tú sabes muchas cosas que me gustan que hagas… — Bajó las manos, tirando de su pantalón del pijama y su ropa interior para desnudarle. — Me gusta cómo me desnudas ¿sabes? Me gustan tus manos… — Agarró la muñeca de Marcus y la apretó. — Me gusta cuando haces esto… Creo que dilucidamos el otro día que me encantan tus besos en mi piel… — Se acercó al oído de su novio y dijo. — Pero dime, alquimista, ¿qué quieres tú que haga yo? — Y así como si nada, ya lo tenía desnudo, encima y con esa vena Slytherin solo para ella.

 

MARCUS

Rio entre los besos y respondió tentador, sin separarse de su piel. — Tú ya tienes a Marcus O'Donnell todo entero solo para ti. — Se mojó los labios, alzando lentamente la mirada para clavarla en la de ella. — No te conformes solo con unas partes. Nosotros hemos nacido para la grandeza. Para tenerlo... — Se acercó a sus labios y, antes de besarlos, susurró. — Todo. — Alice sabía muy bien qué teclas tocar para hacerle perder la cabeza. Pero él también.

Rio un poco. — Tú y tus pruebas. — Seguía repartiendo besos por su piel, porque desde que lo había probado, desde que tenían esa confianza y esa compenetración, desde que podían disfrutar así el uno del otro, estaba convencido de que era su cosa favorita del mundo. — Pero sí... cuando quieras. — Subió de nuevo a su cuello y lo acarició levemente con la lengua. — ¿En qué quieres comprobar mi pulso exactamente? ¿En firmar documentos, o en...? — Paseó las manos por su cuerpo y rozó su nariz con su piel. — ¿...Tocarte... besarte...? — Se le ocurrían más verbos pero creía que habían quedado lo suficientemente implícitos en la conversación.

Subió de nuevo la mirada para, con tono cómico en una pausa del ritmo pasional que estaban alcanzando, mirarla con una ceja alzada. — Perdona. — Reacomodó su cuerpo, notando el roce con ella en el movimiento, tentando. Porque estaba haciendo como si nada, hablando de tonterías como antes, a pesar de que sabía que no estaban ya exactamente en el mismo tono que antes. — Yo siempre estoy a tope de mimosidad y amor. — Sacó el labio inferior y se encogió de hombros como si no le tuviera ningún miedo. — No me lo tomo a amenaza. Yo también tengo muy buena memoria. Y lo que digo lo mantengo. — Se iba a arrepentir de todo eso. Se iba a arrepentir y lo sabía.

Ladeó una sonrisa chulesca. — Gracias. — Respondió al cumplido, arrastrando cada letra, tentativo. Los movimientos de ella ya empezaban a sacarle suspiros y a tensar sus músculos, mientras la miraba con deseo, sin perder la sonrisa retadora. Le encantaba todo aquello, y le encantaba que se hubieran despertado lo suficientemente temprano como para poder disfrutar el uno del otro sin levantar sospechas por su tardanza. Porque estaba convencido de que todos allí seguían dormidos. — No te imaginas el poder que puedo llegar a tener. — Le estaba despertando toda su grandilocuencia y ansias de grandeza. Con nadie mejor que con Alice podía sacarla a relucir sin límites. Entre sus palabras, tiró de la ropa que llevaba y le desprendió de ella, dejándose él, disfrutando ahora mucho más del roce de sus piernas en esa privilegiada posición que tenía. El agarre de su muñeca le hizo reír entre dientes, apenas audible. — Por eso lo hago. — Susurró, acariciándola con la otra mano, subiéndola por su cintura, llegando casi a su pecho. — Yo hago todo lo que mi reina me pida... lo que más le guste... todo por complacerla. —

Pero su novia susurró en su oído algo que le produjo mil escalofríos, y volvió a soltar esa leve risa de disfrute y chulería. — Creía que querías ver hasta donde llega mi poder... y lo que soy capaz de hacer... — La miró a los ojos, acariciando sus labios con el pulgar. — Quiero que... me vayas orientando. Dime si... voy bien por donde voy. — Deslizó ambas manos lentamente por su cintura, terminando de subir el camisón, despegando un poco a la chica de la cama para poder desprenderse de él y, una vez quitado el mismo, volviendo a poner las manos en su pecho. La besó lentamente, notándose arder por dentro, pero sin querer iniciar un ritmo frenético, sino... disfrutando, tentando aquello, viendo hasta dónde lo podía estirar. Bajando lentamente sus labios por su cuello, su pecho y su vientre, dejando besos repartidos por su piel. — ¿Voy por buen camino? — Preguntó sugerente, en un susurro, justo cuando su boca acariciaba la piel bajo su ombligo. — ¿Quieres... alguna prueba de lo que sabría hacer sin moverme de aquí? — Bajó un poco los besos hacia su cadera y enganchó levemente los dientes en la ropa interior. — ¿O prefieres... ver qué podría hacer si me muevo un poco más? —

 

ALICE

Dejó entrar el aire entre sus labios cuando Marcus dijo lo de que estaban hecho para la grandeza. Le repasó visualmente allá a donde los ojos alcanzaban y asintió. — Y tanto, amor mío… No inspiras otra cosa que grandeza. — Aseguró con la voz tomada. Y cuando susurró en sus labios “todo” notó cómo se derretía bajo él. — Todo. — Susurró entre besos, centrándose solo en sus labios, como si crearan ese todo con sus besos. Cerró los ojos y se dedicó a acariciar sus rizos mientras besaba su piel. — Me encantan los retos, te encantan los retos, somos muy felices así. — Ronroneó de gusto por las caricias de sus labios. Jadeó y se estremeció en su sitio cuando le hizo aquella pregunta y sonrió. — Me pregunto si te importaría ningún documento cuando me tienes debajo de ti, desnuda en la cama, entregada a ti, dispuesta a lo que quieras… — Le encantaba tentarle sin cesar, estirar aquello que ambos sabían que acababa en el disfrute de ambos, el choque de sus cuerpos, la celebración física de su amor.

Un suave gemido le salió involuntario cuando dijo lo del poder, y solo pudo mirar a sus ojos, anonadada, y decir, casi sin voz, del puro deseo que le quemaba por dentro. — Enséñamelo. — Sí, quería que le enseñara todo lo que era capaz de hacer, porque pocas cosas hacían disfrutar más a Alice que ver a ese Marcus crecido, chulo, seguro de sí mismo, y mejor aún, seguro de que quería compartir todo eso con ella.

Gimió de nuevo cuando notó el dedo de Marcus en sus labios y volvió a rozarse contra él porque lo necesitaba, necesitaba su piel, su contacto, disfrutar de todo lo que aquel chico despertaba física y mentalmente en ella. — Si tú quieres que te oriente, no se hable más. — Respondió con una sonrisita. — Pero algún día te haré tomar el timón y que me pidas lo que quieres que haga. — Prometió con voz seductora. Mientras tanto, no pensaba quejarse del tacto de su lengua en su piel. Abrió los ojos y le miró cuando estaba en su vientre, estrechando un poco las piernas. — Mmmmm me gusta mucho ese camino. — Ladeó la cabeza ante su pregunta y dijo. — Quizá… puedes moverte un poquito más. — Pero se arqueó al sentir los dientes de Marcus rozarla de pasada. — Quiero ver cuánto poder tienes… — Le dijo anhelante. — Y cuánto tengo yo para resistirme a tu estudiada habilidad de tocarme y besarme… — Alzó una ceja y le miró desafiante. — A ver si logras hacerme gritar, perfecto prefecto. —

 

MARCUS

Lo cierto era que no, que nada en el mundo le importaba más que ella, en general. Pero si encima se trataba de ella desnuda, bajo su cuerpo... pues sí que no existía absolutamente nada más, ni le importaba. Por eso simplemente la miró con una sonrisa ladina y arqueó las cejas, como si quisiera decirle "¿tú qué crees?". Quería que lo supiera. Que sí, que Marcus O'Donnell estaba llamado para la grandeza. Pero que si había alguien que podía doblegarle y sacar de él lo que quisiera, esa era Alice Gallia.

— Encantado. — Susurró, seductor, cuando le pidió que le enseñara lo que podía hacer. Le había pedido una orientación, no obstante, y si bien Marcus tenía una ruta muy clara en su cabeza, quería que ella le guiara también. Rio entre dientes. — Tengo cierta experiencia... intentando darte órdenes. — Dijo con una ceja arqueada, sin perder su sonrisa chulesca. Movió muy levemente la cabeza desde su posición. — No me iba muy bien. — Dejó un suave beso en su vientre, sin dejar de mirarla a los ojos. — ¿Me vas a decir... que de repente tienes ganas de que tu prefecto te diga lo que tienes que hacer? — Si Alice quería entrar en ese jueguecito, ahora que sentía que no estaba mancillando ningún honor porque técnicamente el puesto ya estaba cedido y él no estaba en el cargo, por él, encantado.

Se hizo el ignorante, pero sin perder el tono seductor que ambos habían adoptado. — ¿Moverme? ¿Hacia...? — Hizo como que dudaba, pero por supuesto que se movió en la dirección correcta. Pero Alice, que siempre iba más allá, estaba pronunciando unas frases que encendían todos sus sentidos y le hacían venirse muy pero que muy arriba. La estaba devorando con la mirada, mordiéndose el labio. — ¿Quieres medir tu poder conmigo? — Preguntó, tentativo. — ¿Estás segura? — Se pasó la lengua por los dientes y dijo. — Muy bien... — Con la lentitud con la que estaba haciéndolo todo, con ese ritmo que había adoptado para seguir tentándola, enganchó los dedos en ambos lados de su ropa interior, bajándola y quedando entre sus piernas. Fue a descender, pero se detuvo, estirando un poco más el tiempo. — Creo recordar... — Subió sus manos y buscó las de ella. — Que me has dicho... que te gustaba mucho... esto. — Agarró sus muñecas, tal y como antes le había afirmado que le gustaba, y comenzó a acariciar la zona con su lengua, a besarla. A ver si provocaba en ella lo que le había retado a provocarle.

 

ALICE

Cerró los ojos con un suspiro cuando le dijo lo de las órdenes. — Eso no es del todo cierto. Sí hay cosas que me has ordenado… y yo te he obedecido. — Le miró a los ojos directamente. — Porque me encanta obedecerte. — Dijo con voz aterciopelada y deteniéndose en las palabras. Ella también sabía jugar sus cartas. — A veces a la alumna díscola le gusta ser buena, amor mío… — Y llenó el pecho de aire, porque lo necesitaba, porque el asunto se estaba poniendo muy muy intenso.

Le miró y le salió una risita. — Sé que sabes perfectamente cuál es la dirección adecuada, no me la intentes jugar. — Y, como ya sabía ella, su jueguecito había tenido el efecto deseado por lo que enfrentó su mirada, mordiéndose el labio al verle así, pura vena Slytherin, es decir, lo que había querido todo el tiempo. — ¿Tienes miedo de que te gane, O’Donnell? Ya te gané en un duelo y eso te puso muy muy caliente… — Ladeó la sonrisa. — Me encantaría ese resultado, la verdad. — Sentirse con la confianza y la excitación, la seguridad de lo que se hacían el uno al otro, como para hablarse así, le llenaba de una energía y un placer que trascendía, y muchísimo, lo físico.

Tomó aire al sentir cómo le quitaba la ropa interior y entornó los ojos, tratando de controlar el placer. Suspiró un poco cuando le vio detenerse, en el momento en que ya toda su piel estaba erizada y deseosa de su tacto. Le miró con cara de falsa ofensa y se pasó la lengua por los dientes. — Qué malo sabes ser… — Pero entonces, tiró de sus muñecas y ella se dejó caer de pleno en la cama. Le iba a costar mucho no gritar. — Me encanta… — Y, uf, según notó su lengua fue muy muy complicado no dejar salir los gemidos que pugnaban por salir de su pecho. Se ayudó de coger aire erráticamente, moviendo el pecho con violencia, y arqueando el cuerpo. — Sí que sabes lo que haces… — Se tuvo que morder el labio con fuerza para no caer en la trampa de su propio reto. — Pero para ser un Slytherin encubierto que quiere conseguir algo, lo estás haciendo con demasiado cuidadito, ¿no crees? — Levantó el tronco y le miró a los ojos. — ¿Crees que me voy a romper? ¿Crees que los gritos que quiero que me provoques no son de puro placer? — De hecho, mientras hablaba, se interrumpió por un jadeo muy próximo a un grito, que casi la traiciona. — No te dejes nada en el tintero, prefecto, que te aseguro que no te vas a arrepentir después. — Y en verdad ahora mismo le daría la vuelta contra la cama y le haría un montón de cosas que se le pasaban por la cabeza, pero quería estirar su propio juego un poquito más.

 

MARCUS

Alice le estaba provocando, porque su Alice no dejaba nunca de provocar. Todas y cada una de las frases que dijo se le fueron clavando en el cerebro, un cerebro que estaba muy calladito, dejando esas flechas caer, pero que a la que se descuidara las cogería todas y las usaría muy bien usadas... Sí que tenía una vena Slytherin pronunciada cuando quería. Pero a su novia le gustaba, sobre todo le gustaba que la pusiera a disposición de lo que la estaba poniendo. Pues él no iba a negarse a usarla entonces, ni mucho menos.

Se separó lo justo para dedicarle una sonrisa con un punto malicioso. ¿Es que quería más intensidad? La tendría. Pero cuando él quisiera. ¿No quería que él marcara el ritmo? Así haría. Allí pensaba quedarse, acariciándola y besándola, al ritmo que él marcara, incrementándolo poco a poco, hasta notar las reacciones que quería provocar en ella. Y lo notaba, notaba cómo su cuerpo se tensaba bajo él, como sus manos intentaban agarrarle a pesar de que él ya las sujetaba, y cómo el tono de su voz era cada vez más alto. El ritmo fue subiendo, y la intensidad, y las reacciones de ella y de él. Y no tenía ninguna prisa por pararlo. Iba a tener que pedirle ella que parara si quería. Porque si lo que quería era ver hasta dónde era capaz Marcus de estirar un reto, o de demostrar su poder... en esa posición, desde luego que mucho tiempo.

Sentía que había conseguido descontrolar a Alice por las señales que leía en su cuerpo, y cuando lo hizo, se incorporó y acercó su rostro al de ella, soltando sus muñecas para apoyar las manos a ambos lados de la chica y mirarla a los ojos. — Debo tener muy mala memoria. — Dijo con tono seductor, pero con la voz entrecortada por su propia respiración acelerada. — Pero recuerdo pocos momentos tuyos obedeciéndome... Pero si lo que quieres es demostrarlo precisamente hoy... — Arqueó una ceja. — Está bien. — Se dejó caer sobre su cuerpo, haciendo que la distancia entre ellos fuera inexistente, y encajándose entre sus piernas. — Hoy mando yo, entonces. — Se guio poco a poco hasta su interior, perdiendo por un momento la fachada por el placer que golpeaba ahora su cuerpo y su cabeza. Cuando pudo abrir los ojos y hablar de nuevo, ladeó una sonrisa y susurró sobre sus labios. — Vas a tener que dejar... tu iniciativa a raya... — La besó con intensidad, moviendo su cuerpo con el de ella, y al separarse añadió con falsa voz inocente. — Tendrás que cumplirlo. Es una orden. —

 

ALICE

Sabía que era buena idea provocar así a su novio. Siempre era buena idea, porque era muy fácil que entrara al trapo. Realmente, le había picado innecesariamente, porque le estaba encantando lo que estaba haciendo y cómo lo estaba haciendo, pero enseguida notó cómo su ritmo se incrementó, y eso le hizo caer de nuevo sobre la cama, arqueando el cuerpo y jadeando con intensidad, pero sin gritar, guardándose mucho de gritar, por mucho que le costara. Sus ganas de jugar se mezclaban con el intenso placer que estaba sintiendo, retorciéndose e intentando liberarse para agarrarse a él. — No sabes lo que me haces sentir… — Susurró ardientemente. Y de hecho ya no pudo resistirse más y, arqueándose de nuevo, sintió cómo los gemidos que había intentado reprimir no tenían ya más cabida en su garganta y gritó llamándole. — Marcus… Mi amor… — Y ya que había empezado no se iba a controlar, dejándose llevar por el inmenso placer, sabiendo que ahí estaba su éxtasis, y abandonándose a ello, sintiendo cómo todo su cuerpo temblaba.

Pero lo bueno de Alice era que ella podía estirar aquello todo lo que quisiera, mientras recuperaba el resuello. Pero su novio no iba a darle mucho respiro porque ahí estaba sobre ella. — Sí que los ha habido… — Replicó casi sin voz, y mirándole juguetona, a ver qué estaba planeando. Y cuando dijo lo de “hoy mando yo”, entre el efecto de sus palabras y lo sensible que estaba, le salió otro gemido. — Sí, mi prefecto. — Dijo con voz muy exagerada de niña buena, que se cortó al notar cómo se metía en ella. Uf, esa sensación, no había palabra en el mundo que pudiera describirla. Le devolvió el beso con pasión, ahogando sus jadeos en aquel choque frenético de lenguas y volvió a poner la expresión de niña más buena que le salía. — Yo solo hago lo que tú me digas. — Sus piernas le cercaron contra ella en un movimiento involuntario. — Yo ya he perdido mi propio reto porque has logrado hacerme gritar como una loca. — Levantó las manos y le acarició la cara. — Solo me queda obedecerte. — Terminó, cambiando el tono de voz a uno más aterciopelado. — Oh, Marcus… — Acarició con sus dedos ligeramente sus mejillas y sus labios. — No sabes qué placer me provocas… Obedecería gustosa cada orden que saliera de estos labios… Voy a ser tuya siempre… —

 

MARCUS

En menudo juego peligroso se estaban metiendo. Peligroso porque, conociéndose a sí mismo y conociéndola a ella, sabía que solo podían llevarlo a más y más y no pararlo nunca. Pero, desde luego, malas consecuencias no iban a tener ninguno de los dos, todo lo contrario. Llevaba media vida con Alice y media vida siguiéndola en sus locuras, viendo cómo le llevaba la contraria, tratando de corregir lo incorregible, viéndose abocado a más de una locura. Y eso le encantaba, es lo que le había hecho enamorarse de ella, sentir que le daba vida. Y sin embargo... esa ficcioncita de que ahora, de repente, era buenísima y estaba dispuesta a seguir todas sus órdenes, le estaba encendiendo de una manera inexplicable. Estaba encendiendo su vena verde, como antes habían comentado, no había ninguna duda.

— ¿Sí? — Preguntó cuestionador, cuando dijo que solo hacía lo que él le pidiera. — ¿Desde cuándo? — Se dejó acercar aún más, si es que era posible, porque le rodeó con sus piernas. Lo siguiente que dijo le sacó una sonrisa ladina. — Me he dado cuenta. — ¿Quería al Marcus chulesco? Lo iba a tener. Porque sí, se había dado cuenta de que había perdido el reto, si es que alguno de los dos se creía que ahí había algo que perder. Lo había sentido, y deliberadamente se había quedado llevándola al límite hasta que lo había conseguido. Era más que consciente de lo que había provocado y le encantaba, ahora solo estaba aún más arriba.

Entre el placer que sentía por los movimientos y esas palabras de ella, directas a provocarle, tuvo que morderse con fuerza los labios, aunque eso no impidió que su garganta emitiera los sonidos que necesitaba dejar salir. — ¿Crees que no sé... lo que estás haciendo? — No iba a bajarse del teatro de la superioridad tan fácilmente. Se acercó a sus labios y susurró con tono grave. — Me estás poniendo al límite... — Volvió a buscar sus muñecas, agarrándolas, sin dejar de moverse sobre ella. — Me estás diciendo lo que sabes que quiero oír... — Ladeó la sonrisa. — Eres muy lista. — Acarició brevemente sus labios con su lengua. — Pero yo... — Se acercó a su oído y terminó la frase. — ...Soy muy poderoso. —

 

ALICE

Torció una sonrisa porque esa respuesta se la sabía. — Desde que lo que me mandas hacer es en la cama o con contenido no apto para otros oídos que no sean los míos. — Era evidente ¿no? Solo tenía que ordenarle cosas en ese ámbito. Y el resultado de alimentar tanto ese rostro oculto Slytherin de su novio era aquel inmenso placer que estaba disfrutando ahora mismo, así que obedecería lo que fuera que se le ocurriera a aquel Marcus tan chulo y seguro de sí mismo.

Le rodeó con los brazos, clavando los dedos en su espalda porque necesitaba desfogarse de todo lo que estaba sintiendo. — No te controles más. — Susurró cuando le vio que estaba resistiéndose a gritar él también. — Grita para mí, mi amor. — Dejó caer en su oído, sonriendo, sabiendo cuánto lo provocaba, mientras seguía disfrutando de sus movimientos.

Se rio y alzó la ceja ante la pregunta. — ¿Qué estoy haciendo? — Preguntó, recuperando el tono de antes. — Cosas que te gustan mucho, creo. — Mencionó, empujando las caderas hacia él. Jadeó con aquel susurro sobre sus labios y dijo. — Es que me encantan romper los límites. ¿Me vas a castigar? — Contestó, pero ya ni tono el salió, porque Marcus volvió a agarrarla de las muñecas y eso la hizo gemir de nuevo. — ¿Y te gusta lo que oyes? — Preguntó, aunque un poco desmayada del placer que estaba alcanzando de nuevo. Sacó la lengua para enredarla con la suya y de nuevo le produjo un escalofrío. — Y tanto. Mira, mira el poder que tienes aquí. — Dijo juntando su frente con la de él, sintiéndose arder, muerta de calor en aquella danza que se traían. — Sobre mí. Sobre mi placer. Sobre nosotros. — Se estremeció y gimió. — ¿Qué más quieres, mi ambicioso alquimista? —

 

MARCUS

Era increíble lo mucho que Alice le tenía cogida la medida, sabía perfectamente qué y cómo tenía que decirle en cada momento. Dejó escapar un fuerte jadeo, porque a pesar de su chulería y de la pose de control que quería mostrar, efectivamente, estaba empezando a perder todo control sobre sí mismo. — ¿Es que parece que esté controlándome? — Preguntó con una ceja alzada, si bien sabía perfectamente a qué se refería, pero no podía dejar de tentar. — Ya sabes que contigo... nunca me puedo contener. — Nunca había podido y, cada vez, podía menos.

La petición en su oído desencadenó una respuesta automática, porque le hizo gemir de inmediato, totalmente entregado, pero recuperó esa fachada que querían ambos que tuviera puesta en aquel jueguecito y volvió a mirarla. — ¿Ahora las órdenes las das tú? — Dejó escapar una leve risa sarcástica, pero por supuesto también se dejó llevar, como le había pedido... pero no por su orden, porque quería. Ah, sí, el mensaje que llevaba dándose a sí mismo y al resto del mundo toda la vida: "no lo hago porque me hayas convencido, lo hago porque quiero". Ya...

— Me encantan. — Confirmó, lanzándose a sus labios, diciendo al separarse. — Pero no te hagas la ingenua. — Que, como bien le había dicho, era muy lista. Además, esa pregunta no era más que parte de su teatrito, y oh, se estaba dando cuenta ahora más que nunca de lo mucho que le gustaban esos teatritos. Pero la siguiente pregunta, aparte de generarle un fuerte tirón en su interior que casi le hace perder el control definitivamente, hizo que la mirara con las cejas arqueadas. — ¿Es que es lo que quieres? — Se acercó mucho más a su rostro, de nuevo rozando sus labios con su lengua. — Ahora resulta... que quieres que tu prefecto te castigue... Ahora entiendo muchas cosas. — Menos mal, estaba ahora mismo agradeciendo a Merlín y todos los dioses que pudieran existir, que no habían iniciado ese diálogo cuando aún estaba en Hogwarts. Lo dicho, no podría seguir llevando su puesto con dignidad sin que se le notara aunque fuera un poquito que, en el fondo, en esa parcelita privada que había confesado tener, estuviera pensando en lo que estaban haciendo ahora.

Pero ya se estaba descontrolando, lo notaba en su respiración, en su piel y en el violento latido de su corazón. En la fiera mirada que le devolvía a esa mujer retadora que tenía por novia, que no cesaba en su empeño de tirar más y más de él. — Todo. — Contestó con la voz cargada por el placer, y los dientes apretados, sin dejar de mirarla con deseo desenfrenado. — Lo quiero todo de ti. — La soltó para abrazarla y alzar su tronco, haciendo que ella se subiera en su regazo, sin dejar de moverse, ahora más desbocado. — Tú y yo... Alice Gallia... hemos nacido para la grandeza. — Dijo, y sus ojos debían estar refulgiendo en llamas, en esa sensación poderosa y grandilocuente que ahora más que nunca sentía. — Quiero verlo. — Ordenó, y no era la primera vez que lo hacía. Quería verlo, verla a ella disfrutar, ver cómo le hacía perder el control definitivamente. Ver hasta dónde eran capaces ambos de llevarse el uno al otro. Y de llegar, más altos que nadie en el mundo.

 

ALICE

Separó los labios y le miró cuando le recordó lo de que no se podía contener. Tantos recuerdos… Tantas veces que se habían deseado tan intensamente el uno al otro… Si es que no era de extrañar que luego se encontraran así, de aquella manera tan salvaje. Porque sí, aquello se les estaba poniendo salvaje cuanto menos. Suspiró y entornó los ojos, rozándose con el cuerpo de su novio y contestó. — Yo ahora mismo no puedo ordenarte nada. — Dijo de corazón. En su vida se había sentido más inclinada a seguir órdenes.

Se tuvo que reír a lo de ser ingenua. — Dos Ravenclaws como nosotros nunca pueden ser ingenuos, amor mío. — No se hacía Marcus una idea de lo que provocaba en ella cuando le acariciaba los labios con la lengua, ansiaba más y más de él, como si quedara algo que no se estuvieran dando ya. — Sí. Sí. Es lo que quiero. Dámelo. Tú siempre me das lo que quiero. — Y ya no hablaba la Alice seductora, hablaba una chica que solo quería hasta la última gota de placer mutuo que pudieran darse. Todo. Efectivamente. Eso se daban: el Todo.

Y, sin esperárselo, se encontró encima de Marcus, y cómo sabía el ladrón de él que eso le encantaba, la descontrolaba. — Tienes todo de mí. Tuya entera. — Dijo entre gemidos, moviéndose frenéticamente sobre su novio, sintiendo un placer que no podía describir, y descubriendo que se encontraba, por segunda vez, muy cerca de la cúspide. Y así, entre el sudor, entre sus cabellos despeinados, ardiendo, le miró con los ojos brillantes y llenos de aquella vida que vibraba entre ellos en aquel momento. — Así será, mi amor. La eternidad es nuestra. — Le dijo, aumentando el ritmo si es que era posible.

Y entonces aquella orden. — Tú también sabes bien qué decirme… — Dijo con una risita. Sí, porque solo escuchando aquella voz diciendo esa petición concreta, había sentido cómo su interior se estremecía. Acarició los rizos de Marcus, guiándole para que la mirara. — Todo este cuerpo… toda mi mente… entregados a esto… Mira lo que me provocas… Siéntelo todo de mí. — Dijo ya con un gemido, concentrándose en ese placer que la llevó a retorcerse entre los brazos de Marcus, aferrándose a su pelo y gritando, con los ojos cerrados. Le dio tan fuerte aquella segunda vez, que sintió cómo temblaba entera y perdía un poco las fuerzas, dejándose caer en ese abrazo de Marcus, sabiendo que la agarraría, y esperando dentro de sí aquel placer que esperaba hacerle alcanzar.

 

MARCUS

Alice estaba entregada, más de lo que nunca la había visto, y a Marcus, que le gustaba Alice en todas sus formas y versiones, le estaba excitando muchísimo verla así. También le excitaba cuando ella tomaba el control, cuando era Alice en esencia, básicamente. Pero verla así, tan rendida a él... Si es que no tenía mucha vuelta de hoja: Alice Gallia estaba en lo más alto de su lista de favoritos, fuera como fuera. Conseguía cegarle en cualquiera de sus formas, de amor, de ilusión, de deseo. De todo lo que pudiera y quisiera sacar de él. Pero, en esos momentos, era él quien podía sacar de ella lo que quisiera. Y cómo lo estaba disfrutando.

La visión de Alice sobre él era inigualable, y se aferró a ella como si le fuera la vida en hacerlo. — Lo sé. — Dijo entre jadeos, totalmente descontrolado, tratando de mantener a flote esa chulería, esa posición de poder. Pero su corazón, lo que deseaba gritar de verdad, tuvo que salir a relucir ante la proximidad de ese clímax que ya empezaba a dar visos de tardar poco en llegar. — Yo soy tuyo... Todo tuyo, mi amor... — No podía evitarlo, se derretía por ella. El ritmo era cada vez más intenso y sus dedos se aferraban a su piel. Juntó su frente con la suya, clavando su mirada en la de ella, y respondió. — Somos eternos. — Y la eternidad era de ellos.

Todo se descontroló definitivamente en los siguientes movimientos, al notar a Alice agarrando sus rizos, haciendo que la mirara, que se fundieran más, pidiéndole que la sintiera. Ni siquiera pudo contestar con palabras, solo con una mirada más fiera, con la respiración más jadeante y con sus gritos, gimiendo su nombre justo al cerrar los ojos mientras se dejaba inundar por el placer que sentía. Una vez más y como tantas otras, el cómo habían pasado de estar diciéndose cosas bonitas como si nada a estar entregándose de una forma tan salvaje, ni lo sabía ni lo necesitaba saber. Era la mejor magia que tenían y era solo de ellos.

Estaba agarrado a ella como si fuera su tabla de salvación en mitad del océano, porque ni podía ni quería soltarla, porque Alice había caído en sus brazos y ese era el mejor regalo que le había dado la vida, sin duda. Tenía la respiración absolutamente descontrolaba y aún estaba con los ojos cerrados. Tras unos segundos así, dibujó una sonrisilla, abrió los ojos sin moverse de su posición y se dejó caer hacia un lado. Como la estaba abrazando, cayeron de costado los dos, entre risas, mirándose con devoción el uno al otro y riendo. Le apartó un poco el pelo del rostro, mirándola en silencio, con cara de enamorado. Solo así, sonriendo ambos, respirando agitadamente y mirándose. — Yo estaba hablando de viajes. — Dijo al fin, y al decirlo se echó a reír. Se acercó a ella y volvió a abrazarla, acurrucado como estaba antes de que todo aquello se descontrolara, solo que atravesados en horizontal en la cama, en vez de tumbados ordenadamente. — Creo que me has desviado un poquito del tema. Siempre me haces lo mismo, Gallia. —

 

ALICE

Eterna era esa sensación de cómo Marcus alcanzaba ese máximo placer con ella, aferrándose a su cuerpo, sujetándola incluso cuando le fallaban las fuerzas, y diciendo su nombre así, en los estertores del placer. Era una maravilla y se sentía en el paraíso mismo. Aunque, eso sí, estaba agotada, le temblaban las piernas y aún no recuperaba el resuello, así que no pudo más que agradecer que Marcus tirara de ellos sobre la cama. Y una vez tumbados, el uno frente al otro, mirándose, con Marcus apartándole el pelo de la cara no pudo evitar soltar una risita alucinada y decir. — Soy inmensamente feliz ahora mismo. — Dijo de corazón. Subió los dedos casi sin fuerza, recuperando la respiración. — Eres… lo más hermoso que han visto estos ojos, Marcus O’Donnell. No podría soñar con estar mejor ahora mismo. —

Aún un poco perezosa, se arrastró más contra él, acariciando su piel, mientras él la abrazaba. — De viajes podemos hablar siempre que quieras. — Besó su coronilla y sonrió. — Esto de estar tranquilos y sin miedo a que nos pillen para poder darnos rienda suelta así… no es tan común de momento. — Le hizo mirarla y clavó sus ojos en los de él. — Eso que has hecho… Llevaba tanto tiempo queriendo ver ese Marcus poderoso y mandón conmigo… — Se mordió el labio y se rio un poco. — La Alice de sexto que tenía sueños muy calenturientos y tenía que meterse en la ducha nada más levantarse, se ha redimido dentro de mí. — Se revolvió un poco en sus brazos y suspiró. — Madre mía, si es que me has dejado temblando. —

Suavemente, se puso a tirar de sus rizos entre sus dedos. — Me encanta tu pelo. Me encantan tus ojos, tu piel. — Se dejó caer sobre sus labios y los besó con suavidad. — No puedo decir que no me esperara sacar tu cara Slytherin, pero… eres más de lo que nunca pudiera imaginar, sabes sacar toda la ternura de mí, pero también toda la pasión que siento por ti. — Le besó esta vez más largamente. — ¿Sabes el problema de esto? Que me encanta este Marcus, que me vuelve demasiado loca y ahora… — Bajó la mano por todo su costado. — Cada vez que me acuerde de esto… — Se mordió el labio y entornó los ojos. — Voy a necesitar muchas duchas mañaneras si me despierto y no tengo a un Marcus O’Donnell poderoso encima de mí. — Rio y se recostó sobre su pecho, cogiendo su mano y llevándosela a los labios. Entonces le dio la risa al pensar en una cosa. Y luego en otra, y empezó a hilar pensamientos y se le ocurrió… una de sus cosas. — ¿Te estás muriendo de hambre ya, amor mío? — Preguntó inocentemente.

 

MARCUS

Su sonrisa se amplió lo máximo posible. — Yo también. — Afirmó, y su voz sonó tan cargada de felicidad que quedaba bastante claro que no decía más que la verdad. Y después de lo que acababan de hacer, y de todo lo vivido con ella, todavía seguía ruborizándose cuando le decía esas cosas, que le hacían bajar un poco la mirada con una risita avergonzada. Básicamente la reacción opuesta a la que tendría con cualquier otra persona, pero es que Alice no era cualquier persona. — Tú eres preciosa. Eres mi sueño. — Y así se podrían pasar toda la vida, diciéndose esas cosas mientras se miraban y acariciaban.

Apoyó la cabeza en la cama (la almohada no la tenía ni localizada desde su posición), cerrando los ojos y suspirando profundamente con una sonrisa de felicidad. — Esto es lo mejor del mundo. ¿Podemos, simplemente, no irnos nunca de aquí? — Volvió a mirarla y a acurrucarse con ella. — ¿Podemos no bajar? ¿Podemos no salir de aquí en... tiempo, mucho, el que sea? — Y finalizó la frase hundiendo de nuevo la cara en el cuello y el pecho de Alice, con un ronroneo y una risita. Qué a gusto se estaba allí, qué suave estaba su piel, y aunque él se sentía ardiendo y ella también lo estaba no le importaba lo más mínimo, adoraba sentir ese calor si era suyo. Aunque frunció el ceño y transformó el ronroneo en un gruñidito de disgusto cuando dijo que no iban a ser muy comunes esos momentos por ahora. — No me gusta lo que dices. Vuelve al tema de antes. — Se quejó infantilmente. Pero en mitad de sus bobadas, ella le hizo mirarla, y lo que le dijo le provocó un escalofrío. Se mordió el labio con una sonrisilla, ya no tan fiera como la que Alice referenciaba de antes. — ¿Te ha gustado? — Se acercó a ella de nuevo. — Por ti, soy lo que me pidas. El mago más poderoso del mundo. Y todo mi poder es tuyo, solo tuyo. — Pero lo de sexto le hizo arquear las cejas y escapársele una carcajada muda. — Estoy... alucinando un poquito ahora mismo. — Y colorado otra vez, como un idiota. — ¿Eso... pensabas... en sexto...? — Ladeó la sonrisa. Ya estaba sacando su ego y su vena Slytherin a relucir otra vez. — Sí que te gustaba el Marcus prefecto... — Y él que pensaba que era por su buen hacer, elegancia y perfección con las normas, y no porque... verle tan mandón le provocaba... esas cosas... Era bueno saberlo. Un poco tarde, pero insistía en que estaba convencido de que le hubiera acarreado más de un problema de enterarse mientras estaba en funciones.

— ¿Ah sí? — Dijo meloso, achuchándola más, cuando le dijo que la había dejado temblando. — Eso es lo que me gusta... — Murmuró, juguetón. Se besaron, tras una nueva colección de piropos de su novia que solo atinó a responder poniendo cara de bobo. Y esa confesión, de cada vez que le recordara, le hizo reír nerviosamente otra vez, pero tratando de mantener dicho ego subido un poco más a flote. — Alice Gallia... sí que tengo poder sobre ti... — La besó de nuevo. — No te imaginas el que tienes tú sobre mí. Vives en mí todo el tiempo. — Rio leve y sarcásticamente. — Si supieras... lo intranquilo con mi conciencia que me he pasado tantos años... sin poder evitar... imaginarte... imaginarnos... — Se mordió los labios. — Y pensaba: Dios, Marcus, esto que piensas no está bien... — Soltó de nuevo la carcajada muda y sarcástica. — Oh, qué equivocado estaba. Sí que está bien. Está muy muy bien. — Rio un poco, y volvió a arremolinarse con ella. — Y tú... como siempre, colándote donde no debes, en mis sueños, en mis fantasías... y siendo más que yo... y pensando cosas mucho peores... — Volvió a besarla y, entre los besos, le dijo. — Cuantísimo te quiero. — Sí, le encendía la pasión con un solo chasquido, pero fundamentalmente, la amaba con toda su alma.

Se tumbó y, plácidamente y con un suspiro, dejó que Alice reposara sobre su pecho, cerrando los ojos y disfrutando apenas de unos instantes de silencio... había bajado la guardia sin darse cuenta, cosa que con su novia NO se podía hacer y ya debería saberlo. — ¡Uff! Pues ahora que lo dices... bastante. — Dijo lo último con una risa. Sin abrir los ojos ni moverse, y con la voz placentera, dijo. — ¿Es que quieres que empiece a poner en práctica los hechizos domésticos? Podría... — Abrió un ojo. — Si abajo hay alguna ventana abierta desde donde pueda hacer entrar cosas por esa de ahí. — Señaló apenas moviendo un índice desde su postura. Dejó la cabeza reposar en la cama otra vez con ambos ojos cerrados. — Pero no me parece bien robarle comida a tu tía Simone. — Estrechó su abrazo. — No hay hambre que haga que quiera dejar de abrazarte, mi amor, si es que estás poniendo a prueba mi amor por ti frente a mi amor por la comida. Tú ganas de calle. Eso lo sabes ¿no? Vamos, creo que te lo he demostrado con creces. — Siguió riendo. Era tan feliz allí...

 

ALICE

— Ojalá… — Susurró en respuesta a su pregunta de si podían quedarse allí, sin dejar de acariciar sus rizos y mirarle como hechizada. Dejó otro beso sobre su pelo cuando se acurrucó contra su pecho y sonrió. Era paz, era felicidad, ese momento era lo que siempre había pedido, simple y llanamente. Bajó los ojos ante su pregunta y se rio un poco. — ¿Que si me ha gustado? Creo que has podido notar y ver… — Dijo recalcando la palabra. — …Cuánto me ha gustado. — Deslizó el dedo por su mejilla y se volvió a reír con aquella frase. — Te voy a decir una cosa… Ahora mismo porque estoy agotada, pero la próxima vez que quieras llevarme al huerto… — Dejó un besito en su nariz. — Tú repite esa frase. — Terminó con tonillo sugerente.

Le dio la risa con su novio flipando. — ¿Pero es que no te acuerdas del día de la huelga? Madre mía, Marcus, te perseguí calentándote hasta que conseguí que me pusieras contra la estantería y me besaras. Y te aseguro que me dejaste con muchísimas ganas de más. Pero, claro, como no pasaron cosas ese día… — Parecía muy lejano, pero hacía poco más de un año, y ahora mismo el chico que se le había declarado aquella fatídica tarde estaría en una circunstancia muy parecida a la suya, pero con su prima en la habitación de enfrente.

Se dejó besar entre risas cuando dijo que eso era lo que le gustaba. Qué picarón, anda que no sabía lo que le gustaba oír a aquel también. Por eso les iba tan bien en ese ámbito, los dos sabían perfectamente qué decir o hacer. Asintió a lo de que vivía en él. — En una parcela que me han dicho que hay, permanentemente ahí… — Dijo dejando el índice sobre su frente con un toquecito. Le miró embobada hablar de aquel siempre correcto prefecto O’Donnell que no quería tener aquellos pensamientos sobre ella, y se rio. — Cuánto hemos hecho el tonto, porque anda que no nos podríamos haber disfrutado veces tal y como nos imaginábamos el uno al otro… — Le besó lentamente, disfrutando de sus labios. — Va a haber que recuperar mucho tiempo invertido en sueños y visiones, ¿no te parece? — Dijo tentativa. — Yo también te quiero, mi perfecto prefecto. Eres ideal para esta alumna que se cuela en todas partes. — Y encima ahora se sentía especialmente traviesilla… Le iba a hacer ejercer de perfecto prefecto un poquito más.

Se rio y besó un poco más la mano de Marcus. — Ya sabía yo que mi glotoncillo iba a querer comer. — Se giró un poco para mirarle. — No hace falta que pongas en práctica eso… — Señaló la luz tenue que entraba por la ventana y dijo. — Es tempranísimo. Podemos bajar un momentito, comer algo para no desmayarse como una que conozco yo… — Se rio de sí misma. — Y subimos. Nadie nos va a ver porque todos están dormidos… — Se incorporó y buscó su ropa interior y se puso el camisón. — Con bajar así… tenemos suficiente. — Tiró de las manos de Marcus y dejó besitos por toda su cara. — Venga, mi amor, dime que no quieres unas galletitas de esas de canela, ¡oh! O de las de los cachitos de chocolate… Y que yo me pueda tomar un café… — Se mordió el labio inferior. — Y luego volvemos sin hacer ningún ruidito y podemos estar aquí hasta muuuucho más tarde. — Se acercó a la puerta, cogiendo disimuladamente la varita, y le miró desde el marco. — No me digas que no te gusta seguirme, y más viéndome con este camisón… — Y salió con pasos suaves hacia la escalera, dispuesta a ir sacando cosas para comer, que iban a ser su principal distracción para lo que pretendía.

 

MARCUS

Se tuvo que reír, con una risa aún un tanto jadeada y cansada, con el comentario de su novia. — Está bien, está bien, tomo nota. — Dijo riendo. Que le había gustado su frase... Se la pensaba apuntar. Eso sí, lo que dijo de la huelga hizo que la mirara con la boca y los ojos muy abiertos, pasando la mirada a un punto indefinido mientras ella acababa de narrar, como si de repente los engranajes de su cabeza estuvieran haciendo que un puzle no resuelto durante años cobrara sentido. — Es verdad. — Murmuró. Se le escapó una carcajada alucinada. — O sea, yo sufriendo el peor atentado contra mi puesto de mi carrera, ¿y tú pensando en guarradas? — Se tuvo que volver a reír, porque de haberle pillado en Hogwarts ahora la estaría pregonando por la ocurrencia, u ocultándose de la vergüenza. Pero estaba tan, tan feliz, y tan en sintonía con ella, tan seguro de lo que se daban el uno al otro, que aquello solo aumentaba su felicidad. — Eres incorregible, Alice Gallia. No puede ser, no se puede ser así. — Iba diciéndole mientras le picaba las costillas, haciéndole cosquillas, riendo mientras la veía retorcerse por estas, porque su risa se le contagiaba y la adoraba. — Ya me vengaré... ya te pondré otra vez... — Contra la estantería o contra lo que me pidas, pensó, pero en su lugar, mientras seguía haciéndole cosquillas, dejó una pausita deliberada para acabar diciendo. — ...Las cosas claras. — No era un mal eufemismo.

Aunque a lo siguiente no pudo más que asentir efusivamente. — Oh, sí. Tengo mucho tiempo que recuperar contigo, pajarillo travieso. — Volvió a acurrucarse con ella, mirándola sonriente. — Pero tengo toda la eternidad para ello... podemos tomárnoslo con caaaaalma. — Rio un poco, estirándose perezosamente mientras decía la última frase. Definitivamente, La Provenza sacaba la mejor versión del Marcus relajado. Eso sí, en cuanto empezó a sugerir bajar, volvió a los gruñidos de queja. — Noooo noooo. — Dijo infantilmente, enganchándose a ella. — He dicho que no quiero moverme de aquí, Alice. No, no te vayas, ¿por qué eres así? — Rio, haciendo el tonto, abrazándola como un koala a un árbol y contando con que su novia se arremolinaría de nuevo con él y allí se quedarían... pero no. Parecía bastante dispuesta a bajar.

Soltó otro sonidito de queja cuando se despegó de él y empezó a vestirse, arrastrando la cabeza por la cama con cara de pena. No estaba colando. Encima pretendía que bajaran en pijama. Estaba torcido como una alcayata en la cama, y con esa postura, arqueó las cejas. — No termino de ver yo eso... — Pero Alice sí, y de hecho empezó a tirar de sus manos para levantarle, lo que le hizo quejarse aún más. Su novia, para llevarle a su terreno, empezó a hablarle de posibles manjares del desayuno... y claro, a él se le fueron quitando progresivamente las ganas de quejarse y su estómago empezó a rugir. Chistó. Si al fin y al cabo lo más difícil era despegarse el uno del otro y levantarse de la cama, y eso ya lo tenían prácticamente hecho. — Vaaaaaaaale. — Concedió, como si le estuviera haciendo un favor y en realidad no estuviera deseando probar esas galletas. Mientras se levantaba, dijo. — Pero déjame que me ponga otra ropa, por si acaso, vaya que alguien... — Ah, por supuesto que eso no iba a pasar. Su novia tenía ya la hoja de ruta y en su rapidez habitual le hizo tener que ponerse el pijama de nuevo porque era lo que tenía a mano. — Alice, jolín, que me... que estoy... el pijama... — Se aturrulló, pero nada, se tuvo que poner el pantalón y la camiseta a toda prisa. Cuando ella le tentó, arqueó una ceja y se dirigió hacia ella diciendo. — Te sigo, te seguiría hasta el infierno. Cómo lo sabes y cómo te aprovechas... — Le lanzó una mirada nada discreta y rozó su cintura. — Y cómo te queda este camisón... — Y ya se le estaba escurriendo, rumbo escaleras abajo, con una risita. — Eres lo peor. — Le murmuró sin alzar apenas la voz para que no se les oyera, y por supuesto sin perder la sonrisa. Y allá que fue, tras ella. Esperaban ser rápidos y discretos, y volver a la cama cuanto antes. Galletas en la cama con Alice... Ah, aún podía mejorar su sueño.

 

ALICE

A pesar de sus quejas, sabía que le seguiría. Mientras Marcus llegaba a la cocina, ella hechizó la cafetera de su abuela, que era muy inteligente, para que se pusiera a hacer y servir café, y cuando por fin vislumbró a su novio tras ella,  le miró desde la encimera con sonrisilla traviesa y le hizo una señal para que se acercara. — Yo también tengo parcelas mentales ¿sabes? Y sieeeeeeempre estoy pensando guarradas, como tú dices. — Abrió despacito la lata de galletas y sacó una moviéndola en el aire. Acto seguido, se sentó de un salto en la encimera y amplió la sonrisa. — Ven aquí… y te doy cositas. — Tentó. Necesitaba a un Marcus juguetón para hacer lo que se proponía en su cabeza. Igual al principio no le hacía gracia pero acabaría gustándole. — Puedes empezar por ponerme contra la encimera del desayuno. — Al estar susurrando no podía poner un tono muy sugerente, pero estaba segura de que su cara lo decía todo.

Se llevó la galleta a la boca y se comió la mitad, dándole a Marcus en la boca la otra mitad. — Me alegro de que te guste este camisón. — Bajó un dedo por su camiseta. — Te prefería sin esto… Y estamos casi solos… Pero bueno, viviré con ello. — Aseguró con una risita. La taza de café vino sola a ella y cogió una galleta de chocolate. — Esta para mi niño por ser bueno y atrevido y seguir a su novia. — Le atrajo hacia la encimera rodeándole con una de sus piernas. — Y una para Alice por tener buenísimas ideas tan temprano. — Masticó la galleta sin perder la sonrisa, escuchando las quejas de su novio. — Me sigues porque sabes que siempre tiene buen resultado. — Bebió un poco de café y le tendió un vaso de zumo a su novio. — Soy lo mejor. Somos lo mejor. — Replicó dejando un besito en su barbilla y tendiéndole otra galleta. — ¿Sabes qué pega? Ciruelas del jardín. Me encantan. — Dijo como si se hubiera quedado pensativa. Saltó de la encimera y tiró de él, lanzando un hechizo recogedor por si acaso tras de sí, porque se veía venir que iban a tardar en volver.

Lo arrastró hasta el jardín y salió corriendo hasta la zona donde sabía que se podían aparecer, que, gracias a Merlín, estaba al lado del ciruelo. — ¿Ya no quieres atraparme, O’Donnell? — Le preguntó, poniéndose en el lado donde el sol iluminaba al ir saliendo. — Mira que me voy con el sol… — Dijo poniendo cara de niña buena y agarrándose las manos, lista y preparada para lo que pensaba hacer según se acercara.

 

MARCUS

Bajó lo más discretamente que pudo, tratando de no hacer ruido. Había salido tan corriendo tras Alice y queriendo ser tan sigiloso que estaba andando descalzo (y no le estaba viniendo nada mal el frescor del suelo, que seguía con bastante calor y había tenido que vestirse sin querer hacerlo), así que estaba pidiendo con todas sus fuerzas a Merlín que no hiciera que nadie se despertara justo en ese momento. En pijama, descalzo y con el pelo aún mojado de sudor tenía que tener unas pintas desde luego nada dignas del exprefecto de Ravenclaw y futuro alquimista carmesí. Este capítulo no quedaría nada bien en mis memorias. Como tantas y tantas veces había pensado a lo largo de su vida junto a Alice y las que le quedaban, menudo erudito estaba hecho...

Cuando llegó a la cocina, su novia ya estaba hechizando el café y otras cosas del desayuno. Rio con lo de las parcelas. — Tengo que reconocer que me alegro de que al menos lo tengas parcelado. — Le dio un par de toquecitos cómicos con el índice en la cabeza y dijo. — Temía que esas cosas anduvieran dando vueltas sin control por esta cabecita. — Fue a coger la galleta que ella sostenía, pero la chica se retiró, sentándose de un salto en la encimera. Se mordió el labio y miró hacia atrás, a la puerta de la cocina por donde esperaba que ningún otro habitante de la casa hubiera decidido bajar con el mismo sigilo que ellos y sorprenderles. Se acercó lentamente a ella, y Alice siguió tentándole, dejando más evidente aún lo que podía hacer. De reojo, volvió a comprobar que no había nadie por allí, y se coló entre sus piernas, colocando las manos en ellas con sutileza pero en una posición inequívoca. — ¿Esto tengo que hacer para ganarme el desayuno? — Se acercó más, sugerente, tirando levemente de las piernas de ella para acercarla. — Yo creía que ya me lo había ganado... — Y sí, la posición era muy pero que muy inequívoca, y demasiado buena como para no querer quedarse, así que antes de que se le fuera la cabeza mejor se apartaba.

Se comió la galleta que su novia le daba y, con la boca llena, rio levemente, hablando cuando pudo tragar. — No te quejes, princesa. — Arqueó una ceja de advertencia. — Que demasiado que estoy aquí jugándome mi honor de primo y sobrino político perfecto por seguir tus locuras. — La miró de arriba abajo descaradamente y dijo. — Te queda de muerte. — Estaba impresionante con ese camisón, otra cosa que pensaba que también había demostrado hacía apenas unos minutos.

Cuando le entregó la galleta de chocolate puso una sonrisita infantil. — Gracias. — Ya se la estaba llevando a la boca cuando su novia volvió a atraerle hacia ella. — Gallia... — Advirtió, medio con una risa, mirando de nuevo de reojo a la puerta. Volvió la vista a ella y susurró, acercándose a su oído. — Que me pones en un aprieto... — Si no fuera porque aún seguía agotado por lo que acababan de hacer, se estaría nublando. Bueno, y porque estaban en plena cocina de una casa de una familiar de Alice, llena de gente. Por Dios, Marcus, estás cada día peor. Tomó el vaso de zumo y rio con los comentarios de su novia. — Es verdad. — Si es que no podía decir otra cosa. Ella era la mejor, y ellos eran los mejores. Él, aún intentaba dilucidar si era lo mejor por seguirla o un idiota supremo. Un idiota enamorado hasta las trancas al que le cegaba el deseo por esa mujer.

Dio un bocado a la galleta y, mientras masticaba, rodó los ojos. — Claro, por supuesto, vamos al jardín. ¿Qué te parece si nuestra próxima parada es el dormitorio de tu tía Simone? — Suspiró. — Alice, por Dios, ¿nos vamos a recorrer la casa en pijama? — Tomó su mano. — Va, vamos de vuelta a la cama... Se estaba muy bien... — Pero nada, su chica ya estaba tirando de él al jardín. Por supuesto fue todo el camino refunfuñando, aunque casi sin sonido para no ser oído. En un momento determinado, le soltó y salió corriendo. Rio entre dientes. — Te voy a atrapar y te voy a secuestrar y a llevar de vuelta a la cama de la que no deberíamos haber salido, pajarillo travieso. Que vas a acabar conmigo. — Dijo con cariño, entre risas, a pesar de intentar fingir el tono de queja. Abrió la boca con falsa sorpresa. — Ah ¿prefieres a ese sol? — Puso una mueca con la boca y se acercó para susurrarle. — No decías eso arriba... — La tomó por la cintura y dijo. — ¿Vienes conmigo, o te secuestro de verdad? Mira que tengo muchas, muchas ganas de estar tumbadito contigo otra vez... —

 

ALICE

Algún día, insistía en pensar, harían esas mismas cosas en la cocina de su propia casa y tendrían un final mucho más feliz que el que se le prometía ahora, con Marcus adquiriendo unas habilidades impresionantes para cambiar el foco de atención de la puerta a sus piernas que ponían en peligro la integridad de su cuello. Todo eso la hacía reír muy bajito, porque en el fondo formaba parte de esa felicidad tan particular que ellos sabían crear. — A ti también te queda muy bien el look pijama. Es muy tentador… — Se mordió el labio inferior y pasó el dedo por la camiseta fugazmente. — Pero sin esto… mejor. Sexy. — Le lanzó en voz baja antes de volver a salir corriendo.

Entornó los ojos y amplió su sonrisa con sus quejas, aunque con lo del dormitorio casi se le escapa una gustosa carcajada. — No me vayas a hacer reír que nos delato. — Advirtió señalándole. — No te quejes tanto y disfruta… Somos jóvenes, es verano, estamos libres sin colegio ni exámenes… ¿Qué más te da salir en pijama al jardín? — Le tentó en voz baja pero con expresión divertida. — Cuando éramos pequeños me seguías por todo Saint-Tropez y no te iba tan mal. —

Sabía que lo del sol le iba a picar aunque fuera un poquito, y lo más importante: le iba a atraer. Pensaba engancharse a él, pero ya se enganchó él solito. Rio y asintió con la cabeza. — No habrás oído ni una leve queja hacia mi sol ahí arriba. — Alzó las cejas. — No eran quejas y no eran leves precisamente, de hecho. — Ese hombre hacía cosas en su cabeza, porque ya se estaba nublando otra vez, y necesitaba concentración. Dejó un beso en sus labios y sonrió. — Agárrame fuerte, Marcus. Ni se te ocurra soltarme. — Y agitó la varita a su espalda.

Cuando aparecieron en el campo de lavandas, a la luz completamente dorada del sol subiendo e iluminando los campos, lo primero que hizo fue mirar que ambos estaban enteros, y una vez comprobado, se soltó y saltó un poquito por la hierba. — ¡Lo he conseguido! ¡Estamos aquí! — Se echó a reír y le echó los brazos por el cuello a Marcus. — No te enfades. ¿A que no estás enfadado? — Dejó muchos besitos en su mejilla. — Quería que viniéramos solos, sin tener que dar explicaciones, improvisado… Como cuando éramos niños. — Hizo fuerza y logró hacer caer a su novio entre las lavandas, con ella encima, poniendo las piernas a ambos lados de su cuerpo. — Como decía el Cantar de los Cantares… Escaparnos al campo a ver si había florecido la viña. — Se inclinó y le volvió a besar. — Dime que esto no es el paraíso. — Dijo girando el rostro hacia el sol y luego volviendo a mirarle. — Mira qué silencio… Y qué olor. — Aspiró. — Y ahora hay lavandas por todas partes, no como cuando vinimos en Pascua… — Se inclinó un poquito y cogió una ramita con muchas flores y empezó a pasarla por la cara y el cuello de su novio. — Ya han florecido… Más hermosas que todas las demás… — No se olvidaba de su promesa hecha allí. Y, sinceramente, no es que se lo hubiera planteado mucho desde entonces, pero en momentos de felicidad como aquel sentía que… sí, ¿por qué no? ¿Por qué ellos no podrían tener una familia con la que compartir todo aquello?

 

MARCUS

Puso una exagerada expresión de sorpresa ofendida cuando Alice dijo que iban a delatarse porque él la hacía reír. Seguían siendo los mismos que con once años para esas cosas, porque a pesar del balonazo fuera de Alice y de la ofensa que nadie se creía de Marcus, ahí iba, detrás de ella. La argumentación que dio después era para verla, y por supuesto que él no iba a dejar de responder. — Te juro que estoy haciendo un esfuerzo grandísimo por entender qué tiene que ver todo eso con pasearnos en pijama, pero me está costando. — Marcus tenía un estricto código de vestuario por el cual los pijamas no debían salir del dormitorio salvo que estuvieras solo en casa o en compañía de familiares muy directos, e igualmente le duraría puesto como mucho hasta después del desayuno. Arqueó una ceja. — ¿Cuando éramos pequeños? ¿Y qué se supone que estoy haciendo ahora? — Le dijo con una sonrisita tierna. Porque no lo podía evitar, porque su Alice era su Alice, aunque a veces le pusiera el cerebro del revés.

Puso una sonrisilla orgullosa, alzando la barbilla, muy alimentado en su ego y contestando, por supuesto, como buen Slytherin encubierto que los dos sabían que podía ser a veces. — Eso me imaginaba. — Efectivamente, ni se había quejado ni había sido leve, bien contentos que estaban los dos con el resultado. Recibió su beso y, cuando le dijo que la agarrara fuerte, apretó su cintura, acercándose a ella, sonriendo. — Nunca voy a soltarte. Te lo he dich... — Pero no pudo terminar la frase que había empezado, totalmente inocente, porque lo que ocurrió a continuación no se lo vio venir de ninguna de las maneras.

Cuando aterrizó estaba absolutamente aturdido y, por un momento, asustado, porque en ese microsegundo se le habían pasado todo tipo de ideas por la cabeza y ninguna buena, sentía que le habían secuestrado súbitamente, o que había perdido la conciencia. Pero no, solo era su novia haciendo de las suyas. De hecho, nada más tocar sus pies el suelo, dado que no sabía que iban a aparecerse y por tanto no calculó su aterrizaje, trastabilló y cayó sentado en la hierba. — ¡¡Alice!! — Miró a su alrededor. Probablemente tuviera la cara de sorpresa más grande que hubiera tenido en su vida en nada de lo que la chica hubiera hecho. — ¡¡Que estamos en el... Cómo... Por Dios, que estoy en pij... Que estás en camisón!! — Que él tenía unas pintas cuestionables, pero Alice tenía el cuerpo muy poco cubierto para estar en mitad de la calle. Pero claro, su novia ahora estaba en modo cervatillo feliz, mientras él seguía con el corazón a punto de salírsele del pecho e intentando procesar qué hacían allí. No atinaba ni a ponerse de pie.

— ¿Enfad... Cóm...? Est... — Si es que no podía ni hilar una frase, y su novia hablando a toda velocidad y dándole besitos tampoco es como que lo favoreciera. De hecho, le tumbó en el campo y él seguía como atontado, aún no dando crédito de que estuvieran allí. Cuando ya sí tomó conciencia, porque tampoco es como que le quedara de otra, la miró. Estaba tan feliz, hablando sin parar... Soltó aire por la boca. — Alice... Tú... — Negó. — Vas a acabar conmigo un día. — Y al decir eso se había echado a reír, mirándola. Le brillaban los ojos y seguía absolutamente preciosa. Si es que era su debilidad. — ¿Me puedes explicar a qué clase de cabeza se le ocurre esta idea? — Miró a su alrededor, para lo cual tenía que arrastrar los rizos por la hierba, para poder verlo bien todo. Se frotó la cara y dijo entre los dedos. — Por Merlín... Que estoy en pijama en un campo... — Se destapó la cara y la miró. — ¿Tú eres consciente de... tu...? — La señaló un poco. Se mordió el labio y, ocultando una sonrisa, tiró de ella contra sí para decirle más bajo. — Ese camisón tan sexy te tapa muy muy poco, princesa. Creía que verlo era un privilegio solo mío. — No es como que allí hubiera más gente, pero podría haberla en cualquier momento. Acarició su pelo y le dijo. — Anda... Recítame ese poema que tanto te gusta en este sitio. Que aún no se me ha pasado el susto. —

 

ALICE

No le había regañado ni una cuarta parte de lo que se esperaba, más bien veía a su novio en fallo multifuncional, lo cual no era muy habitual, porque su cerebro siempre estaba a punto. No pudo evitar reírse a que la mayor objeción de su novio fuera estar en pijama y camisón y no en haber efectuado una aparición en circunstancias de seguridad cuestionables. Pero mejor, porque lo de la ropa de dormir era más fácil de justificar. Y nada, el pobre seguía sin poder terminar ninguna frase, pero ella estaba demasiado feliz y sonriente como para simplemente no disfrutar de aquella luz dorada y la fragancia de las lavandas al amanecer.

Negó con la cabeza sin quitar su sonrisita de niña traviesa. — No. Yo le doy flores a tu espino, mi amor. Esto tú no lo hubieras hecho ni en mil años, pero no hacemos daño a nadie con ello. — Apoyó las manos en su pecho. — Es solo nuestro. — Se echó a reír con la pregunta, eso sí, a reírse bien fuerte. — Pues a una Gallia. Pensé que eso era lo que te había enamorado de mí. — Dijo entre las risas. — Y me he moderado mucho con los años, O’Donnell. Pero me sigue gustando arrastrarte a los sitios. — Asintió con una risa a la reflexión de que estaba en pijama y se dejó caer en el pecho de su novio. — Sííí… Soy consciente. — Giró la cabeza y rozó su nariz con la de él. — Pero el privilegio sigue siendo tuyo, mi amor. Y lo he sumado al privilegio de estar en este sitio precioso, solos, dándonos todo el amor del mundo… En un sitio que significa tanto para los dos, Marcus. — Se incorporó un poco para poder mirarle bien. — Cuando éramos dos niños veníamos aquí a hacer carreras, a jugar a identificar las plantas… Cuando crecimos un poco más… veníamos experimentar lo que no nos atrevíamos a experimentar en otros sitios… — Dijo con una voz cargada de intencionalidad. — Y la última vez, vinimos a reafirmar nuestro amor y hacernos promesas. — Se inclinó sobre sus labios y los besó con suavidad. — Quería venir una vez a simplemente ser nosotros. Nosotros sin ambages, sin nada… Nada más que Marcus y Alice, estando solos en el mundo como nos gusta estar… — Acarició desde sus rizos a su rostro. — Dime que no es precioso, cariño. — Le susurró con dulzura.

Le miró con cariño y sonrió. — Lo que mi príncipe me pida… — Dijo, acariciando la mano de él con su mejilla, mientras disfrutaba del tacto en su pelo. — Mi amado es mío, y yo suya / Él apacienta entre lirios / Hasta que apunte el día, y huyan las sombras /Vuélvete, amado mío; sé semejante al corzo, o como el cervatillo… — Recitó con voz dulce, como si le contara un cuento. — Yo soy de mi amado, Y conmigo tiene su contentamiento. /Ven, oh amado mío, salgamos al campo, Moremos en las aldeas. /Levantémonos de mañana a las viñas / Veamos si brotan las vides, si están en cierne / Si han florecido los granados / Allí te entregaré mi amor… — Se rio y le miró. — Entre medias, y eso no te lo leí aquel día, porque me hubiera muerto de vergüenza, hay una descripción bastante explícita de las piernas y los pechos de la amada, sospecho que ahora te gustaría bastante. — Cogió sus manos y las entrelazó con las de ella, sin dejar de mirarle. — Y la amada también dice que mirar los cabellos de su amado es como mirar al sol… — Le estaba mirando hipnotizada porque era tan guapo… Especialmente en aquel entorno, así, debajo de ella. — Y casi al final dice una cosa que se me quedó grabada y ahora entiendo por qué. — Entornó los ojos para recordar las palabras exactas. — Ponme como un sello sobre tu corazón /como una marca sobre tu brazo; /Porque fuerte es como la muerte el amor. — Volvió a tenderse sobre el pecho de Marcus, pero mirándole. — No hay nada más fuerte que nuestro amor. Nadie puede escapar de la muerte, pero creo que, con nosotros y con nuestras tías, ha quedado demostrado que tampoco puede escaparse del amor de verdad. — Le miró más seria a los ojos. — Nada en el mundo podría separarme de ti, Marcus O’Donnell. —

 

MARCUS

Asintió una sola vez pero con energía, mientras decía. — Estoy totalmente de acuerdo contigo, puedes tener por seguro que esto yo no lo hubiera hecho. — Aparecerse en mitad de un campo en pijama... ¡No! Aparecerse sin el consentimiento del otro, en un campo, en pijama. Porque ahora estaba tomando conciencia de que, si llega a soltarse por lo que sea, podían haber tenido una despartición. Mejor no pensaba en eso si no quería volverse a agobiar... — Ríete, ríete... — Suspiró, aunque él tampoco podía evitar reír. Porque estaba demasiado feliz y porque La Provenza siempre había sacado al Marcus relajado. Aunque su novia le pusiera cada vez más al límite.

Chasqueó la lengua cuando dijo que eso era lo que le había enamorado de ella, porque lo peor es que era verdad, pero la miró con los ojos muy abiertos, de nuevo con esa expresión de teatralizada sorpresa. — Ah, que te has moderado con los años. ¡Perdone, su majestad! El hecho de que me hayas hecho aparecerme súbitamente aquí estando los dos con ropas que no deberían salir del dormitorio ha debido confundirme. — Y encima le había dicho en la cocina que le sobraba la camiseta. Menos mal que no se la había llegado a quitar, si no, se veía medio desnudo en el campo. Fue a quejarse otra vez con eso de que el privilegio era solo para él, porque estando en mitad de la calle, técnicamente, podía ser para cualquiera que pasara por allí. Pero Alice estaba diciendo algo muy bonito y él, obviamente y como siempre, se quedó mirándola y oyéndola hablar embobado. Recibió su beso y rio levemente, suspirando con fingida resignación, cuando le dijo que todo eso era precioso. Sí que lo era, claro que lo era. — Gallia, Gallia... qué habilidad tienes para liarme. — Apretó su cintura y tiró de ella, apoyándose más en la hierba y acercando su rostro al suyo para susurrarle con cariño. — Preciosa eres tú. — Le dio un beso fugaz. — Y llevo desde los once años entregado a lo que quieras hacer conmigo, en este campo o en cualquier parte. Y aquí me tienes... — Rio con los labios cerrados y negó con la cabeza, mirándola con amor. — Me tienes absolutamente hechizado, no tengo duda alguna. Y lo peor es que... me encanta estarlo. — Concluyó, acariciando su pelo, dejando un mechón tras su oreja con delicadeza.

Fue entonces cuando ella empezó a recitar el poema y él se quedó escuchándola, y así podría pasarse la vida entera. Debía tener una cara de tonto importante, pero le daba exactamente igual. — No me canso de oírlo. — Susurró cuando terminó, pero la confesión de las censuras hechas aquel día le arrancó una carcajada. — ¿Qué te crees? ¿Que no lo sabía? — Le hizo un poco de cosquillas en la cintura. — Yo leo todo lo que me ponen por delante, Gallia. Busqué el poema, porque no podía ser que tú supieras algo que yo no. Y cuando lo leí, ya de vuelta en mi casa... ¡Oh! — Se echó a reír. Sí, ahora le hacía gracia, pero en su momento soltó el libro como si tuviera encima una bomba a punto de explotar. — Entre lo que nos habíamos quedado a punto de hacer, las conversaciones con mi padre y el poemita, menudo verano eché. — Siguió riendo. — ¿Sabes lo que me gusta bastante? — Se acercó y le susurró. — Los tuyos... tus pechos, tus muslos... — Arqueó una ceja. — Y como en aquella época ya lo sabía, pero no lo quería reconocer tan a viva voz, de ahí los malos ratos. — Rio.

Ladeó la cabeza, mirándola embelesado mientras acariciaba su pelo y le decía que era como mirar al sol, en esa alegoría que a ellos tanto les gustaba. Lo siguiente hizo que volviera a abrazarla, rodeándola por completo con sus brazos. — Mi amada. — La besó. — Mi dulce, inteligente, preciosa e incorregible amada. — Le dijo con cariño, volviendo a besarla. — No lo hay. No hay nada más fuerte que nuestro amor, que nosotros mismos. Tu madre lo dijo: somos imparables. Siempre lo seremos. — La besó con deleite, lentamente, disfrutando de aquello. Pues sí, le había hecho aparecerse sin permiso, con los riesgos que eso suponía, y estaban en condiciones "poco visibles" para sus estrictos códigos en mitad de un campo por el que podía pasar cualquiera, mago o muggle. Pero... estaba encantado. Estaba enamorado y estaba feliz, y estaban besándose, tumbados entre las flores. Y sentía que no podía pedirle absolutamente nada más a la vida.

— Que sepas... — Empezó a decir, tras el beso, sin dejar de abrazarla ni mirarla. — ...Que no he comido lo suficiente ni para... — Empezó a enumerar con los dedos hasta hacer los tres puntos que quería remarcar. — ...Las energías que he gastado nada más despertar, que me compense el susto y esta travesura en sí, y las horas que llevaba sin meter comida en mi cuerpo desde la cena. — Suavemente, la fue moviendo hasta quitarla de encima de él y reposarla en la hierba, mientras decía. — Peeeero, para no tener que aguantar, encima de verme donde me veo, que me taches de novio aburrido, gruñón y poco atrevido, voy a ir, como buen caballero que soy, a buscar comida para ambos. Ciñéndome a tus gustos. Porque tampoco es como que por aquí haya mucha variedad así que me tendré que conformar. — Como que él no se comía una piedra si hacía falta si tenía hambre. Se puso de pie y alzó un índice, muy puesto. — ¡Y sin magia! Y no porque no lleve mi varita, aunque podría teniendo en cuenta las prisas con las que me has hecho vestirme, pero antes pierdo la mano que desprenderme de ella. No usaré la magia por decisión personal. Para que veas que yo también sé usar mis habilidades motrices, y con más prudencia que tú, porque no está reñido. — Y después de su innecesariamente larga perorata, se dirigió al melocotonero más cercano.

— Observa cómo tu caballero te consigue un buen manjar, princesa. — Dijo pomposo. Había un melocotón pequeñito y precioso bastante cerca, de un color rosado que le confería un aspecto que daban ganas de tocarlo y, por supuesto, de hincarle el diente. No iba a tener que hacer demasiados esfuerzos para cogerlo, apenas poner el pie en una de las rocas cercanas y estirarse un poco, era lo suficientemente largo como para llegar sin trepar. — Sigo pensando que, siendo magos, un simple hechizo levitador bastaría. — Fue calculando dónde poner el pie. — ¡No obstante! — Siguió, porque claro, él no se podía callar. Mientras hablaba, calculaba su movimiento, alternando la vista entre Alice y el melocotón, con una sonrisa de superioridad y muy bien puesto. — Si algo he aprendido de un deportista de élite como mi hermano, es que el cuerpo debe estar siempre activo. Que hemos de tener recursos para poder llevar a cabo cualq-AH, HOSTIA. — Dio un salto hacia atrás, trastabillando. Si llega a estar en una rama, se cae de la misma, porque menudo susto. Resultaba que lo que en teoría era un melocotón, no era un melocotón. Era un pájaro, y a la cercanía de su mano había salido volando, en su dirección además, como si quisiera echarle en cara que hubiera intentado comérselo.

Se llevó la mano al pecho, porque tenía el corazón a mil con el susto, y se quedó mirando con cara de idiota la trayectoria del animal, que ya estaba bien lejos de allí. — ¿¿¿Lo has visto??? — Dijo con los ojos muy abiertos, mirando a su novia. Ah, por supuesto, ahí estaba muerta de risa. — ¡¡Era un pájaro!! Er... ¡Alice! ¡Joder, que era un pájaro, te lo juro! ¡Que parecía un melocotón! ¡Alice! ¡No te rías! Por Dios, qué susto. — Bufó. — Me tenéis contento los pajaritos hoy... —

 

ALICE

Ella seguía muerta de risa ante las quejas de su novio, aunque sabía que razón lo le faltaba. — ¡Claro que me he moderado! Podría habértela liado más. — Aseguró mirándole. — Pero no quería hacer una travesura, solo estar solos, sin tener que dar explicaciones y como si solo existiéramos nosotros en el mundo, y así hemos acabado. — Dijo como si fuera el proceso más fácil de comprender de la historia. Se dejó inclinar sobre él y recibió su beso encantada, porque sabía que ya le había rendido. — Yo también estoy entregada a ti. Lo hago por los dos, por hacernos felices, por disfrutar… — Le miró y acarició su mejilla. — Te amo. — Dijo casi en un suspiro, porque era muy difícil no dejarse llevar por la ola de sentimientos que le provocaba, estaba demasiado tierna aquella mañana.

Se echó a reír cuando contó lo de que había buscado el poema por su cuenta y se mordió el labio. — Debí haberlo sabido. — Y se echó a reír solo de imaginar la cara de Marcus en el momento en el que leyera todo lo demás. — Fue un verano complicadito para todos, querido. Creo que ahora te puedes imaginar con más nitidez los niveles de grafismo de las explicaciones de mi tata. Y yo pensando “no sé cómo voy a hacer todo eso”. Luego sale solo, he de admitir. — Marcus podía dar fe por sí mismo. Sonrió de medio lado a sus halagos y dijo, pasando las manos por su pecho. — A mí también me gusta todo lo que forma parte de ti… — Rio. — Pues eran sentimientos perfectamente correspondidos. Y yo tenía unas ganas irracionales de desabrocharte la camisa que aparecían sin avisar en aquellos tiempos, así que nada de mala conciencia. Estábamos exactamente igual. —

Y para sentimientos, los que le provocó oír ese “mi amada” de sus labios. Se le escapó otro suspiro, sin dejar de mirarle como si fuera lo más hermoso que existía. — Mi amado… Mi sol… — Se besaron y susurró sobre sus labios. — Mi tierra, de la que no querría jamás separarme. — Y pasó las manos por sus rizos con devoción. Si sabía ella que era buena idea ir allí, aquel sitio sacaba lo mejor de ellos. — Mi madre lo dijo, sí… Mi madre siempre sabía lo que decía. No es que creyera en la adivinación, es que ella sabía cosas que iban a pasar y las aseguraba con la seguridad de alguien que ve lo que los demás no. — Y parecía que se estaba viendo con su madre en aquel campo. Eres una hermana mayor genial, y algún día serás una gran madre… Sí, esa era la habilidad de su madre. — Qué feliz sería de vernos aquí. —

Escuchó a su novio hablar de comida, entre risas, porque ya estaban en ese estado en el que se reían de todo. Se dejó tumbar sobre la hierba suavemente con una sonrisa mientras asentía a todo lo que le iba diciendo. — Ohhhhh mi caballero va a ir a por comida para mí, más medieval esto que el Cantar de los Cantares. — Y se giró sobre sí misma en la hierba para verle avanzar hacia el melocotonero. Ni contestó a sus acusaciones. — Ajá, estoy deseando ver cómo se cogen melocotones de forma prudente y prefectil. —

Y entonces, algo que no entendió bien, pasó. Su novio estaba haciendo uno de sus discursos ideales y pomposos y poniéndose un poco en precario equilibrio para ir descalzo y con el pijama, y entonces, el melocotón a por el que iba salió volando. Literalmente. Y claro, le dio un susto brutal. Pero Alice, que cuando algo le interesaba hacía que su cerebro fuera a toda velocidad, detectó lo que era y se levantó de un salto. — ¡Mira, Marcus! ¡Es un pajarito que parece un melocotón! ¿CÓMO PUEDE SER TAN ROSITA Y TAN MONO? — Dijo con tono agudillo, persiguiendo al pajarito cuanto pudo antes de que el pobre animalito, entre el grito del uno y la persecución de la otra, decidiera irse, probablemente para no volver. Claro, cuando volvió a mirar a su novio, no pudo evitar deshacerse de la risa. Su novio había saltado como si aquel pajarín melocotón fuera un basilisco cambiaformas. Se acercó a trotecitos a él y dijo. — ¡Ay, mi amor! ¿Te ha asustado el pajarito? — Dijo como quien consuela a un niño pequeñito y le dio muchos besos seguidos en la mejilla, pero cuando insistió en el hecho de que los pajaritos le estaban dando la mañana, le volvió a dar la risa floja. — Vale, vale, tú túmbate ahí, tranquilito, y yo nos consigo unos melocotones para compensar el daño que el mundo aviar te ha hecho esta mañana. — Y se retrepó un poco en el tronco (no mucho, que no llevaba el mejor conjunto para ello) y cogió dos melocotones gorditos con pinta de muy jugosos, volviendo al suelo y sentándose directamente en el regazo de su novio. — Ya está… — Dejó un beso en su frente. — Hay pajaritos muy malos que asustan… y pajaritos que nos gusta dar amor. — Dijo con dulzura. Con los dedos, logró abrir el melocotón y coger un trozo para ponerlo en los labios de su novio, aunque se le cayó gran parte del jugo por la barbilla de él y su propia mano, así que lo lamió. — Mmmmm me encantan los melocotones, pero nunca se me había ocurrido probarlos con Marcus O’Donnell. — Llegó a los labios de su novio y los lamió también. — Definitivamente, buenísimo. — Luego se llevó el melocotón a la boca y lo mordió. Qué recuerdos de aquella tarde de julio que tanto se les fue de las manos. — Antes me encantaban los melocotones, pero ahora cada vez que los pruebo, solo puedo pensar en aquella tarde… — Y se relamió.

 

MARCUS

Todavía estaba con la mano en el pecho intentando que no se le saliera el corazón por la boca, pero su novia estaba loca de contenta de haber recabado en la existencia de un pájaro que parecía un melocotón. La miró con mala cara, regulando aún su respiración. — Sí. Precioso. — Contestó sarcástico. Anda que menudo susto le había dado. Y ahí seguía Alice, muerta de risa. Cuando se le acercó con burlitas solo siguió mirándola con una cara que debía ser muy parecida a la que Lex tenía por defecto y, al igual que su hermano, contestar con un gruñido. Claro que Alice empezó a darle besitos en la mejilla, y eso le hizo chistar, rodar los ojos y soltar aire entre los labios, resignado. Porque era su debilidad, si no, no se le pasaría tan rápido el mosqueo.

— Pensaba que era un melocotón. — Se justificó, muy serio, totalmente convencido de que estaba dando el argumento definitivo para hacerse entender. — Imagínate que vas a coger un melocotón y, de repente, despliega las alas y vuela hacia ti. ¿Qué pasaría? ¿Eh? Te llevarías un susto. — Estaba describiendo poco menos que a un dragón en lugar de a un pajarillo diminuto, pero la clave no estaba en el tamaño o la peligrosidad sino en lo imprevisto. Daba igual cuánto se explicara, su novia la valiente pensaba ahora que era un crío asustadizo. Hasta ahí su teatrillo de caballero medieval. Ya solo le quedaba sentarse enfurruñado en la hierba... en pijama. Dios, ¿¿qué hacía en mitad del campo en pijama, vamos a ver?? Si es que, todo mal con ese planteamiento.

Bueno, todo todo, no. Alice conseguía hacer maravillosa la más estresante de las situaciones, por eso indudablemente era que estaba allí. Aun así, como ella seguía con bromitas, volvió a suspirar y, tal y como le había pedido, se sentó, aunque no dejó de quejarse en el proceso. — Eso, tú ríete, pero sabes que tengo razón. — Ya se había sentado, y ahí frunció los labios con disgusto. — Anda que... yo quería ser un caballero medieval... menudo estoy hecho... Esto pasa por traerme a traición y en pijama. — Se dejó caer en la hierba y dijo con voz penosa. — Con lo bien que se estaba en la cama... — Pero claro, consigue tú que un pajarito se esté quieto en un mismo sitio mucho tiempo seguido. Mejor se iba acostumbrando.

Incorporó de nuevo el tronco con un suspiro resignado al tiempo que Alice volvía y se sentaba en su regazo. Estaría mejor en la cama, pero su novia en camisón sentada en sus piernas con un paisaje tan idílico alrededor y ofreciéndole melocotones recién cogidos del árbol... debía reconocer que, si se quejaba, era porque quería. Ladeó una sonrisilla pillina. — ¿Tú no eres de los que asustan? — Bajó los párpados, mirando cómo partía el melocotón. — Mala sé que no eres... pero sustillos... Alguno que otro me has dado. ¿O me he aparecido yo aquí por voluntad propia? Venga, confiesa. — Mordió el trozo que le ofrecía y, en lo que lo degustaba, notó la lengua de Alice por su piel. La miró, con un sonidito de gusto, que bien podía ser por el sabor de la fruta o por la caricia. — ¿Ah sí? Hmm... yo también quiero probarlo así. — Mientras ella masticaba el bocado que había dado al melocotón, también pasó levemente la lengua por sus labios. — Tienes razón... así está más bueno. — Ladeó la cabeza. — Melocotones con sabor a riesgo de vida o muerte. No pierden su esencia. — El solo recuerdo de aquella tarde, en la que le había dicho lo mismo, le hizo reír.

Quedaron tumbados en la hierba, sonriéndose, besándose, acariciándose y diciéndose tonterías, mientras se comían los melocotones. Lo cierto era, tenía que reconocerlo a pesar de todas sus quejas, que estaba en lo más parecido al paraíso que podía pedir. Estaban hablando un poco de todo, de su amor por supuesto, de los días que habían pasado allí, de lo rápidos que se habían pasado. Se reían abiertamente de las idas y venidas de Sean y Hillary, pusieron por las nubes a Marine porque a los dos les había encantado e hicieron sus conjeturas sobre Theo y Jackie. Y Marcus, por supuesto, acabó reconduciendo el tema a lo que lo reconducía siempre. — Buf, la comida de ayer... estaba todo... — Echó la cabeza hacia atrás con una exclamación desde lo más profundo de su ser. — ¡Qué bueno, por Merlín! — Volvió la vista a su novia. — ¡No me mires así! Tenía todo que ver con lo que estábamos hablando. ¿No estábamos en que tus tíos parecían encantados con Theo? ¿Y cuándo vimos a tus tíos? Ayer. ¿Y qué hicimos? Comer. ¿Ves? Perfectamente conectado. — Se removió en la hierba y empezó a esbozar esa sonrisita que ponía cuando quería picar a Alice. — Por cierto... — Ladeó la cabeza. — El sitio era muy bonito... como para... una boda ¿no? — Amplió su mejor sonrisa de "te he pillado" y agarró su cintura. — Sí, escuché el comentario de Jackie, y sí, escuché lo rápido que reaccionaste. — Dio con el índice en su nariz. — Y vi esos ojillos que pusiste y que ya identifico demasiado bien. — Rio un poco y se apoyó con el codo en la hierba, más cerca de ella, mirándola. — Nuestra boda va a estar llena de flores... y va a ser la más preciosa del mundo... aunque el sitio va a dar igual, porque todo el mundo va a estar mirándote a ti. —

 

ALICE

Volvió a asentir ante la multitud de quejas y la vuelta al relato de lo ocurrido que ahora salía de su novio, como si ella no hubiera estado ahí para verlo. — Pero mira, hemos descubierto: uno, que puedes desenvolverte sin varita. — Empezó a enumerar con los dedos. — Dos, que existen pajaritos con forma y color de melocotón, no sé si eras consciente de cuán feliz me hace eso; y tres… — Dejó otro trozo de melocotón en sus labios y los besó. — Que los melocotones saben mejor cuando nos los comemos directamente de nuestros labios… — Dijo pasando el dedo sugerentemente. — Y nuestra piel… — Se rio y dejó un piquito en sus labios antes de comerse otro trozo. Ah, no había nada como los melocotones de La Provenza ni estar en brazos de Marcus, y ahora los tenía a los dos. Rio como una niña pequeña a lo de los sustos. — Pero muy pocos. No me gusta que pases miedo, creo que lo demostré en tercero con el boggart. — Luego ladeó la sonrisa. — Prueba prueba… — Le tentó, y siguió a su lengua para encontrarse en un beso, aunque se estaban pringando un poco con los melocotones. Daba igual, le encantaba, luego un Tergeo y todos listos.

Y, como ella ya había visualizado en su mente, tumbarse en el campo, decirse cositas y hacerse moñerías, era ideal. Había logrado que su novio se relajara y se olvidara un poco del pijama, tanto tanto, que ya había empezado a hablar de comida y eso era una buena señal, aunque, como siempre, había buscado las vueltas para encontrar el tema. — Mira, ni mal traído está, porque ayer el pobre Theo estaba rojo como un tomate, apuradísimo y no paraba de mirarnos. Y yo, todavía, ayudaba en la conversación, pero es que cariño, probaste absolutamente todo, y no parabas, y claro, no se puede hablar y comer al mismo tiempo, y Theo se quedaba sin aliados, porque su cuñado en potencia, aliado, lo que se dice aliado, no es. — Y volvió a reírse, porque ahí siempre tenía ganas de reír. — Perfectamente conectado, alquimista, una conjunción de primera. — Dijo inclinándose sobre su pecho para dejar un beso sobre él.

Y cuando volvió a dejarse caer en la hierba, escuchó ese tono de su novio y puso media sonrisa… A ver con qué le salía ahora. Ah, se había dado cuenta. Arrugó el gesto cuando le dio en la nariz y se apoyó en su propia mano para mirarle. — Sí… Es precioso. — Se sonrojó un poquito al verse descubierta en sus fantasías. — Aix es la ciudad más bonita de La Provenza… ¿Has visto esas casas? Con sus contraventanas azulitas y llenas de macetas, y esos patios llenos de flores y enredaderas… — Se mordió el labio, mirando con ojos soñadores al cielo. — Con este sol… y este cielo… — Bajó la mirada y la clavó en los ojos de Marcus. — Es perfecto para una boda, sí. — Se acercó a él y rozó su nariz con la suya. — ¿Se parecen esos ojitos a estos que se me han puesto ahora mismo? — Rio y tiró de Marcus sobre ella. — Miles de flores. Flores con significado, bien criadas, olorosas y preciosas… — Volvió a reírse y le acarició las mejillas. — ¿A mí? A los dos. Porque no hay nada que le quede mejor a un alquimista de ojos preciosos como tú y tan alto, que un traje. Impecable como siempre. — Le atrajo para besarle y luego dijo. — ¿Y sabes que más habrá? Comida. Mucha mucha comida elegida por el glotón más glotón que conozco que eres tú, O’Donnell. — Y se puso a hacerle cosquillas, mientras echaba mano de otra ramita de lavanda y la pasaba por sus labios y por su cara. — Lavandas. Quiero que haya muuuuuchas lavandas. Por nuestro campo, simbolizando nuestro amor, porque el morado era el color favorito de mamá, y porque tardan mucho en florecer… — Con la mano libre le acarició y le clavó los ojos bajando el tono. — Pero, cuando lo hacen, son bellas, las más hermosas de todas. — Y lo selló con un beso. Ella se había entendido.

Muy a su pesar, se incorporó y tiró de Marcus con ella. — Amor mío, voy a ser muy magnánima. — Dijo muy puesta. — A pesar de que me quedaría aquí muuuuchas más horas, y de que yo no tengo ningún problema con estar en pijama en ninguna parte, voy a instarte a volver a casa antes de que nadie se despierte, podemos volver a la cama y pasar unos minutillos más en nuestra última mañana aquí. — Se inclinó y le besó suavemente, con deleite. — Pero solo si prometemos volver otra vez, solos, al amanecer… a este sitio. — Volvió a besarle acariciándole con la lengua. — ¿Me lo prometes, Marcus O’Donnell? —

 

MARCUS

Alzó las manos en señal de autodefensa. — ¡Eh! Le defendí bastante, dije varias veces que era un caballero y que tenía un gran corazón, y que iba a ser el mejor sanador mental de nuestra generación. — Él mismo podía dar cuenta de la conversación que habían tenido el día antes, pero no venía al caso sacarla en público. Quedaba entre ellos dos. — ¡Pero tenía que comer! Cada uno que se busque sus propias defensas. A mí no me defendía nadie. — Como si lo necesitara, pero tenía que hacer una de sus clásicas huidas hacia delante. Lo que dijo su novia de la conjunción perfecta, en cambio, le hizo sonreír con satisfacción y hacer un asentimiento con la cabeza, bien orgulloso de sí mismo, disfrutando de todo aquello y de su victoria imaginaria. Ah, así, sí.

Le encantaba oír hablar a Alice de su futura boda, por todas las veces en las que temió que ese momento no llegara nunca. Celebrarlo así, con ese sol y las flores que ella tanto amaba y que seguro que escogería con mucho mimo, se antojaba todo un sueño. — Se parecen. — Confirmó, mirándola con ternura. Entre risas, dejó que ella le colocara sobre su cuerpo, donde siguió mirándola y oyéndola embelesado. — Voy a llevar el mejor traje de mi vida, para conmemorar la mejor decisión de mi vida. Puedes tenerlo seguro. — La besó, pero lo siguiente que dijo le hizo soltar una carcajada, y luego seguir la broma haciendo un gestito de victoria. — ¡Sí! Menú marca O'Donnell. No habrá otro mejor, los invitados van a salir encantados. Y con varios kilos de más. — Dijo entre risas.

Cerró los ojos y sonrió a las caricias de las ramitas de lavanda en su piel. — Muchas lavandas. Todas las que quieras. — Confirmó. Abrió los ojos para mirarla. — Aún conservo la lavanda seca de la noche de San Lorenzo. Conservo miles de recuerdos contigo... y los que me quedan por crear. — Sonrió. — Hmm... las más hermosas de todas... — Acarició su mejilla y bajó el rostro, acercándolo al suyo. — No serás una lavanda ¿no? — Con una amplia sonrisa volvió a besarla, correspondiendo su beso y entreteniéndose en él. Ojalá aquello no acabara nunca.

Pero sí que iba a acabar por el momento. Esa misma tarde volvían a Londres y solo de pensarlo se le encogería el pecho. Esa noche estaría durmiendo de nuevo en su cama, solo... Suspiró. — No voy a poder superarlo. — Dijo, melodramático, sin conectar con su pensamiento, por lo que Alice ni sabría de lo que hablaba. Frunció los labios y negó. — Dormir sin ti... me voy a morir de frío y de pena. — Acarició su camisón con expresión apenada. — Sin poder tocar nada así de suave... sin abrir los ojos y verte... — Puso un puchero en los labios. — Me voy a echar a llorar. — La verdad es que empezaban a entrarle ganas. De ahí que respondiera con un gruñido de disgusto ante la perspectiva de volver a casa. — Gallia, me traes aquí contra mi voluntad, y ahora quieres que volvamos... Juegas con mi pobre corazón. — Suspiró. — Qué remedio. — Sí, lo de volver a la cama le convencía, aunque sumaría otra penosa despedida a esa mañana, que ya llevaban dos. Pero le apetecía muchísimo estar allí, tanto que de verdad se planteaba fingirse los dormidos y amanecer más tarde. Total, ya por hambre no tenía prisa, ya había desayunado entre una cosa y otra.

Sonrió y acarició su nariz con la de ella. — Te lo prometo. Por supuesto que te lo prometo. Todas mis promesas son tuyas y solo tuyas. — Besó sus labios pero, al terminar, la miró con cierta advertencia. — Aunque si pudieras ponerme sobreaviso la próxima vez que vengamos, te lo agradecería. — Rio un poco, la besó fugazmente de nuevo y se puso de pie, tendiéndole la mano para ayudarla a levantarse. — Vamos, princesa. Nuestra alcoba nos espera para unos últimos minutos de amor. — No podía dejar de ser pomposo, le encantaban las reacciones de su novia, tan diferentes a las de todos los demás, que habitualmente rodaban los ojos. — Sujétame fuerte. No me sueltes. — Le dijo con una sonrisita pilla, tal y como ella había hecho antes, y ahora fue él quien les apareció a ambos en el porche. Rio un poco, aún agarrado a su cintura, y volvió a besarla brevemente. — Cómo me lías en tus travesuras... — Dijo. Se mojó los labios y agarró su mano, sonriente, dispuesto a subir a la habitación... Pero apenas se hubo acercado a la puerta y se detuvo en seco, con los ojos muy abiertos. Había ruido de platos y vasos dentro, y de voces, que venían de la cocina. Se quedó de una pieza, hasta que instantes después pudo reaccionar. — Alice... — Ya estaban abajo. Todos. Joder, ¿¿y ahora cómo entraban?? Miró a su novia en pánico y murmuró con urgencia. — ¿¿Ahora qué hacemos?? —

 

ALICE

Negó con la cabeza sin dejar de acariciar los rizos de su novio. — Nadie te defiende a ti, no. — Dijo sarcásticamente como con tono de pena. — Tú nunca has necesitado que te defiendan, tú eres el niño bonito de todos. — Y le dio un besito entre risas.

Pero hablar de su futura boda le gustaba mucho más y le ponía una sonrisa de ilusión y una luz en los ojos que era incomparable. — No me cabía duda. — Dijo aludiendo a lo del traje y el menú. — ¿Cómo iba a ser una boda de Marcus y Alice si no hay grandes cantidades de comida y lavandas y trajes ideales? — Rio y siguió acariciando su cara porque era lo más bonito del mundo. Sacó el labio inferior con adorabilidad. — Yo también. En mi caja de música de las cosas importantes tengo la lavanda… — Entornó los ojos y sonrió, mirando al cielo. — Un imperdible que me regaló otra O’Donnell… — Le dio en la nariz y puso una sonrisa enternecida. — Qué lejos hemos llegado, amor mío. Y lo que nos queda. —

Ya sabía que Marcus iba a ponerse mimosón por irse y ella puso carita de pena. — A mí también me da pena irme, mi amor… Creo que comprobamos hace muchos años que, como duermo contigo, no duermo nunca, mi amor. — Se rio al recordar el momento en casa de los O’Donnell en aquel cumpleaños de Erin. — ¿Te acuerdas de ese Marcus de doce añitos recién cumplidos que creía muy indecoroso quedarse dormido al lado de su mejor amiga? — Le pasó los brazos por el cuello y le besó. — Eras taaaaaan adorable. — Le besó otra vez. — Y antes de que lo preguntes: sigues siendo adorable. Pero ahora tienes más picardía, así que es otro tipo de adorabilidad. — Se levantó. — Como la de poner cara de pena porque nos vamos, aunque nos tengamos que ir. —

Dejó un beso en sus labios y asintió. — Pues si me dejas esa promesa hecha, yo ya no necesito nada más. — Rio un poco y asintió de nuevo. — Ahora que ya sabes cuál es mi idea, te he convencido de que venir aquí al amanecer es muy buena idea y no hace falta arrastrarte a traición. — Dijo con tono traviesillo y cara de mala. Se agarró a su novio y asintió mirándole. — No me soltaría de vos, alteza. — Dijo con una risilla, dispuesta a aparecerse en casa de vuelta y lanzarse a la habitación otra vez… a lo que surgiera. Al aparecerse, le siguió el beso, enredándose un poco en sus rizos y en sus caricias… Vale, arriba, ya. Pero ya le hubiera gustado a ella haber podido realizar su propio pensamiento.

La cara de pánico de su novio no le dejó lugar a dudas de que lo que le había parecido oír era cierto: se les había ido la hora y todo el mundo estaba despierto. Se mordió el labio y miró a su novio con cara de disculpa. — Es que el tiempo contigo se me pasa volando… — Apretó su mano y le miró. — Que no cunda el pánico. Todavía está por llegar el día en que esta casa no ofrezca una solución a lo Gallia. — Tiró de su mano al lateral de la casa contrario a la cocina. — Afortunadamente, la cocina no tiene ventana al jardín de atrás, así que no nos han visto y… — Se asomó discretamente por una ventana. — Genial, no hay nadie en el baño, hubiera sido un poco violento. — Lanzó un hechizo a la ventana. — ¡Alohomora! — Dijo bajito, y la ventana se abrió. — Súbeme. — Le pidió, para que la levantara hasta el alféizar. Luego ella le ayudó a subir, y le hizo un gesto para que no hiciera ruido. — La salida de este baño no se ve desde la cocina-comedor, así que podemos subir, cambiarnos y… — La puerta del baño se abrió y André se apoyó sobre el marco de la puerta. — Buah, me encanta. — Alice le miró con mala cara, pero su primo siguió con su discurso. — Sí, sí, me imaginaba que me podría encontrar algo mucho peor, pero eso os pondría mucho más incómodos a vosotros que a mí, así que, la verdad, no me importaba. Por segunda vez. — Dijo ladeando aún más la sonrisa. — También puedo girarme ahora mismo y decir: “EH, mirad lo que me acabo de encontrar”. — Alice suspiró. — A ver, ¿qué nos vas a pedir? — André se dio con el índice en los labios. — A ver… Puedo fingir que os he visto bajar por las escaleras cuando entraba por la puerta, pero… a cambio… — Señaló a Marcus. — El inglesito cobarde tiene que pasar por el terrible trago de ir al desayuno en pijama. Solo pido eso. Ah, y una noche de farra la próxima vez que vaya a Londres, eso también. Y ya sí que nada más. — ¿André, eres tú? — Gritó su tía Simone desde la cocina, porque debía haber oído la puerta. — Vosotros diréis… — Alice miró a Marcus con cara de "venga por favor que no es para tanto que no me tenga que inventar más excusas esta mañana".

 

MARCUS

Si es que lo sabía, si es que sabía que aquello no podía ser buena idea. Lo habría aportado entre los pormenores de aparecerse en mitad del campo de lavandas en pijama después de haber salido a hurtadillas de la casa si no fuera porque su novia no había tenido a bien preguntarle su opinión antes de llevarle. Maldito fuera él y maldito el encanto Gallia en el que caía siempre. Frunció los labios mirando a Alice con cara de padre disgustado, pero claro, su novia le estaba poniendo ojitos de cordero degollado y venían de echar momentos muy felices. Pues lo dicho, que le compraba muy rápido y así le iba... que no era mal, pero Marcus no podía dejar pasar la oportunidad de quejarse.

Se dejó conducir y soltó aire por los labios, alzando los brazos y dejándolos caer. — ¡Genial! Ahora somos ladrones de casas que nos colamos por ventanas. Lo incluiremos en nuestro currículum como alquimistas. — Otro dato que definitivamente no pensaba incluir en sus memorias, qué vergüenza. Alice, una vez más que se sumaba a los cientos de veces que lo llevaba haciendo mínimo desde los once años, que era desde cuando él estaba presente y mirando, no era consciente de la ropa que llevaba a la hora de trepar (o de pedirle que la ayudara a trepar, en este caso). Cuando ella ya hubo saltado dentro, se frotó la cara. Menos mal que no había nadie más allí y que él ya había visto todo lo que tenía que ver. — Esto no está bien... — Murmuró, como buen señor quejica que era, pero allá que fue siguiendo las indicaciones de la chica.

Le había costado, porque él no tenía ni la habilidad ni el tamaño de Alice para colarse por la ventanita de un baño. Menos mal que no le había dado por pensar cómo hubiera acabado esa situación de haberse quedado atascado en ella. Ya dentro, volvió a soltar aire por la boca, oyendo las instrucciones en silencio... hasta que se abrió la puerta, haciéndole dar un violento respingo. Fue verle y bajó la cabeza, frunciendo los labios con resignación y echando aire por la nariz. Después de Simone Gallia, o de su madre apareciéndose misteriosamente allí desde Londres, probablemente André fuera la peor persona para pillarle en esas circunstancias. Le miró con cara de circunstancias y los ojos entornados mientras hacía el paripé del secuestrador y Alice trataba de negociar su propio rescate.

La petición le hizo abrir los ojos como platos, alzando la cabeza para mirarle como un animalillo sorprendido. — ¿Cómo? — Miró a los lados, un tanto desencajado. — ¿Pero por qué yo? — Eres tú el que está en pijama. — Dijo el otro con normalidad, encogiéndose de hombros sin perder la sonrisilla. Aquello era una pesadilla. Su novia, lejos de defenderle, le estaba mirando con cara de que cediera. Esto es lo que me quedaba, vamos. No, si sabía él que los platos rotos los acababa pagando Marcus O'Donnell...

— ¿André? — Volvió a llamar Simone. Iban contrarreloj. — Vale, a ver. Comprado lo de la farra, compradísimo. Tengo ya la ruta pensada. — Deseando estoy de que me lleves. — Dijo el otro, muy seguro y altanero. — Pero el trato incluía dos partes. — Lo sé. Contraoferta: ya que vienes... — No, no. Nada de contraoferta. — Cortó André. — La cláusula está muy clara. — Y, de repente, algo dentro de él activó la vena Horner. El instinto de supervivencia, probablemente. Arqueó una ceja, deteniendo inmediatamente el modo pánico, lo que le hacía mutar de Arnold a Emma en apenas un segundo. — ¿De verdad quieres que corra por Londres el rumor de que andas chantajeando al hijo de uno de sus aritmánticos más importantes? — André se quedó unos instantes con la boca entreabierta, y Marcus le sostuvo la mirada. Dejó escapar una aspirada y muda carcajada. — Vaya con el inglesito. Nos ha salido mafiosillo... — Velo por mis intereses. — Eso es frase de mafioso cien por cien. — André se mojó los labios, cruzado de brazos, pensando. — No harías eso. — Ponme a prueba. Rumores de chantaje o rumores de que viene un gran aritmántico de Francia, tú eliges. — Lo de gran aritmántico es una reputación que puedo labrarme yo solito, no necesito tus favores. — Muy bien. — Concluyó Marcus, encogiéndose bruscamente de hombros. Sonrió helado y agarró la mano de Alice, pero sin dejar de mirar a André. — Vamos, mi amor. Con la cabeza bien alta a desayunar, porque pijamas, al fin y al cabo, usan todos los humanos. El chantaje... solo unos pocos. — ¡Vale! Dios, menudo peligro tienes. — André estiró el cuello, comprobando que Simone no venía, y dijo. — Va, corred. Si subís rápido las escaleras os da tiempo a cambiaros. — Eres el mejor, primo. — Dijo Marcus con tonito, recibiendo una burlita a cambio, y pasando corriendo por su lado. Había conseguido convencer a André.

O no. — Vaaaaaaaya vaya, ¿no teníais suficiente con la cama de matrimonio? ¿Teníais que montároslo en el baño? — Dijo la voz juguetona de Jackie, cruzada de brazos en mitad del pasillo, en una voz tan alta que alertó a los demás. De hecho, Sean no tardó en salir, mirarles y soltar una carcajada, señalando a Alice. — Estos no han estado en el baño, estos vienen de fuera. Don prefecto tiene el pelo lleno de hojas. — Marcus cogió aire y frunció los labios, girando la cabeza para mirar con odio a André. El otro se encogió de hombros y alzó las palmas. — Yo he cumplido mi parte del trato. He dicho que no se lo diría a mi abuela... no tengo la culpa de que estos os hayan encontrado solos. —

 

ALICE

Sin comerlo ni beberlo, su primo y su novio se habían metido en un tira y afloja que era para verlo. Parpadeó y decidió quedarse al margen, lo cual le dio para embelesarse un poco con ese Marcus Horner que tuvo a bien aparecer a negociar con André. Nota mental: provocar a Marcus con una negociación más a menudo, porque esa faceta la estaba poniendo en un serio aprieto. Y, de hecho, logró deshacerse de André, no sabía ni cómo, porque había desconectado, pero se dejó guiar por él hacia fuera. — ¿En serio has conseguido…? — Empezó a preguntar.

Y sí, se había deshecho de André sacando al Marcus Slytherin que vivía en él y que hacía un rato estaba usando sus habilidades para otras cosas, pero no habían contado con el resto del ejército. — Jackie no me fastidies… — Empezó, porque no tenía ganas de lidiar con más Gallias buscadores del caos. Ah no, pero Sean siempre tenía que señalar lo que su maldito ojo para los detalles apreciaba. Su prima reaccionó inmediatamente claro. — Jojojo, ramitas ¿eh? Entonces yo sé dónde han estado… — ¿Quién ha dormido en sus habitaciones esta noche? — Cortó de repente Alice. Había sacado el coraje de algún sitio que no sabía, porque la verdad es que estaba un poco embotada, pero eran demasiados años picándose entre Gallias, le salía como defensa natural. Sean puso cara de pánico. — Yo. — Dijo su prima muy segura. — ¿Y Theo? — Preguntó ella, cruzándose de brazos también, replicando la postura de su prima. — Si lo dices, hundes también a tu amiga Hillary. — Y a mi amigo Sean, que tiene muchas ganas de hacernos un reconocimiento completo a todos. Destrucción absoluta de todos los sectores. — Yo no. — Apostilló André. — Yo me lo estoy pasando en grande. — Su prima soltó una carcajada sarcástica. — No serás capaz de… — ¿Pero qué hacéis todos ahí? — Preguntó su tía Simone, llegando. — Ya sabía yo que eras tú, hijo. — Dijo mirando a André, y luego cambió el foco a Marcus y ella. — Anda, ya era hora de que os levantaseis, venga, que está el pobre Theo solo ayudándome con el desayuno. — Alice entornó los ojos a su prima, como si dijera “¿de verdad quieres acabar con el buen rollo de tu abuela y tu novio así por una tontería?”, y su prima resopló. Salieron todos detrás de Simone y fueron hacia el comedor. Al final, había evitado el juicio de su tía, al menos, aunque el pobre Marcus se viera abocado al paseillo en pijama.

— Alice, tu abuela me ha dicho que este año quieren celebrar el cumpleaños de Dylan en Inglaterra y que vayamos. — Informó su tía, mientras se sentaban en la mesa. Ahora a desayunar otra vez, con las ganas que tenía ella siempre de comer de más. Pero claro, a ver cómo explicaban si no por qué no desayunaban. — ¡Sí! Es que Dylan tiene una amiguita que quiere invitar y eso… Y bueno también para que vengan los O’Donnell y podamos celebrar algo en casa, que para eso estamos arreglándola con el jardín y todo… — Sus primos la estaban mirando a ver si comía… Qué cabritos podían llegar a ser. Encima de todo, Alice todavía tenía que tomarse la poción… Cogió la taza del café y le dio un sorbito. Bueno, café sí podía beber. — Ah, pues entonces nos vemos pronto, si es que mis nietos tienen intención de aparecerme… — ¡Buenos días! — Ah sus tíos, sí, los que faltaban por allí. — Alice, ¿qué hacíais por la ventana del baño? — Hala, la primera en la frente. Se giró mirando a su tía con actitud suplicante. — Es que estábamos en la obra y os hemos visto desde ahí, ¿por qué no habéis entrado por la puerta? — Simone y todo el mundo estaba mirándoles y ella suspiró y se frotó los ojos. Si es que negarlo siempre era peor. — Pues es que queríamos pasear al amanecer a modo de despedida y he arrastrado un poco a Marcus en pijama y a él le da vergüenza que le vea todo el mundo en pijama y pretendía volver a la habitación sin que le vieran para vestirse. — Hubo un segundo de silencio que se vio roto por una carcajada de Hillary. — ¡Ya decía yo que en siete años de Hogwarts no había visto a O’Donnell en pijama jamás! — Y seguidos de Hillary, se echaron todos los Gallia y los amigos a reír. — ¡Pero Marcus, cariño! ¿Tú nos has visto? Aquí vamos todos en pijama, cuando no peor, por la casa. — Dijo su tía Susanne con ternura. — Por no hablar de que el tío William es su suegro, un día cualquiera le aparece desnudo por ahí y se niega a elaborar un por qué. — Aportó André entre risas. Y, como si nada, se pusieron a contar anécdotas de circunstancias vergonzosas en las que los Gallia habían sido pillados y a reírse bien a gusto. Ella aprovechó y se inclinó sobre su novio para susurrar. — ¿Sigues amándome a pesar de ser una Gallia caótica rodeada de Gallias caóticos? —

 

MARCUS

Se frotó el puente de la nariz con un suspiro. Mira, ya daba igual. ¿Por qué no llamamos también a los Sorel y que se unan a esta fiesta? Pensó irónico, porque a este paso le iba a ver media Francia en pijama. Que no es como que fuera desnudo por ahí, llevaba una camiseta de mangas cortas que bien podría ser una de las que usaba para ir a la playa y un pantalón largo, ¡pero es que era un pijama! ¡No era ropa de pasearse por todas partes! De verdad... luego que si era dramático, pero era cierto que nadie parecía entenderle.

El siguiente debate se inició entre Jackie y su novia, pero él había tirado la toalla ya de tal manera que apenas estaba con los hombros caídos y una mirada aburrida puesta en ninguna parte esperando que todo aquello terminara para poder ir a cambiarse de ropa. — Ya tienes que considerarte con la batalla perdida para estar así. — Se burló Sean, entre risas, mirándole. Marcus movió los ojos hacia su amigo con la misma cara de cansancio pero no dijo nada. Te estás jugando que este sea tu último día en La Provenza, amigo. Hastings y su maldito ojo para el detalle que solo lo usaba cuando le convenía. Pero claro, en algún momento tenía que llegar Simone donde estaban ellos, y ahí Marcus se recompuso, carraspeando disimuladamente, apurado por su nada protocolaria apariencia pero intentando simular ser la persona más educada posible dentro de las circunstancias. — Señora Gallia. — Las hojitas. — Le murmuró Sean. Rápida y lo más discretamente que pudo, se sacudió los rizos de la parte de atrás de la cabeza, haciendo caer efectivamente un par de ramitas que esperaba que la mujer no hubiera percibido. Retomó. — Señora Gallia, lamento mucho mi indumentaria. He... necesitado bajar al baño de la planta baja, con intención de volver a subir a cambiarme, pero es cierto que se me ha echado la hora encima y... — Nadie estaba escuchando su justificación, porque la mujer estaba apremiando por desayunar y prácticamente empujándoles a la cocina. Al final su modo Slytherin con André no había servido de nada. Pues nada, a pasearse en pijama por la casa.

Al menos el desayuno olía divinamente. Se sentó a la mesa con un suspiro resignado y sin querer mirar a nadie, aunque se estaba notando la mirada de Hillary encima. Ni una palabra, pensó, mirándola fugazmente de reojo, y afortunadamente se mantuvo callada... unos minutos. Porque, para empeorar toda aquella situación, escuchó a los tíos de Alice entrando. — No puede ser. — Murmuró por lo bajo, rodando los ojos y frotándose la cara y el pelo (y arrastrando otra hoja entre los rizos que echó a un lado con mala idea), lo justo para recomponerse, levantarse y decir con la máxima educación posible. — Buenos días, señores Gallia. Ruego que disculpen mi atuendo, he bajado un tanto precipitadamente... — Nada, ni caso otra vez, porque había algo más interesante que preguntar, al parecer, y que hizo que Marcus se sentara de nuevo en la silla discretamente a falta de que se lo tragara la tierra. Les habían pillado entrando por la ventana del baño. Llega a saber todo eso y entra por la puerta, al menos habría hecho el ridículo un poco menos (que difícil no era, dicho fuera de paso).

A su novia parecían habérsele acabado también los recursos para disimular porque lo soltó todo de golpe. Marcus, con la mirada en un punto indefinido de la mesa, se limitó a tener el codo apoyado en esta y, con esa mano, acariciarse la cara, la barbilla, y la boca a falta de poder taparse del todo con ella y desaparecer. Solo puso los ojos en Hillary con una mirada asesina, dejando de tocarse y parando la mano a la altura de su boca para apoyar la cabeza, cuando hizo ese comentario. Sabía que algo tenía que soltar tarde o temprano. Suspiró y se dirigió a Susanne, que al menos estaba haciendo intentos por hacerle sentir bien. — Muchas gracias por sus palabras, señora Gallia. Es muy comprensivo por su parte. — Y diciendo esto último miró con inquina a todos los demás, que no dejaban de reírse de su desgracia. El foco de atención se desvió a anécdotas varias de cuestionable moralidad de los Gallia y a Marcus no le quedó de otra que relajarse, en vistas de que allí era el único que parecía darle importancia a la circunstancia. Cuando su novia le susurró, la miró con cara de circunstancia y los ojos entornados. — Me lo voy a pensar. — Devolvió en un susurro, aunque con una sonrisilla. Tenía que vengarse, aunque fuera un poquito. — Ya eras así cuando me enamoré de ti, Gallia. La culpa en el fondo es mía. — Pasó la mirada al resto y, en vista de que estaban distraídos, le dio un toque con el índice en su nariz y bajó el susurro para decir. — Pero ya me las pagarás. Un prefecto no olvida, alumna díscola. —

Notes:

Toca despedirse de La Provenza, pero lo hacemos por todo lo alto y en el campo de lavandas, para los buenos recuerdos, aunque Marcus entre los pajaritos melocotones y el disgusto del pijama ha pasado una mañana movidita. Hoy, en recuerdo al verano, simplemente preguntamos, ¿cuál ha sido vuestro momento favorito de estas vacaciones? Sabemos que os encanta como a nosotras, y que es difícil elegir, pero despidámonos con ese momento más álgido del viaje.

Chapter 12: Could you never grow up?

Notes:

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Chapter Text

COULD YOU NEVER GROW UP?

(9 de julio de 2002)

 

ALICE

Según oyó la puerta, su hermano se lanzó escaleras abajo como un loco, dejándose la camisa abierta. — ¡Dylan, pero espera! Que es Marcus. — ¡Ya lo sé! Pero el colega es tope elegante, él seguro que me aconseja mejor. — Y bajó al trote las escaleras. Alice suspiró y se cruzó de brazos. Gracias por la parte que me toca, pensó. Alice sabía lo que era pasar por la fase de “esto me quedará bien para que me vea X persona” y por la de querer que la casa pareciera un lugar precioso, maravilloso y perfecto para celebrar lo que fuera, así que estaba armándose de paciencia con Dylan, que, con lo complaciente y tranquilo que solía ser, estaba sacando todo lo Gallia que había en él.

Sus tíos y sus primos se estaban quedando, por primera vez todos juntos, en su casa en vez de en la de sus abuelos, aprovechando el lavadito de cara que le estaban haciendo y que por fin tenían de forma oficial una habitación libre. Pero aquella mañana estaban todos gestionando cosas fuera de la casa y se habían quedado solo su padre, Dylan y ella. De hecho, por ahí apareció su padre. — Ah sí… Recuerdo esa edad contigo. No parabas de pegarme portazos… — Ella se giró y rio. — Dylan no me ha pegado portazos. — Su padre rio. — Al tiempo… — Ella frunció el ceño. — ¿Qué haces aquí arriba? ¿No deberías estar montando las cosas abajo? Somos un porrón. Más que aquella Navidad que celebramos todos aquí. — Su padre señaló la caja de ferretería que llevaba y le dio unos golpecitos con la varita. — Repararle la cama turca a tu prima Jackie y asegurarme de que tu antigua cama se tiene en pie. — Ah sí, después del sustito de por la noche qué menos, pensó. La cama de Jackie se había puesto a bailar sin más, porque era un hechizo despertador que la tata le tenía puesto y del que nadie se acordaba. — Pero ya dejo el taller y me bajo al jardín. — Que no es un taller aún… — Habían cogido la tremenda manía de llamar “taller” a la antigua habitación de sus padres que ahora tenía un uso un tanto indefinido, donde Alice empezaba a meter sus libros y sus cosas de alquimia, pero que, definitivamente, no era un taller de alquimia ni de lejos. De momento, en ella estaban durmiendo Jackie y ella, en la cama turca de la tata y su cama de niña, aquella que Marcus y ella partieron en Navidad, respectivamente, mientras que en su cuarto estaban los tíos, en la cama de matrimonio.

Oyó abajo a su novio y Dylan. Le había pedido que viniera antes de tiempo para que les ayudara a prepararlo todo, porque sabía que esas cosas le encantaban, y porque, sinceramente, necesitaba ayuda. Con un padre desastroso y un Hufflepuff entrando en plena adolescencia, no era suficiente. Bajó con una sonrisa y saludó a su perfecto novio con un beso. Hacía poco más de una semana que habían vuelto de La Provenza y se le hacía cuesta arriba cada segundo que no podían disfrutar como cuando estaban allí, pero lo iba llevando con más dignidad y se veían con asiduidad (lo de estar solos ya había asumido que era una batalla perdida). — Hola, mi… — Hermana, por favor, no le entretengas, subo con él a que vea las opciones de ropa… — Alice rompió el agarre de su hermano a su novio. — Bueno, sube tú y vete vistiéndote. No hay prisa, Dylan, hay tiempo. — ¡Pero no os enrolléis como siempre, por favor! Que hay que hacer las galletas, y colocar las chuches y… — Vale, Dylan, respira. Todo va a salir bien. Pero no nos hables así. Sube y ponte el primer conjunto, ahora sube Marcus. — Y resopló mientras oía los pisotones de su hermano escaleras arriba. — Adolescentes… —

Se dejó caer en los brazos de su novio y le besó de nuevo. — Espero que en tu casa estén más tranquilos que aquí. Si de normal Gallia significa caos, no te puedes imaginar la que hay montada. Estos días ha estado diciendo que se acuerda de cuando cumpliste doce años y que fue la más mejor fiesta del mundo mundial y claro, aquí esta hermana Alice para organizarlo todo y tratar que esto se parezca a una fiesta O’Donnell cuando nosotros no somos O’Donnells para nada. — Suspiró y le miró con una sonrisilla. — No todos, al menos. — Susurró. Dejó otro beso en sus labios. — ¡MAAAAAARCUS! — Llamó Dylan desde arriba y ella suspiró de nuevo. — Qué bien que ya habla ¿eh? Encantada estoy. — Se separó de Marcus y señaló arriba. — Ya sé que tu protocolo te impide no saludar a mi padre, pero, por favor, por deferencia a mí y a mi salud mental, sube con ese niño antes de que nos provoque una embolia a todos, y ahora cuando hayáis decidido qué se pone, bajáis a ayudarme con las galletas y ya saludas y lo que quieras. — Se giró y sonrió. — Que no se note que viene Olive, madre mía… — Y salió al jardín a comprobar qué estaba haciendo su padre.

 

MARCUS

— ¡Nos vemos ahora! — Dijo jovial, bajando al trote las escaleras. — ¡Espera, espera! — Le dijo Lex, alcanzándole. — ¿Voy contigo? — Marcus miró a su hermano, extrañado. Tan extrañado que por un momento miró a los lados como si esperara encontrar la respuesta alrededor, aunque sabía que eso no iba a pasar. — ¿Sin tu novio? — Lex echó aire por la nariz. — No. — Marcus arqueó una ceja. — Eem... ¿Entooonces? — Lex bajó la cabeza y Marcus suspiró, rodando los ojos. De verdad, había quedado en llegar antes, no tenía tiempo para su hermano poniéndose críptico. — ¿Qué? ¿Qué te pasa? Por favor, si me lo vas a contar, no demos tantos rodeos. — Gracias por la paciencia, capullo. — Adiós. — ¡Espera! Joder, con las prisas, siempre estás igual. — ¡Es que yo calculo mi tiempo con precisión y no para que ahora me...! — ¡¡Vale!! Dios, si es que solo se me ocurre a mí. — Lex se frotó la cara. Al menos parecía que ya iba a decir lo que le pasaba.

— Darren se ha ofrecido a traer a Theo. — Ya, Marcus ya sabía eso. Seguía sin ver el problema. — Van a quedar los dos en... Bueno, en un sitio muggle al que van en transporte muggle, y luego se aparecen aquí. — Marcus se mojó los labios y se cruzó de brazos. Iba a decirle a Lex que por favor abreviara la historia porque eso ya se lo sabía, pero al parecer su hermano necesitaba contextualizar. — Voy con papá y mamá. Y Darren y Theo. A casa de los Gallia. — Bien, hemos llegado al punto de la conclusión. ¿Puedo saber ya dónde está el problema? — Lex le miraba intensamente. — Voy con papá. Y MAMÁ. — Acentuó eso. — Y con DOS HIJOS DE MUGGLES, uno de ellos MI NOVIO. — Vale, empezaba a ver por dónde iban los tiros. — A casa de LOS GALLIA. Con MUCHA GENTE. — Que por qué no me estoy comiendo yo ese marrón si es mi familia política, es lo que quieres decir. — Hombre, hubiera sido un detalle que no te escaquearas y me dejaras solo con este percal. — ¡Por Dios, qué dramático! Y no me estoy escaqueando, mi cuñado me ha pedido ayuda y es el cumpleañero. Debo cumplir. — Ahora pones a tu cuñado por encima de tu hermano. — Oooooh. — Dijo Marcus con adorabilidad, y poniendo en grave riesgo su integridad física, se acercó y pellizcó un moflete de un muy ceñudo Lex. — Mi hermanito está celoso y me quiere con él... — Gilipollas. — Le apartó la mano, pero Marcus siguió riéndose. — Quédate. — ¡Nos vemos allí, Lex! — ¡Tío! Joder, no me hagas esto. — ¿Qué paaaaaasa? — Intervino Arnold, que ya estaba escuchando la discusión y acudía con voz de padre de adolescente cansado. Marcus estaba ya en la puerta, pero desde allí, dijo. — Tu hijo, que considera un gran drama ir con su novio a una fiesta de cumpleaños. — Vete a la mierda. — Me voy. Siiiiin tiiiii. — ¿A que no voy? — ¡Hasta ahora! — Y cerró la puerta, con una risilla malvada y recorriendo los pasos necesarios hasta llegar al punto del jardín desde el que podía aparecerse.

Se había puesto una camisa blanca que le favorecía mucho e iba tan perfumado como siempre, bien contento y seguro como el novio ideal que sabía que era, a ayudar como el mejor cuñado del mundo a Dylan y a quedar divinamente delante de su novia y su suegro, y de todos los Gallia, siendo el novio, yerno, cuñado, primo político, y todos los títulos que pudiera tener más ideal posible. Pocas cosas que pusieran a Marcus más arriba que la posibilidad de quedar bien ante el resto de la gente. Llamó con dicha seguridad al timbre y, por la rapidez de los pasos, solo podían ser dos personas: o la Alice de once años, o Dylan. Se aguantó la risa, aunque casi pierde su propia misión cuando vio al chico en la puerta con la camisa abierta. — ¡Colega! ¡Felicidades! — Tengo una emergencia de vestuario. No sé qué ponerme. Gracias. Necesito ayuda. — Dylan atropellándose al hablar era extremadamente gracioso. — ¡Pero si estás hecho un galán! Solo te falta cerrarte la camisa. — Le revolvió los rizos. — Y peinarte. — Dylan chasqueó la lengua y se miró a sí mismo. — ¿Tú crees? No estoy nada seguro. — Va, vamos arriba y miramos lo que tienes. Pero yo te veo bastante bien. Y mira lo que tengo. — Se sacó un tarrito del bolsillo y el chico aspiró una exclamación. — ¿¿¿Tu colonia??? ¿¿Me vas a prestar?? ¡Gracias! — Y, con esa premisa, le dejó pasar de la puerta, que seguían en el marco.

Nada más entrar vio a Alice, a la que le regaló una radiante sonrisa de corazón. — Pero si es la hermana del cumpleañero. — Se acercó a ella y devolvió el saludo con un beso tierno. — Estás guapísima. — Dylan tenía prisa, indudablemente, porque apenas les había dado opción de saludarse, ya estaba tirando de él. Aguantó la risa mientras Alice le mandaba a su cuarto, pero miró a su novia con carita de pena cuando el niño se fue. — Cuánto te echo de menos. — Menudo martirio de semana, él lo sabía, que la vuelta de La Provenza iba a ser terrible... para su familia. Si hablaba Marcus, lo describiría como el último círculo del infierno, pero claramente los O'Donnell que convivían con él eran los primeros damnificados de su dolor de amor.

Recogió a su novia en sus brazos, besándola y soltando un bufido a su comentario, arqueando las cejas. — No te creas. Tenemos los dos a los hermanos en crisis. Bueno, el mío es que entra en crisis a la primera que tiene que hacer algo que no es... quidditch. — Pero la narrativa de Alice le hizo reír, echando la cabeza hacia atrás. — ¿¿En serio?? Ese niño... — Se le había notado la adoración en la voz al decir eso, mientras miraba hacia arriba de las escaleras como si le viera desde allí. Adoraba a Dylan, y le encantaba que le tuviera en tan alta estima. Pero Alice también estaba un poco acelerada y agobiada, así que acarició su pelo y su mejilla y le dijo con tono bajo y una sonrisa tranquilizadora. — Tranquila, mi amor. Va a ser genial y lo va a recordar toda la vida, como yo el mío. Entre todos vamos a hacer que sea impresionante. — Dejó un beso en su frente. — Y no te preocupes, que vuestro caballero andante O'Donnell ya ha llegado en vuestro rescate. — Rio de su propia fanfarronada. Fue a decirle más cosas, pero el bramido de Dylan interrumpió. — ¡De camino que voy! — Le devolvió, y luego miró a Alice con expresión divertida. — Nuestros deseos se cumplieron. — Bromeó sobre lo de hablar, riendo después y achuchando a su novia. — ¡Ah! Detecto agobio al más puro estilo Gallia, con lo tranquilo y contento que yo estoy. ¿Sabes las pocas veces que se da la circunstancia de que tú estés más agobiada que yo? Déjame disfrutar del momento. No me malinterpretes, solo quiero que mi amor esté feliz, pero el poder ser una esponjita de agobios de Alice... tampoco está mal como función para hoy. —

Esperaba haber distendido un poco el ambiente y relajado a su novia antes de que cada uno se fuera a sus cometidos. Suspiró resignado, alzando los brazos y dejándolos caer. — Tranquila, empiezo a comprender que mis protocolos no tienen jurisprudencia alguna en esta casa. —Asintió a lo que le pedía. — ¿Te cuento un secreto? — Se acercó a ella y susurró divertido, como si fuera un secreto de verdad. — En aquel cumple de doce años... también tenía loco a todo el mundo para que todo fuera perfecto. Y en gran parte... o en casi toda... era porque venías tú. — Se separó y añadió. — Y, eh, no me ha ido mal. — Le guiñó un ojo. — Deja al chico, sabe con quién se asocia. — Estaba muy arriba ese día porque le encantaban los cumpleaños. Pero, sobre todo, le encantaba ser referente. Así que ya estaba tardando en subir a cumplir con su cometido.

 

ALICE

Su novio, todo espléndido, tan guapísimo con su camisa impecable, oliendo divinamente y con sus rizos perfectos y ella con un vestido de los de playa, sin peinar ni maquillar… Y encima diciéndole que estaba guapa y teniendo esa tranquilidad y paciencia infinitas. — Tú sí que estás guapo. — Se tuvo que reír a lo de los hermanos. — Pero eso, en base a lo que veo con Erin, al tuyo no se le va a quitar con la adolescencia. Este requiere más paciencia, pero es un estado transitorio. — Dijo mirando escaleras arriba. Inspiró fuertemente y asintió, cerrando los ojos cuando dijo lo de agobio Gallia. — Se agradece de cuando en cuando cambiar de posición, pero te la devuelvo cuando quieras. — Alargó la mano para tomar la suya y dejó un beso en ella. — Gracias por tomar las riendas conmigo. Hoy soy absolutamente una doncella en apuros. —

Escuchó las palabras sobre aquel cumpleaños y le arrancó una risa. — Era información clasificada esa. — Y le miró con adorabilidad. — Fue precioso. Solo quiero que este sea igual. Aunque a juzgar por lo que has dicho, con que llegue Olive lo tendremos todo hecho. — Dirigió la mirada hacia arriba y le dejó marchar con Dylan y ella se dirigió al jardín con miedo. Pero, en cuanto salió, se dio cuenta de que no podía estar más equivocada.

— Guau, papá, esto está… precioso. — Había una enorme mesa de madera blanca con sus sillas a juego, que prácticamente ocupaba el jardín a lo ancho, pero había globos de color amarillito claro por todas partes, y una vajilla de esos mismos tonos poniéndose sola. El jardín estaba en muy buena forma respecto a las flores y todo tenía un aura muy especial. — Esto grita Dylan. — Su padre, que estaba terminando una guirnalda al otro extremo del jardín, se giró hacia ella. — Voy a intentar no ofenderme por tu tono de sorpresa al ver que esto está bonito y que conozco a mi hijo. — Los hombros se le cayeron un poco porque, efectivamente, había asumido que su padre iba a causar algún desastre. — Me he… dado cuenta de que, cuando tengo una idea, lo suyo es rebajarla y ahí es cuando suele gustar. — Le dijo, llegando a su altura. Ahí se hundió más todavía, y acarició el brazo de su padre. — No es eso. Tú eres un genio. — Su padre rio y se subió las gafas, con la cabeza gacha, como un niño vergonzoso. — Hacía mucho que no me decías eso. — Ella asintió. — Es verdad. — William la miró sorprendido. — Guau. Dándome la razón sin más. — Bueno, ya vale de autoindulgencia. — Suspiró. — Es verdad que hemos pasado una racha mala y turbulenta, y que igual no me he parado a deciros cosas bonitas a Dylan y a ti. — Le quitó las gafas y se las limpió con el dobladillo del vestido. — Tú nos conoces muy bien, haces cosas muy bonitas y, más importante, eres un genio, eso sí que es indiscutible. — Se las recolocó en los ojos y sonrió. — No es que tengas que cambiar tus ideas, papá. Es solo que hay que ver en qué situaciones y cómo se pueden aplicar. La idea de la vajilla es preciosa y viene estupendamente para el cumpleaños. La idea de las bebidas voladoras en aquella Navidad, era inviable por la cantidad de gente que había, pero para ti, solo en casa, y no muy lejos de la máquina, pues es muy cómoda. — William asintió y, sin venir a cuento, la abrazó. Ella era muy cariñosa, pero aquel gesto la había pillado descolocada, aunque enseguida se lo devolvió. — Papi… — Qué sabio se ha vuelto mi pajarito. — Ella lo estrechó un poco y se separó con una sonrisa. — Estamos aprendiendo juntos, para eso somos Ravenclaw. — Él se rascó la cabeza. — Entonces hemos quedado en que lo de las bebidas no… — Alice rio un poco y negó con la cabeza. — No, la verdad es que no. — Vale, pues voy a gestionar un par de cosillas. Pero antes, he tenido una idea que creo que es buena… — Lanzó un hechizo al columpio y le crecieron, en las cuerdas, enredaderas de flores. — ¡Hala! ¡Pero qué bonito! — Exclamó abriendo mucho los ojos. Su padre sonrió. — Esa es mi niña. — Alice corrió al columpio y se montó con una sonrisa. — ¡Marcus! Mira tu princesa O’Donnell volviendo a la infancia. — Le gritó su padre desde el jardín, claramente para que se asomara. Ella se rio y miró a su hermano y su novio desde allí. — Te estarás preguntando cómo sé que estás en mi casa. Pues verás, querido O’Donnell junior, yo me entero de todo, pero ya he llegado a un punto en el que he entendido que, si no se me llama, es mejor no comparecer, pero ahora te saludo cuando bajes. — Eso la hizo reír a ella también. — Venga, todos para abajo, que tenemos unas galletas que hacer y quiero ver lo elegantísimo que ha quedado mi patito. — Dijo alegre, dirigiéndose a la cocina.

 

MARCUS

— A ver qué tenemos por aq... Vaya. — Dylan tenía prácticamente todo su armario fuera, lo que había hecho que Marcus se quedara con las cejas arqueadas en una expresión de sutil sorpresa, pero parado en la puerta. El otro le miró con preocupación. — ¿Son pocas? — ¿Eh? ¡No! No, qué va. — A ver, no eran muchas, si lo sorprendente no era el número, era que estuviera TODO fuera. Hasta los cinturones. Tu hermana no ha visto esto ¿verdad? Definitivamente, Marcus no quería estar presente cuando Alice detectara semejante estropicio. — Son las suficientes para crear a un cumpleañero guapísimo. Para empezar, vamos a... — Entró sigilosamente y, con una sonrisita cordial, fue cerrando la puerta. — …Cerrar aquí, porque un buen caballero se acicala en la intimidad. — En serio, no quiero presenciar el momento de tu hermana viendo esto.

— ¿Qué le pasa a la que llevas? Aparte de seguir desabrochada. — Bromeó. Dylan se miró al espejo, nada conforme. — Estoy raro. — Estás muy elegante. — Es que no suelo estar tan elegante. ¿Y si es demasiado? — Marcus soltó una carcajada. Se había permitido el lujo de sentarse en el escaso centímetro de cama que quedaba vacío. Vamos, que estaba prácticamente sentado en el aire. — Regla número uno: nunca se está demasiado elegante. Si la has elegido será por algo. — Va con esto. — Dijo el niño, alzando en su mano una pajarita enorme. Marcus siseó un poco. — Ya, igual esto sí es demasiado. — Alzó las palmas. — ¡O no! ¡Es tu cumple, colega, tú eliges cómo quieres presentarte a los demás! — ¡¡Es que no sé!! — Vale, algo le decía que iba a ganar más relajando al niño que eligiéndole ropa. Estaba un poquito nervioso.

Mejor elegía un conjunto cualquiera con la seguridad que le caracterizaba y así avanzaban más rápido, luego entrarían en conversaciones. Pero Dylan no se convencía tan fácilmente. — Creo que he invitado a demasiada gente. Y todos son muy distintos. Y quiero que estén cómodos. ¿Pero cómo hago para que la señora O'Donnell y la tata estén cómodas a la vez? ¡Si son superdistintas! — Marcus soltó una carcajada, pero de repente tuvo una idea. — ¡Ya lo tengo! — Dylan abrió mucho los ojos. Marcus se inclinó hacia él. — A ver, contéstame a esta pregunta: ¿quién eres tú? — El niño frunció el ceño, totalmente extrañado por lo que le acababa de preguntar. — Eemm... ¿Dylan? — Error. Prueba otra vez. — El niño parpadeó. — ¿Dylan Gallia? — No pareces muy seguro. — ¡Que sí! Soy Dylan Gallia. — ¿Y qué más? — Pues... soy de Hufflepuff. — Bien, bien. Vamos afinando. — Y... mmm... soy... — Le dio unos segundos. Finalmente, el niño dijo. — ¿Un niño? — ¡Eres el cumpleañero! — ¡¡Aaahh!! — ¡¡Dylan!! ¡Con decisión, con determinación! Eres el cumpleañero, hoy las normas las pones tú. Lo que tú quieras que esté bien, estará bien. Pero, además, eres algo más. — Le puso las manos en los hombros. — Eres hijo de Janet y de William Gallia. ¡Eso te define, tío! — Dylan le puso ojitos brillantes y él continuó. — ¿Tenemos a Janet? Que yo sepa, quieres que todo el mundo esté contento y feliz, y has organizado que haya toneladas de galletas, y le vas a dar el toque Hufflepuff a esta celebración. Oficialmente ¡tenemos a Janet! — Dylan soltó una risita con un punto emocionado. — Pero ¿y William? ¿Dónde está? — Si le ha hecho caso a mi hermana, abajo, en el jardín. — ¡Error! No es ese el enfoque que le estamos dando, y tú lo sabes. — No quería ponerse sentimental ni poner así al niño, pero creía que se estaba entendiendo por dónde iba. Le dio con el índice en el pecho, donde estaba su corazón, y añadió. — William Gallia está aquí. ¿Y qué define a William Gallia? — ¡Un encantamiento chulo! — ¡¡Exacto!! Y yo me sé un hechizo que seguro que tú también te sabes, pero a diferencia de ti, cumpleañero aún con insuficientes años, yo puedo hacer magia fuera de la escuela. — Apuntó con la varita a su camisa y pronunció el hechizo. Con una sonrisa, preguntó. — ¿De qué color es tu camisa? — Dylan se miró al espejo. — ¡Wow! Qué moradita. A mamá le encantaría. — ¿Seguro? Yo la veo azul. — Dylan le miró con los ojos brillantes. Marcus se acercó a su oído y susurró. — Y sé de cierta Gryffindor que seguro que la ve de su color favorito también. — Dylan se puso colorado y Marcus le dio una palmada en el hombro. — ¡Conseguido! El cumpleañero vistiendo del color favorito de todos los invitados y todos contentos. —

Le ayudó a escoger unos pantalones y le echó tanta colonia al niño que le hizo toser, pero le dijo que menos quejas, que un caballero tenía que oler bien. Ya se había peinado y le estaba arreglando el cuello de la camisa cuando le preguntó. — ¿Cuál es la regla número dos? — Marcus le miró confuso y el chico precisó. — Antes has dicho regla número uno. Tiene que haber como mínimo dos, entonces. — Ah, no. Es regla absoluta. Con esa te vale para todo. — Que no se notara que estaba improvisando, aunque todavía podía hacerlo un poco más. — Aunque, si necesitas una regla universal: sé quien quieras ser, Dylan. Todos los que estamos aquí te queremos por ser tú. Y es lo que queremos ver en tu cumple. — El niño le sonrió. — Gracias, Marcus. — No me las des todavía. Nos falta el toque final. — Pero, justo cuando se disponía a cogerlos, una voz le llamó.

Por un momento, el oír "tu princesa O'Donnell" le lanzó de inmediato contra la ventana, con los ojos brillantes dispuesto a verla... hasta que empezó a escuchar el resto del discurso y se fue poniendo progresivamente colorado. — ¡Discúlpeme, señor Gall... William! — Nada, se ponía nervioso y la empezaba a liar. — Teníamos una emergencia de vestuario aquí arriba. — Escuchó a Dylan reírse como un diablillo a su lado y le dio un suave empujoncito en el hombro. — ¡Eh! No tengas cara, que esto me ha pasado por venir a ayudarte. — Es que te sigue poniendo nervioso mi padre. Es gracioso. — Marcus le hizo burlas. Tomó de nuevo los calcetines en su mano. — ¡William! ¿Podemos pedirte un favor? — ¡Claro! ¡Me alegra verte gritando desde una ventana, hijo de Arnold! Casi pareces hijo mío. — Mierda. ¿¿Qué hacía gritando como un frutero por la ventana de casa de su novia?? De verdad, los Gallia le ponían la cabeza del revés. — ¿Podrías poner unos patitos en estos calcetines? — ¡Pero que no se muevan! — Advirtió Dylan. Marcus trasladó el mensaje. — Patitos inmóviles. — ¿Un encantamiento de tejido? ¡Algo me dice que intentas comprarme, yerno, pero vale! — Marcus rio levemente e hizo descender levitando los calcetines hasta las manos de su suegro. Luego miró a su novia y le lanzó un beso desde allí, haciendo gestos de paciencia a la petición de que bajaran.

— ¡Patitos van! — Clamó William, elevando de nuevo los calcetines negros, ahora con patitos amarillos estampados, hasta la ventana de Dylan. Marcus se los dio al niño y este se los puso, junto con los zapatos, y ambos bajaron a la cocina, aunque por supuesto lanzó un hechizo para recoger todo aquello antes de hacerlo. Benditos hechizos domésticos y bendita su abuela por enseñárselos. — ¡Te presento…! — Dijo ceremonioso, asomándose al marco, con Dylan aún escondido para hacer su entrada triunfal ante su hermana. — ¡…A nuestro elegantísimo e ilustre cumpleañero! — Con un gesto reverencial, se apartó y Dylan entró radiante, luciendo conjunto y sonrisa impecable, deseando ver la reacción de su hermana. Definitivamente le merecía la pena irse para la casa de los Gallia mucho antes que los demás.

 

ALICE

Nada más ver a su hermano asomarse por la ventana, sonrió ampliamente por verle tan contento. Sabía ella que la presencia de Marcus ayudaría enormemente a recuperar a su patito. La verdad es que no era para menos que reírse, porque su novio mucho decía que había entendido que los protocolos no tenían cabida allí, y había vuelto al “usted” con su padre. No obstante, seguía siendo el niño favorito de William Gallia por algo, y le pidió un hechizo, sabiendo que no había nada mejor que se le pudiera pedir a su padre. Se le escapó una carcajada cuando su hermano los pidió sin movimiento, porque ahí se apreciaba que uno veía a William Gallia de vez en cuando hacer hechizos chulos y el otro estaba más que escarmentado que cuánto se le podía ir la mano si no se le especificaba. Pero no podía más que sonreír viendo aquella escena, su padre haciendo lo que más le gustaba, su hermano feliz y Marcus tirándole un beso. Definitivamente, si algo daba serenidad y confianza, era la felicidad, te hacía bajar la guardia hasta peligrosamente. Pero ese día lo haría gustosa.

Cuando vio que por fin bajaban, se dirigió a la cocina, donde empezó a disponer y medir las cosas para hacer las galletas. Cuando oyó a su novio se cuadró muy puesta y aplaudió un poquito. — ¡Ay qué nervios! — Pero cuando vio a Dylan, se desarmó entera. Cruzó las manos y le miró con dulzura infinita, ¿cuándo se había hecho su patito un chico tan guapo y con tan buen porte? ¿Y por qué seguía teniendo esa carita tan preciosa y adorable? Se mordió los labios por dentro y negó con la cabeza. — No estaba preparada para verte tan guapísimo, Dylan, de verdad que no. — Se acercó y lo abrazó estrechándolo. — ¿Te gusta, hermana? — Ella agachó la cabeza para mirarle. — En parte sí y en parte no. Sí porque está guapísimo y perfecto y vas a causar sensación. Y en parte no… porque tú eras mi patito pequeño y ahora eres… Dylan Gallia. — Su hermano miró inmediatamente a Marcus y ambos se sonrieron. Vale, algo ahí no había entendido, pero estaban felices y eso era suficiente para ella. — Bueno, ¿quién quiere hacer galletas? Poneos esos delantales y vamos a ello. —

Dylan se acercó diligente a la encimera y dijo. — El colega seguro que lo que quiere es comérselas. — Alice rio. — Eso por descontado, pero voy a dejar a un auténtico hijo de Janet Gallia enseñarle cómo se hacen las galletas en esta casa, porque si algo le gusta más a tu colega que la comida eso son los cuentos. — Dijo señalándole con la mano, y la cara de su hermano se iluminó más si cabía. — Vale, pero tú ve haciendo la magia a la vez por detrás. — Ella asintió. — Como hacía mamá. — Primero hay que invocar a la Navidad haciendo nevar, porque en Navidad siempre se comen los mejores dulces… — Empezó Dylan, imitando el tono que ponía siempre su madre, y Alice hechizó los paquetes para que echaran la harina y el bicarbonato y los dejó mezclándose solos en un bol. — Luego, como en toda buena aventura, uno tiene que estar dispuesto a embarrarse para conseguir lo mejor. — Y Alice hechizó los huevos, haciéndolos caer en otro bol. — Hay que encontrar algo que haga correr más rápido a nuestro cocinero, ayudándole a atravesar el pantano. — Y añadió la mantequilla. — Y una muy buena recompensa por tanto esfuerzo, ¿y qué mejor recompensa que el azúcar? — Cómo se nota que la que se inventó este cuento era mamá. — Dijo ella añadiendo el azúcar a la mezcla. — Y como has sido un viajero muy valiente, tienen que ser dos azúcares: blanco y moreno. — Ella miró su novio y no pudo evitar reírse, porque se sentía muy feliz en ese momento. — Y ahora hay que hacer encontrarse a la aventura y la Navidad… ¿Y que te queda entonces? — Un Gallia. — Respondió Alice, porque era lo que le respondían ellos siempre de pequeños a su madre, pero alguien más respondió. Era su padre, cruzado de brazos desde el marco de la puerta. Estaba sonriendo y suspiró. — Ni ella lo hubiera contado mejor, patito. — Su hermano se acercó a su padre y dijo. — Pues ahora toca tu parte, papi. — Ella alzó las cejas asintiendo. — Es verdad. — William se acercó a Marcus y dijo. — Señor alquimista, ¿me ayuda? — Se acercó al saco de pepitas de chocolate y dijo. — De pequeño a Dylan le decíamos que esto eran chispas de magia, así que yo cogía un puñado, así como a escondidas y luego hacía así… — Y las repartió en círculos por la masa ya toda junta. — Guau, patito, ahora las chispas te las echa un alquimista, eso sí que es una mejora considerable. — Ella no paraba de reír, y entonces sus dos Gallias la miraron. — A la señorita le dejábamos echar el último toque de magia, porque ya sabes que ella siempre más. El toque que hacía diferentes a las galletas. — Ella sonrió y suspiró con una sonrisa un poco triste. — Siempre me lo echaba mamá en la mano. — Bueno, ahora el toque de magia puede dártelo otra persona. Además, también es algo muy alquímico. — Ella miró a Marcus con una sonrisa emocionada y señaló el tarro de sal. — Lo que hace únicas a las galletas de mamá es que llevaban una pizca de sal, y ella siempre la cogía del tarro y me lo echaba aquí. — Extendió la palma y se encogió de un hombro. — ¿Haces los honores, señor O’Donnell? Así sin medir ni nada. — Terminó con una risita, porque no podía imaginar una forma mejor que sentirse en familia, y sentir a Marcus dentro de los Gallia, que aquella.

 

MARCUS

Veía que Alice les estaba siguiendo el rollo tremendamente, pero lo que vio después, esa expresión cuando vio entrar a su hermano en la cocina, eso no era en absoluto fingido. Le guiñó un ojo a Dylan cuando su hermana le llamó por su nombre y apellidos, viniendo al dedillo para la alegoría que le había puesto arriba, y siguió observando la escena. Miró a Alice con un toque emocionado y otro cómplice, como si quisiera decirle "efectivamente, se está haciendo mayor". Parecían sus padres... Vale, eso le había recordado a la carta que el chico le escribió precisamente por su cumpleaños y ahora le estaban entrando ganas de llorar, así que se recompuso y se dedicó a disfrutar del momento, sonriendo orgulloso y alabando el conjunto del chico como si estuviera haciendo un pase de modelos.

— ¡Marchando esas galletas! — Dijo muy dispuesto, dando una palmada en el aire y cogiendo el delantal para ponérselo. El comentario de Dylan le detuvo en el sitio con una ceja arqueada y, cuando el niño le miró con cara de diablillo provocador, le pinchó en las costillas, haciéndole dar un bote en su sitio. — Ravenclaw no paga a traidores. Te lo he dicho ya varias veces. — El otro rio. Le señaló de arriba abajo. — Tú procura tener cuidado con no mancharte, porque este que está aquí, no te va a limpiar. — Nooooo que era broma. — Dijo el niño entre risas, haciéndole reír a él también. La vida era mucho más luminosa desde que Dylan hablaba, se le veía mucho más feliz así.

Ya con el delantal puesto, se colocó en su sitio mirando a Dylan con interés, esperando que cumpliera la orden de su hermana de darle indicaciones. Pero no se esperaba para nada ese relato, y conforme lo escuchaba se le llenaban los ojos de un brillo especial, y alternaba la mirada entre el chico y Alice con una sonrisa sutil. ¿Y eso? ¿Y ese cuento tan bonito para hacer galletas? Con lo glotón que era y la de veces que había visto a su abuela Molly cocinar, ¿cómo es que nunca lo había oído? Ahí estaba la respuesta: era invención de Janet. Se le encogió un poco el corazón pero no dejó de sonreír. Le hubiera gustado tanto compartir más tiempo con ella... Su pérdida le dolió enormemente en el momento, pero a más tiempo pasaba y conocía de ella, más lamentaba no tenerla en el presente. Algo le decía que le pasaría toda la vida.

Rio con lo del azúcar, sin perder ni un segundo de atención a esa historia, lo cual se podía notar en su cara de ilusión y en los enormes ojos con los que miraba la receta hacerse y escuchaba a Dylan hablar. Estaba totalmente metido en ello, casi intrigado por cuál sería la respuesta a esa pregunta, cuando Alice respondió a la vez que otra voz. Se giró y vio a William en la puerta, y cerró los labios que tenía entreabiertos en una sonrisa, con el corazón un tanto encogido. Aquello era precioso, pero... ¿lo percibiría el hombre igual? Porque él... no querría verse en su situación. No soportaría esa situación, viviría en una tiniebla absoluta... Uf, sus peores miedos atacando otra vez, como si tuviera cerca un boggart amenazante. No era el momento para los miedos, estaban en un día feliz.

Pensaba seguir atendiendo, porque los dos hermanos incluyeron a su padre en el plan, pero para su sorpresa, William le miró a él. Quedó desconcertado apenas un par de segundos, hasta que sacudió la cabeza, mirando fugazmente a Alice, y recompuso una sonrisa un tanto nerviosa. — Sí, claro, claro. — Dijo, con un toque emocionado en su voz. ¿Le estaban incluyendo en esa dinámica? Pues por él... encantadísimo. Era todo un honor participar, ya se sentía honrado solo por estar presenciándolo. Escuchó lo que Dylan le decía y, con una sonrisa, dijo. — A ver si soy capaz de darle el toque de magia, pues... — Cogió un puñado de chispas de chocolate y las lanzó formando un círculo, y ante la exclamación de William, le miró con ilusión. — He aprendido del mejor. — Y lo decía totalmente en serio.

Pero su participación no acababa ahí. Seguía alternando la mirada entre todos los que hablaban, con esos ojos que se le abrían ilusionados ante algo nuevo como cuando era pequeño, hasta que le pidieron que, la función que solía tener Janet con Alice, la hiciera ahora él. Tragó saliva y sonrió. Le recorrió un cosquilleo de ilusión la propuesta de Alice, y dio un paso decidido hacia delante, aunque por dentro estuviera temblando como un niño pequeño. — Faltaría más, majestad. — William y Dylan rieron entre dientes como si tuvieran la misma edad. Bueno, el propio William había dicho "tu princesa" hacía un rato, así que no es como que nadie allí fuera a escandalizarse ante el comentario. — A ver... advierto que para la comida tengo las medidas un poco por encima de la media humana, pero lo intentaré. — Bromeó, haciendo reír a los demás e intentando calcular la sal idónea, que eran unas galletas, a ver si iban a quedar saladas y menuda gracia. Se las echó a Alice en la palma, mirándola a los ojos, feliz. — El último toque. Todo tuyo. — Le dijo con voz suave, y miró a Alice mientras echaba la sal. Se había generado un clima especial que flotaba en el ambiente, y unos pequeños instantes de silencio.

— ¿Nos vamos? — Bromeó William, haciendo reír a Dylan y sacándole tan bruscamente de la pompa que, cuando tomó conciencia de lo que debía haber parecido desde fuera para que el hombre dijera eso, se puso rojo como un tomate. Obviamente que Alice no tardó en reñir a su padre por poner a su novio incómodo... otra vez. Quería mucho a William, pero algo le decía que le esperaba toda una vida de esas cositas, así que más le valía irse acostumbrando. — A ver, ya en serio. — Dijo Dylan cuando dejó de reír, muy firme, lo que hizo que todos le miraran con una ceja arqueada y un tanto sorprendidos. — Los invitados van a llegar en... ¡¡AHH, QUEDAN QUINCE MINUTOS!! — Vale, colega, no te preocupes, todo está controlado. ¿Qué tenemos que tener en cuenta? Lo repasamos en un ratito. — Pero Dylan inició una perorata extensísima sobre las miles de cosas que había que saber que hizo que todos le miraran con cara de estar cayendo en picado en una escoba a toda velocidad. — ¿Pero todo eso cabe en esta casa? ¿Tú estás seguro? — Preguntó William, medio en broma medio dejando traslucir que la mitad de las cosas que su hijo enumeraba no las tenía localizadas. Marcus subió las manos. — Vale, nos distribuimos el trabajo. Somos tres Ravenclaw, si de algo sabemos nosotros es de planificación. — William soltó una carcajada tan fuerte que Marcus y Alice le miraron con cara de "no estás ayudando", lo cual el hombre pilló y tosió un poco para disimular, aunque seguía con una sonrisilla. Aquello no podía entrar en descontrol, así que miró a Alice y, con mucha seguridad y una gran sonrisa, dijo. — Vamos, princesa Gallia. Distribución de funciones y manos a la obra, que esto está a punto de empezar. —

 

ALICE

Sabía que era buena idea sacar el cuento de su madre a la palestra, no solo porque a Dylan le iba a encantar y le iba a alegrar recordar aquello, sino porque Marcus se merecía ese cachito de Janet. Ella se había sentido una O’Donnell muchas veces en aquel año, se había sentido querida, protegida e integrada por sus suegros y su cuñado, se había sentido una O’Donnell. Pero Marcus no había tenido esa oportunidad, porque tanto su hermano como su padre habían requerido más ser cuidados y vigilados que simplemente buenos ratos. Ahora, creía, empezaba el momento de poder disfrutar y que Marcus pudiera sentirse un Gallia también.

Vio cómo echaba las chispitas de chocolate junto a su padre con una sonrisa, pero no pudo evitar reírse cuando dijo lo de las medidas. — Yo corrijo sobre la marcha si lo veo necesario, señor alquimista. — Dijo con cariño. Y cuando le dio por fin la sal el momento fue… algo que no sabía explicar. Como sentirse en casa otra vez después de mucho tiempo. Sonrió enternecida y lo añadió a la mezcla que la cuchara encantada no dejaba de remover. Por supuesto, marca Gallia, ya tuvo que meterse su padre con ellos. — Que no tenga yo que arrepentirme de tenerte por aquí, papá. — Sí, sí, perdón, Dios me libre de bromear con libertad en mi propia casa. — Pero su hermano intervino, al borde del pánico de nuevo después de aquellos momentos de risas y calma. Eso eran los Gallia también.

Y, claramente, Marcus todavía necesitaba pasar más tiempo entre ellos si creía que en un momentito iban a tener listo todo lo que hacía falta. No tenían tanta planificación. Ella dio una palmada en el aire y dijo. — Vale, venga, id a comprobar que está todo listo en el jardín, la comida la traen los tíos y la tarta… — Pues memé, que para eso mi nietecito cumple ya doce añazos. — Sonrió y miró hacia la puerta. Sus abuelos estaban allí, riendo y con varios paquetes en las manos. — Ve a arreglarte, hija, yo vigilo las galletas. — Bueno, su abuela no sería su abuela si no señalara que no estaba arreglada, pero veía la buena intención. — ¡Hermana! ¿Y si vienen los invitados qué hago? — Ella se rio, ya en las escaleras. — Dylan, son los O’Donnell y nuestra familia, los conoces desde siempre, recíbelos como eres tú, si están aquí por ti… — Su hermano la miró significativamente. — Me refiero a OTRO TIPO de invitados. — Su abuela, aunque estaba ante el horno, ya estaba mirando de reojillo. Alice sonrió, porque entendió que le estaba diciendo “por favor, recibe tú a los señores Clearwater”. — Me arreglo en un santiamén. —

A Alice no le gustaba peinarse y maquillarse con hechizos, porque no siempre acababa saliendo bien, pero era eso o un Dylan histérico. Se puso el vestido amarillito y unos zapatos de tela que tenían girasoles, que le parecía muy apropiado para su patito querido, aunque quiso ponerse un toque que sabía que le gustaría a su novio que fue el lacito amarillo a modo de diadema en la cabeza, porque le gustaban mucho los lacitos. Mientras terminaba de arreglarse a toda prisa, detectó que su familia estaba de vuelta y le pareció oír a sus suegros. En otra ocasión querría estar como una niña buena para recibirles, pero ahora tenía un cometido más importante.

Por la ventana vio a una familia aparecerse y bajó corriendo, vislumbrando una adorable Olive vestida claramente para la ocasión y con un lazo, como ella, en el pelo. Dylan estaba en la puerta, inquieto no, inquietísimo. — ¿Listo? — No. — Ya, conozco la sensación. Vamos. — Le puso las manos en los hombros y lo condujo fuera. — ¡Hola, señores Clearwater! — Saludó ella. — Pero qué guapísima viene mi Olive. — Dijo a modo de saludo, antes de recibirla en un abrazo y darle un beso en la coronilla. — Hola, señores Clearwater. Esta es mi hermana Olive. Perdón, Alice. Bueno, la conocen ya. Hola, Al… Olive. — Dylan suspiró, claramente exasperado consigo mismo. Ellos sonrieron y la madre dijo. — Felicidades, Dylan, me alegro mucho de oírte hablar. — Aún me trabo, no se crea. Ahora desearía la vuelapluma. — Admitió, rojo como un tomate, pero luego miró a Olive. — ¿Quieres pasar? — La niña sonrió y asintió, con su paquete de regalo en las manos. — Claro, me muero de ganas, estoy deseándolo desde que me invitaste. — Alice sonrió y miró a los señores Clearwater. — Gracias por traerla. — Dijo ella. — ¿Seguro que no se quieren quedar un rato? Hay comida de sobra, si están los abuelos O’Donnell por aquí. — La mujer sonrió y negó. — La tienda es lo que tiene. Pero cuando cierre venimos un ratito y así conocemos también a tu padre y vemos a Marcus. — El padre de Olive miró a través de la puerta hacia el jardín de atrás, todo lleno de cositas amarillas y mucha gente. — Todo está precioso, Alice. — Ella les miró agradecida. — Gracias, y les tomo la palabra para después. Traigan a Rose también si quieren. — Ellos asintieron y se fueron y ella se dirigió al jardín de nuevo. Efectivamente, ya estaba todo el mundo allí, pero ella se acercó a su novio y le agarró de la mano. — Primera prueba de suegros superada. Me han dicho que luego vienen un rato. — Dicho eso se separó de él y se dejó rodear por Arnold. — ¿Elegantemente tarde, señorita Gallia? — Ella rio. — Pronto me parece, para todo lo que ha habido que organizar. — Me gusta. — Dijo Emma, con su habitual elocuente parquedad en palabras. — Muy buen trabajo, Alice… Todo destila… Janet. — Dijo, y ella detectó que era en el buen sentido. — Eso hemos intentado… Él es tan como ella… Pero ha sido un esfuerzo conjunto, de papá, mío y Marcus — Y sonrió viendo cómo Dylan explicaba a la abuela Molly quién era Olive, por qué le gustaban las plantas y todo… — ¡A ver, familia! Vamos sentándonos todos, que hay mucha comida y mucho que hacer. — Y mucho jaleo también. Pero eso eran los Gallia en esencia.

 

MARCUS

Justo cuando Alice disponía las tareas, aparecieron Helena y Robert, a quienes Marcus fue a saludar con la cortesía y cariño habituales en él cuando les veía. — Cómo os hemos echado de menos estos días en La Provenza. — Ay, hijo. — Suspiró Helena, mirándole con una sonrisilla y un toque malicioso. — ¿No te ha enseñado tantos años con tu madre que no es buena idea mentir a una Slytherin? — Marcus rio, pero se acercó a ella confidencial y le dijo. — También me han enseñado las palabras adecuadas para complacerla. — Eso hizo a la mujer reír y darle un afectuoso toque en la mejilla. Otra cosa no, pero Marcus con Slytherins sabía tratar.

Miró a Alice cuando su abuela la mandó a arreglarse con una sonrisa. — Yo te veo preciosa. — No iba a dejar de decirlo, además, sabía que la relación de Alice y su abuela era... tensa, y le había visto la cara a la chica. No podían empezar el cumpleaños torcido. En cuanto Alice se fue, sintió que quedaba él al mando de la organización... que no era mucho suponer, teniendo en cuenta que Helena estaba con las galletas, Robert mirándola, Dylan en pánico y William con las manos en los bolsillos mirando el entorno, al parecer esperando instrucciones precisas. — ¡Repaso general al jardín! — ¡Voy volando! — Vaya, eso parecía haber activado al padre de los Gallia. William salió al jardín y Marcus le pidió a Dylan que le recitara todas las cosas que tenían que estar dispuestas para comprobarlas, pero si Marcus estaba histérico el día de su cumpleaños, lo de Dylan era otro nivel. — ¿Tú por qué estás tan tranquilo? — Le espetó en una de esas, ofendido, lo que hizo a Marcus sobresaltarse ligeramente. Sin embargo, rio y le puso una mano en el hombro. — Porque ya he pasado por esto. ¿Y cómo recuerdas tú mi cumpleaños de los doce años? — ¡Impresionante! — Pues estaba tan nervioso como tú, así que... relájate. Este va a serlo también, ¡si no más aún, porque somos más personas! — Bueno, esa última conclusión quizás no era exacta, pero haría parecer que sí.

Los invitados habían ido apareciendo poco a poco y William ya les estaba recibiendo, pero fue la aparición de los señores Clearwater la que hizo a Dylan envararse y, de hecho, correr hacia el interior de la casa. — ¡Dylan! — Le llamó con un susurro urgente. El niño estaba escondido detrás de la puerta. — Mira... — Le dijo cuando llegó a su altura. — Merlín me libre de lanzarte ahora un discursito sobre la valentía al más puro estilo Gryffindor, pero esa que está ahí fuera y que tanto te preocupa no querrá verte escondido detrás de una puerta. — No tengo la suficiente experiencia hablando. Voy a por mi libreta. — ¡No! Ni hablar. Quieres quedar bien así que nada de libretas. — Le puso las manos en los hombros y le miró a los ojos. — Eres Dylan Gallia. Este cumpleaños es obra tuya, ella está aquí por ti. — Miró hacia la chica que acababa de aparecerse en el jardín y Dylan hizo lo mismo. — Y mira qué guapa... — ¡Para! Me estás poniendo más nervioso. — ¡Vale, vale! Escucha, Dylan, esto va en serio: todos te adoramos tal y como eres, Olive también, y los señores Clearwater tienen que tener muy buena imagen de ti si han traído a su hija a tu cumple. — Qué presión... — ¡Presión ninguna! Sal con la cabeza bien alta y muéstrate como eres. Les vas a encantar, como nos encantas a todos. Tienes muchísimo que mostrar y hoy todos lo vamos a ver. — El niño asintió y Marcus le miró con orgullo... pero entonces bajó Alice y confesó que no estaba preparado. Le miró con cara de circunstancias y los hombros caídos, viéndole alejarse con expresión de "para esto me curro los discursos". — Y, señores, con ustedes por si no lo conocíais, mi hermano. Ahora sabéis lo que he tenido que aguantar. — Después de sobresaltarse por la aparición, Marcus miró con mala cara tanto a Lex como a sus dos escoltas, Theo y Darren, que ahora reían por lo bajo. — Tú no me has dejado darte ni medio discurso de estos, listo. — A la vista está que no sirven. — A ver, me vais a contestar los tres una pregunta a la de tres. — Dijo, muy chulito, girándose hacia ellos. — ¿De qué color era la camisa de Dylan? Una, dos y tres. — Amarilla. — Verde. — Blanca. — Contestaron los tres a la vez, y tan pronto recabaron en las tres respuestas se miraron entre sí extrañados. Marcus alzó la barbilla, orgulloso. — Vaya... Al parecer este hermano mayor ha conseguido que el cumpleañero complazca y confunda a partes iguales a todos los invitados. — Pasó por entre ellos y, dándole un par de palmadas a Lex en el hombro, se fue diciendo. — Clase, lo llaman. — Y, mientras se iba, escuchó a Darren preguntarle a Theo. — ¿Tu color favorito es el blanco? — Es que siempre lo asocian a los locos, y a mí me parece puro, la verdad. Es triste y bonito al mismo tiempo. — ¡Oh! Que cuqui. —

— ¿¿ESA ES MI FUTURA NUER...?? — William. — Parapetó Marcus, porque el hombre iba ya con la sonrisa de oreja a oreja y los ojos brillantes, a grandes zancadas en dirección a Dylan y Olive, que tras saludar a los señores Clearwater iba a enseñarle la casa a la chica. — No sé si es buena idea entrar así. Está... un poquito nervioso. — ¿Mi hijo? Bueno, su madre también estaba un poco nerviosa cuando me conoció y se vino al desierto conmigo el segundo día. — Su madre tenía diecinueve años, este tiene doce y está delante de un montón de gente ahora mismo, pensó, pero se limitó a soltar aire por la boca mientras se rascaba la frente. — Yo... creo que un poco de intimidad le va a venir bien. Para relajarse. Yo lo hubiera agradecido en su moment... — Y se dio cuenta de que el hombre le miraba con una ceja arqueada, cruzándose levemente de brazos con expresión de "continúa, por favor, estoy deseando saber qué hubieras agradecido tener con mi hija en tu doce cumpleaños", y cambiando el peso de una pierna a la otra. Marcus le miró unos instantes, parado, tragó saliva y dijo. — Voy a seguir recibiendo invitados. — Y se quitó de en medio con una sonrisilla nerviosa. Lo siento, Dylan, a partir de ahora te las ingenias tú. A ver si iba a dinamitarse él por proteger al otro.

En mitad de su camino hacia el resto de invitados, Alice se agarró de su mano. La miró con los ojos muy abiertos e ilusionados. — Te había visto de lejos, pero... guau. — Dio unos pasos hacia atrás, estirando su brazo para poder verla bien de arriba abajo, y volvió a acercarse. — Eres como un girasol enorme y precioso. O más bien... una abejita. — Le hizo un par de cosquillas cariñosas en la cintura. — De las que no paran quietas, hacen mucho ruido y dan picotacitos. — Dijo entre risas, y luego dejó un beso en su mejilla. — Eres la mejor hermana del mundo. —Y antes de seguir avanzando hacia los invitados, dio un par de toquecitos con el índice en el lacito de la cabeza y dijo. — Me encanta. — Marcus y los lazos, sobre todo si eran del color de la casa de la persona a la que querían homenajear, como era el caso. Sus padres ya estaban por allí, y él les saludó con un toque bromista. — Hola, amados progenitores. — Alice, por favor, no le des más ínfulas a este, que luego le tenemos que aguantar nosotros. — Dijo Arnold, pero Marcus rio y dejó a Alice con sus padres, no sin antes comprobar que estaban ciertamente encantados, para avanzar hacia otros invitados.

William estaba a buen recaudo, pues había sido interceptado por alguien que parecía no quitarle ojo de encima. De hecho, fue separarse de sus padres y clamó su presencia. — ¡Pero si es mi inglesito favorito y el primo del año! — William ya se estaba riendo a carcajadas mientras Marcus se acercaba suspirando. — Sobrino, hasta yo he captado lo que intentas hacer. — ¡Yo no intento nada! ¿A que no, primo Marcus? Nos hemos unido mucho más este verano, esto es inquebrantable, tío William, es... — Sí, André, tendrás oportunidad de hablar con mi padre. En realidad sabía que venías y está deseando hacerlo, no es como que mucha gente le siga el rollo con la aritmancia. — Gracias, primito, cómo te quiero. — Le dijo el otro, pasándole un brazo por encima del hombro y achuchándole bruscamente, lo que hizo a Marcus quejarse entre risas. En esa pose estaban cuando los ojos de André detectaron al cumpleañero. Esbozó una sonrisilla muy Gallia y muy Slytherin al mismo tiempo. — Vaya, vaya... Así que esa es la chiquilla por la que suspira mi primo Dylan. Es muy mona. Y más espabilada que él, me parece a mí. — William volvió a carcajear. — Es una mujer, André. Siempre son más espabiladas que nosotros, más aún se nota con esas edades. Tú deberías saberlo. — Es verdad. — Confirmó el otro entre risas. Soltó a Marcus y le dio un leve codazo a su tío. — ¿Qué? ¿Vamos a ponerle en evidencia un poquito? — No, por favor. — Intentó paliar Marcus. — Está muy nervioso. Esto es muy importante para él y... — Pero suerte con eso. Entre risillas maliciosas, William y André ya iban camino de donde Dylan y Olive hablaban con su abuela.

— ¡Oy, mi niño! ¡Y mi otro niño, pero este es más grande! — Qué bien me quieres, Molly. — Dijo William, con tono tierno. Su abuela miró entonces a André e hizo un sonidito entre la adorabilidad y la sorpresa, juntando las manos. — ¡Oy! ¡Pero mírate! ¡Qué guapísimo estas, hijo! Cuánto tiempo sin verte. — Señora O'Donnell. — André le besó la mano, lo que hizo a su abuela soltar una risita de quinceañera. Marcus rodó los ojos. Mi padre no está delante, pero vale, pensó, como si André no hiciera eso por defecto con todas las mujeres. — ¡Usted está igual! Más guapa, me atrevería a decir. Desprende esa aura que solo las mujeres Gryffindor saben aportar a la vida. — ¡Yo también soy Gryffindor! — Clamó Olive, feliz. André, haciéndose el sorprendido y con una cara de depredador bromista que hasta a Marcus le dio miedo, dijo. — ¡No me digas! Debía haberlo supuesto, se te ve una gran mujer. — Agarró la mano de Olive e hizo una pequeña reverencia. — André Gallia, primo de tu amigo Dylan y francés de nacimiento, mademoiselle. Para servirla. — Olive dejó escapar una risita, con las mejillas ruborizadas. Dylan estaba mirando a su primo como si temiera de verdad que le robara a una potencial novia, si pudiera matarlo con la mirada ya lo habría hecho. William, en un alarde de no tener ni idea de cómo ser discreto, fingió muy mal la sorpresa y dijo. — ¡Anda! ¡Así que tú eres Olive, la famos...! — ...Sa chica a la que se le dan tan bien las plantas. — Rescató Marcus, interrumpiendo el discurso de su suegro. Olive estaba un poco confusa, pero no dejaba de sonreír. El que parecía que iba a darle algo era Dylan. — Es que en esta casa a todos les encantan las plantas. ¿Verdad, Dylan? Tu madre era una gran gran fan de la herbología, así que... — Señaló a William, tendiendo un puente a su torpeza. — ¡Por eso eres famosa aquí! Porque todo el mundo sabe que, junto con Alice, sois las dos mejores herbólogas de Hogwarts, y ahora que ella se ha ido, el puesto no hay quien te lo quite. — Eso volvió a hacer a la niña ruborizarse, bajando un poquito la mirada. — Bueno, hago lo que puedo. — ¡Eh, Dylan! ¿Por qué no le enseñas a Olive el invernadero? — Eso, tío, enséñale el invernadero. A una mujer con tanto amor por las plantas, le va a encantar. — Volvió a intervenir André. Por favor, intento que el niño no se muera de vergüenza, pensó Marcus, pero Dylan aprovechó la baza y se llevó a Olive hacia donde le habían sugerido. William y André se quedaron tapándose la boca con risillas mientras Marcus les miraba mal, cruzado de brazos. — Ya os vale. — Su abuela era otra que se estaba riendo, lo que le hizo mirarla con indignación. — ¡Ay, hijo, es que los amores a esa edad son muy divertidos! — Marcus rodó los ojos, bufó y dijo. — Voy a seguir recibiendo invitados. — Al menos que por él no quedara que el cumpleaños se desastrase.

 

ALICE

Sabía que aquellos detallitos como lo del lazo o los girasoles siempre eran apreciados por su novio, y eso la hacía sonreír especialmente. — Así que una abeja eh… — Se acercó a su oído y susurró. — Yo también te doy miel. — Tendría que nacer de nuevo para no dejar esos tiritos en su oído. André apareció por allí convenientemente teniendo en cuenta que Arnold estaba por allí, y ella aprovechó para ir a repasar que toda la comida estaba lista y siendo supervisada por sus tíos.

De repente, notó un tirón del brazo y se fijó en que su prima Jackie, que parecía que iba vestida para un baile de gala de Nochevieja. — Tía, qué suerte tienes de que Marcus aprecie tus cosas… Theo apenas me ha saludado y está allí pegado al chico risueño y tu cuñado todo el rato. — Alice rio. — Es que Darren ha sido su amigo durante siete años, muy cercano, además. — La miró y dijo. — ¿Qué quieres que haga? — ¡Pues no sé! Es que parece que ha puesto una distancia que no entiendo. — Jackie, está literalmente toda tu familia aquí, y no son discretos. Además, ¿habéis oficializado algo y no me he enterado? — Su prima suspiró. — No, pero… — Pero nada, Jackie, ¿qué quieres que haga si no le pones las cosas en claro? — Chasqueó la lengua y vio que su hermano estaba en buenas manos con Marcus, y que su padre estaba haciendo las presentaciones con Olive, así que tiró de su prima. — A ver, ven aquí… — Y la condujo hacia los chicos.

— Darren, cuñadito, esta es mi prima Jackie. — ¡Ay, hola! Encantado. — Y la saludó con dos besos. — ¿Le prestas a tu Theo personal un momentín? Y dejamos que os escabulláis discretamente PARA HABLAR. — Recalcó. Theo se puso rojísimo, pero asintió y le tendió la mano a Jackie. Lex se quedó mirándola. — ¿Eso va en serio? — Alice asintió. — Eso espero, o al menos esa es la idea, por lo que les he mandado a hablar a solas. — Su cuñado arrugó el gesto. — Es raro tela, tía. — Ella le miró con la ceja alzada. — Ay, pues a mi me parece una rueda de amor preciosa, la verdad, al final han acabado todos con sus amores correspondientes. — Lex entornó los ojos y resopló. — Oye, ¿qué te pasa? ¿Por qué tan gruñón? — El chico se encogió de hombros. — No me gusta la gente… — Alice asintió. — Ya, ya me han dicho que estabas un poquito estresado. Lo siento, no sabemos celebrar las cosas sin hacerlo a lo grande. — Lex se encogió de hombros. — ¿Es solo eso? — Insistió Alice. — No sé, es que nunca había venido… con novio… a algo así. — Ella sacó el labio inferior. — Pero toda esta gente prácticamente ya conocía a Darren, solo faltaba mi familia de Francia, y ellos tan campantes. — Darren sonrió y acarició el pelo de Lex. — Es difícil dejar de tener miedo al rechazo. — Alice les miró a los dos, enternecida. — ¿Pues sabes qué? Mi primo ya había deducido que eras legeremante después de aquellas Navidades. — Lex rio un poco. — Oye, pues es bueno ocultando cosas, porque no se lo había leído. — ¿André Gallia? No lo sabes tú bien. Ha ocultado chicas, notas, trastadas, lo que quieras, a todos los efectos es un armario evanescente de secretos. — Apretó la mano de Lex y sonrió. — Mira, si algo no somos los Gallia es juzgadores. Es lo bueno de ser un desastre. Y somos muuuuuuuy amorosos, creemos en el amor verdadero por encima de todo, y eso es lo que tenéis vosotros. Además… — ¡BUENO, FAMILIA, HA LLEGADO LA REINA DE LA FIESTA! — Se giró y vio a su tía Violet con un vestido amarillo chillón y una diadema con dos patitos en la cabeza, entrando moviendo los hombros y las caderas, con Erin mirando al suelo y con una diadema también, aunque la suya era de dragoncitos. — Iba a decirte que, si lidian con mi tata, pueden lidiar con cualquier cosa, pero no te lo cuento, puedes verlo con tus propios ojos… — Dijo señalando a las mujeres. Lex se rio y dijo. — Cómo entiendo a mi tía Erin. — Darren asintió y siguió un poco el bailecito de Vivi. — Oye, tu tata me gusta, tiene mucha energía. — Alice sonrió a los dos con cariño. Sí que funciona esta combinación, sí, por extraña que parezca.

Justo después, vio aparecer de vuelta a Jackie y Theo, y al parecer, Dylan y Olive, que habían ido… ¿al invernadero? Vaya, vaya… Así que aprovechó para ir sentando a todo el mundo. — ¡A ver, familia, escuchadme! ¡Vamos sentándonos en…! — ¡Espera, pajarito, un segundo! — Llamó William. Todos le miraron y él agitó la varita, haciendo que más de uno se encogiera un poco, no sabiendo qué esperar. Pero lo que apareció fueron unos espectros de patitos que corrieron por la mesa, poniéndose delante de cada plato y transformándose en el nombre de cada invitado. Ella sonrió y le miró. Sí, ese era su padre sin duda. — Gracias, papi. — Nada, William Gallia siempre a mandar. — William, ¿me has sentado en la otra punta de la mesa y te has sentado tú con mi marido? — Preguntó Emma alzando las cejas. Alice suspiró. No, si es que… no se le podía dejar sin vigilancia. William se encogió de hombros. — Pero te he sentado con mis primos para que habléis de varitas, y al lado de mi sobrino, que es… — Madame O’Donnell, yo encantado de hacerle compañía durante la comida. — Saltó ipso facto su primo. Sí, ya, no era para nada consciente de la influencia que podía llegar a tener Emma en Arnold, o de los contactos de los Horner… En fin, entre Slytherins-Vantard se entendían.

Retomó su discurso y se puso detrás de Dylan y Olive, que estaban en el centro de la mesa. — ¡A ver, escuchadme un momento! Como somos tantos, voy a dar la información así resumidita ahora que me estáis atendiendo. — Puso las manos sobre los hombros de Olive. — Esta es Olive Clearwater y es muy amiga de Dylan y nuestra, así que vamos a demostrarle que somos buena gente y la vamos a tratar como la reina de la Herbología que es. — Dijo con una sonrisa. Luego señaló a Darren. — Para mi parte de la familia que aún no le conoce, aquel es Darren Millestone, amigo nuestro de Hufflepuff y novio de Lex. — Los Gallia franceses miraron y saludaron sonriendo como si nada, así como su abuelo Robert, encantado de tener un Hufflepuff por allí, y solo su abuela y su tía Simone miraron, así como de lado sin mucha efusividad, pero con una correcta sonrisa. — Y aquel, por si no os acordáis es Theo Matthews… — Mi novio. — Soltó Jackie poniéndose a su lado y levantando cierto murmullo entre el sector Gallia. — Sip. — Dijo Theo con una sonrisa y más seguro de sí mismo de lo que lo hubiera visto nunca. Alice sonrió y levantó las manos. — Pues mira, ya se ha presentado él solo. — Prima, ya me has regalado un primo, y encima uno de mi casa, tú ya hoy estás eximida de regalo. — Dijo Dylan. No, si es que seguía siendo su patito adorable. Alice sonrió y señaló la mesa. — Vale, ¿preparados todos? La abuela Helena es la que se ha encargado de la comida, así que estoy segura de que nos esperan hechizos y cosas ricas… Yo me sentaría y atendería. — Y dejó la palabra a su abuela mientras iba a sentarse junto a su novio, cerca de Lawrence y Molly. Resopló un poco al caer junto a Marcus y susurró. — Controlado ¿no? — Dejó un beso en la mejilla de su novio. — Gracias por ayudarme con todo esto y atender a los invitados y… — Señaló con la barbilla a Dylan y Olive todo contentos señalando lo que se iba generando en los platos según la explicación de su abuela. — Por eso. Merece la pena absolutamente. — Luego señaló a Lex, Darren, Jackie y Theo charlando muy a gusto también. — Y por eso también. Al final siempre nos salen cosas bonitas. — ¡Bueno! Todo el mundo a degustar el entrante: queso brie al horno con miel. Un plato medio francés medio pura dulzura, como mi Dylan. — Terminó su abuela. Ah sí, por Dylan era capaz de montar cosas así de chulas.

 

MARCUS

— No he visto a vuestra hija. — Pero a nuestro hijo sí ¿verdad? — Comentó Marc, y él, Susanne y Marcus se echaron a reír, mientras este último rodaba los ojos. — Me ha parecido verle, sí... — Ay, hijo, tú no te dejes llevar por esa fachadita de él. En el fondo está nerviosito perdido por hablar con tu padre. Y le encanta Londres, estaba deseando venir, pero es que... él es así. — Aportó Susanne. Marcus rio con los labios cerrados. — Me lo creo. — Él mismo se comportaba así muchas veces, pero claro, él era más Ravenclaw que Slytherin y no se le daba tan bien. Abrió la boca para continuar con la conversación cuando una voz estrepitosa irrumpió en la escena, junto con su propietaria y la novia de esta, que al contrario que ella tenía cara de querer que se la tragara la tierra. — Ay, Violet... — Suspiró Susanne con una sonrisita resignada. Marcus la miró con los ojos entornados y también una sonrisilla. — En el mío también entró así. — Eso hizo al matrimonio reír.

Saludó a las tías en la lejanía pero no le dio tiempo a acercarse, porque su novia estaba pidiendo que se sentaran a las mesas. Buscó a Dylan con la mirada y le levantó ambos pulgares, porque si bien feliz por la compañía de Olive, le seguía viendo un poco tenso... Tenso estaba él, que quería que el cumpleaños de ese chico fuera perfecto y empezaba a ver ya demasiadas cosas que se salían de su control. Pero lo mejor que podían hacer todos era disfrutarlo, y ya irían saliendo las cosas... Espíritu Gallia, que le dicen, tendría que ser uno de ellos por un día, a ver cómo le iba con eso. Se acercó a la mesa, pero William pidió que esperaran, que tenía algo preparado. El encantamiento le hizo abrir los ojos con ilusión y sonreír, riendo levemente y mirándole con admiración desbordada. — Míralo. Si es que me lo tiene comprado. — Dijo su padre lo suficientemente alto como para que se enterara. Al menos, cuando fue a mirarle mal, vio a su madre riendo levemente... bien, bien, que las cosas entre su madre y William siempre habían estado... un poco tensas, más desde Pascua. Le gustaba verla riéndose así de algo relacionado con él.

No le iba a durar mucho la alegría. Tragó saliva y esquivó la mirada, poniéndola en el cielo como si no estuviera allí siquiera. Lo de que William hubiera sentado a su padre a su lado sería más tierno y gracioso si no hubiera sentado a su madre en la otra punta, aunque lo salvó bastante bien con lo de las varitas... Bueno, más o menos. Porque cuando vio a André acercándose a su madre con cara de lobo hambriento se frotó la frente, respirando hondo. Por Merlín, como metas la pata con ella estás condenado, mejor sigue intentándolo con mi padre. De verdad, no quería ni un drama Gallia-O'Donnell ni un drama en el cumpleaños de Dylan. Vale, Marcus, habíamos quedado en que no te ibas a tensar así que relájate. Mentalidad Gallia. Sí, mejor adaptarse a la mentalidad Gallia.

— Si es que es nuestro patito favorito. — Le dijo a Dylan con complicidad. El chico rio un tanto nerviosamente y se giró a Olive. — Es que mi madre me lo decía mucho. — Te lo dice todo el mundo, pero vale, aceptamos que fuera cosa de tu madre. Olive encogió un hombro. — Me parece muy tierno. Y si vas de amarillo, pues eres un patito cien por cien. — En verdad no solo me lo decía mi madre, me lo dice casi toda mi familia. — Ah, vaya, de repente nos viene bien el mote. Se tenía que aguantar la risa y mirar a Alice mientras lo hacía. Menudo cuento que tenía Dylan, delante de Olive se veía aún más claro. Sentado ya a su sitio, escuchó el discurso de Alice, sonriente y orgulloso de su novia. Dylan estaba radiante mientras presentaba a Olive, y cuando hizo lo propio con Darren miró a su hermano con una sonrisa tranquila. Todo está perfecto, disfruta, pensó, y en el rostro de su hermano, que le miraba con los ojos entornados hacia arriba, detectó lo que parecía una leve sonrisa agradecida.

Lo que fue una sorpresa fue la salida de Jackie, hacia la que se giró con los ojos muy abiertos. Después del shock inicial no pudo evitar pensar a ver, por favor, ¿podemos dejar de desviar el foco de atención del cumpleañero? Respiró hondo y soltó el aire por la nariz, despacio. Mentalidad Gallia, Marcus. Y, ciertamente... ¿acababan de oficializar que eran novios? ¡Pues eso era muy buena noticia! Les miró a los dos con una gran sonrisa, y en cuanto pudiera se acercaría a darles la enhorabuena y a decirles lo bien que le parecía y todas esas peroratas románticas que Marcus solía soltar. La siguiente en pronunciarse fue Helena, y poco a poco empezaron a aparecer comidas y hechizos que le hicieron sentirse como un niño pequeño, básicamente como siempre que veía comida y hechizos nuevos. Sonrió a su novia y se dejó caer fugazmente en su hombro. — Controladísimo. — Ay, cariño, esto está precioso. Eres una hermana buenísima. — Le dijo su abuela con cariño. Él recibió el besito en la mejilla con una sonrisa infantil. — Sí que la merece. No tienes que dármelas en absoluto, yo también estoy encantado. Esto es genial. — Apretó su mano y la miró a los ojos. — Y es todo gracias a ti. —

Ya solo el primer plato le hizo relamerse los labios. No se lo pensó ni medio segundo para empezar a comer. — Bueno, ¿cuándo os tengo por el taller? — Preguntó su abuelo. Había pillado a Marcus con la boca llena, y su incapacidad para reaccionar inmediatamente hizo que su abuela chistara y le diera con la mano en el brazo. — ¡Ay, qué hombre agonías! Deja a los chiquillos, que están de vacaciones. — A decir verdad, abuelo, una visitilla tampoco la rechazaríamos. Aunque empecemos oficialmente en septiembre. — Dijo compartiendo miradas cómplices con Alice. Su abuelo se hinchó, bien orgulloso, pero su abuela rodó los ojos. — Los dos iguales. Hija, tú no te sientas presionada. ¡Estamos de cumpleaños y estamos en verano! Así que hay que hablar de vacaciones. — Y su abuela había puesto esa cara de dignidad, con los párpados caídos, que vaticinaba que estaba a punto de llevarse un tema a su terreno. No se equivocó. — Por ejemplo, ¿cuándo vamos a ir a Irlanda? —Su abuelo se echó a reír. Más digna se puso la mujer, alzando las palmas. — ¡No he sacado yo el tema! — ¿No? ¿Segura? — Preguntó Lawrence, lo cual pareció ofenderla. — ¡Pues a ver, de vacaciones estábamos hablando! Vamos, más apropiado que hablar de empezar a estudiar, digo yo, si estamos en verano y en familia. Vacaciones, verano y familia, ¡pues Irlanda! A ver si voy ahora yo a inventarme los temas. — Marcus se estaba riendo por lo bajo, mirando a Alice de reojo. Cuando Molly acabó su perorata indignada, se hizo el nieto ideal para decirle lo que quería oír. — Abuela, lo estamos deseando. En cuantito podamos nos tienes allí. De hecho, teníamos pensado que fuera nuestro próximo viaje. — ¡¡Oy!! ¡Qué alegría me dais! ¿Ves? Los niños lo estaban deseando, criaturas. Este hombre, se cree que me invento yo los temas... —

 

ALICE

Tener tanto refuerzo positivo era nuevo para ella, pero era la marca O’Donnell de las cosas y les veía ciertamente felices con todo, así que podía asegurar que había logrado controlar el caos Gallia y había creado algo bonito y adecuado. Adecuado parecía, desde luego, para los intereses de Dylan porque estaba dándolo todo con Olive. — No sería una celebración Gallia si mi tata no entrara dando la nota y mi padre no la liara de alguna manera. — Dijo dirigiendo la mirada a Emma que, de forma milagrosa, pareció estar a gusto entre sus tíos y André. — Pero todo parece más o menos en orden. — Estrechó la mano de Marcus y le miró sonriendo. — Gracias a los dos, que no habría podido enfilar la recta final de esto sin ti, mi sol. — Se acercó al oído y dijo. — Como buena abejita, me encanta estar al sol. — Y le zumbó un poquito, imitando al bicho. Se asomó para mirar a Molly. — Y gracias a papá, la verdad, porque todo lo del jardín lo ha hecho él y ha quedado precioso. — La abuela sonrió y asintió. — Si es que a mi niño, cuando se centra, le salen cosas muy bonitas, y si no mírate a ti y a Dylan. — Ella se rio, dando un traguito de la limonada que tenía delante. — No sé yo si estaba muy centrado precisamente cuando me hizo a mí. — Yo creo que no era consciente ni de lo que estaba creando en ese momento, se dijo con una risita para sí misma. — Uy hija, centrado estaba seguro, el asunto era en qué. — Y las dos se echaron a reír, sobre todo al ver las caras de Lawrence y Marcus oyéndolas hablar así, y ella encantada, porque eso era lo que quería ella de aquel día, risas, familia y que Dylan sintiera amor de todos ellos.

Estaba probando el brie, degustando la cocina de su abuela, cuando Lawrence preguntó por el taller y ella le miró con los ojos brillantes y la respuesta en la boca, ya que a su novio le habían pillado pelín ocupado. — Por mí cuanto antes, abuelo. No te he dicho de ir ya de ya porque… papá y Dylan me necesitaban por aquí. — Lawrence asintió y levantó las manos. — Claro, hija, claro. Si es lo que ha dicho Marcus, hasta septiembre… — Ella puso media sonrisa y señaló con la barbilla a Dylan, que hablaba encantado de la vida con William y el abuelo Robert, explicándoles algo que implicaba a Olive y estaban los cuatro entregadísimos. — Pero creo que esto está más controlado de lo que yo esperaba, me fui a La Provenza y no quemaron nada que yo haya notado, se apañaron muy bien y todo así que… — Miró a su novio y alzó un poco las cejas. — Igual podemos empezar un poquito antes. —

Pero Molly mencionó algo que era completamente cierto: les debían un viaje a Irlanda. — ¡Es cierto! Llevo montón de tiempo diciéndolo, que me hace muchísima ilusión conocer Irlanda y vuestro pueblo. — Y claro, Molly hinchada como un pavo. — Claro que sí, ¡uy! ¡No sabes tú cómo se van a poner la familia O’Donnell y los Laceys cuando vean a mi niño y la novia tan guapa que se ha echado! Y claro, si ya mi Lex quisiera venir con Darren, porque es que ese niño pega mucho en Irlanda, y con lo que le gusta el quidditch a Nancy… — A ver, a ver, Molly, querida, echa el freno. Que todavía a este que nos adora y a su novia la que siempre quiere más y ama las leyendas y las plantitas, todavía. Pero meter a Lex en un pueblo lleno de gente tan… efusiva como nuestras familias… — Le saltó Lawrence, con el mismo tono que si diera una conferencia, que no sirvió de nada porque Molly tumbó sus argumentos a la Gryffindor, chasqueando la lengua y moviendo la mano como si espantara una mosca. — Mi niño si yo se lo pido se viene con su abuela, y su abuela le cuida y le enseña cosas que le gusten. — Se tuvo que contener una risa y miró de reojo a Lex a ver si algo de aquella oleada le había llegado, pero ahora estaba riéndose él también con algo, y se sintió doblemente satisfecha porque también estuviera a gusto aun tan rodeado de gente.

Habían aparecido unos cuantos aperitivos más, y la abuela Molly estaba muy intrigada en las proporciones de la tapenade, en plena guerra con el abuelo que no paraba de decirle “en gramos, mujer, pregunta en gramos” cuando otro ejército de patitos apareció por la mesa y se posó en los platos. Tardó en darse cuenta de lo que era. — Son pasteles de pollo y setas, con forma de patitos. Pero mirad lo que traen en el pico. — Dylan lo cogió y era como un pequeño vial. — Es la salsa para echársela por encima. — ¿Y qué salsa es, memé? — Una que se transforma en vuestro sabor favorito. — ¡Como el ponche de Navidad! — Saltó Olive, expresando lo que Alice estaba pensando. Todos estaban alucinando y felicitando a su abuela, y Alice se inclinó sobre Marcus. — ¿Sabes que mi abuela quería ser creadora de hechizos? — Claro que quería serlo, era muy muy creativa, aunque siempre en su propio beneficio. — Saltó Molly a su lado. Alice ladeó la sonrisa. — Esa es mi abuela, sin duda. Pero me contó que la bisabuela Daisy no lo veía con muy buenos ojos. — Molly suspiró y negó con la cabeza. — Eran otros tiempos, hija. Mira, en Irlanda siempre hemos sido tan pobres y olvidados que no había gente con enormes aspiraciones, pero aquí… Hubo mucha gente que aspiraba a seguir siendo algo que ya no existía después de la guerra. Tu abuela podría haber sido una creadora magnífica, pero eso eran muchos años de estudios e inversión, y no dinero inmediato como el Ministerio, por no hablar de que eso de no tener tanto tiempo para la familia… En fin, cosas que pasaban antes. — Alice asintió, pero notaba un peso en su pecho que le molestaba, pensando en todo lo que su abuela quizá alguna vez soñó y no había sido capaz de llevar a cabo.

Pero aquello era un cumpleaños, así que iba a honrar las cosas que hicieran felices tanto a Dylan como a su abuela, y abrió la salsa. — ¡Oh! ¡Esperad! Ya sé cuál va a ser la salsa por lo menos de Alice. — Saltó Arnold. — ¿Será…? — Trató como de darle intriga y ella ya estaba poniendo los ojos en blanco, mientras Darren le seguía el rollo haciendo ruido de tambores en la mesa. — Qué graciosos. — ¡ARÁNDANOS! — Saltó Olive muy emocionada. — Sí, señora, señorita Clearwater, si pudiera darle puntos se los daría. — Dijo Arnold, encantado, como siempre que tenía una niña parlanchina alrededor. — Lo sé porque le salió eso mismo en el ponche y porque Marcus siempre va por Hogwarts persiguiéndola con los arándanos para que coma. — Aquello provocó una oleada de risas y ella siguió poniendo los ojos en blanco. — Y la de Marcus no la sé, porque le gusta toda la comida, y cuando el ponche, no nos dejaron ver qué sabor le salía… — ¡Bueno! Ya veis que Olive enseguidita se integra. Venga, todos a disfrutar de esta comida tan buena de memé. — Interrumpió ella con una gran sonrisa. Luego se giró a su novio y dijo en bajito. — Sabía yo que, algún día, lo de usar a mi hermano de excusa, nos caería de vuelta. Lo que no esperaba es que fuera en forma de niña Gryffindor aireando situaciones, la verdad. — Pero, a decir verdad, lo que estaba era encantada de ver a todo el mundo tan integrado.

 

MARCUS

Se rio como un bobo, porque su novia era adorable y le había hecho cosquillas en la oreja con ese zumbidito. Fue a asentir vehementemente al comentario de su abuela, pero la respuesta de Alice, le hizo disimular una risilla avergonzada tras una mano, bajando la cabeza. Esta novia suya, tenía unas cosas... y aún debía dar las gracias de que William no hubiera presenciado esa conversación, o se hubiera tornado mucho más incómoda... Bueno, ya estaba su abuela para eso. Chistó levemente, ya un poco ruborizado, y miró de soslayo a su abuelo, que con mucha más capacidad de disimule debido a la edad, pero también se veía que no estaba en su conversación de preferencia.

Mejor intentaba desviar el tema, por lo que cuando le dio otro bocado al brie, se manchó un poco la punta del índice con miel, se la enseñó a su novia con una sonrisilla y se la llevó cómicamente a los labios, haciendo un zumbidito de vuelta después. Le iba a durar la broma de la abejita hasta que dejara de ver tan amarilla a Alice. Cuando su novia respondió a su abuelo, miró a uno y a otro de hito en hito, sonriente (y masticando, claro). Sí, le apetecía tener vacaciones, y las tendrían, pero imaginarse en el taller de su abuelo con Alice... ni un sueño se le asemejaba. Era el lugar que mejores recuerdos le traía de su infancia, había soñado con ser alumno de su abuelo, y el que el amor de su vida compartiera todo eso con él... no tenía palabras para explicar lo feliz que le hacía. Como siguiera fantaseando con eso, iba a dar por concluidas las vacaciones, así que volvió a mirar la comida y... sí, era un sueño precioso, pero si esperaba un mesecito para verse cumplido tampoco pasaba nada. Así que alargó un plato para coger otro de los manjares de Helena, con la lengua a un lado de la boca con cara de niño glotón, y disfrutó de sus vacaciones y de pensar en toda la vida tan maravillosa que a ambos les quedaba por delante.

Por supuesto que Alice se había enganchado a lo del viaje, pero él no pensaba quedarse atrás (solo estaba masticando mientras su novia hablaba). Solo escuchar esa conversación le ponía una sonrisa en la cara. Miró a Alice. — Aunque no haya ido nunca, mi amor y mi respeto por mi familia está ahí. Conozco perfectamente a cada uno de mis primos y tíos segundos. — Su abuela fue a alabarle con esa cara que precedía que iba a soltarle una montaña de piropos con voz aguda y elevada, pero su abuelo rio y se adelantó. — Por eso y por el repaso al árbol genealógico que te hacía recitar una y otra vez mientras te daba comida en la cocina. Qué manera de instruir a un nieto, Margaret... — ¡Como que tú no hacías eso con los estados de la alquimia! — Pero no le premiaba con comida. — Las discusiones de sus abuelos eran graciosísimas. Marcus se echó hacia atrás y alzó los brazos. — La cuestión es que conozco a la familia, siempre fui el mejor de mi promoción en alquimia y tengo unos preciosos recuerdos de la comida de mi abuela. Yo creo que todos hemos salido ganando. — ¡Ves! Mi niño me entiende. — Tu niño nos ha salido medio Slytherin. — Le dijo su abuelo mirándole con una sonrisilla, pero Marcus le guiñó el ojo con chulería y siguió comiendo.

Siguió comiendo mientras atendía a sus abuelos y reía junto a Alice, cuando más patitos aparecieron ante ellos. Marcus no iba a dejar de alucinar con los hechizos de William en toda su vida, el día que tuviera hijos (había quedado en dejar el tema estar con Alice, pero no había jurado nada sobre fantasear con ello), esperaba que también se los hiciera, le iban a encantar. Encima, la transformación fue, además de impecable y dificilísima, más comida con una pinta deliciosa. Miró a su madre en la lejanía y la vio mirando el plato con esa sutil expresión que él y quienes la conocían bien sabían identificar a la perfección: era admiración genuina. Solo que le costaba reconocerlo públicamente en general (lo decía si lo tenía que decir, pero no hacía grandes aspavientos como Marcus o Arnold), cuanto menos a William, para que se viniera más arriba todavía. Los que sí estaban aplaudiendo con efusividad eran Marc y Susanne, y ya vio cómo, unos por las señales de la varita con la que estaba usada y la otra por la dificultad de la transformación, volvieron a engancharse en la conversación.

Alice le sacó de su observación a otros con una pregunta que no pudo contestar, ya lo hizo su abuela por él. Aunque sí arqueó las cejas y añadió. — Pues hubiera sido una creadora de hechizos genial. — Chasqueó la lengua y reflexionó, mirando a la nada. — Qué gran creadora de hechizos culinarios se ha perdido el mundo mágico... — Ya estaba fantaseando con comida otra vez, aun teniéndola delante. Conectó con lo que su abuela narraba y torció el gesto. Habían tenido mucha suerte de nacer en esa época entonces, porque... era una pena que tanto talento se desperdiciara.

Eso sí, el espectáculo de la intriga que se originó después con lo de la salsa de Alice le hizo reír a carcajadas. — Mi amor, piensa en lo bien que te conocemos todos. — Dijo entre risas, aunque la realidad que querían evidenciar era que a Alice parecía gustarle solo una cosa. Aunque lo que dijo su padre le hizo alzar el brazo, reclamando atención pero sin perder la jovialidad. — ¡Eh, eh, eh! Que si alguien podría tener potestad para dar puntos en esta mesa por proximidad del cargo soy yo. — Por favor, no empecéis con eso otra vez. — Suspiró Lex, rodando los ojos. Eso sí, esa flagrante manera de Olive de delatarle y provocar risas en los demás le hizo mirarla con una cómica mueca de ojos entrecerrados. — Muy graciosa. Puntos perdidos. — Y como la risa no cesaba, se irguió muy digno. — Reíros, envidiosos, de un buen caballero que solo procura el bienestar de la persona que ama. — Pero Olive siguió hablando y ya se estaba metiendo en un jardín que Alice atajó más rápido que si tuviera unas enormes tijeras de podar. Aunque estaba viendo la carilla de André, su sonrisa ladearse y sus ojillos entrecerrarse. — De eso tengo que enterarme yo. — Le oyó decir. Si es que no se podía estar con Gryffindors cerca...

Rodó los ojos hacia Alice, bufando muy bajito. — Desde luego. — Le dio con el índice levemente en las costillas. — Aunque, a decir verdad, la ideíta de usar al niño siempre fue tuya. — Como que él tenía una alternativa mejor que "pues no se puede y ya está". — Cariño. — Interrumpió su abuela, haciendo eso tan de ella que era pretender que estaba diciendo una confidencia, porque se estaba acercando mucho a ellos para hablar mientras miraba con muy poca discreción a todo el mundo, pero sin apenas bajar el tono de voz, solo poniendo un extraño tono grave que no engañaba a nadie. — ¿Los regalos cuándo los damos? — Mostró las palmas. — ¡Yo lo que tú me digas! Pero vamos, que ya lo tengo aquí. — Es decir, que le des las gracias porque no se lo haya dado ya saltándose todos los protocol-AU, ¡abuela! — Se había puesto a burlarse con su novia entre risitas pero ni la frase le había dejado acabar, porque se había llevado una colleja de regalo. — ¿Tú no dices que respetas a tu familia y tus ancestros? Pues deja de meterte conmigo, no esperes a que esté muerta para respetarme. — ¡Oy! Cómo eres. — Se quejó, frotándose la nuca.

 

ALICE

Su novio era definitivamente lo más adorable que había en el mundo, con la miel y los sonidos de abeja. Ellos y sus tonterías, no cambiarían jamás, lo tenía clarísimo. Igual que Lawrence y Marcus parecía que no las conocían a Molly y a ella y seguían poniéndose rojitos diciendo según qué cosas. Y tampoco cambiarían los métodos de Molly O’Donnell: comida e Irlanda parecía la mejor combinación posible para describirla y, por supuesto, si había comida y familia, Marcus aprendía rápidamente. Alice reía con ganas, porque era lo que pegaba con aquella tarde tan bonita, llena de planes y buenos presagios. — No puedo esperar, abuela. En cuanto pase el cumple, empezamos a planearlo. — A Molly le brillaron los ojos. — El veinticinco de julio es el aniversario del primer día que bailamos juntos, que hablamos así como dos personas que no se chillan por un libro viejo… — Molly rio y Lawrence la miró con admiración, mientras ella seguía hablando. — No sé si se sigue celebrando mucho el día de Saint James, pero estaría bien recuperar una noche como esa, ¿eh, alquimista? — Alice les miró con adoración. Definitivamente, quería eso y quería no cambiar nunca como hacían ellos. Y para no defraudarse a sí misma, soltó un suspirito involuntario ante el guiño y la sonrisa de su novio. Qué hombre.

Le encantaba ver lo bien que habían acabado funcionando los Gallia y los O’Donnell, todos con sus conversaciones, las bromitas cotidianas, como Marcus ejerciendo de prefecto y Lex quejándose. Cruzó la mirada con Dylan, pero este estaba muy ocupado hablando con Olive de mil cosas y riéndose con André que, claro, era un anfitrión ideal para cualquier fiesta. Y entonces sintió una mirada sobre ella y alzó los ojos. A su izquierda había tenido todo el rato a la abuela Helena, pero había estado tan ocupada en toda su ristra de hechizos y comida que no habían cruzado palabra. Su abuela no era de muchas palabras, así en general, al menos con ella. Pero tenía algo parecido a una sonrisa. Señaló con la barbilla a Dylan y dijo. — Qué feliz parece. Qué felices parecen todos. — Inspiró y vio cómo miraba de reojo a la tata, que estaba sacándole los colores a Erin delante de los jóvenes. — Pensé que nunca volveríamos a estar así. — Alice tomó aire, controlando las lágrimas que habían querido acudir a sus ojos, porque sabía que esas palabras de su abuela llevaban un "gracias por conseguirlo". — Todo puede mejorarse siempre, memé. — Ladeó una sonrisa y rio un poco. — Suponía que era de ti de quien había sacado siempre querer más. — Y, por primera vez que recordara, vio algo que se parecía a una sonrisa de orgullo en la cara de su abuela.

El momento se vio interrumpido por el huracán Molly que no solía aguantar mucho con un regalo entre las manos. Obviamente a Marcus y a ella les dio la risa, pero ella vio venir la colleja antes que su novio y se libró, casi cayéndose encima de su abuela, que también se rio. — Bueno, bueno, dejadme por lo menos sacar la tarta de cumpleaños ¿no? — Se giró a su hermano. —A ver, patito, atento que llega tu tarta. — Y todo estaban mirándoles, esperando a ver qué pasaba ahora. Pero su abuela simplemente sacó una galleta en la palma de su mano. Dylan la miró confusa. — Eh… Memé… — Y entonces, Helena puso la cara más Slytherin del mundo y alzó una ceja. — ¿Qué se hace con las velas de cumpleaños? — Dylan sonrió un poquito. — ¿Se soplan? — Helena rio y el niño se inclinó para soplar la galleta, y al hacerlo, se convirtió en una tarta amarilla clarita, de vainilla por el olor, que contaba con tres pisos, con nata por encima y con galletitas pegadas en las paredes y rematada con un patito. — Memé, ¿has hecho tú esto? — Preguntó, alucinada. — No, la verdad, la tarta la han encontrado Jackie y André, así que dales las gracias a ellos, patito. — La prima Jackie me trae un primo y me trae una tarta, está que lo tira. — Dijo Dylan entre risas, antes de tirarles un beso. — Y ahora… sopla el patito de arriba. — ¿PUEDO YO? — Saltó su padre por detrás de Dylan, haciendo reír muy fuertemente a Olive. — No, William, no seas crío, deja al cumpleañero. — Pero yo por el mío quiero otra. — ¿Y qué pongo arriba? ¿El cuervo tullido ese tuyo? — Vale, volvía a ser su abuela Helena. Quedaba claro que el rincón de la ternura en su vida era de Dylan. Su hermano, por su parte, se había encaramado ya a la mesa y soplaba el patito, que salió volando por encima de la tarta y, bajo su vuelo, dejó doce velas encendidas. Todos cantaron cumpleaños feliz y, al terminar, casi por costumbre, Alice dijo. — Pide un deseo cuando soples, Dylan. — Pero su hermano miró a su alrededor, posando la mirada en los O’Donnell, en su padre, en Olive… Y la miró y se encogió de hombros. — No sé qué pedir, hermana. Esto era lo que vi en el espejo de Oesed, y mamá no puede volver porque yo lo pida. — Sus ojos se inundaron de lágrimas y sonrió sin saber qué más decir. — Pide entonces que se conserve, Dylan. — Dijo una voz inconfundible. — Que nunca más nos separemos y podamos celebrar tu cumpleaños todos juntos. — Emma había dicho esas palabras con la dulzura que solía dirigir a los más pequeños, pero fue suficiente para hacerla llorar, agarrando con fuerza la mano de Marcus y asintiendo, cuando su hermano la miró. — Pídelo, patito. Que todos los que estamos aquí procuraremos que se cumpla. — Y Dylan sonrió y sopló las velas del tirón. — ¡Y ahora los regalos! — Exclamó William. — Eh, eh, eh, empieza su abuela. — Reclamó Helena. — Yo ya tengo el regalo aquí mismo. — Señaló Molly, y Alice tuvo que subir las manos. — Quieto todo el mundo. Por favor. Que empiece la invitada de honor. — Y señaló a Olive, que se puso un poco rojita, pero sacó una caja de cartón.

Dylan abrió la caja y sus ojos se hicieron enormes en su cara. — ¿Me has regalado plantitas? — Casi podía oírle pidiendo auxilio. — Pero son unas plantitas especiales porque en verdad son de papel, se hacen con un papel especial de la tienda de mi madre, así que no se mueren. — Explicó la chica, mientras iba sacando unas macetitas monísimas. — He traído dos díctamos, porque me dijiste que les gustaban a tus padres, y aquí… ¡Ah, sí! El romero de Alice, un espino blanco de Marcus, mis verbenas rojas y unos girasoles, que son así muy amarillos y alegres, para ti. — Los dejó todos en la mesa y sonrió. — Las he hecho yo. Ahora es como si tuvieras una familia representada por las plantitas siempre contigo. — Alice miró a su padre con una sonrisa adorable y William, secándose los ojos tras las gafas dijo. — Nos la quedamos. —

 

MARCUS

Marcus ya se estaba frotando las manos ante la perspectiva de la tarta, y eso que aún tenía comida en la boca. No pensaba dejar de comer, de hecho, aunque le sirvieran su trozo, que aún quedaban cosas por ahí y todas estaban buenísimas. Atendió como atendía con todo, con sumo interés y los ojos muy abiertos. Solo había que ver la cara de Helena y conocer un poco a esa familia para saber que lo de la galleta tenía truco. Eso sí, se tuvo que aguantar fuertemente la risa con la incursión de William, queriendo soplar él. Y eso que estaba alucinando en todas las gamas cromáticas de amarillo con esa tarta y la deliciosa pinta que tenía. Alzó un brazo y llamó con un gesto la atención de Jackie y André. — Eh, primos. Ya me estáis diciendo de dónde habéis sacado esa tarta. — ¿Qué me vas a dar a cambio? — Preguntó André, con una sonrisa ladeada. Jackie soltó una única carcajada, mirando a su hermano. — ¿No has escuchado a tu primo? El mérito es mío. — Y, tras decir eso muy dignamente, la chica miró a Dylan y le lanzó un besito en el aire.

Volvieron a centrarse en el cumpleañero, y entonces Dylan tuvo una de sus clásicas salidas: la de emocionarles a todos. Tragó saliva, mirando a Alice con una sonrisa emocionada. Lo que le faltaba era la aportación de su madre. Se le estaban llenando los ojos de lágrimas, pero cuando Alice apretó su mano, disimuló y simplemente sonrió aún más, devolviéndole el gesto. Cuando el niño sopló y todos aplaudieron, Marcus se acercó a su novia y le susurró de corazón. — Esto, todo esto, es obra tuya. Espero que lo sepas. — Y dejó un beso cargado de orgullo en su mejilla. Alice había tenido una vida muy difícil con la que él no habría sabido ni por dónde empezar, hacía un año estaban muchísimo peor que en esos momentos, y ahora... todo era gracias a ella. Y estaba convencido de que no era el único allí que lo pensaba.

La repentina pelea de las abuelas por dar los regalos hizo que, mientras se aguantaba la risa, pinchara un poco el ambiente echándose hacia atrás en la silla como si quisiera evidenciar que no quería estar en medio de ese fuego cruzado. — Nosotros ya si eso nos quedamos para el final. — Le dijo a Alice, bromista. Bueno, tanto como para el final... solo lo estaba diciendo para picar a las dos mujeres, que Molly además entraba rapidísimo a los piques. La que se alzó con el primer puesto fue, por mandato de la hermana del cumpleañero, Olive.

Estiró el cuello para ver qué traía la caja de Olive, intentando asomarse por encima del hombro de Dylan. Le estaba viendo a André la risilla de fondo y cómo se acercaba a Theo, al que tenía relativamente cerca, y le murmuraba algo que hacía al chico asentir y a ambos reír. Se imaginaba por dónde iban los tiros: Dylan había alabado su propio conocimiento en plantas por encima de sus posibilidades. Sin embargo, no eran plantas propiamente dichas, y la explicación de la chica hizo que a Marcus le dieran ganas de llorar otra vez. Miró automáticamente a William y vio que estaba con los ojos brillantes y una expresión entre enternecida, curiosa (como siempre) y de júbilo. Pareció detectar su mirada, porque se la devolvió y, sin emitir sonido (que ya era mérito en él, de verdad no querría incomodar a su hijo), movió los labios para que Marcus detectara lo que le quería decir. — Te va a quitar el puesto. — Marcus dibujó una expresión entre sorprendida y ofendida tan teatralizada que el hombre tuvo que llevarse una mano a la boca para no echarse a reír. Pero lo cierto es que, si Olive llegaba a ser Gallia algún día también, William iba a estar encantadísimo. Y él también.

El hombre, de hecho, estaba visiblemente emocionado, y tras la explicación miró a su hija y confirmó lo que todos estaban pensando. Marcus se acercó a la chica, levantándose y trotando alegremente. — Yo quiero ver la planta Marcus. — Y se agachó junto a ella, mirando su espino. — ¡Ay! Yo también las quiero ver, qué cosa más bonita, con lo que me gustan a mí las plantas. — Afirmó su abuela, y también se acercó a ellos. Llenaron a Olive de alabanzas, quien se puso coloradita, pero por supuesto que lo de su abuela acercándose al cumpleañero no era casual. — Ay, bueno, cariño, ya que estoy aquí, ya te doy lo mío. — Marcus miró a Alice y negó con la cabeza. Ya estaba viendo a Helena con ganas de querer asesinarla con la mirada, pero pensar que Molly no iba a adelantarse era no conocerla de nada. Mientras Marcus volvía a su sitio, Molly fue contando. — Los dos son de los dos, pero cada uno ha hecho uno. Y yo sé que tú quieres mucho a mi niño, así que tenía que regalarte algo como lo que le hice a él cuando cumplió doce. — Soltó una risita. Aún tenía el paquete envuelto en la mano. — Ahora mismo no te va a servir mucho, pero me lo agradecerás cuando estés en Hogwarts. — Mooooolly. Deja que el niño descubra el regalo, deja de dar pistas, mujer. — Dijo su abuelo, levantando varias risillas, incluida la de su mujer. — ¡Ay, es que me emociono y no lo puedo evitar! Toma, cariño, ábrelo antes de que diga más cosas. ¡Aunque nunca he desvelado un regalo antes de tiempo, que sois...! — Pero se había generado tal clamor generalizado que claramente evidenciaba desacuerdo con esa afirmación por parte de todos los O'Donnell y parte de los Gallia que la mujer soltó un bufido ofendido. — ¡Bueno, ya está! Que no lo dejáis a la criatura abrir su regalo. — Dijo muy digna, y le dio deliberadamente la espalda a todo el mundo para mirar a Dylan descubrir el paquete.

— ¡Qué bonito! ¡Y suave! — Afirmó Dylan, y luego le miró a él. — ¿Tú tienes uno igual, colega? — ¡Claro! Los jerseys calentitos de la abuela Molly son lo mejor. Lex también tiene algunos. — Dylan miró a su hermano y este le devolvió una sonrisa afirmativa, lo que hizo que Dylan se abrazara al jersey amarillito como si fuera un peluche. — ¡Muchas gracias! — De nada, mi amor. Y este también es nuestro. — Le tendió un paquete rectangular y estrecho que Dylan abrió con cuidadito. De él salió un precioso marco con la fecha del día de hoy grabada y un patito labrado en una esquina. Por el brillo especial del material, a Marcus no le cabía ninguna duda de que estaba transmutado por su abuelo. De hecho, este habló. — A tu madre le encantaban las fotografías, y le hubiera encantado hacer una de toda su familia junta, aquí. — Lawrence hizo un ceremonioso gesto, señalando el marco. — Sigue su legado. Saca la foto más bonita del día de hoy, y enmárcala como es debido. Para que nunca olvides este día. —

 

ALICE

Y allá que fueron todos en tropel a ver las plantitas, ante la sonrisa y los ojos emocionados de Alice. Eso sí, tuvo que estallar en una carcajada ante la maniobra de la abuela Molly para encasquetarle la primera los regalos a Dylan, y más aún se rio oyendo el discurso que ya estaba dando, con indignación por los comentarios de los demás incluidos. — Siempre ha sido así, pero la adoro. — Dijo Lawrence en voz baja a su lado. Alice sonrió y la miró con cariño. — Es para adorarla, en verdad, hace unos regalos ideales. — Lawrence asintió y rio. — Casi siempre comida y jerseys, pero cuando Marcus y Lex eran pequeños se volvía loca con los juguetes, era más niña que ellos… Ya… Bueno, quizá algún día lo veas tú misma. — El abuelo estaba mirando al cielo como si tal cosa y Alice ladeó una sonrisa. — Menudo matrimonio de Slytherins encubiertos estáis hechos. — El abuelo rio también y se encogió de hombros. — Bueno, es que para ser alquimista hace falta aunque sea un poquito de ambición, señorita “siempre más”. — Terminó dándole en la nariz y ambos sonrieron.

Decidió atender a los regalos de su hermano y sonrió con ternura cuando abrazó así el jersey. Seguía siendo absolutamente adorable, y ver a su padre tan feliz con Marcus y Olive al lado era el remate. Y, justo entonces, sacó Dylan el marco y ya sí sus ojos se anegaron en lágrimas. — ¡Hermana! ¿Tenemos la cámara de mamá? — Ella asintió rápidamente, y le vino muy bien ir a por la dicha cámara, para poder dejar caer unas cuantas lágrimas por el camino. La rescató de las cajas donde tenía ella guardadas todas las cosas de su madre, y bajó rauda y veloz. — ¿Pero aún no os habéis colocado? Menudo caos… — Toda su familia estaba dando vueltas a la mesa por un extremo, intentando no pisar las flores, pero prácticamente encaramándose en la valla del jardín, porque eran demasiada gente, y, en fin, intentar organizar a su familia, con dos Hufflepuffs de más, etc… — A ver, patito, ven aquí. — Llamó, pero casi no se la oía con el griterío. — ¡André, me estás pisando! — ¡Olive delante que si no, no se la ve! — ¡El padre tendrá que estar en primera fila! — En las fotos mágicas podemos movernos, ¿hacemos algo todos? ¿Como piquitos así con las manos? — Preguntaba Darren haciendo el propio gesto con la mano. Al final, de entre todo el maremágnum, salió Dylan, coloradito de la emoción, y probablemente de la risa, lo que le hacía parecer absolutamente adorable. — ¿Cómo lo hago, hermana? — Ella le tendió la cámara. — Primero enfoca, y cuando estés seguro del encuadre, me lo dices y le hecho un hechizo para que se aguante en el sitio. — Así lo hicieron y Alice se dirigió a los demás. — Vale, ahora cuando estemos todos menos tú colocados bien, le das al pulsador, que le he puesto el temporizador, y vienes corriendo. Dylan se pone ahí. — Señaló el hueco entre su padre y Olive. — ¡Eh, pero que a mí no se me ve! — Yo a la izquierda no puedo que es mi perfil malo! — Yo no tengo perfiles malos, pero es que Marc es más alto que yo y se nos confunde la melena… — ¡SILENCIO! — Ordenó Alice alzando la voz. Luego tomó aire. — Podéis llegar a ser agotadores. Haced el favor de posar ya donde estéis, que lo importante es que estemos todos juntos. Y sonriendo, que estamos todos muy felices por el patito. — Y, por fin, le hicieron caso. Aunque ya tuvo Darren que añadir en el último momento. — Yo voy a hacer lo del piquito. Lex pon la mano así… — ¡QUE VOY! — Avisó Dylan antes de pulsar la cámara y salir corriendo para aparecer en su sitio. Al final, callarse no se habían callado demasiado, y cada uno estaba hablando de sus cosas, pero Alice estaba segura de que todos estaban sonriendo, y eso era lo que más le gustaba a su patito. Miró a Marcus y sonrió, sabiendo que a su novio le hacía feliz que ella fuera feliz. — Esto es como un sueño. Uno muy ruidoso, un sueño Gallia, más bien. —

Por fin, volvieron a dispersarse y Alice miró a sus abuelos. — Memé, ahora puedes darle tus regalos. — Pero su abuela levantó la mano muy digna. — Yo o la primera o lo mejor para final. — Captado, pensó entornando un poco los ojos. Slytherins. Así que señaló a los demás y dijo. — Bueno, pues cuando queráis el resto. — Theo se acercó y le dio un paquete delgadito. Cuando Dylan lo abrió, frunció el ceño. — ¿Qué es? — Son dioramas. Eres muy bueno con las cosas manuales, Dylan, y como aún no puedes hacer magia fuera de la escuela, pues eres un colega muggle. — Eso le hizo reír. — Tienes que recortar el cartón y encajar las piezas, y al final te salen monumentos del mundo. A mí me gustaban mucho de pequeño, pero mis hermanos solían acabara rompiéndomelos, tú no tienes ese problema. — Alice abrió mucho los ojos y sonrió. — ¡Yo quiero! Apúntatelo para mi cumple. — Theo rio. — Hay muchísimos en las papelerías y las tiendas de juguetes, te traigo uno cuando quieras. — Su tía Susanne se acercó y dejó frente a él una gran caja, que el niño abrió con los ojos brillantes. — ¿Qué es? — Cuando lo terminó de abrir, había un tablero con muñequitos, casas y como una ciudad en miniatura. — Es un juego de misterios, ahí hay unas tarjetas que te van dando pistas sobre cómo resolver la trama principal, y estos son los personajes con los que te vas moviendo. Hay peligros, hay recompensas, pistas más importantes y otras que no te dirán mucho… — Los muñequitos se movían y salían chispitas de colores de algunos sitios. — ¡Cómo mola, tía Susanne! — Hay dieciséis historias, hemos escrito cuatro cada uno de nosotros. — Dijo señalando a la familia Gallia francesa. Alice aprovechó y susurró a Marcus. — ¿Crees que podemos hacer uno de esos? Yo quiero. — Se rio de su propia frase y apoyó la cabeza en el hombro de su novio. — Todos los celos que no he tenido nunca de Dylan me están dando en este cumple. —

 

MARCUS

Marcus, por supuesto, se había quedado mirando el marco para ver cómo estaba transmutado, y ya iba camino de preguntarle a su abuelo por los materiales utilizados cuando Dylan dijo que quería hacer la foto en ese momento. — Colega, ¿no prefieres terminar de ver tus regalos primero? — Sugirió, por aquello de aportar un poco de orden y horario al cumpleaños. Por supuesto que no iba a colar. En lo que Alice iba por la cámara, empezaron a colocarse. Darren soltó una risilla y dijo. — Los hermanitos O'Donnell para el final, que si no tapáis a todo el mund... — Pero entonces cruzó la mirada con una de las personas de las que habían heredado la altura: su madre. No tardó en reconducir. — O donde queráis, en verdad si nos ponemos bien no tiene por qué ir nadie detrás. — Soltó una risita nerviosa y se escabulló junto a Theo. Marcus y Lex se miraron y se aguantaron la risa, pero oyeron a su madre soltar un suspiro mudo y rodar los ojos a su lado. Ya, si no tuvieras esa presencia no darías tanto miedo a tus hijos políticos, pensó Marcus, divertido.

Lo que se generó después fue un auténtico caos. Marcus intentaba reordenar a todo el mundo como si quisiera hacerle una foto a una camada de gatitos, y el efecto era el mismo: todos revolviéndose, pisándose y cambiándose de sitio justo cuando ya habían encontrado el hueco adecuado. Su padre había tirado la toalla antes que él, y Lex y su madre ni siquiera se habían molestado en intentar colocar a nadie, estaban parados en el sitio que habían elegido. Lo importante era lo felices que estaban todos, y las risas que se estaban llevando. Porque, por muy desesperante que todo aquello le pareciera, al final no paraba de reír.

Le dio un beso en la mejilla a Alice, aún con una risilla residual. — ¿Ruidoso? No sé por qué lo dices, no era consciente. — Negó con la cabeza, riendo. — Esto es lo que Dylan ha querido en su cumpleaños y, efectivamente, es un sueño para todos. Nada le caracteriza más que hacernos a todos felices. — Se lo había dicho arriba: era digno hijo de sus dos padres, y allí estaba quedando demostrado. Podían ya retomar el momento regalos, solo que a Helena ya no le convencía seguir. Se tapó la boca para que no se le notara la risa, vaya con las dos abuelas, a cual mejor. El que se adelantó fue Theo, y Marcus, como chico curioso que era, se acercó a mirar y a escuchar con interés. Un artefacto muggle en el que había que usar el ingenio. Ya tenía captada su atención.

— Oye, pues mola mucho. — Dijo, mirando el diorama con genuino interés. Su hermano soltó una risa entre dientes. — Cuidado, Dylan, que te lo roba. — Ja, ja. Solo estoy diciendo que me parece un buen regalo. — Pero si el niño le dejaba usarlo un ratito tampoco se iba a oponer. Su novia, por supuesto, como buena Ravenclaw también quería uno de esos, lo que hizo que Lex volviera a reír exactamente con el mismo tono que antes. — ¿Seguro que no tiene ese problema? — Marcus rodó los ojos. — Alice no le va a romper nada. Solo es curiosidad genuina, de esa que tú no entiendes. — Pero por un segundo miró de reojo a su novia. Ahora NO lo rompas, por favor, que vamos a quedar fatal. Menos mal que ese regalo no había venido con una Alice de menos edad por allí.

No tardaron en dirigir su atención al siguiente regalo, de hecho prácticamente se echaron encima de Dylan para verlo. En el fondo seguían siendo niños pequeños y curiosos en un cumpleaños. — Eh, colega, a eso hay que jugar. — Hacedle un hueco a mi pelirroja. — Dijo de fondo la voz de Violet, reclinada en su silla y mirando el espectáculo. Cuando se fijaron, se dieron cuenta de que Erin también estaba muy discretamente asomando la cabeza por allí, y ante la mención se puso colorada y se encogió de hombros. — ¿Qué? Me gustan los juegos de mesa, tiene buena pinta. — Pero entonces siguieron explicando en qué consistía y Marcus atendió, con la boca abierta. — Por supuesto que sí, y tanto que sí. — Respondió a Alice, casi en trance, mirando el juego con los ojos muy abiertos. El comentario de su novia le hizo reír y achucharla contra su costado. — Ooooh, ¿el pajarito está celoso? Vaya por Dios. No te preocupes, yo hago para ti todos los juegos que quieras. — Miró de soslayo los regalos que Dylan tenía hasta el momento y dijo en voz murmurada y reflexiva. — De hecho, casi todo lo que tiene lo quiero intentar replicar... — Entre el marco trasmutado y el jueguecito de historias...

— ¿Nos toca? — Preguntó alegremente su padre, y Dylan le miró con ilusión. Arnold se acercó. — Como soy hijo de mi padre, le he copiado. — ¿Has utilizado alquimia, hijo? ¿Dónde me encontraba yo para no haber presenciado semejante hecho histórico? — Se produjeron risitas, mientras Arnold, que miraba a Lawrence con cara de "muy gracioso, tu broma no es tan original como te crees", esperó a que acabaran para proseguir. — He copiado el concepto, pero no la forma. De hecho, he... — ¡Un libro! — Saltó Molly, y luego rio y miró con orgullo a los demás. — Es que también es hijo mío, tiene que regalar un libro... — Gracias por destriparlo, mamá. — Suspiró Arnold. — Menos mal que tú tampoco eres demasiado original, así que, si bien tiene forma de libro, no, no es exactamente un libro. — Emma empezaba a poner cara de "veo innecesario tanto preludio", aunque todos los demás parecían bastante intrigados. Finalmente, Arnold entregó a Dylan un paquete que tenía bastante forma de libro, de hecho, aunque era muy fino para ser un libro. Cuando lo abrió, salieron de dudas. — ¡Un diario! — Arnold asintió. — Tienes un gran corazón, Dylan, y aún eres muy joven para utilizar un pensadero. Esta es una buena forma de almacenar recuerdos, al fin y al cabo, te gusta escribir. — El niño le miró con una sonrisa. — Muchas gracias. — No hemos terminado. — Dijo Emma, adelantándose, con esa voz que provocaba el silencio inmediato en todo el mundo, aunque con la cálida sonrisa que siempre dedicaba a Dylan. Se sentó junto a él, aumentando la intriga de los presentes. — Toma. — Le tendió una elegante pluma negra con vetas doradas. — Ábrelo y escribe la fecha de hoy en la primera página. — Dylan lo hizo. Dejó una hoja en blanco y, en la siguiente, escribió la fecha. La hoja comenzó a teñirse de azul cielo, lo que hizo que el niño la mirara con los ojos muy abiertos. — Felicidad. — Dijo Emma. — Lo que sentimos no se puede explicar con palabras. Lo que sentimos... no siempre es fácil de expresar, tú lo sabes mejor que nadie, ¿verdad, cielo? — El niño frunció los labios en una sonrisa emocionada y asintió levemente. Emma le devolvió la sonrisa. — Cuando quieras escribir algo aquí, lo que sea... se impregnará de emociones. Cada color está asociado a una emoción, y este diario podrá sentirlas por ti, y plasmarla en sus páginas. Cuando lo veas, podrás recordar a la perfección cómo te sentías mientras escribías. — Tiene una leyenda con los colores y lo que significa cada una en la última página. — Apuntó Arnold. Dylan soltó el diario en la mesa y se abrazó a Emma. — Muchas gracias, señora O'Donnell... es usted muy buena, me conoce muy bien. — Marcus se ahorró mirar a Alice, porque no quería llorar, pero le estaba costando mucho. Su madre sonrió, aún en el abrazo, y le dijo en un susurro. — Llámame Emma, Dylan. Somos familia. —

 

ALICE

Sonrió cual niña complacida a lo que dijo Marcus de que quería replicarlo. — En verdad, en cuanto controlemos bien las transmutaciones en madera podemos diseñarlo, a los hechizos nos puede ayudar tu madre, y los misterios… Buah, nos salen más de dieciséis solo a ti y a mí en un rato, vaya. — Ya estaban haciendo planes, qué poquito les hacía falta, como les dejaran, se inventaban innumerables gymkanas y juegos de misterios. Eso le hizo reírse de sí misma. — Como no nos controlemos, el día de mañana vamos a tener una habitación de la casa solo para los juegos y cosas de estas que se nos pueden ocurrir. — Y al paso que iban, necesitarían la casa más grande que se le podía ocurrir, porque entre el laboratorio, la biblioteca, el invernadero, la sala de juegos… Ah… Ya estaba soñando de más.

Los siguientes en ofrecerse, fueron los O’Donnell, y Alice ya estaba expectante, porque sabía que con la mente de Arnold y el toque de Emma podían salir cosas demasiado geniales. Molly, para variar, arruinó un poco la sorpresa, y se imaginaba cuántas Navidades y cumpleaños habían contado con su nada discreta intervención, pero es que había que perdonarla, porque lo decía con tanto entusiasmo, que es que se veía que lo disfrutaba, que lo hacía completamente sin querer. Emma empezó a impacientarse (casi imperceptiblemente, pero Alice iba conociendo de algo a su suegra) así que se lanzó a explicarlo, y Alice notó cómo se derretía de puro amor. Arnold y Emma conocían muchísimo a Dylan, y él había tenido la gran suerte de conocerlos desde muy pequeño, considerarles parte de la familia y disfrutar de que personas tan excelentes le conocieran tan bien. Miró a ambos con los ojos brillantes. — Gracias. Gracias, de verdad. — Y Dylan miraba ilusionado las páginas. — Así sabré qué días tuve a lo mejor exámenes difíciles o días que me lo pasé superbién… Imagínate cuando podamos ir a Hogsmeade. — Le dijo a Olive. — Sí, o cuando haya sido una fiesta como hoy y hayamos podido celebrarla juntos. — Y Alice miró a Marcus y sonrió. — ¿A quiénes te recuerdan? — Susurró con una sonrisa. — En tercero, soñaba todos los días con cómo iba a ser cuando me llevaras a Roma. — Y le llenaba de alegría y ternura ver cómo Dylan, poco a poco, seguía también ese camino con alguien.

— Bueno, a riesgo de quedar peor que mi colega de profesión, porque ella es muy pulcra con los hechizos, voy a aportar mi regalo, patito. — Dylan miró a su padre con aquellos ojazos azules que te dedicaban toda su atención, y eso la hizo sonreír a ella, rodeándole con los brazos desde la espalda. — Dylan, eres el vivo reflejo del amor de mi vida. Veo cómo cuidas de todo lo que te rodea, cómo sonríes, cómo, sin darte cuenta, perdonas a todo aquel que comete un error y se interpone en tu camino. — Alice ya estaba llorando abiertamente, aprovechando a que no estaba en el campo de visión de Dylan, pero su padre intentaba contenerse. — Ella te dio ese don que tienes. Yo creo que ella también lo tenía, solo que no lo verbalizaba. — William suspiró. — Eres demasiado bueno para la vida que te hemos dado, Dylan, yo el primero, exactamente igual que le pasó a tu madre. Todos los días pienso en lo bien que ella podría haberte entendido, y que es una auténtica pena que no puedas disfrutar de sus consejos. — William volvió a inspirar y sacó una caja, que Dylan abrió. Ahí había un patito de madera, pero en vez de amarillo, era morado clarito y llevaba una corona de florecitas. — Háblale, hijo. — Dylan parpadeó y sonrió. — Hola, patito morado. — El patito se movió como si estuviera vivo. — Hola, Dylan. — Contestó con una vocecilla adorable. Hizo que todos abrieran la boca y lo miraran sonriendo. — Puede que no tengas los consejos de tu madre, pero ella daba los consejos a través de sus cuentos y sus canciones, mi pajarito sabe mucho de eso. — Alice tuvo que limpiarse las lágrimas que le surcaban la cara ya libremente. — Puedes decirle: “patito, cuéntame una historia”, y él te contará todas las historias que he podido yo recordar que ella nos contó. También puedes pedirle una canción o, si ya te los sabes y quieres uno concreto porque te viene bien, le pides: “patito, cuéntame tal cuento o tal canción”. — Dylan no paraba de sonreír, pero entonces se giró a los demás. — ¿Pero por qué lloráis? ¿Por qué estáis tristes? Esto es genial. Puedo tener ese cachito de mamá aquí, y papá se ha currado un montón un hechizo, como hacía mucho que no hacía… Todo es bueno. — ¡Ya ves! — Se unió Olive toda contenta. — Voy a estar pidiéndote que lo pongas todo el día en Hogwarts. — ¡Sí, en los descansos, y antes de irnos a la cama, que es cuando pega! — Y Alice solo pudo sonreír y asentir. Eso era lo que Dylan necesitaba, alguien que no viviera a la sombra del recuerdo de su madre, alguien que viera todo aquello como un bonito regalo y que pudiera disfrutar desde cero con él. Se agachó de rodillas y abrazó a Dylan y a su padre con fuerza. — A veces los Gallia podemos hacer cosas increíbles. — Ya te digo. Mira qué dos cosas perfectas me salieron a mí. — Dijo William. — Estamos de acuerdo, ¿verdad Marcus y Olive? — Ella rio y entonces Molly saltó. — Oye, yo también estoy de acuerdo, que adoro a mis nietos de apellido raro. — No me hagas recordarte que le hemos hecho un regalo absolutamente ideal. — Picó Arnold. — Y eso que no ha visto aún el de sus tatas… — Dejó caer su tía con sonrisita pícara. — La conclusión está clara. — Dijo Alice acariciando los rizos de su hermano. — Todos adoramos a Dylan. —

 

MARCUS

Si el diario fuera para él, ahora estaría la página de un azul inequívoco, y no precisamente por ser su color favorito. Estaba feliz, solo con mirar a Dylan tan ilusionado, y ver igual de feliz y emocionada a Alice. Ahora sí que se sentía, más que nunca, que eran imparables, como Janet vaticinó. Que podrían conseguir lo que quisieran y que tenían una familia preciosa y perfecta, y que siempre serían felices. El tren de la ilusión y las expectativas de Marcus funcionaba ya a toda velocidad. El comentario de su chica le hizo reír y encogerse de hombros. — Pues no tengo ni idea, la verdad. — Bromeó. Ahora que veía a Dylan y a Olive así... entendía por qué decían lo que decían de ellos. Aunque Marcus seguía convencido de que ellos eran mucho más discretos que estos dos.

El siguiente regalo era el de William, y Marcus, que sentía que estaba un poco en medio, aprovechó para ir a sentarse con su madre... Bueno, también porque quería felicitarla por el regalo y lo mucho que le había gustado a Dylan... Vale, se estaba quitando de en medio para no estar en el punto de mira si se echaba a llorar. Estimaba tanto a William, y aquello se estaba poniendo más y más emotivo cada vez, que veía bastante probable que se le saltaran las lágrimas y prefería que el foco de atención estuviera en Dylan. — Le ha encantado. Es que es genial. — Su madre le miró con una sonrisita, muy elegante y orgullosa como eran todas las suyas, pero que también reflejaba felicidad sincera. Marcus se sentó entre ella y André y atendió al regalo de William.

Hizo bien en quitarse del foco. Solo el discurso previo le estaba humedeciendo los ojos y apretando un nudo en la garganta, y cuando intentó lidiar con ello sacando a relucir la curiosidad que le provocaba esa caja, vio el interior. Se quedó impactado unos segundos hasta que lo oyó hablar y William dio la explicación. Vale, se iba a echar a llorar. No podía mirar a su madre, no estaba la cosa para mirar madres sin llorar abiertamente, así que miró a André, que seguro que se estaría controlando mucho mejor que él... Se equivocó. Marcus chasqueó la lengua y ya sí que se secó las lágrimas. Maldito André, tenía que echarse a llorar justo hoy también. Su madre también estaba emocionada (mucho más comedidamente, pero le veía los ojos acuosos). Lex estaba igual. Menudo espectáculo estaban dando, tanto fue así que Dylan se dio cuenta, claro.

La forma de Dylan de resumir por qué aquel era el mejor de los escenarios solo le dieron más ganas de llorar. Intentó recomponerse un poco antes de acercarse a los Gallia (la estampa familiar abrazada no ayudaba a su contención, pero al menos la bromita de William alivió y le hizo reír). Rio brevemente y se levantó de su sitio para acercarse a ellos. — Todas tus creaciones son perfectas, William. — Confirmó, y no había hablado más en serio en toda su vida. Se acercó él también y, para confirmar lo que había dicho Alice, le removió los rizos. — Así es. —

— ¡Bueno, nos toca! — Saltó alegremente Darren, pero Lex le miró con ojos de pánico. Darren se adelantó a las quejas de su novio y chistó. — En algún momento tenemos que ir nosotros... — ¿Pero tiene que ser... detrás del...? — Darren rodó los ojos y alzó los brazos. — ¡Nadie va a superar el regalo de su propio padre, Lex! Si nos ponemos así, siempre vamos a quedar peor. Estos Slytherin... — ¡Eh, chico amigo del mundo! No hay nada de malo en considerar innecesario quedar descaradamente peor. De hecho, yo ni me he planteado dar el mío después de semejante momento emotivo. — Saltó Violet. Eso hizo que Erin, que tenía ya el paquete en las manos porque en su timidez al parecer iba a adelantarse en darlo sin decir nada, volviera a guardarlo discretamente ante el desacuerdo de su novia de ser las próximas. Darren dio una palmada en el aire. — Pues yo ya sabía que mejor que todos los demás no iba a quedar, así que no me importa ir yo. Y el regalo de mi Lexito es muy cuqui... — Darren... — ¿Qué? Es verdad, no te quites méritos. Si le va a gustar mucho. — ¡Venga, venga! Que tengo mucha intriga. — Apremió Dylan, con una sonrisa de oreja a oreja y dando varios aplausitos, nervioso en su sitio.

— Son los dos de los dos, aunque uno tiene más parte mía y el otro más parte de Lex. — Oyeron a Molly reírse de fondo, lo cual Marcus coreó entre dientes. Lex ya les estaba mirando mal, así que se encogió de hombros. — ¿Qué? Habéis dicho exactamente lo mismo que los abuelos al dar en suyo. — Y probablemente sea igual de evidente la participación de cada uno cuando los veamos. — Aportó Lawrence, haciendo justo detrás un gesto elegante con la mano. — Pero eso es bonito, hijo. Así llevamos nosotros muchos años y mira qué bien nos va... — Bueno, venga, que está Dylan esperando. — Cortó Lex. Claramente había llegado a su tope de protagonismo.

Darren le dio una cajita a Dylan y, cuando la abrió, aparecieron varios compartimentos con galletitas diminutas de colores diferentes. El chico se acercó a él. — Las he hecho yo, son recetas especiales para búhos de la constitución del búho Marcus. Y he elegido los sabores que puedan ser del gusto de tu búho Marcus. Porque Marcus es un búho muy especial. ¿He dicho ya para todos los presentes que el búho de Dylan se llama Marcus? — Lo había dicho y causado el efecto pretendido, porque todos se estaban riendo por lo bajo. El Marcus persona se irguió, orgulloso. — Reíros, lo que pasa es que ninguno tenéis el honor de que alguien os quiera tanto que ha bautizado a su mascota con vuestro nombre. — El caso es que el búho Marcus es un glotón... — ¡Bueno ya vale! — Se cansó de las bromitas, y eso desató ya carcajadas oficiales. — Al grano con el regalo. — Cuando Darren, Lex y Dylan dejaron de reír, el primero continuó con la explicación. — Ya en serio, he procurado que tengan sabores variados. Y en cada compartimento he puesto un papelito con los ingredientes y para qué sirven. Algunas son simples chucherías, para cuando le quieras dar un premio, y otras tienen proteínas, o vienen bien cuando vengan de viajes largos, o si hace mucho frío y quieres mejorar sus defensas y que no se ponga malito... ¡Ah! Esta es por si un día está indigesto. Y estas no se las des de día o a últimas horas de la noche, podrían dificultarle el sueño, pero son muy buenas si le ves un poco apagadillo. — Es muy buen trabajo, Darren. — Alabó Emma, sin que nadie lo esperara. La mujer se había acercado y miraba la caja con curiosidad. Ah, sí. Emma no era amante de los animales, pero siempre había tenido lechuza, y la quería bien cuidada y funcional, y aquello era muy útil y metódico. Le había despertado claramente su interés. — ¡Gracias! Poco a poco voy organizando mis productos y creando cosillas nuevas. — La mujer lo miró. — Me interesa. Luego lo hablamos. — Darren parpadeó. Se había quedado un tanto descuadrado. — Vale... — Marcus miró a Alice. Parecía que estaba viendo esa conversación mental: su madre pensando dime qué precio tiene y te lo compro, y Darren que ni siquiera se había planteado ponerle precio. Iba a ser graciosa de ver esa conversación.

— Si se te agotan, solo tienes que pedirle más. — Aportó Lex, ya que Darren se había quedado un poco pillado. Eso hizo al Hufflepuff reconectar. — Sí, sí. Tú me las pides, tengo muchas, eso es solo una muestra para que las pruebes. Va, Lex, te toca. — Su hermano se adelantó y le dio una bolsita. Dylan sacó algo parecido a un talonario. En la portada, con letras con mucha purpurina verde y amarilla, ponía "es bueno tener amigos; es aún mejor tener aliados". Probablemente fuera lo más Slytherpuff que había leído en su vida. — Las letras las ha escrito Darren. — Puntualizó Lex. Aguantándose la risa, Marcus se inclinó hacia Alice y le susurró. — Menos mal que lo ha dicho. — No veía a su hermano con un bote de purpurina. Dylan abrió el talonario y sus ojos brillaron, con una sonrisa. — Es... Bueno, no sé si te va a gustar, es... Este año yo sigo en Hogwarts, y tú también, y... Marcus y Alice ya no están. Ni Darren, ni Theo. — Lex se encogió de hombros. — O sea, no es como que hiciera falta, eso, es decir, que yo pensaba estar para ti de todas formas si lo necesitas. Pero... es como para hacerlo oficial. — Marcus arqueó las cejas. Lex le miró súbitamente y le señaló, amenazante. — Cállate. — No he dicho absolutamente nada. — Se defendió, pero se estaba riendo por lo bajo. Lex prosiguió. — Bueno, eso, es... lo que te venga bien. — "Vale por comer juntos". — Leyó Dylan, ilusionado. — "Vale por ayudarte con una asignatura". — Ya, bueno, depende de la asignatura. Que yo... tampoco es como... que sea... en fin. — Lex se estaba poniendo cada vez más colorado. Darren estaba encantado, pero a Lex la escena le estaba superando en vivo, claramente en su cabeza no pasaba tanta vergüenza. — "Vale por una conversación sobre quidditch". ¡Esta me gusta, porque a ti te va a hacer feliz y yo voy a aprender! "Vale por prestarte a Noora una tarde para ti". "Vale por comprar algo en Hogsmeade de tu parte". — Dylan miró a Lex. — Muchas gracias, Lex. Y Darren. Sois los mejores. — Se fue a darles un fuerte abrazo a cada uno y, cuando se separó, miró a Darren y dijo algo que, en mitad de la ternura del momento, volvió a detonar una irritante carcajada en todo el mundo que Marcus se vio obligado a interrumpir. — ¿Alguna de las chuches sabe a galleta? Son las favoritas del búho Marcus. — ¡Bueno he dicho que ya está bien con la broma! —

 

ALICE

Menos mal que aquel cumpleaños estaba lleno de Hufflepuffs y gente con ganas de fiesta y el momento dramático no se alargó, cosa que a Dylan no le hubiera gustado nada. Y menos mal también, que Lex había encontrado alguien como Darren, que era una especie de Molly y Arnold al cubo. — Habla como si fuera un Gallia descontrolado, me encanta. — Dijo su padre, que siempre tenía el tino de decir en voz alta lo que pensaba. Alice le palmeó el hombro y sonrió. — Tranquilo, papi, si nadie tiene más experiencia que tú en ese campo. — Y ya sí, atendió al regalo de Darren.

Por supuesto, tratándose de su amigo, era algo destinado a las mascotas, y era ideal, porque de los que estaban allí, la que más entendía era Erin, y no exactamente de mascotas (aunque seguro que ella trataría a un Ironbelly como si fuera un perrito pekinés). Observó, con el mismo deleite que los demás, el minucioso trabajo de Darren. — ¡Oy, cuñado! Pero qué ordenado, qué clasificadito todo, parece trabajo de un Ravenclaw. — Eso para ellos es un piropo. — Dijo Lex con hastío. — Bueno, también es de Hufflepuff trabajador. — Aportó Theo, y todos se giraron hacia él, haciendo que se encogiera sobre sí mismo. — Bueno, digo yo, vamos… — Pero devolvieron la atención, para regocijo de Theo, a las bromas sobre los paralelismos entre Marcus hombre y Marcus búho que, a decir verdad, era una broma que no pasaba de moda. Devolvió la mirada a Marcus mientras Darren y Emma hablaban, cosa que claramente el Hufflepuff no se había esperado por su trabajo, pero es que así era su cuñado, no le daba importancia al trabajo propio, lo consideraba… algo natural y ya está. 

Lo que no se esperaba, desde luego, era el regalo de Lex, y le hizo mirarle con infinito cariño. Sé lo que te cuesta hacer todo esto. Gracias. Para él eres como un hermano más, la verdad, siempre te ha querido porque solo ha sentido cosas buenas emanar de ti. Eres un buen hermano, Lex, pensó, y supo que él lo agradecería, porque ya se había puesto un poco tenso con Darren focalizando todo sobre él. Sintió cómo el chico la miraba y sonreía, asintiendo con la cabeza. — Oye, qué guay, ahora que Marcus y Alice no están lo vas a necesitar. — Dijo Olive, asomándose por el hombro de Dylan. — ¿Puedo ir yo con él? — Y Alice estaba segura de que el plan de Lex no contaba en absoluto con una niñita de Gryffindor preguntona, pero lo hacía tan adorablemente que como para decirle que no. — Bueno, sí, claro, si os puedo ayudar a los dos… — Dylan asintió, pero ella vio un reflejillo en sus ojos. Sí, Olive sería su amiga, pero empezaban a entrar en esa edad en la que se hacía demasiado evidente que eran chico y chica, y Dylan podía querer hablar o pedir consejo de cosas que no quería que Olive escuchara, así que probablemente, sí, Olive estaría en muchos de los usos del talonario, pero algo le decía que alguno que otro se lo guardaba para solo chicos. Eso le hizo pensar que alguien debería hablar con Dylan más pronto que tarde, al menos antes de que entrara en Hogwarts de nuevo, suelto por la sala común de Hufflepuff, y la incursión de su padre no había sido muy fructífera. Se rascó la frente y suspiró. Bueno, lo hablaría con Marcus a ver si… Pero la adorabilidad de su hermano llamó su atención y la hizo sonreír mientras veía cómo abrazaba a los chicos. — Me alegro de que mi patito vaya a estar tan bien cuidado. — Dijo William, apretando el hombro de Lex, y riendo justo después. — Chico, estás hecho de cemento armado, casi me pulverizo la mano haciendo eso. — Y las risas se unieron a, de nuevo, las bromas sobre los Marcuses.

— Bueno, la verdad es que eso del talonario me ha gustado, muy Slytherin eso de administrar la ayuda. — Violet. — Advirtió Emma, que estaba disfrutando de un momento de madre Slytherin muy orgullosa y solo toleraba halagos bien hechos y puros a su polluelo. — ¿Qué? Estoy diciendo cosas buenas. Y, de hecho, debería habérselo hecho en su día a Erin, porque al final acaba comiéndome marrones del tipo “vigila a los pollitos que voy a rescatar un murtlap de no sé qué zarzas”, y yo venga, ahí con los pollos, y ella que no volvía, y resulta que es que la habían castigado por meterse en el Bosque Prohibido y yo ahí muerta de risa con los bichitos. — Molly se reía a carcajada llena solo de imaginarlo, y Erin ya estaba roja como un tomate, recibiendo una cómplice, y ciertamente preocupada mirada de Theo, que empezaba a verse bastante reflejado en aquella pareja. — Bueno, Vivi, venga, dale el regalo… — A primera vista, era una caja de madera con una coloración plateada y brillo irisado muy chula. — ¿Imita el pelaje de un demiguise? — Preguntó Lex, abriendo mucho los ojos. — Bueno, de un demiguise cuando se muestra, claro… Cuando no, pues… Eso, que… No se vería, porque son… invisibles. Eso. — Explicó Erin, claramente odiando que las preguntas estuvieran yendo para ella. Pero Dylan ya estaba abriendo aquello y la cara que se le puso no le gustó nada a Alice, porque la había visto en demasiados Gallia. — ¿Son ingredientes para pociones prohibidas? — Todos se giraron de golpe a Vivi, que se apresuró en levantar los brazos. — No, no, no, a ver… Patito… no me busques la ruina. Son ingredientes y utensilios para hacer bromas. Pues ya sabes, plastilina pedorreta, bombas apestosas, pica pica de dragón… Todo muy inofensivo. — Emma, que se había colocado al lado de forma inmediata y silenciosa y había mirado por encima con una ceja alzada, levantó la cabeza y dijo. — No parece que haya nada prohibido o inseguro. — ¿Veis? Hasta la prefecta os lo está diciendo. Soy una mujer reformada ahora. ¿No va a tener la mayor un laboratorio de alquimia? ¿Y a aquel no le regalamos por su cumple cuando cumplió los doce un escritorio portátil? Pues eso son cosas de Ravenclaws, pero a un Hufflepuff se le regala esto, que le va a dar buen uso en su sala común. — Theo y Darren ya estaban mirando también por encima y Erin se había puesto a su lado y, en voz bajita, le iba explicando para que servían cada uno de las cosas. Alice sonrió y se pegó a su novio. — Cómo sabe contentar a todo el mundo. — Comentó mirando a su hermano. Luego sonrió de medio lado y susurró. — Sigue pareciéndome mejor regalo el escritorio y no porque lo montara yo. —

 

MARCUS

Marcus atendió al regalo de Violet y Erin y el hecho de que la caja estuviera hecha del pelaje de un animal con el poder de invisibilizarse ya no pintaba bien. ¿Qué podían regalar que quisiera hacerse invisible? Pues cosas prohibidas, claro. Ya estaba con los ojos de prefecto bien abiertos dispuesto a mirar si aquello era adecuado para un chico de doce años o no, cuando alguien con más años de experiencia en el cargo se le adelantó. Y si Emma decía que no parecía peligroso, él se lo creía. Aun así, él prefería otro tipo de regalos, y menos mal que fueron para Dylan, que supo apreciarlos, y no para él.

Cuando Alice le habló, suspiró. — Es que es mucho mejor regalo. — Estaba convencidísimo, vamos. Chasqueó la lengua. — Pero no te preocupes, ya arreglo yo esto. — Sonrió y, arqueándole varias veces las cejas, se levantó. — Bueno, ¿me toca ya? — Se tiró de las solapas de la camisa. — Entiendo que sí, puesto que los señores Gallia quieren ir los últimos. — Dijo con una reverencia que a Helena le gustó mucho y le puso esa cara de satisfacción Slytherin de la que André y Jackie no tardaron en burlarse (y Marcus en ignorarles). — Y la otra persona que queda es la hermana mayor, que también merece un puesto de honor. Así que voy yo. — Se acercó a Dylan, sonriente. El niño le esperaba con expectación. — Creía que lo de ayudarme con... esto, ya era tu regalo. — Le dijo, señalándose a sí mismo. Marcus soltó una carcajada. — Eso no cuenta, es ayuda entre colegas. Pero hablando de apariencia de caballero... algo de relación tiene con mi primer regalo. — ¿¿Primer?? — ¡Claro! Es que esto solo es un complemento de mi parte, el regalo de verdad viene después. — Y qué le gustaba darle pompa y emoción a todo.

Le entregó el paquete y el chico lo desenvolvió rápidamente. Le miró con los ojos muy abiertos. — ¿¿Es tu colonia?? — Creo recordar que te gusta. — ¡Me encanta! — Los días que quedes conmigo, no te bañes en ella como hace él. Me va a traer malos recuerdos. — Se burló Lex. — Ja, ja. No quiere que te la pongas porque se va a echar a llorar por lo mucho que me echa de menos. — Seguramente sea por eso. — Tendrían que nacer de nuevo los dos para no picarse absurdamente el uno al otro. — ¡Muchas gracias, colega! — Olive estaba acercando la cabecilla al tarrito. — ¡Qué bien huele! — Pues ya estaba, ya tenía Dylan todo lo que necesitaba. Por mucho que Lex dijera lo contrario, le veía bañado en colonia. No le podía culpar, él también lo hacía. ¡Había que ir bien perfumado por la vida!

— Y ahora, el de verdad. — Sacó otro paquete de detrás de la espalda. — He de reconocer, que esta idea la he sacado de otro gran Hufflepuff que conozco. — Miró a Theo y le guiñó un ojo. El otro por un momento miró a los lados, como si se estuviera planteando qué otro gran Hufflepuff sentado por allí le podía haber dado a Marcus una idea de regalo para Dylan, porque desde luego él no recordaba haberlo sido. Dylan desveló una cupulita con un arce japonés diminuto en su interior, que hizo que Olive automáticamente se le echara encima con los ojos muy abiertos. — Aparte de haberme pasado la mitad de las vacaciones oyendo a ciertas personas hablar sobre pociones hervibicidas, el uso de la fermentación para acelerar el crecimiento y demás curiosidades sobre plantas... — Dijo con tonito burlón, mirando de reojo a Theo y a Alice, y haciendo que Jackie y André se aguantaran risillas. Esos dos hablando de herbología no tenían fondo, pero debía reconocer que le había venido muy bien oír y callar para el regalo que quería hacer. — ...Yo también soy hijo de mis dos padres, y nieto de mis dos abuelos. Por eso, aquí tienes: alquimia, porque ningún arce hubiera crecido tan rápido desde que a mí se me ocurrió esta idea, hacía falta fermentarlo; conocimientos sobre plantas... — Que tendrías más si no te hubieras quitado la asignatura. — Dijo Molly, muy digna. Marcus miró a Dylan con una sonrisa circunstancial. — Ya sabes de qué rama viene, nunca mejor dicho. Además de que espero convivir con ello toda la vida. — Le guiñó un ojo a Alice. — Encantamientos, verás que tiene algunos echados, ya profundizaremos sobre ello; Y proporciones, porque necesitaba calcular muy bien el tamaño para convertir un arce, con lo grande que es, en un... — Señaló a Theo con un gesto de la mano digno de maestro de ceremonias a punto de desvelar el misterio del espectáculo. — ¡Bonsái! Gracias, Theo, por la idea que me diste cuando los trajiste a La Provenza. — ¡Ah! Era eso. La verdad es que seguía sin saber de qué me estabas hablando. — Varios rieron.

Dylan miraba el arce con ojos impresionados, aunque con un poco de miedo. — ¿Me has regalado una plantita superdifícil para cuidar? — Le preguntó con prudencia. Marcus sonrió y se acercó a él, apoyándose en su rodilla para hablarle más de cerca. — Te he regalado, de las raíces de Marcus O'Donnell, algo que podría perfectamente ser las raíces de Dylan Gallia. Porque ¿a quién te recuerda el arce japonés? — El chico sonrió con dulzura. — A mi madre. — ¿Y quién haría algo tan raro y original y lo llenaría de encantamientos que solo conoce su creador? —Dylan rio un poquito y miró al susodicho, que para honor de Marcus parecía visiblemente emocionado. — Mi padre. — Luego volvió a mirarle a él. — Pero... me da miedo no saber mantenerlo como se merece. — Olive se le acercó y le dijo con dulzura. — No te preocupes, Dylan. Lo investigaremos juntos. Yo te ayudo si no sabes de algo. — La chica se quedó mirando al arbolito y preguntó. — ¿Me dejas verlo? —¡Claro! — Contestó el otro, y puso la cúpula con el árbol en sus manos. Cuando Olive se centró en este, Marcus se acercó más a Dylan y le susurró. — Te he regalado una excusa para pasar tiempo con ella. — El niño le miró súbitamente, con los ojos abiertísimos, y una sonrisa que Marcus conocía muy bien, porque era de bobo enamorado, se le dibujó en la cara. — Gracias, colega. —

 

ALICE

Sonrió como una boba viendo la demostración de su novio, ganándose a sus abuelos y la atención de todos en un momento, especialmente del cumpleañero, claro. Hizo un gesto de leve queja cuando Marcus dijo que tenía dos regalos para Dylan, porque, de verdad, su novio se ponía espléndido y no sabía parar. Pero, en el fondo, le gustaba que pudieran consentir a Dylan un poco, no había tenido mucho de eso en su vida, y habían pasado una racha especialmente complicada para un niño que podía sentir lo que sentían los demás. Y quién mejor que una de sus personas favoritas en el mundo.

Lo de la colonia se lo veía venir, y ante los comentarios de Lex y la risa de todos, solo pudo sonreír y encogerse de hombros. — Pues a mí me encanta, vas a triunfar, patito. — Pero ya sabía que su novio no iba a quedarse ahí, regalando simplemente una colonia, aunque fuera un buen regalo. Miró a Theo con una sonrisa y luego a su novio. Sabía ella que formaban un buen binomio, solo tenían que encontrarse el uno al otro, aunque a Theo, claramente, le siguiera sorprendiendo. Entornó los ojos y se encogió de hombros. — Es que las plantitas son un mundo interesantísimo. — Sí, y a mí me han chivado por ahí que para mi hijo es una de las cosas que lo enamoró de Alice: “ay, papá, y sabe taaaaanto de plantitas”. — Dijo Arnold imitando a su hijo y provocando que ella también se riera, pero pronto reconectaron con la explicación de Marcus. Enfocó los ojos al regalo y vio un pequeñísimo (y cuquísimo) arce japonés, y de inmediato pensó en su madre, sonriendo a su novio. Aquel afán por los detalles, por recordar cada cosita que le hacía mínimamente feliz, como si se hubiera propuesto que lo fuera cada segundo de su vida. Entendió lo que quería con el regalo y por qué Theo le había dado la idea. No podía ser mejor regalo.

Tal como señaló Dylan, obviamente representaba a su madre, pero también a su padre, y tenía una parte muy importante de ella, porque sabía que aquello era un guiñito a ella misma… Y a Olive, claro, no se le escapaba ese guiñito tampoco. Claramente a su hermano sí, pero para eso estaba el Marcus Slytherin bien dispuesto a explicárselo. Ella acarició su brazo con una sonrisa y lo hizo acercarse a sí, mientras todos admiraban el delicadísimo bonsái. — Es precioso. Es perfecto. Como su creador. — Dejó un breve beso en sus labios. — Dices que todo esto es perfecto por mí, pero lo más prefecto de aquí… es la magia que emana de esta familia tan preciosa que formamos todos. — Se acercó a su oído de nuevo. — Bueno y esa fermentación, que es tan perfecta que me quiero morir de gusto. — Y se separó con una risita.

Como Marcus había señalado, llegaba su turno (para dejar a su abuela tener el momento final del regalo como ella quería) y además el suyo no era tan material sino más simbólico. — Bueno, la verdad es que llevo un tiempo comiéndome la cabeza con qué regalarte… — Se sentó junto a él y sentó a Olive en su regazo. — Había pensado en un juego… — Dijo señalando el regalo de sus tíos. — En algo divertido… — Y señaló el de sus tías. — Incluso en algo que te recordara a mamá… Pero en fin. — Señaló los de su padre y Marcus. — Claramente todos te conocemos y te queremos muchísimo. — Ocultó su regalo entre sus manos y las puso ante su hermano. — Pero creo que tú entenderás lo que esto significa. Significa que te confío mi posesión material más preciada, después de las joyas que Marcus me ha hecho, claro. — André sonrió y entornó los ojos. — Después de Marcus siempre, por supuesto. — Alice negó y volvió a mirar a su hermano. — Siempre intento que mamá viva en ti a través de mí, de lo que todos te contamos de ella. Pero ahora no voy a poder estar en Hogwarts para contártelo, pero confío muchísimo en tu responsabilidad y tu delicadeza… para cuidar esto. — Sacó la cajita de música de su madre con los colores de Ilvermony y el pukwudgie en la tapa. — Es la caja de música de mamá. Es lo único que pudo conservar de su vida en América, porque se fue sin nada. Excepto esto. — La dejó en manos de Dylan, que estaba casi temblando. — Pero, hermana, aquí están tus cosas. Las que más te importan. — Ella negó. — Ya no. Y… espero que me hagan una con alquimia. — Dijo mirando de reojo a Marcus y el abuelo con una sonrisilla. Dylan la miró lleno de gratitud. — Voy a cuidarla como nada en mi vida. — Ella sonrió y asintió. — Pues claro que sí. Y mira lo que hay dentro. — Su hermano abrió y sacó su propio calcetinito de cuando era un bebé. Ella lo cogió y sonrió. — Hace no tanto, tu piececito cabía aquí. Y mira dónde estás ahora. Y quién sabe todo lo que te queda por hacer, mi niño. — Y, entonces, los ojos de su hermano se inundaron de lágrimas y sonrió. — Ah, así que por esto lloráis de felicidad. — Ella asintió y le acarició la cara. — Sí, mi patito. — Pero cogió el calcetín y dijo. — Esto es para mí, eh. Voy a guardarlo para siempre. —

— ¡Bueno! Ha sido muy bonito Alice, pero el abuelo y yo tenemos un regalo para nuestro patito. — Sí, hombre, no faltaba más, apártense que llega Helena Gallia, pensó. Su abuelo hizo un gesto y llamó a Dylan para que fuera allí con ellos, colocándose entre los dos. — Es muy cierto lo que ha dicho tu hermana, todos te conocen mucho… Pero tus abuelos, quizá, un poquito más. — Dylan rio, expectante. Y entonces, sus abuelos juntaron las manos y las separaron poco a poco, dejando salir un gran paquete sobre la mesa. Antes de que Dylan lo abriera, a Alice le pareció distinguir… — ¿Es una Cometa 260? — Expresó Lex antes que nadie. Los ojos de su hermano hacían chiribitas, y tenía una sonrisa que podría encender todos los farolillos del jardín. — ¿Tú querías una escoba, patito? — Preguntó William abriendo mucho la boca. — ¡Sí! ¡Claro que quiero una escoba! ¿Es para mí de verdad? — Toda tuya, mi pequeño volador. — A ver, Alice no era ajena a que a su hermano le gustaba la clase de Vuelo, pero… — ¿Quieres jugar al quidditch? — Preguntó. — No… — Dijo él encogiéndose de brazos. — El quidditch me gusta pero me da más igual. Es… volar lo que me gusta. Me hace sentir bien… Libre. Y me gusta más para ir a los sitios que aparecerme. El abuelo y yo hemos tenido muchos debates sobre transportes… Bueno, él hablaba y yo escuchaba, pero al final me formé una opinión y… me encanta volar en escoba. En Francia hemos volado mucho los tres juntos. — Y a Alice se le puso una sonrisa involuntaria. — Dylan ha pasado mucho tiempo con nosotros… A veces hay que saber escuchar el silencio. — Dijo su abuelo. Sí, nadie mejor que él podía saberlo. — Venga, hijo, ve a probarla. — William se acercó a Helena y murmuró. — Mamá… Las Cometas son… caras. — Pero su abuela estaba muy segura mirando al frente, orgullosa e hinchada como un pavo porque ella sabía algo de Dylan que nadie más había intuido. — Que nadie pueda decirle que tiene menos que los demás. Si sus abuelos pueden regalarle una escoba, mi niño una escoba tendrá. — Y solo de ver cómo estaba de contento empezando a montarla, con Lex y Olive alrededor… Pues sí, por una vez, su abuela tendría razón.

 

MARCUS

Sonrió a Alice, con satisfacción. Sí, sí que tenían una familia perfecta entre todos, lo que él deseaba y lo que durante tanto tiempo había temido no poder compartir con Alice. Recordaba a la perfección cuando Sean le dijo "tendrás una señora O'Donnell perfecta sobre el papel que te recuerde lo cobarde que fuiste con diecisiete años." Mucho tardó, para su gusto, en confesarle a Alice sus sentimientos tras esa conversación. Pero menos mal que lo hizo. Menos mal que ambos dejaron atrás los miedos y se lanzaron a por lo que verdaderamente deseaban, porque ahora que tenía esa felicidad ante sí no sabía ni cómo había llegado a pensar que no llegarían a ese punto. Eso sí, el halago de su novia a su fermentación le hizo soltar una carcajada con claros tintes de superioridad. — Estás ante el futuro alquimista Marcus O'Donnell, señorita Gallia. ¿Qué esperabas? —

El resumen de Alice era acertado: todos le conocían muy bien, tanto que todos habían regalado cosas que a Dylan podían encantarle y que su propia hermana había pensado también. Pero, por supuesto, Alice dio en el clavo con el regalo. Llevaba oyendo hablar de esa caja de música toda la vida y la había visto más de una vez (como ella la guardaba en su dormitorio no la veía mucho, pero alguna que otra vez en La Provenza la había visto). Que ahora se la legara a Dylan le parecía precioso y el mejor regalo que le podía hacer. Cuando ella dijo que esperaba una nueva caja hecha con alquimia, le guiñó el ojo (y luego le dedicó una miradita de superioridad a André, y que se chinchara, por picarle). Por supuesto que le haría una, la más hermosa de todas. Sonrió con felicidad viendo la emoción de Dylan y miró a Alice, lleno de orgullo. Había conseguido tantas cosas...

Por supuesto que la intervención de Helena tenía que ser grandilocuente como ella había querido, lo que no esperaba era ese regalo. Se sorprendió muchísimo. — ¿Tú sabías que le gustaba tanto volar? — Le susurró a Alice, porque él acababa de enterarse. Pues sí, le conocían muy bien, pero a la vista estaba que podían conocerle un poquito mejor. Por supuesto, Lex ya le estaba orbitando. Marcus frunció una sonrisa y se dirigió a su novia una vez más. — Mira, tu abuela ha conseguido hacer felices a nuestros dos hermanos de un plumazo. — Comentó entre risas. — ¡Eh, Dylan! Incluye en el talonario unas clasecitas de vuelo ¿no? — Dalas por hecho. — Contestó Lex automáticamente, admirando la escoba, lo cual puso al cumpleañero aún más feliz. Marcus arqueó las cejas y volvió a dirigirse a Alice. — Vale, ahora necesitamos a alguien que les vigile. —

Tras darle los regalos habían empezado a jugar a varios juegos que tenían preparados, aunque también se habían pasado un rato investigando el juego nuevo de la familia de Francia. Demasiadas cabezas opinando y demasiado caos para llegar a ninguna conclusión. Volvieron a comer tarta (bueno, Marcus se comió otro trozo de tarta, ¡era muy grande y bonita, una pena que sobrara!) y luego pusieron música, justo antes de que llegaran los padres de Olive. La niña y Dylan se habían apartado convenientemente como estrategia para que sus padres no se la llevaran tan rápido, pero el matrimonio parecía bastante contento del ambiente allí y muy a gusto hablando con William. Todos parecían entretenidos y felices, y Marcus se sentó junto a Alice, con una sonrisa. Pasó su brazo por encima de los hombros de ella. — Lo voy a volver a decir. — Anunció. — Esto... todo esto... es obra tuya. — Le dio un beso en la mejilla. — Luego dicen que la alquimia es difícil... Esto sí que es una obra de magia nunca vista. — Le acarició el rostro levemente y añadió. — Haces la mejor de las magias, Alice Gallia. — Miró a su alrededor. — Mira esto... mira lo que has logrado... Nos has hecho a todos felices. Pero sobre todo a Dylan. — Suspiró. — El día de mi cumpleaños... me escribió una carta muy bonita. Me dijo cosas... que no sabía que sentía, pero que se van a quedar en mí para siempre. — Ladeó una sonrisa, mirando al chico. — No sé si estoy a la altura de como él me ve. — Miró a Alice. — Pero tú, sí. Tú estás muy por encima de todo. — Se acercó un poco más a ella. — Eres única, Alice. Eres la mejor. — Y era una mujer capaz de crear y unir a una familia maravillosa. Y estaba con él. Definitivamente, era el hombre más afortunado del mundo.

 

ALICE

Se había quedado sentada, muy a su pesar, porque le encantaba bailar, aunque hubieran puesto la música, porque los Clearwater habían llegado y se habían puesto a hablar muy animadamente con su padre. Y… No es que no se fiara de su padre, no era eso… Pero, a veces, decía sus cosas de genio especial y… Bueno, no quería causarle mala impresión a los Clearwater. Dylan era muy feliz con Olive por allí, y sus padres eran gente muy tranquila y normalita, no quería que se asustaran y empezaran a decirle que no se juntara tanto con su hermano. No podía quitarle una sola cosa más, y menos algo tan importante como la amistad de la Gryffindor.

Pero su padre demostró estar mejor, efectivamente, y allí estaba, hablando tranquilamente, mientras Dylan y Olive bailaban a saltitos, los abuelos también, y los jóvenes se reían mirando a los niños y hablando de sus cosas de jóvenes, mientras los abuelos bailaban en esquinitas, como si supieran que ya no era su lugar estar entre los jóvenes, pero quisieran contagiarse de su alegría y celebrarlo todo a su manera, y los medianos como sus suegros y los tíos se reían de algo que decía la tata, incluida Emma, más comedidamente y entornando los ojos, pero felices. Ella debería estar con sus primos y sus cuñados, además se notaba que estaban a gustísimo… Pero quería observar un poco más aunque fuera. Y entonces, para mejorarlo todo, su novio se sentó a su lado, y eso la hizo inmediatamente sonreír. Ahora sí que seguro que estaba donde tenía que estar. Inclinó la cabeza sobre su hombro, dejándose abrazar. — Y yo voy a insistir: no habría podido hacerlo sin ti, mi amor. — Le miró embobada mientras le acariciaba la cara. — Tú me has dado la oportunidad de crear esa magia. Amándome así, estando juntos. — Dejó un leve beso en sus labios y sonrió satisfecha.

Ahora, fue ella la que entornó los ojos cuando Marcus dijo lo de Dylan. — Oh, mi amor, te aseguro que te mereces todos y cada uno de los galones que te pone. Él y todos. — Le miró a los ojos. — No eres consciente de lo importante que eres para él y de todo lo que hemos conseguido. Te quiere muy merecidamente. — Suspiró y miró a su alrededor. — De hecho, fíjate este cumpleaños ideal, con todo el mundo contento tal y como señalas… Y nosotros aquí sin celebrarlo como Merlín manda. — Se levantó y tiró de su mano, llevándoselo al medio del jardín, cerca de donde bailaban los demás, y pasó los brazos por su cuello, meciéndose con una sonrisa. — ¿Quién nos iba a decir, cuando, con esa edad, te enseñé a bailar sin pisarme los pies, que hoy estaríamos aquí? — Juntó su frente con la de él y cerró los ojos, sin dejar de moverse ni sonreír. — Estoy segura de que en nuestra vida… sobre todo tú… vamos a conseguir grandes logros en alquimia, en magia en general… — Abrió los ojos y le miró. — Pero esto… estar todos juntos… en paz. — Se oyó algo caer, Vivi gritar que no era culpa suya, una carcajada de André y su padre apresurándose a lanzar un hechizo, lo cual solo tiró más cosas y provocó más risas, amén de dos gritos de “WILLIAM” que venían de las dos grandes Slytherin de la reunión. — Bueno, olvida lo de paz. Digamos felices… — Rio con él también y respiró, efectivamente feliz. — Hagamos las cosas bien hechas como los O’Donnell… y disfrutemos de los frutos como buenos Gallia.

Notes:

¡Nuestro patito cumple años! Ya era hora de que enseñáramos un cumple del más peque de la casa, con todos los regalos y la celebración. ¿Os acordáis de cuando Marcus cumplió doce años también? Cómo pasa el tiempo. ¿Cuál creéis que es el mejor regalo? ¿Os habéis emocionado? Para nosotras, lo más bonito es que estén todos juntos y añadir a nuestra querida Olive a la creación. Es una suerte parecida a la que tenemos con vosotros. ¡Gracias por seguir por aquí, lectores!

Chapter 13: El largo vuelo

Notes:

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EL LARGO VUELO

(13 de julio de 2002)

 

MARCUS

— E voilá! Que significa, "mira y admira la mejor librería que has visto en tu vida, por Marcus O'Donnell". — Chasqueó la lengua, cruzándose de brazos ante su maravillosa obra, ladeando la cabeza con chulería. — Es francés. Es que uno ya tiene nivel. — Bromeó, riendo justo después. Había ido a casa de Alice para ayudarla con el estudio que querían montar en la antigua habitación de William y Janet. Su padre se había ido con él, porque le prometió a Dylan el día de su cumpleaños no se qué de algo que quería que le enseñara, y William había aprovechado para liarle también con no sabía qué modificación que iban a hacerle al invernadero. La cuestión es que los tres estaban en el jardín mientras Marcus y Alice seleccionaban los primeros libros que ocuparían una estantería que acababan de colocar allí. Y claro, a Marcus solo había que darle un proyecto, una Alice y muchos libros, y ya tenía entretenimiento infinito.

Se mojó los labios con una sonrisa pilla y le hizo un gesto a Alice para que se acercara a la ventana. Al asomarse, vieron abajo a los otros tres. Marcus sacó la varita y apuntó a la estantería, llevándose un dedo a los labios para pedir silencio, en un gesto totalmente teatral e innecesario ya que desde allí no iba a oírles nadie. Una excusa más para fardar de lo bien que se le daban los hechizos silenciosos, sobre todo si eran hechizos tan básicos como el Wingardium Leviosa. Agitó la varita y, lenta y elegantemente, un libro de herbología salió de la estantería y se movió por el aire en la dirección que Marcus indicaba. Lo hizo salir por la ventana y, con precisión, lo condujo lentamente hacia abajo. Dylan lo vio, pero al ver las caras de Marcus y Alice se aguantó la risa y se calló. Poco a poco, lo descendió hasta apoyarlo en la cabeza de su padre. Ante el contacto, el hombre dio un respingo en su sitio, que hizo que a Marcus y Alice les diera la risa y, por tanto, que el primero perdiera el control del hechizo y el libro acabara por caer al suelo.

Su padre miró hacia arriba con cara de mosqueo, pero antes de que dijera nada, Marcus le dijo. — De parte de los eruditos, he pensado que podría venirte bien ahora que te estás ensuciando las manos. — William casi se cayó hacia atrás de las carcajadas. — Eso de hablar desde el piso de arriba se lo he pegado yo. Este se corrompe antes de lo que parece. — ¡Muy gracioso! No te he enseñado yo a hablar desde las ventanas. — Protestó su padre. Marcus se encogió de hombros. — Me estás contestando. — Arnold bufó, ante las risas de los dos Gallia que estaban con él, y agarró el libro, diciéndole. — Anda, devuelve esto a su sitio y, si habéis terminado, bajad a echar una mano en vez de perder el tiempo con bromitas. Que sois muy graciosos los dos. — Marcus rio entre dientes y, mientras devolvía el libro con el mismo hechizo al piso de arriba, le dijo a Alice. — Para una vez que la broma no ha sido idea tuya, te culpan igual. —

 

ALICE

Se cruzó de brazos y sonrió a su novio. — Perfecta traducción, sin fisura ninguna. — Se acercó y dejó un piquito en sus labios. — Preciosa biblioteca, Marcus O’Donnell. — Estaba un poco vacía aún, pero era muy esperanzadora, y el cuarto estaba quedando genial para estudiar. Nuevo, bonito, tranquilo… solitario… Puso media sonrisa, pensando en que, efectivamente, tenían aunque fuera un momentito allí arriba. Pero se oía jaleo en el jardín, y su novio tuvo una idea digna de ella, que no pudo más que poner una sonrisilla pilla.

Poniéndose las manos sobre la boca para no dejar salir la risa (y ese pequeño escalofrío de gusto que le recorría cuando Marcus hacía una de sus demostraciones de poder), se dedicó a mirar cómo su novio descendía el libro sobre Arnold, dándole un buen susto, lo que ya desató sus delatoras risas. Y más se rio al ver a un O’Donnell berreando desde una ventana y al otro contestándole. — Vaaaaaya… ¿Los grandes magos necesitan mentes jóvenes? — Dijo, burlona, antes de desaparecer de la ventana junto a Marcus, bajando por las escaleras. Pero, antes de salir, tiró un poco de él sobre ella, apoyándose en la pared del descansillo, para darle un buen beso, uno apasionado aunque corto, solo para dejarle saber que le necesitaba, le anhelaba, seguía deseando la intimidad con él, aunque estuviera complicado conseguirla.

Salió al jardín y se abalanzó sobre Dylan, haciéndole cosquillas. — ¿Y tú qué, eh? ¡No ayudas nada a los señores mayores! — ¡Oye tú! ¿Cómo que señores mayores? — Se quejó Arnold. Pero William ni habló, activó algo con la varita y de repente salía agua del suelo del jardín, empapando a los hermanos Gallia. — ¿Pero qué es esto? — ¡Mira, Arnie, funciona! Este nuevo hechizo aspersor me riega las plantitas con precisión. — ¡MARCUS! ¡AYÚDANOS! — Pedía ella entre risas, ya completamente empapada.

Y entonces, entre los arcos de agua formados por el hechizo de su padre, vio aparecerse a un grupo de personas en la calle. En su barriada vivían magos, no era infrecuente, pero… algo le decía que… Una señora se acercó muy seria a la cancela. — ¿Señor Gallia? — Su padre dejó de reírse y paró el hechizo, y Alice ya no podía evitar sentir un abismo en el estómago. — Sí, soy yo. — Vengo del Ministerio de Magia. Intervención de menores. — Y aquellas palabras cayeron sobre ella como un puñetazo en el pecho. Ninguno de los cuatro podía hablar. — Soy Ellen McCrory, tengo aquí una orden de retirada cautelar de la custodia del menor Dylan Gallia, su hijo pequeño. — Alice solo podía parpadear, y se giró hacia Arnold, esperando que él le diera sentido a todo aquello. — ¿Cómo dice? — Dijo finalmente su padre. — La familia materna del niño denuncia conductas criminales por su parte, señalándole como inadecuado para su guarda y custodia. — Dos aurores muy cuadrados y grandes se habían puesto detrás de ella, de brazos cruzados, y una señora muy trajeada también estaba allí. — ¿Mi padre criminal? — Preguntó ella incrédula. — Tiene que haber algún error. — Trató de decir Arnold, sin perder la calma, pero Alice había rodeado a Dylan con sus brazos, tirando de él, aunque nadie había cruzado siquiera la cancela. — Señor Gallia, le agradecería la colaboración de toda la familia para ahorrarle un mal rato al menor. Su bienestar es muy importante. — ¿De qué está hablando? — Cortó Alice, porque su padre no contestaba, y estaba harta de que la aurora le ignorara. — Como ya he dicho, hay una denuncia en curso y, cautelarmente, he de retirar la guarda y custodia del menor a William Gallia. — Quizá estaba elevando un poco el tono, pero es que casi no se oía pensar, solo sentía el latido de su corazón. — Yo soy su hermana mayor. Soy mayor de edad, puede quedarse conmigo. — Por fin, la funcionaria la miró. — ¿Señorita Alice Gallia? — La mirada fiera y cómo agarraba a Dylan debía ser bastante expresivo de quién era, porque simplemente añadió. — Toda la familia Gallia está siendo investigada por encubrimiento de uso temerario de la magia y los objetos clasificados. — ¿Cómo dice? — Preguntó ofendida. — ¡Vale! Vale, está bien. Señora McCrory, soy Arnold O’Donnell, amigo de la familia. Mi mujer y yo podemos… — Señor O’Donnell, un menor siempre ha de dejarse cautelarmente en manos de su familia directa. — Pero entonces… — Miró a la señora de traje. Esa no venía de Inglaterra. — Dylan será cautelarmente trasladado con Peter y Lucy Van Der Luyden, sus abuelos maternos y parientes no Gallia vivos más directos. Ya han hecho la solicitud. — Y entonces lo notó. El calor que la invadía, el pánico absoluto de saber que habían metido la pata hasta el fondo, que el día de sus pesadillas había llegado justo cuando había bajado la guardia.

 

MARCUS

Bajaron al trote las escaleras, y justo antes de salir por la puerta, su novia tiró de él para besarle, y él se dejó llevar. Podían estar perfectamente ante uno de los mejores veranos de su vida. Todo estaba siendo perfecto, las familias se llevaban genial, habían estado en La Provenza (y no descartaban volver antes de septiembre, si no organizaban lo de Irlanda antes, que ahí estaba la posibilidad), Alice y él estaban en una nube de amor por la cual se besaban y se piropeaban en cada esquina y todos parecían felices. La perspectiva de septiembre se antojaba maravillosa: había pasado mucho miedo de qué sería de ellos cuando acabaran Hogwarts, a pesar de tener él muy claro su futuro como alquimista, pero ver tan nítida la perspectiva de empezar a trabajar en el taller de su abuelo y a estudiar para la licencia le hacía saltar de felicidad. Lo único que le entristecía era pasar un año sin ver a Lex... Para una vez que no quería separarse de su hermano...

La escena que se produjo nada más salir le hizo reír. — Señores mayores que no se ven venir un libro. ¿Qué ha sido de tu mente Ravenclaw, papá? — Y a su padre ni le dio tiempo a contestar, porque empezó a salir agua por todas partes. Se tiró a la hierba cubriéndose con los brazos, encogido sobre sí mismo, pero sin dejar de reír ante la estampa. — ¡Caballero al rescate! — Dijo al grito de su novia, tanteando la varita en su bolsillo mientras no dejaba de protegerse del agua, lo cual no le daba mucha velocidad precisamente. Lo dicho, aquello era felicidad.

Por eso no se vio venir ni por un asomo lo que pasó a continuación. Aún estaba con una risa residual cuando una voz llamó a William y este cortó el hechizo, y por un momento se quedó con una sonrisilla en el rostro mientras miraba interrogante a las personas que acababan de aparecer. No tenían aspecto de muy amigables, y de hecho juraría que parecían del Ministerio, pero estaba en tal nube de felicidad y vida perfecta que en lo último que recabó su mente es en que pudiera ser algo grave. No lo pensó en absoluto. No se lo vio venir.

Y cuando lo oyó, la sonrisa se le borró e incluso sacudió un poco la cabeza, porque su mente no estaba procesando bien lo que estaba oyendo. Tenía que ser una broma, o un error, o algo, pero aquello no podía ser real. Su cabeza se negaba a aceptar que eso estuviera pasando de verdad, y antes pensó que se había dado un golpe en la cabeza y estaba soñando mientras estaba inconsciente en el césped de los Gallia que en que aquello se estuviera produciendo realmente.

¿Cómo que intervención de menores? ¿Cómo que retirada cautelar? No, definitivamente su cabeza se cerró en banda y decidió que no sabía qué significaban esas palabras, que no estaban en su diccionario. A su cabeza vinieron nombres de personas que podrían querer fastidiarles en ese momento: Layne Hughes, su primo Percival... Aaron McGrath. No, habían quedado en que Aaron estaba de su parte... Pero él les dijo lo de los espías en el Ministerio... Él le dijo... lo de los Van Der Luyden. Que atacarían, que lo harían cuando menos se lo esperaban. Y tanto que no se lo esperaban.

No se lo esperaba a tal nivel que seguía sin querérselo creer. La palabra "criminal" le hizo abrir tanto los ojos y quedarse tan bloqueado que ahí sí que debía parecer una estatua de cera. ¿Criminal? ¿Te refieres al que acaba de hacer salir chorros de agua del césped? Preguntó su mente, pero no fue capaz de articularlo. Pero la frase que le hizo reaccionar de nuevo fue la que sentenciaba que había que retirar la custodia de Dylan. Miró de inmediato al chico y este le estaba mirando con ojos de pánico. Instintivamente, negó con la cabeza. No, no te van a llevar a ninguna parte. Esto es un error, no te preocupes, le quería decir, y se lo decía con la mirada con convencimiento, porque el primer convencido de todo aquello era el propio Marcus: nadie iba a llevarse a Dylan a ninguna parte.

De hecho, y dado que Alice estaba siendo insultantemente ignorada, su padre intervino. Marcus seguía en el césped en la misma posición que estaba, totalmente congelado, solo mirando a unos y a otros con el corazón que se le iba a salir del pecho, pero asintió muy seguidamente a las palabras de su padre, como si estas le hubieran abierto la vía definitiva que le hacía reaccionar. Sí, sí, eso. Ellos se quedarían con Dylan. ¿No podía estar en casa de los Gallia? No pasaba nada, se podía ir con ellos. Era cautelarmente, al fin y al cabo. Se quedaría con ellos y, cuando lo solucionaran, se iría con su padre y su hermana otra vez. Y fin del problema. Él no veía dónde podía estar el impedimento, llevaban siendo prácticamente familia desde hacía años. No iba a estar con nadie mejor que con ellos.

Pero la sentencia era inequívoca. Dylan tenía que irse con los Van Der Luyden. A Marcus se le cayó el mundo a los pies, tanto que no se podía ni levantar, ni reaccionar, solo mirar como sin ver, ver las escenas pasar con la respiración acelerada y sin hacer nada. Su padre fue la mente pensante allí, y menos mal, porque Alice empezaba a agobiarse de más, Dylan estaba aterrado y William también se había quedado de piedra. — Señora McCrory. — Se adelantó el hombre, con su tono diplomático y conciliador de siempre. Arnold estaba de pie y Marcus le miraba desde abajo como si fuera un perrillo abandonado. De verdad que no era capaz de reaccionar. — Los parientes a los que se refiere no han tenido contacto alguno con Dylan ni con la familia Gallia desde que el menor nació. — Alzó las palmas, en señal de desarme. — No sé de qué se acusa al señor Gallia, pero puedo entender la retirada cautelar a este, si bien en la familia que ha estado con el menor todos estos años hay más mayores de edad que pueden hacerse cargo de él. — Como le he indicado previamente, señor O'Donnell, la familia está siendo investigada por encubrimiento de conducta criminal. — Investigada no es con una acusación en firme. ¿Cuál es la acusación? ¿Quién la hace? A la familia Gallia no le ha llegado ninguna acusación formal que les permita defenderse por medio de un abogado. — Le repito que es una medida cautelar, velando por la protección del menor... — Este menor no va a encontrarse bien a miles de kilómetros de todo lo que conoce, con una familia a la que no conoce y no ha tenido contacto con ellos en todo este tiempo, y sin poder acudir al colegio en el que está matriculado. — Arnold tomó aire, diciendo serenamente. — Les ruego una revisión de la solicitud y que permitan que se cumpla la medida cautelar con los O'Donnell. Hemos ejercido de... — Ustedes son unos absolutos desconocidos a ojos de la ley, y si sigue usted entorpeciendo, si se interpone en el camino de una solicitud judicial, quizás debamos trasladar la investigación por encubrimiento a su familia también. — A Marcus le temblaban hasta las pupilas mientras miraba a uno y a otro. Estaba esperando el próximo movimiento de su padre. No podía dejarse achantar por eso...

Pero Arnold soltó aire por la nariz, bajó la cabeza y dijo. — Denos unos minutos, por favor. — ¿Qué? ¿Minutos para qué? ¿Para trazar una estrategia? No, no se podían haber rendido ya. Arnold se acercó lentamente a Dylan y, agachándose frente a él, le dijo. — Dylan... lo siento muchísimo. Esto no es justo, y te juro que haremos todo lo posible por revertirlo... pero... — Marcus negó con la cabeza, pero sin moverse de su sitio. Miró a esa gente, y estos le devolvieron una mirada fría y desafiante. No, no podía simplemente consentirlo, eso no podía ser, pero no sabía cómo actual. No sabía qué estaba pasando ni por qué, en qué momento se habían torcido las cosas. Podían estar perfectamente ante uno de los peores momentos de su vida.

 

ALICE

Arnold pareció ser, como siempre, la cabeza pensante que se inclinó a poner un poco de tranquilidad en todo aquello. Pero la aurora era implacable, y Alice vio el momento exacto en el que Arnold se rindió: fue el momento exacto en el que entendió que las cosas, por difícil que pareciera, podían ponérseles peor, y su suegro se había dado cuenta también. Sintió cómo le temblaba el cuerpo entero y le quemaba la garganta cuando pidió que les diera un momento, porque sabía lo que tocaba.

Su padre estaba con la mirada perdida y desencajada, sin ser capaz de decirle ni una mísera palabra a su hijo. — William… si nos oponemos ahora, va a ser peor. — Su padre frunció un poco el ceño. — ¿Peor? — Preguntó con un hilo de voz. — En cuanto se vayan, llamamos a Emma y nos vamos al Ministerio… Pero ahora… — Alice tragó saliva y miró a Marcus para coger fuerzas y hacerle ver que podían hacer aquel último esfuerzo por Dylan. Luego se giró a la aurora. — Señora McCrory, deje que cojamos sus cosas… — Las cogeré yo. Él tiene que irse con la interventora del MACUSA. — ¿CÓMO QUE IRME? Yo no me voy a ningún sitio. — Saltó por fin Dylan. Alice le rodeó y le puso las manos sobre los hombros. — Dylan, escúchame. No podemos negarnos, podrían acusarnos de desobedecer una orden de la autoridad, y nosotros no tenemos nada que ocultar, si nos investigan… — ¿Y MIENTRAS TANTO QUÉ? — El corazón era atronador dentro de ella, no podía soportarlo. — Será rápido, te lo juro. Pero, patito, no puedes resistirte… — Los ojos se le llenaron de lágrimas y se puso de rodillas delante de él, porque sentía que las piernas no le sostendrían si ahora intentara quedarse de pie. — Hermana, pero tú puedes cuidarme, tú siempre me has cuidado. — Se giró a la aurora. — Señora, mi hermana y mi cuñado cuidan de mí, siempre. Han hecho que saque unas notas geniales en Hogwarts y mi cuñado hace muchísima magia, hasta hechizos silenciosos, y mi hermana va a ser enfermera, y son alquimistas, han ganado la copa de las casas… — Miró a Arnold. — Y tenemos a los O’Donnell que son más ricos que nosotros y tienen una casa ideal, y me dejan quedarme allí a veces, ¿sabe? — Tuvo que morderse los labios por dentro para no llorar. — Y yo antes no hablaba, porque creía que mi madre no me iba a oír ya nunca más, pero ahora sí hablo ¿ve? Y soy muy feliz, mucho, por eso hablo, para que me oiga mi hermana, que es como mi madre, y mi cuñado y su hermano Lex y mis amigos, porque tengo muchos amigos, que son amigos de mi hermana pero también son amigos míos, y Olive… — La mujer negó con la cabeza y bajó la mirada. — Lo siento, Dylan, todo eso puedes contárselo al tribunal de menores, pero yo no puedo dejarte aquí. — ¡Se lo estoy contando a usted! ¡No puede llevarme con ellos! Le hicieron mucho daño a mi madre, y a mi primo Aaron… — Dylan. — Cortó ella poniéndole la mano en el hombro. — ¡Mire a mi padre! Ha estado triste muchos años, nadie mejor que yo puede decírselo porque era el único que estaba con él todos los días. Y yo le digo que nunca ha sido mal padre. Se olvida de algunas cosas, y lloraba mucho, pero mi padre me quiere y nunca jamás me haría daño. — Insistió la voz ya chillona y desesperada del niño. — Lo sé, Dylan. No le están investigando por hacerte daño. Pero tus abuelos creen que tiene conductas peligrosas que el resto de tu familia ha ocultado. — ¡MI HERMANA NO MIENTE NUNCA! Y los Van Der Luyden no son mis abuelos. Ellos hicieron infeliz a mi madre y daño a mi primo. — Ella le agarró del brazo. — Dylan, no grites, por favor, patito… — Le dio la vuelta y le obligó a mirarla.

Su hermano estaba rojo de ira y con los ojos llorosos. — Hermana, no puedes dejar que me lleven. — Ella cogió su rostro con las manos. — Mírame, Dylan, mírame. — Aunque ya se le estaban cayendo las lágrimas logró mantener la voz tranquila. — ¿Qué te dije en Francia? — Que mi suerte era la tuya. Que estaríamos juntos siempre. — Eso es. — Asintió firmemente. — Voy a ir al Ministerio ahora mismo y lo voy a solucionar. — ¿Y si me llevan a América? — Pues yo me iré a América contigo. Mi suerte es la tuya, sea cual sea. — ¿Con los Van Der Luyden? — Con quien haga falta, Dylan. Voy a hacer lo que haya que hacer para que vuelvas conmigo. — Su hermano pareció entender que no quedaban muchas más opciones y que eso iba a tener que hacer, confiar en ella y dejarse llevar. — ¿No puedo despedirme de mis abuelos, los de verdad? El abuelo Robert va a llorar seguro y memé dice que no le vienen bien los disgustos, y la tata… — La aurora suspiró. — Lo siento, Dylan, tienes que irte con la señora Stevens ya. Despídete de tu padre y los O’Donnell… No puedo decirte otra cosa. — Se echó a sus brazos y la agarró fuertemente. — Hermana no me dejes allí, por favor. — Claro que no, mi vida. Voy a dejarme la piel en arreglar esto. Yo y todos. Solo te pido que no te enfrentes a ellos, patito, por favor, haz como antes, no hables, no hagas ruido, no batalles, yo no tardaré en llegar. Y no escuches nada de lo que digan de mamá o papá, te van a mentir. — Dylan se separó, asintiendo, pero llorando y se fue corriendo a su padre y lo abrazó a la cintura. — Perdóname, hijo… No sabes cuánto siento todo esto. — Murmuró su padre, como si fuera un muñeco sin vida, derrotado. — La hermana y los O’Donnell me van a traer de vuelta. — Notaba cómo peligrosamente su tristeza empezaba a tornarse en ira y hervir dentro de ella mientras apretaba los puños. Se levantó y murmuró. — Señora McCrory, la habitación de Dylan está frente a las escaleras. La acompaño. —

En silencio, recogió la ropa de Dylan y las cosas que sabía que más iba a necesitar metiéndolas en el baúl, con unas ganas terribles de echarse a llorar y romper todo aquello. Pero cuando envolvía al patito morado que apenas unos días le había regalado su padre para recordar a su madre, ya no pudo más y se lanzó a llorar, sin poder hacer nada más. Oyó los pasos de la funcionaria acercándose hacia ella. — Lo siento de verdad, señorita Gallia. Yo no sé nada de su familia, solo cumplo con lo que me han mandado. Pero no se preocupe. Si no tienen nada que esconder, como usted misma le ha dicho a su hermano, esto se acabará pronto. — Rio y negó con la cabeza. — Usted no sabe quiénes son los Van Der Luyden. — Se levantó y señaló el baúl antes de bajar, para que ella se lo llevara, y volvió junto a los demás, inspirando para coger fuerza.

 

MARCUS

Se había quedado en shock, sentía que los músculos no le respondían, que solo podía mover los ojos y que estaba mirando sin ver prácticamente. Veía a su padre acercarse a los Gallia como a cámara lenta y no podía creer que se hubiera rendido tan rápido, pero por otro lado... tampoco se le ocurría cómo impedir que esas personas se llevaran a Dylan. Tenía que ser un error. No podía ser cierto lo que estaba ocurriendo. Solo podía aferrarse a que esa misma tarde lo habrían solucionado y se estarían riendo del tema todos juntos. Quería aferrarse a eso... necesitaba aferrarse a eso, aunque su mente racional le estuviera llamando a gritos para que pusiera los pies en la tierra.

¿Qué le hacía aferrarse a ello? Escuchar a su padre decir que en cuanto se fueran llamarían a su madre y se personarían con ella en el Ministerio si hacía falta. En esos momentos se sentía un niño que quería correr a las faldas de mamá y esconderse detrás de ella mientras echaba a los malos, y si tu mamá era una mujer como Emma, con esa aura que aterraba a más de uno solo con verla, desde luego que era fácil imaginarse la escena. Sí, si Emma hablaba podían conseguir muchas cosas. Esa sería la tabla de salvación que usaría su mente para tratar de lidiar con el mal trago que estaban pasando. De lo contrario, se hundiría, y los Gallia no les necesitaban ahora hundidos. Más que nunca necesitaban su ayuda.

Intercambió una mirada con Alice y ambos debieron decirse lo mismo con ella: tenemos que ser fuertes, por Dylan. Al menos hasta que cada uno pudiera encerrarse en una habitación a derrumbarse y llorar, pero por el momento tenían que afrontar lo que tenían delante. No era fácil, porque ni siquiera la opción de recoger sus enseres les daban, a lo cual Marcus se hubiera ofrecido, al menos por sentir que ayudaba en algo... si es que hubiera sido capaz de moverse, porque seguía en la misma posición que estaba. Y lo peor no había llegado todavía. Lo peor llegó en cuanto Dylan tomó conciencia de lo que estaba pasando y reaccionó. Eso sí que le partió el corazón de tal forma que hasta le dolía el pecho.

Su discurso, la mención a Marcus en el mismo, hizo que tragara saliva pero que, aun así, se le cayeran dos espesas lágrimas que se limpió con la manga rápidamente. Quería a Dylan como si fuera su hermano y sabía que era mutuo, y el niño no quería separarse de ellos, ni ellos de él. Miró a su padre, pero este intentaba mantenerse firme para no derrumbarse también y no le devolvió la mirada. Su madre iba a comerse a los del Ministerio esa tarde, tenían suerte esos tipos de que no estuviera ella allí. ¿Y si le hacía una llamada de emergencia? Se personaría antes de que ellos se fueran. Pero... Alice no quería un escándalo mayor en su casa, no quería que las cosas se pusieran aún más duras, se lo estaba pidiendo claro a su hermano, aunque fuera doloroso verlo y oírlo. Actuarían después.

Tuvo que contener un sollozo con todas sus fuerzas. Mantente firme, Marcus. Ya llorarás después. Hazlo por Dylan. Pero le veía gritar desesperado y veía cómo Alice le pedía que se fuera con ellos, y sabía a la perfección que su novia preferiría irse ella antes de que se llevaran a su hermano. Debía estar destrozada, y no quería eso, no soportaba ver a Alice sufrir y por unos instantes, por unos hermosos días, había pensado que su vida sería solo felicidad. No había podido hacer nada por evitar eso. Siguió a la chica con la mirada en todos sus movimientos, con los ojos llenos de lágrimas, en silencio y sintiéndose absolutamente inútil. Alice se dirigió a la aurora y la llevó al interior de la casa, mientras Dylan se despedía de William, y después de Arnold.

— Dylan, sé que no hace falta que te diga esto porque eres muy buen chico, pero tienes que portarte muy muy bien, ¿de acuerdo? — Le decía Arnold mientras le abrazaba. Marcus seguía mirando la escena en shock, con los labios entreabiertos para que el aire entrara y saliera solo, porque no creía poder ni respirar voluntariamente. — Arnold, no me quiero ir. — Lo sé, Dylan. — No pienso hablar ni una palabra. — Escúchame, sé que estás muy triste, pero confía en nosotros. Confía en tu hermana, en toda tu familia y en los O'Donnell. — Le dijo Arnold, separándose de su abrazo para mirarle a los ojos. — No sabemos cuánto durará esto, pero volverás a casa. Recuerda que todos te queremos mucho. No vamos a descansar hasta tenerte de vuelta. ¿Me prometes que no lo pondrás en duda? — Dylan asintió, lloroso, y su padre le dio otro abrazo. William parecía no estar allí, no decía nada y tenía la mirada perdida. Estaba incluso peor que Marcus, que ya de por sí se sentía clavado en el suelo como un cartel.

Alice y la funcionaria ya estaban volviendo y Dylan se separó de Arnold y le miró. Marcus se quedó mirándole en silencio, totalmente impotente, y apenas le veía entre las lágrimas. Tras mirarse unos segundos en silencio, el chico se acercó a él y le abrazó con fuerza, y Marcus le correspondió, cerrando los ojos y dejando las lágrimas caer. — Cuida de mi hermana. — Le susurró. Claramente no quería que le oyeran. — Está muy triste y muy enfadada. No dejes que se enfade con papá o que se ponga triste por mí. Prométemelo, Marcus. — Tragó saliva para poder responder, porque no sabía si le saldría la voz del cuerpo. — Te lo prometo. Y te prometo que te traeremos de vuelta, Dylan. — El niño sollozó y volvió a decir. — No me quiero ir, Marcus. — Quería echarse a llorar con todas sus fuerzas, pero no quería que Dylan le viera así, aunque las primeras lágrimas no las había podido controlar. Le abrazó con fuerza. — Tenemos que irnos. — Dijo la mujer, que no parecía darles más treguas. Marcus le separó y le miró. — Recuerda que sois libres, Dylan. Sois pájaros libres. — Sorbió un poco para poder hablar mejor y, al mismo tiempo, le limpió al chico las lágrimas. — Este va a ser un vuelo muy largo, el más largo que hagas, y sentirás que te cansas y que estás a punto de caer... pero llegarás a tu destino. Y allí estaremos nosotros. No te vamos a dejar caer, Dylan, te lo juro. — Le agarró la cara entre las mejillas y le dijo. — Vuela con la cabeza bien alta ¿vale? — El niño asintió, Marcus le dio un beso en la frente y le soltó, dejando que se despidiera de su hermana antes de que se lo llevasen. Antes de saber cuándo le volverían a ver.

 

ALICE

Vio a Dylan despedirse de Marcus y sentía cómo la bola de fuego de su interior se hacía más grande. La señora McCrory le metió más prisa y ella le dio un último abrazo. — Guarda esas palabras de Marcus, patito. Tú y yo somos libres, y yo voy a mover cielo y tierra para que volvamos a estar juntos. — Su hermano susurró contra ella. — Te quiero, hermana. — Y dos lágrimas volvieron a brotar de sus ojos. — Te quiero, patito. — Y, como el niño bueno que era, su Dylan se separó de ella y se fue con la funcionaria. — Voy a ir a por ti, Dylan, no te olvides. Ten cuidado, mi niño… — Pero Dylan ya solo la miraba, no dejó de mirarles hasta que aquella otra mujer le dio la mano y se apareció, seguida de los dos gorilas y la señora McCrory. Y entonces se hizo un silencio atronador.

Y en aquel silencio, la ira de Alice fue encendiéndose hasta estallar. Se acercó hasta su padre y le enfrentó la mirada. — ¿Y ya está? ¿No vas a hacer nada? ¿No lloras? ¿No gritas? ¿No destrozas cosas? — Alice… — Empezó su padre, con la voz cascada de un disco viejo. — ¡NO, ALICE, NADA! — Gritó ya, desesperada, señalándole con el dedo. — Todo esto es culpa tuya Y SOLO TUYA. — Yo no sé… — No, tú nunca sabes nada. — Dijo con desprecio. — Y todos tenemos la culpa de dejarte no saber nada. Pobre pobre William, qué triste está siempre… Y hemos dejado que hicieras tus malditas locuras e hicieras que nos quitaran a Dylan. Porque se lo han llevado, papá, y acabo de jurarle a tu hijo que voy a ir a buscarle y no tengo ni idea de cómo. Y todo esto es por tu culpa, por lo que has hecho. Te lo dije, papá, TE LO DIJE. — Afiló los ojos y dirigió toda su bilis en lo siguiente que dijo. — Y mamá te lo dijo también. Cuando vienen, vienen a por lo que más quieres. ¡Y TÚ HAS DEJADO QUE VINIERAN A POR ÉL! — ¡Yo no sabía lo que iban a hacer! — ¡TE LO DIJE HACE UN AÑO! Te dije que vendrían de forma legal, que nos lo quitarían en nuestras narices y tú todo valiente: “que lo intenten”. No lo han intentado, TE LO HAN QUITADO DEL TIRÓN Y NO HAS HECHO NADA. — Arnold se acercó a ella, tirando de su brazo. — Alice, no es… — ¡No, Arnold! Nos ha quitado a Dylan por su culpa, solo por su culpa. Y le habíamos advertido pero no ha servido de nada. —

Su padre se alejó dándole la espalda con las manos en los ojos. — Debí haber sido yo… Debí haber sido… — No. Siempre estás igual. Menos “debería haber sido yo” y más autocrítica. Tú lo que estás es loco, y tú y tu locura nos habéis arrastrado a esto. Te lo decían, te lo repetían, que ibas a quemarte con el sol, que te cuidaras, que NOS CUIDARAS, ¡A TUS HIJOS! Y tú siempre compadeciéndote de ti mismo. Tú y tu pena y tus ideas siempre por delante. Pues espero que las disfrutes ahora que no vas a tener nada. — William se giró, llorando y volvió hacia ella. — Alice, hija, lo siento, tanto, perdóname, por favor, yo… — ¡NO! — Gritó ya desesperada, sin poder controlar el llanto, echándose para atrás para que no la tocara. — ¡NO TE PERDONO! ¡NO TE VOY A PERDONAR! FUERA DE MI VISTA. — Notó cómo unos brazos la sujetaban, rodeándola, claramente con delicadeza, pero lo justo para frenarla. — ¡TE ODIO! — ¡Alice! — Le interpeló Arnold. — Tu padre acaba de ver cómo se llevan a su hijo. — ¡Y A ÉL LE HA DADO IGUAL! ¡ÉL Y SU MALDITO CUADRO! ¡SOLO LE IMPORTA ESO Y SUS RECUERDOS! Se enterró en vida cuando mi madre murió y nosotros le damos igual. — Eso no es cierto. — ¿NO? ¿Y QUÉ ESTÁ PASANDO? ¿DÓNDE ESTAMOS? ¿QUIÉN DEBÍA EVITAR QUE ESTO PASARA? — Se revolvió en los brazos de Marcus. — Yo no he cometido los crímenes que él pretendía cometer. Yo he cuidado de mi hermano y de mí misma todos estos años. Aquí hay solo un culpable y es él. — Y ya se echó a llorar sin poder evitarlo, sin poder pararlo, un llanto compulsivo, que le ahogaba y la hacía hiperventilar. — Suéltame, Marcus. — Balbuceó, ya como una niña desconsolada. — Dejadme irme a por él, dejadme irme con mi hermano… — Le fallaban las piernas y no podía respirar, no controlaba el llanto ni sus reacciones, no controlaba nada y se sentía ridícula porque la estuvieran viendo así e inútil porque no tenía ni idea de cómo continuar.

 

MARCUS

Mientras Dylan se despedía de Alice, volvió a limpiarse las lágrimas, sin poder alzar la cabeza, solo la mirada lo justo para verles. Aquello no podía estar pasando realmente. ¿Qué iban a hacer ahora? Le habían prometido que irían a por él, que no permitiría que se lo llevaran por mucho tiempo, pero... lo cierto era que no tenía ni idea de cómo hacerlo ni de por dónde empezar. Necesitaba preguntarle a su madre de inmediato. Pero... como ella no lo supiera... No, no, Emma tenía que saberlo. Marcus confiaba ciegamente en su madre, seguía siendo en el fondo un niño que pensaba que sus padres eran infalibles y lo sabían todo. Esperaba que así fuera, porque si no... se sentiría absolutamente perdido.

Y entonces, se fue. La bruja que agarró su mano se apareció, llevándoselo, dejando el hueco vacío, un silencio ensordecedor y una presión en el pecho de Marcus que le dificultaba respirar. Lo habían hecho, se habían llevado a Dylan... No era capaz ni de reaccionar, solo sintió otra lágrima caer mientras se sentía el peor referente del mundo. Dylan le había dicho en su cumpleaños que le sentía como a un padre, que era muy importante para él. En su propio cumpleaños, hacía apenas unos días, le había confiado que este fuera perfecto. Dylan le admiraba, le quería, quería seguir sus pasos, por momentos le idolatraba... y él se había quedado allí parado mientras se lo llevaban, sin poder hacer nada. Sentía que se le rompía el corazón y que se odiaba a sí mismo por no haber estado a la altura, por no haber hecho nada, solo de pensar lo defraudado y solo que ese chico se sentiría ahora... Claramente, el único que le echaba ahí la culpa era él mismo. Porque su novia, de repente y sin vérselo él venir, había transformado su tristeza en rabia. Y estaba arremetiendo contra quien consideraba el culpable.

Se quedó mirándola en shock, oyéndola gritar y arremeter contra William, con los ojos llenos de lágrimas y los labios entreabiertos. No podía reaccionar, casi ni estaba escuchando lo que decía, solo oía muchísimas palabras que iban a más velocidad de la que él podía procesar y que le sonaban atronadoras, porque Alice cada vez gritaba más. Estaba parado como un completo idiota, pero fue un movimiento de alguien que no era ni Alice ni William el que le hizo tomar conciencia de la realidad: su padre había tratado de tranquilizar a su novia, pero no consiguió mucho. Fue a partir de ahí cuando empezó a escuchar mejor lo que decía.

Que era su culpa. Que siempre decía lo mismo. Que estaba loco. — Alice... — Intentó decir, pero la voz le salió quebrada, y claramente su novia ni le oyó. Miró a Arnold, desesperado, con la respiración agitada. Su padre estaba frotándose la cara, quería parar a Alice, pero no sabía cómo, al igual que él. Porque claro, ¿qué iban a decirle? ¿Que no tenía motivos para estar así? Claro que los tenía, pero... no podía arremeter contra William de esa manera. No dejes que se enfade con papá. Prométemelo, Marcus. Se llevó las manos a las sienes, cerrando los ojos y perdiendo más lágrimas, frotándose la frente y el pelo. La voz de Dylan se reproducía en su cabeza como si la estuviera oyendo ahora mismo. Ya había permitido que se lo llevasen, no podía traicionar su promesa cuando no hacía ni minutos que se había ido contra su voluntad y sin que Marcus hiciera nada.

Pero Alice estaba ya fuera de sí, y vio cómo le increpaba a su padre de esa forma que no le perdonaba, y cómo se dirigía hacia él como una furia. Automáticamente se dirigió a ella y la abrazó por la espalda, tratando de impedir que hiciera algo de lo que pudiera arrepentirse. — Mi amor, Alice. Alice, por favor, ya está. Ven conmigo. — No sabía qué hacer, qué decirle, y Alice ni le escuchaba, solo se revolvía en sus brazos. Lo último que quería era hacerle daño o que se sintiera amarrada, pero no podía permitir que arremetiera contra su padre de esa forma. Pero cuando la oyó decirle que le odiaba se le escapó un sollozo, y un ruego justo después. — Alice. Basta, ven conmigo. — Tenía que llevársela de allí, pero no le hacía caso. Su padre volvió a ponerse en medio, pero Alice tenía más fuerza que los dos juntos, porque pasó por encima de los argumentos de Arnold y solo se puso peor, y a Marcus le fallaban las fuerzas oyéndola así, por lo que también acabó zafándose de él, mientras lloraba con desconsuelo. Se rompía por dentro solo de verla así. Otra cosa que no había podido remediar que ocurriera.

Pero si a él le fallaban las fuerzas, a ella también. Apenas se zafó vio cómo empezaba a venirse abajo, por lo que la rodeó para ponerse frente a ella y puso sus brazos alrededor de los suyos. — Alice, cariño. Mírame. — Quizás no era buena idea, porque no estaba precisamente sereno. De hecho, Alice apenas podía dejar de llorar. — Vamos dentro. — Determinó, como si supiera lo que hacía. No tenía ni idea, pero necesitaba separar a Alice de William antes de que aquello fuera a peor. La rodeó con sus brazos y la recondujo hacia el interior de la casa, echándole a su padre una última mirada. Que él se quedara con William y Marcus con Alice hasta que ambos se relajaran, y luego... No tenía ni idea de lo que iban a hacer luego.

Entró con ella, sin soltarla, y la condujo hasta el salón. Se sentaron en el sofá y la miró. — Ya está, Alice. Estoy contigo. — Le dijo mientras acariciaba su pelo y la dejaba llorar, porque ¿qué iba a hacer? ¿Decirle que no llorara? No era el más indicado. Él mismo estaba deshecho, con la cara llena de lágrimas, y si ese no era un motivo para llorar no sabía cuál podía ser. No podía pedir imposibles. Sollozó levemente, sin dejar de acariciarla. No se le ocurría nada útil que hacer, pero lo intentó al menos. — Vamos... voy a... Te voy a preparar una poción relajante. Eh, mi amor... Alice... — Tragó saliva. No dejaba de llorar desconsolada. — Voy a preparártela... y ahora vengo... ¿Vale? — Pero no llegó a levantarse. Solo se quedó mirándola... y se abrazó con fuerza a ella, rompiendo él también a llorar. — Lo siento... Lo siento, Alice. — Por no haber hecho nada, por no haber podido evitarlo. Porque se les hubiera roto la felicidad tan pronto.

 

ALICE

Casi no podía ni escuchar a Marcus. Se estaba dirigiendo a ella, pero Alice solo podía repetir en su cabeza una y otra vez los últimos momentos con su hermano, que no sabía cuánto tardarían en repetirse. Pero Marcus la estaba conduciendo hacia dentro, y dentro de la poca racionalidad que le quedaba, ella nunca se resistiría a Marcus. Se dejó llevar a dentro y se dejó sentar en el sofá. Aquella mañana, sin ir más lejos, habían desayunado allí, los tres, y ella se había reído de las ideas de su padre para el riego, y cómo había intentado gastarle una broma a Arnold con la complicidad de Dylan, y su niño, tan bueno, no había querido hacerla. Ella solo estaba preocupada por la habitación, por conseguir cinco minutos a solas con Marcus… ¿Qué había pasado? ¿Podía realmente deshacerse todo con esa facilidad?

Dejó que su novio la abrazara y la acariciara, mientras sentía que también estaba llorando, y le estaba diciendo algo, pero solo le llegó la información de que se iba a hacer algo. Y sin darse cuenta, se agarró con desesperación a sus brazos y la camiseta. — ¡NO! No, no, no, no, por favor, quédate conmigo, Marcus, quédate conmigo, no me dejes aquí, Marcus, no puedo… — Y el llanto le cortó las palabras. Un llanto con el que acabó hiperventilando, sintiendo que se ahogaba, haciéndola toser, con la sensación misma de que tenía una bola en la garganta que le obstruía. — No puedo… No puedo… — Trató de tomar aire más fuerte y al final algo sintió pasar, pero le palpitaba la cabeza y sentía agujas en el pecho. — Marcus, no puedo respirar. — Y en el peor momento, se acordó de los últimos días de su madre, sintiendo que se ahogaba, como en sus pesadillas.

Al final, sintió que Marcus seguía allí a su lado, y ella podía respirar un poco mejor y tomó tierra. — ¿Cómo ha podido pasarnos esto? — Se llevó una mano a la cara, pero con la otra siguió apretando a Marcus. — Por favor no te separes de mí, no podría soportarlo, eres lo único que me queda, Marcus… — Dijo entre lágrimas, hipando, casi sin poder hablar. Y entonces cayó en la cuenta. — ¿Cómo voy a decírselo a mi abuelo? El abuelo Robert… No lo va a soportar. Y… ¿dónde está mi tata? Alguien tiene que decírselo a mi tata… — Volvió a sollozar desconsolada. — Todos van a pensar que lo he perdido, que no he hecho nada por mi niño, por mi pobre patito. — Ya sí se tapó la cara con las manos y se dejó caer en el respaldo del sofá. — ¿Pero qué va a hacer mi niño en América con esa gente? No le van a tratar bien, va a sufrir, como sufrió mi pobre madre… ¿Qué vamos a hacer? — Estaba en un bucle del que no podía salir, era como estar en un cuarto oscuro, sin luz ni puerta, que cada vez se hacía más pequeño.

 

MARCUS

Esa manera en la que Alice se agarró desesperadamente a él le partió el corazón. — No, no, mi amor, claro que no me voy. — Trató de calmarla. Él tampoco estaba especialmente lúcido a la hora de responder. — Es solo... Necesitas calmarte, te hago la poción, tardo un segundo. — Pero no, Alice estaba poniéndose aún peor solo ante la perspectiva de que se alejara, por lo que la abrazó con aún más fuerza, acercándose a ella en el sofá y dejando un beso en su pelo, entre lágrimas. — No me voy. No me voy, Alice, te lo prometo. — Ahí se pensaba quedar hasta que vieran a Dylan entrar por la puerta si Alice así se lo pedía.

Pero en lo que la abrazaba, Alice dijo que no podía respirar, así que la soltó y la condujo a apoyarse en el respaldo, para darle más espacio. — Alice, tranquila. Estoy contigo, mi amor. Intenta calmarte. — No estaba diciendo absolutamente nada útil, de hecho, él mismo no paraba de llorar, y se estaba agobiando. Dios, cómo podía estar siendo TAN inútil esa mañana. Alice no dejaba de aferrarse a él y Marcus no tenía ni idea de qué decir ni hacer para que se relajara. Sabía lo que Alice necesitaba para relajarse: tener a Dylan allí. Eso no se lo podía dar, y había entrado en bloqueo. Si no podía darle eso, era absurdo darle nada. Nada iba a tener efecto.

Sus palabras hicieron que se le derramaran más lágrimas, las cuales se limpió con la manga mientras simplemente escuchaba y le acariciaba el pelo. Negó con la cabeza a lo que con más seguridad podía rebatir. — Tú no lo has perdido, Alice. Tú has hecho todo lo que podías y has sido la mejor hermana del mundo. Esto ha sido un error y lo vamos a reparar, te lo aseguro. — Y esa pregunta: ¿qué va a hacer Dylan en América? ¿Qué iban a hacer ellos? Marcus odiaba no tener respuesta para las preguntas. Y para esas estaba absolutamente en blanco.

Su padre se asomó al salón, con la expresión consternada, y Marcus, sin dejar de estar pegado a Alice y rodeándola con sus brazos, sin apretarla para no agobiarla, le miró. El hombre dijo con voz tenue. — Marcus, ven un momento. — Claramente en un tono que no quería alterar a la chica pero que mostraba la importancia. Pero Marcus abrió los ojos casi asustado y negó levemente con la cabeza, como si fuera un animal acorralado. Al menos su padre captó la señal: no quería soltar a Alice, no podía dejarla sola, estaba destrozada. El hombre soltó aire por la boca y entró, arrodillándose junto a ella. — Alice. Mi niña, escúchame. Entiendo cómo te sientes, pero necesito que me escuches, vale. — Le dijo, agarrando una de las manos de ella y alzándole la barbilla con suavidad, limpiándole algunas lágrimas. — Este momento es muy duro, pero tenemos que hacer un pequeño esfuerzo más. Tú eres una de las mujeres más inteligentes que conozco, sé que sabes que tienes que hacerme caso. Te prometo que no te voy a pedir demasiado, pero necesito que hagas lo que te pido. Todos queremos recuperar a Dylan, pero tenemos que hacer las cosas bien, sin entrar en desesperación, ¿de acuerdo? — Marcus estaba temblando, y de nuevo allí parado como un pasmarote, con los labios entreabiertos, la respiración agitada y las lágrimas cayéndose solas. Pero más le valía al menos escuchar las instrucciones de su padre, ya que no se le ocurría algo a él espontáneamente.

— Ahora mismo es con Marcus con quien mejor puedes estar, así que os vais a ir los dos para nuestra casa, ¿de acuerdo? Pero primero, tienes que subir a tu cuarto a recoger algunas cosas, por si tienes que pasar un par de días. No te preocupes, no vas a estar al margen en ningún momento, pero allí vas a estar más tranquila. Yo me ocupo de avisar a tus abuelos, tu padre no estará solo. — Volvió a acariciar su pelo con cariño y le dijo. — Sube a tu cuarto y coge lo que necesites. No estás sola, Alice, Marcus te espera aquí abajo. — En otras palabras: quería hablar a solas con él, de lo contrario la habría dejado subir con ella. Se separaron con reticencias, pero le devolvió a su novia una mirada de complicidad, de tranquilidad dentro de su propia agitación. No me voy a ninguna parte sin ti, quería decirle. Finalmente, Alice accedió y subió a su cuarto.

Arnold esperó a que desapareciera para darle a Marcus unas directrices muy claras y en un tono que, si bien trataba de sonar tranquilo, era indudablemente firme. — Me voy con William a casa de Helena y Robert para que él no se quede aquí solo, y así les aviso personalmente. De allí me iré a buscar a tu madre para ponerla al día. Lex está en casa, quedaros allí con él hasta que nosotros lleguemos. Si necesitamos algo, os avisaremos. Si no os decimos nada, es porque no hay novedades. Intentad quedaros en casa y tranquilos, no hagáis nada sin contárnoslo primero a nosotros. ¿De acuerdo? — Marcus asintió. Aquello sonaba como si sus padres contaran con la posibilidad de estar tan ocupados que podrían pasarse días sin pisar la casa. Dudaba que fuera así, pero sintió un vacío en el estómago ante la magnitud de la situación en la que estaban. — Hay dos cosas que sí quiero que hagas. Es muy importante que hagas las dos, sí o sí. Esas dos y ninguna otra más. — Marcus asintió, asustado. — Envía tu patronus a tu tía Erin, probablemente esté con Violet o sepa dónde localizarla. Ya sabes que los patronus de emergencia deben contener mensajes muy concisos, elige bien tus palabras. Hazlo nada más llegar a casa, en un entorno tranquilo, sin Alice delante para no alterarla más o que el mensaje sea confuso. Dile que tiene que venir inmediatamente a casa de sus padres. — Marcus volvió a asentir. Nunca había enviado un patronus de emergencia, pero confiaba en hacerlo bien. Ahora solo le faltaba la segunda petición.

Su padre miró a la puerta y, comprobando que Alice aún no bajaba, se acercó a él. — Tienes localizado en casa el armario de las pócimas curativas y los medicamentos ¿verdad? — Marcus asintió, extrañado. — Tiene un doble fondo. Detrás, hay algunos tarros de pociones más delicadas. — Parpadeó. Se acababa de enterar de que eso existía en su casa. — Coge un tarro de "poción sedante", es un vial pequeño. Vuélcalo en un vaso de agua y dile que es una poción para que se tranquilice. — ¿¿Quieres que mienta a Alice?? — Quiero que se calme, Marcus. Le va a dar algo y está sufriendo muchísimo. — ¿Qué hace esa poción? — Preguntó, como si temiera que tuviera algún efecto extraño. Arnold contestó, sin embargo, con toda la tranquilidad del mundo. — La mantendrá dormida durante al menos cinco horas. Lo va a agradecer, todos lo vamos a agradecer, necesitamos serenarnos para afrontar esto. — El hombre echó aire por la boca. — Con dos niños en casa, como tú comprenderás, no podemos tener ciertas pociones a la vista. Pero bueno, ya sabes dónde están en caso de emergencia. — Pues sí que había tardado en decírselo.

— ¿Dónde está William ahora? — Preguntó, porque mucho tiempo llevaba solo, de hecho se tensó y miró hacia la puerta. — Se está tomando una poción tranquilizante en la cocina. A él no lo puedo dormir, no por ahora, pero al menos lo puedo intentar calmar. — Marcus más que nervioso le veía en shock, pero bueno. Su padre le puso una mano en el hombro. — Marcus, esto nos va a costar a todos, créeme que también me estoy diciendo esto a mí mismo, pero tenemos que intentar mantener la calma ¿de acuerdo? — Marcus asintió, pero tuvo que limpiarse más lágrimas con la manga. — Estoy aterrado. — Lo sé. — Su padre le atrajo hacia sí, le dio un beso en la frente y le dijo. — Ve a por Alice, haz lo que te he dicho y... explícaselo bien a tu hermano. Os va a detectar nada más llegar. — Sí, sí, tranquilo. — Uf, Lex. Tal y como estaban de alterados, efectivamente, le iban a llegar sus pensamientos como flechas de fuego a la cabeza tan pronto se aparecieran por el jardín. Y Lex apreciaba mucho a Dylan. No estaba seguro de poder gestionar otro drama.

Fue a buscar a Alice, pero ella ya estaba bajando las escaleras cuando Marcus y Arnold salían del salón. — Idos a casa. Allí estaréis bien. — Dijo su padre, y el mensaje no dejaba lugar a dudas: idos ya. Marcus le miró. ¿Se iban... sin despedirse de William? ¿Tal y como estaban las cosas? Pero Arnold debió considerar que no era buena idea, y Alice seguía muy alterada, así que... Sí, mejor se iban ya. Salieron al jardín y Marcus la abrazó con fuerza. — No te sueltes ¿vale? — Le dio un beso en la frente y, en un pestañeo, desaparecieron de allí.

Aparecieron en la verja de su casa y, tal y como imaginaba, llamaron la atención de Lex en el acto. Todavía no estaban abriendo la valla de la entrada cuando el chico apareció por un lateral a grandes zancadas y con cara de preocupación. Su hermano había aprovechado que estaba solo en casa para entrenar en el jardín, y ahora se acercaba a ellos aún con la quaffle en la mano y una expresión de preocupación alarmante, y había dejado la escoba por ahí tirada. Marcus le miró, con los ojos llenos de lágrimas y derrota. Los Van Der Luyden se han llevado a Dylan, pensó, aprovechando que para darle a Lex la información no hacía falta hablar. El rostro de Lex se demudó por completo, abriendo mucho los ojos, dejando caer la quaffle y mirando a Alice. — Vamos al salón. — Dijo Marcus intentando sonar lo más tranquilo posible. Lex se adelantó rápidamente para abrir la puerta y dejarles paso, y los dos entraron.

Sentó a Alice en el sofá y Lex se sentó a su lado, mirando a ambos de hito en hito, sin decir nada y claramente preocupado. Parpadeaba mucho y fruncía el ceño: hacía eso cuando le dolía la cabeza o no podía controlar los pensamientos que se le colaban. La cabeza de Marcus y la de Alice ahora mismo tenía que ser un campo de guerra para él. — Mi amor. — Le susurró, arrodillándose frente a ella y tomando sus manos, dejando en estas un beso. — Mi amor, ya estás aquí, ya has oído a mi padre ¿vale? No voy a separarme de ti ni un instante, te lo juro. — Volvió a besar sus manos, sin dejar de mirarla. — Pero estás muy nerviosa. Deja que te traiga una poción, no solucionamos nada así. Te vas a encontrar un poco más tranquila, y con tranquilidad podremos pensar mejor. — Estoy siguiendo instrucciones de papá, le lanzó a Lex, y este le miró, casi asustado. Marcus, en cambio, no dejaba de mirar a Alice. — Voy un segundo a preparártela, Lex se queda contigo. Estás bien, estás a salvo, estás con nosotros. Vuelvo en un minuto. — Dejó otro beso en sus manos y, con todo el dolor de su corazón, se levantó, dirigiéndole una última mirada a su hermano que quería implorarle que cuidara de ella en su breve ausencia, y se fue.

Entró en la cocina y se apoyó en la encimera, donde respiró profundamente y trató de controlar su respiración, aunque le atacó un sollozo. Lo controló como pudo y se limpió las lágrimas, dando varias respiraciones. Tenía dos misiones y, cuanto antes las cumpliera, mejor. Sacó la varita y, sorbiendo y limpiándose las lágrimas una última vez, apuntó a un lugar indeterminado y comenzó a moverla en movimientos circulares mientras pensaba. La Provenza. Las perseidas. La Sala de los Menesteres. El dieciséis de enero. Nuestra graduación... El cumpleaños de Dylan. Se le cayó otra lágrima, pero aquellos eran los recuerdos más felices que venían en esos momentos a su mente. Cuando el humo plateado comenzó a formarse, narró su mensaje en voz alta. — Necesitamos a Violet en casa de sus padres. Los Van Der Luyden se han llevado a Dylan. Alice está conmigo. Id cuanto antes. — Los círculos plateados eran cada vez más densos. El mensaje estaba redactado, ya solo faltaba enviarlo. La Provenza. Las perseidas. La Sala de los Menesteres. El dieciséis de enero. Nuestra graduación. El cumpleaños de Dylan. — ¡Expecto Patronum! — El occamy salió de la varita, haciéndose más y más grande a medida que describía los círculos que Marcus había trazado repetidamente con su varita en el aire, y tras emitir un tenue chillido se llevó su mensaje, saliendo por la ventana y alejándose en el horizonte.

Soltó aire por la boca, viendo cómo se marchaba. Primer cometido realizado. Se guardó la varita en el bolsillo y se dirigió al pequeño armario de las pócimas que había en la cocina. Lo despejó y, efectivamente, comprobó que detrás había un doble fondo. Sacó la tabla que lo tapaba y parpadeó: antídoto para fuertes venenos, pociones purgativas para atragantamientos, ¿¿veritaserum?? ¿¿Tenían veritaserum en casa?? Le recorrió un escalofrío, eso seguro que era cosa de Emma. Calmante mental... recordaba ese tarro color purpúreo... Eso se lo daban a Lex de pequeño. Oh, Dios, se estaba dando cuenta de que era un ignorante en su propia casa. Antídoto para quemaduras graves, crecehuesos... y, por supuesto, varias contraceptivas. Pero Marcus iba a por una en concreto: la poción sedante. Tenían tres tarros y era la primera vez que los veía, lo tendrían para casos de emergencia aunque, por fortuna, no parecía que lo usaran a menudo. Volvió a cerrar el armario y vertió el contenido del vial en un vaso, mezclándolo con un poco de agua. Tomó aire. Lo que le faltaba a Alice era sentirse traicionada por él, cuando se despertara le iba a matar... Pero necesitaba relajarse, ahí estaba con su padre.

Volvió al salón y se colocó al otro lado de ella, sentado en el sofá. — Toma. — Agarró una de sus manos y la apretó con fuerza, mirándola con un velo de pena. No me lo tengas en cuenta, mi amor, por favor. Te quiero con mi vida, solo intento ayudarte. Se excusó mentalmente. Por fuera, trató de esbozar una sonrisa tranquilizadora y le dijo. — Necesitas relajarte un poco. Te va a sentar bien... Yo no voy a moverme de tu lado. Te lo prometo. —

 

ALICE

Al menos Marcus iba a quedarse a su lado, Marcus estaba con ella, le abrazaba, le hablaba con ese tono tan dulce y cálido. Era como una llamita tenue pero presente en su habitación oscura. La mejor hermana del mundo… Eso le hacía pensar en el momento en el que Dylan había intentado defender que ella sabía cuidarle… Y le hizo desarmarse de nuevo. — No sé cómo lo vamos a hacer, Marcus… — Dijo desesperada, mirando al techo, y ya hasta mareada de tanto llorar.

Y entonces, notó cómo Arnold se dirigía a ella, e hizo lo posible por reconectar con el mundo. Le hablaba con esa ternura firme propia de su suegro, y eso le hizo respirar mejor inmediatamente. Asintió cuando le dijo lo del esfuerzo. Si Arnold lo decía, ella haría literalmente lo que le mandara, solo le quedaba confiar en los O’Donnell. Le mandó a coger cosas a su cuarto y ella obedeció mecánicamente, sin dejar de llorar.

Subir las escaleras le parecía un esfuerzo sobrehumano, pero acabó en su cuarto, cogiendo ropa sin ton ni son. Cogió ropa interior y el neceser, porque parecía que había algunas funciones básicas para las que su cerebro no necesitaba que estuviera centrada, simplemente las hacía por costumbre. Porque, desde luego, la otra parte de su cerebro ahora mismo estaba pensando ¿cuánto me voy? ¿Por qué me llevan a casa de los O’Donnell? ¿Volveré? ¿Volverá Dylan? ¿Y ahora que voy a hacer si tengo que volver? No quiero estar en esta casa maldita. Pero todo eso no importaba. Cerró el baúl que usaba para Hogwarts y bajó las escaleras como un zombie. Asintió a lo de irse a casa, y simplemente se aferró a Marcus. No quería ni mirar a su padre, no quería pensar en él, lo quería lejos o se alteraría otra vez. Se agarró a Marcus en el jardín, y se concentró en aquel beso en su frente, era lo único que le daba un poco de paz.

Al llegar, Lex se acercó corriendo, pero debía tener más o menos una idea del desastre por sus pensamientos, porque no dijo ni una palabra mientras seguían hacia dentro. Pero, una vez en el salón, Alice se vino abajo de nuevo. Aquel salón siempre le traía buenos recuerdos: Navidad, el cumple de Marcus… Ahora todo parecía el sueño de otra persona, en el que ella era una impostora y había vivido una vida caduca. — Marcus, no, no, no, no… Por favor… Por favor… — Alice, Alice… — Dijo Lex, arrodillándose frente a ella y retirándola con suavidad de Marcus. Vale, la poción relajante… Necesitaba el cerebro activo ahora, pero muy activo no lo tenía con los nervios que traía, así que… Sí, primero la poción, y ya cuando se tranquilizara, pensar. Miró a su novio y asintió, dejándole irse, aunque, en el momento en el que se sintió sola, se derrumbó de nuevo.

Otra vez había perdido el control de lo que veía y escuchaba. Tenía el labio temblando y las manos también, y solo podía mirar al frente, sentada en el sofá de los O’Donnell, sintiéndose de nuevo ridícula por no ser capaz de controlar nada, ni siquiera era capaz de respirar. Se dio cuenta de que Lex estaba frente a ella, de rodillas en el suelo. Se le veía muy tenso, y tenía un tic en el ojo. — Alice… Alice, escúchame un momento, por favor. — Tomó sus manos de manera muy rígida y tosca, se notaba que no lo hacía mucho. — Tienes muchísimo ruido en la cabeza, tienes que calmarte, equilibrarte. — ¿Ruido? No sabía. Lo que tenía era posibilidades, reproches, planes que morían rápidamente por imposibles. — Cierra los ojos. — No entendía por qué, pero tampoco tenía una opción mucho mejor, así que obedeció. Aún podía darle a su cuerpo la orden de cerrar los ojos, parecía más sencillo que dejar de temblar. — ¿Cuál era tu escondite en Hogwarts? El invernadero ¿no? — Sin poder evitarlo, le salió un puchero y se sacudió por el llanto, pero asintió con la cabeza. — Quiero que te concentres en cómo era el rincón ese donde tenías las plantas y pienses cuáles eran los sonidos que escuchabas allí. — Negó con la cabeza y sollozó. El aire seguía sin entrarle. — No puedo, no me acuerdo… — Lex chistó. — Venga ya, claro que te acuerdas, eres una de las personas con más memoria que conozco… Vamos, era uno de tus sitios favoritos, seguro que puedes invocarlo. —

En un principio, no le salía, pero solo el recordar la imagen de su amado invernadero y sus plantitas, la trasladó allí y, sin dejar de temblar, dijo, con voz quebrada. — Las gotas… Las gotas de condensación cayendo por la humedad. — Lex acarició sus manos, y ella permanecía con los ojos cerrados. — Me encantan los sonidos que hace el agua. Como cuando llueve. — Ella asintió, aunque lloró un poco más. — En el invernadero sonaba más cuando llovía, porque caía en el techo de cristal… — Eso es. — Animó Lex. — ¿Qué más ruidos había? — Ella negó con la cabeza, amenazando con echarse a llorar de nuevo, pero era como si el invernadero viviera con voluntad propia en su cabeza. — Las tijeras… cortando ramas gruesas o cuerdas… Las palas cuando tocaban el fondo o el filo de la maceta… — Tragó saliva y notó como si la respiración entrar un poco mejor en ella. — Los pies de Ruth… siempre de un lado para otro… — Lex apretó sus manos. — Eres como mi hermano, tienes las imágenes como si fueran fotos en tu cabeza, las invocas perfectamente, no la pierdas, que quiero mirar. — Eso la hizo sonreír un poco entre las lágrimas. — Nunca te vi en el invernadero. — Iba poco, pero tendría que haber ido más, parece muy pacífico y bonito, con tanto verde. ¿Qué es eso de ahí? ¿Una menta? — Ella rio un poco entre las lágrimas y negó con la cabeza, sin abrir los ojos. — Es una albahaca. — Mierda, por algo dejé Herbología, desde luego. — Y se rio otro poco, y se dio cuenta de que aquello ayudaba también a su respiración. — A tu hermano… le gustaba mucho mi albahaca, incluso con las hojitas secas. — Eso hizo reír a Lex. — Por supuesto, seguro que si eran las hojitas secas de Alice Gallia, para él eran ideales. Venga, que estoy viendo muchas plantitas, explícame cuáles son. — Y, de forma inconsciente, clarificó un poco más la imagen en su cabeza, para que Lex pudiera verla mejor, y fue nombrando, una a una, todas las plantitas de aquel rincón que la había hecho tan feliz durante siete años.

Sintió a Marcus volver, y el alivio fue tan grande que casi sonríe, de entrada empezó a respirar con normalidad y abrió los ojos de nuevo, mirándole. — Vaya, no todos los O’Donnell tienen el mismo poder claramente. — Dijo Lex con una leve risa. Ella tomó la poción y la bebió de un trago, tranquila por tener a su novio a su lado. Pero en cuanto la tragó, frunció el ceño. — Esto no sabe a poción relajante, Marcus, ¿le has echado…? — Y entonces empezó a sentir un hormigueo en las manos, como si las sintiera más pesadas. — Marcus… ¿Qué poción…? — Pero notaba la lengua pastosa. — No puedo… No… ¿Es una poción…? — Pero estaba, literalmente, muerta de sueño, y no pudo seguir hablando.

 

MARCUS

Alice se la bebió sin planteárselo, en ningún momento dudó de que Marcus le estaba dando lo que decía. Pero su novia era inteligente, y muy buena en pociones, y antes de que esta le hiciera el casi instantáneo efecto que hacía, lo notó. Notó que no le estaba dando lo que le decía. Y Marcus se quería morir allí mismo. Tragó saliva y agarró sus dos manos, acercándose a ella. — Lo siento, mi amor. — Fue lo único que pudo decirle antes de ver cómo Alice cerraba los ojos y se caía en sus brazos.

Reaccionó rápido para agarrarla, porque se había quedado dormida en el acto y perdido las fuerzas. Lex se levantó. — ¿La llev...? — No. — Cortó. La llevaba él. Sí, a Lex le costaría menos trabajo, pero lo mínimo que podía hacer después de haberla sedado sin su permiso era llevarla él. Mientras la cogía en brazos, le pidió a Lex. — Destapa mi cama. — Porque allí iba a estar mucho más cómoda. Y él no pensaba separarse de su lado. En silencio, Lex se adelantó y subió a su dormitorio, y Marcus subió tras él, con Alice en sus brazos, contra su pecho, mirándola con culpabilidad y los ojos llenos de lágrimas, tratando de contenerse de llorar. Lex le esperó en su dormitorio, y Marcus puso a Alice en su cama con cuidado, tapándola con sus sábanas. Oscureció la habitación y, al hacerlo, el cielo que ella había creado para él se hizo más visible. Y hasta ahí llegó su ya de por sí escaso aguante.

Se sentó a su lado y le acarició el pelo, mirándola con culpabilidad... y rompió a llorar. Lex se sentó a su lado y le puso una mano en el hombro, pero Marcus estaba demasiado ocupado en martirizarse mentalmente y culparse por haberla mentido. Cuando se despertara se iba a sentir traicionada y con razón, pero... había hecho lo que su padre le había pedido y... odiaba verla sufrir de esa forma, prefería verla dormida. El llanto iba cada vez a más, no solo no se calmaba sino que este era cada vez más violento. Su hermano se le acercó y, al sentirle más cerca, se dejó caer hacia su lado, abrazándole. Lex le recogió en sus brazos y se permitió llorar durante varios minutos.

— No he hecho nada... No he podido hacer nada... Se lo han llevado, Lex. Delante de mis narices. Y no he hecho nada. — Dijo entre lágrimas, aún abrazado a su hermano, cuando por fin pudo hablar. Lex soltó aire lentamente por la nariz. Su hermano no era nada fan del contacto y llevaban abrazados al menos cinco minutos, muy mal debía estar viéndole. — ¿Y qué ibas a hacer? Joder... si ni su familia ha podido... — Eso no era consuelo para él, de hecho, sollozó aún más. Lex le retiró para mirarle. — ¿Eran... ellos? ¿Han ido los Van Der Luyden a la casa? — Marcus negó, sorbiendo un poco para intentar calmar el llanto y limpiándose las lágrimas. — No. Eran del Ministerio. Y... Había alguien más que no ha hablado. No sé... Quizás sería algún representante de ellos. O bien podía ser de la familia, no lo sabemos porque no conocemos a ninguno. — Negó, mientras volvía a limpiarse las lágrimas. — No nos han dado ni una oportunidad, Lex. Han entrado de repente y han dicho que debían llevárselo. No les han dado a los Gallia la oportunidad de defenderse. — ¿Pero se lo llevan así, sin más? Él vive aquí, tiene a su padre y a su hermana. Y a sus abuelos. Y a su tía. — Pues no ha servido de nada. Al parecer les están investigando a todos por encubrimiento de conducta criminal. — Lex abrió los ojos como platos. — ¿¿¿Pero qué cojones??? — Lex. — Detuvo Marcus, mirándole con resignación pero con firmeza. Iba a ser lapidario por primera vez desde que todo aquel asunto ocurriera, porque, como bien dirían los Gallia, negarlo siempre es peor. A la vista estaba, les había explotado en la cara. — William pretendía hacer una transmutación humana. — Lex tragó saliva. Marcus no dejó de mirarle. — Y todos lo sabemos. Si esto ha trascendido... es motivo más que de sobra para una retirada de la custodia. Tenemos suerte de que no vaya camino de Azkaban ahora mismo. — Lex perdió la mirada en ninguna parte, y Marcus le imitó. — Pensábamos que no iba a ocurrir... pero ha ocurrido. — Frunció los labios. — Hay que solucionar esto de alguna forma. —

Terminó de poner a Lex al día: la organización que su padre había propuesto y por qué habían negado la posibilidad de quedarse ellos cautelarmente con la custodia. Lo probable que era que Dylan estuviera en esos momentos camino de América, si es que no estaba ya allí. — Esto, por ahora, no puede salir de aquí. Ni siquiera nosotros podemos salir de aquí. — Lex echó aire lentamente por la boca. — Joder... Los mataría si pudiera. — Tras una pausa, Marcus dijo. — Y yo. — Lex le miró. — Cállate. Cuando lo dices tú da mucho más miedo. — Marcus soltó aire por la nariz. Mejor cambiaban de tema. — Intenta... estar pendiente de la casa, y eso. Come algo, y vigila si alguien viene, o si llega alguna lechuza o patronus. — Lex le miró extrañado, pero desfrunció el ceño enseguida. — Iba a preguntarte qué pensabas hacer tú, pero ya lo veo. — Marcus ni siquiera contesto. — Tío... — No te molestes, Lex. — Le faltan más de cuatro horas para despertarse. — Me da igual. — Se levantó, rodeó la cama y se tumbó, abrazándose a su espalda. — No pienso moverme de aquí. —

***

La puerta se abrió lentamente. Marcus seguía prácticamente en la misma posición en la que llevaba casi cinco horas. Lex entró poco a poco. — Marcus... — Susurró, como si temiera despertar a alguien. Se adentró un poco más y, viendo que su hermano estaba con los ojos abiertos, dejó caer los hombros con resignación. — Tío, come algo. A ver si te vas a morir y ya lo que nos faltaba, que tú nunca pasas tanto tiempo sin comer. — ¿Tú has comido? — Fue su única respuesta. Ni siquiera le miraba, seguía con la mirada puesta en un punto indefinido, donde la tenía. Lex bufó. — Hace dos horas. Tío, son casi las seis de la tarde. Come. — Marcus no hizo caso. Ante la ausencia de respuesta, Lex bajó la cabeza, resignado, y echando aire por la boca se acercó a la cama y se sentó en el suelo, con la espalda apoyada en los pies del mueble. — Me quedo aquí con vosotros. No... no estoy cómodo ahí fuera sabiendo que estáis así. — Marcus siguió sin moverse, pero tras una pausa, dijo. — Gracias. — Con la voz quebrada. Se quedaron en silencio.

***

En algún momento Lex se había quedado dormido en el suelo, estaba hecho un ovillo allí. De haber sabido que se estaba durmiendo le hubiera ofrecido subirse a la cama, pero como estaba con la mirada perdida y sumido en sus pensamientos se dio cuenta tarde, y despertarle le parecía peor idea. Por no hablar de que solo de imaginarse moviendo algún músculo le daba una pereza tremenda. Reinaba un espeso silencio en la habitación y lo que antes era ausencia de luz provocada por la magia de Marcus, empezaba a ser ausencia de luz natural. No tenía ni idea de qué hora era, pero debía ser bien entrada la tarde. Él seguía con los ojos abiertos y la mirada en ninguna parte.

Y entonces, la respiración de Alice empezó a cambiar, y él mismo pareció despertar de un letargo. Se asomó por encima de su hombro y vio que parecía moverse un poco, por lo que saltó de la cama y volvió a bordearla. Al hacerlo despertó a su hermano, que dio un respingo en el suelo y miró aturdido a todas partes, como si no fuera consciente de haberse quedado dormido. Marcus se puso de rodillas en el suelo para mirar a Alice de frente, agarrando sus manos. Cuando vio que empezaba a despertarse poco a poco, a abrir los ojos, se le aceleró el corazón. — ¿Mi amor? — Tanteó, para ver si estaba despierta, si se encontraba bien. — Alice... Hola... — Susurró. Volvió a dejar un beso en sus manos. — No me he ido. En ningún momento. Estoy contigo. –

 

ALICE

No podía moverse, no podía abrir los ojos. No sabía dónde estaba, pero estaba cómoda… Aunque un poco agobiada por no poder moverse, a decir verdad. Recordó un truco que le habían dado para esos momentos, que era empezar por mover el dedo gordo del pie. Está bien, lo movió. Ahora había que mover el pie… Bueno, iba moviéndose poco a poco, ya era algo. ¿Dónde estaba? Notó alguien removiéndose al lado. Ah, claro, Marcus… Estaba en casa de los O’Donnell. Seguía sin ser capaz de abrir los ojos, pero notaba cómo Marcus le cogía las manos. Poco a poco todo fue volviendo a ella, mientras trataba de parpadear. — Marcus… — Dijo, con la boca muy pastosa. — Dame agua, por favor. — Y notó que se le acercaba un vaso, acercándoselo poco a poco a los labios y bebiendo a sorbitos.

¿Cómo había llegado allí? No se acordaba. Obviamente se acordaba de Dylan, de todo lo que le había dicho a su padre… Su padre… ¿Dónde estaría ahora? Y ella había llegado a casa de los O’Donnell, pero… — Alice, ¿estás bien? — Lex. Estaba con Lex, imaginando el invernadero, hace un rato, y entonces lo recordó. — ¿Me has dormido? — Preguntó, incorporándose con cautela en la cama y frotándose los ojos. — Probablemente era lo más prudente… — Suspiró y se restregó los ojos. — Las pociones siempre han sido más lo mío. Te has pasado con la dosis, estoy abotargadísima. — Se quejó, tratando soltar la lengua, pero imposible. Bebió hasta acabarse el vaso y carraspeó. Era como si todo su cuerpo fuera una escoba estropeada que intentaba levantarse pero no llegaba a hacerlo. — Dame… Lex… — ¿Qué? — Preguntó, acercándose apremiantemente, como si tuviera una urgencia tremenda. — Hazme una infusión de menta por favor, seis hojas, veinticinco mililitros de agua, sesenta y cinco grados, cuatro minutos de reposo. — Dio las proporciones de memoria y precisas, para que su cuñado no entrara en pánico y se lo hiciera cuanto antes. — Es para contrarrestar los efectos de la poción… — Y Lex no necesitó más pistas, así que salió corriendo a la cocina.

Alice recogió las piernas y se las abrazó, aunque dejó una mano en las de Marcus. — Cuando Florence te hizo esto mismo, te enfadaste con ella de por vida. — Sonrió y suspiró, acariciando con el pulgar la mano que seguía agarrando. — No te culpo, no podía ni pensar. Ahora tampoco, pero por lo menos no por la ira sino por… — Hizo un gesto con la mano. — Esa cosa que me has dado. — Suspiró y se atusó el pelo. — Debo estar horrible. — Se acercó por la cama hasta su novio y se apoyó en el hombro. — Esto es como una pesadilla, pero no se acaba… — Las lágrimas acudieron de nuevo a sus ojos y parpadeó para alejarlas, abrazándose. — Gracias por no haberte separado de mí, mi amor. — No podría culparte si lo hicieras, pensó, pero no le apetecía cabrear a Marcus con esas afirmaciones, le conocía demasiado bien.

Lex entró con la infusión y ella la tomó inmediatamente entre sus manos. — Gracias. — Dijo con voz ronca. Había llorado y gritado bastante. Bebió un poco y preguntó. — ¿Qué hora es? ¿Habéis cenado todos ya? — Y Lex y Marcus se miraron un segundo. — ¿Qué pasa? — Preguntó mientras bebía de nuevo y notaba cómo la infusión la iba despertando. Y entonces oyó el timbre, y los chicos dieron un respingo. Ella frunció el ceño. Había asumido que era tarde porque parecía oscuro fuera, pero si alguien estaba llamando… Lo más curioso era que no oía pasos hacia la puerta, que, de hecho, sonó otra vez. — Yo me quedo aquí. — Dijo Lex poniéndose a su lado en la cama, mientras Marcus se levantaba. Alice miró a su cuñado y preguntó. — ¿No están tus padres? — Lex negó con la cabeza. No era bueno. — ¿Dónde están? — No lo sé, Alice. — Contestó él, sacando la varita del pantalón y agarrándola con fuerza. — ¿Qué haces, Lex? No puedes hacer magia. — El chico la miró, como pensándose mucho lo que iba a decir, hasta que oyeron una voz inconfundible en el piso de abajo.

— ¡HE VENIDO A DORMIR CON MIS NIÑOS! — Molly. No sonaba tan alegre como siempre, pero no había duda. Lex y ella se levantaron y bajaron las escaleras. En cuanto Molly la vio, se acercó y la achuchó. — Mi niña. Estamos todos con vosotros. Tú no te preocupes por nada. Los O’Donnell te cuidan y te protegen, y vamos a recuperar a mi patito precioso antes de que nos demos cuenta. Nadie puede separaros. — Ya le volvieron las lágrimas otra vez, pero asintió entre los brazos de Molly. Ella la separó. — Mira, ¿sabes qué vamos a hacer? Vamos a poner una mesa bonita y llena de cosas ricas que la abuela Molly os va a hacer, y mientras, mi nieto Lex nos va a preparar la habitación de invitados, y tú te vas a dar una duchita, para sentirte un poco mejor y cambiarte a algo más cómodo. — Alice no tenía ganas de objetar a nada, así que asintió y subió a ducharse, pero antes preguntó. — ¿Dónde están Arnold y Emma? — Molly la empujó un poquito por las escaleras. — Ocupados, haciendo todo lo que pueden por vosotros. Ahora mismo todo es un galimatías, hija, y tú no puedes hacer literalmente nada. Cuando haya algo que contar y afrontar, ellos vendrán a contártelo, de verdad te lo digo. — Le empujó un poquito más. — Pero ahora, a ducharse, y yo te tengo algo ligerito para cuando bajes, algo que te asiente el estómago y te reconstituya un poco, hija. Venga, Lex, ve con ella, hijo. — Mucho interés tenía la abuela en quedarse con Marcus, pero es que no podía ni quejarse ya. La ducha al menso le vendría bien para terminar de despejarse después de aquella poción. 

 

MARCUS

Marcus estaba tan destruido y tan preocupado por Alice que no estaba demasiado pendiente de cualquier cosa que no fuera estrictamente eso. Al menos Lex parecía estar ese día poniendo todos los ojos que él no ponía, porque Marcus se tensó en el acto cuando Alice pidió agua y ya iba a empezar a dar palos de ciego, pero su hermano rápidamente le acercó un vaso. Debió traerlo en algunas de sus idas y venidas en las que le insistía que tenía que comer. Gracias, pensó, mirando a su hermano, pero se centró en darle a Alice de beber.

Su novia se incorporó poco a poco... y la pregunta le impactó en el pecho. Tragó saliva y notó cómo se le llenaban los ojos de lágrimas mientras se planteaba cómo contestar, lo cual ella pareció notar. Sonrió levemente y asintió, mirando a Lex de reojo. No, no se había pasado con la dosis, le había dado el vial diluido en agua como su padre había indicado... solo que no era poción tranquilizante sino sedante. ¿Iba a seguir mintiendo a Alice? No, en algún momento le confesaría lo que le había dado realmente. Pero el momento no era ese.

No había atinado a decir nada desde que Alice se había despertado, solo la miraba con expresión culpable. Al menos su novia parecía seguir sin querer despegarse de él, por lo que se sentó junto a ella en la cama, después de que le pidiera a Lex una poción para contrarrestar los efectos. Esperaba que esta no la activara de nuevo, aunque al menos, quería pensar, el sofocón se le había disipado bastante. Se quedó en silencio junto a ella hasta que Alice lo rompió... y lo que dijo hizo que la mirara de nuevo con culpabilidad. Bajó la mirada. — Lo siento... — Musitó. Frunció los labios y negó levemente, apartando la mirada. — Supongo que no sirve de nada decirte ahora que no quería hacerlo... pero... — No pensaba echar balones fuera y culpar a su padre. Tragó saliva. — No podía soportar verte tan mal. No sabía qué hacer, estabas... sufriendo mucho... Lo siento, Alice. — Tenía la voz quebrada y la mirada esquiva, pero al menos no estaba diciendo nada que fuera mentira. Solo ocultando parte de la información.

Pero al menos Alice no le culpaba, en sus propias palabras. Sonrió levemente, con los ojos humedecidos, y dejó un beso en su mejilla, deteniéndose unos segundos en esta, con ternura y con arrepentimiento. Al separarse, ella dijo que estaba horrible y él la miró enternecido, sonriendo un poco más y acariciando su pelo. — No podrías estarlo ni aunque quisieras. Para mí siempre estás preciosa. — Tragó saliva. — Te quiero mucho, Alice. — Que no lo dudara ni por un instante. La abrazó, apretándola levemente contra sí, al notarla acercarse y oírla decir esas cosas. — No voy a separarme de ti ni un segundo, mi amor. Te lo he prometido y lo voy a cumplir. No querría estar en ninguna otra parte. —

Se separó un poco para darle a Alice espacio para beberse la poción, mirando a su hermano con agradecimiento. Y entonces, Alice preguntó si habían comido. A ver... Lex había comido, pero a saber hacía cuánto y qué. Marcus ni eso. Se miraron un segundo, pero antes de que pudiera abrir la boca para responder, el sonido del timbre le puso en alerta. Se tensó entero, irguiéndose en su asiento y pensando a toda velocidad. ¿Quién era a esas horas de la noche? ¿Quién llamaba a su casa? Sus padres no estaban y no necesitaban llamar al timbre, directamente entraban. Miró a Lex un segundo e instantáneamente fue a llevarse la mano al bolsillo... pero no quería alertar a Alice. La segunda llamada volvió a tensarles a todos, y Lex determinó que se quedaba con Alice. No era necesario ser legeremante para intuir lo que estaba pensando: si había que defenderse, él no podía hacer magia de manera legal. Sí podría si se demostraba que era en defensa propia, pero... Por Merlín, no podía estar pensando eso en serio.

— Vengo ahora mismo. — Afirmó, apretando un poco la mano de Alice antes de levantarse de la cama y salir. La casa estaba muy oscura, y desde arriba, las escaleras y el pasillo hacia la puerta, entre tanta oscuridad, soledad e incertidumbre, se antojaban aterradores. Apretó los dientes y sacó la varita. Si era alguien que no debería estar allí, alguien a quien no querrían tener dentro de casa... mejor que ni siquiera supieran que había nadie dentro. La habitación estaba oscurecida para mostrar el cielo nocturno, toda la casa estaba a oscuras. Podría haber ido encendiendo las luces... pero prefirió dejarlo así. Estaba temblando, pero tenía muy claro que si alguien tenía que ir a abrir la puerta, era él. No iba a dejar que su novia y su hermano pequeño se enfrentaran a... quien fuera que había al otro lado.

Se acercó con pasos sigilosos, con cautela y con la varita alzada. Pero la persona al otro lado de la puerta, en vistas de que no respondían al timbre, se manifestó. — ¿Marcus? ¿Lex? Soy la abuela. — Casi se desmaya de la destensión. Bajó la varita y soltó muchísimo aire por la boca, aire que llevaba un buen rato conteniendo en el pecho, cerrando los ojos. Igualmente, abrió la puerta con prudencia. Tenía tanto miedo que no descartaba que fuera una impostora... pero no, era su abuela. — Ay, mi niño. — Debió verle la cara de miedo nada más la puerta se entreabrió, porque entró, lanzó las luces a la entrada y cerró tras ella, dándole un abrazo. — Qué asustado estás. — No podía ni contestar, solo dejarse abrazar por su abuela. Molly, intuyendo que los otros podrían estar igual que él, bramó su identidad y el motivo de que estuviera allí. No es como que hiciera mucha falta preguntar entonces.

— Marcus, cariño, mírame. — Le dijo su abuela. Volvía a sentirse en shock, le temblaban hasta los ojos. — Tengo que hablar contigo ahora. No sé gran cosa, pero lo poco que sé, tienes que saberlo tú también. — Le acarició. — Mi pequeño, esto es demasiado grande para vosotros, pero ahora mismo... tú eres en este grupo el que tienes que estar más despierto y mantener la calma, ¿me oyes? No te preocupes, tu abuela te va a ayudar en todo lo que esté en su mano, y tú lo vas a hacer muy bien. — Marcus asintió, pero se le cayó una lágrima. Molly chistó con pena, limpiándosela y dándole un fuerte beso en la mejilla. — Esta noche te voy a preparar una infusión calentita, como cuando eras pequeño. Y me voy a quedar en la camita con cada uno de vosotros leyéndoos un cuento hasta que os durmáis si es necesario. — Eso le hizo reír. — No creo que haga falta tanto. — Bueno, ahí dejo la oferta. — Dijo la mujer antes de irse, y Marcus se quedó mirándola mientras iba a buscar a Alice, dando gracias a Merlín por tener a esa mujer como abuela.

Asistió a la conversación entre su abuela y Alice mirando a Lex de reojo, miradas que su hermano le devolvía. No había que ser un lince: su abuela quería quedarse a solas con él. Tú eres en este grupo el que tienes que estar más despierto y mantener la calma. Algo quería decirle. Respiró hondo, haciendo acopio de serenidad, cerrando los ojos. Cuando los abrió, miró a Alice y le sonrió con tranquilidad. — Yo me quedo montando la mesa. Para que comas como una reina. — Esperaba que le hubiera salido tan convincente como decía siempre las cosas, aunque estuviera temblando por dentro. Lex y Alice se fueron y su abuela señaló la cocina con un gesto de la cabeza. — Ven, échame una mano con la cena. — Y allá que fue Marcus.

— ¿Has comido? — Fue lo primero que le preguntó. Marcus negó lentamente. Su abuela sacó una hogaza de pan de la bolsa que había traído. — Toma. No se puede pensar con hambre, y te me vas a desmayar. No creo que te quite el hambre para cenar. — Fue cogerla y notar cómo le rugía el estómago, de hecho tuvo que respirar hondo con el primer bocado. En todas esas horas ni había sentido ni había padecido, pero al entrar en la cocina sintió el peso de todas las horas sin comer. Se apoyó en la encimera, y en lo que Molly abría el frigorífico y sacaba varias cosas de la bolsa que había traído, comenzó. — ¿Quién creías que había al otro lado de la puerta? — Marcus tragó, con la mirada perdida. — No lo había pensado. — La conversación tenía largas pausas entre intervención e intervención. — No parece que haya nadie rondando por aquí. Estáis a salvo, mi amor, por ahora al menos, puedes relajarte. Y nadie iba a permitir que os enfrentarais solos a un ataque, si estabais aquí es porque tus padres saben que es donde más protegidos podéis estar. — Molly suspiró. — Y esa gente venía por Dylan. Ya lo tienen, nosotros... me temo que ya no le interesamos lo más mínimo. — El trozo que llevaba un rato masticando le costó tragárselo.

— Quiero que atiendas bien a cada una de mis palabras como yo sé que tú atiendes a las cosas. — Fue diciendo la mujer, pero sin dejar de preparar la comida, como si narrara algo totalmente cotidiano. Pero su firmeza no dejaba lugar a dudas. — Y tienes una muy buena capacidad O'Donnell para no ver más allá cuando no te interesa, ceñirte a la información que tienes por delante. Bien, hoy la vas a usar más que nunca. Hoy y hasta nueva orden. — Marcus la miraba con los ojos entornados y el corazón latiéndole con violencia en el pecho. — Tu madre lleva hablando con todos sus contactos tanto en su oficina como en el Ministerio desde que tu padre ha ido a hablar con ella. Si no está aquí, es porque aún no ha terminado. Bien sabes que es capaz de pasarse la noche en vela si lo requiere la situación, no va a venir aquí a plantarse delante de Alice hasta que no tenga información concreta que darle. Si no ha venido, es que no la tiene. — Marcus tragó saliva. Su abuela seguía preparando comida a punta de varita sin dejar de hablar. — Violet ya está aquí, con tu tía. Se van a quedar las dos en casa de William por si alguien va allí o por si hace falta entregar algún documento... o esconderlo. — El corazón se le iba a salir del pecho. — Y William no puede estar en esa casa, mucho menos solo. Si Alice necesita cualquier cosa de su casa, irás tú y se la pedirás a Violet. Alice no se va a mover de aquí hasta que tus padres digan lo contrario, ni tu hermano ni tú. Hablaré con Lex, por ahora... no puede salir esto de aquí, no puede escribirle a Darren ni a ninguno de vuestros amigos. — Llevaba un rato con el pan en la mano sin darle ni un mordisco. Su abuela siguió. — Tu padre va a quedarse al menos esta noche con William en casa de Helena y Robert, porque están todos muy alterados. Y yo no podía dejaros solos y tampoco iba a hacer nada útil esta noche, así que dormiré aquí. Mañana puede que tenga que irme a echarle una mano a tu abuelo, pero os dejaré la comida hecha y, con lo que necesitéis, solo tienes que avisarme. Yo voy a ser la que esté con vosotros hasta que tus padres puedan volver con algo un poco más firme. — ¿Qué está haciendo el abuelo? — Se atrevió a preguntar, aunque con prudencia y la voz quebrada. Era la única pieza que le faltaba, y al parecer una muy importante. Porque fue la única que hizo a su abuela detenerse y mirarle.

— Tu abuelo está recolectando muy a fondo todo lo que William ha tocado en relación con la alquimia. — Marcus y su abuela se sostuvieron la mirada durante un largo rato, hasta que esta añadió. — Cabe la posibilidad de que los experimentos que William pretendía llevar a cabo con alquimia hayan llegado a oídos de los Van Der Luyden y que sea eso lo que están usando en su contra. Tu abuelo está recopilando toda la información que está en su mano, sobre todo valorando si esta pueda haber salido de los círculos más estrechos de la alquimia. Creemos que no ha sido así, y de ser así, serán otras las cosas de las que le acusan... Pero si lo es... puede que estemos ante un problema muy grave, cielo. — Marcus tragó saliva y negó con la cabeza, con los ojos llorosos otra vez. — William no ha hecho nada. — Cariño, escúchame. — Dijo Molly, acercándose a él y acariciando su mejilla, pero sin dejar de mirarle con firmeza. — Hay muchas cosas que William no ha llegado a hacer, y eso intentan buscar tu abuelo y tu madre, que está hablando con los abogados de la familia. — ¿Abogados de la familia? ¿Tenían abogados propios? — Pero hay otras cosas que sí ha hecho, y puede que sean demostrables. La cuestión es si son de peso para que pierda la custodia. Y de ser así, está la parte de que no permitan que le tengan los Gallia por encubrirle. Eso es más fácil de demostrar, que Alice no sabía nada. Al fin y al cabo, se ha pasado el último año en Hogwarts. — Molly suspiró. — Cariño, ya te he dicho toda la información en firme que sé. Lo demás son conjeturas, y de conjeturas no vamos a hablar esta noche, no sirve para nada. — Le puso las manos en los hombros y le miró a los ojos. — Termínate ese pan, acuérdate bien de lo que te he dicho y ve a poner la mesa. Y cuando baje tu novia, sé como siempre has sido con ella. Y descansa, tú mejor que nadie sabes que se necesita un cerebro descansado para que este rinda. Pero, sobre todo... — La mujer sonrió con ternura. — Confía en tu familia. —

 

ALICE

La ducha hizo que llorara automáticamente, como si con el grifo hubiera dado rienda suelta a sus ojos. ¿Se podía llorar tanto? ¿Había llorado tanto cuando lo de su madre? Sí, probablemente. Pero también, cuando pasó lo de su madre, ella sabía que iba a pasar, que no era culpa suya y que no había posibilidad de solución. Aquí, era la perspectiva de qué iban a tener que hacer y demostrar para recuperar a su hermano… ¿Estaba dispuesta a volverse contra su padre? Lo peor es que había un rincón de su cerebro que gritaba “SÍ” con una seguridad y una rapidez que… para qué negarlo, le daban miedo de sí misma. Sí, lo haría por Dylan, y si su padre se quedaba desprotegido… todo esto había sido culpa suya desde el principio, ella solo intentaría arreglarlo todo una vez más.

Salió de la ducha y se puso el pijama, porque ya dudaba que fuera a salir, aunque dudaba también que fuera a dormir, y eso que seguía teniendo el cerebro cargadísimo y lentísimo. No, definitivamente, Marcus no volvía a prepararle una poción relajante en la vida, vaya. Hasta los genios tenían sus días, y no era de extrañar con lo que estaban viviendo. Al salir del baño, se topó con Lex, que señaló al cuarto de invitados. — Te he hecho la cama. Porque, bueno… No sé si vas a dormir ahí o a lo mejor prefieres quedarte con Marcus… — Ella suspiró y se encogió de hombros. — Hoy no tomo decisiones. Que me digan lo que hacer. — Lex sonrió y asintió. — Estoy de acuerdo. Y yo me quedo a tu servicio, total otra cosa no puedo hacer… — Negó con la cabeza y se quedó mirando al frente. — Qué horroroso inútil me siento… — Y, mientras bajaban las escaleras, Alice murmuró. — Creo que hoy todos nos sentimos así. Hasta tu madre, que no me cabe duda de que es la que se está tragando este marrón, debe sentirse así. Porque cualquier cosa que intentemos, que pensemos, no va a devolvernos a Dylan inmediatamente, así que… — A Alice le pasaba mucho eso. Pasada la tormenta, se quedaba extrañamente serena, como abstraída, asimilándolo todo en paz… Y eso siempre precedía a una honda tristeza de la que era muy muy difícil sacarla, y si no que le preguntaran a Marcus por cuarto curso.

Llegaron a la mesa y, como había prometido, Molly le había hecho una sopita de pollo fácilmente digerible, si tuviera ninguna gana de digerir alguna cosa. Pero se sentó, con su plato por delante, y pasó el trago, tomándose unas cuantas cucharadas en silencio. — Alice, mi vida, un poquito de pan, para rellenar ese estómago también, que la sopa es poco. — Pidió Molly, pasándole un trozo de pan y un plato con queso, ya que estaba. — ¿Dónde está mi padre? — Preguntó sin más. Molly y Marcus se miraron, y con mucha calma, ella se cruzó de brazos y se apoyó en la silla. — Yo no voy a ir a ninguna parte donde esté él, os lo aseguro. Solo quiero saberlo. — Está en casa de tus abuelos. — Contestó Molly. Alice suspiró. — ¿Y la tata? — En tu casa, por si acaso. — Como ya había obtenido la respuesta que quería, se inclinó sobre la sopa y comió un poco más, cogiendo un trozo de pan además. — ¿Cómo está el abuelo Robert? — Molly movió la cabeza de un lado a otro. — Fastidiado, como todos. — ¿Y mi familia de Francia? — Molly negó con la cabeza. — No lo sé, eso lo tienen que decidir tu padre y Emma... en base a muchas cosas que ahora no te deben atribular. — Le tendió una mano por la mesa. — Cariño, cuando pase algo te vas a enterar, pero ahora estamos mejor así, los cuatro aquí, con menos trasiego y agobios… Lo último que necesitas, que necesitan ellos, de hecho, es estar entrando en pánico todos juntos. — Tendió la otra mano a Lex y miró a Marcus. — Lo vamos a solucionar, somos una familia, y solucionamos las cosas todos juntos. —

Cuando terminaron de cenar, no la dejaron recoger, y ella caminaba como un fantasma, pero se acercó a Marcus y quiso pedir algo más. — ¿Puedo dormir contigo? O sea… no sé ni si voy a dormir… pero… no quiero sentirme sola. — Se giró expectante a lo que dijera Molly, que estaba recogiendo todo a punta de varita, y se rio un poco. — Ay, hija, Dios me libre de ponerme como una señora mayor quejosa en ese sentido. Duerme con él, nadie te va a regañar. Pero eso sí, duerme, porque quedándonos despiertos no hacemos nada. ¿Te hace la abuela Molly una tilita y te la sube? Puedo contaros alguna historia allí en la cama. De cuando el abuelo y yo éramos jóvenes… y yo le llevaba a ver plantitas de Irlanda solo para que pasara tiempo conmigo. — Rio un poco y la acarició. — Venga, subid y ahora os llevo la infusión y estoy un ratito con vosotros. — Y ella simplemente asintió, y subió de la mano de Marcus, dejándose caer de nuevo en la cama. No le apetecía para nada volver a meterse en la cama… O sí… — Ya no sé ni lo que quiero. — Dijo dejándose caer sobre las almohadas. Los ojos se le llenaron de lágrimas. — Bueno, sí lo sé. Quiero volver a esa noche… A como era entonces… Igual no… no sabía que me querías, no eras mi novio entonces, pero… ahí estábamos, juntos y felices también, y nada nos preocupaba. Solo las olas, dónde poníamos las manos para bailar o qué vestido o qué camisa nos poníamos para impresionar al otro… — Las lágrimas cayeron silenciosas. — ¿Cómo ha cambiado todo tanto? ¿Por qué tenía que saber lo que sé ahora? —

 

MARCUS

Hizo un esfuerzo hercúleo por sonreír a Alice, por comer y por intentar tener un ambiente lo más normal y de cena familiar posible... pero era difícil. Todos estaban tensos y tristes. Miraba a Alice de reojo y, para como ella era y para la situación, no podían quejarse ninguno porque estaba comiendo más de lo esperable. A Marcus se le había abierto un poco el estómago con el primer bocado, pero igualmente tenía el cuerpo bastante cortado. Comió lo justo para no desmayarse, y Lex igual.

Guardó silencio durante todo el diálogo de Alice y su abuela y se limitó a comer y a compartir miradas con Lex. Él tampoco tenía demasiada información... salvo que la hubiera leído en su cabeza, claro. Mira por dónde, eso era una herramienta bastante sencilla: en vez de contarlo, solo tenía que pensarlo (cosa que igualmente no podía evitar hacer) y Lex lo vería. Si lo hubiera visto así de fácil durante toda su vida, habrían tenido una infancia y adolescencia mucho más cordial entre ellos. Alice necesitaba respuestas, como era normal, pero su abuela estaba siendo tan sincera como con él, diciéndole lo que sabía, ni más ni menos. Y asegurando que, en familia, lo solucionarían todo, lo cual le hizo sonreír. Y, para su sorpresa, cuando Molly agarró la mano de Lex, su hermano buscó con la libre la de Marcus. Lex también quería a Dylan, a los Gallia, y estaba viviendo con ellos el mismo dolor. Y la misma impotencia. Podía verlo en sus ojos.

Se apresuró en recoger la mesa y decirle a Alice que se fuera a descansar, pero ella le pidió dormir con él. Marcus tenía la respuesta a esa pregunta más que clara, pero también miró a su abuela. Afortunadamente, Molly era bastante práctica y sensata y no se dejó llevar por honores absurdos, como el propio Marcus tenía que reconocer que hacía muchas veces, y le dijo que sí. Miró a Alice y sonrió con calidez. — Claro que sí. Bajo nuestro cielo vas a estar mejor, y yo no voy a despegarme de ti. — Se pasaría la noche en vela si era necesario solo para comprobar que Alice dormía, aunque su abuela tenía razón y lo mejor que podían hacer era dormir.

Rio levemente y miró a su novia. — Ya verás. Las historias de la abuela Molly son lo mejor para dormir. — ¡Oye, tú! No me estarás llamando aburrida ¿no? — Marcus rio y miró a la mujer con cariño. — ¡Que no, abuela! Que es porque relajan mucho y dan dulces sueños. — La mujer chistó y, mientras se giraba para seguir recogiendo, dijo. — Ay, zalamero de ti... Anda, subid ya. — Y eso hicieron. Hasta las bromas y los comentarios bonitos sonaban tensos y tristes en esa situación, pero ya estaban seguros en casa, con su abuela con ellos, y lo mejor que podían hacer, como ella bien decía, era dormir.

El dormitorio estaba ya oscuro de manera natural, y Alice se tumbó en la cama, derrotada. Él se sentó por el otro lado, mirándola y acariciando su pelo, solo escuchándola. Sonrió con tristeza y los ojos humedecidos, notando el nudo en la garganta. Cuando acabó, le limpió una lágrima. — Aunque a nosotros precisamente nos duela reconocerlo... a veces el conocimiento puede ser... doloroso. A veces preferiríamos no saber ciertas cosas. — Frunció los labios y negó con la cabeza. — Pero solo pensamos así cuando estamos... mal. En el fondo, tú no quieres vivir en la ignorancia. No es que... no quieras saber. Lo que no quieres es que existan estas cosas, y con razón. — Se tumbó un poco junto a ella, acariciándola. ¿Y quería saber que le había dado un sedante en vez de un tranquilizante? Probablemente, al igual que todo esto, sí y no. En la ignorancia viviría más feliz, pero Alice no era una persona que prefiriera eso, y Marcus tampoco. Prefería saber las cosas aunque dolieran... pero no podía decírselo estando ella sí. Por hoy, había tenido suficiente. Se lo diría en otro momento.

Se quedó acariciando su pelo. — Tienes que dormir. Prométemelo. — Susurró. Dejó un beso en su mejilla. — Y yo te prometo no separarme de ti. — En ese momento, la puerta se entreabrió. Pensó que era su abuela, pero esa forma prudente y tímida de asomar la cabeza no era de ella. Ella a esas alturas estaría ya sentada al borde de la cama. — Perdón... solo quería dar las buenas noches. — Dijo Lex. Marcus sonrió levemente. — Buenas noches, Lex. — Respondió, pero... sentía un pellizco en el pecho, y se quedó mirando a su hermano, mientras este simplemente agachaba la cabeza y salía. Se mojó los labios y miró a Alice. Tras darle un beso en la mejilla, le dijo. — Voy al baño y a ponerme el pijama. Tardo un minuto, y no me separo de ti hasta que amanezca ¿vale? — Acarició su mejilla. — Aquí estás segura. — Añadió, señalando con la mirada su cielo. Se levantó y salió de la habitación.

Su hermano aún estaba entrando en la suya. — Lex. — Le llamó. El chico se volvió, y se quedaron un segundo mirándose. Marcus tragó saliva. ¿Estaría viendo lo que pensaba en ese momento? Se le entremezclaban... demasiadas cosas... así que, si las veía, probablemente no las entendiera. — Gracias. Por todo lo que estás haciendo hoy. — Lex arqueó una ceja, pero no con la expresión mosqueada o helada que tenía habitualmente, sino con un velo triste. — No estoy haciendo literalmente nada. — Marcus ladeó una sonrisa. — Estás haciendo muchísimo. — Bajó la mirada. — Tampoco... es como que podamos hacer mucho más... — Lex frunció los labios y se quedó como Marcus, mirando al suelo. — ¿Cómo puedes soportarlo? Esta impotencia, no hacer nada porque no se puede. — Marcus siguió mirando al suelo, con los ojos húmedos, en silencio durante unos instantes. Finalmente, contestó. — No puedo soportarlo. Que lo haga no quiere decir que lo soporte. — Lex le miró lentamente, y Marcus hizo lo mismo. Sabía que su hermano no era muy fan del contacto físico, pero... necesitaba eso. Se dirigió a él y le dio un abrazo, y Lex le correspondió. Se quedaron un par de segundos en silencio, y al fin dijo una de las cosas que volaban por su cabeza sin dirección. — Si te hubieran hecho a ti esto... te juro que estaría como loco ahora mismo... — Cerró los ojos y notó las pestañas húmedas, y cómo su hermano le abrazaba aún más fuerte. Se quedó un poco más ahí y se permitió llorar otra vez, antes de que Alice le viera.

Se separó y se limpió las lágrimas. Lex le miraba. — No voy a volverme a Hogwarts sin Dylan. — Marcus tragó saliva y asintió. — Ojalá sea así. — Siguió enjugándose las lágrimas y respirando hondo. Cuando ya estaba más recompuesto, fue a despedirse, pero Lex tenía algo más que añadir. — Ni su padre ha podido impedirlo, Marcus. — Se miraron. — Entiendo por qué... Dylan te quiere como si fueras su padre. Te lo has ganado. — Ah, genial. A llorar otra vez, ahora que estaba recompuesto. — Pero... no te martirices ¿vale? Sí que estás a la altura, pero joder... Que te lo digo mucho, que no eres ya el puto alquimista de la hostia que tiene un prestigio bestial y todo el mundo conoce y es Dios. — Lex, ibas muy bien... — Lo que te quiero decir... es que con dieciocho años y sin ser familia directa, tampoco es como que pudieras hacer gran cosa ¿sabes? Así que... no te tortures. — Se encogió de hombros. — Y con lo que yo pueda, pues... me lo dices y ayudo. — Marcus sonrió. — Gracias. Buenas noches, hermano. — Lex sonrió de vuelta. — Buenas noches. —

Fue rápido al baño y se puso el pijama, que la conversación con su hermano se había prolongado más de la cuenta y no quería dejar sola a Alice. Volvió, sonrió a la chica y se tumbó con ella. Se limitó a acariciarla en silencio... pero quería decirle algo antes de que su abuela subiera con las infusiones y sus historias. — Mi amor... nos hemos prometido amarnos por toda la eternidad ¿recuerdas? — Tragó saliva. — Y... yo soy el primero que a veces se obceca con que... siempre seas feliz, y no te ocurra nada, y todo sea maravilloso y en progresión ascendente y tal... — La miró a los ojos, porque hasta en la penumbra podía distinguirlos. Podría distinguirlos aunque estuviera ciego. — Pero... amarse siempre incluye amarse en los momentos malos, en los peores de nuestra vida. No voy a soltarte, mi amor, no voy a separarme de ti. Aquí me tienes. Y esto... lo vamos a solucionar, no tengo ni idea de qué puedo hacer, pero lo voy a intentar todo, sobre todo... intentaré que estés lo mejor posible. — Dejó un beso en su frente y, sin dejar de acariciar su pelo, dijo. — Intenta dormir. Intenta... mirar nuestro cielo y sentir que estoy aquí... y que todo va a mejorar en algún momento. La eternidad es nuestra. Y, por muchas dificultades que tenga, va a ser perfecta. Así lo haremos. —

 

ALICE

Vivir en la ignorancia. Realmente ni siquiera se lo había planteado en serio. No sabía lo que era vivir en la ignorancia. — Creo que un buen Ravenclaw nunca es ignorante, porque para mí, ignorante es quien evita el conocimiento, quien no ansía saber. Y eso no me ha pasado en mi vida. Hay muchas cosas que no sé, pero no las sé porque todavía no han llegado a mí, no porque haya dicho “no quiero saberlo”, “mejor voy a pasar de esto”. — Suspiró y le miró, acariciándole la cara. — Tienes razón, como siempre. Ojalá todo esto no fuera real. —

Alice asintió a la promesa. Pues sí, se lo prometería, porque ella quería dormir, desde luego, para intentar despejar la mente y estar lista para cuando hubiera que entrar en acción. Ahora, de ahí a que pudiera pegar ojo… Lex apareció por la puerta y ella le dedicó una sonrisilla débil. — Buenas noches. — Estaba siendo muy bueno, y la estaba apoyando a su manera, y ella lo agradecía. Ojalá tuviera más fuerzas para agradecerlo de forma más entusiasta. Asintió a lo de Marcus y se dejó caer de nuevo sobre la cama, simplemente mirando las estrellas, sin poder evitar pensar en si su hermano estaría ya en América, sí estaría con los Van Der Luyden, en aquella casa de la que habían echado a su propia madre. ¿Sería grande? ¿Tendría su cuarto? ¿Se vería ese mismo cielo en Maine? ¿Estaría su patito pensando en ella como ella en él? ¿Le habrían dicho ya algo sobre su madre? ¿Cuál sería su versión de la historia? No quería saberla, nunca había querido.

Oyó volver a Marcus y se incorporó un poco para mirarle. Asintió, mirándole con profundo cariño, cuando dijo que se amarían para siempre. — Hasta el final, amor mío. — Que no lo dudara nunca, aunque la viera así. Rio un poco, porque era verdad que él siempre intentaba por todos los medios que su pajarito cantara y nunca estuviera triste, y asintió, cogiéndole la mano. — Lo sé. — Dijo simplemente. — No guardo ni una sola duda de que lo harás. — Tragó saliva y las lágrimas volvieron a sus ojos. — Aunque no puedes pedirme que no lamente hacerte pasar por todo esto, Marcus. — Asintió a todo lo que le estaba diciendo, y justo entró la abuela por la puerta. — ¡A veeeeer! La infusión y el cuentoooooo. — Y eso la hizo sonreír sin poder evitarlo, porque ese era el efecto de Molly.

Le dejó la bandejita en la mesilla y se sentó en el borde de la cama con ellos. Alice tomó la taza y la olió con gusto. Iba a acabar como una rana mareada de todo lo que estaba bebiendo. — He ido a ver si Lex estaba despierto, pero parecía que no. Eso o esta cansado de mis cuentos. — Ambos rieron, recostándose en la cama. El semblante de Molly se ensombreció, aunque se la veía esforzándose por no perder la sonrisa. — Me temo que… estáis un poco mayores para cuentos. Los cuentos nos sirven para explicar a los niños las cosas que son muy pequeños para entender. Por eso tienen final feliz, porque queremos que lo crean cuanto más tiempo, mejor. Y vosotros ya sabéis, por desagracia, que eso no es así. Pero las leyendas se hicieron para los adultos, para cuando has visto ya demasiadas historias sin final feliz y necesitas otra cosa. Necesitas esperanza. — Alice asintió levemente, con una triste sonrisa, y Molly le acarició la cara. — ¿Sabéis qué es Tir na Nóg? — Ella asintió de nuevo. — La tierra eterna del amor y la juventud. El hogar de las hadas. — Molly amplió la sonrisa. — Esa es mi niña irlandesa de adopción. La abuela Rosie y la abuela Martha te habrían adorado. — Asintió y sorbió un poco, porque claramente se había emocionado. — A los niños les contamos que Tir na Nóg es esa tierra, donde nada malo puede ocurrirte, un lugar de leyenda. Pero los adultos preferimos verlo más como un recuerdo… Un recuerdo de cuando el mundo era más pequeño y sencillo… Al fin y al cabo, para los irlandeses el mundo era tan pequeño que creían que Tir na Nóg estaba al oeste de Irlanda, porque ya no había nada más. — Los tres rieron. — Pero los adultos sabemos que no es así. Por eso tenemos la leyenda de Oính, el príncipe irlandés que llegó a Tir na Nog siguiendo a la hija del rey de las hadas… Y al llegar pasó con ella tres años de puro amor. Pasado ese tiempo, se casaron y él quiso llevarle la noticia a su familia y a Irlanda entera. Pero, al volver, se dio cuenta de que tres años en Tir na Nóg, eran trescientos en el mundo humano, que había perdido a toda su familia y que su reino ya no era suyo… — Negó con la cabeza. — Puede parecer un final amargo, pero en verdad es un consuelo para los que mantenemos los pies en la tierra. Por muy duro que parezca, los que no nos dejamos llevar por las ensoñaciones, las promesas baratas y las palabras bonitas, tenemos la oportunidad de defender y mantener lo nuestro, mientras que los que acceden a vivir en otra realidad… pueden perderlo todo. — Molly apretó su mano. — Tú, mi niña, llevas anclada a la realidad mucho más tiempo del que deberías, y eres una ghilléa irlandesa como la que más. — Besó su mano y luego su frente. — Tú aguanta, como has hecho siempre. Ahora tienes un ejército detrás de ti. — La abuela se levantó y rodeó la cama para darle un beso a Marcus y luego les apagó las luces y dio las buenas noches. Pero cuando estaba en la puerta, se giró y dijo. — Alice, ¿qué hay al oeste de Irlanda? — Estuvo a punto de ser ella un poco irlandesa y responder que nada, pero al final dijo. — América. — Molly asintió, limpiándose una lágrima. — Cuando la realidad sea insoportable, nadie te culpará si quieres creer que el mundo es más pequeño y nuestro patito está echando unas horas en Tir na Nóg. Para eso también sirven las leyendas. —

Notes:

Antes de que queráis matarnos: sabemos que no os lo esperabais, pero ese es el efecto que queríamos crear. El olvidar esa amenaza que pesaba sobre ellos porque estaban siendo felices, era verano, estaban bien… Pero la realidad es que no habían solucionado un tema muy serio, y esto podía explotar en cualquier momento, y así lo ha hecho. Hoy estamos tristes por nuestro patito, así que solo os preguntaremos: ¿cómo creéis que solucionarán esto? Os leemos, lectores.

Chapter 14: Family fights together

Notes:

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Chapter Text

FAMILY FIGHTS TOGETHER

(14 de julio de 2002)

 

MARCUS

Se sentía dolorido por todas partes, como si le hubieran dado una paliza. Tenía un brazo por encima de la cintura de Alice, que estaba acurrucada con él. Probablemente hubiera dormido toda la noche en la misma postura y en tensión, de ahí los dolores. Se removió ligeramente para intentar descontracturarse, cerrando fuerte los ojos y reprimiendo varios gruñidos de incomodidad. Tampoco quería despertar a Alice, pero la chica, por fortuna, parecía bastante dormida. Echó aire por la nariz. ¿Qué hora era? No debía ser muy tarde, porque seguía estando todo más bien oscurecido. Pero oía ruidos fuera. ¿Acaso era de noche todavía? Estaba un poco confuso.

Miró su reloj. No eran ni las seis de la mañana, debía estar todavía terminando de amanecer. Con mucho sigilo, se levantó de la cama y entreabrió la puerta, asomando solo la cabeza. Los ruidos eran inconfundibles: su abuela estaba haciendo de comer. Estaban lo suficientemente amortiguados, probablemente porque tuviera la puerta de la cocina cerrada, pero escuchaba el hervir de sus sartenes y sus pasos de un lado a otro de la cocina. Le llegaba también olor a comida, a bastante comida, como si quisiera dejar hecha para varios días. El sonido se hizo más intenso durante apenas un segundo, el tiempo de abrir la cocina y volverla a cerrar, y los pasos se acercaron. Su abuela estaba subiendo las escaleras.

— Hola, cariño mío. — Susurró Molly, claramente para no despertar a nadie. Marcus sonrió y saludó con la mano desde la puerta, con intención de no hacer ruido. Su abuela hizo gestos para que volviera a entrar. — Es muy temprano, sigue durmiendo. — ¿Por qué has empezado tan pronto? — Preguntó sin dejar la voz susurrada. Sí que era temprano para que su abuela lo estuviera haciendo todo. — Quiero dejaros toda la comidita preparada, por si acaso. Yo me voy a ir con el abuelo después de desayunar ¿vale? — Marcus asintió. — Pero no te preocupes, que hasta que no estéis todos despiertos, yo no me voy. — Marcus volvió a asentir, y como vio que su abuela estaba muy activa adelantando trabajo, no quiso interrumpir más ni contradecir y volvió a meterse dentro de la habitación. Se frotó los ojos y volvió a acostarse en la cama, acurrucado junto a Alice. Intentaría dormir al menos un poco más.

Se filtraba ya más luz por la ventana, debían ser al menos las ocho. Se frotó los ojos y, una vez más, comprobó que Alice seguía dormida. Había dormido a duras penas esas dos horas, con muchos despertares y sin terminar de encontrar la postura, pero le consolaba intuir que su novia estaba recuperando sueño. Dedujo que la poción no quitaba sueño para la noche, o que estaba tremendamente destruida. Se quedó con ella hasta que, minutos después, la sintió removerse y vio cómo abría los ojos. — Hola. — Susurró, sonriendo con calidez y poniéndose de costado para mirarla de frente. — ¿Cómo has dormido? —

 

ALICE

¿Había dormido en toda la noche? Sí, claro, algo debería de haber dormido, tenía momentos en los que era consciente de abrir los ojos, por lo que en algún momento tendría que haberlos cerrado. Notó, en una de esas muchas veces que se despertó, cómo Molly se levantaba inconfundiblemente arrastrando las zapatillas, pero no oía nada más, ni voces ni nada, así que solo debía ser ella yendo al baño o levantándose la primera. La siguiente vez que se despertó, fue al notar que Marcus volvía de algún lado y se acurrucaba a su lado, y fue en esa vez en la que parece que haces magia, encuentras la postura perfecta y dices: “¿dónde ha estado este centímetro exacto de la cama toda la noche?”, y se durmió de verdad.

La siguiente vez, se despertó bastante más descansada y espabilada, y vio que Marcus estaba despierto a su lado. Se giró parar mirarle y respondió en un susurro. — Hola. — Le acarició la cara y se encogió de un hombro. — Este último rato desde que has vuelto a la cama, siento que he descansado de verdad. El resto del tiempo… a ratos. — Suspiró. — Era como si a cada rato se me ocurriera algo que hacer, algo que lo solucionara todo… Pero al final nunca era viable, y otra vez volvía a intentar dormirme… Y otra vez a darle a la máquina de pensar… Pero bueno. — Se incorporó y tiró de Marcus. — Hay una idea de las mil que he tenido que creo que puede funcionar, pero vamos a desayunar antes, que si no, no nos va a regir bien el cerebro. — Y se dirigió hacia el comedor.

La casa olía a comida, café, tostadas, y un rosario de cosas que no era capaz de distinguir. Molly debía estar haciendo comida para un regimiento, para variar. Cuando llegó a la cocina, la vio investigando por la ventana hacia el jardín trasero. — Abuela ¿qué haces? — Molly señaló por el cristal. — Este niño lleva casi una hora sin parar de hacer ejercicio. Yo no sé a quién sale, si en esta familia la única que ha corrido, principalmente para que no se la merendara algún bicho, ha sido mi hija Erin, y no lo hacía por gusto, ya te lo digo yo. Y no me hagas hablar de los Horner, que forman parte de sus carísimos y elegantísimos sofás… — Eso le hizo reír un poco. — Serán cosas de la profesionalidad del quidditch. — Molly se giró y la miró. — Yo jugaba al quidditch y no nos hacían hacer tanto salto, ni flexión, ni esas cosas que hace Lex. Le va a dar un paraflús. — Se acercó a ella y le dejó un beso en la mejilla. — ¿Cómo estás, cariño mío? — Ella simplemente se encogió de hombros, y como la respuesta no era un “estupendamente, abuela, mucho mejor”, Molly simplemente siguió con su planteamiento tal y como si no hubiera habido respuesta. — Bueno, pues ve al comedor y os llevo a mi niño y a ti el desayuno, porque se habrá despertado ya ¿no? — Ella asintió. — Anda, hazle un favor a esta abuela y llama al otro niño, que se va a caer redondo de tanto hacer ejercicio. Le voy a dar dos plátanos tan pronto se siente… — Se alejó diciendo.

Alice salió al jardín y se arrepintió inmediatamente y se rodeó los brazos. Hacía una niebla mañanera muy propia del verano, pero era pegajosa y húmeda, muy desagradable, pero sabía que los O’Donnell no eran mucho de gritarse desde las ventanas. — Lex. — Llamó cuando estuvo a su altura, donde estaba haciendo abdominales, empapado entero por estar haciéndolos en medio de la niebla. — Vamos a desayunar. Y baja un poco el ritmo, anda, que tienes a la abuela preocupada. — El chico paró y se sentó jadeando. — No puedo hacer otra cosa, si me quedo quieto me voy a volver loco. No puedo ni escribirle a Darren… No sabría tampoco qué decirle. — Ella apretó los labios y asintió. — Bueno, yo creo que sí sé a quién escribir. Ahora os lo cuento. Vamos dentro. —

Una vez sentados, porque Molly no había dejado a Lex ir a ducharse y estaba a su lado, mirándole fijamente cómo se comía los plátanos y el enorme cuenco de porridge con fruta y nueces que le había hecho, Alice cogió la taza de café y dijo. — Tengo que hablar con Ethan. — Lex frunció el ceño. — ¿Con Ethan McKinley? — Los tres la estaban mirando con un poco de condescendencia, como diciendo “ya se le está yendo un poco a la pobre”. — Solo Ethan sabe dónde está mi primo. — ¿André? — Preguntó Molly extrañada. — No. Aaron McGrath, el hijo de la hermana de mi madre. El espía que los Van Der Luyden mandaron a Hogwarts. — ¿Había un chico espiándote? — Preguntó alarmada Molly. Ella ladeó la cabeza. — En realidad solo quería escaparse de la familia. Les mandaba informes falsos y, al terminar el curso, dijo que había vuelto a América, pero se escapó en secreto con Ethan. — Miró a Marcus. — Si me ha traicionado, Ethan lo sabrá, y si no, sabrá decirme dónde está. — Dejó la taza en la mesa. — Él conoce a los Van Der Luyden, a su gente… Ellos le maltrataron, le provocaron una fuente de sufrimiento suficiente para atraer a un dementor… Si alguien nos puede ayudar es él. — Tomó la mano de Marcus y dijo. — Sé que no te gusta Aaron, pero es nuestra única opción. Y sé que os dijeron que me quedara aquí y esperara, pero voy a volverme loca si no hago algo. Necesito encontrar a Aaron y aprender más sobre esa gente. Ya lo hemos retrasado suficiente. —

 

MARCUS

Torció los labios con una mueca de disculpa. — ¿Te he despertado al levantarme? Lo siento. —Escuchó lo que le decía y dejó escapar el aire por la nariz. — Ya... me ha pasado un poco lo mismo. — No había dejado de darle vueltas a la cabeza en toda la noche, aunque a diferencia de su novia no había llegado a ninguna conclusión concreta. Estaba depositando sus esperanzas absolutamente en su madre, tal y como su abuela le había recomendado y él se llevaba diciendo a sí mismo desde el jardín de los Gallia. Miró de soslayo a Alice. Igualmente... no es que desconfiara de ella, ni muchísimo menos, tenía a Alice en un pedestal en cuanto a inteligencia y sabiduría... pero dudaba que realmente tuviera un método. Lo que tenía era un gran agobio y muchas ganas de ver a su hermano, y probablemente se estuviera agarrando a algo a la desesperada. Su madre no había vuelto todavía así que tan fácil no podía ser... pero podía entender su afán, y buscaría la manera de reconducirla sin que sintiera que no la apoyaba o que la contradecía.

Por eso, simplemente asintió, con una leve sonrisa, y salió junto a ella de la habitación, aunque se quedó en el piso de arriba. — Ahora bajo. — Elio seguía en su habitación, evidentemente, pues nadie le había reclamado, y le había seguido con la mirada con ojos preocupados como si supiera lo que ocurría. Se acercó al despacho de su madre y la mirada de Cordelia se posó en él automáticamente, analítica. Tales, por su parte, estaba tranquilamente dormido en el despacho de su padre. Todo seguía tal y como lo habían dejado la mañana anterior cuando salieron de casa. Fue a ver a Lex, pero su hermano no estaba en su habitación. Sí que estaba Noora, asomada al alféizar de la ventana. Marcus suspiró. No le hacía ni falta asomarse: conociendo a su hermano, y si su hurona estaba mirando hacia el jardín, ya sabía lo que estaba haciendo. Cada uno gestionaba los nervios como buenamente sabía.

Se quitó rápidamente el pijama y se puso una camiseta y un pantalón cómodo y bajó las escaleras al tiempo de ver a Alice saliendo hacia el jardín. Su abuela salió también de la cocina, mirándole bajar y dedicándole una sonrisa mientras llevaba tostadas a punta de varita a la mesa del comedor, en la que ya se estaba poniendo solo el mantel. — Hola, mi niño. — Hola, abue. — Respondió con cariño. — Te ayudo. — Fue tras ella a la cocina de nuevo y, al entrar, frunció un poco el ceño. — ¿Cuánta comida has hecho? — La mujer suspiró. — Tus padres pueden venir dentro de cinco minutos o dentro de cinco días. Igualmente, aunque vuelvan ya, tampoco les va a venir mal tener que ahorrarse cocinar. — Le apuntó con un índice que balanceó en el aire. — No te vendría mal tener un par de recetas almacenadas en esa cabecita tan lista tuya. Ya has visto que las cosas pueden torcerse cuando menos te lo esperas y comer, hay que comer igualmente. — Marcus ladeó una sonrisa. — Me sé muchos hechizos domésticos tuyos. — Pero las recetas solo las haces leyéndolas de un papel, y a duras penas, como tu abuelo. ¿Sabes que estás en este mundo de milagro? Porque cuando tu padre tenía aún siete años estuve enferma en cama más de un mes y tu abuelo casi nos envenena a todos. — Eso hizo a Marcus reír con los labios cerrados, negando. — Qué exagerada... — Tras unos instantes de silencio, Molly le miró y suspiró. — Cómo me parte el alma verte así de triste... — Marcus frunció los labios. ¿Tanto se le notaba? — Pero soy sensata. Tampoco es que estemos ninguno como para tirar cohetes... Saldremos adelante como podamos. — Pues sí, era lo que tenían que hacer.

Se pusieron todos a desayunar en un silencio entristecido, haciendo un esfuerzo por disimular que estaban en la situación menos idílica del mundo. Estaba sorbiendo el café cuando Alice rompió el ambiente con la que entendía que era la maravillosa idea que se le había ocurrido. Y de maravillosa, tal y como intuyó, no tenía nada. De hecho, casi escupe el café, tuvo que toser un poco porque se le había ido por otro camino, lo que hizo que Lex reaccionara antes que él y se generara una conversación cruzada con nula intervención por su parte, porque estaba centrado en conseguir que el aire volviera a pasar por los conductos adecuados con normalidad.

Respiró hondo, ya más recompuesto, y Alice le habló directamente. Era cierto, Aaron no era santo de su devoción, pero la cuestión no era esa. La cuestión era que habían recibido instrucciones precisas de no hablar con nadie hasta nueva orden, y alguien tan extremadamente poco discreto como Ethan y una persona del núcleo directo de los Van Der Luyden no le parecían ni muchísimo menos las personas por las que empezar a comunicarse. — Alice. — Empezó, carraspeando un poco para aclararse la garganta, ya que aún le salía la voz un tanto quebrada por el casi atragantamiento. — No... no me parece mala idea. De verdad. — Empezó. Con suerte así amortiguaba un poco el golpe. Tragó saliva y la miró directamente, colocando una mano sobre la de ella. — Y sé... sé que esto es muy duro. Sé que está siendo muy difícil e insoportable simplemente esperar. — Respiró una vez más. — Pero tú confías en mi madre ¿verdad? Tiene muchos contactos y, si no está aquí ahora, créeme que es porque está moviendo cielo y tierra por encontrar la mejor manera. — La miró a los ojos, tratando de que viera en estos que la entendía, que la quería, que la comprendía... pero que, por favor, le escuchara, porque había que ser un poco más mente fría y menos sangre caliente. — Es una buena opción, de verdad que sí. Y seguramente mi madre la valore y no la descarte para nada. Pero... creo que deberíamos esperar... al menos a que ella vuelva y nos diga. — Se mojó los labios. — Alice, ni siquiera sabemos si tu familia de Francia se ha enterado de esto. Sacar una información tan delicada... sin saber... cómo están las cosas buenas... es arriesgado. Y quizás mi madre esté moviendo hilos y nosotros no lo sabemos y esto podría ponerlo en peligro. — Apretó su mano. — Esperemos un poco más. — Miró de reojo a su abuela. Esta estaba mirándoles en pausa, sin llegar a estar en un segundo plano pero dejando a su nieto dialogar. Lex estaba en tensión, mirando al plato. Marcus volvió a mirar a Alice. — Si mañana a esta hora seguimos sin saber nada... envío un patronus a mi padre para que me diga algo, lo que sea, para que nos mantenga informados. Pero... vamos a intentar aguantar un poco más, mi amor. Sé que es difícil, pero estamos juntos. — Y la familia lucha junta, cariño. — Apuntó Molly, mirándola con dulzura. — Y, en estos momentos, es fundamental que todos vayamos a una. —

 

ALICE

Cuando a su novio le parecía buena idea algo, no tardaba ni medio segundo en apoyarlo y sugerir ideas. Así que ese “Alice” tan escueto, era que no le parecía buena idea. Inspiró y asintió a lo de Emma. — Claro que confío en ella. Pero no puede arreglarnos toda la papeleta tu madre sola ¿no? No sé ni qué está haciendo mi padre, ni mi tata, ni mi familia en general. Sé lo que puedo hacer yo, que es averiguar cosas de los Van Der Luyden de una fuente primaria, más primaria que ninguna que podamos conocer. — Pero tenía razón en que no sabían de qué hilos estaba tirando Emma, y con qué podían entorpecer esa búsqueda. Sí, eso era verdad, pero seguía dejándola a ella fuera de la ecuación. Miró sus manos apretadas y asintió. No le quedaba de otra tampoco, y no quería pelearse con Marcus y con todos, porque claramente no había nadie ahí que compartiera su afán por ponerse en pie y hacer cosas. — Voy a esperar más. — Concedió. — Pero si mañana no sabemos nada, me voy a buscar a Ethan y a Aaron. No puedes pedirme que pase más horas sabiendo que esa gente que maltrató a mi madre y la echó de casa con diecinueve años sin nada, es quien ahora tiene todo el poder sobre Dylan. — Miró a Molly cuando dijo lo de que la familia lucha junta y torció el gesto, levantándose. — No sé, abuela. Yo ahora mismo no estoy luchando por nada, precisamente. Y me temo que mi padre se rindió hace mucho. — Y se fue, antes de enfadar a nadie o de decir algo que en verdad no quisiera decir.

Fue a la habitación y se cambió rápidamente, dispuesta a bajarse al jardín a cuidar de las plantas, que era lo único que podía hacer. Primero hizo una poción fungicida para rociar las plantas sanas, en prevención a la niebla, y luego se dedicó a sacar todo lo que Arnold y Emma tenían en el cobertizo para meter el jardín en solfa. Si algo le había enseñado Ruth es que cualquier jardín necesita siempre mantenimiento. No podía limpiar y cocinar porque ya lo había hecho Molly, no podía hacer nada respecto a su familia porque todos consideraban que no debía, y ya había terminado el colegio, así que no había materia en la que pudiera sumergirse. Meterse ahora a estudiar, siquiera por encima, la alquimia, resultaría en bomba. Así que se dedicó al jardín mientras pensaba, pensaba sin cesar. ¿Por qué? ¿Por qué había empezado todo aquello? ¿Por su madre enamorándose de su superior extranjero? ¿Una chica de prácticamente su edad dando la espalda a todo lo que había conocido? Quizá simplemente estaba harta del mundo que la rodeaba, pensó, mientras cavaba para sanear las ramas de los grandes arbustos de la esquina del jardín, recogiendo todo después para tener algo más que hacer. ¿Y cómo habían llegado a quitarles a Dylan? Es decir, ¿cuál era el objetivo de esa gente? ¿Hundir a su padre? La vida hundió sola a su padre, sin necesidad de la intervención de los todopoderosos Van Der Luyden, no hacía falta joderle la vida a su hermano. Casi se mete un rastrillazo en la mano, así que suspiró y se secó el sudor de la frente, porque ya había salido el sol, y tras adecentar todo un poco, se llevó las macetas de hierbas aromáticas debajo del gran árbol del centro del jardín y se dispuso a, como decía siempre su madre, darles amor. Estaban estupendas, pero toda planta tiene ramitas secas, hojas más feas, trabajo en la tierra, así que a eso se dedicaría.

Estaba a la sombra, quitando con mucha mucha delicadeza las alargadas y finísimas hojas secas de un hinojo, cuando notó a Marcus al lado. Alzó la mirada y la volvió a bajar a la planta. ¿Cuánto tiempo habría pasado? Igual la abuela se había ido y ella no se había dado ni cuenta. — Perdón. He perdido la noción del tiempo. Pero creo sinceramente que me viene mejor no pensar en nada, dejar el cerebro en pausa, y eso solo lo consigo con las plantitas. — Se recostó en el tronco y miró alrededor. Aquel calor bochornoso, su tristeza, el árbol… — ¿Qué se te pasó por la cabeza aquel verano cuando me propusiste lo del círculo de piedras? — Preguntó con una pequeña risa, antes de volver a la planta. — Hacerme feliz, como siempre, supongo. Pero no pegaba nada contigo. — Puso una sonrisa triste. — Como supongo que no pega nada dejarme ir a buscar a Aaron y hacer algo por mi cuenta, pero… — Suspiró y negó, con la mirada perdida. — No sé cuánto puedo aguantar aquí parada sin hacer nada, Marcus. —

 

MARCUS

Uy, que no, pensó espontáneamente, porque él creía firmemente que su madre era capaz de cargarse todo ese tema sola y arreglarlo. Lo cual, evidentemente, ni era justo, ni era lo que debería ocurrir, ni tranquilizaba a los que estaban mirando y esperando. Marcus confiaba ciegamente en su madre... y puede que le tuviera un poquito de miedo. En el buen sentido. Es decir, que prefería no llevarle la contraria cuando sabía que estaba dedicándose a algo importante y delicado. Sobre todo cuando, como era el caso, él no tenía la menor idea de qué hacer.

Lo bueno es que Alice no tardó en aceptar lo que le había pedido, lo que le hizo suspirar internamente, aliviado. No le apetecía una discusión con ella ni mucho menos, estaban todos muy tensos y lo que tenían era que estar unidos, como decía su abuela. Asintió y concedió su condición, pero ahora sí que sí pensaba avisar a su padre si a la noche no sabían nada. Porque dudaba que pudiera contener a Alice mucho más tiempo de ir a buscar a Ethan, y a Marcus le parecía probablemente una de las peores personas por las que empezar a divulgar la información.

La siguió con la mirada, con tristeza, cuando vio cómo se levantaba y se iba, con ese ánimo tan taciturno y esa impotencia. Si la entendía, claro que la entendía, la entendía perfectamente. Como le había dicho a Lex la noche anterior, si algo le hubiera pasado a su hermano... Tampoco es como que tuviera que hacer un ejercicio de imaginación muy grande, porque Dylan era como un hermano para él. Estaba desesperado, disimulaba por fuera, pero por dentro tenía ganas de llorar, de gritar pidiendo ayuda e información y de darse cabezazos, de plantarse él mismo en casa de los Van Der Luyden si hacía falta y llevarse de allí a Dylan a rastras. Pero delante de Alice no podía ponerse así, no iba a ayudar en nada.

Lex, que estaba muy callado mirando al plato, pareció ser activado con un botón, se limpió con la servilleta y se levantó, dispuesto a salir al jardín. — Ah, ah ah. Jovencito, ven ahora mismo aquí. — Lex bufó, pero volvió a la mesa, aunque se quedó de pie, mirando a su abuela entre enfurruñado y penoso. — Abuela, necesito entrenar. — ¿Te van a hacer una prueba esta tarde? ¿Te estás jugando tu vida profesional en las próximas dos horas? — No, pero... — Lo que estás haciendo es matarte a hacer ejercicio para no pensar. Cariño, que soy tu abuela, que te conozco bien. — Marcus estaba asistiendo a la conversación en silencio, moviendo apenas los ojos de uno a otro. Su abuela, muy serena y sin mirarle, señaló la silla. — Siéntate de nuevo, hazme el favor. — Lex echó aire por la nariz, pero se dejó caer con virulencia en la silla, tanto que Marcus temió que se partiera. Molly suspiró silenciosa y les miró a ambos. — Alice está muy mal. Y yo no me he creído del todo eso de "esperaré a mañana", en cualquier momento se puede desesperar y querer salir corriendo. Así que, por favor. — Les miró a uno y a otro. — Sé que estáis mal, todos queremos mucho a Dylan. Pero la familia lucha junta, ya lo habéis oído. Y como no está vuestro padre aquí para contradecirme lo voy a decir: tenéis sangre irlandesa, y si de algo sabemos los irlandeses, es de luchar unidos. — Marcus y Lex la miraban como perrillos siendo regañados. Molly siguió, mirando de nuevo a uno y a otro. — Cuando sintáis que flaqueáis, buscad al otro. Por favor, las riñas infantiles ya quedaron atrás, sé que estáis más unidos ahora así que, que lo parezca. Ya iba siendo hora. Llorad si tenéis que llorar en el hombro del otro, quejaros, desahogaros, lo que queráis. Pero con Alice... por favor, no me la perturbéis más, que suficiente tiene con lo que tiene. —

Señaló a Marcus. — Tu novia está pasando por uno de los peores momentos de tu vida y ahora mismo la cabeza de esta casa eres tú, en ausencia de tus padres. Y tus padres se tienen que estar matando ahora mismo. Que su esfuerzo merezca la pena, tu trabajo aquí es contener las aguas ¿entendido? — Arqueó una ceja. — Y si le tienes que dar otro sedante, se lo das. — Marcus abrió mucho los ojos. — ¡Abuela! No... no pienso... Suficiente que lo hice ayer. ¿Y cómo sabes tú eso? — ¡Oh, por favor, Marcus! ¿Te crees que nací ayer? Alice iba dando tumbos, y todos tenemos sedantes en casa en caso de emergencia. — ¿¿Ah sí?? — Preguntó Lex, azorado. — Porque yo me acabo de enterar de que existen. — Pues ya lo sabéis. No te estoy diciendo que la drogues gratuitamente, que no me entere yo, vamos, que te las vas a ver conmigo. Pero si entra en crisis... ella misma es razonable y lo entenderá. — Miró a Lex. — Y en cuanto a ti... Cariño, tú tienes técnicas para lidiar con esto, sé que lo estas pasando muy mal. — Lex se encogió. — No es solo... No solo vuestros pensamientos. Yo también... Es Dylan... — Lo sé, cariño. — Es que no estoy haciendo nada. — Es que no puedes hacer nada. Apoya a tu hermano, ayuda a Alice, y por favor, que no tengamos que llevarte al hospital porque te ha dado algo entrenando. Hoy no es el día, Lex, ya has hecho deporte suficiente. Haceos compañía e intentad pasar el rato entre los tres. — La mujer se levantó y le dio varios besos sonoros en la mejilla a cada uno. — No la voy a molestar, que está muy distraída ahora. Voy a ayudar a vuestro abuelo. Si esta noche no han vuelto vuestros padres, volveré yo. —

Se quedaron los dos unos instantes en silencio, sentados a la mesa. — ¿Y si es Darren el que me escribe a mí? — Preguntó de repente Lex. — ¿Qué hago? ¿No le contesto? — Marcus lo pensó levemente. — Pues... creo que, si te escribe, nos vendría hasta mejor. — Lex le miró extrañado. — Si te escribe, contéstale con normalidad. Como si no ocurriera nada. Eso... dará sensación de normalidad, de que no estamos involucrados, de que aquí no pasa nada. — Lex parecía sin entender... hasta que de repente lo hizo. Parpadeó. — ¿Es que... crees que podrían leer mi correspondencia con Darren? — Marcus se encogió de hombros. — Lo veo poco probable, pero creo que ya ha quedado constancia de que los O'Donnell estamos involucrados en esto, así que... por si acaso. Si lo hicieran y no vieran nada, eso que nos llevamos. — Lex asintió lentamente. Marcus estaba seguro de que, con esta nueva información, ahora prefería no hablar con Darren hasta nueva orden.

Miró a lo lejos a la ventana del jardín y suspiró. — Voy a hablar con ella... — Lex asintió. — Yo voy a ver qué ha hecho la abuela de comer. Que antes me lo ha explicado pero no me he enterado de nada, la verdad. — Marcus rio levemente con los labios cerrados. Aquello era demasiado nuevo para todos ellos. Salió al jardín y encontró a Alice a los pies del árbol que conducía a su habitación, donde no era la primera vez que se sentaban juntos. Eso hizo, sentarse junto a ella. Asintió. — Las plantas te relajan... y a mi jardín le ha venido de lujo. — Dijo con calidez, en un toque ligeramente distendido, a pesar del manto de tristeza que tenían. — Has hecho bien. — No tenía que disculparse de nada, al revés. Por él como si se pasaba todo el día perdida en las plantas si eso la ayudaba a no pensar.

No se vio venir el cambio de tema, de hecho, la miró extrañado por un momento. Cuando cayó en lo que le preguntaba, echó él también la cabeza hacia atrás, nostálgico, reflexivo. Rio en silencio, con los labios cerrados, y se tomó unos instantes para responder. — Sí... hacerte feliz, a toda costa... La desesperación. — Tragó saliva, sin dejar de mirar al cielo, y escuchó el resto del discurso de Alice. Llenó el pecho de aire y lo soltó poco a poco. — Lo entiendo. — Dijo tras una pausa. La miró. — Pedirte que aguantes sin hacer nada... es injusto. — Tomó su mano y la apretó, mirándola. — Pero estamos juntos en esto, Alice. Todos. Somos una familia y lucharemos juntos, como ha dicho mi abuela. Y... — Volvió a echar aire por la nariz. — Sé que es desesperante... pero esperemos al menos al día de hoy. — Y se quedó mirándola a los ojos, esos ojos que le enamoraban y que ahora estaban tan tristes... y eso le destrozaba.

Se había quedado mirándola con tristeza y su mano aún agarrada. Se acercó a ella en el árbol y tomó ambas entre las suyas. — Aquel día tomé una decisión precipitada y que podía haber acabado en catástrofe... no quiero que te pase lo mismo a ti ahora, Alice. — Tragó saliva y bajó la mirada. — No es... lo único que la desesperación por verte mal me ha hecho hacer por ti sin que... sea lo más... respetuoso, supongo. — Se mojó los labios y alzó la mirada. No podía mirar al suelo mientras decía eso, tenía que mirarla a los ojos. — Alice... esto que te voy a decir... si te enfadas conmigo, lo entiendo. De verdad que lo entiendo... y lo siento, muchísimo. — Frunció los labios, soltando aire por la nariz. — La poción que te di ayer... no era un tranquilizante normal. Era una poción sedante. — Negó. — Alice, me parte el alma verte así de mal. Lo siento, lo siento mucho, pero estabas... estabas destrozada, no dejabas de llorar, no te sostenías en pie. Tenía que haberte preguntado, lo sé... pero no sabía qué hacer y... — Se le estaban humedeciendo los ojos y quebrando la voz. — Me dolió como no te imaginas hacerlo, pero no podía verte así, no lo podía soportar... Y tenías que saberlo, pero ayer no quería echarte más carga encima. Lo siento. —

 

ALICE

Sonrió de medio lado y alzó un poco las cejas. — Qué idiotas fuimos tantos años. Los dos desesperados por hacernos felices, y solo teníamos que… estar juntos. Y ya está. — Dijo de corazón, perdiéndose en el tacto de su mano. Sí, sabía que la entendía, eso no lo ponía en duda, por eso le miró y asintió. — Lo sé. Sé que tú también adoras a Dylan, sé que lo estás pasando mal… — Se mordió el labio inferior. — Pero es que tengo tanto miedo de que esté con ellos. Si nos lo hubieran quitado y estuviera en un centro de menores o algo así… sería terrible, pero no estaría muerta de miedo de qué le pueden hacer los Van Der Luyden. — Parpadeó y miró a lo lejos, tratando de retener las lágrimas. — Es que no paro de pensar en lo que dijo mi madre: “esclavizarnos a mí y a nuestra hija por la vergüenza”. Lo decía en serio, le salía de dentro, realmente creía que era una vergüenza lo que le pasó… ¿Qué más cosas pensarán? ¿Qué le dirán a Dylan de mí o de nuestro padre? — Negó con la cabeza y miró al suelo. — No puedo dejar de pensarlo, no puedo. Por mucho que me concentre en otra cosa. — Tragó saliva y encajó la mandíbula. — Sí, pero mañana necesito respuestas. Necesito aunque sea hablar con mi tía Violet. No puedo seguir aquí aislada de todo. — Dejó claro. Porque su paciencia tenía un límite y estaba bastante mermado por las circunstancias.

Asintió a lo de aquel día y sonrió tristemente. — Pues sí. Aunque sospecho que las piedras no habrían hecho nada, si te soy sincera. Solo estábamos tan asustados que no sabíamos bien qué hacíamos. — Se mordió las mejillas. — Como yo ahora, supongo… — Miró a su novio. — Pero es que necesito saber más de ellos. Dónde viven, dónde van a llevar a Dylan. Si tan solo pudiera hablar con la hermana de mi madre… Ella es madre también, ella quizá me entienda y me ayude… Mi madre y Aaron siempre decían que no era mala persona, que solo tenía miedo… — Inspiró profundamente y volvió a tragar saliva. No podía pasarse todo el día llorando tampoco.

Entonces Marcus dijo algo de la desesperación. — Si vas a volver a sacar el tema de la alquimia, Marcus, ya te dije que… — Pero no, no era eso. Y de hecho, el precedente al que ella misma se estaba refiriendo, hizo que se pusiera en guardia. Pero entonces mencionó lo de la poción, y eso la hizo respirar de alivio, tanto que se le habría notado. — Ay, Marcus, me has asustado… — Volvió a respirar con normalidad. — ¿Eso es todo? — Se apartó el pelo de la cara y perdió la mirada. — Probablemente yo habría hecho lo mismo si hubiera pasado al revés. No soy capaz de acordarme de nada desde que se llevaron a Dylan hasta que me desperté ya de noche. Pero es bueno saber que no eres tan malo en pociones, me tenías un pelín preocupada. — Se mordió los labios por dentro y le miró. — Procura no hacerlo más, pero… no estoy enfadada. No con quien cuida de mí y me protege siempre. Quien está sufriendo tanto como yo. — Tragó saliva y dudó un momento. — Oye… ayer… le dije cosas a mi padre… O sea, me recuerdo muy enfadada, pero no sé qué dije. — Cerró los ojos y dejó salir el aire. — No me arrepiento por él. No quiero saber nada de él, de hecho, me es indiferente lo que haga a partir de ahora, no lo quiero en mi vida y punto… Pero temo haber dicho algo que pueda incriminarnos y haberlo empeorado. — Suspiró y miró a Marcus. — Así que… ¿así fue? ¿Dije algo incriminatorio? ¿Crees que nos estaban escuchando o algo? — Resopló. — Juro que odio estar así. Me trae recuerdos del verano pasado, pero mucho peor y con todo el mundo implicado. —

Miró a su novio y se recostó sobre su pecho, abrazándose a su cintura. — No era esto el futuro que veía para nosotros, Marcus. — Controló el llanto, pero los ojos los tenía inundados. — Nos veía viajando, como decíamos de pequeños. A Irlanda, a París, a Roma, a Damasco… Pensaba… si quizá… si tuviéramos una casa lo suficientemente grande, Dylan podría venirse con nosotros y llevar una vida más tranquila… Que cesara ya todo este asunto, dejar atrás la tristeza, los años después de la muerte de mi madre… — Suspiró y frotó la mejilla sobre su pecho. — No toda esta tristeza, no tener que hablar de si me has dado un sedante, o si tus padres vuelven Merlín sabe cuándo, o si yo he dicho algo incriminatorio. — Suspiró de nuevo. — No era esto, definitivamente. —

 

MARCUS

Sonrió con tristeza, pero también con una especie de tierna nostalgia. Pues sí, fueron unos idiotas, le dieron demasiadas vueltas a la cabeza... De repente, recordó las palabras que su abuelo le había dicho hacía apenas unos meses, en Navidad, cuando Marcus estaba dándole tantas vueltas a si tenía futuro con Alice o no. Es curioso cómo con diecisiete años es cuando más fáciles son las cosas y cuando más difíciles se ven. Si supiera que en ese mismo verano iba a estar así... con el amor de Alice garantizado y un futuro prometedor por delante, juntos, pero con esa situación con Dylan y los Van Der Luyden, por no hablar de todo lo que habían vivido en Pascua y creían haber dejado atrás... Aquel Marcus del pasado solo tenía unos meses y ya le daban ganas de decirle que menudo inocente idiota.

Tragó saliva y asintió, pero con la mirada baja, porque se emocionaba con facilidad y le costaba deshacer el nudo de su garganta. Dylan... ¿cómo estaría? El momento de esas personas llevándoselo ante él se le repetía en la mente una y otra vez. Negó con la cabeza. — Lo que sean que digan... será absolutamente mentira. Y Dylan no lo creerá. Dylan es feliz con vosotros, sabe que sois su familia, la única y verdadera. Sabe quién era su madre y quiénes sois tu padre y tú. Y además, ya sabes el don que tiene. Va a oler la maldad a lo lejos, no se creerá nada. No podrán cambiar su forma de pensar. — Apretó su mano. — Y nosotros, tarde o temprano, vamos a sacarle de allí. — A lo de la hermana de Janet, hizo una mueca con los labios... y no dijo nada. Prefería no decir nada, pero Marcus, personalmente, no pensaba fiarse de nadie en esa familia. Esa mujer dejó que su hermana fuera agredida y expulsada de su casa, que tuviera a sus hijos lejos de su país y que muriera, sin venir ella a su funeral. Y cuando lo único que había hecho Janet había sido enamorarse y querer formar una familia con esa persona. Nunca le iban a convencer de que una buena persona haría eso. Él jamás, bajo ningún concepto, le haría ni la quinta parte de esas cosas a su hermano. No encontraba justificación alguna, pero entendía que Alice necesitara agarrarse a algo.

Debía reconocer que estaba en tensión por la reacción de Alice a su confesión, pues contaba con que se enfadara, o como mínimo que se ofendiera... pero no. Se veía que, con la situación que tenían encima, era lo que consideraba menos importante, porque incluso pareció aliviada de que no quisiera decirle algo peor. ¿Que si eso era todo? ¿Le parecía poco? Se encogió de hombros. — Bueno... es que no te pedí permiso, y tú no querías tomártela, siento que te la di a traición... Bueno, es que te la di a traición. — Reconoció, con la mirada en otra parte. — Y por mucho que fuera lo que tenía que hacer y que mi intención fuese buena, me siento mal... y quería disculparme. No quiero que pienses que... en fin, que voy a ir por ahí... haciéndote cosas que no quieres a la primera de cambio. — Empezaba a sentirse un poco estúpido en el proceso de disculpa, sobre todo en vistas de que Alice no le estaba dando tanta importancia. Y él llevaba desde que lo hizo fustigándose.

Tragó saliva y negó con la cabeza. — No lo haré más. — Aseguró, aunque con la boca pequeña. Visto lo que la vida podía hacerte de un segundo a otro y sin vérselo venir... ya no se atrevía a jurar ciertas cosas. Afortunadamente, Alice cambió de tema... o desgraciadamente, más bien. Porque lo que dijo le partió el corazón. — Alice... va, no digas eso. — Dijo con voz suave y triste, acercándose a ella. Negó. — No, no has dicho nada incriminatorio... — Pero sí cosas muy duras, que Alice no necesitaba que le echaran en cara ahora, así que las dejó correr. — Entiendo que te sientas así, pero... es tu padre. Os quiere, esto... esto era muy difícil de... — Frunció los labios. Intentaba defender a William con argumentos sólidos, pero... — Ha sido un error. Todo esto. Una artimaña de mala fe de los Van Der Luyden, no es su culpa. — Al menos esa afirmación no era del todo falsa y no le obligaba a mentir. Porque lo cierto era que... William había hecho cosas que, de demostrarse, efectivamente podían meterle en un buen lío. Y entendía el enfado de Alice. Pero le partía el alma verla así con su padre, que al fin y al cabo solo era un hombre destrozado por haber perdido al amor de su vida... De verdad que, por mucho que quisiera, Marcus no le podía culpar.

La rodeó con sus brazos cuando se recostó en su pecho, cerrando los ojos y echando aire por la nariz. — Lo sé... — Susurró. Dejó un beso en su pelo. — Aún nos queda mucha vida, Alice, toda una eternidad. Muchísimos años en los que seremos felices... — Trató de sonreír, aunque con tristeza. — El año que viene, volveremos a celebrar el cumpleaños de Dylan y recordaremos esto. Y diremos, qué mal lo pasamos, pero qué bien lo hicimos. Porque lo vamos a lograr ¿me oyes? Dylan volverá. — Arqueó las cejas. — Por lo pronto, Lex dice que no se vuelve a Hogwarts sin él, y tiene un posible contrato con los Montrose Magpies para julio de 2003 que no piensa perder y necesita tener los estudios terminados. Así que... — Esperaba que al menos el tono distendido relajara a Alice. Volvió a besar su pelo y a achucharla contra sí. — Haremos todas esas cosas, mi amor. Nosotros no dejamos nada a medias. Pero recuerda que los buenos alquimistas, los sabios de verdad, aprenden del camino, no solo ansían llegar a la meta... Tú me lo enseñaste. Tú me enseñaste a tener paciencia y a mirar, a disfrutar de las cosas, a aprender de ellas. Esto es... terrible. Pero es parte del camino. Y lo conseguiremos. —

***

La espera se estaba haciendo eterna, y Marcus estaba cada vez más tenso de pensar que empezaba a caer la noche y por allí no había aparecido nadie. Miró disimuladamente el reloj, porque no quería alterar a los otros dos mostrándose impaciente. Las ocho y media. Se frotó la cara. Estaban conteniéndose de cenar, habían comido de hecho bastante tarde porque todos andaban con poca hambre, y quizás deberían ir cenando. Pero cenar era prácticamente asumir que el día estaba llegando a su fin y seguían sin noticias.

Habían intentado distraerse como habían podido, jugando a las cartas, leyendo, charlando, echándose siestas por mero aburrimiento... Los tres estaban con la cabeza a mil por hora y se notaba y los silencios se hacían largos y espesos, y cuando querían darse cuenta estaban volviendo al tema, hasta que Marcus o Lex hacían un esfuerzo para reconducir que no llegaba más que a quedarse en silencio otra vez. De hecho, en silencio estaban, sentados en el salón. Lex jugaba con Noora como ido, moviendo una pelota de lana por el suelo que su hurona perseguía, tratando de alegrar a su dueño con movimientos graciosos pero sin mucho éxito. Elio también estaba abajo con ellos, pero ya le había dado suficientes chucherías, mejor parar. Ahora simplemente le hacía compañía a Alice, a la que Marcus le había dejado un viejo libro de herbología que tenían allí de su abuela que la chica no había leído, a ver si se distraía. Él fingía leer sobre aritmancia, con la excusa de una cosa que le había dicho André el otro día y que era mentira, pero de verdad que tenía que hacer ALGO. Lo único que estaba haciendo era tener el libro en las piernas y perder la mirada en ninguna parte.

— ¿Queréis cenar? — Preguntó Marcus en voz alta. Lex le miró y se encogió lentamente de hombros. Dejó de darle vueltas a la pelota de lana y dijo. — Si queréis, voy yo a por... — Pero el discurso de su hermano se vio interrumpido por el sonido de la puerta de la casa abriéndose, y los tres dieron un sobresalto en su sitio, con los ojos muy abiertos, mirando a la puerta del salón. Marcus, de hecho, se puso de pie, y estuvo tentado de ir en busca de quien fuera que hubiera entrado (no era su abuela porque no había llamado al timbre, o era su padre o era su madre... esperaba), pero se quedó paralizado en el sitio. Las pisadas eran inconfundibles, lo cual le tranquilizó y le aceleró el corazón a partes iguales. Por fin iban a recibir noticias. En unos segundos que se hicieron eternos, la espigada figura de Emma apareció en la puerta del salón.

Los cuatro se quedaron en silencio, paralizados unos segundos, los tres chicos mirando a la mujer y la mujer devolviéndoles la mirada. Se intuía muy levemente el cansancio de quien lleva sin parar de luchar más de veinticuatro horas seguidas, pero mantenía su pose estoica y elegante como si por ella no pasaran las horas ni las desgracias. — ¿Estáis bien? — Preguntó, rompiendo el hielo. Los tres asintieron en silencio. Noticias, lo que querían eran noticias. — ¿Habéis cenado? — Los tres negaron. Emma suspiró, y ahí sí se notó el cansancio. — Es muy tarde... — La mujer se frotó un poco los ojos. Su madre estaba agotada, por mucho que lo disimulara, nunca la había visto así. — Sé que me estabais esperando. Arnold viene de camino... le esperamos y luego cenamos todos y nos vamos a dormir. Hasta mañana ya no podemos hacer nada. — Miró a Alice. — Pero puedo contaros lo que tenemos hasta ahora. — Sí, por favor. Suplicó Marcus mentalmente.

Lex cambió su asiento del suelo a uno de los sillones y Marcus se sentó a un lado de Alice del sofá. Emma se sentó al otro, dejando a la chica en medio de ambos. La mujer la agarró de una mano con delicadeza pero con firmeza y comenzó a hablarle, mirándole a los ojos. — Tu hermano está ahora mismo en casa de Peter y Lucy Van Der Luyden, los padres de tu madre. Hemos localizado a la persona del Ministerio que estaba filtrando la información, ahora mismo se encuentra expedientada y fuera del Ministerio. Su contacto no era de los Van Der Luyden sino del MACUSA, pero aún no sabemos quién es. No quería esperar a más tiempo para venir a informaros porque la información llega con cuentagotas, e imagino que estabas muy preocupada. — Marcus y Lex se miraron de reojo. Tenían el aire contenido en el pecho. Su madre estaba hablando directamente para Alice, con un tono lo más neutro posible pero cálido, bastante cálido para ser Emma. Eso sí, sin conceder demasiado. Nadie se atrevía a chistar, solo a escuchar. — Nuestros abogados han contactado con las personas de nuestro Ministerio que están en el MACUSA para encontrar información. Los Van Der Luyden son bastante conocidos allí por ser una familia de gran influencia que a nadie le extrañaría que hubiera sobornado a quien haga falta por cierta información, veraz o no. — Emma hizo una leve pausa y añadió. — Hasta donde nosotros sabemos, no tienen absolutamente ningún dato que relacione a tu padre con ningún experimento con alquimia. Comprobado por nosotros, por nuestros abogados, por Lawrence y por algunas personas de su equipo. — Marcus respiró con tanto alivio que cerró los ojos, aunque tras el alivio inicial, resonaron de nuevo las palabras en su cabeza. ¿Su equipo? ¿Nuestros abogados? Por Merlín, pero ¿a cuántas personas conocía su familia? ¿Por qué sentía que estaba en la inopia?

— Lo que sí tienen son otros datos, pero no todos se pueden contrastar. El robo del giratiempo del Ministerio, por ejemplo, lo fundamentan en las informaciones del espía y en la objetiva desaparición del giratiempo, pero no tienen evidencias sólidas, y el giratiempo, como bien sabéis, no lo van a encontrar porque ya no existe. — Notaba la mirada interrogante de Lex. A su hermano le faltaban datos, pero ya tendría tiempo para dárselos. — Los pormenores... los estudiaremos cuando hayamos cenado. Lo que quiero dejar es una cosa bien clara: esto va a ser un proceso duro, complejo y muy delicado. No se puede actuar impetuosamente o movido por la rabia, la desesperación o la tristeza. Hay muchas cosas pendentes de un hilo, y si bien nosotros tenemos más a nuestro favor que ellos, y también tenemos influencia, la realidad es que Dylan no está aquí sino allí, y eso nos complica las cosas. Así que tenemos que ser muy pero que muy inteligentes a la hora de mover nuestras piezas. — Marcus estaba escuchando con la mirada perdida, con la cabeza a mil. — Marcus. — La llamada directa le sacó de la pompa casi con un sobresalto. Su madre le miraba directamente. — Tengo que hablar contigo. Es hora de que tengas más información sobre personas que son útiles a esta familia. — Miró a Lex. — Si se lo cuento solo a tu hermano y no a ti, es por protegerte. Aún te queda un año de Hogwarts, y créeme que esta información también te será muy útil a ti, pero en su debido momento. Ahora, olvida que esto existe, como habéis hecho hasta ahora. — Joder, mamá, a ver cómo hago yo ahora eso. — Dijo Lex, con voz asustada. — Si casi no sé ni de lo que estáis hablando. Me está dando mucho mal rollo todo... — No es nada peligroso ni malo, solo es documentación y contactos de los O'Donnell que, como adultos, tenéis que manejar. Pero es una información delicada que es mejor que no tengáis mientras estáis en Hogwarts, así que a ti, Lex, te la daré en su debido momento. — Le miró entonces a él y sintió que la mirada le helaba las venas. — Pero tú y yo, Marcus, tenemos que hablar esta noche. Hay muchas cosas que tenemos que poner en pie. —

 

ALICE

Marcus estaba muy seguro de que Dylan iba a saber distinguir entre la verdad y la mentira, y no es que dudara de ello o no, pero… — ¿Y si es peor para él llevarles la contraria? ¿Y si vuelve a no hablar? — Suspiró y se frotó la cara. — No sé qué estoy pensando ya, de verdad te lo digo. — Y seguía confiando en que iban a recuperarle. No pudo controlar el llanto al recordar el cumpleaños de Dylan, donde todo le había parecido ideal y perfecto… ¿Cómo había bajado tanto la guardia? ¿Cómo había permitido que las cosas acabaran así? — Solo quiero que tengas razón, de verdad. — Aseguró, llorando sobre el pecho de su novio, dejándose cuidar y abrazar.

— No digas tonterías, Marcus. Si confío en ti es porque te lo mereces y punto. Y confío en ti porque sé que sabes cuándo usar algo así sin preguntar y dónde dibujar la línea. — No estaba enfadada por lo de la poción, pero cuando mencionó lo de su padre sí que sintió su pecho arder. Pero no iba a discutir con Marcus sobre ese tema, y menos ahora. Además, que no había discusión posible, Alice había terminado con su padre, había aguantado y luchado suficiente, en algún punto había que parar, y le daba igual lo que le dijeran, ninguno había estado en su posición y nadie podía entender lo que había significado para ella esto, y no la iban a hacer cambiar de idea. — Bueno, esa es tu opinión. Yo tengo otra, bastante diferente, en base a ser una de las dos personas de las que tenía que haber cuidado como padre y, como ves, no ha ocurrido. — Sentenció sin más.

Solo la perspectiva de los años que le quedaban por delante con Marcus le hacía querer seguir adelante. Cumplir sus sueños, reencauzar su vida. Rio un poco a lo de Lex y asintió. No le quedaba de otra más que pensar que sería así, si no, no podría luchar, no le quedarían fuerzas. Giró la cabeza para mirarle a los ojos cuando le habló de los alquimistas y el camino. — Tienes razón. Tenía razón yo, más bien. Es solo que nunca pensé que el camino pasaría por aquí. — Suspiró. — Supongo que es parte del propio camino… No saber por dónde vas a pasar. — Le miró con amor. — Menos mal que te tengo a ti para viajar conmigo. — Y allí se quedó, en silencio, mirando el jardín, como cuando tenía catorce años y se sentía igual de perdida que ahora.

***

El día había sido un auténtico suplicio. Cada acción que Lex y Marcus trataban para distraerla se le tornaba más tediosa, y no quería hacerles sentir mal, así que consentía todo: cartas, charlas absurdas… Solo quería que llegara su plazo impuesto y ponerse a hacer cosas, que la soltaran legalmente y ella pudiera actuar por su cuenta. Por eso, cuando su novio le dio el libro de herbología, se puso obedientemente a leerlo hasta que llegara el momento después de cenar en el que cogiera sus cosas y se fuera a buscar a Ethan y a Aaron. Pero entonces ocurrió, en el ultimísimo momento, el evento por el que había aceptado esperar.

Dio un salto del sofá y se quedó mirando a Emma, sin poder articular palabra. Era como si se le hubiera olvidado que esa era también su casa, que de hecho era ella quien gobernaba allí, y a la propia Emma parecía habérsele olvidado que llevaba dos días sin pasar por allí, porque llegaba con el mismo aplomo que cuando venía de la oficina. Pero cuando preguntó por la cena y miró la hora, se vio que ella también estaba destruida. A pesar de eso, y aunque Alice no quería parecer desagradecida, estuvo a un segundo de protestar, pero Emma estuvo más rápida y accedió a contar lo que sabían.

Cuando Emma dijo “Peter y Lucy Van Der Luyden” se dio cuenta de que nunca nadie había pronunciado aquellos nombres en su presencia, como si es que fueran a invocarlos o algo así. Agradecía que Emma fuera bastante más clara en ese aspecto que su familia. No parecían salirle las palabras, así que se limitó a asentir a lo del empleado del Ministerio que filtraba la información. Le sorprendió no escuchar un nombre, y más le sorprendió que ya hubiera sido expedientado con tanta celeridad. Eso sí que era eficacia, sin duda. Asintió también a lo de la alquimia, cosa que le aliviaba. Pero sabía que el tema del giratiempo estaba ahí, y, efectivamente, iba a ser más rápido y fácil pillarles por ahí que por el otro lado. Pero Emma declaró que los pormenores los aclararían después de cenar y que poco más había que hacer, y le quedó claro que no podía hacer nada por su mano. Bueno, aportar lo que sabía, y de hecho iba a hablar (por fin, porque de verdad que se había quedado muda ante la oportunidad de por fin tener noticias) cuando Emma recalcó lo que había dejado intuir en el resto de la conversación: que tenía un auténtico ejército de gente respaldándoles. Algo que un Gallia jamás podría permitirse. Miró a Marcus e inspiró. Sí, habían hecho bien en no darles esa información en Hogwarts, que había mucho aprovechado por ahí suelto. Igualito que ella, que se sentía terriblemente culpable por que Arnold y Emma tuvieran que estar haciendo eso por ella.

— Hay un Van Der Luyden en Inglaterra. — Esa información tendría que haberla dado de alguna otra manera, pero le había salido así, porque veía venir que se iban a poner a hablar de otras cosas y no podía retrasarlo más. Emma se giró mirándola con el ceño fruncido. — Alice, ¿has hablado con…? — No estos días. De hecho, no tengo ni la más remota idea de dónde está. Se ha escapado de ellos, como hizo mi madre, y solo Merlín sabe dónde está ahora. Bueno, sí hay alguien que lo sabe: Ethan McKinley. — Su suegra estaba intentando poner las cosas en pie, por la mirada que traía. — ¿Y cómo le conoces? — Es mi primo, no nos llevamos ni un año. Se llama Aaron McGrath, y lo mandaron a Hogwarts. Lo conocí a principios de curso, pero mantuve las distancias, nunca me fie mucho de él, pero fue sincero, nos enseñó cartas de mi abuela y… — Suspiró y se mordió los labios por dentro. — Es gay, cosa que, por lo visto, los Van Der Luyden no toleran, así que le hicieron cosas… tipo Van Der Luyden. — Así que a eso se refería Dylan… — Arnold acababa de entrar por la puerta, y estaban todos tan tensos que ni se habían dado cuenta. — No lo entendía, trataba de ponerlo en pie… Dijo “que maltrataron a mi madre y a mi primo”. Traté de pensar que quizá era algo que Janet os había contado, pero se refería a ese chico… — A ver. — Cortó Emma, con un tono un poco tenso. — Un momento. Esto es… información nueva y valiosa que… estoy demasiado agotada para gestionar. — Resopló y se frotó los ojos de nuevo. — Vamos a cenar. Necesito ducharme también, y, cuando acabe ese proceso, me cuentas paso por paso todo lo que sabes de ese Van Der Luyden. Y mañana actuamos en consecuencia. — Y se fue del salón. Arnold, por su parte, se acercó a abrazarles y comprobarles. — ¿Estáis bien? ¿Vamos a cenar entonces? — Llegó a Alice y le acarició la cara. — Tu padre está bien. — Me da igual, dijo su voz interior. — El abuelo Robert pasó un mal rato ayer, pero ya está mejor. La tata y Erin están en tu casa, tu gata está claramente encantada de tenerlas allí. — La pobre Condesa, con el agobio se la había dejado. Arnold la abrazó. — Venga, hay que comer ¿vale? Y luego ya veremos. Venga, vamos a cenar… —

 

MARCUS

Las palabras de su madre le cortaron el aliento, sentía una opresión en el pecho y la sensación de que había olvidado cómo respirar. Y aquello ni siquiera había terminado. Cuando su madre dijo lo que tenía que decir, Alice no se lo pensó dos veces y soltó el plan que sabía que llevaba rondando su mente desde que lo hubiera soltado esa mañana en el desayuno. Marcus y Lex volvieron a mirarse, pero se mantuvieron en silencio. Marcus no había llegado a decirle a sus padres que había un espía de los Van Der Luyden en Hogwarts, y lo cierto era que ahora... no sabía por qué lo había ocultado. Probablemente por temor a que se hiciera demasiado real si lo sacaba de allí, o a que su madre hiciera justo lo que estaba haciendo ahora: mover hilos. También porque Alice parecía confiar en él, y si sus padres no lo hacían y activaban un protocolo similar al de ahora, su novia le diría que se estaba metiendo donde nadie le llamaba. Ahora, sin embargo, se planteaba si no hubiera sido mucho mejor que sus padres hubieran estado puestos sobre aviso.

Cuando apareció su padre en la puerta sintió un fuerte vuelco en el corazón, y los ojos se le humedecieron en el acto. Su padre... era especial para él. Llevaba dos días deseando ver qué estaba haciendo su madre, pero ahora que veía a Arnold... había tomado conciencia de lo mucho que le había necesitado y echado de menos. Estaba acostumbrado a no ver a su padre después de tantos años en Hogwarts. Pero él siempre había sido cariñoso y cálido, siempre había estado en los malos momentos. Le había necesitado mucho en esas más de veinticuatro horas en casa, sintiendo que el peso de aquello caía sobre él. Y que no tenía capacidad suficiente para llevarlo.

Apenas correspondió el abrazo, sin embargo, estaba un poco aturdido. Solo asintió cuando preguntó si estaban bien. Sus padres acababan de determinar que era el momento de cenar, y sí, era lo mejor que podían hacer. — Voy a ducharme rápidamente y estoy aquí enseguida. Así le doy luego el relevo a vuestra madre y no os dejamos solos más. — Trató Arnold de poner un toque un poco más familiar y distendido. Marcus sonrió vagamente y, junto con Lex y Alice, se dirigió a la cocina. Allí estaba Emma, delante del frigorífico, parada. La vieron suspirar mudamente con la mano apoyada en uno de los envases etiquetados que había dentro. — Vuestra abuela nos ha hecho comida para un mes... — Y Marcus conocía ese tono. Emma estaba dando las gracias a gritos. Su madre estaba ciertamente cansada, nunca la había visto así.

— Cenaremos esto. — Sacó un par de recipientes y comenzó a servirlos, mientras Marcus, Alice y Lex, en silencio, ponían la mesa. Todos estaban ya sentados cuando Arnold volvió, y juntos empezaron a comer. Su padre intentó romper el hielo varias veces con temas varios, bromeando sobre que su abuela había puesto el grito en el cielo al enterarse de que estaban solos y no había tardado ni medio segundo en volver. Lex, sorprendentemente, también intentó hablar un poco, recurriendo a uno de los pocos temas que controlaba: los animales. Ahí Marcus se dio cuenta de que su hermano se había estado ocupando de todos los animales de la casa... incluido de Elio, lo que le hizo girar la mirada a su lechuza, que seguía en el salón y que, convenientemente, se hizo el tonto, a pesar de estar a varios metros. O sea que Lex ya te había dado de comer. Pues no has rechazado mi comida. Esa lechuza glotona suya... Un día se iba a poner malo de verdad.

— Voy a subir a la ducha. — Dijo Emma al terminar. Se puso de pie y miró a Alice. — Cuando terminéis de recoger, ¿me esperas en mi despacho? Me gustaría aclarar contigo lo que me has contado antes. — Pasó la mirada por todos. — Mañana continuaremos, hoy solo hablaremos lo necesario para irnos a dormir tranquilos... que ya nos conocemos todos. — Pues sí. Ahí había bastantes personas que no pegarían ojo hasta que no aclararan ciertos temas. — Pero no son horas y estamos cansados, y cansado no se piensa bien. Lo que no podamos aclarar hoy, lo haremos mañana. — Y, dicho esto, se dirigió al piso de arriba para ducharse. Arnold suspiró y les miró con una sonrisa cálida. — Bueno... vamos a quitar esto. — Se levantaron y recogieron la mesa.

Ya en la cocina, el hombre se dirigió a Alice. — Sube, nosotros terminamos. — Le puso la mano en un brazo con afecto. — Cuando acabéis, me avisas. Os prepararé unas infusiones, nos va a venir bien a todos. Tú que entiendes tanto de plantitas, como dice mi niño, sabrás el buen efecto que tienen. — Alice se marchó y Marcus y Lex se quedaron con su padre. — Id a poneros el pijama... ha sido un día muy largo para todos. — Pero Marcus y Lex estaban mirando a su padre. Arnold suspiró, pero antes de hablar, se adelantó Lex. — ¿Cómo están los Gallia? De verdad, no lo que le has dicho a Alice. — Arnold le miró con tristeza. — Le he dicho la verdad. — Lex frunció el ceño y Arnold suspiró de nuevo. — Hijo... — Ya sé lo que me vas a decir. Esta vez no quiero controlarlo, papá. Joder, estoy siendo el más inútil del grupo. — Bueno, has mantenido con vida a Tales y a Cordelia. Y engordado a Elio. — Va en serio. No estoy haciendo nada. — Lex, no es como que se pueda hacer mucho más. — ¡Pues al menos quiero enterarme! — Lex soltó aire por la boca y miró a Marcus, apurado. Se lo pensó unos segundos antes de contestar. — Lo siento... — Marcus parpadeó. ¿Que sentía qué?

Lo que iba a decir, claramente. — Lo he visto. He visto lo que pasó. — Marcus miraba a su hermano, pero su visión se enturbió por las lágrimas, sin decir nada. — He visto cómo se llevaban a Dylan. He visto... la reacción de Alice. Lo siento... necesitaba verlo, y no has dejado de pensar en ello. — Marcus bajó la cabeza y se limpió las lágrimas con la manga. — Quiero hacer algo, papá. Por favor, no me digáis que es que yo estoy en Hogwarts, joder, no es justo... — Lex, si pudieras hacer algo, te aseguro que te lo diríamos. Pero ya estás haciendo mucho. — No es verdad. — Sí lo es. — Dijo Marcus. Ambos le miraron, pero él tenía la mirada llorosa clavado en su hermano. — Estás con nosotros. Sabes que estamos destruidos, tú lo puedes ver. Y tú no te mueves de nuestro lado. Ni estás deteniendo los pensamientos, en tus propias palabras, porque no quieres. Porque quieres saber cómo estamos. — Marcus tragó saliva. — Y eso es mucho, Lex. — Su hermano bajó la cabeza, con los labios fruncidos. Se quedaron en silencio. Tras unos instantes, sorbió por la nariz y, sin levantar la cabeza, dijo. — Mejor me voy a la cama. Buenas noches. — Y salió de la cocina.

Su padre y él se quedaron en silencio. Finalmente, Arnold se acercó a él. — ¿Cómo estás? — Marcus cerró los ojos y, sin esperar más, se acercó a su padre y se dejó abrazar, permitiéndose llorar. El hombre le besó el pelo y le acarició. — Te he necesitado un montón. — Confesó a su padre, entre lágrimas. Llevaba queriendo decírselo desde que le dejó en casa de los Gallia. Y ahora que estaban solos, antes de tener que enfrentarse a ser un adulto en el despacho de su madre, quería ser niño un ratito.

 

ALICE

Efectivamente, Molly había hecho comida para un regimiento y, obviamente, todos estaban agradecidos de no tener que estar ocupándose de eso también. Ella tenía cero ganas de comer nada, pero tenía aún menos ganas de discutir con todos los O’Donnell, que se iban a abalanzar sobre ella como lechuzas juzgadoras si se le ocurría decir que no iba a cenar. Así que se limitó a poner la mesa en silencio con Lex, ciertamente más tranquila sabiendo que aquel “ejército” al que se había referido Emma se estaba ocupando de cosas mientras ellos seguían allí.

Sonreía débilmente a los intentos de conversación, porque no quería hacerles sentir mal, pero cuando Lex dijo lo de los animales, se acordó de su gata. — Mi pobre Condesa Olenska… Con lo poco que le gustan los conflictos, debe estar oculta debajo de alguna cama. — Arnold chistó y negó con la cabeza. — De eso nada. Mi hermana la tiene todo el día en el regazo, está siendo peinada más que en toda su vida, y está encantada en la tranquilidad de estar sola con las tías. No sufras, Alice, si te viera aquí pasándolo mal estaría muchísimo más alterada y peor. — Ella asintió, y se quedó también un poco más tranquila en ese aspecto. En todos, la verdad, Emma y Arnold lo hacían todo más fácil.

Cuando terminaron, Emma declaró que se iba a la ducha y que la esperaba en el despacho, y ni cambiarse de ropa quiso, se fue directamente allí a esperar. Necesitaba entrar acción cuanto antes, desde luego. Pero antes, informar a Emma, lo había dejado bastante claro. Se fue, silenciosa, hacia su despacho. Nunca había entrado allí, solo lo había visto desde la puerta, y siempre le había parecido elegantísimo, expresivo de Emma. Sobrio, con los expositores de varitas impolutos, los sillones frente a la mesa en terciopelo verde… Algún día querría un despacho así. ¿Para qué? No sabía, si iba a ser alquimista y enfermera, los despachos no iban a ser exactamente su lugar, pero… ¿quién no querría un espacio así para sí mismo? — Perdona, ya estoy aquí. — Se giró y la vio entrar, poniéndose en su silla. — No, no me pidas perdón, bastante estáis haciendo ya. — Se percató de que era la primera vez que veía a Emma en bata (una tan elegante que bien podría haber sido ropa de calle) a excepción de la mañana de año nuevo. Sí que tenía que estar cansada.

— A ver, explícame muy bien quién es ese Van Der Luyden. — Le preguntó su suegra en tono neutro, y mirándola con toda su atención, como si no llevara casi cuarenta y ocho horas sin dejar de trabajar. Y Alice procedió a resumir sus pocos encuentros con Aaron McGrath, que era legeramente y no muy listo, cómo se había enterado de que era gay y estaba con Ethan, y que este lo había refugiado durante la Pascua, el contacto que iba al bosque de Hogwarts… Emma suspiró. — Probablemente sea el mismo que hemos expedientado. Qué desastre… ¿Por qué no nos lo contaste antes? — Alice se mordió el labio inferior y negó con la cabeza. — No lo sé. Cuando pasó lo de la alquimia y el giratiempo, y todo pareció arreglarse… — Se apartó el pelo y se tapó la cara con las manos. — Quería creer que esto se había acabado, no quería darle más vueltas… — Suspiró. — No miré a la realidad a la cara. Pensé que Aaron tenía también una oportunidad de ser feliz fuera de esa familia… — Emma ladeó la cabeza, con el puño cerrado apretado en la boca. — Sí… Tal como lo dices no ha debido tenerlo fácil. Pero no podemos descartar que haya sido él, Alice. — Ella asintió, pero pasados unos segundos. — Pero ¿y si puede darnos más información? Él ha vivido con ellos toda la vida, yo… no sé nada de ellos. Absolutamente nada, no tengo nada con lo que trabajar, Emma, por favor… Necesito respuestas. — Los ojos se le inundaron. — La hermana de mi madre la quería. La quería mucho. Simplemente estaba muerta de miedo. Piensa… Piensa en Phillip. — Sabía que eso era terreno peligroso, pero ya qué más le daba. — Nunca creerías que te quiere menos ¿verdad? Y, sin embargo, es un cobarde y nunca se hubiera atrevido a enfrentarse a tu madre, ni digamos a tu padre. Lucy es igual. Sé que le escribió a mi padre hace un tiempo… Quizá era para advertirle o… No lo sé, Emma, pero necesitamos saber con qué cuentan, quién está de su parte… Y nosotros solos no lo vamos a averiguar. Si tan solo podemos tener un aliado allí dentro... — La mujer había tenido el ceño fruncido todo el rato, pero entonces, soltó el aire y apoyó los codos sobre la mesa del despacho. — Tienes razón. — Se mordió los labios y asintió. — Pero no se pueden hacer las cosas deprisa y corriendo. Y no puedes presentarte en casa de los McKinley como si nada, no me fío ni un pelo de ellos. — Ella arrugó un poco el gesto. — Los de vuestra clase no os fiais nunca los unos de los otros. — Eso hizo reír a Emma, y asintió con la cabeza. — Además de verdad. Por eso traté de dejar de lado esa clase… No ha venido mal, no obstante, para conseguir parte de lo que hemos conseguido estos días. — Ella asintió también. Sí, eso tenía que concedérselo. — Bueno, el caso es que dudo que Ethan esté en casa de los McKinley. Creo que está en una casa de campo, y es muy posible que Aaron esté allí también. — Emma asintió. — Mañana trazamos una estrategia. —

Alice iba a levantarse, pero su suegra dio la vuelta a la mesa y se sentó en el sillón de al lado. — Alice, vamos a recuperar a Dylan. Eres fuerte, eres buena y eres una buena hermana mayor. Mucho mejor de lo que fue la tal Lucy para tu madre, mejor que muchos hermanos mayores que conozco. Tu hermano va a volver a tu lado, a nuestro lado. — Los ojos de Emma estaban brillantes, no inundados, pero sí brillantes. — Hay cosas que no pueden arreglarse con dinero, o que es demasiado tarde para arreglar… — ¿Se le había quebrado la voz? ¿A Emma O’Donnell? No tenía ni idea de cómo proceder, la verdad, no la había visto así nunca. — Esta no es una de ellas. Te lo juro. Todos estamos contigo. Solo, por favor te lo pido, confía en nosotros y no hagas nada por tu cuenta. — Las instrucciones eran claras, así que no podía hacer mucho más. Asintió y se levantó, e iba a irse, pero, sin saber por qué, tuvo un arrebato y abrazó a Emma, y ella se lo devolvió inmediatamente. — Nadie podía haberla salvado. No cuando supimos que estaba enferma. Preguntárselo o siquiera pensarlo, es absurdo y es lo que volvió loco a mi padre. No lo hagas tú también. — No podía explicar cómo había sabido que Emma estaba pensando en su madre, simplemente lo había sentido… Como le pasaba a Dylan. Y no se había equivocado, claramente. Emma se separó y asintió, apretando los labios. — Ve a descansar, y procura dormir, Alice. Llama a Marcus para que venga, por favor. — Ella asintió y salió hacia la cocina.

— Tu madre te espera. — Dijo cuando vio a su novio, que estaba con Arnold. — Yo… me voy… a la cama. — No iba a empezar un debate sobre si podía dormir con Marcus o no, así que simplemente se fue al cuarto de invitados, deseando meterse en la cama, aunque no hubiera hecho nada en todo el día, con el solo objetivo de cerrar y esperar al día siguiente.

 

MARCUS

— ¿Puedo hacer un trato contigo y que quede entre nosotros? — Le susurró su padre, mientras aún le tenía abrazado. Marcus, sin soltarle, separó la cabeza de su pecho para mirarle, con expresión interrogante y los ojos llenos de lágrimas. El efecto no era exactamente el mismo que cuando era pequeño porque Marcus ya era más alto que Arnold, pero se encogía y empequeñecía ante la tristeza y, sobre todo, ante su padre. Arnold sonrió con ternura y le acarició el pelo. — Como ahora tu madre te va a hablar como a un adulto... ¿qué tal si conmigo te permites ser un niño y yo te lo consiento? — Eso le hizo reír (con cierto alivio, la verdad, porque ya se tensaba por todo y una broma le venía bien), y se volvió a dejar abrazar.

— Siéntate aquí. Voy a preparar las infusiones. — Le dijo al cabo de unos minutos, separándole con delicadeza. Marcus se sentó en una silla y Arnold se dirigió, varita en mano, al caldero de infusiones. — A ti te hace falta con urgencia, Alice con el ritmo que lleva se meterá en la cama sin ella si no está hecha cuando baje, y a Lex se la voy a llevar cuando termine con vosotros. Si le conozco de algo, se habrá ido fingiendo que se va a echar ya a dormir pero estará tapado hasta la cabeza y con mala cara en la cama, sin permitirse ni siquiera llorar, porque como se le atreva a una lágrima caer sufrirá la ira de su puño limpiándola. — Marcus rio, pero con cierta tristeza. — Lo está pasando muy mal. — Lo sé. Como sé que me va a gruñir cuando entre con la infusión. — Arnold miró a Marcus. — Pero si soy capaz de saltarme el gruñido y el "déjame tranquilo, joder, en esta casa es que no se puede ni dormir sin que te hablen", y me siento con él, volveré a tener un rato de padre dándole cariño a su niño pequeño. Solo lo pone un poco más difícil para llegar. — Volvió a reír levemente, sin sonido, pero miraba a su padre con los ojos llenos de amor. Y por eso se le escapó sin ningún filtro lo que dijo a continuación. — Ojalá ser como tú en todo. — No es como que fuera una sorpresa para nadie que quería ser como su padre, lo decía continuamente a todo el mundo, incluido a él. Pero esa frase había salido desde la sinceridad de su alma.

Arnold se le quedó mirando unos instantes, con cariño infinito. Tras esto, vertió en un cáliz un poco de infusión y se acercó a él, sentándose a su lado. — ¿Es buena idea que me tome un relajante antes de hablar con mamá? — No es una poción, solo es una infusión para templarte el cuerpo y ayudarte a dormir tranquilo, no tiene efecto inmediato. Y te va a venir bien ir templado a la conversación con tu madre. — Arnold le miró por encima de las gafas. — He hecho de sobra por si necesitas más después. — A Marcus se le escapó una risa un poco más brusca, y Arnold rio con él. Bebió un poco y su padre retomó el tema anterior. — Te pareces a tu madre en muchas cosas, en las mejores. Y así es como debe ser. Eso te hace ser quien eres, y te hará mucho mejor que nosotros el día de mañana. — Ahí lo que se le escapó fue una muda y amarga carcajada. — ¿Mejor? — Cuestionó, con la mirada baja. — Me siento una versión tan descafeinada de mamá que no creo que nadie me tenga en cuenta en ese aspecto, y con respecto a ti... no estoy ni a la mitad del camino. — ¿Qué tontería es esa, Marcus? — Yo no podría hacer lo que estás haciendo tú. Vivir lo que has vivido y estás viviendo tú y, encima, venir aquí, sacar temas de conversación para distraernos, hacernos pociones, ser cariñoso y que parezca que no te duele nada cuando todos sabemos que estás destrozado, pero lo disimulas por nosotros. ¿Cómo se hace eso? Yo no sé hacerlo. — ¿No es lo que llevas haciendo con Alice estos dos días? — ¡No! — Dijo frustrado y con la voz un poco más aguda de la propia impotencia. — ¿Por qué te crees que Lex ha visto lo que ha visto? Porque no dejo de darle vueltas. Y pregúntale qué pasó cuando Alice se quedó dormida. No podía dejar de llorar, me faltaba hasta el aire. Y cuando pude parar, lo único que hice fue quedarme como un idiota a su lado, abrazándola sin pestañear. Ni comí, ni dormí, ni atendí a mi hermano, ni hice nada. Si no hubiera venido la abuela a hacernos la comida, nos morimos de hambre. Y a lo largo del día de hoy solo he sabido darle libros a Alice como si fuera estúpida o algo, no sé cómo no me ha pegado con uno en la cabeza. ¡Lex ha estado más elocuente que yo, papá! — Bufó con fastidio consigo mismo. — Y sé que todos esperáis que sea un adulto, pero no me siento así para nada, y Dylan... Dylan me ve... — Se detuvo y agachó la cabeza, porque se tuvo que echar a llorar otra vez. — Ahora debe estar pensando que soy un inútil porque ni he hecho nada ni sé qué hacer. — Dijo entre lágrimas, sin levantar la cabeza. Y él que pensaba que estaba siendo un ídolo para Dylan por cambiarle el color a su camisa y regalarle colonia. Menudo idiota.

Su padre dejó que se le calmara el llanto de nuevo y Marcus bebió un poco de infusión. Cuando estuvo más recompuesto, añadió. — ¿Cómo podría hacer todo esto para un hijo, como haces tú? — Arnold rio con los labios cerrados, casi en silencio, mirándole como si realmente fuera su niño pequeño que dice cosas muy graciosas. — Si Merlín quiere, y más vale que quiera, te quedan aún unos cuantos años para tener que preocuparte de eso. — Marcus, cabizbajo, arqueó las cejas con ironía. — "No creo que lo pueda conseguir nunca". ¿Es eso lo que ibas a decir? — Marcus miró a su padre con cara de circunstancias. No estaba para burlitas, pero no te podías enfadar con él. Todo lo decía con cariño... Eso y que había acertado, lo cual solo le hacía sentir más tonto.

— Lo bueno y lo malo de ser padre, es que continuamente conoces a personas increíbles, mientras no dejas de hacer duelos por las que se están yendo. — Marcus le miró levemente confuso, y su padre le devolvió la mirada. — Nosotros vemos vuestros cambios día a día, desde que nacéis. Empiezas con un bebé muy vulnerable, muy necesitado de ti, tan tierno... Y, de repente, ese bebé desaparece y aparece otro bebé, un poco más grande y considerablemente más activo, que no para de hablar y que se te escapa de las manos cuando te descuidas. Bueno, tú te escapabas poco, para ser honesto. Eras más de quedarte mirando lo que te entusiasmaba, con esos ojazos verdes así. — Le imitó y Marcus tuvo que reír. — El que se escapaba era Lex, se subía encima de las cosas porque le gustaba estar en alto. — ¿En serio? — En serio. ¿Por qué te crees que en su habitación no hay una estantería alta como en la tuya, todas están a ras del suelo? — Ambos rieron. — Y lo peor no era eso, lo peor era cuando se escondía. Dios, la de veces que hemos entrado en pánico porque no le encontrábamos, y estaba metido en un arbusto o tumbado debajo del sofá. Tú como siempre estabas con lo que te diéramos para investigar, eras fácilmente localizable... — Lo cierto era que la imagen se le hacía bastante tierna. Pero su padre no había terminado.

— Pero el bebé también desaparece en algún momento... y aparece una personita que crece cada día, que no para de hablar, de planear, de pedirte cosas. Una persona a la que puedes enseñarle cosas más complejas y ves cómo las aprende y las utiliza, y que quiere ser como tú. — Marcus le miró emocionado. Sigo queriendo ser como tú, pensó, pero ya lo había dicho, no necesitaba repetirlo. — Y entonces, tu niño se va a Hogwarts... pasas sin velo un montón de meses... Y de repente, un buen día, aparece ante ti un muchacho que ya es más alto que tú, con otra voz, con otro cuerpo... con otras personas a su alrededor que ahora son más importantes para él. — Volvió a mirarle por encima de las gafas. — Y que refunfuña y rueda los ojos cuando le dices las cosas... — Venga, papá. Te quejarás de hijo. — En absoluto, pero la adolescencia es complicada para todos. Aunque... también es maravilloso ver... cómo el adulto en el que vas a convertirte empieza a asomar, a dar visos de lo que será. Y tienes miedo, porque hay cosas de ese adulto que te encantan, que dices: "eh, eso lo he hecho yo, ahí se parece a mí, o a mi mujer, que por cosas como esa me enamoré de ella". Pero ves otras en las que piensas... "Uf, esto le va a hacer sufrir", o quizás "en esto no me cae bien". — ¡Vaya! ¿En qué no te caigo bien? — En nada, hijo, tú eres perfecto para mí... — Ya. — Rieron ambos de nuevo.

Arnold suspiró. — La cuestión es... — Apretó su mano. — …Que conforme ellos crecen, tú creces con ellos. Que es difícil, pero... que se activa en ti un instinto de... no sé, protección, o un amor diferente, que hace que, simplemente, tu cuerpo te dé órdenes. Te diga: "no hagas esto delante de esta persona que se está construyendo o vas a tener que reconstruirla tú", y como no sabrías ni por dónde empezar a reconstruir, mejor te callas y te vas a llorar a otra parte. — Ambos se sonrieron. — Me sigue pareciendo admirable. — Reconoció Marcus. Arnold le puso una mano en el hombro. — Tú me vas a dar mil vueltas. Y las cosas de tu madre que has sacado... si supieras lo orgullosa que está de ti... — Se le llenaron los ojos de lágrimas. — Esto va a ser difícil, Marcus. Y nosotros tampoco sabemos lo que hacemos siempre, solo fingimos que sí delante tuya. — Marcus chistó. Ya valía con las bromas, así que su padre suspiró. — Hablo en serio, Marcus. Ser adulto no es nada fácil, para nosotros tampoco. Y quizás nos estemos equivocando y no lo sepamos, pero solo queremos... hacerlo lo mejor posible. Y que no sufráis. Pero ya tenemos asumido que eso no siempre se puede conseguir. — Apretó un poco más su mano. — Confía en ti mismo tanto como confías en nosotros. No pretendas no equivocarte nunca, solo... intenta equilibrar al corazón y a la razón, y entre ambos te dirán lo que creen que es correcto. Obra en consecuencia... y que ocurra lo que tenga que ocurrir. — Tragó saliva y asintió.

Tras volver a beber, preguntó. — ¿Es William un padre como el que tú describes? ¿Como tú? — Arnold ladeó los labios en una mueca. — No voy a decir que todos los padres pensamos así porque en el mundo hay de todo, pero estoy convencido de que William está en mi mismo grupo. — Marcus le miró unos instantes y dijo. — Alice está muy enfadada con él. Va a perder a sus dos hijos... No es justo. No puede pasarle eso. — Arnold suspiró. — Y no le va a pasar. Dylan volverá tarde o temprano y a Alice se le pasará el enfado. Solo... no la fuerces. — Arnold suspiró. — El dolor que tiene que estar sintiendo ahora mismo... no lo quiero ni imaginar. — "Temo por William, no lo va a superar." — Repitió. Se miraron en silencio unos segundos. Arnold frunció los labios. — Uno de mis errores como padre. Que oyeras esa frase. — Respiró hondo y dijo. — Trataremos de superarlo entre todos. —

Alice entró en la cocina a lo justo para no pillarles hablando de su padre. Marcus sonrió hacia ella con calidez, pero Arnold directamente se levantó y se le acercó, siendo genial, siendo el mejor padre del universo... y Alice necesitaba mucho de eso ahora mismo. Y Marcus no se bajaba de su barco de pensar que nunca estaría a la altura de un padre así. — Haces bien. — Le dijo el hombre, poniendo una mano en el brazo de ella. — Ponte cómoda, he hecho infusión para todos, ahora te llevo una taza. — La miró a ella también por encima de las gafas y con esa sonrisa paternal que tan bien le salía. — Y espero que no me la rechaces, que te la he hecho expresamente, con lo cansado que estoy. — Le señaló con la cabeza. — Y tu novio ya se la ha tomado, y a mi otro polluelo voy a llevarle una ahora mismo. — Sonrió con calidez e hizo otro gesto de la cabeza. — Ve. Ahora te la llevo. — Te acompaño. — Afirmó Marcus, poniéndose en pie y saliendo con Alice de la cocina.

— Si quieres dormir conmigo otra vez... le puedo preguntar a mis padres. — Ofreció, cuando ya estaban en la puerta del cuarto de invitados. Lo último que quería era que Alice se sintiera sola. Soltó aire por la nariz y, con la cabeza gacha, tomó su mano y la acarició. — ¿Estás bien? ¿Te ha ido bien con mi madre? — Sonrió con calidez. — Sé que no te apetece tomar nada y que solo quieres... arreglar las cosas. Pero de verdad que nos ha hecho la infusión con todo su cariño, y está muy rica. A mí me ha sentado genial. — ¿La estaba vendiendo bien? Esperaba que sí. Encogió un hombro. — Sé que... ahora mismo no hay muchos consuelos posibles, pero te vendrá bien hablar con él. Hazme caso. — Dejó un besito en sus labios, mientras seguía acariciando sus manos. — Voy a hablar con mi madre... yo también estoy cansado, así que cuanto antes empecemos, antes terminaremos. — Acarició su pelo. — Te quiero, Alice. Mañana será un nuevo día, y nos sentiremos mejor que hoy, porque vamos a hacer más cosas, ya lo verás. Intenta descansar, ¿me lo prometes? —

 

ALICE

Cuando Arnold dijo “infusión” iba a quejarse. — La verdad es que no me… — Pero ya salió con sus cosas de papá Ravenclaw ideal y solo pudo asentir y suspirar. Si es que no merecía la pena discutir con ellos. Subió de la mano con Marcus hasta el pasillo y se dio la vuelta ante la puerta de la habitación de invitados y le miró, un poco penosa. — No te creas que no lo he pensado… Pero anoche no dormimos casi nada y… no me apetece estirar la paciencia de tus padres. — Acarició los brazos de su novio y dejó un beso sobre sus labios. — Nos quedan muchas noches juntos, Marcus. Mucho más bonitas que esta, espero. Podemos esperar. — Y le dedicó una sonrisa, y esa no tuvo ni que forzarla, porque solo de tener esa esperanza ahí, le salía sola. — No es que esté bien… pero voy a tardar en estarlo, así que conformémonos con que estoy tranquila. — Contestó. — Baja a ver a tu madre y ella te actualizará, pero vamos, que están haciendo un montón de cosas por mí. — Asintió a lo de hablar con Arnold y acarició su cara. — Tú eres mi consuelo. Tu amor, tu cariño… Tú. — Dejó un beso sobre sus labios de nuevo. — Te lo prometo, mi amor. Buenas noches. — Y se metió a la habitación, tratando de no pensar en qué le tocaría ahora escuchar a su novio, en dónde estaría Dylan, en todo lo que no le dejaría dormir, mientras se ponía el pijama y se echaba en la cama.

Llamaron a su puerta y entendió que Arnold no le había hecho mucho caso cuando le dijo que mejor quería simplemente dormir y descansar. — Adelante. — Dijo. No le iba a echar, al fin y al cabo. — ¿Estabas dormida ya? — Preguntó, asomando la cabeza por el marco, con la bandeja flotando al lado. Ella negó y se reacomodó en la cama, sentándose con la espalda apoyada en el cabecero. — Qué va. — Y con otra sonrisita satisfecha, Arnold entró y cerró, sentándose justo después en el borde de la cama. — Estoy un poco cansada de infusiones. Entre la abuela y tú me tenéis como una rana. — Arnold se encogió de hombros con cara inocente. — Pero seguro que te están ayudando, ya verás. Nos lo vas a agradecer. — Ya os agradezco todo lo que estáis haciendo. — Dijo con voz ronca. Arnold suspiró, y ya se le cayó un poco la sonrisa, acariciando su mano. — Y más nos gustaría hacer. Si me preguntas a mí, os mandaba de vacaciones a Marcus y a ti a vuestro adorado Caribe, para que vivierais en una burbuja lejos de todo eso. — Ella sonrió tristemente. — Lo malo de eso es que tendríais que llevaros a Lex y Darren, y no veo paz en el horizonte en esa combinación. — Eso la hizo reír un poquito y se frotó la cara. — No me he reído mucho en las últimas horas. — Arnold asintió y le tendió la infusión. Bueno, que no se iba a librar de ello.

— Soy experto en consolar a mis hijos. Lex puede llegar a ser complicado con la hostilidad, pero en cuanto sobrepasas esa barrera es todo dulzura. Pero Marcus… Ay, Marcus. — Arnold rio un poco, mirando a la nada. — Marcus siempre ha sido muuuucho más difícil, porque le da tantas vueltas a la cabeza que ninguno podemos seguirle el ritmo. — La miró. — El único que ha podido seguirle ese ritmo ha sido su abuelo, porque él era bastante parecido. Pero ahora mismo lo tenemos haciendo cosas mucho más importantes, y Marcus tiene que conformarse conmigo. — Alice ladeó la cabeza. — Arnold, por favor, he visto el pecho de Marcus liberarse cuando has entrado por esa puerta. — Él asintió. — Pero creo que era más porque ha sentido que por fin hay alguien más para hacer de contención, está muerto de miedo por ti. Tiene una auténtica obsesión por hacerte feliz. — Ella tragó saliva y trató de retener las lágrimas un poco más.

— ¿Sabes? Desde que os recuperamos, a los Gallia, he tenido, desgraciadamente, muchas oportunidades de consolarte a ti, y creo que, sin duda, eres bastante más difícil que mis hijos. — Ella abrió mucho los ojos. — Sí, sí, no me mires así. Y es porque tú te pones triste para dentro, y como te cierres no hay forma de entrar aquí. — Y le dio en la frente. — Lex te ladra, te echa, pero, en cuanto se le pasa, te deja entrar. Pero tú nos enseñas una porción muy pequeña de tristeza, nos dejas consolarte, y, con la mayoría de la gente, te funcionará, porque creerán que han hecho su papel y todo eso… Pero yo he aprendido a ver la inmensa pena que eres capaz de guardar en ti, Alice. Y no sé cómo acercarme a ella. — Apretó los labios. — En eso, también eres como Janet, ella para fuera siempre tenía una sonrisa y dulzura, y por dentro… Quién sabe lo que traía por dentro. — Alice agachó la cabeza, un poco sintiéndose pillada en su técnica infalible de no preocupar a los demás. — Ya no me queda pena que manifestar. Tú estabas ahí, Arnold, sabes perfectamente lo que tengo dentro. Me siento sola, desvalida, siento que os estoy cargando con problemas, como sabía que pasaría… Ese es mi problema. — Levantó la vista, ya con las lágrimas bajando por su cara. — Que todo esto lo vi venir. Que mi padre cruzaría una línea irretornable, que los Van Der Luyden podrían con nosotros, que yo traería los problemas a la familia O’Donnell… Y ahora tenéis a toda esa gente que ha mencionado Emma solo por nosotros, y Marcus y Lex sufren y… Todo está mal. — Arnold se acercó a ella por la cama. — Sí. Ahora mismo todo está mal. Pero tú no has traído ningún problema, más bien las cosas… se nos han ido de las manos. — Tiró de ella y se abrazaron. — Pero lo vamos a arreglar. Confía en nosotros, Alice, tú no has estropeado esto, así que no vas a tener que arreglarlo tú sola. —

Se separaron y Arnold le cogió la taza. — Mira, yo no puedo contarte cuentos irlandeses como mi madre, pero… ¿te he contado cómo fue el día que conocimos a tu madre? — Ella negó con la cabeza. — Pues quiero que visualices este momento. Emma y yo terminando de poner en pie esta casa, intentando desde hacía meses que se quedara embarazada de Marcus, los dos con nuestros trabajos. Y entonces tu padre, que ya habíamos asumido que iba a ser el amigo soltero eternamente en casa de sus padres, le dice a Emma en el trabajo que tenemos que vernos con urgencia. Y total, que Emma le dice: “bueno, pues vente a casa conmigo al salir”, y tu padre: “no es que tengo que ir a buscar… Bueno que voy justo después”. — Es como si pudiera oír suspirar el cerebro de Emma. — Dijo ella con una risita y Arnold se rio también. — Efectivamente. Y en estas que aparece tu padre con tu madre, que se la veía muchísimo más joven que él, y nosotros pensando: “por favor, que no sea la chica de América”, y él con una sonrisa inmensa: “Chicos, esta es Janet”. Así, Janet, nada de Jane Van Der Luyden, y ya sabes lo mucho que le gustan a Emma esas presentaciones. Y sin entrar aún en la casa, todavía en el caminillo del jardín, dice: “¡Y nos vamos a casar!”, y Emma tan confusa, que se fue a la cocina a por la bandeja del té y la trajo sin levitar por tal de hacer algo. Y nos ponemos a hablar con ellos y tu madre era la viva imagen de la adoración y tu padre de la ilusión, y yo encantado, porque vale, era joven, pero se les veía tan felices… Y en estas, se va Emma a la cocina con Janet y yo con tu padre, ahí hablando que si de ir a mirar casas para comprar y demás, y a los diez minutos, vuelve Emma y dice: “a ver, vamos a poner las cartas sobre la mesa”. — Arnold reprodujo la cara que debió poner en ese momento. — Emma, en diez minutos, había desarmado a tu madre y le había sacado que estaba embarazada de tres meses, que la habían echado de casa, que había venido ilegalmente a Inglaterra y que tus abuelos aún no sabían nada. — Arnold se encogió de hombros. — Ella sabía ahondar en tu madre, y tu madre lo sabía, y por eso en aquella boda no le quedó de otra que atacarla, porque eso Emma no se lo iba a esperar. Si no lo hubiese hecho, Emma le hubiera vuelto a sacar toda la verdad, y quizá ahora estaríamos hablando de algo diferente. — Aquella posibilidad se quedó flotando en el aire. Sí, quizá la enfermedad de su madre no hubiera estado tan avanzada, Marcus y ella habrían crecido prácticamente juntos… — Déjanos entrar, Alice. Lo único que hemos querido siempre es ayudaros, porque os queremos con todo nuestro corazón. — Ella ladeó una sonrisa y dijo. — Muto. — ¿Cómo? — Ella acarició sus manos. — Mi padre tiene un recuerdo de cuando éramos bebés y casi no hablábamos. Y ahí tú me lanzabas los brazos así y me decías: “¿Tú me quieres, Alice?” y yo iba corriendo y decía: “Muto”. — Los ojos de Arnold se pusieron brillantes. — Es verdad. — Se inclinó y le abrazó. — Pues eso. Mucho. Muchísimo. Gracias por cuidar de mí. Aunque ahora mismo no sea capaz de decir cosas bonitas o levantar cabeza. Con vuestra ayuda lo haré. —

 

MARCUS

Dejó un tierno beso en sus manos, mirándola a los ojos. Quería tanto a esa chica que se desesperaba cuando la veía sumida en la tristeza, no lo podía soportar. Al final, acababa lidiando con dos tristezas a la vez: la de la situación en sí y la de ver a Alice de esa forma. — Buenas noches. — Le dijo con dulzura, despidiéndose de ella en la puerta. Porque, sí, Alice tenía razón: les quedaban miles de noches juntos, mucho mejores que esa. Esa noche lo que necesitaban era dormir y tratar de desconectar de esa pesadilla en la que estaban sumidos.

Bajó las escaleras y se dirigió al despacho de su madre. La puerta estaba entreabierta, y la mujer sentada en su escritorio, ante muchos papeles colocados, al parecer, con una disposición concreta. Alzó la mirada al verle aparecer y sonrió levemente. — Hasta yo me he puesto el pijama, Marcus. — Él sonrió de lado y encogió un hombro. — En cuanto me lo ponga me va a dar sueño. Y quiero estar atento. — Emma frunció los labios en una sonrisa de corazón, contenida como era ella, pero sincera. Estiró el brazo. — Ven aquí. — Marcus se acercó y ella tomó sus mejillas, dándole un beso en la frente. — Te quiero mucho, cariño. Lo sabes ¿verdad? — A Marcus se le escapó una carcajada muda de labios cerrados. — ¿Que si lo sé? — Suspiró, mirando todo lo que había en la mesa. — Mamá... es... No sé cómo vamos a agradecerte lo que estás haciendo. — No seas bobo, Marcus. Por mi familia hago lo que haga falta. — Él la miró, con los ojos brillantes. Emma puso expresión circunstancial. — Por mucho que me pese, el día que empecé a salir con tu padre asumí a William como parte de mi vida. Más aún cuando Janet y yo tuvimos a nuestros primogénitos prácticamente a la vez. Y ahora que dichos primogénitos están en una relación sentimental... — Suspiró. — No me hagas tener que explicar una obviedad. Estoy muy cansada. — Marcus rio levemente otra vez, sin despegar los labios. Qué distintas eran las conversaciones que se tenían con su padre y con su madre. Pero qué bien le hacían sentir ambas.

Emma se puso de pie y rodeó la mesa. Marcus la siguió con la mirada y ella empezó a hablar. — Aquí tengo una lista de contactos que, de ahora en adelante, es importante que sepas que tenemos. — Marcus miró las hojas con el ceño fruncido, pero había... listas y listas. — Espera... — Miró a su madre. — ¿Me estás diciendo que todo esto son... gente que nos conoce? — Porque él juraría que no conocía a tanta gente. Emma siguió mirando los documentos. — A mí, a tu padre, a tus abuelos, a los Horner... Nuestra familia es extensa e influyente de diferentes formas. Hasta tu tía Erin tiene contactos, solo que no los sabe usar. — Marcus arqueó una ceja. Le costaba imaginarse a Erin con contactos, pero su madre le miró. — Tu tía, ahí donde la ves y aunque no sea consciente de ello, le ha salvado la vida a mucha gente. ¿Recuerdas cuando se pasó seis meses en Brasil? — Marcus asintió. — Había una epidemia por una enfermedad transmitida por a saber qué bicho que estaba matando a muggles y magos sin distinción y que se había extendido por cuatro pueblos. Tu tía y su equipo la erradicaron antes de que llegara al quinto. ¿Y sabes qué tenía ese quinto pueblo? — Marcus negó, y Emma sonrió levemente. — Un alcalde que está muy agradecido por sus servicios. — Tragó saliva. Si su madre contaba los contactos así... empezaba a entender por qué tenía un ejército.

Emma volvió a sus papeles y, señalando los diferentes montones, empezó a narrar. — Compañeros de trabajo de tu padre o asociados. Compañeros de trabajo míos o asociados, y aquí los de William. Tenemos muchos en común, pero también tenemos otros diferentes. Contactos de la familia Horner. — Miró a Marcus, porque ya se estaba viendo venir que su hijo iba a protestar. — No te haces una idea de la cantidad de contactos que tiene mi familia, Marcus, ya sea por mis abuelos, mis padres o mis hermanos. Trapos sucios internos tienen todas las familias y no se saben; los nuestros, tampoco. Solo tienes que decir que eres hijo de una Horner y nadie hará preguntas. — Es una cuestión de... — ¿Principios? — Finalizó Emma, con un tono escéptico que le hizo sentir ridículo. — ¿Han tenido los Van Der Luyden principios, acaso? — Entonces atacamos a gente sin principios teniendo nosotros aún menos principios, quieres decir. — Te guste o no, tu segundo apellido es Horner. No puedes evitar que tu primo Percival y tú tengáis la misma sangre, ¿pero por qué él va a tener más derecho a usar un contacto de la familia que tú? Fuera de nuestras puertas, los Horner son conocidos por sus abogados, sus médicos y sus creadores de hechizos, y pronto también lo serán por sus alquimistas y sus deportistas de élite. Eso también se hereda, Marcus. — No dijo nada. No podía objetar nada.

Su madre siguió narrando. — Contactos en Irlanda. — Marcus parpadeó. Había un montón... — Este es importante, Marcus. — Le mostró una lista, y Marcus abrió mucho los ojos. — ¿Es... es el...? — Miró a su madre. — ¿¿Cómo tenemos contacto con el Primer Ministro muggle?? — Por tu tía Andrómeda. — Descolgó la mandíbula. Emma se irguió ante él. — Marcus, no estamos tan ocultos como queremos creer, solo fingimos todos que sí. Los altos cargos muggles saben de nuestra existencia pero todos preferimos estar en paz. Todos los obliviadores tienen contacto directo con el gobierno muggle. — Per... — No es el momento de una clase de política, Marcus. No vas a acceder al Primer Ministro muggle, solo quiero que sepas que tenemos manos también en el ministerio de allí. Por si en algún momento las necesitas. — Cerró la boca. ¿Aquello era real? Porque si alguien se lo hubiera insinuado hacía tan siquiera dos días, se habría reído abiertamente. — Por último... — Soltó un poco de aire y agarró ciertos folios entre sus manos, dejándolos en las de Marcus. Este leyó antes de que su madre empezara a explicar.

— Son los contactos de tu abuelo Lawrence. Son los contactos dentro del mundo de la alquimia. — Marcus alzó la mirada hacia su madre. — Ya son tus contactos también, y lo serán cada vez más. Pero son unos contactos... muy delicados. Hasta que no tengas al mínimo la primera licencia, no los uses, déjalo en manos de tu abuelo. Yo, de hecho, he preferido no meter la mano aquí. Tu abuelo es el que mejor puede hablar de estas cosas. La alquimia... es muy peligrosa, Marcus, lo sabrás bien cuando estés dentro. Cuando alguien de fuera de la alquimia intenta entrar, los resultados no suelen ser buenos. — Emma puso una mano sobre las suyas, que aún sujetaban los papeles. — Guárdalo, simplemente guárdalo y tenlo. Pero siempre, siempre, deja a tu abuelo un paso por delante. Sabrás cuándo estás preparado para ser tú quien haga las cosas. Mientras tanto, síguele a él, hasta que deje de estar o hasta que no pueda hacerlo por sí mismo. ¿Entendido? — Marcus asintió.

Emma se sentó en uno de los dos sillones y le hizo un gesto a Marcus para que se sentara a su lado. Se giró en su asiento y tomó un último papel, tendiéndoselo a Marcus. — Lee esto. — Conforme lo hizo, fue frunciendo el ceño. — ¿Por qué están aquí estos nombres? — Preguntó, extrañado. Esa lista... Hasan Jacobs. Theodore Matthews. Layne Hughes. Aleksei Lyevin. Jean Malreaux. Oh... — ¿Sabes qué es esa lista? O qué pretende ser. — Dijo Emma. Marcus frunció los labios. — Alice no ha estado con... no con todos ellos. — Emma asintió. — Lo sé. ¿Pero es eso lo que te parece más llamativo? — Marcus se extrañó, de nuevo frunciendo el ceño, y releyó la lista. Ahí había nombres hasta inventados, había gente que no conocía. Pero... — Yo no estoy. — Eso, eso era sin duda lo más llamativo. Emma asintió. — Y eso, indudablemente, es una baza muy a nuestro favor. — Marcus la miró sin desfruncir el ceño. — Están cuestionando la moral de Alice. La están tratando de... Pretenden usar esto para atestiguar que no puede cuidar de su hermano. ¿Cómo juega esto a nuestro favor? — Porque te han obviado por completo. — ¿¿Y qué?? — Es que no se estaba enterando. Su madre le miró como si estuviera siendo tremendamente inocente. — No pueden ponerte a ti, Marcus, porque tú eres su pareja oficial desde hace siete meses. Porque eres el hijo de una familia de sangre pura y de mucho prestigio, con todos esos contactos que acabas de ver, un expediente académico impecable y un futuro prometedor. Alice está en una relación formal con una persona difícil de mejorar. — Emma arqueó una ceja. — Tú mismo lo has dicho, Marcus. Intentan manchar su imagen, si te contaran a ti como un amante más, sería tan fácilmente desmontable que solo se lanzarían piedras a su propio tejado. Han preferido ignorarte, y al ignorarte a ti, nos han ignorado a todos. — Con la mirada ligeramente perdida, dijo. — Nos han quitado a Dylan como quien le quita un caramelo a un niño. Y eso dice más de ellos que de nosotros. — Le miró. — Percival no ha dicho nada, por cierto. — Marcus la miró, sorprendido. — Hemos analizado el Ministerio de arriba abajo. Parece que tu primo, por primera vez en su vida, ha tenido un arrebato de sensatez. Su principal baza contra Alice se va a caer en cuanto cualquiera de nosotros abra la boca. El objetivo principal va a ser devolver la custodia a William, pero si esto se dificulta, dársela a Alice nos va a costar muy poco trabajo. No tienen nada sólido contra ella. — Emma respiró hondo. — No han atado sus cabos tan bien como piensan. Nosotros también podemos llegar hasta el MACUSA. Tus contactos propios ahora mismo son débiles, pero no tardarás en tenerlos más sólidos. De hecho... — Tengo a alguien. — Dijo de repente, mirando a su madre con ojos esperanzados. — Howard Graves. Trabaja para el Ministerio de Magia inglés pero está destinado en América. — Emma asintió. — Le tendremos en cuenta si es necesario, aunque ya tenemos a los nuestros moviéndose allí. — "Los nuestros". No podía evitar que se le pusieran los vellos de punta al oírlo.

— ¿Estás sobrepasado? — Preguntó su madre de repente, y él, que se había quedado mirando a la nada unos segundos, la miró. — Puedes reconocerlo, Marcus, no pasa nada. — Es que no quiero estarlo. Quiero solucionar esto. Quiero ser un adulto, mamá, que todo esto que me estés diciendo sirva para algo... — Marcus, Marcus. Va a servir. — Le calmó, apretando su mano, porque él ya se estaba empezando a acelerar otra vez. — Escúchame, porque esto es lo más importante que te voy a decir. — Le dijo, acercándose a él y bajando el tono. — Has salido de Hogwarts y apenas te ha dado tiempo a enterarte de lo que es la vida adulta, pero es esto. Esto es ser adulto, Marcus, y durante el día tendrás que serlo todo el tiempo... pero eso no significa no derrumbarse. — Sus ojos se inundaron y respondió a su madre con voz quebrada. — Tú no te derrumbas. — Ella sonrió levemente. — Sí lo hago, solo que tú no lo ves. — Apretó su mano. — Siempre, siempre, siempre, Marcus, puedes venir a derrumbarte aquí. Con tu padre, con tu madre, con tu hermano y con ella, con Alice, siempre podrás llorar. Siempre te vamos a acoger. Yo... llevo mucho más tiempo fingiendo ser dura, no tenía en mi casa muchos lugares en los que derrumbarme y tuve que aprender antes a hacerlo en soledad. Pero tú tienes a tu familia, y tienes amor. Pregúntale a tu padre si yo no me derrumbo. Es él el que seca todas mis lágrimas. — Le pasó un dedo por la mejilla y se dio cuenta de que a él también se le había caído una mientras escuchaba a su madre. — Yo siempre estaré aquí para secar las tuyas, tu padre y tu hermano también. Y Alice. —

Le acarició el pelo. — Marcus... has escogido como compañera de vida a una de las personas más fuertes que me he cruzado en mi vida. — Miró a su madre, emocionado. — ¿De verdad lo piensas? — Emma arqueó una ceja. — ¿No lo piensas tú? — Claro que yo lo pienso. Lo que me sorprende es que lo pienses tú. — Emma rio levemente, negando con la cabeza. — No estoy ciega, Marcus. Sé lo que soy yo, y sé ver ciertas cosas en otras personas. Las veo en Alice. Con diferente ejecución, pero con un fondo muy similar. — Ladeó una sonrisa. — ¿Sabes qué me ayudó a hacer que pudiera desahogarme con tu padre? Lo que hizo que pudiera llorar tranquila con él, y recargar mis fuerzas, para ser una adulta que se enfrenta a la vida ahí fuera. — Sonrió un poco más. — Su cariño, por supuesto, ya sabes cómo es... pero, sobre todo, ver que él lo hacía. Ver que se emocionaba conmigo y que no temía mostrarse roto si necesitaba hacerlo. Si tienes que llorar delante de Alice, Marcus... hazlo. — Él se encogió de hombros. — Y lo hago. — Te estás conteniendo. Estás fingiendo delante de ella, y Alice no es tonta. — No puedo derrumbarme delante de ella. Es ella la que lo está pasando fatal. — Y la que lleva media vida aprendiendo a contenerse porque siente que tiene que arreglarlo todo. Y sí, lo tendrá que hacer, créeme que sé lo que siente. Pero permite que, al menos contigo, pueda llorar y derrumbarse. Pueda reconocer que no sabe lo que hace. Y si le cuesta... empieza tú. No tengas miedo a ello. Os ayudará a ambos. — Marcus asintió.

Emma le dio un beso en la frente. — Ve a la cama. Mañana seguiremos... Hoy todos necesitamos descansar. — Volvió a asentir y ambos se pusieron de pie, abandonando el despacho. Antes de llegar a la escalera, vieron la luz de la cocina encendida. — Creo que papá nos quiere ahogar a infusiones. — Eso hizo que a su madre le atacara una carcajada, y se tuvo que tapar la cara, porque le había dado por reír. Marcus no recordaba haberla visto reírse tanto en una situación tan tensa jamás, hasta la miró un poco sorprendido... hasta que le dio por reírse a él también. — ¡Mamá! — Nada, Emma seguía riéndose. La mujer se limpió un poco las lágrimas y, sorbiendo, dijo. — Ay, cielo... es que estoy muy cansada. — Eso le hizo reír a él. — Como nos escuche Lex, nos mata. — Y vuelta Emma a reírse, y él también, tanto que llamaron la atención de Arnold. Cuando vieron su cara interrogante asomarse por la cocina, les hizo reír más aún. — Vaya con los dos Horner. ¿Debo entender que esa risa es vuestro nuevo código de la mafia? — Y más se rieron. Pero Marcus tiró de su madre y se dirigió hacia su padre, abrazándoles a ambos. — Sois los mejores padres del mundo. — Se apretaron en el abrazo y se quedaron ahí, hasta que las risas se diluyeron poco a poco y volvió a reinar el silencio. Necesitaban dormir, sí. Pero también necesitaban eso.

Notes:

A veces, en los peores momentos, lo peor no es ponerse a arreglar las cosas, sino aceptar que hay que esperar y pensar. Queríamos reflejar esa angustia de la incertidumbre, cuando no sabemos cómo vamos a proceder, qué vamos a hacer, pero debemos mantener la calma. Pero también os hemos dado ese rayito de esperanza con la red de contactos. ¿Cómo creéis que va a seguir esto? Nos morimos por saber cómo lo estáis llevando (tan mal como nosotras cuando lo escribimos, suponemos). No nos matéis. Os queremos y os leemos.

Chapter 15: The language of facts

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THE LANGUAGE OF FACTS

(15 de julio de 2002)

 

ALICE

Volvieron a sentarse a la mesa del comedor como si se sentaran a una reunión de trabajo. Alice (y todos en verdad) había dejado de lado su vestimenta habitual de verano y se había puesto un vestido más sobrio y con menos vuelo del habitual. Ahora sí que Lex podía decirle que se parecía a Emma. Habían desayunado en una tensión increíble apenas una hora antes, con comentarios aquí y allá pero respirando una atmósfera muy clara: hoy van a pasar cosas. Afortunadamente, había descansado mejor que la noche anterior, y aunque se había levantado tremendamente temprano y había dado muchas vueltas por el dormitorio, se sentía con mucha más energía que el día anterior.

— De acuerdo, plan de acción. — Dijo Emma, que se había sentado a la cabecera de la mesa. — Tengo que recordaros a todos que la clave de esto es la: discreción. Discreción absoluta. Pretendemos volar bajo todavía, no llamar la atención, no porque los Van Der Luyden crean que no estamos haciendo nada, sino que no sepan QUÉ estamos haciendo y a qué puertas estamos llamando. — Cruzó las manos sobre la mesa. — Dicho esto, ha llegado la hora de entrar en acción, así que algunas puertas va a haber que tocar. — Se giró a su marido. — Arnold. Te necesito de enlace con los Gallia. Marc y Susanne no pueden estar más tiempo en la inopia de esto, y André y Jackie merecen saberlo también. Además, alguien tiene que vigilar a William y a Vivi. — Arnold la miró significativamente y se le escapó una mirada fugaz hacia ella misma. — Alice no es ninguna tonta y sabe que su padre necesita vigilancia y su tía es una alabardera, no es ningún misterio que te necesitan allí, Arnie, eres el único que sabe poner cabeza en el caos Gallia sin que saquen las uñas. — Alice ni varió la expresión porque todo lo que decía su suegra era verdad, palabra por palabra.

Emma se giró hacia ellos. — Ahora, tú, Alice, y yo, vamos a ir en busca de tu primo Van Der Luyden. Supongo que querrás venir, Marcus. — Dijo mirando a su hijo. Luego cambió a Lex. — No quiero que te quedes aquí solo, Lex, así que he pensado que vamos a llevarte a casa de Darren. — ¿En transporte muggle? Eso tarda muchísimo. — Dijo el chico abriendo mucho los ojos y claramente tratando de contener la emoción. — Es una emergencia, yo sé aparecerme con discreción, y es una ocasión excepcional. Si hay que hacer una obliviación exprés tampoco tengo mayor problema. Te llevaremos a casa de Darren y luego nos iremos los tres a donde Alice crea que debemos buscar primero porque, si no entendí mal, no sabemos con seguridad dónde está Aaron. — Ella asintió y ladeó la cabeza. — Pero esta mañana he tenido una idea… y creo que no puede venirnos mejor. — Tomó aire y se miró las manos. — Si hay una sola persona en Inglaterra que pueda saber dónde está Aaron es Ethan. El problema con él es que se lleva fatal con sus padres, y tengo entendido que desde que salió de Hogwarts está refugiado en la casa del campo, que él mismo admite que es un sitio difícil para aparecerse. Llegar y preguntar a los McKinley sería peligroso y demasiado notorio, pero puede ser un último recurso. — ¿Y no conocéis a nadie que haya estado allí? — Y Alice pensó en un nombre, para que Lex lo escuchara primero en sus pensamientos. No quería provocarle un momento violento a su cuñado con el pasado de su novio. — ¿DARREN? — Vale, no estaba ninguno de ellos especialmente diplomático dada la situación. Todos habían mirado a Lex, cada uno con una expresión diferente en la cara. La de Emma era la menos halagüeña. Lex tragó saliva y movió los ojos. — Que sí, que Darren estuvo con McKinley… Hace tiempo ya, nada que ver desde hace mucho… ¿Por qué crees que va a saber algo de dónde está la choza esa? — Siendo los McKinley, me extrañaría que la choza tuviera menos de cinco habitaciones. Alice tiene razón, si Darren puede ayudarnos, no perdemos nada por preguntar, y si no… Pues habrá que usar la diplomacia con los McKinley. — Emma se levantó y todos se pusieron en pie. — Coged vuestras cosas y nos vemos en el recibidor. Rápido. Cuanto antes empecemos, mejor. —

Cuando bajó de nuevo, Arnold se estaba despidiendo, se acercó a ella y le dio un abrazo. — Puedo esperarme un momento si quieres que lleve alguna carta a tu padre o a la tata… — Arnold… — Advirtió Emma, que ya tenía un pie fuera de la puerta. Alice negó con la cabeza. — No, ya… Ahora no tengo ánimo ni fuerzas para escribir y… Ya les veré cuando se pueda. Ahora hay cosas más urgentes, sé que cuidarás bien de los Gallia. — Arnold asintió y, tras despedirse de todos, salió al jardín para aparecerse. Emma les condujo fuera y cerró con una cantidad de hechizos que Alice no hubiera sido capaz de detectarlos todos. — ¿Listos? — Los tres asintieron y, en un santiamén, aparecieron en la barriada de Darren.

Era una barriada bonita y, afortunadamente, no había nadie a esas horas. Eran casitas muy monas, todas con coches en la puerta, y coches aquí y allá pasando todo el rato. Lex corrió hacia la que Alice dedujo que era la valla de Darren y Noora saltó directamente de su bolsillo hacia la puerta, que abrió el propio Darren. — ¿Lexito? ¡Pero bueno qué sorpresa, mi amor! Como has estado dos días tan calladillo ya pensé que había pasado algo. — Se asomó por detrás de su cuñado y les miró. — ¡Y los cuñaditos! ¡Y Emma! ¿Qué hacéis todos aquí? Ay, con lo que me gusta a mí recibir gente… — Pero enseguida se dio cuenta de las caras que traían. — ¿Qué pasa? ¿Ha ocurrido algo? ¿Dónde está Arnold? —

 

MARCUS

Ahora entendía lo que quería decir su madre con "no perder el tiempo en tonterías" y ser prácticos. Marcus solía dedicar sus buenos minutos mentales a decidir la vestimenta adecuada fuera el día que fuera: hoy, no podía perder ni tiempo ni energías en eso. Hoy quería estar concentrado, y lo importante era salir vestido, daba igual con qué. Por eso se puso unos vaqueros y una camiseta lisa normal y corriente y bajó a desayunar, sonriendo con calidez a su novia y dando los buenos días a sus padres y a su hermano con esa mezcla de gratitud infinitas, tristeza y tensión que sentía inundando su cuerpo desde hacía ya dos días. Sobre todo, la tensión se apoderó de la mesa durante el desayuno, pero, de nuevo en otro arranque más propio de su madre, prefirió no gastar energías en darle vueltas. Pues claro que estaban tensos, la situación era para estarlo. Lo que tenían que hacer era terminar de comer y ponerse manos a la obra.

Se sentó a la mesa con los codos apoyados en esta y la barbilla en sus manos, mirando a su madre con concentración y serenidad. La noche le había serenado bastante, y ya había llorado todo lo que tenía que llorar, destensado y tomado conciencia de que la cosa, si bien estaba delicada, estaba bastante estudiada por sus padres, lo cual le daba sensación de control. Marcus trabajaba bien si tenía sensación de control. Lo de que enviara a su padre con los Gallia no sorprendió a ninguno de los presentes, su incógnita era dónde les enviarían a ellos. Porque si algo tenían todos claro en esa mesa es que Marcus de Alice no se pensaba separar salvo que fuera estrictamente necesario.

Por eso asintió una única vez para confirmar que iría con ellas a buscar a Aaron McGrath, aquello estaba clarísimo. Sí es cierto que, a pesar de la serenidad que trataba de mantener, sintió un escalofrío al oír hablar a su madre con esa naturalidad de aparecerse en territorio muggle y obliviar a alguien si fuera necesario. El plan, sin embargo, iba a ser costoso de llevar a cabo, porque como bien decían ellas, el paradero de Aaron era desconocido... pero Alice tenía un plan, y Marcus la miró y parpadeó. Claro, Darren, ¿cómo no se les había ocurrido antes? Mentalmente le tenían ya mucho más asociado con ellos mismos que con Ethan. Y a eso debía referirse su madre con tener contactos. Más bien era recordar todas y cada una de las conexiones de las personas con las que te relacionas.

Su madre dio la sesión por zanjada así que subió rápidamente a coger lo poco que no había cogido ya, se despidió de Elio (que estaba un poco alterado por el trasiego de esos días y le tocaba dormir) y bajó las escaleras. — Dile a William de mi parte que... Alice está bien. Y que tiene mi apoyo. — Le pidió en voz baja a su padre, aprovechando que su novia no estaba por allí. El hombre asintió con afecto y le abrazó para despedirse, justo antes de que Alice bajara. La oportunidad de darle un mensaje de su parte a su familia fue rechazada por la chica y Marcus miró a su padre de reojo. Había hecho bien en dar aunque sea un mensaje él. Agarró su mano, salieron al jardín y, tras cerrar la casa, desaparecieron de allí para aparecer en la barriada de los Millestone.

No se acostumbraba a la presencia de coches por todas partes, pero la barriada en sí era bonita, modesta... como Darren en sí mismo. Tanto el chico como Noora parecieron detectarse el uno al otro porque salieron a su encuentro mutuo con una rapidez pasmosa. Cuando les detectó, Marcus sonrió levemente. Y, por supuesto, Darren no tardó en darse cuenta de que faltaba alguien, y en asustarse levemente. ¿Qué hacían? ¿Le decían "no te preocupes, no pasa nada"? Sí que pasaba algo. — Hola, Darren. Sentimos habernos presentado sin avisar. — Dijo su madre, muy correcta y con un tono cordial. Darren hizo un gesto con los hombros que quería transmitir que no tenía que disculparse en absoluto, pero seguía preocupado por la ausencia de Arnold. — Mi marido está bien, realizando unas gestiones... sobre un tema que venimos a comentarte. Pero está bien. — Darren soltó aire por la boca. — Uf, qué susto... Aunque... por las caras que traéis... — Y ahí pareció reparar en Alice. — ¿Qué pasa, Galita? — ¿Darren? ¿Quién es? — Dijo una voz de mujer tras él, que llevaba un delantal puesto y un trapo en las manos. — ¡Oh! ¡Lex! Hijo, qué alegría verte. ¡Oh! Hola, Emma. — Esa era la madre de Darren. Se parecían bastante, era una mujer con una sonrisa luminosa. Terminó de secarse las manos con el trapo y dijo. — Pero por Dios, no os quedéis ahí. Pasad, por favor. — ¡Ay, sí, eso! Pasad. Perdón, perdón. — Se atropelló Darren, y todos pasaron al interior de la casa.

— Disculpad el desorden, no esperábamos visitas. — Dijo la mujer con una risita un tanto nerviosa. — Bueno, a quién vamos a engañar, siempre está un poco trasto esto. ¡Rudolf! ¡Gandalf! ¡Ya, sit! — Le bramó a dos perros que salieron rápidamente al encuentro de ellos, ladrando sin parar. Todos se quedaron un tanto petrificados. Todos excepto Lex, y en cuanto los animales detectaron su presencia se fueron a lamerle las manos y a mover el rabo con felicidad cerca de él, que ya se agachaba para saludarles. Al menos, el resto de invitados había pasado a un segundo plano. La mujer se giró hacia ellos mientras se quitaba el delantal. — Se llama Rudolf porque siempre tiene el pelillo así tieso, parecen cuernos, y tiene la nariz muy grandecilla. Y ese es Gandalf porque... es gris. Cosas de mi marido, que le gusta mucho la fantasía. A veces pienso que nos ha salido un hijo mago por él. — La mujer volvió a reír. Soltó el delantal y se fue directa a darle un afectuoso beso a su madre. — Bienvenida, Emma, querida. — Les miró a ellos. — Vosotros debéis ser Marcus y Alice. ¡Uy! Tu hermano y tú sois muy distintos. Bueno, en la altura y eso... — Mamá. — Interrumpió Darren, un poco apurado. — Creo que... vienen... — La mujer se extrañó, pero luego les miró de nuevo. Y ya se le fue la sonrisa. — ¿Arnold no viene? ¿Pasa algo? — Mi marido está bien, tranquila. — Relajó Emma. La mujer asintió, con los labios fruncidos. — Pasad al salón, por favor. Os hago un poco de té, ¿o preferís zumo? Estamos solos los dos en casa. Mi marido ha ido con mi madre y la niña a comprar unas cosas. — Les señaló el salón y todos pasaron, y ella se perdió de nuevo en la cocina.

Pasaron al salón y Marcus se sentó junto a Alice, apretando su mano. Darren parecía estar conteniendo el aliento. — Por Dios, me vais a matar, ¿qué pasa? — Se han llevado a Dylan. — Recortó Lex. Darren parpadeó. — ¿Cómo que se han llevado a Dylan? ¿Quién? ¿A dónde? — Les miraba a todos de hito en hito. Emma suspiró levemente. — Esta historia... es un poco larga, Lex te la contará más detenidamente, se va a quedar contigo al menos unas horas, si no te importa. — ¿Importarme? Claro que no. ¡Mamá! ¡Lex se queda a comer! — ¡Vale! ¡Voy ya mismo! — Se contestaron a gritos. Darren volvió a mirarles con preocupación. — ¿Pero qué pasa? Alice, ¿dónde está tu hermano? —

 

ALICE

La madre de Darren era como tener delante a su cuñado pero con una peluca y unos cuantos años más. En otra ocasión, le habría hecho mucha gracia ese exceso de familiaridad con Emma y la entrada triunfal con los escandalosos perros. Cuando era pequeña le divertían mucho los perros, porque no paraban quietos y le seguían los juegos, y viendo aquella casa tan familiar y luminosa, con tanta alegría, se apenó de no haber podido venir en una mejor ocasión, pero ya no tenía remedio. — Hola, señora Millestone. — Saludó, con una leve sonrisa, cuando la señora se dirigió a ellos. Lo bueno era que Darren detectó que algo pasaba, y les hizo pasar.

Se agarró fuertemente a la mano de Marcus, porque se sentía como en una pecera, como si el mundo de alrededor fuera demasiado y tuviera que filtrarlo para soportarlo. No había pensado en cómo sería contarle a la gente lo que había pasado, simplemente no le salían las palabras. Lex y Emma se le adelantaron pero, obviamente, a Darren le hacían falta más datos ahí. — Se lo ha llevado la familia de mi madre. — ¿La familia de tu madre? Pero si… tu madre… O sea, no sabía ni que tenías familia por parte de tu madre. — Ella suspiró. — Para resumir, son gente muy rica y con muchos contactos, echaron a mi madre de casa cuando se quedó embarazada y estuvieron sin hablarse con ella toda la vida, ni siquiera vinieron al funeral. Pero ahora quieren ser ellos los que eduquen a Dylan y nos lo han quitado de forma legal… — ¡Qué malnacidos! — Dijo una voz femenina, mientras dejaba una bandeja con un golpe en la mesita de enfrente. Era la señora Millestone. — Perdón, es que justo te he oído, vaya gentuza. Pero no pueden quitaros a tu hermano así como si nada. — Ella suspiró. — Han acusado a mi padre de cosas muy gordas, y a mí de encubrimiento, así que de momento, cautelarmente, lo tienen ellos. — Darren estaba pálido y con la mano delante de la boca. — Gal, no sabes cuánto lo siento… Yo… Pobre patito… Esto ha tenido que ser una bomba… — Negó con la cabeza y se apoyó un poco en Lex. — Pero bueno, los magos tendréis vuestros abogados y esas cosas ¿no? — Insistió la madre de Darren. Emma se giró. — Sí, tenemos gente en ello, pero hay un aspecto en el que Darren puede ayudarnos más que ellos. — ¿Yo? — Preguntó su amigo abriendo mucho los ojos y señalándose.

Alice miró a la señora Millestone y se preguntó cuánto sabría aquella mujer de la vida de su hijo. No parecía que se ocultaran muchas cosas en esa familia, y Darren nunca había mencionado que precisamente sus padres tuvieran ningún problema con su vida amorosa. Aun así, carraspeó y se revolvió un poco incómoda. — ¿Recuerdas a Aaron McGrath? — ¿El novio de Ethan? Es familia tuya ¿no? — Exacto. — Ah, pero espera, ¿familia de esos? — Alice asintió. — En principio le mandaron para espiarme y ver si podían sacar algo malo de mí, pero en verdad… Bueno, te imaginarás que esa familia no es muy tolerante… — ¡No, ya lo creo! Si echaron a su hija de casa por quedarse embarazada ya me imagino lo que opinan del pobre muchacho si dices que está con Ethan. — La señora Millestone estaba ya a tope dentro del problema, y lo bueno era que con eso ya le dio la pista de que al menos sabía quién era Ethan. — Efectivamente. Aaron utilizó lo de venirse aquí para escapar y… de hecho, lo ha hecho. Pero es que necesito encontrarle para que me ayude con los Van Der Luyden, él sabe mucho más de ellos que yo, que ni siquiera les he visto en mi vida. — Darren suspiró y la miró con cara de “ya, pero yo qué puedo hacer”. — El caso es que creo que el único que sabe dónde está es Ethan. — Darren parpadeó. — Ah, pues… ¿Quieres que le pregunte o…? Quiero decir, tú eres una de sus mejores amigas, seguro que… — Alice suspiró y se rascó la nuca, incómoda. — No, si es que… Para empezar, las cartas no son seguras, así que no escribas sobre nada de esto a nadie. De hecho, no has sabido nada de Lex por lo mismo. — Darren asintió y miró con pena a su novio. — Creo que Ethan está en la casa del campo, y deberíamos ir allí a buscarle. Pero yo no sé dónde está… y me preguntaba si tú… — Su cuñado dio un saltito en su asiento. — ¡Oh! Pues… Yo no he estado nunca, pero… — Se rascó la frente. — Me escribió cartas desde allí, así que la dirección debería estar, pero… no sé si guardo alguna. — No, cariño, las quemamos todas en una noche de San Juan… — Le dijo su madre con un tono de pena en la voz. — Ya ves… Pero… Vale, esperadme aquí. — Y salió corriendo escaleras arriba, con los dos perros tras de él. La señora Millestone se volvió hacia ellos y bajó la voz. — A mí no me gusta hablar mal de la gente, pero Ethan hizo mucho daño a mi niño. Era muy impresionable, y era su primer novio, aunque ahora sean amigos, porque hay que saber perdonar, tampoco queríamos demasiadas cosas que le recordaran a él ¿sabéis? — Suspiró y se acercó a Alice. — Lo siento si al final no podemos ayudaros… Pero seguro que hay otra manera de encontrar… — ¡LA TENGO! — Dijo Darren, bajando corriendo por las escaleras y soltando unos papeles en el regazo de Alice. Ella lo miró y frunció el ceño. — Darren, esto son apuntes de Herbología de quinto. — ¡Que no! Mira aquí. — Y señaló una esquina. — El día que cogí esos apuntes, me dio la dirección para escribirle en vacaciones, y claro, los apuntes no los iba a quemar, por si las moscas. — Efectivamente, ahí estaba la dirección, pero era rara, no era como una calle… — Son coordenadas. Se dan cuando donde quieres mandar la carta está tan alejado de lo demás que no se puede dar una dirección normal. — Dijo Emma, con tono triunfal y apremiante. Se giró y miró a la madre de Darren. — Tessa, no tendréis por aquí un atlas de Inglaterra ¿verdad? — La mujer saltó del sofá. — ¡Uy, lo que mi marido no tenga por aquí! — Y se puso a rebuscar en la estantería hasta que sacó un atlas enorme que abrieron en la mesa.

Emma pasó las páginas a toda velocidad hasta que llegó a un área concreta. ¿Ha sabido en qué área mirar solo con ver las coordenadas una vez? Los talentos de su suegra eran un mundo, sin duda. Señaló uno de los cuadrantes del mapa y dijo. — Aquí está esa dirección. — Miró la página un poco más y se levantó. — Vamos, no tenemos tiempo que perder. — ¿Pero cómo vamos a ir? — Preguntó Alice. — En escoba. — Dijo simplemente Emma, como si fuera lo más normal del mundo. Las caras de Marcus y Alice debían ser un poema. — ¿Mi hermano? ¿En escoba? ¿Y mi cuñada? ¿La que se quedó colgando por jugar un amistoso de quidditch en un museo? — Expresó Lex, hablando un poco por todos. Emma se giró, con el movimiento de una muñeca de porcelana de lo tensa y estirada que estaba. — Los dos saben volar y van conmigo. Los tres podemos hacer magia, y no es un viaje tan largo desde casa. — Oye, si hace falta… Os puedo acercar en coche, aunque tardemos un poco... — Sugirió Tessa. — NO. — Contestaron Emma y Alice al unísono. La mujer asintió. — Ya, ya me imaginaba, si sé que a los magos no os van mucho los coches… — Alice suspiró y asintió. — Venga, es la mejor opción y todos lo sabemos. En marcha. — Se acercó a su cuñado y le agarró las manos. — Gracias, Darren, gracias de verdad. — Darren chasqueó la lengua y soltó un sonidito que era de reprimir un lloro. — ¡Ay, Galita, tonta! — Tiró de ella y la abrazó. — Solo quiero que hagas lo que tengas que hacer para traer de vuelta a mi patito… Pobrecito mío. Qué mierda es todo esto. — El chico se acercó a Marcus y le apretó el brazo. — Lo siento de verdad, Marcus. Sé lo que es Dylan para vosotros… Parece mentira que hace una semana estuviéramos celebrando su cumple y ahora… — Suspiró. — Mucha suerte. — Alice se dio cuenta de que se estaba conteniendo de no reaccionar más dramáticamente, y lo cierto es que lo agradecía. Se dirigió a la madre de Darren. — Gracias por todo, señora Millestone, tenemos que irnos. — Claro, cariño. — La tomó de la mano. — Espero que encontréis pronto lo que necesitáis. — Ella asintió y, despidiéndose con un gesto de Lex, salió de nuevo al jardín, terriblemente impaciente por coger las escobas de casa e irse.

 

MARCUS

Correspondía a Alice dar las explicaciones pertinentes y a Emma trazar la hoja de ruta, por lo que se mantuvo callado y en un discreto segundo plano, simplemente asintiendo a lo que decían cuando Darren cruzaba la mirada con él y cumpliendo con la función para la que se le había requerido allí: dar apoyo a Alice. Y, de paso, aprender de primera mano cómo se gestionaba una crisis, por si le tocaba a él en algún momento. Porque desde luego que tener a su madre allí hablando era como recibir una clase magistral de cómo ser adulto en tiempos convulsos.

Estaba tan metido en la dolorosa exposición de Alice que la nueva entrada de la madre de Darren le hizo sobresaltarse (y la forma en que dejó la bandeja en la mesa, que le hizo temer por la integridad de las tazas). Soltó un poco de aire por la nariz. Pues sí, eran unos malnacidos, y a una mujer tan dulce como aquella le debería parecer impensable todo lo que estaba ocurriendo. Qué pena tener que ir a casa de Darren por primera vez en esas circunstancias... — Muchas gracias, señora Millestone. Es usted muy amable. — Le dijo con tono suave, que al fin y al cabo acababa de recibirles sin avisar y no había tardado ni dos minutos en prepararles té. Y sin magia, que intuía que debía ser más difícil. La mujer le puso una afectuosa mano en el brazo y le sonrió. — No hay de qué, cielo, ojalá pudiera hacer más. Anda, toma, que venís con unas carillas... — Y directamente le puso una taza en la mano. Le recordó a Darren intentando quitarle la pena con muffins.

Ahora venía la parte en la que tenían que pedir a Darren la información que buscaban, y Marcus sorbió un poco de té, aprovechando para taparse la boca tras la taza. Siendo Darren, podía apostar por que Ethan había estado como mínimo invitado a esa casa, otra cosa es que hubiera ido, y por tanto sus padres conocerían de su existencia. De hecho ¿no fue ese el motivo por el que rompieron, porque le quería presentar a su familia? No se equivocó, porque la mujer parecía perfectamente enterada de la existencia de Ethan. Se agradecía una casa en la que las cosas se hablaban con tanta naturalidad en vez de tener que luchar por sacar la información. No iban especialmente holgados de tiempo.

Casi pierden la esperanza cuando dijeron que habían quemado las cartas. Frunció los labios y volvió a beber. Maldita sea, ¿podía estar siendo MÁS inútil? Mira que se había dicho a sí mismo que había ido allí a apoyar a Alice y que iba a dejar a las mujeres hablar, pero sentía que lo único que estaba haciendo era beber té. Lex y él se miraron de reojo. Su hermano debía estar sintiéndose exactamente igual. Pero entonces, Darren pareció recordar algo y salió corriendo de allí. La confesión de la mujer le hizo sonreír levemente. — Es comprensible. — Fue lo único que dijo, por intentar relajarla y por aportar algo, porque encima la pobre señora se iba a sentir culpable. Ya sabía en qué casa estaría de no ser muggle, sin ninguna duda.

Pero la llegada triunfal de Darren le volvió a sobresaltar. Soltó la taza y atendió, con los ojos muy abiertos, y cuando lo explicó miró a su cuñado. — Gracias. — Fue lo único que atinó a decir. El chico chasqueó la lengua y lo miró de reojo. — Anda, cuñadito, para que veas, no tiro los apuntes. Alma de Ravenclaw es lo que tengo. — Rio un poco. A Lex le iba a venir muy bien estar con Darren, desde luego que era mejor que todos ellos juntos consiguiendo relajar y distender el ambiente. Por supuesto, su madre no tardó nada en localizar las coordenadas. Marcus también era muy bueno ubicándose, pero no tanto. Acababa de tomar nota mental de que ese don había que tenerlo entrenado, nunca sabías cuándo te iba a hacer falta.

¿Y cómo iban a llegar allí? Él se imaginaba la respuesta, pero no la quería pensar... Ya la confirmó su madre. Soltó aire por la nariz. — Por desgracia, no es como que haya más opciones. — Y no le gustaba nada volar, pero antes que meterse en el trasto ese metálico de los muggles que encima tardaba en llegar tantísimo a los sitios, desde luego que lo prefería. Y no era el único, a juzgar por la reacción de su madre y de Alice. — Es usted muy amable, pero... no la queremos importunar. Y controlamos más las escobas. — Otra de sus funciones allí al parecer: ser cortés mientras los demás organizan. Definitivamente le había tomado a Arnold el relevo en su ausencia.

Se despidió de la mujer y luego Darren se acercó a él. Frunció una sonrisa agradecida ante sus palabras. — Gracias, cuñado. — Se acercó un poco a él con la excusa de darle un abrazo de despedida y le susurró. — Ahora te cuenta Lex. Está muy preocupado, sé que sabrás distraerle. —Cuenta con ello. — Le confirmó Darren, y Marcus se separó, agradeciéndoselo con una sonrisa. Fue a despedirse de su hermano. Tenía la mirada muy sombría. — Lex... — Por favor, con lo que sea, lo que sea lo que sea, cualquier novedad, o si hace falta algo, que yo me voy. Me llamáis. Me mandas un patronus. — ¿Queréis nuestro teléfono? — Ofreció la madre de Darren. Marcus negó con cortesía. — Gracias, señora Millestone, pero no hace falta. — Miró a su hermano. — Lex, ya has visto que mamá lo tiene todo bajo control... Te prometo que, si avanzamos en algo, en cuanto podamos te lo contaremos ¿vale? Tú... intenta relajarte. — Lex soltó un bufido. — Sabes tan bien como nosotros que no puedes hacer otra cosa. Por favor... — Pero el chico pareció resignarse. Lex miró a Emma y dijo. — Coge tú mi escoba nueva, mamá. — Sí, contaba con ello. — Y, dicho esto, salieron de la casa.

Cuando se aparecieron de nuevo en el jardín, Emma dijo. — Tenemos justo tres escobas, así que podemos ir cada uno en una. Marcus, coge tú mi escoba, te has montado en ella otras veces ¿no? — Marcus asintió. Sí, bueno, se había montado en esa escoba cuando era pequeño acompañando a su madre, pero sabía lo que quería decir: era una escoba ligera y para una persona bastante alta, temía que Alice no la pudiera manejar bien y no querían accidentes. Estaba claro cuál iba a quedarse Alice. — Tú llevarás la antigua escoba de Lex. No te preocupes, está en perfectas condiciones, de hecho, es la que suele usar para trasladarse. Pero la escoba nueva es de competición y tiene demasiada potencia. Mejor la manejo yo. — Pues quedaba todo organizado. Ya solo quedaba armarse con las escobas y volar hasta el lugar localizado por su madre. Tocaba hablar con el primer Van Der Luyden.

 

ALICE

Todo pasó muy deprisa, o Alice estaba tan enfocada en llegar que no se daba cuenta de lo que iba pasando. Volvieron a casa de los O’Donnell, pero no llegaron ni a entrar, se fueron directamente al cobertizo a coger las escobas. Le pareció entender que iba a usar una de Lex, y lo que fuera, en verdad le iba a parecer igual de locura, y le iba a dar exactamente lo mismo, porque necesitaba llegar hasta donde estuviera Ethan y, si no tenía la información, ponerse a trabajar desde ya.

Cuando estuvieron montados, Emma se giró y les hizo un gesto para que se elevaran los tres. — La velocidad la marco yo, no me sobrepaséis. Cuando pasemos zona muggle, nos paramos para que os eche el hechizo camuflador. Las varitas bien sujetas y no las saquéis, concentraos en volar. ¿Todos de acuerdo? — Alice asintió y se dispuso a hacer lo que Emma mandaba. Hacía bastante que no volaba, nunca había tenido buenas escobas, y era demasiado alocada como para entenderse bien con una escoba, pero estaba tan centrada en lo suyo que ni la altura ni la falta de equilibrio la preocuparon. Y se cumplía lo que, efectivamente, le habían dicho siempre: que para volar hacía falta estar concentrada en el vuelo, y no en el viento, o las vistas, o en lo alto que ibas, es solo que a la Alice feliz y alocada que era cuando aprendió a volar, todo eso no le entraba en la cabeza. Por ello, el trayecto de casi media hora que tuvieron que hacer, se le hizo mucho más fácil que cuando era pequeña: porque ya no era la misma Alice. Eso sí, el viento le ayudó a ir más tranquila, a despejar la cabeza de los pensamientos intrusivos que la agobiaban.

Emma no se había equivocado: la casa de campo bien podría ser un palacete de campo, muy barroco, con escalinata de acceso, balaustradas y balcones en las ventanas. Pero, por supuesto, para dar la nota discordante, allí estaba Ethan, tomando el sol en una tumbona con un bañador chillón y unas grandes gafas. Cuando por fin aterrizaron, Ethan se levantó de un salto y se quitó las gafas, avanzando hacia ellos, con los brazos abiertos. — ¡Pero bueno! ¿Será posible que sea mi putón favorito en mi refugio campestre? — Parecía que no había visto a Emma y Marcus. — ¿Qué haces disfrazada de señora respetable y cómo…? — Y ya, más cerca, reparó en su suegra y su novio. — ¡Oh! Señora O’Donnell y Marcus… ¿Qué…? — Hola, Ethan. — Saludó, cual dama de hierro que claramente no aprobaba lo que estaba viendo, su suegra. — ¿Puedo saber a qué debo el honor de tener a tanta gente viniendo a verme? — Ella suspiró. Otra vez a dar explicaciones. — Ethan, me encantaría poder sentarme y hablar contigo, pero tenemos una emergencia. — ¿Y te ha traído aquí? — Preguntó él genuinamente curioso. — Tengo que encontrar a Aaron. Tengo problemas con los Van Der Luyden, necesito su ayuda. — Ethan alzó las cejas y se cruzó de brazos, mordiéndose el labio. — Joder… Sí que tiene que ser grave, eh… — Miró de reojo a Emma, claramente encogido. — Pero… Ya ves que estoy solo aquí, Gal, no puedo ayudarte, no sé dónde está. — Alice suspiró apoyando las manos en sus caderas, paseando en círculos nerviosamente. — ¿Y no sabes dónde estaba antes de que le perdieras la pista? ¿Alguna idea? Necesito encontrarle, Ethan. — El chico se encogió de hombros y negó con la cabeza. — Pues… Ya sabes cómo soy, Gal, es que en unos meses empiezo a modelar, así que nos hemos separado... Pero ¿qué ha pasado? ¿Te han hecho algo los Van Der Luyden? — Soltó el aire por la boca y asintió. — Se han llevado a mi hermano. No en plan secuestro, en plan legal, se han quedado su custodia. —

Y en aquel momento, la corteza del nogal cercano se movió y, tras sacudirse el hechizo camuflador, Aaron apareció. — ¿Cómo que su custodia? ¡No tenían nada! ¡No podían quitároslo! — El suspiro y los ojos entornados de Ethan, hicieron coro a los de Emma, que estaba comprobando lo que la propia Alice la había contado sobre la inteligencia del chico. — Gryffindors… ¿verdad, señora O’Donnell? — ¿Ibas a dejar que me quedara sin ayuda? — Le espetó a Ethan. — ¿Qué quieres que haga? Está muerto de miedo, no debería explicarte el miedo que da esa familia. — ¿Sí? Pues mis miedos se han cumplido y se han llevado a mi hermano. ¡Y me has mentido a la cara, Ethan! — ¡A ver! — Interrumpió Emma. — No es momento de esto ahora. — Se giró hacia su primo. — Aaron, te necesitamos para recuperar a Dylan, Alice te necesita. — El chico puso cara de susto absoluto. — ¿Pero qué puedo hacer yo? — La miró a ella. — Alice… Lo siento… Pero es que… Me ha costado mucho escapar de ellos, no puedo meterme en la boca del lobo. — No te metes solo, Aaron, escúchame a mí. — Insistió Emma. — Soy la madre de Marcus, y mi familia, Ethan te lo puede confirmar, tiene mucho, pero que mucho poder en la comunidad mágica de Inglaterra e Irlanda. — Aaron se giró tímidamente hacia el chico, e Ethan levantó las manos. — Cuando tiene razón, tiene razón. Son como los tuyos, pero hay gente buena entre ellos. — Concedió el chico. Aaron volvió a mirarlas con el labio temblando. — Pero yo no puedo hacer nada, no puedo hablar con ellos, señora O’Donnell. — No, no… En la medida de lo posible no hablarás con ellos. Te quedas con nosotros y con los Gallia. William no va a darte la espalda, Aaron, y, si nos ayudas, nosotros tampoco. Alice ha confiado en ti. Honra esa confianza. — Desde luego, sabía qué decirle a un Gryffindor. — ¿Qué tendría que hacer? — Preguntó el chico, con un suspiro.

 

MARCUS

De Emma O'Donnell imponía todo, hasta la escoba. La agarró con firmeza y siguió el ritmo marcado por su madre, comprobando que Alice iba bien en la suya, porque ninguno de los dos estaba muy acostumbrado a volar. Quizás... el día de mañana, aunque no les gustase mucho, deberían tener al menos una escoba en su casa. Quedaba demostrado que nunca sabías cuándo te podía hacer falta.

Marcus llevaba toda la vida yendo a la mansión de su abuela, y sabía lo que ciertas familias Slytherin podían tener. Aun así, no dejó de sorprenderle que el supuesto escondite secreto en mitad del campo de Ethan fuera una casa tan grande y, desde su punto de vista, tan poco discreta. Sobre todo si el supuesto prófugo estaba ni más ni menos que tomando el sol en el bañador más estridente que había en el mercado. Conociendo a Ethan, era capaz de pasarse así día y noche solo por la posibilidad de que en algún momento fueran sus padres a abroncarle, solo para darles en las narices con su descaro. Y para descaro, la manera de recibirles. Si es que no sabía de qué se sorprendía. A Marcus no le hacía ninguna gracia que llamara putón a su novia permanentemente, pero lo consentía porque a la propia Alice le hacía gracia. No había recabado en la posibilidad de que, algún día, podía soltarle ese comentario ni más ni menos que delante de su madre.

Claro que no les había visto llegar, pues Alice se había acercado primero, lo cual ni mucho menos era excusa. Entre otras cosas porque Emma le había escuchado. — Ethan. — Saludó él también, escueto. El otro le lanzó una mirada, considerablemente más discreta que las que le dedicaba habitualmente, pero no lo suficiente. Seguía siendo Ethan. — Joder, qué caras... empezáis a darme hasta miedo. — Se llevó una mano al pecho y miró a su madre. — Puedo decir, y por primera vez es absolutamente verdad, que yo no fui el que emborrachó a su hijo el día de su cumpleaños. — Marcus ni se molestó en mosquearse como hacía siempre, y Emma, por supuesto, obvió el comentario como si fuera impermeable y este fuese agua. No estaban para tonterías.

La forma en la que el chico miró a su madre, encogido, y trató de desviar la conversación de Alice, le hizo fruncir el ceño. Nunca se había fiado de él y ahora seguía sin poner la mano en el fuego, si estaba allí era porque era consciente de que no tenían nada mejor, pero no le parecía en absoluto buena idea. — Ethan, por favor. Esto no es un castigo de Hogwarts, es muy grave. — Vaya, me hubiera gustado recordarte la no-gravedad de las cosas en Hogwarts, prefecto. — Trató de hacerle burlita, pero se le notaba que, dentro de lo que él era, se estaba comidiendo porque la presencia de su madre le imponía. Ethan no era tonto, conocía de sobra a Emma O'Donnell, como sabía que igual que había aparecido por allí podía aparecer por las puertas de su casa y cortarle la tontería de golpe, así que más le valía no enfadarla.

Tal y como imaginó, en cuanto Alice dijo lo que ocurría, la coartada de Ethan se vino abajo en forma de Aaron saliendo de un tronco. Marcus no pudo evitar rodar los ojos y hasta él se dio cuenta de que lo había hecho a coro con su madre, suspiro incluido. De verdad que no podía con ese chico, aunque eso no era lo peor del momento. Lo peor era, tal y como resaltaban Alice y su indignación, lo que Ethan había estado a punto de hacer. — ¿Te crees que hemos venido aquí a hacerte una visita? — El otro alzó las palmas. — Oye, pues bien podrías... — Y Marcus juraría que le hubiera soltado algún comentario fuera de lugar tipo "guapetón" o similares de no estar su madre delante. Iba a seguir increpándole cuando Emma les detuvo a todos. Sí, tenía razón, mejor se centraban en lo que tenían por delante, que no era poco.

Menos mal que su madre estaba tomando el timón de ese barco, porque a Marcus le estaba empezando a bullir la rabia en su interior. Se limitó a apretar los labios y a mirar de reojo y con reproche a Ethan, que de repente parecía que se había quedado sin lengua. Porque si miraba a Aaron y a ese pánico tras el que quería refugiarse para no hacer nada... Quiso enterrar el hacha de guerra por diversos motivos con ese chico, y uno de ellos fue la conversación que tuvo con Lex en Pascua, donde le hizo una analogía tan clara con su situación que era difícil no empatizar. Pero veía esas cosas... No quería a ningún Van Der Luyden cerca, sin excepción. Ni siquiera a las víctimas.

Pero, por supuesto, su madre sabía las palabras que tenía que decirle no solo a un Gryffindor, sino a uno tan poco inteligente como ese. Te va a merendar entero, pensó con soberbia, y en ese momento Aaron le miró con mala cara. Ah, malditos legeremantes, ni una parcela de privacidad en tu mente se podía tener con ellos. Lejos de achantarse, llenó el pecho de aire y se irguió en toda su altura, al lado de su madre, cruzado de brazos. Ambos eran más altos que él. — Por lo pronto, no desconfiar de nosotros. Es tu familia la que nos tiene metidos en este lío, la que se ha llevado a Dylan por las artimañas que tú bien sabes que usan y las que están haciendo a los Gallia un daño incalculable. Recuerda que esta oportunidad de estar oculto te ha venido dada porque te enviaron como espía y tu prima no ha querido denunciarte y ponerte en la palestra por ello. — Es cierto. Yo me he enterado de tu existencia hace apenas unas horas, sin ir más lejos. Ni tu prima ni mi hijo Marcus han hablado nunca de ti en mi presencia. — Vio cómo Aaron, que miraba alternativamente a uno y a otro, tragaba salida. Marcus volvió a hablar, aún más erguido. — Así que no olvides cuál es tu posición en esto. Si no estás con nosotros, estás contra nosotros. — Querría no estar en ninguna guerra. — Marcus soltó una única risotada sarcástica, pero no tuvo opción a contestar. Lo hizo Emma primero. — Me temo que esa elección no la tienes. Nosotros tampoco la hemos tenido. Lo que mi hijo quiere decir, Aaron, es que estamos todos en el mismo barco. Y entendemos tu miedo... pero no te puedes dejar llevar por él. El miedo puede hacerte disparar a un aliado en lugar de a un enemigo, y eso te haría tener dos enemigos. — Emma ladeó la cabeza y, con una sonrisa helada, dijo. — Y tú no quieres eso, ¿a que no? — Joder, diles que sí, que me está entrando acojone hasta a mí ya. — Remató Ethan. Aaron reprimió un escalofrío y se defendió, en ese tono de mártir que usaba siempre. — ¡Ya he dicho que sí! — Bien. Pues, en ese caso, que atendiera a las instrucciones. Su madre no iba a demorarse mucho más en darlas.

 

ALICE

Dejó salir el aire por la boca y dio vueltas sobre sí misma mientras oía a Ethan y Marcus tirarse pullitas. — Hoy no. Así os lo voy a decir. Hoy. No. — Dijo, bastante al límite ya. Para colmo, Aaron, para no variar su santa costumbre, estaba actuando con una mezcla entre lanzado y mártir, pero a la vez muerto de miedo que no le estaba ayudando en nada. Resopló apretando las manos contra la frente, sintiendo el corazón en las sienes, mucho calor y una falta de respiración importante. Entre lo que le debía estar llegando de ella y las declaraciones (porque no, eso no eran ni amenazas, eran simples declaraciones sobre lo que pasaría) de Emma, su primo dijo por fin que sí. Alice dejó salir un suspiro y asintió. — Tienes cinco minutos para recoger tus cosas. Cuanto antes empecemos, antes terminaremos. — Dijo Emma, un poco más apremiada de lo habitual. Aaron miró un momento a Ethan y corrió al interior de la casa, porque pareció creerse fuertemente lo de los cinco minutos. No podía culparle. Emma la miró. — Voy a apartarme un momento para mandar un patronus. Esperadme aquí, y en cuanto baje Aaron, nos vamos. — Y se alejó unos metros hacia unos árboles.

Eso dejó a Marcus, Ethan y Alice solos, y ni ella ni su novio tenían ganas de un drama como el que se podía gestar. — Gal, escucha… No me lo tengas en cuenta, por favor… — Ya, ya, tú solo miras por ti. Me ha quedado claro. — Ethan resopló. — Mira, tú no sabes lo que es verle tan asustado y… — ¿Que no lo sé? — Se giró, ya levantando el tono de voz. — Lo sé muchísimo mejor que tú, Ethan, porque la que ha vivido aterrorizada he sido yo, precisamente. Y mis temores se han cumplido. — ¿Y yo cómo iba a saberlo? — Contestó Ethan ya desesperado. Déjanos entrar, Alice, las palabras de Arnold se repitieron en su cabeza. Ella nunca había hablado de las amenazas, del peligro, ni de la posibilidad de que le quitaran a Dylan. En fin, Darren era su familia política y ni siquiera sabía que existían los Van Der Luyden… No podía culpar a Ethan de no estar a la altura de la situación si ni siquiera conocía la situación. Suspiró y negó con la cabeza. — No puedo hacer esto ahora, la verdad. —

Y justo, Aaron bajó con una mochila y el baúl y se acercó a Ethan, dándole un beso. — No sé cuánto nos va a llevar esto. — Ethan se apoyó en su pecho y suspiró. — Sabía dónde me metía con un héroe. Me dejas solito aquí, mamona, pero bueno… Te esperaré con más ganas. — Y eso puso una sonrisa bobísima e involuntaria en la cara de Aaron. Se dieron otro beso y se dirigieron a donde estaba Emma. Alice no se despidió, no tenía ganas, simplemente avanzó hacia Emma. Ya vería cómo gestionaba las cosas con Ethan en otro momento. Emma también estaba avanzando hacia ellos, con las escobas siguiéndola. — Coged una cada uno, y todos agarrados a mí. A ver si conseguimos aparecernos todos de una. — Y Alice se agarró fuertemente del mango de la escoba y del brazo. Podía ver la cara de susto de Aaron, pero que se fuera acostumbrando, que no sabía lo que les esperaba.

Al aparecer en el jardín de los O’Donnell, se dio cuenta de que había alguien más allí. Era un joven de entorno a los treinta, con un traje y una túnica definitivamente caros y elegantes, pero sobrios. Emma se dirigió a él rápidamente. — Qué rápido, Edward, es de agradecer. — Emma les señaló. — Marcus, Alice, este es Edward Rylance, el jefe de nuestro equipo de abogados. Era Ravenclaw como vosotros. — El hombre se acercó y le tendió la mano a ella primero. — Señorita Gallia, encantado de conocerla por fin. He estado trabajando estos días con su padre. — Ella estaba de pocas palabras, así que simplemente asintió con la cabeza. — Y usted supongo que es el señor… ¿McGrath? — Su primo asintió. — Aaron McGrath, sí. — Disculpe, acabo de enterarme de su existencia, pero es importantísimo para nuestro caso. — Vamos para dentro. — Ordenó Emma. — Nos establecemos en el comedor. — Y allá se fueron, silenciosos, enfocados, solo quería meterse en harina de una vez.

Emma cedió la presidencia de la mesa al señor Rylance, que se estableció y sacó un montón de papeles, la varita y una vuelapluma. — Señor McGrath, necesito que sea lo más preciso posible en los datos que voy a pedirle, porque, según me ha comentado Emma, es usted el único que puede proveernos de datos personales de su familia materna, entiendo, los Van Der Luyden. — Sí. — Confirmó el chico. — Bien, entonces, ahora voy a exponerle lo que sabemos de momento y usted me confirma o me desmiente. — Carraspeó y una hoja se colocó sola frente a él. — Sus abuelos son Peter y Lucy Van Der Luyden y residen en Portland, Maine. — Aaron asintió. — Su madre, Lucy McGrath y su padre, Michael, viven también allí. — Sí, en la misma calle. — Y su tío, Theodore Van Der Luyden, el hermano menor de su madre, vive con su mujer y su familia en Long Island. — Sí, en la antigua casa de la tía abuela Bethany, que en paz descanse. — ¿Su tío trabaja en Wall Street? — Así es. — ¿Donde los muggles? — Preguntó Alice abriendo mucho los ojos. Tanto Rylance como Aaron negaron. — No, en la sección mágica. Es como Gringots aquí. — Aclaró el abogado. — Los hijos de su tío tienen edad para estar en Ilvermony, ¿es así? — De nuevo, el chico asintió. — Y su tía y su madre no tienen empleo conocido. — Se limitan a ser esposas de hombres importantes. — Dijo con un tono un poco de reproche. — Su padre, el señor McGrath, se dedica a la política. — Así es. Es asesor. — ¿De qué? — Preguntó Emma y Aaron se encogió de hombros y puso una sonrisa triste. — De hasta dónde pueden estirar los límites de la legalidad, supongo. Era el pasante del abuelo Peter, que también se dedicaba a la política, pero lo acabó convirtiendo en asesor. No de tan alto rango como él, no obstante. — Rylance asentía y su vuelapluma iba a una velocidad pasmosa. — ¿Cómo es la relación de sus padres con sus abuelos? — De absoluto terror. — Ahí sí se hizo un silencio tenso y todos le miraron. — Mi padre tiene miedo a perder su posición y mi madre… a su familia, como concepto. Sabe de lo que son capaces. — ¿Y su experiencia personal? — Pues lo mismo. Mi abuela me ha utilizado y maltratado toda la vida. Utilizado por mi legeremancia y maltratado por mi orientación sexual y, en general, mi carácter. Prefiere claramente a mi tío Teddy y su familia. — Diría pues que el señor Theodore y sus abuelos tienen buena relación. — Pero él negó con la cabeza. — Buena no. Para el abuelo fue una decepción que el tío Teddy no siguiera sus pasos en política, y el tío Teddy considera que el abuelo no tiene suficiente ambición y que es mejor que todos nosotros. La abuela le adora, es su ojito derecho y sus hijos también, pero se odia con mi tía. Está todo un poco tenso. — Claro, esas eran las cosas que pasaban en familias tan perversas, que al final estaban destrozadas por dentro.

Rylance suspiró y cruzó las manos, frunciendo el ceño. — Señor McGrath, en cuanto al MACUSA, ¿quién de su familia diría que tiene más influencia en el MACUSA? — Aaron apretó los labios y alzó las cejas. — Ahora mismo, diría que mi padre, pero realmente él trabaja más en Washington y Maine. El abuelo ya no está en política, y gran parte de sus contactos se han jubilado. No obstante, se dedica a sobornar cuando quiere saber algo. — ¿Y el señor Theodore? — Él negó con la cabeza. — No quiere saber nada de política. No sé de ningún momento en que haya recurrido al MACUSA. Ni siquiera para información. Bueno, es que no le interesa. — Rylance levantó la mirada hacia Emma y suspiró. — Confirmado, señora O’Donnell, hay que empezar por el MACUSA. Es el único sitio donde es posible que encontremos aliados. — Bajó la mirada y la dirigió a Aaron. — Ahí y en sus padres si, como usted dice, no tienen buena relación con sus abuelos. — Aaron rio. — Mi madre jamás se atrevería a hacer algo contra sus padres, y a mi padre… solo le importa su posición. —

 

MARCUS

Su madre apremió lo suficiente para que Aaron fuera a recoger sus cosas, tras lo cual la mujer fue a convocar un patronus que Marcus intuyó que sería a su padre, aunque viniendo de Emma O'Donnell y su ejército de contactos, cualquiera sabía. La situación que quedó tras ella fue considerablemente tensa, porque Marcus tenía la barbilla alzada con dignidad, como si Ethan no estuviera, y Alice estaba muy enfadada y se notaba que estaba haciendo un esfuerzo por no ladrarle a Ethan. Esfuerzo que el chico pareció ignorar al hablar con ella. Marcus le miró con altanería, con los ojos entornados y sin bajar la barbilla. La conversación duró poco hasta que Alice dijo que no podía lidiar con eso ahora. Demasiado le había dicho. Aaron volvió y Alice directamente se fue con Emma, sin despedirse siquiera. Marcus iba a limitarse al mínimo gesto de cortesía, pero Ethan tiró su último cartucho. — Marcus... — ¿Podría ser la primera vez que le llamaba con sinceridad? Se le veía verdaderamente agobiado. — Te juro que no sabía nada... — Si mi pareja tuviera en su mano que un niño de doce años pudiera volver con su familia en vez de vivir con unos torturadores, no habría árbol en el que le permitiera esconderse. — Arqueó una ceja, sin quitar la soberbia de su mirada. — Y permíteme que dude de que estés más enamorado que yo. — En otras palabras: si Marcus podía exigírselo a Alice, Ethan podía exigírselo al que todos los presentes sabían que solo era el último de sus ligues. Con un gesto de la cabeza, dio la despedida por zanjada y se fue con los demás.

Cuando apareció en su jardín se dio cuenta de que el patronus no era para su padre, tal y como había temido, sino para un hombre que no conocía de nada y que ahora estaba en su casa. Se hubiera tensado más si no fuera por la naturalidad (e incluso familiaridad) con la que le recibió su madre. Edward Rylance, había sido uno de los primeros nombres que su madre le había puesto ayer sobre la mesa, el abogado de la familia. No era la primera vez que oía ese nombre en su casa, si bien no había reparado en él demasiado, y por supuesto no le había puesto cara. Era joven, por lo que cuando él era pequeño probablemente no hubiera empezado a ejercer todavía, o quizás aún no había llegado a la posición actual. Le estrechó la mano y le saludó con cortesía. — Un placer. — Y algo le decía que ese hombre iba a estar más presente en su vida a partir de ahora.

Volvieron a la mesa del comedor, que parecía el centro de operaciones en los últimos días. El hombre parecía preparadísimo en el caso, por un momento Marcus pensó que sabía incluso más que él de los Gallia y los Van Der Luyden... Lo confirmó oyéndole hablar. Se mantuvo en silencio, asintiendo a la conversación con todos los sentidos más activados que en toda su vida. Todo eran datos situacionales hasta que el propio Aaron poco menos que reconoció que su padre se dedicaba a "estirar los límites de la legalidad". Soltó aire por la nariz. No había confiado en Aaron en ningún momento, y su fuga y el hecho de que ahora les estuviera ayudando debía haber conseguido que disminuyera su hostilidad con él... pero no podía, simplemente no podía. No podía estar reconciliado con nadie que viniera de esa familia, ni que tuviera la corrupción tan cerca. Y quizás estaba siendo muy cerrado, él mismo provenía de una familia con la que no comulgaba en todo. Pero le costaba.

Aunque su respuesta siguiente podía haber ayudado. "Absoluto terror". Marcus miró a Aaron. Menuda condena vivir así... pero, si tanto temían a sus abuelos, si su madre apreciaba a Janet como alguna que otra vez Aaron había insinuado, ¿por qué no huyó ella también? Seguía sin convencerle. Lo que era innegable es que Aaron estaba soltando mucha información sobre su familia sin titubear y, aparentemente, sin mentir ni soltar medias verdades. Sin embargo, Marcus sentía que nada de eso daba muchas pistas sobre el caso de Dylan en concreto, no le veía la luz al asunto y eso le hacía estar tenso. Miró de reojo al abogado. Le transmitía confianza, y era concienzudo y preciso... pero no veía a dónde podían llegar con esa información. Se precipitó, porque algo debió hacer click en la cabeza del hombre, que alzó la mirada hacia su madre y confirmó que debían empezar por el MACUSA. Marcus pasó la mirada por los dos adultos. ¿Quería decir que había un vacío en el Ministerio americano que podrían aprovechar en su favor? Pero ¿y la representante del MACUSA que se plantó en casa de los Gallia? Iba a necesitar la información más mascada para enterarse, y eso le perturbaba. Marcus no estaba acostumbrado a no enterarse de las cosas a la primera.

El otro órdago del abogado era usar a los padres de Aaron, y por primera vez Marcus estuvo de acuerdo con el Gryffindor: no veía buen camino ahí. Lucy ya había traicionado a Janet una vez, ¿qué no haría con ellos, que ni eran su familia, que ni siquiera le conocían? Por no hablar de que el propio Aaron había confirmado que su padre no era trigo limpio, que estaba metido en más de un asunto de cuestionable legalidad. Marcus ya había bajado la mirada con una mueca de sonrisa irónica en el rostro, resignado, esperando otra vía de escape porque esa no la veía factible, cuando oyó a su madre hablar. — Hay una cosa, Aaron, que algunas de las personas sentadas a esta mesa saben más que bien. — El chico la miró, con ojos asustados. Emma clavaba la mirada en él y, tras una de sus clásicas pausas, dijo. — Con el corazón no es suficiente. — La mujer arqueó una ceja. — Hay que usar la cabeza, Aaron. Y se puede, créeme. No hagamos a todos los Ravenclaw presentes tener que explicarnos cómo se usa la cabeza. — Dijo con media sonrisa, pero que nadie pensara que a su madre le había dado un arrebato de humor. Emma no decía ninguna palabra en balde.

Giró levemente el cuerpo hacia él para mirarle más de frente y Marcus casi pudo sentir el escalofrío del chico. — Sé de primera mano lo difícil que puede llegar a ser enfrentarse a tu propia familia. Tú lo has hecho como lo hizo tu tía Janet en su día: de manera pasional, llevado por el miedo y por el deseo a una vida mejor. Por tu derecho a una vida mejor. — Vio cómo Emma tomaba la mano de Alice, pero no dejaba de mirar a Aaron. Tras otra pausa, añadió. — La valentía de Janet hizo que mi familia sea hoy lo que es. — Marcus bajó la mirada, porque se notó un fuerte nudo en la garganta y los ojos humedecer. Y quería mantenerse firme y sereno. — Pero toda decisión en nuestra vida tiene consecuencias positivas y negativas. Gracias a lo que Janet hizo, Alice está hoy aquí, en mi casa. Quizás haber hecho las cosas de otra forma habría impedido o retrasado todo esto... pero quizás también hubiera prevenido que nos veamos en esta situación. — Se encogió levemente de hombros. — No lo sabremos nunca y, en última instancia, no nos interesa. No es sobre el pasado sobre lo que estamos trabajando, sino sobre el presente. — Soltó a Alice y volvió a entrelazar las manos sobre el regazo. — Aaron, hay medios legales, serenos y, sobre todo, lícitos, para poder desmontar toda esa farsa y ese reino del terror en el que tu madre y tú, y Dylan ahora, os veis obligados a vivir. Solo hay que usar la cabeza, la sensatez... y la información, de manera adecuada. — Miró entonces Rylance a Aaron, entrelazando las manos con tranquilidad sobre la mesa. — No puedo asegurarte que tengamos toda la información necesaria, pero hemos conseguido muchísima en apenas setenta y dos horas. A cada minuto que pasa conseguimos más datos, no tardaremos en llegar hasta el núcleo mismo del MACUSA. Y a nivel legal... — El hombre se removió ligeramente, pero no perdía ni por un asomo su semblante sereno. — …Siempre se premia más la colaboración. Siempre. — Marcus volvió a alzar la barbilla y miró a Aaron. Atajarle por el honor y el valor era buena idea, pero atajarle por el miedo... puede que fuera una idea aún mejor.

El chico estaba visiblemente nervioso, moviendo la pierna bajo la mesa y jugando con los dedos entre sus manos, con la mirada baja. — No... no tengo muy buena relación con mi padre, y ni digamos con el resto de mi familia... Pero mi madre... mi madre no tiene la culpa, ella... estoy convencido de que no sabe nada de esto. — Le vio tragar saliva y notaba su mirada temblorosa, suplicante, cuando alzó la mirada hacia Emma y el abogado. — No puedo llegar después de haber desaparecido de esta forma y amenazarla. Eso... Lo que he hecho no está bien, y si encima entro así... Me da igual si me echan de mi familia, pero... — Precisamente es lo que está bien lo que va a marcar la diferencia. — Se animó entonces a hablar Marcus, por fin, después de tanto rato callado. Pero las palabras le salían del alma. — Yo también sé lo difícil que es enfrentarte a tu familia, asumir que tus principios y los suyos no son iguales. Pero es precisamente aquí, en la diferencia entre lo que tú sabes que está bien y lo que no, donde residen las decisiones correctas. O al menos... aquellas que te vayan a dejar tranquilo con tu conciencia. — Negó levemente, mirándole. — A mí, mi conciencia no me permite consentir ciertas cosas... tú sabrás lo que haces con la tuya. —

 

ALICE

Alice había permanecido casi todo el tiempo con la mirada gacha, simplemente escuchando, tratando de asimilar que, le gustara o no, esa gente de la que Aaron hablaba así era de su sangre, era su familia, por mucho que ella no quisiera saber nada de ellos. Existían, e ignorarlos era parte del problema que les había llevado hasta ahí. Pero cuando Emma dijo aquella frase, levantó la mirada, anegada en lágrimas. Cuántas vueltas le había dado a esa frase, y qué mal la había entendido al principio. Tragó saliva y asintió. Sí, así tal cual era, había que usar la cabeza y usarla bien, y aunque su corazón ahora le gritara que saliera corriendo a por su hermano y le cortara el brazo a cualquier Van Der Luyden que intentara arrebatárselo, ese no era el camino, porque acabaría en desgracia.

Inspiró con admiración cuando dijo lo de la familia. Emma podría haber sido tu madre perfectamente. Pero plantó cara, y te aseguro que sus consecuencias ha sufrido, pensó, para que la oyera Aaron, que la miró de reojo pero mantuvo bien la compostura. Se mordió los labios cuando habló de la valentía de su madre y cómo hoy eran una familia. Su madre hubiera sido feliz viéndola con Marcus, de haber tenido más tiempo, habría recuperado totalmente a Emma, ahora Dylan habría crecido en una familia feliz… Pero como Emma decía, no merecía la pena pensar en lo que pudo haber sido. Lo que era, era, con sus aciertos y errores, y tendrían que vivir y sobrevivir con ambos. No obstante, oír hablar con tanta claridad a Emma sobre los medios lícitos y legales, siempre era un consuelo en aquella vorágine de caos y emociones a flor de piel. Solo podía asentir dándole la razón. No había más que ver lo que habían conseguido en setenta y dos horas, si seguía por ese camino y con el contacto de Aaron, podrían llegar al centro mismo de aquella maldita familia.

Iba a saltar a lo que había dicho Aaron sobre amenazar a su madre, pero Marcus habló primero, y, no es que se hubiera olvidado de su novio, pero oírle hablar así, fue como un soplo de aire fresco en un cuarto oscuro y cerrado. Orgullosa, aunque siguiera abatida, bajó la mano por debajo de la mesa y agarró la de su novio, transmitiéndole su cariño, que seguía allí, escuchándole, amándole, aunque ahora estuviera en un pozo. Luego levantó la vista hacia Aaron. — Como ha dicho Marcus, es una cuestión de conciencia. Mira, Aaron, entiendo que te has criado con ellos, pero lo de amenazar es cosa suya. Ni yo, ni nadie de mi familia te pediría nunca que amenazaras a nadie por nosotros. Tu madre te quiere, igual que quería a la mía, solo necesitamos que le hagas ver que estás de nuestra parte, no de la de ellos. Y que ella puede estarlo también. — Aaron suspiró y negó con la cabeza. — Yo no sé nada del MACUSA, Alice, no sé qué puedo hacer… — De entrada, conseguir un contacto dentro, con su madre. — Aclaró Rylance. — ¿Con qué frecuencia habla con ella? — Aaron negó con la cabeza. — Desde que me negué a volver en Pascua no le he escrito, por si acaso. No sabe nada de mí. Debe estar muerta de miedo, pero no se atreverá a decirlo. — Eso la hizo suspirar. ¿Cómo podía complicarse todo tanto? — Señorita Gallia. — La llamó el abogado. — Parece que la opción obvia pasa por viajar a Estados Unidos. — Se inclinó sobre la mesa y la miró con su expresión tranquila y aséptica. — Las acusaciones sobre su padre se basan en pruebas circunstanciales y relativamente fáciles de desmontar, pero parece que hay algún motivo por el que los Van Der Luyden querían borrar a su madre de la ecuación familiar o bien, controlar a alguno de sus herederos. Desde aquí no se puede hacer mucho más. Por no hablar de que, si ellos renunciaran a poseer la custodia, usted es mayor de edad, así que podría reclamarla de inmediato. — Ella asintió y luego miró a Emma. — Entonces… ¿tenemos que ir a América? — Emma alzó las cejas, claramente con pesar y asintió. — Preferiría que no tuvieras que hacerlo, pero eso parece. Esto está demasiado lejos, y aquí tenemos contactos, pero todos los contactos que podamos usar, van a ser más útiles allí. — Rylance señaló a Aaron. — Por supuesto, señor McGrath, usted también viajaría con el representante de los Gallia, bajo la protección de todos nosotros. — Aaron negó, claramente muerto de miedo. — Pero en el momento en el que pisemos América estamos perdidos. Tienen orejas y ojos por todas partes, todo el mundo en las altas esferas sabe quién soy, y Alice es igual que su madre, no tardarán en descubrir quiénes somos y avisarles de que estamos allí. — Rylance negó. — Ni siquiera ellos pueden tocarle ni un solo pelo a una ciudadana británica sin provocar un revuelo que no les conviene para nada. — Ya, pero yo no soy ciudadano británico. — Recalcó, más tenso. — Bueno, eso puede arreglarse antes del viaje, ¿verdad, Edward? — El abogado suspiró un poco pero asintió. — Sí, se hará todo lo rápido que se pueda. — Dijo con tono cauteloso. Luego volvió a mirarle a ella. — Señorita Gallia, no tienen nada contra usted. Nada firme. Olvídese de prejuicios personales y moralidades. Ante un tribunal de menores, usted es tan adecuada para cuidar de su hermano como cualquier otra persona de su familia, y siempre prima que el entorno del menor no cambie, además de que sus preferencias contarán también. — ¿Y lo del encubrimiento? — Rylance negó. — Usted estaba en Hogwarts, y apenas si vio a su padre en vacaciones. Es una medida cautelar, pero es absurda. El problema es que los Van Der Luyden tienen buena mano en la justicia y son rápidos, y saben que ahora que se han llevado a su hermano es más difícil que lo devuelvan antes de un juicio. Si hubiéramos sabido con un poco más de tiempo… — Emma carraspeó. Claramente no quería que Rylance echara más piedras en el tejado de su padre. Bueno, ese tejado estaba ya hundido de todas formas.

Rylance recogió los papeles. — Señor McGrath, necesito que eche un vistazo a ciertas documentaciones que tengo en mi poder sobre su familia, mapas, posesiones, nóminas, testimonios… En fin, un buen legajo de información. Así que tendrá que acompañarme al despacho, si es tan amable. — Espera, Edward. — Dijo Emma, haciéndole un gesto con la mano. — Me gustaría que viniera a casa de los Gallia con nosotros. — Alice la miró con cara de terror. ¿Cómo que casa de los Gallia? ¿Quiénes eran nosotros? ¿Ella incluida? Emma debió detectar su agobio, porque habló con un tono mucho más dulce y tranquilizador. — Alice, en algún momento tenemos que sentarnos todos juntos y empezar a tomar medidas. No podemos seguir teniéndoos uno a cada lado del muro. Hay que hacer un plan de acción, juntos. Hay que hablar del viaje a América y organizarse. — Alice se mordió las mejillas, pero no dijo nada. ¿Qué iba a decir? Si es que no decía nada en los últimos días, solo dejaba a los demás hacer. — Quiero que vayamos todos juntos. Quiero que conozcan a Aaron y sepan quién es, para dejarnos de una vez de secretos. Y quiero que vengas tú también, Edward, haces falta para convencer de todos los aspectos legales. — La cara del abogado fue de quien en realidad quiere gritar “¿PERO YO POR QUÉ? ¿QUÉ HE HECHO?”. No le arrendaba la ganancia, con lo tranquilo y ordenadito que parecía, lidiar con su familia aquellos días tenía que haber sido una tortura. Aaron también parecía bastante paralizado y ella suspiró, levantándose. — Tranquilo. Están desquiciados por lo que ha pasado, pero no son como los tuyos. No te voy a negar que a lo mejor oyes gritos y reproches, pero en fin, nada grave. — Se frotó los ojos y tomó aire. — ¿Hay que hacer algo más aquí? — Preguntó. Emma negó. — Pues vamos. Cuanto antes empecemos antes terminaremos. — Cogió la mano de Marcus y salieron al jardín, donde se ofreció a aparecer ella a Marcus y que Emma solo tuviera que llevar a Aaron, que bastante había cargado entre una cosa y otra en el día de hoy. — A casa de los abuelos ¿no? — Emma asintió, y los cinco se dirigieron allí.

Nada más aparecieron en el jardín, su abuelo salió por la puerta de la casa. — ¡Alice! ¡Alice, hija! No sabíamos cómo estabas ni nada. — Se le notaba casi sin aliento y tenía malísima cara. Ella le abrazó y se hundió un poco en su pecho, como una niña pequeña. — Lo sé, abuelo. Ya estoy aquí. — Se lo han llevado, hija. ¿Cómo pueden ser tan crueles? No puedo creerlo. ¿Cómo pudieron querer hacer daño a tu madre, que era la mujer más buena del mundo y ahora se llevan a nuestro patito? — Y claro, ya rompieron los dos a llorar, si es que ya lo sabía ella. Y aun así, se había sorprendido de verlo tan mal. Acarició la espalda de su abuelo y se separó. — Venga, vamos dentro, que vamos a hablar de cosas que nos pueden ayudar a traerle de vuelta ¿vale? — Y se dirigieron hacia la casa.

A la puerta, salió su tía Violet y también corrió hacia ella, estrechándola. — Por Dios, qué cara traes. Pobrecita mía, no quiero pensar lo que han sido estas horas. — Se había enfadado un poco con su tía por, para variar, no estar cuando todo había ocurrido, pero, a decir verdad, ya se le había pasado, simplemente no tenía ganas de manifestar nada. — ¿Quieres que nos quedemos aquí y hablemos un poquito antes de entrar? — ¿De papá? — Vivi suspiró y asintió. — Sí, de papá. — Alice miró a Marcus y soltó su mano por primera vez desde que salieran de casa. — Pasad vosotros. Yo voy ahora… — Vivi frunció el ceño y miró a Aaron, confusa, porque claro, algo en él se le hacía familiar, pero antes de que preguntara, Alice aclaró. — Es Aaron McGrath, es… sobrino de mamá. Ahora te lo explico. — Dejó un beso en la mano de Marcus y dijo. — Entrad, de verdad, ahora voy yo. — Porque dentro quedaban memé y su padre, las dos personas con las que no quería lidiar, y bueno, la pobre Erin, que menudo marrón le había caído encima. Estaría bien si Marcus y Emma templaban los ánimos y neutralizaban un poco todos los sentimientos Gallia antes de que ella entrara y comenzara la auténtica tormenta.

 

MARCUS

No pudo evitar devolverle una sonrisa leve a Alice cuando notó cómo agarraba su mano. Tenía la sensación de llevar sin sonreír años... Estaban tan metidos en aquella situación que sus habituales gestos de cariño habían quedado en un segundo plano. Echaba de menos cómo era la vida hacía tan solo tres días, pero ahora tenían una situación que afrontar y, cuanto antes la resolvieran, antes volverían a ser los de hacía tres días.

Sin conocer de nada a Lucy McGrath no podía dejar de alucinar con su postura en la vida: desde que Janet se fue había renunciado a saber nada de ella, ni de sus hijos, ni por supuesto se planteó venir a su funeral. Y ahora que el fugado era su hijo, ¿había tirado la toalla también con él? Se guardó de ser demasiado expresivo pero su actitud le parecía cuanto menos cuestionable. Igualmente, hubo algo que le ayudó bastante a dejar de pensar en su indignación: la decisión del abogado de que había que ir a América. Ahí sí que no pudo evitar mirarle con los ojos muy abiertos. Ciertamente... tenía sentido, pero no por ello dejaba de asustar. Aquello era prácticamente meterse en la boca del lobo... pero, ciertamente, no es como que pudieran hacer mucho más desde donde estaban.

Asintió espontáneamente a lo de que Alice podía reclamar la custodia. Esa no dejaba de antojársele la opción más viable en todo aquel asunto, y a medida que el abogado lo narraba más asentía. Alice llevaba cuidando de Dylan desde que su madre murió, incluso en la distancia, él lo había visto mejor que nadie, y no tenían absolutamente nada contra ella. Ahora quedaba la parte difícil: ir a América. Iban a tener que enseñar muy bien a William para que pudiera ir allí, ahora Marcus estaba seguro de que iba a estar tan destrozado que no sabría ni por dónde empezar... Quizás Violet sería mejor opción, aunque no sabía si del todo diplomática. El comentario de su madre, sin embargo, le hizo mirar a Aaron casi con advertencia. Él iría con el representante de los Gallia. Ya se encargaría Marcus de advertir a esa persona sobre McGrath, y a este más le valía comportarse.

Se ahorró de nuevo la expresión de sorpresa por la rapidez con la que su madre solicitó que hicieran a Aaron ciudadano británico y este dijo que no habría problemas. No pudo contenerla, sin embargo, cuando su madre dijo que se trasladaban todos en aquel momento a casa de los Gallia. Con "casa de los Gallia" intuía que se refería a la de Helena y Robert, y allí estarían... probablemente, todos. Los abuelos, William, Arnold y quizás hasta Violet y Erin. Marcus sintió un escalofrío. Encima, se llevaban a Aaron con ellos. Se frotó la cara, echando aire por la nariz. Aquello podía generar una tormenta dentro de esa casa, Alice seguía muy sensible, imaginaba que todos estarían muy nerviosos, Aaron estaba muerto de miedo y su presencia iba a sentar fatal. A ver cómo lo hacían para contener esas aguas. No le extrañaba que el abogado se hubiera quedado pálido solo de imaginarse el percal. Y porque no conoces a Helena y a Violet, si no, estarías peor.

Alice tomó su mano y se dirigieron sin más dilación hacia su destino. El escalofrío que había sentido cuando su madre dijo de trasladarse allí pareció gritarle "y por esto he salido" nada más aparecerse en el jardín de los Gallia. Tragó saliva y miró la casa con tristeza. De repente se sintió como cuando aterrizaron allí por el funeral de Janet, teniendo que entrar en una casa llena de familiares pasando uno de los peores momentos de su vida, y sintiéndose absolutamente inútil. Aquella casa... se le antojaba un lugar en el que habían vivido momentos muy tristes. Un cambio muy grande debía producirse en ella, algo muy bueno tenía que pasar, para que la percibiera de otra manera.

Robert fue el primero que salió a recibirles y Marcus le vio más destrozado que nunca, lo que le hizo tragar saliva para aliviar el fuerte nudo que se había generado en su garganta. ¿Cómo habría estado su abuelo Larry si a él...? Mejor no lo pensaba. Alice, a pesar de dejarse abrazar por su abuelo, no soltaba su mano, y por supuesto que Marcus no pensaba soltarla a ella. Cuando Robert deshizo el abrazo, Marcus le sonrió con tristeza y también le abrazó. — Hijo... tu madre es una santa. — Podía jurar que era la primera vez que escuchaba a alguien referirse así a su madre, pero lo cierto y verdad es que no le extrañaba que la estuvieran percibiendo así. Se estaba dejando la piel por recuperar a Dylan. Se dirigieron a la casa y de esta salió Violet, que corrió a abrazar a Alice. Su novia seguía sin soltar su mano y a Marcus empezaba a dolerle el pecho. Él no iba a soltarla bajo ningún concepto, pero esa manera de aferrarse a él... Alice estaba muerta de miedo. No quería entrar en esa casa, y eso le partía el alma.

Pero cuando Violet le sugirió a hablar, su novia le miró y le soltó. Marcus entendió la señal. Con un leve gesto de la cabeza, le dedicó una sonrisa cálida a Alice y le dijo. — Voy entrando yo. — En otras palabras: voy calmando las aguas yo para cuando entres tú. Sabía que Alice lo entendería, y él haría lo posible. Miró a Violet con esa misma sonrisa leve y vio cómo esta simplemente movía los labios para pronunciar un "gracias". Con un gesto de la cabeza, se dirigió al interior de la casa, y no fue el único. Su madre, Aaron y Edward Rylance entraron con él.

Sintió frío solo al cruzar el umbral de la puerta. Los recuerdos del funeral eran demasiado vívidos como para que, en el ambiente que se respiraba ahora, no acudieran a su cabeza y erizaran todos los vellos de su piel. La imagen en el salón era, de hecho, de auténtico funeral. — Emma. Marcus. — Si el alivio pudiera definirse de alguna forma, la máxima expresión había sido ese suspiro y esa leve sonrisa de Erin al pronunciar sus nombres, que la hicieron levantarse de su sitio y dedicarles la mirada de quien ve a personas que quiere muchísimo aparecer por la puerta por primera vez desde hace cincuenta años. Marcus sonrió a su tía y su impulso fue ir a abrazarla, pero instintivamente, desde la puerta, echó una visual por la estancia: Erin estaba sentada en una silla al lado del sofá en el que se encontraba William, con los codos apoyados en las rodillas y las manos cubriendo un rostro absolutamente demacrado que dejó ver, como aturdido e ido, cuando ellos entraron por la puerta. Parecía estar procesando si conocía a las personas que acababan de entrar detrás de un manto de tristeza que dolía solo de verlo. Su padre estaba en otra silla, frente a William, al otro lado de una mesita de té, y a su lado tenía una silla vacía en la que probablemente hubiera estado Robert sentado minutos antes. Violet probablemente estaría en el hueco de sofá que quedaba entre William y Erin. En el otro lado del hombre, también en el sofá, estaba Helena. Su semblante también era preocupado, pero sobre todo parecía alerta y tensa, y pasaba un brazo por encima del hombro de su hijo como si temiera que se lo llevaran a él también. La mirada que les echó fue de desconfianza absoluta, sobre todo cuando reparó en Aaron. De hecho, Marcus estaba bastante seguro de que hubiera empezado a ladrarles... si no fuera porque él mismo tiró de instinto y se adelantó a sus movimientos.

A pesar de sus ganas de abrazar a Erin, se dirigió a paso rápido hacia William y se arrodilló en el suelo, frente a él. El hombre le miraba como si realmente estuviera ido. — William. — Le susurró, buscándole la mirada. Notaba la tensión de Helena a su lado, pero Marcus necesitaba hablar con él. — William, ¿cómo estás? — El hombre parpadeó, con los ojos húmedos. — Marcus... — Le devolvió una sonrisa leve. Vale, al menos le había reconocido... pero el llamarle pareció ser como si rompiera un hielo o un estado de letargo en el que llevaba días sumido, porque pareció empezar a derrumbarse. — Marcus... ¿cómo he podido...? — No le dejó continuar, le dio un fuerte abrazo desde su sitio y el hombre se abrazó a él con fuerza. — William, vamos a traer a Dylan. Estoy contigo, estamos todos los O'Donnell contigo. Te lo prometo. — ¿Dónde está mi Alice? Alice me odia... Hijo, dime la verdad. — Marcus se separó y le miró. — Está muy asustada, y cansada, estos días están siendo muy duros. Solo está muy tensa, William, no sabe qué hacer... — No va a querer verme más. — No, no. Yo no voy a permitir eso. Solo necesita que se le pase. Ya lo verás. — El hombre asintió y volvió a bajar la cabeza, y Marcus no quiso molestarle más.

Soltó aire por la boca y se levantó del suelo, pero notó que Helena le estaba mirando con los ojos llenos de lágrimas. De hecho, no le dejó ir a por su tía, se levantó y le abrazó con fuerza, dándole un montón de besos en la mejilla. — Ay, Marcus, mi niño, qué bueno eres. — Ah, claro. Madres Slytherin, qué le iban a contar a él. Helena estaba en modo protección absoluta de William, y al haber actuado así con su hijo debía de acabar de convertirse en lo más parecido a su persona favorita del mundo. Devolvió el abrazo a la mujer, que le apretaba con tanta fuerza como si llevara siglos sin abrazar a nadie. — Qué mal lo estamos pasando, mi pobre Dylan, y mi hijo, cuánto estamos sufriendo. — Le soltó, agarrándole por los hombros, y le tocó la mejilla. — ¿Tú cómo estás, cielo? Tu abuela se fue con vosotros ¿verdad? ¿Y Lex, está bien? — Marcus asintió, y a esa última pregunta contestó mirando también a Erin, que sabía que tendría la misma duda. — Está con Darren. — Su tía asintió con una sonrisita muy leve y, de nuevo, aliviada. Estaba prácticamente pegada al brazo de su madre. Marcus volvió a mirar a Helena. — Estamos aquí para lo que haga falta, memé. — Y vuelta a llorar la mujer, y a abrazarle. De verdad que no lo estaba haciendo por ganarse ningún mérito como tantas veces hacía, le salía del corazón. Pero entre Slytherins uno perdía y ganaba medallas casi sin querer.

— ¿Quién es ese? — La reducción de las defensas de Helena había sido un espejismo que duró el tiempo en que tardó en llenar a Marcus de cariño, que tampoco fue mucho, no es que la señora Gallia fuera un derroche de amor. Tan pronto se soltó de su segundo abrazo clavó una inquisitiva mirada en Aaron, que se encogió en el acto. Marcus se dio cuenta de que Arnold se le había colocado al lado. Al fin y al cabo, eran los dos únicos sin atención de aquella sala, y su padre debió considerar que la entrada del chico no iba a ser bien recibida. — Es Aaron McGrath. Es sobrino de Janet por parte de los Van Der Luyden. — Dijo Emma, sin mucho preámbulo. Erin perdió el color de la piel, a pesar de su ya de por sí palidez, y William y Helena le miraron con un resorte. Robert estaba en la puerta del salón, en silencio, Marcus no sabía desde cuándo, pero acababa de recabar en su presencia, y parecía no haber entendido la frase de su madre, o no quererla entender. — ¿De esa gente? — Preguntó Helena. Emma hizo un levísimo gesto con la mano. — Es importante que nos sentemos a hablar. Hay que poner muchas cartas sobre la mesa... — Hay que tener mucha desfachatez para entrar en nuestra casa... — Helena. — La detuvo Emma, porque la mujer parecía querer matar al chico y Aaron estaba a punto de echarse a llorar. — Vamos a hablar primero, ¿de acuerdo? — Su madre miró a Marcus y dijo. — Sería importante que estuviéramos presentes todos. — Voy yo a avisar a Alice y Violet. — Se ofreció Arnold, que salió presto del salón. Se generó un silencio incómodo.

Marcus aprovechó para acercarse a Erin. — Hola, sobrino. — Le dijo ella en un susurro, como si no quisiera perturbar el ambiente, dedicándole una leve sonrisa. Marcus le dio un beso en la mejilla. — ¿Cómo estás? — Ante la pregunta, la mujer se encogió de hombros, con los ojos brillantes de tristeza. Ya... así estaban todos. Espontáneamente, ambos miraron a Aaron. Aaron les estaba mirando a ellos también. Ven, pensó, y el chico pareció tratar de disimular la sorpresa que le había causado que Marcus le hablara mediante el pensamiento. Vio cómo tragaba saliva, pasaba una mirada temblorosa por un salón que tenía todos los ojos excepto los de Emma y el abogado clavados en él y se acercó a ellos dos con pasos prudentes. Marcus miró a ninguna parte, con la cabeza alta y las manos agarradas ante el regazo, en un gesto que le hacía parecer una réplica de su madre. Yo me siento enfrente tuya. Estoy seguro de que prefieres tenerme a mí enfrente en la mesa, ¿me equivoco? Por la vista periférica vio cómo Aaron tragaba saliva y bajaba la cabeza. Bien, mucho mejor.

 

ALICE

— ¿Sobrino de tu madre? — Preguntó la tata, alucinada, en cuanto se quedaron solas. Ella procedió a hacerle un resumen parecido al que le había hecho a Emma, mientras su tía la miraba con los ojos como platos. — ¿Te estaban espiando en Hogwarts y no nos dijiste nada? — Bueno, es que ya te he dicho que no me estaba espiando realmente, y yo le creo. En fin, a mi madre le pasó exactamente lo mismo con ellos… Y aquí se ha quedado, es que vamos, hace una hora estaba escondido en la corteza de un árbol, con eso te lo digo todo. — Su tía suspiró y miró para dentro. — Ya, en verdad pobre chico… Es que… es oír Van Der Luyden y me dan escalofríos… — Sí, conozco la sensación. — Dijo con pesar.

Se quedó con la tata dando vueltas por el jardín delantero de los abuelos. El césped estaba agostado, amarillento, y su abuela ya no tenía muchas flores porque pasaba de cuidarlas. No era como que le ofreciera mucho aquel jardín para centrar su atención. — Si vas a intentar defender a mi padre como haces siempre, te advierto que esta vez no va a funcionar. — Decidió decir, para dejar clara su postura. Su tía rio un poco. — No, si nunca funciona… Ni cuando éramos pequeños. No soy capaz de no intentar sacarle del lío… Es mi hermano mayor y le adoro, solo quiero ahorrarle todo el sufrimiento que le pueda ahorrar. Y de momento voy fatal con ello. — Alice levantó la mirada, tragando saliva. — No me hables de lo que hacemos fatal con los hermanos, por favor. — Vivi avanzó hacia ella, suspirando y la agarró de los hombros. — Alice, no. Todo esto no es culpa tuya, nadie podía… — ¿Cómo que nadie, tata? Esto lleva gestándose un año, pero todos, unos más que otros, hemos decidido ignorarlo. — Suspiró y negó con la cabeza. — Y el que más lo ha hecho es tu adorado hermano. Todo esto es su culpa, tata, y no vais a convencerme de lo contrario. Los demás asumiremos nuestra parte, pero ya está bien de protegerle. Todos. A mí nadie me protege, y por lo visto, a Dylan tampoco. — Su tía apretó los labios y, de repente, un sollozo se le escapó y sus ojos se desbordaron en lágrimas. — Lo siento, Alice. Lo siento tanto. — Se tapó la cara con las manos y siguió llorando. — Yo se lo dije a Molly, se lo dije, cuando murió tu madre, que yo no podía ser lo que vosotros necesitabais, y me dijo que no pasaba nada, que una se podía equivocar, pero nunca pensé que llegaríamos a esto. Lo siento… — Alice se acercó a ella y le quitó las manos de la cara. — Ha sido una cadena de errores. No te martirices tampoco. Solo os pido que dejéis de defender a mi padre, de verdad, solo eso. Estoy terriblemente cansada de justificarle. —

Su tía la miró, sorbiendo y limpiándose las lágrimas. — Pero es que él te quiere tanto, Alice… Es que eres lo más importante que le queda, te necesita. — Alice negó con la cabeza. — No, tata, ahí está el error. Dylan le necesitaba. Yo le necesité durante un tiempo. Ya está bien. En lo que a mí respecta, hemos terminado. — Su tía negó. — No digas eso, por favor. No podemos romper esta familia, no podemos… — Yo no voy a romper nada. Él la ha roto. Él estiró demasiadas veces de la cuerda. No, tata, lo que se ha roto, lo ha roto él. No me carguéis a mí con las cosas como siempre. — Y estaba diciendo eso con un tono de oscura tranquilidad que ni ella misma reconocía pero que parecía haber adquirido aquellos días. Su tía acarició sus brazos. — Solo necesitamos dar con la forma de arreglar esto, darnos tiempo… — Y justo eso era lo que no tenían, porque allí apareció Arnold. — Vivi, Alice, tenéis que entrar. Vamos a hablar con el abogado. — Un segundo, Arnold. — Su tía le hizo mirarla. — Dime que me perdonas, Alice, por favor. Sé que me he equivocado, que tendríamos que haber hecho algo más, indagar más… — Ella cogió las manos de su tía y la miró a la cara. — Ya está, tata. Sí, te perdono, si eso te hace más feliz, o te hace estar más tranquila. No soy Dios, tata, no tengo el poder de la indulgencia y de perdonar todo lo que has hecho mal, pero en lo que a mí respecta, todos nos equivocamos, así que no te preocupes por mí. — Pero Violet la estaba mirando más con miedo que con alivio. Bien, pues eso era todo lo que podía conceder en su estado, que se diera por satisfecha. Se dirigió hacia Arnold, y entraron en la casa.

Su abuela la miró desde la distancia. Por supuesto, tenía a su padre cogido como si fuera un tesoro hecho de porcelana, no esperaba menos y, por las caras, alguien había soltado ya la bomba sobre Aaron. — Alice… — Oyó la voz rota de su padre llamarla. Entornó los ojos hacia él, y casi se asustó de sí misma de pensar que, claro, ¿cómo iba a estar? Pues destrozado, pero no sentía pena, no podía sentirla. — Luego. — Dijo tajantemente, sin alzar la voz. — Ahora el señor Rylance tiene que hablar con nosotros. — Y su padre se quedó mirándola titubeante, mientras su abuela le conducía a sentarse con los demás. Por supuesto, ella ni le dirigió la palabra, y no esperaba menos, si no saludaba a su adorado hijo, no iba a recibir saludo, pero es que a esas alturas no podía importarle menos.

Buscó a Marcus rápidamente y se sentó a su lado, pegada a él, a su tacto, como si fuera pleno invierno y él el fuego que le diera cobijo. Y justo en ese momento, su padre afiló los ojos y pareció entender. — Eres el hijo de Lucy. Claro, solo eres un poco mayor que Alice… Yo… conocí a tu madre en Nueva York… — Aaron estaba mirando a su padre como si fuera un animal de zoo que te da pena por estar tristemente enjaulado pero a la vez sabes que descontrolado podría matarte. — Es… tan… raro. Es… ¿Cómo has llegado aquí? — Me escapé de ellos. Bueno, más concretamente me mandaron a Hogwarts a espiar a Alice. — Su abuela soltó un bufido-carcajada sarcástico. — Pero nunca fue mi intención, y menos después de conocerla. Mandaba reportes vagos, y cuando en Pascua me exigieron volver, yo no lo hice. Nunca había sabido cómo escapar de ellos, pero les odio, nos han hecho la vida imposible a mi madre y a mí. A mí más. Por ser legeremante y homosexual. — Se oyeron varios gritos ahogados en la sala. No, desde luego que Aaron era único dando noticias. — ¿Y pretendéis que nos fiemos de él así como si nada? — Preguntó su abuela. Por fin se dignó a mirarla. — ¿Te lo has creído de verdad? ¿Y ahora encima lo traes a casa? — Es la verdad, memé. — Dijo simple y llanamente. — Prácticamente ha habido que arrastrarlo aquí porque tiene tanto miedo a su familia que simplemente estaba huyendo donde nadie pudiera encontrarlo. Como hizo mamá en su día. — Helena rio y negó con la cabeza. — No, no, esto es bien distinto. A tu madre nadie la mandó a espiarnos… — ¡Pero no lo hice! ¿Por qué nadie me cree aquí? He sufrido tanto por su culpa como Janet en su día, solo he intentado lo mismo. — Está difícil creernos nada que venga de los Van Der Luyden. Pero el chico tiene razón, tiene tanto contra ellos como nosotros. — Intervino su tía de repente, cruzándose de brazos. — Exactamente. Aaron es nuestra arma más poderosa contra ellos. — Emma acababa de dar la razón a su tía, y el desconcierto entre los presentes era tal que nadie dijo nada más. Bueno, excepto su abuela, que tras unos segundos de silencio solo aportó. — Pues si esa es nuestra arma sí que estamos peor de lo que pensaba. — No, no es la única, y aquí el señor Rylance, nuestro abogado, os va a explicar lo que tenemos que hacer a continuación. —

Al contexto de Rylance no atendió mucho, porque estaba demasiado metida en sí misma. Sentía el corazón latir muy fuerte, y un abismo en el estómago de saber que estaba enfrentándose a la familia, a gente con mucho carácter y mucho que decir, pero ella tenía clarísima su postura y lo que tenía que hacer. — Por lo tanto, la solución pasa por que un miembro de la familia vaya a América, al MACUSA, y entre en contacto con la gente que conocía a Janet, que la ayudaron a escapar, y, gracias al señor McGrath, podremos localizar a más gente que esté en su contra, con el objetivo de demostrar lo que le hicieron a la difunta señora Gallia y que no son adecuados para cuidar de Dylan. — Y, en un gesto muy típico de su familia, se miraron entre todos como preguntándose “¿y quién será ese que va a ir a América a hacer todo eso?”, y ella tenía una respuesta muy clara.

— Yo iré a Nueva York. — Todos se giraron hacia ella, incluso su familia política y Aaron. — Alice, ¿qué tontería estás diciendo? Eres una niña y no tienes ni idea de… — ¿De qué, memé? — Preguntó tranquilamente. Se hizo un silencio y la señaló con la mano suavemente. — Dime, memé, ¿de qué no tengo idea? De más que tú de entrada, que no te has enterado de la condición de tu hijo hasta que ha sido demasiado tarde. — No te consiento que me hables así, Alice. — La que está alterada eres tú, no yo. Yo soy la que ha cuidado de Dylan todo este tiempo. — No te atreverás a decir que… — Mimarle y jugar con él no es cuidar, memé. Yo le he explicado el mundo, todo lo que no entendía, yo he dejado de lado mi felicidad por protegerle. Igual no me ha salido como yo esperaba, pero al menos lo intenté. Yo soy la que ha tomado las decisiones, yo he mantenido la casa. — William es su padre. — ¡Un padre al que se lo han quitado! — Y ahí sí subió un poco el tono de voz, así que volvió a respirar para calmarse. — Haceos cuenta de una vez de cómo son las cosas. Cuando Dylan vuelva será bajo MI tutela. — Alice, hija. — Trató de intervenir Robert. — William es vuestro padre… — Ella levantó la mano para que no siguiera argumentando. — A William ya se le han dado muchas oportunidades de ser padre. Ya está bien de hacer siempre lo mismo esperando resultados distintos. Lo voy a hacer con vuestra ayuda o sin ella, preferiría que fuera con ella. — Tiene razón. — Esa voz no se la esperaba, pero Emma siempre era igual de tajante. — Es inteligente, mayor de edad, conoce mejor que ninguno de nosotros a Aaron y ha criado a Dylan. Ya no tiene que volver a Hogwarts, este, ahora mismo, es su deber más grande. — Alice y ella se miraron. — Tienes el apoyo de los O’Donnell, Alice. — Sí, claramente ambas habían llegado a la misma conclusión. Ahora se sentía, de hecho, poderosa y llena de energía. Solo tenía un miedo. Apretó la mano de su novio y le miró. — No quiero dejarte aquí. Pero te juro que volveré cuanto antes con Dylan. Y llevaremos a cabo todos nuestros planes. —

 

MARCUS

Su padre tardó unos minutos en volver con Alice y Violet, y el ambiente dentro de la casa era considerablemente tenso. Helena había vuelto a sentarse junto a William y a agarrarle, mirando con desconfianza a Aaron. Marcus se limitó a esperar de pie junto a su madre, adoptando inconscientemente una pose muy parecida a la de ella, que no era consciente de que le salía tan natural. Erin se había quedado de pie con ellos, pero estaba más retraída, y de tanto en cuando miraba a Aaron como si le temiera. El chico, por su parte, tenía una muy evidente expresión de querer que se lo tragara la tierra. Si Marcus estaba incómodo, no podía imaginarse cómo estaría él. Claro que Marcus nunca habría consentido llegar a semejante situación, así que...

Había mantenido la esperanza de que Alice se ablandara al ver a su padre destrozado... No fue así, y desde luego que eso tenía mal pronóstico. Marcus estaba convencido de que Alice no se enfadaría con William definitivamente, eso simplemente no podía ser. La familia tenía que estar unida, más en esas circunstancias, lo habían tenido muy claro esos días. Solo... estaba enfadada. Pero él la conocía bien. Hasta que no sintiera que tenía el asunto más controlado, no miraría otra cosa, pero Alice adoraba a su padre y tenía un corazón enorme, ¿cómo no iba a reconciliarse con él? Se sentaron juntos en la mesa y, como le anunció a Aaron, se colocó frente a él, dejando la palabra a quienes debían hablar. Al fin y al cabo, su posición en esa casa había pasado a ser parecida a la de su padre: de apoyo moral.

Bajó la cabeza y parpadeó, sorprendido de hasta dónde podía llegar la insensatez de Aaron. ¿De verdad le parecía lo más oportuno soltar así que le habían enviado a espiar a Alice, aparte de detalles privados de su vida, cuando acababan de conocerle y en las circunstancias que estaban? En fin. Por supuesto, Helena se puso a la defensiva en el acto, y Marcus simplemente miró a ninguna parte, con la cabeza alta. Es que no podía culparla, él tampoco se fiaba y le conocía desde hacía meses y ya había perdido la cuenta de las veces que había escuchado ese discursito. Alice intentó defenderle y, a la primera pregunta que Helena hizo, empezó a lloriquear de una forma que le pareció no solo lamentable, sino fuera de lugar. De verdad que no pudo evitar rodar exageradamente los ojos, hasta movió la cabeza. Aún le quedaba para llegar al nivel de contención de su madre. — Es verdad que no hay pruebas de que haya dado datos concretos sobre los Gallia, el señor Rylance nos lo puede confirmar. — Dijo. — No obstante. — Miró a Aaron con ojos afilados. — En estos momentos es comprensible que todos estemos tensos. — Así que deja de hacerte el mártir, pensó, y si le escuchaba, que le escuchase.

Al menos ya dieron por fin paso al señor Rylance, que esperaba prudentemente a que se le concediera la palabra. Se aclaró levemente la garganta y comenzó a poner a los Gallia al día, tras lo cual puso sobre la mesa las opciones que tenían... que no eran muchas, básicamente se reducían a que alguien fuera a América, y ya una vez con el representante allí podrían hacer cosas diferentes. Una vez soltada la bomba, Marcus miró a los presentes. Todos parecían impactados, como era lógico. En vistas de cómo estaban, seguía pensando que quizás la mejor opción fuera Violet... pero no le dio tiempo a sopesarlo mucho, porque ya hubo alguien que se ofreció voluntaria.

Y no alguien cualquiera. Miró a Alice súbitamente y, tras un par de segundos en los que sintió que se había quedado sin cerebro, porque no era capaz de pensar nada, resucitó para preguntarse a sí mismo cómo podía haber sido tan tonto de no haberse visto eso venir. Alice siempre había sido la más sensata de su familia a pesar de ser la más pequeña sin contar a Dylan, y por supuesto no podía estar aquí de brazos cruzados sin saber qué estaba ocurriendo con su hermano, por no hablar de que conocía su carácter. Evidentemente que se iba a ofrecer... y, a pesar del pánico que le atacó de repente y la opresión que sintió en el pecho de imaginarse a Alice allí... solo necesitó parpadear un par de veces, mirándola, para tenerlo claro: era la persona que debía ir. No tenía duda de que nadie lo haría mejor que ella. Y no era lo único que tenía claro.

Pero guardó silencio, porque el ofrecimiento de Alice había destapado un fuego cruzado en el que no le parecía lo más inteligente meterse. Estaba escuchando con la cabeza respetuosamente agachada, pero el bramido de Alice hablando de William le hizo tensarse tanto que tuvo que contener un sobresalto. Se quedó en su posición solo que mucho más rígido, y discretamente movió los ojos hacia William para comprobar cómo podía haberle afectado al hombre ese comentario, pero seguía pareciendo entre desolado e ido. Pero la que habló entonces fue su madre, y ahí sí que alzó la cabeza. "Tienes el apoyo de los O'Donnell, Alice", tras un discurso que podía secundar palabra por palabra. Se sentía sereno y firme para tomar la decisión que pensaba tomar, y quizás él no contaba con esos apoyos, pero tenía que intentarlo al menos. Y si no lo conseguía, igualmente apoyaría a Alice a como diera lugar. Su novia, en cambio, se adelantó antes de que pudiera hablar.

La miró con serenidad, dejándola terminar, sin inmutar la expresión. Cuando la chica acabó, con mucha tranquilidad, dijo. — No vas a dejarme aquí, Alice. — La miraba a los ojos, sereno frente al silencio generado a su alrededor. — Yo voy contigo. — El silencio se hizo diferente y notaba todos los ojos encima. Sintió a su padre removerse levemente en su asiento. — A ver... — Se aclaró la garganta y, con prudencia, por no iniciar una discusión marital ante tantas personas, miró a su madre. — Yo... podría pedir una excedencia en el trabajo. Puedo acompañar a Alice, o puedo acompañar a Violet, por ejemplo. — Marcus se mojó los labios. Entendía que su padre solo quería protegerles, pero no iba a llegar a ninguna parte. Esa decisión estaba más que tomada, la parte de Alice al menos, solo necesitaba que su madre diera el beneplácito a la suya. — Violet es mucho más útil aquí, moviendo los contactos de los Gallia y siendo nuestro nexo de unión para lo que necesitemos hacer. — Argumentó su madre. Su padre volvió a removerse, incómodo, buscando las palabras. — Pero... — Le vio mirar a Aaron de reojo. — Sé que son adultos, pero acaban de iniciarse en el mundo. Lo digo por ellos, quizás necesitarían... protección. Son personas peligrosas, no sé hasta qué punto es... prudente, enviar a tres chicos de dieciocho años en busca de un niño de doce. — La representante de los Gallia será Alice, e irá con Aaron a América. — Y, ahí, su madre le miró a él y confirmó. — Y Marcus irá con ella. — Sentía a todos tensos, pero sobre todo a su padre. Ambos eran muy educados, pero Marcus estaba viendo claramente lo que estaba pasando: tenían opiniones totalmente opuestas en eso.

— Arnold, necesitamos un representante de los O'Donnell en América... — Puedo ir yo, insisto, creo que... — Va a ir Marcus, Arnold. Tú tienes que estar aquí. — Arnold se rascó la barba. Parecía que le estaba oyendo pensar: "¿de verdad vamos a enviar a la boca del lobo a nuestro hijo?" Como si se lo hubiera leído en la mente, contestó Emma por él. — Alguien tiene que quedarse en esta casa haciendo de soporte emocional. — Yo no me voy a mover del lado de mi hijo. — Dijo Helena, que claramente se había sentido ofendida por la necesidad de tener un sustento emocional ajeno a la familia para sobrevivir. Robert suspiró e intervino, casi sin voz. — Helena, Arnold nos viene muy bien aquí. Ya sabes que William con él se relaja... y yo no puedo más, Helena... — A Marcus le partía el corazón, el hombre estaba realmente destrozado. Emma retomó. — Marcus no puede desempeñar ese papel, Arnold, y tú lo sabes. — ¿Y puede hacer el otro? — Yo me encargaré personalmente de prepararle para ello. — Les miró. — Os vais a ir, pero ni que decir tiene que no os iréis mañana ni pasado, y eso sí que no admite discusión. Debemos prepararnos muy bien, cuando os vayáis, no volveréis hasta que no sea con Dylan de vuestra mano, por lo que lo tenemos que tener todo muy bien atado. No podemos dar un paso en falso. — Esto es un disparate. — Se indignó Helena de nuevo, mirando a Emma ofendida e incluso desesperada. — Mi nieto está con una familia maltratadora, no es el momento de viajes románticos de adolescentes. — Puedo asegurarte, Helena, que Marcus y Alice no están pensando precisamente en un viaje romántico, por la cuenta que les trae. No lo consentiría si intuyera que es su intención. — Zanjó Emma, que empezaba a tensarse, y Marcus vio que Helena iba a replicar pero se arriesgó a intervenir, girándose hacia ella. — Sé que estás muy asustada. Todos lo estamos. — La mujer le miró con menos suspicacia que al resto, pero con bastante igualmente. — Pero Dylan es mi hermano también, le quiero como si fuera familia mía porque lo es. — Los ojos de Helena se humedecieron, aunque seguía escuchándole con la mandíbula en tensión. Marcus siguió. — Como dice mi madre, no pienso poner un pie fuera de Inglaterra hasta que no me sienta bien seguro de lo que hago. Alice es la persona que mejor conoce a Dylan y que más informada está de esta situación, los dos conocemos a Aaron y es mejor... que venga con nosotros. — Miró al chico de reojo con helor, para que no se le ocurriera contradecirle, y volvió a mirar a Helena. — Y Alice va a estar mucho mejor si yo puedo estar con ella, dándole mi apoyo, como Erin está con Violet, o como mi padre está con vosotros. Helena, te lo prometo de corazón. No pensamos volver sin Dylan, así tengamos que poner patas arriba toda América. — Y con eso esperaba haberla dejado convencida. Porque la decisión, tanto por su parte como, sobre todo, por la de su madre, estaba más que tomada.

 

ALICE

Cuando Marcus habló, levantó la vista y la clavó en él. Se había quedado sin palabras. Conocía a su novio, lo conocía como a sí misma, a veces mejor, y sabía cuándo había tomado una decisión, y suerte tratando de decirle lo contrario. De hecho, solo había una persona ante la que se achantara (y no del todo), pero antes de que esa persona hablara, Arnold expresó lo que ella creía que iba a expresar. Aun así, y contraviniendo la opinión de su marido como nunca le había visto hacerlo en público, Emma mantuvo su postura, y para máxima sorpresa de, estaba segura, todos los que estaban ahí, es que añadió que Marcus iría con ella. No se atrevía a decir ni una palabra, porque había sentido tanto alivio de oírle decir eso, que temía romperlo. Ella nunca le pediría a Marca que hiciera algo tan peligroso y duro, pero si él se había ofrecido y Emma creía que era lo más prudente… eso le daba una seguridad que no se comparaba a nada.

Y además, su suegra tenía mucha pero que mucha razón, Arnold hacía falta ahí, porque claramente los Gallia necesitaban alguien de autoridad para poner cabeza y, a la vista estaba, ella no era nadie de autoridad para su propia familia, y su abuela tampoco, por mucho que quisiera. Eso sí, oír hablar así a su abuelo le partió el corazón, porque lo veía roto como nunca lo había estado. Lo que también la estaba dejando sin palabras era la reacción de Arnold, llevándole abiertamente la contraria a Emma en público, y empezaba a temer haber provocado una pelea en ese matrimonio. Pero ella lo veía claro, desde luego: les iban a preparar, iban a ir juntos y traerían a Dylan de vuelta. Puesto así, de plano, como hacía Emma, no había duda posible, desde luego. Pero, claro, su abuela ya tenía que intervenir, siempre haciéndola de menos, y aunque Emma volvió a sacarles la cara, ella empezaba a cansarse. Marcus habló, demostrando que era mucho más maduro de lo que su abuela concedía crédito, y siempre tan correcto. Apretó su mano para demostrarle de nuevo que secundaba y agradecía todo lo que estaba diciendo pero, cuando terminó, se puso en pie y los miró. — Estoy muy cansada de tener que demostrar cosas en esta familia. Muy cansada. Llevo desde los catorce años intentando que esto no se desmorone, buscando una versión perfecta de mí que no existe, mientras vosotros os habéis permitido a vosotros mismos una cantidad inaceptable de errores, que nos han llevado a esta situación. — Miró directamente a su abuela. — No voy a consentir, memé, que tú precisamente, pongas en duda mis motivos y mis capacidades, porque no tienes ni idea de quién soy. ¿Crees que tú podrías hacerlo mejor? ¿Mi padre, que es al que le han quitado a Dylan? ¿La tata, que ha pasado casi veinte años ignorando el asunto de los Van Der Luyden, como todos vosotros? — Ladeó la cabeza y achicó los ojos. — No, no tengáis cara de decirme nada. He levantado mi casa prácticamente sola, he tratado de que mi padre no descarrilara en el peor de los caminos y he criado a mi hermano. No tengáis ahora la cara tan larga como para ponerme en duda. — No había levantado la voz, pero la amargura y el veneno estaban presentes en sus palabras, era innegable. — Alice, tu familia no… — Trató de empezar Arnold, pero alguien le interrumpió. — Tiene razón. — Era su tata, que tenía el mismo aspecto que una niña a la que han echado la bronca de su vida, mirando sus manos cruzadas encima de la mesa. — Hemos fracasado. Y la única que ha sabido tomar las riendas más de una vez ha sido ella. Probablemente, si cualquiera de nosotros fuera, la cagaría. Esos somos nosotros, e intentar negarlo es absurdo. — Helena soltó una de sus risas sarcásticas. — Así de crecida está, con todos dándole la razón como si fuera una adulta sabia. — Alice soltó una risa amarga en respuesta. — No tengo por qué pedirte permiso, memé, y no necesito tu bendición, y, sin embargo, voy a traerte al nieto que claramente te importa de vuelta. Quizá entonces empieces a valorar lo que tienes en casa. — Miró a su padre y le hizo un gesto con la cabeza. — Tengo que hablar contigo, pero no aquí. — Y se fue hacia la cocina, para poder cerrarse la puerta.

William la seguía como un perrillo apaleado y confuso, y ya podía ver las millones de disculpas quemarle en la boca, pero no las iba a dejar salir, tenía muy claro lo que iba a decirle. Cerró la puerta tras de él y levantó la mano y dijo. — He dicho que tengo que hablar contigo, no que vayamos a conversar. — Advirtió, en un tono frío como el hielo. — Tú y yo hemos acabado, papá. — Alice, hija… — Ya estaba llorando, pero ella levantó la mano de nuevo, deteniéndole y negando con la cabeza. — No lo intentes. No te rebajes así. Has pedido ya muchas disculpas en cuatro años, sin parar. Y yo te las he concedido porque creía que era procedente, pero ahora veo que solo he alimentado un error detrás de otro. He aguantado muchas cosas, te he disculpado por tu pena y tu dolor, que imagino, de verdad que me lo imagino, ha debido ser terrible. Pero también lo ha sido el mío, y el de tu hijo, y ninguno de nosotros ha cometido los crímenes que pretendías cometer tú, ni ha ido encadenando negligencias una detrás de otra sin consecuencias. Bien, la consecuencia está aquí. — Su padre lloraba desconsolado, y algo dentro de ella empezaba a romperse y quería abrazarle y decirle: “papi, no llores”. Pero llevaba haciendo eso mismo desde que su madre murió. — Le prometí a mamá que cuidaría de ti y de Dylan. — Eso hizo que su padre llorara más fuerte y negara con la cabeza, dando vueltas sobre sí mismo. — Ahora he comprendido que una cosa es incompatible con la otra, porque no paras de arrastrarnos al pozo. Así que elijo a Dylan. Lo siento, lo he intentado todo, pero he llegado a mi límite. — Alice, Alice, por favor, no hables así, Alice, yo… — Se acercó a ella y trató de agarrarla de los brazos. — No lo intentes. Arregla tu vida, papá, y si, cuando vuelva de América, veo que lo has hecho, te dejaré ser parte de la vida de Dylan si él quiere. Pero tú y yo, hemos terminado. Has volado definitivamente demasiado cerca del sol y yo ya no voy a seguirte más. — Y se dio la vuelta saliendo de la cocina, volviendo al salón.

Allí se agarró de la mano de Marcus y los miró a todos. — No quiero destruirme, no quiero venirme abajo porque toda esta situación me requiere entera, así que me voy con los O’Donnell hasta que me vaya, a coger fuerzas. Antes de irme a Nueva York volveré para despedirme y para deciros si podéis ayudar en algo. — ¿Dónde está tu padre? — Inquirió su abuela. — En la cocina. — ¿Le has dejado solo? — Y se levantó corriendo como si hubiera dicho que había dejado a un bebé frente a un horno abierto, pero ella ni se inmutó. Soltó a su novio y se acercó a su abuelo y dejó un beso en su mejilla, rodeándole los hombros. — Cuídate ¿vale? Dylan te va a querer ver bien cuando vuelvas. Tómate infusión de baya de espino todas las noches para mantener el corazón a raya. ¿Me lo prometes? — Robert asintió, mirándola con cara de pena. — Hija, ¿qué vas a hacer tú allí sola, tan lejos de casa? — Ella inspiró y soltó el aire poco a poco. — Todo lo que esté en mi mano, abuelo. Y no estoy sola, yo ya nunca estoy sola. — Y miró a Marcus con los ojos vidriosos. Ver así a su abuelo le partía el alma. Se acercó a su tata y la abrazó, cerrando los ojos y perdiéndose en ese abrazo. — Gracias por defenderme. — Vivi sorbió, lo que le dio a entender que estaba llorando. — Ojalá lo hubiera hecho mucho más y mucho antes. Ojalá hubiera sabido defender a mi patito. Perdónanos, Alice, perdónanos a todos. — Se separó y la cogió de las mejillas. — Si hay algo, literalmente cualquier cosa, que podamos hacer, dínoslo, por favor, ni te lo pienses por un segundo, estaremos aquí para ti. — Ella asintió y se dirigió a Erin, dándole un fugaz abrazo. — Gracias por estar con ellos. No sabes cómo me alegro de que estés aquí. — Se estrecharon mutuamente y Erin le sonrió al separarse. — Eres una valiente, Alice Gallia. Te lo dice una Gryffindor. — Miró a su sobrino y sonrió más. — Y haces valiente a aquel, sois un gran equipo. No dudo que traeréis a Dylan de vuelta. — Y con una sonrisa de despedida, se acercó a los O’Donnell y el señor Rylance y le hizo un gesto a Aaron. — Vamos, no vas a quedarte aquí, digo yo. — Que parecía que había que decírselo todo a ese chico. Ahora de lo que tenía miedo era de todo lo que se venía, empezando por el momento en el que se quedara a solas con los O’Donnell.

 

MARCUS

El ambiente era tensísimo, se podía cortar con un cuchillo y Marcus cada vez tenía los músculos más tensos. Sin embargo... sentía una especie de extraña tranquilidad. De seguridad. De saberse respaldado por su madre. Su padre no es que no lo hiciera, claro que lo hacía. Le conocía bien... solo tenía miedo. Y en el fondo, Marcus entendía que lo tuviera. Pero ni pensaba dejar sola a Alice con esa gente y tan lejos de su casa, ni iba a pasar más tiempo sin hacer nada por que Dylan volviera.

Por supuesto que Helena seguía sin estar convencida del plan, y ahí Alice se puso de pie y soltó un alegato cargado de dolor, pero también de dignidad y, sobre todo, de razón. Marcus había apoyado a Alice siempre y seguiría haciéndolo, pero en otras circunstancias quizás le habría pedido que no fuera tan dura o que intentara relajarse y no decir cosas de las que pudiera arrepentirse... No lo hizo en ese momento, porque no lo pensaba. Alice tenía razón. Y Marcus sentía muchísimo el dolor de los Gallia, pero estaba de acuerdo: ya estaba bien. Ya estaba bien de que Alice cargara con todo, él había visto las consecuencias de ello con sus propios ojos y más de una le había caído encima de manera directa. Ya iba siendo hora de que eso cambiase.

Cuando pidió a su padre hablar, en cambio, se temió lo peor. Siguió a William con la mirada como si con esta quisiera decirle no se lo tengas en cuenta, está muy asustada y dolida, se le pasará, porque por ahí sí que no quería pasar. Pero también sabía cuándo no debía meterse en una batalla que iba a perder. Recuperarían a Dylan primero, y luego trabajarían sobre esa reconciliación, que quería pensar que llegaría sola. — Tú te quedarás con nosotros, por supuesto. — Le dijo su madre con tono de voz bajo a Aaron, que la miró y asintió tembloroso, mientras de fondo se escuchaba a Helena mascullar sobre lo indignante que le parecía la actitud de su nieta, sin dejar de tornar la mirada hacia la cocina como si temiera que estallara algo allí dentro. Se generaban largos periodos de silencio que solo se cortaban por el mascullar de Helena, nadie parecía querer hablar. Curiosamente, era Emma, una de las personas más silenciosas que Marcus conocía, la que más estaba hablando. No parecía pesarle en absoluto el mal ambiente. — Iremos ahora a por tu hermano y ya nos quedamos en casa, por hoy está bien. — Le dijo a él. Marcus asintió. Luego miró a Rylance. — Aún queda información por comunicar a los Gallia ¿no? — Correcto. Deberíamos aprovechar y terminar de hablar de los pormenores. No nos llevará más de una hora. — Contestó el abogado. Emma miró a Arnold y el hombre respiró hondo. — Me quedo contigo, Edward. Aunque luego me gustaría volver a casa... — Sí, sí, Arnold, ve tranquilo. — Contestó su tía Erin, que parecía haber captado la tensión del matrimonio. Claramente su padre y su madre tenían una conversación pendiente. La mujer agarró la mano de una Violet que, limpiándose las lágrimas como un autómata, tenía la mirada perdida en ninguna parte. — Yo me quedo aquí esta noche. — Arnold asintió. Pues los papeles estaban repartidos ya.

Ahí llegó Alice, seguida de un William que estaba aún peor que cuando se fueron. Se puso de pie y dejó que ella se despidiera, pero se acercó a William, porque no lo podía evitar. — Mucho ánimo. Le vamos a recuperar. — Me odia... — Fue lo único que el hombre dijo, entre lágrimas. Parecía que ni le había escuchado. Marcus miró a Alice de reojo y, aprovechando que no miraba porque estaba abrazando a Violet, se acercó a él y le susurró. — Vendré a verte antes de irnos, William. Y te prometo, te lo juro, que vamos a seguir siendo una familia. Hablaré con ella. Solo démosle tiempo. — El hombre no dejó de llorar, pero asintió. Tendría que conformarse con eso.

***

La nube de tensión, de tristeza y de desesperación, de necesidad por hacer cosas, por hacerlo todo, y a la vez deseos de descansar durante días seguidos, no se le quitaban ni a él ni a ninguno de los presentes. Marcus y Alice se quedaron con Aaron en casa mientras Emma iba a recoger a Lex y a poner al día a Darren y los Millestone. Se encargó él de poner la cena: necesitaba distraerse. No quería estar cerca de Aaron, así que le enseñó al chico la que sería su habitación y le dejó organizando sus cosas, mientras Alice se daba una ducha. En la cocina, su cabeza no paraba de dar vueltas. Su madre y su padre llegaron casi a la vez, cada uno desde sus respectivos lugares. Lex intentó hablar con él subrepticiamente por las esquinas, tratando de que sus padres no le oyeran, Aaron no le oyera, Alice no le oyera. Marcus solo quería acostarse y dejar ese día pasar. Estaba ya agotado y no quería ni pensar en lo que tenían por delante.

Tras la tensa cena, cada uno se fue a su habitación, pero él necesitaba hablar un poco con su madre antes de que dieran el día por zanjado. Tras la conversación, que fue breve porque el cansancio les podía a ambos, ella le pidió que le llevara a Aaron unas sábanas, pues ni habían tenido tiempo de adecentar la habitación. Así lo haría, y tras eso se iría a dar a Alice las buenas noches y a dormir. Fue al sótano a por las sábanas y subió al piso de arriba. La puerta estaba entreabierta, así que dio un par de golpes y terminó de abrir. El chico, que estaba sentando en el borde de la cama al parecer simplemente pensando, le miró desde su posición con ese velo asustado que parecía lucir siempre. Marcus frunció una mueca que pretendía ser una sonrisa circunstancial, pero que convirtió sus labios en una línea fina y tensa. — Toma. — Le tendió las sábanas. El chico se levantó y las tomó, en silencio. Aquello era incómodo. Aaron no le caía bien, y ahora estaría en su casa hasta que se fueran, ¿y cuánto tiempo iba a ser eso? Mínimo una o dos semanas. Por no hablar de que se irían a Nueva York con él... Pero no podía estar peleándose con él. Había cosas mucho peores en el horizonte como para andarse con tonterías.

Pero la realidad era que no se caían en gracia mutuamente, así que, cuanto menos hablaran, mejor. Hizo un gesto de la cabeza y dijo. — Buenas noches. — El otro correspondió el gesto, pero su voz le detuvo antes de salir. — He visto cómo les tratas. A los Gallia. — Marcus se detuvo cuando aún estaba girado de lado, y le miró desde su posición, con los ojos entornados. No podía evitar que cada palabra suya le tensase. Pero el chico parecía estar en una posición bastante dócil. — Te he visto con Alice durante todo este curso. Te he visto con los alumnos de primero y con tus amigos. — Marcus no cambiaba su postura. Estaba esperando a ver dónde quería ir a parar. — Pero la mayoría de las veces que te he visto, tú también me has visto a mí. Y delante mía, nunca eres así. — Marcus fue a rodar los ojos y a irse, pero Aaron recondujo. — Quiero decir... que empiezo a entenderte. — Marcus agachó la cabeza con una muda y única carcajada sarcástica. — Te has tomado tu tiempo. — No pudo evitar decir. Con ese chico le salía el sarcasmo por todos los poros.

— No conocía esta faceta de ti, Marcus. — Ni sabía a qué se refería ni con qué intención iba, y debió notársele en la mirada que le dedicó, porque Aaron tragó saliva y matizó. — Esa forma de hablar... con el padre de Alice... y con su abuela... Sabía que querías a Alice, pero no sabía que querías tanto a toda su familia. — Marcus siguió en silencio. Aaron bajó la mirada. — Lo creas o no... siento muchísimo lo que ha ocurrido. Y... me ha cambiado mucho la perspectiva de ti con lo que he visto en esa casa. Muchísimo. — Marcus se quedó donde estaba, pero sus defensas estaban ahora mucho más bajas. Tras unos segundos de silencio, se dirigió a la cama y se sentó, haciendo que Aaron le mirara con ligero desconcierto. Pero el chico se sentó a su lado.

— Mi padre y William se conocieron el primer día de colegio. Los dos iban a Ravenclaw. Se conocen desde los once años, y por lo que me han contado, mi abuelo, el padre de mi padre, también conocía al abuelo de Alice del colegio. — Y empezó a narrar. La amistad de sus padres, las cosas que les habían contado que habían vivido, lo poco que sabía de cuando Janet llegó a Inglaterra y cómo sus padres les habían apoyado. Que Alice y él nacieron prácticamente juntos y que, durante el primer año de su vida, compartieron muchos momentos. Cómo todo esto se rompió precisamente por culpa de las amenazas de los Van Der Luyden, de lo cual apenas se habían enterado hacía unos meses. Le contó que iba al despacho de William cuando era pequeño, y cómo coincidió con Alice en las barcas y se hicieron inseparables desde entonces. — Me da igual... si esto que te voy a decir te suena cursi. — Prosiguió. — Pero amo a esa chica desde que nací prácticamente. He nacido con ella y pienso morir con ella. William ha sido una de las personas más importantes de mi vida, y lo sigue siendo. Lo de Janet... causó un dolor que no soy capaz ni de calibrar. — Aaron le miraba en silencio, pero veía sus ojos húmedos. — Y yo... no puedo juzgarle. Ha cometido muchos errores, pero no sé qué habría hecho yo en su situación. Y Dylan... Dylan es como mi hermano pequeño. Durante muchos años, Alice ha ejercido de madre con él... y yo... — Echó aire por la nariz. Estaba contando todo aquello sin mirar a Aaron a la cara. — Yo no quiero suplantar a nadie, pero sé cómo me percibe él, porque me lo ha dicho. Y ahora mismo... tengo el corazón roto de saberle allí con esas personas. — Se hizo un leve silencio.

Y ya sí, le miró a la cara. — Los Gallia son mi familia. Alice es una O'Donnell tanto como yo un Gallia. No soporto su dolor porque es el mío. — Hizo una pausa. — Y si no conocías esta faceta mía y ellos sí, es porque ellos la han ganado. — Y, tras una nueva pausa, Aaron simplemente dijo. — Ya. — Porque los dos sabían cómo continuaba esa frase: y tú, no. — Lo siento... Lo siento muchísimo, Marcus. Yo... — ¿No sabías todo esto? — Preguntó él, cuestionador. El chico le miró y Marcus continuó. — Dime, Aaron: ¿te has molestado en querer saberlo? — Nunca me has dejado acercarme a ti. — Reconozco que siempre he sido hostil contigo, pero mírame a la cara y dime si no tenía motivos para hacerlo. — Arqueó una ceja. — La respuesta que he recibido por tu parte siempre ha sido la de pretenderte más víctima que todos nosotros juntos. Y créeme que hago todo lo posible por tratar de empatizar contigo, porque lo que has vivido ha debido ser un infierno. Pero es tu actitud, Aaron, unida a todo el sufrimiento que tu familia trae a personas que quiero, la que me hace no solo desconfiar, sino no quererte cerca. Ni de mí, ni de ningún Gallia. Cuanto menos, de Alice. — Soltó aire por la nariz. — Pero aquí ni tú ni yo somos los protagonistas. Hay que traer a Dylan de vuelta. — Para el desconcierto de Aaron, Marcus le tendió la mano. — La libertad de Dylan y la tuya se pagan con el mismo precio. Ayúdanos a traerle de vuelta, y tienes mi palabra de que no voy a poner ninguna traba a tu libertad. Abogaré por ella, de hecho. Siempre tendrás protección en los O'Donnell... pero Dylan primero. — Aaron tragó saliva y, tras unos instantes, le estrechó la mano. Aún la tenía agarrada cuando, mirándole a los ojos, le dijo. — Estás en mi casa. Estás bajo mi protección. Aquí no va a tocarte un pelo nadie... pero no quiero pasos en falso. O saldrás tan rápido como has entrado. — Y el chico, por primera vez, en vez de reaccionar a la defensiva, simplemente dijo. — Entendido. —

 

ALICE

Estaba con los ojos cerrados, pero ni siquiera se había metido en la cama, solo estaba… en suspenso, en pausa, simplemente quieta, con la ventana abierta, sintiendo el aire y el olor a jazmín de las noches de verano. Esperaba que Marcus fuera, aunque solo fuera para darle un beso y decirle que todo iría bien… Es decir, no se creía mucho ya, a esas alturas, que todo iba a ir bien, pero el hecho de tener a Marcus yendo a verla para decirle eso era ciertamente reconfortante. Por eso, cuando alguien llamó a su puerta dijo simplemente. — Pasa. — Pero ni siquiera abrió los ojos. — Eh… Si… Es un mal momento… — Abrió los ojos y se incorporó de golpe al escuchar la voz de Lex. — No, no… Pensé que eras tu hermano, perdona. — Se sentó y se recolocó un poco el camisón que, de todas formas, tampoco es que tapara lo suficiente para que Lex dejara de mirar a la pared, así que se metió en la cama, tapándose con las sábanas, pero quedándose sentada. — ¿Tú también lees la mente? — Preguntó Lex con una risita. — Leo las caras. — Dijo con una sonrisa, y le hizo sitio a Lex para que se sentara también.

Tardó unos segundos en arrancar, mirándose el regazo y con las manos en los bolsillos. — ¿Cómo estás? — Pero antes de dejarla responder negó con la cabeza. — Olvida que he dicho eso. Estás hecha una mierda y es normal y no me hace falta leerte la mente para eso, aunque también lo gritas… — Suspiró y casi podía leerle el pensamiento de “voy a empezar otra vez”. — Me da mucha pena verte así. No me gusta veros sufrir. — Ella sonrió y asintió. — Porque eres muy bueno. Sé que no lo estás pasando bien tú tampoco. — Todo esto es como cuando se… — Él solo se frenó, pero Alice mantuvo el tono bajo y la compostura. — Se murió mi madre. Sí, tiene que ser una mierda oírnos entrar en pánico mentalmente y culparnos todo el rato. — Sobre todo lo segundo. Pero ahora lo tengo más controlado que entonces. — Ella se abrazó las piernas por encima de la sábana. — ¿Cómo ha ido con Darren? — Lex resopló. — Pues ya has visto cómo son los Millestone… Estaban todos preguntando, y a la vez pensando a toda velocidad, e intentando animarme, y Darren ha pasado el día hablando de todas tus virtudes, pero al final se liaba un poco y acababa contando diabluras vuestras. Un poco sí que me he reído, la verdad. — Ambos rieron, y Alice notó cómo respiraba un poco mejor. Sin embargo, sentía que Lex no había ido allí solo a eso.

— He… estado… Bueno, tú lo has visto… Con tu… Bueno… Aaron. — De nuevo, asintió, dejándole espacio para expresarse. — Nunca me había cruzado con otro legeramente que no fuera mi abuela Anastasia y, en fin, ya viste por encima que aquello era como una pesadilla. — Se frotó los ojos y se echó el pelo para atrás. — En un momento dado, en Hogwarts, me di cuenta de que Aaron lo era, pero ambos hicimos lo posible por evitarnos… La verdad es que siempre pensé que nos habíamos evitado para siempre, incluso en la graduación y eso, tratamos de darnos espacio… No pensé que fuéramos a vernos así. — Alice asintió y se quedó mirando por la ventana. — Yo tampoco… No sé en qué estaba pensando… creyendo que ya no vendrían más a por nosotros. Decidí no creerlo supongo. — Sintió cómo Lex la miraba. — No te eches la culpa de esto, Alice. — Ella negó, sin dejar de mirar por la ventana. — No, no lo hago, solo… Ojalá hubiera mantenido la guardia, haber visto venir algo, prepararnos… — Soltó aire y miró al chico. — Perdona, habías venido a contarme algo. — Lex se rascó la nuca. — Sí, sí que había venido a eso… Ehm… El caso es que… ahora no me ha quedado más remedio que estar con Aaron y… — Resopló. — Ese chico no está nada bien. Te lo digo en serio, Alice, hay parte de su mente que… están como en… negro. — Frunció el ceño y le miró. — ¿En negro? — No sé cómo describírtelo, es como oclumancia, pero solo de ciertas cosas, como si… — ¿Estuviera bloqueado? — Sí, algo así. — Pasa con los traumas. — Lex la miró con sorpresa. — Yo escucho a todo el mundo, y Theo nos lo explicó un día. Es bastante habitual. — Pues eso, venía a contártelo para que sepas que… Bueno, que no te está mintiendo. Además, su cabeza es un jaleo impresionante, porque notaba muy fuerte cómo quiere ayudaros, por lo visto piensa que os lo debe a Marcus y a ti… Pero está profundamente asustado, y claro, suena como un disco rayado, pero muy mal rayado, una máquina estropeada, no sé cómo describírtelo. — Ella asintió con pena. — Sí, así dejan la cabeza los de su familia. — Chasqueó la lengua y negó con la cabeza. — Demasiadas personas a las que ayudar y no sé ni por dónde empezar, Lex… —

Entonces, su cuñado se movió hacia un lado de la cama y palmeó la almohada. — Venga, túmbate. — Ella obedeció, con cara extrañada. — Vamos a intentar hacer lo del otro día, pero hoy quiero que pienses en otra cosa. — Alice cerró los ojos y obedeció, con una sonrisita porque, como buena Ravenclaw, estaba orgullosa de que se le diera tan bien lo de evocar imágenes y que Lex la guiara por ello, era bonito. — La verdad es que tengo bastante miedo de preguntarte por recuerdos con mi hermano y tener una imagen aun más nítida que un par que he tenido que ver de vosotros liándoos. — Eso la hizo reír un poco, y trató de no evocar el aula de Pociones para no escandalizar a su cuñado. — Quiero que pienses en tu madre. — Eso la sorprendió tanto que abrió los ojos y le miró. — Sé… Sé que igual te pone triste. Pero es que yo quería mucho a tu madre ¿sabes? Y pude disfrutarla mucho menos que tú. Y, seamos sinceros, cuando tu madre estaba aquí todo era mejor y más feliz… ¿Ya que daño puede hacer pensar en ella? — Alice cerró los ojos y asintió. — Pues también es verdad. — Venga, piensa, ¿cuál es el recuerdo más antiguo que tienes de tu madre? — Pues creo que es haciendo masa de galletas… Pero no en Navidad, en verano, en la cocina… Recuerdo el olor del azúcar y la mantequilla, es un olor tan particular… — A veces en casa de la abuela Molly también huele así. — Aportó Lex. — Pero a tu madre la asocio al olor a flores, al campo, porque olía a tierra y a lavanda y… Bueno yo es que no entiendo tanto de flores como tú, pero ya me entiendes… — Y así, como quien no quiere la cosa, se pusieron a navegar por aquellas imágenes de Janet, y ninguno de los dos necesitó esa noche de las infusiones de Arnold.

 

EMMA

Se sentía realmente agotada. Notaba desde hacía días una presión en el pecho que la tenían con unas permanentes ganas de romper a llorar, pero no se había permitido hacerlo ni siquiera en soledad. No era solo la situación, no era solo saber a un niño pequeño con una panda de torturadores y a miles de kilómetros de su familia, no era solo la pena que le causaba. Era la presión. Era el cansancio, los días sin parar, sin dormir, sin dejar de darle vueltas a la cabeza, y la perspectiva de lo que les quedaba por delante. Y eran las caras de los demás. Era el sufrimiento de todos los Gallia, el de Alice, el de Arnold, el de sus hijos. El de toda la gente que poco a poco se iba enterando. Era la cara de consternación de Darren y de los Millestone, la preocupación de sus suegros, la carga de trabajo de Edward, que no dejaba de ser un abogado muy joven que de seguro no se había enfrentado nunca a algo así. Era el desprecio de su propia familia en cuanto se enterara, si es que no lo había hecho ya, y la forma en la que la mirarían por encima del hombro por meter los brazos hasta el barro por gente que ya apuntaba maneras. Eran demasiadas cosas. Y ella, como siempre, se había autoimpuesto ser la fuerte del grupo. Porque, de no ser ella la que tomaba las riendas de aquello, ¿qué iban a hacer? Era muy fácil hablar de autoimposiciones cuando la realidad es que nadie hacía nada lo suficientemente efectivo. A ver qué sería de Dylan si Emma no hubiera levantado medio mundo mágico para dar con él. Y, con todo y con eso, la cosa pintaba complicada.

Para colmo, Arnold se había enfadado con ella. No era tonta y conocía a su marido, pero ambos eran lo suficientemente diplomáticos y educados como para no montar una discusión marital delante de tanta gente que tiene un problema más grande que el suyo. Pero Arnold estaba enfadado y lo sabía, y eso clavaba con más ahínco la espina en su corazón, casi lo notaba sangrar. De verdad que no tenía fuerzas para enfrentarse a una discusión con la única persona con la que apenas discutía en su vida, con su pilar fundamental. Por no hablar de lo poco frecuente que era que él estuviera más enfadado que ella en una disputa, no sabía si estaba preparada para semejante y extraño escenario. Pero, como tantas otras cosas, no le iba a quedar de otra. 

Notaba que Arnold estaba deseando que todos se fueran a sus dormitorios para hablar con ella. Apenas había abierto la boca en toda la cena, debía estar realmente enfadado, y eso la hacía temblar por dentro. Era tan poco habitual ver a Emma al borde del terror hasta para ella… pero de verdad que no podía más y solo acababan de empezar. Para no alargar más la agonía, tan pronto recogieron la cena y cada chico se fue a su lugar, ella se dirigió a su habitación, sabiendo que más pronto que tarde su marido llegaría y cerraría la puerta tras él, con ese tono de “tenemos que hablar” tan evidente. No se equivocó, aunque le faltó un detalle a su imaginación: su marido silenció la estancia tras cerrar la puerta.

No recordaba haber visto a Arnold mirarla con tanto enfado… quizás nunca era mucho decir, pero era tan poco frecuente que, si había ocurrido alguna otra vez, no la recordaba. Ella, en lugar de su pose altiva habitual, simplemente se giró para mirarle con una mirada que parecía rogarle que por favor empezara cuanto antes, que no prolongara más aquella tensión. — Sabes que nunca pongo en cuestión tus decisiones. — Pues no empieces a hacerlo ahora, hubiera dicho en condiciones normales. Pero el enfado por desgracia para ella comprensible de Arnold, sumado a su extremo cansancio, la habían infundido de una docilidad que no sabía ni manejar. — Pero… de verdad que no logro entender lo que ha ocurrido antes en casa de los Gallia. — Ella se mantuvo callada, mirándole. No le salían las palabras y Arnold tenía mucha necesidad de hablar. 

Se acercó a ella. — ¿Tú eres consciente de que acabas de mandar a tres chicos de dieciocho años solos a América? — Emma tragó saliva. — No, perdón, voy a matizar. Mandas a dos chicos de dieciocho años con un tercero que pertenece a una familia maltratadora, corrupta y extorsionadora, que está aterrado y que suficiente que su familia le diga “traiciónales” para que lo haga sin titubeos. Ya me parecía una locura que se fuera Alice, pero lo hubiera aceptado de ir con un adulto. ¿¿Pero con Marcus?? ¿¿Los dos solos?? — ¿Qué opción mejor había, Arnold? — ¡¡Cualquiera que no fuera enviar a la boca del lobo a nuestro hijo!! — Bramó su marido, con un tono que rezumaba mucho más miedo que rabia, pero que era considerablemente más alto de lo habitual. De verdad que no sabía lidiar con aquel escenario. 

— Emma, por Dios. Tenemos que revertir esto. — Ya está dicho, Arnold. Y bien dicho, además. — ¡Pues tenemos que buscar otra forma! ¡No pueden irse los dos solos a América! ¡Es muy peligroso! — No hay más opciones… — ¡¡Cualquier opción es mejor que esto, Emma!! — ¡¡Lo será a tus ojos!! — Gritó ella de vuelta, y ya se le estaban saltando las lágrimas y la voz se le estaba quebrando. Su aguante no había durado tanto. — ¿¡Te crees que yo quiero mandar a mi hijo allí!? ¿¡Te crees que no estoy aterrorizada yo también!? ¡¡Es mi hijo, Arnold, es mi Marcus!! ¡Ahora mismo preferiría que me cortaran un brazo a verle metido en casa de esa gente! — Gritó casi desesperada, notando las lágrimas correr por sus mejillas. Tomó aire entrecortado y siguió, apretando los dientes con rabia, pero necesitaba defender su postura. Porque no era ninguna negligente ni ninguna estúpida, y Arnold lo sabía. Pero ella no tenía la culpa de que él no pudiera gestionar su miedo más adecuadamente. — ¡¡Dime qué opción hay, dímelo!! — ¡Podía haber ido yo en su lugar! — ¡Tú no puedes ir, Arnold! Si tú te vas, esa casa se viene abajo, ¡destrozarían a Marcus si pasara allí más de un día! — Los Gallia se las pueden apañar solos mucho mejor que una chica de dieciocho años sola en América. — ¿¿Tú crees?? No es eso lo que hemos visto hasta ahora, ¡y tú lo sabes! — Sollozó, cogiendo aire con más rabia. — ¡Te estás dejando llevar por el miedo para contravenir una decisión que sabes que objetivamente es la mejor! — ¿¿Objetivamente, Emma?? ¿¿Objetivamente?? ¡¡No quiero pensar objetivamente cuando se trata de MI HIJO!! — ¡¡TAMBIÉN ES MI HIJO!! ¡Y TAMBIÉN ESTOY ATERRADA, ARNOLD, NO ME HABLES COMO SI NO LO ESTUVIERA! — Y rompió a llorar con desconsuelo, como llevaba sin hacerlo mucho tiempo, sentándose en la cama y llevándose una mano al pecho. 

Se habían quedado unos instantes sin hablar, solo se escuchaba su llanto. Tras un par de minutos, Arnold se arrodilló frente a ella y le tomó las manos. — Llevas toda la vida cargando con pesos que no te corresponden… — Arnold, por favor. — Le dijo entre lágrimas. Negó con la cabeza y le miró a los ojos. — Deja de decir que no me corresponde. Tú viniste a mí corriendo a pedirme ayuda porque le habían arrancado a ese niño de los brazos a su padre y a su hermana. No puedo soportar saber que el hijo de Janet está allí, el hijo de TU amigo de toda la vida, Arnold, que conozco a William desde que era más pequeño que nuestros hijos. Y es el cuñado de tu hijo Marcus, es familia nuestra. Solo es un niño, Arnold, solo es un niño de doce años… — Arnold la abrazó, cortando su discurso y dejando que llorara en su hombro unos minutos, hasta que le susurró. — Perdóname, Emma. No… no estoy bien. Esto está siendo demasiado. — Ella simplemente se permitió llorar. Lo sabía, sabía que era demasiado. Por eso no pensaba tenerle en cuenta su reacción. Al fin y al cabo, ella tampoco estaba reaccionando como habitualmente lo hacía. 

Arnold se sentó a su lado y ella trató de respirar hondo para recomponerse. Cuando lo hizo, preguntó. — Sigues sin estar de acuerdo con mi decisión ¿no? — Arnold se lo pensó unos instantes antes de contestar. — Me es imposible ser objetivo en esto. No veo a Marcus y a Alice enfrentándose solos a esas personas, tan lejos, por tiempo indefinido. Sería un riesgo hasta para un adulto. Son solo niños… — Que para nosotros sean niños no quiere decir que lo sean. Y créeme… creo que voy a estar arrepintiéndome cada minuto que pase hasta que les vea de vuelta de haberles mandado allí. — Se pasó un par de dedos por la mejilla para limpiarse las lágrimas con elegancia. — Pero no hay más opciones, Arnold. Alice lo expuso muy bien, ella es la única Gallia, la única familiar directa de Dylan, que sabe lo que hacer y que puede lidiar con esto con cabeza. No pienso dejarla marchar hasta que no me asegure de que no va a tener ningún arranque de adolescencia y va a ser sensata y a usar nuestras armas, voy a procurar que las voces de Marcus y Alice sean lo más parecidas posibles a como sería la mía de estar allí. Y nuestra mejor baza, y tú lo sabes, es conseguir que la custodia se la quede Alice. No se lo van a devolver a William tal y como está. ¿Es lo suficientemente madura para tener su custodia pero no para ir a buscarle? Si va allí y demuestra su poder, su autoridad y su interés por Dylan, será mucho más fácil que se la concedan. Que le pongan cara y oigan su voz, y facilitará las cosas. — Si no le ocurre nada en el proceso. — Emma se mojó los labios. — Intento refugiarme en la premisa de que no les conviene hacerle daño a Alice, o se echarían piedras en su propio tejado. — Con esa gente, Emma, me temo que eso es mucho confiar. — Pero no nos queda de otra, Arnold. — 

— ¿Y por qué con Marcus? — Preguntó Arnold. Emma llenó el pecho de aire. — Había pensado ir yo con ella, pero yo soy mucho más útil aquí. Lo que yo manejo aquí, Arnold, bien lo sabes, tú no lo puedes ni lo sabes manejar. No digamos Marcus, que acaba de enterarse de que tenemos un ejército detrás. Tú necesitas estar en casa de los Gallia poniendo cabeza en esa familia e impidiendo que se destruyan. Tu hermana tiene una capacidad limitada para eso, y si tú no estás, con tu diplomacia y el caso milagroso que te hacen en comparación con el que se hacen a sí mismos y al resto, antes de que Dylan vuelva Helena va a acabar peleando a todo el mundo, Violet volverá a salir huyendo, a Robert le va a dar algo y William va a perder la cabeza definitivamente. Marcus no puede desempeñar ese papel, y yo tampoco. Yo a ojos de Helena soy una intrusa, Violet no va a soportar más palabras mías de las necesarias y con William… No puedo lidiar con William, Arnold, por el bien de esta familia. Quiero que tengamos un futuro armonioso, es el porvenir de tu hijo. — Arnold soltó aire por la nariz. — Precisamente el porvenir de mi hijo es lo que me preocupa. — Te recuerdo que tienes dos. — Emma le miró fijamente. — Si tú o yo nos vamos, y el otro tiene que lidiar tanto con los Gallia como con las gestiones, que no son pocas, ¿dejamos a Lex permanentemente con los Millestone? ¿Quién se encarga de su vuelta a Hogwarts? — Estaría con su hermano en casa. — Entonces dejamos solos a nuestros dos hijos hasta nueva orden. — Mis padres… — Arnold. — Le detuvo. — Por favor, mírame a los ojos y dime con honestidad si hay una opción mejor que esta. — El hombre la miró a los ojos, con estos brillantes… hasta que le vio tragar saliva y decir con la voz quebrada. — Es mi hijo, Emma… — Ella agarró su mano y le miró con intensidad, bajando la voz. — Tu hijo va a volver de América con la cabeza bien alta y poco menos que convertido en un héroe, Arnold. — No quiero un hijo héroe. Quiero un hijo a salvo. — Lo pagaré con mi vida si es necesario si a Marcus le pasa algo. Si me conoces, Arnold, sabrás que no lo pienso consentir, que no habría autorizado que fuera allí de no tener bastante seguridad de que no va a pasarle nada. — ¿Bastante? — Sí, bastante. — Arnold se soltó de su mano y se frotó la cara. 

— A Marcus no le corresponde hacer esto. — Y ahí sí se le escapó una sonrisa amarga y ladeada. — ¿Y a Alice sí? — El hombre la miró casi ofendido. — ¡No, por supuesto que no! Tampoco. — Hablas de un ideal, Arnold, pero la realidad es la que es. Alice lleva encargándose de cosas que no le corresponden desde que su madre murió, y me duele por ella, créeme que me duele. Es como mi hija y la he mandado literalmente a la guarida del enemigo, porque si es peligroso para Marcus, no quieres saber lo que podrían hacer con ella. Y precisamente por eso mando a Marcus. Nos guste o no, Alice es poco menos que nadie allí, es un estorbo que no les costaría nada eliminar. — Emma, por favor… — Musitó Arnold, con un escalofrío. — No hables así… — Es la realidad. Tu hijo Marcus tiene un nombre, aunque para ti y para mí solo sea nuestro niño. No pueden tocarle un pelo sin tener unas repercusiones serias, no solo no les beneficiaría en nada, sino que les traería problemas. — Le buscó la mirada. — Arnold… — Al hombre le costó, pero la miró. — Por favor… confía en mí. — Arnold la miró unos instantes, con los ojos vidriosos. Tras estos, dejó un leve beso en sus labios. — Prométeme que van a volver sanos y salvos. Prométeme que esto no va a ser una pesadilla. — Ella cerró los ojos, acariciando su rostro. — Lo segundo no puedo hacerlo, Arnold, ya estamos en ella… — Tragó saliva y abrió los ojos para mirarle a los suyos. — Pero lo primero, te lo garantizo. Marcus y Alice no se van solos a América. No pienso dejarme ni un cabo suelto. Yo no sacrifico mis piezas por muy dura que sea la partida, Arnold. Y es mi hijo el que acaba de entrar en juego. —

Notes:

Necesitábamos un capítulo de poner todas las cartas sobre la mesa antes de entrar a la acción para traer de vuelta a Dylan, y había que alinear todas las piezas como en una buena partida de ajedrez. ¿Os imaginabais estas reacciones? ¿Qué enfado os ha llegado más, el de Alice con William o el de Arnold con Emma? ¿Hubierais mandado a Marcus y Alice a Nueva York? Sea como sea… allá van. ¿Estáis como nosotras, deseando saber más? Pues muy atentos, lectores, que vienen capítulos con curvas.

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EL EJÉRCITO

 

DYLAN

(16 de julio de 2002)

Suerte que había pasado gran parte de su vida en silencio, ahora no se le hacía tan cuesta arriba estar así todo el día. Su abuela se lo estaba tomando como una especie de competición, y estaba muy enfadada porque la iba perdiendo, pero bueno, todo eso era en su cabeza. Además, no solo sentía de ella soberbia y enfado constantes, es que aquella mujer exudaba… miedo. Muchísimo miedo, muy fuerte, tanto que era la base de todas las demás emociones que sentía. Dylan conocía el miedo, era un sentimiento muy habitual en la gente. El miedo de Alice y de su padre era muy triste, y el de todo el mundo cuando hablaban de mamá… Pero el miedo de su abuela era mucho peor que todo eso, más oscuro, como todos los sentimientos que rodeaban a esa familia. 

Realmente, Dylan nunca había imaginado que nadie pudiera “servirte”. Ayudarte, hacer algo que tú no sepas… ¿Pero servirte? Le hacía sentir incómodo, y todos los sirvientes de esa casa estaban muertos de miedo en todo lo que hacían, y le miraban como animalitos asustados… Y Dylan odiaba meter miedo a la gente, pero es que no iba a ceder en lo de no hablar. “Vuelve a lo de antes, no digas nada, no creas nada de lo que te cuenten”, eso le había dicho su hermana y eso pensaba hacer. 

— Ese niño sabe muy bien lo que se hace. Nunca había visto una persona capaz de estar tanto tiempo callada, ese niño me ha puesto un reto y va ganándome. — Oyó la voz de su abuela. Debía estar en el vestíbulo, porque la casa era enorme y desde su habitación solo se oía lo que pasaba en el vestíbulo, porque el sonido subía por las escaleras. — Mamá… es un niño. — Es el hijo de tu hermana y ese chiflado, no esperes que actúe como un niño normal. — Déjame a mí, tú… atiende a otras cosas, que seguro que estás muy ocupada. — Vale, ahí iba otra persona que quería hablar con él o hacerle hablar. Su abuelo lo había intentado durante unos dos minutos y se había rendido, y su abuela lo intentaba más de seguido, pero siempre acababa perdiendo los papeles y amenazándole. Un par de veces habían venido unos niños que supuestamente eran primos suyos, pero le habían mirado de arriba abajo, llamado raro y salido como si nada, berreando que era un rarito y que daba miedo. A ver quién subía ahora. Él se quedaría en el banco pegado a la ventana, mirando por allí, no tenía otra cosa que hacer, con el patito y la caja de su madre a su lado. 

De entrada, llamó a la puerta, cosa que solo hacían los del servicio, pero esta vez no parecía alguien del servicio. Cuando vio a aquella mujer entrar por la puerta se le abrieron mucho los ojos. ¿Por qué se parecía tanto a su madre? Ah, claro, si había llamado mamá a su abuela… tendría que ser la madre de Aaron. — Hola, Dylan. — Dijo con una voz muy dulce que le recordaba a su madre más que nadie que hubiera oído nunca. Se giró y le clavó los ojos, mientras la mujer se acercaba y se sentaba junto al banco. — Soy tu tía Lucy, la hermana mayor de tu mamá. — Le tendió la mano y sintió… nada de los sentimientos que solía sentir de la gente de aquella casa, aunque también tenía miedo… Pero bueno, era un miedo un poco menos oscuro, por lo menos. Estrechó la mano de la mujer y se rodeó las piernas. — Oye… sé que no estará siendo fácil estar aquí, en una nueva casa y tan lejos de la tuya… ¿Echas de menos a tu familia? — Su vuelapluma había cogido la costumbre de que, cuando le hacían una pregunta muy personal, se alteraba y atacaba, escupiendo tinta o picando, pero esta vez la cazó al vuelo y le hizo un gesto de que se relajara con la mano. Luego miró a su tía y asintió brevemente. — Es normal… Pero sabes que nosotros también somos de tu familia ¿verdad? — A eso no dijo nada. No, ningún Van Der Luyden era familia suya, todo lo tuviera él tan claro. Y Lucy parecía buena gente, pero Aaron no había querido volver con ella, por algo sería. 

La mujer se acercó un poco más a él y señaló el patito. — ¿Esto es tuyo? — Dylan asintió. — Es muy bonito, y morado. Me gusta, pero prefiero el rosa ¿sabes? — Mi madre no, mi madre odiaba el rosa, contestó mentalmente, pero solo parpadeó. — ¿Qué hace? — Dylan cogió una libreta y la vuelapluma escribió — “Si le dices “hola, patito” y le pides cuentos y canciones, te los cuenta y canta.” — Su tía puso cara de sorpresa y sonrió. — ¡Qué ingenioso! — “Mi padre lo hizo. Es un genio.” — Lucy sonrió con ternura (y un poquito de condescendencia) y le acarició la mano. — Desde luego. Es precioso y seguro que te hace compañía, que estás aquí solito todo el rato… Con lo grande que es la casa, y hay piscina fuera y todo, te puedes bañar, que hace mucho calor. — Dylan se limitó a negar con la cabeza, y Lucy se reasentó cogiendo la cajita. — ¿Y esto qué es? — “Es la caja de mamá.” — Y lo sintió de golpe, una punzada de culpa y de tristeza MUY grande que venía de su tía. — ¿Esto era de Janet? — Dylan asintió, y sacó su calcetín, mientras la vuelapluma escribía a toda velocidad. — “Esto era mío de cuando era un bebé. Se me cayó y mi hermana volvió bajo la lluvia para cogérmelo. Es la mejor hermana del mundo, siempre ha cuidado de mí, por eso siempre guardaba cosas que le recordaban lo buena hermana que es.” — Los ojos de Lucy se inundaron y asintió, mientras miraba fijamente el calcetín y la caja. Dylan la estaba mirando muy fijamente hasta que se decidió a darle a la vuelapluma otra vez. —  “Si me contestas una cosa, puedo hablar. Pero no se lo digas a la abuela Lucy.” — La mujer tragó saliva y asintió. — Claro, Dylan, lo que sea. — 

Él se reasentó, acercándose a ella un poco más, para poder hablar bajito. — ¿Tú querías a mi madre? ¿La cuidabas como cuidan las hermanas mayores? — Su tía ya estaba llorando directamente. — Yo… quería muchísimo a tu madre, Dylan… — Rio un poco. — Si éramos casi como gemelas… Pero… — Sorbió y se limpió las lágrimas. — No, no la cuidé como debía. Porque la abuela me daba, y me sigue dando, mucho miedo, demasiado. — Bueno, al menos estaba siendo sincera. — Conozco a mucha gente cobarde, y no son malas personas, solo cobardes. Puedo sentirlo. — Lucy asintió, mirándole. — Pero ¿sabes? Mi hermana no es de esas personas. Mi hermana me ha cuidado mejor que nadie, y desde que faltó mamá, Alice se convirtió en mi madre. Y cuando por fin se decidió y dejó de ir y venir a lo loco con mi cuñado, él se convirtió en mi padre. Y todos cuidábamos de mi padre de verdad y ya se había curado ¿sabes? — Parpadeó, tratando de alejar su propia tristeza. — ¿De qué se había curado, Dylan? — De la pena. De la tristeza interminable de que mamá se muriera y le dejara solo en el mundo. Y todo el mundo le decía que no estaba solo… Pero yo entendía a qué se refería. Su corazón estaba solo. Porque ni mi hermana, ni Arnold, ni yo, ni nadie podía hacerle compañía a su corazón. — Lucy volvió a asentir, dejando salir más lágrimas y apretando su mano. — Cuando me trajisteis aquí, lo rompisteis todo. A mi hermana y mi cuñado, a mi padre, a los O’Donnell que son como mi familia, a mi tata que por fin era feliz de verdad también… En mi último cumpleaños todo el mundo era feliz. Y vosotros tuvisteis que traerme aquí donde nadie es feliz y todo el mundo es oscuro y tiene miedo. — Durante unos segundos, Lucy estuvo muy callada y solo lloraba, hasta que al final dijo. — Lo siento, Dylan. Si de mí dependiera, volvías ahora mismo con tu familia, que no dudo que saben cuidarte perfectamente. — La abuela se mete mucho con mamá, y llama lunático a papá, y a mi hermana cosas que no voy a decir. — Lucy suspiró y se frotó los ojos. — Ya me lo imagino, ya. — Pues haz algo. Llévame de vuelta con mi hermana a Inglaterra, por favor. Ella sí sabe cuidar y defender. — La mujer negó entre lágrimas. — No puedo, lo siento. Me seguirían, sería peor para ti, te lo aseguro. — Se acercó un poco más a él. — Dylan, no sé cuánto tiempo vas a estar aquí, pero tiene pinta de que bastante… Solo puedo recomendarte que no vayas en su contra. Siempre es peor, mira a tu madre… — Él se recogió las piernas y miró por la ventana. Notaba el sufrimiento de Lucy, realmente no es que se lo estuviera diciendo a mal, pero estaba equivocada. — Mi madre fue muy feliz, tía Lucy. Mi madre amaba a mi padre, y él a ella, mi hermana dice que se amaban incondicionalmente, como el agua en el desierto, y que, si puedo, ame así a alguien. — Una lágrima surcó su cara. — Y tenía a alguien en Hogwarts. No sé si la amo así todavía… No soy como ellos aún, pero te aseguro que era la chica perfecta y que algún día conseguiría que me amara así… — Ella sonrió un poco. — Pero eres muy joven, verás que en Ilvermony también puedes conocer gente. — Si son como mis primos, dudo que me gusten ni un tercio de lo que me gusta Olive. — Y de nuevo, Lucy pareció quedarse callada y pensando qué decir. 

— Oye, no tienes que sentirte mal por mí. Yo no hago ruido, simplemente no hablo. Sé que la abuela se cree que es una competición, pero no lo es. Estuve casi tres años sin hablar, porque estaba triste por mamá, y empecé a hablar otra vez porque ya era feliz otra vez y Marcus y Olive querían que hablara. No tengo ganas de bañarme o de jugar, porque no puedo hacerlo con quien quiero, así que me quedo aquí, sin molestar a nadie, literalmente sin hacer ruido, con mi pluma, mi patito y mi búho. Estoy bien. — Lucy asintió en silencio, claramente con muchas cosas en la cabeza. Ojalá ser Lex y poder saber qué estaba barruntando. — Mi hermana vendrá a por mí. Mi suerte es la suya, nunca dejará que me quede aquí, ella odia a los Van Der Luyden y no la culpo. — Lucy boqueó. — Dylan, no quiero quitarte esperanzas, pero… — La vuelapluma fue directa a la libreta y escribió. — “Tú no sabes cómo cuidan las hermanas mayores de verdad. Alice vendría aquí o a la Antártida si hiciera falta. Mi suerte es la suya, así es como tiene que ser.” — Y se giró entero hacia la ventana, dando la conversación por finalizada.

 

MARCUS

(18 de julio de 2002)

La intensidad de los primeros días había disminuido considerablemente, y ahora no sabría decir si las sensaciones eran mejores o peores. Tenían mucha más sensación de control que recién ocurrido, porque ahora tenían pruebas tangibles y una hoja de ruta, y sentían que estaban preparándose y que sabían lo que debían de hacer. No sentir esa desesperanza de sentirse inútiles se agradecía. Pero, por contra, cada día que pasaba era un día más que sabían que Dylan estaba allí, en América, con esas personas que tanto daño habían hecho a Janet y tanto maltrato habían infundido en Aaron y sin saber nada de ellos. Y cada vez que lo pensaba, Marcus sentía un desagradable escalofrío por todo el cuerpo, que mezclaba impaciencia, tristeza y una rabia que cada día era mayor. Afortunadamente, no tardarían en pisar América. Y quería pensar que las cosas cambiarían una vez lo hicieran.

Por lo pronto, debían prepararse. No solo prepararse, sino gestionar ciertas cosas que no habían gestionado aún. Su habitual empeño por hacer a Alice feliz había dado paso a un realismo impropio de él, probablemente porque estaba demasiado concentrado en estudiarse al dedillo cada uno de los movimientos de su madre para no dar un paso en falso en cuanto llegaran a Nueva York. Por eso no estaba tan pesado como de costumbre, ni pretendiendo imposibles... pero Marcus seguía siendo Marcus, y tenía una parcelita especial reservada para el cariño que le tenía a su novia. Pretender que no estuviera agobiada era absurdo, pero tendría que nacer de nuevo para no intentar que se sintiera mejor.

De ahí que decidiera que salir a comer con Sean y Hillary podría ser una buena forma de sacar a Alice de casa, porque últimamente solo veían sus cuatro paredes. Eso y que sus amigos aún no tenían ni idea de lo que había ocurrido, y su padre había traído el día anterior una carta de Hillary a casa de Alice con la normalidad correspondiente a dos amigas que se escriben. No podían tener a sus amigos más tiempo en la inopia (y Darren, que iba a visitarles cada dos por tres para intentar distraerles, empezaba a agobiarse de no poder hablar con naturalidad con nadie), y necesitaban un nexo de conexión con el resto de la gente. Debían informar a Sean y a Hillary.

Le escribió a su amigo diciéndole que se verían en Liverpool. Marcus sabía aparecerse en su casa. Desde allí se trasladarían a la zona muggle, estaba seguro de que Hillary sabría moverse por allí. Sean aceptó, con obvia extrañeza por el plan propuesto por Marcus, pero este le había dicho a su amigo, palabras textuales, que "había ocurrido algo en la familia de Alice que querían contarles, pero era mejor hacerlo en persona". No hubo más preguntas por su parte. — Si Aaron te cuenta... lo que sea... — Lex asintió. — Descuida. Aunque yo soy casi tan malo disimulando como tú, en base a los últimos acontecimientos diría que hasta peor. Joder, tú empiezas a ser un clon de mamá, y cada vez que estoy con Darren parece que el legeremante es él. — Lex puso una expresión en la cara que pretendía imitar a su novio, aunque por el tono la imitación fue bastante mala. Marcus pilló el punto, no obstante. — "¿Que Alice no ha comido nada desde anoche? ¡Pero Lexito, que se va a morir!", y yo como, "¡pero si solo te he dicho qué tal la tarde, hostia!" — Tampoco tienes que verte obligado a darle conversación. — Recondujo. — Solo que... en fin... — Sí, que no le deje suelto por casa. Pero vamos, le pilla mamá cerca de su despacho y le corta los huevos. — Mamá no va a estar aquí todo el tiempo. Hoy iba a reunirse de nuevo con el Ministerio. — Mamá tiene un radar. Es capaz de aparecerse delante de sus narices tan pronto cruce la puerta. — Lex hizo un gesto con la mano. — Pero sí... estaré pendiente. — Gracias. — Le dio un afectuoso apretón en el brazo y esperó a que Alice bajara las escaleras para dirigirse a casa de Sean.

Sus amigos ya estaban allí cuando se aparecieron en el jardín. Les recibieron con un abrazo, pero vieron sus caras y optaron por no hacer preguntas hasta que no estuvieran debidamente asentados. No en balde eran Ravenclaw, lo suficientemente listos como para no iniciar una conversación incómoda apenas tras un saludo, de pie en mitad de una calle cualquiera. Rápidamente, Hillary dispuso el lugar al que tenían que ir, se aparecieron discretamente en las proximidades y entraron en un restaurante. — ¿Cómo de delicado es lo que nos tenéis que contar? — Preguntó la chica. Sean les miraba con la respiración contenida. Marcus ladeó la cabeza varias veces. — Bastante. — Hillary asintió, miró discretamente hacia los lados y sacó la varita del bolsillo sin ser vista. La vieron agachar la cabeza y, segundos después, la volvió a levantar, guardándose la varita en el bolsillo. — ¿Qué has hecho? — Preguntó Sean con curiosidad. — No os creáis que de repente soy la experta en hechizos silenciosos, me sé este y poco más. Bueno, lo típico, Alohomora y eso para practicar. — Les miró y explicó. — Es de primero de conversaciones confidenciales. Es un hechizo que camufla la conversación. De cara al resto del restaurante, ahora mismo estamos hablando de cualquier banalidad: el tiempo, comida, ropa... Si alguien pusiera el oído, literalmente no escucharía nada interesante. — Joder, cuánto te quiero ahora mismo. — La cuestión es que podemos hablar con tranquilidad. — Comentó la chica, que por respeto a ellos dos había disimulado todo lo posible lo mucho que se había inflado su orgullo ante esa adulación de su novio. Miró a Alice y dijo. — Por favor, ¿qué ha ocurrido? Nos tenéis muy asustados. — Y Marcus decidió callar y dejar a su novia hablar. Le correspondía a ella exponer lo que había pasado.

 

ALICE

Se dejó caer en la cama y se frotó los ojos. Tenía que arreglarse mínimamente, porque no iba a salir a comer de esa guisa. Una vez superada la vergüenza que le daba que Rylance la viera sin maquillar y con sus vestidos de verano, había vivido mucho más cómoda, y aquel hombre tenía la sangre tan fría que cuando hablaba podría ser ella un ficus parlanchín o la reina de Inglaterra que él iba a poner la misma cara flemática inglesa de Ravenclaw práctico. Y esto era importante porque en los últimos días, para su disgusto, había pasado más horas con Edward Rylance que con cualquiera, incluido su novio, empapándose de términos, jerarquías en los Ministerios y en la política, escenarios posibles, frases o actitudes que estaban absolutamente prohibidas… Vamos, lo que le había gustado de toda la vida a Alice: normas, normas y más normas.

Por un lado, no hubiera querido ser Marcus cuando le dijo que salían con Sean y Hillary a comer, porque Alice había entrado en modo Ravenclaw focalizado y no podía hacer literalmente nada hasta que no resolviera al menos la preparación para irse a América, y salir a comer suponía perder muchas horas, así que su cara debió ser de todo menos invitadora. Por otro, estaba exhausta, era posible que su capacidad estuviera a punto de entrar en colapso, y aunque Rylance le repetía los conceptos de forma bastante clara y didáctica las veces que hiciera falta, Alice temía que en cualquier momento dijera “hasta aquí he llegado con esta taruga”, así que, en el fondo, sabía que su novio tenía razón y por eso había asentido a regañadientes.

Pero eso no le había preparado para mirarse seriamente en el espejo después de tantos días solo leyendo, durmiendo fatal y bajo el estrés en el que estaba. Parecía oficialmente un cadáver. Se dio una ducha rápida y trató de arreglarse el pelo un poco, haciéndose una trenza como le gustaba a Marcus. Lo tenía abandonado y lo sabía, solo tenían momento de abrazarse en silencio, momentos que Alice usaba para recargarse de energía, y a veces llorar, pero no estaba siendo la novia entregada y detallista que era ella y, sin duda, se había convertido en la cosa más en mayúsculas y subrayada de la lista de cosas que había estado descuidando negligentemente. Así que bueno, hacerse una trenza y ponerse un vestido azul clarito era como una tirita en una pierna rota, pero esperaba que él lo entendiera.

Nunca había estado en casa de Sean en Liverpool, no se había dado la ocasión, y le daba pena que estuviera siendo así. Contaba con que Hillary estuviera allí, y contaba con no romperse según la viera, aunque, cuando por fin los tuvo delante, solo quería correr hacia su amiga y decirle: “préstame tu cerebro, te necesito, vamos a meternos en la cama y simplemente hacernos compañía como en Hogwarts”. Pero no era el momento, sus amigos lo sabían, y esperaron hasta que llegaron a donde iban a comer para preguntar. No era ni capaz de distinguir el sitio o pensar en comer, como todo lo que hacía últimamente, lo hacía mecánicamente, guiada por los demás. En lo que sí se fijó fue en el hechizo de su amiga, y la miró con una sonrisa (aunque no la más amplia que había puesto en su vida) y dijo orgullosa. — Una buena abogada Ravenclaw, sin duda. Me lo vas a tener que enseñar, nos va a hacer falta. —

Miró a Marcus y se dio cuenta que le estaba dando espacio para hablar, así que se inclinó sobre la mesa y miró con pesar a sus amigos. — Los Van Der Luyden se han llevado a Dylan. — Y esa reacción, esas caras, esas frases que venían detrás. — Eso no puede ser. — ¿Pero cómo que se lo han llevado? Es tu hermano, no pueden quitártelo así sin más ¿no? — Preguntaba Sean, mirando a Hillary en pánico. Pero Hillary solo la miraba a ella, con pena, y veía en sus ojos cómo estaba contemplando todos los escenarios posibles. — Ha sido una medida cautelar contra tu padre ¿no? — Preguntó su amiga, y Alice asintió, pero Sean no lo veía tan claro. — Pero ¿por qué no te lo han dejado a ti? — Porque creen que he encubierto a mi padre. — Sean soltó una risa incrédula. — Tu padre no ha hecho nada. — Alice torció el gesto y se encogió de hombros. — Ellos creen que sí. — Pero no tendrán pruebas. — No, pero eso se resuelve en un juicio, y hasta el juicio, ellos se lo llevan, porque de lo que se acusa a mi padre es muy grave. — Sean seguía llevándose las manos a la cabeza. — Sea lo que sea, ellos son peores, mira cómo trataron a tu madre. — Alice asintió con pesar y su amiga suspiró. — Ya habrá oído esto mil veces, Sean. ¿Hace cuánto que fue? — El día catorce. — Hillary se mordió los labios y les miró. — ¿Y qué vais a hacer? ¿Tenéis abogado? Joder, ojalá lo fuera yo ya. Me iba para los Van Der Luyden y les sacaba hasta los hígados. — Y dio un golpe en la mesa, ante la horrorizada mirada de Sean. Alice soltó una risita. — No te haces una idea. Emma y Arnold se están portando mil veces mejor que mi familia en esto. Tenemos abogado y un ejército entero para nosotros. Edward Rylance, ¿le conoces? — ¡Y tanto que le conozco! — Dijo Hills abriendo mucho los ojos. — Es metódico hasta el extremo, Gal, los abogados más sensacionalistas lo temen como a la peste. — Ella se rio y se pasó las manos por la cara. — ¿Qué me vas a contar? Me está preparando intensivamente y es como hablar con un libro, por la cantidad de información que tiene y la falta de emoción digna de un objeto inanimado. — ¿Prepararte para qué? — Preguntó Sean. Ella suspiró y le dio la mano a Marcus por encima de la mesa. — Nos vamos a América. Hay que luchar desde allí. Tengo que ir a por mi hermano y Marcus ha querido venir conmigo. — Se mordió el labio inferior y le miró. — No sé qué estaría haciendo sin los O’Donnell… Mi familia y yo ahora mismo… — Negó con la cabeza y contuvo las lágrimas. Daba igual cuántos días llevaran en ese estado, seguía haciéndosele todo antinatural y desesperado.

 

MARCUS

No dejaba de doler por más que lo escuchaba y por más días que pasaban. Sentía que estaban viviendo dentro de una pesadilla y que, en algún momento, se despertarían. Que abriría los ojos en su cama con el recuerdo del cumpleaños de Dylan el día anterior, y que simplemente iría a casa de los Gallia a arreglar el estudio de Alice, y que nada de eso habría pasado. Por desgracia, tenía ya más que asumido que eso no era así. Y si bien su reacción habitual habría sido la que estaba teniendo Sean, en negación pura y tratando de agarrarse a un clavo ardiendo, no fue hasta que no vivió cómo algo ocurría ante sus propios ojos que decidió que esa postura no le llevaría a ninguna parte.

Se mantuvo con la mirada levemente baja y el semblante muy serio, casi parecía que ni respiraba, mientras Alice narraba lo que había sucedido y sus amigos reaccionaban. Se limitó a alzar la cabeza y asentir con una sonrisa cortés al camarero cuando les trajo la comida, mientras el resto estaba enfrascado en la conversación. Aprovechó también para echar un vistazo por su alrededor. Aunque el hechizo de Hillary era muy útil, y aunque estuvieran en el Liverpool muggle, no estaba de más comprobar que no hubiera nadie sospechoso en el entorno.

Hillary estaba siendo considerablemente más práctica, pero entendía a Sean y su desconcierto. De hecho, su amigo no paraba de buscarle la mirada, y en un momento determinado claudicó y se la devolvió. Debía haber detectado la pena en sus ojos, porque vio cómo Sean se entristecía aún más y bajaba la cabeza mientras Hillary hablaba. Pues sí, su amigo no era legeremante pero le conocía bien, y sabía lo que Marcus estaba pensando: sí, Sean, se lo han llevado y no hemos podido hacer nada. Eso y que estaba destrozado por ello. Pero lo dicho, lo que tocaba ahora era ponerse manos a la obra para revertir esa situación.

Eso sí, la reacción de Hillary hizo que doblara una sonrisa y la mirara con cariño. — Eso quisiéramos nosotros, tenerte de abogada. — Le dijo de corazón. Hillary le miró y, tras una pausa, chistó. — Calla, O'Donnell. Que intento no derrumbarme. — Pues bienvenida al club, pensó. Al parecer, Hillary conocía a Rylance, lo cual en parte le extrañaba (porque él solo había oído que le nombraban alguna que otra vez de pasada y era SU abogado) y por otro ni siquiera le sorprendía viniendo de su amiga. Marcus asintió. — La verdad es que fue increíble lo que consiguió en los primeros dos días. Consigue datos a cada minuto que pasa... Más bien, no solo los consigue, sino que los ordena y organiza de una forma impecable. — Porque estaba seguro de que parte de los datos conseguidos venían de su madre y ese escuadrón que llevaba a las espaldas, que el papel de Rylance era más bien categorizarlo todo y ponerlo sobre la mesa para que lo entendiera hasta un niño de cinco años.

Pero claro, aún quedaba la segunda bomba que soltar. Agarró la mano de Alice con fuerza y se mantuvo sereno. Tan pronto lo dijo, Alice tuvo un amago de derrumbarse, diciéndoles que no sabía qué haría sin ellos. La miró y, con una sonrisa leve, dejó un beso en su mejilla. — Somos una familia. — Miró a sus amigos. — Y la familia lucha junta. — Sean estaba entre la desolación y la sorpresa, pero los ojos de Hillary se habían inundado. La chica se mantuvo unos instantes callada, probablemente por no romperse. — ¿Cuándo os vais? — Preguntó Sean con un hilo de voz. Marcus encogió un hombro, sin soltar la mano de Alice. — Aún no lo sabemos con seguridad, probablemente en una o dos semanas. Nos estamos preparando muy bien, no podemos dar un paso en falso. Y aún tenemos que hacer papeleos para poder irnos, seguro. — Soltó aire por la nariz. — Nos estamos dejando guiar por mi madre y por el señor Rylance. Realmente... no estamos contactando con mucha más gente, pasamos casi todo el tiempo en casa, ellos son nuestro contacto con el exterior. Somos conscientes de que hay muchísima gente detrás de esto... pero es mejor así. — Ya estaban suficientemente embotados por la tensión, la tristeza y la cantidad de datos, no necesitaban conocer a una cohorte de personas. Con recibir la información era más que suficiente.

— ¿Es estrictamente necesario que vayáis? — Preguntó Hillary. Marcus asintió. — Mi madre está moviendo muchos hilos aquí, pero desde Inglaterra nuestra capacidad de acción es mucho más limitada. Cuando estemos preparados, iremos allí. — ¿Pero os vais a meter en casa de esa gente? — Preguntó Sean, tratando de contener el miedo que le producía. — Es... joder, no... no sé cómo habría que gestionar esto, pero tíos... me parece muy peligroso. — ¿Vais solos? — Preguntó Hillary. Marcus miró a Alice y, tras esto, volvió a mirar a sus amigos y contestó. — Vamos con Aaron McGrath. — ¿Perdón? — Preguntó Sean. Hillary se había limitado a abrir más los ojos, pero en silencio. — ¿Aaron? ¿El de Gryffindor? ¿Tu primo? — Le preguntó a Alice. Habían hecho bien en no transmitir todo aquello por carta. 

 

ALICE

Hillary estaba haciendo un esfuerzo por no derrumbarse y ella también, cuando Marcus dijo lo de que la familia peleaba junta. No su familia, que no podían haber resultado más desastre en aquello, tenía que depender de los O’Donnell, y los O’Donnell eran maravillosos, pero todo el rato temía estar ella misma estirando la cuerda demasiado, al estilo Gallia, y eso la atormentaba, y era una espada de Damocles más con la que preferiría no vivir para lidiar con todo aquello.

A la pregunta de Sean, Marcus contestó y ella suspiró. — Si me preguntas a mí, me levantaba ahora y me iba, y luego lo pienso de nuevo y todo tiempo que pasemos preparándonos me parece poco contra esa gente… Mi madre se crio con ellos y salió despavorida. — Suspiró y se frotó los ojos, exhausta. Sí, sí que había un ejército detrás haciendo todo eso, y eso solo le hacía sentirse peor. Las caras de sus amigos no estaban ayudando, de hecho, nada estaba ayudando y empezaba a arrepentirse de haber dicho que sí a esa comida.

Levantó la mirada hacia su amiga. — Pues claro que es necesario. No puedo soportar estar tan lejos de Dylan, no puedes aparecerte en América sin más, y si le pasa algo… — Negó con la cabeza y suspiró. — No puedo pensarlo porque me pongo peor. — Y se dispuso a comer algo por tal de no estar simplemente con cara de enfado y preocupación mirando a la nada. Dejó que Marcus dijera lo de Aaron y suspiró más profundamente. Sí, ya había pasado por la fase de “¿estáis locos? Es un Van Der Luyden”. — Sí. Es el que los conoce, nosotros no sabemos nada de ellos, y él… pues lo sabe todo. Sabe por dónde no nos los vamos a topar, quiénes les odian… — Y ya está, hasta allí llegaba su aguante. Empujó el plato un poco hacia delante y apoyó los codos para poder ocultar la cara tras las manos y llorar. — ¿Cómo he llegado al punto de hablar así, por Dios? — Se preguntó a sí misma entre sollozos.

Tenía los ojos tras las manos, pero se imaginaba lo que tenía delante: a Sean entrando en pánico por creer que había provocado aquello, a Marcus triste, como llevaba desde hacía días, sin ser capaz de levantar el ánimo, como ella, y a Hillary fulminando a los dos en plan “inútiles”. De hecho, fue ella quien alargó las manos para separar las suyas de su cara. — No, eso no. — Alice sorbió y trató de limpiarse las lágrimas. — ¿Y qué hago, Hillary? ¿No lloro? — No, llora todo lo que quieras. Por Dylan, por la situación de mierda… pero no por hacer lo que tienes que hacer. No llores porque “hay qué mala soy que hablo así de la gente” o porque los O’Donnell han desplegado todo lo que tienen por ayudarte, que te conozco, y he visto la cara que has puesto cuando Marcus lo ha dicho. — Tomó sus manos y las reposó en la mesa, agarrándolas. — Alice, no focalices esto en lo que tú haces o dejas de hacer, siempre sales por ahí. Tú no podías hacer nada. — Ella negó, ya llorando abiertamente. — Yo lo sabía… Lo intenté, lo intenté el año pasado, todo el verano, dejé de hablarme con todo el mundo, me centré en ellos, pero dio igual, no sirvió para nada, porque ahora estamos igual… — Miró a Marcus y no pudo evitar pensarlo. Qué distinto hubiera sido todo si su padre simplemente hubiera estado triste, si se hubiera comportado como un padre, si le hubiera contado la verdad cuando podían… — Mi familia ha mirado a otro lado deliberadamente, ignoraron el peligro, y no me han contado nada… Y ahora mi madre ya no está y tengo que confiar en lo que nos cuente Aaron… — De nuevo se tapó la cara y se hizo el silencio.

— Gal… Si algo he aprendido es que los “y si…” no conducen a nada. — Dijo Sean, y eso le hizo mirarle. — Yo… soy inseguro a tope, ya lo sabes, y ha habido tantas veces en mi vida que no he hecho algo por los “y si…” y luego me he arrepentido de no hacerlo y he vuelto a pensar “y si…”. — Se encogió de hombros y negó con la cabeza. — ¿Y si Poppy y Peter no os hubieran encerrado en aquella aula? Ahora te estarías enfrentando a esto sola, y no es así. Os tenéis el uno al otro, tenéis recursos y podéis iros juntos a América, si es lo que hay que hacer. — Sean miró a Hillary. — ¿Preferiríamos teneros más cerca, poder ayudaros? Pues sí… — Levantó las palmas de las manos. — Pero también preferiríamos que Dylan ni hubiera tenido que pasar por esto. Nunca sabes por dónde te va a salir la vida, y lo importante es que nos pille juntos y sabiendo lo que tenemos. — Les miró a los dos. — Y lo que tenéis es un amor precioso. — Y si te da agobio pensar en todo lo que están haciendo los O’Donnell por ti… — Añadió Hillary. — …Dime, ¿qué no harías tú por Marcus o por Lex? — La verdad es que la lógica de sus amigos era aplastante. — Y por nosotros estoy seguro de que también. — Añadió Sean. — Así que simplemente dinos qué podemos hacer por ti desde aquí y nosotros lo haremos sin dudarlo un momento. — Su amigo se echó sobre el respaldo. — Incluso si es intimidar a ese McGrath, eh, para que no se pase un pelito. — Y en ese momento, no lo pudo evitar y se le escapó una carcajada. — Tú… ¿Tú conoces a mi suegra? Bueno, pues ni te imaginas en qué modo está. — Hillary se rio. — A tope de rendimiento Slytherin, no me cabe ninguna duda. — Ella asintió riéndose y luego enfocó a Sean. — Y ni te imaginas cómo le mira tu amigo, lo tiene a raya no, lo siguiente. — Miró con cariño a Marcus y le acarició la mejilla. — Se siente muy bien saber que no siempre tengo que ser la fuerte. — Dijo, desde el corazón. No se imaginaba Marcus cuánto la ayudaba haciendo esas cosas, obligándola a salir, a comer, echándose los pormenores del día a día encima.

 

MARCUS

Fue sacar el tema de Aaron y el autocontrol de Alice se acabó. Marcus se destruía y empezaba a dar palos de ciego cuando veía mal a Alice, empezaba a intentar a la desesperada hacerla sonreír o, cuanto menos, que dejara de llorar. Pero ¿cómo iba a hacerlo ahora? Probablemente, después de la muerte de Janet, fuera la vez que Alice tenía más motivos para estar destrozada. Él también lo estaba. Tratar de evitarlo era absurdo, hasta él se daba cuenta.

Por eso simplemente agachó la cabeza con resignación, tratando de mantener la expresión de serenidad, cuando ella empezó a llorar y a lamentarse de cómo habían llegado hasta ese punto. Él también se lo preguntaba. Notó la mirada de sus amigos sobre él, de hecho, porque ambos debían estar muy sorprendidos del cambio de actitud de Marcus. Esperaba que no se confundiera con hartazgo o nada parecido porque no podía distar más de la realidad. Lo que ocurría estaba más relacionado con haber alcanzado un nivel de desesperación tan alto que había generado el efecto radicalmente opuesto al que tenía siempre: ni siquiera intentaba hacer nada. Y mejor no se martirizaba con ello o añadiría un problema inútil a toda la situación que ya de por sí tenían.

En vistas de su inacción, Hillary tomó el testigo. No pudo evitar negar levemente, mirando a la mesa y respirando con resignación. — Todo despliegue es poco y ella lo sabe. — Dijo, no directamente a Alice, no quería que se sintiera atacada por sus palabras, todo lo contrario. Pero sí quería evidenciar que no había razón en derrumbarse precisamente por eso. — Todo despliegue es poco tanto para lo que la queremos como para la situación que tenemos. — Añadió, sereno. Su madre le estaba pegando de verdad la aparente neutralidad al hablar, o sería ese nuevo grado que había alcanzado y que desconocía. Alice había entrado, sin embargo, en el bucle de la autodestrucción, y a Marcus le dolía el corazón de oírla. Ni siquiera la miraba, solo miraba la mesa. La mención al verano... todo aquel dolor, todo aquel sacrificio, hecho por ella sola y para que hubiera acabado así igualmente, haciéndola encima sentir que no había servido para nada. Era tan injusto que quería gritar y plantarse en América en ese mismo instante para traer a Dylan de vuelta aunque fuera por la fuerza. Evidentemente, el arranque no llegaba a salir del rincón de su cerebro en el que se había generado y se diluía en cuestión de segundos.

Lo que le hizo levantar la cabeza fue la aportación de Sean. Miró a su amigo y, tras su alegato, esbozó una sonrisa triste. Quería mucho a las tres personas que estaban en esa mesa... y, por Merlín, qué tremendamente inútil se estaba sintiendo, llevaba sintiéndose así desde que vio a los enviados de los Van Der Luyden aparecerse en el jardín de los Gallia. Esperaba que su amigo hubiera captado que le daba las gracias con la mirada, porque no fue capaz de pronunciar palabra sin riesgo de romperse en el proceso. Hillary añadió otro dato certero: ¿qué no haría Alice por él o por su familia? Miró a su novia. — Haría lo imposible. Lo ha hecho otras veces y siempre lo hace. — Dijo de corazón, mirándola, sin perder la voz taciturna que parecía ya vivir en él, pero sonriendo levemente, colocando con suavidad una mano en la de ella y apretándola.

A pesar de la tensión, la oferta de amenaza de Sean le hizo reír, si bien no exageradamente, parecía que no tuviera fuerzas para hacerlo más alto. Negó con la cabeza, en lo que las chicas aportaban la conclusión más lógica. De hecho, para ilustrarlo, arqueó una ceja a Sean con un gestito chulesco y habló, aunque no en el tono que solía usar en esas veces sino en uno más musitado. — Si te crees que le quito ojo de encima... — Subió ambas cejas. — Y te puedo asegurar que ahora mismo no hay nadie en el mundo que se atreva a toserle a mi madre, cuanto menos el cobarde de McGrath... que vaya poco honor hace a su casa. — Sean soltó una risotada. — Bueno, perdona que te lo diga, pero a tu madre no se atreve a toserle nadie nunca. — Pues hazte una idea de cómo estará ahora. — Apuntó Hillary con una risa que pensaba infundir sarcasmo, pero lo que realmente revelaba es ese punto de admiración que su amiga tenía por una Slytherin de categoría como Emma. Hillary hubiera sido de esa casa de poder elegir, estaba convencido.

Soltó un suspiro frustrado, porque fuera de bromas, era consciente de lo que acababa de decir y tenía que matizar antes de que Alice se tensara. — Igualmente, hemos decidido enterrar el hacha de guerra. La situación de Aaron no es nada fácil tampoco y... se puede decir que nos necesitamos el uno a los otros para poder resolver nuestros problemas, que bien grandes son. — Vamos, que no estamos para tonterías, pensó, por no decir que él nunca había estado para tonterías, pero cuando se trataba de Aaron era necesario aclararlo. Cuando Alice le acarició la mejilla, volvió a sonreírle y agarró su mano, dejando un beso en esta, pausando sus labios en ella durante varios segundos, como si quisiera... infundirle fuerza, o cariño, o algo. O creerse él mismo que lo que Alice acababa de decir era verdad. Más bien, con ese beso quería decirle quiero creerte, quiero creer que así es, que estoy ayudándote a no ser la fuerte, que estoy siéndolo yo por ti por una vez... Pero le costaba. Se sentía perdido e inútil, pero diciéndoselo a Alice no arreglaba nada, al revés, solo lo podía empeorar. Si llevar eso por dentro era ser fuerte... era un auténtico martirio. Pero por ella, lo pasaría. Pasaría lo que hiciera falta.

 

ALICE

Ya sabía ella que todo despliegue era poco para ellos, y eso era lo que le preocupaba, que ella no tenía nada que darles a cambio. Docilidad, confianza ciega y tragarse las ganas de gritar y arramplar con todo, pero eso tampoco era mucha recompensa por todo lo que estaba haciendo por ella, más bien simplemente eliminaba obstáculos para hacerles el camino más fácil, qué menos. Y sí, ella haría lo imposible, por supuesto, pero lo imposible para ella y lo imposible para los O’Donnell era remarcablemente diferente, pero no iba a decirle eso a Marcus, que ya parecía estar al límite de sus fuerzas y no necesitaba más cenicidad.

Rio un poco a las afirmaciones de Marcus, Sean y Hillary, pero realmente no estaba allí, y se estaba sintiendo peor solo de pensar en que allí estaban todos, intentando ayudarla, distraerla, y ella mientras tanto dando el espectáculo. Solo puso una sonrisa triste y apretó la mano de Marcus, esa que él besaba con cariño y fuerza, con esa ternura que sus ojos le transmitían… Qué inmensa suerte la suya. — Estás llevando con mucha dignidad tener un Gryffindor penoso en casa, mi amor, no te quites mérito. — ¡Uy! ¿O’Donnell sin quejarse? Eso sí que es un milagro, lo que no haga el amor… — Contestó Hillary, tratando de hacer una broma. Sí, definitivamente eran los mejores.

— Oye, ¿y cómo está tu padre? — Ah, ese tema, obviamente tenía que salir. — Destrozado, supongo. No le veo desde hace días. — ¿Cómo? — Preguntaron los dos a la vez abriendo mucho los ojos. Soltó la mano de Marcus y se apartó el pelo, resoplando. — Pues… No tengo fuerzas para hablar con él, la verdad. Todo esto es culpa suya, yo he hecho todo lo humanamente posible por evitarlo y él todo lo contrario… No quiero… No tengo fuerzas para lidiar con sus dramas, tengo que recuperar a Dylan. — El silencio era pesado y atronador, sentía cómo sus amigos sentían lástima por su padre, sabía que era lo que pensaba todo el mundo, pero no eran ellos los que llevaban advirtiendo y evitando el desastre desde hacía demasiado tiempo. — Bueno, en una cosa tienes razón, primero va lo de Dylan y luego ya se verá. — Sí, la concesión de su amiga era lo correcto. No confrontaba directamente pero no cerraba la puerta. Y sabía que no podía, porque ella misma no había perdonado a su propio padre por haberlas abandonado, y no le perdonaría aunque lo tuviera delante y supiera quién era, así que al menos no la presionaba con eso. A Sean parecía que se le iba a salir el alma del cuerpo de no decir nada, pero iba aprendiendo de estar con Hillary a su lado de cuando era mejor callarse.

— Bueno y… perdón si pregunto de más, pero… ¿qué dice el resto de tu familia? — Preguntó su amiga. Ella suspiró y volvió a revolver un poco la comida en el plato, mientras se encogía de hombros. — Pues… Bueno, el que peor está es mi abuelo, me preocupa de verdad su salud, está hundido. Mi abuela pues siendo una déspota insoportable que me odia por hacerle daño a su niño y mi tía Vivi un poco como un pollo sin cabeza. — ¿Y André y los demás? — Suspiró y negó con la cabeza. — Imagino que… alguien se lo habrá contado. — Alice ¿no has hablado con tus tíos y tus primos? — Se sentía avergonzada, como una niña que lo ha hecho malamente, y negó con la cabeza. — Estoy preparándome, Hillary. No paro, duermo fatal, estoy hundida… No puedo preocuparme ahora por los demás, estoy muy metida en todo el asunto de América, no puedo pararme. — Hillary suspiró y ya Sean sí intervino. — Ya, pero Gal… No puedes evitar a tu familia y menos en este asunto. — No han hecho nada para ayudarme, Sean. — Dijo, ya sí, enfrentando su mirada, desafiantemente. — Bueno, igual es que… — No tengo tiempo para excusas, la verdad. — Vio cómo su amiga ponía la mano sobre el brazo del chico, claramente para que no insistiera por ahí. — Bueno, entonces, ¿quién lo sabe? ¿Es como secreto o podemos decirlo? — Alice miró a Marcus y se rascó la frente. — Fuera de la familia lo sabe solo Darren y, bueno, Ethan, porque tuvimos que ir a buscar a Aaron a su casa. — ¿Y Theo? ¿No se lo habrá dicho Jackie? — Ella suspiró y asintió, dejando caer los ojos. — Es posible, sí. Pero no lo difundáis mucho porque hay ciertas personas que no quiero que se enteren por rumores. — Miró a Marcus y se mordió los labios por dentro. — La pobre Olive, por ejemplo… Poppy y Mina Mackenzie, que siempre han sido tan buenas con nosotros… Pero ahora mismo no tengo muchas fuerzas para contarlo. — Con eso podemos ayudarte, Gal, tú dinos a quién le damos la noticia y a eso vamos. —

 

MARCUS

Sonrió levemente de lado al comentario de Alice, y rodó los ojos con cara irónica a Hillary, aunque sin perder esa sonrisilla, que en parte agradecía lo que sus amigos intentaban hacer: levantarles el ánimo. Se notaba bajo de fuerzas, salir de la casa, de la vorágine en la que llevaban todos esos días, parecía haberle alicaído hasta tal punto que se sentía sin energías casi ni para contestar. Genial, sacaba a Alice de casa para animarla y acababa destrozado él. Respiró hondo y siguió comiendo, a ver si así se espabilaba un poco.

Aunque los ánimos no iban a mejorarse tan fácilmente, porque mucho tardaba en salir el tema de William, era obvio que sus amigos preguntaran. No le sorprendió en absoluto sus reacciones cuando Alice aseguró que no se veía con él. Le recorrió un escalofrío. Prefería no pensarlo, estaba mentalizado de que ese enfado de su novia se apagaría cuando tuvieran de nuevo a Dylan, que estaba muy incendiada por el miedo y por la rabia de haber luchado tanto para que se lo quitaran igual. Pero cada vez que tomaba conciencia de que William tenía a su hijo en América y que su hija no le hablaba, y que ellos estaban favoreciendo esa circunstancia teniéndola en casa... Dejó el tenedor en el plato lentamente porque se le estaba atravesando la comida.

Y claro, no era William el único Gallia con el que Alice no tenía contacto. Dejó fluir la reacción de sus amigos y luego respiró hondo por la boca antes de contestar. — Ahora lo que toca es prepararse bien. La información... les ha llegado. — Dijo simplemente. Sabía que la familia de Francia estaba debidamente informada porque así lo había autorizado su madre cuando lo consideró oportuno. Al fin y al cabo, ese timón lo estaba manejando ella. — Y... por las circunstancias en las que estamos, quizás no podamos estar todo lo físicamente juntos que nos gustaría, pero la familia siempre está junta aunque no lo esté. Simplemente es un momento delicado en el que tenemos que estar preparándonos, no podemos irnos a América con flecos sueltos. — El tono aséptico y casi institucional con el que había dicho eso no era nada propio de él, de hecho Sean le miraba con el ceño levemente fruncido. Le escudriñaba, más bien. Parecía estar llegándole su mensaje mental: "este no eres tú, Marcus, y no sé muy bien a qué se debe que hables así". Se debía, ni más ni menos, a que no podía meter el dedo en la llaga. A que no había dicho ninguna mentira y había preferido omitir la parte de sus emociones, la que gritaba que deberían estar todos en la misma casa. Preparándose, sí, pero también apoyándose. Se estaba focalizando en ser más hijo de Emma que de Arnold, pero la realidad es que era hijo de los dos.

Hillary no había apostillado nada, pero Sean no pudo aguantar más e intervino. Y maldito fuera él, que el corazón le dolía con cada latido, porque le encantaría estallar y ponerse a gritar que Sean tenía razón, que qué narices estaban haciendo con ese vacío a los Gallia, que todos estaban sufriendo lo mismo. Pero, una vez más, calló. Alice era la debilidad y prioridad absoluta de Marcus y siempre le daba la razón, y cuando consideraba que no la tenía, siempre había una voz en su cerebro que le daba la vuelta para, finalmente, darle la razón. Por si esto fuera poco, su madre parecía opinar como ella. ¿Quién era él entonces para contradecir? Había pasado de líder a peón y, sinceramente, en semejantes circunstancias, estaba conforme con su posición.

Su amiga desvió ligeramente la pregunta. Marcus sopesó, respirando hondo. Realmente, había estado dándole muchas vueltas a eso estos días y tenía una lista mental elaborada, solo que no la había cotejado con Alice. Puede que fuera el momento, quizás entre los cuatro llegasen a una buena conclusión. — Lo cierto es que... uno de los motivos por el que quería quedar con vosotros, aparte de para veros antes de irnos y porque considero que debíais ser nuestros primeros amigos en saberlo, obviamente, era para que nos hicieseis de intermediarios con esto. — Miró fugazmente a Alice y suspiró brevemente, resignado. — No podemos contar esta historia una y otra vez... — Musitó. Porque ya estaban agotados y casi ni habían empezado. — Nos sería de gran ayuda que... con mucha discreción, preferiblemente en persona porque... bueno, es muy poco probable que estéis en el punto de mira, pero acabamos de quedar y una montaña de cartas podría ser, cuanto menos, sospechosa. No queremos problemas con el correo. — Encogió un hombro. — Probablemente Theo ya lo sepa por medio de Jackie. Nos gustaría que Donna lo supiera, pero que le pidierais que no se lo contara a Andrew. Por supuesto que nos fiamos de él, pero no queremos que la noticia se expanda más de la cuenta. — Soltó aire por la nariz y miró a Alice. — Creo que Poppy y Peter deberían saberlo. La familia McKenzie lleva muchos años ligada a la tuya y la Bradley a la mía. Se les pedirá la máxima discreción, es un asunto muy delicado. Pero... creo que lo deberían saber. — Marcus se rascó la frente, pensando. — Puedo pedirle a mi padre que hable con los Bradley... Y, si podéis, id a casa de Poppy para comunicárselo a ella y a los McKenzie. — Se mordió un poco el labio, sin dejar de pensar a toda velocidad. — Kyla es muy probable que ya lo sepa. Su padre debe estar al tanto, y si no nos ha dicho nada será porque ha entendido el carácter de máxima discreción del asunto. Igualmente, intentaré averiguar si lo sabe o no, y si hablo con ella, le diré quiénes de nuestro entorno lo saben. — Hizo otra pausa y concluyó. — Y creo que eso sería todo. Con Olive me gustaría hablar yo personalmente. — Y, tras su exposición, se hizo un silencio en la mesa.

— ¿Por qué no os compráis un móvil? — Marcus frunció el ceño. Los otros dos también miraron extrañados a Hillary, pero la chica parecía muy serena, como si acabara de llegar a una conclusión sencilla y práctica. — ¿Qué? — Un móvil. Los Van Der Luyden, si se vanaglorian de algo, es de su pureza de sangre, de todos sus contactos sangre-pura. No van a caer en que estáis utilizando un método muggle de comunicación. —Marcus parpadeó y la chica siguió exponiendo. — Comprad el móvil en América cuando lleguéis, no levantaréis sospechas. No sé por qué canal de comunicación vais a contactar con vuestras familias, pero... — La chica se llevó la mano al bolsillo y sacó un papelito y un lápiz, y apuntó una serie de números rápidamente mientras seguía hablando. — Este es el mío. Puedo encargarme de comprarle uno a tus padres en Gales, allí tampoco va a investigar nadie, y se lo doy. Cuando tengáis el móvil, me llamáis, y os pongo en contacto con tus padres, Marcus. Es un método de comunicación muggle, no saben pincharlo ni rastrearlo, no cuentan con él, y para comunicarse es muy fácil y rápido. Estoy casi convencida de que Theo y Darren tienen uno, o como mínimo tendrán un teléfono fijo en sus casas. — La chica le tendió el papelito a Marcus, que lo tomó lentamente. Hillary les miró con cierta tristeza. — Por favor. No vamos a poder soportar estar a saber cuánto tiempo sin saber nada de vosotros. —

 

ALICE

Se estaba haciendo la tonta bastante deliberadamente respecto a la actitud de Marcus. Sabía mejor que nadie que su novio sufría, y ponía aquel tono de comunicado oficial porque no quería, en medio de lo que estaban pasando, recriminarle algo tan delicado, y ella, silenciosamente, lo agradece. Pero también sabía que su novio no lo verbalizaba porque a Marcus le encantaba ignorar la realidad, y la realidad es que ella tenía motivos de sobra para no querer hablar con su padre, que muchas cosas que habían hecho eran imperdonables, y su familia de Francia… Pues había tenido muchas oportunidades de ayudar, y quizá no era culpa de ellos, pero ahora mismo ella tenía que centrarse en SÍ hacer algo productivo.

Y Marcus sabía muy bien ser productivo. En un momento, había dado una lista de quién debía ser informado, cómo y en qué circunstancias, advirtiendo a la vez a sus amigos de los peligros que había. De verdad, que si él no estuviera ocupándose de esas cosas, no sabría que hacer, andaría tal cual como su tía Vivi. Le miró con cariño y bastante tristeza cuando dijo lo de Olive. — Es lo mejor que puedes hacer, no se me ocurre nadie mejor que tú para hablar con ella. Yo lo haría pero no puedo mirarla y… — Las lágrimas anegaron sus ojos otra vez, pero trató de controlarse, porque Hillary estaba hablando.

No pudo evitar poner una breve sonrisa. — Recuerdo aquel trasto de tu madre… — Pero no hacía falta hacer un ejercicio de memoria, su amiga llevaba uno encima. Realmente… tenía razón en que los Van Der Luyden no tendrían ni idea de lo que era eso, ni mucho menos cómo intervenirlo… Suspiró y dejó caer los hombros. — Quizá en América nos puedan enseñar a utilizarlo, sí… — Se rascó la frente y arrugó el rostro. — No sé si veo a mi suegra tocando siquiera ese cacharro, pero… Quizá para hablar con vosotros y los chicos… Desde luego para contactar con los demás Gallia estaría bien tener el de Theo. — Se frotó las sienes y los ojos. — Te lo agradezco, de verdad, Hills, pero ahora mismo no me veo capaz de tomar ninguna decisión. — Su amiga le agarró una mano. — Pues, claro, cariño, ya hablaremos del tema… Tú ahora intenta distraerte un poco… — Lo hablaremos con tus padres y Rylance cuando lleguemos. — Dijo mirando a Marcus, porque un buen Ravenclaw siempre sabía apreciar algo que hacía la vida más fácil.

El resto del tiempo pasó hablando de pormenores, cosas de las vidas de sus amigos, por variar del tema y explicaciones de dónde se iban a quedar, todo lo que les quedaba por preparar, impresiones sobre América y Nueva York… — ¿Sabes? Quizá debería callarme, pero… creo que puede que hasta te venga bien todo esto, Gal. — Dijo Sean. Ella le miró con una ceja alzada. — Lo de Dylan es terrible y ojalá no hubiera pasado, pero… la vida de tu madre siempre ha sido como una bruma en tu vida, te faltan muchísimos datos y… al fin y al cabo, ella fue feliz en Nueva York, allí fue donde conoció a tu padre y… En fin, vas a poder mirar a esa gente a la cara y desahogarte a gusto, cerrar de una vez y para siempre… Puede que, al final del todo, sea para mejor. No más amenazas, no más oscuridad. — Miró a su amigo con cariño. — A veces sabes no ser un gilipollas y ser tremendamente sabio, Sean. — Eso hizo reír un poco a su amigo. — Vaya, gracias. — Tomó aire y trató de poner una sonrisa. — Voy a ir al baño un momentito antes de irnos ¿vale? — Dejó un beso en la mano de Marcus y se levantó.

Realmente, lo que necesitaba era llorar a gusto, sola, aunque solo fuera unos minutos. Unos minutos en los que no era una hermana mayor coraje, responsable, dispuesta a todo, sino una adolescente sin madre, con muchas preguntas y muchos miedos, que solo quería llorar, hacerse una bolita y desaparecer. Solo cinco minutos. Luego saldría y volvería a ser ella. Pero ahora, lloraría y pensaría en ese Nueva York de los años ochenta, en su madre joven y alegre, en su padre alocado pero encantador, de la mano por esa ciudad… Cuando aún no había problemas como los que tenían en ese momento, recordando que, alguna vez, merecieron todas las penas.

 

MARCUS

Si a Alice le parecía bien, a él también... Bueno, esperarían al veredicto de su madre. Torció los labios. Él tampoco confiaba mucho en que Emma fuera a acercarse mucho al móvil, dudaba de si pesaría más la parte de ella muy mágica y muy desconfiada que no pondría su fe en un cacharro muggle que no sabía cómo funcionaba, o si pesaría más la parte práctica y el razonamiento que Hillary había dicho. Y ahora que recordaba... — El señor Clearwater trabaja en el Departamento de Uso Indebido de Objetos Muggles. — Miró a los demás y aclaró. — El padre de Olive. Puedo preguntarle si hay alguna manera mágica de manipularlo que él conozca, si lo considera un canal seguro. — Sí, hablaría con él cuando fuese a casa de la niña, definitivamente. Siempre y cuando su madre y Rylance lo autorizasen primero, como bien había apuntado Alice.

Habían llegado a un punto un poco muerto con el tema, como tantas otras veces esos días les había pasado. Llegaba un momento en el que se encontraban con una pared y no podían avanzar más hasta que no tuvieran más datos, u otras personas autorizaban según qué cosas. Por eso, sus amigos decidieron desviar el tema, ayudándoles de paso a despejarse un poco. Hasta que Sean hizo esa reflexión. Tras la confusión inicial, acabó mirándole enternecido y emocionado. Por algo era su mejor amigo, y por algo era Ravenclaw. Era un gran sabio.

Le dedicó una fruncida sonrisa fugaz a Alice cuando se levantó para ir al baño, y ahí se quedó, solo con sus amigos, que le miraban mientras él tenía la mirada de nuevo clavada en la mesa. — ¿Cómo estás tú? — Preguntó Sean con suavidad, y al romperse la pompa de silencio se le cayó una lágrima que se limpió rápidamente. — Ay, Marcus... — Dijo Hillary. Estaba preocupando a sus amigos otra vez. Chistó. — No quiero que Alice me vea así. Ya se me pasa... — Tío, puedes llorar delante de ella. — Apuntó Sean, comprensivo. Marcus volvió a secarse la cara, casi con rabia por haberse venido abajo tan pronto. — ¿Te crees que no me ha visto llorar en estos días? Pero no puedo pasarme el día entero destrozado. — Ya lo sé, ya sé que los dos estáis intentando no pasaros el día destrozados. Pero igual que no vais a conseguir nada llorando, tampoco conseguís nada por dejar de llorar. — Claro. — Corroboró Hillary. Le hablaban como si fueran unos padres comprensivos y apenados. — Si necesitáis llorar, hacedlo. Y nadie mejor que el otro os va a entender. Y a unas malas, siempre estamos nosotros, podéis llamarnos cuando queráis. — Marcus tragó saliva y asintió. Si hablaba, se le iba a quebrar la voz.

— Tú no estás de acuerdo con que no hable con su familia ¿verdad? — Preguntó Hillary. Ninguno de los dos había abandonado ni el tono suave y comprensivo, ni las miradas apenadas. Marcus alzó ahí la mirada, chistando. — William está destrozado. Ha perdido a su mujer, le han quitado a su hijo. No puede perder a su otra hija también... — Alice está ahora mismo... — Alice está equivocada. — Cortó, y hasta él mismo se asustó de sus palabras. No lo había dicho en voz alta, casi ni se lo había dicho mentalmente a sí mismo, en todo el tiempo. Pareció sorprenderse más él de su propio exabrupto que los otros dos. Soltó aire por la boca y trató de matizar. — Yo... yo no quiero que esté triste, y está fatal, y no sabéis cómo me duele verla así y... fue horrible, todo está siendo horrible... — Negó. — ¿Pero cómo no va a hablar más con su padre? Eso solo va a generar más dolor en esa casa, y William no tiene la culpa, esto lo han hecho utilizando artimañas. Vale que no ha estado en su mejor momento estos últimos años, ¡pero ya está bien! Es decir, está mejor. — Marcus... — Ha empezado tratamiento con los sanadores mentales. — Dijo en voz más baja y verificando que Alice no volvía. — Está poniendo de su parte... — Tú mejor que nadie sabes lo que Alice ha tenido que cargar todos estos años. — Respondió Hillary, agarrando su mano para que no sintiera que le regañaba, pero también para centrarle. — Es normal que esté así. — Marcus calló unos instantes y luego asintió. — Lo sé... pero habla de esto como si fuera definitivo. — Negó. — Se le pasará. Sé que se le pasará. — Sean y Hillary se miraron de reojo. Prefirieron dejar el tema estar.

Volvió a mirar de reojo al baño. Alice no volvía. — Se lo llevaron delante nuestra... — Comenzó, con la voz quebrada. — Se aparecieron en el jardín de los Gallia y apenas nos dieron cinco minutos para despedirnos. No pudimos hacer nada... Alice arremetió contra William y... — Frunció los labios, con los ojos llenos de lágrimas. Hillary volvió a apretar su mano. — Marcus, lo estáis haciendo muy bien, todo lo bien que se puede hacer esto. Ahora hay que mirar hacia delante, sé que fue un momento muy duro pero no podéis anclaros ahí... — Si pudiera los mataba. —Se le escapó a Sean. Le estaba viendo apretar los dientes. — Joder, que solo es un niño. Que no han hecho nada. — Sean ¿te crees que yo no les quiero matar? Pero no es eso lo que Marcus y Alice necesitan oír ahora mismo. — Sí que lo necesito. — Dijo él. Miró a Sean. — Creo que nunca he odiado tanto a alguien como odio a esta gente. ¿Y sabéis qué? — Les miró a ambos. — Que estoy harto de ser diplomático y de tener que estar contenido delante de Alice para no alimentar su fuego, de los Gallia para que no se pongan peor, de mis padres para que no me digan "Marcus, ese no es el camino", de Aaron para que no se haga la víctima o de mi hermano para que no se aparezca directamente en América y acabe en Azkaban, porque ese sí que no se controlaría. Estoy harto de ser perfecto por primera vez en mi vida. Así que, sí, querría matarles. A todos. Por hacer sufrir a Janet, por quitarnos a mi hermano pequeño, porque quiero a Dylan con todo mi corazón, y por habernos destrozado la vida justo cuando la estábamos empezando. Porque a Alice no se le toca un pelo sin que yo quiera matar al que lo ha hecho. — Lo había dicho todo de seguido y lleno de rabia. Se echó hacia atrás en el asiento y soltó aire por la boca, frotándose la cara. Se había creado un leve silencio, pero sus amigos estaban muy lejos de recriminarle nada. — Has hecho muy bien en desahogarte. — Le dijo Sean. Hillary, de hecho, le dedicó una sonrisita. — ¿Sabes qué, Marcus? — Él la miró. — La imaginación es libre. Fantasea con matarles todo lo que quieras mientras por fuera sigues siendo tan perfecto como siempre, y vénceles. Vénceles legalmente y dales en las narices. Créeme, eso les va a hacer mucho más daño que cualquier hechizo que les pudieras lanzar. — Sonrió a su amiga de vuelta y se sostuvieron la mirada así, unos segundos.

Sean inspiró aire profundamente y dijo. — Vaaaaaaaale, esto se está poniendo demasiado Slytherin, estoy por irme al baño con Alice. — Marcus rompió a reír genuinamente. Se frotó los ojos de nuevo, asegurándose de estar recompuesto. — Gracias, chicos, de verdad. Sois los mejores. — Por favor, avísanos para CUALQUIER COSA, ¿entendido? — Marcus asintió a Hillary y vieron a Alice volver a lo justo para encontrarse un ambiente un poco más destensado y que no pareciera que habían aprovechado su ausencia para hablar de lo que no querían decir ante ella.

 

ALICE

Inspiró, salió al baño y se miró en el espejo. Ella era Alice Gallia, ella había sobrevivido a muchas cosas. Había conseguido al amor de su vida, había encarado a quien había dudado de ella, había hundido a los hombres que habían intentado aprovecharse de ella. La familia que no pudo con su madre no iba a poder con ella. Se lo debía. Tenía que devolverle la dignidad a su madre, aunque ya no estuviera para verlo, encararse con ellos como se había encarado ante todo el que le había hecho daño, y le daría a su hermano la vida que se merecía. — Ya está bien de llorar. A actuar. — Se dijo, limpiándose la cara en el espejo y recomponiéndose.

Salió de nuevo y vio cómo sus amigos y Marcus también se estaban levantando, abandonando el restaurante. Al salir a la calle, se encontró a sí misma mirando hacia los lados, como le pasaba desde el año pasado, pero mucho más intensamente desde que se llevaron a Dylan, buscando a alguien que les siguiera, les observara. Pero no había nadie, y quería despedirse de sus amigos apropiadamente. Se dirigió a Hillary y la abrazó con fuerza. — Gracias, Hills. Confío en ti ¿vale? Te haré saber lo del móvil, igual lo tengo que decir un poco en clave por si acaso en la carta, pero tú… — Yo entenderé, no te preocupes. Y deja los comunicados de mi cuenta, una está preparándose los exámenes de abogacía por algo. — Se miraron y ella sonrió, con los ojos llorosos. — Siempre has sabido ayudarme cuando más te necesitaba. — Esa es la virtud de la que me siento más orgullosa. — Y después de tanto esfuerzo en el baño, casi la hace llorar. Se dirigió a Sean y le abrazó, con más suavidad pero con más ternura también y se apoyó en su hombro. — Gracias por estar ahí. — Y susurró. — Cuida de ella, que no se obsesione con el estudio, ya sabes cómo es. Y pasa de sus neuras, sabes que te quiere con su vida. No os peleéis mientras yo no estoy. — Se separaron y ambos rieron. — Lo haré. Si ya sé yo dónde me meto. — Aseguró su amigo con una sonrisa pilla.

Esperó a que Marcus se despidiera de ellos y le dio la mano. — Sed buenos, nos vemos a la vuelta, chicos. — Dijo con todo el cariño de su corazón. Eran buenísimas personas, eran los mejores amigos del mundo. Apretó la mano de su novio y susurró. — Llévame a casa y… tomémonos el resto del día libre. Solo… estar en el jardín, leer… hablar del futuro como hacíamos hace no mucho. Necesito aunque sea una tarde así. — Y lo necesitaba de veras. Y sabía que Marcus se lo daría, porque era su alma gemela, la persona que más la quería, que haría todo por ella, y eso le hacía sentirse mal a veces, pero, en momentos como ese, solo le daba paz, satisfacción y tranquilidad.

 

MARCUS

(20 de julio de 2002)

— Hay alguien en el jardín. — Dijo Lex con voz monótona, pero tan en mitad del silencio que Marcus alzó súbitamente la cabeza. Alice había subido a descansar y todos los demás se encontraban reunidos en el salón, como si temieran dejarse solos los unos a los otros. Su padre no estaba en casa, estaba trabajando esa tarde. Su madre reposaba en uno de los sillones, si bien oteaba unos papeles en sus manos. Marcus estaba sentado a la mesa, con una taza de café a un lado y Rylance a otro, dos Ravenclaw en silencio leyendo documentación. Lex simplemente estaba allí. Parecía querer garantizar la salud mental de todo el mundo, o hacer de guardaespaldas, porque aparentemente no hacía nada, simplemente estaba o bien sentado de brazos cruzados, o bien se levantaba, daba un par de vueltas por el salón, miraba por la ventana durante unos instantes y volvía a su sitio. Todo en un sepulcral silencio.

Y en una de esas vueltas hacia la ventana detectó la visita. Emma estiró el cuello y echó aire por la nariz. — Marcus, ve tú. — El mencionado frunció el ceño y se asomó, y cuando le vio cruzando a grandes zancadas el jardín dejó caer los hombros. Uf, aquello iba ser tenso, se lo estaba imaginando solo por cómo le veía dirigirse hacia allí. Mucho estaba tardando en llegar. Salió del salón y, antes de alcanzar la puerta, el otro ya estaba llamando con insistencia. Nada más abrir, el chico dijo. — Marcus, siento presentarme así en tu casa, pero tengo que hablar con mi prima. — André parecía considerablemente alterado. Tras él, vio trotar en su dirección a Jackie y a Theo, siguiéndole los talones. La chica, aparte de con la consternación propia de la situación, parecía bastante temerosa de la posible reacción de su hermano. — Pasa, primero. Vamos al salón y... — Marcus, mi prima. Primero, mi prima, y luego los demás. — André. — Llegó Jackie, jadeando. Le miró. — Marcus, no le hagas caso, está muy nerv... — No, Jacqueline, no vas a decir ahora que estoy nervioso. Es que esto no es normal. — Cortó André. La chica se pasó las manos por el pelo.

— Vamos a entrar en la casa, pero vamos a tranquilizarnos ¿sí? — Dijo Marcus con el tono más calmado que encontró. André entró mucho más decididamente que Jackie y Theo, si bien se detuvo con una especie de frenazo torpe nada más rebasarle. Se había encontrado con la estoica figura de Emma en el pasillo, con las manos ante el regazo. — Hola, André. Me alegro de verte. — Señora O'Donnell, siento irrumpir así en vuestra casa, pero tengo que hablar con Alice. ¿Dónde está? — Aquí. — Dijo Emma, con mucha tranquilidad. — En su habitación, descansando. Le hace falta descansar. — ¿Su habitación? — Preguntó el otro, escéptico. — Con todos mis respetos, señora O'Donnell, pero la habitación de Alice está en casa de mi tío William. — André, por favor. — Avanzó Jackie de nuevo, poniéndole una mano en el brazo. — Relájate. — Quiero hablar con ella. ¿Es que está secuestrada o qué? ¿Es malo? ¿No puedo hablar? — Marcus echó aire por la nariz. Era mejor que tomara él la palabra, porque temía cuál pudiera ser la respuesta de su madre y de Lex. — André, Alice está ahora dormida. Ha terminado de comer hace un rato y estaba muy cansada, están siendo días muy duros y... — ¿Por qué no está con su familia? Se han llevado a su hermano. ¿¿Qué hace aquí?? — ¿Dónde estabas tú cuando se llevaron a su hermano? ¿Eh? Porque aquí no te he visto. — Espetó Lex. Marcus agachó la cabeza. Al final se les iba aquello de las manos... — Somos nosotros los que estamos cuidando de ella, por si esa información no te ha llegado... — Lex. — Cortó Emma, porque ya estaba viendo a André entrar en ebullición y no debía querer una pelea de gallos en su casa.

— André, por favor, espérate a que se despierte y hablamos con ella. Tiene que haber una explicación para esto. — Trató de calmar Jackie, pero André seguía negando con la cabeza. — Hazle caso a tu hermana, André. — Empezó Emma, pero Lex, que tenía la ofensa detrás de la oreja, saltó. — Explicación no hay que dar ninguna. La explicación es que Alice en su casa está mal y nosotros la estamos ayudando a recuperar a Dylan. — ¡Mal está mi tío! ¡Y ella aquí escondida! — André, escúchame. — Avanzó Marcus. Estaba resignadísimo, e iba a hacer algo que no quería hacer. Pero de verdad que le faltaban fuerzas para lidiar con aquello. — Si me conoces de algo, sabrás que no voy a permitir deliberadamente que tu tío sufra, y tu prima, menos. Está aquí porque aquí se encuentra más tranquila, porque aquí nos estamos preparando para ir a Nueva... — ¡Ah, eso otra! ¿Cómo es eso de que te vas TÚ con ella a Nueva York? — Interrumpió André, a quien su estado alterado no le permitía escuchar una exposición concreta. Marcus, muy pausadamente, hizo un gesto con las manos. — Hace falta una conversación larga, estoy de acuerdo contigo, y ella te la dará. Pero ahora está dormida. Te juro que todo lo que queremos es que se sienta en casa... — Es que ella ya tiene una casa. — ¡No está bien allí, André! — Saltó Jackie, que parecía ver la circunstancia en la que se encontraban mejor que su hermano. — ¡Parece que no conoces a la tía Helena! ¿Tú has visto el ambiente que había allí? — ¡En parte porque ella no estaba allí! — Te planteo una cuestión, André. — Dijo Emma en tono tan pausado como helado. — ¿Cuál es el verdadero problema en todo este asunto? ¿El hecho de que tu primo Dylan esté bajo la custodia de los Van Der Luyden en América, o el estado de ánimo de tu tío y el resto de los familiares? — André la miró tenso por un momento, como si temiera que fuera una pregunta trampa. Tras unos instantes, contestó. — Lo de mi primo, obviamente. — Coincidimos, pues. — Dijo Emma con tranquilidad. — Y en ese caso, por tanto, lo que hay que estar es con el ánimo lo más templado posible, la mente lo más fría posible y los mayores datos posibles. ¿Dónde crees que Alice, la persona que más se ha encargado de Dylan todo este tiempo y la que podría quedarse su custodia legal de perderla William...? — Qué disparate... — ¿...Va a poder lograr mejor todo eso? ¿En esa casa crispada que acabáis de ver ahora mismo? ¿O aquí? — ¡No tenéis derecho a retenerla aquí! — ¿¿¿Retenerla??? — Saltó Lex, indignado, pero Marcus abordó de nuevo con la mayor serenidad posible. — No está retenida, André, y tú lo sabes. — Creo que lo mejor será que le pregunte a ella misma. — Dijo entonces Emma, y Marcus la miró un instante. Luego se giró a André. — Pues sí, pregúntale a ella. Cuando se despierte. — Porque le estaba costando mucho trabajo mantener a Alice estable y descansada como para que ahora la alteraran tontamente de esa forma.

André tenía los labios fruncidos, tenso. Jackie trató de apaciguarle de nuevo. — Venga, André... vamos a sentarnos... — ¿Y ese quién es? — Preguntó. Ah, había detectado a Rylance, que estaba en el marco de la puerta del salón, muy callado. — Nuestro abogado. — Respondió Marcus. En lo que André abría mucho los ojos, Rylance volvió a hablar. — Señor Gallia, estoy dispuesto a sentarme con usted a explicarle todo lo que necesite saber. Mi labor está siendo asesorar a la señorita Gallia en todo lo que atañe a la custodia de su primo... — No, no, no... — Empezó a murmurar André, sin entrar en razón. Ahora el intento lo hizo Theo. — Venga, André. Están todos colaborando. Estás nervioso. Vamos a pasar al salón, como te han dicho, Alice va a estar más receptiva si no interrumpes su descanso... — Quiero hablar con ella. Ya. — Se obcecó, mirando a Marcus. Respiró hondo y, contraviniendo sus propios deseos, hizo un gesto con las manos y le señaló las escaleras. Adelante. Pero cuando Alice te muerda por despertarla, no me mires. Cuando te des cuenta de la que estás liando para nada, no me vengas con perdones, pensó, y simplemente le dejó que se estampara él solito, y allá que fue el chico bien decidido, a zancadas... hasta que se topó con Lex. Su hermano se había puesto cual guardián en las escaleras, y cuando se vieron frente a frente se evidenció la diferencia considerable de tamaño.

Por supuesto, André no estaba ni mucho menos amedrentado. — Déjame pasar. — He dicho que está descansando. — Jackie volvió a adelantarse y a tocar el brazo de su hermano. — André, por favor, ya está. Ya tenemos suficiente con lo que tenemos. — ¿Me estás impidiendo ver a mi prima? — Te estoy diciendo que te esperes a que se despierte. No eres tú el que la está inflando a infusiones para que pueda pegar ojo, pregúntale a mi padre. — Ah, que encima la tenéis medio drogada. De puta madre, eh, vais mejorando por momentos. — ¿Tú es que eres tonto o... ? — Lex. — Interrumpió Emma. Marcus es que directamente había tirado la toalla con el tema, si André y Lex querían liarse a puñetazos seguiría sin ser el mayor de sus problemas. — Si quiere hablar con ella, que vaya. Déjale pasar. — Lex hubiera fulminado a Emma con la mirada si no se hubiera arrepentido tan pronto empezó el gesto, así que simplemente apretó los puños y los dientes y se echó a un lado. André, con mucha dignidad y como un toro embravecido, subió a zancadas las escaleras. Y allí se quedaron todos los demás, en un silencio más tenso aún que el que tenían antes de que llegaran.

 

ALICE

Dormía fatal. No solo porque le costara infinito coger el sueño, es que dormía con sueños pesados y paralizantes, como si su mente se quedara en las más mínimas funciones, agotada del resto del tiempo, y su cuerpo tardara en responder. Luego hacía esas cosas, como acostarse a las tres de la tarde y claro, luego por la noche no había quien descansara. Pero un grito lo reconocía. Y no sonaba un solo grito, sonaba un griterío. Su cuerpo se incorporó con fuerza, pero su cabeza no le había seguido para nada. Se llevó la palma a la frente y controló un escalofrío en el cuerpo. De verdad que se levantaba como muerta, empezaba a dudar que dormir la ayudara a nada. Y entonces lo oyó. — ¡ALICE! — Seguido de unas fuertes pisadas por la escalera. ¿Esa voz? — ¡EH, TE RELAJAS! Te han dicho que puedes hablar con ella, no que puedas gritarle ni ir en ese plan. — ¿Eran… André y Lex? ¿Estoy en casa O’Donnell? Se encontró preguntándose a sí misma.

Abrió la puerta y se asomó, dándose cuenta de que su equilibrio no era el mejor del mundo. — ¿André? ¿Qué haces aquí? — Preguntó desorientada. — ¿YO? ¿QUE QUÉ HAGO YO AQUÍ? ¿Qué haces tú aquí, lejos de todo, con la cabeza hundida en el suelo? — ¡QUE NO LE CHILLES! — ¡QUE NO ME CHILLES TÚ A MÍ! — ¡Que no chilléis ninguno de los dos, por Merlín! — Dijo contrayendo el gesto y masajeándose la cabeza. — A ver, Alice, aquí hay que dar muchas explicaciones. — Dijo su primo, asomándose por los laterales de Lex. Ella resopló y se acercó a su cuñado. — Tranquilo, Lex, si se le va la fuerza por la boca… — Miró a su primo con cara de profundo hastío y dijo. — Vamos a mi cuarto, anda. No puede ser que consigas siempre lo que quieres a gritos, André. — Y con su primo considerablemente más callado, que no tranquilo, fue hacia el cuarto.

En cuanto entraron, fue a abrir las cortinas para que entrara la luz y el aire. — Vaya, sí que estabas durmiendo. — Ella se giró con una ceja alzada. — ¿Y qué creías? — Que no querías hablar conmigo. — Suspiró y se puso una chaquetilla de lana que tenía por allí porque definitivamente tenía el cuerpo cortado, y se apoyó en el borde de la cama, de brazos cruzados. — ¿Y por qué no iba a querer hablar contigo? — ¡NO SÉ! Igual porque han secuestrado a mi primo y no te has dignado a avisarme. — Le miró a los ojos, aunque sentía que los suyos todavía no se abrían del todo. — Baja la voz. — Hizo un gesto con la mano. — Hay muchos otros Gallia para avisarte, perdona que te diga, yo estaba un poco liada arreglando este entuerto. — ¿Muy liada para hablar con tu familia? No tendrías que hacerlo sola si nos hubieras pedido ayuda. — Y ahí sí se levantó de la cama, sin descruzar los brazos, avanzando lentamente hacia él. — ¿Ah no? ¿Qué ha hecho la familia hasta ahora, André? — Preguntó sin alzar la voz, pero en tono inquisitivo. Negó con la cabeza, decepcionada. — Lo siento, pero los abogados de tus padres ni siquiera se dieron cuenta de una quinta parte de lo que teníamos encima. Permitisteis que mi padre estuviera en Saint-Tropez meses y no descubristeis lo que intentaba, ni siquiera os disteis cuenta durante años que hablaba de mi madre en presente y que a veces me llamaba a mí Janet. — La cara de su primo era de confusión. — ¿Qué? ¿Qué me vas a decir ahora? ¿Que qué mala soy, como dice mi abuela? Mi padre ha cometido crímenes, André, crímenes fuertes, el más importante de todos abandonarnos a Dylan y a mí, y al final se lo han llevado tal como yo intenté advertir. ¿Y sabes qué conseguí? Bravuconadas Gallia, como la que acabo de presenciar. Sé que es vuestro estilo hacer siempre lo mismo y esperar resultados distintos, y luego llorar y vivir caóticamente simplemente diciendo “es que somos así”, pero no el mío. Y yo voy a recuperar a mi hermano por lo legal, porque sí, André, nos lo han quitado legalmente, ¿y sabes por qué no se lo quieren dar a memé o a mí? Por encubridoras. ¿Y sabes qué? Que tienen razón. Todos le hemos encubierto de la peor manera. — Su primo estaba con la respiración agitada, mirándola hasta con miedo, y se pasó las manos por la cara. — Gal, yo… — No, ahora Gal no. ¿A qué venías, eh? A decirme lo malvada que soy, a encontrar a los malvadísimos O’Donnell que me tienen sorbido el seso. ¡Dios! Es como si pudiera oírla yo, vaya. — Resopló entre dientes, apretando la mandíbula. — Es una manipuladora, André, y está ciega, ciega por mi padre, porque ni con estas es capaz de ver que todo esto es por su culpa. — Alice, no puedes decir en serio que crees que esto es culpa de tu padre. — ¿Y DE QUIÉN SI NO, ANDRÉ? ¿DE QUIÉN? — Ya empezaba a tensarse. — Mi abuela es una manipuladora aprovechada, porque bien que habla mal de mí y bien que se meterá con los O’Donnell, pero deja que nos encarguemos de todo, porque eso es lo que hace ella, dejar que todo lo arreglen por ella. Pero tú, André, tú eres un necio que deja que le exploten los problemas en la cara y viene, armando mucho jaleo, para que sea más difícil pararlo, pero yo te conozco de toda la vida, a ti y a todos los Slytherin-Vantard de esta familia, y sé que lo que tapa todo ese griterío y esa impetuosidad es ignorancia y miedo. — Su primo echó aire por la nariz. — No te voy a consentir que me llames ignorante. — Pues lo eres. Ignorante es el que desconoce. Así que demuéstrame que no lo eres. Venga, va, André, dímelo. ¿Cuándo empezó mi padre a llamarme y tratarme como a mi madre? ¿Cómo reaccioné yo la primera vez? ¿Quién estaba aquí? ¿Qué hizo mi padre para que lo llevaran a Francia? ¿De qué le acusan los Van Der Luyden? ¿QUÉ, PRIMO? ¿QUÉ TIENES QUE DECIR? — Rio sarcásticamente y lo miró de arriba abajo. — Ignorante. Y necio por creerte a la primera lo que te cuenta mi abuela para usarte de perro de caza, y tú vienes de cabeza, soltando crueldades, porque mira, eso sí que se te da de lujo. — Su respiración empezaba a agitarse. — ¡A MÍ! ¡A MÍ, ANDRÉ! ¡A la que lleva una semana sin dormir, a la única que está haciendo ALGO! — La puerta se abrió y Lex entró. — Alice… estás muy alterada… — ¡NO! Ahora ha venido hasta aquí ¿no? Pues ahora va a escuchar unas cuantas verdades, y si no, que hubiera entrado más tranquilito o más informado. — Dijo, hirientemente, mientras Lex la rodeaba con un brazo. — Vosotros nos habéis dado la espalda, a mí y a Dylan. — ¡Alice, es que si no pides ayuda…! — ¡LA PEDÍ! La pedí en Navidad y mira de lo que ha servido. Pediros ayuda no sirve de nada. — Y si te vas sola a América… — No, no te equivoques. Me voy con quien sí me ha ayudado. — ¿Nosotros no te hemos ayudado? — No. — Sentenció. — No en esto. No tengáis cara ahora de venir pidiendo explicaciones. —

 

MARCUS

Lex había subido a zancadas detrás de André, y Marcus se quedó mirándoles desaparecer por las escaleras, sin pestañear ni inmutar una expresión casi indiferente, como si su espíritu hubiera salido de su cuerpo. Debería haber intentado hacer entrar en razón a André, no debería haber permitido que Lex subiera tras él... pero no podía, de verdad que no. Se sentía profundamente agotado. Si se tenían que pelear, que se peleasen. Ninguno de los dos iba a matar al otro y tenía cosas más importantes en las que pensar y de las que ocuparse... Dios, se notaba que se pasaba día y noche pegado a su madre.

— Lo siento muchísimo. — Dijo Jackie, con voz de estar tremendamente avergonzada, frotándose un brazo. — Perdonadle, por favor. Marcus, tú le conoces, tú sabes que él no es así. Está muy nervioso, es que... estamos muy... — La chica arrugó los labios y bajó la cabeza, y vio cómo empezaba a derramar lágrimas silenciosas. Theo la rodeó con el brazo, susurrándole con cariño para que se calmara, pero Jackie empezaba a tener la respiración contraída por el llanto. — Lo sabemos. No os lo tenemos en cuenta. — Dijo Emma. Se acercó a ella, puso una mano en su brazo y le dijo. — Pasa al salón con Marcus. Voy a prepararos una infusión. — Miró al chico y le dijo. — ¿Me ayudas, Theodore? — El muchacho pareció levemente confuso, pero asintió rápidamente. — Sí, por supuesto, señora O'Donnell. — Emma asintió con una sonrisa leve y miró a Marcus y Rylance. El abogado se adelantó. — Con su permiso, voy a continuar con mi documentación. — Puedes ponerte en mi despacho, Edward. — Excelente. — Y allá que se fue. Marcus conocía lo suficiente a su madre como para saber que nada de eso era casual ni meramente cortesía: acababa de colocar a cada pieza en su sitio, donde ella consideraba que debían estar. Y, de paso, quitaba a todo el mundo del hueco de las escaleras. Porque los gritos de André, de Lex y de una Alice recién despertada de la peor forma posible empezaban a llegar a la planta de abajo.

Pasó al salón con Jackie. Nunca, ni siquiera después de lo de Noel, la había visto tan destrozada. Fue a ofrecerle que se sentarse... pero la estaba viendo llorar, así que simplemente se acercó a ella y la chica no tardó en dejarse refugiar por sus brazos. La dejó unos segundos llorar en silencio mientras la acogía con suavidad. Finalmente, cuando se le hubo calmado un poco el llanto, se sentó a su lado en el sofá. — Nos enteramos ayer. — Jackie sorbió un poco, limpiándose las lágrimas. — Hemos tardado en venir el tiempo que hemos tardado todos en poner nuestras cosas en orden para poder viajar por tiempo indefinido, porque no sabemos cuándo nos vamos a volver. Lo mismo nos volvemos esta misma tarde porque vemos que aquí no hay nada que hacer, pero no sabíamos si alguien tendría que quedarse, o incluso irse a América... Estamos muy perdidos. — Sollozó otro poco. — Y... André empezó a decir que eso no era posible, a negar lo que estaba pasando, y creo que no pensaba creérselo hasta que llegara aquí y lo viera con sus propios ojos. Y cuando hemos llegado... — Se limpió de nuevo las lágrimas. — Ni cuando se murió mi tía Janet había visto tan mal a mi tío, y estaba deseando ver a Alice para ver cómo estaba, y seguro que André también. No confía en el criterio de nadie en nuestra familia como en el de ella. Y cuando hemos llegado y no la hemos visto, nos hemos asustado aún más. Y la tía Helena empezó a bombardear... Y Vivi estaba muy enfadada con ella no sé por qué... Y el tío Robert estaba también como ido, muy muy triste... Y mis padres no se estaban enterando de nada... — Sollozó otra vez y ya alzó la mirada a Marcus. — No sé si he hecho bien en llamar a Theo, lo siento. Es que estaba desesperada, necesitaba que estuviera conmigo. Él me calma mucho, y a mi hermano, aunque no lo parezca... — Tranquila. Habíamos dado por hecho que él lo conocería por ti. Theo es parte de la familia ya, Darren también lo sabe. — Jackie soltó aire por la boca, mirándole con alivio. — No sabes cómo te lo agradezco... —

Fue decirlo y hacer un puchero, mirándole, arrepentida. — Marcus... por favor, por favor. No le tengáis a mi familia en cuenta cómo está reaccionando a esto. No están bien. Mi prima no puede perderte. Mi pobre Dylan... no podrían perderos, Marcus. — Jackie, Jackie. — La detuvo, agarrando sus manos. La chica empezaba a acelerarse y le veía la respiración agitada. — Yo no voy a abandonar a tu prima, ni la causa de Dylan, bajo ningún concepto. Los O'Donnell estamos en esto al cien por cien. — Pero estamos siendo injustos con vosotros. — Para empezar, tú no estás siendo injusta ahora mismo, sácate de ese grupo. Para continuar, ya os conocemos, Jackie, a todos. Y sabemos lo duro que es esto. Sabemos lo mal que lo estáis pasando. ¿Crees que nos vamos a enfadar por una mala reacción de Helena? — Se le escapó una leve risa sarcástica. — No me malinterpretes, pero... no estoy haciendo esto por ella. — Jackie soltó aire por la boca y bajó la mirada. — Lo sé... Ya sé lo que mi prima nos va a decir. Supe por qué no estaba en casa de los tíos tan pronto no la vi allí y vi el ambiente que había. Va a decir que vosotros sí que sois una familia de verdad y que si no fuera por lo que tu madre y tú estáis haciendo, no tendríamos ni por dónde empezar a recuperar a Dylan. No soy tonta, Marcus, yo también lo veo... — Frunció los labios. — No os lo vamos a poder pagar en la vida... — Es que no hay nada que pagar, Jackie. Somos de la misma familia ya. — Ella le miró con los ojos humedecidos. Se le veía el arrepentimiento por las palabras de su hermano en la mirada.

Le frotó un poco las manos con cariño y trató de sonreír. — Nos estamos haciendo expertos en infusiones relajantes ¿sabes? Verás qué bien te va a sentar la que traiga mi madre. — Pero Jackie seguía metida en una conversación paralela, y lejos de contestarle a eso, le lanzó otra pregunta. — ¿De verdad estás dispuesto a irte solo con ella a Nueva York, Marcus? — Él la miró a los ojos. — No lo dudé un segundo. Es lo que tengo que hacer. — Jackie se quedó mirándole, tragando saliva. También se lo podía ver en la mirada: esa sensación de deuda pendiente. A ver cómo le hacía entender a los Gallia que no les debían nada.

 

THEO

Lo de mantener la calma en momentos de crisis era mucho más difícil de lo que parecía. Creía que venía entrenado de fábrica: no es como que te puedas permitir demasiado entrar en pánico o hacer más griterío todavía cuando tienes dos hermanos mellizos que se recuelgan de todas partes. Pero la vida era más, mucho más, que niños subiéndose al mueble más alto de la casa para robar galletas o compañeros de clase que han perdido el control sobre sus plantas mágicas. La vida tenía momentos que… no sabías cómo abordar. Empezaba a descubrir que la vida adulta no tenía ningún truco, era solo simple supervivencia e ir aprendiendo a base de la experiencia. Y él pretendía dedicarse a ver a muchas personas en situaciones de crisis, no se podía dejar arrastrar por ella… más le valía ir aprendiendo. 

Esa mañana, había pausado sus estudios de sanador para ayudar a su hermana con el temario de ciencias naturales. La había aprobado por los pelos y estaba temiendo suspenderla el próximo año, que iba a ser más difícil, y en su familia tenían todos la teoría de que “si a él la mágica se le daba tan bien, que seguro que era más difícil, la de ellos la haría sobrado”. Ya no sabía cómo explicarles que no funcionaba exactamente así… pero bueno, era otra forma de desconectar y de pasar tiempo con ellos. Pero de repente, Jackie se plantó en su casa, y venía muy alterada y llorando a mares. Se habían llevado a Dylan… Alice había llegado a contarle algo sobre el tema, si bien no profundamente, y ahora se notaba las sienes palpitando con fuerza, la cabeza le dolía con horror. ¿Dylan estaba en Nueva York? ¿William había perdido su custodia? Los Gallia estaban en caos, Jackie acababa de presentarse en Londres de repente y todo parecía patas arriba. “Ven conmigo, por favor, no puedo lidiar con esto sola”. Y allá que fue él, faltaría más. ¿No quería formarse como sanador? Iba a tener unas buenas clases prácticas hasta nueva orden.

Todo estaba ocurriendo muy deprisa. Cuando llegaron a casa de los Gallia, André estaba fuera de sí y la mayoría de los miembros no parecían reparar ni en su presencia porque estaban en colapso absoluto. La única que le vio fue Susanne, y a su agobio de por sí se le unió sentirse mal por haberle metido en eso y enfadarse con su hija por haberlo hecho sin permiso. André pareció darle por sentado, pero no estaba en esas: de repente, dijo que iba a aparecerse en casa de los O’Donnell. ¿De los O’Donnell? Theo echó un vistazo a su alrededor: Alice no estaba. Jackie salió corriendo detrás de su hermano y tiró de él. Y, de repente, estaban en el jardín de los O’Donnell.

Nunca había estado en casa de Marcus y todo aquello rezumaba la misma perfección que él. Ya había contactado antes con Emma O’Donnell, en el cumpleaños de Dylan y en la Pascua en La Provenza, pero cuando su hijo abrió la puerta y ella apareció tras él, y Lex haciendo de guardaespaldas… Tragó saliva y se limitó a hacer de refuerzo a Jackie. André seguía muy alterado, pero dudaba que le hiciera caso, si apenas era consciente de que estaba allí. Emma daba miedo, tenían allí a un hombre al que habían llamado “su abogado”, y Marcus… De saber que ese Marcus que tenían delante existía, nadie le hubiera tosido siquiera en su etapa de prefecto en Hogwarts. Sentía que estaba entrando en un mundo que no conocía en absoluto. 

No lograron controlar que André se fuera a buscar a Alice y de verdad que no sabía en qué iba a acabar eso, pero los habitantes de esa casa parecían extrañamente tranquilos. Y entonces ocurrió algo que sí que no se vio venir: la madre de Marcus le pidió que le acompañara a la cocina. “A ayudarla” con las infusiones. Por supuesto que se ofreció, pero viendo a esa mujer, dudaba que necesitara la ayuda de alguien como él, que además nunca había pisado su casa, para algo tan baladí como servir un poco de té. Por algún motivo quería hablar con él. Cuántas veces había huido de Marcus en sus años de Hogwarts y quién pudiera estar con él ahora.

Entró tras ella en la cocina y la mujer comenzó, con mucha tranquilidad y a punta de varita, a echar agua en un cazo y poner esta a hervir, mientras del mueble salían elegantemente las hierbas pertinentes que tenía que usar. No estaba acostumbrado a ver eso en su cocina por muy mago que fuera. Si Emma O’Donnell viera cómo tenía que hacer su madre las cosas, con dos niños encima y sin magia… 

Ver que la mujer no parecía ni lo más mínimo turbada por tener de fondo gritos de su hijo, su nuera y el chico que había irrumpido en su casa poco menos que acusándoles de secuestro, y en su cocina a prácticamente un desconocido, lejos de relajar, asustaba más. ¿A qué clase de escenarios inhóspitos estaba acostumbrada a enfrentarse para que tuviera semejante aparente calma? O eso, o había llegado a un nivel de autocontrol con la vida digno de estudio. Sí, le estaría despertando sus inquietudes de sanador si no fuera por la que tenían encima. — ¿Cómo has visto a los Gallia? — Preguntó ella de repente. Ah, hablando de su yo sanador. Agachó prudentemente la cabeza. — Alterados. Es normal, la situación es muy delicada… todos están tristes y muy nerviosos. — Encogió un hombro. — No tenga en cuenta a André. No deberíamos haber irrumpido así en su casa, lo siento mucho, pero es un buen chic… — Esa conversación ya la está teniendo Jacqueline con Marcus. Te he traído aquí para hablar de otras cosas. — Cerró la boca. No había sonado cortante pero desde luego que le había quedado claro que de eso no quería hablar. 

Una vez dispuesto lo que quería preparar, mientras las infusiones hervían, se giró hacia él para mirarle. — No envidio tu papel ahora mismo, Theodore. Yo siempre prefiero lidiar con papeleo y contactos a hacerlo con personas alteradas. — La mujer sonrió levemente. — Quieres ser sanador mental ¿verdad? — Él asintió. — Supongo que no te será ajeno que William estaba siendo tratado. — Volvió a asentir. Ella respiró profunda y lentamente antes de volver a hablar. — De esto debes conocer más tú que yo… — ¿Que yo conozca más que usted de lo que sea? Lo dudo mucho, pensó, pero se cuidó mucho de interrumpir. — Pero hay muchos… contextos, circunstancias, momentos en la vida, frases que se oyen… que pueden influir para mal en el estado mental de alguien. — Así es. — Afirmó él. Ella asintió y continuó. — Imagino que sabrás que Alice está aquí muy bien cuidada. — Ahí asintió rápidamente. — Claro, claro. No lo dudo, no lo dudamos ninguno. André tampoco, solo… solo estaba muy nervioso. Conozco a Marcus desde hace mucho, sé que no está con nadie como está con él… — Esto no es simplemente una cuestión de que una chica de dieciocho años prefiere estar con su novio a estar con su padre, Theodore. — Ella se llevó una mano al pecho y endulzó levemente el tono (aunque no mucho). — Perdona, te hablo con franqueza. De profesional a profesional. — Los que decían que la madre de Marcus daba mucho miedo no se equivocaban. — Claro. — Asintió, aun así, tratando de mantenerse tranquilo. 

Ella volvió a respirar lentamente, removió la infusión levemente y volvió a hablar. — Te considero un profesional, o alguien que se prepara para serlo, de la salud mental. Eres el que más sabe del tema de todos los que estamos en esta casa, por poco que sepas, eso es un hecho. Por eso, de profesional a profesional, te hablo. Tú como profesional de la salud mental. Yo… como profesional de solucionar desastres generados por otras personas y utilizar mis contactos y mi calma para poner las cartas sobre la mesa cuando nadie es capaz de hacerlo. — Volvió a mirarle, dejando una vez más de lado el té. — Alice está aquí porque es la persona más sensata, más centrada y con más información de la familia Gallia como para encargarse de este tema, por no hablar de que Dylan solo tiene dos familiares directos: Alice y su padre. Es la persona a la que probablemente se le conceda la custodia. Debe estar muy preparada para ello, y que su entorno favorezca en la medida de lo posible su tranquilidad, su serenidad, para lidiar con su tristeza, para serenarse y para prepararse. — Hizo una pausa en la que, con las manos entrelazadas ante el regazo, se acercó a él. — Te hago dos preguntas, Theodore. La primera: ¿crees que el ambiente que has visto en casa de los Gallia es el más adecuado para la crisis que hay que afrontar y solventar, con todo lo que hay que estudiar y preparar, para ni más ni menos que la hermana y prácticamente tutora del chico cuya custodia se ha retirado? — Theo frunció los labios. — No. Lo cierto es que no. — Emma asintió. — Y la segunda cuestión: ¿crees que a una persona en el estado en el que se encuentra William Gallia, y con la historia y circunstancias que tiene, es probable que se le devuelva la custodia existiendo una hermana mayor de edad como Alice en el mundo? — Theo sopesó. — No sé si tengo demasiados datos sobre… el señor Gallia, pero… — Sentía la mirada de Emma sobre él. Se mojó los labios y eligió muy bien sus palabras. — Si nos fijamos puramente en… los indicios sobre sanidad mental… entiendo que es mucho más probable que le den la custodia a Alice, sobre todo después de lo ocurrido. — Emma volvió a asentir. 

— Una vez contestadas ambas preguntas. — Dijo la mujer. — ¿Crees en esto que estoy diciendo? ¿Serías capaz de defender esta versión de los hechos? ¿La versión de que Alice se encuentra mejor en una casa en la que el ambiente es tranquilo y se están manejando todos los datos con los que traer de vuelta a su hermano, y que es fundamental que ella esté adecuadamente preparada, mentalmente y administrativamente, para afrontar la custodia de Dylan? — Theo la miraba, y la mujer añadió. — Dímelo con sinceridad. Tú conmigo no tienes ningún tipo de relación, no me debes nada. Si no estás de acuerdo conmigo, o ves lagunas en mis palabras, dímelo. — Volvió a respirar hondo. — Sé que esto te pilla por sorpresa, y sé el aura que transmito. Pero te garantizo que no he matado nunca a nadie. — Había ladeado una sonrisa al decir eso y Theo hizo lo propio con la suya, aunque con mucha más timidez. — Puedes contradecirme sin miedo a ninguna represalia. Insisto, hablamos de profesional a profesional. No te he traído para instigarte, sino para conocer tu opinión. — Empezó a colocar tazas y un cuenquito con galletas en una bandeja con la misma elegancia de su varita y añadió. — Te doy tiempo para pensártelo. — Y salió junto a la bandeja, dejándole solo en la cocina. 

El tiempo no se le antojó suficiente, apenas había sido un minuto, pero ya había asumido que, en la vorágine en la que se encontraban, le tocaba pensar rápido. Igualmente, y siendo honestos… tampoco es como que hubiera mucho que pensar. La mujer volvió a la cocina con absoluta tranquilidad, ya sin la bandeja, y él dio su veredicto. — Estoy de acuerdo con usted, señora O’Donnell. — La mujer asintió levemente. — Me alegro. De corazón que me alegro. Aunque no te lo creas, por momentos me ha asaltado la duda de poder estar equivocada. — Se acercó a él. — Llámame Emma. Sé que todos te llaman Theo, haré yo lo mismo… No ha parecido agradarte mucho que te llame por tu nombre completo. — No, no… — Dijo él con una risa nerviosa, ruborizándose y tocándose el pelo. — No es… Es la falta de costumbre. — Estoy demasiado apegada a los formalismos, me temo. Se te va pasando a medida que tienes a los Gallia en tu vida. — Eso le hizo reír, porque entendió que, dentro de la forma fría de hablar de la mujer, era algo parecido a una broma. Esta sonrió cálidamente y comenzó a recoger con su varita lo que había usado. — Crees en esta versión, pues. Firmemente. — Theo asintió. — Será la versión que mantengas entonces de cara a los Gallia. — La miró con ojos casi asustados. Tragó saliva. — No… no sé si tengo suficiente potestad en esa casa como para… — Oh, te garantizo que no la tienes. — Dijo la mujer, y Theo debió quedarse con una cara de idiota importante. Qué bien… Siempre sienta bien que te lo digan… — Pero la tienes con Jacqueline. A pesar del arrebato de héroe kamikaze de André de hoy, estás en la rama más sensata de esa familia. Si Jackie y André oyen tu versión y la secundan, lo harán también sus padres. Y de ahí a que el resto de Gallias tenga que comulgar con ello solo hay un paso. — Hizo un gesto con la mano. — Olvídate de Helena. Es causa perdida hasta que Dylan vuelva. Confórmate con tu parte del pastel, que ya va a ser mucho. — Le miró de nuevo. — Los Gallia no van a saber ver por qué las cosas se están haciendo como se están haciendo hasta que no vean los resultados, y no sabemos cuánto van a tardar estos en llegar. No podemos tener al enemigo dentro. Eres un chico bueno y sensato, Theo, te has metido en la boca del lobo en un segundo y sin dudar. Con que una parte de la familia te escuche ya tendremos mucho terreno ganado. — Sonrió levemente. — Anda, vamos al salón. Los de la planta de arriba no van a tardar mucho más en bajar. — Fueron hacia la puerta, pero antes de cruzar la misma, Emma se giró de nuevo hacia él. — Ah, por cierto. — Le miró con un evidente punto de hastío. — Aaron McGrath también está en esta casa ahora. — Theo abrió mucho los ojos, parpadeando. — ¿Aar…? — Por la cuenta que le trae, estará haciéndose el muerto cuanto menos, o se convertirá en un muerto de verdad si tu cuñado lo ve. Pero no me jugaría la mano a que no apareciera en cualquier momento… Solo para que lo sepas. — 

 

ALICE

André estaba boqueando como un pez fuera del agua y ella soltó una risa hiriente y apretó más los brazos. — Eso, así me gusta, dándote cuenta de cuánto la has cagado, ve haciéndote a la idea. — Su primo la fulminó con la mirada. — Noooo, no, no, miraditas las justas André, tú la has cagado, ahora pagas con escarnio, habértelo pensado mejor. — Se acercó un poco a él. — Y espérate que bajes a enfrentarte a los O’Donnell, que son los que han mantenido a flote esta familia, los que van a sacar adelante este entuerto y los único que mantienen la calma, que me acogen aquí como si fuera de su sangre, cuando mi propia abuela lo único que hace es gritarme y criticarme, no tendrás cara de decirme por qué no estoy allí. — Su primo se llevó las manos a la cara y se las pasó por el pelo. Sí, conocía esa cara de “ahora la he liado enormemente”. Alice suspiró y señaló a Lex. — ¿Ves? La fuerza por la boca. — Vio cómo una parte muy fuerte de André quería contestar, pero se contenía, siendo consciente de que ya había metido bastante la pata y que más le valía agachar la cabeza. — ¿Qué… vais a hacer en Nueva York? — Alice encajó la mandíbula y suspiró. — No me apetece contártelo, no te lo has ganado, la verdad, y no puedes hacer nada. — Estaba muy enfadada, y si su primo pretendía hacer como si nada ahora que se había calmado, buena suerte con ello. El mundo no giraba precisamente entorno a sus cabreos o no cabreos.

— Alice, ahí hay más gente. Creo que son tus tíos. — Dijo Lex desde la ventana. Alice se acercó y suspiró. — Sí, sí que son mis tíos… — Se giró a su primo. — Tus padres están aquí. Más vale que vengan en mejor plan que tú. — André rio lánguidamente y se llevó las manos a las sienes. — Creo que han venido para intentar parapetarme… Tarde, como siempre. — Alice asintió y salió de la habitación con un suspiro. Bajó las escaleras con los otros dos detrás, y vio a Theo y a Emma salir de la cocina y a Marcus consolando a una Jackie muy agobiada. — Han venido tus padres. — Dijo simplemente, antes de dirigirse hacia la puerta. — Hola, tíos. Pasad. — Alice… — Dijo su tía Susanne en tono preocupado. Sí, no debía tener muy buena cara. En lo que sus tíos llegaban desde la cancela a la puerta, se giró hacia su suegra. — Emma, ¿te parece si mis tíos y yo nos tomamos el té que acabáis de preparar en la mesita de fuera? Así os dejamos tranquilos aquí dentro. — Ahora que lo pensaba, ¿dónde estaban Aaron y Rylance? Escondidos en distintas circunstancias, seguro. Aaron temblando y Rylance aprovechando para leer algo. Se enganchó del brazo de Jackie y les hizo una seña a sus tíos para que la siguieran. André se fue a unir a ellos, pero ella se giró. — No. Tú no. Has perdido esa oportunidad. A mí la vida no me deja tener errores, así que voy a empezar a hacer lo mismo. — Notó cómo sus tíos, su prima y Theo la miraban… con miedo. Y se sintió la peor persona del mundo, y quería mirarles y decirles que esa no era ella, que ella les adoraba, que solo estaba exhausta… pero no. Tenía que mantenerse. Cada vez entendía más y empatizaba más con Emma.

Haciendo de tripas corazón, salió y se sentaron en la mesa del jardín, mientras Theo levitaba la bandeja y acababa sirviendo el té. — No vamos a preguntarte cómo estás porque lo imaginamos. No hemos venido al mismo tiempo que André porque queríamos hablar con Vivi antes de venir. — Aclaró su tío. — Ya nos imaginábamos que tu memé estaba un poquito… — Susanne, siempre tan dulce, estaba intentando buscar las palabras, pero ella no lo pudo evitar. — ¿Desquiciada? ¿Resentida? — Sobrepasada. — Dijo Marc, más conciliador. — La tía Helena se nubla mucho, y sé que eso es duro, Alice. Sé que no es comparable a lo que está pasando, pero nosotros estábamos ahí cuando llegó tu padre con tu madre, sacándola de sus casillas, y cuando tu madre se puso enferma… En fin, en otras cosas no estamos entrenados, pero en crisis de Helena Gallia, bastante. — Ella asintió y bebió el té. De verdad que la que iba a acabar desquiciada era ella, pero de beber tantas infusiones. — Ahí tienes razón. Pero yo no estoy para tener paciencia, tío. Tengo mucho trabajo que hacer. — Susanne se inclinó por la mesa y apretó su mano. — Perdónanos, cariño. Intentamos ayudar de verdad, pero… — Negó con la cabeza. — Nunca creímos que tu padre estuviera tan mal. No tanto como para que pudieran quitarle la custodia… Luego nos dimos cuenta de que… — De que era por ti. — Dijo Jackie. — Por ti y por los O’Donnell, que habéis mantenido a flote el barco, pero lo habéis hecho solos… — Dos lágrimas resbalaron la cara de su prima. — Lo siento tanto… — Ahí ya se vino un poco abajo, y le limpió las lágrimas. — Ya está. Ahora lo que hay que hacer es arreglarlo, y eso estamos haciendo. — Pero lo estáis haciendo solos. — Dijo su tía preocupada. Ella se mordió los labios. — Pues sí, pero… todavía podéis ayudarme. — ¿Con qué? — Preguntaron los tres a la vez. Theo, por lo que fuera, tenía cara de haber oído ya esa conversación.

 

MARCUS

— Bebe un poco. Y come algo. — Dijo su madre, que justo en el silencio de Jackie había entrado en el salón, con una bandeja en la que había varias tazas de té y un cuenco con galletitas. La chica la miró, diciendo un “gracias” que sonaba más a un ruego por que la perdonara que a un agradecimiento.  Emma le puso a Jackie una mano en el hombro y sonrió con cierta calidadez, no diciendo nada más y volviéndose a la cocina. Tan pronto su madre abandonó el salón, Jackie empezó a negar con la cabeza agachada y a llorar en silencio.

— Jackie, ya está... — ¿Cómo puede estar siendo vuestra familia más acogedora que la nuestra en un momento como este? — Preguntó, entre sollozos. — No es normal, Marcus, y si mi hermano no lo ve tiene un problema. No me extraña que mi prima no quiera irse de aquí. Qué vergüenza... — ¿Vergüenza? Jackie, por favor, no digas tonterías. — No son tonterías, Marcus. — Bueno, pues es algo que estoy harto ya de negarle a tu prima. No me hagas trabajar también contigo. — Eso le salió ligeramente más tenso de lo que pretendía, y Jackie le miró. Marcus echó aire por la boca. — De verdad que lo hacemos encantados... — Sí, tenéis todos cara de estar encantados con la situación... — Porque la situación es horrible, Jackie. El hecho de que los Van Der Luyden se hayan llevado a Dylan es horrible, pero no es culpa de tu familia. — Jackie le miró con un punto de obviedad en los ojos que le recordó mucho a Alice, pero antes de que pudieran continuar con el debate, la mencionada Alice bajó, junto con André y Lex.

Lo primero que dijo Alice les dejó a ambos con el ceño fruncido, y seguidamente estiraron el cuello para comprobar lo que decía. Efectivamente, Marc y Susanne también estaban allí. Suspiró para sus adentros. Genial, más gente, se sorprendió a sí mismo pensando. Por Merlín, cómo estaba entendiendo a su madre en esas últimas semanas. En lo que Marcus y Jackie tardaron en levantarse y dirigirse a la entrada, Alice ya lo había dispuesto todo, y su madre autorizado. Su novia se fue al jardín con sus tíos, Jackie y Theo, y en la entrada se quedaron Emma, André, Lex y él. Marcus echó aire por la nariz. Superdistendido el ambiente, por supuesto. — Pasemos al salón. — Dijo Emma, pasando ella primero y con todos detrás. Lex el último, por supuesto, fulminando a André con la mirada. Todavía se veían hechizando a alguno antes de que acabara el día.

Emma se sentó tranquilamente, tomó una taza y la movió en dirección a André, sin decir nada. El chico estaba de pie, muy tenso, y lo único que hizo fue negar con la cabeza agachada. Ah, le había caído una buena regañina de Alice, se le notaba en la cara. Marcus se sentó al lado de su madre, pero Lex también se quedó de pie, vigilando a André como un guardaespaldas. Marcus le miró con los ojos entornados hacia arriba y señaló con un gesto sutil el sofá. Siéntate, pensó. Lex le miró con el ceño aún más fruncido y Marcus le abrió los ojos con insistencia. Ahí, su hermano echó aire por la nariz con exasperación y se dejó caer con tanta violencia en el sofá que podían haber hecho a Emma y a Marcus saltar por los aires.

— Puedes tomar asiento. No vamos a dejarte atado a una silla. — Le dijo Emma a André con esa fría calma tan suya y ese tipo de humor que hacía de todo menos gracia. André volvió a negar, apurado. — Creo que debería irme... — Se generaron apenas unos segundos de silencio hasta que Emma dijo. — Muy bien. — Marcus estaba en tensión, mirando las tazas. Lex la miraba con indignación, como si le defraudara el hecho de que no aprovecharan para increpar a André entre los tres. André, sin embargo, entornó hacia arriba los ojos, mirando cómo la mujer se llevaba la taza a los labios con mucha tranquilidad y bebía. Desconcertado. Emma terminó de beber, puso la taza en la mesa de nuevo y no dijo nada. Estaban en uno de los silencios más incómodos que Marcus hubiera presenciado en su vida.

— Yo... — ¿No te ibas? — Interrumpió abruptamente Lex el inicio de conversación de André, pero Emma puso una mano con suavidad delante de él, indicándole que ya bastaba de hostilidades. André tragó saliva. — No... no quisiera irme sin disculparme primero. — Buena elección de palabras. — Dijo Emma, tan impertérrita como siempre, mirándole directamente. — Se te ha dado la oportunidad de irte, porque aquí no retenemos a nadie, pero tú, palabras textuales, "no quisieras irte" hasta que se haya dado cierta circunstancia, en tu caso, una disculpa. — Marcus llenó el pecho de aire y se cruzó de brazos, alzando la mirada a André y apoyando la espalda en el sofá. Emma ladeó la cabeza e hizo un gesto elegante con la mano. — Cuando quieras. —

El chico estaba con las manos tras la espalda, nervioso. Se mojó los labios y empezó. — No pretendía... no quería... Siento haberos acusado. Estaba muy nervioso. Estoy muy nervioso. Y no entiendo qué ha pasado, y... Alice siempre... Alice es la persona más centrada de la familia, y cuando no la vi allí... — Emma y Marcus le miraban casi con inexpresividad. Lex estaba haciendo un gran esfuerzo por no hablar, le llegaban sus vibraciones aun estando su madre sentada entre ambos. André pareció desesperarse consigo mismo por no encontrar las palabras. Bufó y miró a Marcus. — Tío, lo siento. Tú sabes que yo te conozco, y que te aprecio, por favor, no me lo tengas en cuenta. — Pero Marcus, en un gran ejercicio de contención, no dijo nada. Solo tragó saliva disimuladamente y se mantuvo mirándole, porque sabía que su madre estaba siguiendo una estrategia y no la quería romper. — Lo siento... de verdad. Joder... Alice no me lo va a perdonar. Pero por favor, Marcus... Ya sé que la estáis ayudando, yo no... — Se frotó la cara. Ninguno le contestaba así que, con derrota, bajó los hombros y dijo. — Que he sido un imbécil, ya está. Solo quería disculparme. —

Se crearon unos leves instantes de silencio hasta que su madre habló. — A diferencia de tu prima, André, tú ya has cumplido con la actividad que debías realizar antes de poder irte. ¿Crees que Alice tiene cumplida la suya? — El la miró unos instantes, tras los cuales negó con la cabeza. Emma fingió un suspiro mudo. — Supongo que para ella no es tan fácil irse, entonces. No quiere, más bien, porque como habrás comprobado al entrar tú mismo, las puertas de mi casa están abiertas. — Volvió a hacer un gesto con la mano, esta vez señalando a la salida, y dijo. — Puedes irte cuando quieras. — André volvió a tragar saliva y miró a Marcus. — Lo cierto es... que no he terminado. Dudo que termine de disculparme nunca. — Emma amplió entonces una levísima sonrisa de satisfacción por haberse salido con la suya y apuntó. — ¿Ves, André? No siempre es tan fácil como venir, hacer lo que tenías que hacer y marcharte. La vida es más complicada que eso. — Alzó una ceja y dijo. — Pero, al igual que Alice, puedes quedarte el tiempo que necesites. Hasta que sientas que has terminado. O bien hasta que tú mismo consideres que no debes quedarte más. Porque, como bien dices, puede que nunca termines lo que has venido a hacer. —

 

ALICE

— Ayudadme con la familia. Habéis visto cómo están las cosas, esto solo juega en mi contra. — Sus tíos se miraron y Susanne, siempre más valiente, tragó saliva y la miró. — Pero, cariño… ¿Qué quieres que hagamos? Si realmente no están contra ti, tu padre… — Mi padre tiene que estar vigilado y controlado, porque ahora mismo ninguno podemos estar seguros de por dónde va a salir. — Los tres estaban más callados que en un funeral. Claramente nadie hablaba con tanta contundencia en su familia. — La tía Vivi está sobrepasada y lo sabéis, esto es demasiado para ella, y mi abuela puede ser mala y retorcida. El pobre abuelo Robert está muy mal de salud… Necesito que pongáis cabeza en esa casa mientras yo estoy en Nueva York. — Suspiró y dio un traguito al té. — Sé que agosto es la peor época para pediros que os ausentéis de la tienda, pero quizá… — Yo me quedo. — Dijo Jackie muy determinada. Sus padres la miraron. — ¿Y los pedidos del taller? ¿Y las obras de la casa? — Preguntó Marc, que siempre era el más agobios de la familia. — Vuelvo esta noche a Francia y termino los que están a medias y no acepto más. Las obras las puede vigilar memé, si total ya lo hace. Y puede recurrir a cualquiera de vosotros que sí estaréis allí. — Alice pasó la mano por encima de la mesa y apretó la de Jackie. — Gracias. —

Pero quedaba un tema espinoso. — Hay otra cosa en la que me podéis ayudar. — Hizo una pausa para inspirar y soltó el aire. — Tenéis que ayudarme a que mi familia entienda que tengo que quedarme la custodia de Dylan. Mi padre no es una opción. — Sus tíos abrieron mucho los ojos, pero ni Theo ni Jackie se inmutaron. — ¡Pero Alice! ¿Cómo vamos a apoyar que tu padre no tenga la custodia de Dylan? Todo esto ha sido una serie de malentendidos y… — Legalmente va a ser lo único viable. — Interrumpió su amigo. Los otros le miraron sorprendidos, parecía que se les había olvidado que estaba allí. — Lo siento, Marc, no quería interrumpirte, es que… — La seguridad empezaba a quebrársele bajo la mirada de su suegro. — Si sirve de algo todo lo que estoy estudiando ahora mismo, los servicios sociales van a investigar a William, y quizá no encuentren nada ilegal, pero lo que seguro que van a hacer es hacerle una evaluación psicológica. Y… no lo van a considerar apto. — ¿Pero por qué no? Mi primo es un padre excelente. — Papá… — Intervino Jackie. — Por favor… — ¿Ahora vais a decirme que William es mal padre? — Es uno que no puede ejercer como tal, porque no está en pleno uso de sus facultades. — Dijo Alice, tratando de que no sonara tan frío como lo sentía en su interior. Susanne miraba a Theo y al final enfocó a su marido. — Marc, es probable que lo más inteligente sea que Alice sea su tutora legal si queremos que Dylan no pase más tiempo con esa gente. Es lo rápido, lo que es seguro que vaya a ser efectivo. — Su tío apoyó la cabeza en las manos y resopló. — Siento que le estoy fallando… Yo siempre le he apoyado en todo, ¿cómo voy a ser cómplice de que le quiten la custodia de su hijo? — Tío, ya se la han quitado. — Contestó ella con pena. — Dylan, ahora mismo, es de los Van Der Luyden. Si queremos que vuelva, hay que cambiar algo. Y yo puedo hacerlo y lo sabes. — Gal… Alice, está capacitada, es buena estudiante y tiene el apoyo económico y legal de una familia de mucho prestigio… Cualquier agente del Ministerio sabe quién la rodea y con cinco minutos hablando con ella se daría cuenta de que lleva, de hecho, cuidando de su hermano muchos años. — Marc tenía los ojos llorosos y miró a Susanne, que también tenía una expresión de profunda pena. — ¿De verdad crees que no hay otra manera, cariño? — Susanne se mordió los labios y se encogió de hombros. — Nosotros no sabemos de esto, Marc, hemos visto solo la punta del iceberg. Yo… Yo creo que si Theo y Alice lo ven tan claro… — Se giró a Jackie. — Hija, y si tú estás segura de que quieres venirte aquí… — La chica asintió. — Mami, alguien tiene que poner paz allí, y Gal tiene razón, Vivi está sobrepasada y ella también necesita ayuda. —

Sus tíos por fin parecían entender la circunstancia, pero estaban callados, asimilando, cuando Theo le preguntó. — ¿Cuándo os vais a Nueva York? — Ella se rascó la frente. — Rylance dice que en unos tres o cuatro días habremos terminado de revisar todos los papeles legales. A partir de ahí, lo que tardemos en gestionar los permisos para viajar y hacer las maletas. — Su amigo asintió. — Voy a intentar buscarte información sobre cómo… lidiar con este tipo de situaciones con los adolescentes y… Bueno, alguna cosilla sobre conflictos familiares y demás. — Ella sonrió. — Gracias, Theo. Gracias a todos. Por no lanzaros a criticar, por parar y preguntar. Por escuchar. — Su tía suspiró y miró al interior. — Perdona a tu primo, anda. Ya sabes que muchas veces no se para a pensar, pero no tiene malicia. Solo le ha entrado miedo, y con miedo no piensa. — Todos tenemos miedo. — Dijo con fría tranquilidad. — No me gustaría que nos fuéramos sin que os perdonarais. Entra y habla con él. Por favor. — En parte, tenían un poco de razón. No necesitaba más batallas, quería a su primo muchísimo, no quería irse a América con otro peso más.

Se levantó y entró al salón, donde vio a su primo con cara de destrozado. — Eres un imbécil impulsivo. — Lo sé. — Y no estoy para tonterías de imbéciles impulsivos. — Lo sé. Y lo siento mucho. — Estaba como un perrillo apaleado y avergonzado. Vaya, vaya, a alguien le han caído los cuchillos sin filo de Emma, pensó, con un poco de satisfacción, y vio cómo su cuñado asentía disimuladamente. — Menos “lo siento” y más control. La familia te necesita. Si quieres ayudarme, mantén la calma y ayuda a tu hermana, que va a quedarse en casa de mi abuela mientras todo esto se resuelve. Va a necesitar apoyo. Y tus padres, y todos. A ver si empezamos a remar en la misma dirección. — Su primo se levantó y se acercó a ella. — ¿Pero me dejas abrazarte? — Con un suspiro se abrazó a su tronco y hundió la cabeza en su pecho, y se quedaron todos en silencio. — No paro de pensar en cuando nació, cuando me dejaron cogerlo. Me sentía tan mayor, tan capaz de cuidar de una cosita tan pequeña. Iba a ser el mejor primo mayor del mundo. Y ahora me siento un niño asustado que no tiene ni idea de qué hacer. Un inútil. — Conozco el sentimiento. — Dijo ella separándose y mirándole. — Todos nos sentimos un poco así. Pero luchamos contra ello todos los días, porque nuestras fuerzas se tienen que ir en traer a Dylan de vuelta. —

 

MARCUS

André estaba como si su madre acabara de sentenciarlo a muerte y considerara que era más que merecida la pena. Nunca le había visto tan abatido. Le vio soltar aire por la boca y por un momento temió que se cayera al suelo. Por eso señaló una silla, indicándole que podía sentarse si quería. André le miró unos segundos y, finalmente, tomó la silla y se sentó ante ellos. Ahora sí que parecía que le estaban juzgando.

— Perdóname, Marcus... — Dijo, escondiendo la cara tras las manos. Marcus soltó aire por la nariz. — No me pidas más perdón, André. — Se inclinó hacia delante, entrelazando los dedos de las manos, y trató de mirarle a los ojos aunque el chico seguía tapado. — ¿De verdad has llegado a pensar que Alice estaba aquí retenida por la fuerza? — Escuchó a André sollozar entre las manos, y se destapó casi con ira consigo mismo para decirle con desesperación. — ¡Lo siento! No tenía que... — André, no me sirve de nada que me pidas perdón mil veces si por un solo instante has llegado a pensar que yo iba a atentar contra Alice y contra tu familia de esa forma. — Le dijo, muy serio. André soltó un jadeo. — Marcus, yo... era como si... No te veía a ti. Jamás hubiera pensado eso de ti, pero es que... de repente... Me han quitado a mi primo, Marcus, no lo he visto venir. No encontraba la explicación. Esperaba que Alice me la diera y... cuando he llegado... William está destruido, y Helena no paraba de criticarla, y lo cierto es que no entendía qué hacía que no estaba allí. De repente... me pareció que había huido y que se había venido a estar contigo, y me había parecido egoísta, y entonces Violet dijo que vosotros estabais manejándolo todo. ¡Pero lo dijo en el buen sentido! Pero yo... yo... — Negó. — Estoy muerto de miedo, Marcus. Ahora veo demonios por todas partes. — ¿Incluso aquí? — Preguntó Marcus. André le miró a los ojos unos segundos. — Incluso aquí... En todas partes. —

Marcus asintió lentamente, con la mirada perdida. — Eso lo puedo entender. — Volvió a mirarle. — Pero no contra tu familia, André. Nunca contra tu familia. — Había sentido a su madre erguirse a su lado y podía presentir sus vibraciones de orgullo. Bueno, lo había hecho inconscientemente, no para que le reconociera nada, pero al menos daba confianza saber que había acertado con las palabras. Veía los ojos inundados del otro. — Sé lo que el miedo puede llegar hacer. Nosotros... también estamos aterrorizados. — Se puso de pie y se acercó a él, y André hizo lo mismo. — ¿Confías en mí, André? — El chico volvió a soltar una especie de jadeo. — Pues claro que confío, Marcus. Sé perfectamente que mi prima no estaría con nadie mejor que contigo. — Marcus sonrió levemente. — Eso intento. — Se acercó a él y se abrazaron. — Marcus... — Susurró el otro, aún abrazándole. — ¿Vas a irte a América? — Marcus respondió antes de soltarle. — Sí. — André se separó y le miró con una cara muy parecida a la que había puesto Jackie, así que se adelantó a lo que le pudiera decir. — Soy yo quien debe ir, por demasiadas razones como para ponerme a explicarlas ahora. No pienso dejarla sola en América y, por si todo esto fuera poco, quiero ser parte directa en que Dylan vuelva con su familia. — Fue terminar su exposición y entró Alice en el salón, girándose André hacia ella automáticamente.

Alice seguía enfadada con él, pero estaba siendo práctica, como todos, al final. Intentaban dejar las emociones a un lado para que no les entorpecieran por difícil que fuera. Muy difícil, sobre todo cuando oía confesiones como las de André. Tragó saliva y notó a su madre y a su hermano ponerse a su lado. André se separó de Alice y les miró. — Gracias y... de nuevo, perdón. — Marcus negó. — Tenemos suficiente con lo que tenemos. Volveremos con Dylan y lo celebraremos. Y seremos la familia que siempre hemos sido. — André asintió y, con una sonrisa débil, dijo. — No me cabe duda. –

 

ALICE

Aceptó con un asentimiento a las disculpas de su primo y miró a Marcus con infinito cariño cuando dijo esas palabras. Solo de escucharlo, se sintió más tranquila, acogida, querida, que hacía veinte segundos. — No sé qué haría sin esas palabras. — Dijo de corazón. Entonces se dio la vuelta y vio a sus tíos observándoles. Y en ese momento, sintió que su familia entendía por qué debía estar allí, que juntos conseguirían cualquier cosa. Se acercó a despedirse de todos, y tuvo un abrazo especial para su prima. — Gracias por hacer esto. No voy a poder agradecértelo suficiente, y me parece que Arnold tampoco. — Jackie rio un poco. — Es lo que hay que hacer. Si así ayudo a mi tío favorito a que esté mejor cuando vuelva nuestro patito. — Alice se limpió una lágrima furtiva y dio un abrazo a Theo. — Te dije que te metías en líos entrando en los Gallia. — Su amigo acarició su espalda. — Aceptados desde primerísima hora. — Ambos rieron y Theo la miró. — Te mandaré todo lo que encuentre que crea que puede ayudarte antes de que te vayas. Sé que tienes muchos papeles que mirar, pero… — Me lo leeré todo y te lo agradeceré mucho. — Aseguró. Miró a Marcus y dijo. — ¿Les acompañas fuera, porfa? — No quería separarse de su novio, pero quería asegurarse de que su familia se iba y tendían a enrollarse.

Tan pronto como les vio desaparecer, se dejó caer al lado de Emma y les miró a ella y a Lex. — No sé cómo haces esto siempre. — Dijo mirando a su suegra. — Decirles las cosas como son a los demás, aguantar las críticas, la emocionalidad… — Resopló y se frotó la cara. — Y enterarte de todo lo que dice Rylance, pensar en la comida y todo eso sin llorar… — Alice. — Interrumpió Emma. — Tú lo haces. Todos los días desde que empezó todo esto. Yo solo lo hago más fácil porque llevo muchos años apagando más incendios de los que provoco. — Le apretó el brazo y la miró con comprensión. — Ahora puedes llorar. Marcus no está así que no se va angustiar, Lex no se va a chivar y yo tengo más años de aguante de estas cosas que tú. — Y ya con las lágrimas brotándole de los ojos, se recogió las piernas en el sofá y se echó a llorar, sin soltar la mano de Emma. — Yo también me he estado acordando de cuando nació. Y cuando mi madre me lo puso en brazos y me dijo: “es tu hermano pequeño, va a serlo para siempre, tienes que cuidarlo”. — Notó cómo Lex se ponía a su lado. No le dio la mano ni nada, simplemente se quedó… ahí. Emma rio un poco. — Al mío no hizo falta decírselo. Desde que vio a su hermano no paraba de preguntar, con aquella lengua de trapo, qué había que hacer para cuidarle. — Alice sonrió con ternura entre las lágrimas, y Emma apretó su mano. — No has roto tu promesa, cielo. Sigues cuidando de él. Esto también es cuidar de él. Y en mucho menos de lo que esperas… lo estarás cuidando aquí. Y mientras tanto, llora si tienes que llorar. Alguien como yo y un legeremante somos ideales para esto. — Y, de nuevo, volvió a sentir que se quitaba un peso del corazón, respiraba mejor y confiaba en que, realmente, volverían a ser una familia dentro de poco.

 

MARCUS

(22 de julio de 2002)

— Si necesitas lo que sea, avísame ¿sí? — Sonrió levemente y dio un toquecito en el bolsillo del pantalón de Alice. — Solo tienes que hacer piar al pajarito. — Trató de bromear con calidez, en referencia a la palomita de papel que le regaló en Hogwarts y que le buscaría rápidamente de necesitarlo. Posó sus labios en su mejilla con cariño, quedándose unos segundos allí, y se separó lentamente. — Nos vemos esta tarde. — Y, tras la despedida, vio cómo Alice se desaparecía en su jardín.

Con el espíritu resignado que parecía vivir con él desde hacía días, volvió a entrar en la casa, con las manos en los bolsillos y cabizbajo, arrastrando los pies. Se fue al salón y se dirigió a su madre. — Voy a aprovechar que Alice no está para ir a visitar a Olive Clearwater, la amiguita de Dylan. — Su madre asintió levemente, pero notó encima la mirada de Lex, que también estaba allí. Antes de poder girarse para ir a por sus cosas, el chico se levantó de un salto. — ¿Puedo ir contigo? — Marcus le miró y asintió. — Claro. — Y, sin decir nada más, Lex subió a su dormitorio a cambiarse tan veloz como cuando le dices a un niño que vas a llevarle a una feria.

Salieron juntos de la casa, en silencio, y se aparecieron en la calle de los Clearwater. La fortuna había querido que los padres de la niña les dieran su dirección cuando el cumpleaños de Dylan, lo cual le sirvió para orientarse. En lo que se acercaban a la valla del jardín, resopló, aunando fuerzas. — ¿Tienes pensado...? Ah, qué tonterías pregunto, claro que tienes pensado lo que le vas a decir. — Se autocorrigió Lex. Marcus encogió un hombro. — No te creas que lo tengo tan claro... No va a ser una conversación fácil. — Echó aire por la nariz y miró a su hermano. — Gracias por acompañarme. — Chasqueó la lengua. — En este año le he cogido un cariño especial a esa niña... y ha hecho mucho por Dylan, y Dylan por ella. Se hacen mucho bien. Esto... Se va a hundir. — Y no sabía si estaba preparado para ver llorar a otra persona.

— ¿Puedo...? Da igual, no es el momento. — Volvió a interrumpirse Lex solo. Pero Marcus, bastante apegado a su responsabilidad y obligaciones de normal, de repente había visto un pretexto al que agarrarse para retrasar un poco aunque fuera la entrada a esa casa. Y estaba demasiado cansado de ser responsable, así que no lo pensaba dejar pasar. — Dime. No tenemos prisa. — Lex estaba cabizbajo. Tragó saliva y, tras unos segundos, dijo. — ¿De verdad de pequeño querías cuidar de mí? — Marcus le miró con confusión. Lex negó y se explicó mejor. — Ayer, mientras te despedías de los Gallia... Alice se vino un poco abajo... por eso de que... de pequeña quería cuidar de su hermano, o sea, que su madre le decía que tenía que cuidar de su hermano, y... Bueno, lo que tú ya sabes que dice, que le ha fallado y eso. Que no es verdad, pero que lo dice. — Sí, era consciente de que lo decía, y de que era muy difícil sacarla de ahí. Mínimo hasta que no tuvieran a Dylan de vuelta. Lex encogió un hombro. — Cuando dijo eso... mamá le dijo, bueno, la intentó consolar y eso, al estilo de mamá vaya, y Alice pues ya sabes, lo escuchó pero a medias, vamos, que... En fin, a lo que iba. — Se rascó la nuca. — Mamá dijo... que cuando yo era pequeño, tú preguntabas continuamente cómo me podías cuidar. — Marcus ladeó una sonrisa. — Bueno... nos llevamos tan poco tiempo, que lo cierto es que no lo recuerdo muy bien... No te recuerdo tan pequeño como Alice recuerda a Dylan, crecimos bastante a la par... pero supongo que me pega. — Dijo con una leve risa. Lex rio también.

— Hay por ahí una foto en la que salgo enganchado a tu cuna mirándote. — Lex le miró extrañado. — Ah ¿sí? — Marcus le miró con las cejas arqueadas, pero sin poder evitar una sonrisa. — ¿No la has visto? — ¡No! ¿Dónde está? — Te dejo que lo adivines. — Ahora fue Lex quien chasqueó la lengua. — ¿Debajo de la almohada de papá? — Marcus no pudo evitar reír. — Casi. En esa carpeta en la que supuestamente solo tiene papeles del trabajo pero tiene un montón de fotos nuestras. — Papá es un blando. — Y tú otro. Me dirás a qué ha venido esta pregunta. — Solo era curiosidad. — Pero ahora quieres ver la foto. — La verdad es que sí. — Los dos rieron. Marcus puso una mano en el hombro de su hermano. — Hoy eres tú el que está cuidando de mí. — Lex le miró apenado. — No lo siento así para nada... — ¿Te crees que un Marcus de un año era muy útil cuidando de un bebé? — Al menos hizo a su hermano reír de nuevo. — Y da gracias a que no me dio por inflarte a maíz como hice con el pobre Elio. — Lex rio más fuerte y Marcus también.

— Ya en serio... gracias por acompañarme. — Se le ensombreció un poco el rostro al ir a decir. — Espero... poder estar de vuelta para acompañarte yo a ti. — Lex le miró como si por unos instantes no le comprendiera, hasta que lo entendió. — ¿Te refieres al andén? Va, tío... esto es mucho más importante, no me jodas. — Pero quería estar ahí contigo. — Bueno... haré de O'Donnell mayor por una vez. — Lex miró entonces a la puerta de la casa y dijo. — Voy a intentar empezar ahora, ¿qué te parece? — Marcus frunció los labios en una sonrisa triste y dijo. — Que me va a venir de lujo la ayuda. —

 

ALICE

Sonrió con calidez y ladeó la cabeza ante las palabras de su novio. — ¿Cómo he tenido la suerte de dar contigo en la vida? — Preguntó enternecida. Devolvió el beso y le acarició los rizos emocionada. — Volveré pronto. — Cuanto más pronto volviera mejor, a decir verdad, pero no iba a darle muchas más vueltas. Hizo tap tap en su bolsillo y sonrió con dulzura. — Siempre puede confiarse en el pajarito. — Pero vamos, que no le iba a dar tiempo de mandarlo. Solo tenía que poner en orden sus cosas antes de desaparecer para los próximos… Nadie sabía cuánto. Liberó su mente, se concentró en su casa, y se apareció allí.

El jardín volvía a languidecer, al menos el delantero. La última vez que estuvo en él, vio cómo se llevaban a su hermano sin poder hacer nada. Estaba a punto de darse la vuelta, pero su tía abrió la puerta. — Hola… Has venido… — Dijo con un tinte de esperanza en la voz. Ella asintió. — Sí, tengo que… recoger… todo, básicamente. — Vivi atravesó el jardín y llegó hasta ella, dándole un fuerte abrazo, en el que se fundieron. — ¿Habéis estado aquí todo el tiempo? — Preguntó, porque vio cómo Erin salía detrás. — Mejor aquí que con tu abuela. — Se separaron y ambas rieron. — ¿No os morís de pena estando aquí? — Las mujeres se miraron, y su tía suspiró y la condujo hacia dentro, rodeándole los hombros. — Venga, vamos dentro… Te ayudamos a recoger. — Y las tres entraron y subieron por las escaleras.

Cada rincón de esa casa le devolvía pinchazos al corazón, le quitaba todo el aire y la calma que le daban los O’Donnell, pero tenía que hacerlo. Llegaron las tres a su cuarto y empezaron a coger todo lo que podían: libros, material de papelería, ropa, zapatos… — ¿Cómo están mis chicos? — Preguntó Erin rompiendo el silencio. — Bueno… Lex ha asumido que es nuestro guardián y… Marcus… — Suspiró y se sentó en la cama, frotándose la cara. — Marcus lo aguanta todo por mí, pero sé que está al límite, como yo. — Su tía se sentó junto a ella y agarró su mano. — Perdónanos, Alice. Intenté parar a la familia de Francia, pero últimamente siento que solo meto una y otra vez la pata. — Erin puso la mano en el regazo de Violet y la miró con infinito amor. ¿Qué estaría siendo de su tía sin ese amor, sin esa ancla tranquila que era Erin O’Donnell? El rostro de su tata se iluminaba al mirarla y ella no pudo por menos que sonreír. — No… Todos estamos metiendo la pata, tata. Yo simplemente me alegro de que estéis juntas, de que no os dejéis hundiros. — Erin amplió la sonrisa y volvió a mirar a su tía. — ¿Ves? Te dije que no estaba enfadada. — Volvió la cabeza hacia ella. — Es que ella pensaba que no querías vernos y pensé, “sí, claro, qué va, si es que si mi cuñada ha dicho que la va a preparar es que la va a preparar en serio”. — Erin amplió la sonrisa. — Mira, soy una patata hablando de sentimientos y eso, pero tu tía está muerta de miedo de que la dejes de querer, pero no te lo va a decir por si te agobia y al final la caga más. — Esa forma de decirlo hizo reír un poco a Alice. — Habéis pasado mucho rato hablando del tema ¿eh? — Las dos mujeres rieron también. — Sí, un poquito. — Un poquito bastante. — Corrigió de nuevo la pelirroja. — Pero yo sabía que no era así. Desde que naciste supe que tu tía y tú erais inseparables… — Dijo con cariño y Alice apoyó la cabeza en el hombro de Vivi. — Solo nos peleamos alguna vez, pero yo te voy a querer siempre, tata. —

Oyó sorber a su tía y apretó su mano. — Ojalá pudiera hacer algo más. Ojalá me dejaras ir a Nueva York a mí. — Alice se separó y la miró con una ceja alzada. — Créeme, habrías desconectado a los diez minutos de charla legal rodeada de papelotes de Rylance. Estudiar nunca fue lo tuyo. — Vivi chasqueó la lengua. — Pero podría ir y encararme a esos desgraciados, tengo más mala leche que tú, para eso soy Slytherin. — Ella sonrió y negó con la cabeza. — Tata, te necesito aquí. Estás cuidando de la casa, de la economía… Te quedas al mando cuando yo me vaya. — Jackie está al mando, sabe lidiar mucho mejor con memé, y ni hablemos con tu padre, solo la escucha a ella. — Alice asintió. — Ya, pero a alguien hay que darle las noticias, tiene que lidiar con las cosas oficiales, en fin… Hacer mi trabajo. — Las tres rieron, pero su tía seguía negando. — Aaaaay, Gal… Soy un fracaso, de verdad te lo digo. — Vale, oficialmente has sido poseída por el espíritu de esta casa. — ¿Qué espíritu? — El que te hace cuestionarte y criticarte a ti misma constantemente. Lo conozco, es invasivo, es convincente… y no es cierto. — Se levantó y tiró de las manos de su tía para que hiciera lo mismo. — Os vais a ir de esta casa. No tiene por qué quedarse nadie aquí, ya no tiene sentido. Recogemos las cosas de todas y nos vamos, cerramos y solo volvéis, cuando yo me haya ido, para ver que no se ha derrumbado nada. — Erin pareció estar bastante de acuerdo con el plan pero Vivi la miró con esa cara que ponía cuando sabía algo que tú no sabes. — Sé que odias esta casa, Gal, pero… creo que se te escapan unos cuantos motivos por los que volver. —

 

MARCUS

— ¡Marcus! Hola, qué alegría verte. — Buenos días, señor Clearwater. Siento mucho habernos presentado sin avisar. — ¡Para nada! Tú eres su hermano ¿no? — Sí. Alexander O'Donnell, encantado. — Dijo Lex, tímidamente aunque tratando de mantener firmeza en su voz, y Marcus se guardó para sí la expresión de sorpresa. Su hermano no solía presentarse con el nombre completo, claramente estaba haciendo un ejercicio de madurez. — Sí, te recuerdo del cumpleaños de Dylan. El jugador de quidditch. — Ahora el que claramente se estaba guardando las expresiones para sí era Lex, pero Marcus le miró de reojo y le vio un brillo de ilusión en la mirada que le hizo contener una sonrisa de ternura. — Sí... bueno, aún estudio... — Respondió con timidez, pero eso de que le identificaran como "el jugador de quidditch" le había gustado y mucho. El hombre rio levemente. — Lo sé, lo sé. Mi Olive estaba encantada de seguir teniendo un referente mayor en Hogwarts ahora que Marcus no estaba. — Ah, genial. Ya solo con eso les había vuelto a tumbar el humor a los dos, teniendo en cuenta lo que habían ido allí a decir... — ¡Pero pasad, pasad! Estáis en vuestra casa. —

La casa era modesta, no tan grande como la de ellos, pero sí mayor que la de los Gallia, aunque estaba distribuida de forma curiosa, con largos pasillos y habitaciones amplias. El pasillo de entrada estaba cubierto con una alfombra gigantesca cuyas proporciones parecían haber sido alteradas con magia, y a los lados había muchísimas macetas de distintos tamaños. Mientras lo recorrían, el hombre dijo. — ¿Os gusta? — Ah, les había pillado mirando la alfombra. — La compré en Turquía, en un bazar muggle... — Se detuvo en mitad del pasillo y se giró hacia ellos. — Bueno, lo cierto es que habíamos ido a hacer una redada del Ministerio. Es una alfombra incautada. Algún elemento estaba hechizando alfombras muggles para convertirlas en alfombras voladoras y las estaban dejando en los bazares, broma de mal gusto para muggles y un enorme quebradero de cabeza para los obliviadores si empezaban a aparecer alfombras voladoras en casas... — La señaló. — Me dejaron quedármela, pero era demasiado ancha, así que la tuve que alterar un poco para poderla poner en el pasillo. ¡Tiene la edad de mi Olive! Porque me enteré de que Marygold estaba embarazada cuando volv... — ¡¡MARCUS!! — La historia del señor estaba muy interesante, pero la niña había bajado de su habitación y ahora corría a toda velocidad hacia él, lanzándosele a los brazos. — ¡Pero si es mi Gryffindor favorita! — Dijo alzándola, y ya se estaba notando el nudo en la garganta. Le iba a romper el corazón... Tenía ganas de salir huyendo.

— ¡¡Hola, Lex!! — Saludó alegre Olive, cuando Marcus la dejó en el suelo, y fue a darle un fuerte abrazo al chico que el otro correspondió con tensión. Se les notaba a leguas que eran portadores de malas noticias. — ¿Y Alice? ¿No viene? ¿Habéis venido a verme? — Preguntó con carita de ilusión. Marcus sonrió levemente. — Alice está ocupada con una cosilla que ahora te contaré. Y sí... hemos venido a verte... tenemos que hablar contigo de una cosa. — Olive asintió contenta, pero según le miraba se le fue diluyendo la sonrisa poco a poco. — ¿Qué pasa? ¿Es una mala noticia? Pareces triste. — Marcus miró al señor Clearwater. El hombre pareció captar que sí, que era una mala noticia, así que se adelantó. — Pasad, pasad al salón. ¡Goldie! Perdón, creo que estaba haciendo algo con Rose. ¡¡Goldie!! — ¡¡Voy!! — Oyeron a la señora Clearwater bajar las escaleras, con Rose siguiéndola detrás. — ¡Oh! ¡Hola, Marcus! ¡Hola! Tú eras su hermano ¿no? El jugador de quidditch. — Vaya, sí que estaba asociado a su profesión antes de empezar.

El señor Clearwater se ofreció a quedarse con Rose mientras la madre les conducía al salón y les ofrecía asiento. Ella se sentó en un lado del sofá y Olive a su lado, y Marcus se sentó al otro lado de la niña. Lex se sentó en un sillón frente a ellos. — Olive... — Empezó Marcus. No tenía ni idea de cómo iniciar aquello... pero de alguna forma tenía que hacerlo. — Ha pasado una cosa... importante. No es grave ¿vale? Y estamos haciendo todo lo que podemos por solucionarla. Pero quería que lo supieras lo antes posible y quería ser yo quien te lo contase, para que lo supieras en persona. — La niña le miraba con los ojos muy abiertos. La madre, asomada tras ella, parecía preocupada, alternando la mirada entre los dos hermanos. — ¿Es Alice? ¿Está bien? — Sí, tranquila, Alice está bien. — Confirmó. Y ahí notó cómo a Olive le tembló un poco más la voz a preguntar. — ¿Es Dylan? — Marcus se mojó los labios. — Sí... es Dylan. —

Agarró sus manos. — Tú sabes... que Dylan tenía una mamá, Janet, que ya no está con nosotros. — Olive asintió. — ¿Te habló alguna vez de la familia de su madre? — Olive pareció hacer memoria unos segundos. — Una vez me dijo que no sabía nada de ellos, que estaban en América. Sé que en mi casa estaba Aaron McGrath, que es primo suyo por parte de su madre, pero él me dijo que no conocía a nadie más, y que sus abuelos eran malos porque cuando su madre murió no vinieron al funeral. — Marcus asintió. Volvió a mojarse los labios. — Es cierto... no son buenas personas. Pero son su familia. — Tomó aire. — Han... han estado haciendo algunas gestiones, es muy complicado de entender, nosotros tampoco lo entendemos... pero... Dylan está en América ahora. — Vio cómo Marigold parpadeaba, sorprendida. Olive parecía haber decidido que no entendía lo que había querido decir. — ¿Cómo que en América? ¿Ha ido a conocerles? ¿Por qué, si no le caen bien? — Marcus negó con la cabeza y apretó sus manos un poco más. — No... se lo han llevado. — La mujer se tapó la boca con una mano y con la otra abrazó los hombros de su hija, pero Olive no dejaba de mirar a Marcus. — ¿Cómo que llevado? ¿Quién? ¿Por qué? ¿Y cuándo vuelve? Tiene que entrar en Hogwarts. — Le preguntó, y ya le estaba notando la voz más quebrada y los ojos llorosos. — Eso es lo que intentamos arreglar, Olive. Queremos que vuelva cuanto antes, pero... ahora mismo, Dylan está con esa familia. Le han quitado la custodia a su padre y a Alice. Y... aún no sabemos cuándo podremos conseguir que vuelva. Ojalá me equivoque, pero... no creo que le dé tiempo de estar aquí para septiembre. — Olive arrugó los labios, mirándole, y se le inundaron los ojos. Si supiera que eso le estaba doliendo más a él que a ella...

 

ALICE

Alice alzó una ceja. — No os vayáis a poner sentimentales ahora, no vosotras, por favor. — ¿Sentimental? Por favor, mi intención era ponerte en vergüenza. — Y su tía tiró de ella escaleras abajo hasta el salón, señalando donde ahora había una pequeña mesa con cuatro sillas. — ¿Les recuerdas aquí subidos, todo hinchados de orgullo aquella Navidad? — Preguntó su tía a Erin, que asintió con una gran sonrisa. — “Oh, Marcus, cógeme, me subo hasta al sauce boxeador, pero no puedo bajar solita de una silla a la que me he subido para hacer el paripé de reina ganadora de todo”. — La imitó con una voz muy ridícula y muchos gestos, pero no pudo por menos que reírse y entornar los ojos, porque en verdad era cierto, no podía negarlo. — Y todo porque habían ganado a tus sobrinos, porque en fin, ni nosotras ni Arnie y William éramos competencia real. — ¡Eh! Habla por ti. — Saltó su tía, antes de tirar de nuevo de ella hacia las escaleras.

— Oh, oh, déjame recordar aquí un drama tremendo. — Volvió a poner cara ridícula. — “¡Tata! ¡Se me ve demasiado el pecho! ¡Que vuelvan a ser como antes! ¡Las odio!” — Las tres rieron y Alice se tapó la cara. — Me estaban pasando muchas cosas ¿vale? — Su tía asintió, alzando las cejas. — Sí, sí, cierto es. — Se le echó encima y le miró dentro de la camiseta. — Pero yo diría que ahora están más grandes y no te quejas tanto. — Ella se llevó los brazos cruzados al pecho y la empujó. — ¡Pero tata! — Buen uso les estarás dando, solo digo eso. — Erin se levantó, riéndose pero un poco sonrojada (era una O’Donnell, le pasaban esas cosas, aunque viviera con su tía) y señaló la cocina. — Yo tengo un recuerdo allí, probablemente no te acuerdes porque eras muy pequeña… — Y se acercaron a donde señalaba.

— Una vez, cuando Dylan aún no había nacido, tus padres se fueron una noche fuera, un viaje cortito, y te dejaron aquí con Vivi. Y yo… — Un momento. — Dijo Alice levantando las manos y mirando a su tata. — ¿Me usabais para tener un picadero donde veros? — Vivi se cruzó de brazos y soltó una seca carcajada. — ¡JA! Espérate a oír el resto de la historia. Mi intención era esa, desde luego, pero ya aprendí que no era buena técnica. — Erin se rio y la señaló. — De repente, no te encontrábamos. Te juro que fue un segundo, y así, sin más, desapareciste. Solo había rastros de pintura por ahí, porque habíamos estado pintando con temperas en el jardín. Registramos toda la casa, el invernadero, todo, te lo juro, Vivi estaba ya en plan “no podemos avisar a mis padres porque me matan por haber perdido a la niña”, pero de verdad que estábamos desesperadas, te buscamos durante horas. Así que la magizoóloga tuvo que tomar partido. — Vivi se echó a reír con una pedorreta. — Yo le dije que su técnica no iba a funcionar, que podías pasar días sin comer, pero… — Peeeero, una magizoóloga trata con todo tipo de crías de todas las especies. — Continuó Erin, con voz de enterada, lo que daba un aire parecido a su sobrino por una vez. — Así que puse en práctica la táctica más básica para atraer a una cría. Cogí un cuenco de arándanos y empecé a decir “voy a comérmelos tooooodos toooodos”. Si hubiera sido Marcus, a los dos segundos ya habría caído, pero contigo tardé un rato, hasta que llegué aquí a la cocina y dije “voy a ponerme azul de tantos que me voy a comer” y de repente oí una risa incontrolable, que venía… de ahí. — Y Alice tardó en identificar el sitio. — ¿Entre el armario y el techo? ¿Pero cómo cabía ahí? — Eras muy chica, pero la duda era cómo habías llegado ahí. Pero eso es un secreto entre la casa y tú, porque cuando te bajamos, cada vez que te preguntábamos, te daba la risa. — Eso la hizo reír automáticamente, junto a las tías, por lo absurdo de la situación. — Lo bueno es que de tanto reírte te agotaste y por fin te dormiste, terremoto. — Dijo su tía haciéndole cosquillas en el costado.

De repente, a Violet se le cortó la risa y se quedó solo con una sonrisa. — Pero hay dos motivos esenciales por los que no puedes odiar esta casa. — Ella la miró con un suspiro. Agradecía las risas, y apreciaba la intención de sus tías, pero todo aquello le sonaba a “perdona también a tu padre” y no quería tener esa conversación. Se dejó llevar una vez más, hacia la ventana que estaba entre la puerta de salida al jardín y la pared del despacho. — ¿Te acuerdas de qué había aquí? — Los ojos se le anegaron en lágrimas. — La cunita de Dylan. Mamá se la ponía aquí, junto a la ventana, para poder verle desde el jardín y que él no se sintiera abandonado, con su mantita amarilla y sus peluches. — Su tía asintió y puso una mano sobre su hombro. — Esta es la casa de tu hermano, Alice. Tú puede que no tengas buenos recuerdos de aquí, pero sabes que para Dylan esta es su casa… Que todos sus recuerdos están aquí. Tienes que perdonarte con esta casa porque, cuando vuelva, y va a volver, porque para eso estáis Marcus y tú en ello, sienta que todo vuelve a como estaba antes. — Sorbió y se limpió las lágrimas. — ¿Y el segundo motivo? —

Su tía volvió a conducirla, esta vez al jardín, hasta la esquina donde habían estado en Navidad. — ¡Los díctamos! — Exclamó al verlos. Estaban crecidos y muy bonitos. Verde y morado, como le gustaba a su madre, fuertes, juntos. — Exacto, los díctamos. Parece que se te olvida que esta es la casa que tu madre quiso construir como su hogar, donde fue feliz. Sí, también sé que la casa se hundió en la oscuridad cuando murió, pero… incluso en lo más crudo del invierno… — Su tía señaló los díctamos. — Marcus y tú sois capaces de hacer crecer algo fuerte y hermoso. — Alice se giró y la abrazó. — A veces, cuando te pones a ello, das muy buenos consejos, tata. Eres la mejor. — Su tía la estrechó en el abrazo, pero ella alargó un brazo en dirección hacia Erin. — Las dos lo sois, y tengo mucha suerte de teneros a vosotras también. — Se le puso un nudo en la garganta. — Voy a traeros a Dylan, lo prometo. — Nadie duda de ti, Alice. De vosotros. — Dijo Erin acariciándole la espalda. — Ya nos dimos cuenta aquí mismo, en el cumpleaños de Dylan. — Se separó un poco y las miró. — Somos, y siempre seremos una familia. Y eso los Van Der Luyden ni lo entienden ni lo respetan. No volverán a tener lugar en nuestra vida. Os lo juro. —

 

MARCUS

— Entonces... ¿no va a estar en Hogwarts el año que viene? — Preguntó Olive, con la voz rota, y ya empezó a llorar abiertamente, sin esperar respuesta. Marcus se acercó a ella, abrazándola, y la niña siguió llorando en su pecho. Marcus miró a la mujer, con los ojos húmedos, y esta le devolvió igualmente una mirada triste. El señor Clearwater se asomó a la puerta del salón, extrañado por el llanto de su hija, y la mujer se levantó y le informó en voz baja, mientras Olive seguía llorando y los dos hermanos en silencio.

— Yo quiero que venga, Marcus. — Le dijo por fin, entre sollozos, separándose un poco de él. Marcus le intentó limpiar las lágrimas pero ella no dejaba de llorar, limpiándose el otro ojo con un puño mientras decía. — ¿Eso está haciendo Alice? ¿Está viendo cómo puede hacer para que vuelva? — La niña sollozó otro poco, y entonces le miró con los ojos muy abiertos como si se le hubiera ocurrido una gran idea. — ¿Y no puede venir a Hogwarts aunque esté con ellos? Que se queden la custodia ellos, y vaya con ellos en vacaciones, pero puede venir a Hogwarts igual ¿no? Si no le van a ver, si de todas formas no va a estar en la casa. ¿Qué más da? Se pueden aparecer, le dejan en Hogwarts y luego en Navidad se vuelve, y mientras vosotros hacéis las gestiones esas para que se lo vuelvan a dar a su padre y ya está. ¿No se puede? — Marcus sonrió con ternura y le acarició el pelo. — Ojalá se pudiera... Nos encantaría hacerlo así, es verdad, es mucho más fácil. Pero no son buenas personas así que se ve que no se les ha ocurrido... — ¡Decídselo! — Lo intentaremos... pero Olive, quería ser sincero contigo. Ahora Dylan está matriculado en Ilvermorny, así que... — ¡¡No!! ¡No, allí no tiene casa! ¡Él es de Hufflepuff! Allí va a estar solo, ¡y estudian diferente! — Y volvió a romper a llorar.

La madre se acercó de nuevo y le rodeó los hombros. — Olive, hija... escucha a Marcus ¿sí? Mira, ha venido a contártelo en persona... — ¡Pero es que no es justo! — ¿Qué iban a decirle? ¿Que no tenía razón? Es que la tenía, aquello no era justo, aquello era una auténtica mierda, hablando claro. Y Olive estaba reaccionando ni más ni menos que como era esperable que reaccionara una niña de doce años a la que le habían arrebatado a su mejor y casi único amigo por la fuerza. Y encima Gryffindor, con el sentido de la justicia que tenían... — Olive... — Dijo entonces Lex. Su hermano se levantó del sillón y se arrodilló frente a la niña, que no paraba de llorar desconsolada, entre hipidos. — Lo siento mucho, pero tú confías en Marcus y en Alice ¿verdad? — La niña asintió, con las manos en los ojos y sin dejar de llorar. — Yo también... van a ir a Nueva York a buscar a Dylan. — Olive, la madre y el padre, que seguía observando la escena desde la puerta, automáticamente miraron a Marcus. — ¿Es eso cierto? ¿Os vais? — Preguntó Marygold. Marcus asintió. — ¿Pero solos? — Marcus respiró hondo y volvió a asentir. — Nos estamos preparando concienzudamente para ello. — Pero, hijo... ¿no será muy peligroso? — Marcus se mordió un poco el labio y miró al señor Clearwater. — De hecho... quería preguntarle una cosa sobre Nueva York, señor Clearwater, si luego puedo hablar con usted. Es por un asunto de artefactos muggles, allí están muy mezclados. — ¡Por supuesto! Lo que sea. — Y ya ambos adultos entendieron que les daría más explicaciones, pero cuando no tuvieran a la niña delante.

Olive había relajado un poco el llanto, ya no eran tan violentos los sollozos, pero seguía derramando lágrimas sin parar. Lex volvió a hablarle. — Janet estudió en Ilvermorny... ¿te dijo Dylan cuál era su casa? — Olive asintió. — Pukwudgie. — Exacto. Se parece mucho a Hufflepuff, así que... estará allí, y le tratarán bien. — Olive arrugó los labios otra vez, mirando a Lex. — Pero yo quiero que venga a Hogwarts. — Ambos tragaron saliva. — Lo sé... — Dijo su hermano. Se sentó en el suelo, cruzando las piernas. — Sé que... no es lo mismo, porque yo no soy Dylan. No me parezco en nada, vamos... Lo que quiero decir... es que, si he venido hoy con Marcus, es porque... yo estoy en Hogwarts. Para ti, me refiero. — La niña le miraba. — Que no te quedas sola, Olive ¿vale? Yo también quiero mucho a Dylan, y quiero que vuelva, y sé que Marcus y Alice van a hacer que vuelva... pero no sabemos cuándo, así que... si estás triste o... sola, o aburrida, o lo que sea, en Hogwarts... puedes venir a buscarme. No soy el tío más divertido del mundo, aviso, pero te divertías con Dylan, que es casi tan callado como yo, así que... — Olive rio un poquito, y vio a los padres sonreír también. — En fin, que... cuenta conmigo ¿vale? — La niña se tiró al suelo y le abrazó con fuerza, y ahora fue en su abrazo donde se echó a llorar. Lex la recogió con los brazos. Se la veía tan menudita al lado de su hermano que parecía aún más vulnerable...

Consolar a Olive era tarea difícil, casi imposible, porque la niña no tenía consuelo. Lo que sí tenía era una batería de preguntas para la mayoría de las cuales no tenían respuesta, y de tanto en cuando volvía a echarse a llorar con fuerza. Pero Lex y Marcus habían ido a hacer frente común precisamente para eso, para que no se sintiera sola y para que conociera la noticia por ellos. En un momento determinado, dejó a Olive con Lex y su madre y fue a hablar con el señor Clearwater sobre el viaje a Nueva York, cómo se estaban preparando y las preguntas que tenía con respecto a dónde conseguir un móvil, cómo se usaba y si había formas mágicas de alterarlo. Le arrojó bastante luz sobre el tema y, ciertamente, tranquilidad, porque el hombre concordaba con Hillary en que veía poco probable que una familia de esas características accediera a uno o lo supiera manipular. También parecía ciertamente preocupado por los Gallia, sobre todo por William, sobre lo que Marcus le puso levemente al corriente. Los Clearwater les ofrecieron quedarse a comer, pero Alice probablemente volviera para la comida, así que lo agradecieron pero prefirieron marcharse a casa para estar con ella.

— Hola. — Rose se había animado a salir antes de que se fueran, cuando estaban ya en el pasillo. La niña habría intuido que no era momento para intromisiones. — Hola, Rose. — Saludó, y esta sonrió un poquito. — Me gustó mucho la flor que me regalaste. — Me alegro. —Dijo él con una sonrisa. La niña parecía querer pedir algo y no saber cómo. — Pero se me puso fea y la tuve que tirar. — Normal. Las flores duran poquito. — No es mi cumple, pero me siguen gustando las flores. — Rooooose, no pidas. — Riñó su padre, rodando los ojos y suspirando. — Nos ha salido una niña caprichosa. Rose, no es de buena educación pedir. — No se preocupe, me halaga. — Dijo Marcus, y luego la miró. — ¿Sabes qué? Para tu próximo cumple, te voy a regalar una flor que no se va a poner mala nunca. ¿Qué te parece? ¿Podrás esperar por una flor que nunca se va a poner mala? — La niña asintió con energía. — ¡Quiero una rosa amarilla! — ¡Rose! — Hecho. — Respondió Marcus entre risas, saltándose el regaño del señor Clearwater. Total, qué más le daba el color de la flor, si el trabajo de preservarla iba a ser el mismo, y ya que se ponía...

Abrazó a Olive antes de salir. — Te prometo que te mantendremos informada. Tú vuelve a Hogwarts y disfruta mucho por él, estudia, pásatelo bien. Para que cuando vuelva puedas contárselo todo. — La niña asintió, aún sin despegarse de su abrazo. Le miró entre lágrimas y le dijo. — Traedle de vuelta, porfi. — Él la acarició, asintiendo. No pensaba volver a Inglaterra sin Dylan, lo tenía más que claro. Después de que Olive le diera un fuerte abrazo a Lex, se despidieron de los Clearwater y atravesaron el jardín, dispuestos a aparecerse de nuevo en su casa. Al aparecer de nuevo en el suyo, Marcus echó aire por la boca en un fuerte resoplido, como si quisiera eliminar todo lo acumulado en sus pulmones. — ¿Estás bien? — Tragó saliva a la pregunta de Lex y optó por ser sincero. — No. — Dijo con la voz quebrada. Lex miró de refilón la casa y dijo. — Oye... no tenemos por qué entrar todavía. Alice a lo mejor no ha vuelto, y si ha vuelto... creo que tampoco le sienta mal estar sola y tranquila de vez en cuando. — Lex metió las manos en los bolsillos y se encogió de hombros. — ¿Te apetece pasear un rato? Te invito a una cerveza de mantequilla en el pub de debajo de la calle. Y así... hablamos de otras cosas, y te despejas. — Marcus le miró con agradecimiento. — Me apetece un montón. — Dijo de corazón, y no porque fuera verdad. Como apetecerle, le apetecía meterse en la cama, taparse con la sábana, llorar un rato y echarse a dormir y no despertar hasta que todo aquel asunto se hubiera resuelto mágicamente. Pero eso no lo podía hacer, así que... irse a tomarse una cerveza de mantequilla con Lex y hablar de cualquier otra cosa que no fuera todo el tema de Dylan, se le antojaba la mejor opción en sustitución. Enfilaron la calle y, tras darle un toquecito hombro con hombro a su hermano, le dijo. — Eh... me gusta esta versión de Alexander O'Donnell... Muchas gracias por lo de hoy, ha sido genial. — Qué va. Estoy con el corazón destrozado, te lo juro. — Pero Olive te lo ha agradecido. Y yo también... — Ladeó una sonrisilla y le dijo. — Jugador de quidditch. — Lex rio levemente y Marcus le preguntó. — ¡Empiezan a reconocerte por tus logros! ¿Qué tal sienta? — Lex sacó el labio inferior y dijo. — Bastante bien, no te voy a engañar. Ahora te entiendo un poco mejor... alquimista. — Ambos rieron y, juntos, fueron a tomarse esa cerveza de mantequilla que tanta falta les hacía.

 

ALICE

(29 de julio de 2002)

¿Dónde habían quedado los veranos en los cuales se pasaba los días en vestidos de algodón y zapatillas de lona dando saltos sin pensar en su aspecto, tanto que a veces salía en pijama y ni se acordaba? En otra vida, claramente. Empezaba a quedarse sin vestidos que se consideraran formales para verano, quizá debía… — ¿Se puede? — Sí, adelante. — Emma abrió la puerta y la miró de arriba abajo. — Oh, ya estás lista. Venía a preguntarte si necesitabas ayuda, o que te prestara algo. — Luego que por qué creían que era legeremante. Alice dejó caer los brazos. — Si voy adecuada, pues sí, estoy lista. — Emma dejó caer un poco la cabeza. — Pues claro que vas adecuada… Lo que sí estaba pensando es que igual te vendría bien que fuéramos de compras antes de que os vayáis a Nueva York. Allí hace mucho calor, pero llega septiembre y se pone a llover a lo loco y… En fin… como no sabemos cuánto vais a estar… — Alice asintió de nuevo. — No te voy a mentir, me apetece entre cero y nada. — Emma la señaló. — Pero mira, puedo ir yo mientras estáis en el Ministerio. Rylance va con vosotros, no me necesitáis allí. ¿Confías en mí? — Alice rio un poco y levantó las palmas. — Al cien por cien. — Pues déjalo de mi cuenta. ¿Tienes la lista de todo lo que tenéis que pedir? — Ella asintió. — Pues esta tarde cuando vuelvas, te tengo preparado un maravilloso armario oficial para Nueva York. — Ladeó una sonrisa y agradeció con la mirada. No quería ropa, no quería pedir papeles, pero pasaría por ambas cosas, como últimamente acababa pasando por todo.

— Me está vacilando ¿no? Me tiene que estar vacilando. — Alice soltó aire por la nariz y se volvió hacia el abogado. — Rylance, dime por favor que me está vacilando. — El hombre se acercó a la de la ventanilla, más calmado que ella, pero claramente crispado. — A ver, señorita, le estamos diciendo que la señorita Gallia necesita el visado indefinido para Estados Unidos por filiación familiar. Con el señor O’Donnell ha podido hacerlo, no puede ser tan difícil hacerlo ahora con ella. — La chica del Ministerio subió la mirada del libro, a través de sus gafas de pasta afiladas, con la vuelapluma chillona con la que escribía los datos sobrevolando su hombro. — Y yo les digo que no me consta ningún parentesco de la señorita Gallia con ningún Van Der Luyden, y sin filiación familiar o contrato de trabajo no puedo extender un visado indefinido. — Bueno, ¿y no puede afiliarme con los Lacey como a Marcus? — Supongo que no están casados. — ¡No! No estamos casados. — Contestó, con la paciencia colmada y resoplando, así que Rylance volvió a intervenir. — Señorita Chadwick, compruebe otra vez el registro de Jane Gallia, por favor. — La chica apuntó con la varita al libro con un suspiro de hastío, lo que casi hace saltar otra vez a Alice. Lo que tenía que aguantar. — No me constan Van Der Luydens aquí. — Ella se llevó las manos a la cabeza. — Vamos a ver, que mi madre nació en Maine, hija de Peter y Lucy Van Der Luyden, no puede ser que ahora no tenga ni siquiera el lugar donde nació ni quiénes eran sus padres. — La funcionaria negó indolentemente la cabeza. — El primer registro de Jane Gallia en este ministerio es su boda con William Gallia en 1983, antes de eso no tengo nada. — Volvió a llevarse las manos a la cabeza. — ¡Pero vamos a ver! ¿Ustedes no son conscientes de que para que una persona se case ANTES HA TENIDO QUE NACER EN ALGÚN SITIO Y DE ALGUNOS PADRES? — La señorita Chadwick se cruzó de brazos y volvió a mirarla. — Estos casos suelen ser de gente que entró en el país ilegalmente y su primer registro como ciudadana mágica británica es al casarse con un ciudadano mágico británico. — Alice volvió a resoplar y Rylance se frotó los ojos. — Hablando de eso… — Dijo una voz a su espalda. — Aaron, te sugiero que te calles ahora. Cuando solucionemos lo mío, nos ponemos con la sorpresa que tengas para esta bonita mañana. — Le dijo, bastante cortante, pero es que era demasiado para ella ya. Se acercó a Marcus resoplando y apoyó la cabeza en su hombro. Estaba más que sobrepasada ya.

— A ver, en algún sitio tiene que reflejarse ese parentesco, señorita Chadwick, porque los señores Van Der Luyden son los actuales tutores por proximidad sanguínea de Dylan Gallia. — La funcionaria apuntó de nuevo al libro y dijo. — Correcto. Peter y Lucy Van Der Luyden, abuelos maternos de Dylan Gallia. — Ahí ella se giró de golpe y puso las manos contra el mostrador. — ¡Ahí lo tiene! ¡Por fin! ¿Tan difícil era? ¿Cómo es que salen mis abuelos en el registro de mi hermano y no en el de mi madre y el mío? Es absurdo. — Porque los señores Van Der Luyden probaron ser parientes solo del señor Dylan Gallia, nada más. — ¡ESTO TIENE QUE SER UNA BROMA! ¡Señorita Chadwick, los Van Der Luyden son abuelos DE MI HERMANO! ¡DEL HIJO DE MI MADRE! ¿Se da cuenta de que esa prueba que presentan extiende su parentesco a mi madre y a mí o le tengo que enseñar genética básica? — La mujer, sin alterarse, cruzó las manos. — No, no es necesario, pero al solo presentarla por su hermano, no se había extendido el parentesco a ustedes dos. — De nuevo, abrió mucho los ojos, pero esta vez no gritó. — Claro, ¿para qué íbamos a usar la lógica? — Rylance soltó un hondo suspiro. — ¿Puede entonces extender el visado a la señorita Gallia, por favor? — No, yo no puedo. Un funcionario de exteriores tiene que dar su visto bueno y compulsar el parentesco de la señora y la señorita Gallia, y ya entonces puede venir a solicitar el visado, cuando el registro esté actualizado. — Esto no me está pasando… — Dijo ella, ya desesperada, dando vueltas sobre sí misma.

— ¿Gal? ¿Marcus? — Preguntó una voz confusa. Frunció el ceño y levantó la cabeza. — ¿Hasan? — ¿Qué hacéis aquí? ¿Pasa algo? — Preguntó, dirigiéndose a ellos. Ella le miró derrotada. — ¿No te has enterado de lo que nos ha pasado? — Hasan miró a ambos lados y reconoció a Rylance. — No… ¿Eddie? ¿Qué haces tú aquí? — Les represento en un asunto bastante… Bueno, es largo de contar. — Vale, vale… Vamos a un sitio más tranquilo, vamos los cuatro… Bueno, los cinco, por lo visto… — Dijo señalando a Aaron. — …A mi despacho y me contáis con calma. ¡Denise! — La funcionaria cambió repentinamente la cara a una dulce y bobalicona sonrisa. — Señor Jacobs… — Por favor, que mis amigos no pierdan la cita de hoy. Cuando solucionemos lo que sea que han venido a solucionar, que les atiendan inmediatamente ¿entendido? Confío en ti. — Y la funcionaria asintió entusiasmada. — Por supuesto, señor. — Alice suspiró mentalmente con desprecio. Ah, encanto Slytherin, no se puede ser tan pazguata de caer en ello. Otro día sería más comprensiva, ese día no.

 

MARCUS

Tarde o temprano iban a tener que enfrentarse al papeleo del Ministerio, aunque Marcus lo había interpretado como un trámite más, algo bastante controlable que irían, resolverían y se volverían a casa a seguir preparándose documental y mentalmente para su viaje. Lo había interpretado como el paso más sencillo de todo aquel proceso... Estaba considerablemente equivocado. Para su desconcierto, la administrativa no solo parecía tener muy poco conocimiento sobre su propia labor y muy poco interés por trabajar, sino que todo parecía ridículamente complicado e ilógico. Estaría más al límite de su paciencia si no fuera porque estaba viendo a Alice perdiendo los nervios, y eso le había hecho desplazarse emocionalmente entre lo mucho que le irritaba la incompetencia de la gente y el miedo que le daba, en todos los sentidos, ver a su novia así.

Se rascó la frente. Alice tenía motivos de sobra para estar atacada, pero en última instancia podía "entender" (nunca entendería el hacer daño porque sí, pero peores conatos de orgullo había visto en su vida) que la trabajadora no quisiera dar su brazo a torcer ante alguien fuera de sí. Pero Rylance lo estaba explicando todo muy clarito y muy tranquilo, y era un hombre acostumbrado al papeleo y a lidiar con esas cosas, y ni por esas. Era absolutamente desesperante. Se frotó la cara, y entonces escuchó que no podía afiliarse con los Lacey porque no estaban casados. Estaba tan desesperado que, por un momento, se quedó mirando a la funcionaria y parpadeando. Como se lo pusiera muy difícil, se casaba allí mismo. Estaba dispuesto. No era la boda que deseaba, pero ya la tendrían cuando recuperaran a Dylan, sería un trámite y luego lo harían bien. De hecho, bien visto, la felicidad que podrían celebrar con Dylan de vuelta y... Pero Rylance, que empezaba a conocerle ya como su madre, de repente le miró y le hizo un gesto de detención con una mano, porque Marcus ya se estaba adelantando. Se guardó las manos en los bolsillos y bajó la cabeza. Ya... No, si en el fondo, sabía que era una estupidez... Anda que tú también, Marcus...

Estaba Alice como para que le pidiera matrimonio ahora mismo, podría llevarse un bocado en la yugular como lo intentara. Pero es que él mismo se estaba empezando a poner ya histérico, aquello era ridículo. Y claro, Alice ya estaba gritando. — Mi amor... — Trató de relajar, acariciando su brazo, y aprovechó para dar un paso hacia delante. — A ver, señorita... ¿podemos recurrir a la lógica, por favor? De verdad que estamos en una situación muy complicada, esto no es una broma. — No estoy bromeando, señor O'Donnell. Solo hago mi trabajo. — Pues lo hace usted rematadamente mal, pensó, pero se ahorró de decirlo, si bien estaba bastante seguro de que se le debía haber leído su opinión en la cara.

Fulminó a Aaron con la mirada cuando fue a hablar. No, definitivamente no era el momento, Alice se lo dejó claro. Casi se ilusionó cuando dijo que habían identificado a Dylan como nieto de los Van Der Luyden... pero seguían sin hacer la analogía con Alice. Soltó aire por la boca. — Pero vamos a ver... — Dijo con resignación. De verdad, no quería ponerse como un energúmeno él también, pero se lo estaban poniendo verdaderamente difícil. Alice estaba gritando otra vez así que trató de nuevo de contenerla, sin éxito, entre otras cosas porque no se creía ni él que debían contenerse. — Muy bien, pónganos en contacto con dicho funcionario de exteriores, pues. — Pidió, al borde del abismo ya. ¡Que les facilitaran eso, aunque fuera! ¡No podían tener tantas exigencias absurdas y no facilitarles nada!

Y entonces, llegó el que quiso pensar que iba a ser su salvador. Casi se desmaya y llora a sus pies cuando le vio. — Ah, Hasan. — Suspiró, dirigiéndose a él. Lo de que conociera a su abogado ni le sorprendió. — Dime que vas a ayudarnos, por favor. Estamos un poco al límite. — Dijo con la voz tensa y casi en un ruego. Jacobs se acercó con una leve sonrisa y le palmeó un par de veces el hombro. — Venid conmigo. — Y se dirigieron tras él a su despacho, no sin que antes Marcus le dedicara a la señorita funcionaria un desdeñoso arqueamiento de cejas. Ah, ¿ahora sí parecía dispuesta a trabajar? Vaya...

El despacho de Hasan era elegante, pero transmitía un aura amistosa y casi desenfadada, a pesar de no tener absolutamente nada fuera de su sitio. Con un gesto de su varita, varias sillas se dispusieron ante su mesa, y él les pidió que tomaran asiento. — Contadme. — Dijo con su sonrisa afable habitual. Claramente no era consciente de la gravedad del asunto. Apretó la mano de Alice para evitar que estallara allí, y miró de reojo a Rylance. El hombre carraspeó. — Si se me permite... — Dijo. — La señorita Gallia es mi clienta en un asunto de vital importancia que atañe a su familia, en concreto a su hermano menor. — Jacobs frunció el ceño y les miró. Empezaba a asustarse, pero Edward siguió. — Necesitamos un visado de carácter indefinido para Estados Unidos, pero estamos encontrando problemas para obtenerlo. El señor O'Donnell tiene familia allí, no ha sido problema para él. Con ella nos estamos encontrando trabas, a pesar de que la consanguineidad en su caso es aún más directa. — ¿Pero qué ha ocurrido exactamente? — Preguntó el chico, y entonces miró a su novia. — ¿Gal? —

 

ALICE

Al menos Marcus y Rylance estaban manteniendo la cabeza en el asunto, aunque se les veía molestos y no era para menos. Menos mal que la llegada de Jacobs había paliado un poco su tremendo agobio. Siguió a todos hacia el despacho del chico, y según entró, no dudó que era suyo. Transmitía Jacobs por cada esquina. Había que fastidiarse, veinte años y ya con un despacho así, con sillas para tanta gente y el poder de decir “oye, que no pierdan la cita”, “vamos a mi despacho y me contáis”. Ella igualita, teniendo que pedir favores a todo el mundo.

Dejó a Rylance hablar mientras se agarraba a la mano de Marcus, porque estaba muy alterada, pero el idioma del abogado era demasiado legalista para Hasan. Levantó los ojos y su mirada se cruzó con la de él. Jacobs siempre le había transmitido mucha tranquilidad, seguridad, apreciaba su criterio, y, por un lado, quería contárselo todo y que la ayudara, y por otro, le daba vergüenza exponer todos los hechos ante alguien así. — Mi madre… mi madre tenía una familia que no conocíamos. Habían renunciado a ella cuando… — Carraspeó y se rascó la frente. Venga, Alice, por Dios, esto no te ha dado vergüenza nunca. — Cuando se fugó con mi padre de América porque estaba embarazada, y no estaban casados y eso… — Carraspeó de nuevo. — Bueno, el caso es que no habían dado señales de vida desde que yo era un bebé, hasta hace un año, nos amenazaron con quitarnos la custodia de Dylan. — No pueden hacer eso. — Contestó Hasan con aquella seguridad Slytherin. — Ya lo han hecho, Hasan. Están investigando a mi padre por crímenes contra objetos mágicos restringidos y mal uso de la magia. — El hombre se inclinó hacia delante con los ojos muy abiertos. — ¿Cómo dices? Eso no puede ser. Tu padre es William Gallia, si lo hubiera oído te… — Y Alice ladeó la cabeza con cara de evidencia. — Probablemente por eso no te has enterado, Hasan. — Hay cierta lista… hecha con muy mala intención, que… — Rylance no tuvo que decir más, Jacobs se irguió y los miró a los tres. — ¿Una lista? ¿Como una lista de qué? — De gente… Bueno de… hombres, que han tenido relación conmigo. — Jacobs se llevó las manos a la frente. — ¿Relación? Pero Gal, si tú y yo no… — Vio cómo miraba a Marcus con cara de “TE JURO QUE NO”. — Lo sabemos, Hasan. Solo son tácticas de guerra sucia de los Van Der Luyden. — Joder con tus abuelos… — Jacobs suspiró y se frotó la cara. — Vale, a ver, que me entere. Se han llevado a tu hermano a América y… ¿os vais a por él? — A grandes rasgos. — Y si tus abuelos son americanos y tu propia madre lo era, ¿por qué no te dan el visado? — Rylance procedió a relatar otra vez el rollo burocrático y Alice simplemente miró a Marcus con cara de “necesito irme de cabeza a Nueva York porque prefiero enfrentarme a Lucy Van Der Luyden de cara que esto”. — Vale. ¿Y tú eras, perdona? — Dijo en dirección a Aaron. — Ah, soy el otro inmigrante ilegal, Aaron McGrath. — Un graciosillo era su primo, desde luego. — Soy nieto de los Van Der Luyden también. Vine a Hogwarts de intercambio pero al final del curso quise escaparme de mi familia y me quedé aquí. La cosa es que tenía visado de estudiante que lleva dos meses caducado, claro. — Ahí Jacobs se sentó apropiadamente en la silla y sacó pergamino y pluma. Ah, sí, conocía la postura de “vamos a empezar a trabajar en Slytherin”.

— Eddie, voy a mandarle esto a Bowes, sabes la planta y el despacho ¿no? — Claro. — Pues ve con Aaron y seguro que tú sabes explicarle el caso rapidito y clarito. No debería llevaros más de una hora. — Ante los atónitos ojos de los tres jóvenes, Jacobs metió el pergamino enrollado en un botecito de plástico y este en una portezuela en la pared que lo absorbió. Alice se dio cuenta de que había también una apertura con una bandejita pegada a la pared, por lo que dedujo que era el sistema de comunicación interna del Ministerio. — Hecho. Señor McGrath, andando. — Rylance siempre tan diligente, no había conocido jamás a nadie con tanta rapidez y disposición a seguir órdenes. Aaron, como siempre, se dejó llevar por la marea y fue como un perrillo de caza detrás de él.

En cuanto salieron por la puerta, Hasan dio la vuelta a la mesa y se sentó sobre ella, mirándoles más de cerca. — A ver, ahora que estamos solos… y tenemos confianza los tres. — Suspiró y a Alice no le pareció para nada buena señal. — El proceso de revisar la declaración por la que tus abuelos demostraron el parentesco con tu hermano y aplicarlo a ti sería bastante largo, porque un auror tiene que revisar el caso y comprobar que tiene base. Como en todo, como diría un buen Slytherin, esto solo puede solucionarse con favores que te hagan contactos. Y ahora mismo solo se me ocurre uno… Y… digamos que mis orejas han oído ciertos rumores sobre los prefectos que dejé detrás. — Y miró a Marcus. Espera que se estaba viendo venir… — La única persona que conozco en exteriores que hoy por hoy puede haceros un favor es Maggie Geller. — Y ahí sí que se llevó las manos a la cara. Estaban bien jodidos. — Marcus, Maggie ha cambiado mucho de lo que yo recuerdo en Hogwarts… Si lo quieres intentar… No tenéis nada que perder y mucho que ganar. — Ella le miró y dijo. — Mi amor, no lo hagas si no quieres… Yo no te lo voy a pedir. Pero quizá… el pasado en el pasado ¿no? — Sabía que él se había quedado muy decepcionado con Maggie por lo de la huelga pero… Eso había sido hacía tiempo, cosas del colegio. Quizá podían pasar por encima de ello. — Puedo mandarte con ella ahora mismo. No tiene reuniones hoy. — Remató Jacobs.

 

MARCUS

Jacobs no sabía nada, absolutamente nada de ese tema, y aquello... era mala señal. Hasan estaba en esa famosa lista de nombres que pretendían usar contra Alice y, por tanto, se las habían ingeniado para taparle la información. Eran bastante más influyentes de lo que pensaban si podían no solo conseguir información sino decidir a quién le llegaba y a quién no, y Hasan era auror y un tío muy sociable y con muchos contactos, y que activaría todos los radares en cuanto oyera "Gallia" por alguna parte. Debían haber hecho auténticos malabares para que no se enterara.

Marcus le miró cuando empezó a agobiarse y negó con la cabeza, con tranquilidad. — Lo sabemos. — Arqueó una ceja. — A que no sabes quién NO está en esa lista. — Le dijo con una sonrisa irónica. Hasan, por un segundo, descolgó la mandíbula, y luego soltó una muda carcajada sarcástica. — Increíble... — Pues sí, ya habían puesto a Jacobs al corriente de quiénes y cómo eran los Van Der Luyden. Y dicho eso... vuelta a la burocracia. Marcus era bastante amante del papeleo y tolerante ante todo lo que otros consideraban extremadamente aburrido, pero aquello alcanzaba unos niveles de tedio insoportables, sobre todo en la situación en la que estaban.

El comentario de Aaron le hizo rodar los ojos nada disimuladamente y mirar en dirección contraria, gesto que Jacobs detectó e hizo que le mirara con una ceja arqueada. No, no lo soporto, pensó, como si el otro fuera legeremante, pero bueno, era lo suficientemente listo como para haberlo notado. El proceso de enterrar el hacha de guerra entre McGrath y él había consistido en llegar a una tensa calma en la que apenas se dirigían el uno al otro la palabra a pesar de vivir en la misma casa. Reconocía que tenía que trabajarse mejor lo de guardarse los gestos pasivo-agresivos de impaciencia hacia él... Lo haría cuando él dejara de hacer y decir estupideces.

Ver trabajar a un Slytherin de manual siempre era algo digno de admirar, y eso que estaba más que curado de espanto con su madre. Ladeó levemente la cabeza en un gesto, dicho fuera de paso, absolutamente heredado de ella, y miró con un inexpresivo alzamiento de cejas a Jacobs. ¿Puedes meter a Aaron en ese mismo bote también? Nos sería de gran ayuda, pensó, pero se conformaría por lo pronto con verle desaparecer junto con Rylance a hacer las gestiones que claramente no podían esperar por su parte... De verdad que no podía evitar que se le desbordara la ironía.

Ahora que se quedaron los tres solos, por fin iban a ir al grano, y quería pensar que a resolver lo que habían ido a hacer allí. Escuchó con atención. Pues sí, iban a necesitar contactos y Marcus estaba expectante por saber cuál iba a ser, porque por supuesto que pensaba recurrir a ellos. Pero ese preludio por parte del chico... no le estaba gustando nada. Frunció el ceño. Su primo no trabajaba en asuntos exteriores, no era auror, de hecho, y no se le ocurría ninguna otra persona allí con la que pudieran tener una rencilla personal, como Jacobs parecía estar insinuando... Hasta que avanzó, y ahí Marcus destensó la cara, cerrando lentamente los ojos y echando aire por la nariz en una expresión de resignación absoluta. No me lo puedo creer. El mundo tenía millones de personas y él se llevaba bien con el noventa por ciento de sus conocidos, ¿¿por qué tenía que ser ELLA??

Abrió los ojos para atender a lo que le decía Jacobs, con tremendo hastío reflejado en el rostro. Con esa expresión de "sí, por supuesto, ¿qué más da una dificultad más para la montaña de dificultades que ya tenemos?" pintada en la cara. Alice le habló y la miró, y luego miró a Jacobs cuando volvió a hablar. No tenían que insistirle: él por Alice haría lo que fuera, y por Dylan, no hacía falta pedírselo. La cuestión no era esa, la cuestión era que no la tenía todas consigo de que fuera a funcionar. Se mojó los labios y miró al chico. — Por mí no habría problema en hablar con ella... ¿Pero no crees que hay más opciones de que te escuche a ti que a nosotros? — Se generó un leve silencio en el que Jacobs, con parsimonia, se quitó de su lugar sobre la mesa y volvió a sentarse lenta y ceremoniosamente en su silla. Tras hacerlo, se echó lentamente hacia delante en su asiento, con una sonrisa astuta y las manos entrecruzadas apoyadas en la mesa. — Respóndeme a esto, Marcus. Con esa vena Slytherin que sé que tienes, y utilizando los, como buen Ravenclaw que eres, profundos conocimientos sobre la mentalidad Gryffindor. — Hizo una breve pausa. — Si tú fueras Margaret Geller. Repito, si TÚ fueras Margaret Geller, no Marcus O'Donnell ostentando el puesto de Margaret Geller. Con el historial que este bonito triángulo amoroso parece tener por lo que he oído, si la actual novia del chico con el que querrías haber estado más liada de lo que, hablando en términos exactos, de hecho, estuviste... — Menos mal que Rylance ya se había ido, porque en fin. No le apetecía quedar tan expuesto ante el siempre correcto abogado de su familia. — ...Necesita una ayuda para la que vas a tener que hacer una considerable y tediosa burocracia, ¿cómo de probable ves que te apetezca hacerla si el que te la pide es un compañero tuyo al cual han ido ellos a pedírsela porque, a pesar de lo importante y de adultos que es el caso que nos ocupa, han preferido ocultarse detrás suya por una antigua riña de colegio? — Jacobs ladeó ahora la cabeza hacia el otro lado y pronunció la sonrisa astuta. Marcus echó aire por la nariz. — ¿Dónde puedo encontrarla? — Hasan chasqueó la lengua y, haciéndose con uno de los pergaminos voladores del Ministerio que Marcus sabía que usaban para contactar entre ellos, dijo. — Ese es mi chico. —

 

ALICE

Obviamente, a Marcus no le parecieron buenas noticias que fuera Maggie la que tenía que darles el permiso. En otras circunstancias, a ella no le haría ninguna gracia deberle un favor a esa, pero tal y como estaban las cosas, prefería que la persona a la que tenían que convencer tuviera… cómo decirlo… debilidad, por su novio. Y Hasan también lo veía bastante clarito con la información que manejaba (que era amplísima, como la de todos los Slytherins). Alice suspiró, porque esa forma de casi reírse de Marcus no era la mejor de convencerle de algo, pero entonces su novio, aunque con cara de agotamiento, consintió. — ¿De verdad? — Preguntó esperanzada, y soltó un suspiró de alivio. — Verás, mi amor, seguro que está en buenos términos. Total, ella se olvidó bien rápido de todo aquello de la huelga y eso… — Intentó animarle. — Y yo curé a su hermana Lorraine después del incendio de Hogwarts, seguro que eso la ha ablandado. — Todo fuera encontrar algo a lo que agarrarse. Apretó su mano con fuerza y dejó un beso sobre ella cuando se iba, ya con las indicaciones de Jacobs y dijo. — Gracias. Eres el mejor. — Dejó otro beso y le miró a los ojos. — Acuérdate de que te amo. — Sí, por favor, porque si a ella la mandaban a hablar con Jean no sabía si iría de tal buena lid. — Yo te cuido a la señorita Gallia y aprovechamos para revisar que todo lo demás está en orden. — Ella asintió con una sonrisa tranquilizadora y le miró hasta que salió de allí.

Cuando se quedaron solos, miró a Hasan desde la silla y él se cruzó de brazos con un suspiro. — A ver, Gal, que yo me haga una idea de la seriedad de la situación… ¿Cómo habéis llegado a esto? ¿Qué ha pasado? — Ella tragó saliva, y al volver a mirarle, ya sí sintió cómo le temblaba el labio inferior y se le llenaban los ojos de lágrimas. — Mi padre se… se hundió mucho después de lo de mi madre. Tenía delirios y… fue muy duro, y mi padre no está bien, Hasan, pero él no ha hecho lo que dicen. — Le dolía en el alma mentirle a Jacobs, que lo que había querido siempre era ayudarla, pero Emma lo había dejado claro: lo de Pascua no había pasado. — ¿Qué es lo de la propiedad del Ministerio que le acusan? — Ella negó con la cabeza y perdió la mirada. — Dicen que robó un giratiempo… — Se encogió de hombros y dejó caer los párpados. — No sé con qué base, ni para qué iba mi padre a hacer eso, pero es de lo que le acusan. Y a nosotros de encubrirlo. — Jacobs ladeó la cabeza. — Bueno… Será que alguien le ha acusado y faltará un giratiempo de las cámaras. — Alice le miró a los ojos. — Uno no, deben faltar varios, no me hagas creer que no se pierde nada aquí, Hasan. — Él rio. — Sí, no te lo voy a negar yo precisamente. — Alguien le ha hecho la cama a mi padre. Y sé quién, los Van Der Luyden, lo que no sé es a quién han untado de aquí. — Hasan asintió lentamente, y se quedó pensativo, mirando a la nada.

Así estuvieron unos segundos, en silencio, hasta que Jacobs puso media sonrisilla y alzó una ceja. — Así que… ¿tu madre se escapó de casa y entró ilegalmente en el país, desde un barco muggle, embarazada de ti? — Ella rio un poco y se encogió de hombros, con las palmas hacia arriba. — Cuando creías que yo estaba loca y metía la pata repetidamente… conociste a mi familia. — Hasan rio un poco. — No me parece que estuviera loca. Me da envidia alguien tan decidido y con suficiente confianza. — Ella chasqueó la lengua y movió la cabeza. — Creo que no se paró a pensarlo mucho. Al final le salió bien, pero… ahora estamos pagando las consecuencias. — Él se puso en la silla de al lado y vio cómo hacía un gesto hacia ella y se retiraba al final. — Mira, Gal, si algo he aprendido es que la gente mala no necesita una excusa o un motivo para hacerte daño. Quien lo hace mal es quien hace el daño, nunca quien lo recibe. Tú habrás hecho… pues cosas bien y mal, como todos, pero nada, nada de lo que hayas hecho, merece que la gente que no quiso a tu madre, que, de hecho, nos os quiso a tu padre y a ti, os quite a tu hermano. — Ella sorbió y se limpió las lágrimas y asintió. — Lo sé, pero… esto se hace cuesta arriba y me cuesta… admitir todo lo que hemos hecho mal, la verdad, me avergüenza. — Hasan le dio espacio para respirar y tranquilizarse y le dio un pañuelo para enjugarse las lágrimas. — ¿Es por eso que has tardado tanto en recurrir a mí? — Preguntó cuando la vio más serena. Ella soltó una risa cínica, removiéndose en la silla. — Es que tú no eres… No estás aquí para servirme a mí, vaya. — Él se inclinó hacia ella. — ¿Crees que no te habría ayudado? ¿Que no habría movido todo lo que pudiera mover? — ¡Es que no quiero que hagas eso! — Pero ¿por qué no? ¿Es que creías que iba a pedirte algo a cambio? Ya te lo dije, Gal, hace mucho. — Se acercó un poco más y le quitó las manos de la cara, porque ya se la había vuelto a tapar. — A ti nunca te pido nada a cambio. Nunca lo he hecho y nunca lo haré. Tú solo tienes que pedir. —

 

MARCUS

Rodó los ojos hacia Alice. No me recuerdes lo de la huelga, pensó. Cualquiera podría decirse que, con la que tenían encima, lo de la huelga le parecía ya una absoluta minucia... pero Marcus no había abandonado el cargo de prefecto con tanta facilidad ni olvidaba una traición tan rápido. Iba a tener que hacer de tripas corazón, y utilizar el arma de "Alice la enfermera de niños", a ver si era mejor que fingir que se llevaban divinamente. Porque él dudaba mucho de que Maggie estuviera en buenos términos con él, pero bueno.

Sonrió levemente. — Yo también te amo. — Devolvió con sinceridad. Mucho, la amaba mucho, no se estaría enfrentando a aquello si no, lo podían tener bien claro todos los presentes. A Jacobs le echó una mirada entornada. — Ya. — Dijo simplemente, con una sonrisa irónica. A ver si me voy a tener que arrepentir de dejaros solos. Claramente tenía el ánimo crispado con todo lo que estaba sucediendo, así que mejor se iba ya. — Vuelvo enseguida. —

"Departamento de Asuntos Exteriores". Así rezaba el letrero de la calle por la que acababa de girar, después de varios quiebros y ascensores. El Ministerio de Magia era un laberinto y tenía muchas zonas restringidas y otras tan circulares que, cuando te querías dar cuenta, estabas en el punto de inicio otra vez. Pero había llegado a dar con el lugar con relativa facilidad, teniendo en cuenta que no era nada intuitivo el camino. La vio hablando con otro mago, de espaldas. Tomó aire, acercándose a ella. No tenía ni idea de cómo le iba a recibir, pero él se tenía que mostrar lo más amable posible. Tenía las de perder si la enfadaba.

— ...Oh, creo que ahí viene la persona que te buscaba. ¡Nos vemos! — ¡Vale! Gracias, Rubens. — El otro mago le había detectado por la pista que debió lanzar Jacobs cuando envió su mensaje interno, y ahí Maggie se giró y le vio. Y Marcus vio cómo alzaba una ceja, con los labios ligeramente entreabiertos en una irónica sonrisa de incredulidad. — Marcus O'Donnell. — Él sonrió, frunciendo los labios, e hizo un gesto cortés con la cabeza. — Hola, Maggie. — Hizo un gesto con una mano y, tratando de sonar cordial, dijo. — Te sienta bien el Ministerio. — Maggie arqueó la ceja aún más y él carraspeó, retirando la mirada. Mala entrada. — Supongo que tú eres el "antiguo compañero que tiene un asunto muy urgente que solucionar." — Dejó escapar una leve risa incómoda y dijo. — Debo serlo, sí. — Ella asintió lentamente, mirándole. Vale, no podía dejarse arrastrar por sus prejuicios, porque ya estaba empezando a sentir que la chica estaba encantada de sentirse en una posición de poder con respecto a él, y eso no le gustaba nada. Pensó en Alice, en Dylan, en William... y tragó saliva. No se iba a mover de allí, mínimo, hasta que expusiera su caso. No podía llegar ante su novia con las manos vacías. Le había oído esperanza en la voz por primera vez desde hacía un mes y no podía tirarla a la basura solo por cuestiones de orgullo.

— ¿De qué se trata? — Dijo ella, cruzada de brazos. ¿Ni una pullita? ¿Ni una ironía? Quizás las lanzaba después... Vale, Marcus, deja de estar tan predispuesto. Llenó el pecho de aire y lo soltó poco a poco. — Estamos teniendo algunos problemas con la burocracia, por decirlo así. Ha ocurrido algo de gravedad en nuestra familia y necesitamos un visado de permanencia indefinida en Nueva York que no nos conceden. — La chica asintió, con serenidad. — Pasa. — Y entró en el despacho de al lado. Bordeó su mesa, haciéndole en el camino un gesto para que se sentara, e hizo ella lo mismo al otro lado, elevando a punta de varita una montaña de papeles que se empezaron a disponer en fila ante ella, y a desfilar y apartarse conforme no eran lo que buscaba. Hasta que llegó a un pergamino que atrapó en su mano, dejando al resto en la mesa de nuevo. — "O'Donnell, Marcus. Visado de permanencia indefinida para los Estados Unidos de América. Concedido hoy día 29 de julio de 2002 y válido desde la fecha de firma". — La mujer alzó la cabeza, con una ceja alzada una vez más, y le mostró el papel. — ¿Es esto lo que buscas? Está concedido. — Ya, ya, lo sé. Es... No es para mí. — La chica volvió a mirar los papeles y estos se elevaron de nuevo, mientras Marcus veía cómo se tragaba un suspiro. — Ya, te he oído hablar en plural, pero al no especificarme... ¿Algún familiar? Eres el único O'Donnell que veo... — No lleva mi apellido. — Se le escapó con una risilla. ¿Qué estás haciendo que no vas al grano, Marcus? Se dijo a sí mismo. Y Maggie también debía estar preguntándoselo, porque volvió a mirarle con las cejas arqueadas y su cara de hastío era cada vez más evidente.

Marcus se aclaró la garganta y decidió abordarlo ya de una vez por todas. — Es para mi pareja. — Y ahí vio a la chica esbozar una sonrisita con los labios fruncidos que le dio escalofríos. — Déjame adivinar... ¿Gallia, Alice? — Marcus se mojó los labios y, tras un par de segundos, asintió. Maggie dejó escapar una leve carcajada, muy baja pero muy cargada de sarcasmo. — Ya hay que tener cuajo, O'Donnell, de pedirle un favor para tu novia a la chica a la que rechazaste por ella. — No sabía que eras tú la que estaba en este departamento. — Qué mala suerte has tenido, entonces... — Y no te rechacé por ella. — Siguió, siendo bastante claro al respecto. La otra se cruzó de brazos, sin perder la sonrisilla, y se reclinó en su asiento. Aquello estaba yendo a peor... — Es verdad, no te enfadaste conmigo por ella. Cuéntame, el visado indefinido a Estados Unidos, ¿es para visitar al prefecto Graves? ¿Vais a pedirle ayuda para ver si podéis trasladar el caso de la huelga de Ravenclaw al tribunal constitucional? — Se han llevado a su hermano. — Zanjó. No estaba para ironías y no iba a dar pábulo a ninguna más. La cara de Maggie cambió de repente y se le borró la sonrisa.

Amplió la información, mirándola a los ojos. — Alice tiene un hermano pequeño, Dylan Gallia. No le conoces porque entró en primero el año pasado. Jane Gallia, su madre, falleció en 1998. Era estadounidense, su familia materna vive allí. Se apellidan Van Der Luyden, puedes buscar Jane Van Der Luyden, era su nombre de soltera. Han reclamado la custodia de Dylan y se lo llevaron hace tres semanas cautelarmente. No sabemos nada de él, no nos han dado opción de hacer nada. Me voy con ella a Nueva York, a enfrentarme a esa familia si hace falta, pero a no volvernos hasta que no tengamos a Dylan. Tengo parientes allí por parte paterna, por eso yo tengo el visado, pero esa gente se las ha ingeniado para reconocer la consanguineidad con Dylan y dejar a Alice excluida, y por eso ella no puede pedir el suyo. Querríamos irnos por las vías legales, no podemos permitirnos más problemas, pero no queremos que Dylan pase un solo día más en esa casa. — Lo había dicho todo de corrido. Ahora Maggie tenía una expresión de gravedad y leve tristeza en el rostro. — ¿Es buen resumen? — Preguntó. Maggie tragó saliva, se descruzó de brazos, se incorporó en la silla y, sin decir nada más, comenzó de nuevo a revisar papeles.

 

ALICE

Ella se mordió los labios por dentro y negó. — No puedo hacer eso. Además, puede que ya te haya metido en bastantes líos con la dichosa lista. — Él soltó una risa entre dientes. — ¿Y qué me van a hacer? Llamarme pardillo, como mucho, por haberte rechazado cuando tuve la oportunidad y luego tirarme dos años detrás de ti como un auténtico paleto, mientras interrogan a todas las chavalas de Hogwarts con las que me lie en aquella época para comprobar que no me tenías hechizado ni nada de eso. — Los dos se rieron con ganas de eso, y Alice negó con la cabeza. — Pero bueno, aparte de eso, da igual que no me pidas nada a cambio. Marcus es mi novio y la persona que amo y ya me pesa que haga todo esto por mí. — Pues no sé por qué, la verdad. Te quiere de verdad, y por la gente que amas se hace esto y mucho más. — Ella negó, volviendo a llorar. — Tú no sabes todo lo que cargamos en la mochila, Hasan, ha sido un año… Un año muy muy complicado. Ya no puedo pedirle más. Ni a él ni a nadie. — El chico pareció suspirar y valorar mucho sus palabras antes de hablar. — No conocía a tu madre, pero… ella sí parecía tener bastante claro que por lo que uno ama se hace lo que se tenga que hacer. ¿No irás a decirle a Marcus O’Donnell que es menos que nadie en algo, aunque esa persona sea tu madre? — Los dos rieron y ella volvió a limpiarse las lágrimas residuales.

— Pero sí hay una cosa que me… descuadra. — Ella le miró con el ceño fruncido. — ¿Por qué ahora? Es decir, hace un año. Tu madre ya había fallecido casi tres años antes, ese hubiera sido el momento si realmente querían hacer algo. — Ella frunció el ceño, pero luego entornó los ojos y negó con la cabeza. — Y yo que sé, Hasan… Si lo que importa es que lo han hecho. — Él movió la cabeza de lado a lado. — Bueno, yo diría que sí importa bastante, si lo que quieres es traerte de vuelta a tu hermano. Piénsalo, Gal: echaron a tu madre por la vergüenza de que su hija se hubiera quedado embarazada fuera del matrimonio, y porque, seamos sinceros, era una provocación. — Alice abrió mucho los ojos. — Se nota que no conocías a mi madre. Te aseguro que en toda su vida pensó en provocar a nadie. — No, pero sí conozco, y muy bien, a la gente como los Van Der Luyden, y sé que el hecho de que les desafíen, se lo toman como una provocación. — Ella suspiró. De verdad, qué ajeno y difícil se le hacía ese mundo. — Bueno, y si se lo tomaron así ¿qué? Sigue sin explicar que se hayan llevado a mi hermano. — ¡Exacto! Eso es lo que me escama de todo esto. Porque bueno, ante todos sus conocidos no podrían negar que tenían una hija y que dicha hija se ha escapado, en un escándalo enorme, con su superior a Inglaterra, sin el beneplácito y en semejantes circunstancias… Pero sí podían hacer un ejemplo de ella y condenarla al ostracismo, hasta tal punto de no ir ni al funeral. Pero entonces, tres años después, deciden traerse… ¿solo a uno de sus hijos? ¿Y arriesgarse a que les vean como unos blandos que al final perdonaron al menos a uno de los hijos de la hija díscola de la que llevan renegando Merlín sabe cuánto tiempo? — Ella se encogió de hombros. — Será que me han dado por perdida. O que, a estas alturas, solo podrían tener poder sobre Dylan, por ser menor. — Jacobs apretó los labios y negó, pensativo. — ¿Este primo tuyo… te ha contado algún cambio en casa de tus abuelos? Algo que haya hecho que tengan que recurrir a esa rama perdida de tu madre. — Ella suspiró y trató de hacer memoria, pero se desesperó una vez más. — No lo sé, Hasan, de verdad que yo tampoco lo entiendo. Y claramente no soy la mejor a la que preguntar, porque… — Dejó salir el aire y cerró los ojos un momento. — Para mí no todas las acciones van aparejadas a una búsqueda de un beneficio o una ventaja. — El chico aceptó el dardo con tranquilidad. — Ya, pero para esa gente sí. Tienes que preguntarte qué ganan los Van Der Luyden con Dylan allí. — Ella levantó las palmas de las manos y apretando los labios. — Hacernos daño. Castigarnos. — Jacobs negó. — Hay algo más. Y eso es lo que tienes que averiguar… Si lo haces, ahí tendrás con qué puedes negociar. Y conozco alguien que te puede ayudar inmensamente con eso en América. — Tocó otro pergamino, que pareció que iba a despegar, pero Jacobs se arrepintió y lo dejó en el mismo sitio. — Y ahora que lo pienso, con ese no vas a necesitar mi influencia, precisamente. — Ella le miró con desconcierto. — ¿No has tenido noticias de la señora Graves y su esposo últimamente? Creo recordar que ambos te tenían un cariño especial. — Dijo con una sonrisilla traviesa.

 

MARCUS

Durante al menos dos minutos completos, Maggie se dedicó concienzudamente a mirar papeles, uno por uno, casi con lupa. Al principio simplemente parecía estar pasando páginas, buscando un nombre extraviado que debía andar por alguna parte, zanjar ese asunto y que Marcus se fuera. Pero no lo estaba encontrando, y Marcus podía detectar en la mirada de alguien cuando no estaba comprendiendo por qué algo en apariencia muy simple se estaba tornando absurdamente complicado. Mientras Maggie buscaba insistentemente, en silencio, Marcus miraba a ninguna parte en particular: a la mesa, a la ventana tras ella, a la pared, a los papeles que iba descartando... a ella de refilón, para verla ciertamente interesada en encontrar el maldito papel. En silencio y prácticamente para sí, llenó el pecho de aire y lo echó lentamente. Les estaban haciendo un trato de favor y ni por esas iban a poder conseguir el dichoso visado. La incomodidad por estar a solas con Maggie Geller no era ya absolutamente nada en comparación con la desagradable sensación que sentía ante la perspectiva de quedarse con ese asunto sin resolver.

— Van Der Luyden. — Dijo Maggie muy concentrada, rompiendo el silencio de repente, con un papel en la mano. Marcus se inclinó hacia delante y ella comenzó a leer. — Peter y Lucy Van Der Luyden. Dos hijos: Theodore Van der Luyden y Lucy Van Der Luyden. — Le miró. — Me has dicho que su madre se llamaba Jane. — Marcus asintió. Maggie siguió mirando, pero le llevó otro rato dar con ella. — Aquí. Jane Van Der Luyden... — Más silencio y más inspección ceñuda por parte de la mujer. — No hay rastro de ella. — Pasó más papeles. — Debería haber al menos un informe de fallecimiento... Ah, espera. Gallia. — Marcus empezó a jugar con las manos, nervioso, pero al menos no se podía decir que la otra no lo estaba intentando. — Jane Gallia, aquí sí aparece. Descendencia... Dylan Gallia. Hijo de William y Jane Gallia. — ¿Y Alice? — Maggie tenía el ceño tan fruncido mientras daba más y más vueltas a los documentos que casi se le juntaban por la nariz. — A ver... esto está alterado. Por Merlín, alguien ha metido la mano aquí. ¿Sabes si...? ¿Cabe la posibilidad de que...? — ¿Hubiera un topo de los Van Der Luyden en el Ministerio? — Completó Marcus. Maggie hizo una mueca. — No quería decirlo así pero... sí. — Te confirmo que lo había. — La chica abrió mucho los ojos y parpadeó. — ¿Cóm...? — No sé su identidad, pero por lo que me ha dicho mi madre ha sido expulsado de aquí y se tomarán medidas. — Maggie soltó un bufido indignado, dando con los papeles en la mesa. — No me lo puedo creer... — Marcus frunció los labios, asintiendo con resignación. Pues sí, así estaban las cosas.

— Vale, dame un minuto. — Dejó los papeles a un lado y, al igual que hizo Jacobs, tomó uno de los pergaminos de mensajería, escribiendo un mensaje y enviándolo. Luego suspiró y volvió a su tarea, pero esta vez hablando. — Vale, te explico así un poco... por encima, porque ni yo misma alcanzo a la complejidad de esto, solo llevo un año aquí y apenas unos meses en este puesto, pero para que te hagas una idea aproximada: alguien de asuntos internos ha alterado este expediente. De cara a toda la documentación interna, a gestiones del país por así decirlo, a todo lo que tengáis que hacer en Inglaterra, la documentación familiar comienza con el matrimonio de William y Jane Gallia, que tienen dos hijos, Alice y Dylan Gallia. Jane falleció efectivamente en 1998. La familia de William Gallia figura sin problemas, pero de Jane solo tenemos que es inglesa por matrimonio, estadounidense de nacimiento. — Maggie echó aire por la nariz. — El problema es la documentación que aparece en asuntos externos. Por algún motivo absolutamente ilógico, lo que en Inglaterra figura como un matrimonio con dos hijos, en documentación para extranjería figura como un matrimonio de un solo hijo: Dylan. — Marcus frunció el ceño. — Pero eso no tiene ningún sentido. — Lo sé, porque, de hecho, Alice figura como persona física, es decir, documentalmente existe. Pero solo figura como hija de William Gallia, no como hija de Jane Gallia. — Marcus se frotó la cara. — Vale, aunque parece muy engorroso, porque lo es, solo hay que acudir a la lógica para demostrar que aquí hay un error. — ¡Gracias! — Respondió con un gran componente sarcástico, destapándose la cara súbitamente, en un acto impulsivo. Se arrepintió al segundo, pero Maggie parecía estar escondiendo una sonrisilla. Marcus soltó aire. — Perdón... estamos muy nerviosos. — No te preocupes. No es la primera vez que hablo con Marcus O'Donnell. — La miró con los ojos entornados, pero ella solo rio levemente y continuó su explicación.

— He pedido información al departamento de legal de lo que me acabas de decir, porque que un infiltrado de una familia poderosa que ni siquiera es del país altere documentación de civiles es un absoluto escándalo. El Ministerio... tiene sus cosas, y una de ellas es que no tolera los escándalos. — Rodó los ojos. — Pero una cosa es que no se sepa fuera, y otra es que no lo sepamos los trabajadores. Esto me va a costar repararlo a mí... — Murmuró eso último, y después se frotó la frente. — Pero tiene arreglo. Probablemente... tenga que... — Siguió frotándose la frente. Se notaba que se estaba estrujando el cerebro y pensando en voz alta. — Vale, eeemm... vale, lo intentaré así. Dame un minuto. — Y volvió a los papeles.

Silencio otra vez, aunque este duró menos. Marcus intentó relajarse un poco y echarse hacia atrás en el asiento, aunque seguía en tensión. Fue ella quien, mientras miraba documentos, empezó a hablar. — Hubo un incendio. En Hogwarts, en mayo del curso pasado ¿no? — No sabía bien a qué venía eso, pero Marcus la miró y asintió. — Sí, sí... Pasamos un buen susto, pero se controló relativamente rápido. — ¿Tuviste que intervenir? — Un poco... Bueno, sí, estuve donde el fuego. — Se detuvo, aunque esta vez no soltó los papeles de golpe, y le miró con comprensión. — Debiste pasar mucho miedo. — Marcus frunció los labios y asintió. — Aunque no me pasó nada, afortunadamente. A Olympia sí. — ¿¿En serio?? ¿Pero está bien? — ¡Sí, sí! Está perfectamente, pero... casi me cae una viga encima y ella me empujó, lo cierto es que me salvó la vida. — Por Dios, Marcus... — Le cayó en la pierna, se hizo una quemadura muy fea, pero se curó rápido. Por fortuna no hay que lamentar nada. — Maggie soltó aire, apesadumbrada. — Fue en la Torre Gryffindor... ¿quedó muy mal? — Marcus negó rápidamente. — Qué va. Antes de irnos pudimos ver la sala común por dentro y los profesores y los alumnos de Gryffindor habían hecho un trabajo excelente, y la torre está bien. Fue más aparatoso que grave. Tus compañeros fueron muy valientes... dignos de su casa. — Ella sonrió levemente, asintió y volvió a los papeles... Pero apenas habían pasado unos segundos cuando precisó el por qué del tema que acababa de sacar.

— Cuando nos enteramos en casa, ya había pasado todo, por fortuna. Nos llegó una misiva del director y nos asustamos muchísimo. Mi hermana pequeña está en Gryffindor también, y aunque en la misiva ponía que estaba en perfecto estado, ella y todos los alumnos, hasta que no nos llegó su carta al día siguiente no pudimos respirar tranquilos. — Había comentado eso como quien no quería la cosa. De repente, una vuelapluma se había activado tras ella, escribiendo a toda velocidad, mientras Maggie pasaba los ojos por el documento que tenía en sus manos, y rozaba el pergamino con el dedo, como siguiendo la línea de texto. Sin embargo, no estaba leyendo en voz alta, quizás mentalmente. Su conversación iba por otro lado. — Nos contó que pasó mucho miedo, que estuvo en la enfermería y que estaba a rebosar, que la enfermera Durrell no daba abasto... y que, como ella no estaba grave, la había atendido una alumna. Era una chica de séptimo, de Ravenclaw, y la ponía por las nubes: cariñosa, simpática, no le había dolido nada de nada lo que le había hecho, también tenía un hermano pequeño, le había dicho que no se preocupara... y que, cuando le preguntó por mí, dijo que me conocía, aunque no éramos del mismo curso. — Ahí, la vuelapluma se detuvo, porque Maggie había alzado la vista hacia él con una fina línea en los labios que parecía una sonrisa resignada. — Alice Gallia. — Marcus tragó saliva. Al final no había necesitado recurrir él a la anécdota, Maggie la había sacado sola a relucir.

La chica ahogó una risita y volvió a lo suyo, y la vuelapluma retomó su trabajo. — Se ve que no entró en detalles sobre de qué me conocía... — Hizo una pausa y, en tono más bajo, añadió. — Y eso también es de agradecer. — Marcus la miró a los ojos. Cuando la pluma se detuvo, la mujer tomó el documento, pero antes de especificarle qué era le miró a los ojos. — Cuando tienes un hermano pequeño y no puedes estar con él, no sabes lo que le está pasando, y te enteras de que ha ocurrido algo grave... lo pasas muy mal. No quieres que nada le dañe. — Hizo otra pausa. — Una persona que ha tratado a mi hermana así no se merece pasar por esas circunstancias con su propio hermano. — A Marcus le dio un fuerte latido el corazón. Entre otras cosas porque, dicho esto, Maggie tomó un sello de su mesa y lo estampó en el pergamino que tenía en las manos. Mientras lo hacía y dejaba su firma en este, explicó. — Es un documento provisional. Arreglar este entuerto lleva varios días, pero tienes mi palabra de que entre mañana y pasado estará resuelto, le pondré prioridad. Igualmente, tenéis este, que acredita desde asuntos exteriores que se trata de un fallo documental y que autoriza a Alice Gallia a viajar a Estados Unidos. Te enviaré una lechuza cuando el asunto esté arreglado. Solo tienes que venir con este documento en la mano y en la misma ventanilla te lo sustituirán por el visado oficial. — Maggie le miró a los ojos. — Yo no soy una Slytherin, Marcus. No pienso que lo hiciera para que yo le debiera nada, entre otras cosas porque no teníamos por qué volvernos a ver jamás. Pero lo cierto es que... no puedo dejar pasar una cosa así. — Le tendió el documento. — Ahora estamos en paz. — Marcus, que se había quedado mirándola con los ojos casi inundados de la propia tensión, lo tomó con manos temblorosas. Tragó saliva para que la voz no le saliera demasiado quebrada y respondió. — Gracias. — Maggie asintió y, con serenidad, dijo. — Hacédmelo saber cuando estéis de vuelta con él. Os deseo mucha suerte, Marcus. —

 

ALICE

Y podría jurar que, por primera vez en los últimos días, sintió un soplo de esperanza, la alegría de saber que, por fin, no había contado con algo, y ese algo era bueno. No se le había ocurrido pensar, para nada, que Howard y Monica estaban viviendo en Estados Unidos. Howard era diplomático, no debía ser difícil encontrarlo en cuanto llegaran al MACUSA. Al fin, alguien de referencia, alguien a quien recurrir, que podría cuidar de ellos como ya lo había hecho en Hogwarts hacía cinco años. — Tienes razón. Es el mejor contacto que puedo tener. — Jacobs rio entre dientes y movió la cabeza. — Que no vea tu novio cómo se te ha iluminado la cara solo de nombrar al prefecto Graves. — Alice rio un poco. — No seas tonto. Hay pocas cosas en la vida de las que Marcus y yo estemos tan seguros como de cómo nos amamos el uno al otro. — Eso hizo asentir al chico, mientras fruncía una sonrisa. — Y lo vuestro os costó, Ravenclaws. — Alice entornó los ojos. — Fundad un club de quejicas. No te veo con consecuencias a largo plazo. — Él se llevó una mano al pecho y puso una expresión teatral. — Señorita Gallia, probablemente futura señora O’Donnell en cuanto me distraiga un día y tu novio se arrodille con un anillo y sus rizos perfectos y sus ojos de cordero degollado, sepa usted que hay muchas mujeres, de verdad, muy numerosas, ansiosas por descubrir qué esconde la oscura pero atractiva aura de este auror. — Eso la hizo reír sin poder evitarlo. — La señorita Chadwick sin ir más lejos. — Jacobs chasqueó la lengua. — Tonterías, con ella es todo muy… inocente. — Rieron un poco más, pero al poco, él cambió la expresión. — Ahora en serio, Gal, investiga el por qué. Mirad qué pasó hace año y medio, ahí va a estar la clave. Algo tuvo que agitar a esas personas para actuar como están actuando. — Esa vez sí que le tendió la mano y Alice se la dio, estrechándola durante unos segundos. — No te mereces todo esto, pero saldréis adelante. Podría haberle pasado a personas menos inteligentes o con menos gente dispuesta a ayudarles. — En eso también tenía razón, desde luego.

Llamaron a la puerta y miró esperanzada, deseando que fuera Marcus, pero no, eran Rylance y Aaron. — ¿Cómo ha ido? — Rylance resopló un poco y Aaron puso su cara de inocente de siempre. — A ver, solo he dicho la verdad. — El abogado meneó la cabeza. — Yo hubiera hecho otra elección de palabras. El caso es que le han dado asilo, puede volver a Inglaterra sin consecuencias. — Alice frunció el ceño. — ¿Te pueden dar asilo de tu propia familia? — ¡Por lo visto sí! — Exclamó Aaron, claramente gratamente sorprendido. — Había pruebas de sobra. — No hacía falta tampoco contarles lo de la legeremancia. Le recomiendo que sea más discreto al respecto, señor McGrath. — Alice suspiró, y Jacobs la miró claramente sorprendido. — Bueno, ya está, lo importante es que lo habéis solucionado. Y lo mío espero que lo esté pronto. —

Y entonces Edward hizo lo que no le había visto hacer hasta ese momento, que fue derrumbarse en una de las sillas con notorio cansancio. Ella lo miró con lástima. — Lo siento, Rylance, estamos acabando con tu salud, me da un poco de pena tenerte así. — Jacobs rio y le palmeó el hombro. — Que no te engañe, que a él le encanta ser el héroe legal de las historias. — Y para su mayor sorpresa aún, Rylance rio entre dientes. Juraría que no le había visto ni sonreír, pero, cuando lo hacía, parecía definitivamente mucho más joven. — Realmente yo les tengo pena a ustedes, señorita Gallia. — Negó con la cabeza, con la mirada perdida. — Es un caso tan retorcido e… innecesariamente cruel, diría. Con todos ustedes. — Dijo mirando a Aaron también. — Para estas cosas me hice abogado, así que no lo sienta por mí. — ¿Ves? El picapleitos también piensa que hay gato encerrado. — Rylance se inclinó hacia delante y se rascó la barbilla. — Sí que es… inexplicable en cierto modo el comportamiento de su familia… — Oye, ilegal. — Llamó Jacobs a su primo. — ¿Tú recuerdas que pasara algo raro en los Van Der Luyden hace cosa de un año y medio? — Aaron se quedó como un poco bloqueado, pensativo. — Lo cierto es que yo estaba… en Ilvermony, y en verano o Navidades no pasó nada que recuerde. Bueno, murió la tía Bethany, la hermana de mi abuela, pero en fin, era una señora mayor solterona, era muy muy mayor y llevaba muchos años enferma. Ni siquiera nos sacaron a mí y a mis primos de Ilvermony para el funeral, no la veíamos mucho. — Alice frunció ligeramente el ceño porque todo aquello quería como… recordarle algo, pero al final lo dejó pasar, porque no estaba para pensar más aquel día. — No creo que tenga nada que ver con esto, pero quién entiende los designios de mi abuela. Simplemente es una mujer horrible… —

Jacobs se puso a preguntarle cosas a Aaron, pero ella estaba mentalmente agotada y un poco sobrepasada, y Rylance debió darse cuenta, porque se agachó junto a su silla. Desde luego que la estaba sorprendiendo, vaya. — Señorita Gallia, no desfallezca ahora. Está muy muy cerca de llegar a América y tener realmente mano en este asunto. Va a ser más duro, pero va a estar mucho más cerca de su hermano. — Ella asintió. — Sí, pero no voy a teneros cerca ni a ti ni a los O’Donnell… Vamos a estar un poco perdidos. — Ahí el hombre sonrió débilmente. — Un buen Ravenclaw nunca está perdido ante un reto intelectual, y este lo va a ser. El señor O’Donnell y usted están a la altura. — Le miró con una sonrisa agradecida, y justo en ese momento, abrió Marcus la puerta, y debió sentir cómo cuatro miradas inquietas se clavaban en él. Por favor, que sea verdad que Maggie ha cambiado, le deberé las que haga falta, pero por favor, que lo haya logrado.

 

MARCUS

Hasta que no tuviera el permiso oficial, el definitivo, el pasaporte para que Alice y él pudieran irse a los Estados Unidos de manera indefinida a traer a Dylan de vuelta, no iba a respirar tranquilo... pero aquello era, innegablemente, un avance. Un avance con el que no creía que fuera a salir de allí en vistas de cómo se habían puesto las cosas, desde la ineficacia de la funcionaria hasta saberse en manos de Maggie Geller para solucionar el asunto. No sabía cómo lo había hecho, pero había conseguido lo que quería. Y solo de pensar que pudiera provocar en Alice una alegría, por mínima que fuera, en mitad de toda aquella negrura en la que estaban sumidos, hacía que estuviera recorriendo los pasillos a más velocidad de lo normal.

Había llegado tan acelerado que abrió la puerta sin llamar. Cuando Hasan era prefecto en Hogwarts, si tenía que ir a buscarle al aula de prefectos, llamaba antes de entrar. Cómo debía estar para haber entrado de semejante manera en ni más ni menos que el despacho de un auror del Ministerio. Aunque teniendo en cuenta las caras con las que todos los presentes le miraban, su entrada, lejos de mal recibida, estaba siendo justo lo que esperaban. Más iba a serlo cuando diera los resultados. Detenido aún en la puerta, soltó un resuello por la velocidad y, mirando a Alice, simplemente alzó el papel en su mano. Hasan dio una fuerte palmada en el aire y se levantó de su asiento. — Lo sabía. — Sonrió ampliamente y, rodeando la mesa, se acercó hacia él. — Lo que este tío no consiga. — Marcus aún ni podía hablar, solo respiraba acelerado. Jacobs, con esa mirada de orgullo que perfectamente sabía reconocer en él, le dio un par de palmadas en el hombro. — Te dije que Maggie había cambiado, y que no dudaría en ayudaros. Y tú consigues todo lo que te propones, Marcus. Esto también lo vais a conseguir, ya verás. — Le devolvió una sonrisa agradecida y asintió levemente.

Pero necesitaba hablar con ella. Mirarla a los ojos y contárselo todo. Se sentó a su lado y, como si no hubiera nadie más (con Rylance ya hablaría detenidamente, Jacobs ya sabía de sobra cómo iban aquellas cosas y Aaron... no necesitaban darle tantos datos), agarró sus manos y la miró a los ojos. — Vale, no es... no es el definitivo. — Procedió a contárselo todo: en qué consistía ese documento, por qué no tenían aún el oficial, la búsqueda exhaustiva que Maggie había hecho y su dictamen sobre que el infiltrado había alterado la documentación, de ahí que no pudiera pedirse el permiso. — Me ha asegurado que tratará de tenerlo en un máximo de dos días... — Soltó aire por la boca. Notaba cómo se le humedecían los ojos, pero como tantas veces hubiera hecho esos días, se contuvo y apretó sus manos con más fuerza aún. — Dos días más, mi amor. Dos días y tendremos lo que necesitamos. — Tragó saliva. — Nos vamos. Vamos a recuperar a Dylan. — Se llevó sus manos a los labios y dejó un beso en ellas. — Vamos a conseguirlo. Juntos. No pudieron con tu madre y no podrán con nosotros. Porque ella lo sabía mejor que nadie: somos imparables. —

 

ALICE

(30 de julio de 2002)

Miró de nuevo el visado y acarició un poco a Elio, que la miraba todo contento y esperanzado por verla bien por primera vez en muchos días. — Ahora tienes que llevarle esta carta a Maggie Geller ¿eh? Y formal, que vas al Ministerio. — Elio pio, ajeno a todo compromiso. — No vayas a pedir chuches ¿eh? Te damos a la vuelta. — Y la lechuza se encogió entre sus propias plumitas, menudo pícaro estaba hecho.

Después de tantos días de angustia y preparación, por fin lo tenían todo listo. Al día siguiente a esa hora… estarían llegando a Nueva York. Bueno, en realidad en Nueva York estaría amaneciendo… — Qué raro va a ser todo esto, Elio. Espero que estés preparado. Con lo apegado que estás a Marcus, en cuanto te des cuenta de que no va a volver, menudo drama… — Le daba pánico que todo hubiera sido tan rápido. Tenía un armario prácticamente nuevo, cortesía de Emma, las maletas hechas, los permisos, los billetes, un lugar donde quedarse… Y ella no había sido casi consciente de nada, ella solo había estado estudiando a fondo con Rylance. Lo cual, dicho fuera de paso, no era precisamente poco, pero es que…

Marcus bajó y le dio la cartita a Elio, y ella aprovechó y le obligó a sentarse a su lado en el escalón del porche, disfrutando de aquel solecito suave de pleno verano. Apoyó la cabeza en su hombro y suspiró. — Mañana vamos a estar muy lejos de casa. — Deslizó su mano hacia la de él y la apretó, mordiéndose los labios. — Aunque… yo no sé dónde está mi casa ahora, sinceramente. — Suspiró y puso media sonrisa. — Supongo que allá donde estés tú, y como vas a venir conmigo pues… — Dejó un beso en sus labios. — Marcus, no sé cómo voy a agradecerte esto, pero ya lo pensaré cuando acabemos. — Apoyó su frente sobre la de él y sonrió un poco. Aquel gesto le quitaba kilos y kilos de la mochila que llevaban, le hacía feliz, les trasladaba por un momento a un lugar más amable y precioso. — Démonos dos minutos en silencio de las preocupaciones, solo como aquellos niños de las barcas, Marcus y Alice, deseando comerse el mundo… — Y no que el mundo les comiera a ellos. — Te amo. — Susurró con amor, porque, en el fondo, nada les definía mejor que amarse.

— ¿ESTAMOS YA? — Papá, déjales que estaban… — Ay, perdón… ¿Y tú qué hacías, precisamente? — Yo me había acercado y al verles así me he ido… — Discutían Lex y Arnold. En verdad, ya daba igual, el momento se había acabado y tenían que ponerse en pie para ir a casa de los abuelos. — Eso también es verdad. — Concedió Lex, y ella rio. — ¿Viene Darren entonces? — En sus propias palabras: “ay, tengo que despedirme de los cuñados, sí, sí, no quiero que se vayan tan lejos sin haberles dado mucho cariño antes”. — Tu abuela va a estar encantada. Pudiendo hablar de toda su familia delante de tanta gente. — Dijo Arnold, ajustándose la camisa mientras iban hacia la puerta. Sí, de hecho, ahí estaba el quid de la cuestión: se quedaban en casa de los Lacey, con Frank, el hermano de Molly, y su mujer, Maeve. Todos decían que eran encantadores, y Alice no lo dudaba, siendo hermano de la abuela, pero… para ella era un número más en la cuenta de personas a las que les debía muchísimo, y aunque no quería pensar así, no lo podía evitar.

 

MARCUS

Necesitaba un momento a solas. Alice estaba esperando la carta que él ya había escrito a Maggie hacía un buen rato, y sus padres terminaban de prepararse para ir a casa de sus abuelos... Simplemente, quería estar solo en su habitación. Cerró la puerta y se tumbó en la cama, mirando su cielo estrellado, que de día, aunque difuso, se dejaba ver. Al día siguiente... estarían en Nueva York. Iba con Alice, iría hasta el fin del mundo con Alice. Y se alojarían con sus familiares... a quienes no había llegado a conocer nunca, pero sus familiares, al fin y al cabo. No debería suponer... gran cosa... pero no era el viaje que habían elegido como primer destino. No eran los motivos ni las condiciones en las que querían viajar. Y sentía... que el desenlace de aquello dependía de ellos más que de ninguna otra persona. Sentía una gran determinación y decisión, ganas de resolver ese maldito problema... pero también le recorría el miedo por todo su cuerpo.

Respiró hondo y, en un gesto perezoso, abrió desde la cama la puerta a punta de varita, mientras se incorporaba y se ponía los zapatos. Ya bastaba de hacerse el lastimero. Estaba terminando de atarse los cordones cuando el colchón cedió un poco ante el peso de alguien que se sentaba a su lado. Miró a su hermano y este le miró a él, ambos en silencio. Lex le puso una mano en el hombro y no dijo nada. Con lo que siempre había odiado que le leyera la mente... pero qué bien se sentía en esos momentos. No tener que decir absolutamente nada, porque hasta hablar sentía que le gastaba la energía. Simplemente su hermano sabiendo cómo se sentía y qué pensaba, y acercándose a él para ofrecerle su silencioso apoyo. Estaba bien. Podía no solo acostumbrarse a eso, sino ser uno de los puntos fuertes de su relación... Definitivamente, estaba madurando.

Vio a Alice en el porche con Elio. Le dedicó una sonrisita y una caricia en las plumitas a su lechuza antes de darle la carta. — Sé bueno. — Pidió, como si hiciera falta. Elio pio y salió volando rumbo al Ministerio de Magia, con su carta de agradecimiento en el pico. Se sentó junto a Alice en el escalón del porche y él también suspiró en silencio. Lo sabía, sabía que mañana estarían muy lejos, por eso... había necesitado esos minutos a solas en su habitación. Apretó él también su mano y esbozó una sonrisa leve. — Conmigo siempre tendrás un nido ¿recuerdas? — Recibió su beso y cerró los ojos cuando apoyó su frente con la de él. — No tienes nada que agradecerme... — Susurró de vuelta. Era verdad, no le debía nada, Dylan también era su familia. Pero lo de los dos minutos en silencio, juntos, solo acompañándose el uno al otro, no solo le pareció bien, sino justo lo que más necesitaban. — Te amo. — Susurró de vuelta, y allí se quedaron, el uno junto al otro.

Lo cierto es que la discusión de fondo de su padre y Lex, que claramente rompía el silencio, le hubiera importunado más en otro momento de su vida. Ahora, simplemente les escuchó de fondo y sonrió con cierta tristeza, pero también con cariño, sin moverse de su posición apoyado en Alice. Tenía una gran familia que les quería muchísimo, y ninguno de ellos sabía muy bien qué hacer con el papel que les había tocado representar. Lo mejor que podían hacer... era quererse y desear que aquello pasara lo antes y lo mejor posible. Se puso de pie con un suspiro, junto a Alice, pero Lex dijo algo que intuyó que lo sacó de la cabeza de su novia. — Ya. — Le dijo con un falso tono de regaño, porque la sonrisa de cariño no se le había ido. — Tampoco te pases. — A ver si ahora lo iba a resolver todo leyendo la cabeza de los demás. Lex se encogió de hombros, pero también le vio la sonrisilla. La legeremancia había dejado de ser un tema hostil a tratar entre ellos... y eso sí que era un gran alivio.

Lo de Darren le hizo reír levemente, y cuando su madre salió al jardín, se dirigieron juntos a la valla de la entrada y se aparecieron en casa de los abuelos. — ¡YA ESTÁN AQUÍ MIS NIÑOS! — Su abuela tenía un radar, de verdad que sí. Al aparecerse había oído cómo prácticamente soltaba en el aire todos los cacharros de la cocina, y vio su silueta corriendo a través de una ventana. Segundos después, se abrió la puerta. — Lo más bonito de mi casa. — Gracias. — ¡Oish! Este hijo mío, debería haber sabido que ibas a decir esas tonterías cuando te puse el nombre de mi hermano. Te ha dejado sus bobadas enteramente. — Reprendió Molly a Arnold mientras se dirigía con sus pasitos rápidos y ancianos hacia ellos. Agarró a Marcus con fuerza de las mejillas y le llenó de besos. — Ay, mi niño, lo lejos que se va... — Eso se le había escapado, le había salido del alma y lo notaba. Luego se fue hacia Alice y le hizo lo mismo. — ¿Cómo está mi reina? — Mientras Molly achuchaba a Alice, vio a Lawrence salir, mucho más pausado. Luego la abuela se fue hacia Lex y le apretó contra sí (o lo intentó) con otro montón de frases cariñosas sobre su otro niño que debía estar pasándolo fatal, qué pena de él. De repente se acordó de una vez que se le cayó un diente justo antes de ir a casa de sus abuelos y llegó llorando al jardín, y a su abuela parecía que la estaban matando. Y solo se le había caído un diente. No se quería imaginar cuánto estaría sufriendo ahora... — Hemos preparado la mesita del jardín, aprovechando este tiempo tan bueno. — Dijo su abuelo, después de acercarse a ellos y saludarles.  Miró a Alice con su serena sonrisa y añadió. — Para que estés entre flores, además de entre familia. —

 

ALICE

Llegar a casa de los abuelos O’Donnell siempre la hacía sentir bastante mejor, fuera cual fuera la circunstancia, era el hogar más bonito que había visto nunca. Las bienvenidas de la abuela Molly también tenían mucho que ver, claro, solo oírla le hizo sonreír ampliamente, y se rio un poco al ver la reacción de Arnold, y se dio cuenta de cómo su mente estaba involuntariamente registrándolo todo, sabiendo que pronto estarían muy lejos, que no sabía cuándo volvería a vivir esos momentos como parte de su vida diaria. Ya se le había empañado la mirada solo de pensarlo, aunque Molly le dijera las cosas bonitas de siempre. — Pues… un poco nerviosilla, ya sabes… — La abuela le pasó la mano por la cara y el pelo, con un suspiro. Estaba segura de que estaba tan triste como todos, solo que nunca podría admitirlo abiertamente delante de ellos. — Ya lo sé, hija, ya… Te veo muy pachuchilla, hoy tienes que comer bien ¿eh? Que tengo mucho que contaros, y quiero que recordar a mis niños sanos y bien alimentados. — Sí, haces bien en no decir felices, aunque sé que es lo que querrías. Alice asintió y se acercó a Larry.

Alice adoraba a los O’Donnell, pero no había nadie que la hiciera sentir en el mundo tan tranquila como el abuelo Lawrence. Se acercó a él y se dejó rodear los hombros, mientras salían a la mesa de hierro blanco, tan bonita, que le traía recuerdos de momentos mejores. — Qué bien me conoces. Son las dos cosas que más me gustan. — Larry dejó un beso en su frente. — Ya lo sé yo. — Alice suspiró y miró el jardín. — ¿Te acuerdas de la primera vez que vinimos aquí? Era treinta de julio también. — Se mordió el labio. — Entonces veníamos los cuatro, y nunca creí que pudiera haber otra combinación posible que no fuéramos mis padres, mi hermano y yo… — Y ahora allí estaba ella sola, siendo cuidada por los demás, como siempre. — Ven, siéntate. — Dijo simplemente el abuelo, conduciéndola a la silla y sentándose a su lado. — ¿Qué tal se ha tomado tu primo que lo dejéis con las tías? — Ella se encogió de hombros y suspiró. — Tampoco se expresa mucho. Pero vamos, que no lo he mandado al Averno tampoco. — El abuelo se rio y alzó las cejas. — Vivi puede manejarlo seguro. Y Erin, pues… se esconderá por ahí, sabe quitarse de en medio. — Ella solo pudo sonreír un poco, aunque estaba tremendamente triste. — Odio que Erin tenga que celebrar su cumple así. En este ambiente, con tan poca celebración. Viniendo después de comer porque tiene que vigilar a un Van Der Luyden mientras hablamos. — Molly bufó, trayendo una fuente con patatas y varios platos tras de ella. — Ella te lo va a agradecer. En verdad las fiestas nos gustan a nosotros. — Y Alice sabía que sí, quizá a Erin no le gustaban las fiestas y todo eso, pero… la situación dejaba mucho que desear. — Y si crees que su mamá no le ha hecho una tarta para después… — Arnold también traía cosas, y todos los demás se sentaron alrededor, a lo cual aprovechó para darle la mano a Marcus. — Mamá, si alguien se plantea por algún momento que vas a dejar de hacer una tarta de cumpleaños es que no te conocen, y Alice te conoce muy bien. — Ni en la guerra dejé de hacerlas. — Confirmó la abuela muy orgullosa. — Y además, como es el primer año que ya no vive aquí, he ido esta mañana a llevarle el desayuno al barrio ese muggle donde viven, y eso para mi niña ya es celebrar el cumpleaños. — Terminó Larry con una sonrisa orgullosa, mientras Molly le hacía burla por detrás.

— ¡Bueno a comer que esto se enfría! — Alice se sirvió patatas y un poco de las verduras al horno, porque no tenía ganas de nada más, aunque se lanzó a comer, con intención de que la abuela viera y valorara su buen hacer. Lo cierto es que había cero ambiente festivo y habían hecho bien en pedir a Erin que viniera más tarde. — Antes de que nos cuentes, abuela, quería haceros una pregunta… — Todos la miraron y tragó saliva. — El cuadro… sigue aquí ¿no? — Todos se miraron incómodos. — Sí, hija, arriba, en el antiguo cuarto de Arnold. — Ella se mordió los labios. — ¿Le habéis dicho algo de esto? — Larry y Molly se miraron. — Quizá no sea muy ético, pero… no. — Confirmó Larry, y ella respiró tranquila. — Es… un cuadro. Un truco de magia. Con parte de su alma sí, pero no… — Yo estoy de acuerdo. — Confirmó Alice, antes de que el abuelo se explicara más. — Bastante estáis haciendo ya. No quería cargaros con nada más. — Molly alargó la mano y la estrechó. — No hables así, cariño. No nos cargas con nada. — Ella simplemente suspiró y les miró a todos. — Y… ya os juro que es lo último que digo… — Miró a Emma y Arnold, y cogió con la otra mano la de Marcus. — Nunca me siento más feliz y estable que cuando estoy entre O’Donnells — Miró a la abuela con media sonrisa. — Y dentro de nada lo voy a extender a los Lacey. — Miró a todos de nuevo. — Gracias a todos. No sería Alice Gallia sin los O’Donnell. Estaría perdida sin mis O’Donnell. —

 

MARCUS

Sus abuelos eran reconfortantes, cada uno en su estilo. Les llenaban de cariño y tranquilidad y su sola presencia le hacía sentirse protegido... Eso hacía que diera aún más vértigo el viaje. Cualquiera diría que no llevaba siete años viviendo fuera de su casa, pero era absolutamente distinto. Estaba seguro de que Alice pensaba lo mismo, porque podía ver cierto alivio en su expresión cuando ellos aparecieron, pero también temor. Los dos estaban asustados. No soportaba ver a Alice así... pero tampoco podía pretender que no lo estuviera. La situación era como para estarlo.

Iba unos pasos tras ella y su abuelo, mientras su abuela hablaba con sus padres un poco más atrás y él escuchaba de fondo la conversación de delante, mirando al hombre y a la chica con tristeza. Lex iba junto a él. — Hostia, es verdad, que hoy es el cumple de la tía. — Marcus miró a su hermano con una sonrisa triste. — Y en unos días el tuyo... — Bajó la mirada. — Es muy probable que me lo pierda. — Eh. — Cortó su hermano. Marcus le miró. — No te rayes para nada. No me importa. Bueno, no es que no me importe que no estés, pero no me importa. Es decir, que yo no hago grandes fiestas como tú. Que no la vamos a hacer si no estás, vamos. Pero no porque no estés... Mira, da igual. — Es tu mayoría de edad, Lex. — Bueno pues lo celebraré enviándote una bengala mágica. — Marcus le miró y se le escapó una carcajada de garganta, sin poderlo evitar. A su hermano se ve que le gustó provocar esa reacción y, con una sonrisa ladina, añadió. — O veneno para que se lo lances a esos capullos a la cara. — Marcus rio un poco más, por lo bajo, y negó con la cabeza. — Pienso hacerte el fiestón de tu vida cuando vuelva. — No, gracias. Te aseguro que no me debes nada. Ya me va a costar contener a Darren. — Lex miró hacia atrás. — Que, por cierto, espero que no se pierda viniendo... —

Llegaron todos a la mesa justo cuando Alice hablaba, precisamente, del cumpleaños de su tía. Tomó la mano de Alice y le sonrió con calidez, mientras su abuela seguía manifestando que nadie impediría que hiciera una tarta de cumpleaños. Sentados ya a la mesa iban a disponerse a comer, pero Lex seguía mirando en dirección al jardín. Darren y la impuntualidad, entre eso y que su abuela no consentía que pasaran un segundo en su casa sin comer... Antes de que su hermano pudiera pedir tiempo para esperar a Darren, Alice habló, y Marcus la miró. Tragó saliva, notando un nudo en su garganta y mirando de reojo a sus padres, sobre todo a su madre.

No había esperado esa pregunta de Alice, entre otras cosas... porque se había olvidado del cuadro. Y ahora se sentía fatal. Para él, Janet fue la persona que conoció, la madre de Alice que ya no estaba físicamente con ellos, pero sí en su recuerdo. El cuadro ya ni siquiera estaba en su casa, él había interactuado muy poco con la Janet retratada y, además, a Alice no le gustaba nada hacerlo. Y todo aquello había ocupado tanto su cabeza que el retrato ni siquiera había aparecido por ella. Ahora... se planteaba si no... deberían contarle algo. No era Janet, solo su retrato, pero... Aquello era confuso. Alice, sin embargo, tenía muy clara su postura, y no era la única. — Estoy totalmente de acuerdo. — Dijo Emma, y no añadió nada más, pero Marcus casi podía leerle el pensamiento: no estaba ahora para lidiar con el drama de un cuadro al que a saber si no se le olvidaba en cuanto se durmiera y despertara de nuevo lo que acababa de oír. Iba a ser un trago innecesario y una pérdida de tiempo. Su padre parecía más incómodo, en cambio. Es que... era difícil. Era parte del alma de Janet. No era tan fácil decidir ignorarla simplemente y ya estaba...

Lo siguiente que dijo Alice también le emocionó, aunque le hizo sonreír. Se acercó a ella y dejó un tierno beso en su mejilla. — Eres mi familia. Nuestra familia. Siempre lo has sido. — Y que se sintiera así con ellos le hacía inmensamente feliz, aunque preferiría sin duda otras circunstancias. — ¡Hola, perdón, perdón! Ay, lo siento. — Entró Darren a trompicones. Emma se mantuvo como siempre, Arnold y Lawrence parecían estar tapándose las sonrisas y Molly alzó los brazos. — ¡Hijo! No te has quedado sin comida de milagro. — Ay, lo siento, abuela, es que me he aparecido en otra barriada. — Lex se rascó la frente. Parecía que le estaba oyendo suplicar mentalmente "no des tantas explicaciones, Darren, no si son de ese tipo". Molly estaba muy lejos de estar molesta, de hecho, si con familiaridad le había tratado Darren, con más familiaridad le habló ella. — Pues venga, siéntate que voy a empezar a repartir comida. — Darren terminó de llegar al trote hasta ellos y le dio un abrazo a Alice y otro a Marcus. — Hola, cuñaditos. Ni loco me quedaba yo sin veros. — Dijo con la respiración jadeante por la carrera. — Hola, car... Lex. — Ya tenía la mirada de Emma encima por llegar tarde, no se iba a columpiar más, claramente, así que le dio un casto besito a Lex en la mejilla que hizo a su hermano encogerse como un armadillo y a Marcus mirar a Alice con complicidad y una sonrisa escondida. — Señores O'Donnell, siento la tardanza, de verdad, mucho. — Darren, la tardanza te la perdonamos, pero que llames a mi madre abuela y a mi señor, a lo mejor no tanto. — Respondió Arnold, y eso hizo al Hufflepuff reír. Se sentó junto a Lex en la mesa después de saludarles a todos y, cuando se quiso dar cuenta, ya estaban todos los platos servidos. — La primera mi niña, por bonita. — Dijo, acariciando el pelo de Alice. — Siempre vamos a ser tu familia, mi amor. Llevamos siendo una gran familia muchos años. Y créeme, los Lacey, y los irlandeses en general, entendemos mucho de grandes familias. Y de estar lejos. Y no por ello dejamos de sentirnos unidos ni de querernos. Tu hermano volverá con nosotros, pero sigue siendo tu hermano esté donde esté. No hay distancia que pueda con la familia. —

 

ALICE

El momento estaba siendo precioso, aunque fue un poco roto por Darren. Pero Alice lo agradecía, porque ya iba a tener muchos momentos intensos, y había tenido estas últimas semanas, y Darren era frescura e improvisación, esas cosas que a ella la habían caracterizado hacía no mucho. Rio un poco y miró a los O’Donnell. Ella siempre tan preocupada de causar buena impresión allí y Darren llegando abiertamente tarde, era un poco como su tata, y ambos habían acabado metidos en la familia, así que, suponía, sería que en el fondo a los O’Donnell les gustaba aquello, y, para muestra, un botón, porque ahí estaba Lex recogidillo de vergüenza y felicidad, y Molly repartiendo la comida.

Sonrió al piropo de la abuela, y sus ojos se inundaron poco después. — Lo somos, Alice. — Confirmó Arnold. — Y la familia siempre va primero. — Dijo Emma con voz firme. Ella se mordió los labios por dentro y asintió, a modo de agradecimiento, porque si hablaba, se le rompería la voz y se echaría a llorar. — Bueno, pues ya que está la comida servida, voy a hablarte de mi hermano y su familia, que es con quien os vais a quedar. — Alice se recolocó y asintió, mientras se comía un cachito de patata. — De entrada, espero que estés dispuesta a comer más que eso, porque Maeve es más exagerada aún que Molly con la comida. — Señaló Larry con una risita. Arnold asintió y suspiró. — Qué meriendas hacía la tía Maeve cuando venían a Ballyknow. Encima traían un montón de cosas de América que eran auténticas guarrerías. — ¡Vaya! Mucha queja tendrás de las que te hacía tu madre. — Contestó Molly, inmediatamente, airada. — Bueno, ¿le dejan a una decir lo que tenía ya estructurado en la cabeza? Que luego decís que soy caótica y no paro de hablar. — Sonó una risita generalizada y Lawrence hizo un gesto muy exagerado hacia ella. — Por favor, continúe señora O’Donnell. — Bueno, pues mi hermano Frankie se fue a América cuando mi padre y Arnie, mi hermano mayor, murieron en la guerra, como tantos otros, porque no había oportunidades en Irlanda. Y allí conoció a una americana, Claire, que no era muy del gusto de mi madre, todo sea dicho… — ¿No había dicho el abuelo que se llamaba Maeve? — Intervino Darren, con la boca llena de comida. — ¿PUEDE UNA ABUELA HABLAR? — El enfado de Molly solo hizo reír más a los demás. — El asunto es que Claire era buena chica, pero… mi hermano era muy parado y siempre pensando en Irlanda… y se divorciaron después de tener dos hijos. Justo a esos dos, dudo que los veáis mucho, porque el mayor vive por ahí… — En Washington. — Apostilló Larry. — Eso, que allí todo suena igual. — No como en Irlanda que nadie es capaz de pronunciar los pueblos… — Aportó Arnie. — COMO IBA DICIENDO… — Interrumpió la abuela subiendo la voz. — Después encontró una muy buena chica irlandesa, Hufflepuff, otra inmigrante, que le entendía como debía, y esa es Maeve. — No sabía que teníamos divorciados en la familia. — Dijo Lex. — Bueno, es que en América es muy normal, y entre los muggles también. — Señaló Darren. — Exactamente. Y tuvieron otros dos hijos. Mi Jason, que me recuerda mucho mucho a mi hermano Arnie, aunque… Bueno, igual es un poco más payasito. — Arnold se rio fuertemente. — Porque mamá se adelantó a ponérmelo a mí, si no, al primo Jason le hubiera pegado mucho más el nombre. Yo le tengo mucho cariño, jugábamos mucho de chicos en el pueblo. — Y luego tuvieron a Shannon, que también es una Huffie como sus padres y como mi Darren. Y es enfermera, como tú, cariño, y está casada con un médico, tienen un consultorio y todo, seguro que te llevas muy bien con ellos. — Dijo estrechándole la mano. Ella asintió. — Seguro que sí, abuela. Bastante que nos dejan quedarnos en su casa. — Uy, si es que viven en Long Island en una casa enorme, para todos los que eran, y ahora que todos los hijos están casados y con familias y eso, ellos os van a agradecer teneros por allí. — Frunció el ceño y miró hacia arriba, como queriendo recordar algo. — No me acuerdo de cómo se llama la chiquilla de Jason, pero es Ravenclaw, bueno, o serpiente algo que son allí, pero os va a caer muy bien. A mí me recuerda mucho a mí cuando era joven, ha cogido todo el pelirrojo de la familia. — Dijo con orgullo.

— Bueno, Molly, disculpa, pero tengo que abordar cierto tema con mi hijo y mi nuera. — Claramente Emma había respetado a su suegra, pero andaba como loca por decir lo que tenía que decir. — Os hemos preparado muy bien, de verdad que confiamos en vosotros. Pero tenéis que tener una línea directa con nosotros y Edward en caso de que lo necesitéis y también para contarnos cómo se desarrolla todo. — Con un gesto de la varita, algo salió comprimido de su bolsillo y se quedó flotando en el aire. — Es un espejo de dos direcciones. Hemos mandado ya uno a casa de los tíos, y lo tendréis en vuestro cuarto. Podremos hablar al momento, solo hay que tener en cuenta la diferencia horaria. — Suspiró y miró a Marcus. — Aunque bueno… he consultado y… parece que los teléfonos esos son seguros, si quieres utilizarlo con alguien que no sea yo. —

 

MARCUS

Apretó la mano de su novia y esbozó una sonrisa leve pero cálida. Hacía mucho que le había dicho a Alice que para él era su familia, antes de ser pareja de hecho, y si lo eran para lo bueno, también lo eran para lo malo. Su abuela entonces empezó su exposición sobre sus familiares y Marcus escuchó con atención. La mayoría de los nombres le sonaban, porque Marcus se había pasado la infancia estando horas y horas casa de sus abuelos, y cuando no podía entrar con Lawrence en su taller, se quedaba con Molly, escuchando sus historias de Irlanda y la familia. La diferencia es que a los americanos nunca les había visto, y eso había hecho que, a lo largo de los años, los nombres y parentescos se le diluyeran un poco. Pero Marcus era muy familiar y tenía mucha memoria, por lo que en cuanto Molly empezó a narrar, él comenzó a recordar.

Tuvo que reír ligeramente, mirando con complicidad a Lex, que también aguantaba la risa. Los comentarios en idas y venidas de Arnold y Molly hablando de la familia siempre eran graciosos. Esperaba que algún día, cuando todo aquello hubiera pasado, pudieran reunirse todos en una gran celebración de todos juntos, de verdad lo deseaba... pero primero tenían que solucionar ese tema. Porque por lo referente a llevarse bien con ellos, Marcus tenía pocas dudas de que sería así, su familia les recibiría con los brazos abiertos, estaba convencido de que se parecerían mucho. Al fin y al cabo, su padre y sus abuelos siempre hablaban de los más mayores con mucho cariño, y los más jóvenes tenían edades similares a las suyas.

Siguió escuchando y, cuando Lex hizo el comentario sobre los divorciados, Marcus miró hacia arriba, pensativo, y ladeó varias veces la cabeza. Lo cierto era... que se le había pasado ese dato a él también. Su abuela hablaba sobre todo de Maeve y la familia construida con ella, y como Marcus era pequeño cuando se lo contaba, no se había planteado tantos detalles. Sabía que eran muchos y que tenía muchos tíos y primos y fin. El dato que le sorprendió fue el de que su prima mayor era Ravenclaw, tanto que hasta se irguió arqueando las cejas y mirando a su abuela. Lex rio entre dientes. — Ya has captado la atención del perro azul. — Varios rieron, pero Marcus no hizo ni caso. Miró a Alice y sonrió, tratando de aportar un punto bueno a todo aquel calvario. — Vamos a tener una compañera de casa en la familia. Eso es bueno, seguro que nos entendemos genial con ella. Nos servirá para despejarnos. — Darren emitió una risita de fondo y le dijo a Lex en el oído (aunque perfectamente audible). — Hablar sobre estudios es lo ideal para despejarse, dónde va a parar. — Los dos se rieron como ratillas y Marcus les miró con los ojos entrecerrados. — Estáis hechos el uno para el otro. — Dijo, burlón.

Emma había tardado mucho en hablar, y después del momento de charla familiar, tenía que volver a ponerles a todos los pies en el suelo. Tenía que reconocer que, por unos leves instantes, le había invadido la ilusión de las reuniones familiares y se había evadido un poco... pero la realidad no tarda demasiado en manifestarse. Cuando sacó el espejo llenó los pulmones de aire casi imperceptiblemente. Sabía que su madre estaba barajando la idea del espejo bidireccional, y si la conocía de algo, querría que ese fuera su método de contacto. No se equivocó. Lo del teléfono le sorprendió más, aunque no pudo reaccionar. Ya se le adelantó Darren. — ¿Vais a compraros un móvil? — Preguntó, entre sorprendido y encantado, y dando un botecito en el asiento para mirarles, dio una palmada en el aire. — ¡Yo os lo consigo! — Es mejor que lo adquieran allí. — Cortó Emma, y volvió a mirarle a él. — Vuestra amiga, Hillary, ¿os dio indicaciones de cómo usarlo? — Más o menos. — Respondió Marcus. — Nos dio su número de contacto para hablar con ella. Y como allí los magos y los muggles viven mezclados, probablemente conseguir uno sea fácil. — Estupendo. ¿Sabéis si Theodore dispone de uno? — Marcus parpadeó. Qué localizado tenía su madre a Theo, no se lo esperaba. — Emm... supongo, sí. Imagino que sí. — Nosotros contactaremos mediante el espejo. Alice. — Miró a la chica. — Si Theo tiene número de teléfono, puede ser tu contacto con tu familia. Él y Hillary, y nada más. Por mucho que parezca un artilugio de fiar de cara a otros magos, prefiero que no tengáis tantos contactos. A más frentes abiertos, más fáciles seréis de rastrear. — Marcus asintió. — Iréis con Sophia a comprarlo. — ¡Eso! ¡Sophia era! — Exclamó Molly. Marcus frunció el ceño, confuso. — Tu prima. La hija mayor de Jason, es serpiente cornuda, el equivalente americano a Ravenclaw. Una chica joven probablemente entienda más de cómo funciona la tecnología que el resto, tendrá más contacto con jóvenes muggles. Y será de vuestra cuerda, más prudente y racional. — Que su padre, seguro. —Añadió Arnold en tono distendido, mientras daba un sorbo a su bebida. Emma continuó. — Cuando estéis asentados, le pediréis por favor que os acompañe a comprar uno, o incluso que ella lo compre y os lo dé. No hay prisa, con el espejo nos podemos comunicar, que es lo que importa. El teléfono sería complementario. — Pues ya estaba establecido por su madre. No había más que hablar.

 

ALICE

La forma en la que dirimían todo entre Emma y Marcus, con aquel lenguaje tan correcto, casi le haría reír si no fuera porque no estaba para fiestas, y la tensión se palpaba un poco entre todos. Alice lo entendía, quedaban horas para separarse como nunca se habían separado, y además en un terreno más que peligroso… Ya le atacaba la culpa otra vez.

Trató de concentrarse en la conversación y asintió a lo de que fuera la prima de Marcus quien les comprara el teléfono y a lo de Theo y Hillary. — Creo que mi prima Jackie también tiene. Para hablar con Theo más rápido, así que sí, me parece buena idea tenerlos solo a ellos. — Pensaba que habían abandonado por fin esa etapa de la vida en la que tenían que desconfiar, guardar secretos, ocultar información… Por fortuna, la única ventaja que tenían es que no eran primerizos en ello precisamente. Puso una sonrisa de medio lado y asintió a lo del espejo también. — Si podéis, de cuando en cuando, traed a la tata para que hable con ella también por el espejo. Sé que es más abierta con los cacharros muggle, pero no está la situación para ponernos a enseñarle algo que no conoce. — Emma asintió tranquilamente, pero Alice se dio cuenta de que Arnold, Molly y Lawrence estaban incómodos.

— ¿Qué pasa? — Preguntó. Arnold suspiró y le miró con esa cara de padre comprensivo que se le ponía cuando iba a tratar un tema delicado. — Alice, ¿no querrás también hablar con tu padre? Aunque sea para ponerle al día de todo… — Ella suspiró. No, no quería hablar con su padre, no quería tener nada que ver con su padre hasta que estuvieran de vuelta, sinceramente, y solo porque sabía que Dylan querría estar con él, nada más. Pero no podía decirle eso a Arnold, claro. — No. Mi padre ahora mismo… me desestabiliza, Arnold, lo siento. Necesito estar tranquila y concentrada en lo que tengo que estar, y si hablo con mi padre, no va a ocurrir. Que le informe la tata, o tú, de lo que está pasando. — Pero su suegro no iba a dejarlo ahí, a pesar de que claramente todos estaban deseando dejar el tema. — Pero, Alice, escúchame… Sé que estás enfadada con él, pero es que es su hijo, es su derecho que… — Arnold, no me hables de derechos de mi padre, te lo pido por favor. Y si quieres entender por qué, analiza cómo has sido tú como padre y compáralo con él. — Había sonado demasiado cortante, y ahora se había hecho un silencio muy tenso en la mesa. Alice se apoyó con los codos y se tapó la cara. — Perdón. No quería hablarte así. Perdonadme todos… — Quería levantarse e irse, pero eso sería aún más de niñata. — Venga, cariño, ya está. Si en verdad todos te entendemos, pero también queremos mucho a tu padre, y no podemos evitar querer que os vaya mejor… — Dijo Molly acariciándole con cariño la espalda. — Alice necesita tranquilidad para concentrarse, como ella misma ha dicho. Y tiempo. Cuando volváis, podremos hablar de estas cosas. — Sentenció Emma.

Ella se descubrió la cara y miró a Arnold, que estaba como un niño cuando le regañan. — Arnold… dame tiempo. — Dijo alargándole una mano por la mesa. Él levantó la vista y sus miradas se encontraron. — Y hazme otro favor. — Ella puso media sonrisa triste. — Dame un consejo. Uno solo, el que creas que puede ser más importante para mí allí. — Giró la cabeza por la mesa. — Aquí estáis sentadas las personas a las que más admiro y escucho, y dentro de nada, voy a estar muy lejos de vosotros… Dadme cada uno un consejo que creáis que me va a servir allí. — Arnold le apretó la mano. — Que no desconectes del resto del mundo. Tiendes a hacer eso mucho, Alice, te pones a pensar, te metes en tu mente de Ravenclaw, intentando solucionar un problema, y desconectas de todo. Mantente unida a Marcus, a la familia, a tus amigos… No te lo quedes todo dentro, no dejes que te consuma. — Sí, Arnold tenía razón, tendía mucho a hacer eso. Asintió y le devolvió una sonrisa cálida. — ¿Abuelo? — Preguntó. Lawrence suspiró y se recostó en el respaldo. — Cuando tenía tu edad, estaba deseando ser un viejo para ser sabio, para saber qué contestar, basado en años de estudios y experiencias, a cosas como la que me pides… Y cuando he llegado, me he dado cuenta de que hay infinitas preguntas sin respuesta y cuestiones sin solución. — Con una sonrisa triste, clavó sus ojos en los de ella y sonrió. — De alquimista a alquimista, hija. ¿Cuál es la primera regla del taller? — Que cuando estés en el taller hay que estar en el taller. — Pues aplícalo al asunto en el que estés. Allí, en Nueva York, no permitas que nada más invada tu mente. Ni la licencia, ni el paso de los meses, ni el qué dirán. Solo Dylan, recuperar a Dylan. Es la única forma de asegurarte que vas a hacerlo bien. — Sintió cómo se le llenaban los ojos de lágrimas, y asintió apretando los labios. — ¿Abuela? — ¡Oy! Un consejo, hija, uno solo no sé… — Molly se llevó una mano a la cara, pensativa, y luego les señaló a todos. — No vayáis a decir que solo doy consejos de comida, que lo he pensado y no, no es lo más importante… — Suspiró y la miró a ella. — Supongo que el mejor consejo que puedo darte, hija, es que confíes en la familia. A mí siempre me ha funcionado. Cuando me he equivocado, enfadado, cuando he estado confusa… al final, siempre han estado conmigo, haciendo lo que buenamente pueden. Y en eso incluyo a mi nieto. Para mí sois una familia ya. —

 

MARCUS

De repente, se tensó el ambiente, y Marcus sabía perfectamente por qué. Él, a pesar de que no era el rey del disimule, estaba mejorando mucho en esa habilidad recientemente, porque optó por hacer como su madre: simplemente asistir imperturbable a la decisión de Alice de comunicarse solo con Violet por el espejo. Miró a su padre de soslayo, pero la incomodidad en el hombre era mucho más palpable. A Marcus toda esa situación le dolía muchísimo, pero ya había determinado que era algo que sería mejor arreglar cuando volvieran, con Dylan de la mano y ese asunto zanjado. El resto de su familia (excepto su madre, por supuesto, y al parecer Lex también estaba bastante de esa cuerda, no así Darren, que miraba a los presentes con una evidente cara de pena) no parecía opinar igual.

Y el intento de su padre por mediar, con Alice en el estado de tensión y tristeza que estaba, fue de todo menos bien recibido. Ahora con quien compartió una mirada fue con Emma, ostensiblemente más tenso, porque se jugaba una mano por que su novia en estado normal jamás le habría hablado a Arnold así. Por eso él prefería no sacar el tema, no quería ponerla más contra las cuerdas... pero su padre había pasado menos tiempo con Alice y más con William en los últimos días. Afortunadamente Emma, lejos de querer echar a Alice de la familia, parecía estar conteniendo las ganas de darle una colleja a su marido por insistente. Lo peor era que Marcus estaba mucho más de parte de su padre en aquella contienda que de las dos mujeres... solo que en otro momento temporal. Porque ahí estaba la clave: en el momento. Y con Dylan en manos de esos tiranos y a punto de irse a Nueva York, desde luego y por doloroso que resultara, no era el momento para hablar de todo eso. A la vuelta cambiarían las tornas. Y ahí, quería pensar, tendrían una Alice (y una Emma) mucho más receptiva.

Pero como Alice quería muchísimo a Arnold, todos los allí presentes lo sabían, no tardó no solo en disculparse sino en agarrar su mano y pedirle un consejo. Marcus notó un nudo en su garganta que le obligó a tragar saliva para contener la emoción. En ese momento... no quería irse. Querría anclarse al suelo y abrazarse con fuerza a Alice y no moverse del refugio seguro que le suponía su familia, quería llorar y gritar que aquello era injusto y no lo quería. Pero quería tener allí a Dylan, y quería ser él, junto con su hermana, quienes le trajeran de vuelta a casa. Dos necesidades muy contradictorias... y, cuando eso ocurría, al final era el deber el que inclinaba la balanza.

Miró a su padre y le sonrió con calidez, dándole mentalmente las gracias. No sabía el hombre lo importante que ese consejo era para él, porque no soportaba ver a Alice aislada, y tendía a hacerlo. Le partía el corazón y le había dado algún que otro problema en el pasado. Luego vino el turno de su abuelo y Marcus le miró con esperanza, notando los latidos más emocionados. Su abuelo era un gran sabio que siempre tenía algo que aportar, y por un momento sintió la ilusión de que les daría el consejo definitivo que les ayudaría en todo... Pero, como buen sabio que era, él mismo reconoció no ostentar toda la verdad. Tantas veces a lo largo de su vida se lo había dicho... Marcus tenía el punto de ambición de los Slytherin, heredado de la rama Horner, que Lawrence no tenía. Por eso a veces, eso de no llegar a ser el mayor sabio, el que más conocía del mundo y de la verdad... era un privilegio al que le costaba renunciar. Pero para algo tenía a su abuelo como referente, recordándole que la humildad y la sensatez son también rasgos claves para un sabio.

Y ya iba a llorar otra vez pero se contuvo, por la analogía de su abuelo con las normas del taller. Eso tendrían que estar haciendo ahora, prepararse sus licencias, felices en el taller... pero lo harían a la vuelta, con la seguridad de que Dylan estaba ya bajo su protección y que eso jamás cambiaría. Su abuela dio el consejo que Marcus sabía que oiría de ella, pero no por ello era menos necesario. De hecho, no pudo evitar sonreír mientras la escuchaba. Para su abuela, la familia era lo primero, y eso era lo que a él le había transmitido siempre y lo que llevaba por bandera. En el fondo, se sentía menos solo sabiendo que estarían rodeados de Laceys allí, aunque fueran a lo que fueran. Se hizo un leve silencio mientras Molly miraba a Alice con cariño, hasta que a su lado se oyó un tímido carraspeo. — A mí no me lo has pedido. — Dijo Lex, con la mirada baja y tímida. — Y en fin, tampoco es como que yo sea... persona de aconsejar y eso... Vamos, que ni puta idea de cómo llevar este tema. Que vaya marrón. Que... bueno, eso. — Volvió a carraspear y se quedó unos segundos en silencio, cabizbajo y con el ceño fruncido. Cuando hacía eso, había muchas probabilidades de que su conclusión fuera algo así como "bueno, en verdad no iba a decir nada" y quedarse callado de nuevo. Pero Lex también estaba sufriendo mucho con todo aquello, así que venció a su propia timidez y habló. — Los de aquí estamos bien. — Hizo una pausa. Se encogió bruscamente de hombros, tras esta. — Solo eso. Que... que tú a lo tuyo ¿sabes? O sea, que estés bien tú, y que estéis bien los dos, y joder, sobre todo Dylan, que tiene que volver... Y nosotros... ya nos las apañamos aquí. De verdad que no te preocupes y eso, que estamos bien. Si solo queremos que volváis los tres... O sea, que os vaya bien, me refiero. — Y que os queremos mucho. — Apuntó Darren, con tono cálido. — Al final, que creo que es lo que Lex quiere decir, y yo lo comparto... lo que importa es que pienses que todos aquí os apoyamos, y que por supuesto que estaremos preocupados y os echaremos de menos, pero sabemos que vais para recuperar a Dylan, y todos estamos deseando que nuestro patito esté otra vez por aquí. Bueno, en Hogwarts, con mi Lex, que lo va a cuidar divinamente. — Dijo acariciando el pelo de Lex, quien se volvió a encoger un poco, ruborizado, aunque con una sonrisilla. — Y vosotros a lo vuestro, de verdad, que suficiente tenéis con lo que tenéis. Nosotros aquí estaremos bien. — Y no te separes de Marcus. — Saltó Lex. Ambos le miraron. — Quiero decir... sé que no os separáis ni con agua caliente, pero... lo que ha dicho mi padre... — Lex tragó saliva y le miró, pero no directamente, sino con su timidez habitual. — Marcus te quiere como nadie. No tengas tanto miedo a que sufra y quédate con él, os va a venir bien a los dos. — Dijo en tono musitado, y ya sí que Marcus temió llorar, pero en su lugar miró a su hermano con infinito cariño. Gracias, pensó, y aunque con la cabeza agachada, vio cómo Lex volvía a encogerse otro poco y a sonreír.

Hubo unos instantes de silencio en el que las miradas se dirigieron sutilmente (porque nadie osaría presionarla de forma tan directa) a Emma. La mujer estaba tan imperturbable como siempre, pero con solemnidad y muy tranquila, con sus manos ante el regazo, miró a Alice y dijo en su habitual tono que no dejaba lugar ni a dudas ni a réplicas — Puedes tomarlo como un consejo, o puedes tomarlo como lo que iba a ser: mi última orden antes de que os fueseis. — Marcus la miraba expectante y tenso. Ella hizo una pausa en su discurso, también un recurso muy habitual en la mujer cuando hablaba, antes de seguir. — Nunca, bajo ningún concepto, pongas en duda que la que más sabe de este tema, la que más lo controla, y la que más derecho tiene a decir tanto la primera como la última palabra aquí, eres tú. Ni Marcus, ni yo, ni Arnold. Ni mis suegros. Ni tu padre ni tu tía, ni tus abuelos, ni tu primo Aaron, ni por supuesto ningún Van der Luyden. Tampoco Edward. Tú, Alice, tú eres la persona que más sabe de este tema. Tú eres la persona que más sabe de tu hermano. — Hizo una imperceptible negación con la cabeza. — Y no me malinterpretes con esto: no quiero que te vuelvas una engreída. No quiero que, a tus dieciocho años, cierres los oídos y no aceptes ninguna sugerencia. Escucha, valora y decide. Y esa decisión será tuya. Eres una buena Ravenclaw y la persona que ha llevado esta familia hacia delante desde que tu madre murió, y con bastante sensatez. Más de la esperable en una persona de tu edad y con tu contexto. — Su madre, a la hora de hablar, no se andaba con paños calientes. — No eres infalible y puedes cometer errores, pero serán TUS errores, tomados con TUS datos. Tú tienes datos, tienes conocimiento sobre esto y tienes una intuición heredada de tus dos padres pero mucho mejor encaminada. Úsalo con la tranquilidad de que sabes lo que haces, Alice. Insisto: no desoigas a la gente, ni pretendas ser infalible. Pero tampoco lo olvides: nadie, absolutamente nadie, sabrá manejar esto mejor que tú. — Arqueó entonces las cejas levemente, mirándola, y con una sonrisa levemente imperceptible, añadió. — Sé que no tendré que recordártelo. Y hazme caso, esta es la vía correcta. Si lo haces, tarde o temprano, traerás de vuelta a tu hermano. No me defraudes. —

 

ALICE

La frase de Lex le hizo reír un poco. — Una de las cosas que más me gustan de ser Ravenclaw es ser capaz de aprender de todo el mundo, Lex. De ti el primero. — Y escuchó lo que decía. A Lex, igual que a Erin, no se le daban muy bien los discursos, pero, a última hora, su discurso era bastante claro. Especialmente ahora que venía con un Darren incorporado, traduciendo al Hufflepuff todo lo que él iba diciendo. Ella les dedicó una sonrisa y asintió. — Lo sabía, pero siempre sienta muy bien que te lo recuerden. — Miró a ambos y apretó la mano de Marcus. No, no concebía la vida separada de él y no lo haría. — Confío a ciegas en los dos para cuidar de todo cuando yo me vaya. — Se dirigió a su cuñado. — Y en ti más que en nadie para que lo cuides cuando estéis los dos en Hogwarts. — Y luego a Darren. — Y en ti para cuidarlo a él, se te da muy bien, como el ajenjo. — Y le guiñó un ojo, mirando de reojo a Emma, sabiendo que ella entendería.

Pero precisamente Emma tenía algo que decir, en sus habituales términos y condiciones, pero Alice iba aprendiendo a leer entre líneas de lo que decía, y le llegaban al corazón sus palabras. De hecho, abrió mucho los ojos y estaba segura de que su cara reflejaba bastante confusión. — Bueno, yo… — No se esperaba tanto poder intelectual recogido de manos de Emma O’Donnell precisamente. De hecho levantó las manos y negó cuando dijo lo de que se volviera engreída. — No, no, quiero decir… Te agradezco que… Bueno, que pienses que sé tanto de esto, y a ver, claro que he sacado adelante mi casa y eso, pero… — Les miró a todos y dejó caer los hombros. — Sin vosotros, sin todo lo que me ha enseñado Rylance y… — Cogió la mano de Marcus y la besó. — Sin el amor incondicional de Marcus… no sabría qué hacer. — Negó con la cabeza y cerró los ojos. — Pero no, de los Van Der Luyden no quiero saber nada. Todo lo que digan para mí, serán mentiras o veneno. Conocía muy bien a mi madre, y quien fue capaz de tratarla así no merece ni medio segundo de mi atención. — Tragó saliva y las lágrimas acudieron a sus ojos. — Pero tienes razón. Sé mucho de mi hermano, sé… Sé lo que hubiera querido mi madre que hiciera. — Sonrió justo cuando recalcó lo de sus errores y sus datos. — Creo que eso fue justo lo último que me dijo mi madre. — Todos la miraron y ella puso media sonrisa. — Que fuera libre de escoger mi propio camino. Y entonces no lo entendí, pero eso quería decir que… escogiera lo que yo quisiera, sabiendo por qué lo hacía, tomando esa decisión por mí misma y aceptando que… es mía. — Emma asintió con una leve sonrisa. — Pues exactamente a eso me refería. — Ella se mordió los labios por dentro y se limpió las lágrimas. — Irnos no va a ser nada fácil, no. Pero al menos tenemos buenos consejeros… — Con una familia irlandesa siempre se puede contar, cariño. — Dijo Molly cogiéndole la otra mano. Entonces Lawrence cogió la copa y la alzó. — Por reunirnos de nuevo aquí, Merlín quiera que dentro de poco, pero con nuestro patito. Celebrando que, una vez más, habéis demostrado ser una pareja inteligente y valiente, siempre juntos contra las adversidades. — Ella levantó la copa y todos se sumaron. Esa sería la imagen que se llevaría, esa justo. Todos en la mesa, brindando, bajo el sol, junto a las flores como había dicho Lawrence, y segura de que se querían y se apoyaban. Una buena familia, como había dicho Molly.

***

Más tarde, mientras Erin abría sus regalos y los O'Donnell aprovechaban para alejar un poco la negrura que les invadía, Alice se acercó a Aaron, que se sentía (lógicamente) un poco fuera de lugar y estaba sentado en la escalinata del porche, callado, mirando. — ¿En qué piensas? ¿Te ha traumatizado la tata o qué? — El rio y negó con la cabeza. — No... Tu tata me cae bien. Es muy maja, y Erin también, aunque se le acaba pronto la conversación. Pero bueno, como a mí, puedo empatizar. — Alice asintió. — Siento que tengas que estar así... Entiendo que sea incómodo, pero espero que lo entiendas. — Aaron se encogió de un hombro y negó con la cabeza. — Bah... Mi familia ha hecho cosas mil veces peores... No te preocupes, Gal, de verdad. — Suspiró y señaló con la barbilla a los demás. — No sabía que... esto era una familia. La palabra para mí estaba un poco maldita. Pero tú tienes una familia de verdad... Al menos te ayudaré a pelear por ellos. — Ella le dio la mano y dijo. — Gracias, Aaron. Sé que no he estado muy pendiente... o paciente... Pero Dylan y yo sí somos tu familia. Una buena, una de verdad. — Suspiró profundamente y perdió la mirada. — El año pasado, justo este mismo día, estaba allí, en esa calle de atrás, sin atreverme a entrar en esta casa... Pensando que no me querrían aquí, pero mira dónde estamos hoy. — Acarició el brazo de Aaron. — La vida cambia, Aaron, y yo hace un año creí que nunca sería feliz. Ahora tendré problemas, pero... les tengo a ellos. Te juro que todo llega. — El chico sonrió y asintió, perdiendo la mirada también.

 

MARCUS

Su madre y Janet eran dos personas muy diferentes, pero en su día fueron buenas amigas. Una amistad bastante improbable teniendo en cuenta... todo. Básicamente, la procedencia, la edad, el estilo de vida, la personalidad... Eran dos polos opuesto. Y, sin embargo y llegando desde rutas muy distintas, ambas le habían trasmitido a Alice el mismo mensaje: que fuera libre de elegir su propio camino, asumiendo los aciertos y los errores del mismo. Volvió a sonreír a su chica con calidez, aunque no dirigió la mirada directamente a sus familiares, porque el nudo en su garganta era cada vez más fuerte. Esperaba y confiaba de verdad en tener un buen refugio en los Lacey... porque iba a echar muchísimo de menos a su familia. Al brindis de su abuelo, en cambió, se armó de valor, alzó la mirada y la copa y sonrió con orgullo. — Por nuestra familia. — Miró a Alice y, antes de chocar los vasos, añadió. — Porque somos imparables. —

***

Su pobre tía estaba pasando su cumpleaños con un aura alrededor bastante dramática, y el año anterior Marcus no estaba mucho mejor de ánimos. Sentía que le debía algo, pero afortunadamente la mujer no era especialmente festiva así que le daba un poco igual (casi que agradecía que no hubiera muchas ganas de fiestas). Marcus se había quedado a un lado por unos instantes, simplemente mirando el cuadro de su familia reunida. Lo cierto era... que estaba un poco en su mundo, con la mirada perdida, cruzado de brazos y mirando sin ver, hasta que alguien se sentó a su lado. — Creo que lo que vas a llevar peor es convivir con ese. — Dijo Lex, señalando con un gesto de la cabeza a Aaron, que en ese momento hablaba con Alice. A Marcus se le escapó una muda carcajada de garganta, con los labios cerrados. — Más le vale no dar muchos problemas. Ni hacerse el mártir. — Chasqueó la lengua. — No me fio nada de lo que vaya a hacer cuando vea a su familia de nuevo... — Tú eres el tío más familiar del mundo. — Precisamente por eso lo digo. — Afirmó, mirando a su hermano. — Yo no traicionaría a mi familia. Es Percival, que es un capullo integral, y ponerme en contra de él tan abiertamente me costó un mundo. — Pero no consentirías que le hiciera a otras personas algo como lo que los Van Der Luyden le están haciendo a los Gallia. — Pero Aaron no soy yo. — Exactamente. — Puntualizó Lex. — Ni para tus elevados principios, ni para tu amor por tu familia. Aaron no es tú. — Lex miró ahora hacia el frente y se encogió de hombros con brusquedad, como siempre hacía. Tenía los brazos cruzados, como él, aunque su complexión era tan distinta que, si bien el gesto de ambos hermanos era idéntico, se percibía bastante distinto. — Y a unas malas, si hace cualquier gilipollez, te lo traes y yo le corto los huevos. Trabajo en equipo. — Marcus bajó la cabeza y, tapándose la boca con una mano, le dio por reír. Silenciosamente. Pero no podía parar.

— Idiota. Cállate ya, que vamos a llamar la atención de todo el mundo. — Le dijo Lex al cabo de un rato, pero Marcus seguía riéndose, de hecho, hasta se estaba secando las lágrimas disimuladamente. Le estaba pegando la risa a su hermano, y ahí se quedaron los dos un buen rato, riendo disimuladamente como dos idiotas, Lex cruzado de brazos y Marcus haciendo gestos muy pocos naturales para taparse la cara. Cuando se le fue pasando, respiró hondo y le salió espontáneamente. — Voy a echarte de menos un montón. — Lex le miró de golpe, cortándosele la risa. Marcus, con una sonrisa ladina, le devolvió la mirada. — ¿Te sorprende? — Hace un año, justo hoy, estabas planeando cuál sería la manera más cruel de asesinarme. — Qué exagerado. No estaba pasando por mi mejor momento. — ¿Y ahora sí? — Marcus retiró la mirada y echó aire por la nariz, haciendo una pausa. — No... Supongo que no. — Silencio unos instantes. — Me has ayudado mucho. Supongo... que siempre has intentado ayudarme a tu manera. Ahora es cuando lo estoy valorando de verdad. — Encogió un hombro y volvió a mirar a Lex. — Perdón por haber tardado tanto. — Lex se encogió también de hombros otra vez. — No es que yo sea muy bueno con las demostraciones de afecto. Supongo que podía haberlo hecho de otra manera. — Marcus hizo un gesto con la cabeza y, mirando de nuevo a su familia, sentenció. — Agua pasada. — Volvió a mirar a Lex. — Cuídate ¿vale? — Le dijo con cariño. Su hermano le miró y dijo. — Lo mismo digo. — Se sonrieron y devolvieron la mirada a su familia, y allí se quedaron. No necesitaba ponerse demasiado empalagoso... al fin y al cabo, su hermano sabía lo que estaba pensando. Y lo cierto era que, sin necesidad de legeremancia, él también.

Notes:

Marcus y Alice lo están pasando muy mal, pero queríamos reflejar que no están solos, y que su gran baza es este ejército. Desde unos amigos fieles como Hillary y Sean, a amigos que quizá no ven tanto, como Jacobs, Graves o Monica hasta una familia mucho más grande y generosa de lo que pensaban. Somos nuestro entorno, y gracias a ese entorno van a conseguir llegar a América. Pero no lo han conseguido de la nada, ellos forjan esos contactos con el cariño y el cuidado, como el que ha mostrado Marcus con Olive o Alice con la hermana de Maggie en el incendio, y, cuando se ven en una situación de necesidad, eso les revierte. ¿Quién creéis que les ayudará más cuando estén en América? ¿A quién recurrirán? ¿Tenéis ganas de Nueva York? Estad muy atentos que vienen cosas MUY interesantes.

Chapter 17: They made their way

Chapter Text

THEY MADE THEIR WAY

(1 de agosto de 2002)

 

ALICE

Estaba profundamente mareada y muerta de calor. Cuando se despidió de los O’Donnell en Londres hacía una suave brisa y había muchas nubes en el cielo, pero a través del viaje de tres aduanas, con trasladores a lo largo del Atlántico incluidos, había cogido un calor y un agobio considerables, y, para ser sinceros, no todo tenía que ver con las aduanas o los viajes en grupo, sino con saber hacia dónde se dirigía. Le sudaban las manos y notaba cómo su corazón no latía a un ritmo normal, de repente desbocado, de repente demasiado lento para lo que fuera que estaba intentando hacer. Cuando por fin llegaron a la aduana en la que había un cartel enorme que ponía “BIENVENIDO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA”, debería haber respirado hondamente y con alivio, pero solo sintió aún más peso en el pecho y casi ni pudo tragar saliva. — Pues ya hemos llegado, señorita Gallia. — Le dijo el funcionario transportador. — Espero que tengan muy buena estancia en América, y salude cuando pueda a su abuelo de mi parte, dígale que en la delegación de transportes se le echa de menos. — Ella trató de poner una sonrisa cordial y asintió. — Muchas gracias, se lo diré, ha sido un viaje excelente. — No lo había sido, para nada, pero no por culpa del pobre hombre, que además era un antiguo compañero de su abuelo Robert. — Te daría la mano, pero estoy sudando y un poco temblando, ahora mismo lo que necesito es aire. — Le dijo a Marcus, antes de comprobar que el equipaje la seguía y Aaron también.

Cuando pasaron a la siguiente sala, vio un gran espacio, lleno de unas vallas enroscadas en sí mismas para realizar una cola ordenada, que acababan en unas vitrinas. A ella le sonaba ese sitio. — ¿Esto… es Ellis Island? — Bienvenida a Nueva York, prima. — Dijo Aaron poniéndose a su espalda. — El Ellis Island mágico va por debajo del nomaj, aunque ahora el nomaj ya no se usa, tienen aviones y esas cosas. — Señaló la hilera de ventanillas del final de la cola. — Viajeros locales por ahí, que esta vez nos quedamos en Nueva York. Mucho más cómodo que cuando tienes que ir a otro estado. — Mira tú por dónde, iba a venir a mano tener a Aaron cerca tan pronto habían pisado aquel sitio que ya se le antojaba grande y ruidoso de más. Llegaron a la ventanilla y cuando oyó. — Alice Gallia, visado de permanencia indefinida por filiación familiar. Bienvenida a los Estados Unidos de América. — Sintió un tremendo alivio. Por algún motivo, aún esperaba que todo se viniera abajo en cualquier momento.

En cuanto pasaron las ventanillas, subieron unas escaleras y salieron al aire libre, y Alice no pudo agradecerlo más. Sintió el sol y el viento del mar en la cara y cerró los ojos y se limitó a respirar aquella brisa, que llenaba sus pulmones y aliviaba su peso. Y cuando los abrió, allí estaba, al otro lado del mar, en otra isla. — ¿Eso es la Estatua de la Libertad? — Aaron la miró con una sonrisa y asintió. — Es bonita ¿eh? Da igual cuántas veces la veas, siempre tiene… algo. — Ella se acercó a Marcus y le dio la mano. — Fue lo último que vio mi madre antes de irse de aquí para siempre y quiso que algún día yo volviera y la viera. Por fin he cumplido eso. — Luego dirigió la mirada a la jungla de edificios que se levantaba en la costa. — ¿Cuál es el Empire State? — Aaron frunció el ceño y puso la mano de visera. — No se ve desde aquí, lo tapan los demás. — Ella rio un poco. — Ya no es el sitio más cercano al cielo en Nueva York. — Eso hizo reír también a su primo. — Ni de coña, además. Bueno, hay que ir por ahí. — Y señaló un agujero muy grande en el suelo. — ¿Cómo? — Sí, te tiras y apareces en el lobby de llegadas internacionales a Estados Unidos. — Alice parpadeó. — Es como un traslador, aquí lo llaman el sumidero. — No es invitador. — Aaron se encogió de hombros y se lanzó sin pensarlo. Ella se giró a Marcus y suspiró. — Estos americanos… — Y saltó. Realmente le hizo hasta gracia, porque se sentía una sensación muy rara como de saltar y rebotar, y de repente aparecías en una sala muy grande (todo empezaba a parecerle muy grande) parecida a Kings Cross, donde había un montón de gente claramente esperando a que otros llegaran. Se giró a su novio y preguntó. — ¿Distingues a tus tíos? — Y cuando vio a una pareja de ancianos con un cartel verde donde ponía “Laceys” detrás flotando tuvo, por lo que fuera, un presentimiento.

 

MARCUS

Nunca había hecho un viaje tan largo, pero, sobre todo, nunca había hecho un viaje... así. Para lo que iban y, encima, sin su familia. Sentía una fuerte opresión en el pecho que le acompañó hasta que pusieron los pies en Nueva York, donde tuvo que dejar sus penas a un lado y activar el modo supervivencia. Ya estaban allí, ya no valía dejarse llevar por el miedo o echarse atrás. Estaban más cerca de Dylan, pero también de los Van Der Luyden. Su madre le había dicho que no podía bajar la guardia ni medio segundo. Eso pensaba hacer.

Junto a Alice, asintió con cortesía al funcionario que les dijo que habían llegado y que esperaba que tuvieran una buena estancia. Ya... él también. No era ese el primer viaje con su novia que tenía en mente, por no hablar del invitado indeseado. Él había enterrado el hacha de guerra con Aaron, en vistas de que tendría que pasarse viviendo casi un mes con él, y de la situación en la que estaban, pero debía reconocer que le había costado. Ahora, su rivalidad con él estaba en un plano muy inferior. Era lo suficientemente inteligente como para saber que estar a la gresca con una de las piezas fundamentales de su plan era bastante absurdo. Y el chico, por ese motivo o por el que fuera, pareció pensar como él. — ¿Estás bien? — Le dijo en voz baja, junto a su hombro. Marcus le miró y trató de esbozar una sonrisa leve, tan leve que apenas se apreciaba. — Sí... Un poco nervioso. — El otro puso una sonrisa comprensiva. — Vamos a estar con tu familia, al fin y al cabo. Si son como tus abuelos de Inglaterra, estarás bien. Aunque entiendo tus nervios. — Marcus volvió a tratar de sonreír y asentir. No le salían muchas más palabras... pero agradecía la comprensión.

Se acercó a Alice y emitió una muda y leve risa, con los labios cerrados. — Si te sirve de consuelo, yo también estoy sudando. Ni me daría cuenta. — Trató de bromear, bajando un poco la tensión de ambos (o intentándolo). Lo cierto era que él tampoco atinaba ni a darle la mano, ni a agarrarla ni a darle un beso, estaba mirando a todas partes, intentando localizar por dónde habían entrado, por dónde se salía e incluso si podría haber por allí alguien sospechoso. Quizás estaba más tenso y asustado de lo que debería, pero Aaron tenía razón: se encontraría mejor cuando se reuniera con sus tíos. Pasaron a otra sala y escuchó a Alice hablar, en silencio. Conocía de lo que hablaban: a Marcus le encantaba la historia y tenía familia irlandesa, Ellis Island era conocimiento obligatorio para él. Ojalá estuviera de mejor ánimo para ponerse a contar historias y a explorarlo todo. Siguieron a Aaron por donde indicaba y, tras pasar Alice, le tocó su turno en ventanilla. — Marcus O'Donnell, visado de permanencia indefinida por filiación familiar. Bienvenido a los Estados Unidos de América. — Asintió con cortesía, de nuevo con la sonrisa leve. Estaban allí, estaban en Estados Unidos. Nunca imaginó que en su primer viaje sentiría tanto vértigo.

Nueva York se abrió ante ellos en cuanto salieron al aire libre, y por un momento sintió un escalofrío de emoción. En el fondo... estaban conociendo un nuevo lugar, estaban de viaje juntos. — Guau. — Murmuró, con los ojos muy abiertos, al distinguir la estatua de la libertad. Alice se acercó a él y, esta vez, su sonrisa fue más sincera, más de corazón. — Seguro que está muy feliz. Y muy orgullosa de ti. — Apretó su mano y dejó un beso en su mejilla. — La veremos de nuevo cuando nos vayamos, y Dylan la verá con nosotros. Y será una visión mucho más bonita que la de ahora, ya lo verás. — De repente le había inundado una emoción diferente, un sentimiento de confianza y ganas, de saber que todo aquello, por duro o largo que fuera, saldría bien.

Se le fue un poco cuando Aaron dijo que había prácticamente que lanzarse por un boquete. Le miró con una ceja alzada. — Perdona ¿qué? — Porque si era una broma, no era el momento. Por un momento se planteó si Aaron había sido tan pérfido de esperar a matarles cuando estuvieran ya en suelo americano, porque aquello no le parecía muy seguro. Pero tras observarlo, supuso que sería algo parecido a una red flu muy grande... En su familia no eran especialmente amantes de la red flu. Aaron se lanzó, su novia le miró y, antes de que pudiera articular una palabra de vuelta, se lanzó también. Marcus cerró los labios y echó aire fuertemente por la nariz. — Esta familia me va a matar. — Y, decidiendo que no podía pensárselo más (y total, si era un conducto a la muerte, Alice ya se había lanzado, así que él sin duda iba detrás), saltó al agujero.

No fue tan desagradable como imaginaba, aunque hiciera el trayecto tenso y con los ojos cerrados. Apareció rápidamente y aterrizando de pie, con mucha menos violencia de la que había esperado, en una sala de enormes dimensiones en la que había personas que parecían esperar la llegada de viajeros. Parpadeó un poco y se reubicó, justo cuando Alice le preguntó por sus tíos. Con una rápida visual, vio a una pareja mayor con un cartel que ponía "Laceys", e inmediatamente sonrió. — Sí. — Miró a su chica y, con un guiñó, dijo. — Un irlandés siempre sabe dónde está su familia. — Y él proclamaba a los cuatro vientos que era inglés, pero le venía muy bien aquello en ese momento.

Tomó la mano de Alice y, con paso decidido, se acercó a sus tíos, con Aaron unos pasos por detrás. Frankie seguía mirando a todas partes, pero Maeve les había visto acercarse y les miraba pensativa, como si tratara de identificar que efectivamente eran ellos. Conforme se fueron acercando (y tras una llamada de atención en el brazo de su mujer), Frankie les miró también. Marcus sonrió, con esa sonrisa cálida y de chico perfecto que sacaba a relucir sobre todo con su familia, y mirándoles dijo. — Tío Frankie, tía Maeve. — Y antes de despegar los labios, la mujer ya estaba juntando las manos y poniendo una expresión que le recordaba tanto a la de su abuela que podría haber dicho que su hermana era ella en vez de él. Pero el hombre no tardó en reaccionar, con los ojos iluminados y una enorme sonrisa. — ¡Marcus! ¿Eres tú, hijo? — Él asintió, y el hombre se dirigió hacia él y le puso ambas manos en los hombros, mirándole emocionado. — Cuánto te pareces a tu padre, y tan alto como Larry. Pero esa elegancia... Apenas vi a tu madre en su boda, y en felicitaciones navideñas cuando tu hermano y tú erais bebés. Pero ese porte es muy fácil de identificar. — Y le abrazó, y Marcus sintió un fuerte nudo en su garganta. Estaba muy tentado de echarse a llorar, pero... estaba muy feliz. Estaba naturalmente feliz por primera vez desde hacía un mes. — La última vez que te vi apenas tenías dos años, seguro que tú no te acuerdas de mí. — Le dijo el hombre, sin soltarle. Y, por supuesto y recordándole de nuevo terriblemente a su abuela, la mujer se metió en medio. — Ya, ya, que vas a hacer llorar al chiquillo, guarda algo para estos días, que vamos a pasar mucho tiempo con ellos. ¡Marcus, cariño! ¡Qué alegría tenerte aquí! — Y una vez hubo apartado a su marido, fue ella quien le abrazó. — Pedidnos lo que necesitéis. Estáis en vuestra casa. — Le dijo mientras le achuchaba. No atinaba a responder, solo podía sonreír y contener las ganas de llorar.

— Tú debes ser Alice. — Le dijo Frankie a su novia, y Maeve le soltó a él para girarse a ella. — Mi hermana me ha hablado mucho de ti. Dice que eres una mujer decidida e inteligente. — Y bien bonita. También lo decía y ya compruebo yo que es verdad. — Añadió la mujer, y se fue directa a abrazar a Alice. — Ya eres nuestra familia, cariño. Ya estás en casa. — Tú... ¿eres Alexander? — Preguntó Frankie, confuso, pero Aaron negó. — No, no, yo... — Se llama Aaron McGrath. — Presentó Marcus. — Puede que... tenga que estar unos días con nosotros. — ¡Ah, sí, sí, me lo dijo mi hermana! Perdonad, hijos, estoy un poco despistado. Venga, vayamos a casa y pongámonos al día. Vamos a estar mucho más cómodos. —

 

ALICE

Se alegraba de ver a Marcus haciendo una de sus sobraditas, de esas frases que soltaba con seguridad, aun sabiendo que era imposible no ver aquella enorme pancarta. Los destellos de normalidad aquellos días le estaban salvando la vida. Frankie y Maeve parecían un adorabilísimo matrimonio irlandés, y, si le hubieran hecho jurarlo, hubiera dicho que Maeve era la auténtica hermana de Molly, solo viendo su reacción inicial. Una sonrisa emocionada le surgió con la reacción de Frankie, solo de imaginarse la sensación que debía dar haber visto a su adorable Marcusito de bebé y verle ahora. Y su sonrisa se amplió cuando le sacó los parecidos, haciéndola reír un poquito. Sí, desde luego, era inconfundible, si conocías a los O’Donnell, de dónde le venían los rasgos y la actitud.

Entonces Aaron se inclinó ligeramente hacia ella y susurró. — Ehhhh, ¿la familia de Marcus se apellida Lacey? — Ella frunció el ceño y rio un poco, confusa. — Sí ¿dónde estabas cuando hablábamos de con quién nos quedábamos? — Su primo puso la cara de Gryffindor confundido más conseguida de toda su vida. — A ver, Gal, que habéis dicho muchas cosas y muchos nombres. — Ella suspiró con impaciencia. — Bueno ¿y qué pasa? — Que… Bueno… ¿Frankie Lacey y Sophia Lacey serán familia también? — Ella asintió. — Sí ¿qué pasa? ¿Los conoces de Ilvermony? — Ehm, pues sí… Y me temo que no deben opinar muy bien de mí… Por lo de ser… de nuestra familia y los círculos en los que me veía obligado a moverme y eso… — Otra dificultad más, aunque, la verdad, viendo a Frankie y a Maeve, dudaba que esa gente tuviera ningún problema con nadie. Pero sintió que la llamaban, y lo mínimo era atender, ya lidiaría con eso más tarde.

Asintió con una sonrisa a la llamada de Frankie. — Esa soy yo, señor Lacey. — ¡Tío Frankie, como me llama Marcus! — Y a mí tía Maeve. — Insistió la mujer, después de considerarla ya de la familia. — Gracias por acogernos aquí, de verdad. — ¡Oh cariño, ni lo menciones! Vamos, no estoy yo poco contenta de volver a tener jóvenes en mi casa. — Definitivamente, “abuela irlandesa” era toda una categoría de mujeres. Pero claro, llegaba el punto de tener que dar explicaciones sobre Aaron, pero para eso, su siempre tan bien puesto novio era mejor y más claro que ella, que ya le había vuelto el embotamiento de cabeza. — McGrath, ¿como el senador? — Preguntó Frankie. Aaron ladeó la sonrisa. — Sí… Eh… Es mi padre… — Y Frankie y Maeve se volvieron con los ojos muy abiertos. — Ah, claro, ahora todo cuadra, Frank, piénsalo… — Dijo la mujer agarrándose de su brazo. Sí, Molly les habría contado la historia, y ya podía empezar a acostumbrarse a que todo el mundo supiera quiénes eran los Van Der Luyden y de qué pie cojeaban. — Bueno, hijo, en casa sois todos bienvenidos. Ahora nos pones al día cuando lleguemos, pero mejor vayámonos ya, que Nueva York nada más llegar puede ser muy agobiante. — Comentó Maeve.

— Cuando nosotros llegamos a América, esto estaba absolutamente lleno de inmigrantes, toda esta sala llena… Afortunadamente ahora hay más turistas que inmigrantes. — Iba contando la mujer. — Y todos veníamos con unos paquetes enormes, todo lo que podíamos llevarnos… Sobrevivir a la aduana era la primera prueba para vivir aquí. — Alice le miró con dulzura. Aquellas personas habían sido tan pobres como para dejar su casa… por tiempo indefinido. Ella no podía esperar a volver a ver el cielo de Inglaterra, Saint-Tropez… y ellos nunca volvieron. Era triste, pero bueno, también habían formado una familia. — Ahora, Alice, tú agárrate a Maeve, y estos dos chicarrones conmigo. — Y en un segundo, desaparecieron del lobby.

El barrio de los Lacey era una barriada mágica muy tranquila y de casitas muy sencillas y cucas. — Me recuerda a Inglaterra. — Dijo al mirar alrededor. — A Irlanda más bien, hija, aquí vivimos todo inmigrantes. Los viejos, que hemos pasado toda una vida juntando. — Qué bonitos los jardines. — Tuvo que admirar, viendo las flores y la cantidad de mariposas y bichitos que había por ahí (siempre muy buena señal para las plantas) — ¿Verdad? Las flores siempre dan mucha alegría, hija, especialmente en ciudades tan grandes con tanto cemento y cristal. — Alice asintió con una sonrisa. — Esto no se parece en nada al Long Island que yo conozco. — Murmuró Aaron. — ¡Uy! Eso es por los… Bueno, tu familia, hijo, ya sabes… Viven en la parte de Long Island en la que los ricachones se hicieron sus casas cuando Nueva York se hizo invivible, pero nosotros nos vinimos aquí en los sesenta, cuando aún no había casi nada, y nos construimos nuestra casita, porque Frankie es constructor, igual que nuestro Jason… Que por cierto, le dijimos que viniera ya mañana, pero si le conozco de algo... — ¡YA HAN LLEGADO LOS INGLESITOS! — Sonó una voz atronadora desde la puerta a la que se dirigía Frankie. — Sí, hijo, sí, haz el favor de no chillarles, que estarán cansados y confusos con el desfase horario… — Contestó el tío, con la voz de un padre que está acostumbrado a hijos MUY ruidosos.

 

MARCUS

Estaba encantado con sus tíos, le habían aligerado bastante la opresión que sentía en el pecho, porque era como estar con sus abuelos. Iba ya a encaminarse hacia la casa cuando el tío Frankie pareció caer en algo: en que el padre de Aaron era senador. No es como que pudieran pasar muy desapercibidos con él por allí. Su abuelo Lawrence era muy conocido, pero no tanto en América como en Europa y Asia, y a los Gallia era altamente probable que nadie les conociera allí. Confiaba en pasar desapercibidos... No iba a ser posible con Aaron.

Las miradas y comentarios de sus tíos, tratando de no incomodarles pero claramente incómodos ellos en sí mismos, hizo que Marcus intercambiara una mirada con Alice. Afortunadamente, la mujer no le dio más importancia y dictaminó que siguieran su camino a casa. Caminando junto a ella, escuchó la historia que les contaba, y si bien era triste y agobiante, no pudo evitar una ligera sonrisa. — Mi abuela habla muchísimo de vosotros, y me ha contado muchas historias de Ellis Island y de los irlandeses que hay repartidos por el mundo, sobre todo aquí en América. — Y por eso sonreía, por su recuerdo infantil. En su momento lo escuchaba como cuentos... ahora estaba tomando mucha más conciencia de lo que todo aquello significaba y el sufrimiento que conllevaba.

Alice se agarró del brazo de Maeve y los chicos se colocaron a ambos lados de Frankie, apareciéndose poco después en la que era la casa de ambos. Era muy bonita y acogedora, tenía un poco de miedo de lo que se fuera a encontrar: Nueva York, por lo que había leído y oído, parecía bastante agobiante. De hecho, se veía una manta de edificios altísimos nada más llegar nada inspiradora. Pero aquello era, de nuevo, como ir al barrio de sus abuelos. Rio un poco cuando Maeve matizó que no era a Inglaterra a lo que les recordaba, sino a Irlanda. — Eso debe ser. Lo cierto es que me recuerda más a la casa de mis abuelos que a la mía ¿verdad? — Preguntó a Alice. No es como que estuviera exultante de felicidad, pero estaba más relajado de lo que lo hubiera estado desde hacía un mes. Esperaba que no estuviera bajando la guardia a la primera o teniendo una falsa sensación de confianza, como su madre le había advertido. Pero es que... era muy tentador relajarse un poquito.

Y ya se llevó el primer susto. Por poco saca la varita. Al final no iba a estar tan relajado como parecía. — ¡Jason! ¡Oish, este niño! — Reprendió Maeve, menos conciliadora que Frankie. Le haría más gracia el parecido con su abuela si no estuviera intentando que el corazón no se le saliera por la boca. — Ay, Marcus, hijo ¿estás bien? — Sí, sí, claro. — Respondió, aparentando normalidad. Por Merlín, qué vergüenza. Con lo que le gustaba a él quedar bien. Rápidamente, carraspeó y se dirigió hacia Jason (aunque ya le tenían prácticamente encima). — ¿Eres el primo Jason? — ¿¿ERES MARCUS?? — Bramó, y luego subió ambas manos y puso una expresión de júbilo tal como si hubiera visto a su famoso favorito. — ¡¡Cómo te pareces a Arnie!! ¡¡Creo que llevo sin ver a tu padre casi desde que tenía tu edad!! — Marcus fue a responder con su frase correcta de "mi padre me ha hablado mucho de ti, tenía ganas de conocer al primo más divertido de la familia" pero no le dio tiempo, porque el hombre le abrazó con la fuerza de una boa constrictor. — ¡Qué ganas tengo de que conozcas a tus primos! ¡Bienvenido a Nueva York, muchacho! — Gracias. — Respondió con la ridícula voz residual de quien se está quedando sin aire.

Le soltó y miró a Alice, y rezó todas las plegarias que se sabía porque no le hiciera a ella lo mismo, porque la rompería. — ¡Pero Marcus, qué novia más guapa! — La señaló con un índice balanceado. — Tú tienes cara de llevarte divinamente con mi Sophie. — Agarró su mano y Marcus tuvo la fútil esperanza de que se marcara un O'Donnell y se la besara caballerosamente, pero no. Se la estrechó, sacudiéndola con tanta fuerza que de verdad temió que la tirara al suelo. Si llega a ser un pajarito de verdad ahora estaría todo el entorno lleno de plumas. — ¡Bienvenida a la familia! Alice ¿no? — Se dirigió a Aaron. — ¿¡Tú eres el hijo del senador McGrath!? — ¡Jason! — Volvió a reprender Maeve. — ¡Deja a los chicos entrar en casa, hombre! — La mujer puso un brazo por encima de los hombros de Marcus y Alice y miró a Aaron mientras decía. — Primero os voy a servir un té, que lo he comprado expresamente para nuestros invitados ingleses, y luego nos vamos a sentar a comer, que vendréis cansadísimos. ¿Qué hora era cuando habéis salido de Inglaterra? Yo me pierdo con los cálculos, pero bueno, hambre tendréis seguro. —

 

ALICE

No pudo evitar que se le escapara una risita solo de ver cómo su siempre bien puesto novio se veía arrasado por un huracán, claramente Gryffindor, de familiaridad y muy alto volumen. Tanto que dejaba al prefecto O’Donnell con la única posibilidad de decir “gracias” con lo protocolario y discursivo que le gustaba ser a él. No fue la única que se dio cuenta, porque Maeve ya estaba riñendo a su propio hijo y acogiendo a su de repente muy confuso novio. A parte de todo eso, se alegraba de ver tanta efusividad y un poquito de alegría, porque el último mes en casa había sido criminal, y era muy tierno cómo todos se acordaban de Arnie y veían su parecido en Marcus.

Le tocó el turno a ella, que ya venía en sobre aviso de la efusividad, visto lo visto, y tenía un poco más de margen de reacción. — Sí, soy yo. Tú eres Jason según he entendido. — Contestó con una sonrisa, porque es que aquel hombre te invitaba a sonreírle. Le tendió la mano y de repente sintió como si una corriente eléctrica la recorriera de arriba abajo, electrocutándola, porque se sintió agitada por la fuerza del hombre. — Ah, sí, Sophia, me han hablado de ella… — Trató de decir, mientras Maeve volvía a regañar a su hijo. — Mira que eres burro. Saluda como las personas normales, hijo, que esta chica está en los huesos y la vas a doblar. — Y para rematar reconoció de inmediato a Aaron. O sea, que encima a la gente le podía sonar su cara, no solo su apellido. De verdad, su primo era el necio más grande que había conocido nunca, porque no acertaba jamás en lo que era fundamental dar a conocer y lo que no. — Perdón. — Susurró cerca suyo. Ella suspiró y le miró. — No me leas la mente. — Lo has pensado muy alto. — Ya. — Cortó tajantemente entre susurros agresivos.

Afortunadamente, Maeve seguía controlando la situación y les hizo pasar a todos. Adoraba a la gente como ella, como Emma y Molly, que se encargaban de que no tuvieras que pensar, que tenían en cuenta lo que te podía gustar, el cambio de hora, el cansancio y la tensión y estaban preparadas para ello, haciendo que no tuvieras que pensar y preocuparte. No era lo que le solía pasar con su familia, a decir verdad, y era un alivio poder dejar de sentirse así. — Gracias, tía Maeve, te voy a agradecer el té, porque tantas apariciones me han revuelto un poco el estómago. — La mujer le acarició el pelo. — Normal, hija, normal, venga vamos al jardín y nos sentamos allí, ya que te ha gustado tanto. — A la pregunta del cambio horario, contestó. — Hemos salido de allí a las cuatro de la tarde, entre las tres horas de aparición transoceánica y venir aquí… ahora serán las siete y media más o menos. Para nosotros será como cenar. — Maeve amplió la sonrisa. — Perfecto entonces, voy a poder daros de comer a gusto. — Abuelas irlandesas, sin duda, se dijo a sí misma.

Frankie se sentó frente a ella y agravó un poco el gesto, señalando el jardín. — Le tenemos echada al jardín trasero una cúpula antirruido, así que podéis hablar con tranquilidad. En esta familia gritamos mucho, y cuando vienen todos mis nietos a las barbacoas armamos tremendo jaleo, así que, para no volver locos a los vecinos, intentamos mantenerla lo más intacta posible. — En realidad la pusieron por mí, desde que nací soy un voceras. — Aportó Jason, sentándose, también con una gran sonrisa. — Así que… contadme, hijos. Molly me explicó un poco por encima, pero prefiero oírlo de vosotros. Sé que… tu madre era una Van Der Luyden, que en paz descanse. — Ella asintió, pero Jason dio un salto en el asiento. — ¿Eres una Van Der Luyden? — Nunca nadie se había referido a ella así, ahora que lo pensaba, pero, en fin, había conseguido el visado gracias a esa filiación, negarlo tampoco tenía sentido. — Mi madre era una Van Der Luyden, sí… pero yo nunca les he conocido. Nunca supe nada de ellos y mi madre prácticamente no contaba nada de su familia. De hecho, es que me sorprende que la gente sepa de quién estoy hablando. — Uy, hija, aquí todo el mundo conoce a los Van Der Luyden. — Dijo Maeve, que traía la bandeja con el té y se puso a servirlo con la varita mientras se sentaba. — Ahora caigo, McGrath está casado con la hija mayor de los Van Der Luyden. — Siguió Jason. — Ah, por eso estarás tú aquí, sois primos ¿no? — Correcto. — Contestó Aaron. Luego Jason miró a Alice. — Creo que mi hermana fue con tu madre a Ilvermony, con las dos Van Der Luyden, vaya… Pero a tu madre se le perdió la pista un poco, no se casó con nadie de renombre de aquí y… — Sí, bueno, la echaron de casa, básicamente. — Acortó ella. Los otros tres hicieron unos gestos que venían a evocarle un “sí, bueno, nada nuevo bajo el sol”. — Ojalá no creyera que son capaces de eso y de más… — Dijo Jason, y Frankie le dio en el brazo. — ¡Hijo! Que son su familia. — No. — Saltaron los dos a la vez. Alice suspiró y se apartó el pelo de la cara. — Lo cierto es que tanto a Aaron como a mí solo nos han hecho daño. Nos han humillado, espiado y perseguido. — Le tenía un poco preocupada que todo eso no sorprendiera a los tres Laceys. — Pero… ahora nos han quitado legalmente la custodia de mi hermano y está aquí con ellos. Tiene doce años recién cumplidos, no ha estado en América nunca y es un niño… muy tierno y especial. Ha sufrido mucho por la muerte de mi madre y por… Bueno, mi padre ha tenido unos años duros. — Duros, dice, yo sería un despojo humano si algo le pasara a mi Betty… — Dijo Jason. Se inclinó hacia ella y la agarró de la mano. — Nos pasa a los hombres cuando hemos tenido una mujer excelente a nuestro lado. — Ella sonrió con cariño a aquellas palabras. — Hemos venido para intentar recoger pruebas de lo que le hicieron a mi madre y demostrar que ellos no son aptos para cuidar de mi hermano, que tiene que volver con nosotros a casa. — Y ya los ojos se le inundaron y la voz se le quebró. — Hay que ser desalmado para separar a un angelito de su familia. — Dijo Maeve indignada.

 

MARCUS

Sonrió y pasó él también al jardín, escuchando hablar a Alice del cambio de hora. Sí, ahora en Londres serían las siete y media, ya habrían cenado... y allí eran... — ¿Son las dos y media de la tarde? — Preguntó a Frankie, con tono confuso, sin estar seguro de si había calculado bien. El hombre asintió. — Vosotros ya habríais cenado, y nosotros ya hemos comido. — A Marcus le rugió un poco el estómago. Estaban bien elegidos esos tiempos verbales, porque entre los nervios, el viaje y el cambio de hora, al final no había comido nada. Como si le hubiera leído la mente (o el estómago se le hubiera escuchado de más), Jason respondió. — ¡Pero a mamá siempre le sobra comida! Más aún si tiene invitados, así que no os preocupéis que tenéis para comer. — Lo mismo que Maeve confirmó acto seguido. Una vez más, le recorrió la sensación de alivio de sentirse casi como en casa.

Lo de la cúpula antirruido le pareció una idea fantástica, sobre todo si estaba echada por defecto. Sería muy raro ponerla justo ahora que llegaban invitados extranjeros a la casa, pero si la tenían de siempre... podrían hablar con tranquilidad y sin levantar sospechas. Se sentaron en las mesitas del jardín y Marcus miró a Alice y apretó levemente su mano con una sonrisa cálida. Esperaba que, dentro de las circunstancias, estuviera lo más cómoda posible. Tocaba empezar a contar qué les había traído allí, y lo cierto era que, sorprendentemente, aunque no mucho en vistas de la situación en la que estaban, todos parecían conocer de sobra a los Van Der Luyden... y no tenían muy buena fama. Definitivamente, en Inglaterra les habían faltado datos todo este tiempo, porque de vivir allí se les habría visto venir a lo lejos.

Lo que no dejaba de sorprenderle era que Aaron y sus padres fueran tan conocidos, aunque eso explicaba lo oculto que estaba en Inglaterra para que no le pillaran. Pero la declaración de Jason de que Shannon había estado en Ilvermorny con Janet y su hermana le hizo abrir mucho los ojos y sentir un fuerte latido en el pecho. Nunca habían estado tan cerca del entorno de Janet, de gente que la conociera fuera de sus dos familias. ¿Cómo se estaría sintiendo Alice? Porque Marcus se sentía muy cerca no solo de un misterio que llevaba sin resolver toda su vida, sino de conocer más de una persona muy importante para ellos y a la que ya no podían preguntarle directamente.

Las declaraciones de Alice eran duras y contundentes, y ver que no parecían sorprender a nadie era... preocupante. Aquella familia era peor a cada dato que conocían de ellos. Oír hablar de Dylan le volvía a poner sensible, pero la reacción de Jason cuando dijo que William había tenido unos años duros, directamente le hizo un nudo en la garganta que le obligó a tragar para que no se le saltaran las lágrimas. Alice empezó a quebrarse, así que agarró su mano y decidió tomar un poco el testigo. — Todo este mes hemos estado preparándonos e informándonos, no queremos irnos de aquí sin Dylan... Pero lo cierto es que, a más conocemos de los Van Der Luyden, menos alentador parece. — Los tres Lacey asintieron, y Frankie respiró hondo y habló. — Si os habéis estado informando, supongo que sabréis que son una de las familias más poderosas no solo de Nueva York, sino de Estados Unidos en general. — De hecho, ni siquiera son de aquí, son de Maine. — Especificó Maeve, y Marcus asintió. — Lo sabemos... — ¿Y cómo es que tú estás con ellos? — Preguntó entonces Jason, mirando a Aaron, quien pareció verse de repente en el foco del interrogatorio y puso cara de asustado (aunque Jason parecía tan normal haciendo la pregunta). — Si ellos apenas conocían a los Van Der Luyden... y, de hecho, has dicho que con tu madre no tenían relación ¿no? — Le preguntó a Alice. Marcus miró a Aaron, esperando que hablara. El chico se lo pensó un poco, pero finalmente se aventuró. — Mi abuela me mandó a espiar a Alice con la excusa de un intercambio a Hogwarts. — Eso ya provocó que Maeve soltara un sonidito indignado, girando los ojos. — ¡Una abuela haciendo esas cosas! Por Merlín... — El caso es que yo nunca quise espiarla, no lo hice, de hecho, mandaba informes falsos. Pero evidentemente no tardaron en darse cuenta de que les estaba dando esquinazo, y... Bueno... ya... — ¿Te dejaron en Inglaterra? ¿No te permitían volver? — Preguntó Frankie, preocupado e indignado. Aaron ladeó la cabeza. — No exactamente... Lo contrario, más bien. Querían traerme aquí de vuelta porque no estaba cumpliendo con lo que había mandado, pero me daba miedo volver. — Pobre chico... — Y, además... conocí a alguien allí. — Jason chasqueó la lengua. — Claro, y esta gente las historias de amor, como que no. Y si encima la chica no era la aprobada por ellos... — Es un chico. — Remató Aaron. Los tres Lacey le miraron y él se encogió de hombros. — Soy gay. — Pausa. — Lo cual... no es como que me facilitara las cosas con ellos. — La siguiente pausa apenas duró dos segundos, porque Jason dio una fuerte palmada en el aire y dijo. — ¡Pues con nosotros ningún problema! ¡Tráete al muchacho, que le invitamos a comer! — ¡Jason! Está en Inglaterra, hijo. — ¡Bueno! Quiero decir, que en los Lacey todo el mundo tiene cabida. ¡El amor es amor! ¿No? —

 

ALICE

Había que fastidiarse, ellos un mes teniendo que informarse y llegaban a América y hasta los Lacey, que no podían ser más distintos a los Van Der Luyden, sabían más o menos lo mismo que ellos. Fue asintiendo a todo lo que iban diciendo y agradeció con la mirada a Marcus haberla relevado un poco en la conversación, porque le dio la ocasión de recomponerse. Obviamente, cuando le tocó el turno a Aaron, subió el pan, para variar, pero al menos sirvió para escandalizar por primera vez a los Lacey. Eso sí, el momento fue tremendamente aliviado por Jason, que hasta le arrancó una sonrisa con tanta naturalidad y que hizo que mirara a Marcus. Desde luego, si Lex tenía alguna duda de si su pareja sería aceptada por su familia extensa, podía perderla por completo, Darren entraría en esa casa por la puerta grande, no le cabía ninguna duda.

— Por todo esto… tenemos que actuar rápido. Es muy posible que hoy mismo se enteren de que estamos aquí. También es posible que el señor McGrath esté buscando a Aaron, desde que se escondió en Inglaterra, y en cuanto le suenen campanas de que está aquí va a alertar a los demás. — Jason torció la cabeza. — Pues habiendo pasado la aduana… — Nuestra esperanza, y la de nuestro abogado, es que le buscan entre las listas de ciudadanos americanos, y antes de irnos le conseguimos pasaporte británico, eso puede que les retrase. — Luego repartió su mirada entre toda la familia. — Por eso Aaron no puede salir de aquí, a no ser que salga con nosotros. — Los abuelos miraron un poco preocupados al chico, sintiéndolo por él, y rápidamente Aaron levantó las manos. — No, no, no se preocupen… He vivido cosas mucho peores que estar con una familia amable, en una casa adorable y aceptado… como soy. — Maeve, como buena abuela irlandesa, se inclinó y le acarició la mejilla. — Pues claro, hijo, ¿cómo no vamos a aceptar a una buena persona? Especialmente a una a la que su propia familia no ha tratado bien… Tú te quedas aquí con Frankie y conmigo, que en esta casa siempre hay faena que hacer. —

— ¿Y por dónde queréis empezar? — Preguntó Frankie, que era el que más preocupado parecía, probablemente pensando en el pobre Dylan. — Por el MACUSA. Cuando a mi madre la echaron de casa, se quedó con una amiga suya italoamericana que también era administrativa allí… — Jason soltó una carcajada. — Espero que sepas el nombre, porque decir eso es aludir al veinte por ciento del MACUSA. — Eso hizo sonreír un poco a Alice. — Nicole Guarini, o así se llamaba de soltera, si se ha casado lo tengo más difícil. Y su jefe se llamaba Christopher Wren, él también la ayudó mucho. — ¡Oh! El delegado Wren, sí sí, fue jefe de seguridad durante la Guerra Fría. — Dijo Frankie, claramente sorprendido. — Vaya, sí que quieres empezar alto… Pero hacéis bien. — Nos gustaría ir mañana al MACUSA. — Planteó. — ¡Pero si vienen todos los Laceys a comer! Mañana es la gran barbacoa para conoceros a todos. — Alice tragó saliva. A ella le encantaban las movidas familiares, pero, de verdad, necesitaba poder sentir que hacía algo y que empezaba cuanto antes. — Jason, hijo, que no han venido aquí de fiesta… Si les viene mal mañana se busca otro día. — No, no… De verdad, tía Maeve, no cambiéis nada por nosotros… — Miró a Marcus y puso una leve sonrisa, que intentaba aliviar el agobio. — Mañana solo vamos a ver si podemos encontrar a Nicole y al señor Wren. Iremos a primera hora, y ¿quién sabe? Quizá ya no estén allí o nadie sepa darnos razón de ellos… Sea como sea, volveremos a tiempo para la comida, ¿verdad, mi amor? — No quería por nada del mundo hacer sentir mal a esa familia tan excelente y que les había acogido en su casa. Había tiempo para todo. — Bueno, hija, como quieras, pero si queréis, se cambia a otro día. — Se levantó y dijo. — Voy a traeros algo de comer y luego os enseño vuestras habitaciones. — Acarició su cara y dijo con cariño. — A ti te voy a poner en la de mi Shannon. — Y mientras se iba, Jason dijo bajito. — La mejor. La más grande y bonita, porque, aunque ella diga que no, la niña pequeña es la favorita de todos. — Y eso la hizo reír con ternura, porque ver una familia así le devolvía un poco de dulzura y tranquilidad.

— Oye, Aaron, y tú no... Quiero decir... ¿No quieres ir a ver a tus padres tampoco? ¿Ni siquiera a tu madre? — Aaron suspiró y perdió la mirada. — En realidad... está cerca de aquí incluso, pero es que... — Tragó saliva y negó con la cabeza. — Mal por mi casa, pero... no me atrevo. Mi madre es muy miedosa de su familia, no creo que me delatara pero si mi abuela la interrogara... — Alice le puso la mano en el hombro. — Todo a su tiempo. Iremos, en algún momento. — Jason también le palmeó el hombro. — Venga, chico, todas las Aves de Trueno hemos tenido momentos de debilidad. — Rio y movió la cabeza. — Y no a todas nos han puesto en la picota por simplemente querer a alguien. — Desde luego, era un regalo tener a esa familia allí.

 

MARCUS

Alice tenía razón: no era solo cuestión de sus ganas de recuperar a Dylan, es que tenían cierta prisa real, ya que en cualquier momento, fuera por medio de descubrir a Aaron o de un chivatazo de uno de sus topos, se enterarían de que estaban allí y todo serían problemas. Cuanto más rápidos actuasen, más desprevenidos les pillarían. Y sí, no debería salir de la casa, le gustase o no... pero, al parecer, le gustaba y bastante. Le miró y, puede que más sinceramente que nunca, no pudo evitar una sonrisa leve. Al menos agradecía las buenas palabras hacia su familia. Lo cierto era, y por muy mal que le cayera Aaron... que, a más sabía de los Van Der Luyden, más pena sentía por él. ¿Qué habría sido de Marcus en una familia así? ¿Cómo sería ahora? Desde luego, y como mínimo, no estaría con el amor de su vida en esos momentos.

Marcus miró a Jason cuando dio a entender que había muchas mujeres italoamericanas en el MACUSA. Marcus no se había parado a pensarlo, pensaba que ese dato sería bastante descriptivo, pero al parecer no. Al menos tenían nombres y apellidos y datos mucho más concretos. Pensar que esas personas no fueran tan fácilmente localizables le tensaba, pero su madre y Edward parecían tenerlo todo tan atado que confiaba bastante en sus posibilidades. Asintió a lo de ir mañana al MACUSA, pero Jason tenía planes familiares. Se mordió el labio y miró a su novia de reojo. ¿Cómo le decían que no? Eran su familia y estaban siendo superamables, y a Marcus solo de oír "barbacoa familiar" se le hacía la boca agua. Por no hablar de lo necesitados que estaban de buenos momentos... Pero habían ido allí con una misión y no podían dejarla pasar, ya habría tiempo para barbacoas. Por suerte, su novia propuso una opción bastante inteligente. Asintió. — ¡Claro! El MACUSA abre temprano, si estamos allí a primera hora, estaremos de vuelta para la comida. Al fin y al cabo, si les encontramos con facilidad nos va a sobrar tiempo, y si la cosa se complica... claramente tendremos que volvernos a casa a replantear nuestra estrategia. Igualmente, estaremos aquí para la hora de comer. — Jason le dio entonces una fuerte palmada en el hombro que no se esperaba y que casi le derriba. — A ti te voy a enseñar yo a montar buenas barbacoas, que estás muy flacucho. — Uy, pero que no te engañe esto. — Dijo Marcus entre risas, señalándose su propio estómago. — Como muchísimo. Aquí el pajarito que solo picotea es... — Y señaló con un gracioso gesto de la cabeza a Alice, guiñándole un ojo. Jason hizo otro cómico aspaviento. — Pues eso en una familia americano-irlandesa no puede ser. ¡Mañana vais a ver más carne que en toda vuestra vida! —

Cuando la tía Maeve se fue, Jason le dio otra palmada en el hombro. A ese paso no volvía vivo a Inglaterra. — Tú dormirás en mi habitación. Espero que te guste el quidditch, tengo un montón de cosas. — Entonces el que disfrutaría muchísimo sería mi hermano Lex. — Dijo entre risas, y Aaron asomó la cabeza para mirarles. — A mí sí me gusta mucho el quidditch. — ¡Pues tengo que enseñarte mis cosas de cuando jugaba en Ilvermorny! Nunca se ha visto equipo mejor. ¡Así ha salido mi Frankie Jr.! ¿Os he dicho que vende escobas? Bueno, ya os lo dirá él mañana. ¡No me extrañaría que salierais de aquí con una nueva! — Marcus rio levemente, porque la alegría de Jason era ciertamente contagiosa. Pero el tío Frankie preguntó a Aaron por su familia. Debía ser doloroso... no poder ver a tu madre, o no querer. Compartió una mirada con Alice. Sí, todo a su debido tiempo. En ese viaje iban a arreglarse muchas cosas.

***

No estaba nada acostumbrado a comer a esas horas de forma tan copiosa, pero estaba muerto de hambre, y Maeve era una auténtica abuela irlandesa a la hora de servir comida. Estuvieron un buen rato charlando y compartiendo anécdotas en la comida, lo cual les vino muy bien para relajarse y le mostro una faceta tanto de su padre de pequeño como de sus abuelos de jóvenes que no conocía tanto. También le contaron cosas de sus primos, ya tenía ganas de conocerles. Pero debía notársele el cansancio en la cara, porque rápidamente la tía Maeve propuso enseñarles las habitaciones para que pudieran descansar.

— ¡A mi primo le enseño yo la habitación, que para eso es la mía! ¡Vente conmigo, primo! — Dijo alegremente Jason, llevándose a Marcus enganchado por los hombros. Oyó a Frankie suspirar tras de sí. — Jason... creo que tu madre ha dicho que los chicos estarían cansados... — Que sííííí que me estaba echando. Le enseño la habitación y me voy. — Afirmó, y Marcus no pudo evitar reír. — ¡Te veo mañana, Ave del Trueno! — Le bramó a Aaron y, acto seguido, se lo llevó escaleras arribas.

— ¡Y esta es la habitación del tío de la casa! — Exclamó, con los brazos en cruz, haciendo a Marcus reír mientras la observaba. — Definitivamente, a mi hermano le encantaría. — Y aquello debía haber sonado más alegre, pero sonó bastante triste. Jason chasqueó la lengua y se acercó a él. — Eh... Ni tú ni yo somos irlandeses de nacimiento, pero sentimos como ellos. Y a ningún irlandés le gusta estar separado de su familia. — Marcus frunció los labios, pero Jason pronunció una sonrisita jovial y añadió. — Estás enamoradito ¿eh? He visto cómo la miras. Yo miraba igual a mi Betty, y la sigo mirando así. Ya la conocerás mañana, sin querer hacer sombra a tu Alice pero es la mejor mujer del mundo. — Marcus rio un poco. — No lo dudo. — Y otra vez había sonado triste. Esperaba no estar así delante de toda la familia...

— Desde luego... debes quererla un montón para haberte venido aquí a lo loco para ayudarla a recuperar a su hermano. Eso es muy de Ave del Trueno ¿sabes? A ver si vas a ser un poquito de los míos. — Marcus rio levemente. — Dylan es como si fuera mi hermano también... Tengo muchas ganas de que le conozcáis, os encantaría. — ¡Seguro que sí! Y si la barbacoa de mañana va a ser grande, ¡no te cuento cómo va a ser la fiesta de cuando recuperéis a tu cuñadito! — Jason se giró entonces y empezó a rebuscar en los cajones de su escritorio. Aquello era un maremágnum de cachivaches sin ton ni son, y el hombre parecía un perro escarbando para encontrar un hueso. Marcus se planteaba qué estaba haciendo hasta que le vio girarse hacia él. — Toma. — Y le puso en la solapa una chapita en la que se veía un ave dorada, de grandes alas, sobre un fondo rojo. — He oído dos cosas: que los Ravenclaw también tenéis un pájaro en el escudo, y que estás acostumbrado a llevar insignia porque eras prefecto, así que no creo que te estorbe. — Marcus rio un poco y Jason prosiguió. — El ave del trueno es valerosa, fuerte y poderosa, legendaria. Puede con todo. — Le señaló con un gesto y puso una expresión comprensiva, a juego con el tono, que había bajado por primera vez desde que conocieron. — Aparte de inteligencia, que no dudo que la tienes... te va a hacer falta mucho valor. Quédatela, y que el valor del ave del trueno vaya contigo. Además de la inteligencia de las cigüeñas. — Águilas. — Corrigió, aunque sin poder evitar la sonrisa. Ni la emoción. — Muchas gracias, primo Jason. No pienso separarme de ella. — El otro puso una sonrisilla burlona y preguntó. — ¿Del ave del trueno, o de tu pajarilla? — Marcus no pudo evitar reír y, con una palmada nueva (más suave esta vez, o sería que se estaba acostumbrando), su primo añadió. — No me cabe duda. —

 

ALICE

Habían salvado la situación de la barbacoa, esperaba que de buena manera, y su conciencia se quedaba más tranquila sabiendo que se podían poner desde ya mismo a actuar. Pero no le vendría mal, después de pisar Nueva York por primera vez y enfrentarse a todo lo que se tenía enfrentar al día siguiente. — Y le encantan las barbacoas, y en mi casa de Saint-Tropez se hacen mucho el catorce de julio… — Solo de decirlo se dio cuenta… de que ese año se les había pasado por completo el catorce de julio. Era como si La Provenza fuera un sitio reservado a ser feliz y no se hubiera planteado otearla ni en su mente estando rodeada de tanta negrura. — ¡Oh! Saint-Tropez. Yo estuve en esa casa. — Alice abrió mucho los ojos. — ¿Perdón? — ¡Claro! En el setenta y… Bueno, setenta y algo. William y su hermana, esa rubia impresionante que… — Soltó una risita y luego carraspeó, mirándola un poco avergonzado. — Que imagino que es tu tía, claro… Bueno eso, los Gallia, habían invitado a Arnold y Erin por Navidad allí y como ese año lo celebramos todos en Irlanda pues me encasquetaron con ellos, pero yo creo que me integré de maravilla, lo di todo vamos, qué sitio… — Suspiró. — Tengo que volver con Betty… —

Desde luego, comer con familias irlandesas era garantizarse, primero, que uno no se iba a aburrir oyendo historias, y segundo, que no ibas a morir de hambre ni por asomo, pero Marcus (y por lo visto Aaron también) lo estaba agradeciendo. Lo que ella iba a agradecer era la cama, era poder descansar, cerrar ese día y hacerse a la idea de que estaba en América, que tenía que ponerse la coraza de alma más dura que le quedara disponible. Jason se ofreció muy ufano a acompañar a Marcus a su cuarto y ella le dedicó una sonrisa que quería decir “yo estoy bien, y muy cansada, disfruta de tu familia”. — Venga, cariño, que te llevo al cuarto de mi Shannon, que tienes que estar agotada. Frankie, acompaña a Aaron, por favor. — Hala, como en Hogwarts, cada uno a su cuarto. — Rio el hombre. — Ah, los buenos años… — Se sentía un poco mal de solo participar sonriendo, pero era todo lo que le salía. De todas formas, se dejó arrastra por Maeve escaleras arriba y tan solo dedicó un leve gesto a los chicos de buenas noches.

El cuarto de Shannon era talmente el de una princesita. Tenía papel pintado color crema con florecitas rojas y rosas, una cama enorme con cabecero y pies y había por ahí aún muñecas y peluches. — Quizá es un poco infantil… pero me encanta tenerlas así. Así cuando se quedan mis nietos están en la habitación de sus padres y sus tíos. — Señaló los muñecos. — Mi Shannon jugaba a curarlos a todos, los auscultaba, les daba la medicina… Yo ya sabía que iba a ser enfermera desde chiquitita. Por ahí estará el maletín de juguete y todo. — Alice sonrió con ternura. — Yo también quiero serlo. — Maeve le estrechó el brazo y la acompañó a sentarse en la cama. — Y lo serás, en cuanto vuelvas. Las Ravenclaw siempre habéis hecho muy buenas enfermeras. Aunque mi hija iba a Pukwudgie. — Ella asintió con los ojos húmedos. — Mi madre decía siempre que era la casa de las sanadoras. — Maeve agarró su mano y la apretó. — Alice, lo que te ha pasado es terrible. — Eso la hizo reír amargamente. — Eso me decían cuando se murió mi madre. Y cuando por fin habían dejado de decírmelo… — No, no es lo mismo. — Cortó, de repente, la mujer. — Lo de tu madre fue una desgracia de la que nadie tiene culpa. Pasa, es terrible, pero pasa. Pero esto… Esto es terrible porque se podría haber evitado, si esa gente no hubiera sido tan mala. Y algo que a todos los Hufflepuffs nos ha pasado alguna vez ha sido preguntarnos: si todo el mundo sigue siendo malo, ¿qué hago yo? ¿Tiene eco mi bondad? ¿Mis ganas de ayudar? ¿Cuánto más me queda de lucha? — Las lágrimas cayeron de los ojos de Alice y Maeve le apretó más la mano. — La respuesta es que nunca se acaba de luchar, pero no solo vendrán días mejores, que lo harán, es que, si no lo hacemos nosotros, contra ellos ¿qué será de la bondad en el mundo? — Alice rompió a llorar. — Eso decía siempre mi madre. — Y Maeve la abrazó, acariciándole el pelo. — Oh, mi niña, pobrecita… si es que estás agotada… — La meció un poco en el abrazo. — Si tú supieras cuánta gente que cruzó Ellis Island pasó su primera noche llorando, preguntándose si encontraría lo que vino buscando a esta ciudad… — Le levantó la cara y le hizo mirarla. — Y casi todos los que lo hicimos, ¿ahora sabes qué respondemos? — Alice negó con la cabeza. — Que al final siempre acabas haciéndote tú mismo tu camino y encontrando lo que necesitas en él. Nosotros veníamos buscando dinero, básicamente, y la vida te acaba dando esa fortuna de otras formas, a nosotros, por ejemplo, nos dio a nuestra familia. Tú tienes la suerte de que has venido buscando a una persona, y te la vas a llevar, y ¿quién sabe, hija? Quizá vuelvas teniendo más claro tu pasado, quién eres, quién era tu madre, y… muchas cosas que no sabías que necesitabas. — Y tenía razón, tenía mucha razón. Alice se había hecho muchas, muchas preguntas durante toda su vida sobre su madre y los Van Der Luyden. Era hora de abrir ese capítulo para poder cerrarlo como se debía y no había otro sitio mejor para hacerlo que donde todo empezó: el MACUSA y Nueva York.

Notes:

¡Bienvenidos a Nueva York, fans! ¿Podéis creer que nuestros niños estén en América? Emprendiendo una nueva aventura y conociendo a más personajes. Sabemos que os encanta la familia y aquí os vamos a presentar a muchos Lacey, así que estad preparados.

Planteamos toda esta trama hace MUCHO tiempo y es increíble que por fin la estemos subiendo, así que la pregunta es muy sencilla. ¿Cómo os ha hecho sentir la llegada a Nueva York? Contadnos por aquí, y muy atentos, que lo que viene es intenso.

Chapter 18: De cara al pasado

Chapter Text

DE CARA AL PASADO

(2 de agosto de 2002)

 

MARCUS

Sus tíos les habían dado buenas indicaciones para llegar hasta allí por medio de un traslador, que les dejaría en un lugar lo suficientemente apartado de miradas de muggles como para no sospechar. En Nueva York todo estaba como muy... mezclado, era raro. Se encontraban en una zona de edificios gubernamentales, entre toda la gente y el tráfico, y Marcus no podría asegurar quiénes de los viandantes eran magos y quiénes muggles. — Supongo que será cuestión de acostumbrarse. — Le dijo a Alice, mientras miraba levemente ceñudo a los lados, caminando hacia el imponente edificio. — Parece todo como más... integrado. Pero me parece alucinante cómo lo hacen los magos para que no les pillen. Si es en Inglaterra, que estamos superseparados, y hay que echar mano todos los días de los obliviadores. — Por no decir que, lo que más increíble le parecía, es cómo lo hizo WILLIAM para que, en meses allí, no le pillasen. Quizás llevaba un obliviador tras él como un guardaespaldas.

Subieron las escaleras con las respiraciones aceleradas, más por la emoción y la tensión que por el ejercicio, y en silencio. Ambos se detuvieron ante las puertas del MACUSA y se miraron. — Bueno... estamos aquí. — Tomó sus manos. — Alice... solo con esto ya estamos llegando muy lejos. Tu madre estaría orgullosísima. Y... bueno, no sé si hoy saldremos de manos vacías o si avanzaremos un montón, pero vamos a intentar ponerle una filosofía extra a este encuentro. — Sonrió cálidamente y picó su mejilla con un dedo. — Es la primera vez que vienes al lugar de trabajo de tu madre. Piensa que ella estuvo mucho tiempo cruzando estas puertas todos los días. Nunca pudo traerte, pero... has venido tú sola. Eres un pájaro libre y has decidido volar hasta aquí. — Dejó un leve beso en sus labios. — Vamos dentro, mi amor. Y, pase lo que pase, piensa que ella ahora mismo estaría muy contenta. —

La entrada para magos era, a sus ojos, bastante intuitiva pero lo suficientemente críptica como para que, efectivamente, ningún muggle la detectara. Atravesaron la veloz puerta giratoria y rápidamente se vieron en el vestíbulo del MACUSA. Los ingleses eran mucho más sobrios que los excesivos americanos, y en el MACUSA quedaba clarísimo. A Marcus ya le parecía imponente el Ministerio de Magia británico, pero aquel... Había oro por todas partes y las dimensiones eran incalculables, nada de estrechos pasillos de azulejos negros, allí todo brillaba y se veía en amplitud. Se agarraron de la mano y se dirigieron al mostrador de información, y cuando estuvieron a un paso miró a Alice, infundiéndole seguridad. Ella era la que debía poner voz a todo eso.

 

ALICE

Menuda locura estaba resultando ser los Estados Unidos. Cuando Frankie y Maeve se pusieron a explicarles cómo se llegaba al MACUSA ella no daba crédito. Su madre nunca se lo había descrito ASÍ, o sea, hablaba del metro y demás, pero… no se imaginaba cómo debía ser vivir así siempre… De hecho, si Nueva York no fuera una ciudad tan estresante, no le parecería ni desdeñable vivir así. O sea, era… enriquecedor hasta cierto punto. Aunque era difícil concentrarse en lo bueno con aquel calor húmedo agobiante, que hacía que aquel vestido de tela más gorda (y claro, elegante), que Emma le había comprado, se le pegara y le pesara como una condena. Obviamente, su siempre ordenado novio no aprobaba el caos de aquella ciudad y aquello de tener que estar escondiéndose a los muggles. — Ahora entiendo por qué mi padre llegó y se adaptó. Esto es tan caótico como una ciudad llena de Gallias. Y esto también explica por qué mi madre tampoco se escandalizaba con mi familia, acostumbrada a vivir aquí… — Al final iba a tener razón Maeve e iba a acabar entendiendo muchas cosas que hasta ahora había dado por inexplicables.

Al llegar a las puertas del MACUSA, miró a Marcus. — Casi parece irreal. Todo es tan grande y ruidoso… Me cuesta centrarme en lo que está pasando. — Admitió. Luego suspiró cuando dijo lo de su madre. — Es posible… Esto fue parte de ella durante un tiempo, y al fin y al cabo… aquí empezó mi historia. — Tragó saliva, tratando de calmar su respiración y su ritmo cardíaco. Enfocó los ojos de su novio y sonrió un poco cuando le dijo lo del pájaro. — Pues menos mal que el espino se ha venido conmigo, porque a ver qué hubiera hecho yo. — Y el beso le vino muy bien, la verdad, porque fue como si le infusionara fuerzas.

Como todo espacio público en América desde que había llegado hacía menos de veinticuatro horas, aquel sitio era masivo. Y no solo masivo, todo estaba cubierto de mármoles (¿serían auténticos?) las esquinas y los remates de los muebles estaban en dorado y había enormes lámparas que daban hasta demasiada luz. Llegaron al mostrador de recepción y había atendiendo como el triple de personas que en el Ministerio de Londres, de hecho, no tuvieron ni que esperar. — Buenos días, bienvenidos al MACUSA, ¿en qué puedo ayudarles? — Preguntó una chica que debía tener su edad más o menos. — Buenos días. Mire, acabamos de llegar a Estados Unidos y vengo buscando a una antigua amiga de mi familia, que trabaja aquí. Nicole Guarini. — La chica no varió la postura, pero cruzó las manos. — La protección de la privacidad de magos y brujas me impide darle información de ningún mago o bruja que trabaje en este ministerio. — Alice frunció levemente el ceño. En serio, ¿qué le pasaba a esa gente? ¿Vivían en una novela de suspense perpetua? — Bueno, si está aquí, solo quiero que la avise de que necesito verla. — No quería decir el nombre de su madre por si acaso, pero confiaba en que Nicole se acordara del de su padre. — Soy Alice Gallia, usted dígale eso. — La chica la miró con un poco de desconfianza, pero escribió una notita por un sistema de mensajería muy parecido al que tenían en el Ministerio y lo envió. — ¿Pueden esperar ahí un momento? — Ahora ya le habían pegado su paranoia. Se sentó a regañadientes en unos sillones de cuero que había ahí, mientras se decía a sí misma que era prácticamente imposible que esa muchacha hubiese avisado a un ejército de Van Der Luydens o algo así.

A los cinco minutos, la chica se asomó y les dijo. — La señorita Guarini dice que bajará en cuanto le sea posible. Está en una reunión de coordinación y no puede irse, pero ha insistido en que no se vayan. — Bueno, al menos parecía que sí que recordaba algo. Con un suspiro, se volvió a dejar caer sobre el sofá y resopló, echando la cabeza hacia atrás y tratando de relajarse. Miró a su novio, frunciendo un poco el ceño. — ¿No te parece todo esto… un exceso innecesario? Es… — Se mordió los labios y miró con extrañeza los altos techos. — Vulgar. — Se rio un poco al decir eso y miró a Marcus. — He sonado totalmente a tu madre diciendo eso… — Pero la conversación se les agotó pronto. Habían ido allí para cumplir una misión, no para estar en aquellos sillones como jarrones, y empezaba a desesperarse. Se levantó y se acercó a la chica de nuevo. — Perdone ¿no tenemos ni una estimación de cuándo va a acabar la señorita Guarini? Tenemos más cosas que hacer aparte de estar aquí. — La señorita Guarini tiene también cosas que hacer. Les ruego que esperen y si se les ofrece algo… — Alice suspiró y se giró en su sitio, cuando se vio frente a frente con un hombre bastante mayor que la miraba directamente. Parpadeó un momento, y miró claramente con pánico a su novio, como queriendo decir “¿qué está pasando aquí?”.

— Perdone… No quería… asustarla, señorita, discúlpeme… Es que usted me acaba de recordar mucho, muchísimo a alguien, a alguien que trabajó aquí hace mucho tiempo… — Alice se miró con Marcus y entreabrió los labios, temblorosa. — ¿Quién es usted? — El hombre carraspeó incómodo y le tendió la mano. — Christopher Wren, departamento de defensa. — Alice parpadeó y casi no le dio ni para cogerle la mano. Allí estaba, por fin, un poco de suerte. Le estrechó la mano, sintiendo que no le salían las palabras. — Señor Wren… Soy Alice Gallia, la… — ¡Por todos los cielos, no podías ser otra, por supuesto! — Dijo el hombre poniendo una gran sonrisa. — ¡Eres la hija de Janet! ¡Y de William, claro! Por Dios ¿cómo puedes parecerte tanto a tu madre? Chica, casi me da un infarto al verte, creía que había vuelto a los ochenta… — El hombre parecía realmente feliz de verla, pero Alice y Marcus se miraron con pánico cuando dijo “Janet” a voz en grito ahí en medio, y Alice estaba demasiado congelada en ese momento para decir “mala idea decir esto en público, señor Wren”. — ¿Cómo están tus padres? ¿Cómo es que estás aquí? —

 

MARCUS

Se mantuvo junto a Alice, en un plano de simplemente apoyo y ayuda si le fuera requerido, mientras preguntaba por la antigua compañera de Janet. Por dentro se notaba el corazón palpitar en anticipación, no sabía qué respuesta iban a obtener y los escasos segundos entre las preguntas de Alice y las respuestas de la recepcionista se le hicieron eternos. Y la respuesta fue... en parte esperable y lógica, pero en parte desesperante. ¿Resultaba que ellos eran el peligro? Vaya por Dios. Entendía que la recepcionista no pudiera dar datos privados de los trabajadores a cualquier persona que se presentara allí preguntando, podría tener malas intenciones (que se lo dijeran a ellos, que no estarían allí si no conocieran a unos pocos). Pero, como decía Alice, solo estaban pidiendo verla. De nuevo esa desesperante sensación de que se les ponían trabas absurdas a cada paso que daban.

No les quedaba de otra que esperar, así que a ello se fueron. Soltó aire por la boca. — Bueno, ya la van a avisar. Confiemos en que no tarde en venir. — Pero Alice estaba tensa, y no era para menos: ya venían tensos de antes por el simple hecho de estar allí y todo lo que arrastraban, toparse con una contrariedad nada más llegar no favorecía su estado. Se tensó cuando vio a la chica aparecer de nuevo, y fue para decirles que estaba ocupada pero que bajaría en cuanto pudiera y que "insistía en que no se fueran". Miró a Alice y sonrió tratando de mostrarse tranquilizador. — Eso puede querer decir que a lo mejor te ha reconocido. Vamos a tener esperanza. — Se lo estaba diciendo a Alice y a sí mismo, de paso.

Escuchó el comentario de Alice y no pudo evitar reír disimuladamente. — Sí que has sonado a mi madre. — Confirmó divertido, y luego miró a su alrededor. Sacó un poco el labio y se encogió de hombros. — A mí el de Inglaterra me parece demasiado sobrio. Pero creo que lo ideal sería un punto intermedio... — Bajó la mirada a su novia y volvió a encogerse de hombros. — Te has emparejado con un excesivo. Lo siento. — Frunció el ceño. — Pero yo no soy nada vulgar. Y he heredado el gusto por lo ostentoso de la rama de mi madre, así que muy graciosas las dos, pero menos bromas. Ella me concibió así y tú me elegiste así, os tendréis que aguantar. — Al menos en lo que bromeaba podía descargar un poco el ambiente y aligerar la espera... o intentarlo, porque se le estaba haciendo eterna.

No era el único. Fue a decirle a su novia que esperaran un poco más, pero se le escurrió antes de poder reaccionar y ya la vio preguntando de nuevo a la chica del mostrador. Alice se estaba desesperando, y en su desesperación se giró y se topó con alguien que estaba sospechosamente cerca de ella, tanto que Marcus frunció el ceño y se acercó rápidamente, porque detectó su mirada de agobio. Ahora sí que estaba tenso. Cuando llegó hasta ellos, sin embargo, el hombre parecía estar disculpándose. Era un señor de edad avanzada que miraba a Alice con confusión. ¿Se habría perdido? No parecía un hombre desorientado, sino alguien de allí. Y, por como vestía, se atrevería a decir que alguien importante.

De hecho, en cuanto le oyó presentarse miró a Alice con los ojos muy abiertos. No se lo podía creer. Creían que ese hombre iba a ser de más difícil acceso que la compañera de Janet, y sin embargo, allí estaba. Y la confusión claramente venía por el parecido de Alice con su antigua trabajadora, por cómo la estaba mirando. Debía ser como ver un fantasma. Casi se sentía mal por él. De hecho, fue Alice decir su nombre y entró en júbilo... en un júbilo muy poco discreto para la situación que tenían. Alice estaba un poco bloqueada, y tras intercambiar una mirada con ella, carraspeó y se acercó. — Señor Wren, es un placer conocerle. — Extendió su mano para estrechársela. El hombre le miró confuso, aunque seguía muy sonriente por la presencia de Alice allí. — Mi nombre es Marcus O'Donnell. Soy la pareja de Alice. — ¡Es un placer! ¿Viaje familiar, entonces? Qué alegría... — Señor... — Se aclaró levemente la garganta y miró con sutileza a sus lados. Nadie parecía alterado por la presencia de ellos, pero aun así... — Lo cierto es que... Alice tenía algunas dudas, quería preguntarle algunas cosas. — La cara del hombre se demudó un poco, y miró a Alice. Claro, a ninguno de los presentes le había pasado por alto que a la pregunta "cómo están tus padres" no había obtenido respuesta. — ¿Sería posible... si es usted tan amable, que pudiéramos hablar en un lugar un poco más privado? — El hombre pasó la mirada por ambos y luego asintió. — Claro, claro, por supuesto. Venid, vamos a mi despacho. — Señor Wren. — Se apresuró la chica de recepción, trotando hacia ellos y mirándoles con un leve deje de reproche en los ojos. — Estos chicos habían solicitado ver a la señorita Guarini. Ya está avisada y ha pedido que la esperen... — Ah, sí, sí. — El hombre volvió a parecer confuso, o más bien un tanto aturdido por la presencia de Alice y el misterio que traían ambos. — Dígale cuando baje que los chicos la esperan en mi despacho. — La mujer asintió, aunque les miró intrigada. Normal, ¿qué hacían dos chicos de dieciocho años, con claro acento inglés, preguntando por una trabajadora concreta y yéndose con uno de los trabajadores más veteranos del departamento de defensa a su despacho? Marcus también sospecharía.

Les hizo pasar y les señaló que tomaran asiento, sentándose él al otro lado de su mesa. — Alice... Es increíble, te pareces tantísimo a ella. — Dijo mirando a la chica con ojos emocionados. Extendió las manos para agarrar las suyas. — Perdona, debo parecerte un viejo sentimental. Tu madre fue una de nuestras mejores trabajadoras, tan jovencita como era, ¡cuánto la echamos de menos cuando se fue! Pero dime, hija. ¿Cómo está ella? — Pero les estaba viendo las caras, y tras pasear de nuevo la mirada por ambos, añadió. — ¿Y cómo es que estás tú aquí sola? Bueno, con tu pareja. Pero ¿y tus padres? —

 

ALICE

Menos mal que su novio tenía más capacidad de reacción que ella, porque se había quedado aparentemente petrificada. Al menos a Marcus se le daba genial el protocolo y el señor Wren parecía encantado de tenerlos allí. Pero Alice solo podía pensar en lo contento que se le veía, en lo mayor que parecía, y la tremenda noticia que tenía que darle. Desde luego, ya que tenía que hacerlo, mejor hacerlo en el despacho, así que siguió al señor Wren y a Marcus casi sin decir nada.

El despacho del señor Wren era uno de esos despachos de señor tan importante que tiene una habitación de entrada que distribuye a dos salas: una de reuniones y otra que era el despacho privado en sí mismo. Pero es que el despacho era todavía más grande y tenía una zona solo para sentarse con butacones y una mesita de centro. Pero la mirada de Alice se clavó en un solo sitio: la mesa que había en la entradilla, con un montón de papeles y una máquina de escribir. Esa habría sido la mesa de su madre, allí la habría conocido su padre… Parecía mentira que estuviera allí, es que se sentía fuera de su cuerpo, como estando en una obra de teatro, pero no teniendo ni idea de qué obra se representaba.

Se sentó en una de las sillas frente a la mesa y parpadeó cuando se dirigió a ella, tratando de poner una sonrisa amable. — Gracias, señor Wren. Me lo dicen mucho, sí… — Oír hablar del trabajo de su madre, mentarla con tanto cariño, le humedeció los ojos y le hizo tragar saliva. — En absoluto, señor Wren, no había oído a nadie hablar así del trabajo de mi madre… No sabía nada de su trabajo aquí aparte de lo que siempre contaba mi padre. — Tomó aire y miró a Marcus un segundo, tratando de coger fuerza de aquellos ojos que adoraba, aquella expresión serena que siempre era un pilar para ella. — Pero… Siento decirle que mi madre falleció hace cuatro años. — La cara de Wren cambió absolutamente, y durante unos segundos se quedó como pillado, mirando a la nada, luego dio un hondo suspiro y se levantó a echarse una copa del licor que tenía en una mesita junto a la ventana. — ¿Queréis una? — Pues son las nueve de la mañana, no acostumbro, pensó Alice, pero simplemente negó con la cabeza. El hombre volvió a su sitio y se sentó. — No sabes cuánto lo siento, es… Por Dios, tu madre era una niña. — Era muy joven cuando murió, sí, no llegó a cumplir treinta y cuatro años. — Wren suspiró y negó de nuevo, bebiendo del vaso. — ¿Qué le pasó? — Mi madre estuvo enferma de pequeña, no sé si lo sabe usted… — Sí, sí, yo era amigo de tus… — Y entonces Wren afiló los ojos y la miró. — ¿Estás aquí con los Van Der Luyden? — Ella negó con la cabeza y notó cómo se le daba la vuelta al estómago con ese “amigo de tus…”, porque no indicaba nada bueno. — No, no… Yo… No… — Carraspeó y prefirió terminar la historia. — El caso es que la enfermedad de mi madre le había afectado a los pulmones y… nunca llegaron a desarrollarse como debían y al alcanzar cierta edad y tenernos a mí y a mi hermano pues… se hicieron insuficientes. No pudimos hacer nada. — Wren se frotó los ojos y negó con la cabeza. — Supongo que… usted es amigo de los Van Der Luyden. — El hombre negó, apretando los labios y dejando el vaso en la mesa. — No, ya no. Hace mucho tiempo, tu abuelo y yo dejamos de hablarnos. — Alice frunció el ceño y miró a Wren extrañada. — ¿Puedo preguntarle por qué? — Por tu abuela… Bueno y por tu madre, vaya. — Negó, mirando a la nada. — No les conoces entonces… Bueno, pues… tu abuela es una mujer… — Parecía estar buscando la palabra. — Malvada, manipuladora, que metió a tu abuelo en cosas que a mí no me parecían bien. — Vale, ahí estaban empezando a decirse cosas importantes. Miró a Marcus como diciendo apunta mentalmente, que esto es oro. — Ella y tu tío Teddy pretenden manejarlo todo como les parece y entran por cualquier sitio como si lo gobernaran. Yo le hice saber a tu abuelo que le estaban manipulando y metiendo en problemas, pero él no me hizo caso, más bien se ofendió y me retiró la palabra. — Se encogió de hombros y levantó las manos. — Y luego les intenté hacer ver que… tu madre era una buena chica, trabajadora, buena, inteligente, y que tu padre era un genio y sí… igual no era la situación más idónea, pero, aunque no tenía la certeza, creía firmemente en que se habían encontrado en Inglaterra y que se habrían casado y tú ya habrías nacido… En fin, a la vista está que no me equivoqué. — Y justo en ese momento se oyó la puerta de fuera. — Pasa, Nikki, estamos aquí. — Dijo en voz alta Wren, y un taconeo se dirigió hacia ellos.

Nicole Guarini debía ser una de las mujeres más guapas que había visto en su vida. Aparte de Emma, había visto poca gente que llevara con más elegancia un traje y tacones, tenía un cuerpo increíble y una melena espesa y larguísima. La mujer se dirigió hacia ella y se tapó la boca con dos manos, ahogando un grito. — ¡Por todos los cielos eres realmente la hija de Janet y William! — Soltó una risa incrédula y la agarró de las manos, mientras ella se levantaba. — Hola, señorita Guarini… Soy Alice Gallia. — ¡Claro que sí! Tu madre estaba segura de que iba a tener una niña llamada Alice, ¿recuerdas, Chris? Lo decía todo el rato. Qué emoción verte, probablemente fui la primera persona que supo que ibas a nacer. ¿Dónde está tu madre? ¿No ha venido contigo? — Siéntate, Nikki… — Ofreció Wren, acercándole una de las butacas.

En aquel país tenían una claramente peligrosa costumbre de beber cuando se les presentara la ocasión, porque cinco minutos después, Alice había puesto al día a Nicole, y esta estaba en shock, con las lágrimas al borde del derrame y pidiendo una copa a Wren. — Pobre Janet… Qué injusto, qué injusto… Tan joven… Y la pobre no queriendo escribirnos por no querer comprometernos con esa familia de corruptos mafiosos... — Venga, Alice, ahora es el momento, ya has visto que no le tienen ninguna simpatía a los Van Der Luyden. — Lo cierto es que… he venido para… pedirles ayuda a ustedes que… conocen a su familia… — Notaba cómo se le quebraba la voz y se trababa otra vez, cómo aquellas dos personas la miraban preocupadas, pero de verdad que no le salía.

 

MARCUS

Bajó la cabeza, porque sabía la expresión que iba a encontrar en los ojos de Alice: primero, porque la conocía; segundo, porque estaba oyendo su tono de voz; tercero, porque él estaba igual. Ese hombre iba a llevarse un gran palo, por no hablar de lo que provocaba en ellos oír hablar de la Janet que no conocieron con tanto cariño. Dejó a Alice hablar y exponer la situación que tenía, tratando de transmitirle todo su apoyo a su lado, tragando fuertemente saliva para deshacer el nudo que se formaba en su garganta.

Por supuesto, el señor Wren se quedó impactado. Cuando se levantó, Marcus apretó la mano de Alice, y negó al ofrecimiento de licor. Sí, para beber estaba él, lo que le faltaba. Lo que le provocó una sorpresa que no disimuló, mirando al hombre súbitamente, fue saber que era amigo de los Van Der Luyden. Porque había dejado la frase a medias, pero era fácil intuir lo que iba a decir. Escudriñó discretamente al hombre. Esa forma de dejar la frase a medias, de preguntarle a Alice si "estaba aquí con los Van Der Luyden"... Si en algún momento habían sido amigos, ya no lo eran. No les habría tratado con tanta amabilidad ni hablaría así de Janet de lo contrario, ya sabía lo suficiente de esa familia como para saber que había dos bandos muy diferenciados.

No se equivocó, y asistió con mucha atención y el cerebro más despierto que nunca, almacenando todos los datos. Por desgracia no le estaba sorprendiendo nada de lo que estaba oyendo, pero aun así no perdió detalle, porque sí que había sido un giro inesperado el hecho de que el señor Wren hubiera sido tan amigo del padre de Janet y separado de él por la madre. Arqueó las cejas ante el dato que sí le sorprendió: el señor Wren se había posicionado claramente en favor de Janet y William ante los Van Der Luyden. Miró de reojo a Alice. La parte mala de todo aquello era que, al parecer, había afirmado su seguridad en que ambos estarían en Inglaterra, lo que podría haber facilitado que les localizaran. Pero había partido una lanza por ellos, o eso decía al menos. Sí que habían encontrado a un buen aliado.

En ese momento, llegó Nicole. Se giró para verla entrar y... Wow. Vaya, no había podido evitarlo, esa mujer era muy atractiva. No estamos para esas cosas ahora, Marcus. Se aclaró mentalmente la garganta, como si quisiera reconducir a su cerebro, y esbozó una leve y cortés sonrisa, gesto de la cabeza incluido, a modo de presentación. La mujer ni le había visto, claro: para una amiga de Janet, la presencia de Alice debía ser, cuanto menos, impactante. Estaba encantada con el encuentro con Alice y Marcus la dejó expresarse sin querer interrumpir, fue el señor Wren el que le pidió que se sentara. Tenían que darle una noticia que no le iba a gustar.

El impacto en Nicole fue notable, como no podía ser de otra forma. Siguió en un segundo plano, pero en un momento determinado sintió que Alice empezaba a flaquear. Ya bastaba de estar en silencio. Se aclaró la garganta y miró a la mujer. — Señorita Guarini. — La mujer pareció recabar en su presencia, mirándole con los ojos humedecidos. — Soy Marcus O'Donnell, soy la pareja de Alice. — Tragó saliva. — Verán... hemos venido a Nueva York porque los Van Der Luyden han tomado acciones contra los Gallia. Acciones... injustas y muy dañinas, y venimos buscando respuestas pero, sobre todo, a solucionar este problema. — Nicole seguía con la mirada atribulada y, ahora, levemente asustada, pero Wren frunció el ceño, temiéndose lo peor, muy concentrado. — Janet y William se casaron en Inglaterra, y seis años después de tener a Alice tuvieron otro hijo, Dylan. — Hizo una pausa, miró a Alice y decidió continuar. Sentía que tenía el permiso concedido, ya que su novia parecía necesitar recargar energía. Demasiado había soportado... — Como les ha comentado Alice... Janet falleció hace cuatro años, y hace dos, a los Gallia les llegó por primera vez una amenaza por parte de los Van Der Luyden acerca de quitarles la custodia de Dylan. — Nicole miró automáticamente a Alice con los ojos muy abiertos. — ¿Pero cómo va a ser eso? — Wren estaba callado y muy serio, claramente acumulando datos. El hecho de que pareciera decepcionado pero nada sorprendido era desalentador.

— Al parecer, Janet estuvo recibiendo amenazas varias de su familia desde que se fue de aquí, pero no concretaban nada. Fue dos años después de morir cuando empezaron a insistir en que se quedarían con la custodia de Dylan... Con Alice no lo habían intentado nunca, solo con él. — Uno de los mayores misterios de todo aquel caso. Echó aire por la nariz. — Llegaron incluso a... enviar espías a Inglaterra. — ¿Espías? ¿A qué te refieres? — El dato había hecho saltar a Wren. Marcus se mojó los labios. — Enviaron a un familiar como alumno de intercambio a Hogwarts para espiar a Alice en su último año... — Por Dios... — Suspiró Nicole, pero Marcus siguió. — Y había, como mínimo que sepamos, un infiltrado en el Ministerio de Magia inglés, recabando datos sobre William. — Wren se frotó la cara, y entre los dedos le oyó decir. — Qué disparate... Qué despropósito. — La cuestión es... que han conseguido quedarse cautelarmente con la custodia de Dylan. — Wren se destapó la cara y de repente se encontró cuatro ojos desorbitados mirándole. — ¿Cómo dices? — ¿Tienen a tu hermano? — Preguntaron Wren y Nicole respectivamente, el primero mirándole a él, la segunda a Alice. Marcus asintió. — Dylan lleva desde mediados de julio aquí, bajo la custodia de los Van Der Luyden. — Los dos resoplaron y exclamaron incredulidad. Marcus miró a uno y a otro, y luego a Alice, apretando su mano. — Hemos venido a recuperarle... pero necesitamos ayuda. E información. Toda la que podamos tener. —

 

ALICE

Volver a oírlo todo otra vez era doloroso, pero al menos tenía a Marcus para contarlo desposeído de los insultos y las barbaridades que se le ocurrían a ella decir sobre los Van Der Luyden y el acoso a su madre. A más veces oía el caso, especialmente en boca de otras personas, más inexplicable se le hacía. Y claro, la sorpresa cuando decían que los Van Der Luyden tenía a Dylan siempre era la misma. Es que no había forma de entender a esa gente ni esa crueldad. Asintió a la pregunta de Nicole. — Pero ¿cómo lo han logrado? — Preguntó alucinado Wren. — Pues fraudulentamente y con intimidación y dinero, como lo hacen todo, Chris. — Soltó Nicole con una furia y un tono de voz tan alto que hasta Alice se sorprendió de que lo usara con él. Claramente, raro no era, porque Wren solo asintió apesadumbrado.

— Realmente… lo lograron yendo contra mi padre. — ¿William? Pero si es un trozo de pan, por Dios. — Bufó Wren. — Sí, pero… después de la muerte de mi madre… se desequilibró mucho mentalmente. Él la quería más que a nada y no acaba de superarlo. — Nicole la miró y asintió lentamente, con los ojos brillantes. — Era adoración, desde luego, desde que la conoció. Si yo no hubiera visto a tu padre tan tremendamente enamorado de ella cuando estaba aquí, no la hubiera dejado irse cuando se enteró de que estaba embarazada. — Eso hizo que las lágrimas resbalaran por la cara de Alice. — Es que no ha sido él mismo desde que ella murió, y estaba tan disperso que tuvo que pedir una excedencia en el trabajo. Mi madre le centraba y le ayudaba mucho. — Vio las caras de pena, pero de comprensión de ambos. Por fin alguien aparte de los O’Donnell que entendía de lo que estaba hablando porque lo habían observado directamente. — Tu padre es un genio, Alice y aquí todos le debemos mucho… Pero es cierto que todo lo que logró aquí, lo logró cuando tu madre empezó a trabajar mano a mano con él. Por desgracia… veo claro lo que me dices. — Ella tragó saliva y se limpió las lágrimas con un pañuelito que Nicole le hechizó con la varita. — El caso es que le acusan de algo que no ha hecho, y a eso ayudaron los espías que tienen en el Ministerio, que Marcus ha mencionado. — Eso lleva el sello de los Van Der Luyden. Ojalá pudiera decir que no lo hacen en otros ámbitos. — Nikki… — Advirtió Wren, mientras se echaba otra copa. — ¿Qué, Chris? ¿Me lo vas a negar tú precisamente? — Solo digo que aún no tenemos pruebas de nada, que estos chicos necesitan cosas en firme. — Volvió a sentarse y suspiró. — Alice, dime exactamente qué tienen contra tu padre. — Ella se mordió los labios por dentro y se reasentó en la silla.

— Le acusan de haber robado un giratiempo del Ministerio. — Los dos estaban más callados que una tumba. — Y de intentar usarlo para traer a mi madre de vuelta. Pero es mentira, ni hay tal giratiempo ni mi madre está aquí, como ya se imaginan. — Los dos parecieron respirar un poco aliviados. Conocían tan bien a su padre que ni les había sorprendido que existiera esa posibilidad, sabían que su padre tenía poder mágico para eso y mucho más. — Y nos acusan al resto de la familia Gallia de haberlo encubierto. Es verdad que lo mandamos a Francia, con el resto de la familia, pero fue para evitar que estuviera tanto tiempo solo, todo fuera que hiciera algo contra sí mismo… — Nicole suspiró y negó con la cabeza, frotándose los ojos. — Lo tienen todo bien atado. ¿Tenéis abogado? — Sí, y nos ha dicho que la única forma de romper la medida cautelar es demostrar que los Van Der Luyden no son aptos para cuidar a Dylan por cómo trataron a mi madre. — ¿Y las amenazas de estos años? — Preguntó Wren esperanzado. Ella negó. — Mi madre ni siquiera abría las cartas, las quemaba directamente. Creo que nunca contó con tener que usarlas contra ellos. — Les miró a los dos. — Ustedes pueden atestiguar cómo echaron a mi madre de casa cuando se enteraron de que estaba embarazada… — Nikki soltó una carcajada sarcástica. — Oh, cariño, ni siquiera ella sabía que estaba embarazada cuando la echaron de casa. — Alice parpadeó sorprendida. — La echaron cuando se enteraron de que tenía una relación con tu padre, eso les pareció suficiente. — Nicole se secó los ojos rápidamente. — Eso es cierto, Alice. Y sí, podríamos atestiguar que… bueno, aparentemente no querían saber nada de ella, que le retiraron el contacto con nadie de la familia, ni siquiera su tía Bethany o su hermana Lucy… — ¡Ja! ¡ESA! — Saltó Nicole de nuevo alzando mucho la voz. — A esa no querría verla ni en pintura. — Nikki… — ¿Qué? ¿Quién te crees que fue la que delató a Janet? Yo no, desde luego, ni nadie del MACUSA. Fue ella, la hija perfecta, la flamante esposa del entonces Don Nadie McGrath que vaya, fíjate donde está hoy en día… ¿Por qué será? — Wren suspiró y se frotó los ojos. — El caso es que sí, nosotros podríamos atestiguar cómo la echaron de casa sin motivo… — Y la pegaron. Que tú no la viste cuando llegó con la mejilla roja e hinchada. Esa salvaje de Lucy Van Der Luyden… — El caso es que creo que podrías encontrar a más gente… Pero tienes que andarte con mucho cuidado para no llamar su atención. Ni la de Teddy o Michael McGrath. — Arrugó la expresión y se frotó la cara. — Todo el mundo menciona al hermano de mi madre, pero sinceramente no sé ni qué hace… — Amasar dinero sin escrúpulos, eso hace. — Contestó Nicole. — Tiene matones que le siguen a todas partes, porque putea a tanta gente… — Nicole… — Advirtió Wren, ya cansado. — Bueno, le hace daño a tanta gente, que vive con miedo de las consecuencias. —

Vale, aquello era mucha información y necesitaba recapitular mentalmente para contárselo a Rylance. — Entonces… ¿podría contar con ustedes para atestiguar que los Van Der Luyden no son aptos para cuidar de mi hermano? — Por supuesto. — Contestó Nicole sin dilación. Wren se quedó callado. — Vamos, Chris, sabes que esa gente no debería estar cuidando de un hijo de Janet. Solo Dios sabe para qué lo quieren allí, y seguro que para nada bueno. — Alice le miró. — Señor Wren… sé que le estoy pidiendo mucho, pero es lo único que puedo hacer. Ya habría decepcionado suficiente a mi madre habiendo dejado que se llevaran así a mi hermano, y más que se lo llevara la gente que le hizo lo que le hizo. — Wren cerró los ojos y negó. — No, Alice, tu madre nunca podría estar decepcionada contigo… Fue la jovencita más feliz que he visto al enterarse de que te iba a tener, ¿verdad Nikki? — La mujer rio y acarició su mano. — Menuda loca. Parece que la estoy viendo cuando te miro… — Miró a Marcus y le acarició la mano a él también. — Cuando os miro. A Janet le encantaría saber que su hija tiene alguien que la apoya así. —

 

MARCUS

Nicole estaba visiblemente indignada, y Marcus no pudo evitar mirar a Alice de soslayo, aunque se guardó muchísimo para sus adentros la sensación de satisfacción. Habían temido no encontrar respuestas, no encontrar contactos, o que estos no estuvieran dispuestos a ayudarle o incluso que se les pusieran en contra. Wren estaba conmocionado, aún no sabían por dónde les iba a salir. Pero de que Nicole iba a ponerse de su parte, no le cabía la menor duda.

Creían que solo conocían a Janet en profundidad, pero al parecer, el tiempo que pasaron con William les valió para tener una opinión bien fundada de él, de su genialidad y de su bondad, con la que Marcus no podía estar más de acuerdo. El resto de datos que se estaban ahorrando... ahorrados se quedarían. Las palabras de Nicole emocionaron a Alice, y Marcus tuvo que contenerse mucho también, dejando en su lugar una sonrisa y apretando de nuevo su mano. Aquello, escuchar a personas que conocieron a Janet y William en su noviazgo, cuando empezaron a enamorarse, era doloroso, pero también precioso. Pero ahí se estaba hablando de más cosas, y aunque muy disimuladamente, Marcus alternó la mirada entre Wren y Nicole y tomó nota mental. Los Van Der Luyden tenían sus tentáculos muy largos y las manos metidas en el MACUSA, estaba clarísimo, pero ahí se estaban omitiendo datos de cosas que estaban haciendo perjudiciales para ellos y que nada tenían que ver con la historia de Marcus y Alice... pero quién sabía si podían usarla en su favor. Había que ganarse la confianza de Wren a como diera lugar.

Dejó que Alice expusiera todos los hechos, pero la sorpresa vino cuando Nicole dijo que no echaron a Janet cuando se enteraron de su embarazo, sino antes. ¿Cuándo se enteraron entonces de la existencia de Alice? ¿Y cómo? ¿Y por qué tanto odio solo por enamorarse de alguien? Y si bien Nicole odiaba a la madre de Janet, al parecer contra quien más rabia tenía era contra su hermana... la madre de Aaron, casualmente. El chico ya les había justificado por qué su madre actuó como actuó, visión que Nicole claramente no compartía. Y la mujer dio otro dato, pero esta vez sobre el hermano de Janet. Marcus estaba almacenando mentalmente toda la información que podía. Bendita memoria la suya, qué bien le iba a venir.

No se había equivocado: Nicole se prestó a testificar por ellos sin dudar, pero Wren no lo veía tan claro. Sonrió a la mujer. — Los Gallia tienen todo mi apoyo, porque yo he tenido todo su cariño siempre. — Miró al hombre. — Señor Wren... yo no soy William Gallia. Más quisiera yo. — Dijo eso último entre risas. — Pero sé que mira a Alice y ve a Janet. — Al decírselo, el hombre le miró primero a él, y luego movió la vista hacia Alice, apesadumbrado y con los ojos ligeramente vidriosos. — Sé que ha echado hoy usted la vista atrás y ha recordado el amor que se tenían... Seguro que ve lo mismo en mis ojos que veía en los ojos de William cuando miraba a la chica que amaba. Por eso estoy aquí. — Se mojó los labios y entrelazó los dedos, inclinándose sobre la mesa para dar más seriedad a sus palabras. — Señor Wren, sé que para usted solo somos dos niños, pero nos ha tocado lidiar con esto, créame que no queríamos. Apenas tenemos un año menos del que tenía Janet cuando tomó las decisiones que hoy estamos hablando aquí. No hay edad para los problemas en la vida, eso lo sabe usted mejor que yo, seguro. — Y tanto que lo sé. — Suspiró el hombre, frotándose la frente. Marcus asintió. — ¿Sabe cómo hacemos que Janet siga viva? — Señaló a Alice de arriba abajo con ambas manos. — Aquí tiene su imagen. Su corazón lo tiene Dylan. — Sonrió levemente. — Es igualito que ella... Bueno, tiene muchas cosas de su padre. Los rizos rubios, por ejemplo. Y la sinceridad. — Oyó que Nicole reía con adorabilidad, mientras se enjugaba las lágrimas. Wren sonrió, conmovido. — Janet también era bastante sincera ¿eh? — ¡Uy, ya te digo! Nos tenía a todos engañados con la carita de buena. — ¡Fíjate! — Dijo él, mirando a Alice con una risita. — Y nosotros culpando a tu padre de cómo era tu hermano. — Todos rieron levemente. Con el ambiente más distendido por un segundo, volvió a la carga. — Ya tuvimos una Janet sufriendo bajo el yugo de los Van Der Luyden. ¿Vamos a permitir que se repita la historia? — Se generó un silencio tenso.

Wren suspiró. — Escuchad, no penséis que no quiero ayudar, bajo ningún concepto. Esto... esto no puede quedar así... pero... — Soltó aire por la nariz y les miró a los ojos. — Mi posición es altamente complicada. — Señor Wren, trabajando usted en defensa, deduzco que en su departamento tendrán los ojos siempre puestos sobre los alquimistas. — El hombre se extrañó, pero asintió. — Mi abuelo es Lawrence O'Donnell. Quizás no lo tenga tan localizado porque no es alquimista de fuego, pero es alquimista carmesí. Mi abuelo ha criado prácticamente a William, y puedo asegurarle que testificaría por él donde hiciera falta, que se jugaría su estatus por defenderle. — Negó. — No le estoy pidiendo que haga lo mismo, solo le digo que, si necesita un aval, podemos dárselo. Mi madre, Emma O'Donnell, lleva moviendo sus hilos desde que ocurrió todo esto, y también tiene una reputación que podría verse dañada. Pero hay algo que ni mi madre ni mi abuelo tienen y usted sí. — Juntó las manos, intensificando una mirada casi suplicante. — Información de primera mano. Experiencia directa con los Van Der Luyden. Señor Wren, usted conoció a Janet. Usted ha estado mano a mano con Peter Van Der Luyden. — Chris, por favor, escucha al chico. No sabe ni la mitad de las cosas y ya te está dando argumentos sobrados. — No quisiera entrometerme en asuntos que de seguro no me competen. — Continuó. — Pero estoy convencido, señor Wren, que no son los Gallia los únicos que han sufrido a manos de los Van Der Luyden. Usted es experto en defensa... — Tragó saliva y le miró a los ojos. — Defiéndanos. —

 

ALICE

Oír a Marcus hablar así del amor de sus padres la conmovió… y veía cómo a Wren también. Sí, por eso había cruzado el océano, como hizo su madre, por amarla a ella. Y por ese amor a ella estaba viéndole sacar toda su maquinaria O’Donnell de labia y buenas formas para claramente convencer a Wren de que declarara en su favor. Se limpió las lágrimas cuando habló de Dylan y su corazón. — Sí que es igual que ella. — Y rio un poco a lo de la sinceridad. — Pues sí que teníamos que haberlo visto venir, que también era cosa de ella. Si es que se parecen demasiado… — Lo que sí que era parecido era Marcus a su madre en aquel momento, con todo el encanto arrollador y familiar de Arnold O’Donnell. Menuda arma de destrucción masiva tenía oculta su Marcus con esa labia.

Bueno, y ahora sacaba la carta del alquimista, no había mejor forma de convencer a los americanos que con su buena dosis de poder, y Marcus se desenvolvía entre ellos como si llevara haciéndolo toda la vida. Vamos, hasta con los gestos se estaba metiendo a Wren en el bolsillo. Y por supuesto Nicole estaba más que metida ya, contando con que encima parecía odiar de base a los Van Der Luyden, y el discurso de Marcus era más convincente a cada frase que decía. Eso sí, casi se le escapa una risa con lo de la analogía de la defensa, no porque fuera mala, sino porque estaba alucinando con que se estuviera sacando aquel discurso tan épico y conveniente sobre la marcha. Si Jacobs estuviera aquí, fliparía contigo, pensó para sí. Luego pensaba recalcárselo. Bueno, y tu primo Jason no daría crédito, ríete del hijo vendiendo escobas.

Wren la miró, con los ojos humedecidos, y luego a Marcus. — Hablas muy sabiamente a pesar de ser tan joven, chico. Y tienes mucha razón. — Inspiró profundamente y perdió la mirada. — En su día… sentí mucho, pero que mucho no haber podido ayudarles más. Sentí que dejé que Janet se marchara sin ninguna garantía y que los Van Der Luyden la enterraran de la historia… — La miró directamente a ella y dijo. — Sí que es como si pudiera verla a ella. — Es que es increíble. — Apostilló Nicole. — Ya le fallé a tu madre, Alice. No fallaré dos veces. — Se apoyó con ambas manos en la mesa. — Pero todo esto tiene que ser increíblemente discreto, todo lo que podáis. — Alice asintió fervientemente. — Sí, sí, hablaremos con nuestro abogado hoy mismo y le contaremos que ustedes están dispuestos a declarar, él nos dirá qué hacer. — Yo puedo recabar más testimonios de trabajadores de aquí, no será difícil… Y los Van Der Luyden tienen muchos enemigos, no son tan omnipotentes como parecen. Pero no debemos vernos más aquí. — En eso estaban de acuerdo. Cuanto menos se pasaran por el MACUSA, mejor. — ¿Dónde os estáis quedando? — Preguntó Wren, pero Nicole levantó la mano. — No. No lo digáis. — Alice hasta se asustó y se miró con Marcus repentinamente asustada. ¿Les estaban escuchando? ¿No se fiaba Nicole de Wren? No era lo que parecía… — Lo que no sepamos, no lo podremos contar. — ¿De verdad estaban hablando en esos términos? Contuvo un escalofrío. La mujer cogió una tarjeta y escribió una dirección y unas indicaciones. — Esa es mi casa, nos reunimos allí dentro de tres días, a las seis de la tarde. Si no estoy a las seis y cinco, os vais. — Alice leyó la tarjeta y frunció el ceño. — ¿Me ha escrito como llegar en metro? — Wren y Nicole la miraron un poco confusos. — Es la única forma de llegar, es un barrio nomaj, no te puedes aparecer allí directamente. Podéis venir al MACUSA y os montáis en esta estación. — Señaló el nombre en la tarjeta. — Y os bajáis aquí. — ¿Eso es Hell’s Kitchen? — Preguntó, probablemente con un punto de esperanza en la voz que Nicole detectó. — Sí. A tu madre le encantaba. Aunque ahora es ligeramente diferente… — Alice asintió y se guardó la tarjeta. — No sé cómo agradecérselo. — No lo hagas. Se lo debemos a Janet, por todo lo que no pudimos hacer hace diecinueve años. — Dijo Wren levantándose, los otros tres hicieron lo mismo. — Cualquier contacto con Chris, lo haréis a través de mí, así reducimos las opciones de que nadie se entere de nada. — Alice miró al señor Wren con los ojos húmedos. — Señor Wren… mis padres siempre le han recordado. Le prometo que, si todo esto pasa y se arregla, volveré con mi padre y podrá agradecérselo en persona. — Es mucho más lo que yo tengo que agradecerle, créeme… Todo el mundo aquí, realmente. Cuando ocurrió el 11-S la cúpula de tu padre nos dio la seguridad que nadie más en Nueva York tenía. — ¿El 11-S? — Preguntó desconcertada, y ambos magos la miraron confusos. — Buf… Pues esa historia es demasiado larga para contártela hoy… El próximo día ya si eso. — Ella asintió y Nicole se ofreció a acompañarlos a la puerta. Antes de salir al vestíbulo se despidió de ellos y reiteró la cita, pero Alice quería hacerle una última pregunta. — Señorita Guarini… — Nicole, cariño, o Nikki, así me llamaba tu madre. — Nikki… el Empire State… ¿está muy lejos? — La mujer sonrió y negó con la cabeza. — Solo sigue recto y lo verás, es inconfundible. — Puso una sonrisa triste. — El sitio más cercano al cielo en Nueva York ¿eh? Me temo que ya no es así… Y que en los últimos tiempos ni siquiera es una buena señal, pero puedes ir allí a recordarla. — Gracias. — Tomó la mano de Marcus y le miró. — ¿Te importa? Solo quiero verlo por fuera. —

 

MARCUS

Sentía la tensión por todo su cuerpo mientras miraba al hombre hablar, esperando su resolución. Entre sus palabras y lo que le evocaba mirar a Alice, acabó decantándose por ayudarles, lo cual le hizo sonreír aliviado. — No sabe cuantísimo se lo agradecemos, señor Wren, de verdad. — Afirmó, asintiendo también a lo de la discreción. Ya venían con ese mantra de casa, su madre se lo había dejado bien clarito. Eso sí, aunque venían con la lección aprendida de que toda precaución era poca, la reacción de Nicole llegó hasta a preocuparle. Miró de reojo a Alice, ¿hasta ese punto llegaba el nivel de mafia de esa gente? No dejaba de querer aferrarse a la inútil esperanza de que eran solo gente mala y ya está, pero no, eran muchísimo más que eso. Asintió a las pautas de la mujer y le dijo también a ella. — Muchísimas gracias, señorita Guarini. — Nikki. — Le corrigió, con una sonrisa cálida que Marcus correspondió.

Hell's Kitchen. La única referencia que tenía de ese barrio era por las anécdotas de William y Janet que padre e hija contaban, así que le hizo hasta cierta ilusión saber que irían allí. Cuando todo aquello acabara, pensaba buscar el restaurante italiano de la cita de William y Janet y llevar allí a los hermanos para celebrarlo. Se pusieron de pie para marcharse, y cuando Alice dijo en su despedida que volvería con su padre, sonrió. Eso quería oír, quería saber que volverían un padre y una hija que se querían con locura, aunque ahora estuviera la situación tan tensa. Con esa esperanza y con un gran respaldo, desde luego, se iba muchísimo más tranquilo del MACUSA.

Justo cuando salían, Alice se giró hacia Nicole para preguntarle por el Empire State. Que estuviera pensando en eso, en homenajear a su madre, en querer ver los lugares que a ella le gustaban, le daba esperanzas. Esa era su Alice, la que por muy triste que estuviera no dejaba de hacer sus gestos y homenajes particulares. Cuando la notaba asustada, nerviosa e ida era mucho peor. Con eso podía y sabía lidiar. — Por supuesto. — Aseguró, tomando su mano. — Vamos. —

No tardaron en llegar al, como aseguró la mujer, inconfundible edificio. Se plantaron frente a él y alzaron la cabeza, teniendo que doblar mucho el cuello para verlo. — Sí que es... sorprendentemente alto. — Miró a Alice y frunció los labios en una sonrisa. — ¿Seguro que no quieres subir? — Miró su reloj. — El tío Frankie dice que, entre una cosa y otra, les da casi las dos para empezar a comer. Aún nos quedan un par de horas. — Se mojó los labios y, sin poder remediar la sonrisa, agarró sus dos manos y le dijo emocionado. — Alice, ¿eres consciente de lo que acabas de conseguir? ¿De lo que has provocado en esas personas solo con verte? — Miró de nuevo al enorme edificio, y bajó la mirada a Alice una vez más. — Sería muy de tu madre decir algo así como "el lugar más cercano al cielo es donde tú quieras estar", o una de esas frases tan bonitas... Y hoy estamos muy cerca del cielo, Alice. Estamos más cerca de ella que nunca. — Apretó sus manos. — No sé cómo de difícil será este camino. Pero lo vamos a conseguir. Estoy convencido de ello. —

 

ALICE

Agradecía tanto poder estar andando de la mano con su novio, los dos solos, al aire libre, con tiempo para pensar… Realmente, lo que no habían tenido tiempo ni ocasión para hacer desde hacía casi un mes. De la mano de Marcus, en aquella marabunta de gente, ruidos y coches, sentía una extraña paz, algo que no podía explicar, sabiendo que caminaba por aquellas calles que sus padres habían recorrido de la misma forma, enamorados, felices, evitando ser vistos… por la misma gente que ellos también estaban evitando. Era extraño, pero después de aquella intensa reunión, por fin sentía esa paz mental que tanto había ansiado semanas atrás.

Llegaron al pie del Empire State y, como tanta otra gente a su alrededor, se pararon a admirarlo, a mirar hacia arriba y observar aquel gigante. Su mente no concebía algo tan altísimo y grande, le parecía la ambición hecha edificio. — Es… sobrecogedor. Nikki dice que no es el sitio más cercano al cielo ya, pero… — Miró alrededor. Sí, parecía que había muchísimos rascacielos por allí pero… ninguno se le antojaba como aquel.

Miró a Marcus y sonrió débilmente, negando con la cabeza. — No, mi amor… Subiremos, antes de irnos. — Le miró a los ojos. — Cuando tengamos a Dylan aquí, con nosotros. Y subiremos los tres y podremos decir: “ahora sí, mamá, lo hemos logrado”. — Se limpió las dos lágrimas que cayeron por sus mejillas y dejó que Marcus le cogiera las manos. — Hemos, lo hemos logrado los dos. Menudo peligro tienes con esa retórica tuya, convencerías a cualquiera de lo que quisieras, ha sido increíble. Yo solo he puesto, literalmente, la cara. — Dirigió la mirada hacia arriba como él y rio, asintiendo. — Sí que diría algo así… — Miró a su novio emocionada. — Y la verdad es que yo también lo siento. Que estamos más cerca de ella, que puedo entenderla como no la había entendido antes. Es… Es una sensación extrañísima, pero… hasta cierto punto, estoy agradecida por ella. — Volvió a mirar al edificio y asintió. — Lo vamos a conseguir. Los dos. Volveremos. Con Dylan. Ahora quiero salir un poco de esta congestión, y juraría… que por allí está el agua. — Dijo señalando en una dirección.

Efectivamente, no se equivocaba. Nueva York tenía algo muy particular que era que tan pronto podías sentirte en una jaula gigante y ruidosa, como salir a mirar la inmensidad del Atlántico frente a ti. Se acercó a uno de los miradores que había y se apoyó en la baranda. — Guau, menudo vendaval, definitivamente tenía que venir aquí. — Dijo con una risa. Señaló al agua. — Por allí, muy muy lejos… está nuestra isla. Aunque ahora estemos en otra muy distinta… El camino de vuelta lo tenemos claro. — Le miró y puso una sonrisa ladeada. — No como la primera vez que planeamos venir a Nueva York, ¿te acuerdas? — Movió una mano para rozar la de él. — También querías animarme, sacarme de mi pozo, borrarme la tristeza. ¿Qué hubieras hecho si nos llegamos a encontrar con catorce años aquí, en este pandemonio de ciudad? — Rio un poco y se giró para quedar frente a frente a su novio, y, por primera vez, sin darle tantas vueltas a la cabeza, le pasó los brazos por el cuello y se lanzó a besarle, a besarle de verdad, con amor, con pasión, envueltos por la salvaje brisa del Atlántico y el Hudson que parecía, como todo lo americano, querer competir en fuerza y presencia con la del resto del mundo. Cuando se separó de sus labios, no varió la postura, tan solo apoyó la frente sobre la de Marcus. — Puedo enfrentar cualquier cosa si es contigo. Me das fuerza, me das esperanza, me das amor… — Dejó un breve beso sobre sus labios. — Sé que estos días no te lo he demostrado lo suficiente. Eres el mayor apoyo que podría tener, el amor de mi vida, y ha quedado demostrado que cualquiera que sea la circunstancia sé que nuestro amor es más fuerte que nada. — Inspiró y cerró los ojos. — Te amo, Marcus O’Donnell. Gracias. Gracias por hacerme sentir en casa y segura allá donde esté. —

 

MARCUS

Sonrió ampliamente. Le gustaba, le gustaba mucho ese plan. — Así lo haremos. — Afirmó, más convencido que en toda su vida. Volverían allí con Dylan y subirían juntos los tres. Su afirmación le sacó una risa humilde. — He tenido una buena instrucción. — Bromeó, aunque en el fondo los dos sabían que era verdad. Acarició su mejilla. — Una cara preciosa y sincera que lo dice todo. — Nadie podía dudar que era la hija de Janet, pero no solo por su parecido físico, sino por el aura que ambas desprendían. Y sí, él también se sentía más cerca que nunca de ella.

Sí que había congestión en esa ciudad, muchísima, y mucho ruido y gente. Pero Alice tiró de su mano y le orientó hacia donde creía que estaba el mar, y no se equivocó. Allí la brisa era ligeramente más limpia que entre los edificios, y el viento mucho más fuerte. Rio levemente. — Nadie como tú es capaz de seguir la dirección del viento. — Dijo con cariño. Miró donde le señalaba y sonrió levemente. — Allí está. — Musitó. Sí, sí que tenían claro su camino de vuelta. — Un halcón siempre sabe el camino por el que tiene que volver. — Al decir eso, la miró, con los ojos llenos de orgullo. — Sigues siendo la persona más valiente que he conocido. — Se lo había dicho muchas veces, y todas esas veces había tenido claro que ni siquiera había visto hasta dónde era Alice capaz de llegar. Situaciones como la que ahora estaban viviendo le confirmaban que no se equivocaba.

Aunque lo siguiente que dijo le hizo reír con sinceridad, echando la cabeza hacia atrás. — Dios... ¿Te puedes creer que todo este proceso ni lo había pensado? — Se llevó una mano a la cara y rio, negando. Parecía que hacía toda una vida. — ¿Cómo pude tener una idea tan peregrina? Claramente no era más que un crío. — Rio otro poco y, cómicamente, contestó entre risas. — ¿Que qué hubiera hecho? Morirme, probablemente. — Apretó sus manos, ya dejando de reír. — Pero bien dispuesto que estaba a venirme... Ahora le veo todas las lagunas al plan: que estábamos solos, que éramos muy pequeños, el sufrimiento de Lex sabiendo lo que íbamos a hacer y sin poder impedirlo, el que le hubiéramos causado a nuestros padres... ese pequeño detalle de que el viaje fuera por medio de un círculo de piedras y lo de poder alterar la línea temporal y esas cosas... — Rio otra vez. Se acercó a ella y acarició su rostro. — Y lo habría hecho encantado solo por verte sonreír. — El que dibujó una sonrisa triste fue él. — Siento que tuvieran que darse esas circunstancias para que quisiera traerte... y siento que al final hayas tenido que venir por estas. — No era el viaje que ambos tenían pensado hacer juntos, ni en aquella época ni en esta, desde luego que no.

Y entonces ella le besó, y él rodeó su cintura y se entregó a ese beso, sintiendo la intensidad del amor en su pecho, aferrándola a él. — Alice... — Susurró al separarse de sus labios, espontáneamente. La quería tanto, la adoraba con tal intensidad... Aguantaría mil ciudades como esa por ella, por no verla llorar, por hacerla feliz, por quitarle el sufrimiento. Escuchó sus palabras, mirándola a los ojos, y acarició su mejilla. — Lo sé. Claro que lo sé, mi amor. — Se lo demostraba con su mirada, no necesitaba que se lo dijera, él lo sabía. Y conocía a Alice desde hacía mucho tiempo: ella tendía a aislarse, no pocos problemas les había traído eso. Que no quisiera separarse de él ni un instante, que le hubiera llevado allí y contara con él para cada movimiento, lo decía todo. Negó. — Esto que hago lo hago con el corazón en la mano, Alice. Y por justicia. Te quiero a ti, quería a tu madre, quiero a Dylan y a toda tu familia. No tienes que darme las gracias por defender aquello en lo que creo, por querer hacer justicia, o por tener un acto de amor con quien me da la vida todos los días, que eres tú. — Dejó otro beso en sus labios y añadió. — Yo también te amo, mi amor. Con toda mi alma. Y recuerda. — Ladeó la sonrisa y la miró a los ojos. — Somos imparables. —

Notes:

Ha empezado fuerte la cosa. No podíamos empezar por otro sitio que no fuera el MACUSA, que por fin sale en nuestra historia (aunque los fans de This is a wizard tale ya lo conocían) y empezamos a asomarnos al mundo de Janet. ¿Qué os han parecido Chris y Nikki? ¿Y la información que nos han dado? Os queremos de detectives, queridos fans.

Chapter 19: Toda la carne en el asador

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TODA LA CARNE EN EL ASADOR

(2 de agosto de 2002)

 

ALICE

— Así que eso… Están muy dispuestos a declarar, gracias a Marcus, la verdad. — Terminó de contar, mirando a Emma y Arnold difusos en el reflejo del espejo. — Eso son muy buenas noticias, Alice, muy buenas. — Dijo Emma. — En tres días tendremos algo más, y ese día deberíamos hablar con Rylance de todo lo que Nikki recabe. — ¿Por lo demás como estáis? ¿Cómo os vais aclimatando a América? — Preguntó Arnold, un poquito ansioso. — Los Lacey son un encanto y la casa es superacogedora, se está muy bien aquí y… Bueno, ahora vamos a conocerlos a todos. — Ah, las barbacoas de mis tíos… En Irlanda nos las hacían de pequeños. Verás como os viene bien. — Ella asintió con una leve sonrisa, porque no quería gastar demasiadas fuerzas, que ahora le quedaba otro asalto. — Oye, no os oigo pensar desde aquí. — Dijo Lex apareciendo por detrás. Eso la hizo reír un poquito más. — Bueno estaría, con un océano en medio. Pues pregunta, como hacemos los demás. — ¿Cómo es Nueva York? — Preguntó el chico con curiosidad. Alice hinchó los carrillos y soltó todo el aire. — Es… enorme. Masiva. Llena de muggles y de coches, son MUY desagradables. Y todos los edificios son gigantescos y horteras. — Terminó con una risita. — Yo creo que a Marcus le han gustado un poquito. — Trató de distender un poco el ambiente. — Y hemos ido al Empire State, no hemos subido, pero lo hemos visto desde abajo. Y la Estatua de la Libertad, se ve desde muchos sitios. — Y, ehm… ¿has ido así al MACUSA? — Notó el tono de Emma, que no quería ser descortés, pero el vestido de las florecitas le estaba poniendo nerviosa. — No, es que me acabo de cambiar para la barbacoa a algo más cómodo, porque en esta ciudad hace un calor pegajoso que no os podéis imaginar. — Se giró hacia la cama y le mostró el vestido rosa clarito que había llevado. — Me puse este. — Ah, ese te queda estupendamente. Bueno, como el que llevas, verás, pero no quería que te trataran como a una niña. — Eso la hizo reír. — Yo creo que la secretaria ha alucinado un poco cuando el señor Wren nos ha subido a su despacho. Y Nikki también parece importante, más que cuando trabajaba mi madre aquí, desde luego. — Suspiró y vio las caras de los O’Donnell. Sus suegros y su cuñado eran buenísimos, y estaban realmente preocupados e interesados en ella, pero sabía lo que necesitaban. — Wow, ahí abajo hay jaleo, creo que voy a ir bajando para calmar a las masas. — Les mando un beso y sonrió. — Gracias por todo. Os seguiremos informando con todo lo que sepamos. Que aproveche la cena, y dadle un abrazo a las tías de mi parte. — Y con un apretón en la mano a Marcus, salió de la habitación donde tenían el espejo.

Lo mínimo que podía darle a su novio era un rato con sus padres y con su hermano. Ella no tenía a su madre ni a su hermano, y pasaba de intentar hablar con su padre. Si fueran otras la circunstancias, le hubiera encantado contarle dónde había estado, que Wren le recordaba con cariño, que allí era un héroe… pero no era el caso. La verdad era que se había aferrado al supuesto jaleo, pero Jason llevaba mucho rato armando jaleo y nadie les había llamado para bajar. No es que no se sintiera a gusto con los Lacey, pero no quería bajar sin Marcus, porque a él le encantaban las presentaciones oficiales, así que simplemente se sentó en las escaleras, mirándose aquel vestido que le traía buenos recuerdos del lavadero, de sus escapadas con Marcus cuando la vida era tan fácil que el problema era buscar un lugar donde estar solos y poder besarse y tocarse. Le echaba de menos así, echaba de menos estar tumbados leyendo y preocupándose de si miraba el bajo de su falda subirse o no…

— Tú… eres Alice ¿no? — Levantó la mirada y vio a un chico de unos catorce o quince años de espeso pelo negro, muy larguirucho. Le recordaba un poco a Marcus con esa edad, pero desprovisto del porte elegante de Emma. — Sí, soy yo.  — El chico se sentó a su lado y le ofreció la mano. — Fergus Lacey, conoces a mi padre, no me cabe duda, se hace conocer. — Eso la hizo reír un poco, mientras le estrechaba la mano. — Alice Gallia, encantada. — Mola tu acento. Y tu vestido. A todo esto, ¿dónde está mi primo? — Hablando con sus padres por el espejo. — Fergus chasqueó la lengua y miró a la nada. — Ya, tenéis una movida encima, por lo que he oído. Pero me han prohibido asediaros a preguntas, y aun así, ya ves, no lo puedo evitar. — Ella apoyó la espalda en la barandilla de las escaleras. — ¿A qué casa vas? — Orgullosamente, a Serpiente Cornuda. — Dijo poniendo los cuernos con los dedos en su frente, haciéndola reír. — Eso es como Ravenclaw. Se nota bastante. — Fergus hizo un gesto con la cabeza. — Venga, vente, mi hermana también es de mi casa, y mi hermano no, pero le cae bien a todo el mundo, y hay un montón de críos si te gustan… — Ella amplió la sonrisa. — Voy a esperar a tu primo, para hacer las cosas bien y salir al jardín juntos. — Ah, eres de esas Serpientes Cornudas… Como mi madre de “las cosas se hacen bien o no se hacen, Fergus Lacey”. — Imitó el chico, poniendo una voz muy ridícula, que la hizo reír. — Exactamente. Ahora mismo vamos. —

 

MARCUS

Estaba contento, y orgulloso, pero también nervioso. Era la primera vez que hablaba con su familia por ese medio y tenían muchas cosas que contar. Quería mantenerse seguro y tranquilo... pero debía notársele en la sonrisa nerviosa fruncida en los labios y en el movimiento de sus dedos que no lo estaba del todo. De hecho, Lex no paraba de mirarle de tanto en cuando, compartiendo con él una mirada cómplice. Había cedido el testigo de hablar a Alice, pero la frase de su hermano le hizo ahogar una risa. Él no vería lo que pensaban ellos, pero Marcus casi podía leerle en la cara lo que estaba pensando. — Estamos bien. Estamos comodísimos aquí. — Aseguró, tranquilo y con una sonrisa leve, alternando la mirada entre sus tres familiares. — De verdad que sí. — Al menos quería dejarles tranquilos.

Miró a Alice con un toque de reproche cómico. — ¡Eh! A mí también me parece exagerada, y ruidosa. Y con mucha polución, hay coches por todas partes, y pitan y hacen muchísimo ruido. — Miró a Lex y a su madre. — No os gustaría nada. — Emma rio levemente, pero Lex lo hizo con una carcajada. — ¿Edificios horteras? Me creo que te gusten. — Qué mal concepto tenéis todos de mí. — Bueno, les estaban viendo bien y hasta con ganas de bromear, eso les dejaría tranquilos. La apreciación de su madre hacia el vestido de Alice le hizo suspirar mudamente y mirarla con cara de circunstancias, mientras su padre y Lex aguantaban risillas. — Y si hubiera ido así, está guapísima. — No lo discuto. — Respondió su madre mirándole intensamente, y le llegó el mensaje bien nítido: "deja el amor a un lado que a estas cuestiones no hay que ir guapa sino apropiada". Estaba de acuerdo, pero es que él veía a Alice con otros ojos.

Alice quiso darle un momento a solas con su familia y, tras mirarla con una sonrisa mientras salía de la sala, se giró a su familia. Se hizo un pequeño silencio. — ¿De verdad estáis bien? — Preguntó Arnold con suavidad. Marcus asintió. — Estar aquí es como estar con los abuelos, y el primo Jason es muy divertido. Tenemos ganas de conocer a los demás y despejarnos un poco. — Había dicho eso con un tono triste que no daba mucha credibilidad. Respiró hondo y soltó el aire. — Es... un poco raro estar aquí. — Miró hacia atrás. No parecía haber nadie cerca. — Aquí todo el mundo conoce de sobra a los Van Der Luyden y nadie parece ni mínimamente sorprendido de lo que está ocurriendo. Han reconocido a Aaron a la primera, y me da... que con los primos no se va a llevar muy bien, pero bueno. Los tíos le han acogido con a uno más, de hecho, parece que les da un poco de pena. — Lex estaba ceñudo, pero sus padres asintieron con comprensión. — Y... — Soltó aire una vez más. — Bueno, la llegada fue... Es raro estar aquí. — Repitió. No sabía cómo definirlo de otra forma. — Y... el señor Wren y la señorita Guarini se... Han sido muy amables, pero cuando han visto a Alice... — Tragó saliva y miró a su familia a los ojos, ya que hasta el momento había tenido la mirada baja. — Esas personas querían a Janet, la recordaban como si se hubiera ido de aquí hacía tres días, y... no sabían... — Suspiró. — Se han quedado devastados cuando se han enterado. — Alzó la mirada a sus padres. Él recordaba a Janet nítidamente, y veía fotos de ella con relativa frecuencia, por no hablar del retrato. Pero sus ojos siempre la vieron como una madre, mientras que para él Alice era Alice desde siempre, y ahora... saber que esas personas, cuando la conocieron, ella tenía su edad... — ¿Tanto se parecen? — Preguntó. Arnold y Emma se miraron, y cuando volvieron la vista a él, el hombre respondió. — Muchísimo... Ya sabes que tiene los ojos de William, y esa sonrisilla divertida... Pero es su viva imagen. — Verla ha debido ser impactante para esas personas. — Afirmó su madre. — Pero piensa, cielo, que merecían saber qué había ocurrido con Janet. Y que nos va a venir muy bien su ayuda. Ellos sentirán que hacen justicia a su memoria y nosotros conseguiremos nuestro objetivo. — Marcus asintió. Sí, su madre tenía razón, era así como había que verlo. E intentar no venirse abajo.

Terminó de despedirse de su familia, con un pellizco en el corazón cuando les vio desaparecer en el espejo y este volvió a devolverle el reflejo de un Marcus que estaba muy lejos de ser el chico exultante que era siempre en las reuniones familiares. Echó aire por la nariz con resignación y bajó las escaleras, encontrándose a Alice sentada en estas. Sonrió. — Vaya, qué provenzal más guapa, ¿te has perdido? — Le tendió la mano. — Bienvenida al club, yo soy inglés, y ahí fuera nos esperan un montón de irlandeses. Supongo que será una buena manera de sobrellevar América. — Rio un poco y dejó un breve beso en sus labios. — Me encanta este vestido. Estás preciosa. — Hizo un gesto con la cabeza y señaló la puerta. — Vamos fuera. Nos espera nuestra gran familia americana. —

Y tanto que le esperaban. Al salir se encontraron un montón de ojos mirándoles, tanto que hasta él se impresionó ligeramente, y eso que Marcus se crecía ante el público y ante las familias. — ¡Eh! Te pareces a mí un montón. — Bramó un chico de rizos negros y cara bromista. Si no le fallaban los cálculos, debía ser Fergus. — ¡Aquí están los primos nuevos! — Dijo Jason, superando considerablemente en decibelios al anterior. Venía con un delantal con una vaca estampada en un tono rosado que parecía ir tostándose poco a poco, y unas pinzas de barbacoa en las manos. Se les acercó y pasó su enorme brazo por los hombros de ambos. — ¡La carne ya se está haciendo! — Se señaló el pecho. — Cuando alcance el punto que queráis, me avisáis. Esta lo va controlando. — ¿El delantal controla el punto de la carne? — Preguntó Marcus, asombrado. El hombre soltó una cantarina carcajada. — Bue, sí y no. La carne la controlo yo, ¡un experto, no vas a comer hamburguesa mejor! Esa solo me avisa de cómo va. Cuando veas el colorcito que quieras, tú solo di: AHÍ VA MI CARNE. — Va, papá, yo creo que se ha enterado. Déjale el turno a Sophia, que no lo reconoce pero está deseando hablar con ellos. — ¿Tú es que no te callas nunca? — Le espetó una chica con impaciencia al joven de los rizos negros y cara bromista. El chico rio y la chica avanzó hacia ellos. — Hola, Marcus. Soy tu prima Sophia. Hola, Alice. Encantada de conoceros. — Rodó los ojos. — Me presento la primera para que sepáis a quién pedirle socorro si en algún momento queréis que os rescaten. Lo de mi padre con los puntos de la carne solo es el principio. — Tú eres la que está en Serpiente Cornuda ¿no? — Preguntó Marcus con esa sonrisa intelectual que le ponía a quienes consideraba como él. Sonrisa que en el acto le fue devuelta. — Y vosotros los Ravenclaw. Si sobrevivís, nos vamos a llevar bien. Salvo que seáis como mi hermano, que, ahora que lo pienso, físicamente te das un aire. — Ladeó varias veces la cabeza. — En ese caso, huiré de vosotros como huyo de él. — Coronó con una risa y luego les estrechó la mano para saludarles. Sí, se sentía en familia.

 

ALICE

Tuvo que sonreír a las palabras de su novio, era encantador, completo, ingenioso… y Alice sabía que también lo estaba pasando mal, pero ahí estaba dándolo todo por ella, haciendo el esfuerzo de decirle cosas bonitas y de presentarse delante de todos los Lacey y darlo todo. Sonrió y dijo. — Si algo he aprendido de los O’Donnell es que las familias irlandesas lo hacen todo más alegre y llevadero. — Dejó un beso sobre sus labios. — Tú siempre estás guapo. — Ladeó la sonrisa un poco, guiñando un ojo, y dijo. — Oh, sí, ya lo creo que te gusta este vestido. Me lo he puesto para recordar días un poquito más despreocupados. — Y juntos bajaron al jardín.

Allí había como MUCHA gente, pero Alice estaba acostumbrada por las reuniones con los Sorel. El primero en hablar fue Fergus, haciendo patente de lo que ya se había dado cuenta ella antes. Por supuesto Jason tenía que ser maestro de ceremonias, y cómo no iba a serlo con semejante delantal. — ¡Oye! Qué ingenioso, así es imposible equivocarse. — ¿Cómo la quieres, Alice? — Oh, y… me voy a esperar un poquito, que todavía no tengo hambre. — Pues más vale que vayas haciendo hueco, aquí hay comida para tres familias Lacey. — Prestó atención a Fergus de nuevo, que les presentó a Sophia, la única de la que había oído hablar. — Hola, Sophia, encantada. — Saludó con una sonrisa. — Me recuerdas un montón a tu tía Molly, tenéis el mismo color de pelo de jóvenes. — ¡Ah! Genes recesivos, siempre me ha encantado tener que explicar a todo el mundo que los familiares de Jason son MUY pelirrojos cuando conocen a mis hijos. — Dijo una mujer muy alta y espigada. ¿Todo el mundo era MUY alto en América? — Soy Betty, la mujer de Jason, encantada chicos. — Sonrió a la mujer y a los comentarios de Sophia. Ya le gustaba. — Reconozco a un Ravenclaw en una familia caótica cuando lo veo. — Les dijo con una risita. — Ah, entonces mira al pobre tío Dan, que todos los domingos se busca algo que hacer para no tener que lidiar con este caos. — Señaló Sophia a un hombre de pelo rizado que estaba liado en el montaje de mesas y platos. — Ese sería mi suegro cuando nos juntamos con mi familia, definitivamente, ¿a que sí? — Le dijo a Marcus. La verdad es que habían conseguido arreglarle el humor instantáneamente entre todos.

— Vaya, vaya, si no supiera que es imposible, diría que eres mi guapísimo primo Arnold que no ha envejecido. — Dijo otra mujer, que apareció por allí con un bebé en brazos y tres niñas alrededor. Esa también era ALTÍSIMA, más alta aún que Betty y Sophia (y juraría que más alta que algunos de los señores de la familia). — Soy Shannon, chicos, y este es mi otro Arnold. — Dijo moviendo al niño en sus brazos. Era un niño precioso, la verdad. — ¡Oh! ¡Otro Arnie! Hola, precioso. — Saludó ella dándole un toquecito en la nariz. — Y estas son mis chicas… — ¿Es verdad que venís de Inglaterra? — ¿Pero nuestra familia no es de Irlanda? — ¿Cuál de vosotros es el que es primo y cual el que viene pegado? — Aquella sucesión de preguntas seguidas la hizo reír mucho, y no solo a ella, porque Sophia se inclinó y se puso a hacer cosquillas a la más rubita. — ¿Pero qué descortesía es esa? Alice se va a pensar que somos una familia de preguntones desagradables. ¡Preséntate por lo menos! — La niña se rio y retorció. — Soy Saorsie. — Dijo entre risas pillas. Menudo terremoto. — Y esa es… — ¡Yo me presento sola! — Intervino la que era un poco más mayor y más pelirroja. — Yo soy Ada. — Y la otra es mi hermana Maeve, pero no sé por qué no habla. — La chica era altísima también para su edad, porque, por la cara, no debía tener más de doce años, pero ya era casi como Alice, y estaba pegada al brazo de su madre, colorada. — Hola, Maeve, soy Alice, y este es vuestro primo Marcus. — La chica se puso más roja aún y saludó solo con la mano. — Sí, hija, te entiendo, yo con mi primo Arnold era igual. — Dijo Shannon y las madres se echaron a reír.

— ¡Eh! A mí me queda uno por enseñar. ¡Junior! Ven aquí. — Y, cómo no, otra persona altísima apareció por allí, con el mismo tono de pelo que Sophia. Le recordó a Lex por el tamaño y lo musculoso, solo que, solo por el estilo y la cara que traía, lo metería en el saco de Peter Bradley. — Este es mi hijo mayor, Junior. — El chico les tendió la mano y puso una sonrisa encantadora que Alice estaba segura de que había causado estragos en Ilvermony. — Soy Francis Lacey, Frankie para los amigos, pero mi familia se empeña en llamarme Junior incluso con este tamaño que tengo ya. — Encantada, Frankie. Alice Gallia. — Cuando miró a Marcus dijo. — Tú eres el alquimista ¿no? Como el tío Larry. Y tu hermano el jugador de quidditch. Me muero por conocerlo, yo me dedico a las escobas. — A vender siempre que tienes oportunidad te dedicas. — Rectificó Sophia entornando los ojos. — No descansa nunca. — Ni tú de leer y corregir a la gente y aquí estamos. — ¿Entendéis ahora la cúpula antirruido? — Dijo Betty rodeando a sus dos hijos. — Creo que ya tenéis a todo el mundo registrado. — Excepto a tío George y Sandy, que siempre llegan tarde porque son muy importantes. — Aclaró Frankie Jr. en tono de broma. Justo entonces se acercó la tía Maeve a ella. — Alice, cariño, ¿crees que Aaron querrá bajar? Le hemos puesto plato y todo, pero no le he visto el pelo desde que empezaron a llegar… — ¿Aaron? ¿Qué Aaron? — Preguntó Sophia. — El primo de Alice, que está aquí también con ellos, fue a Ilvermony, igual el conocéis… — ¿Aaron McGrath? ¿Es primo tuyo? — Preguntó Frankie. Pues sí que empezaban bien. — Si me disculpáis… voy a buscarle… — Y se fue hacia la habitación.

 

MARCUS

Señaló a Sophia. — ¡Es verdad! He visto fotos antiguas de mi abuela, puede que seas la que más se parece a ella. — Y la explicación de los genes recesivos que llegó de manos de la madre de la chica le hizo sonreír. Efectivamente, eso eran unas Ravenclaw. Iban a llevarse bastante bien con esa rama de la familia. — Encantado. Soy Marcus. — Les señaló a Daniel, el marido de su prima Shannon (sí, se había aprendido muy bien el árbol genealógico aún en su casa), y el comentario de Alice le hizo reír a carcajadas. — Definitivamente, sí. Aunque con lo que le gustan los niños, tampoco le importaría estar rodeado de ellos. — Y en eso hablaba por su padre y por sí mismo, que ya estaba oteando que había más de un pequeño por ahí. Estaba deseando lanzarse al suelo a jugar como si no existiera ningún drama en la vida.

Y hablando de Shannon, allí estaba. El halago hizo que Marcus ampliara una sonrisa de oreja a oreja y se irguiera como el caballero que le encantaba ser, presentándose debidamente. — Prima Shannon, estaba deseando conocerte. — Le dio un galante beso en la mano y luego miró a Betty. — Estoy rodeado de enfermeras, qué afortunado soy. ¿Sabéis que Alice también quiere serlo? — ¡No me digas! — Preguntó Shannon ilusionada, y Betty también la miró. Marcus sonrió satisfecho. Ya había conseguido, de un plumazo, quedar bien los dos. Y dicho eso, podía poner su atención en otra de las cosas que a Marcus le hacían perderse: los bebés. Y encima ese se llamaba como su padre. — ¡Pero qué me dices! ¿Te llamas Arnie, tú? — Le dijo al niño, agarrando sus manitas. — Uy, sí, sí, definitivamente eres todo un Arnold, yo te lo noto, que me he criado con uno. ¿Vas a ser Serpiente Cornuda tú también? ¿Sí? Tienes cara de listo. — Los comentarios hicieron a Shannon reír, pero justo después recibió un bombardeo de preguntas infantiles de las niñas que había por allí. Definitivamente, era la hora de Marcus de crecerse.

Se agachó para ponerse a la altura de ellas. — ¿Vosotras sois mis primas? — Giró el cuello y miró a Alice. — ¡Pero Alice! ¿Cómo llevamos tantos años sin conocer a estas chicas? ¿Has visto qué primas más guais tengo? — Se giró de nuevo hacia ellas. Ya les estaba viendo las sonrisitas. Extendió la mano. — Es un placer conoceros, chicas. Soy Marcus. — Dos de ellas le dieron la mano a la vez, por lo que generaron un gracioso choque que le hizo reír. También le hizo reír la presentación de la que tenía mirada más traviesa, a la que Sophia no tardó en hacer cosquillas. — Saorsie. Qué nombre más bonito. — Es irlandés. — Contestó la niña, contenta. — ¡Pues me encanta! — Luego miró a la otra. — ¡Ada! ¡Pero bueno, qué nombres más bonitos! — Las niñas soltaron risitas. Marcus apoyó el antebrazo en la rodilla flexionada, la que no apoyaba en el suelo. — A ver, que yo me entere. ¿Quién es la más jovencita? — Saorsie levantó la mano, pero Ada dio un saltito. — ¡El más pequeño es Arnie! — ¡Esa respuesta me ha gustado! Pero esta también es correcta, porque Arnie no podía contestar. — Le dijo a Saorsie, dándole un toquecito en la nariz. — ¿Y la mayor? — Las dos señalaron a Maeve, con quien Alice intentaba presentarse pero que estaba bastante escondida detrás de su madre. La pobre, se la veía tímida. La saludó con un gesto de la mano y una sonrisa, sin querer incomodar mucho, pero el comentario de Shannon le hizo mirarla extrañado. No ayudaron las risitas de las mujeres presentes. En fin, cosas de mujeres, él mejor seguía a sus galanterías.

Efectivamente, le quedaba un primo al que conocer. Se incorporó de nuevo para saludarle. Rio y le estrechó la mano. — Encantado, primo Frankie. — ¡Me caes bien! Se notan los genes irlandeses, llamando primo a todo el mundo nada más conocerlo. — Respondió el chico, haciéndole reír. Lo que le sorprendió (gratamente) fue lo bien que conocía a toda su estirpe. Asintió con una risa. — Bueno, aún no estoy licenciado, pero sí, proyecto de alquimista y hermano y nieto de quienes dices. — Abrió mucho los ojos. — ¡Pues os llevaríais bien! Lex no tiene fondo para hablar sobre quidditch. Para todo lo demás es bastante tímido, de hecho. — Nunca pensó que echaría tantísimo de menos a su hermano, no es que pasaran el día juntos precisamente. Pero al mencionarle había sentido una punzada en el pecho de sentirse tan alejados. Más se acordó de él viendo las puyas entre los hermanos, que le hizo mirar a Alice escondiéndose una risa. Fíjate, no somos los únicos.

Cuando Maeve preguntó por Aaron, de repente se generó un revuelo: todos parecían conocerle. Increíble, no dejaba de alucinarle. Ciertamente, le sabía mal que estuviera solo, había dado por hecho que bajaría. Solo esperaba que no fuera incómodo para todos. Alice subió a buscarle y él se quedó con sus primos... quienes, al girarse a ellos, vio mirándole con los ojos muy abiertos. — ¿Tu novia es una Van Der Luyden? — Qué fuerte. — A ver. — Cortó con cortesía, aclarándose la garganta, los comentarios respectivos de Frankie y Sophia, que no salían de su asombro. Fue a abrir la boca pero Fergus se metió por medio. — ¡Hostia! Menudo braguetazo. — ¡Fergus! — Reprendió Betty. La mujer chistó. — Dejad tranquilo a vuestro primo. Dijimos que nada de acosar a preguntas. — No, no, si lo entiendo, no hay problema, de verdad. — Dijo él. — Alice... Alice no es una Van Der Luyden. Es decir... — Miró hacia atrás. No estaba por allí. Se giró de nuevo a sus primos y se acercó para decir más privadamente. — Ella es una Gallia, a todos los efectos. Su padre es un creador de hechizos fantástico. Su madre... sí, era Van Der Luyden. Pero... — ¿La Van Der Luyden a la que mataron? — ¡¡Fergus!! — ¿¿Qué?? Se decía en el colegio que mataron a una, no se sabía nada de ella. — No, no la mataron. — Corrigió Marcus. Sophia chistó y le dio una colleja a su hermano. — De verdad que eres tonto... — ¿Y entonces? Porque hubo una que sí que decían que no se sabía donde estaba. ¿Es la madre de Alice? — Preguntó Frankie. Marcus asintió lentamente. Se generó un corrillo de risas aliviadas entre los tres hermanos. — ¡Así que era eso! Se fue a Inglaterra, entonces. — Sí... — ¿Y por qué no ha venido con vosotros? — Marcus y Betty se intercambiaron miradas. — Chicos... — No, no importa. Somos familia y no tenemos nada que ocultar. — Se aclaró la garganta de nuevo. — Se llamaba Janet. — ¿Llamaba? — Preguntó Frankie, un tanto consternado. Marcus asintió. — Sí... llamaba. Falleció hace cuatro años. — Se generó un silencio de unos segundos. — Hostia... lo siento, os juro que había escuchado... eso, pero creía... que era mentira... bueno... — Fergus parecía no saber dónde meterse. — Pero... Entonces, Alice es una Van Der Luyden... ¿repudiada? — Marcus ladeó la cabeza varias veces. — Repudiaron a Janet. Alice nació ya en Inglaterra. — Y ahora se han llevado al hermano. Eso sí lo habíamos escuchado. — Marcus asintió. — Capullos... — ¿Y por qué está Aaron McGrath con vosotros? — Preguntó Frankie, extrañado. Sophia le miró. — Eso. Que esa gente no es de fiar. — Chicos, de verdad, dejadlo ya. — Pidió Betty, y Marcus se fijó que estaba mirando hacia la puerta. Sí, Alice y Aaron venían ya de camino. — ¡¡VENGA, FAMILIA!! QUE SE ME QUEMA LA VACA. — Bramó Jason, haciéndoles reír y que se fueran acercando a la barbacoa.

A Marcus aún le quedaba una persona a la que saludar, así que mientras Alice y Aaron estaban integrándose, se dirigió a él. — ¡Hola! Me han dicho que eres el equivalente a mi padre en esta familia. — ¡Marcus! Perdona, muchacho, en estas reuniones siempre siento que tengo que estar a mil cosas a la vez. — Dijo Daniel, estrechándole la mano mientras Maeve, que había pasado de su madre a su padre, se escondía ahora tras él. — Es un placer conocerte. — Lo mismo digo. — Se volvió a asomar. — Ey. Si te cedo la primera hamburguesa, ¿hablarías conmigo? — Le dijo sonriente a la chica, la cual se puso más colorada que la vaca del delantal. Dan rio entre dientes y le murmuró. — Algo me dice que hablar contigo sería mejor para ella que cualquier hamburguesa. — ¡¡Papá!! — Se quejó la otra con tono abrumado. Marcus se mojó los labios con una sonrisilla y, para no ponerla más nerviosa, dijo. — Bueno, yo por lo pronto voy a ir buscando cuál ha quedado mejor. — Le guiñó un ojo a la chica, que pareció ponerse como un flan, y se dirigió a la barbacoa.

 

ALICE

Llamó a la puerta de la habitación que deducía que era la de Aaron, porque la verdad es que la noche anterior no se había fijado mucho. — ¿Se puede? — Su primo contestó, y al abrir lo vio en una silla de escritorio con ruedas. El cuarto era mucho más sobrio y elegante que los dos suyos. — Guau, parece el cuarto de un ejecutivo. — Maeve ha dicho que era el cuarto de George, que siempre fue más serio. — Ella rio y se sentó en la cama. — Se han equivocado no poniendo a Marcus aquí. — Ya ves, con lo que me mola a mí el quidditch. — Eso la hizo sonreír y le señaló. — ¡Eh! Pues Frankie Jr. se dedica a esas cosas. A las escobas y eso. — Aaron rio de medio lado y perdió la mirada. — Sí, Frankie todo lo que hace lo hace bien, le cae bien a todo el mundo. Justo lo contrario que yo… — Alice apretó los labios. — ¿Es por eso que no bajas? — El chico asintió, aún sin mirarla. — Mira… en el rato que llevo en América me ha quedado claro que los Van Der Luyden inspiran miedo… y que eso hace que la gente les acabe odiando. Yo les odio. Pero si quizás les das la oportunidad de conocerte… — ¿Les caeré tan bien como a tu novio? — Alice le miró con cara de circunstancias. — Mira, Aaron, Ethan no está aquí, y no tienes muchos más amigos. De normal, probablemente tus excompañeros no querrían ni hablarte, pero estás aquí, a Maeve y Frankie les has caído muy bien, y son sus abuelos, lo tendrán en cuenta. — Negó con la cabeza y suspiró. — Aaron, no puedes lamentarte para siempre. Sé que no te gustaba tu vida aquí, sé que te sentías seguro en Inglaterra, pero… toma las riendas de tu vida. De verdad te lo digo. Enfréntate a esto. Tú no eres como ellos, yo confío en ti. — Aaron se giró y suspiró. — Tú no sabes cómo piensan de mí. — Ella se encogió de hombros. — No son muy discretos tampoco, te lo aseguro. Mira… son buena gente, de verdad. No tienes ni que preocuparte por leerles la mente, te van a ir de cara. Y son buenos, te darán una oportunidad. De verdad, Aaron, mete mano en tu propia vida por una vez. Ya lo hiciste negándote a espiarme, y quedándote en Inglaterra. Suelta el miedo ya. — Su primo la miró e inspiró. — La verdad es que huele de maravilla. — Eso la hizo reír. — A juzgar por los gritos de Jason, la carne está lista. Venga, vamos, que esto es muy americano, tu terreno. — Y riendo un poco, bajaron las escaleras.

Al salir, vio que Marcus estaba hablando con el marido de Shannon y la hija mayor, que claramente estaba desmayada con el primo guapo inglés, así que aprovechó y se acercó a Frankie y Sophia de nuevo, tirando de Aaron. — Chicos, perdonadme un momento… — Dijo llamando su atención. Los chicos se quedaron mirando a Aaron, y notaba las reticencias de su primo, prácticamente tirando en la dirección contraria. — Creo que… voy enterándome un poco de cómo es la historia de los Van Der Luyden, de hecho, mi propia historia con ellos es solo de sufrimiento. — Sophia la miró un poco con pesar. — Marcus nos lo ha contado. Lo siento mucho, Alice, siento que hayas tenido que vivir todo eso por su culpa. — Frankie solo miraba fijamente a Aaron. — La cosa es que Aaron lo ha pasado también muy mal por ellos. Le maltrataron por su orientación sexual, y utilizaron su don, la legeremancia, sin importarles el peaje que significaba para él. Solo os lo digo para que tengáis toda la información, y que veáis que los Van Der Luyden tienen víctimas entre ellos también. — Sophia se cruzó de brazos y asintió. — ¿Por qué trataste así a Gregory Decker? — Preguntó Frankie de repente. Aaron le miró y suspiró. — Porque era la única forma de que me dejara. Intenté hacerle ver que lo que teníamos era peligroso para los dos, pero él me dijo que me quería y que no le importaba… Claramente no estaba midiendo bien el peligro, así que me comporté como un capullo para que me odiara. — Frankie suspiró y asintió. — Pero capullo, vaya. — Sophia entornó los ojos y resopló. — Venga, dramas de Aves de Trueno los justos. Tú fuiste un héroe trágico, y tú te abanderas la causa hasta del vecino, ya está. — La chica miró a Aaron. — No tengo nada contra ti, Aaron, solo somos… muy opuestos. Y no me gusta nada lo que hace tu gente, pero entiendo… que tú también eres el principal perjudicado. — Frankie suspiró y miró a su hermana con hastío, pero Alice vio el brillo del cariño en su cara. En verdad se adoraban y Frankie se veía bonachón, como su padre. — Vamos, anda, que papá va a abrasar la vaca esa. ¿Te gustan las barbacoas, Aaron? — El chico sonrió un poco y se encogió de hombros. — Bueno, nunca he estado en una. — Betty y Shannon, que también seguían por allí, se giraron con la misma sorpresa que los chicos. — ¿En serio? — Aaron asintió con normalidad. — Sí, en mi familia las reuniones son comidas oficiales, no… esto. Y todo el mundo está muy tenso y tal… — Shannon, que para eso era una Pukwudgie de corazón de oro, se acercó a él y dijo. — Ven, que te voy a enseñar cómo se hace una hamburguesa de verdad. — Alice sonrió y se acercó a Marcus, con Sophia tras de sí.

— ¿Por qué no me sorprende que el tío Dan se haya juntado con el inglés formalito? — El hombre sonrió y le puso kétchup en la nariz a Sophia. — ¡Y la criaja esta! Que no te dejo entrar más en mi consultorio. — Oh, eres médico. — Señaló Alice con sorpresa. — Y tú la enfermera en ciernes, según me han dicho. Encantado, soy Dan. — Y siempre dicen que es mi favorito, pero solo es el que menos ruido mete en la familia. Bueno, él y por lo visto ahora mi prima Maeve que está muy pero que muy callada hoy… — Dijo la chica, picajosa. — ¡Ay jo, parad todos! Que no es que esté callada. — Noooo qué va, te estás reservando para no quitarle protagonismo a… — ¡FAMILIAAAAA! — Oyó un grito femenino que la hizo saltar en su sitio. Se giró y vio a una chica rubia, tremendamente arreglada, de forma estudiada además, con ropa muy colorida y una gran sonrisa. — ¡Abuuuuuus! — Y se fue corriendo a abrazar a Frankie y Maeve. — ¡Oy mi niña, pero qué guapa viene! — ¿Me has comprado hamburguesas veganas? — Sí, cariño, ahí las tiene el tío Jason listas para cuando las quieras. — ¡Ay mi tito qué bien me cuida! — Muuuuuuy encantado de servirla, señorita. — Dijo imitando el sonido de la vaca, y a haciendo reír a Sophia. — Es que sus bromas cada día son peores. — Aseguró. Acto seguido, entró un hombre muy grandote y musculoso, también muy rubio, que parecía más mayor que los demás. — Hola, familia. — Dijo con una voz muy profunda, pero ciertamente dulce, mientras se desanudaba la corbata. — Esos son el tío Georgie y… — ¡HOLI! ¿Sois los primos de Irlanda? Ay, qué guay. — Bueno, ellos son de Inglaterra, Sandy. — Señaló Dan, amablemente y con una voz quizá demasiado baja para el tono que traía la chica. — Eso. Yo soy Sandy, la prima mayor. — Dijo dándoles dos besos. — ¿Nos sentamos? Venga sí, vamos. — Ah vale, pues ella disponía las cosas. Aprovechó para acercarse a Marcus y susurrar. — Creo que he arreglado lo de Frankie y Sophia con Aaron. Cuestiones de orgullos. — Dijo con una risita al final. — Francis. — Sandra. — Se saludaron los dos mayores bastante pasivo-agresivamente. — Largo, yo me siento con los invitados. — ¿Para ponerles de tus algas raras de comer? — No, para que no tengan que aguantarte hablar de escobas dos horas seguidas. — Bueeeeeno, venga, mis niños no se pelean más… — Instó Maeve, dejando una fuente de patatas fritas gigante delante de ellos. — Yo me siento aquí con mi primo que es muy guapo. ¿Te llamabas? — El jaleo de los niños, de las llamadas a comer, de las peleas en los sitios, todo le hacía sentir como en su casa, una casa en la que ya no podía tener aquello, así que, por lo menos, tendría un descanso de tanto drama. — La prima Sandy es simplemente así, no nos dejan descambiarla. No es mala, solo superficial. Lo de Frankie con ella solo es una lucha de poder por ser el nieto mayor favorito. — Aclaró Sophia, sentándose a su lado. — ¿Sandy puede sentarse con el guapo y yo no con la guapa? — Preguntó Fergus, sentándose al lado de Sophia pero asomándose para verla y haciéndola reír con ello.

 

MARCUS

Al girarse hacia la barbacoa vio que Alice estaba intentando integrar a Aaron con sus primos. Esperaba que aquello no generara demasiada tensión. — ¿Qué tal estáis, hijo? ¿Todo bien? — Preguntó afable Frank, y Marcus sonrió. — Todo perfecto, mucho mejor de lo que podíamos esperar aquí. Muchísimas gracias, tío Frank... Esto nos viene muy bien. — El hombre suspiró. — ¿Sabes? Con estos años que tengo, y todos los que hace desde que me fui de Irlanda, nunca he dejado... de sentirme culpable, en cierta parte. — Miró a Marcus a los ojos. A su alrededor todo era jolgorio y alegría, pero el hombre acababa de generar entre ellos un momento cercano e íntimo que hizo que Marcus ignorara el bullicio por unos instantes. — Mi hermano y mi padre acababan de morir. Mi hermana, tu abuela... era tan jovencita. Siempre tan llena de vida, tan jovial... y estaba apagada, triste. Podía verle en los ojos ese fuego Gryffindor diciendo: "¿cómo voy a levantar esto? La vida tiene que brillar y yo no tengo fuerzas ni para levantarme, aunque mi alma grite que lo haga". — El hombre hizo una pausa, con la mirada levemente perdida. — No me vine como una huida, me vine... porque nos hubiéramos muerto todos de hambre. Pero luego... volver se hacía difícil. Siempre tenía en mente una fecha de retorno que luego llegaba y pasaba. Y me perdí... muchas cosas. La boda de tus abuelos, el nacimiento de Erin... A Arnie sí que fui a verlo, fíjate. — Marcus sonrió y el hombre chasqueó la lengua. — Pero Erin me pilló en una época complicada... También volví para el funeral de mi madre. — El hombre negó con la cabeza. — Perdona, chico, no quería entristecerte... — ¡No, no! En absoluto. Me encanta escuchar a la gente. Se puede aprender mucho de sus vidas. — El hombre sonrió. — Digno nieto de mi hermana. Y de Larry. — Le acarició los rizos. — Me alegra mucho tenerte por aquí. Anda, vete a por una hamburguesa. — Pero Marcus sentía que quería decirle algo más, y el propio hombre se dio cuenta. — ¡Ah! Perdona, hijo, uno no nació tan listo, no sé hacer conclusiones lapidarias. — Dijo entre risas. — Con todo esto lo que quería decir era... que siempre he llevado Irlanda en la piel. Que quería tranquilizar mi conciencia haciendo una gran familia, haciéndoles felices a todos. Y que cuando alguien llega a Nueva York... no siempre llega feliz. Al menos, quiero poder dar lo que a mí me ha costado tanto conseguir. — Marcus sonrió ampliamente, se acercó a él y le susurró confidencial. — Que no salga de aquí, pero los Hufflepuffs hacéis las mejores conclusiones. — Eso hizo al hombre soltar una fuerte carcajada y revolverle los rizos de nuevo.

Iba a acercarse a Jason para coger hamburguesas para él, para Alice y para Maeve, ya que se lo había prometido, cuando un agudo saludo de mujer le hizo girarse de inmediato. Esa debía ser su prima Sandra, desde luego era inconfundible. También lo era George como hijo de Claire en lugar de Maeve. La chica era más guapa de lo que estaba en el imaginario de Marcus, y esa aparición le sacó la sonrisita de caballero adulador que iba a empezar a lanzar comentarios de los suyos en breves... pero prácticamente se le apareció la cara de su madre delante, y su mirada de juicio hacia una persona demasiado recabadora de atención deliberada y con una estética medida para gustar. Era como si le estuviera viendo la mirada, y su madre era muy inteligente calando a la gente. Pero no era la única mujer inteligente calando a la gente que tenía en su entorno... Miró de reojo a Alice y lo vio. Nada que ver con la que habría echado Emma, sino con la dulzura de Janet y el punto escéptico de William, pero ahí estaba: la mirada de "no me das buenas vibraciones", hablando en el idioma de Dylan. Tuvo que apretar muy fuertemente los labios para no echarse a reír. Sandra quería protagonismo, claramente, pero no a la Gryffindor, sino a la Slytherin, Marcus también captaba esas cosas. Básicamente porque a él le gustaba tanto tenerlo también que iba a pasárselo muy bien jugando al jueguecito de dárselo.

No era el único, porque allí estaban todos tratándola como si fuera la princesita de América. Bueno, no todos: el resto de sus primos tenían una cara de asco importante. De nuevo se tuvo que controlar para no reír. Inesperadamente divertido, esto. Ya estaba junto a los demás cuando la chica llegó a prepararse. — Ingleses de nacimiento, pero con Irlanda y Francia en el corazón. — Matizó él, y le devolvió los dos besos. — Tu primo Marcus, un placer. — La chica pareció encantada. — ¿Francia? ¿Tu madre es francesa? — Preguntó extasiada, pero Marcus señaló ceremoniosamente a Alice. — Su familia es francesa. — Eso la descuadró, pero lo disimuló muy bien. — ¡Oh! Los franceses tienen un estilazo, me tienes que poner al día. — Le dijo a la chica como si fueran amigas de toda la vida. Fue decir eso y les dispuso a sentarse. A Alice no le estaba haciendo mucha gracia, definitivamente, pero a Marcus sí, mucha. Por dentro estaba muerto de risa. Él se movía como pez en el agua con gente así, llevaba camelándose y lidiando con "las fans del prefecto" tres años ya, y esa chica lo hubiera sido sin duda.

Atendió al susurro de Alice y le dedicó una sonrisa y una caricia en la mejilla. — No me cabía ninguna duda. — Agarró sus manos. — ¿Qué tal? ¿Te sientes bien aquí? Mis primos y mis tíos son muy majos. Les has caído genial. — Dijo. Quizás tenía que haberse quedado solo en el "¿qué tal?", pero de nuevo y sin querer había activado a toda velocidad la maquinaria "Alice por favor dime que estás siendo feliz". Él estaba muy a gusto, pero si su novia no lo estaba se sentiría culpable: no habían ido a Nueva York de fiesta precisamente. Pero llevaba un mes sin saber qué hacer por aliviar su estado, por primera vez en su vida casi había tirado la toalla con intentar hacerla feliz porque él mismo era un alma en pena. Quería que al menos disfrutaran de aquel ratito de felicidad, aunque volvieran a sus problemas a la mañana siguiente.

Aunque el saludo de sus primos le llamó la atención. Definitivamente, Sandra era la antinaturalidad hecha persona, se le notó desde la entrada, pero por algún motivo hoy quería fingir que estaba encantada de la vida con aquella reunión, y era altamente probable que fuera por ellos. No iba a ser tan maleducado de tirarle la coartada a la prima que acababa de conocer. Sobre todo si se le sentaba al lado con ese alegato tan clarificador de por qué estaba de buen humor. Puso su mejor sonrisa galante. — Marcus O'Donnell. — Contestó, y luego se giró hacia ella, apoyando el codo en la mesa. Estaba escuchando a Sophia criticarle a Sandra a Alice y mejor hacía pantalla para distraer a la otra. No quería que ambos fueran el foco de una disputa familiar. — Déjame adivinar... ¿Wampus? — La chica abrió mucho los ojos y la boca con una expresión de sorpresa muy estudiada. — ¿Cómo lo sabes? — Marcus chasqueó la lengua. — Hijo de mujer Slytherin, que es el equivalente. La elegancia es algo que no se puede fingir. — La chica hizo un gestito de falsísima modestia, echándose la melena del hombro hacia atrás. — Ya veo que la has heredado muy bien. ¿Y tú no eres Slytherin? — Podría, pero no. He sido lo suficientemente perspicaz como para adivinar tu casa, ¿de cuál dirías que soy? — Sandra movió una mano al compás que giraba los ojos. — ¡Oh! Dime que no eres como los Serpiente Cornuda que conozco. — ¿Listos? — Aburridos. — Marcus soltó una carcajada. — ¿Parezco aburrido? — La chica movió los hombros, claramente congraciada de tantas atenciones, y se enganchó de su brazo a pesar de estar sentados. — Por ahora eres la persona más interesante de esta reunión, primo Marcus. — ¡BUENO! Última vez que anuncio las hamburguesas, ¡se me agotan! ¡Me las quitan de las manos, como a mi hijo las escobas! — Papá, ya. — Rogó Sophia, pero a Marcus le hizo mucha gracia. Sandra claramente estaba riendo por compromiso.

En lo que el hombre repartía, se disculpó con su nueva prima (encantada, una vez más, de recibir más atenciones) y, a riesgo de dejar un vacío entre ella y Alice que obligara a la conversación, se levantó para saludar a la última persona que le quedaba. — ¿Primo George? — El hombre se giró, con una sonrisa enigmática pero cortés. — Soy Marcus. Un placer. — Lo mismo digo. Bienvenido a América. ¿Todo bien por aquí? — Todo estupendo. — ¡Venga, venga! Que se enfría la comida. — Le azuzó Maeve para que volviera a su sitio, pero Marcus hizo un último ruego. — Un momento, tía Maeve. — Trotó y se agachó entre la pequeña Maeve y su padre. La niña le miró con los ojos que se le salían de las órbitas. — Eh ¿cómo te cae la prima Sandra? — Le susurró. La niña la miró un segundo de reojo y luego le miró a él. — Bueeeno... — Se aguantó la risa y contestó. — Vamos a hacer una cosa: yo me quedo un ratito en la comida dándole conversación para que se quede contenta, y luego me vengo contigo y me hablas de cómo te va en Ilvermorny, que ya has hecho tu primer año ¿verdad? — La chica asintió. — Trato hecho. — Le guiñó un ojo y se volvió a su sitio.

 

ALICE

Sandy hablaba en un tono que era difícil de ignorar, así que, obviamente, le estaba llegando todo lo que le iba diciendo a Marcus, y el rollo que su novio se tiraba con una Slytherin cabeza hueca. Estas no le daban miedo como Eunice. Pero su novio era su novio por algo, y en cuanto tuvo ocasión, se dirigió a ella. — La verdad es que me está viniendo muy muy bien. — Susurró con una sonrisa y una mirada de cariño. — Las familias irlandesas son las mejores. — Aseguró, y luego entornó los ojos hacia su lado de la mesa. — Y estoy muy bien escoltada como puedes ver. Tu familia es encantadora, y no esperaba menos de los Lacey. — Y ya tranquilizado su novio a ese respecto, le dejó entreteniendo a la otra chica y ella se dispuso a ver cómo hacía para probar toda la comida, evitando ofender a una abuela irlandesa, sin morirse en el intento.

Pero claro, Sophia la estaba mirando con los ojos muy abiertos y Betty, sentada en frente, suspiraba. — Tranquilas. ¿Le habéis visto? Esto es el pan mío de cada día. — Las dos mujeres rieron y Fergus se reclinó en su silla. — Puf, a mí me pasa igual, me las tengo que quitar de encima… — ¿SÍÍÍ HERMANITO? — Dijo Frankie apareciendo por detrás y cogiéndole de las costillas. — ¿Y qué te dicen las niñas? “¡OH FERGUS LACEY, RECÍTAME OTRA VEZ ESE ABSCONDITUS QUE NADIE LO HACE COMO TÚ!” — Dijo el chico poniendo una voz aguda superridícula. Fergus se retorcía y trataba de espantar a su hermano, aunque claramente estaba en esa edad en la que no controlas bien los miembros del cuerpo. Sophia se partía de la risa y Shannon se asomó por la mesa y le señaló. — ¡Eso eso! Cuéntanos, Fergus, ¿qué pasa por Ilvermony? — El Absconditus es clásico hechizo de ligar, sin duda. — Aportó Dan, picando también a Fergus desde lo lejos. — ¡Callaos todos ya, hombre! Tú más que nadie, Junior, si no quieres que cuente cosas que sé. — Frankie se pasó las manos por el pecho con una sonrisa de suficiencia. — Eso no sería nada caballeroso, Fergus, y este que está aquí jamás alardea de sus conquistas. — Lo cual levantó una oleada de risas cuestionadoras entre los demás.

— ¿Te gustan las hamburguesas, cariño? — Preguntó Maeve, desde la otra esquina. Vale, ya no podía evitarlo más. — Si no te gusta la carne, hay de las de tofu de Sandy, seguro que no le importa darte una. — Dijo Frankie abuelo, y se iba a sentir amparada por la pantalla que hacía Marcus en medio, pero se dio cuenta de que ya no estaba. La chica mantuvo su espléndida sonrisa, pero era como si pudiera oír todo su interior gritando por no poder ser la de las hamburguesas exclusivas. — ¡Claro! Si es que el tío Jason siempre me compra de más para que no pase hambre, ¿verdad tito? — Alice puso una sonrisa complaciente y dijo. — Gracias, Sandy, pero no, simplemente estaba viendo por dónde empezar, porque no hay nada que sea más invitador que la cocina de una abuela irlandesa, y encima aquí hay de todo para echarle a la hamburguesa… — ¡Déjame enseñarte cómo se monta! — Dijo Fergus, poniéndose detrás de ella y cogiendo dos panes. — ¡Échale salsa ranch! La salsa ranch es lo mejor que hay en Estados Unidos. — Aportó Frankie. — ¡Qué guarrería! No empieces por una salsa así, que sabe demasiado fuerte para quien no la ha probado nunca. — Regañó Sophia. — Lo mejor es la salsa barbacoa, nada de lo que tengáis en Europa puede parecerse a esto. — Señaló Jason. — ¡Hala! ¿Puedo hacerle yo la hamburguesa a la prima nueva? — Exclamó Saorsie, que apareció corriendo por allí y sentándose en la silla libre de Marcus. — ¡Saorsie, siéntate en tu sitio y come! Hija, eres un torbellino, yo no sé a quién sales… — Se quejó Shannon resoplando, mientras interceptaba a Arnold que se había tirado a la mesa a coger el bote de kétchup. — ¡A ver! Vamos a organizarnos, que soy demasiado Serpiente Cornuda para este desastre. — Y eso hizo reír a todos. — A ver, voy a partir la hamburguesa en dos… — Dijo mientras lo hacía con el cuchillo. — Y una mitad me la prepara Fergus y la otra Frankie… — Miró a los chicos. — Pero que nadie se pase eh, que yo no soy muy comilona. Y tú, Saorsie… te dejo que me elijas las patatas. — La niña puso una gran sonrisa y luego achicó un poco los ojos y se deslizó hacia Sandy, que la cogió y la sentó en su regazo. — Prima… ¿Qué salsa le ponemos? — Preguntó con todo el tono de malicia, y a Sandy se le puso la misma cara. Menudo dúo. — Venga, una normalita… Ponle kétchup y mostaza, que eso le gusta a todo el mundo, además, las patatas de la abuela están buenas con lo que sea. — La niña se giró y frunció el ceño como queriendo decir "prima, pretendía gastar una broma". Sí, Saorsie, acostúmbrate a que los Wampus te traicionen cuando prefieren quedar bien, se dijo a sí misma.

Se giró a ver a Aaron, que estaba hablando con Jason y Maeve, mientras elogiaba las hamburguesas como si fueran un manjar de los dioses, y notó cierto alivio y alegría. Todos merecían un cachito de días como aquellos. Justo cuando Marcus volvía, los chicos le pusieron las hamburguesas por delante. — A ver, no sé de cuál es cuál así que cataré a ciegas. — Dijo en dirección a los chicos. — ¡Uh, verás! Se viene gran ofensa del que pierda. — Jaleó Sophia. Se llevó la primera a la boca y degustó, mirando a Marcus. — Mmmm nunca había probado un sabor así, puede ser la carne más fuerte que he probado en mi vida, pero la salsa es bastante dulce y la cremosidad del queso lo atenúa, así que le viene de lujo. — ¡No os delatéis todavía! — Regañó Betty a sus hijos, metidísima en la competición que se acababa de inventar. Probó la otra mitad y abrió mucho los ojos. — ¿Lleva queso azul francés? Y la salsa me encanta… — Terminó de tragar y se mordió el labio. — Voy a acabar decantándome por la segunda, haciendo patria… — ¡Eh, no vale! Yo no sabía que eras francesa. — Se quejó Frankie. Sí, no sabían no delatarse, estaba claro. — Haber escuchado más, macho, yo que soy un caballero de verdad y no como otros, he estado atento. — Ella rio y le guiñó un ojo a Frankie. — Pero ha estado reñidísimo, y las patatas deliciosas, Saorsie, mil gracias… ¡Venga! ¿Quién le hace la hamburguesa al primo Marcus? —

 

MARCUS

Una vez hecho el trato con ambas Maeve (con una para volver a hablar con ella y con la otra para sentarse a comer de una vez y dejar los saludos), volvió a su sitio entre Alice y su prima Sandra, que casi le recibió con una sonrisa más amplia y una ilusión más evidente que su novia... y muchísimo más fingida, obvio. De hecho, si se hubiera encontrado a Alice esperándole así, hubiera sido mala señal: la señal de que con el resto de la gente no estaba cómoda y necesitaba indudablemente su presencia. Así que sonrió ampliamente y con su particular ego por las nubes por encontrarse con el escenario ideal que se podría encontrar.

De hecho, por encontrarse un escenario mucho mejor de lo que se podía encontrar. — Va, peque, déjale su sitio al primo. — Escuchó que le decía, sin perder la sonrisa, pero con un toque imperativo, Sandra a la niña que se había colado en su sitio. Esta la miró con el ceño fruncido. — No soy peque. — ¿No? — Preguntó Marcus, bromista, apareciendo por detrás de su hombro. — Qué pena. Si lo fueras, podrías sentarte en mis rodillas mientras como... — La niña parpadeó, se lo pensó un poquito y encogió un hombro. — Bueno, pareces muy alto. — Eso le hizo soltar una fuerte carcajada, y a Sandra una risita por no quedarse atrás, pero claramente la jugada no le había salido como quería. La niña se hizo a un lado motu propio, Marcus se sentó y se palmeó las piernas. — Venga, ponte aquí y cuéntame qué está pasando, que veo a mi novia muy bien escoltada y con mucha comida. — El primo Fergus y el primo Frankie se estaban peleando por prepararle una hamburguesa. — ¡Vaya! — Y el primo Fergus le quería echar una salsa que pica. — ¡¡Eh!! Renacuaja, eso es mentira. — Es una salsa superfuerte. — Insistió Saorsie, para no quedar de mentirosa, pero enfatizar igualmente que Fergus estaba siendo, según sus estándares, poco caballeroso. O eso o que le quería dejar en evidencia, y viéndole la carilla de diablilla a su prima, se inclinaba más por la segunda. Y eso que el otro no se quedaba atrás. Vaya dúo. — Y yo le he preparado las patatas. — ¡Qué bien! ¿Y quién ha ganado? — Preguntó, mirando a Alice. Pero justo estaba iniciando la cata, así que atendió.

Hizo gestos de interés muy exagerados mientras Alice le hablaba porque sabía que media familia estaba atendiendo y la niña le estaba mirando, y nada como un niño cerca para que Marcus lo exagerara todo (aún más). De hecho, ya estaba notando la sombra de la hermana mediana de la niña que estaba en sus rodillas revoloteando por allí. — ¿Tú de quién crees que es esa? — Le susurró a la pequeña, que soltó una risita y se encogió de hombros. — Yo creo que es de Sophia. Está muy callada. — ¡Noooo, Sophia no juega! — Ah ¿no? No me he enterado bien de las reglas entonces, es que he llegado tarde. — La niña se echó a reír, y entonces alguien dio un toquecito en su hombro a la vez que hablaba. — Estos es que están siempre de juegos tontos. ¿Quieres probar esto? Es tofu. — Le estaba diciendo Sandra, claramente para llamar su atención. Tuvo que girar el cuello en un ángulo muy raro porque la niña en sus piernas daba poca libertad de movimiento. — Claramente lo probaré. Lo confieso: soy un glotón. — ¿En serio? Pues tienes un tipín. — Eso es de subir y bajar escaleras. — La chica rio musicalmente y fue a responderle, claramente enganchándose a la conversación que para ella habría derivado en estilos de vida saludables, pero la niña empezó a pegar botes y a llamarle a palmetazos. — ¡Que lo dice, que lo dice! — ¡Ay, que me lo pierdo! — Le siguió el rollo, girándose de nuevo a la competición. No podía verla, pero estaba claro que a Sandra no le debía haber hecho ninguna gracia ser desplazada por "un juego tonto".

Al parecer, había ganado Fergus. Rio. — Otra cosa en la que te pareces a mí, primo: le gustas más. — ¡Vaya dos! Esto es lo que pasa cuando las serpientuchas estas se juntan. No me gusta esta alianza. — Se quejó Frankie de nuevo, pero a Sophia debió hacerle mucha gracia porque se estaba riendo mucho. Sí que era como una versión superjoven de su abuela, la risa era casi igual (aunque con el puntito de altanería que todos los Ravenclaw llevan, queriéndolo o no, incorporado). — Uf, queso azul. Qué pinta tiene eso... — Va, primo, no lo intentes, yo solo sirvo a las señoritas. — Dijo Fergus en un tono burlón que Marcus reconocía perfectamente, por lo que, para alimentar los "uuuuhh" cómicos de alrededor, respondió con una fingida ofensa a juego. — ¿Habéis oído eso, chicas? Se gana a mi novia y ahora me quiere dejar sin comer. — Dijo mirando a Saorsie y a Ada, que ya estaba incorporada del todo a aquello. — ¿Quién me la hace a...? — ¡YO YO YO ! — No pudo ni terminar la pregunta, y eso le hizo echarse a reír a él y a todos los de alrededor, mientras Saorsie daba un salto de sus piernas y Ada prácticamente saltaba hacia la mesa, las dos peleándose por ver quién acababa antes. A ver la que le montaban... — Chicas, a ver, con tranquilidad. — Pidió Shannon, y Sophia, que seguía riéndose, se levantó y dijo. — Mejor os echo una mano, chicas. — Al pasar por su lado le susurró. — Antes de que te den una guarrería. — Marcus rio por lo bajo y la chica continuó, en dirección a las niñas. — Me pido asesora... — Y yo también. — Saltó inesperablemente Sandra. — Yo asesoro a Saorsie y tú a Ada. A ver quién gana. — Sandra se había colocado detrás de la pequeña del tirón, y Sophia le echó una mirada en la que se podía leer "no sabes jugar a esto". Marcus miró a Alice de reojo y, al hacerlo, vio a Fergus y a Frankie cuchicheando entre sí y riéndose con muy poco disimulo. Mientras las chicas preparaban las hamburguesas, se arrastró hacia su novia y dijo, mimoso. — Yo las quiero probar. ¿Me das un bocadito? —

Por supuesto que le dio un bocadito de cada (al final dejaba a su novia sin comida, pero no es como que Alice fuera a quejarse mucho de eso, y había dado el bocadito pequeño), y mientras le hacía gestos muy exagerados a sus primos para demostrar lo buenas que estaban, escuchó. — ¡Ya está! — Con las vocecillas a coro de las dos niñas, aunque un poco desincronizadas, lo cual era aún más gracioso. Se acercó a los platos. —  Uuuh qué buena pinta tienen, no sé por cuál empezar. — Pero no se demoró mucho. Le dio un bocado a cada una. — Hmm... Me gusta esta salsa, tiene un toque fuerte pero fresco, como si llevara especias... — Dijo de la primera. — Y esta otra... Me gustan las verduritas, hacen que esté mucho más jugosa y que los sabores estén más mezclados. — Yo no sé para qué quería ayudarme con la hamburguesa, si no quiere tocar la carne. — Comentó al aire con total naturalidad Saorsie, ganándose un automático chistido de Sandra. Se tuvo que aguantar fuertemente la risa para disimular, pero el resto de la familia sí que estaba riéndose de fondo. — Ufff... es que me encantan las dos... ¡Doble premio! A la de las verduras por la originalidad, y a la salsa por la novedad. — Qué bienqueda... — Le murmuro Sophia son una sonrisita. Sandra puso las manos en los hombros de Saorsie y le dijo con tonito superior, pero pretendiendo que estaba de broma. — Vaya, que le ha gustado más la nuestra. — Sophia la miró con cara de circunstancias. — ¿No has escuchado dos sinónimos para definirlas? Ha dicho prácticamente lo mismo. — Ay, primi, no te piques, que no pasa nada... — Dijo la otra con una risita y volviéndose muy orgullosa a su sitio. Sophia rodó los ojos. Marcus intentó arreglarlo y agarró una mano de Saorsie y otra de Ada. — Lo dicho, que me encantan las dos. ¿Están mis dos primas contentas? — Y en lo que ambas decían alegremente que sí, oyó a Dan murmurarle a Shannon y a Betty. — Uy, sí, ¿no las ves? — Mientras miraba de reojo a Sandra y a Sophia, haciendo a las dos mujeres reírse mientras se tapaban la boca con una mano. A ver si al final iba a causar una disputa familiar...

 

ALICE

Desde luego, no había nadie como Marcus O’Donnell para tratar a los niños, y a Saorsie la tenía más que ganada… Y por lo visto a las no tan niñas también. Apuesto lo que quieras a que querrías ser “peque” ahora ¿eh, Sandy? Y se tuvo que reír con la recogida de cable de la niña, que claramente prefería estar en el regazo de Marcus, y bien que lo sabía él, porque provocó una minirevolución cuando pidió la hamburguesa. Le gustaban las niñas de Shannon, eran hiperactivas y le llenaban de alegría. — Vuestras hijas me recuerdan a mi familia. — Les dijo a Shannon y Dan con cariño. — Me hacen sentirme un poco como en casa cuando mis primos y yo éramos más pequeños. — Dan rio y negó con la cabeza. — Pues a ver si es que hay algún gen perdido por ahí, como con Frankie y Sophia, porque de verdad que nosotros somos muy tranquilos… — Eso la hizo reír. — Eso decía Marcus cuando vino a La Provenza por primera vez, y al final algo le gustó. — Dijo girándose un momento y guiñándole un ojo. — ¡YO ESTUVE EN LA PROVENZA! — Saltó Jason entusiasmado. — Ay, madre… — Se quejó Fergus en voz baja, que ahora que Sophia se había levantado, lo tenía más cerca.

— ¡Papá! Cuenta otra vez cuando te perdiste de madrugada y acabaste de cabeza en un lago. — Saltó Frankie con una sonrisa brillante. Se oyeron risas y suspiros entre los mayores mientras las chicas hacían tremendos esfuerzos por servir a Marcus mejor que nadie. — ¡Noooooo no no! No lo cuentas bien, hijo, no era un lago, era un lavadero. — ¿Que acabaste en el lavadero? — Jason asintió, mientras bebía de una pajita. — La fiesta se puso muy salvaje, y yo, que ya soy despistado de normal, pues imagínate si bebo champán, estoy en un pueblo que no conozco, y encima estaba pensando en mi Betty todo el rato… — Dijo pasando el brazo por sus hombros, lo cual hizo sonreír a Alice. Dan también estaba agarrando una mano a Shannon, y Frankie y Maeve estaban con Maeve junior entre ellos, mirándola hablar de algo con mucho entusiasmo como si fuera lo más bonito del mundo. Echaba de menos estar así en familia, ver aquellos matrimonios enamorados y felices con los que ella creció, con los que deberían crecer todos los niños. — Pero vamos, que no era el que peor iba ¿eh? El padre de esta señorita se perdió bien pronto en la noche, los únicos que mantuvieron el tipo fueron los ennoviados, es decir, tu tío Marc, que aquella noche trajo a la que supongo que ahora es tu tía también, y mi primo Arnold, claro. Pero mi prima Erin iba finísima. Claro que iba recolgada de la hermana de William, que era un pedazo de mujer… — Parpadeó y miró a Alice, reculando, poniéndose rojo de golpe. — Que había vuelto a olvidar que es tu tía, claro… — Eso la hizo reír. — A la tata le hará mucha ilusión que la recuerdes como tal cosa y quemando la pista de baile, esa es ella en esencia. — Qué bonito que tengáis ese refugio, La Provenza tiene que ser preciosa. — Dijo Betty. — A ver si pasa todo esto y hacéis un viaje a Europa y venís a vernos a La Provenza y vamos todos juntos a Irlanda. — Sandy se va con sus amigas a París en breves. Y luego a Roma y a un par de ciudades más, a hacer el tour de Europa, vamos. — Oh, casi se le había olvidado George. Realmente era una nota muy disonante entre los demás (un poco como su hija, para ser sinceros), y los mayores trataron de darle conversación a partir de ahí, por lo que ella pudo atender al concurso de hamburguesas.

Claramente, las primas mayores se habían aliado con las pequeñas que más les cuadraban, y estaban muy ocupadas en una competición que ellas mismas habían desdeñado hacía apenas minutos. Pero, cómo no, su novio estaba próximo a morir de inanición, así que le dejó coger de sus hamburguesas, dejando un besito en su hombro. — Pues claro, dale, mi amor, que no queremos desmayos. — Y le guiñó un ojo. — Aunque en esta familia hay más personal médico que en las nuestras. — Pero enseguida las niñas llamaron su atención, haciendo bastante patente quién había hecho qué, especialmente con los comentarios de Saorsie, que le hicieron tener que aguantarse la risa muy fuertemente.

Por supuesto, su novio tuvo que ser magnánimo y bienqueda, como siempre, y las hizo ganadoras a ambas, cosa que, como bien señaló Dan (que definitivamente era una versión americana de Arnold) no había contentado a ninguna… ¿No esperaríais que fuera perfecto en todo, no? Deslizó una mano sobre el muslo de Marcus y sonrió viéndole disfrutar. — Hay que ver qué bien te cuidan por aquí… — Alice, ¿te puedo preguntar una cosa? — Dijo Ada, inclinándose entre ellos. — Claro, cariño. — ¿Por qué estáis aquí y no en Londres o en La Provenza? Parece que lo echáis de menos. — Era una niña muy dulce, pero también muy espabilada y preguntona, podría hacer una buena Serpiente Cornuda. — Ada, deja tranquila a Alice… — No, no, no te preocupes. — Le dijo a Shannon. Alice era partidaria de hablar abiertamente con los niños, que luego pasaba lo de Dylan cuando murió su madre. — Hemos venido a buscar a mi hermano. Ha pasado una época con mis abuelos, pero ya es hora de que vuelva con nosotros a casa. — Ah… ¿Y no va a ir a Ilvermony? — Pues espero que para cuando empiece el curso nos lo hayamos llevado. — ¿Es verdad que no tienes mamá? — Preguntó Saorsie asomándose también. — ¡Saorsie! — Riñeron a la vez varios adultos, con un grito ahogado de Sandy de fondo. — No, no es cierto. Tu primo Marcus lo explicó muy bien una vez. Yo tengo mamá, pero ya no está con nosotros aquí, aunque la recordamos de muchas formas. — ¿Y qué haces para recordarla? — Saltó Ada. — Pues… ¿sabéis cuál era su tarta favorita? — ¿CUAL? — Preguntaron las hermanas. — La de cereza. — ¡TENEMOS! ¡TENEMOS! ¿VERDAD, ABUELA? — Verdad, cariño, está en la nevera, pero si alguien la mete en el horno podemos comérnosla de postre. — Y ella sonrió y los ojos se le inundaron. — ¡PERO NO LLORES! — Saltaron varios miembros a la vez, lo cual le hizo echarse un poco para atrás con una risita. — Tranquilos, tranquilos, es de alegría… Agradezco mucho tener un entorno así cuando estamos pasando una racha tan mala… Me hacéis sentir en casa. — ¡Eso son las patatas! Toma más. — Dijo Jason echándole unas pocas en el plato. — Qué irlandés eres, papá… — Resopló Sophia. Ella se retuvo las lágrimas y dijo. — Por favor, no me miréis así, que estábamos muy contentos, vamos a hablar de otra cosa. ¡Ah! Una cosa que acabo de recordar, necesito que alguno nos ayude a comprar una cosa. — Si es una escoba, soy tu hombre. — Saltó Junior, con los consiguientes resoplidos y ojos en blanco de los presentes. — No, es un móvil, ¿sabéis lo que es? —

 

MARCUS

Como para no escuchar a Jason, que estaba contando una anécdota a gritos y, por lo que le había parecido oír, La Provenza estaba involucrada. Le hubiera encantado enterarse mejor, pero las dos niñas y el concurso de las hamburguesas le tenían muy distraído (y se estaba divirtiendo mucho). Ya pediría que se la volvieran a contar. Por lo pronto se puso a comerse sus hamburguesas bien contento, con Saorsie de nuevo en sus piernas, y vio cómo Ada se colocaba junto a Alice para darle conversación, a la que atendió sin dudar. Shannon, en cambio, parecía un poco temerosa de lo que la niña fuera a preguntar. Marcus... en el fondo un poco también, y no porque ninguno supiera contestar. Por un momento estaban siendo felices de nuevo, como lo eran antes de que todo esto pasase. No quería que se derrumbara.

Tosió un poco, porque la pregunta sin paños calientes de Saorsie hizo que uno de los bocados de hamburguesa se le atragantara. Ni que fuera la primera vez que oía ese tema en boca de un niño referente a Alice. Miró a su novia de reojo, y la respuesta que dio le hizo sonreír. Luego miró al resto de sus familiares rebosando orgullo por todos los poros. ¿Es o no es la mejor del mundo? Parecía decirles. Y claro, en lo que fardaba mentalmente con las explicaciones de Alice de fondo, vino el grito que le puso en alerta. Ya está, ya estaba su Alice llorando y él a punto de iniciar operativo de emergencia. Pero solo estaba emocionada. Soltó aire por la boca y apretó su mano, dejando un beso en esta. — Hemos tenido mucha suerte al encontrarnos aquí a esta gran familia. — Maeve le miró con ternura. — Pues claro que sí, cariño. Aquí siempre vais a tener un refugio. —

Escuchó la exclamación aspirada de Sandy junto a él cuando Alice hizo mención al móvil, pero Sophia se le adelantó rápidamente. — Conozco una tienda de móviles para magos. — Alzó las palmas. — Me explico: aquí no es lo habitual, pero todos sabemos que el mundo mágico y el nomaj está muy dividido. La mayoría de los magos siguen siendo reticentes a la tecnología. Los que no lo son, directamente compran sus móviles en tiendas normales. Pero para aquellos que... bueno, digamos que, más que quererlo, lo necesitan... — Se encogió de hombros. — En esa tienda encontraréis los mismos que en cualquier otra tienda muggle, pero os asesorarán mejor. Os darán más facilidades, sin todo ese rollo de la telefonía móvil y los contratos y demás que trae a los que lo usan de cabeza. — ¿Te refieres a contrato de confidencialidad? — Preguntó Marcus, tan interesado como extrañado. Claro, era un aparato con el que podías comunicarte con el mundo entero, tendría que tener unas mínimas cláusulas éticas. Pero no, al parecer no iba por ahí, porque Sophia negó con la cabeza. — No, no, es a nivel económico, unas cuotas para poder comunicarte... En fin, que en esa tienda os lo van a resolver mucho mejor. Yo no es que sea una experta precisamente, no tengo uno. — Yo sí. — Sandy asomó la cabeza de nuevo por el lado de Marcus, con su estudiada sonrisa de chica diez. — He tenido varios. Puedo orientaros con las mejores marcas. — Marcus sonrió con cortesía. Con que le sirviera para comunicarse iban a tener bastante, pero bueno, la información no estaba de más.

Sophia se colocó junto a Alice y se metieron en una conversación, quizás sobre el tema de los móviles, pero Saorsie llamó su atención tirándole de la manga. — ¿Y de qué casa era la mamá de Alice? — Marcus sonrió. — Pukwudgie. — Nuestra mamá también. — Respondió Ada con voz penosa, mirando a su madre. Conocía ese efecto en los niños cuando se hablaba de Janet. — ¿Y sabéis cómo era físicamente? — Las dos niñas negaron, curiosas, y Marcus señaló con un índice discreto a su novia. — Así. Igualita que ella, solo que Alice tiene los ojos azules, y Janet los tenía verdes. Pero era muy muy guapa. — Las niñas sonrieron y parecieron quedarse conformes, y Shannon volvió a pedirles que dejaran a su primo tranquilo y se pusieran a comer. Momento que Sandra aprovechó para acercarse a él y decir en voz susurrada. — Pobrecita... ¿Hace mucho que...? ¿Tú la...? — Marcus terminó de tragar, asintiendo. — Yo la conocí, sí. Era estupenda. — Se encogió de un hombro. — Falleció hace cuatro años. — Es terrible... — Fue un momento muy duro, pero bueno... la recordamos siempre que podemos. — La chica puso una sonrisa tierna y le colocó una mano en el hombro. — ¿Estuviste con ella? — Claro. Ya éramos amigos, estábamos en tercero. — Oh... — La chica suspiró. — Y ahora te has venido hasta aquí por su hermano... Como tú quedan pocos ¿eh? — Marcus estaba con el siguiente bocado, por lo que rio discretamente y de nuevo esperó a tragar. — Estoy muy enamorado de ella, y ella de mí. Haríamos cualquier cosa el uno por el otro. Llevamos siendo inseparables muchísimos años, y además... ahora estoy con mi familia. Y su hermano es como si fuera hermano mío también. No estoy haciendo nada reseñable, estoy haciendo lo que tengo que hacer. — Pero ahora Sandra le estaba mirando con esa mirada que Marcus conocía muy bien: la de quien, más que escucharte, está pensando cómo formularte la próxima pregunta. Porque va a ser incómoda.

— ¿Es verdad que es una Van Der Luyden? — Sandy miró de reojo a Aaron. — Ese es Aaron McGrath, y dicen que es su primo. Y sus otros primos son Van Der Luyden, les conozco de Ilvermorny... — Alice es Gallia. — Afirmó Marcus, con un tono que trataba de sonar lo más claro posible pero sin ser cortante. — Sí, Janet era Van Der Luyden, pero la familia la expulsó antes de que Alice naciera, por lo tanto entre Alice y ellos no hay ninguna conexión. — Sandra se le acercó un poco más, mirando discretamente a los lados como si no quisiera ser oída. Claramente no quería que se rompiera el ambiente de confidencialidad que ella misma había creado. — Son gente muy influyente. Y poderosa. Y rica. Toda la gente así tiene un montón de trapos sucios, pero quizás... — Movió los ojos hacia Alice y luego le miró a él también. — Quiera aprovechar la circunstancia ¿no? Me explico, por sangre, serlo, es una Van Der Luyden. Y esa gente maneja muchísimo... Yo no dejaría la oportunidad pasar. — Marcus frunció los labios. — No creo que sea el caso... — Primo Marcus. — Ada había vuelto. Le iba a venir bien para dejar la conversación. — ¿Te ha gustado mi hamburguesa? — ¡Me encanta! Mira, apenas me queda un trocito. — ¿Es verdad que vas a hacerle una a mi hermana Maeve? — Y eso lo dijo con una sonrisita pilla y mirando a la otra de reojo, quien miraba a su vez hacia ellos y que, rápidamente, al verse descubierta miró a otra parte, ruborizada. Marcus sonrió. — Ahora mismo. — Alzó la cabeza. — ¡Primo Jason! ¿Está la segunda tanda disponible? ¿Puedo colaborar? — ¡Ahora mismo vamos los dos! ¡Marchando van los cocineros! — Y se levantó, entre risas, mirando a Alice divertido.

 

ALICE

Ya podía estar agradecida de haber caído en una familia de ESOS Ravenclaws, esos que conocen todos los pormenores de lo que les pides y te los exponen con los detalles necesarios y todos los matices. — Lo que me deja impresionada es que alguien haya tenido la vista suficiente para sacar negocio de esto. — Esto es Estados Unidos, si no lo coges tú, lo cogerá el de al lado, estamos rodeados de oportunidades, pero hay que saber cogerlas y ser lo suficientemente rápidos. — Otra vez se había olvidado de George. Shannon se inclinó y revolvió el pelo del hombre, quitándole un poco el aspecto serio. — Es que mi hermanito, ahí donde lo ves, es un gigante de los negocios. — ¡Sí! Seguro que él tiene tres o cuatro móviles de esos, a él tendrías que haberle preguntado. — Azuzó Jason. — Nah, cariño, tu hermano tendrá una secretaria que le lleva eso, él solo los usa. — Y todos rieron, mientras George señalaba a Betty. — Cómo me conoces, cuñadita, si es que tu talento está desaprovechado en esta familia. — Claramente había una broma interna con el puesto y trabajo de George, pero hasta él mismo parecía participar de ella, y a pesar de ese aspecto de hombre importante, se le veía sonreír a sus hermanos y disfrutar con ellos.

Eso sí, menos mal que Marcus estaba preguntando y que al final Sophia les redirigió a la dicha tienda, porque, sinceramente, no entendía nada de lo que estaban hablando. — ¿Está en Nueva York esa tienda? — Preguntó con hastío. — He vuelto agotada de allí, no quiero faltar a nadie, pero esa ciudad es una locura, dudo que pueda encontrar ninguna tienda allí. — Se oyeron risas. — La verdad es que todos vivimos o en barrios más tranquilos o ya en las afueras porque sí, Nueva York es una locura de ciudad, pero también una que te ofrece miles de posibilidades. — Comentó Dan.

— ¿No te ha gustado Nueva York entonces? — Preguntó Sophia, con un poco de tristeza en la voz. — A ver que solo lleva un día aquí, podemos hacer que les guste un poco. — Dijo Frankie con su tono encantador. Ella respondió con una sonrisa amable. — No es eso… Es que… No hemos venido a divertirnos, realmente. Hay mucho que hacer, y cada minuto que no sé de mi hermano, lo paso peor. Y nosotros estamos acostumbrados a ciudades de magos… Nos aparecemos en todas partes, no tenemos coches… En fin, es un mundo demasiado diferente a lo que estamos acostumbrados, y ojalá tuviera otra situación y pudiera descubrir e investigar, porque me encantan los lugares nuevos y ver qué pueden ofrecerme, pero… no es el momento. Y además tengo por ahí los recuerdos de mi madre, y me faltan tantas partes de su historia… — En verdad está muy interesante descubrir parte de tu historia. Por eso nosotros querríamos ir a Irlanda. — Aportó Sophia. — Uy, la abuela Molly se volvería loca con vosotros, con lo que le gusta una casa llena. — El problema es que tiene que ser un viaje largo y aquí tenemos mucho trabajo… — Dijo Frankie con pesar. Sí, eso le había parecido, que allí la gente vivía mucho para trabajar, y parecían haber comprado ese estilo de vida, ni siquiera les veía aquejados por ello… Definitivamente, aquel país se le escapaba.

Volvió a la dinámica familiar gracias a la afirmación de Marcus de que iba a ponerse a hacer las hamburguesas, bajo la embobada mirada de grandes y pequeñas. — Es un conquistador nato ¿eh? — Dijo Betty en voz más baja. — No lo sabes tú, pero lo entiendo porque he sido esas chicas, solo que yo me lo quedé. — La mujer rio y le dio en el hombro. — ¡Así se habla! — Pero se vio interrumpida por la algarabía de su propio marido al pedirle hacer hamburguesas. Ella sonrió a Marcus y le tiró un beso. — Y ahora además de alquimista, cocinero, eso quiero verlo yo, que lo voy a contar por toda Inglaterra en cuanto vuelva… — La primera para ti, que eres su novia, y el primo Marcus es un caballero, como yo. — Dijo Frankie, pero ella negó. — No… Yo creo que la primera tiene que ser para… Maeve junior… Y luego el resto de las chicas que se lo han merecido, ¿no creéis? — ¡SÍ! ¡LO HA DICHO ELLA EH! ¡NOS LO HEMOS MERECIDO! — Saltó Saorsie poniéndose de pie en la silla. — ¡Hija! Ten cuidado y bájate de ahí. — ¿Y si salto para atrás? — Y Saorsie solita organizó tremendo lío en un momento, mientras veía a Frankie y Aaron acercarse a la barbacoa con Marcus, y miraba ciertamente esperanzada, deseando que algunas brechas se cerraran, que todos encontraran su lugar aquel día.

— Sé que Nueva York puede asustar un poco, pero lo mejor es preguntar a un neoyorkino de pura cepa. — Dijo la profunda voz de George sentándose a su lado, en el sitio vacío de Marcus. Sandra salió por detrás y se apoyó en su hombro con su perfecta sonrisa. — ¡Claro! Tienes que venir a nuestro pisito en el Upper East Side, es precioso y ahí te vas a enamorar de la vista de la ciudad. — Lo cierto es que entiendo que no estás en tu mejor momento… Y conozco a tu familia. — Dijo George en tono comprensivo. Ella frunció el ceño. — ¿Conoces a los Van Der Luyden? — Al padre de Aaron sobre todo… — La expresión de miedo absoluto debió traicionarla. — Tranquila, comprendo que es un tema sensible… Michael McGrath es de la cuerda contraria a la mía. A él todo le ha llovido del cielo ¿sabes? La gente como yo ha tenido que medrar, porque mi padre no empezó con una casita adorable en Long Island, como le ves ahora. Pero, un buen día, McGrath salió de Ilvermony, y en menos de un año lo tenía prácticamente todo… — Negó, mirando a Aaron. — Excepto quizá una familia que le quiera… — Cogió la mano de su hija, la apretó y paseó los ojos por la mesa. — En eso también somos muy distintos, desde luego. — Eso la hizo sonreír. Sí, George era claramente más rico que su familia, y eso se notaba, y que era de otra madre también, pero miraba con el mismo cariño a todos, y claramente reservaba un hueco en su corazón de ejecutivo para la familia. — Tu familia es poderosa y, según algunos, tu madre incluida, probablemente, peligrosos. Si necesitas meterte en sus lides… cuenta conmigo primero, no os lancéis a la boca del lobo sin más. — Ella asintió con una sonrisa agradecida. — Y yo os puedo ayudar con lo del móvil, que a mí me encantan y me resultan superútiles. — Aportó Sandy. Vaya, alguien ha cambiado radicalmente de actitud, ¿por qué será? Se preguntó, pero su reflexión y momento bonito, se vieron interrumpidos por un alocado mugido y el salto para atrás de los cuatro hombres que rodeaban la barbacoa. — ¡Que no cunda el pánico! — Gritó Jason, y Betty, desde su sitio, sin alterarse, lanzó un hechizo extintor a la barbacoa, solo para seguir hablando con Dan un segundo después. — Le tengo dicho que está desaprovechada haciendo pocioncitas para nuestro cuñado, pero no me escucha. — Dijo cómicamente George, a lo que Betty se encogió de hombros. — Mientras mi Maeve pueda tener una hamburguesa de su nuevo primo favorito, seguiré prefiriendo ser la heroína de la familia y haciendo pociones en mis ratos libres de este arduo trabajo. —

 

MARCUS

Le guiñó un ojo a Alice, mientras dejaba atrás comentarios diversos y se iba bien orgulloso e hinchado de ego hacia la barbacoa. — ¡Menuda atracción eres tú! — Le dijo el hombre, recibiéndole ya con un delantal en mano. Marcus se sorprendió. — ¡Ah! ¿Había más? — ¡Claro! Tengo varios, solo que estoy en una familia de sosos y nadie se lo quiere poner, solo yo. — ¡Pues yo también me lo pongo! Un instrumento que, además de impedir que me manche, me informa sobre el punto de la carne, ¿cómo lo voy a despreciar? — ¡¡Ese es mi chico!! ¡¡¡EH, PRIMO ARNIE!!! ¿¿ME ESCUCHAS DESDE LONDRES?? — Estoy por jurar que sí. — Oyó la voz hastiada de Sophia de fondo. Se aguantó la risa, pero el hombre siguió. — ¡TE LO ADOPTO! — Marcus rio. — Lo que estoy convencido es que esto no puede quedar solo aquí. Tenemos que vernos más, primo Jason. Creo que Irlanda es el punto de encuentro perfecto. — No se hable más. — Se giró a los suyos y volvió a gritar. — ¡FAMILIA! ¡ESTE AÑO LAS NAVIDADES SE HACEN EN IRLANDA! — Marcus miró a su novia y se encogió de hombros con una mueca inocente. Jason era de las personas más genuinamente graciosas que hubiera conocido. Lo cierto es que le recordaba bastante a Peter Bradley... Genial, ahora volvía a estar nostálgico de sus amigos.

Estaba viendo por dónde empezar cuando se acercaron Frankie y Aaron. — A ver, primo, que te veo perdido. — Dijo Frankie con tono jocoso, y agarró las pinzas. — Esto, pinzas. Se utilizan para darle la vuelta a la carne. — ¿Las hacéis sin magia? — Preguntó con genuina curiosidad. Marcus no concebía no usar la magia cada dos segundos. Jason siseó. — Bueeeeeeeno... la vaca del delantal es mágica. — Y la parrilla. ¿O tú ves algún botón? — Bueno, hijo, eso se había dado por hecho... — ¿Y entonces lo de las pinzas? — Preguntó Marcus entre risas, y Frankie, con exagerada naturalidad, respondió. — ¡Para darle un toque más hogareño, hombre! — Eso le hizo reír. Aaron también sonreía, pero miraba a todos con los ojos muy abiertos. — No dejo de alucinar... — Va, señorito, tú le das la vuelta a la primera. No te vayas a quemar. — Le dijo Frankie a Aaron, y este, con mucha prudencia, cogió las pinzas y trató de darle la vuelta a una de las carnes. Pero lo hizo con tanta inseguridad y presionando tanto, tardando tanto en girarla, que la partió, consiguiendo que acabara cada trozo en un lado, bajo los gritos de dolor de los presentes. Aunque todos se estaban riendo. — Ahora sé un valiente y di a quien le vas a dar la rota, McGrath. — No, no, me la como yo... — Vengaaaaa que esa hamburguesa lleva firma. — ¡Que no! ¡De verdad que no! — Y seguían riendo. Frankie no paraba. — Pues si estuviera aquí mi hermana ya tendría nombre y apellido. — Y todos estallaron en una carcajada, pero tras las risas, Jason dijo. — ¿Quién? — Y Marcus y Aaron se tuvieron que tapar la boca para que la risa no fuera demasiado descarada, mientras Frankie miraba a su padre con cara de circunstancias. — Papá, por el amor de Merlín... — ¡Tu hermana es muy buena niña y en esta familia todos nos llevamos bien! — A ver, Marcus, demuestra que de verdad eres un tío listo. — Dijo Frankie, y Marcus tuvo que contener la risa fuertemente. — Si mi hermana tuviera que darle una hamburguesa rota a alguien, ¿a quién se la daría? — Marcus siseó, fingiendo suspense y estar pensándose cómo decirlo. — A ver... sin querer faltar a nadie... pero yo diría que a Sandy. — ¿Ves? Hasta el nuevo lo ha pillado. — Yo también lo había pillado. — Apuntó Aaron, y Marcus se volvió a reír. Jason se puso muy recto y les señaló. — Pues que sepáis, listos todos, que Sandy... ¡es vegetariana! ¡Boom hace la dinamita! — Papá, era broma. — Dijo Frankie con una voz de evidencia que ya directamente provocó que Marcus y Aaron lloraran de la risa.

— Bueno, vamos a darle el toque especial... — Espera, espera, que eso hay que explicarlo... — ¡No hay que explicar nada! — Jason se estaba acercando varita en mano a la barbacoa y Frankie parecía querer parapetar, pero el hombre iba muy dispuesto. — ¡Mira las vacas! Ahora es cuando están en el punto perfecto... — Bueno, a ver. — Se giró hacia ellos. — Mi padre es que dice que tiene un truco para que estén más jugosas. — Miró al hombre de nuevo. — Pero el primo Marcus yo creo que quería colaborar, y aún no ha hecho nada. — Eso, primo Jason. Yo ayudo, que quiero llevar algunas que he prometido por ahí. — Pues con este truco te van a quedar... — Papá, no. — ¿Y tú te haces llamar Ave del Trueno? Aaron, ayúdame. — Eeemm no sé muy bien qué hay que hacer... — ¡¿Para qué están las vacas?! — Y se generó una absurda y cómica disputa entre los cuatro, en la que, entre tanto, Jason hacía algo que Marcus no lograba identificar con la varita, y Frankie volvía a sacar las pinzas, pero removía a su vez el carbón de abajo, y echaban algo por encima, y Aaron no paraba de reír, y Marcus de repente vio que la vaca cogía un color muy poco natural... Y no les dio tiempo a reaccionar. La llamarada les hizo dar un salto hacia atrás a los cuatro.

Al menos, en un segundo (y a pesar del grito de Jason que no ayudaba nada) el fuego se vio extinguido por Betty. Marcus se llevó una mano al pecho y Jason se giró hacia ellos, con la vaca del delantal mugiéndole enfadada, pero mirándoles con cara de normalidad, encogiéndose exageradamente de hombros. — ¿Veis? ¿Qué ha pasado? ¡Nada! — ¡Papá, casi nos achicharras! — Que nooooo, que es un truco. — Sí, pues díselo a tu vaca. — ¿Quién se ha quemado? — Preguntó la voz burlona de Fergus, que justo se acercó allí con una sonrisilla y puso un codo coleguero en el hombro de Aaron. — ¿Otra vez el truco asesino, papá? — ¡Que así salen mejor! — Huele un poco a quemado. — Se aventuró Marcus, con un punto de prudencia. — Hermano, toma nota. — Dijo Fergus, y le describió al mayor un hechizo que Marcus no había oído en la vida. En cuanto Frankie lo hizo, las hamburguesas tomaron un aspecto espectacular. Marcus y Aaron abrieron mucho los ojos. Jason se giró hacia el menor de sus hijos. — ¿Tú a qué vienes aquí? ¿A contradecir a tu padre? — Honestamente, vengo a tirarme el pisto delante del rico de la ciudad y del primo nuevo que ha causado sensación, a ver si me llevo puntos yo también. — Chasqueó la lengua, les guiñó un ojo y, marchándose de allí caminando de espaldas, dijo. — Y a salvaros la barbacoa. De nadaaaaa. — Y se fue, aunque a Marcus le hizo muchísima gracia la actitud.

— Venga, vamos a hacer entrada triunfal. Eso sí que es lo mío. — Dijo Marcus. Sacó la varita y, con gracilidad, empezó a colocar con mucha elegancia las hamburguesas en platos diferentes. — Para tu Betty. — Le dijo a Jason, colocando una hamburguesa en el plato que él llevaría. Luego miró a Frankie y le guiñó un ojo. — Para la tía Shannon. — Tú sí que sabes conquistar. — Respondió el otro. Hizo lo mismo con Aaron. — Estas para los anfitriones. — El otro sonrió. Le iba a venir bien estar con los dos tíos, eran muy cariñosos y acogedores. Fue repartiendo las hamburguesas en los tres platos y, por supuesto, él se colocó en el suyo las de las niñas y la de su novia. — Y ahora, el toque final. — E hizo nacer, a punta de varita, un pequeño trébol en cada uno de los platos, lo que levantó varias exclamaciones y risas en los presentes. Se giraron los cuatros y, antes de poder anunciarse pomposamente, ya lo hizo Jason por él. — ¡A VER, QUE LLEGAN LOS CABALLEROS CON LA COMIDA! — Todos se echaron a reír y cada uno fue a su puesto.

Repartió a las niñas y dejó otra en el plato de su novia, con sonrisa, guiño y beso en la mejilla incluidos, porque si no, no era él. Por supuesto, fue a sentarse con Maeve con las dos hamburguesas que quedaban: la suya y la de ella. — Sé que no ha sido la primera como te prometí. — La niña le estaba mirando con las mejillas sonrojadas. — Pero ¿te confieso algo? — Esta encogió un hombro levemente. Lo interpretaría como un sí. Se acercó y le susurró en confidencia. — Es la única que he hecho yo de verdad. Las otras no me han dejado tocarlas. — Eso la hizo reír. Le estrechó la mano a modo de gracioso saludo y dijo. — Creo que no me he presentado como es debido: Marcus O'Donnell, tu primo lejano. Es un placer. — Arqueó las cejas y se acomodó en su asiento, hamburguesa en mano. — Pudwudgie ¿eh? Cuéntame, ¿qué tal es Ilvermorny? —

 

ALICE

Parecía que el pequeño incendio no había sido para tanto, todos parecían reírse, incluso su novio, con lo agonías que era. Y de verdad que se le veía integrado en la familia, como si llevara toda la vida con ellos, de hecho, ahí estaba, planificando las Navidades. — Seguro que justo en eso están pensando los tíos de Irlanda. — Dijo Sophia con un suspiro. — No, tu tía Molly no podría estar más feliz, y a Lawrence, con los años, le hace mucha ilusión ver mucha familia junta… — Sonrió con tristeza y miró a Marcus hablando con Maeve junior. — Hay que valorar la capacidad de estar juntos, nunca sabes cuándo se te puede acabar. Mi tía Vivi, esa mujerona rubia de la que hablaba antes tu padre, siempre dice que no hay que tener miedo a la muerte sino a la vida no vivida, así que vivamos, al menos una vez en la vida, la experiencia de estar todos juntos en Navidad en Irlanda. — Miró a Marcus y le tiró un beso. — Yo creo que va a ser precioso. — Betty, Shannon y Sophia la miraban en un punto entre la ternura y la tristeza, así que ella sonrió más y dijo. — No me miréis más así y decidme que vais a venir. — Sophia se enganchó de su brazo y sonrió. — Se lo prometemos, ¿verdad, mamá? — ¡Pues claro! Cualquiera os dice que no a unos Laceys ilusionados. —

Alice hubiera sido mucho más participativa en cualquier otro momento, en una casa llena de niños, con tantos juegos, gente y conversaciones. Realmente era como estar en casa O’Donnell pero con más gente, y todo el mundo era encantador. Pero había vivido muchas cosas esa mañana y solo tenía fuerzas para mirarlo todo con una sonrisa desde su silla, simplemente agradecer tener ese lugar luminoso allí. Marcus con Maeve y las pequeñas, con Sophia corriendo por el jardín, haciendo que perseguía a Fergus con Arnie en brazos, a los mayores que reservaban ese momento para el descanso y el disfrute… Simplemente disfrutaba del ambiente. — Antes no he podido hablar mucho contigo. Solo me han dicho que tú también quieres ser sanadora, parece que cada vez que alguien quiere serlo me la encasquetan a mí. — Dijo la voz dulce y cálida de Shannon, sentándose a su lado. Era una persona tremendamente agradable, y Alice sentía un gran alivio en el alma cuando la oía hablar. Suponía que eso era una buena enfermera, sinceramente, se dejaría pinchar y de todo por aquella mujer que parecía tan tranquila. — Sí que quiero serlo. Y alquimista. — Shannon amplió la sonrisa y asintió, entornando los ojos. — Oh, como el tío Larry, por supuesto. De niña me hacía montón de fruslerías y me tenía hechizada. Marcus también lo va a ser ¿no? — Alice asintió y sonrió. — Él más que yo. Yo solo para sanar. — Shannon asintió. — La verdad es que siempre he pensado en que nos vendría muy bien un alquimista en el consultorio, pero… Bueno, es que la sanidad en Estados Unidos es muy diferente y hacemos lo que podemos para ofrecérsela a quien no puede permitírsela, así que el sueldo de un alquimista nos encarecería el precio, claro. — Alice asintió con interés. — Hay tantas cosas de aquí que todavía se me escapan… O sea, asumía que todos los países tienen su sanidad mágica, como en Inglaterra y Francia. — Shannon rio y se partió un trozo de bizcocho. — ¿Quieres? — No, no quería, pero le daba cosa rechazar nada de esa familia tan amable, así que cogió el cachito y masticó, mirando ausentemente a Marcus con las niñas.

— Quería venir aquí, lejos de la gente… porque bueno, supongo que estás un poco cansada de que te miren con pena cuando se habla de tu madre. — Alice se giró extrañada, pero luego encogió un hombro. — No… Estoy acostumbrada. A todo el mundo le da por pensar qué le pasaría si le faltara su madre cuando hablamos de ella. — Shannon asintió y también miró a las niñas. — O en qué pasaría si les faltaras tú… — Era la primera vez que alguien le decía en voz alta algo así. Ella lo pensaba mucho, por supuesto, aunque ahora no tuviera la mente ahí. — Pero eres una chica muy fuerte y te admiro un montón por lo que estás haciendo. Te admiramos todos. — Ella amplió un poco la sonrisa. — No hay nada que admirar. Tu padre hizo algo parecido, solo que tuvo que dejar su tierra y todo lo que conocía por sacar adelante a su familia. Por la familia se hacen estas cosas. — La mujer asintió y suspiró. — Por lo que cuenta tu primo Aaron… no todas las familias. — Ella apretó los labios y asintió. — Las buenas familias al menos. —

Shannon pareció pensarse fuertemente lo que iba a decir a continuación, pero al final, cogió aire y mantuvo la sonrisa. — Yo conocía a tu madre. Era mi compañera de casa, un año menor que yo. Era preciosa, igual que tú, según te he visto ha sido como si volviera al colegio. Pero siempre, siempre estaba sola y triste. — Ahí Alice frunció el ceño, realmente extrañada. — ¿Mi madre triste? Yo la recuerdo siempre sonriendo, creo que de lo que más me acuerdo es de su sonrisa. — Shannon la miró con cariño. — Eso es muy bonito. Y me tranquiliza en parte, porque eso quiere decir que encontró la felicidad y su sitio en el mundo. — Eso decía ella, desde luego. — La mujer cogió la bolsa del carrito de Arnie y sacó una foto. — Mira, la he traído para ti. — Y le dio una foto de un montón de niñas de uniforme en un jardín. — Esa soy yo. — Dijo señalando a la más alta. — Eras altísima. Bueno, lo eres. — Ella se echó a reír. — La verdad es que sí. La gente le hace muchas bromas a Dan con eso. — Movió el dedo. — Y esa es tu madre con dieciséis años, nos hicimos esa foto el último día de curso todas las chicas de Pukwudgie. — Miró a la que apuntaba y… sí, claro que la reconocía, se parecían muchísimo, pero… recordaba esa cara en sí misma, en cuarto, cuando era tan infeliz que no era capaz de poner otra cara ante el espejo. — ¿Esa es mi madre de verdad? — Parpadeó. — Nunca… la imaginé así. — Shannon señaló otra niña, muy parecida. — Esa es tu tía Lucy, la madre de Aaron. — Lucy era ideal. Toda estirada, risa impecable, se reía con otro grupo de chicas… Y mientras tanto, su madre ahí, con esa carita de pena. — La cara de tu madre siempre me pareció la de alguien que necesita auxilio pero que ni en el peor momento lo pediría. Siempre que me acercaba a ella, para ver si podía… ayudarla, ofrecerle compañía, siempre tan solita… Ella me ponía esa misma sonrisa y, muy delicadamente, acababa yéndose, evitándome, a mí y a cualquiera. — Alice batalló muy fuerte las ganas de llorar. — ¿Sabes? Ella nunca nunca me habló de la vida aquí. Casi no hablaba de América ni mucho menos de los Van Der Luyden. Sigo sin verlos como familia mía, la verdad, son algo ajeno… Ahora entiendo por qué. Y por qué adoraba tantísimo a mi padre. Siempre se reía a carcajadas con él. — Shannon le apretó la mano. — Mira, yo ahora que tengo cuatro hijos quiero que vean el mundo como un lugar fundamentalmente alegre. Debajo de esta cúpula, con sus primos, sus juguetes… — Dijo señalándoles mientras armaban alboroto y se trepaban por las espaldas de Frankie jr. y Marcus. — Si fueras mis niños te diría: quédate con eso. Con lo felices que fueron, con lo feliz que la hicisteis los últimos años. Me consuela, la verdad, me alegra ese hecho. — La miró a los ojos. — Pero la realidad no es así, por desgracia. Y el hecho de saber esto… creo que te ayudará a recordar por qué luchas, y por qué vas a luchar todo lo que te queda. Por lo que a tu madre la sacó de esto… — Dijo señalando la foto. — …Para llegar a lo que tú recuerdas. Que tienes que mantener ese sueño que fue para tu madre su familia, y cuidar de la tuya, porque sois un tesoro en vosotros mismos. — Ladeó la cabeza y amplió la sonrisa. — Aunque ya seas una Lacey, aquí estás más que aceptada. Cualquiera le dice ahora a todos los jóvenes que les quitamos a los primos guapos y apasionantes de acento británico. — Ambas rieron y Alice se quedó pensativa, pero más tranquila que aquella mañana. Agradecía poder reír, poder simplemente disfrutar del momento, la sinceridad… Igual América era hostil para ella, pero los Lacey siempre serían su familia, y eso lo sabía desde ese momento.

 

MARCUS

— ...Y entonces Hannah me dijo: "claro, eso es porque tu padre es médico", y yo: "¡que no!", y ella: "y tú el día de mañana vas a ser o médico o enfermera como tus padres y te lo van a dar todo sin estudiar", y yo: "¡que no!". — ¡Qué pesada! — ¿A que sí? — Había conseguido que Maeve cogiera confianza a base de hacerle preguntas, y a esas alturas ya se conocía media generación de segundo curso de Ilvermorny, porque Maeve había cogido carrerilla y no la soltaba. — Ya he dicho que quiero ser arquitecta. ¿Por qué no se entera? — Yo también conozco a una Hannah... Son un poco tontas. — La niña rio. — ¿Arquitecta, entonces? — Maeve asintió, y se sacó un pergamino del bolsillo. — ¿Sabes qué es esto? — Por lo pronto veo que llevas pergaminos en los bolsillos a las reuniones familiares y ya solo por eso me caes bien. — Y, para ilustrar el por qué, sacó él uno del suyo, lo cual hizo de nuevo reír a la niña, pero con un punto ruborizado muy evidente. Cuando se recuperó del sonrojo, lo desdobló. — Lo he hecho yo. Iba a enseñárselo a los abuelos. — Marcus miró ceñudo. — ¿Es el plano de esta casa? — Ella asintió enérgicamente, con ilusión. — Me encanta dibujar y delinear, y me gustan mucho los planos. Tengo un montón de mi casa. Y de la casa de los primos. Y de la de los abuelos tenía muchos dibujos, pero no tenía el plano grande. — ¡Pero esto es genial! — Ya no estaba simplemente adulando, estaba ciertamente sorprendido. — Eres muy buena. — Pero la niña agachó la cabeza y se encogió de hombros. — Bueno... Cuando los primos estudian, siempre consiguen cosas superguais en muy poco tiempo. Yo tengo que trabajar un montón para hacerlo. — Pero lo importante no es lo que tardes, sino el resultado. Te lo aseguro. — Confirmó él, y ella volvió a poner una sonrisita sonrojada.

— ¡Vamos a por el primo Marcus! ¡Uuuuuuuuuuh! — Escuchó la voz de Sophia en su dirección y la vio venir corriendo con Arnie en brazos. Oficialmente, podía empezar a hacer el tonto. — ¡Me atropellan! — ¡Corre, corre, que se escapa! — Gritó la chica, porque Marcus había dado un salto en la silla y empezado a hacer como que huía por el jardín. — ¡Yo lo cazo! ¡Entra cazador al terreno de juego! — ¡No, por Merlín! ¿Qué es esto? Me persiguen mi padre en miniatura y mi hermano en pelirrojo. — Exclamó, haciendo reír a sus primos. Escuchó a Fergus gritar. — ¡Primo, primo, yo te cubro! ¡Por aquí! — ¡Noooo! — Apareció Saorsie, con cara de ir a hacer una travesura monumental, y sin miramiento alguno se lanzó contra Fergus. Casi se caen los dos al suelo. — ¡¿Pero qué hace esta?! — ¡Tirarte! — ¿¡A mí por qué!? ¡Mira, primo nuevo, Saorsie está en tu contra! — ¡Mentira! ¡Le has puesto a Alice una hamburguesa que pica! — ¡¡Otra vez!! ¡Ya hemos cambiado de juego! ¡Y el cretino que quería ponerle la salsa fuerte era aquel! — Bramó Fergus mientras intentaba defenderse de los ataques de la niña, señalando a un Frankie muerto de risa de salirse con la suya, mientras perseguía a Marcus.

Y Marcus, que la habilidad física no era la que tenía más entrenada, empezó a tener serios apuros para aguantar tanto tiempo una carrera, por mucho que fuera de broma, y Frankie le derribó. — ¡Lo tengo! — ¡Socorro! — ¡¡¡YO TE AYUDO!!! — Gritó Ada, corriendo hacia él, pero su ayuda consistió en ponerse de rodillas a su lado y tirarle del brazo como si realmente pensara que ella iba a tener más fuerza que Frankie para sacarle del aprisionamiento. Lo único que iba a conseguir era darle la manga de sí, pero Marcus se estaba riendo mucho. Entre otras cosas porque, sin esperarlo nadie claramente, Maeve cayó inmisericordemente encima de la espalda de Frankie. — ¡¡Suéltalo!! — ¡¡¿¿Pero qué es esto??!! ¡Me has puesto ya a las niñas en mi contra! ¿Qué les has dado? ¿Amortentia? — Es mi encanto natural, primo. — Contestó, jadeando porque se moría de risa y porque Ada seguía tirando de él como podía. Escuchaba a Fergus y a Saorsie pelearse como dos perros en un parque. Definitivamente, necesitaba más de eso en su vida diaria. Estaba como en casa.

Logró escurrirse como pudo, jadeando por el esfuerzo y poniéndose de pie, con las manos en las rodillas. — ¡Ya hemos liberado al primo Marcus! — Dijo Ada, abrazándose a sus rodillas. Esa niña era un amor, estaba derretido por completo. Aunque aún podía derretirse más. — Por un momento he temido ciertamente que te rompieran. — Dijo Sophia riendo. Marcus se dejó caer en una silla y la chica, que de tonta no tenía un pelo, debió interpretarle la mirada, porque sonrió y le ofreció. — ¿Te lo presto? — Porfa. Un ratito. — Pidió, y ya sentado y más recuperado (y con las niñas dándole un poco de margen), dejó al bebé en sus brazos. — Hola, colega. Buah, qué cara de llamarte Arnold tienes, te pega un montón. — Dijo mientras le hacía rebotar con cuidadito en sus piernas, lo cual provocó en el bebé una risita musical adorable. Sophia se sentó en el suelo a su lado. — Mira, este te va a conocer desde el primer día. — Se miraron. — Dice Alice que tus abuelos estarían encantados de tenernos por Irlanda. — Te lo confirmo yo también. — Dijo entre risas. La chica sonrió. — Me gusta la idea... Me habéis caído bien. — Dobló las rodillas y apoyó los antebrazos en ella. — Me encanta mi familia, pero a veces... no sé, me siento un poco... ¿fuera de lugar? No, no es esa la palabra. Ya has visto lo acogedores que son. Simplemente... — ¿Demasiado lista? — Terminó Marcus, y ante la mirada de ella negó levemente. — No es cruel decirlo. No estás llamando tonto a nadie, de hecho, da gusto estar con ellos. Pero sé lo que quieres decir. Sé lo que se siente... cuando piensas de más, ves de más, aspiras a más, y no siempre se te sigue el ritmo. — Ladeó la cabeza varias veces. — Me ha pasado. He tenido la gran suerte de coincidir con Alice en mi vida, que en eso es como yo, y de tener al abuelo Larry, que en eso he salido a él, aunque él es mucho más pausado. Pero hasta a mis padres he llegado a agotarlos, no te digo ya a mi hermano o a algunos de mis amigos y conocidos. — La miró y amplió la sonrisa, sin dejar de mover al bebé, porque le encantaba que se riera. — Con nosotros nunca te va a faltar conversación. — Ella sonrió de vuelta y agarró la manita de Arnie. — Con nosotros nunca os va a faltar una familia. Sea donde sea. —

 

ALICE

El atardecer se estaba acabando, y se levantaba una suave brisa que se agradecía entre tanto asfalto, aunque Alice estaba segura de que en Nueva York no debía sentirse. Marcus y ella habían ido rotando de una conversación a otra, aquí y allá, aunque ahora Alice tenía a Saorsie en sus rodillas, dibujando junto a Ada cosas que ella les iba diciendo. — ¿A que mi ave de trueno es más bonita? — Insistía la pequeña. — Las dos son estupendas, son estilos distintos, y eso es lo bonito. Y es curioso que lo hagáis tan distinto siendo hermanas y llevándoos tan poco. — Señaló ella con una sonrisa. Shannon rio y se recostó en la silla. — Es que no las pude pedir más distintas las unas de las otras, para tener un hogar variadito. — Le dio la mano a Dan y este dejó un beso en ella, mientras ella preguntaba. — ¿Este cómo creerás que saldrá? — Igualito a ti, mi amor, si no te lo quitas de encima, aunque por lo que veo, al primo Marcus también le ha cogido cariño. — Alice dirigió la mirada y vio al pequeño dormido sobre el pecho de su novio, mientras hablaba con George y Sandy, y también localizó a Aaron, hablando con Frankie y Sophia, parecía que se estaban resarciendo un poco. — Te lo voy a traer todos los días. Y a todas las demás, que se han quedado muy bien contigo. — Y ella no podía evitar sonreír, Marcus con los niños tenía un lugar especial en su corazón.

— Pero vamos a aprovechar y nos vamos a ir ya. — Decidió Shannon. — Y nosotros. — Dijo Betty. — Que luego me acuesto hasta las tantas organizando vuestro desorden. — ¿Mi desorden? — Preguntó Sophia, indignada, desde las escaleras del porche. — Tú me has entendido, hija… — Alice se levantó y se despidió de las niñas. — ¿Entonces vais a quedaros aquí para siempre? — Eso le hizo reír mirando a Saorsie. — ¿Cuándo hemos dicho eso? — La niña se encogió de hombros sin más. — En algún momento, yo lo he oído. — Dijo toda tranquila y segura. La verdad es que era una familia preciosa, llena de gente muy distinta, pero todos buenas personas, a su manera. Sophia y Sandy se quedaron un poquito atrasadas respecto a los padres. — Si necesitáis lo que sea con los móviles, me avisáis, o venís a Queens a casa, lo que sea… — Mira, yo os voy a dejar mi número aquí, para cuando tengáis el móvil, me llaméis la primera. — Dijo Sandy abriéndose paso por delante de Sophia. — Maeve, cariñito, ¿me dejas uno de tus pergaminos? — Y la chica corrió a darle uno. — Al primo Marcus le ha encantado que los llevara encima. — ¿Sí? Qué bien… — Dijo Sandy ausente mientras escribía el número. Pero eso hacía más auténtica esa familia. No eran perfectos, eran… reales, con sus rifirrafes, sus meteduras de pata, sus planes… ¿Para qué negarlo? Echaba de menos a sus Gallia, con sus desastres, sus gritos, sus locuras… Suspiró y terminó de despedirse de todos, y luego se puso a ayudar a Maeve a recoger.

Aaron claramente se había abonado a la compañía de los más mayores, quizá era la primera vez que se sentía amparado por gente más mayor que él, así que allí estaba, portándose como nunca, colaborando en recogerlo todo. — Oye, Maeve, ¿hay algún lugar bonito por aquí para pasear? — Dijo el chico. — Uy, pues dos calles más allá se ve ya el mar, hay un paseo muy bonito, muy natural, se ve el océano, y los días como hoy es muy agradable. — Aaron se giró y la miró. — ¿Por qué no vas a darte un paseo con Marcus? Yo ayudo por aquí. — Alice le miró extrañada. — Bueno, yo… Te lo agradezco, pero… — Venga, prima, ¿cuándo fue la última vez que estuviste sola de verdad con Marcus? — Ehhhh ¿esta mañana? — Maeve se giró, mientras hechizaba las mesas y las sillas. — Creo que se refiere a estar solos sin hablar de cosas tristes o haciendo algo que teníais que hacer, simplemente… disfrutando del tiempo juntos. — Se giró hacia Marcus, que estaba con Frankie en la puerta del jardín y suspiró, sonriendo. — ¿Qué me dices, prefecto? ¿Quieres dar un paseíto? — Lo cierto es que no se había dado cuenta de cuánto lo necesitaba, pero quizás Aaron se lo había leído en la mente, en algún rincón del que no era ni consciente. — No ha sido eso. — Susurró el chico, pasando por su lado. — Es que echo bastante de menos a Ethan y he pensado, pues anda que ellos, que están aquí juntos pero sin un minuto para estar a solas… — Ella le miró con media sonrisa y una mirada de agradecimiento. Definitivamente, le estaba sentando muy bien estar con los abuelos.

 

MARCUS

Como no viniera alguien rápido a darle conversación, iba a quedarse dormido él también. Y decía también porque, desde hacía ya al menos quince minutos, tenía a un Arnie plácidamente dormido en su pecho. Entre la agradable brisita, la comilona, la carrera, el desfase horario que aún les duraba, lo temprano que se habían levantado (y la tensión de la mañana) y lo cómoda que era la butaca... Por no hablar de que llevaba como un mes sin sentirse tan relajado como en ese momento... — ¿Qué tal os está tratando América? — ¿Se había llegado a quedar dormido? Uf, esperaba que no. Fuera como fuese, al menos la voz de George le había sacado del embotamiento. Y, al parecer, no se había sobresaltado lo suficientemente fuerte como para despertar al bebé.

— No te muevas, no vayamos a romper su tranquilidad. — Dijo el hombre con una risita que Marcus coreó, mientras se sentaba a su lado, apoyando los antebrazos en las rodillas para inclinarse hacia él, con una sonrisa impecable y afable, aunque no tan jovial como la del resto de familiares. Suponía que era el efecto Claire frente al de Maeve. — No nos ha dado tiempo de conocerla mucho, ciertamente... — Se mojó los labios. — Me encantaría estar hablando de un viaje de placer. A ambos nos encanta conocer sitios nuevos, de haber venido por voluntad propia, estaríamos planeando mil sitios a los que ir... — El hombre asintió. — Son huesos duros de roer... pero no desistáis. En mí siempre vas a necesitar el apoyo que necesites... Tenedlo presente, ¿de acuerdo? — Eso último había sonado sincero y serio. Todos allí les habían ofrecido su apoyo, pero no era lo mismo si venía de alguien de los círculos de influencia de George que si venía del resto de los Lacey, por muy buenas intenciones que estos tuvieran.

— ¿Ya te han dejado solo, primo? — Preguntó sonriente Sandy, sentándose junto a su padre, que la miró como si fuera su mundo entero. Probablemente lo fuera. — Qué va. — Respondió Marcus con una risa suave, y echó el cuello hacia atrás para poder mirarse su propio pecho. — Estoy con el mejor de la familia, mira qué buena compañía. — Afirmó, mirando al bebé con ternura mientras le acariciaba la espalda. Seguía dormidito. Le encantaban los bebés. La chica soltó una risita. — Qué bien se te da. Tiene pinta de padrazo ¿eh, papi? — Desde luego. — Alice tiene que estar supercontenta. — Marcus respondió con una risita. Ya... Mejor no tocar mucho ese tema. — Tenéis que venir más a América ¿eh? — Afirmó la chica, alzando las palmas. — ¡Yo ya tengo unos primos ingleses a los que no puedo dejar de ver! Y cuando vaya por allí, me tenéis que hacer un tour. — Dalo por hecho. — Afirmó él con una risa cortés, pero muy convencido. Sandy era distinta, pero a él no le había caído mal ni mucho menos. Sabía cómo tratar con una Slytherin, no en balde llevaba toda la vida rodeado de serpientes.

Por desgracia, en algún momento la familia se tenía que ir. — Yo creo que ahora si se mueve... Va a ser una pena despertarlo ¿no? — Sus intentos por quedarse con el bebé dormidito en su pecho fueron en balde, porque solo consiguió risitas y bromitas por parte de Shannon y al final tuvo que devolverlo. El niño se reacomodó en los brazos de su madre y Marcus dejó una caricia en su cabecita. Parecía que le habían arrancado un trozo del pecho, estuvo a punto de que le saliera un puchero inconsciente. — Ya tendrás el tuyo, ya... — Dijo la mujer con una risita musical, a la que Marcus volvió a responder con otra de cortesía. Ya... Pues más le valía tener algún día uno propio, o se veía llorando cada vez que tuviera que despedirse del bebé de otro.

Con la palabrería que tenía, lo bien que les habían caído todos y lo a gusto que estaba (y el miedo que le daba, ciertamente, volver a la negrura que les invadía en los últimos días), tardó un buen rato en despedirse. Sobre todo de Maeve, que no paraba de sacar temas de conversación a la desesperada a ver si podían quedarse más tiempo, lo cual le hacía mucha gracia y le llenaba de ternura a partes iguales. Ya se habían ido todos excepto Frankie, a quien después de todo el día se le había olvidado pedirle recomendaciones de cosas para quidditch, quería regalarle algo bueno a su hermano por su cumpleaños. Estaba escuchando muy atento cuando escuchó la voz de Alice dirigirse a él, y sin escuchar siquiera lo que era, preguntó. — ¿Qué puedo ir haciendo? — Porque por la vista periférica había visto que era el único que estaba mano sobre mano, tanto Aaron como Alice estaban ayudando a los tíos a recoger, y eso no podía ser. Pero no iba por ese derrotero la conversación. Parpadeó y se recentró. — ¡Oh! ¿Ahora? — Definitivamente seguía un poco aturdido de la siesta-no-siesta que se había echado con Arnie. Maeve soltó una risita musical. — Hijo, salid a dar un paseo, de verdad. Nosotros nos encargamos. — Eso, tortolitos. — Azuzó Frankie, dándole un par de palmadas en el hombro. — No os preocupéis que no tengo pensado dejar la tienda por ahora, y confío plenamente en mis capacidades de vendedor, ya tengo asumido que me vas a comprar algo antes de irte. — Eso hizo a Marcus reír. Lo peor es que era verdad. — ¡Os veo, primos nuevos! Adiós, abuelos, buenísima la barbacoa, como siempre, no defraudáis. Adiós, McGrath, un placer que no seas un cretino como yo creía. — Adiós, Lacey. — Se despidió el otro entre risas. Se respiraba un buen ambiente tan contagioso que le hacía sonreír inevitablemente. Y con esa sonrisa radiante, se giró a la mujer y preguntó. — ¿Por dónde dices que podemos pasear, tía Maeve? — Ella le repitió lo que al parecer acababa de decirle a Alice y él ofreció su brazo. — ¿Le apetece conocer Long Island conmigo, señorita Gallia? —

 

ALICE

No sabía toda la gente allí presente cómo agradecía que les pusieran facilidades para irse a pasear. Sentía que tenía que estar justificando permanente buscar tiempo para ella, para simplemente… querer a su novio, ser una pareja normal, una que disfruta de su tiempo y que no piensa en las cosas en las que pensaban ellos ahora. Y realmente solo se lo justificaba a mí misma, porque era su peor juez. Pero ¿cómo no podría dejarse llevar por la temperatura tan agradable, que agitaba aquellos rizos que adoraba, con esos ojitos y esa sonrisa? Le dio la mano y se giró a la familia. — No tardaremos mucho, os lo prometo. — Frankie les abrió la puerta y dijo. — Tomaos vuestro tiempo, hoy no hay que fichar. — Y se despidieron con una sonrisa.

Al poco de echar a andar por la calle llena de casitas del tipo la de los Lacey, empezaron a oír el rumor de las olas, y, de repente, el olor a mar les golpeó. En cuanto visualizaron la costa, se vio también, a lo lejos, esa otra parte de Long Island, en la que vivían los Van Der Luyden, plagada de casas claras, con mucho cristal y, sobre todo, muros altísimos, nada que ver con las vallitas blancas y cuquis de la barriada de los Lacey. — Cuando la gente se protege tanto, así… es porque tienen miedo de que todo el mal que han hecho les rebote. — Dijo con voz triste. Pero no habían ido allí a hablar de eso, así que se acercó a una zona muy cerca del agua, con unas rocas muy grandes y lisas, donde podía uno sentarse sin problema.

— En el fondo… estamos junto al mar, habiendo pasado un día en familia… No está tan mal para una casi noche de San Lorenzo. — Dijo apoyando su cabeza en el hombro de Marcus. — Pero me temo que tan cerca de Nueva York no se ven las estrellas… Una ciudad así les roba la luz. — Lo hacía literalmente, pero también metafóricamente. — Igual en Roma también pasa, pero estos días no puedo parar de pensar en que deberíamos estar ahí… haciendo esa senda que siempre has querido hacer conmigo. — Entrelazó su mano con la de Marcus y la besó. — Te echo de menos. Echo de menos los planes contigo, la felicidad de las cosas básicas y típicas que hacíamos. Como darnos las manos debajo de la mesa en la biblioteca, o estar en alguno de nuestros jardines soñando, ajenos a las familias, metidos en nuestro propio mundo. — Frunció el ceño y negó. — ¿Por qué nacimos con estas mentes tan imaginativas si luego la vida no nos da la oportunidad de llevar a cabo nuestros sueños? — Se abrazó a Marcus y dijo. — Quizá, a estas alturas, solo puedo desear que quieras bailar conmigo nuestra canción y escaparte a ver las estrellas… Que podamos hablar de alquimia y robarnos todos los besos que podamos. No sabes ver la auténtica felicidad hasta que te falta. — Hacía ahora cuatro años, habían descubierto tantas cosas juntos… Lo que se hacían sentir, que podían tener una parcela de sus vidas reservada solo para ellos dos… Algunos momentos cobran más importancia cuando los ves desde la distancia, y lo que la noche de San Lorenzo había significado para ellos solo había llegado a comprenderlo ahora, ahora que anhelaba un momento de serena y pura felicidad como aquel.

 

MARCUS

Salió de la mano de Alice más contento que en meses, despidiéndose cálidamente de su nuevo primo mayor (igualito que Percival era...) y de sus tíos, que parecían encantados con Aaron y viceversa. Sonrió, mirando aún hacia atrás, despidiéndose con un gesto de la mano. — Parecen abuelos y nieto, y no será porque a los Lacey le falten niños a los que cuidar... Me gusta verle así. — Y eso último le había extrañado decirlo hasta a él mismo. Sus diferencias con Aaron llevaban siendo palpables desde el primer minuto y, si bien ya no estaban en pie de guerra, no se habían limado en absoluto. Todo lo ocurrido, de hecho, solo le tenía más tenso con él, y como personas no conectaban. Pero había visto otra versión del chico esa tarde, o sería que estaba demasiado encantado con su familia y veía las cosas de otra forma... Fuera como fuere, Aaron parecía uno más, y le veía genuinamente feliz y relajado, como si nunca antes lo hubiera estado tanto. Ya hacía tiempo que no tenía nada en su contra, así que... bueno, se alegraba de verle bien, por fin.

Caminó junto a su novia y cerró los ojos tan pronto le llegó el olor de la brisa marina. Sonrió levemente, y estaba muy feliz hasta que una parte de su cerebro se activó. ¿Sabes por qué te hace feliz este olor, Marcus? Porque te recuerda a La Provenza. Donde deberíais estar ahora. Y se le borró la sonrisa de golpe, y abrió los ojos. Había sido una bonita pompa de jabón en la que vivir durante un rato, pero la realidad era la que era: estaban muy lejos de sus familias y sus hogares, de la vida que habían soñado. Y él no era el único que había tomado conciencia. Quizás, como siempre, solo había tardado más que Alice en hacerlo.

Arqueó las cejas y, con los labios cerrados, emitió una sarcástica carcajada. — Desde luego. — Confirmó, mirando por encima del hombro esas casas tan lujosas por fuera, de seguro podridas por dentro. — La verdadera riqueza la tenemos nosotros. ¿Ves de dónde acabamos de salir? Eso no hay dinero que lo pague. — Apretó su mano y la miró. — Un buen nido es indestructible. — Y ya se encargaría él, con los referentes familiares tan buenos que tenía, de no permitir que nadie atacara su nido jamás.

Avanzó con ella hasta unas rocas muy cercanas al mar, donde las olas chocaban pacíficamente. La brisa era agradable y las vistas infinitamente mejores que las que habían tenido esa mañana transitando entre aquellos edificios enormes. Llenó sus pulmones de aire y se apoyó en ella, juntos, contemplando el mar, hasta que Alice habló. Y lo que dijo activó todos sus recuerdos e incluso le hizo erguirse en el sitio y mirarla con los ojos muy abiertos. — Es verdad. — Confirmó, con voz casi trémula. En su cabeza, el tiempo se había quedado parado a mediados de julio. Pero estaban en agosto... ¿Cómo había podido recordar La Provenza y haber pasado por alto la lluvia de las perseidas? Ahora sentía una pena mayor inundándole el pecho. Más aún cuando su novia dijo lo de Roma. Apretó los labios. — Siento que nuestro primer viaje haya cambiado de rumbo... — Y solo decirlo volvió a activar un recuerdo en su cabeza. La Provenza... Cambio de rumbo... Todo eso le quería sonar a que ya lo había escuchado.

Pero el beso de Alice en su mano le hizo devolver la atención a ella otra vez. Escucharla hizo que se le apretara un leve nudo en la garganta, pero sonrió con ternura. — Yo también lo echo de menos. — Confirmó. Su recién salida de la escuela no debió ser así, la felicidad y los sueños le habían durado muy poco. Pero tenía fe plena en recuperar todo eso en cuanto se llevaran de vuelta a Dylan a casa. Se abrazó a ella él también. — Buena pregunta. — Dijo con pesar. Dejó un beso en su pelo. — Pero ¿sabes qué? Los vamos a hacer. Solo se nos han puesto en pausa, retrasado un poco. Nosotros lo vamos a cumplir todo. — La separó levemente para poder mirarla. — Esto no ha cambiado nuestra ruta en nada, Alice. Es solo un bache en el camino, un escollo que vamos a superar con creces. No sé cuánto tardaremos... Quizás sean unos días, o quizás nos lleve meses. — Apretó sus manos y la miró a los ojos. — Pero míranos. Estamos juntos, inseparables, imparables. Esto no va a poder con nosotros, al revés, estamos unidos en bloque y eso no hay quien lo rompa. Y cuando esto acabe, retomaremos nuestra vida, y además con este obstáculo superado para siempre, con la tranquilidad de que no van a atacar a nuestra familia nunca más. — Porque una vez recuperaran a Dylan por los métodos legales, aquella pesadilla se acabaría para siempre.

Sus ojos se llenaron de pena y de ternura al mismo tiempo con esa última frase. — ¿Que si quiero? — Preguntó, con voz musitada, sin dejar de mirar sus ojos. Subió las manos a sus mejillas. — Me iría ahora mismo, con los ojos cerrados, a una de esas fiestas en La Provenza, si tuviera la seguridad de que van a poner nuestra canción, solo para ir, bailarla y volver aquí. Fíjate si quiero. — Dejó un beso en sus labios, suave y tierno, pero en el que sentía toda la intensidad de sus sentimientos hacia ella. — Yo soy auténticamente feliz contigo esté donde esté, Alice. Es uno de los motivos por los que te amo: porque me haces feliz siempre. Hasta cuando es imposible serlo. — Se acercó un poco más a ella. — Podemos ver el mar. Y podemos imaginarnos las estrellas. — Con la mirada en las manos de ella, que volvía a sostener entre las suyas, empezó a hacer circulitos en su piel con un índice. — Y de alquimia puedo hablarte siempre que quieras. ¿No te has enterado aún de que estás con el mejor alquimista de su generación? A ver, ¿es que no has oído cómo todos me llamaban el primo alquimista? — Rio levemente. — Mira, un juego. — Y se dedicó a hacer con el índice, en el dorso de la mano de ella, un único circulito, que poco a poco fue llenando de trazos. — Esto es... ¿Qué es? — Bromeó, como si hablara con una niña. Quería hacerla reír. No había nada más hermoso en la vida que la risa de su novia. — Un círculo de transmutación, muy bien. ¿De...? Venga, que esta es fácil. — Rio levemente. Esperó a que Alice dijera la respuesta y dejó un beso en su mejilla. — Conjunción... Tú y yo estamos en conjunción desde que nos pusieron juntos en esa barca. Más o menos... — Se removió en la piedra y dejó de estar a su lado para, entre risas, ponerse frente por frente a ella. — Así, como estamos ahora. — Juntó su frente con la de ella y dijo. — Estos somos nosotros. Somos Marcus y Alice. Y no hay poder mágico que pueda separarlo. Te lo aseguro. —

 

ALICE

Un buen nido es indestructible. Eso quería creer ella, que no acabarían los O’Donnell hartos de tanto drama, que no se cansaría Marcus de una vida que no era la que él había diseñado, y Alice sabía lo importante que era para su novio seguir un plan… Desde luego, no hay nada más descabellado para un plan que juntarte con un Gallia.

Pero todavía estaba por llegar el día en el que viera a Marcus desfallecer, porque allí estaba, diciendo con esa seguridad con la que decía él las cosas, que cumplirían sus sueños y… era casi San Lorenzo, alguna estrella y Venus empezaban a brillar en el cielo, estaba junto al mar y el amor de su vida la seguía queriendo, ¿por qué no dejarse invadir por esos sueños? ¿Por qué no creer, desearle a esas pocas estrellas, a ese océano, que nada tenía que ver con su Mediterráneo, que sus sueños se cumplieran como se cumplieron después de aquel San Lorenzo que ahora parecía otra vida? Levantó la cabeza para mirarle, sin soltarle. — Nada puede separarme de ti, Marcus, nada. — Tragó saliva y sus ojos se inundaron. — ¿Sabes? He pensado mucho en lo feliz que va a ser Dylan cuando volvamos. Y podemos darle lo único que siempre ha querido, un hogar bonito y tranquilo, el cariño, la estabilidad… — Sonrió con ternura. — Soy una experta en el cariño de los O’Donnell, sé cómo puede cambiarte la vida. Y puf, los Gallia cuando vuelva… Imagínate las fiestas… Le haremos olvidar todo lo que ha pasado aquí, estoy segura. — Respondió a aquel beso y sintió, como tantas otras veces, que el peso se liberaba en su pecho. — Yo te amaré siempre, en lo malo y en lo bueno, Marcus, y te lo estoy diciendo en uno de nuestros peores momentos. Nunca, nada, me impedirá intentar hacerte feliz. — Y volvió a besarle, tratando de contener las lágrimas.

Claro, tuvo que empezar a reírse ya con esos delirios de grandeza completamente impostados para hacerla reír. Cómo la conocía y sabía dónde darle. Y podría decir que era por los casi ocho años de amistad, pero no, fue así desde siempre, era algo mágico entre los dos y ya está. Sonrió y se dejó hacer con el juego, completamente hipnotizada por él. — Un círculo de transmutación. — Decía, un poco ausente, concentrada más en la adorabilidad de su novio que en otra cosa. — De conjunción. — Y las lágrimas acudieron a sus ojos al recordar sus comienzos. Le miró a los ojos cuando se puso frente a ella, pero los cerró al sentir sus frentes juntas. — Y si lo hubiera, revierto la transmutación en un momento. — Dijo, riéndose e imitando el tonito chulesco de Marcus, feliz de poder bromear y tener su parcelita. No sabía cuánto tiempo llevaban ahí, ni cuánto sería prudente hacer esperar a los tíos, pero de momento… — Solo existimos nosotros. — Susurró. — Solo Marcus y Alice… Los cuatro elementos juntos haciendo una quintaesencia. — Subió las manos y acarició las mejillas de Marcus, sin abrir los ojos. — Te amo. — Eso era lo mejor que le podía decir, lo que les definía: amarse, y nada más.

Notes:

Después de capítulos tan intensos, necesitábamos un desahogo familiar. ¿Qué os han parecido los Lacey? Nosotras LOS AMAMOS, y nos moríamos de ganas por que les conocierais. ¿Cuál es vuestro favorito? Queremos leeros y que os metáis de lleno en nuestra mágica familia americana.

Chapter 20: Con los pies en el suelo

Chapter Text

CON LOS PIES EN EL SUELO

(3 de agosto de 2002)

 

MARCUS

— Y el primo Jason está ya convencidísimo de que vamos a celebrar las Navidades en Irlanda. Sophia pensaba que a lo mejor a vosotros no os iba a gustar la idea, y yo le dije: "¡No conoces a mi abuela de nada!" — Lawrence, en el reflejo al otro lado del espejo, rio con los labios cerrados. Marcus reía más abiertamente, y su abuelo parecía contento de verle tan feliz con los Lacey, tan cómodo. Se lo notaba en la mirada ilusionada que le devolvía, en ese brillo especial que parecía tener reservado solo para Marcus. Pero también se le notaba que, por más que le doliera en el alma cortar la entusiasmada conversación de su nieto, estaba impaciente por tratar el tema que les había llevado a esa reunión. El tema que, de hecho, tenía a Marcus en Nueva York.

— ¿Cómo está Alice? — Marcus se encogió de hombros. Se le había diluido la alegría notablemente. — A ratos. — Lawrence asintió con gravedad. Marcus iba a dar más datos, pero su abuelo necesitaba ir al grano. — He hablado con Hermes. — Marcus miró a su abuelo con los ojos aún más abiertos. No es como que... aquello le tomara por sorpresa. Antes de ir a Nueva York, su abuelo le había dicho que contactaría con su amigo y compañero durante muchos años, el alquimista americano Hermes Penrose. Al igual que no esperó que su primer viaje a solas con Alice fuera así... tampoco esperó que su primer contacto de tú a tú con un alquimista de prestigio fuera así. Se notó temblar por dentro. Su abuelo, sin embargo, prosiguió con total normalidad. — Como imaginarás, no he podido relatarle mucho, tendrás que ponerle tú al tanto de la situación. Solo le he dicho que mi nieto ha tenido que trasladarse de urgencia a Nueva York por un asunto delicado de índole privada, que atañe a unos buenos amigos de la familia. Del resto, te encargas tú. — Marcus asintió, tragando saliva. Estaba agarrándose los dedos de las manos porque las notaba temblando.

— Marcus. — Llamó Lawrence, mirándole por encima de las gafas en un gesto tan parecido al que hacía su padre que era casi una predicción de futuro. — No estés tan nervioso. No te va a evaluar. — Ya, ya... — Se apresuró él a contestar, pero su abuelo suspiró. — Siento que estas tengan que ser las circunstancias... pero mirémoslo de otra forma: si fueras a presentarle tus respetos como alquimista, o proyecto de alquimista, estarías mucho más nervioso. Pensando en si lo que vas a decir es apropiado o no, en si estarás a la altura... No vas en esa condición hoy. — Lawrence ladeó varias veces la cabeza, pensativo. — Si bien es cierto que sabe de tus inquietudes por esta ancestral ciencia. Qué puedo decir, soy un abuelo orgulloso. — Eso le hizo reír humildemente, con los labios cerrados. — Hoy no hay nada que puedas hacer que te haga quedar mal ante él. No eres un postulante a alquimista frente a un alquimista carmesí. Eres un hombre ante otro hombre cuya posición puede ayudarte a salir de una situación desesperada e injusta. — Tragó saliva otra vez, notando sus ojos húmedos. Su abuelo tenía una habilidad para tocarle la fibra sensible...

Se aclaró un poco la garganta para que su voz no saliera quebrada y se recentró. — ¿Hasta dónde puedo contar? — Preguntó, seriamente. Lawrence pareció meditarlo, al igual que parecía habérselo preguntado él a sí mismo en alguna que otra ocasión previamente sin llegar a una conclusión que le convenciera. — Hasta donde tu madre haya autorizado que es pertinente contar. — Concluyó. Sabia conclusión propia de su abuelo. Marcus se mojó los labios, valorando cómo decir la información. — Mi madre... ha dado por sentado que hay cosas que no han pasado. — Dijo, clavando la mirada en su abuelo. El hombre le devolvía la mirada con la barbilla apoyada en las manos entrelazadas y semblante sereno pero serio. — La cuestión es... ¿consideras que aportará, avanzará o cambiará algo el hecho de que Penrose sea conocedor? — Marcus meditó. — Él también es alquimista... ¿Podría haber llegado a sus oídos? No lo sé. De ser así... podríamos echarnos tierra encima por encubrimiento. — El hombre respiró hondo. — Saberlo, no lo sabe. Intuirlo... — Ladeó una sonrisa triste. — Hijo, como aprenderás con los años... todos tenemos nuestras cadencias. Nuestra mente divaga hacia donde quiere divagar, y sospecha solo de lo que quiere sospechar. Penrose es alquimista, y se mueve en círculos... digamos, complejos. Conoce de buena tinta a los Van Der Luyden, de ahí que le haya considerado un buen contacto. ¿Puede llegar a intuir, sospechar o fantasear con que los motivos que hacen a William no apto tienen relación con la alquimia? — Amplió la sonrisa, pero no perdió la tristeza. — ¿Y qué alquimista no lo relaciona todo con la alquimia? — Negó. — Siempre se te dio bien seguir órdenes, Marcus. Y, por lo que cuenta tu padre, y Violet, a tu madre siempre se le dio bien darlas. — Eso le hizo reír de nuevo, a pesar de la tensión. — Sigue las directrices marcadas, y ve sin miedo. Lo que está en la mente, en la mente se queda si no hay algo que lo sustente. Deja que Penrose piense lo que quiera, y no confirmes nada que tú no sepas... Y me consta que tú eres muy bueno decidiendo lo que debes saber y lo que no. Y obedeciendo. — Arqueó una ceja. — Y en esta casa mi nuera deja muy claro lo que ha ocurrido y lo que no. Por tanto... ¿algo que sientas que estés ocultando? — Marcus frunció los labios y negó. — Nada. — Lawrence asintió. — Así me gusta. Con obediencia, y con sabiduría. Con la verdad por delante, y con los pies en el suelo. —

 

ALICE

— Qué callada estás, ¿ya te dejan los irlandeses estar así? — Alice rio un poco y levantó la vista hacia su tata. — Estos no son irlandeses, son americanos, aunque con mucho toque. — Ambas rieron. — Erin dice que lo que recuerda de ellos es que son ruidosísimos. — Ella asintió y rio un poco. — Jason se acuerda de ti, dice que te conoció unas Navidades y te recordaba como un mujerón. — Vivi frunció el ceño. — Puf, es que hay tela de fiestas en mi vida que no recuerdo. — Acto seguido se rio, pero Alice no pudo seguirla, y su tía se dio cuenta.

— No tienes muchas ganas de hablar ¿eh? — Ella resopló y se frotó la cara. — No… No, la verdad. Lo siento. Pero los O’Donnell me están presionando para que hable con algún Gallia para deciros… ¿Qué? No tengo nada que decir aún… Nada relevante, al menos. — Bueno, pero a mí me hace ilusión hablar contigo… — Había dicho eso último con voz de penita, por lo que volvió a mirarla, emocionada. — Tata… Es que… — Las lágrimas acudieron a sus ojos. — Siento que el trabajo es tan ingente que no sé por dónde empezar, no sé cómo abarcarlo, y siento que todos esperáis el momento en el que os diga: “sí, muy bien, ya sé cómo traernos a Dylan de vuelta”... Y no es así. — Vivi suspiró y la miró, ladeando la cabeza. — Pero, cariño ¿cómo vamos a esperar eso? Si acabas de llegar, solo queremos saber que estáis bien, si necesitáis algo… — Vio cómo su tía subía la mano, en un gesto como si fuera a acariciarla, a darle un poco de cariño, y se detenía al acordarse del espejo. — Alice, por favor… Deja de pensar que estás en un examen. Estás en una carrera de fondo, no puedes sentirte examinada. — ¡Pero lo estoy, tata! Mi examen es conseguir a Dylan, y si no, el castigo no es una herida en el orgullo… Es una herida que no puedo asumir. —

Se había creado un silencio entre las dos, un silencio que conocía muy bien. El silencio culpable de su familia cuando no sabían ayudarla, cuando sentían que la situación les superaba y, una vez más, tenía que hacer de tripas corazón, y hacerles sentir bien, como hacía siempre, como si fuera ella la mala y sentirse rota por dentro estuviera mal. — Estoy bien. Estamos bien. Este sitio no me gusta, pero tengo una buena familia a mi lado, me cuidan y… ya está, no tenéis que preocuparos por nada ¿vale? — Había intentado ser lo más animosa posible, la verdad. No sabía qué tal le estaba saliendo. — ¿Sabes? Shannon, la dueña de esta habitación, conocía a mamá… Me enseñó una foto suya y de su hermana. — Vivi sonrió levemente. — ¿Y cómo era? — Alice se encogió de hombros. — Otra persona… Casi me cuesta reconocerla… — Tragó saliva y alzó los ojos. — Quizá es el momento… de que los confrontes. — Rompió su tía el silencio. Ella frunció el ceño. — ¿A quién? ¿A los Van Der Luyden? — Vivi la miraba con evidencia. — ¿Y qué hago, tata? ¿Duelo con ellos o qué? — Preguntó un poquito agresiva, porque estaba pelín cansada y ya no admitía consejos, y menos tan disparatados. — Pues sí, Alice, plantéatelo. ¿Quiénes son el problema? Yo entiendo lo que dicen los O’Donnell y vuestro abogado y todo eso, pero… al final del día… son de tu sangre, y de la de Dylan. O te enfrentas a ellos o esto no acabará nunca y tú no superarás esa barrera que tu madre creó con América y que, por desgracia, ahora solo molesta. —

Se quedó mirando a su tía a los ojos, y al cabo de unos segundos suspiró. — Puede que… tengas razón. — Tragó saliva e inspiró. — Déjame que… supere mi primera visita sola a Nueva York y… lo valoraré. — Vivi volvió a su media sonrisa habitual. — ¿Me has hecho caso en un consejo? — Yo te he hecho caso muchas veces, tata. — La otra rio. — Bueno, yo no te lo recomiendo, soy una tarambana, como confirmaría en cualquier momento tu suegra, pero… te quiero. Te quiero muchísimo. Y a mi patito. Solo quiero que volváis. Cuando los que se van son los demás lo paso fatal. — Eso la hizo reír. — ¿Marcus no va contigo? — Tiene que ir a hablar con un contacto de Lawrence… Toda ayuda es poca. Yo tengo que verme con la excompañera de mamá. — Lo harás bien, Alice, de verdad. Si tú todo lo haces bien, no pareces de esta familia. — Eso las hizo reír a las dos. — Y ahora que ya hemos hablado de lo serio… ¿Me puedes explicar por favor qué horror de habitación es ese? ¡Parece que una princesa ha estallado ahí, por Merlín! — Eso la hizo reír. — Venga, suelta prenda, son demasiados, no todos pueden ser perfectos, alguno te ha tenido que caer regular… — Y ambas se rieron y Alice se permitió charlar, aunque fuera un poquito, un ratito, una parcelita de tranquilidad antes de lo que le tocaba. 

 

MARCUS

El señor Penrose era una extraña mezcla entre un empresario americano como el primo George y un alquimista y profesor prestigioso como el señor Weasley. No le recordaba demasiado a su abuelo, lo cual no era en sí ni malo ni bueno, solo que Marcus a todos los alquimistas los medía en función de cuánto le recordaban a Lawrence. El hombre le recibió con gran educación, le dio la bienvenida a su (enorme, por cierto) taller, le afirmó cuánto le recordaba a Lawrence de joven, contó una anécdota esporádica que no venía mucho al caso pero que intuyó que era para romper el hielo y le mostró las instalaciones, en algo que Marcus detectó indudablemente como un acto de cortesía mezclado con un punto de vanidad. No sería él, precisamente él, quien juzgara eso, desde luego.

Pero dicha introducción no fue especialmente larga. Tanto él como el alquimista querían y necesitaban ir bastante al grano, por lo que le ofreció amablemente una bebida y asiento en una señorial mesa, colocándose uno frente al otro. — Y bien. Cuéntame. — Sin prolegómenos. Sin "me preocupó que Lawrence contactara conmigo", sin "no te preocupes, muchacho, que voy a intentar ayudarte". Conciso. No sabía si era un Ravenclaw exageradamente práctico, o un Slytherin al que no le gustaban nada las florituras... De nuevo, con ambos terrenos era capaz de lidiar. — He venido aquí con mi pareja. Se llama Alice Gallia, es hija de William Gallia, ¿le conoce? — ¿El que diseñó el hechizo de protección gubernamental para el MACUSA? Quizás algunos tengan muy mala memoria, pero no es el caso de un servidor. No he tenido la fortuna de conocerle en persona pero sí, es un nombre que me suena bastante. — Marcus asintió. — William conoció aquí a la que después fue su mujer y madre de Alice y de su hijo menor, Dylan. Es decir, Jane, su mujer, era americana... Falleció hace cuatro años, de una enfermedad. La custodia de ambos quedó a manos de William. Alice ya es mayor de edad, pero poco después de cumplir la mayoría de edad, la familia de su madre, con quienes no tenían relación, puesto que la habían repudiado por su relación con William, empezó a amenazarles con quitarles la custodia de Dylan. Acusaban al señor Gallia de no ser apto para hacerse cargo de un menor, al igual que a Alice. — Marcus se mojó los labios, haciendo una pausa. — William lo ha pasado muy mal tras el fallecimiento de su esposa, pero no es algo que deba extrañar de un hombre que pierde a su mujer siendo tan joven y se queda con dos hijos a cargo. — Marcus tendría que nacer de nuevo para no excusar a William, por no hablar de que, en ese contexto, era una baza a su favor. — Y Alice siempre fue una alumna de expediente brillante, con planes de futuro claros. Alquimista en área sanitaria, por cierto. — ¡Oh! Interesante campo... — Lo es. Las acusaciones de la familia materna no tienen fundamento... Sin embargo, tirando de influencias y engaños, hace un mes se llevaron a Dylan. — El hombre arqueó las cejas, aunque su expresividad no fue exagerada. — Llevamos desde entonces sin verle. Le trajeron aquí y creemos que está en casa de sus abuelos, personas con las que jamás ha tenido contacto y que rechazaron a Janet, ni siquiera fueron a su funeral. Desconocemos qué interés pueden tener en él, pero ahora mismo le tienen bajo custodia. Necesitamos ayuda, hemos escuchado que tienen muchos trapos sucios... Solo queremos recabar, cuanta más información, mejor. — El hombre asintió gravemente.

La pregunta no podía tardar en llegar. — ¿De qué familia se trata? — Marcus hizo una pausa. — De los Van Der Luyden. Pet... — Pero antes de poder decir los nombres completos, Hermes, hasta ahora comedido en sus expresiones, soltó una carcajada casi nerviosa y empezó a negar con la cabeza. Eso puso a Marcus un tanto incómodo, a la par que sorprendido, pero terminó aquello que había sido interrumpido. — Peter y Lucy Van Der Luyden. La madre de Alice y Dylan era, de soltera, Jane Van Der Luyden... — Ya tengo todos los datos que tengo que tener. — Dijo el hombre, con un gesto de la mano y una leve risa nerviosa y casi resignada. Marcus le miraba entre demandante y suplicante. — Marcus ¿cuánto sabes de dónde os estáis metiendo? — Marcus tragó saliva, pero asintió una única vez y dijo con seguridad. — Bastante. — Ya te aseguro yo que no. — Marcus clavó la mirada en el otro. ¿Esa era la ayuda? ¿Decirles que tenían la batalla perdida?

El hombre suspiró y, pareciendo tomar conciencia de que podría haber sido brusco de un inicio, trató de reconducir. — Marcus... seré muy franco contigo. Estáis intentando hacer un agujero en una fortaleza. Los Van Der Luyden pueden ser en estos momentos la familia más influyente del Estado. Y de las más peligrosas. Y que lo diga un alquimista... es mucho decir. — Hizo un gesto con la cabeza. — Además, de un tiempo a esta parte, están mucho peor. Las ondas llegan a todos los sectores. — El hombre entrecruzó los dedos sobre la mesa, meditando unos instantes. Tras estos, dijo. — ¿Cuándo dices que comenzaron las amenazas por la custodia? — Hace aproximadamente un año. Cuando Alice cumplió la mayoría de edad... que a nosotros nos conste, al menos. Creemos que pueda ser desde antes, William había recibido varias cartas antes que, por respeto a la memoria de su mujer, se había negado a abrir. — El hombre chasqueó la lengua, mirando hacia otro lado. — Desde que falleciera Bethany... esa familia solo ha ido a peor. — Pareció reflexionar en voz alta, pero Marcus frunció el ceño. ¿Se estaba liando de más... o no era la primera vez que escuchaba ese dato? ¿Tendría algo que ver? Ahora mismo, desde luego, no le veía ni pies ni cabeza... — Sea como fuere. — Continuó Hermes. — Son peligrosos. En cualquier otra circunstancia, te diría que, cuanto más lejos les tuvieses, mejor... Pero supongo que es un lujo que, a estas alturas, ni podéis ni os queréis permitir. Pero más os vale, Marcus, ser conscientes de que os estáis enfrentando a un gigante cuyo tamaño puede que no hayáis medido bien antes de empezar. —

 

ALICE

Salió del metro con una mezcla entre miedo atroz e impresión y curiosidad, porque en la vida se había montado en un transporte tan loco. Aún estaba preguntándose cómo demonios funcionaba aquella cosa, con semejante caos, cuando salió en la parada de Hell’s Kitchen. El nombre nunca le había parecido muy halagüeño, pero sus padres siempre habían guardado un recuerdo muy especial de ese lugar… Por algo sería.

— Uf, aquí estás, menos mal. Siempre me angustia un poco la primera vez que alguien tiene que coger el metro en Nueva York. — Dijo Nikki acercándose a ella desde la acera de enfrente. Le puso una sonrisa un poco tensa. — Sí, puede ser… especial. Pero es toda una experiencia. — Sí, por decirlo de alguna manera. — Concedió la mujer, cogiéndola del brazo. — Bienvenida a mi barrio, aquí nací yo, y de aquí me sacarán con los pies por delante. — Alice frunció el ceño. — Pensé que eras italiana. — Italoamericana. Los italianos eran mis abuelos. En América no se es americano por nacer aquí… Es complejo de entender. Pero esto era como una pequeña Italia-Irlanda, aunque ahora haya cambiado todo. — Alice sonrió, mirando los edificios. — De momento me gusta más que Park Avenue. No es tan… agobiante. — Nicole rio y alzó las cejas. — Generalmente a la gente le gustan más los rascacielos y eso que los barrios. — No a mí. Hasta ahora creía que la calle de Long Island donde viven los tíos de Marcus era lo máximo que podía tolerar de Nueva York. — Eso hizo reír a la mujer, que negó con la cabeza. — Que los neoyorquinos no te oigan llamar Nueva York a Long Island. Que no te oigan llamar Nueva York a Queens, te diría. — Y ambas bajaron por una calle muy animada y soleada, no tan llena de coches y jaleo como el resto de la ciudad.

— Este es mi edificio. — ¿Aquí es donde mi madre vivió contigo después de escaparse? — Nikki negó con una sonrisa, mientras abría con llaves. Deducía que es que vivirían muggles allí también. — Mi primer piso era enano y cochambroso y estaba sobre un restaurante. — ¿Ese donde mi madre pedía tiramisú y le confundían el apellido? — La mujer la miró sorprendida. — ¡Sí! Qué buena memoria. — Intento recordar todos los días lo que me contó mi madre. — Ahora está cerrado, pero antes de irte, si quieres, vamos para que lo veas. — Debió detectar la tristeza en sus ojos, porque añadió. — Cuando recuperes a Dylan… iremos a comer allí todos juntos, ¿te parece? Tú, Marcus, su familia, yo… Honraremos a tu madre. ¿Tu padre va a venir en algún momento? — Alice negó rápidamente con la cabeza, y Nikki se quedó un poco pillada, pero claramente optó por no decir nada al respecto.

El piso de Nikki gritaba SOLTERA por todas partes. Soltera y con buen sueldo, que claramente gastaba en cosas que le hacían sentir como una reina, tales como unos sofás y butacas comodísimos, licores caros y textiles de primerísima calidad, o sea, su tía Vivi si hubiera tenido una casa y el dinero de Nikki. También tenía televisión, lo cual le llamó la atención. — ¿Los magos veis la tele en Inglaterra? — Ella negó. — Pero la vi en casa de una amiga que su madre es muggle… nomaj, vamos. — Nikki le hizo tomar asiento y se echó una copa de algo con un color muy particular. — Al final engancha, no sabes cuánto, aquí la mayoría de los magos nos hemos rendido ya a ella. ¿Quieres algo? — Alcohol no, por favor, pensó, ya realmente preocupada por la costumbre de aquella gente. — No, no tengo el cuerpo para nada… — Eso hizo reír a Nikki. — Pues eso es de tu padre, porque tu madre, cuando se ponía nerviosa, pillaba lo más dulce que tuviera a mano. — Y ambas rieron un poco, porque casi que podían verla perfectamente haciéndolo.

— Bueno, he hablado con todo el que he podido. Chris se ha quedado un poco más al margen, él llama más la atención que yo, y mucha gente de su círculo sigue en contacto con tu abuelo, y saben que ellos ya no se hablan. — Nikki hizo una pausa que no le gustó nada. — Los Van Der Luyden… generan mucho miedo. No es que no haya encontrado meteduras de pata tapadas con dinero, sobornos y malas prácticas… es que nadie está dispuesto a hablar de ello, y menos en un juicio. — Alice notó el pulso acelerado y abrió mucho los ojos. — ¡Pero precisamente un juzgado es el sitio! Nada de habladurías, que el peso de la ley… — También tienen gente en los juzgados, Alice. Es muy difícil que alguien se les ponga en contra. — Notó cómo le entraban ganas de llorar y dejó caer las manos. — ¿Y entonces qué? ¿Me rindo y ya está? — Nikki dio un trago a la bebida y se recolocó en el sofá. — Pues, verás… hay algo que todos me han dicho… que si alguien de dentro se pusiera en su contra… se atreverían a hablar. — Ella frunció el ceño. — ¿De dentro de los Van Der Luyden? ¿Pero cómo voy a lograr yo eso? Si ni siquiera los conozco a ellos, ni al hermano de mi madre, ni a la familia extensa… solo a Aaron. — Aaron McGrath está contigo ¿verdad? — Alice parpadeó y, por un segundo, el miedo la corroyó y se maldijo por tener la bocaza tan grande. ¿Podía fiarse de Nikki? Al fin y al cabo, había crecido rapidísimo en el MACUSA… ¿Tenía que salir corriendo en ese mismo momento? — Vale, vale. No me lo digas si no quieres. No quería ser tan brusca, perdóname. Lo siento si te he asustado. — Vaya, pues sí que se ponía ella sola en evidencia. — El padre de Aaron, Michael McGrath, lleva buscándole meses. Él y Lucy están desesperados. — No lo parecen. — Le salió del alma, un poco ofendida. Habían esperado el infierno sobre sus cabezas cuando Aaron no volvió con los Van Der Luyden, pero el resultado había sido un atronador silencio, por parte de todos, sus padres incluidos. — Porque están muertos de miedo, porque tus abuelos han hecho con Aaron como hicieron con tu madre, han renegado hasta de su existencia. — Vaya, otros que están muertos de miedo, así no vamos a ninguna parte. — Pero a estos sí que puedes ponerlos de tu parte. Y estos sí que están dentro. — Alice levantó la mirada y la cruzó con Nikki y mantuvo el silencio durante unos segundos. — Dales a su hijo, Alice, y Lucy y Michael McGrath te deberán una, una muy grande, por haberle protegido y haberlo llevado de vuelta a casa. Y eso, créeme, va a ser una baza muy importante. Si consigues un topo en la familia, que sería Lucy, y otro en sus redes, que sería Michael, quizá tengamos por dónde empezar. —

 

MARCUS

El hombre se rellenó a sí mismo su cáliz casi vacío mientras Marcus, que ni había tocado el suyo, permanecía con la mirada perdida. No enfrentarse a los Van Der Luyden no era una opción. Fuera por la vía que fuera debían hacerlo, porque tenían a Dylan. Vale, recéntrate. Quizás Hermes pensaba que iban mano sobre mano y no era así. Se aclaró la garganta, recompuso su mejor postura de exposición y comenzó a narrar. — Nos hemos preparado concienzudamente con nuestro abogado. Hasta la fecha... — Y empezó a narrar todo lo que tenían, y todo lo que los Van Der Luyden se escudaban en tener sobre ellos pero no tenían, no eran más que falacias. El alquimista bebía tranquilamente, pasaba la mirada como si tal cosa entre él, el contenido de su cáliz y un punto indefinido del entorno, mientras Marcus no desistía lo más mínimo en continuar su relato. Estuvo hablando más de quince minutos sin parar.

Y cuando lo hizo, ciertamente, necesitaba escuchar algún tipo de feedback, el que fuera, por parte del otro, que justo al final de su exposición se encontraba meciendo el líquido en su cáliz y mirándolo con serenidad. Ante el silencio, alzó la mirada. — Habéis hecho un gran trabajo. Sin duda. — Marcus sintió el peso de su pecho aliviarse un poco... Solo un poco, porque sabía que esa frase tenía segunda parte. — Pero, hablando en términos históricos sobre toda la información que se puede recabar de esta familia... digamos que, en la línea cronológica, acabáis de ver el meteorito caer sobre los dinosaurios. — Dejó los hombros caer inconscientemente, sintiendo todo el peso de sus palabras, mientras el hombre bebía con tranquilidad. — ¿Y eso es todo? — No pudo evitar decir, con la frustración y la impotencia siendo palpables en su voz. El hombre le miró, paladeando la bebida. Dejó el cáliz en la mesa, se levantó y se dirigió a una zona de la pared, dándole la espalda.

Ni siquiera vio de dónde emergió lo que tenía en las manos. Alquimistas y sus compartimentos secretos. Extendió un gran pergamino vacío sobre la mesa, aplanándolo con ambas manos. — Dylan Gallia, si no me equivoco, es el nombre del chico que tienen custodiado. ¿Correcto? — Así es. — Confirmó Marcus. Hacia ellos voló una vuelapluma que escribió "Dylan Gallia", con una letra estilizada de señor importante, cerca del margen izquierdo del pergamino. — Veamos lo que sabíais de los Van Der Luyden antes de que todo esto ocurriera. — Sin recibir ninguna orden, la vuelapluma comenzó a escribir. Junto a Dylan apareció el nombre de Alice, y sobre ellos, los de William y Janet. Sobre el nombre de Janet, el de dos personas sin nombre, simplemente apellidadas "Van Der Luyden". — ¿Correcto? — Correcto. — Volvió a confirmar. El hombre asintió. — Hace un año comenzasteis a recibir amenazas. Desde entonces... — La vuelapluma volvió a escribir y aparecieron más nombres: los de los dos abuelos de Alice, los de Aaron McGrath y Lucy McGrath y los de Theodore Van Der Luyden. — Y después, ocurrió lo de Dylan. Y tras vuestras investigaciones, ahora... — Entonces, la vuelapluma comenzó a escribir a gran velocidad. Los nombres de los abuelos de Alice estaban en el centro del pergamino, con Dylan y ella a un margen, y alrededor de los cabeza de familia comenzaron a emerger más familiares pero, sobre todo, conexiones externas. Nombres y contactos que ya tenían en sus manos gracias a las indagaciones que habían hecho antes de llegar y lo que habían recabado tras la reunión con Nicole y el señor Wren. Ahora el pergamino se veía mucho más lleno... pero era un pergamino tan enorme que, ciertamente, había mucho hueco vacío. El hombre volvió a preguntar. — ¿Es correcto? — Marcus, tras cotejarlo bien, asintió. — Es correcto. — El hombre devolvió un asentimiento repetitivo y pesado, mirándole a los ojos, que hizo a Marcus temblar. Tras una pausa que se le hizo eterna, alzó una mano e hizo un gesto con los dedos. La vuelapluma que hasta el momento había estado escribiendo, de un color negro azulado, se fue de allí, siendo sustituida por otra color rojo granate.

Y la vuelapluma roja empezó a escribir, no a tanta velocidad como la anterior, pero con un ímpetu que parecía insultarle a cada rasgar del papel. Marcus asistió perplejo a lo que estaba viendo. El pergamino se llenaba cada vez más... y más... y más... Había miles, cientos de nombres, pero pocos podrían ser identificados. En muchos casos ponía un apelativo, en otro solo el apellido o solo el nombre de pila. Otras veces, solo "confidente" o "influencia", y en otros solo una profesión seguida de un número. El pergamino se había llenado de tal manera que apenas quedaba hueco libre... y la tinta roja ocupaba mucho más, muchísimo más universo que la negra. Y visto así, el nombre de Dylan se observaba absolutamente insignificante. Por no hablar... de que el propio Marcus, el que allí había ido convencido de poder hacer algo contra esas personas, ni siquiera aparecía en ese papel.

— Mi objetivo mostrándote esto no es, ni mucho menos, amedrentarte. — Dijo el hombre en un tono mucho más comprensivo de lo que hubiera usado hasta ahora, porque debía ver la palpable derrota de Marcus en su expresión. — Solo quiero, Marcus... que seáis conscientes de que no estáis ni en la punta del iceberg con esto. — Ladeó la cabeza. — Aunque... si te vale la intuición de alquimista... — El hombre bajó la mirada al pergamino y Marcus le imitó. De repente, el nombre de Bethany Levinson brilló por encima del resto, con un discreto fulgor pero perfectamente perceptible. — Un hombre de ciencia no cree en las coincidencias, y las fechas cuadran. Puede no querer decir nada, y puede, hay una gran probabilidad en este enorme universo, de hecho, de que toquéis esa pieza y no os diga nada... Pero, como verás, tocar todas las piezas puede llevaros incluso años. Por alguna hay que empezar, y si justo esa fuera la ganadora... — El hombre abrió los brazos en cruz y esbozó una sonrisa segura. — Menudo golpe de suerte. — Marcus trató de sonreír también, aunque con mucha tensión y tristeza, asintiendo.

— ¿Emma O'Donnell es tu madre? — Le pilló desprevenido la pregunta, tenía la cabeza un poco embotada. — Sí. — ¡Fantástico! Me encantan las transformaciones. Para personas con tantos secretos como nosotros, son muy útiles. Se nota que, a pesar de ser de colegios diferentes, compartimos casa. — Sabía yo que era Slytherin, pensó. — Tu abuelo habla maravillas de ti. Dice que te pareces mucho a él, pero para esto, confío en que hayas heredado el don de tu madre... — Se inclinó hacia él y agravó de nuevo la voz. — Porque lo has heredado ¿verdad? — Vale, captado. Sacó la varita y, pronunciando uno de los hechizos que ella había creado, transformó el enorme pergamino en un inocente pañuelo de seda. El hombre se reclinó con satisfacción en su asiento y entrelazó los dedos ante su regazo. — Buena elección. Sería muy raro que un alquimista al que no conoces de nada te hubiera regalado un pañuelo de seda. — Marcus ladeó la sonrisa. — No tendría ningún sentido. Solo es un obsequio de mi amada. — Y, con un trazo de su varita, bordó una "A" en la esquina del pañuelo y se lo guardó en el bolsillo. El hombre asintió, con su enigmática y segura sonrisa, y dijo. — Quizás... hayan llegado de verdad las personas que puedan romper ese esquema. —

 

ALICE

Alice tragó saliva y resopló, frotándose los ojos. — ¿Sabes? Mi tía, esta mañana, me ha dicho algo muy parecido. Bueno, a ver, ella ha dicho que vaya a por ellos, a confrontarles. — ¿Y te lo has planteado? — Ella miró a la mujer con expresión de “evidentemente no”. — Te digo lo mismo que a ella. ¿Qué queréis que haga exactamente? ¿Apuntarles con la varita? — Nikki se rio un poco, y ella distinguió esa intención de decir “pues mira, no estaría mal” pero callándoselo. — A ver, te aseguro que lo último que Lucy Van Der Luyden se espera es verte en la puerta de su casa pidiendo explicaciones. Esta gente está acostumbrada a imponer miedo solo con nombrarles, y creen que lo han conseguido contigo… Pero… ¿tú les tienes miedo? — Alice rio con desesperación. — ¡Pues claro! Tienen a mi hermano. — Ya, pero ¿si no tuvieran a tu hermano? ¿A ti qué te provocaría el apellido Van Der Luyden? — Ahí se quedó boqueando. Llevaba tanto tiempo pensando en los Van Der Luyden como una amenaza que ni recordaba qué pensaba de ellos antes. — No… me provocaba nada. Solo sabía que era el apellido de soltera de mi madre, que no nos hablábamos con ellos y… En fin, alguna vez me hice preguntas, claro, pero… no eran nadie. — Exacto. Para ti no son nadie, Alice. ¿Te importa su dinero? ¿Les tienes algún respeto? — Ella frunció el ceño. — ¿Cómo voy a tenerles ningún respeto? Son la gente que hizo infeliz a mi madre, que la maltrató y que amargó su vida… Y a Aaron le han hecho cosas que ni sé, porque él no las quiere contar… No, no me inspiran nada más que rabia. — Nikki dejó flotar un silencio intenso, pero no le apartó la mirada. — Pues entonces ya tienes gran parte de la partida ganada. — Ella volvió a reír sarcásticamente. — Pero que no les puedo hacer nada mientras tengan a Dylan. — Puedes mantenerles la mirada, no agachar la cabeza, no temblar. Y créeme, eso es más de lo que tus propios tíos pueden decir. —

Se habían quedado pensativas ambas, mascando la información, que no iba a ser fácil de transmitir. Principalmente porque creía que Marcus y los O’Donnell le iban a decir que eso ni podía ni debía hacerlo, pero quizá necesitaban empezar a plantear cosas con las que no habían contado. — ¿No quieres ver a tu hermano? Aunque sea un momento, aunque sea ver que está bien, que puede seguir luchando. — Y aquella posibilidad le encogió el corazón repentinamente. — No me dejarían verlo. — No se lo esperan, Alice. Y si no te dejan verlo, simplemente estarás como hasta ahora. — Pero entonces nos descubriremos. — No seas ingenua, a estas alturas ya saben que estás aquí. No les conviene remover las aguas, eso es todo. Pero si llegas hasta su misma puerta, no sabrán cómo reaccionar. — Hinchó el pecho, mirando a la nada. — Yo me comprometo a seguir investigando, por si apareciera un hilo del que podamos tirar con seguridad. Pero tienes que tomar las riendas de esto. — Y, ausente, ella asintió con la cabeza. — ¿Y por dónde empiezo? — Nikki encogió un hombro. — ¿Si fuera tú? Por Lucy McGrath. Era la única de esa familia junto con su tía que la quería, y si ya le llevas a su hijo... lo tienes ganado. — Alice se levantó y volvió a asentir. — Tengo que irme a hablar con Marcus y… poner todo esto en pie. — Nikki asintió y le tomó las manos. — Coraje, Alice. Tu madre era la mujer más valiente del mundo, tú eres su digna heredera. Ella les plantó cara, no se achantó cuando la amenazaron con el ostracismo, sé que tú tienes ese espíritu. —

Las lágrimas acudieron a sus ojos mientras asintió, y Nikki fue a coger algo a su escritorio lleno de cosas. — Y tengo algo para ti, antes de que te vayas. — Ella miró el papelito doblado con extrañeza. — ¿Qué es? — Es una carta de alguien que quiere ayudarte, directamente. Más que ninguna otra persona con la que haya hablado. Por edad sospechaba que podríais conoceros del colegio, y por la cara que puso y su disposición… no me equivocaba. — Le dio la vuelta al papel y reconoció inmediatamente la letra del dorso, en la que ponía: “Para Gal. Espero que, a pesar de haber crecido, no te hayas olvidado de tu prefecto”. Y sí, por primera vez desde que llegó a América se sintió un poco menos miedosa y un poco más poderosa.

Notes:

Ya era hora de empezar a mover ficha en las altas esferas y transmitir la gravedad del asunto al que se enfrentan. No podía ser llegar y conseguir lo que buscaban, especialmente ante gente tan poderosa, y ellos mismos necesitaban gente que les bajara a la realidad. Estamos curiosas: ¿tenéis teorías sobre por qué se llevaron a Dylan? ¿Creéis que Alice debería ir y enfrentarse a ellos como le han propuesto?

Chapter 21: The encounter

Chapter Text

THE ENCOUNTER

(4 de agosto de 2002)

 

MARCUS

— Hijo. — Le dijo el tío Frankie, poniéndole una mano en la rodilla, la cual no dejaba de mover nerviosamente mientras se frotaba las manos, sentado en la cama. Estaba ya perfectamente vestido y dispuesto para salir mientras Alice terminaba de arreglarse. Pero le había dicho con cualquier excusa a su tío que viniera a su habitación porque... no lo veía. Necesitaba que alguien parara aquel asunto. Había depositado su confianza en que fuera su madre, pero cuando Emma recibió la información de Nicole por boca de Alice, así como la de Hermes por la de Marcus, dijo que adelante, que era lo que tenían que hacer. Pero Marcus hubiera preferido un par de días para sopesar. Su madre y su novia se habían quedado con la parte buena de la conversación con el alquimista y el mapa con los millones de nombres les había parecido poco menos que informativo, al parecer. Iban de frente a por Lucy McGrath, con Aaron prácticamente como rehén de intercambio. Marcus no lo veía nada claro.

— En algún momento teníais que dar el paso. Estáis muy preparados, Alice... — Tío Frankie, son muy poderosos. — Interrumpió, mirando a su tío con los ojos llenos de miedo enfocados hacia arriba, y la mandíbula tensada por la rabia. — Extremadamente poderosos. Vosotros lo sabéis. — Lo sé... — Y yo sé lo que una familia con influencias es capaz de hacer, y… — Soltó una carcajada seca y mordaz para aliñar su discurso con una sonrisa amarga de lado. — Créeme que los Horner no tienen ni la décima parte de influencia que esta gente. Y aun así yo me andaría con cautela... — ¿Es que temes que os hagan daño? — Preguntó Frankie abiertamente. Marcus asintió. — Sí. Ciertamente, sí. Somos un estorbo y para ellos sería tan fácil quitarnos de en medio como matar a un mosquito. No somos nadie, en su universo somos absolutamente insignificantes, si ni siquiera sabe casi nadie que estamos aquí... — Marcus. — Le detuvo, y ahora puso las dos manos en sus rodillas, porque estaba que daba botes de los nervios. — Entiendo tu miedo, créeme, yo también lo tendría. Una parte de mí lo tiene. Pero no les conviene haceros nada. Sí, en comparación con ellos, sois... no insignificantes, no, no es esa la palabra, pero sí tenéis muchísima menos influencia, eso te lo concedo. Pero mucha gente está al tanto de que estáis aquí y lo sabes. No sé cuál será la consideración de William Gallia en Inglaterra pero te garantizo que en el MACUSA es muy alta, el caso saltaría por los aires de saberse, y tú mismo has dicho que vienes de una familia influyente, y no solo por tu abuelo, un alquimista de renombre. Dudo que a los Horner les haga gracia que le toquen a uno de los suyos. ¿Te crees que las familias peligrosas no se tienen localizadas entre sí? Hacen pactos de paz no hablados para no desencadenar guerras que a ninguno interesa, créeme. — Marcus soltó aire por la nariz, mirando a otra parte. De verdad que quería creer que así fuera...

— ¿Y a Dylan? — Preguntó. Se encogió de hombros. — Todos sabemos que Dylan no quiere estar allí. — No van a hacerle daño a Dylan, Marcus. No les... — ¿Conviene? ¿Por qué le tienen? ¿Qué quieren de él? ¿Cómo sabemos que no ganan más con él muerto que con él vivo? — Marcus, no digas... — ¡Si de repente nos dicen que se ha tirado por la ventana no tendríamos ningún argumento para decir que le han tirado ellos! "Pobre niño, nunca estuvo bien, si ni siquiera hablaba, no nos dimos cuenta". — Se frotó la cara. No quería ni pensarlo... — Te estás dejando llevar por el pánico. Su propia hermana confía en que todo va a salir bien, y tu madre... — A mi madre le puede el orgullo. — Sentenció, casi rabioso. Conocía a su madre, y por tal de conseguir su objetivo... Al parecer, Frankie la conocía mejor, o estaba poniendo orden en una racionalidad de la que Marcus siempre había hecho gala y que ahora estaba totalmente invisible. — Tu madre es madre, por lo que he oído ni todo su orgullo tapa ese hecho. Y no correría el riesgo de que le hicieran daño a un niño solo por salirse con la suya. Es Horner, pero no de ese tipo de Horner. Eso lo sabes ¿verdad? — Marcus echó aire por la nariz y asintió. Sí, sí que lo sabía... pero es que le seguía pareciendo una locura.

— ¿Confías en tu madre? — Asintió. — ¿Y en Alice? — Tardó unos segundos más, pero asintió también. Hubo un leve silencio que necesitaba aclarar. — Confío en Alice, le confiaría mi vida, es solo que... ella no escuchó directamente las palabras del señor Penrose y creo que su desesperación por tener de vuelta a su hermano pueda estar jugándole una mala pasada. No estoy diciendo que sea una mala idea, solo que... quizás no sea una buena idea en el punto en el que estamos. — Nunca vas a estar en el punto de seguridad que quieres estar, Marcus. Y el tiempo puede jugar más en vuestra contra que a vuestro favor. — Le apretó un poco la rodilla con calidez. — Ve con ella. Sé que la vas a apoyar. — Con mi vida. Eso lo sabemos todos. — Pues hazlo. No vais a volver con ese niño hoy, Marcus, eso lo sabemos tanto tú como yo. Quizás ella albergue esperanzas, y para eso estarás tú, para ofrecer todo tu apoyo cuando tengáis que volveros de nuevo sin él. Pero habréis adelantado camino, seguro. Y si no... habréis descartado una vida. Sea como fuere, no tenéis nada que perder. —

 

ALICE

— ¿Estás nervioso? — Preguntó a su primo, que estaba apoyado en su puerta, mientras ella terminaba de ponerse los pendientes y peinarse. Para como lo había visto en Inglaterra, ahora parecía muy tranquilo. — Sí, pero… Bueno, la señora O’Donnell y tú me lo dejasteis bastante claro y… — Se mordió los labios y le echó una mirada desde abajo. — Lo que dijiste que dijo la señorita Guarini… ¿Crees que es verdad que mi padre me está buscando? — Ella se giró y le miró con pena. Aaron jamás hablaba de su padre, ni para bien ni para mal, y no quería partir una lanza ante un tipo que no conocía y que sus abuelos consideraron apto para formar parte de la familia, era la peor carta de presentación posible. — No creo que Nicole me mintiera. Lo que eso signifique ya… — Se acercó al chico. — Pero la que seguro que está preocupada es tu madre. Y de paso, yo. Necesito saber de Dylan, Aaron, no puedo más. — Él asintió. — Sí, sí… No te preocupes, que noticias, por lo menos, traeremos hoy. Con un poco de suerte, verle. — Ella le apretó el brazo y sonrió un poco. — Coraje, Ave de Trueno, que esta es nuestra oportunidad. La tuya y la mía. — Él rio un poco y asintió.

Su novio estaba muerto de miedo cuando bajó con Frankie y ella podía notarlo, así que trató de mantener la calma, por todas las veces que él la había mantenido por ella, y se despidió de Frankie y Maeve. — ¿Venís a cenar? — Espero, respondió mentalmente la pregunta de la mujer. — Sí, claro. Quizá volvemos antes. — Aaron, cariño… ¿Vas a quedarte con tu madre? — El chico puso cara de agobio y miró a Alice y a Marcus. — Lo… dudo. No me sentiría seguro allí. Pero necesito hablar con ella. — Aprovechó los consejos que Frankie y Maeve le estaban dando a su primo para acercarse a Marcus. — Mi amor, vamos a poder con esto. Es el momento. Antes era temerario y después puede que sea demasiado tarde. Lo hacemos por nuestro patito. Solo quiero sentir que estoy un paso más cerca de resolver esto. — Dejó un leve beso en sus labios y se dirigió a Aaron. — Tú nos apareces, McGrath. Nos dejamos guiar. — De otra cosa no, pero de cómo moverme sin que los Van Der Luyden se enteren, sé un rato. Vamos a por ello. —

Aquella calle estaba en absoluto silencio, las casas tenían jardines tan grandes que estaba alejadas de la calle principal, y aun así, Aaron miraba para todos los dados. — Revelio. — Susurró, lanzando el hechizo al aire. En vallas y postes, se revelaron muchas escuchadoras, pero debían parecerle dentro de lo normal. Ella, por su parte, iba agarrada de Marcus como si el suelo estuviera lleno de hechizos explosivos y si pisas donde no debes o más fuerte de lo que debes, explota. Dieron un par de giros, y ella ya se había perdido, porque aquel sitio enorme y lleno de setos le parecía todo igual, pero, al final, desembocaron en una puerta de forja que Aaron abrió con magia, soltando un suspiro de alivio. — No lo han cambiado. No deben contar con que vuelva por aquí. — Y les hizo pasar.

Era, sin exagerar, el jardín más grande que había visto en su vida, con el césped más verde, sin duda, árboles enormes y frondosos, ni una hoja fuera de su sitio e hileras de flores, todas preciosas y… demasiado perfectas. Todo era así. El blanco de la pared, el césped, las ventanas reluciendo al sol… Era como de mentira y le daba mal rollo cuando claramente el objetivo es que diera envidia de perfecto que era. Habían entrado por la parte de atrás de la casa, porque estaban mirando hacia el porche y el salón, no a la puerta principal. Aaron les guio hacia la puerta y la abrió lentamente. No lo suficiente, claramente, como para no asustar a la mujer que estaba dentro, que dio un salto y cogió la varita con rapidez hasta que reconoció al chico. — ¿Aaron? Aaron, hijo… — Y de la misma, tiró la varita y fue corriendo a abrazarle.

Lucy no paraba de llorar, dando besos al chico y mirándole permanentemente a la cara, para luego volverle a abrazar. — Estás bien, hijo, estás bien… ¡Oh, por Dios! No sabes qué miedo he pasado, hijo… Mi niño, mi niño está en casa… — Y volvía a llorar. — Estoy bien, mamá. Lo siento, lo siento de verdad, no podía escribirte, ya lo sabes. — Estaba muerta de miedo, no sabía si te iba a volver a ver, Aaron, mi niño… — Y entonces, pareció reparar en ellos, y cuando puso los ojos en ella, dio un salto y se separó del chico, con la mano frente a la boca. Sí, claramente la había reconocido. — Eres… Alice… — Verla llorar tanto le estaba dando una pena involuntaria, porque aquella mujer se parecía mucho a su madre, y se había propuesto tomarla con cautela, pero es que era demasiado parecida. — Por Dios, eres igual que mi hermana… Idéntica… — Se acercó con cautela hacia ella. — Alice… Nunca pensé que te vería aquí. — Se mordió el labio y la tomó de las manos. — No sabes cuántas veces he pensado en ti desde que Janet murió. La de veces que he pensado en escribirte, en ir a buscarte… — Subió la mano y le acarició la mejilla. — Y ahora estás aquí, y es como ver a mi Janet… — Un sollozo la cortó, aunque seguía sonriendo con ternura. — No sabes cuánto la echo de menos. — Alice asintió, y, con la voz un poco rota, dijo. — Ella también te echaba de menos. Mientras vivió, eras la única Van Der Luyden de la que hablaba. — Su tía se mordió los labios por dentro y bajó la mirada. — Mal, supongo. No puedo culparla. — Suspiró y miró a ambos lados frenéticamente, como había hecho Aaron en la calle. Ahí todo el mundo vivía con miedo. — Venga, pasad, pasad. — Se agachó y recogió la varita y, para su sorpresa, usó un hechizo silencioso para oscurecer las ventanas y cerrar todas las puertas. — ¿No está el servicio? — Preguntó Aaron. Lucy chistó. — Me tienen harta, les pido que estén aquí solo cuando está tu padre, el resto del tiempo solo sirven para volverme loca y espiarme. — En ese momento, pareció reparar en Marcus, y miró a Aaron, que en seguida subió las palmas de las manos. — No, no, mamá, es el novio de la prima. Se llama Marcus O’Donnell. — Su tía puso media sonrisa y le miró de arriba abajo. — ¿Has venido hasta aquí con ella? — Y asintió con aprobación. — Eso sí que es amor. Esto es la mismísima boca del lobo. —

 

MARCUS

Había respirado hondo varias veces y se había mentalizado todo lo posible, pero no podía evitar seguir pensando que aquello era una mala idea. Quizás, tal y como había intentado hacerle ver su tío, solo le estaba jugando una mala pasada el miedo. Era posible. El miedo o el odio hacia esa familia, porque de verdad que no le apetecía mirar a la cara a nadie. Lo de empezar por los padres de Aaron le parecería mejor idea si no tuviera una inquina particular hacia Lucy McGrath, de quien opinaba que había traicionado, vendido y abandonado a su hermana y dudaba que fuera a cambiar de opinión. Él cada vez que pensaba en que no iba a pasar el cumpleaños de su hermano junto a él sentía una opresión en el pecho; él se había ido junto a Alice a la otra punta del mundo a traer a su hermano de vuelta. Se creía en posición de poder juzgar que no le parecía, ni muchísimo menos, una buena hermana.

Ni el propio Aaron quería ir a casa de su madre. Mira que tenía disonancias con ese chico, pero por un momento se sintió tentado de hacer frente común para no ir. Pero miró entonces a su novia y... Era superior a él. No podía decirle que no, no podía no hacerlo si ella estaba tan determinada y, por supuesto, no iba a dejarla sola. Alice era valiente, mucho más que él, y solo mirarla le infundía valor. Hoy, si alguien podía permitirse temblar y venirse abajo, era ella, no él. Así que volvió a respirar hondo, pero claro, ella le captó rápidamente. Sonrió de lado y le dio con el índice en la nariz. — Se te está pegando de tu hermano lo de leer los ánimos. O del mío lo de leer la mente. — Dijo, un poco para hacer el ambiente más distendido, y respondió su beso. — Lo sé, mi amor. Y estamos juntos en esto. Si tú confías en que es el momento, yo también. — Le dijo tratando de esbozar una sonrisa tranquila. No estaba mintiéndola, realmente quería pensar así. Se mentalizaría muy fuertemente para pensar así.

Se dejaron aparecer por Aaron y, cuando llegaron, arqueó una ceja, mirando su entorno. La casa de su abuela Anastasia era ostentosa y, en cierto modo, artificial, pero aquello... Aquello le daba miles de vueltas en todos los sentidos, y ninguno de ellos era bueno. Aún estaba analizando con la mirada el entorno cuando Aaron lanzó un Revelio, y su ceja se alzó aún más al ver el resultado. Miró al chico. ¿Así vivía? De verdad que le estaban dando ganas de decirle: "tranquilo, te vuelves a Inglaterra con nosotros, tú aquí no vuelves". Aferró a Alice porque notó el miedo de ella mientras se agarraba a él, y no era para menos. Había llegado el momento de ponerse la coraza Emma Horner por delante. Ya se derrumbaría en casa de nuevo si lo necesitaba. Ya estaban allí y no podía flaquear.

Se iba tensando conforme avanzaban. Iban a meterse directamente en la casa y Marcus, por un momento, estuvo tentado de pararse en seco, parapetando a Alice, y decir: "no damos un paso más, nos vamos de aquí", porque aquello no le daba ninguna confianza. Pero Aaron iba muy confiado (no en balde era su casa y donde se había criado, aunque se notaba que lo odiaba y no estaba nada seguro), pero era probablemente la vez que más determinado le había visto desde que le conocía. Miró a Alice. Estaba asustada, pero se le notaba en los ojos que deseaba ver a su hermano. Tenía que continuar, no había opción de retirarse.

Entre otras cosas porque ya estaban dentro y habían sido vistos por una mujer que se sobresaltó y le hizo tensarse... Sobre todo cuando pudo verle la cara. El corazón le dio un vuelco y los ojos se le abrieron ligeramente sin poderlo evitar. Era casi idéntica a Janet, se parecía muchísimo, y en lo que él procesaba el parecido, la mujer se deshizo en lágrimas y se lanzó a abrazar a su hijo. Y, pasado el shock inicial... frunció el ceño y su expresión se tornó puramente Horner, mucho menos sutil que la de su madre y más despreciativa. Esa mujer era la culpable de todo lo que a Janet le ocurrió después. Estaba muy lejos de sentir ningún tipo de aprecio ni empatía hacia ella.

De ahí que se mantuviera como esculpido en piedra mientras ella lloraba por haber recuperado a su hijo, el cual no parecía tan derretido por el reencuentro, más bien incómodo. Y entonces vio a Alice, y de verdad que le dieron ganas de ponerse delante y taparla, pero se contuvo. Estaba estático y mirando a la mujer casi desde arriba (lo cual era físicamente viable, era bastante más alto que ella). Se le acercó con cautela y más intensificó Marcus su defensa, con los músculos tensos. Aaron había desaparecido para él, cualquier cosa que nos fueran los movimientos de Lucy McGrath, como si fuera un depredador del que defenderse, y Alice, como si fuera un cachorro al que defender. Y él pensaba saltar al cuello si hacía falta. Todo el miedo que traía se había transformado en hostilidad. Tener a esa gente cerca había despertado su instinto protector a la máxima potencia, además de su odio.

Que era igual que su hermana, ya. ¿La hermana a la que traicionaste, quieres decir? Al menos por su boca no estaba saliendo lo que pensaba, pero por sus ojos sí, desde luego. Ah, pero que resultaba que "había pensado mucho en ella". Por Dios... Y él pensando que Aaron era victimista, desde luego tenía a quién salir, esa mujer iba a hacerle hasta bueno en ese sentido. Apretó los dientes, porque no se estaba creyendo ni media palabra de aquel teatro, al contrario, le generaba más y más rechazo a cada palabra que decía. Pero Alice estaba muy baja de defensas, y le estaba notando el quiebre en la voz y oyendo sus palabras. Otro de los motivos por los que no quería ir. No quería que la manipularan y se la llevaran a su terreno. No, no, esa gente era peligrosa y no lo pensaba consentir.

El gesto de silenciarlo y oscurecerlo todo le hizo mirar a su entorno sin ningún disimulo, y luego a ella con mirada cuestionadora y la mandíbula cada vez más tensa. Y entonces pareció verle, y Marcus no hizo sino alzar la barbilla, con frialdad en su mirada. Fue Aaron quien le presentó. — Así es. — Dijo sin temblar a su afirmación. Porque ni iba a achantarse ni iba a dejarse conquistar por las palabras bonitas de una mujer que pretendía ser víctima siendo verdugo. — Por amor se hace lo que se debe, por peligroso que sea. — La mujer miró a su hijo de reojo y este le devolvió la mirada, pero por una vez, ni le contradijo ni le devolvió un ataque. Marcus volvió a mirar a su alrededor. — Y estaría más cómodo con la presencia de luz natural, si fuera posible. — La mujer le miró con ojos temblorosos y ahí fue Aaron quien, con prudencia, se acercó a él. — Marcus... este lugar es peligroso. — Concuerdo. — Respondió, sin despegar los ojos de Lucy. Aaron suspiró levemente. — Marcus... — Pidió, bajando la voz, y él detectó el tono de súplica y le miró. — Por favor. Confía en mí, os sacaré de aquí si veo que esto no es seguro. Confía en ella. — Marcus volvió a arquear una ceja y a mirarla. — ¿Debería? — Preguntó. Puede que no le estuviera allanando el camino a su novia para nada, pero no iba a consentir un atropello. Aaron fue a hablar de nuevo, pero Lucy le interrumpió. — No, hijo... Lo entiendo. Lo entiendo. — Repitió, con voz musitada. Se llevó una mano a la mejilla para limpiarse una lágrima y miró a Alice. — Por favor, dejadme explicarme. Hablemos. Por favor, no puedo ofreceros otra cosa. —

 

ALICE

Si Marcus se llega a poner más tenso, se rompe. Ella tampoco estaba ni a gusto ni contenta ahí, y estaba en un momento de su vida en el que se sentía en territorio enemigo y crispada permanentemente. Pero no podía olvidar lo que todo el mundo le había dicho de Lucy McGrath: que era una mujer que vivía asustada, que había crecido con miedo, y así había dejado que le diseñaran la vida. Y sí, sabía lo que Marcus veía: la mujer que traicionó a su madre, pero no podía evitar ver también a esa niña de la foto de Shannon, con una sonrisa que claramente le estaba doliendo poner, en una casa sin alma, que claramente no le gustaba, sola, penando por tener aunque fuera una parcela de libertad. Y claro, Marcus sacando pecho, que bien podía hacerlo, pero el objetivo era ponerse a bien con Lucy, no ponerla en guardia.

Claro, que la mejor manera de tranquilizar a su novio no era oscureciendo las ventanas y cerrando todo, y ahora mismo se sentía en medio de un fuego cruzado entre Lucy y Marcus. Afortunadamente, por primera vez, Aaron estaba sirviendo de algo y trató de poner orden, o al menos de calmar a Marcus, porque Lucy se limitaba a llorar. Sí, básicamente eso es todo lo que había hecho aquella mujer en su vida, llorar, asumir lo que le quisieran echar encima, y ni siquiera pelear por sí misma. Pero cogió la mano de Marcus, apretándola con cariño, y con la otra la varita. — No pasa nada, mi amor. Vamos a escuchar lo que tenga que decir, y luego le contamos a qué hemos venido. — Así abría el espacio a que Lucy se explicara, pero dejaba claro que no habían ido para eso. Se sentaron en los enormes y pomposos sofás, rectos como un palo, y Alice se sentía hasta tiritar, aunque no hacía ningún frío, y, durante unos segundos, nadie habló y se formo una calma tensa muy incómoda.

— Tu madre te contó que yo la había delatado ¿verdad? — Alice levantó la mirada. Lo estaba diciendo como muy tranquila, pero ella siempre creería en la versión de su madre. — Solo podías ser tú. Tú la viste con mi padre en el MACUSA. — Lucy asintió. — Sí, fui yo. Pero no sabía que estaba embarazada, te lo juro. Ni siquiera sabía… que la cosa con tu padre iba a salir bien. — Tomó aire y continuó. — Mira, tu madre era una niña encantadora, pero solitaria. Estaba en su mundo, tenía sus propias ideas, y no encajaba en este mundo para nada. Yo tampoco, ya me ves, teniendo que pedirle al servicio que me deje en paz para hacer mi propia comida, pero yo siempre he sabido plegarme y callarme. Ella no. Pero había dos factores que la protegían: el susto que se habían llevado con ella cuando era un bebé y se puso enferma, que siempre les tuvo cogiéndola con algodones por si acaso, y que era la absoluta favorita de la tía Bethany desde que nació. Y la tía Bethany era más rica que todos nosotros, porque tenía la herencia de su difunto esposo y no tenía hijos. Mi madre quería que todo ese dinero fuera para Teddy, que se quedara en el apellido Van Der Luyden, y casarnos a nosotras con quien a ella le parecía y ya está. Y por eso odiaba tanto a tu madre, porque veía que no tenía ninguna intención de casarse, quería trabajar y encima tenía todos los visos de que iba a quedarse con el dinero de la tía Bethany cuando muriera, porque la iba a nombrar a ella heredera. — Su madre, heredera de nada, no le entraba en la cabeza, la verdad. Bueno, es que no le entraba que se hubiera educado allí. — De hecho, no le prohibió a tu madre trabajar en el MACUSA porque la tía Bethany dijo que por supuesto que lo haría y no quería enfadarla. La noche que la echaron de casa, mi madre le dijo que, si no renunciaba a tu padre, dejaría de ser una Van Der Luyden, y tu madre ni se lo pensó. Y efectivamente, dejó de serlo, y, por lo tanto, dejó de ser la heredera de la tía Bethany y pudieron quedarse el dinero para Teddy. — Nunca se lo habría planteado, la verdad.

Se frotó los ojos. — O sea… Realmente lo de mi padre no fue ni tan importante. Lo único que querían era echar a mi madre para que vuestro hermano se llevara el dinero. Ni el amor, ni el nombre, ni las decisiones… Todo eso no tuvo lugar. Solo estaban buscando una excusa para echarla. — Lucy tragó saliva mientras miraba a la nada, nerviosa, y Aaron suspiró. — Yo no sabía nada de esto… Pero vamos, con ellos todo suele reducirse a dinero, sí… — Pero ¿de verdad? — Preguntó ofendida, aunque el argumento fuera un poco circular. — Si les sobra el dinero. La gente vive con muchísimo menos que los Van Der Luyden. — La tía Bethany tenía mucho más dinero que nosotros. Y ahora es suyo. O lo será cuando terminen de arreglar los papeles. Tu madre y yo nunca contamos para nada para ellos, y cuando a mí me casaron con una marioneta suya y a tu madre la borraron de la familia, se les quedó el camino abierto. — Alice negó con la cabeza. — Todas las amenazas, la tristeza, el fantasma que toda la vida persiguió a mi madre… ¿Todo era por una cochina herencia? — Y entonces miró a Lucy y lo vio en sus ojos. No lo apoyaba, pero lo entendía. Había vivido en esa espiral de dinero y ambición desde pequeña, y aunque ella no lo haría, no le sorprendía. Y entonces todas las veces en que su madre trató de hacerles entender que tener más no te hacía más feliz, que una familia sana y feliz, que se quiere, era muchísimo más importante, se agolparon en su cabeza. — Sí, tu madre siempre supo lo que era importante. Por eso nunca pudieron derrotarla. — Dijo Aaron, al que claramente le habían llegado vibraciones de sus intensos recuerdos. — No, sí que la derrotaron. — Dijo con los ojos anegados en lágrimas. — Mi madre pasó toda la vida temiéndoles, coartándose, pensando que cuando vienen… — Vienen a por lo que tú más quieres. — Completó Lucy. — Nos lo han enseñado desde bien pequeñas. Pero la única persona a la que he querido tanto es Aaron, y puedo confirmar que han ido a por él sin piedad… — Alice resopló y se frotó la cara. Aquello era demasiado.

Su tía empezó a retorcerse las manos, exactamente como hacía ella, y otra vez le dio esa sensación tan rara de encontrar familiaridad en alguien que no había visto en la vida. — Todo esto te lo he contado para que entiendas la visión que teníamos de tu madre. Era una chica que nunca había tenido entorno social, no hablemos de novio… Y que iba a tener mucho mucho dinero algún día. — Pues desde luego no lo quiso nunca. Ni contaba con ello, vaya. — No pudo evitar decir, un poco a la defensiva, pero es que ya no podía controlarse. — Lo sé. Pero en ese momento, para mí, era mi hermana pequeña, de diecinueve años, y entonces aquel día vi a tu padre, todo encantador, tan rubio, tan risueño, mucho más mayor que ella, que claramente había vivido más cosas en la vida… Y dije, mi hermana está perdida, porque le miraba como si fuera un dios. Y claro, Michael y yo empezamos a preguntar por él y nos dijeron que era… bueno… un genio, claro, pero que vuestra familia, los Gallia… no eran… — No somos ni ricos ni importantes, si es lo que quieres decir. No me avergüenza. — No, claro que no. Pero sí, eso nos dijeron. Y bueno, yo quise esperar a ver qué pasaba, pero entonces tu padre se fue a Inglaterra otra vez, y pasaron dos meses, y tu madre seguía sin decirnos nada… — Lucy suspiró y se frotó la frente. — Pensé que la habían engañado, que se habían aprovechado de ella… Yo solo quería ayudarla. Pero mi madre lo aprovechó como tantas otras cosas en la vida. Es experta. — Se tapó la cara con las manos. — Fui una idiota, pero en fin, es que yo tenía veinte años, y tampoco había vivido nada y tenía miedo, siempre lo he tenido. No pude ni pedirle perdón. No sabes lo que hubiera dado por verla otra vez. — Alice la miró y dijo, con la voz entrecortada, porque ya estaba siendo demasiado para ella. — Pues aún puedes ayudarnos. Puedes ayudarme a luchar por lo que ella más quería en el mundo, que era su familia, la de verdad. — Y sí, eso iba con tirito, pero estaba cansada de melindres.

 

MARCUS

Que se explicara cuanto quisiera, que para él no iba a haber excusa posible. Mucho tenía que darse la vuelta la historia para que él cambiara su opinión sobre Lucy McGrath, y algo le decía que no iba a ocurrir. Alice apretó su mano y por un momento casi se siente culpable porque ella tuviera que estar pendiente de él... pero es que no podía dejar de mirar a Lucy con odio. — Está bien. — Fue lo único que dijo, sin apartar la mirada de la mujer. Sabía que Alice no necesitaba su ratificación en voz alta, pero quería dejar verbalmente patente que, efectivamente y tal y como decía su novia, ya les tocaría a ellos el turno de decir a qué habían venido.

No empezaba bien. Juraba por la memoria de Janet si hacía falta que, a la primera que detectara un intento de su hermana de falsear la realidad o decir algo en contra de ella, cortaba la conversación en el acto. No iba a escuchar ni la más mínima sandez. Sin perturbar su expresión ni rebajar la tensión ni un ápice, escuchó toda la versión. Y, sinceramente, le pareció la historia de "porqué le tenía envidia a Janet, vi la ocasión perfecta para vengarme y se me fue de las manos y ahora me arrepiento". Lo dicho, no le convencía.

Estuvo muy tentado de interrumpir varias veces, pero se contuvo. A lo que sí se enganchó fue al relato sobre la tal tía Bethany, a la cual había oído ya en demasiadas ocasiones en los últimos días. Hermes le había dicho que había demasiadas teclas que tocar, pero que esa podría ser una buena de entrada. ¿Y si era la correcta? Miró levemente a su alrededor mientras seguía escuchando el relato épico de la hermana desvalida del que no se estaba creyendo ni media sílaba. Aquella gente vivía por y para el dinero, en ese aspecto eran mucho peores que los Horner y había visto a su primo Percival, el cual en aquel sitio se quedaría en pañales, frotarse las manos ante la perspectiva de la herencia que dejaría Anastasia. La hipótesis de que la señora Bethany tuviera algo que ver en todo aquel asunto cobraba cada vez más sentido. Pero seguían quedándole lagunas en la cabeza que rellenar en todo aquel embrollo.

Tal y como acababa de resumir Alice, Janet estaba fuera de esa casa prácticamente desde que nació, solo necesitaban la excusa adecuada. Excusa que Lucy entregó a sus padres en bandeja de plata. Dentro de todo lo malo ocurrido, al menos tendrían que agradecer, al parecer, los motivos por los que fue echada, porque de no haberse ido con William y con la Alice que estaba por nacer, se habría visto sola y en la calle más pronto que tarde. La pregunta ofendida de su novia le hizo soltar una desdeñosa carcajada de garganta, con los labios cerrados, para enfatizar lo ridículo que a ambos les parecía todo aquello. Por fuera estaba llevando la fachada del desprecio que sentía hacia esas personas... pero por dentro se lo comía la rabia. De verdad que se alegraba de que William no estuviera allí. No sería capaz de escuchar esas cosas sobre su mujer sin reventar todo aquel esperpéntico lugar a hechizos.

Quien dice su mujer, dice su madre, como era el caso de Alice, que empezaba a venirse abajo. Se acercó a ella y rodeó sus hombros con sus brazos. — Pero fue valiente. La persona más valiente que hemos conocido, siempre lo decimos. — Dijo, orgulloso y con un toque mordaz. Volvió a mirar a Lucy con superioridad. — Eso te hacen creer, sí, que van a por lo que más quieres... Se lo hicieron a usted, por lo que veo. — Dijo cuando ella alegó lo de Aaron. Pero no se iba a quedar ahí. — A pesar de facilitarles lo de borrar a su hermana de la familia. — Arqueó ambas cejas, irónico. — Parece que también estaba firmado ese destino, iban a atacarla igualmente. Lástima que al menos no pueda decir que haya sido por negarse a participar en una causa injusta. — Aaron echó aire por la nariz, y vio cómo Lucy volvía a lucir ofensa y tristeza en sus ojos, y que quería responder. Pero su propio hijo la detuvo y ella retomó la conversación por donde la llevaba.

Conversación que, a sus oídos, seguía siendo un cutre intento por justificar lo hecho en base a una supuesta personalidad de Janet que no era la que ellos habían conocido. Prefería no pensar que la intención era culpar a la víctima o los esfuerzos que estaba haciendo por contener la lengua se le iban a ir al traste. Ah, pero aún no había terminado. Eso sí que no lo pudo contener. — ¿Y no le dijeron que se trataba de uno de los mejores creadores de hechizos de su generación? — Preguntó incisivo, porque, encima, reconoció abiertamente haber investigado a William. Como si el peligro fuera él y no ellos mismos. — ¿No le dijeron para qué estaba contratado en el MACUSA? No estaba precisamente de vacaciones... — A más cosas hubiéramos sabido de él en ese sentido, más hubiéramos temido que manipulara a mi hermana. — Precisó Lucy, tratando de excusarse, y Marcus abrió la boca, pero la volvió a cerrar y retiró la mirada. Mejor me callo, pensó. Pero podía alegar muchas cosas a eso y ninguna era buena.

Y vuelta a los lamentos. Alice le dijo claramente que, si tan arrepentida estaba, que les ayudara, pero Marcus conocía a su novia y le estaba escuchando el tono muy rebajado. Y quizás no fuera de ayuda ponerse tan duro, pero no pensaba permitir que esa mujer manipulara a Alice y ablandara sus sentimientos. — ¿Marcus? — Preguntó con prudencia Aaron. Le miró y el otro devolvió una intensa mirada antes de preguntar. — Antes de que mi prima... bueno, explique todo, ¿hay algo que quieras... saber, preguntar...? — Sí, debía estar llegándole todo el hervidero que era su cabeza ahora mismo, y estaba claro que su idea era que Marcus lo soltara todo, se quedara desahogado y pudieran empezar de cero como si nada, pidiendo favores. No iba a ser tan sencillo. — Perdón, aún estoy procesando todo lo oído. Trato de imaginar a una Janet que, cito textualmente, "no encajaba en el mundo para nada". — Dijo haciendo unas hirientes comillas con los dedos en el aire. — En el nuestro encajaba divinamente. — Aaron se mojó los labios y agachó la cabeza. Lo siento pero no me voy a callar ciertas cosas. Poco estoy hablando.

— Estos años han sido una condena para mí, aunque imagino que para vosotros no es consuelo. — Dijo Lucy, con la voz entrecortada y los ojos llenos de lágrimas. — Cuando me enteré... cuando supe... — Tragó saliva, y antes de hablar, Marcus atajó con unas palabras que jamás pensó que saldrían de su boca en aquel tono. — ¿Que Janet había muerto? — Se notó todos los ojos encima. Se cruzó de brazos. — Yo tampoco estaba presente, ni estaba con Alice. Estaba en Hogwarts. Desde que Janet murió hasta que volví a ver a Alice pasaron veinticuatro horas. Desde la última vez que vi a Janet, un veinticinco de diciembre, y el día de su muerte, cinco meses y dos días. — Arqueó una ceja. — ¿Sorprendida de que lleve tan bien la cuenta? No hay un solo día de mi vida que no lo recuerde. Que no me arrepienta de no haber estado allí en ese momento, y por si no ha hecho los cálculos, yo aún no tenía ni catorce años. Estaba en tercero de Hogwarts y Alice ahora es mi novia, pero por aquel entonces solo éramos amigos. Ni era mi familia directa, ni yo era un adulto ni, por si no lo sabe, uno puede aparecerse en los terrenos de Hogwarts o hacia fuera de este. Y, aun así, moví cielo y tierra por tardar veinticuatro horas en ver a mi amiga de nuevo. ¿No podía usted aparecerse en el funeral de su hermana? Digo más, ¿no pudo usted aparecerse en Inglaterra ni un solo día, aunque fuera durante diez minutos, para verla, si tanto la echaba de menos? ¿Para conocer a sus sobrinos? ¿Sabe cómo hemos llegado dos chicos de dieciocho años "no tan ricos ni importantes" a Nueva York? Apareciéndonos, como cualquier otro mago. ¿Sabe cómo llegó su hermana a Inglaterra? En barco. Y le puedo asegurar que hay mil formas más de hacerlo... — He tenido que silenciar mi propia casa para poder hablar con vosotros. — Respondió Lucy a la defensiva, pero con la voz entrecortada por el llanto. Marcus apretó la mandíbula. — No va a convencerme de que no ha tenido en todos estos años ningún medio para acercarse a su familia. Lo único que puedo pensar es que no era tal la consideración que les tenía. — Se generó un tenso silencio.

— Marcus... No puedes entender... — ¿No puedo? — Interrumpió, con un tono deliberadamente interrogante pero muy tranquilo. — ¿No puedo entender lo que es ser joven y estar asustado? Yo diría que sí. Dylan ni siquiera es mi hermano de sangre y aquí estoy, a miles de kilómetros de mi casa, rodeado de gente desconocida en un entorno que hasta vosotros definís de tremendamente hostil. Y, es cierto, no tengo veinte años... tengo dieciocho. — Arqueó una ceja. — Creo que sí que puedo entender lo que es ser joven y estar asustado. Y jamás, bajo ningún concepto, le haría al hermano un año menor que yo que, de hecho, tengo, algo así. Fíjese, señora McGrath, nuestras situaciones son bastante parecidas. Insisto, jamás lo haría. Y también me he visto en tesituras complicadas que, antes de que me pregunte, no vienen al caso. No lo haría. — No pensaba dejar de afirmarlo tajantemente. Dicho eso, echó aire por la nariz y se recolocó un poco por detrás de Alice, pasando un brazo por su hombro. — No se ofenda, señora McGrath, pero no hemos venido aquí a escuchar una justificación que, como verá, no tenemos pensado creer, sino a pedirle colaboración. No nos diga que está arrepentida. Demuéstrenoslo. —

 

ALICE

Su novio estaba sospechosamente callado. Peligrosamente, diría ella, porque cuando Marcus callaba mucho es que estaba demasiado ocupado en pensar, y, si le conocía de algo, estaba pensando en todas las cosas malas posibles y que le ofendían en la versión de Lucy. Y sí, ella se ablandaba al ver a una persona cobarde y asustada, claro, pero no, por supuesto que no olvidaba que fue ella la que les dio a los Van Der Luyden la herramienta para la tortura de su madre. Su pobre madre, que siempre creyó que había traído la desgracia sobre sí misma por hacer las cosas mal, por enamorarse de su superior mayor y quedarse embarazada, cuando la verdad era que sus propios padres simplemente estaban atentos al momento en el que ella metiera la pata.

Se apoyó sobre Marcus cuando la rodeó, conteniendo las lágrimas y asintiendo. Sí, la única valiente de esa familia, visto lo visto. Claro, que su novio estaba allí para algo más que para consolarla a ella. Marcus adoraba a su madre, y siempre la había defendido de cualquier acusación, y él no se dejaba ablandar fácilmente con casi nada, menos con la gente que él tenía muy claro que había hecho daño a Janet. Pero no podía rebatirle nada. Sí, Lucy había seguido sus designios y… allí estaba, sufriendo, así que…

Por supuesto, ya tenía que salir la férrea defensa de su padre, de la que Lucy también supo defenderse, y así podían estar todo el día. Intentó decir algo, pero entonces Marcus empezó a hablar de cuando su madre murió. Eran unos días de su vida que nunca olvidaría, y, a la vez, estaban borrosos, tenían grandes lagunas de tiempo, que Marcus resumió con unas cuentas muy bien hechas. — Aquellos días… le pregunté por vosotros por primera vez. Directamente. — Levantó los ojos, anegados en lágrimas hacia Lucy. — ¿Y sabes qué me dijo? Que tuvo la vida que quiso sin vosotros. Que no os quería volver a ver nunca, ni vuestra ayuda. — Miró a Marcus. — Ni ellos vinieron nunca, ni ella habría querido que vinieran. Esto tendría que haberse quedado así, levantar la polvareda ahora no sirve de nada. — Y echarle las cosas en cara a Lucy tampoco, no conseguían nada. Solo ponérsela en contra, en todo caso.

Miró a Lucy y suspiró. — Tiene razón, no puedo decir otra cosa. Yo quiero intentar entenderte, Lucy, de verdad que quiero, porque sé que mi madre te quería a pesar de todo, pero Marcus tiene razón. Hemos cruzado el océano, nos estamos arriesgando, y no es para perdonarte. Quizá mi madre ya lo hizo en vida, aunque no pudiera decírtelo. Ahora la que tiene que perdonarse y vivir con ello eres tú. Y por lo que le ha pasado a tu hijo, también. — Lucy miró al chico con los ojos anegados en lágrimas y le agarró la mano. — Yo solo quiero que sea feliz, aunque no entienda… — Pues entiéndelo. — Porque ya se imaginaba lo que iba a decir. — O no lo entiendas, simplemente acéptalo. Igual nunca has conocido el amor, pero te aseguro que es algo que no escoges. Él no escoge a quién ama, y nadie debería maltratarle por ello. Y la legeremancia es una condición, no una herramienta que nadie deba usar, y menos en beneficio de otros y en detrimento de uno mismo. — Miró a su primo y cogió aire. — Y dicho eso, se acabó la fiesta de los reproches, y lo que tengáis que arreglar entre vosotros, será en otro momento. Ahora tengo algo que pedirte, y, como ha dicho Marcus, si realmente estás arrepentida, nos ayudarás. —

Se reasentó en el sofá, pero Lucy empezó a hablar antes de que ella se organizara el discurso mental. — Supongo que has venido… por Dylan. — Alice dio un bote en el asiento. — ¿Lo has visto? — Pues claro, cariño, viven a doscientos metros de aquí, y mi madre me llamó a los pocos días de que llegara para que hablara con él... porque se negaba a hablar. Mi niño… Cuando sepa que estás aquí… va a ser como regar una plantita que está mustia de seca. — Un nudo muy fuerte se instaló en la garganta de Alice. Aquella mujer se parecía DEMASIADO a su madre. Era como estar hablando con ella. — Solo quiero recuperarlo. — Contestó ella, quebrada. Lucy asintió, triste. — Te aseguro que él confía al cien por cien en que lo vas a hacer… ¿Por eso has vuelto? — Preguntó mirando a Aaron. Él asintió. — Me la estoy jugando mucho, desde luego, pero no podía permitir que Dylan se quedara aquí con ellos… Necesitan mi ayuda, mamá… Nuestra ayuda. — La mujer le miró con una profunda ternura y admiración. — Eres mucho más valiente que tus padres, Aaron, mi vida. — Luego la miró a ella de vuelta. — Pero no sé cómo quieres que os ayude, yo… — Yo sí lo sé. — Cortó. Se había venido arriba con los datos sobre su hermano. Ahora que sabía que estaba bien y que la esperaba, solo podía contar los minutos hasta que volviera a verle por lo menos, hacerle saber que habían llegado, que estaban luchando por él. — Necesito tres cosas de ti. Las dos primeras son peticiones, y la tercera una pregunta. — Lucy asintió, y se quedó mirándola, concentrada. — La primera es que tienes que convencer a tu marido de declarar contra la familia. — Levantó la mano. — Antes de que me digas que no… tenemos gente que tiene cosas contra ellos. Pero solo declararán si alguien de dentro se revuelve también. Y, por lo que me han dicho, tu hermano no lo va a hacer. — No, eso seguro. — Lucy, no les debes nada. — La mujer rio sarcásticamente. — Desde luego que no. ¿No os enteráis de que tenemos miedo? Michael y yo. — Sé que tu marido ha estado en el MACUSA haciendo por buscar a Aaron. Que te quiere, aunque no sea en el sentido del amor, que estáis hartos de que os den de lado… O lo hacéis ahora o no lo haréis nunca. — Lucy suspiró y dejó caer los ojos. — No puedo prometerte nada… Solo que lo intentaré. — Por nosotros, mamá. Los tres. No solo por los primos. — Aportó Aaron, mientras Lucy le agarraba más fuerte aún. — Por todo lo que me han hecho sufrir, por favor, a mí y a tu hermana, y ahora a tus sobrinos. Da el paso por primera vez. — Lucy asintió y tragó saliva. — ¿Y las otras dos? — La segunda es que, a ser posible ahora, me lleves a esa casa a doscientos metros de aquí y me ayudes a convencer a tus padres de que me dejen ver a Dylan. Solo un rato, solo para ver que está bien… — La cara de la mujer lo decía todo. — ¿Tú estás segura de que quieres que sepan que estás aquí? Lo más probable es que no te dejen… — Me da igual. Lo voy a intentar. Se acabó el terror. Alguien tiene que hacer algo, y ese alguien voy a ser yo, y voy a intentarlo todo por ver a mi hermano. — Lucy se tapó la cara con las manos. — ¿Y la pregunta? — ¿Por qué crees que se han llevado a mi hermano? Me niego a creer que es solo por maldad… Tu familia no da puntada sin hilo… Por favor, Lucy, piensa, si no sé por qué se lo han llevado, no sé cómo recuperarlo. —

 

MARCUS

Alice lo estaba dejando bien clarito. Y sí, efectivamente Janet no les quería por allí, pero si la conocía de algo, a ella y a su familia, de haber aparecido Lucy por allí, la habría perdonado y habría sido acogida en la familia. No lo hizo, perdió la oportunidad, y ya era tarde para recuperarla. Era lo que esperaba que le quedara claro. Y si bien su novia le estaba dando la razón (y porque se estaba callando muchísimas cosas que sí estaba pensando...) pidió que dejara de removerse todo el dolor de aquellos años, así que decidió callar. Pero por ella, por Alice, porque así lo había solicitado como el medio más útil para acceder de una vez por todas a Dylan. No por Lucy.

Aún podía la mujer echarse más tierra en su propio tejado: diciendo que quería a su hijo "a pesar de". Alice le cortó el discurso rápido, y Marcus miró a Aaron, quien le devolvió una mirada de soslayo. Marcus desvió lentamente la suya... pero esperó haber dejado la estela de su mensaje claro. Ya no tenía nada contra Aaron, desde luego, no después de lo que estaba viendo. Que se fuera a Inglaterra o donde quisiera y no pisara más aquella zona. Era lo mejor que podría pasarle en la vida, su tía Janet era buen ejemplo de ello. Y Marcus le apoyaría ciegamente si decidiera hacerlo.

Alice se puso rápidamente en guardia en cuanto sospechó que Lucy podría haber visto a Dylan. Marcus se mantuvo igual de tenso y sin dejar de mirar a la mujer. No iba a consentir medias tintas, mensajes velados o chantajes, estaba muy a la defensiva y lo sabía, pero por algo hasta esa misma familia había asegurado estar en territorio hostil, desde Aaron inhabilitando escuchadoras hasta Lucy ensombreciendo el salón. El corazón empezó a latirle con violencia de escucharla hablar de Dylan, porque le estaba sintiendo más cerca que nunca en el último mes. Solo escuchó las palabras que le interesaban: a doscientos metros de allí, para que hablara con él, no quería hablar. Los latidos le golpeaban en las sienes y estuvo muy tentado de agarrar la mano de Alice y salir corriendo hacia allí y entrar a lo loco para llevárselo... Pero ni él era así, ni era esa la estrategia. Pero vamos, de ser Lex, clarísimamente sería lo que estaba haciendo... Pensaba muchísimo en su hermano desde que estuviera en Nueva York...

Alice pareció volver a la vida con esa información, al contrario que Marcus, que ahora estaba muchísimo más tenso y nervioso, y deseoso de pasar a la acción. Decidió escuchar a su novia en silencio mientras trataba de relajar los latidos y los músculos, y tratando de recuperar la atención extrema que tenía antes por si algo se salía de su sitio, seguía sin fiarse de nada que pudiera ocurrir en aquel lugar. El discurso de Alice con su primera petición habría hecho a Emma sentir muy orgullosa, y desde luego que había ayudado bastante a Marcus a venirse arriba otra vez. Ya estaba de nuevo con la barbilla alzada y la mirada altanera. No, Lucy no estaba en posición de decir que no, porque por primera vez desde que le conoció, Marcus tenía ahora bastante claro que era más probable que Aaron se pusiera de su lado que del lado de su familia, viendo lo que estaban viendo sus ojos. Pero, por supuesto, la mujer "no podía prometerles nada". — Creo recordar que tenía un gran arrepentimiento que demostrar por lo ocurrido con su hermana. — No podía dejar de escupir veneno. — Tiene usted muy reciente el sufrimiento por no saber qué estaba ocurriendo con su hijo como para no hacer lo posible por que Dylan vuelva con su familia. ¿O cómo cree que están Alice y su padre? — Lucy apenas le miraba con los ojos entornados y temblorosos. ¿De verdad le tenía el más mínimo miedo? ¿A él? ¿Quién se creía que era? No tenía el peligro que tenían los Van Der Luyden, solo tenía mucha rabia y muchos argumentos. Esa mujer vivía asustada por absolutamente todo, ni siquiera intentaba defenderse.

Y la segunda propuesta era clara: se iban a ver a Dylan. Con la ayuda de Lucy o sin ella. Volvió a dejar escapar una carcajada sarcástica y a negar, con la mirada perdida, mientras las mujeres debatían. — Sabe tan bien como nosotros que los Van Der Luyden ya saben que estamos aquí, señora McGrath. — Arqueó las cejas con levedad y hastío. — Vamos a ir independientemente de que nos acompañe. Por si no quiere, una vez más, verse involucrada en contradecir a los suyos... — Y aún quedaba la pregunta, tras la cual, se generó un silencio que cada vez era más tenso. Todos miraban a la mujer, que temblaba más y más cada vez, pasando los ojos por todos los presentes. — No... No lo sé. De verdad que no lo sé. — Mamá, por favor. — ¡Aaron! ¿Crees que iba a callarme si lo supiera? — Sí. — Dijo Marcus, y la mujer le miró con un poco más de rabia que en las veces anteriores. — Honestamente, no cuenta usted con muy buen historial... — Entiendo que quieras defender a Alice, Marcus, y a Dylan. Y de verdad que te honra, pero yo no soy el enemigo. No como tú piensas. — Permítame que dude las tres premisas que acaba de decir. — Contestó con frialdad. — Los Van Der Luyden han alegado que los Gallia no son aptos para cuidar de Dylan y que por eso se lo llevan. ¿Pretende que nos creamos que el motivo real es ese? — Oh, por supuesto que no... — ¿Cuál es, entonces? — La mujer rio con amargura. — Claramente no es ese, pero desconozco cuál es. ¿De verdad pensáis que me lo van a decir a mí? — Miró a él y a Alice y alzó los brazos. — ¡Adelante! ¡Seguid juzgándome, podéis hacerlo! — Dijo entre lágrimas. De verdad que no soportaba semejante victimismo... — ¡Ya habéis visto todo lo que soy y lo que puedo ofrecer! ¿Qué puedo deciros? — Sorbió, limpiándose las lágrimas. — Siempre han vivido haciendo y deshaciendo a su antojo con todo el mundo. Habían borrado a Janet y a sus hijos del mapa, ni se les mencionaba... Y, de repente, desde hacía dos años, empezaron a hablar de traer a Dylan. No a Alice, a Dylan. Pero si creéis que me hicieron partícipe de algo en algún momento estáis muy equivocados. Solo utilizaron a mi hijo para intentar destruiros. — Llévenos hasta él. — Sentenció. Estaba harto de escuchar excusas y tonterías. — Nos enteraremos por nuestros medios. Al parecer, somos bastante más efectivos aun no viviendo a doscientos metros. —

 

ALICE

Claramente, Marcus y ella estaban jugando a auror bueno auror malo. Ella intentaba despertar el corazón de Lucy y Marcus atacaba a su conciencia sin piedad. Pero no le apetecía defenderla. La veía arrepentida, sí, pero también veía que seguía siendo la misma niña tibia y complaciente, que no se mojaba para nada. — Efectivamente, vamos a ir contigo o sin ti. Sin ti solamente tardaremos más en que nos abran la puerta y estaremos más expuestos. — Y era su última palabra en el asunto. De hecho, en cuanto Lucy terminara de hablar, su plan era levantarse e irse a buscar esa casa y exigir ver a su hermano.

Obviamente, Lucy dijo que no tenía ni idea de por qué se habían traído a Dylan, y hasta Aaron le apretó las tuercas, pero Alice sabía que era inútil. Conocía a las mujeres como Lucy McGrath, esas que viven toda su vida haciendo lo que le dicen sin hacer preguntas, lamentándose por dentro, pero no haciendo nada por arreglar su situación, y era un callejón sin salida. Lo único que podía sacar de ella era su apoyo y el de su marido. Ya lo consiguió una vez de Eunice, que tenía mucho más carácter y menos remordimientos, lo conseguiría otra vez. El grito de Lucy la sacó de sus pensamientos. Aaron se parecía mucho a ella en ese sentido, claramente era la única arma que había aprendido en la vida, la de montar un drama gigante. Escuchó su discurso desesperado y suspiró. — Lucy, entiendo que tú tienes tu parte de la historia. Cuánto de esa historia lo has atraído sobre ti y cuánto te ha caído, no somos nosotros los que lo tenemos que deducir, ni nos tienes que convencer. Pero esta es tu oportunidad de ser una agente en tu historia y no solo una espectadora sufriente. Llévanos con Dylan, habla con tu marido cuando vuelva, piensa en algo que pudiera ayudarnos. Es todo lo que pedimos. Como ha dicho Marcus, piensa en ti, en estos meses sin Aaron. He visto cómo has llorado cuando lo has visto. — Ahí las lágrimas acudieron a sus ojos y se le quebró la voz. — Llévame con mi hermano, por favor. Solo quiero verlo, abrazarlo, por favor. Sabes que nos necesita. — Lucy suspiró y se quedó mirando la mano de Aaron que tenía apretada entre las suyas y, por unos segundos, se quedaron los cuatro en silencio.

— Está bien. Está bien, vamos a la casa. No puedo prometerte nada, pero vamos a intentarlo. No le dejarán salir, pero tampoco creo que te dejen entrar, pero quizá puedas verlo de lejos, o se asome a la ventana… Algo conseguiremos. — Eso hizo que se levantara del asiento de golpe. — ¿De verdad? — Aaron se levantó también, pero tanto Lucy como Alice le detuvieron. — Tú no. — Dijeron a la vez. — Pero ¿por qué? — Preguntó el otro confuso. — Ya hemos llegado hasta aquí ¿qué más da? — No te arriesgues a lo tonto, Aaron. — Dijo, ya un poco tensa. — No es necesario. Que estés o no, no va a cambiar el hecho de que nos dejen ver a Dylan, y solo va a poner una flecha enorme sobre tu cabeza. Quédate aquí de momento. Y luego vuelves con nosotros. — Sintió la mirada de Lucy, pero es que ni iba a contestar. Obviamente que no iba a quedarse allí, no estaba seguro, no de momento. Que hablara con su marido, e igual hasta el propio Aaron se lo pensaba.

Le temblaba el cuerpo entero siguiendo a su tía por la calle. No se lo podía, le costaba conectar hasta con el movimiento de los pies que la estaban llevando cara a cara con los Van Der Luyden. Aquel nombre que tantas veces había repetido como una amenaza, como un dolor. Por fin iba a mirarles a los ojos. Miró a su novio. Si le hubieran hecho jurar hace exactamente un año, que al año siguiente estarían así, les hubiera dicho que estaban todos locos.

Llegaron a una puerta de jardín mucho más suntuosa que la de los McGrath y Lucy accionó una campanilla, haciéndoles un gesto para que se quedara ella sola frente a la puerta. — ¿No tiene el encantamiento de casa de sus padres? — Susurró Alice a Marcus. En fin, aquella familia. — ¿Señorita Lucy? — Contestó una dulce voz. — Hola, Tilly… ¿Está mi madre? — Demasiado temblorosa, Lucy, disimula un poco, regañó mentalmente. — La señora no la esperaba. — ¡ES SU HIJA, POR TODOS LOS DRAGONES! Pensaba a gritos. — Lo sé, pero… — ¿Lucy? ¿Qué haces aquí? — Solo la voz de aquella señora le puso todos los pelos de punta. — Hola, mamá… — Oh, por favor, no empieces con tus tartamudeos, ¿qué quieres? — La voz se oía cada vez más cerca y su estómago estaba encogido. — Mamá he venido a… — Y entonces una risa sarcástica. Y cuando levantó la vista, la vio. Aquella mujer tan alta, con la barbilla levantada y una sonrisa malévola, era su abuela, la madre de su madre. — Lo último que esperaba ver en el día de hoy era más cachorros asustados. — Vale, empezaba a entender a Lucy. Aquella mujer daba un miedo que por lo visto la había paralizado y atado la lengua. — Señora Van Der Luyden… Solo quiero que me deje ver a mi hermano. — Dijo, casi en una súplica. No era buen comienzo, no era como se imaginaba enfrentándose a aquella mala persona. — ¿Qué está pasando aquí? — Dijo una atronadora voz de hombre. ¿En serio? ¿Soy la única BAJITA de mis dos familias? Se preguntó, en un cruce de cables absurdo, al ver a Peter Van Der Luyden. — Mira, querido, quiénes han demostrado redaños por una vez en la vida. La pequeña lagartija viciosa. Hija de Janet tenía que ser. — Pero ella vio algo en los ojos de Peter. Era lo que veía cada vez que alguien veía en ella el vivo reflejo de su madre. Eran los ojos de un hombre que, de repente, había recordado a su hija fallecida cuando tenía la misma edad que ella. — ¿Y ese quién es? — Preguntó mirando a Marcus. — Ese es con el que intenta hacernos creer que es decente y buena. Esta por lo menos ha puesto el ojo mejor que la madre. — El veneno de aquella mujer era certero y letal, y no parecía ni siquiera que se estuviera pensando la manera de hacer más daño, le salía natural. Pero Alice tragó saliva y avanzó hacia la puerta. — Solo quiero ver a Dylan. Es mi hermano pequeño, necesito verle, llevo un mes sin saber nada de él. Por favor, señor Van Der Luyden, no voy a hacer nada. — ¡JA! Claro que no vas a hacer nada, estúpida… — Pero ni siquiera oyó lo que aquella arpía decía, porque entonces le vio y su corazón se desbocó y solo le veía a él. — ¡HERMANA! — Dylan estaba corriendo desde la puerta de la casa por el camino del jardín. — ¡DYLAN! — Gritó, y sintió el impulso de correr hacia él, pero su propio hermano se vio interrumpido a mitad de camino y cayó hacia atrás, como empujado por una barrera invisible. — ¡Quieto todo el mundo! — Bramó Lucy la mayor, con la varita levantada. — No soy nada dada a melodramas. Aquí no se da un paso sin que yo lo autorice, a ver si es que os creéis que estáis en una novela romántica. — Ahí Alice empezó a llorar, mirando a su hermano, mientras notaba cómo su tía la agarraba. — ¡Dylan! ¡Déjenme ir con él! ¿Por qué nos hace esto? ¡Déjeme abrazarle! — Gritó, ya desesperada.

 

MARCUS

Estaba a punto de irse sin ella, de hecho, pero Alice decidió darle unos minutos más de tregua, en los cuales Lucy acabó accediendo. Bien. Tal y como decía su novia, iban a ir igualmente, pero sin ella tendrían el acceso más complicado. Que sirviera para algo el haber ido a hablar con aquella mujer, porque por el momento lo único que había conseguido era indignarse más, pero nada útil. Iba tan enfocado en salir de esa casa y buscar a Dylan que se le pasó por alto el intento de Aaron de ir con ellos, y por un segundo... un pensamiento fugaz cruzó su cabeza, espontáneamente y sin medirlo muy bien. Pero las dos mujeres estaban determinadas (si bien el chico no parecía muy conforme de quedarse atrás), así que se despidió con un gesto de la cabeza de Aaron y fue tras ellas. — Estaría dispuesto a hacerlo. — Oyó que le susurraba mientras salía. Se giró y le miró. Alice y Lucy ya estaban saliendo, por lo que Aaron apremió las palabras. — Son gentuza, no me importa engañarles si es por una causa justa. Si hoy no conseguís lo que queréis... usadme de rehén. Fingiré que soy el intercambio. — Se encogió de hombros. — Total, si lo rechazan, no es como que me vaya a sorprender que no me quieran, solo me dará una excusa perfecta para argumentar por qué me voy. Y si lo aceptan... tendréis a Dylan y ya me las ingeniaré yo para escaparme otra vez. — Marcus llenó el pecho de aire y sopesó, pero miró hacia la puerta. Las mujeres no iban a tardar en darse cuenta de que se había quedado dentro. — Gracias. —Dijo simplemente y se marchó antes de levantar sospechas. Pero valoraría la idea, y tanto que la iba a valorar.

Por supuesto que podían ir a una casa que diera una sensación aún peor que la anterior. Debía ser la casa más ostentosa ya no de toda la manzana, de todo el país. Marcus solo podía mirarla con repulsión. De hecho... mientras la miraba, sí que entendió esa frase sobre Janet, la de que "no encajaba para nada". No, desde luego que en un mundo tan hostil y artificial no encajaba, pero no es como que fuera precisamente culpa de ella. Lo de que Lucy no se supiera la clave de la puerta casi le hace rodar los ojos, pero estaba haciendo gran acopio de contención, así que se mantuvo como quien está esculpido en piedra, casi sin pestañear. Iba a necesitar mucha concentración, porque ese trago no iba a ser nada fácil. Y por fuera se estaba mostrando muy duro, pero por dentro estaba temblando. Aunque el temblor era cada vez menos de miedo y más de rabia.

La voz de la mujer le hizo activarse y dirigir la mirada hacia donde se aproximaba. Se irguió aún más y se colocó más cerca de Alice, dispuesto a dar un paso al frente como notara el menor movimiento en falso. Nada más les detectó, comenzó la batería de ofensas. Marcus alzó la barbilla y, por un momento, estuvo tentado de sonreír con malicia. ¿Eso era lo mejor que sabía hacer? ¿Escupir veneno? En ese terreno, él sabía moverse, le había criado una madre Slytherin que ahora mismo estaría mirando a esa mujer poco menos que como si le diera lástima. No podía esperar que Alice no estuviera aterrada, por supuesto que no. Pero él estaba ganando más seguridad en sí mismo desde que la señora Van Der Luyden pasara de ser un monstruo de su imaginación a una persona real que, encima, tendría mucho edificio y mucho jardín, pero en clase no le llegaba a su madre ni a la suela de los zapatos.

La aparición del hombre se vio eclipsada por el insulto de la mujer hacia Alice. De ser cualquier otro, estaría ya amenazado a punta de varita... pero acababa de decirse a sí mismo que todo lo que esa mujer dijera solo iba a jugar más en contra de ella que de ellos. De hecho, el insulto solo le hizo ladear una sonrisa casi maliciosa. Sí, que siguiera insultando. Eso no les iba a impedir hacer lo que habían ido allí a hacer. Por supuesto, no tardaron en reparar en su presencia, y cuando lo hicieron, ni se molestó en responder. Ya tenían una respuesta ellos mismos para todo su teatro, que se dieron el uno al otro sin necesidad de que Marcus abriera la boca. Hubiera seguido jugando a tensar la cuerda de aquellos seres, viendo cuánto más veneno eran capaces de escupir sin recibir réplica, pero la aparición de Dylan casi hace que la fachada se le caiga.

La sonrisa se le borró de golpe y sus ojos se clavaron directamente en el niño, pero no atinó a reaccionar. Cuando le vio salir despedido hacia atrás, rápidamente él también se hizo con la varita, pero ver a la señora Van Der Luyden con ella en alto hizo que simplemente se quedara en tensión y con ella bien agarrada, pero sin hacer nada. No, no podía entrar en ataque frontal, una cosa era tensar la paciencia de ellos y otra atacar directamente, en esas tenían todas las de perder y muchas opciones ya no de acabar malheridos, directamente de acabar muertos. Y ni quería ese destino para ellos, ni quería que Dylan lo presenciara de ser así. Pero Alice había entrado en desesperación y eso solo estaba engordando el alma torturadora de ese matrimonio. Tenía que recuperar su estrategia previa y hacer de tripas corazón, como si Dylan no estuviera allí ni los gritos de Alice tampoco.

— Ha sacado usted la artillería pesada antes de que crucemos siquiera la puerta. Cualquiera diría que está más asustada que nosotros. — Lanzó, dando un paso para ponerse delante de Alice y taparla ligeramente. Esperaba que su novia captara la señal: cálmate, y mientras lo haces, capitaneo yo. La respuesta de la mujer fue una desdeñosa carcajada. — Contigo no tenemos nada que hablar. No eres absolutamente nadie. Ni tan listo como se supone que eres, o no habrías puesto un pie en esta casa. — Creí que no era nadie ni me conocían de nada. — Arqueó una ceja y miró entonces a Peter, quien había preguntado por él. — Resulta que este es el único nombre que se les pasó en esa famosa lista de romances falsos que atribuyeron a su nieta. — Ladeó la cabeza hacia el otro lado. — Y, sin embargo, parece que me tienen bastante ubicado como su pareja, por las alusiones que me ha parecido oír de Janet. Sugiero que se aclaren sobre si soy alguien en la vida de Alice o no, así podremos hablar. — Cómo te atreves a hablarnos así. — Espetó Lucy Van Der Luyden. — Tú no tienes la categoría que tienes que tener para venir a nuestra casa a hablar de nuestra hij... — Usted no tiene derecho a llamar a Janet "hija". — Cortó, y notó las dos miradas llenas de ira sobre él y cómo Lucy, tras su espalda, contenía la respiración. Aferró instintivamente la varita. Se la estaba jugando...

— Insolente. — Lucy les miró a ambos con ira en los ojos. — Marchaos por donde habéis venido. Dylan está ahora bajo nuestra tutela, no va a volver con un loco peligroso y una golfa, por muchos esbirros que traiga. — Marcus le hizo un sutil gesto a Alice para que no contestara. Él tampoco lo hizo, simplemente se quedó sosteniéndole la mirada, en silencio. — No lo pongáis más difícil. — Siguió la mujer. — Nos quedamos con el niño y lo tenemos todo de nuestra parte para hacerlo. Aún tenéis la oportunidad de olvidar todo este asunto y marcharos por donde habéis venido sin que haya represalias. — Siguió callado. Escuchaba a Dylan sollozar, pero no le estaba mirando, porque como le mirara, se derrumbaba. Seguía teniendo la mirada clavada en la mujer. Y, por supuesto, su paciencia no tardó en agotarse.

— ¿Es que no me estáis escuchando? — A la perfección. — Respondió Marcus. — ¿Sois entonces tan estúpidos que preferís ignorar mis advertencias? — Estoy simplemente esperando a que termine usted de insultar para poder hablar como los adultos que se supone que somos. —Arqueó las cejas. — Tienen muy claro por qué Dylan está con ustedes mejor que con nosotros. Explíquenoslo, por favor. — No tengo que darle explicaciones a dos niñatos. — Dos niñatos que se han plantado desde Londres en la puerta de su casa. Qué menos que dejarles pasar ¿no? — Respondió, no perturbando el tono. — Si tan seguros están de que tienen esta partida ganada, déjenos pasar al menos. — Alzó las manos, mostrando la varita, y las bajó lentamente, guardándosela en el bolsillo. El corazón se le iba a salir del pecho, esperaba no estar equivocándose con los movimientos. — Que los dos hermanos se abracen. Como bien ha dicho, esto no es una novela romántica, no es como que un abrazo vaya a tener más poder que todas sus importantes influencias. No tiene nada que perder. — Que pasen. — Dijo, despótico, el hombre. — Acabemos con este circo de una vez. —

 

ALICE

No tenía fuerzas para atender al cruce entre su abuela y Marcus porque estaba pendiente de Dylan. Estaba un poco aturdido en el suelo, y se le notaba ansioso por ir hacía ellos. Su pobre niño, que la miraba ansioso y aterrorizado a la vez. Ella solo podía llorar mientras Lucy la agarraba. Y su abuela solo parecía estar pendiente de la discusión con Marcus, aunque en algo tenía razón: mucho despliegue para solo haberlos visto en la puerta de su casa, sin ni siquiera exigir nada fuera de lo común: poder ver a su hermano, abrazarle. Pero ella no tenía el temple de Marcus, ella se pondría de rodillas si hiciera falta. Si quería llamarla golfa, fuera, ella solo necesitaba abrazar a su hermano.

Por un momento, cuando Marcus les quitó el derecho a llamar a Janet “hija”, se creó un tensísimo silencio. Silencio que Alice aprovechó para mirar a Peter. — Míreme, señor Van Der Luyden. ¿Qué puedo hacerles yo? Déjele acercarse, por favor. Si alguna vez quiso a mi madre no permita que sus hijos sufran así, por favor. Y yo sé que la quería, usted la llevó a los médicos nomaj cuando era pequeña para que le salvaran la vida, por favor, señor, por favor. — No estaba entre sus planes reconocerle nada a aquellos seres, pero si era por poder abrazar a su hermano, que así fuera. Y entonces, funcionó. Fuera por el coraje de Marcus o porque Alice había movido algo aunque fuera en el corazón de Peter, este dio una orden y, demostrando que por mucho poder que su abuela creyera tener, allí mandaban los hombres, levantó la barrera y Alice y Dylan corrieron el uno hacia el otro. — Oh, por Dios, Peter… — Dijo con desprecio la señora Van Der Luyden.

La sensación al abrazar a su hermano, apretarle contra ella, no la olvidaría en la vida, estaba segura. — ¡Hermana! ¡Yo sabía que vendríais a por mí! ¡Alice! ¡Marcus! ¡Yo lo sabía! — Decía su hermano, agarrado a ella como si le fuera la vida. — Pues claro que sí, patito mío, yo te lo prometí. Aquí estamos. — Le separó y le miró, agarrando sus mejillas. — ¿Estás bien? ¿Te han hecho algo? — Oyó la risa sarcástica de la mujer. — ¿Qué esperabas? ¿Que le torturáramos? Igual no somos los monstruos de esta historia. — Pero le daba igual lo que dijeran. Dylan se lanzó a abrazar a Marcus y ella seguía acariciándole los rizos. — Vais a llevarme a casa ¿verdad? — Tenía la garganta tan cerrada que no era capaz de responder. — Sí, sí, patito, sí, pero no ahora. Aún no podemos. Pero mira, estamos aquí, estamos más cerca de solucionarlo. No te queda mucho aquí, Dylan, te lo juro, te lo juro, mi vida. — Su hermano la miró, llorando, consternado. — ¿Y papá? ¿Y el abuelo? ¿Están bien? — Ella sonrió. — Sí, cariño, claro que sí. Te echan muchísimo de menos, como todos. Todos estamos trabajando para traerte de vuelta. — ¿El abuelo no se ha puesto malo? — Ella negó con la cabeza. — No, claro que no. Está triste, pero está bien, la abuela le cuida mucho. — Dylan miró a Marcus. — No he hablado nada, como te dije, y no voy a hablar con ellos. — Y la mirada que su hermano dirigió a sus abuelos era una que nunca había visto en su dulce niño. Malditos fueran por haberle hecho aquello a su hermano, una persona que jamás había sentido el odio.

— Dylan, mírame, míranos. — Le pidió. — Estamos aquí, aquí en América, no vamos a irnos sin ti, te lo juro. ¿Lo sientes? ¿Confías en mí? — Y entonces salió su dulce patito a flote y empezó a llorar. — Pues claro que confío en ti, hermana. Y en Marcus. Vosotros sois mis padres, te lo dije, sé que siempre pelearéis por mí. — Volvió a lanzarse a sus brazos, apoyando la cabeza en su hombro y llorando. — Pero os echo mucho de menos, no quiero seguir aquí. Llevadme con vosotros por favor, por favor… — Y se notó romperse, llorando sobre su hermano y notando cómo Marcus también les rodeaba. — No podemos, Dylan, pero vamos a poder, mi niño. Te lo juro por mi vida. — Bueno ya está bien. He dicho que no quería melodramas, y estáis dando un espectáculo. — Alice se abrazó más Dylan, tanto que temía que le estuviera haciendo daño, pero no podía soltarlo. No, ahora no podía dejarlo ir.

 

MARCUS

En cuanto se levantó la barrera, Dylan y Alice corrieron el uno hacia el otro. Marcus caminó hacia ellos con paso decidido pero sin quitar la mirada gélida de los Van Der Luyden, y con la mano muy cerca del bolsillo por si tuviera que hacer un movimiento rápido. Ni había sido nunca hombre de acción ni estaba curtido en duelos, no era la persona más ágil del mundo, pero tenía un amplio conocimiento en encantamientos y era muy bueno con sus habilidades mágicas en general. Esperaba que, en caso de necesidad, fuera suficiente.

Tenía que hacer lo posible, de entrada, por no derrumbarse ante la escena. De hecho y con todo el dolor de su corazón, se mantuvo bastante al margen con respecto a Dylan, porque alguien tenía que mantener allí la entereza y estar alerta por lo que pudiera ocurrir. Seguía soportando la mirada del matrimonio, a pesar de que cada palabra que escuchaba del niño se le clavaba directamente en el alma y hacía que le brotara de su interior unas ganas de llorar que no sabía cómo estaba frenando. Fue a responder al exabrupto de la mujer cuando notó al chico abrazándose a él. Demasiada fachada que mantener. — Dylan, eh, colega. — Le susurró, devolviéndole el abrazo con fuerza y acariciando sus rizos. — Ya estamos aquí. Vamos a arreglar esto ¿sí? Pero sigue nuestras instrucciones. Por favor... — Marcus, no me dejéis aquí, llevadme con vosotros. — Vas a venir con nosotros, pero tenemos que hacerlo bien, ¿de acuerdo? ¿Confías en mí? — Y el chico asintió, entre sollozos. Se le iba a romper el corazón, pero ya lloraría en la casa. No era el momento de flaquear.

Dylan se giró hacia su hermana y comenzó la batería de preguntas, momento que Marcus utilizó para respirar hondo y cerrar los ojos solo un instante, lo justo para mentalizarse. Cuando los abrió, Dylan se dirigió a él. Sonrió levemente y le revolvió los rizos. — Estoy orgulloso de ti. — ¿Qué le iba a decir? No querría haberse visto él con su edad en semejante situación, demasiado estaba aguantando. Por un momento se arrepintió de haber ido, porque después de verles, si tenían que dejarle de nuevo allí, quizás se quedara mucho peor. Pero ya estaba la decisión tomada y solo podían seguir adelante con ella.

"Vosotros sois mis padres". El nudo de su garganta se apretó con tanta fuerza que temió romper a llorar, pero no lo hizo. Tragó saliva y les abrazó a ambos, y esta vez, dirigió la mirada a Lucy McGrath. Una mirada, de nuevo, cargada de odio y superioridad. Así es cómo se demuestra a la gente que la quieres, no llorando por las esquinas. Porque Dylan no iba a dudar de sus sentimientos hacia él porque le viera llorar o no, ahí estaba demostrando lo importante que era. Pero la voz de la señora Van Der Luyden interrumpió su discurrir y se clavó como una flecha en su cerebro. Apretó los dientes y se puso de pie, tapando a los hermanos y mirándola directamente. — Disculpe, no quisiéramos dar más espectáculos bochornosos en su jardín. Ya nos vamos... con Dylan. Y así no tiene que aguantarnos más. — La mujer soltó una sarcástica carcajada. — Si os lo lleváis, os lo volveremos a quitar. No os durará ni diez minutos. — La mujer trató de mirar a Dylan por encima de su hombro y dijo con voz hiriente. — ¿Estos son a los que llamas "tus padres"? ¿Los que pretenden llevarte donde no te pueden cuidar y no les importa que andes dando tumbos de una casa a la otra? Porque esto, Marcus O'Donnell, puede ser una eterna guerra de que este niño se vaya con vosotros y nosotros os lo quitemos a los dos minutos hasta que os canséis. — Me congratula que se sepa mi nombre, no recuerdo habérselo dicho, pero sí recuerdo haberla oído decir que no soy nadie. — Afirmó.

Y ante esa afirmación, hubo una pausa, en la que la mujer afiló la mirada y esbozó una media sonrisa. Tras esto, dio un paso hacia él, y Marcus tensó los músculos, tapando aún más a Alice y a Dylan, pero sin perder la pose erguida. — No sé si eres consciente de los riesgos que estás corriendo. — Le dijo con una voz que sí empezaba a infundir miedo, pero Marcus se cuidó mucho de demostrar ni el más leve titubeo. — Hay mil maneras por las cuales podrías no salir vivo de esta casa si sigues provocándome de esta forma. No me costaría ningún trabajo borrarte del mapa, y más le valdría a los tuyos no investigar sobre el asunto o querer cargarme con las culpas sin sufrir consecuencias de por medio. — ¿Es así como se ha pasado la vida amenazando a la gente? — Negó. — Conmigo no funcionan. No he visto efectivas aún ninguna de sus amenazas. — No deberías hablar de lo que desconoces, O'Donnell. Y no deberías mentir. — Alzó un índice y señaló tras él. — ¿O acaso no hemos conseguido traernos a Dylan, tal y como advertimos? — Por malas artes. — Por las artes que sean, pero lo hemos conseguido. Igual que si con malas artes acabamos con tu vida, ninguna buena arte te la devolvería, ¿a que no? — Tragó saliva disimuladamente, pero, por desgracia para él, acababa de dejarle sin argumentos. Por lo pronto, seguía teniendo la mano bastante cerca de la varita, aunque esta le temblaba cada vez más.

— ¿Y quién crees que lloraría por ti? — Preguntó con una risa de fondo ciertamente malvada, y ahora apuntó a Alice. — ¿Esa? — Rio. — Esa es una Van Der Luyden también, querido. Y una golfa, sé cómo son las de su calaña. Si no estás en la lista, pregúntate por qué. Lo más probable es que te esté utilizando como vehículo para acceder a su hermano, y a saber para qué cosas más, es lo que hacen las putas. Deberías saberlo, las familias medianamente influyentes siempre tienen mujeres buitre como esa sobrevolando sus cabezas... Pajaritos. — Apretó los dientes. ¿De verdad había indagado tanto que iban a usar hasta sus propios apelativos contra ellos? Marcus, no te vengas abajo ahora. — Si no sales de aquí, podríamos alegar que hubiera acabado contigo ella misma, y no habría forma de demostrar lo contrario. — Cualquiera que haya pasado con nosotros más de dos minutos sabría que eso es mentira. — ¿Y no has pasado tú suficientes minutos en nuestro territorio como para saber que, si nos proponemos que tú acabes muerto y ella en Azkaban, nadie lo podría impedir? — La mujer ladeó la cabeza con una sonrisa condescendientemente malvada y dijo. — ¿Ves? No sois más que dos críos. — Hizo un gesto despectivo con la cabeza. — Y ahora, soltad ya al niño y marchaos por donde habéis venido. — Denos un buen motivo para no aparecernos con él ahora mismo. — Creo haberte dado varios, necio. — Le espetó. — Tú sabrás si quieres correr el riesgo. — El corazón se le iba a salir del pecho. Mantuvo la mirada unos segundos, y de reojo miró a Lucy McGrath. La mujer, aterrorizada, negó rápidamente con la cabeza. Tragó saliva y, sin perder de la vista a los Van Der Luyden, se agachó junto a Dylan y Alice y miró al niño. — Dylan, escúchame... — No, Marcus. Es mentira, quieren que os vayáis. No me dejéis aquí... — Dylan, por favor. — Le agarró de las mejillas y hizo un esfuerzo tremendo por no llorar. — Todos, absolutamente todos, estamos volcados en esto. Vendremos con la ley en la mano y nada ni nadie nos impedirá que te vengas con nosotros, y lo celebraremos, y todo esto habrá acabado. Confía en mí... y sigue siendo igual de valiente. Prométemelo. — El niño miró a su hermana con ojos llorosos y un puchero, y luego le miró a él y asintió. Marcus sonrió débilmente, dejó un beso en su frente y miró a Alice. Vámonos, le dijo con la mirada. Antes de que lo estropearan aún más.

 

ALICE

Si su hermano volvía a decir que se lo llevaran, iba a empezar a descartar todos los motivos por los que le habían dicho que no era buena idea. Al menos Marcus estaba manteniendo la compostura, porque ella estaba destruida. Las palabras de la señora Van Der Luyden se le clavaron. Se lo volverían a quitar… Como si fuera una pesadilla, como si no fuera a acabarse nunca, ¿cómo se paraba aquello? ¿Tenían ellos realmente ese poder? Y por si fuera poco… ¿acababa su abuela de amenazar a Marcus? ¿Usándola a ella? Nunca se había sentido tan expuesta, tan en peligro, ni siquiera con los Horner. Los Horner trataban de sentirse superiores a ti, reducirte… Su abuela, su propia abuela, estaba hablando abiertamente de matarles, eliminarles para siempre. Al amor de su vida. Por su culpa, por ayudarla a ella.

Pero cuando la llamó Van Der Luyden, se puso de pie y la miró, llena de rabia. — Yo no soy una Van Der Luyden. Y mi madre y mi hermano tampoco. Nosotros seremos muchas cosas, pero nunca seremos como ustedes. Usted no entendería jamás el amor, porque está podrida por dentro, porque una persona que pega a su hija y la echa de casa por dinero y nada más, no sabe nada del amor y morirá siendo infeliz por muchas riquezas que rodeen su cadáver. — Y entonces notó un ligero cambio de expresión en la cara de su abuela. Era muy ligero, casi imperceptible, pero ahí estaba. Eso sí, cuando dijo “soltad al niño” solo pudo abrazarlo más fuerte, pero enseguida percibió lo que Marcus quería decirle. — Dylan, te juro que volveremos. Te juro que nos iremos todos juntos a Inglaterra, te lo juro. Confía en nosotros. — ¡Bueno basta ya! — Y su abuela tiró de él por el otro lado. — ¡No le agarre así! ¡Suéltelo! — ¡Hermana! ¡Ella tiene más miedo que todos nosotros! ¡Puedo sentirlo! Averigua a qué… — ¿DE QUÉ ESTÁS HABLANDO TÚ AHORA? — Dijo zarandeándolo. — ¡No le haga daño! — Alice corrió hacia ella, pero su tía la agarró a tiempo. — Nos vamos. — ¡Eso! ¡Marchaos! Si no quieres que esto acabe peor… — ¿Es que no sabes parar nunca, mamá? — Ese grito no se lo esperaba, y menos de Lucy McGrath. — Por Dios, son niños. Ya basta de separar familias… y personas que se quieren. No ganas nada con el sufrimiento de los demás. — La mayor rio con esa carcajada que te helaba la sangre. — ¿Quieres saber dónde está esa sabandija desviada que es tu hijo? Pregunta a estos dos angelitos. Ya le encontraré, ya… Y arreglaré cuentas con él. Desaparece de mi vista, estúpida, una vez más, han jugado contigo, niña tonta. Nunca aprenderás. — Vámonos. Vámonos. — Insistía Lucy tirando de ella, pero Alice, aunque caminaba hacia atrás, no podía dejar de mirar a Dylan.

No sabía ni cómo, pero había llegado a la casa de los McGrath y Aaron estaba dirigiéndose a ella. — Alice, Alice… ¿qué ha pasado? — Estaba mirándola cara a cara e intentando hacerla reaccionar. — Nos han amenazado, Aaron… A todos… A ti, a mí… — Miró a su novio, con los ojos anegados en lágrimas. — A Marcus… — Se le rompía el corazón solo de decirlo. Y todo por defenderla a ella, por seguirla allí… — Tenéis que iros. Ahora. No me fío de que vengan de un momento a otro. — Pero, mamá… — Aaron, que os marchéis. Ni un minuto más, venid por aquí conmigo. — Y Lucy les guio al sótano. — Hay un armario desde donde tenemos habilitada la aparición, vamos, os vais por allí. Hijo, ¿puedes aparecerlos? — Sí, sí… Pero… — Nada. Marchaos. — Alice se giró en el último momento y la miró. — Prométeme que hablarás con tu marido. Prométemelo. Temo que nos estemos quedando sin tiempo. — Lucy dejó caer los párpados y apretó la mandíbula. — Te lo prometo, Alice. Ahora marchaos. —

Cuando sintió la brisa del jardín de los Lacey, se cayó de rodillas al suelo, llorando. Enseguida notó cómo varias voces y personas la rodeaban, preocupados, pero le costaba hasta ver. — No puedo respirar… — Consiguió articular. — Dejadle espacio. Tú también, Marcus, alejaos. — Sintió cómo una mujer se ponía frente a ella, pero dejando espacio. Le tomó de las manos y la llamó con un tono firme y calmado. — Alice. Alice, escúchame. Mírame. Tú sabes lo que es un ataque de ansiedad ¿verdad? Y sabes qué es lo más importante ¿a que sí? — Era Shannon, ese tono era inconfundible. Asintió con la cabeza, aunque seguía sin poder respirar, sintiendo como si tuviera globos hinchándose en todas sus vías respiratorias. — Ponte las manos delante de la boca, así controlas el aire que respiras. — Si no me entra aire. — Trató de decir. — Estás hiperventilando, es uno de los síntomas ¿a que eso lo sabes? — Sí, sí lo sabía. Subió las manos temblorosas hasta la boca y notó la fuerza de su aliento. Sí que estaba hiperventilando. — Ya está, eso es. Ahora vamos a estar un ratito así. Tranquila, ya estás en casa, Alice, estás a salvo. No va a pasarte nada, estamos contigo. —

 

MARCUS

Dylan era un niño, y estaba sufriendo muchísimo allí. Él, honestamente, no tenía ninguna garantía de que realmente no le estuvieran torturando de alguna forma, en vista de que ellos apenas llevaban unos minutos y ya sentía que había sido una tortura solo por las amenazas recibidas y cómo les habían hablado. Por esto no era tan fácil que entrara en razón con quedarse y se revolvió, y esa mujer no tuvo otra cosa que hacer que tirar de él. Ya sí que no pudo evitar llevarse la mano a la varita, pero tan pronto la agarró, se sintió apuntado por otra. — No vayas a ser tan estúpido si realmente quieres cumplir lo que estás prometiendo. — Dijo la grave voz de Peter Van Der Luyden mientras le apuntaba directamente con la varita, y tras él seguía el forcejeo entre Alice y la señora Van Der Luyden. Se quedó congelado pero tenso, con la respiración acelerada y mirando con odio al otro hombre, que le devolvía la mirada, hasta que Lucy McGrath tiró de ellos y les obligó a marcharse. Cuando se quiso dar cuenta, se habían aparecido en casa de los McGrath otra vez.

Llegó aturdido y lleno de ira. — Escóndete. — Fue lo único que atinó a decirle a Aaron. Una vez fuera de esa casa, se notaba temblar y al borde de entrar en pánico. El chico le devolvió una mirada asustada y sorprendida, pero Lucy empezó a presionarles para que se fueran. No iba a poner objeciones a eso, desde luego, si bien no le estaba haciendo ninguna gracia verse metido en casa de nuevo. Le habían saltado todas las defensas. De ahí que, nada más escuchar la palabra sótano, se revolviera. — No. — Afirmó, en absoluta tensión. — No. Vámonos. Vámonos de aquí. — Afirmó tajante, agarrando a Alice y dispuesto a salir corriendo, pero Aaron se interpuso. — Marcus, es seguro, te lo juro, mucho más seguro que irnos por nuestra cuenta. Haznos caso. — Y estuvo a punto de forcejear y huir igualmente, pero se dejó arrastrar, con la cabeza absolutamente embotada. No supo cómo pero, final y afortunadamente, apareció en el jardín de sus tíos de nuevo.

Y al hacerlo, sintió como si le hubieran golpeado en la cara con todo lo ocurrido en las últimas horas. Cerró los ojos, un tanto mareado y con la mano en el pecho, pero notó a Alice caer junto a él y todos sus instintos se activaron de nuevo. — Alice, Alice, mi amor. — Empezó a llamarla, desesperado, intentando calmarla, y en vez de ayudar solo estaba empeorando su estado, al parecer. Shannon apareció por allí y les pidió que se apartasen, y al hacerlo notó que estaba en un estado parecido al de ella, solo que era como si una enorme fuerza interna le estuviera conteniendo en contra de su voluntad... lo cual solo le hacía más daño. — Marcus... — Llévame a la cúpula antirruido. — Pidió a Jason, como si él no supiera llegar, pero no sabía ni dónde estaba, ni si las piernas le responderían. El hombre puso una mano en su espalda y le condujo, pero Marcus iba a tanta velocidad que casi le llevaba a zancadas detrás. — Dame algo. — ¿Algo...? — Algo. — Le temblaba la voz, las manos y la mandíbula al hablar. Llegaron al otro lado del jardín y, metidos tras la cúpula, Jason se adelantó trotando y sacó de detrás del cobertizo una especie de mesa de madera desvencijada con una pata rota. Y ahí se acabó su capacidad de contención.

Por unos minutos perdió la noción de sí mismo y del tiempo, y afortunadamente Jason había captado lo que iba a ocurrir y había tomado distancia prudencial. No sabía ni cómo, porque ni el propio Marcus, conociéndose, habría predicho semejante reacción. Cuando se quiso dar cuenta, estaba en una posición muy parecida a la que había dejado a Alice, de rodillas en el suelo, llorando, con la varita aferrada en la mano con tanta fuerza que tenía los dedos blancos y la garganta irritada de gritar. De la mesa apenas quedaban astillas en llamas. Claramente, había desahogado toda su ira contra ella, fundiéndola a hechizos y lanzando todos los insultos que no había podido proferir durante horas. Estaba temblando y no podía controlar las ganas de llorar, y podría seguir gritando durante horas si no fuera porque sentía que se le iba a romper la garganta. En cuanto notó los brazos de Jason rodeándole, cayó sobre su pecho y la ira fue desapareciendo poco a poco, dando paso a una tristeza que no sentía que pudiera curar jamás.

Se pasó allí varios minutos, hasta que pudo separarse, limpiarse la cara mojada con las lágrimas y abrir los ojos. Y, al hacerlo, vio a Aaron a lo lejos, mirando la escena. Tan pronto le detectó, el chico se removió y se marchó de allí, como si temiera represalias por ser visto. El que no le había visto era Jason, pues estaba de espaldas y demasiado centrado en el estado de su primo. — ¿Qué os han hecho? — Preguntó con tristeza. Marcus, aún tratando de controlar el llanto, hizo un breve resumen de lo acontecido en esas horas, pero sin dejarse ni un detalle. Jason le miraba horrorizado. — Le hemos dejado allí... le van a hacer daño... le van a hacer daño... — Marcus, tranquilo. Le vais a recuperar. En unos días le tendréis con vosotros. — Podrían matarnos... — No os van a hacer nada. Esa gente hace amenazas vacías, Marcus. Estáis mucho más cerca. Ahora estás muy asustado, pero habéis hecho un gran avance, seguro. — Chistó. — Le diré a Georgie que venga... — No. — Pidió, con la voz aún aguada por las lágrimas. Volvió a limpiarse la cara. — No, no... No sé... si hablamos... — ¿Y si seguían tirando de hilos y acababan colmando la paciencia de esa gente? Estaban bajo clara amenaza, ellos y Dylan. Todo lo claro que lo había defendido en casa de estos, no lo veía ahora para nada.

— Mira, vamos a hacer una cosa. — Dijo el hombre, poniendo una mano en su hombro y con la otra sacando un pañuelo para limpiarle las lágrimas, como si fuera un niño manchado de helado. — Vamos a entrar a casa. Mi hermana os va a preparar una pocioncita de las suyas para que podáis dormir, os vais a dar una buena comilona, y a descansar. — No... — Sí, Marcus. — Respondió el hombre con paciencia y cariño a su ataque de "no quiero dormir". De repente se había convertido en un crío. — Ha sido un día muy duro. — Quiero hablar con mis padres. — Pidió. El hombre sopesó. — Si te ven así, les vas a dejar muy preocupados. — Soltó aire por la boca, pensándoselo. — Por lo pronto, entremos en casa. Nos calmamos, comemos un poco, nos tomamos una poción relajante. Si os encontráis un poco más tranquilos dentro de unas horas, llamas a tus padres, y si no, mejor dejarlo para mañana y poder explicarlo bien, y hoy descansáis. — Tragó saliva y asintió, controlando su estado. No quería que Alice le viera así, aunque con lo pálido que era y el sofocón que se había llevado, probablemente se le notara bastante en la cara. Se dejó abrazar por Jason una vez más, se serenó lo suficiente y se levantó.

Cuando dio la vuelta al jardín, Alice ya no estaba allí, sino dentro de la casa. Solo su tío Frankie estaba fuera, como si fuera el centinela puesto para avisar de que los viajeros habían vuelto. Se acercó a él. — ¿Mejor? — Casi se rompe otra vez, pero intentó esbozar una sonrisa leve y se encogió de un hombro. — Ven. Mi mujer os está preparando una comida, que vendréis muertos de hambre. — Lo cierto era que tenía el estómago cerrado. Solo quería ver a Alice. Pasó al salón y la encontró sentada en el sofá, con Shannon a un lado y Aaron al otro. La mujer se levantó, le sonrió con calidez y se acercó a él, dejando una caricia en su mejilla y susurrándole. — Voy a haceros una poción ¿vale? — Marcus asintió y ella se fue, dejando espacio en el sofá para que se sentara junto a su novia. Tomó sus manos y las besó, y luego la miró a los ojos. — ¿Estás mejor? — Preguntó, pero se escuchó a sí mismo tremendamente ridículo preguntando eso, después de lo que habían vivido y en el estado en el que él mismo estaba. Así que simplemente la abrazó. Ojalá pudiera quedarse allí, así, en sus brazos. Cerrar los ojos y que nada ni nadie alrededor existiera. No le apetecía comer, ni dormir, ni nada que no fuera eso.

 

ALICE

Cuando los Lacey les instaron a separarse de su abrazo para sentarse a cenar, Alice emitió un quejidito. La poción había hecho su efecto en los tres, después de contarles lo que había pasado a los Lacey, y se habían quedado Marcus y ella abrazados, pero con los ojos abiertos, como cachorrillos alerta, y Aaron a su lado de brazos cruzados, abrazándose a sí mismo, quietos y callados. Claro, que los Lacey no concebían mucho el silencio, y menos el no comer, así que al rato les instaron a levantarse y cenar. Habían pasado de la comida, pero no les iban a dejar pasar de la cena. Alice solo aceptó porque sabía que si ella no se movía, Marcus no la soltaría tampoco, y a él sí que le afectaba no comer.

Se sentaron todos en torno a la mesa y ella se notó embotada. Malditas pociones, y encima no dejaba de tomarlas, no paraba de necesitarlas tampoco. Y era incómodo, porque ahora sentía la rabia y el miedo, pero sentía que no tenía los mecanismos de defensa naturales que se activaban con ellos, porque la poción los anulaba. Lo que no anulaba era su cerebro, desde luego. Bebió un poco de agua y se frotó los ojos. — Qué calor tan sofocante hace hoy. — Dijo, recogiéndose el pelo. — Señal de tornados. Cuando en agosto hace estos días tan pesados, es que se viene época de huracanes. — Contestó Jason, haciéndose un silencio justo después. Al levantar la mirada, se dio cuenta de que todos le estaban mirando mal. — Pero vamos, que no pasa nada, eh, que los magos nos protegemos bien. — Ella negó con la cabeza. — No, yo agradezco toda la información posible sobre peligros. Ojalá me hubieran dicho de lo que era capaz esa mujer… — Resopló y bebió agua, tratando de centrarse. Aaron estaba más callado que una tumba.

— Alice, voy a decírtelo yo, porque todos estamos de acuerdo en ello. — Empezó Shannon. — Sabemos que estáis asustados, y que ver así a tu hermano ha tenido que ser, por fuerza, doloroso e inhabilitante… Pero esas amenazas lo que son es una pobre defensa ante algo que no se esperaban. — Los otros tres asintieron mirándola. — Dime que nunca te has encontrado con un Slytherin que hace como que ataca cuando se siente atacado, pero no tiene ni idea de qué usar, ni de si tiene esas armas que dice tener… — Los Van Der Luyden no se esperaban para nada que aparecierais allí. Les habéis pillado con la guardia baja, Alice, si han proferido todo eso que decís que han dicho… es porque están desesperados. — Aportó Frankie con su serenidad habitual. — ¿Y si es ahora cuando le hacen algo a mi hermano? — No le van a hacer nada porque le necesitan. — Dijo, en voz baja y quebrada, Aaron. Todos se giraron hacia él. — ¿Qué? ¿Cómo que le necesitan? — Preguntó ella, maldiciendo el aturdimiento de la poción que no la dejaba pensar. — No sé por qué, pero me ha quedado claro que le necesitan. Y, por lo que sea, a ti también, Alice. — Ella frunció el ceño más aún. — Nadie se enfrenta así a los Van Der Luyden y le dejan irse sin más. No os van a hacer nada, porque os necesitan para algo. No se para qué, pero… créeme, puedo dar testimonio de ello. — Todos los demás estaban callados como muertos, ni siquiera estaban comiendo. — Y ellos… extorsionan, espían, sobornan… pero no matan. Nunca lo han hecho. Para desgracia de algunos que, como tu madre, vivieron una vida pensando que iban a hacerles daño a quienes más querían… Y luego, mira. Solo eran cartas, ¿qué daño podía hacer una carta? Ninguno, el mismo que las palabras que os han dirigido hoy. — Lo cierto y verdad, cariño… es que todo el mundo sabe a qué se dedica esa familia, pero nunca, jamás, ha habido rumores de muertos. No van a empezar por vosotros, sería un escándalo. Y a eso sí que le tienen miedo, a los escándalos. — Dijo Maeve con dulzura. — Eso y perder su dinero y su posición son sus grandes miedos. — Y Alice, instintivamente miró a Marcus y bajó una mano para agarrar la de él. Todo el mundo conocía su gran miedo: su miedo era la muerte y los estragos que causaba. Que la gente sufriera por su culpa, su hermano, Marcus… Todos sufriendo porque no era capaz de poner en orden el puzzle… Pero al menos los Lacey parecían estar seguros de que aquellas amenazas no las cumplirían… Quizá visto al día siguiente, con la distancia, a ella se lo pareciera también. — Maeve… ¿me das permiso para arreglar tu jardín? — Todos la miraron un poco confusos. — Es que es como mejor despejo la mente, con las plantas, y como más en conexión me siento con mi madre… Y ahora lo necesito. — Pero solo si te comes al menos un filete y los guisantes. — Dijo la mujer. — En cuanto comas, no tendré problema en que pongas mi jardín bonito. — Yo te lo voy a agradecer, porque con este calor nos cuesta mantenerlo a raya… — Aportó Frankie volviendo a comer y eso la hizo sonreír con agradecimiento. Sabía que se lo estaba diciendo para animarla, que llevaban encargándose de ese jardín más de treinta años, pero que ella se sentiría mejor aún al sentirse útil, ya la tenían calada. — Sois buenas personas. Las mejores. Todos los Lacey. — Dijo de corazón. — Hoy lo aprecio más que nunca. —

 

MARCUS

Ahora sentía su mente embotada y no sabía qué era peor, porque odiaba estar así. Pero había sido tanta la tensión, el desahogo cuando llegó a la casa y tan contrapuesto el efecto de la poción, que sentía que no tenía fuerzas para nada. Parpadeaba a lo justo y porque se le secaban los ojos, los cuales, a pesar de sentir un cansancio que le inundaba, no era capaz de cerrar, como si temiera que pasara algo si lo hacía. Se sentía extraño. Lo único que quería era que esa desagradable sensación desapareciera, y que, en uno de los parpadeos, al abrir los ojos, aparecieran repentinamente en La Provenza, con todos allí siendo felices y sin que nada de esto hubiera pasado. Y como eso no iba a ocurrir, no había nada que le hiciera sentir mejor.

Se hubiera enganchado a Alice y no hubiera permitido que la separaran a riesgo de morder a alguien, pero lo dicho, no tenía ni fuerzas, por lo que se dejó conducir a la mesa como una marioneta. Probablemente el olor de la comida le activara el hambre, pero hasta el momento ni se había planteado comer nada. Estaba en absoluto silencio, y su única reacción fue mirar a Jason cuando dijo lo de los tornados, aunque casi miraba sin ver. Estaba comiendo como un autómata, y cuando terminara... no sabía qué iba a hacer. Había perdido la capacidad hasta de planificar su próximo movimiento, por leve que fuera.

Pero Shannon, y los Lacey en general, parecieron detectar que necesitaban oír ciertas cosas, y Marcus escuchó, con más atención de la que creía que iba a ser capaz de mostrar, mientras masticaba lentamente. Automáticamente se le llenaron los ojos de lágrimas, pero no llegó a llorar. Todo el temple que había mostrado en el momento de la acción, lo había perdido al irse. Estaba aterrorizado, no iba a negarlo. Por Dylan, por Alice y por él. Había intentado que las amenazas le resbalaran por la piel, pero no había sido así, algunas de ellas le habían calado bien hondo y le estaban hiriendo por dentro. Ahora necesitaba que las palabras de los Lacey entraran también y limpiaran el lugar, porque lo sentía en ruinas.

Aaron parecía tener muy claro que no iban a hacerle nada a Dylan porque le necesitaban, y por primera vez desde que le conociera, Marcus decidió que iba a poner su testimonio por delante de ningún otro. Acababa de ver con sus propios ojos de qué entorno venía el chico y lo que se había quedado era corto en sus quejas, no sabía cómo había sobrevivido. Y era legeremante. Él mejor que nadie sabría por qué le necesitaban. Y otra cosa estaba dejando clara: que no mataban. Que tendrían muchas cosas, pero los Van Der Luyden no tenían muertos a sus espaldas. Pensándolo fríamente, sí, no tenía sentido que les hicieran daño, era un riesgo innecesario para ellos. Pero... estaban desesperados, y eran hostiles e influyentes. Marcus no lo apostaría todo a que no fueran a estrenarse con alguno de ellos. Y eso hacía que le recorriera el helor del pánico por las entrañas.

Alice apretando su mano le devolvió a la realidad, porque sentía que estaba en otro plano desde que se tomó la poción. Le devolvió el gesto y sonrió débilmente, y tras terminar con la comida, Alice fue a arreglar el jardín. Marcus aún no había abierto la boca más que para comer. Se levantó para ayudar a recoger la mesa, pero Maeve le puso una mano en el hombro. — ¿Por qué no vas a darte una ducha fresquita? Estás sudando, pobre mío. — Y le tocó los rizos de la frente, un poco pegajosos. Ni se había dado cuenta. — Nosotros recogemos esto. Súbete y descansa. — Sí, nosotros también nos vamos ya. — Dijo Shannon. Se despidió de ellos, les dio las gracias y subió a ducharse.

No supo cuánto tiempo pasó bajo el agua, con la mirada perdida. Seguía muy aturdido y con una opresión en el pecho que no se le iba. Cuando salió del baño, se encontró a Aaron en el pasillo, apoyado en la pared, y se le veía un tanto incómodo. Estaba entre las habitaciones de ambos y parecía estar esperándole. — Ey... — Musitó, nervioso, como si no supiera cómo romper el hielo. — ¿Cóm...? Bueno, es... Ha sido un día largo. Vamos a descansar. — Marcus asintió, pero se quedaron mirándose. Se acercó a su puerta y le dijo. — Pasa. — Invitándole a entrar en su habitación. Los dos entraron en silencio y se sentaron uno al lado del otro, en la cama.

El silencio perduró unos instantes. Aaron fue quien lo rompió. — Siento muchísimo lo que os está pasando, Marcus. Lo siento, de verdad... Les odio con todo mi corazón. — Marcus tragó saliva, cerró los ojos y no pudo evitar que se le derramaran lágrimas silenciosas. La poción le había relajado, pero no hacía milagros. En todo ese tiempo se había contenido mucho de demostrar emociones delante de Aaron... pero ahora se estaba dando cuenta de que lo había hecho por los motivos equivocados. El chico parecía visiblemente incómodo a su lado, así que tomó un poco de aire y decidió hablar. — Lo siento. — Dijo entristecido, con la mirada baja y aún llorando en silencio. Aaron le miró tratando de disimular la perplejidad. — Vete de ahí, Aaron. No vuelvas con ellos. Vente a Inglaterra. — Alzó la mirada hacia él. — O vete donde quieras, pero no te quedes allí. — Tragó saliva. — Siento haberte juzgado mal, no imaginaba... Tenía muy mal concepto de ellos, pero no imaginaba... hasta qué punto llegaba todo esto. Y creía que eras uno de ellos, sin más, quizás una versión más rebajada, pero uno de ellos al fin y al cabo. — Volvió a tomar aire, pero el llanto se lo entrecortaba. — No me quiero imaginar lo que ha sido para ti nacer aquí. — Ahora fue a Aaron a quien se le llenaron los ojos de lágrimas, pero tras unos segundos sosteniéndole la mirada, la agachó y negó. — Bueno... Ahora, no es momento de hablar de mí. Tenéis que recuperar a Dylan y... — No vuelvas aquí, Aaron. — Están mis padres, Marcus. — Le dijo, y ya le estaban cayendo las primeras lágrimas. — Sé lo que piensas de ella. — Marcus frunció los labios y apartó la mirada. — Lo siento... — No te disculpes, estás en todo tu derecho de pensarlo. Yo también lo pienso. No tiene excusa, Marcus, tienes razón. Mi madre se ha dejado manejar toda la vida, y mi padre también, y lo va a seguir haciendo. Dicen que me quieren, pero si les digo que me voy a la otra punta del mundo sé cuál va a ser su elección. Y no, no voy a ser yo. — El chico se limpió los ojos. Marcus había vuelto a mirarle. — Será una mala decisión por su parte, entonces. — Lo sé, pero no es tan fácil renunciar a unos padres, Marcus. Mis padres no han sido los de Janet, no son unos maltratadores. Pero sí... unos que han visto el maltrato y no han hecho nada. No me han maltratado directamente, solo han sido negligentes. — Agachó la cabeza y tragó saliva. — Tienes razón, acabaré yéndome... Ya quiero irme, de hecho. Si por mí fuera, me iría con vosotros en cuanto recuperéis a Dylan. — Hazlo. Vente con nosotros, Aaron. Te juro que ya no voy a juzgarte mal nunca más, te lo prometo. Te ayudaremos... — No es eso, Marcus, no es solo eso. No puedo dejar a mi madre... así... Si ahora nos ayudan... No lo sé, Marcus. También me da miedo lo que puedan hacerles a ellos. — Se quedaron en silencio.

— Te he visto antes, en la cúpula de ruido. No podía oírte, ni hablar ni pensar, pero no hacía falta. — Le miró a los ojos. — ¿Sabes? Yo me he visto así más de una vez. Aunque... no siempre he liberado así la rabia. Los genes de mi madre de agacharme en una esquina como un animal indefenso son mucho más fuertes. Tú te has criado sabiendo que no te mereces que te traten así ni que pongan en peligro tu vida por un capricho. Yo no. Yo llevo toda esa rabia conmigo, y si algún día me dijeran "todo tuyo, puedes sacarla", como has hecho tú... no sé ni siquiera si sabría por dónde empezar. — Frunció los labios. — Y siento que te hayan provocado esas cosas a ti. Este no es tu mundo... Me siento fatal por la parte que me toca de que un tío como tú tenga que verse envuelto en esto. — Marcus se mojó los labios. — No es culpa tuya. — Asintió. — Adelante, léeme la mente. Verás que lo pienso de verdad. No lo he pensado hasta ahora, lo reconozco... Y lo siento, lo siento muchísimo. Eres el único Van Der Luyden que he conocido y echarte todas las culpas a ti era lo más fácil. No debí hacerlo. — Yo hubiera hecho lo mismo, y honestamente... también me caías fatal. Quise encontrar un refugio en vosotros y cuando te vi tan opuesto a dármelo, la tomé contigo, como si tu cautela no fuera más que lógica. A la vista está. — Dijo eso último con una risa amarga. — Estamos en paz, Marcus. — Se sentía tan mal que no estaba seguro de si estaba en paz con Aaron, ciertamente. Pero no tenía fuerzas para luchar más.

Aunque, de repente, cayó en algo. Un rayo de iluminación cruzó su embotado cerebro y le miró. — Tú... por casualidad... Tú eres legeremante... — ¿Que si yo sé los motivos reales por los que tienen a Dylan? — Puso Aaron en pie su pregunta. Rio con los labios cerrados, de nuevo con amargura. — Mis abuelos son muy listos, Marcus. Son oclumantes, los dos, ¿o de verdad creías que gente con trapos tan sucios iban a arriesgarse a que su nieto el legeremante, al que maltratan y probablemente les odie, les divulgara todo lo que se traían entre manos? — Chistó. — Esta mierda de don, cuando más falta hace, no sirve para nada. Lo que sí te puedo asegurar es que le necesitan vivo, Marcus, y que conociéndoles... sí puede ser por maldad pura y dura, pero es muy probable que realmente le estén utilizando para algo y que ese algo tenga que ver con dinero. Es para lo único que viven. — Otra vez tenía el cerebro embotadísimo. Aaron se acercó a él y le puso una mano en el hombro. — Dejémoslo por hoy. Descansa, Marcus. Dale un abrazo a mi prima e id a dormir. Mañana... veremos qué hacemos. — Puso una sonrisa triste. — Pero si yo he podido sobrevivir a estos monstruos, Dylan también puede. Os tiene a vosotros, y esa fuerza es imparable. Confía en mí. — Marcus le devolvió la mirada y, de corazón, respondió. — Confío en ti. —

 

ALICE

La noche estaba siendo sofocante. La humedad era pesada e inaguantable, y las plantas estaban estropeadas. Agostadas, mamá diría agostadas, y nunca una palabra fue tan apropiada para definir aquellos pobres setos y tallos de plantas que amarilleaban y, una vez secos e indefensos, se doblaban y reblandecían, empapados de la humedad del lugar. Las comprendía. Estaba recibiendo tantos estímulos que así se sentía. Seca del calor y doblegada por las circunstancias. Muerta de miedo, y a la vez deseosa de hacer más. ¿Qué se les hacía a las plantas cuando estaban así? Se las saneaba, se les quitaban los tallos perdidos y se le hacía una herbovitalizante para ayudarlas a recuperarse. Pero ella no podía cortarse nada, y no había herbovitalizante posible. Podía intentar hacerles una burbuja climática, como al ajenjo de Emma… ¿A todas? Era imposible, demasiado trabajo, y se arriesgaba a ahogarlas de más… A nadie le gustaba estar en una jaula… Y últimamente no paraba de ver jaulas por todas partes.

— ¿Estás bien? — Escuchó cerca suyo. Se giró y vio a Shannon y Maeve acercarse a ella. — Sí, es solo que… creo que no puedo hacer mucho más por vuestras plantas. Bueno, prepararé una herbovitalizante, y una antifúngica también, porque esta humedad… — Alice. — Le interrumpió Maeve. — Te agradezco lo que estás haciendo por mis plantas, pero la que nos preocupa eres tú. — Miró a las dos mujeres, sentada en el césped, sin palabras. — ¿Me echáis un Tergeo en las manos, porfa? — Dijo subiendo las manos hacia ellas y Shannon sonrió y se lo echó en un movimiento de la varita. — Buena enfermera, siempre lavándose las manos. — Ella trató de sonreír. — Gracias. Y gracias por atenderme cuando acababa de llegar… — Tragó saliva y se frotó la cara. — No sé qué… No sé qué deciros. Es decir, estoy mal, pero no solo triste. Estoy furiosa, confusa, con ganas de dejarlo todo, pero a la vez de resolverlo todo, pero no sé cómo, y tengo miedo… — Suspiró y se rodeó las rodillas con los brazos, mientras Shannon se sentaba a su lado y Maeve en una silla.

— Hoy… Lucy ha hablado de mi madre… — Solo dirán mentiras. — Aseveró la mayor. — No… No es eso. Es que… — Miró a Shannon. — Tú también conocías otra Janet. Aquella chica que me enseñaste en la foto no parecía mi madre, nunca la vi así de mustia y apagada, ni siquiera cuando se estaba muriendo. Y luego Lucy habló de ella como si fuera… una persona sin alma ni conocimientos. Y luego su madre dijo… — Se le cayeron las lágrimas. — Bueno, me lo dijo a mí, me llamó golfa, y dijo que era como mi madre, que iba a utilizar a Marcus y que ellos podrían hacerle algo y decir que había sido yo y me meterían a Azkaban. — ¡Por Dios! ¡Qué ser tan despreciable! — Exclamó Maeve. Shannon le apretó el brazo, negando con la cabeza. — No es justo, Alice. Y, sobre todo, es mentira. — Ya sé que es mentira… Pero el hecho de saber que… todo esto pasó, que mi madre tuvo que vivir así, que mi hermano lo oye todos los días… Me duele profundamente, me hiere y me perturba. Yo tenía muy clara mi vida, quién era… Incluso cuando me enteré de que los Van Der Luyden nos amenazaron en su día… Es como que tenía muy clara mi vida. Y de repente, de golpe y porrazo, empiezan a hablar de estas cosas de mi madre… y entonces todo lo que yo creía de ella… cambia. — Pero Alice, tu madre sigue siendo la misma para ti, esto no cambia nada… — Le dijo con dulzura Shannon. — ¡Esto lo cambia todo! Mi madre no solo era naturalmente buena, es que superó todo esto, mantuvo su bondad ante todo y… — Se llevó las manos a la cara. — Ya sentía que yo no había sido suficientemente buena, y que había perdido a Dylan, pero es que ahora no me cabe duda. Ella luchando toda la vida contra esto… y ahora no puedo hacer nada para llevarme a su hijo de allí. — Eso no es así, cariño. — Aseveró Maeve. — Entiendo a lo que te refieres, de verdad que sí, pero, precisamente por haber vivido esto, tu madre entendería perfectamente por lo que estás pasando. — Shannon la apretó más. — No estás sola, Alice, te lo decimos siempre. Sé que esto avanza terriblemente lento para tu gusto, pero… has visto a tu hermano, y él ahora sabe que vas a por él. Sé que tú no eres Hufflepuff, no del todo al menos, pero él sí… y no hay nada en lo que confíe más un Hufflepuff que en la esperanza. — Miró a los ojos a la mujer y ella le acarició la cara. — Ten fe en la esperanza de algo mejor, como haría tu madre, como seguro que hace tu hermano. Palabra de Pukwudgie. —

La conversación con las Lacey la había dejado un poco mejor, pero aquel calor húmedo y espeso no la dejaba en paz. Había probado con la ducha, tenía echados hechizos refrigerantes en la ventana… pero no se movía ni una brizna de aire allí, y estaba completamente sofocada. No sabía qué hora era, pero ya no se oía ni un alma, y ella querría dormir, pero… no podía, simplemente no podía, así que dejó de tratar de batallarse a sí misma y salió a la puerta de su novio. Llamó y esperó a que le abriera, pero en cuanto le vio, se lanzó a sus brazos, abrazándole y apoyando la cabeza en su pecho. — No puedo estar sola esta noche. Necesito abrazarte, saber que estás bien, que estás conmigo. — Levantó la cabeza y buscó su mirada. — Que esto no nos está destruyendo. — Tenía miedo de que le hicieran daño, sí, pero casi más miedo de que Marcus tirara la toalla, o se convirtiera en esa persona capaz de hacerlo todo por amor, esa persona que Alice nunca quiso que fuera.

 

MARCUS

No era capaz de pegar ojo, ni siquiera de cerrarlos. Tras su conversación con Aaron, casi le había pedido al chico que se quedara un rato con él, aunque fuera en silencio, pero cuando escuchó a Alice subir para ducharse, salió para darle las buenas noches. Volver a su habitación solo se le hizo como meterse por su propio pie en una prisión. Tardó un buen rato en apagar la luz. Estaba de costado en la cama y miraba el espejo, incluso lo agarró varias veces, tentado de conectar con su casa... pero iba a echarse a llorar en cuanto viera a alguno de sus familiares aparecer, les iba a dar un buen disgusto, era mejor seguir el consejo de Jason y esperar al día siguiente. Por no hablar de que iba a despertarles, que debía ser entrada la madrugada en Inglaterra. Además... con quien quería hablar, en concreto, era con Lex. No se encontraba con fuerzas de explicarle todo aquello a sus padres, solo quería desahogarse.

Tenía el miedo metido en el cuerpo. Cada vez que cerraba los ojos, las imágenes le venían con tanta nitidez que tenía que abrirlos. Tenía el miedo irracional de que alguien se podría aparecer en su habitación de un momento a otro y hacerle daño, y eso le hacía temblar. ¿Qué estaban haciendo allí? ¿Cuándo había comenzado aquella pesadilla, por qué se había torcido todo tanto? ¿Y por qué no habían ido todos en tropel, como un ejército, a casa de los Van Der Luyden, en vez de ir ellos solos? No dejaban de ser dos chavales que acababan de salir de la escuela, al lado de esa señora... se sentía... nadie. Había estado muy seguro ante ella pero era más fachada que otra cosa... como siempre.

Y entonces, llamaron a la puerta, y el corazón se le puso en la garganta, sobresaltándose. Su mente racional tardó apenas segundos en comprender que debía tratarse de Alice. Aun así... llevaba la varita en la mano. Efectivamente y por suerte, era su novia. No sabía si iba a estar tan hábil como para reaccionar a un intruso que estuviera plantado en su puerta.

Recogió a Alice en sus brazos y la abrazó con fuerza, y ahí sí cerró los ojos. Estar con ella recargaba su energía... pero estaban los dos demasiados destruidos como para que aquello fuera milagroso. Ayudaba, pero no hacía milagros. Y justo Alice dijo esa misma palabra: destruyendo. Aquello les estaba destruyendo. No, se negaba a que un solo día en presencia de esa gentuza acabara con su historia de amor eterna. Estaba muy pero que muy lejos de ocurrir eso. — Eso no va a pasar, mi amor. — Susurró, aún abrazada a ella. Se despegó lo justo para dejarla pasar, cerrando la puerta tras ella. Dejó que se tumbara en la cama y él bordeó la misma, acostándose por el otro lado. Al ser una cama individual iban a estar un poco apretados, y hacía bastante calor, pero le daba igual: tenía tanto miedo en el cuerpo que casi sentía frío. Se abrazó a su espalda y apoyó la cabeza en su hombro. — Lo siento... — Parecía que no sabía decir otra cosa desde que había llegado de casa de los Van Der Luyden. — Todo... Siento que estés pasando por esto. Que estemos pasando por esto. Que esto sea... así, tan duro. — Acarició la mejilla con su espalda, notando cómo los ojos se le llenaban de lágrimas. — Siento... que no hayamos podido traernos hoy a Dylan. — Tragó saliva. — Y perdona si... he sido demasiado duro. Quizás no necesitabas a alguien que echara más leña al fuego. Pero... no soporto... no puedo soportar que se hable así de tu madre, Alice. No puedo. — Se limpió una lágrima y volvió a abrazarse a ella. — Dime que estás bien. Por favor. — Pidió en un susurro, dejando un beso en su hombro y volviendo a apoyar en él la barbilla. Sabía que no lo estaba, sabía que, como había dicho ella y como él mismo sentía, los dos estaban destruidos.

 

ALICE

Que Marcus la recibiera en sus brazos era suficiente. Si ya le decía que no, que no iba renunciar a su amor, a dejar de quererla, Alice podía respirar aunque fuera un poco mejor. Se dejó tumbar en la cama, y notó cómo los ojos se le cerraban pesadamente de cansancio, de por fin sentirse a salvo, y se acurrucó para dejarle a su novio tumbarse tras ella, abrazándola, sintiendo cómo, poco a poco, la presión iba abandonando su pecho. Y dejando paso a la tristeza, claro.

Rodeó sus brazos con los de ella, acariciando sus manos cuando le dijo que lo sentía. — ¿Tú lo sientes? — Murmuró. Suspiró y volvió a acariciarle. — No tienes culpa de nada, tu estás aquí, me has cuidado, me has defendido, estoy aquí en la casa de tu familia… Es la mía la que no para de dar problemas. Y pesadillas, ya que estamos. — Negó mínimamente con la cabeza, mirando a la nada. — En todo caso lo siento yo, porque estemos en esta situación, amor mío. — Suspiró y se pegó un poco más a su cuerpo. — Has sido exactamente lo que necesitaba. — Dijo cortando el discurso de su novio. — Alguien que me defiende a capa y espada. Alguien que ha mantenido la firmeza antes esas personas que me han roto totalmente por dentro. Me he venido abajo por completo, Marcus, me han destruido en una sola tarde… — Apretó los ojos y trató de contener el sollozo, pero el cuerpo se le sacudió, y estaba muy pegada a su novio como para que no lo notara.

El beso en su hombro le puso la piel de gallina, porque el contacto de Marcus, su cariño, para ella era imposible de ignorar. Se dio la vuelta para mirarle y apoyó su frente con la de él, enrollando sus piernas entre las suyas y acariciando sus mejillas, aunque no podía evitar derramar lágrimas. — No estoy bien. No puedo estarlo. — Echó aire por la boca intentando relajarse. — Mi vida, la vida de mi madre, lo que yo creía que éramos… ha cambiado. ¿Con qué derecho voy a llorar yo por la vida que me ha tocado, por la muerte de mi madre, por la locura de mi padre, cuando mi madre floreció, como un almendro en medio del invierno, entre esta gente? Y saber que aguantó esta amenaza durante tanto tiempo. — Paró, intentando controlar su llanto. — ¿Cuántas veces quise evitar que esto te salpicara, mi amor? Y míranos. — Reposó su frente sobre la de él y se dejó llorar durante unos segundos. Lo necesitaba.

Pero luego abrió los ojos y volvió a enfocar aquella mirada que amaba, que había amado desde la primera vez que vio. — Pero estamos vivos. Estamos aquí. Y sigues amándome, Marcus, y eso son dones de la vida, y no lo pienso desperdiciar. — Aferró más sus mejillas y le acercó aún más a sí, casi rozando sus labios al hablar. — Te juro que esa gente no va a hacernos daño. Yo nunca en mi vida me he rendido sin luchar. Y nunca me he enfrentado a un enemigo así, pero no se amenaza a lo que yo más quiero en el mundo sin consecuencias. Puede que esta batalla la haya perdido, pero la guerra la voy a ganar. La vamos a ganar. Y voy a hacer que ese amor que me tienes, que esa defensa que haces de la memoria de mi madre, no sea en vano. — Y besó sus labios con fuerza, para sellar lo que acababa de decir. — Podremos dudar de todo en esta vida, Marcus, pero nunca, nunca, de nuestro amor. Es nuestra fuerza y lo será siempre, por tristes y asustados que estemos. — Y ya sí, dejó la frente apoyada sobre la suya, sin moverse ni un milímetro, entrelazada con él, sintiendo cómo se sentía, como siempre, en el mejor lugar del mundo, incluso en aquellas circunstancias.

 

MARCUS

Negó. Entendía lo que Alice quería decir, pero ella no tenía culpa de nada. Lo que él sentía no era haber hecho algo malo, sino que alguien como ella, tan buena, tan alegre, que podría hacer lo que quisiera porque era listísima, tuviera que estar sufriendo aquello. Le dolía el corazón, y se sentía un inútil por no poder hacer más. Según ella, había hecho justo lo que necesitaba... pero no por eso había podido evitar su dolor. Se abrazó a ella con más fuerza, llorando en silencio. No soportaba oírla así, diciendo lo rota que estaba. Quería romper él a cada una de esas personas por tan siquiera haber intentado provocarlo... y haberlo conseguido.

Y esa afirmación, ya mirándole a los ojos: no estaba bien. Sentía el pecho oprimido de escucharla y verla así. Agarró sus mejillas con delicadeza. — Tienes todo el derecho del mundo a quejarte, mi amor. Y bien sabes que no soporto que sufras... Daría mi vida entera por hacerte feliz. — Que Alice siempre sea feliz. Qué lejano se veía ese sueño que pidió hacía justo tres años. — Y lo que somos no ha cambiado en nada, Alice. — Se le quebró la voz. — Yo te quiero. Te sigo amando con toda mi alma. — Nunca pensó que dolería tanto decirse eso, y todo por esa maldita situación, que en vez de tenerles felices disfrutando de la juventud y el verano les tenía allí sufriendo. Pero Alice necesitaba llorar, y él también, y ahí se quedaron unos minutos.

Tras dichos momentos, Alice pareció volver con más fuerza, a pesar del llanto. La miró a los ojos. Él había mantenido una fachada de entereza delante de los Van Der Luyden, porque nadie tocaba a Alice y no se llevaba, cuanto menos, su desprecio. Pero ella era mucho más fuerte por dentro que él, solo había que escucharla. Tuvo que tragar saliva, aunque siguieron brotando más lágrimas, cuando dijo que le habían amenazado. — Todo lo que te han dicho, Alice. A ti y a tu madre... Tenía que haberles calcinado allí mismo. — Dijo con más tristeza que rabia, pero cada vez que se acordaba se le ponían los vellos de punta de la propia impotencia. — La vamos a ganar. — Corroboró él también tras sus palabras. Recibió su beso y se aferró aún más a ella, abriendo los ojos para mirar los suyos justo después, conteniendo un sollozo. — La vamos a ganar. — Repitió. — Te amo, Alice. Te amo con mi vida. Y nadie toca a los Gallia en mi presencia y sale indemne. Te lo juro. Volveremos a casa con Dylan. Tendremos la felicidad que nos merecemos. — La abrazó y cerró los ojos con fuerza. — Te lo prometo. Te lo prometo. Te lo prometo... —

***

No podía pegar ojo. En algún momento, no sabía cuándo, había sentido a Alice dormirse. Se quedó mirándola y acariciándola, pero a más la miraba... peor se sentía. Le seguían brillando las mejillas por las lágrimas a pesar de que había intentado limpiárselas, y tenía un aura de tristeza, incluso dormida, que no era la de su Alice de siempre. Odiaba verla así, pero más aún odiaba a quienes se lo habían provocado. Y lo peor era que ni le salía la rabia: ya la había frustrado toda contra esa desvencijada mesa de jardín. Solo estaba triste. Profundamente triste.

Estaba viendo todas las horas del reloj y era incapaz de quedarse dormido, ni siquiera de mantener los ojos cerrados. Estaba ya entrando en desesperación consigo mismo, en ese nervio absurdo de quien sabe que aún le quedan muchas horas por delante de noche y debería estar durmiendo y no parece ni cerca de conseguirlo. Ya eran las tres y media de la mañana, y con un cálculo rápido llegó a la conclusión de que en su casa debía estar ya preparándose para ir a trabajar... excepto Lex, que estaba de vacaciones. Pero su hermano no era de mucho dormir, era muy probable que estuviera ya despierto. Necesitaba hablar con él. No aguantaba más.

Besó la frente de Alice y, con mucho cuidado, se separó de ella, cogió el espejo de la mesita de noche y se fue a la habitación de Shannon, donde ella debería estar durmiendo. Una vez allí, se puso ante el espejo. Lex no tardó en aparecer por el otro lado. — Ey... Uh, es muy de noche allí ¿no? — Preguntó su hermano nada más verle, y luego frunció el ceño, pensativo. — ¿No son como las tres de la mañana? — Marcus ni podía contestar. Lex le escudriñó. — ¿Qué pasa? — Fue escuchar la pregunta y se echó a llorar. Lex abrió mucho los ojos. — ¡Marcus! ¿Qué pasa? Joder... me estás asustando. ¿Llamo a mamá? Ya se ha ido, pero puedo... — No... Quiero hablar contigo. Necesito hablar contigo, Lex. — Su hermano le miraba asustado. Tomó aire, entrecortado, y empezó a narrar.

Lex, que habitualmente solía responder con agresividad, estaba dejado de caer con derrota en el cabecero de su cama. Una vez soltado todo, volvió a llorar, aunque no es como que hubiera parado exactamente. — No puedo dormir... — No me extraña... — Alice se ha venido a mi cuarto, se ha quedado dormida... Pero no puedo ni cerrar los ojos, Lex. — Se limpió las lágrimas. — Nos han amenazado. Todos parecen muy seguros de que no van a hacernos nada, y sí, parecía una bravuconada. Joder, si mamá la hubiera visto... Qué cara le hubiera puesto. Pero el miedo se te queda en el cuerpo. Y Dylan... Cuando he visto cómo agarraban a Dylan... Te juro que les quería matar. Y han insultado a Alice, y a Janet. No... No sé cómo lo he aguantado. Les tenía que haber acribillado a hechizos. — Hubieras salido perdiendo, Marcus. Tienes que estar muy orgulloso de lo que has hecho, yo no sé si hubiera podido. — Han insultado a mi novia, Lex. Y a Janet, que está muerta, que es la mejor persona que hemos conocido jamás, que la maltrataron toda la vida. Y a William, y están utilizando a Dylan. Le hicieron daño, tú no has visto cómo lloraba. — No podía dejar de darle vueltas. Ni de llorar.

Su hermano debía estar haciendo un gran trabajo de contención por no echarle más leña al fuego, o estaba alucinando tanto con la situación que ni atinaba a reaccionar. Respiró hondo y dijo. — Lex... Voy a... Quiero decirte algo, y... Bueno, lo voy a decir... tal y como me va saliendo ¿vale? — Su hermano asintió, intrigado. Se aclaró un poco la garganta, que la tenía ya rotísima de gritar y llorar. — Lex... viendo... esto, todo esto... lo que Lucy McGrath hizo con su hermana, lo que intentamos hacer por Dylan... A veces... Ya sé lo que me vas a decir, sé que me vas a decir que ya no importa, que lo que importa es cómo estamos ahora, pero... a veces recuerdo... el día que me enteré de lo tuyo con Darren. — Marcus. — Paró Lex, con expresión triste. Conocía bien las autoflagelaciones de su hermano. — No es el momento ahora, de verdad. — Déjame decirlo, por favor. — Le miró a los ojos. — Lex... sigo arrepentido de aquello. Yo... yo quiero mucho a Darren ¿vale? Ya ha quedado demostrado, pero quiero decírtelo una vez más, que si reaccioné así... fue... no sé, por la sorpresa. No era por él ni mucho menos. Y por... miedo, por un poco de miedo. Bueno, por pena también, de sentirte tan lejos, de no saber qué hacer para que me contaras cosas. Pero... me dio... mucho miedo de lo que te pudiera pasar. De que, por enamorarte de él, tu familia te rechazara, o tuvieras que aguantar ciertas cosas. Pero Lex, te lo juro, te lo juro con todo mi corazón, a pesar de lo que te dije, que todos los días me arrepiento: jamás te hubiera dejado solo. Jamás, Lex. — Su hermano le miraba entristecido. — Lo sé, Marcus... — Lucy traicionó a Janet. Y no lo entiendo, no lo entiendo, te lo juro. Se me rompe el corazón. Jamás lo hubiera permitido, te lo aseguro. Necesito que lo sepas, Lex. A mí me vas a tener siempre, pase lo que pase. Sea Darren o quien sea. Nunca te traicionaría. — Estaba viendo que a su hermano le brillaban los ojos. — Lo sé. — Respondió. Debía estar viéndole realmente mal para estar hablándole tan bajito y sereno.

Sorbió un poco, limpiándose las lágrimas de nuevo. — No podría soportar saber que estás en manos de gente así. Alice está destrozada. — Lex negó, con la cabeza agachada y la mirada perdida. — Hijos de puta... ¿Por qué parece que hay gente que solo ha venido a esta vida a hacer daño? No sé cómo Janet pudo salir de esa gente. — Hablan fatal de ella... te juro que me hierve la sangre. — Lex soltó aire por la boca. — Pero Marcus... — Y empezó a decirle todo lo que consideraba que estaba haciendo bien: cuidar de Alice, estar bien informado, no ceder ante las amenazas... En el lenguaje de Lex, pero parecido a lo que todos le decían. Añadiendo también lo orgullosos que papá y mamá estaban de él. Y Marcus no dejaba de llorar... pero, fundamentalmente, no dejaba de pensar en lo que le quería decir realmente en aquella llamada. — Te echo de menos, Lex. — Su hermano se detuvo en el discurso, mirándole. Sollozó. — Te echo muchísimo de menos. — ¿Por qué no era capaz de dejar de llorar? No quería imaginarse cómo estaría de no haberse tomado la poción...

Y había dejado a su hermano sin palabras, al parecer... y con las lágrimas saltadas. — ¿Me echas de menos? — Marcus asintió, entre el llanto. — Más que a nadie. — Le miró. — Me da miedo preocupar a papá y mamá con estas cosas, y aunque nos preguntan cómo estamos, claro, nos dan muchas pautas cuando hablamos... Con nuestros amigos no queremos entrar en tantos detalles... Necesitaba hablar contigo. — Tragó saliva. — Y... te quiero muchísimo, Lex. Llevamos toda la vida juntos, aunque hayamos sido tan diferentes. Y no soportaría que te pasara algo como lo de Dylan. Y... jamás haría lo que Lucy le hizo a Janet, y sé que tú a mí tampoco. Y cuando veo juntos a los primos... echo de menos a mi hermano. — Negó. — No creo que lleguemos antes de que te vayas a Hogwarts... y, cuando salgas... yo estaré de investigación, y tú viajarás muchísimo... — Sorbió y le miró. — Prométeme que siempre vamos a estar unidos, por favor. — Marcus. — Veía lágrimas en la cara de su hermano, pero este se acercó al espejo y, poniéndole una sonrisa maliciosa, le dijo. — Qué más quisiera yo que quitarme de encima al prefecto coñazo. — Eso le hizo reír espontáneamente, y Lex rio con él. Se limpió las lágrimas. — Idiota... — Soy una serpiente. Pienso colarme reptando por ahí por donde menos te lo esperes. — Marcus rio un poco más, con voz acuosa. Lex sonrió de lado. — No te librarás de mí tan fácilmente... — Alzó la mirada y le devolvió una sonrisa. — ¿Sabes? Es raro estar hablando contigo sin escuchar a tu cerebro parlotear a toda velocidad. — ¿Eso es bueno o malo? — Preguntó entre risas. Lex se encogió de hombros. — Diferente, supongo. Me das menos motivos para quejarme de ti. — Rio otro poco. Increíble... le faltaban las fuerzas para todo, quién iba a decirle que, ni más ni menos que Lex, iba a hacerle reír.

— Yo también te quiero, Marcus. Un montón. — Frunció los labios, emocionado, mirándole de nuevo. — Y como a esos hijos de puta se le ocurra tocarte ni un pelo, los mato. Te juro que los mato. — Se encogió de hombros. — Dicen que los mejores equipos de quidditch se hacen en las cárceles. Pediré que me manden a la que tenga el mejor. — Para ya, anda. — Le dijo entre risas. Sorbió, recomponiéndose un poco. — Voy a intentar dormir un poco y cuando despierte hablaré con papá y mamá. No le digas que me has visto así de mal ¿vale? — Descuida. — Lex ladeó una sonrisa. — Vamos a pegarnos una buena fiesta cuando salgas. Tú y yo. Quedada de hermanos. — Marcus arqueó una ceja. — ¿Quieres quedar conmigo solo? — Ahora que amenazas a mafiosos, no me pareces tan aburrido. — Sabía que era buena idea hablar contigo. Llamar a alguien tonto continuamente siempre me levanta el ánimo. — ¿No te cansas de ser tan Ravenclaw? — Ni un poquito. — Anda, vuelve a la cama con tu novia. — Y, justo tras la broma, su hermano le dijo. — Y haced un buen fuerte. Y llámame cada vez que lo necesites, sea la hora que sea ¿de acuerdo? — Ladeó una sonrisa. — Si esto va de buenos hermanos... un genio y un Slytherin tienen que ser los mejores. No va a haber quien nos supere ni nos destruya. Jamás. —

Notes:

Por fin hemos conocido a los Van Der Luyden y… ¿os tiemblan las piernas igual que a nosotras cuando lo escribimos? Este capítulo era intensísimo, pero tenía que pasar, y la compensación ha sido poder ver a los hermanos juntos y darles esperanza, como esperanza se han dado Marcus y Lex. Queremos saber cómo habéis vivido ese primer contacto con la familia de Janet y todo lo que habéis sentido. Os leemos atentamente ¡mil gracias como siempre, lectores!

Chapter 22: Titanium

Notes:

Directorio de personajes
Árboles genealógicos
Índice Piedra
Lista de reproducción de Piedra
Galería
☼ Canción asociada a este capítulo: Sia feat. David Getta - Titanium

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Chapter Text

TITANIUM

(7 de agosto de 2002)

 

ALICE

— Pues este arriate ya estaría. — Betty la miró con una gran sonrisa y asintiendo. — Nunca se me habría ocurrido separar los bulbos de las plantas de flor, pero claro, es esencialmente mejor… — Alice asintió satisfecha. — Sí, si es que las bulbosas son unas avariciosas, roban agua y nutrientes sin control. — Le estaba haciendo una reforma al jardín de los Lacey que no se lo creían ni ellos. Llevaba dos días sin parar, que había vuelto loco a Frankie haciéndole crear un sistema de acequias mucho más sostenible para hacer el regadío, y se estaba dedicando a cambiar de orientación medio jardín, porque Maeve había tenido el buen (o mal, según se mirara, porque desde entonces Alice no había dado paz con el jardín) tino de decirle que es que en aquel jardín no crecían las medicinales, y que Betty siempre tenía que traerse del laboratorio para hacerles las pociones. No necesitó decir nada más, era una cuestión de orientación y regadío, y Alice se estaba encargando de poner el jardín patas arriba para hacerlo apto para herbáceas, sin quitar las flores ni modificar el espacio de césped que la familia usaba para el esparcimiento.

Al segundo día, había aparecido Betty por allí con Frankie Junior. Era obvio que la primera quería contemplar sus avances, pues era la principal interesada en aquello para poder hacerle buenas pociones a sus suegros, con material recién sacado, y sobre el segundo no había hecho preguntas, pero al ratito de estar allí, Betty, fascinada, había requerido de su fuerza bruta y su buena disposición para ayudarlas a todo tren. Y ahora estaban ambas en una vorágine plantadora, medidora de temperaturas e incidencias solares, y con los dos Frankies trabajando para ellas. — Esto no era lo que yo tenía en mente, no… — Comentaba Maeve, sentada en la mesa del jardín con un montón de vasos y una jarra enorme de limonada que los servía solos. Pero Alice y Betty seguían metidas en el asunto. — No, sin duda la hierbabuena tiene que quedarse por donde está el abuelo. — Claro, pero entonces hay que regular el riego por allí, porque ahora hace muchísimo calor, pero esto en enero puede ser mortal para la planta si se la riega demasiado y acaba por helar. — Uy sí, ya te digo yo que helar va a helar. — Claro, entonces… ¡Ay, qué pesada! — Se quejó, empujando a una de las regaderas hechizadas que tenía haciendo servicio por el jardín para paliar los efectos de aquel calor horroroso, pero que ya había acabado su ronda y ahora la seguía esperando instrucciones. Tan concentrada estaba en otras cosas que, sin querer, se la tiró encima a Frankie Junior. — ¡Eh, pero bueno, primita! Uno viene aquí a servir y proteger y encima le duchan. — ¡Oh, Francis, por favor! Que vas enseñando palmito sin la camiseta y ni mal te va a venir el agüita. — Le recriminó su madre. — ¡Oye! Que mi niño lo enseña porque puede. — Defendió Maeve. — No, si claro, con la abuela por ahí también… — Murmuró Betty, mientras volvía a lo que estaban haciendo. — ¡Marcus! — Exclamó la mujer mayor. — ¡Qué bien que bajas, hijo, y qué guapo te has puesto! —

Como estaban tan abatidos y alicaídos, la forma de los Lacey de animarles era loar muy grande y fuertemente todo lo que hacían. ¿Se levantaban? ¡Qué bien que te has despertado! ¿Bebían agua en la comida? ¡Eso, muy bien, hidratándose que es importantísimo! ¿Que Alice dejaba el jardín un ratito? ¡Uy pero que buenísima eres que vienes a hacernos compañía! Y así. Y a ver, que se agradecía, pero que era bastante evidente que eran unas almas en pena. No obstante, al levantar la vista para enfocar a su novio… sí que se había puesto muy guapito. Frunció el ceño. — ¿A dónde vas? Estás guapísimo. — Eso estaba diciendo yo. — ¡Uh lá lá! No veas el primo inglés cuánta elegancia. — La de Francia. — Aportó Frankie. — Que no, abuelo, que la francesa es Gal… Pero este no se queda atrás en lo de ir a la moda. — Sonrió un poco. A ver, estaría triste, pero tonta no era, y su novio estaba espectacular. La cuestión era por qué, y lo mal que se sentía ahora de estar sudada, manchada de tierra y en uno de los peores días de pelo de la historia.

 

MARCUS

El primo Jason se había quedado muy preocupado tras su ataque de ira contra la mesa (al día siguiente pidió perdón como mil veces al tío Frankie, y el hombre no sabía ni de qué mesa le estaba hablando, a saber cuánto tiempo llevaba ahí). De ahí que entrara y saliera por casa varias veces en el día durante aquellos días, "solo para saludar". Según los tíos, Jason era así, solía hacerlo de normal. Pero algo le decía a Marcus que lo estaba haciendo más de la cuenta solo porque les preocupaba su estado.

En una de esas, charlando con Marcus e intentando hacerle pensar en otra cosa, se puso a hablarle del centro de Nueva York. Que a él le encantaba su casita tranquila con jardín para hacer barbacoas, que sus niños se habían criado allí superfelices, pero que, trabajando de constructor, tener un pequeño estudio en la ciudad venía muy bien. Que lo había conseguido baratísimo por medio de... bueno, una conexión larguísima de conocidos que dejaría a su madre y sus contactos, cuanto menos, confusos. Y que a Frankie le venía genial porque a veces salía muy cansado de la tienda y directamente se quedaba por allí, que le pillaba más cerca. Menos mal que tenía una taza de té a mano para disimular, porque mira que Marcus no era nada malpensado, pero hasta él había visto mala esa excusa. Menudo filón el de su primo Frankie con ese piso, quién lo pillara...

Y entonces, se le encendió la luz en la cabeza. Jason ya le había dicho como mil veces "lo que tenéis que hacer es salir y divertiros", hasta que Marcus dijo: "pues mira, tienes razón". Sí, ¿por qué no? Estaban hundidos en la más absoluta de las miserias desde lo ocurrido con los Van Der Luyden, habían llegado a una especie de punto muerto esos tres días que sentían que se le estaban haciendo eternos y solo sabían darle vueltas a la cabeza. Marcus empezaba a cansarse hasta de su propio estado, y su Alice se estaba quedando mustia como una florecilla sin regar. Quizás le propusiera el plan y se lo tirara a la cabeza, pero... ¿y si no?

A la visita de Jason de la mañana siguió una de Betty y Frankie Jr. por la tarde para ayudar a Alice con el jardín, porque su novia amante de las plantas que las usaba como terapia para sus males se había propuesto como nuevo objetivo vital hacer el jardín de los Lacey más operativo. No es como que pudiera decirle que hiciera otra cosa, al menos estaba siendo más productiva que él, que no paraba de darle vueltas a la cabeza. Pero, si la conocía de algo, estaba ahogando sus penas en las plantas, y ahora que había tenido una idea por primera vez en... ¿siglos? ¿Cuánto llevaba sin sentir que tenía una idea buena? Daba igual. Que iba a sacarla de ahí, aunque fuera por una noche. Estaba decidido.

Arreglarse le estaba costando horrores, se veía una cara malísima, pero bueno, puso todo su empeño. Cuando se arreglaba normalmente se imaginaba el gran evento que iba a tener y lo mucho que iba a triunfar, y ahora sentía como si llevara cargando un yunque a cada lugar que iba, todo le costaba. Pero nada levantaba más su ánimo que la perspectiva de hacer a su novia sonreír, así que allí que se plantó, lo más guapo que pudo con la ropa que se había traído y el semblante que portaba, y bajó al jardín... O al campo de guerra que habían montado, más bien. La primera en verle fue Maeve, y él le dedicó una de sus clásicas sonrisas de galán (o lo intentó, de verdad que todo le costaba más últimamente). — Te veo en el mejor lugar del jardín, tía Maeve, di que sí. — ¡Uy, hijo! Yo me jubilé de eso hace mucho, todo lo tuviera yo tan claro... — ¿No vienes demasiado guapo para ponerte a replantar? — Preguntó con una sonrisilla Frankie Jr. Marcus amplió la sonrisa y se puso junto a Alice, quien no disimuló la sorpresa. Ah, estaba guapo, confirmado por su novia, porque esa frase le había salido del alma. Quería pensar que era buen comienzo.

— Querrás decir... dónde vamos. — Le tendió la mano para ayudarla a levantarse. — Tengo un plan que proponerte. — Uuuuh, esto se pone interesante. — ¡Frankie! Hijo, deja un poco de intimidad a tus primos. Sigue con eso. — ¡Pero qué intimidad! Son ellos los que están haciendo el numerito público. — Marcus rio levemente, y se llevó a Alice un poco más apartada. Le colocó un mechón de pelo tras la oreja y le dijo. — ¿Te he dicho que tienes los ojos más bonitos mientras cuidas plantas? — Que mentira no era, quizás una verdad un tanto adornada, pero Marcus era muy de piropos. No debería ser sorpresa para nadie a esas alturas. — Sé que... llevamos unos días... Bueno, ya sabes. Por eso he pensado que... podríamos intentar darnos un respiro. — Sonrió. — Jason me ha dado mucha información sobre cosas que hay por el centro de la ciudad. Y, honestamente, tengo mucha curiosidad por comer unos perritos calientes neoyorkinos, a ver si merecen la fama que tienen. — Encogió un hombro. — Podemos... salir un rato, cenar fuera, hablar de... nosotros, de otras cosas que no sean... — Los dramas de los que llevamos hablando un mes. — ...Los últimos días. ¿Qué me dices? ¿Confías en mí y en los lugares maravillosamente neoyorkinos a los que podría llevarte? —

 

ALICE

Ese plural de la primera persona le causó un hastío inmediato. No. No quería “vamos”, por favor, ella lo que quería era seguir con su mesopotámico sistema de riego y plantaciones infinitamente, hasta que tuviera una gran idea o un colaborador sorpresa en el tema de su hermano. Pero, como siempre, no sabía plantarle cara a su novio, y menos así de guapo, y se dejó levantar y arrastrar a un punto un poco más tranquilo sin Frankie comentando la jugada ni regaderas insistentes.

Estuvo a punto de detener a Marcus de colocarle el pelo, porque lo tenía encrespadísimo y estaba perlada de sudor y tierra por todas partes, pero él estaba en modo caballero y, si le rechistaba, algo encontraría para llevarle la contraria, así que se limitó a sonreír con expresión de “venga ya, caballero O’Donnell”. — Y tú los rizos más bonitos de lo normal cuando te los peinas así. Pero igual es que se ven mejor por la cantidad de tierra que llevo encima ahora mismo. — Era una forma sutil de decirle: “Marcus, de verdad que difícilmente este es el mejor momento para planes caballerosos”. Vamos, hasta él se daba cuenta, aludiendo a los días que llevaban. — ¿A Nueva York? Pero si no te ha gustado nada. — Dijo con una risita de evidencia. — ¿Y a esta hora? ¿Vamos a andar por ahí de noche? — Por todos los dragones, hasta ella misma se había dado cuenta de que no sonaba a Alice Gallia. Pero Marcus sí sonaba un poco a Marcus hablando de perritos calientes, no obstante. Y entonces, se le ablandó el corazón. Su novio queriendo salir a cenar y hablar de… pues eso, de las cosas que hablaban antes… podía con ella. Se miró y suspiró. — Estoy hecha un desastre, va a ser un poco tarde cuando salgamos, ¿cómo vamos a volver? — Hija, tú por eso no te preocupes, venga, que tienes a un mocito guapísimo pidiéndote salir, no nos rompas a todos el corazón. — El aporte de Maeve le hizo mirar a su alrededor. Efectivamente, toda la familia estaba mirando descaradamente. Puso una sonrisa, mitad sincera mitad un poco forzada, porque no tenía ganas de sonreír, pero sí tenía ganas de hacer un poco más feliz a su novio, así que suspiró y dijo. — Sí, claro que confío en ti. — ¡Sí señor! ¡Esos son mis niños! ¡A disfrutar como se debe! — Exclamó Maeve. — ¡Eso! ¡A quemar Nueva York! — Fraaaaankie… — Advirtió Betty de nuevo. — Pero tienen razón, Alice, venga, yo me encargo de terminar el jardín. — Sí, pues estaba el ambiente como para decir que no. Y parte de ella, de hecho, es que quería decir que sí, ¿quién iba a decir que no a ese chico tan guapísimo y entregado? Pero… — Bueno, voy a ver qué puedo hacer para arreglarme un poco y… bajo en cuanto pueda. —

Lo cierto era que no se había traído nada para salir a cenar con su novio. Todo era, o ropa de ir al MACUSA y causar buena impresión, o los vestidos de La Provenza para ir cómoda. Y sí, a Marcus le encantaban sus vestidos de La Provenza, pero no terminaba de verlos para salir a cenar por una ciudad… Pero bueno, no iba a ponerse esos otros conjuntos tan… artificiales, la palabra era artificiales. Miró de reojo el vestido blanco de tirantes y lo cogió entre las manos. ¿De verdad solo habían pasado dos años desde que se puso aquel vestido para provocar a Marcus a que se escapara con ella durante los fuegos artificiales? Oh, por Dios, lo que daría por volver a sentir aquella mirada sobre ella… aquella adrenalina al subir las escaleras del desván… Igual no era lo más apropiado, pero aunque fuera solo por recordar aquella sensación de la serotonina fluyendo por sus venas mientras hacía cosas prohibidas, se lo pondría. Se maquilló y eligió pendientes, dejándose el colgante alquímico de su novio bien visible (y tan visible, ese vestido era un peligro) y, eso sí, se puso las zapatillas de lona más cómodas, no le apetecía abrasarse los pies con el asfalto de Nueva York. Cuando se terminó la trenza se miró satisfecha al espejo. No le había apetecido nada arreglarse, pero, la verdad, ahora se sentía un poco más ella misma.

Bajó al jardín de nuevo cuando ya empezaba a caer la noche. — Ya déjalo, Frankie. — Que no, abuelo, que luego lo haces tú solo y te haces daño. — Yo ya me he rendido con eso, hijo, tus abuelos no saben parar. — Decía Betty, sentada ya junto a Maeve degustando la limonada. — ¡Oy! ¡Pero qué guapísima vienes, hija! ¡Mira qué pareja! — Frankie Junior la silbó. — Cuidado, primito, que te la levantan en un abrir y cerrar de ojos. — Ella sonrió un poco y se agarró de la mano de su novio. — Venga, a ver esos perritos, aunque con el nombre no me convencen nada. — Se acercó un poco más y susurró. — Confío ciegamente en ti, prefecto. —

 

MARCUS

No era ninguna sorpresa que Alice no estaba especialmente inclinada a salir por ahí a divertirse, y no le extrañaba: a él mismo no le apetecía. Lo que necesitaba era aire, salir de la casa para ir a un sitio que no fuera el MACUSA, zona Van Der Luyden o conversaciones con "contactos" que les pudieran ayudar. Simplemente, pasear por una ciudad que no conocían, descubrir calles, probar nuevas comidas, entrar en sitios diferentes... Vale, no, no le gustaba Nueva York. No era su ideal de vacaciones, pero era donde estaban. Y ya hasta él mismo estaba cansado de llorar su desgracia. ¿Estaban en Nueva York? Pues aprovecharían Nueva York. Qué otra cosa les quedaba.

Fue a contestar, pero se le adelantó la tía Maeve, lo cual le hizo aguantarse la risa. Al menos estaban todos de parte de su plan. — Tú por eso no te preocupes. Tengo un plan para la vuelta. — Y le guiñó un ojo. A ver, a esas alturas ya todos sabían que Jason les iba a dejar el piso por si se les hacía tarde la vuelta, pero tampoco hacía falta ir pregonándolo (más de lo que Jason lo había hecho ya, quería decir, que era un milagro que Alice no se hubiera enterado). Y ante el sí de Alice, todos reaccionaron como si le hubiera dicho que sí a una propuesta de matrimonio. Ya sí se tuvo que reír levemente. — Gracias. — Le dijo con la mano en el pecho a lo de que confiaba en él. No porque fuera una sorpresa, sino porque, en las circunstancias que estaban y no teniendo ni idea Marcus de dónde ir, le constaba que Alice estaba haciendo un esfuerzo por no tirarle el plan.

En cuanto Alice subió a arreglarse, se encontró dos cosas sobrevolando cada uno de sus hombros: una regadera a la espera de órdenes y a su primo Frankie con una sonrisilla que no vaticinaba nada bueno. — Así queeee... el piso del centro eeeeh... — Soltó una carcajada y se acercó a él para susurrar en tono guasón. — Menudo picadero... — ¡Eh! — Reaccionó, en el modo ofensa que Marcus tenía tan bien estudiado. — Solo es un refugio por si se nos hace demasiado tarde. No queremos abusar de más de la hospitalidad de tus ab... — Pero una pedorreta de su primo le interrumpió. — Tío, ni mi padre se cree que ese piso no se usa para lo que se usa. Que si no fuera porque llora con absolutamente todas las películas románticas que ve, sospecharía que lo usa para esconder amantes desde que se lo compró. — Marcus le puso cara de circunstancias y el otro soltó una carcajada. — Que resulta que eres de esos que se ofenden cuando se les insinúan cosas sexuales... ya veo. — Estamos Alice y yo ahora como para pensar en esas. — Se sinceró, más espontáneamente de lo que hasta él mismo imaginaría. — Demasiado que vamos a salir, y a ver cómo va la noche. — Suspiró. — Si te digo la verdad, ni siquiera a mí me apetece, pero no soporto darle más vueltas a la cabeza, me va a explotar. Y mira cómo está ella, ha levantado el jardín entero. — Sí, eso es raro, no te lo voy a negar. Pero la muchacha es simpática, no soy yo nadie para juzgar. — Dijo encogiéndose de hombros. Se le acercó y, dándole un toque en el hombro, le dijo en confidencia. — ¿Pues sabes qué te digo? Que esta situación de mierda no va a cambiar en nada hagáis lo que hagáis esta noche, ya me entiendes. — Dijo arqueándole las cejas. — Y creo que a ninguno de los dos os vendría mal desfogar un poquito. Estáis muy tensos, y con razón ¿eh? Vamos, me pasa a mí esto y no sé a quién mato. Pero tío, tú eres listo, y ella entiende de cosas sanitarias y eso, ¡y mi madre, pregúntale a ella! — No le voy a preguntar a tu madre por... Frankie, eso, en fin. — ¡Oh, ingleses! Tú hazme caso a lo que te digo. Tomaos unas copas y perded el norte un poquito, la vida se ve de otra manera desp... ¡¡AHH!! ¿¿¡¡PERO QUÉ ES ESTO!!?? — ¡Te dije que dejaras a tu primo y te pusieras con el jardín! Pues, como no has hecho caso, el jardín se ha puesto contigo. — Respondió Betty, y al fijarse Marcus en dónde había puesto su primo la mirada se dio cuenta de que la regadera le estaba regando un pie, mientras una pala con vida propia echaba una montañita de tierra muy bien colocada sobre el mismo. — ¡Mamá! ¡No puede uno tener una conversación hombre a hombre! ¡Dile a estas cosas que paren! — Al menos le dio para reírse un rato con la escena.

Mientras su primo y su tío Frankie se peleaban con cosas del jardín, Marcus charló un rato con Betty y Maeve, hasta que Alice volvió a aparecer. Solo de verla se llevó una mano al pecho como quien recibe un flechazo. — Estás preciosa. — Realmente lo estaba. Emanaba tristeza, como estaban los dos, y odiaba con todas sus fuerzas que hubieran puesto a Alice así... Le entraba una rabia por dentro que le carcomía. Tendría que controlar esas emociones, que se suponía que iba a tener una buena velada con su novia y no quería ir así. Rio a los comentarios de los demás y la miró con cariño. — ¿Ves? Para mí estabas también guapa llena de tierra, pero no me dirás que no ha merecido la pena solo para recibir tanto halago. — Marcus creía que todo el mundo era igual de sensible a los halagos como él. Amplió la sonrisa con su frase. — En ese caso, ya me encargaré yo de que no defraude la noche. — Se giró hacia su familia. — ¡Gracias por todo! Ya os contaremos. — Lo que podáis... — Bromeó Frankie, lo cual hizo que su madre le tirara un gajo de limón desde su sitio, aunque con muy mala puntería, provocando que las mujeres se rieran y el otro contestara. — ¿Qué? Y al primo se le ha olvidado eso de "no me esperéis despiertos"... — Rio un tanto incómodamente, negando, y se llevó a Alice. No creía que ninguno de los dos tuviera cuerpo para "tanta" fiesta y no quería poner a su novia en el compromiso de tener que explicitárselo, así que mejor se iban ya.

Jason le había dicho el punto exacto en el que podían aparecerse sin ser vistos y allá que fueron. El sol estaba poniéndose, así que nada más llegar al callejón, Marcus se giró a Alice. — Vale, este es el plan. — Se mojó los labios, sonriendo. — Estamos relativamente cerca del paseo marítimo. Aún no es de noche como tal, así que podemos simplemente dar un paseo como dos enamorados. Eso sabemos hacerlo ¿no? — Rio. — Según Jason hay puestos de perritos a patadas, y de muchas más cosas. También los hay de tacos, de patatas... — Alzó las palmas. — ¡Si quieres probar uno de cada, que no se diga! ¡No me pienso oponer! — Se encogió de hombros. — Y luego... vamos viendo. Por lo pronto, empecemos con el paseo. — Le ofreció el brazo y dijo. — ¿Vamos? —

 

ALICE

Sonrió a los piropos, como una niña a la que halagan, y notó que se enrojecía un poco con los comentarios. Vamos, ahora era vergonzosa y todo. Remanente de cuando tenía que explicar todo el tiempo que Marcus y ella eran amigos delante de las familias. Asintió a lo que dijo su novio y sonrió. — No sienta mal, desde luego… — E iba a aportar más cosas, pero su novio se la llevó rampando de allí. Ya se imaginaba los comentarios, vamos, nada que no les hubieran dicho en La Provenza.

Su novio parecía tener bastante claro dónde aparecerse y hacia dónde dirigirse, así que ella se limitó a contemplarle con adoración a la anaranjada luz del atardecer. — Pasan los años y sigue dejándome embobada lo guapo que eres. No hay derecho, me distrae.  Y para ser sincera, estos días no me había concentrado demasiado en ello, y lo echaba de menos. — De hecho… Acarició su mano y suspiró. Cómo le echaba de menos… así. Se abrazaban, se besaban, como siempre, ellos eran muy cariñosos… pero no tenían momentos de intimidad. Ya no pedía ni lo más evidente, pedía solo… intimidad, tocarse, besarse como ellos sabían, esos momentos en los que creaban una burbuja a su alrededor… En fin, ya lo buscaría, cuando se viera con fuerzas y ocasión. De momento sonrió al plan, del cual se había perdido un poco por estar pensando en lo que estaba pensando. — Venga, pasear como novios ya es un plan genial por sí solo. — Y se enganchó de su brazo para dirigirse al paseo marítimo.

Y una vez allí, con la brisa que, aunque fuera aquella brisa extraña, ayudaba a relajarla, miró a su novio y le sonrió. — ¿Alguna vez te imaginaste un paseo marítimo con tantísima gente? — Preguntó con una risita, mirando a todo el mundo. — Cuando íbamos a Londres pensaba… cuantísima gente… Nunca imaginé que habría una ciudad donde habría… diez veces más gente. Y edificios tan altos, mucho más que Hogwarts. — Rio un poco. — Ni la torre Eiffel se me hizo así… No sé, es abrumador, ¿no te lo parece? — Se giró un poco sobre sí misma para mirar la Estatua de la Libertad de lejos, a la que iban dando la espalda. Apretó su mano y dijo. — Venga, hagamos apuestas, ya que retos, tan rodeados de muggles, no podemos. ¿Qué es más alto? ¿Ese edificio o el coliseo? — Dijo señalando uno al azar, pero que de sus veinte plantas no bajaba. — ¿Dónde correrá más el viento? ¿Aquí o en Ballyknow? — Sí, estaba mencionando sus viajes soñados, por lo menos que algo les recordara sus sueños. — Yo digo que es más alto este edificio y que correrá más viento en Ballyknow, aunque tu abuela diga siempre que en verdad Irlanda tiene muy mala fama con el tiempo, que es todo exageración. — Apoyó la cabeza en el hombro de su novio. — Suena como un sitio ideal para mí, sinceramente. Todo verde lleno de plantas, donde hace mucho viento y son autóctonos los O’Donnell. Me quedo, sin pensarlo. —

— ¡PERRITOS! ¡PERRITOS CALIENTES! — Atronaba un vendedor ambulante. Ella paró de golpe y sonrió. — ¿No querías probar unos? Que sea nuestra primera parada, y luego recogemos más cosas. Yo sé dos cosas que quiero. — Dijo poniendo el número en los dedos. — Patatas fritas. Tengo un antojo enorme, con un montón de salsas para probarlas. Y… quiero una manzana caramelizada. Hace no sé ni cuánto que no me como una y la quiero. — Y con los dos dedos acarició la nariz de Marcus. — Y te quiero a ti también, por hacer esto por mí. — No estaban tranquilos, no estaban felices, pero estaban juntos y lo estaban intentando, y eso había que valorarlo.

 

MARCUS

Amplió la sonrisa. Esa iba pareciéndose a su Alice un poquito más, la chica que le miraba con ojos de enamorada y le decía esas cosas. — ¿Soy una buena distracción? Me siento satisfecho, entonces. — Bromeó... aunque lo decía bastante en serio. Eso era justo lo que quería: distraerla un rato. Comenzaron a caminar hacia el paseo marítimo y... de verdad que llevaba la mejor de sus intenciones, pero qué poco le gustaba esa ciudad. Había muchísimo ruido y el aire estaba contaminado incluso cerca del mar. No lo mostró por fuera, porque iba luciendo la sonrisa de novio enamorado que había decidido que era mientras paseaban. Y a ver, es lo que era, un novio enamorado... aunque últimamente más bien pareciera un chico a la desesperada intentando encargarse de un tema que le sobrepasaba y en el que ni siquiera era protagonista. Desvía el pensamiento, Marcus, que has traído aquí a Alice para que os despejéis. A ver si no le costaba más a él que a ella.

La pregunta de Alice le hizo arquear las cejas, mirando a su alrededor, y reír. — La verdad es que no. — Respondió. — Londres no está mal, aunque es cierto que hay muchísima gente. Pero esto... es abrumador, concuerdo. — Alzó la mirada hacia arriba, riendo levemente y escudriñando los edificios. — Para mí, la Torre Ravenclaw sigue siendo un lugar elegantemente altísimo. Recalco el elegantemente. Esto es excesivo hasta para mí. ¿Te imaginas asomarte desde ahí arriba para que te dé el viento? Más bien para que te dé un asteroide. Yo creo que tiene que dar bastante vértigo. — Además no eran anchos, eran solo verticales. ¿No era eso muy inestable?

Y su Alice, así de pronto y de esa conversación, se sacó un juego. Por supuesto que no iba a tardar en seguirle el rollo. — Yo no apuesto, Gallia, eso nunca sale bien... Pero a los retitos intelectuales me apunto. — Dijo con una burlita. Vaya, era un sí, solo que él le tenía que poner su matiz a todo. — ¿No pueden ser retitos tranquilos? A saber en qué diablura andas pensando para que los muggles te estorben. — Añadió, pero ya sí sopesó su pregunta. — Hmm... ¿Alto o grande? Si solo es alto, en metros de altura, ese edificio, yo diría que indudablemente además. Pero el Coliseo es enorme en sí, porque es alto y ancho. No tan alto, pero abarca mucho más. Insisto en que hacer algo tan vertical y estrecho no me parece inteligente, tiene que tener muy poca estabilidad. — La señaló con el índice. — Y antes de que te burles de mí por cosas verticales y estrechas, que te estoy viendo la cara, que sepas que yo soy muy estable. — Mentira. — Y tengo la verticalidad adecuada. —

La miró con obviedad a la siguiente pregunta. — ¡En Ballyknow! Estoy convencido. Además, una borrasca irlandesa que se trasladó a Inglaterra siendo muy pequeño y hacía bastante viento, casi me... ¡No lo voy a decir! — Él solo se hizo el ofendido, cruzado de brazos. — Porque no me llegué a volar y porque era pequeño, listilla. Que ya sé por dónde me vas a salir. ¿Me estoy volando ahora? Pues ya está. Prueba de dos cosas: de que tengo la estabilidad adecuada para mi constitución, y de que no hace tanto viento. — Rio a la respuesta de Alice, que por supuesto coincidía con la suya. — Sí, bueno. Mi abuela tiene la teoría de que cualquier cosa que digas de Ballyknow que no sea descaradamente positiva puede ir en detrimento de nuestras ganas de ir. Como si mi padre y mi tía Erin necesitaran argumentos a favor o en contra. — Y cuando la chica apoyó la cabeza en su hombro y soñó despierta, sonrió, apretándola un poco más contra sí. — Pues no se hable más. En cuanto podamos, rumbo a Ballyknow. — Esa maldita situación había hecho que dijera los planes con la boca pequeña, como si ya no tuviera tan claro que iban a poder hacer cuantos viajes quisieran... Volvía a crecerle el odio por dentro de pensarlo.

Se detuvo en seco y miró a su novia con la boca abierta muy fingidamente. — ¡Alice Gallia queriendo comer DOS cosas! Me pinchas y no sangro. — La sonrisita de bobo que se le puso cuando le acarició la nariz y le dijo que le quería sí era más propia del Marcus de siempre. — ¿Hacer qué? ¿Comer perritos? Cuantos mi amada desee. — Bromeó, y luego dejó un besito en sus labios. — Estás preciosa. Eres preciosa, pero este vestido... me encanta. — Y me trae recuerdos de lugares mejores que este, no era necesario afirmarlo así. — Pero, sintiéndolo mucho, me acabas de dar el arma perfecta para que mi propósito esta noche sea que se te quede pequeño... porque pienso ponerte gordita a patatas y manzanas caramelizadas. — Bromeó, pinchando la barriga de Alice, haciéndole cosquillas. Luego agarró su mano y tiró de ella hacia el puesto. — Por lo pronto, vamos a por ese perrito. ¡Uh! Son pequeñísimos, ¡uno para cada uno! —

Mentira, no eran pequeñísimos. Hasta él puso una sonrisa un tanto incómoda cuando los vio. — "Perritos" ¿eh?... — Bromeó con una risilla nerviosa. Y encima se le podían echar mil cosas. A ver... él quería uno bien completo, pero Alice se lo iba a tirar a la cabeza como insinuara que uno por persona, que después quería parar en más puestos (lo de las patatas y las manzanas estaba muy bien, pero él quería un taco). Mejor lo dejaba en su mano. — Vale, podemos... pedir uno de esos grandes que tienen kétchup, mostaza y cebolla crujiente para compartir... o... nos pedimos uno para cada uno... Ese parece más pequeño... y solo tiene la salchicha y kétchup... Depende del hambre que tengas. — A él igualmente le iba a venir bien todo.

 

ALICE

Se rio un poco a lo de la distracción y levantó las cejas. — Sí, siempre has sido mi principal distracción, O’Donnell, me imagino que lo sabes. — Y, como siempre, incluso en ese momento en el que estaba hundida y triste, consiguió sacarle una carcajada con tanta exageración respecto al edificio. — A mí me gusta que me dé el viento esté donde esté. — Se limitó a decir. Sí, habría cosas que nunca podrían quitarle, y su amor por el viento era una de ellas, y el efecto que tenía sobre ella siempre era curativo.

Siguió riéndose con las comparaciones entre lo largo y estrecho, y no recordaba hacía cuánto que no se reía así. — No hay nada que Marcus O’Donnell no pueda conseguir ¿eh? Hacerme reír así… — Sonrió tristemente, porque casi se le escapa decir “aunque sea aquí, en esta circunstancia en la que solo quiero llorar…” Pero no, lo único que querían era tener una noche para ellos y así iba a ser. Su Marcus guapísimo y gracioso, haciendo un gran esfuerzo por serlo, se lo merecía. Pero aquellas palabras se le habían encajado en el pecho, el recuerdo de sus retos en la escuela… Sentía que esos chicos eran ellos de verdad, y los que estaban allí de pie, solo dos cascarones que se parecían a ellos. Pero quería confiar, creer que algún día irían a Ballyknow, que toda esa situación no podría con ellos, así que levantó las manos. — Eh, que a mí el viento me encanta. Razón de más para ir. — Y de hecho… cuando volvieran con Dylan y él volviera a Hogwarts… ¿No sería ideal poder marcharse a algún sitio que fuera lejos de los Gallia? No se veía con fuerzas de enfrentar a su familia, y Ballyknow… era un pueblo perdido en Irlanda, imbuido de paz y magia… ¿No era eso lo que ella misma necesitaba?

Por ahora, ni paz ni magia tenía en aquel paseo, pero al menos su novio volvía a recurrir a las exageraciones cómicas que tanta gracia le hacían. — Yo como dos cosas y más, y lo sabes. Lo que como es poca cantidad de cada una. — Agarró sus muñecas cuando le hizo cosquillas en la tripa y, de nuevo, una de esas risas involuntarias y de corazón, le salió. Y cuando le dijo que estaba preciosa y que le gustaba el vestido, notó las mejillas sonrojarse de nuevo, y miró a Marcus con una leve sonrisa. — Me trae buenos recuerdos. — Bajó la voz, pero no se movió ni soltó sus manos. — Preciosos. Casi hacía el mismo calor aquel día en La Provenza. Y si me llegan a preguntar entonces, la sensación de gente era parecida a esta. Todo el mundo me sobraba aquella noche. — Le miró a los ojos. — Todo el mundo menos tú. — Que lo supiera. Que era la misma Alice, que el amor que sentía aquella noche era el mismo que sentía en aquel preciso instante por él, a pesar de todo. — Y también tenías más ganas de comer que yo aquella tarde. — Le dijo, en tono bromista, mientras se dejaba llevar al puesto.

Realmente, no estaba escuchando mucho, pero, como buena Ravenclaw, por muy distraída que estuviera, si le daban a elegir, ella tenía que elegir, no podía decir “me da igual” o “lo que tu quieras”, el día que dijera eso sí que iba a ser para preocuparse. — Prefiero el de compartir que lleva más cosas por probarlo todo… — Y entonces recordó algo. — ¡Señor! ¿Tiene Coca Cola? — Preguntó entusiasmada. El hombre rio y dijo. — Pues claro, señorita, ¿quién no tiene Coca Cola en Estados Unidos? Bueno, algún loco tiene solo Pepsi, pero todos sabemos qué es lo bueno. La tengo de todos los tipos: normal, light, de vainilla, de cereza… — Ella iba muy dispuesta a pedir la normal, pero… — Deme una normal y una de cereza, quiero probar eso. — Y en cuanto se vieron servidos del perrito y las dos bebidas, arrastró a Marcus hacia uno de los bancos del muelle, mirando al mar, y dejando las cosas entre los dos.

— Escúchame, alquimista O’Donnell, esto es una maravilla. — Dijo levantando la Coca Cola. — Me lo dio Hillary cuando estuvimos en Gales ¿vale? Y está deliciosa, pero es que, lo mejor de todo, es que dicen que no saben lo que lleva. ¡Los muggles! ¡No lo saben ni ellos! Y no tienen nada parecido a la alquimia como para comprobar la receta, ya tenemos algo que hacer, ¿me oyes? — Ella misma se rio de su propio tono, mientras partía el perrito, más al cuarenta-sesenta que al cincuenta-cincuenta. — Esto es lo que yo llamo un reto, adaptado a nuestra edad, nuestras posibilidades y habilidades… — Le miró con cariño. — Antes cuando has dicho lo del reto, por un momento, casi me vuelvo a hundir… pensando que esas dos personas que hacían retos por Hogwarts… ya no somos nosotros. Pero creo que… simplemente hay que saber adaptar el reto a las circunstancias… — Se encogió de un hombro. — Y estas son las que tenemos, pero claramente podemos seguir haciéndonos reír y proponiéndonos retos… Siempre seremos Marcus y Alice. — Y para quitarle hierro al asunto, probó el perrito. Tuvo que recurrir a las servilletas que el hombre le había dado, porque aquello se derramaba por todas partes, y comprobar que no había arruinado su vestido blanco, y cuando por fin pudo tragar, puso cara de pensar y alzó el índice. — Mira… sabe a tantas cosas, que no sabría decirte si me gusta o no. Pero, definitivamente, por algún motivo, quiero comer más, es una sensación extraña. — Abrió las dos Coca Colas y le pegó un trago primero a la normal. — Ah, esto es lo que recordaba. Qué locura de bebida. —

 

MARCUS

Lo de que no había nada que Marcus O'Donnell no pudiera conseguir era algo que le había hinchado el pecho de orgullo toda su vida... hasta que vio cómo se llevaban a Dylan delante de sus narices. Desde ese día no se sentía capaz de conseguir nada, se sentía el ser más impotente e insignificante de la tierra, y odiaba esa sensación. Por eso, cuando Alice se lo dijo, trató de traer a sí la sonrisita orgullosa que lucía cada vez que lo escuchaba... pero no salió ni mucho menos tan natural, y la punzada de dolor en su orgullo se hizo notar enseguida. Ya, al menos sabía hacer reír a su novia, y había tenido que llevársela a mitad de la calle para conseguirlo. Fantástico... Orgullosísimo se sentía... Mejor dejaba la ironía mental, o se iba a arruinar el plan a sí mismo tontamente.

Pero había una realidad, y era que escuchar la risa de Alice le hacía reír a él también, y le reconfortaba, le hacía sentir muchísimo mejor, a pesar de toda aquella tristeza. Era solo que... seguía sintiendo un intenso odio, y se estaba metiendo en un bucle de odio, porque también odiaba sentir odio, sobre todo en momentos como ese, y se estaba viendo en un ciclo que nunca iba a acabar. Porque ahora lo que odiaba era que hubiera gentuza que impedía que esa risa saliera todos los días, porque de repente se le había venido a la mente la imagen de Alice destrozada llorando mientras los Van Der Luyden la insultaban y tiraban de Dylan y... Parpadeó. No pienses eso, Marcus. Sigue adelante con tu plan. La sonrisa de Alice Gallia estaba en su lista de cosas favoritas. Escucharla debería hacerle feliz... y evitar que pensara en otras cosas... Debería...

Los recuerdos de Alice le hicieron sonreír. — Lo mismo digo. — Respondió, acariciando su mejilla. — Tú nunca me sobras... Y lo cierto es que ese día había MUCHA gente. — Recalcó divertido. Lo de comer le sacó una carcajada. — Eh, no te creas que tantas. Para ser una barbacoa, comí poquísimo. Porque alguien, a pesar de esa mucha gente que había, tenía una travesura de las suyas en mente que me cerró el estómago. — Se encogió de hombro. — Hoy no, hoy tengo ganas de comer. — Tampoco es como que fuera el día que más hambre tenía del mundo, pero la curiosidad por probar comida le iba a abrir el estómago seguro.

Asintió a lo de compartir y pidió un perrito (bastante grande, a ver, que era para los dos), pero su novia se adelantó y pidió la bebida esa de la que ya había oído hablar más de una vez, pero que aún no había tenido el gusto de probar. Arqueó las cejas a la respuesta del tendero. Ah, que la había de sabores también. Interesante. Una vez lo tuvieron todo, mientras se dirigían al banco, le preguntó a Alice. — ¿Es como un licor o algo así? ¿Un zumo? — Preguntó. Teniendo tantos sabores, tendría que ser algo de eso. Se sentaron y atendió, porque su novia estaba graciosamente emocionada por aquella bebida, lo cual le hizo reír un poco. Ya tenía que ser buena, Alice no solía mostrar tanto entusiasmo con los alimentos en general. — ¿Cómo no van a saber lo que llevan? ¿Entonces cómo la hacen? Porque alguien se dedicará a hacerla, digo yo. — Tomó la lata entre las manos y leyó la etiqueta. Efectivamente, ponía algo así como "receta secreta", que le hizo arquear una ceja. Siguió leyendo hasta ver algo que le sirvió de argumentación para demostrar todo aquello. — ¡Ahá! ¡"Desde 1886"! Es imposible que lo haya hecho una sola persona, y si tienen tantas hasta en los puestos, y con distintos sabores, y que se distribuye en varios países, tienen que tener miles de fábricas. ¿Y me estás diciendo que nadie sabe qué tiene? ¿Que los que la fabrican, que sí o sí lo tienen que saber, nunca se lo han contado a nadie y se ha expandido el rumor? — Siseó con superioridad. — No me lo creo. — Y esperó a que Alice la abriera, y cuando lo hizo, soltó como un chispazo que le hizo abrir mucho los ojos. Se acercó un poco. — ¿Eso es... gas? — Hizo un gesto con los labios. — Qué raro... — Sí que tenía curiosidad con la bebida esa. Eso de que no se sabía de qué estaba hecha lo resolvía él en un rato, vamos.

— Y tanto que lo vamos a resolver... — Murmuró pensativo, mirando a través del boquetito de la lata con un solo ojo, mientras Alice partía el perrito. Su comentario sobre los retos le hizo dejar de mirar el interior de la lata y centrarse en sus palabras. Lo que dijo le entristeció. Tomó su mano y dejó un beso en estas. — Claro que seguimos siendo nosotros, mi amor. Si mira cuánto hemos tardado en ponernos un reto, en cuanto hemos tenido un ratito libre. — Quiso decir para aliviar, esbozando una sonrisa triste. Pero otra vez la rabia naciendo en su pecho. Odiaba que su novia pensara así, y pensarlo él también. Que su juventud pareciera haberse acabado tan rápido. Se negaba. — Los recuperaremos, en cuanto todo esto acabe. Solo... está puesto en pausa. — Alzó la lata. — Y pienso llevarme varias de estas para analizarlas en el taller de mi abuelo. — Y bastaba de cháchara sobre la bebida sin probarla siquiera. Se llevó la lata a los labios y, tras el primer sorbo, tuvo que cerrar los ojos, porque sintió que la boca se le llenaba de burbujas y que tragar era complicado. — Wow. — Dijo, tosiendo un poco, pero cuando pudo captar el sabor... miró la lata, sorprendido. — Eh, está muy buena. — Dio otro sorbo, ya contando con las burbujas, así que lo saboreó mejor. Paladeó, reflexivo. — Muy dulce... ¿Llevará caramelo? Hmm... No tiene que ser tan difícil de identificar, de verdad... Aunque nunca había probado nada que se le pareciera. — Sí que era un sabor diferente.

Lo que estaba deseando probar (mientras seguía dándole vueltas a la cabeza a los posibles ingredientes de la Coca Cola) era el perrito. Le dio un gran bocado y, al igual que Alice, tuvo que maniobrar con la servilleta para no ponerse perdido, lo cual le hizo reír un poco con la boca llena. Nada más procesar el sabor emitió un sonido de gusto, cerrando los ojos. — Buah... Está buenísimo. — Si es que había muy pocas cosas que a Marcus no le gustaran. Dio otro enorme bocado, replicando la reacción, y cuando pudo tragar, dijo. — A ver: ranking de comidas americanas. Vamos probando cosas y las ponemos en orden según nos gusten, y si cuando acabemos con todas seguimos teniendo hambre, la que quede la primera, la repetimos. — Miró a Alice. Rectificó. — Bueno, quien dice hoy, dice el próximo día que salgamos. — Ya lo de "probarlo todo" iba a estar por ver, cuanto menos repetir. Dio otro bocado y dijo. — Por ahora, esto va primero. — Como que era lo único que llevaban por el momento. 

 

ALICE

Asintió a todo el discurso sobre la Coca Cola de su novio. Sí, efectivamente, ella era Ravenclaw también y había pensado lo mismo. Que era imposible que no se hubiera filtrado en tanto tiempo, que no podía ser tan difícil una receta muggle, que desconocían la mitad de las plantas interesantes, pero… aquella era la absurda verdad. Y, desde luego, le hacía mucha gracia estar debatiendo de aquellas cosas con Marcus, era ellos en esencia. Volvió a reírse de la reacción. — ¡Pero esa es la gracia! Luego te baja por la garganta y mola muchísimo. — Y, por supuesto, él le aseguró que lo descubrirían. Echaba de menos esa seguridad de su novio, y lo segura que le hacía sentir. Se lo dijo aquella vez en San Valentín, que le hacía sentir segura y ahora, momentáneamente, y aunque fuera solo por descubrir la receta de la Coca Cola, se lo volvía a hacer sentir. — ¿Caramelo? Bueno ¿por qué no? Quizá en Honeydukes pudieran sacar una chuche con sabor a esto. Yo me la comería. — Aseguró, dándole un trago a la de cereza. Oh, también estaba estupenda, eso sí que podría beberlo siempre.

Fue un espectáculo ver a su correctísimo novio, siempre impecable en los modales de la mesa, tener que hacer maniobra de contención para no parecer un paleto americano fuera de control comiendo aquella comida, de sabor tan extraño y adictivo. Cuando expresó su opinión, rio y le limpió un poquito la comisura del labio. — ¿Repetir? ¿Cómo repetir? — Volvió a reír y ladeó la cabeza. — Bueno, ya veremos. De momento quiero patatas, que alguien me ha dicho que iba a ponerme gordita. — Recordó con una dulce risa. Luego alzó las cejas. — ¿Vamos a salir más días? No te veo haciendo turismo con tantos muggles. — Echaron a andar de nuevo, con la vista puesta en los puestos a ver si veía alguno que estuviera especializado en patatas. — La abuela estaría ofendida de no ver patatas por ninguna parte, traición a la sangre irlandesa… — Comentó con una risa.

Como quien no quería la cosa, deslizó su mano a la de su novio y así fueron, agarrados, como solían ir por Hogwarts, en torno a toda esa gente, observándolo todo con la luz anaranjada del atardecer… Y qué bien le sentaba esa luz a Marcus. — Eres espectacular… — Le dijo en voz más baja con una sonrisa. — Si fuera una muggle incauta andando por este paseo en dirección contraria a ti y te viera de mi mano, pensaría… ¿quién es esa bastarda suertuda que va con ese dios griego? — Y se echó a reír, andando hacia atrás mientras seguía tirando de él hacia ella. — Y me odiaría cuando me viera hacer esto. — Y lo atrajo hasta sus labios, dándole un beso más intenso, un poco más largo y dejándolo ir con una sonrisa. — Patatas. — Recordó, para no desviarse del camino.

Por fin, dieron con un puesto que tenía puestas fotos de patatas bastante apetitosas y se dirigió corriendo hacia él. — Deme dos raciones de patatas y todas las salsas que pueda. — Sacó la cartera y dijo. — Y a esta te invito yo. — Aunque fuera por una vez, no depender de la caridad de algún O’Donnell. Cuando cogió la bandeja de cartón para dirigirse a otro banco, otro puesto llamó su atención. — ¿Eso es pollo? Está como rebozadísimo pero es que huele hasta aquí muy bien… ¿Ampliamos el ranking? — Y dejó la bandeja en manos de su novio para correr al puesto. Abrió mucho los ojos cuando le dijeron que se vendía por cubos, y estuvo por decir que no, pero su novio se lo acabaría comiendo. Corrió hacia él con el cubo y dijo. — Aprovecha que por una vez se me antoja algo. — Cogió uno de los trozos y le pegó un mordisco. Abrió los ojos muchísimo y lo señaló. — Vale, si quiero una receta es ESTA. La Coca Cola podemos comprarla, pero esto quiero cocinarlo en nuestra casa. Como mucho. — Aseguró, antes de darle otro mordisco.

 

MARCUS

Alzó la cabeza, dejando de mirar la Coca Cola a través de la lata para mirar a Alice, cuando dijo lo de la chuchería. — Me ofende que semejante idea brillante no se me haya ocurrido a mí. — Dijo muy serio, aunque con un evidente punto de broma. Volvió a mirar la lata. — Si llevamos una a Honeyducks... ¿la convertirían en chucherías? — Frunció los labios, pensativo. — Hay que estudiar bien esto. —Al final iba a querer tener Coca Colas por todas partes. Con el cubo de Rubick no paró hasta resolverlo, con eso pensaba hacer lo mismo. Al final los muggles iban a tener cosas hasta interesantes... Claro, tenías que tener mucha inventiva para poder hacer cosas guais sin usar la magia.

Alice le sorprendió mientras trataba de gestionar todo el chorreo de salsas y trocitos de cebolla limpiándole un poco la comisura del labio, y no pudo evitar mirarla con cariño. Se encogió de hombros. — A ver, si está bueno, habrá que repetir. — Dijo con obviedad infantil. Pero su novia pareció entusiasmada ante la posibilidad de salir más días, y no pensaba dejar escapar ese tren. — ¡Cómo que no! Te quejarás de lo integrado que estoy: comiendo una comida que se desarma por todas partes y bebiendo Coca Cola en un banco en mitad de la calle. ¡No sé ni dónde está mi... cosa que usamos mucho! — Casi dice "varita" en voz alta, y sí que había gente por allí. Y por supuesto que sabía dónde la tenía, tendría que nacer de nuevo para perderla de vista realmente. Pero, cuando se hubo terminado su parte del perrito, echaron de nuevo a caminar, y el comentario de Alice le hizo reír. — E igualmente, algo me dice que las patatas aquí se preparan diferentes a como son allí. Ya me habló la tía Maeve de ello. Y Jason. Y Frankie. Y Fergus. Y Ada. — Fue riendo conforme decía nombres, porque el día de la barbacoa en su familia se generaron amplios debates sobre patatas y lo mejor de todo era que se trataba de conversaciones diferentes, ni siquiera eran todas la misma.

Iba paseando con Alice, tratando de disfrutar de todo aquello, y básicamente maquinando cuál iba a ser el próximo puesto en el que iban a parar y cómo podría convencer a su novia de repetir, cuando le soltó ese piropo, seguido de aquella declaración que le hizo reír (y ruborizarse, a estas alturas...). — ¡Vaya! ¿Y si fueras una bruja incauta no te pasaría? — Bromeó, pero Alice tiró de él para besarle. Dobló la sonrisa. — Pues si fueras así y pensaras eso, te faltaría muchísima información. Solo tendrías que hablar un rato con ambos para darte cuenta de que el verdadero suertudo aquí soy yo. — Y, nada más decirlo, su novia retomó el caminar con una consigna clara: patatas. — Lo dicho, el suertudo soy yo. — Dijo entre risas, caminando de su mano.

Aquel puesto de patatas con el que por fin toparon tenía tantas opciones que Marcus sentía que debía ponerse a estudiar concienzudamente cada una de ellas para tomar una buena decisión... Por supuesto que su novia iba a proceder mucho más rápido. La cara de bobo mientras la escuchaba pedir no una para compartir, sino dos raciones y con, palabras textuales, "todas las salsas que pueda", era digna de ser retratada. Se le escapó una risa. — Pero bueno. — Tomó una de las dos raciones cuando se la dio. — ¿Alice Gallia? ¿Eres tú? ¿O me la han cambiado por una muggle incauta del paseo marítimo y no me he dado cuenta? — Pero aún quedaba más: ahora quería pollo. Arqueó las cejas. Vale, O'Donnell, no actives la alarma de "esto es raro" y simplemente disfruta. Y allá que fue, a disfrutar de las muchas ganas de comer de su novia y a aprovecharse de ello, mientras hacía un gesto reverencial de las manos como toda respuesta a la pregunta de si ampliaban el ranking. Total, no es como que pudiera hacerles daño. Como mucho les caería pesado al estómago.

— ¿Has comprado un cubo de trozos de pollo frito? — Preguntó alucinado, pero muerto de risa, no pudo evitar la carcajada. — ¿Decías que mañana volvíamos a salir? — Bromeó, pasando el brazo libre por los hombros de su novia, que iba más cargada de comida voluntariamente pedida que en toda su vida. — Vaya, vaya. Haría una petición para que incluyeran el pollo frito en el menú de Hogwarts si no fuera porque, por lo que a ti respecta, ya no me serviría para nada. — Se sentaron juntos en otro banco mirando al mar, riendo y colocando las cosas entre ellos. — No seré yo quien te lo impida. — Contestó a lo de aprender la receta, y le tocó el turno a él de probar dicho pollo que tanto había llamado la atención de Alice. Por supuesto que su habitualmente exagerada reacción a la comida no tardó en llegar, y esta vez fue más exagerada aún, para reforzar la iniciativa de Alice a traer toneladas de comida sin que él la pidiera. — Y la Coca Cola también vamos a aprender a hacerla. Mínimo a descubrir la receta. — Amenazó, con un trozo de pollo en la boca y tratando de no atragantarse entre hablar, comer y reír. — Pero esto está buenísimo... Vale, acaba de adelantar al perrito... Aunque las patatas... Espera, me falta una salsa por probar. — Allá que fue, y tuvo que llevarse una mano a la boca, empezando a hacer ruidos raros. Cuando pudo hablar, dijo con una voz casi indescifrable. — ¡Oh! ¡Esta pica! — Se abanicó dentro de la boca, y le dio la risa. — Si no fuera porque es comida muggle, estaría esperando a echar llamas de dragón ahora. ¡Por Merlín, cómo pica! — Y al decir "Merlín", dos chicas de unos catorce años que pasaban por allí se le quedaron mirando. Tragó y se contuvo la risa, y tan pronto pasaron, se acercó al oído de Alice para decirle. — Creo que a esas muggles incautas les ha parecido un poco rara mi forma de exclamar. — Y le dio la risa. Cuando pudo controlarla, mojó una patata en una salsa blanca con trocitos verdes y le dijo. — Va, a ver si adivinas qué lleva esto, que a mí después del picante se me ha dormido la boca. — Bromeó, sin dejar de reír, y le dio la patata a Alice en la boca directamente, y se quedó mirándola comer y reír... Cuánto había echado de menos eso...

 

ALICE

Y encadenaba una risa con otra con facilidad. Con los comentarios de su novio sobre su integración, y las conversaciones tan irlandesas sobre patatas que podían tener en aquella familia. Era un lujo que, si bien no había dado por sentado, especialmente después de lo de su madre, había olvidado que existía, era como si una nube hubiera tapado todo lo bueno del mundo desde que se llevaron a Dylan. También le daba mucha satisfacción poder poner esa cara de alucine en su novio a base de comer cosas. Lo cierto es que tenía mucha hambre, quizá era cuestión de lo poco que había comido en los últimos días.

Por supuesto, a Marcus le encantó el pollo frito. — Pero vamos a ver, ¿no habíamos quedado en que tú tenías una importante vena Slytherin? Si lo ponen en Hogwarts, tú no lo vas a disfrutar y ya no sería exclusivo… — Se inclinó hacia él con uno de los trozos de pollo aún entre los dedos. — Si aprendo a hacerlo yo será… para ti y para mí. — Y guiñó un ojo. Empezaba a dejarse llevar por ese sueño de la convivencia y la intimidad… Ya lo había vislumbrado en Pascua, y ahora… — Vamos a tener que viajar a muchos sitios para que me quede con platos y podamos replicarlos todos cuando tengamos nuestra propia cocina. — Comentó, antes de terminar de comerse aquel pollo. — Definitivamente, este lo gana todo. — Aseguró. Y eso que ella había votado por las patatas al principio.

Le dio la risa al ver su reacción a la salsa que picaba. — Yo esa no la pruebo, que ya tuve bastante en el cumpleaños de Olive. Parecía tu padre aquel día con los bombones ruleta rusa en la feria. — Dirigió la mirada a esas chicas que se habían girado al verle mentar a Merlín y alzó una ceja. — Sí, en cuanto se han fijado en tu cara, se les ha pasado la sorpresa y se les ha puesto la risita tonta. — Se rio y cogió una patata. — Conozco a una que le pasa muy a menudo. — Dijo con media sonrisilla.

Abrió la boca para recibir la patata, y por un momento, ni se paró a paladear el sabor, porque el poder volver a tener aquellos gestos era tremendamente preciado para ella. Pero enseguida reconectó y alzó la mirada. — Oye esta salsa me encanta. Mira que a mí las salsas me empachan, pero esta… sabe a muchas cosas. — Alzó el índice, como indicándole que esperara, mientras buscaba entre las otras. — Esto es mayonesa. — Dijo untando una patata y comiéndosela. Asintió ampliamente. — Definitivamente lleva mayonesa. Pero más cosas… Diría… ¿Ajo? Sí, ajo seguro y… — Volvió a coger otra patata y la salsa primera. — ¿Puede ser que lleve algún tipo de queso? Hmmmm más recetas misteriosas. —

Se recostó un poco sobre el respaldo del banco y se llevó las manos a la tripa. — Empiezo a llenarme, así que vamos a elegir una comida salada más… y luego a los postres, quiero mi manzana. — Señaló un puesto de tacos. — ¿Qué te parece eso? Los has mencionado antes y… — Hola, chicos. — Dijo un chaval que traía unos folletos muy brillantes en la mano. Iba vestido… bueno, estridente era una buena palabra. — Si queréis salir esta noche, con este flyer tenéis descuento en la discoteca de Thai Rooftop. Está en lo alto de ese edificio. — Y señaló lo alto de uno de los edificios de por allí. — ¡Oh! Vale, gracias. — Y mientras el chico se alejaba lo ojeó. Las fotos eran bonitas, pero no habían ido allí a salir de fiesta. — Quizá en otro momento nos organicemos mejor y podamos salir más tarde, podemos ir al sitio ¿no? — Dijo pasándole el folleto a su novio.

 

MARCUS

Giró todo el tronco para mirarla, con un trozo de pollo en una mano, lo que le daba un aspecto un tanto ridículo por el intento de solemnidad de semejante guisa, pero era bastante deliberado. — Alice, por favor ¿por quién me tomas? Tengo una vena Slytherin, sí, pero ante todo soy pura practicidad e intelecto Ravenclaw. ¿Tenerlo solo en ocasiones esporádicas por su...? — Hizo una burla, tanto con el tono de voz como con un bailecito del tronco, que hubiera ofendido a toda su estirpe materna. — ¿..."Exclusividad", o tenerlo todos los días para comerlo cuando quiera? — Hizo un gesto con la mano. — Menos ínfulas y más saber lo que a uno le gusta y tenerlo siempre que quiera. — Pero, obviamente, su novia tuvo que ponerle en bandeja una respuesta mejor. Amplió una sonrisa de labios cerrados y la miró con los ojos entornados. — Aunque esa opción me gusta mucho más. Y no es incompatible con disfrutarlo cada día... Todo es buscar la decisión más adecuada e inteligente. — Concluyó, arqueando las cejas.

— Oh, vaya. Supongo que tendré que hacer el sacrificio. — Suspiró bromista a lo de tener que viajar, riendo después. Se acercó un poco a ella en el banco (aunque no mucho porque tenían un montón de comida en medio), y dijo sonriente. — Como vamos a ser dos alquimistas de prestigio, si en nuestras vacaciones conocemos recetas que nos gustan y queremos replicar en casa, pero los ingredientes son propios de ese país y cuesta encontrarlos en Londres, siempre podemos viajar puntualmente a algún lugar en el que podamos adquirirlos. O incluso pedir que se nos envíen, a mi abuelo le envían cosas los contactos que tiene en otros países... Ya sabes, con fines de investigación y eso... — Eso último lo había dicho con una sonrisilla y un tonito que hacía pensar que estaba retorciendo la realidad a su antojo. Arqueó una ceja y se acercó un poco a ella. — Y esto, Alice Gallia, es utilizar correctamente la exclusividad Slytherin. — Y le guiñó un ojo, dando un bocado al pollo después. No iba a dejar eso ahí como si nada, evidentemente.

Hizo una leve pedorreta y negó, ruborizado otra vez, mientras agachaba la cabeza con la excusa de mojar patatas en las salsas. Nada, su novia y su empecinamiento en tratarle como el hombre más guapo del mundo, qué cosas tenía... Pero no es como que él se fuera a quejar, ni muchísimo menos. Podría pasarse la vida entera diciéndole que estaba preciosa y escuchando lo guapo que era cada dos minutos y sería inmensamente feliz... Al final iba a tener razón Lex y eran dos agapornis. Atendió a cómo identificaba la salsa, mirándola embobado. No estaba acostumbrado a verla comer tanto ni con ese disfrute. Al final, el tiempo le había dado la razón con lo de que Alice sería más feliz si comiera más... Bueno, a ver cuánto le duraba la novedad. O quizás era la parte americana que tenía dentro y resultaba que la clave estaba en darle ese tipo de comidas. — Hm... — Asintió varias veces, pensativo. — Mayonesa, ajo y algún tipo de queso. A ver. — La probó él una vez más. — Me cuadra. — Cogió otra. — Oye ¿y cómo estará si mezclamos varias? — Estaba haciendo una auténtica guarrada con las salsas, pero es que Marcus para la comida no tenía límite. Se llevó una a la boca después de mojarla en todas y miró a Alice con los ojos muy abiertos. — ¡Oh! Pues está bueno el invento. Y la picante pica menos, al final va a ser verdad que lleva queso. ¿No has oído eso de que los lácteos contrarrestan el picante? — Mojó otra en el mejunje. — Hablo en serio, esto está bueno. ¡Mira! Una salsa nueva. La vamos a llamar... salsa Marcus y Alice. Y atenta, porque va a ser... — Hizo un cartel con ambas manos y puso expresión y voz misteriosa. — "Receta secreta". Para que los muggles se vuelvan locos adivinándola. — Y rio con ella.

Alice se echó hacia atrás en su asiento y dijo una frase que dejó a Marcus descuadrado en todas sus palabras. De hecho, no disimuló en nada la sorpresa en su rostro, más bien la hizo evidente para picar a su novia. — Espera, espera... a ver si lo he entendido bien. — Rio un poco, girándose para mirarla y alzando las palmas. — ¿Acabas de decir... que estando llena... aún quieres postre... pero no solo eso, quieres "una cosa salada más" antes? — Abrió mucho y muy descaradamente la boca. — Alice Gallia, empiezo a tener miedo. ¿Tienes alguna mala noticia que darme y estás intentando hacerme feliz antes para paliar el golpe? — Bromeó entre risas, y justo después empezó a darle con el índice en la tripa (pero con suavidad, que era verdad que había comido mucho, a ver si le iba a sentar mal con las cosquillas). — Tú dirás que estás llena, pero yo aún veo aquí mucho que avanzar ¿eh? Yo no veo aquí una novia gordita ni mucho menos, sigue sobrando vestido, que lo veo yo. — Alice señaló al puesto de tacos, y él ya estaba poniendo cara de ilusión y dispuesto a contestar cuando un chaval les interrumpió.

No estaba seguro de haber entendido la mitad del mensaje, pero creía que acababa de darles unos descuentos para una discoteca... ¿Por qué? ¿Era una estrategia de marketing? — Gracias. — Dijo simplemente, viendo cómo se marchaba. Se inclinó hacia la chica para leer el flyer. Luego miró al edificio. ¿Una discoteca... ahí encima? No es como que tuviera muchas ganas de fiesta, y solo de pensarlo le había atacado la pereza y el recuerdo de por qué estaban allí, y sentía como si el mismo edificio se le hubiera caído encima y tuviera que cargar con él hasta la casa. Pero entonces Alice habló, y él la miró, y lo detectó. Detectó ese espíritu alegre y curioso deseando descubrir una discoteca encima de un rascacielos de Nueva York que estaba tan hastiado y entristecido que solo podía resignarse a perder la experiencia, pero que por no hacerse daño a sí mismo y a quien la escuchaba, en vez de dar un "no" directo, había dicho con tristeza "quizás la próxima vez". Tomó el flyer que le ofrecía y lo miró unos instantes en silencio. Tragó saliva. — O podemos ir hoy. — Dijo repentinamente. La miró, tratando de sonreír. — Después de cenar, quiero decir. — Tocaba desvelar parte de su estrategia.

— Ya escuchaste que el primo Jason tenía un piso en el centro de la ciudad ¿no? — Se giró en el banco y señaló. — Está por allí, lo cierto es que parece relativamente cerca de la discoteca esa... Por qué no me sorprende en Jason que se haya comprado un piso en un sitio que se ve a la legua que es ruidosísimo. — Comentó con una risa, y luego volvió a mirar a Alice. — Me ha dicho que lo tiene, precisamente, para cuando salen por el centro y se les hace tarde y no les apetece aparecerse ni nada, van andando. Se ve que es muy habitual aquí lo de ir a los sitios andando. — La de veces que había escuchado decir a sus familiares americanos que algo estaba muy bien porque "se podía ir andando". Qué manía, pudiendo aparecerte... Aunque claro, con muggles por todas partes... — La cosa es que me ha dicho que, si se nos hacía tarde, podíamos quedarnos allí. — Se encogió de hombros. — Que no tenemos por qué, si no te apetece, pero podemos llegarnos a ver cómo es, parece curiosa, y si se nos hace tarde, yo creo que a los tíos no les va a extrañar sabiendo que hemos venido por los alrededores del piso. — Y una vez dicho, sonrió de medio lado y añadió. — Para que veas, este Slytherin tenía una carta guardada para cuando su novia Ravenclaw la necesitara. —

 

ALICE

Piruetas dialécticas de Marcus, las echaba de menos, como todo lo demás, su quintaesencia, lo que les hacía ellos, y que parecía que se había quedado pálida o escondida desde hacía un mes. — Adecuado e inteligente podría ser el lema de los O’Donnell. — Dijo con una risita cariñosa, porque sabía que a su novio le gustaba oír esas cosas. ¿Cuánto tiempo había pasado sin recordar qué le gustaba oír a Marcus para poder decírselo y sacar esa sonrisita orgullosa y el levantamiento de cejas? Con lo bien que se le daba a ella cuidar de esas cosas… No pudo evitar que la tristeza sobrevolara su mente una vez más. Aquella situación no solo le había arrebatado a su hermano, es que la había puesto en guerra fría con su familia, había sacudido los cimientos de sus recuerdos y ahora empañaba su relación. ¿Cuándo iba a terminar todo aquello? ¿Y cómo? ¿Qué iba a quedar en pie?

Pero bueno, su novio estaba siguiendo aquel intento de levantar el ánimo y no iba a ser ella quien lo tirara. Igualmente, se dio cuenta tarde de que volvía a la salsa picante. — ¡Pero Marcus! ¿Te gusta sufrir o qué? — Pero claro, su novio segurísimo de que había sido una buena idea, porque los lácteos contrastaban el picante, y no podía evitar sonreír al verle actuar como un buen niño Ravenclaw queriendo descubrirlo todo. — A ver, si esa salsa va a llevar mi nombre, tendré que probarla. — E imitó a su novio, mojando una patata en la mezcla. — ¡Oye! Es buena idea. Hay que enterarse de cómo se hacen estas salsas y lo apuntamos para hacerlas en casa… — Y se rio a la tontería de respuesta a lo de la comida y a las cosquillas en su vientre. — No me tientes, O’Donnell, que todavía me compro una tarrina de helado pequeñita para terminar y se acabó el menú degustación. — Era relativamente fácil reconectar con esas gotitas de felicidad que su novio sabía sacar como si nada de ella.

Lo que no se esperaba era lo que venía a continuación, ni de coña. Le miró sorprendida cuando dijo lo de ir hoy. Iba a repetir su argumento, pero Marcus se dispuso a explicarse, y la dejó callada, como siempre que sacaba a relucir el impacto Slytherin. Ni se acordaba de lo del piso de Jason, para ser sincera, y notó cómo se le abría la boca de la sorpresa. — Ya veo que la tenías. — Dijo a lo de la carta. — No me… lo esperaba. No me he traído ni pijama ni nada… Pero bueno, igual no se nos hace tan tarde ¿no? Igual el sitio es demasiado muggle para nosotros. — Aseguró con una risita, atusando algunos de los rizos de su novio. — Me siento un poco... consentida con tanto despliegue por mí... y un poco extrañada, diga lo que diga tu primo, de que tenga un piso en el centro, pero... no voy a hacer más preguntas. — Aseguró riéndose. Ya estaba viendo a Frankie y Sophia sacándole buen rendimiento al piso. — Pero veo que tenías esto muy bien planeado, O’Donnell… Sí que he estado distraída para no darme cuenta y… lo siento. — Le acarició la mejilla con cariño y dijo. — Venga, voy a por el taco, vamos a por los postres y luego nos acercamos por allí, vemos lo que hay y decidimos si nos quedamos o nos vamos. — Se levantó y fue al puesto de tacos. Si lo pensaba objetivamente, ganas de fiesta ninguna, pero a la vez… recordaba la graduación y sus fiestas en Hogwarts, cómo siempre encontraban tiempo para reírse, bailar… como muy juntos… disfrutar aunque fuera un poco de los dos… — ¿Qué va a ser, señorita? — Ella sonrió al tendero. — El taco que usted considere que es el mejor de todo el puesto, que mi novio es poco menos que crítico culinario. — Agárrese que esto son tacos mexicanos de verdad, se lo aseguro, nada congelado, lo van a disfrutar pero bien. —

El hombre se lo había tomado muy en serio y le había dado una barbaridad de taco, que llevaba de todo y olía de maravilla. Se sentó junto a Marcus y dijo. — Bueno, prepárate porque esto sí que va a ser difícil de comer. Ten localizado ese objeto que tú ya sabes porque a mí que va a hacer falta un Tergeo. — Y le pegó un mordisco. En cuanto empezó a degustar abrió mucho los ojos y disfrutó del bocado. — Ojo, esto sí que son sabores innovadores. Para mí el ranking es: pollo, taco, patatas y perrito. O sea es que sé que quería patatas, pero las de tu abuela o la tía Maeve están definitivamente mejores. — Le señaló mientras se terminaba de limpiar del taco. — Tú eliges los postres, pero no te pases ¿eh? —

 

MARCUS

Asintió, riendo mientras masticaba. — Me gusta. — Confirmó al que Alice había definido como "el lema de los O'Donnell". Bromas aparte, le había gustado bastante... Lo pensaba usar. Seguía viendo la tristeza en los ojos de Alice, pero también veía sus esfuerzos por que aquella salida fuera buena para los dos. De hecho, no podía evitar alucinar con esa forma de comer que nunca había visto en ella, ni siquiera la vez que le contagió sus sensaciones por el navarryl, pues aquella vez comía con ansias y sin saber de dónde le venía el hambre, y ahora parecía estar disfrutando de verdad de las innovaciones... O eso, o algo intentaba tapar comiendo como nunca, al igual que estaba haciendo con el jardín. Que no le cambiaran a su Alice, por ahí sí que no. Por mucho que le gustara verla comer, la prefería comiendo como un pajarito a siendo otra persona... Lo que jamás creyó que pensaría. Pero es que no soportaba pensar que esa gentuza pudiera hacer que Alice cambiara su forma de ser por no saber lidiar con lo que provocaban en ella. Cuando dijo lo del helado, la miró con los ojos entornados y una sonrisilla. — No harías eso. — Amplió una sonrisa artificial. — Sigues sin estar suficientemente gordita. Y no vas a renunciar a esa manzana. — Puso ojos de cordero degollado y, con un puchero en los labios, añadió. — Ni me vas a dejar sin taco. —

Alice estaba un tanto impactada por la sugerencia de quedarse en el piso, claramente no se la esperaba. Temió por un momento que reaccionara mal: que le dijera que en qué estaba pensando, que con la que tenían encima no estaban para escapadas y que ya estaban abusando demasiado de la hospitalidad de su familia como para andar dando tumbos de casa en casa. Pero no, simplemente... estaba intentando ubicarse. Como si le costara procesar la información. A ella, a su Alice. A una de las personas más despiertas, avispadas, inteligentes y de mente rápida que había conocido. Esa situación la tenía tan paralizada que la enlentecía. De verdad que odiaba con toda su alma a los seres que le estaban haciendo eso... Pero disimuló, y en su lugar puso una sonrisita. — Bueno, ese vestido no parece muy incómodo para dormir a unas malas. — En otro momento habría hecho, quizás... otro tipo de comentario. Pero ni le salía. No le apetecía, y algo le decía que a Alice tampoco le iba a apetecer, que iba a ser incómodo... De hecho, ahí estaba su novia diciendo que igual ni siquiera hacía falta. A su Alice le habría faltado tiempo para irse a pasar la noche con él a una casa vacía en una ciudad que no conocían, y lo peor no era el cambio en ella, es que él estaba más o menos igual. Lo estaba valorando más como un trámite para su comodidad que como una escapada romántica... Su odio seguía creciendo por momentos. ¿Cuándo les habían hecho eso?

Rio con ella, pero el ánimo se le había bajado un poco al tomar conciencia de nuevo de lo mal que estaban. Al menos hasta que Alice dijo que lo sentía. Ahí reconectó con el Marcus de siempre y se apresuró a negar. — No te he dicho nada, no tenías por qué saberlo. No lo tenía tan planeado, de hecho, me lo ha propuesto el primo Jason esta mañana y bueno... tenía ganas de que hiciéramos algo distinto, y temía que nos perdiéramos entre tanta gente y ruido o se nos hiciera tarde, así que, simplemente... En fin, es una opción por si eso pasa, pero vamos, podemos volver a casa. Si es verdad, seguramente no se nos haga tan tarde... — Si es que no era tan necesario lo del piso, si se podían aparecer. Había sido una tontería... No estaban para esas cosas... Por frustrante que fuera, pero era mejor poner los pies en el suelo. Por mucho que a Marcus y Alice les hubiera gustado volar siempre...

Asintió con una sonrisa fruncida a la propuesta de Alice y se levantó tras ella cuando dijo que iría a por los tacos. Sí, mejor centrarse de nuevo en la comida. Se limitó a asistir a la conversación de Alice con el tendero, lo cual sí le hacía una gracia tierna. — Esta es una nueva versión de mi novia de la que definitivamente necesito más datos. — Bromeó cuando volvió a él. Es que no dejaba de sorprenderle verla tan entusiasmada con la comida. Soltó una carcajada a su comentario y estudió el taco antes de llevárselo a la boca, diciendo. — Veré qué puedo hacer. — No tardó en detectar los diferentes sabores, abriendo él también mucho los ojos, lo que provocó un gracioso cruce de miradas sorprendidas. — ¡Wow! — Miró el taco. — Pero esto... ¡Esto está impresionante! — Prácticamente se había comido más de medio taco en dos bocados. — ¿Cómo está hecha esta carne? No sé ni qué es... pero está buenísima. ¡Oh! Y la cebolla... ¿Esto es guacamole? ¡Es guacamole! Lo probé una vez en casa de Sean, lo hizo su madre. En México lo comen mucho, dice que fue una vez allí por temas de trabajo y desde que lo comió, se trajo la receta y lo hacía mucho. ¡Pero no sabía que lo ponían en los tacos! ¡Está buenísimo! — Al menos había recobrado el entusiasmo. Se chupó los dedos. — Nada de Tergeo, esto no se puede desperdiciar. — Dijo más en serio de lo que estaría dispuesto a reconocer cuando no estuviera en pleno éxtasis alimentario.

— El ranking es difícil, pero hay un puesto que tengo claro, y es que esto tiene que estar lo primero en la lista. — Terminó de relamerse y pensó en voz alta. — Lo demás... Hmm... El siguiente sería el pollo, es cierto que estaba muy bueno. Luego las patatas, y luego el perrito, ahí estoy de acuerdo contigo. Pero es que el taco... me ha marcado para siempre, Alice. — Dramatizó, riendo. — Con tu permiso, voy a querer otro, ¿te traigo uno? — Es que le había gustado demasiado, y aún le quedaba un hueco (pequeño, porque iba a querer postres también, pero le quedaba). — ¡Uh! ¿Elijo los postres? Me lo pienso mientras voy a por el taco. Espérame aquí. — Y se levantó de un salto, rumbo al puesto de tacos. Se pidió otro y, cuando llegó hasta el banco, se lo acercó a Alice con una sonrisita. — Venga... un último bocadito, que está muy rico. No quiero ser el glotón que deja a su novia muerta de hambre mientras se pone las botas. ¿O prefieres otro cubo de pollos? — Bromeó.

El taco no duró mucho, y ciertamente se hubiera ido a por otro si no fuera porque, efectivamente, tocaban los postres. — No he visto gran variedad, y alguien ha pedido una manzana caramelizada. — Giró la cabeza y estiró el cuello. — Me ha parecido ver por ahí un puesto de rosquillas de muchos colores. — La miró con una ceja arqueada. — Si el prefecto de Ravenclaw ve un postre azul y no se lo come, nuestra casa empieza el curso siguiente con los puntos en números negativos. — Le tendió la mano y se levantaron juntos. — Esta es mi propuesta: una rosquilla de esas de colores y la manzana caramelizada. ¡No dirás que es un exceso! Y, como soy bueno, te dejo elegir si quieres una rosquilla para cada uno o una para compartir. La manzana no consiento compartirla. He dicho que pensaba ponerte gordita y yo muy gordita no te veo aún. — Y ya verían si después de los postres se volvían para casa o entraban en esa discoteca.

 

ALICE

Cuando Marcus dijo lo del vestido… pensó que la mayoría de las noches que habían pasado juntos, en una cama, no había usado… nada o casi nada, no le sería un problema real. — También puedo… — ¿Lo decía del todo? Bueno, es que ya había empezado, no iba a frenar ahora, quedaría raro. — Quiero decir… que no pasa nada si duermo sin él… — Se quedó mirando la mano de Marcus mientras la acariciaba… ¿Desde cuándo se preguntaba ella si a Marcus le gustaría o no dormir a su lado sin ropa? Y ahora estaba justificando como MUCHO por qué había aceptado el piso, y odiaba esa sensación de que no se decían las cosas, otra vez como antes de empezar, dudando, caminando el hielo… — Marcus. — Le paró, agarrando su mano. — Me encantaría dormir contigo. Me encanta, de hecho. Te echo de menos por las noches… Y me gustaría, aunque fuera una noche lejos de todo… — Rio un poco tristemente y tragó saliva. — Por si te lo estabas preguntando, porque yo me lo estaba preguntando, pero parece que ninguno de los dos quería decirlo, y ya he aprendido que no nos va bien cuando no nos decimos las cosas. — Levantó la mirada y la enfocó en sus ojos preciosos, mientras la brisa y los últimos rayos de sol les rodeaban. — Te echo de menos. — Dijo en un suspiro. Y esperaba que lo entendiera. Quizá no era el día, o el momento, y quizá no sabía cuándo volvería a serlo, pero… que no se preguntara si seguía deseándole o echando de menos momentos así con él… porque la respuesta era que sí, le echaba de menos y le necesitaba.

Pero bueno, de momento estaban en el paseo marítimo y aún quedaba noche por delante, ya… irían viendo. — Es una versión de Alice Gallia en mundo muggle y americano, no puede ser igual que en una barriada mágica de Inglaterra. — Dijo encogiéndose de hombros. De momento, disfrutó de la visión de su novio gozando el taco y provocándole una risa. — Pienso guardar esta imagen muy bien en mi mente y echarla la primera en un pensadero, para que todo el mundo pueda disfrutar del perfecto prefecto haciendo esto. — Y aunque se estaba riendo, la cabeza le estaba diciendo… ¿De verdad querrás recordar nada de este momento de tu vida? Quizá no. Quizá prefería cancelar sus recuerdos desde que se llevaron a Dylan hasta que volviera a casa, la verdad. Asintió a lo de la receta de la madre de Sean, un poco más entusiasmada. — ¡Bueno saberlo! Así puedo pedirle la receta, y espero que sea más exacta que la abuela Molly, que yo la adoro, pero intentar entender sus recetas es un grado de experiencia que aún no tengo. Y la tía Maeve es igual para eso. — Aseguró con una risita.

Negó con la cabeza al ranking. — Nada, nada, decidido, incorporamos los dos a nuestro futuro menú de casa, aunque el taco parece más complicado. Pero nada que un Ravenclaw no pueda aprender ¿verdad? — Trató de decir más animada. Y por supuesto, su novio tenía que aprovechar y colarle más comida, que ella rechazó. — No, pero disfruto viéndote comerlo, así que, que nada te pare, cariño, devora otro taco. — Se giró para buscar lo que señalaba y afiló la vista. — Parecen más grandes que rosquillas, no intentes vendérmelo. — Se rio y le tendió la mano. — Pero venga, que no podemos permitir que Ravenclaw empiece con menos puntos por nuestra culpa. Además, está camino de la discoteca, así ya nos ponemos en camino para ir. — Porque como lo pensaran más, ya no iban.

Al final, por supuesto, compraron sola una de las rosquillas gigantes esas que se llamaban donuts, y menos mal. — Qué cosa más azucarada y mala, trae mi manzana. — Exigió nada más lo probó. — La prefecta Harmond le echaba un Confringo como una casa al puesto ese vamos, los pulverizaba hasta eliminarlos. — Comió de su manzana y se relamió los labios. — Esto es un postre, esto sí. ¡Qué rica! — Y comió un poco más con deleite. En verdad no estaba TAN deliciosa, pero no quería negatividad. — Me recuerda tanto a la feria de San Lorenzo que es como comerse recuerdos. — Comentó con una risita. Sí, eso les gustaba a ellos. Las ferias de La Provenza, la plaza mágica de Londres… y el bullicio de Nueva York no les pegaba nada, así que quizá la discoteca tampoco les gustaba… Pero bueno, ya estaban en la acera de enfrente, y animado se veía. — ¿Entramos pues? — Puso una sonrisa apacible y se encogió de hombros. — Si no nos gusta… paseamos hasta el piso y… ya está ¿vale? — Sin pretensiones, Alice solo quería una noche para ellos, fuera como fuese.

 

MARCUS

Veía a Alice incómoda y eso era lo último que quería. Por eso, mientras ella sugería lo de que podía dormir sin el vestido, él estaba mirando su comida. — Claro... es decir... como estés mejor... — No quería que Alice pensara que prefería que durmiera con un vestido de calle a que durmiera sin nada, porque OBVIAMENTE prefería estar como habían estado otras veces, piel con piel. Pero tampoco quería que pensara que andaba pensando en sexo con la que tenían encima, porque no era así. Él solo quería... que pudieran... bueno... estar como siempre... ¿Si es que a quién querías engañar, Marcus? No podían estar como siempre porque la situación no era la de siempre. Punto. Tenía que haberlo asumido antes de ponerles más incómodos a los dos...

Alice no tardó en darse cuenta, lo detectó en el tono con el que le llamaba. Tragó saliva y la miró. — Ya... — Dijo, lo dicho, un tanto incómodo. — Lo sé, es... No es que lo dude, claro que no lo dudo. Solo... bueno, si no te apeteciera, lo entendería. De verdad que lo entiendo. — Porque es lo que me pasa a mí, que gustarme me sigue gustando, pero apetecerme no me apetece. Si es que estaban los dos igual. Al menos no era una sensación que tuviera solo uno de los dos, hasta en eso estaban sincronizados... pero tampoco habían elegido estarlo, y lo que lo estaba provocando era forzado por unas personas a las que odiaban y que nunca habían estado en su vida. Y odiaba eso. No era ningún consuelo que los dos estuvieran así, más bien todo lo contrario: le hacía odiarles aún más por los destrozos causados. Pero ante Alice no quería ponerse hecho un energúmeno, suficiente habían tenido con los episodios de días anteriores y, lo dicho, había ido allí para que ambos se despejaran. Por eso sonrió con levedad y apretó su mano. — Yo también te echo de menos. — La echaba muchísimo de menos. A su Alice feliz, a su relación preciosa y a su vida de antes. Y no sabía cuándo iba a poder recuperarlo todo, si es que podía.

Hablando sobre comida, al menos, podían reírse. — Es tu pequeño porcentaje de chica americana. — Bromeó, aunque tuvo que hacerse exageradamente el ofendido con lo siguiente (por supuesto, disimulando muy mal la gracia que en el fondo le hacía). — ¡No te atreverías! — Afirmó, pero luego se irguió. — Pues ¿sabes qué? Si lo hicieras, con el único vil objeto de manchar mi imagen, lo cual en absoluto merezco, que sepas que lo defendería como la perfecta manera de comerse un taco. Esa salsa está tan sabrosa que eliminarla con un Tergeo es un crimen, y las cosas se disfrutan y se hacen bien. Y lo correcto es aprovecharla y me siento orgulloso de ello. — Palabrería marca Marcus, pero sabía que a su novia le hacía reír cuando se ponía así... además de que él tendría que nacer de nuevo para no retorcer hasta el extremo lo que supuestamente estaba haciendo mal para acabar resultando que lo hacía como lo tenía que hacer.

— Efectivamente. — Corroboró orgulloso a eso de que no había nada que un Ravenclaw no pudiera aprender. — Aunque estaría bien saber al menos de qué animal viene esto... — Dijo entre risas, porque le había parecido oír que era cerdo, pero no sabían así otros cerdos que él hubiera probado, en absoluto. — Y si se nos complica... nada que un Slytherin no pueda conseguir con los contactos adecuados. — Le guiñó un ojo. Vaya, que ya se encargaría él de localizar un puesto de tacos en el que poder comprarlos si se complicaba lo de aprender la receta. Alzó las palmas. — ¡Eh! Yo no intento vender nada. ¿Tienen forma de rosquilla o no? En esta ciudad todo es exagerado, Alice, los edificios tienen miles de plantes. ¿De verdad esperabas una rosquilla de tamaño normal? Pero a ver cómo la llamo, si no... — Y vuelta a la palabrería, pero mientras la decía iba ya de la mano de su novia a por los postres, y eso les dibujaba una sonrisa en la cara a ambos. Le molestaba que tuvieran que hacer un esfuerzo tan titánico por sonreír y pasarlo bien, ellos a los que eso les salía natural. Y sí, seguía saliéndoles natural, pero había tristeza de fondo en ambos... De verdad, mejor no lo pensaba, que se volvía a enfadar.

Alice no accedió a comprar una para cada uno, pero tampoco es como que le sorprendiera. El veredicto fue muy diferente, de todas formas. — Pues a mí me han gustado. — Dijo chupándose los dedos. Igual sí que no le hubiera venido mal un Tergeo, que se le estaba mezclando la salsa de los tacos con el glaseado. Al menos le habían dado una toallita húmeda que estaba cumpliendo sus funciones medio bien. Eso sí, se tuvo que reír, con la boca llena todavía, con la indignación de su novia. — Pagaría por volver a verte con la prefecta Harmond haciendo muffins para el orgullo Ravenclaw. — Eso le había salido espontáneo, de corazón, y lo que pretendía ser un comentario jocoso había sonado un tanto melancólico. Recondujo. — A ver, Gallia, acabas de mencionar a uno de los estandartes más fuertes que nuestra casa ha tenido. Tú, que eres la mujer Ravenclaw perfecta. ¿De verdad piensas que Harmond y tú podéis mediros con un puesto de rosquillas americanas? — Siseó con superioridad. — Tss, por favor. Confórmate con que estén comestibles. — Dejó una leve caricia en su mejilla y dijo. — Yo ya hace tiempo que dejé de medir las cosas desde tu punto de referencia. Siempre saldrían perdiendo. — Le dijo con una mezcla entre su superioridad habitual y el inmenso cariño que sentía por su novia. Y dicho eso, sonrió ampliamente. — ¡A por la manzana! —

Sonrió al comentario de Alice... pero a él no le recordaba nada a la feria de San Lorenzo. Miraba a su alrededor y solo veía polución, edificios tan altos que tapaban las vistas y ruido, muchísima gente y pitidos de coches, muchedumbres que te hacían imposible identificar quién era mago y quién muggle y le tenían en tensión por miedo a ser descubierto. La noche ya había caído hacía rato y, sin embargo, no se veía ni una sola estrella en el cielo, solo rayos de colores por los inmensos paneles publicitarios que había por todas partes (muchos eran de Coca Cola, por cierto). Y la manzana, comparada con la rosquilla, estaba un poco sosa, ni por asomo tan dulce y jugosa como las de La Provenza. ¿Pero qué iba a hacer? ¿Decirle a Alice que no? Era agosto y estaban juntos comiendo una manzana de caramelo... solo que, cuando echaba la vista atrás, parecía estar en un sueño, y ahora en una realidad tristísima y nada ideal. — ¿Está mi chica contenta con su manzana? ¿Quieres otra? Alguien dijo que iba a ponerse gordita y... no sé, no sé... muy gordita no te veo. — Se dio un par de palmadas en el estómago y dijo con chulería. — Pensemos que tenemos un metabolismo fabuloso que nos permite comer sin engordar. — En parte lo tenía, él al menos, porque con todo lo que comía era un milagro que no tuviera forma de rosquilla él también.

Arqueó las cejas cuando Alice señaló el edificio de la discoteca, mirando hacia arriba, donde supuestamente se encontraba. — Es lo único que nos falta para rememorar San Lorenzo ¿no? Un poco de música. — Dijo con una sonrisa suave. Sí, ojalá solo les faltara eso... — Vamos. No perdemos nada por probar. — Y, de la mano, se adentraron en el edificio. No tardaron en guiarles hasta un estrecho ascensor de cristal que parecía ir por fuera, y desde el que se veía toda la ciudad. — Wow. — Soltó espontáneamente, aunque un tanto monocorde. A la velocidad del ascensor, las luces de la ciudad le golpeaban en la cara y le aceleraban el corazón, y se veía tan alto que el vértigo era inevitable... ¿Qué estamos haciendo aquí? Pensó. Eran dos pájaros a una altura que les daba miedo. No le gustaba la sensación, no le gustaba el sitio, no le gustaba tener que verse allí. Miró a Alice. No, eso no pegaba nada con ellos. Pero estaban... sobreviviendo. Si esa era la única forma de despejarse en esa ciudad descorazonadora, tendría que hacerlo. Llevaba desde que la conoció diciendo que por esa chica se iría al mismísimo infierno. Tocaba demostrarlo.

Desde el ascensor les guiaron hacia una puerta custodiada por un hombre muy corpulento y con muy mala cara. Ni el Ministerio tiene tanta vigilancia. Se escuchaba un ruido atronador y martilleante aun con la puerta cerrada, pero nada más abrirse, el impacto del sonido le hizo abrir mucho los ojos. Y había... mucha gente, muchísima. Las luces estaban bajas y lo que se veían eran muchos colores por todas partes, propio de una discoteca, pero a una escala que Marcus no había visto jamás. Se colocó a las espaldas de Alice para poder poner las manos en sus hombros. Ni siquiera dijo nada, solo podía observar el entorno. Y no le gustaba, pero tenía algo... que le hacía querer quedarse. Era como si ese ruido que se le estaba colando en la cabeza le impidiera físicamente pensar en nada más. Como si los problemas se hubieran opacado tanto que... casi parecían no existir. Y la canción te invitaba a querer seguir escuchándola, no sabía bien ni por qué. Alzó el folleto que tenía en la mano y se lo enseñó a Alice, teniendo que acercarse mucho a su oreja para hablarle gritando, porque de otra forma no le podría escuchar. — ¿Aprovechamos esto? — En el folleto ponía "dos chupitos y una copa al cincuenta por ciento presentando este folleto en la barra". No creía que fueran a beber tanto, y encima tenían uno cada uno. No se iban a meter tanto alcohol en el cuerpo, pero bueno... Si podían compartir las rosquillas, podían compartir eso. ¿Un chupito para cada uno y una copa para los dos? Quizás era demasiado. Pero aquello era la fiesta del exceso. Si les sobraba la copa, tampoco es como que nadie se lo fuera a reprochar. Echarían un rato... o lo intentarían. A ver cuánto tiempo aguantaban aquello, porque el ruido era ensordecedor, había demasiada gente, no conocían la música y no es como que les apeteciera mucho beber... Aunque aquello les estaba separando del exterior. De pensar. De sus muchos problemas. Quedarse no era muy apetecible. Pero, quizás, irse tampoco.

 

ALICE

Marcus sabía decirle cosas que la hacían sonreír. Compararla con la prefecta Harmond y poner tan por las nubes unos simples cupcakes era una forma, sin duda. — Eran cosa de Kramer. ¿Crees que querría enseñarme a ser una cocinera decente? Cuando estaba en las cocinas preparando estas cosas, me miraba de reojo y decía: “la señorita no debería dudar de que Kramer tiene la experiencia suficiente como para alimentar a la sala común de Ravenclaw y la que se le pida”. Y se negaba a probar nada. — Rio un poco y entornó los ojos. Echaba de menos hasta al gruñón del elfo, así estaba el nivel. — Con una he tenido más que de sobra, te lo aseguro. — Le echó un ojo a su novio. Sí, para decirle cosas del vestido, se le ponía cara de agobio, pero para enterrarla en comida siempre era buen momento.

Sonrió a lo de San Lorenzo. — Fíjate lo que te digo, cariño, que creo que esto no se va a parecer en nada a nada que hayamos visto. — Y se dejó conducir a dentro del edificio, pero eso no había hecho más que empezar. No estaría de humor, pero esa sensación de subirse en un cacharro desde el que se veía todo Nueva York y subir así, le dio un subidón que no podía explicar. Se agarró del brazo de Marcus y se le escapó una risita nerviosa. — ¿De verdad pueden hacer esto? — Murmuró, tratando de no decir “muggles” porque es que le alucinaba que fueran capaces de concebir esas cosas sin magia. La visión era apasionante, y le había dado un chute de adrenalina que le iba a venir muy bien para lo que iban a encontrarse ahí dentro.

Nunca en su vida había visto tanta gente en un sitio, estaba segura. La música, los colores… Todo eso mezclándose con las últimas visiones desde el ascensor, el calor y la angustia tormentosa de su interior. — Wow es lo único que se me ocurre decir, desde luego. — Dijo, haciendo eco a lo que Marcus había dicho en el ascensor. Se sentía tan… extasiada, y no sabía si en el buen o el mal sentido, que se dejó conducir por Marcus, mirando a todos los lados como un cervatillo curioso pero que no ha salido jamás de la cueva. En aquella vorágine, vio lo que Marcus le enseñaba y asintió. Sí, iba a necesitar alcohol para afrontar ese sitio y acomodarse entre tanta gente. — ¿Te parece si pedimos una copa para los dos? Y luego si eso la otra. — Sugirió, y vio que había aliviado un poco a su novio, que probablemente, no querría beber en aquel entorno descontrolado y, para dos magos adolescentes, hostil.

Llegaron a la barra y un camarero les dijo. — ¿Tenéis veintiuno? — Ella frunció el ceño. — ¿Perdón? — Que si sois mayores de edad. — Ah, sí, tengo dieciocho. — El chico suspiró, secando un vaso. — Británicos ¿no? — Sí. — Contestó extrañada. El chico se encogió de hombros. — Pues mira, si en vuestro país es legal, quién soy yo para impedíroslo. Pero si os preguntan, decid que tenéis veintiuno. — Se había quedado un poco a cuadros, pero se limitó a asentir. — ¿Qué os pongo? — Ella negó con cara de tener ni idea y el chico dijo. — ¿Hay algo que te guste especialmente? — ¿Los arándanos? — Dijo confusa, lo cual hizo reír al camarero. — Venga, pues que sea vodka negro. ¿La lima te gusta? — Ella asintió con una sonrisa y el camarero les puso un vaso enorme y muy negro delante. Genial, más cosas oscuras allí. — Y los chupitos… de caramelo. — Añadió el barman. Ea, más caramelo. Miró a su novio y sonrió. — No te quejarás de dulce. — Levantó el vasito y lo chocó con él. — Venga, mi amor, puede que este sea el sitio más raro en el que hemos estado en nuestra vida, vamos a perdernos en él y olvidarnos de lo de fuera. Solo tú y yo, y un montón de desconocidos que no saben ni nuestros dramas ni nada sobre nosotros. — Se bebió de un trago el chupito, notando cómo a medias le ardía la garganta y a medias disfrutaba del sabor intensamente dulce, mientras oteaba cómo se organizaba aquello.

Realmente, orden no había ninguno, pero el contraste de los colores con el negro casi dominante de todo… le atraía. Más bien le dejaba la mente en suspenso, y solo Merlín sabía cuánta falta le hacía hacer eso. Y entonces detectó un patrón que le gustaba y arrastró a Marcus hasta el sitio, de la mano. — ¡Mira! — Dijo al llegar. — Las luces aquí son azules y rojas. No muy Ravenclaw juntarnos con los Gryffindor, pero me gusta… Así podemos hacer un poquito de Orgullo Ravenclaw. — Tenía que hablar alto, así que se pegó a Marcus. — Antes hablábamos de San Lorenzo, y allí bailábamos agarrados y despacito… pero también nos dio por pegar saltos el uno en torno al otro. Y allí nos miraba todo el mundo, aquí no le importamos literalmente a nadie. — Le hizo dejar el vaso en una repisa y le arrastró bajo las luces azules. — Pues como no sabemos bailar esto, saltemos y hagamos el tonto como entonces, no nos lo pasamos precisamente mal aquella noche. — Y empezó a hacer aquel baile de locura, que ni baile era, y empezó a notar cómo entre el chupito, los saltos y la música, se le hacía más fácil no pensar.

Hasta que, unos minutos después, le cruzó aquel pensamiento. — Ojalá pudieran verme los Van Der Luyden. — No sabía de dónde salía aquella sinceridad, pero bendita fuera, había sido como escupir un bocado amargo. Pegó un trago a la copa y se giró hacia Marcus. — Ojalá vieran que a pesar de todos sus esfuerzos estoy aquí. — Le salió una risa un poco sarcástica y siguió bailando. — Lo usarían contra mí, como todo. Así que... bailaré más. —

 

MARCUS

Una copa para los dos estaba bien, sí, no quería perder el norte en un sitio así. Miraba a su alrededor y la cantidad de gente, el ruido ensordecedor y la visibilidad compleja (mucha oscuridad y luces cegadoras al mismo tiempo) le hacían sentir inseguro. Sin embargo, al mirar a Alice... lo vio. Una sonrisilla y la curiosidad en esos ojos que adoraba, bien abiertos, que ahora brillaban con las luces. Parecía estar viendo lo que estaba pensando: ese lugar le resultaba atractivo, diferente, y lo más importante, le estaba haciendo pensar en otra cosa, querer descubrirlo y disfrutarlo. Pues que así fuera. Se tragaría el agobio y no sería Marcus O'Donnell rey de las angustias por una vez en su vida, porque su objetivo con esa salida era hacer a Alice despejarse y disfrutar.

De la conversación de su novia con el camarero no se enteró de nada. Intentó acercarse y concentrarse mucho por captar las palabras, pero entre el ruido, que había tanta gente en la barra que casi tenía que elevarse por encima de Alice para acercarse al hombre, y el acento americano de este, no se estaba enterando de nada. Apenas pillaba palabras sueltas. ¿Veintiuno? ¿Que la copa costaba veintiún dólares? Eso no podía ser, el cambio a galeones salía carísimo. Pero Alice no parecía ni rechazarla ni agobiarse por el precio, así que habría entendido mal. Sí oyó a su novia decir algo de unos arándanos. ¿Tenían licor de arándanos allí? Fantástico, eso le hizo sonreír y mirar al camarero como si le estuviera felicitando mentalmente por su gestión de los recursos. Les dio un vaso con un licor demasiado negro para ser arándanos, pero bueno, sería que llevaba algo más, pero luego vio que servía dos chupitos. — No, gracias, solo la copa. — Dijo a gritos, pero el hombre le miró con una sonrisa y un gesto y dijo. — ¡De nada! — Antes de irse a atender a otras chicas que había en la barra y que claramente le interesaban más que él. Vaya, no le había entendido. Fue a repetirlo, pero el hombre había cerrado absolutamente la conversación con ellos y Alice parecía querer probarlo al menos. ¿Caramelo? Ah, bueno, si solo era caramelo... Rio. — A ver si está más dulce esto o las rosquillas. — Como tuviera que comunicarse así toda la noche, se veía afónico al día siguiente. Pero lo que sí entendió fue lo que le dijo Alice. Hizo una mueca con los labios y asintió. — Hecho. — Y se bebió el chupito de un trago. Cerró un poco los ojos, pero logró no toser. Pues sí que era caramelo, pero con alcohol, como con muchísimo alcohol. Esperaba que la copa no llevara tanto...

Sacudió un poco la cabeza y dejó el vaso vacío en la barra. Tenía que reconocer... que a medida que sentía el líquido bajando por su cuerpo, parecía sentirse un poco más en consonancia con aquella locura de sitio. Se le hacía un poco menos raro. Por supuesto, Alice se había aclimatado antes que él, y ya le estaba arrastrando a otra parte. Se tuvo que acercar mucho a ella para oírla, pero el comentario de las luces le hizo reír. — Bueno, como si estos dos Ravenclaw no se hubieran venido hasta aquí con un Gryffindor. — Dijo, y casi se sorprendió a sí mismo de haber lanzado eso sin filtros. No quería hablar de nada que oliera siquiera a Van Der Luyden o a los motivos que le tenían en Nueva York... pero le había salido solo. Pero Alice siguió hablando de bailar, le quitó el vaso y comenzó a saltar y a moverse. Eso le hizo esbozar una sonrisa. — No, la verdad es que no. — Dijo entre risas, y Merlín sabía las poquísimas ganas que tenía de bailar, pero... Bueno, igual... Igual se estaba equivocando de enfoque diciendo todo el tiempo que no tenía ganas de hacer ciertas cosas. "Aquí no le importamos a nadie", había dicho Alice. ¿Por quién se estaba negando esos gustos, exactamente? ¿Por él, o por otros?

Y en lo que miraba a Alice e intentaba seguirle el ritmo, ella dijo una frase que atravesó su cerebro por completo. Y cuando algo hacía click en el cerebro de Marcus, ya no había vuelta atrás. Cerró los labios y se le debió esbozar esa sonrisa peligrosa que se le ponía a su madre cuando, de repente, había oído algo que le había dado la prueba de que tenía la batalla ganada. Ese momento en el que, mirando la partida, sabes que tienes el jaque mate en tu mano, que lo has visto claro y ya no puedes dejar de verlo, y que el otro puede hacer lo que haga, pero de repente todo está a tu favor. — ¿Eso querrías? — Preguntó. — Ojalá. Ojalá pudieran. — Miró a su alrededor. Con los tentáculos que tenían los Van Der Luyden, la cantidad de gente a la que conocían, ¿qué probabilidad había de que, entre las cientos de personas que había en ese sitio, hubiera alguien que les conociese? Bastante alta, la verdad. Estiró la mano y agarró la copa para darle un sorbo. Uf, eso también llevaba muchísimo alcohol... Miró a Alice. — ¿Quieres más? — El primer sorbo parecía no haberle desagradado, y esa copa era bastante grande y, en teoría, para los dos. Ya estaba desinhibida sin él, y quizás era lo que ambos necesitaban: desinhibirse. Disfrutar, que no les importara lo más mínimo que les vieran. Todo lo contrario: que quisieran que se enteraran. Que no iban a poder con ellos. Que eran imparables.

— ¿Cómo dices que se baila esto, entonces? — Preguntó, pegándose a ella con la excusa de tener que hablar muy alto y muy cerca porque no se escuchaban. Poco a poco se fue soltando él también. Su forma de bailar, tan alocada, le hacía reír y le hacía mirarla hipnotizado y... — Qué bien se te da esto. — Dijo, pegándose más a ella. Colocó las manos en su cintura. — ¿Cuántas discotecas has pisado para bailar así, Alice Gallia? — Rio. — No conocía tu faceta americana. Te encanta la comida, se te da bien esto... Quizás sea una parte de la que sentirse orgullosa. — Y le estaban dando ganas de gritarlo en lo más alto de ese estúpido edificio para que se enterara Nueva York entero: que Alice Gallia no era menos que ninguno de los que estaba allí. Que era tan digna o más que cualquier otro. Y el que opinara lo contrario, que viniera y se lo dijera en la cara. Que volviera ahora mismo cualquier Van Der Luyden a decirle lo que su novia era o dejaba de ser. Que la vieran bailar, emborracharse y disfrutar. Que vieran su cuerpo como él lo estaba viendo ahora y se murieran de envidia por no ser así, o de no poder tenerlo, porque Alice no lo entregaba tan fácilmente como ellos escupían: solo se lo entregaba a él. Sí, que lo vieran. Eso sí que le iba a dar ganas de reír. 

 

ALICE

Se le salió una carcajada involuntaria con lo del Gryffindor. Pues era cierto… Si no podían hacer nada por mejorar su situación… por lo menos podrían reírse en la cara de la pena ¿no? Seguía sonriendo, saltando y moviendo hasta la cabeza al ritmo frenético de aquella música que se metía por sus oídos y parecía mover su cuerpo… Hasta que Marcus le preguntó aquello. Oh, ese tono, que podía detectar a pesar de la música, y esa sonrisa… Algo subió desde sus piernas a su cuerpo entero, provocándole un escalofrío y calor al mismo tiempo. — Sí. — Dijo, extasiada en los ojos y la expresión de Marcus, como si por un momento se hubiera ralentizado el mundo entero a su alrededor. Y cuando le preguntó si quería más, se acercó a su oído. — ¿Más bebida? ¿Más…? — Se separó de su oído, pero se quedó cerca de su rostro. — Alice Gallia siempre quiere más. — Y le pegó otro buen trago a la bebida. Sentía más la lima que los arándanos, pero le había gustado.

Se dejó rodear la cintura por las manos de Marcus y ella puso las suyas en su pecho, agarrando fuertemente su camisa en un puño. — ¿Quieres aprender, O’Donnell? — Preguntó, sugerente. — A ti se te da muy bien aprender de todo. — Así que siguió moviéndose muy cerca de él, para rozarse, para sentir que estaban solos. — Casi siempre que he bailado… he bailado para ti. — Le confesó. — En este sitio lleno de gente… sigo bailando solo para ti… — Dejó un breve beso en sus labios y rio. — Me sale natural, te lo juro. — Dijo entre risas. No pudo evitar mirarle con una ceja alzada cuando dijo lo de la faceta americana, y levantó los brazos. — Es que esto soy yo: Alice. — Se separó un poco y saltó sobre sí misma en círculo, moviéndose al son de la música. — Me gusta bailar como una loca, atreverme, probar, probar sin parar, ir de la mano con Marcus O’Donnell, uno al lado del otro, nunca uno por delante del otro. — Se citó a sí misma, notando cómo se le encogía el corazón, y tampoco entendía bien de dónde estaba saliendo todo aquello, de qué área de su cabeza, no lo controlaba demasiado.

— Así que sí, ojalá me vieran. Ojalá vieran que sí, estaré loca, pero soy buena, soy divertida y amo con la cabeza, como los Gallia. — Dijo señalándose la frente. — Pero no tengo ni un gramo de Van Der Luyden, no vendrían aquí ni locos. — Se rio espontáneamente y se acercó saltando a Marcus de nuevo. — Soy todo locura Gallia y titanio, soy puro titanio, Marcus, si tengo una hora aunque sea para volar contigo y descubrir una locura de sitio en la que he decidido que es la peor ciudad del mundo. — Y entonces la música subió y tuvo que engancharse al cuello de su novio para hablar. — Querría que vieran que no pueden destruirme, que soy de titanio si estoy a tu lado, si tú sigues amándome lo suficiente como para meterte en este sitio conmigo. — Se separó para mirarle a la cara, sin dejar de moverse ni soltar su cuello. — Y te conozco, y me imagino un par de cosas nada correctas que harías ahora si se atrevieran a aparecerse aquí y decir cosas como las que me dijeron el otro día. — Oh, sí, conocía las miradas de su novio, y el otro día no había tenido el temple de analizarlas, pero… ella se sentía poderosa en ese momento (probablemente efecto del alcohol, pero Merlín sabía que lo necesitaba) y si ella se sentía así… Marcus seguro que más, y, a juzgar por las miradas que le había visto poner en casa de sus abuelos… si ahora tuviera ese poder en sus manos… Tuvo que suspirar solo de imaginarlo.

 

MARCUS

Le dio la bebida después de que dijera que sí, pero esa contestación... Ah, si ya estaba empezando a crecerse, esas contestaciones solo le hacían crecerse aún más. Arqueó una ceja, mirándola beber y escuchando sus palabras, y podría jurar que todo lo que estaba alrededor había desaparecido. Que había entrado en ese estado de concentración poderosa en el que se sentía muy capaz de conseguir sus propósitos, fueran cuales fueran. Y esos ojos y esa sonrisa dirigidas hacia él solo le daban más y más poder a cada segundo que pasaba. — Alice Gallia siempre quiere más, porque Alice Gallia merece más. — Cogió de nuevo la copa y dio un sorbo, sin dejar de clavar los ojos en ella ni quitar la sonrisa ladina, y cuando acabó se la tendió. — Y Alice Gallia tendrá todo lo que quiera. — Ya se encargaría él de eso.

Había agarrado su camisa y él se dejó arrastrar, y empezaba a posar los ojos en ella con una fiereza que le poseía y le hacía devorarla con la mirada. Marcus perdía su autocontrol con Alice, pero ahora... lo iba a gestionar. Lo iba a gestionar bien como llevaba un mes gestionando emociones mucho más desagradables que esa, y no había tenido más remedio que hacerlo. No le había quedado de otra que aguantarse. Que tragarse la rabia, la pena, la frustración, la angustia y la impotencia. Pues empezaba a sentir deseo, mucho deseo... y quería, también, guardárselo dentro y que le explotara si hacía falta. Porque de esa emoción podía disfrutar. Podía permitir que se la fomentara y verla crecer y crecer... hasta que explotara. Y, en este caso, sin miedo a las consecuencias. — ¿Qué me vas a enseñar? — Él también sabía lanzar preguntas retóricas. Alice estaba bailando muy cerca de él, y afirmándole lo que él ya sabía: que bailaba para él. Pronunció levemente la sonrisa de superioridad. Sí, bailaba para él... Para nadie más. Era un privilegio solo suyo. Al final sí que le iba a gustar la exclusividad, como a todo hijo de Slytherin.

Por eso aprovechó para deslizar las manos por su cintura, y ese vestido era ciertamente peligroso si se tocaba mucho, era demasiado corto. — Y yo solo tengo ojos para ti. — Aseguró. Se acercó a su oído. — Y manos para ti... — La recorrió con estas al tiempo que lo decía, y se separó para volver a mirarla, pero sin despegar su cuerpo de ella, al menos hasta que su novia se puso a saltar. Él seguía admirándola. Ocultó una carcajada en los labios cerrados con su comentario. — Nadie podría ir jamás por delante de ti. — Se mojó los labios. — Ni yo... ni nadie. — Y quizás eso último le había salido un poco agresivo. Sentía mucho deseo, pero el alcohol que estaba bebiendo le estaba nublando, y los días acumulados, pasando factura. Y el creciente deseo se le estaba mezclando con el odio que llevaba tantos días intentando que no saliera disparado. El odio hacia todo el que se estaba atreviendo a hacer desaparecer a esa Alice que tenía ante él.

— Ojalá te vieran. — Confirmó de nuevo. No desclavaba los ojos de ella, de su forma de bailar. Soltó una carcajada irónica. — Y más les vale no estar aquí. — Porque quizás no respondiera de mí. — Ellos se lo pierden. — Se acercó a ella y rodeó su cintura con un brazo, puede que un poco más fuerte de lo habitual. — Ellos se lo pierden todo. A ti, esto. Todo. — Que se pudrieran en sus casas. Prefería vivir feliz y con Alice en mitad de una calle contaminada como esa que en un sitio artificial y lleno de odio como la casa Van Der Luyden. Pero su novia estaba haciendo una alegoría que se centró en escuchar, muy callado y concentrado, sin perder una sonrisa que le daba un aspecto más malvado del que él solía portar. Como si esa parte malvada de Marcus viviera dentro de él, pero él quisiera esconderla. Le tuviera miedo, incluso, por lo que pudiera hacer... No en ese momento. Que saliera si tenía que salir. Pero nadie, absolutamente nadie, tocaba a Alice en su presencia y no tenía consecuencias.

— Titanio... — Repitió. Se acercó a su oído. — Te amo. Con devoción. Con desesperación. Con mi vida y con la del que se atreva a interponerse entre nosotros. — No quería ni la menor duda de eso, de ahí la firmeza de su afirmación. — Tendrían que destruirte por encima de mi cadáver. — ¿Por qué se notaba cada vez más y más enfadado? ¿Pero qué le pasaba? Su novia estaba mucho más alegre y desenvuelta ahora. Era como si todo lo que se había guardado estos días estuviera saliendo sin control, justo en un momento en el que él no lo había invocado para nada. Y entonces ella se separó de él y prácticamente le dijo que le había pillado. Que sabía lo que estaba pensando. Se mojó los labios otra vez. — Que vengan y se atrevan. — Dijo, mirándola a los ojos. Se le había ido la sonrisa, pero no el fuego en los ojos. Un fuego que extrañamente mezclaba ira y deseo. — Les voy a obligar a verte. A verte bailar, a verte feliz. A ver esto. — Y les mataría después. Se acercó a ella, pegando su cuerpo al suyo, bailando, pero aprovechando para recorrerla con sus manos. Y mientras subía por sus piernas, dijo en su oído. — Tampoco me atrevía a hacer esto en público cuando todos nos miraban... y ya me da igual. Quiero que nos miren. — Se pegó más. — Que se enteren de que somos imparables. Y que esto es nuestro. Solo nuestro. Tuyo. Y mío. — Agarró de nuevo la copa, dio otro sorbo y se la tendió a ella, esperando a que bebiera, mirándola hacerlo. Ya no quedaba mucha. No le importaría aprovechar el otro folleto que tenían, no le había ido mal con ese... Y no se iba a perturbar tanto su mente. Tenía sus cosas muy claras. En todo caso, igual se desinhibían y dejaban de contenerse de una maldita vez. Estaba harto de contenerse. — ¿Has terminado? — Preguntó, señalando la copa. — ¿O quieres más? —

 

ALICE

Tuvo que reír mientras cogía de nuevo la copa. Marcus siempre le prometía el cielo y la luna, Marcus creía que podía darle el cielo y la luna. Y ella sabía que no, pero podía hablarle en ese tono y prometerle cosas en aquel infernal ruido… ¿Por qué no? ¿Por qué no seguir los dictados del alcohol en sus venas y aquella música que la poseía y pensar que sí, que Alice Gallia siempre debía tener y merecer más?

De momento, tenía los ojos de Marcus con aquella mirada sobre ella. Y por Merlín y todos los fundadores, que no había nada en el mundo que le hiciera sentir lo que esos ojos le hacían sentir. Alice nunca probaría las drogas, pero estaba segura de que se sentían así, esa sensación física de que alguien se te ha metido en la piel y te está, literalmente, llenando de euforia. — Todo lo que puedas desear. — Pasó un dedo por la mejilla de Marcus y sonrió seductora. — Yo también sé darte lo que quieres, lo que anhelas, lo que matarías por tener… — Y eso último se le había escapado, pero es que ya iba cuesta abajo y sin frenos. — Y no hace falta que hagas nada, porque yo te lo daría todo, Marcus, te lo doy todo, solo por ser Marcus O'Donnell, el amor de mi vida. — Y se lanzó a sus labios, besándole con fuerza, más de la habitual y entrechocando sus lenguas.

Se había perdido en lo de las manos, porque con el tacto ansioso de su novio, había dejado de escuchar y, de hecho, parecía haber dejado el resto de sus sentidos en pausa por tal de simplemente sentir su tacto. Pero abrió los ojos cuando dijo le eso de “ojalá te vieran” para mirarle y enfocar esa expresión. Oh, esa expresión… ¿Por qué la estaba volviendo tan loca de deseo? ¿Por qué sentía que… casi no había visto esa expresión? O no tan acentuada, al menos. Y menos mal, porque, en otro contexto, contenerse le habría costado media vida. Rio un poco a lo de que se lo perdían. — Se lo pierden todo. No saben nada de la vida, ni del amor, ni de nada de lo que merece la pena. —

Claro que, parecido al efecto que tenía aquella mirada en ella, estaba aquella declaración de amor. Le gustó tanto, le estaba dando tantas sensaciones físicas, que se estremeció en torno a aquel brazo que la rodeaba. Con una mano aferró su mejilla. — Nada, óyeme Marcus, nada podría interponerse entre tú yo. Tú eres mío y yo soy tuya, hasta el día en que me muera o en el que no recuerde ninguna otra cosa. — Volvió a besarle, acariciando sus rizos. Y entonces aquel escalofrío. “Que vengan y se atrevan”, y esa mirada. — ¿Les obligarías? — Preguntó con media sonrisa. Pero ya no era una sonrisa de alegría o desinhibición, no. Era una sonrisa de quien sabe que se está lanzando a una travesura, una de un cariz muy concreto, y de la que… bueno, quizá era posible que se arrepintieran al pensarlo fríamente y fuera de una discoteca… Pero es que estaban en una discoteca, y la cabeza de Alice, de todo menos fría. — ¿A ver cómo bailo para ti? ¿Cómo mi cuerpo te busca? — Y las manos le hicieron echar la cabeza hacia atrás con un suspiro entre los labios. Le estaba encantando ese Marcus. — Necesito esas manos con locura, las necesito como el aire, no pares. — Le dijo de corazón al oído. — Pero no les dejaría vernos así. Les odio. Les odio demasiado como para dejarles presenciar lo mejor de mi vida… Tú y yo. Esto que sabemos crear. — Tomó aire y se notó jadear de tanta intensidad. — Esto es luz, es poder, es pasión… Y yo a ellos se lo negaría todo. Que vivan sin todo lo bueno del mundo, que ellos son todo lo malo. —

Se separó un segundo para terminar la bebida y dijo. — Sí, claro que quiero más. Pero primero otra copa. — Y le guiñó un ojo, llevándole de la mano a la barra, porque no podría soportar separase de Marcus en ese momento. Al andar se dio cuenta de que ya iba muy embotada por el alcohol, pero que le daba igual, su mente parecía más clara que nunca. Le pidió lo mismo al camarero y, en cuanto tuvo los chupitos delante, le dio un trago y, con el sabor del licor, besó a Marcus. — ¿Y qué más les harías? — Susurró después en su oído, para acto seguido, girar sobre sí misma con su sonrisa de travesuras, como cuando eran niños jugando en el castillo o en el jardín. — Encuéntrame y demuéstramelo. Sé que me encontrarías hasta en otra vida. — Y soltando la mano de Marcus, se perdió entre la gente, girándose de cuando en cuando para ver si se encontraba con él. Oh, señor, y cuando la encontrara no se iba a arrepentir ni un ápice.

 

MARCUS

Él lo sabía, que ella se lo daría todo, como él a ella. Por eso simplemente la miró mientras lo decía, concentrándose mucho en cada palabra (tenía que hacerlo para oírla bien entre tanto ruido, aunque siempre podría leer esas palabras de sus labios), y recibió su beso con pasión, aferrándose a su cuerpo y respondiendo como si no hubiera nadie alrededor, o mejor aún: como si quisiera que todo Nueva York se enterara. Que se enteraran de que se amaban, de que su amor iba a durar por toda la eternidad y que todo el deseo que sentían era el uno por el otro, y que no tenía límites. Que Alice no era todo eso que ellos decían, que se entregaba solo a una persona, en cuerpo y alma, y que esa persona era él. Y que por esa entrega él se enfrentaría a sus ejércitos de corruptos todas las veces que hiciera falta, aunque tuviera que ir él solo. Que se pusieran delante de él y le dijeran en su cara que ellos eran menos que los Van Der Luyden. Se iba a echar unas buenas risas a su costa.

— Porque no son nadie. — Respondió con superioridad. — Nada pueden tener los que no son ni siquiera personas. — Escupió con rabia, y estaba disfrutando mucho de ver a Alice así, bailando, emanando deseo por todos los poros, riendo y desinhibida... pero le estaba generando un efecto rebote que hacía su odio hacia los Van Der Luyden crecer más y más que ni entendía, ni iba a pararse a entender ahora. Quería disfrutar de su novia bailando para él, dicho por ella misma, y regodearse en las fantasías asesinas hacia esa familia que cada vez eran más nítidas en su mente. Era una extraña combinación de emociones que, por alguna razón, estaba disfrutando mucho, y el alcohol, las luces cambiantes y esa música que latía hasta por sus venas solo la potenciaban más.

Alice agarró su mejilla y la miró con fiereza, soltando una leve risa sarcástica a su comentario. — Por supuesto que no. — Dijo con superioridad. ¿Interponerse? ¿Esa gentuza? ¿Entre ellos? Que lo siguieran intentando. Volvió a besarla, y se iba a quedar enganchado a ese beso, a continuarlo y seguir acariciándola, cuando le lanzó esa pregunta que hizo que la mirara a los ojos de nuevo. — Sí. — Contestó sin dudar. Agarró una de las manos de Alice y la llevó al bolsillo en el que estaba su varita, porque a pesar del cóctel emocional, todavía conservaba la lucidez suficiente como para no sacar la varita en un lugar rodeado de muggles. — ¿De cuántas maneras crees que sé atar a la gente solo con esto? — Susurró en su oído, haciendo que Alice tocara su varita. — Les ataría y les obligaría a mirar. Hasta que nos cansáramos. Y... hasta cierto punto. — La miró y arqueó una ceja. — Igual hay cosas que no quiero que vean, vaya que les den ideas. Pero que las escuchen. — Desde luego que él no se estaba escuchando a sí mismo. Se le estaba soltando la lengua y estaba dejando ver un Marcus que no había salido hasta el momento. Pero le daba igual.

Si Alice le pedía que no parara, él no pensaba parar. Se pegó aún más a su cuerpo, y cada vez sentía más sus piernas entrelazadas con las suyas, y contenía más la respiración. Su excitación iba creciendo más y más... pero aún podía estirar un poco ese juego. Y ahí ella dijo que les odiaba. La miró. — Y yo. — Respondió con dureza. Les odiaba con todo su ser, como no era consciente de que se podía odiar a alguien. A lo máximo que había llegado era a que alguien le cayera rematadamente mal, o que no quisiera saber nada de él. Lo más parecido que había sentido al odio había sido hacia su primo Percival o hacia Layne Hughes. En comparación con lo que sentía por esta gente, prefería hacer una merienda en casa con ellos dos. No había ni punto de comparación, y eso que los dos le causaban verdadera repulsa, pero esto iba a otros niveles muy superiores.

Claro que quería más, y le dedicó una sonrisa ladina a su guiño, dejándose guiar hacia la barra. Cuando llegaron a esta, volvió a colocarse tras ella, como antes... solo que mucho más pegado esta vez. Como muy pegado, deliberadamente cerca de su cuerpo, prácticamente aprisionando a la chica contra la barra, mientras esta pedía la copa. Pero no dijo nada, solo mantuvo la sonrisilla. Estaban jugando a ese juego y a los dos les gustaba provocarse, sacaban muchos beneficios de ello. Se separó para dejar a Alice girarse y darle el chupito, y antes de poder tomárselo ella le besó, con el sabor del licor en ellos. — Así me gusta más. — Ya vería él lo que hacía con el suyo, algo se le ocurriría. Por supuesto que su Alice, que pensaba a toda velocidad, no le iba a dar tiempo, y tras lanzarle una pregunta que le puso todos los vellos de punta e hizo que le recorriera un escalofrío, se perdió entre la multitud. Se giró lentamente hacia ella, siguiendo su estela... pero iba a necesitar más gasolina para dejar fluir todo lo que llevaba dentro.

Se bebió el chupito de un trago, sin pensar, y se giró hacia la barra, pidiendo otro. Bastante eficientes, al parecer lo de intentar dialogar con ellos como cuando acababan de entrar solo ralentizaba las cosas, y una mirada directa y un gesto servían para entenderse. Con el siguiente chupito en la mano y la mente curiosamente más clarificada de lo que cabría esperar (o quizás era una falsa sensación, pero le daba igual en esos momentos), fue tras ella, pero sin molestarse en tener prisas. La tenía bastante localizada con la mirada, no tardaba en encontrarla si se le perdía, así que se fue con una sonrisa ladina como un depredador que no necesita correr porque sabe que su presa no va a escapar se cuele por donde se cuele. Se fue aproximando poco a poco, y prácticamente estaban ya en un área totalmente diferente de la discoteca, y cuando se vio más cerca, aceleró el paso y la atrapó, aprovechando que justo había una columna cerca de ellos, colocándola con la espalda pegada a esta. — Dime una cosa, Gallia. — Empezó, mirándola con deseo. — Esa pregunta que me has lanzado... ¿A quién te refieres? ¿A ellos, o a ti? — Ladeó la cabeza. — Porque no os haría lo mismo para nada. — Alzó la mano del chupito, mirándola, y justo después se acercó a su oído, acercando el vaso peligrosamente hacia su cuello. — Yo también sé jugar con esto ¿sabes? — Provocó, y mientras lo decía, inclinó lo suficiente el vaso para que las primeras gotas cayeran sobre el cuello de Alice. Bajó la mano del chupito, mientras la libre seguía apoyada en su columna, y recorrió con su lengua el líquido que había caído en su piel, besando su cuello en el proceso, pegando su cuerpo al de ella, deleitándose allí sin ninguna prisa. Volvió a mirarla y se bebió el chupito restante. — ¿Vas a volver a escaparte? — Hizo un leve gesto con el rostro. — Tú misma has dicho que te encontraría en cualquier parte. Quizás te compense más quedarte aquí. —

 

ALICE

Se había quedado con los movimientos y las palabras de su novio. Desde que querría que les oyeran… hasta eso de las distintas formas de atar que tenía con la varita. Repetía aquellas palabras, aquellos susurros, aquella forma de pegar su cuerpo al suyo en la barra… y que odiaba a los Van Der Luyden, oh, eso era como música para sus oídos. Quería oírlo, quería a ese Marcus desbordante de… ¿rabia Slytherin? Lo que fuera, quería que la encontrara y la agarrara y se pegara a ella como estaba haciendo, volver a sentir ese subidón que casi podía sentir físicamente por sus venas…

Y, como ella misma había adelantado, Marcus la encontró sin problemas, y aprovechó desde que le vio para contonearse con la música y atraerle con la mirada. Entreabrió los labios en una sonrisa cuando la puso contra la columna y rio desde la garganta. — Ya me imagino. — Contestó. Pero antes de que le dijera lo que estaba pensando, notó el líquido y el olor del chupito bajar por su cuello, y un jadeo salió de su garganta, mientras enterraba la mano en el pelo de su novio. — Así me gusta más a mí también. — Dijo, anhelante. Le rodeó con una de sus piernas para pegarle a ella y juntó sus frentes. — Eres una droga, Marcus O’Donnell, te metes en mi cuerpo y no podría sacarte ni en mil años… — Pasó la lengua por sus labios y se rio, sin dejar de mirarle. Y ya no era ni seductora, era con pura lujuria. — Me encanta cómo me miras. — Dijo con intensidad. — Sigue mirándome… — Cogió la trenza y empezó a deshacérsela, lentamente, dejando caer el pelo lentamente sobre sus hombros. Ahora mismo, ella entera cambiaba de color por las luces, pero estaba segura de que su novio estaba atendiendo a todos sus movimientos. Acarició la barbilla de Marcus y bajó después la mano disimuladamente hacia su tirante, bajándoselo un poco, lentamente. — Creo que te gusta lo que ves. —

— En cuanto a tu segunda pregunta. — Le pegó las caderas, y se aprisionó más a sí misma contra la columna. — Me quedo donde pueda estar todavía más cerca de ti. — Y volvió a sus labios, besándolos con fiereza. — Donde puedas hacerme lo que querrías hacerme… — Ahora fue ella la que lamió su cuello y subió hasta su oreja. — Donde puedas decirme todas y cada una de las cosas que querrías hacer con esos desalmados. — Volvió a sus labios y notó cómo se aceleraba al mismo ritmo que la música, cómo el olor de Marcus y el del alcohol se mezclaban, y ella se dejaba llevar sin pensarlo, sin miedo a nada, como había sido ella siempre, corriendo por el lado del abismo. — Y donde puedas enseñarme todo eso que sabes hacer con una varita… — Alzó la ceja y metió la mano en el bolsillo de Marcus, tocando la varita y siguiendo cierto camino con la mano. — Demuéstrame todo eso que quieres hacerme porque creo que nunca, ni la primera vez, te he deseado tanto como ahora. — Le pegó más a ella. — Necesito más de mi droga favorita. —

 

MARCUS

Ladeó una sonrisa, pero la contención de la que quería hacer gala estaba llegando a su límite ya... si bien la tenía bastante controlada. Al menos sentía que eso lo podía controlar, que podía llevar su deseo en la dirección que quisiera, aguantarlo hasta donde quisiera y soltarlo cuando quisiera. Al menos eso sí. Al menos controlaba algo.

Siguió mirándola con fiereza, porque se lo pidió y porque igualmente quería hacerlo. — Me encanta lo que veo. — Respondió. — Y me encanta meterme en tu cuerpo de esa forma... — Parafraseó. Por supuesto que no iba a dejar ahí la frase. — Se me ocurren muchas otras. — Se pegó más a ella, sin dejar de mirarla, sin dejar de sentir que controlaba la situación, lo cual, paradójicamente, le excitaba más y le descontrolaba más, pero controlaba el descontrol de su deseo. Sentía que lo estaba midiendo muy bien a pesar de que, con el alcohol que había tomado en tan poco tiempo y con tan poca costumbre, debería estar bastante nublado. Y un poco lo estaba... Pero, lo dicho, tenía sensación de control. Otra cosa es que fuera solo sensación y no control real.

— Aquí puedo hacer alguna de esas cosas... — Susurró en su oído de vuelta (bueno, no era muy susurrado, seguían teniendo que hablarse casi a gritos por el ruido, pero se captaba el tono). — Pero quizás no todas... No vamos a darle ese beneficio a quien no lo merece. — Porque, al parecer, todo Nueva York estaba metido en ese mismo saco de personas que no merecían nada de ellos. Devolvió su beso, apasionadamente, y siguió escuchándola y mirándola. Esa Alice entregada le encantaba, y hacía con él lo que quería... pero no esta vez. Esta vez controlaba él. Esta vez iba a ser ella quien hiciera lo que él quisiese, se lo estaba diciendo muy claro, que estaba totalmente entregada. De esa situación iba a tener él todo el control.

— Qué bien me vendría esta columna... — Dijo bajando las manos por sus brazos, llegando a hasta sus manos y entrelazando los dedos en ellas. — ...Para dejar aquí a más de uno y que no estorbara más. — Concluyó, y mientras hablaba seguía agarrando sus manos y deslizándolas hacia la parte de atrás de la columna. — Que vieran la vida pasar. Que vieran cómo la gente vive, hace lo prohibido... y ellos solo hacen eso. Mirar. — Se mojó los labios y ladeó la cabeza. — ¿Tanto me deseas? — Preguntó. Arqueó una ceja. — ¿Y si me descontrolara? Todo mi poder... ¿Me desearías más? — Se pegó más a ella y volvió a besarla como si estuvieran solos, como bajo ningún concepto él se dedicaría a besarla siendo consciente de la cantidad de gente que había allí. Pero nadie parecía reparar en ellos. En Nueva York eran poco menos que invisibles, no eran nadie, eran insignificantes. Entre tanto edificio asquerosamente alto y tanta gente influyente y llena de telarañas infinitas, solo eran moscas atrapadas. Y a quien no puede hacer nada, no se le exige nada ¿no? Ni decoro, ni bondad, ni nada. Podría hacer con su novia lo que quisiera allí mismo y ¿quién le iba a exigir nada? ¿Un Van Der Luyden? ¿Iba gente maltratadora y extorsionadora a decirle que no besara y tocara a su novia en público? ¿Y qué le iban a hacer? ¿Matarle? Que se atrevieran. Que igual no se quedaba solo en fantasear con hacerles daño. Igual usaba esa varita tan poderosa que tenía para hacerles algo de verdad, como siguieran tocándole las narices.

¿Por qué a medida que subía su deseo subía también su ira? Nunca le había pasado eso, pero es que... estaba... harto. Furioso. Cansado de sentir tanta impotencia. Y por primera vez en todo ese maldito mes, Alice, la persona a la que más quería del mundo y a la que no paraban de hacer daño una gentuza contra quienes no podía hacer nada, le estaba dando poder. Le estaba haciendo sentir poderoso y con control. Por un momento le estaba haciendo pensar que realmente podía dar un golpe en la mesa y que todo cambiara. Y además, le estaba provocando como solo ella sabía. Y la echaba de menos. Llevaba un mes sin estar con ella a solas para entregarse como a ellos les gustaba, y tenían un piso al lado de aquel lugar para pasar la noche. Ya estaba bien de que todo el mundo les mandara hacer o no hacer con riesgo grave en caso de salirse tan solo mínimamente del perímetro. Esa noche iban a hacer lo que les diera la gana.

Soltó una de sus manos y, manteniendo la otra agarrada, tiró de ella hacia otro lugar de la discoteca. No sabía dónde estaban los baños, pero los iba a encontrar, aunque tuviera que pateársela entera y pasar por mitad de las cientos de personas que debía haber allí. No tardó en dar con ellos, e ignorando si eran de hombres o de mujeres o la gente que había, tiró de Alice hasta el interior de una cabina y se encerró con ella dentro. Sacó la varita y ladeó una sonrisa. — ¿Quieres que empiece? ¿Aquí? — Arqueó una ceja. — Ahora no hay muggles que puedan verme con ella. — Pero no era ese su plan, su plan era otro. Cuando parecía que iba a hacer algo con la varita, o que iba a aprovechar para liarse con ella en el baño (ni que fuera la primera vez), agarró con fuerza su cintura, apretándola contra él, y le dijo. — Agárrate fuerte. — Desapareciendo de allí en el acto.

Jason le había indicado concretamente en que esquina aparecerse justo para llegar a su casa, y eso hizo. Ni lo había dudado. Como no iba a dudar ni un segundo en pronunciar el hechizo de la puerta, aunque fuera la primera vez que lo hacía. Se trataba de una puertecita muy estrecha de un bloque de edificios, y la casa estaba en la cuarta planta. Ni reparó en el ascensor, directamente subió por las escaleras, con fijación y con Alice aún agarrada de su mano y tirando de ella, sin decir nada. Como si por hablar o pestañear siquiera, como si por hacer algo que no fuera ir directamente hacia la casa, fuera a romper su concentración. Abrió la puerta, entró y, al cerrarla, apoyó a su novia contra ella, quedándose como estuvieran apenas segundos antes en la columna de la discoteca. — ¿Qué quieres oír? ¿Qué quieres ver? — Preguntó. Quizás le estuviera saliendo el tono un poco más agresivo de lo que era habitual en él. — ¿Qué quieres que haga? Porque yo sé lo que quiero hacer aquí, Gallia, pero quiero que tú me lo pidas. —

 

ALICE

No podía evitar sonreír con lujuria al ver cómo Marcus le seguía los jueguecitos de palabras. Ella amaba a su Marcus de siempre, pero esa versión era… era exactamente lo que una Alice desesperada y rota necesitaba, sinceramente. Le miró a los ojos y dijo. — Qué no daría yo por ser legeremante ahora mismo y ver en qué estás pensando. — Rio como una niña traviesa a lo de no darles el beneficio. Pues sí, bastantes beneficios tenían ya, la verdad, no necesitaba más en absoluto. También asintió a lo de la columna. Marcus NUNCA hablaba así, pero saber que a él también habían logrado despertarle el odio le hacía sentirse mejor persona, le daba razón de ser a su enfado y sus pensamientos. — Les dejaríamos aquí con un hechizo que les impidiera moverse y seguirnos a ninguna parte. Para siempre. — Le siguió.

Pero, entonces, se fijó en su mirada y dijo lo de descontrolarse y juraría que le había causado placer solo de oírlo. — No hay nada que pueda desear más ahora mismo que ver ese poder con estos ojos de Ravenclaw. — Contestó casi sin aire. Estaba mucho más excitada de lo que reconocería en circunstancias normales. — Sí. — Contestó a la pregunta. — Enséñame cuánto te descontrolas y yo te enseñaré cuánto puedo llegar a desearte. — Se agarró (igual hasta demasiado fuerte) de sus rizos y le dijo al oído. — Siempre me ha gustado cuando no te puedes contener. — Oh, esperaba grandes resultados de eso.

Y entre besos y lo acelerada que iba, se dejó llevar hasta donde Marcus decidiera llevarla, mientras las luces la cegaban, la música latía por dentro de ella y sentía que estaba… exactamente donde necesitaba estar en ese momento, a pesar de la mente embotada por el alcohol. Acabaron en una cabina del baño, claro, como en la graduación, y nada más entrar tuvo que decir. — Me muero por empezar. — Y miró la varita. Oh, eso se ponía definitivamente interesante sin duda alguna. — Tampoco pueden ver lo que vas a hacerme. — Y no sabía hasta qué punto, porque, antes de que pudiera darse cuenta, ya no había ni luces, ni música, ni baño, estaban en medio de una esquina a la que, obviamente, habían llegado por medio de la aparición, pero eso era todo su conocimiento. Por el hecho de que Marcus tuviera tanta seguridad, deducía que era el piso del que habían hablado antes. Qué gusto saber cuánto se deseaban, al menos en eso podía estar tranquila.

Cuando se vio arrinconada contra la puerta, entreabrió los labios en un jadeo, porque aquella actitud tan… bruta, para ser su novio, le estaba encantando, pero lo que le preguntó se quedó unos segundos en su cabeza, hasta que habló por encima del deseo, del alcohol y todo lo demás. — Quiero que me digas cuánto les odias. Quiero que me digas que tengo razón en querer que sufran como nos han hecho sufrir a todos. Quiero saber que no soy mala por desearles… lo peor. — Jadeó, pero esta vez fue más por quitarse un peso de encima, mientras dejaba caer los párpados. — Les odio por eso también, por volverme mala y con estas cosas en mi cabeza. — Levantó la mirada a Marcus y ladeó la cabeza. — Y si me preguntas qué quiero ver… — Se agarró con fuerza al cuello de su camisa. — Quiero verte desnudo, disfrutar de lo mejor que queda en mi vida que eres tú, tú y yo juntos fuera de todo… — Volvió a rodearle con la pierna. — ¿Y qué quiero que hagas? — Rio y echó la cabeza para atrás, dejando la bruma de su cerebro campar a sus anchas. — Que me arranques esta pena a base de descontrolarte y darme tanto placer que no pueda pensar en otra cosa, que tomes el control. — Recolocó la cabeza y le miró, que ella no tenía ningún problema en pedir las cosas. — Marcus… Hazme tuya, aquí, y ahora, y hazlo más fuerte que nunca. —

 

MARCUS

Apretó los labios, escuchando a su novia, mirándola y notando la respiración acelerada y opresiva en el pecho. — Les odio. — Contestó, lleno de ira. — Les odio como no he odiado a nadie en mi vida. — Arqueó las cejas. — ¿Mala? — Soltó una carcajada sarcástica con los labios cerrados. — Si tú eres mala por pensar eso ¿cómo soy yo, entonces? — Se acercó a ella y bajó la voz a una que ni él mismo se había escuchado en su vida. — Porque te juro por mi vida que les mataría ahora mismo si pudiera. Y no usaría la varita. Lo haría con mis propias manos. — Y sí, él también les odiaba, entre otras cosas, por haber metido esas ideas tanto en ella como en él. Su Alice no era así, su Alice no tenía ni un ápice de Slytherin, antes sería Hufflepuff o Gryffindor, y ninguna de las dos casas eran especialmente conocidas por su crueldad. En cuanto a él... le daba igual. En el fondo, parecía haber asumido hacía tiempo que tenía una parte malvada habitando dentro de él que podría despertar en cualquier momento. Su propio boggart se lo advirtió, y si era un boggart era porque temía esa parte malvada... hasta hoy. Le daba igual ser así por gente como esa. Y diría muy a boca llena lo mucho que les odiaba. Solo les odiaba un poco más por haber sacado al Marcus malvado a relucir a tan pronta edad. Pero iba a aprovecharse de ello. Y serían los Van Der Luyden los que saldrían perdiendo. Porque al menos le habían dado el beneficio de dejar de tenerle miedo.

Le había hecho varias preguntas a Alice que ella seguía contestando, y sus respuestas le estaban gustando mucho, si bien él ya tenía la hoja de ruta bastante establecida, solo que ella la estaba confirmando. — Eso lo voy a hacer. — Confirmó, ladeando una sonrisa maligna. — Y eso lo vas a ver... pero los tiempos los marco yo. — Se lanzó a sus labios para devorarlos con frenesí, pasando las manos por debajo de la falda del vestido. No se demoró mucho. — Ya me quedé una vez con las ganas de arrancarte esto. — Si algo tenía claro en su vida era que se iba a resarcir de esa ocasión, y allá que iba. Levantó el vestido y se deshizo de él, con muy poca delicadeza para ser justos, pero al parecer ese era el modo pactado por ambos en aquella ocasión. No se despegó ni de su cuerpo ni de la puerta, contra quienes volvió nada más lanzar el vestido al suelo. — La próxima vez... que te llamen golfa... — Solo pronunciarlo, a lo cual se había negado hasta ahora, hacía que le hirviera la sangre. — ...Les corto la lengua. — Continuó. — La próxima vez... que les vea empujar así a tu hermano... les corto un brazo. — Apretó los dientes. — Y la próxima vez... que mencionen a tu madre siquiera... voy a quemar esa casa de mierda de la que la echaron un día con ellos dentro. Y a dejar los escombros allí para siempre. Como recuerdo. — El corazón se le iba a salir por la boca. — Como recuerdo de lo que pasa si te metes con un Gallia en presencia de Marcus O'Donnell. — Esperaba haber dejado clara su postura.

— Y ahora. — La agarró entre sus brazos y la alzó, haciendo que rodeara su cintura con sus piernas y sosteniéndola. — No quiero oír ni una palabra más sobre esa gentuza. ¿Entendido? — Y, por si acaso había oposición al respecto, se lanzó a sus labios y se dirigió (por intuición, porque no había estado nunca en esa casa), hacia el dormitorio, tirando a Alice en la cama (lo dicho, no estaba especialmente delicado ese día) y comenzando a desnudarse, sin dejar de mirarla. — ¿Esto es lo que querías ver? — Preguntó, chulesco, cuando se hubo desnudado. Se acercó a ella entre sus piernas y, antes de tirar de su ropa interior, dijo. — Mi turno. — Deshaciéndose de esta, al menos de la de abajo, que era lo que le interesaba por el momento. Porque quería descontrolarla y sabía que con ello lo iba a conseguir. Se agarró a sus piernas y, besando sus muslos, no tardó en llegar donde le interesaba, sin quitar la vista de ella, acariciándola con su lengua. Hasta que se descontrolara de verdad.

 

ALICE

¿Por qué le daba tanta satisfacción oírlo? ¿Por qué le hacía jadear y respirar con más dificultad, como si estuviera oyendo algo emocionante? Quizá porque lo era. Le gustaba saber lo que podría hacer Marcus por ella, había tenido tanto miedo de que se cansara de luchar por ella, que oírle tan determinado le causaba un alivio tremendo y la llenaba de energía. Le miró a los ojos cuando dijo que les mataría, y, lo cierto, es que no supo qué vio. No era su Marcus de siempre, y determinación tenía… Quizá solo estaba fantaseando, como hacía ella a veces, y sí, ellos nunca habrían fantaseado con algo así, pero tampoco nunca habían visto comprometida la integridad de su hermano, ni sus nombres arrastrados por el suelo por gente como ellos… Definitivamente, y por muy cruel que sonara… le daba igual.

Y lo que desde luego no le daba igual, porque simplemente le encantaba, era aquella urgencia, aquella brusquedad, porque en esa noche, en la niebla del alcohol y los sentimientos extremadamente intensos, no había sitio para la ternura, así que se dejó quitar el vestido de golpe, con una sonrisa invitadora, deseando más que nunca que siguiera así, que la tomara de la forma más salvaje que pudiera, necesitaba desahogar todo ese odio, y necesitaba a Marcus, ahora no entendía cómo se habían controlado tanto. Y si los tiempos los marcaba él, mejor que mejor. Notó, sin duda alguna, la sensación de placer que le recorrió cuando dijo lo que les haría si la volvían a llamar golfa. Marcus JAMÁS usaba ese lenguaje, pero verle enfrentarlo y buscar consecuencias por ello… definitivamente era como para asustarse de que le gustara tanto… Especialmente lo del incendio, pero es que… ¿no era el mundo ya muy complicado para ellos? ¿Tenían que poner siempre la otra mejilla? Y se sentía poderosa cuando Marcus decía eso, porque, hasta ahora, todo lo que había oído era “tenemos que tener cuidado con ellos”, “que no sepan, que no oigan, que no sea por nosotros”, estaba harta de estar asustada. — Sigue. — Dijo, con voz susurrada, entre besos. Necesitaba a ese Marcus descontrolado. — No sabes lo que daría por ver eso. — Dijo de corazón, entre jadeos de pasión. — Eres el mago más poderoso que conozco, y me tienes hechizada a mí. — Le dijo en un ataque de sinceridad.

Se aferró a su cuerpo, pasando sus manos por su pelo y besando su cuello mientras la llevaba a la cama, notando todo su cuerpo encendido al máximo, demandando Marcus a como diera lugar. Cuando se desnudó, se incorporó para mirarle, y se mordió el labio inferior, mientras acariciaba su cuerpo. — Y tanto que es lo que quería… — Admitió, inclinándose para pasar la lengua por su piel. Pero no le dio tiempo a mucho más, porque Marcus tomó de nuevo el control, y antes de que pudiera darse cuenta, estaba entre sus piernas, y le arrancó un gemido, nublando su mente de placer de golpe. Estaba tan encendida, tan necesitada de aquello, que solo aquel contacto le hizo incorporar el tronco y retorcerse de placer, manteniéndole la mirada a Marcus. Le encantaba que la mirara mientras hacía eso, quería enseñárselo, quería que viera lo que le provocaba, aquellos espasmos, aquella sensación que hacía su cuerpo entero estremecerse y que él conseguía como nadie.

Tardó en darse cuenta de que estaba agarrando los rizos de Marcus muy fuerte, y gimiendo mientras miraba hacia el techo, con el pecho subiendo y bajando frenéticamente, y fue ese momento de conciencia cuando dijo, entrecortada. — Marcus, no hemos echado hechizo silenciador. — Y aquel edificio estaba lleno de muggles que no sabían quiénes eran. Y, para no romper el momento, le miró con lujuria y se permitió una sonrisita, alzando la ceja. — No quiero tener que controlar mis gritos. Y ya que sacas la varita… creo recordar que se te ocurrían muchas formas de atar a alguien usándola… — ¿Por qué quería algo así? No lo sabía, era inexplicable, el Marcus Slytherin y poderoso siempre había tenido efecto en ella… pero es que así era ella. — Por mucho que lo intenten… yo soy Alice Gallia, y siempre querré más de Marcus O’Donnell. —

 

MARCUS

Realmente se sentía el mago más poderoso del mundo, ahora podría ser capaz de todo. Habitualmente, con un subidón de poder así, pensaría en sacarse los exámenes de alquimista con los ojos cerrados. Ahora, sin embargo, estaba tan presa de la furia, tan desubicado de su vida habitual y tan descontextualizado, en aquel país en el que no sentía que nada se pareciera a lo que conocía, que eso ni se le pasaba por la cabeza. Por primera vez en su vida, en un arrebato de poder, ni se le estaba pasando por la cabeza nada relacionado con su éxito personal, académico, profesional, nada relacionado con la alquimia. Estaba lleno de rabia, y podría jurar que jamás se había sentido tan poderoso. Y quería usar ese poder para destruir a esa gente... y para hacerlo con Alice. Para desfogar con ella como los dos parecían necesitar. Obviamente se iba a decantar por la segunda opción, ya estaba en ello, de hecho, y no sabría ni trazar la línea en el lugar en el que habían pasado de estar bromeando sobre perritos calientes en el paseo marítimo a estar allí. Pero así era su vida últimamente al fin y al cabo: todo parecía ir a toda velocidad y carecer de sentido.

Estaba sintiendo y escuchando el placer de Alice y eso le hacía venirse arriba más y más, sin dejar de mirarla, viendo cómo le devolvía la mirada, le desafiaba a continuar y a hacerlo con más intensidad. Se estaba agarrando a su pelo con tanta fuerza que le dolía, pero no solo le daba igual, es que parecía motivarle. La estaba descontrolando, tal y como ella le había pedido y él deseaba hacer. Llevaban contenidos demasiado tiempo y esa noche iban a perder el control. Fue entonces cuando le recordó que no habían echado el hechizo silenciador, y como todo lo que hacía, decía o simplemente ocurría en las últimas horas, volvió a generar un impulso en él. Tanto de excitación como de rabia.

Sin decir nada, se separó de entre sus piernas, aún con la mirada en ella, para agacharse a recoger la varita de entre sus ropas. Volvió a su cuerpo, encajándose con este. — ¿Me estás pidiendo que use la varita? — Y no solo para lanzar el hechizo silenciador, se lo había dicho muy clarito, sus oídos lo habían escuchado y su cerebro captado a la perfección. A Marcus solían chirriarle ciertas peticiones de Alice, aunque las acabara haciendo, pero siempre le dejaban momentáneamente aturdido. Pero hoy, como se había encargado de dejar bien claro, marcaba él los ritmos. — ¿Eso quieres? — Tensó aún más, mientras llevaba sus manos a las de ella, aprovechando que, en la posición y circunstancias que estaban y usando esa voz retadora y mirándola directamente a los ojos, su gesto podría pasar levemente desapercibido. — No hemos echado el hechizo silenciador... ni lo vamos a echar. — Y ya había llegado a sus muñecas, por lo que alzó sus brazos por encima de su cabeza, con la varita en la mano. — Pero sí que voy a usar esto. — En apenas un movimiento circular de la varita, un lazo ató sus manos. Echó a un lado la varita, prácticamente lanzándola a la mesita de noche. Probablemente se hubiera caído al suelo. Le daba igual.

— Eres Alice Gallia. — Dijo sobre sus labios, en un susurro grave, bajando aún más su cuerpo sobre ella. — E incluso estando así... eres libre. — Besó sus labios en una caricia tentadora, diciendo justo después. — Solo alguien que conoce la verdadera libertad puede jugar con las ataduras. — Se acercó a su oído y susurró. — Solo yo puedo hacerte esto. Ese poder es mío porque me lo has dado tú. — Volvió a mirarla a los ojos. — Y ahora... grita. — Se encajó entre sus piernas, aún sin entrar, pero ya facilitándose mucho el camino. — Que te oigan. En todos los mundos. Que se enteren de que eres libre. Que nos escuchen. — Ya sí, entró en ella, cerrando los ojos y apretando los labios con fuerza, soltando el aire en un gemido grave. La miró otra vez. — No pueden con nosotros. — Jadeó, comenzando a moverse sobre ella. — A esto sabe la libertad, Alice Gallia. Así suena. Y no van a quitárnosla. —

 

ALICE

Sonrió traviesa cuando le preguntó lo de la varita, y asintió expectante, como una niña malvada que quiere ver una travesura. — Eso quiero. — Dijo, aterciopelada, sin ejercer ninguna fuerza en las manos, dejándose totalmente, pero es que aquella afirmación la dejó descolocada de verdad. ¿En serio… no le importaba que les oyeran? Y así, en medio de aquella confusión, notó sus manos atadas y un escalofrío de placer la recorrió, y se retorció bajo el cuerpo de Marcus.

Se le curvó la espalda cuando le dijo su nombre así. Devolvió su beso y le miró un segundo, antes de tener que dejar escapar de nuevo el aire entre sus labios, tratando de regular todo lo que tenía dentro. Sí, ella era libre de que Marcus la atara, de que llevara el ritmo, porque eso significaba la libertad para ella también, sentir cómo Marcus canalizaba y domaba esa fiera que parecía que le corría por las venas a veces, insaciable, ardiente, y nadie mejor que él sabía llevarla. — Solo tú. — Aseguró en un susurro. — Todo lo que hago… es para ti. Mi placer, mi cuerpo… solo te buscan a ti. Un privilegio que solo tú tienes en el mundo. — Y pegó sus caderas a él, porque al tener las manos atadas no tenía tantos movimientos, y no podía negar que le encantaba aquella sensación encontrada. Sonrió lujuriosamente a lo de gritar y alzó una ceja. — Haz que lo haga. Que no me quede otra opción más que gritar como una loca. — Sí, eso quería, que les escucharan, que supieran que era capaz de alcanzar el punto más alto y mejor del placer con Marcus, que nadie podía interponerse ahí.

Había echado demasiado de menos a Marcus dentro de ella, y cuando por fin lo sintió, gimió bien alto en un estremecimiento. — Que lo oigan. Que oigan cómo soy tuya, cómo me haces gritar. — Por todos los dragones, iba a volverse loca del gusto entre cómo venía, las ganas que tenía, la niebla de su cabeza, que lo hacía todo más intenso y lo que Marcus había estado haciendo antes. Pero alzó la cabeza para juntar la frente con la de su novio. — Tú eres mi libertad. Tú puedes atarme, arañarme, morderme, poseerme. Tú y yo nos permitimos todo lo que nos dé placer. — Su espalda se arqueó y de nuevo gimió. — Que lo sepan todos, que sepan cuánto placer me haces sentir. — Empujó sus caderas contra él y le miró con desafío. — Puedes hacérmelo sentir en más sitios, por no dejarnos nada. Puedes hacérmelo tan fuerte que rompamos los muebles. — Ella iba a tirarse el órdago, que para eso estaban tan arriba. — Quiero ver todo lo que mi mago poderoso puede hacer conmigo. Y si se atreve a soltarme las manos otra vez… — Le rodeó la cintura con las piernas y susurró ardientemente, con un falso tono de niña buena, en su oído. — Cuando tú lo mandes, claro… Yo solo puedo obedecerte esta noche. —

 

MARCUS

No es como que, en el punto que estaba, necesitara que Alice le dijera nada más, pero sin duda su novia sabía qué frases decirle. Sí, ese privilegio solo lo tenía él en el mundo, y en momentos como ese le encantaba que así fuera, iría promulgándolo a voces por todos los países del planeta si pudiera. Sin llegar a tal extremo, pero algo sí que iba a escucharse, porque los gritos de su novia se estaban descontrolando, lo que conseguía que él diera más motivos para su descontrol, acompañándola con su propio frenesí.

"Tú eres mi libertad". Clavó la mirada en sus ojos y apretó los dientes, sin detenerse, intensificando el ritmo aún más. Pasó un brazo por su cintura para pegarla aún más a él, aprovechando el arqueo de su espalda. — ¿Todo eso quieres que te haga? — ¿Por qué, habitualmente, a Marcus O'Donnell no le parecía ni apetecible ni buena idea los arranques de agresividad, y ahora estaba tan descontrolado a ese respecto? ¿Por qué ahora no solo no le importaría hacérselo, sino que el que se lo pidiera casi se le antojaba deseable? Pero si a ella le daba placer, y a él le permitía desfogar, no veía impedimento para contenerse.

Apretó los labios. — Me estás tentando de más. Me estás retando de más. — Advirtió. No estaba lo suficientemente lúcido como para temerle a su propio descontrol y quizás debería, porque claramente el que ponía control en ese dúo siempre era él, y hoy no estaba para controlar. El ritmo se había intensificado más que nunca, y sí que la cama estaba sufriendo un poco en el proceso. Y algo se había caído de la mesita de al lado. Ni siquiera sabía cómo era la habitación, no es como que hubiera estado muy atento cuando entró. Se agarró al cabecero para intensificar el movimiento, sintiendo los primeros avisos de placer en su cabeza. Pero no iba a acabar aquel encuentro tan pronto.

Aunque a pesar del placer, y de lo que le estaba gustando toda aquella novedad que le estaba haciendo canalizar bastante rabia contenida, algo se estaba poniendo en su camino, en el camino de "los tiempos" que quería marcar. Iba tan descontrolado que lo estaba tirando todo por los aires e innovando sin tener las cosas controladas, y no estaba para precisiones: quería disfrutar él y hacer disfrutar a Alice, no estar pendiente de que las cosas fueran perfectas. Pero quería atraer a su novia hacia sí, cambiarse de postura, y la atadura que le había hecho hacía un rato no lo ponía muy cómodo. ¿¿Y dónde demonios había lanzado la varita?? No quería parar, se negaba a parar, estaba en pleno frenesí y, lejos de enlentecerse, solo se aceleró más. Pero cuando miró al lado en la mesita, ni siquiera la vio. — Joder... — Murmuró, confundiéndose con un jadeo placentero (puede que en parte lo fuera), cuando realmente se estaba maldiciendo a sí mismo. Y fue tal su frustración que, sin premeditarlo, centró la energía que no estaba volcando en Alice en algo que nunca había hecho. Y, para ponerle el ego más por las nubes aún, le salió bien.

Alargó la mano y su varita salió despedida hacia esta, agarrándola en el aire. Miró a Alice y arqueó una ceja. — Y ni siquiera estoy sacando todo mi potencial. — Eso era verdad, porque estaba gastando MUCHA energía en otra cosa y, siendo honestos, estaba bastante borracho y emocional. Y, aún así, acababa de convocar a su varita para que volviera a su mano. Tendría que seguir entrenando eso. En otro momento.

Con un rápido movimiento, desató sus manos y, acto seguido, tiró de su cintura para sentarla a horcajadas en su regazo. No iba a dejarle el testigo a ella al cien por cien, no por el momento, solo la quería más cerca, solo quería sentirse más dentro, aumentar la intensidad. Se aferró a su espalda y su cintura, moviéndose con ella, y repartiendo besos desenfrenados por todo su cuerpo ahora que lo tenía más accesible. Puede que ahí sí se estuviera escapando algún mordisco o la estuviera aferrando con más fuerza de la habitual, pero estaba absolutamente nublado. Al cabo de un rato, con la respiración más acelerada que en toda su vida y un calor casi insoportable, con el pelo y la espalda mojados de sudor, se dejó caer en la cama, con ella aún sobre él. — Te toca. — Dijo casi sin aire, mirándola con fiereza. — Demuéstrame lo que es capaz de hacer una mujer libre. —

 

ALICE

Alzó las cejas con evidencia, entre aquellas contracciones de placer, como queriendo decir “pues sí, todo eso quiero, dámelo”, pero lo de ponerse chulita lo dejaba para otro día, aquel solo quería disfrutar de la fuerza de Marcus al entrar en su cuerpo. Rio un poco con lo de que le estaba retando de más. — Nunca es demasiado para nosotros y lo sabes. — Acertó a decir, aunque tuvo que cerrar los ojos en una de sus embestidas, concentrándose en aquel placer que dentro de poco sentía que la haría temblar, tanto como a los muebles y todo lo que les rodeaba.

Y entonces, le vio quejarse… ¿Era porque se sentiría tan cerca del placer como ella y quería que durara más? Ah, no, estaba buscando… — ¿Cómo has hecho eso? — De la nada, parecía que la varita había aparecido, como si la mano de Marcus la hubiera atraído cual imán, y no salía de su asombro. Casi que su novio, si hubiera querido, no hubiera necesitado nada más. — Me tienes más que entregada con esa demostración de poder. — Dijo, antes de alzarse un poco más y morder su labio con deseo. Por Dios, necesitaba agarrarle con todas sus fuerzas. Y como parecía que todo lo que deseaba de su novio esa noche, él lo cumplía, la desató y la puso encima, y ahí tuvo la oportunidad de moverse con más intensidad, de pasar las manos por su espalda y atraerle hacia ella con necesidad animal. Necesitaba su piel, sus labios… ¿Eso eran sus dientes rozando su piel? Solo sentirlo le hizo gemir más alto y estremecerse. — ¡Sí! ¡Sigue! — Le suplicó, porque pocas veces recordaba tanta energía en su cuerpo justo antes de llegar al clímax, tanto movimiento que sentía que no podía parar ni ralentizar.

Y entonces, su novio la retó, dándole las últimas fuerzas y haciendo que le mirara con una sonrisa. — No esperarías elegir tú todas las posturas… ni siquiera esta noche… — Y sintiéndolo ella más, se bajó de su regazo y se puso de rodillas en la cama, tirando de él hacia ella y diciendo en su oído, justo antes de morderle el lóbulo. — ¿Te acuerdas del baño de prefectos…? — Le pegó la espalda al pecho disfrutando del roce de sus cuerpos resbaladizos por el calor, mientras bajaba la mano por su cuerpo en una caricia ardiente. — Las mujeres libres hacemos lo que queremos… Pero lo que más nos gusta… es que nos lleven a lo más alto… Y nos hagan ver las estrellas...— Llegó a la parte que le interesaba y se inclinó hacia delante para favorecer que encajaran de nuevo. Le había gustado demasiado aquello como para no repetir. Al notar cómo entraba en ella de nuevo, gritó y curvó la espalda. — Hazme volar, Marcus, y no me sueltes ahora… — Y no necesitó muchos más movimientos, porque en cuanto notó a su novio moverse dentro de ella vio el placer que ya no podía ser retrasado más, abrirse camino entre la bruma de su mente y todas las sensaciones e imágenes de aquella noche, notando cómo le temblaban las piernas, y cómo todas las sensaciones de su cuerpo se concentraban en un lugar muy concreto.

 

MARCUS

Arqueó una ceja, mirándola deseoso y retador. — Sí que pensaba decidirlo todo esta noche. — Se sorprendió diciendo en voz alta, porque de normal se hubiera quedado en el pensamiento. — Acabo de decidir que quiero que sigas tú. — Afirmó con una soberbia desbordante que se había apoderado de él esa noche, pero al parecer a su novia le gustaba, y él necesitaba sacarla, así que bien para ambos.

— Me acuerdo. — Respondió justo al tiempo que ella cambiaba de postura y facilitaba que entrara en ella de nuevo, mientras él se agarraba a su cintura con fuerza. Respiró con tanta fuerza, en un jadeo tan ruidoso, que se sentía irritada la garganta del puro descontrol que llevaban. Cada vez aferraba su piel con más intensidad, sin control, como aquel movimiento que habían generado de nuevo. — Incluso aquí. — Dijo, acercándose a su oído para susurrar con voz grave. — Incluso en esta basura de ciudad en la que hasta el cielo está contaminado... puedo hacer que veas las estrellas. — Y tanto que lo iba a hacer, y no ella sola, porque él estaba a punto de verlas. Pero necesitaba reafirmarse antes en lo que ambos estaban haciendo. Estaba demasiado nublado. — Grita. — Pidió, porque estaba notando el punto en el que ambos estaban, y él mismo se sentía descontrolado. Sobre todo mentalmente. Porque, por algún motivo al que seguramente no fuera capaz de dar argumentación válida alguna, sentía que estaban llevando a cabo una especie de venganza hacia quienes tanto les estaban haciendo sufrir en ese mes solo por darse placer desmedido. — Que te oigan. — Apenas pudo terminar la frase, porque aquello tomó un ritmo frenético que no había tenido nunca, absolutamente descontrolado, y estaba sintiendo perfectamente cómo su novia llegaba al clímax, y estaba haciendo un enorme esfuerzo por prolongarlo más, por controlar eso también, por estirar esa cuerda. Un poco lo hizo, de la pura rabia y necesidad de control que sentía, pero no tardó en ceder a las sensaciones, nublándose por completo y cayendo en la cama junto a ella.

Tenía la respiración tan acelerada que no podía ni hablar, y la cabeza le daba vueltas. Alice estaba a su lado, en un estado muy similar. Cerró los ojos un momento antes de hablar, tratando de modular su respiración, porque el aire entraba en él con mucha dificultad. Se moría de calor, aquella ciudad era sofocante, aquel edificio en el que apenas había reparado se le antojaba ahora, por los fogonazos que había visto al entrar, poco menos que claustrofóbico, y estaba sudando como nunca, ni los peores días en clase de Vuelo había sudado así. Se pasó una mano por la frente, apoyándola en los rizos mojados, pero hasta levantar el brazo le costaba. Se sentía tremendamente cansado y le pesaban todos los músculos del cuerpo. Necesitaba... un momento de sosiego, de volver en sí, antes de poder hablar con Alice... pero no llegó. Se quedó dormido antes. Como si todas esas intensas emociones que había sentido esa noche se hubieran puesto de acuerdo para, de un golpe, dejarle inconsciente.

 

ALICE

(8 de agosto de 2002)

Sí, incluso en Nueva York ellos, juntos, serían capaces de ver todas las estrellas de la galaxia, y así lo sintió, con un último latigazo de placer cuando le pidió que gritara, soltando un último gemido desde lo más profundo de su pecho que venía a expresar el tremendo placer que había sentido, que había alcanzado todos los rincones de su cuerpo con más fuerza de la que recordaba, y que se extendió unos segundos más gracias al movimiento de Marcus, a la forma de agarrarse a su piel y que la volvía completamente loca.

Claro, que tan fuerte se lo había hecho, que el pobre se derrumbó a su lado en la cama, y nada más ver a Marcus, sus piernas cedieron también al tembleque y se doblaron, dejándola caer sobre el colchón. Sentía que iba a salir ardiendo desde dentro del calor que tenía, y dirigió los ojos hacia la ventana, queriendo abrirla, pero no tenía fuerzas y, a medida que recuperaba la respiración, los ojos le pesaban más, y solo pudo pensar… que se ocupe Marcus… y, agarrándose al brazo de su novio, dejó que el sueño venciera.

Se levantó de golpe y con un dolor de cabeza y pesadez de músculos que no había sentido ni en sus peores resacas. Es que el dolor de cabeza es del alcohol, pero lo de los músculos es de lo otro, se dijo. Resopló y se frotó los ojos. El cielo estaba solo tenuemente iluminado… ¿Cuánto había dormido? Muy poco, pero algo le había hecho despertarse, además del calor. Nunca te acuestes sin haberte tomado la poción, ¿dejaría alguna vez Violet Gallia de aparecer en su cabeza después de hacerlo con su novio? Probablemente el día en el que no debas tomarte la poción, se regañó a sí misma. Con un suspiro y un leve quejidito, se levantó de la cama, muy despacio, y se fue hacia… hacia otro lugar, porque ni idea de dónde estaba la cocina.

Afortunadamente, el piso no era muy grande, por no decir que no era ni un piso, y fue fácil hallarse. A ver, era el piso de unos magos, seguro que tenían romero, y ruda… Más le valía ponerse a rezar, pero bueno, si no la encontraba, tenía en su baúl, así que despertaba a Marcus y volvían a Long Island con carácter urgente. No obstante, se fue a abrir el armario más estrecho y disimulado y ¡bingo! Claro, si es que Junior se viene aquí con la mitad de Nueva York, estaba claro, se dijo a sí misma. Ya tenía los ingredientes de la contraceptiva, solo necesitaba la varita… que estaba en su vestido. ¿Qué había pasado anoche, o más bien, hacía unas horas? A ver, Marcus le quitó el vestido de aquella forma que hizo a su piel ponerse de gallina cuando lo recordó. Y por un momento, mientras recogía la varita, se preguntó, ¿qué nos dio anoche para hacer… eso? No es que se quejara, pero por la mañana no existía ni la posibilidad de acostarse con Marcus y de repente, en la discoteca… No, no fue de repente. Mientras movía la poción lo recordó claramente y frases y… amenazas, empezaron a venir a su cabeza, y el corazón se le encogió al recordarlo. Se bebió la poción y se notó hasta desestabilizada. A ver, tenía que calmarse, pensar. De momento, estaba agotada, dolorida y terriblemente sudada y pegajosa así que, ahora que ya estaba tranquila respecto a la poción, podía buscar un baño y una toalla y ducharse.

Empezaba a plantearse que un piso así era lo más útil que había visto en su vida para ubicarse, en menos de cinco minutos, estaba bajo la ducha, sintiendo el alivio físico del agua (bastante más fría de lo que la solía usar, la verdad) llevándose parte del cansancio y malestar. Pero la mente era otra cosa. ¿De verdad… Alice le había pedido a Marcus que le dijera esas cosas? Y lo peor no era eso… es que había sentido una euforia sin igual al oírlas. No sabía que necesitaba oír que Marcus podía hacerle eso a su familia, y le parecía una auténtica locura que él no la hubiera parado, y con telón de todo eso hubiera tenido el sexo más fuerte de su vida… Como muy fuerte, porque ahora se miraba y veía marcas aquí y allá… No iba a haber quien aguantara a su novio cuando lo viera.

Se había puesto solo la ropa interior al salir de la ducha y fue a la habitación, oscureciendo las ventanas y accionando el ventilador del techo, para tener un poco de paz de aquel calor pegajoso que mantenía la temperatura casi igual desde el amanecer. Se sentó al lado de su novio y se agarró las piernas. No quería despertarle, el pobre estaba como en coma sobre las almohadas, pero… es que necesitaba hablar, preguntarle qué… ¿Por qué le dijo todo aquello? ¿Lo pensaba de verdad? ¿A eso les había conducido? ¿A ella querer oír cosas así y a él… tan seguro de hacerlo? Se pasó las manos por la cara, intentando relajarse, antes de acariciar suavemente su brazo. — Amor mío… Marcus… — Acarició también su mejilla, tratando de mantener un tono de voz tranquilo. — Ya es de día, mi amor… Quizá no deberíamos hacer esperar demasiado a tus tíos, estarán preocupados. — Pero no tanto como yo, seguro, se dijo, tragando saliva.

 

MARCUS

"Marcus". Su nombre, en voz de Alice, acababa de rebotar por toda su cabeza, haciéndole apretar los párpados como si le hubieran apuntado con un foco de luz. Se mojó los labios y tragó saliva, removiéndose contra la almohada, y al hacerlo frunció el ceño de dolor. Tenía la garganta muy irritada y seca, y la cabeza le dolía muchísimo. También le dolían los músculos. ¿Cuánto había dormido? ¿Y podría ser que llevara todas esas horas en la misma postura? Se sentía como si estuviera bañado en arcilla reseca y a cada movimiento se estuviera resquebrajando. Estaba boca abajo en la cama y, al mover la cabeza, también le dolió el cuello. ¿De dónde salían tantos dolores? Y, lo más importante... ¿Dónde estaba? ¿Por qué no se sentía en la cama de siempre? ¿Y por qué estaba Alice en su habitación?

Todo este torrente de pensamientos no había durado ni cinco segundos, el tiempo de tomar conciencia. Ni siquiera había abierto los ojos. Cuando lo hizo, la luz le dañó, dejándole con estos entrecerrados con dificultad. Alice estaba allí con él, y aquello... no era su habitación en casa de los Lacey. Y Alice estaba casi desnuda, y entonces tomó conciencia de que él lo estaba por completo. Iba conectando las piezas.

Al darse la vuelta sobre sí mismo, muy lentamente porque se sentía incapaz de hacerlo más rápido, tuvo que cerrar los ojos de nuevo con un gruñido dolorido. Se llevó una mano a la cara, porque la luz le molestaba muchísimo. Ahora que estaba empezando a recordar y a tomar conciencia, era casi peor. ¿Qué había hecho? Sentía que había pasado, en un segundo y sin saber cómo, de estar riendo y comiendo perritos calientes con su novia en el paseo marítimo, a estar ahí, desnudo en una cama que no era la suya, con una resaca tremenda y... con una serie de recuerdos que no le hacían sentir muy bien y en los que no se reconocía. Se aclaró la garganta, lo que la irritó de nuevo, para poder hablar. — ¿Qué hora es? — Fue lo único que atinó a preguntar, con la voz aguardentosa. Y sentía que no podía mirar a Alice, en parte por lo mucho que le molestaba la luz. Pero iba a empezar a molestarle mucho más la conciencia en breves.

 

ALICE

Alice suspiró al verle removerse. Se le veía afectado, y se levantó a traerle un vaso de agua y una botella de la nevera, que le iba a venir bien entre tanto calor y para ir despertando el cuerpo apropiadamente. Oscureció aún más las ventanas, porque la luz era inmisericorde y Marcus no iba a poder ni pensar. Se sentó de nuevo en el borde de la cama y le tendió el vaso. — Bebe un poco, que si no, no vas a arrancar. — Le dijo con suavidad, tratando de que no se le notara la inquietud en la voz. Tenía suerte de que Marcus estuviera tan fuera de juego, porque aún no había detectado su nerviosismo. Cogió la varita y susurró bajito, para que no saliera muy fuerte. — ¡Glacius! — Lo iba a necesitar. — Hace mucho calor… — Le pasó los dedos por los rizos y sonrió un poco. — Solo son las nueve… Tenemos tiempo. Pero he creído mejor despertarte, para no ir con prisas… — Tragó saliva y se apartó su propio pelo aún mojado de la ducha. — Yo me he duchado… — Suspiró. — Falta me hacía, la verdad… —

Y entonces siguió la mirada de su novio a las marcas y le extendió una mano, para acariciar la suya. — No empieces a agobiarte, que te conozco. No son nada, y no se ven casi… No me hiciste daño, ni mucho menos… — Dijo entornando los ojos. — Anoche… estábamos un poco… — No sabía cómo empezar a hablar de aquello. Nunca había tenido tantos problemas para hablar de sexo con Marcus. Bueno, es que el problema no había sido el sexo, para ser justos. — Marcus… sé que estás cansado, pero… — Cogió ella el vaso de agua y le dio un trago. — Tenemos que hablar sobre lo de anoche. —

Se pasó las manos por la cara y tomó aire. — Esto me da igual. Esto me gustó, de hecho. Y lo de las manos y… todo lo que hicimos… me encantó. — Sonrió y se encogió de un hombro. — Siempre me encanta hacerlo contigo, mi amor, y sabe Merlín que lo necesitaba… — Volvió a tragar saliva. — Pero ayer… Ayer en la discoteca y al llegar… dije cosas… te pedí que dijeras cosas que… — Se llevó las manos a la cara de nuevo, porque sentía tanta vergüenza que estaba recogida en sí misma y no se atrevía a mirarle. — Cosas que no debía de haberte pedido. Cosas en las que no me reconozco. Me da miedo pensar que llevo eso dentro… — Se le escapó un sollozo, estaba demasiado preocupada y emocional. — Y pensar que tú… pudieras hacer eso por mí, y no sé a dónde vamos a llegar, a dónde me ha llevado todo esto y necesito… necesito arreglarlo de alguna forma. — Y estaba preocupada, sinceramente, de lo que iba a pensar Marcus de ambos cuando recordara todo.

 

MARCUS

Alice se levantó en lo que él intentaba reaccionar, pero sentía como si los latidos le golpearan en las sienes al ritmo de la música de la discoteca, y los ojos le escocían, como si le estuvieran haciendo ahora efecto secundario tanta ráfaga de luz. La sensación era muy desagradable, como si todo hubiera ido a gran velocidad y, de repente, hubiera caído inconsciente hasta ese momento, no recordaba ni haber soñado. Era como morirse y volver a la vida. Estaba tratando de incorporarse y frotándose los ojos cuando Alice volvió, tendiéndole un poco de agua. — Gracias. — Musitó, y empezó a beber poco a poco, como si temiera que le sentara mal contactar con algo del exterior, pero tan pronto sintió el frescor del agua tomó conciencia del calor que tenía y cómo su cuerpo parecía haber asumido la sed como estado natural, y se terminó el vaso prácticamente de golpe.

— Sí... — Susurró a lo de que hacía calor, pero hablar con Alice se le estaba antojando... difícil, y no solo por su estado resacoso, sino porque... no le estaba haciendo sentir nada bien lo que estaba recordando de la noche anterior, y el tono de su novia también parecía tenso, ahora que empezaba a percibirlo. La miró con los ojos hacia arriba cuando le acarició los rizos y esbozó una sonrisa tímida, apartando la mirada otra vez y asintiendo a sus palabras. Sí... deberían irse. Sus tíos podrían estar preocupados, aunque más que por eso... era porque allí estaba incómodo. No sabía ni en qué estaba pensando cuando decidió ir a una casa que no era la suya a dormir.

Suspiró y fue a responder que quizás él también debería ducharse, cuando reparó en algo. Tenía la mirada tan baja y huidiza de los ojos de Alice que la había posado en su cuerpo, y al hacerlo tuvo que parpadear y mirar dos veces, verificando confuso. ¿Eso eran...? ¿Eso se lo había hecho él? Oh, y tanto que lo había hecho él, acababa de llegarle un flash del momento exacto que le hizo parpadear de nuevo y frotarse los ojos. Por supuesto que su novia lo detectó. Tragó saliva y no dijo nada. Al menos no le había hecho daño, o eso decía ella, pero las marcas se veían indudablemente en su piel, tan clarita, bonita y perfecta. ¿Qué era ahora? ¿Un animal? Por Merlín... Suspiró para sí. No iba a ser tan fácil lo de no agobiarse. Y lo peor era que ni siquiera eso era lo que más le desagradaba de su actuación de la noche anterior.

Ese "tenemos que hablar de lo de anoche" le provocó un desagradable escalofrío, tanto que se le pasó el calor de golpe (puede que el hechizo refrigerador de Alice tuviera algo que ver). Se incorporó un poco en la cama para sentarse mejor y asintió. — Claro. — Se aclaró la garganta, porque la voz aún le salía perjudicada. Lo hecho, hecho estaba, tocaba afrontarlo. Y si había dañado o decepcionado a Alice... cuanto antes se disculpara, mejor. Fantástico, Marcus. Como no tenéis problemas suficientes, intentas arreglar las cosas y las lías aún más. Suspiró levemente por la nariz y esperó a que su novia hablara. No es como que él tuviera el cerebro especialmente lúcido por el momento, mejor escuchar.

Se aventuró a mirarla a la cara, aunque seguía con la mirada avergonzada y entornada hacia arriba, cuando le dijo que le gustó. Soltó un poco de aire por la boca. — Está bien. — Dijo monocorde. No había sonado nada entusiasmado ni conforme, él mismo se dio cuenta, así que mejor se explicaba. — Es... es decir, a mí también... A mí siempre me gusta estar contigo, Alice. Por supuesto. — Se encogió de hombros. — Pero... estoy... un poco confuso aún. Tengo los recuerdos borrosos, pero... me veo a mí mismo... — Mandón, imperativo, dictatorial. Soltó aire por la nariz otra vez. — No es mi estilo, y no... quiero que pienses... — Se frotó la cara. Mejor hablaba claro, si total, no parecía haberse avergonzado de hacerlo. Si lo podía hacer, lo podía decir. — Me gusta que nos pongamos intensos, claro, pues como siempre. Pero... siempre he sido más romántico que... la cara que mostré anoche, no sé. Parecía que estaba mandando sobre ti o... usándote o... No sé, no sé qué pensar. Perdona, estoy... — Se frotó la cara con las manos y resopló. Si es que no sabía ni lo que decía. — Júrame que no impuse nada que no quisieras, o te arrastré a algo que no te apetecía, o que te hice daño. Por favor. — Eso sería lo último, vamos, dañar a Alice. No podría soportar la vergüenza.

Pero su novia no iba por ahí, y él en el fondo lo sabía. Y a pesar de lo pudoroso que era para esos temas, casi que prefería seguir hablando de sexo a entrar en ese terreno, porque eso no era una cuestión de vergüenza: esa versión de él le daba miedo. Marcus era consciente del poder mágico que tenía, y no quería... usarlo mal. No quería volverse una versión malvada de sí mismo, y esa situación estaba sacando lo peor de él, y a la primera que había tenido oportunidad, había fluido como si tal cosa, y Alice lo había visto. ¿Qué pensaría de él ahora? ¿Y si esa cara de él no le gustaba? A él tampoco le gustaba. La enterraría para siempre si ella insinuara siquiera que esa no era la persona a la que quería tener a su lado. Solo le daba pánico la facilidad con la que había salido, y la posibilidad de que no fuera tan fácil de ignorar.

No iba contra él el mensaje de Alice, sino contra sí misma. La miró, apenado. — Alice... no dijiste nada que yo no compartiera. No dijiste nada que yo no pensara, ni me obligaste a decir algo que yo no creo... — Negó con la cabeza, bajando la mirada de nuevo. — Lo siento. Creo... que me pasé bastante. Seguro que había muchas cosas que no necesitabas oír. — Se acercó a ella. Escucharla llorar le partía el corazón y... ah, ahí estaba la rabia otra vez, solo que ahora parecía una brasa ardiendo tímidamente pero demostrando que seguía viva, que no se había extinguido, y que podría convertirse en un incendio descontrolado como el de hacía apenas horas con que soplara el viento adecuado. Un viento que ahora estaba llorando y culpándose. Lo ideal para avivar los fuegos de la ira de Marcus. — Mi amor, mírame. — Le dijo con voz suave, esperando que le mirara a los ojos. — Yo daría mi vida por ti ¿me oyes? Por favor, por favor, no te culpes de esa forma. Te están haciendo daño, Alice, ¿cómo no les vas a odiar? Lo que no soporto... es que te hagan sentir de esta forma. — Apretó sus manos. — Perdóname. Si te soy sincero... tengo un poco... borrosas la mayoría de las cosas que dije ayer, pero lo imagino. Y no me siento orgulloso de hablar en esos términos. No quiero hacerte daño. — Y Alice iba a ser lo suficientemente inteligente para captar un subtexto que Marcus no estaba forzándose demasiado en ocultar: se arrepentía de haberla herido, no de las palabras dichas. Haría pagar a los Van Der Luyden por cada lágrima que ella derramara. Y esa versión de sí mismo le asustaba, pero solo la ocultaría si Alice se lo pidiera. Por ella, y nada más. Se sentía en una contradicción continua consigo mismo, pero en el fondo, lo tenía bastante claro.

 

ALICE

Tragó saliva y suspiró, apartándose el pelo de la cara. — No estabas mandando, no de verdad, Marcus… O sea, sí. — A ver, reconduce el discurso, Alice. Miró a su novio y puso media sonrisa. — A mí eso me encanta. De verdad, que despierta en mí algo que no suele estar ahí, y estás supersexy, y, a ver… yo te lo pedí, yo lo quería. — No sabía cómo decírselo más claramente sin decir “me pones muchísimo así” y no le parecía el momento. Pero nada, Marca debía seguir creyendo que la había obligado a algo. Se arrastró hacia él por la cama. — Marcus, mírame. — Dijo levantándole la barbilla. — Nunca me has obligado, y sé que no lo harías, a hacer nada. Literalmente te lo pedí a gritos, no sé de qué otra forma expresarte que el sexo me encantó. Y si no, para que estés más tranquilo respecto a mí, mírate la espalda, que no soy la única que se llevó un poco de caña. — A ver si así, diciéndoselo directamente, lo entendía mejor.

Pero sus lágrimas terminaron de despertar a Marcus. Sí, compartían aquella visión de los Van Der Luyden, y eso no le hacía sentir ni mejor ni más tranquila, porque habitualmente el que ponía cabeza era Marcus y eso… no había pasado anoche, no cuando Alice estaba literalmente pidiendo sangre para su propia familia y Marcus le susurraba cómo conseguirla. Estaba fatal, y no sabía cómo habían llegado a ese punto, solo podía agarrar su mano y aguantar las ganas de sollozar abiertamente.

Levantó la mirada acuosa por las lágrimas y le miró cuando se lo pidió. — Mi amor, no… — Abrió la boca y cerró los ojos para intentar regular sus emociones y su discurso. — Que no me haces daño… No como crees. — Negó y agachó la cabeza, pero no le soltó la mano. — Marcus… cuando dices que darías la vida por mí… ya sabes en qué pienso. — Levantó la mirada y la clavó en sus ojos. — Ayer dijiste cosas que les harías a los Van Der Luyden, que eran tremendas, y lo decías con una tranquilidad y una seguridad… Y las decías porque me habían hecho daño, y porque yo te pedí que me las dijeras, y tengo miedo… porque yo estoy dolida y agotada y hundida, y lo que diga estos días sobre ellos no lo diría en ninguna circunstancia, pero no quiero que… — Se había quedado hasta sin respiración y bebió agua ella también, para intentar calmarse. — …Hagas nada. Y de verdad que lo decías muy en serio, Marcus, y eran cosas que… — Se mordió los labios. — Ni el honor, ni siquiera nuestro amor deberían inspirar… — Se quedó mirando las sábanas, pero mejor que no le diera más vueltas. Marcus diría que no se acordaba bien de lo que había dicho, pero ella sabía que enseguida lo recordaría todo. Habían bebido mucho más otras veces, y se habían acordado de todo. — Mira… lo que hicimos ayer era… un juego, uno que nos gusta mucho a los dos… — Le miró a los ojos y se decidió a soltarlo y quitarse ese peso. — Pero lo que me dijiste que les harías… ¿era un juego también? ¿O lo harías de verdad? — Porque necesitaba saberlo, al menos para pararlo, para suplicarle que no hiciera nada por ella, y acto seguido sentirse la peor forma de vida del mundo, porque habría sido ella la que había convertido al perfecto Marcus O’Donnell en… ¿Qué es lo que ha perdido a todos los alquimistas? El amor… No, no, ahora no podía pensar en esa frase, o perdería la poca seguridad y cordura que le estaba quedando después de todo ese proceso.

 

MARCUS

Esbozó una sonrisa tímida, por un instante, e incluso apartó la mirada. Sí, vergüenza ahora, un poco tarde ya. Pero es que ahora no estaba presa del furor de la noche anterior, y Alice le estaba siendo bastante honesta sobre cómo la había hecho sentir. Igualmente... no le terminaba de convencer ese modus operandi, porque sentía que se le iba de las manos, que se descontrolaba, y a Marcus no le gustaba perder el control. Dejarse llevar sí, descontrolarse no tanto. La miró cuando se lo pidió, y lo que le dijo le hizo fruncir el ceño extrañado. Trató de mirarse la espalda por encima del hombro. Pues no se veía gran cosa... A ver, es que no podía verse bien la espalda, ciertamente. Se limitó a soltar un sonidito de conformidad, encogiendo un hombro. Se miraría mejor luego... y evitaría ser visto sin camiseta, por si acaso.

"No me haces daño... no como crees." La miró. — Pero te hago daño. — Dijo con voz tenue, mirándola con tristeza. Se le rompía el corazón solo de decirlo. Lo último que quería en el mundo era dañar a Alice, y si esa versión de él la dañaba... Él nunca había comulgado con la maldad, menos aún si hacía daño a la persona que más quería en el mundo. Le gustaría saber cómo deshacerse de esa parte que parecía vivir dentro de él y salir a flote cada vez que Alice o algún ser querido estaba en entredicho, porque era tremendamente contraproducente sacar algo que hacía daño para evitar otro daño. De verdad que no tenía ni idea de cómo lo podía gestionar.

Pero Alice afinó mucho más el tiro, explicándole claramente a qué se referían sus preocupaciones. La miró, dejándola expresarse, tratando de poner en orden su discurso mental antes de decir nada, porque... sí que debía una explicación. A sí mismo, porque no creía tener muy claro ni en qué pensaba ni qué sentía, y a ella, por supuesto. — Lo sé. — Respondió con voz grave y poco orgullosa a todo lo que ella dijo, pero antes de poder excusarse o explicarse, antes de poder tranquilizarla, Alice le lanzó una pregunta. Directa y sin rodeos. Y bien sabía Merlín que, no siendo nada habitual que Marcus O'Donnell no supiera responder a una pregunta, así era. Estaba hecho un lío monumental, porque sentía tener las cosas muy claras, pero al verbalizarlas irrumpían con demasiados de sus preceptos y principios, y ahí se generaba un cortocircuito que provocaba lo que, a la vista estaba, había provocado la noche anterior y estaba provocando en ese momento: una serie de incoherencias y disonancias con su forma de ser y pensar a las que no había quien pusiera nombre. Tendría que ir empezando a dárselo.

Tomó aire, mirando la mano de Alice, que agarraba con la suya. Tenía que pensarse muy bien lo que iba a responder, tenía que… poner, en primer lugar, sus pensamientos en orden. Pero entendía lo que Alice le estaba pidiendo y ciertamente debía una explicación, él… tampoco se reconocía en la persona que anoche decía esas cosas… o no del todo. Quizás una parte sí. Quizás, debería empezar a explicar por ahí.

— Siento… si te he asustado con lo que he dicho. Siento que me hayas tenido que oír decir ciertas cosas. — Dijo, serio, aunque con un punto de tristeza, con la mirada aún en sus manos. — Alice… no pienso lo que dije. No lo haría. Es decir… — Hizo una pausa. Tenía que explicarse mejor. Llenó el pecho de aire, cerrando los ojos y lo soltó. Vale, allá iba. — Esta situación, esas personas… me están haciendo sufrir muchísimo. Están haciendo sufrir a mis padres, y a mi hermano. Están haciendo sufrir a nuestros amigos. Están haciendo sufrir a tus primos, a tus tíos. A mi tía y a tu tata y a nuestros abuelos. — Se mojó los labios. — Y eso no es lo peor. — Miró a Alice. — De tu padre han dicho que está loco. Y lo sé, Alice. Tanto tú como yo sabemos que tu padre no está en su mejor momento, que no está del todo bien. Pero nadie, absolutamente nadie, llama loco a William Gallia en mi presencia. Es algo que no pienso tolerar, porque no creo en ello, y porque si necesita ayuda, se le ofrecerá, ya está en el proceso de ello, y no van a venir unos desconocidos que lo único que han hecho ha sido entorpecer en su vida a dar lecciones de nada. Le han quitado la custodia de su hijo a un hombre que no ha hecho nada malo, desde luego ni comparación con lo que han hecho ellos. Y por ahí no paso. — Volvió a respirar hondo. Ya no dejaba de mirar a Alice. — Le han faltado el respeto a tu madre. Están pasando por encima de su memoria y pisoteándola. Le arruinaron toda la vida: la infancia, la juventud y toda su vida adulta hasta que falleció, y ni siquiera se dignaron en ir a su funeral, en atenderla cuando estaba enferma o en preocuparse de lo que dejaba atrás. La insultan permanentemente y mienten sobre ella, porque no me creo nada de lo que dicen y porque tampoco voy a consentir que se ataque frontalmente a una persona que ya no se puede defender, y que solo hizo cosas buenas, incluso viniendo de la familia que venía. — Tragó saliva. Se le habían humedecido los ojos, sí, y sentía tristeza, pero sobre todo sentía muchísima rabia. — Han puesto en pausa la infancia de Dylan. Le tienen secuestrado en una casa en la que no tenemos ninguna garantía de que no le estén maltratando, a un niño que ha sido como mi hermano desde que le conocí con cuatro años, y sin dar opción a que se defienda ni él ni las personas que le tutelaban. Le están haciendo sufrir. Para mí es mi hermano pequeño y le están haciendo sufrir gratuitamente. — De nuevo hizo una pausa, y esta fue un poco más larga. Porque el motivo que le quedaba por dar era, sin duda, el peor de todos.

— Y te han insultado a ti. — Dijo con la voz levemente quebrada. — Te han llamado tantas cosas que me niego a reproducir en voz alta, pero que no dejan de sonar en mi cabeza, que no sé cómo he aguantado sin hacer nada hasta el momento. Cosas que son mentira. Cosas que te hacen llorar y dudar de ti, y pensar que están implantando en ti la duda sobre algo tan cruel que encima es absolutamente falso hace que me nazca un odio de dentro que no he sentido nunca por nada ni nadie. Y me da igual que me digas con los ojos con los que yo te veo, porque esto no es una cuestión de amor, Alice. Tú no eres lo que ellos dicen que eres, bajo ningún concepto, ni lo pienso yo, ni lo piensa nadie que te conozca. Deberían de lavarse la boca antes de atreverse a mencionarte siquiera después de todo lo que tú y tu familia habéis pasado por su culpa. — Paró. Tragó saliva. — Dicho esto… ¿crees que realmente iba en serio con todas las amenazas que dije anoche? — Bajó la mirada. — No me siento orgulloso de… mostrarme así de violento, yo no soy así, no querría serlo. Pero Alice… voy a ser sincero contigo, no hay nadie en el mundo con quien quiera y sienta que debo sincerarme más que contigo, no gano nada engañándome a mí y a ti, así que voy a decir esto una vez y solo una, y espero que quede clara. — Alzó la mirada hacia ella otra vez. — Hacer todo lo que dije que iba a hacer me llevaría a Azkaban y me arruinaría mis proyectos y mi vida contigo. Eso y solo eso es lo que me separa de hacerlo. — Negó, al mismo tiempo que una lágrima de frustración y odio resbalaba por su rostro, pero ni se molestó en pararla. — Yo no soy así. Yo no haría daño a nadie de forma deliberada, ni a su persona, ni a su propiedad, ni a nada. No me va nada en ello, no me muevo por esos sentimientos… pero tú eres sagrada. Tú, tu hermano y tus padres, sois sagrados. Y mi familia. Nadie os toca y se va de rositas si yo estoy delante. Pero sé que, si hago todas esas cosas, arruino mi vida y la tuya, y no soy tan estúpido. Porque seré un Slytherin de corazón, sí, pero ante todo soy un Ravenclaw sensato y práctico, y no voy a consentir que esa gentuza domine mi vida y la marque para siempre. No lo merecen. Pero puedes tener claro que, si las consecuencias no fueran tan graves… lo haría. — Frunció los labios y, sin perder la tristeza en la mirada, dijo de corazón. — Siento si no es la respuesta que necesitabas oír. Pero es la verdadera. —

 

ALICE

Pero… ¿le hacía daño? ¿Él a ella? ¿No era ella haciéndoselo a los dos quizás? ¿No era todo aquel lío una cosa de Gallias en la que había metido a Marcus solo por amarse? Pues lo era, pero ya poco podía hacer por cambiarlo, y su novio parecía estar lo suficientemente centrado como para explicarse, lo mínimo que podía hacer era escucharle.

Le rompió el corazón oír hablar de cuánta gente estaba sufriendo por todo aquello. Era verdad, todos estaban hundidos… ¿Por qué no debían sentir odio hacia aquellos que les estaban provocando eso? Les odiaba por lo que hacían y decían, eso seguro, pero es que sacar aquella faceta de ellos… era aún peor.

Alzó los ojos cuando habló de su padre y tragó saliva, asintiendo lentamente. Seguía MUY enfadada con William… pero su padre, otra cosa no, pero amó a su madre con todo su corazón, no se merecía que aquella gente hablara así de él por haberla querido como nadie supo quererla, y Marcus eso lo defendía como no lo había defendido ni su propia familia. Por no hablar de lo que dijo de su madre. Nunca había conocido a nadie que no adorara y respetara a su madre, que no recordara el ser de luz que era, y aquella gente… Aquella gente era terrible, simplemente, y, como él decía, pisoteaban su memoria. La mención a su hermano le arrancó unas lágrimas. ¿Cuántas veces había imaginado cómo sería la vida de su niño allí? ¿Cómo se entretenía? ¿Cómo lidiaba con su encierro y su pena? ¿Tendría su hermano algún año, aunque fuera uno solo, de paz en su vida? Valientes recuerdos le estaban dejando…

Cuando se refirió a ella misma, le miró y negó con la cabeza. No quería ser la que sacara todo aquello y a la vez… recordaba, ahora que se lo oía decir, por qué la noche anterior le había llamado tanto todo aquello. Se sentía protegida, defendida como nunca, sentía que contaba con aquel poder de Marcus para salvaguardarse y contraatacar. Ella, que ni siquiera tiraba hechizos en el Club de Duelo para no hacer daño a nadie… Y ante su pregunta, no supo qué contestar, si lo supiera, no le habría preguntado. O quizá no quería asumir la respuesta. Y aunque se la estaba poniendo en bandeja… también le dejó claro que no lo haría, por mucho que lo deseara. Bien, Alice ya sabía que contra las ambiciones de un alquimista no se puede luchar. Todo alquimista va a aspirar a la vida eterna, solo hay que convencerle de que no merecen la pena las consecuencias, que siempre serán fatales. Y a Marcus no hacía falta convencerle, se lo decía todo él solo.

Así que no iba a revolcarse en aquel fango. Ante la frase final de su novio, simplemente tiró de él hacia la cama y se tumbaron mirándose frente a frente, recostados. — Es la verdad. Y siempre es mejor la verdad para un Gallia, ya lo sabes. — Acarició su mejilla, apartando el rastro de su lágrima. — Yo… no puedo decirte que esté… mal que pienses así, Marcus, ¿quién soy yo? Yo, que anoche te pedí expresamente que me dijeras esas cosas porque necesitaba dejar salir ese odio. — Se acercó un poco más a él. — Me encantaría tener tanta moral o buen corazón que pudiera decirte que está mal pensar así, pero… — Suspiró. — Sinceramente, como tú mismo has dicho, lo que me da miedo son las consecuencias. Y si a ti también, quiere decir que nunca lo vas a hacer. Ni por mí ni por nadie. Ni siquiera por la memoria de mi madre, por mucho que esos malnacidos la estén pisoteando. — Tomó sus mejillas con las dos manos. — Tú eres brillante, Marcus, y poderoso, y eso nunca va a ser malo si ponemos todo ese poder al servicio de conseguir solucionar todo esto. — Presionó sus labios con los de él y se separó. — Tú no me haces daño, siento haber dicho eso. Lo que me hace daño es… todo esto. Tú me cuidas y me defiendes y me haces sentir viva y logras que tenga un motivo para no desfallecer y seguir adelante. — Suspiró. — Mi único miedo es que, por querer hacer eso, te comprometas a ti, a tu seguridad, a tu conciencia… — Clavó sus ojos en los de él. — Pero si tú me dices que tienes muy claro qué merece la pena y qué no… yo confío en ti, Marcus. Y yo te quiero a ti, con tus arrebatos de rabia y poder, siempre y cuando no me lleven a perderte, a hacerte infeliz. Eso sí que no podría aguantarlo en la vida. — Le dijo de corazón.

Notes:

¡WOW! ¿Lo habéis vivido tan intensamente como nosotras? Ha sido un capítulo que no ha terminado para nada como ha empezado. La verdad es que lo teníamos pensado desde hace muchísimo tiempo y escribirlo fue catártico, como lo ha sido para ellos. ¿Os ha sorprendido esta faceta de los chicos? Nos morimos de ganas de saber vuestras opiniones.

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LA BANDADA

(12 de agosto de 2002)

 

MARCUS

Llevaba varios días en un cóctel emocional destructivo. Sentía unas opresivas ganas de llorar en el pecho que trataba de desahogar cuando estaba solo, y a veces el enfado le inundaba el cerebro de tal forma que no podía pensar en nada más (y el objeto del enfado fluctuaba entre los Van Der Luyden, él mismo y el mundo en general). Otras veces, simplemente, se quedaba como si alguien le hubiera apagado o tuviera las energías bajo mínimos, sin ganas de nada. Las menos, trataba de remontar el ánimo. Lo peor de todo esto era que tenía que hacerlo de tal forma que Alice no se diera cuenta, o lo notara lo menos posible. Era lo más costoso de todo, y ni siquiera sentía hacerlo muy bien que digamos.

La tarde anterior recibieron una carta que terminó de detonar todo ese cúmulo emocional. Gracias a Nicole, había llegado a oídos de una persona de su confianza todo lo que estaba ocurriendo, y les había invitado para ir a su casa el día siguiente. Su protector, su ídolo de la infancia y una de las personas que más sentía que habían influido en su vida: Howard Graves, el prefecto de Ravenclaw de sus dos primeros años. Se sintió retroceder a los once de golpe. De hecho, sintió que ojalá tener otra vez once años, la vida se veía más fácil entonces. Sí, díselo a Dylan, le recordó el cerebro, y vuelta a enfadarse. Así vivía, con picotazos emocionales continuos. Lo que durante unos segundos fue desbordante alegría y alivio de poder volver a ver a Howard y tener su ayuda, de repente se convirtió en tristeza por los derroteros en los que se había visto envuelto, rabia porque tuvieran que volver a verse en semejantes circunstancias y... vergüenza por su comportamiento. No, ni de lejos se le había olvidado lo de la noche que salió con Alice. Nada se le había olvidado. Y seguía sin sentirse bien al respecto.

Frankie y Maeve pidieron que les contaran anécdotas de Howard, Monica y ellos mismos en sus primeros años de Hogwarts en la cena y lo cierto es que fue bastante bonito, emotivo y relajante. Nada como dos Hufflepuffs para hacerte sentir bien. Se fue a la cama mucho más relajado y contento, y se levantó con mente positiva. Nervioso, pero tratando de ver la parte buena de todo aquello. Además, el Marcus de siempre estaba volviendo a salir a flote, porque llevaba más de media hora tratando de elegir qué ponerse para dar buena impresión. Tanto fue así que estaba aún delante del espejo, con los pantalones y los zapatos puestos, pero sin camiseta, poniéndose por encima varias combinaciones. Se abrió la puerta y él se giró a su novia, porque sabía que era ella, probablemente ya cansada de esperar por su indecisión. Al menos iban con tiempo de sobra. — ¿Esta mejor? ¿O esta? — Dijo, señalando dos prendas. — Me parece muy obvio ir de azul ¿no? Voy a parecer un crío. Esto me pega con los zapatos, pero hace demasiado calor para un jersey ¿no? A ver, es fino... Es que no sabía el tiempo que iba a hacer aquí. — O cuánto íbamos a tardar en volver. Lo echó a un lado en la cama. — Esto descartado, no quiero estar sudando en casa de Howard y Monica. ¿Esta, entonces? ¿O esta verde? ¿Camisa o camiseta? ¿Debería ir informal? ¿Formal? Esta es la que más me gusta, pero ¿me pega con estos zapatos? No me pega con estos zapatos. Me los cambio. Pero es que los otros son muy de normal... — Se podía tirar así hasta el infinito. De paso, cayó en algo. Se miró por encima del hombro y, bajando la voz, preguntó. — Por cierto... — Con un toque avergonzado y prudente. — ¿Se me ve... algo...? — A ver, ya habían pasado varios días, pero ni se tenía muy controlada la espalda, ni había estado como para mirarse y volverse a recordar todo lo ocurrido. Igualmente la iba a llevar tapada, pero... por saber.

 

ALICE

— Está asquerosa. — Pero funciona siempre, cariño, el hipo es muy molesto y tener una poción que lo quita es un regalo. — Cualquiera le decía que no a Maeve. Y además, Aaron había estado encantado haciéndola con sus indicaciones. Alice había puesto malilla cara al pensar en beberse una poción de una Hufflepuff hecha por un Gryffindor, pero bueno, a lo peor se ponía mala y no iba a la quedada. Y a ver, quería ir, si a ella le encantaban Howard y Monica, pero… tenía una sensación de derrota que no se quitaba.  

— ¿Qué hace Marcus? — Preguntó Aaron poniéndose a su lado, apoyado en la encimera, mientras Maeve acudía a un llamado de Frankie. — Arreglarse, supongo. Para él Howard es muy importante. — ¿Y para ti no? — Ella levantó la vista y frunció el ceño. — Para mí también, claro. Si yo estaba coladísima por él. — Se rio un poco. — Él me puso lo de “Gal” ¿sabes? — Aaron se cruzó de brazos y alzó las cejas. — Y entonces, ¿por qué parece que no quieres ir? — Ella negó y suspiró, señalándose la garganta. — ¿Ves? Por esto cojo hipo, estoy suspirando todo el día. — Menos mal que estamos Maeve y yo para salvarte la vida, entonces. — Dijo su primo con tono socarrón. A ver, agradecía el intento, y agradecía también que Aaron no estuviera hundido en el fango o sin hacer nada, pero no había nada que la levantara, la verdad. — Hace… seis años que no veo a Howard. A Monica menos, me la encontré en Guildford buscando vestidos de novia… Pero temo que vean una Alice… que no reconocen. Una Alice que dista mucho de lo que yo quería ser, te lo aseguro. — Aaron se quedó en silencio, solo mirando las baldosas de la cocina, dejando ese momento flotar, hasta que dijo, con un tono tranquilo que parecía haber adquirido desde que llegaron a América. — Mira, Gal, yo no he tenido la oportunidad de conocerte en otro momento de tu vida. Imagino que cuando eras una niña normal con sus padres y su hermano, eras diferente. Y por lo que cuentan los demás, y lo que yo he podido ver de cuando en cuando, muy divertida e hiperactiva, no lo dudo. Pero te digo lo que yo he visto. — Le dio ligeramente en el brazo para girarla. — Una mujer resiliente. Luchas por todo hasta la extenuación y más allá. Y eso tiene consecuencias, Gal, pero no creo que nadie te considere más o menos porque estés extenuada. — Ella asintió y apretó los labios, porque no quería llorar. — ¿Cuándo has adquirido la habilidad de la labia, querido? — Le preguntó con una risita, tratando de aliviarse un poco. Él rio también. — Con tu novio, pasamos más ratos juntos de los que estoy seguro que él hubiera deseado. Y de las buenas personas que me rodean ahora. — Eso le hizo mirarle con cariño. — De hecho, iba a tenerte pena porque últimamente no paramos y tú te quedas aquí solo, pero es que no sé ni dónde estuviste el otro día cuando nos fuimos de fiesta. — Con Jason. Me dijo que si podía echarle una mano con un asunto de la protección antihuracanes y no se qué… Y al final, básicamente, él hizo hechizos y habló sin parar y yo lo poco que hice fue pasarle materiales y reírme de sus chistes malos. — Ladeó la cabeza. — Es una buena vida. — Aseguró. Y sí, Alice le veía feliz, desde luego. Si había algo bueno que contar de todo aquello, sin duda era que Aaron estaba mejor que nunca. — Ahora, si quieres sentirte mejor, ve a ver a tu novio, que seguro que te dice que tu vestido es encantador y pareces una princesa y esas cosas que os decís vosotros. — Ella rio y le empujó un poquito. — Me alegro de que de todo esto pueda salir algo bueno. De verdad que sí. — Le dijo antes de subir.

Efectivamente, su novio estaba dándole mil vueltas a qué ponerse, y ella simplemente se apoyó con media sonrisa en el marco de la puerta. — No sabía que habías organizado la semana de la moda de Nueva York con adelanto. Qué considerado por tu parte montarla antes de que vengan los famosos huracanes. — Comentó con una risa. Le dejó hacer su discurso y luego señaló una de las camisas. — Con esa siempre vas muy guapo, es finita, es gris azulada, lo que hace que no sea tan obvio, pero tenga el detalle, y además es de manga corta, para que no parezca que vas a una boda, y te pega perfecta con los zapatos. Y mi vestido es gris con florecitas, así vamos conjuntados. — Resumió, poniéndole cariño al comentario. Luego se acercó a él y le acarició los brazos, mirándole a los ojos. — Sé que están siendo unos días complicados, pero, mi amor, vamos a ponérnoslo fácil entre nosotros. — Porque sabía que a Marcus le costaba hablar de lo del día de la discoteca. — Está todo bien, no se ve nada, y tú y yo estamos bien, al menos entre nosotros. ¿Qué aprendimos aquel día en la enfermería, precisamente al amparo del prefecto Graves? — Juntó su frente con la de él. — Siempre que hagamos esto… es que está todo bien ¿vale? — Aprovechó y le dio un beso. — Intentemos quedarnos con lo poco bueno que tenemos: tu familia es genial, Aaron está feliz aquí, vamos a encontrarnos con personas que admiramos y que han querido vernos, para ayudarnos y recordar todo lo bueno. — Apretó sus manos. — Paso a paso ¿vale? — Le dio otro beso. — Venga, quiero que nos aparezcas tú en el callejón, si no te importa, que el otro día se te dio muy bien y en esta ciudad me aturullo. — Rio un poco y se separó. — Y luego tengo que guiarte por el metro y… verás. — Dijo con un toque traviesillo, quizá no tanto como la Alice de siempre, pero que desde luego solía ser su forma de decirle “se viene aventura movidita”.

 

MARCUS

Bajó los brazos, lo que provocó que las camisas que llevaba en cada uno de ellos rozaran levemente el suelo, y miró a Alice con cara de circunstancia. — Muy graciosa. — Dijo monocorde, justo antes de empezar de nuevo con su discurso. — Quiero dar buena impresión. La última vez que me vio era un niño, y quiero que me vea... bien, es decir, ¡he sido su sucesor, Alice! No quiero que piense "¿y en estas manos dejé el puesto?" — Exagerar con algo insignificante siempre era mucho mejor que afrontar la realidad. Estaban metiendo a Howard y Monica en algo que ni les iba ni les venía, lo mínimo que podía hacer era entrar bien por esas puertas. Y como no lo hiciera bien vestido y bien peinado... En fin, que ya no sabía ni qué hacer consigo mismo.

Al menos, tras la bromita inicial, Alice dio en el clavo con la camisa que tenía que ponerse. Se quedó mirando la prenda mientras Alice la describía. Se la había probado antes y no le había convencido, pero ¿por qué no? Si, ahora que su novia lo explicaba, era perfecta. Volvió a ponérsela frente al espejo y, tras mirarse unos instantes, echó aire por la nariz. — Es verdad. — La miró y sonrió levemente. — Si es que eres la mejor, queda demostrado. — Volvió a mirarse al espejo y asintió con convicción. — Es perfecta. No es demasiado azul, pero tiene su esencia, formal pero no demasiado, veraniega, pero sin pasarse de informalidad. Me pega. Con los zapatos también. Perfecta. Es perfecta. — Mejor paraba. Demasiada reafirmación ya, se le iban a notar los nervios por todas partes.

Alice, por supuesto, le conocía demasiado bien, y se acercó a él para calmarle. Le devolvió la sonrisa, juntando su frente con la de ella. — Es cierto. — Corroboró, cerrando los ojos y respirando hondo, sin separarse de ella. La miró de nuevo. — Contigo siempre estoy bien. — La miró de arriba abajo y pronunció la sonrisa. — Sobre todo si vienes con un vestido con florecitas. — Se animó a bromear. Dejó un suave beso en sus labios y añadió. — Me gusta. Estás preciosa. — No se iba a cansar nunca de decírselo, eso era parte de ellos dos y algo que levantaba su moral incluso en tiempos tan convulsos como aquellos.

Asintió. Sí, iba controlando las apariciones en Nueva York, así que no sería problema. Aunque lo del metro hizo que la mirara con los ojos un poco más abiertos de lo normal, delatando que no le tranquilizaba mucho aquello. — ¿Y no habrá algún traslador que nos lleve? O... no sé, ¿no tenemos más indicaciones para aparecernos por allí? — Chasqueó la lengua, mirando hacia delante mientras bajaba las escaleras, mascullando. — Dudo que Howard Graves se vaya todos los días a su trabajo "en metro".  — Si hubiera puesto voz de mujer, la gente pensaría que la frase la había dicho Emma, por el tono desdeñoso que había usado. Salvo por la manera de pronunciar el nombre de su prefecto, que parecía estar mentando a un dios. Se despidió de sus tíos y de Aaron, salieron al jardín y, desde allí, se aparecieron en el lugar indicado.

Hizo una mueca con la cara justo cuando se aparecieron en el callejón, escondiéndose. — No acabo de acostumbrarme a que haya tanta gente. — En Londres había mucha gente, pero ni era tanta, ni tenía que andar con remilgos sobre si había muggles mirando, porque las zonas estaban claramente diferenciadas. Nadie parecía haberles visto aparecerse, no obstante. Al final iba a resultar que lo que decía Aaron era verdad: los magos no se asustan porque también lo hacen, y los muggles saben cuando no ver lo que no pueden procesar. O sea, poco menos que le había dicho que, si alguna vez un muggle veía un mago aparecerse, haría como que no lo había visto y seguiría negligentemente hacia delante como si nada. De verdad que Marcus no entendía aquella locura de ciudad. — Vale, vamos al metro... — Dijo con poco convencimiento, avanzando unos pasos. No le quedaba de otra que aceptar que usarían ese transporte. Sus primos le habían hablado del tema, pero cuando llegó a lo que pudo identificar como la boca del metro, se detuvo en seco. — Eemm... ¿No habrá otra por aquí? — Planteó, mirando a los lados. Pero, si se había enterado bien del funcionamiento de aquello, otra parada estaría a kilómetros. Y la entrada por la acera de enfrente estaba igual o peor. — Aquí hay muchísima gente, Alice. — Advirtió, mirándola. El embotellamiento de entrada era para verlo. — ¿Y si nos perdemos? Tú tampoco te has montado nunca... ¿Estamos a tiempo de contactar con Howard y Monica? Tiene que haber otra manera de llegar. —

 

ALICE

Lo bueno de su novio es que, como se convenciera de una cosa, la defendía hasta el final, y en el caso de esto, les aligeraba la salida, que a ese paso iban a llegar para el postre de la cena. Pero claro, ahora venía la queja del metro, por supuesto. Ella fue recogiendo sus cosas mientras oía el discurso de su novio, básicamente porque ella sabía tan bien como él que así eran las cosas en Nueva York y que, él podría ponerse boca abajo, que la única forma de llegar a donde vivían los Graves era en metro, así que simplemente se puso los zapatos, dejó un beso en su mejilla y dijo. — Ahora nos lo contará él. Pero en su carta, él mismo nos indicaba cómo coger el metro. — Pero vamos, que sí, que mal que le pesara a Marcus Horner (porque esa era Emma hablando por su hijo), sí, claramente Howard Graves iba al trabajo en metro.

En lo que sí tenía que darle la razón a Marcus, era que la cantidad de gente era una locura. — No entiendo por qué quieren vivir todos aquí. ¿No se dan cuenta de que no es sostenible y la vida empeora? — Se le escapaba, vaya. Pero bueno, ellos mismos iban ahora a ver a personas que vivían allí… Quizá transitoriamente, pero en medio de aquella locura, al fin y al cabo. Y para locuras la boca del metro. Era como intentar arrastrar a un perrillo asustado hacia el peligro. — Todas son iguales, mi amor. — Le dijo con paciencia. Es que aquello era el anti-Marcus. Todo lleno de gente, sucio, ruidoso y en apariencia bastante caótico. — Te prometo que es seguro y está mejor organizado de lo que parece. — Se enganchó de su brazo. — ¿Te olvidas de cómo llegué a casa de Nikkie? Y sobreviví, eh. De verdad, ya verás. No son muchas paradas, y ningún trasbordo, lo cual está muy bien. — Ya no sabía qué más decirle.

Hizo el truco del billete, el Reparo que su madre también utilizaba para los billetes del metro, reutilizando el que había usado el día que quedó con Nicole, y condujo a Marcus a uno de los andenes, sujetándole con fuerza. — Ahora cuando llegue el tren, las puertas se abren solas y hay que entrar. Dudo que podamos sentarnos, pero nos podemos agarrar a las barras. — Y así lo hicieron, aunque no iba tan lleno de gente como el día que Alice fue a Hell’s Kitchen. Aprovechó para rodear la cintura de su novio y mirarle. — ¿Ves? Vamos genial. Verás cuando se lo contemos a tus padres y a Lex. No van a dar crédito. — Lo que fuera por distraer la cara de trauma de por vida de su novio. Bajó la voz y dijo. — Es como una clase de tipos de muggles, fíjate cuánta variedad. — En verdad, si no estuvieran tan alicaídos, se lo habrían tomado como una aventura.

El barrio de Howard y Monica le gustaba, lo pensó según salieron del metro, porque daba a un parque muy bonito, y no había tantos rascacielos, era agradable. No le dio tiempo a analizar mucho más, porque en seguida oyó. — ¡Marcus! ¡Gal! — Oh, esa voz. Se le puso una sonrisilla tonta en cuanto le divisó. Qué raro se me hace verle con una camisa y unos vaqueros, y no con la capa y la chapita de prefecto, se dijo, sintiéndose un poco tonta al instante. — ¡PERO MIRA A MI NIÑO PERFECTO QUE ESTÁ HECHO UN HOMBRE! — Y esa era Monica, por supuesto. Corrió hasta ellos y los abrazó a la vez, uno con cada brazo y ella rio y la estrechó. — ¿Qué ha sido del pelo rosa, señora Graves? — ¡Ay la renacuaja esta! No va y me dice señora Graves la tía. — Le dio un sonoro beso en la mejilla, y Howard llegó a su altura diciendo. — ¿Y no eres la señora Graves? — ¡Yo soy la Mon de siempre, no fastidies! Aunque ahora vaya de morena. El moreno es de guapas, nena, tú deberías saberlo mejor que nadie. — Y le agitó las puntas del pelo. No había cambiado ni un ápice, y eso la hizo reír sin poder evitarlo. Pero entonces se acercó Howard y abrió los brazos. — ¿Cómo está mi alumna rebelde favorita? — Y se permitió dejarse abrazar, y sentirse un poco menos pesada y preocupada. — No es este el reencuentro que había planeado, pero no sabes cuánto te agradezco que nos hayáis llamado. — Dijo, aún en el abrazo. Sintió cómo Howard asentía. — Pero estáis aquí, y os vamos a ayudar, que es lo que importa. Has sido una campeona, Gal. — Se separó y fue a abrazar a Marcus. — Y tú también, prefecto O’Donnell. Me has dejado bien orgulloso de tu gestión. — Monica se enganchó de su brazo y señaló a Marcus. — Yo siempre supe que esto os iba a funcionar. — Juntó su cabeza con la suya y dijo. — Qué ganas tenía de verlo con mis propios ojos y por fin poder irnos de parejitas. — El efecto Fender, claro, podía estar en lo más bajo, pero ella siempre sabía levantar los ánimos y no dejarlos decaer.

 

MARCUS

Como encima Alice le diera cancha para continuar sus quejas, no llegaban a casa de los Graves. La miró con los ojos muy abiertos y asintiendo gravemente. — ¿Verdad? Es que esta ciudad es un caos. ¡Esto tiene que tener truco por alguna parte! No se puede vivir así, de verdad que no. Tiene que haber otras formas de desplazarse, otras calles menos colapsadas. — Pero, si las había, no iba a ser hoy cuando las encontraran, porque su novia había dictaminado que irían en metro y punto. Echó aire por la nariz y ante el "está más organizado de lo que parece" no pudo evitar soltar una sarcástica carcajada con los labios cerrados. — Pues tiene mérito el trabajo de disimularlo que hacen. — Ironizó. Rodó los ojos. — No me lo recuerdes... — Sí, se fue a casa de Nicole en metro y sola, para más señas. — Y no sé qué es un "trasbordo", por lo que su ausencia no me tranquiliza en absoluto. — Podría seguir diciendo palabrería que lo único que conseguiría sería perder tiempo, porque iban a ir en metro igualmente.

Lo que hizo con el billete le frunció el ceño. — ¿Eso se puede hacer? ¿Cómo lo hacen los muggles? — Algo le decía que eso era hacer trampas, pero bueno, qué sabría él de metros. Encima con ilegalidades... Un infarto le iba a dar antes de irse de Nueva York, de verdad que sí, se lo iban a cargar entre todos. Entraron en el metro y aquello seguía teniendo muchísima gente, tanta que ni siquiera había asientos libres. — ¿Se viaja de pie? — ¡Pero eso era tremendamente inseguro! Ya está, me callo, se dijo a sí mismo, y en su lugar se agarró a la barra y perdió la mirada en... nada, la verdad, porque como estaban por debajo de la tierra solo veía un borrón negro por la ventana. Cuando su novia se agarró a su cintura y le dijo que iban muy bien, la miró con los ojos entornados desde su posición. Divinamente vamos, sí, esto es comodísimo. Se ahorraría decir el sarcasmo en voz alta. — Desde luego. — Ni él mismo daba crédito de verse subido ahí. Ya estaba viendo a su padre preguntando como si aquello fuera un asunto de interés académico, a su madre reprimiendo la cara de asco y a Lex riéndose en sus narices. Aunque lo de los tipos de muggles le hizo mirar a su alrededor. Esbozó una leve sonrisita. — ¿Tendrán casas ellos también? Hills no nos ha dicho que tuvieran algo así en sus colegios ¿no? — Ni Darren, ni Theo. Sería cosa de los magos... Tampoco es como que esperara una clasificación ordenada en semejante caos de vida. Al menos se estaba guardando el sarcasmo para sí mismo.

Como Howard no podría defraudarle ni aunque se esforzara en ello, en cuanto salió de la boca de metro abrió los brazos. — ¡Sabía yo que un Ravenclaw de corazón no podría vivir en semejante caos! ¡Árboles! — Parecía un loco en cautividad al que acababan de soltar, pero es que le había aliviado bastante no ver tanta polución y edificios altísimos en el barrio de su mentor. Y, rápidamente, le oyeron, y a Marcus le dio un vuelco el corazón y se le puso la sonrisita que de seguro aún tenía guardada desde que tenía once años. Por un momento estuvo a punto de exclamar "prefecto Graves". Se contuvo a tiempo, porque Monica también había gritado en su dirección, corriendo hacia ellos y abrazándoles. Tuvo que hacer un gran esfuerzo por no echarse a llorar, de hecho, tragó saliva varias veces, porque como hablara le iba a salir la voz quebrada. — Cómo me alegro de veros. — Fue lo que atinó a decirle a la chica en cuanto pudo hablar.

Se separó de ella y la miró. — Y yo que pensé que no podías ser más guapa. Claramente me equivocaba. — ¡Pero bueno! Qué zalamero, no has cambiado ni un poco. ¿También quieres robarle ese puesto a tu Howard? — Marcus abrió los ojos instintivamente pero la chica se echó a reír con una fuerte carcajada, dándole en el hombro. — ¡Lo dicho, no has cambiado ni un poquito! Y qué guapo estás, condenado, qué bien les sienta crecer a algunos. Aunque siempre fuiste monísimo. — Rio tímidamente y, ya sí, Howard llegó a su altura. Debía notársele en la cara que le seguía mirando como si fuera un dios. Vio cómo abrazaba a Alice, enternecido, y luego se acercó a él, diciéndole que estaba orgulloso de su gestión. Marcus sonrió emocionado, pero no dijo nada. Ya lo dijo Monica por él. — Para, para, que al final le haces llorar. — Todos rieron un poco y, ya sí, se fue hacia él y le dio un fuerte abrazo. — Me acordaba de ti todos los días. Te lo aseguro. — Dijo de corazón. Howard rio levemente. — Te creo. Como también creo que lo hiciste mucho mejor que yo. — Bueno. — Dijo entre risas. Él podía ponerse a sí mismo como el mejor prefecto de la historia de Hogwarts delante de cualquiera, menos de Graves. Él jamás bajaría a Graves del pedestal en el que le tenía, ni se pondría él por encima ni mucho menos. Podría fardar con otros, pero con Howard, no.

Se acercó a Alice y miró a Monica, sin perder la emoción ni la sonrisa. Con tanta tristeza acumulada en todos esos días, y ahora no podía dejar de sonreír. Se sentía realmente seguro y conectado a su yo de antes, más que en cualquier momento desde que pisaron Nueva York. — Puede que aún estuviéramos un poco perdidos en los años que estabais en Hogwarts. — ¡No! Júramelo. — Ironizó Monica, lo cual hizo a todos los presentes reír. — ¡Pasad! Os enseñamos la casa y... puede que tengamos una sorpresita para nuestros alumnos aventajados. — Marcus y Alice intercambiaron miradas y sonrisitas. Era como volver a los once años, de verdad que sí. Y sentaba tan bien...

La casa era preciosa y tenía mucho azul y cosas interesantes, muchísimos libros y un montón de periódicos y revistas con artículos de Monica. Estuvieron entretenidos por lo menos quince minutos, lo cual les hizo relajarse bastante y romper el hielo. Bajaron de nuevo al pequeño porche que tenían y, una vez sentados, Monica dijo alegremente. — Supongo que querréis algo de picar. — Y dicho eso, apareció por allí un encantamiento de águila que portaba una bolsa en las manos. Cuando la posó en la mesa, se desplegó un mantelito veraniego con varias pastitas y dulces y una jarra con un líquido azulado, así como varios vasos. Marcus estaba con la boca abierta. Monica, cantarina, dijo. — ¡Idea mía! — Y ejecución mía. — Dijo Howard entre risas, a lo que Monica chistó con un movimiento de la mano que restaba importancia. Marcus seguía ojiplático y boquiabierto. — Cuando trabajas lejos de casa y no te puedes aparecer, es fundamental saber empaquetar comida correctamente. Y hacerla. — Miró de reojo a Monica. Esta se encogió de hombros. — ¡En Nueva York no necesitas cocinar! Hay puestos de comida por todas partes. — Se te va a poner el colesterol por las nubes. — Queridos, siento bajaros del pedestal a vuestro ídolo, pero habla talmente como un señor mayor. Así está todo el día. — Marcus rio y le miró. — Lo cierto es que es verdad, la comida es muy grasienta. Yo también querría aprender a cocinar... — ¡Oh! No sé de qué me sorprende. Tú y yo a lo nuestro, reina. — Le dijo a Alice, y todos rieron de nuevo. Luego, la mujer señaló a su marido. — Sí, sí, la comida riquísima, yo no digo que no. ¿Pero de quién fue la idea de que el hechizo invocador llevara un águila encima? ¿Eh? De nada. — Siguió riendo, mientras Monica les sirvió el jugo en los vasos. — Zumito de arándanos para mi niña traviesa. Y para mi niño bonito, mucho glaseado azul en las pastas. — Eres la mejor. — Dijo de corazón. Howard alzó el vaso y el resto le imitó. — Por nosotros, por nuestro reencuentro, y porque sea el primero de muchos. — Asintió y dijo un poco más serio. — Y es cierto, este no es el encuentro que queríamos. Estamos en un momento duro. Pero, como buenos pájaros, en caso de vulnerabilidad, hemos recurrido a la bandada. Entre todos podemos ayudarnos. Y lo que sea que necesitemos, lo vamos a lograr. — Con los ojos húmedos y un fuerte nudo en la garganta, asintió y chocó los vasos con los demás, bebiendo después. — Y ahora, contadnos. —

 

ALICE

Al menos Marcus estaba teniendo un momento de asueto viendo aquel barrio y disfrutando de la presencia de Howard y Monica. Volvía a ser su Marcus de siempre, echando piropos y cuadrándose como un niño bueno delante de su prefecto, incluso espantándose de las bromas de Monica. Parecía una persona completamente distinta al día de la discoteca, y… Bueno, Marcus parecía más satisfecho consigo mismo así, y desde luego era menos tormentoso, así que… solo podía agradecer a sus mentores, porque, al final, los dos lo eran, que hubieran traído equilibrio a sus vidas una vez más. — Bueno, es que Marcus tuvo un incendio y un Creevey en su mandato, no se lo pusieron fácil. — Recalcó, en la conversación de los dos chicos. — Y un juicio por acoso, hundisteis a ese niñato hijo de puta, cómo me lo vi yo venir... — Dijo Monica dándole en el hombro. — Qué bien enseñada te dejé. — No lo sabes tú bien, Mon. He expandido tus enseñanzas todo lo que he podido. — La chica rio mientras tiraba de ella. — Quién te lo hubiera dicho cuando arrugabas esa naricita tan mona y te enfadabas conmigo. — Y ella rio también. Se agradecía, la verdad.

La casa de Howard y Monica era pequeña, pero tremendamente acogedora y mona, llena de cosas que hablaban de ellos y cuán lejos habían llegado, y disfrutó simplemente haciendo el tour y riendo con las chorradas de Monica. Hablar de hechizos o de cocinar era un regalo aquellos días. — El otro día probamos unas cuantas cosas, pero creo que no soy muy fan de la comida americana. — No eres muy fan de la comida en general, no intentes liarme. — Dijo Monica sirviéndole zumo. Ella levantó el vaso. — De esto puedes darme cuanto quieras ¿ves tú? Solo hay que saber con qué convencerme. — Rio un poco a lo de Howard hablando como un señor mayor. — Bueno, él habla con sabiduría. — Monica hizo una pedorreta. — ¡Venga ya! No vale traer fans a casa, ¿dónde están mis fans? — Creo recordar que cierto exprefecto ha dicho que cada vez estás más guapa, y no ha sido precisamente con el que estás casada. — Dijo Howard haciéndole cosquillas a su mujer en las costillas. Ella les miró embobada. Qué envidia… Pensó. Aquellos podrían ser Marcus y ella, si todo eso no se hubiera mezclado en su camino. Miró con pena a su novio y trató de sonreírle con ternura. Qué culpable se sentía en momentos como ese.

Pero entonces atendió al brindis de Howard, y tuvo que tragar saliva, para no echarse a llorar. Qué sabio había sido siempre Howard, qué tranquila podía estar una poniéndose en sus manos, sabiendo que iba a encontrar serenidad y sinceridad a partes iguales. No pudo evitar sonreír con cariño cuando dijo lo de la bandada. — Por la bandada. — Repitió, chocando su vaso. Miró a Monica y le guiñó un ojo. — Y por que todos los pajaritos encontremos nuestro nido al final. — La mujer rio y todos dieron un traguito, que bien le iba a venir para coger fuerzas. Dejó el vaso en la mesa y, tomando aire, empezó a relatar la historia que tantas veces había repetido en aquellos meses.

— Hostia tía, eres una Van Der Luyden. Si me hacen jurarlo, digo que no. Pero ahora que lo dices, he visto a tu tía en las campañas y… — Rio y asintió. — Sois tela de parecidas. — No, ella no es una Van Der Luyden. — Dijo Howard muy serio, pero tranquilo, mirándola. — Ella es Gal, como siempre, y los Van Der Luyden son sus enemigos, y ahora los nuestros. — Soltó una risa sarcástica. — Eso si no lo eran ya de antes. — Alice frunció el ceño. — ¿Les conoces? — Howard rio. — Y tanto que les conozco. A Michael McGrath sobre todo, y actualmente es nuestro rival político, aunque la teoría generalizada es que es el muñeco de paja con poco cerebro de gente más poderosa. Pero todo el mundo sabe quién fue Peter, era banquero pero tenía muchísima mano en política… Hundió la carrera política de Wren hasta el punto de que Nikkie, que era una administrativa sin más, le ha igualado. Gracias al propio Wren, claro, que no le quedó de otra que dar un paso al lado y poner a alguien de su confianza. Ahora ya sabemos por qué eligió a Nikkie, además de porque la tía es una crack. — ¡Y está buenísima! ¿Has visto qué zapatos lleva? Y ni los necesitaría, porque juraría que tiene bonitos hasta los dedos pequeños de los pies. — Saltó Monica, entusiasmadísima. — Cariño… — Perdón, perdón, que estamos hablando con seriedad de política. — Dijo la mujer, levantando las manos y luego miró a Alice. — Yo solo les conozco de las campañas, de ir a hacerles fotos… Si me preguntas a mí, son un muermo clasista. — Son mucho más que eso. Todo el mundo sabe que Peter Van Der Luyden no da un paso sin el permiso de su mujer. Y Teddy Van Der Luyden… Ese es un pieza. — Alice negó con la cabeza. — No sé nada de él. No le vi ni en casa de esa gente cuando fui a ver a Dylan. — No quieras. Como toda la gente que está pringada con cantidades de dinero tan grandes, es un personaje oscuro y bastante peligroso, que tiene el amparo del prestigio. Pero centrémonos en tu hermano. ¿Crees que le están maltratando? — Se le ponían los pelos de punta, pero estaba agradeciendo el tono de Howard. Era más cálido y cercano que el de Emma y Rylance, pero no tan lastimero como el de los Lacey, y para el desequilibrio emocional de Alice, estaba siendo justo lo que necesitaba. — Físicamente… no parecía. No le vi mucho pero no tenía golpes ni nada… Pero psicológicamente, casi seguro. — Como le hagan algo a tu hermanito vamos a por ellos con toda la corte de dementores de Azkaban… — Dijo Monica, agresiva. Howard le puso una mano en el hombro. — Cariño… controlemos un pelín la ira, que los chicos ya tendrán suficiente. — Luego la miró a ella. — A ver, tenemos varias opciones… La primera, es ir de frente y mandarles una inspección auditada por mi departamento. Tu hermano es un menor británico tutelado, no sería extraño que fuéramos a ver que todo está en orden. Si lo están maltratando, se lo quitamos directamente, y si no… al menos ya tenemos esa tranquilidad y descartamos la vía. — ¿Y la otra? — Preguntó, preocupada. — La otra… es jugar un poco sucio. — Monica echó para atrás la cabeza. — Venga, cariño, si en el fondo nos gusta sucio. — Dices que el hijo de McGrath está en tu casa... ¿Podemos usar a ese chico como ventaja para algo? Te aseguro que McGrath lleva meses buscándolo tratando de hacer poco ruido... ¿Hay algo que Michael pudiera filtrarnos? ¿Podemos proponer... algo así como un intercambio entre el hijo de McGrath y Dylan? —

 

MARCUS

Miró a Alice con las cejas arqueadas y se ahorró la sonrisilla. Menos mal que los chicos habían conseguido ponerle del suficiente mejor humor como para no tensarse de nuevo solo de recordar aquella noche, pero es que la afirmación de su novia le había hecho mucha gracia. ¿Que no le había gustado la comida americana? La había visto comer más que en toda su vida esa noche... Igual no se debía tanto a que le gustara la comida como a querer tapar con estas sus emociones. Lo dicho, mejor dejaba correr el tema de aquella noche.

Identificar a Alice con una Van Der Luyden impactaba a todo el que conocía a ambos, porque eran como la noche y el día. Sin poderlo evitar, se le escapó espontáneamente. — Solo físicamente. — Cuando Monica dijo que Lucy y Alice eran muy parecidas. Se dio cuenta en el acto de lo impetuoso de su respuesta, siendo él, y se escondió tras el vaso de zumo, dando un sorbo. No había sido el único en saltar, porque Howard también lo hizo. Sonrió. Sabía que en él encontraría apoyo siempre, que eran muy parecidos, que no le había elegido como mentor por gusto. Lo que le sorprendió fue que les conociera, por lo que no perdió dato de la exposición que hizo.

De verdad que a más conocían de esa familia era peor. Apretó los dientes y bajó la mirada, escuchando. De hecho, no estaba ni comiendo ni bebiendo, solo escuchando y tratando de gestionar la rabia, que se activaba en medio segundo tan pronto escuchaba hablar de esa gente. Daba igual lo bien que estuviera, tenían en él un efecto inmediato de empeorarle el humor. Con lo que subió la mirada fue con la pregunta de Howard de si creían que maltrataban a Dylan. Intercambió miradas entre los interlocutores, ya conteniendo el aire y con mucha más tensión. Por supuesto, Monica saltó, y cuando Howard la tranquilizó volvió a tener un arranque de espontaneidad. ¿Qué le pasaba hoy, que le costaba tanto contener la lengua? — Yo he llegado a decir cosas peores. — Pronunció taciturno, y se notó de nuevo las miradas encima. Y, una vez más, se escondió tras el vaso de zumo, dando un sorbo. Había dejado el ambiente tenso, era consciente. Pero no lo había podido evitar.

Howard lanzó entonces dos opciones y Marcus escuchó con mucha atención, con el cerebro en perfecto funcionamiento y sopesándolo bien. Apretó los labios, pensando. Pero lo tenía que decir. — Aaron no quiere volver con su familia. — Negó. — Ni debe. Son unos maltratadores, quizás no sus padres, pero sí sus abuelos y todo ese entorno, y sus padres no han querido tomar partido. Nunca le han protegido. — Soltó aire por la nariz. — Alice puede deciros que he tenido mis más y mis menos con Aaron, y si me hubieras preguntado hace una semana... lo hubiera usado gustoso como rehén. — Los otros le escuchaban tratando de disimular la sorpresa de sus ojos. Claro, no conocían esa faceta del Marcus adulto... — Pero lo que he visto en esa casa... Si Aaron no quiere volver, no solo es comprensible, sino que tendría todo mi apoyo. — Hizo una pausa. — Salvo que... lo que estemos planteando no sea que Aaron vuelva en el lugar de Dylan, sino fingir que esto es así. — Arqueó las cejas. — Ni él ni yo tendríamos remilgos en engañar a los Van Der Luyden, por cruel que parezca. Más crueles son las cosas que han hecho ellos. — Ahí no se reconocía ni él, pero de verdad que estaba muy furioso con ellos y con la situación. — Pero dudo mucho que los abuelos elijan a Aaron frente a Dylan. No le tienen en ninguna estima... Se me escapa por qué tienen tanto interés en Dylan, pero algo me dice que no aceptarían el intercambio. — Miró a Howard. — ¿Te sería muy costoso lo de la auditoría? Si encima les vencemos por la vía legal, sería doble triunfo. — No, no tiene por qué ser especialmente costoso... — Contestó el otro, pero estaba como ausente. Algo había dicho Marcus que le había hecho conectar con otra cosa, porque llevaba unos instantes con la mirada perdida y pensativo. Marcus sabía reconocer cuándo a alguien le había hecho algo click en el cerebro. — Es verdad... que parecen tener un especial interés en Dylan. — Pensó en voz alta el chico, y luego les miró a ambos. — ¿Y decís que no sabéis por qué? — Se encogieron de hombros. Monica, entonces, dejó escapar una carcajada sarcástica, con los labios cerrados. — Pues algo me dice que ahí va a estar toda la clave del asunto. —

 

ALICE

Era verdad, Aaron no podía volver con ellos. — Mi primo es homosexual, y eso para su familia es motivo hasta de tortura. No toleran nada que vaya en contra de sus designios. — Perdió la mirada en el patio. — Ahora, encerrado prácticamente en casa de los Lacey, es cuando he empezado a verle feliz, os lo digo en serio. Parece otra persona. — Negó y dio otro trago al zumo. — No, no podemos hacerle volver. — Pero miró a Marcus cuando planteó hacer aquella ficción… y sintió la mirada extrañada de Monica sobre ella. Sí, este también es él, pensó. Como dijo en su día Lex, hacen falta un O’Donnell y un Horner para hacer un Marcus. Pero bueno, todos parecían estar de acuerdo en que aquella no era la forma.

Howard parecía haber accedido a lo de la auditoría, y eso le calmaba, al menos algo harían, no estarían de brazos cruzados, pero su prefecto parecía estar pensando en otras cosas. Ah sí, el gran misterio. — Es lo que se ha preguntado todo el mundo en este caso. Desde Jacobs a Rylance, incluso Penrose se lo preguntó… — Dijo mirando a Marcus y recordando su conversación con el alquimista. — Y no somos capaces de dar con la tecla. Dylan y yo no somos nadie en esa familia, ni siquiera les conocíamos. — Pero ellos a vosotros sí. Y tu madre vivió diecinueve años ahí, eso no es poca cosa. — Alice alzó las manos con expresión ya desesperada. — Pero si la echaron, Howard. La dejaron literalmente sin nada, en la calle, si no llega a ser por Nikkie no hubiera tenido ni dónde dormir. ¿Qué pueden querer de nosotros? — Algo que tu madre tuviera y ellos no. — Contestó él. — ¿Dignidad, bondad, corazón? — Intervino Monica, tan sarcástica como siempre. — A ver, no me miréis así, ¿que esperabais? ¿Que Janet tuviera una llave para un cofre donde está la mitad del dinero de la familia o algo así? ¿O unas cartas guarronas entre el adorable abuelo Peter y Wren? Yo ahí veo… — ¡Eso es, Monica! — Interrumpió Howard, antes de inclinarse y besarla en el pelo. — Mi cabecita loca e irreverente, pero brillante. — La primera sorprendida era la mujer, desde luego. — Cariño, ¿te ha dado demasiado el sol? Que estaba de coña. — Pero Howard entró a la casa y cogió pergamino y pluma.

— Gal, ¿tú te has planteado que parte de los activos de los Van Der Luyden pertenezcan a tu madre por derecho? — Ella frunció el ceño y negó con la cabeza. — Pero Howard, ¿cómo nada iba a pertenecer a mi madre? Si la desheredaron de todo, renunciaron a ella. — Él chasqueó la lengua. — Renunciar a un hijo y desheredarlo es más difícil de lo que parece, te lo aseguro. — Él seguía escribiendo. — Perdona si levanto ampollas, pero dime: ¿tu madre dejó testamento? — Alice suspiró y se frotó la cara. — Ehm bueno… una cosa… muy pequeña. Algo de dinero para Dylan y para mí, y cuando te digo algo, quiero decir muy poco. El que trabajaba era mi padre, la casa se la pagaron mis abuelos… De hecho, el dinero de Dylan lo sigue teniendo mi padre… — ¡Ahí está! — Exclamó Howard. Sin duda, aquella mente Ravenclaw estaba trabajando de más y al menos Monica y ella no la seguían. — Si tu madre poseía algo, lo que fuera, ahora sus dueños seríais tu padre, tu hermano y tú. Y el único al que aún pueden controlar por ser menor de edad es a Dylan. — A ver… empezaba a verle… ¿sentido? Al menos un poco. — Te aseguro que en el testamento de mi madre no había nada más, mi padre me lo hubiera dicho. — ¿Y si tu madre no sabía que lo tenía? Es muy habitual en esta gente tener como testaferros de cosas que no quieren que les investiguen a sus propios hijos. — ¿Y por qué simplemente no se lo quitaron en vida? — Preguntó Monica, que también estaba teniendo problemas siguiendo el razonamiento. — Eso tenemos que asegurar, pero Gal… esta es la pista. — Ella suspiró y miró a Marcus, a ver si se expresaba, porque a ella le parecía una posibilidad disparatada, pero también era verdad que, con su información y sus presupuestos no lograban hallar ese porqué, así que… quizá era hora de cambiar la óptica.

 

MARCUS

Lo que intentaba encontrar Howard como clave del asunto tendría sentido si no fuera porque Janet siempre había sido rechazada en esa familia, hasta las últimas consecuencias de hecho. Se cruzó de brazos y echó aire por la nariz como sustitutivo de empezar a lanzar sapos y culebras por la boca sobre las crueldades de los Van Der Luyden hacia Janet. Igualmente, Howard era un hombre inteligente y con mucho conocimiento sobre política, que había tenido a los Van Der Luyden cerca, así que siguió escuchando con atención. Con el comentario de Monica, se permitió emitir él una sarcástica carcajada de garganta también. Estaba negando con la cabeza, con la mirada perdida y una tremenda tentación de ponerse a fantasear otra vez con lo que le haría a esa familia, cuando Howard prácticamente saltó del asiento. ¿Qué? ¿Qué acababa de decir Monica que le había activado así?

Abrió mucho los ojos y atendió con todo su interés, descruzándose de brazos e inclinado ligeramente hacia delante. Ahora le iba el cerebro a todo funcionamiento, como cuando trataba de analizar algo muy intrincado. A la pregunta de Howard, miró a Alice. Era cierto que... bueno, ellos eran muy pequeños cuando Janet murió, con esas edades no se habla de esas cosas, pero nunca había oído hablar del testamento de Janet. Los Gallia eran bastante humildes, había dado por hecho que... bueno, lo que la mujer tuviera se lo había legado a su familia, y ya estaba. Igualmente, había dado por hecho, al igual que Alice, que de los Van Der Luyden no tenía nada, que la habrían desheredado cuando la echaron de casa. No le pegaba una torpeza así de una familia tan influyente y cruel. A saber a quiénes tenía desheredados su abuela Anastasia e iban a todas las fiestas a su casa a comer...

Howard volvió a saltar con algo que dijo Alice, y Marcus se sintió perdido... por apenas un par de segundos. Su mente acababa de conectar con algo también. Claramente, Howard estaba insinuando que Dylan era heredero de algo, pero no le cuadraba que fuera por parte de Janet. Pero... ¿y si lo era por otra persona? Asintió a lo que iba oyendo, pero parte de su cerebro estaba trabajando por su cuenta, de ahí que tuviera la mirada perdida y el asentimiento de la cabeza se le hubiera instaurado como un gesto automático e ido. Se habían llevado a Dylan porque, de los herederos, era el único menor de edad. Sí, en esa posibilidad ya habían recabado, aunque sí que veía la laguna en Alice. Si ambos eran herederos de algo, perderían la mitad del patrimonio dejando a Alice campar a sus anchas, y no le pegaba con esa gente. Y entonces Howard dio con una clave, y Marcus le miró súbitamente. — ¿Insinúas que era testaferro de algo? — Parpadeó. — Es muy habitual en ciertos círculos, perfectamente podría ser. Así es como pillaron a... — Se detuvo. Ni Alice conocía esa historia entera, se había quedado en el círculo particular de confesiones de Emma en una cena cualquiera. Sentía todas las miradas encima. Se removió en la silla, un tanto incómodo. — Bueno... mi familia materna conoce a mucha gente, y no todos son buenos. — Podría escapar así. Básicamente, así era como había acabado entre rejas el tipo que hoy podría ser su padre de haberse salido su abuelo Dorcas con la suya. Pero no estaban con la familia materna de Marcus sino con la de Alice, así que mejor recentrar el foco.

Pero Monica tenía razón: ¿por qué no se lo quitaron en vida? — ¿Y si todo se destapó después de que muriera? — Pensó en voz alta. Le miraron. — Quiero decir... No me pega un despiste por parte de esta gente, pero quizás... algún familiar le hubiera dado algo a Janet, sin comunicárselo a ellos, puede que ni a la propia Janet, y se haya destapado a raíz de la muerte de ella... ¿Podría ser? — Howard se acarició la barbilla, pensativo. Al cabo de unos segundos, dijo. — Es un poco retorcido, pero viniendo de esa gente, no me extrañaría... — Les miró. — Janet falleció hace cuatro años ¿correcto? — Asintieron. — ¿Y desde cuando están buscando a Dylan? — Marcus miró a Alice. Se removió de nuevo. — Que sepamos... desde hace poco más de un año, aproximadamente. — Según dijo la propia Alice, William llevaba quemando cartas sin leer de los Van Der Luyden mucho tiempo. Igual ese dato les tiraba piedras sobre su propio tejado. Dejaría en manos de Alice si desvelarlo o no. — ¿Y habéis visto que haya ocurrido algo en especial en el entorno de la familia desde entonces? Me parece arriesgado esperar a que ella muera para quedarse con el heredero, sin hacer nada. — Y por aquella época, Alice también era menor. Se los hubieran llevado a los dos. — Razonó Monica, a lo cual Marcus asintió. — Lo habitual hubiera sido... bueno, que ellos hubieran muerto antes que Janet, esto ha sido una eventualidad. Y esa familia no hace sus negocios en base a eventualidades. Ha debido ocurrir algo que se nos escapa... — Marcus se mojó los labios, pensativo. Tras unos instantes, sacó de su bolsillo el pergamino que le diera Penrose, extendiéndolo con dificultad sobre la mesa, pequeña y llena de cosas, porque era enorme. — El señor Penrose me dio esto... son las conexiones de los Van Der Luyden. Las que sepamos. — Joooooooooder. — Dijo Monica, que parecía entre espantada y fascinada. Tenía cara de estar a punto de llamar a la vuelapluma para tomar notas. — Él... señaló a esta persona. — Apuntó a Bethany Levinson con el dedo. — Era una tía de Janet. Falleció hace dos años. — Nada más oírlo, Howard alzó la mirada a él, con los ojos muy abiertos, y luego miró a Alice. — ¿Eso es cierto? — Preguntó. — ¿Y qué relación tenía con tu madre? — Todos estaban mirándose entre sí, tensos, salvo Howard, que no quitaba mirada de Alice, esperando respuesta. Podrían, sin querer, acabar de dar con la clave del asunto.

 

ALICE

Alice entornó los ojos hacia su novio. ¿Ahora Marcus sabía de testaferros y demás prácticas fraudulentas? Alzó una ceja y puso media sonrisa. A saber quiénes eran esos personajes que los Horner conocían. En el fondo les hubiera venido hasta bien tener de su parte a Linda por lo menos, que sería una déspota y una clasista estúpida, pero sabía mucho más de aquel mundo que ellos.

Al menos, Marcus parecía estar siguiendo el razonamiento de Howard, aunque estaban contando con supuestos que a Alice no se le habían ocurrido en la vida, ni ella había visto ni la tercera parte del dinero y propiedades que hacía falta tener para estas cosas. Ella simplemente podía parpadear con desconcierto, y asentir a los datos que iba dando Marcus, porque ella estaba demasiado confusa. — Pero es que podría ser más, porque yo encontré la primera carta de los Van Der Luyden a mi padre el día que cumplí diecisiete justamente… Es que hay muchos datos que no tengo. — Pero sí, los Van Der Luyden no parecían de esas personas que dejaran negocios o cosas importantes abiertos a eventualidades, aunque aun así les ocurrieran, como a todos.

Entonces, Marcus sacó aquel papel de Penrose, que ella apenas había mirado, porque le había embotado la cabeza nada más verlo, pero al que debía prestar más atención, porque era de gran utilidad. Normal que Lawrence hubiera querido recurrir a él, menudos conocimientos de… todo. Frunció el ceño al mirar el nombre que señalaba Marcus. — Sí, era la hermana de Lucy Van Der Luyden… Por lo visto era bastante rica. — ¿Bastante rica? — Dijo Monica con una risa. — Tía, los Levinson son INMENSAMENTE ricos. Más que los Van Der Luyden. — Ella levantó las manos y suspiró. A partir de ciertas cifras, le daba un poco igual quién era más rico. — El caso es que esa mujer no tuvo hijos, y tenía la salud delicada. Solo sé que mi madre era su favorita y que vivió con ella, y, según Lucy McGrath, su madre siempre pensó que iba a hacer heredera a mi madre. — Vio las caras de “ahí está” de todos, así que hizo un gesto para detener la emoción. — Pero cuando mi madre se marchó, la desheredó de todo y se lo quedó Teddy, que por lo visto es lo que siempre quiso Lucy Van Der Luyden. — Notó cómo los otros se desinflaban. — Pero algo tiene que haber… Y esto… — Dijo señalando el nombre. — Esto no puede ser casualidad. —

Howard parecía estar estrujándose los sesos, y de hecho se frotó la frente, aunque mantenía el ceño fruncido. — A ver, si tu madre hubiera heredado algo, alguien tendría que haberla avisado, un notario o algo… — Alice suspiró y se dejó caer sobre la silla. — El problema de eso es que nos falta mucha información. Mi madre ya no puede contarlo, mi hermano era demasiado pequeño y mi padre… — Tragó saliva y perdió la mirada. — Mi padre no está bien desde que ella murió. No se puede confiar en su memoria. — Pero, Gal, si les hubiera llegado una carta de un notario, por mucho que fuera de parte de los Van Der Luyden, quizá sí la hubieran abierto. Y pase que tu padre esté muy mal, pero te aseguro que se acordaría si su mujer hubiera heredado millones. — Alice negó. — Que no, que es imposible que mi padre sepa eso, y sobre si les amenazaron más o menos… es que no se va a acordar. — Suspiró y negó con la cabeza, ya un poco desesperada, pero Howard la estaba mirando. — Alice, ¿de qué tienes miedo? ¿Por qué no quieres hablar con tu padre de esto? — Ella se giró y le clavó la mirada. Maldito prefecto que la conocía metida en un saco después de todos aquellos años. — No tengo miedo de nada, Howard. — Y se le había puesto todo el tono de cuando la regañaba en el colegio y ella se defendía, hasta ella se dio cuenta de cómo había sonado. — Bueno, sí tengo miedo. Tengo miedo de lo que esa gente le pueda hacer a mi hermano, y de ponernos a jugar a los detectives y dar con vías muertas. Y no quiero tener que contar con alguien tan poco confiable como mi padre para algo tan delicado y que, sobre todo, creo que no va a llevar a ninguna parte. El hermano de mi madre ya se quedó ese dinero. — Howard se levantó de su silla y se puso de rodillas frente a ella, cogiéndole las manos, y Alice tuvo que apartar la mirada, enfadada. — ¿Qué te pasa con tu padre? — Suspiró y las lágrimas acudieron a sus ojos. — Que no me hablo con él. ¿Contento? — Monica se inclinó hacia ella también preocupada. — Pero ¿por qué, Gal? Si tú adoras a tu padre. — Tragó saliva y se quedó mirando las manos de Howard agarrando las suyas. — Por favor, no me hagáis hablar de esto, por favor os lo pido. No puedo ahora. Tengo que llevar de vuelta a Dylan y ya está. — El chico acarició sus manos. — Ya, pero es que necesitamos trabajar todos, incluido tu padre, para arreglarlo, al fin y al cabo, es su hijo… — Pues no ha actuado como padre. — Saltó ella. — Que le pregunten a Dylan. Marcus y yo nos hemos encargado de él. Y los O’Donnell, y hasta mis abuelos… Todo el mundo menos él, que es quien tenía que hacerlo. — Soltó una de las manos y se secó la lágrima que le caía. — Tiene que haber otra manera de investigar. — Concluyó, dispuesta a no bajarse del burro.

 

MARCUS

Marcus parpadeó varias veces, mirando a Monica. ¿Cómo que esa señora podía ser inmensamente más rica que los Van Der Luyden? Los Van Der Luyden eran ya escandalosamente ricos. Pero, si eso era así... empezaban a cuadrarle las piezas. Empezaba a pensar que todo aquello, todo aquel sufrimiento, había sido una pura cuestión de dinero, y de verdad que como fuera así no se lo iba a poder creer. Pero viniendo de esa gente... Se frotó la cara, escuchando al resto hablar. No podía volver a dar rienda suelta a su enfado.

Eso de que el dinero se lo había quedado Teddy fue algo que les dijo Lucy McGrath, y Marcus no se fiaba nada de esa mujer. — Lo cierto es... que de eso no tenemos certeza, Alice. — Dijo, más como si pensara en voz alta. — Es decir... tampoco la tenemos de que Bethany y Janet estuvieran tan unidas. Toda esa información nos la ha dado Lucy McGrath, y sinceramente... no me parece una fuente muy fiable. — Ladeó brevemente la cabeza. — Pero, siendo así... bien podría haber puesto a tu madre de heredera, y eso, en la mente de esta gente codiciosa al menos, explicaría su interés por Dylan. Si bien tú serías... — Y se detuvo, porque la conexión no era difícil de hacer. Apretó los labios y dejó reposar la información.

Escuchaba a todos de fondo, dándole vueltas al tema. Cuando volvió un poco en sí, se encontró a Alice cerrada en banda y a Howard y Monica intentando entender qué ocurría. Frunció los labios otra vez y echó aire por la nariz. Ah, ese tema... Alice no quería ni oír hablar de su padre desde lo ocurrido. Les iba a costar hacerla cambiar de parecer, no parecía querer ceder ni ante la situación crítica que estaban viviendo. Ahora notaba las miradas de los mayores sobre él. Prácticamente por alusiones, contestó, echando primero un poco de aire por la boca en un suspiro mudo. — William... no ha estado muy bien, a nivel mental, desde que ocurrió lo de Janet. Se ha descuidado un poco y... es probable que no haya visto las cartas, o lo haya olvidado. Nos lo habría dicho si no. — Miró de soslayo a Alice. No era nada partidario de esa ruptura padre-hija, pero no podía meterse en ese terreno ahora, tenían cosas mucho más urgentes que atender. Volvió a suspirar y a mirar a los otros. — Lo tendremos en cuenta como opción si no encontramos nada más, pero agotemos todos los cartuchos que podamos aquí primero. —

Se mojó los labios. — ¿Cómo veis que tratemos de obtener la información de los McGrath? — Preguntó. — Siguen sin parecerme de fiar, pero... no sé si hay alguna forma, que no pase por utilizar a Aaron como rehén, para hacerles hablar con sinceridad. Si hay algo que podamos utilizar. — Frunció el ceño y, antes de que le dijeran nada, justificó. — Y no considero que sea jugar sucio. Hemos ido desesperados a su casa, saben la situación que hay. Si nos han mentido, debería caérseles la cara de vergüenza. Es más, debería caer el peso de la ley sobre ellos si se estuviera usando a un menor para fines ilícitos y ellos lo estuvieran permitiendo. — Podéis ir allí, sí. Y podemos... ver de qué manera convencerles de que os cuenten todo lo que saben. — Dijo Howard, comprensivo, y luego añadió, mirando a Marcus con la cabeza ladeada. — Pero ten en cuenta, Marcus, que cabe la posibilidad de que os estén contando SU verdad. Que los Van Der Luyden no se lo hayan contado todo y que ellos os estén diciendo lo que saben y nada más. — Marcus resopló, cerrando los ojos y frotándose la cara otra vez. Aquello no acababa nunca.

— Pero vamos a ver. — Se reactivó Monica, mucho más seria pero también con menos paciencia que su marido, mirando a este. — Si la tal Bethany, sin descendientes y viuda, siendo una Levinson, le hubiera legado semejante dineral a Teddy, de eso se tienen que enterar los McGrath. Por no hablar de que habrá registros. — Eso es cierto, si ha recibido una herencia tan cuantiosa, tiene que haber registros. — Monica abrió mucho los ojos al comentario de su marido, dando una palmada en el aire. — ¡Pues empecemos por ahí! Si realmente desheredaron a Janet y se lo dieron todo a Teddy, vendrá por alguna parte. Si no hay registros... — Entonces la herencia de Bethany, en ausencia de Janet, es de sus herederos. — Completó Marcus, y ahí miró a Alice. — De ambos. — Añadió. Y no, lo que en otros podría ser alegría ante la posibilidad de una herencia, a Marcus acababa de saberle como si se le hubiera caído el mundo encima. Hizo de tripas corazón e, ignorando por un segundo la presencia de su novia, miró a Howard y preguntó en tono grave. — De ser así, Dylan solo tendría la mitad de la herencia ¿no? — Hubo un leve silencio. — Así es. — Marcus tragó saliva. La voz salió más insegura ahora. — ¿Y crees... que esa gente se conformaría solo... con la mitad de una herencia? — No lo quería ni pensar, estaba temblando por dentro. Ya les habían jurado y perjurado que los Van Der Luyden no tenían muertos en su historial... que supieran. Gente tan ambiciosa como para hacer eso, quizás no se conformara con media herencia, sino que quisieran que Dylan fuera heredero universal. Y sabía Merlín que estaba haciendo un gran esfuerzo por borrar esa idea de su mente, pero solo se le ocurría una forma de conseguir dicho propósito.

 

ALICE

Sí, si lo peor de ese caso es que toda la información que manejaban estaba manipulada y no se podía confiar en ella. Se frotó la cara. No era posible, uno no era heredero de algo y no se enteraba ¿no? Al menos tenía a Marcus de su lado en lo de no implicar conocimientos de su padre, eso sí que no era confiable.

Y al menos Marcus se había adaptado a cómo moverse en esas lides, porque ella se sentía perdidísima, y hablar en términos de “obtener información de” le hacía sentirse perdida y embotada. Porque ya se liaba hasta el extremo, claro. Lucy no les parecía de confianza, y su marido mucho menos aún, así que, ¿con qué seguridad confiaban o intentaban extraer esa información? Era de locos, no tenía sentido nada de lo que estaban haciendo, y estaban confiando ciegamente en… ¿qué? ¿Una teoría? Por no hablar de que Howard tenía razón, los Van Der Luyden no contaban para nada con Lucy y Michael, era muy probable que lo que les contaran ni siquiera fuera verdad o estuviera muy tergiversado. Se le acababa de encajar un dolor de cabeza brutal.

Miró a Monica intentando concentrarse. — Pues eso fue lo que nos dijo Lucy. Que Teddy lo había heredado todo y ahora incluso vivía en la casa, así que… blanco y en botella, la verdad… — Howard frunció el ceño. — Más razón para que podamos encontrar huella documental de ello, ¿no creéis? — Alice parpadeó y se encogió de hombros. — Pues… puede… Puede que sí, es que no sé cómo van esas cosas ¿sabéis? Porque nunca he tenido casas millonarias a mi nombre ni… En fin… — Y entonces Marcus dijo lo de “sus herederos” y sintió todas las miradas sobre ella. Los miro, de hito en hito a cada uno. — ¿Qué? ¿Creéis que la heredera soy yo? ¿Dylan y yo? — Ella frunció el ceño y negó con la cabeza. — ¿Pero cómo va a ser eso? ¿Y qué es? ¿El secreto mejor guardado de la historia? A mí nunca me han avisado de nada así. Si Dylan y yo fuéramos herederos de algo nos lo habrían… notificado de alguna forma. — Howard iba a echar humo por las orejas. — Pero si tú aún eras menor… Tú dijiste que viste una carta el día que cumplías diecisiete ¿no? — Ella asintió. — Y no era de Bethany. — No, no, era de Lucy Van Der Luyden, no me voy a olvidar en la vida. Pero, por la cara de mi padre, no era la primera. — Howard dio una palmada. — Es que quizá sí os avisaron, pero a través de tu padre, y él, al percibir que eran asuntos de los Van Der Luyden quemó las cartas. — Su exprefecto se dejó caer contra las piernas de Monica. — Alice, escúchame, hay muchas MUCHAS posibilidades… — ¡Bueno ya vale! — Interrumpió ella, levantándose de golpe y llevándose las manos a la cabeza. Entre Howard con las deducciones y Marcus con los malos augurios de la mitad de la herencia se estaba agobiando. — Gal, tranquila… — Intentó decir Monica, levantándose y acercándose a ella. — No, es que… ¿Qué me estáis sugiriendo? ¿Que una tía de mi madre que nunca antes había aparecido en la ecuación era millonaria y, después de dejar que echaran a mi madre de casa por enamorarse, decidió dejárselo todo a ella? — Miró a Marcus. — Venga, pongámonos en tus supuestos, ¿por qué no han matado ya a mi hermano? — Todos pusieron cara de susto, pero es que estaba cansada ya. — O a mí. Me tuvo a tiro el otro día. A los dos. Y aquí estamos, alargando la agonía. — Dejó salir el aire y se puso una mano en el pecho, dejando salir las lágrimas. — No entiendo nada de todo esto. Siento que no controlo nada de mi vida y que tengo las manos atadas. Siento que todo el tiempo llego a un callejón sin salida… Y no sé por dónde continuar ni qué implica todo eso que decís. — Cómo entendía a su madre ahora, cuántas veces les metió en la cabeza que lo más importante del mundo era tener una familia feliz y amigos fieles, y que el dinero solo da problemas, que la verdadera felicidad estaba en otra parte. Ahora que su familia estaba hecha pedazos y, potencialmente, por lo visto, tenía mucho dinero, lo veía más claro que nunca.

 

MARCUS

Marcus entrelazó los dedos sobre la mesa, muy serio y concentrado. Podrían tenerlo ahí, por fin. Podrían haber dado con la clave del caso, y si Howard tenía acceso a ciertos documentos, no tardarían en ver si su hipótesis era cierta o no. Una parte de sí quería que lo fuera: por fin acabaría esa incertidumbre de saber qué movía a esa gente a raptar a Dylan, ya solo tenían que ver cómo se solucionaba por la vía legal, y siendo una herencia, probablemente no fuera difícil, quería pensar. Otra parte... prefería que fuera maldad simple y pura, y que pudieran demostrar que Alice era mejor para su custodia, quitárselo y punto. Porque esos temas no traían nada bueno... y le daba pánico pensar que Alice pudiera estar en peligro.

Claro que su novia no había contado con esa posibilidad para nada, y estaba viendo cómo su agobio crecía exponencialmente a cada segundo que pasaba. Como siguieran intentando convencerla, solo se agobiaría más, lo estaba viendo venir... No se equivocó. La explosión le sobresaltó, pero levemente, se mojó los labios y cerró los ojos con pesadez. Cuando los abrió, miró a Alice. Odiaba verla así de mal, la verdad, y en otras circunstancias habría corrido a calmarla, como hicieron los otros. Pero hasta él mismo se notaba aletargado, por no hablar de que ya la conocía lo suficiente como para saber que eso solo la agobiaría más. En lo que esperaba al momento de intervenir, Alice le lanzó una pregunta que le dolió en el corazón. — Ya oíste a los Lacey, Alice. — Respondió con el tono más calmado y comprensivo que encontró, mirándola desde su posición. — Tienen miles de ilegalidades a sus espaldas, pero no son conocidos por ir matando gente. — Es verdad. No ha habido ningún escándalo de ese tipo que sepamos relacionado con ellos. — Confirmó Howard, tratando de relajar un poco más. Lástima que ese "que sepamos" no tranquilizaba mucho a Marcus. — Tu hermano es pequeño, están alegando que la custodia les pertenece. Se quedarían con su dinero como sus tutores legales y lo manipularían, y de aquí a que sea mayor de edad habrían buscado la manera de que el dinero fuera suyo. — No era a Dylan a quien le preocupaba que matasen, era a Alice. La parte de herencia de Alice era algo a lo que los Van Der Luyden no tenían ningún tipo de acceso. La parte de un niño de doce años era facilísima de usar.

Alice pareció detenerse en su hablar, pero no en llorar. Marcus miró a Howard y Monica, pidiéndoles con la mirada que no intervinieran, mientras ellos le devolvían una mirada preocupada. Se levantó y se acercó lentamente a ella. — Mi amor. — Le dijo en voz baja. — Alice... mírame. — Pidió, y cuando ella lo hizo, puso las manos en sus brazos con delicadeza, mirándola a los ojos. — Esto es todo un mundo. Nos viene muy grande y no tenemos ni idea de si esta hipótesis es correcta o no... Yo también estoy desesperado, te lo aseguro. Pero, por el momento, no tenemos otra vía. Sé que no quieres perder más tiempo, ni yo tampoco... Si tiramos por este camino, y resulta que era el correcto, estaremos mucho más cerca. Y si no lo es, tendremos una vía descartada. Piensa que, por lejos que nos sintamos, estamos más cerca que cuando empezamos. — Se acercó a ella y juntó su frente con la suya. — Algún día... todo esto habrá pasado. Estaremos todos juntos. Miraremos atrás y nos daremos cuenta de lo que hemos conseguido. Sé que se está haciendo muy largo, mi amor... pero nos estamos acercando. — Apretó sus manos, sin perder la postura. — Y tú eres libre, lo sigues siendo, no lo olvides. No estás atada. Y esta bandada vuela a tu lado. No te vamos a dejar perdida por ahí, ningún pajarito se queda atrás, por mucho que se despiste en su vuelo. — Abrió los ojos, la miró a los suyos y trató de sonreír. Oyó a alguien sorber un poco por la nariz tras de sí, alguien que, acto seguido, dijo. — ¿Y si nos damos un descansito? — Miró a Monica y esta, limpiándose rápidamente una lágrima, se puso de pie y dio una palmada. — Venga, un ratito de recordar viejos tiempos. ¿Qué os parece? —

 

ALICE

Bueno, Marcus diría ahora eso de que no había asesinatos, pero le había visto la cara, él mismo lo había pensado, no podía engañarla. Y eran demasiadas variables, demasiado escenarios posibles desde que salió de Inglaterra hacía… ¿dos semanas? ¿Pero qué locura estaba siendo esa? Y su novio lo detectó, claro. Se acercó hasta ella y, como le pasaba siempre, solo ya el tono de su voz la calmó y le hizo levantar la vista. Asintió a sus palabras y reguló su respiración. — Tienes razón. Descartar también es algo. Algo más que cuando empezamos, seguro. — Clavó la vista en él y se mordió las mejillas por dentro. — Marcus… Me he dado cuenta que no sé nada de mi madre. No sé ni una quinta parte de su historia, que por lo visto es mi historia también. Entiendo que quisiera dejar todo esto atrás, pero… — Negó con la cabeza y se mordió el labio inferior. — Vamos tan a ciegas… que solo querría tener un dato, algo que me ayudara a comprender. No sé quién era cuando vivía aquí, y me van contando cosas aquí y allá y yo… siento como si me presentara a un examen que ni siquiera sabía que había, a cuyas clases no he asistido, y aun así es obligatorio que lo apruebe. — Y sabía que los tres Ravenclaws de la sala le iban a entender.

Asintió también a lo de que mirarían para atrás y añadió. — Y ojalá aprendamos. Ojalá enfrentemos el pasado como se debe, con toda la información y no esperemos a que nos reviente en la cara. — No pudo evitar sonreír cuando le dijo lo de la bandada, y miró a Monica y a Howard, acariciando las manos de Marcus. — Eso es muy cierto. Sola no me voy a sentir nunca. — Miró a su novio y le sonrió un poco. — Y libre, siempre. Y segura, gracias a mi espino. — Se separó un poco y los miró a todos. — Lo siento, chicos… Es que es complicado para mí… — Monica se acercó y sugirió el descanso, y Howard se rio. — Tranquila, todos lo hemos entendido con el símil del examen, de punta se me han puesto los pelos. — Monica tiró de ella y la sentó a su lado en el sofá de mimbre del porche, y ella se dejó, porque ¿para qué iba a discutir? Mejor dejarse llevar, siempre le había ido bien dejándose llevar por Monica y Howard.

— A ver, la historia ya sabemos que acaba bien, pero ahora: soltad prenda, ¿cómo empezó? — Inquirió la mujer. Alice se giró y la miró alzando una ceja. — Bueno, primero vosotros ¿no? ¿Os tengo que recordar cómo estabais aquel día en el que me metí en un tarro? Monica iba echando pestes de ti, prefecto. — Dijo con media sonrisa. Monica se señaló, con falsa ofensa, y enseguida miró a Howard. — Bueno, sí. Iba poniéndote verde. Eras inaguantable entonces, mi vida. — El aludido dejó caer las manos sobre su regazo, sentándose. — Vaya por Dios, ahora uno intentaba ser un caballero y se volvía inaguantable, ¿es o no, Marcus? — Y ellas se rieron sin poder evitarlo. Le gustaba aquello, también era otra cosa buena que podía sacar de todo aquello. — Pues os lo contaré yo. — Se ofreció Howard. — Yo estaba enamorado de Monica desde que aquel día en segundo la consolé por el examen en el que sacó un seis… — No hacía falta decir lo del seis. Puta Fenwick. Ya sí lo puedo decir ¿no? — Howard entornó los ojos. — Ahora no pueden quitarte puntos por ello, sí. Decirlo con doce años aún dentro del aula no era lo mejor. — Él suspiró y continuó. — Total que yo intuía que ella también sentía algo por mí, pero me daba miedo que se riera en mi cara de mi caballerosidad y me dijera: “que te den, prefecto, yo me voy a ver el mundo” o algo así… — Alice rio y miró a Marcus con una sonrisa. Sí que eran parecidos, la verdad, así de segura estaba Monica de que iban a acabar juntos y bien. — Pero bueno, Anne me dijo que no me iba a aguantar más hablar de ella y que “si te rechaza ya lidiamos con el corazón roto”, y acto seguido se rio con esa risa sarcástica de ella que daba pánico. Y, claro, como no me quedaba otra, me voy a hablar con ella y la tía me estaba esperando en la escalera, toda chula apoyada, y yo buscando las palabras, y se me acerca, se me recuelga del cuello y, sin yo llegar más que abrir la boca como un pez, dice: “que sí, estirado, que quiero ser tu novia, y tu mujer, y tu princesita si me apuras, si me prometes que vamos a estar juntos y nunca quietos”. — Alice sonrió mucho y miró a Monica. — Pero qué declaración más preciosa. — Dijo de corazón. Luego guiñó el ojo a Marcus y dijo. — Creo recordar que yo tampoco le di mucho cuartel a Marcus, después de una semana sin hablarnos le solté: “estoy enamorada de ti desde hace cuatro años”. — Su sonrisa se puso tierna. — Es lo mejor que he dicho en mi vida, todo lo tuviera tan claro. — Todo esto, sin Marcus, hubiera sido una pesadilla, su vida, en general, sería un lugar terrible sin él.

 

MARCUS

La miró a los ojos mientras le hablaba, acariciando su mejilla para intentar relajarla. Asintió y dijo, comprensivo. — De tu madre sabes mucho, Alice. Sabes cuál fue la vida que quiso, y eso es lo importante. Dice más de una persona las decisiones que toma con su vida que el contexto en el que nació, porque lo primero se elige; lo segundo, no. — Sonrió levemente. — Y tienes razón: la Janet previa a la que eligió su vida es casi una desconocida para nosotros, la estamos conociendo ahora, pero piensa que esa no es la persona que tú conociste porque ella eligió otra cosa, y fueron sus elecciones las que la hicieron ser como era. ¿Qué pensaste de la foto que viste de Shannon? Que esa no era tu madre. Tú misma lo dices: claro que la conoces, conoces a la persona que ella quiso ser. — Frunció los labios y bajó la mirada. — Y tienes razón, esto no debería estar ocurriendo... Nos está obligando a conocer una parte que estaba apartada, pero eso, Alice, ni es culpa tuya, ni de ella. Solo son unas malditas circunstancias injustas. —

Sonrió a su novia cuando la escuchó decir que se sentía libre y segura, y que no estaría sola. Dadas las circunstancias, tendría que conformarse con eso, al menos no se sentía desamparada o incomprendida, y tenía que reconocer que tenía muchísima gente que les estaba ayudando. — ¿Ves? Esto también era tu madre. — Miró a Howard y Monica. — Hacer que un montón de gente te quiera y te ayude. Mucha gente está volcada en ti porque te quiere, por como eres, por tus decisiones, y por la parte que tu madre dejó en ti. Algo que esa gente nunca va a tener ni entender. Janet lo tenía más claro que nadie. —

El descanso propuesto por Monica les vino bastante bien, porque, aunque ese tema estuviera rondando por su cabeza como un molesto moscardón, al fin y al cabo, la distracción adecuada relajaba considerablemente. Había retomado lo de comer, que al final apenas había probado una pastita y un poco de zumo, y ahora estaba dando buena cuenta del esfuerzo culinario de sus anfitriones (a ver, ya que se habían molestado, sería de mala educación rechazarlo). A la pregunta de Howard, abrió mucho los ojos, con media magdalena en la boca, asintiendo con gravedad. Cuando pudo hablar, dijo. — ¡Desde luego! Solo nos gustan las caballerosidades para lo que nos conviene... — Picó, aunque a su novia le encantaba su caballerosidad, siempre se lo decía, de ahí que le guiñara un ojo juguetón al decirlo. Sí, su caballerosidad sí, pero cuando se ponía normativo la veía rodar los ojos y suspirar, y le llamaba dramático. Pero le parecía muy divertido ver que sus mentores eran básicamente una versión levemente modificada de ellos mismos.

Atendió como hacía en el colegio a lo que Howard contaba (solo que comiendo... bueno, en el colegio también le había pillado alguna que otra vez comiendo). En cuanto Howard comenzó su narración, alzó la mano súbitamente y dijo. — ¡Yo me sé esa historia! ¡Me la contó! — ¿Le contaste tus desavenencias en amores a un niño de once años, don perfecto? — Howard y Marcus profirieron varias onomatopeyas de queja hacia Monica para que no se viniera arriba, aunque ya rebosaba burla con la preguntita. — Trataba de dar un enfoque educativo a la situación. — Siempre fui un niño muy maduro. El contexto lo requería. — Y no especifiqué aquella vez lo del seis. — Reflexión que me vino MUY bien de hecho y que apliqué a mi futuro cargo. — Pero necesitaba contextualizar el suceso por el que, señorita, le quiero recordar, perdí puntos. No sé si es peor eso o lo del seis. — Mira, los pelos de punta. Lo recuerdo como si fuera ayer. — Y ya has visto que el mensaje educativo caló, tal y como tenía pensando. — La lección de un sabio. — Bueno, ya vale con el show de las mágicas águilas siamesas. Me he enterado. — Cortó Monica, riéndose por lo bajo y compartiendo miraditas burlonas con Alice. Marcus se había instaurado en una pose digna como si quisiera reivindicar que no era ningún niño, y Howard se encogió de hombros, añadiendo una última excusa. — Encima que formabas parte de mis mensajes educativo, cariño. Así de en cuenta te tenía... — No, si de mensajes educativos me llenaste pero bien. Son pesadillos, pero les queremos así ¿verdad? — Le dijo a Alice, y eso hizo a Howard y Marcus mirarse y sonreírse. — Nosotros también os queremos así, con vuestras burlas incluidas. — Y un poquito sensibles también son. — Añadió Monica. Todos rieron.

Prosiguió el relato y Alice y Marcus tuvieron que intercambiar más de una mirada, porque las similitudes eran tan claras que no podían por menos que reír. Lo de Anne le sacó una carcajada. — La prefecta Harmond, otra gran sabia. — Es que si no lo decía, reventaba. Sonrió ampliamente a Monica y luego miró a Howard. Reconocía la cara de idiota enamorado a la perfección, se la devolvía todos los días el espejo. El comentario de Alice hizo que riera de nuevo con una carcajada, para justo después decir con fingida indignación. — ¡Uno currándose la declaración perfecta durante dos meses, y la otra dinamitándola en un segundo! — Se quejó falsamente, porque cada vez que recordaba aquella frase sentía un escalofrío. El instante más feliz de toda su vida. Alzó un índice. — Y ¡eh! La hice de todas maneras. — Di que sí, que nadie detenga a un prefecto obstinado en hacer las cosas bien. — Ironizó Monica, ganándose una burlita de su marido, que acto seguido se giró a Marcus para decirle. — Va, cuenta. No me quiero imaginar la espectacularidad que tenías preparada. — Pues... — Y empezó a narrar, por supuesto con la grandilocuencia que caracterizaba a Marcus, todo el proceso de la Sala de los Menesteres. Obviamente, lo detuvo magistralmente en el final de la declaración, contextualizado con la noche de Nochebuena en su casa pero saltándose toda la parte sexual. Creía haberlo salvado bien, y así habría sido de estar contándoselo solo a Howard, que aunque se lo hubiera imaginado habría tenido el decoro de no preguntar. No era así con Monica. — Y aquí es donde se corta el relato porque el contenido se vuelve para mayores de edad. — El amor que Alice y yo nos profesamos es siempre puro y nacido del aprecio que ambos... — Una carcajada fortísima, palmadas incluidas, de Monica, cortaron su perfecto discurso. — ¡Es que no puedo contigo! ¡Estás igual pero con voz de hombre! — ¡Howard seguro que me ha entendido! — Claro que sí, colega. Yo pienso exactamente igual que tú. — Y, para demostrar que seguía siendo el mismo, se removió en la silla con carita y sonrisa de niño orgulloso y miró a Monica con la superioridad de quien sabe que tiene al prefecto de su parte.

— Bueno, no creáis que se me ha despistado el dato, aunque esta lo haya dicho así como quien no quiere la cosa. — Retomó Monica, señalando a Alice con el pulgar. — ¿Qué es eso de que estuvisteis una semana sin hablaros? ¿A qué vino semejante drama? Porque después de la Navidad que has contado y habiendo empezado el dieciséis de enero... u os peleasteis justo al llegar, o a mí no me salen las cuentas. — Marcus y Alice intercambiaron miradas. Ahora, en comparación con todo lo vivido y sabiendo el final, el motivo de discusión les parecía hasta ridículo. Trató de responder sin responder, como tantas veces hacía. — Se produjeron una serie de malentendidos. Los dos estábamos sensibles e inseguros, con nuestros propios pensamientos acerca de los sentimientos del otro, y una serie de eventualidades que... — Como me digáis que fue por una tercera persona, me caigo muerta. — ¡Moni! — Riñó Howard, pero la mujer les miraba con los ojos muy abiertos, expectante. Y el silencio incómodo de ambos fue bastante delator. — ¡¡No me jodáis!! ¿¿Pero quién?? — A ver, no fue exactamente así... — A ver, a ver a quién de los dos tengo que coger de los pelos. ¡No quiero cuernos en esta historia! — ¡¡Moni!! ¡Deja a los chicos! — ¡Que no! No, por Merlín, nada más lejos... — Soltó aire por la boca. — Puede... Bueno, no sé si recordáis a una chica de nuestra promoción, Poppy McKenzie. — Para sorpresa (e indignación) de Marcus, los dos se echaron a reír a carcajadas. Les miró con el ceño fruncido. — ¿Qué? — Ahora es cuando sueltas el bombazo de que te gustaba. — Ironizó de nuevo Monica en un tono tan evidente que le hizo fruncir el ceño aún más. — Bueno, me caía bien... — Colega, llegué a hacer una estadística de los temas de conversación que tú tenías. No te ofendas, se quedó solo en mi fantasía mental, nunca lo usé para burlarme de ti públicamente. — Howard alzó los dedos y empezó a enumerar. — Empezando por el quinto, Poppy McKenzie. Debo reconocer que, para tener once años, eras bastante sutil. O más bien dabas un rodeo tremendo por todas las casas de Hogwarts hasta acabar, casualmente y como quien no quiere la cosa, diciendo "y hablando de Vuelo... deberían revisar las prácticas obligatorias, hay alumnos que pueden sufrir de vértigo. Poppy McKenzie, de mi curso, por ejemplo". — Eso no es así... — "Dicen que las salas comunes están decoradas para la personalidad de sus alumnos." — Continuó Howard, haciendo caso omiso a su intento de desviar el tema con incomodidad, mientras las otras dos se morían cruelmente de risa a su costa. — "Por ejemplo, a los Gryffindor les encanta el quidditch, así que tienen un montón de cosas de equipos de quidditch y escobas y eso... Y a los Hufflepuff les gustan las galletas, y tienen galletas. ¿Sabes a quién le salen unas galletas muy ricas? A Poppy MacKenzie. ¿La conoces?" — Marcus puso cara de circunstancias, porque las otras más se reían. Es que encima eso de terminar cada frase preguntando si la conocían no ayudaba nada. — "He oído que en Escocia hay un montón de círculos de piedra mágicos. Mi amiga Poppy MacKenzie, no sé si te suena, es de..." — Vale, lo hemos pillado. — Cortó él, ruborizado, y todos se echaron a reír. Eso no había quien lo cortara ya.

— ¡Venga, venga! Has dicho que ese era el quinto tema favorito de Marcus. Ilumínanos con tu estadística, mi amor, que te pones muy sexy cuando lo haces. — Tema número cuatro. — Continuó el chico, bien contento. Marcus rodó los ojos. Vaya, otro que se deja corromper porque su mujer le dice que está sexy. No me esperaba esto del prefecto Graves, pensó muy digno, aunque ni siquiera mentalmente se atrevió a decir que él no habría pecado de lo mismo. — "El itinerario curricular de Hogwarts y por qué en ciertos aspectos estaría bien una mejora". — Pues te voy a decir una cosa. — Señaló, serio y digno, mientras los otros seguían riendo. — El de Pociones da pena verlo. La última vez que se modificó fue en el año mil nove... — ¡Alguien quiere la contraceptiva! — Bramó Monica, y empezó a emitir soniditos de sorpresa y grititos justo después. — Quéééééé fueeeeerte mini Howie... — ¡Es que puede traer muchos problemas no estudiarla! — Tengo que reconocer que aquí estoy con él. — Dijo Howard, lo cual provocó en Monica una fuerte carcajada y que le diera un codazo de colegueo a Alice para decir. — Los dos mosquitas muerta estos... — Continúo: tema número tres. — Recondujo Howard. Vaya, de ese tema no le interesaba tanto hacer leña... — "La casa Ravenclaw y por qué es la más guay del mundo y en la que todo el mundo debería querer estar." — Eso hizo que Monica soltara un ruidito adorable. Marcus se cruzó de brazos. — Lo sigo pensando. — Tema número dos, y ojo porque este es la joya de la corona: "cómo ser un buen prefecto." — El estallido de risas y adorabilidad no tardó en llegar. Marcus miró al otro, con una mano en el pecho y muy digno. — Yo te profesaba una profunda admiración, sincera y de corazón. — No lo dudo, colega. — Dijo el otro entre risas. Le puso una mano en el hombro. — Y de hecho, debiste escucharme muy bien, porque me consta que me has superado con creces. — Se le pasó toda indignación por completo y sonrió conmovido. Chasqueó la lengua. — Va... que me vas a hacer llorar. — Bueno, bueno, que queda uno todavía. — Recuperó Monica. Mirando a su marido, preguntó con interés. — ¿Cuál era el primerísimo tema de conversación del miniprefecto en ciernes? — Y ahí, tras una leve pausa, Howard miró a su novia y, con esa sonrisa serena que tanto habían echado de menos ver, dijo. — Alice Gallia. —

 

ALICE

Miró la escena, a Howard y Monica riéndose, y Marcus volviendo a probar toda la comida, como si fuera una pequeña parcelita del cielo, sintiendo eso a lo que se había referido Marcus, ese amor de la gente que la rodeaba, tal como le pasaba a su madre. Sí, su novio tenía razón, esa Janet que le planteaban, solitaria, encerrada en sí misma, triste y… posible heredera millonaria, no era su madre. Y ya podía bajar quien quisiera a decírselo, que no se lo creería.

De momento, se recreó en ver a Monica y Howard comentar su relación y a sonreír y guiñar el ojo a las explicaciones de Marcus sobre su declaración y cómo empezaron. Se tuvo que contener la risa cuando Monica le pilló enteramente en lo de cortar el relato, y sintió que ella misma se enrojecía un poco cuando notó la mirada suspicaz de Howard. Claramente, para ella nunca iba a dejar de ser su prefecto Graves, le daba un poquito de vergüenza que supiera que andaba colándose por ahí a hacer semejantes cosas, aunque claramente, y conociendo a Monica, ellos habían hecho lo propio. De hecho, para echarle un cable a su novio dijo. — Menos meterse con miniprefecto, que yo ahora recuerdo ciertas cosas que oía con once años… — Monica la miró con media sonrisa. — ¿Ah sí? ¿Como qué? — Ella le replicó la expresión. — Como que tú te movías más que la Dama de las Violetas… por suerte para Howard. — Remató con una sonrisita de venganza, lo cual hizo reír mucho a la mujer y llevarse las manos a la cara al prefecto. — ¿En serio te dejé decir eso delante de los niños? — Monica le miró con falsa indignación. — Ni que te permitiera yo callarme o no. — Y otra vez las carcajadas. Ah… podría acostumbrarse a eso… Ojalá no vivieran todo el tiempo en América.

Agachó la mirada cuando Monica preguntó el porqué de su pelea, pero Marcus se explicó bastante bien. Lo que no se esperaba es que Howard tuviera una lista de los temas favoritos de su novio y eso le hizo reír, porque encima le imitaba divinamente. Eso sí, cuando llegó al tema favorito, se le paró la risa y la sustituyó por una sonrisa de idiota enamorada llena de ternura. Miró a Marcus y asintió en silencio. — Y yo sin darme cuenta. Yo solo veía a Poppy en ese ranking. Y las normas, eso también. — Se rieron los cuatro a la vez. — Pues anda que no tenía cosas que decir. Qué querías hacer en el día, en el curso, en verano, en la vida… Que si sabías mucho de plantitas, que le habías enseñado a bailar, que él te había enseñado algo de Encantamientos o de alquimia, a dónde iríais en Hogsmeade… — Howard rio. — Normal que el pobre Hasan no moviera ficha después de todo… — Alice dejó caer los brazos. — ¿Es que era tan evidente? A mí hasta que no me lo dijo mi cuñado no me lo pareció. — Monica apretó los labios y se encogió de hombros. — Le gustaba medio colegio. — Howard negó. — No, pero cuando Marcus se ponía sin parar a hablar de ella y se le veía tan ilusionado y con tantos datos, planes de regalos… a él se le cambiaba la cara, yo le conocía muy bien, y veía cómo podía visualizar sus opciones evaporarse. — Alice chistó y se rio. — Esa era yo cada vez que estaba hablando contigo y entraba aquella en la habitación. — Señaló a Monica con la barbilla. — Marcus por lo menos tuvo a Anne solo para él. — Dijo en tono de broma, levantando una oleada de risas. Extendió la mano a Marcus y le miró con cariño. — A veces tenemos la respuesta en las narices y no somos capaces de verla… por muy Ravenclaws que nos creamos. — Dejó un beso en su dorso y se abrazó las rodillas, sin perder la sonrisa ni dejar de mirarle. — Igual como él era mi día y mi noche, yo no me daba cuenta de que yo era su tema favorito, simplemente… exprimía cada minuto juntos, como siempre he hecho. — Monica la miró con ternura. — Si algo nos ha enseñado esta historia de tu madre es a eso. — Tamborileó con sus manos en el regazo y dijo. — Y ahora quiero que me pongáis al día de todos los cotilleos, por favor, necesito saber. Lo del cuelgue de Jacobs era por todos sabido, pero venga, dadme más… — Y Alice no necesitaba más para soltarse, por no hablar de que le estaba viniendo genial.

— ¡PUAJAJAJAAJAJ! ¡Cassey Roshan! ¡Esa torre de niña creída! Ay, lo que hubiera pagado yo por verla persiguiéndote. — Y Monica seguía riéndose, y Howard, por respeto a su pupilo, claramente, conteniéndose la risa. — Oye, y este chico que comentáis, Creevey… ¿Decís que no se sabe quién es el padre? — Alice negó con pesadumbre. — No, y créeme que si algún día descubrimos quién era conozco a bastante gente muy dispuesta a leerle la cartilla. — Monica hizo una pedorreta. — Ni que fuera el primer gilipollas que deja tirada a una tía por salvarse, como para encontrarlos a todos. Pero es verdad que es raro encontrarlos en casa, donde más abundan es entre los clasistas de Slytherin, como tu pr… — Y se detuvo, mirando a Marcus. — Espera, espera… Vosotros estabais en Hogwarts cuando Percival era prefecto ¿no? — Ambos asintieron. — Pero bueno, que tampoco hay que creerse todo lo que se oye o lo que parece… — Trató de mediar Howard. — ¡Vamos, Howie! ¿Crees que el chico no sabe lo que tiene en casa? Tu primo era un cabronazo de primera, y a Jacobs lo trató fatal, cuando aún estaba muy tiernito, aunque no os lo podáis imaginar así… — ¿En serio? — Preguntó ella, confusa. Nunca había hecho la conexión, y de repente desearía tener un pensadero donde poder ver cómo fue la confluencia de toda esa gente en Hogwarts.

 

MARCUS

Le devolvió a su novia una mirada y una sonrisa enamoradas y enternecidas. — Estoy absolutamente seguro de que era así. — Rodó los ojos. — Aunque no me planteé llevar una estadística de mí mismo, la verdad. Y habría que ver cuán de verídica es... — Dijo con mucha dignidad, aunque ni él se creía que podía llegar a enfadarse con Howard Graves. El chico dio más información y llegó incluso a ruborizarse, mirando a su novia con una sonrisa tímida y los ojos entornados. — Es que me gustaba todo de ella, y me sigue gustando... Bueno, igual que fuera TAN inquieta... — No me hagáis repetir el comentario de la Dama de las Violetas, que luego me regañan. — Soltó Monica, y Marcus se removió inquieto, porque tenía mucha habilidad para escandalizarse por esas cosas, mientras Howard chistaba con desaprobación y Monica se reía cual villana de novela.

Lo que le sorprendió tanto que le hizo mirar súbitamente a Howard fue la mención a Hasan. — ¿Tú lo sabías? — ¿Y tú lo sabías? — Preguntó Monica de vuelta, que estaba poniendo cara de estar a punto de ir a por palomitas para ver en qué acababa esa historia. Hizo una pequeña mueca con la boca con lo que contó el chico. — No era tan consciente... No hasta que lo dijo Lex. — También se enteró ahí, al igual que Alice.  Aunque se tuvo que reír con lo siguiente, si bien especificó. — ¡Eh! ¿En qué universo tenía yo a Anne? Solo me decía que era muy mono. — Te tenía en una consideración muy alta, colega. — Marcus, inexpresivo, parpadeó, mirando a Howard. — ¿Cómo de alta? — Monica soltó la carcajada más fuerte que le hubiera oído en su vida. — No tan alta, prefecto prematuro. — ¡A ver! Es que me estáis confundiendo. — Más risas.

Miró a Alice con calidez, apretando su mano cuando la tomó y la besó. — Hemos disfrutado muchísimo el camino, que es lo importante. — Afirmó. La conversación avanzó hacia cotilleos varios de los últimos años en Hogwarts, lo cual interesó muchísimo a Howard y Monica. Ciertamente, a él también le iba a dar mucha curiosidad saber qué se cocería por allí cuando ellos se fueran. Preguntaría a los más pequeños. Al fin y al cabo, tenía un cuñado en Hufflepuff, y eso era... Se detuvo en el pensar, ensombreciéndose un poco. Como no solucionaran aquello rápido, mandarían a Dylan a Ilvermorny. Pero no iban a consentir eso, Dylan iba a volver con ellos, así que sí, seguiría teniendo un cuñado en Hufflepuff. Sacudió la cabeza y volvió a centrarse en la conversación.

Emitió una sarcástica carcajada desde el fondo de su garganta, con los brazos cruzados. — Yo el primero. Espero no encontrármelo nunca, menudo irresponsable... — Chasqueó la lengua. — Creevey ha sido difícil de llevar, tiene una personalidad un poco... particular. Pero no ha tenido una vida fácil. Lo cual no justifica que sea tan sumamente trasto, menudas me las ha llegado a liar. — Mucho estaba tardando su novia en sacar a relucir el tema de la huelga. Prefería dejarlo estar, que se enfadaba otra vez. Aunque acabaría contándoselo a Howard en algún momento, si podían seguir manteniendo una relación de amistad, lo cual deseaba... Si bien tendrían que mudarse a Inglaterra de nuevo para ello. No se veía volviendo a Nueva York. — Digamos que llegué a un punto de reconciliación con él antes de irnos, y ahí fue cuando me dijo que su padre había sido prefecto de Ravenclaw... Ni me molesté en buscarle en el libro. No me interesa en absoluto. — Y entonces Monica contestó, y claramente se fue de la lengua. Aunque no es como que estuviera diciendo ninguna mentira.

Les miró a ambos mientras intercambiaban opiniones, pero veía que el chico se estaba conteniendo de decir ciertas cosas por su presencia. No así su mujer. — Creedme que sí que me lo imagino. — Aseguró. Soltó una risa sarcástica. — Y Jacobs era mayor que yo. Llevo lidiando con Percival toda la vida. — ¿Pero contigo también era así? — Preguntó Howard, a lo que Marcus le miró con las cejas arqueadas. — No sé cómo era en Hogwarts, pero a mí no me dejaba ni a sol ni a sombra cuando nos reuníamos en casa de mi abuela, desde que nací prácticamente. Empiezo a tener recuerdos de la casa a partir de los... ¿cuatro años? Esos son más difusos. Puramente nítidos, más o menos a partir de los seis. Y en ellos recuerdo a Percival con absoluto pavor. — Se encogió de hombros. — Ahora somos prácticamente dos iguales, pero cuando yo tenía seis años él tenía trece. Me doblaba en altura... aunque en inteligencia no mucho, para qué nos vamos a engañar. — Si no lo decía, reventaba. — Y diréis, bueno, pero en Hogwarts encima era prefecto, tenía autoridad para hacer lo que quería y encima tener estatus. — Volvió a soltar una risotada sarcástica. — Percival era indudablemente el favorito de mi abuelo cuando aún vivía. Con mi abuela no se puede contar, odia a todo el mundo. Pero, si tiene que quedarse con alguien, desde luego que los padres de Percival son claramente mucho más aceptados que mi madre o mi tío Phillip y sus respectivas familias. Así que Percival me torturaba como le daba la gana y salía totalmente impune. — Ladeó la cabeza, reflexivo. — Aunque Lex se le imponía bastante, y eso que era más pequeño aún. Siempre salió en mi defensa. — Pero ¿qué te hacía? — Preguntó Monica con ese tono de quien está esperando que le den madera para iniciar un incendio. Marcus se encogió de hombros. — Me amedrentaba cuando me veía solo. Yo era un niño que siempre buscaba un hueco a solas para leer, y más en una casa tan poco divertida como la de mi abuela, porque allí no había juegos, solo conversaciones tensas y más espacio del que un niño puede necesidad. Siempre me acababa encontrando, y cuando lo hacía... a veces me quitaba el libro y amenazaba con romperlo, otras simplemente se burlaba de mí, manipulaba la realidad para hacerme creer que el tonto era yo y que él sabía más... — Qué hijo de puta. Para matarlo. — Moni... — ¡Howard, por Merlín, que hasta su propio primo lo odia! — Monica se giró a Marcus. — Una vez dejó a Jacobs encerrado en una de las vitrinas del aula de Pociones. Le pilló Anne. — Marcus abrió los ojos como platos. — ¿Cómo? — Lo que oyes. Y el cabrón se justificó en decir que solo era una pequeña broma. Claro, Anne le dijo que eso no tenía pinta de broma para nada, que era cruel y que el chico estaba llorando. ¡Joder, que solo estaba en segundo! Fue el año antes de que entrarais. Intentó decir que Hasan no paraba de decirle que le iba a quitar el puesto de prefecto, y que "quería demostrarle que iba a tener que aguantar muchas cosas hostiles, que tenía que prepararse para todo". Vamos, que le quería acojonar, claramente. Cuando Anne le dijo que ella, que justo ese año empezaba a ser prefecta, no había pasado por ninguna prueba que ni se le pareciera, tiró por la vía de que Hasan le estaba faltando al respeto. Ni por esas. — Negó. — Anne le había pillado de todas todas, pero cometió el error de pecar de demasiado protocolaria y le advirtió de que le denunciaría en la siguiente reunión de prefectos, que tenía la opción de disculparse y cambiar de actitud y no lo llevaría al comité de ética. — Monica miró a Howard y este a ella. Marcus frunció el ceño. — ¿Y qué pasó? — Monica se encogió de hombros. — Según la versión de Anne, se puso muy subidito y le dijo que era una niñata, que solo estaba en quinto, que era menor que él, de familia menos poderosa que la suya y mujer, encima, que solo sabían lloriquear para llamar la atención. Que en el mundo de la alquimia había muy pocas mujeres y que él tenía mucha influencia, que tenía un familiar alquimista y le iba a hablar mal de ella. — ¿Perdón? — Preguntó Marcus entre risas. — Lawrence es mi abuelo por parte paterna, y él es mi primo por parte materna. No tiene ningún familiar alquimista. — Ya decía yo que no me cuadraba en absoluto. — Masculló Howard con fastidio. Claro, ellos no tenían por qué conocer tan bien su linaje familiar.

— ¿Por qué has dicho "según la versión de Anne"? — Preguntó Marcus, escamado. Monica apretó los labios. — Llegó de la mano de Antares, de Zafar, no de Radha. Claro, estaban en su clase, les pillaría él. Ya sabéis cómo es Antares, no se moja para nada, así que simplemente nos dejó de la mano a una Anne llorando a mares en la sala común y nos dijo que estuviéramos con ella, que no le había pasado nada grave, simplemente había tenido un desencuentro con un compañero y no se encontraba bien. A Percival le quitó puntos de Slytherin, pero hasta ahí podemos saber. Ella nunca quiso hablar mucho más del tema, solo decía que Percival la estaba insultando cuando Antares llegó y le paró los pies. Hasan tampoco dijo nunca nada. — Y probablemente eso fuera lo que pasó. — Dijo Howard, mirando con los ojos entornados a Monica, pero esta se reviró. — ¡Conozco a mi amiga, y tú también! No llora por nada. — No fue por nada, Monica. La insultó, la amenazó, y Anne apenas llevaba unos meses en el cargo y Percival tenía dos años más, ya sabes cómo es de exigente. La hizo sentir muy mal, yo también hubiera salido llorando. — Yo creo que intentó propasarse. — Marcus abrió los ojos como platos. — ¿¿Perdón?? — No tenemos ninguna prueba de ello y Anne nunca, jamás, lo ha dicho. — Es demasiado discreta. — Pero no es tonta. Lo habría dicho. — ¡Vale! Igual no llegó a hacerle nada, pero lo de que se puso muy cerquita, como muy muy cerquita, me juego una mano y no la pierdo. — Y ahí sí que se removió con incomodidad, sin querer mirar a Alice por no delatarla. Así se las gastaba su primo... — ¿Es o no es un cabronazo? — Preguntó Monica, y Marcus no pudo más que asentir, muy sereno. — Lo es. Y de los grandes. Pero ya lo pagará algún día. —

 

ALICE

Cada vez que pensaba en aquel malnacido haciéndole pasar malos raros a su Marcus pequeñito y adorable, se le despertaba una Alice violenta que no podía controlar. Había visto a Percival dos veces en su vida, y no estaba segura de cómo reaccionaría si lo viera una tercera, desde luego. Aunque quizá es que estaba en un momento de su vida en el que no estaba para delicadezas. — Amedrentar es, sin duda, lo que mejor se le da hacer. Y solo amedrentar porque ni siquiera tiene los redaños ni la inteligencia para hacer nada más. Un ejemplar perfecto para los de su clase y su entorno, desde luego. — Sí, esa era la diferencia entre Percival y los Van Der Luyden. Ambos carecían de escrúpulos, pero uno solo sabía vociferar y no sabría ni por dónde empezar a usar ese poder que creía tener, mientras que los Van Der Luyden llegaban sin hacer ruido y te hundían en un momento. Nunca pensó que prefiriera el estilo de Percival para nada.

No debería sorprenderle que sus amigos tuvieran historias que contar de Percival, y que Monica le tuviera tanta manía, era justo lo contrario que la mujer, y encima ella no tenía ningún tipo de reparo según su cuna ni su supuesto poder. Cuando oyó lo de Jacobs, suspiró y negó con la cabeza. No se imaginaba al Jacobs que ella conocía dejándose hacer eso, pero si estaba en segundo solo y se lo hacía su propio prefecto… — También es un clásico de Percival, aprovecharse de sus posiciones de poder para hacer lo que le apetece, o quedar por encima. — Howard la miró de reojo, como intentando averiguar por qué lo decía tan segura, pero ella siguió mirando al frente, haciendo como si simplemente diera su opinión en base a la observación.

Pero la cara se le cambió cuando oyó lo de Anne, y miró de reojo a Marcus. — Antares, a base de ser tan sangre de horchata, ha sido más cómplice de maldades en Hogwarts que muchos. — Howard, siempre tan correcto dijo. — Los culpables de las maldades son quienes las hacen. — Pero quien calla y no lo impide, pudiendo hacerlo, solo lo empeora, Howie, y lo sabes. Y tú jamás te has callado una injusticia. Ni mi seis, fíjate tú. — Argumentó Monica, y Alice la miraba, sintiendo cómo su mente se dividía entre la Alice que atendía y la Alice que estaba reflexionando sobre toda aquella situación en América. Eso sí, tuvo que poner los ojos en blanco con lo del alquimista. — ¿Veis? Es todo palabrería, porque os puedo asegurar que el abuelo Lawrence no escucharía ni una sola palabra que saliera por la bocaza de Percival, si acaso para hacer justo lo contrario. — Estúpido… ¿Cuántos contactos reales tendría y cuántos solo en su retorcida y asquerosa mente? Imposible saberlo. Qué asco que el poder estuviera en manos de gente como él.

Pero sí, eso de la versión de Anne no sonaba bien, de hecho, sonaba a lo que ella creía que sonaba. Pero Alice confiaba plenamente en Howard y Monica, y no tenía nada que esconder ni sentirse avergonzada. — Yo sí creo que algo le hizo. — Declaró. — Porque a mí me lo hizo. Cuando Marcus y yo aún no éramos novios, esa Navidad que os ha contado… En medio, Percival decidió que iba a torturarle una vez más, solo que ya no tenía un libro, ahora tenía una persona que le importaba, y encima una mujer, que para él tienen menos capacidad de decir que sí o no que un hombre. — Monica se inclinó hacia delante muy seria. — ¿Te hizo algo…? — Alice negó con la cabeza. — Nada especialmente grave. Meterme miedo, hacerme sentir culpable porque el muy asqueroso me había puesto las manos encima… Pero Lex apareció cuando tenía que aparecer, tal cual como cuando Marcus era pequeño. — Encogió un hombro. — Así que no me extrañaría que se lo hubiera hecho a Anne también, o algo por el estilo, invadirle el espacio vital, hacerla sentir incómoda. — Howard la miró con seriedad. — Qué rabia me da cuando me doy cuenta de que hasta a las mujeres a las que considero perfectamente capaces de defenderse e imponerse se les ha hecho esto. — Ella asintió en silencio. Pues sí, por desgracia, los tipos como Percival no discriminaban.

— Yo estaba pensando en lo que ha dicho Monica antes… — Inspiró soltó el aire lentamente, mirando a lo lejos. — Que la gente que puede hacer algo y no lo hace solo lo empeora… Cada vez que descubro algo sobre mi madre aquí, pienso: ¿y esta persona por qué no hizo nada? Y trato de explicármelo por el miedo, pero… me cuesta, la verdad. — Monica agarró una de sus manos. — Así es, por desgracia. Pero aquí se acaba el círculo, Alice. Has dado con gente que no tiene miedo, como yo, con gente que tiene poder, como Howie, y… — Miró a Marcus y le sonrió. — …Con una persona que haría todo por ti, como miniprefecto prematuro. — Las dos rieron y Howard rodeó a su novio por los hombros. — Ahora es minialquimista prematuro, porque me temo que aquí se separa de la andadura de su maestro prefecto. — Le revolvió los rizos de la nuca. — Ahora querrá competir conmigo el tío en brillantez de carrera y felicidad conyugal ¿a que sí? — Se rio y tomó la mano de Alice también. — Y en cuidar de ti, pero en eso creo que todos nos ponemos de acuerdo. Tú estás rompiendo la rueda, Alice, pero recuerda: no tienes que hacerlo sola. —

 

MARCUS

Asintió, porque tenía que darle la razón a Monica ahí. Merlín sabía lo muchísimo que admiraba a Graves, entre otras cosas por su diplomacia, pero Marcus estaba de acuerdo con ella: el que pasaba de largo de la injusticia era casi tan culpable como quien la cometía. Y en el fondo sabía que Howard pensaba igual... Solo que, al igual que él, pensar así de un profesor le costaba. La afirmación de su novia le hizo mirarla. Claro, con la experiencia que había tenido Alice, era normal que le hubieran saltado todas las alarmas, a él también. Veía tan superior a Anne, que le costaba imaginarla amedrentada por un primo suyo. Qué vergüenza... Y qué rabia. Esperaba que no le relacionara nunca con él o llegara mínimamente a pensar que se parecían en algo.

Por supuesto, la indignación de Monica y Howard era palpable ante el relato de Alice. Marcus tuvo que bajar la mirada y apretar los dientes, respirando hondo, como si estuviera escuchando todo aquello de fondo. Últimamente, el autocontrol relacionado con la ira no estaba en sus mejores momentos, lo que le faltaba era recordar aquello. Porque había jurado aguardar a que metiera la pata tal y como le prometió a su madre, porque en el fondo sabía que era lo más inteligente... Pero se le estaban ocurriendo muchas cosas que le podría hacer en venganza por toda la gente amedrentada, por Anne, por Hasan, por él mismo y, sobre todo y fundamentalmente, por Alice.

Asintió a la reflexión de Howard, igual de indignado. Marcus consideraba a Alice mucho más fuerte que él, y aun así había tenido que pasar por aquello. Trató de frenar sus fantasías de venganza, sobre todo cuando su novia inició una nueva reflexión a raíz de todo aquello. Volvió a sentir. Eso justamente había pensado él de Lucy McGrath. — Estoy de acuerdo. — Corroboró, cruzado de brazos. — Mi hermano Lex podría haberse dedicado a sus cosas, haberse mantenido al margen, mirado y callado, o directamente ignorado. Y tanto conmigo como con Alice, siempre que Percival entraba en acción, actuaba. Y mi hermano tampoco ha tenido una vida fácil, menos que Lucy McGrath seguro. — Notaba que los dos mayores le miraban un poco confusos. Claro, faltándote el dato de que el chico era legeremante, no debían encontrar muchos motivos para una infancia dificultosa entre los O'Donnell. — No hay motivo para quedarse impasible ante una injusticia tan flagrante. Más que una injusticia, una crueldad. — Pero, como decía Monica, ahí se acababa el círculo. Sonrió, mirándoles a ambos, agradecido. Las palabras de Monica le emocionaron. Aunque a lo que dijo Howard chasqueó la lengua. — Yo nunca me separaré de seguir el sendero de tus enseñanzas, prefecto Graves. — Es que no puedo con él. — Dijo Monica entre risas adorables. Marcus soltó una carcajada a lo siguiente que dijo el chico. — ¡Para nada! No te ofendas, querido mentor, pero si bien tu brillantez jamás osaré ponerla en cuestión, y solo perseguiré ser tan bueno como tú, y si te supero será un honor, pero jamás olvidaré de dónde vine, dudo mucho que nadie pueda ni siquiera igualar mi felicidad con Alice. — Jamás pensé que alguien pudiera usar una palabrería más elaborada que tú, aunque hay que reconocer que siempre apuntó maneras. — Dijo Monica, mientras todos reían. Sí, todos estaban rompiendo esa rueda. Y les estaba costando muchísimo trabajo, pero lo iban a lograr. Se tenían los unos a los otros, tenían el cariño y el amor que les unía. Y, como buenos Ravenclaw, si algo tenían, era inteligencia de sobra.

Notes:

¿Echabais de menos a Howard y Monica? Nosotras muchísimo, y teníamos claro que queríamos que formaran parte de la vida de Marcus y Alice, y en qué mejor momento que justo ahora que les hace tanta falta un referente, cosa que ambos son, cada uno en su ámbito. ¿Y qué nos decís de esta nueva teoría sobre por qué se llevaron a Dylan? ¿Cómo lo veis? ¡Queremos leeros y que nos contéis teorías y cuánto habéis echado de menos a Howie y Mon. ¡Un abrazo fuerte especial hoy a todos los fans que forman esta bandada nuestra de ao3!

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TURMOIL

(15 de agosto de 2002)

 

ALICE

Respiró con fuerza en el jardín, cruzada de brazos, llenando sus pulmones y poniendo una leve sonrisita. — Oye, pues tenían razón Marcus y Aaron, dijeron que ibas a estar fuera, que te gusta el viento. — Dijo Frankie, saliendo con un montón de herramientas, postes de metas y demás. Ella sonrió y abrió los ojos. — Sinceramente, estaba haciendo escudos para las plantas. No hemos echado dos semanas arreglando el jardín para que ahora se estropee. Pero sí, me encanta el viento, me pone de buen humor. — El hombre frunció el ceño y escudriñó el cielo. — Pues aquí es muy mala señal… Ahora le llegará a Maeve el parte del MACUSA, pero ese huracán toma tierra esta noche como muy tarde… — De repente se oyeron unos chillidos infantiles y una voz de mujer que les reprendía firmemente. — Y ese ha tomado tierra antes, como siempre. Anda, ve a ver si está controlada la emergencia. — Alice rio y fue a la parte de delante, dándole antes un afectuoso apretón a Frankie, porque siempre le levantaba un poco el humor.

— Mira, esto no ha empezado aún y ya no puedo más. — Declaró Shannon, dejando a Arnie cual pelota en brazos de Marcus, que estaba allí con Maeve y Aaron, y le pillaba de paso, mientras avanzaban hacia dentro con un montón de maletas levitando a su lado. — ¿Pero entonces no puedo dormir sola? — ¡MAMÁ! ¡Si Maeve duerme sola, yo me pido dormir con Alice por lo menos! — ¿Pero por qué nadie quiere dormir conmigo? — Se quejaba lastimosamente Ada. — Yo con quien no voy a dormir es con el bebé. — Insistió Maeve Junior. — Pues a dormir entre los abuelos, como cuando eras pequeña. — Contestó Shannon bruscamente, entrando en la casa.

La tía Maeve suspiró y miró a sus nietas, con las manos en las caderas. — ¿Siempre tenéis que poner así a vuestra madre? — ¡Joe, abuela! — ¡Saoirse Parker! Esa boca. — La niña miró a su abuela con aburrimiento y un punto de indignación muy Slytherin. — ¡Jopelines, abuela! ¡Es mamá! Que se enfada por todo. — Maeve la tomó de los hombros y la condujo al interior. — Ya sabes que se preocupa por vuestro padre, y le agobia tener que estar tantos días encerrada. Él va a estar al pie del cañón atendiendo a la gente, y encima tiene que preocuparse de vosotras, de vuestra casa… — La casa está perfectamente reforzada, la he comprobado yo misma con el tío Jason que vino el otro día. Dijo que podría ser inspectora. — Comentó Maeve Junior, exultante. Alice sonrió y les convino a entrar. — Eso seguro, cariño. Venga, vamos a ver cómo organizamos las habitaciones. — ¿Vas a dormir con Marcus? — Preguntó Saoirse con una sonrisita maliciosa. Se miró con su novio y con la tía Maeve. La verdad es que no les vendría mal liberar su cama para dos de las niñas, o para Maeve Junior, que quería dormir sola, y ella entendía esa necesidad a esas edades. — ¡Oh! Por Dios, hijos, ni que fuéramos el tribunal de la Inquisición, o que nos sobraran las camas. — Señaló a Arnie con la barbilla. — De hecho, podéis dormir con Arnie en medio, así Shannon puede dormir con Ada en el cuarto de abajo, y Maeve y Saoirse en tu habitación, Alice. Echamos un Engorgio a las camas y apañado. — El primo raro de Alice duerme solo. — Señaló de nuevo Saoirse con maldad. — Yo cedo mi cama a quien haga falta, o duermo en el sofá… — Saltó Aaron con su caballerosidad abnegada marca Gryffindor. — Ni caso. — Sugirió Maeve Junior. — Lo dice por molestar, le encanta crear caos. El huracán es ella. — ¡Y tú aburrida y solo querías venir para poder estar con el primo Marcus! — Acusó sacándole la lengua a su hermana.

Entonces llegó un mensajero mágico a la puerta, y la tía Maeve salió de inmediato. — Debe ser el parte de emergencia del MACUSA. — Pero, mirando por la ventana, todos vieron cómo le entregaban un ramo de flores. — ¿Qué clase de chiflado manda flores justo antes de una emergencia estatal? — Dijo Shannon, que si es verdad que estaba un poquito crispada. Pero cuando Maeve entró, se las tendió a Alice. — Llevan tu nombre, cariño. — Ella frunció el ceño y las cogió con cautela, buscando la tarjeta, pero cuando iba a cogerla, Aaron le puso un brazo por delante. — Esto es de mi madre. Esa tarjeta es un traslador. — Ella le miró con preocupación. ¿Por qué quería Lucy McGrath que fuera? — No la toques. Te aparece de inmediato. — ¿Y cómo la leo? — Levítala. — Le dijo, y acto seguido se hubiera dado un golpe en la frente de frustración. No le daba ya la cabeza ni para pensar eso. — Venga, niñas, a hacer las camas arriba. — Apremió Shannon, pero ella se quedó.

Alice levitó la tarjeta y leyó en voz alta. — “Ven a mi casa de inmediato. Esta tarjeta te aparecerá en el sótano. LMG.” — Suspiró y miró a Aaron. — Es tu madre, sí. — Eso es que tiene novedades de mi padre. — Miró por la ventana y luego miró a Marcus. — ¿Qué hacemos ahora? El huracán está aquí prácticamente. — Se mordió el labio inferior. — Es peligroso. — Convino Aaron. Ella le miró. — ¿Me puedes asegurar que esto es de tu madre y no de los otros Van Der Luyden? — Él asintió. — Era la forma que teníamos de vernos cuando yo me escapaba de casa, que lo hice más de una vez. — Ella suspiró y volvió a mirar a Marcus suplicante. — Alice, tienes que ir. — Intervino Shannon. — Si es algo de tu hermano… tienes que saberlo ya, antes de que todo se paralice. — Justo Maeve entró con el parte del MACUSA. — Está previsto que el huracán toque Long Island a las siete de la tarde. — Alice miró el reloj. — Las cuatro… — Venga, no lo penséis más. — Shannon cogió a Arnie de vuelta de los brazos de Marcus. — Yo voy. — Dijo su primo. — ¡No, Aaron! — Le reprendió Maeve. — No lo compliques más, hijo. Ni para ellos ni para ti. Es loable, pero solo lo va a hacer más difícil. — Él tomó aire y la miró. — Si tardáis más de dos horas, me aparezco allí. — Ella asintió. La verdad es que le hacía sentir más segura. Comprobó la varita, se giró a Marcus y le tendió la mano. — Cuando estés listo, mi amor. —

 

MARCUS

— Vale, creo que lo he pillado. — Aaron le miró, parpadeando. — ¿En serio? Joder, yo sigo sin entender nada... — Sí, mira. — Dijo con tranquilidad. Recolocó las piezas en su sitio. — Tú piénsalo como un juego de carreras ¿vale? — Señaló. — Lo que tienes que intentar, por todos los medios, es de que todas tus fichas lleguen a este extremo del tablero antes que las mías. — Pero es que eso es mucho de suerte. Es decir, los números te los dan los dados. — Sí, pero también es de estrategia. Tú usas los números como consideres. Si te empeñas en mover una sola pieza, te arriesgas a que no puedas cumplir los movimientos cuando te quedan pocas... — Anda ¿no tenía Frankie otro juego que prestaros? — Preguntó Maeve, que justo aparecía por allí con la cesta de la ropa levitando tras ella. La dejó a un lado y ambos la miraron. — Como os pille el gobierno... — ¿Sabes jugar? Yo lo veo endiabladamente difícil. — Preguntó Aaron, pero Marcus había fruncido el ceño con el comentario de la mujer. Parecía de broma, pero estaban como para meterse en más líos. — ¿Es que es un juego prohibido? — Maeve rio. — El backgammon nació en Irak, y no están los estadounidenses, más aún los neoyorkinos, en muy buenos términos con Irak dados los últimos acontecimientos. — Ah, hostia, lo de las torres... — Se apuró Aaron, apartando levemente el tablero de sí con culpabilidad. Sí, ya les habían puesto al día sobre historia reciente, un horror. Marcus no quería pecar de insensible, pero rodó los ojos. — Qué tendrá que ver... — Murmuró. A ver, que eso era un juego de mesa centenario. La gente tenía unas cosas...

El sonido de varias personas apareciéndose que no tardaron ni dos segundos en ser identificadas por todos los presentes hizo que todos se dirigieran a la puerta, pero Shannon entró con sus hijos antes de que la pudieran alcanzar. Cuando se quiso dar cuenta, tenía al bebé en brazos, y se le puso cara de felicidad inmediata. — ¡Pero bueno! ¿Has venido tú con el primo Marcus a pasar la temporada de huracanes? ¿Sí? — Ya no atendía a más nada. Como si les caía el huracán encima, él estaba ya feliz. Aaron estaba a su lado aguantándose la risa, así que Marcus le dio varios saltitos al bebé en los brazos, haciéndole reír, mientras decía. — ¿Tú vas a ser tan bueno en cuentas como tu primo mayor Arnold? ¿Sí? ¿Y le vamos a ganar al primo Aaron? — ¡Eh! — Le vamos a ganar. ¿A que se te dan mejor que a él las cuentas? Claro que sí... — Siguió bromeando, y estaba tan metido en hacer el tonto con el bebé... que ni se había dado cuenta de que había llamado "primo" a Aaron. Bueno, el chico necesitaba una familia y allí estaba muy integrado. Total, no es como que el bebé le fuera a corregir... y al Gryffindor parecía haberle enternecido la subida de rango.

Conectó con la conversación a lo justo para enterarse de por qué estaba Shannon allí. — ¿Dan se queda en el hospital? — Preguntó, con cierto tono preocupado. La mujer fue a contestar, vio cómo suspiraba antes de iniciar la frase, pero sus hijas hablando sin parar la tenían distraída. Marcus miró a Alice de reojo, muy fugazmente, pero luego volvió al bebé para disimular. Menos mal que Londres no tenía huracanes, no le gustaría tener que vivir esa situación con su mujer en el hospital hasta nueva orden. Eso sí, con el comentario de la pequeña Maeve se le cayó la baba absolutamente. La miró con una sonrisa brillante. — Y de las buenas. — Corroboró, lo que hizo que la niña se pusiera roja en el acto y bajara la cabeza con una sonrisilla. — Peloooota. — Le murmuró Aaron mientras se adentraban un poco más en la casa. Marcus, bebé en brazos aún, le miró con superioridad. — Ha hecho méritos para ser mi favorita. — Eso no le va a gustar a tu minicampeón de backgammon. — No hablo con perdedores. — Al menos habían transformado la hostilidad mutua en burla consentida.

Lo que les dejó cortados en el acto fue la intervención de Saoirse. Se miró con Alice, pero Maeve respondió con bastante resolución, y él sonrió levemente. Le gustaban tanto los niños que no le hubiera importado compartir habitación con cualquiera de sus primas, con todas ellas si hacía falta, incluido el bebé, pero igual sería un poco raro. Sí, lo lógico era compartirla con Alice, y la verdad es que lo agradecía en el alma, porque estar conviviendo tantos días en la misma casa y separarse en los dormitorios era un auténtico rollo. Lo que le pilló de sorpresa fue que les colocara al bebé en medio... y se lo tomó como si fuera la mejor noticia que recibía en todo el verano. — ¡Anda! ¿Has oído eso, colega? A dormir con el primo Marcus y la prima Alice. — Pues ya estaba, ya tenía Marcus tema de conversación para toda la tarde.

Hubiera sido así de no ser por la interrupción. Mientras le ponía caras de hastío a Aaron por ese gallardo ofrecimiento de mártir, que le había faltado decir que no le importaba dormir a la intemperie en plena temporada de huracanes (igual estaba exagerando un poco, pero le había dado rabia no ser él quien se ofreciese primero, estaba distraído haciendo el tonto con el bebé), llegó alguien a su puerta. No les extrañó, esperaban el parte estatal sobre el huracán, pero lo de las flores sí que era raro. — ¿Tendrá la abuela un admirador secreto? — Le dijo de broma a Arnie, quien no entendió su mensaje, pero sí debió captar el tono jocoso, porque respondió con una risita adorable. El ambiente se había tensado mucho, no obstante. Y estaba tan en alerta permanente que no pudo evitar sospechar. Sus sospechas eran fundadas, porque aquello no venía del MACUSA, sino de los Van Der Luyden. Se le cambió la cara.

Tenía el corazón a mil por hora ya, tanto que hasta el propio bebé dejó de reírse y empezó a buscar a su madre con la mirada, como si estuviera incómodo, pero Marcus se había congelado contemplando la escena. — ¿Son peligrosas? — Preguntó acerca de las flores, porque la reacción de Aaron no le había gustado nada, y saber que venían de Lucy McGrath, menos aún. De no haber tenido un bebé en brazos ya le estaría quitando a Alice el ramo de las manos. El contenido de la tarjeta le gustó menos aún. — ¿Por qué al sótano? — Miró a Aaron. — ¿Qué hay en tu sótano? — No hay máquinas de tortura, te lo aseguro. — Respondió Aaron, aunque no sonaba irónico, solo pretendía calmar, a pesar de que él mismo parecía nervioso. — Ahí es donde se reúnen cuando no quieren que salga la información. Tened en cuenta que mi casa está llena de criados, pero ellos no tienen acceso al sótano. Está insonorizado... — No me lo estás vendiendo bien. — Afirmó Marcus, muy tenso. No lo veía claro. No lo veía nada claro.

Pero, al parecer, era el único, porque Shannon y Maeve insistieron en que debían hacerlo. Miró a Alice. Shannon le quitó al bebé de los brazos casi sin que él se diera cuenta, pero le vino bien para poder moverse un poco mejor, a pesar de la tensión. — ¿Cómo sabemos que no es una trampa? ¿Que no es peligroso? — Les miró a todos. — Y si tiene tanto interés en comunicarse con nosotros, ¿por qué no ha venido ella? — ¿Mi madre? ¿Aquí? — Aaron soltó una carcajada triste. — Sí. Para que cuando vuelva la hayan echado de su amada familia como hicieron con Janet. — Si tan culpable se siente no le debería de importar. Y tú estás aquí. — Pues no le importaré tanto. — Chicos, no es momento de discutir esto. Se os acaba el tiempo. — Apremió Maeve. Marcus miró a Alice, en silencio serio unos segundos. Fue ahí cuando dijo Aaron que, si tardaban más, se aparecía allí. Marcus negó. — No estaremos tanto tiempo. — Miró a Alice de nuevo. — Si detecto el más mínimo peligro, nos hago aparecernos de vuelta. — Miró a Aaron. — ¿El sótano está protegido contra apariciones? — Probablemente. Pero no contra trasladores. — Eso hizo que Maeve abandonara la sala con una graciosa carrerilla de señora mayor, y volviera apenas segundo después con una cuchara de madera. — Toma. Esto podéis tocarlo sin problema. Se activa si decís "sláinte", o si no podéis hablar, haciendo con ella este gesto en el aire. — Describió con el dedo una especie de óvalo vertical. Marcus se guardó la cuchara en el bolsillo y sacó la varita, mirando a Alice. — Si la situación no me gusta, nos sacaré inmediatamente de allí, ¿de acuerdo? — Y no admitía discusión, porque si por él fuera, no estarían yendo. Alzó la varita y le pidió a ella que hiciera lo mismo. — A la de tres. Esto lo haces tú mucho mejor que yo. — Pidió, tratando de esbozar una sonrisa tranquilizadora. Cuando ella estuvo preparada, clamaron ambos al unísono. — ¡Protego! — Y una fuerte cúpula les rodeó a ambos. Esperaba que no se inhabilitara con el traslado, sujetarían muy bien sus varitas. — Cuando quieras. –

 

ALICE

No podía atender a las reflexiones de Aaron y Marcus, se había echado hasta a tiritar. Respiró profundamente y se apartó el pelo de la cara, mientras Maeve proponía una forma muy adecuada de volver. — Esto me da seguridad. Gracias, tía Maeve. — Ella le acarició la espalda. — Venga, no perdáis tiempo, cuanto antes vayáis, antes volveréis. — Miró a su novio y asintió. Si de ella dependía, desde luego, no iban a pasar delante de esa gente ni un minuto de más. Sonrió levemente a Marcus y, agarrándose fuertemente a él, tocó la tarjeta, y notó la brusca sensación del traslador.

Aterrizó manteniendo el equilibrio a duras penas. — ¡Ay, qué rápido habéis venido, menos mal! — Ni siquiera estamos tan lejos, esto también es Long Island, contestó mentalmente Alice. Miró alrededor, muy alerta, por lo que pudiera haber, y no vio a nadie más que a Lucy y un hombre con un traje desabotonado y una corbata deshecha. — ¡Revelio! — Lanzó, haciendo que el hombre se pusiera en guardia con la varita. Pero ella solo estaba buscando escuchadoras o gente con hechizo de invisibilidad o así. Solo vio un hechizo muy parecido al de su padre, silenciador, pero que permitía escuchar lo de fuera, y varios hechizos bloqueadores en la puerta. No es que se sintiera muy segura, pero soltó a Marcus y enfocó a ambos.

— ¿Cómo está Aaron? ¿Habéis averiguado algo? — Preguntó la mujer, con aquella cara de preocupación permanente, frotándose nerviosamente las manos. — Él está bien. Michael McGrath, supongo. — Dijo mirando al hombre, que asintió, también con nerviosismo y les tendió una mano, que ninguno de los dos estrechó. — ¿Qué teníais que decirnos? ¿Vais a declarar contra ellos? ¿Le ha pasado algo a Dylan? — Lucy se mordió el labio inferior y miró a su marido, que tomó la iniciativa. — Tu hermano está bien, Alice. Mejor que nuestro hijo si estuviera aquí… Tengo que confiar en que le estáis tratando bien. — Ella rio sarcásticamente y dijo. — Era difícil hacerlo peor. Resulta que tenemos escrúpulos. Y ahora dígame ¿qué demonios quieren? Tenemos un huracán encima. — Lucy se acercó hacia ella, conciliadora. — Alice, escúchame… Es imposible que Michael y yo movamos ficha. Hemos revisado lo que sabemos, lo que tenemos contra ellos… — Ella se echó hacia atrás, para evitar que su tía la tocara, con una risa indignada. — ¿Por qué no me sorprende? — Michael la miró directamente. — No es tan fácil como lo pueda ver una niña de dieciocho años. — Ella afiló la vista. — Sí, ya veo que a usted lo de decidir por mujeres jóvenes y no confiar en su criterio se le da muy bien, pero yo no soy mi madre, señor McGrath. — Él suspiró y negó con la cabeza. — Os hemos llamado para ofreceros información, pero no podemos declarar. — Es demasiado peligroso para nosotros, Alice, entiéndelo. — ¡No! ¡Ustedes no entienden el peligro que corre mi hermano! — Miró a Lucy directamente. — ¿Nos contaste la verdad respecto a Bethany? — Los dos se quedaron a cuadros. — ¿Sobre qué exactamente? — La herencia. ¿Es verdad que vuestra tía desheredó a mi madre? — La mujer miró a su marido, un claro acto reflejo para todo lo que hacía en su vida. — El heredero es Teddy. Lucy lo arregló todo para que así fuera. — Contestó Michael muy seguro. — Pero es posible que quieran a tu hermano para otro tipo de negocios, les conviene tener más gente para repartir negocios en testaferros, y no pueden hacerlo con seguridad si no están bajo su custodia. — Alice echó el aire con fuerza por la nariz. — ¿Por qué todo lo que decís me suena a una mentira detrás de otra? —

 

MARCUS

Si las miradas mataran, habría asesinado a Lucy McGrath nada más aterrizar. No pudo evitar apretar los labios y mirarla mal. Ah, y no estaba sola, lo cual le puso automáticamente en guardia durante los escasos segundos que tardó en dilucidar que debía tratarse de Michael McGrath, el padre de Aaron. A pesar de que iba con la hostilidad por delante... casi le defraudó verlo. Le había imaginado como a un empresario despiadado, altanero y distante, un negligente como padre y como esposo, en vistas de los acontecimientos. Pero lo que tenía ante sí era a un hombre al que parecían haberle colocado un traje encima y mandado a la guerra sin armas. Llevaba la chaqueta mal puesta, el pelo despeinado y tenía bastantes ojeras, y la cara un tanto desencajada, muy parecida a la que ponía Aaron cuando se sentía sobrepasado. Definitivamente no era un Van Der Luyden, más bien uno de sus hombres de paja. Lástima que no le diera ninguna pena.

Su novia se adelantó magistralmente, en lo que él lanzaba odio por los ojos a Lucy y escudriñaba a Michael. Evaluó el entorno rápidamente y lo que vio no le pareció peligroso, ni veía a esa gente capaz de echar algún hechizo tan intrincado que un Revelio no pudiera detectar... aunque nunca se sabía. Por lo pronto, lo que tenían era una versión cutre del hechizo modificado de William. No pudo evitar reír sarcásticamente para sus adentros. Si no le hubierais prejuzgado y expulsado de vuestra familia, ahora tendríais algo mejor. A la pregunta de la mujer, arqueó una ceja. Ya se había soltado del agarre de Alice, por lo que se cruzó de brazos. — No tanto como habríamos avanzado de tener más ayuda. — Movió levemente la cabeza. — Y, evidentemente, lo que hayamos o no descubierto no lo vamos a compartir con quien no colabora. — Esperaba que les hubiera llamado para algo más que para preguntarles que cómo iban. No podía ser tan ingenua de pensar que se lo iban a decir.

Cuando el padre de Aaron les tendió la mano, frunció el ceño casi ofendido, y no se descruzó de brazos, lo cual le provocó una profunda incomodidad. Marcus era protocolario y educado hasta el extremo, jamás se hubiera imaginado rechazando tan flagrantemente a alguien que intentaba presentarse. Pero es que con esa gente no quería compartir ni el aire que respiraban, cuanto menos darle la mano. Por no hablar de que seguía sin fiarse de sus intenciones, ni saber para qué les habían llamado. Alice intentó acortar aquella pantomima, y la respuesta de Michael fue tal cual como las que Aaron le daba cuando aún estaban en hostilidad mutua, lo cual le hizo rodar los ojos y negar con la cabeza, mirando hacia otro lado, riendo sarcásticamente con los labios cerrados y aunando toda la paciencia que pudiera una persona recabar. Luego habló Lucy, y por supuesto que Alice se echó hacia atrás, pero Marcus clavó la mirada en la mujer, no dando crédito. Y, a más oía, menos daba. — ¿En serio nos han traído aquí para esto? — Preguntó, rebosando acidez. — ¿Para llorarnos porque no pueden hacer nada y hablarnos con superioridad, como si fuéramos precisamente NOSOTROS los que no sabemos del tema o los que hemos creado esta situación? — No sé quién eres tú para hablar en este tema. — Preguntó Michael, en un arrebato de defensa desesperada ante los ataques. — Esto es algo entre nuestra sobrina y nosot... — ¿¿Vuestra qué?? — Menudo latigazo de ira le había golpeado el pecho ante las palabras del hombre, tanto que el tono de su pregunta se le desbordaba. — Alice no es vuestra sobrina. Y en cuanto a vosotros, ya nos estáis dejando claro, una vez más, que no podéis hacer nada, y aun si lo hicierais yo seguiría estando mucho más metido en este tema que vosotros. Yo sí soy familia de Alice y de Dylan. — Que todavía no había puesto los pies en ese sótano y ya le estaban tirando de la lengua.

Al menos, tras su estamento y el de Alice, el hombre hizo algo así como intentar reconducir diciendo que podían darles información. Hizo bien en no hacerse ilusiones, porque Lucy volvió a decir que era peligroso para ellos. Alice saltó en el acto, mientras él volvía a reír con incredulidad y sarcasmo. — Peligroso es para nosotros, que, como bien ha señalado su marido, no somos nadie. — Pero su novia directamente preguntó por Bethany, porque al menos, ya que habían ido, tratar de sacarles información y persuadir de que colaboraran. La respuesta de Michael no les aseguraba nada a ciencia cierta, más bien había echado la pelota hacia otro lado. — Porque es lo que llevan haciendo toda la vida, y nos lo están haciendo en la cara desde que llegamos aquí. — Respondió él a la pregunta de Alice, mirando a los otros, sin descruzar los brazos. — Si es como decís, queremos pruebas. — Eso iba a deciros. — Dijo Michael, con las manos temblorosas. Casi podía sentir cómo tenía la boca seca al hablar. — Investigad por ahí. Debe haber papeles, documentos a nombre de Dylan Gallia en caso de que le hayan utilizado de testaferro, poderes notariales, se puede investigar de mil formas. — Perfecto. Estaremos esperando. — Contestó Marcus, impasible. Lucy suspiró agobiada y temblorosa, y Michael negó con la cabeza. — Pero nosotros no podemos. Tenéis que hacerlo vosotros. — ¿Un poderoso hombre de política y una Van Der Luyden no pueden conseguir dicha información de su propia familia? ¿De verdad un tipo que no pinta nada aquí y una niña de dieciocho años, según vuestras propias afirmaciones, pueden llegar más lejos que vosotros investigando? — No es cuestión de llegar lejos, ¡es que no podemos! ¡Vosotros no estáis en este mundo, no entendéis lo que es esto! — Estamos en este mucho mucho más de lo que desearíamos estar, créame. — No puedo mancharme las manos y arriesgarme a perderlo todo por un niño, lo siento. — Y Marcus ya había oído todo lo que tenía que oír con esa sentencia que, si bien temblorosa y nada convencida, le había terminado de hartar.

Rio sarcásticamente de nuevo y tomó la mano de Alice, diciendo. — Nos vamos... — No, por favor. Por favor, esperad un momento. — Rogó Lucy, acercándose a ellos y prácticamente llorando. — Por favor, por favor, dadnos una oportunidad. Queremos recuperar a nuestro hijo. Por favor... — Deje de hablarnos como si fuéramos sus secuestradores. — Se ofendió Marcus. Se había vuelto a girar hacia ella, soltando a Alice. — Nosotros no tenemos a Aaron retenido. Si estáis haciendo esto como si fuera algo así como una recompensa para que le liberemos, estáis muy equivocados. Ya os ha dicho Alice que tenemos escrúpulos. — ¿Y por qué no ha venido Aaron con vosotros? — Está de broma ¿no? — Contestó Marcus a Michael sin poder evitar la risa despectiva en la pregunta. — Aaron no ha venido por dos motivos: el primero, porque si alguien corre peligro en esta familia, es él, a quien habéis permitido que maltraten durante años, y que le usen de espía, cosa que no ha hecho y por lo que le podrían caer unas consecuencias que sus propios padres "no podrían hacer nada por impedir porque es peligroso para ellos." — Lucy rompió a llorar, llevándose una mano al pecho. La ignoró. — Y segundo, porque no quiere. Porque está siendo cuidado por una familia que le aprecia y le trata bien y le da calor, lo cual se le nota a la legua que no ha tenido en su vida. Aaron no ha vuelto ya porque él no quiere volver, no por nosotros. Las puertas de la casa las tiene abiertas para irse cuando quiera, preguntaos más bien por qué no lo ha hecho ya. — Lucy seguía llorando, y Michael, que le miraba con las pupilas temblorosas, tragó saliva. Marcus aprovechó para continuar. — Seguimos sin saber para qué nos habéis hecho venir. Esta información, tal y como nos la dais, no nos sirve para nada. Si realmente el heredero de Bethany es Teddy, queremos pruebas. Si realmente Dylan está siendo usado como testaferro, queremos pruebas. Decidnos si nos la podéis dar, y si no, nos vamos. Porque, no sé si lo sabéis, pero hay un huracán a la vuelta de la esquina. Y, no menos importante, no nos apetece pasar ni un solo segundo más encerrados en el sótano de esta casa. —

 

ALICE

La indignación de Marcus iba acorde con la suya, y no pensaba decirle ni media palabra sobre cómo estaba hablando a la pareja. Evidentemente, a ella no le tomaban en serio, bueno, pues más les valdría tomar en serio a su novio antes de que sacase la varita. Y poco iba a tardar en hacerlo si seguían diciendo cosas como “mi sobrina” delante de él. Con los Van Der Luyden tenía la mecha más corta que le había visto jamás.

Soltó una risa incrédula cuando Michael, con toda la cara, les dijo que buscaran las pruebas ellos. — ¿Pero no se supone que es usted el que mi abuelo colocó para representar a la familia en política? ¡Use sus contactos! — Pero nada, ellos seguían con que no podían hacer nada, y eso la desesperaba, y Alice odiaba estar encerrada, y empezaba a sentirse enjaulada en aquel sótano. — Sí, nos vamos, y no volvemos si no es a por Dylan. — Declaró, tajantemente.

Pero Lucy insistió en lo de Aaron, y ella simplemente les miró… resignada. — No entendéis nada, Lucy, de verdad que no. — Le dijo cuando Marcus terminó. — Yo no voy a decirle a Aaron que vuelva aquí. Y vosotros no podríais garantizar que no le fueran a hacer lo que le han hecho siempre. — La mujer la miró, desesperada. — Pero si vosotros les paráis los pies… Si les hundís gracias a lo de Dylan… — Y ahí se dio cuenta, y le tuvo que dar la risa. — Ah, que era eso. — Negó con la cabeza, sin perder la sonrisa ya psicótica por lo menos. — Queréis que NOSOTROS hagamos el trabajo peligroso para que VOSOTROS podáis recuperar a vuestro hijo, porque ellos ya no podrían hacerle daño. — ¡Tú recuperarías a tu hermano! No veo que sea tan injusto. ¿No crees que si no lo hemos hecho en todos estos años es porque no hemos podido? — Contestó Michael, alzando el tono también, pero ella le miró de arriba abajo, muy tranquila. — No. Creo que sois unos cobardes y que vuestro dinero y vuestra posición os importan demasiado. ¿Pero sabéis qué? Ni aunque consiguiéramos todo eso, podría asegurar que Aaron quisiera volver con vosotros. Marcus lo ha dicho, ahora ha conocido lo que es una buena familia, lo más probable es que no quiera volver a esto. — Lucy la miró derramando lágrimas. — Pero yo soy su madre, él a mí… — Alice levantó una mano, en gesto de negativa, de que cortara el discurso. — No estoy aquí para escuchar este discurso, de verdad que no. —

De repente se oyó un trueno tan profundo que casi notó vibrar el suelo. El huracán iba a empezar muy pronto y no podían seguir perdiendo el tiempo de aquella forma. — ¿Dylan estará a salvo del huracán? — Lucy asintió, mirando al suelo. — Mis padres se han ido a Maine, a la casa familiar de los Van Der Luyden, hasta que pasen los huracanes, y se han llevado a Dylan con ellos. — Ella suspiró. Ahora resultaba que estaba en Maine. Esto se lo ponía todavía más difícil, aunque en el fondo diera igual. No quería sentir a su hermano lejos otra vez. — ¿Y cómo sé que no le van a hacer nada? — Porque le necesitan, y le necesitan de forma que una inspección no se lo quite, porque, si como sospechamos, le están usando, necesitan mantener su tutela. — Contestó Michael. Maldita sea, todo el plan de Howard para nada, pensó para sí misma. Siempre iban diez pasos por delante aquellas alimañas. De nuevo, un atronador sonido les estremeció a todos. Tenían que irse. — A ver. — Dijo, tratando de poner su mente en orden. — Decidme al menos nombres, sitios donde podamos buscar. — Alargó la mano abierta hacia Marcus para que le diera pergamino, y cogió un boli que había ahí en una mesa. — ¡No escribas nada! — Dijeron los dos a la vez, y ella levantó la mirada. — Mirad, si nos va a tocar a nosotros hacer esto, lo haremos a nuestra manera. Nos vamos a aparecer directamente en casa de nuestra familia, nadie va a saber esto. Los Van Der Luyden no están aquí, hay un huracán, no creo que nadie se pare a ver lo que escribo. — Dijo ya muy seria. — Decidme nombres de notarios de la familia, que podamos investigar. — Michael rio. — Inviable, están de su parte. — Y ahí ya se desesperó y tiró el boli, dejando caer los brazos. — ¿Y entonces qué sugerís? Porque me estáis volviendo loca. — Podemos decirte los que NO están corruptos. — Dijo apurada Lucy. — Y los enemigos de Teddy, que les encantaría verle caer. Tiene varios. O a los que han cabreado o hundido de más. — ¡Pues venga! Que tenemos que irnos. —

Cinco minutos después, tenía una lista bastante nutrida de notarios, asesores, gestores e incluso algún político por ahí. Dobló bruscamente el papel y miró a Lucy, dándole la mano a Marcus. — No voy a volver por aquí. Si lo conseguimos o fracasamos… ya os enteraréis. — Suspiró. — Me has decepcionado, Lucy. Por un momento pensé que realmente querías a mi madre, que solo eras una niña asustada toda su vida… Ahora veo que tú y tu marido solo sabéis preocuparos de vosotros mismos. — Su tía agachó la cabeza, volviendo a llorar, y Michael se acercó a ella. — Tú no sabes lo que es vivir con ellos. — Alice asintió. — Tienes razón. Tu hijo lo sabe. Le he visto esconderse aterrorizado pensando que venían a por él al sitio más recóndito de Inglaterra, mientras vosotros estabais aquí, sin hacer nada por él. — Les miró con desprecio. — Si está en mi mano, no le dejaré volver aquí. — Dijo de corazón, dando la reunión y su relación con los McGrath por terminada.

 

MARCUS

A Alice le dio la risa, y a él le hubiera dado también si no estuviera tan indignado que notaba que hasta le cegaba la emoción. Solo podía seguir negando con la cabeza, mordiéndose el labio. — Increíble. — Les miró con desprecio. — Tantos años haciendo creer a todo el mundo que teníais un poder imparable, y solo era palabrería. — Miró a Alice, lleno de superioridad, y a sabiendas de que aquellos no les iban a entender, le dijo. — Desde luego, nadie como tu madre entendía el término "imparable". Lo entendía a la perfección. Siempre tuvo razón. — Y devolvió la mirada de superioridad a Lucy, cuyas lágrimas seguía sin comprar en absoluto.

Abrió muchísimo los ojos a la afirmación de Michael. ¿¿Pero cómo se podía tener tan poquísima vergüenza?? — Aaron no está con vosotros porque vosotros le habéis echado. Dylan no está con nosotros porque nos lo habéis QUITADO. POR SUPUESTO que es injusto, no tiene ni punto de comparación. — Se le estaba yendo el tono de las manos, pero estaba lleno de ira, y todo lo que se había contenido con los Van Der Luyden por miedo a lo que pudieran hacerle a Dylan o a ellos, no pensaba contenerlo con esa gente, que estaban demostrando no ser nadie. Ya iba a responder también a Lucy, indignado, cuando su novia cortó el discurso de la mujer con tanta dignidad que él no quiso añadir nada más, solo instaurarse en su posición de seguridad, altivo.

Su pose casi se desmorona tan pronto escuchó el trueno. Bufó con desprecio y le dijo a Alice. — Vámonos ya. Esto no sirve para nada. — Pero su novia quiso poner un poco más contra las cuerdas al matrimonio, y ciertamente no era mala estrategia, porque se les veía desesperados. Si no fuera porque el huracán acechaba, él estaría metiendo más presión también, porque lo peor que les podía pasar era irse tan de manos vacías como habían ido. La noticia de que Dylan estaba en Maine le hizo apretar los dientes y aumentó su indignación. ¿Con qué permiso trasladaban al niño? Claro, lo consideraban de su propiedad, con ese permiso. Era indignante... Y a saber ahora cuánto tiempo pasarían encerrados en casa con el dichoso huracán. De verdad que a cada día que pasaba en ese país lo veía menos bueno.

Volvían sobre lo mismo: no le harían nada porque le necesitaban. Los McGrath se estaban basando en el supuesto del testaferro, pero si la hipótesis verdadera fuera la de la herencia, o cualquier otra, ese argumento no lo tendrían. Y saber a Dylan tan lejos de su alcance, y que dispusieran de moverle sin que ellos se enteraran y con tanta facilidad, no le tranquilizaba nada. Como no parecía que fueran a sacar nada de ellos en esa reunión, Alice pidió al menos nombres para saber por donde empezar, y ambos saltaron como gatos. Marcus gruñó desesperado. — ¡Por Merlín! — Menos mal que Alice estaba guardando más la calma, porque Marcus tenía ganas de lanzarles un hechizo a cada uno. Claro que la calma no podía ser eterna, y ya se desesperó, lanzando el boli, lo que endureció la mirada de Marcus. — ¿Es esto una estrategia para hacernos perder el tiempo? ¿Para que nos caiga el huracán encima? — No, por Dios, Marcus. — Lloriqueó Lucy de nuevo. — Os juramos que queremos ayudar, pero es que no sabemos... — ¡Sí que lo sabéis! ¡Estáis entorpeciendo el proceso! — A golpe de varita, invocó el bolígrafo de nuevo y se lo dio a Alice, sin dejar de mirar a la mujer. — No vamos a esperar ni un minuto más. Decid ya lo que sea o nos vamos. — Y, por fortuna, entre ambos les hicieron reaccionar.

Tenían algo, al menos, y eso le dibujó una sonrisa satisfactoria y ciertamente malévola en el rostro. La sentencia de Alice fue muy firme. Michael volvió a defenderse, y tras la respuesta de su novia, dio un leve paso al frente, sin soltarla, y dijo con desprecio y sonriendo con superioridad. — ¿Sabéis quién más sabía lo que era vivir con ellos? Janet. — Movió la cabeza. — Y dejó de hacerlo. Vivió la vida que quiso. — Miró a Lucy de arriba abajo y añadió. — Seguid intentando llegar a ser la mitad de lo que era ella. — Y ya no tenía nada más que decir. Se llevó la mano al bolsillo y, alzando la cuchara como quien dedica un brindis, ladeó una sonrisa de superioridad y, con un guiño provocador, pronunció. — Sláinte. — Y Alice y él desaparecieron en el acto de allí.

 

ALICE

Ganas de reír no tenía ninguna, pero aquella última actuación de su novio, le arrancó una sonrisa de ¿qué? ¿Cómo os quedáis? No soy una niña desvalida. Mirad lo que tengo a mi lado, justo antes de desaparecer de allí.

Pero al aterrizar en el porche de casa Lacey, el vendaval y la lluvia la sorprendieron de golpe. — ¡Marcus! ¡Alice! ¡Rápido! ¡Vamos a echar el hechizo ya! — Apremió Shannon desde la puerta, mientras ella intentaba recuperarse de tantas cosas a la vez. A duras penas, corrieron hasta la puerta y se dio cuenta de que estaban jadeando. — Marcus, ayúdanos. — Pidió la mujer, y a ella no le dijo nada. Se le debía ver que aún estaba un poco desubicada. — Ven, Alice, si quieres te preparo un té de camomila, me salen muy bien. — Maeve Junior había llegado a su altura. Aquella niña, por ser tan dulce, daba impresión de ser más pequeña, pero estaba perfectamente enterada de lo que pasaba a su alrededor, y, claramente, sabía cómo actuar bastante bien. — Sí… Sí, te lo voy a agradecer, cariño. — Porque no estaba ella para tirar hechizos de mucha calidad, y para eso había que tener mucha concentración y coordinación, y en medio no quería quedarse, sintiéndose aún más inútil.

Se fue a la cocina y observó a Maeve, muy resuelta, poner la tetera en el fuego y preparar con primor el té. — Se te da muy bien. Es lo que tenemos las hermanas mayores ¿verdad? — Maeve llevó una bandeja y unas tacitas adorables a la mesa y se sentó con ella, con una sonrisa. — Ya ves. Mamá se sobrepasa mucho con las chicas, la tienen un poco cansada. Y Arnie es un bebé, requiere mucha atención. — Alice le sonrió tristemente. — Yo también ayudaba mucho a mi madre con mi hermano. Cuando crezcan, sabrán agradecértelo. — La niña la miró con un poco de pena. — Habéis ido a hacer gestiones de lo de tu hermano ¿no? — Alice suspiró y dio un profundo sorbo a la taza. Estaba buenísimo y le estaba templando el cuerpo, que de mirar por la ventana se le estaba cortando más. — Yo no diría tanto. Oye, pero este té está excelente, eh, me está viniendo genial. — Dijo, no obstante con un tono amargo. — ¿No os ha dado frutos? — Ella negó con la cabeza y dejó la taza en la mesa. — No, la verdad es que no. — Maeve alargó la mano y tomó la suya. — Mira, a mí no me cuentan casi nada, lo que voy oyendo más o menos… Pero veo que estáis volcados en esto. Y ¿sabes? Aunque sé que no es lo mismo, sé lo que es volcarse con todo tu esfuerzo en algo y que parezca que no está sirviendo para nada, me pasa muchas veces con los estudios. — Alice la miró con cariño y apretó su mano. — Eso a veces pasa. A mí me pasaba con Transformaciones. Pero al final encuentras una manera, cada uno tiene la suya, para llegar al conocimiento, y más tú, que eres trabajadora y constante. — La niña sonrió. — Pues como tú y el primo. Llegaréis a tu hermano, estoy segura. — Y eso le llenó los ojos de lágrimas de agradecimiento. — Los Pukwudgie sois los mejores ¿lo sabías? — Y la niña sonrió ampliamente.

En ese momento entraron Shannon, los tíos, Marcus y Aaron, que ahora llevaba a Arnie en brazos. — ¿Cómo estás, cariño? — Preguntó Maeve corriendo. — Bien, mejor ahora, que tu tocaya me ha hecho este té tan rico. — Shannon se acercó y rodeó a su hija mayor con cariño y una gran sonrisa, claramente bien hinchada de orgullo. — Solo estaba un poco mareada del traslador y… abrumada. — Todos asintieron con comprensión. — ¿Habéis logrado algo de mis padres? — Ella miró a Aaron y suspiró, tendiéndole el papel. — Solo eso. — ¿No van a declarar? — Preguntó Shannon indignada, y Alice negó. — Dicen que no pueden. Solo hemos sacado una lista de nombres por donde empezar a buscar… y dando gracias. — Ojalá me sorprendiera, pero me lo esperaba... — Dijo Aaron, aunque se le veía apesadumbrado. Volvió a mirar por la ventana. — Pero supongo que hasta que eso no amaine no tenemos nada que hacer. — Frankie bufó e hizo un gesto con la mano. — Bueno, aquí es que son un poco exagerados, esto en Irlanda… — Se llama tormenta, que sí, papá, todos los años igual, y ya llevas unos pocos aquí. — Eso es que es la sangre O’Connor de mi suegra que en paz descanse… — Susurró Maeve disimuladamente, mientras recogía algo de la cocina. Shannon volvió a mirarla. — Es cierto que es peligroso intentar hacer algo. De momento… contadle la información a vuestro abogado y… tratemos de pasar estos días de la mejor manera posible. — Ella asintió con una sonrisa triste y les miró a todos, cogiendo la mano de Marcus. — Con vosotros seguro que lo es. —

 

MARCUS

Aterrizó aturdido, y toda la chulería y desfachatez que había echado fuera en el último segundo ante los McGrath desapareció, dando paso a la ira y la indignación más absolutas. Se hubiera dejado llevar por estas si no fuera porque cayeron en pleno vendaval, lo que aumentó la confusión de ambos, y por puro instinto y siguiendo las voces de su familia corrieron a refugiarse dentro de la casa. Una vez dentro, corrió hasta donde le decían, siguiendo las indicaciones para echar los pertinentes hechizos protectores. — ¿Estás bien? — Dijo Aaron a su lado, azorado, pero apenas atinó a reaccionar con un nada aclarador gesto de la cabeza, pues les estaban empujando a ambos hacia las ventanas y puertas, y tuvieron que ponerse en serio con los hechizos si no querían que el huracán se les colara por todas partes. Alguien se había llevado a Alice a otra parte, ni se dio cuenta de quién, ni dónde. Se puso a hechizar donde le decían, como un autómata, dándose una vez más la orden de no estallar hasta que no fuera el momento, pero notando el palpitar de la ira en su interior, amenazante, advirtiendo de que no debería estar conteniéndolo tanto, que eso le iba a pasar factura. Afortunadamente, en apenas un par de minutos terminaron las gestiones, y el interior de la casa quedó en una extraña calma. Echó aire por la boca, se frotó la cara y apretó tanto los dientes, escondido tras sus manos para que no le vieran, que podría partírselos. Ya sí que no tenía motivos para contenerse.

— Eh. — Aaron llamó muy cautelosamente su atención. Marcus se destapó la cara, bufando. Debía estar enrojecido de tanta contención. — Te dejo que me insultes. O que nos encerremos en una habitación y me hechices. Mientras me dejes hacerme un escudo primero... — ¿Qué? — Preguntó, desconcertado. El otro se encogió de hombros. — Entiendo lo que es odiar a mis padres con todas tus fuerzas. ¿Qué han hecho ahora? Da igual, no me lo digas. No puedes salir ahí fuera a partir cosas, así que... — Nadie va a hechizar a nadie. — Detuvo la tía Maeve, poniéndose en medio. Marcus volvió a frotarse la cara. — No pensaba hacerlo de todas formas... — Pero se te nota a la legua que estás lleno de ira, hijo. — Por lo pronto... — Dijo Shannon, quien colocó a Arnie en brazos de Aaron. — A este pequeñín te lo quedas tú, porque el primo Marcus está demasiado nervioso y tú necesitas que alguien te recuerde que la vida es demasiado valiosa como para ofrecerte de saco de hechizos, hijo. — Era por ayudar... — Y eso estás haciendo, ayudar a tu nueva prima a no cargar más con el bebé. — Dijo graciosamente la mujer, dándole un par de palmaditas en el hombro, a lo que Aaron tuvo que reír, y el bebé rio con él. Marcus estaba deseando dejarse contagiar por ese espíritu. Pero seguía demasiado indignado.

Entró en la cocina dispuesto a iniciar el modo emergencia para asegurarse de que los daños psicológicos de su novia tenían reparación, o a tener otro motivo más para querer liarse a hechizos como la última vez que vino de casa de los Van Der Luyden, pero se la encontró bastante recompuesta y en compañía de Maeve Junior. Miró a la chica y sonrió con agradecimiento, y esta, con una sonrisita, agachó la cabeza. Se sentó junto a Alice y agarró su mano, mirándola. Prefirió callar. Entre todos se estaban poniendo al día, él... una vez más, y como le había pasado en más de una ocasión desde que pisara Nueva York, necesitaba poner en orden sus ideas. Como si se metiera en su propia cabeza y se pusiera a ordenar y a tirar todo lo que fuera dañino... Ojalá de todas las cosas pudiera deshacerse. Algunas, por el momento, debían estar ahí. Pero empezaban a encontrarse en la línea de salida.

La presencia de su familia, sobre todo de las niñas, hizo que su estado de ánimo mejorara a mayor velocidad de lo que lo hubiera hecho en condiciones normales. Para la hora de la cena se encontraba ya lo suficiente en sí mismo como para loar a Maeve por su excelente mano con las infusiones y conocimiento de la estructura de la casa, momento que estaba siendo continuamente interrumpido por los gritos de protagonismo en la conversación de las otras dos hermanas, para gracia de Marcus y disgusto de Maeve.

Igualmente, tanto él como Alice estaban tan cansados que prácticamente se fueron a dormir a la misma hora que el bebé, por lo que su habitación iba a ser la primera en quedar inhabilitada. Él ya se había puesto el pijama y estaba metido en la cama mientras Shannon dejaba allí a Arnie, porque como Marcus se lo tenía que tomar todo al nivel excelso de práctica, quería saber cuál era la conducta más adecuada para favorecer el buen descanso de un bebé. Para empezar, les habían agrandado la cama, lo cual iba a ser bastante cómodo para los tres, había poco riesgo de pisarse. Para continuar, Shannon parecía bastante tranquila al respecto de todo, y Arnie se había quedado plácidamente dormidito en apenas segundos, y no parecía que nada le fuera a turbar. La mujer se fue y él se quedó tumbado en la cara, mirándole, esperando a que Alice llegara de ponerse su pijama.

Se había quedado absorto mirando al bebé dormir, acariciándole levemente la cabecita, sin querer tocarlo mucho por no despertarlo. Miró a la puerta cuando Alice entró a la habitación, llevándose un dedo a los labios con una sonrisilla. Rio sin voz. — Es broma. — Dijo muy bajito. — Según Shannon, ni una estampida de erumpents podría despertarle. — Entornó los ojos hacia arriba. — De hecho, ni el ruido del maldito huracán parece molestarle... — Y eso que habían lanzado un hechizo para disminuir el ruido de la tormenta, pero era tan atroz que se seguía oyendo. Cuando Alice se tumbó, se acercó un poco (aunque con el bebé en medio, por lo que con un amplio margen aun así), con una sonrisa tierna. — Si la tormenta no te deja dormir, me cambio de sitio. No creo que a este le moleste. — Bromeó. Arnie seguía como un tronco, lo que le hizo reír levemente y acariciarle con ternura.

Miró a Alice de nuevo. Ahora sí, apareció un leve velo de tristeza en su mirada. — Esto... va a durar unos cuantos días. — Encogió levemente los hombros, lo que le permitía su postura. — Pero podemos... aprovechar para poner en orden nuestras ideas. Hablar con Rylance, quizás él desde allí pueda hacer cosas. Y... aprovechar que estamos con los niños para despejarnos un poco. Como un campamento. — Solo de decirlo se sintió mal. Echó aire por la boca. — Yo tampoco quiero pararme justo ahora. Estoy harto de esto. — Hizo una pausa. — Alice... — Alargó la mano para apretar la de ella. — Sé que... esto no es lo que habíamos planeado. Este no era nuestro viaje soñado, el primero. Iba a ser Irlanda. — Se mojó los labios y, tras otra pausa, continuó. — Pero... cuando nos prometimos ir a Irlanda... tu argumento fue que querías ver el principio. Que querías conocer el origen, de dónde partía todo. — La miró a los ojos, con tristeza. — Este es nuestro origen, Alice. Es nuestro principio. El de ambos, de hecho... porque Irlanda acude a ti aunque tú no puedas ir a ella. — Sonrió levemente y bajó la mirada al bebé. — A la vista está. — La miró de nuevo, y apretó un poco más su mano. — Lo vamos a conseguir, Alice. Juntos. Vamos a cerrar este círculo. Y lo mejor de todo esto, es que ya lo sabremos todo. Nuestro origen va a quedar muy claro, y el día que salgamos de aquí, será para no volver a abrir este capítulo. Quedará resuelto para siempre. Tal y como dijimos, este va a ser el inicio del resto de nuestra vida. —

Notes:

Estábamos todos seguros de que los McGrath no iban a ser una ayuda ¿verdad? ¿Creéis que volverán a salir? ¿Lo hubierais hecho diferente? De momento, empieza la temporada de huracanes y se vienen muuuuuuchos días encerrados pensando… ¿Darán con la clave?

Chapter 25: En el ojo del huracán

Chapter Text

EN EL OJO DEL HURACÁN

 

LEX

(14 de agosto de 2002)

Hasta él era consciente de que se estaba excediendo y de que iba a acabar haciéndose daño. Pero ahora era el momento para hacerlo. Su madre estaba reunida con el abogado en el despacho de él, y su padre estaba trabajando. A Darren iba a verle esa tarde, así que no había riesgo de que se presentara por allí. Su abuela ya había estado esa mañana y… la había engañado, precisamente diciéndole que había quedado con Darren, para que pensara que no tenía un nieto solito en casa al que cuidar, y él a cambio le había prometido irse a comer con ellos al día siguiente a su casa (y los arrebatos de familiaridad de Lex eran tan infrecuentes que a ver quién le decía que no). Atar el horario de quedadas lo máximo posible como quien no quería la cosa, siendo él quien planificaba todos los próximos encuentros, daba poco margen a la improvisación y le dejaba disponer de mucho tiempo solo en casa. Por no estar, no estaban ni las lechuzas, que ahora se pasaban el día llevando misivas de un lado a otro. Estaba completamente solo, salvo por Noora, pero esta siempre había sido el único ser viviente que jamás le juzgaba. No había nadie que le dijera “Lex, para, te vas a hacer daño”. El problema es que empezaba a decírselo él a sí mismo.

Pero se la estaba jugando. Cuando llegó la carta de los Montrose Magpies con la fecha para la prueba, sus padres no estaban en casa, y Marcus y Alice justo habían quedado ese día con Sean y Hillary para comunicarles que se iban a Nueva York. Todos estaban muy preocupados, con un lío tremendo, las cabezas a reventar… y lo último que quería era llegar diciendo: “eh, me han puesto la fecha para la prueba”, y tener que aguantar mil preguntas, o todas sus culpas cada vez que se centraran en el tema Dylan y se les olvidara preguntarle cómo iba. Y en cuanto a Darren… no es como que su novio fuera especialmente vengativo. Le daría pena que no se lo hubiera contado, pero… Bueno, no tenía excusa. Tenía que habérselo dicho a Darren. Pero no estaba acostumbrado… a hablar tanto… o a tener… cosas tan importantes que contar… No sabía cómo proceder con eso. Y estaba nervioso, agobiado, asustado. Pero sí había algo que necesitaba: entrenar. Entrenar como loco. Y siempre lo podrían confundir con el entrenamiento propio de Lex cualquier día del año, o con su manera de gestionar sus emociones ante la situación que tenían encima. ¿Quién iba a estar pendiente de lo que hacía o dejaba de hacer? ¿Quién iba a caer en que pudiera ser de cara a una prueba en vez de, simplemente, porque sí, como hacía siempre?

Acababa de bajarse de la escoba y, de un salto, se había lanzado al suelo a hacer flexiones. Tenía que ganar fuerza en los brazos y en la espalda, tenía que aprender a caer bien de la escoba. Tenía que entrenar fuera de la escoba, que el estar fuera de ella no supusiera terminar el ejercicio. Seguir y seguir, y cuando su escoba volviera, volver él. De hecho, la tenía entrenada para ello. Había dado tantas vueltas a la casa que la escoba iba sola, y en una de esas, se lanzaba al suelo, hacía flexiones en lo que la escoba daba la vuelta entera y, cuando volvía, saltaba y se subía encima otra vez, y vuelta a empezar. A veces lo complementaba lanzando quaffles, pero ahora estaba en entrenamiento de flexiones. Puramente. Fortalecer brazos y piernas, entrenar la respiración. Contar mentalmente, concentrarse mentalmente. Solo podían existir sus propios pensamientos, el resto tenía que ser control mental. Once… Doce… Trece… Catorce…

— ¿Lex? — Se desestabilizó, se le dobló un codo y cayó de costado al suelo, sorprendido. Tenía tan entrenado cómo caer que ni se hizo daño, solo estaba aturdido. Arnold se le acercó por detrás, extrañado, apareciendo por el lateral del jardín. Porque, por supuesto, Lex estaba escondido en un lateral del jardín, por si a alguien le daba por aparecer. Y le había dado por aparecer a su padre, mucho antes de lo que él contemplaba. Solo que le había pillado. 

— ¿Qué haces aquí? ¿No habías quedado con Darren? — ¡FAERAINN! — Bramó, con el aire entrecortado, y su escoba cayó como muerta en el suelo a sus pies. Su padre la miró y le miró a él con los ojos como platos. — ¿Y esto? — Lex tenía la respiración tan agitada que no podía ni responder. Se sentó en el suelo con las rodillas flexionadas, con los antebrazos apoyados en estas… Estaba un poco mareado. Algo le decía que se había parado a lo justo. Parpadeó con fuerza. Su padre seguía confuso, mirando a su alrededor, a la escoba y a él, tratando de encontrarle a aquello la lógica. — ¿Acabas de darle a tu escoba una orden en gaélico? — Preguntó con un toque curioso dentro de la incomprensión que le reinaba. Pero Lex seguía jadeando con dificultad, sudando muchísimo y muerto de calor. Joder, encima hacía un día de calor horrible, y le estaba dando el sol…

Su padre se sentó a su lado. — ¿Cuánto tiempo llevas aquí entrenando? — Lex tragó saliva. Estaba modulando un poco mejor su respiración, ya sí podría hablar… solo que no sabía qué responder. — Lex. — Dentro de toda la dureza que Arnold era capaz de alcanzar, aquello estaba empezando a poner a su padre en modo autoritario. Qué más daba el tiempo que llevaba entrenando, Arnold quería saber por qué se estaba matando. Así que mejor no alargar la conversación. — Me… han… contactado… los Montrose Magpies. — Arnold abrió los ojos, mirándole. Lex tomó aire entre jadeos y añadió. — Tengo… una prueba de selección… — Miró a su padre. — Si la paso… entro en la cantera. — Arnold dejó caer la mandíbula. — ¿Cuándo es? — Lex tragó saliva. — El día dieciocho. — ¿El domingo? — Preguntó Arnold, con las cejas arqueadas por la sorpresa. Lex asintió. — ¿Estás agobiado porque te han dado poco tiempo para prepararte? — Volvió a agachar la cabeza. No hizo falta explicarlo, Arnold le conocía demasiado bien. 

El hombre se sentó mejor en el suelo y se acercó a él. — ¿Desde cuándo lo sabes? — Lex tragó saliva una vez más. Tenía la respiración bastante mejor, pero aún muy agitada. — Desde el dieciocho de julio. Siempre avisan con un mes de margen. — Arnold tenía los labios entreabiertos otra vez y le miraba, pero ahora había un velo de pena en sus ojos. Al cabo de unos segundos, preguntó. — Hijo… ¿por qué no nos lo has…? — Ni siquiera acabó la pregunta, él solo debió darse cuenta. No se vio venir que su padre le abrazara, tanto que abrió mucho los ojos. — Papá, estoy todo sudado. — Eres mi hijo. Es sudor de mi hijo y yo no soy ni tu madre ni Marcus. Me mancho encantado. — Dijo mientras le apretaba, y eso rebajó sus defensas, por tonto que pareciera. Tanto que se destensó y se dejó abrazar, cerrando los ojos y haciéndose un poco ovillo con su padre. Hacía mucho que no se sentía abrazado como un niño pequeño. Suponía… que podía quedarse ahí un ratito. 

— ¿No se lo has dicho a nadie? — Le dijo al separarse. Lex negó y Arnold echó aire por la boca. — ¿Ni siquiera a Darren? No es como que apruebe que a nosotros no, pero… sé lo que me vas a responder. ¿Pero por qué no a él? — Se encogió de hombros. Lex y sus silencios. — Hijo… — Suspiró de nuevo, sacó la varita y, con una sacudida de esta, apareció un par de segundos después una toalla volando hacia sus manos. Empezó a secarle el pelo. — Ah, papá, ya puedo yo… — No, ahora te aguantas y me dejas secarte. Y me escuchas, ya que te gusta tanto estar calladito. — Lex puso cara de perro aburrido mientras le secan con una toalla al salir de la ducha mientras su padre le decía. — Sé que esta situación… también te ha puesto triste a ti, y nervioso. Lo de Dylan, quiero decir. Y sé… que hemos estado todos muy ausentes y volcados en eso. — Es un tema importante, papá. Más que est… — Chistó. — Ay, ya. — Le quitó la toalla. De verdad, es que se sentía un niño de cuatro años. Podía secarse el sudor él. — Estabais ocupados y con razón. Pensé… encontrar el momento… pero se iban pasando los días… — Echó aire por la nariz. — Quería entrenar tranquilo y ya cuando pasara todo pues os daría el veredicto y ya está. — Querías que no te regañáramos por matarte entrenando. Reconócelo. — Sí, en parte sí. Pero tampoco os quería distraer. — Esto sigue sin explicar lo de Darren. — Lex se encogió de hombros. Arnold suspiró. — Hijo, entre parejas hay que compartir las cosas. Las buenas, las malas y las neutras. Sé que te cuesta comunicarte, sé que eres de callarte las cosas. Pero esto es algo muy importante para ti. — Negó. — No te estoy regañando… Me da muchísima pena que hayas pensado que algo tan importante para ti es menos importante que ninguna otra cosa. Las noticias, los eventos en la vida, no se miden en niveles de importancia o de gravedad objetiva. Si es importante para ti, es importante para quienes te quieren. — Ladeó la cabeza. — ¿Pensabas hacer la prueba sin decirnos nada? ¿De verdad te crees que nadie iba a caer en que esto estaba pendiente antes de irte a Hogwarts? — Si al final no la paso, pues me ahorro tener que dar explicaciones. — Dijo Lex como todo argumento lógico. Arnold dejó escapar aire por la boca y dijo. — Dignísimo hijo de tu madre. — Bueno, no soy Marcus, no lo anuncio todo a bombo y platillo. — Deduzco que Marcus tampoco lo sabe. — Lex agachó la cabeza. Segundos después, negó. — ¿Crees que con la que tiene encima se puede poner a pensar en mis pruebas de quidditch? — ¿Sabes lo que creo? — Preguntó Arnold retóricamente. — Que precisamente con la que tiene encima, le hubiera encantado tener cualquier otro tema en el que ocupar su cabeza, alegrarse por ti, animarte y estar deseando que llegue el domingo para tener noticias tuyas. A Marcus le hubiera encantado saberlo y tú lo sabes. — Lex bajó la cabeza y se encogió bruscamente de hombros. — Bueno… ya se lo diré. Ya da igual, ya está allí, y ahora están muy ocupados y jodidos así que… Ya le doy la buena noticia si me cogen, y si no… eso que le ahorro. — Y de esa escoba sí que no le iban a bajar. 

Arnold echó aire por la nariz. — Como tú quieras. — Le miró por encima de las gafas. — Pero mínimo a tu madre y a Darren se lo vas a contar. A tu madre en cuanto llegue. — Está muy ocupada con… — En. Cuanto. Llegue. Lex, por favor. Para tu madre y para mí, no hay absolutamente nada más importante en la vida que Marcus y tú. Y sí, está muy ocupada con lo de Marcus, pero Marcus está ahora mismo gestionándoselas muy bien, y saber esto la va a inflar de orgullo. Eres su niño pequeño, quiere estar al tanto de todo lo que te ocurra. Le vas a dar una alegría enorme. Piénsalo así, piensa que le vas a dar una alegría. — Lex echó aire por la nariz y asintió. — Y díselo esta tarde a Darren cuando le veas. Y si lo que temes es que te agobie, pídele que no lo haga. Es un chico comprensivo y te quiere. Si lo que necesitas es concentrarte, ¿no crees que será mejor que le digas de no veros estos días por la prueba a que se lo pidas sin excusa, dejándole preocupado, o incluso te obligues a ti mismo a quedar para disimular? — Arnold ladeó la cabeza. — Como diría tu madre, sé estratega, Lex. — Eso le hizo reír un poquito. Arnold se levantó y le tendió la mano para ayudarle, pero a decir verdad su hijo casi le tira al suelo. — Por Dios, deja de reforzarte. Vuelve a ser mi bebé tiernecito. — Papá. — Empezó a protestar, pero lo cierto es que le había hecho reír. — Sí, ríete. Pero hubo un día en que tenías textura de bollito, aunque ahora sea más fácil abrir un boquete en la pared de la casa que en tu brazo. — Rio aún más. 

— Vamos a hacer una cosa. — Siguió su padre. — ¿Cuándo comiste por última vez y qué fue? — Hace una hora. Un yogurt, un plátano y una barrita de cereales. — Arnold arqueó las cejas. — No es la comida que tu abuela aprobaría, pero me dejas gratamente sorprendido. No te presiono entonces con la comida, a la hora de almorzar veremos entonces. Pero eso sí. — Le señaló. — No me ha gustado nada ni cómo te he visto ni ver a la escoba dando vueltas. No me voy a meter en cómo entrenas, pero por favor: tómate un descanso. Un ratito. Te vienes y hablas con tu padre. Te obligo. — Lex le miró con cara de circunstancias, pero Arnold tenía una sonrisilla. — Luego sigues entrenando. Yo confío plenamente en tu criterio y, a cambio, tú no te excedes y te matas por una prueba. ¿Trato hecho? — Lex asintió. — Trato hecho. — Genial. — Le pasó un brazo por los hombros y le condujo a la casa. — Y ahora, cuéntame la historia de la orden en gaélico. — No tiene mucho que contar. Necesitaba una palabra que no fuera frecuente para no confundir a la escoba si la escuchaba en mitad de un partido pero que me sirviera de clave para detenerla. En otras palabras, yo debía ser quien tuviera el “dominio”, y por eso le puse esa palabra: es “dominio” en gaélico. — Se encogió de hombros. — Para no variar, fue idea de Marcus. — ¿Y ya está? ¿Esa es la historia? No hemos llegado ni al pasillo de la entrada. — ¡Y qué quieres que te diga! No soy de historias largas. — Arnold suspiró cómicamente y dijo. — Hijo, así se nos va a hacer muy largo el descanso. — Y no pudo evitar mirar a su padre y echarse a reír. No… no se le iba a hacer tan largo. Al fin y al cabo y aunque le costara reconocerlo, echaba demasiado de menos el calor familiar.

 

ALICE

(16 de agosto)

Se removió en la cama pesadamente, pero lo primero que distinguió fue el eco lejano de la lluvia, casi silenciado por el hechizo de Marcus. Había dormido bien y descansado gracias casi exclusivamente a su novio. Sus palabras antes de dormir, sus caricias cariñosas, aquella promesa sobre su principio, sobre Irlanda… Le había dado las suficientes esperanzas y paz para calmar la tempestad de su cabeza y su pecho y rendirse al cansancio junto a Arnie, que dormía como un angelito. Además, gracias al tamaño de la cama y a los hechizos canceladores de ruido, había podido descansar estos últimos días muy bien. Pero empezaba a desesperarse, demasiada tranquilidad para la situación en la que estaban.

Miró el reloj y vislumbró las diez de la mañana. Marcus y el bebé se habían levantado ya, y ella aprovechó para poner sus pensamientos en orden.  Suspiró y se revolvió un poco más en las sábanas, pero cogiendo la varita de la mesilla. — ¡Accio nota! — Susurró, y se dedicó a mirar lo poco que habían sacado en ese papel. Ahora, en ese silencio y soledad que tanto agradecía, comprobó la información de arriba abajo. Nada, aquello y nada era lo mismo. En otra circunstancia, con Rylance allí o… No, si es que de todas formas no servía de nada… Y estaba perdida.

Y, como si le hubiera leído la mente, el espejo empezó a brillar, y ella pegó un salto de la cama, se quitó la camiseta del pijama y se puso una que tenía por ahí y, atusándose el pelo, se asomó por las escaleras. — ¡Marcus! ¡El espejo! — Bramó, confiando en que su novio la había oído. Con una profunda respiración, se cuadró, y le dio la vuelta al espejo. El cristal le devolvió el reflejo de Rylance y, aunque él solía estar muy serio y no variaba demasiado la expresión, le notaba… preocupado. — ¿La he despertado, señorita Gallia? — Ella sonrió levemente y negó con la cabeza. — No, no te preocupes. ¿Tienes novedades? — Rylance suspiró y Alice empezó a ponerse nerviosa. — ¿Pasa algo? — ¿No está el señor O’Donnell? — Rylance ¿qué pasa? — Justo entonces, Marcus llegó y Edward les miró a ambos. — He empezado las averiguaciones de los nombres que me dieron, pero… van lentas. Tengo entendido que por allí está todo bastante paralizado. — Alice seguía callada, esperando la bomba. — Pero he hablado con la señora McCrory, de protección a la infancia, la que… — Me acuerdo perfectamente de la señora McCrory. — Aseguró. No voy a olvidar esa cara en la vida, vaya. — Me ha dicho que, si Dylan empieza en Ilvermony, es muy posible que se ralenticen las investigaciones, porque se considerará que está en tutela del colegio y se pasará a asuntos más urgentes… — Alice dio una vuelta sobre sí misma. — ¿Pero qué asuntos? — Preguntó desesperada. Echó cuentas mentales, y entre el huracán, la negativa de ayuda y los procedimientos… No se veía llegando a tiempo. No quería estar el año entero separada de Dylan, ni allí en América.

 

MARCUS

— Y aquí tenemos una Cometa 140, que hace... — Movió la cuchara en el aire con varias pedorretas, como si fuera una escoba medio rota, haciendo a Arnie reír a carcajadas. — Y se mueve leeeenta. — Más pedorretas. Y más risas. — Porque es muy vieja, muuuuy vieja. Va llegando, va llegando... — El niño abrió la boca para recibir la cuchara de potito que Marcus le daba. Estaba atentísimo al próximo movimiento. — Peeero no tan vieja como... ¡La Barredora 1! Que vieeeene. — Sacó la cuchara del potito. — Pero esta es mejor, porque la otra era una copia barata. Esta es clásica, mira. — Y la movió muy lento en el aire, con lo que él consideraba un tarareo de música antigua. Con la otra mano movió la varita, lo que hizo que la mano de la cuchara se pusiera en blanco y negro. Arnie rio, pero no era el mejor público que tenía en esa cocina: Maeve estaba que se salía de sí. Sentada frente a él en la mesa, le miraba con asombro absoluto y reaccionaba muchísimo a todo, lo que solo hacía a Marcus venirse más arriba. — Chaaaaaaaan mira cómo llega... Mira cómo se recibe a la antológica Barredora 1. — El niño abrió la boca otra vez. — Y ahora... — Arnie negó con la cabeza, con la boca llena. Marcus miró el potito. Pero si quedaba más de la mitad... — ¿No? ¿Ni siquiera para...? — Devolvió la mano a su color. Mejor se salía de lo clásico y le ponía más intensidad a aquello. Sacó la cuchara con epicidad y dijo. — ¡La gran Saeta de Fuego! — Emitió un sonido espectacular que hizo al niño reír otra vez. — ¡Esta va a toda velocidad! ¡Que va que va! — Y antes de que cerrara la boca, le metió la cuchara. Y algo le decía que se le acabaron los truquitos, porque el niño, en su lenguaje, estaba dictaminando que hasta ahí llegaba su desayuno.

— Sabes un montón de escobas. — Dijo Maeve, encandilada, con la cabeza apoyada en las manos, moviendo las piernas en la silla. Marcus rio levemente. — Son muchas las veces que he ido al museo del quidditch con mi hermano. — Se nota que tienes un montón de memoria. — Siguió diciendo, conquistada, mientras él le limpiaba los restos de potito al bebé y reía levemente. — Oye ¿es normal que no quiera más? A ver si tu madre me va a regañar... — Qué va. — La niña se encogió de hombros como si nada. Seguía mirándole con ojitos soñadores. — Normalmente no se come tanto. Le ha gustado lo de las escobitas. — ¡Oh! Entonces es que te has levantado hoy glotoncillo ¿eh? ¿Has dormido bien con el primo Marcus? — Y, mientras el bebé reía a sus carantoñas, oyó cómo Alice le llamaba. Y esa urgencia solo podía significar que alguien intentaba contactarles por el espejo, así que más le valía ir rápido.

— ¿Te quedas con él? — Preguntó veloz a Maeve, quien asintió, y él corrió escaleras arriba. Entró por la habitación con una sonrisa leve aunque expectante, esperando encontrarse a sus padres al otro lado... pero el que estaba era Rylance. Se le desvaneció ligeramente la sonrisa, pero no se quería precipitar. — ¡Hola, Edward! ¿Alguna novedad? — Quería aferrarse a la esperanza como fuera, pero la expresión del hombre no era muy alentadora (aunque no es como que fuera especialmente alegre en general, o sería que la época en la que le habían conocido tampoco le daba muchos motivos para estar contento). Se colocó junto a Alice y atendió, con el aire contenido y los brazos cruzados, a lo que el hombre tenía que decir. Vale, lo de que estuviera todo bastante paralizado... se lo había visto venir. No estaban como para derrochar paciencia, pero el parón también podía servirles para relajarse, quería pensar que había cosas peores... Y sí que las había. Y Rylance se las estaba comunicando.

Abrió mucho los ojos. — ¿Cómo va a ser eso? — Claro, Alice tardó en desesperarse lo que el abogado en terminar la frase. Marcus ya tenía su cerebro a toda velocidad. — A ver. — Dijo él, alzando las palmas. — Si la tutela pasa a manos del colegio, ¿no se podría usar eso a nuestro favor? Quiero decir. — Rylance le miraba como si quisiera rogarle que no tuviera un arrebato de ingenuidad justo ahora, pero Marcus necesitaba quemar todos los cartuchos, por básicos que fueran. Quién sabía si se les podía estar escapando una obviedad. — La tutela de Dylan con los Van Der Luyden es cautelar. Si en septiembre pasa a manos del colegio, ¿no podría alegarse que la tenga el colegio que ya le tuvo en primero? Que le envíen de nuevo a Hogwarts. En Navidad, si no hemos resuelto esto, tendría que volver con los Van Der Luyden, de acuerdo, pero tenemos todos esos meses para poder trabajar desde Inglaterra e impedirlo. — Me temo que no es tan sencillo. — Respondió el hombre. — Aunque la custodia pase a manos del colegio, tiene que recibirle el colegio asignado a sus tutores legales. — Pero la tutela es cautelar. No está en firme. — Cautelar no quiere decir ilegal. Legalmente, la tutela de Dylan pertenece a los Van Der Luyden, y estos están empadronados aquí, por tanto, un tutelado de ellos debe ir al colegio de aquí. — Marcus soltó aire por la boca. Lo peor es que eso hacía que cobrara sentido el hecho de por qué intentaron actuar el verano pasado, durante el curso no pudieron hacer nada y, nada más empezar el verano de nuevo, se lo habían llevado. — No podemos esperar hasta el verano que viene para solucionar esto. — Se adelantó, muy serio, pero mirando a Rylance con ojos de ruego. El hombre, con comprensión, pero un toque de pesadumbre, dijo. — Intentemos que no. —

 

ALICE

Tutela, cautelar, legal… Todas esas palabras se agolpaban en el cerebro de Alice y no podía pensar. Sentía que se ahogaba en la habitación, pero es que no podía ni abrir la ventana ni salir a que le diera el aire, por lo que recurrió al socorrido abanico con unos papeles de por ahí, mientras trataba de no perder la compostura del todo. Trató de respirar y no suspirar demasiado, para no acabar hiperventilando. Paró el abanico, se recogió el pelo rápidamente para darse más circulación de aire y se tapó la cara con las manos un momento.

— Vamos a ver, Rylance. — Dijo, intentando estar lo más tranquila posible. — Entiendo que no nos puedes asegurar nada, pero un “intentemos”, ahora mismo no nos sirve de nada. — Se quitó las manos y respiró, cuadrándose un poco más. — Algo habrá que podamos hacer. Algo que agilice esto. ¿Qué hay de la inspección de Graves? — El abogado negó. — Inviable hacerla ahora, está todo paralizado por el huracán, y temo que para cuando se quieran poner con ella, no proceda porque Dylan esté ya en Ilvermony. — Dejó de estrujarse el cerebro, porque veía que no estaban llegando a ninguna parte, y preguntó. — ¿Qué nos queda? — Rylance miró a Marcus y eso ya la hizo suspirar. Si miraba a su novio, es porque a ella no le iba a gustar. — ¿Qué? — Exigió, ya un poco fuera de sus casillas. — Hay algo… de lo que comentaron que podría darnos cierto poder, de confirmarse. — Ella parpadeó, como queriendo decir PUES VENGA. — El tema de… la herencia. Si pudiéramos demostrar que Dylan es beneficiario de la herencia de su tía abuela, la señora Levinson. — Alice rio descreídamente. — Pues si esa es nuestra esperanza… estamos igual, porque con esta mierda del huracán no podemos hacer nada, y no tengo claro que lleve a ninguna parte. — Ya se arrepentiría en otro momento de hablar así delante de Rylance y con los O’Donnell probablemente fuera de plano escuchando. — Quizá… lo que queda es que hable usted con su padre, señorita Gallia. Para tratar de averiguar qué sabe él al respecto. — Ella volvió a reír. — Rylance, creo que en las veces que hayas visto a mi padre, habrás llegado a la conclusión de que cualquier información que se extraiga de él desde que murió mi madre es de nula validez. — Alice. — Ah, si sabía ella que Rylance no estaba solo. — Es posible que tu padre tenga la clave de todo esto, y aunque no sea la clave, toda información ahora mismo es valiosa. — Pues id vosotros, Emma. — En otras circunstancias no le habría hablado en ese tono a su suegra, que apareció al lado de Rylance. — Yo no puedo sacar nada de mi padre. — Pero Alice, tú eres su hija, y vais a hablar de asuntos que atañían a tu madre, no podéis hacer que intervenga gente que no seáis vosotros mismos. — Ella suspiró y volvió a moverse como un animal enjaulado, y solo llego a susurrar. — Necesito pensar. No sé cómo asimilar esto. — Ya ni siquiera gritaba, ni siquiera se desesperaba, solo exponía la realidad de su corazón y su cerebro en ese momento, y la realidad era que no tenía ni idea de qué hacer. — ¿Cómo sonsaco esa información a mi padre, si en cuatro años desde que murió mi madre, no me lo ha contado? —

 

MARCUS

Aquello iba de mal en peor. Estaba pensativo, con la mirada perdida, frotándose la cara por un lado y por otro inconscientemente, mientras Alice se alteraba más y más. Estaba considerablemente agobiado, sobre todo porque el tiempo jugaba en su contra y por culpa del huracán ni siquiera podían hacer nada, no tenían ni idea de cuántos días iba a durar eso y el inicio de curso estaba a la vuelta de la esquina. Trató de mantenerse lo más sereno posible dentro del agobio, no obstante, porque su novia estaba aún peor, y con motivos. Ni siquiera se molestó en pedirle que se tranquilizara porque sabía que iba a ser inútil.

Lo que detectó en el acto fue la mirada de Rylance. Apretó los labios, soltó un poco de aire por la nariz y agachó la cabeza. No iba a ser el mejor momento para plantearle eso a Alice, teniendo en cuenta cómo estaba. Había tanteado alguna que otra vez el tema y su novia lo había cortado de raíz. Sabía, al igual que el abogado y que su madre, quien justo aparecía ahora por ahí, que era la única opción que tenían ahora. Y era cierto que no les parecía la salvación definitiva ni mucho menos, pero al menos era algo que podían hacer. — ¿Podemos pensárnoslo? — Preguntó cauteloso, mirando a su madre y al abogado. Con los ojos parecía estar diciendo dadme tiempo para convencerla, así no vamos a ir a ninguna parte. La mirada de los otros dos, sin embargo, reflejaba la realidad: no nos sobra el tiempo. Él vería lo que hacía, pero había que tratar de convencer a Alice a la mayor brevedad posible de que no tenían más opciones.

— El señor Gallia puede poseer cartas. Documentos que... — Marcus tragó saliva, porque estaba viendo la reacción de Alice nada más empezó Rylance la frase. Se adelantó él, por miedo a que pudiera estallar. — Bueno... Ha estado un poco desorganizado últimamente. Quizás las haya perdido o... — Y hasta ahí llegó la disponibilidad de su novia para escuchar, porque, alegando que necesitaba aire, salió de la habitación, dejándole solo con Rylance y Emma. Suspiró, negando con la cabeza. — Marcus, tienes que hacer a Alice entrar en razón. — ¿Tú has visto cómo está, mamá? — Preguntó, desolado, mirándola. — A cada día que pasa esto se nos hace más cuesta arriba. Ayer pasamos bastante miedo, y ojalá fuera solo una cuestión de miedo. No puedo mirar a Lucy McGrath sin que me hierva la sangre, imagínate cómo se sentirá ella. Hemos oído de todo, y esto no avanza... — Estamos mucho más avanzados de lo que parece, señor O'Donnell. — Dijo, tranquilo, Rylance. — Solo que tenemos un tiempo delimitado, y esta eventualidad... no nos viene nada bien. — Emma se inclinó hacia delante. — Pero tenemos muchísimos datos, hijo. Con que William dé una pista de la que tirar... — ¿Se va a detener el huracán? ¿Se va a solucionar todo mañana? — Soltó una risa sarcástica. — Casi que prefiero que William no tenga nada, porque como lo tenga y no lo haya dicho hasta ahora, no va a haber quien convenza a Alice de que le vuelva a hablar. — Bajó los hombros. — Mamá, ¿de verdad crees que la información que nos falta la tiene él? — Emma suspiró, con la mirada en otra parte, pensativa. Al cabo de unos segundos, dijo. — No. Pero Alice no va a soportar estar de brazos cruzados. No perdemos nada por preguntarle, y si sabe algo, puede adelantar el proceso. — Marcus seguía sin verlo claro.

Tras unos instantes de silencio, Emma añadió. — Mañana iré a su casa para llevarle el espejo y que hable con él. — Marcus negó con la cabeza. — No me va a dar tiempo a convencerla de aquí a mañana. Está muy nerviosa... — No lo hagas. Dile que va a hablar conmigo. — Marcus arqueó una ceja. — ¿Que le mienta? — Miró a uno y a otro como si le estuvieran gastando una broma. — ¿Os habéis propuesto que implosione antes de que el huracán se vaya? No está en el mejor momento para recibir encerronas. Y llamadme egoísta, pero no me apetece que la pague conmigo. — Pues no hay más opciones, Marcus. — Dijo la mujer, seria. Él puso las manos en las rodillas, frunciendo el ceño. — ¿No? Porque, hasta donde yo sé, todo está parado. Para nosotros y para ellos. ¿Qué más da esperar un par de días? Solo quiero que haga esto por las buenas. — Alice no va a acceder a hacer esto por las buenas y estamos perdiendo tiempo. — Quiere mucho a su padre... — Y a su hermano. Y le culpa por habérselo quitado, y con razón. — Marcus se calló. Emma era demasiado certera. — No tiene por qué durar más de diez minutos la conversación. Si sirve para algo, entenderá que lo has hecho por los motivos correctos. Alice es una mujer sensata, sabrá valorarlo cuando esté un poco menos alterada. — No va a favorecer esto a que esté menos alterada, pensó, por no hablar de que esta posibilidad llevaban días barajándola y ella seguía sin querer hacerla. Echó aire por la nariz, y entonces Rylance se aclaró la garganta, no queriendo interrumpir pero viéndose obligado a hacerlo. — Señor O'Donnell... le aseguro que pensaré en todas las estrategias que podamos seguir a partir de ahora, y que voy a hacer todo lo que esté en mi mano. Pero estoy llegando a más de un terreno acotado, me falta información. Todo lo que los Gallia nos puedan aportar, valdrá. — Marcus miró a ambos, en silencio. Suspiró y no le quedó de otra que aceptar.

 

JACKIE

Pasó la vista por la habitación de Dylan y suspiró. Echó un ligero hechizo quitapolvo y volvió a suspirar. Ya llevaba tanto tiempo vacía que era inevitable que el polvo se acumulara. ¿Entraría allí el tío William? Ella hacía todo lo posible por tenerlo entretenido y ocupado en otras cosas, pero… ahora se había obsesionado con hacerle un buen despacho a Alice en la antigua habitación de matrimonio… Ya, eso será si vuelve por aquí. Y encima no podía alargar más el asunto, tenía que preguntarle lo que Alice había pedido desde Estados Unidos. Cerró la puerta de Dylan y bajó al jardín. 

Le dio una chaquetita fina a su tío y sonrió. — Se nota que ya avanza agosto, y aquí, en cuanto empieza a caer el sol, refresca, tito. — Le dijo con cariño. Él palmeó su mano. — No como en tu Provenza ¿verdad, Jackie? — William miró a Theo, que estaba sentado a su lado, con su apacible sonrisa de siempre. — Seguro que preferirías estar en casa de mi sobrina, mirando al mar y alargando el verano. — El chico se encogió de hombros y sonrió. — A mí me gusta estar en Inglaterra, con un poco de tranquilidad en mi casa, la verdad, soy muy distraído para estudiar, y el silencio se agradece. — Pues a mal familia has venido a caer, chico, somos todo ruido por aquí… — Y el atronador silencio del jardín fue hasta doloroso. — Bueno, o lo éramos… Cuando… Bueno, estábamos todos juntos. O cuando mi Alice, mi pequeño terremoto de ojos azules, y mi Jackie, mi polvorilla, eran pequeñas… — Y se quedaron mirando la luz ambarina del atardecer caer sobre ellos. — Y su jardín es precioso, señor Gallia. — Aportó Theo, tratando de hablar de cosas baladíes. — Bueno… Janet lo ideó y lo cuidó muchos años… Y luego… Pues lo descuidé, como todo en la vida… Hasta que Alice volvió… — Ya se le habían empañado los ojos y miraba como ido hacia el sol poniéndose. — Ya no me da vergüenza admitir que no… recuerdo la línea entre Janet y Alice. Cuando echo la vista atrás a los últimos años… no sé qué hizo Alice realmente y qué Janet. — Suspiró. — Y al final las he perdido a las dos… — Puso una sonrisa triste. — Aquí está el viejo William para haceros un manual de cómo no parar nunca de equivocarse y acabar perdiéndolo todo… —

Vale, era un buen momento para atacar. Intercambió una mirada con Theo. Para eso lo había traído, para que le ayudara a contarle lo que le tenía que contar a su tío y cuál era el mejor momento. Él lo entendió y asintió levemente. — Tío William, no has perdido todo. Alice está luchando por traerte a Dylan de vuelta y… — Carraspeó y miró nerviosamente a Theo. — Bueno, creen que pueden tener una pista sobre los Van Der Luyden y su interés en Dylan. Pero necesitan información. — William se irguió en la silla, hasta agarrándose al reposabrazos. — ¿Qué tengo que hacer? ¿Voy a América? Tenía que haberme ido desde el principio… — Theo hizo un gesto de calma. — No, no, tranquilo, señor Gallia. Es más fácil, solo tiene que hacer memoria. — Y ahí, su tío se derrumbó contra el respaldo con esa sonrisa triste que tanto ponía. — Pues entonces sí que estamos apañados… — Jackie le tomó la mano. — Bueno, pero lo puedes intentar… Mira… la prima, Marcus y… bueno, la gente que les está ayudando, creen que la tía Janet podría ser la heredera de algo de los Van Der Luyden. — William frunció el ceño. — ¿Janet? ¿Mi Janet? Pero si la dejaron en la calle sin nada… — Jackie se encogió de hombros. Sí, eso habían dicho todos. — Marcus nos explicó que es posible que la nombraran titular de algo para distraer, cuando aún era muy joven o algo así… Es decir, que la tía Janet no fuera consciente de ello. — Theo se inclinó hacia delante, mirándole con calma y aplomo. — No tiene que acordarse ahora, señor Gallia. Puede… empezar a hablar de otras cosas y podemos llegar a los datos, poco a poco. Son recuerdos dolorosos, y todos lo sabemos… — Su tío se frotó los ojos. — Si solo fuera ese el problema… pero yo ya no me fío de mi memoria, chicos… Quizá solo haga más daño, como hago siempre. — No, no, tito, te lo prometo. Cualquier información que nos puedas dar ayudará a la prima, de verdad. — Dijo Jackie acariciándole la espalda con cariño. 

Y entonces William levantó la vista y cruzó las manos sobre el regazo. — No sabes cuánto te agradezco lo que estás haciendo por mí, Jackie. Y tú también, Theo, tu aterrizaje en la familia ha sido accidentado. Marca Gallia, diría yo, ¿no crees, polvorilla? — Jackie rio un poco, con un toque de tristeza. — Pero él nos quiere así, tito. Todos nos queremos así entre nosotros. — Él volvió a asentir con la mirada perdida. — Y, de verdad, que agradezco todo esto, pero… si Alice quiere que buceemos en la memoria y tratemos de sacar algo… va a tener que ser ella y yo. Se acabaron los intermediarios. — Jackie y Theo se miraron con temor. Bueno, estaba claro que en algún momento lo iba a pedir. — Señor Gallia… Gal necesita tiempo. Mucho más que el que le estamos dando, que, de hecho, tampoco cuenta demasiado, si tenemos en cuenta las circunstancias de estrés. — William asintió. — Lo sé… pero esto es por su madre y su hermano. Puede que Alice ahora me odie… pero amaba a su madre y adora a su hermano por encima de todo, así que… sé que sabrá sobreponerse. — Les miró a ambos. — No es que no confíe en vosotros… pero supongo que voy a hablar de cosas de Janet que, probablemente, no he hablado nunca con nadie, y que, ahora me doy cuenta, tendría que haberle contado a su hija. Es lo mínimo que, ahora, aunque sea mal y tarde, como siempre en mí, sea ella la primera en enterarse, y por mi boca a ser posible. — A América no puedes ir, tito. — Declaró Jackie, por si acaso, porque ya se le había puesto esa mirada galáctica a su tío, y no quería darle alas. — No, pero tienen el espejo. Sé que se ha negado a usarlo conmigo pero… entre Vivi, los O’Donnell y Marcus, espero que la convenzan y me dejen explicarme, cara a cara con ella. — El silencio volvió a instaurarse entre ellos. ¿Qué hacían? ¿Decirle que no? No podían, tenía razón, aunque no fuera seguro que Alice lo fuera a ver así. La noche empezaba a caer ya, y William miraba a las estrellas. — Sé que ahora no sabéis qué decirme. A lo largo de mi vida me ha pasado mucho ¿sabéis? A veces por mis locuras, otras por mi dolor… ahora por la indiferencia de mi hija… Así que he aprendido a valorar los silencios, aunque no lo parezca, especialmente de quien solo intenta ayudarme, pero no puede. Así que quedémonos así, chicos. —

 

ALICE

(17 de agosto de 2002)

Se frotó la cara suspirando, y volvió a mirar por la ventana, ante la petición con la que había llegado su novio aquella tarde. — No me apetece hablar con nadie, ni siquiera con tu madre. — Movió el peón hacia las piezas blancas de Maeve Junior, y la chica les miró a ella y a Marcus. — Hombre, Alice… Yo si mi suegra me dijera que tiene que hablar conmigo… igual me lo pensaba. — Ella miró a la niña como diciendo sí, ¿qué vas a decir tú? Que ves por los ojos de aquel. Suspiró de nuevo y sacó un papelito. — Anda, escribe la posición de la partida, retomamos cuando vuelva. — La chica sonrió y se puso, siempre tan diligente, a apuntar, con cara de mucha concentración. Ella pasó por al lado de Marcus y dijo. — Cada vez tienes un ejército más grande de seguidores. — Y subió, dispuesta al discurso que Emma le quisiera echar.

Llegó ante el espejo y allí les vio a los dos, Emma y Arnold, no podía ser bueno. — Hola, Alice. — ¿Cómo estás, mi niña? — Dos tipos de personas, sin duda. Ella se encogió de hombros. — Si os soy sincera, no estoy en mi día más receptivo. — Arnold miró a Emma muy preocupado y ésta tomó aire. — Lo entendemos, cielo, de verdad que sí… Pero un último esfuerzo, en medio de esta situación tan paralizante, te podemos pedir ¿verdad? — Ella asintió con resignación, pero entonces, Emma y Arnold se apartaron y salió su padre. ¿PERDÓN? Gritó su cerebro. ¿Se estaban riendo de ella? Bueno, eso o que no temían a su ira ni lo más mínimo. Qué rabia más grande. — No te enfades, pajarito. — Empezó William. Ella le miró de lado, no quería ni responder. — Tenemos cosas de las que hablar, por el bien de Dylan, entiéndelo, cariño… Por favor. — Sí, claro, y tanto que tenía que entenderlo, no le habían dejado otra alternativa.

Bueno, ya no podía hacer nada por evitarlo ¿no? Y le habían insistido mucho en que necesitaban la información… Suspiró y cogió el espejo, apoyándolo a los pies del armario y sentándose frente a él en el suelo, cruzando las piernas y apoyando la espalda en la cama. — Cuando quieras. — Dijo monocorde. Su padre se revolvió incómodo. Ya, pues ha sido idea tuya, yo hubiera prescindido de esto, la verdad, pensó, hiriente, pero no lo dijo. — ¿Cómo estás? — Levantó la mirada y la clavó en su padre. — No he accedido a hacer esto para charlar contigo. Estoy mal, ya lo sabes. Estoy alterando el día a día de buena gente, estoy desesperada porque siento que no controlo nada, y encima esta mierda del huracán nos tiene aquí aislados y con todo parado, como si no lleváramos suficiente prisa. Así que, contestando a tu pregunta, papá, estoy jodidamente mal. ¿Algo más? — William agachó la cabeza y dijo. — ¿Y Dylan? Me contaron que le viste, pero… prefiero oírtelo a ti. — Alice se cruzó de brazos. — ¿Cómo crees? Está con esa gente. Está fatal, aunque haya vivido tanta mierda en la vida y sea duro. Corrió hacia mí desesperado cuando me vio, y esa arpía lo agarró y me lo quitó de los brazos. — La voz se le rompió y las lágrimas acudieron a sus ojos. — Así que muy mal, papá. Por eso estoy intentando encontrar un porqué. De modo que, cuando quieras, puedes empezar a contarme… — Terminó, más tensa de lo que querría, y llorando otra vez, lo cual hubiera preferido evitar.

Su padre tomó aire y se apartó el pelo de la cara. A veces se le olvidaba lo mucho que se parecían. — No sé si soy la persona más idónea para hablar de esto… — Empezó. — Yo tampoco, pero todo el mundo parece creer que tú tienes la clave de todo esto, y yo soy muy democrática, si la mayoría habla, cumplo. — William la miró con pesar. — Hija, toda mi vida lo que intenté fue hacer a tu madre feliz, y eso incluía dejar su pasado atrás. Su voluntad era ignorarles, y yo continué esa voluntad. — Encajó la mandíbula. ¿Podía culparle? No, le parecía lo correcto, de hecho, pero eso no ayudaba ahora en su causa. — ¿Entonces no sabes nada de Bethany Levinson? — Sé que tu madre vivía con ella cuando la conocí. Y deduzco que sabía lo nuestro, porque en fin… — Rio tristemente y perdió la mirada. — Ahora veo claro que debía ser evidente que tu madre se escapaba por las noches, e incluso una vez aparecí yo por allí, en medio de una fiesta. Creo que simplemente miraba a otro lado, creo que quería de verdad a tu madre. — Sí, aquí todo el mundo quería a mamá, pero nadie hizo nada por ayudarla. — ¿Estás hablando de su hermana? — Sí, y de su padre. Fue el que se ablandó para dejarnos ver a Dylan, y creo que es porque le recordé a mamá. Pero nadie quiere perder su posición y su privilegio o enfrentarse a Lucy y Teddy. — Se quedaron en silencio, ella de puro enfado y su padre rumiando lo siguiente que iba a decir y cómo decirlo.

— Cuando tu madre… falleció… me llegó una carta a mí de Bethany. Era un howler, no podía ignorarlo, y estaba con memé en ese momento. — Eso sí que era información nueva. — Me dijo que teníamos que hablar, que fuera a un notario de su confianza en Inglaterra, que él me pondría al corriente de todo lo que necesitaba saber. Que Janet nunca había abierto sus cartas en vida, pero que aún podía ayudarnos. Y con el howler venía un cheque para pagar el entierro de tu madre. — Alice abrió más los ojos y se descruzó los brazos. — ¿Y qué hiciste? — Pelearme con memé, que casi me corta la mano para coger el cheque y me lleva de los pelos al notario. Pero no fui, por supuesto, y le devolví el cheque. — Ambos se miraron en silencio y William se encogió de hombros. — Adelante, puedes decirme que qué estupidez, ya lo hizo memé en su día. Pero no iba a traicionar la memoria y los deseos de tu madre apenas veinticuatro horas después de perderla. — Por un momento, su expresión se relajó, aunque no sonrió, y no traslució todo el cariño que le hubiera salido en otro momento, Alice sobre todo era sincera y justa. — Para nada. Te honra que hicieras eso. Es lo que mamá hubiera hecho y estaría orgullosa. — Ladeó la cabeza y alzó las cejas. — Aunque si hubieras ido a ese notario, quizá ahora tendríamos más información. — Se inclinó, apoyándose en sus propias piernas y soltó el aire. — Es información nueva pero no sé si muy relevante, no te voy a mentir. Igual… la teoría de que mamá era la heredera de Bethany no es tan loca como yo creía al principio… Pero después de que muriera, está claro que, al no ponernos en contacto con ella ni nada, nombró a otro heredero. Y ahí muere esta línea, y seguimos sin entender por qué quieren a Dylan. — Volvió a instaurarse el silencio entre ellos, y así pasaron unos segundos, Alice tratando de dar forma a las cosas en su cabeza, y su padre en su mirada penosa.

— Siento tanto todo esto. Siento haber fracasado estrepitosamente. Siempre me dijeron que acabaría mal y… así ha sido. — Papá. — Cortó. — No pierdas el tiempo en esto. Me has pedido perdón tantas veces desde que mamá murió que no puedo contarlas. No quiero tu perdón, y no soy yo quien debe perdonarte. Y si lo hiciera, no cambiaría nada. — ¿Y qué puedo hacer para que lo hagas? Solo quiero eso, hija, solo que vuelvas a ser mi pajarito… — Papá, que no voy a hablar de esto contigo, y menos ahora. Tu pajarito ya ha volado. No puedes hacerlo volver. Ahora te queda otro, que quiere volver contigo y todavía te adora. Dedícate a curarte y a estar bien para cuando Dylan vuelva. Asegurémonos, de ahora en adelante, que su vida sea la mejor posible. Eso es lo que sí puedes hacer. — Pero, Alice, tú y yo… — Pero ella giró el espejo y dejó de oírle. Salió al rellano y buscó con la mirada a Marcus, por si estaba por allí, que le dijera si él sabía algo de aquella encerrona y contarle el mínimo avance que había supuesto.

 

MARCUS

(18 de agosto de 2002)

Se removió en la cama, respirando hondo. Al cambiar de postura y ponerse mirando para la mesita de noche, notó ese pálpito raro que te hace pensar que te estás perdiendo algo. Con el cerebro aún adormilado, hizo repaso mental: no tenían ninguna reunión con nadie ese día, ni siquiera con la familia. No es como que pudieran hacer mucho con la situación que tenían, encerrados en casa por el huracán, ¿y qué hora era? Por su cansancio y por el hecho de que la casa estaba bastante silenciosa, y de que Alice y Arnie aún dormían, intuía que debía ser temprano. Abrió un ojo: las cinco y media. Ronroneó un poco y se reajustó en la cama, dispuesto a seguir durmiendo… pero había visto otra cosa de refilón al abrir el ojo. Así que abrió ambos.

El espejo. Estaba brillando. Frunció el ceño. ¿Se lo estaba imaginando? Por Merlín, eran las cinco de la mañana todavía. Bueno… en Londres serían… las diez y media, más o menos. Pero sus padres no iban a llamarle a esa hora, solían calcularla para que a ambos les pillara bien. Con el entrecejo fruncido, aún adormilado, se incorporó un poco, tomando el espejo, a ver si se lo iba a estar imaginando. Pero no. Ese brillo en el marco, con un leve parpadeo que se desvanecía, era inconfundible. Su familia quería contactar con él. Se le encogió el corazón. Debía ser muy urgente para que le despertaran a esa hora.

Salió rápidamente de la habitación, haciendo el menor ruido posible. La situación tras la encerrona a Alice la tarde anterior se había quedado un poco tensa, no estaban enfadados, pero Alice no estaba en su mejor momento en general, ni con él en particular. No había sido su mejor jugada, así que, como la despertase por un error y le diera el susto de su vida, y de paso despertaran tempranísimo al bebé y desencadenaran un caos por toda la casa, ya para qué quería más. Bajó las escaleras para quedarse a solas en el salón, mientras el espejo parpadeaba con insistencia. Se frotó los ojos para espabilar y se peinó un poco con las manos, colocándose el espejo apoyado en las rodillas, sentado en el sofá. Una llamada a esa hora solo podía ser por temas urgentes. Una llamada cuando era muy probable que estuviera a solas… puede que, incluso, grave. Rozó con los dedos el marco, activando la combinación que hacía que el espejo conectara con su gemelo, con el corazón a mil por hora. En unos segundos, el que apareció al otro lado fue Lex.

— Ey. — Comentó, con una sonrisa nerviosa y de lado. Estaba mirando por encima de los hombros de su hermano, pero sus padres no estaban… De hecho, parecía que estaba en la calle. Parpadeó, confuso. — Vaya cara. — Le dijo el otro, con una risa. Marcus frunció el ceño, de nuevo dejando escapar una risilla nerviosa. — Claro, tío. ¿Sabes qué hora es? — Ah, hostia, la hora. Joder, perdón, no había caído. Ah, joder, si está todo oscuro. Perdón, perdón. Luego hablamos… — ¡No, no! — Le frenó, antes de que desactivara el espejo. — ¿Qué pasa? ¿Va todo bien? ¿Y papá y mamá? — En casa. Es que… me he traído el espejo… Luego se lo digo. No te chives, que me matan. — Marcus parpadeó. Estaba recién despertado y su hermano un poco críptico. No se estaba enterando de nada.

Debió ver que su confusión era tan mayúscula que ni atinaba a hablar, por lo que el propio Lex inició. — Es que… he salido a hacer una cosa… y pasara lo que pasara… quería que fueras el primero en saberlo. — Marcus frunció el ceño. Vio cómo Lex tragaba saliva, pero le veía la sonrisa escondida. — Me han cogido para los Montrose Magpies. Estoy en la cantera del equipo. — Marcus se quedó en shock, con los ojos muy abiertos. Se hizo un silencio, y cuando pudo reaccionar, solo atinó a decir. — ¿Cómo? — Y ya estalló en júbilo. — ¡Lex! — Exclamó, aunque moderando la voz, que estaba todo el mundo dormido. Había dado un salto tal que se puso de rodillas en el sofá, dejando el espejo en un lado, tapándose la boca con las manos para que no se le escuchara reír, con los ojos brillando de emoción. Su hermano también reía. — Tío, te veo desde abajo. — ¡¡Estás en el equipo!! ¡¡Es increíble!! — Se pasó las manos por el pelo. — ¡¡Enhorabuena!! — Gracias. — Dijo el otro, entre risas casi tímidas. — Me… me lo acaban de decir. En plan, hace como, no sé ¿quince minutos? Lo que has tardado en coger el espejo. Y buff… estoy nervioso. No me lo creo. Joder. No sé ni cómo volver a la casa ahora. — Marcus se echó a reír, pero entonces su cerebro conectó con algo. Abrió los ojos aún más. — Las pruebas. — Murmuró. Joder. Su hermano tenía unas pruebas vitales para él, importantísimas, y ni se había acordado. Estaba tan liado con lo de Dylan y estar en Nueva York… — ¿Cuándo eran las pruebas? —  Hoy. Te lo he dicho, las acabo de hacer. — Y el júbilo se le cayó al suelo.

Se sentó de nuevo en el sofá y apoyó la espalda en el respaldo, con la mirada levemente perdida y apoyando de nuevo el espejo en sus rodillas, para que su hermano no dejara de verle y tuviera ahora una visión del techo. — ¿Qué pasa? — Le preguntó. — ¿Me lo habías dicho? — Preguntó, con confusión real. Negó. — Joder… Lex, lo siento. Lo siento muchísimo. — Resopló. — Yo… — Marcus, eh, para. No te dije nada. — Marcus parpadeó. Lex se encogió de hombros. — En verdad… nadie sabía nada hasta que el miércoles me pilló papá entrenando en el jardín. Y bueno, te lo iba a decir, pero… dije, pues ya espero y se lo digo todo junto. — Marcus tragó saliva. — ¿Cuándo te las convocaron? — Hace unos días… — Eso había sonado tan falso que hasta el propio Lex se dio cuenta. — Bueno, a ver… dan un mes de margen. — ¿Un mes? — Preguntó Marcus, y la voz le salió aguda y quebrada. Lex hizo un gesto con las manos. — Tío, no te rayes. Ya te digo que no se lo dije a nadie. Y ese día habíais quedado con Sean y Hillary y… — ¿¿¿Desde entonces??? Lex siguió explicándose, pero la cabeza de Marcus ya estaba en otra parte. Pensar en la quedada con sus amigos se le antojaba a otra vida, ese mes había sido larguísimo y habían pasado muchas cosas. Y en todo ese tiempo… su hermano había tenido aquello guardado. Había estado entrenando como loco, estaba seguro de ello, y se había enfrentado a una de las cosas más importantes y emocionantes de su vida. Y él… no había estado ahí. Por rescatar a un hermano, había abandonado a otro.

Se le hizo un fuerte nudo en la garganta, y la visión de Lex se le empezó a emborronar. Echaba mucho de menos a su familia, y querría estar allí ahora, querría estar viviendo ese momento que seguro que sería de celebración. En unos días sería su cumpleaños, y en medio mes volvería a Hogwarts. Y él no estaría allí. — …Así que no te rayes. Solo he sido yo una vez más siendo un rarito que no habla con nadie. — Siguió Lex con su discurso, el cual Marcus, en su divagación particular, se había perdido. Se le cayó una lágrima, y Lex chistó fuertemente. — ¡No! Joder, ¿qué he dicho ahora? — Perdón, perdón. — Sorbió y se limpió la lágrima con la mano, aclarándose la garganta. — Joder, ahora me siento un capullo. No quería amargarte este momento. — Tragó saliva. — Es solo que… Lex… Joder, no pienses que… no le daba importancia o algo. — Ni se había acordado. Eso era lo que más le dolía, que en todo aquel tiempo, se le había olvidado por completo algo tan importante para su hermano. — Te juro que… — Ya lo sé, Marcus. — Interrumpió Lex, comprensivo. — Tío, estás en el puto Nueva York enfrentándote a los mafiosos mas hijos de puta del planeta. ¿De verdad te crees que me voy a enfadar porque no me preguntes por unas pruebas? — No son unas pruebas, Lex. Son… — Son la puta oportunidad de mi vida y lo más grande que me va a pasar jamás y por tu parte es una deshonra no estar a la altura. — Ironizó su hermano. — Tío, claro que esto es importante para mí. Pero sé… Sé cómo eres, Marcus. Sé que si estuvieras aquí estarías montando un puto escándalo. — Arrugó los labios y se le derramó otra lágrima, pero ya le cortó Lex la pena con el siguiente comentario. — Así que casi que me alegro de que estés bien lejos. — Idiota. — Dijo entre risas, porque en el fondo las borderías de su hermano le hacían gracia. El otro también rio. — Tío… Yo sé que tú estás… aunque no estés. — Miró a los ojos de Lex a través del espejo, con los suyos llenos de lágrimas. Si él supiera lo que esa frase significaba para él… — ¿De verdad que lo sabes? — Preguntó. — No siento que haya estado mucho… en general. — ¿Me vas a venir con dudas de mierda ahora? ¿Corto la comunicación? Que estaba yo muy contento, hostias. — Se tuvo que reír otra vez. — Tío, ¡estoy en la cantera de un equipo! Joder… no me lo creo. — Lex volvió a reír. — ¿Y sabes qué te digo? Que tú fuiste el primero que me hizo una puta pancarta enorme con cohetes y purpurina la primera vez que jugué un partido. Tú y Alice. — Se le anegaron los ojos otra vez, pero su hermano señaló con un índice al reflejo y dijo con un tono autoritario que nunca le había oído. — Así que déjate de mierdas de faltas de apoyo, porque en fin, te llego a ver aparecer por aquí con una pancarta así y te la tragas, así que igualmente no hubieras venido. Y ocupaos de traer a Dylan de vuelta, y de estar juntos, y ya está. Ya lo celebraremos. Ya me habéis animado bastante, ya sé que te alegras, y que Alice también se va a alegrar. Y que me haréis alguna fruslería de las vuestras para cuando me veáis. — Te pienso comprar lo mejor que tenga el primo Frankie en la tienda, te lo juro. — Le dijo entre risas pero con la voz acuosa y tomada por la emoción. Lex rio. — Venga, hecho. De regalo de cumpleaños. — No, eso es por pasar la prueba. Para el cumple, otra cosa. — ¿Qué soy ahora, el puto Salazar Slytherin que me tienes que venir con ofrendas? ¡Que no me compres tantas cosas! — ¡Déjame que haga lo que quiera! — ¡Pues mira, sí, haz lo que te dé la gana! — Respondió Lex, y justo después, con la voz más rebajada pero sin perder el tono autoritario, añadió. — Pero deja de llorar. Por favor. —

Su hermano sonrió. — Júrame que no te vas a flagelar por no preguntarme por la prueba. Yo he evitado el tema convenientemente. Soy un Slytherin, te he tendido una trampa. — Y yo un Ravenclaw. No debería haber caído. — Pues te jodes y lo aceptas, y te das por satisfecho de que has sido el primero en saber algo, ¿no es eso lo que más te gusta del mundo? — Marcus sonrió también. — La verdad es que sí. Y no sé a cuál de mis dos venas satisface más eso. — Ambos rieron. — Lex… — Le dijo, mirándole a los ojos. — Estoy muy orgulloso de ti. — Vio la emoción en los ojos de su hermano, y cómo sonreía con sinceridad. — Gracias. — Sonrió él también ampliamente y dijo. — Vamos a celebrarlo por todo lo alto cuando vuelva. — Miró a su alrededor. — ¡Eh! No te he llegado a enseñar la habitación del primo Jason. Lástima que ahora esté en el salón. — Rio. — Pero en cuanto se despierten todos, te hago un tour de futuro jugador profesional. Vamos a reírnos un rato. —

 

ALICE

(21 de agosto de 2002)

Aquellos días se le estaban haciendo eternos no, lo siguiente. Encima, había querido la suerte (o más bien el calendario, que no lo podía ignorar) que le cayera la maldición de todos los meses exactamente en esos días de huracán, así que, si ya de entrada, estaba sensible y de mal humor, ahora que estaba dolorida, cansada e incómoda, para qué quería más. Así que se había apoltronado en el banquito bajo la ventana de la habitación, con un libro en el regazo, pero mucho no estaba leyendo. Solo miraba afuera, al viento y la lluvia, como si así se fueran a parar antes.

— Alice. — Dio un saltito en su sitio del susto de, inesperadamente, oír a alguien decir su nombre. Shannon se sentó junto a ella y le cogió la mano. — Cariño, sé que estás afectada, y que la conversación con tu padre el otro día no te ha sentado precisamente bien… pero no podemos dejarte languidecer aquí. — Alice suspiró y se encogió un poco sobre sí misma. — Hoy no tengo ganas de probar nada, ni de jugar a nada. Marcus seguro que está encantado con los niños, y Frankie y Maeve estarán entretenidos… Yo solo quiero estar tranquilita… — Shannon negó. — No, tú quieres recrearte en tu desgracia, y lo entiendo, pero no lo puedo permitir, no más tiempo. — Alice recurrió ya a lo último, soltar un gemidito de angustia y encogerse más. — Es que tengo la regla. — Pero Shannon, implacable, tiró de su mano y dijo. — Pues yo te hago una poción, pero hoy tienes que hacer algo diferente. — ¿Y eso qué va a ser en estas cuatro paredes? — Preguntó, aún en tono quejoso aunque iba siguiendo a la mujer. — ¡Ah! Una sorpresa que se me ha ocurrido. —

En apenas minutos, estaban sentados en la mesa del comedor, mirando una caja en el centro, como si estuvieran en una mesa de operaciones, todos los miembros de la casa. Alice tenía a Ada en el regazo, Marcus a Arnie, y además a Maeve Junior saliéndole por el hombro, y a Saoirse y Aaron les faltaba subirse en el tablero para mirar mejor, mientras Frankie y Maeve simplemente observaban tranquilos desde sus butacones. — ¿Pero tú sabes usar esto? — Preguntó intrigado su primo. Shannon sonrió misteriosa. — A veces, los móviles pueden ser muy útiles. Más rápidos que una carta, desde luego. — Alice arrugó el gesto, y recordó cuando Lindsey les enseñó el suyo años atrás. — A mí me pareció farragoso de utilizar, y no sabía ni que Sophia nos había traído ya esto. — Lo trajo Jason antes de que empezara el huracán, pero no encontrábamos el momento. — Aclaró Maeve. — Además que nosotros nos liamos mucho con esos cacharros, pero Shannon ha pensado que nos entretendría a todos aprender a usarlo. — Ella suspiró y sonrió levemente, mirando a Marcus. — Sería la primera vez que alguien enseña algo a dos Ravenclaws como nosotros y no prestan atención. — Al menos intentaría verlo así vaya.

Shannon abrió la caja y sacó el teléfono. Era considerablemente más pequeño que aquel de Lindsey, y eso ya la hizo afilar los ojos. Igual, contra la tendencia habitual, en América eran más pequeños los móviles que en Inglaterra. — Primero hay que ver que tenga batería. — ¿Y si no la tiene? — Preguntó Maeve Junior. — Entonces se enchufa. — ¿Qué es enchufar? — Saltó Ada. Alice tampoco lo sabía. — Nosotros generamos la luz por un hechizo asociado a los interruptores, pero los nomaj lo hacen por electricidad. Tienen unos agujeritos en la pared que le dan esa electricidad a los aparatos, para hacerlos funcionar. — Porque no tienen hechizos. — Completó Maeve Junior. — Exactamente. Pero nosotros podemos hacerle un hechizo que revitaliza la batería de un plumazo. ¡Litium revividire! — Dijo Shannon, lanzando, con su particular varita blanca, un chispazo sobre la espalda del teléfono. Ella abrió mucho los ojos y miró a Marcus. En su vida había oído ese hechizo y no sabía ni que hubiera aparatos que lo necesitaran. Shannon pulsó de forma continuada uno de los botones y la pantalla se iluminó. — ¡Encendido! — ¿Ya se puede usar? — Preguntó, inclinándose al final ella también sobre el cacharro. — No exactamente. Ahora hay que ponerle la tarjeta, para que pueda efectuar las llamadas, pero es un proceso que solo hay que hacer una vez. — Alice parpadeó. — ¿Cómo va a influir una tarjeta en eso? — La mujer suspiró. — Yo tampoco lo entiendo, te lo transmito como lo sé. Maeve, mi vida, búscame una tarjeta muy pequeñita en esa caja y un número de cuatro dígitos, que tiene que estar pegado a ella. — La niña los buscó y se la tendió, y Shannon metió la tarjeta diminuta en una ranura de su mismo tamaño, y al momento, la pantalla demandó un código. — ¿Eso es para llamar ya? — No, es para que este móvil solo podáis utilizarlo vosotros, porque tenéis ese código. — Pero ahora ya lo sabemos todos. — Dijo Aaron con cara de no comprender. — A ver, que necesito un momento de concentración. — Dijo la mujer, ya en un tono un poco más tenso de ver el panorama que tenía alrededor.

 

MARCUS

— ¿Y si le propones enseñarle el backgammon? — Retrepado en el sillón con postura aburrida, siguió limpiando las plumas con un papelito (sí, era más fácil hacerlo con magia, pero estaba tremendamente aburrido y prefería procesos lentos a seguir mirando el techo). Negó a la propuesta de Aaron. — No creo que le apetezca ahora un juego tan complicado... — ¿Y no hay nada que le puedas hacer para entretenerla? En el colegio os funcionaba, con cualquier tontería ya la tenías ahí. — Miró a Aaron lentamente, con una expresión entre circunstancial, aburrida y mordaz. — Gracias por recordármelo. — El otro chistó, alzando los brazos y dejándolos caer con frustración. — ¡Me refiero a que esa habilidad la tienes! Sois vosotros, siempre estáis bien juntos. Y sois Ravenclaw, los Ravenclaw os entretenéis con cualquier tontería. Mírate, llevas una hora limpiando cada gota de tinta de las plumas con un pañuelito... — A mí me parece una forma muy bonita de conectar con la escritura. Le pega a los Serpientes Cornuda. — Dijo Maeve Junior con dulzura, con la mirada perdida en cómo Marcus dejaba brillantes las puntas de las plumas, a pesar de que no estaba poniendo más que hastío en ello. Pero llevaba a la niña a la cola todo el día, mirando con fascinación todo lo que hacía. Solo que había veces que tenía más energías para ensalzarse a sí mismo que otras.

— Lo que quiero decir... es que si alguien puede sacarla de ese estado, eres tú. — No es el caso... — Siempre es el caso. Es desesperante verla así de melancólica todo el tiempo. — Marcus suspiró para sus adentros, y simplemente arqueó las cejas, mirando la labor en sus manos. — Qué me vas a contar... — Murmuró con resignación. Hubo unos instantes de silencio (bueno, de oírse de fondo a Ada y Saoirse peleando en su habitación con algún juego al que jugaban), en el que Shannon seguía con Arnie en brazos mientras su varita tejía sola un pequeño jersey y el niño la miraba como hipnotizado, Aaron pensaba concienzudamente en maneras de traer a Alice de vuelta a la familiaridad y Marcus seguía en su tarea con la limpieza de plumas, bajo la atenta mirada de Maeve. — ¿Y enseñarle a usar el móvil? — Preguntó el chico de repente. Marcus frunció el ceño. — ¿Qué móvil? — El teléfono muggle. Lo trajo Jason el otro día. — Marcus bajó la mirada de nuevo y negó, diciendo. — Dudo que le apetezca ahor... — ¿El móvil está ya aquí? — Preguntó Shannon, saliendo tanto de su concentración que la varita y el jersey a medio tejer se cayeron al suelo, desconcertando al bebé. Aaron asintió. — Lo trajo el otro día. Debió pensar que sería buen entretenimiento durante el huracán... — ¡Claro que lo es! ¡Venga, todos a la mesa! — Marcus abrió mucho los ojos, deteniendo por fin su tarea. — No creo que sea buena ide... — ¡Niñas, bajad! ¡Actividad en familia! — ¡BIEEEEEEEEEN! — Y ya se escuchaba el tronar de pasos bajando las escaleras. Marcus miró a Aaron, con los labios fruncidos. El otro se encogió de hombros tanto que, de haber sido una tortuga, habría metido la cabeza en el caparazón. — ¿¿Qué?? ¡Lo ha decidido ella! ¡Y creo que le puede venir bien! — Luego no me mires si acaba alguien con el móvil en la boca. — Refunfuñó, levantándose y dirigiéndose al lugar de la reunión. Eso sí, como modo de autoprotección, se hizo con el bebé. — Si la cosa se pone complicada, tú y yo nos vamos. — Le susurró de camino, y luego rodó los ojos con superioridad. — Yo nunca dejaría un hechizo a medio hacer... —

Como estaba escudado por el bebé (aunque este también parecía muy curioso al respecto del móvil), se mantuvo en silencio durante el primer rato de conversación, convencido de que aquello no iba a durar ni a prosperar. En la desesperación mientras estaban en Inglaterra llegó a parecerle buena idea a medias, pero tal y como estaban, y teniendo en cuenta que lo más importante podían hacerlo mediante el espejo (que les permitía verse, dicho fuera de paso, no como esa cosa), le perdió la utilidad. Era cierto que no había podido hablar con Sean y Hillary en aquel tiempo. Tampoco sabía nada de Darren... Podría hablar con ellos por el móvil ese. Pero seguía sin verlo nada seguro. Escuchó a Shannon, así como los comentarios escépticos de Alice que no le sorprendían en absoluto (porque él también los pensaba y porque, como había intentado señalar varias veces, no iba a estar receptiva para aprender a usar eso), mientras intentaba interactuar con el bebé. Pero hasta Arnie parecía interesado en el móvil, y... tenía que reconocer que era demasiado Ravenclaw como para no atender él también, por mucho que no quisiera.

Ya iba a objetar a lo de los agujeros en la pared, que siempre que lo veía en una casa muggle le daba muy mala sensación (¿dónde iban a parar esos agujeros? ¿A la casa del vecino? Vaya sentido de la privacidad tenía esa gente...), pero Shannon especificó que había un hechizo para hacer revivir al cacharro si se apagaba o algo así, lo que le hizo asentir con cierta conformidad. Intercambió una mirada con Alice, y ese desconcierto le hizo sonreír ligeramente. Volvió la vista al móvil... y se encontró a Aaron mirándole como si tuviera diez años y quisiera burlarse por tener razón frente al listo. Puso ojos circunstanciales y pensó ya, solo ha sido porque no conocía el hechizo. El chico cambió una mirada de superioridad, muy teatral, y comentó en voz alta como quien no quiere la cosa. — Mira por dónde, vamos a aprender cosas nuevas y todos. Eso siempre gusta. — Marcus rodó los ojos descaradamente. Sutil, pensó. Ahora estaba discutiendo telepáticamente con Aaron, ya lo que le faltaba por vivir...

Suspiró para sus adentros y meció al bebé en sus piernas, aunque este no le hiciera ni caso porque estaba pendiente del móvil. Pues sí que tenía pasos previos esa cosa para poderse usar, no le parecía algo operativo en caso de emergencia, desde luego. Mi Elio ya habría llegado a casa en el rato que llevamos aquí tocando botones, pensó, pero no quería romper el ambiente, así que se lo guardó para sí. Y el solo pensamiento le dio una punzada de dolor. Su pobre Elio... ¿cómo estaría llevando el estar tanto tiempo sin él? Marcus le echaba muchísimo de menos. No le había llevado a América porque Elio igualmente no podía cruzar un océano, era un viaje demasiado largo para él, y le parecía peligroso tenerle allí. Estaría mejor en casa... pero le echaba muchísimo de menos.

Lo que ya no se pudo contener fue lo del código. — A ver, a ver, un momento. — Es que mucho se estaba callando ya. Parecía que Maeve empezaba a conocer sus movimientos y su proceder de pensar, porque tan pronto le vio alzar una mano, empezar a hablar e inclinarse a la mesa, se acercó a él y tomó a su hermano en brazos, llevándoselo silenciosamente hacia otra parte donde los dos se pudieran sentar. Marcus continuó como si nada hubiera pasado. — ¿Me estáis diciendo que hay que hacer todo este proceso para encender el móvil, y que una vez encendido por fin ahora hay que meterle un código "secreto" y que dicho código está... en la misma caja... en la que está el móvil? — Ni dejó tiempo a respuesta, alzó ambos brazos con indignación y los dejó caer. — ¿Pero qué estafa es esta? ¿De verdad este es su concepto de secreto? ¿Y qué más? ¿Usarlo para hablar mientras está enchufado por los agujeros que van a la casa del vecino? ¡Todo lo que se diga por ahí lo va a saber todo el mundo! — No es exactamente así, Marcus. Puede parecerlo, pero... — No estaba viendo a Shannon muy convencida con el discurso. La mujer se dio una pausa a sí misma y alzó ambas manos. — Dejadme que coloque la tarjeta y ahora lo explico. — Pues qué remedio.

El silencio que se generó mientras Shannon trasteaba con el móvil era tensísimo. Hasta las niñas estaban calladas. — Vale... Esto ya está. — Lo puso en el centro de nuevo. — Os explico cómo va. Cada tecla indica un número. La persona tiene que daros su número para que contactéis con ella. Solo tenéis que teclearlo y darle aquí. — Señaló un botón con un teléfono de color verde. — Y llama. Oiréis una especie de pitido, eso es que están llamando a la otra persona. Sonará hasta que lo coja... Bueno, si no lo coge, en algún momento dejará de sonar. — Marcus arqueó una ceja. — ¿Es que cabe la posibilidad de que la persona no se entere de que la estás llamando? — Shannon se encogió de hombros. — Bueno... Imagina que tienes el teléfono, no sé... guardado en el cajón de tu mesita de noche, y que tú estás en el salón. Si te llaman, puede ser que no lo escuches. — ¿Entonces la persona se queda sin contactar conmigo? ¿Y yo sin saber que quiere hacerlo? — Shannon parecía incómoda. — Supongo... A ver, lo puede seguir intentando. — Esto no es una lechuza, tío, no va a venir a decirte: "ey, Marcus, te llaman". — Pues me parece una pérdida de información entonces. ¿Cómo sé si alguien me está llamando y yo no me entero? — Respondió a Aaron. Es que solo de pensarlo se estaba angustiando. El otro se encogió de hombros con normalidad. — Puedes llevarlo siempre encima. Tampoco es tan grande. — ¡Vamos, lo que me faltaba, llevar esa cosa en el bolsillo todo el tiempo! — ¿Lo dices precisamente tú? No te separas de tu varita. — Marcus soltó una fuerte y despótica carcajada. — Si tengo que explicarte por qué no es lo mismo... — Supongo que, en parte, Aaron tiene razón. Sería cuestión de acostumbrarse. — Aportó Shannon. De repente, Saoirse salió corriendo escaleras arriba. Marcus supuso que había perdido el interés. No le extrañaba, él también tenía ganas de salir corriendo de allí...

— No termina de convencerme. — Dijo. El término correcto era que ni siquiera había empezado a convencerle en ningún momento, pero no quería ser aguafiestas de más. — ¿Cómo se corta la llamada? — Con el teléfono rojo. — Dijo Shannon, señalando el botón opuesto al de antes. — Con que uno de los dos lo pulse, la llamada se corta. — ¿O sea que yo puedo estar hablando con alguien y que me corten sin más? — Eso hizo que Aaron se riera entre dientes. Le miró con los ojos entrecerrados. — Tienes muchas posibilidades de que alguien te lo haga. — Al menos a mí me cogerían el teléfono. — Bufó, y luego miró a Alice. — Vamos, lo que me faltaba. Con las ganas que tiene Hillary de dejarme con la palabra en la boca, me lo haría todas las veces... — Esto es mucho más intuitivo de lo que parece, de verdad que sí. — Trató de calmar Shannon. Maeve, con su sonrisa tierna habitual y Arnie en sus manos chupando... algo que había sacado de la caja, dijo. — Y vosotros sois muy listos. No os va a costar nada de nada. — ¿Qué tiene Arnie en la boca? — Preguntó Marcus, mirando inquisitivo el objeto que el niño intentaba morder. Shannon dio un salto en la silla. — ¡Arnie, no! ¡Que eso tiene electricidad! ¡Maeve! — ¡Que no, mami! Que solo es eléctrico si se enchufa. — ¿¿Eso es lo que se mete en la pared?? — Preguntó Marcus, espantado. Sí, ahora que se fijaba, aparte de un cable muy largo, tenía dos palos que debían ser los que iban en los agujeros. Ya estaba a punto de iniciar una explosión de todo lo que estaba mal ahí, cuando Saoirse llegó corriendo a la mesa de nuevo.

— ¡¡Vamos a llamar a la prima Sandy!! — Gritó, con un papelito alzado en la mano que estampó en la mesa mientras casi se subía en ella. — ¡Tengo su número! — ¿Tienes el número de tu prima? — Preguntó Shannon, con los ojos muy abiertos. La niña asintió fuertemente, con una sonrisa maliciosa. — Me lo dio porque soy su prima favorita y me dijo que se lo diera al primo Marcus si algún día lo pedía. — Marcus arqueó las cejas. Estaba escuchando a Aaron llorar de la risa disimuladamente, tapándose la cara. — Pues venga, vamos a probar. — Dictaminó Shannon, y Marcus movió la incrédula mirada hacia ella. — ¿Ahora? — Por qué no... — ¿Y si tiene el móvil en un cajón? — Pues no lo cogerá. — ¿Y para qué la llamamos entonces? — Shannon suspiró. Estaba haciendo que la mujer perdiera la paciencia. Maeve intercedió por su madre. — No perdemos nada. Y si se entera más tarde, nos llamará de vuelta. — No le convencía el procedimiento, pero bueno. Shannon tomó el móvil y empezó a pulsar las teclas. Antes de darle al teléfono verde, advirtió. — Vale, voy a hacer una cosa porque estamos aquí todos, es EXCEPCIONAL. — Enfatizó. — Así que no os asustéis. Es para que lo oigamos todos, pero normalmente os pondréis el teléfono en la oreja y solo vosotros escucharéis a la otra persona, ¿de acuerdo? — Y dicho esto, tras completar el número, pulsó otro botón y dejó el móvil en la mesa.

Empezó a sonar un pitido un tanto extraño, que se cortaba y que hizo a Marcus fruncir el ceño, mirando a los presentes. Apenas sonó dos veces y, cuando iba a la tercera, una voz conocida salió del aparato. — ¿Quién es? — Preguntó con una voz que sonaba entre hastiada y cuestionadora. Marcus abrió mucho los ojos, mirando a los presentes, pero Saoirse empezó a gritar. — ¡¡Es la prima, es la prima!! ¡¡La he llamado yo!! — ¿Hola? — Dijo la voz. Marcus carraspeó y, con prudencia y escepticismo, se acercó un poco al aparato. Se sentía estúpido hablándole a la mesa, la verdad. — Hola ¿Sandy? Disculpa, espero no interrumpirte con algo. — ¿Marcus? ¿Primo Marcus? — Dijo la voz, considerablemente dulcificada. — ¿Este es tu número? Uy, ya me lo voy a apuntar... — Hola, Sandy, cariño. — Intercedió Shannon. — Estamos enseñando a los primos a usar el teléfono. — ¿Cuántos estáis en esta conversación? — Preguntó la chica al otro lado, con un tono que sonó considerablemente confuso. El dato que Marcus necesitaba para alzar los brazos, dejarlos caer y mirar a todos los presentes. — ¿Veis? Ninguna garantía de confidencialidad. —

 

ALICE

Desde luego, si ella estaba apática y mustia, Marcus expresaba su preocupación y pesar usando todo su ingenio para desmontar las ventajas del móvil. Y ella tampoco lo veía claro, pero es que hacía tanto tiempo que no hablaba con sus amigos. Echaba de menos la parsimonia de Sean, que siempre le hacía tomarse la vida de otra forma, y los consejos impagables de su mejor amiga, que la conocía perfectamente, entendía sus miedos y… necesitaba poder hablar de todo eso con alguien así.

No obstante, cuando su novio tenía razón, tenía razón, y aquel proceso era farragoso, tanto que le hizo suspirar. — No sé yo si voy a acordarme bien de todo esto… — Dijo con sinceridad. Pero Shannon y los demás seguían insistiendo y muy a tope con todo, y a Alice le dolía mucho matar el entusiasmo de los demás, así que simplemente escuchó. Pero claro, ya surgió la posibilidad de que la persona a la que llamaras no cogiera el teléfono, y nueva intervención de su novio. — A ver, Lindsay lo llevaba siempre encima, pero sí que me parece un poco agobiante, porque entonces la gente te puede hablar en todo momento, y yo hay ratos que prefiero estar sola, o perderme por ahí. — Admitió. — Pero, si te pierdes, te vendrá bien tener el teléfono a mano para poder llamar a alguien y que sepan que te has perdido. — Dijo Ada, adorablemente, mientras se giraba para mirarla. — ¡Pues no, tonta porque si se ha perdido es que no sabrá dónde está! — ¡Pues tonta tú, porque por lo menos así sabrán que está bien! — Shannon suspiró con una queja de garganta. — Tenlos seguidos, decían. Jugarán entre ellos y se cuidarán, decían… A ver cuándo llega esa época. — Total, que todos convenimos en que el teléfono puede ser útil si te acostumbras a utilizarlo. Marcus, Alice, podéis turnaros para llevarlo, así tú no lo sentirás tan como una carga, y tú no te sentirás tan vigilada. — Intervino la tía Maeve. Nadie como un Hufflepuff tranquilo, y más de esa edad, para calmar las aguas y dirimir bien rápido.

Eso sí, lo de cortar la llamada le hizo contener una risa, pensando en cuántas veces su amiga Hillary habría querido pulsar un botón rojo de Marcus para hacerle callar. O Sean a ella misma, cuando se ponía lacrimosa y misteriosa respecto a su amigo, en aquellos días en los que aún no tenían lo que tenían. Al final, su novio logró arrancarle una sonrisa, y deslizó la mano sobre la suya para decir. — ¿Y no echas eso también de menos? Puede que esto se convierta en nuestra única forma de poder hablar con los chicos… — Miró alrededor y dijo. — Qué bien nos vendría sentir, aunque fuera un poquito, que estamos en la sala común de Ravenclaw, ¿o no? — Pero aquí nos tenéis a nosotras, nosotras podemos hacer de Ravenclaw si queréis. — Saltó Maeve Junior, y levantó a Arnie en sus brazos. — Marcus dice que este de aquí lo va a ser, solo tenemos que ser como él. Sin comernos los enchufes, eso sí. — Y todos rieron, lo cual le hizo mirar a Marcus. ¿Le hacía gracia el móvil? No. ¿Era difícil de usar? Mucho, pero al menos estaban disfrutando de verdad de un rato todos juntos, y eso, en los tiempos que corrían, era de agradecer.

Parpadeó cuando Saoirse dijo aquello. Vaya con la primita Sandy, no sabe nada, dijo su cerebro, pero se limitó a asentir y dijo. — Recuerdo cuando Lindsay nos puso en altavoz y su madre no lo sabía. Fue gracioso. Pero entiendo que está pensado para llamarse en la oreja y no así. — Y fue un poco bochornoso, pero no iba a dar ese detalle, que bastante tenso estaba ya Marcus. Sandy cogió el teléfono repentinamente, e hicieron bien en aclararle que estaban todos oyendo, por el tono que había empezado a poner la muchacha. — Estamos todos los de la casa, Sandy, hasta tus abuelos. — Indicó Alice a la pregunta. — ¡Ay, hola, abus! Y decidme… ¿Qué tal os vais apañando con esto? — Alice rio un poco y Aaron se inclinó sobre el teléfono. — Mal, te lo adelanto yo. Tu primo lo ve anticonfidencial y su novia está que no está, que no se apaña con los números. — ¡Ay! ¡Pero pri! ¿Y lo bonito que es que podamos hablar así aunque yo esté en Atlanta y tú allí? — ¿Donde está Atlanta? — Preguntó Ada. — Muy lejos, pero es que una amiga me ha invitado a su finca hasta que pasen los huracanes. Y decidme, ¿no es maravilloso que aun así podamos hablar? — Alice ignoró la pregunta y dijo. — Sandy, una pregunta, ¿cómo haces para contestar? ¿Llevas siempre el móvil encima? — Claro, si no pesa casi nada, esa es la gracia. — Notó cómo miraban a Marcus de golpe, y ella se concentró en mirar la pantallita del móvil, para no ponerle más presión. — Bueno, cariño, te dejamos en tu finca y vamos a ver si Marcus y Alice son capaces de llamar a alguien ellos solos. — ¡Vale! No dudéis en contar conmigo. Y Sersh, te debo un helado, reina. — Saoirse asintió orgullosa. Junta a dos Slytherins y empieza a temer.

Shannon cortó la llamada y le tendió el teléfono a Alice. — Bueno, ahora voy a explicaros el tema de la cobertura. — Alice alzó las cejas. ¿Más normas? Aquello empezaba a parecerse peligrosamente a Hogwarts y al reglamento de régimen interno de Marcus. — La cobertura es lo que usa el móvil para hacer las llamadas. — ¿Y dónde está? — Preguntó ella intrigada. — No es que… esté. No exactamente. — Alice parpadeó confusa. — ¿Ves estas líneas de aquí? Cuantas más haya, más cobertura. Si baja, es posible que la llamada se oiga entrecortada, o directamente no pueda hacerse. — Ella suspiró y miró a Marcus. Qué mal, pero qué mal se lo estaban vendiendo. — ¿Y de qué depende la cobertura? — Del lugar en el que estés y cómo le llegue la señal. — ¿La señal de que no debemos usar esto? — Preguntó sarcástica. — Bueno, simplemente son puntos a tener en cuenta. ¿Y si probamos a llamar a tu amiga Hillary y compruebas lo bien que te va a venir? — Intervino Aaron que, a la fuerza, claro, había empezado a hacerse un experto en Marcus y Alice. Ella miró a Marcus y le tomó de la mano. — ¿Probamos? Sería la primera vez que le decimos que no a un reto. ¿No te gustaría oír a una Hillary rabiosa y acordarnos aunque sea un poco de casa? — Igual estaba sensible de más, pero los ojos le brillaron en lágrimas de emoción. Echaba de menos su casa, a sus amigos, la normalidad… ¿Y si con aquel cacharro anormal conseguían aunque fuera un poco de normalidad?

 

MARCUS

Bueno, eso de que todos convenían que era útil... Él no, pero bueno, no sería quien llevara la contraria a la tía Maeve, y menos en plena pelea de las niñas, no quería liarla más. Y por supuesto tampoco iba a reconocer en voz alta que... puede que solo lo estuviera boicoteando por miedo y por ese mal humor que ambos tenían instaurado en el cuerpo. En el fondo sí que podía ser útil y práctico, así lo pensó cuando se lo dijo Hillary. Pero estaba muy cenizo, y más paranoico de lo habitual por culpa de las circunstancias, y seguía viendo muchas lagunas en la confidencialidad de eso. Por no hablar de que su orgullo le impedía reconocer que un aparato muggle pudiera ser más operativo que cualquier medio mágico. No estaba en el mejor día para una exhibición de tecnología, definitivamente.

Por supuesto, si había alguna tecla buena que pulsar, su novia la encontraba, porque cuando tomó su mano y dijo lo de la sala común de Ravenclaw le hizo sonreír levemente. Sí que echaba de menos a sus amigos... Había pensado alguna vez en pedirle a sus padres que les prestaran el espejo, pero estando en la situación que estaban y usándolo para lo que lo usaban, no le pareció conveniente ni apropiado. Pero, al fin y al cabo, Hillary y sobre todo Sean eran las personas con las que compartía su día a día durante nueve meses al año, y llevaba más de un mes entero sin saber nada de ellos. Se echaba mucho de menos.

Decidió centrarse en la conversación con su prima, que falta le hacía. Fue a responder a cómo iban, pero ya se adelantó Aaron, lo que le hizo rodar los ojos hacia él y mirarle con cara de circunstancias. — Siempre apreciada la sinceridad de un Gryffindor. — Dijo sarcástico, provocando una risita al otro lado del teléfono. Suspiró. Suponía que sí, que estaba muy bien poder hablar así a tiempo real... Lo dicho, sí que le parecía práctico, pero no estaba de humor, y le seguía viendo muchísimas lagunas. — ¿Y tu amiga no está por ahí? — En otra habitación. ¿Es que quieres que te la presente, primo? — Bromeó la otra. Marcus se frotó los ojos. — Me refiero a que te estará oyendo ¿no? — ¡Qué va! Esta casa es grandísima. — Ahora se frotó la cara. No estaba sacando nada en claro, así que dejó hablar a los demás.

Por supuesto que le cayeron todas las miradas encima cuando Sandy dijo que siempre llevaba el móvil con ella. Devolvió todas y cada una, inquisitivo. — Que ya lo sé, solo digo que me parece incómodo. — No como los pergaminos... — Ponte en una mano los pergaminos y en la otra el cacharro ese, a ver qué pesa más. — Le contestó a Aaron, que no iba a dejar de evidenciar todas las cosas que Marcus llevaba en los bolsillos, no obteniendo ningún resultado, porque él no era tan fácil de convencer. — Gracias, Sandy. — Se despidió, porque, aunque la llamada solo le hubiera generado más dudas, siempre era educado y agradecido con los esfuerzos de la gente, y su prima se había mostrado muy solícita con la ayuda. A pesar de que, probablemente, la habrían interrumpido en lo que sea que estuviera haciendo... Lo dicho, no le gustaba el concepto del teléfono.

Miró a Shannon con las dos cejas arqueadas, al igual que hizo su novia. ¿Más cosas? Debía ser una broma, vamos. Y la descripción era para verla, pero conectó con algo, por lo que apretó los labios, miró a Alice y la señaló. — Ya sé lo que es. Y tú también. — Giró el cuerpo hacia ella. — ¿Te acuerdas cuando te montaste en el coche de Hillary y puso la radio? Te decía que la información llegaba como por el aire... — ¡Sí! Bueno, más o menos. — Se entusiasmó Shannon, pensando inocentemente que Marcus estaba comentando eso porque le gustaba, cuando era todo lo contrario. — Eso son ondas de radio, estas... son ligeramente distintas, pero sí, digamos que envían la señal de... alguna parte, para que se pueda establecer la comunicación. — Mejor... no des más datos. — Trató de frenar Aaron, apurado, pero Marcus ya estaba negando con la cabeza. — Tranquilos, ya sé todo lo que tengo que saber... — Alice siguió preguntando, pero él estaba ya instaurado definitivamente en el no. Y esa iba a ser su respuesta a llamar a Hillary, pero vio la cara de su novia y cómo ella, una vez más, pulsaba la tecla correcta con lo del reto. Suspiró. — Alice... — No quería decirlo delante de todos los presentes, así que, tras una pausa en la que todos esperaban su respuesta, simplemente chasqueó la lengua. — Está bien. — Pero sobraba decir que no pensaba decir nada comprometido.

Se metió la mano en el bolsillo y sacó el número que le había dado Hillary. Aaron le miró. — ¡Ah! O sea, que eso si lo llevas enc... — Vio la cara que le estaba poniendo Marcus, entre hastiada y triste, y cerró la boca. — Venga, vamos a llamar. — Dijo simplemente. No, no estaba para bromas ni para piques con ese tema. Llevaba el teléfono encima porque era la única propiedad de sus amigos que había podido llevarse con él, y porque sí, sabía que tarde o temprano, quisiera él o no, lo iba a tener que usar. No quería comentarios al respecto. — Toma, cielo, prueba tú. —Le dijo Shannon, tendiéndole el teléfono. Marcus, con un poco de reticencia, lo cogió y fue marcando las teclas correspondientes a los números. — Ahora, telefonito verde y, si quieres que se oiga como a Sandy, la tecla del altavoz. — Asintió e hizo lo que le decía. Puso el teléfono sobre la mesa justo cuando empezó a pitar. Y la voz al otro lado hizo que mirara a Alice inmediatamente y que el corazón le diera un vuelco.

— ¿Quién es? — Ese tonito escéptico, cuánto lo echaba de menos. No pudo evitar sonreír. — ¿Letrada Vaughan? — Preguntó simplemente, con una sonrisa ladeada, mirando emocionado a Alice. Hubo una pausa muy leve. — ¿Marcus? — Escuchó al otro lado. — Marcus ¿eres tú? — Hola, Hills. — La otra aspiró una exclamación. — ¡¡Marcus!! ¿Cómo estás? ¿Y Alice? — Aquí, a mi lado. — Contestó, tomando la mano de su novia y mirándola, dándole paso para hablar.

 

ALICE

Sí, ya se acordaba ella de las famosas ondas, y ya en su día le pareció que a Marcus no le iba a parecer nada fiable, pero al menos, el tener un conocimiento previo de algo que le estaban contando, ponía de buen humor a su novio, o aunque fuera un poquito menos a la defensiva. — Es verdad. Y luego dicen que los muggles no podrían soportar saber de la magia. Si eso no es magia… — Si es que no concebía eso de “por el aire” sin hacer ruido, ni notarlo ni nada. Y sería la satisfacción de saber de aquello de antemano, o, más probablemente, su cara de pena, de “quiero, aunque sea por un momento, recuperar Hogwarts”, pero su novio se inclinó por fin por llamar a Hillary.

Aaron se llevó de regalo una mirada fulminante, porque estaban todos remando a favor de que Marcus se pusiera de parte de usar el teléfono y ahí estaba él, con su particular partida. ¿Te crees que estoy en mi mejor día yo también para hacer esto? Preguntó mentalmente, a ver si su primo lo leía. Volvió a dirigir la mirada a su novio y le vio con más cuidado que nunca manejando el teléfono, como si le fuera a estallar. El corazón se le encogió cuando oyó el pitido, y solo de oír el tono de su amiga y cómo la saludó Marcus, ya no pudo más y sus ojos se inundaron, mientras apretaba la mano de su novio de la emoción. — ¡Hills! — ¡Alice! Ay, madre mía, qué alegría me da oírte. — Ella dejó brotar las lágrimas y sonrió. — Pues no sabes la que me da a mí. Ay, Hills… cuánto te he echado de menos. — Tía… ¿Cómo estáis? ¿Estáis bien? ¿Sabes algo de Dylan? — Ella se miró con Marcus y tragó saliva. — Sabemos muchas cosas, y pude estar con él, pero… es largo de contar Hills, y tenemos aquí a todos los Lacey en altavoz, ayudándonos a usar esto. — Hillary rio, y era como si pudiera verle la cara. — Me estoy imaginando fuertemente toda la oposición de Marcus a este invento y las caras de Alice cuando le vayan explicando todo lo que hay que tener en cuenta para hacer una llamada, y los dos pensando que irían más rápido escribiendo. — Ahí hubo risa generalizada y Shannon se inclinó hacia el teléfono. — Soy Shannon, la prima de Marcus, y me alegro de comprobar que realmente eres su mejor amiga. Lo has descrito como si estuvieras aquí. — Hillary rio un poco más, pero cambió de tono. — He visto en las noticias que hay un huracán, ¿os está afectando? — Solo un poco, de tener que estar encerrados todos juntos, aguantándonos con nuestras cosas. Por cierto, hola, Hillary. — ¿Aaron? ¿Pero cuánta gente hay en esa casa? — Y volvieron a reír. Alice se limpió las lágrimas. — Hills, tenemos que quedar un día para hablar tranquilamente, y podrías llamar a Sean. — Claro que sí. Me habéis infartado un poco porque aquí son las once de la noche, y no me esperaba que me llamarais, pero ¿qué os parece dentro de dos días… a mis cinco de la tarde? — Alice se miró con Marcus y amplió la sonrisa. — Claro que sí. Eso es nuestras doce de la mañana, para ti estaremos. — Notó cómo Hillary carraspeaba, claramente emocionada también. — Te echo mucho de menos, Gal. — Y yo a ti, Hills. — Ya ahí le salió el llanto. — Pero te prometo que me están cuidando genial, y yo siempre cuido de mi Marcus, ya lo sabes. — ¡Hombre! No me cabía duda. — Ambas rieron, entre las lágrimas. — Eh, perfectísimo prefecto, a ti también te echo mucho de menos. — Hillary estaba definitivamente llorando. — Cuidaos entre vosotros, por favor, y pasado mañana os quiero preparados para vuestro amigo Sean, que ya sabéis que es un blando y ese se va a derretir. — Puedes darle una sorpresa hasta el último momento. — Sugirió Alice. Definitivamente le estaba dando años de vida hablar con su amiga. — Ya te digo yo que los teléfonos no se le dan mejor que a vosotros y que va a alucinar en cuanto os oiga. No se lo espera. — Alice ya no pudo más y se tapó la cara para poder llorar abiertamente sin hacer mucho ruido, y Ada, siendo tan adorable como era, le echó los brazos al cuello y la abrazó como un monito, lo cual le vino de maravilla para poder abrazarse de vuelta a ella y desahogar un poco.

 

MARCUS

Se pasó rápidamente una mano por los ojos, pero no llegó a derramar lágrimas... por poco. Escuchar a su amiga de nuevo y ver tan emocionada a su novia había despertado demasiadas emociones en él, que llevaba varios días acumulando aletargamiento, hastío y enfado a partes iguales. Tal y como decía su novia, era como volver por un momento a la sala común, ese lugar en el que todos habían sido tan felices. Qué lejano se veía...

Su comentario no se hizo esperar. Chistó, fingiendo ofensa, porque ese era su juego particular con Hillary, aunque la sonrisilla le delataba. — Muy graciosa. No me hagas querer cortar la llamada desde ya, Vaughan. — La otra rio. Y encima Shannon corroborando. Bueno, no es como que fuera mentira, se tuvo que reír inevitablemente. Por increíble que pareciera, y con lo asustado y escéptico que estaba, escuchar a su amiga sí que le había rebajado considerablemente el mal humor. Asintió a la propuesta de su novia. — Sí, quedamos los cuatro, aunque sea por este cacharro, por favor. Lo necesitamos. — Había sonado casi a súplica. Hillary rio al otro lado. — No va a haber quien aguante a tu amigo cuando le diga que he hablado con vosotros. Os tiene todo el día en la boca. Luego se quejará, pero no puede vivir sin su Marcus. — Sonrió, pero agachó la cabeza, porque estuvo a punto de echarse a llorar. Estando allí aguantaban la situación, porque no les quedaba más remedio, pero conectar con su mundo real, el que habían dejado atrás en Inglaterra, activaba todas sus emociones.

Respiró profundamente y se limpió los ojos de nuevo, ya un tanto más enrojecido y visiblemente emocionado, y asintió a lo que decían las chicas sobre la hora. No había caído en que era tan tarde allí. — ¡Oh! Perdona, Hills, es tardísimo... — No te preocupes. No tenía a ningún prefecto por aquí azuzando así que seguía despierta. — No sé qué echo de menos exactamente, la verdad. — Lo divertida que soy. — Seguro... — Ambos rieron, porque conectar con sus personalidades de siempre era facilísimo cuando estaban juntos. Pero esa declaración de cuánto se echaban de menos le terminó de romper. Tragó saliva, aunque la voz le salió quebrada igualmente. — Y yo a ti, letrada. Y a Sean. Dile que le he cambiado por un bebé y que es más fácil dormir con él. — Todos rieron, y Hillary soltó una carcajada estruendosa. — Ya le estoy escuchando maldecirte cuando se lo diga. Aunque se va a poner a llorar como tú, que parece que te estoy viendo. — No estoy llorando, que lo sepas. — Sí lo está. — ¡Saoirse! — Esa diablilla se había chivado, pero ya estaba Maeve, su gran defensora, para regañarla al punto, mientras los demás se escondían una risilla. Marcus suspiró. — Te presento a mis primas. — Encantadísima. Tú vas a ser mi favorita. — ¡Soy la favorita de todo el mundo! — Dijo muy orgullosa la pequeña, lo cual levantó varias risas de nuevo, aunque su hermana mayor y Marcus rodaron los ojos.

Alice se había roto definitivamente, y Marcus estaba a punto, así que volvió a secarse las lágrimas y tomó el teléfono en sus manos. — Me gusta lo de la sorpresa, siempre que creas que su corazón de blando la puede soportar. — Ambos rieron. — Te queremos mucho, Hills. — Dijo con la voz levemente quebrada. Estaba viendo a Shannon emocionarse también. — Para, prefecto, que me vas a hacer llorar. — Dijo para que los dos rieran, pero la voz la delataba y claramente a ese punto ya había llegado. — Hablamos pasado mañana. — Se despidieron todo lo cálidamente que ese cacharro lo permitía y colgaron la llamada. Sorbió un poco y se recompuso lo más rápida y dignamente que pudo, pasándose una mano primero por el ojo derecho y luego por el izquierdo. Al destaparse el segundo, alguien estaba a su lado. — Toma. — Dijo Maeve, devolviéndole a Arnie, que le miraba con un pucherito. El bebé se le enganchó rápidamente, y Marcus le abrazó como si fuera un peluche. Entonces el que habló, tras unos leves instantes de emotivo silencio, fue Aaron, también emocionado. — Joder... teníamos que haber traído el backgammon. — Marcus soltó tal carcajada que sobresaltó al bebé, pero también le contagió la risa al resto del grupo. Tenían tanta emoción contenida que aquello desencadenó un buen rato de risas que no podía parar. Tendrían que quedarse con eso. Con que, dentro de sus circunstancias, habían tenido la suerte de dar con una familia que les quería, les apoyaba y les estaba ayudando en todo, con un aliado inesperado que necesitaba ayuda tan desesperadamente como ellos y cuyos lazos se estaban reforzando, y con saber que su vida en Inglaterra seguía siendo la misma, y que les estaba esperando con los brazos abiertos para cuando volvieran.

 

ALICE

(23 de agosto de 2002)

Estaba un pelín nerviosa, dando vueltas por el cuarto de Jason, mirando el móvil reposar en la cama. Se retorció las manos y volvió a mirar por la ventana. Esa noche, los huracanes les habían dado tregua, pero por lo que el parte del MACUSA había dicho, venía una nueva ola, y el cielo estaba de color plomizo, y auguraba noches aún más tempestuosas. Alice miró a Marcus y se sentó a su lado en el borde de la cama, tomándole la mano. — Sé que estos días no he sido la mejor compañía. Ni la más fácil. — Suspiró y se apoyó en el hombro de su novio. — Estoy agotada, dolorida y triste… — Se levantó de nuevo y levantó una mano. — Y antes de que te mortifiques… haces mucho por mí, haces más que suficiente, es solo que… — Se pasó la mano por la cara. — Supongo que tiene que pasar ¿vale? Pasar el huracán, esta agonía… Y tú me estás ayudando a hacer todo lo posible para que pase. — Inspiró y cogió el teléfono con ambas manos. — Poder hablar con nuestros amigos y tener un trocito de Hogwarts con nosotros… también ayuda bastante. — Tragó saliva. — Venga, llamo yo esta vez. Enséñame, prefecto O’Donnell. — Y puso una sonrisa, mientras apoyaba su frente en la de él, demostrando una vez más que ellos eran Marcus y Alice, el mundo podía ser oscuro, pero ellos estaban juntos.

Cuando logró poner el altavoz y escuchó los pitidos, miró a su novio sobrecogida y emocionada, no podía esperar. — ¿Qué haces, Hills? — Tú habla. — ¿Pero con qué? — Ay, de verdad… Chicos, hablad, estáis en altavoz. — ¡Sean! — Saltaron ambos a la vez, emocionados de oír los refunfuños de su amigo. — ¿Marcus? ¿Alice? ¿Dónde estáis? — Pues en Long Island, hijo. — ¿No ibais a Nueva York? ¿Estáis hablando por el cacharro este? — Alice rio, conteniendo la emoción. — Estamos al lado de Nueva York, si te asomas a la bahía se ven los edificios, aunque ahora mismo no le recomiendo a nadie estar cerca del mar. — Oyó el suspiro de Sean y a Hillary bajito decir. — Venga, habla, tonto, que te pueden oír perfectamente… Con el tiempo que llevas queriendo hablar con ellos… — Se me hace tan raro, chicos… Os echo tanto de menos. — Alice miró a Marcus con una sonrisa triste. — Y nosotros a ti, tonto. ¿Cómo estáis? ¿Qué andáis haciendo? Contadnos vosotros primero, anda, así no le damos tantas vueltas a lo nuestro y podemos despejarnos un poquito. —

 

MARCUS

Seguía sin convencerle lo del móvil, pero desde que consiguieran contactar el otro día con Hillary no había dejado de darle vueltas. Había sido... tan fácil. Tenían la oportunidad de oír a sus amigos de viva voz, ¿cómo no lo iban a intentar? Serían muy cautos con la información, porque seguía sin fiarse de la confidencialidad del aparato, pero no perdían nada por conectar un poco con sus amigos y hablar de sus cosas. No podían hacerle nada malo. Y hasta él tenía sus dudas de cómo podrían llegarles las supuestas ondas a la gente por el aire con el huracán que les estaba cayendo encima.

Alice se sentó junto a él, la miró y sonrió. Se apresuró en negar cuando dijo que no había sido la mejor compañía. — No, mi amor... — Bueno... Él tampoco estaba siendo la alegría personificada, estaban los dos más o menos igual, cada uno en su modo particular. Soltó aire por la nariz, negando, pero Alice, conociéndole bien, le pidió que no se mortificara. Sonrió débilmente y dejó un tierno beso en su mejilla. — Te quiero. — Suspiró. — Yo también estoy sin fuerzas... Me encantaría hacer más. — Negó, cambiando la mirada a otra parte. — Esto es desesperante. — Y no sabía si era peor no tener información, tener información poco concluyente o inconclusa, o tener información y no poder usarla. Sentía que estaba en todas las fases a la vez.

Sonrió y asintió. — Tienes razón. — Pero entonces, su novia le dio el teléfono y le dijo que llamara él. Se le demudó un poco el rostro, aunque trató de disimular. — Ah... Sí, sí, claro. Voy... voy a ello. — Estaba tan empecinado en que no le gustaba el teléfono, que sentía que su cerebro había borrado por completo la información de cómo se llamaba. Lo miró escéptico durante unos segundos, recordando, cambiando la mirada del aparato al número en su mano, hasta que recordó el mecanismo y comenzó a llamar, prudente y con no poca inquietud. No tardó en oír el pitido que indicaba, técnicamente, que habían establecido comunicación, así como las voces de sus amigos al otro lado del teléfono, que rebajó sus inseguridades y le dibujó una sonrisa de nuevo en la cara, mirando a su novia.

— Eh, Hastings. No me digas que he aprendido a usar esto antes que tú. Debería darte vergüenza. — O'Donnell. — Respondió él, tratando de poner ambos ese tono de meterse el uno con el otro, pero notándose el cariño en ambos. Sí que se echaban mucho de menos. Miró a Alice y rio cuando Hillary le instó a hablar, como si le diera vergüenza. Lo cierto es que él tampoco sabía desenvolverse muy bien con el móvil, pero bueno. La declaración de su amigo le hizo fruncir los labios, notando un nudo en su garganta. — Nosotros también a vosotros. — Dijo. No se quería quebrar tan pronto.

Redirigieron la conversación hacia sus amigos. Hillary fue la primera en hablar. — Pues por aquí pensando mucho en vosotros, la verdad. Quedé con tu madre, Marcus. — Alzó las cejas. — ¿En serio? — Estábamos preocupados. No nos atrevíamos a escribir a vuestra casa por si acaso, pero... ¡Ah, eso tampoco lo he contado! — Dijo la chica con una risita. Oyeron también a Sean. — ¡Tenías que haber empezado por ahí! — Calla, calla. Las buenas noticias hay que darlas una a una. — ¿Buenas noticias? Sí, por favor, necesitaban de eso. De hecho, ya se estaban mirando el uno al otro, expectantes. — Me han concedido una beca de tres meses en el Ministerio, en período de pruebas y mientras estudio para abogacía. Estoy un poco de chica para todo, pero no me importa, porque estoy aprendiendo muchísimo. Solo hay que saber dónde poner la oreja. — ¡¡Eso es fantástico, Hills!! Qué bien, me alegro muchísimo. — ¡En cuanto volváis, lo celebramos! — Dijo Sean, al que se notaba especialmente entusiasmado. — Porque estoy seguro que se va a quedar allí... — No negaré que me siento con posibilidades. — Marcus rio, muy contento. Casi podía verle la cara a su amiga mientras decía eso. — La cuestión es que vi a vuestro abogado, Edward Rylance, uno de los días que estuve por allí. Le pregunté, pero como buen abogado que es no me quiso contar nada. — Le estaba poniendo a prueba... — ¡Otra vez! Que no, tonto, que solo quería saber de mis amigos. Y ese tipo no suelta prenda, es buenísimo, solo por la capacidad que tiene de poner cara de pared cuando le hablas y de repetir "eso es algo que solo concierne a mis clientes" hasta el cansancio y sin inmutar el tono. — Marcus rio de nuevo y Hillary siguió hablando. — Total, que como me vio muy preocupada, me concedió que viera a tu madre y que ella me contara. Esa misma tarde se vieron y al día siguiente le tenía buscándome por el Ministerio y citándome para la hora de comer, ella invitaba, en el sitio concreto. Cómo se las gastan los tuyos, chico... — Marcus puso mirada orgullosa, pero estaba emocionado ante la circunstancia.

— Y a colación de eso... — Escucharon a Sean. Hillary suspiró, pero como una risita. — Va, cuéntalo, que lo estás deseando... — No es tu madre la única que ha invitado a esta de aquí. Desde que está en el Ministerio le llueven las ofertas. — Qué tonto eres, de verdad... — Marcus y Alice se miraron con el ceño fruncido y expresión divertida. — Vamos a necesitar más datos. — Se hizo un leve silencio, en el que casi podía oír a los otros dos aguantándose risillas, hasta que Sean dijo. — Digamos que la futura letrada Vaughan ha sido oficialmente invitada a la residencia de los Hastings a comer. — ¡¡Pero bueeeeeeeeeno!! — Celebró Marcus, riendo. — ¡Qué notición! — Deja de repartir ya las invitaciones de boda, O'Donnell, que te estoy viendo venir. — Con razón está el otro tan contento. — Y ahora, también lo estaban ellos. Sí que les hacía falta eso.

 

ALICE

Marcus y Sean podían ponerse como quisieran, pero se adoraban, y se les notaba en la voz lo emocionados que estaban de poder volver a hablar. Menos mal que Hills tomó las riendas y se puso a comunicar como solo ella sabía. — ¡Pero qué me dices! — Reaccionó automáticamente a sus noticias en el Ministerio. ¿Y qué ha dicho tu madre? Hubiera preguntado si no llegan a estar los otros dos delante, porque era un tema delicado, claro. — ¡Pero eso es un notición, Hills! Como dice Sean, tenías que haber empezado por ahí. — La chica se rio y Sean saltó. — ¿Ves? Llevamos demasiado sin vernos, si Gal hasta me da la razón. — Y volvieron a reír, y ella a dar la mano a Marcus. Por Merlín, aquella llamada le estaba dando años de vida. — Ya lo creo que lo vamos a celebrar. Hills se queda ahí hasta los restos. —

Alice parpadeó ante lo de Rylance, y se tuvo que reír porque parecía que les estaba viendo a los dos. A la una con cara de interrogatorio y al otro tan parsimonioso y críptico como siempre. Pero a lo que abrió los ojos como platos fue a lo de Emma. — Pues vamos a tener que agradecérselo muy fuerte, porque no será que no tiene cosas que hacer. — Dijo Alice de corazón. Estaba un poco enfadada aún con su suegra por la encerrona con su padre, pero eso se lo había borrado de un plumazo.

Se le puso una tierna sonrisa, y juraría que le brillaron los ojos cuando Hillary dijo lo de que la habían invitado a la casa Hastings. — Y yo aquí sin poder ver qué te vas a poner. — Hillary rio. — Ahora que tienes móvil, te haré resumen detalladísimo, tenlo por seguro. — Ella suspiró con un poco de pena. — Me alegro tanto por vosotros… Vamos a poder hacer muchas quedadas de parejitas en breves… Bueno, si a la letrada Vaughan se lo permite su trabajo. — Y de nuevo, volvieron a reír. — ¿Sabes también a quién he visto? — El tonito de la pregunta… — A vuestro amigo el prefecto Jacobs. Hemos hablado un poquillo. — ¿Ah sí? — Preguntó Sean de repente. Parecía que le estaba viendo la cara. — Sí, pero casi ni hemos mencionado a Gal y Marcus, porque sieeeeempre tiene alguna subalterna alrededor el tío. — Ahí tuvieron que reírse otra vez. — ¿Te has cruzado con Percival o Linda Horner? — Hillary soltó una carcajada seca. — Qué va, les evito en la medida de lo posible, o ellos creen que les puedo contagiar mi no magialidad y me evitan también. — Y más se rieron. — Estoy todo el día con Ky, que también está de beca. — ¿De beca la hija del ministro? — Ya ves, dice que no quiere trato de favor, y ahí está, en los archivos. Pero le encanta, tía, verás que igual se queda ahí y todo. — Alice rio tristemente. Kyla, Donna, Andrew, Darren… — Oye, ¿sabes algo de Theo? — Ahí rieron los dos. — ¿Y tú? ¿Sabes algo de Theo? — Ella frunció el ceño. — Eh… ¿no? Acabo de preguntar. — Pues está con tu prima… En tu casa, con tu padre. — Eso le hizo entornar los ojos. — Bueno, mira, prácticas gratuitas. — Eso pareció hacer a sus amigos conectar. Les conocían, y no podían ignorar aquello mucho más tiempo. — Venga, tíos, no nos hagáis preguntar. — Alice suspiró y empezó el relato, muy por encima, sin comprometer ninguna información, ni por supuesto, mencionar la supuesta herencia.

— Qué hijos de… — Hills. — La frenó Sean. — Tranquilo, hemos dicho de todo de ellos. Pero, de verdad, que estamos bien para estar donde estamos. Es solo que esto lo retrasa todo, y no podemos contaros ni la mitad. — No, claro, no es seguro. — Aseguró su amiga, dándole bastante alivio. — Pero chicos, no podéis estar más lejos que al principio. — Exactamente. — Respaldó Sean. — Y sois Marcus y Alice, os he visto resolver literalmente cualquier cosa. Si alguien puede con esto sois vosotros. — Alice miró a su novio, ya sí con los ojos inundados. — Sean, no sabes cuánto necesitaba oír eso. ¿Te vas a meter tú también a sanador mental? —

 

MARCUS

Miró a Alice con ternura cuando dijo lo de las quedadas de pareja, si bien se interrumpió con una risa con el siguiente comentario. — ¡Eso, eso! Ahora vas a ser una señora superocupada del Ministerio. — Miró con superioridad a Alice, como si Hillary pudiera verle desde allí, aunque seguro que le imaginaba a la perfección, se conocían bien. — Los alquimistas es que podemos elegir nuestro propio horario. — Ya está el tío fardando y ni ha empezado. — Bromeó Sean, y todos rieron. Sí que echaban aquello de menos, se notaba.

La mención a Jacobs le hizo atender, y rio de nuevo, rodando los ojos. — El tío es un conquistador. — Gracias, tío, justo el comentario que necesitaba. — Se quejó Sean, a lo que respondió con una fuerte carcajada. — ¡Ya la tienes metida en casa, Hastings! No te quejes tanto. — Él ni había caído en preguntar por su primo y su tía. Con la que tenían encima... ni se les había pasado por la cabeza. ¿Estarían enterados de todo aquello? Seguro que sí, la cuestión era hasta qué punto, y cómo de fidedigna era su información. Si bien lo de que Hillary y ellos se evitaran mutuamente era buena señal: no quería ni pensar qué podría tramar Percival con una becaria mestiza recién entrada y con conexión directa con su primo. O no lo había asociado, o realmente había tomado nota de su último encuentro y prefería no estirar la cuerda de su tía Emma mucho más.

Chasqueó la lengua con satisfacción, haciendo un gesto con la mano. — Esa es mi prefecta, sí señor. Llegando ahí por méritos propios. ¡Ya veréis! La veo de Ministra de Magia. Y como escuche a alguien decir que es por ser hija de quien es, se las va a tener que ver conmigo. — Ya se estaba abanderando de una causa que ni había llegado a suceder. Aprovecharon la coyuntura para preguntar por más gente, y la noticia que recibió sí que le sorprendió. No por el hecho de que estuviera con Jackie, eso ya lo sabía de sobra, sino por... Miró a Alice de reojo y carraspeó levemente. — Theo es un buen tío, querrá... estar con su novia en este momento. Y... bueno, así se hacen compañía. — Esperaba haberlo salvado lo suficiente, aunque Alice seguía sin querer ni oír hablar de su padre siquiera. La conversación con él no había mejorado las cosas para nada.

Evidentemente, sus amigos estaban deseando ser puestos al día. Marcus aportó datos poco comprometedores, porque seguía sin fiarse de la privacidad del móvil. Ahogó una carcajada frustrada cuando Sean detuvo a Hillary. — He dicho cosas peores... — Masculló, comentario que su novia corroboró en voz alta acto seguido. El comentario de su amigo hizo que se miraran, con los ojos vidriosos. — Gracias, Sean. — Dijo de corazón. La pregunta de Alice hizo reír a su amigo. — Si os pensáis que tengo claro lo que voy a hacer... Sigo liadísimo, claramente sois mi guía en la vida. — Lo que pasa es que está en un sinvivir porque no estáis aquí. — Marcus frunció los labios. Sean chasqueó la lengua. — ¡No les digas eso, que les vas a preocupar más! — Solo digo que necesitas una tranquilidad inusitada para poder pensar y valorar opciones, y que ahora... Chicos, no es para preocuparos, pero es que estas circunstancias... qué os voy a contar a vosotros, y no podemos dejar de acordarnos. — Hubo una leve pausa, porque tanto Alice como él estaban demasiado emocionados para contestar. — ¿Nos prometéis que estáis bien? — Marcus ladeó la cabeza. — Esto... es muy difícil. — No con la situación. La situación es terrible, y es como para que estéis mal, yo estaría así o peor. Queremos decir... entre vosotros. — Se miraron, y Marcus respondió. — ¡Claro! Lo nuestro es indestructible, Hills. — Apretó la mano de Alice, sonriendo. — En eso estamos bien. Prometido. — La pausa consiguiente pareció visualizarla en forma de sonrisa en la expresión de su amiga. — Y tío, ¿qué pasa? ¿Necesitas que vaya a darte con un libro en la cabeza para que te decidas? — Pues se ve que sí, seré masoca o algo. — Resopló. — Fuera de coña, en La Provenza hablé con Theo. No para ser sanador mental, qué va, tío, no podría, me echaría a llorar con todo lo que me contaran. Pero me he planteado ser pocionista para San Mungo, para el laboratorio. Siempre me interesó el área médica de las pociones, aunque no viviera bajo la falda de la enfermera Durrell como otras. — Marcus rio, mirando a Alice. — Íbamos a quedar para ir juntos a preguntar, ya que él se mueve mejor por allí, que yo no estoy muy familiarizado con los hospitales... Pero bueno, ahora está liado. Y yo no tengo prisa. — Oyó el cambio de tono. — Puedo ser un señor mantenido por la abogada del Ministerio por ahora. — No te columpies ¿eh? — Y eso les hizo reír otra vez.

 

ALICE

¿Podían simplemente quedarse hablando de Kyla, de los trabajos, de las posibilidades de futuro y ya está? Miró embelesada a su novio. Se transformaba solo de hablar con sus amigos, hacía sus bromas, era simplemente… Marcus, y verle así le causaba un alivio profundo. Rio un poco ante las dudas de su amigo. — Eso es porque pecas de Ravenclaw, Sean, y le das demasiadas vueltas a todo, ves todos los universos posibles, y eso no es bueno… Desde la experiencia te lo digo. — Sean rio. — Vaya, sí que está mala, me acaba de identificar como Ravenclaw. — Volvieron a reír. — ¡Qué tonto! Cada uno somos un tipo de Ravenclaw. Solo que a veces te pones muy tonto, pero supongo que todos lo hacemos. Y eso también se echa de menos, como todo. — Y su afirmación generó un breve silencio, en el que los cuatro se dedicaron a masticar la realidad en la que ahora vivían y en la que no podían contar los unos con los otros todo el tiempo como antes.

Ante la pregunta de Hillary, se lanzó a afirmar. — Pues claro. Esto es una mierda, pero no sé qué haría sin Marcus. — Y le miró, realmente aliviada. La visita a los McGrath, la noche en Nueva York, los días encerrados… Había temido que Marcus se hubiera dedicado a reevaluar su vida. Ella ya lo estaba haciendo, pero porque era SU vida, SU familia, y lo que reevaluaba eran cosas como qué podían haber hecho diferente o quién tenía más culpa en todo aquello. Pero si Marcus hacía lo mismo, lo que podía pensar era… qué hacía allí, sufriendo todo eso… No podía olvidar lo que le dijo en Nueva York, en el piso, que su vida y su familia estaban dolidas y patas arriba por todo aquello… Pero oírle decir que eran indestructibles, hizo que las lágrimas resbalaran su cara. — Imparables. Lo decía mi madre. — Ya está aquella llorando porque Marcus ha dicho algo bonito, yo creo que podemos estar tranquilos, siguen siendo Marcus y Alice. — Aquella salida de su amiga la hizo reír. — Claro que sí. — Confirmó Alice, sorbiendo y limpiándose las lágrimas.

El buen rollo volvió gracias a Marcus y Sean, y ella sonrió gratamente sorprendida ante lo que dijo Sean de San Mungo. — ¡Ay, Sean! ¿Será posible que volvamos a ser compañeros de Pociones? Me encantaría que trabajáramos los tres juntos. — Y mientras Hills y Marcus pueden ser importantes. — Ella se rio y se estiró muy puesta. — Yo lo voy a ser también. Y tú. Danos tiempo. — Volvió reírse con lo de mantenido. — Cuidado, Hastings que te echan de tu propia casa entre ella y la abuela Ellie. — Su amigo rio, pero la risa de Hillary, esa vez, fue más tensa. Sí, Ellie Hastings podía ser complicada con SU NIÑO, y algo intuía Alice que podía torcerse, así que ya le preguntaría a la chica cuando no estuvieran las parejas delante.

Consultó el reloj y torció el gesto. — Deberíamos ir cortando, chicos, pero prometemos no esperar tanto para la próxima llamada. — Hillary hizo un sonidito de pena. — Tía, ten el móvil siempre encima, para que pueda llamarte a preguntarte por cuestiones vitales como los conjuntos de ropa. Siempre hemos hecho eso en Hogwarts y ahora no sé hacerlo sin ti. — Bueno, y por si nos necesitáis para algo importante de verdad. — Apuntó Sean, y casi pudo oír suspirar a su amiga. — Os prometo que estaremos pendientes. Y cuando tengamos novedades en firme os llamaremos. — Su voz se tiñó un poco de tristeza. — Cuidad de todos por allí por nosotros. Que cuando volvamos, podamos sentirnos en casa. — Eso está hecho, Gal. — Dijo Hillary con cariño. — Os queremos, chicos. — Y nosotros a vosotros. —

Cuando Marcus se despidió y cortaron la llamada, después de asegurarse trescientas veces de que lo habían colgado bien, Alice tiró de Marcus sobre la cama suavemente, apoyándose sobre su costado, para poder mirarle cara a cara, sin soltar sus manos. — ¿Podemos darnos cinco minutos antes de volver? Solo… tú y yo aquí… — Cerró los ojos y suspiró. — ¿Sabes? No puedo dejar de pensar que esto es demasiado para los dos… Que nos pone a prueba todos los días, y que realmente no sé qué más hacer… — Abrió los ojos al soltar el aire. — Pero entonces te oigo decir sin pensarlo un segundo que somos indestructibles… y pienso que puedo con todo. — Besó sus manos. — Júramelo, Marcus. Que nunca dejaremos que nada nos destruya. Nada. —

 

MARCUS

(24 de agosto de 2002)

Solo Merlín sabía lo que le dolía el corazón de estar haciendo esa reunión a través de un espejo y no en persona. Lex nunca había sido la persona más fan del mundo de su propio cumpleaños, de las reuniones sociales en general, pero Marcus sí. Se le partía el alma de estar tan lejos en el cumpleaños de su hermano, y más este año en concreto, que no solo estaban más unidos que nunca sino que cumplía la mayoría de edad. Habían invitado a Darren a casa, y a sus abuelos, así que pudo verles a todos durante un rato, junto con Alice. Charlaron y rieron, fingiendo que todo estaba bien y que no se encontraban en una situación absolutamente penosa, peligrosa y terrible a miles de kilómetros de distancia. Igualmente, a Marcus le había sabido a poco la reunión, por lo que le dijo a su hermano que, si le apetecía, podían charlar cuando todos se hubieran ido. En eso quedaron y así se hizo.

Lex estaba ya en la habitación y con el pijama puesto, lo que suscitó varias burlas en idas y venidas nada más empezar la conversación. — No me has dicho hasta ahora qué se siente al hablar conmigo sin poder leerme la mente. — Bromeó, porque al menos ya habían llegado los dos a un punto con el tema sobre el que podían hablar sin ofenderse mutuamente. Lex chistó. — Como si me hiciera falta. — Le miró con cara de circunstancias. — Tío, deja de sufrir. De verdad que yo no le doy a esto tanta importancia como tú, y joder, hemos hablado más hoy que cualquier otro año en mi cumpleaños, que al final acababa cada uno en una esquina. — Rio, aunque con cierta tristeza y la cabeza gacha. — Ya... eso es verdad. —

Se generó un silencio. Lex intentó romperlo cambiando de tema, tratando de alegrar a su hermano. No escogió bien. — Mañana me voy a llegar con papá al Callejón Diagón. Kowalsky ha mandado para... — Y la bombilla de Marcus se encendió súbitamente, mirando a Lex con los ojos muy abiertos. — El curso. Empieza ya mismo. — Uf, tío, no me agobies, que aún me queda una semana de vacaciones... — El tono de su hermano era de seguir bromeando, pero a Marcus ya se le habían humedecido los ojos. Llevaba todo el día aguantándose las ganas de llorar. — Quería... haber ido a despedirte al andén... — ¡Tío! Que no eres mi padre ni tengo once años, de verdad. — Marcus agachó la cabeza. Lex resopló. — Eh... Venga, prometido que tenemos otra charla como esta antes de que me vaya ¿vale? O dos. Pero tres no, muchas para mí. — Eso le hizo reír, y se limpió las lágrimas antes de que Lex le regañara o se agobiara. — Te tomo la palabra. —

Sorbió un poco. — Lex... no sé cuándo vamos a volver. Y... vamos a estar incomunicados cuando te vayas a Hogwarts, al menos hasta que volvamos de Nueva York. Lo sabes ¿no? — Lex le miraba con ojos apenados. — Lo sé. — Se encogió de hombros, pero su voz seguía sonando triste. — No te preocupes, Marcus, de verdad. Son... Son las circunstancias. — Se rascó la nuca. — Iba a ser una sorpresa, pero... no se guardarlas, y así si te lo digo a lo mejor dejas de llorar, que te estoy viendo. — Rio un poco. Lex trató de buscar las palabras y, finalmente, dijo. — Había pensado escribirte cuando se me antojara, en plan, como le escribo a papá y mamá, pero sin mandártelo. Y, cuando supiera que estabas de nuevo en casa, pues... mandártelo todo junto, y así no te perdías nada. Que no es como que yo tenga muchas novedades que contar, pero bueno, eso, ponerte un poco al día. — Marcus le miraba, con los ojos llenos de lágrimas. El otro se encogió de hombros otra vez. — Que si va a ser un peñazo, pues no, vaya, que no me importa, si total, si casi todo lo que voy a contar va a ser de quidditch seguro, pero digo, bueno, a este no le importa leer, y conociéndole igual le hace hasta ilusión... — Mucha. Muchísima. — Aseguró, asintiendo. — Sí que quiero que hagas eso. Yo haré lo mismo. Sin información comprometida, pero te prometo que lo voy a hacer. — Lex esbozó una sonrisa. — Pues no mandes a Elio, que va a pesar una tonelada eso. — Rio.

— Se va a sentir supersolito cuando te vayas. — Reflexionó. — Y... ¿está volando? Un poco, aunque sea. — Sí, lo hemos usado un par de veces. Sobre todo para mandarle cartas a Darren. También le mandé una a Olive. Así no se queda parado. — Marcus se quedó pensando. — ¿Por qué no te lo llevas a Hogwarts? — Lex parpadeó. — ¿Quieres... que me lleve a Elio conmigo? — Se encogió de hombros. — Mándamelo de vuelta con esas cartas que vas a escribirme. — Sonrió levemente. — Seguro que le hace ilusión volver, y así le saludan mis amigos que se quedaron allí. Igualmente... no puede estar conmigo. Al menos que esté contigo. — Vio cómo Lex tragaba saliva y Marcus, que no era legeremante pero también podía ver a su hermano pensar, pronunció una risa muda. — ¿Qué? ¿Te sorprende que te confíe a mi única mascota? — Un poco, la verdad. — Lex, por favor. Entiendes de criaturas mucho más que yo, por no hablar de que Darren es experto. Lo único que me da miedo es que luego no quiera volver conmigo, le vais a tener consentidísimo. — Más que tú lo dudo. — Ambos rieron. — Y te tiene como a un dios, está tristísimo desde que te fuiste. — Eso le ensombreció. Lex se dio cuenta en el acto. — O sea, quiero decir, que te echa de menos. Joder... Por qué no me callaré la boca... — Yo a él también. — Le veía en los contactos con su familia por el espejo, pero claramente no era lo mismo, y para Elio era muy confuso verle así.

Trataron de cambiar de nuevo de tema para no entristecerse más. — Ya te he dicho que no hace falta que me compres nada. — Qué pesado eres, de verdad que sí, ¿vas a decir eso siempre? — ¡Es que te pasas! — ¡Pues sí! Eres mi hermanito pequeño. — Y tú eres imbécil. — Has pasado unas pruebas importantísimas y cumplido la mayoría de edad, ¿te parecen pocos motivos para hacerte regalos? Y, cuando nos veamos, será Navidad. — Por Merlín, te veo venir con un cargamento. Te he dicho que no te pases, en serio. — Bueno, tú déjame a mí. — Miró a su hermano con entusiasmo. — ¡Por cierto! Bueno, quizás lo sepas, pero yo me he enterado aquí. ¿Sabes que el primo Frankie, el que tiene la tienda de escobas, dice que lo mejor para limpiarlas es un líquido para limpiar muebles que tienen los muggles? — ¿Ah sí? — No habla de otra cosa. — Los dos rieron. — En los equipos profesionales tienen hechizos limpiadores, pero también hay productos carísimos. Eso sí, todos mágicos. — Pues te llevaré este para que lo pruebes. Y si las tuyas se quedan mejor que las de los demás, diles: "receta secreta O'Donnell". Es Lacey, pero bueno, tú me entiendes. — Perfecto, me lo apunto como uno de los regalos. — ¡Por favor, Lex, esto no cuenta como regalo, es una tontada! — Mi regalo será el método de limpieza patentado. — Eso le hizo reír a carcajadas, y a su hermano también.

Pero ya era tardísimo y deberían cortar, y el final de la conversación volvió a ponerle un nudo en la garganta. Agachó la cabeza. — Siento no estar allí. — Lex negó. — De verdad que no tienes nada que sentir... Además, si te conozco de algo, te habrás planteado cuarenta veces cómo de viable hubiera sido ir y volver en el día. — Negó con tristeza. — Porque este maldito huracán me lo impide, que si no... — Le miró a los ojos. — Lex... Cuídate ¿vale? Déjate cuidar. — Ladeó una sonrisa triste. — Pégate a Donna, es buena chica. Y saluda a Colin y Amber de mi parte. No te dejes pinchar demasiado por Creevey, seguro que te va a decir algo, pero en el fondo es buen chico. Y... cuida de Olive. — Lex asintió. — Dalo por hecho. — Y escríbeme todas esas cartas. — Se le quebró la voz al terminar. Se acercó al espejo y se descubrió la muñeca, donde tenía el lazo azul. — ¿Lo sigues llevando? — El otro se descubrió la suya. — Como una condena. — Ambos rieron. — Qué idiota... — Se secó las lágrimas. — No me lo pienso quitar, Marcus, y menos ahora. Hice la promesa de llevarlo el año entero... o todo lo que Alice quiera prestármelo. — Se descubrió la otra, donde llevaba el lacito verde protector del hechizo de Noora. — Darren dice que parezco sacado de la cabalgata del orgullo con tantos lazos. No sé a qué se refiere y creo que no lo quiero saber, porque suena a comentario pegado de Ethan. — Rio. — Te echo de menos, Lex. Un montón. — El otro asintió. — Y yo a ti, Marcus. — El chico tragó saliva y le dijo. — Traed a Dylan de vuelta. Dile que yo le voy a estar esperando en el castillo. — Asintió, dejando correr las lágrimas. — Nos vemos en la próxima llamada, Lex. —Se despidió, deseando poder estar allí con su hermano, pero sintiéndose mucho más cerca de él de lo que se hubiera creído estar jamás.

 

ALICE

— ¿Entonces lo has entendido? — Alice se frotó la cara y suspiró. — No mucho, la verdad, se me juntan las piezas en la cabeza. — Aaron puso un poco cara de penilla, pero se encogió de un hombro. — Bueno, no pasa nada, si en verdad yo tampoco te creas que lo he entendido demasiado, al que se le dio mejor fue a Marcus… — El chico se mordió los labios y se quedó mirándola. — ¿Hay algo que pueda hacer por ti? Nunca te había visto así. — Alice rio un poco y se abrazó las rodillas. — No… Quizá dejar de intentar hacerme sentir bien. Os lo agradezco, pero es que me temo que ahora mismo no podéis hacer nada por mí. Esto es… simplemente desesperante y largo. Antes he visto a los O’Donnell y he felicitado a Lex y… echo mucho de menos a mi hermano, Inglaterra, y cómo solíamos ser allí. — Aaron sonrió tristemente y miró también por la ventana. — Yo también, la verdad… —

Y por primera vez, Alice se paró a pensar de dónde había arrancado a Aaron aquel día de julio desesperante en el que había viajado con Emma y Marcus al medio de la nada, a la finca de los McKinley. — ¿Eras feliz con Ethan? — Aaron rio otra vez y asintió, mirándose las manos, mientras jugueteaba con las fichas del backgammon. — Bastante. No como… Marcus y tú. No era ese amor… Pero sí, era muy feliz, ¿cómo no serlo? Estábamos en medio del campo, y cuando no estábamos en la piscina, estábamos cocinando, paseando por allí o probando algún juego que se le ocurriera a Ethan… Mi única preocupación al estar allí era… cuánto duraría. Cuándo Ethan se cansaría de mí y me largaría y qué haría cuando lo hiciera. No tengo nada, solo un graduado mágico, no estaba ni de forma legal allí, así que… Supongo que te debo también el haberme dado algo que hacer, aunque sea volver aquí. — Alice se quedó escuchándole, y solo podía sentir pena. Pena por una persona que, incluso cuando era feliz, solo podía pensar en cuándo acabaría todo aquello, y que no era capaz de visualizar su futuro.

— ¿Sabes? Marcus y yo siempre hemos tenido el futuro muy claro. Desde pequeños dibujábamos cómo sería ser mayores, hacer alquimia, viajar… — Se rio y se apartó el pelo de la cara. — Y ya cuando empezamos, soñábamos con Roma e Irlanda, con los exámenes de alquimistas licenciados… — Tragó saliva. — Con casarnos, escribir libros… — Acarició el vidrio de la ventana, como si así pudiese escapar de aquel lugar. — Es como si desde el día en el que se llevaron a Dylan tenga que recordarme, haciendo mucho esfuerzo, qué nos hacía felices antes de esto, que había otra vida… — Miró a su primo con disculpa. — Pero creo que me he llevado a demasiadas personas por delante sin pensar. Lo siento. Cuando fui a por ti a casa de Ethan no lo pensé… pero ahora veo que te saqué de tu vida a ti también. — Aaron rio y negó. — Que no, Gal, si Ethan… — Ethan nunca había dejado a nadie acercarse tanto. Ethan nunca se había jugado el pellejo por nadie, escondiéndote de un tipo de gente que él conoce muy bien y les teme, aunque no lo diga nunca en voz alta. No lo hizo ni por Darren, y le quería de verdad, así que si lo hizo por ti… — Aaron y ella se miraron durante unos segundos en silencio, hasta que el chico volvió a mirar por la ventana. — No lo sé… Nunca he visto una pareja feliz y enamorada en mi entorno ¿sabes? No conozco algo que no sea… una calma agradecida, un “funcionamos en la cama y nos lo pasamos bien” o algo así. Nada tan… entero y bien como vosotros o como Frankie y Maeve… O la pobre Shannon, que lleva unos días que no para de pensar en Dan, y como no hay correo seguro no puede saber si está bien. — Alice tragó saliva y se sintió terriblemente culpable. Ella estaba a su drama, muy justificado, sí, pero había olvidado a las personas que la rodeaban y a las que había aprendido a querer, y que ellos también tenían problemas reales.

— Igual no es el momento, o yo qué sé… Pero Aaron… tu sitio no está aquí. — Su primo rio. — Ya os lo pregunté una vez pero, de verdad, ¿os ponéis de acuerdo para decir lo mismo? — Eso le hizo reír. — No, para nada, pero para que veas que pensamos igual… Vuelve con nosotros, busca a Ethan y… Mira, aprovecha estos días para, y esto puede que sea un concepto nuevo para un Gryffindor, reflexionar. — Aaron le sacó la lengua. — Qué graciosa. — No, pero en serio. No tenemos literalmente nada que hacer. Deja de intentar hacerme jugar al backgammon y trázate una estrategia. Y cuando todo esto pase… toma las riendas de tu vida, es tuya, ya nunca volverá a ser de los Van Der Luyden. Y cuenta conmigo, con nosotros. — Se levantó y le apretó el hombro. — Me voy a hacer cosas más de… Alice Gallia, para no perderme. —

Sorprendentemente, Saoirse y Ada tenían una paz firmada en curso, y estaban tranquilitas jugando a las cocinitas, con Arnie en medio, que se limitaba a morder todo lo que pasaba por delante suyo y podía echar mano, y Maeve Junior dibujaba, sentada entre los abuelos. Era el momento idóneo. — Shannon, ¿te interrumpo en algo? — Aaron tenía razón, estaba bastante hundida. Se le notaba que quería aparentar normalidad, pero tenía los ojos oscurecidos y la expresión completamente alicaída. — Sí, dime, cariño. — Reaccionó rápidamente. — Que he pensado que ya que estamos aquí aislados, puedo aprovechar que tengo una enfermera en casa y preguntarle algunas dudillas que me han ido surgiendo estos años, y que me des algunos consejos para cuando… — ¡Sí! ¡Sí sí! ¡Claro! Vamos a la cocina y me cuentas, yo te ayudo en lo que pueda. —

Otra cosa no, pero Alice sabía reconocer a una enfermera apasionada por su trabajo, y también sabía hacer muchas preguntas y aprender, era su especialidad, y no pudo alegrarse más de ver la luz en los ojos de Shannon. — ¿Podrías enseñarme a cerrar un corte de unos siete centímetros en dos Epikseys? — ¡Claro! Aunque eso ya es de destreza, mira, ¿usamos un lomo que tenía mi madre aquí para asarlo? A él ya no le va a importar… — Y ambas rieron. Había hecho eso por Shannon, pero a ella le estaba viniendo de lujo poder concentrarse en aquello. — Yo lo hice en tres, pero me quedó bien cerrado. — ¿En qué circunstancia has hecho tú eso? — ¿No te ha hablado Marcus del incendio que hubo en Hogwarts? ¿Y de cómo gracias a esos tres Episkseys tengo el visado para estar aquí? — ¡Cuéntame de inmediato! — Demandó la mujer, mientras, con un cuchillo, hacía un corte milimétrico a un lomo que Alice sospechaba que ya nadie se iba a cenar, pero que había salvado a dos buenas enfermeras de la melancolía.

 

MARCUS

(26 de agosto de 2002)

— Algunos hechizos... hay que pronunciarlos bajiiiiito. — Dijo, susurrando y dándole tono misterioso. Todos los niños presentes (y Aaron, aunque intentase disimular) estaban mirándole con intriga, metidísimos en su teatro. — Para que las cosas... se construyan... con delicadeeeza. — PUES EL TÍO JASON. — ¡¡¡SSSSHHH!!! — Riñó Ada a Saoirse, dando una patada en el suelo. — ¡Bajito! — Recordó. Lo cierto era que no había gritado tanto, solo hablado en su voz chillona normal, pero esta de por sí era bastante aguda y en el silencio y el ambiente que Marcus había creado, sonaba atronadora. Intentó modular el tono, aunque no mucho. — Pues el tío Jason grita un montón y ha construido millones de casas. — ¿Millones? — Preguntó Ada, primero sorprendida, luego frunció el ceño con escepticismo. — Te lo estás inventando. No pueden ser tantas. — ¡Pues muchas! — Dijo la otra, digna. Mejor reconducía.

Le había pedido permiso a los tíos para utilizar el salón con la promesa de no convertirlo en un campo de batalla, aunque lo iba a desordenar bastante. Pero estaban llegando ya todos a unos niveles de desesperación y aburrimiento en los que no se soportaban ni a sí mismos. Shannon y Alice habían encontrado un filón hablando de enfermería entre ellas, y se alegraba, pero Marcus iba a hacer a Aaron tragarse el tablero de backgammon como le pidiera explicárselo otra vez, el pobre tío Frankie tenía unas ojeras de cansancio más pronunciadas cada día, y la tía Maeve, siempre adorable con sus nietos, empezaba a tirar serios tiritos sobre "las niñas que no se callan ni un ratito". Maeve Junior llevaba un par de días con un humor adolescente que le hacía gruñir a todo, y Arnie había tenido varios arrebatos de ponerse a llorar con desconsuelo, y parecía solo un intento de dejar constancia de su incomodidad. Estaba seguro de que todos se pondrían a berrear así si se les consintiera, como pasaba con los bebés.

Total, que había llegado a su límite de negatividad y estaba desaprovechando una oportunidad de oro de tener niños cerca, así que se inventó lo de hacer un fuerte en el salón. Aaron tenía a Arnie en brazos, que miraban atentísimo todo (lo había tenido que recoger del suelo porque iba metiéndose en la boca todo lo que encontraba a su paso). Maeve Junior se lo había tomado tan en serio como si de una construcción real se tratase, y Saoirse y Ada estaban encantadas con la actividad. Por supuesto, como Marcus se venía arriba con todo, estaba tomándose el juego poco menos que como un asunto de Estado. — ¿Las paredes de almohadas están bien reforzadas? — Sí, todas en línea perfecta. — Contestó Maeve. Parecían hablar con la seriedad de un ejército. — ¿De cuántas sábanas disponemos? — ¡Yo me he traído la mía porque tiene florecitas! — Saltó Ada, alzándola en la mano y desdoblándola entera, lo que hacía que se quedara oculta tras ella. — Tenemos... dos de cama grande, y tres de cama pequeña. — Bien, dadme una de ellas. Nos tiene que servir de suelo. — En menos de un segundo, tenía todas las ofrendas en sábanas que se pudiera pedir. Cogió la que tenía aspecto de más envejecida, que la iban a estar pisando, y la extendió.

— Lo dicho... con mucho cuidadito, hay que... — Elevó las manos. — Alzar el techo. — Señaló. — Poned una silla ahí y otra ahí. Serán... nuestra majestuosa portada al fuerte. — Saoirse y Ada salieron corriendo, arrastrando las sillas hasta allí. — Usaremos el respaldo del sofá para el otro extremo del techo, y la elevación la haré yo con el hechizo. — El proceso de colocar las sábanas para hacer el techo fue para verlo. Por supuesto que volaron las burlas de Aaron a Marcus y viceversa, ya que el Ravenclaw se había autoproclamado el mejor arquitecto de fuertes de su reino y el otro simplemente miraba la obra sin hacer nada, con la excusa de tener al bebé en brazos. Las niñas estaban entusiasmadísimas... aunque no siempre para bien. — ¡¡Que por ahí se cae!! — ¡Pero ha dicho que lo va a aguantar con magia! — ¡Pero hay que ponerlo bien primero! — ¡¡Callaos las dos!! Marcus ha pedido silencio y concentración. — Maeve tiene envidia porque construyo mejor que ella. — ¡Cállate, Saoirse, solo estás tirando las sábanas que ponemos todos! — ¡Enviiiiiiiidia! — ¿Dónde pongo este cojín, primo Marcus? Tiene un perrito. — Entre Maeve tomándoselo como si fuera una prueba personal para su futura carrera, Saoirse picando a sus dos hermanas y boicoteando lo que hacían, y Ada definiendo la utilidad de las cosas en función de sus estampados, Marcus había contado con equipos mejores. Pero, entonces, vio llegar a Alice, y se le dibujó una sonrisa en la cara que podría haber iluminado todo el salón. — ¡Nooo! Mi amor, te vas a destripar la sorpresa. — Bromeó, y para qué dijo nada. — NO MIRES, NO MIRES. — Ada prácticamente había volado para placar a Alice y taparle los ojos, y Saoirse saltó, señalándola. — ¡Ahora quién está gritando! —

 

ALICE

— Oy, niña, si quisieras, Betty te contrataba para su laboratorio. No veas el efecto inmediato que me ha hecho la poción, oye, mano de meiga tienes. — Shannon respaldó lo que dijo su madre levantando los ojos del libro. — Además de verdad, y la vida de pocionista es más tranquila que la de enfermera. Y con lo que te gustan a ti las plantas, serías un activo bien útil. — Alice sonrió y se encogió de hombros, mientras limpiaba todos los utensilios. — Siempre me gustaron muchísimo las pociones, estaba en el club, a pesar de tener un profesor que no valía para nada, y creo que mi amigo Sean se va a dedicar a ello, si se decide en algún momento. — Maeve bebió un traguito de agua y dijo. — Oye, parece que Marcus tiene bien entretenidos a los niños. — Alice sonrió con cariño. — Marcus es muy divertido y las niñas le adoran. Arnie es que parece que adora a todo el mundo. — Shannon suspiró. — Sí, cuando no se portan como monstruitos, hay que quererlas. — Por primera vez, no vio a Maeve saltar en una loa hacia sus nietas inmediatamente, sino que se limitó a asentir brevemente y sonreír. — Bueno, yo voy a aprovechar que están ahí contenidos para seguir leyendo el libro que me recomendó Alice, que me tiene enganchadísima. No entréis al cuarto que está papá dormido, eh. —

En cuanto se fue, Shannon y Alice se echaron a reír, mirándose. — No veas lo bien que le ha venido la excusa de que el tío está dormido. Ella leyendo al lado no le molesta, por lo visto. — Perdona, ¿y el enganche al libro? ¿Me puedes explicar qué tiene para que hasta le molesten sus nietas haciendo ruido por no dejarla leerlo? — Alice alzó las cejas y puso una sonrisa traviesa. — Es una novela rosa, con sus buenos detallitos picantes. Es muggle, la lee mi tía Simone y la familia de mi amigo Theo. Se llama Outlander, deberías echarle un ojo. — Ya, ya, visto lo visto… Aunque ni que tuviera tiempo, ya te has dado cuenta… — Ella rio un poco. — Ya me imagino que ahora no es un buen momento para evaluarlo, pero… se te ve feliz con tu vida. Lo que no sé es cómo llegas a todo con cuatro niños. — Shannon se encogió de hombros con una sonrisa satisfecha. — Cuando tuve a Maeve… me di cuenta de que mis días de investigación y demás ya no me… importaban tanto. Ni una casa perfecta, ni siquiera el silencio. — Ambas rieron. — Las otras dos pues solo vinieron a sumarse a ese caos feliz. — ¿Y Arnie? — Arnie… fue una sorpresa. — Alice abrió mucho los ojos, y Shannon levantó las manos. — A veces pasa, ya ves, pero mira, ha salido tan buenecito y cuqui como la mayor, y al final… nos hace felices a todos. Y yo tengo un niño por fin, estaba bien tener variedad. — Ambas rieron y Alice se giró hacia el salón. — Bueno, pero por si quieres disfrutar de este ratito para… sentirte investigadora otra vez con ese tratado, me voy a ver qué hacen tus adorables monstruitos y… el mío. — Ambas rieron y, de muy buen humor, Alice llegó al salón, después de haber dejado la puerta de la cocina bien cerrada.

Menos mal que llegaba de buen humor, porque nada más llegar, recibió un placaje, y se dejó caer al suelo suavemente, con Ada encima. — ¡No he visto nada! ¡No he visto nada! — Aseguró. — ¡No nos fiamos! Saoirse, dame una de las fundas de almohada que le vamos a vendar los ojos. — ¡Oye! Que a mí se me dan muy bien las estructuras, de pequeña pasé mucho tiempo con Alexander McKenzie, el padre de mi amiga Poppy, que es arquitecto. — El arquitecto jefe es Marcus. — Oyó decir a Maeve, mientras las otras dos niñas le vendaban los ojos de aquella manera. — ¡Vale, vale! Pero no me gusta estar de brazos cruzados, decidme qué puedo ir haciendo. — ¡Puedes ponernos papeles! — Dijo entusiasmada Ada. — Me pido reina. — Dijo Saoirse del tirón. — ¿Yo puedo ser un diricawl? Me gustan los diricawls. — Coreó Ada. — Qué… específico… — Contestó Alice, ojos vendados y todo, pero riéndose. — A ver, Arnie va a ser un puffskein, eso para empezar. — Todos rieron. — Y Aaron un entrenador de dragones, porque es muy valiente. — Vaya, gracias, por fin alguien me aprecia. — Un entrenador de dragones muy penoso. Saoirse va a ser una bruja blanca, de esas que manejan la magia antigua. — ¡WOW SÍ! — Y Ada… va a ser una pocionista experta, que nos va a traer todas las pociones que hagan falta. — ¡SÍ! Espera… yo no sé hacer pociones. — Bueno, pero como es un juego, las pociones serán zumo, galletas… lo que nos haga falta. — Ah, vale, ¡entonces sí! ¡Quiero! — ¿Y Maeve y Marcus? — Bueno, Maeve es claramente una arquitecta mágica y Marcus… — Sonrió de medio lado. — Es un alquimista de sol. Un rango que le permite transmutar todo lo físico y además transmutar emociones… — Sonrió, sabiendo que la estaba mirando. — La tristeza en felicidad. —

 

MARCUS

Se tapó la boca con ambas manos, con los ojos muy abiertos, cuando vio cómo Ada había tirado a Alice al suelo. Igual... en vez de relajar con un jueguecito divertido a las niñas, las estaba entusiasmando de más. No contentas con eso, ahí iban las dos, prácticamente a meter a Alice dentro de la funda de almohada si era necesario por tal de que no viera nada, a pesar de que Marcus acababa de sacarse de la manga lo de que era una sorpresa. Hizo una mueca con la boca y se levantó, intentando no pisar nada y acceder lo más rápido posible hasta donde estaba su novia, aunque le sobraban brazos y piernas (y cojines) por todas partes para salir de aquel atolladero. — ¡Mi amor! ¡Ya voy a rescatarte! — Ya en serio, aquello parecía un secuestro. A ver si al final le iban a hacer daño a su novia y ya lo que les faltaba.

Nada, para cuando llegó (y por poco no se cae de bruces al pisar una de las almohadas), Alice ya estaba con los ojos vendados. Rio con superioridad. — ¿Has oído eso? Ahora soy arquitecto jefe. — Se giró a las niñas y reanudó el tono misterioso. — Y no uno cualquiera... ¡Un alquimistaaaa! — Ada aspiró una exclamación, como si supiera de qué hablaba. Claramente se estaba dejando contagiar por el tono de voz. Le concedieron a Alice el privilegio de ser quien repartiera papeles, y la autoproclamación de Ada como diricawl le hizo tener que aguantarse fuertemente una carcajada. — ¡Eh! Los pájaros azules siempre son bien recibidos en esta casa. — Rio cuando bautizó a Arnie como el puffskein del equipo y le miró... chistando y dirigiéndose a él justo después. — ¡Tío! — Le quitó al niño la varita de las manos y de la boca, ganándose un reproche por su parte. Aaron descolgó la mandíbula. — ¿¿Cómo la ha cogido?? — No lo sé, pero Ravenclaw uno, Gryffindor cero. Una vez más en la historia. — No si de quidditch se trata. — ¡¡Que estaba con tu varita en la boca, tío!! ¡Que eso es peligroso! — ¿Pero cómo la ha cogido? ¡Si la tenía en el bolsillo! — Como sea. Ahora no me preguntéis por qué sé que el niño es Ravenclaw. — Sí, dilo otra vez, porque es más listo que yo. — Ese pique absurdo no llegaba a ninguna parte, así que volvió a sus quehaceres, mientras Aaron mecía al niño y le decía. — Eres tú muy malillo ¿eh? Y muy temerario. A ver si vas a ser un Ave del Trueno. ¿Sí? Mira, a esta gente le gustan los pájaros, ¿a que vamos a chinchar al primo Marcus siendo el pájaro equivocado? — Sigue soñando. — En teoría se había ido del lado de Aaron para centrarse en las niñas de nuevo, pero si no le mascullaba de vuelta, explotaba.

Para seguir engordando el ego de Aaron, Alice le puso el empleo gallardo de las fortalezas por excelencia. Y encima, quejas. Marcus rodó los ojos. — Procura dejar al puffskein en tierra firme cuando vayas a tus gestas, no se nos vaya a achicharrar. — Igual me llevo a la gente y dejo que el dragón se coma tu fortaleza. — ¡No! — Saltó Maeve, en pánico, y hasta ella misma debió sorprenderse de lo mucho que se había metido en la ficción. Marcus se cruzó de brazos, entrecerró los ojos y puso sonrisilla de superioridad. — Entonces no serías entrenador de dragones, serías rescatador de aldeanos. — Aaron parpadeó, mirándole. — Pues... — ¡Mec! Se te acabó el tiempo de respuesta. — ¡Dios! Qué insoportable eres. — Haber estado más rápido. — Saoirse se estaba riendo entre dientes, tapándose la boca con las manitas y mirando a Aaron con malicia. Ya sí que sí, se centró de nuevo en el juego.

— ¿Pocionista que no sabe hacer pociones? — Preguntó, divertido, y justo después agarró a Ada, colocándosela bajo el brazo, y empezó a dar vueltas. — Yo creía que eras un diricaaaaawl. — ¡Aaaaaaaaayyy primo Marcus! — ¡Las pocionistas no vuelaaaaaaaaaaan los pajarillos sííííí! — Y en uno de los giros dio un peligroso traspiés, guardando a lo justo el equilibrio entre risas, pero sirvió para que se parara y dejara a la niña en el suelo. — Uh, arquitecto de baja momentánea por mareo. — Se dejó caer en uno de los cojines, riendo. — Pero lo del zumo y las galletas me ha gustado. Te quedas con lo de pocionista. — Y cuando le tocó su turno, alzó las manos con triunfo, y ya iba a celebrar victorioso su asignación cuando Alice dijo aquella frase. La miró, con una sonrisa iluminada, aunque... ella no podía verle a él, pero bueno. — El primo Marcus quiere darle un besito a la prima Aaaaaliiiiiice. — Lo de Saoirse era un don, definitivamente. Marcus frunció los labios y se lanzó a por ella, agarrándola de los pies y arrastrándola hacia sí, mientras la niña chillaba y se revolvía. — Esta no es una bruja blanca, esta es una bruja mala malísima. — ¡¡No soy mala!! — Sííí. — Siguió, mientras le hacía cosquillas sin piedad y la niña se desternillaba de risa. — ¡Vamos a mandar al domador de dragones a que te encierre a ti! ¡Por brujilla mala! — ¡Os convertiré a todos en sapos! — ¡¡Mírala!! ¡Maaaaala mala mala! ¡Hay que encerrarla! — ¡Nooo! — Y así se pasaron un rato, entre cosquillas y risas.

— ¡Ya está el techo, caballero alquimista! — Saltó Maeve, con adoración. — Bien, bien, pues... ¡Reunión de la caballería! ¡Todos aquí! — ¿Le quito la venda a Alice? — Preguntó Ada, y Marcus puso una sonrisilla maliciosa. — No... Vamos a terminar nuestra sorpresa. — Alice no tiene papel. — Eso ya lo sabía él. Hizo gestos para improvisar un corrillo con sus primas (y con Aaron, que no lo reconocería pero estaba metidísimo en el juego) y fingió decir en voz baja, aunque sabía que Alice le estaría escuchando perfectamente. — Es que ella es... la princesa de la luna. — Maeve puso cara de enamoramiento, y Saoirse y Ada aspiraron una exclamación. — Y este es su castillo, pero... un dragón había venido y lo había destruido. Por eso hemos llamado al domador de dragones. — Aaron arqueó ambas cejas, mirando a las niñas, orgulloso. — Y él, con su puffskein mágico y en ocasiones mucho más atento que el propio domador. — Lo último lo dijo con tonito y mirándole. — Nos protegerán de la presencia de cualquier otra criatura que quiera destruir nuestra fortaleza. La mejor arquitecta mágica del mundo levantará este castillo piedra a piedra. — Maeve se irguió, orgullosa. — Y, las dos hermanas brujas, la bruja blanca y la experta pocionista, con su magia... — Movió la varita y un haz de luz blanca empezó a envolver su fortaleza improvisada, haciendo que las niñas abrieran mucho los ojos. — Siempre nos tendrán protegidos de todo mal, y harán de este castillo el mejor del reino. — Bajó la voz. — Pero ahora... llega el turno del alquimista. —

Dejó caer las sábanas por los lados, y todos, excepto Alice, quedaron debajo del fuerte. — ¿No os he dicho antes... que hay hechizos... que hay que pronunciar muuuuuy bajito? — Todos les miraban como lechuzas, hasta Arnie. — La princesa de la luna... viene de noche. Y la noche es tranquila, y el cielo... — Movió la varita y elevó las sábanas, como si algo tirara de su centro hacia arriba, generando una cúpula picuda sobre sus cabezas. — ...Es inmenso. Y... ¿qué más cosas hay en el cielo nocturno? — ¡Estrellas! — Clamó Saoirse. Marcus asintió. — Si metemos a la princesa de la luna aquí... ¿creéis que le gustará? — Ada negó. — Se pondrá triste si no hay estrellas. — En ese caso... habrá que crearlas ¿no? — Bajó aún más la voz. Todas las cabecillas se pegaron más a él. — ¿Sabéis qué hace brillar las estrellas? — Saoirse y Ada estaban concentradísimas, con la boca y los ojos abiertos, pero la que habló fue Maeve. — Su luz. Como la del sol. — La miró y le guiñó un ojo, y después, con un dedo en sus labios, pidió silencio. Alzó la varita y el cielo nocturno se dejó ver, como una ilusión, en las sábanas que hacían de techo. Todos contuvieron una exclamación. — ¿Qué me decís? ¿Le decimos a la princesa de la luna que pase? —

 

ALICE

Iba a disfrutar del momento de recibir el rescate del alquimista-arquitecto jefe, pero la afirmación sobre Arnie y la varita la preocupó. — Hay que tener muchísimo cuidado con ese bichejo. — Tú también no. — Dijo quejoso Aaron, y no le quedó otra que asistir al eterno diálogo de pique entre su novio y su primo, aunque en esta ocasión, y solo porque todo aquel ambiente le estaba mejorando el humor considerablemente, se rio con ganas de ello, incluida de la bromita de las aves. Con lo que les gustaban a ellos las metáforas de aves y serpientes y todo lo demás, y resulta que en Ilvermony no valían porque significaban cosas distintas.

Seguía con los ojos tapados, pero al oír a Ada y Marcus juguetear con lo del diricawl, le subió discretamente la venda en uno de los ojos para verlos, y el corazón se le derritió por completo. Marcus con los niños era una de las cosas más bonitas que había visto jamás, y una de las cosas que le dio el impulso para declararse, para arreglar las cosas, porque quería a ese Marcus en su vida para siempre. — Puedo no chivarme de que has hecho trampas… — Dijo Saoirse bajito a su lado. — Si… me concedes algún poder de bruja negra. — Menuda Slytherin estaba hecha, ¿a quién habría salido esa ladronzuela? Alice se recolocó la venda discretamente y susurró. — Solo si no los usas en contra de tus hermanos. — La niña pareció valorarlo y al fin dijo. — Bueno, más no te voy a sacar, así que hecho. — Y volvió al jaleo, siendo el nuevo punto de ataque de Marcus. En el fondo, se estaba riendo, aquel ambiente invitaba a reír, y podía entender lo que decía Shannon de la felicidad imperfecta. — ¡Y yo aquí sin poder acudir en vuestro auxilio! Si me dejarais mirar… — ¡No! ¡Que te hechizo! — Amenazó Saoirse. — Y yo te echo al puffskein encima. — Dijo Aaron, y notó cómo hacía sobrevolar a Arnie sobre ella, con las brillantes carcajadas del bebé resonando.

Esperó pacientemente con una sonrisilla a que le asignaran papel, y se contuvo de hacer más reacciones, para que pareciera que no estaba oyendo a Marcus. Momentos como ese le recordaban que sí, eran imparables, podían seguir haciendo esas cosas, reír, jugar… Como hacían de pequeños, como habían seguido haciendo mientras crecían, como ahora podían hacer para otros niños. Pero ¿qué estaba planeando su imaginativo novio ahora? Estaban muy misterioso, y ella quería averiguar aquello ya. — La princesa querría entrar en su castillo ya. — ¡Espera, Alice! ¡Hay que hacerlo bien! — Dijo Maeve categóricamente.

Pero, tras lo que pareció un hechizo, por fin su alquimista de sol dio orden de liberarla, y Ada corrió a quitarle la venda, despeinándola un poco por el camino. — ¡Ya puedes! ¡Ven corre! — Jaleó la niña. — Un momento que una princesa tiene que ponerse digna para entrar en su castillo. — Dijo, peinándose un poco. — Ada, ¿hay por ahí hojas de papel? — La niña corrió a por ellas, y se las puso en el suelo. Alice cogió una de las pinturas y dibujó un círculo encima, transmutándolas en una diadema con una lunita proyectada hacia arriba en el centro. — Esto para que me coronen princesa cuando hayamos salvado el castillo. — Y ya sí, se dejó guiar.

Por supuesto, su novio no podía hacer un fuertecito normal y corriente. Cuando Alice logró arrastrarse bajo la sábana, los ojos le brillaron y puso esa sonrisa de fascinación que vivía en ella cuando era pequeña. — ¿Te gusta, princesa? — Preguntó Maeve, ansiosa de aprobación. — Es la fortaleza más bonita del mundo. No esperaba menos de semejante arquitecta. — ¿Ya eres más feliz entonces? El alquimista te ha hecho estrellas. — Dijo Ada, también inquieta por su reacción. Alice suspiró y miró a Marcus. — Por eso es un alquimista de sol, porque, una vez más, ha transmutado la tristeza en felicidad. — No quería llorar, pero se sentía tan querida, agasajada y aliviada de su carga, aunque fuera por unos instantes, que casi se le escapa.

Pero el juego debía continuar, así que cogió discretamente la varita e invocó una ilusión de dragón, un truco que su padre había creado en su día para Erin, y que cuando Dylan y ella eran pequeños invocaban continuamente. — ¡Oh no! ¡Otro dragón! Domador ¿qué vas a hacer? — ¡Yo lo mato con la magia negra! Alice me ha dejado. — Buena cosa le había dicho. — Bueno, vamos a intentar no matar, y que Arnie no me quite la varita y a ver qué podemos hacer contra este Ironbelly, ¿verdad, pequeño puffskein? — Al niño parecía hacerle gracia la palabra en sí, porque se reía cada vez que la decían. — ¡Pocionista! Ve a por provisiones, que este asedio va a ser largo. — Ada se levantó como un resorte, y Saoirse se inclinó hacia Marcus y ella. — Entonces la magia negra… — Guárdatela por si acaso. Ve a ayudar a la pocionista, y quién sabe, quizá puedas usar alguno de tus hechizos para encantar la comida. — Y siguió a su hermana. Eso le daba unos… cinco segundos con Marcus, porque Maeve estaba ocupada en que los otros dos no tocaran su preciada fortaleza. — Gracias, alquimista de sol. — Susurró. — Es perfecto, como todo lo que haces. — Alzó los ojos hacia el techo, con las estrellas brillando en ellos. — ¿Quién no sería aunque fuera un poquito más feliz así? —

 

MARCUS

Le encantaba que Alice entrara al juego de esa forma, le recordaba a quienes eran antes de ir a Nueva York, a lo que había sido su vida hasta ese momento. Esperó emocionado a que ella entrara, porque en el fondo, todo aquel jueguecito para los niños había escalado hacia una de sus ficcioncitas con su novia, y deseaba ver su reacción. Al fin y al cabo, hacía pocas cosas en su vida que no fueran dedicadas a esa chica, de una forma u otra.

Lo que no esperó oír desde dentro, y le dejó con la boca abierta cuando la vio aparecer, fue que se transmutara una diadema. Solo Merlín sabía el latido tan violento que le había dado el corazón en el pecho. — Relaja, que hay menores delante. — Le masculló Aaron al oído, escondiendo una risilla maliciosa después, a lo que Marcus respondió con una mala mirada. No iba a perder, no obstante, tiempo mirando al primo de Alice estando ella allí y pudiendo admirar su reacción. Estaba absolutamente embobado, tanto con la respuesta de Alice como con las preguntas de las niñas, que parecían su corte de verdad. Sonrió y la miró con adoración. — Un fiel servidor de su majestad. — Respondió con enamoramiento, dejando que sus miradas se sostuvieran unos instantes, como si no estuvieran debajo de un montón de sábanas en mitad del salón y rodeados de niños.

Hasta él se sorprendió cuando vio esa ilusión de dragón aparecer, tanto que por unos instantes miró incrédulo a Alice, y acto seguido, tras reír de pura felicidad, se metió de lleno en el juego. — ¡No! ¡Es el despiadado dragón! ¡Necesitamos ayuda! — Eso, domador, haz algo que no sea leerme la mente, pensó con retintín. La respuesta de Saoirse le hizo agitar las manos en negación. — ¡Nada de muertes! Somos un reino pacífico e inteligente. — Él tenía que poner su nota Ravenclaw. Ada fue a cumplir su cometido, pero Marcus alzó la varita. — ¡Espera, valerosa pocionista! — Y la rodeó con un haz de luz, básicamente otra ilusión, que hizo que a la niña le brillaran los ojos. — ¡Con este escudo, ningún dragón podrá atacarte! — ¡Allá voy! — Y salió corriendo del fuerte, rumbo a la cocina. — Tú eres muy listilla... — Le dijo a Saoirse, volviendo a hacerle cosquillas. — A ver, cierra los ojos fuerte fuerte. — La niña le hizo caso, conteniendo una sonrisilla. — ¿Puedes visualizar el haz de luz que llevaba tu hermana? — Asintió con vehemencia. — Pues... ábrelos. — Le había hecho lo mismo a ella, pero la luz era gris oscura. — ¡Magia negra! ¡Lo he hecho yo! — Y salió corriendo, por supuesto a decirle a su hermana lo poderosa que era.

Se quedó momentáneamente a solas con Alice, sonriéndole como el idiota enamorado que era y que hacía tiempo que no salía en toda su plenitud. — Si lo eres tú... con eso me vale. — Acarició su mejilla. — Eres la princesa más preciosa de todos los reinos. Los que existieron, los que existen y los que están por existir. — Oooh. — Vaya, Maeve no estaba tan desconectada como pensaban. Una pena, quería haberla besado. La miró con los ojos entornados, mojándose los labios. — La idea inicial era entretener a los niños para dar un respiro a los mayores... Temo haberme excedido. — Rio a eso último. — Pero ha merecido la pena por verte fel... — ¡¡¡TRAIGO LAS POCIONES!!! — ¡¡YO MÁS POCIONES!! — Ada y Saoirse habían entrado tan en tropel por el fuerte que Marcus tuvo que reaccionar rápido con la varita para que los zumos que traían no se desparramaran por los cojines y las sábanas, porque hasta ellas habían rodado por el suelo. Maeve contuvo una exclamación y gritó acto seguido. — ¡Sois imposibles! — ¡¡Llega el puffkein mágicooooo!! ¡Vencedor de la justa contra el dragón! — Y, cuando miraron a la improvisada puerta del fuerte, vieron a Arnie asomar con unos cuernos de papel en la cabeza, mientras Aaron decía. — RAAAAAAAARW. — Marcus estalló en una carcajada. — ¡Hemos vencido al dragón! — ¡¡BIEEEEEEEEEEN!! — ¡Esta fortaleza es inexpugnable! ¡Tres hurras por la princesa de la luna! — Y ya estaban todas las niñas coreándole, y él encantado de volver a convertir a Alice en el foco de atención. — De todas formas. — Dijo Aaron, entrando con Arnie. — Como experto en dragones, recomiendo mantener el asedio durante esta jornada, ya que tenemos provisiones. — ¿Lo aprueba la arquitecta mágica? — Maeve se desconcertó al ver que Marcus pedía su opinión ante tan relevante caso. Un tanto ruborizada, respondió temblorosa. — Sí... Sería lo más prudente. — ¡Que comience, pues, el festín por la victoria del reino sobre el malvado dragón! —

 

ALICE

La forma de mirarla de Marcus, mientras entraban en ese pequeño mundo que habían creado, y que, por un momento, pareció separado del resto del mundo, la encandiló de tal forma que ya solo veía sus ojos y su sonrisa. Tanto que solo podía desear que todos se distrajeran un momento para poder besarle. A ver, obviamente se besaban, de buenas noches, de buenos días, para darse apoyo… Pero no besarse… como ellos hacían de normal. Como cuando daban vueltas por el césped de Primrose Hill o por el campo de lavandas, cuando se buscaban en cualquier sombra de Hogwarts… Cerró los ojos y dejó escapar un suspiro entre sus labios al sentir la caricia de Marcus en su mejilla y contestó. — Y tú eres el príncipe azul que una princesa como yo soñó desde pequeña, eres el sol que lo alumbra todo, hasta el rincón más oscuro. — Y se vieron interrumpidos por Maeve. Qué mala suerte, porque hacía mucho que no tenían un arrebato romántico como aquel. Algo tenían que pensar, preferiblemente antes de que les colaran a Arnie en unas horas.

Ada y Saoirse llegaron, creando el ya habitual caos y desesperando a su hermana mayor, que intentaba mantener, como buena arquitecta, la fortaleza. La aparición de Arnie en modo dragón con los cuernitos le hizo reír y deshacerse de adorabilidad, acogiéndolo en su regazo para repartir la merienda como buenamente pudieran. También sonrió con cariño a Aaron, que estaba metido de lleno en su papel y en el juego, y se preguntó cuántas tarde así habría tenido su primo en su vida. — Ninguna. — Dijo bajito, ayudando a repartir las galletas, el queso y los zumos. — Pero ahora sí, y es lo que importa. — Susurró mirándola. Definitivamente, aún podían sacar muchas cosas muy buenas de todo aquello, y ella había estado tan encerrada en su propio dolor que no lo había visto. Así que se animó y levantó el vaso. — Por la mejor corte que la princesa luna podría desear. — ¡Eso, somos los mejores! — Coreó Saoirse, a quien eso de ser la mejor en algo le encantaba. Y cuando chocaron los vasos, miró significativamente a Marcus. — Y por el alquimista de sol, sin él, no tendríamos tanta felicidad. — ¡Y por mi hermana mayor que es la más mejor arquitecta de fortalezas de dragón! — Saltó Ada alegremente, derritiendo aún más a todos los que estaban allí y haciendo sonrojarse a la homenajeada. — ¡Eso! ¡Por nuestra arquitecta! —

— ¿Sabéis lo que no tenemos? Una localización para nuestro castillo. — Comentó Maeve, mordisqueando unas galletas. — Pf, qué tontería, Long Island. — Dijo Saoirse sin más. Qué pequeño era el mundo de un niño y a la vez qué grande, la vida era más satisfactoria así. — Qué aburrido, en Long Island ya estamos. — Puede ser… un lugar mágico. — Dijo Alice con tono misterioso, y de repente todos la miraron. — ¿Cuál? ¿Cuál? ¡Dilo! — ¡Eso eso! — Ella alzó una ceja. — Es el sitio favorito de todo buen Ravenclaw… Es el sitio donde el mar y el cielo se encuentran, por donde sale el sol. — ¿ESO ES UN SITIO? — Preguntó Ada abriendo muchísimo los ojos. — No, no lo es. Nunca llegas al final del mar y el cielo porque la tierra es redonda. — Dijo Maeve muy segura. — Exacto. Ese es el lugar: la búsqueda constante, el viaje eterno. No deseéis llegar a ningún lugar, sino que siempre haya un horizonte por donde podáis seguir descubriendo. — Y le vino bien decirlo, porque ella misma parecía haberlo olvidado a ratos. Era fácil olvidarlo llevando tantos días encerrada. Maeve y Aaron la miraban extasiados, pero Ada se había quedado pillada, y Saoirse concluyó. — Entonces no está en Long Island ¿no? — Vaaaale vale… Pienso otro… — Afiló los ojos. — ¿Qué os parece el castillo de Montsegur? Está en La Provenza, y está en lo más alto de una montaña, ocupando toda la cima, y lleno de pasadizos secretos. — ¡Sí! ¡Eso sí lo veo! — Dijo Ada. — Y para la defensa sería ideal. — Aportó Maeve. — Marcus y yo hemos estado en ese sitio, y yo me perdí en los pasadizos… — A ver si le salía bien la estrategia de las metáforas. — Pero Marcus me acabó encontrando ¿sabéis? — ¿En serio? — Claro, porque el amor verdadero siempre vence. — Declaró Saoirse, como si fuera un hecho. — Y él… siguiendo a su amor verdadero… me encontró… Aunque estuviera escondida y durante unos… cinco minutos me perdiera de vista. — Ladeó una sonrisa y miró a su novio. — Y yo sé que si me perdiera… me encontraría sin problema. — ¿Y SI JUGAMOS AL ESCONDITE? — Sugirió Ada de golpe. ¡Sí! Perfecto, si es que todo era una cuestión de estrategia. Cinco minutos de escondite y estaría servida, solo necesitaba un momento para disfrutar de su Marcus enamorado y servicial.

 

MARCUS

Brindó con todos, siguiendo el rollo del reinado y la corte, riendo con su novia y sus primos, viendo a Aaron integradísimo y ya picándose mutuamente con mucha menos malicia, bastante contentos. Desde luego, cuando conoció a ese chico, lo último que imaginó es que le vería compartiendo un fuerte en el salón con sus primos y su novia. Bebió un poco de zumo y asintió. — Hm, eso es importante. Tiene que tener una muy buena localización. — Y dejó el debate fluir, riendo con las ocurrencias que escuchaba. Eso sí, el alegato de su novia le derritió el corazón por completo, y se quedó mirándola tan embobado que ni siquiera comía (y eso en él era mucho), tenía el trozo de queso reposando en la mano a medio morder. De hecho, en mitad de su obnubilación, notó algo húmedo en la mano y vio que el bebé estaba chupando el queso. Soltó una carcajada y se lo dio a trocitos. — Claro, la culpa es mía por dejar la comida parada, yo te entiendo, colega. —

— No hay mejor premio que el camino. Mucho mejor que la meta, disfrutar el camino. Que siempre haya un camino que seguir. — Completó, mirando a la chica con devoción. Habían dejado su camino demasiado parado y olvidado en ese último mes, y recordar su existencia le daba esperanzas. Él estaba convencidísimo, pero Saoirse no tanto, así que Alice se sacó otro as de la manga... Y vaya as, qué buenos recuerdos. — Sí que se perdió. — Afirmó, mirando a todos a la vez. — Y tuve que resolver un complejo acertijo para rescatarla. — ¿¿Te llevó un dragón?? — Preguntó Ada entre sorprendida y asustada. Marcus rio. — Peor, se llevó ella sola por una trampilla oculta hasta una sala secreta, porque aquí la princesa no puede estarse quietecita. — Le hizo una graciosa burlita a su novia con la cara, mientras los demás soltaban risitas. Eso sí, su novia no estaba contando solo anécdotas... le estaba tirando una indirecta. Él también sabía jugar a eso, así que se recostó ligeramente en una de las almohadas (no era muy resistente como pared y a ver si iba a echar su improvisado castillo abajo) y dijo con superioridad. — Menos mal que a uno no hay enigma que se le resista... Puede captar hasta el más sutil y escondido de los mensajes... — En otras palabras: la estaba pillando. Y también estaba viendo a Aaron apretar los labios, así que le lanzó un este es el momento en el que nos concedes un poco de privacidad si no quieres oír ciertas cosas, y vio cómo el chico, sutilmente, alzaba las manos en señal de "no me digas más".

— El amor siempre vence. — Corroboró, y luego miró a Alice a los ojos. — El amor todo lo puede. — De eso sí que estaba convencido, de que podrían con todo, con esa situación y con las que se le presentaran, y que siempre serían capaces de volver a ser ellos mismos, ahí estaba quedando demostrado. Chasqueó la lengua. — Creo que fueron más de cinco minutos, pero me conformaré. — Y tanto que se iba a conformar, era eso o nada, y no quería arriesgarse a tirar la tarde por tierra por una pillada absurda. Y entonces, su prima dio la mejor excusa del mundo para conseguirlo. — ¡Eso es una gran idea! — Y, además, necesitaba jugar muy bien sus cartas. — De hecho... este va a ser un escondite muy muy importante. — Le puso misterio. — Porque ya hemos sobrevivido al asedio de un dragón, pero ¿qué ocurriría si el ataque nos tomara por sorpresa fuera de nuestra fortaleza? — Abrió mucho los ojos. — Tenemos que demostrar, hoy más que nunca, lo capaces que somos de escondernos de un dragón. ¡Es superimportante que no nos pille bajo ningún concepto! — ¡Yo soy la que mejor se esconde! — Clamó Saoirse, lo que hizo a Maeve rodar los ojos. A Marcus le venía bien que su espíritu competitivo fuera justamente en esa dirección. — Eso espero, porque si el dragón te pilla... Va a ser muy muy importante esconderse bien. Pero claro... ¿Cómo saber dónde buscaría un dragón? — Siseó, haciendo como que pensaba fuertemente. — ¿Cómo piensa un dragón? ¿Cómo sabremos... que nuestro escondite funciona...? — Puedo ser yo quien busque. Vosotros os escondéis, y yo os busco. — Dijo Aaron. — Como domador de dragones que soy, soy el mejor poniéndome en la mente de un dragón. — Gracias, pensó de corazón, porque era justo lo que necesitaba. Aunque no pudo evitar pensar también que sí que había tardado en pillar la indirecta, y por supuesto, el otro no se iba a callar. — Aunque quizás al alquimista de sol se le dé mejor esto que a mí. — Yo creo que mejor que busque el domador de dragones. — Resolvió rápidamente. Ada dio un saltito. — ¡Y lleva al puffskein mágico! ¡Le avisará de la presencia de un dragón! — ¡Exacto! — Se tuvo que aguantar la risa y contenerse mucho de pensar que, encima de ponerse a buscar niñas por la casa, se iba a quedar con el bebé, que no quería que se la intentara devolver otra vez.

— Creo que este equipo debe trazar una buena estrategia. — Propuso Marcus. — Me salgo y lo habláis, para que el dragón no se entere. — ¡Bien pensado! — Valoró entusiasmado, y Aaron abandonó el fuerte con Arnie, mientras Marcus hacía corrillo y hablaba en voz baja como si se tratara de un asunto de vital importancia. — Los dragones tienden a ir a las alturas, así que es mejor que los más experimentados seamos los que nos escondamos en la planta de arriba. — Miró a Maeve. — Señora arquitecta, yo me encargo de proteger a la princesa. Tu cometido será avisar a los demás de la casa de que no salgan hasta que estemos seguros de que el dragón no hará de las suyas, por protección, y luego esconderte muy bien. — ¡De acuerdo! — Pocionista, bruja negra. — Las dos niñas le miraban con ojos brillantes. — Vosotras seréis quienes despisten al dragón. ¿Sabes qué dijo un hombre muy sabio una vez? — Las dos negaron. — Que si quieres esconder bien algo... ponlo a la vista. — Miró a Alice de reojo con una sonrisilla. Luego volvió a las niñas. — No vale esconderse en el fuerte, pero el dragón no va a esperar que os quedéis en la planta de abajo, va a pensar que vais a huir a la de arriba, por eso va a mirar allí primero. Buscad un muy buen escondite por aquí. ¿Está todo el reino de acuerdo? — ¡Sí! — Y todos salieron, diciendo Marcus en voz alta. — El dragón saldrá de donde haya fuego, es decir... — ¡La cocina! — Exclamó Maeve, entusiasmada, y las otras dos niñas dieron varios grititos, como si hubiera un dragón de verdad. Aaron, con Arnie en brazos, puso cara de concentración y dijo. — ¡Ya estoy en su mente! ¡Escondeos rápido, no tardaré en salir! — Y se fue, y Marcus empezó a azuzar para que todos corrieran a esconderse.

Las niñas salieron disparadas y Marcus tiró de Alice a la planta de arriba, detrás de Maeve. — ¡Protégeles, arquitecta! — Clamó a la otra, que fue flechada a la habitación de los abuelos (escuchó la aspiración sorprendida de la tía Maeve, se disculparía por eso más tarde). No se lo pensó más, tiró de Alice hacia su habitación, siguiendo con la carrera para fingirse en el juego, y cerró la puerta, alzando la varita y lanzando los dos hechizos a la vez sin perder un segundo: un Fermaportus y el Silentium modificado de William. — No me fío de esas niñas. — Se guardó la varita y se acercó a ella a zancadas, mientras decía. — Pero echaba de menos esto. — Y se lanzó a sus labios, con necesidad, aferrando sus mejillas y pegando su cuerpo al de ella. Tras un prolongado beso, paró para coger aire y decir. — Me ha encantado lo de la diadema. — Tenía que recalcarlo. Por lo demás, necesitaba besarla con todas sus fuerzas, y eso iba a hacer en los escasos cinco minutos que tenían.

 

ALICE

Estaba tan embelesada, mirando a su novio dando de comer a Arnie, que casi se pierde el mensaje que intentaba transmitirle. Por lo visto, había pillado totalmente lo que le había dicho, y le estaba siguiendo el rollo a la perfección. Ocultó una risilla y ladeó la cabeza cuando dijo lo de que fueron más de cinco minutos. — Es posible que fueran más, sí… — Si Marcus quería más de cinco minutos a solas con ella, ¿qué iba a decir? Que diez si hacía falta, aunque sabía que ni de coña tendrían tanto. Se dedicó, por su parte, a asentir muy profundamente a todo lo que iba diciendo su novio, a quien, desde luego, los años habían espabilado pero que mucho, porque ella recordaba a un Marcus que se bloqueaba ante esas insinuaciones, no a uno que preparaba una estrategia muy bien disfrazada para que las niñas no subieran. Y Aaron, después de un par de insinuaciones, por fin entendió. Bien, el frente parecía bastante cubierto, y además contaban con la inocente y vehemente colaboración de Ada. Casi se sentía hasta mal de lo entregadas que estaban todas.

Subió las escaleras, poseída por la posibilidad de estar con Marcus y ni cayó en que Maeve iba a meterse en la habitación de los abuelos, pero es que nada es perfecto, alguna víctima tenía que haber. Y bien estaba si podía tener aquello, especialmente a Marcus haciendo hechizos de aquella forma tan impecable y diligente. Miró intensamente a su novio mientras se acercaba a ella y solo susurró. — Y yo. No sabes cuánto. — Y se enredó en sus besos, su lengua y sus brazos, y recordó aquella adrenalina, aquella sensación de cuando eran más pequeños y se besaban por rincones de Hogwarts, sabiendo que hacían algo secreto, algo prohibido a veces, pero no podían más que aprovechar el momento hasta que se acabara. Y Alice era experta en estirar a su novio en esas circunstancias.

Mientras le decía lo de la diadema, tiró de él hacia la cama, haciéndole caer sobre ella misma. — A mí me encantas tú. — Le dio un beso rápido. — La magia que haces con la varita y la que haces con tus palabras. — Bajó los besos por su cuello, apretándole contra sí. — Me encanta el mundo tan maravilloso que tu mente sabe crear. — Y Merlín sabía cómo empezaba a descontrolarse las sensaciones de su cuerpo, mientras volvía a besarle con necesidad, metiendo la mano en su pelo, y aferrando sus rizos, lo cual le hacía tener escalofríos. El viento y la lluvia hacían una banda sonora muy particular, y en medio de aquellos besos, tuvo que sonreír. — ¿Te acuerdas de aquella noche en el pasillo, cuando acabamos así también? — Se separó solo para enfocar sus ojos y acariciar su mejilla. — Te deseaba exactamente igual que ahora. Me aceleras el corazón igual que aquella noche de tormenta. — Le lamió los labios y susurró sobre ellos. — Solo que ahora sé que lo que hago te gusta. — Lo necesitaba. Necesitaba uno de esos momentos de Marcus y Alice. Lo de Nueva York había sido… Uf, le daban escalofríos de gusto de acordarse, pero… se había quedado un poco teñido de incomodidad después. Pero aquello no. Aquello eran ellos, creando su quintaesencia, la de siempre, y después de tantos días, tenerlo era un regalo que no pensaba desperdiciar.

 

MARCUS

Había sido una idea muy buena y muy mala a partes iguales, porque ahora que estaba con Alice, como ella, quería más, y sabía que no lo iba a poder tener. Solo había que agudizar el oído para escuchar a Aaron hablando en voz alta desde la planta de abajo, avisando de que el dragón tardaría poco en salir (que tardara, que todo el tiempo que él se demorase estarían las niñas escondidas). Dragón o no, él sentía que dentro de sí le ardía el deseo por Alice como si fuera fuego. Lo de la noche que salieron por Nueva York había sido... diferente. Distinto a nada que ellos hubieran hecho nunca. Eso se parecía mucho más a los Marcus y Alice previos a toda aquella situación.

Qué lástima no llevar una camisa, era mucho más fácil quitar un par de botones para sentirse más cerca de ella que tener que desprenderse de la camiseta, y no le parecía buena idea desprenderse de la ropa. Era tiempo que iban a tener que perder después en ponérsela y riesgo a ser descubiertos por hacerlo mal. No obstante, se dejó caer en la cama, totalmente obnubilado por los besos y caricias de la chica. Rio levemente y dijo de corazón. — Mi mundo eres tú. — La besó velozmente y añadió. — Soy capaz de cualquier cosa por estar contigo. — Y eso era verdad. — Por mi princesa. — Añadió, sin dejar de besarla.

Con la respiración jadeante por el frenesí que habían adquirido, no pudo evitar reír levemente con su comentario. — Como para olvidarlo. — Tendría que nacer de nuevo para olvidar ese episodio, uno de los mejores momentos de su vida. Solo sus palabras le arrancaron un suspiro. — Me tenías cegado ese día. — Afirmó, mordiéndose el labio y mirándola. — Me sigues cegando. Me tienes loco desde que te conocí. — Y volvió a sus besos, casi sin aire, acariciando su cuerpo con sus manos todo lo que la ropa se lo permitía y encajándose entre sus piernas. Vaya... en ponerse ropa no iba a poder perder el tiempo, pero igualmente no le vendría mal un ratito de "enfriamiento" antes de salir. — Te amo, Alice. — Dijo entre besos. — Con toda mi alma. Con desesperación. — Desesperado estaba por más intimidad con ella, lo dicho, tan buena como mala había sido aquella idea. Pero era lo que había y pensaba sacarle todo el provecho posible a la situación. — Mi princesa de la luna... — Suspiró, besando sus labios con desenfreno, deleitándose en ellos. De fondo escucharon a Aaron, aún en la planta baja, gritando. — Raaaaaawr soy el dragón y voy a encontraros a todoooos. — De verdad que no quería hacer caso a eso, necesitaba que no existiera por un momento. Soltó un quejido lastimero, entre los besos. — Necesito que mi princesa dé la orden de que nadie la moleste. — Dijo sobre sus labios, intercalando besos y palabras. — Que solo necesita mi protección... y que aquí estamos... muy bien... —

 

ALICE

Por todos los dragones, oír a Marcus decirle esas cosas era lo que más le encendía del mundo, lo que mejor y más completa la hacía sentir, y solo podía besarle con más intensidad, asirle con más fuerza de la ropa para que se pegara a ella. No estaba siendo lo más inteligente, desde luego, parecía que no habían aprendido nada de Hogwarts y la Navidad, que no se les podía dejar medio minuto, porque sería suficiente para prenderles como una chispa en el campo seco. Ahora mismo solo eran jadeos, calor y besos, la prudencia, una vez más, se les estaba escapando.

Pero claro, su novio le seguía todas las chispas que ella iba soltando, y las transformaba en auténticos fuegos. — Aquella noche… solo deseaba que me besaras… — Jadeó y apretó la mano que tenía en sus rizos cuando él le mordió el labio. — Que me tocaras, que te atrevieras. — No estoy pensando bien esto, se regañó a sí misma. — Y tocarte yo… — Metió las manos por debajo de la camiseta de Marcus y tocó su piel ardiente, notando como si le diera una descarga en todo el cuerpo a través de la mano. — Esa noche solo me faltaba verte… como ahora. — Definitivamente, perdiendo el control. Mejor no se paraba a pensar dónde querría estar tocando en vez de bajar lentamente la mano desde el pecho hasta el vientre de su novio. — Te amo, Marcus, te amo, te amo… — Susurraba entre besos, ya con los ojos cerrados, rezando a algún poder superior que les concediera un momento, un momento un poquito más largo, donde poder sentirse como a ellos les gustaba sin que el mundo les reclamara.

Pero eso no iba a poder ser, porque ya estaba ella oyendo al dragón mandando indirectas. Bueno… hasta que las encontrara… Y encima Marcus tirándole esa indirectita. — Marcus… — Pegó sus caderas a las de él, aprovechando la cercanía. — Tu princesa te ordena que aproveches cada segundo que nos queda en esta habitación como si fuera el último. — Volvió a atacar sus labios y bajó ligeramente la mano por encima de su pantalón. — No hay ningún otro lugar en el mundo al que pertenezca más que a tus brazos, mi sol. — Buscó sus labios de nuevo. — Aquí estoy en el cielo. — Y así sería siempre. Podía estar triste, agotada, agobiada, pero cuando Marcus y ella entraban en aquella burbuja, no podría sentirse mejor.

 

MARCUS

El contacto de Alice en su piel le provocó un escalofrío tan grande que le tensó los músculos. Maldita sea, ¿por qué había hecho eso, si no iba a poder continuar? A ver, lo que se estaban llevando ya nadie se lo podía quitar, y Merlín sabía la falta que les hacía... Pero claro, era tanta la necesidad, que quedarse ahora a medias iba a ser una tortura para ambos. Al final, no dejaban de llevar allí casi un mes entero y solo habían tenido un encuentro, y había sido un poco... bueno, no a lo que estaban acostumbrados. No es como que hubieran tenido muchas más oportunidades en Hogwarts, pero no por falta de ganas.

— Te amo, mi amor. Te amo, te amo... — Repitió, con las emociones desbordadas. Se lo habían dicho con tanta tristeza últimamente, no habían dejado de decírselo, pero lo dicho, no era lo mismo. Y todavía podía amarla más, y desearla más, porque tuvo que contener un gemido de deseo, mordiéndose los labios de nuevo, cuando se pegó tanto a él, diciéndole esas cosas. — A la orden. — Suspiró, mirándola con devoción, entregándose de nuevo a los besos como si le fuera la vida en ello. — Ojalá... transmutar este momento... y hacerlo eterno... — Bajó los besos por su cuello. — Cada momento contigo es eterno. — Decía mientras la besaba, mientras acariciaba su cuerpo, rozando la piel bajo su camiseta con los dedos, queriendo aprovechar cada segundo como si fuera el último, tal y como ella le había perdido.

Un griterío de niñas en la planta baja, y varias carreras, debían haberle puesto en alerta, pero estaba demasiado centrado en Alice. — ¡No me atraparás, dragón tonto! — Chilló la vocecilla de Saoirse, y sus pasitos se escucharon escaleras arriba. — ¡Se me escapa la bruja negra! ¡Se escapa ESCALERAS ARRIBA! — Y eso era claramente un mensaje para ellos, pero antes de que llegara a su cerebro, recibió otro, y ese sí le atravesó la cabeza. — ¿¿PRIMO MARCUS DÓNDE ESTÁS?? — Dio un salto de la cama, poniéndose de pie en el suelo en el acto, como si no hubiera echado un Fermaportus para impedir que nadie entrara. Y menos mal, de hecho, porque estaba viendo el pomo moverse con insistencia. — ¡No abras la puerta a la princesa! — Escuchó de fondo a Maeve, y debió espantar lo suficiente a Saoirse, o bien esta no aguantaba tanto tiempo en un mismo sitio, porque la escuchó correr en dirección contraria. — ¡¡HE DISTRAÍDO AL DRAGÓN!! —

— ¡Niñas! ¡No gritéis tanto ni corráis por la planta de arriba! — Oyó a la tía Maeve. Marcus miró a Alice. — Tienes que salir. — Le dijo con urgencia y en un susurro, de nuevo, como si no hubiera silenciado la habitación. — Piensa algo. — Le pidió, porque a él no le llegaba suficiente sangre al cerebro. Y, por supuesto, no podía salir así.

 

ALICE

Oh, aquellos “te amo”. Oh, aquellas manos por su piel y sus desbocados besos. Aquella obediencia ardiente con la que respondía, apretándose aún más en torno a su novio. — Ojalá, mi alquimista. — Dijo, conteniendo un gemido al notar sus caricias. — Solo tú podrías hacerlo. — Y se refería a transmutar el momento y a otras cosas que empezaba a sentir.

Pero más le valía dejar de sentir rápido, porque las niñas ya empezaban a abandonar los puestos que Marcus les había asignado, tal y como Aaron trataba de advertirles. Y en menos de lo que tardó en recuperar conciencia de sí misma y apartar a Marcus de su cuerpo (lo cual era una tarea casi físicamente dolorosa, y se necesitaba su tiempo, especialmente si lo iban a dejar a medias, como les estaba pasando), Saoirse ya estaba intentando abrir la puerta y la tía Maeve regañando, a su forma huffie, pero regañando.

Sí, mejor era ella la que salía, porque Marcus seguía siendo Marcus y se le veía cara de culpable cuando acababan de hacer esas cosas. Así que se levantó de un salto de la cama, pero antes de ir a la puerta, se inclinó sobre su novio y le dio un beso MUY cargado de intenciones. — Quiero más. Soy Alice Gallia, siempre quiero más. Tenemos que apañarnos para conseguir un momento de estos que de verdad sea… eterno. — Guiñó un ojo y se fue hacia la puerta, recolocándose pelo y ropa y con la varita preparada para desencantar.

Salió por la puerta y se apoyó contra ella, como si hubiera algo muy peligroso dentro. — ¡Cuidado! Hay una banshee terrible ahí dentro. — Dijo, ganándose los gritos ahogados de las dos chicas. — ¡Hay que avisar a todos! O nos destrozará los oídos. — Maeve asintió segurísima, pero Saoirse arrugó el entrecejo. — Y yo no he oído nada… — ¿No? Pues a mí el grito se me ha metido hasta el alma. — Puso las manos sobre sus hombros y la hizo girar. — Venga, muy silenciosamente, para no alterarla, hay que bajar y contárselo a todos. — Así de paso les hacía bajar un poco los decibelios, que se les iba de las manos el asunto.

Llegaron al salón y las congregó con Ada. — Oye, domador, haz una cosa. — Dijo dirigiéndose a Aaron. — Usa al dragón para encontrar a la banshee… — ¿Para quemarla? — Preguntó Saoirse, haciendo suspirar a Alice. — Que aquí no matamos a nadie, ni siquiera a las banshees. — ¿Y si ha matado a Marcus? — Dijo Ada, preocupada. — ¡NO! — Saltó Maeve, pero Alice levantó las manos. — Noooo, no, las banshees no matan… Solo dan mucho miedo. Pero un alquimista como Marcus sabe defenderse de ellas. — ¿Y nosotras? — Nosotras… tenemos al domador, eso lo primero. — Y Aaron levantó un pulgar y guiñó el ojo. — Con lo cual, tenemos un dragón. Y… hay una forma de espantar al miedo, incluso el que da una banshee. — Las tres la miraban completamente atentas. — Hay que pensar en tu lista de cosas favoritas. Venga, id diciendo. — Las chicas estaban un poco cortadas, así que Aaron fue y se sentó con ellas. — Igual si dices tú las tuyas, Alice… — Ella sonrió de medio lado. — Pues… El viento… saltar en los charcos. — ¡A mí también! — ¡Y a mí! — A mí me gusta el sonido del lápiz al dibujar. — Dijo Maeve, apoyándose en su propia mano. — Me gustan las puestas de sol en Jersey, cuando se ve Nueva York de fondo. — ¡A mí los estampados bonitos! Con flores, perritos, payasos… Todo lo que sean dibujitos. — Dijo adorablemente Ada. — A mí me gustan los regalos. Da igual si es pequeño o grande, pero regalos… Me encanta que alguien me regale algo. — Alice rio ante tremenda afirmación de Saoirse. — ¿Y tú, Aaron? — Y su primo se quedó pillado, como si no supiera qué decir, tragando saliva. — Pues… Eh… Las… — Se mordió los labios. — Las barbacoas. Las comidas en familia. — Especificó. — ¡Ya ves! ¡Y yo los perritos calientes! — ¡Y yo las alitas! — Añadió Maeve. — Pues yo echarle muchas salsas a la comida. — Justo en ese momento levantó la vista y vio a Marcus en la puerta y sonrió como una idiota. — Pues mi lista se cierra con Marcus O’Donnell. La sonrisa de Marcus O’Donnell. — Parpadeó e inspiró, mirando a sus ojos. — Toda mi lista es suya. —

 

MARCUS

El beso de Alice le dejó atolondrado de nuevo, a punto de seguirla como hipnotizado, pero el golpe de realidad en forma de griterío de sus primas le recentró. Él todavía estaba abriendo los ojos tras el beso y ubicándose en el espacio y el tiempo y su novia ya iba dirección a la puerta. Más le valía espabilar y bien rápido, o cualquiera que fuera la excusa de Alice para que ella hubiera salido antes que él no iba a colar.

¿Una banshee? Maldita sea, Alice, para grititos estoy yo ahora. ¿Cómo se imitaba a una banshee? Pensó unos segundos y fue a lanzar una especie de aullido, pero iba a parecer más un lobo que un alma en pena, así que se lo pensó mejor. Dio igual, porque Saoirse ya estaba cuestionando la presencia del ser y eso hizo que Alice decidiera llevársela de allí, por lo que podía oír a través de la puerta. Siguió prestando atención y notó el sonido diluirse poco a poco, señal de que todas se habían trasladado a la planta baja, y por la de arriba no parecía haber nadie (solo los adultos, pero seguirían en sus habitaciones). Igualmente, aún le convenía relajarse un poquito más antes de salir. Respiró hondo, cerrando los ojos, se recompuso la ropa y se arregló un poco el pelo, mirándose al espejo. Tenía las mejillas sonrosadas por el calor y aún se notaba la respiración acelerada, pero poco a poco estaba disimulando su estado y podía salir con dignidad de allí.

Abrió la puerta y se dirigió a las escaleras, pero se detuvo con un respingo en mitad del pasillo, sorprendido por la presencia. Shannon estaba apoyada en el quicio de su habitación, con los brazos cruzados y una sonrisilla, asintiendo lentamente. Vale, ya estaba rojo otra vez. — Yo no juzgo. — Dijo en cuanto le vio apurado, pero sin perder ni la postura ni la sonrisa dulce aunque divertida. — Soy la primera que tiene cuatro hijos de un Serpiente Cornuda. Estas estrategias son necesarias. — Se rascó los rizos. — Ya... Esto, no... no ha... O sea, estábamos... — Tranquilo, las perfeccionaréis con el tiempo. — Comentó como quien no quiere la cosa, y fue a meterse de nuevo en su habitación, pero a Marcus, cuya mente no paraba, se le acababa de ocurrir una idea brillante. — Shannon. — Pidió. La mujer se detuvo, mirándole curiosa. — ¿Me dejas...? Vale, va a sonar raro esto, pero ahora te explico. — Ella frunció el ceño. — ¿Me das un pelo tuyo? — Lo frunció aún más. — ¿Vas a hacer una multijugos para robarme a mis hijos? Te veo muy encariñado. — Bromeó, pero no se demoró más y se lo dio. Marcus soltó una risita y dijo. — Gracias. — Mientras se arrodillaba en el suelo, sacando uno de sus pergaminos y un bolígrafo (se estaba acostumbrando a esos cacharros muggles, para cosas así eran más útiles que la pluma y la tinta). Dibujó un círculo rápidamente en él, ante la muy curiosa mirada de la mujer, y colocó el pelo en este. — ¿Puedes... hacerme un Aquamenti aquí cuando te lo pida? No sé si me va a salir, pero no perdemos nada. —La mujer parpadeó, con los ojos brillantes de expectación. Se agachó ante él, sacando la varita, y Marcus se concentró. Justo antes de juntar las palmas, dijo. — Ahora. — La mujer pronunció el hechizo y, en el acto, el agua se condensó en una perla sólida por fuera y líquida por dentro, y el pelo flotaba en su interior, aunque con un aspecto irisado y diferente. La mujer abrió la boca. — ¿Qué has hecho? — Marcus, satisfecho y sonriente, tomó la gota en su mano y, guardándosela en el bolsillo junto con el pergamino y el bolígrafo, dijo. — Luego te lo cuento con detalle. ¡Gracias! — Y bajó rápidamente las escaleras, oyendo cómo la mujer decía tras él. — ¡Dile a Alice que la entiendo! —

Cuando llegó encontró la mejor estampa posible, y ya estaba deshecho otra vez. Sonrió con amor, adentrándose en el salón y acercándose donde estaban los demás. — Alice Gallia ocupa mi lista entera. — Las niñas se miraban con risitas, y Maeve les miraba a ellos con expresión embobada, como quien lee una novela romántica. — ¿¿Has derrotado a la banshee, primo Marcus?? — Preguntó Saoirse casi morbosamente, con los ojos muy abiertos. Él resopló, frotándose la frente. — ¡Sí! Y mi trabajo me ha costado. — ¿La has matado? — No, mucho mejor. Vamos al fuerte y os lo cuento. — Entraron todos bajo las sábanas y contó, dándole mucho misterio. — Las banshees son irlandesas, ¿lo sabíais? — Sus primas asintieron, aunque Ada sin mucho convencimiento. — Dan mucho miedo. — En realidad... — Marcus se cruzó de piernas, acomodándose. — Son un poco... incomprendidas. — Dicen que sus gritos pueden partirte los tímpanos. — Apuntó Saoirse. Marcus asintió. — Es cierto, pero también es cierto que solo gritan si se las ignora. Y es verdad... no son muy agradables cuando las ves. Pero esta... estaba perdida. Claro, había oído de la presencia de un dragón, y dijo: ¡eso huele a humano a la barbacoa, mejor que vaya a avisar! — Eso provocó varias risitas en las chicas. — Cuando la he visto, yo que debía proteger a la princesa de la luna, he dicho: ¡no, Alice, vete! Qué susto, no la quería cerca de ella para nada. Pero estaba tan convencido de que se había equivocado de camino... Muchas veces, le tenemos muchísimo miedo a algo y le huimos, como si por huir eso fuera a desaparecer. Y en ocasiones, tenemos que ponernos delante de lo que nos da miedo y preguntarnos: ¿realmente esto es peligroso para mí? Igual es un error. Y si no lo es, más me vale enfrentarlo cuanto antes. — Las chicas le atendían con los ojos muy abiertos. — Así que, con mucha cautela, le he preguntado que por qué estaba aquí. ¡La respuesta era obvia! Pero cuando le he explicado lo que había... se ha dado cuenta de que se había equivocado. — Alzó los brazos. — ¡Con este huracán, a saber dónde iba y ha acabado siendo arrastrada hasta aquí! — Eso levantó varias risillas. — ¿Y a que no sabéis qué? Ella cumple un cometido, ¡y menudo lío si se hubiera quedado aquí por error! Nos da un susto tremendo a nosotros, y encima no llega a su destino, ni avisa a quien tiene que avisar. Así que, se ha mostrado tan agradecida que... — Sacó la gota del bolsillo. Las chicas aspiraron una exclamación. — Me ha regalado una de sus lágrimas. — ¡¿Eso es un pelo de banshee?! — ¡Es increíble! — Ya tenía a todas las niñas encima. Miró a Alice y, con una sonrisa, le guiñó un ojo. Sí que podían aprenderse bien esa estrategia e incluso perfeccionarla... Había resultado no estar nada mal.

 

ALICE

Alice sacó morritos, muy orgullosa, cuando Marcus dijo que había podido con la banshee. — No me cabía duda. Mi alquimista de sol tiene muchos recursos. — Aaron chistó y negó, con una sonrisilla, mirando a la nada. No me fastidies, amigo mío, que te pillé con Ethan detrás de una cortina. Pero el mero hecho de estar en el fuerte, con las niñas tan pendientes de Marcus, rodeándoles, bajo la cúpula de estrellas… Ah, solo podía sacarle una sonrisa embobada, de esa que hacía tanto que no sacaba a pasear.

Hizo un sonidito de ternura cuando Marcus contó lo de las banshees y asintió. — Muy de acuerdo. Yo en cuarto curso estaba muy triste, y muchas veces hice daño o hablé mal a la gente sin querer… — Enfocó a Marcus. — Incluso le di un susto de muerte a la persona que más quiero en el mundo… — Se encogió de un hombro. — La pena siempre es muy mala. — ¿Y ya estás mejor? — Saltó Ada, dándose la vuelta para mirarla con preocupación. Alice sonrió y le acarició la mejilla. — Pues sí, pero ¿sabes gracias a quién mejoré? A quien supo ver más allá de mi tristeza… y devolverme al camino. — Saoirse rio. — Mira, pues qué bien que no les dio por matarte. — Más de uno hubiera querido, desde luego, pensó Alice con sorna, ante la ocurrencia de la niña. Volvieron a la historia, y tuvo que reírse con lo de humano a la barbacoa y deleitarse con Marcus poniendo aquel tono para hablar con las niñas, muriéndose de amor por dentro (y probablemente, por fuera su cara lo dijera todo).

Y entonces llegó a la parte de la historia en la que hablaba del miedo, y tuvo que parpadear varias veces para no traslucir cómo le había llegado aquello al corazón. En el miedo habían vivido aquel último mes, las noches dándole vueltas a la cabeza, las dudas… El miedo podía contaminarlo todo, pero, como decía su novio, había que mirarlo a la cara, analizarlo y… prepararse para luchar. Hacerlo con la ilusión infantil de las primas y la felicidad de Aaron de por fin estar haciendo cosas en familia (y, por qué no decirlo, el momentito a solas en el cuarto), le parecía ideal.

Cuando Marcus sacó la supuesta lágrima de banshee, Alice fue la primera que se inclinó a mirarla como si fuera un tesoro recién salido de lo profundo de la tierra, una auténtica lágrima milagrosa. ¿De dónde lo habrás sacado en tan poco tiempo? Le preguntó con la mirada, riendo y negando levemente con la cabeza. — Pues… ¿sabéis de qué están hechas las lágrimas de banshee? — Las niñas se giraron hacia ella. — De felicidad. — Dijo de pronto Aaron a su lado. Ahora ella se sumó a las miradas de curiosidad. — ¿Qué? Me gustan las criaturas. — ¿Y por qué están hechas de felicidad? — Preguntó Ada, que era fan de la información, le daba igual la fuente. — Porque… mira, los humanos, generalmente, cuando lloramos es de pena, así que nuestras lágrimas contienen tristeza. Pero las banshees siempre están tristes, en pena, así que, cuando lloran, es de felicidad, de alegría… — Se dio cuenta de cómo su primo miraba a Marcus. — De agradecimiento. — Entonces podría contener nuestras cosas favoritas ¿verdad? Es pura felicidad. — Dijo Maeve, acercando un dedo a la bolita pero sin tocarla. — Sí, cariño. — Dijo ella. — A veces puedes concentrar la felicidad aunque sea en un sitio muy pequeño… como un fuerte casero… y que sea suficiente para dar luz a tu vida. — Y no quería llorar ella, que habían acordado que los humanos lloraban de pena. Entonces sería una banshee. Eternamente agradecida.

 

MARCUS

— ¿Así lo ves bien? — Preguntó a Shannon. Esta lo valoró unos instantes, pero luego sonrió levemente y dijo. — Vale. Si veis que no puede dormir y os molesta mucho, me lo subes al cuarto, Alice. — Le dijo a su novia, pero Marcus dio por hecho que eso no iba a hacer falta. Si ya Arnie estaba prácticamente dormido, y él había modificado las almohadas para hacerle un colchoncito improvisado de lo más cómodo (y seguro, eso era importante), justo en el lado por el que la sábana estaba más levantada y ventilaba un poco más, para que no pasara calor, así que no iba a haber problema. Solo tenía que intentar convencer a sus hermanas de que no le despertasen.

Tras un poco de jaleo y griterío, Shannon consiguió conducir a las niñas al piso de arriba para que se pusieran los pijamas. Arnie ya estaba dormido, así que lo dejaron en su huequito. — Ahora vamos nosotros. — Afirmó. — Id subiendo, nos quedamos con el peque. — Aaron, que estaba más en su salsa que en toda su vida, dio una palmada en el aire. — Ya habéis oído, chicas, vamos por turnos. Nos ponemos nosotros los pijamas, y luego van los primos y nosotros nos quedamos con Arnie. — Sí, mejor que siempre hubiera un mayor con Arnie. Los adultos iban a tardar un poco más en acostarse, se iban a ubicar en la sala de estar ya que ellos habían tomado por entero el salón, pero al final habían decidido pasar todos la noche en el fuerte. Lo que sea por tal de no pasar una noche más dándole vueltas a la cabeza y hacer algo diferente, y aquello estaba siendo muy divertido.

Las niñas y Aaron subieron a cambiarse, y allí se quedaron Alice y Marcus con el bebé. — A efectos prácticos... es casi como si nos quedáramos solos. Este puffskein mágico está ya en otra dimensión. — Bromeó, mirando al bebé con dulzura. — Yo antes también me dormía en cualquier parte y no me molestaba el ruido, y ahora hay veces que hasta en mi cama tranquilo me cuesta... ¿Cómo se hacía? Parecen inmunes a lo que pasa alrededor. — Lo decía con fascinación real, porque los decibelios de Saoirse despertarían hasta a alguien a diez kilómetros a la redonda, y Arnie ni se había inmutado. Miró a Alice, agarró sus manos y sonrió. — ¿Te lo has pasado bien? — Llenó el pecho de aire y miró hacia arriba, al cielo estrellado que había improvisado hacía unas horas. — En La Provenza nos dijimos... que estuviéramos donde estuviéramos, intentáramos buscar siempre las estrellas. Que eso nos haría recordar... todo. Todo lo que somos y lo que tenemos. — Volvió a mirarla, con una sonrisa levemente más entristecida. — Siempre intentaremos... darnos las estrellas el uno al otro, por difícil que parezca. Lo haré todo lo que esté en mi mano. —

 

ALICE

Sonrió a la petición de Shannon y asintió, pero por dentro estaba diciendo eso será si mi querido Marcus me permite mover siquiera un milímetro al bebé. En el fondo, dudaba que Arnie les diera ningún problema. Había dormido como un príncipe todos aquellos días entre ellos, y concretamente esa tarde, le habían cansado lo suficiente como para que cayera rendido. Habían llevado a cabo luchas contra dragones y banshees, levantado fuertes, hecho listas de cosas favoritas… Realmente habían vuelto a la infancia entre todos, o al menos la habían tenido en la oportunidad de tenerla, como Aaron, y estaban como cuando eran pequeños y echaban una tarde de verano jugando: rendidos. Sonrió y se quedó acariciando la manita de Arnie mientras los demás iban a ponerse los pijamas, disfrutando de aquellos momentos de paz.

Rio calladamente y asintió. — Confirmamos que está fuera de combate. — Dijo bajito. Pero Marcus tenía razón, a esa edad se podía dormir sin problema. Ella puso una sonrisa tierna a su afirmación. — Recuerdo a dos que se quedaron dormidos, muy indecorosamente según uno de ellos, después de jugar sin parar una tarde de verano. Tan dormidos que hasta se descalzaron. — Dijo fingidamente escandalizada, riéndose después y tomando las manos de Marcus. — Me lo he pasado muy bien. Sabías perfectamente cuánto necesitaba algo así y, como siempre, mi alquimista de sol, me lo has dado. — Levantó la vista hacia las estrellas. — Eres único cumpliendo promesas, tienen mucho más sentido así. — Miró a sus ojos y dijo. — No habrá una sola noche de mi vida que no quiera pasar así, te lo aseguro. — Se acercó un poco a él. — Te daría todo lo que pudiera, Marcus, pero me temo que solo te he dado tristeza y problemas hasta ahora. — Le besó intensamente y con dulzura en los labios y se separó. — Algún día, amor mío, te daré mucha felicidad. Mucha. Te lo juro. — Y volvió a besarle, aunque se separó enseguida, al oír a las niñas.

— ¡Ya estamos aquí! — Ambos reaccionaron a la llegada de Saoirse chistando, a lo que ella entornó los ojos. — Ay, siempre igual esta gente. Que si no hagas ruido delante del bebé, que si no le despiertes… Nadie hace esfuerzos por no despertarme a mí. — Alice tuvo que contener una risa. Yo diría que a ti es a la que más interesa mantenerle el sueño. Pero se levantó y tomó la mano de Marcus. — Id pensando qué cuentos vamos a contar para quedarnos dormidos y PACÍFICAMENTE. — Hizo énfasis. — Elegid sitios para dormir. — Y se fueron hacia la habitación.

La situación estaba un pelín tensa, por su encuentro de antes, y Alice no pudo evitar, una vez en ropa interior, girarse hacia Marcus, que estaba sin camiseta, y acercarse lentamente. — No podía resistirme a mirar esto… — Se mordió los labios por dentro y pasó las manos por su costado. — Solo mirar, lo prometo… — Ladeó la cabeza. — Bueno, igual tocar un poquito… — Le dio un piquito y rio. — Pero solo un poquito. —

 

MARCUS

Chistó. — Anda, no me lo recuerdes. — Dijo fingidamente azorado, aunque en el fondo estaba riendo. — Qué falta de decoro por mi parte, en una casa que no es mía y con una chica, sin ser mi novia oficial. — Reforzó, porque sabía que a su novia le encantaba que se pusiera así, a pesar de que, con la edad, él mismo se había dado cuenta de que había sido un poquito exagerado. Lo cual no pensaba reconocer públicamente.

Sonrió. — Me alegro. — Respondió de corazón. Era lo que quería, que todos se entretuvieran, pero fundamentalmente el mayor objetivo de Marcus iba a ser siempre hacer a Alice feliz y sentirse bien. Había dejado de chocar contra el muro que era tratar de quitarle la angustia a su novia en esos días, pero no iba a dejar de dar pequeñas pinceladas, y algunas, como esa tarde, habían resultado funcionar. Enterneció la mirada cuando dijo todas esas cosas bonitas... pero la entristeció con la continuación. Negó. — ¿Que solo me das tristeza? Alice, no me hagas reír. O peor, enfadar. — Tomó sus manos. — Si estoy triste ahora no lo has provocado tú, lo sabes tan bien como yo. Tú solo me das felicidad. — Recibió y correspondió su beso. — Ya lo haces. — Afirmó, convencido.

La interrupción de Saoirse le tensó de golpe, y no porque hubiera estado a punto de pillarles besándose, sino de pensar que despertara al bebé. Arnie estaba muy lejos de despertarse, no obstante, ni se había inmutado. Rio a las ocurrencias de la niña y le revolvió el pelo mientras salían del fuerte. — Nada de historias de miedo, que te conozco. — Le dijo entre risas al pasar por su lado. Subió a la habitación y comenzó a cambiarse (a pesar de todo, seguía cumpliendo los protocolos de cambiarse en la más estricta privacidad y concederle la misma a su novia, pero en los últimos días, con tantas personas bajo el mismo techo y semejantes acontecimientos, seguir un protocolo hasta a él se le antojaba ridículo y costoso).

Por supuesto, Alice no iba a desaprovechar la oportunidad de acercarse y decirle algo. Ni él tampoco, a quién quería engañar. — ¿Solo mirar? — Preguntó con una sonrisilla ladeada, mirándola de arriba abajo (y un poco de reojo a la puerta). — Yo creo que estás tocando. — Encogió un hombro. — Pero no me quejaré. — Rio cuando ella misma reconoció que tocaría un poquito. — Ya decía yo. — La besó de vuelta y apoyó las manos en su cintura. — Alice Gallia... esto es casi más indecoroso que dormir juntos y descalzos en una casa que no es nuestra. — Rio levemente, y acto seguido apoyó su frente en la de ella, cerrando los ojos. — Siempre tendremos momentos para nosotros. Los encontraremos. —

Alice y él, con ella en ropa interior y él sin camiseta, no era una buena combinación para gestionar rápido el cambio de ropa y bajar. No es como que él fuera a oponerse a unos minutos de besos y caricias con su novia, pero el movimiento en las plantas tanto superior como inferior no eran muy tranquilizadores (luego se reían de su sentido del decoro, pero si alguien les pillaba, ¡estaban besándose casi desnudos! ¡Que aquella era su familia, por Merlín!). Terminaron de ponerse los pijamas y volvieron a bajar. — ¡Mira, primo Marcus! ¡Es fuego de dragón! — Dijo Ada ilusionada (aunque sin gritar, por deferencia a su hermano), señalando un círculo de velitas en el interior del fuerte. Marcus arqueó una ceja y miró a Aaron. — No es fuego de verdad, es un encantamiento. Antes de que me llames Gryffindor negligente. — Dijo con una sonrisa, y Marcus tuvo que sonreír también. Se le ganaba con un buen encantamiento y un mejor ambiente familiar, era la pura verdad. — ¿Podemos comernos las galletitas que han sobrado de la merienda? — Preguntó Ada a los mayores. Los tres se miraron, aunque los ojos parecían recabar más en él. Espera ¿ahora era la máxima institución sobre los niños? Nadie le había avisado de eso. — Supongo. Pero no muchas, una o como mucho dos por persona. Que en un ratito hay que dormir. — ¿De qué van a ser los cuentos? — Preguntó Saoirse, tomando rápidamente su dosis de galletas. Marcus miró sonriente a Alice y dijo. — La princesa de la luna se sabe muchos. ¿Conocéis a una tal Firinne? — Todas negaron. Él tomó una galleta y, acomodándose en el lugar, cerca de Arnie, miró a su novia. — Pues atentas.

 

ALICE

(29 de agosto de 2002)

— Esto no era una buena idea… — Susurró Alice entre dientes. — Frank, yo así no voy a ver nada. — Decía Maeve a su espalda, quitándose y poniéndose las gafas. — No lo sé, mi hermana ahí no está. — Papáááá… Hay que esperar un poquito. — A ver, como idea no había estado mal. Frankie y Molly hacía mucho que no hablaban cara a cara, y la posibilidad de verse, de que se reencontrara toda la familia, era tentadora y bonita, podía servir para rematar aquellos días que, con el final del huracán casi ahí, se estaban haciendo un poco más cuesta arriba, por tener el final tan cerca de los dedos, pero tener que seguir aguantando.

Se oyó un estruendo en el vestíbulo, y Shannon ya puso cara de ir a regañar a alguna de las niñas, pero estaban jugando por detrás de los sofás. — Es el howler. — Dijo Aaron son un suspiro. Sí, esa era otra. El MACUSA, durante lo crudo del huracán, no había estado mandando nada, pero ahora que había disminuido, aunque siguiera siendo peligroso, mandaba howlers, porque era lo único que no era susceptible de ser destruido por las condiciones climáticas. Pero era inaguantable. — ¡¡¡¡BUENAS TARDES, CIUDADANO O CIUDADANA DE ÁREA COSTERA E INSULAR DEL ESTADO DE NUEVA YORK!!!! — Todos suspiraron. Era insoportable, y encima Arnie se alteraba mucho cuando llegaba. — EL PARTE PARA LOS PRÓXIMOS DÍAS SERÁ… — ¡Por Merlín y toda la tabla redonda! ¿Qué es eso? — Vaya, Molly había ido a aparecer en el mejor momento, con el howler gritando y Arnie llorando. — Es tu familia, sin duda, mira qué ruido. — ¡Abuelos! Podemos oíros. — Dijo muy alegre, pero también con tono de advertencia. — ¡AY MI NIÑA! A ver… ¡AY SÍ, QUE YA TE VEO! — POR TANTO LAS ACTIVIDADES MARÍTIMAS SEGUIRÁN SUSPENSAS AL CIEN POR CIEN Y SE MANTIENE LA ALERTA A TODOS LOS DISTRITOS QUE ESTÉN A MENOS DE… — ¿Pero quién está gritando así? — Alice suspiró. — Es un howler, ya termina, abuela. — ¡Ay mis niños! ¿Cómo estáis? ¿Estáis todos ahí? — Molly, estoy aquí. — Oy, por Dios, ese con la voz de muerto es mi hermano. ¡FRANKIE! — Cuñada, yo también estoy aquí. — ¿Ves? Eso sí… A ver que yo te vea, Maeve… — Dijo la abuela acercándose al cristal de su espejo como si fuera a ver mejor. Claro, cuanta más gente en el reflejo, más definición perdía.

— ¿Hay un niño llorando? — Es mío, tía Molly. Hola a ti también, tito Larry. — De repente, una sonrisa enorme apareció en el rostro de Larry. — ¡Uy! ¿Esa es Shannon? — ¡Sí! — ¡Ay, cariño, que ni te había reconocido, estás tan ahí en la esquinilla! ¡Oy pero qué guapísima! Ay, Frankie, es igualita que madre, ¿la recuerdas así tú también? — Su tío sonrío y pellizcó una mejilla de Shannon. — Sí que lo es. — ¿Y ese pequeñín? A ver que lo vea yo. — Shannon lo levantó, y como el howler ya había terminado, Arnie simplemente miró curioso al espejo, claramente sin entender bien qué estaba viendo. — Este es mi Arnold, tita. — ¡OY! Igualito que mi hermano. — Bueno, dicen que ha salido más al padre que a mí… — Idéntico a mi hermano, mucho más que mi Arnold, que salió al padre calcado… — Vaya, ya me tocaba cobrar algo… — Se quejó Lawrence entornando los ojos. — Marcus, Alice, ¿cómo estáis? ¿Cómo lleváis el huracán? — Los americanos son un poco exagerados con eso de los huracanes, eso en Irlanda son tormentas. — Aseguró la abuela, y Alice tuvo que contener una risa. Sí que eran hermanos Frankie y Molly.

 

MARCUS

Miraba el espejo con los brazos cruzados y una mueca. A ver... puede que él hubiera fomentado eso bastante con su entusiasmo familiar, y ahora, como decía Alice, no le terminaba de parecer buena idea. Los mayores no se estaban aclarando muy bien con el espejo y temía que todo saliera mal. Hasta la paciencia de Shannon empezaba a colmarse. El ruido en el vestíbulo le hizo rodar los ojos y frotarse la frente. Pues lo que les faltaba, el howler. Su abuela no iba a tardar ni medio segundo en hacerlo notar...

No se equivocó. Se removió, con una sonrisa un tanto tensa por el ruido y las circunstancias. — ¡Abuela! — Saludó, tratando de recabar su atención con su adorabilidad. Alice pensó lo mismo: semblante alegre y recalcar que podían verles y oírles antes de que dijeran algo que cortara el rollo, que hacía mucho que la familia no contactaba por esos medios. Rio levemente. — Estamos bien. ¿Ves a...? — Fue a indicar para dar paso al resto, pero ya Molly tuvo que meterse con Frankie tan abiertamente que le hizo en primera instancia azorarse y luego reír.

Se retiró a un lateral con una sonrisita, mirando a Alice con las cejas arqueadas, divertido, mientras su familia interactuaba entre sí. Si se quitaba del reflejo podría ver mejor a los demás, y de paso él podía disfrutar del espectáculo que era ver aquel ir y venir de comentarios. El comentario de su abuela sobre que Shannon se parecía a su madre le hizo mirar a Alice con complicidad y ternura, y luego decirle a Shannon. — Es un gran piropo. Siempre está diciendo que su madre era muy guapa. — ¡Y porque no oíste a mi padre hablar de ella! ¿Te acuerdas, Frankie? — Continuó Molly. El hombre empezó a reír por lo bajo, tan discreto como siempre, y la mujer continuó. — Siempre decía todo lo que tuvo que hacer por conquistarla porque los hombres hacían cola solo para verla salir del colmado. ¡Qué exagerado era! — Es verdad que lo decía. — Corroboró Frankie entre risas, haciendo al resto reír también.

Se tuvo que tapar la boca para no echarse a reír con la reacción de su abuela al ver a Arnie. Eso sí, no sería él si no picaba a su abuela, aunque fuera un poquito. — ¿Pero tu hermano no era Gryffindor, abuela? — Sí que lo era. — Pues Arnie va a ser Serpiente Cornuda, como su padre. O sea, Ravenc... — ¡Este niño, bebé que ve, bebé que va para Ravenclaw! Qué pesadito. — Es que un buen Ravenclaw detecta la inteligencia en los ojos de la gente. — Aportó Lawrence, claramente siguiendo la estela de picar a su mujer. Esta emitió una exclamación ofendida. Marcus podía verla desde el marco girándose a su marido con los brazos en jarra. — ¡Ahora resulta que los demás somos tontos! ¡Y qué vais a ver ni vais a ver en un bebé! Vamos, los O'Donnell, ni más ni menos, que no veis un leprechaun en vuestras narices ni aunque os baile. — Luego miró al bebé. — Dejad a esa ricurita irlandesa tranquilita un rato, mi niño, qué bonito es, no escuches a estos aburridos que siempre dicen lo mismo... — Todo como siempre, como podéis ver. — Dijo Lawrence a Frankie y Maeve, haciendo a todos reír.

Rio de nuevo con el comentario de su abuela, contestando a Lawrence después. — Estamos bien. — Miró a Shannon. — Tener aquí a la familia mejora mucho las cosas. El otro día hicimos con las niñas un fuerte en el salón. — ¡Oh! Mis niñas. ¿Dónde están? No las he visto. — Chicas, pasad que os vea la tía Molly. — Pidió Shannon a sus hijas. Ada y Saoirse avanzaron con más timidez, pero Maeve se presentó la primera, obediente y con una sonrisa dulce. — Hola, tía Molly. Soy Maeve. — ¡Oy mi niña! ¡Qué alegría conocerte! — Y estas son mis hermanas: Ada y Saoirse. — ¿Vas ya a Ilvermorny, Maeve? — ¡Sí! Estoy en Pukwudgie, como mamá y los abuelos. — ¡Qué cosa más bonita! — Molly y Lawrence estaban encantados, y a juzgar por las caras de Frankie y Maeve, también. Seguían achicando los ojos y moviéndose raro, como si no vieran bien, pero bueno, al menos podían conversar.

 

ALICE

Puede que Alice estuviera un poco tiernita de más, pero la historia sobre la señora Lacey original hizo que le brillaran los ojos, y vio que Shannon también se emocionaba. — Qué bonito, abuela. — Sí, lo que no contaba nunca es que él era de los de la cola del colmado y de todas partes, porque solo la miraba atontado, y tuvo que ser mi madre la que un día se le acercó y le dijo: “oh, por Merlín, Lacey, ¿vas a invitarme a salir o voy a tener que hacerlo yo todo?”. — Y todos rieron, disipando un poco ese ambiente tan emocional. — También dijo delante de mí y de toda mi familia que a esta se la veía en mala disposición para la noche de bodas con el otro. — Aportó el abuelo, que estaba un poco arriba, haciendo a Frankie reír a carcajadas, que recibió un manotazo de Maeve, pero siguió riéndose. — Te echo de menos, cuñado. — ¡Anda el otro! Para esto se tienen hermanos, para esto justo. —

Y claro, ya subidos en el carro del pique, por qué no seguir. Lawrence tenía el día chistoso, y cuando lo tenía, sabía hacer reír muchísimo a todo el mundo (todo el que entendía su refinado humor, claro) y Molly había entrado como abuelo y nieto sabían que iba a entrar. — ¿Y tú de qué te ríes tanto, señorita? — Dijo, mirándola a ella. — Es de felicidad pura, abuela, echaba de menos momentos como estos. — Molly sonrió y levantó muy orgullosa la cabeza. — Pues ese niño va a ser igualito que el Arnie original y va a ser un Ave de Trueno precioso. — Giró la cabeza para mirarla y cambió el tono. — Pero yo echo mucho de menos a mis Ravenclaws, sean como sean. Si al final me he montado un nido, con todos los que tengo. — Alice le tiró un beso con cariño. Lo que los abuelos la ayudaban siempre, no lo sabía nadie.

Molly estaba encantada con ver a las niñas, pero al recordar Maeve Junior la casa a la que iba… Alice se acordó de Dylan. No estaba tan lejos el principio de curso, y ellos siempre decían que mamá había ido a Pukwudgie porque no había Hufflepuff en Ilvermony, y ahora… quizá su hermano acabara en el mismo sitio que ella. Se le puso un nudo en la garganta al pensarlo, y trató de deshacerlo tragando saliva. — ¿Y cómo están los demás? — Preguntó la abuela. — Todos bien. A Jason no me lo quito de encima ni con agua caliente, por una cosa o por otra lo tengo aquí todo el día, siempre encuentra una excusa. — ¡Oh, por favor, mamá, no te quejes, que te encanta que te necesite tanto! — A ver, sí, pero ya está mayorcito, hija, y nunca viene solo, siempre trae a alguno de los chiquillos… Que a mí Betty y Sophia no me dan un problema, pero los chicos… Ay, son tan inquietos… Y mi hijo y mi nieto hablan TAN alto para todo... — Larry rio. — No me parece que seas ajena a la inquietud, Maeve. — Shannon y sus chicos siempre tienen un sitio especial en esta casa, y ahora que los demás no me oyen, se puede decir. — Admitió Frank. — ¡Porque es una hija fantástica! Y mira qué de nombres irlandeses, podrían aprender algunos. — Insistió Molly, que estaba especialmente picajosa ese día. — ¿Y Tommy y Georgie? — Larry rio. — Los sigue llamando así como si tuvieran aún menos de doce años, y ya son señores más que crecidos. — Maeve asintió. — Bisabuelos somos y todo… — Pero como Tommy y sus chicos viven en Seattle pues no les vemos mucho… — ¡VAYA! ¡Mira quién lo dice! — Ay, Molly, no empecemos con los “tú te fuiste”... — Pidió Larry. — ¡Pues el primo Marcus nos ha invitado por Navidad a Irlanda! — Saltó Maeve Junior. — ¿Eso ha hecho? ¡Pues es una idea genial! Habrá que ir preparándolo todo, entonces. — Contestó rápidamente Molly. — Lo ha dicho como si fuera veintitrés de diciembre… — Suspiró Lawrence, haciendo, de nuevo, reír a todos. — ¡Bueno! Es que la casa del pueblo hay que adecentarla para tantísima gente, y habrá que decírselo a los O’Donnell que se querrán unir también… — Y a Emma, que no se te olvide, que verás las risas, pensó, pero no lo dijo.

— Me alegro de que no estéis solos en esto, hijos. — Dijo Larry, cambiando el tono. Ella le miró a los ojos y se encontró con esa sabiduría Ravenclaw que tanto admiraba. — No desfallezcáis. Vais a traer a Dylan de vuelta. Todos confiamos en vosotros. Y con tanta gente que os quiere cerca, no será tan cuesta arriba. — La abuela Molly la miró. — Tú siempre has tenido un coraje digno de mi casa, mi vida. ¿Qué te dije la mañana de Navidad? — Que la cabeza bien alta, que nadie es más que yo. Dignidad, como los irlandeses. — Esa es mi niña. — Ya sí, las lágrimas llegaron a sus ojos, y todas las niñas, Frankie y Shannon se volcaron en ella. — ¡Noooo no llores! — ¿Veis? — Dijo Alice con una risita, limpiándose las lágrimas. — Y así todo el rato. — Tendrás que llorar solo de felicidad, entonces, hija. — Remató Larry, haciéndola asentir.

 

MARCUS

Las historias de sus abuelos le hacían mucha gracia, pero escuchar a Lawrence decir lo de la noche de bodas con el antiguo pretendiente de Molly le hizo fruncir los labios y abrir mucho los ojos, como un niño que acaba de escuchar a un mayor decir algo muy fuerte, y mirar a los presentes, conteniéndose a duras penas la risa por respeto. Era muy bonito ver cómo parecía que la distancia y los años no habían hecho mella alguna en la relación entre los dos hermanos y los cuñados. Estaba vislumbrando en el horizonte unas Navidades irlandesas muy bonitas... hasta que el golpe de realidad le recordó dónde estaban y que eso sería así siempre y cuando hubieran solucionado esa maldita situación. Esperaba que sí. Y de ser así... tendrían que convencer a Emma, eso era otra.

Miró con ternura a Alice (y también un punto divertido de ver a su abuela picada con ella) cuando dijo que se reía de felicidad, mirando de nuevo al espejo desde su posición para continuar. — Le diré a mi padre que no le consideras "el Arnie original". — ¡Oh! Vamos, qué sorpresa sería. Mi hermano Arnold es y será siempre el Arnie original. A tu padre le he cambiado los pañales. Y a ti también, así que no me tires de la lengua. — Si es que se tenía que reír, su abuela era única entrando a todo. — ¿Su hermano era Gryffindor, señora? — Preguntó tímidamente Aaron, que desde su posición tras la familia se le notaba que estaba deseando entrar. Molly estiró el cuello. — ¡El más Gryffindor del mundo! Descendiente de Godric juraría que era. Para lo bueno y para lo malo... — Eso último sonó con un punto melancólico, pero Lawrence estuvo rápido para rescatar. — ¿No os convertiría eso, en ese caso, a todos los de la rama de tu madre en descendientes de Godric? Lo serías tú también. Y, por tanto, nuestro nieto, que tanto alardea de... — No no no. — Saltó Marcus, ya dejándose ver en la zona más central del espejo. Estaban levantando las risas de todo el mundo, pero él ya no se reía tanto. — Yo soy digno hijo de Rowena. — ¿Por qué parte, hijo? — ¡Por parte de padre, como debe ser! — Pues tu abuela Anastasia es Salazar Slytherin reencarnado. — Dijo Molly, picajosa y mascullando. Lawrence soltó una carcajada. — Mira qué suerte has tenido, hijo. Tienes algo de cada fundador. — No me lieis. — Advirtió, frunciendo el ceño y negando con un índice. Aunque ya estaba viendo que aquello se estaba dando la vuelta para meterse con él, como de costumbre, así que sacó su chulería a relucir. — Aunque no me extrañaría. Uno es la combinación perfecta nacido para ser grande. — Miró a Alice. — Y a la única fundadora que me faltaba la tengo aquí. Janet era dignísima hija de Helga... — ¿Cómo llegó Helga Hufflepuff a Pukwudgie? — ¡Que no me lieis he dicho! — Reaccionó al comentario de su abuelo, y ya todos explotaron en carcajadas. Miró a Aaron con los ojos entrecerrados. Si es que toda la culpa es tuya por hablar. Decía que su abuela entraba a los piques, pero anda que él...

Atendió a la conversación familiar, riendo de nuevo con los dardos de su abuela sobre los nombres irlandeses. Aunque pareciera increíble... echaba de menos a Jason y los demás. Les había tratado muy poco, pero habían sido tan buenos y acogedores con ellos, le habían hecho sentir en familia desde el primer segundo que pisaron el lugar. Miró a Maeve, y esta le devolvió la mirada un instante, sonrió, se sonrojó y agachó la cabeza. Él pronunció la sonrisa, pensando para sí. Maeve se iba a Ilvermorny en unos días... ¿y si no volvían a verse, ninguno de ellos? ¿Y si tardaban tanto en verse, como su abuela y su hermano, que todos envejecían, que se perdían un montón de momentos juntos? Claramente seguirían siendo los mismos, lo estaba presenciando, pero...

Hablando de Maeve, acababa de dinamitar la sorpresa que ya no era sorpresa para nadie, la verdad, porque entre la promesa que le hicieron en Pascua y los presentes acontecimientos, estaba seguro de que su abuela ya tenía las Navidades irlandesas más que en mente. Marcus rio y volvió a asomar por el espejo. — No te preocupes, abuela, yo ya tengo los preparativos aquí. — Dijo, señalándose la sien, y luego hizo un gesto con la cabeza hacia Alice. — Y seguro que tu nieta de apellido raro está tramando ya bastantes cosas. — ¡Si es que mis niños son mi felicidad entera! — Era tan fácil hacer feliz a Molly como picarla. Lo de "decírselo a los O'Donnell" le sacó una mueca en los labios, así que intervino rápido. — Sí, a ver si lo hablo con mi madre en estos días. — En otras palabras: guárdate la sorpresa, abuela, que mejor que se lo diga yo si queremos que diga que sí.

Las palabras de sus abuelos eran siempre sabias y cargadas de cariño, le emocionaban y le daban fuerzas para continuar. Al parecer, no era al único, porque ya estaba viendo la reacción de su novia. Y él estaba demasiado sensible, también podría echarse a llorar en cualquier momento, pero se contuvo. Eso sí, cuando vio la reacción de todos, no pudo evitar reír. — ¿Así se me ve a mí? — Todo el rato. — Dijo Aaron con una burlita cariñosa. Le miró, replicando la burla, y dijo mientras se acercaba a su Alice. — No hablo contigo, no-descendiente de Godric Gryffindor. — Eso hizo al otro reír. Al menos ya no se odiaban mutuamente y tenía que reconocer que el jueguecito era divertido. Se sentó junto a Alice y pasó el brazo por sus hombros, dándole un beso en la mejilla. — Ese va a ser mi propósito en la vida, que solo llore de felicidad. — Vio a Shannon llevarse una mano al pecho con ternura, pero la que avanzó de un saltito, poniéndose plenamente a la vista y enganchándose a ellos fue Ada. — Marcus es alquimista de sol y Alice es la princesa de la luna. — Eso le hizo reír espontáneamente, y a su abuela tan bien, loando lo adorable que era la niña. Lawrence, mientras disimulaba la risa, arqueaba las cejas y miraba a la niña sorprendido. — ¡Anda! Y yo me he perdido ese rango. Qué suerte tiene mi nieto. —

 

ALICE

Cuando empezó el debate de los herederos de los fundadores, Alice se llevó las manos a la frente y dijo. — Así se empieza… — Se le escapó una risa imposible de contener cuando Marcus atajó la discusión sobre ser descendiente de Godric y ya metió a Rowena de por medio. Cuando mencionó a Helga, Alice se mordió el labio y sonrió, a pesar de las objeciones de Lawrence. — Helga os habría dicho que todos somos familia de todos y que en la casa de Helga la puerta está siempre abierta. — Dijo citando a su propio cuñado aquel día de la fiesta en la sala común. Dedicó una tierna mirada a su novio y Aaron. Si hace tres meses le hubieran hecho jurar que les vería así, habría dicho que no iba a ser posible, y le daba un poco de paz y alegría en el corazón que así fuera.

Reconectó cuando Marcus la nombró para lo de las Navidades. Sabía que era una forma de Marcus de lidiar con la vida, hacer planes que le motivaban, pero ahora a ella se le hacía TAN difícil imaginar unas Navidades que quisiera vivir, que quisiera celebrar… Si tan solo viera el final de esa situación, podría empezar a planificar, pero de momento… No obstante, empujó a sus labios a una risa y dijo. — Siempre estamos dispuestos a una buena fiesta, y por lo que he visto por aquí, los Lacey también. —

Y entonces, Ada apareció adorablemente y habló de sus nuevos rangos. Con una sonrisa, acarició el pelo de la niña tiernamente, y miró al espejo. — Así es. Construimos un fuerte ¿verdad chicas? Y necesitábamos un alquimista para defenderlo. — ¿Qué rango tienes tú, tío Larry? — Preguntó Saoirse. — Carmesí, pequeña. — ¿Ese es el más alto de los de verdad? — No exactamente. Flamel es alquimista de vida, pero nadie más puede serlo. — La niña arrugó el ceño. — ¿Por qué? ¿Y si yo quiero serlo no puedo? — ¡No! No puedes, igual no puedes serlo todo, pesada. — Recriminó Ada. Y viéndose venir la tormenta, Alice intervino. — A ver, contadle las dos qué es un alquimista de sol al tío Larry. — Es un alquimista que transforma emociones. — ¡Sí! Las buenas en malas. Y curó una banshee y la banshee le dio su lágrima. — A Molly le brillaban los ojos, y Larry tenía cara de que no le cabía el orgullo en el pecho. — Entonces ese rango lo ha sacado de su abuela. — ¡Y Alice de su mamá, porque era muy buena y hacía sonreír a todos! — Remató Ada, que estaba enganchada a sus historias.

Alice levantó la vista y sonrió a los abuelos. — Exactamente, así que vamos a ejercer todos de alquimistas de sol. — Alargó la mano a Marcus y la apretó. — ¿Quién me va a contar la mejor anécdota de Ballyknow esta tarde? — Y Molly, Frankie, incluso Shannon, se pusieron a empezar historias, mientras las niñas reían y Arnie percibía la felicidad en sus palabras. En cuestión de días tendrían que volver a enfrentar la realidad, pero esa tarde, justo esa, podrían simplemente disfrutar de la familia.

Notes:

¡Qué largos pueden hacerse los huracanes! Y más sin poder salir de casa. Han pasado por todas las fases: desesperación, aburrimiento, creatividad con lo que han podido… Nos gustó imaginarnos una situación así, tan particular para ellos y mostrar cómo nos comportamos cuando estamos ante la adversidad. Y ya de paso, pues hemos ahondado un poquito en las familias, que sabemos que os gustan. Contadnos, ¿qué momento os ha gustado más? Nosotras, definitivamente, nos quedamos con el fuerte del salón. Gracias por manteneros por aquí, como siempre, y agarraos, que el huracán se ha terminado y vienen curvas.

Chapter 26: La mágica familia america

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LA MÁGICA FAMILIA AMERICANA

(30 de agosto de 2002)

 

MARCUS

— ¿Y ahora qué voy a hacer yo? ¿Eh? ¿Eh, sinvergüencilla? ¿No te da vergüenza ninguna, dejar a tu primo solo? ¿Eh? — Bromeaba con Arnie, y este reía a carcajadas, mientras le movía las manos y los pies y le hacía cosquillas. No quería llorar, así que mejor hacer el tonto. — Míralo, ninguna vergüenza le da, se ríe. ¿Eh, verdad? Te ríes de mi desgracia. Sin dormir me veo ya para siempre. — Mínimo esa noche se veía llorando. Había pasado... mejor no llevaba la cuenta de los días, que se agobiaba, pero bastantes noches durmiendo con Alice y Arnie entre ellos. Dormir con su novia era lo mejor de su día, dormir con el bebé le llenaba de ternura, y dormir acompañado mejoraba su sueño y reducía las vueltas que le daba a la cabeza. Esa noche iba a volver a dormir solo... Mejor no lo pensaba mucho.

— Venga, chicas. ¡Maeve! Maeve, hija, ¿por qué tardas tanto? — Voy a echarle una mano. — Se ofreció Marcus, ya que Shannon ya iba lo suficientemente cargada con Arnie en brazos, rodeada de maletas y con las otras dos yendo y viniendo. Subió los peldaños de dos en dos y se dirigió con un gracioso trote al dormitorio en el que estaba Maeve. Cuando entró, vio cómo la niña, rápidamente, se frotaba la cara con una manga. No lo suficientemente rápido como para que él no la viera. — Eeh. — Dijo con suavidad, preocupado, y se arrodilló ante ella, que miraba al suelo cabizbaja y sentada en la cama. — ¿Qué pasa? ¿No quieres irte? — A pesar de lo agachada que tenía la cabeza, vio cómo arrugaba los labios y tragaba saliva, probablemente porque no pudiera hablar sin llorar. Se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas, dándole su tiempo. Tras unos segundos, la chica habló, con la voz quebrada. — Siempre echo mucho de menos a mi familia. Se ha pasado el verano muy rápido. — Marcus puso una mueca comprensiva en los labios. — Sé lo que se siente. — Y... y... — Sorbió y volvió a pasarse las mangas por la cara. Veía que la chica no podía contener el llanto tanto como le gustaría.

Como la veía con dificultades para hablar, fue a sentarse a su lado en la cama y a intentar decirle algo que la confortara cuando, justo antes de que llegara a moverse, ella habló. — ¿Y si no te veo más? — Marcus parpadeó. — Bueno, a los dos, a ti y a Alice. Es que... Es... — Y lloró con más fuerza. La cara de Marcus ya era de tristeza y de sentir que aquello se le había ido de las manos. — No, claro que nos vamos a ver. — Pero la niña seguía llorando. Chistó, se levantó y se sentó a su lado, pasándole un brazo por los hombros. — Pero Maeve... — Y ella se abrazó a su cintura en el acto. Pues se lo estaban poniendo un poquito complicado para no llorar, la verdad.

La dejó desahogarse un poco, porque entendía el vértigo que daba con esa edad irte lejos de tu familia tantos meses, y simplemente la abrazó, apoyando la cabeza en su pelo, hasta que se relajó un poco. La separó entonces para mirarla, sacándose un pergamino del bolsillo que transformó en pañuelito a punta de varita... Mal asunto, había provocado que intensificara el llanto otra vez. — Ey, venga, no estés tan triste. ¡Claro que nos vamos a ver! — Intentó decir por encima de su llanto. La niña le miró con los ojos entornados y enrojecidos. — ¿No escuchaste ayer a mi abuela? Si piensas que esa quedada navideña no se va a producir, es que no la conoces de nada. — La niña sorbió. — Muchas veces los mayores decís que vais a hacer planes y luego no se hacen. — Dijo entre lágrimas. — Y... habéis venido por Dylan, y... cuando él vuelva con vosotros, os iréis y no volveréis más. — Acto seguido, le miró con los ojos muy abiertos, apurada. — ¡Quiero que Dylan vuelva! Porfa, no le digas a Alice que he dicho esto, que no quiero que piense que no quiero que recuperéis a su hermano, claro que quiero. — Lo sé, te he entendido perfectamente. — Dijo con comprensión, y fue a consolarla de nuevo... pero ahora tenía que escoger muy bien sus palabras.

Echó aire por la nariz, agachando la cabeza y dándose unos instantes. — Mira... no te voy a mentir. — Se mojó los labios. — No creo que volvamos a Nueva York. No a corto plazo, al menos quizás cuando hayamos olvidado todo lo que hemos sufrido por culpa de los Van Der Luyden. — La miró. — Sé que eres mucho más inteligente y observadora de lo que piensas. Y que sabes... que aquí no estamos bien. — Agarró una de sus manos y vio cómo la niña le miraba con las pupilas temblorosas. — Pero jamás pensamos que íbamos a encontrar aquí a unas personas tan buenas, a una familia tan magnífica como la que tenemos. Los mejores momentos que hemos tenido, los más felices, nos los habéis dado vosotros. — La niña ahora derramaba lágrimas en silencio, con los labios temblorosos, sin dejar de mirarle. — Esta va a ser siempre nuestra mágica familia americana. Y nunca más nos vamos a separar, aunque sea... en nuestro recuerdo, en nuestro corazón. — Amplió la sonrisa. — Mira mi abuela y tu abuelo. Después de tantos años, siguen hablando como si no les hubiera pasado el tiempo... — Pero la tía Molly no nos conocía, casi ni conocía a mamá. Llevan años sin verse en persona. Yo no quiero estar tantos años sin verte. Yo quiero... Quiero construir más fuertes en el salón en nuestras vacaciones. — El corazón se le iba a romper de ternura. — Maeve... estas Navidades, vamos a crear en Ballyknow el fuerte más enorme que se haya visto en Irlanda jamás. Te lo prometo. — Apretó su mano. — Y mi casa de Londres tendrá las puertas abiertas para ti siempre que quieras. Y tienes razón... es muy probable que no nos veamos tanto como nos gustaría. Pero nos veremos. Si no aquí, en Londres, en Irlanda, o en cualquier otra parte del mundo. — Alzó ambas manos. — ¡Somos magos, nos podemos aparecer! — Ella rio un poquito y dijo. — Vale, pero si quedamos, yo no me llevo a Fergus. La prima Sophia casi lo mata cuando vinieron de vacaciones. — Eso le hizo reír a carcajadas. — Hecho. —

Shannon le iba a matar, pero no podía dejar irse a Maeve llorando de esa forma, así que se quedó un rato más hablando con ella. — ¿Mejor? —La niña encogió un hombro. — Vale... tengo una cosita para ti, pero tienes que prometerme que no vas a llorar. — La niña asintió, aunque no muy convencida. Ya, sabía que estaba pidiendo mucho, pero lo tenía que intentar. Se metió la mano en el bolsillo y sacó la gota transmutada. Ella abrió mucho los ojos. — Creía que se la ibas a regalar a Alice. — Dijo apurada. Marcus rio levemente. — Alice un día me va a echar de la casa porque no vamos a caber los dos y todos los regalos que le hago. — Rieron. — Esto es para ti. — La puso en su mano y la envolvió. — Cuando construyas tu propia casa, que me consta que lo harás... ponla en ella. Donde tú quieras: en una pared, en el techo, en los cimientos, donde solo tú sepas que está... Estoy seguro de que nadie como tú le encontrará el mejor lugar. — La niña tenía los ojos inundados de nuevo. Marcus la señaló con un índice, mirándola con los ojos entornados hacia arriba. — He dicho que nada de llorar. — Eso la hizo reír, y se le escapó una lágrima furtiva que se limpió rápidamente. La abrazó con fuerza. — Vamos a vernos, Maeve. Ya eres mi prima favorita. — ¿Más que Arnie? — Bueno, Arnie es un bebé, no cuenta. Ya veremos cuando crezca. — ¿Y que Sophia? Os parecéis un montón. — Bueno ¿quieres el título o no? — La niña rio a carcajadas, y se estrecharon aún más en el abrazo.

— Venga, que tu madre te espera abajo. — Dijo, levantándose de la cama, pero Maeve miraba la supuesta lágrima de banshee entre sus manos. — Es un pelo muy largo para ser tuyo... ¿de quién es? — Él le puso una sonrisa enigmática. — ¿De quién quieres que sea? — Ella frunció una sonrisita. — De banshee... pero sé que eso no es posible. — Marcus se encogió de hombros. — ¿Entonces? — Maeve miró la lágrima unos segundos más y dijo. — Si va a estar en mi casa... de alguien muy importante. De alguien que vaya a estar conmigo siempre. —Marcus amplió la sonrisa fruncida. — No dudes que así es. — La niña se levantó, dispuesta a salir... pero tenía algo más que decir. — ¿Y cómo la has hecho? — Soltó una carcajada. — Tú podrías ser Ravenclaw también ¿eh? — La miró. — ¿Sabes? Cuando el padre de Alice vino a Nueva York y conoció a su madre, fueron a un espectáculo de magia muggle. — ¡Uy, sí, hay un montón! Pero no hacen magia de verdad. — Lo imagino. — Dijo entre risas. — Pero ¿sabes lo que dijo el supuesto mago? — Le dio un toque en la nariz y dijo. — Que un buen mago nunca revela sus trucos. — Ella le miró con los ojos brillantes. Sin esperarlo, dijo. — Cuidaré de Dylan. — Marcus parpadeó. Le había pillado fuera de juego esa afirmación, de hecho... tardó en entenderla. — Si cae en Pukwudgie, que seguro que sí, cuidaré de él. Le voy a contar que estáis aquí, que habéis sido muy buenos con nosotros, y que vais a recuperarle. Que estáis luchando un montón por él. — Ahora era Marcus quien quería llorar. Tragó saliva para deshacer el nudo de su garganta y sonrió. — Bueno... esperemos que podamos llevarle directamente a Hogwarts. Pero le va a encantar conocerte en cuanto pueda hacerlo, estoy seguro. Os vais a llevar genial. — Le pareció notar cierta condescendencia en la mirada de la niña, como si ella supiera una realidad que Marcus no, como si él, una vez más, se estuviera empeñando en no ver aquello que no quería ver. — ¿Me despides abajo? — Fue, en cambio, lo único que dijo, con una sonrisa, los ojos brillantes y tendiéndole la mano. Marcus asintió, por supuesto, y con una sonrisa, le dio la mano y bajó con ella las escaleras.

 

ALICE

— ¡Quiero que me lo contéis todo sobre el fuerte! — ¡Pues era el fuerte más grande del mundo y más fuerte! — ¡Y tenía estrellas! — ¿Y cómo lo construisteis? ¿Con sábanas de primera calidad? — Sí, de florecitas y las feas para el suelo. — Shannon suspiró y dijo. — Total, que no me voy a ir nunca, porque mi hermano se dedica a alterarme a las niñas… — Alice rio. Jason había vuelto a su sitio favorito y claramente eso le daba energía, mientras su familia, Frankie y Maeve estaban arreglando el jardín y el frente de la casa. Y a Alice le venía muy bien el aire fresco y sentirse útil, así que allí estaba, ayudando con hechizos aquí y allá. — Me voy a la entrada a ver si así las niñas entienden que tenemos que irnos. — Se acercó a Alice y la abrazó. — Sigue como hasta ahora. Retoma lo que estabas haciendo antes del huracán. — Ella asintió y le dio un besito a Arnie en la frente. — Le vamos a echar de menos. — No creo que tanto, por lo que vi hace un par de días saliendo de la habitación... Pero claramente duerme mejor con vosotros que conmigo. — Vaya, alguien sí que les había pillado. Ambas rieron y Alice la miró con cariño. — Gracias, Shannon. Gracias por ser mi familia y enseñarme tanto. — La mujer la miró emocionada y le dio un beso en la mano. — Cuando quieras ven a verme a Jersey ¿vale? — Se giró a las niñas. — Jason, por favor, llevo quince días sin ver a mi marido, ¿te importa? Venga, chicas. — Las niñas corrieron a abrazarla y ella les correspondió. — ¿Haremos más fuertes? — Por supuesto. — Y la próxima vez, con tu hermano Dylan ¿vale? — Dijo Ada de forma adorable. Alice las estrechó y asintió. — Claro que sí. Portaos bien con vuestros padres, eh. Nos vemos pronto. — Y se alejaron mientras Shannon decía. — ¡Y ahora me falta la otra! ¿Dónde andará? —

Aaron y Frankie Junior se reían mientras arreglaban la valla, de algo que Frankie estaba contando y su primo hasta poniéndose rojo (vale, no quería saber) y Sophia se le acercó. — ¿Cómo lo has llevado? — Alice se encogió de hombros y rio. — Algunos días fatal y otros… fueron muy bonitos. Hacer todos algo por todos, por estar contentos… — Sophia sonrió y asintió. — Creo que todos hemos estado igual. He estado a punto de matar a Fergus un par de veces, he deseado que Frankie no tuviera boca muchas más… Y mi madre ha estado a punto de abandonarnos y empezar una nueva vida en Hawaii, pero al final se ha dado cuenta de que nos quiere así. — Ambas rieron, revisando las ventanas y la fachada. — Lo malo es que… se ha parado todo, y esto se hace cuesta arriba. — Dijo Alice con la voz un poco más baja y la mirada perdida. Tenía que empezar a barajar opciones de lo que podía encontrarse, con qué podían trabajar y demás.

— Alice, cariño, ¿no quieres aprovechar para dar una vueltecita? Llevamos muchos días encerrados. — Dijo la tía Maeve. — No, de verdad, estoy bien, si aquí podemos ayudar… — Yo puedo ir contigo. — Sugirió Sophia. Vale, todos la estaban mirando, y debía lucir una cara de muerta interesante. Alice los miró a todos y suspiró. Le vendría bien poder desahogarse con alguien de su edad y que no fuera a rompérsele el corazón con todo lo que dijera, que la dejara llorar… Sophia era superinteligente, amable y podía confiar en su criterio. Asintió y solo dijo. — Decidle a Marcus que me he ido a pasear y que estoy bien ¿vale? Que no se raye. — Tranquila, prima, que le vamos a decir que le has dejado por Fergus a ver qué dice. — Saltó Aaron, haciendo reír a Frankie. Vaya dúo se había montado ahí.

La idea de la tía Maeve había sido maravillosa. Poder respirar la brisa marina, húmeda y fresca, estaba siendo una auténtica bendición. Sonrió y cerró los ojos, mientras caminaban cerca de la costa. — Me encanta el viento ¿sabes? — Abrió un ojo y sonrió. — No en forma de huracán, pero… — Ambas rieron y Sophia asintió. — A mí también. Me ayuda a pensar. Aunque nosotras siempre estemos pensando. — Y volvieron a reír. Qué bien sentaba hablar con otra Ravenclaw. — De hecho, estos días, entre otras cosas, he pensado mucho en ti y en tu hermano. En cómo podíamos ayudaros. — Alice suspiró y Sophia se agarró las manos a la espalda. — ¿Por qué no me cuentas que tenéis hasta ahora? A veces, una visión más imparcial y desde fuera, con solo los datos, es más enriquecedora, cuando has agotado las de dentro. — Alice asintió, y, tomando aire, comenzó a ponerlo todo de forma ordenada para que Sophia pudiera trabajar con ello.

 

MARCUS

Se despidió alegremente de Shannon, de Arnie y de las hermanas, dándole otro abrazo a Maeve (Saoirse y Ada pidieron otros en compensación para que no pareciera que había favoritismo, lo que provocó bastantes burlas de Frankie y Aaron, que parecían llevarse muy bien ahora), pero cuando vio a la familia desaparecer, se le hizo un nudo muy fuerte en la garganta. Trató de tragar y carraspear para paliarlo pero no podía, así que, con la sonrisa más normal que encontró, se dirigió de nuevo al interior de la casa, rápidamente, con la excusa de irse discretamente al baño a relajarse un poco antes de que le vieran tan mal. No sabía qué le había pasado pero se sentía con las emociones desbordadas. Era muy probable que... llevara aguantando el temporal mucho tiempo con cosas muy duras y que ese día hubiera bajado la guardia, que no hubiera pensado que eso fuera algo que tuviera que gestionar, y le hubiera entrado el daño sin vérselo venir.

— Tu novia preocupada porque pensases que le ha pasado algo y tú ni preguntas, qué feo. — Bramó Frankie de fondo, bromeando y riendo con Aaron, a lo que él respondió con una sonrisilla y una muececita, porque de verdad que no podía hablar. Subió las escaleras a zancadas antes de cruzarse con nadie, y sentía que no llegaba al baño, como un corredor que teme desvanecerse antes de llegar a la meta. Y encima fue interrumpido. Porque sí que le había visto alguien. — ¡Eh! Que no está conmigo, que estoy aquí. — Dijo Fergus, trotando tras él para alcanzarle y casi poniéndosele enfrente. Parecía querer hablar con normalidad pero le estaba escudriñando. Sabía detectar cuándo alguien le escudriñaba, sobre todo si era un chaval de catorce años que aún no había perfeccionado sus tácticas de disimule. — Los capullos esos te han hecho la broma ¿no? Qué tíos... — Ni sabía de lo que le estaba hablando. Señaló con el pulgar la puerta tras él, y cometió el error de intentar hablar. — Perdona, voy... — Se le rompió la voz. Carraspeó fuertemente. — Voy al baño. — ¿Estás bien? — Interrumpió Fergus, con expresión preocupada. Marcus tragó saliva. No, no estaba bien.

Ni siquiera contestó. El chico miró a los lados, le agarró del brazo y tiró de él hasta su habitación, la que un día fuera del padre de Fergus. Cerró la puerta y le miró como si temiera que fuera a decirle de un momento a otro que se estaba muriendo. — ¿Qué pasa? — Preguntó, cruzado de brazos y encogido. — ¿Estás rayado porque se ha ido tu novia sin decirte nada? Está con mi hermana. — No, no. Para nada. — Atinó a decir, pero se le estaban saliendo las lágrimas. ¡Pero qué estupidez! ¿Por qué estaba así ahora, por Merlín? De verdad que cada día se entendía menos. Se frotó los ojos, respirando para serenarse, y Fergus siguió intentando comprender. — ¿Le han hecho algo a Dylan? En plan ¿algo chungo? — Marcus negó. Su pobre primo estaba preocupadísimo y él llorando por una tontería... — No, es que... De verdad, no es nada. Solo me he emocionado un poco con la despedida, ya está. — ¡Tío! ¡No me fastidies! ¡Qué puto susto, por Dios! — El chico resopló y se sentó en la cama, respirando aliviado. — Como le digamos a Maeve que te has quedado llorando por ella, no nos la quitamos de encima. ¡Tío! Te han vendido como el listo de la familia, no me jodas que estás llorando por eso. — ¡Eh! Que sea listo no quiere decir que no tenga sentimientos. — Se secó las lágrimas. Al menos se le estaba pasando la congoja. — Ha sido solo un momento, ya estoy bien. — Sorbió un poco. — Y menos superioridad, que te he visto la cara de preocupación. — ¡Pues claro que me has visto la cara de preocupación! O sea, me tiro medio verano encerrado en la casa por culpa del huracán, salgo ahora que me quedan dos días para volver a Ilvermorny, ¡y me encuentro a mi primo el alquimista llorando! Joder, es que impresiona ¿sabes? — ¿Nunca has visto a un adulto llorar? — Tú no eres adulto, tío, no te flipes, que solo tienes cuatro años más que yo. — Marcus soltó una carcajada bufada. — Si no fuera adulto iba a estar yo aquí... — Masculló amargamente. El otro siguió. — Además, ¿conoces a mi padre de algo? Mi padre llora con todo, tío, eso te insensibiliza. Pero tú eres de otra forma. Es como... que impones más, yo que sé. ¡Ah! Y he visto una foto de tu madre. Da tela de miedo, no me quiero imaginar en persona. — Le miró con el ceño fruncido y una sonrisilla. — ¿Cómo has visto tú una foto de mi madre? — El chico puso una interesante caída de ojos y dijo. — Yo me entero de todo, primo. — Marcus ladeó la sonrisa y dijo. — Tú y yo nos parecemos más de lo que parece. –

 

ALICE

Cuando lo hubo soltado todo, respiró profundamente y soltó el aire, mirando al océano. — Qué bien me ha venido soltarlo todo. — Pero ahora la que estaba con el ceño fruncido era Sophia. Conocía esa expresión de pensar intensamente de un Ravenclaw, poniendo a trabajar el cerebro a toda velocidad. — A ver, Alice… Por tu tono he deducido que esa posibilidad no te hace gracia, pero… lo de la herencia de tu madre… tiene mucho sentido. — Alzó las cejas y perdió la mirada también, reflexionando en voz alta. Alice negó y suspiró, acercándose a la roca y tirando piedrecitas a ver cuántas veces rebotaban en el agua. — Pero… ¿Por qué, entonces? Quiero decir… ¿Por qué quedarse con Dylan? ¿Por qué no matarnos a los dos? Es que, puestos a ponernos a imaginar… — Quizá es una cláusula. Que si no es vuestra no es de nadie más. Legalmente a ti ya no podían quitártela, cuando se enteraron ya eras mayor de edad… Pero él… — Alice suspiró y miró al cielo, empezando a inquietarse otra vez, y lanzando la piedrecita después con tanta fuerza que se hundió en el acto.

— Alice… ¿puedo hacerte una pregunta? — Ella miró a la chica y asintió. — Solo faltaba, te acabo de contar mi vida. — ¿Por qué te molesta tanto la perspectiva de ser una heredera millonaria? — Ella soltó aire por la boca y cerró los ojos. — Toda mi vida… he vivido con muy poco. He tenido que contar cada knut. No éramos pobres, había gente peor, pero siempre hemos vivido muy conscientes de cada moneda gastada, peleando cada galeón, no comprando esto, lo otro, arreglando nosotros mismos las cosas, dándole más vidas a las cosas y… — Se mordió los labios por dentro y las lágrimas acudieron a sus ojos. — Mi madre siempre insistió tanto en que el dinero no da la felicidad que…— Sorbió. — La sola perspectiva de que su niño esté sufriendo TANTO solo por el sucio dinero de esos maltratadores, de esas malas personas… — Se limpió las lágrimas y volvió a levantar la cabeza bien rápido. — No asimilo que eso sea una posibilidad. Eso es todo… —

Se creó un silencio entre ellas, pero Sophia se acercó a ella y le acarició el brazo. — Alice, escúchame. — Ella se giró. — No pareces una persona que no mire los problemas a la cara o que tenga miedo a enfrentar las verdades, alargar las cosas eternamente. Habéis estado trece días encerrados. Aprovecha que estás descansada y este rato de clarividencia que has tenido y… afronta esto. — Le limpió las lágrimas. — Ve a ver a ese notario que te han encontrado donde la señora Levinson dejó el testamento. Si no tiene nada que ver, podrás, por fin, quitártelo de la cabeza, y si sí… — Se encogió de hombros. — Podrás, por fin, trazar una estrategia. Estarás más cerca de tu hermano. Sea como sea. — Ella se pasó las manos por la cara y negó con la cabeza. — No sé qué voy a hacer si eso es así. — Sophia la tomó de los dos brazos. — Lo pensarás cuando llegues. De momento, confirma, afronta, y luego… ya con toda la información, tomarás las medidas que correspondan. — Alice sonrió y tomó las manos de Sophia. — Qué bueno es debatir con otra Ravenclaw. ¿Te has planteado ser sanadora mental? — Sophia chistó. — ¿Yo? De curar maldiciones no pienso bajar, primita. — Apretó sus manos. — Pero amiga puedo ser, siempre que tú y mi primo queráis, he esperado demasiado tiempo para tener gente como vosotros en la familia. —

 

MARCUS

Fergus se encogió de hombros. — En esta familia los listos escaseamos. Nos tendremos que llevar bien. — Marcus le miró con una ceja arqueada. — ¿Por qué dices eso? — ¿Estuviste en la misma barbacoa que yo el otro día? — Dijo con hastío y desdén. Marcus entrecerró los ojos y ladeó una sonrisa. — Entiendo un poco de gente que refunfuña para esconder sus verdaderos sentimientos. Tu primo Lex también lo hace. — ¿Ese es tu hermano? — Correcto. — Dicen que se le da tope de bien el quidditch. Que está en la liga profesional y todo. — Vaya, las noticias vuelan. — Como las escobas. — Ya, muy gracioso. Aún no está en la liga porque le queda un curso de Hogwarts, pero sí, ha pasado las pruebas. ¿Cómo te has enterado? — A mi hermano Frankie le han salido símbolos de dólar en los ojos cuando se ha enterado. — ¿Le compran con dinero muggle en la tienda? — Vale, de galeones, señorito mago inglés. — Marcus rio a carcajadas. — Es divertido conversar contigo. — Lo dicho: los listos no abundamos. — Ladeó varias veces la cabeza. — No estoy de acuerdo. — Fergus puso sonrisilla de estar deseando escuchar su argumentación para poderle rebatir.

Y si lo que quería era argumentación, vaya si la iba a tener. Le dio un repaso uno a uno a todos los miembros de la familia como si llevara con ellos más tiempo que Fergus, lo cual no era el caso, loando todas las virtudes que les hacían personas inteligentes: la habilidad con los móviles y los contactos de Sandy, la picardía de Saoirse, el don para el espacio y el dibujo de Maeve, la visión para los negocios de George, la gran capacidad para entender las emociones de Shannon, y hasta la habilidad de Arnie para robarle una varita a un chico mayor de edad. Eso último hizo a Fergus soltar una carcajada. — Bueno, tampoco es como que tangar al primo de Alice sea la gran cosa. — Marcus se cruzó de brazos, sonrisa ladeada al punto. — ¿Es todo lo que tienes que decir a mi gran argumentación? — Has hablado demasiado, tío, me he perdido la mitad. — El chico hizo una caída de ojos. — Y no has dicho qué me hace inteligente a mí. Te dejo que hables durante otro rato. — Marcus hizo una mueca con los labios y dijo. — La verdad... me está costando más encontrarlo. — Eso hizo que el otro frunciera el ceño de inmediato. Le había salido demasiado espontánea la ofensa. — No me parece muy inteligente ensalzarte tú en base a tirar por tierra a los demás. — ¡Yo no hago eso! — Se quejó, y le salió tan infantil que el propio Fergus debió darse cuenta de que acababa de perder esa partida.

Se quedó de brazos cruzados, ceñudo y mirándose los pies. — Estoy harto de que todo el mundo me diga que soy borde y tengo mala idea. Lo que soy es listo. — ¿Y por qué les sigues dando motivos para que te lo digan? — No doy motivos. — Acabas de decirme por qué tú estás por encima de tu familia de tontos. — Se encogió de hombros. — No creo que sean poco inteligentes, pero aunque lo fueran... voy a estar en deuda con ellos toda la vida. Serán como sean, pero son lo suficientemente buenas personas como para habernos acogido aquí, sin conocernos, tratarnos como familia y aceptar todos los problemas que traemos con nosotros. — Pronunció la sonrisa. — Tú incluido. — El chico, sin mirarle, puso en la boca una muequecita que parecía arrepentida. — Ya, bueno, pero si eres demasiado bueno, a veces te toman por tonto. — ¿Y por qué te toman si eres malo? — Hizo un gesto señalando a la puerta. — Pregúntale a Aaron si prefiere a una familia de buenos o a una de malos. —

Tras unos segundos, Fergus suspiró. — En cuanto me vaya a Ilvermorny, menudo alivio voy a dejar aquí. — Y pronunció el cruce de brazos. Marcus abrió la boca. — Ooooh... así que es eso. — ¡Eh! Con la tía Shannon ya tengo bastante, como te me pongas en plan sanador mental, me voy. — ¡Merlín me libre! — Dijo, alzando las manos. Fergus soltó un bufido. — ¡Es que ahora solo va a estar Maeve! Mis hermanos no están, ni Sandy, y mis primas aún son pequeñas. Y Maeve es tan... Maeve. — ¿Qué quieres decir? — ¡Que te persigue, tío! Que me la encuentro por los pasillos y es como: "¡Hola, Fergy!" — Se rio a carcajadas y el otro frunció tanto el ceño que se le iba a juntar con la boca. — ¡No te rías! Cómo se nota que no es a ti a quien le pasa. — Te confundes de objetivo. Hubiera pagado por tener una prima que me idolatraba persiguiéndome por los pasillos. Pregúntale a Alice, si me pasaba el día rodeado de niños, su hermano... — Se paró, con la mirada perdida y la sonrisa aún residual, pero se paró. Tras unos segundos de pausa, soltó aire por la boca. — Bueno... es bonito que alguien quiera tanto estar contigo. — Ahora la expresión con la que Fergus le miraba era triste.

— Tú ganas. — Reconoció, aunque Marcus no sabía bien qué quería decir. — ¿En qué casa crees que va a entrar Dylan? — Marcus negó. — Dylan va a ir a Hogwarts... — Tío, quedan dos días para el inicio de curso. — Vio que Marcus no parecía ceder, así que alzó las manos. — Vale, vale, va a ir a Hogwarts, pero por hacer una suposición. ¿A qué casa crees que iría? — Se encogió de hombros y dijo sin dudar. — A Pukwudgie. — O sea, con Maeve. Y tiene un año menos ¿no? — Asintió. — Bueno, pues si viene a Ilvermorny, nosotros cuidaremos de él. Maeve no le va a dejar ni a sol ni a sombra, pero ella va a ser más de "qué cuqui eres, yo te ayudo, dime qué necesitas", y yo voy a ser más de, "eh, chaval, estos son mis amigos, ahora son tuyos también, si alguien te molesta, nos lo dices y le decimos unas cuantas palabritas". — No pudo evitar reír. — Agradezco el ofrecimiento. — El chico sonrió y se acercó un poco a él en la cama. — Y a cambio... quiero que hagamos algo para sentirnos los listos. Venga, va, seguro que algo se te ocurre. — Qué manía de querer sentirte más listo... — ¡Va! No me creo que a ti no te mole ese rollo. Venga, tienes una novia lista, y ahí abajo hay dos a los que podemos tomarle el pelo un rato. — Puso carilla maliciosa. — Te recuerdo que están de risitas y que se han intentado meter contigo y con Alice. Y además, tío, son dos Aves del Trueno, son unos pesados de manual. — Eso es verdad. — No los aguanto. — A mí me ponen de los nervios. — Se miraron y entonces Marcus pronunció la sonrisa y entrecerró los ojos. — ¿Sabes jugar al backgammon? — Fergus iluminó los ojos y se levantó de la cama de un salto. — Vamos a darle una paliza a esos matados. —

 

ALICE

Había estado desconectada toda velada, y le daba pena. Jason estaba feliz, Junior y Aaron como locos jugando con Fergus y Marcus, y los abuelos parecían felices de recuperar la normalidad. Pero Alice había hecho una llamada de teléfono por segunda vez en su vida, y ya solo podía pensar en lo hablado. Había recibido una carta de cortesía de la notaría que le habían indicado, una de esas que se generaban solas con un hechizo, emplazándoles dentro de dos días, lo que le había dejado uno en medio para ver a Monica y Howard, así que no podía perder tiempo en cartas, y para eso el móvil era único. Monica ni se extrañó, y a Howard le dio tiempo a planificar una visita de Marcus al MACUSA para organizar lo de la auditoría, y eso por carta hubiera sido tremendamente más difícil. Y ahora no podía dejar de darle vueltas.

En un momento dado, Betty se puso junto a ella con Sophia. — Sabemos cuándo una serpientilla está dándole a la cabeza, ¿verdad? — Preguntó la mayor. La chica asintió y sonrió y Alice suspiró con otra sonrisa. — A veces no sabemos disimular… — Sophie me ha contado lo que te toca mañana y… Mira, voy a decirte una cosa. Si es lo que todo el mundo conjetura… tu vida va a cambiar un montón. Y hay gente que no tiene tanto sobreaviso, y le pilla de sopetón, y eso, para la gente como nosotras, sería una bendición, porque no nos daría lugar a darle tantas vueltas a la vida, a todo lo que puede pasar, o significar… — Alice asintió. — Pues sí, a veces he deseado que eso fuera así, desde luego… — Betty le tomó de la mano. — Pero la realidad es que, por muy preparados que creamos estar gracias a ese cerebro del que tanto presume mi hijo pequeño, ni siquiera nosotros podemos saber cómo vamos a reaccionar, así que… Haz lo que tengas que hacer para distraer la mente hasta que llegue. — Y ambas miraron a Marcus, a lo que Alice negó con una sonrisa. — Está demasiado a gusto con el backgammon haciendo equipo con Fergus, dejémosle. — No, si no decíamos ahora… — Dijo Sophia con tonito inequívoco. Alice la miró y ambas rieron. — Hace mucho que entendí que los Lacey no se callan casi nada, y Shannon ha visto cosas… — Y habéis pasado una noche en el famoso piso. — Alice notó cómo se ponía rojísima y se rio, tapándose la cara. — Por favor, prometedme una cosa. — Yo creo que lo sabe hasta la abuela. — Replicó Sophia. — No, no… Que cuando vengáis a Irlanda… no diréis esas cosas delante de los O’Donnell, ¿vale? — Y las tres se echaron a reír, que falta les hacía.

Y no, no iba a hacer eso con Marcus, pero… cuando ya se hubieron retirado cada uno a sus habitaciones y la casa estaba en silencio… el peso de dormir sola, en una habitación que no era la suya, teniendo a Marcus tan cerca… Suspiró y no lo pensó mucho más. Entró en la habitación de su novio y ni dio la luz, se tiró a su lado y le buscó en la oscuridad. — ¿Crees que tienes un momento para ver las estrellas conmigo, aunque sea con un hechizo en el techo? — A él se le daba divino ese hechizo, así que simplemente dejó que lo echara y esperó para poder verle a la luz de las estrellas para acariciar su rostro. — Si mañana y pasado… cambian tanto las circunstancias, cambia mi vida, y por lo tanto la tuya… — Suspiró. — Acuérdate de que estaré muriéndome de miedo por dentro, que cuento con tu consejo y que… no voy a dejar de amarte. — Tomó una de sus manos y la besó. — Te amo. Vamos a averiguar qué pasa aquí, y lo vamos a averiguar de una vez por todas. Se acabaron los secretos y las conjeturas. Por mucho miedo que me dé. Si estoy contigo, puedo hacerlo todo. —

Notes:

Este pequeño capítulo queríamos dedicárselo a nuestra mágica familia americana, que tanto nos ha acompañado en este viaje a Nueva York, y aprovechamos para preguntaros ¿con qué Lacey os quedáis?

Chapter 27: Vientos de guerra

Chapter Text

VIENTOS DE GUERRA

(31 de agosto de 2002)

 

MARCUS

— ¿Cómo que nada? — Preguntó alucinado, mirando con la mandíbula levemente desencajada a Howard, mientras escuchaba a su novia al otro lado del teléfono. Ni que decir tenía lo raro que se le hacía eso, por no hablar de lo mucho que habían tenido que convencerle de que era lo más práctico, porque eso de hablar en mitad de la calle de un tema tan delicado no le hacía ninguna gracia. Afortunadamente para todos, una nube rezagada del huracán había tenido a bien posarse sobre el MACUSA, y con la excusa del ruido de la lluvia al menos se sentía más protegido. — Pero... ¿A George? ¿Ahora? — Siguió hablando con Alice, sin dejar de mirar a Howard, que le devolvía una mirada intrigada, cruzado de brazos. Ambos estaban a las puertas del edificio, bajo un paraguas convencional que les protegía de la lluvia. Nada de hechizos, que por allí también pasaban muggles.

— Vale... Vale, sí. Le llamo ahora. Ya... No, no, estoy con Howard. No, estamos fuera... Vale. Sí, ahora mismo. Adiós. Te quiero. — Y colgó, resoplando justo después. — Mi mujer haciendo de las suyas ¿eh? — Marcus chasqueó la lengua. — Y la mía obligándome a usar este trasto. — Se quejó, mientras pulsaba las teclas correctas para contactar con su primo George. — Dame un momento, por favor. — Porque si ya le costaba concentrarse para hablar con Alice, cuanto menos para hablar con un señor empresario que, por muy familia suya que fuese, solo le había visto una vez.

Se tomó la petición con una diligencia pasmosa, porque en menos de cinco minutos estaba allí, perfectamente trajeado y bajo un hechizo de paraguas tan preciso y elegante (y discreto, juraría que ningún muggle se lo había visto) que le recordó a los de su madre. De hecho, George dejó escapar una casi muda risa con los labios cerrados, porque Marcus se había quedado mirando el encantamiento. — Demasiado sorprendido para ser el hijo de Emma O'Donnell, por lo que he oído y los libros que han caído en mis manos. — Marcus rio levemente. — Precisamente. No estoy acostumbrado a ver hechizos tan buenos que no sean de mi madre. — Se puso de canto y señaló a su compañero. — Este es... — Howard Graves, de diplomacia. — Completó George, esbozando una sonrisa correcta y extendiendo la mano. — Mucho gusto. George Lacey. — Un placer. — Se saludaron. Definitivamente, aquel mundo a Marcus se le escapaba bastante por el momento.

— ¿Entramos? Podemos charlar más tranquilamente en mi despacho. — Propuso Howard, y allá que fueron. Ya refugiados de la lluvia y en un ambiente que Marcus consideraba más seguro (porque Howard le había asegurado que tenía un encantamiento de aislamiento de sonido permanente), se sentaron los tres y expusieron los hechos. — Vale, estos son los aspectos legales a los que nos podemos acoger. Me refiero en términos de que no se nos acuse de ilegalidad por husmear donde no nos llaman. — Empezó Howard, y luego miró a George. — Deduzco que un hombre de negocios como Teddy Van Der Luyden tendrá muchos movimientos de dinero a la vista pública. — Pero no tantos como a la vista privada. — Afirmó su primo. — Pero sé por dónde vas: no es difícil ver en qué ha empleado el dinero. — Frunció levemente el ceño e hizo un gesto con la mano. — Es muy estratega, muy hombre de negocios, pero no es especialmente cauto con los gastos. Se le conoce por sus grandes dispendios, y se sospecha que su fortuna no es tan grande como parece. Si hubiera recibido una herencia de ese calibre... se habría notado. — Alzó un índice. — Repito: no he dicho "se sabría", he dicho "se habría notado". Él siempre se vende muy bien, y nadie confirma si las cantidades que dice recibir y poseer son ciertas o solo una manera como otra cualquiera de amedrentar en base a su poder e influencias. Lo que está claro es que no va a tener semejantes cantidades de dinero y no va a usarlas. Lo mismo con las propiedades. — Howard miró a Marcus y dijo. — Pues manos a la obra. —

 

ALICE

Alice colgó el teléfono que su amiga le había prestado y suspiró. — Se ha enfadado. — Monica puso una sonrisa socarrona y echó la cabeza para atrás. — Naahhhh. ¿Minigraves enfadándose contigo? Lo dudo. — Alice soltó una risa entre dientes. — Lo hace más de lo que crees… — Miró la libreta que tenían sobre la mesita del café de Monica. — Entonces… ¿No los vas a investigar por tu cuenta? — La mujer se encogió de hombros. — Tú querías saber si viven en la casa de la señora Levinson y si usan el dinero… Y eso, Alice, ya lo vamos a saber… — Monica se quedó frente a ella. — ¿Había una posibilidad, por pequeña que fuera, de que quisieras alargar esto un poquito porque no quieras saber la verdad? — Ella suspiró y se miró los pies. — Es posible… Y ayer dije que lo enfrentaría, pero… aquí estoy. — Monica la cogió por los hombros y le hizo mirarla. — Da un miedo que te cagas. Nadie dice que no deba darte miedo. — Ella le sonrió con tristeza y se sintió como la Alice de doce años. — Tú nunca tienes miedo. — La mujer abrió mucho los ojos. — ¿Que no? ¿Y qué crees que tengo cada vez que don Perfecto deja caer que deberíamos tener una casa más grande por lo que pueda pasar en un futuro? Mira, pánico me da. — Ambas rieron y Alice entornó los ojos. — Te entiendo tanto… A mi prefecto se le ha olvidado por un tiempo… pero cuando esto pase… — Que pasará. — Le recordó Monica. — Entonces seguro que empezamos a darle vueltas al asunto. — Monica asintió con pesar. — Tía, ¿por qué son tan perfectos que nos hacen replanteárnoslo todo? Terrible me parece. — La cogió del brazo. — Pero lo primero es lo primero. ¿Echabas de menos el MACUSA? — Alice rio y negó con la cabeza. — Lo odio profundamente. — Demasiado ostentoso ¿eh? — Alice rio. — ¿Cómo lo sabes? — Toooooodos los ingleses decimos lo mismo. —

Para haberse acabado el huracán, había que ver cómo seguía lloviendo. El paraguas de Monica no era TAN fuerte, y entre eso y la aparición un poco accidentada de un montón de magos intentando aparecerse a la vez en el mismo sitio de Nueva York, hizo que acabaran mojándose. Monica se apresuró al interior diciendo, mientras ponía perdidos de agua los pasillos. — ¡Soy la señora Graves! Mi marido nos espera en el departamento de Reino Unido, a mí y a la señorita Gallia que es esta, venga gracias. — Señora Graves… — Se acercó el de seguridad. — No, no, Kenny, por favor, que tengo prisa. Sabes perfectamente quién soy, y esta es más inglesa que la rosa de San Jorge, bombas no lleva, por favor, no me hagas perder el tiempo. Venga, gracias, guapo. — No daba lugar a réplica la tía. Muchas veces habría tenido que ir por ahí para moverse con tanta agilidad, porque, por aquellos enorme y laberínticos pasillos, acabó llevándola al despacho de Howard.

Al entrar se sintió un poco niña traviesa, porque aparecía por aquel despacho de grandes ventanas y maderas nobles de Howard, empapada como un perrillo callejero, y con la misma cara que uno. — Perdón, problemillas de aparición. — Le tendió la mano a George. — Señor Lacey ¿no? Soy la mujer de aquel y transporte favorito de esta señorita. — Miró a la mesa. — Veo que ya estamos metidos en harina. Decidme, ¿tenemos algo? — Puso dos sillas para las dos como si aquel fuera su despacho, y Alice, que aún estaba demasiado embotada, se sentó sin rechistar. — ¿Qué es todo esto? — Preguntó casi en un lamento.

George y Howard pasaron a explicar los papeles que estaban viendo, mientras Monica les pasaba el hechizo secador a ambas. Ella entre el ruido, el agobio y todo, no se estaba enterando y sentía un pitido en los oídos. — George, perdóname… Es que… Yo no entiendo nada de todo esto. — Él asintió y cogió uno de los papeles. — Esto son índices de participación en bolsa. La gente que cuenta con cierto dinero, suele invertirlo, para tener más… — Alice parpadeó y asintió. Vale, eso lo sabía. — Estas gráficas son las inversiones de Teddy en los últimos dos años… ¿Qué ves? — Afiló la vista en el papel y miró al hombre. — Que no hay mucha diferencia con los anteriores… Pero ¿y si simplemente no hubiera querido invertir el dinero de la herencia? — Poco probable, pero aún menos probable… que no intente rescatar las inversiones que sí tiene, pero que ahora mismo le están restando dinero… — Le enseñó otro papel. — ¿Y si le están restando por qué no las saca? — Porque sacarlas tiene penalización económica. Muy alta. — Pero si está perdiendo dinero más le valdría hacerlo, ¿por qué iba a mantenerlo? — Porque no tiene el capital necesario para la penalización. — Aclaró Howard, con las manos juntas bajo los labios, muy concentrado. — Ergo, seguro que millones no tiene. — La herencia de Bethany Levinson no ha sido para Teddy. — Confirmó George. — Y espérate a oír lo de la casa. —

 

MARCUS

La mesa se llenó de tantos papeles en tan poco tiempo que, para cuando Marcus pudo volver a parpadear, porque se le habían quedado los ojos abiertísimos, las explicaciones de sus dos compañeros iban ya por la mitad. Le daba bastante vergüenza pedir que por favor se lo repitieran todo desde el principio (y no estaba nada acostumbrado a tener que hacerlo), y afortunadamente no hubo necesidad de hacerlo, porque Alice y Monica entraron al despacho, la segunda como un torrente, la primera casi tan aturdida como él. No pudo evitar pasarle un poco la mano por el pelo y la ropa, porque venía empapada, pero Monica se le adelantó con el hechizo secador. Claramente, lo del hechizo de paraguas no había sido algo con lo que hubieran contado al aparecerse.

En la segunda explicación se enteró un poco mejor, algunas cosas sí que había oído, aunque fuera de fondo, ahora la que estaba perdida era Alice. Con razón, porque aquel mundo les venía grande a ambos, mucho más a ella. Al fin y al cabo, Marcus estaba relativamente familiarizado con el lenguaje de herencias y dinero solo por proximidad a los Horner, si bien había hecho el caso justo y necesario, no es como que le interesara mucho. Probablemente fuera un mecanismo de defensa para ignorar a su tío Finneas cada vez que insinuaba que a su madre le había venido muy bien la herencia de su abuelo para sacar su tirada de libros. Envidioso. Le ponía de los nervios, y Marcus ignoraba diametralmente todo lo que no le parecía bien. Ahora hubiera agradecido estar más atento.

Tanto Howard, como George, como Monica por la cara que estaba poniendo, parecían tener muy claro que la herencia de Bethany no había sido para Teddy. Marcus miraba de hito en hito a todos, pero sobre todo miraba a Alice, evaluando su reacción. El dinero le daba exactamente igual, deseaba con todas sus fuerzas que aquello fuera cierto porque les daría POR FIN la clave del por qué de toda aquella situación, por qué querían a Dylan con ellos y por qué habían ignorado a Alice y estaban haciendo todo eso. A lo que no habían llegado aún era al tema de la casa, no lo habían tocado antes de que entraran Alice y Monica, y el corazón le iba a mil por hora en anticipación.

George sacó otros papeles. — Este es el registro de la propiedad. Es un documento que puede consultarse de manera pública, y aquí figura el propietario de una vivienda. — Lo extendió ante ellos y señaló una frase con el dedo. Antes de que a Marcus le diera tiempo a procesar, Monica estaba dando una palmada en el aire, no sabía si más satisfecha o indignada. — ¡Lo sabía! Es que lo sabía... — "En transición legal." — Leyó Marcus, mirando acto seguido a los presentes con el ceño fruncido. — ¿Qué significa eso? — Que el testamento está sin resolver. — Comunicó Howard. Marcus, que no había desfruncido el ceño, parpadeó, lo que hizo que George se explicara, entrelazando los dedos sobre la mesa. — Cuando una persona fallece, se lee su testamento y se legan los bienes a quien dicha persona haya decidido. Si Bethany hubiera nombrado heredero a Teddy, se hubiera leído el testamento, él lo hubiera aceptado y la casa ahora estaría a su nombre. Si no es así, es muy probable que el heredero no fuera él, porque dudo que hubiera rechazado una herencia semejante. — Sospechamos que la heredera podría haber sido la madre de Alice. — Explicó Howard a George. — Pero ella había fallecido antes de que lo hiciera Bethany. — George pensó. — Si no lo sabía, podría estar la herencia de la vivienda a nombre de tu madre, Alice... — Según Lucy McGrath, al no estar Janet para recibir la herencia, esta pasó a manos de Teddy. — Dijo Marcus, pero George, pensativo, frunció el ceño y negó. — No... eso claramente no ha sido así. — Marcus y Alice se miraron. No debería ser ninguna sorpresa que los McGrath les hubieran mentido. Y la conclusión empezaba a ser clara.

— Los Van Der Luyden tienen poder suficiente como para acogerse a, en caso de fallecimiento del heredero, que la herencia pase a otro de los hijos. Pueden alegar el desconocimiento de herederos de Janet, o incluso que esta en vida rechazó toda herencia... Todo esto podrían hacerlo, salvo que... — Lo dejó levemente en suspenso, mientras todos le miraban... y vieron cómo, mientras se pasaba los dedos por los labios en gesto distraído y pensativo, esbozaba una sonrisa. — ¿Qué? — Preguntó Marcus, desconcertado, esperando no estar sonando muy brusco. George le miró. — Que ese testamento tuviera una cláusula. No sabemos cuál, pero claramente los Van Der Luyden buscan desesperadamente la manera de poder cumplirla, y todavía no lo han conseguido. — El hombre miró a Alice. — Hay muchas posibilidades, Alice, de que tu hermano y tú seáis los herederos de Bethany Levinson en ausencia de tu madre. — Y en lo que Marcus abría mucho los ojos y pasaba la mirada de George a su novia, Monica dio una fuerte carcajada. — Justicia poética. Estoy deseando ver eso. —

 

ALICE

Sus ojos se fueron a aquellas palabras… y, como todo lo demás, no le dijeron nada hasta que se lo explicaron. Y no pudo negarlo más, desde luego. Teddy no era el heredero de Bethany, eso estaba más que claro. Empezaba a tener calor, mucho calor, de ese que te sale de dentro y te marea. Inspiró fuertemente y se pasó las manos por la cara. No era nada Ravenclaw, ni nada Gallia, que su mente estuviera buscando mil formas por las cuales eso no tenía por qué indicar que la clave de todo aquello fuera el dichoso testamento. Se miró con Marcus y podía ver la luz de la ilusión en sus ojos. La ilusión de haber dado con la tecla, porque su siempre inteligente y práctico novio lo que quería era SABER que tenían la clave de la resolución. Pero a Alice le daban demasiado miedo las implicaciones.

George, como si le leyera la mente, se puso a enumerar lo que podría significar aquello de la casa, y qué podrían haber hecho los Van Der Luyden con aquella herencia que tanto deseaban, por lo visto, y entonces mencionó la cláusula desconocida, y puso palabras a los pensamientos de todos. Alice tragó saliva. — ¿Y no puede ser que los Levinson, la familia del marido, que también son superricos, hayan querido acceder o impugnar algo de esto? — Howard se inclinó hacia ella, con esa cara que se le ponía cuando era prefecto y quería decirte algo que sabía que no ibas a querer oír, pero te lo tenía que decir. — Alice… si eso fuera de los Levinson ya se lo habrían quedado. Esta situación intermedia… no tiene sentido, a no ser que los herederos estuvieran inalcanzables por algún motivo, y Dylan y tú lo estabais. — Ella volvió a inspirar esta vez con más dificultad, y Monica le pasó una mano por la espalda. — Gal, de verdad… He visto cosas peores que ser millonaria de repente. — Las lágrimas acudieron a sus ojos y negó con la cabeza. Tenía un nudo en la garganta y no podía responderle que no era ese el problema. Que ahora mismo pasaban demasiadas cosas por su cabeza y no podía asimilarlo todo a la vez.

En medio del agobio y de las miradas de los demás, solo le salió decir. — Y ahora hasta mañana no lo sabremos… — No se veía durmiendo esa noche ni un minuto. — Alice. — Dijo la profunda voz de George. — Si me das media hora, puedo conseguir que te reciba prácticamente cualquier notario de las familias de clase alta mágica de esta ciudad. El de los Levinson no es una excepción. — Miró a Marcus. Los Gallia no pedían favores como norma general, pero era más por una cuestión de sentir que nadie se los podía conceder. Ahora George se lo estaba ofreciendo directamente y… lo vio en los ojos de su novio. No tenían el lujo del tiempo, así que soltó el aire por los labios y cerró los ojos. — Está bien. Hazlo, por favor, George. Acabemos con esto. Pero ven con nosotros, por favor, porque no creo que me entere de nada si voy sola. — Ahora mismo vuelvo. — Dijo, saliendo del despacho.

Monica y Howard la miraron. — Alice, escúchame. — Empezó Howard. — En cuanto lo sepas, nos avisas, y si es lo que creemos, tenemos caso contra los Van Der Luyden. Podremos demostrar que nunca han actuado por el bien de tu hermano, solo en el suyo propio, y que lo están utilizando… — Monica le apretó el hombro. — ¡Eso es! Tendremos caso, tía. Tienes que ser fuerte, y mantén la cabeza fría. De hecho, tú entra ahí al notario ese como si tuvieras millones ¿vale? — Eso la hizo reír un poco, a pesar de la tensión. Le dio la mano a Marcus y asintió. — Vale. — Se mordió los labios por dentro. — Los Gallia siempre asumimos lo que nos toca ¿no? — Asintió. — Y no estoy sola. — Que eso le sirviera para coger fuerzas al menos.

No dejaba de sorprenderla el hecho de poder ponerse en contacto con las personas adecuadas y que, en menos de una hora, estuvieran en otro edificio mágico importante de Nueva York, entrando por la puerta de un señor que no había visto en la vida, y que le tendiera la mano y le dijera. — Señorita Gallia, soy Louis Hagen, encantado de conocerla. Georgie. — Saludó tendiéndole la mano afectuosamente también. Increíble, vamos. — Usted debe ser el señor O’Donnell. — No, que ese señor lo sabía todo. — Pasen, por favor. — Y esta vez no pasaron a un despacho al uso. Este tenía una mesa redonda enorme, llena de sillas, donde todos tenían buena visión de los demás, aunque todo despedía la misma aura que el MACUSA: ostentosa, todo demasiado caro, desde la madera de la mesa a los mármoles de las paredes y las plumas que parecían de oro en el centro de la mesa. No podía sentirse más fuera de lugar.

— Me ha costado mucho que llegue aquí, señorita Gallia. — Afirmó Hagen, sentándose y hechizando un montón de papeles que surgieron en el centro de la mesa. Ella le miró intrigada. — Y al final ha venido usted sola. — Dio unos golpecitos sobre las carpetas. — Este es el testamento de su tía abuela Bethany Adley Levinson. Y es un testamento que hasta ahora no ha podido leerse en su totalidad, por no estar usted presente. Dos años lleva aquí. — Alice parpadeó y sintió el corazón en las sienes. — Al no estar presentes los otros dos herederos, no puedo proceder a su lectura legal, pero sí puedo informarle de cuál es su parte en él y darle esto. — Le tendió un sobre en el que ponía “a los hijos de mi querida Janet”. Alice la cogió temblorosa y miró confusa a sus acompañantes. — Es una carta que la señora Levinson me dejó, cuando supo que su madre, la señora Gallia, había fallecido, y vino a cambiar el testamento. — ¿Y para qué lo cambió? — Preguntó con voz ausente. — Para añadir una cláusula por la cual usted y su hermano Dylan Gallia son los herederos del capital de la señora Levinson a partes iguales, por ser descendientes directos de la heredera original, Jane Van Der Luyden, Gallia desde que se casó con su padre. Y que la herencia solo puede pasar a ustedes y solo a ustedes en vida. De no poder recibirla alguno de los dos por haber fallecido o rechazarla, pasaría a la beneficencia. — Notaba una mezcla tremenda de náuseas, nudo de garganta y mareo en la cabeza. — Ella me indicó que la carta debía ser entregada a los hijos de Jane cuando fueran mayores de edad. Ya que su hermano aún no lo es, es toda suya. — Se le pasaban muchas cosas por la cabeza, pero solo se le ocurrió preguntar una. — Ha dicho tres… Dylan y yo somos dos… ¿Quién es el tercero? — El notario suspiró. — Eso técnicamente no puedo decírselo, señorita, a no ser que la señora Levinson lo especifique en esa carta. — Miró a Marcus y, con dedos temblorosos, llevó las yemas de los dedos al lacre, sin saber qué iba a encontrarse allí, casi sin creer que era real.

 

MARCUS

Todo apuntaba, entonces, a que los herederos de Bethany eran Alice y Dylan. Eso explicarían por qué querían al niño: al ser menor de edad, se apoderarían de su herencia hasta que tuviera la mayoría, y de aquí a entonces a saber cómo la habrían empleado. No podían hacer lo mismo con Alice. Lo que aún no entendía era, ¿por qué no deshacerse de los herederos entonces? Sería tan fácil como... No, no lo podía pensar. Le recorría un escalofrío de miedo por todo el cuerpo. Habían accedido a la información de los Gallia, a llevarse a Dylan, con tanta facilidad, que de haber querido... Para, Marcus, no lo pienses, se dijo mientras se frotaba la cara y el pelo. Su familia no dejaba de decirles que los Van Der Luyden no dejaban muertos a sus espaldas. Pero de unas personas interesadas en las riquezas hasta semejante punto y desesperadas por una herencia no te podías fiar.

Ahora tocaba convencer de ello a Alice, porque su novia no dejaba de buscar subterfugios para negar lo que cada vez más resultaba una realidad evidente. Tal y como ella decía, ahora les quedaba un día entero hasta salir de la intriga. Se le iba a hacer eterno, y se estaba viendo toda la noche intentando tranquilizarse a sí mismo y a su novia... Pero George tenía otros planes. Marcus le miró con los ojos muy abiertos y empezó a asentir. Sí, por favor, necesitaban ya salir de esa duda, no aguantaban más. — Gracias. — Le dijo a George de corazón antes de que saliera, y vio cómo Monica le daba un codazo a su marido. — Slytherins y sus contactos ¿eh? —

Le dio la mano de vuelta a su novia, tratando de sonreír, y se sumó a las palabras de los mayores. — Tenemos caso, Alice. Estamos muy cerca de resolver esto. Estamos más cerca de tu hermano cada día. — Era todo lo que podía ver e importarle en ese momento, resolver aquello, encontrar por fin una respuesta. Aunque necesitaba saber cuál era esa maldita cláusula para quedarse tranquilo de que Alice y Dylan estaban verdaderamente a salvo, tenía que haber algo, si no, iba a entenderlo todo menos todavía.

Llegar a ese edificio y que el notario recibiera a Alice como si la estuviera esperando desde hacía tiempo no sabía si le impactaba más, le alegraba o le ponía más nervioso si era posible. Le estrechó la mano cuando le saludó a él. — Un placer. — Respondió con educación y tratando de mostrarse lo más seguro posible en un edificio tan formal y opulento, y que no le temblara la voz como a un niño sobrepasado por sus circunstancias. Contuvo también sus reacciones con las primeras palabras del hombre, cuando ya estaban todos sentados a esa mesa. Definitivamente, la estaba esperando. Ese testamento no solo era muy importante, es que apuntaba directamente a Alice y Dylan, y ellos sin ser conscientes ni lo más mínimo. Y ni siquiera habían podido leerlo entero... Debía haberse vuelto loco de remate ante tanta tensión, pero casi le da por reír. O sea que esos tipos tan poderosos llevaban dos años intrigados con lo que pondría en ese testamento por no estar los hijos de Janet, la hija a la que repudiaron, presentes para leerlo, y sin poder tener acceso a nada. Merecido lo tenéis.

Dejaría sus fantasías vengativas para otro momento porque ahora más le convenía atender. Y entonces, lo dijo. La cláusula. Ahí sí que no pudo contener sus reacciones, porque abrió mucho los ojos y, acto seguido, se echó lentamente hacia atrás en el respaldo, cerrándolos y respirando con alivio. Eso, eso era lo que necesitaba. Necesitaba la seguridad de que no podían hacerles nada a Alice y Dylan y ya la tenía. Lo demás, honestamente, le daba igual. Marcus, en ese momento, solo veía tres cosas: Alice y Dylan estaban a salvo, matarles no serviría absolutamente de nada, porque igualmente la herencia no se la podrían quedar, eso era lo primordial que necesitaba saber; en segundo lugar, ya sabían por qué tenían a Dylan, y ahora tenían muchísimas bazas a emplear en su favor, era cuestión de organizarse; y, como tercer punto... lo sentía pero no podía dejar de producirle un inmenso placer saber que esa gente se iba a dar de bruces contra una pared y que no iban a ver nada de esa herencia. No sabía quién era Bethany Levinson pero acababa de ascender puestos entre sus personas favoritas del mundo. Y pensando todo esto, en la cabeza de Marcus no estaba el imaginario de si la herencia era de un solo galeón o de mil millones. Le daba igual. Quería a Alice y a Dylan a salvo. Quería a su familia de vuelta. Y quería una restauración del honor de Janet y del daño producido. Y todo eso lo iba a tener, más tarde o más temprano. Se acababa de quitar un enorme peso de encima.

Tan tenso había estado y tan aliviado había quedado después, que se le había pasado un dato por alto: efectivamente, el notario había mencionado a tres herederos. Pensar que la señora Levinson había cometido la torpeza de pensar que Janet tenía tres hijos en lugar de dos le parecía improbable. Quizás el tercero era alguien de la familia de los Levinson. Claramente, no era uno de los Van Der Luyden que acechaban como fieras, y por lo tanto a Marcus le daba bastante igual quién fuese. Miró entonces a Alice. Tenía la carta en sus manos, y la veía tan nerviosa que no sabía si llegaría a entender lo que quiera que fuese que ponía. Quedó expectante a que ella la leyera, conteniendo la respiración y la euforia por saberse salvado de aquella situación. Esperaba que la carta no incluyera alguna sorpresa de última hora que le tirara la alegría por el suelo. En el silencio sepulcral de los presentes, Alice leyó la carta, pero efectivamente veía en sus ojos lo sobrepasada que estaba, y cómo, en cuanto terminó, se la tendió a él mismo para que la leyera. Miró al notario. — ¿Puedo? — Preguntó, no sabía hasta qué punto podía proceder con el testamento de una persona que no le tocaba absolutamente nada. El hombre dijo con normalidad. — Si la actual propietaria de la carta da su consentimiento... — Pues lo daba, obviamente, así que, tras intercambiar una fugaz mirada con los presentes, respiró hondo y se dispuso a leer.

A los herederos de mi querida Janet.

Vosotros no me conocéis, pero yo soy vuestra tía abuela Bethany. A estas alturas de la vida, estoy segura que pensaréis que toda vuestra familia americana está compuesta por monstruos, y no os faltaría razón. Yo, como todo el resto de personajes trágicos de esta historia, no soy un monstruo, pero sí una cobarde. Y una mentirosa, todo sea dicho, y mis mentiras han afectado al pobre Aaron, para el cual he reservado algo especial también en este testamento.

Desde que nací, tengo un don, o una maldición, que es la legeremancia. Mi madre lo supo desde que yo era pequeña, porque lo había heredado de ella, y me ayudó a ocultarlo y sobrellevarlo, con la esperanza de que mi padre y nuestro entorno no pudiera usarme como la habían usado a ella. Oculté mis poderes, sí, pero mi condena fue saber de qué clase de personas estaba rodeada. Tanto los Adley, mi familia de sangre, como los Levinson de mi marido, como los Van Der Luyden, de los que nunca pude desvincularme, pues todos formábamos parte de la misma burbuja de la altísima sociedad mágica americana, se revelaban ante mis poderes como las peores personas imaginables, dispuestas a todo por un trocito más de poder o un solo billete más en la cartera. Los pensamientos de los hombres eran grandilocuentes y repugnantes, y los de las mujeres, maquiavélicos y retorcidos, empapados de apariencias e insertos en una rueda en las que se las metía desde pequeñas y las enseñaba a ser amas de casa y grandes señoras, y las incitaba a hacerse daño entre ellas y sacar el mayor rendimiento posible a su marido. No es de extrañar que, cuando me casaron con Charles, yo no quisiera traer más niños a este sistema putrefacto, y menos si iban a heredar esta maldición, por lo que acudí a un médico nomaj que se asegurara de que nunca pudiera ser madre, aunque hice creer a todos que era un problema natural en mí. La supuesta vergüenza y lacra que me cayó por parte de nuestro enfermo sistema nunca me importó lo más mínimo, tenía muy clara mi decisión.

Nunca quise formar parte de esa rueda, pero, al igual que mi sobrina Lucy, tampoco tuve nunca ni la valentía ni la bondad suficiente para huir, no hubiera sabido cómo, al fin y al cabo, no quería renunciar a la vida que llevaba. Fue Janet quien lo cambió todo. Desde pequeña, podía leer, día a día, cómo ella era diferente, cómo ella rompería la rueda. Su cabeza era el sistema más tierno y hermoso que jamás he podido escrutar, era la primera persona que conocía que había nacido en este nido de serpientes que no se había dejado contaminar, que tan solo miraba por la felicidad, volcada en los demás, ocultando su don, como había hecho yo. Solo que su don era la bondad. Ya entonces supe que ella era la razón por la que yo tenía aquel don, por la que yo aguanté, como tantas otras, mi matrimonio arreglado. Yo le daría a Janet lo que necesitara para ser libre y huir, como habría querido hacer yo, y ella lo merecería más que nadie.

Y entonces, todo se precipitó. Cuando me enteré, por sus pensamientos, de que Janet estaba enamorada de William, pensé: este no es el momento. El dinero para Janet debía ser cuando yo muriera, para que no tuviera represalias para ninguna de las dos: yo estaría muerta y ella huiría. Janet fue más rápida que mis designios y mi hermana también. Obligó a Janet a renunciar a su apellido, y por lo tanto a su conexión conmigo, y me ató las manos legalmente. Yo estaba sola y enferma, y cuando quise actuar ya era tarde. A todo he llegado tarde en la vida.

Nunca imaginé que viviría dos años más que mi pobre Janet, su muerte me atormenta día y noche. Pero puedo hacer una última cosa bien: dejaros a vosotros, sus hijos, lo que un día debió corresponderle a ella, asegurarme de que no os extorsionarán ni jugarán con vosotros. No, el dinero y el poder nos han atado incluso a los que teníamos más principios y moral, por el miedo a quedarnos sin nada. Porque ese es el activo más importante de estas familias: el miedo. Bien, vosotros, siendo hijos de Janet, no impondréis ese miedo, pero sí tendréis poder, al menos poder suficiente para enfrentarles. Yo me voy con mi Janet y espero que, en la próxima vida, sepa perdonar a esta vieja enferma, que no supo defenderla como debía.

Para Aaron, mi otro sobrino: sé que apenas me conoces. He huido de ti desde que supe que eras legeremante, que tú también estabas maldito. Mi miedo a que me descubrieran era superior a la pena que me daba lo que tu abuela hacía contigo. Me aterrorizaba que pudiera hacerlo conmigo. Si aún tengo mano para arreglar esto: te lego mi casa. Quizá, por lo que he oído de ti estos años, no te sientas seguro o en tu hogar o en ningún lugar, pero es una buena casa, valdrá mucho dinero, y es lo mínimo que puedo hacer por otro pariente al que tuve demasiado miedo para poder ayudar.

Espero que todos los que leáis mis palabras aprendáis de mi historia: cuando no se toman decisiones valientes, siguiendo la conciencia de uno, te arrepientes. Para siempre. Solo espero poder arreglarlo mínimamente.

Bethany (Adley) Levinson.

 

ALICE

Las palabras leídas en la carta de su tía se fueron posando sobre su cerebro poco a poco, mientras Marcus leía la carta. Prácticamente había escogido ignorar el hecho de que la legeremancia era hereditaria, que muy pocas veces surgía porque sí, lo cual significaba que había una alta probabilidad de que en su familia hubiera legeremantes también… Simplemente no había contado con ello. Resopló y se pasó las manos por la cara.

Al menos, antes de morir, Bethany Levinson había sido sincera, pero antes de eso, había guardado silencio sobre el sufrimiento de su madre, sabiendo que era buena, sabiendo que estaba enamorada de su padre, sabiendo que su propia madre la odiaba y conspiraba contra ella… Bethany había sabido ser valiente en momentos muy concretos de su vida, pero, como ella misma había dicho, había sido una cobarde la mayor parte del tiempo. Y ahora tenía ahí la prueba de que todo ese dinero era suyo por… ¿Por qué? ¿Por mala conciencia? ¿Por mala suerte? ¿Solo por ese sucio dinero se habían llevado a su hermano? Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero se contuvo, mirando al notario, solo para dejar las cosas claras. — ¿El tercer heredero es Aaron McGrath, con la casa? — Hagen pareció dudar, pero Alice señaló con la barbilla la carta. — Lo dice ahí. — El notario suspiró y asintió. — ¿Y por qué no le ha avisado? — Porque de él no dice nada en la cláusula y, a título personal, temía por su integridad mientras aún conviviera con los Van Der Luyden, o con sus padres para el caso. Quise buscarle después de que se fuera, pero resultó imposible. — Sí, ya, claro, como que se había estado escondiendo a conciencia. Alice suspiró muy fuerte y se echó para atrás en la silla.

— Perdone mi desconocimiento en estos temas, señor Hagen, ¿pero esto qué significa para mí? — Significa que es usted heredera de la mitad del capital de Bethany Levinson desde hace casi dos años y que, siendo mayor de edad, puede acceder a su parte tan pronto se lea el testamento. — Volvió a suspirar y parpadeó. — Lo de que se lea el testamento… significa que tenemos que estar presentes las tres partes ¿no? — Así es. — Resopló de nuevo, y ya Hagen debió entender que estaba agobiada y perdida. — Su hermano es el único menor de edad, así que tendría que estar presente su tutor legal, al cual se considera administrador de tal dinero hasta que el menor cumpla la mayoría de edad. Traté de entrar en contacto con su padre, pero no recibí respuesta. Pero tampoco podía darles por fallecidos a usted y su hermano, porque aparecen como ciudadanos británicos, solo que inalcanzables. No era fácil contactar con ustedes sin tener a su familia encima. — No son mi familia. — Dijo Alice en tono quebrado, con una mano sobre los ojos, tratando de calmar el tremendo dolor de cabeza que tenía. — Los Van Der Luyden ya han estado aquí ¿verdad? — Hagen asintió, y con un tono un poco culpable dijo. — Son los tutores legales de su hermano ahora. — Cautelares. — Dijo George con su grave voz, hablando por primera vez en un rato. — No deberían poder tener acceso a la herencia al ser cautelares. — Hagen suspiró. — Solo tienen acceso a la herencia si los tres herederos se ponen de acuerdo en la repartición. Que sean cautelares o no, da igual, son los representantes de Dylan. — ¿No puedo renunciar a esto? — Preguntó, a la desesperada. George la miró y sabía que Marcus también estaría haciéndolo. — Por supuesto. La herencia es su derecho, señorita Gallia, puede tomarlo o dejarlo. Si renunciara a ella, la señora Levinson dejó escrito que se donara a la beneficencia. — Alice… — Empezó George, pero ella ya no pudo más y se echó a llorar. — Todo esto ha sido por el dinero. Por el cochino dinero que nunca hemos pedido. Me han separado de mi hermano, nos han hecho sufrir a todos, todo por el sucio dinero, ¿cómo voy a quererlo? Solo quiero recuperar a mi hermano. No me importa este dinero, no me importa la conciencia de Bethany Levinson, no le remordió tanto la conciencia cuando dejó que hicieran sufrir a mi madre, o cuando no vino a su funeral. No quiero nada de todo esto, solo quiero a mi hermano. — Y, durante unos segundos, la dejaron llorar, hasta que Hagen llamó su atención. — Señorita Gallia, escúcheme. — Ella levantó la vista. — Si cree que su familia se va a conformar… — ¡Que no son mi familia! — Contestó, más alto de lo que debería a un desconocido que además no estaba siendo desagradable con ella. — Me temo, señorita, que los considere usted o no, los Van Der Luyden son, a efectos legales, su familia. Y ellos no se van a conformar con quedarse la parte de Dylan y dejárselo a usted solo porque ya no tendrían acceso a su parte. Si usted renuncia a esta herencia y va a la beneficencia, como dispuso su tía, no van a devolverle a su hermano. — Volvió a dejar caer el rostro en las manos y lloró. — No puedo más. No sé qué más hacer. No quiero nada suyo, solo quiero volver a Inglaterra con mi hermano. — No es suyo, Alice. Es tuyo. Y de Dylan y Aaron. — Dijo George, poniéndole una mano en la espalda. — Que no se te olvide eso. Todo esto es vuestro. Tú puedes hacer lo que consideres con ello, pero es vuestro, no de los Van Der Luyden, y sé que estás cansada y sobrepasada. Pero todo esto, es vuestro. — Dijo dando con el dedo en la carpeta del testamento.

 

MARCUS

Sentía una mezcla de emociones tan extraña y tan intensa, y a la vez se sentía tan paralizado, con el cerebro a mil, pero no pudiendo pensar nada concreto, que no sabía ni cómo reaccionar. Conforme leía la carta de Bethany se le iba descolgando la mandíbula poco a poco, y cuando la terminó miró a Alice. Era descorazonadora, sí, pero... para ellos, no podían ser mejores noticias. Se hacía por fin justicia con Aaron y con los Gallia, con la memoria de Janet, ¡y tenían las respuestas que querían! Tenían motivos y armas contra los Van Der Luyden. Sentía rabia por lo injusto y lo absurdo, y una sensación de angustia residual que dudaba que se le fuera hasta que se viera con Dylan en Inglaterra. Pero, sobre todo, sentía su alivio y su euforia creciendo por instantes.

Alice no estaba así, solo tuvo que verle la cara. Podía entenderlo, no obstante: demasiada información y demasiado impactante para ella, pero nada que no pudieran razonar debidamente cuando estuvieran más relajados. Era solo cuestión de dejar eso madurar y trazar su siguiente estrategia, y cuando quisieran darse cuenta, Dylan estaría de vuelta con ellos, y además ese dinero iba a venirle a los hermanos estupendo para sus estudios y sus proyectos de futuro. No podía creerse cuánto de bien iba a resultar salir todo aquello, si bien se podían haber ahorrado todo aquel sufrimiento.

Lo que dijo el notario sobre Aaron tenía sentido e hizo que Marcus cerrara los ojos y soltara aire por la nariz con rabia. Tener que vivir así... A nivel personal, no eran muy compatibles, pero ahora se arrepentía de sus reticencias con respecto a Aaron (justificadas, más de haber sabido cómo era esa familia realmente como lo sabía ahora), porque con el chico habían sido muy injustos y le estaban arruinando la vida. Si le aceptaba la opinión, le sugeriría que vendiera esa casa y se buscara la vida bien lejos de allí, y por lo que iba conociendo de Aaron veía muy probable que hiciera justo eso. El notario siguió explicando a Alice lo que significaba todo aquello, porque la pobre estaba tan sobrepasada que o no podía o no quería entender. La conocía lo suficiente como para intuir lo que estaba pensando... aunque no dejó de sorprenderle la reacción, y eso hizo que la mirara súbitamente ante la propuesta.

¿Cómo que renunciar? Bueno, entendía lo que el miedo podía hacerte pensar. De hecho, era perfectamente normal pensar "si digo que no a esto, se acabará y volveré a mi casa". Él mismo había querido pulsar ese botón muchas veces en todo ese mes, pero no existía tal cosa. Renunciar ahora, tal y como George explicaba, no serviría de nada. Los Van Der Luyden ya habían dado por hecho que no tendrían la parte de Alice, era la de Dylan la que importaba, y por culpa de la maldita medida cautelar que les hacía tutores, su hermana no tenía potestad para decidir sobre ello. Pero su novia estaba destrozada y empezó a llorar con desconsuelo, y Marcus a incomodarse. De hecho, miró a los dos hombres pidiendo con los ojos que la dejaran tranquila, y eso hicieron, aguardar en silencio a que se calmara para no agobiarla más. Pero conocía esa incansable mente de Alice que daba vueltas y vueltas, y no iba a dejar de hacerlo estando allí.

Estaba todo dicho, pero veía a su novia sobrepasada, por lo que decidió que era el momento de tomar el timón. — Esta carta ya es suya ¿no? Puede llevársela. — Así es. — Afirmó el notario. Marcus la tomó, la plegó y la guardó en uno de los bolsillos de su novia, con delicadeza pero con presteza, agarrando sus manos justo después y mirándola a los ojos, hablándole con voz suave. — Alice. Cariño, escúchame. — Buscó sus ojos con la mirada. — No tenemos por qué tomar la decisión ahora. Ya tenemos la información, era lo que queríamos y necesitábamos. Ya lo sabemos. Vámonos a casa. Hemos ganado un día, pensémoslo así, así que vamos a casa, relajémonos y, cuando estemos más calmados... pensamos, y valoramos. Pero hemos avanzado muchísimo. — Apretó sus manos y trató de sonreír. — Hemos avanzado muchísimo, créeme. — Alzó la mirada a George. — Muchísimas gracias. — No hay de qué. Os acompaño a casa. — Comentó, tan sereno como siempre, pero se le veía genuinamente preocupado por ellos. Miró al notario. — Gracias por recibirnos con tanta rapidez, señor Hagen. — Quedo a la espera de lo que necesiten. Cualquier cosa, ya saben dónde encontrarme. — Miró a Alice. — Es normal que esté sobrepasada, pero esto son buenas noticias para usted, señorita Gallia, en cualquier caso. Valórelo bien. — Marcus asintió, conteniendo una sonrisa leve y mirando a Alice con la expresión más tranquilizadora que encontró.

No tardaron nada en aparecerse en casa, y Maeve salió rápidamente a recibirles, con Aaron pisándole los talones. — ¿Qué ha pasado? Ay, George, cielo. — Hola, Maeve. — Contadme. Mi niña, vienes llorando, ¿qué pasa? — Es largo de contar. Necesitan serenarse un momento, pero tenemos caso. — Dijo George, sereno, provocando un gritito de alivio en la mujer. Pero Marcus tenía la mirada clavada en Aaron, que ya les había alcanzado, y soltando un poco de aire por la boca, dijo. — Tenemos que hablar contigo. —

 

ALICE

Cómo no, Marcus tenía razón y deberían irse, aunque no le apeteciera demasiado enfrentar esas decisiones de las que todos se empeñaban en hablar. George parecía dispuesto a acompañarles, y ella estaba dispuesta a dejarse llevar, pero el notario se dirigió hacia ella. ¿Buenas noticias? Bueno, aquel notario y ella tenían concepciones distintas de lo que eran buenas noticias, pero en fin, parecía que al menos estaba en contra de los Van Der Luyden, y eso le ponía de su lado, y era paciente y eficaz, así que solo asintió y le dio las gracias, porque no iba a ponerse a discutir en ese momento con alguien que no le había hecho nada.

Maeve y Aaron les estaban esperando, y solo entonces se dio cuenta de que seguía llorando, así que simplemente resopló y se limpió la cara. — Estoy bien, Maeve… Es… — Dejó salir otro sollozo y volvió a resoplar. — Estoy un poco agobiada porque es mucha información y… — Sorbió y trató de regular la respiración. Maeve la hizo sentarse en las sillas del porche y le trajo agua, pero la atención de Alice se había centrado en Aaron, que había aparecido por ahí, y Frankie, alertado de su presencia, también.

¿Cómo se decía eso? ¿Cómo le decía que hubo alguien en la familia que siempre supo de su sufrimiento y nunca hizo nada? ¿Qué era una casa comparada con eso? Su primo se sentó a su lado y la agarró de la mano que tenía libre. — Gal, ¿qué pasa, por Dios? — Ella tragó saliva y le tendió la carta. — Esto es… una carta de Bethany Levinson. Hemos estado con el notario que lleva su testamento. — Inspiró y Aaron cogió la carta pero no la abrió. — ¿Eres la heredera? — No solo yo. Lee la carta, Aaron, fue una de sus últimas voluntades. — Se levantó y miró a la nada, abrazándose a sí misma, mientras esperaba la reacción, igual que los demás, pero intentando darle espacio. — ¿La tía Bethany era legeremante? — ¿Cómo? — Preguntó Frankie, alucinado. George, que tampoco había llegado a ese dato, porque no había leído la carta, abrió mucho los ojos. — ¿Me evitó toda la vida? — Preguntó, dolido como un niño. Alice se giró y asintió, mordiéndose los labios de rabia. Aaron parecía estar parecido a ella, sin terminar de asimilar. — Entonces… ¿los herederos de la señora Levinson sois vosotros? — Ella suspiró y se sentó junto a Aaron. — Mi hermano, Aaron y yo. — Confirmó ella. — Él de la casa de Long Island donde ahora vive Teddy, y Dylan y yo de la fortuna a medias. — Frankie dejó escapar un silbido y una inocente sonrisa. — Pero, Alice… eso… ¿Eso significa que sois millonarios? — Preguntó emocionado. — No exactamente, papá. — Se apresuró a matizar George. — Significa que Alice y Aaron son dueños de su herencia en cuanto se lea el testamento, pero Dylan es menor, así que su herencia es de sus tutores legales. — Entonces todos parecieron caer en lo que aquello significaba, y el peso de la información les dejó callados.

El silencio lo rompió Aaron. — Pero… ¿la casa es mía mía? ¿No de mis padres ni nada eso? — Maeve le puso las manos en los hombros. — Exactamente, cielo, tuya y de nadie más. Claramente, tu tía Bethany quiso compensar con esto lo que no hizo en vida. — Así es como hace esa gente las cosas. — Dijo Alice ausente, mirando a la nada. — Todo este sufrimiento… no se circunscribe solo a este mes, a estos dos años de persecución… Se remonta a ti, a toda tu vida. — Dijo mirando a Aaron. — Y a mi madre, maltratada por sus padres y dada de lado por la sociedad… Todo por no querer formar parte de la rueda. — De nuevo se hizo el silencio y ella se llevó las manos a la cara. — Todo esto ha sido por unos millones que jamás hemos pedido, que no queremos. Nosotros solo hemos querido estar juntos, ayudarnos como pudiéramos… no esto. Nunca esto. Odio a esa gente, odio su dinero, odio todo lo que representan… Odio que Bethany Levinson supiera que mi madre era un alma pura y creyera que dejándonos el dinero podía arreglar algo. — Bebió agua y volvió a suspirar. — No soy una Van Der Luyden, ni Adley, ni nada. No quiero nada de ellos. — Aaron seguía un poco en shock, y solo acertó a preguntar. — ¿Mi madre sabe esto? — Alice negó, con la mirada perdida. — Ni tus abuelos. La carta la he abierto yo. Nadie más que Bethany sabía lo que ponía. Bueno y Hagen, que ha leído el testamento. — De nuevo se tapó los ojos y dijo. — Necesito echarme en la cama porque no puedo con este dolor de cabeza. — Se levantó y miró a Marcus. — Habrá que contárselo a las familias… pero ahora no sé ni cómo decírselo. — Miró a los demás. — Perdonadme, pero es que necesito estar sola y cerrar los ojos. — Y los dejó allí, con intención de oscurecer la habitación y encerrarse sola, con sus pensamientos y sus informaciones. Y, más presente que nunca, con el fantasma de su madre.

 

MARCUS

Dejó un beso en su pelo con delicadeza y salió de la habitación, cerrando lentamente la puerta. Al oscurecer el entorno y pasar tanto tiempo en la cama, después de todo lo vivido aquel día, Alice había acabado quedándose dormida. Quería hablar con sus padres, y quería hacerlo con ella, que al fin y al cabo era la protagonista de todo aquello... pero le daba pena despertarla, y conociéndola, casi que iba a agradecer no tener que revivir todo el momento y reescuchar una información a la que ya le estaría dando suficientes vueltas. Por esto, prefirió tener la conversación solo. Le pidió a Aaron que le dijera lo que estaba haciendo si se despertaba y que podía unirse si quería o no hacerlo si no le apetecía, lo dejaba en su mano. Tomó el espejo y se encerró en la habitación de Jason.

— Hola. — Casi suspiró, sin poder evitar una sonrisa aliviada. Solo eso puso a sus padres prácticamente en alerta. — ¿Cómo ha ido en el MACUSA? ¿Alguna novedad? — Preguntó Arnold, deseando saber. — ¿No está Alice contigo? — Fue la pregunta de Emma, que viendo el sospechoso alivio de su hijo y la aún más sospechosa ausencia de su nuera, tenía que preguntar. — Está descansando... Ha sido un día intenso y necesitaba dormir, y me ha dado pena despertarla. Pero tenía que hablar con vosotros... Sí, sí que ha habido novedades. — Y, con el mayor orden que pudo y tratando de no acelerarse al contarlo, por la propia euforia de verse tan cerca del final, narró todos los hechos.

Arnold estaba con la mano en la barbilla y la mirada perdida, negando con la cabeza, sin dar crédito. Pero Emma le miraba con ojos brillantes. Lo estaba viendo: estaba viendo la sonrisilla maliciosa asomando sus labios. Marcus compartió una mirada silenciosa con ella y soltó aire por la boca. — Tenemos caso, mamá... Solo quieren el dinero. Y no pueden acceder a él. — Notaba que Emma estaba aguantando las ganas de reír de propia venganza, pero se recompuso y preguntó, tranquilamente. — ¿Cuándo tenéis cita para la lectura del testamento? — Marcus perdió la sonrisa. Esa pregunta no se la sabía. — Bueno... acabamos de enterarnos de que esto existe. No teníamos ni idea, y... evidentemente, no hemos hablado con los Van Der Luyden. — ¿Qué opina Alice de todo esto? — Preguntó su padre, como si tal cosa. Marcus ladeó varias veces la cabeza... y ahí vio la expresión de su madre cambiar. — ¿Cuál ha sido la reacción de Alice? — Insistió. — A ver... Estaba muy sobrepasada. Esto ha sido inesperado, es... mucho dinero de golpe, y mucha información sobre la familia de su madre. Ella no quería nada de ellos así que... Bueno, su primera reacción ha sido obviamente preguntar si podía renunciar. Y en ese caso se le daría a la beneficencia, que está muy bien. La cuestión es que... — No se puede hacer eso con la parte de Dylan. Ella dispone de su parte, no de la de él. — Dijo su madre. Marcus asintió. — Efectivamente. — La verdad es que... — Aportó Arnold, meditando mientras hablaba, con tono tranquilo. — ...Janet estaría muy orgullosa de esa decisión. Me parece muy bien que este dinero vaya a la beneficencia, después de tanto... — De ninguna manera. — Cortó Emma, mirando a su marido. Luego le miró a él. — Esa herencia era de Janet, y ahora es de Alice y Dylan. No tiene ningún motivo para renunciar a ella. — Emma... — Dijo Arnold, con un suspiro casi triste. — Es comprensible que la chica no quiera nada que venga de esa familia. — Esa familia repudió a su madre y le ha quitado a su hermano para tener más riquezas. — Precisamente. — Precisamente. — Repitió Emma, pero con tono mucho más cortante. — Pertenece a ellos dos. No les va a devolver a su madre, pero va a respetar su memoria y a reparar mínimamente el daño. ¿Crees que esa Bethany Levinson tenía ningún tipo de caridad benéfica? Lo que quería era golpear donde más dolía a los suyos. Ha dicho la beneficencia como podía haber dicho lanzar el dinero a una hoguera. Es casi irrespetuoso. Y a los Van Der Luyden les va a doler más que se lo queden los hijos de Janet. Es lo justo, Arnold. Por no hablar de que pienso informar de todo esto a Edward para que lo utilice como baza legal contra esa gente. No le han quitado la custodia a William porque no lo consideren apto, literalmente han raptado a un niño para manejar su dinero. —

Se generó un leve silencio. Durante el discurso de su madre, tajante y con la voz dura e imperturbable de siempre, su padre había permanecido con la mirada perdida y ligeramente agachada. Tras unos instantes, el hombre respiró hondo y dijo. — No lo sé, Emma... Conoces a Alice. Y a William. No van a utilizar ese dinero alegremente sabiendo de dónde viene. — Que lo guarden en una cámara de Gringotts y lo empleen en cosas útiles. Nadie está diciendo que se compren un barco con él. — No es eso, Emma. Es... — ¡Por favor, Arnold! No me vengas con melindres ni historias lacrimógenas. Seamos prácticos. — No quieres practicidad, Emma, quieres vengarte. — Por supuesto que quiero vengarme, y tú también deberías, y la hija de la repudiada y hermana del raptado, ni te cuento. Pero independientemente de eso, que al menos todo esto haya servido para algo de utilidad. Estoy cansada de escuchar a una chica con las inquietudes de Alice suspirar porque no tiene dinero para libros, por mucho que disimule. Y no me digas que no te has dado cuenta porque no me lo creo... — Hijo. — Su padre le miró, dándole paso, porque la verdad era que Marcus llevaba asistiendo al cruce de opiniones un buen rato sin aportar nada. Y dándole muchas vueltas a la cabeza. — Espero que tengas claro que esta decisión solo compete a Alice. — Por supuesto. — Tendremos que dejar que decida ella, y respetar lo que diga. ¿De acuerdo? — Pero Marcus, ante la pregunta de Arnold, intercambió una mirada con su madre. Tardó en responder... hasta que dijo. — Yo estoy con mamá. — Emma se irguió, sabiéndose ganadora, y Arnold pareció sorprendido por su respuesta. — No podemos permitir que ganen ellos. Quiero a Dylan de vuelta cuanto antes, pero también quiero lo que corresponde a Janet y a sus hijos por derecho. Cualquier otra cosa sería darles la razón. — Hijo... — Como bien has dicho, Arnold. — Interrumpió ella. — Que decida ella. Es la heredera y la primera interesada. Así que dejémosla descansar y madurar la situación con tranquilidad. No se toman decisiones tan difíciles como esta en caliente. Ni sin la orientación adecuada. —

Notes:

¡BOOM! Os dijimos que venían curvas, pero sabemos que a alguno ya se os había ocurrido esta resolución. ¡Por fin sabemos el por qué de todo esto! Menuda tensión. ¿Os lo visteis venir? ¿Qué creéis que pasará a continuación? ¡Queremos leeros!

Chapter 28: I'm here protecting you

Chapter Text

I’M HERE PROTECTING YOU

(1 de septiembre de 2002)

 

LEX

— O’Donnell, este año serás tú el capitán del equipo ¿no? — Miró con leve sorpresa a su compañero, cambió la vista a ninguna parte, pensativo, y terminó de masticar antes de decir. — Bueno… alguien lo tiene que ser. Hay que pasar por las pruebas primero. — Tío, no jodas, eres el mejor con diferencia. Sería un error no ponerte a ti. Lo más lógico es que lo seas. — Parpadeó levemente, mirándole de nuevo. — ¿No querrías serlo tú? — Lo que quiero es quitarte el puesto el año que viene. — Eso provocó varias risas, la suya incluida. — No voy a estar el año que viene, capullo. — Pues eso. No quiero heredarlo de un mierdas. — ¡Eh! ¿A quién llamas mierdas? — Dijo entre risas otro del equipo, pero Stanley siguió. — Quiero heredarlo de un tío del que pueda decir… “¿veis qué bueno era? Pues le he superado”. — Ya, pues más te vale entrenar entonces. — Rieron de nuevo. Ese año se había propuesto… intentar ser más sociable. Mandaba huevos: el año que no tenía ni a su hermano, ni a Alice, ni a la mitad de su equipo de quidditch, ni por supuesto a su novio, era el año que quería ser sociable. Más que querer… había aprendido que no ganaba nada aislándose. Y suficiente gente le faltaba ya en Hogwarts como para encima hundirse más. Al final, él no dejaba de ser un Slytherin y… mentiría si dijera que no se había planteado ser capitán del equipo, y además era ya de los mayores del castillo, y no iba a tener que aguantar ni las niñatadas de Hughes ni a los dos McKinley dando por culo, cada uno a su forma. Y Greengrass era un tío íntegro, quería pensar que haría el ambiente un poco menos hostil en su sala común. Sus intenciones eran buenísimas… las circunstancias, bastante mejorables.

Porque si algo le tenía jodido en extremo era el asunto de Dylan. Al final, había llegado a Hogwarts y el niño no había vuelto, ni su hermano ni Alice. Sentía un fuerte dolor en el pecho de pensar que ya no podrían estar prácticamente nada en contacto, y él se quedaría con la duda de qué estaba pasando, el miedo a que les ocurriera algo y las ganas de matar a todos los Van Der Luyden uno por uno. Mejor no lo pensaba: estaban en la cena tras la ceremonia de selección y, cumpliendo su primer propósito, se había sentado con los del equipo de quidditch de su casa, precisamente, por socializar. Pero poco a poco se iban todos acercando a los amigos de su curso, y Lex, el mayor del equipo y con poco entorno social en general, había vuelto a quedarse solo. Una cosa era socializar un poco más y otra liarse a hablar el primer día con gente a la que solo conocía de cruzársela por la sala común. Podría intentar hablar con los de su curso… pero había terminado de comer, quería ver a otras personas.

Fue a su primera parada: la mesa de Ravenclaw. Charló un poco con Donna, que ese año se encontraba en una situación muy parecida a la de él, y lo cierto es que se sintió bastante cómodo. A su hermano le gustaría saberlo… En fin. Tenía alguien más a quien buscar, así que cambió el foco de su mirada… pero no la vio. Y eso era raro. Algo le decía que no estaba en el comedor porque se había salido. Sí que la había visto entre los chicos de su casa, y ya de entrada parecía bastante triste. Él sabía bien de aislarse. Así que, terminada la conversación con Donna, oteó un poco más el entorno y, en vistas de que claramente no estaba, fue a salir del comedor. Pero, antes de hacerlo, le dio un par de palmadas a Evans en el hombro que hicieron al chico, que estaba en tensión absoluta, sobresaltarse. — Buena suerte con el estreno, Evans. — Uf, Lex… Me va a dar algo. — Mi hermano estaba peor. — Lo dudo… — Hazme caso, mucho peor. Y a él le tocó un Creevey, eso es difícil de superar. — Eso hizo al otro reír y, ya sí, le despidió con una sonrisa afable y salió.

Era fácil encontrar a alguien siendo legeremante en unos pasillos tan desiertos, sobre todo a alguien que no se había ido muy lejos. Apenas doblando un par de esquinas, sentada en el alféizar de la ventana, se encontró a Olive, llorando. Ah, mierda, pero no empecemos así… Pensó. Joder, con lo mal que se le daba a él consolar. Además… ¿no era un poco raro que un tío de séptimo de Slytherin se sentara al lado de una niña de segundo de Gryffindor, los dos solos en un pasillo en plena fiesta? Bueno, Marcus lo habría hecho… pero claro, él era prefecto, ¿y quién iba a desconfiar de un tío como Marcus? Beh, le importaba una mierda lo que pensara la gente. Había prometido cuidar de Olive. No iba a verla llorando la primera noche y a irse como si nada, y como alguien le dijera algo se iba a llevar un buen ladrido de regalo.

En silencio, se sentó a su lado. La niña o ya le había visto llegar o le estaba esperando, porque no se inmutó ni asustó lo más mínimo. — Yo también estoy jod… triste. — Empezamos bien. Se rascó la nuca. — Lo siento… Creía que estaría resuelto el tema para cuando empezara el curso, pero se está complicando de más. — Olive sorbió un poco y se limpió las lágrimas con la manga. — He escrito esto. — Dijo con su aniñada voz totalmente llorosa. No se había dado cuenta de que tenía un papel entre las manos. — ¿Tú… sabes si Dylan podrá recibir cartas? ¿Si podría mandársela? ¿Y dónde? — Lex tragó saliva, con la mirada en el papel. — Me temo que… no se puede. No se le pueden mandar cartas, o sea… no sé… Lo siento. — Eso hizo a la niña llorar más. De puta madre lo estás haciendo, Lex. A lo mejor Dylan estaba en Ilvermorny. Lo prefería en Ilvermorny a con esa gentuza, la verdad, pero Marcus no le había dicho nada… ¿Podrían mandar cartas a Ilvermorny?

— ¿Y si nunca vuelve? — Interrumpió Olive su divagación. — Son malos. Esa gente es mala. Y no sé nada de Marcus y de Alice. ¿Están bien? — Sí, sí, ellos están bien. Y haciendo todo lo que pueden por volver y traerle, de verdad que sí… — ¿Y por qué tardan tanto? ¿Qué pasa? ¿Y si le gusta al final esa familia y prefiere quedarse allí? — No lo creo… — ¿Por qué? ¿Le están tratando mal? ¿Y si le están tratando mal? — Bueno… Supongo que allí habrá empezado ya el curso y… estará en Ilvermorny. — Olive agachó la cabeza, callada unos instantes. — Él siempre decía que su madre era de Pukwudgie… ¿Y si le recuerda a ella y ahora le gusta más Ilvermorny que esto? — Lex tragó saliva. Tenía que hacer algo, así no llegaban a ninguna parte.

— A Dylan… le gusta mucho estar contigo. Y con Marcus y Alice, e incluso conmigo… Siempre preferiría estar aquí a estar allí. No quiere estar allí. — ¡¿Y por qué está tardando tanto en volver?! ¡No es justo! — Tragó saliva otra vez, con la cabeza gacha. — Tienes razón… no lo es. — La miró. Ella también tenía la cabeza agachada, y no dejaba de llorar. Trató de buscarle la mirada. — Olive… sé que no es lo mismo, pero… no estás sola. Sé lo que es estar solo, muy solo, pero créeme, puedes buscarme siempre que quieras. A mí, y a… Donna Hawthorne, ¿la conoces? — La niña le miró. — ¿La amiga de Marcus y Alice que sigue aquí porque es de tu curso? — Lex asintió. — Sois mayores… Os vais a aburrir de mí. — Para nada. — Bajó la mirada de nuevo al papel y, con suavidad, lo apartó un poco. — Venga… no querrás que Dylan lea esto todo emborronado. — Olive alzó la mirada a sus ojos, con los de ella anegados. — Si no se la puedo mandar… — Pero puedes guardarla para cuando vuelva. No sabemos cuándo, ojalá lo supiera, pero Dylan va a volver. Y leerá tu carta, podrás dársela tú misma. Y ya sabes lo sensible que es Dylan… no le va a gustar saber que has estado llorando por él. — Encogió un hombro, pasando de nuevo la mirada al pergamino. — Podrías… escribir lo que vas haciendo cada día. Así no se te olvida contarle nada cuando le veas. — Ella sonrió levemente. — Eso sí lo puedo hacer. — Lex sonrió de vuelta, y por unos momentos se sostuvieron la mirada… hasta que la niña hizo un puchero otra vez, e inesperadamente para él, se acercó por el asiento y se arrellanó a su lado, agarrando su cintura y llorando otra vez. — Gracias… Es como tener aquí a Marcus. — Si le hubieran golpeado con una bludger en el pecho le habría impactado menos. Menos mal que, desde su posición, Olive no podía ver que se le habían llenado los ojos de lágrimas. La recogió entre sus brazos y, apoyando la cabeza en su pelo, dijo. — Es como tener aquí a Dylan. — Y que no se le ocurriera a nadie separarles. Porque esa niña era ya, oficialmente, su protegida.

 

DYLAN

Ilvermony no era tan distinta a Hogwarts. Solo más… grande, y llena de gente, eso seguro. Pero bueno, ninguna de esa gente le interesaba, y el tamaño del sitio y las cantidades de gente favorecían que él pudiera pasar desapercibido. De hecho, había tantos niños, que cuando la varita seleccionadora le puso en Pukwudgie, no hubo aplausos ni nada, como pasaba en Hogwarts, todo el mundo estaba un poco a lo suyo. Lo bueno era que no había visto a sus primos por ahí, menudo descanso, y que, al apellidarse Gallia, nadie le identificaba como un Van Der Luyden. 

Comió y subió a la sala, básicamente para hacer prácticamente lo mismo que hacía en Long Island, y más aún cuando se fueron a Maine: mirar por la ventana. Sabía que su hermana y Marcus estaban en América, pero ni idea de si estaban en Nueva York u otro sitio, y lo del huracán le había tenido realmente preocupado… Pero ahora parecía haber pasado, solo caía una llovizna débil que hacía brillar los bosques de Nueva Inglaterra. Vaya risa de nombre. Él no quería una nueva Inglaterra, quería la suya… Con su padre y su familia… ¿Cómo estaría su padre? ¿Hablaría aún con su madre? ¿Estaría solo en la casa? Dylan no era tonto, sabía que su padre había empeorado desde que él se fue a Hogwarts, y eso había sido por una buena causa, imagina por esto… Lo malo era que no tenía nadie a quien preguntar y no podía mandar cartas al otro lado del océano, no sabía cómo. Así que miraría por la ventana.

— Hola. — Dijo una chica sentándose junto a él en el poyete, con una gran sonrisa. — Tenía muchas ganas de conocerte, Dylan. — La vuelapluma salió por su hombro, inquisitiva. — ¡Oh! ¡Tienes una vuelapluma entrenada! ¡Qué guay! — Él seguía sin decir nada, solo la miraba confuso. — Perdona, que no me he presentado. Me llamo Maeve Parker, pero eso no te dirá nada, porque no comparto apellido con Marcus, pero es mi primo mayor. — La mención a Marcus le hizo emocionarse y estirarse, curioso, pero debía tener cuidado, se dijo a sí mismo. Había oído mentir MUCHO a los Van Der Luyden, no le extrañaría que le enviaran a alguien que pareciera amable como hicieron con Aaron. — He estado viviendo con él mientras duró el huracán ¿sabes? Y con tu hermana también. — MARCUS Y SU HERMANA. Lo que había deseado oír desde hacía un mes. La vuelapluma corrió a escribir en el cuadernito. — “¿Por qué han vivido contigo?” — Ella leyó, un poco sorprendida, y balbuceó antes de responder. — Porque… ahora viven con mis abuelos, mientras están aquí en América para buscar… te a ti. — Rio un poco y dijo. — Hay que ver, llevan un mes moviendo cielo y tierra para verte y ahora te tengo enfrente, me cuesta creerlo. — Dylan conocía bien los sentimientos de la gente cuando mentía, y aquella chica estaba genuinamente contenta de conocerle.

Estaba muy confuso, y como un Gallia sabe que negarlo siempre es peor, dijo. — “Perdona, es que llevo un mes difícil. No me gusta hablar, pasé muchos años sin hablar. Y no te conozco de nada, pero me muero de ganas de saber de ellos. Y estoy un poco agobiado.” — La chica leía lento, más que su familia, que estaban ya acostumbrados, pero al final sonrió con tristeza y asintió. — No me extraña nada. Pero mira, para eso estoy yo. — Y pasó a contarle un montón de historias del huracán que le cuadraban totalmente con su hermana y Marcus y, por unos minutos, fue como si pudiera verles. Pero cuando Maeve terminó el relato, notó un nudo de tristeza en la garganta y dijo, con la voz quebrada. — ¿Mi hermana llora mucho? — Maeve perdió la sonrisa y tragó saliva. — No me mientas, por favor. Todo el mundo me miente, y no quiero más. — Pidió, hundiendo la cabeza en el hueco de sus brazos apoyados en sus rodillas. — Pues… Sí, sí que la he visto llorar. Trabaja noche y día para traerte de vuelta, pero le dan muy malas noticias de los abogados y todo eso… — Rápidamente puso una mano en su brazo, para que no se asustara. — Pero no se rinden. Ni Marcus ni ella. — 

Dos lágrimas brotaron de los ojos de Dylan. — Maeve, tú tienes papá y mamá ¿verdad? — Ella asintió. — ¿Y tienes hermanos? — Puf, que si tengo. Tres, y una de ellas vale por otros tres. — Eso hizo reír entre las lágrimas a Dylan. — Parece Gallia. — Maeve rio de vuelta. — De momento, los Gallia me parecéis tranquilos y adorables. — Él asintió con tristeza. — Yo he tenido dos papás y dos mamás ¿sabes? Mi madre de verdad se murió. — Lo sé, pero vino a Ilvermony con mi madre ¿sabes? — ¿Ah sí? — Sí, luego te las enseño. — Dylan retomó su recuento. — Y mi padre es un genio, pero uno muy triste desde que mi mamá se murió. A veces se despistaba. — Yo me despisto mucho cuando me pongo a ensoñarme, eh… — No creo que sea lo mismo, pero se lo calló por si acaso. — Pero soy muy afortunado, porque he tenido otra madre desde siempre, que ha sido mi hermana. Una hermana mayor de verdad, de las buenas, de las que te vendrían a buscarte aquí. — Perdió la mirada en el bosque. — Y fue ella quien me trajo a mi otro padre a casa. Y al principio le odiaba, por quitarme a mi hermana. Y entonces… me convirtió en su colega, y, poco a poco, se convirtió en mi padre también. — Otras lágrimas surcaron su cara. — La vida me quitó a mi madre, y la tristeza a mi padre… — Negó con la cabeza. — No puedo aguantar que me quiten a Marcus y Alice, no puedo. Y hacerles sufrir. Daría lo que fuera por otro minuto con ellos, como la última vez, por abrazarles. — Maeve se pegó a él, agarrándole más fuerte. — Lo tendrás. ¿Conoces alguien más listo que Marcus? Yo no, y mi padre es médico. — Dylan rio un poco y dijo. — ¿Conoces a tus tíos? ¿Larry, Arnie, Emma…? Todos son igual de listos que Marcus. Es una familia de listos, y seguro que en la tuya también hay. — Pues todos están peleando por sacarte de aquí… —

Maeve también había perdido la mirada en el bosque, y Dylan notó la sensación. — Siempre pasa igual. Cuando cuento esto, la gente quiere correr a abrazar a sus padres y sus hermanos, como si fueran a desaparecer. Lo comprendo, pero me da la sensación de que solo genero tristeza. — La chica se giró y negó enérgicamente con la cabeza. — No, para nada. Yo estoy supercontenta de conocerte, porque Marcus y Alice me han contado cosas preciosas de ti. Me han hablado de tu don, me han contado que sabes hacer muñecos de nieve mejor que nadie, que te gustan los fuegos artificiales de La Provenza, y la playa, y que te llamaban patito. Yo puedo llamártelo también si quieres. — Y, por impulso, sacó el pato que le hizo su padre y que siempre llevaba encima. — Mira, me lo hizo mi papá por mi cumple. Canta y cuenta los cuentos de mi mamá. Porque me llaman patito, pero es morado, como su color favorito. — ¿De verdad cuenta historias? — Claro, solo tienes que pedírselo. — Maeve levantó las manos, entusiasmada. — Vale, a ver, organización que estoy trazando un plan. La primera noche aquí siempre lo paso mal acordándome de casa, pero si me cuentan cuentos, seguro que lo paso mejor. Hacemos una cosa: bajamos al comedor, cenamos, escribo a casa diciendo que está todo bien, para que puedan contárselo a Marcus y Alice y se queden tranquilos, y nos ponemos el patito en tu habitación o en la mía. — Dylan abrió mucho los ojos. — ¿Los chicos y las chicas pueden estar en la misma habitación? — Antes de la hora de dormir y con la puerta abierta, sí, claro. — Él parpadeó. — ¿En todas las casas? ¿No solo en Pukwudgie? — Maeve parpadeó, también un poco confusa. — Claro, ¿por qué no? — Eso le hizo poner media sonrisa. — ¿A que eso no se lo has contado a Marcus? — La chica pareció más confusa aún. — Pues no, ¿por? — Se secó las lágrimas y se levantó. — Te puedo contar cosas de Hogwarts en lo que cenamos, si quieres. — ¡Venga! Yo te hago una pregunta a ti sobre Hogwarts y tú a mí de Ilvermony, y así nos familiarizamos con el sitio. — Y así, bajaron al comedor.

— ¿Qué quieres ser de mayor? — Preguntó, soñadora, Maeve, mientras comía un muslito de pollo. — Ni idea. Igual tengo un invernadero mágico. — ¡Oh! A tu hermana se le dan genial las plantas, a los abuelos les ha transformado el jardín al cien por cien por uno más orgánico y efectivo para el riego. — Si aún albergaba alguna duda de que Maeve conocía a su hermana, se le acaba de borrar. — Esa es Alice, sin duda. A mi madre se le daban muy bien, y a Olive también. — Maeve puso media sonrisilla. — ¿Quién es esa Olive? — Es una niña de Gryffindor que… — Se giró con una risita traviesa y dijo. — ¡Eh! Eso han sido dos preguntas. Voy yo. — Maeve rio y asintió. — Venga, pregunta. — Y lo iba a hacer, preguntando por qué quería ser ella, pero se dio cuenta de que un chaval que le resultaba familiar les miraba, y se le activó el mal rollo. — ¿Quién es ese? — Maeve miró y rio. — Lo creas o no, también es primo mío y de Marcus, pero se avergüenza de mí. — Dylan arrugó el gesto. — ¿Por qué? — Porque se cree un poco guay, pero es buena gente, y también es listísimo. Es Fergus Lacey. — ¡Lacey! Como la abuela Molly. — ¡Exacto! Pues Fergus también es familia, pero tranquilo, te mira así porque está preocupado, porque queremos que estés bien. Yo haciéndome tu amiga y él protegiéndote con su pandilla. Es lo que hace. — Dylan se encogió de hombros. — No siento cosas malas de él, la verdad, así que lo creo. — Maeve rio y dijo. — Es útil ese don tuyo. Me gusta más que la legeremancia, Aaron no parecía muy contento con ella. — Eso le hizo acordarse de su primo también y ponerse un poco triste por todos, pero el efecto Maeve es que no te dejaba pensar. — ¡Venga, Dylan, pregunta, hombre! — Él se giró, tratando de sonreír. — Venga, dime qué quieres ser tú. — Y Maeve se puso a hablar de ser arquitecta mágica y él, aunque tenía muchas emociones agolpadas en el pecho y bastantes ganas de llorar, se metió en aquel relato de alguien de su edad más o menos, buena, que conocía a su familia y que le hacía sentir bien por primera vez en mucho tiempo.

Notes:

Necesitábamos saber cómo estaban los demás, especialmente nuestro patito, que por fin ha encontrado con quién estar, y de nuestro Lex, que ha empezado su andadura solito en Hogwarts pero con un cometido muy concreto. ¿Cuál teníais más ganas de ver? Sabemos que Lex es un gran favorito, pero nuestro patito se merecía un respiro y Maeve es perfecta para conseguirlo. ¿Listos para la nueva etapa de esta trama? Estad superpendientes, que se vienen cositas.

Chapter 29: The hateful heirs

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THE HATEFUL HEIRS

(2 de septiembre de 2002)

 

ALICE

Había estado prácticamente callada desde el día anterior. Solo había respondido por deferencia a la conversación un par de veces, pero estaba en otra parte. De hecho, se había salido al porche y ni siquiera había tocado las plantas, solo se había sentado al templado sol, agarrándose las rodillas, mirando al jardín, siempre en silencio. Alice no había pedido esto. Cuando era pequeña, había soñado con una casa como la de los O’Donnell, con una pluma de faisán, con más libros para poder investigar… pero nunca esto. Alice despreciaba el dinero, como lo hacía su madre, lo quería solo para sobrevivir, y cuando soñaba con Marcus en ir a tal o cual sitio… no contaba con hacerlo montada en carros de dinero, precisamente. No había planeado su vida en torno a ello. Y desde luego, nunca había contado con que tener dinero supusiera, en ningún caso, perder a su hermano en manos de semejante gente.

Lo que necesitaba era pensar, reflexionar, por eso llevaba todo el día callada. Pero, realmente, había tomado una decisión, y contaba con que quizá a Marcus no le gustara, pero era su decisión, era su hermano, y si existía la posibilidad de llevárselo, la iba a coger. Así que, muy tranquila, se levantó y volvió dentro con su novio, que estaba leyendo en el salón, con Aaron allí también, y se sentó a su lado. — Marcus, voy a hacer una cosa que no te va a gustar. — Le dijo, calmada. — Pero ya he tomado la decisión, y prefiero que te enfades a no intentarlo. — Cogió aire. — Me voy a casa de los Van Der Luyden a decirles que lo sé todo. — Se giró a Aaron para hacer un apunte. — Lo tuyo no. Ellos no saben que existía esa carta, y no saben que Bethany era legeremante, nada puede darles una pista de que yo sé quién es el tercer heredero. Eso te dará libertad hasta que se lea el testamento, más tiempo para pensar. — Su primo no dijo ni mu, estaba quieto como una estatua. Volvió a dirigirse a Marcus. — Quiero que hablemos ahora que tengo toda la información y que pongamos todas las cartas sobre la mesa. Si hay una posibilidad de llevarme a Dylan hoy mismo, pienso ir a por ella de cabeza. — Tomó la mano de Marcus y le miró a los ojos. — Mi amor, no quiero que pienses que no cuento contigo. Es solo que no puedo más, si sigo estirando esto, tratando de planear y sufriendo giros de guion en esta trama, voy a volverme loca. Solo quiero a mi hermano y perder de vista a esa gente para siempre, enterrarlos en mi cabeza. — Sintió un nudo en la garganta y los ojos humedecerse. — Esto nos va a destruir si no hago algo ya. Yo no sé librar su guerra. Muevo las tropas y voy de cabeza, es todo lo que puedo hacer. Al menos sé que no van a hacerme nada, les jodería su plan con la herencia. — Dio un beso en la mano a su novio. — Puedes venir conmigo y va a hacerme sentir mucho mejor. Pero entiendo que te quieras quedar si no estás de acuerdo. — Suspiró y le miró con sinceridad, abriendo su corazón. — Y si te enfadas, perdóname, por favor. Es solo que no aguanto más. —

 

MARCUS

Llevaba sin sentir que leía a escondidas desde que de pequeño se escondía bajo las sábanas pasada su hora de acostarse para leer sin que sus padres le pillasen. No es como que estuviera muy escondido, estaba en el salón, pero teniendo en cuenta lo ausente que estaba Alice y que prefería encontrarse en el jardín... Le había pedido a George un libro sobre temas legales en cuestiones económicas, por familiarizarse un poco con un mundo que le era totalmente ajeno hasta hacía dos días. Aaron estaba junto a él. Se mantenían ambos en silencio. La casa entera estaba sumida en un extraño silencio.

— Viene. — Avisó el chico, y Marcus cerró el libro de golpe. Luego se dio cuenta de lo sospechosa que iba a ser su reacción y lo volvió a abrir, pero se lo apoyó en las piernas, de tal manera que disimulara un poco el título del mismo. Y si le preguntaba, alegaría... pues la verdad, que se quería familiarizar con un tema que era desconocido para él y en el que estaban todos metidos de lleno. ¿Desde cuándo un Ravenclaw desdeñaba el aprendizaje?

Alice se sentó a su lado y él la recibió con una sonrisa tranquila, pero la perdió levemente con ese inicio de conversación. Intentaba en la medida de lo posible calmar los ánimos, pero era difícil. Él se sentía bastante aliviado por las connotaciones de lo último que habían descubierto, pero la situación era como para estar tensos: aquello aún estaba lejos de resolverse. Tragó saliva y asintió, escuchando con atención y sin querer interrumpir. Se ahorró reaccionar, aunque se le tensó levemente la mandíbula. Sabía que, más tarde o más temprano, su novia iba a decir que quería ponerse frente a frente con los Van Der Luyden. Y, de hecho, necesitaban volver a ver a Dylan. Si no habían ido antes había sido porque las circunstancias habían sido harto complicadas para ello, pero ya iba siendo hora de volver. Soltó aire por la nariz. — Lo entiendo. — Aseguró, sincero. No le hacía ni pizca de gracia volver, pero lo dicho, sabía que tarde o temprano iba a ocurrir.

Por supuesto, no iban a mencionar nada de lo de Aaron, faltaría más. Sería ponerle en la palestra tontamente, por no hablar de que Teddy estaba cometiendo una ilegalidad viviendo en una casa que no era suya, y eso sí que era una gran baza en su favor que no pensaban malgastar así como así. Siguió atendiendo a su novia y asintió a lo de llevarse a Dylan. Ojalá, solo pensarlo hizo que se le acelerara el corazón. Con lo siguiente negó levemente, tranquilizándola. — No pienso eso, claro que no. — Sabía que las decisiones tenía que tomarlas ella, y sus padres también se lo habían dejado claro en su última conversación... Bueno, su padre lo había dejado claro. Su madre también había dicho que la última palabra era de Alice, pero que debían hacer todo lo posible para reconducirla hacia la opción más inteligente. Aún estaba esperando verla más serena, y desde luego, si se traían a Dylan, sí que iba a ganar mucho terreno con eso.

Eso sí, lo siguiente le hizo fruncir fuertemente el ceño, sin poder evitar la reacción de extrañeza absoluta. — No hablas en serio ¿verdad? — Dijo espontáneo. — Claro que voy a ir contigo, Alice. Ni loco te dejo ir sola a esa casa. Estamos en esto juntos, hemos venido juntos, y yo también quiero recuperar a Dylan. — ¿Enfadado? ¿No querer ir? No sabía a qué venía eso. Esperaba que su alivio o su petición de serenarse antes de tomar decisiones no se hubiera malinterpretado, pero él seguía tan metido en aquel plan como el primer día. Y estaba deseando ver la cara de los Van Der Luyden cuando vieran que iban ganando la partida. — Alice, no estoy enfadado. ¿Por qué iba a estarlo? — Preguntó con cierto desconcierto. Era como si su novia supiera algo que a él se le estaba escapando, pero mejor no le daba más vuelta. Soltó aire por la boca y se puso de pie. — Vayamos. Pongamos las cartas sobre la mesa con esa gente. Ahora estamos más tranquilos y tenemos las de ganar. Con un poco de suerte, se sienten lo suficientemente presionados como para dejar que nos traigamos a Dylan. — No las tenía todas consigo con eso último, pero se le ocurrían muchos argumentos en su favor, por lo que no tenían nada que perder.

 

ALICE

Abrió los ojos, genuinamente sorprendida, cuando Marcus le dijo que lo entendía. Realmente no parecía ni tan mala idea cuando su novio lo veía tan claro. Le miró con los ojos humedecidos de la emoción cuando le confirmó que no creía que no contara con él, y le quitó un peso enorme de encima. Aquello empezaba mejor de lo que esperaba. Sonrió y asintió a lo de que iría con ella y por dentro suspiró. No, ahora enfadado no estaba, pero Alice tenía muy claro que iba a hacer lo que fuera por llevarse a Dylan, y quizá era ese “lo que fuera” lo que podía enfadarle. Pero bueno, si no le había molestado ir de cara a los Van Der Luyden, quizá es que su novio estaba volviéndose también un poco cabeza loca Gallia. Se levantó junto a él y confesó de corazón. — Gracias, mi amor. Sin ti solo tengo la mitad de mi fuerza. — Le dio un beso en la mano y se mentalizó.

Se dio la vuelta y se dirigió a Aaron. — Ahora todos están ocupados con algo. Cuando se den cuenta de que no estamos, diles a donde hemos ido, pero no alteremos a nadie, bastante lo hemos hecho ya. — ¿Seguro que no queréis que vaya? — Alice negó. — Sé que tienes ganas de enfrentarte a ellos, pero usemos nuestras bazas inteligentemente. Tú quédate aquí, y ya sabes: dos horas. Si no hemos vuelto, ven a por nosotros. — Le apretó el hombro y sonrió levemente. — Deséame suerte. — Aaron negó con la cabeza. — Suerte no, justicia. — Ella asintió y sonrió. — Qué Gryffindor eres. — Tomó la mano de Marcus y dijo. — Cojamos la cuchara antes de salir, por si tenemos que irnos corriendo, no es descabellado pensarlo. —

La casa de los Van Der Luyden se le antojaba gigantesca, y le daba dolor de estómago mirarla. Inspiró y llamó a la puerta, deseando llegar ya al momento de ver la carita de Dylan, poder abrazarle. La criada salió y abrió mucho los ojos en pánico. — Avise a la señora Van Der Luyden de que estamos aquí. — Dijo sin más. — La señora no va a querer… — Alice suspiró y se puso a gritar. — ¡Señora Van Der Luyden! ¡Salga! ¡No puedo darle tanto miedo! ¡Salga y míreme a la cara! — Su paciencia empezaba a agotarse peligrosamente y ni habían entrado. Enseguida apareció en la puerta de la casa, aunque seguían sin abrirle la reja. — ¿Otra vez aquí? ¿No ha acabado el huracán contigo? — La mujer suspiró y entornó los ojos. — Qué pesadilla. — No se haga la loca conmigo. Sé que no me quiere muerta. Sé que más le vale tenerme vivita y coleando y sé muchas más cosas. ¿Está segura de que me quiere dejar aquí fuera? — Dijo con un tono helado y mirada fiera, y aunque Lucy no pareció variar mucho la expresión, al menos se quedó callada. Pasaron unos tensos segundos hasta que les abrió la valla, y Alice y Marcus recorrieron el camino hasta la casa.

Solo la entrada parecía la propia entrada del MACUSA, con doble escalera a ambos lados que subía en círculo al piso de arriba, y todo lleno de mármoles de suelo a techo. — No has estado en una casa así en tu vida. — Escupió la otra con una risa sarcástica. Alice la miró con desprecio. — A Merlín gracias. Me da bastante asco. — Dijo sin más. Se cruzó de brazos y la miró con superioridad, porque aquella arpía no iba a volver a hacerla sentir miedo si en su mano estaba. — Vengo a llevarme a mi hermano. — Lucy volvió a reír entre dientes. — Eso lo dudo. — Yo no lo dudaría tanto si no quiere consecuencias a lo que ha hecho. — Alice arrugó el entrecejo, como si pensara. — Claro, que no serán tan graves como las que puede enfrentar su querido Teddy por llevar dos años viviendo en una casa que no es suya como si sí lo fuera. — Y ahí sí que le cambió la cara y se echó para delante, agresiva. — Tan buena te crees y serías capaz de echar a una familia de su casa. Tu madre nunca le habría hecho eso a su hermano — Eso hizo reír hirientemente a Alice. — No, señora Van Der Luyden, en esa frase está todo mal. — Ladeó la cabeza y afiló los ojos. — Mi madre habría cambiado bastante de opinión después de ver que su propio hermano dejaba que la echaran de su casa en medio de la noche. Además, ni la casa es suya, ni yo podría echar a nadie, porque mía tampoco es. Pero sé que no debería estar ahí. ¿Sabe lo que sí que es mío? — Dejó un par de segundos de tensión. — El dinero de su hermana. La razón por la que ha hecho todo esto. Y de verdad, solo espero que se le atraganten todas y cada una de las monedas que espera ganar con esto, porque usted y todos los Van Der Luyden no paran de demostrar cuán ruines pueden llegar a ser. —

 

MARCUS

Era mejor que Aaron se quedara en casa, pero no pudo evitar compartir con él una mirada difícil de descifrar. Mezclaba súplica, rabia, miedo... y necesidad de justicia, como decía él. Soltó aire por la nariz y asintió a lo de llevarse la cuchara, aunque hubiera preferido avisar a sus tíos en primera persona, por deferencia. No es como que les fueran a impedir ir, pero bueno... prefería no contradecir las decisiones de Alice. Solo esperaba que no les pasara nada y, encima, sus pobres tíos tuvieran que lidiar con la culpa. O que se enfadaran al volver por no haberles avisado cuando iban a meterse en la boca del lobo. Esperaban volver con Dylan, eso haría que todo mereciera la pena.

Solo de aparecerse ante la casa ya tuvo que apretar de nuevo los dientes, llevado por la rabia. La cara de miedo de la criada no lo mejoraba. — Aquí vive atemorizado todo el mundo. — Le masculló a Alice, con tono despreciativo. No querría una vida así ni por todo el dinero del mundo. Por supuesto, al primer intento de negativa, Alice empezó a gritar. No tenían la paciencia para aguantar tonterías. Por un momento se planteó escudriñar la puerta en vistas de posibles hechizos que pudiera romper, aunque dudaba profundamente que gente como esa tuviera una seguridad endeble. Igualmente, lo último que quería era que pudieran acusarles de allanamiento de morada, así que mejor se limitaba a estarse quieto y esperar pacientemente en la puerta. La nota de exigencia, al fin y al cabo, ya la estaba poniendo Alice.

Cuando por fin se dignó en aparecer y abrir la valla, fueron hacia la puerta. — No desvelemos todas nuestras armas aún. — Le murmuró Marcus a su novia, casi sin mover los labios. — Recuerda que ellos no saben nada. Que se vuelvan locos preguntando. — Si querían saber, iban a tener que trabajárselo mucho, y por supuesto darles algo a cambio. No se lo iban a poner tan sencillo, pero sí iban a dejar claro que sabían lo que había. Se colocaron frente a ella, y Marcus siguió optando por no hablar. En su lugar, miraba a la mujer con una muy leve sonrisa de superioridad, y con mirada de no provocarle ninguna emoción más que desprecio. Se había enfurecido muchísimo en el anterior encuentro y no iba a darles el gusto de perder los papeles... aunque tuviera que hacer demasiada contención para ello. Por fortuna, y a diferencia de la vez anterior, ahora tenía menos miedo y más bazas en su favor. Eso ayudaba muchísimo.

Lanzar en primer lugar el órdago de Teddy era buena táctica, porque podrían descuadrarla abriendo un nuevo frente, sin dar toda la información, pero dejando claro que sabían más de lo que pudiera parecer. Lo que le borró la sonrisa y le hizo apretar los dientes otra vez fue la respuesta de la mujer. — No mencione a Janet si le queda un mínimo de decencia. — La mujer le miró de arriba abajo, con desprecio. — No hablo con niñatos como tú. — Usted misma. Yo lo haría. — Dijo como si tal cosa, y el comentario sobrado le permitió recuperar la fachada que tenía antes de escuchar la mención a Janet. Dejó que Alice lanzara su alegato, y la respuesta de la mujer fue tan altiva como siempre. Dio un paso hacia ella (poniendo a Marcus automáticamente en guardia) y le dijo, arrastrando las palabras. — ¿Y qué piensan hacer unos niños como vosotros ante una familia como nosotros? — La cuestión no es qué pensamos hacer nosotros, sino qué piensan hacer ustedes. — Contestó Marcus, haciendo que la mujer le mirara otra vez, con ojos entrecerrados. Se empeñaba en ignorar su presencia, se notaba a la perfección por cómo le miraba cada vez que hablaba. — Sabemos sus motivos para tener aquí a Dylan, y créame, pinta más a secuestro que a interés por el bienestar del menor. Permítanos que nos lo llevemos, y dejaremos el tema aquí. — La mujer soltó una carcajada despótica. — ¿Secuestro? La calaña como vosotros estará acostumbrada a esos términos. Nosotros tenemos una categoría. — Lo que tenéis es a un menor de edad separado de su familia para cumplir con vuestra avaricia. — Lucy volvió a tratar de ignorarle, y con una sonrisa amenazante, miró a Alice. — Gracias por decirme que eres la heredera de la herencia de mi hermana. Estás en mi casa, ¿qué me impide matarte ahora y decir que ha sido en defensa propia? — Yo. — Saltó Marcus. Luego hizo una caída de ojos. — Y la ley, pero bueno, supongo que eso le importa menos... Dígame, ¿qué gana matando a una joven de dieciocho años aparte de un posible juicio por asesinato? — Siseó. — No le conviene nada sumarlo al posible juicio por secuestro... — No consiento amenazas de nadie, ni en mi propia casa. — Lo que le he planteado no es una amenaza, señora Van Der Luyden, es un pacto. Nosotros nos llevamos a Dylan, hacemos como que aquí no ha ocurrido nada y todos contentos. Igualmente, no se puede quedar con la herencia de él y lo sabe. — Pero la mujer, lejos de contradecirle, le miraba con una sonrisa que a Marcus no le vaticinaba nada bueno. Ni la sonrisa ni la pausa tan larga que hizo.

— ¿Queréis llevaros a Dylan, entonces? — Marcus se tensó. No era tan ingenuo, aquello tenía trampa. — Dos chicos tan listos y con tan buen expediente como se dice que sois... ¿queréis sacar del colegio a un niño cuando ya ha empezado el curso? — Primero frunció el ceño, pero acto seguido cayó en la cuenta, y se le debió notar en el rostro. ¿Qué día es hoy? Pensó, alarmado. No... Estaban ya en septiembre... No podía ser. — ¿Dónde está Dylan? — Preguntó, a lo que la mujer se irguió. — En Ilvermorny. Cursando su segundo año. Porque en esta familia velamos por el bien del menor al que tutelamos. Quizás ese Gallia hubiera hecho que perdiera el tren... — Se notaba el corazón en la garganta. Se le estaba cayendo la fachada porque, maldita sea, había perdido la cuenta de los días y ahora no contaba con ello. Con la respiración agitada, y los dientes de nuevo apretados, dijo. — No puede disponer sobre aspectos fundamentales de la vida de un niño que no es suyo. — Sí que lo es, así lo dicta la ley. — Cautelarmente. No ha habido juicio. Debió ir a Hogwarts, que es donde está matriculado. — Estaba. — La mujer rio entre dientes, sintiéndose ganadora, y dijo. — Vais muy por detrás de nosotros, niños. —

 

ALICE

Se le ponían todos los pelos del cuerpo de punta al oír a Marcus hablar así. Usted no sabe lo que es capaz de hacer por mí, dijo en su cabeza, porque no sabía si el tono al decirlo le saldría como una amenaza o como un miedo real. Al menos Marcus estaba sabiendo contestar a todos y cada uno de los intentos de Lucy de chulearles y mostrarse como la que manejaba la situación. Tuvo que morderse la lengua para no responder a lo de qué le impedía matarla con un “evitar que todo tu amado dinero acabe en manos de quien lo necesita, la mejor motivación que puedes encontrar”. Pero Marcus había sido claro: ellos se llevaban a Dylan y ahí se acababa la discusión.

Pero no le gustaba nada el tono de victoria de aquella mujer. — ¿Dónde está? — Preguntó agresiva. Y entonces cayó. Maldita fuera. Dos días. Por dos días no había llegado a salvar a su hermano. Se maldijo a sí misma, al huracán y a todo lo que pudo internamente, y perdió un poco la compostura, llevándose las manos a la cabeza, dando vueltas de pura rabia, mientras Marcus intentaba hacer ver a esa mujer que no podían hacer aquello. Sí, sí que podían, para su desgracia, así era. Se giró y la miró con rabia. — Me da igual que esté en Ilvermony. — Dijo muy determinada. — Su casa es Inglaterra y su colegio Hogwarts, y si usted renuncia ahora a su custodia pasará a mí y yo me lo llevaré, aunque tenga que ir a sacarlo del colegio. Esto no cambia nuestros planes. — Lucy rio, cruzada de brazos echando la cabeza para atrás. — ¿Por qué iba a hacer eso, vamos a ver? — Alice dejó salir un suspiro desesperado, a punto de echarse a llorar.

— ¿QUÉ ES LO QUE QUIERE? — Preguntó en un grito. — ¿Qué más? Mire su casa, mire sus influencias, ¿qué más? ¿Quiere el dinero de su hermana? ¿Es una niña pequeña que quiere todo lo que tiene su hermana o qué? Su hermana está muerta, mi madre también, solo usted sigue aquí, ¿no es suficiente ya? — Ahí la mujer la miró furibunda. — Solo una niña ignoraría el hecho de que ese dinero me pertenece. A mí y a mi hijo. — ¿POR QUÉ? — Preguntó ya desesperada. — ¿Porque usted lo dice? Admita su derrota y devuélvame a mi hermano. — Y entonces la mujer puso una sonrisa heladora. — Dame lo que quiero… que no es a ese mocoso, por supuesto… y te lo devuelvo. ¿Cuánto vale tu hermano, querida Alice? ¿Vale los millones que juntáis entre los dos de la herencia de Bethany… o no? — El estómago se le dio la vuelta, y sintió hasta náuseas. Achicó los ojos, incrédula. — ¿Está poniéndole precio… a la custodia de mi hermano? — Lucy se encogió de hombros con un gesto de quitarle importancia. — Por favor, cómo me recuerdas a tu madre. Tan íntegra para algunas cosas y tan incapaz de mantener las rodillas juntas para otras… — Pero los insultos ya le daban igual, por fin aquella mujer había dicho lo que quería, y estaba en la mano de Alice dárselo.

— ¿Es el dinero lo que quiere? ¿Solo el dinero? — Solo. — La mujer volvió a reír. — Así te va como te va. — ¡CÁLLESE! Me tiene harta con su jueguecito de ser la mala del cuento. — Le dijo ya desesperada y avanzando hacia ella. — Si el dinero es suyo… ¿dejará en paz a Dylan? — La mujer rio y levantó las manos. — ¿Para qué iba a quererlo si no? Ya tengo mis herederos, los de verdad, los de mi hijo. — Si se queda el dinero… ¿nos dejará en paz para siempre? — Lucy suspiró. — ¿Para qué iba a quereros? Sois los bastardos de una golfa a la que nunca deseé tener. Por mí se hubiera muerto la primera vez, pero ese padre suyo tan sentimental y la idiota estéril de mi hermana se empeñaron en salvarla... — Y entonces, todo el odio acumulado en el pecho de Alice, brotó. — Solo espero que el dinero le amargue la vida, que no le sirva para salvarse de una muerte agónica como la que tuvo mi madre y mil veces peor. Espero que el fantasma de mi madre y su hermana se le aparezcan a última hora solo para decirle que va a ir usted al infierno mismo y que toda su vida no ha significado nada más que una asquerosa montaña de dinero que ni siquiera ha enseñado a su amado heredero a utilizar. ¿Y sabe lo mejor? Que cuando mi madre murió hubo muchas, MUCHAS, y no sabe usted cómo de importantes, personas dispuestas a salvarla, a hacer lo que fuera por ella. Mientras que a usted… Su marido, sus hijas y cualquiera que conozca su nombre, la dejarían hundirse si se estuviera ahogando. — Alice jamás le había deseado la muerte a nadie, y no sabía de dónde había sacado ese pensamiento, pero ya se sentiría mal más tarde. — Pero sí, tendrá su maldito dinero si eso hace que me devuelva a mi hermano. Pero tendrá que renunciar a la patria potestad. Legalmente, no seremos Van Der Luyden ni estaremos filiados a ustedes por nada. — Lucy, que parecía haberse quedado un poco impactada por las palabras de antes, volvió a poner la media sonrisa. — Su parte… y la tuya. Si no, no hay trato. — ¿Es que la avaricia de esa gente no conocía final? ¿Iba a ser esa la única salida?

 

MARCUS

¿Cómo habían podido estar tan torpes de no contar con aquello? Sus propios primos se lo advirtieron, y además de que no lo quiso ver, se le había pasado la fecha. La de Dylan... y la de Lex. Habló con él la última noche que habló con sus padres, pero ahora sentía que no se había despedido debidamente. Maldita sea... Su rabia iba en aumento, y ahora en parte era también contra sí mismo. Por supuesto, la mujer tensó tanto la cuerda que Alice acabó perdiendo los nervios. Era un milagro que él no lo estuviera haciendo también.

Todas y cada una de las palabras de Alice eran verdad, y eso hacía que Marcus mirara a Lucy negando con la cabeza, emanando desprecio en su expresión. — Eso no es cierto. — Masculló. — No tiene más derechos que nadie por más que lo pretenda. — Masculló con los dientes apretados, porque Lucy seguía insistiendo en que la herencia era suya, pero el diálogo cruzado iba ya cuesta abajo y sin frenos. Pero lo siguiente le hizo mirarla alucinado, entrecerrando los ojos y despegando los labios. — ¿Era eso? ¿Ese ha sido el plan desde el principio? ¿Traernos hasta aquí para que Alice se lo dé todo? — No se lo podía creer. Cuando descubrieron lo de la herencia, pensó que lo que querían era manejar el dinero de Dylan... pero no. Habían lanzado un cebo sabiendo que iban a picar y a llegar hasta allí, para poder conseguir su verdadero propósito: disponer de la herencia al completo.

Y entonces vino el insulto a Janet. Otra vez. Y Marcus estuvo a punto de perder la templanza, notaba el enfado bullir y estaba apretando la varita en el interior de su bolsillo. — Eso. Atácame. Dame más argumentos a mi favor. — Le soltó la mujer. Tenía ganas de gritar y maldecir todo lo que se pusiera en su camino, pero se iba a contener. Tenéis las de ganar, Marcus, solo os está crispando, se dijo, porque lo dicho, ahora tenían una baza mucho mayor. Dejó que siguiera hablando y hablando, soltando su ponzoña por la boca, mirándola como si las miradas pudieran asesinar. Pero ya estaba viendo por dónde iba aquel derrotero. Alice despreciaba el dinero y la mujer se lo estaba dejando claro: la herencia de ambos a cambio de Dylan. Pero eso era darles la victoria que habían planeado desde el principio y que todo aquel sufrimiento, aquel verano tirado por la borda, no sirviera para nada. Y, al fin y al cabo, Dylan estaba ahora protegido en un colegio, no con esa gente. Les acababan de dar una baza estupenda, sin saberlo, para que ya no tuvieran tanta prisa. Para lo que sí que tenía prisa era para irse de allí, porque no iba a aguantar veneno ni un segundo más.

— Vámonos. — Sentenció, mirando a la mujer. — Aquí no hacemos nada ya. Hemos venido a ver a Dylan y a dejarle claro a esta gente que no tienen las de ganar. Ya hemos cumplido nuestro cometido. — Estupendo. Quedo a la espera de tu renuncia, Alice, si eres tan inteligente como dicen. — Alardeó con malicia, mirándola. Marcus sonrió con desprecio. — No van a ganar. Teddy está cometiendo una ilegalidad, todos lo saben, y usted ha alegado unos motivos para separar a un menor de su familia y entorno que no son ciertos. Y lo podemos demostrar. — Estoy deseando ver cómo lo hacéis. — Dijo con una superioridad que denotaba que no confiaba para nada en que pudieran hacerlo, pero ya lo harían. Le iban a dar con la ley en las narices. Jamás pensó que pudiera odiar tanto a alguien ni tener tantos deseos de vengarse. — Y ahora fuera de mi casa. — Con mucho gusto. — Escupió tras ella, y tomó la mano de Alice, girándose para marcharse de allí. — Escoria... — La oyó murmurar, y eso le detuvo en seco. Su educación y protocolo no le permitían hablar así... pero esa mujer no se merecía ni el aire que respiraba.

Se giró y la miró. — Lamento que tuviera usted a una hija que no deseaba y que le haya dado tantos problemas. — Agarró fuertemente la mano de Alice y remató. — Lo hubiera remediado si hubiera mantenido las rodillas juntas. — Y ya vio el conato de reacción colérica de la mujer, pero nada más, porque se desapareció con Alice de allí inmediatamente, sin dar tiempo a reacción.

 

ALICE

Se dejó arrastrar por Marcus, y aunque ella seguía poniendo la mirada de odio a su abuela, ahora mismo en su cabeza solo había una cosa: la forma de recuperar a Dylan. Ante sus ojos, bien clarita. ¿Qué era un dinero que ella nunca había tenido realmente? ¿Qué podría significar en su vida? No obstante, no iba a dejárselo ver a aquella arpía. Eso sí, abrió mucho los ojos cuando Marcus le dijo eso a la señora Van Der Luyden. No es que él no hablara en esos términos a gente más mayor, es que no hablaba en esos términos ni con ella, pero mucho tenía que haberle dolido lo oído. A Alice quizá le doliera en otro momento, ella ahora mismo solo veía una luz al final del túnel.

Aparecieron en el jardín de los Lacey, y los tíos y Aaron estaban, como de costumbre, esperándoles. — ¡Hijos! ¿Cómo ha ido? — Alice suspiró fuertemente y dijo. — No hemos podido traernos a Dylan. Se lo han llevado ya a Ilvermony. — ¿Y la tutela cautelar? — Preguntó Aaron. Ella se encogió de hombro con desesperación. — No sé, Aaron, no lo sé… Es que… — Se apartó el pelo de la cara. — Necesito hablar con Rylance ya mismo. — ¿Y eso? ¿Habéis encontrado algo contra ellos? — Preguntó Frankie esperanzado, ella avanzó hacia dentro y dijo. — Mejor, he encontrado lo que quieren. — Y se fue del tirón hacia el espejo.

No se podía mantener quieta delante del mismo, esperando que los O’Donnell contestaran. — Arnold. — Saludó ella en cuanto le vio. — Alice, ¿estás bien? — Necesito que llaméis a Rylance. No sé qué hora es, lo siento, pero no tengo tiempo que perder… — Emma apareció por detrás. — ¿Pasa algo? — Hemos ido a casa de los Van Der Luyden. Quería intentar llevarme a Dylan, pero se lo han llevado a Ilvermony. — Tragó saliva y se llevó las manos a la cara, desesperada por haber hecho una tontería así y no caer en algo tan básico. — ¿Marcus está contigo? — Está abajo, con los tíos. Escuchadme, necesito a Rylance. Lucy Van Der Luyden me ha dicho por fin qué es lo que quiere a cambio de Dylan. — ¿El qué? — Preguntó, apremiante, Arnold. — El dinero. La herencia de los dos. — Emma y Arnold se miraron y la mujer hizo un gesto con las manos. — A ver, a ver, Alice, un momento… ¿Ha dicho eso? ¿Con esas palabras? — No, con unas mejores. — Aseguró ella. — Que firmarían la renuncia a la patria potestad. No seríamos legalmente Van Der Luydens más. — Y ahí hasta Emma se echó hacia atrás y se quedó callada, justo cuando Marcus llegaba.

Pasaron unos segundos en silencio, asimilando el impacto, hasta que su suegra, muy compuesta, dijo. — Voy a mandar un patronus a Rylance ahora mismo. Vamos a analizar esto bien. — Marcus, hijo ¿estás bien? — Preguntó Arnold, mientras Alice volvía a dar vueltas como un león enjaulado en la habitación. — Arnold, cerremos el espejo. Quedaos ahí, muy pendientes de todo. En cuanto tenga a Rylance, comunicamos de nuevo. — Y desaparecieron. Y ella se quedó en el silencio con Marcus, un silencio que sabía que bueno no era. — Marcus, por favor… Puedo acabar con esto en un día. Puedo ir a por Dylan y que esto se acabe de una vez y que tú vuelvas por fin a tu casa y con tu familia. — Cerró los ojos y dejó salir el aire por los labios. — Sabes que es lo mejor. —

 

MARCUS

Aterrizó en el jardín de sus tíos y, al igual que la otra vez, le dieron ganas de gritar y maldecir. Pero no lo hizo. Estaba tenso, con la respiración acelerada... y con el pálpito de que algo no iba bien. Siempre se sentía en sintonía con Alice, incluso en los peores momentos. Pero ahora... La conocía. Se conocía a sí mismo. No iban a estar de acuerdo en eso. Y Marcus estaba enfadado, muy enfadado, y con el orgullo suyo, de Alice, de la memoria de Janet, de Dylan y de media humanidad muy herido. Y Alice, muy obcecada. En cuanto a obcecación se refería, no sabía quién de los dos podía llegar a ser peor. Más les valía a ambos relajarse... pero Marcus no se sentía en disposición de relajarse, al revés, se le aceleraba la respiración, el corazón y el pensamiento más a cada segundo que pasaba. Y Alice estaba igual.

"Mejor. He encontrado lo que quieren". La miró, súbitamente y muy serio, y su novia salió corriendo de ahí. — Alice. — ¿Va a renunciar a la herencia? — Preguntó Aaron, espantado. El chico negó. — No hagáis eso. Es lo que buscan. Que no vean ni un galeón. — Hijo, ¿qué está pasando? — Eso no va a ocurrir. — Contestó con la respiración contenida, primero a Aaron. Luego miró a Maeve. — Solo quieren el dinero. Ha dicho que renunciarían a la patria potestad si Alice renuncia a toda herencia... — Negó muchas veces con la cabeza, alterado, echando el aire por la boca. — No la creo. No me los creo. No podemos hacer eso así... — Hijo, si eso os devuelve a Dylan... — ¡Ha sido todo una trampa! — Bramó, enfurecido, por supuesto no contra su tío, que era quien había intentado calmarle con esa baza. Sino contra los malditos Van Der Luyden. — ¡Nos han arrastrado hasta aquí como ratas usando a Dylan! — Negó. — No... de ninguna manera lo voy a consentir. — Pues date prisa impidiéndolo. — Dijo Aaron. — Porque ya está llamando a tus padres. — Abrió mucho los ojos y miró hacia la casa. No, Alice no podía estar siendo tan sumamente irracional, ¡no estaba dándoles siquiera un segundo para pensar! Y Marcus empezaba a hartarse de tanta espera y de que, de repente, todo tuviera que ser resuelto en un segundo. Así no se hacían las cosas. No iba a tirar tanto tiempo a la basura por precipitarse.

Cuando entró en la habitación, efectivamente, se encontró a Alice alteradísima y a sus padres al otro lado del espejo. Su padre le preguntó si estaba bien, pero la respuesta era "no", y todos los presentes la sabían. De ahí que su madre, viendo la situación que tenían, decidiera cerrar la comunicación. Y, una vez hecho esto, miró a Alice. Ni siquiera le salía qué decir, quería ordenar el discurso en su cabeza lo mejor posible, pero todo lo que le salía podía ser interpretado por su novia como un ataque o un intento de quitarle la razón... Razón que, desde su punto de vista, no tenía, y de ahí que le fuera tan difícil comunicarse sin que aquello se le fuera de las manos. Por supuesto, se le adelantó ella. La miraba con el ceño fruncido entre el enfado y el desconcierto. Y todos sus intentos por contenerse se fueron al traste. — ¿Podemos primero tranquilizarnos, por favor? — Fue lo que soltó, más irritado de lo que querría hablarle a su novia. Se arrepentiría de eso más adelante. Ya estaba harto de contener, no podía más.

— No, Alice, no. No creo que sea lo mejor. — Dijo con firmeza. — Creo que llevamos con esto dos meses y ahora quieres resolverlo en cinco minutos porque te has creído las palabras de esa tipa. ¿Quién te dice que te esté diciendo la verdad? ¿Qué garantías tenemos? No tenemos nada. — Hizo un gesto con el brazo hacia la puerta. — ¡Tu hermano está en Ilvermorny, Alice! ¿Eres consciente del papeleo que hay que hacer para sacar a un niño de un colegio? Esto no va a acabar ni hoy, ni mañana, ni pasado. ¡Y, por Dios! ¡Llevamos aquí más de un mes! ¿Después de todo este esfuerzo lo vamos a resolver en dos minutos? — Soltó aire por la boca. — No se toman buenas decisiones cuando se está tan alterado, Alice. Vamos a calmarnos primero, vamos a hablar con Rylance, vamos a valorar nuestras opciones. No lo tiremos todo por la borda a última hora. —

 

ALICE

Suspiró. Ya, si ya se imaginaba que él no iba a estar de acuerdo. Le miró directamente y suspiró. — ¡Es que lo puedo resolver ya! — Se pusiera él como se pusiera vaya. A lo de las garantías empezó a crecerse ella también, porque el tono de su novio no le gustaba nada. — Marcus, no voy a sacar el dinero de donde esté y a llevárselo en una bolsa esta tarde. ¿Por qué crees que he llamado a Rylance? — Se acercó a él y le tomó de los brazos suavemente para que le mirara. — Voy a hacerles firmar la renuncia a la patria potestad y no podrán hacer literalmente nada, ya no seremos familia, no podrán volver a acercarse a nosotros. Y, si Rylance lo consigue, algún acuerdo por el cual no puedan acercarse a nosotros. Puedo usar ese asqueroso dinero para mantenerles alejados de nosotros para siempre, para que nadie pueda volver a decirme jamás que soy una Van Der Luyden. —

Se separó de él cuando dijo lo de Ilvermony. — Si la custodia es mía yo puedo sacarlo de Ilvermony. Yo soy su tutora, yo decido. Y no creo que en Ilvermony puedan hacer nada si aparezco allí y firmo lo que haya que firmar para llevármelo. — Sus ojos se llenaron de lágrimas. — No puedo consentir esto más tiempo, Marcus, ya hemos sufrido bastante y tenemos la solución en la palma de la mano. — Negó con la cabeza y dijo. — No estoy tirando nada por la borda. — Y volvió a caminar cual animal enjaulado de un lado para otro.

Negaba con la cabeza mientras las lágrimas se le caían y trataba de regular su respiración. — Marcus, yo no quiero ese dinero ¿lo entiendes? No lo quiero de todas maneras. — Su voz se oía entrecortada por el llanto, pero es que ahora no podía parar. — Echaron a mi madre de casa por esa maldita herencia, ¿crees que yo podría usarla? ¡Y mucho menos si es el motivo por el que han retenido a mi hermano todo este tiempo! Por primera vez el poder lo tengo yo, Marcus, el poder de llevármelo y acabar con esta historia de una vez para siempre. ¿Para qué quiero yo ese dinero si no tengo a Dylan conmigo? — Se acercó a él, mirándole. — Todo este dinero no hubiera salvado a mi madre, pero puede salvar a mi hermano. Puede acabar con nuestro sufrimiento aquí. — Le miró a los ojos, suplicante. — ¿Cuánto más vamos a aguantar así, Marcus? Lejos de casa, sin poder empezar nuestra vida, ¿cuánto aguantará tu paciencia y mi cabeza? — Negó con la cabeza. — Tirarlo todo por la borda es aguantar esto no sabemos por cuánto tiempo solo por una cuestión de dinero, por mucho que sea, y de todas las cuestiones éticas que se te ocurran. —

 

MARCUS

Negó, haciendo acopio de paciencia y mirando a otra parte, con los brazos en jarra. — Ya sé que no vas a hacer eso, Alice, pero tú misma estás diciendo que quieres resolverlo ya. ¿Te crees que yo no? Pero las cosas no se hacen así y tú lo sabes, y tomar una decisión precipitada solo te va a hacer arrepentirte después. — Parecía mentira que estuvieran teniendo esa conversación. Alice había pasado de negar por completo la opción de la herencia a querer usarla, nunca mejor dicho, como la moneda de cambio ideal con Dylan. Y Marcus dudaba mucho que todo fuera a ser tan fácil, por no hablar de que había visto claro cuáles habían sido las intenciones de los Van Der Luyden desde el principio, y no, no iba a darles la victoria de esa forma.

— Alice, eso que planteas no es ni tan fácil ni tan inmediato de hacer. — Respondió, mirándola a los ojos e intentando rebajar el tono lo máximo posible. — Sé que quieres creer que es tan fácil como darles lo que quieren, pero ya hemos visto que esa gente no tiene límites. Podemos conseguir eso que tú pides perfectamente sin necesidad de que les des esa herencia. — Pero claro, hacer eso retrasaría el proceso. ¿Pero qué más daba ya? ¿Qué más daba un mes más, si era por hacer justicia? Al menos Dylan ya no estaba en sus zarpas sino protegido en un colegio.

Volvió a negar. Alice estaba obcecada en que aquello iba a solucionarse ya por la vía fácil, pero Marcus, en primer lugar, no lo veía tan claro, y en segundo, no le parecía en absoluto la mejor de las soluciones. — Alice, esta gente ha provocado esto. — Insistió. — Ya lo has oído, no querían a Dylan. Ha sido un cebo. Querían traernos aquí y querían que hicieras precisamente esto, darles el dinero. Si lo haces, todo este sufrimiento no habrá servido para nada. Habrán conseguido justo lo que querían. Nos han torturado para ganar más dinero y eso es justo lo que nos estamos planteando darles. Dylan va a volver con nosotros, tenemos a la ley de nuestra parte. No les des lo que quieren. — No podía dejar de insistir, porque Alice parecía creer que había llegado ella sola a la clave y solución del asunto y no era así: había sido el plan desde el principio, y estaba entrando de cabeza.

Pero su novia ya estaba llorando, y no podía contradecir sus palabras, ¡pero necesitaba hacerla entrar en razón! Él no paraba de enfadarse más y más, ya venía bastante enfadado de esa casa y la conversación no lo estaba arreglando. Por eso se frotó el pelo, resoplando agobiado. — ¡Dónalo! — Resolvió con obviedad. — ¿Te crees que yo sí que tengo algún interés en ese dinero? ¡Cóbralo y dáselo a la beneficencia sin mirarlo siquiera si es lo que quieres! ¡A una causa que te satisfaga a ti, que elija tu hermano, que haga a tu madre sentirse orgullosa! No seré yo quien defienda a nadie de esa familia, pero Bethany Levinson se tomó suficientes molestias para que su hermana no viera ni un galeón, para que ahora una estratagema de esa arpía, saltándose la memoria de su sobrina y torturando a sus hijos, haga que no sirva para nada. ¡No es una cuestión de que disfrutes tú de ese dinero, Alice, es de que no se lo queden ellos! ¡Es de que no ganen la partida! — Soltó aire, para serenarse después de lo dicho, porque lo había hecho muy rápido. — Tanto tú como yo odiamos la idea de que esté en Ilvermorny, pero ahora es cuando está a salvo de verdad. Ahora da igual que pasemos aquí dos día o dos meses más, está protegido. Está siendo educado y estará con mis primos. Y en cuanto resolvamos esto volverá a Hogwarts. Entendía la urgencia cuando estaba con los Van Der Luyden, ¿pero qué más da ya? — Aquello había salido rebosante de la frustración que sentía. Efectivamente, ¿qué más daba ya? No iban a ver a Dylan igualmente hasta Navidad, ni a Lex, y habían perdido el verano, y retrasado su entrada en el taller. Ya le daba igual perder más tiempo, lo que no quería era que le tomaran por imbécil y que aquel esfuerzo solo hubiera servido para que otros se salieran con la suya.

— Créeme que tengo paciencia de sobra. — Dijo, un tanto ácido, pero más le molestó lo siguiente, tanto que frunció el ceño, entre incrédulo y ofendido. — ¿Cuestiones éticas? — Se cruzó de brazos y asintió. — Pues sí, se me ocurren un millón de cuestiones éticas por las cuales no podemos ceder a su chantaje así como así. — Hizo una pausa. — Espero que no estés pensando que realmente lo que estoy priorizando es el dinero. — Porque eso le ofendería muchísimo. — Eres libre de no quererlo, pero sinceramente, que una rica le diga a otra rica que, para fastidiarla, lo va a donar a la beneficencia, me parece una falta de respeto hacia la gente que lo necesita. ¿No lo quieres tú? Fantástico, elige a quién donárselo, haz las cosas bien a diferencia de esta gente. Pero Alice, lo siento, pero voy a seguir pensando que es tirar todo nuestro esfuerzo por la borda ir a dárselo a ellos a la primera señal que te han dado de devolvernos a Dylan. Claramente era su juego. — Hizo un gesto con la mano. — Y por supuesto que la herencia es tuya y que es tu hermano, y que la última palabra la tienes tú. Pero creo que tengo derecho al menos a opinar. Y esto no me parece nada bien. — Aquello no le competía, pero le había estado competiendo todos esos meses. Ni podía ni quería callar.

 

ALICE

Alice empezaba a desesperarse, porque intentaba hacer entender su postura, pero su novio no estaba por la labor de abrirse. — ¿Qué cosas, Marcus? ¿Cómo sabes esta vez que esto no se hace así? ¿Cuántas veces nos ha quitado a Dylan gente poderosa con la que no tenemos ni idea de cómo lidiar? Porque lo que tú me estás diciendo es como quieres arreglar las cosas TÚ, y es tan válido e inválido como lo que yo planteo. — Estaba elevando el tono y no debería olvidar que los tíos y Aaron estaban abajo y no quería que todo el mundo oyera sus discusiones con Marcus, pero es que empezaba a desesperarse con tanta cerrazón.

— ¿Ah sí? ¿Cómo, Marcus? Porque antes de contar con la maldita herencia estábamos PERDIDOS. — Soltó una risa incrédula. — Llevamos un mes dando palos de ciego, la resolución es la que tooooodos anticipabais. Bien: pues aquí lo tenemos. Tan sencillo como renunciar a un dinero que nunca he tenido, con el que nunca he contado, NO PUEDE SER TAN DIFÍCIL. — Y otra vez levantando el tono, y de verdad, que le estaba doliendo la vida al discutir con Marcus, pero no podía entender que tuvieran la solución al alcance de sus dedos y no estuvieran de acuerdo.

Alice ya no pudo más y se echó a llorar cuando dijo lo de la ley. — ¿Qué dices, Marcus? ¿En qué momento hemos tenido la ley de nuestra parte? — Se acercó a él y susurró agresivamente. — ¡Tú sabes perfectamente que hay algo MUY gordo que estamos ocultando, Marcus! ¡Y lo sabes! — Se volvió a alejar, dando vueltas sobre sí misma. — Esta situación podría en cualquier momento darse la vuelta y yo volver a perder a mi hermano, porque un juicio, Marcus, no haría firmar a esa gente la patria potestad. — Negó con la cabeza mientras seguía llorando. — ¿Es que no estabas ahí la primera vez? Cuando nos dijo que esto podía convertirse en un juego eterno por el que nos lo lleváramos y nos lo quitaran una y otra vez. ¡No puedo más! Necesito saber que no van a venir más a por nosotros, y mientras tengamos ese dinero estamos en peligro. ¡Qué más me da darles lo que quieren si al final yo también voy a tener lo que quiero! —

Negó con la cabeza y se llevó las manos a los ojos. Tenía un dolor de cabeza que le iba a hacer estallar. — ¿Para qué quiero donarlo si no me devuelve a Dylan? — Pero oyendo su argumentación se cruzó de brazos. — Eso es lo que quieres. Ganar la partida. — Lo soltó y le miró con sinceridad, casi gimiendo al decir. — No quiero ganar, Marcus. Quiero a mi hermano y lo demás no me importa. Mi madre está muerta, Bethany está muerta, nada va a poder reparar eso. Que esa gente tenga el dinero me es indiferente por completo, te lo aseguro. — Negó y soltó una carcajada sarcástica. — No, no es exactamente el dinero lo que te importa. Te importa darle una lección a esta gente, y a mi no me puede dar más igual si voy a lograr recuperar a mi hermano y que ellos renuncien a su patria potestad. — Negó de nuevo con la cabeza, lastimera ya, porque estaba cansada de discutir. — ¿Y a mí qué? Me importa una mierda su juego, quiero acabar ya. Y tú deberías. — Se sentó en la cama y dejó caer la cabeza en las manos. — Tú tendrás más paciencia, pero yo no. No puedo más, no quiero más. No tengo fuerzas para luchar, y si me llevo a mi hermano y esa gente deja de ser mi familia, nunca voy a sentir que pierdo. El dinero no puede darme más igual quién lo tenga. — Inspiró antes las palabras de su novio, y dejó los ojos cerrados. — Ya me ha quedado claro cual es tu opinión. Y no es la misma que la mía. A mi no me importa quién gane o pierda. Quiero terminar ya y cerrar este capítulo de mi vida. No siento que pierda nada. Excepto tu comprensión, visto lo visto. — Y sí, eso último lo había dicho dolida, porque Alice no quería hablar ni del dinero ni de ganar ni perder. Quería hablar de soluciones y acabar cuanto antes, y le dolía que Marcus no estuviera en ese barco.

 

MARCUS

— ¡Estábamos perdidos porque pensábamos que alegaban que no estaba bien con vuestra familia! Y sabíamos que no era cierto, pero no teníamos cómo demostrarlo. ¡Ahora sí! — Dijo con obviedad. ¿Cómo podía no verlo? — ¡No es renunciar, ES DÁRSELO A ESA GENTE! — Al final estaba gritando él también, y Merlín sabía que era lo último que quería, pero ya no podía más. — ¡Después de todo lo que nos han hecho! ¿Qué es esto? ¿Un premio por buenos estrategas? — Es que, de verdad, lo pensaba y se ponía malo.

Fue a replicar a lo de la ley, pero Alice se acercó a él para recordarle algo que Marcus se empeñaba en ocultar. Frunció los labios. — Eso no ha ocurrido. — Porque lo cierto era que no había llegado a ocurrir, de hecho, y no había absolutamente ninguna prueba de ello. No se puede lanzar al aire una acusación tan grave sin pruebas y a la ligera, menos aún contra una persona que, a ojos de todos, no tiene conocimientos sobre alquimia para llegar a algo así. Eso y nada era lo mismo, y un capítulo de sus vidas que debería estar ya más que enterrado. Al parecer, Alice lo seguía considerando el motivo por el que les habían quitado a Dylan, lo cual ya solo con estos argumentos no tenía sentido, pero menos aún lo tenía ante la evidencia que se les había plantado delante. — Esto es cuestión de aferrarnos a las pruebas que SÍ tenemos, Alice. Ellos han alegado conjeturas y pruebas falsas. Nosotros tenemos un testamento REAL y muchos testimonios. — Pero no iba a hacer a su novia entrar en razón estando como estaban los dos.

Y sí, Alice tenía una parte de razón: esa situación se les podía dar la vuelta si ellos jugaban bien sus cartas, y eso les pondría en serios problemas. Pero, en ese caso, renunciaría a la herencia y punto... aunque claro, habría que esperar mucho más tiempo para ello. El problema era que Marcus pensaba en darles una victoria tan sencilla, sabiendo ahora lo que sabía, y se le revolvía el estómago. Sin embargo sí que tenía algo que corregir en el discurso de Alice. — ¡Porque tú ya tenías lo que querías y ellos también antes de todo esto! ¡Y por una pataleta de ambición te han extorsionado para tener su caprichito cubierto! ¡¡No deberías estar mendigando tener a tu familia como la has tenido siempre porque TÚ MISMA has cuidado de ella!! — Se estaba poniendo histérico, ¡Alice más que nadie debería sentirse insultada y ultrajada! Y en lugar de eso, había cedido a la primera. Esa no era su Alice, estaba seguro, como lo estaba de que pensaría de otra forma cuando se relajase.

Por eso consideró parar la discusión ahí, porque no iban a avanzar nada y, lo dicho, sabía que Alice tarde o temprano entraría en razón. No le dio tiempo a hacerlo, por desgracia. Porque lo siguiente que escuchó le dolió muchísimo. Bajó los hombros y la miró con una mueca en los labios que parecía una sonrisa agria e incrédula, pero sobre todo, decepcionada. — Sí, eso es lo que quiero. Ganar la partida. Tu hermano no me importa nada en absoluto. — Respondió, de nuevo sarcástico, y con un evidente tono herido. — Me parece mentira que me digas esto. — Él se había metido en aquello de cabeza porque lo consideraba tan suyo como de cualquier Gallia, y había hecho los sacrificios que había hecho encantado... pero que se lo redujeran a una cuestión de orgullo personal... — ¡Me hablas como si fuera el prefecto de tu casa! ¡Y no como la familia que ha estado dispuesta a venirse aquí contigo! — Estalló. No había terminado la frase y ya sabía que se iba a arrepentir de lo dicho. — ¿¿Lección?? ¡En lo último que estoy pensando es en aleccionar a gente que me triplica la edad y que me parecen despreciables, y con los que no tengo relación ninguna ni pienso volver a ver en mi vida en cuanto esto acabe, te lo puedo asegurar! — Bramó, con la respiración acelerada. — ¿¿Arreglar?? No, esto no va a traer a la vida a tu madre, créeme que lo sé, por desgracia lo sé. ¡PERO NO CONSIENTO QUE SE MANCHE SU MEMORIA DE ESTA FORMA! — Se le había vuelto a ir de las manos el tono de voz. — ¡¡Han SECUESTRADO a tu hermano, le han apartado de su hermana, de su padre, de toda su familia y de sus amigos del colegio!! ¡Han insultado a tu padre y acusado de no ser capaz de cuidar de su hijo! ¡Y NO DEJAN DE INSULTARTE Y TORTURARTE A TI, POR TODOS LOS DRAGONES! ¡Y todo esto ni siquiera es tan absolutamente despreciable como lo que hacen con tu madre cada vez que la mencionan, y lo que le hicieron en vida! — Volvió a señalar la puerta. — ¡Y baja esas escaleras y ponte delante de tu primo al que llevan toda la vida utilizando y torturando, que no sabe ni lo que es una familia y al que van a obligar a salir corriendo, y dile que tu solución fácil es darles más dinero! ¡Que la situación en la que él se encuentra ahora mismo tampoco es motivo suficiente para no consentirlo! ¿¿O quieres que te recuerde en qué condiciones le conocimos y por qué está ahora como está?? —

Y en ese momento, vio brillar el espejo. Genial. No estaba para una llamada ahora. Fue a decirle a Alice que por favor pidiera a su familia de hablar en otro momento, hasta que estuvieran más calmados, cuando su última sentencia le dejó mirándola. Sí que podía hacerle más daño... — Pues no, no tenemos la misma opinión. — Negó, frunciendo los labios. — Y no... al parecer, no te comprendo. — Y eso era medio sarcasmo medio verdad, porque había una parte de todo ese razonamiento que no entendía, pero que su novia le acusara de incomprensivo con ella... El espejo seguía parpadeando, y claramente Alice estaba deseando cogerlo y, como ella misma decía, zanjar ese tema de una vez. — Tienes razón. Tu hermano, tu herencia, tus decisiones. — Señaló con un ademán de la mano el espejo. — Todo tuyo. — Dio varios pasos hacia atrás y, antes de salir por la puerta, añadió. — Pero yo no lo comparto. Así que tampoco pienso participar de esto. — Se giró y abandonó la habitación, bajando a toda prisa las escaleras, enfurecido y directo a la puerta de la casa. Por la vista periférica le pareció ver a Maeve con rostro preocupado, queriendo acercarse a él pero conteniéndose al verle salir tan embravecido. El que sí dio varias zancadas para alcanzarle fue Aaron. — Marcus... — Ahora no puedo. Necesito aire. — Contestó, mientras abría la puerta de la casa y, de varias zancadas, atravesaba el jardín y desaparecía de allí.

 

ALICE

No pudo evitar echarse un poco hacia atrás cuando Marcus le dijo eso. No estaba acostumbrada a que su novio le llevara la contraria de esa manera, con tanta vehemencia, y por un momento se quedó sin argumentos. Pero es que para ella no era un premio… No lo veía así, solo veía la recuperación de Dylan, y los medios, por primera vez, le daban exactamente igual. Pero no podía rebatir eso que decía Marcus, solo quedarse en su posición, sin saber qué decir, solo su mantra de “recuperar a Dylan”.

Pero negó con la cabeza y los ojos llenos de lágrimas cuando dijo lo de mendigar su familia. — No, Marcus. Yo no la he cuidado. Yo la he perdido, y por eso estamos así, y tengo que solucionarlo. — Y ojalá hubiera otra manera, pero si la había, ella no era capaz de verla después de tanto tiempo luchando sin cesar. Alguna vez los pájaros se cansan de volar, se dijo a sí misma.

Abrió la boca ofendida. — Yo no he dicho eso. Sé que Dylan es como tu hermano. Pero te importa DEMASIADO darle en la cara a los Van Der Luyden. Yo solo quiero mi vida, la vida que teníamos juntos, la que mi hermano tenía. ¡Nunca había tenido esta venganza y nunca la necesité! — Pero Marcus seguía con su discurso, y cuando dio aquella sucesión de gritos, se echó para atrás y se quedó mirándole. Aquella situación era demencial, Marcus y ella nunca había estado tan enfrentados en nada, solo cuando se pelearon antes de empezar, y era por falta de comunicación, y aquí ese no era ni de lejos el problema. Se tapó la boca y dejó salir las lágrimas cuando dijo lo de Aaron, y se giró, porque ahora mismo, mirarle solo le hacía ponerse peor, sentirse más confusa y no entender dónde estaba la línea entre lo que podía tolerar de esa gente y lo que no.

Entonces Marcus le dijo aquello, y se giró, mirando el espejo. — Marcus… — No puedo hacer esto sin ti, estuvo a punto de decirle, pero no lo hizo, porque sentía que, de todas formas, iba a tener que hacerlo sin él. Estaba llorando, desaforada, destruida y no tenía templanza para hablar con Rylance en ese momento. Pero no le quedaba de otra, así que se limpió las lágrimas y abrió el espejo. — ¡Alice! ¿Qué te pasa? ¿Y Marcus? — Ella suspiró y hundió la cabeza en las manos un momento. — Se ha ido. Hemos discutido. No estamos de acuerdo en esto. — Emma dejó caer los hombros y Arnold la miró con pena. Rylance también estaba allí, pero parecía con más aspecto de urgencia que de preocupación. — Pero vamos a hacer esto, por favor, porque necesito hablarlo y ponerlo sobre la mesa. Rylance, ¿te han explicado ya lo que hay? — Trató de reconducir.

El pecho le dolía, la garganta estaba agarrotada, pero había hecho cosas más difíciles en su vida, así que aguantó el interrogatorio del abogado y los O’Donnell, dando datos precisos, lo cual le ayudó a concentrarse en eso e ignorar las palabras que Marcus y ella se habían dicho. Cuando terminó, Rylance se quedó unos segundos mirando sus propias notas. — A ver… No me atrevería a dar un veredicto ahora mismo sobre si tenemos caso… Realmente, usar la custodia de un menor, utilizando extorsión y sobornos como sabemos que lo hicieron, es un delito. Podríamos conseguir una orden de alejamiento solo con eso. — Vio la cara de esperanza de los O’Donnell, y hasta ella misma se quedó mirándole con los labios entreabiertos. — Pero no quiero hacerles ilusiones. Necesito estudiar bien esto, y por mucho que lo estudie… estamos hablando de cruzar la justicia de dos países. A nivel burocrático y judicial… esto puede ser eterno. — El hombre miró a Alice. — Realmente, señorita Gallia, si lo que quiere es algo rápido y con seguridad de efectividad… y si realmente podemos asegurar legalmente todo lo que dicen… esa herencia podría ser la clave. — Total, que estaban igual. — Deme unos días. Ya me ha dado más de un mes, deme unos días más para que averigüe qué significaría e implicaría cada una de las opciones y… no haga nada sin consultármelo, por favor. Esto es muy importante. — Ella asintió con pesar. — Sí. — Alice… — Empezó su suegra. — Que sí, Emma. No he hecho aún nada sin preguntaros, no voy a empezar ahora. — En su vida se hubiera atrevido a hablarle así a esa mujer, pero es que realmente estaba molesta con todo, incluido con que le insistieran tanto en eso. No estaba desequilibrada, ni privada de su juicio, no iba a hacer nada sin las garantías. Por eso había llamado a los O’Donnell antes de nada, pero ni eso parecía suficiente para demostrar que solo estaba agotada y enfadada, no loca.

— Bueno, si me disculpan, yo voy a retirarme y a estudiar todo esto. En dos días nos reuniremos, ¿de acuerdo? — De acuerdo, Rylance. Muchas gracias. — Dijo, con un tono ya más derrotado que otra cosa. Se quedó sola con los padres de su novio, que acababa de salir por la puerta a Merlín sabía dónde, y ella lo que quería era llorar y maldecir todo aquello. — Alice… todas las parejas discuten. Sea lo que sea, lo solucionaréis. Marcus adoraba a tu madre, y te adora a ti, y todo lo que estáis viviendo… altera su comportamiento. — Dijo Arnold, comprensivo y dulce, como siempre. Ella se tapó la cara con las manos y se permitió sollozar. — Yo no quiero que piense que creo que no le importa Dylan. Es que a mí no me importa ese honor, Arnold. No me importa perder, porque para mí no sería perder… Solo quiero volver a mi casa… Solo quiero acabar esta pesadilla que ya vi venir el verano pasado y por eso me alejé, por eso intenté evitarlo, e indiscutiblemente me ha salido todo mal. — No, Alice. — Dijo Emma con su tono firme de siempre. — Estás enfocando esto en ti, y no va de ti. Va de unas personas que solo entienden el dinero, de otra persona que os ha usado para sus intereses y de un mundo que no conocéis. Por lo tanto, lo que tú hagas, no es tan relevante. Quiero decir que tu heroico acto puede que se quede en nada, porque solo te hayan usado. No lo sé, no podemos dar nada por sentado todavía. Mírame. — Dijo la mujer, y ella levantó la mirada. — Es duro. Es horrible, pero podéis con ellos. Daos tiempo, daos espacio y… hablad. Como dice Arnold, no siempre se puede estar de acuerdo en todo, pero no os hagáis más daño. — Mi niña… — Arnold, déjala. Vamos a dejarlo todos por hoy. Si me necesitas… para hablar de mujer a mujer, ya sabes que estoy aquí. — Ella asintió, y en cuanto pudo, cerró el espejo y simplemente, oscureció el cuarto y se metió en la cama, con la intención de no salir.

 

MARCUS

Estaba muy enfadado. Y además… estaba agotado. Estaba exhausto, destruido. Ya no aguantaba más aquello, quería zanjar ese tema, quería irse a su casa. Se había perdido el cumpleaños de su hermano, sus pruebas para el equipo, su entrada a Hogwarts en su último año. Llevaba un mes sin ver a sus padres, a sus abuelos, a su tía. Alice seguía negándose a hablar con William y él tampoco podía hacerlo. Y Dylan seguía a disposición de esa gente, pero ahora la baza que Alice quería usar para tenerle de vuelta… No. No, no y no. No estaba de acuerdo, y estaba actuando como un cabezota obstinado contra su novia, actitud que, después de todo lo sufrido, no le pegaba nada. Pero había llegado a su límite. No quería pasar por ahí, sentía algo en su pecho que se lo impedía y que le hacía estallar de rabia solo de pensarlo. No quería consentir que Alice hiciera eso después de tanta lucha, y ahora estaba enfadado con ella solo de pensar que tiraba la toalla tan pronto, con lo que les había costado llegar hasta ahí. Así estaba. Con la sensación de que su vaso se había colmado y de que ya no podía más.

Y como la discusión solo había ido a más, no se estaban entendiendo y ninguno parecía inclinado a cambiar de parecer, se fue. Necesitaba salir de la casa y dejar de hablar con Alice porque todo era dar vueltas y vueltas sobre lo mismo una y otra vez. No sabía ni a dónde ir, porque estaba en un maldito país que no era el suyo y que tenía muggles y coches por todas partes, que le parecían irritantemente ruidosos, muy peligrosos y, encima, asquerosos, porque soltaban muchísimo humo. Necesitaba respirar aire, no alquitrán. ¿Dónde se iba? ¿Al MACUSA? Claro, para toparse con un Van Der Luyden. ¿Y con quién iba a hablar? No quería hacer partícipe a ningún Lacey de una discusión de pareja, que les acababan de conocer, y ya tenía suficiente con que le hubieran escuchado sus tíos y Aaron. Y no tenía nadie con quién desahogarse. Pero se sentía mal, muy mal, y solo había una persona con la que querría hablar… aunque no le fuera a responder.

Se fue al mirador desde el que se veía a lo lejos la Estatua de la Libertad, y allí se quedó, apoyado en la baranda junto a decenas, centenas de personas más, que iban y venían y que se hacían fotos. Se quedó mirando al monumento, con las manos temblorosas de la rabia y apretando los labios, hasta que espontáneamente empezaron a caérsele las lágrimas. — No sé ni qué estoy haciendo aquí ahora mismo… ni si se supone que estoy hablando contigo o… — El viento le agitaba fuertemente los rizos. Negó. — Pero… no puedo hablar contigo directamente, Janet, ya no, y no puedo ir a tu tumba ahora porque estoy muy lejos y… — Una familia de turistas acababa de pasar por su lado y quedársele mirando. Se limpió una lágrima con enfado y chistó. — Genial, ahora soy el loco del muelle. — Iba todo a mejor ese día.

Entrecruzó los dedos de las manos, con los antebrazos en el mirador, y bajó la cabeza, intentando que su pelo le ayudara a disimular. Igualmente, el viento no ayudaba demasiado. — Dime que no me estoy equivocando. — Sollozó y levantó la cabeza al cielo, casi con enfado. — ¿Tú no eras la que creía en estas cosas? En el destino, en la adivinación, en las señales… ¡Mándame una! — ¿Qué estaba haciendo? ¿Estaba pidiéndole cuentas a su suegra? No, a su suegra muerta, para hacerlo todo más demente todavía. Volvió a sollozar. Ya le daba bastante igual si alguien le estaba mirando. Aquel sitio no le gustaba. — ¡Esto también lo hago por ti! ¿Ahora soy un desalmado? ¿Un avaricioso? — Dio una patada en el suelo, mientras seguía dirigiendo su discurso al cielo. — ¡¡El dinero no me importa lo más mínimo!! ¿¡Por qué es tan difícil hacéroslo entender!? — Ah, ahora le estaba atribuyendo a Janet las palabras de Alice. Iba mejorando por momentos. — ¿¿Qué le hago yo si me he dado cuenta demasiado tarde de lo que te hicieron?? ¡Ni siquiera había nacido! ¡Y por Merlín, cómo me hubiera gustado impedirlo! — Sollozó otra vez. — ¡Pero esto es lo más cerca que estoy de impedir que manchen tu memoria aún más! ¡Y sé que ya no importa, y ya sé lo que me vas a decir! — Alzó las palmas. — “Lo importante es que la familia esté unida, que seáis felices”. ¡Yo no puedo ser feliz sabiendo que se nos ha parado! — Señaló al cielo. — ¡Tú nos dijiste que éramos imparables y nos estamos dejando vencer! ¡Ese no era tu concepto de libertad! ¡Tú te f…! — Se levantó una ráfaga de viento muy fuerte que provocó grititos y risas en los allí presentes, pero que levantó un montón de hojarasca de los árboles cercanos, que había empezado a caer en los primeros coletazos del otoño. El viento arrastró algunas de estas hojas y flores y Marcus notó cómo algo le daba en la cara… y cuando fue a quitárselo, lo vio.

Se quedó unos segundos simplemente mirando el díctamo en sus manos, conmocionado, y fue lo que necesitaba para echarse a llorar. Se dejó resbalar hasta sentarse en el suelo, con la espalda apoyada en el mirador y la estatua tras él, llorando con la cara entre sus manos. La gente pasaba por delante suya como si ni le viera, o peor, le miraban y continuaban su camino. Cuando pudo calmar su respiración, habló. — Perdóname. — Sollozó. — Mi padre dice que cuando me enfado, no hay quien pare mi retahíla… Perdóname, Janet. — Lloró otro poco, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano, sin soltar el díctamo entre los dedos.

Se quedó unos instantes pensativo, en silencio, con el rostro mojado pero habiendo ya parado de llorar. Apoyó la cabeza en la pared. — Esta ciudad… No te veo aquí. En ninguna parte. — Tragó saliva. — Finjo que sí, y le digo a Alice que intente verte y sentirte… pero esta ciudad y tú no os parecéis en nada. — Negó. — Es una ciudad desalmada. Tú jamás habrías visto a alguien llorando en mitad de la calle y habrías pasado de largo. — Alzó los ojos hacia el cielo. — Estamos empeñados en llevarnos todos los pedazos de ti que encontremos por aquí… cuando tú siempre estuviste donde estábamos nosotros. — Se mojó los labios, con la mirada triste y perdida. — Me he empeñado en no irme de aquí sin limpiar tu memoria, no solo recuperar a Dylan, sino recuperar vuestra dignidad... Que se haga justicia. Y quizás… — Dibujó una sonrisa triste. — Tú siempre hayas sido la más inteligente de este grupo. Quizás, la justicia y la libertad, sean lo que tú quieras que sean. Lo que tú elijas. — Se puso de pie y se giró para volver a mirarla: la Estatua de la Libertad. Sonrió de lado. — Es curioso que empezaras a ser libre en cuanto la perdiste de vista. — Miró al díctamo entre sus dedos. — Supongo… que tienes razón. — Esbozó una sonrisa triste, miró al cielo una última vez y, guardándose la flor en el bolsillo, se dio media vuelta y se marchó.

 

ALICE

No sabía cuánto tiempo llevaba en la cama. Los gritos debían haberse escuchado, y habían visto salir a Marcus, así que todos sabían que se habían peleado. En algún punto, alguien había llamado a su puerta, pero ante la falta de respuesta, se había ido, y por la forma de andar y la ligereza al subir las escaleras, creía que era Aaron, porque Marcus estaba bastante segura que no había vuelto. Después de ese episodio, había silenciado la habitación y se había quedado mucho más tranquila.

Desde la muerte de su madre, Alice había entendido que, a veces, la única forma de calmar a esa cabeza suya que nunca paraba de chillar, era meterse en una habitación oscura y silenciosa, y obligarse a tumbarse, como si el hecho de que el entorno se apagara entero, e incluso su propio cuerpo, le hiciera entrar en razón. Y ahí, en el silencio, la oscuridad y el reposo, lograba bajar el ritmo y el volumen, lograba encontrar los pensamientos y ponerlos en orden, entre todo el ruido de gritos, llantos y culpabilidad que a veces se le agolpaban dentro. Y en esa calma, al final, solo quedó el dolor de pecho y las lágrimas por su cara. No tenía nada claro, solo que quería recuperar a Dylan. Rylance solo le había liado las cosas todavía más, y las palabras de Marcus se le clavaban como puñales, como si, en vez de haber dos opciones, hubiera un millón delante de ella, tantas, con tan pequeñas sutiles diferencias, que se aturullara al mirarlas, mientras el tiempo que tenía para ayudar a su hermano era un reloj de arena gigante en el que los granos se derramaban aún más rápido.

Lo que claramente se le había olvidado era que el espejo no se afectaba del hechizo silenciador. Al principio lo vio brillar, pero lo ignoró. No tenía ganas de hablar con nadie y menos con nadie de Inglaterra, así que simplemente se dio la vuelta en su sitio. Pero al ratito se giró, a ver si habían desistido y no, ahí seguía brillando. ¿Y si era una emergencia? En Inglaterra debía ser tarde. Se levantó y entornó el espejo, descubriendo la cara de Emma, efectivamente, en bata, lo cual no era muy buena señal. — ¿Alice? ¿Marcus? ¿Estáis ahí? — Claro, ella lo tenía todo a oscuras. Encendió la luz de la mesilla y se sentó en la cama con el espejo. — Solo estoy yo. — Dijo con la voz rasposa de no haber hablado en mucho rato. — ¿Marcus aún no ha vuelto? — Alice negó y se agarró de las piernas. — Pero tranquila, aún no es de noche, es que yo tenía todo cerrado. — Emma suspiró levemente y mantuvo el silencio unos segundos. — Bueno, quería hablar con los dos, pero principalmente contigo, y, cuando se discute, muchas veces, la distancia es recomendable. — Alice tragó saliva e hizo un gesto con la cabeza. — ¿Te has salido de la cama? ¿Pasa algo? — Emma cruzó los brazos, sin dejar de fruncir el ceño. — No podía dormir y necesitaba hablar contigo, hasta que no lo dijera no me iba a quedar tranquila. — Alice hizo un gesto de derrota con la mano y probablemente también con la cara. — Pues tú dirás. —

Se hizo un silencio de unos segundos. Emma jugaba muy bien con los silencios, pero, en este caso, Alice no es que estuviera jugando (de hecho, no sabía hacerlo), simplemente no tenía ganas de hablar, y se le hacía más fácil quedarse callada. — Ni Marcus, ni los O’Donnell, ni yo, ni siquiera tu propia familia, se han visto en una situación como la que estás tú. Lo que te recomendemos, es simplemente lo que haríamos nosotros. Pero, de nuevo, es una opinión que nunca va a ser tan válida como la tuya. — Alice seguía callada. — El problema es que nosotros estamos en nuestras casas, preocupados, sí, pero sin vivir esto día tras día. Marcus no. Marcus está mucho más implicado en esto que otra persona, y sé qué es lo que siente en estos momentos, porque es lo que sentiría yo. — Ella se mordió los labios y se apartó el pelo de la cara, reuniendo paciencia. — Me ha dejado muy claro lo que piensa, y yo a él. Ya sé que creéis que me estoy dejando vencer. — Las lágrimas acudieron a sus ojos. — Pero no podéis seguir pidiéndome que aguante más. No son estos dos meses. He vivido con esta amenaza y este miedo desde hace un año, no tengo cuerpo para más. Si ellos ganan, que ganen. Si creéis que soy una cobarde, lo siento, pero me da igual. — Emma se quedó en silencio también, hasta que dijo. — Nadie podría llamarte cobarde jamás. Eres joven, estás agotada y triste, eso es todo. Lo que te pedimos es que presentes la última batalla. — Alice se tapó el rostro y sollozó, y sin destapárselo, dijo. — ¿Cuántas veces más va a ser la última? — Ya no confiaba en su suerte, en el devenir de su familia, por no confiar, no confiaba ni en su propio criterio. — Alice, mírame. — Ella levantó el rostro. — ¿Crees que yo doy mi palabra en vano? — Tragó saliva y negó con la cabeza. — Para nada. — Pues tienes mi palabra de que si, en unos días, veo que no hay caso y que la única forma de recuperar a Dylan con certeza es darles el dinero, te apoyaré y te facilitaré hacerlo. —

Y ahí estaba. Brillando entre todas las demás, entre los millones de hilos brillantes que seguir: la opción buena, la menos mala. — ¿Y Marcus? — Hay dos mujeres en el mundo que conocen a mi ajenjo mejor que ninguna otra ¿no? — Eso la hizo sonreír mínimamente y asintió. — Las dos están aquí. Las dos podrán hacerle entender cualquier cosa que decidan. — Se le debió escapar un gesto de incredulidad. — En el amor, Alice, ya lo irás viendo, hay veces que no se puede estar de acuerdo y hay que aprender a vivir con ello. — Miró con tristeza a la nada y dejó escapar el aire por los labios. — ¿Y si no soy lo que él esperaba por actuar así? ¿Y si él creía que yo era más valiente y en parte por eso me quería? — Ahí a Emma se le escapó una risa. — Alice, por favor, parece que no conoces a mi hijo. Él solo tiene un orgullo y un sentido de la venganza y la justicia mucho más elevado y engordado por sí mismo que el tuyo. Y os adora a ti, a tu madre y a tu hermano. Haría lo que fuera por ver justicia con vosotros y vuestra circunstancia. Si por él fuera, se obsesionaría con el tema y no pararía hasta agotar todos los cartuchos, aunque eso le costara años. Es el cubo de Rubik otra vez, pero con un problema de verdad. ¿Quién ha sido capaz, una y otra vez de sacarle de sus esquemas? — Puso una sonrisa triste. — Yo. Si el problema es que, en parte, sé que tiene razón, pero no puedo dársela, no quiero dársela, no quiero afrontar esa solución. — Emma cruzó las manos y suspiró. — Eso son las discusiones de adultos. No hay un sí y un no definidos. No va de buenos y malos, o cobardes y valientes. Va de dos personas que se quieren, que están luchando por una misma cosa, y que están sufriendo demasiado para ser elegantes y cabales. Ni yo puedo serlo siempre, aquí estoy, en bata y sin poder dormir, barajando cómo de difícil sería aparecerme allí ahora mismo. — Los ojos de Alice se inundaron y pensó ojalá lo hicieras. Estoy cansada de ser yo la que libra esta batalla. — Se solucionará, Alice. Y, sea cual sea el proceso, termina con Dylan volviendo a tu lado, te lo prometo. — Se limpió las lágrimas y asintió. — Descansa y sigue apartada de todo. Te lo has merecido después de todo. Mañana verás las cosas de otra forma. Y, de nuevo, si me necesitas, me llevo el espejo a todas partes. — Volvió a asentir y dijo. — Emma… Mi padre… — No sabe nada. Ninguno de los Gallia. Se lo contaremos mañana y… no te preocupes por eso. Para algo de lo que nos podemos ocupar nosotros, déjalo de nuestra cuenta. — Sintió un peso más caer del pecho. — Gracias. No quiero hacer esto sin vosotros, Emma. — No lo harás. Ni sin Marcus tampoco. Descansa, Alice, de verdad, mañana afrontaremos todos las cosas mucho mejor. — No le quedaría de otra, desde luego. Pero antes de cerrar el espejo, se vio en la obligación de decir. — Gracias. — Sabes que no tienes que darlas. Todos queremos que vuelva Dylan. — No, no por eso… Gracias por enseñarme todo lo que ella no ha podido. — Y solo con mirarse, a pesar del espejo, las dos entendieron de lo que estaban hablando.

 

MARCUS

No se hallaba, en absoluto. Había dejado de repetirse mentalmente lo mucho que odiaba Nueva York... de manera consciente. Ahora, iba vagando por las calles, sin rumbo, con el mantra de fondo de lo mucho que odiaba todo lo que suponía aquella ciudad, pero caminando por allí igualmente porque no le quedaba de otra. No se sentía aún bien para volver a casa, para enfrentarse a Alice, o a sus tíos y Aaron, que habían oído toda la discusión. Tampoco para entrar directamente y subirse al dormitorio sin hablar con nadie, no era su estilo y le iba a hacer sentir aún peor. Pero la noche había caído hacía rato, y aparte de que no le daba confianza andar solo por esa ciudad, no quería asustar con su ausencia a los demás.

Al aparecerse en el jardín, vio alguien que se levantaba del escalón del porche. Se acercó a la casa, considerablemente más rebajado en sus humos, aunque cabizbajo. Aaron le miraba acercarse, y Marcus... se detuvo ante la puerta. De verdad que le incomodaba entrar. — ¿Quieres cenar aquí fuera? — Le preguntó el chico, y Marcus le miró. — Maeve te ha guardado un poco de cena. Puedes cenar aquí y entrar directamente a tu habitación, nadie te diría nada. ¿Te la traigo? — Parpadeó. No es que estuviera en guerra con Aaron, pero no esperaba tantísima amabilidad, menos después de la que había liado. No sabía qué decir, pero su oferta le iba a venir muy bien. Asintió levemente, y el chico se giró y entró en la casa.

Se sentó en una de las mesas del jardín, con las manos entre las rodillas. La temperatura era más baja cada día que pasaba, aunque seguía sin hacer demasiado frío. Aaron llegó en apenas unos minutos y puso la comida en la mesa. — Gracias. — No hay de qué. — El chico tragó saliva y dijo, tras unos segundos de pausa. — Si quieres estar solo, lo dicho, te dejo aquí y cuando cenes subes a tu cuarto y ya. Si no... puedo hacerte compañía. No voy a leerte la mente, y no tenemos por qué hablar si no quieres. Te lo prometo. — Marcus le estaba escuchando con la mirada en ninguna parte, y tras unos segundos, asintió y le señaló la silla ante él. Aaron se sentó.

Solo se escuchaba el ruido de los cubiertos y Marcus al comer, y el leve mecer de las hojas de los árboles al viento. Por lo demás, estuvieron más de cinco minutos en absoluto silencio. — Marcus. — Dijo Aaron, con voz musitada, tras ese tiempo. — No queríamos oíros, de verdad que no... — Estábamos gritando. Es normal. — Dijo con voz taciturna. Aaron asintió levemente y siguió. — He escuchado lo que has dicho de mí. — Marcus siguió masticando, más aire que comida, con la mirada perdida y triste. Aaron había intentado mirarle a los ojos sin mucho éxito. — Estoy contigo. Creo que tienes razón. — Eso le hizo entornar la mirada hacia arriba, como si esperara el pero. — Son... malvados. Son crueles. Me han arruinado la vida, a mí, a Janet, a Alice, a Dylan, a William... a Bethany, por lo que vi en la carta, y a saber a cuánta gente más. No deberían ver ni un knut. — Marcus bajó la mirada otra vez. Estaba mucho más relajado, pero seguía pensando lo mismo. Le complacía ver que no era el único.

— Has... dicho muchos motivos por los que no deberían salirse con la suya. — Continuó el chico, mientras Marcus seguía en silencio, comiendo lentamente lo poco que quedaba en su plato. — Muchas personas por las que renunciar no es una buena idea... — Aaron tragó saliva. — Pero creo, y me incluyo en esto porque pienso como tú, que se nos está olvidando que son esas personas quienes deberían no querer esto. Decidir. — Se mojó los labios y continuó. — Alice es una de ellas, y ya ha dado su palabra: le da igual, prefiere renunciar al dinero. A Janet no le podemos preguntar... pero creo que, con lo que hizo, dejó claro que renunciaba a todo. No abría las cartas, dejó dicho a su marido que no quería nada de ellos, que se quedaran el dinero... Creo que su postura está clara. En cuanto a William, cuando le llegó la carta de Bethany la rechazó. Me lo ha contado Alice. No quiso ese dinero porque Janet no lo quería, y él tampoco. Y en cuanto a Dylan... no sabe nada de esto ni le hemos preguntado su opinión, pero creo que no es difícil intuir que le daría bastante igual que se quedaran con el dinero por tal de volver con su hermana y a su colegio cuanto antes. — Bajó la mirada, jugando con los dedos de sus manos. — Solo falta una persona por opinar. — Le miró. — Yo opino como tú, Marcus, ya te lo he dicho. Yo no les daría el dinero, no les dejaría ganar. — Soltó aire por la nariz, cerrando los ojos lentamente y volviéndolos a abrir. — Pero también estoy cansado. Muy cansado. — Eso sí hizo a Marcus mirarle, con ojos tristes.

— Toda mi vida ha sido esto. Me han maltratado y utilizado de mil formas, y la última de ellas ha sido precisamente por este dinero. ¿Quiero que, encima, se lo lleven, después de lo que me han hecho? Claro que no. Pero... he tenido que venirme aquí con vosotros para enterarme de lo que es una familia de verdad. Y, sinceramente, lo que quiero es perderles de vista. Que dejen de hacerme daño a mí, y que dejen de hacerle daño a todos los que me rodean. — Le miró con arrepentimiento. — Lo siento muchísimo, Marcus. Siento cada día que os he arrastrado hasta aquí, a sufrir lo indecible, y vosotros a cambio me habéis dado una familia, aunque puede que cuando esto acabe no les vuelva a ver, pero ya sé lo que es ser feliz de verdad, ya sé qué quiero en mi casa el día de mañana. Si tengo que tragarme mi orgullo, mi honor y todas esas cosas para poder irme lo más lejos posible y, sobre todo, para que vosotros dejéis de sufrir y hagáis vuestra vida de una vez por todas... — Hizo un gesto con la cabeza, bajando la mirada y arqueando las cejas. — Lo siento. Han ganado, Marcus. Tenemos que parar. No podemos seguir sufriendo de esta forma. No podemos más. Y con esto... ya tienes la opinión de todos los implicados al respecto. Y me temo que hay unanimidad. — Marcus tragó saliva y bajó la mirada al plato de nuevo. Volvieron a quedarse en silencio unos minutos.

— ¿Qué vas a hacer? Cuando todo esto acabe. — Preguntó Marcus, con voz trémula, sin alzar la mirada. Aaron soltó aire por la nariz. — No lo sé... — Hizo una pausa. — Quiero... irme lo más lejos posible de todo lo que me recuerde a mi vida antes de esto. Empezar de cero en todos los sentidos. Quiero a Ethan y le echo de menos, jamás podré agradecer a tu familia lo acogedores que han sido conmigo, y me va a doler no verles más... Igual que a vosotros. Mucho, de verdad. — Negó. — Pero quiero irme lejos. Muy lejos. A un país que no guarde ningún tipo de relación con nadie que conozca a ser posible. — Soltó aire por la nariz. — No tengo un propósito, Marcus, no sé qué hacer. Mi vida ha sido una mera supervivencia, y ahora que por fin me siento a salvo... tengo que empezar a construir. No sé por dónde hacerlo, pero supongo que ya se me irá ocurriendo. Todo va a ser mucho mejor que quedarme en EEUU. — Marcus asintió lentamente. — Me parece un buen plan. — Dijo, comprensivo. Le miró. — No puedo... ignorar ciertas cosas. — Lo sé. — He tenido una vida fácil, y desde fuera se ven las cosas más sencillas, supongo. — ¿Fuera? Marcus, tú estás tan metido en esto como nosotros. — Yo no he vivido lo que habéis vivido vosotros, ni de lejos. No siento en propia piel ese cansancio del que habláis. Y estoy agotado, y harto de estar aquí, y de que parezca que solo existe esto. Pero soy consciente de que no es lo mismo. — Alzó las cejas y las dejó caer de nuevo, frustrado. — Creía que eso me daba un carácter de objetividad que ayudaba... Ahora no lo tengo tan claro. — Hubo otra pausa. Tras esta, Aaron señaló su plato con la cabeza. — ¿Has terminado? — Marcus asintió, y el otro se levantó. — Pues cierra el día por hoy. Intenta no pensarlo más, Alice está en su cuarto descansando. Mañana... seguro que podéis hablar las cosas más tranquilos. — Marcus volvió a asentir, y entró tras él en la casa. — Gracias. — Le dijo, y Aaron le miró, con una sonrisa triste. — Es lo menos que puedo hacer. —

 

ALICE

(3 de septiembre de 2002)

En verdad llevaba un buen rato despierta, pero era consciente de que era temprano, así que se había quedado en la cama, simplemente existiendo. Cuando por fin se animó a levantarse, abrió las ventanas y canceló el Silentium. Solo lo había cancelado un momento ayer para asegurarse de que Marcus había vuelto, y le oyó en el porche, a lo lejos. Pero ahora era un nuevo día y tenía que mentalizarse. Inspiró el aire limpio y húmedo que entraba por la ventana de la mañana temprana, cercana al amanecer.

Odiaba estar enfadada con Marcus, odiaba esa situación, y odiaba no saber bien qué iba a decir a su novio. “No quiero seguir luchando, pero no quiero que te enfades conmigo” expresaba bastante bien su sentir, pero no le parecía la mejor manera de expresar lo que quería, la verdad. Pensando, se fijó en aquellos juguetes de Shannon que había en su cuarto, y se acercó a ellos, con los maletines de enfermera de juguete al lado. Sonrió un poco de medio lado al abrirlos y mirarlos. Ella nunca había tenido de esas cosas, aunque de tan pequeña no sabía aún qué quería ser, aparte de un pajarito que pudiera volar siempre. Suspiró. ¿No querría ella una vida mejor? Una diferente a la que habían vivido hasta ahora, arreglar la casa, no tener que preocuparse de que su padre volviera a trabajar, comprarle a Dylan lo que quisiera, lo que necesitara… Pero ahí estaba la clave, en Dylan. ¿Podía asegurar ella que tendrían a Dylan si se quedaban el dinero? ¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto más se iba a ver afectada la vida de su hermano? Suspiró. Quizá debería dejar de preguntarse esas cosas a solas y preguntárselas, sin gritos a ser posible, con su novio.

Salió muy despacito porque no quería despertar a nadie más, y según entró en la habitación de Marcus, echó un Silentium. Echaba de menos despertarse allí, oyendo la lluvia y el viento, sí, pero con Arnie entre Marcus y ella, sintiéndose un poco más arropada. Se paró un momento a ver a su novio dormido, que era un espectáculo, la verdad. Odiaba esa sensación de no saber cómo acercarse a él sin empezar una pelea otra vez, y sin echarse todo en cara de golpe, porque lo que le salía natural era meterse en la cama con él y darle mimos, besos, caricias, hasta que se despertara y quedarse allí, simplemente estando juntos. No poder hacerlo le daba una rabia terrible.

Se sentó en el borde de la cama y le pasó la mano por el costado suavemente, luego por el brazo, y al final, le apartó los rizos de la cara, para despertarle. — Marcus. — Le llamó suavecito. Puso una mano tranquilizadora en su brazo. — No pasa nada, es muy temprano, pero necesitaba hablar contigo. — Tragó saliva, mientras su novio se despertaba y ella seguía acariciando levemente su brazo. — No me gusta estar así. Odio estar así. — Bajó la mano hasta dársela a él, y dijo con pesar. — Nunca quise decir que Dylan no te importa. Lo siento por haberlo transmitido así. Para Dylan eres su segundo padre, yo nunca pensaría algo así. — Apretó su mano. — Yo tampoco tengo las cosas al cien por cien claras, Marcus. Pero necesito pensar que hay algo de toda esta situación que realmente está en mi mano. Que si veo que no podemos más, que esto se complica, tengo esa opción. — Suspiró y dijo. — Ayer hablé con tu madre, después de Rylance y todo lo demás… Le dije que puedo esperar unos días hasta encontrar otra solución, y lo haré. — Le aseguró. Que al menos supiera que estaba dispuesta a mirar otras opciones.

 

MARCUS

Tal y como predijo, subir al piso de arriba y ver la habitación de Alice cerrada y silenciada (a esas alturas de su vida sabía reconocer bien un Silentium cuando se echaba) hizo que el pecho le escociera. Igualmente, se metió en la suya, se puso el pijama y, al cabo de un rato, se durmió. Durante la noche sintió que se había despertado mil veces, pero al menos la última hora y media la había dormido del tirón, hasta que sintió una caricia y se percató de que el colchón estaba levemente hundido. Habría considerado más probable, dadas las circunstancias, que hubiera venido Maeve a llamarle porque se había pasado durmiendo (durante la noche había dormido poquísimo, al fin y al cabo), que el que fuese Alice. Pero era ella. Reconocía esa forma de acariciarle y de apartarle el pelo, su olor y su presencia aunque tuviera los ojos cerrados. Era lo que aspiraba tener junto a él cada mañana de su vida, como para no reconocerlo.

Igualmente, estaba tan dormido que era como si su presencia se le hubiera metido en el sueño, y no pudo evitar inquietarse levemente cuando la vio allí. Así vivían en los últimos meses: cualquier cosa les ponía alerta. Pero no pasaba nada, confirmado por su novia, solo quería hablar con él. Se incorporó ligeramente, dándose la vuelta para dejar de estar boca abajo y ponerse más a la altura de ella, frotándose la cara. Agachó la cabeza. — Yo también. — Aseguró. Estaba convencido de que su mal dormir estaba más relacionado con saberse peleado con Alice que con cualquier otra cosa.

Le dio la mano a su novia y no levantó la mirada cuando dijo esas palabras. Eso le había dolido, sí, pero también sabía que Alice no lo pensaba, que había sido fruto del momento y de lo enfadados que ambos estaban. La dejó hablar, y ante lo último sí la miró. Tragó saliva y volvió a bajar la mirada. ¿Qué decía ahora? ¿Que se alegraba de que hubiera tomado esa decisión? La parte de él que se alegraba era la de saber que aún podían no dejarles ganar la batalla, pero tenía clarísimo que eso era alargar un sufrimiento que Alice no quería alargar. No podía alegrarse de eso.

Tragó saliva una vez más antes de hablar. — Siento haberte gritado. Lo siento muchísimo. — Dijo de corazón. Negó con la cabeza, aún con la mirada agachada. — Ayer estaba muy enfadado, pero no quiero que pienses que era contigo. Era con ellos y con esta situación, y en medio de mi enfado... vi... Cada vez que oigo a esa mujer decir ciertas cosas, me hierve la sangre. Lo tenía demasiado reciente, lo había oído hacía apenas minutos, y cuando estuvimos en el notario, de repente vi claro lo que había, sentí que ya no podían haceros daño gracias a esa cláusula y eso me dio un alivio que no he sentido en todos estos meses. Me enfadó enormemente ver que tu hermano no estaba, pero por otro lado... cuando lo supe, pensé: entonces ya no hay prisa. — Ahora sí, la miró. — Lo siento. Yo también odio estar aquí, odio verte sufrir de esta forma. Pero... me he centrado en tres objetivos: recuperar a tu hermano, saber el por qué de esta situación y... asegurarme de que no ganaban ellos. No es una cuestión de venganza, Alice, aunque reconozco que me encantaría vengarme y todos tendríamos motivos sobrados para hacerlo. — Se mojó los labios y retiró de nuevo la mirada. — Es una cuestión de que sabía que todo esto no era ni por Dylan ni por cuestionaros a tu padre y a ti, era por otra cosa, y quería que se demostrara ante la ley y que el peso de esta les cayera. Lo vi todo muy claro con la lectura del testamento y... me esperancé en ello. Mi urgencia era que tu hermano no pasara ni un segundo más con esa mujer. Y aunque me irrite saber que no está en Hogwarts, saber que está protegido en un colegio me deja más tranquilo. Por eso... pensé, ya no tenemos tanta prisa. Tenemos hasta Navidad, que volvería a salir, para resolver esto, y estaba convencido de que no íbamos a tardar tanto. — Se encogió de hombros. — En todo este procesamiento... no he contado con lo que tú querías, y lo siento muchísimo. Ayer llegué aquí muy enfadado y, cuando te vi tan determinada a zanjarlo ya, ahora que yo sentía que teníamos una baza y menos prisa, no di crédito. Y supongo que... eso mismo que hice de no contar mentalmente con tu opinión, era lo que sentía que hacías tú conmigo. De ahí que mi enfado fuera a más. — La miró de nuevo a los ojos y aferró su mano. — Pero yo no podría enfadarme contigo, Alice, y menos por este motivo. Por decir que la herencia te da igual y que quieres a tu hermano. No eres tú quien me enfada, es... esta maldita situación. Y mentiría si te dijera que no me pongo malo cada vez que lo pienso. — Hizo una pausa, con la mirada perdida, y finalmente asintió, aunque con pesadumbre. — Me parece una buena determinación. Cuenta conmigo. —

 

ALICE

Negó con la cabeza a su disculpa. — Los dos gritamos. Esto es… difícil. — Dijo con un suspiro. No podían pretender estar siempre por encima de la situación. Asintió cuando dijo que era contra las circunstancias. — Lo sé. Es que ayer no… No podía ver nada claro ¿sabes? Vi una salida y quería cogerla, a pesar de todo. Y solo veía que tú y yo nunca hemos estado tan en desacuerdo en nada y… Duele tanto todo esto y no ver los dos el mismo final… — Se le ponía un nudo en la garganta solo de recordarlo, y tenía que tragar saliva y regular la respiración para no echarse a llorar otra vez.

Escuchó lo del peso de la ley y se encogió de hombros con tristeza. — Lo sé. Si lo peor es que lo sé, lo entiendo… — Se tapó la cara con la mano libre. — Es que siento como si, cada vez que lo enfoco, apareciera la otra opción diciéndome: ¿qué es tener todo ese dinero a cambio de tener a Dylan aquí y ahora? Y les olvido, a todos. A Lucy Van Der Luyden, a Bethany… — Se mordió los labios. — Me he olvidado hasta de ti. Tú no contaste con mi opinión y yo tampoco con la tuya, porque estamos tan acostumbrados a tener la misma, que simplemente nos lanzamos a ello, con la misma seguridad que hacemos todo y… Bueno, para todo hay una primera vez. —

Subió las piernas al colchón y se arrastró para poder acercarse hacia él y rodear su tronco con un brazo, mirándole de más cerca. — Yo tampoco podría enfadarme contigo por querer justicia para mi madre. Por querer condenar a esa gente y por querer que Dylan y yo queramos una vida mejor. Es solo que no lo veo posible, y no quiero seguir gastando energías en cosas que parecen imposibles cuando conozco una forma de zanjarlo. — Suspiró y acarició su mejilla. — Pero sé que solo quieres lo mejor para nosotros. Para Dylan, para ti y para mí… Para nuestra familia, porque eso somos los O’Donnell y los Gallia. — Los ojos se le humedecieron. — Ayer tu madre me dijo que el amor adulto también es no estar siempre de acuerdo. Que no por eso nos íbamos a querer menos y… para variar, tiene razón. — Rio un poco. — No te quiero hoy ni un poquito menos de lo que te quería ayer. Siempre un poquito más, porque veo qué es lo que quieres, lo que buscas para mí y nuestra familia… — Inspiró. — Por eso he accedido a lo que proponen Rylance y tu madre. Pero voy a serte sincera, mi amor. — Clavó sus ojos en los de él. — Si la propuesta me parece demasiado complicada o larga, usaré el dinero para que me devuelvan a Dylan y firmen la renuncia. — Le dio un beso en la mano. — Sé que no lo compartirás… pero al menos ahora sé que lo aceptarás. Y que no me querrás menos por ello.— Suspiró y tiró de él hacia la cama. — Es muy pronto… Nadie sabe que estamos despiertos, y apuesto lo que quieras a que has dormido tan mal como yo. — Se abrazó a su torso y se apoyó en su pecho. — ¿Podemos dormir aunque sea un ratito? Así… que es como mejor dormimos. — Y, aunque fuera por un par de horas, sentir que eran solamente ellos, en una cama, remoloneando como les gustaba, antes de enfrentarse a todo lo demás.

Notes:

No podía ser tan fácil, ahora tienen la información pero se ha generado un debate de cómo utilizarla. Hoy solo queremos saber ¿qué harían nuestros fans? Contadnos como siempre, tenemos muchísima curiosidad.
Recordad que la semana que viene estamos de vacaciones porque vienen los reyes a traernos más tramas e inspiración. Esperamos que estéis pasando unas Navidades geniales, gracias por seguir por aquí y felices fiestas a todos.

P.D: la escena de Marcus en Nueva York es uno de nuestros momentos favoritos de esta trama, ¿a que estáis de acuerdo?

Chapter Text

DAMOCLES

(7 de septiembre de 2002)

 

MARCUS

Había asegurado con mucho convencimiento que tenía paciencia de sobra para aguantar lo que hubiera que aguantar hasta dar con la solución y traer a Dylan de vuelta por los medios legales (que consideraba más que en su favor) y sin tener que hacer renuncias de por medio. No había pasado ni una semana desde que tuviera su desencuentro con Alice y acabaran acordando que intentarían buscar dicha vía pero que, si veían que se eternizaban, optarían por el camino rápido y hasta aquí llegarían sus intentos. Lo dicho, Marcus había afirmado tener paciencia más que de sobra, tenacidad y persistencia para encontrarlo... pero lo cierto es que solo estaban encontrando trabas. Pensó que aquello les llevaría semanas o incluso meses y que su mayor escollo sería lograr que Alice estuviera dispuesta a aguantar tanto. Pero, a más descubrían del tema, más complicado se planteaba. Se estaba irritando no por el tiempo de espera o por verse inmerso en un monotema que no acababa nunca, con eso contaba; se estaba irritando porque, con lo que no contaba, era con que la ley no les diera la razón sin ningún atisbo de duda. Con que todo fuera tan complicado y retorcido, y que las cosas más obvias del mundo "no se pudieran demostrar así como así" o "no fueran tan fáciles". De verdad que no daba crédito. Y esa carencia de lógica jugaba bastante en contra de su capacidad de aguante.

Habían vuelto a hablar con Nicole y con Howard, pero no sacaban nada en claro. Aaron había decidido no ir al notario hasta que Alice no tomara una resolución sobre su propio tema, quería apoyar y no tenía ninguna prisa (total, estaba convencidísimo de vender la casa y largarse con lo que sacara por ella, y no iba a irse hasta que no se fueran ellos). Tocaba volver a hablar con su madre y con Rylance a través del espejo... y algo le decía que iba a tener que empezar a claudicar. Esperó junto a Alice, en silencio, los dos serios y con la mirada perdida, a que el espejo indicara que sus interlocutores estaban al otro lado. No se sacaba de la cabeza que los Van Der Luyden iban a salir victoriosos con todo aquello... y no lo podía llevar peor. Pero quería apoyar a Alice, y había hecho un trato con ella: lo iban a intentar pero, si no funcionaba, renunciaría. ¡Pero es que apenas habían pasado cinco días! Era muy pronto y quería aferrarse a la idea de que aún podían hacerse más cosas. Al parecer, era el único.

— Buenas tardes. — Oyó la voz de su madre, que le hizo salir de su divagación, descruzarse de brazos y acercarse al espejo. — Hola, mamá. — La mujer le esbozó una sonrisa sutil a él y otra a Alice. — Hola, Rylance. — Hola, Marcus y Alice. — Ya no le estaba gustando el tono del abogado. Ese hombre no era precisamente la alegría de la fiesta, pero cuando hablaba como quien suspira, no era buena señal. De hecho, eso hizo acto seguido, suspirar. — Mirad... me he estado informando día y noche sobre todas las bazas que tenemos, tanto a nuestro favor, como en nuestra contra, como... volubles, por así decirlo. Aquellas que dependen de quien las mire y utilice. — Marcus estaba verdaderamente intrigado por conocer qué exactamente podía no estar en el grupo de bazas en su favor, porque no lo veía. — Podemos seguir mirando y mirando, pero... — Miró a Alice. — Ya hemos hablado de cómo puede eternizarse este proceso, y honestamente... veo cada vez menos garantías de que el resultado cambie sustancialmente por echarle más tiempo. ¿Podríamos llegar a una victoria absoluta? — Hizo una pausa. — Quizás. Con muchísima suerte, con muchísima influencia, pero sobre todo con muchísimo tiempo. Y ni siquiera puedo asegurarlo al cien por cien, de ahí que haya dicho quizás. Pero tampoco quiero desesperanzaros al respecto. — El hombre soltó levemente aire por la nariz. — Toca tomar decisiones. Yo puedo seguir investigando todo el tiempo que me lo pidáis. Pero quiero ser honesto ante todo con vosotros. —

 

ALICE

No quería decirlo, pero le quemaba en los labios: lo sabía. Lo sabía, y aun así, había elegido creer que había otra opción, porque no quería volver a Inglaterra y decir: “hola, familia, hemos perdido varios millones, os dije que era buena idea mandarme a América”. A la luz de su discusión con Marcus, y la posterior conversación con Emma, había empezado a desarrollar una esperanza de… Bueno, de no tener que rendirlo todo a los pies de los Van Der Luyden. Marcus siempre supo ponerle ideas más grandes que las que ella pudiera concebir en la cabeza. Pero, al final, su primer pensamiento había sido más acertado. Quizá estaba más acostumbrada a perder que su novio, pero, por un momento, había querido creer que sí, que había una posibilidad de que ellos ganaran al cien por cien. Dylan y el dinero, todo junto. Estaba claro que no.

Pero todo esto no lo decía, porque bastante estaban ya sufriendo, y si encima le decía a su novio que había llegado a albergar esperanzas, peor se lo iba a tomar para consigo mismo, que ya le estaba costando tragarse esa píldora, así que se quedaba callada, dándole la mano y esperando a ver qué decían Emma y Rylance.

Los tonos, de inicio, no eran muy halagüeños. Suspiró y escuchó lo que decía el abogado y se limitó a asentir lentamente. Pues si esas eran sus palabras, todo lo que podía decir ella era que hasta ahí había llegado la lucha. El dinero era suyo para controlarlo, el tiempo no, así que no había más que hablar. — Pues ya sabéis qué es lo que decido. — Dijo tranquila, sin querer alargarlo más. — No voy a esperar para no tener claro que lo vamos a conseguir. — Miró a Marcus y con los ojos quiso decirle: perdón, mi amor. No puedo seguir luchando. Rylance asintió y miró a Emma, que se adelantó un poco y se sentó junto a él. — Vale, Alice. Es comprensible y… viendo lo que hemos visto estos días… lo comparto. — Eso la hizo parpadear. No es que se sorprendiera, Emma se lo había prometido, pero no era una persona que se rindiera con tanta facilidad, así que muy mal lo debía estar viendo. — Pero hay que discutir los términos en los que nos vamos a rendir. Hay que hacerles creer que esto no es una rendición, eso para empezar. — Ella suspiró un poco, porque esas cosas no se le daban nada bien. — Y para seguir… ¿puedo convencerte de que no renuncies al dinero de Dylan? — Ella frunció el ceño. — ¿Cómo? — Rylance asintió. — Sí. Parece que lo que sus parientes quieren es el dinero en su totalidad, su parte y la de su hermano, pero usted, ahora mismo solo puede disponer de su propia parte. Es con la que puede negociar. Y en el momento en que la custodia sea suya, el dinero de Dylan también lo será. — Iba entendiendo, pero se llevó una mano a los labios, pensando. — Pero los Van Der Luyden no se van a conformar con una parte, ya la tienen de hecho. — No hasta que tú y Aaron os pongáis de acuerdo con el testamento en la lectura. Hay que hacerles entender que es tu parte solo o nada. — Dijo Emma, con ese tono entre sibilino y frío como el hielo que ella no sabía poner. Miró a Marcus y suspiró. — ¿Crees que podemos convencerles? ¿Convencernos nosotros mismos? — No tendrán que hacerlo solos. — Dijo Rylance, y los dos se volvieron a mirarle.

 

MARCUS

Tragó saliva y trató de disimular tan pronto escuchó a Alice. Él había dado su palabra de apoyarla en su decisión, y ciertamente Rylance no se estaba mostrando muy positivo con sus alternativas... pero es que lo seguía viendo demasiado pronto. Para Marcus, nunca iba a ser buen momento de tomar la decisión de claudicar. Prefería seguir escuchando lo que el abogado tenía que decir, por si hubiera algo a lo que se pudieran agarrar, aunque a Alice le hubiera faltado tiempo para determinar que ahí acababan los intentos.

Devolvió una sonrisa tranquilizadora (aunque un poco artificial) y un apretón a la mano de su novia cuando le miró con disculpa. De verdad que la quería apoyar, y lo hacía... Su obstinación por querer continuar aunque fuera un poco más no era por él, sino por ella. No sabía cómo transmitir que era por ella, por Dylan, por Janet, por todos en general, y no por una cabezonería personal. Pero hasta él era consciente de que estaba encabezonado en el asunto, como para transmitir lo contrario. Tampoco iba a hacer falta porque esa parte ya iba a ponerla su madre, que le superaba mil veces en inteligencia estratega, en madurez y en temple, así que asintió en silencio a lo que tenía que decir.

Había empezado diciendo que lo compartía, pero ese "lo comparto" a Marcus le había sonado a llevar un pero detrás. Conocía a su madre, y solo con mirarla sabía que estaba en el mismo barco que él. Pero, lo dicho: más inteligente para esas cosas, muchísimo más templada. Tenía un as en la manga seguro y estaba deseando oírlo. Solo con eso de hacerles creer que no se estaban rindiendo sintió que empezaba a venirse arriba. Lo dicho, no quería darles su victoria tan fácilmente, la iban a tener que suplicar. Que se diera la vuelta la situación y el poder lo tuvieran ellos, porque Dylan ahora estaba protegido en un colegio. Si alguien tenía ahora lo que el otro quería, eran ellos. Y eso no era todo, porque ahí estaba el as en la manga de su madre.

Efectivamente, Alice podía disponer sobre su propio dinero, pero no sobre el de Dylan, menos aún sin ser su tutora legal. No podría hacerlo hasta que le hubieran devuelto la custodia, y con eso podían negociar: o la mitad o nada. Se le estaba escapando la leve sonrisa ladeada. No lo podía evitar: sí que quería sentirse ganador de aquel duelo. Aunque había algo que se le escapaba, por lo que frunció el ceño, pensando unos instantes. — La cuestión es que, como dice Alice, ellos ya tienen esa mitad. Si no aceptan porque ya tienen la parte de Dylan, estaríamos en las mismas. — Ahí es donde podemos sacar todos los testimonios e informaciones que tenemos. Además de que habría que proceder a la lectura del testamento de todas las partes ante el notario y quedará constancia de para qué quieren la custodia de Dylan. — Dijo Rylance. Marcus parpadeó. — Amenazarles con sus ilegalidades. — Se encogió de hombros. — ¿Por qué no directamente desde la posición en la que estamos? Si sentimos que tenemos las de ganar... — Pero no lo suficiente. — Aseveró Emma. — Si Alice renuncia a su parte y ellos a la custodia de Dylan, se firmará una especie de pacto de no agresión en el que todos se llevarán la parte que quieren. Si nos negamos a ello y luchamos con todo, como hemos dicho, esto se podría eternizar. Y si quienes se niegan son ellos, podéis utilizar un montón de armas legales para no dejarles disfrutar de su ansiado dinero tranquilos, por no hablar de que se tendrían que hacer cargo del menor y estarían muy vigilados de que esté en condiciones. No les compensa, creedme. — Eso último lo dijo con tono despreciativo.

Y entonces, Alice y él se miraron. ¿Convencerles? Lo podían intentar, pero hasta el propio Marcus veía lagunas, tendría que enterarse muy bien de cómo iba la cosa. Por unos instantes creyeron que tendrían que enfrentarse a eso solos... pero no iba a ser así. Marcus parpadeó unos instantes, el tiempo para reaccionar a sus palabras. — ¿Vienes aquí? — Miró a su madre y, con una voz esperanzada casi infantil, dijo. — ¿Vais a venir? — Irá Edward. — Se apresuró a matizar Emma, aunque mirándole con ternura. — Ojalá estar allí con vosotros, hijo, pero... — No, no, no te preocupes, entiendo. — Aseguró rápidamente, aunque por un segundo había esperado volver a ver a su madre y puede que se hubiera llevado un leve chasco. Igualmente, era una gran noticia que el abogado viniera, así que volvió a mirarle. — ¿Vas a venir a ayudarnos? — Soy vuestro abogado y nos enfrentamos a un asunto muy delicado. Es mi deber. — Respondió el hombre, con toda la calidez que podía usar. No era serio ni brusco en su hablar, en absoluto, solo... era como si no practicara mucho eso de hablar con gente. El abogado miró a Alice y dijo. — No tendrá por qué ir sola a enfrentarse legalmente a esa gente. No tendrá por qué decir una palabra si no quiere. Yo iré con usted a hacer esa lectura ante notario. Vamos a intentar que este asunto llegue a su final lo antes posible. —

 

ALICE

(9 de septiembre de 2002)

Cuatro días. Era lo que tenían que esperar para tener a Rylance allí y empezar a ver el final de toda aquella situación. Recordando cuánto le costó a ella, sabía que tres días lectivos (porque el domingo estaba en medio) era poquísimo tiempo para arreglar todos los papeles y preparar un viaje como aquel, pero no podía evitar pensar que se le iban a hacer eternos. Lo bueno es que tenía a media tropa Lacey allí para distraerla, y como no había habido barbacoa el sábado, estaba habiendo brunch el lunes. Así eran los Lacey, si te saltabas una comida familiar, encontraban otra con igual de fundamento rápidamente.

El brunch le parecía a Alice un invento americano a más no poder, y que temía que fuera la única costumbre que su novio aceptaría traerse a su isla, porque era una especie de desayuno-comida que juntaba lo mejor de los dos mundos con cantidades ingentes de comida, en la que estaba permitida desde una tortilla, al café, los gofres, champán y brochetas de pollo. Al ser lunes, solo estaban Jason (¿cómo hacía para escaquearse tanto del trabajo?) Sophia, Frankie Jr. y las niñas, que se las habían traído para darle un poco de tranquilidad a Shannon. Hacía un día tibio pero bonito, y todos estaban muy contentos, y aunque no habían dado muchas pistas, todos sabían que se venían cosas importantes porque, por supuesto, no había evento que esperaran más los Lacey que la venida del afamado abogado, al que ya tenían mínimo entronizado como santo.

Pero Alice tenía algo rondándole la cabeza… Y es que hasta los Lacey tenían más datos que su propia familia sobre lo que estaba pasando y lo que estaba a punto de ocurrir, y estaba a apenas minutos de entrar en contacto con los Gallia reunidos en casa de sus abuelos, porque Arnold iba a llevarles el espejo. Quería ser ella la que contara la historia, y aguantar tener que hablar con su padre y la posible reacción de su abuela. Pero había acordado con Marcus estar sola, y sabía que su novio estaba desesperado por apoyarla y demostrarle amor esos días, pero bastante difícil le iba a ser, no quería implicarle en un momento tenso más. Lo mejor es que, tras el no tan pequeño desencuentro sobre cómo proceder con los Van Der Luyden, parecía que ahí se habían acabado sus desencuentros, y en todo parecían estar de acuerdo, y no había hecho ni falta que se lo pidiera. Pero si conocía de algo a su novio, si no llega a tener una distracción acorde, hubiera estado dando vueltas por el salón estresado, esperando a reparar el daño que le pudieran causar. Pero no era así, y las niñas estaban haciendo de las suyas, y todos bastante contentos, así que, ¿para qué quería más?

— ¡Yo me pido ser la ayudante del domador de dragones! — Saltó Saoirse, sacándola de sus pensamientos. — ¡Jo yo quería! — Se quejó Ada. — Pero puedo ser la médico de todos y tú mi ayudante. — Ofreció Sophia. — ¿Y el primo Frankie? — Contestó Ada quemando su último cartucho. — Yo tengo que entrar al turno en media hora, princesa, no me puedo quedar. — ¿Por qué no quieres ser la ayudante del médico? — Preguntaba ofendida Sophia. — Yo soy lo que me pidáis, puedo hacer de dragón mismamente si queréis. — Aportó Jason. — Yo creo que todos podemos hacer un poquito de todo. — Trataba de poner paz Aaron. Odiaba dejar esa armonía familiar, pero faltaban minutos para su cita, así que se levantó y puso la mejor sonrisa que pudo. — Yo tengo que subir a hablar por el espejo, pero procurad no dejar muy malherido al dragón, eh. — Y se despidió, manteniendo la sonrisa, con un beso en la coronilla de su novio que quería decir todo está bien, estoy lista. No lo estaba, pero cuanto menos se lo repitiera, mejor.

Después de echar los hechizos para que nadie la molestara, inspiró, se puso delante del espejo y lo giró. Su familia parecía el peor retrato jamás hecho por un pintor. Su abuelo estaba consumido, delgadísimo y con unas ojeras tremendas; su abuela, con aquella cara de señora Slytherin que está lista para lo que el eches, hasta que perdiera los nervios, claro; su padre con esa cara de pena y tristeza que, tal y como estaban las cosas, solo le cabreaba más; y su tía, al lado de Erin, con cara de tener que desactivar una bomba en cualquier momento. Suspiró. Aquello iba a ser complicado.

 

MARCUS

El brunch era el mejor invento que se hubiera hecho en América, definitivamente. Se estaba poniendo hasta arriba, y eso que él perdía un poco de hambre cuando estaba nervioso, triste o alterado... Solo un poco, que siendo Marcus no era mucho. Y claro, los Lacey habían detectado que él era de buen comer y no paraban de darle más y más comida. Le había venido bien que fueran sus primos, sobre todo las niñas pequeñas, porque le tenían entretenido. Pero sabía que Alice tenía una conversación difícil con los Gallia pendiente y eso le tenía con la cabeza en otra parte.

Miraba a todos con una sonrisa tenue mientras discutían sobre los roles. Su primo Frankie, que pareció detectar que estaba un poco ausente, habló bien alto para llamar su atención. — Mira, el señor alquimista no necesita ayudantes al parecer, ni siquiera se ofrece. — En mi taller tiene cabida todo el mundo con sed de aprendizaje. — Trató de salvar, siguiendo la broma, pero se había incorporado un poco tarde y el juego iba siguiendo su curso sin él. De lo que no perdió pie fue de los movimientos de Alice, y cuando la vio levantarse fue a hacerlo tras ella, a acompañarla a la habitación como si se fuera a perder o algo, pero su novia simplemente le dio un beso y, con una mirada tranquilizadora, fue a cumplir su deber. Algún día llegaría a la mitad del nivel de valentía que tenía ella... En ocasiones como esa se sentía hecho de flan por dentro.

Suspiró y bajó la vista al plato, donde apenas quedaban un par de nueces que movió perezosamente con el tenedor. Notó un par de toques en la cabeza que le hicieron parpadear, y al mirar vio que era su primo mayor con la varita. — ¿Sabes que no es muy seguro usar la varita para darle toquecitos en la cabeza a la gente? — ¿Siempre eres tan gruñón cuando estás preocupado, don alquimista príncipe encantador? — Bromeó el otro, sentándose a su lado. — Venga, solo va a hablar con su familia. — Marcus volvió a suspirar. — ¡Frankie! Hijo, no vayas a llegar tarde. — Yaaaa mamá, ¿cuándo he llegado tarde yo a mi trabajo? — Respondió, y luego se giró a él y le dio en el brazo. — ¡Oye! ¿Tú no decías que querías mirarle algo a tu hermano de mi tienda? No te creas que se me ha olvidado. — Hizo un gesto con la cabeza. — ¿Por qué no aprovechas que Alice está ocupada y te vienes? A esta hora la tienda está bastante tranquila, y siendo lunes estará todo el reparto recién llegado. Te vienes, te despejas y le pillas algo a tu hermano, seguro que eso te pone más contento. Además, os queda poco por aquí, no dejes las compras para última hora que no puedo garantizar no vender todo el género. — Eso le hizo reír levemente. Antes de responder, miró de reojo hacia la casa. No era mala idea, ¿pero y si...? — No se va a morir si sale y no te ve, te lo garantizo. — Dijo la voz de Sophia a su otro lado, con una sonrisa comprensiva. — Va, vete con él. Que si no el muy pesado no te va a dejar hasta que no lo hagas. — Yo también te quiero, hermanita. — Y yo le digo a Alice que has ido a dar una vuelta. Te va a venir bien, y no creo que ella quiera tenerte aquí amargado ¿a que no? —Sonrió y asintió. — Tenéis razón. Me va a venir bien. —

— Es una presión permanente. — Comentó con voz hastiada, mientras recorría cabizbajo junto a su primo el corto tramo de calle desde donde se aparecieron hasta la puerta de la tienda. — Es como vivir con una espada de Damocles sobre nuestras cabezas. No sabemos cuándo vamos a dar un paso en falso que lo va a tirar todo por tierra, o si de repente aparecerá algo que lo cambiará todo, o si sencillamente todo esto no está sirviendo de nada... — En lo que resoplaba, Frankie le miró comprensivo, poniéndole una mano en el hombro. — Mira, tío: os lo estáis currando muchísimo. Dylan va a volver seguro, es verdad que no sabemos cuándo, pero va a volver. Y a esa gente le espera un karma de los malos. Quién sabe, a lo mejor le llega un día una plaga de doxies y los mata a todos. — Marcus negó con la cabeza, con una leve risa resignada por el intento de broma. — Además. — Continuó el chico, ya llegando a la puerta del negocio. — Entre Maeve y mi hermano lo tienen entre algodones. — Eso hizo que Marcus le mirara. — ¿Te han dicho algo? — ¿Cómo no habían caído en preguntar a los familiares si sabían algo de Dylan en Ilvermorny? Estaban con la cabeza en otra parte, de verdad que sí... — ¡Claro! Fergus se ha autoproclamado su defensor particular, cualquiera le toca. Dice que en Pukwudgie le están cebando a galletas, nada que no sepamos de esa casa, y que se pasa el día con Maeve y cuidando animalitos en los terrenos, y que no le quita ojo de encima. Y que se le ve bastante majo. Eso en el idioma Fergus es que le quiere. — Marcus sonrió con ternura y la mirada baja. — Sí, ese es Dylan. — Frankie le miró tiernamente también, unos instantes, y finalmente dijo. — Venga. Vamos a mirar cosas molonas para tu hermano. —

 

ALICE

— ¡Hija! ¿Cómo estás? — Se lanzó a preguntar su abuelo y notó una punzada en el pecho. — Muy bien, abuelo. De verdad. — Es que como no podemos hablar contigo… — Pronto empezaba su abuela. — Ya pensábamos que pasaba algo. — Ella mantuvo la sonrisa por su abuelo. — Todo está bien, os lo prometo. Mucho trabajo, más que otra cosa, y con el desfase horario y todo es difícil parar para hablar con vosotros. — ¿Es verdad que viste a Dylan? — Gracias, abuela, por dejar claro lo que importa. Asintió. — Le vi. Estaba bien, físicamente quiero decir. Estaba triste. Por lo primero que preguntó fue por ti, abuelo. — Le dijo con cariño, pero la reacción en Robert fue desbordarse en lágrimas de inmediato. — Mi patito… — Me preguntó por todos, fue prácticamente todo lo que hizo. — Y suplicarme que me lo llevara, pero eso no lo iba a decir, que bastante frágil veía a su abuelo. Su padre y su tía ya estaban llorando también. — Y ahora está en Ilvermony, ya no hay que preocuparse por esa gente, os lo juro. — Tragó saliva y se sentó con las piernas cruzadas en el suelo. Lo que venía ahora era fuerte.

— ¿Y cómo va el caso? ¿Hay posibilidades de traérnoslo pronto? — Preguntó su tata. Miró a su padre por primera vez directamente, porque él algo sabía de todo aquello, pero claramente no se le estaba pasando eso por la cabeza. — Puede que hayamos encontrado… la auténtica razón por la que se llevaron a Dylan. — Todos abrieron mucho los ojos y se inclinaron adelante a la vez, como un nido de lechucitas a por la comida. Suspiró. — Es… difícil de entender todo esto pero… básicamente… mamá era la heredera de su tía, la hermana de Lucy Van Der Luyden. Era una mujer muy MUY rica. Lo suficiente como para que esos buitres se lanzaran sobre su herencia como locos. Pero mamá siempre fue su favorita y… — ¡WILLIAM! — Su abuela había mantenido la paz lo que había tardado en conectar los puntos. — Mamá… — ¡NO! ¡Ni mamá ni mamó! Esa es la mujer que quiso pagar el funeral de Janet ¿verdad? — Era, abuela. Y sí, era ella. Falleció hace más de un año, cuando yo recibí la primera carta en Hogwarts… — ¡ES QUE LO SABÍA! — Abuela. — Dijo más firme, pero sin levantar la voz. — Si no te callas, no lo sigo contando. — Helena la miró inspirando muy profundamente y, al final, con un digno gesto de la mano, se dejó caer en la silla y dejarla continuar. — Mi madre nunca quiso nada de ellos. — ¡Pero es vuestro! Desde que murió tu madre ¿no? Vuestro, tuyo y de Dylan. — Señaló su tía, también venida arriba. — No hasta que se lea el testamento con todos los herederos presentes. El tercer heredero es Aaron, el dueño de la casa. — ¿Y QUÉ PASA? — Volvió a mirar a su abuela con cara de “tú sigue”, y volvió resoplar. — Pasa que lo que esa gente quiere es solo el dinero. Si tienen el dinero, no quieren a Dylan. — Y dejó un silencio para que todos fueran asimilando. Todos menos su padre, que la miraba con una sonrisa triste y la mirada perdida. — Es lo que Janet hubiera hecho. Qué orgullosa estaría de ti. — Violet le miró a él y luego a ella. — Alice. Alice, escúchame. No vas a renunciar a ese dinero. — Por supuesto que no, y no solo es suyo, ES DE MI NIETO TAMBIÉN. — Ella se pasó las manos por la cara y se armó de paciencia. Paciencia, cariño, la paciencia lo logra todo, ¿no has aprendido tú tantas cosas a veces de paciencia y esfuerzo? Resonó la voz de su madre dentro de su cabeza. Sí, mamá, pero tú tenías demasiada con todo el mundo, le contestó también mentalmente.

 

MARCUS

— Esto te lo regalo. — Coronó Frankie, después de hacerle una prueba práctica de cómo funcionaba el líquido de limpieza muggle sobre las escobas. — Mira, con todas estas cosas le puedes hacer un buen pack. Lo pones en una cestita mona, mi abuela tiene un montón, y quedas como un rey. Un regalo práctico, lleno de cosas necesarias y muy aparente, ideal para un jugador de quidditch profesional. Lo mejor que puedes regalar a alguien que acaba de pasar una prueba tan importante. — Marcus asintió, convencido. — Me gusta. Y creo que a él también le va a gustar. — ¡Claro que sí! — ¿Aquello que es? — ¿Lo de esa vitrina? Guantes de golpeador. Si es cazador, no te los recomiendo. Pero mira, ¿ves eso que parecen como espuelas? Se las llevan como caramelos. — ¿En serio? — Ayudan al agarre a la escoba un montón, ten en cuenta que necesitan las manos lo más libres posibles. Échales un vistazo mientras te preparo todo esto. — Lo cierto es que la tienda tenía un montón de cosas, y Frankie como vendedor no tenía igual. Entre la labia de su primo, y lo arriba que se venía Marcus con los regalos, además de las ganas que tenía de obsequiar a su hermano y de hacer algo satisfactorio entre tanto mal sabor de boca, aquello era un peligro. Debía haber ido Alice con él para atarle en corto.

Se puso a mirar las supuestas espuelas de agarre en la vitrina. Aquello era un mundo muy desconocido para él, pero Marcus nunca desdeñaba el aprendizaje, así que ahí estaba, muy concentrado leyendo los mil tipos de una cosa que acababa de enterarse de que existía. Ahora tenía un hermano dedicado al quidditch profesional, tendría que familiarizarse con aquello. — ¡Vaya, dichosos los ojos, pero si es mi mejor compradora! — Bramó Frankie a quien acababa de entrar en la tienda, mientras Marcus seguía mirando la vitrina, de espaldas a la misma. — ¿Ha dejado ya la señorita de dar tumbos por el mundo? Yo ya creía que te me habíais ido con otro. — ¿Dónde iba a encontrar yo otro vendedor con tanta palabrería como tú, Lacey? — ¡Y con mis productos! — Y con tus productos. — Me dices lo que quiero oír... — Y, bajo la cotidianeidad que a Marcus no sorprendía nada en su primo con una clienta, se dio la vuelta con normalidad... y se quedó impactado. La chica, al intercambiar la mirada con él, también abrió mucho los ojos, pero reaccionó con más alegría y naturalidad. Él aún estaba procesando el impacto de la coincidencia.

— ¡Marcus! ¿Qué haces aquí? — Saludó contenta. — ¡Qué fuerte! ¿Estás de viaje? — Em ¿os conocéis? — Preguntó Frankie, con la mayor expresión de extrañeza en el rostro que debía tener, señalando a uno y a otro. Él parpadeo. — Sí, bueno, no, esto... Blyth, qué sorpresa. — Se le antojaba tan lejano el inicio del verano, sus quedadas familiares, cuando todo era perfecto y armonioso, que casi había olvidado la existencia de aquel día. Cuando fueron de quedada familiar al museo del quidditch, conocieron a una chica americana que estaba de viaje por Londres... y ahora estaba ante él. ¿Qué probabilidades había de reencontrarse? — ¿De qué os conocéis? — Fue lo único que atinó a preguntar a su primo y a ella. El chico soltó una carcajada, pero la chica, si bien con su sonrisa traviesa y despreocupada de siempre, pareció sentirse levemente pillada. — ¿Bromeas? Tuviera que ver que esta señora no comprara en mi tienda. ¿No te he dicho que soy toda una eminencia en el mundo del quidditch, primito? — ¿Primo? — Preguntó Blyth, mirando con los ojos muy abiertos a Frankie, y luego mirándole a él con una sonrisa divertida. — ¡Eh! No me dijisteis que teníais primos en América. — ¿Pero de qué conoce un tío como tú a...? — Empezó Frankie, y de repente él solo pareció caer. Marcus estaba deseando saber en qué, porque él aún no le había encontrado la lógica a todo aquello. — ¡Aaaaahh, claro! ¡Por tu hermano! Claro, claro, qué torpe, no había caído. — Marcus solo se extrañó más, mirándole con el ceño totalmente fruncido. Blyth soltó una risita y le dijo a Frankie. — Qué va, no es por eso, aunque sí, podría haberlo sido perfectamente. Lo será en poco tiempo, de hecho. — ¿Alguien me puede explicar qué está pasando? — Marcus miró a Frankie. — ¿Por qué iba a conocerla por mi hermano? — Frankie le miró con la boca ligeramente entreabierta. — Estás de coña ¿no? — En absoluto. — Afirmó Marcus, que empezaba a tensarse. La sonrisa de Blyth era enigmática y tranquila, y con un gesto de la mano, pareció ceder a Frankie el honor de sacarle de la duda. — Tío, ¿tu hermano no acaba de pasar las pruebas para los Montrose Magpies? — Sí. — Contestó él, confuso. Tras una pausa de obviedad, donde el chico pasó los ojos de Blythe a él, concluyó. — Pues estás ante la buscadora del equipo. —

 

ALICE

— Si seguís metiendo bulla cierro el espejo y sigo trabajando. — Dijo tranquilamente, pero con un suspiro de cansancio. Se había dado cuenta de que, después de tener que lidiar con los Van Der Luyden, su familia le parecía un patio de colegio que simplemente no puedes permitir que se te suban al hombro. Todos la miraron en silencio y ella continuó. — Hablé con Lucy Van Der Luyden y… — ¿Con ella directamente? ¿Solas? — Preguntó su tía, preocupada. — Con Marcus, pero vamos, que la conversación era entre las dos. Total, que ella me dijo que, efectivamente, el dinero es todo lo que querían, y que, si se lo quedan, firmarán la renuncia a la patria potestad. No podrán volver a reclamar a Dylan. — Y ahora, evidentemente, el silencio era mucho más pesado. Ahora sabéis lo que es una espada de Damocles, ahora sabéis que no todo es tan fácil como seguro que habéis pensado o dicho cuando yo no oía, pensó con resentimiento. No le gustaba estar en esos términos con su familia, pero es que no se lo estaban poniendo nada fácil.

— ¿Vas a darles el dinero entonces? — Preguntó, por fin, su tía. Ella se lamió los labios y alzó las cejas. — ¿Lo harías tú, tata? ¿Que haríais vosotros? — Quizá, para que esa ficcioncita funcionara debía haber usado un tono menos afilado, pero es que estaba cansada de ser la que tomaba las decisiones solo para que los demás pudieran criticarlas. — No lo sé, Alice. No entiendo nada de temas legales, no sé qué implica y qué no. — Ella asintió y dirigió los ojos a su abuela. — ¿Memé? — La mujer se revolvió en su asiento, incómoda. — Ese dinero es vuestro y esa gente no se merece nada, ni tienen derechos sobre el niño. Deberían darnos a Dylan Y el dinero. — Dijo, haciendo hincapié en el “Y”. Alice asintió y miró a su padre. — ¿Papá? — Solo quiero que volváis a casa. Cueste lo que cueste. — Claro, su padre siempre a lo loco, ea, lo que cueste, sin más. ¿Esperaba acaso otra cosa? Erin y su abuelo estaban callados como muertos, pero parecían ser los únicos que no habían caído en su pregunta trampa. Se armó de paciencia y se dispuso a responder.

— Bien pues, contestándote, memé, sí tienen derecho. Eso es la patria potestad. Nos guste o no, mi madre nació de ellos, y Dylan de mi madre, así que su derecho está al cincuenta por ciento con el nuestro. — ¡Eso no es así! ¡Nosotros hemos estado para todo cuando ellos les echaron! — No uses el plural, le dieron ganas de decir. Ahí la que lo había perdido todo al irse era su madre, pero bueno, no era una buena pelea tampoco para ese momento. — Eso no hay que decirlo, hay que demostrarlo, legalmente y con pruebas, no con golpes en el pecho. — No podía evitar el tirito. — Si renuncian a la patria potestad, renunciarán a su derecho de sangre sobre mi madre, y por extensión, sobre nosotros. Esa es la clave. No volver a estar nunca en peligro. — Ladeó al cabeza, como si lo estuviera considerando. — Pero evidentemente es MUCHO dinero. Y, tata, citándote a ti, yo tampoco entendía nada de cuestiones legales, aunque al final me voy a hacer una maldita experta. Por eso todo lo consulto con quien sí sabe, en vez de sentarme a esperar a que las cosas mejoren solas. — Se estaba pasando con los puñales, pero es que llevaba muy mala racha. — Por eso, papá, vamos a intentar que sea legal y no a “cualquier precio”. Vamos a intentar mantener una de las partes, para que al menos, cuando Dylan crezca, pueda utilizarla, después de todo esto. — ¿Y tú? — Preguntó su padre. Ella se encogió de hombros. — Me da igual, yo me buscaré la vida como siempre. Pero que mi hermano no tenga que pasar ni una sola penuria más en la vida. Ni tú tampoco. Mamá también habría querido eso. — Dijo, abrazándose las rodillas, reflexiva. — También querría que estuviéramos todos juntos. — Y eso le dolió. Le dolió tanto que, al tomar aire, sintió que le quemaba el pecho. Pero tragó saliva y dijo. — Por eso, en tres días, Edward Rylance estará aquí y vamos a tratar de que renuncien y quedarnos con la mitad de la herencia. — Alzó una ceja con la mirada perdida. — Podríais desearme suerte, pero supongo que no me va a servir de mucho tampoco… —

 

MARCUS

Se quedó unos segundos simplemente mirándola, procesando, con la mandíbula descolgada. — ¿Eres la buscadora de los Montrose Magpies? — ¡Digo que sí! — Respondió Frankie, todo entusiasmo y ajeno al desconcierto situacional de Marcus. — Quisiera que la hubieras visto en el colegio, la muy renacuaja. No había quien la pillara. — ¿Ves a tu primo? — Contestó ella, con la cadera apoyada en el mostrador y señalándole con el pulgar. — Se dedica a vender escobas porque no aguanta subido en ellas como tiene que aguantar. — Era absolutamente odiosa. — Y tú muy malo. — ¿Tú sabes lo insoportable que puede ser que una niñ...? — ¿Lo sabías cuando nos encontramos? — Interrumpió Marcus el cómico debate. Frankie no pareció tomárselo a mal, sabía que estaba un poco tenso. Pero a Blyth se le tensó la sonrisa y, por primera vez desde que la conociera, realmente pareció apurada.

— ¿Qué? No, no, tío, no, qué va. — Dijo entre risas, tras los segundos que tardó en responder, negando con las manos. — Te juro que fue una coincidencia... Bueno, a ver... — Comentó, ladeando varias veces la cabeza. — En el equipo... se oyen cosas... — Marcus la estaba mirando con el ceño fruncido, y Frankie empezaba a no entender, cambiando la mirada de hito en hito entre ellos. La chica se rascó la frente. — Vaaale eeeem... Mejor lo explico entero. — Se aclaró la garganta. — De verdad que lo de encontrarnos fue fortuito ¿eh? O sea, pff ¿me imaginas a mí de espía? — Mejor no saquemos el temita de los espías... — Masculló Frankie entre dientes, mientras hacía como que ordenaba el mostrador. Blyth puso una exagerada mueca de extrañeza, pero se ve que estaba acostumbrada a las salidas sin sentido del vendedor así que pasó de largo del tema y siguió explicándose. — Realmente estaba de viaje por el mundo, no es coña. Ha sido un año muy intenso, el primero en el equipo, entré el año pasado justo cuando terminé Ilvermorny. La temporada acabó a finales de mayo y volvía a empezar en agosto, estaba de vacaciones. Y me había dado cuenta que llevaba todo el año viajando, pero sin ver nada, y cuando estuvimos jugando en Londres dijeron que había un museo muy guay y me quedó curiosidad por verlo, así que aproveché las vacaciones para ir. Y, bueno... — Se encogió de hombros y alzó las manos. — ¡Eso sí que fue coincidencia, eh! Pero puede que ya hubiera oído hablar de tu hermano, y joder, voy y justo me lo encuentro en el museo. Pues quería curiosear. — Buah, es que ya lo estoy viendo. — Saltó Frankie, y la otra se giró ceñuda. — ¿Qué? ¿Qué ves tú? Si no veías las blugders cuando las tenías que golpear. — ¡Que eres una cotilla! — Blyth aspiró una cómica exclamación ofendida. — ¿Me llamas tú cotilla a mí? ¡Yo voy a lo mío! — Las mata callando la renacuaja esta. — ¡No me llames renacuaja, soy más alta que tú! — Llevas siendo alta dos días. Cuando entraste en el equipo de quidditch la escoba te triplicaba el tamaño. — ¿Podemos volver a mi historia? — Preguntó Marcus. Puede que estuviera un poquito tenso de más.

Blyth se giró y le dijo con obviedad. — El ojeador fichó a tu hermano en el colegio en mayo más o menos, ¿a que sí? — Sí. — Contestó él, y ella hizo un gesto de evidencia. — ¡En el equipo ya se sabía! Es decir, no se sabía si iba a pasar o no la prueba, ¡pero los nombres se dicen! Y las fichas... bueno... andan por ahí. — Husmeando en los papeles del jefe... — ¿Como tú husmeas en esta conversación? — Respondió Blyth a Frankie con tonito, pero justo entraron un par de clientes, así que el chico se puso en modo vendedor encantador mientras que la chica se acercó a él. — Oye, sé que parece un poco turbio y eso, pero te juro que fue una coincidencia. Escuché su nombre y le reconocí de la foto que había en la ficha y dije: "hostia, no puede ser", y ya os escuché... Y, a ver, ibais llamando un poquito la atención. — No íbamos llamando la atención. — Se defendió con tonito infantil... pero sí que estaban llamando la atención, ahora que lo recordaba. La chica se encogió de hombros con una sonrisa. — Desde que le vi jugar en el museo supe que lo ficharían. Es buenísimo el tío. Aún no nos hemos cruzado, va a ser una risa cuando me vea... Bueno, espero que no se lo tome como tú. — No, no es... Solo me ha sorprendido. Perdón si he sido un poco borde. — La chica hizo un gesto con la mano, acompañado de una pedorreta. — Me he enfrentado a cosas peores. Sí que ha sido un poco corte. Por cierto, ¿y qué haces tú aquí? — Mi abuelo paterno y su abuela paterna son hermanos. — Dijo Frankie, reincorporado a la conversación y con una gran sonrisa. — También tiene ganas de recorrer mundo antes de dedicarse a lo suyo. — Marcus le miró con agradecimiento. Por muy simpática que fuera la chica, no tenía confianza como para dar ciertos datos... Pero, de repente, cayó en algo y la miró con el ceño fruncido. — Me dejaste jugar. — Reprochó. La señaló. — ¡Tú eres buscadora profesional y te quedaste de árbitro! ¡Yo no sabía jugar! — Lo sé. — Dijo ella y, entre risas maliciosas, añadió. — Y fue muuuuuy divertido. —

 

ALICE

Vivi puso cara de pena y se dejó caer en la silla. — Pues claro que te deseamos suerte, Alice. — Se adelantó, por fin, Erin. — Pero no os hace falta. Estáis haciendo lo que hay que hacer, solo tenemos que esperar los resultados, y podemos hacerlo, porque aquí todos entendemos que os estáis dejando la piel en este tema. — Y miró a todos como queriendo decir “¿verdad, familia?”. La pobre aún no se había acostumbrado a su abuela del todo, ni a las ausencias de su padre, en todo caso estaba más acostumbrada a las ansiedades de su tía ante un problema. — Pues claro que sí. — Secundó Vivi. — Nadie puede decirte que no estés haciendo todo lo posible. Y sois Marcus y tú, estoy segura de que, lo que hagáis, estará bien hecho. — Ya, claro, se dijo, si mientras no tengáis que hacer vosotros nada, estáis de acuerdo con todo.

— Alice. — Dijo la voz rota de su abuelo. — Hija, sé que no paráis, sé que es una lucha permanente… pero, por favor… vuelve pronto a casa. Quizá no podáis conseguir a Dylan aún, pero, por favor… no podemos perderos a los dos. — Aquellas palabras le rompieron el corazón. — Ya perdimos a tu madre. Por favor, Alice, si lo que estáis intentando no funciona… vuelve, aunque sea sin Dylan, nadie te va a culpar. Solo queremos que estés en casa, y pensaremos algo todos juntos. — Completó su padre. Vivi asentía enérgicamente, y hasta la fachada de su abuela empezaba a romperse. Suspiró y los miró de nuevo. Eran una bandada de pájaros perdidos, sin guía, sin nadie que les hiciera un nido. Nunca habían sido una familia funcional hasta que llegó su madre, y ella había cogido ese testigo sin saberlo, y sin hacerlo tan bien como ella, claro, pero ahora que la habían perdido también, no sabían qué hacer, y volvían a ser el mismo desastre que hacía veinte años. Y le dieron pena, pena sincera. Hasta entonces, había ignorado la pena de su familia, tenía otras cosas en las que pensar, pero ahora que lo tenía enfrente no lo podía evitar más. Y le dolía, porque les quería, con sus cosas, su indecisión, pero les quería. Incluso a su padre, que ahora la miraba así. No, nunca le perdonaría esa situación a su padre, pero no quería verle sufrir por nada del mundo, y quería devolverle a Dylan, como su madre hubiera querido.

Tomó aire y notó cómo su tono salió mucho más dulce. — No puedo volver sin él. Se lo prometí cuando le vi. No voy a irme sin mi patito, mi suerte es la suya. — Miró a su padre. — ¿Te acuerdas cuando mamá me lo puso en brazos por primera vez? Me dijo… “es tu hermanito pequeño, tienes que cuidarlo muy bien, siempre vas a ser su hermana mayor, su primera amiga.” — Las lágrimas acudieron a sus ojos. — He conocido a su hermana ¿sabéis? Es… superparecida a ella, y a mí… ¿Y sabéis cómo es? — Todos la miraban expectantes. — Como un animal asustado. Una cobarde que lleva toda la vida llorando por no haber defendido a su familia, a su hermana, a su hijo… — Se mordió los labios. — Y no me hagáis hablar del hermano, que es un defraudador, que se ha apropiado de la casa de Bethany por la cara… — Negó con la cabeza. — Mamá quería que sus hijos fueran diferentes, que se cuidaran entre ellos. Quizás llega el día en el que Dylan tenga que cuidar de mí, pero de momento… yo soy su hermana mayor y voy a cuidar de él, voy a hacer lo que haga falta para traerle de vuelta. — Tomó aire y se apartó el pelo de la cara. — Se lo prometí a él y os lo prometo a vosotros. Vamos a volver a Inglaterra. Y traeremos todo el dinero que podamos de vuelta. — Miró a su abuelo, y la garganta le dolió. — Tenéis que manteneros fuertes ¿vale? Esa es vuestra tarea. Que cuando vuelva, Dylan encuentre el hogar que se dejó, del que se lo llevaron. Recordemos todos el nueve de julio, su cumpleaños, cuando estábamos todos juntos… ¿Os acordáis de la foto? — Y rio un poco, provocando lo mismo en sus tías y el abuelo. — Tened esa imagen en la cabeza y… procurad que, cuando vuelva, Dylan encuentre algo así, por favor. Es lo mejor que podéis hacer por nosotros. —

 

MARCUS

Por supuesto, Frankie quiso saber más sobre su primer encuentro y ahí estaba, llorando de la risa porque los detalles sobre el juego que estaba dando Blyth no le dejaban nada bien. — ¿También haces eso en el equipo? ¿Reírte sin piedad de quienes tienen dificultades? Es para ir avisando a mi hermano. — Tío... — Dijo ella, entre risas. — Te enroscabas sobre ti mismo cada vez que veías a uno venir. Y te pusiste a soplarle a la snitch. — ¡No se me quitaba de encima! — Frankie seguía muerto de risa. Al menos sí que le estaba sirviendo el encuentro para despejarse, le iba a venir bien contárselo a Alice, le sacaría una sonrisa.

Y sin embargo... el encuentro, si bien había resultado divertido y curioso, le había puesto tenso de entrada. Y hecho recordar una cosa que su hermano le dijo acerca de esa chica. Marcus siempre había sido muy paranoico con que le leyeran la mente, y Merlín sabía el esfuerzo sobrehumano que estaba haciendo de no sacar dicha paranoia a relucir estando en las situaciones que estaban. Saber que su abuela Anastasia o que Bethany Levinson habían sido legeremantes que lo habían ocultado toda la vida y utilizado en su beneficio era algo que hacía que su terror particular acudiera a él de tanto en cuando, recordándole que podía haber legeremantes malintencionados por ahí, y que de haberlos, estaban absolutamente vendidos ante ellos. Ya les eran suficientemente peligrosos los no-legeremantes, si entre los Van Der Luyden, o en cualquier otro contexto peligroso, hubiera alguno...

— Disculpe ¿estas rodilleras son buenas? — ¡Las mejores del mercado! Mire, tienen un... — Frankie acababa de dirigirse a una familia muy interesada en las rodilleras, lo que le dejaba a solas con Blyth. La chica seguía mirándole con su sonrisita habitual. — Sigo flipando con la coincidencia esta... ¡En fin! Yo me voy a ir ya. Dale la enhorabuena a tu hermano de mi parte. — Un momento, antes de que te vayas... — Se mojó los labios. Solo estaba aquella familia en la tienda y todos parecían muy centrados en el discurso eterno de su primo sobre rodilleras. Se acercó a la chica. — ¿Puedo hacerte una pregunta? — Ella fue a hacer un conato de broma, pero al verle la cara se lo pensó y respondió con la mayor normalidad que encontró. — Claro. — ¿Dónde aprendiste oclumancia? — Definitivamente, fue tan directo que la otra no se lo esperaba, se lo notó en la cara.

Miró a los lados, rodando sus enormes ojos un par de veces, y luego le dijo. — ¿Eres legeremante? — No. — Ella frunció el ceño. — ¿Y cómo sabes entonces que soy oclumante? Y, por favor, no me hagas la del auror peliculero con eso de "me lo acabas de confirmar". — El día del museo, sí que había un legeremante en nuestro grupo. — Se encogió de hombros. — Pero por respeto a su privacidad, prefiero no decirte quién es, supongo que lo comprenderás. No es fácil ser legeremante de nacimiento. — La chica asintió. — Lo sé. No soy legeremante, pero también me toca de cerca. — Le miró levemente de arriba abajo, recuperando un poco la sonrisilla. — Eres muy caballero medieval tú. Bueno, los ingleses en general habláis un poco como en otro siglo. — Suspiró, volvió a comprobar que no hubiera nadie a su alrededor y respondió a su pregunta. — No solo se me da bien jugar, también se me da muy bien la estrategia. Aparte de que todo jugador tiene que tener un mínimo de estrategia, y si eres buscadora, esta es más... Bueno, más "lenta". — Dijo haciendo las comillas en el aire. — Los cazadores es como: por aquí, por allí, ¿la paso a este? ¡No, a este! ¡Lanzo! ¡Cojo! — Dijo a toda velocidad. — Pero los buscadores... ¿Te crees que no vemos la snitch? A veces la vemos y la dejamos pasar porque estratégicamente no nos conviene cogerla, hay miles de motivos. Si hubiera un legeremante en el otro equipo, y encima fuera buscador... pues vaya faena. — Se encogió de hombros. — Y el día de mañana quiero ser entrenadora, así que estaría en las mismas. Decidí que la oclumancia me vendría bien y la estudié a tope aún en Ilvermorny, cuando salí ya era toda una experta. — Dijo con orgullo y una sonrisita.

— ¿Por qué quieres aprenderla? — Le preguntó directamente, aunque Marcus no lo hubiera manifestado así, pero debió resultarle obvio. — La alquimia es una profesión muy delicada. Así que supongo que... por lo mismo que tú, pero aplicado a no desencadenar un desastre a nivel mundial. — La otra soltó una risilla. — Qué exagerado, pero me parece un buen plan. — ¿Estás poniéndola en práctica ahora? ¿Tienes la mente cerrada? — Ella negó. — No, ahora no, no voy por la vida así. Sí la tenía en el museo porque, en fin, era una chica sola de viaje, no quería que me persiguiera ningún perturbado. — Marcus frunció los labios y asintió. — Lo imaginé. — Y cuando vi a tu hermano, no quería que me descubrierais como jugadora de los Montrose de haber un legeremante en el grupo. Y lo había, así que hice bien. — Eso le hizo reír con los labios cerrados. — Llevo años queriendo profesionalizarlo... ¿Estás... muy ocupada? — La otra soltó una pedorreta. — Estoy en la tienda de Lacey, ¿qué te hace pensar que estoy ocupada? — Sacó un trozo de papel del bolsillo y un bolígrafo. — Toma. Mi dirección y mi número de teléfono. ¿Los magos ingleses usáis teléfono? — Digamos que nosotros sí. — Dijo con resignación, agarrando el papel. Sonrió. — No es habitual que la gente lleve papeles en los bolsillos. En mi entorno eso solo lo hago yo. — La otra puso cara interesante y dijo. — Es por los autógrafos. — Eso le hizo soltar una carcajada. Le caía bien esa Blyth. Y, si iba a ser compañera de equipo de su hermano y le iba a echar una mano con la oclumancia, algo le decía que se iban a tener bastante presentes en un futuro próximo.

 

ALICE

Su abuelo estaba limpiándose las lágrimas y Vivi también, así que Erin se acercó al espejo, con una sonrisita tranquilizadora. — Alice, sabes que no se me da bien hablar. Pero creo que aquí está todo el mundo para decir lo que te quieren decir. — Ladeó la cabeza a ambos lados. — Lo bueno de no saber hablar bien es que también aprendes a leer muy bien lo que no se dice. — Puso una mano sobre el espejo y, automáticamente, Alice hizo lo mismo. Era una tontería, no se podían tocar, pero, de algún modo, se agradecía. — Y, lo que todos piensan, es que nadie puede enjaularte, Alice. Lo hemos sabido todos desde que eras pequeña. Pero más importante: nadie puede cortarte las alas. Y más importante aún: defiendes tu nido como los halcones más fieros, como tu patronus. — ¿Te acuerdas de mi patronus? — Preguntó con una risa entre lágrimas. Vivi rio también y se acercó. — Nosotras, si tiene que ver contigo, nos acordamos de todo. — Y ya ahí se derritió y la miró. — Echamos de menos a nuestra contestona revoltosa y alegre. — Lo dice como si ella no lo fuera. — Picó su abuela. Pero eso le hizo reír, porque eso sí que se parecía a sus Gallia. — ¿Ves, hija? Si es que haces falta, porque si no, tu tía vuelve a la adolescencia, y Erin no puede encargarse de nosotros, no somos roonespor o puffskeins. — Dijo su abuelo, recuperando un poco la luz. — No, precisamente, pero ella es draconóloga, algo sabe de estos especímenes. — Rebatió su tía, y volvieron a reír. Sí, eso sí que eran unos Gallias. Haciendo bromas sobre sí mismos, riéndose a pesar de las circunstancias… y demostrándose cariño. Eso sí podían hacerlo.

Cuando bajó, estaba un poco más ligera de ánimo. Enseguida le dijeron que Marcus se había ido con Frankie Jr. y se alegró, la verdad, porque así estaba entretenido. Así que, mientras Frankie y Jason se entretenían con las niñas, Maeve, Sophia y ella, se sentaban con un té helado delante en la mesa del jardín. — ¿Estás un poco mejor, hija? Llevas unos días reguleros. — Ella trató de sonreír, mientras se miraba las uñas. — Hoy, con mi familia, por primera vez, he pensado en cómo sería volver con Dylan. Cuando vuelva a ver a mi padre, a mi abuelo… He querido pensar que, bueno… que todo será precioso y alegre por él, pero mi familia está deshecha. — Rio tristemente y negó con la cabeza. — Como nosotros… — Dará igual. — Dijo Maeve. Y no lo decía con tono de animar, lo decía como una verdad universal. — Si yo os contara cuántas veces soñé con volver a Irlanda, cómo sería, cómo me esperarían… No pensé nunca que cuando volviera, iba a encontrar las mismas caras de hambre y hastío de siempre, que sí, se alegraban de verme, pero que no había ni tiempo ni ánimo para celebraciones… Y luego, pasaron los años y la siguiente vez que fui iba muerta de miedo, queriendo contar que me casaba con un hombre mayor, que estaba divorciado con dos hijos… Me veía venir una boda desastrosa… — Miró a las dos y se encogió de hombros. — Y me dio igual. Tenía tanto que celebrar, que me pareció la mejor boda del mundo. Quizá si la mirara ahora diría que tal o cual tenía la cara por el suelo, que ciertas cosas de la organización fueron un desastre… Pero estaba tan feliz de saber que Frankie iba a ser mi marido y Tom y Georgie mis hijos que… me dio igual. — Se inclinó por la mesa y tomó la mano de Alice. — Cuando por fin os reunáis, Gallias y O’Donnells, vas a estar tan tan contenta, hija, que todo te va a dar igual, y a Dylan también, incluso al perfectón de mi sobrino… — Que hablando del rey de Roma… — Señaló Sophia, girándose hacia la puerta. — ¿Qué, primito? ¿Cuánto te ha colado mi hermano? Que le conozco y poco no ha sido. —

 

MARCUS

Cuando apareció de nuevo en el jardín de los Lacey, parecía otra persona. Tenía un proyecto diferente, algo que no era centrar el cien por cien de su atención en recuperar a Dylan, tal y como llevaban medio verano, y ni siquiera era incompatible con esto: al revés, le podía ser de gran ayuda. Se sentía revitalizado e ilusionado, y creía que a Alice también le podía gustar la idea. Primero quería saber cómo le había ido en la conversación con su familia, obvio. Pero estaba deseando contarle todo lo ocurrido.

Fue detectado por Sophia nada más aparecerse. Puso sonrisilla irónica y dejó lo que había comprado en la mesa en la que Maeve, Alice y su prima estaban sentadas. — No he comprado tanto. Podría haber sido más. — Empezó a señalar y a explicar cada uno de los productos que había adquirido. Luego miró a Maeve. — ¿Tendrías una cestita en la que poder ponerlo todo? Creo que puede quedar bonito. — Claro que sí, cariño. Le va a encantar. — ¿Verdad? — Dijo orgulloso, pero Sophia se estaba riendo entre dientes. — Lo dicho: media tienda. — ¡No ha sido tanto! Y esto es un detallito por pasar las pruebas: práctico, útil, que todo jugador necesita. — ¡Vaya! Hola, Frankie. — Esto son palabras mías. — En verdad eran un poco de los dos, pero bueno. — Aún tengo que comprarle un buen regalo de cumpleaños. Este año cumplía la mayoría de edad. Y también podría llevarme de aquí el regalo de Navidad. Total, no le voy a ver hasta entonces... — Menudo filón ha encontrado mi hermano contigo en la tienda. — ¡Lo iba a comprar de todas formas! Mejor que se lo compre a un familiar ¿no? Además, esto me lo ha regalado, y si le compro las espuelas me ha dicho que me va a hacer descuento. — No sabe cómo liquidar esas espuelas. — Soooooophia. — Riñó Maeve. — Deja de meterte con el pobre chico. Yo estoy contigo, cariño, es un gran regalo y muy buena idea comprárselo a tu familia. — Gracias, tía Maeve. — Dijo como el niño orgulloso que era.

— Voy a buscarte la cesta. Y tú, señorita, ven conmigo, que esta parejita tiene cosas de las que hablar. — Sophia suspiró con fingido hastío, pero estaba de acuerdo con su abuela, así que ambas les dejaron solos. Marcus se sentó al lado de Alice. — ¿Qué tal la conversación? — Tomó su mano y la escuchó mientras le narraba. Una vez terminó, soltó su anécdota, porque mucho no se la iba a contener. — No te vas a creer con quién me he encontrado en la tienda. — Y puso a su novia al día de su encuentro, sin saltarse ni un detalle del mismo.

— Y hablando de Blyth... — Se rascó los rizos y se removió para mirarla de frente. — Cuando Frankie estaba distraído con unos clientes, he aprovechado para... preguntarle por la oclumancia. — Asintió. — Lex tenía razón: es oclumante. Dice que así no le roban las tácticas durante el partido. — Movió la cabeza hacia los lados, pensativo. — Tiene sentido, ciertamente. — Bajó la mirada e hizo una pausa, mojándose los labios. — Lo cierto es que... me ha hecho pensar. — La miró de nuevo. — Parece una chica muy agradable y dice que podemos pedirle ayuda en lo que sea. Podría ser... algo muy bueno para ambos. Yo ya me inicié en ella y... — Se rascó los rizos. Vale, mejor iba al grano. — Alice, ya hemos visto que hay más legeremantes de los que parece, y que no todos tienen buenas intenciones. Estamos en un momento delicado, y podría ser otro proyecto diferente, algo en lo que ocuparnos mientras terminamos con esto. La podemos llamar cuando queramos. Sería muy útil. ¿Qué te parece? —

 

ALICE

Sonrió al ver todos aquellos regalos. Marcus sabía pasarse tres pueblos, y más cuando quería homenajear a alguien y demostrarle devoción, y haberse perdido tantos momentos importantes con Lex, ahora que por fin eran más cercanos y hablaban con normalidad, era un palo duro para él. Rio un poco con las cosas que decía Sophia, y se limitó a admirar lo que traía, porque le veía contento y entusiasmado por primera vez en, probablemente, aquel maldito mes entero.

Luego tocó contarle lo que había visto en su familia, aunque no tenía muchas ganas de darle demasiadas vueltas, y además Marcus parecía con ganas de contarle cosas, y casi mejor, porque sentía que siempre estaban dándole vueltas al mismo tema, así que se puso a escuchar. Parpadeó al principio, porque con todo lo que tenía en la cabeza, prácticamente había borrado a Blyth, y ya la noticia de que era buscadora e iba a jugar con Lex la dejó fuera de juego. — ¡Pero si ni siquiera jugó la tía! — Dijo un poco indignada. Que menudo espectáculo habían dado su novio y ella. — Más vale que nos acostumbremos a ese humor, porque parece que nos la vamos a encontrar bastante… — Comentó, entornando los ojos.

Y entonces su novio llegó a la parte que claramente le interesaba. Marcus había tenido momentos de obsesionarse con la oclumancia, y a Alice siempre le había parecido una pérdida de tiempo. Suspiró cuando empezó a decir que Blyth era muy agradable, porque ya se veía venir lo que le estaba proponiendo. Cerró los ojos y se frotó la cara, aunando paciencia, porque no quería tener otra bronca con su novio tan pronto, y si no lo quería, tenía que elegir muy bien la forma de decir lo que quería decir. — Mi amor… — Empezó. Luego tomó su mano. — Sé, desde hace muchos años, el miedo que te da que te lean la mente. Sé que para ti es un miedo que está ahí, pero Marcus… — Suspiró y trató de armar mejor el discurso en su cabeza. — Lo malo ya nos ha pasado. Quiero decir, de todo lo que temíamos que podía pasar, prácticamente todo se ha cumplido ya. Siendo sinceros… — Se giró un poco para mirarle a los ojos. — ¿Para qué lo vamos a usar? ¿Vamos a ser oclumantes todo el tiempo? Sabes que eso es dificilísimo, y si no lo vamos a usar todo el tiempo, ¿cómo vamos a discriminar cuándo deberíamos usarlo? No hay nada que nos dé pistas de si el que tenemos delante es un legeremante. — Tragó saliva y dejó caer los párpados. — Y yo nunca he practicado oclumancia, y Rylance viene en tres días. Seme sincero, Marcus, ¿crees que puedo aprender oclumancia en tres días desde cero? ¿Crees que si alguien más de los Van Der Luyden es legeremante puede hacernos más daño? — Se estaba desesperando un poco, y no quería hacerle daño a Marcus, que claramente necesitaba un objetivo y un aprendizaje que no fueran leyes o historial criminal de su familia materna, pero es que ella también le necesitaba a él.

Se recolocó en la silla y tomó aire. — Mi familia… están peor de lo que creía. He intentado no pensar en ello, pero tendrías que haber visto a mi abuelo… No digo que la legeremancia no sea algo a lo que no debamos prestarle atención en algún momento, pero este desde luego no es. — Miró al suelo, porque ella sola se enfadaba y se mandaba rebajarse, pero no le salía muy allá. — Te necesito luchando conmigo por los problemas reales, Marcus, no por miedos que nos acosen desde hace tiempo… — Dos lágrimas resbalaron por su cara. — ¿Te acuerdas de aquella pesadilla que tuve en la sala común, cuando me dormí sobre ti? — Tragó saliva y tomó aire, mirando al cielo ahora para intentar calmarse. — Estaba sola y me quitaban a Dylan… — Apretó su mano. — La otra parte de esa pesadilla es que te perdía a ti… — Se mordió los labios. — Por favor, no cumplas esa parte también, ayúdame con los problemas que ya tenemos… Y te prometo que, cuando haga falta, lo pensaremos, pero ahora… ayúdame a terminar con esto de verdad. —

 

MARCUS

Pues no, su propuesta no había sido bien acogida. Suspiró con frustración para sus adentros. No sabía de qué se sorprendía... No es como que hubiera hecho muchos intentos por hablar o hacer otras cosas que no fueran el rescate de Dylan, ciertamente él también estaba focalizado en eso al cien por cien, pero los pocos que había hecho no habían salido muy allá. Su Alice no iba a volver a ser su Alice hasta que todo aquello hubiera terminado, y lo cierto es que empezaba a ser un poco desesperante. Había dicho muy rápido eso de que iba a tener toda la paciencia del mundo... Marcus se había relajado en cierta medida en cuando Dylan entró en Ilvermorny, porque le sabía protegido. Alice, claramente, no compartía su visión.

Arqueó las cejas levemente, con frustración. — No quisiera ser agorero... pero en la vida hay más cosas malas que nos podrían pasar. — Ojalá ya les hubiera pasado todo lo mano, quería creer que sí, que solo podrían mejorar de ahí en adelante. Pero uno nunca sabía con quién se podía cruzar, e iban a ser alquimistas. Había mucho malintencionado por ahí suelto. Se encogió de hombros. — No todo el tiempo, obvio. Sí cuando estemos ante desconocidos en el ámbito laboral, por ejemplo. Ya sabes que la alquimia es algo delicado. — Él lo veía perfectamente lógico, pero al parecer, Alice no. Más bien tenía la sensación de que estaba tan derrotada de que ya le daba todo igual. Suspiró. — No he dicho de hacerlo en tres días... solo que podría sernos útil, ya que tenemos a una persona que sabe cerca. — Era inútil. Notaba a Alice con poca paciencia con el tema y él tampoco tenía mucha, así que mejor lo dejaban ahí. Aquella situación les tenía tan crispados... Nunca antes había tenido la sensación de que había muchas veces que era mejor dejar de hablar o, de lo contrario, se pondrían a discutir. Era una sensación muy desagradable. Y no veía llegar la hora de que se pasara.

Escuchó lo que tenía que decirle. Sí, él lo sabía, que los Gallia estaban fatal. Lo sabía mejor que Alice, al parecer, porque era ella la que se había negado a hablar con su familia en ese tiempo, y cuando él se lo proponía siempre se tensaba. Volvió a suspirar. Mejor no decía nada, a riesgo de empeorar las cosas. — Lo imagino. — Fue lo único que aportó al respecto. Pero claro, Alice llorando era su punto débil. Lo que dijo hizo que la mirara con un velo de dolor en los ojos. — Estoy luchando contigo, Alice. Llevo luchando contigo desde que esto empezó. — Dijo muy serio, pero triste. Agachó la cabeza. — No sé qué más necesitas que haga para demostrarte que estoy luchando contigo. — Negó, aún mirando hacia abajo. — Solo quería un proyecto conjunto, otra cosa en la que pensar. Como hemos hecho siempre. Y sí, por supuesto que me da miedo, y no son tan pasados mis miedos, a la vista está. — Soltó aire por la boca. — Solo quiero protegernos, Alice. De verdad que se me acaban las estrategias para hacerlo. — Y últimamente siento que, a cada cosa que intento, la interpretas como que me estoy alejando de ti, en vez de al revés. Volvió a negar. — Olvida lo que he dicho. — Sí, mejor dejar el tema de la oclumancia a un lado... al menos, con ella. Nada le impedía seguir informándose sobre ello por su cuenta. Total, tenían muchas horas muertas en las que no tenían nada mejor que hacer, y seguía pensando que era un buen método para protegerse.

 

ALICE

Pues para pensar en más cosas malas que les podían pasar estaba ella. No obstante, dudaba mucho que la oclumancia les fuera a proteger de ello, pero intentar hacer entender eso a Marcus era prácticamente imposible. Y le dolía en el alma negarle cosas a Marcus, ella que había vivido los últimos siete años deseando cumplir sus sueños, dándole lo que quisiera, hacerlo de la mano, ahora veía su cara de decepción y su cabeza gacha y le entraban más ganas aún de llorar, porque al final daba igual como lo dijera, que daño le acababa haciendo.

Dicho fuera, tampoco ella se había expresado muy bien. Suspiró y se bajó de la silla arrodillándose frente a él y apoyándose en su regazo. — No tienes que demostrar nada. Lo haces y punto, no necesito que me demuestres nada porque ya haces todo lo que puedes… — Suspiró y dejó caer los ojos. — Marcus, ahora mismo soy lo peor para expresarme, lo peor para soñar… Soy la peor compañía en general. Todo esto me pesa y lo arrastro desde hace demasiado tiempo. Pero no creo que no estés a mi lado, solo te pido que no te desvíes, porque creo que el final está muy cerca… Y, cuando se acabe, podremos pensar en el futuro juntos, en expandir nuestros conocimientos, con oclumancia o con lo que sea… Pero ahora simplemente no puedo. —

Era tan fácil sentirse culpable, hundirse en el pozo negro del autoataque y simplemente arremeter la rabia contra sí misma… Pero eso ya les había hecho daño otras veces, y un Gallia aprendía de los errores. Puso las manos sobre la nuca de Marcus y juntó su frente con la de él y dijo. — En cualquier otro momento, me habría ido a llorar yo sola a la habitación y me habría culpado de todo esto, habría temido no ser lo que tú esperabas, habría pensado que te vas a cansar muy pronto de los Gallias y sus problemas. — Dejó resbalar las lágrimas, pero aun así, sonrió. — Pero he aprendido un poco aunque sea, porque somos Ravenclaw y eso es lo que se nos da bien. — Le acarició un poco. — Y sé que te amo con toda mi alma y que lo sabes. Que sé que por eso puedo pedirte todo esto, porque me amas y quieres a Dylan como si fuera de tu sangre, y que por eso mismo puedo hacerte entender que no creo que te alejes de mí porque quieras aprender oclumancia, solo que… no estoy preparada ahora mismo para seguirte en algo nuevo. Que necesito sentir que tengo toda mi capacidad y mis sentidos en arreglar esto. — Le besó con ternura y volvió a ponerse uniendo sus frentes. — Pero no creas que no doy gracias todos los días por tener a la mente más brillante de Ravenclaw a mi lado, siendo mucho más valiente de lo que él se suele dar crédito, ayudándome a resolver todo esto. — Inspiró y cerró los ojos. — Algún día… vamos a estar en nuestra casa, con nuestro taller… y esto solo será un mal mes de una vida llena de alegría y cosas que aprender. Te lo juro, Marcus. — Que nunca se le olvidara eso. Que quizá ahora no era la Alice que ambos querían, que el mundo podía parecer cruel e injusto… pero vendrían días mejores, y los verían juntos.

 

MARCUS

(12 de septiembre de 2002)

Se había dicho a sí mismo que aquello no era ninguna fiesta, que no eran sus padres ni ningún otro tipo de visita familiar, que solo estaban haciendo otra parte del proceso y que, de hecho, debían estar más serios que nunca porque se acercaba la resolución de todo aquello e iban a tener que estar MUY despiertos. Se lo había dicho a sí mismo y, como cada vez que Marcus se quería autoconvencer de algo, lo había dicho en voz alta varias veces, también de paso esperanzado en que los Lacey pillaran la onda del mensaje... No fue así, ni por su parte ni por la de su familia. Todos muy autoconvencidos en la fachada de que aquello era un trámite y estaban muy serios, pero como buenos irlandeses (en su corazón, porque realmente en Irlanda no habían nacido casi ninguno de ellos) estaban deseando montar una fiesta de bienvenida. Porque el que estaba por llegar no era ni más ni menos que su mencionadísimo abogado, al que recibían cual caballero que viniera a salvarles de las fauces de un temible dragón.

— Te juro que he hecho todo lo posible porque no se dé media vuelta en cuanto llegue. — Le dijo a Alice mientras esperaban a la salida de la aduana. Algo le decía que su novia ya le conocía lo suficiente como para tampoco creerse mucho eso. — De verdad que sí. — Insistió, por si acaso, pero la forma en la que jugaba con los dedos de sus manos mientras esperaba nervioso no le daba mucha credibilidad. — Al menos no vienen las niñas... hoy... a comer. — Se encogió de hombros. — Igualmente había que comer. — Empezaba a parecerse a su tía Maeve.

Cuando le vio, le dio un vuelco el corazón y casi sintió un nudo en la garganta. Era la primera persona de su vida de Inglaterra que veía en meses, y de haber sido Marcus menos protocolario y el hombre menos tímido, se habría lanzado a darle un abrazo. Sonrió y se adelantó, y Edward no tardó en verles. — Bienvenido. Muchísimas gracias por venir, de verdad. — Dijo mientras le daba la mano con afecto. Al final se le estaba notando la emoción más de lo que pretendía. De verdad que no le quería asustar, pero el hombre también sonrió. Parecía alegrarse mucho de verles. — Os veo bien. Se os ve mejor cara en persona que a través del espejo. — Marcus rio levemente, le miró por un instante... — ¿Podemos tutearnos? ¿Podemos llamarte Edward? Aunque sea en privado, y en las reuniones te llamamos señor Rylance y nos llamas de usted si quieres. — Eso le hizo reír. Parecía mucho más joven cuando reía. — Podemos, sin problema. Lo siento, a veces peco de exceso de protocolo. — Lo puedo entender... — Y sois mis clientes, al fin y al cabo. Pero si puedo tutearme con tu madre, supongo que también puedo con vosotros. — Tutearse con mi madre son palabras mayores. — Eso hizo reír a ambos.

— Bueno, salgamos de aquí. Te aparecemos en casa de mi familia. — Le miró. — Tienen... Bueno, no estamos en modo fiestas, ya sabes, pero... son muy familiares y querían hacer un almuerzo, para darte la bienvenida. — ¡Oh! No era necesario... — Ah, y no han aceptado lo del hotel. — El hombre le miró casi con cara de ratón asustado. Se estaba poniendo colorado hasta las cejas. — Edward, nos estás haciendo un favorazo viniendo aquí. No íbamos a dejarte en un hotel. — Alzó las palmas. — Si me dices que es por tu privacidad o comodidad, de acuerdo. Hablo con ellos y te dejamos ir donde quieras. Pero por favor, estás en familia. — El hombre hizo un gestito con la cabeza y soltó un poco de aire por la boca. — De acuerdo, de acuerdo... Lo meditaré durante el día. — Ya era un avance eso. Sonrió y se aparecieron en el jardín de los Lacey.

Menos mal que les había dicho que se comidieran. Faltaba una pancarta de bienvenida allí, le estaba viendo la cara al pobre abogado. Todavía no se habían aparecido y ya tenían a Jason encima, hasta Marcus dio un respingo. — Señor Rylance, mucho gusto, es un placer enorme. — Decía a toda velocidad mientras, sin permiso alguno, había cogido la mano del hombre y la zarandeaba a modo de saludo, quizás con demasiado entusiasmo aunque pretendía poner el tono más serio que sabía. — Jason Lacey, a su servicio, tiene usted nuestras casas disponibles, todas ellas, la de mis padres, la mía, tengo un piso en el centro, lo que necesite. Es usted una bellísima persona. Merlín le llene de glorias por venir a ayudar a estos chicos. — Jason... — Lo están pasando fatal los pobres. — Jason, cariño. — Betty había llegado a su altura y, ante sus toquecitos en el hombro, su marido soltó al abogado. Ella se presentó mucho más comedidamente. — Betty Lacey, su mujer. Bienvenido a Nueva York. Intentamos ser lo más hospitalarios posibles porque no es una ciudad muy agradable, espero que no esté ya sobrepasado. — No, no... Un placer, señores Lacey. Agradecido por el recibimiento. — Marcus miró a Alice de reojo, y cuando miró al jardín, vio también acercarse a Frankie Jr. Menos mal que solo iban a estar los abuelos... Supuso que se tenía que dar con un canto en los dientes de que solo hubiesen venido a casa ellos tres.

 

ALICE

Miró a su novio con una leve sonrisa. Ya, si ya sabía ella cómo se la gastaban los irlandeses con los recibimientos y las comidas. Asintió a lo de que había que comer y solo dijo. — Qué contenta se va a poner la abuela cuando vea lo Lacey que has vuelto a casa. — Y le acarició el brazo con cariño. Últimamente era más consciente de lo borde que había sido con Marcus y un poco con todo el mundo. Que no había tenido hueco para nada más que sus pensamientos y sus angustias, así que no iba a ser tan gruñona como para regañar a su novio. Lo que Rylance pensara ya era otro cantar.

Estar en Ellis Island le daba cierta… esperanza. No habían vuelto por allí desde que llegaran y… solo podía pensar en que por allí se irían. Y ya cuando vio a Rylance, no pudo evitar ampliar la sonrisa. No era como querían, no estaba siendo fácil, pero el final estaba allí, y que su abogado estuviera en Nueva York era muy significativo. — Me alegro tanto de verte. — Dijo de corazón. Cuando les dijo lo de la cara, negó y rio. Era un Ravenclaw, sin duda, porque no podía evitar ser galante, y ya, a la conversación de después entre los dos hombres, solo le faltaba un águila encima. — Me alegro de tutearte, la verdad. Ya llevo a cabo demasiados formalismos aquí. — Comentó, mientras salían de aquel hormiguero de aduana.

Sonrió a la descripción que estaba dando Marcus sobre la situación y miró al abogado. — ¿Conoces muchos irlandeses, Edward? — El hombre rio un poco nerviosamente. — Ehm, bueno sí, compañeros y eso… Pero creo que nada de familias como tal. — Alice asintió. — Pues prepárate, son una bomba de amor. — Él volvió a reírse. — Bueno, a uno le gusta sentirse valorado. — Pero claro, encima lo de quedarse con los Lacey, le estaba haciendo temblar por dentro y ella lo veía claro. Los Lacey ya…

Para no haber casi nadie para comer allí estaba, cómo no, Jason. Era increíble que tuviera DOS casas, pero siempre estuviera por allí. Y luego tenía alma de señora irlandesa, porque ese “Merlín le llene de gloria” le arrancó una risa, sobre todo ante el siempre recatado Rylance, que no sabía cómo tomarse ser famoso en Long Island. Ella sonrió a su novio como diciendo tranquilo, sobrevivirá, aunque estaba segura de que Rylance prefería estar en un juicio de asuntos internos ahora mismo. — ¡Señor Rylance! Frankie Lacey Junior, encantado de conocerle, qué bien que ha venido, qué mesecito llevamos, su llegada es de lo más esperanzadora. — Es… increíble que me conozcan todos. — ¡No seáis agobios! Señor Rylance, debe usted estar agotado, soy Maeve Lacey, le acompaño a que deje sus cosas. — Él asintió. — Lo cierto es que estoy un poco desubicado con la hora. — Normal, el desfase es tremendo. Acompaña a la tía Maeve y te esperamos abajo con una comida que te va a sentar bastante bien. —

Marcus y Alice se dirigieron al comedor, donde Jason se estaba poniendo una pajarita, y la mesa ya estaba puesta. — ¿He dado buena imagen? — Preguntó apurado. Betty le bajó las manos. — Jason, por favor, que no es el rey. — Bien podría serlo, con ese porte. — Alice rio y se apoyó en su novio. — Solo hay un rey de Ravenclaw y es este. — Dijo señalándole. — Tranquilos, es un hombre muy llano y tímido, y sí, le debemos mucho, pero él está muy comprometido con su trabajo, y no espera un gran reconocimiento. Solo seamos simpáticos y hospitalarios, y eso sabéis hacerlo muy bien. — ¿Está ya el abogado aquí? — Preguntó Frankie asomando la cabeza por la puerta. — Ahora bajará, papá. — Dijo Betty con cariño. — Que ya está el pastel del pastor. — Y entró con una fuente enorme humeante. — ¿Pero cuánta gente viene a comer? — Preguntó ella, consternada al ver la cantidad del plato principal. — Pues nosotros… Pero hija, parece que no conoces a tu novio y mi nieto, igual con esto es poco si queremos que a este hombre no le falte de nada. — ¿Entonces un cafecito? ¿Una poción para el dolor de cabeza? ¿Se le han taponado los oídos con los trasladores? — Ya bajaba Maeve por ahí. — No, no, de verdad… Solo estoy un poco desubicado, porque nunca había viajado tan lejos… — Oía la voz de Rylance y sí, estaba sobrepasado, pero se le notaba alegre y sonriente. Menos mal. — No hay Ravenclaw que pueda resistirse a los irlandeses. — Le dijo a Marcus, antes de dejar un beso en su mano y sentarse. — Betty y yo podemos atestiguarlo. —

 

MARCUS

Se tuvo que tapar levemente los labios, haciendo como si se los tocara distraídamente, para disimular la risa. El pobre Edward no sabía en qué jardín acababa de meterse, si pudiera volver a aparecerse ahora mismo en Londres lo haría sin dudar, casi podía leérselo en la frente. Tras el saludo de su primo, se fue con Maeve (que era lo más parecido a ser interceptado por su abuela, honor que no sabía si Rylance había llegado a tener) y Alice y él pasaron al comedor, entre miradas cómplices y risas escondidas.

Y cuando se encontró la estampa de Jason poniéndose una pajarita ya sí que se tuvo que reír, pero intentó salvarlo para que no pareciera que se burlaba. — Di que sí, primo. Una buena pajarita da empaque, yo también soy partidario. — Aunque no podía imaginarse la cara que iba a poner Rylance cuando le viera. Entonces su novia se apoyó en él y le dijo eso, lo cual amplió su sonrisa e hizo que la correspondiera con un beso en la mejilla, pasando el brazo por su cintura. Se agradecían los momentos familiares en los que pudieran tener... eso. Lo que habían tenido siempre. Un poco de distensión y unas risas. Eso sí que lo echaba de menos.

Solo de ver y oler el pastel del pastor ya se le estaba haciendo la boca agua. — Mmmm. Él no sé, pero yo lo voy a agradecer. — Afirmó. El comentario de su novia le hizo reír. — Después de siete años aún no está acostumbrada a las familias irlandesas. — Marcus, que llevaba toda la vida defendiendo a ultranza que era inglés, se abonaba a la causa irlandesa cuando le convenía. — Para que veas, no es que yo fuera glotón, es que en las familias de bien comemos así. — La picó, haciendo cosquillas en su costado para que se riera. Le encantaba verla reírse, y últimamente era tan poco frecuente que cada oportunidad valía su peso en oro.

Se sentaron, guiñándole un ojo a su novia con su último comentario, justo al tiempo en que Rylance aparecía por el comedor. — Oh. — Fue lo único que atinó a decir, pero veía cómo pasaba los ojos por toda la comida. En la pajarita de Jason no parecía haber reparado, claramente las cantidades ingentes de alimento le habían eclipsado. — Tome asiento, por favor. ¿Quiere presidir la mesa? — ¿Eh? No, no, qué va, no es necesario. Muy amable. — Menos mal que había estado rápido respondiendo, porque Jason ya iba a retirarle la silla para que se sentara. Parecía estar clavado en la mesa por la presencia de la mano de Betty en la suya a modo de contención, pero Marcus estaba seguro de que, en cuanto la quitara, se le escaparía como a quien se le escapa un globo. — Frank Lacey, el senior. Del que ha sacado el Junior su nombre. — Se presentó su tío. — Un placer, señor. Muchas gracias por la bienvenida. Están siendo muy amables. — Por fin tomó asiento y, pese a su cortés intento porque no le atiborraran, acabó con el plato a reventar de comida.

— Estos chicos están luchando un montón. — Afirmó Jason, muy en serio, aunque con un punto nervioso como si tuviera a un famoso delante. — No paran de leer. ¡No. Paran. De leer! — Definitivamente no nos ha visto en Hogwarts, pensó Marcus, porque si algo sentía que estaba haciendo poco era leer, pero bueno. — Y de reunirse con gente. ¡Y controlan, uf, cómo controlan el tema! ¡Y dos veces se han enfrentado a los Van Der Luyden, dos! — Betty le dio un par de toquecitos en la mano. El hombre miró a su mujer, algo removido. — Perdón, ¿estoy hablando de más? — Le susurró, pero ella le devolvió en susurro tranquilo. — Es su abogado, Jason. Es precisamente quien les va a defender. — Claro, claro... — Y no hay nada que digas que pueda ser usado en su contra. Repito que es su abogado. — Ya. Me lío con estas cosas, cariño. — Ya... — Dijo ella con una sonrisita cariñosa y un par de palmaditas en su mano. Rylance, que estaba aún intentando procesar el bombardeo, decidió hablar al más callado del grupo. — Me alegro de verle, señor McGrath. ¿Está usted bien? — Marcus se percató entonces de lo callado que estaba Aaron. Sonrió tímidamente y asintió. — Muy bien. Gracias por venir, les va a venir muy bien. — Dijo el chico. Marcus le miró y pensó te puede ayudar a ti también. Tranquilo, con tono tranquilizador. Eso hizo que el otro le mirara levemente y pusiera una tenue sonrisa agradecida. Aaron se había criado en un ambiente de crispación y la presencia del abogado de otra familia, sabiendo que tenía que enfrentarse a una lectura de testamento, tenía que tenerle muy tenso. Pero ahí estaban todos en el mismo barco.

 

ALICE

Marcus se crecía en el ambiente familiar, se reía con Jason y era más que capaz de mermar ese enorme pastel del pastor. Estar así les daba vida, y si Rylance tenía que aguantar un poquito por tal de ver a su novio coger fuerzas así y que ella sintiera que no vivían en lo hondo de un pozo, pues que así fuera. No creía que se quejara mucho de la comida de Maeve. Y oye, se estaba desenvolviendo sorprendentemente bien, porque claro, la exquisita educación de un Ravenclaw perfectón siempre entraba bien en casi cualquier lado.

Alice se limitó a asentir cuando Jason dijo lo de leer, y vio que Aaron bajaba discretamente, como un cangrejillo, y aprovechaba la estructura ósea de Frankie Jr. para ocultarse un poco. — Sí, básicamente leemos lo que él nos manda, así que lo sabe. — Dijo ella con una risita. Edward asintió también. — Es un gusto trabajar con clientes así, la mayoría no aguantan tanto texto legal y al final tengo que hacerlo yo todo. — Si es que es usted un santo, se le nota. — Insistió Jason, y ya todos tuvieron que contener una risita, hasta sus padres. Pero Jason es que estaba desatado. Alice se asomó para mirar a Edward. — Con enfrentarse se refiere a que fuimos a su casa a dejar que nos insultaran a base de bien, básicamente. Pero es que Jason es nuestro mejor patrocinador. — Rylance rio un poco y miró al primo. — Podría usted haber sido abogado. — ¿DE VERDAD? — Preguntó Jason abriendo mucho los ojos y gritando, aunque Maeve y Betty se echaron a reír. — ¡YA ESTÁ! ¡Esa era mi auténtica profesión, cariño! — Hijo, pero si te lías entre abogado, fiscal, juez y jurado. — Pero si el señor Rylance dice abogado, pues con que sepa que yo soy el abogado vamos bien. — Betty palmeó su hombro. — Mejor no le preguntes a este caballero cuántos libros ha leído de la primera a la última página durante toda su vida y su formación en leyes. — Jason le miró con pánico y dijo. — ¿Muchos? — Rylance asintió, con una expresión un poco cómica. — ¿Enteros? — Enteritos. — Y todos se echaron a reír.

Entonces Rylance se fijó en Aaron, que por algún motivo estaba muy reservado, pero Edward trabajaba mejor con eso que con el frenético entusiasmo de Jason. — Sus primos me han contado que es el heredero de la casa de Bethany. — Él asintió y rio un poco nerviosamente. — Eso parece. Pero ni hemos ido al notario aún ni tengo ni idea de cómo abordar el asunto. — Le he pedido permiso a la señora O’Donnell para representarle en la lectura también, si usted accede. — Aaron abrió mucho los ojos, mientras por lo bajo se oía a Jason. — Un santo, eso es lo que es, un santo… — ¿De verdad? — Claro, usted está en nuestro equipo. Los Van Der Luyden le han hecho mucho daño a usted también, es lo mínimo. — Aaron agachó la cabeza y asintió. Ahí Alice se vio en la necesidad de intervenir. — Está muy agradecido, Edward, es que estamos teniendo unos días particulares cuanto menos. Y bueno, sus padres… — Él levantó la mano. — Me hago cargo, solo quería dejárselo claro, para que sepa que no tiene que enfrentarse usted solo a esto. — La miró directamente a ella. — Igual que tú. Esto se va a acabar muy pronto, Alice. — Luego miró a los demás. — Espero que no me odien por llevármelos de vuelta a Inglaterra. — Maeve se llevó las manos al pecho. — Ay, Merlín sabe cuánto voy a echar de menos a mis niños en la casa, pero el sufrimiento que llevan estas criaturas encima, y el pobre Dylan… No, señor Rylance, es que le voy a obligar a que se los lleve. Mi cuñada me retiraría la palabra si le retengo más de la cuenta aquí a sus niños. — ¡Bueno! — Saltó Frankie Jr. dando una palmada. — Venga, ya está bien de sentimentalismos. Señor Rylance, cuéntenos, ¿ha defendido a asesinos? ¿Magos oscuros? ¿Celebridades del quidditch con demandas de divorcio? — Alice se tapó la cara, pero no podía evitar reír. La familia de Jason era única para crear el caos, parecían Gallia.

 

MARCUS

(13 de septiembre de 2002)

Habían querido ser hospitalarios con Rylance no solo inundándole a comida, sino dándole tiempo para que se acostumbrara al desfase horario y descansara del viaje. Tenían mucha prisa y necesidad por empezar, pero encima que el hombre se había venido, habían preferido dejarle respirar al menos, era lo mínimo que podían hacer en agradecimiento por tanta entrega con su caso. Igualmente, Edward tenía un sentido del trabajo tan estricto (y claramente no había ido allí de vacaciones, aunque los Lacey se empeñaran en incluirle en la familia) que él mismo había insistido en ponerse manos a la obra al día siguiente de su llegada. Había dormido sus buenas horas, lo cual todo buen Ravenclaw agradece para poner su cerebro en funcionamiento, y había salido de la habitación de Shannon (vacía y habilitada para él al estar Alice durmiendo con Marcus) perfectamente trajeado y con los papeles, Marcus apostaría una mano y no la perdería, ordenados al milímetro y hasta por orden alfabético si le apurabas. Lo dicho: no querían presionar, pero sí que agradecían enormemente que estuviera tan dispuesto. Porque lo cierto era que querían solucionar aquello lo antes posible.

Nicole había accedido a reunirse con ellos en su despacho, reunión en la que estaría presente también el señor Wren, y Howard Graves también había acudido para ayudar con lo que pudiera aportar. Marcus había querido también avisar a su primo George, no solo por deferencia por la gran ayuda prestada con lo del notario, sino porque creía que era quien más conocimiento directo tenía de los Van Der Luyden en el presente y su visión empresarial les podía venir muy bien. Desde la casa de los Lacey se aparecieron George, Edward, Aaron, Alice y él a las puertas del MACUSA, donde les esperaba Howard, y juntos entraron en el enorme ministerio.

Ir con un diplomático facilitaba mucho las cosas, por lo que aparecieron en la puerta de Nicole en apenas segundos desde que habían entrado. Marcus y Alice iban ligeramente tensos, pero si alguien estaba encogido y agobiado era Aaron. — Piensa que, en estos momentos, ser vistos aquí y en nuestra compañía os puede reportar más ventajas que desventajas. — Le dijo George, rompiendo el tenso silencio que llevaban por los pasillos, de camino al despacho de Nicole. — No es una cuestión de exhibicionismo, pero sí de demostrar que habéis dejado de esconderos. Que no tenéis por qué esconderos, y que estáis bien respaldados. Que vais a luchar por esto con armas legales. Y con muchas y buenas armas. — Le dio un par de palmadas al chico en el hombro y dijo. — Confiad en mí: ya queda menos. — Con esa voz profunda y serena que tenía. Ya sí, entraron en el despacho de la mujer.

— ¡Mira qué buen equipo! Ahí, con la cabeza bien alta, que os vea el MACUSA entero. — Nikki. — Suspiró Wren. George rio levemente con los labios cerrados y le dijo a Aaron. — Lo que he dicho yo pero con otras palabras. — Oyeron un leve carraspeo incómodo por parte de Edward. — Me presento debidamente: soy Edward Rylance, abogado de los señores O'Donnell, Gallia y McGrath. Un placer conocerles. — Lo había dicho un tanto cabizbajo y ruborizado... Bueno, es que la presencia de Nicole imponía bastante. El señor Wren saludó afectuosamente a Alice, con los ojos brillantes de quien ha vivido muchos años, visto a muchas personas... y dejado a otras atrás a las que aún recuerda. Les señaló los asientos y dijo. — Por favor, poneos cómodos. — Y eso hicieron. Porque tenían muchos temas que tratar.

 

ALICE

— Cada vez tenemos una comitiva más grande. — Dijo por lo bajo y entre dientes, mientras veía a Rylance y George presentarse en la puerta del jardín. — Bueno, te quejarás de caballeros andantes que hay para protegerte. — Dijo Frankie a su lado, con sorna. Alice rio y se cruzó de brazos. — No has visto a Nicole Guarini… Los va a enterrar a todos con carisma y presencia. — Ambos rieron y se reunió con los demás. Cuando se aparecieron en el MACUSA se preguntó cuántas veces más le quedaban de cruzar esas malditas puertas y mirar de reojo a los lados, preguntándose si ese sería el día en el que se encontrara de frente con algún Van Der Luyden. Nunca llegaba el día, y ya empezaba a conocerse cada maldito pasillo, o sería que todos le parecían iguales, con sus brillantes maderas nobles, mármoles oscuros y olores a perfumes agobiantes.

Howard le pasó un brazo por los hombros y le sonrió. — Estás a punto de conseguirlo, Alice. Estamos muy muy cerca. — Y agradeció tener a su comitiva cada vez más grande, porque animaban a Aaron, mantenían a Marcus con los pies en el suelo y la sacaban de la oscuridad a ella. Un buen equipo, una bandada como Merlín manda. Y esa bandada encontró a sus pájaros más grandes dentro del despacho de Nicole. Le arrancó una sonrisa el saludo de la mujer, y recibió al hombre con cariño, porque sabía que cuando la veía, veía a Janet, y era lo mínimo que podía hacer por la persona que perdió su puesto prácticamente por nunca ponerse en contra de su madre, ahora lo veía más claro. — Quién lo iba a decir, hija, ¿quién? Bethany… Legeremante y encima dejando de heredera a tu madre… Cuando me lo contaron no daba crédito. — La miró apretando los labios. — Al final sí que la quería. — Alice negó con la cabeza y apretó su brazo. — Usted la quería, Nikki la quería. Eso sí es querer, y no dejar millones por mala conciencia y por llevar la contraria a tu hermana. — El hombre suspiró y asintió y ella se dirigió a Nikki y cogió a Aaron del brazo. — Aaron, ella es Nicole Guarini, amiga de mi madre y muy importante aquí. Puedes confiar en ella. — La mujer le sonrió y le apretó la mano. — He oído hablar mucho de ti, Aaron. Recuerdo a tu madre embarazada paseándose por aquí con tu padre, pero te perdimos la pista enseguida. Tu padre ha movido cielo y tierra para encontrarte. — Su primo tragó saliva. — No sé si es bueno o malo. — Eso hizo reír a Nicole. — Eres listo, chico, entiendo por qué te han conservado a su lado, sabes lo que te conviene. — Y con esa sentencia de la jefa, se sentaron, poniéndose Alice entre Marcus y Rylance, que parecía un poco azorado.

Nikki presidía la realmente enorme mesa de reuniones de su despacho y comprobaba con la varita que todo estaba debidamente insonorizado y libre de espías. Cuando lo hizo, sacó una carpeta y una vuelapluma apareció en su hombro. — Bien, comencemos. Estamos, pues, seguros de que los tres herederos de Bethany Levinson son Alice, Dylan y Aaron. — Así lo dice el notario del testamento y la carta de la propia Bethany. — Y Peter y Lucy no saben nada de lo de Aaron. — Los afectados asintieron. — ¡Vale! Primer punto de extorsión. — Dictó Nikki a la vuelapluma sin cortarse un pelo. — Teddy Van Der Luyden está viviendo en una casa que no es suya. — Podríamos denunciar el hecho al registro de la propiedad. — Propuso George. — Eso por descontado. Le voy a meter un puro a ese cabrón como llevo tiempo queriendo… — Dijo la mujer. — Nikki… primero esperemos a ver qué propone el abogado de los chicos. — Pidió Wren. Rylance carraspeó, claramente un poco avasallado. — No, pero la seño… rita. — Dudó, aunque ante la mirada de Nikki vio que no se había equivocado. — Guarini tiene razón. Será nuestro primer punto de negociación con ellos, pero luego cualquier funcionario del MACUSA podrá actuar de oficio. — Uy, ya te digo yo que sí, encanto… Vale, más. — Manipularon información del Ministerio británico desde dentro. — Aportó Howard. — ¿Tenemos pruebas de eso? — Preguntó, con el ceño fruncido, Nikki. — Esta carta de la auror Geller, miembro del departamento de asuntos exteriores del MACUSA, y compañera mía. — Alice abrió mucho los ojos y miró a Marcus. ¿Maggie les había hecho un informe? No iba a tener palabras para agradecérselo lo suficiente. — Esto es magnífico. — Aseguró Nikki. — Tenemos suficiente como para intimidar de entrada. — ¿Qué tenían ellos contra William? — Preguntó Wren. Es verdad que hasta entonces no se lo habían preguntado, y, de repente, Alice sintió un miedo atroz a que, al hablarlo, al plantear lo del giratiempo o que sus hechizos daban fallos, esa gente que tanto la ayudaba se pusiera en su contra.

 

MARCUS

Frunció los labios y agachó la cabeza, pero por dentro estaba aplaudiendo a Alice con todas sus fuerzas y, de no haber estado en las formales circunstancias en las que estaban, le habría dado un buen beso. Esa era la Alice luchadora que él quería ver, la que tenía las cosas claras y decía con todas las letras: no, esas personas no querían a mi madre. Ni la conocían, dicho fuera de paso, porque lo último que Janet hubiera querido era no solo ese dinero, sino la situación que se había generado por culpa de él. Era lo más anti Janet que podía hacerse. Pero entendía que el hombre, que sí que tenía un afecto especial por ella y estaba conmocionado por lo ocurrido, dijera eso para intentar hacer sentir mejor a su hija. Solo que, por desgracia, Marcus y Alice ya venían más que de vuelta con esas.

Miró a Aaron con cierto pesar cuando Nicole dijo que su padre le estaba buscando. Él había visto a Michael McGrath en persona y... sí, se le veía afectado, pero Marcus tenía tanto rencor por lo sucedido que no había llegado a albergar la menor pena por él. Su propio hijo tampoco parecía tenérsela, y no le extrañaba. Ahora que caía... Aaron había dicho con mucha seguridad que, cuando todo aquello acabase, se iría bien lejos a empezar de cero, lo cual Marcus secundaba. Pero ¿se despediría de sus padres antes de hacerlo? Echó aire por la nariz, reflexionando y mirando al chico de soslayo, que estaba tan agobiado por la situación que no debían estar ni llegándole sus pensamientos. Decidiera lo que decidiera... lo podría entender. Y le apoyaría en ello. Demasiado había pasado ya como para cuestionar más sus decisiones.

Sentados ya a la mesa, puso todo su cerebro a funcionar en lo que tenían delante, sin querer perder el menor detalle. Estaban en el principio del final de ese tedioso caso y se sentía ciertamente esperanzado en que pudiera salir lo más favorablemente posible hacia ellos, porque confiaba muchísimo en todas las personas que tenía allí presentes. Le iba a faltar vida para agradecerles lo que estaban haciendo. Asintió a lo que dijeron sobre Teddy, y la reacción de Nicole le hizo apretar los labios para contener una sonrisa entre lo divertido y lo satisfecho. Se los mojó para disimular y miró de reojo a Aaron, quien le devolvió una mirada nerviosa. ¿Qué se siente cuando tanta gente defiende tu futura vida? Pensó, y el chico sonrió disimuladamente, agachando la cabeza, sonrisa que se mimetizó en Marcus, y él también miró a otra parte. Que no pareciera que estaban tomándose aquello como una broma o una venganza personal... Bueno, quizás un poco de lo segundo sí. Pero igualmente estaban muy centrados en lo que estaban, que era un tema muy serio.

Si por él fuera ni siquiera negociarían con lo de la casa, directamente denunciarían a Teddy, pero ciertamente era un buen punto de negociación: podían usar esa baza a cambio de que dejaran a los Gallia tranquilos y con lo que les correspondía por derecho. Aunque se imaginaba que los Van Der Luyden tendrían muchos ases en la manga y no habrían cometido una torpeza tan obvia como para que ellos lo pudieran resolver con tanta facilidad. Lo que fue una sorpresa fue la prueba que aportó Howard, que venía ni más ni menos que de... — ¿Maggie? — Se le escapó espontáneamente, generando miradas hacia su persona. Carraspeó, disimulando. — Una antigua compañera. Me ha pillado por sorpresa. — Todos volvieron a su conversación sin darle mayor importancia. Menos mal... pero le debían una bien grande a Maggie. Eso sí que no se lo había esperado para nada.

La pregunta de Wren fue la que les complicaba las cosas. Rylance tomó aire, revisó sus papeles y, tras una pausa meditada, empezó a enumerar. — Estos son los motivos que alegan, los cuales ninguno de ellos está... probado, propiamente dicho. — ¿A qué se refiere? — Preguntó Nikkie. Rylance movió la cabeza varias veces. — A que no hay pruebas irrefutables y contrastables de los hechos que ellos les acusan, pero la mayoría de las cosas son lo suficientemente subjetivas o susceptibles a manipulación como para que, según quién hable del caso y cómo lo exponga, pueda considerarse prueba válida. — Respiró de nuevo y, mientras sacaba a la superficie un papel en concreto, recitó. — Alegan en primer lugar que el señor Gallia llevaba a cabo un cuidado negligente a su hijo menor de edad, al que tenía desatendido y viviendo en condiciones inadecuadas en el tiempo que pasaba en casa. — Cómo se puede tener tan poca vergüenza. — Masculló Nicole, indignada, y Wren fue a calmarla poniendo una mano sobre la de ella, pero la mujer reaccionó rápidamente. — No, es que no pueden decir eso. Y yo no estaba en la casa, es cierto, ¿pero ha podido salir esta chica de un padre negligente? — Dijo señalando a Alice. Marcus se incomodó. Prefería que no hicieran a Alice entrar en esas disensiones porque no estaba en su mejor momento con su padre... — Por no hablar de que esa gente es una torturadora, y a saber cómo han tenido al pobre chico. Dando lecciones de educación semejantes... — Negligencia educativa. — Cortó Howard, tan diplomático como siempre. — Una de las razones que alegan, y claramente hay muchísimos testigos que dirían lo contrario. Ellos viven a muchos kilómetros, decir que tienen pruebas de ello evidenciarían el espionaje, y ni que decir tiene no solo que es un delito, sino que no se va a tener como válida ninguna prueba obtenida del espionaje. — Totalmente cierto. — Corroboró Rylance. — De ahí que, si bien es el punto sobre el que más se sustentan, sea el que menos me preocupa. Además, en el caso de que consiguieran demostrar que William Gallia no es apto para el cuidado de su hijo, tendrían que demostrar también que no lo es Alice Gallia, o los abuelos paternos del menor, o incluso su tía. Tiene familiares de sobra que pueden hacerse cargo de él y no pueden demostrar la negligencia de todos, no se sostiene... Sin embargo... — Cambió un papel por otro. — Sí que alegan otras cosas que, como he comentado, con la manipulación justa de las pruebas, sí son más problemáticas. Son las que han hecho que se le conceda la cautelar. —

— Una de ellas es que, según ellos, William Gallia supone un peligro por sus hechizos fuera de control debido a su estado de ánimo. — Rylance hizo una pausa. — El estar de excedencia y, por tanto, pasar más tiempo con su hijo en casa, no ha ayudado... Pero sí que tenemos un dato que ayuda. — Sacó un papel y lo tendió a los presentes. — Es un informe de la doctora Mafalda Dubois, sanadora mental del hospital Pierre Bonaccord de Marsella. Lleva atendiendo al señor Gallia allí desde el mes de abril y ha emitido un informe en el que afirma que el hombre se encuentra actualmente en tratamiento, que su estado de ánimo se encuentra más estabilizado y que su disposición a la curación es muy positiva, además de no suponer un peligro para quienes le rodean ni para sí mismo en estos momentos. — Los presentes estaban en silencio sepulcral. — Está firmado a 30 de agosto del 2002, última vez que acudió William a consulta, es decir, es muy reciente. Confirma que lleva en terapia continuada todos estos meses y, por tanto, la medida cautelar se tomó sin tener en cuenta el estado mental del progenitor por parte de una profesional. — Solo con esto ya deberíamos tener para desmantelarles. — Se esperanzó Nicole. Wren echó aire por la boca. — ¿Dónde está el problema, señor Rylance? Esa gente ha cometido multitud de ilegalidades y manipulado pruebas, y se basa en hechos erróneos... Les conozco lo suficiente como para saber hasta dónde pueden llegar con sus influencias, pero ¿no tenemos armas suficientes todos los aquí reunidos? — Rylance miró de soslayo a Alice. Había algo que complicaba las cosas... y ahí estaba.

— Hay algo más. — Marcus estaba muy tenso, a pesar de que estaba convencido de que lo de la alquimia no había transcendido absolutamente a nadie y debía seguir siendo así. — Hay... una investigación abierta en el Ministerio de Magia inglés contra el señor Gallia. — Los presentes abrieron mucho los ojos, y Nicole preguntó con un hilo de voz. — ¿Qué? — Rylance tomó aire de nuevo. — El pasado mes de marzo, desapareció un giratiempo del Departamento de Misterios del Ministerio de Magia. Hay... un registro de entrada del señor Gallia al Ministerio, en fechas coincidentes, no estando citado ni apareciendo la actividad que fue a realizar. — Se rascó la frente. — Dicho giratiempo no ha aparecido. — Ni va a aparecer, pensó Marcus no sin cierta tranquilidad, aunque siguió escuchando. — Pero es cuestión de tiempo, estando abierta la investigación, que un juez autorice el registro de las propiedades del señor Gallia para buscarlo. Si no lo encuentra y no se detecta ningún uso indebido de las leyes del tiempo fuera de los límites del Ministerio, no hay pruebas concluyentes contra él y por tanto no se podrían prestar cargos contra su persona... Pero los temas de burocracia ministerial se prolongan... mucho. Y la situación actual que tenemos, la realidad, es que el señor Gallia está expedientado por posible robo de material mágico en una sede gubernamental. Y eso... es una espada de Damocles sobre nuestras cabezas ahora mismo. Resuelto este juicio, no tendrían nada contra él. El problema... — Es que podríamos estar hablando de hasta tres años de demora. — Completó Howard, lo que espantó a Marcus, pero Rylance asintió. — Efectivamente. — Pues eso sí les complicaba mucho las cosas.

 

ALICE

Cuando se tocaba el tema de su padre, empezaba a venirse abajo otra vez. Se tensaba solo de oír aquellas cosas, tratando de discernir de cuáles podrían encontrar, cómo podrían retorcer la verdad para hacerles parecer culpables. Miró a Nikki con una débil sonrisa de agradecimiento, pero prefirió no hablar. Su padre había sido MUY negligente, y como se pusieran a cavar en cómo estaba la casa hacía poco más de un año, iban a encontrar muy buenas pruebas de ello. Respecto a lo de la negligencia educativa… era mucho más difícil de probar, porque eso, su padre no lo había sido nunca, y además, como había señalado Howard, señalaría el uso de espionaje. ¿Cuántas veces les habrían espiado de verdad y cuántas simplemente les habían temido y realmente no habían hecho nada? Exactamente como ahora. ¿Qué temía Alice? Como Rylance decía, aún quedaba ella para hacerse cargo de Dylan, y no tenían nada contra ella.

Lo del informe le hizo abrir mucho los ojos. A veces perdía la cuenta de los papeles que tenían, y miró aquel informe del hospital de Marsella con auténtico interés. Treinta de agosto. Su padre había estado hasta hacía menos de dos semanas atendido por esa señora, y ella consideraba que estaba bien. O al menos sano mentalmente. Parpadeó. Pues ella no lo habría dicho ni delante de un juez, pero si aquella mujer lo consideraba curado… — Eso es bueno. — Se le escapó. — Pues claro que sí, Alice. — Aseguró Wren. — Tu padre es un genio. Que haya pasado una etapa depresiva es casi lo esperable, y si pidió la excedencia, eso es un gesto que le honra. — Si usted supiera… Se encontró pensando. Se sentía mal por mentir a Wren, u ocultarle información, vaya, con lo que el hombre adoraba a sus padres, pero… tenía que mantener la versión ante todo el mundo y ya está.

Pero claro, llegaban al tema del giratiempo. Ahí Alice carraspeó e intervino. — Mi padre no robó el giratiempo, pero aunque lo hubiera hecho, eso ocurrió cuando yo estaba en Hogwarts, y prácticamente no he estado con él ni un mes entero desde que salí. Se pongan como se pongan, yo no soy inadecuada para cuidar a Dylan. De ahí nuestra propuesta. — Todos les miraron a ella y a Rylance y Alice le hizo un gesto para que lo explicara, mejor que ella. — Tenemos planeado personarnos en la notaría del señor Hagen con el señor McGrath también para la lectura del testamento de forma oficial. Ahí será cuando las partes, si llegan a acuerdo, podrán tener acceso a la herencia. — ¿Por qué dejó Bethany en manos de su familia ponerse de acuerdo? — Se aquejó Wren. — No lo hizo, pero nunca contó con que ellos obtendrían la custodia de Dylan. — Dijo Alice con un suspiro. — Simplemente… no contaba con esto. Pero ahora tenemos que ponernos de acuerdo con ellos. La cosa es que, obviamente, ellos no van a consentir que Aaron se quede la casa y yo parte de la herencia. — Explicó, antes de dejar paso de nuevo al abogado. — El plan es usar el más que probable desacuerdo de los señores Van Der Luyden con la repartición de la herencia para exponer nuestros argumentos. La señorita Gallia se compromete a donarles su parte, al mismo tiempo que ellos renuncian a la patria potestad sobre Dylan y sobre ella, para que no haya forma de que vuelvan a contactar con ellos. — Hubo un murmullo provocado por los presentes resoplando y removiéndose en las sillas. — Aquí traigo un informe favorable de la señora McCrory, auror de servicios sociales y de familia mágica del Ministerio de Magia que dice que el gobierno británico favorece que la custodia le sea entregada a Alice Gallia y que podría usarse como demanda judicial por la misma. — Miró a Howard. — Señor Graves, corríjame si me equivoco, si entregamos este informe en nuestra embajada británica aquí en el MACUSA, sería entregado a los servicios de protección de la infancia del mismo y prácticamente tramitada con efecto inmediato si los Van Der Luyden renuncian a la custodia. — Así es. — Y sin el prácticamente, yo me encargo de que sea cursada en el mismo momento en el que firmen la renuncia. — Aseguró Nikki con la firmeza de quien sabe que lo va a conseguir. Edward asintió, un poco azorado de nuevo. — Como probablemente se nieguen a la primera, nuestro plan es sacar todo eso que la señorita Guarini está apuntando. — Y si siguen cabezotas, yo, que soy la tercera parte, me pondré en desacuerdo y pondré la denuncia contra mi tío Teddy, que yo también le tengo muchas ganas, y a ver cuánto aguantan así. — Dijo muy firme Aaron, cruzándose de brazos. Claramente le satisfacía todo aquello. — ¿Y la parte de Dylan? — Al ser la señorita Gallia la tutora, pasaría a su administración. — Y yo lo guardaría hasta que mi hermano sea mayor de edad y la usaría para lo que necesiten él y mi padre de la casa o de Hogwarts… — Especificó. — Yo creo que si le preguntas a él te dirá que os la repartáis o que directamente no quiere saber nada. — Respondió su primo. Ella suspiró y negó con la cabeza. — No vendamos la piel del oso antes de matarlo. — Vale, pensemos muy bien... — Saltó Nikki. — …Cuáles van a ser nuestras respuestas si los Van Der Luyden atacan. Aaron, Chris, vosotros les conocéis bien, ¿qué creéis que pueden intentar lanzarnos? —

 

MARCUS

Miró al señor Wren cuando defendió a William y sonrió. Él llevaba diciendo eso toda la vida... y, lo cierto era que William había cometido errores muy graves. Pero Marcus seguía pensando que era una víctima de sus circunstancias... Claro que Alice también lo era y estaba actuando de forma totalmente diferente, pero a Marcus le costaba no justificar a William de todas las formas que encontrase.

Sí le sorprendió la serenidad con la que Alice afirmó que lo del giratiempo no había ocurrido, él había preferido no intervenir, pero la miró con orgullo y la cabeza bien alta cuando afirmó que ella era perfectamente apta para cuidar de Dylan. Estaba volviendo a pensar, a más escuchaba los datos, que ellos tenían las de ganar y que no entendía dónde estaba el punto de la negociación, que los Van Der Luyden podrían salir perdiendo si se ponían tozudos. Pero cuando aquellas personas seguían hablando en términos de negociar era por algo. Aunque él cada vez lo entendiera menos.

Fue a replicar que peor para ellos si no consentían que se quedaran con la herencia, porque de verdad que aquella situación le quemaba por dentro, pero dejó hablar. Y, entonces, Rylance sacó un informe de servicios sociales. Marcus miró a Alice y sonrió, esperanzado. Tenían tantísima gente de su parte, como debía ser, porque eran ELLOS quienes tenían la razón... — Un momento. — Ya sí que no pudo evitar interrumpir. — Si hay una carta de la titular de la herencia dejando claro quiénes son sus herederos, si las pruebas de ellos son falsas e inconsistentes, y si tenemos todos estos datos a nuestro favor... — Miró a los presentes y, en última instancia, a Rylance. — ¿Por qué negociar? No hay nada que negociar. — Negó, haciendo un gesto con las manos. — Lo siento, es que... si con tanta presteza podían actuar servicios sociales, nuestro punto de negociación no debería ir más allá de "sabemos que nos habéis espiado y nos habéis quitado a Dylan por medios ilícitos y motivos falsos. Leamos este testamento y vayámonos y no tomaremos represalias." — Yo estoy con el chico. — Afirmó Nicole. Además, Aaron estaba dispuesto a denunciar a Teddy, lo que hizo que Marcus pusiera una expresión de obviedad e hiciera un gesto con los brazos. Igual... debería plantearse por qué los Ravenclaw le miraban con condescendencia y los Gryffindor (o Ave del Trueno en este caso) estaban tan de su parte...

No iba a tardar en descubrirlo. — Marcus, hijo. — Empezó el señor Wren, con mirada triste. — Esa gente es malvada y tiene muchas influencias en este mundo... Si os oponéis diametralmente a ellos... siempre van a ganar. A la larga, siempre ganan. — Tragó saliva. Eso solo aumentaba su rabia. ¿Debían entonces renunciar a sus derechos y razones por miedo? Soltó aire por la nariz, y George habló también. — Pueden decir que no están de acuerdo con la herencia... — Es que ellos no tienen nada que opinar ahí. — Interrumpió, y se arrepintió en el acto. — Perdón, primo George... — Se frotó la cara. — Están desheredados. — Dijo más tranquilo. — Bethany Levinson lo pone muy claro en su carta: los herederos son los hijos de Janet y Aaron. Ellos no tienen nada que decir. — Están allí en condición de tutores legales de Dylan. — Especificó Rylance. — Cautelares. — La cautelar puede prolongarse mucho, Marcus. — Pero con este informe de servicios sociales, le darían la custodia a Alice de inmediato ¿no? Y ahí ya no pintarían nada. — ¿Y qué nos harán mientras tanto? — Le dijo Aaron, interviniendo, con voz apenada. — Marcus, sé de lo que son capaces. Se convertiría en una carrera contrarreloj, y en lo que nosotros estamos entregando ese papel, ellos... a saber qué podrían alegar, de qué hilo podrían tirar, y paralizarlo todo eternamente. Aligerar las cosas y que les concedan a ellos la custodia permanente de Dylan y, en ese caso, no volveríamos a verle hasta que sea mayor de edad. Y de aquí a entonces se habrán fundido ya el dinero, por no hablar de que no queréis estar cuatro años sin ver a Dylan. — Marcus se mojó los labios y echó aire por la nariz, molesto. — Exactamente ese es el peligro al que nos enfrentamos. Y lo que queremos por todos los medios evitar. — Apuntó Rylance.

— Si bien todo eso es cierto. — Empezó Howard, con tono tranquilizador. — También lo es que, con todo lo que tenemos a nuestro favor, no les conviene obstinarse. Con un acuerdo se acabarían los problemas para todos, y ellos verían parte de ese dinero, que al fin y al cabo es lo que quieren, y los Gallia recuperarían a Dylan. Parte de la herencia a cambio de que no volváis a saber de ellos nunca más. — No querría darles ni un knut, pero me parece el trato más beneficioso que vamos a tener en nuestra vida. — Suspiró Aaron. Marcus volvió a echar aire por la nariz, pero finalmente asintió. — De acuerdo. — Dijo con resignación. No, no lo terminaba de ver, seguía pensando que esa gente no tenía derecho alguno a protestar y que no tendrían que ser ellos quienes se curraran el acuerdo, y podría estar argumentando hasta el infinito qué iban a hacer si ni por esas accedían. Pero era consciente de que su obstinación estaba paralizando la reunión.

Wren y Aaron habían sido preguntados por Nicole, y el primero en hablar fue el menor. — Tienen un montón de patrañas contra los Gallia en general y Alice en particular. — Miró a Rylance y se encogió de hombros. — Todas mentira, obviamente, lo que no sé es si lo podemos demostrar. — Más que demostrar su falsedad, nos agarraríamos a que no son pruebas consistentes para retirar una custodia. — Pero ¿qué alegan? — Insistió Nicole. Edward carraspeó un tanto incómodo, miró de soslayo a Alice pero no perdió su tono profesional antes de hablar. — Conductas inapropiadas por parte de la señorita Gall... — ¡Por favor! — Resopló la mujer. — Ya estamos como con Janet. No puedo con esa gente, de verdad que no... — En todo caso. — Retomó Rylance, visiblemente incómodo. — En primer lugar, que una chica joven tenga... diversas relaciones dentro de su etapa escolar no la hace menos apta para el cuidado de su hermano menor. — ¡¡Desde luego que no!! Que se guarden sus moralinas para otros, con lo malos que son, es que hay que fastidiarse... — Y, en segundo lugar, la información es inconsistente, en muchos casos demostrablemente falsa, y en el hipotético caso de que igualmente pudieran alegar que llevaba un estilo de vida inestable... — Señaló a Marcus. — Claramente ya no lo lleva, y esto sí que es demostrable con evidencias. — Mandaba narices que tuvieran que estar hablando de la vida privada de Alice. Gentuza... Mejor respiraba hondo, que no quería dejarse llevar por la rabia.

— En... el peor de los casos... — Empezó Wren, que se estaba pasando un pañuelito por la frente para limpiarse el sudor. El hombre suspiró y se le veía bastante nervioso. Los demás se miraron. ¿Qué? ¿Qué más podría decir esa gente que no hubieran dicho ya? — Podrían... — Volvió a suspirar y miró a Alice. — Son personas crueles, hija. Esto... esto que voy a decir... es irreal, pero es... tienen muchas armas. — Chris, por favor. Estamos preparados para oírlo. — Trató de acelerar Nicole, pero Marcus empezaba a dudar de que lo estuvieran. — Podrían alegar... secuestro. Por parte de William. — ¿Secuestro? — Preguntó Marcus. — ¿De Dylan? Pero si es su hijo. Nació en Inglaterra... — Marcus... — Dijo el hombre, apenado. — Nuestra Janet... tenía diecinueve años, hijo. Apenas tenía un año más que vosotros. — Les miró con ternura. — ¿La podéis imaginar? Yo... aún es como si la viera delante de mí... — Suspiró y volvió a pasarse el pañuelo por la frente. — Janet era muy joven. William... era un hombre ya experimentado, con una profesión, diez años mayor que ella y que vino aquí y la conoció en calidad de su secretaria. — No. — Detuvo Nicole, negando. Veía sus ojos brillantes de lágrimas, probablemente entre la pena y la rabia, y no dejaba de negar. — No, Chris, no vayas por ahí... — Yo sé la verdad, Nikki, yo y todos los que estamos presentes. Pero ellos no van a usar eso y lo sabes. — No se les caería la cara de vergüenza. — Per... — ¡¡Y podríamos demostrarlo!! ¡¡Se tuvo que venir a vivir a mi casa porque la echaron de la suya!! ¡¡La abofetearon, Chris!! ¡La lanzaron a la calle embarazada! — Y alegarían lo mismo de ti, Nikki: odio irracional hacia ellos, que claramente demuestras, y que William te había manipulado a ti como hizo con ella, o la propia Janet, de quien dirían que no estaba en sus cabales por su juventud y por haberse dejado embaucar por un hombre más mayor. — Wren miró a Alice, compungido. — Lo siento, hija... Pero, en última instancia, podrían decir que tu padre se llevó a tu madre usando malas artes y aprovechándose de su candidez, y que ha retenido a los hijos de ambos en Inglaterra impidiendo deliberadamente su contacto con ellos. Si a eso le sumas... lo que dicen de su estado y el expediente del Ministerio... — Podrían incluso interferir en tu propia relación con los Gallia, Alice, si consiguen que un juez afirme que William ha sido y es peligroso para vosotros. — Dijo Rylance, apesadumbrado. — No... he querido contar con esa posibilidad hasta ahora. Pero tenemos que ser conscientes de que existe. —

 

ALICE

Mucho estaba tardando su amado en recordar que él prefería no negociar, que en su cabeza eran ganadores. Alice quería creerlo, de verdad, pero la vida le había demostrado que no era así, y si fuera solo ella en juego, pues iría de cabeza, pero no se la jugaría con Dylan. Miró con pena a Marcus. De verdad que le dolía no estar de acuerdo, o no sentir que pudiera estarlo, en algo tan importante, pero… tenía que mantenerse firme, y más si había encontrado una aliada como Nikki. Quién te iba a decir que estarías de acuerdo con la Gryffindor impetuosa en tu vida. Wren y George intentaron hacer el acercamiento intelectual que ella y Rylance ya habían intentado, pero Marcus seguía en sus trece, y vuelta al argumento circular de cómo de cautelar era la custodia. La verdad es que no quería descubrirlo. En otro momento de su vida, reflexionaría cuánto se estaba perdiendo al tomar una decisión. Actualmente, la respuesta era: la que más rápido le devolviera a Dylan. Pero, una vez más, quien le dio la respuesta definitiva fue Aaron, y la verdad es que todos tendían a escuchar más a Aaron porque, estaban de acuerdo, era el que más había sufrido en su propia piel a los Van Der Luyden.

Y, claro, para terminar de poner todo sobre la mesa, tenía que llegar el momento en el que hablaran de lo que decían de ella. Al menos Nikki se ofendió bastante, poniendo ya a Rylance al borde de la vergüenza absoluta. — Además de que es mentira. — Dijo ella encogiéndose los hombros con tranquilidad. Ya se había martirizado bastante con ese tema. — Tuve un juicio por acoso sexual en calidad de denunciante que gané, como intenten tirar por ahí se van a llevar un buen chasco. — Ya lo intentaron. — Dijo Aaron, con cierto pesar. — Nunca me he sentido tan satisfecho de enviar una información. — Ella sonrió débilmente y le miró con agradecimiento, y acercó una mano a Marcus y la tomó, susurrándole al oído. — Ahora tengo a quien camina por el lado seguro, siempre a mi lado. — Recordaba la primera carta de los Van Der Luyden, y cómo no, recordaba lo que había pasado después. Y, aunque había sido maravilloso, ahora recordaba cuánto le afectó, cuánto se creyó las palabras de aquella gente, tanto como para no haber ido corriendo hasta Marcus y haberle declarado su amor, decirle la verdad, empezar un año antes… Esa gente le había afectado de muchas formas, pero ellos prevalecían.

Y entonces, el señor Wren pareció dudar sobre si decir algo. ¿Qué se les podía ocurrir ahora? Pues algo que, por lo visto, Chris era capaz de atisbar, pero que a ella jamás se le habría pasado por la mente. Por un momento, le dieron ganas hasta de reír. Cualquiera que conociera a su padre, sabría que era incapaz de embaucar a nadie, por joven que fuera. Ni a Dylan le vendía el truquito de la grúa y hacer el tonto en las carreras de verano. Su padre era disparatado y a veces un poco peligroso por no medir bien el propio peligro, pero secuestrar… Por Merlín… Suspiró y se pasó las manos por la cara. Nikki estaba tremendamente ofendida, como se ofenden los Gryffindor, y además porque vivió en su propia piel que aquello no tenía ni pies ni cabeza, pero Alice entendía el punto de Wren y, por sus caras, y claramente desde un punto de vista legal, Rylance y Howard también. Tragó saliva. — No, ninguno queremos contar con esa posibilidad. — Dijo con un hilo de voz. Los Van Der Luyden podían hacer aquello eterno.

— Por eso, Rylance nos ha ayudado a discernir esta estrategia. — Dijo ella. — Y gracias a la gente como Maggie o Howard tenemos con qué presentar batalla al menos, aunque sea conscientes de que no somos probables ganadores, solo posibles. — Y no son los únicos que están de tu parte. La enfermera Durrell, tu jefa de casa, la profesora Granger, y Silver Handsgold, además de los O’Donnell, están detrás de ese informe. — Señaló Rylance. — Todos están contigo. — Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero las contuvo. — La coordinación es fundamental para el éxito. — Continuó su abogado. — El señor Graves y la señorita Guarini se quedan el informe, y el señor Wren y yo una copia compulsada cada uno, solo por si acaso. La señora O’Donnell tiene otro en Londres. — Wow, eso sí que era previsión. — Y yo enviaré el patronus en cuanto tengamos confirmación de que hay negociación. — Señaló a Aaron. — El señor McGrath servirá para oponerse a lo que no nos convenga, con cabeza. — Dijo con cierta insistencia en las palabras. — Y el señor Wren estará atento a todos nuestros movimientos. Yo acompañaré al señor McGrath hoy al notario para dar fe de la tercera parte y que haga llamamiento oficial a la lectura. — Se giró a George. — Señor Lacey, confío en usted como mensajero seguro de todas las novedades que se produzcan en el caso. — Rylance tomó aire y terminó diciendo. — Es posible que terminemos con este asunto en no más de una semana. —

Notes:

Todas las acciones empiezan a hacer su efecto y todo son planificaciones. Por fin tenemos a Rylance en Nueva York, que los chicos lo iban necesitando, y tienen a su querida bandada para respaldarles. ¿Cómo creéis que se desarrollará todo esto? ¿Con cuál de los miembros os sentís más identificados? ¡Contadnos todo! Mil gracias por seguir por aquí, lectores, vosotros hacéis grande todo esto.

Chapter 31: Tierra sin ley, odio que ciega

Chapter Text

TIERRA SIN LEY, ODIO QUE CIEGA

(14 de septiembre de 2002)

 

MARCUS

Echó aire por la boca y miró a Alice. Ya había terminado de arreglarse, estaba retocándose frente al espejo como tantas veces hacía antes de salir, solo que... con más tensión y menos ilusión. No iba a una celebración o una fiesta, aunque probablemente fuera a uno de los acontecimientos más importantes de lo que llevaba de vida. Era consciente de que su presentación no iba a jugar absolutamente ningún papel en la resolución de aquello, pero aún así, quería verse formal y sereno. Se quedó unos segundos simplemente mirándola... Quería preguntarle cómo estaba, pero ¿era necesario? Estaba intentando aparentar tranquilidad pero muerta de nervios por dentro, como él, probablemente peor. La pregunta solo serviría para hablar por hablar, así que mejor ir directamente a la respuesta.

— Esto se acaba hoy, Alice. — Dijo. No estaba al cien por cien convencido de ello, pero era lo que quería creer con todas sus fuerzas. Y Merlín sabía lo que se odiaría a sí mismo si le daba a Alice falsas esperanzas. Pero estaba confiando mucho en todas esas personas que les estaban ayudando, y queriendo creer firmemente que aquello estaba llegando a su ansiado final. Sonrió levemente, agarrando sus manos. — Lo hemos hecho todo. Todo lo que estaba en nuestra mano. — Otra cosa que... no creía al cien por cien, pero no le había quedado de otra que claudicar. Eran muchas voces razonables diciendo que aquello era lo mejor, y sobre todo quería acabar con aquel sufrimiento, quería volver a ver a su Alice feliz. Era su mayor objetivo en la vida, y esta fuera de Hogwarts acababa de empezar y ya no se estaba cumpliendo. Ese beneficio sí que no quería dárselo a los Van Der Luyden. — Recuerda... que estoy contigo. Siempre lo voy a estar. Y que no soy el único, estamos más respaldados que nunca, Alice. — Al decir eso, sonrió con más sinceridad e incluso esperanza. — Estamos más respaldados que nunca. — Repitió, en un tono susurrado y agradecido. Porque de todo aquel drama habían sacado algo muy bueno: a toda la gente que estaba dispuesta a ayudarles. Eran muchos y eran muy buenos. Y lo iban a conseguir todos juntos.

Besó sus manos y, con un gesto de la cabeza, tratando de no perder la sonrisa serena, le indicó salir de la habitación. Al bajar al salón vio al tío Frankie hablando con Aaron, a quien se veía visiblemente nervioso. Ambos se giraron para mirarles, y el hombre les dedicó una sonrisa tranquila, mientras apoyaba la mano en un hombro del chico. — Va a salir bien, chicos. Tenéis a muchas personas muy buenas y muy preparadas de vuestro lado. Vamos a tener mucho que celebrar. — Con la otra mano, agarró la de Alice, mirándola. — Es normal que estéis nerviosos, y agotados, y tristes. Pero os vamos a estar esperando para recibiros con lo que vengáis, con lo bueno o con lo malo. Siempre nos vais a tener aquí. — Sonrió un poco más. — Y ya mismo tendremos a Dylan. — Cambió la mirada entre ellos y, con un toque un poco más cómico para distender el ambiente, añadió. — No quisiera meter presión a esos Van Der Luyden, pero creo que Jason ya tiene la carne para la barbacoa comprada. — Eso hizo reír levemente a Marcus. — Gracias, tío Frankie. — El hombre apretó el hombro de Aaron y la mano de Alice con afecto. Se despidieron de sus tíos y se unieron a Rylance en el porche. Tocaba marchar. Tocaba enfrentarse a la gran prueba de aquel largo camino.

 

ALICE

Inspiró y revisó su look, intentando no parecer nerviosa. Dormir y poder estar en la habitación con Marcus era una bendición, porque se sentía protegida todo el tiempo. El problema es que, con Marcus al lado, no quería mostrarse tan mal, tan destruida, sabía que así le hacía daño, y que podía dar la impresión de que se estaba arrepintiendo. Pero no se arrepentía, solo se sentía, una vez más, que no era suficiente. Suficientemente valiente, fuerte, inteligente, adelantada a aquella gente. Miró a lo lejos por la ventana, donde el océano brillaba. Si ahora simplemente saliera volando, como las gaviotas y las pardelas, volvería a casa, a través del océano, a sentirse segura. Pero necesitaba hacerlo con su patito en sus garras y su amor al lado. Y fue su amor precisamente quien interrumpió sus pensamientos. Ella se giró y le miró, asintiendo. — O al menos hoy empieza a acabarse. — Matizó, por tal de no hacerse demasiadas esperanzas. Se mordió los labios por dentro y asintió. — Y yo voy a estar siempre contigo. Siempre. Te he amado desde que te conocí, y siempre pensé que el amor incondicional no era bueno… Pero esto… — Le señaló a él y luego a ella. — Esto es incondicional, mi amor. Ahora que has hecho algo como… venir hasta aquí conmigo, luchar a mi lado e incluso… renunciar, por mucho que te cueste, a tu solución por respetar la mía… — Dio un paso a él y dejó un beso en sus labios. — Es incondicional y es para siempre. — Y dicho eso, bajaron de la mano.

Agradeció las palabras tremendamente Hufflepuffs de Frankie con una sonrisita y se despidió con solo un gesto de la mano. Ya había gastado todas sus fuerzas de hablar al hacerlo con Marcus, era como si tuviera un nudo tan grande en la garganta que le impedía hablar. Salieron al jardín, donde ya estaba Rylance, con su impecable traje, que de seguro había tenido que planchar como muy tarde diez minutos antes de ponérselo, porque no tenía ni la más mínima arruga. Les miró a los tres para terminar en ella. — Temple y seguridad, chicos. ¿Listos? — No, estaba segura que pensaron los tres, pero Alice alargó la mano para que se engancharan a ella y visualizara el MACUSA, desde donde irían andando.

Nunca se le hizo tan ajeno Nueva York. Los coches, la gente, el humo, los sonidos… Todo estaba acolchado en su cabeza, en sus oídos, solo podía visualizar a lo lejos de la calle el edificio del notario, tan integrado en todo lo muggle como siempre en Nueva York. ¿Cómo llegarían los Van Der Luyden? ¿Caminando entre muggles como ellos? Le extrañaba, la verdad… ¿Pero por qué estaba pensando en aquellas tonterías? Probablemente para no pensar en lo que se le cernía encima. Casi sin darse cuenta, estaban subiendo al piso de la notaría, y las lustrosas y enormes puertas se abrieron ante ellos. — Oh, por Dios, debimos haber previsto esto. — Y allí estaba ella, cómo no.

Lucy Van Der Luyden iba como siempre, oliendo a ese perfume invasivo, peinadísima, arregladísima y con unos tacones que a Alice le hacía sentir una seta a su lado. Peter con su traje, probablemente carísimo, y un señor que no había visto nunca pero que, por sus ojos y la forma de su cara, dedujo que era Teddy, el hermano pequeño de su madre. Se le hacía imposible relacionar a esa persona con Janet de ninguna forma. Había tres señores de traje más, que deducía que eran el equipo legal de los Van Der Luyden, y todos estaban mirando a su lado. Claro, Aaron. — Tú, pequeña rata desviada, siempre supe que no eras de fiar. — Pero si la tía Bethany lo debió ver tres o cuatro veces en su vida. — Replicó Teddy, que parecía no salir de su asombro. — ¿Qué le prometiste? ¿Hiciste alianza con ella o qué? — Interrogó Lucy, andando hacia él. — Señora Van Der Luyden, propongo que ninguna de las dos partes se dirija a la otra en la medida de lo posible. — Dijo Rylance con tranquilidad. La otra se rio y lo miró de arriba abajo. — ¿Tú eres su abogado? Qué triste. Un equipo de niños. — Alice simplemente no dijo nada, y entraron a la sala, sentándose en la gran mesa, cuyo uso ahora entendía.

Se fueron asentando sin necesidad de pronunciar palabra, con el señor Hagen a la cabeza. — Buenos días a todos. Vamos a proceder a la lectura del testamento de la señora Bethany Adler Levinson, ante todos sus herederos, a saber: el señor Aaron McGrath, la señorita Alice Gallia y, en representación del señor Dylan Gallia, sus tutores cautelares, sus abuelos maternos, los señores Van Der Luyden. — Señor Hagen, reclamamos que sea eliminado de inmediato de esta mesa el señor McGrtah por encontrarse en situación ilegal en este país, ya que solicitó la nacionalidad británica. — Hagen suspiró. — El señor McGrath está aquí en calidad de visitante con filiación familiar con los Estados Unidos por sus padres, y si no lo estuviera, estaría en calidad de implicado en una transacción legal de presencia obligatoria. Le recomiendo, como ya ha hecho el letrado Rylance, señora Van Der Luyden, que no interrumpa más y procedamos a la lectura lo antes posible. — Alice tuvo que reprimir una sonrisa de satisfacción. Empezaban bien.

— Procedo a la apertura del testamento de la señora Levinson donde se relata: que los hijos legítimos de la señora Jane Gallia, sobrina de la legataria, reciban todo su capital monetario habido a día de la lectura en las cuentas del banco mágico de Nueva Jersey, dividido en partes iguales entre ambos. — Hagen levantó la mirada y sacó un recibo. — A día de hoy son 2,7 millones de galeones cada uno. — A Alice casi se le corta la respiración. ¿De verdad podían tener TANTÍSIMO dinero? — Si la cuestión es por los herederos legales, esa niña no debería tener ni un knut. — Saltó Teddy. — Mi hermana se largó con ese inglés cuando ya estaba preñada. Bastarda es, no cabe duda. — Pues sí que empezaban bien.

 

MARCUS

¿Había dicho ya que odiaba Nueva York? Era una sensación que no podía evitar, y quizás, si salían victoriosos de aquella notaría, o si paseaban por aquellas calles con Dylan... seguiría sin gustarle, pero al menos no le produciría tantísimo rechazo todo lo que estaba relacionado con ella. El humo de los coches se le metía en los pulmones y el ruido aturdía, y los edificios eran fríos y feos. Al menos la notaría estaba bastante cerca del MACUSA, aunque el camino se le hizo eterno e innecesario.

Al comentario de Lucy ni reaccionó, ni la miró, iba con la vista puesta al frente, hacia el notario, a quien saludó con la educación y cortesía que le caracterizaban y de la que claramente carecían todos los Van Der Luyden. Con Lucy y Peter había un hombre de gran parecido con el otro, pero con los mismos ojos de Janet... Bueno, por el color, porque esa mirada despreciativa y altanera, desde luego, Janet no la había tenido en su vida. Iba muy dispuesto a ignorarles a todos, pero el insulto hacia Aaron le hizo apretar los dientes. Sabía que no iba a tardar en llegar otro hacia Alice y ahí iba a tener que sacar toda su fortaleza para seguir ignorándoles, pero lo pensaba a hacer. Iba a bañar a esas personas en absoluto desprecio. Se llevarían el dinero, pero no iban a llevarse el gusto de hacerle reaccionar ni una sola vez más.

Edward atajó a Lucy, haciendo no solo de abogado para ellos sino casi de escudo, y no fue el único, porque menudo corte le dio el notario. Marcus por fuera apenas había elevado muy levemente una de las comisuras de sus labios, mientras seguía con la barbilla elevada y una mirada tranquila clavada en el frente, en un gesto claramente heredado de su madre. Por dentro se estaba riendo con saña. La estrategia de aquella gente era sacarles de sus casillas, pero, aunque lo consiguieran, eso no iba a cambiar el testamento de Bethany Levinson, ni el notario era un profesor de colegio que les fuera a castigar. Dais vergüenza ajena.

Hasta el momento no habían sabido a cuánto ascendía la fortuna de Bethany Levinson. Lo cierto era que Marcus ni se había parado a calcularlo mentalmente, estaba a otras cosas que le importaban muchísimo más. Dio por hecho que era una cantidad elevada... no sabía cuánto de elevada, aunque sí había supuesto que lo suficiente como para aquella gente hubiera montado semejante dispositivo para obtenerlo. No reaccionó... hasta que escuchó a Teddy llamar a Alice bastarda, y Marcus giró la mirada hacia él ipso facto. Lo dicho, tenía una cantidad limitada que insultos que estaba dispuesto a tolerar. Rylance pareció detectarle e intervino antes de que él pudiera reaccionar. — La señorita Alice Gallia es hija legítima y reconocida de Jane Gallia, su heredera y, por lo tanto, beneficiaria de este testamento. — El hombre entrelazó los dedos y añadió. — Si desean ustedes recurrir la legitimidad del nacimiento de la señorita Alice Gallia, por extensión, se recurrirá también la legitimidad del señor Dylan Gallia. No siendo ambos hijos legítimos de Jane Gallia, lo cual, por mera biología, les va a costar demostrar, ya que hay registros de que son hijos biológicos de Jane y esta no les deslegitimó en vida, no sería posible que fueran ustedes tutores legales de Dylan y, por tanto, no serían beneficiarios de su herencia. — Y no teniendo Jane Gallia herederos, por lo que este testamento plantea, el dinero se donaría íntegramente a causas benéficas. — Añadió el notario. Marcus volvió a alzar la barbilla y a mirar al frente, no a ninguno de los Van Der Luyden, pero por dentro estaba deseando gritarles que a ver si eran tan listos ahora. Se habían quedado bastante calladitos con aquello.

Por unos segundos. — Quisiera saber. — Hablo Peter Van Der Luyden por primera vez, con un tono tan altivo como despreciativo. — Qué pinta ese chico en esta reunión. — Vaya. Iba a tardar mucho en caerle algo a él, porque, aunque Marcus no le estaba mirando, había detectado cómo le señalaba con un gesto desdeñoso de la mano. — No es de nuestra familia, no está relacionado de ninguna manera con el testamento, y por no ser, no es ni americano. No es absolutamente nadie. — Tiene razón. — Respondió Hagen. — El señor O'Donnell viene meramente en calidad de acompañante, y si así lo solicitan todos los presentes, puede abandonar la sala... junto con Theodore Van Der Luyden. — Los tres familiares se envararon, y el aludido respondió con indignación. — ¿Perdón? — Usted tampoco es mencionado de ninguna manera en el testamento. No está aquí, al igual que el señor O'Donnell, ni en calidad de beneficiario ni en calidad de tutor legal de un beneficiario. Por no hablar de que hay aspectos legales a debatir con usted que solo podrían ser disruptivos en esta reunión, mientras que la presencia del señor O'Donnell no aporta nada ni para bien ni para mal. — El notario cruzó los dedos ante la mesa. — Ustedes deciden: solo los beneficiarios directos pueden estar presentes en la reunión, o nos quedamos los ya presentes. Lo que sea, agradecería que se resolviera a la mayor prontitud posible para poder agilizar la lectura de este testamento y su negociación. — Marcus seguía con la mirada puesta al frente, digno. Si se lo pedían, se iría, y le fastidiaría enormemente no estar con Alice, pero no pensaba rogar. Eso sí, se llevaba a Teddy con él. Tras una tensa pausa, en la que casi podía oír el rechinar de los dientes de los Van Der Luyden, Peter, con otro gesto despreciativo de la mano, pidió que procedieran sin echar a nadie. Piensa mejor la próxima vez con qué vas a interrumpir.

 

ALICE

Alice tenía ya una edad y una seguridad suficientes como para no preocuparse de su origen. ¿Bastarda? Bueno, eso sería la opinión de ellos. Legalmente, nació dentro del matrimonio de sus padres, y cómo llegaran a ello, le importaba bien poco, así que ni contestó. La alusión a Marcus le hizo menos gracia, aunque sospechaba que era porque sus abuelos temían su determinación e inteligencia, así que también la dejó pasar. Rylance había dicho el menor contacto posible, y eso era lo que les iba a dar. Aunque tuvo que contenerse la expresión victoriosa cuando el notario dejó caer lo de Teddy, y se limitó a darle la mano a Marcus.

— La tercera parte del testamento es la casa familiar de los señores Levinson, sita en el 134 de Eagles Row, Long Island, en el Estado de Nueva York, que queda legada en propiedad con todos sus terrenos reflejados en escrituras, al señor Aaron McGrath, hijo de Lucy Van Der Luyden McGrath, y por lo tanto, descendiente directo legítimo de la señora Levinson. — Lucy soltó una carcajada siniestra. — Increíble lo de esta rata viciosa. Traidor a tu familia. — Vosotros no sois mi familia. Vosotros sois unos torturadores que no os merecéis ni el aire que respiráis. — Escupió Aaron, con la voz tomada y los ojos llenos de lágrimas. — A este respecto, tan pronto como se dé por repartida la herencia, se les concederá a los habitantes ilegales de la casa la cortesía de veinticuatro horas para desalojarla, antes de que el señor McGrath pase a ejercer los derechos sobre ella. — Dijo Hagen, cortando el conato de enfrentamiento. La indignación fue generalizada en el entorno de los contrarios. — ¿Qué se esperaban? — Susurró Alice a Rylance y Marcus, con genuina curiosidad. — Librarse de que nadie investigara, supongo. Es lo que llevan esperando todo este tiempo. — Contestó su abogado y, por primera vez, le notó un tono diferente en la voz, un tono que denotaba desprecio por lo que estaba viendo.

— Por lo tanto, leídas las tres partes, y repartido todo lo que la señora Levinson dejó indicado, procedemos al acuerdo de las partes. ¿La parte de la señorita Gallia? — Nos oponemos. — Afirmó Rylance. — ¿Señor McGrath? — Nos oponemos también. — Volvió a decir su abogado, y Teddy se rio. — Eres tan piltrafa que te defiende el picapleitos de tu prima la pobre. Pensé que no podías caer más bajo, Aaron. Qué pensará tu madre… — Su primo se incorporó de la silla violentamente, pero Marcus lo agarró a tiempo. — Eres un desgraciado y un delincuente, tío Teddy… — Y luego puso media sonrisa. — No sabes todo lo que sé de ti ahora… Quítate de la boca el nombre de mi madre. — Consiguieron que se sentaran y Hagen pudiera continuar. — ¿Por la parte de Dylan Gallia? — Nos oponemos, por supuesto. — Declaró Peter. Hagen cerró la carpeta del testamento. — Pues no hallado acuerdo entre las partes, se procede a la negociación. ¿Alguno de los equipos legales trae una propuesta de acuerdo? —

Cómo no, los tres abogados de los Van Der Luyden se pusieron a susurrar, y dieron el primer golpe. Contaban con ello, serían muy ricos, pero su Rylance era más listo, le había narrado paso por paso lo que iba a ocurrir y Alice contaba con ello. — La familia Van Der Luyden ofrece acuerdo a la señorita Alice Gallia de visitas regladas a su hermano, el tutelado de mis representados, así como financiar su educación y los viajes que ella se vea obligada a hacer, a condición de la renuncia de su parte de la herencia por parte de ella en favor de su hermano pequeño, y con la sola condición de que el resto de los Gallia no se vean beneficiados de dichas visitas, en base a las acusaciones en curso contra el señor William Gallia y la posible colaboración de su familia en dicha causa. — Ahí no pudo evitar que se le escapara una carcajada y entornar los ojos, para luego mirarles con incredulidad. — ¿De verdad creyeron que iba a aceptar? — Preguntó casi riéndose, pero solo la miraron con asco. Hagen miró a Rylance. — ¿Tiene otra propuesta inicial de su parte, letrado, o pasamos a la contrapropuesta de los Van Der Luyden? — Él asintió. — Proponemos que los señores Van Der Luyden renuncien de forma voluntaria a la custodia cautelar de Dylan Gallia en favor de la señorita Alice Gallia, hermana mayor del menor, en base a este informe presentado por la auror de la delegación de protección al menor del Ministerio de Magia británico que ha estudiado el caso. — Y lo entregó a Hagen. Los otros no habían entregado nada para acusar así sin más a su padre.

— ¡Señor notario! — Saltó Lucy de repente. — Requiero parar aquí la negociación porque mi nieto Aaron es legeremante y su habilidad puede ser utilizada en nuestra contra en esta sala. — Hagen suspiró y cruzó las manos. — Señora Van Der Luyden, por esta sala deben haber pasado muchos legeremantes, y nunca he interrumpido ninguna lectura ni negociación de acuerdo por la presencia de uno. Continuamos. ¿Contrapropuesta, letrado Goldsmith? — Los abogados volvieron a hablar y negaron con la cabeza. — ¿Contrapropuesta por su parte, letrado Rylance? — Sí. — Dijo él, con su calma y firmeza habitual. — Proponemos que, si lo que quieren es el dinero de mi representada, ella puede renunciar a su parte personalmente, a cambio de la firma inmediata del traspaso de custodia de Dylan Gallia y la firma de la renuncia a la patria potestad de la ya fallecida Jane Gallia, lo cual terminaría su filiación familiar legalmente. — Lucy y Teddy se rieron, aunque Peter estaba muy serio. — Estúpido… ¿Por qué íbamos a hacer eso para quedarnos con lo que ya tenemos que es la mitad del dinero? — Y ahí venía el bombardeo, lo que, por sus caras, claramente, ni se esperaban, ni estaban acostumbrados a recibir.

 

MARCUS

En el momento en el que se tocó el tema de la casa, los ánimos se tensaron aún más. Lucy no paraba de provocar y Aaron, quien, por motivos obvios, estaba bastante sensible a lo que esa mujer le pudiera decir, no tuvo más capacidad de aguante y saltó. A pesar de que Marcus estaba como esculpido en piedra, con la vista clavada en el frente y semblante sereno, reaccionó lo suficientemente rápido como para agarrarle y evitar que aquello se le fuera de las manos. Ni siquiera le había dado tiempo a burlarse mentalmente y escasamente a sonreírse por lo ineptos que estaban resultando Teddy y sus padres.

Aaron. Pensó con fuerza cuando consiguió sentar al chico, y notó como este hacía un leve gesto con el rostro, conteniendo el sobresalto por haberle oído con tanta nitidez. Te están provocando. Quieren que pierdas los estribos porque tienes esta batalla ganada. Se miraron durante un segundo a los ojos y ambos volvieron la vista al frente, Marcus con bastante serenidad, Aaron temblando de ira. Estaba convencido: se habían visto en un callejón sin salida y en único recurso que les quedaba era confiar en que, perdiendo ellos el control, la situación se pondría de su parte. Era caer tan bajo que no se estaba molestando ni en mirarles apenas. Con peores situaciones había lidiado con ellos delante.

Tocaba negociar, porque obviamente todos se habían opuesto. De nuevo contuvo una sonrisa de satisfacción al ver a todo el equipo de los Van Der Luyden cuchicheando para atacar primero. No os va a salvar de esta el dineral que os habéis gastado en tanta gente, no tenéis defensa posible, pensó. El acuerdo era para verlo, tanto que, nada más oírlo, mantuvo la inexpresividad pero arqueó una ceja. No podían creer en serio que iban a aceptar eso, y si no estuviera tan seguro de sus posibilidades y le pareciera tan ridículo, ahora mismo le estaría removiendo la ira por dentro, porque aquella propuesta era un auténtico insulto. Pero empezaba a acostumbrarse a los insultos de esa gente que no llevaban a ninguna parte y que era mejor ignorar. Alice sí reaccionó, con el mismo desprecio que él había mostrado mentalmente. Marcus siguió en silencio.

Ellos tenían no solo uno, sino varios informes a su favor, pero iban a empezar de uno en uno. Ahí sí, Marcus se permitió el lujo de mirar lenta y altivamente a los Van Der Luyden, que le miraron con odio. Vosotros decidís si queréis que sigamos sacando papeles. Podemos estar aquí un buen rato, parecía querer decirles con la mirada. Se sentía con la batalla ganadísima (bueno, él preferiría no negociar nada, pero dentro de lo que había, lo mejor), esperaba no llevarse una decepción. Por supuesto, Lucy tuvo que recurrir a arrastrarse por el barro una vez más, a la desesperada, y Marcus rodó discretamente los ojos a otra parte, echando aire por la nariz y negando levemente con la cabeza. Sus gestos eran muy sutiles pero es que ya no aguantaba más la inexpresividad absoluta, aquello daba verdadera vergüenza: primero se reían de Rylance, luego atacaban a Alice, luego querían echarle a él y ahora, a por Aaron. De verdad, ¿no se daban cuenta de que estaban quedando fatal? Peor de lo que estaban ya, y mira que era difícil...

Ni reacciones, le dijo Marcus a Aaron, porque lo notaba muy tenso, pero el notario no hizo ni caso a Lucy, como era de esperar. Rylance propuso su parte y los Van Der Luyden cometieron el tremendo error de envalentonarse. Marcus, ahí sí, sonrió, agachando la cabeza. ¿Querían saber por qué? Ya iba a decírselo su abogado. — En primer lugar. — Comenzó Rylance, tras su habitual carraspeo cuando quería abordar algo importante, mientras movía y mostraba los papeles a los que se iba refiriendo. — Tenemos un informe que afirma que ustedes querían la custodia de Dylan Gallia por "no ser ni su padre ni ninguno de sus familiares adecuados para su cuidado", pero esto es incierto. El señor William Gallia tiene un informe escrito por su sanadora mental que afirma que se encuentra en estado óptimo para cuidar de su hijo, por no hablar de que no hay ninguna prueba contra sus familiares. — Movió más papeles y continuó. — Lo que sí hay son pruebas de que la familia Gallia ha sido sometida a espionaje con objeto de obtener una información que posteriormente ha sido falseada y manipulada en su beneficio, además del testimonio del señor McGrath, quien afirma haber sido enviado en condición de espía a Hogwarts aprovechando, dicho sea de paso, esa legeremancia por la que hoy querían excluirle de la reunión. Ni que decir tiene que la utilización de un menor, porque así lo era cuando se pidió su solicitud de intercambio a Hogwarts, como arma de espionaje, es un delito. — Estúpido traidor. Vas a pudrirte solo en la inmundicia. — Escupió Lucy a Aaron, llena de ira, y aunque Marcus notaba cómo el chico temblaba en su asiento y estaba en tensión, alzó la cabeza con dignidad y no la miró ni dijo nada, manteniéndose lo más firme que pudo.

— Además. — Prosiguió Rylance. — Todo lo ocurrido relativo a esta herencia y el hecho de que todos sus procedimientos, entre los que podemos seguir entrando en detalles si así lo desean, se hayan desencadenado tras el fallecimiento e imposibilidad de lectura del testamento de Bethany Levinson, hace sospechar que sus motivos para obtener la custodia de Dylan Gallia no fueran los que alegaban. Volvemos a la utilización de un menor para fines no éticos, que en caso de juicio daría la custodia automática a los Gallia y, para ustedes, podrían constituir incluso delitos de prisión. — A Marcus le recorrió un escalofrío de satisfacción por dentro, porque hasta ahora no habían hablado en términos tan graves, pero era cierto: estaban cometiendo delitos graves. Podrían ir a la cárcel por ello, y en sus caras claramente se reflejó el miedo. — Evidentemente, hay muchos testigos que pueden decir que sus intereses para con sus nietos, y para con su hija mientras esta vivía, eran inexistentes: durante años no supieron nada de ustedes y la escasa relación que había era hostil, por medio de cartas amenazantes. No acudieron al funeral de Jane Gallia ni participaron de ninguna manera en el tratamiento o cuidado de su enfermedad, y no había habido contacto previo ni con Alice Gallia ni con Dylan Gallia. La teoría de que realmente su interés sea genuino en el cuidado del menor es bastante débil. — Cambió de papel. — También debemos contar, como ya ha sido mencionado, con el hecho de que el señor Theodore Van Der Luyden, aquí presente, lleva dos años viviendo, junto a su familia, en una propiedad que no le pertenece. Estamos ante un caso de ocupación que puede ser denunciado y demostrado con pruebas. — Dicho esto, Rylance alzó la mirada y volvió a cruzar los dedos sobre la mesa. — No tenemos ningún problema en llevar a cabo estos trámites, pero son conocedores de que pueden demorarse durante meses e incluso años. En este tiempo, la herencia de carácter monetario quedaría congelada. Esto es: no podrían hacer uso de ella, pero sí deberían mantener al señor Dylan Gallia y proporcionar los cuidados que han asegurado darle, corriendo con todos sus gastos. Además, la señorita Alice Gallia ha sido privada de la custodia, pero no tiene orden de alejamiento alguna, como ningún otro miembro de la familia, incluido el progenitor, por lo que no se le podrían negar las visitas. Esto sería así hasta que se resolviera el caso. En cuanto a la residencia de la señora Levinson, si el señor Theodore Van Der Luyden continúa viviendo en ella seguiría siendo en régimen de ocupación y, por tanto, agravando el delito, y abandonar la residencia en este momento no inhabilitaría el ya cometido. — Hizo una pausa. — Es por esto que consideramos que el acuerdo que proponemos es beneficioso para ambas partes. Si lo aceptan, no tomaremos ninguna de estas acciones legales y el vínculo entre la familia Van Der Luyden y la familia Gallia quedará disuelto a efectos legales para siempre. — Se produjo un silencio pesado, pero Marcus se permitió el lujo de mirar directamente a los Van Der Luyden, al igual que Aaron. Se les notaba la respiración agitada. Tras unos segundos de murmullos por parte de los abogados, dijeron. — Solicitamos que se nos concedan unos minutos para deliberar. —

 

ALICE

Y más papeles. Y a más sacaban, más se revolvía Lucy, aunque no perdía la expresión de mala leche que llevaba siempre encima. Y a medida que Rylance hablaba, más se tensaban las mandíbulas. Teddy sudaba muchísimo y juraría que le veía temblar las manos, ¿qué le pasaba? ¿Estaba enfermo? Igual se había puesto enfermo allí, viendo que, probablemente, en veinticuatro horas se quedaba sin casa. A pesar de que Rylance seguía hablando, los otros cada vez estaban más callados, tanto que los abogados pidieron un tiempo para hablarlo, y todos tuvieron que salir.

Alice estaba de los nervios. Tenía la solución al alcance de los dedos, pero no se atrevía a cantar victoria, y temía que todo se rompiera en el último momento. Trató de hacer respiraciones profundas mientras daba vueltas por la antesala del despacho. Sin embargo, Rylance se puso a mandar un Patronus, y un precioso delfín salió como si nadara en el aire hacia alguna parte. Vaya, no habría pensado en un Partronus así nunca, pero tenía hasta sentido, si decían que los delfines poseían una inteligencia superior. — ¿A quién se lo has mandado? — Preguntó. — A Nik… La señorita Guarini. Para que entregue el informe y empiece a formalizar la custodia, así se haría efectiva en cuanto los Van Der Luyden firmen su renuncia… Los cauces normales no funcionan así, pero la señorita Guarini tiene mucha mano en el MACUSA. — Alice le miró con miedo. — ¿Ya? ¿Y si se niegan o piden más tiempo? — Edward ladeó la cabeza y sacó el labio inferior. — Pueden, pero sea como sea, en el momento que la firmen, nos interesa que tu seas, de facto, su tutora. — Estoy con el señor Rylance, señorita Gallia. — Dijo Hagen. — En el momento en que tenga la confirmación del MACUSA y la delegación de asuntos exteriores de su ministerio, la haré a usted administradora de la herencia en nombre de su hermano, y cuanto antes mejor. — Ella les miró esperanzada, con el corazón a mil. ¿Podía ser? ¿Podía ser de verdad que Dylan fuera a ser de su tutela y aun así mantener tantísimo dinero? Era agobiante de esperanzador que era.

— ¿ESE MARICÓN VA A QUEDARSE CON MI CASA? — Se oyó a Teddy gritar desde dentro. Todos se giraron y luego se miraron entre ellos, a lo que Alice se envaró y dijo cargada de odio. — Que sienta una mínima parte de lo que sintió mi madre cuando la echaron mientras él se quedaba mirando. — Luego se giró a los demás. — ¿Os habéis dado cuenta de lo mucho que sudaba y temblaba? Da muy mala impresión. — Sin querer meterme donde no me llaman, es muy posible que esté provocado por alguna sustancia… No legal, claro, a la que son adictos bastantes magnates de Wall Street. — Pues eso explicaría su situación económica. — Dijo Aaron apoyado desde la pared con los brazos cruzados y mirando a la nada. — Siempre he pensado que era gilipollas sin más, pero quizás es que estaba drogado. — Suspiró y se encogió de hombros. — Me da igual. Mañana está en la calle y esa será mi casa. — Os veo a todos muy… — Empezó a decir ella, pero la puerta se abrió y volvieron todos dentro.

De nuevo sentados en torno a la mesa, vio a Teddy muy alterado, Peter muy blanco y Lucy bastante desquiciada, resoplando, aunque se resistía a mostrarlo. — Quisiéramos hacer una aclaración. — Dijo el tal Goldsmith. — Renunciarán a la custodia, pero no ante Alice Gallia, aunque ella sí que tendrá que renunciar al dinero. La harán en favor de Violet Gallia. — Alice abrió mucho los ojos y notó el corazón en las sienes, mirando a Rylance en pánico, pero él dijo. — No. ¿Se creen que no nos damos cuenta de lo que intentan? Violet Gallia no está aquí, y el informe favorable no está a su nombre, la cosa podría alargarse eternamente. — ¡No voy a dejar que esa pequeña perra se salga con la suya! — Gritó Lucy ya desencajada, señalándola. — ¡Igualita que su madre! ¡Acostándose con quien tenía que hacerlo para hundirnos! ¡Sin todo el dinero y los abogados de los O’Donnell no serías nada, niña! ¡Estarías en el fango! Algún día… algún día se van a dar cuenta de la fregona trepa y avariciosa que tienen en casa y te lo quitarán todo. — Y ahí, mientras los abogados y Peter trataban de calmar a la mujer, ella sonrió y dijo. — Ya me han amenazado con eso otras veces, Lucy. Y no han salido bien para ellos. — Hagen se giró al abogado, porque veía que aquello cada vez estaba más calentito. — ¿Aceptan la propuesta de la parte de la señorita Gallia y el señor McGrath? — ¡Yo no acepto nada de ese maricón desviado! — Saltó Teddy. — ¿Señor Goldsmith? — El abogado parecía dudar, pero al final dijo. — Aceptamos. — Y Alice notó como si dejara de respirar. Rylance se levantó y dijo. — Bien, pues, siendo así, tengo que hacer pasar a alguien importante. — Y abrió la puerta. Por ella apareció Howard y avanzó hasta Hagen, poniéndole delante unos papeles. — Soy Howard Graves, auror del Ministerio de Magia Británico y porto este documento que acepta a la señorita Gallia como tutora de su hermano a efectos legales internacionales en cuanto sus tutores cautelares renuncien a la custodia. — Hagen aceptó con un asentimiento de cabeza y comenzó a redactar. Las caras de los Van Der Luyden eran un poema, pero ella prácticamente ya no veía nada.

Por unos segundos, temió que todo fuera mentira, sudaba y temblaba, casi como Teddy, pero sin necesidad de ninguna sustancia, solo la vuelapluma de Hagen redactando los documentos, y casi ni podía leer el que tenía delante. Rylance lo leyó y se lo iba explicando, pero casi no podía ni entenderlo. Que sí, que renunciaba al dinero. Solo acertó a mirarle y decir. — ¿Puedo firmarlo? — Rylance asintió, con un conato de sonrisa y le tendió la pluma. Pero ese no era el que importaba. Cuando le llegaron delante los dos documentos de los Van Der Luyden no se lo podía creer. — Este primero. — Señaló Rylance. — Es la aceptación de la custodia que ellos te legan. — La firmó tan fuerte que dejó un goterón de tinta. — Y esta la renuncia a la patria potestad que aceptas por ti y por Dylan, como su tutora legal. — Y en cuanto lo firmó se levantó y se abrazó a su novio llorando, mientras Aaron terminaba de firmar lo suyo. — Mi amor. Mi amor… — No era capaz de decir nada más. — Dylan es mío, es mío… Mi patito… — Se separó y le miró, inundada de lágrimas. — Nuestro. Como siempre ha sido, como siempre ha debido ser. Nuestro patito vuelve a casa. —

 

MARCUS

Salieron en absoluta tensión, y Marcus se quedó abrazándose a sí mismo, ceñudo, y queriendo pensar que iban a aceptar. No creía que fueran a tener mejores opciones, pero con esa gente nunca se sabía, y tenían un equipo de tres abogados detrás. Aunque cuando vio cómo Rylance mandaba el Patronus con tanta seguridad, se esperanzó. ¿Lo iban a conseguir? ¿Aquello iba a acabar... en aquel momento? Le costaba aún creérselo.

El grito de Teddy, insulto incluido, le hizo mirar a la puerta, apretando los dientes y echando aire por la nariz mientras negaba y pensaba de todo menos bueno de ese hombre. Lo que le faltó fue el dato sobre por qué sudaba tanto, y ahí sí que bufó con desprecio, rodando los ojos. Qué vergüenza. No entendía cómo podían existir personas de semejante calaña, y que encima se consideraran gente de alto estatus o respetables. ¿Respetables? Representaban todo lo malo que podía tener una persona.

La puerta se abrió, provocando que el corazón le diera un fuerte latido y que se descruzara de brazos, tenso, entrando junto a su novia y los demás. Se sentía los latidos desbocados en el pecho, las sienes y la garganta. La intentona de darle la custodia a Violet le hizo fruncir el ceño en desconcierto absoluto, porque era lo último que se esperaba. ¿Qué? Intentaba entender el por qué de aquello cuando Rylance lo explicó, ante lo que desfrunció el ceño y volvió a retirar la mirada, negando y sin dar crédito. ¿De verdad? Por Merlín, ¿cuánto más podía alargar aquello esa gente? Habéis perdido, y dad gracias porque podíais haber salido peor parados, así que rendíos ya, pensó, bastante harto, pero seguía queriendo contener sus reacciones. Si bien la salida y entrada de nuevo le había hecho perder bastante temple.

Estuvo a punto de perderlo del todo, de hecho, cuando Lucy comenzó a insultar a Alice de esa manera, pero esta vez fue Aaron quien puso una mano en su brazo, y notaba que le miraba con intensidad. Marcus solo podía mirar a la mujer con auténtico odio. Alice se defendió, y en lo que Marcus aún intentaba calmar su ira, de repente... aceptaron. Miró súbitamente al tal Goldstein, con el corazón detenido, y luego a sus acompañantes. ¿Lo habían hecho? ¿Habían aceptado? ¿Aquello... había terminado?

Se sentía embotado y como si no pudiera reaccionar, como si todo lo que estuviera viendo ante sus ojos fuera ajeno a él, como cuando miras los recuerdos en un pensadero. Rylance se había levantado y, al abrir la puerta, entró Howard. Marcus le miró, con los labios entreabiertos, sin atinar a reaccionar, pero notando un fuerte nudo en su garganta y cómo los ojos le escocían a medida que escuchaba las palabras del chico. El informe... la custodia de Dylan... ya en manos de Alice... Miró a Aaron, y vio que este también tenía los ojos llenos de lágrimas. Volvió a mirar los papeles, las firmas... No se lo podía creer... Lo habían hecho. Lo habían conseguido.

El abrazo de Alice le cayó encima cuando aún no había atinado a reaccionar, y al hacerlo cerró fuertemente los ojos, estrechándola y llorando sin poderlo evitar. — Lo es. Vuelve con nosotros. — Dijo aún en su abrazo, y cuando se separaron, respondió. — Lo has conseguido. Eres la persona más valiente del mundo, Alice Gallia. Lo has conseguido. — Qué patético, por favor... — Oyó suspirar con desprecio a Lucy... y hasta ahí su aguante. Ya no tenía nada que temer y estaba más que respaldado. No iba a consentir un exabrupto más.

La miró lentamente, con la respiración aún agitada y los ojos llenos de lágrimas y odio. — Es la última vez que insulta a Alice. — La mujer soltó una carcajada bufada y despreciativa. — Ahora nos amen... — Estoy hablando yo. — Cortó. Rylance hizo por acercarse, pero Marcus dio un paso hacia la mujer, alejándose de él. — No le hacen caso ni sus propios abogados. Se han gastado un dineral en esta pantomima y ni siquiera les ha salido bien. — La mujer se irguió y se forzó a sí misma a sonreír. — Tenemos más de dos millones de galeones. — Me alegro. — La miró de arriba abajo con desprecio y escupió. — Que lo disfruten. — Esbozó una cruel sonrisa con los labios cerrados. — Pero ustedes, a todos los efectos, para nosotros, no existen. Y eso es peor que estar muerto. Prefiero estar muerto a jamás haber existido. — Soltó una muda carcajada de garganta y dijo. — Y la que ha demostrado seguir viva, a pesar de todo lo que le habéis hecho, es Janet. Os ha vuelto a ganar. Ella es libre, y todos nosotros hemos ganado. — Y dicho esto, giró la cabeza y no volvió a mirar más a ninguno de ellos. Escuchó tras él cómo Teddy le decía a Aaron. — No hemos terminado contigo, desgraciado. — Ya lo creo que sí. No me vais a volver a ver el pelo en vuestra miserable vida. — Respondió el otro, y hubo un intercambio más de frases entre ellos que Marcus ya no se molestó en escuchar, porque en su lugar miraba a Alice y reforzaba. — Hemos ganado. Dylan está con nosotros. Volvemos a casa. — Y eso ya sí que, por fin, era un hecho. Habían ganado. Volvían a casa. Y lo hacían todos juntos.

 

ALICE

— Y entonces entró por la puerta en plan “SOY HOWARD GRAVES Y AQUÍ ESTÁ EL INFORME”. — Imitó Aaron muy exageradamente, haciendo reír a los tíos, mientras Alice miraba de reojo, nerviosamente, al espejo. — Y mira, mi abuelo a punto del desmayo, que menos mal que no se desmayó porque con lo grandón que es… — Y Frankie y Maeve se reían con ganas, y Alice sonreía, porque estaba feliz, pero aún un poco en shock hasta que pudieran contárselo a las familias. — ¿Y esa vieja bruja de Lucy Van Der Luyden qué hizo? — Alice miró sorprendida a Maeve, a la que se le había puesto cara de Hufflepuff traviesa que se sentía haciendo una travesura por meterse con Lucy. — Llamarnos de todo, estaba como poseída, era para verla. Y entonces Marcus se giró y le hizo morder el polvo y dijo que Janet seguía viva y que ellos no habían existido nunca y puf, nadie lo entendió creo yo, pero sonó a sentencia de muerte, pero sin cometer asesinato. — Eso sí hizo reír a Alice, porque claro, las sobradas de un Ravenclaw con vena Slytherin eran demasiado para el ímpetu de su primo, pero miró a Marcus con amor. — Él dice que no es valiente, pero ha hecho todo este camino conmigo, sin desfallecer y ganando como el rey que es… — Cogió su mano y la besó. — Y todo por amor. Como hizo mi madre. Dicen que yo me parezco mucho a ella… Pero él también aprendió mucho de Janet Gallia. — Y justo en ese momento, se levantaron de un salto, porque el espejo brilló, y se fueron a la habitación de abajo.

Todos sabían que hoy era la lectura y el día que, probablemente, iba a determinar todo el resto del proceso, así que Vivi, Erin y su padre habían ido a casa O’Donnell para enterarse todos juntos del resultado. Las caras eran de preocupación y nervios, pero las sonrisas de Marcus y Alice no dejaban lugar a dudas. — Familia. — Dijo ella levantando el papel. — La custodia de Dylan es mía. Volvemos a casa. Los tres. — Y simplemente esperó al estallido. Al grito de su tía, la boca muy abierta de Erin, la enorme celebración de Arnie y la sonrisa emocionada de Emma. Pero sus ojos se fueron a su padre. Estaba llorando, y tenía las lágrimas rodándole por la cara, pero sabía qué estaba pasando por su cabeza. Que Dylan no volvía con él, volvía con ella. Ya hablarían de ese asunto… En algún momento, a solas. Pero ahora había que agradecer a quien había que agradecer. — Emma, Arnold, todo esto no lo habríamos conseguido sin vuestra ayuda. Gracias, gracias de verdad. Los informes, la astucia de Rylance… Es lo que ha ganado todo esto. — Arnold se limpió las lágrimas y Emma se inclinó hacia el espejo. — Solo hemos ayudado con lo que teníamos, como todos. La cara la habéis dado vosotros. Y es vuestro amor y vuestra constancia la que ha podido con esto. — Marcus y Alice se miraron con cariño y ella apretó su mano.

— ¿Se han resistido? — Preguntó su tía con su sonrisa malvada. Alice rio. — Tanto que han intentado darte la custodia a ti, no te digo más. — Todos abrieron mucho los ojos. — ¿A mí? ¿Y qué hago yo con la custodia? Si no estoy ni allí, ni tengo los dichosos informes ni nada. — Probablemente por eso la han pedido, para retrasar la negociación y sabe Dios hacer qué más. — Estaba allí el hermano de mi madre, no os hacéis una idea de lo descerebrado que es… Ha tratado fatal a Aaron, pero no le podía importar menos. — Oye ¿y el otro héroe dónde está? — Preguntó Arnold, entusiasmado. Alice sonrió con cariño. — Hablando con Ilvermony… Mañana vamos a sacar a mi niño de ahí y es muy probable que, en dos o tres días, estemos en casa todos. — ¡Ay qué alegría! — Dijo Erin, más alto de lo que la había oído hablar nunca. — ¿Cómo hablando? — Preguntó Emma. La sonrisa de Alice se amplió. — Le hemos prestado nuestro móvil. En Ilvermony tienen teléfono, por lo visto. — Emma suspiró hondamente y perdió la mirada. — Así nos va… —

 

MARCUS

Si le hubieran dicho cuando le conoció que llegaría a mirar con ternura y afecto a Aaron, hubiera dicho que lo dudaba mucho. Pero ahí estaba, contando la narración de los hechos como si fuera una hazaña épica, lo que hacía que Marcus no pudiera evitar mirarle y reír. Sentía una fuerte presión en el pecho, pero era... de emoción. De una euforia que no sabía cómo estaba logrando contener. Lo habían conseguido, estaban iniciándose los trámites para recoger a Dylan y, si todo iba bien, al día siguiente a esas horas estarían con él. No se lo iba a poder creer hasta que lo tuviera delante, y aun así le costaría.

Las palabras de Alice hicieron que la mirara y... se le llenaran los ojos de lágrimas, sin poder hablar. Tragó saliva antes de ir a decir que, por ella, haría lo que fuera, y poco le había dicho a los Van Der Luyden y que le quedaba rabia para rato que volcar contra ellos por todo lo que habían dicho. Pero mientras aunaba fuerzas para hablar sin que se le quebrara la voz, vio brillar el espejo. Saltó junto a su novia y los dos fueron rápidamente a recibir la llamada, respirando hondo y recomponiéndose.

La reacción de su familia fue demasiado para él. Rio, absolutamente feliz, de ver la felicidad en los otros, pero tuvo que limpiarse las lágrimas. — Marcus. — Oyó a su madre llamarle, con una sonrisa amplia, mientras los demás gritaban de júbilo. — Estoy muy orgullosa de vosotros. — Ah, pues qué bien, ahora sí que no iba a dejar de llorar. Ni siquiera atinaba a darle las gracias, y claro, su padre que era otro llorón, entre la emoción y verle así estaba igual. Intentó respirar hondo y recomponerse, secándose las lágrimas. Menos mal que Alice había tomado el testigo para exponer los hechos.

Eso sí, la cara de Violet cuando le dijo que habían intentado darle a ella la custodia había sido para verla, y eso le hizo reír. — Estaban dando palos de ciego de una manera tan patética que resultaba hasta difícil de creer, ni sus propios abogados les estaban haciendo caso. Fue el último intento antes de que se rindieran a la evidencia, pero se lo podían haber ahorrado. — Desde luego, porque menudo intento. — Coincidió Violet, casi con un escalofrío. Emma suspiró. — Es una sandez. — Matizó, con un gesto de la mano. — No el hecho de querer darle la custodia a Violet. Es una de las herramientas que hemos intentado usar, conceder la custodia a cualquier Gallia. — ¿En serio? — Preguntó Vivi, sorprendida, pero Emma ni le hizo caso y continuó. — Es una familia grande en la que mucha gente puede hacerse perfectamente cargo de él, pero efectivamente el proceso se habría alargado absurdamente. Además, a ellos no les convenía si lo que querían era el dinero. Un intento burdo. — Marcus asintió. Es que no tenía por dónde cogerlo.

Preguntaron por Rylance y dieron la gran noticia de que, muy probablemente, mañana fueran a por Dylan, y Marcus sonreía tanto que le dolía hasta la mandíbula, mirando tanto a Alice como al espejo, porque no quería perderse la alegría de nadie. El comentario de su madre le hizo reír. — ¿Os imagináis si Hogwarts tuviera un teléfono? — Tendrías tú la línea colapsada. — Respondió su padre, haciendo a los demás reír entre dientes y a Marcus mirarle con fingida ofensa y la boca muy abierta. — ¡Vaya! Será porque la abuela y tú no podéis vivir sin hablar conmigo, no por culpa mía. — Y porque necesitas preguntarle a tu madre si ella tiene acceso a un libro que no encuentras, a tu abuelo una duda que te ha surgido sobre alquimia que no puede esperar, a mí contarme cada segundo del castillo... — Dejaré de agobiaros con mi amor si tanto os molesta. — Dijo muy digno, cruzado de brazos y mirando a otra parte, mientras los demás reían cada vez menos disimuladamente. — Y, por supuesto, a su querido suegro para preguntarle por mil detalles sobre encantamientos. — Añadió Arnold, mirando a William y en un claro intento por traerle al presente, porque el hombre parecía en otro plano. Las risas disminuyeron, porque William pareció salir de una ensoñación al ser mencionado, pero no estar pendiente de lo que hablaban. Sorbió un poco, se aclaró la garganta y miró a Alice. — Gracias por todo lo que has hecho, mi pajarito... Esta familia no podría sostenerse sin ti... — Agachó la cabeza. — Siento ser un padre tan desastroso. — Marcus se mordió el labio y, rápidamente, pasó un brazo por encima de los hombros de Alice y dijo. — Bueno, ¿cómo va a ser nuestra fiesta de bienvenida? — ¿Cómo que fiesta? — Se enganchó Arnold, tratando de replicar el tono distendido. — Solo digo que los Lacey han planeado para mañana una barbacoa enorme, así que... vosotros sabréis si queréis estar a la altura... —

 

ALICE

Que alguien como Emma O’Donnell les dijera que estaba orgullosa de ellos, era más de lo que podía aguantar, y sus lágrimas se desbordaron. — Pero no llores, mi niña, no llores que este día es muy alegre. — ¡Tata, pero si estás llorando! — Su tía se rio y se limpió las lágrimas. — Bueno es que es un día muy feliz, y la prefecta Horner se ha planteado dejar un niño a mi cargo, no puedo evitarlo. — Y ella se rio entre las lágrimas, mientras Emma negaba con la cabeza, pero no podía ocultar su felicidad.

Volvió a reír con la alusión al teléfono de Hogwarts. — Ah ¿pero se podría llamar al abuelo? Entonces yo también lo haría. Bueno y a Emma, todo el día con las transformaciones. — Desde luego, si quisieras que Petra no se enterara, solo tendrías que usar un cacharro muggle para contactarme. En caso de que te lo cogiera, claro. — Y vueltas a las risas. Pero casi se le cortan de golpe con los intentos de Arnold de integrar a su padre, que volvió a su discurso habitual. De verdad que no quería discutir aquel día, solo quería asegurarse de que volvían todos juntos, sanos y salvos, y ya en Inglaterra… pensaría, valoraría. — Bueno, lo que quiero es que estéis todos en el Ministerio para recibirnos. El abuelo sobre todo, que Dylan se muere por verlo. — ¡Claro que sí! Le va a dar años de vida cuando se lo digamos. — Dijo Vivi, ya entusiasmada. — Y mucha comida, porque en cuanto mi madre te vea se va a desmayar, Alice, estas aún más delgada que cuando te fuiste. — Erin… — La regañó Arnie. — Es verdad, perdón, que mamá siempre dice que del peso no se habla ni para de más ni para de menos. — Eso lo puso de moda después de ti, fuiste la problemática. — Ella se rio del pique de los hermanos, aunque las palabras de su padre la habían incomodado bastante, así que se dispuso a dejar las cosas ya establecidas para ir finalizando la charla.

— Bueno, hay otro tema. — Sacó el otro papel. — ¿Sabéis qué es esto? — Todos se acercaron achicando los ojos al espejo. — ¿Pone NJNB ahí? ¿Es uno de vuestros acertijos? — Preguntó Arnold, y ella negó con una sonrisa. — Es una orden de traspaso, de la cuenta del New Jersey National Bank… a Gringotts. Un millón y medio de galeones está en la cuenta de Dylan, donde estaba la herencia de mamá también, y el otro, en una cuenta nueva que he creado a nombre de papá y mío. — Había sido consejo de Rylance. Alice le había preguntado qué haría él, porque no se atrevía a tenerlo todo ella, y mucho menos a dejárselo a su padre, que no era ni mucho menos un mago de las finanzas, así que su siempre astuto abogado le había dicho que hicieran una cuenta conjunta, desde la que él no podría hacer grandes movimientos sin su consentimiento, pero no parecería que estuviera quitándole nada a su padre. Las caras de los demás eran de sorpresa y, obviamente, de alegría, aunque ella estaba un poco tensa. — ¿Esto es nuestro, pajarito? — Sí, papá. — Respondió tranquila. — ¿Tuyo y mío? — Tomó aire. — Mío de momento, tuyo en cuanto vayas a Gringotts y firmes. — Claro, claro… — Y otra vez la mirada ausente. Prefería no pensar demasiado en ello. — Y volviendo a lo importante, imagino que en tres días a más tardar estaremos allí, así que ya sabéis. — Trató de volver a ser la Alice bromista y alegre. — Aquí nos han hecho barbacoas, cabañas en el salón… incluso me han dejado reformar un jardín entero… Yo lo dejo caer. — No estaba cómoda, pero más le valía ir haciéndose a la idea, porque volver a casa también significaba lidiar con esos sentimientos.

Notes:

Puf, vaya mix de emociones se queda después de leer esto. Sabéis que nos gustan los finales felices, y que tenían que ganar nuestros niños pero ¿os lo imaginabais así? ¿Cuál ha sido vuestro momento favorito? No os entretenemos más, que os aseguramos que queréis ver lo que viene.

Chapter 32: Sueños de paz

Notes:

Directorio de personajes
Árboles genealógicos
Índice Piedra
Lista de reproducción de Piedra
Galería
Canciones asociadas a este capítulo:
- Sia ft. David Guetta - Titanium
- Cindy Lauper - Girls just wanna have fun

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

SUEÑOS DE PAZ

(15 de septiembre de 2002)

 

MARCUS

— Te veo nervioso. — Le comentó Aaron, con una sonrisilla. Marcus no pudo evitar que se le escapara una leve risa. — Un poco... ¿De verdad no quieres venir? — El chico negó con la cabeza, alzando las palmas. — No soy Ravenclaw, no tengo ningún interés en volver al colegio. — Rio. — No, en serio. Es un momento para vosotros. Mi papel está aquí, ayudando a tus tíos y asegurándome de que esté todo flamante para cuando venga Dylan. Esto tiene que ser el mejor fiestón que haya visto Long Island en su vida. — ¡Uy! Créeme que Long Island consideraba mucho más improbable que yo me graduara. — Dijo Jason pasando de largo por allí, quien por supuesto había llegado mientras ellos desayunaban aún (para apuro de Edward, que ya tenía de sobra con que le vieran los Lacey senior recién levantado). — Eso sí que fue una fiesta. Hubo lágrimas y todo. — Y salió al jardín de nuevo. Marcus y Aaron rieron, y el chico retomó. — Tiene que ser una bienvenida en condiciones. Aunque no dudo que tu familia es perfectamente capaz de montarla, pero bueno, pondré mi granito de arena. — Marcus sonrió agradecido.

Tras una pausa de unos segundos, preguntó. — ¿Cómo estás? — Aaron había llegado muy eufórico del notario, pero cuando Alice y él terminaron la llamada familiar, aunque fingió seguir contento, se le notaba más contrariado. A medida que la noche avanzaba se iba desinflando, e incluso le pareció oír un sollozo cuando salió al baño antes de dormir, pero no quiso invadir su intimidad. El otro se encogió de hombros, pero con la mirada baja. — Estoy bien. Soy libre, por fin. Bueno, lo seré cuando venda esa maldita casa y me vaya, pero estoy mucho más cerca de ser libre. — Marcus asintió en silencio, sin dejar de mirarle. Hubo otra leve pausa, y el chico se sinceró un poco más. — No es agradable escuchar esas cosas de tus abuelos y tu tío. Y sigo sin tener muy claro... si quiero ver a mis padres o no antes de irme. No sé si me va a doler más verles, porque no puedo evitar tener rabia hacia ellos, o irme sin hacerlo. — Marcus no sabía qué responder. ¿Qué se podía responder a eso? Era una situación terrible, entendía su desazón... Quería pensar que, algún día, cuando llevara años apartado de todo aquello, sería feliz con la vida que lograra construirse. Pero que tu familia te rechazara de una forma tan cruel debía ser muy duro.

— La señora Parker ha llegado. Alice y ella están fuera. — Anunció Rylance. Marcus asintió. — Voy enseguida. — Miró a Aaron de nuevo. — Sé que no es lo mismo... y que no son las circunstancias mejores para haberles conocido, pero... — Suspiró mudo. — Ni que decir tiene que en los Lacey tienes una familia, Aaron. Y en los O'Donnell. Y estoy seguro de que los Gallia también te recibirían con los brazos abiertos. — El chico sonrió levemente. — No te voy a negar que no me he planteado pedirle a tus tíos que me adopten. — Ambos rieron. — A tus tíos, porque no me veo de hermanastro de Frankie y dudo que Shannon quiera más hijos, ya ha cubierto el cupo. — Te queda George. — Me cae muy bien, pero quiero el mundo de Wall Street lo más lejos de mí posible. — Volvieron a reír. — Va, te están esperando. Mi prima tiene que estar ya que le queman los pies por ir a por su hermano. — Sí, me voy ya. — Confirmó entre risas, pero antes le miró. — Pero no olvides lo que te he dicho ¿vale? — Le dijo de corazón. El otro sonrió. — Créeme que no. —

Shannon le recibió con un afectuoso abrazo, enormemente feliz por la resolución de todo aquello. Miró a Rylance. — Vienes con nosotros ¿verdad? — Le dijo. No es que pensase que fueran a necesitar la ayuda de un abogado, pero... seguía con la tensión y el miedo en el cuerpo, y las alertas activadas por si aquello se torcía, se sentía más seguro con él. Además de que le parecía de recibo que estuviera en ese momento, en vez de dejarle esperando en casa. El hombre ladeó una sonrisa tímida y encogió un hombro. — Estrictamente necesario no es, pero... os acompaño encantado si así lo queréis. — Es eso o ayudar a mi hermano con la barbacoa. — Dijo Shannon, lo que hizo a todos reír solo por los ojos asustados que puso el abogado. Aunque hasta él rio también con el comentario. — Definitivamente prefiero acompañaros. — Shannon, con una sonrisa radiante, le dijo a Alice. — Agárrate a mi cintura, cielo. — Miró a los dos chicos e hizo un gestito gracioso con las manos. — Y los caballeros, dadme la mano con fuerza, como si me fuera a escapar. — Eso le hizo reír, y luego miró a Alice con emoción. Lo hemos conseguido. Vamos a por Dylan, pensó, como si pudiera decírselo con la mirada, y en ese momento desparecieron del jardín.

 

ALICE

Debería mirarse por qué siempre que iba a hacer algo que la ponía nerviosa, salía sola al jardín más próximo que tuviera. Cuando Marcus le contó aquello de que a Lex los animales le calmaban porque no pensaban, no lo dijo, pero pensó que a ella le pasaba algo parecido con las plantas, solo que al contrario. Alice sentía que, cuando estaba nerviosa, sus pensamientos la agobiaban, le hacían latir la cabeza, le oprimían hasta el pecho, pero las plantas… absorbían sus pensamientos, igual que absorbían el dióxido de carbono, y, como con ello, los convertían en algo… respirable, tolerable, como el oxígeno. Abrió los ojos. Quizás no tenía sentido nada de lo que estaba pensando, pero… le ayudaba. Aunque, quería creer, aquello que estaba a punto de vivir era para bien.

Shannon apareció, con una sonrisa radiante y una aparición perfecta, en la puerta del jardín, y le saludó desde allí. — ¿Cómo va esa mañana? — Ajetreada. — Respondió Alice, por resumir, con una sonrisa, dejando un beso en su mejilla. — Tu hermano se encarga de ello. Y encima encantado porque es domingo y va a poder ser barbacoa tradicional, pero con Dylan también. — ¿Ya está ese pesado por aquí? Por Dios bendito… — Suspiró Shannon. Alice se rio aún más. — Y no sabes cuánto rato lleva, ha sorprendido a Rylance antes de ponerse la corbata y todo. — Y las dos se echaron a reír. Pero Shannon la tomó de los hombros y dijo. — ¿Estás lista? Va a ser un momentazo. — Alice suspiró. — Llevo soñando con ello desde que llegué, pero no quería visualizarlo demasiado, por si no ocurría, o no llegaba el momento cuando yo esperaba. — Abrazó a la mujer y dijo. — Gracias por llevarnos. Quería que estuvieras con nosotros. Has estado todo este tiempo y tú conocías a mamá… Era importante para mí. — Shannon la tomó de las mejillas y dijo. — Pues claro que sí, mi niña. Me hace muchísima ilusión. —

Justo entonces salieron los chicos con Rylance, y ella apoyó la moción de que les acompañara. — No sé hasta qué punto estarán de acuerdo los del colegio con todo esto, así que prefiero que estés tú también. — Miró a su novio mientras se agarraba a la cintura de Shannon y susurró. — Para sentirme segura ya te tengo a ti. — Y lo vio en sus ojos. La ilusión. Se iban a por Dylan y todo aquello acababa.

Ilvermony no se parecía en nada a como lo había imaginado. Quizá porque solo conocía Hogwarts y había visto Beauxbatons, y ambos eran grandiosos castillos, en parajes rocosos y montañosos. Pero Ilvermony era como un conjunto de casas majestuosas, no tan altas e imponentes como un castillo, sino más bien como un conjunto de las mansiones de las antiguas familias mágicas, en medio de un bosque, tan solo tapado por los árboles, ni posición estratégica ni nada. Destilaba dinero y poder, exceso, como todo Estados Unidos, pero este parecía tener un aspecto más antiguo y solariego que todo lo que había visto hasta el momento. La cerradura sacó unos labios y habló. — Identifíquense. — Ella miró a Rylance con cautela y él le hizo un gesto para que hablara. A ver, que ahora era la tutora de Dylan, más le valía ponerse a la altura. — Soy Alice Gallia, vengo a recoger a mi hermano Dylan Gallia. — Los labios se arrugaron. — ¿Y toda esa gente? — ¿Pero desde dónde les estaban viendo? Alice estaba rayadísima. — Mi abogado y dos miembros de mi familia. — Los labios resoplaron. — Bueno… El director Morgan les espera, edificio A, tercera planta, derecha. — Todos miraron a Shannon mientras se abrían las vallas para dejarles paso, y ella hizo un gesto de tranquilidad. — Me sé el camino de memoria. Cada vez que Jason la liaba, me acababan llamando a mí, porque se deshacía en tartamudeos y lloros, y nadie entendía lo que decía. — ¿Qué tal es el tal Morgan? — Preguntó ella en bajito, porque si tenía labios y ojos por ahí, también podían tener orejas. Shannon suspiró. — Un privilegiado. Jason te podría contar más cosas sobre él, pero tú no tienes que preocuparte de nada, que venimos con la ley en la mano… ¿Rylance? ¿Te estás poniendo una corbata? — El hombre la miró, mientras se hacía un perfecto nudo Windsor. — Es que siempre llevo una encima por si acaso, y es muy útil, porque mire, se ha ido usted sin darme tiempo ni de coger una, señora Parker. — Si no llega a estar tan nerviosa, se habría muerto de la risa.

Cuando llegaron al despacho, sí se sintió un poco más en Hogwarts. Se parecía a los despachos de Potter y Fenwick, lo recordaba perfectamente, y olía a madera y libros, eso siempre le hacía sentirse en casa. Las puertas se habían ido abriendo a su camino, y un hombre muy arreglado, repeinado, de espesa barba negra, les recibió. — Señorita Gallia, supongo. — Le tendió la mano. — Señor Morgan. — Saludó ella, estrechándola. — Encantada. Estos son Marcus O’Donnell, mi pareja, y Edward Rylance, mi abogado. Ella es… — ¡Shannon Lacey! Te recordaba como una niña, salvando al pieza de tu hermano de los líos en los que se metía. — Al hombre se le había cambiado la cara, desde luego, ahora la fichaba de arriba abajo. La mujer sonrió. — Shannon Parker, ahora. Bueno desde hace quince años, en realidad. Tienes a mi hija por aquí correteando, Maeve Parker, y no sabes la que te queda con los tres que vienen. — Ah, claro, claro. El bueno de Dave Parker. — Dan. — Eso. Vaya, menudo… Las mataba callando por lo visto… — El hombre carraspeó y miró a Alice. — Sabía que era la hermana de Gallia pero no la imaginaba tan joven. Es poco usual que se conceda la custodia de unos abuelos a una hermana tan joven. — Eso la envaró y la tensó. — Pues así ha sido. — Sin duda… Los asuntos de familia son muy turbulentos para todos… No obstante, creo que ya le comenté a su abogado, aquí presente, que el cambio de expediente no me parecía recomendable ya comenzado el curso… — Alice mantuvo la tensión de los miembros, pero no varió en la expresión. — Apenas llevan quince días de curso. — Su hermano habrá hecho amistades. — Ella ladeó la cabeza, pero mantuvo la sonrisa. — No lo dudo, pero las mantendrá. Por no hablar de que las personas que más han estado para él, que son Fergus Lacey y Maeve Parker, son familia. — El hombre suspiró un poco, con la sonrisa tensa. — Pues nada, nada… Su custodia es suya. Sin duda sabe lo que se hace. — Dijo con retintín, pero a Alice le daba igual. — ¿Quiere, pues, que le mande llamar? — Si es tan amable… Y a Fergus y Maeve también. — No sé si eso es… — Pero los ojos fijos de las cuatro personas que le apuntaban, no dejaban lugar a dudas. — Procedo. —

 

MARCUS

Le pareció ciertamente sospechoso lo... accesible, por así decirlo, que era Ilvermorny. El acceso desde donde se aparecieron era prácticamente andando, y de lo que conocía a esas alturas de Estados Unidos, y de seguridad en los colegios, eso tenía que tener trampa por alguna parte. De repente, mientras se dirigían al colegio, una conversación en la sala común acudió a su cabeza como una flecha. Él, junto a Kyla y Hillary, mientras Sean y Alice estaban en Pociones, oyéndolas hablar sobre seguridad mágica en otros colegios. Las dos tenían la asignatura de Teoría Mágica por sus intereses para trabajar en el Ministerio. — Esos tienen cámaras por todas partes, estoy segura. — ¿Cámaras? — O lo que sea. Pero no das un paso sin que se enteren. — ¿Y eso no viola la intimidad de los alumnos? — ¡Jah! Intimidad. Los americanos no saben lo que es eso. — Tragó saliva. Hillary lo comentaba con total normalidad mientras Kyla cuestionaba cómo de ético sería eso. Marcus... se recordaba a sí mismo comiendo gominolas del bol relajadamente, simplemente empapándose de la conversación, pero sin participar, porque jamás pensó que aquello fuera a ir con él. Y tanto que iba con él...

La cerradura de la puerta, que aparentemente solo tenía labios, les dejó bien claro que estaban siendo vistos de alguna manera, pero no sabía cómo. — La ética es cuestionable. — Le susurró Edward mientras Alice negociaba con la puerta, en vistas de que Marcus no dejaba de mirar a todas partes a la vez. — Pero no hay denuncias en materia de intimidad o seguridad hacia Ilvermorny. Está considerado un colegio prestigioso y su alumnado sale preparado y contento, así que... — Miró a Marcus y se encogió de hombros. — No es nuestro estilo, pero ¿cuánto de lo que hemos hecho en los últimos meses lo ha sido? — Eso hizo a Marcus reír con los labios cerrados, rodando los ojos hacia el frente justo cuando la verja se abría. — Pues tienes razón. —

Rio levemente con el comentario de Shannon, así como con la salida de Edward (vaya, luego era él el raro por llevar en el bolsillo pergaminos siempre), aunque se notaba en absoluta tensión mientras recorría la distancia entre la entrada y el despacho. Soltó aire por la boca lentamente, tratando de liberar la opresión de su pecho. Jamás pensó que se enfrentarían a algo de semejante envergadura y tan jóvenes... Sí que se sentía un poco como si fuera el padre de Dylan. Hasta ese momento, lo había tomado como un hermoso cumplido, y había hecho todo lo posible por quererle y cuidarle, pero siempre desde el lugar que le correspondía. Pero allí estaba. Alice, la tutora legal de Dylan, le llevaba de la mano bajo el título de "su pareja" y no había dudado en que tenían que ser ambos quienes fueran a recogerle, por no hablar de que ese caso había sido para él una cuestión personal todo ese tiempo. Era... un poco abrumador. Pero ya estaban en la meta. Lo iban a resolver en cuestión de minutos. Estaba muy contento, pero la perspectiva mareaba.

Llegaron al despacho del director. Parecía un empresario más de tantos que había visto en esos días, pero bueno, ya había aprendido que los americanos en general eran así. Se presentó con educación, dándole la mano, y quedó a un segundo plano mientras el hombre hablaba con Alice y Shannon. La conversación con Shannon le hubiera agradado más si no fuera porque estaba muy nervioso y deseando ver por fin a Dylan, y verse con él en casa, porque hasta que no estuvieran allí no iba a sentir alivio real, no iba a dar por finalizado aquel periplo. Escuchó con una sonrisa... hasta que empezó a detectar que el director parecía poner impedimentos. No estaba diametralmente opuesto, pero... ¿intentaba darle lecciones a Alice sobre qué era lo mejor para Dylan? Esta chica "más joven de lo que imaginabas" ha hecho lo que ningún adulto de su familia ha sabido hacer, así que no necesita directrices, pensó, pero por supuesto que no iba a hablarle así a un director... O no era su idea hacerlo. Por algo se habían llevado al abogado.

— Señor Morgan. — Sí que iba a hablar. Total... después de lo hecho con los Van Der Luyden. — Si me permite. — Dijo, tan educado y comedido como buenamente había heredado de su madre. — Efectivamente, los niños hacen amistades con mucha prontitud en el colegio. Como bien sabrá, Dylan está en segundo, es decir, este no es su primer curso... Sus verdaderas amistades están en Hogwarts, donde ha cursado un año entero. — Amplió levemente la sonrisa. — Y están deseando verle. — Claro, claro. Mis palabras siempre van dirigidas al bien del menor. — Y al suyo propio, pensó, pero se lo ahorró y simplemente mantuvo la sonrisa. Luego miró a su novia. — Alice Gallia es una hermana fantástica. Usted mismo se ha sorprendido de su juventud, así que... imagínese cómo de buena es para él. Ella sí que va a hacer siempre lo mejor para su hermano. — Le miró de nuevo. — Aquí estamos por él, de hecho. — Por supuesto. — Corroboró el hombre. Shannon y Edward estaban en un silencio tensísimo. Por fin, el hombre aceptó mandar llamar no solo a Dylan, sino a sus primos, lo que le hizo mirar a la mujer de reojo y compartir una sonrisa. Cuando se fue, soltó aire por la boca. — Siempre le encantó dar su humilde opinión. — Les dijo Shannon en confidencia, pero con un clarísimo tono sarcástico. Edward les miró con una sonrisa tranquila. — Ya está hecho. Queda menos, chicos. — Marcus suspiró y miró a Alice, apretando su mano con fuerza. — Por fin. — Sí, lo habían conseguido, por fin. El momento que llevaban meses esperando.

 

ALICE

Todos estaban un poquito tensos con la vigilancia, y sabía que las palabras de Morgan no iban a caer bien en Marcus, pero ellos habían ido allí a por su hermano, nada les iba a detener. Qué buena idea había sido traerse a Rylance, porque a Marcus le daba mucha seguridad, y le paraba los pies cuando empezaba a enervarse. Morgan dio unas directrices a un aparato que parecía un teléfono antiguo y luego sacó unos papeles. — Supongo que, aprovechando que está su abogado aquí, podremos proceder a la firma de la autorización del traslado del expediente a Hogwarts… — Dijo el nombre de su colegio un poco entre dientes, como dando a entender cierta inquina. Te fastidias, todo tu dinero no cambiará que Hogwarts sea el mejor colegio del mundo, pensó, y se sintió un poco Marcus y agradeció estar interpretando el papel de tutora responsable para no decirle cuatro cosas a ese tipo.

En cuanto tuvo los papeles en la mano, los leyó y se los dio a Rylance, aunque a ella no le parecía que tuvieran trampa. Rylance asintió rápidamente, y ella se sentó para firmarlos, cuando una elegante pluma negra y larguísima le fue tendida. — Si me permite, he visto que no lleva pluma. — No, no llevo. — Contestó a Morgan, mientras revisaba y firmaba y rellenaba los datos. — Puedo comprender sus diferencias con sus abuelos, pero los Van Der Luyden pueden proveer muy bien a su hermano, y cuando él termine la escuela, podría volver con ustedes y visitarles sin problema en Inglaterra en vacaciones. — Alice terminó de firmar y le entregó el legajo. — Los Gallia y los O’Donnell, incluso los Lacey, puede proveer a mi hermano perfectamente. Los Van Der Luyden, por otro lado, han renunciado a la patria potestad, así que ya no son nuestros abuelos. Nosotros somos Gallia. Y a mucha honra. — Terminó levantándose de la silla. La tensión era palpable, pero entonces oyó un murmullo al final del pasillo, y a Alice ya no le importó nada más.

Podía ver la sonrisa de Maeve, que fue la primera que les vio, y acto seguido a Fergus llevándose las manos a la cabeza. A Dylan, por lo que fuera, le costó más, pero entonces solo oyó. — Hermana… — Y le vio correr hacia ella, y Alice trató de no hacer lo mismo para pegarse un chocazo, solo se tiró de rodillas para abrazarle cuando estuvo suficientemente cerca. — Hermana, hermana, hermana… — Su patito solo lloraba y la abrazaba con toda la fuerza del mundo. — Hermana, qué miedo he pesado de que os hubiera ocurrido algo… — Ya estoy aquí, patito, ya estoy… — Hizo un esfuerzo por separarle y mirarle, cogiendo sus mejillas entre las manos. — Dylan, Dylan, mírame, patito… — Y clavó sus ojos en él. — Volvemos a casa. Los tres. Juntos. ¿Me entiendes? Marcus, tú y yo, volvemos a Inglaterra, y tú a Hogwarts, con Olive, con Lex, con todos los Hufflepuffs. — Y Dylan se derrumbó en lágrimas. — Ay, hermana… Colega… Gracias por venir a por mí... Os quiero tanto... No os voy a decepcionar, vamos a ser una familia de verdad, con los O'Donnell, y papá, y los abuelos... — Dijo mirando a Marcus y tirando de él al suelo, para abrazarse los tres. — ¿Me prometéis que es verdad? ¿Nos vamos ya? — Ella estrechó el abrazo, llorando también. — Ahora mismo. Recoges las cosas y nos vamos. — Alzó la vista y dijo. — Por eso he querido que las mejores personas de Ilvermony vinieran también. — Con esfuerzo, se separó a su patito y avanzó hacia Maeve y Fergus, abrazándolos a los dos. — Gracias, gracias, mil gracias. Vosotros sois nuestra familia de verdad. Nuestra familia americana. — Para siempre. — Murmuró Maeve, y Fergus simplemente apoyó la cabeza en su hombro.

 

MARCUS

Sabía él que era buena idea llevarse a Rylance. No hubieran consentido irse de manos vacías, pero al menos la presencia del abogado allí hacía que las probabilidades de entrar en conflicto con el director se redujesen. Estuvo a punto de adelantarse y sacar su pluma del bolsillo, primero porque él sí que llevaba (siempre llevaba) y segundo porque no le gustaba nada el tono de ese señor... Aunque, ciertamente, le parecían un tanto patéticos sus intentos de hacer desprecio a Alice solo porque sí. Si el hecho de que no lleve una pluma encima es lo mejor que has encontrado... pensó con desdén, pero solo por dentro. Por fuera se mantuvo como si nada pasase, mirando sereno y formal cómo su novia hacía los trámites pertinentes.

Lo que sí le hizo entornar los ojos hacia el hombre y hacer que su expresión de pocos amigos fuera más notable fue, una vez más, su "humilde opinión" sobre lo bien que le iría a Dylan con los Van Der Luyden. Oyó un leve carraspeo a su lado de Rylance que claramente era un "cálmate, Marcus, que lo que diga este hombre no influye en nada". Respiró hondo y, sin descruzar las manos ante el regazo, miró a la puerta. Sí, mejor se ahorraba lo que podía decir, porque tenía argumentos de sobra en contra de esa afirmación.

Pero entonces, casi a la vez, oyó el ruido al final del pasillo y vio a sus primos... y a Dylan. El corazón le dio un vuelco, pero el chico iba flechado hacia su hermana, evidentemente, y se contuvo mucho de interrumpir hasta ser llamado, pero... tenía ya los ojos llenos de lágrimas y el corazón desbocado. Demasiada tensión acumulada, y la escena ante él era difícil de aguantar sin llorar. Y entonces el chico le miró, y tiraron de él, y Marcus se abrazó con fuerza a Dylan, entre lágrimas. — Nos vamos, Dylan. Volvemos a casa. — Aseguró él también a su pregunta, porque a él también le resultaba difícil de creer, pero era real. — Tú nunca podrías decepcionarnos, Dylan. — Afirmó, y abrazándole con más fuerza le dijo. — Te quiero muchísimo, colega. — De todo corazón, porque así lo sentía. Llevaba queriendo a ese niño desde que le conoció y había sufrido mucho de pensar que se lo habían arrebatado. Eran todos una familia y así debían seguir, unidos.

Alice se levantó y abrazó a sus primos, y Marcus miró a Dylan a los ojos. — ¿Estás bien? ¿Ha ido bien aquí? — Le dijo, aún con la cara llena de lágrimas, y Dylan asintió, pasándose el puño por las mejillas. — Tenía miedo por vosotros, pero el colegio es guay, y Maeve y Fergus han estado siempre conmigo y me han cuidado un montón. — Sonrió enternecido y miró a los chicos, que abrazaban a Alice. Le iba a faltar vida para agradecerle a los Lacey, a todos ellos, lo que habían hecho. — Me tienes que contar un montón de cosas de aquí. Sigo siendo un prefecto curioso. — Le dijo a Dylan, revolviéndole los rizos y sorbiendo un poco, y el niño rio. — En cuanto tengas tus cosas recogidas, nos vamos a casa. Hay una barbacoa en tu honor. — ¿¿De verdad?? — Preguntó, y luego miró a Maeve y Fergus. Se notaba un poco culpable. Se mordió el labio y miró al director. — Señor Morgan... ¿No pueden salir un ratito? — El otro suspiró. — Si dejara salir a todos los alumnos por reuniones familiares, el colegio estaría vacío. — Va, no te preocupes, bro, disfruta. Si mi padre es un pesado, ya pagaré la cuota de barbacoas cuando salga de vacaciones. Una detrás de otra. — Bromeó Fergus, haciéndoles reír. Dylan sorbió otra vez y, con una expresión mucho más risueña, dijo. — ¡Voy a por mis cosas! — Y salió corriendo.

Cuando desapareció por el pasillo, Marcus miró a Maeve. La chica le miraba con las mejillas sonrosadas, y él puso una sonrisa traviesa. — ¿Quién es la mejor Pukwudgie que haya visto Ilvermorny jamás? — Y, antes de darle tiempo a reaccionar, la cogió en volandas, haciéndola soltar un gritito, y empezó a dar vueltas con ella. — ¿¿Puede ser mi prima Maeve la mejor del mundo mundial?? ¿Cuántas casas quieres que te compre? ¿Dos? ¿Tres? ¿Diez? — ¡¡Marcus!! ¡Que me mareo! — ¿Cincuenta? — La chica seguía riendo a carcajadas, y ya sí la dejó en el suelo (asegurándose de que no se cayera, aunque trastabilló un poco y tuvo que apoyarse en Alice entre risas). Se giró entonces a Fergus. — Eres el mejor, ¿lo sabías? — Pues claro. — Dijo el otro, con una sonrisita sobrada. Marcus rio y le abrazó. — Mil gracias, Fergus. De verdad. Os debemos una. — Cuando se separaron, el chico se encogió de hombros como si nada. — Le vamos a echar de menos en verdad, es buen tío. Y sí, sí que me debes una, me debes un tío al que proteger. Mi pandilla se ha quedado ahora sin objetivo. — Puedes proteger a tu prima. — Maeve le miró con ojitos ilusionados. Fergus arrugó un poco la nariz y dijo. — Qué va, paso. — Qué tonto. — Respondió la otra, y luego miró a Marcus. — En verdad es un buenazo, pero le gusta hacerse el interesante. — ¿Ves? No puedo meter a esta tipa en mi pandilla, arruinaría mi reputación. — Esta tipa ni se ha dado cuenta de que su madre está aquí. — Comentó Shannon con tonito, y ya sí, Maeve dio un saltito y fue a abrazarla. Marcus miró a Alice, radiante. Eran felices. Su esfuerzo se había visto recompensado. 

 

ALICE

Ver a Dylan y a su novio juntos de nuevo la hacía sonreír entre las lágrimas, y notaba hasta calor en las manos y en todo el cuerpo de la pura emoción. Shannon le acarició la espalda. — Lo has conseguido, Alice. Lo habéis conseguido. — Dylan salió volando a por sus cosas y ella le gritó. — ¡Con cuidado, patito! No vayamos a empezar esta andadura con un chichón, por Merlín… — Pero entendía su euforia, era la de ella, solo quería que lo recogiera todo lo más rápido posible y salir de allí. Miró a Fergus, mientras Marcus levantaba a Maeve de forma absolutamente adorable. — Sé lo que te cuesta hacer estas cosas, Fergus. — Se acercó y le revolvió el pelo. — Algún día vas a estar más orgulloso de cuidar de tu familia que de ser el guay de Serpiente Cornuda. — El chico la miró con ternura, pero luego recuperó la sonrisita. — Bueno, eso dices tú… — Y después entornó los ojos y dijo. — ¿Es lo que hace Marcus? — Alice asintió. — Te lo puedo asegurar. — Bueno, si me aseguras que voy a tener ese porte, esa novia y esa labia, igual sí empiezo a plantearme el bien. — Ambos rieron, y se limitó a escuchar cómo volvía a convertirse en el joven chulito que le gustaba aparentar ser.

En cuanto Shannon liberó a Maeve, ella se acercó a la chica. — Vas a ser una arquitecta magnífica. Pero a lo que no va a ganarte nunca nadie es a buena persona. Tienes lo mejor de los Lacey sin el ruido y el escándalo de tu parte irlandesa. — Maeve tomó sus manos y dijo. — Dylan me dijo que las hermanas mayores tienen que ser como tú, y lo voy a ser, Alice. Tú sí que eres un ejemplo. — Ella abrazó a la chica emocionada y Shannon las abrazó a las dos. — Estoy muy orgullosa de las dos, mis niñas. Si esto ha salido tan bien al final es porque hemos estado todos juntos. — Se separó y miró a Morgan… regular nada más. No quería cabrear más al director estando tan cerca de irse, pero… vaya mala baba no dejar salir a los chicos a celebrar tremendo momento. — Bueno, estas Navidades en Irlanda os vais a hartar de celebraciones. — Maeve asintió con el entusiasmo que solo un Hufflepuff sabe mostrar, y se agarró al brazo de su primo dando saltitos, que reprimió poner los ojos en blanco claramente, queriendo dar ese momentito a la chica.

Dylan volvió, a la misma carrera, y ya vestido de calle, con su baúl y varias cosas flotando detrás, además de la vuelapluma como loca dando volteretas en el aire. — Míralo. Es un Gallia. — Le dijo cómicamente a Marcus. Según llegó, se echó a los brazos de Maeve y dijo. — Nunca voy a olvidar lo que has hecho por mí. Y un buen Hufflepuff sabe ser más agradecido que nadie. Vas a ser mi amiga toda la vida, aunque tú estés aquí y yo allí. — Maeve asintió y le miró. — Sé feliz en Inglaterra, Dylan. Cuida de tu familia, termina Hogwarts… y volveremos a vernos, ya verás. — Se dieron otro abrazo y su hermano terminó diciendo. — Vas a ser la mejor arquitecta hermana mayor del mundo. — Claramente habían hablado de aquel tema bastante. Luego se fue hacia Fergus con la misma fuerza. — Eh, patito, ya está, que me tiras. — Le hizo ilusión oír el mote de su hermano en labios de Fergus. — Eres mucho más bueno de lo que quieres hacer creer a la gente. Ya sabes que yo lo siento todo. — El chico le revolvió los rizos. — Ya lo sé yo, ya. Cuídate, Dylan, y cuida de todos por nosotros. Nos veremos más pronto de lo que piensas. — Y su hermano volvió entre ellos para salir por fin de aquel sitio. Por fin se iba a aparecer en Long Island con su hermano, y en menos de lo que creía, en casa. — Adiós, señor… — Su hermano ni se sabía el apellido del director. — Y gracias por todo. — Él siempre tan correcto, aunque Alice estaba segura de que no habrían cruzado ni cinco palabras.

Entre despedidas, salieron del edificio, y el breve silencio lo rompió su hermano. — Hermana. — Dime. — ¿Quién es este señor? — Preguntó asomándose para ver a Rylance. Eso la hizo reír. Tenía muchas ganas de reír. — ¡Ay! Perdona, ha estado tanto con nosotros que se me olvida que tú no le conoces. Es Edward Rylance, cariño, nuestro abogado, y el que ha ayudado a traerte aquí. — Encantado de conocerte, Dylan. Tienes mucha gente que te quiere y que ha luchado por tenerte a su lado. — Su hermano sonrió. — Más encantado estoy yo, señor. Muchas gracias por ayudarles a traerme. Yo me temía que mi hermana se peleara con todo el mundo e intentara hacerlo todo sola, como cuando los Gallia son un caos y acaban con su paciencia. — Eso hizo a Rylance soltar una fuerte y sincera carcajada, así como a Shannon. — Sí que destaca por la sinceridad. — Dijo ella, lo que hizo que su hermano la mirara. — Y usted es la madre de Maeve ¿verdad? — Llámame de tú, Dylan. — Le contestó ella, pellizcándole la nariz. — Tenía muchas ganas de conocerte yo también. — Yo tengo ganas de conocer a todos los que han ayudado al colega y a mi hermana a encontrarme y traerme a casa. — Shannon rio. — Pues tranquilo, están todos convocados, te vas a hartar. — Tengo ganas de hacer algo así con mucha gente. — Su hermano claramente estaba muy arriba. — Pues mira, vamos a hacer una cosa. Nos vamos a aparecer Rylance y yo, y vosotros dentro de cinco minutitos, y así os hacemos un gran recibimiento. — Alice amplió la sonrisa y Dylan dijo. — Eso le va a encantar al colega. — Y de nuevo rieron todos. Aquello le parecía un sueño.

En cuanto Shannon y Rylance desaparecieron, Dylan se volvió hacia ella. — Contadme la verdad, por favor. ¿Papá está en problemas? La agente social dijo muchas cosas, y los Van Der Luyden… — Sus ojos se pusieron vidriosos. — Pero yo no les creí, ni dije ni una palabra. — Les dio una mano a cada uno y Alice contuvo el llanto. — Escúchame, Dylan. Los Van Der Luyden han renunciado a ser familia nuestra. — ¿Eso se puede? — Y tanto que se puede. Nunca podrán volver a por ti, jamás. — Entornó los ojos y miró a Marcus. — Y por papá no tienes que preocuparte. En cuanto vuelvas, empezará a mejorar otra vez, como todos. Y a partir de ahora, tu tutora soy yo. — Los ojos de su hermano se iluminaron y apretó sus manos. — ¿Ahora sí puedo decir que sois mis padres? — Alice tragó saliva y le miró. — Patito, escúchame. Tus padres siempre serán papá y mamá. Porque han sido unos padres buenos y cariñosos, porque tú eras el solecito de su vida, su angelito rubio, y eso nunca jamás lo van a poder sustituir, ni yo ni nadie. — Miró a Marcus y dejó que las lágrimas resbalaran. — Pero a partir de ahora, podrás contar con nosotros como tu referencia, para lo que necesites, porque, legalmente ya eres mi responsabilidad, y mi obligación es cuidarte. — Su hermano rio y dijo. — Pues vaya… Si todo eso ya lo hacíais, hermana… — Miró a Marcus y dijo. — Decid lo que queráis. Vosotros sois mis padres, y mi familia son los Gallia-O’Donnell. — Qué gusto tener las cosas tan claras, desde luego.

 

MARCUS

Soltó una carcajada a la respuesta de Fergus. — Así se habla. — Claro, como lo que había dicho era para halagarle a él... — El porte y la labia ya los tienes. La novia... — Miró de reojo a Alice y dijo, con una sonrisa entre enamorada y chulesca. — Da igual cuando llegue, si cuando llega es la mujer de tu vida. — Tomando nota de la frase. — Dijo el chico, haciéndoles reír. Cuando Maeve le dijo a Alice que era un ejemplo, se le volvieron a inundar los ojos. Adoraba a esa niña, y no podía estar más de acuerdo con ella. 

— Indudablemente. — Dijo entre risas y con orgullo inflado cuando Alice resaltó que Dylan era Gallia, sin poder evitar echar una miradita al director. La despedida de los chicos casi le hace llorar otra vez. Ese momento estaba teniendo demasiada intensidad, pero lo estaba disfrutando muchísimo. Despidió a sus primos con un abrazo y con la firme promesa de verse en Irlanda en Navidad, y ya sentía que no podía esperar para ello. Del director se despidió con pura cortesía. Salir de allí se sentía como sacar la cabeza del agua, llenando los pulmones de aire después de mucho rato sin respirar. Iban con Dylan, iban a celebrarlo por todo lo alto. Y, en unos días, volverían a casa.

La carcajada que soltó cuando Dylan preguntó por Rylance la debió oír el director desde su despacho. — Es parte de la familia ya. Está invitado a Irlanda y todo, ¿no te lo hemos dicho? — ¿Cómo? — Preguntó Rylance, mirándole casi sobresaltado, y Marcus se echó a reír. Shannon, riendo con más prudencia, le puso una mano en el hombro y dijo. — Mi primo tiene muchas ganas de broma ahora, pero señor Rylance, ni que decir tiene que tiene usted las puertas de nuestra casa abiertas para cuando lo necesite. Y que por supuesto le invitaremos a una buena comida navideña irlandesa si decide pasarse por allí en las fiestas. — Tengo en cuenta su invitación y quedo muy agradecido. — Contestó con una sonrisa tímida. La respuesta de Dylan no tuvo precio, tanto que hizo a todos reír. — Te ha pillado. — Señaló a Alice, pero luego miró al niño. — Aunque debo decir que en este caso ha estado siempre muy bien rodeada y dejándose ayudar. — Dylan miró con una gran sonrisa a su hermana que hizo que su comentario mereciera muchísimo la pena.

Rio de nuevo, revolviéndole los rizos. — Olvidaba lo listillo que eras. Pues sí, las entradas hay que hacerlas triunfales. Como los reyes. — Afirmó, subiéndose como siempre a la argumentación. Shannon y Rylance se marcharon y quedaron los tres solos... y, al hacerlo, el tono de Dylan se volvió más serio. Intercambió la mirada con Alice. Debían sentarse con él y contarle toda la verdad, pero... podían hacerlo en otro momento. Hoy les apetecía disfrutar de lo conseguido, de estar por fin juntos, y algunas cosas podrían impactar al chico. No quería que se les arruinara el humor de cara a la quedada familiar. Alice avanzó la parte buena de todo aquello, que era que tenían a los Van Der Luyden bien lejos por fin y para siempre, y Marcus se limitó a mirarles y sonreír, afirmando con su silencio. Pero la pregunta del niño le dejó el corazón parado por unos instantes, y de nuevo los ojos se le llenaron de lágrimas, mirando a Alice. Cuando tragó saliva y pudo hablar sin que la voz se le quebrara, se unió al comentario de ella. — Tus padres son William Gallia y Janet Gallia. Tú eres parte de ambos, la mezcla perfecta de los dos, como tu hermana. Y créeme, son los mejores padres que has podido tener. — Se sonrieron mutuamente. — Pero sí, como dice tu hermana, vamos a estar siempre para ti, Dylan. Para lo que necesites. — La respuesta del chico le hizo reír levemente, y su conclusión era inamovible. — Somos familia. Todos. Eso es lo importante. — Y qué más daba el título que tuviera cada uno mientras estuvieran juntos.

— Jo... con abogado y todo. Qué nivel, hermana. No dejan de sorprenderme los O'Donnell. — Marcus rio fuertemente y le hizo cosquillas. — Tú no dejas de ser el diablillo Hufflepuff de siempre. Nos tienes a todos engañados con lo de ser tan mono. — ¡Uf! Colega, que llevo muchos meses sin poder ser como soy yo. — ¿Y cómo eres tú? Un diablillo, como tu hermana, pero en versión Hufflepuff. — El chico se retorcía entre risas. — Y ya mismo no vas a ser tan pequeño, y no va a colar. — Yo siempre voy a ser más pequeño que vosotros. — ¡Hombre, hasta ahora las leyes de la lógica no las podemos romper! Pero te tomo la palabra. Te trataré como a un renacuajo toda la vida. — Y ya puso cara de desdecirse, pero mucho se estaban retrasando ya, así que antes de darle opción a responder, dio una palmada. — ¡Bueno! ¿Nos aparecemos ya? No hagamos esperar más a los Lacey, que se van a quedar frías las hamburguesas. — ¿¿Hay barbacoa en serio?? — ¡¡Claro!! Y si ves acercarse a un loco con unas tenazas, no te asustes, es el primo Jason. — Dylan rio, los tres se dieron la mano y desaparecieron de allí, para aparecer en el jardín de los Lacey.

Todas las miradas se giraron a ellos en cuanto se aparecieron en el jardín. — ¡¡BIENVENIDO A CASA, DYLAN!! — Se escuchó, atronador, y el niño miraba con los ojos abiertísimos. Claramente no esperaba a tanta gente, ni el clamoroso aplauso que vino detrás. Genial, otra vez tenía ganas de llorar, aunque esta vez, solo por lo que le gustaba una buena entrada, lo pudo controlar mejor. — ¡Así da la bienvenida una buena familia irlandesa! — Su exclamación fue muy bien acogida con un grito de júbilo. La verdad es que no sabía a quién presentar a Dylan primero... Ya eligió la persona en sí. Que, tal y como Marcus había predicho, se acercó gritando hacia él, solo que con el delantal de la vaca chivata en vez de con las pinzas de la barbacoa. Dylan puso un poco de cara de miedo, pero ni pudo reaccionar, porque Jason ya le daba vueltas en volandas en el aire. — ¡¡¡ESTE NUEVO MIEMBRO DE LA FAMILIA SE VA A COMER LA MEJOR HAMBURGUESA QUE SE LA HE RESERVADO YOOOOOO!!! — Estaba casi seguro de que Dylan estaba conteniendo la respiración. Parecía acabado de aterrizar en el planeta Tierra cuando Jason lo dejó en el suelo.

— Hooooola Dyyyyyylaaaaaan. — Se acercó con la mayor dulzura del mundo Sandy, dándole al chico dos besos. Dylan se puso inmediatamente colorado. — ¡El auténtico protagonista de la fiesta! ¡Eres toda una sensación por aquí! Mi padre me ha hablado muuuuuuuuucho de ti. — Dylan parpadeó. Marcus podía jurar que ahora mismo no sabía quién era padre o hijo de nadie ni por qué le conocían tanto. — Estoy encantadísima de conocerte. Soy Sandra, pero puedes llamarme Sandy, prima de Marcus. — Le dedicó una mirada a él y, acto seguido, se fue directa hacia Alice y le dio un fuerte abrazo. — ¡Qué valiente eres! Mi padre me ha contado y... ¡Oh, por Dios! Yo no hubiera podido, de verdad que no hubiera podido. — La separó, aunque no le quitó las manos de los hombros. — Tienes una amiga aquí para siempre, ¿me oyes? — ¿Quieres conocer a los tíos? Son Hufflepuff, como tú. — Le dijo Marcus a Dylan, quien asintió enérgicamente, pero seguía mirando aturdido la cantidad de gente que había allí. Le dio la mano y avanzó con él hacia Frankie y Maeve, quienes le miraban emocionados, como si estuvieran viendo llegar a su nieto. — No puedo. Es que me lo como entero. — Escuchó una voz familiar desde un lado, y reconoció a Monica. Howard les hizo un gesto, junto a ella. También vio a Nicole y al señor Wren. Estaban todos, todos los que les habían ayudado. Estaba su gran familia americana allí al completo.

 

ALICE

Dylan y Marcus bromeando le estaba dando vida, devolviendo el torrente a sus venas, era todo lo que necesitaba, ahora lo veía. Todo el malestar de las semanas pasadas, parecía esfumarse poco a poco, como si la salud volviera físicamente en forma de risa, del brillo en los ojos de las personas que más quería en el mundo. — Sois muy graciosos los dos, pero tú estás creciendo demasiado rápido. A saber qué te han enseñado en ese colegio que ni es castillo ni nada. — Miró a Marcus y asintió a lo de aparecerse. — No sabes todavía lo mucho que te va a gustar esa familia. — Dijo Alice, agarrando a Dylan con fuerza, mientras pensaba volvemos a casa, mamá, todos juntos. Nunca hubiera dejado que se lo quedaran.

La entrada fue triunfal, como se esperaban, aunque claramente su hermano no había caído en que pudiera ser TAN grandiosa. Marcus parecía estar recuperando la salud también, y ya estaba metido en la vorágine irlandesa. Dylan, por su parte, aún estaba un poco sobrepasado por las circunstancias al encontrarse de golpe con Jason, que lo elevó como si fuera un trofeo. Y para ya terminar de desconcertarle, Sandy se le echó encima, y Alice tuvo que contenerse la risa, porque nunca había visto así a su hermano, pero podía entender el momentazo. Allí había más gente aparte de los Lacey y familias, pero Marcus se llevó a su patito con los tíos, cosa que comprendía, porque ellos tenían preferencia para conocerle, y ella se llevó un abrazo placaje que olía a perfume muy caro. — Oh… Gracias, Sandy. — Le devolvió el abrazo y dijo. — Solo estoy siendo una hermana mayor, te lo aseguro. — Rio un poco y señaló con la cabeza a Dylan. — Aquel creo que lo considera una profesión, pero solo es… instinto. Lo quiero desde que me lo pusieron en los brazos. — Sandy se llevó una mano al pecho con los ojos vidriosos. — La vuestra es una historia preciosa. De verdad te lo digo, Alice. Aquí estoy para ti. Para vosotros. — Ella sonrió ampliamente. — Lo mismo digo. Me han chivado que te vas de viaje a Europa, así que ya sabes dónde está tu familia. — Pero por el rabillo del ojo vio a la gente que no eran los Lacey y se excusó para acercarse a ellos.

Corrió hacia Monica y Howard y se abrazaron los tres. — Una vez más, nos habéis salvado. — Les dijo. — Una vez más, mi querida Gal, os habéis salvado vosotros solos, nosotros solo hemos estado ahí. — Replicó Howard, pero Alice miró a Monica. — ¿Te ha contado su entrada épica? — La mujer se rio. — No cuenta nada épico nunca, solo papeles. — Pues que luego lo imite Aaron que le sale ideal. — Y entonces Monica reparó en su hermano, y él se acercó a ellos. — Hola, ¿y vosotros quiénes sois? — Monica se llevó las manos a las mejillas. — ¡Oy, por favor! ¿Me prestas su custodia un ratito, por favor? Es que me encanta. — Alice rio y puso las manos sobre los hombros del niño. — Dylan, estos son Howard y Monica Graves. — ¿El prefecto Graves? Mi hermana estaba enamorada de ti. — Alice dejó caer los párpados y negó con la cabeza. Hasta eso había echado de menos. — Bueno, eso dicen, pero no es cierto. — Es verdad, siempre ha estado por el colega, se sentía perfectamente. — Howard estrechó la mano de su hermano con una fuerte carcajada y Monica se fue hacia él. — Yo te achucho ¿vale? Porque me pareces lo más adorable que he visto en mi vida. — Vale. — Se dejó Dylan. — De ti también habla mucho. Dice eso de las mujeres, y que eres un ejemplo. — La mujer hizo un sonido adorable. — ¡No puedo con tanto amor! ¡No me dan los brazos! — Se quejó y todos rieron. Pero había alguien a quien quería presentarle con calma.

— Ven un momento. — Y le condujo hacia los otros dos. — Dylan, ellos son Christopher Wren y Nicole Guarini. Trabajaban con mamá en el MACUSA, y la ayudaron a escaparse para que pudiera casarse con papá, y sin ellos no habríamos podido conseguir traerte de vuelta. — Usted era el jefe de mamá. Me contaba cosas que hacía cuando trabajaba para usted, y se acordaba de cómo le gustaban las cosas. — Wren estaba ya con los ojos vidriosos. — Es… Eres igualito que William, muchacho. Es un honor que alguien como tú me hable de los recuerdos de tu madre, no sabes cómo me alegra veros juntos por fin y oír que me recordaba y te lo contaba tantos años después de haberse ido. — Es como volver a verlos juntos, Chris, como si acabaran de volver de Monument Valley, ¿no te parece? — Dijo Nikki, y Alice rio emocionada, pero su hermano se había quedado mudo otra vez. Claro, Nikki estaba dándole unos sonoros besos en la mejilla, y ese era el efecto de esa mujer en los hombres, claramente, tuvieran la edad que tuvieran. — Yo era amiga de tu madre, Dylan. Por fin siento que le hemos hecho justicia ayudándote a volver con quien debes estar. — ¿Usted… era amiga de mamá? — Preguntó alucinado, claramente teniendo dificultades de asociar a semejante mujer con su madre, pero Nicole no se daba por aludida. — Vivió en mi piso y todo, me encantaría que fuéramos todos juntos a Hell’s Kitchen y pudieras ver el restaurante donde se veían tus padres… — Alice se giró a Marcus, porque tenía ese plan antes de irse de Nueva York, pero, antes de que pudiera decir nada, aparecieron Frankie Junior y Jason de nuevo. — ¡A ver el homenajeado! ¡Que hay que llevarle a que ocupe su lugar de honor! — Gritó el mayor, y, literalmente, se lo quitaron de las manos. — ¡A ver, O’Donnell Junior, un discursito al más puro estilo alquimista de prestigio por aquí! — Gritó Frankie. Alice miró a su novio y se apoyó un segundo sobre él. — Menos mal que tenemos experiencia de sobra con el caos Gallia. — Suspiró y dejó un beso en su mejilla. — Me encanta esto. — Miró alrededor y luego a sus ojos. — Esto. Esto es lo que siempre he querido. Gracias, una vez más, por dármelo. —

 

MARCUS

Puso la mano en los hombros de Dylan, quien aún se encontraba un poco sobrepasado y tímido, pero poco a poco iba vislumbrando su sonrisilla y la emoción en sus ojos. — Tío Frankie, tía Maeve, este es Dylan, mi mejor colega y mi aún mejor cuñado, otro Hufflepuff de corazón. ¡Eh! Mis dos cuñados son de Hufflepuff. — Apuntó, como si acabara de caer ahora. — Dylan, te presento a mis tíos. Frankie es el hermano mayor de la abuela Molly. — ¿¿En serio?? — Preguntó el niño, ilusionado. — ¡Ella habla mucho de sus hermanos! Del mayor, Arnie, que es por el que el padre de Marcus se llama así, y de su hermano mediano que estaba en América. ¡No sabía que era usted! — Los dos mayores rieron con ternura, y a Frankie se le veía levemente emocionado. — ¡Ese soy yo! — Afirmó el hombre, y luego se agachó para ponerse a su altura. — ¿Cómo estás, Dylan? — Preguntó con una sonrisa. Se les notaba que no querían agobiar pero que estaban locos por darle un abrazo. — Mejor desde que han venido a recogerme. ¡He conocido a Fergus y a Maeve! ¡Oh, ahora caigo! ¿Maeve se llama así por usted? — Así es, cariño. — Es verdad que me dijo que su abuela se llamaba Maeve... ¿Mi hermana y Marcus han estado todo este tiempo aquí con vosotros? — Frankie asintió, y Dylan amplió la sonrisa y se echó a sus brazos. — Muchas gracias. Iban a venir de todas formas, si les conozco de algo, y al menos no han estado solos. — Frankie le abrazó con fuerza, mientras Maeve se llevaba una mano al pecho y compartía una mirada con Marcus, tierna por un lado, y por otro... Entendéis nuestra desazón por que un niño así estuviera con esa gente ¿verdad? Pensó con amargura, como si pudiera decírselo con la mirada.

Habló un poco más con sus tíos y luego divisó a Monica y Howard junto a Alice, así que fue allí a saludar. Marcus se quedó con los mayores. — Es un niño encantador. — Dijo Frankie, y el tono sonó tierno y sincero, pero también significativo. Maeve le miró preocupada. — ¿Cómo le habéis visto? — Marcus soltó aire por la nariz, mirándole a lo lejos. — Muy asustado. — La mujer chistó. — Pobre niño... — Marcus se mordió los labios, mirándole. — Lo pasó muy mal cuando murió su madre, y... tardó en recuperarse. He preferido no decirle nada a Alice porque suficiente tenía con lo que tenía, pero... no he dejado de pensar... ¿Y si esto le deja secuelas? — Frankie le puso una mano en el hombro, mientras miraba al niño también. — Parece un muchacho muy sensible, pero también muy positivo, y ahora se le ve encantado. Tendrá sus miedos... quizás durante un tiempo... Pero esto que habéis hecho por él, y este calor familiar que está recibiendo ahora y que recibirá cuando vuelva a casa, prevalecerá sobre todo. Con el paso de los años, solo será una anécdota en vuestra historia. — Marcus le sonrió con los labios fruncidos, agradecido. Quería creer que sería así.

Se dirigió él también a Howard y Monica, pero cuando llegó, Alice ya había llevado a Dylan con Nicole y Christopher. ¡Uf, tenía mucha gente a la que saludar y agradecer! Era mucho más difícil de lo que creía lo de las entradas triunfales en situaciones así. — Creo que Aaron está un poco... sin saber qué hacer. — Le chivó Howard en confidencia, después de que se abrazara a ambos y les diera las gracias mil veces (y Monica repitiera otras mil veces lo adorable que era Dylan). — Desde que empezó a llegar gente empezó a camuflarse más y más... y cuando ha llegado Dylan, ha gritado la bienvenida como todos, pero se ha escondido entre la gente. — Marcus asintió. — Voy al rescate. — Pero antes de poder hacerlo, otras dos Aves del Trueno se le habían adelantado y llevaban a Dylan casi en volandas a Merlín sabía dónde. Rio a carcajadas con la escena hasta que su primo le echó encima un discurso. — ¿Yo? — Preguntó con fingida sorpresa. Vaya, como si no estuviera deseando crecerse ante el público...

Devolvió la mirada a su novia, así como el beso en la mejilla. — A mí también. Fíjate a cuánta gente hemos conseguido unir... Y más que vamos a ser en Navidad en Irlanda. — Dijo entre risas, pero ya le apremiaban para hablar, así que se aclaró la garganta. — Vale, vale, voy... — Respiró hondo. — Gracias. Lo primero de todo. Creo que... entre Alice y yo os lo hemos dicho ya varias veces a cada uno de vosotros, pero... no son suficientes. Nunca van a ser suficientes. — Había conseguido que todo el mundo se mantuviera escuchándole en silencio, y sentía la emoción en el ambiente. — Estos meses han sido... duros. — Afirmó. — Pero jamás imaginamos que conseguiríamos tener una familia como esta. Tener tantas personas luchando por nuestra causa y ayudándonos, escuchándonos cuando estábamos mal y dándonos cariño. La gran mayoría de vosotros ni siquiera nos conocíais de antes y no habéis dudado en hacerlo... Y, de hecho, excepto Aaron, creo que ninguno de los presentes conocía a Dylan. — Sonrió. — Y ahora que sí que le vais a conocer, entenderéis por qué es absolutamente imprescindible en nuestras vidas. — El niño le miraba emocionado, y él devolvía la misma mirada. — Te quiero mucho, colega, te lo he dicho antes. Somos familia. Y esta... esta es nuestra gran familia americana. — Frunció los labios. — Honestamente... no sé si volveremos. Creo que ahora tenemos demasiadas ganas de volver a casa como para pensar en venir aquí otra vez. — Dijo entre risas emocionadas, provocando las de los demás. — Pero este lugar... Este lugar ha sido una bomba de malos recuerdos durante muchos años, y cuando llegamos, pensamos que solo viviríamos hostilidad aquí. Y sí, hemos vivido mucha hostilidad y momentos malos, pero también... os tenemos a vosotros. Eso va a prevalecer siempre. Para nosotros, para siempre, tenemos una familia aquí. Eso no lo vamos a olvidar. — Y ya mejor se callaba porque se le iba a quebrar la voz.

De hecho, Frankie Junior lo detectó y bramó, vaso en mano. — ¡TRES HURRAS POR EL ALQUIMISTA! — Abrió mucho los ojos, pero no le dio tiempo de parar aquello, porque ya estaban todos diciendo hurras entre risas. Cuando acabaron con él, propuso otro. — ¡TRES HURRAS POR LA TUTORA LEGAL Y HERMANA DEL AÑO! — Eso le sacó una carcajada, pero se unió a los hurras por Alice como el que más. Y no acababa ahí, claro que no. — ¡TRES HURRAS POR EL NIÑO QUE VOLVIÓ A CASA! — Más risas, y más hurras, por supuesto. Y creían que con eso habían acabado... pero no. — ¡¡Y TRES HURRAS POR EL ABOGADO QUE LE HA PATEADO EL CULO A LOS VAN DER LUYDEN!! — ¿Qué? Yo no... — Y a pesar de que Edward intentó sin éxito pararlo, aquello fue un festival de carcajadas y hurras aún más altos que los anteriores, aunque fuera por poner colorado al pobre hombre, que ya no sabía dónde esconderse. — ¡Bueno, que se enfría la carne! ¡Ven, Dylan, que te voy a enseñar cómo funciona el delantal de la vaca! — ¡Papá, deja la vaca tranquila y al pobre chico! Dylan, encantada de conocerte, soy Sophia... — ¡Pero el delantal mola más! — Lo que una madre desea escuchar, que un delantal que muge mola más para un padre que su hija. Dylan, cariño, soy Betty, un placer. — Eh, Sophie. Igual si empiezas a mugir papá te hace más caso. — Idiota. No es necesario que recojas el testigo de Fergus solo porque no está. — ¿Sois los hermanos de Fergus? ¡Le he conocido! — Dylan ya estaba inserto en una conversación con sus primos, y Alice y Marcus miraban la escena conmovidos y entre risas. Pero se había quedado con algo pendiente de hacer.

Tomó la mano de Alice y se acercó a Aaron, que efectivamente miraba todo desde una posición en segundo plano, bastante camuflado. — Tu primo está un poco solicitado ahora mismo. — Bromeó Marcus, y el otro rio levemente. — Normal... — Respondió con un toque triste, aunque intentando sonreír. — Seguro que le hace mucha ilusión verte. — El otro miró el vaso que tenía en la mano. — ¿Seguro? Yo creo que le voy a destapar todos los malos recuerdos que pueda tener... — Marcus se acercó a él. — Aaron, tú eres más de esta familia que de esa. Y Dylan tiene el don de sentir a la gente. — Hizo un gesto con la cabeza. — Ve a hablar con él. Le va a gustar, créeme. —

 

ALICE

Asistió al discurso de Marcus con una sonrisa emocionada y orgullosa. Qué suerte tenía de tener esa familia, tanta gente dispuesta a quererles… Pero, sobre todo, qué suerte tenía de que fuera él. De entre todos los hombres del mundo, le había tocado a ella el mejor para ser el amor de su vida, con sus preciosos ojos, su sonrisa indescriptible. Los ojos se le llenaron de lágrimas y se llevó una mano al pecho cuando le oyó decir que aquellos meses habían sido duros… Sí, sí que lo habían sido, pero tenían el final feliz que esperaban, que habían ansiado y buscado. ¿Volverían a América? Alice suspiró y miró a su alrededor. No querría dejar de ver a Frankie y Maeve para siempre, no volver nunca a una barbacoa… Y miró a Dylan. ¿Lograrían curarse todos lo suficiente? ¿Ver Nueva York y América con otros ojos? Quizá el punto intermedio era… Long Island. Lo mejor de América estaba allí, no tenían por qué ver lo demás para nada. Dylan echaría de menos a Maeve sobre todo si no volvían a verse… Así que estaba segura de que lo agradecería.

Frankie la sacó de sus pensamientos y la hizo reír a carcajadas con sus hurras, sintiéndose en casa de golpe, con tantas tonterías y barrabasadas, los discursos, el jardín… Sí, quizá no podían perdonar a América, pero su gran familia americana, como decía Marcus, siempre estaría allí, y sabrían hacerles sentir lo que sentían en ese momento. Jaleó cuando aludieron a Rylance y dio saltitos en su sitio. — ¡Y bien pateado! ¡Por eso molamos los Ravenclaws sabelotodo! — Dijo, ya muy venida arriba, mientras Rylance se ponía muy muy rojo y Nikki reía tras la copa que se llevaba a los labios. Aprovechó que se llevaban a Dylan hacia la familia de Jason para hablar con el abogado. — Eres un abogado fantástico. Mi mejor amiga va a ser abogada, pero dudo que nunca la considere más grande de lo que te considero a ti. — Le dijo en voz un poco más baja. El hombre seguía muy rojo, pero le sonrió con dulzura. — Para esto me hice abogado. — Y eres muy bueno en ello, créeme. Pero eres aún mejor persona. — Miró a su alrededor. — Y aquí hay un montón de gente que no lo va a olvidar nunca. — Pero ahora había otra parte que la necesitaba ahora mismo, y en cuanto Marcus se lo hizo notar, se fue junto a su novio a buscarla.

Ahora que conocía en su totalidad el entorno y el contexto de Aaron, entendía esa inseguridad y ese toque de víctima que antes le desesperaba, y ahora entendía totalmente. — Aaron, mi hermano es puro, te lo aseguro. Nunca te culparía a ti de nada. — Le estrechó el brazo. — Y es posible que ahora… tú seas el que mejor pueda entenderle de esta casa. — Le hizo un gesto a su hermano, que estaba disfrutando a tope de la vorágine Lacey, para que se acercara. En cuanto Dylan vio a Aaron de lejos, llegó corriendo a abrazarlo y el chico correspondió emocionado. Se quedaron callados, así abrazados, y Alice entendió que estaba pensando y dejando que Aaron le leyera la mente, porque a veces Aaron le estrechaba más, o Dylan asentía. Entre ellos se entendían. A su hermano siempre le había costado hablar, y a lo mejor había cosas que aún no quería verbalizar, pero que Aaron sí que podía entender. Finalmente se separaron y le tomó de las mejillas. — Allá donde me vaya, voy a recordar lo que es una familia gracias a todos vosotros. — Les miró con los ojos vidriosos. — Y dejaré de ser la víctima para ser el que maneja su vida. — Revolvió los rizos de su hermano. — Como Dylan. Veré el bien en todo el mundo. — ¡Eh! O’Donnell-Gallias, que hay que comer. — Llamó Sophie, y fueron a sentarse.

De repente, se vio en la misma posición que cuando comió allí por primera vez. Con Sophie a un lado y Marcus y Sandy al otro, solo que ahora, en medio, estaba Dylan, y pensó en su inmensa suerte, en cómo habían llegado hasta allí. Y entonces decidió recordar una cosa que en su día le divirtió mucho. — Dylan, ellas son Saorsie y Ada, las hermanas de Maeve. — ¡Hala, qué guay! ¡Hola! — Ellas saben hacer unos concursos de hamburguesas fantásticos, déjales que te hagan un par. — Ella miró divertida a Howard y Monica. — Y como yo ya me siento un poquito Lacey… Me pido hacérselas a Howard y Monica, a ver quién lo hace mejor. — Yo me pido a Rylance, que me ha representado y todo eso, qué menos. Y también me siento un poco Lacey. — Se animó Aaron. — Miró a su novio de reojo y dijo. — Igual hay algún Ravenclaw por aquí que no se atreve a competir con sus primas y conmigo… — Frankie Junior empezó a hacer ruidos. — Uhhhhhh a alguien le están llamando poco Lacey... —

 

MARCUS

En cuanto Dylan detectó a Aaron corrió hacia él, y ambos se quedaron simplemente abrazados, en un extraño silencio... que Marcus comprendió al punto a qué se debía. Sonrió débilmente y apretó la mano de Alice, mirándola con cariño. Aquella maldita situación... había traído eso consigo. Habían conseguido rescatar a dos personas en esos meses. — Y ahora es todo un domador de dragones. Dile que te lo cuente. — Bromeó, haciendo a Aaron reír y a Dylan mirar al chico con mirada intrigada. Pero Sophia les estaba llamando para comer, y ciertamente a Marcus ya le rugía el estómago, entre tanta felicidad, las horas que le separaban desde el desayuno y ese olorcillo tan bueno a barbacoa.

Dylan se sentó entre Alice y él, como solía hacer, con lo cual Marcus estaba encantado, mucho le habían echado de menos. — Yo con mi primo favorito. — Dijo Sandy, poniéndole una sonrisa encantadora y enganchándose de su brazo a pesar de estar los dos ya sentados. Marcus rio. — No voy a negar que tu desparpajo con el teléfono nos vino muy bien para soltarnos. — ¿Sí? — Dijo la chica, encantada, con una risa. — Eso, tú dale cuerda. — Oyó murmurar a Sophia, pero Betty rápidamente le dio un toque en la mano con mirada intensa. Sí, se la había oído perfectamente, pero Sandy o bien estaba tan en lo suyo que no la había escuchado o bien la había ignorado deliberadamente.

Estaba de tan buen humor, y le gustaba tanto el rollito de la labia, que no le hubiera importado en absoluto seguir en aquel diálogo banal con Sandy. Para disgusto de su prima, sin embargo, fue reclamado no solo por su novia, sino por su primo Frankie. Retado, más bien. — ¿Perdón? — Preguntó entre risas sarcásticas, y luego miró a Alice. — Señorita tutora legal, ¿es consciente de que se está metiendo en mi terreno? — Bromeó, picando a su novia. Los "uuuuh" divertidos crecieron. — ¡Eso, eso, chica de las plantitas! ¡Que las hamburguesas no salen de los árboles! — ¿Se puede saber en qué bando estás tú? — Le preguntó Sophia a su hermano, a lo que Frankie se encogió de hombros. — En el de echar leña al fuego. Es divertido. — La chica rodó los ojos, pero Dylan estaba muerto de risa, y Marcus encantado con todo aquello, así que se puso de pie. — Lo siento, Howard, Monica. Alice Gallia me ha tomado la delantera porque le encanta llegar antes que yo a todo. — Puede que hubiera lanzado un tonito velado en eso, sin perder la sonrisilla. Ah, es que hacía tanto que no tonteaba con ella... — Así que las hamburguesas ganadoras no van a ser para vosotros. — ¡Van a ser para Dylan porque la voy a hacer yo! — ¡Y yo! — ¡Tú no! — ¡Ha dicho las dos! — En apenas un segundo había generado una disputa sin querer entre Saoirse y Ada que, afortunadamente, su madre palió rápido con un par de palabras muy Hufflepuff que Dylan adornó con más palabras Hufflepuff, por lo que él pudo seguir a lo suyo.

— Yo. — Dijo muy puesto, dirigiéndose hacia donde estaban los ingredientes, bajo las risillas y miradas de todos, que estaban entregadísimos a la apuesta improvisada. — Le voy a hacer la hamburguesa a los otros héroes de esta historia. — Se giró hacia ellos, con una mano en el pecho. — Señorita Guarini, señor Wren. — Ay, que me muero con esto. — Interrumpió la mujer. El hombre estaba poniendo expresión de no estar enterándose muy bien de lo que estaba pasando. — Les ruego me concedan el honor de agasajarles con unas hamburguesas personalizadas. — Oh, qué amable, hijo. — Contestó el hombre, educado, mientras Nikki reía a carcajadas y se reclinaba en la silla. — Una no nació marquesa pero casi, así que me dejo servir encantada. — Y Marcus no necesitaba más, así que, muy altivo, se dispuso a preparar las hamburguesas.

Por supuesto, una vez hechas tenía que anunciarlas a bombo y platillo. — Para la señorita. — Le sirvió el plato con exagerada elegancia. — Por sus raíces italianas he decidido añadir un queso cremoso. Por ese toque divertido, cebolla crujiente. Y, por ser la gran belleza que es... — ¡Oy! ¿Te puedo adoptar? — Un leve toque de salsa picante. — ¡Uy, picantísima soy, cómo me has calado! — Lo peor que se le podía dar a Marcus era a una persona que le seguía el rollo absolutamente. Le entregó su plato a Christopher. — Señor Wren, esta es una de mis combinaciones favoritas. Una carne justo en su punto, con dos rodajas perfectas de tomate, lechuga por encima y el equilibrio perfecto entre kétchup, mayonesa y mostaza. ¡Todo un clásico! — Te ha llamado viejo. — Comentó Nikki como si tal cosa, mirando y masticando su hamburguesa, antes de decir. — ¡Hm! ¡Qué mezcla más buena! Me encanta, Marcus. Eres un genio de las hamburguesas. — ¡¡Eso lo ha heredado de mí!! — Bramó Jason, y Shannon le miró con el ceño fruncido. La mujer entreabrió los labios, pero Dan dijo. — No... Da igual... — Con resignación, haciendo que Marcus tuviera que aguantarse la risa. Ella se encogió de hombros y siguió comiendo, con cara de "pues también es verdad, qué necesidad hay de quitarle la ilusión y generar un conflicto". — ¡Es perfecta! ¿Cómo has sabido lo que me gustaba? — Dijo el señor Wren, ciertamente alucinado. Marcus hizo una caída de ojos. — Unas tienen un don para las plantas... otros para la comida. — Más "uuuuh" divertidos. — Oye, que igual ese tomate y esa lechuga los ha cultivado ella, no te columpies. — Aportó Frankie Junior, lo que sacó las risas de todos. Sophia, con una sonrisilla, se reclinó en su asiento con los brazos cruzados y dijo. — Pues a ver a qué juez imparcial elegís ahora para determinar al ganador. —

 

ALICE

Puso una sonrisa de superioridad cuando Marcus entró con todas las de la ley a su pique, y le sacó la lengua a Frankie. Pero notó una bandada entera de mariposas en el estómago, una que le resultaba muy familiar, cuando Marcus le dijo eso a Monica y Howard. Entornó la mirada hacia él y… Mierda. — Hermana, qué nerviosa te has puesto. — Claro, ya volvía a tener a su patito haciendo las dos cosas que mejor se le daba hacer: pegarse a ella y airear sus sentimientos con prontitud y sencillez. Monica se rio. — Definitivamente, quiero quedármelo y saber de qué va esto. — Dijo señalándoles. Alice frunció una sonrisa. — Antigua señorita Fender, ¿qué decía usted que hacía mejor que el cuadro de la Dama de las Violetas? — Howard se rio por lo bajini y se puso muy rojo, mientras que la mujer ponía una sonrisa de superioridad. — Porque está vuestra respetable familia delante, que si no… — No, no, señora Graves, aquí no tenemos nada de respetables. — Saltó Frankie, echando más leña al fuego. — Si me vuelves a llamar así, la famosa hamburguesa de Gal no la pruebo porque acaba en tu cara. Tengo prácticamente tu edad. — Bueno eso no es… — Empezó Howard, pero Monica le miró y reculó. — Del todo incorrecto, cariño, efectivamente. — Y de nuevo las risas incontrolables. Le parecía estar en un sueño.

Nikki estaba metida de lleno en el concurso, y Alice miró con cariño al pobre señor Wren que no parecía estar enterándose del todo del asunto. Ella, por su parte, se dedicó a hacer unas mezclas un poco rarunas, pero que confiaba en que saldrían bien, porque tenía que destacarse sobre las demás. Controló que Saoirse y Ada no estaban matándose, y vio que su hermano había controlado la situación a base de ser muy Hufflepuff y ahora estaban compartiendo una hamburguesa los tres.

Escuchó el discursito de su novio y entornó los ojos. — Menudo encantador de serpientes es… — Dejó caer, mientras veía relamerse a ambos agasajados. Y hacía como que estaba picada, pero lo que estaba era arrobada por su novio, porque estaba siendo él plenamente, con aquella labia, con sus concursos… El Marcus del que llevaba enamorada siete años, del que se sentía orgullosa y que había echado tanto de menos esos últimos meses. — No, no los he cultivado yo, listillo, pero sigue así y te vuelvo a poner a cavar parterres. — Le dejó caer a Frankie, mientras le llevaba las hamburguesas a los otros dos. — La de mi prefecto. — Dijo poniéndola frente a él. — Que es carne también al punto, pero con queso de cabra y miel, que sé que puede parecer muy raruno, pero es que mi prefecto siempre ha sido tradicional y dulce, pero cuando lo conoces en profundidad, te das cuenta de que lo suyo son las combinaciones que parecen raras pero que funcionan perfectamente. — Y le guiñó un ojo. Howard rio y la probó, abriendo mucho los ojos. — Pues no las tenía todas conmigo pero, efectivamente, es la combinación ganadora, Gal. — Ella puso una sonrisita de superioridad copiada de Marcus. — Te pasa siempre, Howard. Pero siempre tiene final feliz. — Dijo mirando a Monica y dejándole la hamburguesa delante. — Esta para ti, no-señora-Graves. — Uuuuhhhh ¿y qué lleva la mía? — Carne chamuscadita por fuera. — Ay, yo había apartado esas porque me he liado un poco antes… — Dijo Jason rascándose la nuca. — No, no, está bien, a mí me encanta así. — Replicó Monica. — Claro. Y le he puesto cebolla morada, que ya cocinada, se parece a como tenía el pelo esta señora cuando la conocí, y… jalapeños. — ¡Alice, pero eso pica muchísimo! — Dijo Maeve. — ¡Jojojo! Cómo sabe la criaja esta lo que me gusta. No se preocupe, señora Lacey, que si me empiezo a morir de picor, mi marido actúa. — ¿YOO? — Preguntó Howard en pánico, pero su mujer ya había mordido la hamburguesa, y continuaba con fruición. — No habla, pero yo diría que he triunfado. — Dijo, mirando con pique a Marcus.

Efectivamente, lo difícil era escoger un juez, y Rylance carraspeó. — Bueno, si vale la opinión de un humilde letrado, yo no creo que pueda haber una hamburguesa más rica que esta. — No, eso no se vale. — Declaró Frankie. — Bueno yo… diría que soy bastante imparcial. — Dijo tímidamente Dan. — Venga, y yo te ayudo. Todo el mundo aquí sabe que tengo un gusto exquisito. — Lo último que se esperaba era ver al médico y al broker de Wall Street entrando en la pantomima, pero ahí estaban, pasándose por los sitios y probando bocados de cada una. Se notaba que estaban todos demasiado contentos como para no entrar a todas y cada una de las tonterías que se les ocurrían. Aunque cuando llegaron a la de Monica ambos declinaron probarla, a lo que ella negó con la cabeza. — Aficionados… — Replicó ella, mientras seguía comiendo. Alice se acercó a su novio mientras esperaban el veredicto y dijo. — Sí que me gusta ganarte… — Como que iba a dejar aquello en el aire. — Pero también me gusta verte ganar. Te pones más guapo aún, si es que eso era posible. — Había echado tanto de menos eso… que ahora prácticamente sentía la felicidad correrle por las venas.

 

MARCUS

Mientras estaba muy solemnemente colocado junto a Nicole y Christopher, atendía mirando de soslayo la presentación de las hamburguesas de Alice... y trataba de disimular lo máximo posible que le hubiera encantado ser él quien le diera las hamburguesas a su prefecto y esposa, pero bueno. Lo de la cebolla morada le hizo reír entre dientes, y siguió atendiendo al discurso, con los ojos entornados y una sonrisilla inevitable. — Qué bonito es el amor, ¿no es cierto, Chris? — Dijo con tonito evidente Nicole, lo que le hizo aclararse la garganta y recomponerse. Más por perder la cara de tonto que debería tener, y la obnubilación, porque él defendía su amor a capa y espada. — Lo mío es amor profundo y real, Nicole. Es la mujer de mi vida. — A Marcus no hacía falta tirarle mucho de la lengua para que se viniera arriba. Los dos le miraron con ternura. — No nos cabía duda. Janet cruzó el charco por amor... y tú también. — Eso le hizo temblar la fachada y le emocionó, pero les devolvió una sonrisa agradecida.

Devolvió la mirada a su novia cuando le picó, y entrecerró los ojos, diciendo en voz alta. — Ya lo veremos... — Y solo gesticulando con los labios "princesa", para que quedara entre ellos. Esos meses parecían haber sido un paréntesis muy largo que se había cerrado, y por fin estaban en el punto donde se quedaron, donde siempre debieron estar. Estaba aún perdido en miraditas con Alice cuando Rylance se ofreció como juez. Se giró hacia él. — ¡No puede ser juez un participante! — Se irguió. — Y de serlo, creo que lo más conveniente, por su estatus, y su conocimiento sobre comida local al ser puramente americano, sería que el señor Christopher Wren... — BUUUUUU. — Le abucheó Monica, lo que hizo que la mirara con los ojos muy abiertos. La chica se cruzó de brazos. — Te creía más legal, mini Graves. — ¡La mejor es la nuestra! — Gritó Saoirse, con esa cara de diablilla que tenía siempre. — Seguro que sí. — Dijo Howard, entre risas y tan paternal como siempre. — Pero necesitamos completar el podio. — Y guiñó un ojo al resto.

La gran sorpresa vino por parte de Dan y George. Marcus sonrió con ilusión: pocas cosas que le gustaran más que ver a todo el mundo colaborando en su ficcioncita. Volvió a aclararse la garganta. — Dylan, por si aún no te los presenté: Daniel Parker, el médico de esta familia, una mente inteligente, otro Ravenclaw de corazón, Serpiente cornuda en este caso; y George Lacey, sin cuya inestimable ayuda nos hubiera sido mucho más difícil volver a tenerte con nosotros, un corazón de oro irlandés. — ¡Que dejes de comprar a la gente, tío! — Dijo Frankie entre risas, tirándole por los aires la estrategia, mientras Monica le miraba cruzada de brazos y negaba con la cabeza y la boca abierta. — ¡Ojo con el sibilino! No tenías tanta rama Slytherin cuando te conocí. — Bueno, siempre se le dio muy bien convencer. — Dijo Howard, riendo por lo bajo. Marcus frunció los labios y miró a Alice. — Estás poniendo a mis referentes infantiles en mi contra. Eso no está bonito. — Oooh. — Se enterneció Howard, pero Monica le dio en el brazo. — Déjate de "oooh", que nos sigue intentando manipular. —

Alzó la cabeza, sintiéndose ganador, cuando ambos hombres ni siquiera se pararon a probar la hamburguesa de Monica. Estaría más competitivo si no fuera porque su competidora directa era Alice, quien se acercó y ya fue a tirarle todas las defensas al suelo, como siempre. Se giró hacia ella con su sonrisita encantadora. — Ah ¿sí? — Chasqueó la lengua. — Tú es que estás preciosa siempre. Me pasa como con las hamburguesas... me cuesta elegir. — Se encogió de hombros. — No podría ser un juez imparcial. — ¡Tenemos un veredicto! — Clamó Dan, muy contento. Veía a George con una sonrisilla entre dientes. El primero se aclaró la garganta y fue a hablar, pero antes de hacerlo, interrumpió Jason. — ¿¿Le veis ahora?? ¡Cuando yo le conocí casi no le salía la voz del cuerpo! Y estaba todo el tiempo: "noooo Jason, no es necesario hacer espectáculos públicos". — Mejor no recordemos ciertos pasajes... — Murmuró Betty, aunque sonriente, provocando risitas a su alrededor. Dan suspiró. — Es cierto, antes hablaba menos. Supervivencia, lo llaman. E igualm... — ¡¡MUCHO MENOS!! Si además yo... — ¡Jason! Que no le dejas hablar. — Le paró Shannon, a lo que Dan señaló con obviedad, pero no podían dejar de reír con la escena.

— Como iba diciendo. — Retomó el médico, y luego miró a las dos niñas. — Quitando la de mis niñas, que está excepcionalmente deliciosa. — Dijo con obviedad, haciendo que Saoirse se inflara de orgullo y Ada diera aplausitos felices. — ¿Has oído, Dylan? Te hemos hecho la mejor. — Tanto George como yo coincidimos en que hay una clara ganadora. — Marcus, erguido y con las manos entrelazadas ante el regazo, se mojó los labios y miró de reojo a Alice, provocador, evidenciando con su fachada que estaba segurísimo de que iba a ganar él. — Y esa hamburguesa es... — ¡PRRRRRRRRRRRRRRRRRR! — Bramó Jason, a lo que añadió, casi indignado. — ¡¡Pero Georgie!! ¡Tienes que hacer redoble de tambores! — El hombre suspiró, con los ojos levemente entronados. Sacó la varita y, con un movimiento circular, sonó efectivamente un redoble de tambores muy elegante, que no convenció a Jason por la falta de espectacularidad. Cuando Dan hizo un gesto con la mano, detuvo el ruido y el primero anunció. — ¡La hamburguesa del señor Aaron McGrath! — ¡¡Toma!! — Celebró el chico, ciertamente ilusionado. Marcus había dejado caer la mandíbula. ¿¿Cómo que Aaron?? Ni había contado con esa posibilidad. Edward, mientras masticaba, se encogió de hombros con obviedad y, cuando pudo hablar, dijo. — Yo dije imparcialmente que era la mejor... — Nicole emitió un ruidito. — Bueno... no has probado la mía. — Desde su lugar, hizo un gesto con la mano de la hamburguesa. — ¿Quieres? — Edward, que estaba a medio camino de otro bocado, se había quedado cómicamente congelado en el sitio. Marcus chasqueó la lengua y le dijo a Alice. — La suerte de los Gryffindors... —   

 

ALICE

Se tuvo que reír con las loas de su novio, y cómo Monica le recalcaba la vena Slytherin. — Claro que eso es lo que le gusta a esta, precisamente… — Dijo señalándola con el pulgar, y Alice se puso muy roja, pero Nikki se rio con ganas. — Te han pillado, Alice, la verdad… Admítelo. — Y decidió reírse porque, ay, si ellas supieran… Se limitaría a aceptar los piropos de su novio y simplemente disfrutar del numerito, porque con Jason te tenías que reír.

Sonrió con dulzura por el elogio de Dan a la hamburguesa de sus niñas y esperó con ansia, como si se jugara algo, el veredicto. Se inclinó a la mesa y acompañó los tambores de Jason con las manos, a lo que Sophia entornó los ojos y negó, aunque con una sonrisa. — Pero no le des alas, Alice. — Y, cuando por fin lo dijeron, miró a Aaron abriendo mucho la boca y los ojos. — ¡No veas el talento oculto de McGrath! — Su primo se señaló a sí mismo y asintió. — A ver que yo también soy americano… — Miró al más mayor de la mesa y dijo. — Y llevo un mes y medio con Frankie aquí, aprendiendo del mejor. — Lo cual se acompañó de un “awwww” por parte de todos, y los ojos vidriosos del mencionado, que abría el grifo sin ningún problema. Ella se inclinó hacia Marcus y sonrió a sus palabras. — Eso es un Gryffindor, sí señor. — Señaló a Rylance. — Y eso un Ravenclaw, que sabía que tenía la mano ganadora pero no hizo nada, sabiendo que acabaría cayendo por su propio peso. — Alzó una ceja viendo la escena con Nikki y se rio por lo bajo, antes de susurrar. — Y eso es una Gryffindor demasiado arrolladora para un Ravenclaw que siempre lleva una corbata de emergencia… — Ladeó la cabeza. — Aunque… ¿quién hubiera dicho que la miel pegaba en la hamburguesa? Y mira… — Y entre risas, se sentaron de nuevo en sus sitios.

— ¡Oy! Mira los dos tortolitos. — Dijo Betty, viéndoles tan mimosos. — Bueno, es que ellos suelen ser así siempre. No sé qué habréis visto, pero suelen estar pegados como los erizos a las rocas. — Dijo Dylan, y ella le dio un empujoncito. — Mi primo tan sincero como siempre. Sí, no estáis acostumbrados a los edulcorados Marcus y Alice. — Ella les miró con cara de ofensa. — Pero bueno… — Y lo que les costó, vaya… — Siguió Dylan. Sandy se inclinó hacia él. — ¿De verdad, cariño? Esa historia no la sé yo. — Su hermano se volvió entusiasmado. — ¿Puedo contarlo, hermana? — Alice resopló. — A ver qué cuentas tú. — Cómo tú suspirabas todo el rato por el colega, y no callabas y ya mamá no sabía cómo decirte que no fueras tan pesada, y cómo el colega siempre iba detrás de ti en plan “Alice, pero no te metas en líos”, y cada vez que le vacilaban, decía así con una voz muy chillona: “PERO SI ES MI AMIGA”. — Maeve se inclinó hacia la mesa y se apoyó en la mano. — Uy uy uy, yo quiero más. — ¡Sí! Pues espera que os cuente cuando se pelearon y Hogwarts no era lo suficientemente grande para los dos… Y ellos en plan “cuando crezcas lo entenderás, Dylan, no es tan fácil”. Y yo como “pues ya lo entiendo, no soy tonto, los tontos sois vosotros, en todo caso”. — ¿Y cómo se declaró al final? — Intervino Frankie Junior. — YO ME DECLARÉ PONIENDO UN MONTÓN DE LIBROS EN… — Jason… — Advirtió su mujer. — Perdón, perdón. — Pues… ¿Sabéis lo que es la Sala de los Menesteres? — Empezó ella. — Uy… — Maeve y Frankie, que eran los únicos de Hogwarts, se rieron por lo bajo. Alice aclaró. — Es una sala que se convierte en lo que necesites. — ¿Cómo lo que necesites? — Preguntó Betty abriendo mucho los ojos. — ¿Puedes pedir lo que sea? — ¿Y cuáles son los límites? — Preguntaron respectivamente Junior y Sophia, dejando clara la personalidad y la casa de cada uno. Alice rio. — Pues… no los tengo muy claros. El caso es que Marcus pensó en todos los lugares donde debió decirme que me quería, y aparecieron como en una casa circular… y me lo pidió allí. — ¡Oy por Dios! — Dijo Sandy con un gritito. — Mira que me han pedido hasta matrimonio, pero nunca nada tan bonito. — ¿Te han pedido matrimonio, hija? — Preguntó Maeve. — Dos veces ya, abu, pero es que… Bueno, ya sabes, hombres… Se rechaza y ya está. Nunca sabes cómo puede acabar una buena fiesta. — Sin una de esas nos hemos quedado. — Señaló, por sorpresa, Aaron. — Bueno, yo, quiero decir, aquí los tortolitos se fueron una noche de farra a Nueva York. — Alice ladeó un poco la sonrisa. — Bueno, no te creas que desfasamos muchísimo. — No de fiesta al menos, si en la fiesta no duramos casi, pensó para sí. — No sé yo si repetiría... — Lo de la discoteca, dijo para sus adentros, mirando a Marcus de reojo con cierta picardía. Ay, qué meses más malos.

 

MARCUS

Rio con los muy acertados comentarios de Alice y se sentó de nuevo. — Yo estoy segura de que la tuya era la mejor. — Le dijo Sandy, haciendo luego una floritura con la mano. — A mí también me pega el toque picante... — Sin embargo, los comentarios de Betty y esa manera tan directa de delatarle de Dylan le hicieron centrar la atención en esa conversación. Se mojó lentamente los labios y entrelazó las manos, mirando al niño. — Colega... — Dijo con un cómico tono de advertencia, a lo que el niño se encogió de hombros con cara de angelito. Alzó las manos para defenderse. — Eh, que yo siempre soy romántico con mi novia, ¿cómo voy a estar al lado de ella sin serlo? ¿La habéis visto? — Bajó las manos. — Lo que pasa es que estos días he estado muy concentrado... — Nada, nadie le estaba haciendo caso. El foco de atención era Dylan.

A la pregunta de si podía contarlo, pensó que Alice diría claramente "no", pero le dejó hacerlo, y Marcus la miró con los ojos muy abiertos y expresión de obviedad. Ah, genial, a ver cómo y qué contaba, les iba a dejar totalmente en evidencia. Bueno, ni que él no tuviera práctica en defenderse de acusaciones retorcidas contra su persona. — No discuto la primera parte de la historia, pero debo precisar que yo nunca he tenido esa voz. — El tío Frankie soltó una carcajada. — Hijo, todos hemos tenido alguna vez esa voz. Además, parece que estoy escuchando a mi sobrino Arnold. — Marcus se puso bien puesto. — Muy orgulloso de parecerme muchísimo, en la mayoría de las cosas, a mi padre. Sin embargo, mi madre me dotó de una elegancia en la comunicación... — ¡Hablaba totalmente así! — Bramó Jason, entre risas. — ¡No me acordaba! — ¡Eh! No te metas con el primo Arnie, que hablaba superbién. — Jason hizo una pedorreta. — Tú es que estabas coladita por él. — Se oyeron varias exclamaciones aspirabas en lo que Shannon se esforzaba en desmentir, pero por desgracia para él el tema no se desvió tanto como pudiera parecer.

Rodó los ojos. — Estás demostrando que claramente no lo entiendes. — Dijo, incisivo y mirándole, pero nada frenaba al niño de seguir, ni a su familia de preguntar. Al menos la parte de la declaración iba a narrarla Alice y eso seguro que jugaba en su favor. Cuando lo narró, apretó la mano de su novia, sonriendo. Iba a soltar una de las suyas cuando su prima dijo algo que provocó que la mirara inmediatamente. — ¿Cómo que matrimonio? — Espera, ¿en plan oficial? A ver, él le había dicho a Alice que quería casarse con ella, quizás se refería a eso... Pero Sandy, hasta donde él sabía, no tenía novio... Se le rompería el corazón si él, diciéndole y creyendo firmemente que quería casarse con Alice, ella le dejara, cuanto menos si ya le había hecho una pedida formal. Pero algo le decía que lo de su prima no iba por ahí... O que los chicos que se le habían declarado no tenían sus ideas y sentimientos tan férreos como él... O quizás ella estaba siendo cruel. Quería pensar que no sería eso último.

Parpadeó. Eso de "se rechaza y ya está", desde luego, no ayudaba a su teoría. Al menos Aaron recondujo el tema, si bien él aún se estaba recuperando de semejantes declaraciones. — ¡Eh! — Se defendió. — Necesitábamos que nos diera un poco el aire. Han sido unos meses muy duros. — A mí me parece genial, colega. Ya que estabais aquí... — Dijo Dylan, comiendo hamburguesa tan tranquilo, como si no hubiera sido él el que se hubiera pasado meses bajo la tutela de unos desconocidos hostiles. Eso sí, Marcus tenía que trabajarse seriamente lo de disimular en situaciones cotidianas, porque cuando Alice dijo que "no desfasaron muchísimo", la miró con una ceja arqueada. Se dio cuenta al momento de lo delator de su expresión, pero no le dio tiempo a volver a la comida sin ser pillado. — Uuuh la cara que ha puesto ese. — Se hizo el ignorante, mirando a Frankie como si se hubiera perdido en de qué hablaban, mientras se refugiaba en masticar la carne de la alita que acababa de tomar como excusa. Pero por supuesto su novia, como su hermano, con esa bendita genética que tenían, no se podía callar, y tuvo que añadir ese último comentario con miradita incluida que a él le pilló comiendo, y tuvo que agachar mucho la cabeza porque se le iba a notar MUCHO como devolviera esa mirada. Que solo de acordarse... Vaya escalofríos por el cuerpo. Y eso que no se sentía especialmente orgulloso de ciertos procedimientos.

— No se hable más. — Dictaminó Sandy, moviendo el tenedor de la ensalada en una floritura. — Conozco lugares superexclusivos. — No necesitamos gastarnos cien dólares en una copa. — Dijo Sophia, irónica. Sandy ni la miró, respondió con una caída de ojos. — Qué poco sales. — Volvió a mirar a Marcus y Alice. — No os preocupéis, exclusivo no siempre es sinónimo de caro. Además, tengo muchísimos contactos. A mí me conocen. — Dijo eso último con una sonrisita y la cabeza ladeada. — Y, perdona, ¿tres británicos? Os van a abrir todas las puertas que queráis. — Em, yo soy americano. — Puntualizó Aaron, alzando el tenedor. Luego rodó los ojos. — Para mi desgracia. Estoy buscando a qué nacionalidad adherirme lo antes posible... — Ya sé que eres americano, no me refería a ti, querido. — Miró a Dylan con una sonrisa y añadió. — Me refería a mi primito rubio y adorable. — Dylan sonrió ampliamente, pero el que tuvo que puntualizar fue Marcus. — Pero Dylan es menor. — Sandy volvió a hacer un gesto con la mano, esta vez para restar importancia a sus palabras. — Eso no es problema en los lugares a los que quiero llevaros. —

 

ALICE

Le dio la risa fuerte cuando empezaron a compararlo con Arnold, y ella tuvo que intervenir, por supuesto. — Y ahora se parece más a Emma, pero de pequeños, ambos nos parecíamos más a nuestros padres. Así que ahora imaginadme a mí con la energía de un Gallia, subiéndome a cada árbol que pillaba, entrando en cada puerta abierta y al amor de mi vida pidiéndome por favor que fuera más tranquilita, que me limitara a la normativa legal vigente. — Le miró y puso una sonrisa que estaba segura que desde fuera se veía absurda.

Asintió a lo de que necesitaban salir, y su hermano a lo suyo. — Aprobando una buena fiesta, como buen Hufflepuff que es. — Señaló ella. Dylan se encogió los hombros. — La prefecta Lewyn dice que hay que dejar expresarse al cuerpo como se expresa el alma y que ese es el lenguaje del amor. Puede ser amor a tus padres, a tu familia, a tu pareja o parejas o a un sitio. Si tú querías hablar el lenguaje del amor con Marcus, la prefecta Lewyn estaría muy de acuerdo, y yo como Hufflepuff, también. — Alice se llevó las manos a la cara tras el estallido de risas de la familia. — Es que Olympia le enseñó unas cositas… — Frankie pasó la mano y le dio en el hombro. — Di que sí, tío. Ojalá haber tenido yo una prefecta Lewyn a tu edad. — Le habrías hablado el lenguaje del amor, conociéndote. — Dijo Sophia con desprecio. — Rectifico, Dylan, ojalá mi hermana hubiera tenido una prefecta Lewyn, que es que la pobre ni tocó el tema del lenguaje del amor. — No voy a comentar aquí lo que ninguno hemos tocado ni la calidad al hacerlo. — BOOOOOOOF. — Saltó Monica, levantando los brazos, y terminando con una sonrisa, lo cual le hizo llevarse una mirada de Howard. — ¿Qué, cari? Son ellos, yo solo soy una mera espectadora que participa activamente en la escucha. — Y volvió a reírse. Nunca se hubiera imaginado que aquella mezcla fuera a salir tan bien y entretenida.

Alice odiaba ser aguafiestas, pero el plan de Sandy no le estaba convenciendo para nada. Porque sí, Sophia era un poquito ajena a las fiestas, pero por cómo lo estaba planteando la chica, no terminaba de verlo. Ella pasó la mano por la espalda de su hermano y dijo. — Yo no quiero dejar a Dylan la primera noche que estamos juntos por fin. — Pero Sandy hizo una especificación sobre Dylan que no dejaba lugar a dudas. Ella iba a declinar amablemente, (además, ¿que tendría que ver que fueran británicos?) cuando su hermano la miró. — Hermana, ¿qué acabo de decir? Yo quiero expresar mi amor por todos vosotros, y por papá y mamá en la ciudad en la que se conocieron. ¿Y qué mejor que una fiesta donde conocen a Sandy y somos exclusivos por ser británicos? — Alice le miró parpadeando, incrédula. — Pero ¿qué han hecho con mi niño? ¿Cuándo te han cambiado? — Yo siempre he sido así, hermana, no sé de qué me hablas. — Se giró a mirar a Marcus y dijo. — Es como mi padre. Un peligro andante, míralo. — Negó con la cabeza y titubeó un poco. — A… A ver, Dylan… Me acaban de dar tu tutela y ha costado media vida. — Rio incrédula. — No voy a meter la pata sacándote de fiesta a donde no puedes estar… — Ay, Alice. — Dijo Nikki, chasqueando la lengua. — Por Dios, si la prima de Marcus está acostumbrada a sitios exclusivos os puede conseguir un reservado, ¿a que sí, tesoro? — ¡Vamos que yo también puedo! — Saltó Frankie. — Que a mí los jugadores de quidditch me conocen, y los proveedores, y vamos que no hay nada que con un buen Confundus a un portero nomaj no… — Alice puso cara de ofensa. — ¡Vamos! Lo que me faltaba, magia sobre muggles. — Nikki hizo un gesto en el aire. — Venga, mujer, haz caso al pelirrojo. El chico se lo ha merecido, que lo vais a meter al colegio otra vez del tirón. Y vosotros también. — Bebió de su vaso y alzó una ceja, antes de mirar a Rylance. — Y el abogado, claro. — El mencionado se atragantó, pero ella se giró a su novio en busca de cordura, como diciendo di una de esas legalidades tuyas, pero muy bien dichas, que convencen a todo el mundo, por Merlín.

 

MARCUS

La cara de padre asustado que tenía Marcus mirando y escuchando a Dylan hablar sobre las declaraciones de su prefecta debía ser muy graciosa desde fuera, porque oía a varias personas reírse, pero a él no le hacía gracia ninguna. Esta Oly... Se había pasado toda su andadura en Hogwarts diciendo que un día de estos le iba a matar, y todavía no lo descartaba. Entre risas, oyó a su primo Frankie decir. — Lo del lenguaje del amor suena totalmente a... — Pero la frase quedó oculta tras un fuerte carraspeo de Betty, que señalaba con ojos de advertencia y, por si aún no había quedado claro, los movía en dirección a las dos niñas. Ada estaba muy feliz comiendo, pero Saoirse no perdía apunte de lo que hablaban los mayores, y solo Merlín sabía las conclusiones que estaría sacando.

Pero nada, seguían con el temita del lenguaje del amor, así que Marcus se aclaró la garganta e hizo como que la cosa no iba con él, desmenuzando una patata y dirigiéndose al pequeño Arnie, frente a él, en brazos de su abuela. — ¿He visto a un pequeño irlandés que no ha probado las patatas todavía? Pues eso no puede ser. — Y el niño recibió su trocito de comida con la boca abierta como un gorrión en un nido, y a Marcus le vino de lujo para desvincularse de la conversación incómoda... o eso creía él. — Quien calla otorga, querido. — Le dijo Nikki, escondiendo una sonrisilla tras el vaso. Se hizo el despistado con la mirada, pero por dentro estaba pensando que, de estar comiéndose la patata él, se habría atragantado. La mujer soltó una risilla de labios cerrados y cambió la mirada de sitio, con la seguridad de quien ha desmontado la estrategia del listo.

Estaba valorando mentalmente, y estaba seguro de que su novia también, si era buena idea lo de la fiesta: por un lado, le encantaría salir con sus primos, divertirse y aprovechar que estaban en otra ciudad antes de volver a casa; por otro, estaban agotados, Nueva York le tenía harto y, por supuesto, ni iban a dejar a Dylan solo en casa la primera noche, ni iban a cometer una ilegalidad con él. Por algún motivo, en lo que pensaba, volvieron al tema de la expresión del amor, lo que le hizo soltar aire por la nariz y rodar los ojos muy disimuladamente, lo justo para desfogarlo pero que no le pillaran. — Un peligro es lo que eres tú. — Dijo, y tan pronto le llegó al cerebro su propia voz y frase se dio cuenta de que había sonado peligrosamente parecido a su padre. Se aclaró la garganta. Sé un niño normal por una vez, Marcus. Ah, esa sí que era la voz de su padre en su cabeza.

Pero Alice había pensado como él, y su comentario le hizo reír levemente, negando. Luego miró a Dylan. — Te estás aprovechando del cariño que siento no solo por tu persona sino por toda tu estirpe. — Dylan rio como un diablillo. — A ver... — Expuso él, porque estaba cien por cien de acuerdo con Alice, pero... es que también le apetecía... pues eso, lo que decía su padre, que fueran unos jóvenes normales saliendo con sus primos de fiesta, aunque fuera por un día. Se lo habían ganado ¿no? — ¿Dónde sería? ¿Y cuáles son las condiciones? — ¿Eso es lo mejor que sabes ser "un joven normal"? — Preguntó Aaron burlón, y ante lo descontextualizado que había sonado para todos excepto para Marcus, que ahora le miraba con ojos delatores, se encogió como una tortuga. — ¡Perdón! Es que piensas a gritos. — Otro como Lex... — Masculló quejoso. No, si encima era culpa suya.

La que retomó el testigo fue Nikki. La cara de alerta extrema que puso Marcus cuando Frankie sugirió hacer un Confundus a un muggle hizo reír hasta a Sophia. — A ver, un Confundus igual no, pero una poción envejecedora... — Eso a la larga daña los órganos. — Comentó Dan como si tal cosa, mientras cortaba un trozo de filete y se lo llevaba a la boca. Sophia chasqueó la lengua. — Esta es solo temporal, y no le volveríamos viejo. Solo... — Hizo un gestito, como si dibujara en el aire, en dirección a la cara de Dylan. — Un poquito de barba. Así nos imaginamos cómo va a ser de mayor. — ¿¿PUEDO HERMANA PUEDO?? — Estaba ya gritando Dylan. Saoirse, que efectivamente estaba pendiente de todo, se envaró en el asiento y miró a sus padres. — ¿Y yo, papá? ¿Puedo yo? — ¿Tú quieres barba? — Comentó Dan, muy tranquilo y con una sonrisa divertida. — Quiero parecer más mayor y salir de fiesta. — Aseguró la otra con voz chillona, pero la conversación estaba tan centrada en ellos y Dylan que no recibió respuesta.

Frankie dio una palmada. — ¡Pues listo! Reservado de niña pija, Confundus flojito... — No vamos a confundir a unos muggles. — ...Pocioncita crecebarba para el niño, y si algo va mal, llevamos abogado. — Yo… — Empezó Rylance, pero aún intentaba recuperarse del atragantamiento, por lo que se tuvo que aclarar fuertemente la garganta, mientras se pasaba la servilleta por los labios y se aflojaba la corbata, antes de poder responder. — Estoy un poco cansado. Agradezco que hayáis sido tan amables de considerarme, pero... — ¡Ay, es que no puedo con el acento, me encanta! — Dijo entusiasmada Sandy, señalándole después. — ¡Cuatro británicos! Esto está hecho. — Seis. — Aportó Monica. Howard la miró, y ella devolvió una mirada de obviedad. — ¿De verdad nos lo vamos a perder? Yo paso de quedarme en la casa mientras todos salen de fiesta. — Cariño... — Dijo el otro. — Igual es un evento más familiar... — ¡Invitados! — Adjudicó Frankie, y luego miró a Sandy. — A ver, seis británicos llevamos. — De verdad que... — Siguió Rylance, pero los otros estaban tan a lo suyo que ni le atendían. — ¿Qué puedes conseguir con eso? — Muchas cosas. — Afirmó Sandy, a quien le había salido una vuelapluma y una libretita del bolso y consultaba su móvil mientras tanto. — Tendría que hacer algunas llamadas, pero para esta noche no habrá problema. — Yo lo puedo conseguir sin llamadas. — Dijo el otro, chulito. Sandy solo alzó los ojos del teléfono, y tras una leve pausa, simplemente dijo. — Ahá. — Con tono de aburrimiento, volviendo la vista abajo. Nikki terminó su bebida y dijo. — Bien. Que los niños hagan su plan inicial, y para los mayores que quieran quedarse... — Se reclinó en su asiento, mientras ella también miraba una libretita en sus manos. — Ya me encargo yo. —

 

ALICE

Enarcó una ceja cuando oyó Marcus. ¿Perdona? ¿Desde cuándo su novio se pensaba si apoyar o no una locura semejante? Aaron le dio la respuesta, y es que Marcus claramente estaba planteándose que eran jóvenes, estaban entre jóvenes, tenían la posibilidad, y quién sabía cuándo iban a volver a juntarse… Suspiró. Su hermano había pasado por Merlín sabía qué cosas, que ya tendrían que hablar y abordar… ¿De verdad era un crimen llevarlo de fiesta? Lo de la poción le parecía una estupidez, pero su hermano estaba TAN entusiasmado, que simplemente supo suspirar. — ¡Eso es que sí! ¡ESO ES QUE SÍ, CHICAS! — No sabía nada Dylan, ya tenía a Sandy y Sophia pendientes de él. — Nos ha quedado claro el lugar que tenemos los demás. — Dijo Aaron con una risa. Alice volvió a suspirar y negó con la cabeza, mirando a Marcus. En el fondo a todos les iba a venir bien, desde luego.

Se le escapó una carcajada con la intervención de Monica, y tuvo que resistirse mucho a reírse abiertamente ante la reacción de Rylance, que estaba más apurado que en toda su vida. — Edward, por Dios, no me dejes tirada ahora, que como no vengas tú acabamos en la cárcel. — Le dijo, afectando mucho el tono. El hombre se pasó las manos por el rostro. — Señorita Gallia, yo se lo digo de verdad… — Bueno, que hemos vuelto al “señorita Gallia”, esto empieza a parecer grave. — Dijo ella con recochineo, y por fin Edward entendió la broma y puso una sonrisilla. — Bueno, si las señoras insisten tanto, yo soy un caballero de Ravenclaw y no puedo hacerles un feo. — Ya nos hemos dado cuenta. — Dijo Nikki con ese tono que ponía y que levantaría a un muerto de una tumba. — Y aquí somos señoritas todas menos aquella. — Dijo señalando a Monica. — Sí, sí, claro… — Rectificó Edward apurado. — Hijo, te ha cazado, no te resistas. — Dijo Wren, con ternura. — Déjalas tomar el mando, yo lo hice hace mucho y vivo mucho más tranquilo. — Alice le miró con cariño. Le daba mucha ternurita el señor Wren, había sido un hombre muy importante y poderoso, pero se le veía tan retirado, tan consumido por un corazón de oro…

Se apoyó con los brazos en la mesa y miró a los demás. — Bueno, bueno, vamos a ver… — Puso tono de madre, y ella misma se estaba dando cuenta. — Aquí quiero compromisos. — Mira, mira, la chica también puede ser Mini Graves. Debiste haberte casado con ella, cariñín. — Dijo Monica con una sonrisa maliciosa, y Alice le sacó la lengua. — Primero, que la poción la haga Betty, no me fío de nadie más. — La mujer asintió, como buena Serpiente Cornuda orgullosa, y levantó el vaso. — Eso está hecho. — Luego quiero confirmación de que iremos a reservados de verdad, que nadie más vea la temeridad que estamos cometiendo. — Eso es tan serpientilla… — Dijo Jason. — Al final pecan como todos, pero quieren hacernos creer que son más buenos. — Betty le dio en el hombro y le empujó. — Tendrás tú mucha queja… — No, amor mío, jamás, si volviera a nacer me casaría mil veces contigo. — Joe, papá, si es que así no… — Se quejó Frankie. — Bueno, no me lieis. Lo otro que quiero es el firme compromiso de que este jovencito no va a probar el alcohol… — Hecho. — Concedió Howard que, como su propia mujer afirmaba, es que no había dejado nunca de ser prefecto. — De que si digo que nos vamos, es que nos vamos… — Bueno, prima, el bis siempre se pide. — Dijo Aaron, claramente muy venido arriba. — Nos vamos Dylan y yo. Los demás podéis hacer lo que queráis. — Apuntó. Pero en verdad ya la tenían ganada. Sonrió y se dejó caer en la silla. — Y, por último, que me digáis cómo se va vestida a un reservado, para ir bien arreglada porque, para mi suerte o mi desgracia, ya me habéis vendido el plan. —

 

MARCUS

No le hacía ninguna gracia cuando él estaba agobiado y los demás se reían... pero ahora que veía desde fuera el agobio de Rylance, sí que era gracioso. Aunque, por respeto, se guardaba la risa detrás de la mano. El pobre abogado no se imaginó, cuando empezó ese caso, que acabaría en una fiesta casi adolescente en Nueva York. Eso sí, cuando aceptó la invitación "como un buen caballero de Ravenclaw", tanto Howard como Marcus saltaron con una exclamación y empezaron a aplaudir. Monica soltó una pedorreta. — Mira qué dos falsos, el de "es una reunión familiar" y el "quiero ser un joven normal por un día". — Si la misión se acepta con la educación y principios de un buen caballero Ravenclaw, no podemos sino ratificarla y aplaudir. — Dijo Marcus, orgulloso, a lo que Howard le señaló con una mano, mirando a su mujer. — ¿Ves? Le enseñé bien. — Mucha tontería le enseñaste... — Respondió Monica entre dientes, pero con una sonrisilla cariñosa hacia su marido.

Por supuesto que Alice, al igual que él, tenía ganas de salir y divertirse pero no de cometer ninguna irresponsabilidad. Eso sí, no iba a dejar pasar la oportunidad de picarla un poquito, por lo que puso una sonrisilla de lado y le susurró. — La edad te está volviendo sensata, Gallia. — En tono cómico, para destensar el ambiente: habían recuperado a Dylan, sí, pero todo el susto que traían de los últimos meses no se había pasado de forma milagrosa. Miró a Jason con la barbilla alzada, sin perder dicha sonrisita, y comentó. — Se llama "emoción controlada", primo Jason. — Buuuuuuu. — Le abucheó Frankie Junior, y su padre asintió con orgullo, como quien piensa "ese es mi chico". Pero Jason, por mucho que quisiera corroborar los abucheos de su hijo, en el fondo era todo un romántico, y Betty y él hacían una pareja adorable y, cuanto menos, curiosa.

Marcus iba asintiendo a las lógicas propuestas de Alice, aunque cuando dijo "nos vamos Dylan y yo" la miró súbitamente. — ¡Eh! — Dijo con ofensa infantil, llevándose después una mano al pecho. — ¿Me abandonas? — A los demás les estaba haciendo mucha gracia la escena. Pero Alice estaba tan a tope con el plan (porque la conocía lo suficiente como para saber que estaba deseando aquello, probablemente, más que él), que continuó con sus peticiones, y a la siguiente notó cómo Sandy daba un saltito automático de su silla. — ¡De eso me encargo yo! — Se giró a George, móvil en mano y con la vuelapluma copiando sus movimientos. — Papi, me aparezco un segundo en casa de mamá y vuelvo. — ¿Vas ahora a casa de tu madre? — Preguntó el otro, con un leve toque precavido en la voz al que Sandy no le dio ninguna importancia. — Seguramente no esté. — Se giró hacia Alice. — ¿Color? — Marcus sonrió y, mirando a su novia, dijo en tono cariñoso. — A ella le quedan bien todos los colores. — Sandy se llevó una mano al pecho y dijo muy artificialmente. — Aaaww. — Y, acto seguido, recondujo. — Pero, en serio, necesito un color. — Vale, su arrebato romántico no respondía a su pregunta. Marcus y Alice se miraron: obviamente, el color de preferencia siempre iba a ser el azul. La vuelapluma de Sandy tomó nota y ella respondió con normalidad. — Bien. Te traeré algo eléctrico. — Marcus miró a su prima con el ceño fruncido. — ¿Eso no es lo que usan los muggles que da calambres? — Sandy le miró con la sonrisa con la que se mira a un niño pequeño, se inclinó hacia él y le dejó una caricia en la cara. — Qué mono eres. — Se separó. — ¡Ahora vuelvo! — Ya, pero no había contestado a su pregunta...

— Eh, Alice. — Llamó Sophia, con una sonrisa maliciosa asomando. — ¿Te gusta el estilo "quiero ser una estilosa pija neoyorkina"? — ¡Sophia! — Riñó Betty. Oyeron a George suspirar, bebida en mano. — Si lo trae de casa de su madre, ese será... — Hijo... — Advirtió Frankie, y luego, en un alarde Huffie, miró a Alice y le dijo. — Mi nieta es preciosa y tú también, y le gusta mucho la moda. Cualquier cosa que te traiga va a quedarte como si la hubieras llevado toda la vida. — Dylan dio su último bocado a la hamburguesa y se inclinó hacia él para preguntarle. — Cuñado, ¿qué hora es ahora en Inglaterra? — Eso le hizo caer en algo que, con la barbacoa y los planes de fiesta, había olvidado por completo. Miró a Alice con los ojos muy abiertos. — ¡Alice! No hemos llamado a casa. — Su madre le iba a matar. Esperaba que no llevaran mucho esperando.

— Yo también querría ponerme otro modelito. — Y nosotros. — Respondió rápidamente Monica a las palabras de Nikki, tirando de Howard para levantarle, tanto que el chico casi lanza por los aires el perrito que se estaba terminando. Jason puso cara de pena, mirándoles a todos. — Pero aún queda carne. — El señor Wren le miró. — A mí no me importaría comerme otra chuletita. — ¡¡Marchando la mejor para usted, señor mío!! — El hombre rio y, con un puntito malicioso, dijo. — Ahora que nadie puede regañarme por pasarme con el colesterol... — Eso hizo reír sobre todo a los mayores. — ¿Qué os parece esto? — Propuso Sophia. — Mientras Alice, Marcus y Dylan llaman a casa y esperan a que vuelva Sandy con el modelito para Alice. — A lo mejor te trae otro a ti. — Más vale que no. Nosotros, los que también vayamos a salir... — Siguió, cortando rápidamente el comentario bienintencionado de su tía Shannon. — ...Podemos llegarnos a casa, cambiarnos y volver. Nos vemos aquí mismo en el jardín. — Vio cómo Dan se acercaba a su mujer y le susurraba. — ¿Ves eso? Es el momento en el que pasamos a ser del grupo de los viejos. — Shannon se tapó una risita detrás de la mano. — Yo pensaba ir así mismo. — Afirmó Frankie, con esa superioridad de carisma Gryffindor que tenía siempre. Sophie le miró con una ceja arqueada. — ¿Quieres que tu prima te mate? — Hermana, yo estoy guapo siempre. — Marcus rio, pero la que interrumpió, más indignada, fue Saoirse. — Papi, yo también quiero ir. — Uh, ahí se iba a generar una discusión en breves. Miró a Alice y a Dylan y dijo. — ¿Llamamos a casa? —

 

ALICE

Se tiró un poco del vestido hacia abajo, pero era inútil. Se movió un poco, como comprobando la operabilidad del mismo, mirándose insistentemente en el espejo de la habitación de Maeve y Frankie, que era de cuerpo entero. — A ver, ¿qué es lo que no te gusta? — Preguntó Sandy, examinándola con el ceño fruncido. — Pues… Es que nunca me había puesto un vestido tan… pegado. — Aquella tela era como elástica, y se agarraba a su cuerpo como una segunda piel. — Yo me he puesto muchos vestidos cortos, pero siempre… — Hizo un gesto con los brazos alrededor. — Flotaban un poco más, ¿sabes? — Sandy suspiró, como si hablara con una niña pequeña. — ¿Para qué quieres que flote? Vamos de fiesta, se te tiene que pegar bien, definir tu cuerpo. — Si los otros también definen. — Se defendió. Luego miró su escote y se lo recolocó. — Y esto está un poco… — ¿A la vista? — Justo. — Perfecto. — ¿Cómo que perfecto? — Sandy le puso las manos sobre los hombros y le recolocó el pelo que ella misma le había alisado con un hechizo y que Alice no estaba nada acostumbrada a verse. — Tesoro, estabas en la miseria, te tienes que sentir una diosa, porque vamos de fiesta, y tienes que triunfar. — Pero si duermo con mi novio en pijama de buhitos, yo triunfo igualmente. — Sandy chasqueó la lengua y negó con la cabeza. — Yo sé a lo que me refiero. Créeme, falta os hace. A ver ese hechizo acolchador que te has hecho en los zapatos, que lo quiero probar. — Y ella se lo echó en los zapatos de purpurina que la chica llevaba. Como para perderla. —¡Me encanta! ¡Ay, que ya estamos listas! Qué ilusión. Voy a terminar de hacer llamadas, estoy en el jardín. —

En la habitación de Shannon oía aún el parloteo incesante de Dylan con las familias, que le habían echado tanto de menos y les ilusionaba tanto verle hablar, que ahí le tenían, dándole cuerda. Ella había estado un poco en segundo plano, y sabía que Dylan quería especialmente hablar con su padre y memé, pero ella, precisamente, con esos dos no quería nada, así que estuvo un poco al principio, contestando un par de preguntas y luego se excusó y dejó el protagonismo a quien debía tenerlo, que era su hermano. Ahora no le apetecía volver a entrar, que la vieran vestida de fiesta (y de qué fiesta, por Merlín) y contestar demasiadas preguntas, así que se asomó con la cabeza por la puerta y dijo. — Patito, tenemos que ir cortando, además en Inglaterra debe ser tardísimo. — ¡Nos da igual! — Aseguró la tata de lejos, pero ella mantuvo su suave sonrisa. — Te esperamos abajo ¿vale? — Sí, hermana, ahora mismo voy. —

Bajó a la cocina y se ganó las miradas como agujas directas de todos los que estaban allí. Ella se miró, insegura. — ¿Demasiado? ¿Subo y me cambio? Si es que sabía yo… — No, no, no. — Saltaron las tres mujeres, aunque Frankie y Jason simplemente estaban callados y haciéndose los locos. — Estás preciosa. — Y Sandy va así todo el tiempo. — Señaló Shannon. Ella suspiró y señaló un caldero. — ¿La poción de Dylan? — Betty sonrió mientras la seguía removiendo. — La misma. Es suavecita, para que no se pase con el envejecimiento y no sea un cantazo. — Bueno, para los nomajs no lo iba a ser con toda probabilidad, y tu hijo está muy dispuesto a hechizarles… — Señaló Maeve. — ¿Y Dan? — Preguntó ella. Shannon se cruzó de brazos y suspiró. — Dialogando con nuestra demasiado espabilada hija, que insiste en que quiere ir de fiesta. — Justo oyeron los pasitos acelerados de Dylan llegar a la cocina. — ¡Ya estoy! ¿Esa es mi poción? — Efectivamente, caballero. Ahora hay que tratarle de usted, que va a ser un adulto por unas horas. — Dijo Betty con una sonrisa, tendiéndole el vaso con la poción de un dorado fuerte y aspecto espeso. — Mientras no me llamen patito… — Tú vas a ser patito hasta de viejo. — Le respondió ella dándole en la nariz. — ¿Voy? — Preguntó con el vaso en la mano. — ¡Venga, machote! A ver en qué chico tan guapo te conviertes. —

Justo cuando Dylan se estaba bebiendo el vaso, oyó a Marcus bajar las escaleras y ella se acercó al pie, insegura de la reacción. Abrió un poco los brazos y se señaló. — ¿Bien? — Escrutó la mirada de su novio y se mordió el labio. — ¿Me cambio? Seme sincero, de verdad… — Se pasó las manos por la tela azul eléctrica, como la había descrito Sandy, y tragó saliva. — Me sienta bien, pero… ¿no es demasiado? Con los tacones y el pelo y todo… — En el fondo, en lo que estaba pensando es que acababan de salir de un drama tremendo, que no se entendía a sí misma yendo vestida como una reina del Upper East Side, dándole una poción a su hermano, a un reservado a una fiesta. Le costaba procesarlo aún.

 

MARCUS

La verdad es que sus camisas eran más formales que festivas, pero con el toque de magia adecuado, todo se podía cambiar. Se puso un pantalón negro y una de las camisas blancas que había llevado más básicas: con esa podía experimentar, y si no le salía, se ponía otra. Cerró los ojos y recordó, sin poder evitar una sonrisa, y apuntó a la camisa con su varita. Había quedado muy sutil (tampoco quería ir vestido de cielo estrellado) pero el efecto se veía: unas diminutas partículas desperdigadas por la camisa, en negro, para contrastar con el blanco y combinar con el pantalón, que destelleaban ligeramente según las miraras. Estaba seguro de que a Alice le iba a encantar. Conocía a su novia y sabía que una parte de ella estaba deseando salir, relajarse y divertirse, pero que otra seguía agobiada y sin saber si era buena idea. Él... estaba prefiriendo no pensar. Nunca pensó que diría eso, pero estaba ya agotado de pensar.

Se dejó los primeros botones sin abrochar, para ir más desenfadado, y mientras se estaba peinando, sintió unos pasos que trataban de acercarse pero que iban y venían, y un leve carraspeo. Se aguantó la risa y, como si fuera para cualquier otra cosa, se dirigió casualmente a la puerta. — ¡Oh! Hola, Edward. — Saludó, casual. Lo cierto es que el abogado, cuando no estaba en modo abogado, parecía mucho más joven y tímido. Le miró de arriba abajo con una mueca casi triste en la boca. — Lo que me temía... no vengo preparado en indumentaria para esto. — Eso le hizo reír. — ¿Necesitas ayuda? — Ofreció. El otro le miró con un punto analítico. — ¿Cómo has sabido que quería pedírtela? — Claro, él era Ravenclaw, pero Edward también. No iba a tragarse el teatro de que pasaba por su propia puerta por casualidad. — ¿Conoces a mi hermano Lex? Soy experto en gente que se aproxima a mi puerta y no acaba de entrar. — Al menos eso hizo a ambos reír, y al hombre invitarle a pasar a su cuarto con un gesto de la cabeza.

— Me traje estos dos polos para estar en casa... — Marcus parpadeó. Y los Gallia se reían por ser él el colmo de la formalidad. No conocían a Edward, que a un polo lo consideraba "ropa cómoda de estar por casa". — Pero los veo demasiado... de estar por casa. — Lo dicho, los Gallia fliparían con ese hombre. Marcus se encogió de hombros. — Ese no está mal. — Dijo señalando uno. — Es más desenfadado. Siempre vas muy arreglado, a lo mejor ahora lo que más te pega es... — ¿No vestir como un abuelo? — Suspiró. — Mi madre me lo dice mucho. — Marcus rio levemente. — Podemos cambiarle el color, si lo que quieres es... no sentir que vistes como cuando vas por casa de normal. — El otro se quedó pensando, como si acabara de tener una iluminación. — No lo había pensado... — Luego le miró la camisa y, tras unos instantes, dijo. — La has hechizado ahora ¿cierto? — Cierto. — El otro chasqueó la lengua. — Debí haberlo pensado. — Marcus rio. — No te preocupes: es la parte de influencia de todas las demás casas que tengo en la sangre. No soy solo Ravenclaw, pero no se lo digas a nadie. — Rylance rio genuinamente. — En mi casa el familiar no-Ravenclaw más cercano que tengo es un hermano de mi abuelo materno, y creo que tiene el premio a la matrícula más excelente de su promoción por la casa Hufflepuff. — Ambos rieron. — Bueno. Dentro de la normativa legal vigente, como dice mi novia, hoy vamos a intentar divertirnos un poquito. — El hombre le miró con los ojos hacia arriba. — Ahí abajo se le está preparando una poción envejecedora al menor al que llevo dos meses intentando recuperar en favor de su hermana. — Marcus puso una mueca. — Ya... ¿Emoción controlada? — Sugirió con tonito infantil. Edward rio. Lo dicho, cuando lo hacía parecía más joven.

Volvió al cuarto del hombre cuando él mismo terminó de peinarse, y le encontró ya vestido pero enfrascado en una lucha interminable con su propio pelo ante el espejo. — Estoy despeinado. — Afirmó, más disgustado consigo mismo y frustrado que otra cosa. Marcus alzó los brazos. — ¡Qué va! Yo te veo genial. — El otro miró su reflejo con una mueca, nada convencido. — Yo te veo genial, pero te dejo que te lo pienses. — Tampoco quería presionar, pero... sabía que aquello acababa de aludir a la puntualidad del hombre, que no querría ser el último en llegar si sabía que todos esperaban ya abajo.

Bajó al trote, contento y deseando dejarse ver y ver a los demás, y se encontró a Alice al pie de las escaleras... y, wow. De hecho, se quedó detenido en seco, aun cuando le quedaban dos escalones por bajar, con la boca entreabierta. Arqueó las cejas, sin perder la expresión sorprendida, ante la inseguridad de su novia, y cuando se sintió con el cerebro en funcionamiento de nuevo para volver a hablar, dijo. — ¿Sincero? — Se le escapó una leve risa. No quieres que sea sincero delante de tanta gente, créeme, se encontró a sí mismo pensando, y automáticamente miró a su alrededor, porque como Aaron o Dylan estuvieran por allí, ya la había liado con su espontaneidad mental. Menos mal que no era el caso. — Estás... impresionante. — Terminó de bajar las escaleras, tomó una de sus manos, la miró de arriba abajo y se le escapó otra risa. — Guau. — ¿De verdad que eso era lo mejor que sabía decir? O había perdido mucha práctica en esos meses o Alice le había dejado impresionado de verdad... Estaba por jurar que era lo segundo.

— Estás... estás... — Debería arrancar, así que dejó de mirarle el cuerpo y le miró la cara. — Estás espectacular. No te cambies ni media pestaña. — Eso último lo dijo entre risas. Soltó un poco de aire por la boca. — Tenía ganas de volver a verte así. — Y no se refería a arreglada para una fiesta (bueno, eso también). Puso los brazos en cruz. — ¿Y mi estilismo, qué tal? ¿Te gusta? — Giró sobre sí mismo, y fue a acercarse a ella cuando una voz desconocida dijo. — ¿Ya estáis así, colega? — Giró la vista a la voz y la cara que puso debió ser un auténtico poema, porque desató todas las risas de quienes habían salido junto a él. El chico rio. — ¿Y yo cómo estoy? — Ahora mismo tengo demasiado miedo para responder. — Afirmó, y las risas aumentaros. La voz de Dylan no era la de Dylan, tampoco era la de un hombre, pero sí parecía más adulta, probablemente la que pudiera corresponder a alguien de la edad de Marcus. Y sí, tenía barba. La misma estatura, pero con otra voz y barba. Ciertamente, aunque un poco extraño de aspecto, parecía más mayor.

— Informo de que la mayoría de edad en Nueva York entre los nomajs es de veintiún años, así que... — Dijo Sandy, señalándoles a todos con un dedito. — Ya sabéis, tenemos todos veintiún años. — Ah, o sea que nosotros también vamos incumpliendo la ley. — Dijo, ya un poco menos convencido de aquel plan. Pero no quería ser el aguafiestas, no esa noche, así que rápidamente sonrió y miró a Dylan. — Estás estupendo, colega. — Oh, por Merlín... — Oyó tras él, en la escalera, la voz de Rylance, a punto de echarse a llorar viendo a Dylan con barba. Podía leerle "todo mi trabajo por la borda" escrito en los ojos, pero la aclamación popular al ver aparecer al abogado con un look tan desenfadado lo ocultó. — ¡Pero qué buen aspecto, abogado! Estás muuuuy guapo. — Dijo Shannon, entre sexy y tierna, levantando más risitas y poniendo a Edward rojo como un tomate. Desde luego que la escena no tenía precio.

 

ALICE

Otra cosa no, pero su novio era expresivo, no se extrañaba de que los legeremantes le dijeran que pensaba a gritos, porque era como si pudiera oírle pensar, y todas las dudas que podía haber albergado por el conjunto desaparecieran de un plumazo. Podía ser incómodo, podía ser que no pudiera bailar como bailaba ella, pero solo por la cara de Marcus, merecía todas las penas. Y ahora tenía algo más importante en lo que concentrarse. — ¿Le has hecho un cielo a la camisa? — Preguntó pasando su mano libre por el pecho de su novio. Sonrió con picardía y dijo. — Y yo no sabía cuánto necesitaba verte con esa camisa, así abierta por aquí… — Dijo subiendo la mano hacia el cuello de la camisa, pero rozando su piel con los dedos. Bajó la voz. — Me encanta, pero es que creo que me gustaría más… — Y justo una voz les interrumpió. Y conocía esa forma de hablar, pero esa voz…

Cuando se dio la vuelta, abrió mucho los ojos y notó un abismo en el estómago. — Pero… Pero… — Se giró a Marcus y señaló a esa persona que decía ser su hermano. — Es como mi padre con barba y el pelo más largo. — Creo que me lo voy a dejar así cuando sea mayor. — Ella rio y negó con la cabeza, pero Frankie salió al rescate. — Claro que sí, tío, ¿preparado para ser el terror de las nenas de Nueva York esta noche? — Pero a Alice le escamó lo que dijo Sandy, porque esa información no la tenía, y justo bajaba Rylance las escaleras y no tenía cara de estar haciéndole mucha gracia lo que oía. Eso sí, no pudo evitar admirar lo que Shannon ya señalaba, sacando el labio inferior con aprobación. — Vaya, vaya… Dylan, yo creo que el letrado te va a robar el puesto del más ligón de la sala. — Dijo, poniendo al abogado aún más rojo.

— ¡Bueno, venga, que hay que irse! — Apremió Sandy, cogiendo un bolsito tan minúsculo, que Alice esperaba de verdad que fuera de extensión indetectable, cuando irrumpió un huracán en el recibidor, con mucho drama, seguida de su padre, que claramente había renunciado ya al diálogo. — NOOOOO. SAAAAAAAAAAAANDY. YO QUIEEEEEERO. — Saorsie llegaba con un llanto tan descontrolado como absolutamente exagerado, tirándose a las piernas de su prima. — YO QUIERO UN VESTIDO Y UNA POCIÓN. YO QUIEROOOOOO SAAAAAANDY, LLÉVAME CON VOSOTROS. — Tuvo que contenerse la risa porque es que el momento era para verlo. Y si hubiera sido cualquier otro, la mayor la habría despedido como una polilla, pero como era Saorsie, se agachó y la abrazó, acariciando su espalda. — Escúchame, Sersh, mírame. — La separó y la miró a los ojos. — Tú y yo nos vamos a ir de compras por la Quinta en Navidad ¿vale? Para comprarte modelitos para las vacaciones en Irlanda. Y vamos a ir tú y yo solas, una tarde entera para nosotras. — La niña sopesó la oferta, el drama desapareció y asintió con la cabeza, aunque se quedó con el ceño fruncido.

— ¿Quién falta? — Preguntó Frankie. — Aaron, tu hermana, Monica y Howard. — Yo estoy aquí, es que… Bueno, yo también estaba un poco inseguro. — Dijo Aaron, saliendo con una camisa muy de ligón, que no le pegaba mucho a como era él y que claramente… — Yo también puedo vestir a la gente con estilo, ¿no creéis, primitos? Y le he echado de mi colonia, es infalible. — Infalible en el rechazo, qué hortera, por Dios… — Le afeó Sandy, sin dejar de mirar la pantalla de su teléfono. — Habló la de los zapatos de purpurina… — Bueno, ¿dónde andan los demás? — Trató de paliar Aaron, mientras iban saliendo al jardín. Y, en forma de respuesta, aparecieron accidentadamente el matrimonio Graves y Sophia. — ¡Mira! Y no nos hemos despartido, estás hecha una crack. — Aseguró Monica con mucho entusiasmo, en cuanto se estabilizó. — Claro, claro… Un poquillo más de práctica y serás invencible. — Dijo, con voz más temblorosa, Howard. Sophia, que se había arreglado un montón, estaba colorada y un poco apurada. — Sí, un poquillo más tengo que practicar… Pero gracias por dejarme apareceros. — ¡Claro, mujer! Si es que practicando aprende uno. A nosotros nos puedes aparecer lo que quieras, si a mí también me costó, ¿a que sí, cariño? — Sin duda, mi amor… — Ya parecieron reparar en ellos. — ¡Pero bueno! ¿Quién es este grupo de pibones? Podrá ser verdad lo que ven mis ojos. ¡Mi pequeña Gallia enseñando carne como si esto fuera el Mercado Central! — Y le tiró del bajó del vestido, haciéndola retorcerse y reírse. — Cuidado con esto, pajarito, o te sale volando o provocas alguna insuficiencia. — ¡Ay, señora Graves! — Le dijo para picarla, pero ya se había pasado a Marcus. — ¿Y qué tenemos aquí? ¿Prefecto Graves-O’Donnell con camisa temática? Es que me muero con él. Pero yo quiero ver a mi bombón chiquito, ¿dónde está? — ¡Aquí! Pero ya no soy chiquito. — Ah, su hermano se había apropiado ya de lo de bombón. — ¿Pero quién es este señor tan guapísimo? — Y Dylan se dejó querer y admirar por Monica y Howard.

— ¡A ver, prestadme atención todos! — Llamó Sandy. — Poneos por grupos de tres y tomad. — Repartió unas tarjetas de plástico en fundas también de plástico. — Cuidado al sacarlas que son trasladores. Os llevan a las escaleras de emergencia del hotel al que vamos. Ahí tenemos que coger el ascensor y subir a la última planta, que es donde está el local. Nikki está ya allí. — Sí que tenía ganas de fiesta… — La contraseña para que os dirijan al reservado mágico es decir “somos del grupo Fitchburg Finches.” — ¿Como el equipo de quidditch? — Preguntó Frankie. — Bravo, intelecto. Venga. — Alice se agarró a la cintura de Marcus y le tendió la tarjeta. — ¿Me llevas al reservado, guapo? — Buscó con la mirada a Dylan, pero ya estaba agarrado a los Graves. — Vaya, nos han cambiado. — A mí aún podéis llevarme. — Ofreció Aaron. Ella rio y se señaló la cintura. — Pues agárrate, chico americano. —

 

MARCUS

Se hubiera quedado tonteando con Alice de no ser por la interrupción de Dylan y los otros. Casi había llegado a entrar en esa pompa de sentir que estaban solos en el mundo... Cómo lo echaba de menos. Ojalá a lo largo de aquella noche tuvieran algún momento para eso. Rio cuando Alice le comparó con William, si bien la forma de hablar a Dylan de Frankie casi le hace sacar el modo prefecto. Esperaba que el aspecto no confundiera a todos los presentes, que seguía siendo un menor.

Saoirse casi le atropella, y por respeto hizo un gran esfuerzo por aguantarse la risa, aunque estaba ciertamente enternecido. — Y cuando seas mayor, vendrás a Inglaterra y nosotros te enseñaremos un montón de cosas guais. — La niña puso expresión de superioridad y miró a los demás como si quisiera darles envidia por tener más propuestas de plan que nadie. En lo que sonreía para intentar animar a la niña, llegó Aaron, y Marcus arqueó una ceja. Estilos diferentes el suyo y el de los Gryffindor, quedaba claro. Parecía que estaba viendo a una versión escuálida de Peter Bradley. Se tuvo que aguantar la risa con el comentario de Sandy, pero veía a Aaron ciertamente inseguro, así que le animó. — Vas genial. Vamos a arrasar. Vamos a ser el mayor espectáculo de Nueva York esta noche. — Estoy convencido. — Escuchó decir a Edward por lo bajo, quien miraba a Dylan como quien mira cómo el dibujo que le llevó horas hacer se ha empapado con la lluvia.

La aparición de Howard, Monica y Sophia, claramente, no podía ser obra de ninguno de los dos primeros. Saludó contento, ya saliendo todos al jardín. Monica, como siempre, le hizo reír. Y, como siempre, la mujer se fue hacia Alice y Howard hacia él. — ¿Sueno a padre ñoño si digo que estás muy mayor? — Para, prefecto Graves, que me haces llorar y me mancho la camisa. — Ambos rieron. Sophia les miraba con una ceja arqueada y una sonrisita. — Os dejo solo. — Marcus puso expresión conquistadora y digo. — Estás preciosa, prima. — Ella hizo como que no necesitaba galanterías y se giró con un cómico mohín, pero las mejillas se le habían sonrosado. Se lució ante Monica cuando se dirigió a él, pero antes de poder responder con una de las suyas, ya estaba loando a Dylan. Debió notársele un velo de desilusión en la cara, porque Howard suspiró sonoramente y le dio un par de palmadas en el hombro. — Vaya, vaya... Ya sabemos lo que se siente cuando se nos destrona ¿eh? — Y fue a asentir, resignado, pero lo captó, lo que le hizo abrir mucho los ojos y mirarle, con una ofendida mano en el pecho. — ¡Yo jamás habría osado destronarte! — Lo sé, colega. — Siguió el rollo Howard, con expresión empática. — No es algo que uno elija. — Su expresión ante la posibilidad de haberle robado protagonismo a su mentor debió ser tan graciosa que Howard tuvo que dejar la ficcioncita, porque se echó a reír.

Atendió a Sandy, tomando la tarjeta que le ofrecía Alice cuando su prima acabó de exponer el plan. La miró con su caída chulesca de ojos y su sonrisita de lado y, echando un vistazo de reojo a los Graves, bromeó. — Parece que nosotros sí seguimos siendo un matrimonio sin hijos, preciosa. — Pero apenas estaba acabando la frase y se les encaramó Aaron. Soltó aire por la nariz. — Bueno, casi. — Dijo, pero realmente habían dicho grupos de tres. Volvió a mirar a Dylan. — Ya hablaré yo con ese... Hay que fastidiarse. — Se quejó, con tono del padre que decía no ser, y tras agarrarse con fuerza a sus dos compañeros sacó la tarjeta de su funda y desaparecieron de allí.

Si hubiera aparecido dentro del estómago de una ballena se habría impresionado menos. Aquel callejón era tan oscuro y sucio que parecía que era más tarde de lo que realmente era, y todavía no habían puesto los pies en el suelo y escucharon una voz desquiciada reír. — ¡Del espacio, del espacio! — Miró, asustado. Parecía un indigente, que les señalaba y reía. — ¡Siempre lo supe, lo sabía! ¡El milenarismo! ¡Va a llegar, va a llegar! — Mierda, un muggle. No entendía nada de lo que decía, pero claramente les había visto aparecerse un muggle, y él estaba a punto de entrar en pánico, al igual que Aaron y algunos de los presentes (no sus primos, que parecían bastante normales al respecto). Antes de poder reaccionar, apareció una sombra de la nada, con una gabardina. Apuntó sutilmente al hombre por la espalda con la varita, quien seguía señalándoles y diciendo cosas sin sentido, y apareció un suave haz de luz a su alrededor que hizo que el indigente relajara el rostro, se diera media vuelta y se marchara. El mago o bruja de incógnito, a quien no lograron ver, volvió a camuflarse con la pared.

— ¿Vamos? — Dijo Sandy risueña y como si nada, avanzando. Marcus, que aún tenía el pánico en la cara, se acercó a Alice y susurró. — Esta ciudad es peligrosa. — Mientras miraba a todas partes a la vez. Escuchó un carraspeo leve a su otro lado. — En realidad... y perdón por la indiscreción de meterme en lo que parecía una conversación privada, pero es por tranquilizaros. — Dijo Edward. — Este es básicamente el trabajo de un obliviador. — Le miró. — Tu tía trabaja como obliviadora para el ministerio, ¿no, Marcus? — Sí... — Afirmó, con voz insegura. — Pero creía que respondían a llamadas y que actuaban cuando había... catástrofes mágicas, imprudencias graves... — El hombre ladeó varias veces la cabeza. — También, los de más alto rango. Pero los obliviadores de la secreta siempre están de guardia, camuflados por las calles, porque esto que acaba de pasar es más frecuente de lo que parece. — Se encogió de hombros. — Claramente, más frecuente en una ciudad en la que la zona mágica y la muggle no están separadas. — Marcus asintió. Pues... otra cosa de la que se acababa de enterar. Compartió una mirada de reojo con Alice y siguió andando, pero pensó rectifico: el mundo fuera de la escuela es peligroso.

La fachada del hotel era lo más radicalmente opuesto que se podía imaginar al lugar donde se había aparecido. ¿Cómo podía algo tan lujoso y brillante por la parte de delante ser tan siniestro y cochambroso por la de atrás? Esa ciudad tenía dos caras, a cada paso que daba lo tenía más claro, de verdad que no veía la hora de irse de allí. Pero ahora estaba con sus primos, bien acompañado y bastante rodeado, al menos eso le daba más seguridad. Y parte de la idea de salir de fiesta había sido de él, así que... tocaba divertirse. Entraron al edificio y subieron en dos grupos a los ascensores, que les elevaron a la última planta, que estaba altísima. El ascensor era en parte de cristal y se veían las luces de la ciudad a través de él. Apretó la mano de su novia y la miró, con la respiración contenida de emoción, pero con una sonrisa. Empezaba la noche.

 

ALICE

El susto que se llevó con el muggle fue curioso. No obstante, Marcus y ella parecían los más asustados. Eso sí, lo que pasó a continuación, no se lo hubiera esperado en toda su vida, y tenía muchas preguntas. ¿Cómo que era habitual? ¿Por qué Rylance, rey de mantener las formas que se escandalizaba por ponerse un polo, no parecía ni mínimamente preocupado? Parpadeó. — Esto me genera MUCHAS preguntas. — Admitió, mirando a Rylance. El hombre se encogió de hombros con tranquilidad y dijo. — De verdad que está controlado, Alice. Mantenemos el secreto porque la mayoría de los magos cree que es beneficioso para nosotros, pero el mundo cada vez es más complejo, mucho más que hace cien años, y hay que estar preparados para ello. — Ella suspiró y miró a su novio, que tampoco lo veía claro. Definitivamente, no pegaban nada con Nueva York.

Y el hotel al que entraron se lo terminó de confirmar. Parpadeó un par de veces, porque tanta luz reflejada en los mármoles y los remates dorados de todo eran demasiado para ella. Pero Alice se crecía en la curiosidad, y curiosidad le causaba mucha, desde luego. Dylan llegó rebotando hacia ellos, porque, aunque iba con pinta de adulto, seguía moviéndose como su patito. — Hermana, no había visto un sitio tan… — Sí, Nueva York era muy de dejar sin palabras a la gente, y más a la gente como ellos. — Lo sé, patito, es sobrecogedor. — Pero me muero por explorarlo. ¿Tú no, hermana? Con lo que a ti te gusta investigar. — Al otro lado de Marcus, Edward rio, aparentemente más relajado. — La gente tiene razón. Te pareces mucho a tu padre, Dylan. Los Gallia sois muy curiosos y alegres, da gusto estar a vuestro alrededor. — Alice se contuvo de entornar los ojos porque pensó pues no será por tu experiencia, desde luego. Pero bueno, Rylance también era bueno calando a la gente sin duda. — ¡Vamos al ascensor! ¡Tiene que ser como volar, pero volar como un pájaro, sin escoba ni nada! — Y con una mano de Dylan y la otra de Marcus, se subió en el artefacto.

Ciertamente, se le encogió el estómago al empezar a subir, y miró hacia las numerosas luces de Nueva York con respeto, pero también con ese calorcillo de saber que estaba haciendo algo increíble. — Emoción controlada. — Le susurró a Marcus con una sonrisa. — La primera vez que volara tenía que ser contigo, claro. — Añadió, con los ojos brillantes y media sonrisa. — ¿Ves, Edward? Así siempre. Pero al final entiendes que es bonito que muchas veces solo se vean entre ellos. — Apuntó Aaron, con las manos en los bolsillos, apoyado en una esquina. Ella se giró y alzó una ceja. — Mira, no me hagas hablar, que pareces un chulo de feria con esa pinta. — Su primo rio y agitó la camisa. — Además de verdad. Pero he pensado que es un atuendo que cabrearía tantísimo a mi familia, que he decidido llevarlo como bandera esta noche. — Y ahora sí, rieron, porque ya podían reírse de esas cosas.

La música de la sala era alta, pero no como en aquella discoteca a la que fueron Marcus y ella, y había mucha más luz, y elegantes sofás y escaleras, con una barra de mármol negro con más botellas de las que hubiera visto en su vida. Siguió el rastro de Sandy y los demás hacia una de las escaleras, y un señor del tamaño de Lex o más que llevaba traje y… ¿gafas de sol? ¿En serio? Habló con Sandy animadamente y abrió el acceso, dejándoles subir.

Estaban en una planta superior del local, pero que en parte se abría a lo de abajo, con sofás circulares y otra barra pequeñita donde el barman estaba haciendo flotar botellas y copas. — Claramente estamos en la parte mágica. — Le dijo a Marcus. Sandy sacó su varita, que era la primera varita blanca que Alice veía en su vida, y convocó las copas en torno a la mesa circular del centro de los sofás, donde aparecieron frutos secos también. — ¡Empezamos con Cosmos, que es lo más Nueva York que vais a probar nunca! — Bueno, eso es discutible… — Empezó Frankie, pero Nikki se sentó entre él y Rylance y la palmeó la rodilla. — No la contradigas, machote, que el armario de las escaleras echa a quien ella dice. — Y Frankie se quedó sin habla. El efecto Guarini, desde luego. — El tuyo es ese, Dylan. — Dijo pasándole una copa de color diferente. — Y para empezar y calentar un poquito antes de que lleguen mis amigos los jugadores de quidditch, y bueno, demás gente, vamos a jugar a algo… — Sandy puso una sonrisita traviesa y dijo. — ¿Sabéis lo que es el “yo nunca”? — Alice suspiró y dio un traguito a la bebida, ocultando su risa, aunque cruzó una mirada con Monica. Sip, ahí había gente que no iba a estar nada contenta.

 

MARCUS

Miró a Alice con cara de absoluto enamorado, y de no ser porque estaban con más gente (uno de los cuales, muy oportunamente, señaló la evidencia de su enamoramiento) habría empezado con la bomba de piropos, loas y cursiladas de las que a ellos les encantaban. — Aún nos quedan muchas. — Susurró, cerca de ella, con una sonrisa cariñosa. Eso sí, si bien el comentario de Aaron le granjeó una respuesta cortante de su prima y una mirada rencorosa de Marcus, la respuesta del chico tuvo tanta gracia que llegó a la última planta aún riendo.

Tenía que reconocer que, cuando vio el sitio, le gustó, se le debió notar en la sonrisa nada más entrar. Vale, no le gustaba Nueva York, no le gustaba el código de apariciones, no le gustaban sus calles, sus edificios... pero ese sitio estaba MUY bien. Y, además, se notaba que iban con trato especial, y a Marcus esas tonterías le encantaban. Poder pasearse con su familia y su novia del brazo por un sitio exclusivo para ellos, más aún. Y sí, Sandy podía ser un poco superficial a veces... pero con él siempre se había mostrado cariñosa y simpática, y con Alice, y tenía muchas ganas de ver a Dylan, y todo eso lo había organizado para ellos. — Pero qué lujazo, prima. — Le dijo, siguiéndole totalmente el rollo, y notaba cómo la chica se crecía. Porque en eso, él era igual.

— Necesito saber dónde están estos sitios en Londres. — Le devolvió a Alice cuando dijo lo de la parte mágica, emulando el susurro confidencial, pero mirando a todas partes a la vez. Oh, y encima frutos secos y copas elegantes, para qué quería más. Con lo necesitados que estaban de disfrutar y pasárselo bien... Eh, Marcus sensato, no te pierdas, le advirtió su propio cerebro. Que estaba allí con Dylan, sus primos, su antiguo prefecto, su abogado, una señora influyente del ministerio americano... A ver si se le iba a ir de las manos la alegría e iba a quedar fatal. — Pues yo me pienso coger la borrachera de mi vida. — Le murmuró Aaron, que ya tenía una copa en la mano. Se encogió de hombros. — Total, el estigma de familia ya lo tengo y en cuanto pueda me voy a ir de aquí... — Marcus sopesó. A ver, no era el mismo contexto que el suyo ni un razonamiento que soliera aprobar... pero también tenía razón. Madre mía, ¿tan afectado estaba ya y ni siquiera había empezado la noche?

Se sentó con los demás, riendo a lo que escuchaba y haciéndose él también con una copa, y por supuesto junto a Alice, muy cerquita de ella y sin soltar su mano ni perder ni mucho menos el contacto. Le echó otra mirada... Sí que iba espectacular. Luego, volvió a atender al resto, y se tranquilizó de ver que a Dylan le habían dado una copa distinta. Arqueó las cejas. — ¿Van a venir jugadores de quidditch? — A los que seguro que yo conozco. — Apostilló Frankie. Sandy le dedicó una mirada cansada y luego volvió a mirarle. — Claro, primo. Son amigos míos, y bastante divertidos. — Miró con los ojos entornados a Aaron y añadió. — Y algunos con muchas ganas de... conocer gente. — Me viene divinamente. — Aseguró el otro en el acto. Alice y Marcus le miraron y él se encogió de hombros. — ¿Qué? ¿De verdad os creéis que Ethan me ha estado guardando el luto en el mes y medio que llevo aquí? — Hizo un gesto con la mano y se acercó la copa para beber. — Él sale ganando con lo de la relación abierta. —

Probó la bebida él también, y al paladearla miró a Alice. — ¡Eh! — Pero fue a hablar y tosió un poco, pero se recuperó rápidamente. — Esto lleva arándanos. — Y muchísimo alcohol. Pero cada vez tenía más controlado lo de no toser al primer trago. Su prima tenía un juego que proponer, que Marcus no conocía pero al que atendió sonriente... al menos hasta que vio esa cara de "no voy a declarar nada" de su novia y detectó quiénes reían, quienes estaban como él y quienes se habían puesto nerviosos. Y algo le decía que él iba a acabar en el último de los grupos... O el Marcus sensato acabaría ahí, porque el Marcus de esa noche quería disfrutar. — ¿En qué consiste? — Sandy se puso muy bien puesta (vaya, cómo se parecía a Saoirse cuando ponía expresión maliciosa) y comenzó. — Alguien dice algo que nunca ha hecho, y si tú lo has hecho, tienes que beber. — Marcus asintió, comprendiendo. Bueno, a ver, él no había hecho TANTAS cosas. Veía que el objetivo era emborrachar al que... ¿hubiera hecho más trastadas? En ese caso, se libraba... Vale, se llevaría a Dylan antes de que viera a su hermana borracha. — No parece complicado. — Aseguró, pero Monica, aguantándose la risa, añadió. — Suelen decirse cosas vergonzosas. — Marcus frunció el ceño. — ¿Cómo de vergonzosas? — Sexuales. — Apuntó Nikki automáticamente, bien tranquila reposando sobre un sofá, copa en mano y sonrisa, y fue decirlo y Edward, que justo en ese momento bebía tímidamente como si se quisiera camuflar, se atragantó sobre la copa y casi se tira el contenido en su cuidadosamente elegido polo. A Marcus se le cambió la cara, obviamente. Frunció los labios y, mirando a los presentes, señaló a Dylan. Monica chasqueó la lengua. — Sabía yo que iba a usar la baza del niño. De verdad, los dos iguales. — ¡No he dicho nada! — Se defendió Howard, pero su mujer ya estaba mirando a Dylan. — Cariño, ¿de que casa decías que eras? — ¡De Hufflepuff! — Contestó alegre, y entre el tono cantarín y la voz madurada había sonado tal cual como Darren. Marcus rodó los ojos, pero Monica siguió. — Este niño viene más espabilado de lo que creéis y, si no lo está, hay que espabilarlo. — Señaló a Edward. — No hay más preguntas, señoría, e igualmente tenemos al abogado descompuesto. — Estoy bien. — Aseguró, pero tenía la voz quebradísima por el conato de atragantamiento y no paraba de hacer pruebas con esta, aclarándose la garganta.

— Bueeeeno, bueeeeno, a veeeer. — Dijo Frankie, alzando las manos. — Que tampoco hace falta que sean cosas MUUUUUUY malas o vergonzosas. — Hizo un gesto de quitar importancia. — Venga, voy a ser buen primo y a empezar yo. Yo nuncaaaa... — Hizo como que pensaba, pero le estaba viendo la cara a Sophia de vérselo venir. Marcus también debió vérselo venir. — He sacado un diez en un examen. — Dylan empezó a reír como un diablillo. Sandy apretó los labios y les miró. — Todos los que sí hayáis sacado alguna vez un diez, tenéis que beber. — Marcus miró con inquina a Frankie, quien se encogió de hombros. — Creía que el problema era destapar cosas sexuales. — Suspiró, pero bebió. Él, Alice, Howard, Edward y Sophia, bajo las risas de los demás. También hubo dos inesperadas personas bebiendo. — Esta te la guardo, que lo sepas. — Le advirtió Monica. Realmente no le extrañaba tanto, se parecía mucho a Alice y ella tenía muchos dieces. A la que todos miraron fue a Nikki, que cuando bajó la copa con elegancia, dijo. — ¿Qué miráis? Yo era una alumna muy buena y aplicada. — Comentó con tranquilidad y sin perder la elegancia de la postura. Aaron aportó. — ¿Y solo se bebe una vez aunque lo hayas hecho muchas veces? — Señaló a Marcus con el pulgar, cómico. — Porque necesitamos varias botellas para este si la repetición cuenta. — ¿Puedo decir ya “yo nunca he hablado cuando nadie me ha preguntado”? — Le dijo, picajoso, a lo que Aaron soltó una violenta carcajada. — Otra botella más para el señor alquimista, entonces. — Rodó los ojos con hastío, y al hacerlo, se encontró a Howard y a Monica tapándose la risa con la mano. Les miró ofendido y Howard, rápidamente, se recompuso. — Lo siento, colega. No ha tenido gracia. — Frunció el ceño y Monica, con cariño, añadió. — Nosotros te queremos así. —

 

ALICE

Sonrió de corazón al ver a su novio tan entregado. Sí, desde luego que a Marcus le pegaba todo aquel ambiente y disfrutaba de sentirse exclusivo. Le acarició la mejilla y los rizos, embelesada, y dijo. — Cuando seas un alquimista importante nos invitarán a sitios así, y más elegantes aún, y a Lex también, mira si no a todos los amigos de Sandy… — Y míos. — Apostilló Frankie. Ella asintió con seguridad. — Así que vete aprendiendo ese hechizo de la camisa para más eventos… — Se acercó a su oído y susurró. — Y porque me encanta, por eso también. — Y se separó con una sonrisita traviesa.

Dirigió una mirada de medio lado a su primo, que entre la promesa de ligar y de emborracharse le hacía preguntarse si no se estaría viniendo un poquito arriba. Aunque ante la argumentación, no tuvo nada que añadir. Se encogió de hombros y asintió. — Los dos os podéis beneficiar, claramente. — Sí, Ethan después de haber estado más de un mes en la casa de campo, se habría vuelto loco, sin duda. — Disfruta, que llevamos mucho tiempo reprimiéndonos. Seamos felices. — Y le dio fuertemente la mano a su novio.

Sí, la copa sabía a arándanos, y estaba fuertecita, pero le gustaba, y bebería bien a gusto jugando al “yo nunca”. Ella, a decir verdad, ya había jugado, en Saint-Tropez, con los amigos de André, aunque por aquel entonces, ella no tenía mucho por lo que beber, y al principio eso la mosqueó, pero luego se dio cuenta de que la posición privilegiada en ese juego la tenía él que había hecho pocas cosas y se dedicaba a quedarse con las historias de todos los demás. Ahí quien lo iba a tener era su hermano, menudo peligro. Bueno, quizá Sophia… Aunque empezaron por lo del diez, y como buena Serpiente Cornuda que era, tuvo que beber. Le guiñó un ojo a Monica y dijo. — La señora Graves y yo tenemos peor fama de lo que somos realmente. Unas niñas muy aplicadas en todo. — Uhhhhh eso de donde yo vengo se puede malinterpretaaaaaar. — Dijo Sandy con tonito, demostrando que muchos cosmos de esos no debería beber. Luego miró de nuevo a Howard y dijo. — Prefecto Graves, prefecto O’Donnell, vuestras mujeres os ven venir. Pero como bien ha señalado Monica, mi hermano sabe hasta de lenguaje del amor. — Dylan asintió, muy tranquilo, con una pacífica sonrisa. — Acabo de venir de un mundo en el que no he visto ni sentido ni una pizquita de amor. Prefiero sin lugar a dudas una sala común llena de amor, aunque sea más caótico y múltiple que lo que he visto. — ¡Ese es el hijo de mi Janet! ¡Dilo bien alto, Dylan, amore! — Vaya, Nikki también se había venido arriba entre lo del diez y esa referencia de su hermano. Lo cierto es que ella no pudo evitar, al igual que algunos de los demás, mirarle y sobrecogerse con la naturalidad con la que su hermano hablaba de ello. Solo esperaba que luego no reventara por algún lado. Pero esa no era la noche para preocuparse de eso.

— Bueno, venga, digo yo la siguiente. — Propuso Sophia, que saltó de repente. — Yo nunca he echado a mi familia de casa para llevarme a alguien a… estar a solas. — Y alzó una ceja y miró a su hermano, que puso una sonrisa que debía ser un auténtico peligro público en Ilvermony. Alice rio por lo bajini y dejó la copa en la mesa, mientras Frankie bebía y Nikki también. Dylan se asomó a mirarla. — ¡Hermana, por favor! — Nooooo, no, no. Aprovechar que la casa esté vacía no es echar a nadie. No, yo no bebo. — ¡Hermana! En junio, el día del diluvio… — No os eché. Papá tenía que haber tenido una conversación padre-hijo contigo, aunque se le liara la cosa. Yo aproveché. — Se cruzó de brazos negando, pero entonces Howard bebió y ella abrió mucho los ojos. — ¡PREFECTO GRAVES! — Monica levantó la mano y negó con la cabeza. — No, no, no te imagines que tuvo un intrincado plan o engaño con sus padres, no. — ¿Puedo contarlo? — Dijo, carraspeando aún por la bebida. — Pasó lo siguiente. Monica y yo habíamos tenido momentos tensos en el colegio justo antes de Navidad, y yo tenía miedo de que nos distanciáramos en vacaciones, y quería verla a solas… — Y les dijo a sus padres, literalmente, que necesitaba verme a solas. — Dijo Monica con cara de hastío. A Alice se le salió una carcajada. — Es que, de verdad, pensé que era lo mejor, yo nunca pedía nada ni daba un problema. Y entonces mis padres me vieron tan apurado y preocupado que se fueron a pasar el día fuera. — Miró a Monica y le dio con el índice en la mejilla. — No salió tan mal ¿no? — Sandy encogió un hombro. — Por favor, que esto se ponga interesante, que no bebo nada… — Se apartó el pelo. — Mis padres es que casi nunca están en ninguna de las dos casas, no tengo que echar a nadie. —

 

MARCUS

Se quedó pensativo y reflexivo con las palabras de Dylan. O le estaban afectando ya los escasos dos sorbos de alcohol que llevaba, o como decía su cuñado aquella situación de los últimos meses le había cambiado la manera de pensar. Muy relajado para ser él, pero sacó el labio inferior y se encogió de hombros. Le valía.

Con la siguiente tuvo que hacer memoria, pero ciertamente, él no lo había hecho nunca... Alice, sí. Sin embargo, su novia no bebió, y él la miró, y a los segundos de mirarla se dio cuenta de que estaba siendo un gesto muy delatador, así que miró hacia arriba, pero eso no era natural... Vamos, que les pillaron, porque ya había gente señalándole y riéndose. — Yo tengo la conciencia muy tranquila. — Por tu parte, querrás decir. — Señaló Sophia, traviesilla y mirando a Alice. Dylan fue quien les delató radicalmente. — ¡Eh! — Se quejó, pero no es como que tuviera mucho más que argumentar, porque el niño tenía razón. ¿Qué hay de lo de negarlo siempre es peor? Por no hablar de que estaba haciendo trampas en el juego, y Marcus no podía con las trampas ni aunque fueran en su propio perjuicio. Aunque Alice le estaba dando bastante la vuelta, ocasión que él no iba a desaprovechar. Se encogió de hombros y sonrió. — Y, por si no lo recuerdas, cuñado, ese día acabé de cháchara con vosotros en el salón. — Uy, sí, déjame recordar de qué estábamos hablando.  — Aquella manera de hablar de Dylan no podía traer nada bueno. — Ya lo recuerdo: de que casualmente apareciste por casa dos minutos después de que mi padre y yo saliéramos para "prestarle a Alice un libro para la licencia de alquimia" pero "te habías dejado el libro en casa". — Marcus frunció el gesto, pero alrededor se escucharon varias risas. Si es que, para qué hablaba... — No veo el respeto a tus mayores por ninguna parte. — Dylan se acarició la barbilla y dijo. — Ahora parezco yo mayor que tú. Al menos yo tengo barba. — Y más risas, en lo que Marcus subía los brazos y los dejaba caer, resignado.

Al menos la anécdota de Howard desvió el foco, y por supuesto, su mentor no defraudó. El único que parecía comprar la versión como lo más normal del mundo era Marcus. Bueno, y Edward, que por su expresión no parecía entender ni qué tenía de malo invitar a una chica a casa para charlar. Al parecer, la que había propuesto el juego no parecía estar divirtiéndose lo suficiente. ¿Es que le parecían anécdotas aburridas? Pues se temía lo peor... — ¿Quieres beber, prima? Pues no se diga más. — Dijo Sophia. — Yo nunca he ido "de compras por la Quinta". — La envidia hace que salgan arrugas. — Respondió Sandy, incisiva, y Marcus la señaló, botando en el sitio. — ¡Yo también uso esa frase! — Sophia rodó los ojos con un gruñido, pero Sandy le miró con una caída de ojos y mucha dignidad. — Claramente sabemos de lo que hablamos. — Pues sí. — Dijo él, taladrando con la mirada a aquellos presentes que seguían riéndose de la polvareda levantada por Dylan.

Y hablando de Dylan. — ¡Yo tengo una! ¡Y vais a beber todos! — Miedo le daba. El chico, muy contento y con la expresión infantil que seguía habitando en él a pesar de su aspecto cambiado, dijo. — Yo nunca le he dado a nadie un beso en la boca. — Hubo varios "aaaw" por el entorno pero, efectivamente, tuvieron que beber todos. — No sabes cuánto me alegro de oír eso. — Dijo Marcus con tonito, aun teniendo que beber. — Venga, padrazo, deja de quejarte ya y propón algo. — Le acusó Frankie, y él pensó durante unos instantes. — Yo nunca... Hmmm... — A ver, había muchas cosas que no había hecho, pero tenía que pensar en algo que hubieran hecho al menos la mitad de los presentes. — Yo nunca he ingerido ninguna sustancia psicotrópica. — Miró a Alice y puntualizó. — Ni siquiera por accidente. — Sonaron varios "uuuhh" y demandas de contarlo. Bebieron Monica, Frankie, Nikki, Sandy... y Edward. Todos le miraron y, cuando bajó la copa, precisó. — Fue un accidente con una planta en Herbología que no debería estar ahí. — Marcus miró a Alice con obviedad. Bueno, al menos no había sido la única. — Acabé en la enfermería. — Donde debía haber acabado quien yo me sé. — Es que si no lo decía explotaba. Y, una vez más, al decirlo había cavado su propia tumba. Sophia le miró analítica y preguntó. — ¿Y dónde acabó, entonces? — ¡En el baño de prefectos! — Saltó Dylan, y hubo una exclamación colectiva, con todos los ojos mirándole. — ¡Colega! — Exclamó Howard, medio impresionado medio aguantando la risa, y Marcus alzó las manos. — ¡¡Tiene una explicación!! ¡Mi conciencia está tranquila, soy íntegro! — Sabía yo que las primeras aventuras sexuales salían de estos dos... — ¡¡Que no!! — Reprochó el comentario de Monica, por encima de las risas. Narró a grandes rasgos lo ocurrido, y si bien veía en sus caras que la historia tenía perfecto sentido, algunos, por meterse con él, seguían diciendo que tenía lagunas. Una vez narrada, miró a Dylan. — ¿Y cómo sabes tú eso? — Me lo contó Hillary. — Marcus abrió mucho los ojos, bajando los brazos. Dylan se encogió de hombros. — Dijo que algún día me vendría bien para usarlo y que era su venganza por haberle hecho pasar un mal rato y haberla obligado a ocultarlo durante dos años para al final que se lo dijeras tú y que como va a ser abogada podrá defenderse de cualquier acusación. — Lo que hay que oír... — Masculló.

 

ALICE

Se guardó una risilla con la actuación de Marcus, que era bastante delatora y le miró de reojo. Qué guapo estaba con esa camisa, riéndose, intentando rebatir a su hermano… Casi se le escapa un suspiro, porque, de verdad, era el hombre más guapo del mundo, y la volvía literalmente loca, y estaban en un bar, y menos mal que tanto Dylan como Aaron estaban entretenidos, porque si no, estaría en un apuro.

Reconectó con la conversación al hilo de la intervención de Sophia, que claramente estaba lanzada e hizo beber a Sandy, aunque fue a base de lanzarse dardos entre ellas, a los que Marcus entró de cabeza, claramente llevado por el entusiasmo excesivo, haciéndola reír y negar con la cabeza. Se inclinó un poco hacia Sophia y le susurró. — Confiaba que, en esta bonita ocasión, y teniendo en cuenta que nos ha invitado a este sitio tan chulo, pudierais plantearos hacer las paces y pasar un buen rato de primas. — Sophia apretó los labios y ladeó la cabeza. — Mucho “yo nunca” hace falta para eso. — Ella negó y suspiró, volviendo a su sitio y rozando su pierna con la de Marcus y su mano con el interior del brazo de él disimuladamente. Sí, necesitaba tocarle aunque fuera o algo.

Rio a lo de su hermano y bebió con gusto, pero cuando soltó la copa dijo. — Ya te llegará, ya, y me reiré de este momento y de muchos otros, y te diré: ¿qué? ¿Ahora cómo ves este momento o este otro? — Dylan se rio y la miró de reojo, alzando una ceja. — Igual me rio más, hermana, que soy yo. — Eso la hizo parpadear un poco. ¿Cuándo se había vuelto su patito tan mayor? Y no era la barba, eran esos comentarios, es agilidad, que tantísimo le recordaban a su padre cuando era… más su padre, pero con más cabeza. Quizá aún quedaba lugar para partes buenas de los Gallia en el mundo.

Y en esas estaba, cuando se dio cuenta de lo que acababa de contar su novio. Negó con la cabeza, aunque le miraba con una sonrisa, antes de beber, porque en el fondo le había hecho gracia esa salida de su novio, llevaba ya unos traguitos, y esa noche estaba espectacular, así que lo que hubiera dicho le hubiera parecido bien. Y cuando Rylance admitió aquello, Alice le señaló. — ¡Es que! ¡Fíjate la peligrosidad para que le haya pasado hasta a Edward! — El abogado se señaló un poco ofendido y ella resopló. — Ay, Edward, por favor, si es que no te imagino ni metiendo las manos en la tierra para trasplantar plantas, así te lo digo. — Él levantó las manos abriendo mucho los ojos. — Hago unos Defodios espectaculares ¿vale? — Se defendió, pero Monica tenía otras cosas que añadir, a ver cómo salía Marcus de esa. De hecho, acarició un poco su rodilla y dijo. — Merecido te lo tienes. —

Lo que no se hubiera esperado ni en mil vidas es que su hermano supiese aquello, lo cual le hizo mirarle con los ojos muy abiertos. Afortunadamente, su hermano era como su padre para lo bueno y para lo malo, y enseguida delató cómo lo sabía, y Alice no pudo más que morirse de la risa. — A ver, a ver, a ver. — Llamó Monica al orden, chasqueando los dedos. — Demando explicación de todo esto. — Howard levantó la copa y miró a Marcus. — Yo confío en mi colega. Si Alice estaba drogada, no le puso ni un dedo encima. — ¿Qué es el baño de prefectos? — Preguntó Sandy. — Eso, eso, ¿qué es el baño de prefectos? — Dijo Frankie bien animado, dando palmas. Alice levantó las manos. — ¡A ver! Atención, que solo lo voy a explicar una vez. — Dejó las manos sobre el regazo y sonrió. — El baño de prefectos es el mejor baño del castillo, y solo los prefectos tienen la contraseña de la puerta. Tiene una bañera enooooooorme con un montón de grifos que sueltan agua de colores, Y ESO LO SABE TODO HOGWARTS, antes de que empecéis a interrogarme. Dicho esto, como lo mío fue accidental, pero no querían implicar a la chica que me lo provocó sin querer, pues me llevaron allí porque era el baño más privado y me metieron CON ROPA. — Hizo hincapié. — En dicha bañera, para quitarme los restos de la planta. Marcus cuidó de mí, no pasó nada y todo lo que hizo fue estar a mi lado incluso cuando el miedo me hacía flipar y tener pesadillas muy vívidas. — Terminó satisfecha.

Monica dejó caer las manos en el regazo y pellizcó a su marido. — ¡Howie! Esta sabe cómo es el baño de prefectos y yo no. ¡Te dije que no era tan descabellado! — ¡Ay, cariño, que fue una emergencia! Mi colega… — ¡Tu colega y la otra tienen mucha cara y me parece que se están saltando capítulos de la historia! Y yo quería haber visto el baño… — Se cruzó de brazos, con expresión de niña enfadona muy forzada. — Pues yo creo que es una historia súper y si hay implicadas bañeras enormes con burbujas y chorros, yo ya estoy de cabeza. — Añadió Sandy. Edward ladeó la cabeza. — Partiendo una lanza por mis clientes, he de admitir que he oído lo mismo que Alice, sí que parece una descripción bastante genérica, porque, obviamente, al no ser yo prefecto, nunca… — ¡Mira, al hilo de eso! — Saltó Nikki de repente. — Yo nunca lo he hecho en un lugar público. — Y la mujer se cruzó de brazos con una sonrisa satisfecha, mirando a los demás. — ¿De verdad, Nikki? — Le preguntó Monica. — De verdad, señora Graves. He vivido sola desde los dieciocho años, siempre había considerado que lo que tuviera que hacer, mejor hacerlo en mi piso, pero… quién sabe. Igual ya me he aburrido de hacer siempre lo mismo, depende de lo vieja que me hagáis sentir al beber. — Sandy bebió, encogiéndose de hombros, y, mientras Monica y Howard también lo hacían (a ver, una sorpresa tampoco era) Sophia preguntó. — ¿Qué consideramos público? — ¿HERMANITA? — Dijo Frankie escandalizado. — Tú calla, no me hagas hablar… — Aaron, que justo dejaba la copa, señaló. — Oye, estos dos no han bebido… — Dijo señalándoles, pero justo cuando no le iba a quedar otra, llegaron un montón de tíos muy altos y grandes, metiéndose entre los sofás. — ¡SANDY! ¡SABÍAMOS QUE TENÍAS QUE SER TÚ! ¡VAYA FIESTÓN! — Ah, esos debían ser los jugadores. Y entre aquella marabunta y gente saludándose y presentándose, Alice bebió y le guiñó un ojo a su novio. — Salvado por el quidditch, mi amor. — Susurró con una sonrisilla traviesa.

 

MARCUS

Su explicación somera de la circunstancia no había servido de nada, porque ya estaba ahí su novia para explicarlo con pelos y señales. ¿Cuándo iba a aprender que, con Alice, todas las estratagemas pseudovengativas que se le ocurrieran se le acababan volviendo en contra? Llevaban tan unidos tantísimo tiempo que era rara una trastada de ella en la que él no estuviera involucrado aunque fuera mínimamente, y en esa en particular estaba muy involucrado. — Gracias. — Respondió a Howard, con tono afectado y una mano en el pecho. — Lo pasé muy mal. — Peor que la drogada, claramente. — Pues sí. — Reafirmó ante el comentario pinchón de Sophia. — No sabía qué hacer, y si bien no estábamos juntos, yo ya estaba perdidamente enamorado, y ver al amor de tu vida así, con quince años, tu puesto recién estrenado... es algo que no le deseo a nadie. — Howard le miraba y asentía con comprensión, convencido, pero Monica había rodado los ojos. — Id a contarles la milonga a otro. — ¡Jolín, que es verdad! — Toda la fachada al suelo y un tonito infantil que al que más gracia hacía de todo aquel grupo era a Dylan.

Al menos la versión de Alice había convencido bastante, y él se irguió orgulloso por la parte que le correspondía. Edward salió impecablemente en su defensa, y Marcus le escuchaba y asentía con formalidad, pero Nikki pasó por encima de la exposición del hombre, dejándoles tanto a este como a él descuadrados. Y qué interrupción, vaya con la afirmación. Miró a Dylan por si estaba muy espantado, pero el chico solo reía entre dientes y los demás estaban tan tranquilos. Su prima se adelantó en preguntar lo mismo que iba a preguntar él: qué consideraban "público". Porque a ver, para él, el pasillo del cuarto piso era un recoveco bastante privado... pero no dejaba de ser un pasillo en mitad de un piso en una escuela con cientos de alumnos. Solo de pensarlo se estaba poniendo colorado, y miraba de reojo a Alice con todo el disimulo que podía elegir, sin saber si beber o no. De hacerlo, lo tendrían que hacer ambos, claro, porque él no había tenido ninguna experiencia sexual que no fuera con ella. Menudo jardín...

Abrió mucho los ojos a la acusación de Aaron, y ya estaba boqueando como un pez para defenderse cuando los jugadores de quidditch irrumpieron allí, y todos parecieron desconcentrarse. Respiró con alivio. — Le daré las gracias a Lex. — Suspiró, rodando los ojos aliviado. Mientras se llevaba la copa inocentemente a los labios, para calmar los nervios, dijo. — Aunque seguramente diría algo del tipo "no lo quiero saber"... — ¡Eh, eh! ¡Ese está bebiendo! — Delató Monica, provocando que casi se atragante y lo tire todo. — ¡Ha sido un acto inconsciente! ¡Tenía sed! — Ya ya... — Pero los jugadores estaban montando tanto alboroto que ahí quedó la cuestión, por suerte para él.

— Pero a ver. — Volvió, aprovechando que los chicos saludaban a los presentes para susurrarle a Alice. — Público... ¿en qué sentido? — Reflexionó. — ¿Que haya gente en el mismo edificio? Eso no puede ser, o todas las casas de bloque como la de Jason se considerarían sitios públicos. ¿Que estén al aire libre? Pero en el campo de lavandas no había nadie. ¿Y el pasillo? Pero nadie lo conoce. — Mientras hablaba, comprobaba que el ruido les tapaba y nadie les hacía caso, y se detuvo a lo justo, porque Sandy venía ya del brazo con uno de los chicos rumbo a ellos. Recompuso su mejor pose y sonrisa. — Este es mi primo Marcus O'Donnell, y esta es mi prima Alice Gallia, que no es mi prima prima pero es su novia y para mí ya es de la familia. — ¡Encantado! ¿Cómo es que sois primos? No tenéis el mismo apellido. — Sandy soltó una risita de coqueteo tan exagerada a semejante pregunta obvia que algo le decía que no había elegido un jugador al azar. — Somos primos por parte de nuestros abuelos. Mi abuelo es Lacey y su abuela también, pero al casarse su abuela con un O'Donnell, él es O'Donnell. — Pero tú también eres Lacey y eres mujer, como su abuela. — Reflexionó el otro, que de verdad estaba haciendo un gran esfuerzo por entender la genealogía. La chica apoyó la otra mano en el brazo con el que estaba enganchada y dijo con tono adorable. — Cosas de irlandeses, que somos muchos. ¿Quieres una copa? — Desvió, llevándoselo de allí antes de evidenciar delante de "sus primos los listos" que había ido a engancharse al más tonto de la plantilla.

— ¡Primo! — Clamó Frankie. Venía con un jugador a un lado y una jugadora al otro, y a ambos les pasaba un brazo por encima de los hombros. — ¡Futuros compañeros de tu hermano! — Marcus le miró con evidencia. ¡Se supone que es un asunto discreto! — ¡Encantada, soy Lorraine Hopkins! ¿Tienes un hermano que juega al quidditch? — ¡Encantado, Lorraine, Marcus O'Donnell! — Le estrechó la mano tanto a ella como al chico, que se presentó como Klaus Wagner con un marcadísimo acento alemán, y cuando Alice se presentó también, respondió. — Mi hermano es un excelente jugador de quidditch, sí, y tiene en mente dedicarse al quidditch profesional. A eso se refiere Frankie. — Dijo, cortés y sonriente, pero mirando a Frankie con ojos de obviedad que no sabía hasta qué punto iba a pillar. — Pero aún está en su último curso de Hogwarts. — ¡Oh, ingleses! — Dijo Klaus. — Echar de menos Europa, mucho. — ¡Eh! No te quejes, rubio, que será que no cobras una pasta. — No quejar. América divertida. — Comentó jovial, y Marcus solo pudo reír. Le recordaba a una extraña fusión entre Lex, por el volumen corporal, y Darren por lo agradable al trato. — ¿En qué posición juega? — Volvió Lorraine, agradable y sonriente, copa en mano. — Es cazador. — Klaus soltó una carcajada. — Su hermano quitarte el puesto. — ¡Qué va! En todo caso sería mi compañero. ¡Que hay tres por equipo, Klaus! — Dijeron entre risas, y Marcus miró a Alice, sonriente. Le gustaba aquel ambiente.

 

ALICE

Miró con ojitos entornados a su novio mientras bebía distraídamente, dándole la típica risilla floja y traviesa que le daba cuando sabía que de repente desconectaban, susurrando, sintiéndose solos en el mundo. — El pasillo no cuenta. — Susurró de vuelta, muy segura, pero sin perder la expresión traviesa. — Casi nadie sabe dónde está. Y el piso de Jason, aunque haya gente en el edificio, es un sitio privado. — Aseguró. Luego se mordió el labio al acordarse de lo que iba a mencionar y alzó una ceja. — El baño del séptimo piso, sin embargo… — Entornó los ojos hacia él y dijo en su oído. — Has hecho bien en beber. — Monica se puso a acusarles, porque claro, en el fondo, ella sabía que la mente les funcionaba igual, así que les había pillado, así que ella simplemente encogió el hombro y bebió justo cuando un enorme jugador de quidditch le tapaba la visión de los demás, antes de levantarse para saludar.

El que se había enganchado de Sandy no parecía la luz más brillante del sistema, pero era muy guapo, y desde luego con la chica pegaba muchísimo. Y eso debía pensar ella también, porque estaba tonteándole abiertamente. — Mejor no le comentamos que mi hermano y yo nos apellidamos Gallia o temo que empiece a salir humo de esa cabecita que espero que meta unos tantos brutales. — Susurró a su novio. Ah, sí, una vez habían descendido por la cuesta de su propio mundo, ya no podían dejarlo. Todo eran susurros, miradas… y roces. Mientras iban llegando otros jugadores de quidditch, aprovechó para deslizar los dedos por el antebrazo de Marcus, llegando hasta su muñeca y enredando brevemente sus dedos con los de él. Era un segundo, era un roce inocente, pero, para ella, en ese momento, eran unos microsegundos en los que solo le importaba poder rozar la piel de Marcus. Volvió a inclinarse sobre él y dijo en su oído. — ¿Te he recordado recientemente cuánto me gustan tus manos y tus dedos? — Y se separó rápidamente para saludar a los otros dos jugadores que aparecieron por ahí.

Por supuesto, Frankie se había metido de cabeza en la conversación y encima aireando la circunstancia de Lex. Iba a intentar arreglarlo, pero los jugadores de quidditch parecían seguir la tónica del amigo especial de Sandy. Rio con la aparición del tal Klaus, porque al menos era gracioso, aunque no parecía tener claro cuántos cazadores había. — ¿Qué hacer en América? — Preguntó el chico y ella parpadeó, a ver cómo resumía aquello. — Asuntos familiares, pero volvemos en dos días a Inglaterra. — Llévatelo en la maleta. — Bromeó Lorraine rodeando a Klaus y riéndose ambos. — ¿Y qué os ha parecido? — Ella entornó un poco los ojos, ladeando la cabeza. — Me ha… abrumado un poco. Los magos en Inglaterra estamos un poco más desconectados de todo esto. — Admitió. — Fiesta en Nueva York solo buena donde Sandy dice. — Las chicas rieron. — Para eso sí que ha aprendido el tío. — Klaus rio y levantó una cerveza enorme. — ¿Qué jugáis? — “Yo nunca”, pero creo que se ha roto un poco el juego. — ¡No, no, no! ¡Yo nunca meter un tanto con una quaffle! ¡Tú bebes, Lorraine! — Y la chica, entre risas, levantó otro cosmo y bebió. Le gustaba el rollito que se traían. — ¿El guaperas O’Donnell es tu novio? — Ella asintió, satisfecha. — ¿Te gusta o qué? — La chica rio y se encogió de un hombro. — ¿Y a quién no? Vaya partidazo, chica. ¿El hermano que TOTALMENTE NO juega al quidditch que NO SUENA PARA NADA a que lo ha fichado un equipo grande y no se puede decir aún, aunque el bocazas de Lacey lo haya dejado bastante claro, es igual de guapo? Por consolarme. — Ella se rio y dio otro traguito a la copa. — Es muy guapo también. Pero a mí me gusta más el mío. — Lorraine soltó una carcajada y señaló a Klaus. — Pues cuidado que a aquel le ha gustado el O’Donnell de aquí también. — Alice abrió mucho los ojos y se lanzó a coger a Aaron del brazo y lo arrastró hacia el alemán. — ¡Klaus! ¿Te han presentado a mi primo Aaron? — Se giró y el chispazo fue instantáneo. Ya me lo agradecerás luego. Además, seguro que piensa en alemán, no tendrás ni que preocuparte. Lorraine y Monica se reían fuertemente y la música estaba muy buena para bailar. Podía ir con las chicas, podía pegarse a Marcus como una lapa, que no sería por falta de ganas, pero… se fue a Dylan y le levantó, agarrándole de las manos y dijo. — Venga, patito mayor, baila con tu hermana, a ver esa sangre Gallia de la que tanto presumes. — Y se pusieron a dar saltos por el lugar, agarrados de las manos. — ¡Colega! ¡Ven aquí! — Llamó Dylan, y allí, con ellos dos bailando a lo loco, volvió a sentirse, por primera vez en dos meses, ella misma. Sophia apareció a su lado también y susurró. — A Rylance le va a dar algo. — Y todos se giraron a mirar a donde señalaba ella, para ver al pobre abogado con MUY poco movimiento viéndose comido por los movimientos elegantes y sensuales de Nikki. Tenía que admitirlo, eso sí que era una fiesta.

 

MARCUS

Lorraine y Klaus parecían divertidos y amables, estaban siendo muy simpáticos, y entre el ambiente, la relajación por ver sus problemas al fin resueltos, y el alcohol que ya había tomado, estaba de muy buen humor y con ganas de reír e interactuar con gente nueva. Eso sí, necesitaría reubicarse (¿sería el alcohol? ¿El ruido? ¿Esa mezcla de idiomas de Klaus?) porque cuando el chico preguntó a qué estaban jugando, estuvo a punto de responder "no, el del quidditch es mi hermano". Menos mal que se adelantó Alice. Rio entre dientes (él solo, porque no lo había llegado a contar) y dio otro sorbo... Eso no le iba a servir para centrarse, pero bueno, estaba de fiesta.

— Klaus, ¿cuánto llevas en América? — Preguntó al chico, aprovechando que Alice y Lorraine hablaban. Este hizo un gesto con la mano. — Poco. Cinco meses. Voy y vengo bastante. — De mi tienda sobre todo. — Klaus soltó una carcajada y alzó la copa. — ¡Mejor tienda de quidditch de América! — ¡Ese es mi chico! — Marcus no pudo evitar reír ante la escena. Después de beber, Klaus dijo. — Eso sí: cerveza muy mala. — ¡Pero si estás bebiéndote un gintonic! — Porque cerveza mala. — Siguió riendo. El chico amplió su información. — Me ficharon para los Sweetsweaters All-Stars. — Texas. — Especificó Frankie con una sonrisilla. — Pero les gusta vivir en Nueva York porque en ese desierto las escobas están todo el día llenas de polvo. — Tiene muy buen truco para el polvo. — Apuntó Klaus, señalándole. Marcus asintió, entre risas. — Algo me ha contado, sí. —

— ¿Conoces Texas, Marc...? — La pregunta de Klaus se vio interrumpida por el huracán Alice, que casi le tira la copa (empezaba a estar un poquito inestable) y que prácticamente se había metido entre ellos con Aaron a rastras. Estaba convencido de que se estaba perdiendo algo, pero bueno, ya se enteraría. — Vaaaaaaaaale ya veo por dónde va esto. — Reflexionó Frankie en voz alta, tan discreto como siempre, mientras Klaus y Aaron se saludaban sin necesidad de más intermediarios. Ya, pues su primo lo había pillado antes que él, porque Marcus aún no... Ooooh ya. Vale, ya sí lo había pillado.

Se giró para buscar a Alice y justo ella estaba de la mano con Dylan. Bueno, con el que supuestamente era Dylan, porque no terminaba de acostumbrarse a verle con barba. El chico le llamó y se unió sonriente a ellos. — ¿Qué baile es este? — Preguntó entre risas, mientras saltaba por imitación. El comentario de Sophia hizo que miraran donde señalaba y que les diera un ataque de risa, sin dejar de bailar. — Mira por donde le va a salir rentable el viaje. — Comentó, riendo, si bien en su fuero interno dudaba que eso pasara de ahí, que su abogado era muy tímido, pero era gracioso verlo.

Siguieron bailando un buen rato, y cuando se quiso dar cuenta se le había acabado la copa... y le había aparecido otra en la mano, literalmente mediante magia. Se giró a los lados y vio a Sandy mirándole, con la varita alzada y una sonrisita. — ¡Que no os falte de nada, primo! — Comentó. A Alice también le había brotado una copa nueva en la mano. La alzó y brindó en la lejanía. — ¡Mi mejor prima americana! — La otra soltó una risita de falsa modestia. Qué combinación más peligrosa podían llegar a ser Sandy y Marcus. Se giró de nuevo a su novia para seguir bailando, y vio que Dylan se había ido a bailar por ahí con Sophia, entre risas, así que se habían quedado momentáneamente solos. — Lo cierto... es que no. — Dijo con una sonrisilla ladeada y sin contexto. Se había dejado una cosa por contestar debido a la llegada de los jugadores, y era muy probable que Alice no supiera ni de lo que le hablaba ya. Él amplió su sonrisita y, tras una leve pausa para hacerse el interesante, se acercó y le dijo en falso tono apenado. — Ya no me dices cosas bonitas... — Era mentira, por supuesto, pero sí era cierto que últimamente, con todo lo ocurrido, habían descuidado ambos su habitual tonteo. La circunstancia lo requería, obviamente, pero eso no quería decir que no lo echaran de menos.

 

ALICE

— ¡Baile Gallia, colega! ¡Solo te dejas llevar! ¡Y vuelas, vuelas como los pájaros! — Gritó su hermano por encima de la música, alejándose a saltos hacia Sophia, donde se les unió Monica también, mientras Howard observaba, muy formalito, desde el sofá, con una enorme y satisfecha sonrisa. Y ella rio y notó cómo su pecho se hinchaba de orgullo y sus ojos se inundaban con lágrimas tímidas al ver que su hermano estaba bien, estaba feliz y no había perdido su esencia.

Y, de la nada, apareció una copa en su mano, y le dio la risa floja, guiñándole un ojo a Sandy en la distancia. Se acercó a su novio y susurró, juguetona. — Te encanta el lujo ¿eh? En el fondo lo llevas en la sangre, como yo lo de bailar como una loca sin pararme a pensar ni en qué estoy haciendo. — Chocó la copa con la de él y dijo. — Somos muy ricos en muchas cosas. — Alzó la ceja y miró en varias direcciones. — Venga, vamos a hacer una apuesta. ¿Quién se lía primero? ¿Sandy y el genio, mi primo y Klaus o Rylance y Nikki? — Dejó un besito rápido en sus labios. — ¿Qué nos jugamos? —

Y por mucho que el jueguecito de las apuestas le gustara, había un juego que se les daba mucho mejor, desde hacía mucho tiempo, que hacía que se le pusiera la sonrisilla traviesa y que la Alice sensual se apoderara de ella. Se acercó a Marcus y le rodeó con un brazo sobre su hombro, acariciando su nuca y mirándole de muy cerca. — ¿Ah no? — Dijo siguiéndole el juego. — Me encantan tus manos… Las echo de menos… Me conocen tan bien… — Dijo bajando el tono a uno más aterciopelado. Subió la mano por su nuca, acariciándole hasta que metió sus dedos por su pelo. — Me encantan tus rizos. Y me encanta agarrarme a ellos. — Dijo cerrando la mano despacio. — Me encantan tus labios, sobre todo cuando te los lames, me dan unas ganas terribles de besarte. — Y dejó un beso muy muy ligero sobre ellos. — Me encanta tu piel… — Susurró, inclinándose sobre su oído. — Y ojalá pudiera verla entera ahora, por muy bonita que sea esta camisa… — Terminó deslizando su dedo por el cuello de la camisa. — Aunque, ahora que lo pienso, tu tampoco me has dicho a mí muchas cosas bonitas… — A ver, Marcus SIEMPRE que podía le decía cosas bonitas, pero ya que estaban de jueguecito… — Además de que te gusta verme bailar como una loca… Como un pájaro al viento… Libre… — Y se separó, con toda la intención de que la siguiera a bailar.

Pero lo que ella se esperaba que iba a ser un bailecito de los suyos privado, se convirtió en otra cosa. La música cambió de repente, de ser música discotequera pasó a ser… ¿como muy irlandesa? Se chocó con alguien, y ese alguien la agarró por la cintura y la levantó. — ¡Vamos, primita! Que te veo demasiado motivada con el primo y veo que no vamos a tener otra oportunidad de hacer esto. — ¿Qué? — Fue lo único que le dio tiempo a preguntar. — ¡Eh, Dewar! — Llamó Frankie a uno de los jugadores con el pelo más anaranjado que había visto en la vida. — Que tú eres irlandés, baila con mi hermana, para que Alice vea cómo se baila esto. — ¿Qué estamos haciendo? — Preguntó aún confusa, mientras Sophia, más sonriente que en toda la noche, se ponía a su lado con el irlandés. — Un baile irlandés que es difícil como un demonio pero que es fundamental para que seas aceptada en una familia irlandesa, que se lo pregunten al tío Lawrence. — Alice parpadeó, sobrepasada por la situación. — Venga, tú sigue lo que hace mi hermana. — ¿Cómo has puesto esta música? — Dijo Sandy con desprecio y un punto de indignación. — Porque un Ave de Trueno siempre tiene contactos. Venga, prima, tráete al listo, por si alguna vez hay que meterlo en la familia. No me digas que vas a ser la única Lacey que no sabe hacer este baile. — Ahí Sophia y Alice se rieron casi involuntariamente, mientras la chica intentaba a enseñar una cantidad infernal de pasos a una Alice considerablemente torpe por el alcohol, los tacones y el vestido. Para sorpresa de todos, Sandy sonrió con malicia y se agarró de la mano del jugador grandote. Frankie rio y se acercó a ella. — ¿Preparada? — Qué va, ¿tengo que hacer esto de verdad? — Vamos, hermana, Marcus hizo las pruebas de La Provenza por los Gallia. — Dijo Dylan, apareciendo por allí, con Monica abrazándole por la espalda. — Eso, hermana, que todos te veamos. Y vamos a ver bastante de ti, me da a mí. — Ay, Moni, no seas picona. — Salvó Howard. — Pero yo quiero verlo, claro. — Dijo cruzándose de brazos con una sonrisa. Menudo traidor. Pues nada… Se giró a Marcus y dijo. — Lo hago por ti, mi vida. — A ver si le salía ni tan siquiera un paso.

 

MARCUS

La miró con una sonrisita de galán y los párpados caídos. — ¿Preguntas que si me gusta el lujo? — Se acercó a ella y, chulesco, dijo. — ¿Te presento a mi novia? Si la ves, no te quedará dudas: me encanta el lujo. — Hizo un gestito chulesco. — Solo me rodeo de cosas preciadas y únicas. — Chocó la copa con la de ella y añadió. — Los más ricos del mundo. — Mil veces más que esos asquerosos Van Der Luyden y todo su dinero.

Miró alrededor, siguiendo con una sonrisilla la broma de Alice, pero la miró de reojo y chasqueó la lengua. — Me faltan parejas en esa apuesta. — Suspiró falsamente. — Pero, si tengo que elegir entre esos... Hmmm... — Prolongó los instantes más de lo necesario, tensando, para finalmente decir. — Nah, lo siento. No hago apuestas en balde, sobre todo si sé que voy a perder. Soy un chico inteligente, Gallia. — Se encogió de un hombro. — No se consigue la exclusividad y el lujo haciendo tonterías. — Se mojó los labios y miró a otra parte, escondiendo la sonrisilla mientras bebía.

Se regodeó en que su novia le dijera todo lo que le gustaba de él, moviéndose lentamente a su mismo ritmo, con la música, y sin dejar de mirarla a los ojos y a los labios. Sonreía más a cada cosa que le decía, pero cuando se la devolvió, sin perder la sonrisa, arqueó las cejas. — ¿No? ¿No te las digo? Pues eso está muy mal por mi parte, qué descuido imperdonable... — Sonrió un poco más tiernamente a lo del pajarito libre. — Eso siempre. — Dijo de corazón, antes de volver al modo tonteo. Se lamió los labios. — A mí... me gustan muchas cosas de ti. Tus ojos de Ravenclaw... tu pelo negro... tu sonrisa... — Ladeó varias veces la cabeza, como si pensara. — Y hay más cosas. Muchas más. Que me gustan tanto tanto... que están en mi lista de cosas favoritas. — Se encogió de hombros con una caída de ojos. — Pero no te las puedo decir aquí, porque luego me acusan de hacer cosas en público. — Y dio otro trago, lentamente y mirándola a los ojos.

Pero en mitad de su pompa de ligoteo, la música se puso... muy irlandesa. Y en otras circunstancias se hubiera quejado, pero fue oírla... ¡y le pareció una idea fantástica! — ¡¡Esta la conozco!! — Dijo al aire, girando sobre sí mismo, como si intentara encontrar a quien estuviera presente y escuchándole. — ¡La ponía la abuela Molly en casa! — Frankie se estaba llevando a su novia, pero él estaba tan contento que le pareció estupendo, estaba deseando apuntarse a la canción también. Aunque ni sabía bailarla ni era él muy bueno cantando, pero bueno, podría tocar las palmas, aunque iba un poco rápida, pero creía que podía pillarle el ritmo. La cosa incluso podía mejorar, porque estaban proponiendo que Alice bailara esa canción a modo de ganarse estar con él. — ¡Eso! ¡A los irlandeses hay que ganarnos! — Y yo que creía que tú "habías nacido en San Mungo como todo mago inglés de bien". — Pinchó Monica, provocando risillas tapadas en su marido. Ah, claro, cuando entró en primero tuvo que aguantar muchos "¿eres irlandés?", y él siempre se defendía con lo mismo. — Qué alegría tener gente cerca con tan buena memoria. — Se quejó, a lo que la chica le alzó la copa con una sonrisa socarrona.

Se volvió a centrar en su novia y el baile que le iba a dedicar. Señaló efusivamente a Dylan. — ¡Ese es mi colega! ¡Di que sí! — Y, dicho eso, se dispuso a retreparse en un sillón cual marqués a disfrutar de su espectáculo... Idea que se le esfumó en apenas dos segundos, en cuanto Alice dijo que lo hacía por él, a lo que le lanzó un beso, y porque la musiquita era tan contagiosa que acto seguido se puso a reír y a tocar las palmas, según su bebido y poco entrenado oído, al ritmo perfecto, pero notaba cómo la gente se le apartaba de alrededor probablemente ante la incomodidad de un sonido tan disonante y a destiempo. — Vaya, cariño, vamos a tener que desconectar más a menudo. — Comentó risueña Nikki, copa en una mano y Edward en el brazo opuesto. El hombre estaba levemente sonrosado y reía por lo bajo ante la escena. — Estoy seguro de que al señor O'Donnell le encantaría ver esto. — ¡Le encantaría! — Corroboró Marcus, feliz, a la frase de Edward, sin retirar la mirada de Alice. Pero el hombre no había terminado. — A la señora O'Donnell, no tanto. — Nikki soltó una carcajada, como si conociera a su madre y se la estuviera imaginando, o quizás solo le había hecho gracia la frase. Marcus estaba demasiado ocupado en disfrutar de su espectáculo no tan privado.

 

ALICE

Había bebido, a ver, no mucho, pero había bebido, había muchos movimientos que aprender, y las palabras de Marcus, con esa mención a la lista, la había desestabilizado mentalmente y, con todo eso, su concentración y coordinación estaban mermadas. Pero si algo tienen los Gallia es que saben moverse por impulso, y la verdad es que la música era alegre, y Sophia se reía y, milagrosamente Sandy también, haciendo bailar a su amigo jugador. — ¡Ya sabía yo que esto era buena idea! — Le comentó Frankie, aunque un segundo después tuvo que darle la vuelta para hacerla ir en la dirección correcta, lo cual le daba la pista de que probablemente todo lo demás tampoco lo estaba haciendo bien, pero le daba bastante igual. — ¡La izquierda primero, hermana, por Dios! — Le gritaba Dylan muerto de risa con Monica. Bah, les ignoraba, a ella le interesaba ver a Marcus, que estaba haciendo aquello para él.

Su novio estaba con la cara de un niño ilusionado, dando palmas y disfrutando al máximo, con Nicole y Rylance al lado. Su hermano riendo, su novio ilusionado, bailando con aquella familia que cada vez era más grande y que les había ayudado tanto. Necesitaba celebrar y aquel baile, por mal que le estuviera saliendo, parecía talmente perfecto para ello. Frankie le agarró la mano y la hizo girar sobre sí misma. Ah, sí, ahora iba eso. — Da gusto verte así, pareces otra persona. — Ella asintió, con los ojos brillantes. — Y no me conoces organizando fiestas familiares, ahí me vengo arribísima. — Le dio la vuelta hacia el otro lado. — Lo comprobaré en Navidad. — ¡Es verdad! — Contestó ella como si se le acabara de ocurrir. — El futuro es brillante, Frankie. — Él se rio y dijo. — Me alegro de que por fin lo veas, primita O’Donnell. — Eso le hizo reír y ponerse un poco roja, y menuda tontería, porque vamos, ella ya pensaba de sí misma como una O’Donnell, pero en fin, así de tonta estaba.

Cuando paró la canción, aplaudió y levantó los brazos. — ¿Estoy aceptada pues en la familia irlandesa? — Nacida en San Mungo en parte… — Dijo Monica cerca de ella. Pero si San Mungo estaba en… Bueno, daba igual. — Aceptadísima. — Dijo Sophia abrazándola de la cintura. Frankie tomó una de sus manos y la señaló. — Señora y señores, oficialmente, una irlandesa más en Nueva York. — Y además esta con estilo, porque la viste su prima irlandesa guay. — Aportó Sandy entre risas, y ella dio un saltito. — ¡Toma! — Esto ha sido más fácil que lo del colega. — Alice señaló a Dylan y dijo. — Veremos qué tienes que pasar tú cuando te toque… Algo relacionado con plantitas, intuyo… — Su hermano se puso muy colorado y se refugió en Monica. — Y ahí, vendrás a pedir ayuda. — Uhhhhh, ¿pero y eso? — Preguntó la chica, haciendo cosquillas a su hermano. — ¿Hay una niña especial por ahí? — ¿QUÉ ME DICES? — Saltó Sandy dirigiéndose a su hermano. — ¡Ya sabía yo que este escondía algo! — Exclamó Frankie, y aprovechando el cambio de foco, fue y se acercó a Marcus.

Como todo le daba ya un poco igual, y Rylance estaba literalmente del brazo de semejante mujer, ella se sentó en el regazo de Marcus y rodeó sus hombros con un brazo. — Hola, guapo, ¿estoy aceptada pues por la sangre irlandesa? — Nikki rio y dijo. — En Italia, en Sorrento, de donde es mi familia, no harían a un novio hacer un bailecito o unas pruebas medievales. Ahí le someterían a un interrogatorio entre veinte o treinta miembros masculinos de la familia, mientras las mujeres observan sentadas abanicándose con esta cara. — Y se puso a imitar el gesto de abanicarse y una expresión muy inquisitiva que le hizo morirse de risa. — Eso en La Provenza también se hace un poco, no te creas. — Rylance tragó saliva. — He visto jurados que daban menos miedo que eso que planteas. — Nikki sonrió sugerente y apretó las mejillas de Edward como si fuera un niño. — No te preocupes, cariño, es solo con las casaderas. — Y todos se rieron, aunque la risa del abogado era un poco nerviosa. Y aprovechando que aquellos dos tenían su mundo particular también, ella se inclinó al oído de su novio. — Me he ganado el derecho irlandés de tenerte… Creo yo que podrías susurrarme un poquito de esa lista, aquí, al oído. — Y su mano libre había subido hasta su cuello y estaba deslizando el índice sobre su piel, activando más aún el olor de su perfume, que la volvía más loca todavía.

 

MARCUS

Ver a Alice bailar estaba siendo muy divertido, mientras él intentaba seguir la música con sus palmas. — Colega... — Dijo Howard a su lado, poniéndole las manos tiernamente en las muñecas para separárselas y bajárselas lentamente. — Mejor disfruta del espectáculo. No querrás perder ni un detalle de la música ¿no? — Es verdad. — Respondió feliz, volviendo la vista a Alice y sin ser consciente del intercambio de miradas entre Monica y Howard. Él ya estaba embriagado del son irlandés y los preciosos movimientos de su Alice... Puede que un poquito de alcohol, también.

Volvió a los aplausos (aunque estos para vitorear, no para seguir ritmo alguno) cuando paró la música y Alice fue debidamente celebrada por sus primos, añadiendo exclamaciones de júbilo. Estaba muy contento, pero el comentario de Dylan le trajo de vuelta un argumento que había dejado por unos instantes de lado. — ¡Eso es cierto! Lo mío era ostensiblemente más difícil. — Y le hubiera defendido como buen colega que era cuando, por hablar en favor de él, se le echó un montón de gente encima, pero Alice venía hacia él y Marcus tenía una calurosa felicitación que dar.

— ¿Eso que estoy viendo es una recién bautizada irlandesa? — Comentó, conquistador. — Qué suerte la mía. — Se lamió los labios. — Aceptadísima. Y si no fuera porque justo después de hacerme esa broma de muy mal gusto para que le preguntara a nuestra amiga cierta cosa indecorosa en francés me diste un buen susto, ahora me acordaría bien de la frase y podría decírtela... — Hizo una caída de ojos. — Solo para demostrarte que yo también puedo ser aceptado por la sangre francesa. — Sonrió, cómico. — ¿Qué crees que será más complicado? ¿Que yo aprenda francés o que tú aprendas gaélico? — Se acercó a su oído y susurró. — Pregunta trampa: a ninguno de los dos hay reto que se le resista. — Estaba muy arriba en la chulería, y cómo lo disfrutaba.

Rio a los comentarios de Nicole. — Si estuviera aquí mi padre, te diría que su pedida ante los Horner fue mucho peor. — Eso hizo a Edward reír entre dientes, tapándose la sonrisilla con la copa. Estaba coloradito y eso le hacía parecer más joven, aunque seguía atribulándose ante los comentarios y gestos de Nicole. Qué divertido era verlo. Sin embargo, se centró en su novia, que tenía cosas muy interesantes que plantearle. Sonrió levemente y se pegó a ella. — ¿Más cosas? ¿No te he dicho suficientes? — Comentó, sugerente. — ¿Quieres más? — Siguió, sabiendo que así la picaría. Se mordió el labio y se acercó un poco más. — Puessss... — Empezó, susurrando muy cerca. Pero quería seguir estirando esa cuerda. — Perdona, es que si no me acerco mucho, con tanto ruido, no se nos oye. — Se mojó los labios. — Como decía... — Hizo otra pausa. — Me gusta... cuando hablas de alquimia. Me gusta... cómo te quedan los vestidos. Todos. Y... cómo te queda... no llevarlos... — Pausa de nuevo. — ...Porque llevas el uniforme de Ravenclaw, por ejemplo. — No se creía ni él que ese era el final de la frase, pero es que le encantaba tentarla. — Y me gusta... cuando me... — ¡Eh, tortolitos! — Antes de que le llegara la frase al cerebro, ya tenía a Frankie chasqueando los dedos ante sus narices, rompiendo su pompa de tonteo. — Que nos mudamos. — ¡Oh! ¡Ya era hora! — Clamó Nicole, contentísima y levantándose de un salto, tirando de Rylance con ella, quien casi se tira la copa encima que justo en ese momento estaba bebiendo. — ¿Nos vamos ya? — Preguntó Marcus, extrañado. Sandy apareció por allí apremiando, tocando las palmas como quien arrea un rebaño de ovejas. — Sí, a otra parte. Para estas horas y estas dosis de alcohol, esto empieza a estar ya muerto. — Les miró con ojos urgentes. — ¡¡Venga!! Esto solo era la antesala, no íbamos a quedarnos aquí toda la noche. — ¡Eso, vamos a moveeernos un poquitoooo! — Exclamó más contenta de lo que la había visto nunca Sophia, lo que hizo que la mirara con los ojos muy abiertos. — ¡Vamos, que os quedáis los últimos, que el niño está ya saliendo por la puerta! —

 

ALICE

Al muy maldito no podían dársele armas, porque luego las usaba sin piedad. Aquel tono, la lengua por los labios… Sabía perfectamente lo que estaba haciendo, y ella descendía por aquella cuesta con los ojos cerrados, porque sabía lo que le esperaba al final. Se rio como una tonta a lo de la frase y entornó los ojos, acariciando distraídamente los rizos que tenía más a mano. — Puedes intentarlo, yo lo valoraría mucho… Mucho… — Rozó su nariz con la mejilla de él cuando le dijo aquello en el oído. — Me gustan muuuucho los retos, pero, ¿qué gana el que lo supere primero? — Preguntó juguetona.

Aquel juego se les estaba yendo, como les solía pasar con los juegos, y ya estaba mordiéndose el labio solo de oír esas cosas que a Marcus le gustaban. — No me digas eso del uniforme que no sabes la de cosas que se me ocurren. — Tentó en su oído. Uf, desde luego que no lo sabía… — Lo mejor de este vestido es que se quita superrápido… Y te digo más, si te gusta mucho… Se sube muy rápido también, para dejarlo ahí, pero… — Pero nada, porque ya tenían que interrumpirles. Menos mal que todo pasaba tan rápido que no les daba para quejarse demasiado, especialmente porque su hermano, haciendo gala de ser un Gallia Hufflepuff, allá que iba, sin considerar que debía pedir permiso, avisar, ni nada que se le pareciera. Rio y negó con la cabeza. — Vamos, que nos están tomando la delantera preocupantemente. —

Se reunieron con los demás y Frankie dio una palmada. — Bueeeeeno, ya estamos todos. Venga Klaus, haz tú los honores. — Dijo señalando un… ¿pulsador? ¿Qué era aquello? — A ver a dónde nos lleva este ahora… — Susurró Sandy, pero los hermanos Lacey estaban muy motivados y muertos de risa (el tal Dewar tenía a Sophia rodeada desde la espalda, vaya, vaya…) y Monica tenía los ojos brillando, sin separarse de su hermano, pegándose a ellos. — Mira, mira las caras de tu hermana y tu cuñado, están deseando pasárselo bien, pero se sienten poseídos por los espíritus de lo viejos que son. — Y se reían de ellos. — Señora Graves, no la he visto bailar todavía esa noche. — Uy, dame tiempo… Donde nos lleve ese locuelo de ahí, me desato. — Efectivamente, Klaus llegó, tirando de Aaron, con una gran sonrisa y preguntó. — ¿Todos dentro de círculo? — ¿Qué círculo? — Preguntó ella en pánico, pero Frankie le empujó ligeramente antes de que Klaus gritara. — ¡Nos vamos! —

De alguna forma, tras dar un palmetazo al botón, notó como si el suelo bajo sus pies desapareciera y cayeran en caída libre a otra parte. Debía ser una especie de traslador comunitario, pero masivo, como todo en América. Donde aterrizaron, las luces eran completamente rojas y la música era muy sugerente… — Vaya sitio… — Masculló Howard, mirando de reojo a Dylan, que a su vez lo miraba todo con curiosidad alegre. — Aquí reservado también. Lorraine y Frankie saben. — Y subieron unas escaleras con mucho menos glamour que la de Sandy. Pero en aquella discoteca había un grandísimo espacio central, también abierto a su reservado, y aunque no había sofás había… — ¿Son como celdas? — Preguntó Howard, atónito. — Sip, caben dos personas, y solo tienen el sofacito que podéis ver pero… Bueno, da un poquito de intimidad, y si quieres conocer a alguien… — Aportó Nikki. — Tú has estado aquí antes. — Aseguró Alice. — Sí, es un buen sitio. Venga, ¿pido yo las copas? — Y se fue hacia la barra, dejando a un confusísimo Rylance allí con ellos, sin ser capaz de articular palabra. Pero Alice tenía otro lado que picar. — Señora Graves… Usted iba a bailar… Mire qué bien le va a venir esa pista tan grande y roja… — Monica cogió una de las copas que venían levitando, bebió del tirón y dijo. — Atento, mi amor, que esta va por ti. — Y se fue muy directa escaleras abajo, como si tuviera todo aquello planeado.

 

MARCUS

Estaba siendo arrastrado por el torrente de sus primos y compañía mientras procesaba aún la insinuación de Alice con su vestido, que ahora hacía que no pudiera dejar de mirarlo y fantasear al respecto. Frunció el ceño, en cambio, cuando la realidad se plantó ante sí en forma de extraño aparato con forma de pulsador y que olía bastante a que era un traslador. — A ver si este al menos nos lleva donde no haya muggles cerca. — Sandy hizo un gestito con la mano, rodando los ojos. — Eso en Nueva York es complicado, cielo. — Pues vaya.

De repente se vio empujado por Frankie al interior de un supuesto círculo y, antes de poder decir nada más, sintió la caída libre del traslador, y apenas le había dado tiempo a agarrar a Alice de la mano para asegurarse de que no iban por separado. Se quedó un tanto aturdido al llegar y ver ese lugar... tan... Bueno, nunca había estado en un sitio así, pero el instinto le daba señales de que era... un poco... — Invitador. — Dijo Aaron a su lado, con una sonrisita ladeada. — Sugerente. — El chico miró a Klaus de reojo. — Qué buen gusto. — Muchos así en Alemania. — Hizo una caída de ojos y añadió. — Querer sentirme como en casa. — ¿Alice? — Buscó, porque él ahí estaba ya más que sobrando.

Menos mal que su novia no andaba muy lejos, lo justo para alejarse apenas un par de pasos, pegarse a ella y dejar a los otros aparte, al menos hasta que Klaus afirmó que allí también tenían lugar reservado y les guio hasta allí. Parpadeó a la mención de las supuestas celdas "para tener intimidad", mirándolas desde la distancia. — Pero si se ve todo. — Comentó, extrañado. Monica le miró de reojo. — ¿Demasiado público para ti? — ¡Que no he hecho nada en público! — Se tiró de la camisa con dignidad. — Soy un hombre muy pudoroso. — No le des armas, colega. — Aconsejó Howard. Menos mal que Alice había distraído a Monica, o se habría cavado su propia tumba. Otra vez.

Eso sí, como hubiera hecho la suya propia, se escurrió tan rápido que dejó a su marido descuadrado. — ¡Pero, Moni! — Llamó Howard, pero la chica ya iba para la pista, y arrastraba con ella a todo el que pillaba. Dylan estaba enganchado a una de las barandillas, mirando todo muy jovial y divertido. — Colega, ve tú también. — ¿Yo? — Preguntó Marcus. Miró alrededor. — Yo aún intento entender por qué todo esto está tan rojo. — Dylan soltó una carcajada. — No es la sala común de Ravenclaw. — ¿Acaso a ti te recuerda a la de Gryffindor, gracioso? — El chico se puso colorado, pero le sacó la lengua, picón. No perdía la expresión infantil a pesar de la barba y la voz. — Yo me apunto también. — Dijo Nicole, contoneándose y dejando la copa que acababa de coger en manos de Rylance. — Volveré a por ella. — Dijo sugerente, y a Marcus casi le llegaron las ondas de temblor del abogado. Lo cierto era... que ver a Nicole moverse mientras iba hacia la pista... era... hipnótico. — Colega. — ¿Y Alice? — Preguntó otra vez, saliendo del hechizo, en cuanto oyó la voz de Dylan. Pero este no le estaba llamando la atención, solo miraba muy confuso a Nicole. — ¿De verdad esa mujer es... como mamá? — Marcus ladeó la cabeza, mirándola. No sabía la edad exacta de Nicole, pero si eran amigas... — Nunca habría visto así a mamá. — Se sinceró Dylan. No, desde luego, él tampoco.

 

ALICE

Se tuvo que contener la risa, entre las insinuaciones de Klaus y las reacciones de su novio a los piques de Monica. Pero es que fue verla irse así y le dieron muchas ganas de seguirla, de bajar a la pista y que todo el mundo la viera bailar, como le dijo aquel día en la discoteca. Y, como hacía mucho que no se lo permitía, se dejó llevar por el instinto, por su alma de pajarito travieso, y se bajó a la pista, hacia Monica que le hacía gestos para que bajara con los dedos y la sonrisa traviesa. Nada más estuvo a su alcance, la chica la tomó de la mano y la arrastró hacia donde estaba el DJ. — Hola, guapo. — Dijo Monica. — Podría contarte una historia muy larga, pero esta chica de aquí y yo nos conocemos desde hace siete años, mi marido, su novio, ella y yo somos un precioso y británico sistema de amistades y mentorías, y ha pasado por una época malísima, necesito que nos pongas una sola canción, luego te dejo en paz. — El chico sonrió, tocó un par de cosas en toda aquella cacharrería que tenía y dijo. — A ver qué me pides. — Girls just wanna have fun. — Alice se echó a reír y asintió fervientemente. Y efectivamente, el chico les puso una versión más discotequera, pero no se podía quejar.

Se dejó llevar a la pista con Monica de nuevo, saltando y bailando, riéndose como locas. Sin darse cuenta, Nicole apareció por allí y la agarró de la mano dándole la vuelta sobre sí misma, acercándose después a su oído. — Tu madre estaría feliz y orgullosa de verte así. Libre, viviendo tu vida. — Los ojos se le inundaron. Toda la vida preguntándose eso, si estaría haciendo lo correcto, y al final, lo que quería su madre era que fuera libre y feliz, y lo era, en ese momento lo era. Se abrazó a Nicole, emocionada, y enseguida notó a Monica. — Yo también quiero. — ¡¡¡¡Y YOOO!!! — Exclamó Sandy que también estaba por ahí.

Cuando se separaron, se giró hacia Sandy. — Qué rico huele eso que tienes. — Dijo señalando a la copa. — ¡No se hable más! — Y desapareció hacia la barra, momento que volvieron a aprovechar para bailar como locas, hasta que la chica volvió con una botella que tenía como una boquilla muy estrecha al final. — Es de piña colada, que es lo que estaba bebiendo yo. — ¿Y los chupitos? — Preguntó Monica, a lo que Sandy sonrió con malicia y alzó una ceja. — A ver, enrolladísima y nada mayor ni casadísima señora Graves, abre la boca y echa la cabeza para atrás. — Alice abrió mucho los ojos, pero Monica se rio e hizo lo que Sandy le dijo, a lo que la chica inclinó la botella sobre ella, haciendo que le cayera el líquido directamente en la boca. Claro, al tener la canulilla esa no caía mucho, y realmente era como un chupito. Cuando Monica volvió a su posición normal Sandy la jaleó. — ¡Toma! ¡No veas la señora! No la han domesticado. — Monica rodeó a Sandy y la inclinó sobre su propio brazo. — A ver, Barbie, abre tú la boquita y calla un poco. — Y le arrebató la botella y le hizo lo mismo. Cuando terminaron, estaban todas muertas de risa, pero las chicas la miraron muy traviesa y ella movió el dedo en negación. — No, eh. Nonono… — La tengo. Con lo atrevida que tú eres, Alice, no seas mojigata. — Dijo Nicole agarrándola de los hombros. — Venga, no te resistas tú, señora O’Donnell, que vaya tela… — Dijo Sandy. — ¡Un momento! ¡Necesito cabeza aquí! ¿Dónde está Sophia? — Pasándoselo mejor que tú. — Dijo su prima, entornando los ojos. — Con Dewar por ahí. Ahora sé buena y abre la boca que no quiero llenarte mi vestido de piña colada. — Cerró los ojos con una sonrisa e hizo lo mismo que había hecho Monica. La piña colada estaba buenísima, era como los caramelos tropicales todos juntos, pero quemando en la garganta un poquito. Cuando pudo tragar, se incorporó entre risas, agarrándose a Monica. — ¿Dónde están nuestros señores? Quiero ver sus caras. — Yo ahora mismo me quedo con la de Sandy preguntándose cómo le va a echar la piña colada a una señora que mide dos cabezas más que ella. — Dijo señalando a las otras dos mujeres. Entre risas, se abrazó a Monica. — Gracias, Monica. Por ayudarme, por haber estado ahí desde que te conocí, por haberme enseñado tanto. — Le dio un beso en la mejilla y ella la estrechó. — De nada, Gal. Mira a dónde hemos llegado estas dos Ravenclaws desastrosas… — Señaló arriba a los chicos, que las miraban… No sabía bien cómo las miraban, porque no veía tan bien ya. — Somos libres, pero nos llevamos el premio gordo. — ¡Howard! ¡Mi amor! ¡BAJAD! — Dijo muy alto haciéndoles gestos con una gran sonrisa.

 

MARCUS

— Mírala. — Dijo Howard a su lado, con una risita. — Ya va a molestar al DJ. — Eso hizo a Marcus reír. — Oh, y por allí va mi pajarito volando. — Añadió, porque Monica la llevaba tras ella. Sí que la había perdido de vista. Pues estaba Nueva York de vacío y organizado como para ir perdiendo a su novia por ahí. — Bébete eso, que se va a aguar. — Le dijo Frankie a Edward, de risas con Lorraine. El hombre le miró. — Es de Nicole. — Uh. — Escuchó a Howard a su lado, con una risilla. Algo le decía que ese también estaba un poquito piripi. — Ya no es la señorita Guarini, ha ascendido a Nicole. — Marcus se tuvo que tapar la risa. Frankie, a lo suyo, insistió. — Creo que Nicole está ahora con otras bebidas. — Y, al fijarse, vieron a Sandy acercarse a las demás con una botella, y justo después... — ¡Hala! — Exclamó Howard, alzando los brazos y dejándolos caer. Frankie soltó una carcajada. — Calienta, O'Donnell, que ya mismo sales. — Le dijo, y al mirarle, vio cómo Edward, tímidamente y como si estuviera cometiendo un robo, al final sí que estaba dándole un sorbo a la copa.

Lo que se preguntaba era por qué se lo había dicho a él en vez de a Howard... Vale, solo tuvo que mirar a la pista para hallar la respuesta. — ¡Yo también quiero! — No. — Contradijo rápidamente Marcus a Dylan. El niño le miró con el ceño fruncido. — ¡Eh! No vale, lo estáis haciendo todos. — Yo estoy aquí. — Tú vas a estar ya allí. — Dijo Klaus, apareciendo con Aaron y tirando de él hacia la pista, animándoles con un gesto del brazo. Dylan se puso muy digno y dijo. — Voy a bajar. — Edward carraspeó. — O podemos quedarnos aquí los dos y valorar si es conveniente bajar o no. — ¿Todos los ingleses son así? — Le preguntó Lorraine a Frankie, extrañada. El otro suspiró. — Estos, en concreto, son un poco para echarles la piña colada por encima, a ver si espabilan. — Les miró. — ¡Venga! ¡Que vuestras esposas os llaman! — Efectivamente, Monica y Alice ya les estaban llamando a gritos desde su posición, y Howard diciendo que no con gestos de las manos.

— Será mejor que bajéis por vuestro pie. — Les comentó Lorraine, muy enganchada a Frankie, con una risilla. — Antes de que venga Klaus y os lleve cargados como un saco. — Voy. — Aseguró Marcus, y miró a Howard, presionando. — Colega... me debes muchas ya. — Eh, que la que ha llamado primero ha sido tu mujer. — Y los dos bajaron, dejando arriba a Edward y Dylan. Este último gritó. — ¡Pienso reírme de vosotros desde mi posición privilegiada! — Lo peor es que lo veía bastante posible, pero seguía prefiriendo eso a que se emborrachase.

— ¡¡Pero si es mi amorcitoooo!! — Gritó Monica, enganchándose a los brazos de Howard. — Míralo, el Ravenclaw más guapo y recto de todo el colegio, arrastrado a una pegajosa discoteca neoyorkina. — Y le zampó un morreo que probablemente ni el propio Howard se viera venir. Marcus, con una sonrisilla, se acercó a Alice, tomándola de la cintura. — Vaya con el pajarillo, sí que ha salido volando. ¿Qué pasa? ¿No hay vasos en este sitio, o qué? — Preguntó entre risas, y ya se estaba viendo a Sandy venir (un poco zigzagueante) con otra botella en la mano. — ¡Marchando otra para los hombres! — ¡Yo se la doy al mío! — Clamó Monica, quien prácticamente se la arrancó de las manos, aunque Sandy estaba muerta de risa. A Howard apenas le dio tiempo a alzar las palmas. — Cariño, que ya ando un poco mareadillo... — Inclínate a mí, bombón. — Uuuuuuuuuh. — Dijo su prima, encantada con la escena, y ciertamente Monica ya estaba inclinando a su marido como si estuvieran bailando un exagerado tango, y Marcus empezaba a temer que se cayeran los dos al suelo. La precisión de Monica lanzando la bebida era admirable... pero estaban tan en equilibrio que el líquido hizo de las suyas. — ¡Ay! ¡Moni! — ¡Calla, hombre, que al hablar cierras la boca! — ¡¡Que me PPPPZZZ los ojos!! — Todos estaban muertos de risa con el numerito.

— ¡Me toca! — Clamó Frankie. — Que esta muchacha de aquí se ha saltado el reto. — ¡Oye! ¿Y tú qué? — Ahora me lo das tú. — ¿Sí? ¿Esas tenemos? — Vaya tonteo entre su primo y Lorraine. La chica, con cara pilla, se dejó inclinar por Frankie, quien vertió una cantidad sorprendente de líquido en su boca (Marcus temió seriamente que se ahogara o que se derramara), con increíble precisión, y súbitamente, esta se incorporó de nuevo y le plantó un morreo a su primo que dejó a Marcus con los ojos como platos. — ¡Buenísima la piña! — Clamó el chico, con Lorraine riendo y Marcus alucinando. Se giró a Alice. — Alegrándome muchísimo de haber dejado a tu hermano arriba. — ¿Por eso no está aquí el abogado? — Preguntó Nicole. La mujer rodó los ojos, suspiró y dijo. — Estos niños... Ahora vuelvo. — Y se fue.

No le dio tiempo ni a reaccionar, ni a protestar, porque vio la cara divertida y los ojos muy abiertos de Frankie y Lorraine mirando algo que estaba a sus espaldas y, de repente, le cayó un montón de líquido encima que le puso empapado. — ¡¡ASÍ CELEBRAR VICTORIAS!! — Y un montón de gritos de júbilo y animados, mientras Klaus lanzaba champán como un loco por todas partes, pero había ido a empezar encima de su cabeza. Llevaba a Aaron recolgado y claramente ya con bastante alcohol en el cuerpo. Aquello se estaba desmadrando ya tanto que no era capaz de procesar.

— Bueno. — Dijo, sacudiéndose las manos y mirándose. — Pues ya hemos probado champán también esta noche. — Comentó, y se relamió un poco, porque a la boca por supuesto que le había llegado también. — No iba a parar hasta que te mojara la camisa. — Comentó Aaron apareciendo a su lado. Se encogió de hombros. — No se lo he leído, piensa en alemán. Lo ha dicho abiertamente. — Marcus parpadeó. Iba a girarse de nuevo a Alice, pero a quien vio fue a Frankie acercándose peligrosamente con la botella. — Este todavía no ha bebido. — Yo creo que ya he tenido sufic... — ¡¡¡QUE BEBA EL ALQUIMISTA!!! ¡¡¡QUE BEBA EL ALQUIMISTA!!! — De repente sentía que había media discoteca gritando lo mismo, incluso gente que no conocía de nada y que se había sumado al grito porque sí. No iba a tener escapatoria.

 

ALICE

Jaleó como todas las demás cuando Monica le plantó semejante morreo a Howard, y abrió mucho los ojos, tapándose la boca. Rio, dejándose coger por su novio y acarició aquella cara tan bonita que tenía. — Pasa que el pajarillo quería romper un par de normas esta noche, tú sabes, emoción controlada, como beber de una botella… — Pero se vio interrumpida de nuevo por el espectáculo de Monica y Howard, al cual aplaudió y se rio como la que más, porque en la vida se hubiera imaginado a su adorado prefecto Graves de esa guisa en, como decía Monica, una pegajosa discoteca de moral distraída neoyorquina.

Para seguir con las parejas venidas arriba (empezaba a encelarse de no ser ella ESA pareja, por no hablar de la que formaban Sophia y Dewar que no paraban por allí desde hacía un rato), Frankie y Lorraine se revelaron como la clásica pareja Gryffindor pasional que no mide mucho pero que se lo pasa muy bien. — Los Lacey tienen un tipo, eh. — Susurró al oído de Marcus. Y lo que vino después pasó muy rápido.

Nicole se quitó de en medio, había dicho algo de Rylance, Frankie y Lorraine se alejaron un poco, y al final sintió un liquido frío y a presión sobre parte de ella. Y era sobre partes porque el grueso se lo estaba llevando Marcus. Se tapó la boca con las dos manos, aguantándose la risa, mirando a Klaus y a su primo, más feliz de lo que le había visto nunca. Se acercó a Marcus riéndose sin saber bien por dónde agarrarle. — Madre mía, mi amor… — Ladeó la cabeza y se rio a lo de su primo. — No puedo culparle… Estás supersexy. — Admitió, aún riéndose y acercándose a él. Y claro, le vio lamerse y… — A mí me encanta el champán ¿sabes? Es francés… — Y besó sus labios atrapándolos en los de ella, para luego seguir besando por su cuello que… efectivamente, sabía a champán.

Pero ya tuvo que cortarle Frankie el rollo. Oye, mono, que yo no te he interrumpido cuando tú estabas con tu Lorraine, pensó mosqueada. Pero sí, su novio estaba ya evitando la botella. Ante tantas voces coreando aquello, alargó la mano hacia la botella y miró a su novio entre sexy, retadora y traviesa, o quizá una combinación de las tres. — Alquimista… yo no tengo fuerza para inclinarte, pero… — Alzó la ceja. — Arrodíllate delante de mí, que ahí arriba no llego. — ¡UHHHHHHHH! ¡QUE FUERTE! — Exclamó Sandy sacudiendo las manos. — ¿Ves? Te dije que era interesante ver esto. — Dijo Nicole, apareciendo por allí con Rylance y su hermano. Ella suspiró y dijo. — Tú no bebas ¿eh, patito? — Su hermano se rio y se encogió de hombros. — No me hace falta. — Ella movió la botella ante Marcus y dijo. — Venga, alquimista. — Se echó un traguito a ella misma rápido y dijo. — Yo diría que te va a gustar. Emoción controlada... por mí. — Empezó a verter líquido entre los labios de su novio, y al poco, levantó la botella y le miró sugerente, inclinándose para susurrar en su oído. — ¿Y si le dejo la botella a Klaus para agradecerle que te haya dejado tan sexy? — Pero luego se separó y dijo. — Venga, un poquito más. — Y un poquito más vertió, mordiéndose el labio de gusto. Luego dejó la botella en las manos de Frankie y le ayudó a levantarse y señaló a Howard, rodeando a Marcus por la cintura. — ¡Hurra por los prefectos desmelenados! —

 

MARCUS

Arqueó las cejas, sin perder la sonrisilla. — Ah ¿tú concepto de "emoción controlada" es "romper un par de normas"? Eso explica muchas cosas. — Dijo, feliz entre el tonteo, el ambiente y el alcohol que llevaba ya en el cuerpo. Después de ponerse chorreando gracias a la ideíta del alemán, mientras se miraba a sí mismo con resignación, su novia se le acercó entre risas y él levantó la mirada con las cejas arqueadas... aunque se tuvo que reír también. — ¿Te gusta? ¿Te hace gracia? — Preguntó cómico, porque ¿qué iba a hacer? ¿Llorar? Con la que habían tenido encima, llenarse una camisa de champán era, desde luego, el menor de sus problemas. — Al final me obligan a quitármela y tú te sales con la tuya. — Por lo pronto iba a desabrocharse otro de los botones de arriba, porque se notaba pegajoso. De hecho, no pudo evitar una onomatopeya siseante y asqueada al notarse la camisa tan pegada al cuerpo. Con suerte se le secaba un poco la piel así, pero pegajoso iba a quedarse igualmente.

Estaba aún calculando cómo ponerse o si podría dibujarse en su propia camisa un círculo de transmutación que evaporara el champán (igual era un poco peligroso, sobre todo en su estado) cuando Alice se lanzó a sus labios y se le olvidó todo por completo, porque se quedó tan colgado en ellos que incluso dio un traspiés hacia delante cuando se apartó. Claro, Frankie y sus cosas, que no estaban solos.

Alzó un índice. — ¡Este alquimista está pensando la mejor forma de...! — Nada, no le dejaban hablar con los gritos. ¿Cuándo aprendería Marcus que dar un elaborado y argumentado discursos en ciertos contextos era absolutamente inútil? Igualmente, ya venía su Alice hacia él, y esa expresión... Oh, ya tenía mucha experiencia con esa expresión, y ya sabía cómo acababa, y el Marcus desinhibido decía a eso que "sí" con mucha más facilidad que el prudente, que claramente debía seguir dormido todavía desde la noche anterior. La propuesta de Alice le hizo arquear una ceja y ladear la sonrisa. — Como ordene mi princesa. — Afirmó, y allá que fue a arrodillarse, sin dejar de mirarla a los ojos... Ah, espera, que no era un juego sin más, que era para beber. — ¿Pero eso qué es? — Preguntó de nuevo. Vaya pregunta más tonta: fuera lo que fuese, que veneno no iba a ser, alcohol llevaría fijo. Seguiría mejor en el juego de la seducción si no fuera por... — ¡Y no mires! — Ordenó, señalando a Dylan, lo cual levantó muchas risas. Dylan reía a carcajadas con malicia. — Ya te estoy perdiendo el respeto, colega. — ¿A que me levanto? — Amenazó, pero obviamente no lo hizo, porque ya estaba su novia llamando su atención lo suficiente.

Esa forma de beber en ella le había dejado atontado. ¿Por qué era tan hipnótica? ¿Por qué cada cosa que hacía le resultaba tan excitante? Y lo más importante, ¿qué había pasado aquellos malditos meses para que no hubiera tenido esa sensación cada cinco minutos? Porque ahora le resultaba imposible mirar a Alice de otra manera que no fuera desbordando amor y deseo, ¿cómo lo había hecho todos esos años y, sobre todo, en todos esos días de convivencia? Si hasta habían dormido en la misma cama. Uf, mejor no pensaba en eso ahora, que se le nublaba la vista y no dejaba de mirar hacia arriba y... — Qué vista más privilegiada la mía ahora. — Le dijo, con un tono para que solo le oyera ella... O quizás ni ella le había oído con tanto ruido, esperaba que le hubiera leído los labios al menos.

Sorprendentemente, no estaban derramando nada de líquido y... sí que estaba bueno, sabía a piña, era como los caramelos tropicales. Pero con alcohol, por supuesto. — Vamos mejorando en lo de darnos el sabor este el uno al otro. — Se le ocurrió, espontáneo. Ah, cómo habían cambiado las cosas desde que Alice le daba caramelitos tropicales en su cumpleaños. Lo de Klaus le hizo alzar una ceja. — No me líes. — Fue lo que atinó a decir, que igual mucho sentido no tenía, pero creía haberse hecho entender. Sin embargo, Alice lo que quería era darle más. — A ver... — Empezó, pero ya ella estaba derramando líquido, así que si no quería ponerse aún más pringando, más le valía concentrarse. Terminó de beber entre risas. — Qué interés en emborracharme, Gallia. — Comentó. Se dejó levantar y se pegó mucho a ella, mirándola con deseo. Ni siquiera coreó los vítores, estaba a otras cosas.

Se apoyó él también en su cintura, mirándola. — Mira lo que haces conmigo. — La miró de arriba abajo. — ¿No te doy pena? — Porque le manipulaba como quería, pero él iba a llevarse un premio por ceder a su caos. Todos estaban desmelenados allí ¿no? Y él se moría de ganas por besar a su novia, así que eso hizo, dejándose llevar por las ganas que tenía, y por ese agradable sabor a piña que ella también tenía en sus labios. Se permitió el lujo de quedarse allí, moviéndose instintivamente al ritmo de la música discotequera que sonaba de fondo, pero sin separarse de ella, sin romper ese beso apasionado en el que se estaba deleitando. Sentía que era como ese caprichito con el que llevaba meses y meses soñando, pero que hasta ahora no se había podido permitir, pero al fin lo tenía y se iba a regodear.

Se separó para hablarle y, al hacerlo, reparó en la música. Miró hacia arriba, tratando de reconocerla, parpadeando... Oh, esa canción. — Vaya. — Dijo. — Las circunstancias han mejorado un poco. — Afirmó. Era esa misma canción la que desató sus instintos aquella noche, la única que habían salido solos por Nueva York y que acabó... como acabó. Sonrió levemente, relajado, sabiendo ahora con certeza que todo había salido bien. — Eres a prueba de balas. — Afirmó, escuchando la letra. — No han conseguido derribarte... Eres de titanio, Alice Gallia. — Dijo, agarró sus mejillas y volvió a besarla. No era nada consciente de lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Para él, era como si estuvieran solos.

— Esto es una locura. — Se le escapó, entre risas, al separarse de sus besos. Rio un poco más y lo explicó. — Son... No sé ni qué horas son, pero debe ser la madrugada. Estamos en otro país, en una discoteca de otro país, abarrotada, con... ¿jaulas para liarse con gente? — Dijo entre risas. — Y borrachos. — Mejor lo reconocía ya. — Y hemos venido aquí con tu hermano envejecido, tu primo al que mandaron a espiarte, una antigua amiga de tu madre, el abogado de mi familia, nuestro antiguo prefecto y su mujer, un montón de primos míos que hasta hace unos meses no sabía ni que existían y otro montón de jugadores de quidditch, que a saber si alguno no será internacionalmente famoso, o compañero de trabajo de mi hermano en un futuro. — Rio de nuevo, pero sin dejar de agarrar sus mejillas y mirándola a los ojos. — Es una locura. Es la locura más grande que hemos hecho en la vida. — Soltó aire por la boca. — Y qué lleno de vida me siento. Tenías razón, Alice: la vida es emoción no controlada a veces. Y... no sabes cuánto te amo. — No era capaz de hacer un discurso más largo, pero la conclusión la tenía clara, y que sentía que necesitaba besarla de nuevo, en mitad de aquel caos, también.

 

ALICE

Lo que Alice estaba sintiendo en esos momentos no lo sabía nadie. El hechizo que Marcus tenía sobre ella, con aquellas palabras, aquella mirada, esa forma de obedecerla, pero decirlo en voz alta y con esa sonrisita… Iba poco vestida, y aun así, no podía consigo misma con el calor. Mientras dejaba caer el líquido sobre su boca, no podía parar de mirarle y… Cómo me gustaría hacerle esto mismo, pero estando solos y en una cama. Wow, ese pensamiento había sido muy concreto. Ella adoraba a Marcus, pero en los último dos meses, había tenido la cabeza tan centrada en sus problemas, en resolverlo todo y no cargarse nada bueno en el camino, que sus fantasías, esas que le salían solas, como acababa de ocurrirle, habían estado apagadas en su mente. Pero se acababan de encender de golpe, vaya que sí. Y más leyendo lo que acababan de decir sus labios. Lo había entendido perfectamente. — Puedo darte mejores vistas aún. — Dijo tentadora. Que viera por qué camino iba, que viera lo que quería. Al fin y al cabo, no era ni más ni menos que lo que todos parecían querer ahí…

Cuando le ayudó a levantarse, le dejó apoyarse en su cintura y acarició su nariz con la de él. — No era pena lo que me estabas provocando precisamente hace un momento. — Comentó aterciopelada. Pero aquel beso que le dio acababa con el jueguecito y los rocecitos. Un beso así era exactamente lo que necesitaba, era todo lo bueno de su vida resumido en una sola acción, la de besar desesperadamente a Marcus, disfrutando de cada milímetro en el que se encontraban, se sentían, se disfrutaban. Y entonces empezó aquella canción, aquella que estaba segura que no iba a poder olvidar por el punto de inflexión que supuso para ella en ese momento, y se separó solo para mirar a Marcus y disfrutar del momento.

Rio y asintió a lo que le dijo su novio. — Han cambiado y mucho. Pero siento esto… Esta… hambre animal por ti. — Apoyó su frente en la de él y asintió, bajando los ojos. — Lo soy. — Levantó los ojos y los enfocó a los de él. — Pero tú eres parte de ese titanio, Marcus. Soy indestructible porque tú me sujetas siempre. — Se señaló a ella y a él. — Hemos transmutado la sustancia más fuerte del mundo, Marcus: nosotros. Y el precio ha sido nuestro amor. — Y volvió a enredarse en su beso, sellándolo, demostrándose una vez más que eran ellos y nadie más en el mundo.

Se rio a lo que dijo después. — Sí que lo es. — Negó entre risas y miró a su alrededor. A más lo decía Marcus más locura parecía, pero… — Las locuras son el terreno de un Gallia. — Le dijo con una enorme sonrisa. — Es una discoteca donde todo el mundo puede expresarse como quiera, como queremos nosotros siempre, donde ser libres… Mi hermano ha envejecido, pero no por la barba, porque esto le ha hecho crecer, y aun así mírale… — Le señaló, porque estaba dando saltos y duchando a Aaron con el champán de Klaus. — Sigue siendo él, vacilando al primo que venía a espiarme y que solo quería exactamente eso… — Rio un poco emocionada. — La amiga de mi madre y tu abogado se merecen más que nadie esta fiesta, porque sin ellos no habríamos logrado nada, y tus primos, por mucho que no les conocieras, eran de tu sangre irlandesa, y la abuela estaría MUY de acuerdo conmigo en que no hay nada que tire más que la sangre irlandesa. Y en cuanto a los jugadores, acostumbrémonos, porque si mal no he entendido, ya tenemos oficialmente uno que lo va a ser. — Le acarició mirándole con cariño. — Para mí todo tiene perfecto sentido. — Pero aquello último que le dijo, dándole la razón sobre la vida, sobre esa máxima que ella tantas veces había dudado... — Eres perfecto, Marcus O’Donnell. Y brillante. Y no solo por ser un genio a tu edad sino… por ser capaz de llegar a la verdad, a la quintaesencia y de sacarle todo su potencial, como llegaste a mi felicidad, y sabes explotarla todos y cada uno de los días… — Se unió a sus labios y se separó solo un momento para decir. — Y lo vas a hacer para siempre. Yo también te amo. — Antes de volver y enredarse en sus brazos.

Cuando acabó la canción, y realmente sintiéndose de titanio, se separó de Marcus y tiró de él hacia donde estaba Dylan. — ¡Hermana! El primo me ha dejado darle de la botella esa y Klaus se ríe un montón, es superfeliz, me encanta estar aquí. — Monica y Howard estaban cerca, pero no eran los cuidadores con los que le había dejado la última vez. — ¿Dónde están Edward y Nicole? — Monica se dio la vuelta con los ojos muy abiertos. — ¡Eso mismo digo yo! — Yo hace rato que no los veo. — Admitió Dylan con tranquilidad. — ¿Chico tímido y gran mujer? — Preguntó Klaus, que luego puso una gran sonrisa. — Desaparecer hace rato. No creo que tímido quiera jaulas, pero yo no buscar aquí, casi seguro fuera de aquí. Igual que Lacey pequeña y Dewar. Siempre que ven, ¡fuera! — Alice parpadeó y miró a Marcus. — ¿Y decías tú que esto era una locura? No habías escuchado esto último. — Si el bueno de Rylance se ha llevado a la cama a Nicole Guarini voy a necesitar de la botella esa. — Dijo Howard. — ¡Pero bueno, prefecto Graves! — Le dijo ella abriendo mucho los ojos. — Perdón, a veces cuando bebo descuido el lenguaje. ¡Venid aquí, enanos! ¡Monica y yo os queremos un montón! — Uy, alguien está ya de exaltación de la amistad, igual hay que ir pensando en irse. — Dijo Monica con una risa, pero aun así, abrazándose.

 

MARCUS

— Alice Gallia hablando de alquimia. — Dijo simplemente, antes de volver a sus besos con ese hambre animal que su novia describía. No había disminuido ni un ápice su amor por Alice, sería imposible, pero esos meses habían estado tan ocupados, que esa sensación de que el pecho le iba a explotar de tanto quererla, al sentirla de nuevo ahora, le pareció que llevaba mucho más tiempo del que él se consentía a sí mismo sin sentirla. Ahora estaba viniendo con toda la intensidad acumulada.

— Lo tiene. — Corroboró, aunque la verdad es que estaba tan hechizado mirándola y oyéndola, que le podría haber hablado en otro idioma y también habría dicho que tenía sentido. — No he oído nada con más sentido en mi vida. — Afirmó, y de verdad lo creía... Al menos, lo creía en ese momento. A ver de cuánto de eso se acordaba al día siguiente y a ver si le veía el mismo sentido. Siguió escuchándola, y de verdad que sus palabras le estaban derritiendo y encendiendo cada vez más. — Eres perfecta. — Afirmó también. — Eres la mujer más perfecta del mundo. — Y hubiera seguido con una perorata mucho más larga que le podía haber durado hasta la mañana siguiente si fuera necesario, pero le interrumpieron antes.

Tan metido en el ambiente estaba, que en otras circunstancias habría dado un salto al verse ante Dylan, porque tenía las manos en el cuerpo de Alice de forma sugerente y la estaba devorando con la mirada, por no hablar de la cercanía, pero su cerebro feliz y bebido determinó que dudaba que a esas alturas el niño se fuera a espantar, y que lo que estaba haciendo era la perfecta expresión del amor que sentía por su hermana y eso seguro que le gustaba, peor sería no sentirlo ¿no? Intentó seguir el hilo de la conversación, y a la mención de Nicole y su abogado miró a los lados. Era cierto, ¿dónde estaban? ¿Se habrían ido juntos? Eso le hizo reír, sobre todo porque la explicación de Klaus no tenía desperdicio.

Y más se rio con la reacción de Howard. Si su prefecto podía hablar así, él también. — ¡Primer triunfo de la noche para la casa O'Donnell! — Dijo, alzando la copa que tenía en la mano... Un momento, ¿cuándo le había aparecido una copa en la mano? — Siempre seréis mis mentores. — Afirmó de corazón, y se unió al abrazo con los demás, con cuidado de no tirar el contenido de la copa sobre nadie. No sabía ni lo que era, así que cuando se separó le dio un sorbo. Tosió. — Oh. — Dijo con la voz quebrada. — Esto está demasiado fuerte. — A ver. — Dijo Monica, y antes de poder reaccionar, se la había quitado y estaba bebiendo. Abrió mucho los ojos, mirando a su marido. — ¡Uh! ¡Cariño, tequila! — ¡Eso me gusta! — Dijo Howard, y tercera mano a la que iba la copa. Monica le dijo. — Pero eso está incompleto. El tequila hay que tomarlo con más cosas. — Pues las demás cosas, en el próximo bar. — Saltó Frankie, con Lorraine del brazo. Marcus le miró. — ¿Otro? — ¡YUHUUUU! — Llegó Sandy, bailando bajo la mano de... Espera, ese no era el mismo jugador de quidditch con el que entró al bar. — ¡Que siga la fiestaaaaa! — Lo dicho: nos vamos. — Pero. — Dijo Marcus, y tras unos segundos de búsqueda, localizó la botella. — Sigue medio llena. — ¡Reduccio! — Dijo Sandy, con una floritura, volviendo la botella diminuta y metiéndosela en el bolsillo. — ¡Arreglado! — Miró a Alice y se encogió de hombros. Bueno, pues se iban.

Al salir del local, miró al grupo. — ¿No falta... mucha gente? — Eran la mitad de los que empezaron, de hecho. Habían perdido a Nicole, Edward, Sophia y Aaron por el camino, estos dos últimos con sus respectivos jugadores. — Quienes quieran nos encontrarán, no te preocupes. — Dijo Frankie, despreocupado, y luego alzó un brazo. — ¡Rumbo al nido de las Aves del Trueno! — ¡¡Nido!! — Gritó, ilusionado, mirando a Alice. — ¡Un nido! — Se unió Howard. — ¡¿Dónde están mis águilas orgullosas?! — ¡¡AQUÍ!! — Gritó con todas sus fuerzas. Frankie les miraba ceñudo, pero sacudió la cabeza. — Vale, no me entero, pero no importa. ¡¡Volando vamos!! — Y, enganchándose entre todos, desaparecieron de allí.

Y menudo vértigo, porque aparecieron en lo más alto de un edificio terroríficamente alto, y las paredes estaban tan acristaladas que daba la sensación de estar en el aire. — Uy, un poquito justo el aterrizaje. — Recriminó Monica, porque habían aparecido pegados a la pared y de verdad que parecía que se iban a caer al vacío. Sin embargo, no pudieron reaccionar, porque un grito de júbilo les sobresaltó, y ya vieron a alguien dirigirse hacia ellos. — ¡¡Mis ingleseeees!! ¡Pero bueno! — Abrió mucho los ojos. — ¡¡Blyth!! — ¡¡Pero si es el hermano alquimista de mi nuevo compi de equipo!! — ¡LE HAN FICHADO LOS MONTROSE! — Chilló Lorraine, señalándole. — ¡¡Lo sabía!! — ¡Pero es secreto! No digas nada, que me mata. — La chica hizo un gesto de cremallera en la boca. — Soy una tumba voladora. — ¡Chica escoba! — Vaya, sí que Klaus les había encontrado rápido. Iba tan sonriente como siempre y con un Aaron muy despeinado y atontado detrás. — ¡Siempre en fiestas! — Contigo no hablo. — Le dijo Blyth. Klaus respondió con una fuerte carcajada. — Es graciosa. — ¿Chica escoba? — Preguntó Marcus, que iba un poco lento. Klaus explicó. — Muy delgada y color madera. — No es medio lelo, se lo hace muy bien. — Dijo Blyth con una sonrisilla irónica. — Para intentar matarme a golpe de blugder es listísimo. — Mi trabajo es. — Dijo el otro, encogiéndose de hombros. — ¡Eh, Blyth! — Clamó Frankie. — Estos ingleses no han probado nunca el tequila. — La chica aspiró una teatral exclamación, mirándoles con los ojos y la boca muy abiertos. — Eso lo soluciono yo ahora mismo. —

 

ALICE

Se habría quedado bien a gusto dejándose llamar “mujer perfecta” por su novio mientras la besaba y la acariciaba, o abrazándose a Monica y Howard, o viendo qué llevaba aquella copa misteriosa… Pero Frankie y Sandy tenían otros planes. Igual era por el alcohol, pero todo le parecía que iba a toda velocidad. Solo se enganchó a la palabra “nido” y a lo animados que parecían los dos exprefectos. — ¡Eh! ¿Dónde está el águila que nos falta? — Preguntó buscando a Edward. — Que se ha ido con Nicole, hermana. — Le recordó su hermano, que estaba por ahí. — ¿La amiga de mamá se puede liar con alguien tan joven? — Qué pregunta más complicada… Menos mal que había que irse. — Concentración, patito. Que vamos a otro lado, por lo visto. — Ya mañana… trataría de poner orden ahí.

Entre la pregunta, el hecho de que su hermano supiera lo que era liarse con alguien (de verdad, la sala común de Hufflepuff) y el transporte, estaba tan desorientada que pegó un salto en la dirección contraria del cristal (no había detectado que fuera cristal de verdad), chocándose con alguien. — ¿Blyth? — Preguntó anonadada. Pero es que los demás iban a mucha más velocidad que ella, y solo pudo enterarse de que ya todas sabían, de alguna forma, lo de los Montrose. Se rio como una niña traviesa y dijo. — Lex se va a cabrear… — Pero luego le dio la risa con lo de la tumba voladora y pensó… ¿Blyth no era legeremante? Ah, no, legeremante no, lo otro, lo de que no se podía saber lo que pensaba… Un poco como ella ahora, que no sabía ni ella misma lo que pensaba, aparte de que se lo estaba pasando de lujo con Marcus y quería más… — Pues te has perdido la oportunidad en el otro lado. — Dijo su primo apareciendo a su lado, ajustándose un poco la ropa. — Deduzco que tú si la has cogido. — Él asintió y sonrió mucho. — ¿Qué menos, prima? Para lo que me queda aquí… Quiero recordarlo sintiéndome libre. — Eso la hizo sonreír y le pasó un brazo por los hombros, abrazándole. — Creo que tienes más de Gallia que de Van Der Luyden, Aaron. — Él asintió. — Si llego a ser la mitad de listo o apasionado que un Gallia, me daré por satisfecho. — Ella le miró con cariño. — Bueno, haberte ido con aquel a disfrutar de la oportunidad, citando tus palabras, haría muy orgullosa a mi tía. — Y se limitaron a ver el pique con Blyth y Klaus, muertos de risa.

— ¡A ver, el inglesito más valiente, que venga para acá! — Ordenó de repente Blyth. Se vio agarrada de la muñeca por Monica. — ¡Nosotras somos inglesitos valientes! — La chica sacó el labio inferior y asintió. — Ya veo, poder femenino, me gusta. Blyth Jennings, para servirla, señorita. — Dijo ofreciéndole a Monica una mano que ella estrechó. — Monica Graves, y es señora, pero puedo patearles el culo a todos. — Eso hizo reír a las otras dos. — Me parece estupendo. Pues a mí me llaman la reina del tequila. — Yo llamo chica escoba. — Aportó Klaus. — TÚ CALLAR, MONO. ¿Por dónde iba? El tequila. — Señaló una tablita con limones y sal. — ¿Lo vamos a transmutar? — Preguntó ilusionada. Blyth arrugó el gesto. — ¿Qué? No. Te lo vas a beber, Alice… Estos Serpientes Cornuda, siempre igual… — Dijo la chica entornando los ojos. — A ver, atención, que para eso sois los listos. Os echáis el limón y la sal en la mano, chupáis, y justo después: chupito. — A ver si no se lo tiraba encima, con la que llevaba. — Trae la mano. — Y se dejó hacer, a la vez que Monica, que parecía tener más práctica. Al final, de alguna manera lo logró, y la sensación fue… — ¡Brutal! ¡Pruébalo amor! — Blyth puso carita traviesa y le agarró el antebrazo, poniéndole la cara anterior hacia arriba. — La gracia está en ir probando otra cositas… — Le echó el limón y la sal desde la muñeca hacia arriba. — Cógelo de aquí, chico listo. — Le dijo Blyth a Marcus, dejándole el vaso de chupito en la mano. Y otra vez se encontraban sus miradas, y ya solo oía a Monica riéndose de fondo, diciéndole a Howard que la iba a llenar de limón entera si no se lo bebía rápido, o a Frankie y Lorraine… ¿Era eso Sandy tumbando al jugador, y levantándole la camiseta? Pero ya solo le importaba Marcus, sus ojos, y el jueguecito nuevo que les acababan de enseñar.

 

MARCUS

Por supuesto que no se dio por aludido con lo de inglesito valiente, estaba mirando los alrededores con curiosidad cuando se vio empujado hacia Blyth, lo que le obligó a dar un traspiés. — ¿Qué pasa? — ¡Que te estoy llamando! — ¿A mí? — Estaba muy confuso, pero ah, allí estaba Alice, y donde estaba Alice, Marcus ponía una sonrisita boba. — Hola, princesa. — Saludó con tono seductor, como si llevara una semana sin verla. Cuando dijo que la llamaban la reina del tequila, la miró con los ojos muy abiertos. — ¿En serio? — Qué coincidencia, le ponían en la mano una copa de tequila y justo se encontraba con Blyth y a Blyth la llamaban así. Se irguió, orgulloso, junto a Alice. — Pues nosotros somos los reyes de Ravenclaw. — Ya. Esta noche pega más ser reyes de la disco. — Y le guiñó un ojo. Rio un poco, pero no lo entendió muy bien. Ni que los títulos se pudieran quitar y poner según el día...

Ya se estaba preparando por si había que transmutar algo, como sugería su novia, pero al parecer no. Igualmente, como veía que la pobre se había quedado con las ganas, se acercó a ella y dijo, chulesco. — Yo luego te transmuto lo que tú me pidas. — Que su Alice no se quedara con ganas de ver alquimia en práctica. Atendió al procedimiento, pero frunció el ceño, reflexivo. ¿Y no era más fácil echarse la sal y el limón en la boca directamente? Menuda pringue echarlo todo en la mano y chuparlo todo después, aunque en fin, ya más pringoso de lo que se había quedado con el champán, no podía estar.

Pues a Alice le había gustado, y una alarma interna debió recordarle que el hecho de que a Alice le gustara algo no necesariamente significaba que a él también, que ella era mucho más arrojada y abierta con las emociones fuertes. No se activó dicha alarma, por lo que allá que fue, diligente y confiado de que esa mezcla suavizara el sabor (porque ya le había dado un sorbo en la discoteca anterior y de brutal nada, sentía que le había dado un sorbo a un bote de alcohol de la enfermería). Pero Blyth tenía planes y... Sonrió de lado. — Me gusta cómo piensas. — Le dijo, señalándola y haciendo a la chica soltar una divertida carcajada. Tomó la muñeca de Alice, pero antes miró a la otra y arqueó las cejas. — Soy muy listo. — Tanto como para no dejar esa oportunidad pasar. Dicho eso, clavó la mirada en los ojos de Alice. — ¿Me permite, princesa? — Y pasó la lengua por su antebrazo, sin dejar de mirarla. Puede que, aparte de llevarse el limón y la sal, se regodeara un poquito en la caricia, más allá por su piel, lo que provocó varios "uuuh" en los alrededores.

Eso sí, el líquido estaba brutal, pero brutalmente fuerte. La tos que le dio, probablemente, lanzara al traste la sensualidad que pudiera haber conseguido segundos antes. — Oh. — Dijo girando sobre sí mismo, para que Alice no viera más de ese tremendo espectáculo, sin dejar de toser y con dificultades para abrir los ojos en su totalidad entre el lagrimeo y las punzadas que recibía de sus propias papilas gustativas. En una de las veces que parpadeó, cuando la visión dejó de ser turbia, le pareció ver a su prima Sandy literalmente encima de un tío medio desnudo y haciéndole lo mismo que él le había hecho a Alice pero en el pecho. — Wow. Vaya. — Se giró, un poco inestable, y se topó con Dylan. — Colega, no mires. — Y le giró de los hombros, pero no sabía ni hacia dónde le estaba girando. Puede, de hecho, que le hubiera puesto incluso de cara a la escena. Pero es que estaba muy aturdido.

— Yo conocer más formas. — Escuchó a Klaus, y para cuando miró (¿era él o sentía que la mente le iba a menos velocidad de lo normal, y las imágenes le hacían como eco al pasar la mirada y estaban turbias?) el chico le estaba dando una rodaja de limón con la boca a Aaron, pero o se cayó, o se la tragaron, o algo pasó, pero se habían olvidado de la parte del chupito y se estaban dando un morreo estupendo. — ¡Eh! ¡Que se os pasa el sabor! — Avisó, porque con tanto entretenimiento, al final se tomaban el tequila sin limón, o se iban a tener que tomar otro limón. Pero no le hicieron mucho caso.

De repente pusieron una música estruendosísima y un montón de luces de colores se movían por todas partes. Uf, qué mareo. Debería sentarse un poco aunque fuera. Se acercó a Alice, que estaba muy animada bailando, y le susurró. — Estoy por ahí. — Señalando de aquella manera a unos sillones que había visto, para que no pensara que se había ido. Pero claro, al acercarse... — Estás impresionante. — Es que, cómo se movía, cómo le quedaba el vestido, y las luces hacían que le brillaran los ojos. Antes de irse, necesitaba llevarse un buen beso de su parte, y eso hizo, y por Merlín, casi se queda allí, pegado a ella, acariciándola y besándola. Pero de verdad que se tenía que sentar, que en una de sus apasionadas maniobras para pegarse a su cuerpo casi tropieza y caen los dos al suelo. Mejor recomponerse un poco para poder mantenerse más tiempo en pie.

Llegó al sofá a lo justo, porque se lanzó de una forma muy poco propia de él en un lugar público, y sintió que caía en el sitio más cómodo que había probado nunca. — Dios. — Gruñó un poco, recolocándose. — Me duele todo. — Menos mal que no estaba hablando solo, sino con quien tenía al lado, y que era un conocido y no uno de por allí. Howard rio. — Naciste viejo. — ¡Eh! Que llevo mucho rato de pie. Me duelen los pies. — Estás como para llevar tacones. — Siguió riendo. — Si te oye Monica, te da una colleja. — Continuó, y la verdad es que se rio, y al hacerlo miró a Monica en la distancia... y a Alice, porque estaba con ella. Y ya se volvió a perder.

— Cómo me gusta. — Suspiró, de corazón y con la mirada perdida en ella. El alcohol le sinceraba y le hacía hablar sin filtros. — Es que... la veo y me pierdo... — Howard reía entre dientes, aunque sin perder su punto tierno habitual. Marcus seguía a lo suyo. — Desde que la conocí... pero es que cada vez más... y la miro... y es como... y cuando me acerco... bufff... — Se mordió el labio. — Hace que piense de todo, te lo aseguro. — Howard soltó una carcajada, y eso le sacó de la pompa y le hizo recomponerse en el sitio. — Perdón. Eso no ha sido nada educado. Oh... qué visión de mí tendrás ahora. — Tranquilo. — Dijo el otro entre risas. — Sabía desde que os conocí que ibas a acabar así. — ¡Pero si me conociste siendo muy pequeño! — Se espantó, llevándose las manos al pecho. — ¡Yo no pensaba esas cosas! — Howard estaba muerto de risa. — ¡Claro que no, colega! Pero cuando veías a gente besándose, o alguien hablaba del amor o algo, siempre hacías... — Y entonces puso una cara de bobo total, con una sonrisilla tímida, y miró de reojo hacia donde estaba Alice. Frunció el ceño. — ¡No es verdad! — Pensabas el equivalente de once años a lo que piensas ahora con dieciocho. No digas que no. — No sabes lo que estoy pen... Está bien. — Lo dejó, porque como entraran en detalles iba a salir perdiendo.

Hubo unos instantes de silencio entre ellos (no sabría decir cuánto, ni era silencio como tal, más bien un estado de no-conversación con muchísimo ruido ambiente y luces de colores que iban y venían), mientras ambos, derretidos en el sofá y con una copa en la mano (¿por qué tenía otra vez una copa en la mano? ¿De dónde salían?) miraban a sus respectivas parejas como hechizados. — Howard. — Hm. — Dijeron Marcus y Graves respectivamente, a cuál más monocorde. — Intenté liarme con Alice en Hogwarts. Un montón de veces. En quinto, cuando acababa de coger el puesto. — El otro le miró, girando la cabeza con un extraño ángulo de torsión para poder seguir desparramado en el sofá. — ¿Solo en quinto? — Me refiero, que ahí empezó todo. Me cegaba. La veía y... se me iba la cabeza. Y estaba con el puesto recién empezado. Y pensaba: Graves no lo haría. — Graves lo hizo. Pero sigue. — Confesó el otro con normalidad, pero Marcus estaba tan metido en su revelación particular que ni se impresionó al respecto. — Y había un chico, Colin Evans. Mi sucesor. Qué buen chico, cuánto le quiero. Se ha quedado de prefecto. Un gran chaval. — Joder, cuánto me alegro, me hubiera gustado conocerle. — Te lo presentaré. — Me encantaría. — Se parece un montón a mí. — ¿En serio? Qué suerte. Tú fuiste una suerte para mí, Marcus. — ¿De verdad? — Te lo juro. — Le iba a hacer llorar... Pero espera, él había sacado el tema por otra cosa. — Pues eso, muy buen tío, pero... me interrumpió. Una vez. Bueno, alguna que otra. Pero sobre todo una, en quinto... — Le miró. — Prefecto Graves. — El tono serio hizo que el otro girara la cabeza de nuevo para mirarle. — Sé sincero conmigo, por favor: ¿te he interrumpido alguna vez? — Howard frunció el ceño. — ¿Interrumpido? — Interrumpido. Con... — Nada discretamente, señaló a Monica con la cabeza. El otro abrió los ojos. — Oooooh. — Pareció entender. — Sí. — A Marcus se le cayó el alma a los pies. — ¿En serio? — Más de una vez. — Descolgó la mandíbula. — No. — Quiso rescatar, pero el otro asentía lentamente, mientras miraba a su mujer a lo lejos. — ¿Y más de dos? — Seguía asintiendo. — ¿Más de tres? — Colega, estás perdonado, no te preocupes. — Marcus echó la cabeza hacia atrás con un gruñido lastimero. Alzó los brazos, como un niño dramático (y derramó un poco de la copa en el proceso). — ¡Pero eso es horrible! — Bueno, pero te apreciaba mucho. Y siempre pensaba: en algún momento se acostará y yo me quedaré levantado. — Marcus ladeó la cabeza, pensativo. — No es mal consuelo. —

 

ALICE

La tenía en el “hola, princesa”, pero esa mirada, cómo agarró su muñeca y cómo paseó la lengua por su brazo… Se le cerraron los ojos y se le escapó un jadeo, y debió ser bastante evidente, porque oyó a Monica reírse muy fuertemente, y se dio cuenta de que tenía la mano cerrada en un puño, claramente canalizando todo lo que le fluía ahora por las venas. Pero antes de que pudiera tontear y tentar a su novio, a este se le atravesó el tequila. Sí, quizá era un poco fuerte, y ella tuvo que contenerse la risa, porque su hermano allá que fue a intentar socorrerle, y Marcus, entre toser y todo, trató de que no viera lo que andaba haciendo Sandy. Frunció el ceño al mirarla y se inclinó hacia Frankie. — Ese no es el de antes. — Señaló. El chico se encogió de hombros y Lorraine, que estaba enganchada a él, dijo. — Depende de la hora, coge uno u otro. Da igual, todos están locos por ella, esto es su buffet. — ¿Y por mí no? — Preguntó el chico con exagerada ofensa. Lorraine se rio y dijo. — Klaus te ha pretendido varias veces. — Y los tres se rieron. — Pero ahora ese chico le tiene bastante entretenido, así que no tengo que pegarme con nadie por ti. — Vale, empezaba a sobrar, así que se fue a buscar a su alma gemela en la fiesta: Monica.

Pero, no bien había empezado a bailar con ella y con Blyth, que todavía estaba burlándose de cómo bebían tequila todos los que no eran “reyes del tequila” y Marcus se pegó a ella. Le había dicho algo más, pero ella se quedó con lo de impresionante, así que se pegó a él, moviéndose, ya no sabía si al ritmo de la música, pero moviéndose. El problema es que, entre besos y movimientos, casi pierden el equilibrio una vez, y Marcus dijo que tenía que sentarse. Jo, yo quiero seguir… Pensó. Pero ya seguiría en casa, no podía quedarles mucho rato por allí, lo disfrutarían a tope cuando estuvieran solos y un poquito más serenos.

Se acercó de nuevo a Monica y Blyth, haciéndose pasos de baile entre ellas, haciendo mucho el tonto, a cada cual más, y le salió del corazón decir. — Qué ganas de que vengas ya a Inglaterra… De que vengáis las dos. — Dijo mirándolas. — Eh, a mí me queda solo una semana aquí, de ahí que me esté pegando semejante fiesta. — Contestó Blyth levantando los brazos y moviendo muy exageradamente las caderas. — Estoy dispuesta a repetir una vez en Inglaterra. — Ambas rieron, y justo apareció Dylan por ahí, abrazándose a Monica. — ¡Sí, Moni! Tienes que convencer al prefecto Graves de que volváis a Inglaterra! — La chica le miró derretida y muerta de risa. — Al prefecto Graves dice. Eres lo más adorable que he visto en la vida, Dylan. — Alice rio también. — Es que en mi casa siempre será el prefecto Graves. — Y estaban riéndose los cuatro, y Blyth le preguntó a su hermano que cómo le había salido la barba, y ahí estaba Dylan con sus salidas Gallia, haciendo reír a la chica, pero Monica se había quedado un poco ausente. Ella también pareció darse cuenta, y la tomó de la mano. — ¿Me acompañas al baño? — Alice asintió y fue con ella.

El baño estaba bastante abarrotado, pero ella aprovechó para mirarse un poco en el espejo y ver que, a pesar del champán, todos los alcoholes y las altas horas, no estaba tan mal como esperaba. Y que ese vestido parecía más revelador a cada paso. Monica la sorprendió por detrás. — Ya estoy. Oye… ¿vamos ahí donde las ventanas, donde nos hemos aparecido? Para respirar un poco. — Alice asintió y alzó una ceja. Sí, muy lúcida no estaba, pero ya se olía que algo no iba muy allá.

Llegaron a la cristalera, y se sentaron sobre un poyete, que claramente era para mirar por ahí. — No es que no quiera volver a Inglaterra ¿sabes? Es más… ahora que os hemos tenido aquí… Sinceramente, hemos echado de menos tener un grupo cercano, de confianza, echamos de menos a nuestras familias… En fin, ya sabes. Nos encantaría volver. — Y se quedó mirando a la inmensidad de los edificios de Nueva York. — ¿Pero? — Le ayudó Alice. Monica nunca estaba cabizbaja, y nunca perdía la sonrisa, pero había que saber leer en las variaciones de su rostro. — Llevo… meses, medio año, de hecho, intentando quedarme embarazada. Y no pasa. Y, sinceramente, tampoco estaba muy segura de ello, y me agota el tema, me angustia y me frustra a la vez… Y le dije a Howard que bueno, que así es la vida, y que es que la vida aquí es muy estresante, y que quizá no es inteligente tener un hijo en Nueva York, que podemos esperar a volver a Inglaterra, porque lo veía como algo lejano y un “ya lo pensaré”… Pero parece que cada vez es más una realidad, y, cuando lleguemos, habrá que intentarlo otra vez, y volverán las pruebas negativas y esa angustia de si me vendrá o no… Y siempre viene. Y otro mes que le digo a Howard: “no, esta vez tampoco ha podido ser”… — Suspiró y Alice entrelazó su mano con la de ella, y se quedaron así, en silencio, dejándole su espacio. — Moni, yo no sé nada de esas cosas. Es más, lo pienso y me muero de miedo, pero… — Se levantó y la miró. — Howard te adora. Te adora a ti, con lo que tú tengas, hijos o no hijos. Te adora más que a nada en el mundo, y yo te odiaba porque ese brillo en los ojos, esa sonrisa estúpida… solo se le ponía contigo. No tienes que hacer esto, pasar por todo eso, solo por él… Si queréis los dos, en Nueva York, o Inglaterra o China… Pues genial. Pero si Howard supiera que te hace sufrir esto, aunque sea por un minuto, abandonaría la idea para siempre. Así que deduzco que no se lo has dicho. — Ella negó con la cabeza. — No, y vamos a seguir sin decírselo. Promesa de meñique. — Dijo teniéndole el dedo. Ella lo abrazó con el suyo y dijo. — Prometido. Pero dile al menos parte de la verdad. Dile que quieres esperar, que lo necesitas. Sabes que solo vas a necesitar una palabra para convencerle. — La mujer asintió y suspiró. — Es la primera noche que salgo en mucho tiempo sin tener que pensar en todo eso… y no sabes cómo lo agradezco. — Ella sonrió. — Nos hacíamos falta entre los cuatro. — Monica la abrazó y frotó su espalda. — Te has convertido en una mujer ideal, Gal. — Ella rio, y sin separarse dijo. — Marcus ha tenido su prefecto… Yo tuve a mi maestra. Y es la mejor. — Se separaron del abrazo y vio que Monica estaba llorando un poco. — Vamos a buscar a ese par de viejos que nos echamos por maridos, y terminemos de quemar la noche. — Lo veo. — Dijo ella con una sonrisa.

Volvieron a los sofás con los chicos y ambas se dejaron caer en sus regazos. — Pero bueno, caballeros, ¿no buscan un poquito de compañía ni nada? — Dijo Monica con tono sugerente. — Estábamos hablando entre hombres y os hemos perdido de vista. — Se quejó Howard. — He pensado en fugarme con Gal, pero luego imaginé vuestras caras de perrillos apaleados, y la he convencido de volver. — Alice se rio y rozó su nariz con la de Marcus. — ¿Estás mejor? No pierdes ni un ápice de sensualidad, ni medio desmayado en un sofá remojado en champán. — Le dio un piquito. — Deberías estar prohibido. Eres demasiado sexy y perfecto. —

 

MARCUS

Al levantar la cabeza, frunció el ceño. ¿Dónde estaba Alice? Hacía un momento estaba bailando, pero ahora la había perdido de vista, y a Monica también. — ¿Dónde están? — Preguntó en voz alta, y entonces una idea cruzó su mente. Miró a Howard con los ojos muy abiertos. — ¿No estarán haciendo una travesura? — ¿Esas dos poniéndonos a prueba? No me extrañaría. — Meditó. Hmmm... Así que querían a los prefectos de guardia... Ah, no, ya las había visto, y estaban hablando junto al cristal. Bueno... mejor... así sabía que no les había pasado nada...

— Si tuvierais un hijo... — Howard era ahora el que reflexionaba en voz alta, mirando a la nada, retrepado en el sofá y moviendo distraídamente la copa en su mano. — ¿A quién te haría más ilusión que saliera? ¿A ella o a ti? — Pensó. — Pues... no lo sé. — Ladeó la cabeza al otro lado. — Me encantaría un mini Marcus, un chico al que le gustaran los libros y la alquimia y aprender, y que fuera tranquilito y cariñoso, le enseñaría un montón de cosas. — Ladeó la cabeza al otro lado. — Pero amo a Alice con toda mi alma. Si tuviera una mini Alice, estaría derretido. Sería un regalo tener una niña como ella. — Howard sopesó. — Yo también lo he pensado así... — Le miró. — ¿Pero cómo te ves de ágil para trepar a los árboles? — Marcus hizo una mueca. Luego la relajó. — Bueno. Yo soy el adulto y ella una niña. Lo podría manejar. — ¿Seguro? He visto la cara que has puesto y solo habían ido al baño. — ¡Aquí hay mucha gente! Podrían haberlas secuestrado. — Howard se puso la mano en la barbilla. — Algún día, nuestros hijos saldrán de fiesta y se emborracharán y harán estas cosas. — ¡¡Howard!! — Se quejó. — ¡No tengo ninguna necesidad de que me metas pesadillas en la cabeza! — Y además, ¿a qué venía esa conversación?

Las chicas llegaron y se le olvidó todo. Mientras Alice se acercaba y se sentaba en su regazo se mordió el labio, mirándola, y tenía tan a mano la piel de sus piernas que se permitió acariciarlas mientras la miraba a los ojos. — Hola, princesa. ¿Necesitas algo? — Tonteó. Su novia rozó la nariz con él, quien no perdió su tonito sugerente. — Estoy mejor que nunca, ¿es que no lo parece? — Rio ante sus palabras. — Estaríamos prohibidos ambos, en ese caso. — La miró de arriba abajo. — Aunque tú no estás bañada en champán. Y eso me parece tremendamente injusto. — Y ya iba directo a darle un prolongado beso en los labios cuando alguien interrumpió a gritos por allí. — ¡¡HERMANA!! ¡¡MIRA!! — Lo cierto es que ni se sobresaltó ni se quitó de debajo de Alice (ni dejó de tener las manos donde las tenía), solo miró a Dylan con cara de circunstancias... y frunció el ceño. ¿Con quién iba? — ¡Esta chica se llama Alice, como tú! — ¡Encantada! — Saludó la susodicha, con un gestito alegre de la mano. Marcus parpadeó. Esa chica... ¿no era de su edad, más o menos? ¿Qué hacía Dylan tirando de ella de la mano? ¿Quién narices era?

— Esa es mi hermana y ese es mi cuñado. — Señaló Dylan. Marcus seguía intentando comprender. — Ahá... — Y esos dos fueron sus prefectos. — Un momento, ¿tu hermana no era mayor que tú? — Dylan miró a la chica y asintió, contento. Marcus carraspeó. — Colega... — Bueno, ¿vamos a por una copa? — Recondujo la chica. Vale, tenía que parar eso. — Yo tomo zumo. — Colega. — Insistió, y ya sí se intentó levantar, un poco torpemente porque tenía a Alice encima y se tenía que escurrir a duras penas. La otra frunció el ceño. — ¿Qué edad tienes? — ¡Eh! ¿No son esos de los Montrose Magpies? — ¿¿Dónde?? — Preguntó la chica, girándose a todos los lados. Marcus señaló a un lugar indefinido. — ¡¡Allí!! ¡Se van! — Y la chica se dispuso a correr hacia allí, tirando de Dylan, pero Marcus dio un salto, le agarró de la otra mano y tiró de él en dirección contraria, haciendo que se soltara de la chica y se quedara con ellos. — ¡¿¿Estabas ligando??! — ¡Se llama como la hermana! Y me ha dicho que era un chico muy simpático. — Me va a dar algo. — Se oyó a Monica, que estaba literalmente rodando por el suelo. Howard intentaba contenerse la risa por respeto, pero se le estaba escapando también. Marcus miró a la mujer con los ojos entrecerrados. — No le veo la gracia. — Más fuerte fue la carcajada y más que rodó por el suelo, contagiándole la risa a Dylan. — Te estás llevando todos los charcos de la discoteca. — Tú has estado a punto de llevarte a otra Alice a casa. — Y ahora el que estalló fue Howard, agarrándose el estómago y echado hacia atrás. Lo que tenía que aguantar...

— ¿¿Qué hacéis ahí tirados?? — Se giró. — ¡Sophia! — ¡Marcus! — Ironizó la chica, con una sonrisilla. Dio una palmada en el aire. — ¡Venga! Todo el mundo a la pista, que la noche se acaba. — ¡Eso no puede ser! — Clamó Monica, levantándose de un salto. — Ven conmigo, bombón. Voy a llamarte simpático yo a ti también. — Bromeó, llevándose a un muerto de risa Howard con ella. Sophia se dirigió a Dylan. — ¡Pero bueno! Sí que te aguanta la barba. — Sí. Estás mucho más relajada que la última vez que te vi, me alegro. — Anda, el niño. Como para ocultarle algo. — Eso sí le hizo gracia, tanto que le dio la risa. Tiró de Alice hacia él y fueron para la pista. — Ven, chica simpática. Me encantaría relajarme contigo, pero me voy a conformar con bailar por ahora. — Dijo, entre divertido y sugerente. La música era aún más invasiva en el centro de la pista, la percusión le martilleaba dentro del cuerpo, y las luces mareaban. Pero eso, por algún motivo, le animaba mucho más. Le dio el beso que se le había quedado pendiente, prolongándolo todo lo que pudo y acariciando su cuerpo, mientras se movían, ajenos al entorno. — ¿Sabes qué? — Le puso un índice entre el pecho y el cuello, donde reposaba el colgante que él mismo le regaló en La Provenza. — Te voy a hacer una joya, con alquimia. — Miró alrededor, envolviendo el entorno con un gesto de una mano (la otra la tenía muy bien colocada). — Voy a transmutar esto. Toooodo esto. Esta música. Este sitio. La gente. Las emociones, todas las buenas emociones. Todo lo que siento por ti ahora. Lo mucho que te quiero, lo mucho que me gustas. — Se acercó a sus labios. — Lo muchísimo que me pones. — Los besó y continuó. — ¿Se podrá transmutar un recuerdo? En una joya. Todo esto. Todo esto lo voy a guardar. Y haré una perla, un brillante. Un brillante así. — Señaló el supuesto tamaño con los dedos, y lo simuló sobre su piel, al lado del otro. — Y te lo voy a regalar. Para que te lo pongas aquí. Para que siempre lleves esto, todo esto, todo lo que siento, lo que tú sientes, lo que todos sentimos aquí. Contigo. Para que siempre puedas vivirlo. —

 

ALICE

Oh, sí, su novio seguía en ese humorcito que se le ponía al emborracharse en el que no le importaba decirse esas cosas… y lo agradecía. Tenía una necesidad muy grande de Marcus ahora mismo, y ese tonteíto se la paliaba. Pero justo cuando llegaba a la mejor parte, oyó a su hermano. Se giró y le vio con una chica que no conocía. ¿Sería otra jugadora? ¿Y por qué iba de la mano de Dylan? Y entonces vio la miradita de la chica, justo cuando Marcus prácticamente la arrumbaba para evitar que su hermano se fugara con una chica más mayor que ni se había extrañado de que su ligue bebiera zumo y que estaba buscando a los Montrose Magpies por ahí. Y claro, entre la situación, la cara de Dylan, las expresiones de Marcus y, sobre todo, las risas de Monica y Howard, antes de querer contenerse ya estaba muerta de risa. Alice le tendió las manos a Dylan, para que le ayudara a levantarse, mientras seguía llorando de la risa. — Eres el digno hijo de papá. Las mujeres te caen del cielo y tú ea, dejándote querer. — Su hermano se encogió de hombros. — A ver, hermana, que se llamaba como tú y era maja, ya está… — Ella se rio más todavía y acarició sus rizos. — Eres un peligro, pero ya me preocuparé de eso en otro momento. —

Justo en ese momento llegó Sophia y, como ya había señalado su hermano, venía muy relajada y contenta, así que se limitó a mirarla apoyando el peso en una pierna y con la ceja alzada. La chica se encogió de hombros y dijo. — No me mires así. Es que ya conocía yo a Dewar de antes, de la tienda, por mi hermano, y… — Habrás estado mucho tú por ahí. — Ironizó Alice. — Qué fuerte, señorita Lacey, ¿en la tienda? — Interrumpió Howard. La chica se cruzó de brazos. — Bueno, vamos a ver, prefecto Graves, aquí no tienes jurisdicción. — Aseguró entre risas y Alice los rodeó a los dos. — Venga, que se acaba la noche como tú misma has dicho, que viva la noche y el amor, y a disfrutarlo entre todos. — Y ella, por su parte, a ello se dispuso y le tendió la mano a Marcus, que tiró de ella. Pocas sensaciones la hacían sentir más viva. — Por ahora. — Recalcó Alice con una sonrisilla traviesa. Ella no se quedaba sin su parte de Marcus esa noche.

De entrada, ya empezaron besándose, solo sintiendo cómo se besaban y se tocaban porque la música era demasiado estruendosa para nada más, y aquel ambiente la poseía, como la pasó la otra noche, pero ahora lo que le corría por las venas era felicidad, era ese sentimiento de estar llena, de que, por fin, volvía a ser libre, en su lugar favorito del mundo.

Pero Marcus se separó de ella y empezó a hablar, y ella se pegó más aún para oírle, embelesada. A lo de la joya alquímica puso una sonrisilla infantil. Siempre que decía eso le recordaba en la enfermería en primero, y su corazón y su ternura viajaban a aquel Marcus. Rio con la descripción de la joya, aunque toda su piel se había puesto de gallina al notar su dedo ahí. — Estoy deseando ver cómo haces todo eso. Va a tener que tener muuuuuuchos colores, no solo azul. — Le advirtió. Rodeó la cintura de Marcus y le pegó más todavía a ella, era como si a cada palabra que dijera le necesitara más cerca aún. Especialmente con eso último, y, replicando los sentimientos de su novio, se puso como loca, mordiendo su labio al separarse, como intentando frustrar todo lo que traía dentro. — A ver cómo reflejas eso sin que la perla salga ardiendo o el brillante queme. — Le dijo, ardiendo ella misma. — Cuando hablas así, cuando dices esas cosas… no respondo de mí, alquimista. — Y pegó las caderas a las suyas con un jadeo, pero se separó un poco para mirarle a los ojos. — No creo que haya nada que no puedas conseguir, mi alquimista, pero ya que lo preguntas… creo que se puede transmutar un recuerdo. Viviendo acorde a él, haces un recuerdo eterno. — Dijo, cambiando un poco el tono y mirándole a los ojos. — Si recordamos esto y todo lo que hemos aprendido, todo lo que hemos sentido… cómo nos quisimos, nos apoyamos, nos deseamos a través de la tormenta, y no lo olvidamos, lo honramos, vivimos… Eso sí que es la alquimia de vida. El poder de crear nuestra propia vida, de que pasado, presente y futuro vivan en nosotros… — Rio un poco y le rozó con la nariz. — Pero una joya me encantaría, ya que lo dices, justo al lado de esta. — Y subió la mano, apretando la de Marcus contra su piel y acercando sus labios a su oreja. — Mira cómo me haces sentir solo con rozarme… Esto, estas sensaciones, son la vida. — Aseguró.

Y en medio de otro beso estaban, cuando el DJ anunció que era la última canción, y todos (los que quedaban, al menos) se acercaron hacia ellos, dando saltos, y Alice puso un momento en pausa su amor y su pasión para saltar con todos, para perderse en las luces y en el ritmo y volar como un pájaro completamente alocado, un pájaro Gallia que solo actúa por instinto, aunque sea por unos minutos, siendo realmente libre, sin pensar, sin preguntarle al corazón y la cabeza, puro instinto, y de hecho abrió los brazos como si fueran alas y cerró los ojos, para disfrutar a tope de lo último de la noche.

 

MARCUS

— Todos los colores. — Dijo con una sonrisa embobada, moviéndose con ella, dejándose completamente llevar por el ambiente. — Un pajarito de colores que tiene todos los colores del mundo. — En su cabeza tenía mucho sentido, pero a saber cómo se estaba oyendo eso desde fuera. Era tan fácil dejarse llevar por los gestos de Alice, por sus besos, por esa forma ardiente que tenía de expresarse con él. Podría arrastrarle al infierno y se iría gustoso. — Soy alquimista, princesa. — Susurró, colgado de sus labios aún, entre chulesco y deseoso. — Puedo transmutar el calor para que no queme... Para que solo lo sintamos tú y yo... — Bueno, no es como que fuera a ponerse a comprobar ahora si eso era o no posible, y estaba quedando divinamente diciéndolo. — Alquimia de vida. — Susurró, embelesado por su discurso. — No voy a olvidarlo en la vida. Te lo juro. —

La noche seguía avanzando y él estaba más y más encendido cada vez, tanto que estaba pasando por alto bastante el hecho de tener tanta gente alrededor, desconocida y conocida, incluyendo entre estos últimos al hermano de doce años de su novia, a la que no dejaba de besar y toquetear como le venía en gana, y bien que lo estaban disfrutando ambos. Lo de las copas que levitaban a tu lado cuando detectaban que habías acabado la tuya era un auténtico peligro, porque tenía mucho calor y, a falta de aire por la cantidad de gente, bueno era calmar un poco la sed, y todo estaba dulce y tenía colorines que lo hacían llamativo. Y, por qué no reconocerlo, no tenía ganas de medir. No era tonto, sabía que estaba borracho, muy borracho, más que en la fiesta de despedida de la graduación, y después de ella había jurado que no volvería a beber así. Pero lo había pasado fatal esos meses. Solo quería divertirse un poco y desinhibirse lo suficiente como para que no le importara hacer con su novia lo que le apetecía hacer hubiera quien hubiera delante. Se lo había ganado.

— Hooowie. — Escuchó a Monica. El chico estaba muerto de risa y ella peligrosamente recolgada de él, como a Howard le fallaran las fuerzas iría al suelo sin remedio. — Estoy vieja. — Más se reía el otro. — Definitivo, estoy vieja. — ¿Quieres ir a casita, mi amor? — Quiero ir a casita. Pero vienes conmigo ¿no? — Vivimos juntos. — Y dormimos juntos. Rawr. — Más se reía Howard, y Marcus también, solo con la escena. Pero entonces el chico se giró a ellos. — Sí que nos vamos a ir ya. — Nooooooooo. — Se lamentó Marcus. Como si en la última media hora les hubiera hecho el menor caso, cuando estaba centrado en exclusividad en darse el lote con Alice. — Aún tengo la oportunidad de llevármela consciente. — ¡Eh! — Saltó Monica, fingiendo indignación, aunque las fuerzas no le respondían mucho. — Que yo aún puedo dar mucha guerra. Mañana les llamas y se lo confirmas, listo de pacotilla. — Otra vez Howard riéndose. Sí que le hacía gracia su mujer.

— Colega. — Llamó Dylan, y cuando Marcus se giró hacia él, entre risas, se sobresaltó. — ¡Oh, mierda! — Venía a decirte que se han quedado sin zumos. — Empezó el chico, con la voz considerablemente más infantil, y luego se puso la mano en la barbilla. — Pero quizás debería decirte que creo que se me está pasando el efecto de ser mayor. — Ya te veo. — Se apuró Marcus. Howard siseó. — Mejor que os vayáis vosotros también antes de que tengáis un problema. — Para eso tienen abogado... ¿Dónde está el abogado? — Preguntó Monica. Marcus y Dylan se encogieron de hombros. — Vale... ¿Y cómo nos vamos? — Preguntó él. Miró a su alrededor (casi se desequilibra al hacerlo, sí que había bebido). — No tengo ni idea de dónde estamos... Y aparecerse así... — Hay trasladores en la puerta, fijo. — Comentó Howard. — Suele haberlos en las discotecas. Son trasladores de usar y tirar. Los coges, les dices la dirección a la que quieres ir y te llevan, y puedes dejarlos donde sea, se autodestruyen en una hora. Solo dan para un viaje. Si no, imagínate, todo el mundo ahí, fium, fium, traslador para acá, traslador para allá... Pero están bien para no aparecerte borracho. — Ay, mi maridito. — Dijo Monica, apretándole un moflete con tono cariñoso. — Qué bien se le da el protocolo a mi niño. — Se hubiera quedado más tiempo riéndose de la escena si no fuera porque Dylan era ya, en su totalidad, un niño de doce años. Y podría confiar en el estado de embriaguez de todos los presentes, pero prefería no jugársela demasiado.

Se despidieron rápidamente de quienes vieron (estaba convencido de que le faltaba MUCHA gente de los que habían ido con ellos), y bajaron a la puerta principal, donde, efectivamente, había trasladores de un solo uso. Se despidieron afectuosamente de Howard y Monica con la promesa de verse antes de volver a Inglaterra y, tras decir la dirección al traslador, se aparecieron en el jardín de los Lacey. El aterrizaje fue para verlo: Marcus se cayó exageradamente al suelo, rodando como un escarabajo y como si tuviera más piernas y brazos de los que le correspondían, y casi arrastra a Alice con él, pero la chica, bastante más ágil, se mantuvo en pie, aunque el traspiés entre el agarre y los tacones fue cómico cuanto menos. Dylan les miraba y negaba con la cabeza. — Qué buenos custodios. — Marcus le señaló con un índice, mientras se levantaba. — Menos quejas. Hemos arriesgado mucho por ti. — Te veo tristísimo por ello, colega. — He llorado mucho. — ¿Hoy? — ¡No hablo de hoy! — Ya estaba de pie y recompuesto (más o menos). Hizo un gesto con la mano hacia la casa. — Ea, a dormir. — No sabía ni lo que decía ya. Estaba aturdidísimo, ¿por qué pesaba tanto el silencio? Dios, no había sido tan consciente del ruido que había en la discoteca hasta ahora.

Subieron al piso de arriba, Marcus y Alice en un cómplice y tenso silencio muy poco discreto, porque ambos sabían lo que iba a pasar a continuación, pero querían disimular delante de Dylan. No eran los mayores maestros del disimule en esas condiciones. — ¿Te lo has pasado bien? — Le preguntó a Dylan, y el niño (uy, qué pequeño lo veía ahora) asintió enérgicamente con la cabeza, con una sonrisa. — Me alegro. Buenas noches, colega. — Dijo, revolviéndole los rizos. — Buenas noches. — Respondió él tras despedirse tanto de Marcus como de Alice, y se fue a su cuarto, pero parecía como dubitativo o triste. Lástima que Marcus no estuviera especialmente espabilado como para darse cuenta, y tenía un tema muy presente en la cabeza, así que entró en la habitación y cerró la puerta tras él. — Por fin. — Suspiró, tomando a Alice de las mejillas y besándola con desenfreno. — ¿Te has mirado al espejo? ¿Has visto cómo estabas hoy? — Dijo entre besos, casi sin aire, acariciándola con deseo desmedido. — ¿Qué decías de que esto se subía con facilidad? — Preguntó con tonito, y ya estaba pasando las manos por debajo de su falda cuando... — ¡Colega! — Escuchó la voz de Dylan de fondo. Se detuvo en el acto, con la mirada perdida, como quien ha oído un ruido indescifrable. Miró de reojo a Alice. — ¿Has...? — ¿Marcus? — Efectivamente, Dylan, y se le escuchaba tembloroso en la voz. Soltó aire por la boca, agachando la cabeza con resignación. ¿Por qué? Él solo quería hacer el amor con su novia, ¿tanto le pedía a la vida? — Vuelvo ahora mismo. — Afirmó, con pesadumbre. Se dirigió a la puerta y rogó desde ella. — No te vayas, por favor te lo pido. — Esperaba poder gestionar aquello rápido.

 

ALICE

Colores, calor, luces, alquimia de vida… Todo aquello bailaba en su cabeza como la propia música y todos los demás, aunque cada vez quedara menos grupo. Sonrió a Monica cuando dijo aquello a Howard y le guiñó un ojo, acercándose a su oído para decir. — Sácale partido, maestra, hoy va a ser una muuuuuy buena noche. — Ya se iba a encargar ella de llevarse su buena dosis también. Ambas rieron, y ella iba a volver a bailar pero, al igual que el propio Dylan, se dio cuenta de que la poción se estaba empezando a pasar. Se miró con Marcus y suspiró, rodeando a su hermano por un hombro. — Vuelves a ser patito. — Su hermano sonrió, pero se abrazó muy fuerte a su cintura. — Para ti voy a ser siempre patito, aunque sea viejo y tenga barba. — Ella besó los rizos de su coronilla y dijo. — Pues claro que sí. — Y ni siquiera se extrañó, porque ese era su hermano, siempre tan cariñoso, y más después de tanto tiempo sin poder demostrarlo.

La idea de los trasladores le pareció tan ideal, y la despedida tan alegre y esperanzadora, que el aterrizaje ni siquiera se le atravesó, logró salvarlo, no con dignidad, pero sí con todos los miembros intactos. Levantó un índice, mirando a su hermano, aún con las piernas separadas y semiflexionadas para estabilizarse, en un susurro muy exagerado, porque después de salir de la discoteca todo le sonaba exageradamente fuerte en el silencio. — Custodios que te han sacado de fiesta por Nueva York sin ser interceptados por la ley y que han hecho que bailes como loco y conozcas a otra Alice… No es poco. ¿Tú estás bien, mi amor? — Su hermano la ayudó dándole la mano y ella aprovechó para quitarse los tacones y no hacer ruido al entrar en la casa, para no alterar más de lo que ya debían haber sonado. — Tu amor está bien. — Confirmó Dylan con una sonrisita. — Tú vas a dormir en el cuarto de Shannon ¿vale? — ¿Y tú? — En el de Jason, con Marcus. — ¿Y los demás? — Ahí contuvo una risa. — Dudo que los demás vengan hasta mañana. — Y la envidia que les tenía no la podía describir. Necesitaba entrar en el dicho cuarto cuanto antes.

Dio las buenas noches a su hermano, pero casi no podía ni pensar. Desde que Marcus cerró la puerta, le besó como si lo fuera a devorar. — ¿Y tú? Te has puesto esa camisa para volverme loca, no me mientas. — Le recriminó en tono sugerente, antes de volver a besarle, sintiendo tanta pasión que no sabía ni por dónde empezar con las manos, porque quería esa camisa, pero le quería desnudo… Bueno, de momento la camisa se quedaba ahí, y bajó las manos muy dispuesta a desabrocharle el pantalón. Se rio un poco cuando dijo lo de la falda y jadeó al notar sus manos por esa zona. — Marcus… — Susurró con deseo. Pero alguien aparte de ella estaba llamando a Marcus, en otro tono completamente distinto. — ¿Es Dylan? — Preguntó, tontamente. Claro que era Dylan, pero…

Marcus reaccionó más rápido que ella. Simplemente asintió mientras él se iba. Temía que se hubiera roto el momento, pero claramente no era el caso, porque nunca había visto a su novio pedirle algo con tanto anhelo. Cuando se quedó sola en la habitación, se tiró sobre la cama, abrazándose las piernas. ¿Por qué le había llamado a él? Ella era su hermana, su tutora ahora, siempre había recurrido a ella… Y entonces se recordó a sí misma chillando a su padre, sentada en la escalera de su casa, con la misma postura que tenía ahora. No quería que su padre ni se le acercara, necesitaba a su madre, a una mujer con la que no se sintiera TAN incómoda… Y tantas veces en su vida había pensado “ojalá pudiera hablar con mi madre”... Y Dylan podía. Dylan podía recurrir a la figura masculina en la que más confiaba, estaba en la habitación de enfrente. Qué menos que darle ese espacio. Suspiró y se dejó caer en la cama… Bueno, al menos podía esperar a Marcus allí… con una sorpresita. Se quitó el vestido y lo metió en el armario, y se metió en la cama tapándose hasta la garganta. Cuando Marcus llegara, se haría la dormida hasta que se metiera en la cama, y entonces… tendría el camino ya trazado. Solo esperaba no quedarse dormida de verdad.

 

MARCUS

Menos mal que había visto a Dylan entrar en la habitación, porque con el mareo que tenía, en ese pasillo tan oscuro y pretendiendo no hacer ruido, le iba a costar desenvolverse... Un momento. Se le detuvo el corazón y empezó a palparse, pero enseguida respiró aliviado, tanto que casi se le baja la tensión. Uf, por un momento temió haber perdido la varita. Llevaba demasiado tiempo sin usarla, y había conectado en su cabeza que no había cerrado la puerta cuando entró con Alice y que podría echar un Lumos en el pasillo... En fin, mejor iba al grano, que tenía otras cosas que hacer.

Cuando entró a la habitación de Shannon, Dylan estaba sentado en la cama, con las manos entre las rodillas, mirándole con cara de pena desde allí y la respiración un poco acelerada. Vaya, cuánta luz, ahora no veía pero por el motivo contrario. — Ey. — Comentó, parpadeando con fuerza y tratando de abrir poco a poco los ojos y acostumbrarlos a tanta luminosidad. — ¿Necesitas algo? ¿Tienes hambre? — En verdad hacía un montón que no comían nada. Dylan negó. — Perdona... Te prometo que ya te dejo irte, que sé que prefieres estar con mi hermana. — No, hombre. — Afirmó, quitándole hierro y sentándose a su lado... pero sí, estaba deseando irse con Alice. Dylan jugó con los dedos entre sus manos. — Marcus... ¿es verdad que mi hermana tiene mi custodia? — Parpadeó. No sabía qué se había perdido, porque no se esperaba esa pregunta en ese momento. — Claro. — El niño tragó saliva. — ¿Seguro? ¿Cien por cien? — Vale, estaba asustado.

Se giró para mirarle. — Cien por cien. Nunca te mentiríamos con algo así. — Dylan entornó los ojos hacia arriba para mirarle. — Pero mi padre también la tenía y me llevaron igual. — Marcus frunció los labios. — Esta vez es... ligeramente distinto. — Le agarró de la mano. — ¿Tienes miedo? ¿Es eso? — El niño asintió, con los ojos brillosos. Suspiró. — Colega, no va a pasarte nada. Ya no. Es... largo de explicar a estas horas. — Bueno, tampoco esperaba que me dieras una explicación muy elaborada así. — Oye, no te metas conmigo, que intento consolarte. — Al menos eso le hizo reír como un diablillo. Marcus se frotó la cara. Sí que le estaba costando hilvanar un discurso... — No tienes nada que temer, Dylan. Confía en mí. Ya no van a llevarte más, estamos contigo. Ha pasado todo. — Dylan siguió mirándole unos instantes, y tras estos le abrazó con fuerza. Marcus devolvió el abrazo. — Os he echado mucho de menos. He pasado muchísimo miedo. — Al final le hacía llorar. Le apretó con fuerza. — Nosotros también... Pero estamos aquí. — Se quedaron unos instantes abrazados y en silencio. — Quiero volver a casa. — Marcus dejó un beso en su pelo. — Volveremos a casa, Dylan. —

Le separó con cuidado y sacaron su pijama de su baúl, y cuando se lo puso, se metió en la cama. — ¿Mejor? — El chico le miró con una sonrisilla. — Gracias... Tranquilo, no tienes por qué quedarte a contarme un cuento. Sé que quieres hablar el lenguaje del amor con mi hermana. — ¡Dylan! — Bufó, recomponiéndose, azorado. El otro reía entre dientes. — De verdad... — No pasa nada, Marcus. Mejor tú que cualquier otro. — Vale, definitivamente estás mejor, me puedo ir. — Te quiero mucho. — Eso le dejó parado. El chico sonrió, con ese toque entre tierno y pillo, y se giró en la cama, apagando la luz. — Buenas noches. —

Ahora iba de vuelta por el pasillo con un nudo en la garganta y ganas de llorar. Ese maldito niño sabía darle en su toque más sensible... Ah, y su hermana también le tenía la medida bastante cogida, pero en otro sentido, porque estaba girando el pomo de la puerta y estaba volviendo a recordar lo que sentía cuando salió de la habitación. Cerró tras de sí, con una sonrisilla y sacando la varita para cerrarla, pero justo al silenciar la habitación vio que estaba metida en la cama y tapada. Oh, pensó, apenado. Al final se le había dormido mientras estaba fuera...

 

ALICE

No podía oír lo que decían, pero, sinceramente, se enteraría mañana, a no ser que Marcus tardara mucho. Y no fue el caso. Le costó mucho aguantarse la risa cuando notó la decepción de su novio, pobrecillo… Bueno, enseguida se le iba a quitar la pena. Esperó que estuviera más cerca de la cama y simplemente dijo. — ¿De verdad creías que me iba a quedar dormida? — Preguntó aún sin abrir los ojos. De entre las sábanas sacó la varita y la agitó en círculo. — ¡Silentium! Que creo que vas a querer gritar. — Y acto seguido, apartó las sábanas de golpe, revelándose en ropa interior. — Yo esta noche no me duermo hasta que me hagas tuya, mi sol. — Dijo girando lentamente sobre sí misma para que su novio se deleitase con las vistas.

Se incorporó de rodillas en la cama y miró a Marcus con hambre animal, acercándose a gatas hacia él en la cama. — ¿Crees que puedes estar toda la noche calentándome y que yo me duerma tan tranquila? — Llegó a dónde estaba y lo paró con las manos. — Quieto ahí, alquimista… — Ronroneó. — Llevo queriendo abrirte esta camisa toda la noche… — Dijo deslizando los dedos por los botones mientras le besaba con ardor. Cuando la tuvo abierta, deslizó la lengua por su cuello. — Déjatela, de momento… — Susurró, separándose de su piel solo para decirlo.

Como Marcus estaba de pie aún y ella en la cama de rodillas tenía muy accesible lo que quería hacer, así que simplemente fue descendiendo mientras desabrochaba su pantalón y bajaba lo justo su ropa interior. — Voy a demostrarte cuánto te he echado de menos y cuánto me has puesto esta noche. — Anunció, sibilina, antes de terminar de bajar y deslizar su boca por la entrepierna de Marcus. Hacía mucho que no lo hacía y quería ver esa mirada de placer, ese deseo desbocado que se le ponía a él y que a ella le encendía más que nada en el mundo.

 

MARCUS

¿Y ahora qué hacía él con esas ganas que tenía? ¿Sería muy cruel despertarla? A lo mejor se despertaba sola cuando se metiera él en la cama... No hizo falta, su novia le estaba haciendo una de sus clásicas bromas, y podía jurar que nunca se había alegrado tanto de que Alice le tomara el pelo. Soltó una risa muda con un suspiro de alivio. — Bueno, creía... — Le detuvo esa frase, que casi le provoca un mareo. — Oh. — Y eso no era lo mejor. — Oh... — Le había salido hasta tembloroso eso último, y ahora tenía los ojos clavados en el cuerpo de Alice. — Por Merlín... — Suspiró. Esa mujer iba a acabar con él, de verdad que sí. Sentía que se derretía.

A pesar de que lo hechizado que se sentía por Alice le tenía bastante ralentizado tanto en pensamiento como en movimiento, el instinto le hizo inclinarse hacia ella, queriendo tumbarse, pero la chica le detuvo. Pues él se dejaba detener, faltaría más, o al menos así quería hacerlo voluntariamente, otra cosa eran sus ganas, las cuales sentía como un caballo desbocado y amarrado con unas cuerdas muy finas que no iba a tardar nada en romper. Ladeó la sonrisa y dejó que le abriera la camisa, mirándola y notando cómo la piel se le erizaba a cada roce. Alternaba la mirada entre su cuerpo y sus ojos mientras le decía. — Yo llevo deseando toda la noche quitarte ese vestido... Me has privado de ello. — Dijo con falsa pena. — Pero no me oirás quejarme. — Aseguró, convencidísimo, porque vaya vistas. Ya tendría ocasiones de quitar vestidos, lo que tenía ante sí no tenía precio.

Estaba viendo el camino que estaba tomando Alice y ya se notaba temblando en anticipación, pero fue notar la primera caricia de su lengua y le recorrió un escalofrío de la cabeza a los pies, que le hizo soltar un jadeo, cerrando los ojos. Mala idea cerrar los ojos, todo le daba vueltas, pero el placer era tan intenso que le costaba mantenerlos abiertos. Y su novia había estado muy rápida con el Silentium, porque aquello le estaba arrancando los gemidos sin que él los pudiera controlar. Se estaba preguntando muy seriamente cómo había aguantado tanto tiempo sin intimar con Alice, porque dudaba que existiera una mejor sensación en la vida que esa.

Uno de los latigazos de placer que sintió fue tan placentero que casi se desequilibra, momento que aprovechó para apartarse un poco, no porque no le gustara, sino todo lo contrario: le gustaba demasiado y necesitaba que aquello durase mucho más tiempo. No tenía ni idea de qué hora era, pero no tenía ni una gota de sueño. Quería estar haciéndolo con Alice hasta que saliera el sol, y como siguieran así, no iba a durar ni un minuto.

— Me vuelves loco. — Suspiró, acercándose a ella. — ¿Te lo he dicho alguna vez? — Con suavidad, la empujó hasta tumbarla en la cama, colocándose él sobre ella. — Me vuelves completamente loco. — Se lanzó a sus labios, a besarlos con deseo, encajándose en su cuerpo y pasando sus manos por su sujetador, deshaciéndose de este para poder besar toda su piel. — No voy a dejar de besarte. — Susurró, mientras bajaba los besos por su torso. — En toda la noche. — Siguió besándola, esta vez volviendo a subir, recorriendo su pecho y volviendo a sus labios. Puso las manos en sus mejillas y la miró a los ojos. — Alice. — Tenía la respiración muy agitada, y notaba cómo se mezclaba con la de ella. — Te quiero. — Hizo una pausa. — Te amo... con mi vida... — Sentía que no se lo había dicho lo suficiente esos meses. Ah, y lo que llevaba toda la noche pensando. — Y cómo me pones. — Solo con mirarla se sentía fuera de sí, con tener su cuerpo como lo tenía ahora, perdía la razón.

 

ALICE

Oh, esos gemidos qué loca la volvían. Esos gemidos la volvían absolutamente loca, y le hacían aumentar el ritmo y solo sentir a su lengua y Marcus, y a ratos cerraba los ojos y se concentraba, y a ratos le miraba para disfrutar de aquella vista tan privilegiada. Pero claro, su novio tenía que pararla. Le miró con media mueca. — Nunca me dejas acabar… — Le afeó, pero se dejó tumbar en la cama, porque cuando Marcus la miraba así, la verdad es que perdía toda capacidad de llevarle la contraria.

Cerró los ojos y jadeó solo con sus primeras palabras. ¿Ella le volvía loco a él? Él le provocaba placer solo con sus palabras, solo con encajarse con su cuerpo como estaba haciendo. Arqueó la espalda cuando notó que le quería quitar el sujetador, y se retorció al notar que llevaba los besos a aquella parte. — Cómo sabes hacer lo que me vuelve loca. — Y enterró una de sus manos en su pelo, porque esa siempre era la guinda del pastel, agarrarse a su pelo mientras la besaba así. Pero abrió los ojos para mirarle cuando se dirigió a ella, y ahora daba igual que el mundo le diera vueltas y sintiera los miembros cosquilleantes, ahora solo veía los ojos de su novio. — Marcus, mi amor… — Replicó cuando la llamó susurrando así su nombre. Ladeó un poco la cabeza, derretida por sus palabras. — Te amo con locura, Marcus. Con mi vida, con el corazón y la cabeza, como aman los Gallia, sin reservas ni peros… — Le besó con intensidad. — Nuestro amor es alquimia de vida, porque va más allá de la muerte. No lo dudes nunca. — Y de nuevo buscó sus labios con frenesí. Pero aquello era demasiado bueno e importante como para comportarse con prisas o imprudencias.

Bajó las manos y terminó de quitarle la ropa a Marcus. Con una sonrisilla traviesa, deslizó sus manos por la camisa. — La verdad es que me encanta, pero… esto ya ha estado aquí demasiado rato. — Y se la quitó, dejándole completamente desnudo, y haciendo que se tumbara boca arriba en la cama. — Eres lo más hermoso que han visto jamás estos ojos de Ravenclaw. — Ya que estaba, se quitó ella también lo que le quedaba, y se tumbo de medio lado junto a él. — Cierra los ojos, Marcus. — Le susurró. — Amo tu cuerpo, lo que más me gusta del mundo es disfrutar de él. Lo adoraría como si fuera sagrado… — Y mientras lo decía, empezó a pasar sus dedos, muy suavemente por sus labios, luego en dirección a su barbilla y su garganta. — Lo adoro como mi posesión más preciada, lo toco como si fuera la superficie más satisfactoria del mundo. — Mientras bajaba la mano por su pecho, empezó a besar su cuello. — Una de mis formas favoritas de amarte es disfrutar cada centímetro de ti. — Dijo pasando la lengua por la piel de su cuello, bajando de nuevo hacia su pecho. Le miró desde allí. — Abre los ojos, mi amor. — Y cuando lo hizo, volvió sobre sus labios, mientras su mano le acariciaba muy suavemente donde hasta hace nada había estado su lengua. — Yo voy a volverte loco hasta el último día de nuestra vida. Yo voy a darte tanto placer que esa parcela tuya nunca se va a apagar. Te amo, Marcus O’Donnell, te amo como la luna ama al sol, mirándole siempre, reflejando su luz. Te amaré siempre. — Y volvió sobre sus labios, disfrutando hasta el extremo de aquella situación.

 

MARCUS

La primera vez que lo hizo con Alice fue alucinante; la segunda vez, fue doblemente alucinante; pero, por alucinante que pareciera, cada vez que lo hacían era más y más alucinante. Se conocían mejor, solo con anticiparse a lo que sabía que iba a sentir le hacía sentirlo con más intensidad, y tenía mucho más claro lo que a la chica le gustaba, lo que hacer para provocarla, e iba mucho más relajado. Ni siquiera el tremendo mareo que aún llevaba, esa especie de niebla en la cabeza y los ojos, le frenaban el instinto, que tenía una dirección muy clara y le movía solo.

— Es eterno. La eternidad es nuestra. — Susurró, y no podía dejar de besarla, ni de decirle lo mucho que la amaba una y otra vez. Se dejó desnudar, sin abandonar lo que estaba haciendo, aunque su comentario le hizo reír levemente. — La verdad es que ya me estaba entrando calor. — Pero estaba tan concentrado que ni había caído en quitarse la camisa, y ahora que lo había hecho Alice por él, sí que se agradecía no tenerla. Se tumbó, mirándola embobado. — Tú eres preciosa. — Dejó una caricia en su rostro. — Me encantan esos ojos de Ravenclaw. Desde el primer día. — No había una verdad más universal en el mundo que esa, que los ojos de Alice le habían cautivado desde el primer momento. Puso una cómica expresión apenada cuando le pidió que cerrara los ojos. — ¿Y dejar de verte? ¿Por qué, qué he hecho? — Pero después de reírse tontamente de su propia broma, los cerró. Se notaba la respiración aceleradísima, el pecho le subía y le bajaba, pero al sentir el roce de Alice, sus caricias, el ritmo se hizo errático, porque seguía acelerado, pero a la vez calmado, y a la vez muy excitado, y, en definitiva, sentía muchas cosas, y todas buenas, y todas le aumentaban su amor por su novia. Cada vez que creía que no la podía querer más resultaba que sí, sí que podía.

Se le escapó un leve gemido al sentir sus besos. — Vas a acabar conmigo, princesa. — Susurró, con la voz embotada. Abrió los ojos cuando se lo pidió, entregándose al beso que le daba, y el roce de su mano le hizo ahogar un suspiro en sus labios y tensarse. — Alice... — Suspiró. La miró a los ojos de nuevo. — Te amo. — Siguió sintiendo sus caricias, pero no iba a quedarse simplemente parado: él también podía provocarle a ella esas sensaciones. Le gustaba eso, le gustaba estar así, ese remanso de pausa antes del frenesí que sabía que llegaría (porque el cuerpo se lo pedía con necesidad). Pero antes, descendió sus dedos hasta encontrarse con su entrepierna, emulando las caricias. — Una duda. — Susurró, divertido, pero sin detenerse y tratando de controlar el placer que le producía lo que su novia le hacía. — ¿Sabía mucho a champán? — Menuda tontería, pero rio levemente, entre suspiros. — Alice... Ya te dije una vez... que no pienso bien mientras lo hacemos. — Ladeó la cabeza. — Me vuelves demasiado loco. — Hizo una mueca. — Y puede... que esté un poco borracho. Aunque no lo hayas... — Uf, eso había sido intenso y el gemido salió espontáneo. Si es que estaba hablando mucho más. — Disimulo muy bien. — Retomó, más o menos. Sí, la interrupción había demostrado lo bien que disimulaba, sin duda.

 

ALICE

Cuando notó la bendita mano de Marcus bajar por su cuerpo, jadeó. Para dudas estaba ella ahora, que había cerrado los ojos y se había dejado caer sobre la almohada. Pero se rio con la pregunta. — Sabías a Marcus… Sé perfectamente cómo sabe tu piel y tus labios… Aunque no estuvieras conmigo… podría sentirlo. — Como sentía ahora sus dedos, y abrió la boca buscando aire, intentando no gritar desde ya.

Se le puso toda la piel del cuerpo de gallina con aquel gemido y lo que le estaba haciendo sentir a la vez con sus caricias. — Te conozco muy bien. — Dijo entrecortada, y abrió los ojos, pegando su frente a la de él. — Me doy cuenta de que estás borracho cuando me tocas delante de todo el mundo, cuando me susurras cuánto te pongo… — Y a ella se le escapó un gemido y, con la mano que no estaba usando, se agarró al brazo de Marcus. — Y me encanta que lo hagamos cuando hemos bebido… Es tan diferente y especial... Como si pudiera sentirte aún más. — Y su respiración se aceleró, su cuerpo se empezó a contraer, y se dejó hacer por un momento, solo disfrutando del efecto de lo que Marcus le estaba haciendo, cerrando los ojos de nuevo y disfrutando del placer.

Casi sin darse cuenta, sus gemidos se habían descontrolado, llamando a Marcus, pidiendo más, que para eso era ella y siempre quería más. Abrió los ojos y tiró del brazo de su novio para que parara, entrelazando sus manos. — Lo más alto de mi lista… Marcus O’Donnell dentro de mí. — Le rodeó con una pierna y le beso con desenfreno. — No aguanto más. Te necesito más que nunca… — Se incorporó para susurrar en su oído ardientemente. — ¿En qué posición me vas a hacer ver las estrellas, mi sol? —

 

MARCUS

La miró a los ojos cuando pegó su frente a la suya, sintiendo todas las sensaciones propias y las que podía estar provocando en ella, y soltó una leve risa. — Vaya. Mis gestos me delatan. — La miró con una caída de ojos y dijo de corazón. — Eso es porque tú me ciegas. — Normalmente hacía un gran esfuerzo por autocontrolarse. Borracho no estaba para esas cosas, claramente.

Se aferró más a ella, sintiendo aquel momento con mucha más intensidad. Escucharla le hacía emocionarse aún más, desearla aún más y querer más, mucho más. Estaba tardando en querer pasar a la siguiente parte de todo aquello, y Alice no tardó en pedírselo. — Alice Gallia y yo haciendo el amor. — Susurró. — No hay nada en el mundo, ninguna lista, que supere eso. — Susurró, deseoso y feliz, tremendamente feliz. Porque sentía muchas cosas, mucha excitación, por supuesto. Pero se sentía plenamente feliz, como hacía tiempo que no se sentía.

Soltó un jadeo ante ese movimiento y esa propuesta. La miró a los ojos. — Me haces preguntas muy complicadas. — Dijo con una risa jadeada, medio en broma medio en serio. Tenía tanto deseo dentro de él, y era tanto el placer que le generaba hiciera lo que hiciese, que ciertamente cualquier postura iba a venirle bien. — Voy a... imaginarme una cosa... a ver qué me sale. — Tentó, colocándose de lado y frente a ella. — Creo recordar... — Fue subiendo la mano por su muslo en una caricia. — Que la falda te llegaba... ¿por dónde era? — Siguió subiendo, y cómicamente la miró con el ceño fruncido. — ¿Tan alta estaba? No llego nunca. — Siguió subiendo hasta donde calculaba que estaba. — Por aquí... Eso es poca tela... Con razón me tenías como me tenías. — Se mordió el labio. — ¿Sabes qué me he contenido de hacer porque había demasiada gente presente? — Agarró su muslo, pasando su pierna por encima de su cintura y acercándose a ella. — ¿Qué hubieran dicho de nosotros si nos hubiéramos metido en esa jaula? Porque quizás... no hubiera podido evitar... — Volvió a acariciar su pierna. — Subir por aquí... para hacer esto... — Poco a poco, y como la postura le permitía, fue entrando en su interior, soltando el aire por la boca. — ¿Qué piensas? —

 

ALICE

Rio con malicia a lo de las preguntas complicadas, mirándole con deseo y tentación. Cuando dijo lo de imaginarse algo, se mordió el labio y juraría que los ojos le brillaron de deseo absoluto, curiosidad y disposición. — Me encanta que imagines. — Le dijo ronroneante.

Cuando fue subiendo la mano, separó los labios buscando aire, viendo cómo le acariciaba el muslo, y notando cómo el corazón se le desbocaba con el contacto. — Estaba más alta aún. — Tentó. Muy alta, todo lo que él quisiera, si le preguntaban ahora. Negó con cara de niña buena. — No lo sé, enséñamelo. — Le tentó más aún. Quería que se lo diera todo, quería provocarle tanto que cuando por fin entrara en ella, lo hiciera a lo grande y muerto de deseo.

Pero esa suposición de la jaula, solo de imaginarlo, le hizo gemir y mirarle a los ojos. — ¿Lo habrías hecho? — Preguntó. No, ya creía ella que no, pero imaginarlo, así… Se dejó levantar el muslo, y, por una vez, la dejó descolocada. — ¿Qué vas…? — Pero entonces le sintió entrar en ella, y el grito de placer tan absoluto y profundo que salió de su garganta, y el cómo se retorció de placer junto al cuerpo de Marcus, valió de crédito de que aquella postura había sido MUY buena idea.

Sin perder más tiempo, comenzó a moverse contra Marcus, agarrándose a él, a su piel y mirándole con fiereza y diciendo. — Ahora no puedo pensar… Solo sentir… — Le salió otro gemido al notarle en su interior y provocarle tanto placer. — Gritaría tan fuerte… que me oirían todas las jaulas. — Siguió aumentando el ritmo y se agarró a los rizos de su nuca, pegándole a ella y susurrándole, quizá un poco bruscamente. — Siénteme. Siente cuánto placer me das, siente cómo mi cuerpo se te entrega… — Otro gemido escapó de su garganta. — Tócame, bésame y no pares nunca. No sabes cuánto te he necesitado dentro de mí. — Y a modo de demostración, ella se lanzó a su cuello, besándolo frenéticamente, en aquella cercanía tan especial creada por la postura inventada por Marcus que se revelaba como una idea absolutamente brillante, y subiendo hacia su oreja y mordiéndole suavemente, dejándose llevar por la pasión.

 

MARCUS

Las reacciones de Alice le desataban, le activaban un instinto que se le iba de las manos, y no le importaba lo más mínimo, todo lo contrario. Se aferró a ella, cediendo al deseo y a la buena acogida que había tenido su idea, intensificando el ritmo y su respiración. Decía que no podía pensar, pues anda que él. Tenía la mente absolutamente bloqueada en ese momento, con un cartel enorme y brillante en el que Alice estaba escrito a fuego, y no había nada más. — ¿Ah sí? — Preguntó, con tono suspirado. — ¿Tan fuerte? — Devoró sus labios, y al separarse dijo. — Querría que te escuchara el mundo entero. — Susurró. Tenía tanto amor y tanto deseo dentro de sí que lo gritaría a los cuatro vientos, y querría que ella hiciera lo mismo. Dudaba mucho que nadie, jamás, fuera a entender la magnitud de lo que sentía.

Se tomó sus deseos como si fueran órdenes, y fue ciego a cumplirlo, acariciándola y besándola con frenesí, sintiendo todo lo que podía sentir y sin detenerse lo más mínimo. Cada uno de sus besos le erizaban la piel por completo. — Llevo... desde que te vi... — Susurró, con los ojos cerrados, sintiéndolo todo. — Desde que apareciste... con ese vestido... — Siguió besándola antes de decir. — Sintiendo esto. Anticipándome a esto. — Se aferró más a ella. — En mi mente ya estaba aquí. Así. Esto empezó hace horas. — Y así estaba, que sentía que, como se descuidara, su límite iba a llegar muy pronto.

Y no tenía intención de parar tan pronto, así que cambió de postura, colocándose sobre ella completamente, besándola con una mezcla entre deseo y ternura, aferrando sus mejillas. Susurrando su nombre y repitiendo cuánto la quería una y otra vez. Para eso sí que no tenía límite.

 

ALICE

— ¡Sí! — Gimió a su pregunta. Sí, tan fuerte, tan intenso, tan real como lo que estaban viviendo. Abrió los ojos para mirarle cuando le dijo aquello y sonrió. — Y yo llevo toda la noche queriendo que me subieras la falda y me hicieras tuya. — Le devolvió la confesión. Se gustaban demasiado, se deseaban demasiado, y lo sabía desde que se rozaron las manos durmiendo en Saint-Tropez, hasta ese mismo momento de unión y pasión infinitos, todo formaba parte de una misma cosa. — Ojalá llevara horas de este placer. — Susurró entre gemidos, enredándole en sus brazos y tratando de tomar aire entre los jadeos que le salían por la intensidad del momento.

Se dejó dar la vuelta sobre la cama y simplemente admiró la figura de Marcus sobre ella por unos segundos, con los ojos brillantes, con una mirada de adoración completa, separando los labios con deseo cada vez que notaba su movimiento dentro de ella, extasiada con ello. Pasó las manos por su rostro, recogiéndolo y haciendo que la mirara. — Soy la mujer más afortunada del mundo. La más feliz, la más completa, cuando estoy contigo así. — Y en un impulso que decidió seguir, porque cuando seguía sus impulsos con Marcus en ese ámbito, siempre salía bien, le empujó hasta sentarle en la cama, incorporándose ella también para no perder su unión. Cuando se vio sobre su regazo, miró hacia abajo y apartó los rizos de su frente. — ¿Ves cómo eres mi tierra? ¿Ves cómo me anclas a ti? — Entrelazó sus manos y estiró los brazos, abriéndolos, sin dejar de moverse. — ¿Y ves cómo vuelo también? Cómo soy tu pajarito… — Un latigazo de placer provocado por la postura le detuvo el discurso y le hizo ralentizar un poco el ritmo, pero casi que así lo sentía más. — Sabes en qué momento me haces volar del todo ¿verdad? — Preguntó, con un punto de picardía. Le miró a los ojos y le soltó las manos, aunque ella dejó los brazos en alto. — Hazme volar, mi amor, y mírame mientras lo haces, sé que te gusta mirarme. — Terminó, pegando muy fuerte sus caderas a él, que se sintiera muy dentro de ella, que volaran juntos.

 

MARCUS

Se dejó llevar hasta sentarse en la cama, con ella sobre él. La miraba con adoración. — Eres fuego. — Susurró. — Y aire. Mi aire. No podría respirar sin ti. — De verdad que le tenía totalmente cautivado, no podía dejar de mirarla. Entrelazó sus manos y sonrió a su alegoría. Que Alice sea siempre feliz. No había día que no se repitiera su deseo en su cabeza, y cuando veía esas cosas, se sentía pleno, dichoso, pensando que lo estaba consiguiendo, que se acercaba mucho a lograr esa felicidad en ella. Que cuando lo pidió había mucha oscuridad a su alrededor, y que esa oscuridad volvía a veces, como la que les había rodeado los últimos meses. Pero que él tenía ese poder, el de hacerla feliz, el de hacerla sentir libre. Cuánto le había atormentado enjaularla, y solo bastaba con dejarse llevar con y por ella.

Al soltar sus manos, él las pasó por su espalda, rodeándola y acercándose un poco más a ella. — Me encanta. — Afirmó. — Es lo que más me gusta del mundo. — Sin dejar de moverse con ella, suspiró y, con una sonrisa, dijo. — Alice Gallia siendo mi pajarito libre. — Acercó su rostro al de ella, rozando su nariz. — Has descubierto un apartado secreto de mi lista. Siempre estuvo ahí. Solo había que... mirarlo con los ojos adecuados... — Y la miró a los ojos, y benditos ojos que le provocaban de todo. Volvió a besarla, porque sentía que aquello se descontrolaba poco a poco, que empezaban a fallarle las fuerzas. Y quería verla, como ella había dicho, así que se dejó caer en la almohada de nuevo, mirándola desde su postura. — Eres una diosa. — Afirmó, convencidísimo, porque Alice así brillaba con luz propia. Fue decirlo y todo se aceleró, las sensaciones se multiplicaron y sabía que no era el único que las sentía, que ella también estaba en lo más alto, porque había aprendido a verlo. Porque disfrutaba viéndolo como no disfrutaba de nada en el mundo.

Había vuelto a abrazarse a ella cuando se notó cegado por el placer, y allí estaba, rodeándola con sus brazos y con la mejilla en su pecho, regulando su respiración poco a poco y dejando que el silencio fuera cayendo donde hacía segundos había muchísimo ruido. Alzó lentamente la cabeza para mirarla con una sonrisa casi infantil, dejando un beso en sus labios. Le encantaría hablar, pero no tenía ni aire ni mucha capacidad mental, porque si ya iba mareado de antes, ahora sí que estaba en un barco que ha cedido el timón a la tormenta y cuyo capitán está negligentemente cantando canciones de piratería y que pase lo que tenga que pasar. Se dejó caer en la cama y se giró de costado, con ella dándole la espalda para poder abrazarla de la cintura, y conforme fue relajando la respiración empezó a dejar besos en su piel, en su espalda, su hombro y bajando por su brazo, con ternura infinita. — Quería estar así. — Susurró, acariciándola con la mejilla y sin dejar de desperdigar besos distraídos. — Lo echaba muchísimo de menos. — Eso, ese estado. No dormir juntos simplemente, eso llevaban haciéndolo muchos días. — Quiero volver a casa... pero... — Suspiró en silencio, con los labios apoyados en su piel, haciendo una pausa. — Va a ser muy duro estar sin ti todos los días. —

 

ALICE

Rio un poquito ante la confesión del sitio secreto de su lista, jugueteando con su nariz, tan cerquita, tan tiernos a la vez que pasionales, siendo como eran ellos en su quintaesencia. Pero entonces se tumbó, pudo verlo en toda su plenitud, y aquellas palabras: eres una diosa. Aquellas palabras le dieron un escalofrío, su cuerpo se revolvió, y el cerebro ya no funcionaba, solo su cuerpo, su cuerpo encontrándose con Marcus con pasión y sin reservas, solo buscando el placer máximo, su cuerpo respondiendo al de él, dejándose llevar. — Mi amor… — Le llamó a la desesperada, y sintió el placer recorriéndola entera, el punto álgido, ese en el que se contraía y gritaba sin control.

Aún estaba recuperándose, cuando Marcus se aferró a ella, y ella le recibió, agarrándose a su pelo y su espalda, dentro de ella, como si quisiera quedarse así unida, como si no pudieran despegarse. Entre jadeos, acarició los rizos de su novio, dejando tiernos besos sobre su pelo, y susurró. — Tú y yo haciendo el amor, siempre en lo más alto de la lista. — Y se dejó tumbar en la cama, con una sonrisa de satisfacción absoluta.

Amplió la sonrisa al sentir sus besos y sus caricias. — Esto debe ser el cielo… — Susurró, ronroneando como un gato. Abrió los ojos y suspiró. — Yo también lo echaba de menos, es como si los Van Der Luyden hubieran sido unos dementores para nosotros… — Negó con la cabeza y cogió una de sus manos para besarla. — Ha sido como despertarse de una pesadilla. — Pero claro, el buen sueño no les iba a durar mucho tampoco. Se dio la vuelta para poder mirarle y se puso a juguetear con sus rizos. — Tú y yo hemos superado cosas mucho peores. Hemos salido de situaciones mucho más difíciles… — Suspiró y parpadeó. — No sé… qué me espera al volver. Dylan se irá a Hogwarts y yo… Tengo todo ese dinero de los Van Der Luyden. Solo sé que quiero tocarlo lo menos posible, quiero que sea suyo, cuando acabe el colegio… Y yo quiero ganar el mío propio cuanto antes. — Se acercó a Marcus sin soltar sus manos, y dijo. — Además de esto… — Comentó con una risilla. — …Lo que mejor se nos da hacer es la alquimia. No esperemos más al volver. No voy a dejar que nada más se ponga en el camino de mi vida contigo. Aun estamos a tiempo de presentarnos al examen de alquimistas de piedra… y luego veremos. — Juntó su frente con la suya. — Confío en nosotros, en nuestra inteligencia, en nuestro amor irrompible… — Abrió los ojos y miró a la espalda de Marcus con una sonrisa de victoria. — Porque si solo confías en el sol no sobrevives a la noche… — Señaló con el dedo a la ventana y se incorporó, tirando de él para que se sentara también, abrazándose a su espalda mientras veía el sol asomarse. — Pero siempre amanece. —

Notes:

¡Por fin vuelve nuestro patito! Sueños de paz fue ese capítulo en el que volcamos todo lo que nos hubiera gustado que tuvieran los niños en Nueva York: a Dyan, la barbacoa con todos, fiesta de locura con los primos y los Graves, que tuvieran un momentito de los suyos, como a ellos les gusta… Contadnos por favor cómo habéis vivido ese momento de reencuentro con Dylan y qué bar os ha gustado más. Gracias por vivir todo esto con nosotras, esta historia cada día es más nuestra, de las alquimistas y los fans, hacemos magia, lectores.

Chapter 33: Antes de despegar hay que aterrizar

Chapter Text

ANTES DE DESPEGAR HAY QUE ATERRIZAR

(16 de septiembre de 2002)

 

MARCUS

Le despertó un olor intensísimo directo a la nariz que le hizo fruncir el ceño y emitir un leve gruñido de disgusto... aunque olía bien. Y, sin embargo, el olor le había dado náuseas. Por no hablar de que sentía que había dormido dos minutos.

Dos minutos quizás no, pero dos horas, o menos, era probable. Se removió muy levemente y se frotó un ojo, intentando abrirlos con muchísima dificultad, porque la cabeza le pinchaba y la luz le estorbaba a más no poder. Había vuelto a abrazarse a la espalda de Alice en algún momento de la noche y en esa posición, piel con piel, se había quedado dormido, y tenía una extraña sensación combinada entre estar espiritualmente en el paraíso y corporalmente en el infierno, porque de verdad que le dolía cada centímetro del cuerpo. Pero el olor estaba empezando a estorbar, por muy rico que fuera. Y Marcus, incluso con falta de sueño y resacoso, no dejaba de ser una mente para la magia... y para la comida.

Se levantó con mucho cuidado, los ojos más cerrados que abiertos y tambaleándose. Estaba desnudo, así que tomó lo primero que pilló por el suelo y se tapó a lo justo, de verdad que no podía hacer esfuerzos mayores. Abrió la puerta. — Vaya. Llego a saber que ibas a recibirme así y vengo antes. — Marcus se escondió un poco mejor tras la puerta. Aaron soltó una única carcajada. — Quién te lo iba a decir a ti cuando me conociste, que ibas a recibirme de esta guisa... — ¿Le has lanzado un hechizo amplificador del olor a eso? — Dijo con la voz aguardentosa y los ojos pegadísimos, porque la luz le dolía, mientras señalaba el plato de gofres que el chico alzó cual trofeo ante la mención. — Habéis silenciado la habitación a prueba de bombas, sí que lo tenéis dominado el hechizo ¿eh? Vaya, que u os metía el olor este directamente en la nariz, o no había quien os llamara. Porque, como comprenderás, no iba a abrir la puerta. — Le miró de arriba abajo, aunque solo se le viera medio torso tras la puerta. — Aunque capaz y veo menos... — Cancela el hechizo. — Dijo casi con súplica. — Luego... Gracias, luego si eso... — Luego van a estar fríos. — Ladeó la cabeza y volvió a reír. — Anda, sí, vete a dormir. Que sepas que, para desayunar después de una fiesta, siempre se recomienda no dormir en medio. — Arqueó las cejas cómicamente y dijo. — Buenas nocheeesss. — Con un tono que al Marcus festivo le hubiera divertido mucho, pero al de ahora le estaban dando ganas de incendiar la casa.

Cerró de nuevo la puerta y, arrastrando los pies, volvió a tirar en el suelo lo que había cogido para taparse y se dejó caer en la cama. Cómo de destruida estaría su novia que seguía en el mismo sitio que la dejó, no había movido ni una pestaña. Se abrazó a ella otra vez, pegando la mejilla a su espalda y soltando aire por la boca, sintiendo una sensación de relajación y plenitud inmediata a pesar de los múltiples dolores, y se quedó dormido en el acto. La próxima vez que despertó sí fue por una caricia de Alice, y dio un leve sobresalto, confuso, mirando a los lados. ¿Cuántos minutos habían pasado ahora? ¿O quizás horas? Atinó a mirar el reloj: la una de la tarde. Se frotó la cara con un gruñido, y al destapársela, la miró. Eso sí le hizo sonreír perezosamente. — Buenos días... Buenas tardes, más bien. — Cerró los ojos, frunciendo el ceño y, gruñendo un poco, se enganchó a ella como un koala a una rama. — No. No lo digas. No quiero oírlo. — No, no se quería levantar. No quería salir de allí, de estar abrazadito a su novia, por muy tarde que fuera.

 

ALICE

Estaba como fosilizada en la cama, como si le hubiesen crecido raíces y le hubiese caído todo encima y no se pudiera levantar. El trabajo de abrir los ojos fue titánico, y entraba luz brillante por entre las rendijas de las cortinas. Qué bonito había parecido cuando estaba amaneciendo y se había dormido abrazada a su novio. Al menos él seguía allí, pero parecía tan fosilizado como ella.

Se dio unos cuantos minutos para ir recuperando la movilidad de todos sus miembros y removerse entre sus brazos. Nada, como si estuviera muerto, pero a ella le encantaba verle dormir, le daba la fuerza que necesitaba para levantarse y hacer lo que tenía que hacer. Les quedaban unos días muy largos y ajetreados, iba a necesitar las endorfinas que le proporcionaba ver a su novio dormido como un bendito, desnudo, con aquellos rizos desordenados en torno a la cara… Oh, por Merlín, no debería ser tan perfecto allí, de resaca, tirado. La que seguro que no estaba perfecta era ella, así que, muy despacito, salió de entre sus brazos y se dirigió a volver a ser persona y a estar un poco presentable para su novio.

Lo primero que hizo fue tomarse la poción, pero lo siguiente fue ponerse un vestido por encima y ver qué había sido de su hermano. La habitación de Shannon estaba abierta y la cama hecha, como era normal, viendo que eran altas horas del día. Pero nada más asomar la cabeza por la puerta le oyó hablando con Frankie en el jardín. Bueno, parecía que estaba bien cuidado. El cuarto de George estaba cerrado, con lo cual Aaron había vuelto, pero desde ahí no veía el cuarto de abajo, así que no sabía si Rylance había corrido la misma suerte. Andando de puntillas para que nadie se enterara de que estaba despierta, se acercó a la ducha y se convirtió en persona de nuevo, y ya, envuelta en la toalla y con el pelo aún goteando, llegó silenciosamente hasta la cama, tirando la toalla, y volvió a meterse entre los brazos de su novio.

Y a esa distancia, empezó a trazar sus rasgos con los dedos, con delicadeza, como si fuera lo más preciado del mundo, como si así pudiera adorarle. — Buenos días, mi príncipe. — ¿La hora? A quién le importaba, ella estaba ocupada amándole. — ¿Qué más da tardes o días si me despierto a tu lado? — Dijo con dulzura, sin dejar de acariciarle. — Eres condenadamente guapo hasta recién levantado, mi amor… — Rio y dejó que se abrazara a ella. — No lo digo, mi amor. Solo digo que yo ya me he duchado y me he tomado la poción y estoy hasta presentable. — Se separó un poco para verle. — Y yo sé que a mi novio le gusta ser el que esté más de punta en blanco de toda la casa… — Y estaba pinchándole con eso, cuando oyó la puerta de abajo y a Maeve de fondo. — ¡Ay, Edward, hijo! — Hola, señora Lacey… — Alice se incorporó y miró con cara traviesa a Marcus. — ¿Acabo de oír llegar a Rylance a la casa? ¿Esto es posible? — ¡RYLANCE, YA PENSÉ QUE TE IBAS A PERDER EL PASTEL DEL PASTOR DE MI MADRE! — Ella rio y miró a Marcus. — ¿Por qué no me sorprende que Jason esté aquí? — Se estiró y dejó un beso en los labios de su novio. — Voy a adelantarme para que te dé tiempo a ponerte tan ideal como te gusta a ti. — Volvió a besarle y le destapó, pasando sus manos por todo su cuerpo. — Aunque como me guste a mí… sea así. — Dijo con voz sensual, antes de lanzarse a vestirse y a bajar las escaleras.

En cuanto la vio aparecer, Dylan se lanzó a abrazarla y ella sintió la alegría y el descanso que eso significaba. — Frankie me ha dicho que le llame tío Frankie y me ha enseñado a perseguir a los gnomos de jardín, y he ayudado a la tía Maeve a hacer el pastel del pastor. ¿Ves? Ese borde lo he hecho yo, y he puesto la mesa y Jason ha flipado con que pudiera ponerla sin magia. — Ella asentía a todo con la mente más ralentizada de lo que le gustaría, pero estaba tan contenta que ni se preocupaba. Cuando Maeve salió, dijo. — ¡Alice, hija! Qué buena cara, no parece que llegaras a la hora a la que has llegado. — Ella rio, sentándose junto a Dylan, que tiraba de ella. — Estoy tan contenta que no estoy ni cansada. — Seguro que es eso. — Dijo Aaron apareciendo por la puerta. — Pensé que estabas dormido. — El chico chasqueó la lengua. — Yo ya empalmo a la noche, solo estaba echando una cabezadita. Os he llevado gofres para desayunar, pero solo los Lacey y mi Dylan me los han aceptado. — Ella frunció el ceño y preguntó. — Oye, ¿y Rylance? — Ha pedido permiso para adecentarse para la comida. Qué tío, es casi medieval. — Aportó Jason que traía el agua, el pan y el queso. Ella se limitó a observar con una sonrisa la escena mientras esperaba a Marcus, sintiéndose tan dichosa que le costaba creérselo. — Volveréis… a Inglaterra pronto ¿no? — Preguntó la tía Maeve así como si nada, mientras iba cortando la comida y repartiendo las cosas. Ella asintió con una sonrisa. — Por fin te dejamos la casa disponible, sin tanto jaleo. — Uy, jaleo… Si vosotros no dais un ruido y sois un encanto… — Conocía ese tono. Era el de Molly cuando decía “sí, sí, es tarde, normal que os vayáis” pero no quería que se fueran. Le cogió del brazo con ternura y le dijo. — No sabe nadie cuánto voy a echar de menos a mi gran familia americana. — Maeve la rodeó y dijo. — ¡Ay! Mira, no me hagas llorar desde ya, eh, que hemos hecho un pastel demasiado rico y… ¡AY, MIS NIÑOS YA ESTÁN AHÍ! — Y por la puerta aparecieron Marcus y Rylance, con un aspecto bastante decente para como les había visto anoche. — Se nota que habéis tenido buena noche. —

 

MARCUS

Se quedó mirándola con una sonrisa cansada, con la cabeza en la almohada, y lleno de ternura. — Si tu intención es que quiera levantarme de aquí, diciéndome esas cosas no lo consigues. — Se desperezó un poco y, perezoso, dijo. — Igual ya ha pasado la hora de comer. Podemos hacernos los dormidos y quedarnos aquí ¿no? — Lo intentó, pero hasta él sabía que no era muy buen plan. Algún día, simplemente algún día, no tendrían por qué levantarse de la cama y se quedaría con su novia abrazado hasta que se cansase. Y mucho tiempo iba a tener que ser para que se cansase.

Rio con los labios cerrados. — Dudo que haya magia existente que pueda recomponerme hoy. — Bromeó, y luego la miró curioso. — ¿De verdad no te duelen hasta músculos que no sabías que tenías? — Rodó los ojos con un suspiro. — Los Gallia estáis hecho de otra pasta, definitivamente. — Aunque lo siguiente que oyó, proveniente del piso de abajo, sí que le frunció el ceño en confusión. Miró a Alice, callado unos instantes, simplemente procesando. — ¿Ahora? — Parpadeó, ya desfrunciendo el ceño. — ¿En serio? — Y descolgó la mandíbula cómicamente, riendo justo después, tapándose la boca con una mano como el niño travieso que en realidad no había sido nunca. — Me siento menos mal porque le hayamos hecho venir hasta aquí entonces. — Miró a Alice con los ojos entornados y preguntó, como si hablaran de un crimen. — ¿Crees que...? — Edward y Nicole. Era verdad que habían desaparecido misteriosamente la noche anterior, pero como para aparecer ni más ni menos que a la hora de comer del día siguiente... Qué fuerte.

Uf, quería mucho a Jason, pero ese tono de voz iba a ser como un clavo ardiendo en su resaca, lo estaba viendo venir. Más motivos para no querer salir de la cama. Asintió a lo que dijo Alice, y estaba tan enlentecido que no se vio venir que le destapara. Abrió mucho los ojos, pero luego se le escapó la risa. — Eres... — Dijo, riendo y negando, levantándose para vestirse. Era una locura Gallia con patas y le tenía conquistado del todo, eso era así. Y, por Merlín, qué trabajo le había costado levantarse de la cama.

Había conseguido mantener un aspecto exterior que, si bien no impecable (porque los rizos parecían enfadados por la paliza, no había quien los domara, y las ojeras eran un poco evidentes) estaba bastante bien dado como se sentía por dentro, que solo de pensar que tenía que bajar las escaleras, cualquiera diría que se había pasado siete años subiendo y bajando de la torre Ravenclaw, no se creía con fuerzas de superar semejante trago. Había olvidado momentáneamente el asunto Rylance, porque la cabeza le iba muy lenta, pero lo recordó de golpe al salir ambos de sus habitaciones simultáneamente. El hombre carraspeó avergonzado, recolocándose la corbata. — Buenos días. Tardes. — Se corrigió. Marcus, con una sonrisita, frunció el ceño. — Hola... ¿Vas tan arreglado a alguna parte? — El otro tenía la mirada esquiva, y con la mayor dignidad que pudo (aunque sin perder ese aspecto de conejillo asustado que le poseía cuando se ponía nervioso) respondió. — Me parece lo adecuado, dadas las circunstancias, este tipo de vestimenta. Soy abogado. — Y hoy estás de día libre. Ya hemos acabado con esto. — Dijo, comprensivo. El otro ladeó varias veces la cabeza. — Bueno, quedan ciertos pormenores que gestionar antes de irnos. — Lo imaginaba, pero suspiró con cansancio. — Y se van a hacer mañana. — No, por Dios, hoy no se veía con capacidad de tocar ni medio papel legislativo. Total, ya vivido lo vivido, qué más les daba un día más de espera.

Le miró unos segundos, circunstancial. El otro seguía con la mirada esquiva, y no soportó mucho más el silencio. Carraspeó levemente. — Pido... disculpas por mi cuestionable comportamiento desde anoche. — Marcus alzó una ceja, pero no pudo evitar una sonrisita maliciosa. — ¿Y lo vas a arreglar con un traje y corbata? — El otro hizo amago de resoplar agobiado, así que soltó una risita. — ¡Edward! Vale que no somos amigos íntimos y que... en fin, no estés acostumbrado a estas cosas o estuviera en tus planes. ¡Pero no tienes que resarcir nada! Tú puedes hacer lo que quieras. — He venido en calidad de abogado de... — ¡Oh, por favor! — Al parecer, la resaca soltaba todos los amarres autoimpuestos de Marcus y le hacía graciosamente parecido a su abuela Molly. — Si lo que te preocupa es que se lo cuente a mi madre, puedes estar tranquilo. — El otro le miró con ojos de pánico. Marcus rio levemente. — Mira, ahí abajo hay dos Gryffindors que no va a ser nada discretos, y tres Hufflepuff que le van a quitar todo el hierro del mundo a esto. — Rodó los ojos, cansado. — Y me temo que los Ravenclaw de la casa no estamos en nuestro momento más lúcido para una defensa. — Eso hizo al otro reír levemente, con la cabeza agachada. Marcus ladeó una sonrisilla y, buscándole la mirada, preguntó con prudencia. — ¿Te lo has... pasado bien? — A pesar de lo gacha de su cabeza, vio que se ponía colorado, pero que no perdía la sonrisilla, y que arqueó las cejas. — Indudablemente. — Pues bienvenido fuera entonces. Eso es lo que importa. — Y se dirigió a las escaleras, cambiando de tema mientras bajaba. — ¿Tienes tan poca hambre como yo? — Ninguna. Además, Nikki ha hecho bac... — Se detuvo él solo, en el hablar y hasta en el caminar, y se puso como una bombilla. Marcus se paró también y, con una ceja arqueada, le susurró en confidencia. — Igual un poco menos revelador. — El hombre asintió, Marcus sonrió y bajaron.

Marcus soltó un poco de aire por la boca, con deje agotado. — La mañana es lo que está siendo mejorable. — Se sentó junto a Alice y la miró con una mezcla entre picardía y ternura. — Aunque podía haber sido también muchísimo peor. — Oye, que te he llevado gofres y no los has querido. — Marcus miró con cara de cansancio a Aaron. — Y se agradece. Pero no estaba en condiciones de aceptar la oferta. — Ya. Menos mal que no es tu cuñado el que ha llamado a la puerta. — Marcus le miró con los ojos muy abiertos, en advertencia, pero tanto Aaron como Dylan se intercambiaban miradas y risitas traviesas. — Bueeeno bueeeno. — Entró Frankie por la puerta, con voz de padre de familia numerosa y una risilla, así como con un cesto de naranjas en las manos. — Eso es lo que tenéis que hacer, aprovechar las noches. Os cambiaba sin pensarlo la edad y os daba de regalo unas naranjas. — Miró a su mujer. — ¡Regalo de Joseph! — ¡Oh! Qué bien nos viene. — ¿Quién es Joseph? — Preguntó Dylan, con su inocente alegría habitual. Frankie respondió con cariño. — Un antiguo compañero de trabajo. Se jubiló y se fue a España a vivir, y cada vez que cambia la temporada de frutas, me manda unas pocas. — Maeve, revisando las naranjas, comentó. — No sé cómo consigue siempre pasarlas por la aduana... — Slytherins. — Comentó alegremente Frankie, que ya las estaba repartiendo. Marcus se limitó a observar la conversación a su alrededor. La verdad... es que iba a echarles mucho de menos. 

 

ALICE

Volvió a fruncir el ceño a lo de los gofres. — ¿Pero cuándo ha pasado eso? — Pues como a las diez de la mañana, cuando este jovencito ha llegado todo contento con el desayuno. — Contestó Maeve, terminando de servir a todos y poniendo una sonrisilla traviesa. — A saber dónde ha dormido para venir tan contento… — Aaron se puso un poco rojito, pero cortó un trozo de pastel del pastor y levantó la mirada. — Pues… Nunca me he atrevido a decirlo en voz alta, pero ya que lo preguntáis… con un jugador de quidditch. — Frankie hizo un gesto con la mano. — Vaya, cómo no. Ese Junior siempre igual, nos va a casar a toda la casa con la selección de Estados Unidos. — Y Alice sabía que Rylance ahora mismo quería que la tierra lo tragara y que Marcus de esas cosas no hablaba con la familia, pero su primo lo necesitaba, y ella pensaba darle ese momento. — Este precisamente, no creo que sea de la americana. — ¡No! ¡Es Klaus! Es superfeliz y muy majo, y el colega le gustaba también. — Eso hizo reír a los tres mayores. — No veas con el jugador si miraba alto… — Comentó Maeve, comiendo para disimular la risa.

— Y en lo que me iba del piso de Klaus y Lorraine, que viven juntos, aunque el piso es tan grande que si quieren ni se ven… me he pasado por el notario. Por eso llegué con el desayuno justo después. — Y ahí sí que se hizo un silencio y todos se quedaron mirándole. — He… vendido ya la casa. — ¿YA? — Preguntó Jason. — ¿Pero cómo lo has conseguido tan rápido? — Aaron se encogió de hombros. — Quería cerrar el tema cuanto antes, para poderme volverme con vosotros a Inglaterra, y antes de ayer, antes de irnos, le pedí a Hagen que me lo moviera y… esta mañana se me ocurrió pasarme por allí al abrir y me dijo: “justo iba a mandarte una carta”, y ya no ha hecho ni falta. — Alice parpadeó y sonrió. — Pues mira… no puedo alegrarme más. — Dime que le has sacado un buen pellizco, hijo. — Dijo Maeve cogiéndole de la mejilla. — Muy bueno, Maeve. — ¿Y todo lo de dentro? — Preguntó Frankie. — Hagen me dijo que le echaron un hechizo reductor y lo guardaron en unos almacenes mágicos de Connie Island, iré a ver si algo se puede vender y si no… lo quemaré o algo así. A no ser que quieras joyas de señora importante, Maeve, que yo te las traigo. Bueno, si la mujer de mi tío Teddy no se lo ha llevado todo, claro. — Ahora fue la mujer la que se sonrojó. — Ay, Aaron, hijo, qué cosas tienes… ¿No querrá algo tu madre? — Y se hizo otro silencio. Dylan se quedó mirando a Aaron y luego volvió al pastel del pastor con fruición. — El primo está incómodo, vamos a hablar de otra cosa. ¿Tú dónde has dormido, Edward? — Preguntó tranquilamente, a lo que todos tuvieron que esconder la risa, mientras el abogado empezaba a arrepentirse probablemente por primera vez de haber aceptado ese caso. Acto seguido, Dylan chasqueó la lengua y dijo. — Y este también está incómodo... No se os puede sacar de fiesta, si estuvierais en la sala común de Hufflepuff fliparíais... — Y los mayores ya no pudieron más y se echaron a reír abiertamente.

 

MARCUS

La verdad es que no pudo evitar mirar a Aaron con una sonrisilla. Iba a tener por fin la vida que merecía tener, como le había ocurrido a Janet en su momento. Hacía unos días le había dicho que pensaba irse bien lejos, y la verdad es que le apoyaba. Quién se lo iba a decir, pero iba a apenarle no tenerle más presente en su vida. Pero bueno, era una vida nueva, lejos de todo aquello, lo que Aaron necesitaba. Eso sí, casi se atraganta con el comentario de Dylan. — ¡Qué dices! Si me puso perdido de champán. — Jason soltó una carcajada. — ¡Clásica estrategia para mojar la camiseta! Yo se la hacía continuamente a mi Bet... — Se detuvo, con todas las miradas encima. Movió varias veces las bolillas de los ojos y dijo. — Siempre desde el respeto. —

Lo que no esperaba oír era lo del notario, tanto que dejó de masticar, mirando a Aaron (a ver, no tenía mucha hambre, pero estaba feo rechazar ese pastel del pastor, y en realidad llevaba sin comer nada desde la cena). La sorpresa le hizo abrir los ojos como platos. Soltó el tenedor y alzó los brazos. — ¡Eso es una noticia fantástica! — Aaron le miró con una sonrisita. — Lo cierto es que... iba a malvenderla. A posta. Para que les jodiera más. — Miró un tanto encogido a los dos mayores. — Perdón, pero es que... — Perdonadísimo. — Zanjó Maeve. Aaron prosiguió. — Pues eso. Quería que rabiaran de ver que no solo me la había quedado yo, sino que le había sacado mucho menos dinero del que valía, que claramente es a lo que ellos les importa... En mi cabeza tenía hasta pensados prototipos de personas: muggles, gais, gente tremendamente hippy... — Todos rieron. El chico se encogió de hombros. — Pero supongo que no soy tan calculador, y me ha podido más... solucionar el tema cuanto antes. — Marcus sonrió de lado. — Pues has hecho bien. — Aunque a su vena Slytherin le habría encantado ver lo otro.

Rio un poco mientras contaba lo del almacén. — Aún tienes la oportunidad de darle todo eso a unos hippies. — Pero el gesto hacia su tía Maeve le hizo sonreír con sinceridad, sintiendo un pellizco en el corazón. Lástima que, con motivos, el chico se incomodó a la mención de su madre. Le miró un poco de reojo. ¿Querría despedirse de ella antes de irse? Indudablemente todo aquello debía ser incómodo para él... aunque no tanto como para Edward lo que estaba a punto de pasar, que le hizo tener que contenerse fuertemente una carcajada. Y la respuesta de su cuñado no tuvo desperdicio, por lo que después de reírse, le dio un toquecito en el hombro que le movió como a un junco de río. — ¡Oye, tú! ¿Ya te crees tan mayor como para dar lecciones de vida? — Anoche tenía más barba que tú. — Y dale con la barba. — Todos siguieron riendo. — Hubo mucho movimiento anoche. — Dijo Aaron entre risas, y luego miró a Jason. — De hecho, en casa de Klaus no llegué a ver a Lorraine... Yo me da que... — ¡AY! — Gritó Jason, y Marcus tuvo que cerrar con fuerza los ojos, porque el "ay" se le había clavado en su cerebro resacoso. — ¡AY! ¡QUE TENGO NUERA FAMOSA! — Y yerno. — Dijo Dylan, divertido. — Porque Sophia también estuvo un buen rato perdida con un jugador de quidditch, y cuando apareció venía superrelaj... — Colega. — Le detuvo, pero Aaron había explotado en risas, aunque automáticamente se tapó la boca por respeto, y Edward estaba con la mirada clavada en el plato y coloradísimo. Maeve había ahogado un gracioso gritito que se convirtió en risa y Frankie suspiró como si le fueran a matar entre todos. Jason, sin embargo, se retrepó con orgullo en la silla. — Han salido a su padre: conquistadores. — Ay, hijo. — Dijo Maeve, condescendiente. — Ni Betty ni tú erais así con sus edades. — ¡Eh! ¡Yo era todo un ligón! — Tú eras un parlanchín, y no me hagas hablar de tu mujer, que estaría todavía encerrada en la biblioteca si no le hubieras montado el espectáculo que le montaste. Aunque no sé cómo no salió corriendo. — La mujer hizo una caidita de ojos y, encogiéndose de hombros, dijo. — Yo sí era muy dicharachera. Pero era otra época. —

 

ALICE

Rio ante los planes que había tenido su primo respecto a la casa, y se alegraba de oírle hablar así de ese tema. Había esperanza para ellos si era así… — Ese es tu dinero, Aaron, tu pasaporte a la libertad… Todo dinero es bueno si es para que tengas libertad y borrarles del mapa. — Además ellos estaban segurísimos de que la casa se la iban a quedar ellos, yo oía cómo lo hablaban, entonces no lo entendía, pero esa señora le decía mucho a Teddy “esa casa es tuya y no pueden quitártela”. — Soltó su hermano sin más. — Pero mentían mucho… ¿Por qué no también en eso? — Maeve asintió muy fuerte. — Muy bien dicho, mi niño. Nadie lo habría explicado mejor. — Alice suspiró. Tenían que hablar con su hermano, pero… no sabía ni por dónde empezar y se sentía un poco perdida al respecto, porque no podían hacer como si nada y soltarle en Hogwarts. Por eso no tener madre era tan difícil, por momentos como ese.

Lo bueno era que él, de momento, parecía estar encantado y riéndose con su nueva familia. Ese era Dylan, llegaba, se acoplaba y sabía ser feliz. Quizá ese era su auténtico talento, saber ser feliz a través de las circunstancias… Tragó saliva, pero intentó reír. — ¡Pero bueno! No vayas aireando por ahí los secretos de lo que la gente hace de fiesta, señorito. Para eso también se tiene que saber tener barba, ehhhh. — Frankie rio y se encogió de hombros. — Hija, Junior es hijo de aquel. — Dijo señalando a Jason. — Le doy media barbacoa para cantarlo todo. Si ya le hemos dicho que traiga a la tal Lorraine, y me juego una mano a que el que se fue con Sophia era el irlandés ese… — Dewar. — Dijo Jason dejando caer el tenedor. — Dime que es Dewar, ay, Dios mío, no sabes lo que me emocionaría tenerlo de yerno, si yo pudiera… — Venga, sorpréndeme, papá. — Sophia había entrado de repente y se oyeron varias risas contenidas. — Pastelito, te aseguro que papá lo único que quiere es lo mejor para ti, y te aseguro que hay pocos golpeadores como Dewar y ese metro ochenta y cinco… — La chica levantó las dos manos. — Lo he contemplado, papá. Y no he venido a hablar de esto, no soy tu hijo. Además, si vas a mencionar el metro ochenta y cinco… — Entornó los ojos hacia Edward, que se puso rojísimo otra vez. — ¡Ay, por todos los leprechauns, hijos! Pronunciaos ya, que ese muchacho lleva desde que ha llegado con cara de haber bailado desnudo. — Edward negó con la cara entre las manos. — Me moriría antes de quitarme la camisa. — Dijo sin más, y Dylan acudió en su ayuda. — Está superincómodo porque ayer se fue con Nicole. Pero yo no les vi besarse ni nada, y como no volvieron, no sé qué hicieron exactamente, pero irse con una persona está bien, Edward, no es como que hayas hecho nada malo. — El abogado ya estaba directamente riéndose. — Gracias, Dylan, lo tengo en cuenta… Pero tienes razón… no tiene nada de malo. — Y ahí no lo pudo evitar, se rio un poco y aportó. — Y menos con Nicole. Chico, has cumplido la fantasía de medio Nueva York. — Y todos rieron, Edward incluido. — Bueno, ¿y le habéis contado que Alice ya es oficialmente irlandesa gracias al reel? — Preguntó Sophia, y ya los tíos se engancharon a ello y rememoraron el gran momento, aunque tenía lagunillas aquí y allá.

Pero Sophia tenía más que decir. — He venido a buscar a mi prima, que me quedan pocos días de tenerla por aquí, para llevarla al consultorio de los tíos, porque iba para allá a empezar a estudiar para los exámenes de medicina. — Alice asintió encantada, con una sonrisa, pero Maeve le aprisionó la mano contra la mesa, como dándole a entender que guardara silencio. — Ay, cariño, ¿y si usáis el traslador que tengo ahí? Cuando tengo que ir a por los niños me es muy útil. Ya sabes que ir a Jersey es un tostón con la aduana, que aunque esté al lado, es cambiar de estado. — Comentó la mujer. — Nah, abuela, así practico. — Insisto, sobre todo si os lleváis a Dylan, que tres personas son difíciles de aparecer. — No iba a… — Empezó ella. — No ibas a arriesgarte así, ya lo sabemos, y mi Sophia es igual de prudente que tú. Id con traslador. — Sonrió a su hermano y acarició sus rizos. — No me voy a quejar de llevarme a mi patito a ninguna parte ¿verdad? — Y él sonrió. Acto seguido, miró a Marcus. — No te importa que vaya, ¿verdad, mi amor? Querría pasar una última tarde con Shannon y creo que… me vendrá bien. — En ausencia de su madre, ella había recurrido a otras madres y que no siempre se habían parecido necesariamente a la suya. Shannon era Pukwudgie, tenía una hija de la edad de su hermano y había conocido a su madre, seguro que le venía bien hablar con ella.

 

MARCUS

Lo cierto era que escuchar a Dylan hablar con esa naturalidad de lo que los Van Der Luyden decían en su presencia le daba escalofríos y rabia a partes iguales, la cual punzaba aún más su dolor de cabeza. Miró de reojo a Alice. Tenían una conversación pendiente con Dylan... pero mejor otro día. Hoy dudaba que pudiera articular un discurso coherente y empático al respecto, estaba demasiado embotado. Y quería, por un día, no hablar del tema Van Der Luyden. Si bien dudaba que eso fuera en su totalidad posible hasta que no abandonaran ese país.

Se estaba aguantando la risa, con un poco de pastel de pastor aún en la boca, ante el cruce de conversación entre Frankie y Jason, donde el primero tenía claro que acabarían enterándose tarde o temprano de todo (contento de no pertenecer a esta familia, ¿verdad, Edward?) y el segundo había puesto cara de padrino de bodas de pensar que su hija se había ido con un irlandés. Y entonces, la hija en cuestión apareció. Marcus la miró con una ceja arqueada. — Te veo insultantemente poco resacosa. — No bebí tanto como tú, primito. — Contestó Sophia, guiñándole un ojo, y Marcus la miró con cara de circunstancias, porque juraría que bebió incluso más. — Eso y que me he tomado una de las maravillosas pociones antiresaca de mamá. — ¡Las pociones! — Bramó Jason, sacándose varios tarros del bolsillo. Su padre le miró inexpresivo y dijo. — Deduzco que ese era el motivo para venir que se te había olvidado. — El hombre le entregó una botellita a cada uno. — Son las mejores. — Gracias. Me va a venir bien. — Dijo Marcus entre risas, apropiándosela para bebérsela en cuanto terminara de comer.

Por supuesto, el foco se giró de nuevo hacia el pobre abogado. Menos mal que siempre estaba Dylan para poner el negro sobre el blanco, y Marcus no pudo evitar que se le escapara una risa que no podía contener, y se la contagió a Aaron. Ahora eran dos tontos riéndose mientras el resto hablaba. — Echo de menos eso. — Comentó Frankie, divertido. — Mi oferta de cambiaros la edad e incluir en el trato unas naranjas sigue en pie. — Pagaría por tu sabiduría, tío Frankie, pero un buen Ravenclaw quiere recorrer el camino por sí mismo. Si no, me lo pensaba. — Comentó, a lo que Aaron bufó. — Adulador... — Se miraron y se rieron. Habían rebasado el punto de ofenderse el uno por la actitud del otro, definitivamente, ya se lo tomaban a risa.

Al parecer, Sophia quería llevar a Alice al consultorio de Shannon y Dan, y Marcus la miró con ilusión, compartiendo una mirada cómplice con Dylan. Le parecía una idea fantástica, a Alice le iba a encantar, y después de todo lo sufrido le venía muy bien despejarse. Cuando su novia se dirigió a él, rápidamente negó. — ¡Cómo me va a importar! — No le importa en absoluto, está deseando que te vayas para volverse a dormir. — ¿No te ha enseñado Klaus que no se interrumpen conversaciones de pareja ajenas? — No me tires de la lengua... — Se giró de nuevo a Alice, porque sí, solo podía salir perdiendo en esa conversación. — Me parece genial. Pásatelo bien. — Arqueó varias veces las cejas. — Y toma nota de todo, que querré que me lo cuentes. — Se despidió con un beso y las chicas y Dylan se fueron.

— "No te ha enseñado Klaus..." — Empezó Aaron con tono burlón, mientras ambos iban para la salita. Marcus rodó los ojos, pero el otro rio y continuó. — ¿Tú no sabes ya lo peligroso que es retar a un Gryffindor? — Soy pura inteligencia Ravenclaw con alma Slytherin. ¿De verdad te crees que puedes conmigo? — ¿Qué hubiera pasado si hubiera dicho lo que sí que me enseñó Klaus anoche y que me consta que mi prima y tú también practicasteis, viendo lo que he visto esta mañana? — Que no es ningún secreto para nadie. — Aaron soltó una carcajada. — Ya. Y no te habrías puesto nada nervioso de que dijera eso delante de toda tu familia. — No sé qué tendrás tú con Klaus, pero lo mío con Alice es la más pura expresión del amor. — Aaron hizo una pedorreta. — No te lo crees ni tú que es pura. — Y se dejaron caer en el sofá, con gruñidos de señores mayores. Por Merlín, qué agotamiento. La tía Maeve, después de que se tomaran las pociones, les había dicho que podían ir a echarse. Insistieron en recoger un poco la cocina, por ayudar, pero apenas habían quitado la mesa y ya les estaba echando. Y, sinceramente, tenían tanto cansancio encima que no se iban a oponer. A Edward también le había dicho que podía subir a echarse un rato, pero... — ¿Crees que tu abogado sobrevivirá al interrogatorio de Jason? — Marcus soltó una carcajada, pero alzó un índice. — ¡Eh! No te equivoques, has cometido un importante error en esa pregunta. — Y bajó el índice hasta señalarle. — NUESTRO abogado. — Y volvieron a echarse a reír. Qué fácil era reírse ahora que todo había pasado.

 

ALICE

Shannon y ella se miraron un momento, con una tranquila sonrisa en la cara de ambas. Si miraban a un lado, veían a Dylan organizando a Saorsie y Ada, bajo la entregada mirada de Arnie que, sentado en su manta, miraba el juego de sus hermanas y Dylan con pasión. Si miraban al otro lado, veían a Sophia, absolutamente entusiasmada mientras Dan le explicaba algo del funcionamiento de un aparato médico que Alice desconocía, pero que Sophia parecía ir viendo más claro a más hablaba con Dan. — Todo vuelve a su sitio al final. — Dijo Alice, abrazándose a sí misma. — Donde siempre debió estar. — Completó Shannon. Ella sonrió un poco y notó cómo se emocionaba. — Quiero una vida así, Shannon. No en América, por Merlín, estoy deseando perder de vista este país… — Inspiró y miró a su hermano, que seguía con su juego con las chicas. — Pero él no ha tenido una vida así. Una casa bonita, niños con quien jugar, sus padres dentro, todo en orden... ¿Qué recordará de los años buenos? No tenía ni ocho años cuando murió mamá. Y ahora esto… — Alice, cada uno tiene su vida. El pasado ya no lo puedes cambiar. — Cortó Shannon, viendo que ya empezaba a agobiarse. Tiró suavemente de ella. — Venga, vamos a la cocina y allí hablamos. —

La mujer se puso a cocinar, mientras vigilaba a los niños por la ventana, y Alice se sentó en una silla, apoyándose en la mesa. — Quería venir a darte las gracias, y al final acabo llorando, como siempre. — Shannon rio y se encogió de hombros. — Oye, que no te cobramos por lágrima derramada, eh. — Le dijo. Pero vio que se quedó muy callada, y se giró brevemente para mirarla. — ¿Qué te hace llorar ahora, Alice? — Ella se mordió los labios por dentro y tomó aire. — Todo este tiempo he querido parecer muy fuerte y segura de lo que estaba haciendo. Quería quitarles a Dylan, quería que volviera a casa a toda costa, y sé que mi padre no ha sido un buen padre, que no está disponible, pero yo no quería que estuviera con ellos y… — Se pasó las manos por la cara y volvió a tomar aire. — He dicho que yo me quedo la tutela, pero es mi primer día y… ya me veo sobrepasada, solo de pensar en la conversación que tengo que tener con él. — Shannon frunció el ceño. — ¿Qué conversación? — Alice se abrazó las piernas. — Dylan aún… no sabe todo lo del dinero. Yo le conté que los Van Der Luyden podían querer verle, conocerle, pero es que entonces ni siquiera lo sabía. — Shannon se secó las manos con un trapo y se sentó frente a ella. — Y entonces, ¿por qué te fustigas? — Ella miró a la mujer y negó. — No, no me fustigo, es que no sé… no sé cómo contárselo. — ¿Cómo te lo contaron a ti? — Alice rio y se limpió las lágrimas. — Ojalá me lo hubieran contado… Tuve que ir enterándome… aquí y allá, tuvieron que deducirlo entre todos… — Le estaba costando respirar, así que se paró y trató de volver a recuperar su ritmo normal, y Shannon le dejó su espacio. — No sé cómo se cuentan estas cosas, no sé cómo acercarme a él, porque parece que está bien, y no quiero romper ese equilibrio, pero no quiero que se entere de mala manera como yo. — Suspiró y dejó salir el aire. La mujer alargó la mano y tomó la suya. — ¿Qué te ayudaría ahora mismo? — Mi madre. — Respondió sin pensar. Lo tenía clarísimo. — Pero no puedo contar con ella. — Shannon ladeó la cabeza. — ¿Y cómo te habría dolido menos a ti enterarte de toda la historia? — Alice se encogió de hombros, con la mirada perdida. — Pues por boca de mi madre, estando tranquilas, en una tarde que pareciera normal, no de forma tan… tremenda. — Pues cuéntaselo como hubieras querido que te lo contaran a ti. — Ella dejó que su expresión se tornara la de una niña pequeña triste. — Es que no puedo, no tengo a mi madre. — ¿Y quién dice siempre Dylan que son como sus padres? — Shannon se encogió de hombros. — Busca una tarde tranquila, tal como a ti te hubiera gustado, ve con Marcus, habladlo, y mirad cuál es la forma más… auténtica y sincera para contar algo así. Os tenéis a los dos, y, antes de que volváis a Inglaterra, tenéis la posibilidad de hacer esto sin que se meta nadie más. — Alice apretó su mano de vuelta. — ¿Ves como necesitaba una madre que sabe lo que se hace? —

 

MARCUS

Se dejó caer un poco más en el sofá. Aaron estaba en el extremo opuesto del mismo. — Así que... malvenderla. — Aaron se retrepó también y suspiró. — Al final no lo he hecho. — Marcus se encogió de hombros. — Tuya es. Tuyas son las decisiones que tomes con ella. — Aaron se mantuvo unos segundos en silencio, mirando a ninguna parte, reflexivo. — No estoy acostumbrado a tener tanto poder de decisión. — Marcus se acomodó un poco más y dijo, con una sonrisa satisfecha. — Pues vete acostumbrando. Es lo que tendrás a partir de ahora. — Aaron tenía la mirada baja. Al cabo de unos instantes de silencio otra vez, preguntó. — ¿Crees que debería ir a despedirme de mis padres? ¿Decirles dónde estoy? ¿Qué harías tú? — Ahora fue Marcus quien frunció los labios y perdió la mirada, pensativo, dándose unos momentos para valorar qué responder. — No tengo ni idea de qué haría. Creo que estaría igual de perdido que tú en tu situación... No creo que ninguna de las opciones pueda categorizarse de mala o buena, todas tienen sus pros y sus contras. — Ladeó la cabeza. — Aunque... son dos cosas distintas. Ir a despedirte es una, y contarles dónde vas es otra. — Aaron soltó un bufido. — Dónde voy no lo sé ni yo. — Eso puedes decirles. — Se mojó los labios. — Es... una decisión muy personal, la de despedirte o no de ellos. ¿Tú... qué querrías hacer? — Aaron mantuvo un silencio pensante de nuevo. — No lo sé. —

Se le notaba atribulado al respecto, y el silencio se prolongó un poco más, hasta que el propio chico lo rompió. — No quiero que parezca que no quiero a mis padres. — No lo parece. — Atajó Marcus, convencido, lo que hizo que Aaron le mirara. — En absoluto. — ¿Tú te irías para no volver sin despedirte de los tuyos? — Mis padres no son los tuyos. — Tragó saliva, mirándole a los ojos. — Lo siento, siento ser tan franco, pero... Aaron, por desgracia, tu vida no ha sido como la mía, como la de la mayoría de la gente. No puedes pretender tomar las mismas decisiones que nosotros porque partimos de bases diferentes. — Suspiró, realmente agobiado. — ¿Qué hago entonces? — Marcus se mordió los labios otra vez. — ¿Crees que vas a volver? — Aaron bajó la mirada, jugando con los dedos de sus manos. — No... No lo sé. No lo creo. — Dijo con tristeza. — Me bastó dos días en Hogwarts para darme cuenta de que odiaba este país. Me bastaron unas horas con Ethan para darme cuenta de lo que era dejarme llevar y sentir. Me bastaron cinco minutos con los Lacey para entender lo que era una familia. — Eso provocó un nudo en la garganta de Marcus. El chico le miró, con ojos tristes. — Si me voy de aquí... si realmente encuentro mi sitio en otra parte, que es mi intención... jamás querré volver. — Negó levemente. — Quizás cuando mis abuelos hayan muerto, y siempre que tenga la certeza de que no voy a cruzarme con Teddy y su familia, y de que mis padres aceptarán a la pareja que tenga, a los hijos que tenga incluso si los tengo. — Rodó los ojos. — Me importa un bledo la genética mágica. Adoptaré. Prefiero un hijo muggle a seguir traspasando la legeremancia. Esta mierda de don muere conmigo. — A Marcus se le escapó una carcajada muda de garganta, espontánea, que extrañó a Aaron. — Perdona. Es que has dicho las mismas palabras exactas que me dijo un día mi hermano Lex. — Aaron sonrió levemente y arqueó las cejas. — No me extraña. —

Marcus respiró hondo. — Nadie va a juzgarte, de verdad. Haz... lo que te pida el corazón. — Encogió un poco el hombro. — Si quieres mi opinión, por si eso te ayuda... creo que te irás con la conciencia más tranquila si te despides, les explicas lo que vas a hacer y por qué no puedes estar aquí, siempre y cuando vayas con entereza y sin flaquear. Será duro, pero... al menos no te irás con la sensación de no haberlo hecho, de qué podría haber pasado o de qué pensarán de ti. — Se encogió de hombros. — Pero si decides no hacerlo, también me parecerá bien. Desde luego tienes motivos de sobra. — Aaron sonrió débilmente. — Gracias. — Marcus hizo un gesto de quitarle importancia. El otro siguió. — Sé lo mucho que te ha cambiado el concepto que tenías de mí. — Marcus le miró, un tanto incómodo, pero Aaron continuó con naturalidad. — Y me ofendió ¿sabes? Tu entrada. Pero en el fondo... lo entendía. Solo me jodía enormemente estar en esa posición. Yo estaba viviendo un calvario y, sin embargo, intentaba salir y desde fuera se me veía como el enemigo. Y lo entendía, yo lo pensaría también, pero... es que no lo era. No quería serlo. — Marcus ladeó una mueca con la boca. — Lo siento. — Ahora fue el otro quien quitó importancia con un gesto. — No te disculpes, no tienes por qué. Adoras a mi prima. Esto que has hecho... Joder, ¿conoces a mi familia? — Rio amargamente. — Esto está a años luz de parecerse mínimamente a lo que llevo viendo toda la vida. Y cuando viniste, te tomé por un matón estirado. — ¿Tenía que ser estirado? — Ambos rieron, y Aaron retomó. — Es a lo que me tienen acostumbrado, a los matones. Pero solo estabas desesperado y muerto de miedo por ella. Me cerré en banda aquel día y solo quería devolverte el trato injusto... Ahora lo veo de otra forma. — Marcus respiró hondo. — Yo también... Supongo que ambos estábamos equivocados. — Aaron le miró con los ojos entornados. — Yo sí tengo algo de qué disculparme... Lo vi. Lo de la Sala de los Menesteres. — Marcus abrió mucho los ojos, pero Aaron alzó las palmas. — ¡No vi detalles! Lo juro. De verdad que sí. Reconozco... que lo hice malintencionadamente para tener algo que echarte en cara. — Ahora me acuerdo... — Sí, la frasecita sobre los usos de las salas. Ahora tenía sentido. — Pero solo vi... que estabas perdido por ella. Ni siquiera tuve que hurgar en tu cabeza, te garantizo que lo ibas chillando mentalmente. — Otro con que chillo... — ¡Es verdad! Estoy contigo en que la oclumancia te vendría bien. — No me recuerdes el tema... — Suspiró. Ya lo trabajaría, Alice le había dejado ya claro que no era el momento. Aaron negó. — El caso es... que te debía una disculpa. — Arqueó las cejas. — Aunque realmente fui yo quien le dijo a mi prima que la amabas a rabiar cuando aún estabais peleados. — Le miró, sorprendido. — Eso no me lo había dicho. — El otro se encogió de hombros con una sonrisilla satisfecha, y Marcus solo pudo reír. Con lo mal que llevaba él la legeremancia, quién le había visto y quién le veía...

Vio que Aaron había bostezado varias veces. Le miró, cómico. — ¿Cansado? — Uff. — Eso le hizo reír. — "Yo con una cabezadita voy bien". — Eh, que tú no hubieras hablado tanto de no ser por esa poción de Betty. — Rio un poco y le dijo. — Anda, vete a descansar, que te hace falta. —A él tampoco le vendría mal una cabezada. Aaron, en cambio, perdió levemente la sonrisa. Con timidez, al cabo de unos segundos, dijo. — Puedo dormirme aquí mismo. — Hizo una pausa. — Y... puedes quedarte. No me molestas. En realidad... llevo demasiado tiempo solo. Y no sé el que me queda aún por delante de seguir estándolo. — Marcus le miró con emoción contenida, sonrió débilmente y se acomodó. — Me quedo, entonces. — Y, para que el ambiente fuera más distendido, añadió. — Me gusta este sofá. — Es cómodo. — Mucho. — Tomaré nota para mi futuro mobiliario, ahora me sobra el dinero. — Eso le hizo reír, y entre risas, cerraron los ojos. Les hacía falta descansar.

Notes:

Bueno, después de semejante fiestón y montaña rusa emocional, había que descansar un poquito y asimilar las cosas. Aprovechemos la reflexión de los chicos para que nos contéis qué os ha parecido esta trama. Vienen cosas MUY MUY interesantes, así que hagamos juntos recapitulación de América, antes de los últimos momentos, queremos saber cómo lo habéis vivido y cuáles han sido vuestros momentos favoritos. ¡Y quedaos por aquí, que todavía nos queda una última aventura en América!

Chapter 34: Volar es un pensamiento que no se puede atrapar

Chapter Text

VOLAR ES UN PENSAMIENTO QUE NO SE PUEDE ATRAPAR

(18 de septiembre de 2002)

 

ALICE

— ¿Pero no me lo vais a decir? — Preguntó de nuevo su hermano, pegándose más de la cuenta a ella. A ellos les había costado, pero es que Dylan prácticamente nunca había abandonado entornos mágicos, y notaba cómo los coches le asustaban especialmente, sobre todo cuando pasaban muy rápidos, como locos, como conducían en esa ciudad. — Ay, patito, qué impaciente, ya lo vas a ver. Y tranquilo, los coches no pueden subirse a la acera, si vas por aquí, no te pueden pillar. — Ya, si ya lo sé, hermana, pero es que van tan rápido, que puede ser que se suban, ¿no crees? — Alice le palmeó la mano con la que se agarraba a su chaqueta vaquera. — Que noooo. — Oye, pues el colega también está tenso. No sé qué sorpresa va a haber que nos haga estar más contentos a todos. — Alice suspiró y le acarició los rizos. — Veeeeenga, yo sé que Nueva York nos pone tensos a todos, pero acuérdate de las cosas que contaban papá y mamá sobre Nueva York. ¿A que eran bonitas? — El agarre de Dylan se soltó un poco. — Sí que eran bonitas. — Pues claro, patito. Y, muy probablemente, no volveremos a Nueva York, es nuestra única oportunidad de hacer esto, de ver los sitios de los que hablaba mamá y… recordarla. —

Por fin estaban avanzando hacia el edificio, así que agarró la mano de Dylan y lo señaló. — Ya estamos aquí. ¿Alguna vez imaginaste el Empire State? — Vio cómo Dylan abría mucho los ojos y separaba los labios. — ¿Es… este? ¿El sitio más… cómo lo decía mamá? — Eso le pinchó un poquito en el corazón. Dylan no se acordaba tanto de su madre, pero ella haría que la recordara. — Más cercano al cielo en Nueva York. — Eso. — Miró hacia arriba y suspiró. — No me extrañaría que fuera este. — Ella sonrió. — Pues ahora los hay más altos, pero este era el sitio de papá y mamá, aquí se besaron por primera vez, aquí se prometieron… Tenemos que verlo. Juntos. — Alargó la mano hacia Marcus. — Los tres. —

La cola era bastante larga, pero Alice ni estaba pensando, estaba dándole vueltas a cómo iba a hablar con su hermano, cómo iba a elegir las palabras para contarle todo aquello. Alzó la mirada y le vio hablando con Marcus. La sonrisa de su novio era tan preciosa, y el entusiasmo de su hermano tan puro, que solo podía admirarles, sentirse afortunada por haber podido reunirse los tres, por poder estar allí. — Dylan, ¿ves eso de ahí? — Dijo señalando a una furgoneta. — Eso es un food truck. ¿Qué crees que podría hacer que esto fuera más mamá? — Su hermano sonrió. — ¿Tarta de cereza? — Alice rio y le dijo unos billetes. — Venga, ve a ver si tienen, y si no, cualquier dulce valdrá, te dejo imaginar. — El chico cogió el dinero y se fue a acercar, pero antes se dio la vuelta, como si se lo pensara. — ¿Ese no va a echar a andar no? — Eso la hizo reír. — Te lo juro. — Y eso pareció convencer a su hermano.

Una vez estuvieron solos, se abrazó a su novio y apoyó la cabeza en su pecho. — Hola, guapo. — Le estrechó y luego subió la cabeza para mirarle. — No tengo palabras para agradecer que estés aquí, conmigo, al pie del cañón, haciendo cosas difíciles… y convirtiéndolas en casi, casi, fáciles. — Le dio un breve beso y rozó su nariz con la de él. — ¿Tienes ganas de volver a casa? ¿De empezar a ser un importante alquimista y estudiar juntos como hacíamos en Hogwarts? — Parecía que hacía una vida de eso, y solo habían pasado tres meses. Volvió a apoyarse en el pecho de Marcus y dijo. — Solo nos queda esta última prueba y... volvemos a casa. —

 

MARCUS

Alzó las manos, dispuestísimo a picar a su cuñado. — ¡Y luego somos los Ravenclaw los que tenemos fama de preguntones! Y algunos no aguantan una simple intriguita. — Dylan rodó exageradamente los ojos hacia él con expresión de hastío. — ¿Simple intriguita? — Preguntó sarcástico, pero Marcus simplemente se encogió de hombros con una sonrisita. Ya sabía lo que llevaba esa frase implícito, y sí, era verdad: otro país, malas condiciones de llegada, mucho tiempo solo con torturadores... En la cabeza de Marcus, todo eso era ya pasado. Resuelto, finalizado y con buenos resultados (no los que él hubiera elegido en su totalidad, pero considerablemente buenos viéndose donde se veían ahora y donde habían estado hacía apenas unos días). Tenían ya de por sí una conversación incómoda por delante, no era necesario regodearse el resto del tiempo. Aquella ciudad tan dispuesta a hundirles iba a tener que verles disfrutarla a tope antes de irse... Y, en una nota menos Slytherin, también era bonito hacer ese homenaje en memoria de Janet.

Marcus no había contado con la posibilidad de que un coche se subiera a la acera, y ahora Dylan le había desbloqueado un nuevo miedo. Fue bastante atento, por si tenía que hacer una aparición de emergencia, cuando el chico le hizo reconectar de golpe con la conversación. — No estoy tenso. Solo vigilante. — Estaba tenso, pero bueno, ya estaban a punto de llegar. Mereció totalmente la pena por ver la expresión de Dylan cuando vio el Empire State. Miró a Alice con cariño. Tomó su mano y avanzó, hacia ese lugar tan especial para los Gallia, el que había marcado el inicio de todo aquello. Alzó la mirada al imponente edificio y suspiró para sus adentros. Cuánto tengo que agradecerte, al parecer, pensó.

Eso sí, menuda cola para entrar. ¿Qué pasa? ¿Es que todos vuestros padres se enamoraron y besaron aquí? Pensó, ácido. No estaba acostumbrado a que hubiera TANTA gente por todas partes, pero al parecer era la tónica habitual de Nueva York. Y creía él que el Callejón Diagon a finales de agosto era para echarse a temblar... — Colega. — Marcus le miró, con una sonrisa. Dylan escondió una risilla de diablillo. — No te gusta naaaada esto. — ¿Qué dices? Me encanta. — El chico hizo una pedorreta. — Mientes. — Marcus rodó los ojos. — ¿Sabes? A partir de ahora, te vas a ir con Lex a todas partes. — Empezó a hacerle cosquillas, y el chico a revolverse, mientras Marcus seguía. — Os voy a meter a los dos en un saquito y voy a hacer un nudito y os lo vais a pasar genial los dos solitos soltando por ahí las intimidades de la gente. — ¡Para! ¡No es una intimidad, se te nota desde fuera! ¡Y Lex no cabe en un saco! — Pero tú sí, señor sin barba. — Dylan hizo otra pedorreta, pero los dos reían.

Lo del food truck le entusiasmaba más, y mientras Alice lo explicaba, miró a Dylan y arqueó varias veces las cejas, lo cual al chico le hizo mucha gracia. Se frotó las manos. — Uuuhh, si consigues esa tarta, mejor trae dos, porque una va a ser para mí entera. — Qué glotón. — Dijo el otro entre risas, no creyéndose la broma, y saliendo a por la tarta mientras Marcus miraba a lo lejos. A ver si se lo iban a secuestrar otra vez, pero esta vez un desconocido, y ya la tenían liada... Igual sí que estaba un poquito tenso. Nada que no pudiera solucionar su novia abrazándose a él. — Hola, pajarito. ¿Lista para volar? Porque ahí arriba va a ser como estar volando. — Rio levemente. — Aunque si no salimos volando del edificio del otro día con lo que habíamos bebido, es que tenemos los pies más en la tierra de lo que parecía. — Madre mía, recordaba ahora la altura, el aterrizaje y la borrachera y se le ponían los pelos de punta. Lo que hacía el alcohol... Sonrió ampliamente a sus palabras. — No tienes que dármelas. Gracias a ti, por la ruta turística, que yo me habría ido sin hacer, y por ese dulce que voy a comerme gracias a tu idea, sea cual sea. — Lo dicho, hoy quería desdramatizar, suficiente llevaban ya sufrido. Pero su novia sabía que sus palabras siempre le llegaban al corazón, y él la miraba de forma que lo entendiera. Porque a esas alturas ya solo con leerse la mirada no hacía falta que se dijeran nada.

Suspiró, cerrando los ojos y abrazándola un poco más. — Eso suena a música para mis oídos. — Ladeó una sonrisa un tanto más triste. — Me muero de ganas... pero eso de no estar contigo las veinticuatro horas... lo voy a llevar regular. — La miró y se encogió de hombros con una sonrisita. — Pero será temporal. El camino que construiremos para una vida entera juntos. — Se mojó los labios y asintió. — Lo es... pero mira. — Tomó sus manos, dejó un beso en ella y la miró a los ojos, con una sonrisa. — Esta ciudad... es fea de narices. — Rio levemente. — Pero... va a ser como vencer a un boggart. Es horrible, ha sido malo y nos ha hecho sufrir. Pero tenemos el suficiente poder mágico como para vencerle, y una oportunidad de oro para ridiculizarle. Para decir: "ah ¿sí? ¿Esas tenemos? Pues voy a coger esto que me has dado y lo voy a transformar en una oportunidad para pasar un buen rato". Eso vamos a hacer. — Le acarició la mejilla. — Esta es la ciudad que le dio alas a tu madre. Es la ciudad en la que tus padres empezaron su historia y en la que... — Le dio un toque en la nariz. — Sin entrar en detalles, tiene su origen una que yo me sé. — Se encogió de hombros. — Pasémonoslo bien. Vayamos a los sitios que a ella le gustaban, y si a nosotros no nos gustan, nos reímos de ello. Saquemos un buen día. Y en cuanto a la conversación... estamos más que preparados para ello, tú lo sabes. — Arqueó las cejas. — Y lo vamos a hacer con un plato de comida italiana por delante. Yo creo que podría ser peor. — Bromeó, y justo llegó Dylan, un tanto contrariado. — Hermana, no había tarta de cereza. He traído un trocito de tarta de zanahoria y un brownie. — ¡Uh, buenísimo! — Dijo Marcus. — Y ¿sabes qué? Que acabas de darme una excusa estupenda para querer entrar en una pastelería a pesar de haber comido ya dulce sin que tu hermana me regañe. — Y, mientras Dylan reía, miró a la chica y le guiñó un ojo.

 

ALICE

Le encantaba cómo respondía su novio a las cosas. De hecho, esa forma de responderle al saludo le hizo estrecharle más. Qué afortunada se sentía de haber recuperado ese modo con su novio. Miró hacia arriba, mirando el edificio y asintió. — Sí que va a ser como volar… Y vamos a hacerlo juntos, cómo no. — Rio y rozó de nuevo la nariz con él. — Alguna idea tengo, sí. Pero sobre todo verte sonreír como te he visto hacerlo cuando te has dado cuenta de que íbamos a comer dulce. — Sí, desde luego, la forma más rápida y sencilla de hacer feliz a su novio era trayendo comida.

Sonrió con cariño y le dio con el índice en la nariz. — Ay, mi amor, parece que no me conoces. — Se llevó el mismo dedo a la sien. — Esta cabecita ya está maquinando cómo lo vamos a hacer para estar toooooodo el tiempo posible juntos. — Y el menor tiempo posible en su casa con su padre. De hecho, estaba por verse que se quedara en casa de su padre. Le dio una carcajada fuerte cuando se metió con Nueva York, y no pudo por menos que asentir. — Lo es. — Pero luego se quedó mirándole embobada, mientras decía lo del boggart y… — Tiene todo el sentido del mundo. ¿Por qué todo tiene más sentido cuando tú lo dices? — Se encogió de un hombro, con una sonrisilla cuando habló de su origen. — ¿Te has parado a pensar que me hicieron aquí? Menuda locura, en verdad soy un poquito de Nueva York. — Y se volvió a reír. Tenía ganas de eso, y se agarró a las solapas de la chaqueta de Marcus. — La risa es lo que espanta a un boggart ¿no? — Le dio otro beso. — Tengo ganas de eso. De reírme contigo, con vosotros… A pesar de las conversaciones y de todo… Quiero cumplir lo que soñábamos aquel día tan dispuestos a irnos por el círculo de piedras… Estar juntos, unir a la familia y recordar a mi madre. Ahora somos más maduros y los cauces más apropiados así que simplemente… hagámoslo. — Y justo en ese momento llegó Dylan.

Rio después de oír lo que traía. — Bueno, a Marcus no le va a importar, podemos tomárnosla de postre después de la comida. Con esto que has comprado me servirá. — Aún vacilaron un poco más a su novio con los dulces y, por tal de hacer la espera un poco menos pesada, Alice propuso hacer una lista de los dulces favoritos de todos. — Memé no tiene. — Sostenía ella. — ¡Que sí! Todo el mundo tiene dulce favorito, hermana, no puede ser que memé no tenga, solo tengo que pensar… — Pues si no lo sabes tú que eres el predilecto estamos apañados… — Dijo ella, manteniendo la broma y el tono cómico. Pero Dylan se había quedado serio. — Me han echado mucho de menos ¿verdad? — Alice le acarició los rizos. — Pues sí. Como todos. Pero están perfectamente, patito, te lo prometo. Y van a estar TAN felices cuando te vean, que todo va a compensar. — No quiero que memé piense que yo era feliz aquí ni nada. Que mira que ella es muy celosa. — Eso le hizo reír un poco. — Mira, si repites esa misma frase delante de ella, yo creo que te revela el terrible secreto de su dulce favorito. — El del abuelo Lawrence no lo sabemos tampoco, y el de la abuela Molly seguro que es alguno irlandés, ¿a que sí, colega? — Claramente, su hermano hablaba del trauma de aquellos meses y, como cualquier otra cosa, cambiaba de tema y todo bien.

Afortunadamente, la cola por fin avanzó, y entraron al enorme ascensor, con un montón de gente más. Igual así les daba un poco más de vergüenza lo que quería hacer, pero los neoyorquinos y sus visitantes, para lo bueno o para lo malo, pasaban muchísimo de todo. Así que Alice empujó a Dylan hacia el otro extremo de la puerta del ascensor donde sabía que, eventualmente, se veía la ciudad desde un cristal. — ¿Listo para volar, patito? — ¿Cómo volar, hermana? — Se agachó un poco hasta la altura de su hermano y dijo. — Tápame los ojos y yo te los tapo a ti y, cuando yo te diga, nos los destapamos y… a volar. — Le dio la mano que tenía libre y se puso a contar mentalmente y, más o menos, calculó cuándo llegaban a la parte de cristal y dijo. — ¡Ahora! — Y ambos se destaparon los ojos y vieron la ciudad a sus pies. La sensación en el estómago era tremenda y, con la mano que acababa de liberar, se agarró a Marcus también. — Madre mía… — Murmuró.

Cuando salieron a la azotea, aún le temblaban las piernas, y el viento le vino hasta bien, aunque iba agarrada muy fuerte a la mano de Marcus. — ¿A dónde vamos, hermana? — Preguntó Dylan, entre sobrexcitado y asustado. — A buscarla a ella. — ¿A mamá? — Alice negó. — A algo a lo que mamá siempre quiso volver a ver con nosotros… — Tiró de su hermano y señaló lo que buscaba. — La Estatua de la Libertad. Somos libres como ella quería, Dylan, y estamos donde tenemos que estar, juntos, viendo lo que ella quería. Hemos ganado y estamos por encima de todo. — Dylan se giró y la miró con cariño. — Se te está pegando la manera de hablar del colega. — Ella aprovechó y miró a Marcus, rodeando con su otro brazo su cintura y mirándole, pletórica. — Porque todo lo bueno se pega, patito. — Le dio unos toques en el hombro. — A ver, saca esos dulces que vamos a honrar a mamá de verdad. — Partió con los dedos un trocito de la de zanahoria. — Comiendo dulce mientras vemos la estatura de la libertad. — Y tenían que hablar de cosas, pero se daría aunque fuera unos minutos de simplemente, reír y comer dulces.

 

MARCUS

Arqueó las cejas. — Eso suena bien. — Si Alice estaba pensando cómo pasar más tiempo juntos, acabaría llegando a alguna idea que les beneficiara, seguro. Y como estaba en ese modo de desdramatizar, puso expresión cómicamente interesante y respondió a su pregunta. — Son los años de prefecto. Te dan empaque. — Rio. — ¡Tengo una novia neoyorkina! Eso sí que no lo esperaba. ¿Vas a llevarme a comer hamburguesas? Uuuh ahora que lo pienso, te gustan a ti mucho los food truck. Debí vérmelo venir, llego a saberlo y pongo las bandejas de comida de Hogwarts en un cacharro de esos con ruedas. — Bromeó para picarla antes de que Dylan llegara.

Sí, desde luego que eran cauces mucho más apropiados que ir por los círculos de piedra. Antes se acordaba y se le ponían los pelos de punta. Ahora... también, porque vaya temeridad lo del viaje en el tiempo, pero era como si sintiera que había derrotado a un monstruo mucho más grande y temible de lo que aquellos niños podían imaginar. Y eso que acababan de pasar por la muerte de Janet, pero jamás pensaron las consecuencias que esto traería, aparte de las obvias. Sonrió ampliamente, en cambio, al ver a Dylan volver con el dulce, aunque los hermanos parecían bastante dispuestos a meterse con él. Se hizo el digno y el ofendido, pero estaba encantado. Quería verles unidos y felices, por todo lo que habían tenido que pasar.

— ¿Y la tarta de melocotón? — Propuso él como dulce favorito de Helena. Hizo una caída de ojos. — Desde luego, por el interés que tenía en mandarnos a recolectar melocotones, yo diría que le gustaba bastante. — Y miró a Alice levemente de reojo y con una sonrisilla. Eran tiempos tan felices que solo de rememorarlos daban alegría. No pudo evitar reír levemente y con ternura cuando Dylan temió que Helena se encelara, y porque sabía que aquello no podía ocurrir bajo ningún concepto, pero el trasfondo era amargo, y sabía que incomodaba a Alice. Chasqueó los dedos. — ¡Eh! Estrategia para desviar el tema de los dulces, que te conozco. — Sí, mejor volvían a hablar de cosas divertidas.

Avanzaron un poco más en la cola, mientras Marcus reía. — El dulce favorito de mi abuela es, efectivamente, irlandés. Son las trufas de whiskey. De pequeño, siempre que me decía "las trufas de whiskey", antes de llegar a la palabra "whiskey" se escuchaba una fuerte tos de mi abuelo, que creía que me iba a emborrachar solo por oírlo o algo. La discusión entre ambos era muy graciosa. — Se encogió de hombros. — Él intentaba arreglarlo diciendo que eran de chocolate, y entonces yo decía "¡chocolate! ¡Yo quiero!", y mi abuela se ponía: "¿¿ves?? ¡Será mejor esto, que se las quiera comer el niño!" — Afirmó, imitando la vocecilla indignada de Molly. — Mi abuelo dice que su postre favorito es el bizcocho de yogurt de mi abuela, pero está siempre hablando de un congreso de alquimia al que fue siendo jovencísimo, yo creo que tendría poco más de nuestra edad, en Ucrania. La madre de uno de sus compañeros llevó unos pastelitos y se negó a darle la receta por más que la pidió. Está siempre hablando de esos pastelitos como si fueran lo mejor del mundo. Pero, de cara a la galería, el bizcocho de yogurt. — Comentó entre risas.

Intentaba entender de dónde salía tantísima gente, de verdad que sí. ¿Habrían ido algún día especial o algo? Si eso tenía esas multitudes todos los días, no sabía cómo no se había venido ya el edificio abajo. De hecho, no le dio ninguna seguridad montarse con tanta gente en el ascensor, y ya estaba barajando mentalmente todos los posibles hechizos que podría hacer en caso de que aquel cacharro se rompiera, cuando los hermanos se fueron directos al cristal y... la escena fue preciosa. Solo por verles así, merecía la pena, y no pudo evitar quedarse mirándoles. Nadie más que ellos merecían aquello. Janet había dejado un hermoso legado.

Salieron a la azotea un tanto temerosos, porque aquello estaba ciertamente MUY alto. — Me alegro de haber estado borracho la otra noche. — Murmuró para sí, porque menudo vértigo. Y él que se creía congraciado con las alturas por dormir siete años en la Torre Ravenclaw. Siguió a los hermanos, y lo siguiente que vio le hizo sonreír, pero le apretó un nudo en la garganta. La Estatua de la Libertad. La última vez que la vio... no había estado muy bien. Había discutido con Alice, y también "había discutido" con Janet. Y había llorado a los pies del mirador, en mitad de la calle, sin que nadie se apiadara, pero eso sí, con todos mirándole como si fuera un desgraciado. Se sentía así, ciertamente. La vida era muy distinta aunque apenas hubieran pasado unos días. Rio con el comentario de Dylan, aunque el nudo no se le había quitado. Respiró hondo, tratando de contener la emoción. — Somos libres. — Y estaban unidos, comiendo dulce, como a Janet les hubiera gustado verles.

 

ALICE

Tenía ganas de reír, y todo lo que contaba Marcus le hacía reír, le daban ganas de hacer bromas. — Nunca subestimes una obsesión de memé. Si ese día decidió que había que hacer tarta de melocotón, quiere decir que era absolutamente necesario hacerla. — Dylan asintió con gravedad. — Y yo no la he visto comer mucha tarta tampoco, así que es más probable que sea lo que dice la hermana. — Y eso la hacía reír más, combinado con la historia de Molly y Lawrence, para qué quería más. — Entonces ¿no has probado aún esas trufas? ¿Las probamos todos juntos cuando vuelva? — Buen intento, vaquero. — Le contestó a su hermano. — Te quedan seis años para eso. — Y Dylan se encogió de hombros, y Alice sabía que ese sospechoso silencio correspondía a “ya lo probaré en la sala común, que seguro que no me dicen que no”.

Pero el momento que tuvieron mirando a la Estatua de la Libertad no se prestaba tanto a risas, sino a empezar a preparar el terreno para todo lo que tenían que hablar con Dylan. — Aquí papá le pidió matrimonio a mamá, le trajo una tarta de cereza y le metió el anillo de compromiso dentro. — Lo que me sorprende siempre de esa historia es que mamá no se lo tragara. — Todos rieron y Alice asintió. — Con lo que le gustaba la tarta de cereza, desde luego. — Acarició el pelo de su hermano e hizo que se colocara mirándole a ella. — Pero lo importante aquí es que entiendas que este es nuestro principio. Por mucho que no nos guste esta ciudad a ninguno de los dos. Aquí empezó nuestra historia, porque si mamá y papá no se hubieran conocido aquí, tú y yo no existiríamos. Esto tiene que ser un recuerdo bonito. Este lugar tan altísimo, esta ciudad ajetreada, este cielo sin estrellas de noche… Somos un poco de todo esto. — Cogió su carita entre las manos. — Dylan, sé que… tu vida ha sido… confusa muchas veces. Sé que recuerdas solo cosas aisladas de mamá, pero tú no podías vivir sin ella, estabas todo el día enganchado a su pierna, sentado en su regazo, enganchado a su cuello… Y eso es lo que tienes que recordar. Ella era tu madre, y tú la adorabas por encima de todas las cosas. — Los ojos azul oscuro de Dylan se inundaron y asintió. — Si yo me acuerdo de ella, hermana… Mis recuerdos más bonitos son de mamá, eso te lo juro. — Alice ladeó la cabeza. — ¿Pero? — Pero… lo que no recuerdo ha sido cuándo he necesitado a mamá y ella ha estado. Pasó tanto tiempo enferma… que muchas veces, de mis cosas tenía que ocuparse papá, aunque ella le fuera diciendo lo que tenía que hacer. Y después de que se muriera… ahí estabas tú. Tú me leías, tú eras la que decía que tenía que irme a la cama, con qué vestirme, que terminara de comer… En fin… Todo eso que uno necesita también que le digan. — Ella tragó saliva, tratando de deshacer el nudo de su garganta. — Yo no voy a olvidar a mamá, Alice, te lo prometo, sé que te preocupa, y sé que tú la echas de menos más incluso que yo, pero yo he tenido una suerte, que es contar contigo, tú no has podido contar con nadie para esto. — Ella sonrió y se secó las lágrimas. — Sí, sí que he podido… Emma, la tata, Molly… Incluso la enfermera Durrell, todas ellas han sabido ocupar en mi vida el lugar donde debería haber estado mamá. Y tienes razón, no pasa nada por eso. — Al final, como siempre, su hermano, con su filosofía Hufflepuff, hacía el mundo un lugar más fácil y mejor.

— Y en cuanto a papá… Yo le quiero mucho, pero estos últimos años… han sido muy difíciles a su lado, y cuando yo tenía dudas, o miedo, o quería respuestas a algo, o incluso simplemente cariño… — Dirigió los ojos a Marcus. — …He tenido a mi colega. Y no podéis quitarme eso. Yo siempre voy a recordar a papá y mamá como dos personas que se quisieron por encima de todo, y gracias a las cuales estoy aquí, y soy como soy, pero que me dieron lo más importante para mí: mi hermana, y ella me dio a mi colega. — Entornó los ojos y puso expresión de cansancio. — Aunque casi me la lía con el tema colega en enero, pero bueno, se lo he perdonado ya. — Alice rio y se puso a hacerle cosquillas. — Pero qué cara más larga tienes tú… — Pero Dylan abrió los brazos y ambos se agacharon para abrazarle. — Papá y mamá estuvieron aquí y empezaron su historia. Y ahora nosotros estamos aquí… Empezadla vosotros también, hermana, ahora que todo ha vuelto a su sitio. — Ella les estrechó a los dos y le miró. — ¿Cuándo te has vuelto tú tan sabio, a ver? — Él rio. — Siento muchas cosas, y de todas me voy acordando y aprendiendo… De cuatro padres que considero que tengo, tres son Ravenclaw, de ahí voy aprendiendo. — Y allí se quedaron, sonriendo y mirando a la estatua, los tres, y Alice no pudo evitar pensar ya lo he cumplido, mamá, estate tranquila allí arriba, con las estrellas.

 

MARCUS

Sabía que había una conversación intensa que tener, y que Alice y Dylan necesitaban un momento de hermanos, de recordar a sus padres. Marcus sonrió con tranquilidad, mirando el horizonte, sintiendo la brisa del viento en aquellas alturas. Tenía las manos ante el regazo y la tranquilidad de sentir que estaban donde tenían que estar, y escuchaba la conversación junto a él, sin querer ser intrusivo con el momento. Sabía que él era una parte importante de Dylan y Alice, como ellos lo eran para él. Pero quería dejarles su parcela.

Lo que oía le emocionaba, y le hacía sentir mucha tristeza... pero también una sensación que no sabía describir, más cercana a la felicidad, o quizás a la tranquilidad. Dylan hablaba con mucha sabiduría a pesar de su edad, de su recorrido y de ese estilo Hufflepuff de ver la vida. Y recordaba a su madre, y no solo eso. Sin quitarle su lugar, le daba a Alice el que merecía, y por ello miró a su novia, orgulloso, sonriente, pero sin intervenir ni interrumpir. Ya tenía una intensa mezcla de emociones, y el corazón desbordado por la mención a su madre y a su abuela, cuando Dylan le sacó a él a colación. Parpadeó mirándole un segundo, y luego retiró la vista a la nada, como si lo primero que se le hubiera ocurrido ante algo tan emotivo y directo hacia él fuese fingir que no estaba allí. Tuvo que respirar hondo, porque el chico seguía hablando, y él ya estaba al borde de las lágrimas por mucho que intentara mantener el tipo. Pero Dylan le miraba directamente. Chasqueó la lengua. — Bueno... — Suspiró, como si quisiera quitarle importancia. Pero la tenía, y mucha.

Aunque la declaración sobre lo de enero le hizo soltar una carcajada. — Cosas que pasan. — Dijo entre risas, aprovechando para quitarse una incipiente lágrima de los ojos. Dylan abrió entonces los brazos y Alice y Marcus le estrecharon, y sintió un alivio inmenso en el pecho. — Toda historia tiene un principio, Dylan. — Dijo. — Y, si así lo queremos... pueden no tener un final. Pueden ser eternas. — Se separó y le miró a los ojos, emocionado. — La historia de William y de Janet... es eterna. Janet sigue viviendo en los dos, en ambos. Vivirá en todos los que la recuerden. — Miró a su alrededor. — Vive en sitios como este... — Alzó el dulce en sus manos. — Y en cosas como esta. No en la tarta, en el gesto. — Todos rieron. — Habrá que comer mucha tarta entonces ¿no? — ¡Muchísima! — Respondió Marcus a la broma del chico. Y entonces, el niño les dijo que tenían que empezar su historia. Le miró, conmovido... y, tras unos instantes, chasqueó de nuevo la lengua. — Bueno, ya vale. Tengo un límite como payaso grupal y no paras de hacerme llorar. — El niño rio a carcajadas, y Marcus con él.

— Entonces... — Empezó, y se sentó en el suelo, ya que estaba agachado. Dylan le miró con los ojos muy abiertos, y luego miró a Alice para decirle. — ¿Qué le ha pasado estos días al colega? Está sentado en el suelo en mitad de un montón de gente. — Soy un hombre nuevo, Dylan. Una figura con muchas aristas. No lo conoces aún todo de mí. — El niño rodó los ojos y resopló en un gesto tremendamente adolescente, pero rio y se sentó a su lado. — A ver, sorpréndeme. — Así me gusta. — Se mojó los labios. — Este lugar es... el principio de la historia de William y Janet. Y permanece... — Hizo como si dibujara una línea con la mano en el horizonte. — Y, justo aquí. — Dibujó un pequeño salto en la línea que continuaba. — Empieza nuestra historia... y también la tuya. Bueno la tuya un poquito más atrás, que eres más pequeño. — Dylan hizo una pedorreta. — Y permanecerá... ¡Pero! Me gusta eso de los homenajes. Así que, propongo una cosa. — Alzó el índice, sacándose un pergamino del bolsillo. — No había tarta de cereza, pero esa era el origen, la apuntamos: tarta de cereza. — Comentó mientras tomaba nota. — Y: tiramisú. — ¿Tiramisú? — Alzó los brazos mirando a Dylan, fingiendo exagerada sorpresa. — ¡Tío! ¡Tu padre! El tiramisú del restaurante. — ¡¡¡Ahhhh!!! — Apuntado para pedirlo. — Tomó nota. — Y ahora. — Señaló a Alice. — Arándanos. Son un postre, al fin y al cabo. ¿Tú? — ¡Galletas de chocolate! — ¡No vale! Iba a decirlo yo. — A ti te gusta todo. — Bufó, cómico. — A tu casa vendrán y de ella te echarán... ¡Pues nada! Galletas de chocolate para el señorito. Me pediría las de vainilla, pero no quiero quitarte el título de ser el más Hufflepuff del lugar. — Ja, ja. — Diré... ¡Tortitas! Me gustan las tortitas. Y ya tengo un proyecto de tradición. — Miró a Alice con cariño. — Hacer las mejores tortitas del mundo, para ella, todos los domingos. — Oooh. — Dijo el niño, mirando a su hermana con expresión divertida. Siguieron apuntando postres, los que habían ido recolectando de sus familiares. — Y cada vez que lo comamos, nos acordamos de esa persona. De algo vivido con ella. Eso hace las historias eternas. — Notó que Dylan se había enganchado fuertemente a su brazo mientras terminaba de escribir, y apoyado la cabeza en su hombro, mirando al horizonte. Le miró desde su posición, bajando la mirada con una sonrisilla. — ¿Qué te parece? — Hubo una ligera pausa, en la que el niño no le devolvió la mirada, pero finalmente, dijo. — Yo también te quiero mucho, colega. — Marcus frunció los labios y le estrechó contra sí, bajando el pergamino y simplemente mirando hacia la Estatua de la Libertad.

 

ALICE

— Creo que este barrio ha tenido que cambiar a la fuerza desde que mi madre venía por aquí. — Comentó Alice mientras caminaban por Hell’s Kitchen. — Cuando vine aquí a ver a Nicole no me fijé tanto… pero madre mía. Esto ya es un barrio de ricos, y no es para nada lo que me describía mamá. — Y, como todo en Nueva York, era pelín enervante, porque había mucha gente y muchos coches, así que llevaba a Dylan muy fuerte agarrado por los hombros. — Hermana, estás tensísima desde que salimos del Empire State, cualquiera diría que te pondría más nerviosa estar tan altísima que andar cerca de los coches, luego soy yo el que se tiene que relajar… — ¡Mira! ¡Ahí es! — Dijo, aliviada de poder ver en la distancia a Nikki, Howard, Monica y Wren.

El restaurante se veía antiguo, parecía ser de lo poco que sobrevivía del barrio original, aunque aquella zona parecía de casitas más bajas y auténticas, una especie de núcleo dentro de aquella locura. Era un sitio entrañable y ruidoso, con los manteles con aspecto de haber sido lavados mil veces y las velas embutidas en cuellos de botella. Era el sitio que necesitaba. Mientras ella estaba tejiendo todos aquellos hilos de pensamiento, su hermano se había puesto a contarles a Nikki y Wren cómo el Empire State estaba lleno de gente y que menos mal que habían comido los dulces porque estaba más lejos de lo que creían y lo de no aparecerse era un rollo… Y de repente, Monica se agarró de su brazo. — ¿A dónde estabas volando, pajarito? — Ella sonrió. — Estaba… hallándome un poco… para lo que tengo que hacer ahora. — La mujer suspiró. — Ni se lo huele, yo creo que has preparado bien el terreno, porque ahí está hablando de tus padres y la tarta de cereza y todo eso… — Apretó su agarre. — Lo has hecho muy bien. — Ella entornó los ojos. — Tú pareces muy contenta. ¿A que apuesto por qué? — Monica rio fuertemente. — A ver, por eso también, pero es que… ayer hablé con Howard sobre lo que hablamos tú y yo y… tenías razón. Él no tenía ni idea de lo mal que me estaba sintiendo y no podía soportarlo así que… pudimos llegar a un término medio y… — ¿Darle tiempo? — Monica sonrió y asintió. Alice apretó su mano. — Las flores tardías siempre son las más bonitas, Mon. — Y juntas avanzaron hacia los demás.

— He reservado la sala privada. — Dijo Nikki. — Los dueños son nomajs, pero por si acaso, para poder hablar con tranquilidad. — La sala era muy pequeñita, y la gran mesa redonda parecía ocuparlo todo, pero daba sensación de acogedor, como todo allí. — ¡Oh, signorina Guarini! ¡La mia migliore clienta! — Hola, Alfredo. — Saludó la mujer, dándole un gran abrazo. — Les ha traído al mejor restaurante italiano de Nueva York, se lo aseguro. — Dijo el tal Alfredo, que claramente venía de la cocina, pero era un señor bastante mayor y grueso. Y justamente el señor se la quedó mirando. — ¿Nos hemos visto antes, signorina? — Ella sonrió. — Lo cierto es que no, pero creo que está pensando en mi madre, era amiga de la señorita Guarini, Jane… — ¡LA SIGNORINA BRANDELOREN! ¡MAMMA MIA! ¡SI LA SIGNORINA ES LA VIVÍSIMA IMAGEN DE SU MAMMA! ¡CHE GIOIA, NIKKI! — El hombre gritaba y hacía muchísimos aspavientos. — ¡Y el piccolo es igualito a SIGNORE INGLESE! ¡CHE BELLO DIA! — Dijo señalando a Dylan. — Voy a traeros todo lo que comían vuestros padres, sentaos, sentaos, y los demás ¡BENVENUTTI! — Cuando se fue, se creó el típico silencio después de que haya habido mucho ruido, y se fueron sentando a la mesa. — Bueno, creo que no hace falta pedir, por lo visto. — Dijo Wren. — Ah, hijos, esto me ha devuelto la vida. Que hayáis resuelto todo esto, que por fin podamos hablar de Janet y reunirnos todos aquí. — Bueno, tú y yo venimos de vez en cuando, Chris, y aunque sea en voz baja, la recordábamos. — Pues sería porque no pinchabais al tal Alfredo, no veas si grita. — Dijo Monica con una risita. — Venga, brindemos por los Gallia. Que ya sé que Marcus es un O’Donnell, pero porque hoy saquemos un poquito todos el Gallia que llevamos dentro. — Dijo Nikki, y eso la hizo sonreír y levantar su copa, momento en el cual se transformó el agua en vino (excepto la de Dylan, que parecía zumo de melocotón) y oyó un suspirito de Nikki. — Chris… — No lo puedo evitar, Nicole, soy mago y me gusta lucirme delante de las señoritas. No está don Alfredo mirando, no pasa nada. — Y otra vez les dio la risa, antes de chocar las copas y que saliera un polvillo brillante a modo de celebración al hacerlo.

 

MARCUS

Soltó un poco de aire por la boca. — Es un barrio no apto para personas con problemas de corazón. — Porque le iba a dar algo entre tanto coche y ruido, hasta Alice agarraba a Dylan con tensión. Lo cierto es que era... pintoresco. Era diferente al resto de Nueva York, y dentro de lo que cabía... le gustaba un poco más. Lástima que el caos y el tráfico siguieran sin ser plato de su gusto.

Sí que le gustó el restaurante (muy malo tenía que ser para que a Marcus no le gustara). Olía de maravilla y su aspecto era menos artificial que lo que estaba viendo en el resto de la ciudad, más auténtico. Si bien... — Creo que los que vi en Roma no eran muy así, pero bueno. — Le susurró a Alice entre risas. Saludó a todos, tan contento de verles como si llevara años sin hacerlo. En realidad, era más una cuestión del tiempo que pasaría sin verles (si es que volvía a ver a Nicole y al señor Wren, por ejemplo) que del tiempo que hacía de la última vez. Pero mejor no pensaba en eso, que se entristecía, y Dylan estaba muy entusiasmado contando toda la mañana que habían tenido. — Al final nos va a encantar Nueva York y todo. — Howard le miró con cara de circunstancias, a lo que él tuyo que aguantarse la risa. — Con que te guste mi barrio, me conformo. — Desprende el mismo carisma que sus habitantes. — Nicole soltó una fuerte carcajada. — En qué mal momento te he conocido, zalamero. — Eso le hizo reír.

Nicole había vuelto a tirar de influencias para reservarles una sala privada, y eso a Marcus le encantaba. El lugar, menos artificial que el resto de Nueva York y más acogedor, seguía un poco prefabricado marca América... si bien indudablemente el dueño era italiano, por el volumen de la voz y el acento. De hecho, le sobresaltó un poco cuando empezó a gritar, lo que hizo que Monica se tapara la boca para reírse. Frunció un poco el ceño, extrañado. ¿Quién era la señorita "Brandeloren"? Si es que había dicho eso, porque el pronunciar era tan confuso que ni su cerebro pensando podía replicarlo justo después de oírlo. Y entonces cayó. Aaaah Van der Luyden. O lo que más se le pareciera en italiano, y lo cierto era que, a pesar de las circunstancias, tuvo que fruncir los labios para que no se le notara la risa. — Grazie. — Contestó con educación, lo que le granjeó la mirada directa de Howard y Monica. Se encogió con obviedad. — ¿Qué? Estuve en Italia. — Rieron y, con el corazón como si hubiera corrido una carrera después de tanto griterío del señor, se sentaron a la mesa.

Entre risas, brindaron (con agua mágicamente convertida en vino, lo cual le hizo mucha gracia). — Yo estoy con usted, señor Wren. Me lo apunto. — ¡Este chico es de los míos! — Celebró el hombre, repentinamente contento por tener a alguien en su equipo en vez de en el de Nicole, lo cual debía ser novedad. — Por los Gallia. Y por todos los que les queremos. — Y, antes de chocar la copa, se acercó al corrillo y susurró como si fuera un secreto. — Yo soy Gallia ya también, pero que no salga de aquí. — Rieron de nuevo y, ya sí, brindaron.

A pesar de que Alfredo había asegurado que traería sus especialidades para homenajear a Janet y William, a Marcus siempre le gustaba echar un vistazo a la carta, por curiosidad. Por no hablar de que no era capaz de tener texto delante y no leerlo, y menos aún texto relacionado con comida. — ¿Dónde te has dejado al guapo de tu abogado? — Preguntó Nikki con una sonrisilla y voz seductora, copa en mano. Vio que Monica y Howard se miraban con los ojos entornados y bebían para disimular. Marcus también se mojó los labios, escondiendo una sonrisilla. Menos mal que Dylan estaba entretenidísimo contándole algo al señor Wren. — Gestionando la vuelta a casa. — Ooooh pobre. Qué mala suerte que haya coincidido justo hoy. — El tono de Nikki era muy evidentemente irónico pero cómico, porque ella también sonreía. Veo que tú también te has dado cuenta de que es bastante tímido y no sabe ya dónde meterse después de lo de la otra noche. — Igualmente, me ha prometido venir para el postre si termina las gestiones a tiempo. — Uh, para el postre. — Comentó Nikkie, con una sonrisilla y la mirada en la servilleta que se colocaba elegantemente en el regazo. — Eso suena bien. — Una risa brusca y escondida sobre el vaso de vino hizo que mirara súbitamente a Monica. Howard también la miraba con los ojos muy abiertos y carraspeaba, regañón. Ella se aclaró la garganta, disimulando, y miró al hombre mayor. — Delicioso el vino, señor Wren. — Marcus tuvo que apretar aún más fuerte los labios y bajar la cabeza. La cara dura de Monica no perdía con los años, desde luego.

 

ALICE

El ambiente parecía distendido, y allí estaban todos los que tenían que estar, no tenía mucho sentido alargarlo más, pero dejó que fluyeran las conversaciones, las risas y las pullitas como aquella mención de Nikki al abogado, cómo no, porque quería que trajeran la comida y asegurarse de que no la iban a interrumpir.

Y fue buena idea porque ahí había comida para mucha más gente que la que había ahí. — Questo é lasagna bolognesa, divina, créanme. — Iba explicando Alfredo. — Questo tagliatelle funghi. — Eso me llama. — Dijo Alice, olisqueando. — Y a mí, y a mí, este nos lo quedamos las chicas ¿eh? — Advirtió Monica, poniendo ya las manos en el bol. — ¡Ah, buona mujer, mujer que disfruta comiendo! Lo decía siempre mia mamma. — Sabia mujer tua mamma, Alfredo. — Dijo Nikki mirando por encima lo demás. — Eso son gnocchi al pesto ¿verdad? — ¡BRAVISSIMA NIKKI! ¡Y BELLA SIEMPRE! ¡CHE DONNA! ¿EH? — Exclamó, asustándoles un poco y codeando a Wren, como si fuera el padre o el marido de la donna en cuestión. Alice iba picando aquí y allá, sobre todo de los dichos tagliatelle, pero necesitaba soltar lo que llevaba dentro antes de comer más.

— Dylan, cariño. — Dijo dejando el tenedor en el plato. — He querido traerte a todo esto para recordar a papá y mamá como se merecen… pero también para hablarte de una parte de la historia que sé que no ha quedado muy clara. — Su hermano sorbió por los labios unos tagliatelle, mirándola, y cuando acabó dijo. — Lo sé, llevas tensísima toda la mañana, por algo gordo tenía que ser. — Suspiró suavemente y le agarró la mano. — Sé que te he contado la historia de mamá un poco… Bueno, es que yo misma no sabía muchas cosas, me he enterado aquí. ¿Te acuerdas cuando hablamos de que la familia de mamá se tomó mal lo de papá y todo eso y tú decías que no lo entendías? — Dylan asintió. — Pues, para variar, tenías parte de razón aún sin saberlo. — ¿Por qué? — Porque, aunque siempre creímos que la familia de mamá la había echado por lo de papá… En realidad, solo estaban buscando una excusa para echarla. — Su hermano frunció el ceño. — ¿Y por qué querían echarla de su familia así sin más? Mamá era superdulce y buena, todo el mundo la querría en su familia. — Monica se lanzó a achucharle. — ¡Claro que sí! Eso es lo que piensa la gente que sabe algo de la vida, patito. — Pero Alice sabía que su hermano demandaba una respuesta elaborada. — Mamá tenía una tía millonaria. Muy millonaria, más que los Van Der Luyden. Era la hermana de Lucy. — Dylan asintió, siguiendo muy serio la historia. — Esa tía… era legeremante. — ¿Por eso Aaron también lo es? — Alice asintió. — Probablemente, es algo que se lleva en la sangre. El caso es que ella, Bethany, sabía que su familia estaba podrida a excepción de mamá, que era pura y buena, como tú mismo has dicho, y, desde que era pequeña, la tía Bethany quiso dejarle toda su fortuna, para que pudiera escapar. Su familia lo sabía, y tú sabes mejor que nadie cómo son Peter y Lucy… — Lo querían para ellos y para Teddy. — Ella asintió. — Y la echaron por eso, para poder quedarse su dinero. — Volvió a asentir y Dylan se encogió de hombros. — Pero, hermana, a mí eso me da igual. O sea, agradezco que me lo cuentes y eso, pero… — Es que esto es más largo. — La voz se le quebró un poco y carraspeó, antes de beber un poquito del vino.

— La tía Bethany murió hace cosa de dos años… y dejó todo su dinero a mamá. — Dylan parpadeó, confuso. — Pero mamá murió hace cuatro años, Alice. — Pero mamá tiene dos herederos. — Y dejó que el peso de sus palabras cayera, poco a poco, sobre la pobre cabecita y el corazón de su hermano. — ¿Tú y yo…? ¿Ese dinero es nuestro? — Volvió tragar, tratando de hallar las palabras. — No exactamente, no todo. La casa es de Aaron, como ya sabes, y el dinero, técnicamente era mitad tuyo y mitad mío. Yo soy mayor de edad, podía heredarlo sin problema en cuanto lo supe, pero tú… al ser menor, el dinero lo controla tu tutor legal… — O sea tú. — Dijo rapidísimo. — Yo lo soy ahora pero, hasta hace nada, lo era papá y es… — ¿Me llevaron por eso? ¿Para controlar el dinero? — Ahora sí que se estaba enfadando, se lo notaba en la voz. — ¿Todo esto ha sido por el dinero de la tía esa que no hemos visto en la vida? Yo no sabía ni que lo tenía, ¿por qué no me preguntaron? Se lo hubiera dado sin más y hubiera vuelto a casa. — No era tan fácil como eso, Dylan, por eso esto se ha alargado tanto. — Aclaró Howard. — Bueno, ¿y ahora qué? ¿Van a seguir peleando por ese dinero o…? — Alice negó. — No, y ya no pueden hacerlo, al firmar la patria potestad… porque ahora tienen mi parte, y la tuya sigue intacta. — Su hermano abrió mucho los ojos. — ¿Les has dado tu dinero, hermana? ¿Por qué? — Porque era lo que querían de ti, Dylan, así que Alice les dio la misma cantidad a cambio de tu custodia. — Aportó Nikki con tono tranquilo, mientras veía la indignación crecer de nuevo en Wren. — ¿Ya no tienes ese dinero, hermana? ¿Y…? — Vio que miraba de reojo a Marcus. — ¿Y si…? ¿Lo has hecho solo por mí? ¿Porque ellos lo dijeron? No tenías que… — Pero el propio Dylan empezaba a darse cuenta de la realidad. — Era la única opción, patito. Me dolió, pero más me dolía cada día que pasabas con ellos. —

 

MARCUS

Miró al hombre y dijo, con voz derretida. — Mamma mia, Alfredo. — Lo cual hizo mucha gracia al señor, pero provocó una fuerte carcajada en Monica. — Contrólate, chico, que está tu novia delante. — Todos rieron. Cuantísima comida, se le estaba haciendo la boca agua solo mirándola. Iba a atacarlo todo en cuanto pudiera. Por un momento se le había perdido de vista que habían ido allí para tener una conversación delicada con Dylan. Después de Alice, nada le nublaba como la comida. Miró con los ojos entrecerrados a Monica cuando se apropió del bol. — Eh, aquí se comparte. — Lo mismo digo, que se te está poniendo cara de Slytherin avaricioso. — No soy yo quien se ha apropiado un bol. — Se picaron mutuamente.

Empezó a comer y todo estaba delicioso, pero apenas había probado un poco de cada cuando Alice comenzó a hablar. La conocía, sabía que no podía guardarse eso más tiempo, que no podría comer tranquila. Suspiró levemente y dejó de comer para atender, y lo prefirió así, porque la comida estaba deliciosa y quería que Alice la disfrutara, y no iba a poder hacerlo hasta que hablaran de aquello. Dylan escuchaba con atención, pero por supuesto que lo que oía le descuadraba, e incluso le ponía a la defensiva. Le entendía: a él tampoco le cabía en la cabeza la inquina hacia una persona tan buena como Janet. La cosa se puso un poco más tensa cuando salió el tema de la herencia, si bien Dylan, por mucho que se indignara e impactara, no dejaba de ser como él era. Aliviaba y descorazonaba a partes iguales.

Y entonces empezó a desconcertarse y entristecerse, y notó que le buscaba con la mirada. Marcus respiró hondo. — Colega. — Dijo, tranquilo y sereno, girándose hacia él. — ¿Qué has pensado cuando te has enterado de que todo esto ha sido por la herencia de Bethany? — Dylan abrió los ojos y se encogió exageradamente de hombros con obviedad. — ¡Que menuda tontería! Llevamos toda la vida sin él y no nos importa nada, y nos han hecho sufrir un montón solo por dinero. — Pues eso mismo ha pensado tu hermana. Y yo. Y todos. — Se inclinó ligeramente hacia él. — Dylan, nuestro principal objetivo era recuperarte. No queríamos que pasaras un segundo más en esa casa, tú debías estar con tu familia, la de verdad. No te querían a ti, querían el dinero, y cuando supimos eso, la rabia fue mayor, pero la solución fue más sencilla. Y... — Miró de reojo a Alice y suspiró. — Reconozco que no me hizo ninguna gracia que tu hermana se viera obligada a darles dinero a esa gente, sentí que se salían con la suya. Pero luego recordé cuál era nuestro objetivo: tú. Recuperarte. Y, como bien dices, nunca habíais contado con ese dinero. Mi enfado era más... una cuestión de justicia. — Dylan frunció los labios, bajando la mirada con enfado. — Pues sí. No deberían haberse quedado con nada. — No deberían. — Le puso los dedos en la barbilla y le levantó la ceñuda mirada. — Pero tu hermana tomó la mejor decisión que se podía tomar, y estoy orgulloso de ella. — La miró de reojo y sonrió. La realidad era... que le escocía el orgullo a horrores cada vez que recordaba que los Van Der Luyden se habían salido con la suya, y no podía evitar pensar si no hubieran podido encontrar otra vía. Pero viéndose allí... que le dieran al dinero. Había merecido la pena.

 

ALICE

Tragó saliva mirando a Marcus y Dylan hablar. Sabía lo que opinaba Marcus de todo aquello, y, aunque ahora estaban en una nube otra vez, no se le olvidaban los momentos de MUCHA tensión que habían vivido apenas semanas atrás, y que su novio la defendiera a ella y a su decisión de aquella forma la enternecía, la hacía morirse de amor hacia él. Sonrió un poco, mirando a Marcus con infinito agradecimiento y tomó la mano de Dylan. — Cuento con equivocarme infinidad de veces mientras nos guíe a los dos a crecer, a ser personas adultas buenas y lo menos rotas posible, Dylan, pero esta vez no considero que lo hiciera. — Se giró un poco hacia él. — Porque estás aquí, y toda esta gente, y los Lacey, Aaron, Edward, los O’Donnell, los Gallia… hemos luchado juntos por traerte y por eso podemos disfrutarte hoy con nosotros. — Monica estaba ya secándose las lágrimas.

— Bueno y porque… no considero que perdiéramos del todo. — Dylan parpadeó, confuso. — Yo les di mi parte de la herencia, pero tú eres menor, así que tu parte la controla tu tutor legal… ¿Y quién es esa? — El chico dio un salto en el asiento. — ¿El dinero vuelve a ser tuyo? — Ella rio un poco. — Nuestro. Tuyo, de papá y mío. La mitad está en una cuenta a tu nombre, para cuando acabes Hogwarts y lo uses como consideres, y la otra mitad en una cuenta que manejamos papá y yo para lo que haga falta de la casa, tu educación… — ¡Y tu taller! ¡Tú ya has salido de Hogwarts! Usa ese dinero para tu taller de La Provenza. — Se giró entusiasmado hacia Marcus. — ¡Colega! ¿A que tú también quieres un taller en La Provenza? Como en tu sueño, a la orilla del mar y con las flores… — Sonrió, con los ojos brillantes. — Te oí contárselo aquel día de tormenta a Alice… Ella nunca pediría nada para ella, pero para ti sí. — Volvió a mirarla. — Usad el dinero para el mejor taller de la historia. — Eso la hizo reír y acariciar su cabeza. — Bueno, bueno, patito, ya habrá tiempo para todo eso. Primero tendremos que licenciarnos al menos una vez, ¿no te parece? — Dylan asintió, tratando de controlar el entusiasmo. — Claro… Pero en cuanto lo hagáis, por favor, hermana, prométeme que… — Dylan. — Le cortó cogiéndole de la cara suavemente. — ¿Entiendes que ahora mismo tienes un montonazo de dinero, más del que pensarías tener en toda tu vida, que es TUYO y que vas a tener que aprender a utilizar? — Su hermano hizo una pedorreta y se soltó de su agarre. — No puede importarme menos, Alice… — Eso hizo reír a la propia Alice y a Nikki, que dio un trago de vino y dijo. — No ha podido sonar más a Janet. — Es que… todo mi miedo ayer y hoy era pensar que habíais parado toda vuestra vida por esto y… Bueno, que papá iba a tener dificultades y que ellos eran muy poderosos, pero… por no tener, por lo visto, no tienen ni casa, y ese dinero ahora nos va a ayudar muchísimo y todos vamos a estar bien y… — El chico soltó el aire por los labios y, de repente, se tapó la cara con las manos y se echó a llorar, cosa que puso en guardia a las tres mujeres de la mesa. — ¡No! ¡Patito, no llores! — ¡MI NIÑO! Si ya está todo bien… — Dijeron rodeándole. — Dejadle respirar… — Sugirió Howard, siendo flagrantemente ignorado. — Estoy llorando de alivio… — Aclaró Dylan. — Había pensado tantas cosas que podían ir mal y, sin embargo, aquí estamos, todos juntos comiendo, papá, y los abuelos, y los O’Donnell y todos están bien y… Tenemos dinero y así la hermana no se va a preocupar más, y… — Se lanzó a sus brazos y Alice se dio cuenta de que ella también estaba llorando. — Me siento afortunado por todo eso. Mi parte del dinero es lo de menos, solo quiero que el colega y tú saquéis algo bueno y grande de todo esto. — Ella le estrechó entre sus brazos. — Bueno es, desde luego, y cada día más grande, hay noches que hasta tiene barba. —

 

MARCUS

Sonrió, orgulloso y conmovido, reforzando las palabras de Alice. Aquella lucha había terminado y se había saldado con ellos victoriosos, porque nada les importaba más que tener a Dylan de vuelta. Y ahora, además, los Van Der Luyden no podían hacerles absolutamente nada legalmente. Puede... que, cuando se enfriara... se planteara si no sería buena idea vengarse jurídicamente hablando. Pero sabía que Alice se iba a negar, y sinceramente, tenía demasiadas ganas de iniciar sus proyectos y sueños con ella como para dedicarle a esa gentuza ni un solo segundo más de su tiempo. Trataría de recordárselo a sí mismo cuando el orgullo le pinchara de nuevo.

Compartió una mirada con los demás y tuvo que aguantar una risa de felicidad cuando vio el entusiasmo de Dylan. El chico era tan bueno, tenía un corazón tan noble y quería tanto a su hermana, que saberla con el dinero en posesión de nuevo le había entusiasmado y borrado el enfado de golpe, aunque no fuera exactamente tan sencillo como que había recuperado el dinero. Lo que le hizo abrir mucho los ojos fue la propuesta que lanzó. ¿Cómo se acordaba de eso? Bueno, como para no saberlo, si Marcus y Alice no dejaban de hablar del taller, pero le sorprendía que estuviera en su cabeza en esos momentos, si casi no estaba ni en la de ellos después de todo lo que habían pasado. Rio levemente, pero antes de que Alice se pudiera explicar, ya le estaba hablando a él. — No, no, colega. — Dijo entre risas tiernas. — Qué va. Te lo agradezco en el alma, pero ese dinero es tuyo... — Nada, no era tan fácil de convencer. Siguió hablando y sus palabras le hicieron tragar saliva, con una sonrisa, para contener su emoción. Le acarició los rizos. — Eres el colega más bueno del mundo. El mejor hermano y el mejor cuñado. — Negó. — Y te agradecemos el gesto, de verdad, pero... — Pero nada, Dylan a lo suyo. Y reiría con ternura más si no fuera porque le estaba emocionando en serio.

Al menos Alice le dio una buena baza. Rio, mirándola con adoración. — Sí. Licenciarse primero estaría bien. — Qué ganas tenía, por Merlín. Ya estaba mirando a Alice como él la miraba, como si solo existiera ella, cuando el chico tuvo un arranque propio del hijo de Janet y William Gallia que les hizo a todos reír, en su caso con una carcajada. Le revolvió el pelo. — Haces bien. Ya tendrás tiempo para que te importe. — Y estaba riendo, distendido y con la tranquilidad de que el tema estaba hablado, cuando Dylan rompió a llorar y a Marcus se le cayó el alma a los pies. Se quedó simplemente mirándole y escuchándole, mientras varias personas le achuchaban, y lo que decía... terminó de derribar los intentos de Marcus de autocontrol.

— ¡No! No, colega. — Dijo Howard, con el tono paternal que usaba con él cuando tenía la edad de Dylan, y de repente sintió tenerla. Respiró hondo para recomponerse y alzó una mano. — Estoy bien, estoy bien, no pasa nada. — Pero su cuñado ya le había visto y estaba haciendo un puchero, así que le miró directamente. — Los afortunados somos nosotros por tenerte a ti. Todo esto ha merecido la pena para que seamos siempre una familia, ¿me oyes? — El niño asintió, lloroso, y se lanzó a sus brazos, y se permitió soltar aire por la boca y dejar más lágrimas caer, porque necesitaba desahogarse. — ¡Lo que no merece la pena es venirse a este restaurante tan bueno para que se enfríe la comida! — Saltó Nikki, limpiándose las lágrimas, con una indignación que distendió el ambiente e hizo reír a todo el mundo.

Desde luego que estaba deliciosa la comida, hicieron bien en volver a centrarse en ella. Se echó hacia atrás, resoplando. — Me he puesto como un tonel. — Monica le miró con una ceja arqueada. — Como una tubería, en todo caso, querrás decir. — Howard rio por lo bajo, pero su mujer le tiró un crosttini, lo cual hizo a Marcus indignarse. — ¡No tires eso! Que está buenísimo. — No consiento que se ría. Luego la que tiene lorzas soy yo, ese es otra tubería. — Tú no tienes lorzas, mi amor. Tú eres una escultura tallada. — Se oyeron varios "ooooh" en la mesa. —  Lo que hay que oír... — ¿Llegamos a lo justo para el postre? — Comentó una voz alegre, en concreto la de Aaron, que acababa de aparecer por allí con un Edward repentinamente muy tímido tras él. Todos le recibieron con alegría. — ¡A lo justo para el tiramisú! — Celebró Marcus. Dylan se levantó de un salto. — ¿Alguno es alérgico al café? Lleva café. A mi padre siempre le recomiendan no tomarlo, pero se lo salta. — Marcus aguantó la risa apretando los labios e, inclinándose hacia él, le susurró. — Creo que no es por alergia, colega. — Justo a tiempo para el postre, abogado. — Susurró melosa Nicole a Edward, haciendo que el hombre se pusiera como un tomate. Por lo bajo, sin embargo, le contestó. — No me lo pensaba perder. — Con una sonrisilla, lo que hizo que Nikkie le dedicara una mirada y una sonrisa cargada de intenciones.

Les hicieron hueco a ambos y Monica le dio un codazo a Aaron. — ¿Qué? ¿Cómo está Klaus? — El chico rio. — Bien, supongo. — Divinamente, diría yo. — Sí, sí, divinamente estuvo la otra noche, sí. — Ladeó la cabeza. — A ver qué tal está esta tarde. — Marcus se extrañó. — ¿No vienes de estar con él? — Aaron, con una sonrisilla más tenue, se mojó los labios con la mirada baja y dijo. — No... No exactamente. — Les miró. — Estaba con mis padres. — Se generó un silencio en el grupo que cayó como una losa pesada. El chico no quería darle tanta gravedad, así que miró a Edward. — Me estaba ayudando con el papeleo final, y ya lo tengo todo resuelto, podré volver con vosotros mañana. Iba a quedar con Klaus, pero quería veros, y no me quedaba demasiado tiempo, y prefería estar con Klaus tranquilo para despedirme, así que... — Se encogió de hombros. — Prefería ir sin avisar para evitar... bueno, circunstancias incómodas. — Marcus le miraba, empático. — ¿Y cómo ha ido? — El chico, de nuevo con la mirada baja, se encogió de hombros. — Mal. Mi padre se ha enfadado y entristecido a partes iguales, saltaba a la comba entre gritarme por loco y desagradecido y rogarme que no me fuese. Mi madre... ha llorado como si me hubiera muerto. Creo que hubiera preferido que me hubiera muerto. — Howard chasqueó la lengua. — Va, no digas eso... — No te preocupes. Lo tengo asumido. — Dylan miró a Howard. — Es verdad. — Volvió la vista a Aaron. — Está muy triste, pero también... aliviado. Aunque hay algo como que pincha. — Culpa. — Especificó Aaron. — No puedo evitar sentirme culpable, por mi madre sobre todo. — Respiró hondo. — Pero es lo que tengo que hacer. — Miró a Alice y a Dylan y, sonriendo levemente, añadió. — Y tengo un gran ejemplo a seguir. –

 

ALICE

Después de que, al final, todos acabaran llorando, parecía que habían reencauzado adecuadamente la comida y habían disfrutado como debían de aquella delicia. — Ya sabía yo que los funghi esos eran la clave. — Comentó Monica, después de un encarnizado debate sobre tuberías y lorzas. Alice resopló. — Yo he comido demasiado. No estoy acostumbrada a cómo se come en este país. — Wren la señaló. — Jovencita, muestra un respeto, que esto es un italiano y los Lacey, a juzgar por lo que he visto, comen como auténticos irlandeses. — Ella rio, pero se ahorró el pensamiento de ah, claro, que, excepto aquel día del food truck, no he podido apreciar NADA que pueda llamar estadounidense, y ni eso lo es, pero no iba a pelear con un señor tan adorable como Wren que intentaba hacer patria a toda costa. Afortunadamente, Aaron y Rylance aparecieron por allí, claramente en actitudes muy distintas, aunque ambos estaban moderados. Aaron en su seguridad (algo tendría que contar) y Rylance en su timidez, porque fue cruzar la mirada con Nicole y se le pasó un poco, lo justo para incluso responder.

La intervención de su hermano le resultó adorable, y dejó que los demás le explicaran la problemática, conteniendo la risa, aunque en el fondo de ella pensaba… que ese era otro tema que tendría que abordar, pero esta vez ella sola con su padre, el cómo iban a… convivir, avanzar. No lo veía claro.

Y no se equivocaba, ya iba conociendo a su primo, y tomó aire para oír la historia que había vivido con sus padres. Negó con la cabeza y suspiró. — Haciendo méritos hasta el final para que te quedes. — Nikki también suspiró, aunque estaba haciendo caricias distraídas en el brazo de Rylance. — Así pretenderán tener una vida mejor ellos. Pataleando y quejándose. — Wren tenía expresión pensativa. — Conozco a Lucy desde que era una niña pequeña y perfecta, la muñeca de Lucy Van Der Luyden… y siempre te daba la impresión de que por fuera veías una criatura encantadora que, en cualquier momento, iba a empezar a gritar y huir de donde estaba. Sus ojos siempre estaban tristes… — Miró a Aaron. — Quizá ni tú puedes cambiar algo así, chico. — Entonces intervino su hermano y Alice suspiró. Ya entraría de nuevo en otro momento en lo de airear los sentimientos de la gente. — Pero… si te has deshecho ya de la maldita casa, como me han contado y… vives como quieres vivir, con el jugador ese o quien sea, y Alice y Dylan hacen lo mismo… Quizá haya esperanza. Quizá, dentro de unos años, los hijos de vuestro tío Teddy sepan que también hay una salida, si de cinco, tres se han rebelado. — Eso lo dudo mucho. — Dijo Aaron negando con la cabeza. — Coincido. — Aportó su hermano de repente. Alice se giró. — ¿Conociste a los hijos de Teddy, patito? — Ya lo creo. Son unos tiranos, sobre todo el niño, estaba obsesionado con que le llamaran señorito Van Der Luyden y esas cosas. Mala gente, muy malas vibras, no creo que cambien. — Privilegiados asentados en sus privilegios. — Dijo Monica desdeñosamente, y le veía en la cara a Howard que quería que rebajaran el nivel de odio cerca de Wren y el niño, pero ya entró Alfredo para terminar de distender el ambiente.

La fuente de tiramisú era gigante y olía de maravilla, y la explicación que ofreció sobre los cafés con los que acompañarlo hubiera merecido una conferencia de mago importante hablando de pociones. Y mientras lo comían, bebían a sorbitos aquel delicioso y oloroso café y reían, Alice sonrió y dijo. — Al final cada uno tiene lo que merece. — Miró de hito en hito a todos. — Tengo una familia, de sangre y de no sangre, gigante y buena, tengo momentos como este para honrar y recordar a mi madre… Lo tengo todo. Ellos tienen la mitad de lo que esperaban y una familia avariciosa y vanidosa. No merece la pena. — Nikki cogió un licor amarillo que Alfredo había dejado por allí para cuando terminaran y lo vertió en vasitos muy pequeños. — Pues brindemos por eso, Alice. Por haber tenido la oportunidad de veros, conocer lo maravillosos chicos que sois, y por nuestra Janet. Que siempre vivirá para nosotros. — La mujer cogió el vasito. — Porque ahora, todos vosotros sois libres. Y porque ella nos enseñó a serlo a nosotros. — Culminó mirando a Chris.

Notes:

Era difícil contarle a Dylan la verdad sobre todo lo que había pasado, pero qué mejor forma que homenajeando a sus papis para mantener viva a nuestra Janet. ¿Qué os ha parecido la reacción de Dylan y la táctica de los chicos? ¿Os habéis emocionado tanto como nosotras al estar en los sitios de William y Janet? Os leemos, y nos vemos… a la vuelta a Inglaterra ;)

Chapter 35: El vuelo de las águilas

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EL VUELO DE LAS ÁGUILAS

(19 de septiembre de 2002)

 

MARCUS

La estaba abrazando en silencio, simplemente... dejándose sentir, ambos, ese momento de abandonar la que había sido su casa por obligación, aunque muy acogedora a pesar de las circunstancias, en el último mes. Se separó lentamente y dejó un beso en su frente, mirándola luego a los ojos con una sonrisa tenue. Llenó el pecho de aire tras mirarla en silencio unos instantes. — Nos vamos. Llegó el momento de irse. — Miró a su alrededor, respirando hondo otra vez. — Estábamos deseando volver... Más bien estábamos deseando que esta pesadilla acabara. — Hizo una mueca con los labios, aún mirando su entorno. — Pero ahora... tenemos una familia que... se queda muy lejos. — La miró y sonrió, esperanzado. — Pero ¡eh! Nos hemos ganado unas Navidades en Irlanda. — Rio, si bien el punto triste no se le iba. Dudaba que quisieran, ninguno de los dos, volver a Nueva York, pero eso implicaba no volver a casa Lacey nunca más, no disfrutar de esas barbacoas todos juntos. Como tantas veces le habían dicho en su vida... no se podía tener todo.

Mucho más entusiasmados escuchaba a Dylan a y Aaron. Le hizo un gesto gracioso a Alice, señalando en silencio la pared junto a él. Dylan no paraba de parlotearle a Aaron si estaba seguro de que lo había cogido todo, pero TODO TODO porque iba a irse para no volver y eso era llevarte toda tu vida y toda tu vida debían ser muchas cosas. Aaron había resultado entenderse bastante bien con Dylan, porque le estaba siguiendo el rollo absolutamente. — Dice que piensa irse a la otra punta del mundo. — Le comentó a Alice, un poco más confidencialmente. Ladeó varias veces la cabeza. — Me parece bien. — Arqueó las cejas. — ¿Cómo crees que se lo tomará Ethan? — Porque eso sí que iba a ser otro tema aparte. Pero era tema de Aaron, definitivamente. — No me extrañaría que... quisiera romper con todo. Con todo... todo. — Incluido ellos, quería decir. Al final... iba a echarle de menos. Pero entendía perfectamente la decisión. Demasiados malos recuerdos.

Le dio la mano a Alice y, tras dejar un beso en ellas, salieron de la habitación y bajaron las escaleras. Maeve estaba a los pies de estas, y fue verles aparecer y sollozó. — Noooo. — Dijo Marcus, a quien Maeve le recordaba tanto a su abuela Molly que prácticamente actuaba igual con ambas. Soltó a Alice y avanzó un poco más rápido por las escaleras, abrazando cariñosamente a la mujer. — No me llores, tía Maeve. — Ay, hijo. — Dijo la mujer, sollozando otro poco, aunque queriendo contenerse para no preocuparle. — Es que ya para mí sois como mis nietos. Y eso de no teneros por casa… — Tragó saliva, pero no quería ponerla peor, así que se separó y la miró con una sonrisa. — Pero nos veremos en Irlanda. — Eso la hizo soltar una risita musical. — ¡Qué bien me va a venir la excusa para ir! — Rio. Se lo ponía en bandeja para que le recordara a su abuela, desde luego.

 

ALICE

Repasó todo otra vez. La verdad es que no recordaba ni qué había traído al venir, iba tan obcecada… Pero bueno, lo que se dejara, en América se quedó, se llevaba de vuelta lo más importante sin duda. Respiró y dejó que Marcus le diera un beso en la frente. — No lloré nada la primera noche en esta casa… Me parece mentira que por fin vayamos a volver por el mismo lugar que llegamos. — Le rodeó con los brazos. — La verdad es que, con todo lo que he odiado Nueva York, ahora mismo solo puedo pensar en todo lo bueno que nos llevamos de aquí, y los Lacey sin duda lo ganan todo. —

Sonrió al oír a Dylan y Aaron y suspiró a lo que decía. — A veces querer a la gente también es saber cuándo tienen que irse y… Aaron tiene que irse. No podemos evitarlo más. Es lo mejor para él. — Cuando le preguntó por Ethan encogió los hombros. — Pues… espero que lo entienda. Él lo haría, él lo va a hacer, de hecho, si cumple lo que ha dicho. Quizá se enrabiete un poco al principio y haga cosas raras de las suyas pero, a la larga, estarán bien los dos… Cada uno siguiendo su camino. — Estaba segura de ello. Aaron era lo suficientemente valiente e Ethan lo suficientemente orgulloso e independiente de lo que él consideraba tonterías amorosas, aunque juntos hubieran vivido algo bonito. Confiaba en que así lo recordaran, desde luego.

Bajaron y ella también se apresuró a consolar a Maeve. — Pero ¿y lo tranquilos que os vais a quedar sin dramas por aquí? — Frankie intervino, negando con la cabeza y con los ojos anegados. — Que no, hija, que no, si es que nos hemos acostumbrado a teneros. Tú en el jardín, Aaron ayudando con todo, Marcus con los niños… No, esto no va a ser lo mismo. — Ella miró al hombre y le apretó la mano, señalando con la cabeza a Marcus. — ¿Y lo bonito que va a ser que nos veamos de nuevo en tu isla esmeralda? Espero que la casa sea lo suficientemente grande para todos, ahí va a haber MUCHA gente. — Y ambos rieron, pero Alice en verdad se estaba conteniendo un nudo en la garganta.

Aaron y Dylan se reunieron con ellos y Alice le pasó un brazo por los hombros a su hermano. — ¿Tienes ganas de volver? — Su hermano miró con culpabilidad a los mayores. — Oh, hijo, ni te preocupes, es lo más normal que quieras volver a tu casa. — La tuya me ha encantando, tío Frankie, pero no sabes cuánto echo de menos la mía. — Frankie asintió lentamente y le palmeó el hombro. — Lo sé, créeme, muchacho, lo sé. La isla de las esperanzas nunca sustituye a la isla que es tu hogar. Tú tienes la suerte de irte hoy, como diríamos los irlandeses, esteando hacia casa, porque ahí está nuestro hogar, al este, al otro lado del agua. — Puf, no podía ponerse a llorar desde ya, y Dylan, que debió sentir todo lo que sentía Frankie de golpe, le dio la mano. Edward bajó, revisando los papeles de todos y puso una suave sonrisa. — Cuando estéis listos, salimos para Ellis Island. — Se giró hacia los tíos. — Señores Lacey… — No, no, hijo, si hay una comitiva esperando en la frontera. — Ah… ¿sí? — Maeve le dio unos golpecitos en la espalda. — Si esperabas despedirte de Nicole a solas, lo siento, hijo. Somos irlandeses. La intimidad con nosotros solo es una opción, y no la más probable. — Y así, entre risas, fueron apareciéndose por grupos en la aduana.

Efectivamente, no habían exagerado. Estaba Shannon con las niñas, Jason (de verdad, ¿cuánto se escaqueaba ese hombre del trabajo?) con Betty y Sophia y, allí un poco apartados, Nicole y Wren. Monica y Howard habían insistido en ir, pero al final les habían asegurado que no hacía falta que pidieran más días en el trabajo y se despidieron en el restaurante con la promesa de quedar siempre que volvieran por Inglaterra.

— ¡Todo esto os hemos traído! — Dijo Jason señalando unas cajas flotantes. — Antes de que me pongas cara de abogado agobiado que se muere por decir “no sé si vamos a poder pasar esto por aduanas”, Rylance, mi Betty, que es muy buena con los hechizos, va a echarles un hechizo encogedor requetebueno y uno camuflador si aun así crees que nos va a dar problemas. — La mujer asintió con cara de “sí, esto está más que hablado, no ha dado casi la turra”. — Esta es para la tía Molly, son cosas para cocinar de aquí de América seleccionadas por mamá. Esta es para Marcus de parte de Frankie Junior, que tenía que trabajar y no ha venido, con vuestras cosas de regalos, y esta es para Alice y Dylan, también con cosas de América para que las disfrutéis con los Gallia, que son familia ya. — Ella sonrió emocionada. — Gracias de verdad, Jason. — Sophia se lanzó a abrazarla. — Cuando por fin tengo primos Ravenclaw os vais. No es justo. — Ella la estrechó contra sí misma. — Entonces tienes que venir a Inglaterra a seguir viéndonos. Esto no se puede romper. — Nada de lo que estaban viviendo allí se rompería. No como sus lágrimas, que en cuanto se acercara a Shannon y a las niñas ya iban a fluir sin control.

 

MARCUS

Frunció los labios. De verdad que se lo estaban poniendo muy difícil para no llorar. Por supuesto que tenía ganas de volver su casa, a su vida, pero ver cómo sus tíos les consideraban parte de esa familia... Pero sí, se verían en Irlanda, y la mención a la casa por parte de Alice le hizo reír. — Mi abuela dice que aún recuerda los hechizos amplificadores de espacio de la señora Pastomack. — ¡Oh, qué recuerdos! — Dijo Frankie entre risas. — Se reunía medio Galway en esa casa, es verdad. — Y se estaban riendo con la anécdota, pero también habían activado los recuerdos más nostálgicos de Frankie, y eso le hizo sentir que se emocionaba de nuevo. Acarició los rizos de Dylan, y ya pensó que había llegado el momento de despedirse cuando Edward bajó... pero obviamente no. En el fondo, sabía que iban a ir con ellos. Le hizo sonreír, pero también ser consciente de que la despedida sería aún más emotiva.

Fue llegar a la aduana y el nudo de la garganta le apretó inmisericordemente, como si quisiera decirle que no había cosa que pudiera hacer para que se aflojara. — ¡¡Marcuuuus!! — Chillaron sus primas, yendo a cual más rápida a engancharse a su cintura. Las abrazó con fuerza, sonriendo, pero sin decir nada. Shannon se acercó a él, con el bebé en brazos y una sonrisa. — ¿Te lo presto? — Dijo con dulzura, y él simplemente asintió, cogiendo a Arnie en brazos. Tragó saliva y le miró. — Tú eres el peor ¿lo sabías? — Le dijo al niño, botándolo levemente, mientras este le sonreía y le ponía las manitas en la cara. — Sí... Porque todos van a estar más o menos iguales cada vez que los vea... pero tú vas a cambiar un montón. — Rozó la nariz con la diminuta naricilla de su primo. — Y encima no te vas a acordar de mí ni un poquito. — Bueno... ya haremos algo por eso. — Dijo Shannon, tendiéndole algo. Marcus, confuso, lo tomó en su mano, y ya sí que sí casi se echa a llorar. Eran dos fotografías, una del día del fuerte, todos juntos bajo las sábanas: Alice, Aaron, Marcus y los cuatro pequeños, riendo sin parar. En la otra salía él, en movimiento gracias a la magia de la fotografía, haciendo el tonto con la cuchara de comida, imitando a una escoba mientras Arnie reía sin parar. Se secó una lágrima. — Gracias. — Tengo otra copia en casa. Nunca va a olvidar que le conocisteis así. — Ni él iba a olvidar todo aquello. Y pensaba poner las fotos en el rincón más bonito que tuviera en casa.

Atendió al show de Jason con las cajas y al menos le sirvió para reírse y alejar un poco la tristeza. — Mil gracias, primo Jason. — Mejor le abrazaba cuando ya hubiera soltado al bebé, temía hacer un sándwich con el pequeño. — Pienso husmear en todas las cajas. — Eso arrancó en el otro una fuerte carcajada. — ¡Marcus! ¿Verdad que me has prometido llevarme a los sitios más guais de Inglaterra? — Preguntó Saoirse, picajosa, mirando de reojo a su hermana. En lo que Alice se despedía (y Edward, que le estaba viendo hablar con Nicole) pasó un rato camelándose a las dos niñas y jugando con el bebé. Si al final sus tíos le habían calado: él con los niños.

Pero ya iba llegando el momento de irse. Dejó a Arnie con pesar en brazos de Shannon y fue calurosamente despidiéndose de cada uno de sus familiares. Luego se acercó al señor Wren, deshaciéndose en agradecimientos con él. Cuando llegó a Nicole, a quien también tenía mucho que agradecer, la mujer le echó levemente a un lado. — Marcus. — Dijo, mirándole a los ojos, con un tono más profundo del que le hubiera escuchado hasta el momento. Hizo una pausa, se notaba que quería decirle algo... importante para ella. — Hace muchos años... vi a mi amiga Janet, a la persona más buena que he conocido y una de las que más he querido, subirse en un barco detrás de un hombre mucho mayor que ella, extranjero, que la había dejado embarazada. — Se mojó los labios. — Y pasé mucho miedo. Pero ella confiaba ciegamente en él, y no se equivocó. Y yo... quise creerlo, quise ver el amor en sus ojos cuando él la miraba... y tampoco me equivoqué. Sí que la amaba de verdad. Sí que lo dio todo por ella. Eso hizo que... mi pena, mi dolor y mi miedo, fueran un poco menores. Al menos, más fáciles de llevar. — Le dejó una caricia leve en la mejilla. — He vuelto a ver a Janet en Alice. Y me hace muy feliz, no imaginas cuánto, verla llegar e irse contigo. — Se le llenaron los ojos de lágrimas. — Iría con ella a cualquier parte. — Lo sé. Se nota. Esas cosas se ven si las sabes ver. — Dejó un cariñoso beso en su mejilla. — Buena suerte, Marcus. Cuidaos. Y aquí tenéis a una amiga, para siempre. No lo olvidéis. —

 

ALICE

Irlanda en Navidad, esa iba a ser su meta, lo tenía clarísimo, mientras se despedía de Jason y Betty, prometiéndoles que se verían, que estudiarían, que escribirían. De reojo miró a Maeve, que ya no lloraba, pero tenía una sonrisa triste. Se acercó a ella y susurró. — ¿Era así siempre? Cuando te separabas de la familia y prometías volver a verlos. — La mujer la tomó del brazo y la estrechó. — Así era, mi vida. Prometes muchas cosas, y sabes que solo algunas las cumplirás. Es triste, pero es así. — La miró y palmeó su brazo. — Oh, cariño, no sufras por mí. Estamos hechos a esto. Solo… sed felices y acordaos de nosotros. Es lo mejor que podéis darnos. — Alice sonrió, dejó un beso en su mejilla y se fue hacia Shannon y las niñas.

— ¿Verdad que yo me quedo los poderes de bruja blanca? — Preguntó Saoirse. — Ajá, pero recuerda que las brujas blancas… — Nunca usan sus poderes contra sus hermanos, yaaaaa ya. Te lo prometo. — Yo voy a ser un diricawl, que no hace daño a nadie. — Insistió Ada por su parte. — Así me gusta. Portaos bien y sed buenas hermanas ¿vale? — Y ya con los ojos empañados, se acercó a Shannon, fundiéndose en un abrazo lleno de significado. — No sé qué habría sido de mí aquí sin ti, sin tus consejos, tu cariño y tu sabiduría. — Shannon rio. — Tú también me has ayudado a mí, con mis niñas y mi angustia al estar allí encerrados. — La cogió por las mejillas. — Vas a ser una enfermera fantástica. — Ella estrechó sus manos. — Nos vemos en Irlanda, Shannon. — Nos vemos, Alice. Voy a ver si recupero a mi único varón, que alguien se lo ha llevado por ahí. — Y entre risas, le tocó acercarse a Wren y Nicole, que ahora se estaban despidiendo de Dylan.

— Christopher, Nikki, no tengo palabras para expresar lo que habéis hecho por nosotros. — Wren ya estaba llorando como una fuente. — No, querida, tú lo has hecho todo. Tú te has enfrentado a los Van Der Luyden, que es lo que yo no me atreví a hacer nunca, tú has mantenido a tu familia unida. Tú encontraste al hombre adecuado para ayudarte en tu lucha, como hizo tu madre. — El hombre le acarició la mejilla. — Tú nos has dado la oportunidad de despedirnos de ella, de enmendar lo que en su día no hicimos. — Hala, ya tenía los ojos inundados. — Me quedo más tranquilo que cuando mandé a tu madre en el barco, eso sí. — Miró a Marcus de lejos y remató diciendo. — Volad siempre juntos. Se os da bien. — Nikki, por su parte, la estrechó muchísimo entre los brazos. — Tan igualitos que mi Janet, cada uno a su manera. — Le dejó muchos besos seguidos en la mejilla. — Eres la mejor, Nikki. — Y siguiendo la mirada furtiva de la mujer, vio que se posaba en Edward, que se estaba despidiendo de los Lacey, y eso le hizo sonreír de medio lado. — Oye, sabes que los trasladores funcionan en dos direcciones… Puedes venir… a visitar a quien te apetezca, a quien eches de menos, por lo que sea… — Nikki rio y entornó los ojos. — Ay, piccolina, a veces se me olvida que eres muy joven y estás enamorada. — Miró de refilón al hombre y sonrió. — Hay cosas que son más bellas así... — Volvieron a abrazarse y ella le pellizcó la mejilla. — Portaos bien. Llévale florecitas a tu madre de mi parte. Cuéntale que has estado conmigo y que... fue la mejor compañera de piso del mundo. — Limpiándose una lágrima furtiva, Alice se dirigió hacia los demás.

— ¿Os habéis despedido? — Preguntó a Aaron y a Dylan. — Todo listo pues. — Concluyó Rylance. Alice sonrió y le dio la mano a Marcus, en dirección al sumidero de Ellis Island, que el primer día le había dado tanto miedo. — ¡Adiós, Laceys! ¡Nos vemos en Irlanda, mágica familia americana! — Dijo, antes de tomar por los hombros a Dylan y decirle. — Cuando salgamos del sumidero, mira por última vez la estatua... — Su hermano la miró confuso. — Es lo que hizo mamá justo antes de irse para siempre. —

 

MARCUS

Terminada la conversación con Nicole, se dio cuenta de que todos habían terminado ya de despedirse. Llegaba el momento de irse. Miró a todos y sonrió. Igualmente, quería dedicar un último abrazo a sus anfitriones. — Tío Frankie. — Le dijo un poco más serio, aún en el abrazo. — Mi abuela... nunca ha dejado de hablar de vosotros. De los dos. — Le miró a los ojos, y vio los suyos emocionados. — Yo también les echo mucho de menos... a los dos. — Sonrió con tristeza. — Ella fue más valiente y se quedó, a pesar de la ausencia de Arnold. — Marcus devolvió la sonrisa triste, pero Frankie, que no quería tristezas, bromeó. — Pero yo nunca fui Gryffindor. — Ambos rieron, pero Marcus, con el corazón en la mano, dijo. — No hay mejor compañía que un Hufflepuff, tío Frankie. Para todo. Todos lo sabemos: sois los mejores. —

Fue junto a su novia, Dylan, Edward y Aaron. Se miraron todos y sonrieron. Qué diferente había sido la ida, y qué dulce era la vuelta. Volvió la mirada a su familia y, con la emoción un poco más controlada, les miró a todos: sus sonrisas, su efusiva despedida, su alegría y esa sensación de familia que les había acompañado todo este tiempo. Alzó la mano que no agarraba la de Alice para moverla a modo de despedida. — Nos vemos en Irlanda. — Dijo, más para sí que para ellos. Escuchó las palabras de Alice a Dylan y miró a Aaron. Este le miró y le devolvió la sonrisa. — Lo dicho: tengo el mejor referente. — Dijo el chico con voz íntima, y le vio alzar la mirada a la estatua, diciendo. — Gracias, tía Janet. — Justo antes de que todos, tras el último vistazo, se lanzaran por el sumidero de la aduana, en el caso de Marcus, con un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos. Adiós, Nueva York. No sé si volveremos a vernos.

Se sacudieron un poco la emoción en base a intentar meterse con Edward mientras él repasaba que absolutamente todo estaba requetelisto y ellos alegaban tanto control a las ganas de distraerse tras su despedida de Nicole (como si Marcus no fuera igual de controlador). Avanzaron en la cola haciendo apuestas de en qué país acabaría Aaron haciendo su residencia definitiva y, justo mientras se acercaban al traslador, hicieron cosquillas a Dylan y le pusieron deliberadamente nervioso ante el inminente reencuentro con la familia. Lo cierto era que todos estaban nerviosos, cada uno por sus propios motivos. Marcus... por muchos. Por ver a sus padres, por cómo sería el reencuentro de Dylan con los Gallia... de Alice con su padre...

No había más tiempo de pensar, porque ya estaban ante el traslador que iniciaría su viaje de vuelta a Inglaterra. Se miraron, sonrieron y, todos a la vez, agarraron el primer transporte. Varias aduanas y dos horas después, agarraron el último, respirando hondo. Tras un fuerte tirón, aterrizaron en la aduana de Londres. — ¡¡Papá!! — Gritó Dylan, alegre, cuando Marcus aún estaba abriendo los ojos, corriendo a toda velocidad hacia William. El hombre se arrodilló para recibirle en sus brazos, deshaciéndose en llanto nada más abrazarle. Todos estaban conteniendo el aliento, deseando abrazar a Dylan... pero alzaron la mirada y les vieron. Marcus sonrió, tomó la mano de Alice y avanzó con paso decidido hacia toda su familia, todos juntos, los Gallia al completo, sus padres y su tía Erin. Dedujo que sus abuelos no habían querido presionar de más y les debían estar esperando en casa. Se acercó a ellos, pero conforme les tenía más cerca apremió el paso, ya viendo a sus padres... y no pudo evitar soltarse de su novia cuando estaba a escasos pasos y vio que ambos se acercaban a él, para abrazarles con fuerza. — Hijo. — Susurró su padre, abrazándole con fuerza, y también Emma. Sollozó un tanto, nervioso. No había pasado más tiempo sin ellos que en cualquier periodo en Hogwarts, pero las circunstancias habían sido muy distintas. Se separó, lloroso, y les miró a ambos. — Qué bien lo habéis hecho. — Le dijo su madre, con sus manos en sus mejillas y mirándole a los ojos. — Estamos muy orgullosos de vosotros. —

 

ALICE

Con las lágrimas brotando antes las despedidas y las palabras de Aaron se dirigió como ausente, como en una nube, hacia el traslador. El viaje de ida se le hizo caluroso, agotador y desconcertante, cuando se bajó en Ellis Island no sabía ni dónde estaba arriba ni dónde abajo, pero ahora era como si una flecha apuntara su camino más claro que nunca, como en una brújula, y aun así… Se agarró a Marcus y Dylan e intentó visualizar… Inglaterra. Porque ahora mismo, si visualizaba su casa, se le ponía un nudo en la garganta.

Los trasladores eran ciertamente incómodos, pero rápidos, y antes de que pudiera prepararse mentalmente, estaban en Inglaterra. Su hermano no perdió ni un segundo, y salió corriendo hacia su padre, y ella casi ni lo veía, con el nudo que hacía con su hermano, solo sus dos cabezas rubias muy juntas en el abrazo. Pero a ella no le salía correr hacia su padre, cosa que a Marcus sí, que fue como si volara hacia Arnold y Emma. Ella quería correr hacia allí también, tener un reencuentro, pero era el momento de Marcus y sus padres, no podía meterse en medio. Aaron le puso una mano en el hombro. — Venga, Alice, que te están esperando a ti también. Ve aunque sea con tus tías. — Y levantó la mirada y la cruzó con los ojos inundados de su tata. — ¡Gal! ¡Ven aquí! — Dijo lanzándole los brazos y fue con una sonrisa.

Su tata la abrazó más fuerte que en toda su vida, y Erin estaba allí también rodeándolas a ambas. — ¿Cómo se puede ser tan puta ama? — Siendo Ravenclaw, pero no le digáis a mi sobrino que he dicho eso. — Mi Alice… ¿Cómo se puede ser tan fuerte, tan madura? — Se separó de ella y la cogió de las mejillas. — Tú eres el pilar que sostiene esta casa de locos, te lo debemos todo. — Eres una valiente, y te lo está diciendo una Gryffindor que cepilla dientes a dragones. — Y ahí sí que Alice se echó a llorar y dijo, con el corazón en la mano. — Cómo os he echado de menos. — Había estado tan centrada en sacarlo todo adelante, había estado tan enfadada, que no había sido capaz de ver cuantísimo había echado de menos a su familia, al menos a parte de ella.

— ¡Mi niña! — Oyó a su lado. Y antes de poder reaccionar, ya tenía a Arnold encima. — Ya estáis en casa, ya puedes descansar. — Y ella le devolvió el abrazo con un suspiro de alivio. — ¡Arnold! — Le llamó Dylan, aunque aún estaba en brazos de la tata, siendo estrujado. — ¡Pero quién será este patito tan enorme que su tía no puede ni sujetarlo! — Y justo por detrás llegó Emma, que también la abrazó, y, al separarse, le acarició el pelo, colocándoselo. — Estoy muy orgullosa de ti. Y si tu madre estuviera aquí estaría hinchada de orgullo, no cabría en sí. Eres una mujer fuerte e inteligente, eres digna de la admiración de todos. — Y ahí ya sí que se desbordó, y Emma volvió a abrazarla. — Alice, ve a abrazar a tu padre, que tu hermano está mirando, lo que tengáis que hablar, lo hablareis en otro momento. — Susurró mientras seguían abrazadas.

Ella se separó y miró a su padre, que hablaba con Aaron, que claramente le había leído la mente y había ido a parapetarlo de alguna forma. Pero en cuanto vio que le estaba mirando, dijo. — Pajarito… — Y se dirigió hacia él, abrazándole en silencio. — Mi niña… Mi pajarito, has vuelto a casa… Hija, te lo debo todo, no sé qué haríamos sin ti, mi niña… — Y ella se dejó abrazar, simplemente, se quedó allí, dejando salir las lágrimas. Había tenido miedo de que Dylan pudiera sentir de ella que no quería estar en ese abrazo, pero al menos sentiría más fuerte el alivio de sus lágrimas pudiendo fluir libres. — Vámonos a casa. Los abuelos tienen que estar como locos por ver a Dylan, y echo mucho de menos la cocina de las abuelas. Te apuesto lo que quieras a que deben de estar compitiendo ya. — ¡No lo sabes tú! Me compadezco del abuelo Larry y el pobre Robert que están de moderadores. — Dijo alegremente Arnold. Se separó de Marcus y dejó que su padre le abrazara a él también, mientras ella rodeaba a Dylan. — ¿Lo ves, patito? Nunca más volverán a separarnos. — Y eso sí que podía prometerlo.

 

MARCUS

Estaba emocionado desde esa mañana, y conteniendo durante un mes (aunque sí que había tenido varios estallidos, aunque insuficientes en comparación con lo sufrido). Sin embargo, ya de vuelta, feliz y con ganas de ver a los suyos, no pensó que se rompería de forma tan incontenible. Se limpió las lágrimas y su padre le buscó la mirada. — Eh, hijo. — Le dijo, emocionado. — Ya está. Ya estáis aquí. Lo habéis conseguido. — Asintió, pero las lágrimas le seguían cayendo. Cuando logró contenerlas, tomó aire y... ¿dónde se había dejado a Alice? Oh, la había soltado y se había perdido en el abrazo de sus padres.

Como estos detectaron su mirada, y también tenían ganas de verla, fueron hacia ella, y Marcus con ellos. Había podido contener las lágrimas y ahora estaba feliz, con una sonrisa de oreja a oreja, viendo tanto orgullo y alegría y sintiéndose victorioso. — A ver dónde está mi caballero andante, que lo espachurre yo. — Marcus rio a carcajadas y se dejó abrazar por Violet, mientras sus padres estaban con Alice y Dylan. Luego se dirigió a su tía Erin, y al abrazarla, notó cómo soltaba aire retenido en los pulmones. — Te hemos echado de menos, sobrino. — Dibujó una sonrisa cálida y, al separarse, la miró. — Ahora como eres una señora de tu casa… — Erin soltó una carcajada, dándole un empujoncito en el brazo. — Qué tonto. Lo que pasa es que la familia no deja de liarnos para retenernos aquí. — Bromeó, pero conocía a su tía. Tenía el color de la cara perdido, como cuando pasaba mucho tiempo encerrada. Las dos debían estar deseando salir volando y poder disfrutar de su tan adorada libertad sin tanto drama.

Al girar la mirada, comprobó que Alice abrazaba a William. Ahora fue él quien suspiró con alivio, y miró a los demás... pero Aaron tenía la mirada baja, y su madre le miraba a él como si quisiera mandarle un mensaje que solo ambos entendían. Frunció los labios. Debía ser muy ingenuo para pensar que Alice quitaría de inmediato todas sus reservas hacia su padre después de lo ocurrido. Pensó que se ablandaría al verle... Había pecado más de esperanzador que del conocimiento que tenía de su novia.

Cuando Alice se separó de William, él sonrió al hombre y fue a abrazarle. — Eres una bendición... Siempre lo has sido... — Le dijo, emocionado. Marcus tragó saliva, y respondió, aún en el abrazo. — Sois mi familia. Y mi familia es lo más importante, William. — El hombre le abrazó con fuerza antes de soltarle. — Todo va a ir bien. — Le susurró, igual pecando de exceso de confianza en su propio poder sobre Alice y las circunstancias, mirándole a los ojos. Pero William era para él una persona muy importante, también la familia, como acababa de decir. No se iba a romper si estaba en su mano evitarlo. Eso era cuestión de tiempo y de dejar las cosas reposar. Y no podía ver más sufrir a ese hombre.

— Volvamos a casa. — Dijo Arnold, alegre, pasando un brazo por encima de los hombros de Alice, y el otro sobre los de Aaron. — ¿Podemos llamarte ya inglés con propiedad? — El chico soltó una risita. — Ojalá... Creo que, al paso que voy, seré un ciudadano del mundo, así en general. — Ya somos tres, entonces. — Comentó Vivi, del brazo de Erin. — Venga, que la abuela Molly se va a aparecer aquí y nos va a azuzar a todos con un hechizo como no vayamos ya. — Y, entre risas, aparecieron en casa O'Donnell, donde aguardaban los cuatro abuelos.

— ¡Mis niños! — Chilló Molly la primera, pero quien estaba en primera línea, expectante por abrazar a Dylan, era Helena. Vio cómo Robert parecía desinflarse ante la escena, pero posó los ojos en Alice, hacia quien fue directo mientras Helena achuchaba a Dylan y lloraba junto a él. Marcus aprovechó para correr hacia sus abuelos, aunque Molly estaba más adelantada. Lawrence se acercaba por detrás a pausados pasos, como el mago sabio que era, mientras su nieto y su mujer se abrazaba. — Mi niño. Lo más bonito de Inglaterra y de Irlanda y ahora de América también. — Le decía mientras dejaba sonoros besos en su mejilla, haciéndole reír. — Ay mi niño, cómo te hemos echado de menos. Ay, que estaban tus padres en un vilo, y mira mi Arnie, que se sale del pellejo. — Era un poco indescifrable el discurso entre tanto beso, y Lawrence estaba ya a su altura, pero su abuela le había atrapado como una araña a una mosca en su tela. — Escríbele a tu hermano, por Merlín, que está el pobre mío que no duerme. — Lo sabe ella, que pasa todos los días por la sala común de Slytherin a comprobarlo. — Bromeó el hombre, haciendo a la mujer chistar. El movimiento le facilitó separarse e ir hacia su abuelo. — Qué importante es lo que has hecho, hijo. — Estaba haciendo un gran esfuerzo por no echarse a llorar otra vez. Pero ya estaba en casa. Juntos, y a salvo.

 

ALICE

No dudaba de que su familia recibiría a su novio como un héroe también, y ella simplemente mantuvo la sonrisa emocionada, mentalizándose de aprovechar el día, de que Dylan lo sintiera feliz antes de tener que irse a Hogwarts, que bastante clase había perdido ya. — No seas tan empollona, anda. — Le susurró Aaron. Ella suspiró y ya le iba a regañar por leerle la mente, pero allí llegaron Vivi y Arnold, y ella simplemente participó de la conversación. — Mira, si quieres ver el mundo, pégate a estas dos, les salen contratos por todas partes. — Yo quiero playita, si me preguntan, y vivir la vida hippie. — Para eso Grecia. — Dijo su tata. — ¿Qué es hippie? — Preguntó Erin bajito. Definitivamente, estaban en casa.

Al menos fueron a casa O’Donnell, y eso ya le quitó un peso inicial de encima. Que fue inmediatamente sustituido por una angustia brutal al ver a su abuelo. Estaba consumido, tenía unas ojeras tremendas y muy mal aspecto. Dylan corrió a por memé, pero ella solo veía a su abuelo. — ¡Alice! — Dijo tembloroso, alzando hacia ella los brazos. — ¡Abuelo! — Lo abrazó, pero inmediatamente se separó para mirarle. — ¿Qué te ha pasado? — Cogió su muñeca para comprobar el pulso e inspeccionó sus pupilas. — Nada, hija, nada, no te preocupes, por Merlín… — Aquellos ojos agotados la miraron llenos de lágrimas y con una amplia sonrisa. — Ahora habéis vuelto, eso era todo lo que necesitaba. — ¡ABUELO! — Gritó su hermano, lanzándose hacia él. Vio cómo su padre se acercaba a su abuela, que estaba llorando, y sus tías también se aproximaban. Se acercó a Vivi y susurró. — ¿Pero qué le ha pasado? — Su tía suspiró. — Ha sido imposible saberlo. El médico solo decía que había que controlarle la tensión, y que le diera el sol y el aire, que paseara, cuidara la alimentación… — Tata, por favor. — Vivi se encogió de hombros. — ¿Qué te digo, Alice? Theo insistía en que era una depresión… — ¿Theo? — Sí, Theo. Jackie y él han estado todo el tiempo con nosotros y con tu padre sobre todo. Hoy querían dejarnos espacio y se han ido cada uno con su familia… — Pues ya estaba tardando en hablar con ambos y agradecérselo bien fuerte.

Se acercó a Molly y Larry y recibió la bienvenida de abuela irlandesa de Molly. — ¿Y MI NIÑA? Menos mal que me la estaban cuidando irlandeses. Aun así, aquí te vamos a cuidar mejor entre todos, tienes que descansar y recuperarte. — Ella sonrió. — Abuela, que estoy bien, me han cuidado divinamente. — ¡A UNA ABUELA NO SE LA ENGAÑA! Yo conozco esos ojitos. — Entornó los ojos hacia Robert y dijo. — No está tan mal como parece, hija, de verdad, ya está, y mira, Dylan le está devolviendo años de vida. — Larry y Marcus se incorporaron y el hombre la miró con cariño. — Habéis sido unos nietos maravillosos. Comparado con esto, la licencia va a ser una tontería. — ¡Ay, calla ya con la licencia! Si no para “a ver si vuelven a tiempo para el examen de piedra” todo el día, y mirando el calendario como si fuera a pasar más lento… Ya se hablará en otro momento. — Molly se giró hacia Dylan y abrió los brazos. — Yo de momento voy a ver A MI NIÑO RUBIO. ¡MÍRALE CÓMO HA CRECIDO! — Dylan corrió hacia ellos también. — Me creció hasta barba, abuela. — ¿Uy sí? Pues yo no la veo eh. — Dijo haciéndole cosquillas. — ¡Que sí! ¡Que me la hizo Betty para salir! — ¡Pero bueno! Cuidado con el diablillo este que sale por ahí y todo… —

Todos empezaron a entrar, y ella sintió que necesitaba un momento, y tiró de la mano de Marcus para que se quedara a la entrada con ella. Algún Gallia iba a protestar, pero Emma entró en modo prefecta Horner, y Alice pudo aprovechar para tomar las dos manos de Marcus y mirarle a los ojos. — Mi amor… hemos vuelto. Lo hemos logrado de verdad. Estamos en casa. — Los ojos volvieron a anegársele en lágrimas y acarició el rostro de su novio. — Eres el amor de mi vida, y mucho más valiente de lo que piensas. Eres un novio maravilloso y eres una de las personas más importantes de la vida de Dylan. — Se lanzó a sus labios en un beso cargado de amor y agradecimiento, aún tomando su rostro. — Te amo, Marcus O’Donnell. Gracias por todo lo que haces por mí… — Tragó saliva y dijo. — Ten siempre claro que yo haría lo que fuera por ti. — Dejó otro breve beso y suspiró. — Digamos que me está… costando todo esto. Por si me ves con la cara por el suelo o agobiada… Solo es tener que volver a enfrentarme a todo esto. — Cogió sus manos y las besó. — Vamos dentro. —

 

MARCUS

La mención de su abuelo a las licencias le hizo reír. — ¡Venimos deseándolo! — Eso provocó un sonoro suspiro de desaprobación de su abuela que aumentó su risa, pero su abuelo estaba bien orgulloso de sus palabras. No era ninguna mentira: ambos deseaban recuperar su vida, y entre sus objetivos, el más destacado era sacarse la primera licencia cuanto antes. Le revolvió los rizos a Dylan cuando dijo lo de la barba, feliz, viéndole siendo achuchado por sus abuelos, y comprobando el estado de Alice de reojo. Quería verla feliz, pero si la conocía de algo, seguro que estaba tensa.

Aún le quedaban dos personas por saludar, por lo que se giró hacia los abuelos Gallia. Robert estaba... realmente mal. Le abrazó afectuosamente y Marcus no pudo evitar preocuparse por su salud, pero el hombre respondía con evasivas, asegurando que estaba mucho mejor ahora que tenía a sus nietos de vuelta. No era de extrañar que estuviera tan preocupado y que eso le hubiera pasado factura... Esperaba que mejorase, efectivamente, por tener a sus nietos de vuelta. Helena le dio otro fuerte abrazo. — Ay, Marcus. Menos mal que has ido, menos mal. — Todo el mérito es de Alice, señora Gallia. — Ya, pero menos mal que has ido. — Bueno, al menos Alice no estaba por allí para oírlo, y él fue educado y se trasladó a otro punto rápidamente. La relación entre ellas siempre había sido tensa y no necesitaban discutir nada más llegar. Y él no iba a cesar en su empeño de dejar clarísimo que todo aquello había sido gracias a Alice.

Fue a entrar junto a los demás cuando Alice le detuvo, y solo con una mirada supo que necesitaba un rato a solas. Su madre también lo detectó, porque arreó a los demás como si fueran ovejas al interior de la casa, dejándoles un poco de intimidad en la entrada. Sonrió con calidez. — Claro que lo hemos logrado. No hay nada que no podamos lograr. — Dijo, tomando también sus manos. La miró a los ojos, sintiendo su caricia y sus palabras, y chasqueó la lengua. — Me estaba costando mucho no llorar. — Dijo en tono distendido, como si no se hubiera deshecho nada más ver a sus padres. Recibió su beso y contestó, de corazón. — Yo también te amo, Alice Gallia. Iría contigo a cualquier parte, a ver cómo lo ganas todo. Porque esto ha sido tu éxito, los dos lo sabemos. — Sonrió levemente. — Lo sé. — Los dos harían lo imposible por el otro, se amaban profusamente.

Soltó levemente el aire por la nariz y dejó una caricia en su mejilla. — Lo sé, mi amor. — Puso ambas manos en su cara y, graciosamente, le alzó la mirada, buscando la suya. — O sea, que si estás un poquito menos preciosa hoy que de costumbre, que no me asuste. — Bromeó y chasqueó la lengua de nuevo. — Dudo que lo estés, pero bueno, gracias por el aviso. — Rio levemente y separó sus manos. — Esto... sobrepasa un poco, lo sé. Pero deseábamos volver. Solo... tenemos que intentar... llevarlo lo mejor que podamos. Y si alguien dice algo que nos descuadra... darle dos vueltas mentales antes de responder. Como hacemos cuando un profesor dice algo que no nos convence. — Le guiñó un ojo. En otras palabras: si Helena hacía algún comentario fuera de lugar, mejor pensárnoslo dos veces antes de reaccionar. Por la paz del grupo.

Tomó su mano. — Vamos. Esto no es peor que lo que llevamos, y seguimos juntos. — Dijo, esperanzador. Entraron al comedor, donde todos les esperaban y su abuela ya iba y venía corriendo y disponiendo toneladas de comida. La miró con una ancha sonrisa. — He echado mucho de menos tus comidas, abuela, PERO, un poco menos porque, y esto te va a gustar, la tía Maeve es una buena irlandesa y nos ha tenido muy bien alimentados. — La mujer juntó las manos con una risa graciosa. — ¡No me cabía duda! Tienes que contármelo todo sobre la familia. — Son muy guais, y nos vamos a ver en Irlanda en Navidad. — Dijo Dylan con naturalidad, claramente eufórico por la vuelta y sin medir, y Marcus notó la tensión del ambiente en el acto. Helena le estaba mirando con una ceja arqueada y, con toda la dulzura de la que pudo echar mano, preguntó. — ¿En Irlanda en Navidad, cariño? — Y, para arreglarlo, Dylan miró a Alice, como pidiéndole permiso. Marcus tragó saliva, pero lo intentó arreglar antes de que se pusiera peor. — Oportunidades de vernos, tendremos. Ahora que hemos hecho tan buenos lazos, quizás quieran venir a vernos a Inglaterra. — ¡Aquí tienen su casa, desde luego! — Apresuró Arnold, que también había detectado el percal. Molly, por su parte, hizo que a cada uno le cayera una buena ración de pastel del pastor. — Aquí, por lo pronto, tenemos la comida irlandesa ya servida. —

 

ALICE

Las palabras de Marcus eran todo lo que necesitaba para coger fuerzas antes de entrar y enfrentarse a las conversaciones que tenía pendientes. Rio con lo de un poquito menos preciosa. — No me hables del asunto, que debo tener una cara entre el cansancio, la tensión y los llantos que no lo quiero pensar. — Suspiró ante su recomendación y le miró a los ojos. — A saber qué te habrá dicho mi memé en los diez segundos que ha tenido para hablarte, como para que me digas eso. No quiero ni saber. — Asintió y besó su mano. — Sí, mi amor, cuidaré de mis oídos y mis caras según lo que escuche. Te prometo que me porto bien… — Tragó saliva. — Aunque me estoy viendo venir que esta va a ser nuestra primera noche separados… Mañana me presento aquí en cuanto me levante para hacer planes. — Y ya sí, entraron, porque iba a quedar raro alargarlo más.

En principio, la cosa empezó alegre. — Maeve nos recordaba mucho a ti, abuela. Y Frankie es adorable. — Molly sonreía feliz. — Mi hermano siempre ha sido un trozo de pan, pero necesitaba una mujer como él, pero con más carácter, porque si no es que tiene una poca sangre… — Alice rio y negó. — No, mujer. Pero sí que se deja hacer un poco, me dejó cambiarle el jardín entero, y ahí al final terminó liado todo el mundo: Betty, Frankie Junior… — Y entonces los ojos de Molly se iluminaron. — ¡Ah, demonio de muchacho! Ese sí que me recuerda a mi hermano Arnold. Es el único que ha sacado toda esa caradura… Cuando vinieron de pequeños a Ballyknow lo vi clarísimo, ese era el descendiente de mi hermano mayor. — Y entonces oyó intervenir a su hermano y la tensión de su abuela y trató de no envararse de más, aunque se sirvió más pastel del pastor de la cuenta. — Los Lacey se han implicado a tope con todo esto, y nunca habría podido conseguir nada en Nueva York sin ellos. Lo menos es dejar que algunos días Dylan los pase con nosotros también y puedan verlo. — Dijo con tono firme pero tranquilo. No iba a admitir réplicas de nadie sobre lo que podían o no podían hacer ellos con los Lacey. — ¡Y a Maeve! Maeve Junior, no la abuela, la nieta, que me hice su amigo en Ilvermony. — Vivi rio y le picó en la mejilla. — No veas el señorito, qué rápido hizo amistad. — Su hermano se encogió de hombros y siguió comiendo. — Me buscó ella. — Eso hizo reír a gran parte de la mesa. — Cada día te pareces más a tu padre, condenado. — Él alzó las palmas de las manos. — A ver que es mi amiga. Solo la invitaba a escuchar los cuentos y nos hacíamos preguntas, en Ilvermony te dejan que las chicas entren a la habitación. — Arnold agitó la servilleta antes de ponérsela en el regazo y dijo. — Definitivamente, William. — Y de nuevo risas, aunque podía notar el escándalo de su abuela. — Esos americanos… Así les irá. —

Erin y Vivi seguían haciendo preguntas de todo sobre América, y Molly se reía y aportaba, mientras su padre miraba a Dylan hipnotizado, pero en un momento pareció recordar algo y levantó los ojos hacia ella. — ¿Cómo están Wren y Nicole? — Bueno, iba a quedar raro si no respondía. — Pues el señor Wren muy mayor, apartado de sus funciones, por culpa de Peter Van Der Luyden. Siempre sospechó que él ayudó a mamá a escaparse e hizo todo lo posible por hundirle, pero él fue listo y puso a Nikki en su posición. Si no fuera por sus contactos y los de Howard, habríamos tardado años en hacer esto. — Bebió un poco de agua. — Bueno y por el primo George. Él conocía al notario de los Levinson y averiguó que Teddy estaba en la quiebra y todo eso fue lo que nos ayudó a entender qué pasaba. — Miró a Molly y sonrió. — Le debo mucho a todos y cada uno de los Lacey de mi vida. — La mujer pasó la mano por encima y la estrechó. — Uy, cariño, es que mi Georgie siempre ha sido muy serio y trabajador, porque su padre es quien es, y Maeve le ha criado prácticamente, aunque no sea su madre, le ha transmitido muchas cosas. Y todos habrán estado encantados de ayudarte. — No se iba a cansar de decirlo. — ¿Te preguntaron por mí? — Dijo su padre en medio de la conversación. Alice suspiró y le miró. Trató de dejar las reticencias y el enfado de lado y contestó. — Mucho. Te admiran mucho, papá, para Wren siempre serás el hombre que protegió el MACUSA, nunca lo va a olvidar. — Su padre rio un poco. — Pues vaya disgusto se llevaría cuando le sacaras de su error. — Ya estamos con los victimismos, se dijo mordiéndose las mejillas. — Yo no he sacado de ningún error, papá. Tú salvaste el MACUSA, eres un gran mago, esa es la verdad. — Él volvió a reír. — Bueno, para lo que sirvió… — Sirvió. — Intervino Aaron, que había estado muy callado. — Hace un año, en Nueva York… Dos aviones nomaj se estrellaron contra dos rascacielos. Fue intencionado. — ¿Cómo? — Preguntó Molly abriendo mucho los ojos. — Fue un ataque, entre muggles, sí, pero también lo era la Guerra Fría cuando tú estuviste allí, y fue tu escudo lo que les hizo sentirse protegidos ante una amenaza. — Completó Alice. — Eres un héroe, tío William, y que nadie, ni tú mismo, te quite eso de la cabeza. — Tuvo que admitir que le emocionó que Aaron le llamara así, y la sonrisa orgullosa de su hermano también.

— Yo hubiera presumido de ti, papi, pero decidí no hablar hasta que la hermana viniera a por mí. — Ese es mi chico listo. — Dijo Emma guiñándole un ojo y con una sonrisa orgullosa. — No podía esperar a comer comida de las abuelas y a dormir en mi camita, sabiendo que papá está abajo y Alice al otro lado del pasillo. — Sintió varias miradas sobre ella, pero simplemente rebañó con el pan, como si nada. — Pues claro, patito, que dentro de dos días te vas a Hogwarts y otra vez a cambiar de cama. — Sí, estaba dando por hecho que se quedaría en su casa, pero es que lo haría al menos hasta que Dylan se fuera, luego ya hablarían. — ¡Bueno! No puedo esperar a ver la fiesta que me montan en la sala común. — ¡Pero bueno! ¿Quién es este niño? — Preguntó Arnold en tono claramente de broma, y su tata distendió más aún. — ¡Un digno sobrino de su tata! Que me ha dicho un pajarito por ahí que saliste de fiestuquiiii… — Cómo lo echaba de menos. Sus dos familias, juntas, picándose, riéndose… Cómoda cómoda no estaba, pero podía disfrutar de momentos así.

 

MARCUS

El comentario de Alice no aliviaba mucho la tensión, porque dejaba implícito que ella también pasaría fuera las Navidades, y veía a Helena con más ganas de preguntar. Era el primer día, ya habría tiempo para planificaciones. El propio Marcus había dado por hecho que se turnarían, que Alice también tenía que estar con su padre y su hermano. Mejor cambiaban de tema, que aún faltaba mucho para Navidad y todos estaban contentos pero tensos.

Los comentarios de Dylan sobre su breve pero unida amistad con Maeve en Ilvermorny aliviaron el ambiente y le hicieron reír... Al menos hasta cierto comentario. — ¿Cómo que entren a la habitación? — Hubo risillas entre dientes y Dylan le miró con expresión de diablillo. — Sabía que no te lo había contado. — Miró a los demás y, con toda la soberbia con la que pudiera hablar un Hufflepuff, dijo. — Y no solo en Pukwudgie, en todas las casas. Para que luego nos digan. — Marcus alzó los brazos y los dejó caer con una expresión que hizo mucha gracia al resto de presentes.

Le hubiera dado mucha ternura y alegría hablarle a William de Wren y Nicole si no fuera por la tristeza que seguía emanando, que hacía que el aura, como diría Oly, se tiñera bastante de melancolía. A la mención de George, entornó los ojos a su madre y, con una sonrisilla, le dijo. — Te encantaría la prima Sandy. — Con un tono y una mirada que solo entendían ellos dos, lo que hizo que Emma entornara también los ojos y sonriera. Mensaje captado: perfil de persona a la que Marcus fácilmente puede llevarse a su terreno y que Emma no soporta. Ni siquiera necesitaban ser legeremantes para entenderse solo con miradas en eso, su vena Slytherin se lo permitía. Miró a Alice y a su abuela y sonrió, satisfecho de lo que iba a decir. — Tenemos una gran familia irlandesa en América. — Miró a su abuelo y, con cariño, añadió. — Es que Irlanda se lleva en la piel. — Su abuelo le devolvió una mirada emocionada. Marcus se sabía todas y cada una de las historias de noviazgo de sus abuelos, porque era un romántico de nacimiento, muy familiar, muy curioso y, por qué no decirlo, su abuela hablaba por los codos. De hecho, ahí estaba, emocionada y diciéndole a Alice. — Yo le decía eso a mi Larry al principio de conocernos, porque él siempre estaba... — Hizo un gracioso gestito con las manos acompañado de un ruidillo. — ...Por ahí. — Formándome y estudiando. — Precisó él, con una ofensa más comedida a cada vez que tenía que especificarlo. — Que dicho así parece que andaba de fiestas. — Nadie que te conozca un poquito pensaría que andabas de fiestas, mi alquimista. — Dijo la mujer con cariño.

William volvió a intervenir. Bueno, sabían que la vuelta iba a ser compleja. Marcus le miró con leve sorpresa cuando William empezó a quitar mérito a su actuación para el MACUSA, pero dejó que Alice lo explicara. Quien no esperó a las explicaciones de la hija fue Aaron, pero su aportación ayudó bastante. Sonrió. — Para mí siempre fuiste un genio. — Dijo con cariño, pero por volver a aportar un toque distendido, dejó caer los párpados y añadió, chulesco. — Y, como buen Ravenclaw, el tiempo acaba dándome siempre la razón. — Pero si tú no estabas ni pensado cuando William fue al MACUSA. — Replicó, divertido, Arnold. Vivi soltó una carcajada. — La que no estaba pensada era aquella. — Señaló a Alice. — Pero a este lo empezasteis a pensar en las reuniones de prefecto, lo sabré yo. — Varios rieron con ganas (no Emma, por supuesto).

Miró de reojo a Alice. Él también consideraba que lo mejor era que estuviera con su padre, que ella le quería con locura y se le iba a pasar poco a poco el enfado en cuanto recobraran la normalidad. Sin embargo, ahora estaba incómoda, se le notaba en la cara. Disimularían todo lo posible mientras Dylan estuviera allí, y Marcus confiaría en que ese par de días fueran lo que ella necesitaba para encontrarse mejor con William. El chico estaba contentísimo, de todas formas, y deseando llegar a Hogwarts, por lo que rieron con sus ocurrencias y con la forma en la que contaba la fiesta (a la que Marcus tuvo que ponerle muchos matices para que no les cayera ningún comentario burlón encima, pudiendo evitarlo solo en parte). Terminaron de comer y pasaron al postre, con un ambiente mucho más distendido... o eso quería pensar. William y los abuelos Gallia, con la comida ya terminada, parecían un tanto incómodos y con ganas de irse. Violet estaba mucho más relajada, por no hablar de Dylan, que no paraba de hablar y disfrutar de estar con su familia por fin. Marcus miraba a Alice de reojo. Su incomodidad no era la misma que la de su padre y abuelos: más que queriendo irse, parecía estar temiendo hacerlo.

Apretó su mano con un gesto de cariño, pero por el rabillo del ojo vio un movimiento que resultó ser su abuelo. — Bueno, a ver, un espacio para este anciano. — Entre risas echó a un lado la silla, porque su abuelo se había trasladado con la suya para meterse en medio. Miró primero a Alice. — Pasará. Ya lo verás. — Dijo simplemente, dejando la mano afectuosamente en su rodilla un segundo. Luego cambió el tono a uno de... Lawrence en esencia. — Tenemos que hablar sobre ese examen que decís que vais a hacer y para el que no paráis de darme largas. — Bromeó, haciendo a Marcus reír. — Abuelo, si por mí fuera habría hecho el examen en séptimo. — Menos zalamerías y más trabajar. — Les miró a ambos y, con ojos ilusionados, preguntó. — ¿Cuándo os veré por mi taller? —

 

ALICE

Las miraditas de Marcus y Emma, cómo se escandalizaban ante las políticas americanas, los piques entre la familia… Por fin se sentía en casa de verdad, el problema es que veía que se le iba de las manos esa sensación cuanto más incómodos y con prisas veía a su propia familia y más se alejaba la posibilidad de quedarse en casa de los O’Donnell. Hoy no, mañana tampoco, pero después ya veremos, se recordó a sí misma, aunque no fue capaz de probar ni un bocado más, por buena pinta que tuviera el postre.

Aceptó la mano de Marcus, y se aferró a ella como su puerto seguro, pero no le duró mucho, porque justo apareció por allí el abuelo Larry, aunque lo agradeció, porque con Larry ella siempre se destensaba mucho, y estaba segura de que venía a hablar del tema de la licencia, y eso le interesaba pero mucho. Rio un poco a lo de las largas. — Hemos tenido un temilla en medio. — Siguió la broma. — Pero estoy con mi novio en eso, lo habríamos hecho ya. — Lawrence rio entre dientes, y cuando hizo la propuesta, Alice ni se lo pensó. — Dentro de dos días. — No le había preguntado a Marcus, pero dudaba que le molestara. — Mañana… quiero pasar el día con Dylan, pero pasado, vamos a llevarle a Hogwarts y en cuanto volvamos, podemos ir a verte al taller ¿verdad? — Dijo mirando a Marcus. Casi podía notar la incomodidad de todos los Gallia. Sí, voy a llevarle con Marcus, mi padre puede venir, pero nos hemos ganado ser nosotros quienes lo llevan y lo traen, pensó con resentimiento, pero no iba a decirlo delante de los O’Donnell. — ¡Eso es magnífico! Porque, veréis, hay una convocatoria de examen oficial para el treinta de octubre… Y, sin presiones, pero me encantaría que… — Sin presiones dice, lleva planeándolo todo, con programa a cuatro colores incluido, desde que supo que volvían a tiempo… — Dijo Molly. Arnold le puso una mano el brazo, porque debía habérsele cambiado la cara al imaginar un examen de alquimista licenciado en menos de un mes y medio. — Bueno, no es una carrera, solo si os veis preparados y se puede, quizá Alice quiera consultar… — No. Estoy deseando empezar a sacarme las licencias, especialmente piedra y hielo, son las básicas y no me gustaría perderme más tiempo sus ventajas. — Ganar mi propio dinero, tener libertad para irme cuando considere… En fin, esos detalles que en su cabeza tenían más sentido. Apretó la mano de Marcus y sonrió. — Estoy deseando que nos pongamos con ello. — Son mentes brillantes los dos, no tienen por qué perder tiempo en ponerlas al servicio de algo tan importante como la alquimia. — Emma siempre cuando se la necesitaba. — ¡Pues no se hable más! Nos vemos pasado mañana. — Lawrence, como le solía ocurrir, se refugió en lo que le interesaba y se levantó tan contento.

Como Alice no era de alargar lo de enfrentarse a situaciones desagradables, suspiró un poquito y acarició la mejilla de Marcus. — Creo que es hora de irnos. En verdad es tarde, y hay mucho que hacer. Aaron, tú… — Aaron se queda con nosotras. — Dijo su tía de repente. Alice alzó una ceja. — Si vuestro apartamento solo tiene una habitación. — Pero duermo en el salón. — Yo me sé un hechizo que es para transformar casi cualquier cosa en una cama. — Aseguró Erin con una sonrisa. Ya, que quería que se quedaran solos con su padre… Ella mantuvo la sonrisa y dijo. — Bueno, pues nada, ya que nos hemos apañado tan bien, vamos a retirarnos, que con el jet lag y todo, menuda locura. — Se levantó (quizá un poco bruscamente) y todos la imitaron, camino de la puerta. Como todos se estaban despidiendo entre todos, celebrando que las cosas volvían a estar como antes, se dirigió a la única persona que no lo iba a sentir tan así, y que sí que iba a echar cosas de menos.

Sin separarse mucho de los demás, tiró un poco de su mano y lo apartó. — Voy a echarte de menos todas las noches que estemos separados. — Dijo en voz baja. — Pero tenemos las estrellas, la palomita… — Acarició su mejilla y le dio un beso fugaz. — Descansa, mi amor. Nos vemos en dos días en mi casa, por la mañana, para que llevemos a Dylan, y después… — Suspiró y trató de sonreír. — Miraremos al futuro. —

 

MARCUS

Rio levemente. Solo a su abuelo se le ocurría que, después de todo lo vivido, iban a poder presentarse en apenas mes y medio al primer examen de licencia... No solo a su abuelo, al parecer. Debió notársele el desconcierto en la cara cuando Alice habló, mirándola con la expresión un tanto congelada, con la sonrisa aún estampada en la cara. Ella le miró y sonrió, y él sonrió de vuelta, pero su tensión debía ser evidente. ¿Cómo iban a prepararse ese examen en tan poco tiempo? No es que él quisiera estar perdiendo convocatorias, cualquiera que conociera mínimamente a Marcus lo sabría. Pero habían tenido un verano muy convulso, y lo que no quería era presentarse a las prisas y hacer algo cutre en su primer examen de alquimista, porque ciertamente, entusiasmo tenía mucho, pero prisa no tenía ninguna. ¿Por qué no esperar a la siguiente? Probablemente fuera en enero, o incluso a principios de diciembre, tampoco quedaba tanto. Miró de reojo a su madre y vio que esta le miraba, y tras mandarle lo que él sintió como un mensaje mental que reforzaba su teoría, habló para, por contra, reforzar la de Alice. Tragó saliva. Entre lo vivido y el jet lag no se sentía lo suficientemente lúcido como para descifrar el intrincado procesamiento mental de su madre, aunque ya se lo imaginaba: Alice estaba deseando salir corriendo de su casa, la conocían ya de sobra como para no saberlo; y si Emma no estaba de acuerdo con ello, se lo haría saber en privado. No iba a darle más motivos a los Gallia para tenerla de solucionadora de problemas.

Llegaba el momento de separarse y Marcus sabía que le iba a doler, pero viendo la determinación de Alice, la resolución cuando les interesaba de sus tías para llevarse a Aaron con ellas y las miradas de su madre, se sentía minúsculo. De ser una tortuga, estaría, como poco, dentro del caparazón en esos momentos. Lo dicho, no estaba tan lúcido como para hacer y deshacer entre mujeres con tanta fuerza y determinación. Mejor dejarse llevar un poquito, y esperar a la vuelta de Dylan a Hogwarts. Ahí haría parte de destrozos de la vuelta a Inglaterra, porque si algo tenía claro es que iba a haber unos cuantos.

Quería al menos unos instantes para despedirse de su novia, aunque no iba a ser con mucha intimidad: estaba toda la familia un poco pendiente de sus siguientes pasos. Sonrió levemente. — Va a ser raro no tenerte. — La miró con ternura. — Voy a echarte de menos. — Tomó aire y asintió, diciendo en voz más baja y muy en serio. — Úsala. La palomita. Sabes que puedo aparecerme en tu casa en un segundo, no dudes en pedírmelo. Cuando sea. — Después de todo lo vivido, no iba a desentenderse justo ahora, faltaría más. Devolvió su beso y dijo. — La eternidad es nuestra, mi amor. Ahora empieza de verdad el camino. Vamos a disfrutarlo. — ¿Estaba lanzando un muy sutil mensaje velado de que, quizás, tenían que hacer un camino un poco más largo y menos... rápido? Es que lo del examen en mes y medio de verdad que le había dejado el cuerpo del revés. O sería el cansancio.

Se despidió del resto de presentes, aseguró con Aaron que antes de irse se habían ganado una buena fiesta, para distender un poco en ambiente, y poco a poco se fueron yendo. Cuando vio a Alice desaparecer, sintió una repentina losa en el pecho que le hizo quedarse allí plantado, mirando a la nada, a donde había desaparecido, como si estuviera solo en medio de un páramo. Al dar la vuelta sobre sí mismo, sus padres, tras él, le miraban con sonrisas cálidas. Se la devolvió. — Bueno... estoy en casa. — Dijo, con un extremo esfuerzo por sonar aliviado, pero solo de escucharse a sí mismo, empezó a palpitarle el corazón y a darle muchas vueltas a la cabeza. ¿Cómo se hacía ahora para volver a la normalidad? De repente, la mente le iba a toda velocidad: el examen en mes y medio, él sin Alice después de tantos días juntos, Alice y William enfadados, lo mal que había visto a Robert, lo enfadada que estaba Helena, Dylan volviendo al curso con retraso, sus amigos no sabían nada de su vuelta, Aaron se iba a otro país en breves... Y... — ¡Lex! — Dijo de repente, abriendo mucho los ojos. — ¡¡Tengo que informar a Lex!! — Sus padres se estaban limitando a mirarle con cálidas y levísimas sonrisas, uno junto al otro. Decidiendo que debía poner el cerebro a funcionar en algo concreto antes de volverse loco, entró como un rayo en la casa, diciendo. — ¡¡Voy a escribirle!! — Y subió a zancadas a su cuarto, y entonces... — ¡¡ELIO!! — La lechuza, que daba vueltas y piaba como loca por el cuarto, se lanzó hacia él. Marcus le achuchó. — Elio... Dios, cuánto te he echado de menos... — Tragó saliva con fuerza. No quería romperse, no podía ponerse a llorar ahora. Tenía que escribirle a su hermano. — ¿Me odiarás mucho si te pido una tarea? — No lo parecía, porque ya piaba eufórico antes de terminar la frase. Rio. — Si es que has salido a mí. Vamos, hay que mandar una carta importante. — Dijo, sentándose frente a su escritorio, con su querida lechuza en el hombro. Escribiendo a su hermano a toda velocidad.

 

LEX

— Hijo, sé que echas de menos a Darren. Lo sé, lo sé… Yo también. — Le dijo Kowalsky, tan comprensivo como compungido. Lex le miraba con cara de circunstancias. El hombre, con una mano en su hombro, suspiró. — Pero empieza a anochecer. Y como experto en criaturas que soy, igual no es prudente estar aquí en los terrenos. — Estamos en los límites de clase. — Se extrañó Lex. El hombre hizo una pausa culpable. — Ya… Puede… que hayamos tenido un pequeño problemilla de… bueno… una ligera invasión. Controlada, controlada, pero… En fin, las lindes del bosque… — Ah, la linde. Casi lo había oído con la voz de Marcus. Se puso de pie, con una leve sonrisa. — No hay problema, profesor. Ya entro. — Si es que eres un buen chico. — Le dijo. — Dale recuerdos a Darren de mi parte cuando le escribas. De verdad que le echo mucho de menos. — Mandaba narices que Kowalsky pareciera más triste de no tener allí a su novio que él. 

— Vaya, ¿ya habéis acabado? — Comentó Donna, con voz apenada, cuando le vio dirección al castillo. Chasqueó la lengua. — Tenía que preguntarle una duda a Kowalsky. — Bueno, aún está donde la clase. Pero hay un… algo, no me he enterado, de una invasión en el bosque. — ¿Cómo que una invasión? — Se encogió de hombros. — Es Kowalsky. Y yo. No me entero. Y él no se explica. — Donna le miraba con confusión. — ¿Qué te pasa? — Es que Nicky está un poco violento últimamente. — ¿Violento? — Sí, bueno. Todo lo violento que puede estar un bowtruckle. Pero me ha dado un mordisco en el dedo, mira. — Lex abrió mucho los ojos. — ¿Te lo ha visto Durrell? — ¡Es un bocadito de bowtruckle, por favor! Una vez me pillé el dedo con la cremallera de la chaqueta y me hice más daño. — Ya, pero… — ¿Ahora eres Marcus? — Lex bufó. — Encima que me preocupo. — Donna soltó una carcajada. — ¡Que no es nada, hombre! Lo que más me preocupa es que se ponga… — ¿Elio? — Cortó, porque le vio. Le vio llegar y se le paró el corazón, y los ojos se le abrieron. Donna detuvo la conversación en seco y dio un brinco en su sitio, girándose para mirar en la dirección a la que apuntaban los ojos de Lex. Porque, si era Elio… los dos sabían lo que eso significaba. 

Efectivamente, la lechuza de su hermano voló rápidamente hacia él, y parecía sonreír incluso, portando su carta. Lex corrió hasta agarrarlo como si fuera una quaffle. — ¡Elio! — La lechuza piaba contenta, y revoloteaba alrededor de ambos. Casi se le cae la carta de las manos. — Esa es la letra de Marcus. ¡Lex, es la letra de Marcus! — Dijo Donna, emocionada. Lo sabía, lo había visto, pero es que le iba a dar algo. No atinaba ni a abrirla, le temblaban los dedos. Los escasos segundos que tardó en tomar el sobre, abrirlo, desdoblar la carta y empezar a leer, con el cerebro tan embotado que ni lo entendía, se le hicieron eternos a él y seguro que también a la chica.

Querido hermano,

Lo hemos conseguido. Como habrás podido imaginar, porque seguro que mi Elio ha llegado rebosante de alegría, ya estamos en casa… con Dylan. Oficialmente, Alice es su tutora legal. Aún me tiemblan las manos escribiendo. Lex… lo hemos hecho. Lo hemos conseguido. Y ha sido… durísimo. Pero estamos en casa. No puedo explicarte cómo nos sentimos. Aún estamos procesando todo lo ocurrido… pero el alivio es incalculable. 

Están terminando de gestionar el cambio de expediente de Ilvermorny a Hogwarts, pero esperamos que, a más tardar en tres días, Dylan se incorpore a sus clases. Tiene muchísimas ganas de verte… y yo también. Lex, te echo muchísimo de menos, no sabes lo que me hubiera gustado verte aquí. Vamos a celebrar las mejores Navidades de nuestra vida, te lo aseguro. 

No me demoro más. Por favor, informa a Donna y a Olive, y dales un fuerte abrazo de nuestra parte. Saluda también a todos mis chicos de Ravenclaw: Colin, Amber, Benjamin, Coraline, Beverly… Diles que me acuerdo muchísimo de ellos. ¡Ah, y a tu prefecto, Cedric! Que estoy convencido de que está dejando bien alto el nombre de tu casa, como se merece. 

Te quiero mucho, hermano. Te he echado mucho de menos, pero estoy tan convencido de que cuidarás de todos allí, de que disfrutarás muchísimo de tu último año, que puedo esperar sin verte todos estos meses por tal de que aproveches séptimo como te mereces. Cuida de Dylan, por favor, lo ha pasado muy mal. Le dejamos en las mejores manos. 

Te quiere, 

Marcus

PD: Dylan lleva varios paquetitos de toffees salados, eran los favoritos de Janet cuando vivía aquí en Nueva York. Uno de ellos es tuyo, otro es para Olive y otro para Donna. ¡Disfrutadlos a nuestra salud! Pero en las zonas comunes del castillo, por favor, que ya sé que la sala de Hufflepuff es muy acogedora, pero sigo teniendo el ojo del prefecto activo. No os libraréis tan fácilmente de mí. 

Rio ante eso último, y se limpió las lágrimas. — ¿Qué? ¿Qué dice, por Merlín? Dime que son buenas noticias. — Preguntó Donna, atacada. Lex la miró, con los ojos llenos de lágrimas. — Lo han conseguido. Vuelve Dylan. — La chica dio un gritito, tapándose la boca, y comenzó a saltar. Lex estaba tan eufórico, y ella también, que se abrazaron con fuerza, riendo. Lo sabía, sabía que lo conseguirían. Pero había temido tanto que no lo hicieran. 

— Tengo que buscarla. — Y, tan pronto se separó de Donna, salió corriendo. — ¡Espera! ¡Pero dime qué te ha dicho! ¡Madre mía, cómo corres! — Se quejaba Donna a su espalda, aunque su voz sonaba cada vez más lejos, porque Lex había salido a toda velocidad hacia el castillo. Los alumnos ya se dirigían al Gran Comedor, por lo que entró por allí como un torrente, buscándola por todas partes. La vio, solita, colocando su bandeja en la mesa. — ¡¡OLIVE!! — El bramido fue tan fuerte que, aparte de la niña, se sobresaltaron y giraron unos cuantos alumnos del comedor. La chica, nada más verle, puso ojos de esperanza, y Lex corrió hacia ella. — ¡¡Olive!! — ¡Lex! — Se encontraron, pero la Gryffindor ya había detectado quién le perseguía, y no era Donna. — ¿¿Ese es Elio?? ¡¡Es Elio!! — Chilló, feliz, y cuando Lex la alcanzó, directamente le tendió la carta, porque no podía ni hablar. La niña la agarró con fuerza y vio cómo paseaba los ojos a toda velocidad por el texto… y cómo los abría con ilusión, y una sonrisa se ensanchaba en su rostro. — ¿¿Viene?? ¿¿De verdad?? — Lex asintió, aún con las lágrimas queriendo rebosar por sus ojos. La niña dio un salto y saltó sobre él, y él la agarró. — ¡¡Lo han conseguido!! ¡¡Marcus y Alice lo han conseguido!! — Gritaba, mientras él la abrazaba, alzada del suelo. Donna llegó con un resuello. — Ay… este… pobre pájaro… necesitará… descanso, digo yo… — Dijo sin aliento, lo que hizo a Lex reír, soltando a Olive en el suelo. — Este pájaro se va a pegar hoy un buen banquete. — Elio dio vueltas como loco a su alrededor. — Para que luego diga tu dueño que no te consiento. — Se limpió las lágrimas de nuevo y miró a la niña. — ¿Estás contenta? — Ella asintió con vehemencia. — Tenemos que preparar una bienvenida. ¿Me ayudas? — Le dijo, y Lex miró a Donna, casi pidiendo auxilio. La otra soltó una carcajada y alzó las palmas. — Lo siento, O’Donnell. El testigo te lo han dado a ti. — Ya, pues no sé yo si es buena idea. — Pero, tan pronto terminaba la frase, sintió cómo Olive se abrazaba a sus piernas con fuerza. — Queremos que lo hagas tú, Lex. Seguro que es genial. Eres quien más nos quiere de aquí. — Ah, de puta madre para dejar de llorar, vamos. Miró a Donna y la chica le devolvió una mirada emocionada. — Lo dicho, has recogido el testigo. — Lex sonrió conmovido y, acariciando la cabeza de Olive, dijo. — Venga, vamos a cenar y pensamos qué súper bienvenida vamos a darle a la única casa que nos queda en este grupito. — 

 

EMMA

No es como que la tomara por sorpresa, pero menudo ambiente. Había intentado prevenir a Arnold, porque ya se lo veía venir, y tras muchos “que sí, mujer”, al final estaba cayendo en lo que ella misma había prevenido. Su suegra y ella se habían pasado toda la comida compartiéndose miradas nada sutiles pero que todos, por su bien, se empeñaron en ignorar: detectarlas sería como reconocer que aquel castillo ruinoso se estaba derrumbando. Y los Gallia eran expertos en ignorar el desastre. Los O’Donnell, si bien más conscientes, no se quedaban atrás. No eran mucho más consecuentes ante las tragedias, solo habían tenido más prudencia y suerte en la vida. Otra mirada compartida con su suegra, y otra de reojo a Alice. Suspiró. No os preocupéis todos, ya venimos nosotras a arreglarlo. Y a Alice le faltaba mucha edad y mucha vena Slytherin para llevarlo con la filosofía de las dos mujeres que la miraban como si quisieran alertarla. Iba a tardar el tiempo de cruzar el umbral de casa Gallia en explotar en todas las direcciones, si es que no lo hacía antes de irse.

― Llámame si necesitas que me lleve a mi O’Donnell. ― Le murmuró su suegra, aprovechando que Lawrence y Arnold se despedían de los Gallia y Marcus hablaba con Alice. La irlandesa le lanzó una mirada significativa. ― Las dos sabemos que esto va a traer cola. ― Asintió. ― Lo haré. ― Les miró de soslayo y, con la vista en ambos, dijo, emulando el tono bajo. ― Tengo a uno en Hogwarts, al menos. Creo que puedo con los otros dos. ― Entornó un tanto despreciativamente los ojos. ― Y a unas malas, tengo una lechuza eufórica en el cuarto de uno de ellos. ― Soltó aire por la nariz. ― Pero te avisaré si necesito que me contengas al otro. ― Molly asintió y le puso una mano en las suyas, entrelazadas, como siempre, ante el regazo. ― Qué harían sin nosotras, hija. ― Le dio un par de palmaditas cariñosas en estas. ― Al menos ya aceptas la ayuda. ― Emma la miró con una leve sonrisa esbozada. ― Tanto Ravenclaw cerca me ha contagiado de cierta sabiduría. ― Molly soltó una risita entre dientes que ella acompañó. Se despidieron y su suegra se marchó, colocándose Arnold junto a ella.

― Podríamos hacer algo especial esta noche. Jugar a algo, hace tiempo que no hacemos nada en familia. ― Emma se mantuvo callada. Arnold había durado un total de treinta segundos mirando la espalda de Marcus, que tras la marcha de Alice se había quedado mirando a la nada, como petrificado. Si sabía ella que iba a pasar… ― O bueno, a lo mejor quiere contarnos cosas. ― No respondió. Sabía que no tenía que responder, ni con palabras ni con gestos. Parecía estar oyendo el cerebro de Arnold a toda velocidad. Si es que tenía dos O’Donnells idénticos en casa, y porque no estaba allí su suegro, o Lex, que era más O’Donnell a cada día que cumplía. Arnold fue a añadir algo más, pero justo Marcus se giró, e hicieron la de padres amorosos que miran a su retoño. Retoño que, como era de esperar, estaba en plena vorágine de pensamiento, que solo Merlín sabía qué conexión mental había hecho y que, en menos de cinco segundos, ya había encontrado un motivo para salir corriendo. Emma podía ver su futuro esa noche mejor que cualquier adivino.

No se equivocó ni un ápice. Una vez escrita y enviada la carta a Lex (no quería saber ni qué había dicho ni cómo sería recibida, pero de verdad que no podía controlarlo todo), Marcus bajó como un torrente y, al igual que cuando volvía de la feria de Navidad a la que le llevaba su tío Phillip con seis años, empezó un bombardeo de información entusiasta sobre todo lo bueno que les había pasado en Nueva York: la fiesta de celebración de que habían recuperado a Dylan, las comidas esas que vendían en carros por la calle, las barbacoas con los Lacey y lo monos que eran sus primos pequeños. Se pasó hora y media hablando casi sin respirar, con Arnold como entusiasta público que se lo reforzaba todo, y con Emma sonriendo levemente y asintiendo apenas con gestos, en silencio comedido. Hasta al propio Marcus se le caían los ojos de cansancio. Ni tiempo a ofrecerle una infusión le dio, porque ya fue su padre solícito a hacerle una. Marcus, que no era ningún tonto, siguió a su progenitor como un patito demandante que grazna a su madre permanentemente para que alabe sus habilidades como nadador primerizo. Y ella se quedó allí, en el salón, sola. Evaluando.

Ya era más que de sobra la hora de dormirse, y Marcus seguía luchando contra su propio cansancio, hiperexcitado, y su padre fomentándoselo. Pero en un momento puntual en que su hijo fue al baño, se giró a su marido. A este se le diluyó la sonrisa. ― No me mires así, Emma. ― Necesita descansar. ― Se limitó a decir. Arnold soltó aire por la nariz. ― No se va a dormir así. ― Deja de entusiasmarle de más. ― ¿Ahora soy yo el que le desvela? ― Los dos sabemos lo que está pasando, Arnold. ― Dijo, muy tranquila, pero su marido, inquieto, retiró la mirada. Le daba igual si no lo quería ver, le daban igual sus instintos sobreprotectores con su polluelo. También era el polluelo de Emma y no quería verle destrozado, y así no le estaban ayudando. ― Cuando Marcus habla de esa forma es que no está bien. ― No creo que sean horas de hacerle terapia. ― No lo son, hablaré con él mañana: tiene que relajarse, serenarse y llorar lo que le haga falta. No puede seguir tapando con palabrería toda la ansiedad que tiene guardada en el pecho. ― Arqueó levemente las cejas. ― Y tú no paras de reforzárselo. ― ¿Es que es malo que quiera que mi hijo me cuente cosas después de un mes sin verle? ― Estáis intentando, los dos, fingir que estáis bien. No lo estáis, y es normal que no lo estéis. ― Arnold fue a replicar, pero le detuvo: Marcus no iba a tardar mucho en volver. ― Le vamos a mandar a dormir. Ya. Si no puede dormir, que no duerma. ― Esto no es un castigo a un alumno conflictivo. ― Ahórrate las bromas de prefecto. No es el momento. ― No le gustaba ser mordaz con Arnold, pero tampoco su empeño por desdramatizar la realidad. ― No pasa nada por sufrir un poco. Las circunstancias son como para sufrir. ― Ya ha sufrido bastante. ― Y no se lo vas a quitar tú. ― Se sinceró. Sabía que eso le habría dolido, a ella también le dolía decírselo. Pero su marido tenía que poner los pies en la tierra.

No hubo momento para nada más porque, acabando esa última frase, oyeron ya la puerta del baño, y Marcus volvió al salón entre risas porque “había olvidado contar una cosa superdivertida que les pasó”. Ni él se creía que hubieran tenido tantas anécdotas “superdivertidas”. Una sola mirada a Arnold valió para que su marido, con ese talante bondadoso y paternal que Merlín le había concedido, redirigiera a la cama a un Marcus que se negaba como si aún tuviera cuatro años y demandara el final del cuento. Se dirigió a él. ― Ve a dormir, cariño. ― Le dijo con tono dulce pero firme, dejando una caricia en su mejilla y cero lugar a dudas. ― Mañana seguimos hablando. Tenemos todo el día para ello. ― Marcus y Arnold se fueron, y ella se dirigió a la cocina a hacerse una infusión para sí misma. Que falta le hacía.

Arnold ya bajó suspirando, y se quedó mirándola desde la puerta. Emma era demasiado orgullosa para ser quien devolviera la mirada y empezara a hablar, y Arnold no tardó en desesperarse. ― ¿Qué piensas hacer mañana? ¿Interrogarle? ― Merlín me libre. No quisiera hacerle hablar más todavía. ― Hablo en serio, Emma. No me gusta esta actitud de mafiosa que… ― ¿Mafiosa? ― Hasta ahí su aguante. No pensaba alterar el tono, no iba con ella, pero ya había mirado a Arnold directamente, y a su marido se le reflejó en la cara que acababa de darse cuenta de cuánto había metido la pata con el comentario. ― ¿Te has planteado por qué tomo esta actitud? ― Preguntó, serena. Arnold no contestó. ― Te puedo asegurar que mi hijo se ha tirado un mes conteniendo las aguas en la medida de lo posible, y ahora sus dieciocho años y sus genes O’Donnell están intentando salir a la superficie para respirar. ― Hizo un gesto con la mano. ― Y le he dejado. Tiene derecho a no poder procesar esto. Lo que no voy a hacer es tocarle las palmas como si esta huida hacia delante y este “no ha pasado nada, celebremos que estamos de vuelta” estuviera bien. ― Hizo una pausa. ― Marcus está mal, y tiene que estarlo. Lo que ha vivido es muy duro. Tienes que aprender a dejarle estar mal, y él tiene que aprender a que no porque las cosas acaben, a uno se le pasa lo vivido. ― Endureció la mirada. ― No me acuses de cruel, Arnold. Intento hacer de nuestro hijo un hombre maduro. ― No pasa nada si eres una madre amorosa por un día. ― Seré una madre amorosa mañana, cuando se eche a llorar. Le estás reforzando el pensar que no pasa nada. Yo estaré ahí para cuando pase. ― ¿Y yo no? ― Claro que sí. Los dos. ― Se levantó y se dirigió a él. ― Solo quiero que seas consciente de que no le vas a poder quitar el sufrimiento a Marcus con juegos de mesa y conversaciones eternas. ― Le miró apenada, mostrándose más humana, como solo se mostraba con él. ― ¿Crees que a mí no me rompe el corazón saber que está así? ― Arnold apartó la mirada, triste. ― Pero las heridas, querido, hay que dejarlas sanar. Aunque duelan. No podemos parchearlas permanentemente, eso hace que se enquisten y no se curen bien. ― Esbozó una leve sonrisa. ― Pregúntale a Alice, si a mí no me crees. ― Arnold rio levemente con los labios cerrados. ― ¿Ya le has concedido el título de enfermera? ― Emma negó con la cabeza. ― Le he concedido el mérito que nadie le concede: el de sanar heridas a la fuerza. ― Soltó aire por la boca. ― Vamos a la cama, Arnold. Mañana nos queda un día largo. ―

Notes:

¡Cuántas emociones encontradas! Felices, por supuesto, de que nuestro patito esté ya en casa… pero no podemos ignorar el sufrimiento que han pasado y que… hay tensiones. ¿Cómo creéis que se va a resolver esto? ¿Se presentarán ya Alice y Marcus a la licencia? Vaya abismo de repente ¿no os parece? ¿O es solo nuestro instinto Ravenclaw? ¡Os leemos!

Chapter 36: Last time I'll ask you this

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LAST TIME I’M ASKING YOU THIS

(20 de septiembre de 2002)

 

ALICE

 

Se enfrentaba a otra noche en su habitación, en aquella casa que se empeñaba la vida en decirle que era suya… y hacía años que no lo era. Lo había intentado disfrazar, que si la habitación para estudiar, que si pintar, cambiar su habitación… Nada, para ella era imposible. La noche anterior había caído como un muñeco de trapo sobre la cama porque estaba derrengada, agotada mental pero sobre todo físicamente. Y ahora caía la noche y soplaba el viento fuera. El otoño se cernía sobre ellos, y Alice había parado el tiempo al volver de La Provenza, y el paso del tiempo se le hacía una montaña imposible de asimilar. Llevaba todo el día ocupada, preparando las cosas de Dylan en Hogwarts, cocinando, les había cortado hasta el pelo a los dos (con resultados dispares respecto a la satisfacción), era como si no pudieran tirar sin sus órdenes y sus ideas. Por la mañana, Theo y Jackie estuvieron allí, comieron todos juntos, y la tarde había sido un lío organizando todo lo de su hermano. Y le había parecido una vorágine de día, pero es que ahora que acababa de ducharse y sentarse en la cama, se había dado cuenta de que el vacío iba a ser mucho peor. Entre Hogwarts y cuidar de su familia, Alice había conocido muy poco el vacío, y ese poco le había valido para saber que no lo quería nunca más, el verano de tercero era de los recuerdos más borrosos por oscuros de su vida. Y ahora, en la cama, con la luz de la mesita de noche encendida y la noche oscura y revuelta fuera, ese mismo vacío amenazaba con volver.

Por eso, cogió el consejo de su amigo Theo, que para eso habían tenido una profunda conversación en la cocina en la que le había dicho “lo fundamental es que habléis, que las cosas no se enquisten, para que sepamos a qué miedos o traumas nos enfrentamos”, pero eso se decía más fácil que se hacía. Pero bueno, mientras se enterara de los de Dylan y él se expresara, de momento irían bien. Se levantó y suspiró, mientras bajaba las escaleras, observándolos desde ahí. Su padre estaba avivando el fuego de la chimenea, con la mirada perdida en las llamas, y Dylan repasaba varias cosas que quería llevarse. — ¡Hermana! Pensé que te habías acostado, estabas muy cansada. — Dijo su hermano con una sonrisa. Ella sonrió de vuelta y se sentó en uno de los sofás y palmeó a su lado para abrazar a Dylan y vio cómo su padre se levantaba de la chimenea y se ponía en el sillón. — Me había acostado, pero… creo que teníamos que hablar los tres antes de que te fueras a Hogwarts. — Dylan la miró preocupado. — ¿Pasa algo malo? — Ella tragó saliva y negó. — No, claro que no, patito, pero… han sido unos meses muy difíciles, y se han oído y dicho muchas cosas y no podemos dejar que ahora te vayas casi tres meses a Hogwarts y hacer como si nada, hay que hablarlo al menos una vez. — La expresión de ambos se ensombreció. Ya, queríais hacer la Gallia de “bien está lo que bien acaba”, pero no va a ser en mi guardia, pensó.

Se separó de Dylan y miró a los dos, cruzando las manos. — Escuchad, hacer esto… es muy difícil, lo sé, pero es que hay que hacerlo, para quitarnos los miedos los unos a los otros, o saber por dónde atajarlos. Patito, tú siempre dices lo que piensas, y tú también, papá, solo tenéis que intentarlo con esto. Yo… Si queréis empiezo yo, diciendo que tenía miedo de haber metido tanto la pata estos años que ningún tribunal considerara que estabas mejor con nosotros. — Ya tenía un nudo enorme en la garganta, pero si así lograba que lo sacara… — Tenía miedo de que ellos tuvieran más poder que nosotros, que yo no fuera suficiente, y tenía miedo de que te hicieran daño, que aquello se eternizara y tú sufrieras y Marcus y los Lacey se agotaran… — Dylan se quedó mirándola y luego perdió la mirada en el suelo. — Ay, hermana… Eras la única que pensaba que no eras perfecta para cuidarme… — Vio cómo tragaba saliva y buscaba las palabras. — Yo… también tenía miedo de que ellos fueran más poderosos. Miedo de que os hicieran daño, porque yo estaba seguro de que ibais a venir a buscarme, y miedo de… no poder volver nunca más. Alguna vez… se me pasó el pensamiento de nunca poder volver a Inglaterra, de volver a veros y pensaba que… cuando mamá murió hubo muchas cosas que nunca volvieron a pasar… y era tremendamente infeliz allí. Esa gente es… — Levantó la mirada hacia su padre y dijo. — Papá está muy incómodo, yo creo que no quiere que siga hablando. — No, Dy… — Papá se tendrá que aguantar porque esto hay que hablarlo y quizá así se entere de algunas cosas que necesita saber. — Contestó ella, cortando a su padre. — Tú sigue. Es lo que tenemos que hacer. —

Dylan tragó saliva y volvió a agachar la mirada. — Esa gente… decía muchas cosas sobre vosotros. Cosas que eran mentira, pero que no por eso dolían menos, y me dolía que las contaran como si fueran la verdad, porque creaban… una versión de vosotros, de mamá, que no es real, pero ninguno estaba allí para defenderse y yo… yo estaba demasiado asustado para defenderos. Ni siquiera podía hablar, y luego por las noches… — Sus ojos se llenaron de lágrimas. — Pensaba… debería defenderles. Ellos son mi vida, lo que más quiero en el mundo, tengo que plantarle cara a esa gente y decirles que no, que todo eso es mentira, que a mí me han criado las mejores personas del mundo, que mamá era la mujer más buena del mundo y… — Se limpió las lágrimas y sorbió. — Pero nunca lo hice. Me fui a Ilvermony y me senté a esperar, a soñar con que vendrías a por mí. — Alice se acercó a él y Dylan le echó los brazos al cuello, enganchándose a ella como un monito. — Pensé que el abuelo Robert podía morirse mientras yo estaba fuera, soñaba con ello mucho, y me daba pánico, porque no me despedí de mamá, y no quería que me pasara lo mismo con él, y pensé que el colega y tú os podíais pelear, o tú con papá, o papá con los O’Donnell otra vez por todo esto… — Ella acarició la espalda de Dylan y sintió cómo su padre se acercaba también.

— Dylan, hijo, mírame. — Él se separó de ella y miró a su padre, que acariciaba la mejilla del chico. — Sé perfectamente lo duras que pueden ser las noches. Es el peor momento para tener dudas, malos pensamientos, todo te asalta, todas las posibilidades… Pero tú no podías hacer nada contra esa gente, y si hubiera pasado cualquiera de las cosas que imaginabas, no hubiera sido nunca culpa tuya. — Exactamente. — Señaló ella. — Nosotros nunca te culparíamos a ti. Solo queríamos recuperarte. — Dylan asintió y le dio una mano a cada uno. — La primera noche con vosotros tuve que preguntarle a Marcus si de verdad no me iban a llevar otra vez. No… no me lo creía. Que todo se hubiera solucionado. Y a ver, no es que lo siga creyendo, pero… — Alice se acercó aún más a él. — Pues mira, para eso estamos hablando de todo esto. — Cogió la mano entre las dos suyas. — Los Van Der Luyden solo tenían derecho sobre ti por ser los padres biológicos de mamá, y tú ser hijo biológico de ella. Pero hay una forma de renunciar a eso, que se llama patria potestad, es como declarar que tu vínculo de sangre no significa nada. — Dylan la miraba con los ojos muy abiertos. — No te digo que nunca más vuelvan a molestarnos, pero si te hicieran algo, estarían cometiendo un delito, no podrán apartarte de mí nunca más. — Se encogió de hombros. — Además, ya tienen mi parte del dinero, que les cunda. Es lo único que entienden. — Su hermano se mordió el labio. — Pero… yo no quiero ese dinero para mí, hermana. Vamos a compartirlo entre los tres… — Ya lo hemos compartido. Tú tienes la mitad y nosotros la otra mitad. — ¡Pero si es que yo no sé ni qué hacer con esa otra mitad! — Ella rio un poco y se pasó la mano por la cara. — Mira, somos Gallia, con que no se nos pierda, ya tendremos que dar gracias. — Suspiró y acarició sus rizos, ahora más cortos. — Yo tampoco tengo mucha idea, pero… lo guardaremos, y así podremos utilizarlo en todos esos momentos en los que dijimos… ojalá tener dinero para hacer esto o lo otro. — Papá no está de acuerdo. — Saltó su hermano de repente. Sí, su padre, efectivamente, estaba muy serio. — No es eso, es que… vuestra madre siempre renunció a todo lo que venía de ellos y… — ¿Crees que mamá no habría querido que tuviéramos ese dinero? — Preguntó Dylan, preocupado. — Mamá ya no está. — Atajó Alice, ya perdiendo un poco el tono amable. — Y cuando estaba, papá aún trabajaba. No sabemos cuándo podrá papá volver a trabajar, y yo no voy a ganar lo suficiente como alquimista de las primeras licencias como para mantenernos a los tres. Así que las condiciones han cambiado y no nos podemos permitir rechazarlo. — Bastante le había costado a ella aceptarlo como para estar planteando ahora dilemas morales. Dylan volvió a mirar a su padre y él sonrió un poco. — Como siempre, Dylan, tu hermana tiene razón. Yo… vivo en una burbuja del pasado, vosotros tenéis que vivir, aún sois muy jóvenes, y el dinero os va a ayudar. — Le acarició la cabeza. — Y nos quedan muuuuuchos años de felicidad juntos. — Ella sonrió, aunque el nudo de la garganta seguía ahí, y su hermano se abrazó de cada uno con un brazo. — Gracias. Gracias por enseñarme desde siempre lo que es el amor en una familia. He visto cuando no lo hay y… es el infierno. — Ella se soltó y dejó un beso en su frente. — Venga, a la cama, que mañana temprano está aquí Marcus. Ya sabes que los O’Donnell jamás llegan tarde. —

Cuando Dylan subió las escaleras, ella se levantó para hacer lo mismo, pero su padre la llamó. — Alice, hija… — Ella suspiró y le miró, quedándose los dos callados, hasta que entendió que ella estaba esperando a que hablara. — Sé que tenemos mucho que hablar y… — Yo no tengo nada que hablar. — Dijo en voz baja, pero agresiva. — Nada, papá. He intentado hablar los tres y tú lo único que has hecho ha sido recordar que no te parece bien lo del dinero. — Yo solo intento cuidar la memoria de tu madre, Alice… — Eso le hizo soltar una carcajada muda. — Gracias, hombre, dedícate a eso mientras yo intento cuidar todo lo demás que sí necesita ser cuidado. — Su padre la miró desesperado. — Pero, hija, si yo voy a hacer todo lo que tú me pidas. — Ella le señaló. — No, no tengas cara. Te he pedido que hablaras de tus sentimientos y no has dicho ni mu. Te pedí que cuidaras de nosotros, y mira. Te pedí que te centraras en lo que sí tienes y casi lo perdemos todo. — Hizo un gesto de bajar con las dos manos. — Solo me queda pedirte que mañana des la talla y que después me dejes en paz. Eso es todo. — William la miró con los ojos llenos de lágrimas. — Alice, sé que me necesitáis… — No. No te equivoques. En lo que a mí respecta, haz lo que te dé la auténtica gana, papá. La custodia de Dylan ya es mía, ahora sí que eres libre de hacer lo que quieras, porque ya no te necesitamos para nada. Si seguimos aquí es porque Dylan te quiere, te adora y aún quiere que seamos una familia unida. Pero tú y yo hemos terminado. — Él se levantó y trató de acercarse a ella. — Alice, perdona si he dicho algo sobre el dinero o… — Ella levantó las manos para que no la agarrara y haciendo un gran esfuerzo por mantener el tono bajo. — Que no te acerques a mí. Que tú y yo hemos terminado, ¿lo entiendes? Me quedaré aquí hasta que pueda irme a otra parte, pero yo por mi lado y tú por el tuyo. Yo no soy mamá, no voy a ser tu cuidadora, voy a mantener este sitio por si a los servicios sociales les da por investigar, pero lo que opinen de ti no me puede importar menos. Yo te he necesitado mucho tiempo, papá. Ya no. Despreocúpate y vuelve a lo que sea que te importe. — Bajó las manos y se fue hacia las escaleras, y justo entonces vio que la mirada de su padre se dirigía a donde estaba el retrato, entre lágrimas, y no pudo evitar una risa sarcástica. — A veces deseo equivocarme, de verdad que sí… Pero nada, nunca. Es mejor dejar de esperar cosas de ti. — Alice, no es lo que crees, es solo que nunca sé qué hacer contigo, qué hacer para que me perdones. — Suspiró y se encogió de hombros. — Pues nada, ya tienes algo en lo que pensar. Mientras tanto, por favor, mañana compórtate como un padre. Es la última vez que te lo pido. — Y subió, llena de ira y enfado, a la cama, agradeciendo por primera vez estar sola esa noche, porque si llega a haber alguien con ella, cargaría contra él.

Notes:

¿Os ha pasado como a Marcus y habíais olvidado un poco este tema? Queríamos reflejar una situación muy habitual, que es la de intentar meter las cosas debajo de la alfombra, pero, como ha pasado aquí, al final acaba detonando.

¿Cómo veis el futuro de los Gallia? ¿Entendéis ambos puntos? Sabemos que queréis a los dos, nos pasa. Os leemos en los comentarios, como siempre, nos encantan vuestras opiniones.

Chapter 37: Como las piedras celtas

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COMO LAS PIEDRAS CELTAS

(21 de septiembre de 2002)

 

ALICE

Podría decirse que todo había salido bien. Dylan estaba en Hogwarts, y ya llegaría el momento en el que ella hablaría con los profesores sobre la reincorporación de su hermano, sobre cómo iba a adaptarse al curso, si iba todo bien… En fin, hoy no era el día. Y, si su hermano estaba a salvo, todo estaba bien… ¿Por qué tenía esa sensación de absoluta derrota? ¿Por qué sentía esa desazón dentro de ella y no la euforia que debía sentir? Quizá porque había tenido que lidiar con su padre también, quizá porque sabía que, al final del día, tendría que volver a casa con él en vez de con Marcus, y algo dentro de ella parecía incapacitarla para disfrutar de ese momento, en el que sí estaba con él, de su mano, tranquilamente, en la puerta de la casa de los O’Donnell.

Pero bueno, sí sabía por qué no podía disfrutarlo, en verdad. Porque veía la cara de pena de Marcus al verla tan separada de su padre en cuanto Dylan se había ido. En el mundo ideal de su novio, ella tenía que perdonar a su padre la cadena de imprudencias y descuidos que habían sufrido durante cuatro años y que les había llevado al problema que tenían en ese momento. Sí, sin duda, en la cabeza de Marcus sonaría de otra manera, pero la realidad era que eran los propios O’Donnell los que la habían sacado de todos los aprietos, y según él todo eso tendría sentido porque su padre era un genio muy triste y se le podía perdonar todo. No debía haberle hecho mucha gracia que se hubiera despedido de su padre con un simple "nosotros nos vamos. Hasta luego", y había tenido esa deferencia solo y exclusivamente porque estaba Marcus presente, si no, se habría ido sin mediar palabra.

Pero la verdad era que no le apetecía discutir con Marcus, aunque veía la posibilidad flotar en el ambiente, porque notaba cómo no veía lo de la licencia en un mes y medio (¿dónde se habría quedado el Marcus seguro de sí mismo que se hubiera examinado de Piedra en séptimo y a quien la alquimia de Hogwarts se le quedaba pequeña?) así que esperaba poder contar con una baza que, esperaba, tuviera más poder sobre su novio que sus ansias de volar: su abuelo. — ¡Hijos! Ay qué alegría veros. — A Molly todo le daba igual cuando se trataba de ver a sus nietos. Prácticamente habían venido citados, pero ella reaccionaba como si acabaran de pasarse por allí a saludar. — Hola, abuela. — Saludó ella con una sonrisa, aunque no tan amplia como siempre. — Pasad para el taller directamente, que está ese hombre que se sale de su cuerpo, por Merlín. La abuela Molly, mientras tanto, os va a hacer unas costillitas con su buena guarnición irlandesa que os vais a caer de espaldas. — Esperaba que solo esa promesa mejorara el humor de Marcus.

La casa de los abuelos O’Donnell siempre le hacía sentir bien, desde aquel lejano verano en el que celebraran el cumpleaños de Erin en el jardín, y ver aquel taller, que parecía hecho del material de sus sueños, le hacía levantar el ánimo, apretando la mano de su novio. — No sabes la ilusión que me hace que por fin haya llegado el día en el que vayamos a entrar así, de la mano, a ese taller, para convertirnos en alquimistas. — Le miró con los ojos brillantes. — ¿Entramos de la mano, uno al lado del otro? — Y con una sonrisa lo hicieron, descubriendo a un Lawrence sobreexcitado, con todo ya preparado sobre la mesa y los mismos ojos de ilusión.

 

MARCUS

El día entre la llegada y el presente, en el que había quedado con Alice y William para acompañar a Dylan (lo cual consideró un honor que aceptó con mucha alegría), había sido... extraño. Le costó horas poder dormir, no se hallaba en su cama, y por más que trataba refugiarse en su cielo estrellado los recuerdos acudían a su mente tan vívidos que no podía relajarse. Una vez dormido, despertó tardísimo, mucho más de lo habitual: sentía que tenía cansancio acumulado y no podía despegarse de la cama. Pero una vez lo hizo se puso en marcha con todas sus ganas. Su abuelo había propuesto presentarse en octubre al examen, lo cual Alice había aceptado. Su prudencia inicial y su necesidad de aún aterrizar en casa le habían hecho no verlo claro, pero ahora, descansado y ubicado en su casa, estaba deseando empezar cuanto antes.

Siendo Marcus como era, empezó a planificar a toda velocidad y lleno de entusiasmo... hasta que se cruzó con su madre en el pasillo. Un hecho bastante natural y cotidiano que hizo que, por alguna razón... se viniera abajo. Después de llorar todo lo que pudo se sentía cansadísimo de nuevo. Le tocaba buscar un punto intermedio entre no verlo nada claro y estar deseando hacerlo esa misma tarde. Al menos a la mañana siguiente, cuando despertó temprano para quedar con los Gallia, sentía que tenía la mente un poco más clarificada, y el ánimo más templado.

Se veía que no estaba ni tan clarificado ni tan templado como pensaba. El ambiente entre Alice y William se cortaba con un cuchillo y eso le dolía, pero se dijo a sí mismo que sería la pena por dejar a Dylan en Hogwarts... No fue así. No se refugiaron el uno en el otro, más bien la chica le dio una escuetísima despedida y se marchó. Marcus se quedó en medio sin saber qué hacer, intentando aportar todas las palabras de despedida que le faltaron a Alice a un William cuya tristeza le partía el corazón. Con respecto a su novia... mejor no decía nada, no quería llevarse un mordisco por pesado. Sí dejó caer un par de veces que no tenían plan para la cena, que seguro que su abuela había hecho comida de sobra y que se la podrían llevar a su casa, o que a ella no le importaría que fuera más gente a comer... O que mañana podían seguir estudiando en otra parte, no tenía por qué ser necesariamente en casa de sus abuelos... En fin, esperaba haber sido sutil.

Amplió la sonrisa por el recibimiento de su abuela, como hacía siempre. Se dejó achuchar y besar por la mujer y empezó a olfatear descaradamente. — Por ahí huele... — No seas listillo, tú. No quieras saberlo todo tan pronto. — ¡Es que soy Ravenclaw, abuela! — Un glotón es lo que eres. Que no sé a quién has salido. — Por dentro se estaba riendo a carcajadas. ¡Que a quién había salido! ¡Pues a ella! Pero cualquiera se lo decía, claro, le dejaba sin comer. Miró a Alice con complicidad y rieron, aunque hizo varias exclamaciones exageradas de regocijo y gusto ante el menú de su abuela. Tuvo que azuzarle y empujarle prácticamente hacia el taller para que no se metiera en la cocina a comprobarlo.

Soltó aire por la boca, mirando a su novia con una sonrisa cuando ella apretó su mano. — Llevo toda la vida esperando este momento. Y si además es contigo... mil veces mejor de lo que soñaba. — Era verdad. Llevaba toda su vida deseando cruzar las puertas de ese taller oficialmente como aprendiz, y no como nieto de Lawrence. Miró a su alrededor, sonriente y regodeándose en el momento, y avanzó al interior de la mano de Alice. — Por supuesto. — Confirmó. La expresión de su comedido abuelo de absoluto júbilo al verle casi le asusta, pero le hizo reír. — ¡Mis aprendices! — ¡Nuestro maestro! — Contestó, bromista. El hombre se frotó las manos, mirando a su alrededor. — Bueno, bueno... Ya era hora de poder empezar. — Marcus se acercó. Al menos ahí sí le dejaban olisquear. — Era verdad lo de la planificación a cuatro colores. — Su abuelo le miró casi ofendido. — ¡Pues claro que era verdad, hijo! — Les señaló con un índice. — Os voy a hacer una pregunta que hasta mi Marcus con cuatro años sabía responder, así que no me defraudéis. — Qué presión. — Bromeó, mirando a su chica de reojo. — ¿Cuáles son los cuatro elementos? — Marcus puso cara de obviedad y circunstancias, y en un gesto muy cómico miró así a Alice, como si su abuelo el bromista les tomara ahora por tontos. Eso arrancó una carcajada en Larry. — Vale, vale, solo quería demostrar que estáis bien despiertos. Vayamos al grano. —

Tenía los papeles muy revueltos para ser él, claramente a causa del entusiasmo. A un movimiento de varita, sin embargo, se agruparon en cuatro columnas. — Bloque azul. ¿A qué corresponde? — ¡A Ravenclaw! — Bromeó, y el siguiente movimiento de varita vino en forma de colleja mágica que le espantó los rizos. — ¡Au! — Tómese esto en serio, alquimista O'Donnell. — Gruñó Lawrence. Frotándose la nuca con una mueca de disgusto, cambió la respuesta. — Agua. — Muy bien. — Señaló elegantemente la columna de papeles. — Todo lo que ya sabéis sobre la alquimia debe fluir, debe seguir su camino y manejarse sin esfuerzo alguno. Ahí está el contenido que habéis aprendido en estos dos años, probablemente ampliado. Es lo mínimo que piden para la licencia de Piedra, y obviamente debéis llevarlo más que dominado. Pero este contenido no es nada sin una base previa. — Señaló el montón verde. Marcus miró de reojo a Alice y, con una sonrisa, dijo. — Tierra. — Correcto. La base. La base del Todo, la base del conocimiento básico sobre la naturaleza y la magia. Ahí veréis cosas que os parecerán muy obvias, pero la obviedad, a veces, la pasamos por alto. Sin una base bien sólida y fundada, el conocimiento primero no fluirá como el agua entre los dedos. Esto es por lo que tenemos que empezar. Y una vez dominado eso... — Señaló el bloque rojo. Alice se adelantó en dar la respuesta de un elemento que la definía muy bien. — El fuego es tan necesario para la vida como todo lo demás, pero muy difícil de dominar. No imposible, no es el más complicado de los elementos, pero puede hacer mucho daño mal manejado. Aquí tenéis el siguiente escalón, después de haber dominado la base y lo primario. Son cosas que no exigen en Piedra pero que os pueden poner en un callejón sin salida si no las sabéis. — Les miró por encima de las gafas. — Y ninguno de los dos os vais a conformar con un aprobado sin más ¿verdad? — Marcus bufó con superioridad, mirando a Alice de reojo. Lawrence rio entre dientes. — Me lo imaginaba. Habrá que dominar toda esta materia correctamente para que no os dañe o se os vaya de las manos. Y por último... — Señaló el montón gris y miró a Alice con una sonrisita. — Dejemos a la señorita adivinar qué elemento nos queda. — Marcus la miró divertido y con cariño, y cuando Alice lo dijo, su abuelo prosiguió. — El aire es volátil. El aire es difícil de atrapar, de ver incluso. Esto son... detalles. Esto es magia pura. Esto es aquello que está entre nosotros, pero que solo vemos si estamos muy atentos. Esto. — Dio un par de golpecitos con el índice en el montón, el más pequeño de todos, pero el más atractivo. — Esto puede ser la clave de vuestro éxito. Lo que puede marcar la diferencia. Lo que os hará ser vosotros y solo vosotros, únicos, diferentes a los demás. En el aire está vuestra verdadera identidad. —

 

ALICE

Al menos Marcus conservaba aquella ilusión que les había perseguido desde niños. Ella pensó muchas veces en ese momento “él será alquimista y yo lo veré”, hasta que se dio cuenta de que siempre formó parte de la narrativa, que su historia se escribía en alquimia también. Rio con Marcus y miró con cariño a Lawrence. Si no fuera por él, por su disposición a cogerles a los dos, por su tenacidad y su inteligencia, Alice nunca habría podido dar el paso de plantearse ser alquimista. Sí, era su maestro, el de los dos, y se lo iban a deber todo.

Entornó los ojos con obviedad a lo de la planificación. Vamos, no me cabía duda ninguna, pensó. Ella también amaba las planificaciones (y se lo tomaba un poquito a la tremenda cuando algo le impedía cumplirlas) así que simplemente se sentó y admiró la dicha planificación, a la que, solo por lo que veía desde ahí, no le faltaba detalle. Ante la pregunta, entornó de nuevo los ojos hacia Marcus y dijo con media sonrisa. — Debe ser trampa, no me creo que un alquimista carmesí nos haga esa pregunta. — Y, claramente siguiendo la broma, Marcus se refirió al montón azul como Ravenclaw y le arrancó una carcajada sincera. Era cruzar aquella puerta y sus emociones se transmutaban por completo, se sentía bien, alegre, dispuesta a aprender, con ganas de reírse… En fin. La primera regla del taller es que hay que estar en el taller, Alice. Eso podía hacerlo, desde luego.

Miró el montón de Agua y Tierra, extasiada por la metáfora con los elementos. — Como las plantitas, el agua y la tierra son su base, si les falla alguna de las dos, no pueden crecer. — Lawrence miró a Marcus y la señaló a ella. — Y por eso necesitábamos en este taller una mujer que supiese de plantitas. — Y los tres rieron antes de seguir mirando carpetas. Podría estar allí todo el día.

Asintió gravemente a lo de Fuego. — Puede ser que esa sea la carpeta que más miedo me da, porque yo no tengo el conocimiento previo y extenso en alquimia que Marcus, gracias a ti, abuelo, si tiene. Y quizá soy demasiado imaginativa e intrépida. — Lawrence suspiró y se cruzó de brazos. — ¿Vamos a empezar ya desde tan temprano con la autocrítica, Alice? Por favor, no te pongas barreras antes de empezar. — Tienes razón, continuemos. — Animó con una gran sonrisa.

Por supuesto que no iban a conformarse con un aprobado. Alice solo se había conformado con un seis en su vida y había sido en Transformaciones una vez asumida su nula capacidad para las mismas y su rivalidad eterna contra Fenwick, pero en sus licencias esperaba alcanzar la máxima nota, por descontado. No pudo evitar sonreír con ilusión ante el último elemento que quedaba. — Me has dejado lo mejor para el aire. — Le remarcó, satisfecha. Lawrence les miró con sabiduría. — Reconozco la mirada ansiosa de un Ravenclaw deseando probar cosas nuevas, pero no vamos a empezar por ahí, obviamente. — Obviamente, pero Alice no podía dejar de mirar esa carpeta con deseo. No sabía cómo había habido algún momento de su vida en el que estuvo convencida de no ser alquimista.

— Una vez puesta la miel en los labios, os explico lo que se os va a exigir en el examen, para que lo tengáis claro desde el principio. Podéis ir haciéndome preguntas, a no ser que os pida que no interrumpáis. — Sacó varios objetos y tablas con círculos ya dibujados. — Lo primero será una transmutación de forma, sencilla. Solo para comprobar que manejáis la quintaesencia. Aquí merece mucho más la pena ser impecable que imaginativo y con florituras. De nuevo, el agua, cuanto más transparente, siempre mejor. — ¿Nos darán ellos el material o lo podemos escoger? — Lo podéis escoger de entre los que os ofrezcan. Cambian de examen a examen, pero están adaptados al rango. Ya hablaremos de qué materiales convienen más. — Puso la mano en un taco de talco y uno de madera. — Os pedirán una conjunción, una separación y una disolución. Como veis, la licencia de Piedra es extremadamente sencilla, ni siquiera tenéis que manejar todas las transmutaciones. Eso sí, de nuevo, impecabilidad en ello, es lo que marcará la diferencia. Y la tercera prueba… transmutación de sólido a líquido, esto es lo más difícil y en lo que más habrá que trabajar. — Alice tomó aire y sonrió, acordándose del momento en el que transmutó el mercurio en Navidad. — ¿Pensamientos? — Preguntó Larry. Ella se quedó mirando todo lo que había en la mesa. — Estoy… ciertamente aterrada pero esperanzada porque creo… que con tu guía y práctica… puedo hacerlo. — Miró a su novio y dijo. — Marcus, por descontado, lo va a sacar sin despeinar esos rizos perfectos. —

 

MARCUS

Soltó una burlona carcajada, cruzándose de brazos y mirando a su novia. — Ahora es un problema que seas intrépida, Gallia. — Dijo con tonito, pero sin dejar de mirarla embelesado. Llevaba toda la vida soñando con el primer día que entrara en calidad de aprendiz en el taller de su abuelo, y todo había tenido mucha pompa y épica. No se había planteado la sencillez de vivirlo así, con Alice a su lado, y era... sencillamente perfecto. Era como tenía que ser.

— Voto por empezar por el alimento de las plantitas. — Le dijo tierno a Alice, porque por muy eruditos que fueran, no dejaban de ser dos enamorados adolescentes haciendo una de las cosas que más les gustaba del mundo, así que estaba contentísimo. Obviamente no podían empezar ni por los detalles ni por lo complicado. Comprobar que lo que llevaban aprendido del colegio estaba en perfecto estado era necesario, pero ya que su abuelo les había dado esa fantástica programación, mejor ir por orden. Y estaba convencido de que habría cosas interesantísimas en la base que deseaba conocer a la mayor brevedad posible.

Puso toda su atención a lo que iban a pedir en el examen, de hecho, ya estaba sacando pergamino y pluma para tomar nota. Ya había hecho sus dos o tres bromitas y tonterías de rigor, ahora tocaba ponerse serio. Asintió y tomó nota, incluido del hecho de que podía hacer todas las preguntas que quisiera (su abuelo no sabía con quién jugaba, al parecer, se iba a arrepentir de eso). A la pregunta de Alice iba añadir que cuál era el rango de materiales, pero ya se adelantó Lawrence. Si estaban adaptados al rango, dudaba que fueran a pedir algo estratosférico, si no, no tendrían con qué mostrar sus habilidades en los próximos. Efectivamente, en esa transmutación en concreto pensaba apostar por la sencillez: ya tendría tiempo de lucirse en otras pruebas.

Ladeó una sonrisilla de suficiencia y miró a Alice de reojo. Sí que parecía bastante sencilla, al final iban a tener de sobra con el mes... Bueno, de sobra no. A Marcus le gustaba preparárselo todo muchísimo y con tiempo, pero ese examen era muy básico y ellos habían sacado ambos una matrícula de honor en Alquimia, no eran unos cualesquiera. Su abuelo les dio la palabra y, a las de Alice, él sonrió. — Y ella también. — Dijo, convencido. — Es mucho mejor de lo que nos quiere hacer creer a todos. — Le guiñó el ojo, y dicho esto, se reclinó en el asiento. — Creo que los demás van a pecar de imaginativos, como bien dices, y de esforzarse mucho en la transformación de sólido a líquido. — Hizo un gesto de la mano en dirección a Alice. — Nosotros eso lo dominamos. No a la perfección, evidentemente, para eso nos vamos a preparar, pero sabemos hacerlo. Hay gente que ha salido de la escuela sin saber. Ya llevamos ventaja. — Frunció el ceño, reflexivo. — No es una competición igualmente, eso está claro. Pero no podemos ser tan ilusos de pensar que la comparativa no va a jugar un papel en la licencia, por pequeño que sea. — Eso es cierto. Y más en un gremio tan ambicioso y meticuloso como el de los alquimistas. — Corroboró su abuelo. — Piedra es la licencia en la que más riesgo hay de que todos hagáis exactamente lo mismo. Si queréis destacar, tenéis que hacerlo muy bien. — Hacer algo que no se esperen. Como por ejemplo... — Había tomado entre los dedos el tocón de madera, e hizo una pausa mientras lo miraba. — Una transmutación tan perfecta... que no puedas saber si es un objeto real o uno... — Lentamente, lo dejó junto al de talco en la mesa y se quedó mirándolo, con la frase en el aire... hasta que dio con lo que quería. — Transmutado. — Y, con una sonrisa satisfecha, señaló la veta minúscula y blanquecina del tocón de madera. Lawrence hinchó el pecho y rio entre dientes. — Luego me dicen que por qué tengo un favorito. — Ahora el que miraba a Alice con cara de niño alabado e hinchado como un pavo era Marcus.

Lawrence alzó el tocón. — No es madera original. Es talco transmutado en madera. — Les enseñó la veta blanquecina más de cerca. — Una transmutación siempre, siempre, por perfecta que sea, tiene que tener algo que nos recuerde que la magia, a veces, solo está en los ojos de quien la mira. Que es muy fácil engañar a la vista, pero que la naturaleza es la que es, y siempre te va a recordar de dónde procede. — Sacó de debajo de la mesa otro tocón. — Esto sí es madera real. Comparad. — La verdad es que eran absolutamente idénticos salvo por la veta blanquecina. — Y estos... — Sacó otros dos tocones y lo puso junto a los dos previos. — Sacados, precisamente, de un examen para la licencia de Piedra. — Uno de ellos tenía un leve tono verdoso. El otro, al tacto, daba una sensación extraña, como irritante, que le hizo fruncir el ceño. — Parece como si pinchara. — Lawrence sonrió levemente. Señaló el verdoso. — Era una hoja. Fue muy inteligente pasar de hoja de árbol a madera de ese mismo árbol, utilizó la base esencial del mismo compuesto. Una transmutación preciosa, pero es muy evidente que no es madera original. Ninguna madera tiene ese color. Pasó porque, además de estar bien hecha objetivamente hablando y servir para lo que debe servir la madera, que es lo que importa, la metáfora del componente esencial gustó mucho. — Señaló el otro. — Ese venía de la concha de un erizo de mar. — Marcus, que aún lo tenía en la mano, abrió mucho los ojos mirando a su abuelo. Luego miró al tocón de nuevo. Lo soltó. — ¡Pincha! ¡Eso es lo que le pasa! — El hombre rio. — No hace daño, es solo una sensación levemente desagradable. Las yemas de los dedos son muy sensibles, en otra parte del cuerpo quizás sería inapreciable. — El hombre entrelazó las manos. — Fue muy cuestionado. Visualmente es perfecto, ni siquiera vetas de otro color diferente. Al ojo humano, es un tocón de madera. — Ladeó varias veces la cabeza. — Pero el comité acusó a la alumna de falta de funcionalidad. Decían que nadie iba a querer utilizar una madera potencialmente urticante. — El hombre movió la mano, con un deje de indignación. — Una exageración, ya has visto que no es para tanto. — Respiró hondo. — Ella dijo que lo había hecho a posta. Que la alquimia debe aprender que no es omnipotente. Que una transmutación nunca sustituirá el material original, y que malutilizar esta ciencia tiene consecuencias. Que todo el que toque esta madera debería saber... que hubo otra vida en la que fue otra cosa. Y eso la hace especial y más completa, pero también peligrosamente poderosa a su manera. — Rio entre dientes. — Fue un toque de humildad que no gustó al comité, de ahí las quejas... Pero ni que decir tiene que la alumna obtuvo la licencia, y bien laureada, de hecho. — Marcus sacó el labio inferior. — Impresionante. — Lawrence asintió. — Eso tenéis que buscar: una transmutación básica más que impecable, y con sentido. Esto no es una mera exhibición de habilidades, tenéis que mostrar que estáis preparados para ser alquimistas. — Miró con cariño el tocón de tacto extraño y añadió. — ¿Seréis capaces de superar la exhibición de la alquimista Anne Harmond? —

 

ALICE

Sonrió a la afirmación de Marcus y contestó con una sonrisa. — Una buena herbóloga sabe que la tierra es el principio de todo. — Y así, tan fácil como darles alquimia, plantitas y algo que estudiar, Marcus y Alice, los de siempre, habían vuelto a aparecer. Chasqueó la lengua cuando la elogió, pero le señaló con el dedo para enfatizar lo que decía. — Es verdad, la espectacularidad vende, pero en otros ámbitos o quizás en otras licencias… Aquí tenemos que demostrar la buena tierra que tenemos. — Imitó a Marcus y se puso a apuntar, pero no lo mismo que él. Así funcionaban mejor: él copiaba todo lo impartido, para tenerlo de referencia, y ella ideas clave, que surgían al hilo del discurso, en el momento, y que, si no, podían perderse.

Y entonces le pilló desprevenida el movimiento de Lawrence, porque aún estaba apuntando, pero no pudo evitar mirar con absoluta abstracción el tocón. — ¿Cómo que…? — Y entonces lo vio. Aquella pequeña esquina blanca. Miró alucinada a su novio y soltó una carcajada. — Definitivamente, me hubieran dado gato por liebre completamente, madre mía. — Y se quedó mirando el talco transmutado. Ahí, ante la magnificencia de la alquimia, le asaltaban todas las dudas. ¿Podría ella realmente hacer algo así? Algo que engañara tanto a los sentidos, tan perfecto e imperceptible… — ¿Qué pasa si alguien transmuta algo tan tan bien que nadie se da cuenta? — Lawrence rio y se cruzó de brazos. — Que su proeza moriría con él. — Cogió uno de los tocones de madera original y lo levantó ante ellos. — ¿Y si este tocón fuera una madera tan impecablemente transmutada que nadie pudiera distinguirlo? Solo su creador lo sabría, y aunque lo contara, habría que confiar simplemente en su palabra, porque no quedarían pruebas de su proeza, y dentro de unos años, cuando un maestro pusiera esto delante de sus aprendices, nadie señalaría la obra, porque todos creeríamos que es madera. — La miró con una ceja alzada. — ¿Conoces algún alquimista que no quiera que nadie sepa que ha hecho una creación tan extremadamente perfecta? — Alice sonrió y negó. — No, lo cierto es que no. — Además, si hay algo puro y perfecto, es la quintaesencia de las cosas, y esa ya le viene dada, ¿por qué tratar de imitarla? — Ella ladeó la cabeza. — Es verdad, abuelo. — En esa frase podría resumir su experiencia en alquimia.

Frunció el ceño ante la reacción de Marcus al tocar el otro taco y, como buena curiosa que era, allá fue. Efectivamente, algo tenía, pero no sabía precisar el qué. Asintió a lo de la hoja mientras apuntaba. — Brillante. Me encanta experimentar con dos formas de una misma materia, me parece tremendamente interesante explorar cuántas formas y características puede haber dentro de una misma quintaesencia. Es... como las distintas caras que puede dar una persona, o sus distintas habilidades. De verdad, me encanta —

Pero cuando dio la explicación sobre el tocón irritante, la mandíbula se le descolgó, y su mente le gritó seguro que fue Anne Harmond. La única Ravenclaw suficientemente valiente como para demostrarle a un tribunal de alquimia cuán poco humildes podían llegar a ser. Alice JAMÁS se atrevería a hacer eso, pero no podía evitar admirarla de todo corazón. Y entonces Lawrence se lo confirmó y ella solo pudo reír. — Y eso en Piedra. Le hubiera dado Plata directamente, vaya. — Se mordió el labio inferior y siguió admirando aquel cubo de madera.

Pero el abuelo ya le llevaba la delantera y sacó una pizarra. — Bien, visto lo que vais a tener que hacer, os comento. — Allí empezó a anotar fechas de septiembre y octubre. — Por las mañanas estaréis en el taller y por las tardes practicaréis, leeréis e investigaréis por vuestra cuenta. Durante estos días. — Señaló los que quedaban de septiembre en la pizarra y los primeros de octubre. — Nos dedicaremos a afianzar Tierra y Agua e intentaré pillaros en las cuestiones de Fuego. Importante: NO os frustréis si caéis en ellas, es parte del proceso, pretendo, de hecho, haceros caer para que luego no os ocurra en el examen. Si todo eso funciona como debe, probaremos la carpeta de Aire. — Señaló el tres de octubre. — A partir de este día, empezaremos a trabajar permanentemente enfocados en recrear el examen hasta el día veintiocho. — Alice frunció el ceño. — ¿No era el treinta el examen? — Lawrence asintió. — Exactamente, y el primer error de principiante con las licencias es estudiar hasta el último momento del examen. Craso error, grave riesgo de colapso justo en el momento oportuno. El día veintinueve debéis descansar y cuidar de la salud, dejarlo todo preparado, practicar el camino de ida, elegir la ropa… Cualquier cosa que no sea estudiar y que sea necesitada de hacer. Esa es la clave. — Les miró y le dio un toque en la nariz a Alice y revolvió el pelo de Marcus. — En vuestro caso… hablar sobre el futuro, que sé que os encanta. PERO. — Se alejó y subrayó la pizarra. — Hasta que ese día llegue, os necesito metidos en el asunto. Podéis descansar uno de cada cinco días, más o menos así lo he planteado, pero si os surgen planes, siempre podéis darle un pequeño empujón otro día y dejaros libre el que os venga bien. La alquimia es una carrera de fondo, pero esta concretamente va a ser de velocidad. — Él les miró. — Podéis con ello. PODEMOS con ello. Sois mis alumnos más brillantes, me lo habéis demostrado muchas veces, solo tenéis que hacer lo que habéis hecho hasta ahora y confiar en mí. —

 

MARCUS

Le intrigaba esa pregunta de Alice: ¿se podría transmutar algo a tal nivel de perfección que nadie lo notara? Esperó a la respuesta de su abuelo con la respiración contenida por la emoción... y se desinfló al oírla, aunque disimuló por fuera. Si es que con Lawrence nunca dejabas de aprender, era sabiduría pura... y Marcus un poquito ambicioso de más, tenía que madurar eso. Había soñado (y seguía haciéndolo) tantas veces con ser el mejor alquimista de la historia, que la posibilidad de transmutar a la perfección le sonaba muy atractiva. Pero su abuelo tenía razón: no serviría para nada. Era mejor hacer como Anne y como él, recordar de dónde vienen las cosas y dejar tu sello personal. De hecho, la siguiente pregunta le sacó un poco los colores, pero se mantuvo callado. Con lo que le gustaba a Marcus fardar de proezas, al parecer, en eso, era alquimista de nacimiento. No era mal camino, parecía dado por hecho, pero lo dicho, tenía que madurar aún con respecto a las ambiciones irreales. Tenía buenos referentes para conseguirlo.

Preparado para seguir tomando notas, atendió a lo que su abuelo exponía en la pizarra. Lo de no frustrarse le iba a costar, Marcus iba dispuesto a llevarlo todo a la perfección y fallar a preguntas de un profesor no era algo a lo que estuviera acostumbrado. Pero si su abuelo decía que era necesario y parte del proceso, allá que iría él, por lo que asintió con convencimiento y siguió tomando notas. Lo de recrear el examen le hizo sonreír, emocionado, y mirar a Alice de reojo. Asintió fervientemente a la propuesta de su abuelo de no estudiar el último día y se subió a ese carro, como si no se conociera a sí mismo y supiera que iba a querer estar estudiando hasta el último segundo. Pero también se conocía lo suficiente como para saber que, la única forma de no caer en eso, era teniendo ya planificada otra cosa. — ¡Es una idea genial, abuelo! Creo que es lo mejor que podemos hacer. De hecho. — Se giró hacia Alice. — ¡Ya tengo un plan! Ese día nos levantamos y... — No no no. — Negó el hombre, dejándole con la boca entreabierta y mirándole sin comprender. — Nada de "ya tengo planificado un mes antes lo que vamos a hacer a cada minuto". — Pero... — Ese día es para descansar. — ¡Y vamos a descansar! Podemos ir al parque del... — Se improvisa. — Marcus puso una mueca infantil en los labios. No le gustaba improvisar.

Siguió escuchando sus propuestas y suspiró internamente. A la única persona del mundo a la que Marcus no discutiría hasta la saciedad por proponer algo opuesto a lo que él consideraba lo mejor era a su abuelo, y menos en materia de alquimia. Sonrió a lo último y tomó la mano de Alice. — Sí que podemos con ello. — Se miraron, emocionados... — ¿Y un vistacillo a la carpeta de Aire no podemos echar? — Lawrence rodó los ojos con un sonoro suspiro. — Alquimista de corazón como yo, y con la ambición de su madre. Va a haber que atarte en corto. — Me gusta volar alto, como buen Ravenclaw. — Y no seas tan zalamero. Recuerda que aquí soy tu superior. — Rio entre dientes y, ya sí, comenzaron a ojear el contenido.

Estaba imbuido en la lectura como él se ponía cuando se concentraba mucho, murmurando inaudible para sí, con el ceño fruncido mientras leía. En mitad de su concentración, Lawrence se pegó a Alice. — ¿Ves lo que hace? — Le oyó preguntar de fondo, pero él seguía a lo suyo. — Está intentando imaginarse los diferentes tactos de la tierra. Como si lo hubiera creado yo en este taller de verdad. — Levantó la cabeza, interrogante. ¿Que estaba haciendo qué? Se miró a sí mismo, como si le acabaran de poner un cuerpo nuevo, y ahí se dio cuenta: llevaba un rato frotándose los dedos de la mano entre sí como si tuviera tierra o arena entre estos. Efectivamente: estaba leyendo sobre propiedades de los distintos tipos de tierra y trataba de visualizarlo con tanta nitidez que se imaginaba tocándolo. Arenisca, tierra de cultivo, arena de costa... Imaginaba que tenía los granos entre los dedos y que podía sentirlos al tacto, su cerebro tenía esa capacidad de imaginar, y era la mejor forma de hacerse con la composición molecular. Suspiró. — Y ahora me has desconcentrado. Qué buen tutor. — Tengo que trabajarme lo de abuelo orgulloso. — Pues sí. — Dijo con tonito, fingiendo que eso no le había gustado, y se reajustó en su asiento. — Y no sabes lo que estaba pensando. ¿O es que eres legeremante tú también? — Lawrence soltó una carcajada. — Merlín me libre. Solo soy lo suficientemente observador de mi entorno y acumulador de experiencia como para saber que intentas formar la composición molecular en tu cabeza en base a imaginar el tacto, como para saber que esta de aquí hace un rato que ha dejado de mirar los apuntes para mirarte a ti, y como para saber que mi esposa está al otro lado de la puerta tamborileando con el pie porque se le enfría la comida. — Pues para ser tan listo, ya podrías mirar el reloj. — Dijo Molly, ya entrando libremente, pues la acusación debió entenderla como vía libre para hacerlo. Eso sí, nada más tenerles en su campo de visión, cambió el tono al de abuela amorosa. — Qué bonitos mis niños estudiando, qué listos son, qué caritas tienen. — Le dio un fuerte beso en la mejilla a Marcus y otro a Alice. — Y qué comida más rica les tengo preparada para alimentar esos cerebros. — ¿Yo no me merezco un beso? — Se quejó Larry graciosamente, haciéndoles aguantar las risillas. — Ya no tengo carita de niño listo. — Tienes carita de mago sabio. — Se acercó a él y, con la misma fuerza que a ellos en la mejilla, le dio un beso en los labios. Marcus no tardó en saltar exageradamente. — Wow, wow, no esperaba esto en mi primer día de prácticas. Creía que esto era un templo del saber alquímico. — Esto no es nada serio. Mañana os quiero a todos en otro talante. — Huyó Lawrence, a quien el beso en público después de tantos años le había dejado azorado, y ya se estaba yendo a borrar la pizarra y a recoger, dándoles la espalda. Molly reía con ganas. — Si es que no ha cambiado ni un poquito. — Dio un par de palmadas y les azuzó. — Venga, niños, a recoger. Que está la comida en la mesa. —

 

ALICE

Tuvo que echarse a reír con la reacción de Marcus a no estudiar el último día y le señaló. — Si es que tiene una capacidad de improvisación digna de la licencia de Plata por lo menos. — Y le acarició los rizos. — Guarda el pensamiento, mi amor, que a mí me parecerá bien lo que digas. — Dejó un beso en su mano y se perdió en ese sentimiento, esa felicidad, asintiendo cuando aseguró que podían con ello. Ahora, a lo de la carpeta se mordió el labio inferior. — No quería ser yo quien lo pidiera, pero me muero de curiosidad, la verdad. Pero me aguantaré y seré obediente por una vez, que me juego ser alquimista. — Dijo con aparente seriedad, mientras se pegaba a Marcus y abrían la carpeta de Tierra.

Estaba extasiada por los conocimientos, no dejaba de apuntar ideas que le venían según iba leyendo, pero es que en un momento dado, se giró para preguntarle algo a Marcus y se quedó tan extasiada al verlo, que ya solo pudo mirarlo, analizar esa mirada, esos gestos… y Lawrence la pilló de lleno, pero se lo tomó bien y se rieron, aunque Marcus siguiera concentrado en lo suyo. — No puede engañar a nadie, puedes verle la alquimia en los ojos. Y mira que son bonitos, pero lo son aún más cuando esta leyendo alquimia. — Contestó a la respuesta falsamente indignada de Marcus. — Cualquiera que te conozca podía ver tu mente como si fuera una ventana, mi amor. — Y se echó a reír en cuanto Molly entró.

Sonrió y se dejó cumplimentar por la abuela, y les miró embelesada cuando demostraron ese amor tan incondicional (y ciertamente inesperado conociéndoles a los dos) que se tenían. Cuando Marcus dijo aquello, le dio un empujoncito y dijo. — ¡Déjales! Son adorables. Mira cómo se quieren después de… ¿cuánto, abuela? — Molly movió una mano en el aire. — Uy, hija, y quién sabe ya, prefiero no echar la cuenta. — Rieron mientras salían del taller en dirección a la casa y se inclinó hacia Marcus y susurró. — Eso quiero yo. — Acarició fugazmente su mejilla. — Pero tú no te me vayas a poner colorado porque te de un besito, eh. —

La comida estaba deliciosa, le sabía a auténtica gloria. — Abuela, tienes que enseñarme porque a mí esto no me sale así ni de casualidad. — Muchas horas cocinando, cariño, ni más ni menos. Y patatas, muchas patatas, bien doraditas al horno. — Y mantequilla, mucha mantequilla también. — Incluyó Lawrence, haciéndola reír. — Pues creo que aprovecharé esta etapa de estudiante aquí para aprender a hacer todas estas cosas contigo. Aprendiendo alquimia y cocina a la vez. — El abuelo se rio y se limpió con la servilleta. — Uy hija, no esperes rigor magistral de la abuela. — Alice le guiñó un ojo. — Pero nosotras nos entendemos. —

Se hizo un silencio mientras los cuatro comían, pero Molly no aguantó mucho más y dijo. — Bueno, hijos, yo creo que vais a sacarla del tirón. — Alice rio un poco y se encogió de un hombro. — Gracias, Molly. Tenemos un buen maestro, y a tu nieto se le ha enseñado desde pequeño, y desde los once él a mí, es nuestra suerte. — Pero Molly no iba por ahí, ella solo había empezado un discurso, y lo iba a continuar. — Y luego tenéis que estar un año bajo la tutela de un alquimista mínimo de cristal, que va a ser este, claro… — Alice parpadeó y miró a Marcus, a ver por dónde salía la abuela. — Y un año es muy largo, y yo entiendo que ahora queráis estar en vuestras casas y recuperando la normalidad. — Bueno, eso en su caso no era así, pero no iba a tocar ese tema justamente ahora. — Pero como en un año hay mucho tiempo, quizá podríamos irnos todos juntos a Irlanda. Lawrence preparó algunas de sus licencias allí y podemos acondicionar la casa y tener un tallercito… Ballyknow es muy tranquilo y vais a poder estar alejados de… — Hizo un gesto con la mano. — Bueno, de distracciones o cosas que os agobien y ya ir a Hielo bien preparados… ¿Me seguís? — Alice suspiró y se mordió los labios por dentro. Levantó la vista y miró a Lawrence que, de entrada, no se había opuesto. Y tratándose de alquimia, si no fuera una buena idea, ya la habría corregido. Pero ella pinchó. — ¿Crees que será suficiente con el taller para preparar Hielo? — Él se encogió de hombros. — Con mi biblioteca personal, para Hielo hay más que de sobra, y una de las bases de la investigación para esa licencia son los elementos vivos, y para la naturaleza, Irlanda es insuperable. A veces… la isla puede ser muy buena para sanar. Para hallar la paz, si es que lo necesitáis, claro. — Y así no tendríais que preocuparos de nada, yo cocinaría, Larry os tutelaría, no habría… preocupaciones. — Sí, estaban hablando de ella, de ella y de su entorno, de lo que los Gallia le provocaban. Sí, no era el mejor entorno para estudiar, y sí, tenía mucho que sanar, pero Marcus era muy familiar, y Marcus no querría separarse de sus padres así… Tragó saliva y respiró suavemente, antes de mirar a su novio. — ¿Tú… querrías? — No hace falta que nos decidamos ahora. — Intervino Molly. — Yo solo lo planteo para que sepáis que nos haría mucha ilusión y que creemos que sería bueno para vuestro aprendizaje, ¿verdad, Larry? — El abuelo asintió y les miró. — La concentración va a ser inigualable allí. Es un lugar… pacífico y amable. Sin preocupaciones ni agobios de grandes ciudades. A mí se me quedó pequeño, pero… estáis empezando y puede ser lo que mejor os venga. — Alice se quedó mirando a la nada en la mesa. Era pensarlo y a la vez se aliviaba y al mismo tiempo le daba mucho miedo, valorando que Marcus les llamara locos, pero ya imaginando cómo sería un pueblecito tranquilo y… alejado de todos aquellos recuerdos que hacían tanto daño.

 

MARCUS

La comida de Maeve era extraordinaria, y ciertamente parecida a la de su abuela (se notaba que ambas se habían llevado las recetas de Irlanda). Pero cómo había echado de menos la comida de Molly, tenía ese sabor familiar que le recordaba a su infancia. Se estaba poniendo morado. ¿Alquimia, Alice y comida de sus abuelos en una misma mañana? ¿Dónde tenía que firmar? Ahora se recordaba a sí mismo en Nueva York y daba eternas gracias a su familia irlandesa por haber sido tan buena, pero le resultaba pesadillesco. Solo de pensar que ellos no hubieran estado y se las hubiesen tenido que ingeniar solos... Pero eso ya era un capítulo pasado de sus vidas. Tocaba mirar hacia delante, y lo que se planteaba era muy bueno.

Se estaba limitando a comer mucho, a sonreír y a escuchar, porque para hablar no le daba ya la capacidad. De hecho, ni detectó el silencio ni, por supuesto, si el mensaje de su abuela llevaba otro velado, lo iba a pillar, porque estaba absolutamente a lo suyo, viviendo su vida como consideraba que la tenía que vivir, bien feliz y determinando que los problemas estaban ya acabados, pasados y cerrados. Eso sí, la propuesta de Irlanda le hizo dejar de masticar y mirar a todos los presentes. — ¿En serio? — Preguntó, con la ilusión ya emergente, cuando pudo reaccionar. Se limpió un poco con la servilleta antes de seguir. — Yo había pensado en Francia. Es cuna de la alquimia y tendríamos cerca a la familia. — Comentó mirando a Alice, y poco a poco empezó a sonreír. — Pero lo de Irlanda... suena genial. — Apretó la mano de su novia. — Queríamos viajar allí, conocerla. Hacía tiempo que queríamos ir, y ya teníamos las Navidades planeadas con los Lacey. Pero pasar allí el año... sería una experiencia magnífica. — Y sí, había echado de menos su casa y no pensaba que se iría tan pronto, apenas había podido disfrutar del tiempo allí y con sus padres desde que salió del colegio entre una cosa y otra. Pero Irlanda, junto con La Provenza, era lo que más sensación de hogar le daba, y para las apariciones no estaba tan lejos. Le parecía una idea fantástica.

La explicación de sus abuelos ni la necesitaba, él ya estaba convencido, solo le sirvió para convencerse aún más. La pregunta de Alice le hizo parpadear, sin borrar la sonrisa. — Claro. — Dijo de corazón, y entonces reparó en algo. — ¿Y tú? — Preguntó, un tanto dudoso. Encogió un hombro. — La idea de Francia... sigue siendo buena, si lo prefieres. — Miró a sus abuelos. — ¿Podría combinarse, si lo queremos así? — Pero Molly dijo que no tenían por qué decidirlo ya, y las expresiones de ambos... no parecían tan entusiasmados como Marcus hubiera imaginado ante la idea de pasar todo el año en Irlanda. Pero serían sus dudas, había vuelto muy temeroso de América.

— ¡Buenas! — Se escuchó la, si bien tan monocorde como siempre, levemente más feliz voz de su tía Erin. Segundos más tarde, ella y Aaron, a quien parecían haberle desaparecido las ojeras y tener más luz en la cara, aparecieron por el comedor. — Ay, cariño, qué alegría tenerte por aquí. — Tienen un jardín precioso, señores O'Donnell. — Miró a su alrededor con una sonrisa. — Me resulta familiar esto. — Os dije que estar con Frankie y Maeve era como estar con vosotros. — Comentó Marcus divertido, y fue a saludar con afecto tanto a Aaron como a su tía. — ¿Ya habéis comido? — Yo no sé cómo esta mujer se alimenta cuando está por ahí con los bichos. — Suspiró Molly, y mientras se iba a la cocina decía. — Menos mal que siempre me sobra comida. — Erin les miró y se encogió de hombros. — A veces se me olvida comer. Pero estoy viva. — Se sentó a la mesa. — Vivi tenía hoy un reportaje en Praga. Se ha ido esta mañana y dudo que vuelva hasta... Igual no vuelve hasta mañana. — Puso una leve expresión avergonzada. — Puede que no hayamos contado con el invitado para comer... — Yo estoy feliz. — Dijo Aaron, cero problemas, alzando las palmas y sentado junto a Erin. — No tengo ni hambre. No he estado más tranquilo en mi vida. — Te aseguro que, cuando mi mujer venga con la comida, te entra hambre. — No lo niego. — Contestó el chico entre risas a la broma de Lawrence.

— ¿Has hecho costillas? — Preguntó Erin, casi echándose sobre la mesa cuando Molly llegó con la comida. Aaron también se estaba dejando derretir por el olor. La abuela suspiró. — Lo dicho, muerta de hambre. — Es que me encantan las costillas. — Aaron, bromista y con una ya en la mano, dijo. — Es un tanto irónico que te gusten tanto las costillas siendo tan animalista. — Erin le miró con los ojos entornados. — No son de dragón. — Todos rieron, y Marcus señaló a su tía. — Tienes suerte de que no esté Violet aquí para desvelar que seguro que las has probado. — Siguieron riendo y él, divertido, añadió. — Y aparte de saquear la cocina de la abuela, ¿qué os trae por aquí? —

 

ALICE

Sus ojos brillaron al ver la ilusión de su novio. No podía pedir nada mejor. — ¡Claro que sí! — Dijo emocionada. Eso necesitaba. Estar lejos, y no porque estuviera forzada, porque quería ella. Estudiar tranquila, estar en un pueblo donde nadie supiera todos sus líos de familia, ni la reputación de su padre, ni… Solo sería la novia del nieto de los O’Donnell, solo leería, investigaría y aprendería a cocinar. Abrió mucho los ojos a lo de Francia y negó con la cabeza. — ¿Francia? No, no, mi amor… Eso ya para… — Nunca. — Acero, cuando haya que hacer la estancia en el extranjero y eso… Ahora no… La… La obra de Jackie y los… — Gallia, los Gallia. Los Gallia que todo lo contaminan, que me necesitarán para que arregle diez mil cosas como hacía mi madre y por eso nunca volvió a trabajar desde que llegó a Inglaterra, porque su trabajo era arregladora oficial de problemas Gallia, pensó con agobio. — Igual cuando tengáis ese taller tan bonito que siempre habéis querido, podéis pasar allí una temporada. — Le ayudó Molly con una sonrisa. Ella asintió, agradecida, y apretó la mano de Marcus. — Sí. Eso es. Nos moríamos por conocer Irlanda y va a ser… genial y buenísimo para la concentración y para conectar con esa parte de nuestra historia. — Y antes de que sintiera que necesitaba seguir hablando por no callar, aparecieron allí Erin y Aaron.

Casi podía visualizar el terremoto ocurrido en la mente de Erin cuando, sin una Vivi que sabe lidiar con ese tipo de caos, se dio cuenta de que tenían que: adquirir comida, cocinarla, servirla y limpiarlo todo después, y, ante el bloqueo, había recurrido a los O’Donnell. — Tampoco guisa ashwinders ni nada parecido. No la hagas sentir mal. — Criticó a su primo dándole un empujoncito mientras Erin mascullaba algo de que las tribus aborígenes de Australia hacían cosas peores y rio a la aseveración de Marcus. — Seguro que haría algún comentario inapropiado incluyendo el verbo “comer”. — Dijo ella, un poco más relajada, soltando el aire y dejando salir una sonrisa.

Se quedaron con Aaron y Erin mientras terminaban de comer, hablando de esto y de aquello, hasta que su primo tomó una postura como de ir a decir algo y se dio cuenta de que no habían ido allí solo a comer. — Bueno quería aprovechar que estáis los dos aquí… y de paso unos cuantos O’Donnells, para que se vaya expandiendo la noticia, para contaros que ya sé a dónde me voy a ir. — Alice parpadeó y miró a Marcus y luego a su primo, con comprensión. — Entonces Ethan… nada ¿no? — Chasqueó la lengua y levantó las palmas. — Ethan y yo no nos amamos precisamente, y… Quizá suene un poco egoísta, pero está metido en una situación demasiado parecida a la que me acabo de librar. — Hijo, si es que lo has pasado muy mal, tienes todo el derecho… — Ay, mamá, déjale hablar. — Riñó Erin a Molly. — No, si no pasa nada… Pero es que estoy cansado justo de eso. Aaron el que lo ha pasado mal, Aaron el pobre que tuvo que dar tumbos por dos países, que se moría de miedo, que… En fin, estoy cansado de mi propia historia. Voy a cambiarme el apellido, a ser una nueva persona… Igual ni siquiera sigo haciendo magia, o la hago solo en mi casa y vivo entre los nomaj, en un sitio en el que se tolere mejor la homosexualidad y no tenga que preguntarme qué opinará sobre el tema el que esté enfrente. — Molly suspiró y negó con tristeza. — Me temo, cariño, que para eso queda mucho, entre muggles y magos. — Pero entre los muggles está más aceptado según el sitio. — Señaló Erin y Alice la miró. Su tata y ella vivían en un barrio muggle por algo, y ambas estaban acostumbradas a confundirse con la pared cuando de muggles se trataba, y eso era porque probablemente no se sentían tan observadas y juzgadas entre ellos como entre los magos.

Pero Aaron la sacó de su reflexión. — Pero tengo que pedirte algo, prima. — Volvió a su ser y asintió. — Claro, dime. — Quiero hablar con tu madre. Y no quiero hacerlo contra tu deseo. — Por un momento se quedó en shock, y diría que el resto de los presentes también, porque se hizo un silencio tal que fue hasta agobiante. — Aaron, mi madre… — Me refiero a su retrato. Sé que está aquí. — Alice parpadeó y frunció el ceño. — Pero… el retrato… no es mi madre, Aaron. — Dijo, tratando de sonar comprensiva, pero sin duda tensa. — Es una sombra de su alma, no es un cerebro, no puede… decirte nada, probablemente ni reconocerte. — Él asintió muy tranquilo y apoyó las manos en la mesa. — Cuento con ello. Sé que es solo una parte de ella y que tiene una conversación limitada, pero… es la única persona que hizo lo que voy a hacer yo. Quiero intentarlo aunque sea. — Alice se giró y miró a los O’Donnells de la mesa. Todos miraban con pena a Aaron y son reserva a ella. Ya, ya sabía lo que le iban a decir. Suspiró. — ¿Dónde está? — Arriba, en la habitación de Arnold. Generalmente la tenemos por aquí para que no se aburra, pero no queríamos que te viera y te acosara a preguntas. — Contestó Larry. Vaya, ahora era como tener una mascota de la que ella tenía miedo o algo así y tenían que encerrarla cuando ella iba. Se levantó y dijo. — Venga, vamos. — Su primo parpadeó y la miró sorprendido. — ¿De verdad? — Ella alzó las cejas. — ¿Qué esperabas? He gastado muchas energías en Nueva York, Aaron. ¿Tú quieres hablar con un cuadro porque crees que te va a ayudar? Hablemos. Yo espero que sepas ver la diferencia con algo real, confío en ello. Si no, otro más al que voy a tener que ayudar, ¿qué más da uno más? No serás el primero, ya he andado ese camino. — Se giró a los demás y dijo. — Ahora volvemos. —

 

MARCUS

Aaron ya le había comentado sus intenciones de irse, pero Marcus era experto en ver la realidad tal y como le gustaba y argumentar por qué así estaba bien: era cierto que entendía perfectamente sus motivos y los apoyaba, pero ahora que les veía ahí a todos juntos, que le veía tan contento e integrado con Alice, y lo bien que había conectado con Erin y Violet, ¿tan descabellado sería que se quedara en Inglaterra? Era lejos de los Van Der Luyden igualmente. También era solo un espejismo, porque precisamente había ido a comunicarles que se iba, así que frunció los labios en una sonrisa leve y le escuchó.

Y se ahorraba las opiniones al respecto, pero por supuesto que apoyaba que tomara distancia de Ethan. Ese chico necesitaba primero arreglarse él, y Aaron no estaba para arreglar a nadie ni dejarse arrastrar por otra situación como de la que veía huyendo precisamente. Podría sonar cruel, pero era lo más práctico, y desde luego lo mejor para Aaron. Él mismo decía que no se amaban, Marcus opinaría diferente de haber amor de por medio, pero no habiéndolo era la decisión más inteligente que podía tomar. Lo que le sorprendió y alegró a partes iguales fue el discurso que le siguió, porque si algo le había afeado Marcus a Aaron desde que le conoció había sido su discurso victimista. — Te honra muchísimo eso. — Afirmó de corazón, con una sonrisa más amplia.

No le quería aguar la fiesta, pero ¿por qué iban los muggles a tolerar la homosexualidad mejor que los magos? Marcus no lo reconocía a viva voz, pero le costaba ver que los muggles pudieran hacer algo mejor que los magos. Si bien entendía que quisiera quitarse tanto de en medio que abandonara hasta la magia. Él no podría, y creía que, a la larga, Aaron también querría hacer uso de sus poderes, que solo estaba huyendo por hartazgo de ese mundo que tanto le había hecho sufrir... pero eran sus decisiones y él las apoyaba. Eso sí, su petición a Alice sí que le puso tenso, tanto que hasta se removió en la silla.

En lo que los primos hablaban, él no paraba de intercambiar miradas incómodas con su familia. Había visto lo que era pensar que ese retrato era la Janet real, y lo que le faltaba a Aaron era engancharse a eso, últimamente había hecho muchas referencias a ella. Y sabía que Alice prefería no estar en su presencia... pero cualquiera le llevaba ahora la contraria. Aunque lo intentó, con sutileza. — Emm. — Empezó, prudente e inclinándose ligeramente hacia delante en su silla. — Puedo ir yo con él, si lo prefieres. — Pero, en lo que acababa su frase, notó la mano de su abuelo en su antebrazo, muy discretamente, aunque el hombre estaba contestando a la chica. Tragó saliva. Nada, Alice ni siquiera dio opción a hacer otra cosa.

Se quedó un espeso silencio entre los presentes que, al cabo de unos instantes, Lawrence rompió con una especie de suspiro cansado, mientras se levantaba de su silla y decía. — Hija, ayúdame a recoger esto. Ya que tu madre ha tenido a bien servirnos a todos, que se vaya a descansar merecidamente. — Erin se levantó también, y ambos empezaron a recoger a punta de varita. Cuando Marcus fue a hacer lo mismo, su abuela, levantándose, le dio un par de palmaditas en la mano y le dijo. — Uy, qué va, yo no sirvo para estar en el sofá mirando a la nada, y llevo muchos meses sin ver a mi nieto. Tú te vienes conmigo y me haces compañía en el descanso. — Pero puedo echar una m... — Nooo no, si tu abuelo te tiene ya condecorado como héroe que merece descanso. Ellos recogen. — Rio con la ocurrencia de su abuela y, mientras Lawrence y Erin ni les miraban, como si se quisieran mimetizar con la vajilla que estaban recogiendo, se vio arrastrado por la mujer hacia el salón.

Se sentó ella con un suspiro en el sofá, y él a su lado. Ya le estaba viendo la cara de querer reñirle. — No te voy a reñir, hijo, si no has hecho nada. — Rodó los ojos. — ¿¿Es que no puede uno pensar nada en esta familia sin que se lo adivinen?? — Tienes una cara muy expresiva, cariño. Aún tienes que practicar un poco más si quieres parecerte a tu madre. — Volvió a suspirar, recolocándose correctamente en el sofá. — O asumir que en tu ejercicio profesional y con gente a la que quieres impresionar te sale muy bien, pero que en tu familia bajas la guardia y sacas tu vena O'Donnell, así que sí, te oímos pensar. Me casé con uno y engendré otros dos, y uno de ellos otros dos a su vez. No pretendas engañarme. — Suspiró levemente, aunque con una sonrisilla. — No recordaba haber hecho nada malo, pero bueno, ya que no es para reñirme... ¿para qué queríais todos que habláramos tú y yo en privado? — Molly le miró circunstancial, aunque tierna. — Porque aún no has aterrizado de Nueva York, cariño. —

 

ALICE

Nunca había subido a la habitación de Arnold, pero sí a la de Erin, y se veía cuál era la principal, así que más o menos intuía por dónde podía estar. En su día habría sido distinta, pero, en algún punto, Molly y Lawrence habían puesto allí dos camas, claramente para Marcus y Lex por si se quedaban a dormir, pero todo seguía emanando Arnold. La estantería con libros juveniles y de juegos matemáticos perfectamente ordenada, las cortinas en tonos de azul, todo tan ordenado y sereno, pero a la vez alegre. Había una cómoda, y sobre ella una especie de juguetes, pero a Alice lo que le llamaba la atención era lo de justo encima.

Ahí, plácidamente dormida, estaba su madre, su jovencísima madre, con su vestido morado y su cabellera negra desparramada. Oyó cómo Aaron cogía aire con profundidad. Ya, impresiona, si es que buena idea no era, pensó con retintín. — Sabes que yo esas cosas puedo oírlas ¿verdad? — Ella suspiró, y le iba a contestar, pero Janet se despertó de golpe, y en cuanto la reconoció se pegó a su superficie. — ¿ALICE? ¡Alice, mi vida, eres tú! ¡Has venido a verme! Molly me dijo que estabas de viaje tú también! ¡Ya pensé que me habíais dejado aquí para siempre! — Ella trató de contener la reacción y tragó saliva. — Hola, mamá. — ¿Cómo estás, cariño? Ay, te agradezco tanto que hayas venido… — Avanzó un poco hacia ella y tiró de Aaron. — Uy, ¿quién es tu amigo? — Cambió un poco de expresión. — ¿Y Marcus? ¿No ha venido contigo? — Está abajo, con los abuelos. Pero… Aaron ha venido a verte a ti. — Se llevó las manos al pecho y se sonrojó. — ¿A MÍ? Uy, ni que yo fuera aquí… Hola, Aaron, ¿por qué querías verme? — Ahora al que le costaba hablar era a él. No es tan fácil, eh, pensó con un poquito de resquemor. — Hola, Janet… Soy… Aaron McGrath. Soy tu sobrino, el hijo de tu hermana. —

Los tres se habían quedado en un silencio muy tenso, y a Janet parecía costarle bastante hilarlo todo, parpadeando y con la boca entreabierta. No en vano no era una inteligencia como tal, no podía hacer mucha deducción lógica con tanta facilidad. — Eres… el hijo de Lucy… Pero claro, eres… — Rio un poco con ternura. — Solo un poco mayor que mi Alice, evidentemente. Y cómo te pareces a mi padre de joven, has sacado todos los genes Van Der Luyden, sin duda. — Sus ojos se inundaron. — No sabía ni si habías sido niño o niña… La última vez que vi a tu madre estaba embarazada, después de todo lo que le había costado… Tu padre debe estar encantado de que seas un niño, era su obsesión… — Aaron rio con un poco de tristeza. — Oye, ¿pero cómo es que estás aquí? ¿Es que Lucy… ha ido a buscarme, a mi familia? — No sabe nada de lo de Dylan ni el espionaje, pensó para que Aaron la oyera. — No ha sido así exactamente. — Dijo él, acercándose al cuadro afablemente. — Más bien… yo me he escapado. — Y vio cómo le cambió la expresión a su madre. — Oh, cariño… ¿qué pasó? — El corazón le dolió. Alice había crecido con ese tono de voz. Esa voz que te hacía sentir que tu conflicto era lo más importante del mundo, que la persona delante de ti te estaba prestando absolutamente toda su atención y quería consolarte y quererte. Recordaba esa calidez, esa tranquilidad de “me acaba de pasar algo malo” y poder correr sin pensar a los brazos de su madre, segura de que ella iba a encontrar la solución. Desde que ella murió, había podido recurrir a gente, pero no era gente que le hiciera sentir que su problema era el más importante del mundo. Que le diera un besito y le dijera “no pasa nada, ahora mismo se arregla”. Lo que encontraba era “tienes que ser fuerte, pero ser justa, mantenerte firme, lucha, acabarás ganando” y echaba tanto de menos ese tono, esa escucha… Se había perdido la mitad de la conversación claramente. — Siempre me pregunté qué pasaría si algún día había un homosexual en la familia, o un squib o… Quién sabe. En si yo podría hacer algo y… Bueno, ya no puedo, pero me alegro de que hayas encontrado a Alice. Mi niña es muy buena también, como su padre, ellos te van a ayudar, ya lo verás. — Aaron se había quedado callado y claramente pensando. — La cosa es, tía Janet, que… tengo un dinero ¿sabes? Bastante, la verdad, suficiente para empezar una nueva vida… Pero no sé cómo hacerlo. Tú lo hiciste, ¿cómo se hace? —

 

MARCUS

Se mordió los labios y miró hacia la puerta del salón. Tras un silencio muy breve, dijo. — Está en la habitación de papá ¿no? Donde dormíamos Lex y yo de pequeños. — Molly asintió, serena. — Janet... era una niña dulce. Para mí siempre fue una niña, no dejó de serlo ni por ser madre, ni por morirse tan pronto. Se merecía la habitación más infantil y tierna de la casa, y también un lugar con un toque Ravenclaw... Aunque su Ravenclaw se pareciera a tu padre en orden en absolutamente nada. — Marcus rio levemente, aunque un tanto triste. Volvió a crearse un silencio pequeño. — ¿Cómo está? — Molly sonrió con ternura, le puso la mano en la suya y dijo. — Es un cuadro, cariño. — Ya... — No, no ya. — Dijo con suavidad. — No es Janet. Es importante que todos lo sepamos. — Hizo un gesto con la cabeza. — Incluidos los dos que están ahí arriba ahora. — Marcus asintió con pesadumbre.

Su abuela retiró lentamente la mano. — Me has cambiado de tema. — Él la miró extrañado. — No estábamos hablando de nada. — Molly arqueó las cejas. — Marcus. — Suspiró. Pues no, no iba a poder escaparse. — No sé a qué te refieres con que no he aterrizado. — Alzó las manos y las dejó caer. — Ya he hecho todo lo que podía hacer. Me fui con Alice, lo he hecho todo con ella, he luchado lo indecible junto a ella y hemos recuperado a Dylan. He vuelto, he estado con la familia, he estado con mis padres. — Alzó un índice. — He llorado, que lo sepas, porque yo lloro, y no me avergüenza hablar de mis sentimientos ¿sabes? Y no me digas que no porque me conoces. Lo he soltado todo y dicho cómo me siento y llorado y todo lo que se suponía que debía hacer. — Molly le miraba con serenidad mientras él seguía con su perorata. — Y Alice me pidió que la acompañara a llevar a Dylan, y he ido, y me he venido aquí y me he tirado toda la mañana en el taller, a tope con la alquimia, y tomando nota, y presente como tenía que estarlo. ¿Qué más queréis de mí? — Mostró las palmas. — Y no estoy alterado, que conste. — Y, ciertamente, no había alzado en nada el tono y hablaba con mucha serenidad... pero también con un muy evidente tono ofendido y a la defensiva, teniendo en cuenta que su abuela aún ni había empezado. Pero la conocía ya, a ella y a los O'Donnell, y Lawrence y Erin se habían quitado de en medio en cuanto habían podido y le habían mandado con su abuela. Empezaba a estar un poco cansado de conversaciones. — Pero es que me parece un poco injusto que se me mire con tanta condescendencia y no paren de exigírseme cosas. No sé qué más esperáis de mí que haga. — Alzó los brazos un poco y los dejó caer. — Si estoy hablando tan contento, malo; si lloro, malo; si vengo y me pongo con la alquimia, malo; si no lo veo claro, malo; ¿Me quiero quedar en casa de mis padres? Intento esconderme; ¿Me quiero ir a Irlanda? Intento hacer como si no hubiera pasado nada. ¿A que sí? ¿A que me ibas a decir eso? ¿A que ibas a acusarme ya de querer hacer como si nada y que soy un O'Donnell que solo ve los problemas si están escritos en un libro y que quiero esconderme detrás de la alquimia y blablablá? Te recuerdo que la idea de Irlanda ha sido tuya. ¡Y yo he dicho que me parecía bien! ¿Qué pasa ahora? —

Ni una interrupción, ni una respuesta inmediata: solo su abuela mirándole muy tranquila y con cara de póker. Y él, que lo había dicho todo de corrido, la miraba ahora demandante. ¿Es que no iba a hablar? Esperó unos segundos para hacerlo. — ¿Has terminado ya? — Fue toda su respuesta. Parpadeó y, ya visiblemente indignado, se encogió de hombros. Molly se reajustó un poco en el asiento y le miró de frente, muy seria. — Nadie ha dicho que hayas hecho nada mal, Marcus. Lo estás diciendo tú solo. — Rodó los ojos. — ¿Entonces qué hago aquí contigo? Abuela, que nos conocemos. — Perdón si no he venido con una pancarta alabando tus gestas. — Ironizó, lo cual le sacó un bufido. — Escúchame, Marcus, no te pongas terco. ¿Cuándo te he dicho yo algo que no te haya servido, tanto a la larga, como a la corta, como a la intermedia? — Estaba demasiado ocupado en mirar a un punto indefinido del suelo con un mohín indignado como para contestar.

— Esto que habéis vivido ha sido muy duro. Lo habéis pasado muy mal, ambos. — ¿Has oído lo que ha dicho Aaron? — Interrumpió de nuevo, ya mirándola. — Quizás no necesitamos más palmaditas en la espalda. Quizás no necesitamos que nos dejéis llorar más en vuestro hombro porque estamos cansados de llorar, sobre todo Alice. Quizás lo único que queremos es poder seguir adelante con nuestras vidas y ya está. — Y me parece muy bien y es lo que tenéis que hacer. — ¿Entonces? — ¡A su debido tiempo, hijo! — Acortó la mujer, en vistas de que Marcus, en su ofensa, no dejaba lugar a una conversación pausada. — Las cosas no se recuperan con chasquear los dedos. ¿O acaso no te queda un remanente de desagrado y vacío en el pecho cuando se ha ido un dementor, aunque lo hayas derrotado? — Soltó aire por la nariz. — ¿Y qué hacemos? ¿Nos tiramos ya toda la vida llorando porque un día nos cruzamos con un dementor? — Por supuesto que no. Pero las heridas hay que curarlas. — ¿Y qué hago? ¿Eh? Dime, ¿qué tengo que hacer? ¿Qué hago para que se cure? — Molly enterneció la mirada y, con ojos tristes, respondió. — Nada. —

 

ALICE

— Uy, qué pregunta me haces, cariño… — Janet se había puesto claramente nerviosa porque, Alice insistía, no tenía suficiente capacidad para algo tan complicado. — Yo, Aaron… me fui por amor. Si no hubiera encontrado a William… me habría quedado. Habría esquivado un matrimonio de conveniencia como hubiera podido, pero… quizás, eventualmente, hubiera acabado convirtiéndome en tu madre. — Los ojos le brillaban incluso a través de la pintura, y su voz delataba una adoración sin igual. — William me salvó, Aaron, porque me enseñó que había una vida más allá, sin él… nada hubiera sido igual. — Alice tuvo que morderse las mejillas. ¿Sería eso? ¿Su madre siempre sintió que le debía eso a su padre, el haberla “sacado de Nueva York”? ¿Por eso tantos años de entrega a una persona y una familia? Ella sentía que les debía mucho a los O’Donnell, pero no veía nada claro aguantar todo lo que había aguantado su madre.  

— Pero tú ya te has ido, y dices que tienes dinero… Cariño, ya lo has hecho todo. — Janet rio y Aaron también. — Yo dependía de que William me quisiera y me mantuviera aquí en Inglaterra, al menos hasta que nos casamos, porque no podía ni trabajar, no estaba aquí legalmente… — Suspiró. — ¿Cuál es tu duda? — Aaron tragó saliva y se pasó la mano por el pelo. — ¿Podré realmente ser… Aaron Nadie? ¿Viviré siempre con el recuerdo y el remordimiento de lo que dejo atrás? — Janet bostezó y parpadeó. — Perdona ¿eh? Te estaba escuchando, es que tengo un cansancio… — Pareció recomponerse, pero Alice sabía que no le quedaba mucho hablando. — Tu historia es la que es, te vayas lo lejos que te vayas, y en tu cabeza va a vivir siempre, pero te afectará solo en la medida que tú dejes que te afecte. Estás lejos, no pueden hacerte ya nada… — Alice reprimió unas lágrimas. La conciencia del cuadro de su madre sabía lo que era dejar que el pasado te condenara, pero aun así ahí estaba, dando un grandioso consejo a Aaron, haciéndole sentir claramente mejor… Algo, aunque fuera un poquito, de su madre sí que tenía. Y era tan doloroso que estuviera ahí encerrada. — Pero no puedes olvidar todo lo que te ha traído hasta ser libre, y menos olvidar a mi Alice ahora que os habéis encontrado y que, por lo que veo, os entendéis tan bien. — Volvió a mirarla a ella. — Estoy tan contenta de que hayas venido. —

— Tía Janet. — La llamó Aaron. — Es a ti a la que no olvidaré. Por encima de todo el mundo. Tú demostraste que se podía escapar. Gracias. Gracias por ser tan valiente y buena. Y gracias por poner a Alice y a Dylan en el mundo. — Su madre se llevo las manos a las mejillas. — Oh, Aaron… Qué cosas más bonitas. Tienes muy buen corazón, vas a poder hacer amigos y enamorarte allá donde vayas, créeme. — Alargó las manos en el lienzo. — Mucha suerte. Y hagas lo que hagas, sé libre, escoge tu camino con libertad siempre, y, sobre todo, líbrate de las garras del pasado, no del pasado en sí. — Aaron asintió. — Sí, tía Janet, te lo prometo. — Y su primo la miró, ya podían irse. Alice suspiró aliviada y se dispuso a salir.

— Mamá, tenemos que irnos. — Dijo con toda la dulzura que le salió, aunque no era mucha. — Te dejamos descansar. — ¡Alice, espera! Ven un momento, déjame verte. — Tratando de mantener la sonrisa, se acercó. — Cada día te pareces más a mí, cariño. — Ella sonrió un poco más. — Eso intento, la verdad. — Vio la sonrisa emocionada de su madre. — Tienes todo lo que yo tenía: amor, y muchas ganas de vivir. Solo ve y hazlo. Sale bien, de verdad. — Sonrió emocionada, con ganas de llorar y asintió. — Te lo prometo. De verdad que tengo que irme. — Le dijo adiós con la mano, pero Janet, que se había vuelto a la silla, la llamó una vez más. — Alice, ¿me enciendes por favor esos juguetes? — Ella achicó los ojos. — ¿Los juguetes? — Sí, son experimentos de transformaciones y encantamientos de tu padre, se los hizo a Arnold de joven, ¿a que son preciosos? — Los miró con adoración. — Verlos funcionar me recuerda tanto a él. — Alice suspiró. Esa situación era tan triste y desesperante para ambos… El maldito cuadro solo traía tristeza, pero ¿que hacía? ¿Dejaba campar la tristeza a sus anchas? Sonrió un poco y activó los tres juguetes, dejándoles hacer piruetas y lucecitas, mientras Janet ya ni la miraba, solo miraba los juguetes. Mientras se iban, Aaron se limpiaba las lágrimas. — Esto es una mierda. — Sí, pues no me digas que no te lo advertí. — Dejó salir el aire y dijo. — Pero… te ha dicho cosas con sentido. Siéntete afortunado, y utilízalo con sabiduría. — Señaló las escaleras. — Por ahí abajo hay mucho de eso. Y están vivos. Aún te pueden ayudar más que un reflejo de mi madre. —

 

MARCUS

Volvió a subir un poco las manos y a dejarlas caer con frustración, mirando a su abuela. — ¿Nada? — La mujer no contestó, así que ya lo hizo él en forma de bufido y negando con la cabeza, mirando a otra parte. — De verdad que no sé qué queréis de mí... — Se mojó los labios. — ¿Puedo al menos saber qué he hecho para merecer esta conversación? — La miró. — Y no me digas que solo estamos hablando porque todos los que estamos en esta casa, incluso los dos de ahí arriba si bajan y nos ven aquí, sabemos que no es verdad. — Su tono no era alterado, era de derrota. Empezaba a estar ya muy cansado.

— Solo intento... — Respondió su abuela, comprensiva. — …Que no metas la pata después de todo lo que os ha pasado. — ¿Y en qué ves que voy a meter la pata? — En negar la realidad y en empeñarte en que algo que no está bien, esté bien. — Se acercó a él. — Alice está enfadada con su padre. Se le pasará algún día, pero ahora mismo lo está, y tiene derecho a estarlo. — Marcus soltó aire por la nariz. — Ya lo sé. — Lo sabes en la teoría, pero no en la práctica. — Molly volvió a mirarle directamente. — Marcus, le has propuesto ir a Francia a investigar. — ¿Qué malo tiene? — No quiere estar con los Gallia por una temporada. Está cansada y se siente quemada y sobrepasada. ¿Sabes por qué os he propuesto iros a Irlanda? — Parpadeó, sin desfruncir el ceño. No podía evitar seguir sintiéndose levemente interpelado por todo aquello. — Alice necesita un ambiente tranquilo no solo para estudiar, sino para amueblar su cabeza después de este huracán. Para tomar conciencia de que las aguas vuelven a su cauce, de que esta pesadilla ha pasado y de que enemistarse con su familia no merece la pena. Pero tiene que sanar sus heridas. No puedes pedirle que lo haga de un día para otro. — No le he pedido eso. — Molly le miró por encima de las gafas. No pensaba reconocer algo que no había dicho, así que...

Tras un minuto entero de Marcus mirando a otra parte con orgullo y Molly mirándole a él, rompió el silencio. No le gustaba esa presión. — ¿Tú me has escuchado decirle eso? — Pero te conozco. — O quizás no me conozcáis tanto. He madurado ¿sabéis? — Pues claro que has madurado, Marcus, y mucho. — Soltó una risita. — No todo el mundo haría lo que tú has hecho este verano. ¿Crees que no estamos orgullosos de ti o que pensamos que podrías haberlo hecho mejor? No se puede hacer mejor, y menos con tu edad y circunstancias. — Al final le hacía llorar. Menos mal que seguía mirando a otra parte, pero ya se notaba el nudo en la garganta y le escocían los ojos, aunque siguiera manteniendo una mueca indignada en la cara. — Una cosa es la madurez y otra la personalidad. Cariño... tú quieres tanto a Alice, y a William, y te gusta tanto estar en familia, y lo has pasado tan mal, que no concibes esta pelea. — Es que no tiene sentido. — Su abuela hizo un gesto con las manos como si acabara de darle la razón. Maldita sea... — Solo te digo que le des tiempo. Y que por mucho que te digas a ti mismo que todo está bien, sabes que no. — ¿Y cuándo lo va a estar? — Preguntó, con la voz levemente quebrada. — Yo solo quiero hacer lo que habíamos planeado... Hacer nuestra vida y ser felices. — Molly sonrió con ternura y se acercó a él, pasándole el brazo por detrás de los hombros, envolviéndole con protección. — Ya lo sé, mi niño... Y nosotros siempre vamos a estar ahí para ayudaros con eso ¿vale? Lo sabes ¿verdad? Que no estáis solos. Que no tenéis por qué hacerlo solos. — Miró a la mujer con los ojos emocionados. — Si nos vamos a Irlanda... — No será lo mismo que en Nueva York, y ahí tampoco habéis estado solos. — Le apretó contra sí. — Se arreglará. Solo dale tiempo. — Respiró profundamente y se dejó abrazar, ahora que podía, efectivamente, sentirse protegido.

— ¿Qué tal? — Oyó la voz de su tía Erin en la puerta, pero no era a ellos, sino a Alice y Aaron, que ya bajaban. Claramente lo había usado como alarma para ellos, para que se recompusieran y disimularan. Salió del abrazó, respiró hondo y, en confidencia, su abuela le dijo. — Venga, quiero ver a ese caballero hermoso que tiene a su princesita conquistada, que esa es vuestra mejor versión. — Eso le hizo sonreír. — Gracias, abuela. — La mujer sonrió con calidez... pero le dio un inesperado pellizco en el costado. — ¡Au! ¡Eh! ¿A qué viene eso? — Para que a la próxima no seas tan contestón con tu abuela. Guarda los orgullitos para otro. — Hizo una pedorreta. No, si al final la bronca se la llevaba hiciera lo que hiciera.

 

ALICE

Aaron le pasó un brazo por los hombros y la estrechó. — Lo siento. Me imagino lo duro que es. He estado con ella cinco minutos y ya la echo de menos… No sé cómo debe ser haber tenido una madre tan excepcional y haberla perdido. — Alice tragó saliva, pero los ojos ya los llevaba inundados. A la primera que le pincharan, lo iba a soltar todo de golpe. Y claro, una sola pregunta y ya iba a venirse abajo, si es que no se podía estar tan sensible.

Marcus parecía entretenido al menos con su abuela, pero Molly la detectó inmediatamente. — ¡OOOOOY MI NIÑA! ¿Qué ha pasado? — No quería dar un espectáculo, sabía que a Marcus le alteraba verla llorar y había alertado a todos los O’Donnell y ahora estaban a su alrededor, preocupados. — No… No pasa nada, es que… — ¿Te ha preguntado algo doloroso? ¿Es eso? ¿No ha reconocido a Aaron? Si es que es normal, porque… — Molly, mujer déjala hablar, que la estás agobiando. — Alice negó con la cabeza y se limpió las lágrimas. — No, de verdad es que… — Sorbió. — Nunca digo cuánto echo de menos a mi madre. No a alguien que me ayude, que me quiera, porque de eso tengo mucho, soy afortunada… Pero a mi madre, a ella con todas sus cosas, a poder correr a abrazarla… Y cuando la veo así me recuerda tanto a cuando era pequeña… — Se limpió de nuevo con un pañuelo que Larry le tendió y señaló a Aaron. — Y luego le ha dado tan buen consejo, que ella misma no se aplicó, pero que hasta el cuadro tiene suficiente de ella para pensarlo… — Y otra vez rompió a llorar.

Aaron se metió las manos en los bolsillos, un poco incómodo de que le estuvieran mirando y contestó. — Me ha dicho que el pasado no te debe definir, pero que no lo puedes intentar eliminar… — Tragó saliva. — Creo que entiendo a lo que se refiere, o lo entenderé, pero ahora… Bueno, simplemente necesito distancia. — Se sentó en uno de los sillones y puso expresión bromista. — Oye, luego igual llego a donde sea y digo: “puf, esto no es para mí, ¿dónde están mi prima y el tío que me enseñó a jugar al backgammon?”. — Ella rio entre las lágrimas y negó con la cabeza. — Pero no tengo lo que tenía la tía Janet… Alguien por quien hacerlo. — Ahí Alice negó, mientras se limpiaba con el pañuelo. — Cuando estábamos ahí arriba me he planteado muy seriamente… — Tragó saliva y miró a los abuelos. — Me he sentido tan en deuda con vosotros, todos vosotros, los O’Donnell y los Lacey… Quizá mi madre también se sintió así ¿no? Quizá sintió que le debía algo a los Gallia pero ellos simplemente estiraron y estiraron de ella… — Se mordió los labios mirando a la nada. — Todos recurrían a ella, como si fuera lo más natural del mundo… Y ella estaba literalmente muriéndose y todos se cruzaron de brazos o simplemente entraron en pánico. — Otro sollozo la atacó, uno que mezclaba desazón y rabia a partes iguales.

Notó una mano sobre la de ella, y pensó que era Marcus, pero no, era Larry. — Alice, sé que esto es una carga y es muy difícil de lidiar… Pero no todo es culpa de los Gallia. Tu familia es… Bueno, ciertamente caótica, no podemos negarlo, y tu madre era muy buena lidiando con el caos, pero… Ella lo hacía porque amaba a tu padre por encima de todas las cosas, y los Gallia venían con tu padre, así que ella lidió con su caos. Pero no creas que lo hacía ni siquiera conscientemente, simplemente se movía entre ellos y con ellos mejor que ninguno de nosotros. — Molly intervino también, hablándole con dulzura, pero cambiando el tono a medida que hablaba. — A mí también se me dan bien, pero es que tu abuela Helena tiene a veces un toquecito que… — Lo que quiero decir es que tu madre no fue una mártir, fue una persona entregada a los demás, sí, pero que ni se daba cuenta de que lo hacía. Es más, ahí esta su retrato, dándole ternura y consejos a un sobrino que nunca conoció. — Interrumpió Lawrence, antes de que la abuela dijera algo de más, claramente. Pero Erin se agachó ante ella y la miró con aquellos ojos límpidos, a veces asustados, pero que parecían ver las verdades del mundo con sencillez. — Siempre que vi a tu madre, en mi vida, la vi feliz. Feliz con tu padre, feliz como madre, feliz riéndose con Vivi a escondidas… Tu madre fue feliz, Alice, y usaba su felicidad para ayudar a los demás. — Y ahí ya no pudo más y se tapó la cara con las manos, llorando profusamente mientras asentía.

— Os juro que ya no sé ni por qué lloro. Ya no sé qué se me pasa por la cabeza, qué son mis recuerdos y qué más cosas no sé de mi propia historia y mi vida… — Levantó los ojos y miró a Lawrence. — ¿Cómo voy a enfrentarme a todo esto y al examen de la licencia a la vez? Si voy caminando por el hielo… — Molly le pasó un brazo por los hombros. — Con ayuda, como todos. — Hizo que la mirara. — ¿Sabes una cosa que se dice mucho en Ballyknow? Que hay que ser tan fuerte como las piedras celtas, que llevan allí miles de años. ¿Pero sabes la realidad? Que no se trata de aguantar miles de años, sino de dejarse erosionar por el viento y la lluvia, comer por el musgo, aceptarlo, pero al final seguir ahí. Y que me corrijan mis alquimistas, pero esa es la esencia de la piedra, que es lo que tienes que entender para conseguir la licencia. Todo lo demás viene solo, estudiando muchas horas y eso a mis Ravenclaws se les da de miedo. — Alice la miró con infinito agradecimiento y luego se giró hacia Marcus, tendiéndole la mano. — Quiero ir a Irlanda. A que estudiemos para Hielo, quiero conocer eso contigo… — Suspiró y dijo con sinceridad. — Solo tengo miedo de estar demasiado inestable y retrasarte. —

 

MARCUS

La advertencia de Erin sirvió para que Alice no les pillara a ellos, pero no para que ellos no pillaran a Alice. O, más que ellos, su abuela, que detectó que la chica venía llorando desde antes de que Marcus saliera siquiera del salón. Se colocó simplemente junto a ella, pero no dijo nada, porque su abuela ya estaba avasallando suficiente. Además, ¿qué iba a preguntar? ¿Qué le pasaba? Ya sabía lo que le pasaba. Sabía el efecto que provocaba el retrato de Janet en ella, y lo impactante que debía haber sido para Aaron, por no hablar de lo sensible que estaba tras todo lo de Nueva York. Ni había que ser un lince, ni iba a ponerse a parapetar aquello como hacía otras veces. Porque lo mínimo que le podía pasar a Alice en semejantes circunstancias era echarse a llorar.

No era solo una cuestión de lo que hubiera podido pasar ahí arriba, sino de cuánto echaba de menos a Janet. Tragó saliva para deshacer el nudo de su garganta, bajando levemente la mirada. Él, que se había pasado el día anterior arropado por Emma todo el tiempo, y que ahora volvería a casa y la encontraría allí, deseando saber qué había aprendido en su primer día como aprendiz en el taller... Respiró hondo y prefirió dejar de pensarlo, o se iba a echar a llorar él también. Escuchó a Aaron y su afirmación le hizo reír con ternura, pero se le llenaron los ojos de lágrimas que no llegó a derramar. — ¿Ahora soy "el tío que te enseñó a jugar al backgammon?" — Ambos rieron y él añadió. — Bueno, me enorgullece ser recordado por quien te enseñó algo de lo mucho que tengo que enseñar. — No me tires de la lengua... — Erin escondió una risita tras la mano y dijo. — Sobrino, si está Vivi delante, te arrepientes de haber dicho eso. — Te lo garantizo. — Corroboró Aaron. Marcus, cómico, señaló alternativamente a uno y a otro. — No me gusta nada esta alianza Gryffindor. —

Aaron continuó, cargando de nuevo el ambiente de emotividad. La respuesta de Alice fue lo que le activó la alarma, y miró a su abuela de reojo. Alice no podía estar pensando eso en serio. Él era pequeño, no es como que tuviera muchísimos datos, pero estaba seguro de que Janet fue absolutamente feliz, y de que los Gallia hicieron todo lo que estuvo en su mano por ella... o eso quería creer, le habían dicho tantas veces que veía la realidad como le interesaba que ya no sabía qué pensar. Dejó que fueran sus abuelos quienes intervinieran y escuchó con atención, compartiendo entretanto una mirada entristecida con Aaron y con su tía. La intervención de esta última fue definitiva para que Alice rompiera a llorar.

Se secó rápidamente las lágrimas y notó una mano afectuosa en el hombro. — A cada día que pasa... entiendo más cosas. — Le dijo Aaron en voz baja, confidencialmente. — No eres solo el tío que me enseñó backgammon. — Sonrió levemente. — Aspiro a encontrar a alguien que me quiera como tú quieres a mi prima. — Respiró hondo, mirándole con los ojos anegados, sin saber qué decir. El otro hizo un gesto, como si no hiciera falta que dijera nada. Mejor, porque quería recomponerse y acercarse a su novia sin estar hecho un mar de lágrimas.

Se giró hacia Alice, un poco más sereno, justo cuando ella le miraba a él. Tomó su mano y sonrió. — Siempre de la mano. Uno al lado del otro. — Se llevó sus lágrimas con el pulgar mientras añadía. — Aunque como Ravenclaws nos pese reconocerlo... no todo es estudiar. No todo está en los libros. Y no es más sabio quien más lee, sino quien más aprende de su vida y sus experiencias. — La miró a los ojos. — Somos una transmutación en nosotros mismos. Cada vez que comprendemos algo, que interiorizamos algo, que sentimos algo con intensidad... nuestra quintaesencia se transforma con nosotros y mejora. — Sonrió más. — Y por eso no hay nadie mejor que tú para hacer esta aventura, ni mejor compañera de viaje que pudiera tener. — Apretó sus manos y, mirando a los demás, dijo. — Nos vamos a Irlanda. La isla esmeralda nos espera. —

Notes:

Estaba claro que no iba a ser tan fácil deshacerse de todo lo vivido en Nueva York, pero a veces hay que aprender a convivir con lo que nos duele y nos hace llorar mientras reconstruimos todo. Echábamos mucho de menos a los O’Donnell, a la alquimia y hasta a Janet, pero aquí la verdadera bomba es… ¡QUE NOS VAMOS A IRLANDA! ¿Qué os ha parecido? ¿Tenéis ganas de conocer Ballyknow con los chicos y a todos los O’Donnells?

En la próxima parte vamos a tener mucha alquimia, mucha Irlanda, y muchísimo amor, como siempre.

Gracias por llegar al final de esta primera parte de Piedra y gracias por darle un nuevo sentido a nuestra historia. Sois los mejores. La semana que viene os dejamos reflexionando sobre todo esto, pero el siguiente miércoles traemos la parte 2. Hasta entonces, ¡que Merlín y Flamel estén con vosotros, id haciendo las maletas para la Isla Esmeralda!

Chapter 38: Parte 2: la Isla Esmeralda

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Notes:

¡Cuántas veces hemos hablado de la Isla Esmeralda! Cuánta influencia ha tenido Irlanda en El Pájaro en el Espino y aún ni había salido. ¿No os morís de ganas de ver lo que nos espera? Una nueva isla, una familia mucho más grande llena de O’Donnells… Acompañadnos a volver a la tierra anhelada, la isla de los espinos, los gigantes y las hadas. Contadnos ¿qué esperáis de la Isla Esmeralda? ¿Cómo imagináis que será esta etapa? Mil gracias como siempre por continuar con nosotras, ¡nos morimos de ganas!

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THE KIDS

(24 de septiembre de 2002)

 

ARNOLD

— Y no sé ni si come, porque desde luego aquí, lo que es cocinar, no cocina. — Terminó William, pareciendo más padre de adolescente que nunca, con esa cara contrita y ese aire de ofensa quejosa en la voz que no le pegaba nada. — Bueno, tú por eso estate tranquilo que estando mi hijo al lado, la obligará a hacer mínimo cinco comidas al día. Cuando están en mi casa comemos con ellos y cuando no están allí, están con mi madre, y ya sabes cómo es mi madre, les cebará todo lo que pueda y más… — Se hizo un silencio un poco incómodo entre su amigo y él. William no soportaba los silencios, pero últimamente todos los temas se hacían delicados, difíciles de tratar, y ojalá pudiera decir que realmente había venido a ver a su mejor amigo, charlar, hablar de hechizos y demás, pero no era cierto.

— ¿Cómo te tomaste lo de Irlanda? — William relinchó como un caballo y levantó las manos, ofendido. Si sabía él que su amigo se moría por expresarse. — ¡Ojalá poder tomármelo de algún modo! ¡No se me dio lugar a la opinión! Llegó un día, como todos los demás: portazo en la entrada, pasos airados hacia las escaleras, pero esta vez, en vez del portazo de habitación consiguiente de todos los días, viene y me dice: “el día 30 me presento al examen de Piedra y, si apruebo, me voy a Ballyknow con los O’Donnell”, y mira es que me quedé a cuadros, no sabía ni de qué me estaba hablando. — Arnold puso cara de ofensa y dijo. — Ya te vale no saber cómo se llama mi pueblo. — William alzó las cejas, escéptico. — Claro, como vas tanto por allí… — Él se cruzó de brazos. — La vida se ha puesto complicada ¿vale? — Uy sí, no veas… Con los niños nueve meses en Hogwarts y tu madre insistiendo cada quince días en lo desapegados que sois. — Su amigo entornó los ojos. — Lo que me extraña es que tú te lo hayas tomado tan bien. — Es que no se lo había tomado bien, solo que, como casi todo en la vida, no lo había dicho, porque le había pasado un poco como a William, se lo habían soltado sin más y sin mucha opción a réplica, más como una verdad inmutable que una pregunta de qué le parecía el asunto. — A ver… nuestros hijos tienen que crecer y si quieren ser alquimistas… — Pero hasta Acero no tienen que hacer la estancia en el extranjero obligatoria ¿no? — William y las interrupciones. — No. En principio con estar en el taller de su maestro vale, pero si mi padre se lleva el taller a Irlanda… — Entonces es cosa de Lawrence, entiendo. — Arnie empezaba ya a sudar tinta. — Bueno, no. O sea, de hecho… — De hecho iba a ser más quebranto para ellos moverlo todo a Irlanda, acondicionar la casa, etc… — A ver, yo no soy alquimista, de hecho lo intenté y no me salió para nada, quizá mi padre piense que es mejor para todo. — ¿Para todo? Tus padres son ya mayores, Arnie, ¿me quieres decir que se van a quitar ahora de las comodidades de Londres y a montar un taller de la nada y eso va a ser mejor? — Chasqueó la lengua y negó. Y es que tenía razón, todo el mundo se lo vendía como la mejor opción, pero él no creía que así lo fuera y… De repente sonó la puerta, y Arnold miró a su amigo con la misma cara que cuando creía que iban a pillar a William haciendo algo indebido y a él permitiéndolo. Y como en aquel entonces, William ni se extrañó y, todo tranquilo, se levantó a abrir. — ¿Esperabas a alguien? — Pero él ya iba camino de la puerta.

— ¡Hombre, Emma! No sabía que venías. — ¿EMMA? ¿Cómo Emma? Se dio la vuelta y miró desde el sofá, y allí entraba su mujer con ESA sonrisa. Estaban muertos. — ¡Cariño! — Hola, querido. — Se acercó y dejó un beso en su frente. Oh, por Merlín… — ¿He interrumpido una quedada de chicos? — Arnie tragó saliva y negó con la cabeza, pero William se adelantó. — ¡Qué va! Si yo no sabía ni que Arnie iba a venir, y todo me viene bien si así me hacen un poco de compañía. — Su mujer no contestó a ese comentario y simplemente se sentó en el otro extremo del sofá, con las manos cruzadas sobre el regazo. William podía ser experto en no ver lo que se le venía encima, pero él sabía perfectamente que su mujer no iba a presentarse allí sin más. — ¿Y cómo es que has venido? — Estaba pecando de desesperado, pero es que ya le daba igual, él no aguantaba bien la tensión de su mujer. Ella mantuvo la sonrisa y se apoyó en el reposabrazos. — Pues es que me he enterado de que estabas aquí y he pensado: qué buen momento para que hablemos los tres. — William simplemente asintió con tranquilidad, pero Arnold debía estar más tieso que una vela. — Porque estaría bien que comentáramos el tema de que nuestros hijos se van, y hay que ayudarlos. — Y ya se hizo el silencio. A veces, y no quería pensarlo, se le escapaba el pensamiento, no solo de que su mujer fuera legeremante, sino de que pudiera ver el futuro, adelantarse a las reacciones de los demás. — No es como que me hayan dado mucha voz en el asunto, Emma. Tú ves más a mi hija que yo. — Su mujer solo dejó caer los ojos y se giró lentamente a su amigo. — ¿Y eso quiere decir algo, William? — Él levantó las manos en son de paz. — Solo que no sé cómo quieres que la ayude. — Tratando de comprenderla. — Ahí dejó caer las manos y soltó una risa sarcástica. — Vaya, por lo visto no la comprendo. Tampoco es como que me pregunte mucho mi opinión, o me hable, directamente. — No, y mi marido tampoco, y por eso estabais aquí juntitos, hablando de lo que no os atrevéis a hablar delante de los niños, que, os recuerdo, son ya mayores de edad y no tendrían por qué pedirnos permiso para nada. — No nos lo han pedido. — Contestaron los dos a la vez, ofendidos. Arnie reculó. — A ver, cariño, no es que no respete lo que quieran, pero es que acaban de llegar, y ni siquiera nos han consultado, lo han decidido a nuestras espaldas, simplemente vienen, dicen que se van y todos asentimos. — Emma enarcó una ceja. — Será a tus espaldas. — Ahí sí que puso cara de ofensa. — Ah, que tú lo sabías y no me lo habías dicho. — Ella negó. — Pero nuestro hijo ha sacado de ti la habilidad de no querer ver lo que está pasando en sus narices si eso no le gusta. ¿Creías que Alice querría quedarse aquí? ¿Creías que nuestro hijo preferiría quedarse en casa leyendo contigo en vez de investigar cuanto más y más rápido mejor con su abuelo? — Arnold ladeó la cabeza y dejó salir el aire. A él también le gustó siempre más pegarse a sus abuelos paternos, tan tranquilos y alegres, con sus números, y muchas veces veía a su padre, reprimiendo una mirada de, no decepción, pero sí desconsuelo, al ver que su hijo prefería otras cosas. Y su Marcus había sido su Marcus siempre, pero el mundo que Arnie podía ofrecerle se le quedaba pequeño, igual que a él la alquimia se le quedó excesiva muy pronto. — Esto es lo que nuestros hijos necesitan, y tenéis que apoyarles. No quedaros en silencio, no fingir, apoyarles activamente. —

Y ahí, William, que había estado sospechosamente callado, volvió a los gestos ofendidos. — O sea, que los O’Donnell se quedan a mi hija de forma indefinida y yo simplemente me callo porque me lo merezco ¿no? Pues ya no me queda ninguno, por lo que veo, porque ni de la mayor de edad tengo derecho de ser padre. — William, no… — No, que conteste tu mujer, Arnold. Que lo diga ella. — Y se giró a Emma. — Me toca callarme porque me lo merezco ¿no? — Lo has dicho tú, no yo. — Contestó ella, impertérrita, y ladeó la cabeza. — ¿Me merezco yo quedarme también con cero de dos? ¿Es eso lo que quieres decir? — Ahí ni siquiera William se atrevió a romper el silencio. — ¿Crees que mi plan ideal era que mi hijo y mi nuera se vayan a un pueblo enano con el que no puedo conectar rápidamente y donde no tienen gran parte de las comodidades que aquí sí cuando acaban de volver después de dos meses fuera? — Parpadeó, esperando una respuesta, y ante el sepulcral silencio, continuó. — No, no era mi plan. Pero sé reconocer determinación cuando la veo, esto no es un caprichito, igual que no lo fue irse a Nueva York. Nuestros hijos van a ser alquimistas. — Pueden serlo aquí. — Protestó su amigo. — No, no pueden. — Contestó ella simplemente, sin variar el tono. — Ninguno de nosotros entendemos por lo que acaban de pasar. Porque ninguno de nosotros, y me refiero a los cuatro, incluyendo a Janet, porque ni siquiera ella se enfrentó a los Van Der Luyden. Y ninguno tuvimos en nuestras manos el destino de nuestros hermanos como les ha pasado a ellos. — Hizo un leve gesto con la mano. — Cuando un soldado vuelve de una guerra, nadie espera que sea el mismo ni que se recupere de inmediato ¿verdad? Pues eso es lo que tenemos que pensar de los niños. Necesitan sanarse, de todo. — Miró a William. — Y solo si sana te perdonará. Porque no, nadie se merece perder de vista a sus hijos, pero tú le has dado MUCHOS problemas a tu hija adolescente, así que lo mínimo que puedes hacer es darle tiempo y dejar que se forme en una profesión que le va a dar una vida que nunca ha tenido. — El hombre perdió la mirada y subió las cejas con tristeza. — Supongo que todo el mundo sabe mejor que yo cómo tratar con mis hijos. — Bueno, y que yo, por lo visto. — Aportó Arnold, aunque cada vez veía más claro por qué Emma tenía razón. — No es que yo, o tu madre, Arnold, sepamos más que vosotros. Es solo que, cuando el amor por nuestros niños nos ciega, aun así, nos paramos a pensar y a tratar de analizar. — Les miró de hito en hito. — Sois dos Ravenclaws tremendamente inteligentes, poned esa inteligencia al servicio de lo que es mejor para vuestros hijos. — Se levantó y dijo con una sonrisa. — Os dejo. — Y de la misma, se fue por la puerta.

Arnold y William se miraron y su amigo suspiró. — Nunca va a dejar de reñirnos la prefecta Horner. — Él medio sonrió. — A mí es que me gusta que me riña. — Y William soltó una sonora carcajada. — Ya lo creo. — Arnie negó riendo y dijo. — Pero sabes que tiene razón. — La tiene. — Convino el otro, antes de mirarle. — Al menos ahora tendremos mucho tiempo para vernos y hacer… cosas que no hacíamos desde hace veinte años. — Él rio y asintió. — Me han dicho que eres terrible pescando. Podemos ser terribles juntos. — Y de nuevo rieron y asintieron. — O podemos simplemente sentarnos y reírnos. — Y ahora volvemos a tener a las hermanas a mano. Solo falta Mina suspirando sobre nuestras ocurrencias. — William volvió a reír. — Se viene Hogwarts versión años setenta. — Él se encogió de un hombro. — Podría ser peor, desde luego. — Desde luego. — Se miraron y dijo de corazón. — Me alegro de que sigas siendo mi amigo, mi primer amigo. — Yo me alegro de que no me dejes y te vayas a Irlanda. — Puso una expresión cómica. — Que me lo tomaría fatal, porque tú no pisas Irlanda ni por casualidad, ya serían ganas de perderme de vista, vamos. — Arnie se echó a reír y se dejó llevar por una tarde con su amigo, al lado de la chimenea, como tantas otras había tenido, que eso aún era sencillo y feliz.

Notes:

Obviamente, la noticia del viaje en tan poco tiempo de Marcus y Alice a Irlanda no es del gusto de todos, y Arnold y William son amigos desde pequeños, y ahora principales afectados del asunto. Venga, mojaos un poquito, ¿quién sois? ¿Ese William dolido por el silencio de su hija? ¿Ese Arnold tristón porque se le marcha el niño? ¿O esa Emma que viene a poner orden? Nosotras lo tenemos clarísimo, pero queremos saberlo de vosotros. Os leemos como siempre, pongamos rumbo a nuestra isla cuanto antes.

Chapter 40: Are we out of the woods?

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ARE WE OUT OF THE WOODS?

(27 de septiembre de 2002)

 

ALICE

Rebañó lo que le quedaba en el plato y se relamió. — Oye, esto me ha encantado, ¿dices que es japonés? ¿Y seguro que está crudo? — Aaron asintió. — Es sushi, y sí, está crudo, pero buenísimo, y eso que te acabas de terminar son noodles. Tus tías se saben todos los restaurantes del mundo que traen comida a casa, y todo está de muerte. — Ya en lo sano que sea cada cosa no vamos a entrar. — Dijo Vivi, apuntando a los platos con pereza desde la mesa para que se fueran recogiendo. Alice se reclinó en el asiento y miró a su primo. — ¿Tú estás seguro de que esto va a ser una despedida? Mira que Ethan es un dramático. — Aaron se encogió de hombros y negó con la cabeza. — Todos decís eso, pero cuando se lo dije se lo tomó bastante bien, y me dijo que ya que habíamos descubierto su sitio secreto qué mejor que dar una macro fiesta, antes de que volváis a hacer cosas aburridas. — Vivi rio entre dientes, y Alice parecía que estaba oyendo el tono de Ethan. Suspiró y negó con la cabeza. — A mí me dijeron que era una escapada al campo, no me he venido con ropa de fiesta, es más, me he traído mi sudadera rosita para la noche, que en el campo hace frío. — Vivi la señaló apretando los labios. — Señoras y señores, mi sobrina, dieciocho años, nació la más vieja de los Gallia. — Aaron se rio también, y justo salió Erin de la habitación con un montón de prendas de ropa.

— ¡Alice! ¿Vais a ir a humedales irlandeses? — Ella miró a su novio, que seguía degustando el sushi, y se rio. — Yo creo que no es ese justamente el objetivo del viaje, fíjate. — La mujer se encogió de hombros como diciendo “y yo qué sé a dónde van los alquimistas”, y aun así se puso a enseñarle las piezas de ropa. — Pues es una pena, porque estas botas son antianguilas, no te pueden electrocutar, y bueno tienen hechizos repelentes de todo tipo y… — ¿Eso del estampado son kelpies? — Preguntó Aaron señalando las botas. Erin las miró como si las mirara por primera vez. — Pues sí, ¿qué pasa? Son botas para sumergir el pie, ¿por qué no iban a tener kelpies? — Y todos estallaron en risas. — Bueno ¿me vais a hacer caso, o qué? A ver, te voy a dar un par de impermeables con hechizos MUY resistentes, y luego puedo dejarte un plumas que tiene también un hechizo por dentro que… Espera, ¿hasta cuando vais a estar? — Otra vez cruzó la mirada con su novio, y notó cómo todos (menos claramente Erin, que estaba ocupada en prestarle medio armario) se tensaron. Carraspeó un poco. — No lo sabemos aún, pero en invierno nos quedamos seguro. — Vale, pues entonces este plumas te va a venir de vicio, porque es de plumas de ave de trueno que… — Y todos, por el bien común, la dejaron continuar, asintiendo a todos los consejos sobre climatología y criaturas en Irlanda.

Fue cuando ya estaban recogiendo todo para irse, cuando su tía se acercó a ella. — Anda, deja que tu tata te preste algo de lo que entiende más que la otra, que es irse a una fiesta al campo. — De verdad que con la sudadera voy bien, si es que no me voy a poner otra cosa… — Pero bueno, se dejó llevar, porque sabía que era una excusa de su tata para retirarse un poco. Sacó un jersey gris con brillos muy bonito y se lo puso delante, como si lo estuviera midiendo. — Esto está mejor de lo que pensaba. — ¿El conjunto de la sudadera y los leggins? — Vivi chasqueó la lengua. — Lo de vivir aquí y poder hacer estas cosas con normalidad, que vengáis a comer, estemos juntos, nos riamos… — Alice suspiró. — ¿Qué pasa? — Su tía abrió mucho los ojos. — ¡Que no pasa nada! Solo es que… os vais los tres… y Erin y yo somos jóvenes, no queremos quedarnos con los padres solas. — Dijo con una risa al final, decidiéndose definitivamente por el jersey. — Podéis venir a Irlanda… — Tragó saliva. — Al menos cuando estemos ya asentados, y no nos vamos hasta dentro de un mes. — Suspiró y se mordió el labio. — Tata, ¿sabes todas esas veces que me has preguntado qué podías hacer por mí? — Vivi se quedó mirándola, esperando lo que venía a continuación. — Pues apóyame en esto. Házmelo fácil. Necesito irme a Irlanda, sanarme, concentrarme… Evita que esto se convierta en un drama familiar, por favor, y ponte de mi lado. — La mujer asintió y le acicaló el pelo. — Que sí, pajarito. Claro que te apoyo. Perdóname. De verdad que es que me da pánico quedarme otra vez rodeada de viejos, solo es que os voy a echar de menos. — Y ambas se rieron.

Un jersey, unos botines de tacón y más maquillaje del que se había puesto al salir de casa después, Alice se unió a los chicos y Erin en el salón y dijo. — Bueno, ya sí que por lo visto tengo el aprobado Gallia modelo fiesta en la campiña inglesa, podemos irnos. — Miró a Aaron. — ¿Nos apareces tú? Solo hemos ido una vez en escoba. — No lo recomendaría yo hoy, hay muchísima niebla y humedad… — Aportó Erin dirigiendo la mirada hacia la ventana. — Igual te pedimos las botas de kelpies al final. — Pinchó Aaron, y otra vez les dio la risa, ante una Erin fingiéndose ofendida. Y aprovechando ese tirón de las risas, cogió las cosas y le dio la mano a Marcus y se enganchó al brazo de Aaron para aparecerse.

 

MARCUS

— Tengo que decir. — Declaró Marcus, aún con la boca llena. Porque él, que era todo protocolo, lo pasaba por alto cuando se trataba de comida. — Que, después de muchas acusaciones sin fundamento a lo largo de mi vida sobre que me comería hasta las cosas crudas... ahora, puede decirse empíricamente hablando. Me gustan las cosas crudas. — Eso hizo reír a los presentes. Se estaba poniendo hasta arriba de sushi y de todo lo que habían traído. Porque no tenía en vistas ir a Japón en breves, suficiente tenía con la vuelta de Nueva York y la próxima partida a Irlanda. Pero había llegado a pensárselo si toda la comida iba a ser así.

Estaba tan imbuido en comer que se perdió absolutamente todas las conversaciones. No dejaba de degustar cada uno de los platos y hacer soniditos de afirmación como si cada vez que se lo llevara a la boca fuera la primera. De hecho, en algún punto entró su tía Erin en la estancia y ni la vio, estaba demasiado ocupado en comer. En un momento determinado, Alice cruzó la mirada con él... y se dio cuenta de que todos estaban en silencio. Miró a los lados, moviendo solo los ojos. ¿Habían dicho algo de él? No, no parecía ir sobre él el tema. Quizás debería no concentrarse tantísimo en comer, pasaban las cosas a su alrededor y no se enteraba. Asintió cuando se ubicó. — Claro, ya tenemos hasta planes navideños allí. — Dijo con una sonrisa satisfecha, ajeno a todo drama.

Cuando Alice se fue con Violet, él estaba aún rebañando la comida. En medio de su nueva concentración, sintió un golpe en la coronilla que le hizo encogerse. — ¡Au! — Aaron le había pegado con un palillo. Daño no le había hecho ninguno, había sido más la impresión y, por supuesto, el descaro. — Estás pegando a un futuro alquimista. — Pues se te escapan las mejores, futuro alquimista. — El chico comprobó que Alice y Violet no estaban por allí. — Aparte de perderte un dato que te va a encargar sobre meter la pierna hasta la ingle en las aguas llenas de kelpies de Irlanda... — ¿Cómo? — ...Tu novia estaba considerablemente incómoda. Estoy convencido de que, si le preguntas ahora, diría que no se quiere volver nunca de Irlanda. Y apuesto todo mi dinero recién heredado a que Violet se la ha llevado de aquí para sonsacarle sobre eso. — Es trampa apostar siendo legeremante. — Si tú lo fueras no te serviría de nada teniendo en cuenta la burbuja en la que te metes mientras comes. — Al menos le concedo privacidad a la gente. — Aaron soltó fuertemente aire por la boca, alzando los ojos. — No voy a echar nada de menos pelearme dialécticamente conmigo. — Marcus puso una graciosa sonrisilla y respondió. — Claro que sí. —

Miró a su novia al bajar con leve sorpresa. — ¡Eh! Te has puesto aún más guapa. — Chasqueó la lengua. — Si lo llego a saber... — Pero el comentario sobre las botas de kelpie le hizo mirar a su tía con el ceño fruncido. — Es broma ¿no? — Le estaba viendo esa cara neutra que ponía cuando no entendía quién podía considerar que bromeaba cuando no podía estar hablando más en serio, y de verdad que no necesitaba esa información. No hoy, al menos. — En fin. Mil gracias por la comida, estaba deliciosa. — Ya sabéis dónde encontrarnos. — Se despidió Violet, guiñándoles un ojo. Dicho eso, se agarraron a Aaron y se aparecieron en la casa de campo de Ethan.

No era un kelpie, pero casi sale corriendo en dirección contraria ante semejante recibimiento que no esperaba. — No se puede ser así... — Suspiró Aaron, quien, a pesar de la queja, a diferencia de Marcus, se estaba escondiendo una sonrisilla porque en el fondo le debía estar gustando. Marcus no sabía ni qué estaba viendo. — ¿Pero qué...? — ¿¿Qué cojones?? — Oyó a Sean de fondo, junto con un estallido de Hillary en carcajadas. No era así como había imaginado que se reencontraría con sus amigos. Debió imaginarlo estando Ethan en juego. Con un enorme estallido de rayos arcoíris, el unicornio gigante que estaba proyectado justo delante de ellos relinchó, alzando las patas, y empezó a correr en círculos a su alrededor. — Mi boggart está a punto de cambiar. — Dijo Sean, que no perdía el desconcierto en la cara. Para terminar de asustarles, la voz de Ethan sonó atronadora no sabían desde dónde, haciéndoles dar un respingo. — BIENVENIDOS A LA QUEERHOUSE, MIS QUERIDOS PUTONES. OS HABLA VUESTRA ANFITRIONA. — Marcus frunció los labios y miró a Alice. ¿Era necesario esto? ¿De verdad lo crees? No era ni medio serio.

Pero antes de poder protestar, notó cómo alguien le empujaba contra Alice y les enganchaba en un fuerte abrazo a los dos. — Sois los mejores. Os he echado tantísimo de menos. Me moría por veros. — Dijo Hillary de corazón, ahora que había dejado de reírse. Marcus devolvió el abrazo. — Y nosotros a ti, letrada. Aunque sea en esta locura de sitio. — La chica rio emocionada, sin soltarles, y el momento se volvió mucho más emotivo... hasta que la voz de Ethan volvió a tronar. — DECIDME QUE YA HA LLEGADO LA PUTA DE LA OLY Y LA MINISTRA QUE NO QUIERO REPETIRME, QUE VAYA EL TRABAJO QUE ME HA COSTADO HACER EL UNICORNIO. —

 

ALICE

Estaba aún acostumbrándose al aire húmedo y neblinoso del campo y estabilizándose después de la aparición cuando se vio invadida por luces de colores y la atronadora voz de Ethan. — ¿Pero de dónde sale la voz? — Preguntó, sobreestimulada por lo que estaba viendo, pero ya partida de risa mientras miraba a su novio y veía su reacción. Y entre sus risas, pudo oír una de las cenicidades de Sean y poco menos y se vio arrastrada por el huracán Hillary en un segundo, mientras aún intentaba procesar todo aquello y sus propias emociones, se fundió en un abrazo con su amiga. — Mi Hills. — Dijo emocionada, estrechándola contra sí. — No me puedo creer que por fin estemos aquí. — Eso sí, le dio la risa al escuchar de nuevo a Ethan, una risa incontrolable y sincera que hacía mucho que no le salía. — Y por lo visto somos los primeros. — Se separó de la chica y se acercó a Sean, que le dio un abrazo mucho más sosegado, pero cargado de emociones. — Menos mal que ya estáis aquí. La vida se ha hecho muy cuesta arriba sin vosotros, te lo aseguro. — Ella le estrechó a él también y dijo. — Ni te imaginas cómo ha sido sin vosotros. Queda demostrado que no podemos separarnos. —

Y justo fue separarse de Sean y aparecer allí, como una tromba, Oly y más gente. Supo que era Oly porque Ethan pegó un grito en aquella clase de megafonía y activó de nuevo el encantamiento, y debió hacerlo más fuerte que antes porque brilló y relinchó más, mientras repetía la misma bienvenida, solo que ahora coreada por Oly gritando. — ¡AY QUE GUAAAAAAY! ¡FÍJATE QUÉ DE COLORES, KY, CARIÑO! ¿LOS VES? — Kyla estaba estabilizándose, porque deducía que era Oly justamente quien les había aparecido, y Andrew la estaba ayudando. — ¿Estás bien? — Ay, sí sí, cariño, lo veo… — Entornó los ojos y miró a Andrew resoplando, y Alice solo pudo sonreír emocionada. Ahí estaban sus amigos, aunque le faltara alguno, solo podía estar feliz de verlos siendo ellos. — ¿Pero de dónde está hablando? — Preguntaba Hillary entre risas. — ¿PUEDO SUBIRME EN EL UNICORNIO? — Decía Oly persiguiendo al espectro, mientras Alice miraba por dónde podía colarse para saludarlos a todos.

Y entonces oyó a su espalda. — ¿Gal? — Y se giró lentamente, parpadeando. — ¿Jackie? — Preguntó sorprendida al detectar a su prima. Corrieron a abrazarse, mientras ella no salía de su asombro y Darren zarandeaba a Theo diciendo. — ¡AY MIS CUÑADITOS! ¡CÓMO LES HE ECHADO DE MENOS! — Y ambos corrían también hacia ella. — ¿Pero qué hacéis aquí? — Preguntó emocionada, sepultada entre tantos brazos. — Nena, ¿qué te crees? Si es una fiesta en la Queerhouse tengo que invitar a buenorros. — Soltó Ethan, apareciendo por fin. Como Jackie y Darren no se le soltaban tuvo que saludarlo con una gran sonrisa. — Pues te lo agradezco de veras. — Agradécemelo prestándome a ese bombón. Mejor a esos dos, me parece que te pertenecen de una u otra forma. — Dijo señalando a Marcus y Aaron. — ¡A VER, ZORRAS! ¡ABRAZO A MÍ TAMBIÉN! — Dijo levantando mucho la voz y los brazos. Ella aprovechó para mirar a su prima y decirle. — No esperaba verte aquí, Jackie, pero no me puedo alegrar más. — La chica se sonrojó y miró a Theo con cara de ilusión. — Bueno, es que Theo me lo dijo y… — Y nos parecía un buen momento para que Jackie conociera a los chicos y… — ¡AY QUE TODOS SOMOS FAMILIA! — Bramó Darren, aún agarrándola de la cintura. Por el fondo apareció Oly, que se había cansado de perseguir al unicornio, con Kyla y Andrew detrás, y ella no podía parar de sonreír. — Pues claro que sí. No se me ocurre mejor circunstancia para decirlo y que conozcas a todos. — ¡GAAAAAL! — Ay, menos mal, ya ha encontrado otra cosa. — Masculló Kyla sin resuello, ante el saludo de su novia, y Alice las recibió a ambas, con muchos besos de Oly en su mejilla y la sincera y emocionada mirada de su amiga Kyla. No se daba cuenta de cuánto las había necesitado hasta ese momento.

— ¡Hoy la temática de nuestras auras es familia! ¡Lo veo! — Exclamó la Hufflepuff, y entonces Ethan regresó, agitando la mano con el dedo en alto. — PERDONA, PERDONA, PUTÓN, que te me has venido arriba porque te he hecho un unicornio. — Chasqueó la lengua y se enganchó del cuello de Aaron. — La temática de mi fiesta es justas o pecadoras. — Levantó la varita y apuntó a la chica. — ¿Tú que quieres ser? — ¿Yo? Justa siempre. — Ethan suspiró y entornó los ojos, pero lanzó un hechizo directamente a Oly, que transformó todas sus ropas al blanco. — Ahí dentro tienes coronitas y alitas. Las pecadoras, como podéis apreciar, vamos de negro y llevamos... otras cositas. — Como Chanel. — Aportó Jackie, con media sonrisa maliciosa. — Me gusta esa Gallia. Porque esta es Gallia número dos, si no me equivoco. — Contestó Ethan acercándose a su prima. — Número uno, llegué antes que ella. — Esa salida hizo reír a Ethan. — Me encanta. Tú pecadora, claro. — Y la hechizó, volviendo toda su ropa negra. — Id pensando qué vais a ser, porque habrá juegos, retos, cosas que podréis beber o no… en base a lo que elijáis. — Le guiñó el ojo y dijo. — Qué bien nos lo vamos a pasar sin prefectos y sin horas, queridos. La Queerhouse es lo mejor y por eso habéis venido a mí nada más llegar y lo sabéis. —

 

MARCUS

Estaban tan sobrepasados por aquel festival de luces y encantamientos, así como por Ethan partiéndoles los tímpanos, que apenas pudo saludar a su amigo, con las ganas que tenía de verle. De hecho, tras dejarse abrazar por Hillary, se fue a acercar a Sean y fue arrollado por una Oly desatada. Eso sí que le hizo reír, y ver a Kyla tras ella, más aún.

Saludó a Andrew, muerto de risa, riendo más aún porque Sean no dejaba de comentar que no daba crédito de lo que veía, y Oly de perseguir al unicornio. Le había echado para atrás al verlo, pero solo por la reacción de la Hufflepuff había merecido la pena, y lo cierto era... que le apetecía mucho reírse y estar a gusto con sus amigos, después de todo lo pasado. La siguiente llegada le hizo especial ilusión, y mientras Alice abrazaba a Jackie, Marcus se fue hacia Darren. — ¡¡Cuñadooooo!! — ¡¡¡Aaaay qué es esto qué le han hecho al prefecto!!! — Clamó Darren muerto de risa mientras Marcus le daba vueltas en el aire, porque le había agarrado y levantado del suelo con total alegría, aunque con un pinchacito en el pecho por no estar allí Lex para verlo. — Te he echado de menos. Un montón. — Dijo de corazón, ya dejándole en su sitio, y escuchó cómo el otro, emocionado, respondía. — Ay, no empecemos ¿eh? Que no venía yo hoy pensando en llorar. — Se separó riéndose y saludó con afecto a Theo. — Gracias. — Le dijo, aún en el abrazo. El otro, separándose, le miró extrañado. — ¿Seguro que no querías decir "hola"? — Eso también. Hola. — Dijo entre risas, pero luego le puso una mirada significativa. Sabía que el chico, a pesar del poquísimo tiempo que llevaba con Jackie (si casi ni era oficial del todo cuando se fueron) había estado muy presente para William y los Gallia todo el tiempo que estuvieron en Nueva York. Qué menos que agradecérselo.

Alice estaba un tanto sepultada en abrazos cuando llegó Ethan. Suspiró, rodando los ojos, pero sin poder evitar sonreír. Tratando de no hacer mucho caso a Ethan, se abrió paso como pudo aprovechando que el foco de atención se ponía en Oly y le dio un par de toquecitos en el hombro a Jackie. — Jacqueline. — La chica, con los ojos brillantes, alzó una ceja. — Pero si es el caballero de la bella armadura. — Me tomaré como un piropo lo de la bella armadura. — Y se abrazaron, riendo y emocionados por verse. Saludó también y con cariño a Kyla y Oly, sin dejar de reír por lo diferentes de las reacciones de ambas, tras lo cual Ethan les informó sobre la temática de su fiesta. Se frotó la frente. Si es que no sabía ni de qué se sorprendía...

— ¿Cómo que sin prefectos? — Reaccionó, a lo que Kyla le siguió con una fuerte carcajada mientras Ethan le señalaba con un dedo. — Mira, O'Donnell, no me vayas a tocar los huevos desde ya. Que he visto cómo abrazabas a todo el mundo menos a mí. — Es que no me lo pones fácil. — ¡¡AY EL PADRE QUE LO TRAJO, PORQUE A SU MADRE NO ME ATREVO NI A MENTARLA!! — Todos reían a carcajadas con la indignación del Slytherin cuando, atropelladamente, una escoba a gran velocidad que más parecía querer atentar contra ellos que visitarles, sobrevoló sus cabezas peligrosamente y fue a pararse con una inesperada precisión dada la violencia del vuelo justo a su lado. — ¡Jolín, Peter, te dije que despacito! — Se quejó Poppy, pero nada más alzar la vista y verles, saltó hacia Alice. — ¡¡¡ALICE!!! ¡¡¡MARCUS!!! — Poppy se lanzó primero hacia la chica, y hacia él, con toda esa energía post-vuelo que traía, se fue Peter. Eso sí que casi le hace salir corriendo. — ¡¡¡MIS HÉROES!!! ¡¡¡DÓNDE ESTÁ ESE NIÑO QUE YO LO VEA Y LE DÉ UNAS BUENAS VUELTAS DE BIENVENIDA EN ESCOBA!!! — En el colegio, Peter. — Dijo Marcus entre risas, aún presa del abrazo estrangulador de su amigo. El chico le soltó de golpe, mirándole sin dar crédito. — ¿¿Ya?? ¿¿Tan pronto?? ¿¿Pero por qué?? — Tío, el curso empezó el día uno. — Ayudó Sean, tampoco pudiendo evitar reír. — ¡Ya, tío, pero yo qué sé, unas vacaciones o algo, pobrecillo! — Mejor se lo tomaba a risa.

— ¡Bueno, para dentro de la Queerhouse he dicho! — ¿La qué? — ¡Que encima que me llegan tardes y despeinados, me retrasan la fiesta y se pierden al unicornio! — ¿¿Hay un unicornio?? — Ethan había lanzado su discurso a pesar de las dos interrupciones, la de Peter y Poppy respectivamente. El otro, caminando, decía. — A la zorrita, a pesar del mote, ni le pregunto si quiere ser justa o pecadora. Haced las tías lo que os dé la gana, de verdad os digo, mientras me dejéis a algún pecador entre los maromos... — Yo soy un justo caballero, no creo que haga falta decirlo. — Comentó, con ganas de picarle, Marcus, alzando las palmas. El otro le miró con desprecio. — Tú me tienes contento, vaya... — Hizo un gesto e invitó. — ¡¡Para dentro!! — Entre risas, todos se encaminaron hacia allá... pero a Marcus se le había quedado algo pendiente.

Aprovechando que todos avanzaban y charlaban entre sí, agarró ligeramente el brazo de Sean, como si quisiera detenerle en el sitio. Le miró en silencio cuando se detuvo y, con una sonrisa leve, le abrazó con fuerza, y notó el abrazo de vuelta. — No había ni un solo día que no nos acordáramos de vosotros. Te lo juro. — Le dijo su amigo. Tragó saliva y respondió. — Lo mismo digo... Gracias por estar ahí. Aun sin estarlo. — Se soltaron y, con una sonrisa afable y la mano en su hombro, Sean respondió. — Siempre, amigo. —

 

ALICE

Bueno, los que faltaban, menuda entrada de Peter y Poppy, le hizo estallar en carcajadas, que se aumentaron aún más cuando Darren suspiró hondamente y puso los brazos en jarras para decir. — Aaaay cómo me gustaría que mi Lexito me llevara a mí así. — Alice negó con la cabeza y le frotó la espalda. — Ay, le echas tanto de menos que hasta te parece buena idea aparecer a esas velocidades. — Pero volvió a darle la risa al escuchar a Peter preguntar por su hermano. — Y no te lo dejaría ni de coña. — Aseguró entre risas, antes de recibir a Poppy en sus brazos y estrecharla. — Todos los McKenzie nos alegramos infinito de que esto haya acabado, mi madre me ha dicho que tenemos que ir a veros a William y a ti en cuanto… — ¡POPPY! — ¡HILLS! Ay, qué alegría verte a ti también, estás hecha toda una abogada. — Lo que estaba hecha era una lince, y Alice no podía alegrarse más de que supiera intervenir cada vez que notaba que se ponía tensa, porque eso le iba a ayudar y mucho a tener una noche como se merecía.

Entornó los ojos al comentario de Ethan y se acercó a darle la mano a Marcus con una sonrisita, metiéndose entre él y Sean. — Deduzco que mis dos caballeros van a ser justos. Yo creo que estoy justa hoy también. — ¡JA! Y una mierda. — Saltó Ethan de lejos y hechizó a Marcus y a ella de negro y a Sean de blanco. — No te sienta bien el negro, bombón, y a ese no le dejo irse de rositas, que sé que es un pecador empedernido aunque vaya de justo. — Luego hechizó a Aaron, que iba enganchado de él. — Y mi Gryffin va de justo también. — Alice, ya metida en el juego, hechizó a Hillary y dijo. — Pues la Hills se viene conmigo. Además, a ella le sienta muy bien el negro. — ¡Oye! — Se quejó Sean. — Tu novio y tú estáis en el mismo equipo. — Eso no es necesariamente bueno, bombón… — Dejo caer Ethan sibilinamente. — ¡Venga seguidme y terminad de decidiros! — ¡Kyla de pecadora! — Gritó de lejos Olympia. — ¡Oly, no, que…! — Seguido de un suspiro de la exprefecta, cuando ya se vio de negro. — Nada, hija, nada. —

Entraron en la casa entre risas y aquello era la fiesta más temática en la que había estado en su vida. Nada más entrar había un arco de globos, la mitad eran blancos y azul clarito y la mitad rojo y negro, pero es que todas las paredes estaban tapadas por cortinas rojas y todos los muebles estaban en blanco o negro. — Bienvenidos a la fiesta de justas y pecadoras, no habéis visto nada más glamuroso en vuestra vida. — Alice rio incrédula y miró a Hillary mientras Ethan seguía. — De momento es una fiesta normal, pero de cuando en cuando habrá… jueguecitos, pruebas, retos, maldades, que se harán por grupos, o un grupo contra otro… Nadie sabe lo que puede pasar. — Alice miró a su novio y le susurró. — ¿Te apetece volver al bar de las jaulas de Nueva York? — Y se rio, dejando un beso en su mejilla. — Tú eres muy justo, mi amor, pero te sienta divinamente el negro, la verdad. — Y con un achuchón en su cintura antes de soltarle, les dio la mano a Hillary y Kyla y se adentraron en lo que debía ser un gran salón barroco de normal y que ahora mismo tenía pinta de local de moral distraída, pero ese era Ethan en esencia, y estaban con sus amigos, alejados del mundo, y no podía pedir nada mejor.

— Bueno, ¿pero se puede comer? — Preguntó Peter. — Sí, fortachón, y además puedes comer tanto de justos como de pecadores, pero las bebidas, de momento, solo de tu grupo, que son esas de allí. — Dijo señalando una mesa que tenía un hechizo que imitaba unas llamas negras. — Ahí tienes sangre de dragón, huevo de colacuerno y pantano de Slytherin, porque se sabe que nosotros pecamos más que los demás. — Peter pareció dudar. — No sé si quiero sangre de dragón… — Hubo suspiros en la sala, pero Poppy, siempre tan dulce con su novio, le dijo. — Cari, será algo alcohólico, pero de color negro, ¿a que sí, Ethan? — ¡Mira que lista es mi zorrita! Ay, Merlín, qué harás tú de justa, si seguro que pecas pero bien. — La chica negó con una gran sonrisa y dijo. — Pero no tengo nada contra los pecadores, y voy a probar de todo. — Dijo lanzándose a por los cupcakes de frosting rojo y con unos cuernecitos de caramelo. — ¡Eso! Vamos a comer. — Animó Alice. — Y quiero saber qué ha sido de todos y cada uno de vosotros estos meses. — ¡PRIMERO UN BRINDIS! — Interrumpió Aaron, y ella suspiró, pero en el fondo estaba contenta de verle así. — Con… cabello de ángel, según dice esto. — Dijo mirando el líquido con el que brindaba. — Por los mejores ingleses que he conocido, por esta noche que no voy a olvidar y por Hogwarts… Os tuve poco tiempo, pero fue suficiente para enseñarme que quería algo mejor. — Y todos, cada uno con sus bebidas correspondientes, pero con una sonrisa tierna, chocaron los vasos. 

 

MARCUS

Ni le dio tiempo a sonreír y corroborar las palabras de Alice, porque por supuesto Ethan se metió de por medio, hechizándole la ropa de negro. — ¡Eh! ¿Sabes que me paso un buen rato eligiendo la combinación de colores perfecta para cada ocasión? — Su queja no llegó a ninguna parte. Soltó una pedorreta, señalando a Sean. — Ese no es más justo que yo. — ¡Ese! — Exclamó graciosamente su amigo, arqueando los brazos. — Te recuerdo que yo tengo corazón Gryffindor, señor sangre de serpiente. — Ah, bueno, pues lo que me faltaba. Te pienso recordar eso que acabas de decir. — Y encima puso también de blando a Aaron. Alzó los brazos y los dejó a caer. — ¿¿Desde cuándo beneficias a todos los Gryffindor?? — ¿Beneficiar? — Respondió Ethan, con una sonrisa ladina y un meloso tono arrastrado. — Un buen Slytherin sabe a quién tiene en su equipo y a quién no. Y detecta a los pecadores a... — Le echó una descarada mirada de arriba abajo, regodeándose, mientras decía. — …Muuuuy larga... — Marcus rodó los ojos en lo que terminaba su teatrillo. — ...Distancia. — Estaba escuchando las risillas aguantadas de los demás.

No sabía si verle a él convertido en "pecador" forzoso era tan divertido como que le hicieran lo mismo a Kyla, pero no pudo evitar reírse. La chica le miró con una ceja arqueada, lo que hizo que carraspeara y recondujera rápidamente. — Perdón. Comparto tu desagrado, compañera. — Olvidaba lo tonto que eres. — Pero ambos se echaron a reír. Se pegó a ella para entrar en la casa. — Si en su momento me hubieras avisado de que conocías a Ethan y se las gastaba así... — Ni que esto fuera una sorpresa. — Ya, pero me pilló desprevenido y aún no me he recuperado del susto. Tú le conocías de antes. — Y siempre fue igual, he de reconocer. Sí que podía haber advertido. — Seguían riendo, pero a ambos se les cortó la risa, cambiándosele por una expresión asombrada, cuando entraron en la casa. — Oh. Vaya. — Se expresó escuetamente Kyla. — Es... — Movía la mano, como si intentara encontrar las palabras. Marcus, que también pensaba, trató de ayudar. — ¿Explícito? — Sí. — Ethan lanzó a la chica una pedorreta. — Tú eres parte de este orgullo, nena, así que menos quejas. —

Marcus discrepaba con el concepto de glamuroso de Ethan, no se fiaba ni un pelo de él. Lo que le hizo arquear las cejas con una sonrisa tensa fue escucharle decir que "de momento era una fiesta normal". Su cara al ver el unicornio gigante nada más aparecerse decía lo contrario, pero bueno. Eso sí, el susurro de Alice le hizo gracia. — Menos miedo me da aquello que esto, ahora que he estado en los dos sitios. — Realmente le daba mucho más miedo aquello, de esto lo que le daba miedo era Ethan y por dónde pudiera salir. Le dedicó una caída de ojos, con sonrisa ladeada incluida, y dijo. — Gracias... A ti también. —

Adentrándose en el salón, señaló a Peter para reforzar la buena pregunta que acababa de hacer (cosa que nunca había tenido oportunidad de hacer con él en siete años compartiendo colegio, dicho fuera de paso). Eso sí, al verle de blanco frunció el ceño. — ¿Este también es justo según tú? ¿Por qué? A ver, déjame que lo adivine: por ser de Gryffindor. — Peter le miró encogiéndose fuertemente de hombros. — La verdad es que yo tampoco lo entiendo. ¿Nos lo cambiamos? — ¡Aquí no se cambia nada! — Negó Ethan, y por miedo a que les dejaran sin comer, ninguno de los dos dijo nada. En su lugar, rio con ternura a los comentarios de Poppy y la acompañó. — Nada que no arregle un buen muffin. — Cogió él otro y, graciosamente, le dijo. — Chin chin. — Y chocó el suyo con el de ella, haciéndola reír y dándole ambos un gran bocado. Tenía que reconocer que estaba buenísimo.

La propuesta de brindis de Aaron le pilló comiendo (¿por qué le pasaba tanto eso?) así que se apresuró en tragar y recomponerse para no estar muy manchado en tan solemne momento. Tomó una copa de un líquido verdoso que había por allí, en un alarde de riesgo impropio de él, y la alzó, sonriendo a sus palabras. Le sonrió emocionado, chocó su vaso con el resto y bebió. Tenía un refrescante sabor mentolado, y fue notarlo y acordarse de alguien en el acto. — Olive está bien. Me ha informado mi Lexito. — Comentó Darren, contento, a su lado. Marcus le miró con una sonrisa. — Veo que tú también vas de pecador. — ¡Y tu hermano perdiéndoselo! Además, también hubiera refunfuñado como tú con el equipo, porque fijo que le habrían puesto de justo y no le habría gustado. — Ambos rieron. — También veo que te ha pegado lo de la legeremancia. — Darren le miró con cara de circunstancias. — No me vayas a decir que se me oye pensar. — Pues casi. — Señaló el muffin en su mano. — ¿Qué? ¿Están más ricos esos o los míos? — En qué diatribas me pones. — El chico rio, pero Marcus le dijo, confidencial. — La Orden de Merlín no se puede superar. Como mucho tratar de imitar. — Darren le puso ojos entornados. — Uuuuuh tú eres de otro tipo de serpientilla distinto a la mía, aún le falta práctica a Lex para tener esos aaaaaaires de señor importaaaante. — Es que yo llevo practicando desde que nací. — Volvieron a reír.

Darren suspiró. — Ya mismo es nuestro aniversario... — Alzó las palmas. — ¡Pero no pasa nada! He decidido que no va a haber ningúúúún drama, y que ahora que estáis aquí seguro que me ayudáis a prepararle una sorpresita guay para cuando venga en Navidad. ¡Y ya tenemos una anécdota que contar a nuestras mascotas y futuros sobrinos! "¿Sabéis que el tito Lex y yo hicimos nuestro primer aniversario separados? ¡Qué cosas!" — Marcus rio. — Bueno, a mí también me fastidiaría. Es una faena. Pero sí, intentaremos hacer algo guay para Navidad. — Se mojó los labios y planteó cómo abordar la pregunta. — ¿Cómo... ha estado este tiempo? Mientras estábamos en Nueva York. — Darren se encogió de hombros. — Triste. Preocupado, enfadado. Ya sabes cómo es, aunque estaba muchísimo más expresivo que de costumbre. Pero también estaba muy nervioso por lo de las pruebas, y de vez en cuando se metía en esos bucles que se mete él. ¿¿Te puedes creer que no me lo contó hasta que faltaban solo un par de días?? Y porque tu padre le pilló con las manos en la masa entrenando. Se guarda muchas cosas para sí. Y se tomó muy a lo personal lo de proteger a Olive y a Dylan cuando volviera, así que no les va a faltar de nada. — Marcus sonrió y asintió. — Ya me lo dijo en su carta. — Soltó aire por la nariz. — Yo le he echado muchísimo de menos. — Chasqueó la lengua. — Sabía que este año separados iba a ser... diferente, cuanto menos. Pero pensé que se nos pasaría más o menos rápido: él pensando en sus pruebas, siendo capitán del equipo, y teniendo que estudiar tanto para los EXTASIS, y yo preparando mi primera licencia, también estudiando un montón, y con el viaje que quería hacer a Irlanda con Alice... Que al final lo voy a hacer, pero quizás... — Darren estaba atento y curioso, pero era un tema muy largo y el grupo estaba alborotado, probablemente por algo que Ethan fuera a proponer con respecto al juego. — Luego te ampliamos. — Le pasó un brazo por los hombros y le recondujo. — A ver, ilústrame sobre cómo ser un buen pecador en presencia de Ethan. — Darren le entornó una mirada pillina. — Maaarcus, que soy tu cuñado y está tu novia presente. — ¡Oish! — Se quejó, soltándose de él, mientras el otro se moría de risa a su costa. Si es que le retorcían nada más hablaba.

 

ALICE

Era increíble, pero en aquel entorno tan exuberante y exagerado, Alice sintió que una parte de sí volvía a su sitio, que todo volvía a colocarse, que recuperaba a la persona que fue…. Y por primera vez, fue plenamente consciente de cuán fácil era la vida en Hogwarts, cuánto echaba de menos algo así: una fiesta, un lugar seguro, todo en orden hasta donde sabía… Kyla y Marcus picándose, Darren siendo adorable, Jackie y Theo mirándose colorados… — Bienvenida a casa. — Le dijo Hillary en bajito, haciéndola sonreír.

— Venga, ponedme al día. — Demandó, asentándose entre sus amigas y dándole con el pie a Ethan. — ¿Tú qué has hecho estos dos meses? — Ethan levantó la copa y movió la mano. — Zorrear, nena, si no valgo para nada, yo no soy una letrada enchufadita del prefecto Jacobs, aunque acabo de darme cuenta de lo bien que me hubiera venido ese mote en Hogwarts en mi era guarrona. — Dijo mirando a Hills y ella entornó los ojos. — Qué tontería. Jacobs es un mentor fantástico en el Ministerio y… — Hasan es muy interesante, sin duda. — Soltó Poppy, lo que hizo que los tres la miraran con los ojos muy abiertos. — ¡Pero mira la zorrita! ¡Oye, Peter, que te comen terreno, chico! Tanta justicia, tanta justicia… — Bradley, como de costumbre, aterrizando en ese momento. — ¿Eh? ¿Hablabais de Jacobs algo? El mejor capitán que ha habido. — Y de nuevo les dio la risa, aunque Sean también bebió, entornando un poco los ojos. — Bueno, que no digáis tonterías, Jacobs ahora mismo es simplemente mi mentor, es muy inteligente y está bien conectado, y me alegro de que todos seáis de familias mágicas o de buen nombre, pero una mestiza con el apellido de su madre soltera muggle necesita que gente como Jacobs y otros me vean bien. — Alice la rodeó por los hombros. — Bueno, cariño, siento que tu mejor amiga sea de una familia absolutamente caída en desgracia, pero Marcus te quiere casi tanto como yo y los O’Donnell tienen una influencia gigante, y en fin, Emma te llevó a comer. — Señaló a Kyla y dijo. — ¿Qué hay de la futura ministra? — Y su amiga puso una sonrisa desmayada y negó con la cabeza. — No sé nada de una futura ministra, pero yo he estado muy ocupada en el archivo ministerial, ordenando papeles. Y pudiendo desayunar con Hills todos los días, se sabe todos los cotilleos del Ministerio. — Y se rio con ellas. Le gustaba imaginarse ese escenario y ansiaba volver a formar parte de la vida de sus amigos. — ¡Uy, nena! Para eso no hace falta trabajar en el Ministerio, con ir a los bares adecuados se sabe todo. — Y un pensamiento intrusivo cruzó su cabeza. ¿Sabría Ethan algo de Percival? Ahora no era ni de lejos su mayor preocupación, pero saber que Ethan podría tener información de alguien que… Te has vuelto una paranoica en Nueva York, se regañó a sí misma.

— ¡Me muero por preguntarte por Nueva York! — Le interrumpió con sus pensamientos muy a tiempo Poppy. — Papá dice que cualquier arquitecto alucina con lo que los muggles han conseguido allí. — Alice rio un poco y bebió. — Yo diría que es… agobiante. Son edificios tan tan altos y tantísima gente. — ¡Toma! Para llenar edificios tan altos… — Aportó Peter, haciendo reír brillantemente a Poppy. Desde luego que estaban hechos el uno para el otro. — Y todo tiene pinta de ser insultantemente caro… Realmente no estuvimos tanto en Nueva York, nos quedábamos en Long Island, en casa de los Lacey, y eso se parecía bastante a los pueblos mágicos de Inglaterra. — Su amiga puso una carita de un poco de pena. — Ya, imagino que tampoco es que estuvierais de fiesta… — ¡Uy que no! — Saltó Aaron, que estaba prácticamente rodeado por Ethan como un pulpo. — ¡CÓMO LO SABÍA YO! Mi putón no me iba a decepcionar. — Alice miró a su primo con cara de circunstancias. — ¿Cuántas noches de fiesta tuvimos? — Dos. — Especificó él, poniendo el número con los dedos. — ¡Oye, prefecto! Deja de hacer manitas con tu cuñado y cuéntanos qué hicisteis esas dos noches de fiesta. — Animó Sean, con tono retador. Ella volvió a beber. — La peor fue la que salimos con aquel. — Señaló a Aaron de nuevo. — Estuvimos en un club muy de este rollito, pero con jaulas en las paredes. — Se oyeron gritos ahogados y expresiones de sorpresa. — ¡QUÉ ME ESTÁS CONTANDO, LOCA! ¡Y YO AQUÍ! — No lo elegimos nosotros, Ethan. — Bueno, eso era bastante evidente, Gal, no veo yo a Marcus eligiendo semejante sitio. — Aportó Sean. — Y lo mejor de todo es que estuvimos en lo alto de varios edificios, Pops. — Dijo ella, tratando de desviar la conversación. — ¡Qué me dices! ¿Y qué se siente? — Alice rio un poco. — No te sé decir, es… Buf, es raro, pero te da una especie de… visión, que no puedes tener de otro modo… — ¡Va, Gal! Que lo que queremos saber es lo que hizo el prefecto en el bar de las jaulas, además de entrar en pánico. — Metió cizaña Peter. De verdad, Gryffindors… — También podríais contarle al prefecto lo que hicisteis la noche que fuisteis al club muy oscuro-Slytherin-exclusivo de Jacobs… — Dijo de repente Theo, y Alice se inclinó para adelante abriendo mucho los ojos. — ¿PERDONA? — Miró a Hillary y esta se encogió sobre sí misma. — No es exactamente así. — Nah. — Coincidió Oly. — Yo fui y aporté mucha luz y color, pero sí que era un poquito exclusivo. — Alice abrió la boca. — ¿Y me lo decís ahora? — Ay, lo hacéis parecer como algo muy especial… — Dijo Sean, tratando de parecer pasota, pero no lográndolo del todo. — Nosotros te contamos lo que hizo la prefecta Farmiga si el prefecto larga sobre sus dos noches de desenfreno en la ciudad que no duerme. — Dijo Ethan con su media sonrisa sibilina y un guiño. — ¿Que Kyla también fue? — Preguntó anonadada mirando a su amiga. — Claro, así nadie ha flipado demasiado cuando hemos entrado aquí. — Yo me quedé en casita. — Aseguró Darren. — De hecho, fuimos a cenar Theo, tu prima y yo a una hamburguesería. Somos gente más vieja, por lo visto. — Tú es que no querías ir sin Lex, y Theo y mi prima estaban de enfermeros, pensó Alice con un suspiro.

 

MARCUS

El grito de Sean le hizo rodar los ojos y suspirar, aunque con una sonrisa, acercándose al grupo junto a Darren. — ¿Te crees que estábamos para muchas fiestas? — Se encogió de hombros. — Una fue para despejarnos, y la otra para celebrar que habíamos recuperado a Dylan. Nada del otro mundo. — Pero ya tuvo que desvelar Alice lo de las jaulas. Marcus alzó las palmas. — Muy desagradable. Nada nuestro estilo. Nos fuimos enseguida. — Marcus, de verdad, que se te nota cuando mientes. — Dijo Hillary entre risas. Sean le puso una mano en el hombro. — Tío, en serio, hemos sufrido por vosotros un montón. Si nos decís que os pegasteis dos fiestones, nos vamos a alegrar, de verdad. — Marcus le miró con ternura. — Está bien... Fue idea de mis primos. — A esos primos quiero conocerlos yo. ¿Americanos e irlandeses? Seguro que beben como esponjas. — Marcus rio y prefirió no contestar a Ethan para no comprometer de más a su familia, pero tenía razón.

— Da mucho vértigo. — Comentó a Poppy entre risas cuando Alice explicó lo de las alturas, pero ya se tuvieron que meter con él otra vez. — ¡No entré en pánico! Solo me pareció rocambolesco y excesivo, como toda la ciudad en general. — Pero entonces Theo soltó una bomba que le fue de muchísima ayuda. Abrió mucho los ojos y la boca, con una sonrisilla en las comisuras. — ¡Vaya, vaya! Se va uno un mes y le roban los contactos. — Lo que le dejó a cuadros fue enterarse de que Sean también había ido. Parpadeó. — ¡No me lo habías contado! — ¡No me ha dado tiempo! ¡Te has ido a hablar con Darren! — El aludido, ante la mención, salió de su ensimismamiento, que consistía en relamer el papelito del muffin. — ¿Qué? — Me parece fatal, Hastings. — Nadie dio una explicación al pobre Darren.

— Ooooh. — Dijo con ternura a la confesión de su cuñado. — Haces muy bien. Daré referencias. — El chico se encogió de hombros. — Ya se lo conté a mi Lexito por carta. Nos ponemos al día. — Me refería a mi madre. Es el tipo de buen comportamiento que le gusta. — Todos rieron, pero Ethan recondujo. — No te escaquees, prefecto. No he vendido a mi adorada amiga de la infancia por nada. — Kyla miraba con una ceja arqueada y los brazos cruzados a Ethan. Marcus suspiró. — La segunda fiesta fue bastante desmadrada, lo reconozco. — ¡Te metis...! — No me metí en una jaula. — Cortó rápidamente al otro, si bien las risillas ahí estaban. — Pero hemos pasado un mes muy duro y habíamos recuperado por fin a Dylan. — Alzó la mirada y ladeó varias veces la cabeza. — Puede que mi prima Betty, que es una pocionista excelente, hiciera... cierta poción... para poder llevarnos a Dylan y... que le dejaran pasar. — Todos les miraban como lechuzas. — ¿Cómo es eso? — Preguntó Hillary. Aaron, sonriente, se adelantó. — Una poción crecebarba. — ¡¡Qué fuerte!! — Exclamó la chica, entre la atronadora carcajada que se desató alrededor. Poppy, cuando pudo parar de reír, dijo con tono adorable. — Oy, no me imagino a mi niño pequeño con barba. — Pues tu niño pequeño ligó con una "que se llamaba como la hermana". — Comentó divertido, levantando aún más risas. Se deleitó en la anécdota de Dylan ligando con la Alice americana un buen rato, creyendo que la estrategia de desvío del foco de su persona a la de Dylan le saldría bien... Le salió bien un rato, pero no tardó en caducar.

— ¿Y la primera? — Azuzó Peter. — ¿La primera qué? — La primera fiesta. — Insistió el otro. No era muy creíble en Marcus lo de hacerse el tonto. Puso cara de quitarle importancia, mirando el papel del muffin en sus manos. — Lo dicho, todo muy excesivo... — ¿Pero también fuisteis con tus primos? — Los escasos dos segundos que no atinó a contestar fueron lo que Hillary necesitaba para captar su incomodidad. — ¿De verdad queréis escuchar a Marcus quejarse de lo inapropiadas que son las fiestas neoyorkinas teniendo nosotros aquí montado este fiestón? — Desvió, poniéndole a Ethan voz de tentarle a continuar. Marcus se lo agradeció... pero intercambió una mirada con Alice. Y decidió no ocultarse más. — Nos pusimos morados de una comida que venden en camiones en mitad de la calle y bebimos muchísimo, porque estábamos cansados, y hartos, y enfadados. Y nos fuimos a una discoteca en la que ni hablándonos al oído nos podíamos oír, y las luces te volvían loco. — Hinchó el pecho, sin mirar a nadie en concreto. — Y aproveché la borrachera para explicar ampliamente todo lo que haría a los Van Der Luyden si no fuera a ir a Azkaban por ello. — Y lo coronó con una sonrisa tensa. Tenso también era el silencio que se había generado. Silencio que cortó Aaron, alzando la copa. — Brindo por ello. Y sin duda le hubiera recompensado de ser su novio como me consta que su novia le recompensó. — Se escucharon muchos "uuuh" y risillas que devolvieron el ambiente al distendido anterior. Kyla se había quedado mirándole en silencio. — Yo me subí encima de una mesa y me puse a maldecir a toda la cúpula del Ministerio. — Todos los no presentes en aquel evento miraron a Kyla con absoluto impacto, y los que sí estuvieron se encogieron con leve incomodidad. La chica se encogió de hombros. — Y tampoco me arrepiento. — Y también hubo sexo desenfrenado después. — Aclaró Oly, toda ilusión, volviendo a provocar risas. En lo que reían, Marcus se acercó a Kyla, pasó un brazo por sus hombros y la apretó contra sí, y la chica apoyó la cabeza en su pecho. — De vez en cuando hace falta ¿eh? — La chica suspiró y dijo. — Mucha. —

 

ALICE

Alice se rio con ganas ante la descripción de su novio del sitio y asintió. — Os aseguro que no estaba para nada cómodo, si fuera legeremante, hubiera oído gritar auxilio a su cerebro. — Luego señaló a Ethan y dijo. — Especialmente al primo Frankie, todo músculos y pelo rojo. — Y hetero a más no poder. — Señaló Aaron. — Uuuuuuy cariño, yo soy una trampa mortal de heteros… Y si no ya verás esta noche… — Y soltó una risilla maliciosa. Miedo le daba.

Se llevó la mano a la cara solo de recordar lo de la barba. — Eso no parece muy legal. — Comentó Kyla. — Eso no es NADA legal. — Recalcó Hillary, y Alice espantó el aire con la mano. — Mi niño había pasado unos meses muy malos y quería salir con nosotros, no pude negárselo. Y no pasó nada, solo lo de… — Y ya contó Marcus lo de que había ligado, seguido de las carcajadas de Alice. — Y no creáis que estaba ni medio nerviosillo, no, él a lo suyo. Trajo a la muchacha, se pidió su zumito y tan contento. — Hubo una avalancha de risas y Hillary negó con la cabeza. — Vaya peligro trae el colega. — Alice levantó el vaso y dijo. — Un Gallia Hufflepuff, amigos, abróchense los cinturones. — Daba gusto poder bromear sin pensar “a ver si no va a caer bien tal y como están las cosas”.

También daba gusto rodearse de gente que, sin necesidad de decir ni una palabra sabía echarte un cable, como estaba haciendo Hills, pero a Marcus no le gustaba la presión de sentirse interrogado, así que soltó gran parte del asunto de la primera fiesta y Alice solo pudo levantar el vaso y brindarlo con Aaron. — Solo dijo cosas que ambos hubiéramos suscrito. — Le miró a los ojos. — Marcus O’Donnell es muchas cosas, pero, sobre todo, es el mejor novio del mundo. — Ohhhhh quééé boniiiiito. — Dijo Poppy emocionada, pero Peter se inclinó hacia Aaron y dijo. — Le dio fuerte y flojo, vaya. — ¡Disculpa! No rompas la magia de mi discurso, y menos con mi primo, que justo acaba de afirmar, sin ningún sonrojo, que le haría ciertas cosas a mi novio. — Él y todas, nena, pensé que ya vivías con ello. — Ella se rio y le mandó un beso a su novio desde donde estaba, cada vez más relajada.

Pero la que la dejó en el sitio fue Kyla, y se giró con los ojos muy abiertos. — ¿Que hiciste qué? — Su amiga se encogió de hombros y mostró las palmas de las manos. — Es que mira, llevábamos una semanita que no te quiero contar, y, de hecho, llevo dos meses con mis padres encima en plan “es qué la cúpula pensará…”, “es que la cúpula puede creer…” — Y ella lo ahogaba todo en papelotes, porque mi chica es muy Ravenclaw. — Aclaró Oly, que se ganó una mirada de cariño y ternura de todos los amigos de Kyla, que la habían conocido tantos años como compañera de casa y sabía que sí, se metía con una facilidad increíble en su caparazón. — Y entonces Jacobs empezó a decir que hay un problema con las familias mágicas, que hay mucho niñato suelto con ideas retrógradas y demás… — Kyla pegó otro trago a su bebida. — Y claro, al final nos empezamos a venir arriba y me vino muy bien. — ¡BUENO YA ME HE CANSADO! Que esto parece una fiesta normal. — Soltó Ethan interrumpiendo a la chica. — Luego hablamos más del garito de Hassie, ahora toca eventito. — Dijo con sonrisa pilla, y aunque le daba miedo, se le veía la sonrisa pilla de estar pasándolo en grande de verdad y Aaron también parecía encantado. Puso una música bastante sugerente a punta de varita y tiró de Aaron. — Si suena esta música, tenéis que bailar con el del otro grupo, y si cambia a una más moñas con uno del mismo. Y si os equivocáis o desparejáis, os sentáis en la silla de los castigos y… ya veremos qué pasa. — Pero nos vemos los colores, en el quidditch lo hacemos todo el rato. — Señaló Andrew. — Ay, nene, qué poco confías en mí. — Hizo otro hechizo y todas sus ropas se vieron rojas. — Cancelación temporal del color, se acaba en quince minutos. Ahora hay que acordarse de quién era quién… o deducirlo. Y si no… — Y señaló una grandiosa silla barroca que había claramente hechizado de blanco y negro y enjoyado. — Qué exceso. — Murmuró Kyla. — Exceso es su segundo nombre. — Aseguró Oly, y justo la música cambió a una más lenta y dulzona, y su impulso fue acercarse a Marcus, pero tiró de la mano de Kyla y le guiñó un ojo a las chicas. — Cuidádmelo, ehhhh. — ¡Ay, mi amor, que ahora no podemos ir juntitas pero Alice te ha elegido! ¡Eso es bueno! — Gritó Oly mientras se echaba sobre Peter sin mirar mucho más.

Agarró las manos de Kyla y se abrazó un poco a ella. — Siento haber estado tan ausente, no me he enterado de casi nada de lo que ha pasado aquí y… no tiene que estar siendo fácil para ti. — Kyla siguió agarrándola con una mano, mientras con la otra se subía las gafas. — No ha sido para tanto, Gal, te lo prometo, es que… — Ky, por favor. Te fuiste a un garito superprivado de fiesta, que no te pega nada, y acabaste cagándote en la cúpula del Ministerio abiertamente. Eso es que estás bajo mucha presión. — Se abrazó a ella y la estrechó. — Sé que no he sido la mejor amiga ni la más presente… pero Marcus y yo estamos aquí. Y quizá nuestro apoyo, aún al menos, no es una gran cosa, pero lo tendrás siempre. — Se separó un poco y la miró. — Y de padres difíciles entiendo un rato largo, créeme. — ¿Cómo está…? — ¡CAMBIO, ZORRITAS! ¡BUSCAD JUSTOS INCAUTOS PARA TODAS! — Y buscó corriendo a Sean, porque se acordaba de que iba de blanco, los demás iba a tener que pensárselo un poco más.

 

MARCUS

Le dedicó una sonrisa cálida y cómplice a Alice. No se sentía muy orgulloso de su actuación aquel día, pero recordó su conversación con Arabella la única vez que perdió puntos en el colegio: no lo hizo bien, pero lo hizo desde el corazón, y lo volvería a hacer. La filosofía interna le estaba quedando preciosa, pero ya tuvo que llegar Peter a arruinarla. Rodó los ojos y, sin comentarios, dio un sorbo a la bebida, apartando la mirada. Alice no es como que lo arreglara mucho, pero al menos, cuando suspiró para sí y rodó los ojos hacia ella, se encontró con un beso al aire que le hizo sonreír y reír internamente. Como para no perdonárselo todo.

Estaba escuchando a Kyla, concentrado y comprensivo, cuando el grito de Ethan le provocó tal sobresalto que casi tira el contenido del vaso por los aires. Pues sí, parecía una fiesta normal y él estaba encantado con ello, no solo no le veía nada de malo sino que era justo lo que necesitaba: tranquilidad, a sus amigos, ponerse al día, desahogarse, charlar y divertirse de forma comedida y controlada. Estando Ethan en juego, claramente no era eso lo que iba a tener.

Lo de que la música sugerente te obligara a bailar con alguien del grupo contrario, teniendo en cuenta que Alice y él estaban en el mismo, le hizo chasquear la lengua con desaprobación, pero no dijo nada. Era Ethan, iba a gastar muchas energías contradiciéndolo todo, mejor se hacía a la idea desde ya. Intercambió una mirada de miedo con Sean cuando dijo lo de la silla de los castigos. Más le valía no equivocarse. Aquello tenía que tener trampa, porque emparejarse con alguien del color opuesto no tenía demasiado misterio... al menos hasta que Andrew abrió la boca e Ethan les puso a todos de rojo. Marcus miró al capitán de quidditch con cara de circunstancias, y el otro se encogió de hombros.

El comentario de Kyla le hizo arquear las cejas, corroborando. Exceso era poco para denominar aquel sillón, ni el de su abuela Anastasia era así. Antes de poder plantearse quién era del equipo opuesto, cambió la música, y él fue muy seguro a por Alice, pero su novia se fue con Kyla en el último momento. Bufó. — Ayyy el pobre, mira qué carilla. — Le dijo Oly. — Luego me voy contigo, cuando toque la de los equipos opuestos. — Gracias, Oly. — Y la chica se fue de allí dando saltitos, gritándoles a Kyla y Alice y lanzándose hacia Peter. Soltó aire por la nariz y, al verla pasar, la enganchó de la cintura. — Me la pido. — La chica había dado un gritito de sorpresa, y como claramente el haberle echado de menos la tenía bastante suavizada, rio. — Tú no podrías aspirar a alguien como yo, O'Donnell. Sigue soñando. — ¿Discúlpame? ¿Ha visto a mi futura esposa, letrada Vaughan? — Es verdad, es verdad. Lo dejaremos en tablas. — Hillary le echó los brazos por el cuello. — ¿Cómo estás? — Marcus llenó el pecho de aire y lo dejó salir. — Si pretendes evitarnos cualquier escarnio, momento incómodo o mal recuerdo... te libero de tus funciones. Es demasiado trabajo. — Pretendía bromear pero Hillary detectó el subtono amargo, por lo que torció los labios. — Me hubiera ido con vosotros de haber podido. No me cuesta nada. — Marcus se encogió de hombros. — Estamos bien. De verdad. Pero te lo agradezco. —

Bailaron un poco más y decidió cambiar de tema. — ¿Cómo van las primeras andaduras por el Ministerio? — Hillary rio, pero también suspiró y rodó los ojos. — Lo cierto es que lo esperaba mucho peor. — Marcus chasqueó la lengua. — Ibas demasiado antepuesta. — Marcus, sabes tan bien como yo lo que ciertas personas opinan de los hijos de muggles. Y de los hijos bastardos. No digamos de una hija bastarda de una muggle. — Hillary, tienes un expediente brillante... — No miran eso. Eso les da igual. De hecho, lo atribuyen a las causas más variopintas cuando les interesa. — Marcus miró a los lados. — Hablaste con mi madre ¿verdad? — La chica sonrió de lado. — Una gran señora. — Jacobs no es tu único contacto en el Ministerio. Y con cierta gente... mi madre puede venirte bien. — Hillary le miró, como si buscara las palabras. — No me he llegado a cruzar con tu primo Percival, si es lo que te preocupa. — Y por la cuenta que le trae a él, mejor que siga siendo así. — Hillary fue a hablar, pero justo Ethan pidió el cambio, y Marcus se marchó sin dar más pábulo a la conversación. Había dejado el mensaje en el aire, pero esperó que hubiera quedado claro: como Percival se acercara siquiera a Hillary, ella solo tenía que pestañear y el ejército de Emma O'Donnell haría de las suyas. Se habían enfrentado a gente mucho peor. Y Marcus ya iba sabiendo lo que era el mundo real, no pensaba andarse con remilgos ni consentir más injusticias si estaba en su mano impedirlas.

Lo cierto es que tenía ganas de pinchar a Sean, que le estaba poniendo cara de "ni se te ocurra agarrarte a mí para hacer un bailecito sensual", y por contra intentando hallar a Hillary. Pero se dieron dos circunstancias: la primera, que la chica, un tanto desubicada por la conversación, en vez de seguir en línea recta se había girado, dando la espalda a Sean sin querer y sin que a él le diera tiempo a llamarla antes de que ella se enganchase a Andrew, que justo pasaba por allí. La segunda, que Oly se metió por medio. — MARCUSITO. — Se le subió encima, enganchada de brazos y piernas cual koala. — ¡¡Cómo os hemos echado de menos!! ¡Jo, seguís teniendo vibras tristonas! Aunque ya muy poquitas, supongo que habrá sido peor. — Se bajó, y Marcus no atinaba ni a responder, porque la chica era un bombardeo de palabras a toda velocidad mientras le sobaba la cara y el pelo. — Estas cosas es que dejan mucha marca, pero yo os veo bien, os veo superbién, y se nota que no habéis estado solos, porque mira ¿ves? Estas vibras verdecitas hacen uuuuhhh es que sueltan trebolitos y todo, que lo veo, ¿es por tu familia? Ay, qué bonito, son un montón, seguro, irlandeses ¿no? Claro, por eso el verde... — Uuuuuyyyy mi bombón estrenando. — Bramó de repente Ethan, que prácticamente arrastraba a un desconcertado Sean hasta el sillón. — ¡Pero tú también estás solo! ¿Por qué no puedo bailar contigo? — Ay, la ilusión de mi vida, que me pidiera bailar con él. — Le dio un toque en la frente. — Pero no cuela, cafelito, que te he visto la cara de perdido. ¡Y huirme! Ahora no vengas a mí por desesperación. No en público, al menos. — Le empujó hacia abajo de los hombros para hacerle sentarse pesadamente en el sillón. Se escuchaba la malvada risa de Hillary de fondo, lo que hizo a Sean fruncir el ceño con ofensa. — ¡Bueno! ¿A quién se le ocurre la primera perrería para el señorito? —

 

ALICE

La música cambió radicalmente, y ya estaba ella buscando a su primo, por si podían hacer el tonto un rato, cuando Poppy se le echó encima. — ¡AAAAAALIIIIIICE! ¡BAILA SEXIMENTE CONMIGO! — Y solo con esa entrada ya le dio la risa inevitable, mientras, tal y como había planeado, hacían el tonto, exagerando mucho los movimientos y muertas de risa. — Marcus está con Oly, tranquila, solo le está leyendo el aura. — Y, efectivamente, vio cómo Oly hacía sus clásicos gestos en torno a Marcus y con esas caras tan graciosas… Solo Merlín sabía cuánta falta hacían los Hufflepuffs en su vida. Pero el momento, sin duda, se lo robaron Ethan y Sean, conduciendo al segundo a la silla castigadora y pidiendo castigo para él.

Aprovechó la confusión y cónclave general para abrazar por la espalda a su novio y dejar un beso en su hombro, para recordarle que seguía por ahí y que le quería. — Yo creo que deberíamos hacerle subir a una escoba y… — Bradley, por favor, usa la cabeza, nene, y la de arriba, por favor, no la de la… — ¡Yo digo que le hagamos comer picante! — Soltó Jackie, y todos la miraron. — ¿Qué? Estoy roleando pecadora, y lo que nos pega a los pecadores es picante y dulce a los justos. — Se oyó la risa maligna de Ethan. — Ohhhhh Mattie, esta me gusta tanto que le voy a perdonar que te haya arrancado de mis brazos, te lo digo. — Se giró hacia Sean y se inclinó sobre él. — ¿Qué dices, bomboncito? — Su amigo abrió mucho los ojos y negó confuso. — A ver… Si hay que hacerlo, mejor rápido. — Ethan hizo una pedorreta y miró a Hillary. — Nena, como sea así para todo te vas a aburrir bien pronto. — ¡Yo tengo una idea! — Dijo Alice. — Está basada en las pruebas de La Provenza para ganar a la novia, pero como no tenemos multijugos aquí, lo haremos de otra forma. — Te escucho atentísima, putón, que siempre se puede confiar en ti. — Se adelantó y señaló a Sean. — Le vendamos los ojos… — Esto empieza genial. — Dijo Aaron con una risita pillina, inclinado sobre Ethan. — Le damos unas vueltecitas y tiene que encontrar a Hillary y besarla. — Sean abrió mucho los ojos, tratando de levantarse de la silla pero siendo empujado por los otros dos para abajo. — ¿Pero cómo voy a hacer eso? ¿Y SI BESO A OTRA SIN QUERER? — Alice se encogió de hombros y levantó las palmas. — A ver, Sean, tienes que poder distinguir a Hills por más sentidos que solo la vista, ¿no crees? Además… — Se dio con el índice en los labios. — Puedes contar con la ayuda de alguien que te vaya guiando para encontrarla, aunque estemos todos por medio y con estas luces… — Es que me encanta cuando se pone así la tía. — Dijo la propia Hillary, cosa que hizo reír a todo el mundo menos al propio Sean. — ¡MARCUS! ¡ELIJO A MARCUS! Él cree en el amor verdadero y la fidelidad sobre todas las cosas. — Alice levantó la ceja. — ¿Y yo no? — ¡TÚ TE HAS INVENTADO ESTA JODIDA PESADILLA! — Ella puso cara ofendida y se cruzó de brazos. — ¿Que sí? Pues ahora no vas a poder elegir a tu guía. ¡Ethan! Seguro que tienes un antifaz por ahí, ¿a que sí? — Ay, nena, por favor, ¿qué persona decente no tiene un antifaz y un par de esposas para cualquier necesidad que pueda surgir? — Esto no me va a gustar… — Musitó Sean. — Vete poniéndoselo mientras echo el hechizo. — ¡Ese es de tu padre! — Dijo Jackie entusiasmada. Pues sí, pero prefería no pensarlo mucho.

Mientras Ethan y Aaron preparaban a Sean, el hechizo fue a seleccionar a Darren, y varios suspiraron. — Vaya por Dios. — Musitó Peter. — Este se lo va a dar regalado. — Dijo Jackie negando con la cabeza. — ¿Yo? A ver, bueno, Hills es el amor de su vida, no se la voy a negar… Si la cosa es que yo no soy muy bueno dando direcciones, porque me aturullo y… — ¡PERFECTO! ¡SEAN! ¡TENEMOS A TU GUÍA! — Bramó Peter conduciéndolo a donde estaba su amigo. — Holiiii. — ¿Es Darren? — Preguntó esperanzado. — Menos mal, tú tienes buen corazón. — ¡Oye! ¿Y yo? — Dijo ofendido Peter. — Este hoy se está coronando. — Rio Aaron. — Bueno, ¿y qué gano con todo esto? — Que tu novia no te odie y te meta una demanda que te deje temblando, pero si te portas bien y lo haces requetebién, puede que te dé un beneficio para el resto de la fiesta. — Contestó el anfitrión, mientras Alice, ya metida en el juego, organizaba a los demás. — A ver, hay que revolverse, y podemos movernos durante la averiguación. Ah y prohibidísimo hablar ¿eh? Que por la voz la saca en un momento. —

 

MARCUS

Miró por encima de su hombro con una sonrisilla. — ¡Anda! Un pajarito. Qué suerte. — Y dejó un besito en la nariz de su novia, que ahora le abrazaba por la espalda. Dirigió su atención hacia el sillón en el que Sean estaba sentado, con cara de terror, mientras todos proponían perrerías que hacerle, riendo junto a Alice. No iba a proponer nada porque ya estaban proponiendo más que de sobra los demás, y había echado demasiado de menos a su amigo como para apetecerle que pasara un mal rato, así que se limitó a observar, reír y callar.

Claramente su novia no pensó lo mismo, y Marcus, a su lado, se cruzó de brazos con una sonrisilla, mirándola, deseando ver qué proponía. Ya solo con lo de las pruebas de La Provenza frunció los labios y miró a Sean, arqueando las cejas varias veces. Su amigo estaba con ganas de que se lo tragara la tierra. Chasqueó la lengua ante su pregunta de pánico. — Tú sabrás, tío. Yo pasé por la misma prueba y no besé a la equivocada. — Lo que me faltaba, vamos, compararme con el caballero andante. — Soltó el otro, haciendo otro amago infructuoso de levantarse. Lejos de enfurruñarse aún más con él, dijo que le elegía, y los motivos le gustaron, por lo que dio una fuerte palmada y se frotó las manos, dirigiéndose hacia él. — Di que sí, colega. Un hombre sabio con una sabia elección, ahora mismo... — Pero su propia novia dijo que no. Se giró hacia ella, con la boca abierta, y se encogió de hombros con las palmas extendidas. ¿¿Y yo qué culpa tengo?? Pensó mientras la miraba, pero nada, Alice venía hoy con ganas de ver el mundo arder.

El escogido aleatoriamente fue Darren, y Marcus, por verse excluido del honor, soltó un sonoro suspiro y rodó los ojos. — Espero por la cuenta que le trae que también sea partidario del amor verdadero. — Dijo con tonito, y Darren se limitó a soltar una risita, lo que hizo que Marcus le mirara con inquina. No le gustaba que sus escasas amenazas quedaran en nada, pero bueno. El chico fue junto a Sean y Alice empezó a reagruparles a todos, con la condición, encima, de poder moverse. Marcus, que hoy estaba corporativista, chasqueó de nuevo la lengua en desaprobación. — No lo veo muy justo. — ¡¡Sssshh!! — Dijo Jackie entre risillas, totalmente metida en un juego. Claro, la otra de La Provenza y con querencia por las bromas. Lo más curioso es que Hillary parecía muy tranquila e incluso se reía. O estaba muy segura de Sean, o le podían más las ganas de meterse con él a pesar de que pudiera besar a otra persona.

— ¡Vale! ¡Empiezo! — Dijo Darren, entusiasmado pero nervioso. Sean ya estaba de pie esperando indicaciones. — Camina hacia delante... Hacia delante, hacia delante... — La gente al principio estaba parada, pero poco a poco se fue moviendo. — ¡A la derecha! ¡No, la otra derecha! — ¿La izquierda? — ¡Eso, sí, perdón! ¡A tu izquierda, no mi izquierda, o sea... para allá! — No veo qué es "allá", Dar... — ¡¡¡Por ahí, por ahí vas bien!!! — De hecho sí que iba bien, tanto que Hillary, que estaba en el camino, aguantándose la risilla, dio un pequeño trote hacia un lado para apartarse, y Kyla rápidamente se echó hacia atrás, viéndose a Sean encima, mientras que Theo se fue en dirección contraria. — Vale, ahora no hay nadie, había gente, pero no hay nadie. ¡Vete para la izquierda! — ¿Otra vez? — ¡O sea, girando! Gírate un poquito, en plan... para el lado como para... ¡¡AHÍ, PARA PARA!! — Lo de no hablar estaba complicado, porque estaban todos llorando de la risa con la escena, y no dejaban de moverse. Desde luego era un milagro que Sean se estuviera orientando, porque las indicaciones de Darren eran para verlas. — ¡Ahora un poco a la derecha! — Se giró bruscamente y Oly soltó un gemidito delator mientras daba un salto y huía, obligando a todos a forzarse aún más por aguantar la risa. — Adelante... Adelante... Sigue un poco más... Un poquito torcido, pero un poquito poquito solo... — Se estaba acercando hacia donde estaba Hillary, pero también estaban Marcus y Andrew por allí. De repente, Darren, que iba muy comedido con las indicaciones, gritó. — ¡¡AHÍ, TIRA!! — ¿¿Que tire qué?? — ¡¡QUE AHÍ QUE SÍ QUE...!! — Se había emocionado tanto que no atinaba, y sin saber bien cómo, Sean pareció torcerse el pie justo cuando se acercaba a Hillary, pero mantuvo el equilibrio a lo justo en lo que el resto ahogaba una exclamación de la impresión y la chica, muy rápidamente, primero hacía amago de agarrarle y luego, en vistas de que no era nada, huía para no ser pillada.

— ¡¡CAAAASI!! Ahora hac... — ¡INMOBILUS! — Lanzó Sean de repente a los pies de Hillary, que estaba un poco apartada, a su derecha. Todos abrieron los ojos como platos, y Darren se quedó de piedra, incluida la propia Hillary. — ¿Va a dejar de moverse la señorita? — Comentó, chulesco, Sean, mientras se dirigía bien seguro hacia ella y le plantaba un beso con total seguridad, sin quitarse la venda y levantando un fuerte "uuuuuhhh" generalizado. Al separarse de sus labios, se descubrió los ojos y suspiró. — Menos mal... — Pero bueno, Hastings. — Dijo Marcus, impresionado y entre risas. Hillary estaba hasta colorada, mirándole. El otro volvió a apuntarla con la varita. — ¡Finite Incantatem! Perdona, mi amor, es que no iba a pillarte en la vida si no dejabas de huir... — ¿Pero cómo lo has sabido? — Preguntó ella, casi sin aliento. Marcus arqueó una ceja y miró a Alice. Hemos descubierto cómo se gana a la Letrada Vaughan. — Ignorando a Darren. — ¡¡Eh!! Jolín, lo he hecho como he podido. — Se lamentó el otro. Sean precisó. — Lo sé, tío, no es por ti. Estaba afinando el oído a los pasos. Conozco el caminar de todo el mundo, cuanto menos el de Hills, sobre todo cuando hace ese trotecito travieso porque quiere esconderse de algo. — La chica se mordió el labio, colorada y sin habla, nada habitual en ella. — Y ha habido un momento en el que Darren ha empezado a dar indicaciones contradictorias, seguro que porque alguien le estaba diciendo que se las diera y le estaba liando. — Tomó la muñeca de Hillary y la alzó, mostrando varias pulseras que tintinearon con el movimiento. Eso hizo a la chica rodar los ojos con obviedad, pero sin perder la sonrisa. — Cuando he fingido tropezarme, y tú has hecho amago de agarrarme, me has dado con el pelo sin querer. Tenía dudas de si eran tus pasos o los de Jackie, que es la que más se parece a ti caminando... Pero tú tienes el pelo más suave. Perdona, Jackie. — Perdonado, estoy muy entretenida. — Contestó la otra, apoyada sobre Theo. — Y, además, iba siguiendo el rastro de tu colonia. Solo tú llevas esa. — Arqueó una ceja. — Pero no puedo pillar a una persona que no deja de moverse. Solo tenía que afinar la puntería cuando estuviera seguro de dónde estabas, y a la cuarta huida me di cuenta de que tiendes a saltar hacia la izquierda, cuando los demás lo hacen hacia la derecha. — A Hillary se le caía la baba a cubos, pero lo cierto es que había dejado impresionados a todos. Tras unos instantes de silencio, lo rompió Ethan. — Perrísima ahora mismo, vamos. — Mejor reconducía, así que Marcus aportó, señalándole. — Con ustedes, señoras y señores, Sean Hastings. Corazón Gryffindor, pero una muy brillante mente Ravenclaw. Digno hijo de su casa. —

 

ALICE

Fue empezar su cuñado a dar indicaciones y ella a morirse de risa sin poder evitarlo de ninguna forma. Es que menudo caos, y lo mejor es que estaban todos igual y se iban chocando entre ellos sin poder evitarlo ni parar de reír. Y de repente, Sean tiró un Inmobilus y los dejó a todos más callados que una tumba, estupefactos. Y de la misma se fue, y le plantó un besazo a Hillary que fue para verlo. — Vete apuntando para cuando te toque en La Provenza. — Le dijo a Theo dándole un codazo flojito, pero sin apartar la mirada de su amigo mientras lo explicaba. No pudo evitar que le saliera una sonrisita al ver una ejecución tan perfecta, e imitando un poco la seguridad de su novio, señaló a Sean con la mano y una sonrisa de suficiencia. — No me cabía duda de que un Ravenclaw de pura cepa y tan observador con todo como mi amigo Sean encontraría al amor de su vida. — Ladeó la cabeza y miró a Hills. — Eso sí, la próxima vez quítate las pulseras, dama del pelo suave, que vaya tela. — Pero su amiga estaba, como decía Ethan, perrísima, e hinchada como un pavo, se encogió de un hombro, mientras seguía enganchada del cuello de Sean. Cómo le gustaba ver así a sus amigos.

— Bueno, como no es que te hayas portado, es que te la has sacado delante de todo el mundo, te voy a conceder un honor. — Saltó Ethan, recolgándose de ambos. — Sean Hastings, me congratula convertirte en el sacerdote de esta fiesta llena de pecado y maldades. — Su amigo parpadeó confuso, mientras Hillary se echaba a reír y Theo y Darren también. — Básicamente tú decides quién está pecando o no. Te recuerdo unos cuantos pecaditos: mentir, intentar tangar al resto del grupo como si estuvieran cumpliendo una pena, incluso, llegado el momento, decidir tú qué pena se le impone a los sancionados. — Se separó y le señaló, sacando un frasquito con un difusor, como un perfume, tendiéndoselo. — Y como nadie va a tener moral más alta que tú, te permito que, cuando veas algo que te escame, puedes rociar al susodicho o susodicha con esto. — A ver qué lleva eso. — Saltó Kyla con tono severo. — Es poción estornudo, nena, relájate. Es por si ve una parejita dándose demasiado amor, o a alguno comiendo muffins de más, o bebiendo la bebida que no le corresponde… En fin, te he dado poder, bomboncito, úsalo. — Terminó y guiñó el ojo. — Y ahora, de momento, podemos volver a nuestras posiciones. — Y volvió a la zona de los sofás y las mesas.

Cuando se hubo asentado, con una bebida de pecadores que pretendía compartir con su novio, se apoyó en él antes de preguntar. — A ver, señores, descríbanme el tal garito prohibido y cómo es que todos estaban allí. — Dio una palmada en el suelo. — Visto para sentencia. Puede empezar con el testimonio. — Y Hillary y Kyla se partían de risa. — No se puede ver para sentencia y escuchar testimonios. — Aclaró la primera. — No en un jurado, pero estamos en el paraíso del pecado de Ethan. — Replicó ella. — Eso, yo también lo quiero saber, ya que nadie me llevó. — Dijo Andrew ofendido. — Macho, te avisé y estabas en modo “mi Donnita ha vuelto a Hogwarts y quiero pasarme la noche jugando al backgammon con mi hermano”. — Le afeó Bradley. — ¿Vosotros también fuisteis? — ¡Sí! Estaba muy guay y muy misterioso. — Contestó Poppy contenta. — Bueno, antes de generar más confusión, no es que fuera un sitio tremendamente secreto ni nada… Oscuro puede que fuera un poquito. — Admitió Hillary. — Es un sitio exclusivo, nada más, porque tienes que entrar con invitación. — ¡Y la invitación está guapísima! Porque es así una tarjeta negra con una bola dibujada de la que sale humo pero que se mueve, ¿sabéis cómo os digo? — Describía Peter entusiasmado. — Total, que hay que entrar entregando esa tarjeta, eso es verdad, y tienes que firmar un papel donde dices lo que te da alergia para que no te lo sirvan y que conoces a dónde vas y todo eso. — Espero que no tuviera un acuerdo de confidencialidad. — Dijo Jackie después de un silbido de admiración. — No, lo comprobé, claro. Es solo porque las bebidas que te ponen son sorpresa y van un poco con… el ambiente, lo que esté sonando o la hora o lo que sea, es un poco aleatorio, y dentro es todo tan oscuro y tal, con el humo brillante, que también es oscuro. — ¿Y cómo es que os invitó Jacobs? Sin ofender, pero ¿no tiene gente en el Ministerio con la que salir? — Sean suspiró, mientras seguía acariciando el pelo de su novia. — Pues justamente de eso hablamos aquel día. Que el Ministerio cada vez es más clasista, al menos entre los jóvenes. Los estudiantes de Hogwarts que entran ahí son por enchufe o porque son del corte de los del enchufe, y los que no son así, o se van al extranjero, o se dedican a otras cosas, y si no, míranos a nosotros. Solo dos de aquí han escogido el Ministerio, y solo porque no podrían ejercer en otro lado. — Kyla dio un trago a su bebida y la alzó. — Y créeme, si tan solo pudiera, me piraría. De ahí que aquella noche me cagara en toda la cúpula. — Movió las manos como si espantara algo invisible. — Son retrógrados y clasistas a más no poder. — Vamos, que todavía nadie sabe que eres lesbiana. — Dijo Ethan, con cierto resquemor. — Pues no, y vete a saber cuándo podré. Valoro mi trabajo, y tal y como están las cosas no solo estoy en la cuerda floja yo, es que podría peligrar hasta mi padre. — Contestó Kyla, claramente molesta. — Total, que Jacobs tenía allí una fiesta de una Slytherin que era amiga suya en Hogwarts y que le dijo que llevara a quien quisiera. — Retomó Hillary, para rebajar la tensión. — Y estábamos todos entre… tensos, tristes y dispersos por toda Inglaterra, teníamos ganas de reunirnos, y dije: mira, no nos vamos a ver en otra así. Y avisé a varios y luego Bradley se encargó del resto, porque para eso es nuestro Gryffin. — Alice mantuvo la sonrisa pero le quemó un poquito haberse perdido algo así. — Pues yo quiero probarlo. — Es muy misterioso, así, en un callejón subterráneo de Edimburgo y es todo como UHHHH y BLUUUHHH. — Aportó Oly moviendo los dedos y poniendo caras, lo que causó las risas de los demás y la eliminación definitiva de la tensión. — Podemos hacerlo antes de Navidades, si Jacobs puede. — Propuso Kyla. Alice se miró con Marcus. Quizá era hora de contarles a todos que ellos también se iban sin… una fecha concreta de vuelta.

 

MARCUS

Alzó su copa para brindar por el nuevo puesto de Sean y, por supuesto, decir. — Espero que no olvides a quien siempre apostó por ti. — La soberbia también es un pecado. — Recordó el otro, alzándole una ceja. Pues que no se te suba a la cabeza tan pronto, pensó, pero mejor no contraargumentaba porque se veía siendo rociado el primero.

Se fue junto a su novia hacia los sofás, cogiendo un par de snacks de paso y pidiendo un traguito de la bebida que ella había cogido mientras preguntaba a los demás por la anécdota de bares que se habían perdido. Durante su estancia en Nueva York, casi ni se habían planteado que el mundo había seguido girando sin ellos, porque toda su vida había sido esa. Pero bueno, lo retomarían lo antes posible, quería pensar... si bien ahora tenían pensado encerrarse a estudiar y, después, irse a Irlanda... Y después de eso tendrían que hacer su año de investigación fuera... Tragó saliva. Bueno, sacarían momentos para estar con sus amigos. Prometieron no separarse al salir de Hogwarts, les llevara por dónde les llevara la vida...

Lo de Andrew le hizo reír. — ¡Eh! Si lo que quieres es practicar backgammon, aquí tienes a uno que le encanta. — Comentó, señalando a Aaron con el pulgar, quien le devolvió una mirada hastiada aunque disimulando la sonrisa. También recordó algo. — ¡Por cierto! Tenéis que contarnos lo de vuestro viaje a España. — Uy, hay mucho quidditch y mucho sexo de por medio, no te recomiendo preguntar. — Afirmó Darren, ante lo que Andrew rio aunque con un punto de vergüenza. — ¡Eso no es verdad! — ¡Que no, dice! Quedamos los cuatro antes de que Lex y Donna se fueran a Hogwarts. — Oyó una exclamación contenida de Oly, quien se giró a Kyla y le dijo con pena. — Jo, nos han excluido de la quedada de parejitas. ¿No hacen eso los monógamos? — La otra le dio un par de toques en la rodilla para quitarle importancia. Darren continuó. — Y se pasaron doooooos hooooooras y media los dos hablando de la selección española de quidditch. Y los saltos temporales en la narrativa eran supersospechosos. — Marcus rio, porque Andrew simplemente se encogía de hombros con una sonrisilla, sin comprometerse a nada.

Siguió atendiendo al relato sobre el bar. Soltó una leve risa. — Suena a sitio cien por cien Slytherin, me lo imagino a la perfección. — Y a él, a pesar de la vena que le atribuían, no le hacían especial ilusión los lugares oscuros y de cuestionable legalidad según qué cosas... Pero sí que le gustaba la exclusividad, y ahora se sentía en último puesto en todo su grupo en dicho aspecto. Pero lo dicho, lo recuperaría rápidamente: al fin y al cabo, no le habían excluido ni él se había aislado voluntariamente, solo había sido circunstancial. Lo que le gustó y disgustó a partes iguales fue el relato de Sean sobre los motivos de Jacobs para invitarle. Por mucho que quisieran negar la realidad, el clasismo en el Ministerio era un hecho, y tanto podías beneficiarte si tenías la suerte de tener una Emma O'Donnell a tu lado, como perjudicarte si no la tenías, y lo incontrolable y fortuito era algo con lo que Marcus no comulgaba: le gustaba que la gente se ganase su puesto en los lugares, no que les viniera dado. Básicamente el motivo por el que Percival estaba allí, y dudaba que fuera ni mucho menos el único.

Se cruzó de brazos y soltó aire por la nariz. — Vosotras podéis y debéis llegar donde queráis. — Y que no me entere yo de lo contrario, le faltó decir, aunque lo pensó, en relación a Hillary y Kyla y las posibles trabas a las que podrían enfrentarse. Peter, por alusiones de Hillary, asintió contento. — Claro que sí, joder, con lo listas que sois y lo preparadísimas. Es superinjusto, las cosas no deberían ser así, el mundo tiene que ser igual para todos, hombre. ¿Sabéis quién más estaba allí? Joer, y con menudo cabreo, con lo que ella es. Pero clar... — Vio que Kyla estaba haciéndole señales a Peter para que cortara, y el otro las pilló. Pero tarde. Marcus las había pillado antes. — Tiene motivos para estar allí. Es otra persona muy bien preparada y con una situación familiar que puede hacer que muchos clasistas la rechacen. — Les miró. — Porque habláis de Maggie Geller ¿verdad? — Se miraron con los ojos entornados. Suspiró. — Tranquilos. Nos hizo un buen favor con... bueno, todo el papeleo con lo de Dylan. Lo de Hogwarts... Cosas del colegio, está en el olvido. — Le quitó importancia, así que Kyla, más relajada, asintió y añadió. — Esa misma tarde la habían dejado sospechosamente fuera de un caso que se había preparado un montón. — Bufó. — Me parece increíble. — Tú no te preocupes, ministra en curso. — Comentó Ethan con seguridad. — Que cuando tú seas la presi suprema, cambiarás todas esas tonterías. — Sí, a este paso, a ver si llego. — Comentó ella con amargo desdén.

Y entonces, les propusieron ir. Se mordió el labio, compartiendo la mirada con Alice. Sus amigos les miraban, intrigados. — Bueno... — Se aclaró un poco la garganta. — Lo cierto es... que lo vamos a tener complicado. — La más incrédula y demandante de motivos parecía Hillary, aunque todos estaban un poco a la espera. — Tenemos el examen para la licencia de Piedra el treinta de octubre. — ¿¿Ya?? ¿Tan pronto? — Se sorprendió Sean, y no fue el único, solo el que lo verbalizó en voz alta. Marcus sonrió con levedad. — Eh, pero la parte buena es que estamos libres para Halloween. Nos dejamos en vuestras manos para el fiestón. — Dalo por hecho, cariño, pero no desvíes el tema, que aquí se ha dicho Navidad y os vemos las caras. ¿Qué pasa? — Concretó Ethan. Marcus suspiró. — Cuando terminemos... nos vamos a Irlanda. — Se generó un silencio. Oly miró a los lados e hizo la intentona a la desesperada. — Pero en plan un tiempito ¿no? No es para siempre. — No, no, claro. Nos vamos a prepararnos la siguiente licencia. — Pero creía que la estancia en el extranjero era para prepararse Acero, no Hielo. — Preguntó Kyla, entre confusa y cuestionadora. — Sí, así es... Es... — Se mojó los labios y miró a Alice. — Les prometimos a mis abuelos... conocer su tierra y... Bueno, íbamos a ir solo para Navidad, pero lo hemos pensado mejor y... creemos que allí vamos a estar mucho más tranquilos. — Hillary estaba mirando a Alice, un tanto descuadrada, como si esperara confirmación. Se volvió a crear un silencio.

— ¡Total! Que me dejáis sola como a una perra. — Resolvió Ethan, terminándose la bebida de golpe. — Ahora di lo tuyo tú también, anda. Que lo lloremos todo junto al menos y luego nos pongamos con la fiesta, si no, esto no hay quien lo levante. — Por el gesto de Ethan, todos miraron a Aaron. El chico no parecía esperarse tener el foco encima tan súbitamente. — Ah, esto, bueno... No creo que a nadie le... sorprenda o... — Se encogió de hombros. — Quiero empezar de cero. En todo. — Marcus miró de reojo a Ethan. Estaba echándose más bebida en el vaso, pero le iba conociendo lo suficiente como para saber que estaba haciendo un gran esfuerzo por disimular que eso le estaba doliendo. — He pensado... que Grecia podía ser un buen destino para mí. Quería venir a despedirme, pero... me voy. En unos días, probablemente. — Peter se le puso al lado, le colocó una mano en el hombro y dijo. — Eres un buen tío. Te mereces una buena vida. — Se encogió de hombros. — Y como yo voy a viajar un montón, te veré por allí. Tienes pase libre todas las veces que quieras venir a verme a un partido. — ¡Y nosotros te veremos también! — Se apuntó Darren. — Si... quieres... claro... — Aaron sonrió con agradecimiento, y les miró a ellos levemente. No, no quería. No quería verles a ninguno, porque quería que su vida volviera a empezar la semana que viene como si nada hubiera pasado. Pero probablemente no quisiera decirlo en voz alta. Y allí, en el fondo, se sentía bien.

 

ALICE

Se reía de las cosas de sus amigos, como el viaje a España de Andrew y Donna narrado por Darren o las cosas de Oly, y le interesaba saber más sobre todo lo del Ministerio y cómo se las gastaban allí, pero, en el fondo, estaba tensa por el momento revelación de que se iban a Irlanda. Lo bueno era que Marcus era impecable para eso, sabía transmitir las cosas con calma y firmeza, y responder a las preguntas de todos sin mayor problema.

Detectó la mirada de Hillary y las palabras de Ethan, y por supuesto, era imposible engañar a Kyla, que se sabía los requisitos de todos los rangos de una disciplina que jamás iba a tocar. — Luego dirá que no va a ser ministra. — Bromeó señalándola. — Lo controla todo la tía. — Hombre, es importante saber cómo se desarrollan los alquimistas, son un pilar muy importante y ciertamente conveniente de tener de tu lado en el gobierno. — Lo dicho, ministra. — Remató Alice, tratando de reír. — Venga, chicos, no es para tanto. Podéis ir en traslador a Galway, y nosotros os aparecemos en Ballyknow, y una vez hayáis estado, podéis apareceros vosotros. Irlanda es muy guay, os va a gustar visitarnos. — ¡Pero si tú nunca has estado! — Le afeó Sean, pero ella rio. — Uy, pero he estado rodeada de irlandeses, y llevo oyendo historias de la abuela Molly y de Erin desde pequeña… — Miró a Marcus y se dejó caer sobre él, bajo su brazo. — Forma parte de nosotros. Y vosotros de nosotros, así que no se hable más, vendréis a vernos y lo disfrutaremos. —

Y aún quedaba la parte de Aaron. Ethan estaba claramente afectado, y aunque lo esperaba, le veía más ofendido aún, y eso solo lo que estaba mostrando, que por dentro, si conocía de algo a su amigo, estaba más profundamente dolido. Pero Aaron había tomado una decisión y nadie más que ella podía entenderlo, y nadie más que ella debía respetarlo. — ¡Grecia mola! ¡Es el paraíso de la comunidad no heterosexual! ¡Ky! ¿Nos vamos con él? ¿No dices que estás cansada del Ministerio? — La interpelada rio, pero Alice detectó cierta pena en su rostro. — Creo que no es ese su objetivo, cielo. Pero seguro que te va muy bien, Aaron. — Pero ¿tienes un plan? ¿Sabes de qué vas a vivir o si vas a estar en zona muggle o…? — Preguntó Sean. — ¡ESE ES MI SACERDOTE! — Exclamó Ethan. — Poniendo en duda todo el plan, así me gusta. — Pero Aaron se reía más. — Así que… no les has contado, que no solo nos hemos traído a Dylan de vuelta. — Todos la miraron como lechuzas curiosas de ojos muy abiertos y ella se revolvió incómoda. — Bueno, a ver… Básicamente había una herencia, que venía a ser toda la base del conflicto con Dylan, porque mi madre era la heredera junto con Aaron, y ellos nos lo habían ocultado… Y desde que mi madre murió, pues sus herederos naturales pasamos a ser los herederos de ese dinero… Y por eso se lo llevaron, querían controlar su parte. — Levantó las palmas. — El resumen es que di mi parte a cambio de quedarnos a Dylan y Aaron se llevó una casa en Long Island escandalosamente cara que vendió escandalosamente rápido. — Todos se giraron a Aaron y este se rio. — Aquí está el rico heredero americano, cuyo plan es irse a Grecia y… como dice la prefecta, vivir entre muggles. — ¡Bueno esta golfa abandonada ya ha oído bastante, que la fiesta decae! — Interrumpió Ethan.

El anfitrión hizo un gesto con la varita y aparecieron unas coronas blancas y otras negras. — En este no hay ganadores, solo castigo a los cagados. — Levantó una corona de cada color. — Cada uno de nosotros va a tener que contestar una pregunta picantona yyyyyy dependiendo de la respuesta, puede cambiar vuestro uniforme. Si habéis sido unos santurrones, os pondremos la coronita blanca y os volveréis blancos y justos, y si habéis sido picarillos, os pondremos la negra con su consecuencia. — Volvió a levantar la varita. — Pero de momento todos a bailar, y, cuando Aaron, el sacerdote o yo mandemos, se parará la música y cualquiera de los tres hará una preguntita. — Y efectivamente, la música volvió, y Aaron e Ethan aprovecharon para ponerse a besarse, mientras Hillary y Sean caían frente a ellos con caras de incredulidad, y Kyla acercándose también. — Pero, tía, no nos habíais contado nada. — Ella negó con la cabeza. — Perdonad, es que… No quiero hablar de Nueva York, no ahora, no así… Y lo de Irlanda… Lo siento, chicos, es que estoy sobrepasada. — Miró a Marcus y besó su mano. — Lo único que me mantiene a flote es él. Y poder venir aquí y sentir que estamos en una fiesta de Hogwarts a la vieja usanza, eso también. — ¡Bueno y verás cuando organicemos las Navidades en Irlanda! ¡Seguro que mi Lexito está divino de Leprechaun de la Navidad! — Todos miraron a Darren con un poquito de condescendencia. — ¿Qué? Yo lo veo. Son verdes como Slytherin, y si yo se lo pido… — Sí, eso desde luego. — Dijo Alice entre risas. — Queda mucho para Navidad, pero suena como el cielo. — Hillary le estrechó la mano. — Y ahora tienes teléfono, vamos a tener unas facturas millonarias de tanto que vamos a hablar, que ya no tienes desfase horario. — Puso una sonrisa agradecida y les miró. — Soy muy afortunada. Lo digo en serio. —

 

MARCUS

Sabía que Alice estaba haciendo un esfuerzo porque aquello pareciera una idea fantástica que todos debían aplaudir. A él... no le parecía mal, pero sabía todo lo que llevaba implícito, y sus amigos no eran tontos. Era demasiada coincidencia que salieran prácticamente corriendo después de lo ocurrido, y después de un mes en otro país, y sin necesitarlo. Pero él también sonrió. — Pensad en lo bien que nos lo pasamos en La Provenza. Francia para el verano, Irlanda para el invierno. Será divertido. — Claramente no les querían contradecir, y aparentemente se conformaron. Pero no estaban convencidos.

Miró circunstancialmente a Aaron. Igual no es una cosa que gritar a los cuatro vientos, ¿no crees? Pensó, y el chico le miró de reojo, encogiéndose levemente. No tenían por qué ocultar nada a sus amigos, pero era un tema muy delicado y privado de Alice, también era comprensible que no quisiera ir narrándolo indiscriminadamente, por no hablar de que no les había dado tiempo prácticamente. Por supuesto, Ethan volvió a interrumpir la narrativa, porque lo de hablar como adultos no era lo suyo... y porque debía estar dolido por la marcha de Aaron, por mucho que ambos fingieran que no pasaba nada. Marcus estaba convencido de que los dos lo superarían, pero eso no quería decir que, en ese momento, estando allí juntos, la perspectiva doliese.

Sonrió mirando a Alice cuando aparecieron las coronitas, y ya iba a hacer una broma de las suyas sobre por qué los reyes de Ravenclaw merecían una corona cuando Ethan dijo lo del castigo. Arqueó una ceja y escuchó, sin fiarse nada. Al finalizar, frunció el ceño. Que Sean se hubiera ganado el puesto, vale, y que Ethan quisiera hacerlo como organizador, también. ¿Pero por qué Aaron tenía ese privilegio? — Yo tengo una sugerencia de por quién empezar. — Comentó el americano en voz lo suficientemente alta y mirándole de reojo. Marcus hico una caída de párpados y, con dignidad, lanzó antes de dirigirse a su novia. — No me da ningún miedo. — Un poquito sí le daba, pero no iba a dejarlo evidente tan rápidamente.

Sus amigos estaban demandando explicaciones, y la verdad es que podía entenderlo. Miró a Alice y trató de ayudar, encogiéndose de hombros y diciendo. — Íbamos a contarlo, de verdad que sí, pero no nos ha dado tiempo. Acabamos de llegar y bueno. — Rio, un tanto tenso. — Esta fiesta es una locura. — Pero Sean le miraba entre analítico y apenado, así que desvió él la mirada de su amigo y dio un trago a su bebida. Sonrió a Alice con su comentario, y el de Darren le hizo reír. — Si le convences, merecerás una condecoración por ello, desde luego. — Se encogió de hombros. — Yo ya estoy convencido. Habiendo niños pequeños de por medio, hago la tontería que sea. — Fíjate, eso sí me gustaría verlo. — Comentó Sean, haciendo por aliviar un poco el ambiente. Se acercó a sus amigos y les rodeó en un abrazo conjunto, entre risas, pero alguien se metió por medio. — HE DICHO QUE YA VALE Y QUE A PECAR TODAS. Madre mía, qué gente. — Ethan le dio con la varita en la cabeza a Sean, quien se encogió como si le hubiera golpeado con una viga del techo. — ¡Y tú! Encima que te concedo privilegios, a ver si te los voy a quitar. — ¡Eh! Que el privilegio me lo he ganado yo solito. — Y tanto que sí... — Dejó caer Hillary, con voz arrastrada, lo que suscitó un montón de grititos y silbidos a su alrededor. — Mira la guarrilla pecadora esta, al menos sí que está metida en el papel. Tú te vas a librar por ahora. —

Ya sí, tomó a su novia por la cintura y comenzó a bailar. — Sinceramente... no sé si puedo bailar contigo o no según esta música y estas normas que nadie entiende, pero me da igual. — Encogió un hombro, chulesco. — Hoy soy pecador ¿no? En ese caso, puedo hacer lo que quiera. Y quiero bailar contigo. ¿Qué te parece? — Pero el baile les duró poco, porque alguien empezó a estornudar como un loco. — ¡Jop-ATCHÚS-lín! ¡¿Por q-ATCHÚS, qué he hecho?! — Intentaba atinar Theo a decir, mientras huía de la ira del difusor de Ethan, y este a su vez de Sean, quien le perseguía y acusaba de robo de privilegio. — ¡¡Que me vas a santurrear a la francesa pecadora que no dejas de perseguirla como un pato!! ¡No me fio de ti ni un pelo, Matthews, te toca pringar! — Ethan miró a Aaron y le azuzó. — ¡Ea! Hazle una pregunta, y que sea de las muy malas. — Ya estaban todos atentos y pendientes, mientras el pobre Theo estornudaba con el cuerpo entero, sin poderlo remediar, y Jackie se moría de risa. — Hmmm... Venga, le voy a dar el gusto a Ethan con esta pregunta. — Dijo, malicioso. — Todos sabemos lo que es la sala común de Hufflepuff, y que Oly ha estado en varias orgías, que ella misma lo ha dicho. — Todos escondían risitas, excepto la mencionada, que estaba tan normal. — ¿Y tú, Matthews? ¿Por casualidad... no habrás... pasado por allí en alguna? — ¡¡NO-ATCHÚS!! — A ver... — Alzó Oly las manos. — Define "pasar por ahí". — ¡Eso no ATCHÚS vale! Todos sabemos a lo que se refiere y ATCHÚS yo no he participado. — ¡Pero has pasado! ¡Has visto, pillín! — ¿En qué me contenta a mí eso? ¿En saber que lo ha catado todo el mundo menos yo? — Se quejó Ethan, pero Aaron reculó. — Ah, bueno, es que mi verdadera pregunta era otra, pero la he ido cambiando. Voy a la original: reconócelo, Matthews, tú has catado hombre. ¿Sí o no? — ¡¡Eso son dos pregunt-ATCHÚS!! — ¡No has contestado a la otra! — ¡Sí he contestado! — Ay, te voy a poner el castigo de una perra. — Volvió a meterse Ethan en la conversación de los otros. — No he estado en ninguna or-ATCHÚS POR DIOS QUITADME ESTO! — Estaban todos muertos de risa. De repente, Kyla tuvo la piedad de sacar la varita. — ¡Aquamenti! — Eso sí, puso al pobre Theo empapado. Más se rieron, mientras el otro miraba a Kyla como si quisiera preguntarle qué había hecho mal en la vida. — Te he quitado los residuos. — Acto seguido, le lanzó un hechizo secador, mientras todos se morían de risa con la escena. — Gracias. — Contestó Theo cuando estuvo ya seco, pero para ser él, no usó el tono más amable de su registro, lo que solo les hacía reír aún más. — No he estado en ninguna orgía. — ¿Yyyy...? — Insistió Aaron. Theo rodó los ojos, con un suspiro, mirando hacia arriba. Y el que cortó aquella dinámica fue Darren. — ¡Venga, dilo ya! — Les miró. — Se dio un morreo conmigo una vez. — ¿¿¿CÓMO??? — ¡¿¿PERDÓN??! — Las reacciones no se hicieron esperar, y todo eran exclamaciones y gritos aspirados. Theo se frotó la frente y alzó las palmas, pero Darren, bien contento, narró. — Tranquilo, ya lo explico yo. Estábamos jugando al verdad o reto, y estaba el pobre mío supertímido, y Neil Holbein, que el pobre no daba mucho de sí, le preguntó que si le gustaban los hombres. Para reírse del pobre muchacho, y delante mía, que llevo siendo gay declarado desde el primer día, pero es que ni cayó. Total, que el pobre dijo que no, pero era tan tímido y lo dijo tan bajito, que se empezaron a reír de él y a decirle "¿pero y cómo lo sabes?" y ya fue como OISH, así que dije: Theo, ¿quieres demostrar que no te gustan? ¿Te doy un beso y tú decides? — Se encogió de hombros. — Y dijo que vale, así que le besé, y el pobre se puso blanco y empezó a limpiarse después. No me ofendí. — Siento eso. — Dijo Theo de todas formas. Darren sonrió. — Pero eh, duda resuelta. — Hacen falta más amigos como tú. — Le dijo Marcus a Darren entre risas.

 

ALICE

Pronto empezaron las pullitas entre su novio y su primo, pero eso, las caras de sus amigos, y cualquier pensamiento no hedonista, fue aplastado por Ethan poniendo la música de nuevo. Y aquella forma de su novio de agarrarla y dejarse llevar, metiéndose en el papel, le hizo poner una sonrisita pícara. — Uhhhh me gusta el modo pecador, señor O’Donnell… — Y ya estaba viniéndose arriba, como siempre que bailaban, cuando un ruido estridente y repetitivo les cortó todo el rollo. Era el pobre Theo, atacado por Ethan, claro, porque a Sean no se le hubiera ocurrido, y vio a su prima tapándose la boca con la mano, claramente tratando de no reírse en la cara de su recién estrenado novio.

Le dio la risa, y se enrolló en el brazo de su novio, pegándose a su pecho y disfrutando de aquellos momentos de bromas y risas. — Uhhhh Theo te están pillando. — Dijo ante las palabras de Oly, que hablaba de estar en orgías como quien hablaba de tomar el té. Sus risas se descontrolaron cuando Kyla lo mojó entero y se cruzaron las miradas de un pobre Hufflepuff que no entendía nada y la de una Ravenclaw práctica, y esa era la magia de su grupo de amigos. Lo que no se esperaba de ningún modo fue la intervención de Darren, que le hizo abrir la boca de asombro. — ¿Hola? — Miró a Theo y entornó un poco los ojos. — No veas si eres una caja de sorpresas, chico guapo. — El chico se puso rojísimo y se fue a tocar el pelo, pero se encontró con la coleta. — A ver, que no… Jackie, a ver… — Tranquilo, Darren lo ha explicado muy clarito, mon chéri. — ¡Uy mon chéri! Cuidado con la francesita, Mattie, que esta hace lo que le da la gana contigo. — Soltó Ethan. Alice cogió su bebida y señaló a su amigo. — Todo en la vida es culpa de Neil Holbein. — Además de verdad. — Añadió Sean, a lo que se llevó una mirada muy poco discreta por su parte, porque solo él parecía haber olvidado a Patrice y todos los meses de polluelito y gatita que se habían comido. Pero a Hillary parecía darle bastante igual, ahí estaba, obnubilada con Sean. Sé lo que es que te ponga la inteligencia, pensó, en sororidad con su amiga.

Asintió a lo que le dijo Marcus a Darren mientras bebía y casi se atraganta cuando vio a Oly señalándola con efusividad. — Ky también le hizo ese favor a Alice. — Y su primo casi escupe su bebida. — ¿Perdón? — Fue con permiso de aquel. O más bien porque me retó él. — Se apresuró a aclarar Kyla. — ¿Y Alice se puso blanca y se limpió? — Preguntó su prima con malicia, dándose codazos con su otro primo. — ¡NOOOO! — Exclamaron varios, no dejando lugar a dudas, y ella entornó los ojos. — Pero si ya lo sabe todo el mundo. ¿Tú la has visto? Kyla es guapísima y besa muy bien y ya está. — A ver, Darren es guapo y yo le adoro, pero no le agarré y le besé precisamente. — Dijo Theo, levantando un “uhhhh” entre los demás. Alice le miró con los ojos muy abiertos y las cejas muy levantadas. — Oye, Ethan, ponle a este una coronita negra por mala leche. — ¿Estás de coña? Por favor, escandalizarse porque un hombre le morree… Nada nada, se queda blanquito. — Dijo poniéndole la coronita. — Que empiece de nuevo la musiquitaaaaa… Y ya iremos viendo… —

Aprovechando este nuevo receso y la música, le pasó los brazos por el cuello a su novio. — Había un pecador por aquí que decía que se iba a portar mal… — Le puso una sonrisita maliciosa. — Me gusta cuando te pones en ese plan, con todo ese Slytherin que vive en ti… — Se mordió el labio. — Me encanta. — Pero ya cambió la expresión y le miró con todo el amor que tenía dentro. — Pero más me encanta ver que siempre estás ahí para apoyarme. — Con una mano acarició su rostro sin dejar de bailar. — Siempre eres mi red segura, el que sabe contestar todo lo que yo no sé, el que no me hace sentir como una niñata o una llorona… — Acarició sus rizos. — Nadie sabe quererme como tú. Nadie me entiende como tú. — Y le dio un beso tierno y suave, y se iba a separar para bailar de forma más sensual, cuando un estornudo la atacó. Se giró y se encontró a Sean, con una sonrisa satisfecha. — ¡Pero bueno! — Este sacerdote os estaba viendo demasiado juntitos y todos sabemos cómo acabáis. — Hay que fastidiarTCHÚS. — Se quejó Alice, frotándose la nariz. — Y eso por mirarme tan evidentemente con cara de “ni me hables de la gatita Patrice” cuando he mencionado a Neil Holbein. — Le dijo entre susurros. Ella siguió estornudando, y haciéndole gestos a Marcus para que le hiciera el Aguamenti. — Así que te toca responder. Aaron, ¿no querías saber más cositas de tu prima? — El mencionado se levantó y se acercó a ella, mientras se adelantaba a Marcus y le hacía un Aguamenti bastante más violento que el que le hubiera hecho su novio. — Confiesa, Alice Gallia… ¿En cuántos sitios distintos de Hogwarts lo has hecho con el prefecto perfecto? — Ella entornó los ojos mientras se limpiaba el agua de la cara. — No voy a contestar eso. — Yo digo que seis. — Soltó Jackie, apoyada sobre una pierna con malicia. Oyó una risa sarcástica. — Yo diría que más. — ¿Perdona, prefecta? — Preguntó ella, ofendida, a Kyla. — Hay más de seis, sin duda. — Aportó Oly. — Venga, hombre, si el prefecto es muy bonachón… — Trató de salvar Andrew. — Si es más que esta cifra se lleva la corona negra, y si no, la blanca. — Dijo Ethan escribiendo un número en una servilleta. Ella suspiró y dijo. — Pues cuatro. — ¡UIIISHH! Casi. — Dijo Aaron tapándose la cara. — ¿Qué cuatro? — Tus ganas te voy a decir eso. ¿Cuál era la cifra? — Cinco. — Ella encogió un hombro. — Será que soy más buena de lo que creéis. —

 

MARCUS

Se estaba riendo mucho con las reacciones de Theo y Jackie, estando la segunda mucho más tranquila que el primero. Por supuesto, el tema cayó sobre su novia, y de rebote sobre él. Sin perder la risa residual, se señaló el pecho. — ¿Permiso? ¿Mío? — Dijo riendo. — No, no. Alice es un pajarito libre, no necesita mi permiso para nada... Y confirmo que no se lo pensó demasiado. — Dejó caer, sibilino y con una sonrisita ladina, mirando a Alice. Las justificaciones de su novia hicieron que, con ánimo de calentar aún más el ambiente, chasqueara la lengua y apoyara el brazo que no sostenía la copa en el hombro de Darren. — Acaban de insinuar que ni eres guapo ni besas bien. Eso está fatal, tío. — Mi Lexito no opinaría lo mismo. — Ni yo tampoco. — Gracias, cuñado. — ¿Me estoy perdiendo algo? — Preguntó Ethan, malicioso. Marcus se llevó una mano al pecho. — Es amor puro entre cuñados. — Así empezó con esta y mira. Yo no me enfrentaría a tu hermano en una contienda física, tú mismo. — Disculpa. — Dijo, chulesco, separándose de Darren y retando a Ethan con la mirada. — Pero nadie se enfrentaría a mí en una contienda mágica. — Uuuuuhhh. — Qué subiditos venimos de América ¿no? — Se admiró Hillary con una risilla, y tras esto oyó a Aaron murmurar. — Si tú supieras... —

Volvió la música y Alice se acercó a él, y él la recibió con una sonrisita. Arqueó las cejas, dejándose llevar por los brazos de su novia. — ¿Yo he dicho eso? No lo recuerdo. — Ladeó varias veces la cabeza. — Lo de pecador... Bueno. Me lo han asignado, y soy un chico obediente. ¿Pero lo de portarme mal? ¿Cuándo me he portado yo mal, Gallia? Acabo de decir que soy un chico bueno y obediente. Sería tremendamente paradójico, ¿no crees? — Le encantaba la palabrería, pero sobre todo le encantaba inundar de palabrería a su novia. — ¿Te encanta? — Preguntó, meloso. — Bueno... Acabas de asumir que ser Slytherin conlleva portarse mal... pero vale. Supongo que podría hacerlo... como un favor a mi princesa. — Alice tenía algo más que decirle, y por muy alto que estuviera el tonteo, siempre se enternecía ante esas cosas. Bajó un poco la mirada, sonriendo con modestia. La situación era... compleja. Él iba a apoyar a Alice hasta las últimas circunstancias, en momentos peores se habían visto y no solo lo había hecho, sino que se sentía contento con ello. Estaba convencido de que, con el tiempo, Alice... pensaría de otra manera. Simplemente, quería pensar que podía ayudarla en ese camino, y que estar así, como ellos estaban, bien, tonteando, queriéndose, y rodeados de familia y tranquilidad en Irlanda, y centrados en estudiar, iba a ayudar mucho a todo eso.

Recibió su beso y fue a responder, pero apenas abrió la boca y dio un respingo, porque Alice acababa de estornudar de la nada. Frunció el ceño y miró a los lados. Oh, maldito Sean. — ¡Eh! ¡Serás envidioso! — Se quejó. Abrazó con fuerza a Alice. — Si quieres atacarla a ella, tendrás que atacarme a mí también. — Punto uno: no me lo digas dos veces; punto dos: deja de dártelas de caballero que la he regado entera y ni te has dado cuenta. — Ha sido un ataque a traición. ¡Impugno tu puesto como ser justo! — Sean le amenazó con el difusor y Marcus se encogió, tapándose. — Vaya con el caballero que se iba a dejar atacar. — Bueno, es que ya soy más válido ileso que herido. — Se defendió como pudo, porque era cierto que el gesto de protegerse como si fuera a caerle una turba de mooncalfs encima no había quedado muy bien del todo.

Había perdido tanto el tiempo en su estupidez dialéctica con Sean que Aaron se le adelantó con el Aguamenti. Estaba quedando fatal como caballero, pero la escena le hizo tener que apretarse los labios para que no se le escapara la risa. No le hizo tanta gracia la pregunta. — ¡Eso es indecoroso! — Veo que no te lo has traído de América menos pesado. Con lo zorrón que se puso en la fiesta de graduación, ay, qué buenas noches me da ese recuerdo. — Rodó los ojos ante el comentario de Ethan. Asistió al debate sobre su vida sexual resoplando descaradamente, y cuando Alice dijo el número, saltó. — ¡No han sido tant...! — Pero, mientras lo decía, estaba contando mentalmente. A ver... la Sala de los Menesteres... el pasillo del cuarto piso... el baño de prefectos... y, oh, maldita sea, el abandonado. — Qué calladitos nos hemos quedado. — Pinchó Hillary, levantando risillas. Marcus se irguió. — Teniendo en cuenta el profundo amor que nos profesamos y la cantidad de pisos y kilómetros de extensión que tiene nuestro amado castillo, en el que hemos compartido ni más ni menos que siete años de convivencia, convendréis conmigo en que pocos lugares han sido. — Pues eso es verdad. — Comentó Peter, si bien la reacción del resto fue un conjunto de pedorretas profundamente inmaduras.

— ¡Apostemos! — Que no vamos a decir los... — ¡Calla ya, santurrón de pacotilla, que querías haberte beneficiado aquí a la princesa de tu vida por todo el castillo, que lo acabas de reconocer! — Se cruzó de brazos con un mohín infantil por el ataque de Ethan, mientras los demás reían a su costa. — A ver quién de los presentes lo ha hecho en más sitios distintos. — Se escuchó un profundo suspiro por parte de Kyla. Muy listos todos, pero ante semejante propuesta empezaron a echarse para atrás. Empezó a señalarles. — ¡Ah, eso está muy bonito! ¡Nos atacáis a nosotros pero luego nadie quiere desvelar sus vergüenzas! — Te recuerdo... — Empezó Sean, señalando a Darren con el pulgar. El chico se estaba riendo risueño y ajeno a todo drama. — Que lo que este responda te va a hacer plantearte o bien en cuántos sitios lo ha hecho tu hermano, o bien cuántas veces Darren lo ha hecho antes de estar con tu hermano, y no sé qué te parece peor. — Ahí cayó el Hufflepuff en que hablaban de él. — Bueno, si hablamos de sitios, en verdad... — Mira, no me jodas. Ya no quiero jugar a esto. — Cortó Ethan, que ya se estaba viendo venir el argumento de que algunos sitios iban a estar repetidos. Eso sí levantó varias risas. — ¡A bailar todos otra vez! Pero antes... — Les colocó una corona negra a Alice y a él. — Sois unos pedazo de guarros y lo sabéis, a mí no me engañáis. Que como bien ha dicho el tejoncito aunque ninguno lo quisiera oír, sitios diferentes no indica la frecuencia del fornicio. — Dio varias palmadas. — ¡A bailar he dicho! —

 

ALICE

Las palabrerías de Marcus le encantaban, y le hacían ponerse muy recta y muy orgullosa, porque respaldaba sus algaradas, pero con muy buenos argumentos. Rodeó por la espalda a su novio y dejó un beso en su mejilla. — Todo lo que dice lo suscribo, y no os lo voy a decir porque son sitios muy nuestros. — Alzó las cejas y puso una sonrisa de superioridad. — Es que no le puedes poner la coronita blanca, si es un mal bicho. — Dijo Kyla negando con la cabeza. — Calla, tunanta, que tú es que la quieres en tu equipo. — Dijo Ethan. — ¿Y lo divertido que va a ser tenerla de justita hasta que demuestre una vez más lo pecadorísima que es? —

Y por supuesto, se unió con la expresión facial a lo que decía Marcus sobre la cobardía de los demás. De hecho, le pegó un empujoncito a Sean. — ¡No seas aguafiestas! Que parece que solo se nos puede poner en evidencia a nosotros. — Pero Ethan claramente había llegado a terreno resbaladizo y puso la música otra vez, momento que aprovechó para echarle la mano a su novio y agarrarlo de la cintura, atrayéndole un poco separado de los demás. Le pasó las manos por el cuello y volvió a pegarse a él, juntando sus frentes. — Lo que quería decir antes de que nos interrumpieran… — Sonrió un poco y dejó un suave beso en sus labios. — Es que sé que todo esto ha sido una locura… pero que… cuando era una chica de doce años, cortando banderines y decoraciones de fiesta… soñé que recorrería el mundo contigo y uno de los sitios iba a ser Irlanda… — Se mordió los labios y le miró con los ojos humedecidos. — Voy a enfocar todo esto como el principio de otra aventura, como lo que nos merecemos porque llevamos soñándolo tanto tiempo. — Le besó otra vez. — Te amo, Marcus. Tú, esto, nuestros amigos, nuestros sueños… Es lo que me hace feliz. — Volvió a besarlo. — Gracias… — Y puede que se estuviera enredando más entre los besitos, pero entonces la voz chillona de Ethan volvió a sonar.

— A veeeeer putones, ¿quién será el siguiente en recibir coronita? — Dio vueltas sobre sí mismo y miró a Aaron. — JOJOJOJO, mi justo favorito… ¿Y si te doy una tarea y dependiendo de cómo la resuelves te doy una coronita u otra? — Su primo rio y puso una expresión juguetona. — A ver. — Tú haces las parejas o grupos para dormir esta noche. Mira que estando la Oly implicada puede haber grupitos con tensión sexual ehhhh. — Aaron se dirigió hacia ellos con una mirada alzada, y luego rodeó con los brazos a Peter y Poppy. — Vaya, vaya… Veo mucha parejita por aquí. — Ponme con Darren y acaba con mi sufrimiento. — Pidió Andrew, pero Aaron negó y achicó los ojos. — Es que me he dejado contagiar con el espíritu de Oly… y he pensado… que podemos poner camas en el salón y dormir todos aquí abajo, como en una acampada… — Hubo risas y sorpresas, pero sobre todo, lo que llamó la atención, fue Ethan tirándose al suelo dramáticamente. — ¡NO PUEDE SER! ¡HAGO TODO ESTO PARA DESPEDIRLE POR TODO LO ALTO Y ME TRAICIONA ASÍ…! — Al menos hasta que Ethan y yo nos queramos ir a su habitación, porque vamos a tener ese privilegio por ser él el anfitrión. — Ante eso, las risas y los “uuuhhh”, Ethan se levantó de golpe y dijo. — ¡SI SABÍA YO! — Corrió hacia él y se enganchó a su cuello. — Aun así, ha sido benévolo, así que se queda con la coronita de pecador. — ¡A mí me encanta la idea! — Secundó Oly. Alice le miró con una gran sonrisa y dijo. — La verdad es que a mí también. En Hogwarts nunca pudimos dormir todos juntos. — ¡Oh, por favor, putón! No me hagas creer que nunca has pisado dormitorio masculino. — Ella negó con los ojos muy abiertos. — ¡Que no! Que no tenía necesidad. — Claro, los cuatro sitios... — Ni vestuario tampoco ha pisado más que para sacar a Creevey de una crisis, yo estaba delante. — Dijo Darren con tono adorable. — Déjate, déjate, que yo dormía con él, hubiera sido muy violento. — Soltó Sean. — Bueno, pues hoy vamos a dormir todos juntos, así que lo solucionaremos. — Replicó ella, que cada vez estaba más entusiasmada con la idea. — ¡Si alguno ronca le despierto! — Amenazó Peter. Poppy se acercó a ella y le tiró del brazo. — ¿Puedes venir un segundín, Alice? Que te pregunte una cosita. —

 

MARCUS

Miró a Alice con adoración y casi tuvo que contener un suspiro. Dejó una caricia en su mejilla. — Acabo de recordar a esa chica de doce años recortando decoraciones... y, Dios, qué enamorado estaba de ella. — Hizo una mueca con los labios. — Bien visto... lamenté un poco que nuestro primer viaje tuviera que ser a Nueva York. ¡Sin embargo! — Replicó, jovial. — Esos chicos querían hacer fiestas temáticas y probar la comida local. Y eso lo hicimos, más que de sobra, y muy bien acompañados por unos americanos que nos enseñaron cómo hacer una buena barbacoa y todos los tipos de salsas posibles. — Echó la cabeza hacia atrás. — ¡¡Uff!! Acabo de recordar esos tacos, y esas patatas fritas, ¡y el perrito! Jamás pensé que diría “quiero volver”... Aunque lo que realmente querría sería comerme algo de eso. Me merecería la pena la ida y la vuelta si no fuera por el caos que hay por esas calles. — Ya tenían aquello en su historia, y era un apartado doloroso y difícil. No es como que lo pudieran cambiar, así que, al menos, bromearían sobre ello, sacarían el aprendizaje y la parte positiva. Y recordarían que, como tantas otras cosas, lo habían vivido juntos.

— Lo será. — Confirmó, besando sus labios después. — Te amo, Alice Gallia. Contigo ha sido una aventura todo lo que he hecho, y así seguirá siendo. — Entre besitos, rodó los ojos hacia Ethan con una sonrisilla. — Nos estamos arriesgando a una maldición. — Rio entre dientes y rozó su nariz con la de ella. — Pero no me importa. Merece la pena. — ¿Por estar así con ella? ¿En aquel ambiente, como Alice había dicho, rodeado de sus mejores amigos, recordando los tiempos de Hogwarts? Y tanto que merecía la pena. Aquello sí que era felicidad. Cómo la habían echado en falta.

Enganchado de Alice, observó cómo Ethan le encargaba a Aaron una tarea, y lo que pareció una traición por parte del otro le hizo soltar una carcajada estruendosa y cruel. — Eso te pasa por proclamar justos por conveniencia, en vez de a los justos de verdad. — Pero Ethan ya estaba montando un drama épico y muy gracioso, tenía que reconocerlo. Eso sí, se levantó un alboroto cuando Aaron dijo que se irían a la habitación. — ¡Eh! ¿Eso no habría que sortearlo? — A ver, guapito, ¿de quién es la casa, vamos a ver? De esta zorra de aquí. — Respondió Ethan, señalándose a sí mismo. — Y este se va para siempre y me abandona en la más absoluta miseria. No seas egoísta, que luego querrás ir de justo. — Marcus chasqueó la lengua. — Cuando tienes razón, tienes razón. — En verdad... era un poco triste, si bien era ni más ni menos lo que Aaron merecía. A él le quedaban años y años de vida con Alice, pero Ethan podría no volver a ver a Aaron más allá de esa fiesta. No es como que el Slytherin estuviera ni mucho menos arrebatadamente loco de amor por el Gryffindor... pero estaba convencido de que aquella marcha le debía doler.

Hizo varias burlas ante las referencias a él, y cuando se quiso dar cuenta, Poppy se había llevado a Alice de su lado. Aprovechó para acercarse a Andrew. — ¡Ey! ¿Qué tal el viaje por España con Donna? — ¡Brutal! Estuvimos... — Y se quedaron un rato charlando animadamente. Cuando terminó su exposición, añadió. — Donna... os ha echado de menos un montón. Estaba muy triste. — Marcus asintió. — Le escribimos el otro día, pero aún no ha contestado. — ¡Oh, pues ya mismo lo hace! Le va a encantar saber de vosotros. Ahora pasa más tiempo con Lex. — Conforme lo decía, Andrew pareció caer en algo. — ¡Eh! ¡Me estoy preparando el examen de fisioterapeuta para equipos de quidditch! Me encontré con tu hermano el día de la prueba. — Señaló a Peter con un gesto de la cabeza. — Pero al que estoy usando para las prácticas es a aquel. Lex no parecía muy proclive a que lo usara de maniquí. — Marcus rio. — Tranquilo, no es personal, no es muy fan del contacto físico. — Lo sé, lo sé. De hecho me dijo eso mismo, y me aseguró que, cuando empezara a jugar, sí que me dejaría que fuera su fisio de cabecera. Algo es algo. — Pues en América hemos conocido a algún que otro jugador. — Hizo una caída de ojos. — Te los presentaré. —

 

ALICE

Se fue dándole la mano a Poppy un poco apartadas de la música y le sonrió. — ¿Qué pasa, cariño? — Su amiga se mordió el labio y miró a los lados. — Es que… Yo no tengo cara para hacer estas cosas… — Tomó aire y se retorció un poquito las manos. — A ver, ¿te acuerdas cuando me hablaste de lo de estar enamorada y eso? — Ya se estaba viendo por dónde le iba a salir aquello. — Síííí… — Pues… Es que yo soy Hufflepuff pero soy muy vergonzosa, y mis padres son pues como muy… escoceses. Entonces en mi casa no tenemos mucha intimidad, y a mí estas cosas me cuestan… ¿Me sigues? — Alice sonrió. — Creo que sí. — Se acercó a Poppy y le agarró las manos. — Quieres… intimidad con Peter aprovechando que estamos sin padres en medio del campo. — ¡SÍ! Por Merlín, menos mal, me estaba costando la vida decirlo. — ¿Ha sido idea de Peter? — Poppy negó y suspiró. — ¡Qué va! Si es que… A veces estamos en los jardines de mi casa, o en su cuarto en la suya y la cosa se pone interesante… Y él nota que me pongo tensa y, en fin, ya le conoces, se pone a hacer el tonto, para que se me olvide y… — ¿Y por qué te tensas? — Pues por si viene mi madre, o mi hermano, o el suyo, o… Yo qué sé, me da mucha vergüenza… Y la cosa es que me gustaría verme sola con él… Sola de verdad, sin miedo a que nos pillen. — Alice sonrió y asintió. — Eso era lo que quería oír. Mira, vamos a hacer una cosa, en esta casa debe haber más de una habitación, vete a buscarla, y yo busco una forma de que Peter y tú os podáis escapar. Si echáis el mismo hechizo que nos echasteis a Marcus y a mí vais a estar bien tranquilos, y, de hecho, te voy a enseñar uno que te va a gustar… —

Después de explicarle cómo se hacía el hechizo silenciador de una sola dirección, la mandó por la casa a buscar otra habitación, y ella volvió a la pista, bailando con Hills y contándole al oído por encima la misión que tenían. — ¡A ver los nuevos, que se mojen! — Gritó de repente Ethan. — Frenchie, Andy, os toca, a los dos, y el más picantón puede elegir a las dos próximas víctimas del siguiente juego. — Jackie saltó y aplaudió contenta y Andrew, que estaba hablando con Marcus, puso cara prudente. — Cuidado con aquel, que lo conozco desde bien chico y te la lía. — Su prima puso sonrisa chulesca y dijo. — Soy una Gallia, no me da miedo. — UUUUUUUY. — Dijo Aaron caminando con los dedos por los hombros de Ethan. — Te está retando, reptilillo. — El aludido se rio con risa maléfica y se fue hacia Jackie, rodeándola con un brazo y con el otro a Andrew.

— Cuéntanos, versión Gruyere Gallia, ¿qué es lo más vergonzoso que has hecho alguna vez sola en casa? — Jackie se rio y se mordió el labio, pensando fuertemente. — Creo que… desnudarme a mí misma, pero como intentando que pareciera que me lo hacía otra persona, para ver cómo me vería. — ¡DING DING DING! Premio. Cuando creía que no había nadie más narcisista que yo, llegó Jackie Gallia. — Y todos estaban muertos de risa, pero Jackie se encogió de un hombro. — Pero gracias a eso no me pillaron nunca con lencerías de florecitas, como a algunas, y soy un espectáculo. — Ethan miró a Theo. — ¿Confirmas, Mattie? — ¿Eh? Eh… Bueno es… — Su prima le miró con una ceja alzada. — O sea, sí, sí, vamos, que ya lo sabes tú, chérie… — Uy el chérie otra vez. Os voy a empezar a llamar los chéries. — El chico carraspeó y se frotó la cara. — Es que no me parece bonito hablar de cómo se ve Jackie en ese momento… Pero vamos, que, definitivamente, espectacular. —

Ethan se giró a Andrew. — Mira, Andy, chiquitín, peor que Mattie no lo vas a pasar. Te voy a hacer una clásica. De todos los profesores y profesoras… ¿A quién te tirarías, a quién matarías y con quien te casarías? — La cara del chico fue de hastío, pero sonrió un poquito. — Mataría a Ferguson. — Clásico. — Me casaría… Ehm con la jefa, diría yo, porque, en fin, menuda señora… — ¿Y a quién te tirarías, picarón? Va, dilo. — Pues… la… señora Antares… — Alice abrió mucho los ojos. — ¿CON RADHA? — Andrew levantó las manos, confuso. — Es que es muy guapa, y tan seria… Tiene algo… ¿No? — Y buscó apoyo en los heteros de la sala, pero no pareció hallar mucho. — Joe, Oly, ayúdame. — Pero la chica negó con la cabeza. — Ay, lo siento, Andrew, es que no apruebo las relaciones con dinámicas de poder, y una profesor-alumno lo sería. — ¿QUÉ? Yo tampoco lo apruebo, si es por… — Pues has contestado muy rápido. — Insistió la chica. — Yo diría que a ti sí que te gustan. Pero vamos, que es mi preferencia afectiva, que no tenemos por qué coincidir porque ya no tenemos nada. — Todos estaban muertos de risa, incluso Kyla, y Andrew tapándose la cara, claramente arrepintiéndose de haber ido.

— Venga, bomboncito de café con leche, que te voy a dar un honor como aquel, solo por el mal ratito admitiendo que te ponen serias. Tú vas a elegir quiénes se enfrentan a la siguiente prueba. — ¿Y de qué va? — Ethan se acercó a una mesa donde había dos cajas opacas y dijo. — ¿No os parece que va siendo hora de cenar? — Señaló las cajas. — En esas cajas hay platos de justos y de pecadores. Hay dos que tendrán que adivinar si el plato es así más de santurrón o más de pecador. Pueden incluso ser todos de uno o de otro, o ser tres de uno y solo uno del otro… — Eso es muy subjetivo. — Se quejó Sean, pero Ethan se encogió de hombros. — Ay, nene, con lo listo que eres, poneos en mi lugar y ya está. Según el zorrón de Ethan, ¿qué es más justo y más pecador? Venga, ¿a quién eliges, Andy? — El chico pareció pensárselo. — A ver, lo voy a poner fácil. — Ya está queriendo caer bien. — Picó Aaron. — Que no, es que quiero ser majo… A ver, Marcus con la comida es imbatible, y Darren te conoce muy bien, así que… Eso. — Ella tiró del brazo de su novio, riéndose. — ¿Y qué se gana y se pierde? — Eso es secreto, puti, que te veo la carita que se te pone. — La de cuando transmutó al toro ese. — Dijo Peter. — ¡No transmutó un toro! Calla, anda, que ibas fino. — Le replicó ella, antes de dejar un beso en la mejilla de Marcus. — Para mí es ganador siempre. —

 

MARCUS

Empezaba incluso a compadecerse de Ethan, que todo lo que quería era una fiesta desmadrada (a saber qué sentimientos intentaba tapar con ella, como ya había aprendido que era habitual en él) y los demás, al menor despiste, se ponían a charlar normalmente entre sí. Pero es que había sido un verano movido y tenían ganas de hablarse, e Ethan parecía tener ganas de todo menos de hablar.

Andrew dio un respingo en su sito ante la mención que hizo a Marcus reír y aprovechar la coyuntura para apoderarse de otro muffin y renovar su bebida, mientras en anfitrión explicaba el nuevo juego. Preguntarle a Jackie (o a cualquier Gallia) por cosas vergonzosas era un auténtico peligro, y la respuesta que dio le hizo hasta azorarse y desviar la mirada, conteniendo una risilla como si de repente tuviera ocho años. A ver, sería algo que perfectamente podría haberle dicho Alice... pero en la intimidad, no tan a la vista. Miró de reojo a Theo y estaba, evidentemente, mucho peor que él, y al menos pudo combatir el azoro con la gracia que le hizo. — ¡Eh! — Maldita sea, su escasa espontaneidad había ido a saltar ante la mención de la lencería de florecitas, porque lo consideró ataque directo. Ni que decir tenía que acababa de delatarse, por lo que se escondió detrás de la bebida, fingiendo no haber dicho nada. Le salió bien por esta vez, porque el foco de atención estaba demasiado centrado en los protagonistas. Solo parecían haberle oído Sean y Hillary, que ahora le miraban y cuchicheaban entre risitas. Bueno, ni de lejos los peores que podrían conocer ese dato.

— Los chéries. Qué bonito. — Le susurró burlón a Alice, a quien había ido a ponérsele al lado, a ver si en base a moverse hacia su novia se mimetizaba un poco con el ambiente y nadie le miraba. Las respuestas de Andrew le hicieron asentir con convicción en las dos primeras preguntas, pero la última le hizo estallar de la risa. — ¡Es otra insulsa, como su hermano! Es irritantemente neutral. — Estamos hablando de la cama, prefecto, no de una mesa de debate. — Se burló Aaron, pero Marcus siguió negando con el dedo. — Da igual, es una cuestión de principios. — Porque los principios es lo más importante cuando fantaseas con un profesor... — ¡Bueno que yo me entiendo! — Se defendió, entre las risas de los demás. La manera de Oly de dejar vendido a Andrew para una vez que estaban hablando abiertamente de "amor libre" casi le hace caerse al suelo de la risa. Si es que adoraba a esa chica, no lo podía evitar, por eso le llevaba perdonando cosas desde que la conoció. — ¿Veis? Principios. — Dijo, señalando a la Hufflepuff con los ojos llenos de lágrimas de la risa.

Ethan volvió hacia Andrew y Marcus no pudo evitar susurrarle a Alice en tono jocoso. — Confirmamos por qué le gusta Donna. — Cuando dijo lo de las serias. Pero se alegraba, la verdad, porque después de su conversación con él y de lo que acababa de presenciar, podía tener la tranquilidad de que su amiga había ido a dar con la horma de su zapato. La distracción por hablarle a Alice le hizo reconectar con el comentario sobre cenar y dio una efusiva palmada, ratificándolo con una exclamación de júbilo, pecando de lo suficientemente poco inteligente como para no saber el contexto previo, viniendo de Ethan. Ni que decir tenía que acababa de echarse tierra encima catastróficamente.

Le vino bien la mano que le estaba echando Andrew, no obstante, y se vino bastante arriba con ello. — Gracias, tío. ¿Veis? Un buen Ravenclaw, capitán de su equipo de quidditch nombrado por algo. Es el equivalente deportivo a prefecto, nosotros nos entendemos. — No se puede ser así. — Decía Hillary, muerta de risa junto a Sean, apoyados el uno en el otro. Claramente se burlaban de su persona por hacer alegorías deportivas cuando se había pasado criticando todo lo que tuviera que ver con el quidditch siete años, pero no pensaba darle bola a nada de eso. Soltó una socarrona carcajada. — Así de impresionados quedasteis que pensabais que había transmutado al propio toro. — Pero si apenas te acuerdas, cuñadito. — Se burló Darren, pero Marcus le ignoró y, en su lugar, ya le estaba dando a Alice un besito y poniendo cara de suficiencia. — Yo ya me he ganado tu corazón, y con eso soy victorioso toda la vida. — Vaya espectáculo de pedorretas acababa de generar a su alrededor... Bueno, no de todos, a Poppy y a Oly parecía haberles parecido adorable su comentario, y Darren acababa de suspirar fuertemente. — Echo de menos a mi Lexito. — No será por lo mucho que te dice este tipo de cosas, pensó Marcus, pero se limitó a poner una afectuosa mano en el hombro de su cuñado y no decir nada. Al menos no se había burlado de su arranque de caballerosidad.

— ¡Venga! ¡Putones a sus posiciones! — Clamó Ethan, y Marcus le miró mal, por lo que rodó los ojos y dijo con un hondísimo suspiro. — Caballeros medievales a sus posiciones. — Mucho mejor. — Me siento más identificado con lo otro. — Comentó Darren como si tal cosa, lo que hizo que Marcus le mirara con los ojos muy abiertos y el resto estallara en risas. Se puso cada uno frente a su caja, y fue a destaparla, pero Ethan parapetó. — ¡Ah, ah, ah, de eso nada, monadas! ¿No sois tan expertos los dos? Pues cata a ciegas. — ¿A ciegas? — Exclamó Darren, pero Marcus se encogió de hombros. — Es el gusto el sentido que necesito, no la vista. — Qué guarrísimo eres. Pues venga, listo, a meter el tenedor. Ahí tenéis la ranurita. Supongo que no tengo que explicarte cómo se mete en una ranurit... — Ya. — Paró Marcus, tenedor en mano, ignorando todas las risas y concentrándose fuertemente.

Era un poco incómodo sacar la comida por ahí, pero lo intentó. No tardó nada en captar lo que estaba comiendo, y en disfrutarlo golosamente, porque le encantaba. — Este está aprovechando para ponerse morado y no decir nada. — Le delató Sean, pero no es como que se estuviera escondiendo precisamente. Darren, por su parte, estaba poniendo caras raras y de desconcierto con lo que se estaba comiendo. — Esto tiene textura rara. — Se quejaba, mientras sacaba la lengua con cara de asco. Marcus seguía comiendo con deleite. — Bueno, ¿veredictos? — Ni idea. — Determinó Darren, soltando el tenedor. — Pero siendo tú, no me extrañaría que fuera carne de cocodrilo o algo así. — Uuuuy casi. La cosa es si es plato de justo o de pecador. — El otro se encogió de hombros. — ¡A ver! Siendo cosas exóticas de las tuyas... pues de pecador. A saber si no me has metido un grillo, ¡puag! Y hay que ser muy atrevido para comerse eso. — Ethan, con una sonrisa maliciosa, destapó la caja. Lo que había parecían filetes de carne pero de un color y textura extraño, y algo similar a la cecina. Marcus tampoco lo identificaba bien. — Bien podría ser cocodrilo, corzo, faisán, jabalí, ranas... y un montón de cosas pecaminosas. Pero son... — ¡¿Son sustitutivos veganos?! — Destapó Oly antes de tiempo, y tanto ella como Poppy se lanzaron al plato. — ¡Es cecina vegana! ¡Yo la hago en mi casa, natural! — ¿A eso huele el desván? — Preguntó Klya, extrañada, pero no recibió respuesta. — ¡¡Ay!! Yo estaba experimentando con leche de almendra para mis galletas. ¿Esto son bolitas de pollo veganas? Es decir, sin pollo. — ¡Y esto es tofu! ¡Qué rico! — Darren estaba un poco decepcionado consigo mismo. — Oh... Iba a empezar a probar estas cosas... — Ethan hizo un gesto de evidencia hacia ellos. — A ver, todos juntos: este plato es deeee... — ¡Justos! — Clamaron todos a la vez, entre risas. Darren miró mal a Ethan. — ¡Te estás burlando de una dieta perfectamente válida y respetuosa! — No me burlo, solo digo lo que es. — Y yo te aseguro que has cogido productos malos. — Tejoncito, eso no sabe a nada. — ¡Sí que sabe! Yo los he probado, has ido a buscar los de peor calidad del mundo. Si no, lo habría reconocido. — A mí me gusta. — Se conformó Oly, que ya tenía un trozo de cecina vegana en la boca. Marcus seguía a lo suyo, pero indudablemente se iba a informar más de eso. Aunque fuera de mala calidad.

— ¿Y qué hacemos con este? — Señaló Sean a Marcus, que seguía comiendo como si tal cosa. Ethan le miró con una sonrisilla y cruzado de brazos. — ¿Qué estás comiendo tú, primor? — Oh. — Dijo él, tan normal, limpiándose levemente con la servilleta. — Podría decir que el plato de un perfecto caballero, el que le haría al amor de mi vida. — Comentó con normalidad, señalando a Alice. — Son gofres. Lleva sirope de chocolate caliente, fresas y plátano. También tiene canela, ¿y me ha parecido detectar un punto de jengibre? Es un plato para un desayuno ideal. — Hillary arqueó una ceja, mirando a Ethan. — ¿Le has dado de comer lo que desayunaba en Hogwarts los domingos? — No tan rápido, abogada. — Detuvo Ethan, sin mirarla, con un gesto de la mano. Tenía la sibilina mirada puesta en Marcus, y este se la devolvía. — ¿Plato de justos o de pecadores? — Marcus puso una sonrisa ladina. — Para el caballero que soy, de justo, muy justo. Con justicia y entrega se lo haría a mi amada. — Apoyó una mano en la mesa, para mirar a Ethan de frente. — Pero eres tú, y esos ingredientes no son casuales... Son todos afrodisíacos. Es un plato de pecadores. — Ethan amplió la sonrisa. — Te has dejado un ingrediente. — Marcus hizo un gesto sin importancia con la mano. — Sí, claro, la nata. Todos los postres llevan nata. — ¿Y para qué se puede usar la nata, mi querido y justísimo prefecto con amplio conocimiento en afrodisíacos? — Se escuchó un "uuuuh" por toda la sala que le hizo rodar los ojos. — No respondo a obscenidades. — Lo que tú digas. Pero aquí, el justísimo prefecto, ha acertado de pleno. Menudo pecador estás hecho. —

 

ALICE

Sabía que Marcus se lo estaba pasando bien cuando empezaba con sus peroratas de prefecto y cuando le hacía numeritos como aquel, al que ella asistió, dichosa de ser la destinataria y dedicándole una mirada de enamorada hasta la médula. — Lo ganaste para siempre además, así que ese título no tienes ni que defenderlo. — Y luego se giró sacando la lengua a los demás. — Os ponéis así porque no sabéis decir cosas tan bonitas en pareja. — Y luego se acercó a Darren y le rodeó con el brazo. — Tranquilo, cuñadito, nosotros SÍ entendemos el romanticismo. — Dijo pronunciando mucho las palabras para restregárselas a sus amigos.

Se cruzó de brazos, mirando de reojo la escena, y dijo para sí. — Porque no le está tapando los ojos, si no, ya iba yo a reclamar que ese privilegio solo lo tengo yo. — Theo, que estaba cerca suyo, rio y dijo, también en bajito. — Menos mal que a tu prima no le ha dado por decir que ella lo tiene conmigo. — Alice se rio y miró a su amigo con cariño. — Acostúmbrate, querido, los Gallia también somos eso. — Theo alzó las cejas y rio. — Voy dándome cuenta. Pero también sabéis ser los más divertidos de la fiesta, y si no mira. — Y ahí estaba su prima, jaleando a Ethan, con Oly y Kyla muertas de risa al lado, y eso le hizo sonreír a ella. — Eso también es verdad. — Me da vida verla así. Y a Darren. Han pasado un mes muy malo. Darren entre las pruebas y Hogwarts casi no ha visto a Lex, y Jackie… Bueno, no es como que podamos decirte nada precisamente a ti… — No, sí que podéis. — Aseguró Alice más seria de golpe. — Cuando estaba en América solo veía mi dolor y el de Marcus, pero… sé que aquí habéis sufrido también. Jackie es como una hermana para nosotros, y mi padre y ella siempre han tenido una relación especial, no ha debido ser nada fácil para ella… — Le miró a los ojos y puso un tono más suave. — Ni para ti, que acabas de aterrizar aquí. Es… impagable lo que has hecho por nosotros, Theo. — Él sonrió y miró a Jackie. — Lo hago encantado. La quiero mucho más de lo que nunca pude imaginar, a pesar de cómo me saltó el estómago la primera vez que la vi. — Ella le estrechó el hombro con cariño y dijo. — ¿Ves? Tú también sabes decir cosas románticas. — Sí, bueno, algún día me lanzaré a decirlas delante de una turba burlona como Marcus. — Y los dos rieron. — No sabes cuánto os hemos echado de menos a todos. — Ya estáis aquí, Gal. — Dijo el chico con una sonrisa, pero eso quizá fuera suficiente para un Hufflepuff, Alice empezaba a sentir que tenía que acercarse un poco más a su gente y saber qué había pasado aquellos meses.

La contienda pintaba mal para Darren, y la verdad es que lo poco que se veía de la comida no tenía muy buena pinta, mientras su novio parecía estar disfrutando de lo lindo. Todos se acercaron en bucle a ver que es lo que era lo de la caja, y Alice frunció el ceño extrañada. Si ya comía poco, como le pusieran esa carne por delante, menos iba a comer, pero de momento era muy divertido ver la reacción de Oly y del pobre Darren, al que ella rodeó con un brazo. — Ya está, cuñadito, que comer carne normal sea tu pecado más oscuro. — Darren la miró con el gesto de los labios contraído, pero se dejó caer en su hombro. — Me van a volver pecador por los motivos incorrectos — La Orden de Merlín te lo perdona. — Le aseguró ella, pero su cuñado seguía enfurruñado.

Eso sí, curiosidad le quedaba de qué era lo que tenía Marcus. Le miró con una sonrisilla pícara y una ceja alzada, y abrió mucho los ojos cuando supo lo de los gofres e hizo un ruidito de adorabilidad cuando dijo que se lo entregaría. — Ohhhh, pero qué adorable. — Y sí, a ella le parecía de justos, pero claro, cuando Marcus lo empezó a elaborar, su expresión se tornó y miró a los dos, riéndose un poco con la nata. — A ver, mi amor, has quedado de pecador impecable. No es como que me importe. — Dijo antes de darle un piquito, que aunque fue un piquito, tenía que admitir que la había calentado un poco con toda la explicación. — Venga, dejamos las otras dos para más tarde, y ahí… — Dijo Ethan haciendo un gesto con la varita y destapando una de las telas que ocultaban una mesa llena de cosas que tenían muy buena pinta… — Está todo lo que os pueda apetecer, justos o pecadores. — ¿Tú has hecho todo eso? — Preguntó Andrew alucinado. — No, cariño, la cocina y yo nos respetamos, pero no nos tocamos, lo he encargado en el pueblo, obvio, pero yo lo he puesto así de mono, que tiene mérito, y que aparezca así de forma tan efectista. — El chico parpadeó, confuso. — Ah… Claro, claro. — Ethan chasqueó la lengua. — Ay, no sabéis nada de una buena performance, de verdad. Para eso mi pecador favorito es mejor. —

Se acercaron a la mesa y empezaron a hacer un poco el tonto con la comida, que si se daban las patatas fritas y se las quitaban en el último momento, Alice le untó la nariz en el frosting de uno de los cupcakes a Marcus… Y justo apareció Poppy de vuelta. — ¡Alice! Ya he… Uy, hola, Marcus. — Y se puso roja al instante. — Venga, mujer, dilo delante de él, si nadie te va a comprender mejor, hazme caso. — Poppy les miró a los dos y se mordió el labio inferior. — He encontrado una habitación con dos camas por ahí atrás… No se parece en nada al resto de la casa. — Será del servicio, ¿pero está bien? — Hace un poco de frío, pero yo creo que con un hechizo calentador a las paredes se estará de lujo. — Se puso un poco más roja y miró de reojo a Marcus, pero Alice siguió. — Mi amor, ¿quieres ayudar a tu amigo de la infancia a tener un poquito de intimidad que no ha podido tener hasta ahora? — Entornó los ojos y se encogió de hombros. — A ver, habrá que hacer trampillas en algún juego… Pero eso déjamelo a mí, de momento, pídele a Ethan a ver si puedes proponer la próxima prueba y dile que sea como aquella vez en tu cumple que nos dimos las chuches los unos a los otros. Yo se la daré a Poppy y nos aseguraremos que los demás pierdan poniendo comidas muy difíciles excepto la de Poppy y Peter. — La chica se rio por lo bajini. — Ah, y dile que propones que el premio sea poder elegir dónde dormir. — Le guiñó un ojo a su novio. — Anda, mi amor, haz honor a lo de pecador. —

 

MARCUS

Bien orgulloso de su hazaña, recibió el piquito de su novia y se dirigió a la mesa de comida. — Uh, alitas picantes. — Ya estaba viendo por la vista periférica a Ethan al borde del estallido si no le llamaba pecador otra vez. Quien sí le habló fue Andrew. — Tío, ¿detrás de los gofres te apetecen alitas picantes? — En el estómago se mezcla todo. — Ya, pero en la boca no. — Dijo el otro entre risas, alucinando con la capacidad para comer de Marcus, que ya estaba con la alita casi terminada y la acababa de coger. Sean le señaló con obviedad. — ¡Es Marcus! ¿Es que nunca has comido con él? — El aludido se encogió de hombros y, relamiéndose la salsa de las alitas (sí que picaban, iba a tener que renovar bebida) confirmó. — Uno de mis muchos dones naturales. —

Si algo podía mejorar sus tonteos con Alice era incluir comida en ellos... Definitivamente, no pensaba decir eso delante de Ethan. La cuestión era que estaban divirtiéndose en base a darse y quitarse comida, a mancharse con ella y a decirse tonterías, melosos, cuando Poppy se les unió. — ¡Ey, Pops! — Comentó contento, como la llevaba saludando desde que la conocía, pero no tardó nada en detectar por la cara de la chica que no venía simplemente a saludar. Miró a una y a otra con una sonrisilla confusa en la cara. Se estaba perdiendo algo... Por fortuna, según su novia, no era nada grave que no pudiera decirse delante de él, así que ya tenía todos los sentidos puestos en ellas.

— Ooooh. — Dijo bajito, abriendo mucho los ojos, mirando con comprensión a Poppy. Era eso... Si él, que iba vanagloriándose de todo por la vida y hablando bien alto y orgulloso, se avergonzaba bastante para esas cosas, cuanto menos Poppy, con lo cándida que era. Y su novio era la persona menos discreta del mundo, por lo que tendría que ir con el doble de cuidado. La propuesta de su novia le hizo ponerse bien recto y sacar toda su caballerosidad a relucir, porque Marcus solo necesitaba una excusa para venirse arriba. — ¡Faltaría más! — El plan de Alice... A ver. Atendió con todo su interés, pero le veía lagunas. Se le debía notar en la sonrisa tensa. Pero bueno, ¿qué podía pasar? ¿Que no saliera bien? Podían volverlo a intentar con otra cosa. Al menos, el plan no implicaba la colaboración directa de Peter, y eso ya era partir de una buena base. Asintió, moviendo rápidamente los engranajes de su cerebro para que el plan entrase bien en él y no meter la pata en nada. No le iba mucho eso de las trampas, pensaba que se te acababa volviendo en contra... pero bueno. — Caballero al rescate. — Bromeó, tras lo cual se despidió con una reverencia, diciendo. — Mis ladies. — Poppy soltó una risita y se puso colorada de nuevo, y él se irguió en toda su altura, se dio media vuelta y fue a buscar a Ethan. Eso sí, se llevó un palito de queso para el camino.

El chico estaba entretenido con Aaron, pero a él le había sido encomendada una misión. Y era Ethan, no es como que le importara mucho interrumpirle. Estando el otro de espaldas, le pasó un brazo por los hombros que hizo al chico girar lentamente la cabeza, más escéptico a medida que reconocía de quién se trataba. — Venía a felicitar al anfitrión por esta fiesta tan fantástica. — Aaron se escondió la sonrisilla tras el vaso, e Ethan separó el cuello para mirarle desde su posición. — Uuuuh qué peligro tiene la víbora esta. — Soy un águila. — Contestó, y acto seguido le miró y dijo en el mismo tono. — Las víboras son solo comida para mí. — Buenoooo... — Murmuró Aaron con una risita. — Ya si eso os dejo solos. Así aprovecho para comer. — Dicho lo cual, se fue entre risillas maliciosas.

Ethan puso una mano en su cadera y le miró con la sonrisa ladina. — A ver qué quieres tú para venir con esa venenosa amabilidad y ese dulcificado orgullo. — Marcus sacó el labio inferior. — Buena elección de palabras. — Ya sé cómo camelarte. — Se giró lo suficiente como para que Marcus ya no pudiera seguir con el brazo sobre sus hombros, y le miró de frente. — ¿Es que vienes buscando tu premio por ser el más pecador del lugar? — Arqueó una ceja. — Porque los dos sabemos que lo eres. Lo mío solo es faranduleo. Lo tuyo es maldad intrínseca que usas solo a conveniencia. — ¿Malo yo? Siempre he sido un niño buenísimo, un joven ejemplar y, al paso que voy, un adulto admirable. — De ahí lo de a conveniencia. Podrías ser el peor de los villanos, pero has elegido el bando de los justos. — En ese caso no soy pecador, sino justo. — Ethan, con sonrisa maliciosa, se detuvo unos segundos en mirarle, pasándose la lengua por los dientes. — ¿Qué vienes a pedirme, O'Donnell? — Marcus dio un sorbo ligero a su bebida. — Elegir la siguiente prueba. — No veo por qué no. Deduzco que ya la tienes hasta pensada. — Deduces bien. Y va a ser lo más inocente que te imagines, algo digno de un cumpleaños infantil. — Respondió, sibilino. El otro ahogó una carcajada. — ¿Qué tramas? — Como justo que soy, confía en mí: nada que te repercuta a ti negativamente. Ni a mí positivamente. Intento hacer un favor a quienes me lo hicieron previamente sin yo pedírselo. — Ladeó la cabeza. — A la vez que me cobro un desperfecto de quien tampoco pretendía hacérmelo sin que a este le pase nada. — Ethan frunció los labios. — No me vas a perdonar lo de esconder a Aaron ¿verdad? — Yo no tengo nada que perdonarte. Hablo en serio. Ni soy vengativo. Ese tema tendrás que hablarlo en todo caso con mi madre. — Casi prefiero que te vengues tú. — Qué va. Yo no pierdo el tiempo ni la energía, ni mancho mis manos. — Ethan soltó una carcajada. — Eres lo peor. — Se encogió de hombros. — Pero vale. Más te vale tener la estrategia bien trazada. — Oh, la estrategia no es mía. Soy un mero emisario. — Comentó, bebiendo de nuevo. El otro le miró con los ojos entrecerrados. — ¿Qué me estás liando, O'Donnell? ¿Es esto una venganza, es para beneficiarte, es tuyo acaso? ¿O solo estás jugando conmigo? — Marcus amplió la sonrisa dibujada. — Creía que querías jugar con un pecador como yo. — Y, dicho esto, se giró y llamó la atención del resto.

— ¡A ver! ¡Atención por aquí, me toca proponer juego! — ¡Anda! ¿Y eso? — Cuestionó Sean. Marcus se encogió de hombros. — Por glotón, como bien has señalado. He dado en el clavo, Hastings, algún premio tenía que tener. — Hubo varias risas. — ¡Y de glotonear va esto, precisamente! Aquí no vamos a ser mi cuñado y yo los únicos que nos arriesguemos a adivinar a ciegas. — Les señaló. — Hay que ponerse por parejas, elegir alguna de las comida de por aquí y dársela a ciegas al otro. Se van eliminando las parejas conforme vayan fallando. Y el premio es... Hmmm... Estoy pensando... — Más comida no, por Merlín. — Suplicó cómicamente Jackie, provocando más risas. — ¡Lo tengo! Si a nuestro anfitrión no le importa, claro. — Y diciendo eso, se giró a Ethan con una sonrisita. El chico, sospechosamente callado, alzó las cejas. — Adelante, bombón. El anfitrión está disfrutando del espectáculo. — Pero la voz le sonaba tensa. Te fiarías más si no tuvieras la conciencia intranquila. — En ese caso... y sin desmerecer la gran idea de nuestra querida Oly de dormir todos en armonía... — Miraron a la aludida con risitas, y esta se encogió de hombros con normalidad. — La pareja ganadora puede... elegir dónde quiere dormir esta noche. — Se oyeron muchísimos "uuuuhhh". Cuando miró a Ethan, este, cruzado de brazos, negaba con la cabeza, con una sonrisa residual. — El más pecador de todos. —

 

ALICE

A pesar de todo, Poppy era una de las debilidades de su novio, y si encima le pedían ayuda como parte fundamental de un plan para el amor, ahí estaba él. Dio unos golpecitos en el hombro a Poppy y le dijo. — Atiende, atiende. — La chica la miró y luego a Marcus otra vez. — ¿No irá a decirle directamente lo que quiero, verdad? — Eso la hizo reír. — Antes se echa un Pallalingua, te lo aseguro. Tú tranquila, verás. — Por las caras de los dos implicados, el duelo dialéctico con Ethan, estaba siendo intenso, y ella simplemente disfrutaba de aquellas circunstancias. Eran fáciles, eran bonitas, sencillas, como en el colegio, y podía centrarse solo en sus amigos. Empujó suavemente a Poppy hacia Marcus y se acercó con la cara de ilusión de ser la mejor fan de su novio.

Sonrió pícaramente mientras le escuchaba. Qué bien sabía venderlo. Coreó ese “uhhhh” de los demás y guiñó un ojo a Poppy. — ¡Zorrita! ¡Vente conmigo que esto lo ganamos, te lo digo yo! — Un momento, vaquero, que tengo unas cosas que aclarar con tu zorrita. — Dijo Alice para parar a Peter, arrastrando a Poppy un poco. — Pero si te toca una Gallia es un poco injusto ¿no? — Oyó que decía de fondo Theo. — Bueno, si prefieres ganarte la habitación con otra… — Contestaba Sean. Pero ella tenía una misión: que Poppy eligiera las comidas más fáciles y que Peter pudiera reconocer, de deslizar comidas más complicadillas a los demás ya se encargaba ella. Una vez hubieron identificado qué había realmente y cuáles podían darle a Peter, Alice la mandó con él y localizó por su cuenta las comidas más complicadas.

Cuando volvió con Marcus, pasó los brazos por su cuello y sonrió. — ¿No te da penita que esa habitación no vaya a ser para el mejor protoalquimista del mundo y su novia que ya hace varios días que no pueden dormir juntos? — Dijo con voz tentativa. Dejó un beso en sus labios y cogió una de las tartaletas de dulce de leche que había por ahí, tapando con una mano sus ojos y poniéndolo en sus labios después. — Esto esta muuuuuuuuy dulce, como yo. — Estaba un poquito juguetona, lo tenía que reconocer, pero es que habían bebido, estaban casi a oscuras… Tenía ganas de su novio, eso era todo. — ¡Pero si eso no es ni dulce, Jackie! — ¡Y yo qué sé, si es que los ingleses cocináis fatal! — Eso la hizo reír. — Uy, empieza a haber tensiones por allí. — Y eso, de hecho, le venía de perlas.

Fue tirando de su novio, tonteando por el camino, y llamando un poco la atención con los besitos y las risas, para que el resto de parejitas no vieran que iba colocándoles comida un poco más complicada en las cercanías. — ¡Eso no es ni europeo, Hillary! — ¡Ay, Ky, cariño, pero no te culpes, si es que las cositas cárnicas es lo que tiene, saben todas a animal injustamente sacrificado! — Bombón, no estamos a lo que estamos ¿eh? No podía ser tan difícil… — Bien, su plan surtía efecto, se aseguró de que Poppy y Peter seguían en la competición y ya le dedicó toda su atención a tontear con su novio. Volvió a recolgarse de su cuello y frotó su nariz contra la de él. — Ahora tienes que eliminarme… Por mucho que te gustara pasar la noche conmigo, prefecto O’Donnell… — Cerró los ojos y sonrió. — A ver, estoy lista para que me sorprendas. —

 

MARCUS

Algunos parecían más contentos que otros con el duelo, pero eso a Marcus ni le iba ni le venía: en lo que se generaba el caos a su alrededor, se limitó a comer. Alice vendría a buscarle de un momento a otro, en cuanto tuviera su propia situación controlada, así que solo tenía que esperar. No es como que nadie se fuera a creer que iba a emparejarse con otra persona que no fuera ella. — Tú estás haciendo trampilla. — Dijo una voz cantarina, poniéndose a su lado. Marcus sonrió de lado mientras masticaba, mirándole. — Tú por lo pronto preocúpate de con quién te emparejas en ausencia de mi hermano. — Darren soltó una carcajada. — Todos sabemos que los vencedores de este concurso ya están elegidos. — Le dio un toque en la nariz con el índice. — Cuando te conocí eras más legalistilla. — Desde luego, las amenazas (si se le podía llamar así) y tretas para obtener información de Darren eran la versión para niños de las de Ethan. Marcus se encogió de hombros. — ¿Y quiénes son, según tú? — ¡Uy! No lo quiero saber, ya me enteraré. Por lo pronto sé que yo no soy y que tú tampoco, porque no estarías aquí tan tranquilo. — Miró de reojo a otro lado y Marcus le imitó. — Pero tu implicación y la de tu novia están claras. ¡Bueno! Es que esto habrá sido idea de Alice, si la conozco de algo. — Emitió una risilla entre dientes y le miró. — Pero antes no te dejabas liar con tanta facilidad. — Uy, ahí te equivocas. — Respondió, ahora él entre risas. — Antes sí que me dejaba liar. Ahora, siendo ya consciente de que eso me va a pasar de todas formas, lo que hago es adueñarme yo de la situación. Total, la voy a hacer de todas formas. — Darren volvió a reír a carcajadas y le dio un toque en el hombro. — Calla, anda. Que los Slytherin son mi debilidad. — Rieron los dos y, ya sí, Alice fue en su busca.

Darren se escurrió antes de que su novia llegara, pudiendo Marcus disfrutar de cierta privacidad cuando ella le echó los brazos. Sonrió. — Un poco... pero es que nosotros aspiramos a cosas mucho mejores, princesa. — Arqueó una ceja. — ¿Y qué es eso de protoalquimista? No queda nada bien. Prefiero alquimista a secas. — Bromeó, riendo y dejando un piquito en sus labios. — ¿Ya ha hecho usted sus debidas trampas? Mira qué mal me estás haciendo quedar. — Miró hacia arriba y ladeó varias veces la cabeza. — Aunque realmente solo saben lo que estoy haciendo tu primo, que viene de un entorno mil veces peor y que probablemente a partir de hoy le veamos muy muy poco… — O no le volvamos a ver nunca más, eso se acercaba más a la realidad, pero no quería entristecer a su novia. — El anfitrión, que es el más corrupto de nuestro excelso grupo de amigos; y nuestro cuñado, que me acaba de confesar lo que ya sabía: que tiene debilidad por los Slytherin. Así que no creo que me delate. — Hizo un gesto de quitar importancia con la mano. — Y Poppy, claro, pero tú caerías antes que yo en todo caso, por tramposilla. Ante ella solo he quedado como el caballero que soy. —

Alice le tapó entonces los ojos y su sonrisa se ensanchó, mientras la oía decir una de las suyas. — ¿Tan dulce como tú? Pero... ¿también con un punto picante, o eso no? — Tanteó a ciegas, mientras intentaba no echarse a reír con el pandemonio que oía de entre sus amigos, y dio un bocado a lo que le ofrecía. Emitió un sonidito de gusto. — Ah, Gallia, pónmelo más difícil la próxima vez. Me encanta el dulce de leche... Aunque a mí me encantan muchas cosas. — Se removió para destaparse los ojos y la miró a los suyos. — Nada tanto como tú. — La besó. — Y nada se iguala a ti, dicho sea de paso... Tú no tienes un sabor concreto, tú eres una explosión de sabores. — Me están distrayendo las guarradas de aquellos dos. — Oyó bramar a Sean, que estaba poniendo a Hillary al límite de su paciencia porque no acertaba nada. — Pues cierra las orejas, Hastings. — Contestó de vuelta, pinchón, y riendo con Alice después.

Aprovechando aquel escándalo, Alice fue tirando de él, entre risas y comidas, hasta quedar más apartados. Pero había visto lo que iba haciendo por el camino, solo que ya estaba mucho más entrenado en ignorarla. Arqueó ambas cejas. — Sí que te voy a eliminar. — Antes de que cerrara los ojos, se acercó a su rostro y susurró bajito. — Por tramposa, ¿o es que te crees que no te he visto? El ojo del prefecto nunca descansa... aunque hayas habituado tanto a este prefecto a tus tropelías que haya acabado entrenándolo para fingir que no las ve. — Se separó, con mirada altanera y burlona. — Así que... algo lo suficientemente difícil como para que no lo adivines. De acuerdo. Nada de arándanos, pues. — Se separó un poco, mirándola con los ojos cerrados, y buscó lo más raro que viera por allí... hasta que lo encontró. Las había probado antes y se había llevado una sorpresa... curiosa. Grata, porque siendo Marcus, era grata, pero había visto las expresiones de disgusto en el resto de sus amigos. Y a Ethan defendiéndose ante las acusaciones de ser comida falsa, y a Oly explicando muy efusivamente que en Marruecos las hacían así. Efectivamente, no eran más que zanahorias a rodajas, pero ellos acostumbraban a comerlas cocidas, con un poco de puré de patatas o de sal a lo sumo. Esas estaban tan dulces que parecían bañadas en almíbar, según Ethan era canela (les había regalado a todos un discurso de por qué eso en concreto no era comida de pecadores a pesar de ser la canela otro afrodisíaco). Y estaban mucho más tiernas que las que ellos solían comer. Alice no lo iba a acertar en la vida. Puede que ni le gustaran de hecho, pero ya le buscaría otra cosa para compensar. — Bueno, allá que va. — Pinchó solo una de ellas, pequeñita, para que no detectara la forma en rodajas, le extrañara el tamaño y no supiera que había varias en el plato. Tan pronto ella empezó a masticar, se aguantó la risa y preguntó con una ceja arqueada. — ¿Y bien? —

 

ALICE

Las palabras de su novio siempre le hacían derretirse, pero chasqueó la lengua y negó con la cabeza. — Estoy a tiempo de arrepentirme y dejar que tengamos la victoria sobre esa habitación… — Susurró tentativa, sin perder el tono de risa y diversión que le daban esos momentos. — ¿Quieres probarlos? — Preguntó, mirando con ansia de nuevo aquellos ojos que acababa de destapar y lanzándose a sus labios, haciendo caso omiso de las envidias de Sean.

Rio cristalinamente a lo de tramposa y susurró, tentativa. — ¿Y no le gusta al prefecto poder pillarme in fraganti y castigarme? — Parpadeó muy deprisa con una sonrisita angelical. — Usando esa sabiduría perfectual… — Y le dio la risa de su propio palabro, pero terminó por rendirse al reto de su novio, casi a sabiendas de que no lo iba a lograr, y aunque así fuera, que tendría que hacerse la loca. — ¡Oye! Que conozco más que cosas que arándanos, eh… — Se quejó falsamente. Empezó a hacer caras con los ojos cerrados porque su novio se estaba tardando demasiado en darle lo que fuera, y ya se iba a quejar, cuando sintió que le acercaba algo. Nada más tenerlo en la boca puso cara de asco, pero terminó de masticarlo y saborearlo. — Algo que no me gusta definitivamente. Dios, qué dulzor, es para que te dé un coma glucémico. — Negó con la cabeza mientras seguía pensando. — Debe ser una especie de dulce… Pero como muy blandurrio… — Lo estaba diciendo con muy poco respeto por quien lo hubiera hecho, esperaba que no fuera nada que nadie hubiera traído. — Y sabe muchísimo a canela, demasiado… ¿Es salamandra de canela con miel? — No lo creía, y, de hecho, no lo era. Abrió los ojos y miró al plato, sintiéndose aún más confusa. — Pero… ¿qué es esto? ¿A quién le gusta esto? — ¡Os he dicho que esa comida vegana no es nada buena! — Saltó Darren desde alguna parte. — ¡Putón hace perder a prefecto! — Aportó Ethan con un grito, mirando alrededor. — Y los ganadores son… — ¡AQUÍ! — Gritó Poppy. Peter, a su lado, no parecía dar crédito. — ¡Qué dices! ¿Que podemos dormir juntos? — AHHHH ahora entiendo. — Dijo Darren cruzándose de brazos, valiéndole muchas miradas, pero Peter sabía robar bien el protagonismo. — ¡ETHAN ERES EL MEJOR, TÍO, Y ME ENCANTA TU CASA! — El Slytherin les miró con una sonrisilla maliciosa. — Creo que no he tenido tanto que ver yo… Pero disfrútalo, monada, quién sabe dónde estaremos mañana. — Y dicho eso, le pegó un trago a su bebida. A ver cómo acababan esa noche, desde luego. — ¡Venga! Una noche de pijamas no es nada sin un buen verdad, mentira o atrevimiento pero versión justos y pecadores, así que siéntense en círculo, señoras, que vamos a empezar. — Y todos obedecieron porque, en el fondo, les encantaba hacer aquello.

— Yo empiezo, por supuesto. — Dijo Ethan, enganchado al cuello de Aaron, sin despegársele un milímetro. — A ver… Los justos me están llamando, pero… — Señaló a Kyla. — Venga, ministra, dinos a todos, y dependiendo de tu respuesta, te ponemos de justa o te quedas como estás… — Kyla entornó los ojos, pero tenía una sonrisilla y estaba apoyada sobre Oly. — Antes de convencer a Oly de pasarse a la normatividad más obvia… ¿Habéis probado esas reuniones de amor que tanto le gustan a mi loquilla de los colores? — La mencionada se echó a reír y Kyla suspiró, frotándose los ojos debajo de las gafas. — Déjame de pecadora. — ¿¿¿¿CÓMO???? — Saltaron Hillary y Alice al mismo tiempo. — ¿Perdona? ¿Cuándo ha ocurrido eso? — Insistió ella, a lo que Kyla se encogió de hombros. — Cuando le dije a Oly que quería exclusividad me dijo que se lo podía pensar, pero solo si probaba lo que era algo más… — ¡Es que a más gente más amor! Y mi Ky tuvo TAAAAAANTO amor aquella noche. — Y claro, ya estaban muertas de risa, aunque Poppy se arrastró hacia Alice y dijo. — Menos mal que me explicaste aquella vez lo de la atracción y el amor y eso, porque si me tengo que dejar llevar por Oly… — Alice seguía negando con la cabeza, pero al final levantó el vaso y dijo. — ¡Pues esa es mi ministra! Alguien que se deja aconsejar, que disfruta cuando debe y sabe asentar la cabeza cuando toca. ¡Por Kyla y Oly! — Y los demás la secundaron, pero ella detectó la mirada de agradecimiento de Kyla y le guiñó un ojo. No iba a dejar por nada del mundo que nada empañara el ánimo y las capacidades de una de las mujeres más listas que había conocido. — Ea, pregunta la prefecta. — Declaró Ethan. — Que se queda de extremadamente pecadora a mucha honra. —

 

MARCUS

Siseó y dijo en tono grave y susurrado, casi de advertencia. — No me líes... — Advertencia que ninguno de los dos se creían a esas alturas. No iba a usurpar la habitación a Poppy y Peter porque en su fuero interno (porque estaba convencido de que su amigo no sabía nada y de que Poppy ni se habría terminado de tomar en serio que aquello pudiera salir) había hecho una promesa a sus amigos y él era muy legal. Si no...

Las caras de Alice le hicieron reír bastante. — Oye, no están tan mal. Son originales. — Marcus comía de todo, y además le encantaba el dulce. Puede que no fuera buen discriminador de recetas. — ¿Esa es tu opinión de las salamandras de canela y miel? ¿Que son exageradamente dulces y blandurrias? — Negó, chistando. — No pienso darte ni una sola en Navidad. — Cuando Ethan proclamó que habían perdido, alzó los brazos y dijo exageradamente. — ¡¡¡Ooooh!!! ¡Y yo que quería salir triunfal por segunda vez! — Sean le estaba mirando con la mayor expresión de aburrimiento de la historia. Vale, puede que ya tuviera que sumar a otra persona de la fiesta que sabía que habían hecho trampas.

Compartió varias miradas cómplices con Alice, aguantándose la risa, mientras Peter hacía su proclama, y dado que Ethan acababa de proponer juego nuevo (y de los que a él le gustaban y a Marcus tendían a ponerle bastante nervioso) se hizo con una bebida (y con otro snack) y se sentó junto a su novia. La primera en caer fue Kyla, y Marcus estaba escuchando con total normalidad, esperando en todo caso un conato a la defensiva de su compañera prefecta, o un bufido... y lo que obtuvo casi hace que se le caiga la bebida al suelo. — ¿¿Perdón?? — Preguntó, alucinando. No, que de verdad era cierto. — ¿¿PERDÓN?? — Debe estar preguntándose dónde estaba él en ese momento para no enterarse. — Dijo Sean entre risas, lo cual Hillary coreó con carcajadas y añadiendo. — Se aceptan apuestas entre las siguientes tres opciones: haciendo rondas prefectiles, estudiando en la biblioteca o liándose con aquella. — Señaló a Alice con el pulgar ante eso último. Darren, también muerto de risa, aportó. — O regañando a algún alumno. — Eso entra entre las rondas prefectiles. — O preocupadísimo en la enfermería porque un alumno de su casa está malito. — Es verdad, eso también. — Si es que en el fondo es muy bueno mi cuñado. — Marcus les miraba a ambos con los labios fruncidos y echando aire por la nariz. Fue a separar los labios para contestar... pero no habían terminado. — ¡Oh! ¿Y preguntándole una duda a algún profesor? ¡A Ingrid Handsgold! — ¡Ya sé! — Saltó Sean. — ¡Haciéndole la pelota a Arabella! — ¿Esto iba de mí o de Kyla? — Cortó, porque veía que aquello iba para largo. — Además, tratáis de tacharme de poco original pero no dejáis de aportar datos. No seré tan predecible como... — ¡¡COMIENDO!! — Y más estallidos en risas. Rodó los ojos y negó con la cabeza, mirando a la nada.

— Ya que te veo tan indignado... — Empezó Kyla, mirándole y usando un tonito divertido que no le estaba gustando nada. — Continuamos contigo. — No sabéis ya qué excusa poner para difamarme. — Dijo, digno. Si es que no es que no le gustara aquel juego por gusto, es que siempre acababa cayéndole a él. — Pero como soy una buena compañera... — Sigo ofendido. — Insistió, sin mirarla. Se oyeron varios "oooh" y Sean dijo. — Entiéndele, Kyla. Él manteniendo un estatus de impoluto prefecto y tú por ahí en orgías... — Gracias, Se... — Sin invitarle siquiera. — Más risas. Marcus ya estaba mirando a su amigo con cara de preguntarse si se creía muy gracioso. Kyla, si bien rio, rodó los ojos. — ¡Solo fue una vez! — Se excusó, alzando las palmas. — Y por una buena causa. Y no es lo que os estáis imaginando, os lo aseguro. — ¿Verdad? Es una experiencia preciosa en la que... — No hacen falta detalles. — Cortó Kyla. — Pero ni es para tanto ni... me impliqué tan... ¡En fin! ¡Que le toca a Marcus! — ¡No, por favor! ¡Sigue narrándonos cómo has mancillado la excelsa prefectura de la casa de Rowena! — Las burlitas no se hicieron esperar. En fin.

— Puedes seguir metiéndote conmigo o puedes dejarme terminar. Decía que soy una buena compañera, y por eso... — Hizo una pausa dramática a la que algunos añadieron redobles de tambores. Marcus rodó los ojos. — Te doy a elegir entre verdad o reto. — Se coreó un fuerte "uuuuh" mientras Marcus, lo más inexpresivo posible, clavaba la mirada en Kyla, quien parecía bastante orgullosa de su movimiento. Se lo pensó unos instantes (no en silencio, por supuesto, porque su entorno no callaba). Era Kyla, no iba a ponerle un reto estratosférico, y teniendo en cuenta lo que acababa de narrar, no se fiaba de lo que le pudiera hacer confesar. — Reto. — Eligió, y pareció pillar por sorpresa a todos los presentes, porque las reacciones fueron casi ensordecedoras. Ethan estaba hasta de pie y dando vueltas y palmas. Kyla fue la más discreta, y aún así arqueó las cejas significativamente, pronunciando la sonrisa. — No me defraudes, ministrilla putilla. — ¡Oy! — Se ofendió Oly. — A mi Ky no le digas cosas feas. De ministrilla nada. — Al menos las risas habían cambiado de foco ahora.

— He dicho. — Volvió la chica, de nuevo palmas arriba y sonrisilla que no auguraba nada bueno. — Que tengo mucho aprecio por mi compañero... a quien ciertamente debo una disculpa por la desinformación y mi conducta poco apropiada... — Empezaba a tener miedo real. — Así que... le voy a hacer un favor. — ¿QUÉ favor? — Insinuó Ethan, y Kyla le tiró un par de nueces de un cuenco. — ¡Calla ya! Le voy a hacer un favor porque sé que le encantan los encantamientos. — Le miró, aguantándose la risa mientras terminaba. — Así que... quiero ver a este excelsísimo y justísimo y perfectísimo... — Ay, Dios... — Suspiró, y la otra continuó. — ...Y medievalísimo caballero... subido a lomos de un corcel... — Y, en lo que él la miraba con extrañeza, Kyla señaló a la puerta. — De aquel corcel. El... queercorcel. — El estallido de carcajadas casi le deja sordo. — ¿¿Pretendes que me monte encima de un encantamiento?? — ¡Eh! — Precisó Ethan, cuando la risa le permitió hablar. — ¡Que es un encantamiento muy bueno! Mi majestuoso unicornio, vas a estar divino. — Más risas. Marcus frunció los labios, viéndose retado, y dándose unas bruscas palmadas en las rodillas, se levantó. — Vais a ver a este caballero subido en su noble corcel. — Ahora se oyó un fuerte "oooh", y Marcus ya iba de camino a la puerta, con todos siguiéndole al trote para no perderse el espectáculo.

El encantamiento se había desvanecido, obviamente, pero Ethan lo volvió a convocar. Ahí estaba el unicornio, inmenso, escandaloso y dando vueltas en círculo. A ver qué se inventaba... porque no veía aquello nada claro. Para empezar, tenía que hacer al encantamiento detenerse. Desenfundó la varita con elegancia, como si fuera una espada. ¿Querían espectáculo? Lo iban a tener. — ¡Arresto Momentum! — Lo lanzó de lleno contra el unicornio, el cual ralentizó tanto la marcha que parecía apenas moverse. Ahora necesitaba que tuviera la suficiente entidad corpórea como para montarse... Lo tenía. — ¡Densare incantatio! — El unicornio, con la misma forma, pasó a estar hecho de agua en lugar de componerse de una estela mágica. Había transformado el encantamiento en agua... Solo le faltaba una cosa. En aquel campo, no iba a tardar en encontrar una piedra. Se puso bajo el encantamiento, que ahora se movía lentamente, y dibujó un círculo con la piedra como precio en el centro. Tuvo que apartarse rápidamente para que el unicornio, hecho ahora de piedra tras su transmutación, no le pisara y le hiciera daño. Porque, ahora sí, había conseguido hacerlo corpóreo, sin romper el encantamiento. Bajo el silencio que se había creado, se acercó al unicornio (sí que era grande, iba a tener que pegar un salto, y esperaba no perder ahora toda la dignidad ganada) y se subió. Ya arriba, les miró con suficiencia y extendió la mano hacia Alice. — ¿Querría la princesa acompañar a este caballero en su noble corcel? —

 

ALICE

La reacción de su novio fue aún mejor que la suya, y ya con el comentario de Sean no podía más de la risa. La cosa es que Kyla los tenía engañadísimos, porque había MUCHAS veces que la perdían de vista, y ellos siempre asumían que estaba haciendo rondas, en su cuarto o en la biblioteca. Es que no contemplaban nada más por parte de la prefecta, y había que fastidiarse con la futura ministra. Pero Alice estaba determinada a hacerla sentir bien, así que lo llevó como si fuera lo más natural del mundo. A lo que asintió profusamente fue a lo de preguntándole algo a la señora Handsgold. Todavía se acordaba de cuántas veces había acabado malhumorada esperándole a la salida de Runas. Pero ya se estaban pasando de risitas así que dijo. — ¡Eh! Os habéis dejado la mejor… — Sííí yaaaaa, liándoos en alguna esquina. No nacimos ayer. — Dijo Aaron con voz de aburrimiento. Ella se encogió de hombros. Pues sí, pensó. Envidiosos todos.

Entornó un poco los ojos a que no era lo que imaginaban. — Hoooombre, Ky… Tenemos una idea bastante definida de lo que es. — Dijo ella. Pero Kyla señaló determinantemente a Marcus y ella no pudo evitar poner una risilla malévola, si es que en el fondo era la niña traviesa. Y todavía tuvo un momento más de risas incontrolables cuando Oly dijo lo de “ministrilla”. Si es que vivía en el mundo de Oly, que era más bonito y de colores, y por él se movía la tía.

Ahora, los ojos casi se le salen de las órbitas cuando Kyla dijo el reto. Estaba a medio camino de “has tenido la mejor idea de la vida” y muerta de risa con lo del queercorcel. Miró a Marcus y puso una sonrisilla retadora. — Me muero por ver esto. — Admitió. Es que era demasiado bueno para ser verdad, vaya. Y ya sabía ella que su novio se iba a crecer, ni que no lo conociera de nada, así que se limitó a abanicarse con la mano y entornar los ojos, exagerando mucho la reacción a sus movimientos. Aunque se dejó de tanta tontería para alucinar con el ingenio de su novio. — ¿Acaba de hacerlo corpóreo de verdad? — Preguntó con la boca abierta. Jackie, que también estaba bastante flipando, le dio un codazo flojito. — Pues me parece que lo vas a comprobar en un momento. —

Pues buena cosa le había ofrecido. Se levantó de golpe y tomó la mano que le ofrecía Marcus, y tuvo que dar un buen salto antes de sentarse justo delante de él, apoyando la espalda en su pecho con una sonrisa de absoluta satisfacción y un puntito de superioridad. — ¿Y si ahora nos vamos, qué? — Preguntó en voz alta. — Tenía que haber contado con el inagotable poder erótico de los corceles… — Se quejó Ethan, y ella más se hinchó. — Ahora al menos podréis decir que el prefecto O’Donnell siempre está a la altura. — Qué broma más mala, la verdad, porque estaban subidos en un corcel enorme y Marcus era muy alto, pero es que empezaba a pensar que la bebida de los pecadores iba más cargadilla y se estaba poniendo graciosa. Y su novio estaba tan sexy haciendo hechizos a un queercorcel… Se giró para susurrarle al oído. — Esto me ha encantado, no te puedo ni decir lo mucho que me ha puesto. — Ah, sí, ya había bebido lo suficiente como para hacer esas cosas. — Bueno, bajarse de ahí antes de que escandalicéis a Bradley. — Bromeó Andrew, y Peter parpadeó. — ¿Eh? No, no, yo solo me subo en escobas. — Y les dio tanto la risa floja a todos que Alice casi se cae del corcel. — Ahora que estáis tan a gustito en el aura queer… ¿Quiere decir que Oly y la prefecta van a cumplir su sueño del trío con Alice y que los demás vamos a poder catar otro poquito de Marcus? — Picó Aaron de nuevo, y ella le sacó la lengua e hizo un gesto de desprecio con la mano. — Plebeyos. —

Al final, para evitarse accidentes, se bajaron y se acercó al oído de su novio, porque era su turno de retar y le dijo. — Jackie está cortadilla para ser ella. Rétala a ella y así matas dos paj… No, eso en los Gallias no se dice… Bueno que la animas a que participe más y… — Deslizó el dedo por su brazo. — Te vengas de la bromita que te gastó en Pascua. —

 

MARCUS

Miró a su novia, ya sobre el corcel de piedra, con una sonrisa ladina. — ¿Dónde querrías que te llevara, princesa? — Susurró solo para ella, aunque ella hubiera lanzado la pregunta para todos. ¿No tenía ya la etiqueta de pecador puesta? ¿Y no acababa de marcarse un numerazo delante de todos, superando el reto con creces? Podía continuar con su ficcioncita, que a Alice bien que le gustaban. La broma le hizo soltar una superior y única carcajada, bien henchido de orgullo. El susurro posterior solo amplió su sonrisa de lado, y deliberadamente arrastró con suavidad las manos por su cintura, en un gesto que defendería perfectamente normal en dos personas subidas a un caballo, pero que iba cargado de intenciones. — Me alegro. — Paladeó simplemente. Pero ya les estaban diciendo de bajar. Bueno, él su cometido lo tenía más que cumplido... y tampoco es como que se sintiera demasiado seguro estando tan alto, que nunca había montado a caballo y ese, muy lentamente, pero aún se movía. Estaba venido arriba pero no tanto, mejor no tentar a la suerte.

Eso sí, se tuvo que reír con el despiste de Peter. Su amigo era único, si bien las miraditas intencionadas a Alice no las cesó mientras pisaban tierra firme de nuevo (gesto caballerosísimo incluido para ayudarla a bajar, como si alguien allí, empezando por ellos mismos, se creyera en primer lugar que Alice necesitase ayuda para eso y que el mejor para ayudar era, en algún caso, Marcus). El comentario de Aaron le hizo suspirar sonoramente y rodar los ojos con evidencia, asintiendo al apunte de Alice. No se daban cuenta de que, cuando Marcus estaba con el ego tan subido, esas cosas lejos de amedrentarle o escandalizarle (como solía pasar) solo le subían más.

Escuchó la propuesta de su novia mientras miraba a Jackie. Sí que estaba muy callada para ser ella. Eso sí, se tuvo que reír con la corrección. — Nada de matar pájaros. — Confirmó. Iba a aceptar de todas formas por tal de echar una mano, pero la sugerencia hizo que mirara a Alice con malicia. — Hecho. — Avanzó hacia el grupo con grandes y decididos pasos. — ¡Bueno! Deduzco que me toca elegir a mí ahora. — Yo tengo una pregunta antes que nada. — Alzó la mano con un dedito tímido, como buen Ravenclaw, Andrew. — ¿Por qué no le has echado simplemente un Petrificus Totalus si lo que querías era convertirlo en piedra? — Marcus sonrió y le señaló, poniéndose pomposísimo para decir. — Esa es una muy buena pregunt... — Porque le encanta tirarse el pisto y hacer una buena ficcioncita. — Respondió Sean, levantando risas varias. Marcus le miró simplemente con una ceja arqueada y un porte inexpresivo peligrosamente parecido al de Emma. — Para ser alguien que aún se está recuperando de mi épica gesta contra un toro aun no estando en pleno uso de mis facultades, te veo muy subidito. — Era un espectro. Y confirma mi teoría de las ficcioncitas. — Marcus se cruzó lentamente de brazos. — ¿Qué hubieras hecho tú? — Preguntó, con tono arrastrado y un punto provocador. Sean se encogió de hombros. — Yo no estoy tan loco para enfrentarme a un toro, por muy espectro que sea, y menos borracho. Y este reto no era para mí. — Ya veo. — Ese arrastrar de palabras y ese velo despreciativo, sin perder la sonrisa, sí que era herencia de Emma O'Donnell cien por cien.

— Pues. — Reanudó, mirando a Andrew, que seguía con su pregunta sin responder. — El Petrificus Totalus es un hechizo que, efectivamente, petrifica, es decir, convierte en piedra. Sin embargo, lo que hace es solidificar una materia ya corpórea, con entidad propia. Puedes petrificar cualquier ente que puedas tocar. Un encantamiento, como era el caso, no es un ente corpóreo que se pueda tocar. El Petrificus Totalus habría atravesado el encantamiento y petrificado el primer objetivo que hubiera tras este. Le he dado entidad corpórea, pero dado que he convertido cada estela individual en agua, de lanzarle el hechizo habría petrificado cada gota de forma individual y roto el unicornio, que no era la idea. Mejor transformar el agua en piedra como elemento unitario teniendo en cuenta la forma que quería adoptar, y eso nada como la alquimia puede lograrlo. — Andrew, con el labio inferior sacado, asintió convencido. — Pues ha sido una jugada de la hostia. — Gracias. — Respondió orgulloso y sin una pizca de humildad. Eso ya lo sabía él.

— ¡En fin! — Proclamó, frotándose las manos, y directamente puso la mirada en Jackie. La chica suspiró y rodó los ojos. — Oh, mon Dieu... — Le toca a mi invitada favorita de esta velada. — Siguió. Se mojó los labios y la miró con la cabeza ladeada. — Dime, Jaqueline: ¿verdad o reto? — La chica suspiró, con la mirada hacia arriba mientras se lo pensaba. Había bastante expectación y soniditos cómicos a su alrededor. Al cabo de unos segundos, en los que Marcus no dejaba de mirarla intensamente y con una sonrisilla de quien sabe que tiene la sartén por el mango, dijo. — Verdad. Me vas a poner un reto imposible viendo lo que acabas de hacer. — Hizo una digna caída de ojos. — Y yo no tengo nada que ocultar a nadie, inglesito. — La banda sonora por parte de sus amigos se hizo más evidente. Ahora tenía que pensar algo que realmente le costara responder, pero sin comprometerla demasiado. Al fin y al cabo estaba recién llegada y Marcus no tenía tanta maldad.

Aprovechó para pensarlo mientras volvían a meterse en el interior de la casa, donde se sentaron de nuevo en círculo y él se retrepó como un rey, con mirada y sonrisilla de suficiencia. — ¿Le vas a dar mucha más expectación? — Estoy pensando. — Respondió muy tranquilo al tirito de Jackie. — Bien, lo tengo. Y recuerda que estás obligada a decir la verdad. — Jackie suspiró sonoramente. Cuando parecía que iba a soltar por fin la pregunta, chasqueó la lengua. — Claro, es que no querría ponerte en un compromiso... Venga, va, lo digo. — Jackie ya le estaba mirando con cara de circunstancias. Abrió la boca otra vez, dejándola así unos instantes. — Y además... hay mucha gente de aquí a la que ves hoy por primera vez. — La chica se mojaba lentamente los labios, mirándole con cara de quererle matar. — Va, va, venga, te lo voy a poner facilísimo, verás que bueno soy. — Y ahí estaba la trampa, obviamente. — Venga, va. Para romper el hielo, pero para que no te vayas de rositas tampoco con una pregunta insulsa. Eres una Gallia ¿no? Os van las emociones fuertes. — Definitivamente se estaba jugando el cuello. Mejor no tensar más la cuerda. — ¿Con cuántas personas de esta sala has tenido... sueños...? — He hizo una floritura con la mano. Volvieron los "uuh" y los codacitos. — Uy uy, que nos va a contar los sueños guarrones que ha tenido con Mattie. — Provocó Ethan. Pero Jackie, con una sonrisita irónica, le clavaba la mirada. Mirada que él devolvía.

A ver, contemplaba tres respuestas: con cero, con uno, y con dos. Dudaba mucho que no hubiera tenido ningún sueño erótico con Theo (quien ya estaba colorado hasta las orejas), siendo Jackie. Si decía eso, tendrían cachondeo de sobra para ponerla en el grupo de las justas, por mucho que le gustara ir de pecadora. Si decía uno, quedaba divinamente, así que al final sí que le estaba haciendo un favor. Y si decía dos, iba a tener que confesar que el segundo era él, por lo que inflaría aún más su ego y, de paso y como decía Alice, le devolvía la bromita de Pascua. Pero, tras sostener el suspense, Jackie dio su respuesta. — Con tres. — Marcus abrió mucho los ojos, y la exclamación aspirada se extendió por el grupo como cuando se hace una ola en las gradas de quidditch. — OBVIAMENTE queremos saber quiénes son los segundos en discordia. — Se emocionó Darren, entre risas. La verdad es que Marcus estaba en blanco con quién podía ser el tercero. ¿Sean? Por los días que pasaron juntos en verano. Porque otra cosa... — Evidentemente, mi Theo es el protagonista indiscutible. De más de uno. — Dijo tentativa, dejando una caricia en la cara del chico, que puso una sonrisilla. — Sí, sí, eso era obvio. ¿Pero y los otros dos? — Preguntó Andrew. Como no se hubiera perdido muchas cosas en su estancia en Nueva York, veía imposible que hubiera soñado con ninguno de los presentes, ¡los acababa de conocer y no había dormido desde el encuentro! La broma a una Gallia, una vez más, se le estaba volviendo en contra. — Otro de ellos… — Dijo con tonito evidente, mirándole con las cejas arqueadas e irónica. — …Es aquí el señor alquimista. Porque la pregunta era muy deliberada. — Esta historia me persigue. — Murmuró el pobre Theo, resignado. No lo había pensado bien, porque casi se había sentido un poco mal. Pero tenía que mantener a flote lo que había empezado. — Todo un honor aparecer en tus mejores sueños, Jacqueline. — Oh, calla ya. Te echaste a temblar a la mínima insinuación que te hice de broma y con esta de cómplice. — Afirmó, señalando a Alice. Lo dicho, se le volvían las bromas en contra. Lo suyo eran los numeritos intelectuales.

Pero faltaba el tercero, y todos la miraban. No parecían ni medio impresionados por las dos primeras confesiones: era la tercera la que les tenía en ascuas. — ¿Y bien? — Volvió a insistir Darren, sonrisilla maliciosa en el rostro. Y entonces, Jackie puso una mirada cargada de intenciones sobre Hillary... y la dejó ahí. Tardaron varios segundos en darse cuenta. La aludida incluida. — ¡Oh! — Chilló, y casi dio un saltito en su sitio, poniéndose colorada de golpe. Todos las miraban de hito en hito. Jackie soltó una risita. — Fue la segunda noche que pasasteis allí. Había... bueno... — Entornó los ojos hacia Theo e hizo un bailecito con los hombros. — Tenido una buena fuente de inspiración. — El otro de verdad que no sabía ya ni dónde mirar ni dónde meterse. Menos mal que el discurso de Jackie tenía a todos tan enganchados que no le estaban haciendo mucho caso. — Y tú me parecías una tía interesantísima, preciosa y con un aura poderosísima. — ¿¿TÚ TAMBIÉN LAS VES?? — Gritó Oly, rompiéndoles los tímpanos y casi lanzándosele encima, con tanta ilusión que daba mucha pena decirle que solo era una forma de hablar. — Y bueno... Es normal ¿no? Al fin y al cabo, todos podemos llegar a soñar que... experimentamos un poquito. — Hubo un rugido de negaciones por parte del sector masculino y heterosexual de la sala que fue flagrantemente ignorado por el resto. Hillary se llevó la mano al pecho. — Es un honor... Y tú también estás buenísima, francesa. — Te como a besos. — ¡¡VIVA EL AMOR!! — Chilló Oly. Al menos la cara que se le había quedado a Sean no tenía precio.

 

ALICE

Asintió como la novia orgullosa que era a la explicación de Marcus sobre cómo había hecho tamaña proeza, con los brazos cruzados y sonrisa de satisfacción. Hizo una pedorreta a la defensa de Sean y entornó los ojos. — Anda ya. No entiendes nada de romanticismo, Hastings. — Ese soy yo, entiendo de supervivencia, y aun así me he llevado a la guapa. — Y eso la hizo reír, porque le gustaba ver a sus amigos así después de tanto tiempo.

Y ya le tocó el turno a Jackie de recibir el reto de Marcus y ella rio con malicia. Cuando bebía, le salía toda la niña traviesa que tenía ya controlada, pero que seguía viviendo en ella. — ¡Verdad! Mis primos saben mentir como saben respirar, dicho por su madre, no por mí. — Acusó ella. — ¡Tú calla, que seguro que esta idea es tuya! — Él tiene ideas propias de sobra. — Contestó a su prima en el mismo tono, y casi replicando la postura, lo que levantó las carcajadas de los demás.

Marcus se puso a fabular, como le gustaba a él aderezar las cosas, y le sacó una sonrisa maliciosa con la pregunta, porque Alice se imaginaba que lo hacía para sacarle que también había soñado con él. Pero cuando dijo tres, la dejó en el sitio. Parpadeó y miró a su alrededor, como si no tuviera muy claro quiénes estaban allí. Theo, claro, Marcus el otro… Se echó a reír con la afirmación de Theo y dijo. — Si te sirve de algo, en la mente de Jackie tú le desbancaste a él, fue antes de ti. — Aseguró ella, apoyándose en su novio. — Ya en el resto del club de fans del prefecto en Hogwarts… Pues otro gallo cantaba. — Y se rio un poquito más. Y es mío, dijo su mente divagadora mientras jugaba con sus ricitos, embobada. Pero tenía que concentrarse, que quería saber el tercero. Y era tercera. Lo mejor es que Alice asintió como si fuera lo más normal y dijo. — Creo que va en la familia. — Le dijo a Marcus, pero en voz alta. La intervención de Oly la asustó un poco, pero luego siguió con la argumentación. — Era lo más lógico. Hills es preciosa, se parecen un montón en carácter, y mis primos tienen un puntito narcisista heredado de las abuelas… — ¿PERDONA? — Dijo Jackie, pero ella se encogió de hombros. — Lo sabe todo el mundo. Pero nos gustáis así. De verdad. — Es que paso de contestarte. — Dijo su prima levantando la mano. — La verdad es que todos estábamos esperando a ver por dónde detonaba tu bisexualidad con Hillary, pero no esperábamos que fuera tu prima la que diera el paso. — Comentó Oly como si nada, haciendo que a Ethan le diera un ataque de risa y Kyla tuviera que aguantarse mucho y taparse la boca para lo mismo. — Aquí nadie ha dado ningún paso. — Dejó claro Sean. — ¿Cómo que con Hillary? ¡Es mi mejor amiga! — Protestó ella. — Uy, y con las vibraciones que a veces le da el prefecto O’Donnell, seríais un trío tan bello… Como Andrew, Ky y yo, pero bueno, nadie está por la labor… — Ethan, Aaron y Darren se iban a ahogar, así que todos hicieron un poco de borrón y pasaron a lo siguiente.

— Bueno, he sido bendecida por mi querido alquimista para decidir… Y elijo reto. — Declaró Jackie. Se giró a Theo y dijo. — Mi amor, para que se vea que aquí no hay celos ni rencores, hazles un gestito romántico así conquistador a una chica de esta sala que no sea yo. — Theo se puso rojísimo y miró alrededor. — Pero, chérie… Es que… Yo conquistando no valgo la pena. De corazón te lo digo. O sea, tú has sido la excepción. — Vaaaaaamos, vamos, no seas quejica, un gestito. — Pero si es que prefiero verdad. — Pero yo no, porque soy tu novia y a mí siempre me dices la verdad, es aburrido. Venga, cari, no te hagas de rogar, algo aunque sea… — El chico suspiró y asintió, mirando a su alrededor. — Venga, coge a Alice, si la prima no te va a regañar precisamente. — Dijo Andrew. — No, Gal no, que ya le regalé y conquistar no conquisté nada. — ¡EH! — Se quejó ella. — Conquistaste mi amistad, no es poco. — Theo asintió. — Pero es que ha dicho “romántico conquistador”. — Ah, ya. — Se quedó ella pensando. Pues a ver a quién coges. — Pues… ¡Oly! — Llamó a la chica. Cogió algo de la mesa y se lo puso a la espalda, y probablemente ella ni se había dado cuenta. Se puso delante de ella e hincó la rodilla en el suelo, y con un gesto de la varita, hizo que una de las plantas de interior que había por ahí creciera y retorciera sus ramas en dirección hacia ellos y, al pasar a su lado, le dejó algo discretamente en la punta de la rama, que llegó ante la chica. — Te ofrezco esta comida que nutre nuestro cuerpo como tú nutres nuestra alma, y que te ofrece la naturaleza porque es vegana y no ofende a ninguna especie. — ¡OOOOYYYYYY! — Oly pegó un salto y se comió uno de los bollos o pastelitos o lo que fuera eso. — ¡ERES UN AMOR! Aún estamos a tiempo de montar algo, ahora que tu novia se ha declarado bisexual. — ¡Que yo no he declarado nada! — Se quejó, pero ya era tarde, estaban todos muertos de risa, incluso la propia Jackie, y Theo estaba rojo y encogido sobre sí mismo, pero muerto de risa también.

 

MARCUS

Soltó una fuerte carcajada a lo del puntito narcisista. — A la próxima quedada tenemos que traernos a André. Total, ya es familia de varias formas diferentes. — Ahora se sentía muy cómodo diciéndolo, pero no sabía hasta qué punto mezclar a André con según qué personas (Ethan, básicamente) iba a ser bueno para su salud mental y su estatus ante el grupo. Los comentarios de Oly estaba claro que llegarían, y se rio con ganas a las menciones a su novia. No tanto a las propias. — ¡Y dale! — Se azoró. ¿Por qué la Hufflepuff tenía la manía de emparejarlo con gente que no era su Alice, y encima en grupos diversos? Se estiró. — Mi alma y mi cuerpo son solo de una mujer. — Miró a su amiga. — Lo siento, Hills. — La otra echó el cuello hacia atrás y le miró con una ceja arqueadísima. — ¿Discúlpame? — Volvamos a la tranquilidad de nuestras respectivas monogamias, por favor. — Pidió Sean, provocando el efecto radicalmente opuesto a detener las risas.

Se tuvo que tapar la boca para reír entre dientes cuando Jackie retó a Theo, mirándole a él de reojo y pensando con burla pero compasivo vaya manera de quererte. Como si la suya propia no le hubiera metido en algún que otro lío parecido... o él a ella, que toda la historia con Kyla, de hecho, la empezó él en un jueguecito de esos. Al pobre, encima, le sugirieron hacerle el gesto a Alice. La respuesta de su novia hizo que la mirara con obviedad. Cariño, me da que eso no le es ningún consuelo, pensó, pero se ahorró decirlo en voz alta. Eso sí, el movimiento de Theo no se lo vio venir. Abrió mucho los ojos y la boca, y hasta se puso de pie. — ¡Eh! A mí me ha encantado. — Se adelantó a Ethan, que ya abría la boca, probablemente, para decir que vaya cosas le gustaban a los Huffies, por la cara que tenía. — Me apunto esa. — Miró a Alice. — Mi amor, ¿quieres declaraciones y regalos que te den en manos tus queridas plantitas? — Vaya. — Dijo Theo entre risas. — Tuviera que ver que ahora fuera yo tu inspiración para conquistar a Alice. — En materia de plantas, siempre dispuesto a aprender. — Defendió con normalidad, pero la conversación se vio interrumpida por el placaje de Oly, que tiró a un Theo nada preparado y mirando a otra parte al suelo con estruendo. — ¡MI THEITO QUÉ BONITO ES SI ES QUE TE COMO ENTERO! — ¡Ay, Oly, por favor! — ¡¡QUÉ BONITO ERES!! NO ME EXTRAÑA QUE MI PRIMA... — ¡¡¡YAAAA!!! — Parapetó, quitándosela de encima e impidiendo que hablara a lo justo, aunque lo cierto era que la historia ya había llegado a oídos de prácticamente medio castillo y parte de Francia a esas alturas.

— Bueno. — Recuperó Theo cuando pudo respirar entre la caída y la risa tanto propia como de todo el grupo. — Me toca... ¡Darren! — El chico dio un bote en su sitio. — ¡Te elijo a ti! — ¡Uy, como si fuera un pokemon! — El propio Theo y Hillary se troncharon de risa ante la referencia. El resto se quedó con cara de póker. — Estoy deseando ver cómo mis padres echan desinfectante para muggles por toda la casa cuando os vayáis. — Pinchó, malicioso, Ethan, y levantó disimuladas y no muy orgullosas risitas (puede que la de Marcus fuera una de ellas). — No te lo has pensado mucho ¿eh? — Canturreó con retintín Darren, a lo que Theo se encogió de hombros. — ¿Verdad o reto? — ¡Verdad! — Respondió rápidamente el otro, feliz de poder confesar algo privado, como si fuera un privilegio. — Pues ya que no nos ha caído esa a nosotros, aprovecho y la lanzo fuera. — Ay, Mattie, eso no se dice. Es casi hacer una confesión encubierta. — Provocó Ethan, pero el otro rio levemente y pasó por alto. — ¿Cuántas...? — Theo, todo lo malicioso que podía sonar, que no era mucho, hizo una pausita dramática y elevó exageradamente los dedos para hacer unas pronunciadas comillas en el aire. — ..."Cartas"... — Otra pausa tensa. — ...Le has enviado a tu Lexito? — ¡Uy! Pues un montón. — Darren. — Detuvo el retador, aguantándose la risa, y repitió la palabra, enfatizándola exageradamente. — "Cartas." — Se oyeron varias risas. Darren estaba un poco ennortado, pero al cabo de unos segundos pareció caer. — ¡¡¡Aaaaaaaaahh!!! Uy, eso no puedo decirlo delante del cuñadito, que luego me tiene pesadillas. — Ya estamos. ¿Me tenéis que meter en vuestras cosas siempre? Hacéoslo mirar. — Se ofendió, porque para una vez que estaba calladito y sin decir nada.

Después de sopesarlo y recibir muchas risillas y burlitas a costa de eso, dijo. — A ver, es que no sé... Un apartadito para eso siempre guardo, no es como que TOOOODA la carta sea así... Bueno, a veces sí ha sido toda la carta, pero es que si hago eso, luego solo recibo un "jeje cómo eres" y poco más, que se me pone vergonzoso. O se cree que la lechuza lo va a saber leer o algo. ¡Bueno! Es que como la lechuza sea Elio, ni me responde. — A mi Elio no le deis perversidades que es muy pequeño y me lo espantáis. — Los presentes estaban llorando de la risa entre las declaraciones de Darren y la intervención de Marcus. El Hufflepuff seguía sopesando. — Pues yo diría... No sé... Cinco o seis supongo. — ¿En toda vuestra historia? Pocas me parecen, sigue contando. — Bromeó entre carcajadas Sean, a lo que Darren le miró extrañado. — ¿Cómo que en toda nuestra historia? — Miró a Theo. — ¿No era desde que se fue a Hogwarts? — Theo no podía ni hablar, se secaba las lágrimas y, a duras penas, alzó las manos y dijo. — ¡Yo no he especificado nada! — ¡¡¡¡Aaah!!!! ¡¡Entonces más!! — Resolvió con evidente obviedad. Marcus le miró, inaudito. — ¿Creías que era solo desde que está en Hogwarts y has dicho cinco o seis? — Darren se encogió de hombros y Marcus abrió mucho los ojos. — ¡No lleva allí ni un mes! — ¡Ay! ¡Es que le echo un montón de menos! — A más de uno de por allí le iba a dar algo de tanto reírse.

 

ALICE

Rodeó a su novio con un brazo y se dejó caer sobre él. — Mi amado es mío y yo soy suya. — Pero le duró el romanticismo los dos segundos que tardó Hillary en ofenderse, y echarse a reír. También aprovechó y le dio un empujoncito a Theo a causa del cachondeo con lo de impresionarla. — Oye, que lo dice de verdad, Marcus aprende de todo el mundo, y más de alguien que conoce tanto de plantitas como yo. — Pero mejor no le daba más tormento porque Oly era capaz de acabar con cualquiera, incluso con la afamada paciencia y aplomo de Theo.

Su amigo eligió a su cuñado, y la niña traviesa que la había poseído, se quejó un poco internamente, diciéndose vaya dos para ponerse retos. Sin embargo, algo Gallia se le debía estar pegando a Theo (quizá por propia supervivencia) porque la pregunta le gustó. Suficientemente pilla para ser Gallia. Bien hecho, Matthews. A Darren le costó un poquito más pillarlo, pero cuando lo hizo, Alice tuvo que mirar de reojo a su novio aunque, efectivamente, esa vez no había dicho nada. Agradeció que no estuviera Lex, porque eso hubiera podido convertirse rápidamente en un drama de hermanos marca O’Donnell de “no he dicho nada, me tenéis manía”, “tú siempre llamando la atención hasta cuando no va contigo la cosa”. Lo había visto demasiadas veces, y la verdad es que la información le causaba curiosidad.

Sean estaba graciosito, pero la verdad es que a ella también le parecían pocas, conociendo a los Hufflepuffs. Ah, pero ahí estaba la clave. No quería reírse abiertamente de su pobre Darren, pero es que se había delatado solo. Claro, cuando Theo abrió la veda, y con la intervención de Marcus, preocupado por la pureza de Elio, Alice no podía parar de reírse. — Cuñadita, ¿tú también? — Es que, hijo, tú solo, no ha hecho falta que te pinchen… Que le echa de menos, dice… — Y seguía partida de risa. — Cuñadita, no me hagas hablar, eh… — ¡SÍ! ¡HABLA! — Pinchó Ethan. — Dale, tejoncito, que te toca proponer reto, véngate y ponle verdad. Queremos saber todo ese sexo epistolar que tienen el prefecto y mi putón. — Y Alice más se reía, negando con la cabeza. — Yo no tengo de eso… Soy más del cara a cara… — Y seguía muerta de risa, porque ese día tenía la risa especialmente floja. — Sois muy listos todos, pero no tenéis a los novios y novias en Hogwarts, es más, Andrew está muy callado. — Acusó Darren, con los brazos cruzados y exagerado enfurruñamiento. El aludido se puso a beber de repente y se señaló y luego hizo el gesto de negar con el dedo.

— Pero me toca a mí ¿no? — Dijo Darren. — A ver, el señor “pocas me parece” que es el que me ha tirado de la lengua. — ¡EL BOMBONCITO DE CHOCOLAAAAAATE! — Llamó Ethan. Sean miró a los lados. — ¿Pero por qué siempre yo? — Ay, qué llorón, con lo bien que te ha ido en el otro reto. — Dijo Hillary melosa, y eso pareció convencerle. — Verdad, aguililla. — Continuó Darren con media sonrisilla. — ¿Te pillé con esa señorita un día que nos chocamos en el último piso y tú ibas muy muy aturullado y con cara de miedo? — Dijo señalando a Hillary. Sean suspiró y se frotó la cara. — No… Me temo que no. — ¿Perdona? — Dijo su amiga, ya más contrariada. Sean soltó aire y les miró a todos. — Eso fue el año pasado, y no me pillaste con nadie, porque fue una noche que hui de Patrice y de lo que ella quería hacer. Y yo en pánico, porque es que ni siquiera había entendido que lo que quería hacer era eso… — Tío, pero si te hizo ahí una pirueta y todo en el partido. — Intervino Peter. — No me jodió poco. Estaba a otra cosa la tía todo el día. — Sean se encogió de hombros. — Pues claramente no lo entendí así. — ¿Y saliste corriendo despavorido solo porque una pelirroja jugadora de quidditch quería hacerte cositas? — Preguntó Ethan entre risas. — Gryffindor no es, desde luego. — Bromeó Aaron, pero a Darren se le escapó otra risita. — Tenías cara de miedo. — Sean abrió mucho los ojos. — Me alegro de que hayáis recalcado lo de jugadora de quidditch, y podríais haber recalcado también el temperamento que tenía. Era para verla, vaya. — No como la que tienes ahora ¿no? — Pinchó Jackie, que ya se estaba soltando. Sean miró a Hillary como si no supiera de lo que estaban hablando. — Pero si Hills es mucho más… — Pareció calibrar las palabras, bajo la atenta mirada de la chica que claramente estaba discerniendo su futuro próximo. — O sea… Inteligente y… que te combate con la mente… No… da miedo. — NOOOOO QUÉ VA. — Soltó Ethan. — Juraría que Antares, Adams y más de uno en el castillo siguen temiendo levantar de más la voz delante de ella. — Su amiga estaba de brazos cruzados. — Paso total de vosotros. Me ponéis como un monstruo. — Oly la señaló. — ¡Mira! Ahora habla como Marcus, el círculo se cierra. — No quería preguntar a qué círculo se refería.

 

MARCUS

Estaba mirando con cara de circunstancias a Ethan cuando Alice va y responde dejándoles aún más en evidencia. Chasqueó la lengua con obviedad, mirándola, pero solo provocó más risas. Darren no solo eligió a Sean sino que ni le dio opción a ofrecerse a un reto, aunque todos allí sabían que iba a preferir verdad... Bueno, Sean no prefería nada en ese juego, ciertamente. Lo que no se vieron venir fue el relato, si bien Marcus conocía esa historia. Hizo un gesto con la boca, porque aquello podía ponerse un poco incómodo. Sin embargo, Sean lo narró con bastante naturalidad y, como el ambiente era distendido, no se generó demasiado drama al respecto.

Se arrastró por el suelo pasa pasar un brazo por los hombros de Sean. — En defensa de mi amigo, tengo que decir que Patrice no era nada clara. Quería usar muchas metáforas, pero no le salían bien. Y no contaba mucho con su opinión, y el pobre no quería ofenderla. No fue la mejor jugada del mundo, pero yo no lo habría hecho mejor, hay que verse en la situación para entenderlo, desde fuera todo es muy sencillo. — Sean le miraba en silencio con cara de querer abrazársele llorando. Qué sentido podía llegar a ser su amigo. — Y en defensa de mi amiga. — Enfatizó, señalando a Hillary. — Una cosa es tener carácter, que es lo que ella tiene y que estoy seguro de que la llevará muy lejos, y otra es tener mal temperamento. Por no hablar de que la claridad de ideas es cruel en comparación. — Hizo una floritura con la mano. — No tengo más que decir. — Y eso que cuando el reto se han metido con él. — Yo no me he metido con él. — Respondió Hillary muy digna y con una caída de ojos al comentario de Peter. Sean le seguía mirando, y Marcus hizo como que le miraba y sonreía con colegueo pero, muy sutilmente, hizo un gesto de la cabeza. ¿Quería vengarse de una Gryffindor jugadora de quidditch? Si le valía con un hombre en su lugar, ahí tenía un ejemplar parecido.

— ¡Pues te toca, Bradley, por hablar! — Respondió Sean, en una maniobra de intentar hacerse con el mando que Marcus le acababa de pasar. — Voy a ser todo lo bueno que NO han sido conmigo... — Dijo con tonito y mirando a Darren, pero este se limitó a reír por lo bajo. — Y te voy a dar a elegir entre verdad o reto. — Pffffff no sé. — Meditó el otro, pasándose unos segundos pensativo, mirando hacia arriba, haciendo muecas con la boca, pretendiendo elegir pero sin aclararse. Puede que no fueran segundos sino minutos, hasta el punto en el que estaba desesperando a los demás. — ¡Vale, vale! Pues elijo... ¡¡Reto!! Soy Gryffindor, me van los retos. — Mostró las palmas. — Pero no me pongas algo chungo a lo Marcus que yo eso no sé hacerlo. — Tranquilo, en lo que decidías tú me ha dado tiempo a inventarme algo. — Avanzó Sean, frotándose las manos.  

— Ya que te gusta tanto la escoba... tienes que salir de aquí con ella. — Las reacciones ya iban apareciendo. — Y traernos... algo que no se pueda comprar, pero que tampoco puedas encontrar en esta casa. — Alzó las palmas. — Echa a volar tu imaginación, junto con la escoba. ¡Ah! Y tiene que ser de un lugar que no conozcas, no vale ir a tu casa. — Todos reían a carcajadas. — No veas cómo se las gastan los Ravenclaw con los retos. — Afirmó Aaron con un punto de miedo, claramente temeroso porque aún no había sido seleccionado. — ¡Ah! Y como no me fio de que me engañes... — ¡Eh! ¿Por qué no? ¡Que yo soy un buen tío! — Tienes que ir acompañado de alguien que verifique que lo haces bien. — De repente se ofrecieron varios postulantes, Hillary entre ellos, a quien el reto de su novio le había encantado, y todos alzaban el brazo hasta el límite de lo que lo pudieran extender. Sean reía tanto que no se veía capacitado de elegir, entre todos los argumentos que daban los postulantes para ser elegidos. — ¡Eh! ¡Yo tengo un hechizo de selección aleatoria! — Clamó Marcus, feliz. Kyla le miró con una ceja arqueada. — ¿Tú? ¿Recurriendo a la selección aleatoria? — Es de mi suegro y maestro de los hechizos William Gallia. Es más afín a la aleatoriedad que yo y decidí aprenderlo porque, algún día, lo podría usar. — Arqueó varias veces las cejas y alzó la varita. — Y ha llegado ese día. —

Pronunció el hechizo y un fulgor azulino salió de la misma, y empezó a bailotear graciosamente sobre las cabezas de los presentes. La verdad era que el hechizo se estaba tomando su tiempo... En fin, William, pero le tendrían que matar para que lo criticara. Finalmente, y tras mucho hacerse de rogar y fingir que se detenía sin hacerlo, fue a envolver de un halo chispeante a la persona elegida, mientras de fondo sonó una vocecilla aguda, claramente salida del hechizo, que decía "bieeen" y que provocó las risas conjuntas. Marcus hizo un gesto de disculpa con la cara. — Ups. — Igual era de esperarse que, siendo el hechizo de su padre, la eligiera a ella. — Pues vaya aleatoriedad. — Comentaron entre risas Oly y Andrew respectivamente. Efectivamente, el hechizo había ido a elegir ni más ni menos que a Alice. Peter se puso de pie de un salto y dijo. — ¡Pues vámonos, princesa azulilla! ¡No es un noble corcel pero vas a flipar con este viaje en escoba! —

 

ALICE

Alice miró a su novio con una sonrisilla de orgullo. Mucho se metían con él, pero luego Marcus siempre sacaba pecho por los suyos. Aunque claro, también daba ideítas, a ver si se creía que no había visto la mirada que había echado sobre Peter. Mantuvo la sonrisa y no dijo nada a lo del hechizo de su padre, si bien su mente viajó sola a pensar que, probablemente lo de vacilar un rato lo puso por lo payaso que era antes y que ese chillidito que dio era por su madre, porque ella hacía esas cosas, celebrarlo todo… Espera ¿qué? Se miró sí misma y se vio envuelta por el brillo azulado. Miró a Bradley y luego a su novio con cara de ahora oféndete, monta un drama por mi integridad y repítelo, por Dios. No, no lo parecía. — Vaya cara de traicionada se le ha puesto a la putón. Hoy no pillas, prefecto. — Ella suspiró y sacó la lengua a Ethan y se dirigió a su novio. — Él es que sabe que me van las emociones fuertes. — Porque ella defendería todo lo que Marcus hiciera. Dejó un beso en sus labios y susurró. — Por si me estrello por ahí con el loco ese. — Suspiró y le tendió la mano a Bradley. — Anda, tira, princeso. — Le dijo al Gryffindor. — Esto es el karma, Alice se fuga en escoba con el novio de Poppy. — Dijo Sean con malicia. — Peter, apunta traer eléboro negro para aliñarle la bebida a Sean. — Claro, lo que mi colega pida. — Ethan soltó una carcajada y dijo. — De eso sí que hay aquí. — No sabía por qué no se le había ocurrido que los McKinley tuvieran veneno hasta en la casa de campo. — ¡No hagáis burradas! — Aportó Kyla. Ella hizo un gesto de la mano para despedirse y dijo. — ¡Lo traeré de vuelta, espero! — Y salieron al jardín, donde Peter tenía la escoba.

— A ver, tú que conoces a mi Poppy mejor que nadie: ¿qué le traigo que aquí no haya? — Asumiendo ya su destino y que iba, sin duda, a tener que subirse en aquella escoba e ir a Merlín sabe dónde a buscar Merlín sabe qué, pues decidió que, cuanto más rápido se decidiera, mejor. — A ver, aquí hay flores ya… — Bueno pero no están todas las flores del mundo. — No, pero sí que todas de las que se puedan encontrar en los alrededores, van a estar en la casa también… — ¡Pues busquemos por otro lado! ¡Agárrate! — ¡PETER! — Regañó, pero nada, el chico despegó tal cual, así que Alice se agarró a él con su vida.

Mientras, el chico seguía vociferando. — ¿DÓNDE PUEDE HABER FLORES MÁS EXÓTICAS? — Entre el viento, la altura y la sorpresa, no es como que Alice pudiera pensar demasiado. — ¡NO LO SÉ, PETER! ¿UN INVERNADERO? — ¡PUES VAMOS! — ¿CÓMO QUE VAMOS? ¡SON LAS DIEZ DE LA NOCHE! ¡NO VA A HABER NADA ABIERTO! — PERO SI ES MUGGLE PODEMOS ENTRAR. — ¡ESO ES ALLANAMIENTO! — ¡QUE NO! ¡QUE ES UN PRÉSTAMO! — Alice suspiró y negó, pero se agarró más fuerte porque se cruzaron con otro mago en escoba… Espera… — ¿ESTAMOS CERCA DE GUILDFORD? — Peter miró para abajo y dijo. — ESTAMOS EN GUILDFORD. — Claro, la casa de Ethan estaba en Surrey, el mismo condado que Guildford, la primera vez iba tan obcecada que ni cuenta se dio. — ¡VE HACIA EL OESTE! — Creía que había logrado pensar en un sitio en el que poder conseguir algo a esas horas. — ATERRIZA EN EL PARQUE. —

Como esperaba, estaba cerrado y bastante oscuro a esas horas, así que habían podido pasar bastante desapercibidos. — ¡Uy, Gal! Qué chungo este sitio. No te pega nada querer aterrizar aquí. — Es para que no nos pillen muggles, botarate. Ven, anda. — Anduvieron hacia la reja de entrada y miró a los lados. — ¡Alohomora! — Susurró a la cerradura. — ¡Hala! Te has cargado la cerradura del parque. — Alice le miró con cara de circunstancias. — ¿Esta te parece mal y una de invernadero no? ¡Reparo! — Lanzó cuando hubieron salido. — No, no, si solo flipo con las cosas que se te ocurren. — Pues anda que las que se te ocurren a ti… — Y se fue dirigiéndole a un lugar muy concreto.

— ¡HALA, PERO ¿QUÉ ES ESTO?! — Buenas noches. — Saludó el del mostrador. Ya sabía ella que el chino estaría abierto. — Anda, elige algo para Poppy. — Dijo ella con una risilla al ver el entusiasmo de su amigo. — ¡¿PERO QUÉ DICES, TÍA?! ¿CÓMO SE ELIGE AQUÍ? — Peter, no chilles, y coge una cosa cualquiera. — Señor, ¿tiene tejones de peluche? — Tejones, chi. Cualto pasillo. — Contestó el hombre sin apartar la mirada de la tele pequeña que tenía. — ¡QUE TIENE TEJONES, GAL! ¿Y QUÉ ES ESA CAJA QUE SE MUEVE? — Que no chilles. Voy a buscar una cosa para Marcus tú busca el tejón. — Cuando consiguió lo que quería, fue a buscar a su amigo y le vio con un montón de cosas, entre ellas un peluche de tejón, efectivamente. — ¿Cogen galeones aquí? He pillado un tejón, un zorrito, un pajarito para que le recuerde a ti... — No, pero dame el dinero. — Le dijo ella. Había que ver cómo era su amigo, es que soltaba las cosas sin más. Alice aprovechó y lo transformó todo con un hechizo de cobertura en dinero muggle, truco aprendido de su tata, que le dijo que en los bancos siempre hay magos infiltrados, y aunque ahora dudaba de la veracidad de ello por primera vez, tendría que valer. Pagó y pidió una bolsa para todo. — ¡Qué dices! Si le hacemos un red… — ¡Peter! ¡Ya! — Le riñó, y se despidió del hombre con una sonrisa, aunque no parecía importarle mucho nada. — No se te puede traer con los muggles. — ¿QUE NO? Ya te digo yo a ti que sí, pienso venir con toda mi familia. — Hay chinos en todos los pueblos muggles. — No, no, yo vengo a este, me ha encantado el señor y todo, es que tenían… — Y así, escuchando a Bradley hablar sin parar, buscaron un callejón para despegar, con bromita absurda por parte del chico de si es que quería llevarle a un callejón oscuro, que ellos tenían compromiso.

 

MARCUS

Se estaba arrepintiendo desde ya y pensando a toda velocidad en una excusa que le permitiera lanzar de nuevo el hechizo de aleatoriedad, pero no se le ocurría. — ¡Bueno! Pero entonces Alice ya no pasa por más retos, ya va a hacer este. — Eso tendrá que decidirlo el que lo ha lanzado, en todo caso. — Pasó Andrew por su lado entre risas, y su tiro a la desesperada no sirvió para nada. De hecho, no sirvió ni para no ver a su amada subirse en la escoba de semejante loco, ni para oír lo que le había dicho. — ¡¡Alice!! ¡No digas eso ni en broma! — Riñó, y se arrepintió en el acto, trotando un poco hacia ella. — ¡No iba en serio, mi amor, puedes hacer bromas, te amo! — Ay, por Merlín. Como a Alice le pasara algo, además de lidiar con la pérdida de su vida entera, encima tendría que soportar el escarnio de lo ridículo de las formas. Y de haberlo provocado él.

Los vio perderse en el horizonte y frunció los labios, cruzado de brazos esperando verles llegar cuando ni siquiera se habían perdido todavía de la vista. — Bueno, nos toca aguantar drama del prefecto ahora. — Vaya ideítas tienes tú también. — Le lanzó a Sean, hostil, pero solo se rieron de él. — Yo voy a partir una lanza en favor de mi primo. — Se adelantó Aaron, envalentonado. Le pasó un brazo por los hombros y, mientras Marcus intentaba mantener tanto la pose como la indiferencia a los comentarios, le oyó decir. — Si se asusta, tiene derecho. Y si se viene arriba, también. — Arqueó una ceja interiormente, pero por fuera se mantuvo como estaba. No sabía por dónde iba a salir aquello. — Porque este hombre se ha cruzado un océano por esa chica a la que acabáis de mandar con Bradley en mitad de la noche y se ha enfrentado a unos verdaderos hijos de puta. Pesadillas os provocarían. No lo podéis ni imaginar. — Marcus le miró con los ojos entornados. No sé a qué viene esto y te lo agradezco pero para, que me vas a hacer llorar. — Pues también tienes derecho a llorar. — Rodó los ojos descaradamente. Sutil, gracias.

Se había rebajado la risa del entorno, y cuando se quiso dar cuenta, todos le estaban rodeando como lechuzas hambrientas de información y empezó a recibir un bombardeo de preguntas. — ¿Qué os hizo esa gente? — ¿Por qué querían a Dylan? — ¿Y cómo está Alice? Parece que bien, pero igual no tan bien, y no nos atrevemos a preguntarle... — ¿Os amenazaron? — ¿Les llegasteis a ver? — ¿Y qué hicisteis para...? — ¡¡¡BUENO A VER!!! ¡¿Qué es esto?! — Ethan entró en el grupo espantándoles a todos como si fueran moscardones. — ¿¿En qué idioma tengo que deciros que nada de dramas?? ¿Qué hacemos que no nos estamos burlando de Bradley y Gallia? — No es como que merezca mucho la pena la burla si no están para verla. — Dijo con naturalidad Oly, lo que provocó un profundo suspiro desde lo más hondo del pecho de Ethan. — Haced lo que queráis. Yo intentando levantar el humor... — Ethan tiene razón. — Dijo Marcus, y todos (el aludido incluido) le miraron extrañados. — Ha montado una gran fiesta por nosotros. Eso... es pasado. Vamos a pasarlo bien. — Y se forzó en sonreír. Algunos se contentaron y reanudaron risas y comentarios. Otros le miraban con los ojos entornados, sabiendo que intentaba huir del tema. Atajó. — Hagamos tres equipos: los que piensen que va a volver Alice sola porque habrá matado a Bradley en algún momento, los que piensen que no van a cumplir con los criterios que se les han puesto por la primera excusa que se les ocurra, y los que piensen que vamos a tener que salir a buscarles en algún momento. — Se oyeron varias carcajadas y todos empezaron a hacer como que se agrupaban y debatían. Miró a Aaron y pensó gracias, sonriendo levemente. El otro se encogió de hombros.

— ¡Ahí llegan! — Joer, macho, qué vista. ¿Eres guardián o buscador? — Rio Sean cuando Andrew señaló el horizonte. Lo que el primero había visto, los demás tardaron por lo menos un minuto entero en divisarlo. Sí que tenía la vista entrenada. Marcus respiró con alivio (se había escondido tras las apuestas tontas pero estaba tenso de verdad) y empezaron a recibirles con vítores. Para su pánico (menos mal que, para cuando se dio cuenta, ya estaban casi aterrizando) Peter no tenía las manos ni en el palo de la escoba, la debía estar dirigiendo meramente con las piernas, porque tenía los brazos llenos de cosas. — ¿Pero qué? — ¡¡MI POPPY!! ¡TE TRAIGO REGALOS PARA TI!! — La chica soltó un gritito y salió corriendo a subirse encima de Peter, el cual ni se había bajado de la escoba aún (Alice sí, debía tener muchas ganas de hacerlo), y también sobre todo lo que había traído. Marcus, entre risas, se acercó a su novia. — ¿Qué tal la travesía, mi amor? —

 

ALICE

Si la ida había sido violentilla, la vuelta fue para olvidarla. Peter se empeñó en llevarlo absolutamente todo encima, y Alice no se iba a quejar de no llevar nada, porque iba agarrada al chico como si le fuera la vida en ello. Ahora, como el muy inconsciente iba dirigiendo con las piernas, el viaje estaba siendo mucho más movido, y encima iban en contra del viento, así que les pegaba más fuerte, y Alice era la mayor amante del viento, pero no de despeinarse y comerse hojas y plumas, ni de temer a caerse de ciento cincuenta metros de altura. Para colmo, atravesar las nubes y la neblina le dejaban un rocío sobre la piel y el pelo que, repetidos unas cuantas veces, empezaban a calarle.

Cuando por fin vio la finca de los McKinley respiró tranquila, y empezó a preguntarse por la pinta que traía. Y nada más llegar, su prima se lo confirmó, tapándose la boca nada más verla. — Sacre bleu! ¿Pero dónde os habéis metido, chiquilla? — Ella suspiró, agradecida de que casi todo el mundo estuviera pendiente de Peter y Poppy. — Arréglame un poco, anda. — Le pidió a Jackie, que le echó un hechizo secador y otro para arreglarle el pelo y el maquillaje. Mientras estaba en arreglos técnicos, su Marcus se acercó a ella. — Hola, mi amor. — Se señaló de arriba abajo. — Viva, solo ligeramente perjudicada. — Salió de los hechizos y se recolocó un poco la ropa y el pelo recién secos. — Hemos estado en un sitio que a ti te trae muy buenos recuerdos. — Ladeó una sonrisa y pasó por delante de su novio, acercándose a la pareja protagonista. — ¿Se te ocurre algún sitio que tenga cosas tan distintas y esté abierto a estas horas? — ¿Habéis estado en un chino? — Preguntó Darren abriendo mucho los ojos, mientras todos iban entrando. — ¡YA TE DIGO, TÍO! O sea, voy a organizar una excursión a ese sitio, te lo juro. Mira, mira, te he traído un pajarito que si le haces así se pone a dar saltitos solo, mira. — Y todos miraron, aprobando. Sorprendidos no estaban exactamente, eran magos, pero no dejaba de llamarles la atención que los muggles pudieran hacerlo. — Y he traído el tejón de peluche, y el zorrito. — Hombre, cómo no. — Dijo Ethan dando una palmada.

Pero una vez dentro, Aaron, el Gryffindor, cómo no, la señaló. — Pero alguien ha hecho trampas… porque esto sí que está comprado. — Alice levantó el mentón. — No exactamente. Peter ha pagado con galeones, y yo les he echado un hechizo disfrazador para que el señor no se diera cuenta de que era mágico… — Ah, así que como habéis robado a un pobre señor chino esto está bien. — Dijo Theo con una ceja alzada. — No, porque en los bancos hay magos que saben identificar esas cosas. — No lo dijo todo lo segura que quería, y encima la carcajada de Jackie no fue nada halagüeña. — Eso es cosa de la tata. — ¡Oye! Invito a cualquiera a que se suba con Bradley y arregle el entuerto. — Dijo haciendo un gesto con la mano muy amplio e inclinándose un poco. — Yo de mientras, ¿será que estoy exenta de retitos y verdades dada la dificultad de la tarea que aleatoriamente se me ha concedido? — Ethan rio y la señaló. — Si es que hay que quererles porque ni se escuchan pero aun así piensan lo mismo. — Lo tomaré como un sí del anfitrión. — Tiró de una de las mantas de pelito que había por ahí y dijo. — Me retiro con mi novio. — Ethan se mordió el labio y negó con la cabeza. — Pecadora como la que más. Esa es mi putón. — Y ella tiró de Marcus hacia fuera de nuevo, hacia el porche donde antes había visto unas tumbonas de forja.

Se sentó e hizo que Marcus se tumbara entre sus piernas, apoyando la espalda en su pecho. — Ya nos han separado bastante tiempo. — Y rodeó a ambos con la manta. — Quería estar así, solos, bajo las estrellas y enseñarte una chorradita que te he traído. — Se abrió la chaqueta y sacó los dos libritos, hechos del peor papel que había visto nunca, y un boli como los de su madre. — Un día en Nueva York, vi que Monica tenía de estos, le pregunté y me contó lo que eran. Es un juego muggle, se llama sudoku, y es para gente que tiene muy buena cabeza para los números y deducción lógica. — Dejó un beso en sus rizos y se dedicó a acariciarlos con dulzura. — Siento como si… los últimos meses solo hubiéramos… cumplido con nuestro deber. Permanentemente. — Rio un poco. — Al volver a aquel chino, me he acordado de cuando compramos… un montón de cosas inútiles allí. Un teléfono de mentira, un molinillo… Y he pensado que podríamos tener algo aunque fuera que no sea relacionado con la licencia, con cumplir con la familia… Solo con… escaparnos, como siempre, y hacer cosas juntos. — Y con una sonrisa, y sin moverse de la posición, se puso a explicarle cómo se hacía, riéndose, en voz baja, como les gustaba hacer a ellos.

 

MARCUS

— ¡Vale, vale! ¡Atentos a este! — Oly se puso a cuatro patas, se colocó el brazo a la altura de la nariz y empezó a moverlo como si tuviera una trompa mientras chillaba. — PPPRRRRIIIIIII. PPPPPRRRIIIII. — ¡¡Un erumpent!! — ¡Los erumpents no hacen pri! — ¡Pero tienen trompa! — Técnicamente, es un morro grande, no una trompa. — PPPPRRRIIIIIIII. — Intensificó Oly, y mientras unos debatían de qué criatura fantástica se trataba, otros estaban rodando de la risa por los colchones. Después de un ratito disfrutando con su novia y su nuevo pasatiempo favorito (le había ENCANTADO aquello, combinaba genialidad, sencillez y originalidad, y estaba deseando enseñárselo a su padre), volvieron dentro, terminaron los retos y decidieron que era el momento de juntar las camas. Poppy y Peter no dejaban de lanzarse miraditas, confesándose en silencio que ninguno de los dos había olvidado su premio, pero que no querían perderse aquello. Y, desde luego, merecía la pena no perdérselo.

Sería incapaz de decir cómo habían llegado hasta aquel juego, pero después de muchas risas (y puede que algún que otro licorcito de pecadores de Ethan), estaban todos tirados en los colchones jugando a adivinar el animal mágico con mímica. Oly ya llevaba varias representaciones y no había quien diera una con ella. Eso sí, estaban muertos de risa. Marcus seguía con el cuadernillo en la mano, el cual miraba de tanto en cuando y algún numerillo caía, pero le dolía el estómago de reírse. Y, por supuesto, se había decantado por la opción de adivinar y dejaba a los más creativos y desvergonzados la parte de la imitación. — ¡¡¡PPPPRRRIIIIIII!!! — ¡¿Pero qué es eso, Oly?! — ¡¡¡PPPPPPPPPPPPRRRRRRRRRRRRRIIIIIIIIIIII!!! — ¡¡¡Que no por que lo digas más alto tiene más sentido!!! — ¡¡Alice!! ¡¡Era un seis!! — Dijo Marcus de repente, emocionadísimo y contento como un niño, dando un salto para ponerse de rodillas en el colchón y enseñarle el cuadernillo de sudokus. — ¿Ves? No puede ser un cuatro porque, si no, en la esquina se repetiría, así que tiene que ser un seis, y al ponerlo aquí, entonces ya en este otro sitio... — ¡Tío, deja eso! — Le señaló Sean con una mano. — ¡Te has hecho más de medio cuadernillo ya! — ¡Es que es estimulante! — Expresó, con los ojos muy abiertos. Pareciera que se hubiera comido una de las setitas de Oly. — Y Alice dice que tienen un montón. Y son baratos, puedo comprar más. — Claro, si los roba... — He batido mi récord con este, mi amor. — Se volvió a su novia, ignorando los comentarios y haciéndole un guiñito, aunque había sonado más a niño contento que a erudito seductor. — ¡Bueno! ¿Estamos en el juego común, sí o no? — Yo puedo estar perfectamente en las dos cosas a la vez. — Lo dudo, porque esta no deja de hacer PRI y si no estás atento no vamos a abandonar este bucle en la vida. — Si quieres, puedo ver si hay más por internet. — Ofreció Darren, mirando por encima de su hombro. — Que a la velocidad que vas, te vas a arruinar. — ¿Los tienen más baratos allí? — Oyó las risitas de los hijos de muggles. Puso cara de aburrimiento y confesó, monocorde y sarcástico. — Perdón. No sé qué es un internet. — Como buen caballero medieval. — Le dijo Darren con cariño, acariciándole los rizos. Marcus chistó, apartándose. — Si me vas a hacer un favor, que no sea a costa de burlas. — Vaaaaaaaale. Le quita el encanto de sentir el papel en las manos, pero... — He dicho sin burlas. — Se pueden conseguir infinitos ejemplares. — Marcus alzó una ceja, interesado y reticente al mismo tiempo. — Mi padre discreparía con eso de las infinitas combinaciones en un espectro numérico limitado... pero lo podemos intentar. — Vamos, que lo tenía compradísimo con lo de los sudokus infinitos.

— ¡¡Era un erkling!! — Confesó Oly, bajando los hombros con frustración y apenada. — ¿En qué era eso un erkling? — Preguntó muy lentamente Theo, gestos calmados de las manos incluidos, cuya frustración claramente relacionada no solo con su matrícula de honor en Cuidado de Criaturas Mágicas sino con haber aguantado a Oly de compañera en la asignatura, con todo lo que eso conllevaba, le tenía más tenso de lo que Marcus le hubiera visto nunca. La chica le miró indignada. — ¡¡El piquito de la nariz!! — ¡Es rígido! — Bueno pero es que con el movimiento... — ¿Y por qué estabas a cuatro patas? ¡Caminan sobre dos! — ¡Es que estaba en posición de ataque! — Se agarró un mechón de cabello y añadió. — ¡¡Y me he puesto el pelo verde!! — Oly. — Detuvo Theo, aunando toda la paciencia que le quedaba, que no debía ser mucha. Todos estaban conteniendo el estallido en carcajadas. — Tu pelo. Cambia de calor. COOOONSTANTEMENTE. — Ya no pudieron más, estaban rodando y retorcidos de la risa por ahí. Oly hizo un pucherito. — No me entendéis... —

 

ALICE

Estaba teniendo recuerdos muy fuertes de su padre haciendo el asno egipcio aquella Navidad en su casa. Y se había reído un rato largo, pero ahora quería intentar ayudar a la pobre Oly, que estaba muy desesperada gritando PRIIIIIII muy alto y nadie parecía tener ni una pista. Tan alto que quizá el chino de Guildford podría enterarse de que Oly era una criatura que hacía PRIIIII. Pero no cambiaría nada en el mundo por eso. Todos juntos, muertos de risa, haciendo tonterías, imitando animales, cuando allí solo dos personas tenían idea de eso, pero no había nada que el licorcito de pecadores que les había dado Ethan para rematar la noche no pudiera conseguir. Lo que él no sabía es que se estaba perdiendo lo mejor de la noche, y lo tenían gracias a la idea de Oly, así que más le valía concentrarse en lo que quería decir. Pero su novio estaba en otra parte, y le hacía partícipe de todos y cada uno de los números que iba resolviendo. Ella le sonrió y acarició su mejilla. — Ya sabía yo que era buena idea traerte los sudokus. — Bueno, buena idea… Habría que reevaluar el concepto. — Protestó Sean, que como hijo de magizoólogos se veía ofendido en sus conocimientos por no identificar a Oly. Frunció el ceño a lo de internet y, viendo que su novio tampoco sabía lo que era, se inclinó a Jackie y le dijo. — Theo me dijo eso una vez, ¿tú sabes lo que es internet? Me dijo que era difícil de explicar. — Jackie hizo una U con los labios. — Qué va. Pero tienen ilimitados de la cosa esa, yo de ti me preocuparía. — Pero ella rio. Si a nadie le hacía más ilusión que ella ver a Marcus enganchado a algo, así era como más se expresaba, más sacaba su felicidad.

Los que no parecían muy contentos eran Oly y Theo, la primera porque no se lo hubieran adivinado, y el segundo porque, creía Alice, acumulaba bastante desesperación de años previos, aunque ya no se cortaba de partirse de risa, porque su amiga lo veía clarísimo y el pobre Theo era muy gracioso alcanzando ese punto. — Cómo habrán sido las clases con Kowalsky para que Theo Matthews, patrón de la paciencia, pierda los estribos, de esa forma que los pierde él, claro. — Le susurró a su novio entre risas. Mientras, Theo aún se recuperaba de la experiencia de analizar a Oly. — Jackie, ma chérie, sal tú, por favor, ya que nadie ha adivinado. — ¿Yo, chérie? — VENGA, CHÉRIE. — Azuzó Oly, aún ofendida. — A ver si por tener conexión sexual contigo sí que te lo adivina. Y mira que antes me ha ofrecido la naturaleza y un montón de cosas, pero para escucharme y percibirme no lo ve tan claro. — Kyla, que estaba al lado de la chica y un poquito desinhibida de más, la cogió de la cara y le dio un besito en la mejilla. — Ya está, mi amor, si es que tú sientes tanto las auras de los animales que nadie más es capaz de verlo. — Ya lo sé… — Contestó la otra, aún enfurruñada.

Así pues, Jackie salió y echó el hechizo de aleatoriedad al libro de Newt Scamander, y miró muy de cerca la página, hasta que dijo. — ¡Ya sé! — Se soltó el pelo y se lo puso muy encima de la cara y acto seguido, se echó al suelo a cuatro patas, para luego hacer un movimiento continuo con los brazos. Y ahí lo vio claro. — ¡Es un kelpie! — Saltó ella. — Joe, qué ojo Alice, y no has dado ni un año de Cuidados. — Dijo Andrew. — Es que me gustan mucho los kelpies. Son como los thestrals, pero sin trauma de por medio y de agüita. — Ella siempre a lo que menos peligroso y espeluznante puede ser. — Dijo Hillary entornando los ojos. — Para picarte tanto con mi novio, a veces la que suena igual que él eres tú. — Le respondió con retintín, antes de levantarse para hacer ella los animales, por haber sido la que había acertado. A ver si le tocaba uno fácil y podía adivinarlo su novio, aunque lo veía demasiado concentrado en los sudokus, valiente idea había tenido.

El libro de Scamander le reveló la página y no pudo evitar sonreír. A ver, este quizá hasta Marcus podría sacarlo. Se hizo una bolita sobre sí misma y se impulsó con los pies para saltar hasta Darren, cayendo a plomo, un poco encima de él, en el colchón. — ¡AY GAL! ¡Qué susto! ¿Qué quieres? — Dijo entre risas. Ella como toda respuesta, subió los ojillos, mirándole muy fijamente, sin deshacer la bolita. Venga, está tirado, por Merlín, que este ruido, lo que se dice ruido, no hace, por eso se pierde constantemente. Pero nada, la gente muerta de risa por la situación, pero nada de la criaturita.

 

MARCUS

Alice se lo había dicho en susurros, pero él no había disimulado nada la risa. — Ciertamente, yo no me querría ver allí. — Comentó, riendo. Si Oly era capaz de convertir en un caos la clase de Historia del señor Ferguson, lo cual era tarea casi imposible, no se la quería imaginar junto a, ni más ni menos, Peter, Poppy, Theo, Darren y otros tantos en Cuidado de Criaturas Mágicas con Kowalsky a la cabeza. Le daban palpitaciones solo de imaginárselo.

El momento chéries definitivamente le hizo soltar el sudoku y rodar por ahí, y tener que rodar de nuevo para recuperarlo antes de que alguien se lo robara (Sean estuvo a punto, se inició un amago de forcejeo que ninguno de los dos se veía capacitado de convertir en contienda física por lo que se detuvo rápido). Ni tiempo le dio a ver la actuación de Jackie cuando Alice ya estaba acertando. Abrió mucho los ojos y la boca. — No me extraña que lo reconozca tan rápido. Lo tuyo es obsesión con los bichos marinos. — ¿No era con los pájaros? — Preguntó Andrew, divertido. Hillary alzó una mano. — Por favor, no le hagas rememorar su epopeya de cómo la salvó el primer día de curso de ser engullida por la gente del agua del Lago Negro. — Rieron todos y Alice se puso en disposición de imitación.

Fue tanto lo que se reía que acabó rodando por el colchón hasta el suelo, porque lo vio clarísimo nada más empezar. De hecho, no dio opción a nadie a responder. — ¡¡MUFFIN!! — Darren le miró con confusión y empezó a poner expresión de caer, pero Marcus no le dio el tiempo necesario para adelantarse. — ¡¡UN PUFFSKEIN!! — ¡UN PUFF...! ¡JO, NO VALE, ESA ERA PARA MÍ! — Y más se reía y rodaba por ahí, y los demás igual, hasta conseguir arrastrarse hasta Alice y achucharla, aún en modo bola. Se lanzó encima. — Mi bolita adorable. Este muffin me lo como yo. — Como todos. — Saltó alguien, ni sabía quién, porque de verdad que le iba a dar algo de reírse. Ya estaban en un punto en el que ni pensaban.

— Te toca, erudito. — Negó con un dedo, pero como no podía hablar, solo reír, todos le presionaron. Consiguió respirar hondo y aclararse la garganta, llorando lágrimas de risa, y se puso de rodillas en el colchón, muy erguido y con las manos plácidamente apoyadas en las piernas. Cuando recuperó la compostura (lo que pudo, al menos), comenzó. — Oro parece, plata no es... — ¡El cabrón no tiene otra cosa que hacer que una esfinge, para matarlo! — Saltó Sean, y ya se cayó directamente hacia el lado, doblado de la risa. Hillary, también llorando entre carcajadas, le lanzó uno de los cuadernillos. — ¡Vuelve a tus sudokus! — ¡Encima que pongo un acertijo a la altura de lo máximo que podríamos conseguir acertar esta noche! — De verdad que le iba a dar algo de reírse, ya no sabía ni qué postura tenía ni en qué colchón estaba. Qué falta les hacía algo así.

 

ALICE

Al grito de su novio, se sonrió por dentro, pero aún no se reveló porque quería que Marcus ganara al menos eso. Y a lo justo, porque al menos Darren pareció pillarlo justo después, y no le dio tiempo a decirlo. Tampoco le dio tiempo a ella a deshacerse antes de que Marcus la rodeara con los brazos, haciéndola reír, sacando los brazos para achucharle de vuelta y dejando muchos besos en su mejilla y su mentón. Ah, sí, eso era vida, desde luego. — Yo duro más que un muffin y puedes repetir siempre que quieras. — Dijo en su oído sugerente, porque no podía desaprovechar la oportunidad.

Volvió a donde estaban sentados antes, mientras dejaba a su novio hacer el animal, aunque ella ya sabía lo que iba a hacer, Marcus no se la jugaría con ninguna otra criatura. Le miró con la sonrisa ladeada y se dispuso a decir una de esas sobradas que a él le encantaban a los demás les desesperaba. — ¿Qué criatura iba a escoger él sino una que te desafía intelectualmente? — Pedorreta de Hillary, por supuesto, pero ella estiró las manos hacia Marcus y tiró de él hacia su colchón, muerta de risa porque razón no le faltaba, estaban todos especialmente torpes, pero porque no paraban de reírse y burlarse entre ellos. — A ver, le toca a monsieur Hastings, a ver qué tal se le da. — Dijo ella con retintín, mientras se asentaba apoyando la espalda en el pecho de su novio.

Pues monsieur Hastings parecía muy seguro de lo que iba a hacer, empezando por un movimiento serpenteante quizá un poco exagerado y en exceso sugerente. — ¡Un basilisco! — Saltó Theo enseguida, pero Sean negó. Hillary tenía el ceño muy fruncido, porque había cosas mágicas con las que se perdía mucho, y las criaturas era una de ellas. Y entonces empezó Sean a hacer gestos en torno a su cabeza, para confusión de todos, pero Kyla también parecía interesada. — ¿Serpiente cornuda? — Sean empezaba a desesperarse, y volvió a hacer el gesto y puso un nueve con los dedos. — ¡Una hidra! ¡Las cabezas! — ¡Gracias! Vaya con el señor matrícula de honor. — Sois malísimos con las criaturas, os lo digo. — Dijo el aludido, acurrucándose con Jackie. — O tú estás muy chérie últimamente y no te enteras, Matthews. — ¡Venga! Que salga Darren. — Azuzó Theo. — Que ese lo saco fijo, nosotros nos entendemos. —

Alice no pudo reprimir un bostezo y se echó un poco más sobre Marcus. — Yo me estoy durmiendo. — Y, sin vérselo venir, recibió un almohadazo. — ¡Pero a ver! — ¡Aquí no se duerme nadie! — Eso la había activado, sin duda, así que alargó la mano y le dio otro almohadazo a Hillary. — ¡Eso es delito, letrada! ¡Agresión! ¡Agresión muy fuerte! — Dijo abalanzándose sobre ella. — ¡Ay, qué guay! — Dijo Oly, tirándose encima de las dos inmediatamente. Alice le picó las costillas para hacerle cosquillas y quitársela de encima, pero la chica solo se sacudió y se rio. — ¡Oye, que me vais a aplastar a la novia! — Se quejó Sean, alargando la mano para sacar a Hillary de la montaña humana. — ¡Kyla! ¡Haz algo con la tuya! — Pidió ella, pero la chica se cruzó de brazos. — La veo muy contenta ahí. — ¡Amor! ¡Socorro! — Llamó a la desesperada a Marcus. — Ahora que me iba a tocar uno al que iba a entender... — Se quejó Theo en bajito, pero Jackie se rio y salió corriendo a hacerle cosquillas a Hillary. — ¡Pero tú también no....! — Se quejó el chico, pero tarde, ya eran un buen lío ahí. — Dame uno de los sudokus... — Concluyó rindiéndose. — Que lo resuelvo con Darren, que es el único que me sigue los juegos. —

 

MARCUS

Se puso a admirar el maravilloso espectáculo de Sean pareciendo una lombriz de tierra gigante, lo cual fue a decir solo por picarle, pero las carcajadas no le dejaban. Aunque estaba retrasándose tanto el resultado que pudo aportar su parte. — ¡¡Un occamy!! — Sean le miró con cara de circunstancias, por lo que intuyó que no, que no era un occamy. La respuesta le hizo alzar los brazos y dejarlos caer diciendo. — Aaaaaaaah claro, las cabezas. — Volvió a recibir una mirada de obviedad de su amigo, pero estaba demasiado ocupado en morirse de risa.

Recogió a Alice en sus brazos, y fue a soltar una melosidad de las suyas ante su comentario cuando fue agredida por un almohadazo. Se llevó las manos a la boca, con los ojos muy abiertos... y se partió de risa. — Vaya, alguien no es ya tan caballero medieval. — Pinchó Kyla con una sonrisilla. Le costaba hasta respirar, limpiándose las lágrimas, y achuchó a su novia de nuevo. — Perdona, mi amor. Es que ha sido muy gracioso. — Y la pobre se había quedado como un gato despeinado. De verdad que no podía parar, ¿qué le había echado Ethan en la bebida? O quizás era el propio cansancio que le hacía reír como loco. Ahora que tomaba conciencia, sí que estaba cansado él también.

Tampoco hacía mucha falta su disculpa, porque las chicas se enzarzaron en una guerra de almohadas. Jadeando y con dolor en las costillas por las risas, porque el comentario de Theo le había hecho hasta perder las fuerzas en el colchón, se arrastró hasta Alice. — ¡Voy a por ti, cariño mío! — Afirmó, sonando poco convincente no solo por las carcajadas, sino porque no tenía ninguna fuerza. Apenas le estaba dando las manos y derretido de la risa en el colchón, sin esfuerzo ninguno por sacarla de allí. — ¡Mira! ¿Hiena cuenta como criatura mágica? — No podía más, le iba a dar algo de reírse, ya lo que le faltaba era Aaron con su tontería. — ¡No no, yo de eso no, ya hago uno! — Saltó Darren ante la amenaza de Theo de hacer un sudoku, y cuando atinó a verlo estaba moviéndose a los lados, acuclillado con los pies en direcciones contrarias, haciendo pinzas con las manos y un ruido que pretendía sonar como un incendio con la boca, y ya sí que temió que le diera algo de risa de verdad. Se dejó caer boca arriba, con las carcajadas de todo el grupo absolutamente descontroladas, oyendo a Andrew decir. — No sé ¿eh? No lo termino de ver claro. — No había llorado de la risa en su vida como en ese momento. La frustración de Darren, después de mucho alargarles innecesariamente la imitación fingiendo que ninguno sabía lo que era aun estando clarísimo, diciendo. — ¡Era un cangrejo de fuego! — Ya les quitó las fuerzas que les quedaban para seguir imitando.

— Esto tiene que acabar aquí. Acabando en alto. — Dijo Sean muerto de risa, pero entonces Andrew dijo. — ¡Eh! Aún puede mejorarlo Brad... ¿Dónde está Peter? — Miraron todos a su alrededor. Más se rieron. — Me da que se ha ido a que Poppy le haga una imitación de zorrita. — ¡¡TÍO!! — Le gritaron a Ethan, pero a quién iban a engañar, estaban todos desternillados. Pasaron un buen rato más riéndose hasta que, poco a poco, fueron hallando todos su lugar en aquel caos de almohadas, colchones y mantas. Lo de apagar las luces no es como que fuese indicativo, al parecer, de echarse a dormir. Llegó un punto en que no estaba muy seguro de dónde tenía ni la cabeza ni los pies, ni quiénes compartían lado o colchón con él. De lo que tenía total seguridad era de estar abrazado a Alice, como no podía ser de otra forma. — Eh. Muffincillo. — Le picó la mejilla, un poco a ciegas en la oscuridad, y sonrió, aunque no pudiera verle. — Ha sido una gran idea venir. Esto nos va a dar mucha fuerza. —

 

ALICE

(28 de septiembre de 2002)

Alice siempre había sido de poco dormir, y a pesar de que la noche anterior había sido movidita, se despertó y necesitó disfrutar del silencio, de la calma del campo. Menuda cabañita la de los McKinley, allí se respiraba una paz, y ese aroma a vegetación y tierra mojada… Siempre le gustó el otoño y, aunque prefería las mañanas de luz anaranjada y brisa suave, esa niebla y esa humedad parecían ir con el lugar. La casa tenía una enorme balaustrada que daba a un jardín perfectamente recortado y medido, lleno de caminos y flores en parterres cuadrados que Alice y Janet odiaban, pero a los lados, peleando siempre por dejar claro su lugar, estaban los árboles del bosque, y a lo lejos, se podían adivinar grandes masas vegetales, incluso lo que debían ser las nueve colinas de Surrey.

Se sentó en una de las sillas forjadas que había allí y se envolvió en su chaqueta de lana. Agradecía infinitamente esa paz, ese entorno aislado, ese olor a naturaleza. Alice amaba la costa de Saint-Tropez y la playa, pero ahora todo eso le traía unos recuerdos pertubadores, y aquel campo, la humedad, la neblina mañanera y aquel silencio tan especial… Ah, sin duda eran otra cosa. A los Gallia tendía a oprimirles el silencio, pero después de tantas semanas de enorme ciudad, familia ruidosa, apuntes de alquimia… Oh, aquello era de agradecer. Casi podía simplemente cerrar los ojos y… — Si quieres dormir, yo diría que las camas son mejores. — Abrió los ojos y miró con una sonrisa a Hillary. — ¿Qué haces despierta? — Su amiga se encogió de hombros y se sentó en la silla de al lado. — Soy muy especialita, tía, una sala llena de gente durmiendo me desconcentra para dormir, los dos primeros años en Hogwarts lo pasé fatal. — Alice se rio. — Te hubieras vuelto loca durmiendo en el desván de La Provenza con nosotros. — Y ambas rieron. — ¿Habrá una cocina aquí donde nos podamos hacer un café calentito y consigamos algo de desayunar? — Alice alzó las cejas y sonrió. — La señora McKinley probablemente se preguntará lo mismo. — Y les dio la risa tonta a las dos acto seguido, y encima solo se lo retroalimentaban más. — Es que imagínate a Eunice y la madre todas perdidas, ya no te digo transmutando el café, te digo solo encendiendo el fuego. — Pues espérate que les explicáramos lo que es un tostador muggle. — Y más risas. — ¿Tú te acuerdas la primera mañana en Gales el susto que te pegaste con el tostador? — Si es que casi salgo volando. — Y Alice siguió riéndose muy fuerte, pero Hillary parecía haber parado, y entre las risas, le pareció oír un suspiro. — Anda, vamos a buscar esa cocina. —

Vaya que si había cocina. Enorme y reluciente, tenía hasta uno de esos fuegos con una campana enorme encima, y había literalmente cualquier cacharro que a una se le pudiera ocurrir, y en breves estaban preparando tostadas, huevos revueltos y habían encontrado unas mermeladas premium que debían valer un ojo de la cara, pero que Alice no se sentía ni mínimamente mal usando. — Hay bacon para cuando se levanten los chicos. Te digo yo que a Marcus con esto no le vale. — Hillary rio, pero Alice la había visto un poco desinflada después del ataque de risa. — Esto es precioso, la verdad que mi madre siempre decía que no hay que tener envidia a los ricos, y yo estoy de acuerdo la mayor parte de las veces, pero una casa así… Me encanta la paz de este sitio. — Dijo antes de comerse un cachito de tostada. Hillary ladeó la cabeza a ambos lados. — Pues sí… Pero bueno… Tú ahora eres bastante rica y… vas a tener todo esto en Irlanda… Tooooda la tranquilidad del mundo. — Respondió, con la mirada perdida, mientras se llevaba el café a los labios. Alice dejó salir un suspiro y miró a su amiga. — ¿Estás enfadada conmigo porque no te he contado lo de Irlanda y lo del dinero? — La chica la miró y negó con la cabeza. — No… Si es un tema muy delicado, y no hemos podido vernos… Y tu primo es un bocachancla y te dejó un poco vendida, tú deberías poder contar eso cuando quisieras. — Alice asintió y se apartó el pelo de la cara antes de beber café. — Bueno, pero no he sido la mejor amiga del mundo. No te cuento esto, no tenía ni idea de lo de Kyla y su familia y todo el rechazo del Ministerio… En fin. — Hillary negó y le tendió la mano. — No, cariño. No se puede ser Wonder Woman en la vida. — ¿Qué es Wonder Woman? — Una superheroína, tiene poderes. Y no poderes en plan mago, tiene un montón de poderes que no te imaginarías, para salvar el mundo… Pero ese tipo de poderes no existe, Alice. — Apretó su mano. — No, no te culpo por no contarlo, y no estoy enfadada contigo… Supongo que lo que estoy es… asustada. — Ella frunció el ceño sin comprender. — Ahora, después de todos estos años burlándome de Marcus, por fin entiendo… ese miedo que sentía de que salieras volando. —

Alice se levantó de su sitio y se acercó a Hillary. — ¡Pero Hills! Yo no… — Alice, te conozco, y ya estás fuera de aquí, aunque anoche estuvieras a tope y riéndote. Vives en una cuenta atrás para irte. — No podía negarlo tampoco. Dejó salir el aire y parpadeó. — Pero tú siempre vas a ser mi mejor amiga, parte fundamental de mi vida, vaya donde vaya. — Hillary ladeó la cabeza, con la voz tomada. — Pero yo no puedo seguirte allá donde vayas, no soy Marcus… Soy otro espino, me quedo en mi Ministerio, mi mundo, mi… — Suspiró. — Sé que suena egoísta que te cagas. — Noooo. No, cariño. Ay. — La abrazó y la estrechó contra ella. — Soy yo la que está pensando solo en sí misma. Es que han sido semanas de taaaaanto ruido, de pena incesante, y… — Los ojos se le inundaron. — Los agentes del Ministerio fueron a mi casa, Hills, a esa casa. Cada vez que me asomo a la maldita ventana pienso en aquel día… Yo estaba asomada a la ventana, y él estaba jugando abajo y… de un momento a otro… — El sollozo salió sin poder evitarlo y seguía abrazada a Hillary. — No puedo olvidarlo… Simplemente no puedo. Y cada vez que veo a mi padre… veo a ese hombre que se quedó quieto y callado… mirando a la nada… — Se separó de su amiga y la miró, limpiándose la cara. — Desde entonces me sacaron de allí, Marcus me llevó a casa de los O’Donnell, y no volví… más que para llevarme algunas cosas que necesitaba y… — Negó con la cabeza. — No puedo ni mirar a Arnold y Emma a la cara, por todo lo que han hecho por nosotros y que nunca voy a poder reparar. — Hillary la estrechó contra ella. — Pero no tienes nada que reparar. — Ay, Hills, mírame y dime que tú no te sentirías en deuda, que no podrías evitar que se te cayera la cara de vergüenza si tus suegros tuvieran que hacer tantos sacrificios por ti… — Tragó saliva. — Ya me siento bastante mal por llevarme a Marcus, pero al menos eso lo propusieron Larry y Molly, y ellos quieren volver a Irlanda… — Su amiga asintió, acariciándole el brazo. — Si tienes razón, Gal… Si yo te entiendo. Es que… — Sonrió con tristeza y acarició su brazo. — Eres un pajarito, parece que siempre te vas a querer ir. Y Marcus se irá contigo, allá donde vayas. — Ella negó y sonrió. — No lejos de ti. Nunca lejos de ti, ni de Sean. Nosotros cuatro vamos a ser amigos siempre. Absolutamente siempre. — Sonrió a su amiga. — Y algún día, todo esto será una minucia en la historia de nuestras vidas, y vamos a estar tomándonos un café como este delante del Ministerio y vamos a decir… aquí estamos, todos estos años después, juntas, triunfando. Y nadie se ha ido del lado de nadie. — Y simplemente se miraron, sonrientes, mientras terminaban el desayuno, y volvían a hablar de aquel verano en Gales, y de que deberían repetir, pero con los chicos, y darles sustos con los tostadores y… simplemente querían sentir que volvían a ser dos chicas jóvenes haciendo planes juntas.

Notes:

¡Por fin una celebración en condiciones! ¿Os esperabais este regreso? Nos venía haciendo falta una buena fiesta. ¿Qué os ha gustado más de esta reunión? ¿Echabais de menos a nuestros chicos de Hogwarts? Fue una alegría para nosotras poder recuperarlos a todos y hacer un capítulo de reunión antes de empezar la andadura a la licencia y a Irlanda. Contadnos ¿de qué tenéis más ganas en esta segunda parte? ¡Os leemos!

Chapter Text

BAD TOPIC

(16 de octubre de 2002)

 

MARCUS

— Cualquier cosa que necesitéis, podéis hacerme llamar. — Comentó Emma distraídamente mientras se ponía los guantes. — Igualmente, tanto tu padre como yo intentaremos estar aquí para la hora de comer. Y si os entra hambre, la comida está prácticamente preparada. Solo a falta de calentarla. — Les miró. — Y tomaos descansos. Solo son las diez y media de la mañana y ya lleváis más de dos horas estudiando. — A cualquiera (Marcus el primero) podría extrañarle que su madre les dejara solos en casa con tanta ligereza. Pero el hecho era que la chica prácticamente vivía con ellos, se pasaba la mayor parte del tiempo allí; que estaban tan centrados en los estudios (y eran ellos, al fin y al cabo) que estaban bastante tranquilos de que era prácticamente su única ocupación (bueno, puede que algún momento de arrumaco tuvieran aprovechando la soledad, pero tampoco mucho, estaban ciertamente agobiados por la inminencia del examen); y que, después de lo de Nueva York, parecía hasta ridículo tener remilgos a esas alturas. Su madre, desde luego, era bastante práctica y nada dada a las ridiculeces, y había establecido que ya era absurdo andarse con tonterías y que por la cuenta que les traía no perderían el tiempo haciendo otra cosa que no fuera estudiar, y como tal se comportaba.

— Nos vemos en unas horas. — Adiós, mami. — Se despidió cariñoso, dejando un beso en su mejilla que hizo a la mujer poner una sonrisa leve. Emma le dedicó una leve caricia a Alice en la mejilla (y eso viniendo de ella era un gesto MUY cariñoso, debía estar contenta y orgullosa de ellos) y se fue. Suspiró y volvió a lo suyo. Se habían establecido en la salita de casa, convirtiéndola en una improvisada sala de estudio. De hecho, había colocado allí el armario evanescente en lugar de en su dormitorio. Un leve sonido en el mismo le hizo fruncir el ceño. Abrió y sonrió. — Ah, aquí está. — Puso el tocón de madera que transmutó Anne, el de tacto urticante, sobre la mesa. — Le dije a mi abuelo que quería analizarlo un poco... Nos puede inspirar. — Se sentó de nuevo y tomó unas notas.

— Vale... — Pensó en voz alta. — Voy a ponerme con el registro diario desde ya. Llevamos dos horas trabajando y no quiero que se me olvide nada. — Tomó el cuadernillo en el que iba apuntando, como si fuera un acta, cada trabajo diario, y escribió la fecha... Y, al hacerlo, sintió un vuelco en el corazón y miró a Alice de reojo. Esa fecha. Dieciséis de octubre. No había caído... Era el aniversario de bodas de William y Janet. Alice había llegado tempranísimo a su casa, Dylan estaba en Hogwarts... William estaría solo en casa. Completamente, además, porque por no tener, ya no tenía ni el retrato de Janet con él, seguía en casa de sus abuelos. Tragó saliva, dejó de mirar a Alice y se puso a apuntar lo que habían hecho durante el día.

Pero es que ahora no podía dejar de pensar en el tema. ¿Iba a pasar William solo todo el día? Ya de por sí le estaba costando no sacar el tema con Alice, asumir que necesitaba su tiempo con su padre. Pero ese día para él era... duro, difícil. No se lo quería ni imaginar, de ponerse en su piel se le agarraba un nudo tan fuerte en la garganta que le empujaba a querer llorar. Miró a Alice de nuevo, sutilmente, mientras apuntaba. Seguía en sus cosas. Se mojó los labios. — Mi madre tiene razón... De vez en cuando... tendríamos que despejarnos. — Estiró un poco los músculos, gruñendo levemente al hacerlo. Se notaba contracturado de pasar tantas horas en la misma postura. Volvió a su pose natural y siguió. — Ya sé que es miércoles y que tenemos un horario, pero... esta tarde, podríamos... salir de aquí. Llevamos varios días encerrados en mi casa. — Se mojó los labios de nuevo. — Podríamos... Había una pastelería cerca de tu casa ¿no? — Se encogió de hombros. — Le podemos... decir a tu padre que se venga y nos tomamos un té, y le contamos cómo vamos. No sabe nada de nosotros. —

 

ALICE

Alice apenas dijo nada, pero eso debía ser tener padres responsables. Te dejaban la comida preparada, una habitación perfectamente acondicionada para el estudio, se preocupaban por tus descansos… Lo que venían a ser unos padres. De ahí que Marcus le dijera tan cariñoso “adiós, mami” cuando Alice ni le había dirigido la palabra a su padre al salir de su casa. De hecho, ni había contado con que debería desayunar, pero, como a falta de padres tenía suegros, Arnold la estaba esperando con un café y un bol de plátano y avena. Respondió con una sonrisa sincera y, con ese cariño que da el agradecimiento de un cachorrito abandonado, le dijo a la mujer. — Que tengas buen día, Emma. Gracias por todo. — Eso era ella. Un perro callejero agradecido, pero mira, ya le daba igual.

Asintió a lo que le dijo Marcus y miró el tocón. — Es increíble, me parece TAN difícil llegar a un nivel de… visión así. — Miró por encima los papeles y negó con la cabeza. — Temo que no me venga la inspiración antes del examen, la verdad es que soy muy limitada, debí haber atendido a las clases de Transformaciones, al menos alguna idea me habría dado. — Y ahí siguió, mirando por encima los apuntes del hielo y la piedra, asimilando, tratando de coger ideas que vagaban hacia el cristal de hielo que le hizo a Marcus…

Uy. Marcus estaba muy callado. Demasiado, hasta que dejó de estarlo. En un principio alzó la ceja. — ¿Qué te ha dado ahora? Sabes que vamos pegadísimos al examen, descansamos lo que podemos descansar. — Y se iba a reír a lo de la pastelería, porque era su novio, su glotón interior superaba al grandioso alquimista, pero entonces dijo lo de su padre y Alice suspiró y dejó la pluma sobre la mesa, dejándose caer sobre el asiento. — ¿A qué viene esto ahora? — Le miró a los ojos, circunspecta. — No sabe nada, no. ¿Te ha preguntado a ti? A mí no. No está cuando me levanto, no sale cuando vuelvo. No compra nada de comer, no mantiene la casa, lo hago yo cuando llego después de estudiar, así que no, lo que me falta es encima invitarle a salir. — Se cruzó de brazos. — ¿Puedo saber a cuenta de qué viene esta idea? —

 

MARCUS

Chasqueó la lengua, con una sonrisa de lado. — Venga, no digas eso. Sabes que la inspiración llega sin avisar, y que no podemos forzarla... Ahora estamos estableciendo las bases. Llegará. — Ciertamente, estaba intentando decirse eso a sí mismo para no entrar en pánico. Apenas quedaban dos semanas para el examen, iban justísimos de tiempo, pero ¿qué iban a hacer? Si por él fuera... no se habría presentado en esa convocatoria. Pero Alice así lo quiso. Y si conocía de algo a su novia, ahora, a la presión base de ambos cada vez que se presentaban a un examen y no se sentían tan preparados como les gustaría, seguro que se le estaba sumando la sensación de responsabilidad sobre esa decisión. Prefería no decir nada al respecto porque conocía los motivos. E igual debía haberse callado, porque claramente Alice estaba tensa... pero Marcus tenía un límite para callarse.

No, no había sido la mejor maniobra sacar ese tema. Trataría de usar el tono más comprensivo que tuviera en el repertorio. Pero es que... estaba cansado de no poder mencionar a William porque Alice se ponía a la defensiva enseguida. Él le quería mucho, y sabía que Alice también. Su familia le había dicho que tenía que tener paciencia con la recuperación de su novia tras lo ocurrido, ¡y lo entendía! Él también sentía... cierto resquemor hacia lo que la inoperatividad de William había provocado con todo el asunto de Dylan, que él junto con Alice se había tenido que encargar de resolver, con todo lo que eso conllevaba. Pero una cosa era eso, y otra cosa era no poder ni asomarse cerca del tema Gallia sin recibir un ladrido u ondas de tensión por parte de Alice. Eran pareja, se querían y habían pasado por cosas peores. Podrían hablar del tema con normalidad algún día, ¿o no?

Soltó aire por la boca y dijo en tono bajo. — Alice... Sabes qué día es hoy. — La miró a los ojos. — Lo sé, sé que vamos pegados con el examen. Y sé que... no estás bien con él. Pero hoy es un día muy difícil para él. Y tú... eres una buena persona, Alice, y una buena hija, y muchísimo menos orgullosa que yo. El orgullo no nos va a llevar a ningún lado, no es un desconocido, es tu padre. Eres... libre de tomarte esto como quieras. ¿Pero no podemos tener una pequeña tregua aunque sea solo por ser hoy? — Lo había dicho en el tono más dulce que había encontrado, de verdad que sí, pero Alice ya estaba tensa. Bajó la cabeza, resignado. — No, no me ha preguntado. — Tuvo que reconocer. Aunque con mi padre habla bastante, quizás por él lo sepa. Mejor se lo ahorraba, porque sabía que decir eso solo iba a echar tierra encima. Se encogió de hombros. — Alice, lo siento. Me siento mal dejando a tu padre solo un día como hoy. —

 

ALICE

Los esfuerzos de su novio eran… valorables, dignos de admirar, sí, pero Alice estaba en otro plano. Alice quería huir de todo aquello, y lo haría siendo una alquimista de verdad, no un perro apaleado toda la vida adoptada por los demás. El problema es que aún estaba demasiado mal a nivel mental, y había tenido momentos mucho más brillantes en su vida, eso seguro. Por eso mismo, lo último que necesitaba era justamente un numerito sacando el tema de su padre justo cuando tenía que trabajar en algo tan perfecto, delicado y en lo que se jugaba tanto.

Cuando dijo “sabes qué día es hoy”, levantó las cejas y dijo con mucha firmeza. — Dieciséis de octubre. — Y según lo dijo, se dio cuenta. Se le había pasado totalmente. En su cabeza no era ese día, era simplemente catorce días antes del examen que definiría su carrera y la visión que los alquimistas tendrían de ella. Suspiró y se frotó los ojos. — No lo había pensado. No era del todo consciente del día, estoy con la cabeza en otra parte. — Dijo, sincera. Sí, Marcus y ella eran tremendos para las fechas y las celebraciones, y sus padres adoraban su aniversario. Pero no tenía nada que ver con ella, aparte de que fue a aquella boda en la barriga de su madre. Levantó la mirada cuando le dijo lo de que era una buena persona. — Estoy harta de ser buena persona. Ya he cubierto el cupo de buena persona. Ahora toca que lo sean conmigo, como lo son tus padres y tus abuelos, vaya, como siempre. — Contestó, un poco más a la defensiva. — No. — Dijo simplemente a lo de la tregua.

Se apoyó con los antebrazos en la mesa. — Vamos a ver, Marcus. — Dejó caer los párpados. — ¿Puedes explicarme por qué una persona como tú, que es tan exigente con todos los aspectos de la vida, ordenado, implicado, familiar… se lo perdona todo a mi padre? — Se volvió a separar, ya con tono más enfadado. — ¿Qué ha hecho mi padre por nosotros, Marcus? Qué ha hecho de verdad, no hacernos hechicitos o mirar a otro lado cuando nos escapábamos en La Provenza. Dime qué ha hecho como padre, por Dylan y por mí. — Estiró los brazos hacia él. — A ver, dímelo, tú eres superentregado con la familia, te gusta hacer las cosas BIEN. Dime qué ha hecho bien mi padre en los últimos años, porque esto no es orgullo, Marcus, esto es hartura de hacerle concesiones. — Se cruzó de brazos y, sin quererlo, sacó un poco los morritos. — Y no tengo necesidad de que me hagas sentir mal haciéndome recordar a mi madre, e insinuando que no estoy con mi padre cuando debo estarlo. — Ella quería estudiar hasta la hora de comer, no pedía tanto.

 

MARCUS

Pues no, Alice no había caído en qué día era, se lo notó en la cara. Eso le hizo bajar las cejas y fruncir los labios, esbozando una expresión apenada. Pobre Alice... quiso ir a darle un abrazo, pero algo le decía que su novia pinchaba más que aquel tocón de madera transmutado. Pero le había tocado la vena compasiva: sí que estaba muy centrada y agobiada por el examen, y el hecho de que tuviera esa fecha bloqueada, o que simplemente se le hubiera pasado sin querer... lo podía entender. — Lo comprendo... — Dijo con suavidad. Y por un momento tuvo la esperanza de poder tender un puente y hablar las cosas con Alice desde la tranquilidad y lo que ambos sentían, pero en el buen sentido. No iba a ser posible, seguía demasiado a la defensiva.

Volvió a aunarse de paciencia. De verdad que entendía a su novia... Bueno, una parte la entendía. De verdad que sí. Había sufrido mucho, se había tenido que encargar de más cosas de las que le correspondían. Él había sido el primero que había sacado la cara por ella en eso. Pero insistía en que romper relaciones con su padre o estar tan hostil con él no iba a arreglar nada, al revés, solo podía empeorarlo. Veía, no obstante, que aquello iba a detonar en pelea como no tuviera muchísimo tacto. Lo intentaría, a ver si era capaz de lograrlo.

Suspiró y negó. — Claro que toca que sean buenas personas contigo. Es lo que te mereces. Pero eso no quita que... — No pudo continuar, porque el "no" tajante de su novia cortó su intento. Frunció los labios, mirando hacia abajo. Tranquilo, Marcus. Esto no es contra ti. Está nerviosa, pero no es contra ti. Y quería tenerle toda la paciencia del mundo, de verdad que sí... Pero las cerrazones le ponían muy nervioso, y Alice estaba cerrada en banda con ese tema. Y no llevaba bien no poder hablar de algo.

La miró cuando se inclinó hacia él. Ah, a esa pregunta podía responder muy fácilmente... o quizás no tanto. Había abierto la boca, pero se quedó en blanco por unos segundos. Alice ya conocía suficientemente bien su respuesta, y algo le decía que no la iba a querer oír, tendría que buscar otra... y, ciertamente, William no se había currado mucho su propia defensa en el último año. Soltó aire por la boca, dispuesto a contestar, pero Alice siguió hablando. Y la última frase le hizo fruncir el ceño. — ¿Hacerte sentir mal? — Negó. — Yo no he insinuado nada de eso. Lo estás diciendo tú. — Vale, había perdido el tono endulzado. No le había durado mucho. — ¿Cuándo he intentado yo hacerte sentir mal de manera deliberada, Alice? Todo lo que digo y hago es siempre porque te quiero. — Soltó una risa seca y sarcástica. — No me merezco que me acuses de eso solo por recordarte una fecha, la verdad. — Es que eso le había dolido.

Se cruzó de brazos. Aún tenía que contestar. — No, no ha sido el padre del año, vale. Pero tampoco gano nada poniéndome en contra a mi suegro, sinceramente. Ni tú rompiendo tu relación con tu padre. Y créeme, he visto padres muchísimo peores. — Igual eso último se le volvía en contra, pero es que lo pensaba de verdad. — ¿Que por qué yo, siendo como soy, le defiendo? Porque, lo siento, pero no querría verme en su situación ahora. No querría estar viviendo en el día del aniversario con amor de mi vida que ya no está. — Solo de decirlo le dolía el corazón. — Y con un hijo en Hogwarts, y dando gracias de que no esté con unos torturadores, y una hija que no le habla. Creo que ya suma suficientes desgracias. — Se encogió de hombros. — No te estoy hablando de dar concesiones ni de que no te merezcas que sean buenos contigo. Simplemente digo que esta actitud con él no va a llevarnos a ninguna parte. A ninguna buena, mejor dicho. —

 

ALICE

Alzó una ceja. — ¿Y por qué me sacas el tema y me recuerdas que está solo cuando sabes perfectamente por qué está solo y por qué no quiero verle? — Sabía que aquello se les estaba calentando demasiado, lo sabía, y sabía también que mucho había tardado en pasar, si no hubiera sido por la fecha, habría sido por cualquier otra cosa, pero el tema estaba candente desde hacía mucho, solo había que revolver las brasas. — No he dicho que no me quieras en ningún momento. — Dejó bien clarito, aún cruzada de brazos. No sabía qué tenía que ver el querer en eso. — Solo que has venido a hacerme notar esto sin pararte a pensar en que tengo la cabeza en el examen y en que sabes que no tengo intención de hacer nada por mi padre porque ya he hecho suficiente. —

Abrió mucho los ojos y volvió a dirigir su mirada a él. — También los he visto mucho mejores, sinceramente. Habría que oírte a ti si fuera tu padre el que, en vez de hacerte un sitio donde estudiar, tenerte todas las comidas preparadas y acompañarte y apoyarte en cada paso de tu vida, hubiera hecho como el mío. — Y se levantó de la pura inercia del cabreo y se puso a dar vueltas por la habitación, mirando por la ventana el cielo gris que amenazaba tormenta. Tormenta la que tenía ella, desde luego.

Soltó una risa seca cuando dijo lo de su situación y negó, sin mirarle aún. — ¡Que tú no eres mi padre! — Dijo, dándose la vuelta de golpe. Oh, maldita fuera, ¿tenía que ser tan guapo hasta enfadado? ¿Alguien podía decirle a su estómago que lo que pegaba era nudo y no mariposas? Céntrate, Alice. — Que a ti te pueden pasar muchas cosas, Marcus, y peores, porque nadie sabe qué le va a echar la vida, pero tú no descuidarías todo, te desentenderías de todo. Estoy HARTA del cuento de “pobre William”. No, pobres sus hijos, que tuvimos que crecer cuando no nos tocaba. — Estaba subiendo el tono un poco llevada por el ánimo, y un poco para ver si lograba que la sensación dominante que sentía fuera el enfado y saliera. Hizo un gesto con las manos. — Las desgracias de todos, si me lo permites. No solo William Gallia perdió a su mujer, pero ya se encargó de ser el que más lo sufría de todos. Los demás tuvimos que superarlo por él. — Y ahora lágrimas en sus ojos, vaya cóctel. Eso eran los días encerrados.

— Puede que no te guste a dónde nos lleva esta actitud, pero es la que he tomado. Me he cansado de perdonar, y lo he dicho en serio. No estoy castigando a mi padre, estoy plantándome en esta historia. No le quiero en mi vida. Quiero una vida tranquila, plena, bonita, lejos del caos y la tristeza permanentes, es lo que Dylan se merece, lo que yo me merezco y lo que mi madre querría, y con mi padre cerca no se puede tener. Y me he cansado de buscarlo e intentarlo, porque yo no puedo lograrlo. Ni tú. Ni un té. Ninguno podemos porque solo podía… — Hizo un gesto con las manos en el aire. — ELLA. Y no somos ella, Marcus. Y no quiero serlo, además, no es mi lugar. — Ahora sí se le había puesto un nudo en el estómago por los malos recuerdos. — Ya me confundió suficiente con ella. Hemos llegado a un punto en el que YO corto esto. Y tengo todo el derecho a hacerlo. —

 

MARCUS

Alzó los brazos y los dejó caer. Empezaba a perder la paciencia, porque Alice se estaba tomando aquello como si la estuviera atacando de manera frontal, cuando su intención solo era buena. — ¡Ya te lo he dicho! He visto la fecha y me ha dado pena, me he acordado. Solo era una sugerencia. No he ido a recordártelo para fastidiarte y desconcentrarte, ¿tan malas ideas me atribuyes? — Lo que le faltaba, que Alice le considerara capaz de esas cosas. Total, que llevaba un mes aguantando esa situación sin decir nada y, al final, por intentar tener un buen gesto, salía escaldado igualmente. — No has dicho que no te quiera, pero sí pareces dar por hecho que lo he dicho para herirte. No sé cómo debería de quererte si tanta intención tengo de hacerte daño porque sí. — Había pocas cosas que le ofendieran más que el que Alice (o cualquiera, pero sobre todo Alice) pudiera pensar que tenía tan malas intenciones hacia ella.

Frunció los labios y no respondió a lo de qué habría hecho él de ser su padre, pero la forma en que se levantó le hizo sobresaltarse interiormente, mirándola acercarse a la ventana. ¿Cómo la había hecho enfadar tanto tan rápido? ¡No tenía la sensación de haber dicho algo tan grave como para que se pusiera así! Reforzaba su teoría de que no había forma de sacar ese tema sin que Alice se pusiera que mordía.

Abrió mucho los ojos cuando le espetó que no era su padre. No, no lo era, pero bien podría de correr la misma suerte. Podría ser incluso peor. Prefería ni pensarlo. Pero Alice le estaba tirando demasiado de la lengua. Soltó una carcajada seca y herida. — No, no me habría desentendido de todo, me habría muerto directamente. — Vaya. Alice no iba a querer oír eso. No te podrás estar callado, maldita sea, Marcus. Soltó aire por la boca. — Es una forma de hablar. — Dijo, bajando el tono y rezando por que colara. — Pues claro que vuestra situación es horrible. ¿Quién dice lo contrario? No es una competición. Deberíais de estar juntos en esto, no viendo quién está peor... — Se llevó las manos a la cara y resopló fuertemente. — Alice, por favor, de verdad, no quiero discutir por esto... — Es que se estaba viendo que cada cosa que dijera la iba a poner peor aún. Pero ya no sabía cómo dar marcha atrás.

Al destaparse la cara, vio las lágrimas. — No llores... — Intentó acercarse, pero Alice seguía bastante enfadada. Se detuvo en seco. — ¿Crees que puedes tener una vida tranquila y bonita sin tu padre en ella? Ya has perdido a tu madre sin quererlo, Alice, no elijas perderle a él también. — Intentó decir lo más calmado que pudo, pero estaba ya demasiado tenso y debía notársele en la voz que aquello le parecía irracional e incluso le asustaba. No, no quería un futuro con una familia rota. Por no hablar de que William no superaría perder también a su hija, eso sí que iba a ser un peligro para él. — ¿Crees que Dylan va a querer un padre y una hermana distanciados? Alice, por Merlín, piénsalo. — Volvió a soltar aire, resignado, y mirándola casi espantado. — Nadie te pide que seas ella, Alice. Nadie. Ni siquiera él. — No iba a llegar a ninguna parte, así que alzó las palmas, cerrando los ojos y respirando hondo. — Mira, déjalo. Claramente no tenía que haberte sacado el tema. He hecho mal en intentar hablar de algo de lo que no se puede hablar. — Y se giró, sentándose bruscamente de nuevo en el sofá y volviendo al cuaderno, pasando la hoja con un movimiento enfadado. Siendo consciente de que, con esa frase y esos gestos, ninguno de los dos iba a creerse que el tema se había acabado ahí.

 

ALICE

Se llevó las manos a la cara y resopló. — No, no he dicho nada de eso, porque no haces las cosas para herirme, eso ya lo sé. Lo dices para tener razón, para sentirte a gusto con tu conciencia, sin pararte a pensar en lo que es para mí, en lo que yo he dejado claro que quiero, y lo que quiero es que no forme parte de mi vida, es tener que dejar de cuidarle porque ya le he cuidado bastante. — Es que ya estaban otra vez, Marcus pensando que cuidar de alguien era hacer esas cosas, darle dos horas y quedar como un rey, y que todo el mundo te diga “ay, qué bueno Marcus, que lo ha sacado a pasear” y no todo lo demás que, si le conocía de algo, le pondría al límite de sus nervios.

Pero entonces dijo lo de que se habría muerto y se giró, con las lágrimas ya resbalando por su cara, mirándole en silencio. No se lo ponía fácil, pero que nada fácil diciéndole esas cosas. Negó con la cabeza y dijo. — ¿Lo es? ¿Es una forma de hablar? — Pero luego los volvió a cerrar, intentando canalizar la rabia, harta de aquella conversación y de que no se respetara nada de lo que había intentado transmitir. — ¡ÉL HA SIDO QUIEN NO HA ESTADO CONMIGO! Nunca ha sido una competición porque él ni la ha considerado. Le ha dado igual el dolor y las necesidades de los demás y lo sabes, porque lo has visto, es lo que más me duele de todo esto, que lo has visto, y puedes preguntarle a tus propios padres cómo me han encontrado a mí, a Dylan y a la casa a veces. — Y soltó una risa sarcástica a lo de discutir. — Ni yo quería, pero tú querías incumplir lo que yo he pedido, que es mantener la distancia con mi padre, y aquí estamos. —

— Si no querías que llorara igual no deberías haberme dicho que te morirías si yo te faltara. — Le dijo, un poco agresiva, porque no le valía que su novio le rompiera absolutamente el esquema de la mañana y ahora viniera con “no llores”. — ¡No lo creo, lo sé! Porque es mi padre y me he criado con él. Sé cómo es. Sé que una vida tranquila, feliz y responsable no va con él. Y tú deberías saberlo. — Dijo señalándole. — Pero eres experto en no ver lo que no quieres ver. — No quería decir cosas tan hirientes, pero es que solo había pedido distancia con su padre y le dolía que no fuera capaz de dársela. Como siempre, le hacía sentir insuficiente, como si Alice no viniera con todo, no fuera Alice. Se llevó las manos a la cabeza y apretó los ojos. Por Dios, qué rabia tenía dentro. — ¡No uses a Dylan contra mí! ¡Dylan ni siquiera le considera su figura paterna! ¿Crees que le importa lo más mínimo cómo me lleve yo con él? No voy a separarle de su padre si no quiere, pero quizá ni él mismo quiere saber nada. Porque estamos HARTOS. — Estaba resoplando y con los puños apretados, y sentía que el corazón le quemaba por dentro. No sabía cómo había crecido tan rápido aquella rabia. Negó con la cabeza. — Mi madre hacía del mundo un lugar mejor, y se murió enferma, sin poder evitarlo. — Dijo con los ojos llenos de lágrimas. — Mi padre ha elegido este camino, Marcus, y se le han dado MUCHAS oportunidades de coger uno mejor. Mi madre no tuvo esa suerte. Yo no lo he perdido, él nos ha perdido a los demás y se lo ha buscado él solito. —

Alzó las cejas al verle sentarse y entreabrió los labios, incrédula. — Ah, o sea, que tú puedes sacarme un tema que he dejado claro que no quiero tocar, ponerme de los nervios, y ahora decir “no debería haber sacado el tema” y sentarte y pretender seguir estudiando una ciencia peligrosísima y para la que necesito toda mi concentración y creatividad. Ah, pues genial, supongo que seguiré siendo la irracional de los dos. — De fondo se oyó el trueno, y si no fuera por él y porque tampoco tenía muchos sitios donde ir, ya estaría saliendo por la puerta, porque intuía que si seguía allí, las cosas se le iban a poner más negras que el cielo.

 

MARCUS

Resopló fuertemente. — Sí, yo todo lo digo por afán de tener razón, caiga quien caiga con ello. — Ya solo le salía ponerse sarcástico, porque se notaba en un callejón sin salida. Llevaba evitando hablar del tema mucho tiempo y hoy había hecho una breve mención con buenas intenciones, y Alice se había puesto hecha un basilisco, y contra él. Ya sentía la batalla perdida de todas formas, y encima había acabado enfadándose por ello. El sarcasmo era la única arma que le quedaba.

Soltó aire y se frotó la cara mientras Alice, entre lágrimas, gritaba lo mal padre que William había sido. Él era consciente de que no había sido el mejor padre del mundo, pero es que... algo dentro de él no podía arremeter contra ese hombre con tanta vehemencia como lo hacía ella. Y empezaba a no entenderlo él tampoco, si Alice era la persona a la que más quería del mundo, y Dylan era como su hermano pequeño, y William les había hecho sufrir tanto. Pero así estaban las cosas. Suponía que se sentía identificado, y que le dolería ver su futuro así de correr la misma suerte. Pero no podía decirle eso a Alice sin desatar su furia más todavía... Y empezaba a cansarse de haber ciertos temas que no podía ni rozar con Alice por temor a que se pusiera así.

A la tercera que le dijo "porque tú", la miró con ojos enfurecidos, pero se mordió la lengua... No tenía que haberlo hecho. De haber saltado antes, igual se hubiera ahorrado escuchar todo lo que vino después. — Deja de atacarme a mí. — Saltó. No se sentía orgulloso de esa salida, pero ya estaba harto. De hecho, se puso de pie de nuevo. — Me dices que te he hecho llorar, cuando ya estabas llorando de antes. Que quiero incumplir lo que pides, como si yo ALGUNA VEZ quisiera algo en mi vida que no sea que todo esté a pedir de boca para ti. Estás siempre diciendo que te consiento y ahora dices que incumplo tus peticiones. ¿En qué quedamos? — Le ofendía sobremanera aquello. — Que te digo las cosas por afán de tener razón sin tener en cuenta tus sentimientos, que "habría que verme a mí" en tu situación, que te hago sentir mal. Creo que estás pagando conmigo algo que no es conmigo. — Alzó los brazos. — ¡Por Merlín, que solo he sugerido ir a comer tarta! — Bajó los brazos de nuevo, resoplando. — Tú habrás tomado la determinación que quieras, pero yo tengo una opinión, Alice. Respeto lo que quieres, ¿¿no lo respeto?? ¿¿No llevo respetando que lleves meses sin dirigirle la palabra a tu padre?? ¿Que hayas decidido presentarte a un examen que es peligrosamente pronto y quieras salir corriendo a Irlanda nada más volver de Estados Unidos? ¿No estoy en esto contigo? — Soltó una risa sarcástica. — Porque ahora resulta que el malo soy yo por desconcentrarte de un examen importantísimo. ¡Te recuerdo que esto fue idea tuya! — Se le empezaba a ir de las manos el tema, pero él también estaba tenso. Él no había elegido presentarse al examen en esa fecha y se estaba jugando su futuro, el que llevaba toda la vida planeando, y lo estaba haciendo, precisamente, por la idea de Alice de huir de William cuanto antes. Y ahora tenía que aguantar que le dijera que no respetaba su decisión.

Volvió a lanzarse en el sofá. — Y ahora, si me disculpas, yo sí quiero continuar estudiando, porque no estoy de hecho metido hasta el cuello en esto, en tu decisión, la cual para nada he apoyado, aquí me ves, no apoyándola. No teniendo clarísimamente ninguna consecuencia negativa de tu idea de salir corriendo. Perdóname por la gran afrenta de sacarte mínimamente un tema que para nada respeto, con, oh, la gran ofensa de decirte "vamos a una pastelería", que claramente es lo mismo que decirte "qué decisiones más malas tomas en tu vida". — Había dicho todo eso mientras recolocaba violentamente sus papeles, sin mirarla. Pero ya puso las manos en sus rodillas y la miró, desbordando sarcasmo. — Dudo que haya nada que pueda decir o hacer para quitarte tu justificadísimo enfado contra mí, así que. — Señaló los apuntes. — Tú misma. ¿Nos ponemos a estudiar, o quieres seguir diciendo lo mal novio que soy? —

 

ALICE

— ¡Estaba llorando porque has sacado este maldito tema! Y luego encima dices esas cosas y no sé ni qué responder ni cómo sentirme. — Dijo a la desesperada. Sí, lo estaba echando contra él, era consciente, pero solo a medias, porque también era él el que le había sacado el tema. — En que siempre me consientes menos, por lo visto, si William Gallia está implicado, momento en el que da igual que yo haya dejado bien clarito que no quiero oír hablar del tema, que tú lo vas a intentar. — Se llevó las manos a la cabeza. — Es que me haces sentir mal. ¿Por qué? ¿Por qué es tan importante hablar de mi padre cuando tú mismo has dicho que deberíamos estar concentrados en esto? ¿Por qué se merece mi padre este hueco de nuestras vidas? — Claro, su padre la liaba parda, pero pobrecito, ella se enfadaba porque le tocaban un tema que no quería tocar, y se comía una pelea.

Se cruzó de brazos y le miró dolida. — Pues si no querías esto haberme dicho que no. Yo no te obligué, a eso podías decirme que no y ya está. — Alzó las cejas y se puso sarcástica. — ¿Sabes en lo que no quería que te metieras? En mi decisión de no hablar más con mi padre, y también te lo hice saber, igual que el hecho de que no te obligaba a hacer el examen. —

Le miró incrédula tirarse al sofá. — Pues disculpa, pero yo no puedo estudiar en este estado de nervios, así que aprovecha y dime esas cosas que claramente piensas y no me dices, como que, por lo visto, te he obligado a hacer este examen, o que me equivoco con mi padre. — Se inclinó, apoyándose sobre la mesa. — Venga, Marcus, mírame a los ojos y repíteme todo eso. Repíteme que te haya llamado mal novio, cosa que no he hecho, repíteme todo eso. — Y lo estaba diciendo con un tono que no era capaz de identificar, uno a medio camino entre la rabia y otra cosa, conteniendo algo que no sabía qué era, que no entendía.

Un trueno sonó y se fue la luz, pero como era de día, podían seguir viendo, aunque todo estuviera más oscuro. — Vamos. Quieres quitarme el cabreo ¿no? — Le incitó. — Mírame y dime todas las cosas que crees que he hecho mal, y dímelo de una vez por todas, porque odio que te guardes cosas que te molestan. Dímelo mirándome a los ojos y diciéndome qué habrías hecho tú y por qué. — Y acércate, añadió mentalmente, porque quería irracionalmente que Marcus se acercara a ella, a su rostro, así como estaban, y sentir su respiración, ver de cerca esa mandíbula en tensión.

 

MARCUS

— Pues bienvenida al club. — Respondió, irónico y con las cejas arqueadas, cuando Alice dijo que no sabía qué decir ni cómo sentirse. Pues anda que él, ni siquiera sabía cómo aquello había escalado tan sumamente rápido. — ¡¡Solo he sugerido un descanso esta tarde porque es un día significativo!! — Insistió, frustrado. ¡Que no se había puesto a hablar de William en mitad del estudio, que solo había lanzado una sugerencia! ¿Por qué era tan difícil de entender?

La miró con los ojos muy abiertos y la mandíbula descolgada, en una descarada pose de incredulidad. — Vaya. Toda la vida diciendo que vamos a ir de la mano a todo, sobre todo a lo relacionado con nuestra carrera en la alquimia, y al primer examen, pretendías que aceptara presentarnos por separado. — Negó. — Si tú querías presentarte, claramente yo también iba a hacerlo. Parece mentira que lo insinúes siquiera. Quiero hacer este camino contigo, Alice, ni por un asomo he dudado de presentarme al examen contigo. Más bien fuiste tú la que tomaste la decisión sin tener en cuenta si a mí me parecía bien o no. Simplemente, si no me parecía bien. — Hizo un gesto con la mano. — Pues nada, yo por mi camino, y tú por el tuyo. Fantástico. Ni tres meses hemos tardado en incumplir lo que nos prometimos. —

Se mordió los labios, conteniéndose. No, él tampoco podía estudiar en semejante estado de enfado, pero tampoco quería pasar por lo que estaba pasando: por Alice tirándole de la lengua para que le dijera... ¿qué? ¿Qué quería que le dijera? — Estás dando por sentadas cosas que no son... — Masculló, tensando los dientes y sin mirarla. Ahora resultaba que tenía un arsenal de cosas contra ella que no usaba. Vaya, ¿ese concepto tenía de él? Pues qué bien.

Le dijo que la mirara a los ojos y eso hizo, con la mirada intensificada por el enfado y la mandíbula en tensión. — No sé muy bien por qué pareces querer que te haga daño, no sé qué pretendes justificar. Pero yo no soy el artífice dañino que buscas. Yo no voy a pasar por ahí, Alice. — Soltó aire por la nariz. — Antes me corto la lengua. — ¿Quería que la mirara a los ojos? Le había dicho todo eso sin desclavar la mirada de ella, desde su posición sentada, por si quedaba alguna duda. Y ahora su tono sí era menos alterado y más peligrosamente helado. El tono que se le ponía a Marcus cuando estaba enfadado de verdad, y no simplemente indignado o frustrado.

La luz se fue de repente. Había una tormenta fuera, tomó conciencia con la pérdida de la luz, él ni se había dado cuenta. Ahora la veía menos, porque ella estaba de pie (inclinada hacia él, pero de pie) y él sentado. Y estaba notando el tono de retarle, de tirarle de la cuerda, solo que no en el sentido en el que ellos se lo solían hacer... creía. El corazón le latía más violento, pero eso era lo habitual cuando se enfadaba, al fin y al cabo... creía también. Se estaba empezando a alterar y a sentir cosas... extrañas. Así que se dispuso a soltar aire por la nariz de nuevo, cerrar los ojos, respirar hondo, negar, alzar las manos en señal de tregua, parar aquello... No llegó a hacer ninguno de estos gestos, porque Alice volvió a hablar. Y sus emociones se hicieron más intensas, como si alguien hubiera avivado una llama dentro de su cabeza. Y ahora tenía el pensamiento en llamas.

— ¿Te voy a quitar el cabreo diciéndote todas esas cosas que pretendes sacar de mí y no vas a sacar? — Se puso de pie. Quería verla bien. Y quería que viera que la miraba a los ojos, como le había pedido. — ¿O quieres ver cuánto aguanto sin hacerte daño? Porque yo nunca, jamás, voy a hacerte daño deliberado, Alice. Si es que es lo que pretendes. Tú sabrás si eso alivia tu enfado o te frustra más todavía. — Ahora fue él quien se acercó un poco más y bajó el tono. — Empiezo a no saber qué quieres. —

Aun estando la mesa en medio, dio un paso hacia delante, lo justo para que esta se topara con sus rodillas. — ¿Lo que no te he dicho? No te he dicho que creo que te estás haciendo daño a ti misma con esto, y que me duele. No quería decírtelo, paradójicamente, por no hacerte más daño. No te he dicho que esta decisión me parecía arriesgada e imprudente y que no te pega nada. Y no te he dicho que, sinceramente... creo haberme ganado cierto... privilegio, digámoslo así, a opinar sobre lo que respecta a tu familia, después de en lo que me he visto metido en los últimos meses, y que me sigue afectando visto lo visto. — Hizo una pausa. — ¿Sabes qué sí he dicho? He dicho todo lo que significas para mí. He dicho que te apoyo en todo lo que hagas, que siempre lo haré, aunque no esté cien por cien de acuerdo contigo. He dicho que siempre sería sincero contigo, a pesar de que, por serlo, como me ha pasado hoy, me vea en estas. He dicho que iría contigo al fin del mundo. Mil veces. Y, por lo pronto, lo he ido cumpliendo, porque a Nueva York que me fui sin pensarlo dos veces. Y a este examen, también he venido, y me iré a Irlanda. No me arrastras tú, lo hago porque quiero. — Ladeó la cabeza. — ¿Estás esperando al momento en el que me rinda y lo incumpla? ¿De verdad crees, por un segundo siquiera, que dicho momento va a llegar? — Entrecerró los ojos y negó con la cabeza lentamente, arrastrando las palabras. — No... No, Alice Gallia. Marcus O'Donnell no rompe su palabra tan fácilmente. Y menos la palabra que te ha dado a ti. — Hizo un gesto desafiante con las cejas. — A ver si no sabes con quién estás hablando. —

 

ALICE

Apretó los ojos y los labios. — No lo hubiera hecho sin ti, hubiera esperado si me lo hubieras pedido, si me hubieras dicho todo esto, pero nada, prefieres decir que sí y luego coger y soltarme que no te parece buena idea. — Estaba llegando al límite de su paciencia y de su cabreo, y no estaba mintiendo cuando decía que no sabía qué sentir. — No hemos incumplido ninguna promesa. Yo estaba incluida en esa promesa de ir de la mano, no iba a hacerlo sin ti si me decías que no querías hacerlo, pero sabes que el abuelo pensaba como yo, y en el fondo, sabes que podemos hacerlo. Pero si no fuera así, hubiéramos esperado juntos, nunca he insinuado nada diferente. — Es que Marcus empezaba a tirar del hilo del drama y no había quien le parara.

Negó con la cabeza. — No quiero que me hagas daño, quiero que me mires y me digas la verdad, lo que has pensado desde el principio, y que me digas que tengo que ser buena con el hombre que más daño me ha hecho en mi vida. Eso es lo que quiero. — Y a ver si eres capaz de aguantarme la mirada haciéndolo, dijo para sus adentros, alimentando esa sensación que no era capaz de explicar aún. Dejó caer los párpados y controló un escalofrío cuando dijo lo de “me corto la lengua”, porque cuando se ponía tan frío e intenso… Lo dicho, ni ella se entendía.

Y entonces se levantó. Oh, sí, le estaba plantando cara. Había sacado al Marcus que quería, aunque no sabía por qué, pero ahora sentía el cabreo y la satisfacción a partes iguales. — Quiero que dejes de pensar cosas y no decirlas. Pero no quiero que te escudes en esa palabrería que te saca de todos los enredos y te lleva a todas partes. Quiero que me lo digas mirándome. Así. — Así de cerca, se volvió a repetir, rebozándose en aquella sensación, y en una sonrisa de victoria y desafío que pugnaba por salir y que, de momento, controlaba, pero no sabía cuánto más podría hacerlo.

Alzó la ceja a lo de que se estaba haciendo daño a sí misma, pero le dejó hablar, porque le gustaba demasiado el tono, y porque quería oírlo todo. Aprovechó la pausa para, sin moverse de su sitio, contestar. — ¿Crees que me hago más daño a mí misma así que perdonando todo el dolor que he pasado y que he hecho pasar a tu familia por culpa de las malas decisiones de mi padre? — Chasqueó la lengua. — Ni tú te crees eso. — Pero se congeló cuando dijo lo del privilegio, y la sonrisa estaba peleando muy fuerte por aparecer. Se inclinó sobre su oído y dijo. — Los privilegios que tú tienes son mucho mejores que este. — Y volvió a su posición, para volver a mirarle de frente. — Pero pongamos que sí. Un privilegio conlleva responsabilidades, y la responsabilidad era, en este caso, dejarme estudiar tranquila para ese maldito examen, no ponerme el corazón a mil y sacarme un maldito tema del que no quiero ni oír hablar y lo sabes. Y si lo haces, como es tu privilegio… Pues… — Señaló hacia arriba, para indicar la tormenta. — Esto es lo que te llevas. —

Cuando empezó a enumerar todas las cosas que sí había dicho, se le escapó un suspiro entre los labios y tuvo que cerrar los ojos. Y ahí sí que no pudo reprimir una breve sonrisa y un susurro. — Tú todo lo haces porque quieres. — Se quedó mirándole y contestó. — ¿Por qué querría que lo incumplieras? ¿Qué tendrá que ver? Solo quiero que me mires y me digas todo lo que pasa por tu cabeza… Ahora mismo. — No sabía ni por qué lo había hecho, pero había deslizado un dedo por el dorso de su mano, aunque no había movido la cara de donde la tenía, enfrentando a Marcus. — Sé perfectamente con quién estoy hablando. — Ah, la sonrisa no se le quitaba. Afiló los ojos y se acercó aún más, tanto que sus respiraciones se mezclaban. — ¿Y tú? ¿Sabes con quién estás hablando? ¿Crees que perdonaría a la persona que debía habernos defendido y que nos condenó… te condenó, a venir conmigo a Nueva York? — El corazón ahora mismo era un huracán. — Yo nunca perdonaría a quien nos haga sufrir, Marcus… Tú y yo, para mí, estamos demasiado alto… — Afiló aún más los ojos e inspiró. — ¿Quieres que algo así… te separe de mí? ¿Ahora? — La tormenta empezaba a oírse fuerte fuera, pero no pensaba moverse ni un centímetro.

 

MARCUS

La miró con cara de circunstancias. — Creo que no eres consciente de cómo llegaste de Nueva York. ¿Hubieras aguantado esta situación dos meses más, hasta la próxima convocatoria? — Negó. — Yo, desde luego, si estaba en mi mano, no iba a mantenerte en este estado. Querías presentarte e ir a Irlanda, y eso estamos haciendo. Me hubiera opuesto de considerarlo inviable. Solo te estoy diciendo que, de haber elegido yo, me habría presentado al otro. — Pero, insistía, ahí estaba, en ese, y no sería él quien se quejara de tener la licencia de Piedra cuanto antes. ¿Pero le parecía precipitado? Mucho. Una cosa no quitaba la otra.

En algún momento, por lo visto, habían entrado en un cara a cara. No era muy consciente de cómo ni de por qué, pero ahí estaban: sosteniéndose el uno al otro la mirada y la tensión. — Contigo no uso palabrería. — Dijo, muy serio. — A ti te digo lo que pienso. Te lo estoy diciendo. — Arqueó las cejas. — Pero, ahora, mírame tú a los ojos y júrame que todo, absolutamente todo lo que te pasa por la cabeza... me lo dices. — Hizo un gesto de chasquear la lengua, pero sin emitir el correspondiente ruido. — Porque lo dudo muchísimo. Es prácticamente imposible hacer eso. Y, aun así, puedo presumir bastante de que sabes la gran parte de lo que pienso. ¿Qué me he ahorrado decirte? ¿Que tu padre me da pena? No, eso lo sabes de sobra. ¿Que creo que estás siendo dura con él? Es que no creo que estés siendo dura con él, tienes motivos para estar enfadada, pero eso no quita ni que me dé pena, ni que piense que esta situación no conduce a nada. ¿Que nos estamos presentando al examen precipitadamente? Eso ya te lo he explicado. — Si quería pillarle, tendría que seguir intentándolo. No lo iba a conseguir con tanta facilidad.

Echó aire por la nariz, en un gesto que la dilataba, como un depredador enfurecido, y le endurecía la mandíbula. — Te equivocas. Sí que lo creo. — Contradijo. — No hoy, o a corto plazo. Pero te hará daño a largo plazo. — Creía firmemente en ello y de ese barco no le iban a mover. Entrecerró los ojos. — Y esa pregunta está sesgada en tu favor para manipular mi respuesta. Soy yo el que usa la palabrería, ¿te crees que no sé detectarla cuando la oigo? — En algún punto parecía estar abandonando el tono de enfado por el tono de chulería o reto. Y no sabía... por qué. Porque seguía enfadado, o al menos sentía algo que le invadía con mucha intensidad. Y no era como solía comunicarse con Alice, dicho fuera de paso. Nunca habían establecido una lucha de poderes, no era su dinámica. — Sé que te ha hecho daño, y es lícito que estés enfadada. Hablo de romper relaciones con él, no de estar enfadada. Creo que ya lo he dejado claro. — Eso último lo dijo con bastante dureza. No le gustaba tener que repetir un punto que ya había explicado.

Y entonces, le susurró en el oído, y eso sí que le descuadró en mitad de aquel duelo. Por un momento temió perder su posición, porque el rostro enfadado había sido invadido por un velo de confusión momentáneo, en el que miró a Alice de reojo desde su posición, con el ceño fruncido, preguntándose... qué pretendía... aunque se lo imaginaba. Porque le había recorrido un escalofrío el cuerpo entero. ¿Eso pretendía? ¿Neutralizarle? ¿A eso estaban jugando? Muy bien. Él también sabía jugar a aquel juego. Hasta ahora no lo estaba haciendo de manera consciente, pero si de repente se podían usar esas cartas, por supuesto que las pensaba usar.

Miró levemente hacia arriba cuando señaló la tormenta, y luego volvió a sus ojos. — Eso no es una responsabilidad, es un castigo: el castigo de no poder expresarme como y cuando quiero y que, si lo hago, se me acuse de cruel, y si no lo hago, de estar mintiendo. Es una trampa. Una trampa por un privilegio que, dicho sea de paso, no me ha caído del cielo: me lo he ganado yo. — Ladeó la cabeza, cuestionador. — ¿O me vas a decir que lo que tengo no lo he obtenido por méritos propios? ¿Este es el precio a pagar por lo que me he ganado? Creía que la gracia de los privilegios era que... no tenían coste. No es un privilegio si lo tienen, es un peaje. — Ella podía enredarle a él con susurros, miradas y roces, como el que vino poco después. Pero él la podía enredar en palabrería. Al fin y al cabo, ya había sido acusado de usarla. Que fuera con motivo.

Reprimió el gesto confuso que espontáneamente le hubiera salido una vez más por verla sonreírse en mitad de aquello. Lo que no reprimió fue mirar hacia su mano cuando la rozó. Lo hizo muy deliberadamente, arrastrando los ojos hacia allí, volviendo a subirlos hacia su mirada y ladeando la cabeza con una mirada astuta pero obvia. — No lo parece. — Respondió automáticamente a lo de que sabía con quién estaba hablando, sin turbar el tono sibilino. Dejó escapar una muda carcajada con los labios cerrados. — No vas a sacar de mí un odio que no tengo, Gallia. — Dejó muy claro. — Los Van Der Luyden nos condenaron a aquello. Dejé muy clara mi postura hacia ellos. Hubiera sido mucho más duro, de hecho... pero tú no creías en la venganza. Hasta hoy, al parecer, con quien no se ha portado bien, es cierto, pero desde luego, no merece tanto odio como otros a los que hemos dejado ir más impunemente. — Alice lanzó una pregunta que fue coronada con un trueno. La distancia era prácticamente inexistente, salvo por esa mesa que se interponía entre ellos. Aun así, se inclinó más sobre esta, devolviéndole una mirada afilada, arrastrando las manos por la superficie para acercarse más. — No. — Respondió. — ¿Y tú? — Se mojó lentamente los labios, entrecerrando los ojos. — Porque sé perfectamente cuándo me estás retando. Y ahora lo estás haciendo. Lo que no sé muy bien es a qué. Y por qué. — Ladeó una sonrisa maliciosa. — Pero creo que tú tampoco. —

 

ALICE

— Pues haberlo elegido. — Aun así, sabía que tenía razón. Eso sí, lo habría superado como tantas otras cosas. — Soy muy fuerte, Marcus. Sí, estaba sufriendo, estoy sufriendo, pero todavía puedo aguantar más aún. Puedo aguantar sin hablar con mi padre, sin vivir contigo… Sin tenerte todas las noches y vivir con un alquimista experimentado que nos va a enseñar todo lo que necesitemos en un lugar tranquilo y precioso… — Porque esos detallitos se le olvidaban al señor “me habría presentado a otro”. Ladeó un poco la cabeza y apretó los labios. — Pero prefiero lo que he escogido. No he pensado solo en mí para hacer eso ¿sabes? Hubiera podido aguantarlo… Pero estoy cansada de vivir aguantando. Quiero… disfrutar. — No había controlado ese tono. No estaba controlando nada realmente.

Le miró a los ojos y suspiró a su reto. — Te aseguro, Marcus, que me encantaría saber ocultarte muchas más cosas. Mis lágrimas, mis miedos, mis odios… Ojalá pudiera, pero creo que me hechizaste hace mucho tiempo y no te creas que lo tengo tan fácil, y menos si te tengo así. O me alejo, o lo suelto todo, y ya quedamos en que no debía alejarme de ti, y yo también sé cumplir promesas. — Pero se quedó callada ante el discurso de su novio, porque le miraba a los labios y porque, de verdad, veía que no le quedaba mucho más que decir, y una vez dicho, efectivamente, no había muchas cosas que no supiera, y deseaba que aquella conversación no hubiera empezado, pero no sabía cómo darle para atrás, así que le dio para delante.

Ah, pero al menos Marcus se estaba enfureciendo también y podía verlo. — ¿Por qué? — Le soltó en tono retador. — ¿Por qué me va a hacer daño? ¿Más que el que ya me ha hecho? — Soltó una risa hiriente. — Lo dudo mucho. Largo plazo el que llevo a la espalda de estos años. — No se iba a bajar de ahí, por mucho que quisiera reliarla, o que le dijera que era palabrería, o que cambiara los términos. — No estoy enfadada, Marcus. Estoy acabada. He terminado con este tema, no quiero saber nada más del caos Gallia. — Alzó las cejas y dijo. — Y yo que pensé que te gustaría que me convirtiera en una niña buena y ordenada alejada del caos. Pero claramente el caos de William Gallia sí que lo toleras. — Es que vamos, toda la vida quejándose de la gente que se saltaba las normas y su padre intentando saltarse la peor y más grande, y él que había que perdonarlo. — No voy a perdonar a mi padre por intentar lo que intentó y perder a Dylan por sus locuras, yo también lo he dejado clarito. — Dijo endureciendo un poco el tono al mismo tiempo que el de él.

Inspiró y negó levemente con la cabeza. — No, un castigo sería si quisiera hacerte daño con ello, si quisiera que escarmentaras, y no quiero. No quiero volver a hablar de esto, no quiero volver a hablar con mi padre, si está en mi mano, y lo siento porque estés en medio. Pero eres tú el que se está poniendo ahí, y si te quieres poner en medio de la guerra, te caerán hechizos encima. Consecuencias. — Dijo haciendo un hincapié un poquito sarcástico en la palabra. — A mí no me gusta castigarte, no sé hacerlo. — Admitió, pensando que a él se le daba mucho mejor hacerlo con ella, pero no sabía qué tal caería tal afirmación en aquel momento de tensión.

— No quiero tu odio. Sé que no me odias. — Y resopló y entornó los ojos cuando habló de los Van Der Luyden. — Esa gente odiaba a mi madre, me odiaba a mí. Ella huyó para quitárnoslos de encima y no volveremos a verlos. Mi padre tenía que querernos, protegernos, no es lo mismo, Marcus. Duele mucho más del segundo que de los primeros. — Negó con la cabeza, con la voz ciertamente tomada. — No es venganza lo que busco. — No, desde luego, en ese momento no quería venganza para nada. Y no era capaz de controlarlo, pero ya sabía lo que quería. Le quería a él, le quería con aquella expresión fiera y enfadada, pero quería verla mientras hacían otras cosas. Y no, él tampoco quería separarse de ella, claramente.

¿A qué le estaba retando? No lo sabía. No sabía cómo se tomaría Marcus si ahora hiciera lo que quería hacer, con lo ordenadito que era él para según qué cosas… Pero es que esa media sonrisa, sus manos más cerca, todo tan tenso… — Hay tantas cosas que no sé… — Susurró. Acercó los labios a los suyos y susurró, rozándolos al hablar y sintiendo un escalofrío tremendo. — No sé cómo ir hacia atrás, Marcus. No creo que deba ir hacia atrás. Así que voy hacia delante. — Y besó sus labios con fuerza y sensualidad, dejando fluir todo ese calor que había tomado su cuerpo y que ahora al menos podía compartir con el de Marcus.

 

MARCUS

Entornó muy levemente los ojos, intensificando aún más la mirada. — No des golpes bajos. Creía que eras más de luchar a la defensiva. — Lanzó, ácido. Estaba jugando con la baza de pasar juntos todo el día, de dormir y despertar juntos. De la presencia y las enseñanzas de su abuelo. Sabía que eso era ponerle comiendo de su mano, y ahora su orgullo le impedía ponérselo tan fácil. Afiló la mirada y la sonrisa. — Lo vas a disfrutar. — Devolvió, chulesco. ¿Por qué? No sabía. Quizás por las ganas de tener la última palabra, simplemente, porque no es como que hubiera aportado nada a la conversación. Y Marcus no solía hablar si no era para aportar algo a la conversación.

A lo siguiente simplemente le sostuvo la mirada en silencio. Que él la tenía hechizado a ella. Qué graciosa. ¿Y ella a él? No sabía ni qué estaba haciendo en ese tira y afloja que era cada vez más absurdo y tenso. ¿No estaban discutiendo? No, de hecho, ¿no estaban estudiando? No sabía cómo había llegado a esa posición, pero estaba clavado en ella, sin poderla soltar. Y decía que la hechizada era ella...

Pero lo siguientes sí que le hizo alzar una ceja. Vaya... Vaya manera de tirarle de la cuerda. — Creía haber dejado claro que la alumna díscola me... gusta bastante. — Había estado a punto de decir "me pone", y hasta él se había sorprendido y parado en seco, de una forma poco natural e interrumpida para lo que querría mostrar, pero fingiría no haberse dado cuenta. No obstante, Alice había continuado con su discurso y dejando clara su postura: que no iba a perdonar a William por lo que le hizo a Dylan. Y Marcus se mantendría mentalmente en sus trece: el tiempo lo diría. Y el propio Dylan. Porque el chico cada vez era más mayor y tenía voz propia, y lo mismo salía de Hogwarts dando un golpe en la mesa y diciendo que quería a su familia unida. Y a ver si su adorada hermana iba a ser capaz de oponerse a eso.

Endureció la mandíbula. — Yo no me he puesto en medio, Alice. Yo siempre he estado ahí. Somos la misma familia, y eso no lo es solo para lo bueno, también lo es para lo malo. Es para que te dé calor familiar, pero también para que te dé mi opinión cuando algo no me parece bien. — Al tirito sarcástico, esbozó una sonrisa leve y en el mismo tono. — Entiendo de consecuencias, gracias. — Ladeó la cabeza de nuevo, ante la supuesta confesión. — ¿Y yo a ti sí? — Sacó un poco el labio inferior. — Creo que nuestra historia está llena de ocasiones en las que debería haberte castigado y no lo he hecho. — ¿Pero qué hacían hablando de eso ahora? ¿A qué venía? ¿Y por qué ese tono? ¿¿No estaban discutiendo??

— Jamás podría. — Afirmó, categórico, a lo de que no la odiaba. Alice siguió hablando, y él manteniendo su mirada... y luego se acercó. Se acercó mucho más. Y la mirada le traicionó, porque bajó de sus ojos a sus labios. Y sintió el roce de estos en los suyos. Y el corazón le dio un latido tan violento que debió escucharse desde fuera. ¿Qué haces? ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué haces esto? Pensó, con la respiración acelerada, sabiendo en el fondo responder a todas esas preguntas, pero empeñándose en no querer entenderlas. Por eso no las decía en voz alta, porque sabía perfectamente las respuestas. Igualmente, no le dio tiempo, porque Alice se lanzó a sus labios, y él contuvo la respiración, pero respondió. Y tanto que respondió. Puso una mano en su nuca, estrechándose con ella y devorando sus labios en respuesta, de manera instintiva, sintiendo que el cerebro le estallaba en llamas.

Apenas un par de segundos. Se separó bruscamente, dando un paso atrás, soltándola y mirándola a los ojos, de nuevo durante apenas uno o dos segundos. Negó con la cabeza, casi imperceptiblemente, apenas moviendo los rizos, con mirada acelerada, confusa, asustada, enfadada... Demasiadas emociones juntas. No, no quería eso. Ya tuvieron una experiencia de esas. Él era un romántico, él quería a Alice, y la deseaba, pero todo era desde el amor y el respeto, no... desde el enfado o... Ya no sabía ni cómo sentirse. Pero estaba tenso, y encendido, muy encendido... Y empezaba a sentir que no solo de enfado o de nervios por el examen.

Giró sobre sus talones, frotándose la cara y resoplando. El beso, la separación, y ese gesto transcurrieron en apenas segundos, así como la resolución. Alice tenía razón: no sabía cómo echar marcha atrás, así que... tendría que darla hacia delante. Se giró de nuevo, bruscamente, y a grandes zancadas rodeó la mesa y fue hacia ella, lanzándose de nuevo a sus labios, tomando su rostro entre sus manos y con el ímpetu suficiente como para hacerla retroceder hasta que su espalda dio contra la estantería de la pared, tirando un libro al suelo. No le importó lo más mínimo. Ahora era su cuerpo contra el suyo, sin ninguna distancia, y todo lo que necesitaba desfogar en sus labios.

 

ALICE

Se venía gestando. Ese “me… gusta” Alice sabía lo que llevaba implícito, veía que Marcus estaba ahí, lo de castigarla… Si es que todo eran señales. Y ya cuando le devolvió el beso, y no solo eso, sino que la agarró de la nuca… Oh, ya está, todas las mariposas, los cosquilleos y el fuego de su interior se encendieron a la vez, porque no había nada que la elevara más alto que Marcus así.

Pero entonces se separó, con esa cara de asustado por no entender las cosas. Ese era su novio también, el que se asustaba cuando no entendía algo, y Alice tampoco lo entendía, no sabía por qué le salía aquello cuando estaba tan enfadada, pero tampoco sabía por qué pasaba de estar tranquila estudiando a estar tan enfadada, así que prefería pasar de nuevo a otro estado mucho más agradable, si le preguntaban a ella. Pero también sabía lo que estaba pensando Marcus. Se estaba acordando de Nueva York, y él aún tenía eso ahí dándole vueltas en la cabeza, que si le hizo daño y marcas y demás. Y a ver cómo le explicaba que ahora daría lo que fuera por esas marcas, porque no podía dejar de mirarle, es que estaba absolutamente poseída por sus deseos y necesitada de él.

— Marcus, no qu… — No le dio tiempo. Antes de que pudiera darse cuenta, su novio se dio la vuelta y volvió a encontrarse con sus labios, a lo cual ella reaccionó rápidamente, agarrándose a su cuello, cerrando las manos en torno a su camiseta, lo cual le vino muy bien para sostenerse mientras Marcus la empujaba contra la estantería, arrancándole un gemido de pura pasión entre los besos. Y ahí sí, se tuvo que separar con una sonrisa maliciosa, para mirarle a esos ojos preciosos (que tenían la culpa de que ella se hubiera puesto así, por otro lado). — ¿Ya ibas a castigarme sin esto, prefecto? — Preguntó, tentadora, antes de subir una de las manos, agarrando sus rizos y bajando los besos por su cuello, y separándose otro momento, poniéndose contra la estantería más aún. — Me encanta, y a ti te encanta que me encante… — Le dio un beso fortísimo y apasionado, sin soltar sus rizos. — Te encanta… verme. — Y subió la pierna por su costado, rodeándole con ella para pegarle más a sus caderas, con un suspiro que ya no se molestó en contener.

 

MARCUS

Eso sí que no iba a tener ya marcha atrás, por mucho que su cerebro le estuviera gritando ¿QUÉ HACES? La forma en la que Alice reaccionó y lo descontrolado que se notaba a sí mismo eran cosas que ya había vivido y sabía cómo acababan. Y, sinceramente, antes de estar discutiendo... prefería estar en esas. Cuando intentase de nuevo devanarse los sesos con el estudio, igual se arrepentía. O igual no. Igual le servía para despejar un poquito la mente, que de tanta presión estaba bastante embotado.

Alice se separó de él y le vio la mirada, la sonrisa y las intenciones. Él no sonrió, al revés, volvió a dilatar la nariz, soltando aire por esta y tensando la mandíbula. — No me gustan estos juegos. — Dijo muy en serio... aunque muy escaso de credibilidad, porque ahí estaba, y lo dicho, no pensaba parar. Él tenía una imagen de sí mismo, para sí mismo y para los demás, de romántico, de caballeroso, de educado, de protocolario, de mil cosas que, desde luego, en nada correspondían con lo que estaba haciendo, o con lo que hizo la noche de Nueva York. Pero a su díscola novia parecía gustarle bastante aquel rollo. Y maldita fuera su estampa, que todo lo que a ella la excitara, a él le excitaba de rebote.

Tuvo que cerrar los ojos y contener un suspiro al notar los besos por su cuello, pero volvió a abrirlos para mirarla mientras le hablaba, mientras le retaba otra vez. Mientras le tiraba de la cuerda aún más. — No. — Insistió, ya por cabezonería más que por otra cosa. No, aquello no le encantaba, se negaba a que le encantase, ¡estaba enfadado, y enfadado no se hacían esas cosas! Pero nada, ella le besó con tanto desenfreno que le puso a mil revoluciones, y así no había quien se tragara la píldora de que aquello no le gustaba. Le estaba poniendo tan al límite que ahora solo quería demostrar que podía ponerse por encima, y eso también le excitaba... Por Merlín, no se entendía ni él, de verdad que no. Que le encantaba verla, le dijo entonces. Y lo peor era que sí, y mucho. Iba a ser mejor dejar de pensar y poner el cerebro en modo automático, o se iba a volver loco. — Me vas a volver loco... — Se le escapó nada más pensarlo. La de veces que se lo había dicho, solo que cargado de otras connotaciones. Ahora parecía un reproche. Pero el final iba a ser el mismo, de todas formas.

Fue notar su pierna engancharse a su cadera, y apoyar él la mano en su muslo, alzándolo un poco más para aprisionarse más con ella, besándola con desenfreno. La otra mano se fue a su bolsillo, sacó la varita y, con un gesto brusco, barrió toda la estancia: un golpe de candado cerró el acceso al armario evanescente, para convertirlo, a todos los efectos, en un armario normal, la puerta de la sala se cerró de un portazo y el entorno quedó silenciado. Se separó de sus labios y, mirándola y sin pronunciar hechizo alguno, apuntó con la varita al suelo, invocando el libro y dejándolo suspendido en el aire. — Más te vale tener una buena excusa para esto. — Y, con otro movimiento de latigazo, lanzó el libro al otro extremo de la sala, cayendo este contra el sofá y quedándose allí. Si alguien llegaba, a todos los efectos, ese libro estaba siendo usado para algo. Así que ya se podía trabajar las cosas. — Los juegos tienen sus consecuencias. — Entrecerró los ojos. — ¿Era el castigo que estabas buscando? ¿O te sabe a poco? —

 

ALICE

Oh, ahora se estaba enfadando más aún, y Alice no podía dejar de estirar esa cuerda. Acercó los labios a su oreja y susurró, con voz aterciopelada y un leve gemido. — Sí. — Se restregó contra su cuerpo mientras alzaba la barbilla y le mantenía la mirada. — Pensé que habíamos quedado en que tú ya estabas loco, Marcus. Yo te había vuelto loco hace mucho tiempo. — Pasó la lengua por su cuello y susurró en su oído. — Y yo estoy loca por ti, todo en su sitio. — Y volvió a buscar sus labios, jugando con su lengua, disfrutando de lo lindo.

Volvió a gemir en medio de los besos cuando notó cómo le agarraba la pierna, y se arqueó del gusto de sentirle apretarse entre sus piernas. Y ya lo que le faltaba era una demostración de poder mágico de Marcus. Soltó una carcajada seca, que salió acompañada de un grito ahogado y una mirada muy descarada a su novio por entero, desde los rizos, los ojos, el torso… Dios, le deseaba más que al aire, más que a nada. — La de las excusas soy yo, sin duda. El del poder mágico eres tú… — Cogió con ambas manos el borde de la camiseta y se la quitó del tirón. — No me estás castigando, prefecto. — Volvió a abalanzarse sobre su cuerpo y sus labios, y de nuevo bajó por su cuello, mientras acariciaba su piel. — Pero sí que me sabe a poco. — Bajó las manos hasta el cierre del pantalón y alzó la mirada desde el pecho de él, donde estaba ahora repartiendo sus besos. — Admite que te encanta. Admite que quieres verme seguir este camino. Admite que estás tan caliente como yo, si no más. — Volvió a subir a su oído y susurró. — Una palabra tuya, y yo te doy lo que pidas, Marcus. —

 

MARCUS

Pues sí, le había vuelto loco hacía mucho tiempo, pero se refería... a otra cosa. A perder la cabeza en el sentido de hacer cosas que... no pensó que haría... O sea, lo que llevaba haciendo desde que la conoció. Ya ni se entendía, pero tampoco era capaz de pensar demasiado en esas circunstancias. Devolvió el beso, buscando su lengua con necesidad, pero negó con la cabeza, lo justo para finalizarlo y separarse. — No... nada de esto está en su sitio... — Insistió. Ya ni siquiera pretendía... exponer nada en concreto. Solo llevarle la contraria a Alice. Porque sentía que le había hecho una encerrona y no le daba la gana de dejarse encerrar tan fácilmente. Aunque las consecuencias fueran tan placenteras. La mano que antes hubiera sostenido la varita, la cual volvió a guardar, se apoyó ahora en la estantería para acercarse mucho más a su rostro y susurrar sobre sus labios. — Yo diré cuándo están las cosas en su sitio. — Necesitaba sentir que la situación la controlaba él. Un poco aunque fuera.

Alice se zafó de su camiseta con una facilidad tan pasmosa que hasta él se sorprendió, bajando la mirada y volviéndola a subir a ella, ceñudo. Ah, y le sabía a poco. Apretó los labios y se la terminó de quitar. — No he empezado todavía. — Afirmó, que mentira no era. Pero le estaba sacando una confesión. El corazón y la respiración le iban a mil por hora, y se estaba excitando y enfadando a partes iguales, y eso le resultaba confuso. ¿Y qué quería de él? ¿Una orden? ¿Algo que sí le supiera a castigo? Muy bien. Esperó a que terminara lo que estaba haciendo, parado, mirándola. Y cuando ella se detuvo y le devolvió la mirada demandante, por la ausencia de respuesta, fue ahora él quien se acercó a su oído y susurró. — Estate quieta. — Prácticamente como una orden. No había conseguido frenar la discusión, no había conseguido no acabar ahí a pesar de que le provocaba emociones confusas. Perfecto, se iba a hacer. Pero se iba a hacer como él dijera.

Ahora fue él quien bajó las manos al pantalón de ella y se deshizo de este, así como de la ropa interior. De lo que le correspondía a él, al fin y al cabo, ella ya había avanzado bastante trabajo. Volvió a apretarse contra la estantería, agarrándola con fuerza para ponerla a la altura que necesitaba, y antes de pensárselo más estaba en su interior, lo que le hizo soltar el aire por la boca en un gemido espontáneo. No, nada de aquello estaba previsto en esa mañana, pero ella misma lo había dicho: ninguno de los dos sabía dar marcha atrás. O más bien no quería.

 

ALICE

— ¿Querrías estar en otro sitio entonces? — Respondió tentadora. Le estaba encantando aquel jueguecito, y a cada palabra, más se encendía y más necesitaba a Marcus. Y entonces se puso así de mandón y… Oh, su cuerpo reaccionaba inmediatamente a esa voz, a esas órdenes y esas palabras. Pero cuando se acercó a su oído y le dijo directamente “estate quieta”, entreabrió los labios, derrotada por completo por aquella actitud, entregada a él y solo susurró, en un suspiro de placer. — Lo que mi prefecto mande. —

Y qué buena decisión fue, porque solo pudo admirar, aún sin cerrar los labios, con la respiración agitada y el corazón a mil, cómo le quitaba el pantalón y todo del tirón, pero es que antes de darse cuenta, estaba en brazos del chico, rodeándole con las piernas, y un agudo gemido salió de ella en el momento que le sintió. No solían hacerlo tan rápido, ni tan brusco, pero cómo lo había necesitado. Se retorció de placer, entre los brazos de Marcus y la estantería, sin ser capaz de hablar durante unos segundos, solo gemir, cerrar los ojos y disfrutar de la sensación.

— Dímelo, Marcus. — Insistió cuando por fin ganó un poco de conciencia de nuevo y pudo articular palabra, con una leve risilla, no muy fuerte, porque tenía las fuerzas trabajando en otra cosa. — Dime cuánto te gusta. Dime cuánto lo necesitabas. — Le apretó aún más con las piernas contra ella y mordió suavemente su oreja, mientras seguía acariciando sus rizos. — Tú ya sabes cuánto me pones. Sabes todo lo que te daría. — Se separó un momento y juntó su frente con la de él, resoplando por el esfuerzo que estaban haciendo, él sosteniéndola y ella no cayéndose. — Sabes cuál es tu privilegio y mira qué bien lo coges. — Sacó la lengua y la paseó por sus labios como llevaba queriendo hacer desde que le había visto lamérselos antes. — Dime tú a mí cuán loco te vuelvo, admite que todo lo que quieres es verme llegar antes que tú mientras te vuelvo loco de verdad, pero de placer. — Quería estirarle todo lo que pudiera, lo necesitaba, lo necesitaban, antes de volver a ser Marcus y Alice de siempre.

 

MARCUS

Debía estar muy nublado para estar haciendo eso en la sala de estar de su casa, contra la estantería que llevaba usando toda la vida (y de hecho se seguía usando), y era un milagro que no se estuvieran cayendo más cosas aparte del libro que ya convenientemente había quitado de en medio. Durante los primeros instantes no hubo más que el ruido de sus respiraciones, el temblor del mueble y la tormenta. Cómo habían cambiado las cosas desde la primera tormenta en la que se vieron en una situación que escaló más rápido de lo que esperaban.

Alice habló de nuevo. Muy iluso debía ser si pensaba que la había dejado sin palabras, eso solo había sido un espejismo momentáneo. Empezó a demandarle que le dijera cosas, pero Marcus seguía en ese extraño modo de contrariedad por cabezonería que nunca, jamás, había establecido con ella. Alice era, con casi total probabilidad, la persona que más influencia tenía sobre él, y a la que menos cosas podía negarle, cuanto menos llevarle la contraria por el mero placer de hacerlo. Pero algo le había poseído en ese momento y parecía haberse instaurado en el no por el no, por lo que siguió a su movimiento, a apretarla contra sí y a dejar los labios en su piel con deseo desmedido. Pero no contestó.

El mordisco en su oreja casi le hace perder el costoso equilibrio que estaba manteniendo por las sensaciones que le provocó, e hizo que la mirara a los ojos con fiereza, como si le enfadara que le hiciera perder el control, como si hubiera metido negligentemente la mano en el timón que él manejaba y hubiera estado a punto de escorar el barco. En mirarla estaba cuando juntó su frente con la suya, cuando la vio resoplar de esa forma. Sí que le volvía loco. Por supuesto que sí, pensó, pero de nuevo, no dijo nada. Iba a hablar cuando él quisiera, no cuando se lo pidiera. ¿No se había enfadado tanto porque se metiera donde no le llamaban? Pues ahora no quería hablar... Por Merlín, eso estaba siendo todo tremendamente absurdo. Lástima que estuviera demasiado encendido como para analizarlo con detenimiento.

Pero Alice no paraba. ¿Para qué quería órdenes si no las cumplía? Ah, la historia de su vida. Pero esa forma de pasar la lengua por sus labios casi le desestabiliza del todo, le hace cerrar los ojos de deseo desmedido. No se iba a dejar vencer tan fácilmente. E insistía. Insistía en que le hablara, pero al fin se había dado un pause en pedirle cosas. Le tocaba a él hablar. Se detuvo, en su interior, pegándose más a ella y mirándola a los ojos, dejando el tiempo suspendido, como si fuera a responderle... Y, tras una irritante y provocadora pausa, paladeó con gusto. — No. — Y se retiró, dejándola con los pies en el suelo y dando varios pasos hacia atrás, sin dejar de mirarla. Le había dicho que se estuviera quieta, debió especificar que eso incluía callada. Y ella le había insinuado que si la iba a castigar de alguna forma, y que podría ser más duro con ella. Él también se conocía sus puntos débiles. Y no iba a ser el Marcus que caía rendido tan fácilmente. Hoy no.

Se dio media vuelta y se fue al sofá de nuevo, y se dejó caer en este como hizo antes, con fuerza, como si siguiera enfadado. La miró con satisfacción desde su postura. — ¿Ahora también vas a quedarte ahí de pie? — Lanzó. Ladeó la sonrisa y se retrepó levemente en el sofá. — Ven tú. Y dímelo tú. Si quieres. —

 

ALICE

Oh, su cabezotísima novio que no iba a dirigirle la palabra a pesar de estar haciéndole lo que le estaba haciendo, y por todos los cielos, cómo le estaba gustando. Hasta que paró y se quedó mirándola. Ohhhh maldito fuera… La estaba provocando, pero no sexualmente, estaba intentando hacerla enfadar, como lo estaba él, pero Alice estaba demasiado caliente, le daba igual lo mucho que intentara molestarla, solo la estaba provocando más.

Así que el muy Slytherin (porque ahora mismo se estaba comportando como todo un Horner) era capaz de dejar de hacer lo que estaba haciendo y dejarla ahí y sentarse en el sofá sin más. Ella le sostuvo la mirada, apoyada sobre la librería con la espalda, y jugueteando con su propio pelo, a falta del de Marcus. Dejó caer la mano lentamente por su propio cuello hasta llegar a su pecho, que bajaba y subía, con la respiración aún tremendamente agitada de lo que acababan de hacer. — ¿Quieres tú que me quede aquí? — Su mano rodeó su pecho y luego siguió bajando por su vientre, alzando una ceja y sin dejar de mirar a Marcus mientras lo hacía. — Claro que quiero… Y me has dejado aquí solita… Con todo este deseo… — Se terminó de incorporar y se acercó lentamente hacia el sofá, sentándose al lado de Marcus. — Quería que me besaras… — Se llevó los dedos a los labios y se los acarició. — Quería que me tocaras… — Y volvió a bajar las manos por su cuerpo. — Yo no lo hago tan bien como tú… — Se quejó con tonito exagerado. Pero se giró hacia él y se puso de rodillas en el sofá y se apoyó con suavidad en el hombro de Marcus, descendiendo la mano muy suavemente, en un tacto ligero pero ardiente, por su torso, mientras le hablaba entre susurros. — Oh, Marcus… Tú no sabes cuánto te necesito… Cuánto placer sabes darme… — Dejó un ligero grito ahogado salir de su garganta. — Y yo esperándote… — Subió la mano y la metió entre sus rizos tirando suavemente de ellos. — Dentro de mí… — Y acercó su cuerpo al de él, pero había dejado la mano a medio camino por su pecho y su vientre y no iba a moverse más hasta que él hiciera algo.

 

MARCUS

Decía que la tenía hechizada, que hacía con ella lo que quería, que haría lo que le pidiera... Lo dudaba. O lo haría, pero no sin antes estirarle un poquito más, hacerle sufrir un poquito más, como si se lo mereciera. La miró desde su posición, sin perder la altivez, entrecerrando los ojos, esperándola. Esperaba que fuera a por él, pero por supuesto, lo hizo cuando a ella le dio la gana. Ni mucho menos inmediatamente.

Mantenerse impasible ante esas sugerencias y esa forma de tocarse era una tarea que en otro momento no se hubiera molestado en intentar. Marcus se derretía a cada movimiento de Alice, y le gustaba que así fuera. Pero ahora, por algún motivo, se habían metido en una guerra de a ver quién podía más que, también por algún motivo que aún no entendía, habían trasladado a aquel terreno. No pensaba moverse de su posición ni un ápice, por más que tuviera que tragar saliva y contenerse, y gritarle mentalmente a su corazón que dejara de golpear su pecho de esa forma tan violenta, que pareciera que se le fuera a salir.

Finalmente fue hasta él, y él la siguió con la mirada, como si le estuviera haciendo una exposición y él estudiando si le era o no convincente, barbilla alzada y mirada distante. Y ahora le adulaba gratuitamente. Se tuvo que reír por dentro. Marcus cedía muy pronto ante una adulación en condiciones normales, pero cuando estaba enfadado y detectaba que le estaban dorando la píldora, su reacción era echarse más atrás aún. Pero claro: Alice era Alice. No era una persona cualquiera, ni aquello era un contexto cualquiera. Era un juego, un juego al que no tenía muy claro si sabía jugar o no. Pero, desde luego, en caso negativo, no lo iba a dejar ver.

El principal problema no era el mensaje de Alice. Era el roce de sus dedos, era su tono susurrado y gemido, era su aliento sobre su piel. Eso le ponía los vellos de punta y le estremecía por completo. La miró de arriba abajo, arrastrando los ojos, hasta clavarlos en los suyos, manteniendo el silencio. Pero cuando notó las manos en sus rizos, tuvo que apretar los dientes y contener la respiración. Eso valía más que cualquier palabra y lo sabía, y sabía que Alice se lo iba a notar. Pero no iba a darle el gusto de abrir la boca. Él ya había dicho todo lo que tenía que decir por el momento, hablaría cuando lo considerara pertinente... Al menos, con palabras. Podía hablar con gestos.

Soltó lentamente el aire por la nariz para sentir que recuperaba algo de control. Al hacerlo, estudió los movimientos con los que iba a lanzar su mensaje no verbal. Dejó caer los párpados un segundo y, tras ello, la miró de nuevo a los ojos y esbozó una sonrisa ladina, sutil y maliciosa. Con un gesto muy leve de la cabeza señaló, y luego llevó los ojos, a su regazo, para mirarla a ella de nuevo y arquear las cejas. ¿Quieres sentirme? Aquí estoy. Tú misma.

 

ALICE

La estaba mirando y eso la excitaba más todavía, y le hacía morderse el labio con gusto, sabiendo que le debía estar costando la misma vida resistirse. Y ahora le sonreía de aquella forma, y su mirada a su regazo. — Oh… Qué malvado sabes ser… — Le dijo pasándose la lengua por los labios. — ¿No te da pena esta alumna díscola que quiere sentirte dentro de ella? — Lamió levemente su lóbulo. — ¿Me vas a hacer suplicarte, mi amor? Mira que no me cuesta nada, mira que solo quiero ver cuánto placer podemos darnos. — Bajó la mano del todo y empezó a acariciarle en la entrepierna, pero solo quería tontear, si ella ya estaba ahí.

Pasó una pierna al otro lado de él, sentándose en su regazo, pero sin dejarle entrar en ella todavía. — Mírame, cabezota. — Cogió su barbilla con una mano y le hizo mirarle. — Te deseo. — Fue bajando la otra mano para unirse con él. — Te amo. — Se acercó a sus labios y susurró, rozándolos. — Te necesito, Marcus. — Y lentamente, fue acercando las caderas, haciéndole entrar en su interior, con un leve gemido, muy lento y bajito, porque eso le estaba dando demasiado placer. — Solo quiero oírtelo decir. — Empezó a moverse más rápido. — Solo quiero hacértelo sentir. — Cogió sus manos y las puso sobre sus pechos, deslizándolas y disfrutando de su tacto. — Nada se compara a esto. — Volvió a interrumpirse por sus gemidos. — Nadie me conoce así. Nadie sabe complacerme, ni siquiera yo misma, como lo haces tú… — Se inclinó sobre él, sin dejar de moverse, agarrándose a su espalda. — Solo quiero oír cuánto te gusta a ti también. Ya me he rendido a ti, ya me rindo a ti todo el tiempo. Sabes que no hay nada como hacernos uno. —

 

MARCUS

Volvió a arquear las cejas como única respuesta. Sí, al parecer, sabía ser malvado, empezaban a decírselo bastante. Él no se consideraba así, pero iba a acabar creyéndoselo... O, más bien, lo iba a usar en su beneficio cuando le conviniese. Alice estaba susurrando en su oído, pero esa pregunta hizo que entornara la mirada para intentar buscar la suya. Puede que sí, puede que sí estuviera provocando que se lo suplicara. Ni había querido meterse en esa discusión, ni continuarla, ni convertirla en un jueguecito sexual, y seguía enfadado. Ahora no pensaba moverse de su postura salvo que se lo rogara prácticamente. Y no sería porque no le estaba costando trabajo mantener la pose.

Sobre todo porque Alice bajó la mano, y eso le estremeció el cuerpo entero y le hizo cerrar los ojos, tensarse y contener un gemido. Estaba tan obcecado en no dejar nada traslucir que prácticamente le había pillado desprevenido, y ese tacto era algo a lo que no podía resistirse con tanta facilidad. Cuando abrió los ojos de nuevo, Alice se estaba sentando en su regazo, por lo que a la orden de mirarla lo hizo, directamente a los ojos, recuperando la mirada afilada que ya tenía, sobre todo cuando le alzó la barbilla, lo que le daba una expresión mucho más altiva. Pero empezó a sentirse en ella de nuevo y... Oh. Sí que sabía neutralizarle. No podía estar enfadado con ella si le decía que le amaba. Acababa de tirarle una de las cartas bajas de su delicado castillo de naipes, y ahora se tambaleaba a punto de derrumbarse. Y estaba convencido a que se le había notado en el gesto de la cara de forma inmediata.

Entreabrió los labios y cerró los ojos, dejando el aire salir poco a poco, mientras notaba el lento movimiento. Lo dicho, todos los cálculos al traste, pero estaba logrando mantenerse sin decir nada. Por el momento. Se mantuvo con los ojos cerrados, con la respiración agitándose más y más por momentos, sintiendo las manos en su pecho, mientras ella hablaba. — ¿Por qué me haces esto? — Susurró con un hilo de voz y los ojos cerrados, espontáneamente, sin pensarlo. Le salió totalmente de corazón. Abrió los ojos y la miró. — ¿Ya no estás enfadada conmigo? — Soltó un jadeo, endureciendo la mirada de nuevo, sin cesar aquel movimiento. — ¿Ya no estás tan alterada que no puedes hacer nada más? — Ella se aferró a su espalda, y él hizo lo mismo, agarrándose a su piel como si fuera una tabla en mitad del océano. — ¿Ya no piensas que quiero hacerte daño? — Susurró en su oído, abrazado a ella con fuerza, con tono grave. Giró levemente el rostro para susurrarle más de cerca. — Todas esas cosas... que quieres oír de mí... ya te las he dicho. — Hizo una pausa. La necesitaba para respirar en aquella agitación. — Miles de veces... Y mejores que esta... — Porque, insistía: prefería otros modos de hacer aquello. Por mucho que la deseara, por mucho placer que le diera, por mucha tensión que tuviera acumulada.

De hecho, no iba a aguantar mucho más. La separó de sí. — Sí que quiero verte. — Entrecerró los ojos. — No pareces estar sufriendo mucho... por este novio cruel, incomprensivo y castigador... — Lanzó, pero aquello no era una discusión sin más, aquello era un encuentro frenético, y acababa de sentir un latigazo de placer recorriendo todo su cuerpo que le hizo arquearse. Y otro comentario salió espontáneo de sus labios, sin pensarlo. — No puedo vivir sin ti... — Y no podía dejar su petición sin responder, por enfadado que estuviera. — Te amo... — Aunque aquello sonó apenas en un quiebre de su voz, porque el placer ya se había apoderado de él.

 

ALICE

¿Enfadada? Bueno, ahora estaba centrada en su deseo, cuando acabara, ya lo vería. — Esto sí puedo hacerlo. — Le dijo moviéndose más fuerte aún, con una sonrisa desafiante, mientras oía un gran trueno caer sobre ellos, haciendo temblar todo como temblaba ella. ¿De verdad tenía que estar susurrándole cosas como esa? Pero como había dicho, ella estaba a lo que estaba, ella tenía que terminar lo que estaba haciendo con Marcus, porque su cuerpo y lo más profundo de su ser se lo pedían, lo necesitaba, como necesitaba respirar.

Pero por fin la separó, y al menos sí que podían verse, y ahí sí que ni sonrió, simplemente se centró en sus ojos, mientras el movimiento se volvía más intenso, más sensible en todos aquellos puntos flacos que tenía. Pero entrecerró los ojos y negó, porque vaya sarta de tonterías. — Yo no he dicho eso. — Pero todo daba igual, porque entonces dijo que no podía vivir sin ella, y ahí sí, ahí se agarró a él, disfrutando de lo lindo, sin parar de moverse, de gemir, nublando su mente y cualquier otro pensamiento, y entonces lo dijo: “te amo”. Vaya, resulta que era eso lo que Alice necesitaba, un “te amo” para llegar a lo más alto, y con un gemido final, tembló entre los brazos de Marcus, cayendo sobre él, recuperando la respiración y la movilidad de los miembros, que se le tensaban en aquellos momentos, oyendo tan solo el corazón de su novio, su respiración y la lluvia torrencial que había fuera. Le temblaban tanto las piernas, que se dejó caer a un lado, tumbándose en el sofá y pasándose una mano por la cara. Vaya locura.

 

MARCUS

Podía sentir cuando ella llegaba a su límite, ya la conocía, y lo notaba en cada uno de sus gestos, por muy embotado que él estuviera. Su mente empezó a despejarse poco a poco tras el estallido de placer, y Alice estaba recostada sobre su pecho, ambos con la respiración agitada. Y si antes, nublado como estaba, no había visto nada claro aquello... después de terminar, menos aún. Y ahora, su mente empezaba a ser un hervidero de voces que le preguntaban a qué demonios estaba jugando y a qué había venido todo aquello.

Alice giró y se dejó caer en el sofá, pero él se quedó donde estaba, sin mover ni un músculo, solo tratando de regular la respiración. Tenía la mirada en ninguna parte, y logró cerrar los labios cuando pudo acompasar la respiración a un ritmo normal. Pasaron unos instantes en silencio que se le hicieron mucho más largos que ninguna otra vez que los hubieran tenido después del sexo. Cerró lentamente los ojos y respiró hondo. Se mojó los labios... Tenía que salir de allí. Se sentía encerrado. Estaba encerrado, de hecho. Era como si sintiera todos los hechizos que había lanzado para volver hermética la habitación como si fueran ataduras alrededor de él.

Abrió los ojos de nuevo y se inclinó hacia delante, frotándose levemente la cara. Finalmente, se puso de pie, mientras decía en voz musitada y monocorde. — Voy al baño. — Se dirigió a su ropa y la recogió, junto con la varita, la cual utilizó para abrir de nuevo la puerta y cancelar el hechizo silenciador, si bien dejó el armario inhabilitado: cuando estuviera seguro de que iba a darle uso de nuevo, lo habilitaría otra vez. Abrió la puerta y salió de la sala, rumbo al baño.

No estuvo mucho tiempo, lo justo para respirar hondo, refrescarse un poco la cara y el cuello y vestirse de nuevo. Y ahora ¿qué? ¿Volvía sin más? ¿Se ponían a estudiar? ¿Seguían discutiendo por donde se habían quedado? Porque no es como que hubieran llegado a un punto de acuerdo ni muchísimo menos. Para colmo, se sentía mal consigo mismo, y para con Alice. No se reconocía en lo que había hecho. Una cosa era un jueguecito de Hogwarts, unas bromas, y otra... En fin, no se sentía cómodo, ni lo entendía. Y tampoco sabía lo que se iba a encontrar cuando llegara a la sala de estar de nuevo.

Entró con la cabeza agachada, manteniendo un perfil bajo. No estaba contento, no sabría definir si seguía enfadado, o solo contrariado, o confuso, o nada o todo a la vez. Se sentó de nuevo en el sofá, con la mirada en los apuntes sobre la mesa, inclinado hacia delante, con los codos en las rodillas y jugando con los dedos de las manos. Serio. Ahora no es que no quisiera hablar. Es que no sabía qué decir.

 

ALICE

Que su novio se marchara no era para nada buena señal, pero tampoco se veía como ninguna otra vez que se hubieran acostado, así que no dijo nada, dejó que se fuera y recogió su ropa interior del suelo y se quedó así, sin vestirse, necesitaba simplemente… dejarse caer en el sofá y… pensar. ¿Qué acababa de hacer? Liarla y a sabiendas, y eso era un movimiento tremendamente Gallia, demasiado Gallia para alguien que intentaba argumentar que quería alejarse de “lo Gallia”. Suspiró y pasó un brazo por encima de su cabeza, mirando la estantería y los cristales por los que caía agua a raudales, perdida en ese ruido blanco.

La verdad era que sentía que su vida iba a la deriva, sentía que le habían arrancado el control a la fuerza, y que solo lo iba a recuperar cuando se sintiera algo, alguien, alguien más que la protegida de los O’Donnell, que la pobrecita Alice que ha sufrido tanto. Alguien más que la hija de su genialoso padre, que no era tan genial, pero que había tenido que cargar con tantas otras cosas. Se giró sobre el costado, pero seguía con la mirada perdida. ¿Sería tan tonta de poner en peligro lo único que le iba bien haciendo semejantes tonterías? Parecía que no conocía a su novio. Ni se iba a sentir bien, ni le iba a hacer cambiar de opinión, por mucho que a ella le doliera. Pero bueno, podría hacérselo entender de otra manera.

Marcus volvió, y no sabía cuánto llevaba pensando, mirando la lluvia en la ventana. Era todo lo que quedaba, nada de tormenta, solo mucha lluvia, aunque seguían en la penumbra. Se recolocó para poder mirarle, y se decidió a hablar, primero, porque le veía confuso, segundo, porque la había liado ella, qué menos que empezar. — No he dicho que seas cruel, incomprensivo ni… Bueno, lo de castigador lo digo en un sentido de jueguecito sexual, porque me encanta desde que estábamos en Hogwarts. — Se incorporó y se recogió las piernas, sentándose y abrazándoselas. — Marcus… — Soltó aire y se frotó la cara. — Sé que no ha sido el movimiento más brillante de mi historia… Y lo siento si te he hecho sentir mal. — Se apartó el pelo de la cara. — Voy… Voy a la deriva ¿sabes? Estoy… intentando resolver mi vida, mi mundo, todo… Y… Tú y yo… haciendo esto, eso siempre ha funcionado, siempre… Llegas a mí, yo llego a ti… Cuando todo lo demás no tiene sentido… lo que me haces sentir siempre está ahí. Solo necesitaba… sentir que seguía siendo así. — Apoyó la frente en las rodillas y volvió a abrazarse. — No puedo solucionar mi vida con mi padre en ella. No puedo. No me lo pidas más, por favor. Simplemente no puedo. — Levantó la cara y le miró, con los ojos inundados. — Marcus, si Lex estuviera sufriendo y alguien a quien quieres se quedara mirando, simplemente, lamentándose… Si existiera el riesgo de que no volvieras a verlo jamás… ¿Podrías perdonar a quien se cruzara de brazos? — Dejó caer los párpados y se levantó. — Siento haber liado todo esto y siento… — Tomó aire y se puso a buscar su ropa. — Estamos a tiempo de no presentarnos. Tienes razón. No paro de meter la pata, y tú sabes más de esto que yo… Si tengo que esperar, esperaré. — De repente se sentía desnuda, ridícula, una niña que había hecho un buen lío y que no sabía cómo salir de ahí.

 

MARCUS

Era como si le hubieran robado la capacidad de hablar. Como si necesitara... algo, un empujón, un click, que le permitiera hablar de nuevo. Como si le hubieran lanzado un hechizo enmudecedor. Pero no podía decir nada, o no sabía qué decir, o simplemente no le salían las palabras. Alice había roto el hielo por él, y en un principio se quedó con la mirada perdida, en la mesa, sin mover la postura. No la estaba castigando, no era ya la cabezonería de antes, la negativa a darle lo que quería... Era, simplemente, que no sabía cómo reaccionar.

Al menos hasta que dijo su nombre. Eso hizo que la mirara, que moviera la cabeza lentamente hacia ella y mirara sus ojos, pero no afilado como antes, sino derrotado, apenado. En silencio mientras ella decía todo lo que tenía que decir. Tragó saliva. Sí, ellos siempre llegaban el uno al otro, eso siempre les funcionaba. Era solo que... no le parecían los... ¿motivos? Por así decirlo, más adecuados para hacerlo. O quizás había leído demasiadas novelas de caballería y necesitaba poner los pies un poco más en el mundo real, también era posible.

Empezaron a escocerle los ojos, solo por ver inundados los suyos. No soportaba ver a Alice llorar, algo le atravesaba el corazón como una estaca. ¿Había provocado él eso? Era la última de sus intenciones, lo juraría con su vida. ¿Cómo iba él a querer hacer daño a Alice? Y solo que ella lo pensara le atormentaba. El ejemplo de Lex hacía que lo entendiera perfectamente, claro que sí. La cuestión era... que no podía culpar a William de nada de eso. Simplemente no podía. No le atribuía las malas intenciones que parecía atribuirle Alice. La negligencia, sí. Pero se ponía en su lugar y no podía evitar justificarle. Y algo le decía que, al respecto de eso, Alice y él nunca iban a llegar a un acuerdo.

Entonces se levantó, y él la siguió con la mirada, con ojos apenados. Seguía sin hablar, y empezaba a sentirse un completo estúpido por no decir nada, Alice se iba a creer de verdad que pretendía torturarla con ello. Bajó la mirada con tristeza cuando empezó a recoger su ropa... hasta que dijo lo del examen. Eso sí le hizo reaccionar. La miró de nuevo y parpadeó. No podía estar hablando en serio. No, eso sí que no quería provocarlo, para nada.

Respiró en silencio, apenas un par de segundos después de que ella terminara su exposición. — Alice. — Dijo con suavidad, mirándola. Detuvo la mirada sobre ella unos segundos, tras lo cual, simplemente estiró la mano hacia ella, pidiéndole que fuera. — Por favor. — Rogó. Hacía ¿cuánto? ¿Diez minutos? Estaba él en ese mismo sofá, y ella de pie junto a la estantería, desafiándole a que fuera, en un contexto muy diferente, y como si tuviera una batalla que ganar. Con ella diciéndole si necesitaba que le rogara. Ahora se sentía absolutamente derrotado, rogaría lo que fuera, y la veía igual a ella. Habían perdido la batalla los dos. Y solo quería abrazarla y dolerse juntos.

Afortunadamente, ella fue hacia él y se sentó de nuevo. Tomó su mano y, con la mirada baja, soltó aire por la nariz. Se quedó unos segundos en silencio... y tras estos, simplemente, se acercó lentamente a ella y la envolvió en sus brazos, apretándola contra sí, cerrando los ojos. A pesar de lo que acababan de hacer, sentía que llevaban separados desde que empezó la discusión, y necesitaba eso. Se separó de ella y la miró a los ojos. — Nos vamos a presentar el examen. — Le buscó la mirada. — Mírame, Alice. — Esperó a que lo hiciera. — Tenemos preparación de sobra. Todo este verano nos ha tenido al límite y nos ha jugado una mala pasada a nuestros nervios. Pero nosotros podemos con esto. — Negó, soltando aire por la boca y bajando la cabeza. — No me hagas caso, por Merlín, parece que no conoces lo excesivamente prudente que soy. — Chasqueó la lengua, mirando a otra parte. — Tenía otra planificación de estudios en mi cabeza... Simplemente, me entró pánico de ver el poco tiempo que nos quedaba. Pero vamos sobrados con esto. Sabes tan bien como yo que podríamos habernos presentado prácticamente sin estudiar. — Rodó los ojos. — Pero nosotros no vamos a conformarnos con un aprobado básico. — Esperaba que el comentario de intelectualito sirviera para distender un poco el ambiente. Aunque primero tendría que servirle a él, y no mucho.

— Yo siempre voy a querer... hacerlo contigo. Y va a gustarme. Siempre. — Dijo sin devolverle la mirada, con esta baja. Negó. — Yo... Es... No es mi estilo. No... sé si es... como me gusta hacerte... — Qué difícil le era a veces expresarse, con la labia que tenía. Se frotó la cara y fue al grano, resoplando para quitarse los tabúes y animándose a mirarla. — Te quiero, Alice. Te amo. Y estaba... enfadado, muy enfadado. Era confuso. Es... Siento que te estoy faltando el respeto. O que no lo hago de corazón. — Se encogió de hombros. — Soy idiota, qué quieres que te diga. — Si es que no podía resolverlo de otra forma. Aunque había algo que necesitaba dejar muy claro, por encima de eso. — Pero Alice... Por favor. No pretendía pasar por encima de tu voluntad. No quería hacerte llorar, tensarte, o hacerte daño. Yo nunca, jamás, Alice, voy a querer hacerte daño. Todo lo que te diga, todo lo que haga, siempre va a ser porque no soporto que sufras, porque quiero que seas feliz, porque lo considero lo mejor para ti. Y me equivocaré, y puedes decírmelo cuando me equivoque... pero no insinúes otra cosa. — Puso una mano en su mejilla y la miró a los ojos, más cerca. — Mírame ahora tú a mí y prométemelo. Prométeme que sabes eso. Que todo lo que diga o haga, aunque me equivoque, lo hago solo por verte feliz. — Tragó saliva. — Necesito saber que sabes eso. —

 

ALICE

Pues había dejado sin palabras a Marcus O’Donnell, guau por ella, aunque le parecía que iba a guardar la técnica en un cajón y tirar la llave, porque pasaba de esa sensación. Pero entonces, mientras se estaba poniendo la camiseta, Marcus la llamó y le tendió la mano. No necesitaba más, la verdad, porque la tomó al instante, de nuevo con los ojos brillosos, pero sin querer llegar a llorar. Se sentó junto a él y volvió a subir las piernas, entrelazando su mano con la de él. Cuando vio que la quería abrazar, se hizo una bolita y se pegó a su pecho, como si la estuviera protegiendo de algo aunque no supiera de qué exactamente.

Se separó mínimamente cuando le pidió que le mirara y ella parpadeó. — Pero tú no estás seguro… Y eso no es buena señal. — Y entonces dijo lo de que no le hiciera caso y la hizo reír levemente y mirarle con ternura. — Yo te hago mucho más caso del que parece, y lo que tú pienses o sientas es importantísimo para mí. — Suspiró un poco a lo de presentarse sin estudiar, pero rio con lo último. — Por supuesto que no… Pero es que te he visto antes tan seguro de que era una mala idea… — Rodeó el costado de Marcus y se apretó más contra él. — Me da pánico arrastrarte a una locura que no pueda solucionar, ahora vivo así, gracias, Nueva York. — Terminó sarcástica y con un poquito de rabia a su propia situación. Levantó la mirada y clavó sus ojos en los de él. — ¿Me juras que crees que podemos sacarlo? — De repente toda su seguridad parecía haberse quedado como todo fuera en la calle, empapada e inservible por una tormenta pasajera.

Estaba bien la confirmación de que iba a querer hacerlo siempre con ella, y no pudo evitar sonreír un poco, subiendo la mano para acariciarle la mejilla. Sabía que a Marcus le costaba mil veces más que a ella hablar de esas cosas, así que simplemente escuchó. Negó brevemente con la cabeza. — Tú nunca me faltas al respeto. Tampoco te creas que es en lo que yo pienso cuando pienso en nosotros haciéndolo. Es que… a veces el deseo y todo… me quema por dentro, y no era el momento, desde luego, pero quería dejar de discutir y sentía todo eso… En fin, que no te preocupes, no… — Cogió su mano y dejó un beso en ella. — No lo haremos más así. — Le miró a los ojos y dijo. — Pero no pasa nada, no eres idiota. Ni me faltas al respeto ni nada parecido, hacerlo así no es malo si a los dos nos gusta. Somos una pareja preciosa, pero… por mucho que nos lo digamos, perfectos no somos. Y a veces lo queremos de cuento de hadas y a veces… la vida lo que nos pone por delante es esto. —

Negó con la cabeza a todo lo que estaba diciendo. — Marcus, sé que me he enfadado mucho… — Pero se calló y le dejó terminar, mientras levantaba la cara al toque de su mejilla. — Te lo prometo. De corazón, mi amor, sé que tú siempre actúas siguiendo lo que crees que va a ser mejor para mí. — Agarró su mano y la apretó, sin apartar sus ojos de él. — Me he enfadado tanto porque… no es una decisión fácil la que he tomado respecto a mi padre, y simplemente quería… una vez tomada, dejarla estar, no darle más vueltas. — Tragó saliva y se mordió el labio inferior. — Sé que no lo apruebas, pero, mi amor… quiero paz y alegría en nuestras vidas, y con mi padre en ellas de forma activa y presente, no lo voy a conseguir. Han sido dos años… más, en verdad, con la enfermedad de mi madre y todo… en los que he tenido que ver, oír y encargarme de tantas cosas… — Se enroscó más en el abrazo y le miró. — No quiero eso para nosotros, Marcus, y no lo quiero para Dylan. Merlín sabe que lo he intentado todo, y con mi padre no ha servido para nada, y me he rendido, y también que me he ganado el derecho de ser yo quien se encargue de Dylan. Tengo hasta el dinero, que es lo que nunca he tenido... — Las lágrimas volvieron a sus ojos, pero trató de retenerlas. — Quiero una vida de verdad, una vida ordenada y feliz, lo que he querido siempre. Quiero mañanas de estudio en un sitio como este, quiero una familia que te apoya en todo y te tiene la comida preparada y un armario evanescente para que le preguntes dudas… Quiero una familia de verdad, quiero felicidad para mi hermano, porque ni siquiera se acuerda de la felicidad, Marcus. — Se mordió los labios. — Y si algún día… — Lo dudaba, pero bueno. — Si algún día mi padre es capaz de darnos esa felicidad y estabilidad, podrá volver a ellas. Pero, de momento, solo es una persona a la que no puedo dejar desvalido sin más, pero ya es hora de que se atienda a sí mismo, que se arregle… Y cuando lo haga, si es que lo hace, estaré dispuesta a hablar y acercar posturas. Hasta entonces, he llegado a mi límite. — Volvió a apoyarse en su pecho. — Tú siempre puedes opinar y tener voz en mi vida, porque es nuestra vida, y siento haber reaccionado así… Es solo que es una decisión tomada, y me ha costado mucho llegar a ella… Si cuento al menos con tu apoyo, si no con tu completa aprobación… todo será más fácil. Pero siempre puedes opinar. Perdóname por todo esto. —

 

MARCUS

La miró circunstancial. — ¿Tú has estudiado conmigo alguna vez? — Él no llegaba a ponerse de los nervios como Hillary, pero siempre pensaba que aún le faltaba un poco más de estudio, por muy sobrado que fuera o por muy seguro de sí mismo que se sintiera. Si más horas tenía, más horas estudiaba, aunque ya hiciera días que pudiera sacar el diez. Estaba deseando presentarse a la licencia, pero todo tiempo que tuviera le iba a resultar insuficiente. Y había sido esa forma atropellada de decidirlo, recién llegados de Nueva York, la que le tenía fuera de su hábitat natural, no el examen en sí. Negó. — No es una mala idea. Es lo que hubiéramos hecho de no irnos. Me parece bien que nuestra vida continúe como la teníamos pensada... Solo me ha sacado de mis esquemas. — Sonrió levemente. — Y ya sabes cómo soy yo con mis esquemas. — Bastante cuadriculado, para qué fingir. Acarició su mejilla. — Todavía no ha habido ninguna locura que no hayamos podido solucionar. Ni la habrá. — De eso sí que estaba sobradamente convencido. Amplió la sonrisa y asintió. — Te lo juro. —

Se ruborizaba un poco escuchándola hablar así. Después de lo que había hecho, ahora se ponía colorado, por supuesto. El caso es que él también se cegaba de deseo bastante, a la vista estaba... Y, cuando afirmó que ya no lo harían más así, torció el gesto de los labios en una muequecita infantil. Debería estar contento... pero... — En verdad no ha estado tan mal. — Se encogió un poco y la miró con los ojos entornados. — Si a ti te ha gustado, quiero decir. — A ver si se aclaraba, eso sí que estaría bien.

Al menos Alice sabía que no quería hacerle daño. Era lo que más temía y lo que más le había dolido, porque nada más lejos de su intención. La escuchó en silencio. Y tanto que no era una decisión fácil, no lo estaba siendo para él y no era su padre (bueno, ni su decisión, simplemente le había venido dada así). Tendría que nacer de nuevo para perder la esperanza en que se reconciliaran, pero su abuela le había dicho que Alice necesitaba sanarse, que lo dejara estar... De verdad que quería dejarlo estar, pero la fecha le había removido entero por dentro. — Te has ganado el derecho a ser feliz. — Dijo con convicción. — Esa es la vida que te mereces, Alice. Y la que vas a tener. Tú te la has labrado. — Se encogió de hombros. — A mí gran parte de esas cosas que mencionas me han caído por suerte... Tú te lo has tenido que trabajar muchísimo. No sé si yo hubiera podido. No soy quién para dar lecciones, y créeme, que nadie mejor que yo sabe lo mucho que has luchado y cree en lo que te mereces... — Pero no puedo evitar sentir pena por esta situación ni que no me parezca la opción adecuada. Aquello era un argumento en círculo del que no iban a salir, así que era mejor dejarlo estar.

— Perdóname tú... Tenías razón, no era el momento para sacar este tema. Y es tu vida y son tus decisiones. — Sonrió levemente. — Yo prometo apoyarte en todo. — Apretó su mano y dejó un beso en esta. — Anda... volvamos al estudio. — E iba a girarse hacia la mesa, pero recordó algo. — Aunque... — Con un toque entre divertido y desafiante, se asomó muy ligeramente por el lado de Alice, movió los ojos y señaló con un gesto de la cabeza el libro que reposaba tras ella en el sofá. — Alguien me debe una excusa. —

 

ALICE

Tuvo que reírse. Sí, su novio era así, si podía tener una hora más de estudio, la arañaba como fuera. Se puso a dibujar circulitos por su pecho distraídamente y puso una sonrisa triste. — No sé si podemos hacer eso. Seguir con la vida sin más, quiero decir. Pero lo quiero intentar. — Alzó los ojos de nuevo para sonreír a su juramento. — Eso es verdad. Es solo que preferiría no llegar a ese punto ¿sabes? — Besó sus manos. — Pero nos amamos, y los O’Donnell sois unos solucionadores de problemas profesionales, así que… — Se encogió de hombros. — Podría ser claramente peor. —

Abrió mucho los ojos y rio un poco a la respuesta de su novio sobre lo que acababa de pasar. Alice asintió con media sonrisilla y dijo. — Sí… Creía que habíamos quedado en que el sexo nos gusta siempre… — Se volvió a reír un poco y se apoyó en su pecho. — Claro que me ha gustado. Y claro que se puede quedar… como una opción que sabemos que tenemos. — Le tomó de la barbilla y le hizo mirarla. — Pero solo si no vas a sentirte mal después. — Dejó un piquito en sus labios y sonrió, mientras sentía que la placa de su pecho se reducía. Menos mal, lo iba a necesitar para estudiar.

Alice conocía a su novio y sabía que nunca iba a perder la esperanza con su padre, pero al menos veía que también entendía su punto y esperaba que… al menos hasta que estuvieran en la situación donde ella quería estar, siendo alquimistas, lejos de toda aquella turbulencia, no tuvieran que darle muchas más vueltas a ese tema. — No es mi vida. Es nuestra vida, tú lo has dicho y tienes razón. — Dijo acariciando su mano. — Es solo que hay decisiones que tiene que tomar una y se hacen… difíciles. Pero aquí seguimos. Y sigo considerando tu opinión y tu consejo los más importantes de mi vida. — Miró por encima de su hombro y vio el libro, lo cual le hizo reír. — A ver… qué tenemos por aquí… — Cogió el libro y se tumbó sobre el pecho de su novio para abrirlo, aunque acabó en una pedorreta. — ¿Siempre tienes que caer de pie? ¿Es la vena Slytherin o algo? — Soltó una risa ofendida y lo subió hasta su vista. — “Nociones básicas y fundamentales sobre los sólidos en la alquimia. Fulcanelli.” Hay que fastidiarse… — Miró la contraportada y vio el año. — 1838… Era un crío cuando hizo esto. — Sonrió de medio lado. — Todos empezamos por aquí, supongo. — Dejó el libro en la mesa y dijo. — Voy a considerarlo una señal de dos cosas. La primera: que de él voy a sacar la transmutación para mi examen, y la segunda… — Se levantó de un salto. — Que tengo que ponerme pantalones, porque como me meta en el estudio se me va a olvidar, y como entren tus padres por ahí y me vean así, ni una excusa Gallia me va a valer. —

Notes:

A ver, son momentos muy tensos para nuestros chicos, y ya nos conocemos todos, a veces les da por ahí. Pero a parte de desahogarse como ellos saben, contadnos ¿os visteis venir este drama? Era normal que Marcus se acordara de William en ese día, pero Alice sigue en sus trece. ¿Qué haríais vosotros? Tenemos mucha curiosidad, sabemos que os implicáis a tope no solo con los chicos sino con todos los personajes, así que ¡a mojarse!

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INSPIRACIÓN

(18 de octubre de 2002)

 

MARCUS

Marcus se tomaba tan en serio sus días de descanso como sus días de estudio. Lástima que, como su abuelo había dicho, aquello era prácticamente una carrera de velocidad, y no sabía hasta qué punto podía permitirse el lujo de hacer días enteros de descanso. Para sentirse un poco menos mal con su conciencia pero no arrastrar a Alice a incumplir una de sus autoimpuestas normas (él arrastrando a Alice a incumplir algo, quién les había visto y quién les veía), decidió hacer el incumplimiento solo. Incumplimiento que consistía, ni más ni menos, que en ir a la biblioteca municipal de magia en su tarde de descanso. Una locura. A veces hasta él mismo se daba cuenta de lo extremadamente Ravenclaw que podía llegar a ser.

Entre él y su abuelo tenían muchísimo material, pero iba buscando… inspiración. Algo que llamara su atención, aunque fuera de otra materia. La verdad era que quería… pasear entre estanterías. Echaba de menos la biblioteca de Hogwarts: los libros de su casa, los de casa de su abuelo e incluso los de casa de su tía Erin (ahora que tenía algo así como residencia propia había ido a olisquear) se los sabía de memoria. Quería ver qué había por allí.

Absorto en el paseo estaba cuando algo le desconcentró. ― ¡Pst! ― Ese chistido sintió que iba directo a él. Giró la cabeza, buscando con la mirada si era así o si estaban llamando a otra persona. Pero no, sí que le estaban llamando a él. Sonrió y se acercó a la mesa desde la que el chico le saludaba. ― ¡Theo! ¿Qué tal? ― Preguntó en el tono susurrado propio de la biblioteca. Tenía bastantes apuntes por delante. ― Me he venido un rato a estudiar. Por las tardes no hay quien se concentre en mi casa con mis hermanos dando berridos. ― Rio levemente y echó un vistazo a sus apuntes, frunciendo el ceño. Theo rio levemente. ― Todo el mundo pone esa cara cuando lee mis apuntes… Tranquilo, la enfermedad mental no es contagiosa. ― No, no, es… Parece interesante. ― Daba un poco de mal rollo así leído, pero Theo parecía bastante tranquilo. Pletórico, se atrevería a decir. Sabía reconocer a una persona estudiando algo que le motivaba.

― Vamos fuera, así hablamos mejor. ― Ofreció. Cogió su mochila y ambos salieron a la puerta. ― ¿Quieres un café? Me va a venir bien despejarme a mí también, llevo mucho rato estudiando. ― Se sentaron en un banco después de sacar un café de la cafetera mágica que ofrecía miles de opciones cerca de la puerta. Marcus miró a su alrededor. ― No suelo venir por aquí. Pero hay buen ambiente. ― Theo asintió y sonrió. ― Me recuerda a las bibliotecas universitarias muggles… Me llegué con Hillary el otro día. Teníamos curiosidad. ― Rieron. ― En serio, en mi casa hay demasiado escándalo para poder estudiar. ¿Qué tal lleváis el examen de Piedra? Es dentro de poco ¿no? ― El día treinta. ― ¡Uf! Qué presión. ― ¿Qué tal tu curso? ― ¡Genial! Es interesantísimo, estamos… ― Compartieron ambos durante un buen rato qué tal les iba con sus respectivas ramas. Theo tenía razón: allí se juntaban personas que estudiaban cosas diferentes, muy diferentes, y no todos lo mismo, como en Hogwarts. Tenía cierto encanto.

― ¿Cómo lo lleva Alice? ― Marcus frunció los labios en una sonrisa que debió ser lo suficientemente tensa como para que el otro la captara y asintió. ― Bien. Bueno, como yo, nerviosa. Pero vamos bien. ― Theo se mordió un poco el labio. ― ¿Qué tal las cosas con William? ― Marcus soltó un poco de aire por la boca y miró a los lados, rodeando su vaso de café con ambas manos. Agachó la cabeza con resignación. ― Mal. ― No podía engañar a Theo, primero porque era su amigo, segundo porque era muy listo para esas cosas, y tercero porque prácticamente era ya parte de la familia, o sea que tenía que saber casi de primera mano que Alice y William apenas se hablaban. Le puso levemente en contexto de lo ocurrido dos días antes cuando le sacó el tema de su padre (bueno, la parte del desvío a “otros temas” obviamente se la saltó), expresándole su preocupación. ― No creo que sea bueno para ella. Y él me preocupa. Se va a quedar solo. Por no hablar de que a Dylan no le va a hacer ninguna gracia volver de Hogwarts y encontrárselos peleados. ― Theo soltó aire por la nariz, pensativo. ― La verdad… es que me extrañó que os fuerais tan pronto a Irlanda. Y Jackie me dijo que dudaba que fuerais a ir a La Provenza en Navidad. Que conoce a su prima y que teme que la hayan perdido… No ella, claro, el otro día en la fiesta de Ethan estuvimos muy bien. Pero sí… la familia, en general. André está bastante preocupado también. ― Marcus se frotó la cara. ― ¿Y cómo lo hago para decírselo? No quiere ni que le saque el tema. ― Y tampoco es buen momento para ello. Tenéis un examen importantísimo a las puertas. ― Pero toda la familia está preocupada. ― Theo meditó de nuevo unos instantes. Tras esto, se encogió de hombros. ― Puedo hacer de intermediario. Si queréis. ― Arqueó las cejas. ― No es que me parezca un planazo iniciar mi noviazgo arriesgándome a una demanda por ambas partes por meterme donde no me llaman, pero… ― Marcus escondió una risa. ― Eres un buen tío… Es una papeleta para ti. ― Theo ladeó varias veces la cabeza, mirando hacia arriba. ― Jackie quiere mucho a William. Ella está ahora en París y yo aquí, me ofrecí a ir allí a verla, pero ella dice que no le importa venir ella, que está más acostumbrada a aparecerse que yo, lo cual es cierto. Y así aprovecha y le ve. Yo también voy a verle cuando ella viene. Alice nunca está en casa. Podemos… seguir haciendo esto, mientras estéis en Irlanda. Yo me aseguro de que William esté… lo mejor posible. Y vosotros, desde allí, intentáis que Alice se cure. ― Le miró con comprensión. ― Es desesperante, pero efectivamente, no la presiones. No vas a conseguir nada, en todo caso que se enfade contigo. Y no quieres eso. ― Asintió. Pues el chico tenía razón, no le iba a quedar otro remedio.

Theo apuró el café. ― Debería volver dentro. ― Claro… ― Ah, pero antes. ― Rebuscó en su mochila, con una sonrisilla. ― Quería pasarme por tu casa a dároslo, pero fíjate qué bien que me he encontrado aquí contigo. Justo venía de hacerle fotocopias. ― Marcus frunció el ceño. Theo, cayendo en lo que acababa de decir, rectificó. ― Réplicas. A lo muggle. Otro día te lo explico. ― Dicho eso, sacó varios papeles y se los tendió. Estaban separados por un clip. Había un papelito en color azul enganchado a uno de los grupos que ponía “para Marcus”, y otro que ponía “para Alice”. ― En realidad, ambos os sirven a ambos… Bueno, no sé si os van a servir mucho, más bien los vi y me acordé de vosotros, creo que va a ser más un pasatiempo que algo útil. ― Marcus le echó un ojo, curioso. Le sonaban muchos conceptos, pero… ― Son apuntes de mis hermanos, del instituto. Lo que estudian los muggles en educación secundaria: biología para Alice, todo el tema de la flora, y química para ti, lo que he considerado que podías asociar más con la alquimia. ― Marcus le miró con los ojos brillantes. ― ¡Wow! Seguro que nunca habíamos visto nada de esto. Precisamente venía aquí buscando algo que nunca hubiera visto. ― Reconoció entre risas. Le miró con afecto. ― Muchas gracias, Theo. Por todo. ― El otro se encogió de hombros. ― No hay de qué… Ya me diréis si os sirven. Aunque sea para distraeros. ― Ambos rieron y se pusieron de pie para despedirse. ― Suerte en vuestro examen. Y en todo lo demás. ― Marcus sonrió. ― De todas formas, nos veremos antes de irnos. ― ¿Otra fiesta desmadrada marca O’Donnell? ― Tampoco te pases. ― ¿No vas a celebrar obtener tu primer rango de alquimista? ― Ya veremos. ― Rieron de nuevo y se despidieron. Sí que había sacado una buena inspiración de aquel inesperado encuentro. En todos los sentidos.

 

ALICE

No dejaban de sorprenderle los lugares muggles, pero aquel se llevaba la palma. Llevaba un rato pegada a las ventanas del sitio, viendo los aviones correr a velocidades que le parecían imposibles. Alice había visto aviones en el cielo, a alturas que no llegaba a concebir del todo, pero verlos acelerar y poco a poco, sin hechizo, despegarse del suelo… Le encogía el corazón. — ¿Pero qué haces aquí? — Dijo una voz con cierta cansinería a su espalda. Ella se giró y miró a su primo con ojos brillantes. — ¿Cómo has sabido que era yo? — Aaron levantó las manos y miró a los dos lados. — Eres la única pirada de Gatwick que mira los aviones así. — Ambos se echaron a reír y se abrazaron. 

— Pensé que había dicho que no quería a nadie aquí, ¿y no tienes un examen superimportante y supremo para el que estudiar? — Ella se rio. — Sí, respecto a lo del examen, me han castigado sin libros. — Su primo soltó una carcajada. — ¿A ti o al prefecto? — A los dos. Y he querido dejarle un poco de espacio, que estoy todo el día ahí encima. — Él chasqueó la lengua. — No creo que se queje precisamente… — Y respecto a lo otro… — Interrumpió ella. — Te estabas quedando con mi tata, deberías saber que te traiciona en un momento. — Y les dio la risa a los dos. — Ya lo veo… No es que no me alegre de tenerte aquí, es que no me gustan las despedidas como tal. — Alice suspiró y entornó los ojos. — No lo digas como si fuera un drama tuyo. Es como esa gente que dice que es alérgica al polvo porque le hace estornudar: le pasa a TODO el mundo. — Negó con la cabeza. — Las despedidas son una mierda para todos, pero no podía dejarte ir sin más. — Aaron puso una sonrisa triste con los ojos brillantes. — Con Ethan no me fue muy bien, hubiera preferido quedarme con una imagen como la de la fiesta. — Ella le estrechó el brazo. — ¿Mucho drama? — Aaron asintió. — Pues sí, con echarnos cosas en cara, revelación de sentimientos solo parcial… En fin, te lo ahorro. — Ya se lo imaginaba, en verdad. — Le conozco muy bien. Sé que ha llegado a sentir cosas muy fuertes por ti. — Él suspiró y negó con la cabeza. — No puede ser. — Ella asintió. — Vas a ser mucho más feliz así. — Y echaron a andar hacia la zona donde ya se tendrían que separar.

Alzó una ceja y vio lo cargado que iba. — ¿Por qué llevas los bultos así? — Él rio. — Porque estamos rodeados de nomajs, Gal… — Negó con la cabeza. — No sobrevivirías ni dos días, eh… — Nooooo, eso te lo aseguro. Tener que cargar con todo siempre, estos lugares tan llenísimos de gente y… — Señaló en dirección al exterior. — Los cacharros esos. Confirmamos que eres Gryffindor si estás dispuesto a subirte en uno de esos. — Su primo se encogió de hombros. — Son muy seguros, y dan una cosquillillas en el estómago… — Ella trató de sonreír. — Pero no vas a dejar de hacer magia ¿no? — Él rio. — He estado a punto de tirar la varita al Támesis. — Y más se rio ante la cara de horror de Alice. — ¡Pero, prima, que se puede vivir así! — Bueno, pero quédate la varita. — ¿Y si conozco un nomaj y la encuentra? — ¡Pues la escondes bien, no seas descerebrado! — Soltó el aire entre los labios. — No me hagas arrepentirme de apoyarte en esto. — Él sonrió y se chocó con ella. — No te enfades conmigo, anda… — Entiendo que quieras vivir con los nomaj, pero… ¿Seguro que vas a poder vivir así? — Su primo se encogió de hombros. — No hago mucha magia… Nunca he sido especialmente bueno, simplemente nací con la habilidad de usarla, pero… ¿Cuántas veces me has visto hacer hechizos? — Ahora que lo pensaba… no muchas, desde luego. Era solo que, si encima no iba a ser mago… Lo sentía todavía lejos, sentía todo aquello mucho más definitivo. — ¿Te ha costado mucho lo de los documentos muggles? — Él suspiró. — Solo eternas mañanas en el Ministerio, especialmente lo del cambio de apellido. He tomado café con todo el mundo: Rylance, Jacobs, Kyla, Hillary, Arnold que apareció por allí una mañana… En el fondo he podido despedirme muy bien. Pero mira qué chulo. — Le pasó a Alice un librito, en cuya última página salían los datos de Aaron y su foto. Muy muggle, desde luego. — Fíjate, vas a viajar legal y todo… Señor Jones. — Había intentado evitar dramitas, pero el tiempo se le acababa y estaba entreteniendo al chico.

— Aaron, yo no soy quién para decir nada sobre dejar cosas atrás, cortar… — Le miró a los ojos. — Pero yo nunca dejaré de ser tu familia ¿vale? — Las lágrimas acudieron a sus ojos y rio un poco. — Cuando mi madre se fue, la escena fue muy parecida, y ella nunca lo necesitó, pero si… allí a donde vayas, con los muggles, no encuentras tu camino… nosotros seremos tu hogar si te hace falta. — Él puso una sonrisa segurísima. — Lo sé, prima, de verdad. Y te lo agradezco con el alma, y contaré contigo. Lo de no decir a nadie a dónde voy es para no sentir la presión de hallarlo todo a la primera, pero sé que cuento contigo. — Ella le tomó por los hombros. — Nos han enseñado que hay que ser fuertes, valientes… pero no pasa nada si un día decides dar media vuelta, incluso si decides darla ahora. — Buscó en el bolsillo de su impermeable y juntó la mano con la de su primo. Él la abrió y miró la pequeña estrella de plata con un cordel de cuero que le había dejado. — Tenía que practicar para el examen y pensé… estrella de plata… si tú me guías nada me falta. — Se miraron a los ojos y ya estaban los dos llorando. — Si alguna vez quieres volver y te preguntas si deberías hacerlo, si te recibiríamos… mírala. Es tu guía para volver a casa. —

— Sé que no tienes dirección fija… Podré esperar lo que haga falta a que me escribas ¿vale? Pero hazlo, en algún momento, por favor. — ¿Para que te aparezcas a ver qué tal tengo la casa? — Volvió a reírse y negó con la cabeza, pero sacó un papelito del bolsillo y se lo dio. — Es mi móvil nomaj. No pienso cambiarlo. Sé que sabrás utilizarlo para encontrarme si… — Se encogió de hombros. — Si quieres invitarme a una boda… o presentarme a un sobrino… — Le guiñó un ojo, pero Alice se lanzó a abrazarle, y ambos se quedaron en aquel abrazo que sabían que significaba muchas cosas. Cuando se separaron, suspiró y guardó el papelito. — Eso si volvemos a tocar ese cacharro. Estoy a tiempo de hacerte una palomita como las de Marcus que te encuentra allá donde estés. — Su primo rio. — Si no fuera de papel, que se rompe con nada, y los nomaj no pudieran verla y flipar… — Y ella en un principio se rio. — Claro, si estuviera hecha del material de los aviones esos y pudiera ser invisible como… — Pero entonces abrió los ojos. — ¡ESO ES! ¡ESO ES, AARON! — Se recolgó del cuello de su primo y le dejó un sonoro beso en la mejilla. — Me acabas de dejar el mejor regalo de despedida del mundo. No lo voy a olvidar, te lo aseguro. — Él se reía. — Vale, me voy a ir justo ahora, para recordarte así de contenta conmigo y no regañándome. — Se dirigió hacia la puerta de seguridad y se giró una última vez. — Adiós, prima. Que Marcus y tú seáis los alquimistas más grandes de la historia. — Adiós, Aaron. — Dijo con la voz tomada entre la tristeza y la euforia. — Espero que allá donde vayas, puedas ser tú mismo. — Y mientras se alejaba, le gritó. — Recuerda la estrella. Siempre podrás volver a casa. — Pero algo le decía que no lo haría. Como Janet nunca volvió a América. Pero si Aaron lograra ser una fracción de feliz de lo que fue su madre, se daría por satisfecha. 

Al salir sentía muchas cosas, pero, sobre todo, no quería que se le volara la idea. ¿A quién se lo contaba primero? Marcus era su primera opción, claro, pero quizá debería consultar al abuelo y… ¿Dónde iba a encontrar lo que creía que necesitaba? Ah, ya sabía por dónde empezar… Cogió su palomita, que siempre llevaba encima, y le escribió a Marcus: “He tenido una idea y tengo que ir a ver a la tía Erin. Te cuento en casa, y dile al abuelo que le necesito en el taller esta tarde. Te quiero”. Tendría que intentarlo y ver si funcionaba… Pero, desde luego, si no lo intentaba, nunca lo sabría. Suspiró y se miró en el reflejo de un cristal antes de esconderse para aparecerse. No, desde luego no podía negarlo, era una Gallia, y al final, hacía cosas de Gallia.

Notes:

Vaya, eso ha sido fuerte, y nosotras sin avisaros de que venían curvas emocionales con este capítulo. Aaron fue un personaje que nos tocó sacar adelante por distintos motivos, pero queríamos despedirle como se merecía, y el adiós ha sido más duro de lo que podíamos imaginar.
Menos mal que tenemos a Theo y Marcus para recordarnos las pequeñas cosas buenas de la vida como los cafés, las bibliotecas y los amigos siempre dispuestos a ayudar. O a inspirar, que tenemos un examen muy cerquita. ¡Sabíamos que esos dos serían un buen dúo!
¿Creéis que Aaron va a ser feliz? ¿Lo volveremos a ver? ¿Y cómo se han inspirado Marcus y Alice, cada uno por su lado? ¡Os leemos, mientras nos limpiamos las lágrimas de este capítulo!

Chapter Text

THE DATE

(24 de octubre de 2002)

 

MARCUS

Habían entrado en la recta final hacia el examen. Seis días, menos de una semana. Estaban bastante nerviosos y no perdían ni una sola hora de estudio, tanto que sus padres prácticamente tenían que obligarles a descansar. Vivía en esa extraña sensación de tener permanentemente la fecha en la cabeza, como si viviera justo en el interior de su frente, y, sin embargo, no saber en qué día vivía. Para Marcus, el hecho de que fuera veinticuatro de octubre significaba solo y exclusivamente que estaban a seis días de uno de los exámenes más importantes y decisivos de su vida. Nada más.

Un platito con un par de pastas depositándose justo al lado de los apuntes en los que tenía metida la cabeza le hizo tomar conciencia de la realidad. Tras mirarlo, alzó la vista y vio la sonrisa afable de su padre. — Un tentempié. — Marcus sonrió de vuelta, y luego miró a Alice. Al parecer, estaba en la misma pompa de concentración que él. Sabían que estaban juntos porque, cuando levantaban la cabeza de los libros, se veían, pero parecían ambos en otro universo. — No quiero molestaros. Si os estoy desconcentrando, me voy. — Arnold miró su reloj. — Pero son las once de la mañana. Lleváis sin descansar desde las ocho y media... Igual no os vendría mal media horita de desconexión. — Marcus soltó aire por la boca y se echó hacia atrás, dando con la espalda en la parte baja del sofá. En algún momento, por algún motivo, se había sentado en el suelo. Se frotó los ojos. Sí que estaba cansado. — Es que no quiero perder el hilo. — Hijo, dudo que tengas ningún problema en retomar el hilo. Y tu hilo no tiene fin, si es por esas. — Lo peor era que tenía razón. Arnold alzó una ceja. — De verdad que no hacéis nada malo descansando un rato. Al revés. — El hombre miró a Alice. — Ha salido el sol ahora. Igual es una buena oportunidad para echarle un vistazo a las plantitas del jardín, antes de que se ponga a llover otra vez. — Marcus miró a Arnold con obviedad. — Papá, ni yo soy tan descarado. — ¿¿Qué?? Ahora me vais a decir que no le relajan las plantas. Es una manera de desconectar como otra cualquiera. — Marcus suspiró sonoramente y se puso de pie con un quejido. — Yo, por lo pronto, voy a aprovechar para ir al baño. Y ya veré luego qué hago. — Porque desde luego él no se veía podando plantas para relajarse. Solo iba a darle más vueltas a la cabeza así.

Bajó las escaleras con un leve trote de vuelta del baño, pero antes de meterse de nuevo en la salita, sonó el timbre de la puerta. Seguramente serían sus abuelos, o su tía Erin, si es que paraba por allí (era difícil saber dónde paraba su tía Erin). — ¡Voy yo! — Contestó, animado, aprovechando que pasaba por allí... Y no pudo evitar la expresión de sorpresa al ver de quién se trataba. — ¡Darren! — Sonrió. — ¡Hola! — Ey, cuñadito. Me alegro de verte. — Dijo el chico, pero... ese tono. No era ni por asomo el tonito cantarín de Darren, algo le pasaba. Estaba sonriendo con un fingimiento muy evidente y le temblaba la voz. Aun así, Marcus actuó normal. — ¿Cómo tú por aquí? Pasa, homb... — Y no terminó, porque el chico se le enganchó con fuerza y se echó a llorar. Marcus abrió los ojos como platos. De verdad que estaba llorando a mares. Empezaba a asustarse.

— ¡¡Lo siento!! ¡He disimulado todo lo que he podido! — El tiempo de abrir la puerta, querrás decir, pensó, pero estaba preocupado de verdad. — Darren, ¿qué ha pasado? — ¡¡ES QUE LE ECHO DE MENOS MUCHO!! — A Marcus debían estar saliéndole interrogantes por la cabeza como si fuera una corona. — ¡¡ES NUESTRO PRIMER ANIVERSARIO Y YO... YO... YO PENSABA QUE LO IBA A LLEVAR MEJOR PERO...!! —Ah, por Merlín, era eso. Veinticuatro de octubre, claro. Era el primer aniversario de Darren y Lex. Marcus era muy mirado para esas cosas, y, de hecho, había hablado tanto con Darren como con su hermano por carta de cómo lo llevarían. Los dos habían reaccionado con mucha naturalidad y buen espíritu. Debió intuir que solo era fachada. — ¡¡Y ES QUE NO PUEDO PORQUE YO QUERÍA HACER ALGO ESPECIAL Y AHORA NO LE VEO Y ESTO ES TRISTÍSIMO!! — Siguió sollozando en su hombro, sin soltar el fuerte abrazo, como si le estuvieran matando. Giró la cabeza lo que le permitía el estrujamiento cuando oyó los pasos: su madre. Muy lentamente se había acercado a la puerta, con su andar habitual, y las manos ante el regazo. No quería verle la cara. — ¿Darren? — Preguntó, impertérrita. No le sueltes este drama a mi madre, no le sueltes este drama a mi madre... — ¡¡AY, EMMA!! — Sollozó más fuerte, ahora separándose de él y llorando con las manos en la cara mientras se acercaba a la mujer. Marcus agachó la cabeza con resignación. No te va a dar un abrazo de consolación. ¿Por qué no sería Darren el legeremante en vez de su hermano? Ahora le sería muy útil.

— ¿Quién es? — Se asomó Arnold, preocupado. — ¡Darren! ¿Estás bien? — ¡Es que es nuestro aniversario! — ¡Oh, es verdad! — Reaccionó, comprensivo, y chasqueando la lengua desplegó los brazos cuales alas protectoras y acogió a un lloroso Darren entre ellas. — ¿Le echas de menos? — Muchísimo. — Marcus y Emma se miraron. Estaba oyendo el cerebro de su madre suspirar sin necesidad de la legeremancia. — Voy a preparar un té. — Se limitó a decir la mujer, girándose a la cocina. Marcus frunció los labios para aguantarse la risa. No hacía falta que dijera nada, ya lo decía Emma por él: no venía nada bien aquella opereta dramática en ese momento.

 

ALICE

Aleaciones, que podían considerarse conjunciones pero no disoluciones, pues entonces no es exactamente una aleación sino algo nuevo… Empezaba a pensar que el hilo de su pensamiento no tenía sentido, que ya simplemente decía definiciones, palabras, y miraba demasiado de cerca sus propias transmutaciones buscando no sabía muy bien el qué. Casi como de fondo oyó unas voces, y salió de la pecera mental en la que estaba, parpadeando. Como un bebé que acaba de nacer y está descubriendo el mundo, miró a su suegro primero y luego a su novio. ¿Qué hacía ahí abajo? ¿Cuándo se había caído? Oh, igual se había puesto allí aposta. Miró a su alrededor y solo veía apuntes garabateados, otros más bonitos, libros abiertos… Sonrió un poco a Arnold. — ¿Qué hora dices que es? — Él le devolvió la mirada, tierna, pero claramente con preocupación. — La hora de claramente dejar de estudiar. — Se rio de lo del hilo de Marcus y asintió, acariciando los rizos de su novio. — Él vive en el hilo, y mucho mejor que yo. —

Le dio la risa con lo de las plantas y miró a su suegro con cara de evidencia. — Resulta que ahora te importan mucho las plantitas. — Veeeeen que te voy a enseñar unos setos que cuido yo mismo. — Se acercó y le quitó el libro de las manos. — Para eso hay que dejar todo esto y… — Le echó un Tergeo en las manos. — Anda que no había tinta ahí. — Alice se echó a reír y se fue con Arnold al jardín mientras Marcus iba al baño, agarrándose del brazo del hombre.

La verdad es que tenía razón, y el sol y el aire fresco le hicieron llenar los pulmones y renovarse un poco. Aspiró el olor del jardín y cerró los ojos para sentir el sol. — Eeeeesa cara me gusta más. Se te estaba poniendo color de pergamino. — Ella se rio y negó ante las palabras del hombre. — Es que es el color que se les pone a los alquimistas. Y esta es la primera licencia, verás cuando tengamos que hacer otras más difíciles. — Arnold asintió, abriendo mucho los ojos. — ¡Pues eso mismo digo yo! ¿Qué vais a dejar para carmesí? — Ella rio y se acercó a las matas de camelia, y empezó a arrancar hojitas malas y a revisar las demás. — Yo no voy a ser alquimista carmesí. — ¡Vaya por Dios! ¿Y eso? — Preguntó Arnold, haciéndose el loco y colocándose a su lado. — Yo no soy el abuelo, Arnie, y no soy brillante. Soy estudiosa, trabajadora y curiosa, pero no brillante. — El hombre rio, mirando atentamente lo que hacía. — Discrepo. Antes, cuando te he visto con esa mirada borrosa, rodeada de papeles y con las manos llenas de tinta, solo podía ver a tu padre cuando… — Él solo se dio cuenta del tema que estaba tocando, pero ella se giró con media sonrisa. — Arnie, no se me olvida que yo ahora mismo estoy con el amor de mi vida en gran parte porque mi padre es tu mejor amigo. Yo puede que no tenga ganas que hablar con él, pero eso no te impide a ti hablar de él. — Su suegro puso media sonrisa de lado y se guardó las manos en los bolsillos. — Es que cada vez te pareces más a ella… Pero a veces veo esa mirada, ese cerebro… — Y le dio con el índice en la frente. — Que no para de ver cosas que los demás ni imaginaríamos… Y sé a quién estoy viendo. — Ella suspiró y mantuvo la sonrisa. — ¿Sabes lo que veo yo? — A ver. — Unas camelias que no cuida nadie. — Dijo señalando el seto. — ¡Oye! Que hago lo que puedo, pero es que las plantas son demasiado impredecibles, variantes, lo que vale para algunas, para otras no… — Eso la hizo reír. — Y ahora soy yo la que ve a tu hijo en ti. No sé cuántas veces he tenido esta conversación… ¿Por qué plantas camelias si no las vas a saber cuidar? — Preguntó entre risas. — Pues porque mi mujer, mi madre y mi nuera sí saben… Y porque me recuerdan a mi tía Amelia. Era enfermera durante la guerra y siempre ponía camelias a los soldados que había cuidado, y llevaba una prendida en la chaqueta. — Se encogió de hombros y puso una sonrisa cariñosa. — Pero ya la vas a conocer tú cuando vayas a Irlanda. Te va a caer estupendamente… — Pero tan bonita escena se vio interrumpida por la puerta.

Iba a asomarse a ver quién era, porque desde donde estaba no lo veía, pero Arnold se le adelantó, entrando por la puerta de la cocina. Y de repente un llanto, y alguien llamando a su suegra, y Alice en bloqueo, porque ni siquiera se le ocurría qué pasaba. Parpadeó y trató de ubicarse, mientras su suegro y su novio parecían hacerse cargo del asunto. Fue cuando oyó claramente a Darren. ¿Qué hacía Darren allí llorando? No podía con más malas noticias, de verdad que no, se había quedado como clavada en la puerta de la cocina, hasta que entró Emma y se puso a hervir agua. Fue entonces cuando oyó a su suegra hablarle. — Perdona, Emma ¿qué me has dicho? — Que si estás bien. — Se notaba sinceramente preocupada, pero ligeramente tensa. Ella asintió con la cabeza. — Sí, perdona, si es que estoy… con la cabeza en… el examen y todo. Si es que no puedo pensar en nada que no sean sólidos y líquidos. — La mujer asintió y suspiró. — Darren está fuera. Llorando por Lex. — Y eso último lo había dicho prácticamente con el mismo tono que lo hubiera dicho el nombrado. — Ya, eso me ha parecido. — La otra volvió a suspirar. — Si quieres no le decimos ni que estás aquí. — Ella parpadeó. — No, no, ya mismo salgo. Si yo estoy acostumbrada a Darren. Una vez se nos mustió una lavanda en Herbología y pasó una tarde deprimido. — Miró de reojo a la mujer y reprimió una reacción más evidente. — Si quieres le atendemos entre nosotros y tú… te pones a hacer lo que sea. — Huyes de tanta emocionalidad, quería decir. Emma negó. — No, no… Es que, en fin… Viene llorando ahora cuando mi hijo lleva siete años yendo a Hogwarts… Yo ya lo tengo un poco superado. — No tanto, se dijo Alice, pero le había costado muchos años ser la que estaba en la cocina con Emma y no ser la evitada del exterior, como para no decir eso en voz alta.

Salió a tiempo de cruzar la mirada con su novio y ver que había que actuar. Se acercó a su amigo y se sentó junto a él, acariciándole la espalda. — Ey, Darren… — ¡AY, CUÑADITA, QUE ESTÁS AQUÍ! — Y se lanzó a abrazarla. — De verdad que no quiero estresaros ni distraeros antes del examen. Pero es que no sé cómo voy a hacer para pasar el aniversario sin él, de corazón te lo digo. — Ella frotó su espalda. — Bueno, yo pensé que lo llevabais bien. — Dijo mirando a Marcus, que era el que más controlado llevaba todo eso. — ¡MENTÍ! Por no causaros un disgusto, porque sé que estáis pendientes de otras cosas. — Bueeeeeeno, pero es normal que le eches de menos. Es vuestro primer aniversario, es bonito e importante. — Claro, es lo que tiene la diferencia de cursos, la vida fuera de Hogwarts se complica. — Comentó Emma, llegando con la bandeja de té flotando tras de ella y sentándose rectísima. Alice cogió una taza y le sirvió una a su amigo, teniéndosela. — Y yo no quiero enturbiar a mi Lexito, que está muy liado con la capitanía y todo eso… Y entonces me dije, mira, me voy a ir a ver a mis supersuegros, porque ellos deben echarlo tanto de menos como yo, y a mi Orden de Merlín, que siempre tienen ideas así curradísimas y brillantes para los detalles. — Les miró a los dos, que a su vez se miraron como si fuera la primera vez que olían algo así. Marcus y Alice eran muy detallistas, sí, pero les pillaba a seis días de la licencia, un pelín distraídos en esas cosas. — Vosotros os hacéis un montón de moñadas. — Insistió. Ella se encogió un poco del hombro. Qué pena le daban siempre sus Hufflepuffs. — Hombre… algo… podríamos pensar ¿no? — Y a ver si hacía tiempo y pensaba ella.

 

MARCUS

Igual sonaba egoísta, pero si llega a saber que la interrupción iba a ser tan larga, se hubiera comido las pastitas antes, que ya venía del baño pensando en ellas. Y ahora le miraban desde el platito, porque Alice, por supuesto, las había ignorado, y él tenía que estar atendiendo al drama de Darren con el estómago rugiendo y la presión del examen sobre su cabeza. Porque, sí, no eran las pastas lo único que le miraban desde la mesa, los apuntes también. — Y ahora todo me recuerda a él. — Se lamentó Darren, mirando a su alrededor. Como si estuvieras en su casa, pensó, ciertamente ácido. Y no será por el tiempo que pasaba estudiando en la sala de estar, pensó también. Así no iba a ayudar a Darren. Por Merlín, se iba pareciendo más a Emma por segundo que pasaba.

Intercambió la mirada con Alice, que intentaba consolar al chico, pero también emanaba tensión. Ya, quién les hubiera dicho que estaba mintiendo con lo de que llevaba bien la separación... Bueno, ahí sí que no podía ser injusto. — Te entiendo. Yo no querría pasar mi primer aniversario separado de ella. — Y más fuerte lloró el otro. Hoy no iba a ser su día fuerte para consolaciones. Su madre tampoco estaba muy fina, porque entró diciendo poco menos que eso era lo que había. Se pasó la mano por los labios disimuladamente, mirando a otra parte, para que no se le viera que se estaba aguantando la risa, pero tuvo la mala fortuna de cruzar la mirada con su padre. Este le miraba con reproche, así que se recompuso un poco. Ya, ya, no está bien burlarse del dolor ajeno... Su padre porque era muy listo, pero hubiera hecho un buen Hufflepuff.

Pero Darren parecía reclamar un plan. Miró a todos los presentes, porque de repente notaba miradas encima. — Eeemm... — Se aclaró la garganta. — ¿Os... Teníais pensado... algún regalo o...? — Me he comprado una bufanda de los Montrose Magpies. Pensaba ponérmela para cuando viniera en Navidad darle una sorpresa... Pero supongo que eso no sirve de mucho. — Marcus se rascó la frente. Al menos esta vez no era Lex enfadado como en San Valentín, aunque no sabía si prefería un Slytherin rabioso o un Hufflepuff dramático. — Es que... — Darren se quejó con un fuerte bufido. — ¡¡Esto de no verse es un rollo!! ¡Con lo fácil que sería vernos en Hogsmeade, si seguro que mañana va! Bueno, tendría que decirle que fuera, porque siendo él, capaz y se queda entrenando, pero si al menos... — Eso es. — Interrumpió, chasqueando los dedos y señalándole. — ¡Hogsmeade! — Estaba viendo la ceja arqueada de su madre. — Hijo. — Se aclaró Arnold la garganta antes de que Emma soltara una bordería camuflada de obviedad. — Los sábados es la excursión a Hogsmeade de los alumnos y, por tanto, el pueblo está cerrado a visitantes. No podría ir... — Pero podría ir hoy. — Corrigió Marcus, mirando a Darren con una sonrisilla. — Y dejarle un mensaje que pudiera recoger mañana. O un regalo. — El chico le miró con los ojos iluminados. Tras unos segundos, se le lanzó encima, estrujándole en un abrazo. — ¡¡GRACIAS GRACIAS GRACIAS ES PERFECTO!! — ¡Pero todavía no has definido qué le vas a hacer! ¡Eso hay que currárselo! ¿No tienes nada? — El chico se soltó y le miró con cara de cordero degollado, sin decir nada. Emma suspiró fuertemente. — Lo que sea, con la mayor eficiencia posible, por favor. — Arnold la miró con la cabeza ladeada y cara de "podrías ser más comprensiva". Ella se limitó a hacer una caída de ojos. — No es por nada, solo... por lo apremiante de la situación. —

 

ALICE

Excepto, al parecer, Arnold, los otros tres estaban un poco con las manos atadas ante semejante drama. Alice asintió a lo que Marcus dijo de que no le gustaría pasar su aniversario separados, en un intento de solidaridad, pero la reacción de Darren solo fue a más. Sí, ella lo pasaría muy mal, pero desde luego que no se iría a la casa de los O’Donnell así… Porque se veía a su suegro llorando con ella y su suegra… Entornó los ojos un poco hacia Emma. Pues así, a punto de aparecerse en otro lado. Ya lo que le faltaba era Marcus conteniendo la risa al mirar a su madre. Hoy acababan en una guerra mágica, ya lo veía ella.

Ya iba a celebrar lo de la bufanda, cuando ella misma se dio cuenta de que no era exactamente lo que estaban buscando… Claro, que también Darren, venía vacío de ideas, y ahora ellos tenían que intentar ponerse en la cabeza de Lex (difícil, muy difícil) para ver qué podían hacer, cuando lo que debería estar haciendo es transmutando unas dos mil quinientas veces un sólido en líquido y viceversa, lo que hacía un total de cinco mil, y ni había empezado. Y entonces su novio dijo “Hogsmeade” tan inesperadamente (y ella probablemente estaba tan agotada) que dio un rebote pequeñito en su sitio, y la reacción de Darren no la ayudó a calmarse. No obstante, no era mala idea para nada, y Alice se enganchaba a una idea de Marcus más rápido que él al hilo de la alquimia. — ¡Eso es! Ahora mismo puedo escribir a Donna para que sea nuestra infiltrada y nos ayude. — Pero, efectivamente, no tenían una idea definida, y Arnold parecía prudente, y Emma… Simplemente Emma. Además, les puso los pies en el suelo, con esa manera tan suya que tenía de decir las cosas.

Alice se apartó el pelo de la cara y parpadeó. — Vale, a ver, centrémonos. Lex no es de grandes gestos, estamos todos de acuerdo. — Dijo mirando a su familia. Tres asintieron, y Emma torció la cabeza. — Yo creo que su familia y su novio viajando a Hogasmeade y montando todo esto ya es grande. — Bueno, me refiero a que no necesita un regalo grande y caro, más bien significativo. — Y ahí sí asintieron todos. — A ver, Darren, hay que pensar en momentos importantes de vuestro noviazgo, y de cada momento extraemos un regalo que le puedas hacer, un detallito. — ¿Y cómo lo dejamos en Hogsmeade? ¿En plan gymkana? — Eso suena más a Marcus. — Dijo Arnold. — BUENO, una facilita. — Dijo con un poquito de retintín, que parecía que ahí solo remaban Marcus y ella. — ¿Qué momentos cogemos? — Darren parpadeó, y de repente se puso rojito. — A ver, cuñadita… — Alice suspiró y se frotó los ojos. Hufflepuffs. — Quiero decir algo significativo… Como cuando os conocisteis, lo de Noora… ¿No es que salió corriendo hacia ti o algo así? — Darren abrió la boca para corregirla, pero debió recalcular sus opciones y terminó asintiendo. — Algo así, sí. — Bueno, pues lo primero que podemos poner en la lista de regalos es “chuches para Noora”. — Y alargó el brazo hacia su novio, con la palma abierta, por la espalda de Darren, sabiendo que él iba a entender que quería pergamino y pluma de los que él siempre llevaba por ahí, para hacer la dicha lista. — Otra vez con las manos llenas de tinta… — Dijo Arnold con una risa. — No se hace un buen regalo sin una lista en condiciones. Entonces, chuches seguro… Algo más. — Bueno, Muffin nos ha unido mucho, sin duda. — Alice arrugó los labios. — No podemos dejar a Muffin ahí sin más, solito. Con lo revoltoso que es, se escapa. — Darren dio un salto en su sitio. — ¡Mi abuela puede hacerle un Muffin de punto! Para que le acompañe a los exámenes, en plan buena suerte. — Ella volvió a apretar los labios y miró a los demás. Esto se les iba a alargar un poquillo, igual. — Le damos una vueltecilla, y admito más ideas. —

 

MARCUS

Señaló a Alice. Sí, Donna les podía ayudar. — Elio está aquí y muy descansado. — De hecho, parecía que estaba escondido detrás de la puerta y esperando la llamada, porque apareció revoloteando por allí y se posó cariñosamente en el hombro de Darren, como si le quisiera consolar. Solo provocó que el otro llorara más y que le apretujara con melodramatismo, como si Lex se hubiera muerto. Se ahorró suspirar y siguió con la lluvia de ideas mental, y escuchando las propuestas de Alice.

Marcus asintió. — Estoy de acuerdo. Más que algo grande, si le haces varios regalos pequeños y significativos, le va a encantar. Conociéndole, es probable que ni siquiera espere nada. — A lo de la gymkana, hizo una mueca con los labios y ladeó la cabeza, pensativo. Iba a decir que a él le encantaría, pero efectivamente, igual no era el mejor indicativo para su hermano. Chuches para Noora era algo que le iba a encantar, fijo. Al gesto de Alice, rápidamente, pasó pluma y pergamino, viendo a su novia apuntar. Solo eso le inspiró para poner la cabeza a funcionar más rápido. Quizás solo necesitaba un cambio de rumbo para desoxidar el cerebro. Sí... Se había quedado anquilosado estudiando, y ese nuevo desafío, por tonto que fuera, le había activado de nuevo. Dio un par de palmadas en el hombro de Darren, con una sonrisa esbozada y la mirada perdida, en un gesto que solo entendía él. Pero, a su manera, le estaba diciendo gracias por esto, cuñado, me ha venido bien para reactivarme. Iba a volver al estudio más inspirado, lo estaba viendo. Solo Marcus descansaba de pensar pensando aún más.

Le miró con ternura. — Oye, a mí me parece una idea genial... Pero dudo que tu abuela pueda tejer un muffin de punto de aquí a que cierren Hogsmeade antes de la visita de los alumnos, un poco precipitado. — Entrecerró los ojos. — Aunque... — Es importante mantener el secreto mágico. — Puntualizó su madre, que parecía que sabía en qué estaba pensando. Marcus mostró las palmas. — No pensaba enseñarle a la señora un hechizo tejedor. — Ni a ti te da tiempo a aprenderlo de aquí a unas horas. — Y entonces, Marcus abrió la boca para proponer algo, y su madre arqueó una ceja como retándole a hacerlo, y volvió a cerrar los labios. No, Emma no se iba a poner a tejer a toda velocidad un Muffin de la suerte. Mejor se ahorraba la propuesta.

Pero había alguien que sí que podría hacerlo. Y parecían haberla invocado, como a Elio. — ¿¿CÓMO ESTÁN LOS ALQUIMISTAS MÁS BONITOS DEL MUNDO?? — Su padre, al menos, había sido más discreto dejándoles las pastitas en la mesa. Molly acababa de entrar con una fuente de magdalenas sin llamar siquiera, a gritos. Casi se le cae la bandeja al ver a Darren llorando y a todos en modo intervención a su alrededor. — ¡¡OY!! ¿¿Qué le ha pasado a mi niño?? — ¡Molly! Es que es mi aniversario con Lex y estamos separado. — Oooooy por favor, qué cosa más bonita. Ven aquí. — Y allá que fue, donde le recibió un fuerte abrazo de abuela. Emma estaba muy recta y serena mirando al techo, como si estuviera intentando desplazarse mentalmente a cualquier otro lugar del mundo.

Bueno, ya estaba bien de perder el tiempo, ahí estaba con su madre. Se puso de pie del tirón. — Abuela. — Molly y Darren le miraron súbitamente. — Tenemos una emergencia romántica. — Miró a Alice y la señaló. — Escribe a Donna. Usaremos a Elio. Que pase la noche allí, tendrá más misiones. — Elio pio contento de volver a Hogwarts. — Papá. — Chasqueó los dedos. — Apunta: chuches para Noora. ¿Hemos dicho momentos felices juntos? ¿Que incluyan a la Orden de Merlín, por ejemplo? — Señaló a Darren y a la abuela. — Pascua. Lo meteremos todo en una cesta. — Miró a Emma. — Mamá, necesitaremos un buen hechizo de camuflaje. Que sepa romper mi hermano. — Dale a Hawthrone la clave. — Dijo la mujer, muy tranquila, mirando a Alice con una caída de ojos, como si le estuviera dictando la instrucción que debía ir en la carta... ¿Cómo sabía su madre el apellido de Donna? Bueno, daba igual.

— Abuela, tú sabías hechizos tejedores ¿verdad? — Claro que sí. — Darren se giró a ella de un saltito. — A mi abuela le encantará verte tejer, Molly. — ¡Oy! El otro día quedé con ella. — ¿¿Ah sí?? — ¿Ah sí? — Preguntó Arnold, extrañado, pero la conversación fluyó sin él. — ¡Mira! Qué de cacharros de cocina tiene, pero me hizo unos scones, ¡tiernitos tiernitos! — ¡Es que le salen geniales! — Marcus dio una fuerte palmada que hizo rebotar a todo el mundo. — Vamos a lo que vamos. — Se dirigió a su abuela y robó una magdalena. Y esto para poder pensar, que al final tengo hambre. Mientras le daba un enorme bocado, volvió a su asiento y se inclinó sobre el pergamino.

— Con el hechizo de la abuela podemos tener un Muffin de punto de la suerte. Las chuches para Noora, la cesta. Piensa en un lugar significativo en el que dejárselo. Ah, añade escobas chamuscadas y dragones de regaliz, le encantan. — Darren asintió, con los ojos muy abiertos, mientras se sentaba a su lado. Marcus también se hizo con un pergamino, apuntando su hoja de ruta particular, mientras su padre anotaba los regalos a toda velocidad. — Y la cosa esa de la música, el NP10 ese. — MP3. — Eso. ¿Se lo ha llevado? — ¡Claro! Le encanta. — Vale. Pues... piensa en canciones que te recuerden a él. Y le escribes los títulos en una nota, y le dices que se las pondrás en el MP3 cuando os veáis, pero para que ya tenga algo a lo que aferrarse. — Jo, eso mola. — Es que es todo un romántico. Tiene a quien salir. — Fardó Arnold, ganándose una mirada de obviedad de su mujer. — Y hazte una foto con la bufanda y se la dejas. Querrá tener una foto tuya, y así le das la sorpresa desde ya. ¿Tenemos regalo? — Darren, con los ojos muy abiertos, asintió. — Yo... diría que sí. — Genial. Hay que ponerlo todo en pie y, sobre todo, agilizar esto. — Comentó, sin parar de escribir. Alzó la vista a Alice y, con una sonrisilla, le guiñó un ojo. — Tengo el cerebro a tope de funcionamiento. — Darren les miró, aún con los ojitos vidriosos de haber llorado. Y, en esa negligencia Hufflepuff en la que vivía, soltó. — Uy, eso ha sonado muy erótico. — Marcus le miró con un resorte, con los ojos como platos. — ¡¡DARREN!! — El suspiro de Emma sí que fue sonoro esta vez, rodar de ojos incluido. Y su abuela y su padre conteniendo la risa. De verdad, para qué ayudaría él.

 

ALICE

La disposición de su novio y Elio era justamente lo que necesitaba ahora mismo. Apuntó “avisar a Donna” en la lista porque quería dejarlo todo dibujado y planeado y luego tomarse aunque fuera unos minutos para escribir a su amiga con tranquilidad, que con todo lo de América y el examen apenas hablaba con ella y se merecía una cosa más elaborada, pero no quería que se le olvidara en la lista de tareas. Mientras escribía, miró de reojo a Marcus luchar el tema del Muffin de punto. Por ahí no, tu madre es una persona que hace transformaciones perfectas y Confringos destructores, no Muffins de punto, pero su novio siempre iba por delante, incluso cuando se dejaba llevar por el entusiasmo. Pero entonces, para variar, la suerte se puso de su parte, en forma de abuela Molly. De hecho, alzó la mirada y la clavó en él, sonriendo de medio lado y murmuró. — Siempre de pie… —

Por supuesto, Molly también iba varios capítulos por delante de ellos y había quedado con la abuela de Darren. Genial para lo del secreto mágico, se dijo a sí misma, pero solo mostró una sonrisa adorable. — Qué bien, abuela, cómo se nota que los Gryffindor gustáis. — Molly hizo un ruidito y un gesto con la mano con la que no estaba achuchando a Darren. — Qué cosas tiene mi niña. Come una de esas, anda, que seguro que no has comido nada desde el desayuno. — Por supuesto, que no faltara nunca. Cogió una de las magdalenas y asintió a todo lo que iba diciendo su novio. — ¡Buah! Me encanta la idea de la cesta. Podemos ponerle un lacito simbólico de cada uno de los que pusimos aquel día en las cestas, no tardamos nada, y así queda nuestra firma también. — Y a la orden de Emma escribió, diligentemente, “darle a Hawthorne la…” ¿Cómo? Emma acababa de decir el apellido de Donna sin más y a confiarle la correcta realización de un hechizo. Sí. Bueno, sí que tenía ganas de colaborar, pues.

Ella no paraba de escribirlo todo, y levantó la vista a lo del MP3. — Oye, eso es una de esas cosas de los muggles que me parecen especialmente útiles. Igual eso sí podría aprender a utilizarlo. — ¡Toma, y yo! Y la tele esa, ¡qué cosas, niña! Tenías razón, las telenovelas son lo máximo. — Le dijo la abuela, y prefirió no mirar a Emma, que ya había hecho venir a punta de varita a las cestas y los lazos. Sí, cualquiera no acudía, ahí estaba la cesta perfectamente presentable. Mientras ella terminaba de escribir, se giró a su novio y le sonrió con ilusión. — Danos una emergencia romántica y unos regalos y nos venimos arriba. — Respondió. Y ya iba a acercarse, acariciarle un poquito, ilusionarse o lo que fuera, pero ya se encargó Darren de sacarle los colores. — De verdad que… Luego dirán...— Se quejó entre dientes. Pero dio una palmada, mientras Molly se reía ya abiertamente. — Venga, cada uno a sus puestos. Abuela, el hechizo tejedor. — ¡Ahora mismo! Mira, voy a usar el armario para darle una voz al abuelo y que me pase las cosas por ahí, más rápido. — No agradecía suficiente que se pudiera cerrar el armario por su lado, de verdad que no. — Arnie, ¿puedes ir yendo a comprar los dragones y las escobas? — El hombre se levantó con una gran sonrisa. — ¡Pues claro! Enseguidita vuelvo. — Se puso la gabardina y besó a Emma en la mejilla. — Qué me gusta cuando sale para delante un plan romántico. — Mi amor, encárgate porfa de lo de la foto con Darren. — Y se acercó a Marcus a darle un beso en la mejilla y susurrar. — Aparécele tú en su casa para eso, que si no, estamos aquí hasta mañana o con una despartición de por medio. — ¡LAAAAAAARRRYYYYY! ¡LA ESTA QUE ESTÁ DEBAJO DE AHÍ DEL SOFÁ MÍO! ¡NO! ¡LA QUE ES COLOR TOSTADO! ¡TOSTADO, LAWRENCE O’DONNELL, NO ROSADO, QUE ERES EL ALQUIMISTA SORDO! — Se oía a Molly, con la cabeza dentro del armario. Rio un poco ante la escena y entornó los ojos. — Yo voy a escribir a Donna y guardar el fuerte. —

Dicho eso, se sentó y empezó a escribir, mientras Emma, en perfecto silencio, iba creando el hechizo de la cesta, y solo se oía a la abuela dialogar con el pobre Larry. Tenía mucho que contarle a Donna, y condensarlo todo en una carta y explicar lo de Lex era complicado. En general, era complicado no poder verse como habían hecho siempre, pero claramente de eso iba a ir la vida adulta. — Gracias. — Oyó que decía Emma. Ella levantó la mirada, pero su suegra no, seguía con la cesta. — Por ayudar con esto. Marcus es que no sabe no subirse a una celebración, pero soy consciente de… Bueno, si yo estuviera en tu posición no querría celebrar nada. — Ella ladeó una sonrisa. — Igual era lo que necesitaba. Dejar de pensar en aleaciones, conjunciones y disoluciones, y simplemente… vivir. — Mantuvo la sonrisa y la miró con cariño. — Quiero mucho a Lex y Darren es mi amigo desde hace años… Sé cuándo necesita ayuda. — Emma suspiró. — Yo no habría sabido dársela. Y Arnold, en el fondo tampoco. Se hubiera puesto triste y aturullado. — ¿Cómo que no? La idea habrá sido nuestra, pero aquí estás, trabajando en un hechizo solo porque el novio de tu hijo se sentía triste. — Amplió la sonrisa. — Eso es más que ayudar, Emma. Eso es implicarse. Y tú lo haces. —

 

MARCUS

Señaló a Alice y asintió a lo de los lazos en la cesta. A su hermano iba a encantarle eso, porque Lex, a su discreta manera, también era muy de detalles, solo que le costaba mucho reconocerlo. Y el día de Pascua fue importante para él, seguro que le traía muchos recuerdos felices. Y también... bueno, aunque aquello fuera cosa de ellos dos, porque era su aniversario, Marcus quería aportar su granito de arena. Seguía sintiendo que le debía algo a su hermano por no haber estado presente ni en su cumpleaños, ni en sus pruebas de quidditch, ni para despedirle en su último año en Hogwarts... En fin, mejor no lo pensaba o se le pondría mal el ánimo otra vez. Y, si no le querían metido en aquello, que no hubiera ido Darren a buscarle a su casa.

Fue a poner una leve objeción a usar el armario para cosas que no fueran puramente del noble arte de la alquimia, pero ni le dio tiempo ni le parecía bien cortar las alas del uso precisamente a la persona que se lo regaló... Eso sí, más de la mitad de los alquimistas que alguna vez existieran debían estar revolviéndose en sus tumbas con aquel espectáculo. Se frotó la cara con las manos, arrastrando hacia abajo la piel de los mofletes, cuando su abuela empezó a gritar por ahí. Veía que Emma apenas llenaba el pecho de aire y lo dejaba escapar suavemente por la nariz. Envidiaba aquella capacidad de gestión, esperaba llegar algún día, porque le estaban dando los siete males con el espectáculo de la abuela con el armario. Mejor no lo pensaba más y se ponía a lo suyo.

Menos mal que tenía otra misión e iba a dejar de presenciar aquello. Le pareció muy tierna la reacción de su padre con su madre y lo metido que estaba en el plan, y rápidamente dio otra palmada en el aire y dijo. — Marchando, Darren. — Y el chico dio un brinquito y le siguió. En el jardín, le dijo. — Agárrate a mí y... — Ay, cuñado. — Sí que se agarró, con la fuerza de una boa constrictor, y para ponerse a llorar otra vez. Se frotó la cara con impaciencia. — Mil gracias. Sois los mejores, nunca os lo podré agradecer lo suficiente, esto es lo más bonito que... — Va, va, venga. — Dijo con una risita incómoda, aflojando un poco las pinzas que le hacía con los brazos y le estaban empezando a dejar sin respirar. — Sabes que soy todo un romántico. Y que Lex es mi hermano favorito. — Eso hizo al otro reír, mientras se secaba las lágrimas. — Venga, tienes razón, ¡vamos a casa! — Y, dicho eso, sí que se agarró a él con normalidad para poder aparecer allí.

Obviamente no se podían aparecer en la puerta de los Millestone, era una barriada muggle, pero ya tenía aprendido el lugar disponible en el que hacerlo. Mientras se dirigía con alegres zancadas hacia la puerta, le iba diciendo al Hufflepuff. — Le va a encantar. Te digo yo que no se lo espera, una carta como mucho. Y lo del puffskein de la suerte, bueno, no se lo va a quitar de encima. ¡Espérate a que Noora no le coja celos! Y adem... — Pero fue llegar a la puerta y prácticamente salió despedido en dirección contraria, porque los ladridos de los perros, que a coro sonaban como un cancerbero enfurecido, le pillaron por sorpresa y le hicieron poco menos que temer por su vida. — ¡Rudolf! ¡Gandalf! ¡Ya! — Darren se giró como si hubiera neutralizado a las criaturas. Nada más lejos, seguían dando saltos peligrosamente altos. Y ladrando, ladrando muchísimo. — Pasa, Marcus. — Emmm. — No, aquello no le daba confianza ninguna. — ¡¡Sssshhh ay, chicos, de verdad!! ¡Venga, sit! ... ¡Oh, Marcus, cariño, hola! — Hola, señora Milles... — ¡¡Ya vale!! ¡Venga, para dentro! ¡Que no dejáis al pobre Marcus entrar! — No, si yo puedo esperar aquí... — ¡Sí, hombre! ¡Pasa, cielo, por Dios, faltaría más! — ¿Ha venido Marcus? — Se sumó una voz más. Una señora mayor apareció entre los revoltosos perros como si no les importaran lo más mínimo. — ¡¡Ooooy sí que eres Marcus!! ¡Ay, qué alegría de verte! — Un placer, señora... — ¡Adami! ¿Te gusta? Es que mi marido era italiano. El más guapo de la Toscana me llevé. ¿No te ha enseñado mi Darren una foto de su abuelo? Un porte... — Abuela, tenemos prisilla. — Interrumpió Darren con dulzura, tomando la mano de Marcus y arrastrándole hacia dentro de la casa. Él seguía sin estar muy convencido de entrar con tanto perro de por medio.

 

ALICE

Marcus y Darren se marcharon y Arnold también, y eso dejó a Emma y Alice trabajando, mientras Molly seguía gritándole al armario. Levantó la mirada un poco hacia la mujer y rio, negando con la cabeza. — Todo lo que le pido a la vida es ser ellos dentro de muchos años. — Dijo, distraídamente, mientras seguía escribiendo. Emma ladeó una sonrisa. — Tienen la llave de la felicidad, de eso no cabe duda. — Suspiró. — Por eso me gusta tenerlos en la familia. Para cosas como estas, son mucho más cercanos que yo, y entre todos sabéis ayudar. — Alice levantó la mirada y dejó caer los hombros. — Emma… ¿Por qué estás empeñada en que hay algo que no estás haciendo bien? — Su suegra se envaró un poco. — No he dicho tal cosa. — No, tú sabes muy bien no DECIR las cosas, pero darlas a entender. Desde que ha llegado Darren no paras de lanzar tiritos de que no sabes hacer algo. — La mujer movió levemente el labio inferior. — No sé en qué te basas. — Ah, Slytherins, era darse con una pared. Ella suspiró. — Estás haciendo justo lo que tienes que hacer, ayudar a Darren en lo que mejor se te da. Para los abracitos y achuchones ya está Molly. Se necesita de todo en todas las familias. — Emma seguía trabajando en el hechizo como si nada. — Lo que Darren necesitaba era justo eso, y lo que mi hijo necesita es a Darren feliz y bien cuidado. — Alice ladeó la cabeza. — Yo diría que los Millestone le cuidan muy bien. Nuestra parte es hacer justo esto, montar todo este tinglado, y que tú vayas y digas “hago la parte más difícil” en vez de “oye, ya está bien de tonterías, cada uno a sus casas” u “oye, haced lo que queráis, pero yo paso”. — Siguió escribiendo la carta en silencio, pero en cuanto la terminó, lo rompió diciendo. — Ya hay bastantes padres descuidados o que están en otro mundo, o que no saben ayudar de verdad, como para que precisamente tú, que no solo cuidas de tus hijos, sino de mucha más gente, te sientas así. — Se levantó, doblando la carta y le puso una mano en el hombro al pasar. — No es que te queramos así, es que te queremos por eso. — Y le dio un silbidito a Elio para que saliera a la puerta con ella.

— Sé que puedo confiar en ti, monada. — Dijo con cariño al pájaro, que sujetaba en el dorso de la mano. — Busca directamente a Donna, y procura que Lex no te vea. — Bajó la voz y alzó una ceja. — Y si lo que quieres son chuches, seguro que Beverley Duvall está por ahí y está encantada de mimarte. — Elio pio y salió presto, y ella se quedó apoyada en el marco de la puerta hasta que no pudo verle antes de volver dentro y que le llegara la conversación. — Y yo creo que igual alguna cosita de su abuela podría meterle, porque te digo, Emma, no confío nada en que coma de verdad, esas cosas de deportistas no me valen, eso será estupendo para el músculo, pero el niño ya tiene músculo de sobra… — Eso se lo puedes mandar cuando quieras, Molly, pero esto es un regalo de Darren por su aniversario, tiene que ser de Darren y él, aunque sepa que todos hemos participado. — Claro, claro… Si será por aniversarios que yo he participado en regalos tuyos y ni te has enterado… — Emma rio, y Alice supo que quería decir “sí que me he enterado” pero sabía callarlo y hacer feliz a su suegra. — ¡Uy! Si está ahí mi niña, vente para acá. — Le instó Molly.

En un momento había convertido la salita en un campo de guerra donde había muchas más cosas de las que estaba segura que Emma quería allí. — Es precioso que Darren esté haciéndole esto a mi Lex ¿verdad? Ojalá pudiera verle la carita. — Ella asintió con una sonrisa. — ¿Cuándo es tu aniversario con Marcus, cariño? — En enero ¿no? — Dijo Emma, y ella la miró sorprendida, a lo que su suegra hizo un gesto de quitar importancia. — Ya sabes cómo es mi hijo, mandó una carta muy florida contándonos “de forma oficial”. — Eso hizo reír a la abuela. — Uy sí, no lo sabía nadie antes de eso, desde luego… — Y se rieron las tres, y Alice se apoyó en el hombro de Molly. — ¿A que es genial tener una suegra que se acuerde de esas cosas, abuela? — Ya lo creo. — Contestó la mujer, mientras le daba indicaciones al hechizo, que ya estaba tejiendo el Muffin. — Aunque la mía era estupenda. Prácticamente azuzó al abuelo para que se tirara encima mío. — ¡Molly! — Riñó Emma, aunque se estaba riendo. — ¿Qué, hija, qué? Nada que esta moza no sepa ya, solo había que oír al Hufflepuff, luego decís de mí… — Y las tres volvieron a reír. — Pero una cosa os voy a decir… Yo he ayudado a mi hijo con muchos regalos… pero nunca he tenido que ayudarte a ti con uno suyo. — Emma bajó la mirada, un poco azorada. — Arnold es muy fácil de regalar… y todos, en verdad. — Alice negó con la cabeza. — No. Tú te fijas, te lo curras y te acuerdas lo suficiente como para saber regalar a todos. — Emma, cuando tiene razón la chica, tiene razón. — La mujer sonrió. — Al menos sé que tengo muy buena ayuda con eso… — Dijo mirándola. — Y para organizar algo como una Navidad con todos los Lacey-O’Donnell. — Molly rio fuertemente. — ¡Ya lo creo! Cómo nos lo vamos a pasar, hijas… —

— ¡Eh! ¿Se está mencionando Navidad en esta casa sin que mi hijo y yo estemos presentes? — Dijo Arnold entrando por la puerta cargado de paquetes. — ¿Pero qué traes ahí? — Preguntó Molly. — No, si es que de tal palo... — Murmuró Emma. Alice aspiró fuertemente. — ¡Madre mía! Cómo huelen las escobas chamuscadas. — Yo podría haberlas hecho… — Masculló Molly, pero Emma y ella se miraron y la primera puso una sonrisa que parecía hasta pilla. — Yo creo que podemos compartir una aunque sea entre los cuatro… — Alice rio un poquito y alargó la mano. — Pero que no se entere Marcus, que no oímos el fin de eso. — Y se echaron todos a reír mientras repartían el dulce. Los Gallia podían ponerse como quisieran, pero una familia era eso, y justo momentos como ese, eran los que sanaban su corazón.

 

MARCUS

Quería mantener la dignidad medianamente a flote, pero estaba pasando por el pasillo de Darren reprimiendo cerrar los ojos y no mirar, porque los perros no paraban y él se veía siendo devorado en breves. Su parte racional le decía que estaba exagerando, pero el Marcus asustón ahora mismo estaba dando alaridos dentro de su cerebro. — ¿Cómo está tu abuela, hijo? — Oh, muy bien, gracias. — Respondió, girando el cuello hacia la abuela de Darren mientras este le arrastraba hacia su dormitorio. La mujer les seguía con una expresión sonriente e ilusionada que Marcus conocía muy bien, porque claramente su cuñado la había heredado de ella. Y era, en concreto, la expresión que ponía cuando tenía intención de ponerse a hablar sin parar independientemente de si la situación era propicia o no. — ¡Qué encanto de mujer! Ay, si yo hubiera tenido magia de esa. — Mamáááá... — Oyó a Tessa de fondo, pero sonaba igual de convincente en el apercibimiento con los perros, y al igual que los animales, la mujer la ignoró por completo. — Hace unas cosas... Oyoyoy, qué maravilla. ¡Pero eso sí, me dijo que mis scones en mi horno estaban más buenos! ¿Sabes cuánto tiempo tiene ese horno? ¡Mi marido me lo compró! ¡En Muebles Pickles, ni más ni menos! ¡Y tenía mi Darren dos añitos cuando cerró Muebles Pickles... — De verdad que no quería desatender a la señora, pero le estaba persiguiendo, y ya habían llegado a la habitación, y Darren estaba a sus cosas y él la tenía encima. Y los perros detrás, aunque al menos ya estaban en silencio, solo le olisqueaban. ¿Y Lex se sentía incómodo en situaciones sociales y allí no? Qué distintos podían llegar a ser, definitivamente.

— ¡¡MAMÁ!! ¿¿Dónde está la polaroid de papá?? — Pueees... — Escuchó a Tessa de fondo, y entonces empezó unas indicaciones muy largas para estar dándolas desde la cocina. Marcus, entre la tensión con los perros, y la señora Adami hablando de las virtudes de Muebles Pickles, no se estaba enterando de nada, pero Darren salió berreando por el cuarto y le dejó allí, haciendo un amago por hablar que se quedó en eso, en amago. Al menos los perros se fueron corriendo tras él. — Eres muy muy guapo. Te pareces a tu abuelo. — Muchas gracias, señora. — Y a tu padre. ¡Uy! Te voy a dar... Ay, no, no tengo. Qué pena. A tu padre le encantan mis tartaletas. ¿No te lo ha contado? Una vez que vino... — Tragó saliva y estiró el cuello, a ver si veía a Darren volver, pero nada.

Llegó al cabo de varios minutos, por supuesto precedido por los perros. — ¡La tengo! — Comentó feliz. Empezó a girar sobre sí mismo. — Hmmm... ¿Dónde me pongo para la foto? ¿En la cama? No, eso va a ser un poco... ¡En el jardín! Ay, pero es que está el día feote, luego las fotos no salen bien. — ¡Háztela en la chimenea, cariño! — La mujer volvió a mirar a Marcus. — Tiene una foto con su abuelo en la chimenea, vestidito de reno una Navidad, para comérselo... — ¡Vale, allí mismo! ¡Vente, Marcus! — Y allá que fue él, y los perros también. Genial, se había convertido en un miembro más de la manada. Desde luego que si contaba aquello no se lo iba a creer nadie.

En mitad del salón se originó un tira y afloja sin orden ni concierto porque Marcus, que amablemente se había ofrecido a hacer la foto, de repente se vio con un artilugio absolutamente muggle en las manos que no tenía ni idea de cómo usar. Se hizo con él entonces la abuela, pero la mujer, tras pasar un rato buscando sus indispensables gafas, no atinaba con lo que tenía que hacer y Darren empezaba a ponerse nervioso, de manera que llamó a su madre, pero al parecer esta estaba con algún proceso culinario a medias y a pesar de los múltiples "ya voy", nunca terminaba de venir. Y los perros en medio. Y un pájaro, cuya existencia Marcus desconocía, y que de repente atravesó volando el salón y casi le hace tirarse cuerpo tierra. Cuando Tessa apareció para la foto, desapareció la abuela, pero Marcus había decidido centrarse en las poses de Darren para la misma por el bien de su salud mental. Al menos ya se le veía mucho más contento.

— Yo le iba a hacer esto. — Apareció de repente la señora, de nuevo, a su lado y hablándole, lo que le hizo dar un respingo en su sitio. Estaba un poquito tenso en esa casa. — Por la bolita esa saltarina de mi nieto. Hijo, qué animal tan raro, no había visto yo cosa igual antes. En fin, que tengo los patrones, pero mi nieto dice que lo deje para Navidad, pero hijo, una tiene mucho tiempo ¿sabes? Entonces yo me pongo y me entretengo y... — ¡Ay, Marcus! ¡Que no has visto a Muffin! ¿Lo quieres ver? — ¿Eh? No, bueno, ya, si da igual, si en verdad nos deberíamos de ir... — ¡¡MUFFIN!! — ¿Yo por qué me meto en esto? Desde luego que se sentía en paz con su hermano después de eso.

— ¡Abuela! No sabía que tenías ya el patrón. — Dijo Darren, acercándose a ellos para ver de qué hablaban. Ya veía a Muffin entrar botando por el salón, pero abuela y nieto estaban enfrascados en una conversación de la que no llegó a enterarse, porque ahora se dirigía Tessa a él. — Ay, nunca que vienes coincide que está mi marido, qué lástima... — Es que estoy viniendo un poco sin avisar. — Dijo con una risilla. — Lo siento... — ¡No, qué va! Esta es tu casa para cuando quieras. — Asintió, con una sonrisa cortés. — Lo mismo digo de la mía. Nos encantará invitar a su familia cuando esté Lex por aquí, y así nos conocemos todos. — Y yo puedo mostrarme como soy en un entorno mucho menos tenso que este, porque no debía estar dando muy buena impresión. — ¡Venga, nos vamos, que vamos tardísimo! — Resolvió Darren. Por fin, pensó con alivio, e hizo un gesto cortés hacia la madre. — Muchas gracias, señora. — ¡¡Ya ves!! Si no he hecho nada. — Y lo dicho, esa quedada está pendiente. — Se giró a la abuela y tomó su mano con educación. — Ha sido un placer... — ¡No, hijo, si yo voy con vosotros! — Parpadeó, en blanco durante varios segundos. — ¿Perdón? — Le salió espontáneo. ¿Cómo que con ellos? No, algo había debido malinterpretar.

En absoluto. — Es que mi abuela ya tiene un patrón de Muffin, y le he dicho que está Molly en la casa y ya le hace ilusión verla. — Parpadeó de nuevo. Se aclaró la garganta. — Ya... Lo que pasa es que... no nos va a dar tiempo si tenemos que ir en transporte muggle. — ¡Uy, no, hijo! Si ya mi nieto me ha llevado a los sitios con eso de... — La mujer parpadeó muy seguido. Marcus arqueó una ceja y miró a Darren. ¿¿¿Has aparecido a tu abuela muggle??? Si empezaba a hablar de los riesgos de la aparición en personas de cierta edad, sin experiencia y muggles, por separado, cuanto menos junto, no acababa nunca. Tessa suspiró. — Yo creo que tienen prisa, mamá... — Por eso, vámonos ya. — Resolvió la señora, saliendo ya por la puerta. Darren se limitó a encogerse de hombros y a salir tras ella. Esto no me está pasando... Su madre les iba a matar, de verdad que sí.

— Señora, tiene que agarrarse muy muy bien a mí ¿vale? Yo la sujeto. — Ya pasaba de fingir que se fiaba de Darren, prefería dar él las instrucciones, que encima era el que pilotaba la aparición. La mujer miró a su hijo con una risita. — Uy, de un chico tan guapo, si mi Adolfo me viera... — Va a ser un segundito ¿vale? No se preocupe que yo la estabilizo. — Claro, claro, hijo. Tú mandas. — Al menos era bien dispuesta. En el fondo le recordaba a su propia abuela, no le extrañaba que se llevaran tan bien. Miró a Darren con intensidad. Tú procura llevarte bien solito y estar pendiente de tu abuela, que yo no puedo con todo, pensó, y en un parpadeo, desaparecieron de allí. Afortunadamente, para tratarse de una muggle de esa edad, la mujer aterrizó bastante bien, apenas se tambaleó un poquito. — ¡Pero qué casa tan bonita! ¿Es la tuya? — Así es. — Dijo, cortés, y se dispuso a entrar, pero ya estaba viendo que su abuela les había detectado por la ventana e iba al trote hacia la puerta principal... y la cara de su madre al girarse y verles. Esperaba que al menos la muerte no fuera dolorosa. — ¡Judith! ¡Pero qué alegría verte, mujer! — ¡Qué casa tan bonita! ¿Es la de tu hijo? — ¡La misma! ¡Pero pasa, pasa! — ¡Te traigo el patrón! — ¡No me digas! — Ay, estos niños. Pero son muy bonitos ellos. — Di que sí, si es lo único que queremos, que sean felices... — Y allá que iban las dos, mientras Marcus entraba por las puertas de su casa casi con más miedo que si hubiera perros ladradores dentro.

 

ALICE

Estaban riendo mientras armaban la cesta y los lazos, y Molly comentaba lo extremadamente fácil que era hacer un puffskein, cuando Emma se quedó con la mirada perdida y una leve sonrisa. — El año que viene mi pequeño puede que esté aquí… o puede que esté jugando por ahí. Puede que este sea el último año que puedo ayudarle con su aniversario. — Arnold hizo una pedorreta. — Ay, cariño, si eso es lo que te preocupa, tranquila. Nuestro Lex es un amor, pero un pelín desastroso en lo que a preparar regalos se refiere. Va a pedirte ayuda con todos los aniversarios, cumpleaños, fiestas con regalos… — Las otras dos rieron, pero Emma se encogió de un hombro. — Ya, si no es eso… Es que… siempre pensé… son solo nueve años. Nueve años para que volvamos a estar todos en la casa, los cuatro, todos los días… Y ahora está llegando el momento, y Lex estará todo el día viajando y Marcus en Irlanda… Y nunca valoré que, tal y como hicimos nosotros, empezarían su vida directamente. — Molly la estaba mirando con una expresión de comprensión absoluta, y Alice tragó saliva, sintiéndose un poco culpable. — Pero volveremos para el examen de alquimistas de Hielo como muy tarde. — Trató de defender. — Y Lex solo estará fuera para los partidos. Marcus viviría en vuestro jardín si por él fuera, Emma. — La mujer rio y le palmeó la mano. — Oh, no, no, cielo, si a mí me parece ideal… Si es vuestra vida… — Suspiró. — Solo son tonterías de madre, conciencia de que hay cosas que a lo mejor ya no vuelves a vivir… — Molly sonrió. — Pero ahora las vas a vivir mejor. ¿Cuántas veces dijimos que echábamos de menos esas Navidades con la casa llena de gente, bullicio, comida para veinte o treinta? Ahora no solo lo vamos a tener en Irlanda, es que va a ser lo habitual. Tenemos a los Gallia, que siempre fueron un poco nuestros, y además con Dylan, tendremos Millestones quizás, y conoceremos otras formas de celebrar… Eso es riqueza, hija. — La mujer suspiró y Emma asintió. — Y quién sabe, algún día habrá más O’Donnells, o más Gallias, si mi Erin coge y se pone el apellido de Vivi… — Eso quería creer Alice. Que algún día sus tías podrían casarse, que la vida les daría esa nueva familia, que ella sería lo suficientemente feliz para ello (cosa que ahora no era en absoluto), fiestas llenas de gente y alegría, como las que recordaba de su infancia… Ojalá tan solo Molly fuera adivina…

— Mamá, ¿has tomado poderes de adivinación? — ¿Por qué, hijo? — Arnie señaló al exterior, y la abuela se asomó con una agilidad e ímpetu que no iban para nada con su edad. — ¡OY PERO SI SON MIS NIÑOS! ¡Y TRAEN A LA ABUELA ADAMI! Ayayayay. — Y salió dando saltitos hacia la puerta. Alice parpadeó y miró a sus suegros. Arnold tenía una sonrisa sincera y sorprendida, y también se dirigía a la puerta, y Emma tenía los ojos como platos. — ¿Quién es la abuela Adami? — ¡La abuela materna de Darren! — Contestó Arnold antes de salir. Emma tomó aire y la miró. — Esa mujer NO calla, Alice. Escúchame. No has oído jamás a nadie hablar así, te lo aseguro. Ni a tu padre ni a ningún Gallia. Créeme. — Ahora la que parpadeó fue ella, y esta vez sí que tuvo que reprimir una risa, porque Emma O’Donnell era esa persona capaz de transformar en polvo estelar algo tan sagrado como un giratiempo, pero ahora la veía genuinamente aterrorizada. Se levantó con cautela y dijo. — Voy a… recibirles. Tú si quieres… ocúpate de algo por aquí y ya… — Y su suegra asintió rápidamente. — Hay que saludar por cortesía, pero sí. — Y ambas se entendieron.

Llegó al recibidor mientras las abuelas entraban, y enseguida llamó la atención la abuela Adami. — ¡OY! ¡Tú eres Alice! No sabía que ibas a estar aquí. — Claro, mujer, si es que se presentan juntos al examen de alquimistas. — ¡AAAAAH! La oposición mágica, sí, sí… Oyyyyyy qué ganas tenía yo de conocerte. — Se acercó y le estampó un beso en la mejilla. — Mi Darren es que a las chicas me las describe mucho menos que a los chicos, obviamente, y siempre hablaba mucho de ti, pero chica ni una pista, y eres bien guapa… Estás un poquillo chupada, no obstante. — ¡Ya se lo digo yo! Se lo decimos todos, que tiene que comer mejor. — Intervino Molly. El volumen de la conversación era absolutamente desproporcionado. — Eso hago yo unas tartaletas y unos scones para el té y se lo quito enseguida. — Encantada, señora Adami. — Intentó meter baza, porque oportunidad había tenido poca. — ¡Qué señora ni nada! Tu nieto igual. Abuela Judith, mujer, si a mí ser abuela es lo que más me gusta del mundo. — Alice asintió, un poco confusa, pero con una sonrisa. — Bueno, hija, aparta un momento, que tenemos que mirar lo del puffskein. — Sí, sí, perdón. — No quisiera Merlín que ella se interpusiera en el camino entre dos abuelas y un puffskein de punto.

Avanzó hacia su novio y dejó un beso sobre sus labios con una risa. — Estás un poquito pálido, mi amor. — Se inclinó a su oreja y susurró. — ¿Demasiado shock cultural ir a una casa de Hufflepuffs muggles? — Y rio un poco, abrazándose a él por el costado y quedándose así. — Yo venía a decirte que está todo sobre ruedas, pero veo que los refuerzos los has traído igual. Esto antes de comer es posible que esté acabado. — Alzó la vista para mirarle. — Y tu madre necesita hoy un poquito de reafirmación de que es una madre excelente y que la vais a querer aunque os hagáis mayores. Por si cuando termines de avasallar a tu hermano te quieres pasar a ese frente. — Bajó la voz y se apoyó sobre su pecho. — Y ya si quieres terminar el día mimando a tu novia, que se va a presentar a un examen muy difícil en seis días, ella no se va a quejar. —

 

MARCUS

Entró en la casa como quien entra al patíbulo, pensando que su madre y su estricto código ético no solo sobre el secreto mágico, sino sobre las visitas sin previo aviso y que ya hoy tenían el cupo más que cubierto, le iba a matar. De hecho ni la veía, habían salido primero su padre y Alice, sobre la cual la abuela se lanzó sin pensarlo, y empezó a decir una serie de indiscreciones que le hacían mirar al suelo con los ojos muy abiertos, sin dar crédito. Básicamente como habría estado en casa de Darren de no estar ante la madre del mismo y rodeado de perros que le tenían en tensión.

Por supuesto, las dos abuelas poco menos que echaron a Alice a un lado porque tenían un Muffin de punto que tejer con urgencia. Marcus miró a Alice como si se fuera a desmayar de un momento a otro. — Intento dilucidar si lo que estoy viviendo es verdad o me quedé dormido mientras estudiaba. — Que ahora que lo decía en voz alta, le parecía hasta una opción más factible que lo que estaba pasando. Soltó aire por la boca. — Se nos está yendo el descanso de las manos... Si esto es a lo que mi abuelo se refería con improvisar, no sé si estoy preparado. — Era muy probable que no, aunque su abuelo también llevaría mejor esa situación. O quizás era la edad, que le había dado habilidades, y el matrimonio con Molly de tantos años. Le quedaba mucho por mejorar aún.

Parpadeó y miró a Alice, aguantando la respiración. — ¿Está muy enfadada? — Preguntó en relación a su madre, pero al parecer no, al parecer solo necesitaba cariño. De hecho, por allí iba, y él se puso recto como una vela. Emma le miró y entornó los ojos. — Relájate, Marcus. Conocí a esa mujer antes que tú. Sé que no has tenido otra opción. — Y subió las escaleras, puede que para quitarse de en medio, puede que para buscar algo que necesitara para seguir con el regalo. La cuestión era que Marcus se relajó tanto que casi se desmaya de verdad, menos mal que Alice abrazada a su costado le hizo de contrafuerte. — Yo también voy a necesitar muchos mimos hoy. — Dijo con una risa, acariciando su pelo. — Pero sí, me parece un gran plan para cerrar el día. — Si es que no nos dan las tantas estudiando para recuperar el tiempo perdido.

Su madre había ido, sorprendentemente, a por más materiales, porque bajó enseguida. Sí que estaba integrada en aquello, todos en realidad, y tenía que reconocer que estaba siendo divertido (aunque agradecería poder bajar las revoluciones y el volumen al que hablaban las dos abuelas). El puffskein de punto quedó tan adorable que Marcus, si no fuera porque temía que aquello se prolongara hasta la eternidad, habría pedido otro (pero en azul, por supuesto, que el de su hermano era verde). Alice ya había mandado a Elio con la carta, pero la presencia de Darren allí había invocado a Tales y Cordelia, por lo que de repente su salón empezó a parecerse peligrosamente al de Darren, entre todo el material esparcido (menos mal que no estaban en la salita, le habría dado algo de ver todo aquello mezclado con su material de estudio), las magdalenas, la lana de tejer, los pergaminos con anotaciones, los regalos y, encima, los animales pidiendo chucherías (si bien su madre los tenía tan bien entrenados que no fueron demasiado demandantes y se fueron rápido). Cuando hubieron terminado, su padre se ofreció a llevar a Darren a Hogsmeade para que dejara el regalo allí oculto, con el hechizo de Emma perfectamente practicado, y Molly y Judith decidieron ampliar su quedada e irse juntas a casa de la primera (definitivamente, ya estaba cerrando el armario, lo sentía por su abuelo y la que le iba a caer ahora). Emma, Alice y él fueron a la puerta y, amablemente, les despidieron, mientras los otros iban y venían, gritaban, revisaban que no se les hubiera olvidado nada, las abuelas les daban mil besos a cual más sonoro, Darren cientos de abrazos y agradecimientos, hasta que, con las dos mujeres dentro y Marcus despidiendo desde la puerta y asegurándose de que se iban, despidiéndose con gestos de la mano, todos se desaparecieron prácticamente a la vez. Acto seguido, cerró la puerta y apoyó la espalda en la misma, mirando a Alice y a su madre con la respiración a mil. El silencio era tan ensordecedor en diferencia con las últimas horas que hasta palpitaba en el cerebro. Tras unos segundos de dicho silencio extraño y de intercambiar miradas, muy teatralmente, se dejó caer por la puerta y fingió un dramático desmayo, cayendo al suelo con brazos y piernas estirados. A su madre, muy raro en ella, le dio un fuerte ataque de risa. — Matadme ya. Estoy preparado. — Más se reía Emma, y Alice, y a él también le dio por reír. — Alice, escúchame bien. No creo que pueda volver a estudiar en la vida. Siempre temeré que, cuando menos lo espere, pase esto. Sálvate tú. Es mi fin. — No podía ni terminar su teatro sin reír, aún tirado en el suelo, y a Emma definitivamente le había atacado una risa incontrolable que había visto pocas veces en ella. Igual se habían vuelto todos locos después de aquello, que no le extrañaría. — Vamos a comer. Lo siento por tu padre, pero necesito descansar. — Comentó la mujer, secándose las lágrimas de la risa. Marcus movió la cabeza, desde su posición de estrella de mar en el suelo, y miró a Alice. — ¿Me merezco unos mimos antes de comer? — Cuando ella se agachó a su lado, riendo, se incorporó un poco para dejar un breve beso. — Algún día, contaremos la hazaña de cómo nos convertimos en alquimistas a pesar de esto. —

Notes:

¿No esperaríais que todo fuera alquimia y examen, no? Nos conocéis, sabéis que no hay nada que nos guste más que una buena celebración mágica y un poco de caos familiar. Todos adoramos a Darren y Lex y se merecían un momentazo así, tanto ellos como todos, que están muy tensos con el examen. ¿Con qué parte os habéis reído más? ¡Contadnos, para que nos volvamos a reír nosotras también!

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FURTHERMORE

(30 de octubre de 2002)

 

ALICE

Cuando el auror les enseñó el pasillo por el que iban a tener que acceder, lo primero que Alice pensó es que no deberían ir por ahí. Parecía uno de esos sitios supersecretos que luego te trae problemas conocer. Quién me ha visto y quién me ve, se dijo, pero también llevaba un mes y medio preparando un examen, el más importante de su vida probablemente, así que ahora mismo no era Alice Gallia, era un libro con patas. Arnold, Emma y el abuelo estaban allí, y dando gracias a que habían convencido al resto de gente que les quería acompañar de que esperaran en casa de los abuelos, aunque Alice estaba segura de que si escuchaban atentamente, podrían oír a la abuela quejándose a voz en grito desde allí. Se giró hacia los tres mayores, porque el auror había dicho que solo podían pasar examinados y miembros de la Comisión Nacional Alquímica que fueran a participar en el examen. Tomó aire y les miró. — Los gladiadores solo pueden tener miedo antes de subirse a la plataforma para salir ¿verdad? — Larry sonrió. — Así es. Ya no se permite tener miedo, Alice. Pero vosotros no debéis tenerlo. — Les tendió el maletín con los materiales que habían pedido cada uno, y sonrió. — Sois brillantes, simplemente demostradlo. — Miró a Arnold y Emma con los ojos brillantes. — Gracias. — Era un “gracias” que incluía TANTAS cosas que una palabra parecía quedarse muy corta, pero Alice sabía que los O’Donnell la entendían. — Estaremos aquí todo el tiempo. Podremos celebrarlo como Merlín manda en cuanto salgáis. — Le contestó Arnold, tomándola de las mejillas con aquella sonrisa que siempre te hacía sentir mejor. Emma se acercó a apretarle las manos, pero se inclinó hacia su oído y susurró. — Tu madre está contigo. Hoy la estarías haciendo sentir muy muy orgullosa. — Ahora iba a tener que controlar el llanto de emoción y no solo de miedo, genial.

Esperó a que Marcus también tuviera su momento con la familia y le tendió la mano. — Vamos, alquimista. Que allí está el futuro. — Y pasaron por las grandes puertas doradas. El pasillo era muy largo, con ladrillos vidriados en azul oscuro y moqueta del mismo color, donde se dibujaban motivos alquímicos. En las paredes, retratos de los más importantes alquimistas de la historia, la mayoría de ellos no hablaban, porque se habían pintado mucho después de sus muertes, pero alguno andaba despertándose. Alice apretó la mano de su novio. — Cuando hace tantos años te dije que siempre caminaríamos de la mano, no me imaginé esto ¿sabes? — Le miró y sonrió. — Pero aquí estamos. Siempre de la mano, no uno por delante del otro. — Sonrió levemente. — En el fondo, esto es todo lo que le pedí a la vida. Ir de tu mano. Lo demás… ya veremos cómo lo sacamos. — Dejó un beso en su mano. — Esto es lo importante. —

Llegaron a una sala de espera circular, con paredes en madera, más cuadros y objetos en vitrinas, pero ella no quería mirar nada que no fuera lo suyo, que no se quería distraer. Allí había tres personas más: dos señores mayores, solo un poco más jóvenes que sus padres, y una chica más mayor que ellos, pero que probablemente no llegaría a los treinta. Se sentaron en uno de los bancos, de la mano, y trató de centrarse en otra cosa, como el techo de cristal y forjado, magnífico, preguntándose si estaría hecho con alquimia, si ella algún día podría aspirar a crear algo así…

Decidió girarse a lo que sí controlaba y conocía, que era su novio, y se apoyó en su hombro. — Marcus, no tienes de qué tener miedo o estar nervioso. Eres el mejor alumno que ha tenido Hogwarts, probablemente desde tu abuelo. — Le dijo en voz baja. — Este examen para ti es una tontería. — Se separó para apartar sus rizos de su frente, mirándole con amor. — Marcus, tú… siempre has visto más allá de esto, mucho más allá. Y esa es la clave de la alquimia, saber ver lo que aún no existe en base a lo que sí existe. — Sonrió. — Tú y yo existimos, tú y yo hemos leído y estudiado todo lo humanamente posible para esto, solo tienes… que hacerlo realidad. Lo has hecho con todo. Lo hiciste con nuestro amor, lo hiciste con nuestra cruzada en Nueva York… Lo harás con esto. Donde los demás vean una piedra, tú verás una catedral. — Y bajó más la voz, porque no quería mentar algo así delante de otros alquimistas. — Como haría Fulcanelli, pero haciéndolo bien. Este consejo no sabe todavía a quién tiene aquí. — Y lo creía de verdad.

Unas puertas dobles se abrieron delante de los bancos y aparecieron cinco personas, cuatro hombres y una mujer. Uno de ellos se puso unas gafas y miró unos papeles que llevaba en las manos. — Bienvenidos a la convocatoria ordinaria de exámenes de alquimistas nacionales. La comisión examina hoy a cinco aspirantes a rango de alquimista nacional, a saber: señor Claude Finnigan, examen de alquimista de Acero; señorita Alice Gallia, examen de alquimista de Piedra; señorita Alecta Gaunt, examen de alquimista de Plata; señor Thomas Party, examen de alquimista de Plata; y señor Marcus O’Donnell, examen de alquimista de Piedra. ¿Están presentes todos los mencionados? — Todos se levantaron y asintieron. — Muy bien, pues empezamos por los rangos de menor a mayor, y dentro de cada rango, por orden alfabético, por tanto, el orden será: Alice Gallia, Marcus O’Donnell, Alecta Gaunt, Thomas Party y Claude Finnigan. — Alice tomó aire y el corazón le golpeó violentamente los oídos. No sabía si quería ser la primera, aunque definitivamente no quería ser la última y quedarse ahí esperando. Estaba temblando entera. — La comisión llamará a la señorita Alice Gallia en cuanto esté constituida. —

 

MARCUS

Respiró hondo, echando el aire poco a poco por la boca, en el momento en el que el pasillo por el que debían pasar apareció ante ellos. Había llegado uno de los momentos que llevaba esperando toda la vida: su primer examen de alquimia. El más importante, diría. Porque el resto que hicieran consistirían en ascender de su puesto a otro superior, pero este... era el inicio. En estos momentos, no era nadie, un exalumno de Hogwarts. Pero podía salir de allí convertido en alquimista. De verdad. Y por fin.

— Hijo. — Le sacó su abuelo del ensimismamiento. Al mirarle, vio que le tendía el maletín con su material. Le puso una mano en el hombro. — Llevas toda la vida preparado para esto. Que los nervios no te hagan pensar lo contrario. — Asintió, sonriendo levemente. Pero, al volver a respirar hondo, sintió temblar por dentro. — Temo no estar a la altura. — Lawrence, con los labios en una sonrisa, rio en silencio. — Tú siempre has estado más que a la altura. En todo. Y para todos. — Le miró a los ojos. — Sobre todo para mí. — Tragó saliva. No podía entrar llorando al examen. Su abuelo dejó paso a sus padres, pero sus palabras de ánimo empezaba a escucharlas como si estuviera dentro de una pecera. Veía sus miradas de orgullo, y Marcus siempre estaba muy seguro de sí mismo, pero nunca se había enfrentado a algo tan grande. No quería defraudar. Estaba muy seguro de sus posibilidades y de lo que llevaba preparado... pero también estaba tan nervioso... y aquello era... tan...

Ahora fue Alice quien le trajo de nuevo a sí. La miró, un tanto despistado de inicio, pero rápidamente sonrió y asintió, tomando su mano y caminando con ella. Recorrer aquel pasillo era sobrecogedor, y ver los retratos... ¿Estaría él en aquella pared algún día? Eso le encogió el pecho y le dio sensación de vértigo. Siempre soñando tan a lo grande... ¿Y si un día se estrellaba? No, no era el momento de pensar eso, era el momento de seguir pensando a lo grande, de ir seguro de lo que sabía hacer. De pensar que esas personas de los retratos, un día, pasaron por lo que él estaba pasando. Y si ellos lo consiguieron, él también podía. Miró a Alice y sonrió. — Siempre de la mano. — Después de que ella besara su mano, él hizo lo mismo con la de ella. — La eternidad es nuestra. Hoy escribimos un capítulo más. — Y era uno muy importante.

Nunca dejaba de sorprenderle la poca gente que se dedicaba a la alquimia: esperaba ver más candidatos cuando entró. Veía poco probable que el resto de presentes fuera a presentarse al examen de alquimista de Piedra, como mucho la chica, que parecía poco mayor que ellos. Hizo un gesto respetuoso de la cabeza a los presentes a modo de saludo. Los hombres le respondieron. La chica desvió la mirada. Bueno, no eran sus competidores. En todo caso, sus futuros compañeros.

Se sentó junto a Alice, y ya había iniciado el modo adquirido de Emma Horner: poco menos que convertirse en parte del mobiliario del lugar en lo que a emociones transmitidas respectaba. Estaba aparentemente imperturbable, y conteniendo las aguas por dentro todo lo posible. Eso sí, su cerebro bullía con los conceptos que tenía que emplear. Por fortuna y a pesar de los nervios, lo tenía todo bastante claro. La llamada de Alice, apoyando la cabeza en su hombro, le hizo mirarla desde su posición. Ah, esa sí que le conocía bien, quisiera transmitir lo que quisiera transmitir. — Bueno... No deja de ser un desafío. — A ver... Lo cierto era que siempre había considerado que Piedra no iba a ser un rango que le supusiera ningún quebradero de cabeza, pero una cosa era la teoría que él tuviera, y otra verse allí. Aquello impresionaba, y no se había preparado el examen con el tiempo y la tranquilidad con la que tenía planeado hacerlo. Quería pensar que, efectivamente, sería un mero trámite. Pero tanto como una tontería... Alice le miró de frente y él rebajó la expresión, porque era el poder que ella tenía sobre él. — Tú y yo. — Enfatizó, sonriendo con calidez y apretando su mano. — Esos desafíos se habrían quedado en nada sin ti. Todo eso que mencionas no lo he hecho yo solo, lo hemos hecho los dos, de la mano. — Ladeó la sonrisa. — No hay nada que tú no consigas, Alice Gallia. Vuelas mucho más alto que yo. — Pero sus últimas frases le llegaron al corazón, y lograron incluso ruborizarle. — Que tú pienses eso de mí... vale más que cualquier cosa que pueda crear con la alquimia. No tiene precio. — Soltó aire por la boca y apretó de nuevo su mano. — Vamos a salir de aquí convertidos en alquimistas, Alice. Esto acaba de comenzar. —

Y dicho eso, como si les hubiera invocado con sus palabras, apareció por allí el comité, volviendo a envararle y haciendo que se pusieran de pie. El corazón se le puso en la garganta mientras les oía hablar. Atendió a cada nombre... Gaunt. Oh, ese apellido no iba a pasarle inadvertido, y automáticamente miró a la chica, que seguía con su altanera mirada puesta en nadie. Los Gaunt se consideraban los herederos directos de Salazar Slytherin, y por supuesto, una familia como los Horner tenía contacto directo con los Gaunt. Marcus no había conocido nunca a ninguno en persona, y en Hogwarts se había procurado de tenerlos también lo más lejos posible. No le gustaban. Su familia, de hecho, había hecho por tomar distancia de los Gaunt, suficiente tenían con los Horner. Le sorprendía sobremanera que una Gaunt se dedicara a la alquimia. Siguió atendiendo al listado. Efectivamente, solo ellos dos iban por Piedra... y, oh, por orden alfabético, era el último. Odiaba ser el último en los exámenes, quería terminar rápido, se lo comían los nervios. Pero luego precisaron lo que, de hecho, su abuelo ya le había advertido, pero con la tensión se le había olvidado: iban por rangos. En ese caso, Alice se examinaba la primera. Y él el segundo. En otras palabras, estaban a menos de una hora de ser alquimistas.

La comisión se fue de nuevo, dejándoles solos y con un pesado silencio. Todos se volvieron a su sitio, excepto Marcus y Alice, que se habían quedado un poco clavados en su lugar. Tras unos instantes conteniendo el aliento, se sentaron de nuevo. Se giró hacia ella. — La primera... — Sonrió. — Siempre la primera. — Acarició su mejilla. — ¿Estás tranquila? Lo vas a hacer genial. En nad... — Alice Gallia. — ¿¿Ya?? Apenas les había dado tiempo a decirse dos palabras. Se puso de pie junto a ella y apretó sus manos. — Lo vas a hacer genial. Vas a triunfar. — Sonrió de nuevo, con un leve jadeo nervioso. — Confío en ti. Más que en nadie. — Y la dejó marchar.

 

WILLIAM

El tiempo se le había vuelto a parar. Se le paró el día de la muerte de Janet, y volvió a parársele el día que se llevaron a Dylan. Era raro que un tiempo ya de por si parado pudiera volverse a parar. Quizás, en algún momento, se había reanudado y él no se había dado ni cuenta. Llevaba toda la vida no dándose cuenta de muchas cosas, y hasta el momento no había tenido grandes consecuencias… Pero no podía tener suerte eternamente. Si es que su situación pudiera considerarse en algún momento afortunada.

El día que creyó perder a Dylan, a quien perdió fue a Alice. Porque su patito había vuelto, pero su pajarito, tal y como llevaba temiendo años que ocurriera, se había ido volando hacia otro nido y el suyo ya había dejado de interesarle. La veía aparecer por casa como quien ve un precioso unicornio pasar ante sus ojos, pero no se siente digno de clamar ningún tipo de atención, por no hablar de que teme espantarlo en cuanto se acerque y que no vuelva más. Las informaciones que tenía de ellos las tenía por Arnold. Porque Marcus tampoco le hablaba. Igual le odiaba también, no sería de extrañar. O igual no, pero su Alice no le dejaba hablarle. Quién sabía.

La cuestión era que sentía que había tirado de nuevo la toalla, y ahora ni siquiera tenía el consuelo de la Janet retratada con él. Y estaba retrasando las sesiones con su sanadora mental más de lo que debería con la excusa de… estar muy liado… aunque realmente no estaba haciendo nada. Sus padres parecían haberse olvidado de preguntarle, y a Alice ya no le interesaba (y como se enterara que había dejado de ir, más motivos para separarse de él tendría). Podía jugarse una mano a que Violet se acordaba en casa, pero se le olvidaba preguntar en su presencia, como si fuera algo irrelevante. El que siempre le preguntaba era Arnold. Y Jackie, su sobrina, probablemente por sugerencia de su nuevo novio, casualmente sanador mental, pero ellos no se sentían en potestad para obligarle a nada, solo asesorar, y él les despedía con palabras vagas y el tema acababa en las mismas. Arnold era más firme al respecto, pero también tenía bastante estudiadas sus evasivas con él. Eso sí, el día que menos se lo esperara, veía a Emma aparecer por la puerta y llevarle de las orejas al hospital de Marsella. No es como que fuera la primera vez que hacía algo parecido. Y William parecía estar esperándolo, como si necesitara ser obligado a las cosas en vez de poder decidir por voluntad propia.

Pero si duro era perder al amor de tu vida, más duro era ver cómo tu hija no te hablaba. Le dolía el corazón de ver a Alice ir y venir y ni dirigirle la palabra, pero no sabía qué hacer. Aparecía por la cocina, decía un leve “hola, hija” con una sonrisa tímida, pero ante la ausencia de respuesta (o la frialdad en la misma) se venía abajo. Despierto desde la cama instalada en su despacho la había oído despertarse y prepararse para el examen, y había oído la puerta cerrarse. Y allí se había quedado él, sin desearle buena suerte, sin darle un beso de despedida, y por supuesto sin acompañarla siquiera. Arnold le había dicho que era mejor que se mantuviera al margen, por el bien de los dos. Pero se sentía un absoluto fracasado.

Tras un buen rato lamentándose de su existencia en la cama, se levantó, se vistió y se apareció en el jardín de Molly y Lawrence sin pensárselo. Los chicos debían estar ya, si no examinándose, a punto de hacerlo, así que quería pensar que tenía tiempo. Desde fuera ya le llegaba el olor a comida de lo que la mujer estuviera preparando en la cocina. Fue a abrir la puerta antes de que llamara. ― William. ― Suspiró, con tono compasivo, pero también condescendiente. Se excusó sin siquiera ser preguntado. ― No quiero arruinarle la fiesta. Pero… es… No sé qué hacer. Si no vengo, ¿en qué tipo de padre me convierte eso? Es uno de los momentos más importantes de su vida, quiero estar presente. Pero no quiere ni verme. ¿Pero y si sí? ¿Y si en el fondo me espera? ¿Y si solo estaba estresada y le doy una sorpresa? Pero ¿y si iba en serio con no querer saber nada de mí? Mi presencia aquí solo estropearía las cosas, ¿pero cómo no voy a estar? ― Lo había dicho todo de corrido y conteniendo las lágrimas. La mujer le miró con calidez. ― ¿Quieres pasar? ― Oh, claro, estaba en la puerta. Asintió, como un perrillo abandonado, y entró en la casa.

― Mi hermana sí viene ¿no? Con Erin. ― Molly asintió, sentada a su lado en el sofá. ― Al menos tendrá aquí a alguien de su familia… ― William. ― Le puso una mano en la rodilla. ― No quiero imaginarme lo doloroso que tiene que ser que tu propia hija no quiera dirigirte la palabra. ― Le buscó la mirada. ― Pero mírame a los ojos. Mírame, muchacho, que te conozco como si fuera tu propia madre, si no mejor. ― Él obedeció, con la mirada vidriosa y desenfocada por las lágrimas. ― Alice está enfadada, y siento si te duele oírlo… pero está enfadada con razón. ― Parpadeó, perdiendo una lágrima, y agachó la cabeza. ― Lo sé… ― Tienes que dejar de flagelarte y salirte del papel de víctima, William. Y el primer paso para eso es asumir tu error. ― Si yo lo asumo… ― Escúchame. Sé lo que me vas a decir: que los Gallia sois un desastre, que sabéis lo que es equivocaros, que lo asumís y tiráis para delante. Lo primero, dejad de decirlo, porque escusarse bajo una etiqueta resulta muy cómodo. Las otras tres cosas, sinceramente, a la que más he visto aplicarlas es a tu hija, y eso que a la criaturita le ha dado tiempo a equivocarse poco en su vida. Demasiado bien lo hace. ― Le levantó la mirada poniendo los dedos bajo su barbilla. ― Lo mejor que puedes darle es espacio. Alice se va a curar de esto. Es buena, como Janet… y como tú. Porque tú eres muy bueno, hijo, solo… te pierdes. Demasiado. Y Alice está muy centrada, y sabe las consecuencias que tiene perderse. Y no lo permite. No se lo permite a sí misma, cuanto menos a ti. Y tú, William, has pasado perdido mucho tiempo. ―

Se mordió los labios, dejando el silencio en el aire, con la mirada perdida. ― ¿Ella está aquí? ― Especificó. ― Janet. ― Molly le miró a los ojos. ― No. ― Se acercó a él y dijo, con calidez pero con firmeza. ― Janet está en el cementerio, William. Aquí lo que hay es una pintura. ― Asintió. ― Sí, lo sé, me refería… ― William, este juego tiene que acabarse. Lo siento mucho, cariño. Has pasado por cosas muy duras en la vida, pero si quieres que esto no empeore, si quieres recuperar a tu niña… tienes que avanzar. Por tu bien, por el de tus hijos, y por el de toda la familia. Pero, sobre todo, por ti. ― Entrelazó las manos en el regazo. ― ¿Sabes cuál es el mejor regalo que puedes darle a tu hija por la proeza de hoy? ― Arqueó las cejas. ― Contacta con tu sanadora. Vuelve a la terapia, William. Dale tiempo, y en ese tiempo en el que ella está poniéndose bien, ponte tú bien también. No lo cargues todo sobre ella, ya está bien de seguir en esa rueda. Con tiempo y con hechos… Alice volverá. ― Sonrió. ― Va a estar con toda una familia irlandesa mucho tiempo. Te aseguro que volverá. ― Le tomó la mano. ― Pero hoy tienes que irte, hijo. Si quieres demostrarle tu amor de padre… escucha lo que necesita. Y lo que necesita es esto. ― El sonido del timbre le sobresaltó y le hizo abrir los ojos con temor. Ya iba a escabullirse por ahí, pero la mujer le dio un par de palmaditas en la rodilla. ― Será alguno de los invitados, no pueden haber llegado tan pronto. ― Y le hizo un gesto para que fuera con ella.

― Hola, señora O’D… onnell. ― La chica (y el chico, aunque la que hablara fuera ella) se habían quedado descuadrados al verle. ― Señor Gallia. Nos alegramos de verle. ― Sonrió. ― Hola, Hillary. Hola, Sean. ― Señaló lo que llevaba la chica en las manos. ― ¿Qué es eso? ― ¡Oh! Bueno, no queríamos hacer sombra a la comida de la señora O’Donnell, pero… queríamos traer algo y… ― Mi abuela hace una tarta de melocotón muy rica. ― Intervino el chico. ― Y ayer Hillary, ella y yo estuvimos haciéndola… Bueno, más ellas que yo. ― La chica soltó una risita. Él sonrió también. ― Si sobra, le diré a Alice que se lleve para que la pueda probar usted. ― Ladeó una sonrisa un tanto triste. ― Bueno, prefiero que el glotón de mi yerno se alimente bien, que vendrá con hambre. ― Rieron, pero estaban… incómodos. Al final acababa poniendo a todo el mundo incómodo.

Miró a Molly y esta recondujo. ― Chicos, dejadla en la cocina, ahora voy. Voy a despedir a William. ― Los chicos entraron y ella fue con él hasta la verja del jardín. ― Dile… de mi parte… ― Molly le miró con condescendencia. ― ¿A quién? No sé si voy a querer oír ninguna de las dos posibles respuestas que tengas que dar. ― Él agachó la cabeza. Una vez más, le había pillado y tenía razón. Puso una mano en su hombro. ― Cúrate, William. Y sé paciente. Volverá. ―

 

ALICE

Sonrió a las palabras de su novio. Puso una sonrisa muy agradecida, de corazón porque le llenaba el corazón oír a su novio hablar así de ellos dos. — Pues claro que pienso así de ti. Pero te aseguro que vas a conseguir algo mucho mejor. — Acarició con devoción la palma de su mano. — Un reloj de plata con tu nombre, y al abrirlo, en la tapa, el símbolo de Piedra. — Y le cerró la mano, como si ya tuviera el reloj allí. — Escribamos de una vez este capítulo pues. —

No esperaba que la llamaran tan rápido, pero le dio tiempo a ponerle una sonrisilla traviesa a su novio cuando dijo lo de la primera. — Nadie como tú para quitarme nervios e inseguridades. — Sabía que con eso la iba a hacer reír y así, entrar a su examen con seguridad, con una gran sonrisa mirando más allá, más que esa sala que, ahora que la veía mejor a través de las puertas, le erizaba todos los pelos del cuerpo. — Nos vemos al otro lado, mi amor. — Le dijo antes de entrar, agarrándose al maletín como si le diera toda la vitalidad y la fuerza que necesitaba.

La sala tenía una gran mesa en medio, directamente iluminada por una luz del techo, como si fuera un quirófano, y enfrente, una larga mesa semicircular, con todos los miembros del jurado allí sentados. El hombre de las gafitas se sentó en la silla del centro y dijo. — Buenos días y bienvenida, señorita Gallia. Le presento a los miembros de esta comisión examinadora. — Y empezó por la izquierda de Alice. — Julius Beren, alquimista de Cristal, y Patrick Longbridge, alquimista de Acero. — El primero era un hombre mayor, más joven que Lawrence pero no mucho más, y el segundo sería de la edad de su padre, y estaba bastante enfurruñado y un poco consumido por su propia ropa. Ese no tenía buen día y claramente no le apetecía estar ahí. — Al otro lado tengo a Hugo Suger, alquimista Carmesí, y Flora Dellal, alquimista de Cristal. — Casi no había oído el nombre de la mujer, si no fuera porque le interesaba especialmente, después de haber oído “Suger” y que el corazón le latiera tan fuerte que tembló. Un descendiente del grandísimo Abad Suger, el creador del gótico, y encima alquimista Carmesí. Se veía perdida ante esa gente, pero la señora Dellal le devolvió una cálida y firme sonrisa, como si confiara plenamente en que lo iba a hacer bien, sin conocerla de nada. — Yo soy el presidente Cornelius Applegate, y cuando usted quiera puede proceder con la primera prueba que es realizar de forma satisfactoria una conjunción, una disolución y una separación, pero no tiene por qué ser en ese orden. El tribunal valorará su trabajo en el momento en el que lo entregue, pero tiene de límite media hora para hacerlo, y el proceso se valorará. Puede utilizar cualquier material que haya traído, y su varita si le es necesario, pero todo ello será materia de evaluación al proceso. Se le dará el veredicto. — Asintió a todos y dijo. — Buenos días y gracias de antemano por su atención. Con su permiso, procedo. — Respetuosa, rápida, no tenía ánimo ni habilidad para galanterías.

A Alice le encantaban las catedrales, porque le encantaba Fulcanelli y había visto muchas en Francia, por eso le había parecido una buena idea aquel experimento, y también porque la gente se volvía mortalmente aburrida en esa parte de la prueba y ella quería destacar por algo, porque sabía que su tercera prueba, la transmutación de forma, no iba a resultar tan brillante. Sacó el cristal que había cortado en casa con forma de vidriera gótica (Dios, Alice, eres estúpida, enseñarle esto un descendiente del Abad Suger, nunca contaste con esta posibilidad), los dos tintes, cuencos, y la losa fina de piedra donde dibujaría con la tiza. Sentía que no le iba a salir ni una línea en su sitio. — Procedo a hacer la conjunción sobre este cristal templado absolutamente transparente. — Explicó. Colocó el cristal en el centro del círculo. — Esto son tintes de vidrio amarillo, con base de cadmio, y azul, con base de cobalto. — Y los puso a ambos lados del cristal, sobre la línea de circunferencia. Este es el momento de tu vida, Alice. Cierra los ojos, coge aire y cuando lo sueltes, visualízalo y deja que fluya la quintaesencia. Y lo vio, y de hecho, una visión se coló en su composición mental y lo que, en otro momento iba a ser una luna amarilla sobre un fondo azul oscuro, se transformó en un sol y una luna combinados sobre dicho fondo. No pudo evitar poner una sonrisa al mirarlo, no solo porque le había salido exactamente como pretendía, sino porque eso era su Marcus colándose casi sin permiso en su mente y haciéndola brillante como siempre. Cogió la varita e hizo un Wingardium, empezando a pasearlo por el señor Beren, levitando. — Entrego la conjunción, y lo hago de esta manera tan particular porque, al ser una conjunción, no he integrado los tintes en el cristal, tan solo es el soporte, por lo que, aunque fijados, los tintes están aún frescos, y son independientes entre sí. Pueden tocarlos, pero si lo hacen por la cara que tienen justo enfrente, pueden mancharse, pues no han perdido esa parte de su esencia, al ser una conjunción. — Beren sonreía y asentía y parecía bastante complacido. Longbridge se inclinó sobre el cristal. — ¿Si lo toco se emborronará? — No. — Dijo muy segura, y ahí que fue el señor con su dedazo, y casi se le cae el hechizo al cristal de los nervios, pero lo que el muy pesado se llevó no fue más que tinta en los dedos. Ni el presidente le dio tanto miedo como cuando Suger se asomó a mirar el cristal, pero no le veía… ¿decepcionado? Más bien parecía curioso y satisfecho en cierto modo, aunque no tanto como la señora Dellal, que mantenía esa sonrisa confiada y apenas ni miró el cristal. Alice lo regresó a la mesa e interpretó el silencio como que podía continuar. Claro, eso era la vida adulta y una comisión de alquimistas, no te decía “ENHORABUENA UN DIEZ” o “mejor déjalo y sal”.

Continuó, dibujando el círculo de disolución y volvió a colocar el cristal en el centro. Mismo proceso y cuando abrió los ojos, volvió a sonreír. Esta vez sí que cogió el cristal y se acercó a la mesa. — Ahora es un cristal disuelto. Tiene la transparencia, materia, dureza y durabilidad del cristal, pero ahora el verde forma parte total de su esencia, y no podrán detectar diferencias entre las esencias de ambos tintes, que juntos forman el verde, y que ahora están compartiendo esencia con el cristal. — Los miembros se pasaron el cristal y, en general, oyó susurros complacientes y varias sonrisas.

Tomó el cristal de manos de Beren, y volvió a la mesa. Venga Alice, esto está tirado. Colocó dos viales vacíos en la circunferencia que dibujó y, por tercera vez, el cristal en el centro, y al abrir los ojos, los tintes estaban en los viales, separados por completo, y el cristal, transparente como lo había traído, en el centro. Esta vez, los miembros le pidieron poder ver los viales, y Longbridge insistió en mirar el amarillo de todos los ángulos posibles, poniendo a Alice de los mismísimos nervios, hasta que por fin le devolvieron todo y Applegate dijo. — Puede proceder, en los mismos términos, con la transmutación de sólido a líquido. Puede ejercer cuantas transmutaciones considere necesarias para conseguirlo pero, de nuevo, será objeto de valoración. — Y ella recogió rápidamente todo, pasó un trapo con un Tergeo y sacó los nuevos materiales.

Esta vez, lo que traía era corteza de enebro, que cortó y colocó sobre un círculo de fermentación, y un cuenco que colocó cerca del mismo, pero fuera, por si acaso, mientras lo describía todo. Al ejercer la transmutación, la corteza rápidamente empezó a emitir goterones de resina, hasta acabar transformándose en una masa no muy atractiva, pero de pura resina. Alice la trasladó al cuenco y dibujó rápidamente un círculo de calor, donde colocó el cuenco cuya resina, ante el calor, comenzó a transformarse en una sustancia muy parecida a la miel. Usó la varita para fijar el calor en el cuenco y, de nuevo con un Wingardium por el peligro de calor, lo fue pasando por delante de los jueces. Algunos metieron una varilla de metal para comprobar la textura y, para pánico de Alice, Longbridge sonrió. Esperaba no haber metido la pata estrepitosamente.

— Pues llega su prueba final. Puede hacer una transmutación libre de forma, recuerde que no es una mera operación estética, sino que debe modificar la esencia misma del objeto y relatar el por qué de la transmutación resultante. — Esto es por nosotros, mi sol, por tu brillantez, ese es el mejor regalo que me has dado, se dijo. Ante la mirada de los jueces, que no sabían bien qué pensar, sacó una pesada aleación de metal, un tarro con pelos brillantes y una hoja de papel. — Esto es una aleación de titanio, acero y aluminio compuestos, es el metal con el que están hechos los aviones muggles. Esto es una hoja de pergamino y esto… — Dijo dejando el dedo sobre el tarro. — …Es pelo de demiguise. — Colocó todo en el círculo que había dibujado y se concentró. Era muy fácil visualizar su palomita, tantos mensajes, tantas chorradas, tanto amor había viajado en ella… Notó tanta energía salir por sus manos que casi se asusta, pero es que la aleación era muy dura, pero al abrir los ojos, ahí estaba su palomita. Venga, Alice, sin miedo. — Alquimista Suger. — Vamos con todo. — ¿Querrá ayudarme a demostrar mi creación tocándola? — Y le mandó la palomita levitando. El hombre puso una leve sonrisa y le tocó el piquito. Alice la trajo de vuelta y partió un cachito de pergamino. — Ahora, si yo quisiera mandarle un mensaje al alquimista Suger, solo tendría que poner el mensaje en la palomita y… — Abrió la mano levantándola hacia arriba y la palomita voló, y apenas cogió altura, desapareció, lo que, para satisfacción de Alice, provocó un grito ahogado. Volvió a aparecer, chocándose contra la mano del hombre. — Tiene la resistencia y dureza de un avión, y el pelo de demiguise la hace invisible hasta que el hechizo sensorial la lleva a su dueño. — Suger y Dellal rieron y la miraron. — Es brillante, señorita Gallia. — Se le escapó a la mujer. Applegate asintió y señaló la mesa. — Pues su examen ha concluido, señorita Gallia. Puede recoger y pasar a esa sala de ahí. — Una puerta pequeña se abrió. — Y espere el veredicto en unos minutos. —

Unos minutos. En una sala pequeña y solitaria, completamente insonorizada. Por Dios, iban a acabar con ella. Se sentó en uno de los sillones. ¿Por qué se había reído Longbridge de su transmutación líquida, cuando todo lo demás le había escamado? ¿Iba a suspender en serio por la transmutación líquida? ¿Cómo iba a contárselo al abuelo? Se frotó la cara y trató de pensar en el momento en el que saliera por esas puertas. Qué bien le vendrían su madre y Dylan en ese momento, consolándola si todo había ido mal… La puerta se abrió de nuevo y ella entró. Habían tardado muy poco y no sabía si eso era bueno o malo.

— Reunida la comisión alquímica para la candidatura a alquimista de Piedra de la señorita Alice Gallia, valoramos la primera prueba con un diez sobre diez. — El estómago se le encogió de pura emoción. — El portavoz de esta prueba es el alquimista Beren. — El hombre se inclinó sobre la mesa y dijo. — Muchas veces, en pos de un bien mayor, olvidamos que nuestra ciencia es, esencialmente, bella. No debe perder esa búsqueda de la belleza, señorita Gallia, y tampoco la precisión que ha demostrado en cada uno de los estados. Enhorabuena. — Gracias, alquimista Beren. — Dijo, con la voz tomada por la emoción, agachando la cabeza. — La segunda prueba la valoramos con un ocho sobre diez, y el portavoz es el alquimista Longbridge. — Uh, ese se moría de ganas de decirle algo. De hecho, se apoyó con los codos en la mesa y se quitó las gafas. — Mis compañeros no han estado de acuerdo conmigo, señorita Gallia, pero yo quería suspenderle esta prueba. La resina no es un estado lo suficientemente líquido. Puede buscar innovación y belleza, pero no pase nunca por encima de los preceptos que se le han ordenado. No lo olvide en próximas convocatorias. — El corazón le iba a mil, pero no quiso responder nada, se limitó a asentir y decir. — Gracias, alquimista Longbridge. — Solo le quedaba una prueba. La más importante, Alice sabía que eso defendía el examen. — Y valoramos, por último, la tercera prueba, con un diez. El portavoz es el alquimista Suger. — Alice se giró al hombre, que le miró con una sonrisa astuta. — Contra lo que muchos alquimistas piensen, no hay transmutación mejor que la que surge del corazón y palia una necesidad. Vivimos en un mundo muy necesitado de muchas cosas, señorita Gallia, y si los jóvenes alquimistas, en vez de perseguir una grandeza milenaria, persiguen hacer la vida más fácil y mejor a las personas, usando cada pieza de ingenio y conocimiento para ello, quizá esta disciplina sí tenga futuro. Enhorabuena. — Los ojos se le inundaron, y la voz le salió emocionada. — Gracias. Gracias de verdad, alquimista Suger. — Applegate firmó un documento y se lo tendió. — Su examen ha sido valorado en un nueve coma cinco global. Enhorabuena, señorita Gallia, y bienvenida al cuerpo de alquimistas nacionales. Ahora es usted alquimista de Piedra al cargo del alquimista Carmesí Lawrence O’Donnell. Tiene un año para presentarse al examen de alquimista de Hielo y no perder su puesto en este cuerpo. — Y dejó salir una sonrisilla. — Estaremos esperándola. — Ella seguía temblando, no sabía bien ni por dónde salir. — Con ese documento puede ir a la oficina central del departamento para solicitar su reloj. — Y la puerta volvió a abrirse. Maldita fuera, quería correr a abrazar a Marcus, pero él todavía tenía que hacer el examen, y ella buscar la salida… ¿Cómo iba a llegar a donde la estaban esperando, a donde el reloj? Quería esperar a su novio y… — Señorita Gallia. — La llamó la señora Dellal. — Estoy deseando ver qué depara a la alquimia con usted. Enhorabuena. — Le devolvió la sonrisa y salió, todavía sin creérselo demasiado.

 

MARCUS

La puerta se cerró detrás de Alice y la sala se quedó en un espeso silencio. Se notaba el corazón bombeándole con fuerza, por lo que cerró los ojos y trató de serenarse, respirando hondo. Al volver a abrirlos, pasó la mirada por sus compañeros de estancia: uno de los hombres, el tal Finningan, miraba sus notas con apuro, como un estudiante que repasa antes del examen. Party esperaba con cierta impaciencia, como si aquel trámite le aburriera, aunque intercambió una mirada con él y un saludo cordial, de esos tensos que se dan entre desconocidos. Gaunt seguía tan impertérrita y altiva como llevaba estándolo desde que entraron allí.

El tiempo que transcurrió sintió que se le hizo eterno, pero cuando se abrió la puerta para convocarle, le pareció que apenas habían pasado segundos. — Marcus O’Donnell. — Este es tu momento, Marcus. Lo llevas esperando toda la vida. Demuestra de lo que eres capaz. Sonrió y, seguro, se levantó y acudió al interior de la sala. A esas alturas, Alice ya debía ser alquimista, y ahora comenzaba su función. Ya de nada servía estar nervioso.

— Buenos días y bienvenido, señor O’Donnell. — Le recibieron, tras lo cual iniciaron las pertinentes presentaciones. La sala imponía, sobre todo por esa luz que enfocaba justo al tribunal, pero Marcus se crecía ante las evaluaciones. Con cortesía, fue saludando a cada miembro del tribunal, y tuvo que disimular el golpazo en el pecho que le produjo escuchar el apellido Suger. Su abuelo le conocía, y a Marcus le parecía impresionante que Lawrence O’Donnell fuera tan importante como para conocer a un descendiente directo de Suger. Ahora, era él quien no solo estaba en su presencia, sino que le iba a ofrecer su trabajo para que lo evaluara. Si lo pensaba demasiado se iba a marear, así que mejor no pensarlo.

— Cuando usted quiera puede proceder con la primera prueba, que es realizar de forma satisfactoria una conjunción, una disolución y una separación, pero no tiene por qué ser en ese orden. El tribunal valorará su trabajo en el momento en el que lo entregue, pero tiene de límite media hora para hacerlo, y el proceso se valorará. Puede utilizar cualquier material que haya traído, y su varita si le es necesario, pero todo ello será materia de evaluación al proceso. Se le dará el veredicto. — El pistoletazo de salida para la primera prueba ya estaba dado. Asintió. — En primer lugar, buenos días y muchas gracias por su atención. Valoro enormemente su presencia y espero que queden satisfechos con mi desempeño. Con su permiso, doy comienzo a la primera prueba. — Y, dicho esto, abrió su maletín.

Sacó en primer lugar los que serían sus indispensables instrumentos en aquella evaluación: la tiza y la losa para dibujar los círculos. Puestos estos en la mesa, comenzó no solo su operación, sino la narrativa que tenía preparada para la misma. — La alquimia es una ciencia ancestral, pero desde mi punto de vista, debe serlo también universal. Lo más universal posible. La alquimia sirve a un bien común, pero en ocasiones, olvidamos que lo común engloba un ratio mayor que el que nosotros alcanzamos a ver. — Sacó una piedra y la colocó a un lado de la losa. — He querido homenajear el rango por el que hoy me presento, así como tratar de dar una respuesta a la universalidad que considero que la alquimia debería tener. — Dicho esto, sacó un tarro con lo que parecía una sustancia vegetal y viscosa en su interior. — Durante siglos ha quedado demostrado el poder de la piedra, su resistencia. Su universalidad. Su versatilidad. La piedra se ha usado ancestralmente en la edificación y ha demostrado ser el material más resistente, pero no todos los terrenos son iguales. No todos los magos viven bajo las mismas condiciones, y al igual que sus habitantes, hay piedras que sufren más que otras por la propia naturaleza en la que se encuentran. — Era el momento de dejar de hablar y comenzar a actuar.

Dibujó el círculo correspondiente a la conjunción y colocó a un lado el musgo y, al otro, la piedra. Respiró hondo y cerró los ojos, y al soltar el aire lentamente por la nariz, se produjo el efecto. Abrió los ojos de nuevo y la piedra y el musgo se habían unido. La alzó entre los dedos y, con decisión, se acercó a la mesa del tribunal, donde todos miraban expectantes. — Lo que en una calle de Londres es un canto como otro cualquiera, en una playa de la costa o en mitad de una jungla, sería algo así: una piedra con musgo. Como pueden ver, ambas conservan su esencia, pero ahora son una, están en conjunción, y eso hace que no sean lo mismo que estando por separado. Una misma esencia, pero con un toque diferente, y unas implicaciones a sí mismo diferentes. — Dejó que examinaran la piedra con el musgo. El señor Longbridge parecía un tanto asqueado por la posibilidad del tacto y se negó a tocarla, mirándole de soslayo, pero no parecía no estar convencido con el resultado, simplemente no tener la necesidad de tocar para comprobar. Le devolvieron la piedra y Marcus la tomó con una sonrisa, volviendo a su sitio.

— Una piedra rodeada de musgo no es lo mismo que una piedra sola, pero hay entornos en los que no se puede combatir esto. Como previamente he expuesto, la piedra es el mejor material para la construcción… Sería una pena no poder usarla en según qué sitio por obra de la naturaleza. — Volvió a colocar en el lugar correspondiente la piedra con musgo, dispuesto ahora a hacer una disolución de la misma. En unos segundos, la piedra se había limpiado en su aspecto exterior, adquiriendo un ligero tono verdoso. Volvió a tomarla y a acercarse. — Esta es una piedra… resiliente, podríamos decir. — Dellal soltó una risita, y él ladeó la suya. Genial, su gracieta había gustado. Lo que necesitaba para venirse más arriba. — Aparte de su característico tono verdoso, verán cómo al tacto también es diferente. — El primero en tocarla fue Suger, por supuesto. Arqueó las cejas. — Es fresca. No diría que está fría, pero sí que… transmite frescor. – Ideal para construcciones en climas muy calurosos. — El hombre sacó el labio inferior y le dijo a sus compañeros de tribunal. — Me hubiera gustado ver catedrales hechas con esto. Una catedral verde, pintoresca. — Tendió la piedra a los demás y, tras varios murmullos que Marcus interpretó como positivos, se la devolvieron.

— Esto sería un proceso arriesgado… pero ambicioso. Hay zonas con climas muy extremos: mucho calor, pero también mucho frío. Esta construcción sería beneficiosa para el calor, pero no tanto para el frío. — Chasqueó la lengua, mientras dibujaba de nuevo el círculo, con la piedra en su debido lugar. — Habría que hacer muchos estudios y debatirlo con los correspondientes arquitectos mágicos, pero si una construcción necesitara no ser tan fresca para adaptarse al clima correspondiente, bastaría con… — Y ejecutó la separación. La piedra y el musgo volvieron a su estado original a la perfección. Eso complació a todo el tribunal… salvo a Longbridge, que entrecerró los ojos. — No sé hasta qué punto un edificio entero puede sufrir conjunciones y separaciones permanentemente. — Marcus fue a hablar, pero Beren alzó una mano, quitándole importancia, y recondujo. — Como proyecto es ambicioso, pero no olvide que no valoramos una investigación, sino que estamos evaluando tres procesos bien hechos para la candidatura de alquimista de Piedra. A eso nos tenemos que ceñir. — Y, dicho eso, le miró a él con una sonrisa. — Si el presidente así lo considera, yo creo que puede usted pasar a la prueba número dos. — Así es. — Confirmó Applegate. — Puede proceder, en los mismos términos, con la transmutación de sólido a líquido. Puede ejercer cuantas transmutaciones considere necesarias para conseguirlo pero, de nuevo, será objeto de valoración. —

Guardó la piedra de nuevo en el maletín, pero dejó allí el musgo. Sacó un cuenco conectado a una probeta, con una cánula que conducía del primero a la segunda, y por la que debía correr el líquido de la transmutación. Colocó el musgo en el cuenco y dibujó el círculo, mientras decía. — Hablando de universalidad y utilidad, si la vivienda es necesaria y útil… hay algo que lo es aún más. — Se concentró y, poco a poco, el musgo comenzó a contraerse sobre sí mismo, cayendo agua de color verdoso por la probeta. Ahora se mantuvo callado, porque aquella prueba era complicada y necesitaba de su total concentración. Poco a poco fue cayendo el agua, y el musgo deshaciéndose más y más. Podía sentir a los miembros del jurado inclinándose levemente hacia delante para comprobar que, efectivamente, el musgo estaba desapareciendo, hasta el punto de no quedar nada en el cuenco. Se había convertido en agua por entero, solo que en agua verdosa. Le quedaba aún un proceso por hacer. Borró el círculo y dibujó otro de separación, poniendo el cuenco a un lado. El residuo verdoso apareció de nuevo en el cuenco, en forma de partículas pastosas, y el agua quedó cristalina en la probeta. La alzó y, sin pensárselo mucho, pensó va por ti, monito negligente, dejando caer un chorro de la misma en su boca. Mostró la probeta, colocándola en la mesa. — Agua dulce. — Tomó el cuenco y lo mostró. — Este es el residuo vegetal. Me consta que en ciertos sectores es muy valorado como elemento alimenticio para criaturas. — Darren se lo iba a comer a besos cuando se lo contara. El tribunal le miró impactado unos segundos. Cuando Marcus pensó que iban a devolverle la probeta, Applegate la tomó e hizo el mismo gesto que él, vertiendo un chorro de agua en su boca. La paladeó y, tras unos instantes, confirmó. — Es agua. — Le miraron. Marcus sonrió. — Es musgo de río. Si fuera musgo de mar, sería salada. Sería otro posible proyecto de investigación, sacar el agua salada de un musgo de mar y transformarla en dulce. Podría salvar vidas en situaciones desesperadas. — Silencio y muchos ojos mirándole. Quería pensar que les había impresionado, pero había sido un movimiento tan arriesgado que comenzaba a tensarse.

Applegate carraspeó. — Bien. — Le miró. — Última prueba. Puede hacer una transmutación libre de forma, recuerde que no es una mera operación estética, sino que debe modificar la esencia misma del objeto y relatar el porqué de la transmutación resultante. — Asintió y recogió lo utilizado hasta el momento salvo la losa y la tiza. Dicho eso, sacó el cuaderno que le regalaron sus padres por su cumpleaños y un tarro con escamas de camaleón. También sacó la piedra. — La investigación alquímica puede contener información muy delicada. Es importante que esta llegue a todos los oídos cuando ya se haya perfilado lo suficiente como para que no pueda ser malinterpretada o utilizada de forma dañina. — Comenzó a dibujar el círculo. — No es una cuestión de secretismo, o de invisibilizarnos. Como he comentado, esto debe ser universal. Tenemos que ser grandes, pero también tenemos que ser uno más en la sociedad. Y para ser uno más, ser universal, recabar ideas, a veces es importante… camuflarse. — Colocó a un lado el cuaderno y al otro las escamas de camaleón, y se concentró. En unos segundos, las escamas desaparecieron, y el cuaderno varió levemente en su estética, pero no demasiado: ahora parecía tener la cubierta con un leve relieve y un tacto escamoso, pero a simple vista, seguía pareciendo un cuaderno normal. — Un cuaderno es un gran aliado para un alquimista, y está bien que nosotros lo protejamos… pero está mejor que él se proteja a sí mismo. — Y, al colocarse el cuaderno sobre la mano, este adquirió el color de su piel. Marcus sonrió. Lo movió entonces, poniéndolo en la mesa, donde adoptó el color de la madera. — Uno también puede elegir dónde y con qué camuflarse. — Y, en el mismo lugar en el que estaba, le puso la piedra encima, adoptando el cuaderno su color. Lo pasó a los presentes para que lo examinaran. — Es perfecto. — Oyó susurrar por lo bajo a Beren, y un cosquilleo de emoción le recorrió por dentro. Los demás no dijeron nada, solo le miraron en silencio. ¿Qué? ¿Por qué no habláis? ¡Decid algo aunque sea! Él ya había terminado su interpretación y necesitaba más feedback, porque había hablado muchísimo (se iba a beber todo el agua obtenida al salir) y el tribunal, por el contrario, muy poco.

— Muy bien. — Dijo Applegate, quien se aclaró la garganta de nuevo. Le miró con una sonrisa. — Ha finalizado su examen, señor O’Donnell. Puede pasar a la sala contigua a esperar su veredicto. — Marcus hizo una cortés inclinación de cabeza. — Muchas gracias. — Y, dicho lo cual, salió. Lo primero que hizo fue beberse el agua, porque lo dicho, se moría de sed. Se dejó caer en uno de los asientos y soltó aire por la boca. Lo había hecho, había terminado, y quería pensar que había contentado al tribunal. Necesitaba pensar que les había contentado. Lo cierto era que la deliberación duró poquísimo, porque aún estaba recuperando la respiración cuando la puerta se abrió de nuevo, y él se levantó e irguió de golpe, pasando a la sala del examen una vez más. Veía las mismas sonrisas complacientes que cuando abandonó, tal vez más anchas. Quería pensar que era buena señal.

— Estamos… ciertamente impresionados, señor O’Donnell, no se lo podemos negar. — El corazón le palpitaba en las sienes, y en el pecho. Por todo el cuerpo, en realidad. — Reunida la comisión alquímica para la candidatura a alquimista de piedra del señor Marcus O’Donnell, valoramos la primera prueba con un diez sobre diez. — Sintió que recuperaba aire. Un diez en la primera prueba, y esa la consideraba la menos impactante de las tres. Esperaba no haberse colado con las otras dos. — El portavoz de esta prueba es el señor Beren. — Le miró. — Si algo debe procurar el mundo mágico, en todo momento, es evolucionar y ayudar. Hacer la vida de los otros mejor. La alquimia es una ciencia de gran utilidad, que, para nuestra desgracia, a veces ha sido mal utilizada, pero que puede lograr cosas verdaderamente grandiosas. Ponerla al servicio de la mejora de la vida de todos, usando los mismos medios que la naturaleza proporciona, es todo lo que un buen alquimista debe perseguir. — Marcus inclinó la cabeza. — Muchas gracias, alquimista Beren. — El hombre devolvió el gesto.  

— La segunda prueba la valoramos… — Se detuvieron, se miraron y, para descuadre de Marcus, rieron por lo bajo. La mujer tomó la palabra. — Con un diez porque no podemos salirnos de la escala evaluadora y ponerle un doce. — Dejó escapar una risa jadeada de pura tensión. Casi se desmaya. Applegate rio levemente y cedió la palabra. — El portavoz es el alquimista Longbridge. — Y la escala es de diez. — Dijo el hombre con tonito, mirando mal a la mujer. Se aclaró la garganta con una especie de gruñido y le miró. — Ha sido imprudente por su parte beber de un agua que no sabía si estaba bien destilada. Esto es un examen, no estamos para hacer primeros auxilios… — Marcus agachó la cabeza. — Si bien… era innegablemente impecable. No podíamos calificarle con menos nota, nos estaríamos insultando a todos los presentes. — Bueno, a su hosca manera le había dicho que le había salido la ejecución perfecta. — Tendré en gran consideración sus palabras, alquimista Longbridge, muchas gracias. — Por ahora su media era de diez sobre diez. A ver qué le deparaba la tercera prueba.

— La tercera prueba, por supuesto, ha sido valorada también con un diez. — Ahí no pudo evitar abrir los ojos y sentir que el peso del alivio caía con fuerza en su interior. Lo había conseguido. Era alquimista. No solo había aprobado, había sacado un diez en todas las pruebas. Era alquimista de Piedra con un diez de media. — El portavoz es el alquimista Suger. — Marcus se notaba ya los ojos emocionados. El hombre le miró con una sonrisa afable. — Simplemente… no pierda la brillantez, desde ahora alquimista O’Donnell. Me consta que le viene de familia. — Volvió a soltar una risa muda que casi le derrama una lágrima de los puros nervios. — Haga llegar esas ideas al mundo en su debido momento… y siga manteniéndolas bien camufladas para que nadie se las robe. — Hubo risitas, la suya incluida. — Muchas gracias, alquimista Suger. Muchísimas gracias a todos. — Su examen ha sido valorado en un diez global. Enhorabuena, señor O’Donnell, y bienvenido al cuerpo de alquimistas nacionales. Ahora es usted alquimista de Piedra al cargo del alquimista Carmesí Lawrence O’Donnell. Tiene un año para presentarse al examen de alquimista de Hielo y no perder su puesto en este cuerpo. — Asintió con convicción, mientras le tendían el documento que necesitaba para reclamar su reloj de plata. — Muchísimas gracias. — Insistió, con una sonrisa que no le cabía en el rostro, y salió de la sala, deseando reunirse con su novia. Su sueño se había hecho realidad. Ya era, oficialmente, alquimista.

 

ALICE

En cuanto salió al vestíbulo, visualizó a los O’Donnell avanzar de golpe hacia ella. Claramente no querían agobiar, porque no decían nada ni corrían, pero veía las ansias en sus ojos. Y ahí no aguantó más, los ojos se le inundaron y tendió el papel ante los tres. — Soy… alquimista, abuelo. Soy alquimista. — Y rio con incredulidad, mientras notaba que tanto Emma como Arnold la abrazaban. — ¡Un nueve y medio, Alice! ¡Qué barbaridad! Salir así de tu primer examen. — Jaleó Arnold. — Un diez debería haber tenido, si le han salido las transmutaciones como yo había visto en el taller. — El corazón le latía a mil por hora, cuando miró al abuelo. — A uno no le gustó mi transmutación de resina, quería suspenderme. — ¿Suspenderte? — Preguntó Emma con tono ofendido. Alice asintió. — Sí, decía que la resina está en el límite de lo líquido, que la próxima vez me atuviera a lo que se me requería, que me dejara el ingenio en casa. — Sus suegros miraron al abuelo, claramente para ver si le sonaba a algo que dijera un alquimista concreto, y en el caso de Emma, potencial enemigo, claramente. Larry suspiró y entornó los ojos. — No voy a mojarme diciendo un nombre al azar, porque, por desgracia, hay mucho dinosaurio amargado de esa clase entre los alquimistas. — Alice y Arnold chistaron al mismo tiempo, entre risas, mirando a los lados, pero Larry hizo un gesto con la mano. — Bah, soy alquimista Carmesí para algo, y tú ya eres mi aprendiz oficialmente. — Y todos rieron, aunque Alice miraba tensa a los lados, por si acaso.

— ¡Bueno! ¿Pero nos vas a contar qué has hecho? — Preguntó Arnold, como un niño pequeño. Alice rio. — Prefiero esperar un poquito y os lo contamos Marcus y yo juntos en casa y así os lo podemos enseñar. Y también cuando esté él hablamos del tribunal, que seguro que quiere aportar cosas. — Miró a la puerta con ansia. — No puedo esperar a ver ese diez total que va a sacar. — Y se mordió el labio inferior. Necesitaba ver a su novio, necesitaba coger cada uno su reloj y mirarle y decirle: lo tenemos. — ¿Había mucha gente para examinarse? — Preguntó Lawrence. Ella apretó los labios y negó. — Qué va, abuelo, estaba aquello medio desierto. Había uno para Acero y dos para Plata. — Larry negó y suspiró. — Ha habido convocatorias que se han levantado sin que nadie se presente… Cada vez vamos a peor. ¿Y te has quedado con los nombres y rangos? — El de Acero era un señor mayor, Finnigan creo, y al otro de Plata no lo recuerdo. La otra de Plata era una mujer, creo que me suena de Hogwarts. Algo Gaunt. — ¿Gaunt? — Preguntó Emma abriendo mucho los ojos, y luego miró a Larry. — Es Alecta Gaunt, es un poco más mayor que vosotros. — Suspiró y movió la cabeza de lado a lado. — Es una alquimista… peculiar. Ambiciosa y con un temperamento… — Dejó salir el aire y rio un poco. — Ir detrás de nuestro Marcus no le va a sentar nada bien. — Emma puso una sonrisilla de orgullo y Arnold aportó, como siempre, el corazón Hufflepuff. — Bueno, si ha llegado a Plata será por méritos. Yo espero que todo el mundo salga con su rango hoy, ya hay bastante carestía de alquimistas como para que no se pongan benévolos. — Larry soltó una carcajada y se puso a dar paseítos por la sala. — Tú mejor que nadie deberías saber lo tontos que se ponen. No, la alquimia se muere por varias razones, pero una muy importante son los alquimistas. — Miró a la puerta. — Este hijo… ¿No está tardando de más? — Lleva menos que Alice dentro. — Contestó Emma con cierta tensión y moviendo el pie nerviosamente.

Y entonces le vio. Salía con el papel en la mano, no le cabía duda, pero salió corriendo y se lanzó en sus brazos, estrechándole como si le fuera la vida en ello. — Somos alquimistas, Marcus. Somos alquimistas, mi amor. Somos el Todo, mi sol. — Se separó y le miró, con los ojos inundados pero llenos de amor. — Hemos hecho esto realmente. — Le besó, ya dándole igual todo. — Enhorabuena, alquimista O’Donnell. — Acarició su mejilla y rio. — No me hace falta ver ese papel para saber que tienes un diez. —

 

MARCUS

Nada más salir la vio dirigirse a él, y toda su tensión cayó de golpe, sonriendo ampliamente y corriendo hacia ella hasta encontrarse en un abrazo. — Somos alquimistas, Alice. — Repitió, abrazándola con fuerza. — Mi luna. — Dijo con cariño. Aún notaba el corazón a mil revoluciones por minuto. Rio cuando se miraron a los ojos, emocionado. — Sí, sí que lo hemos hecho. — Soltó una carcajada. — ¡Tengo un diez! — Le dijo orgulloso, pero flojito, que no quería desvelar la sorpresa a los demás, y por supuesto devolvió el beso. — ¿Y tú? Dime que otro diez, porque no mereces menos. — Vio su papel y sonrió ampliamente. — ¡Un nueve y medio! Somos espectaculares. — Clamó, pero una parte de su cerebro se preguntó quién demonios le había bajado ese medio punto. Longbridge, seguro. Ya se pondrían al día. Ahora tenía una buena noticia que dar al resto de sus familiares.

Al asomarse por el lado de Alice, vio las anchas e ilusionadas sonrisas de los tres. Salió corriendo y ya Arnold estaba esperándole con los brazos abiertos, como cuando salía del expreso de Hogwarts con once años y se lanzaba hacia él y le recogía en el aire. Eso hizo, lanzarse a los brazos de su padre con fuerza. — ¡¡SOY ALQUIMISTA DE PIEDRA!! — Gritó, casi en volandas en sus brazos. Su padre rio a carcajadas. — Hijo, que yo no soy Lex, no tengo tanta fuerza. — Dijo entre risas, y Marcus notó un pinchazo instantáneo en el pecho. Lex... Le hubiera encantado que estuviera allí, notaba su ausencia muchísimo. Pero ahora tocaba disfrutar de quienes sí estaban. Ya en el suelo, al siguiente que se fue, por supuesto, fue a Lawrence. — ¡¡Abuelo!! — ¡Este es mi chico! ¡No dudé un segundo! — Le abrazó con fuerza. — Gracias, abuelo. Gracias, gracias, gracias... — Te las debería dar yo a ti. Revivir esto no tiene precio. Le vais a dar futuro a esta ciencia tan vieja. Y a este alquimista no menos viejo. — Se separó, riendo. Su madre le esperaba con orgullo flotante. Se abrazó a ella con todas sus fuerzas, y ella le recibió. — Mi niño precioso. — Lo he conseguido, mamá. — Uf, iba a llorar. Su madre le separó y le miró a los ojos. — Pues claro que sí. No va a haber nada que tú no consigas. — No podía dejar de reír y sonreír... Bueno, y ya tocaba fardar. — ¡Un diez! — Proclamó, alzando el papel, recibiendo las consiguientes felicitaciones. — Y la alquimista Dellal me ha dicho que "porque no podían ponerme un doce" en la segunda prueba. — Lawrence soltó una carcajada. — Bueno, bueno, lo que me interesa saber: ¿estaba Suger? — Marcus le miró con los ojos muy abiertos. — ¡Sí! — El hombre alzó los brazos al cielo con una exclamación y empezó a reír. — ¡¡Qué bien nos ha salido esta jugada!! — ¿Es que sabías que iba a estar? — ¡No! Pero tenía que jugar la baza. Miro el tribunal de todas las comisiones alquímicas. En teoría, todos tenemos la obligación de participar cada cierto tiempo en un tribunal, y él es de los que se presentan voluntario, le gusta hacerlo. Llevaba sin acudir varias convocatorias, ya tenía que tocar. — Hizo lo más parecido que su abuelo podía hacer a un gesto chulesco y dijo. — Puede que haya asesorado bien a mis aprendices para impresionar a alguien como Suger. — Pues, en mi caso, te aseguro que sí que le he impresionado. — Comentó entre risas, y luego miró a Alice y tomó su mano. — Y estoy convencido de que no he sido el único. Eso de la vid... — ¡¡¡SCHST!!! — Le interrumpió su abuelo, y él estaba tan a lo suyo que dio un salto en su sitio que hizo mucha gracia a sus padres. Marcus estaba confuso, y Arnold le sacó de la confusión entre risas. — Ahora eres alquimista. No puedes revelar tus secretos. — Pero si... — ¿No queríais hacernos una gran representación a todos cuando lleguemos a casa de los abuelos? — Comentó Emma, con una sonrisilla y tono de evidencia. Marcus abrió la boca con comprensión. Vale, sí, mejor no desvelaba más cosas, que fuera una sorpresa. — Aunque me han chivado que tu tía Erin tiene pistas... — Dejó caer Arnold, celosón. Eso le hizo reír y se encogió de hombros. — ¿Qué le hago, papá? Uno tiene contactos. — Su madre rio entre dientes. Iba a salir de allí flotando.

— Bueno, ¿es que no queréis vuestros relojes? ¿O acaso pretendes que a tu abuela le dé algo esperándote? — Instó Larry. Marcus rio y tomó la mano de Alice. — Es cierto. Vamos. — Y fueron juntos, con sus acreditaciones, al debido mostrador. Allí les esperaban con una sonrisa. — Buenos días. ¿Alice Gallia? — La chica entregó su certificación. Vio cómo grababan su nombre con la varita en el reloj, y como este, tras un fulgor, lo iluminaba. — Bienvenida a la comisión de alquimistas, señorita Gallia. — Dijo la mujer, sonriente y entregándole a Alice su reloj. — ¿Marcus O'Donnell? — Con una ancha sonrisa, entregó su documento y se repitió el proceso. La administrativa le sonrió también mientras le tendía su reloj de plata con su nombre en él. — Bienvenido a la comisión de alquimistas, señor O'Donnell. — Gracias. — Respondió, emocionado, y con el reloj en sus manos, sintiendo un escalofrío al tomarlo. Al contacto con su piel, apareció su rango bajo su nombre: alquimista de Piedra. No se lo podía creer. Miró a Alice. — Oficialmente. Como a mí me gustan las cosas. — No cabía en sí de gozo.

Salieron junto a sus padres y su abuelo de nuevo, enseñándoles el reloj, y ya se preparaban para salir e irse cuando las puertas se abrieron de nuevo. Al girarse, vieron a una persona salir con paso furioso del pasillo. Marcus agudizó la mirada, aunque no le hizo falta mucho esfuerzo, porque la chica se dirigía directamente hacia ellos. Era Alecta. — Tú. — En un parpadeo, la tenían prácticamente delante, si bien guardó bastante las distancias. Tenía la mirada furiosa y enrojecida y los dientes apretados, y le había señalado directamente. — O'Donnell ¿verdad? — Había echado veneno al decir eso. Marcus, un poco conmocionado y confuso, simplemente asintió con la cabeza, y entonces se fijó: no llevaba ningún papel en la mano. ¿Había suspendido? La muchacha soltó una helada carcajada, mirándole con acidez. — Entras pisando fuerte en el mundo de la alquimia, por lo que veo. Pisando a otros, más bien. — Parpadeó. No estaba entendiendo nada, pero no era el único, porque ninguno de los presentes estaba atinando a decir absolutamente nada. — Los exámenes van por rangos porque, se supone, que el nivel tiene que subir. Hasta que alguien se salta su rango y se pone muy por encima, claro. Pero para qué mirar a los demás cuando puede encumbrarse uno mismo. — Sonrió con heladez y entrecerró los ojos. — Tendré en cuenta con quién me enfrento. — Yo no... — Empezó a decir, pero Alecta no le dio opción. Se guardó mucho de mirar siquiera a Lawrence, y de Arnold también pasó de largo. Pero a Emma le echó una mirada prácticamente desafiante (esa no sabía con quién se la estaba jugando) y, a Alice, una desdeñosa de arriba abajo, y acto seguido, se dio media vuelta y desapareció de allí. Se quedaron todos en un tenso silencio. Arnold fue a hablar, pero Lawrence se adelantó. — No pasa nada. — Palió, porque Marcus estaba intentando entender lo ocurrido. El hombre le puso una tranquilizadora mano en el hombro. — El mundo de la alquimia es... competitivo. — Marcus frunció el ceño. No abandonaba la confusión. — Yo no pretendo competir con nadie. — Lo sé, hijo, pero no todo el mundo lo ve así. — Les miró con una sonrisa a cada uno. — No os preocupéis, estas cosas nunca llegan demasiado lejos. Solo son alquimistas como tantos otros, demasiado avariciosos. Os acostumbraréis. — El hombre miró a su hijo, como dándole paso, y este sonrió también y dijo. — Mejor nos vamos, que la familia nos espera. — Sí, mejor se iban. Aunque, desde luego, a Emma no le había hecho ninguna gracia la intromisión.

 

ALICE

Ese tenía que ser el momento más emocionante de sus vidas hasta entonces, y Alice estaba segura de que siempre recordaría ese brillo en los ojos de su novio cuando dijo “somos espectaculares”. También recordaría siempre ese momento de Marcus corriendo hacia el abuelo y diciendo “soy alquimista”. No sabía cuánto necesitaba algo así, un momento en el que sentirse invencibles. Rio escuchando lo que le había dicho Dellal y le acarició la espalda. — La teníamos de nuestro lado desde el principio. Es la que más amable fue conmigo. — Pero abrió muchísimo los ojos cuando el abuelo dijo lo de Suger. — ¿QUE LO SABÍAS? — Larry la miró con una sonrisa astuta que no solía sacar nunca pero que hacía que Marcus y él se parecieran más si cabía. — ¿Y me has dejado hacer una vidriera delante del descendiente del Abad Suger? — Y has tenido un diez si no me equivoco. — Alice se llevó las manos a la cabeza y negó. — Abuelo, casi me muero cuando le he visto ahí, tu plan podía haber salido terriblemente mal. — Oh, yo sabía que no, querida. Confiaba plenamente en ti. — Suspiró y negó con la cabeza mirando a Marcus, pero se rio ante la forma del abuelo de hacerle callar. Sí, bueno, eso iba a ser lo que peor llevara su novio, lo de no anunciar al mundo la maravilla que había hecho. — Yo voy a necesitar una demostración de todo eso además explicado como se lo habéis explicado al tribunal, eh, que uno solo sacó rango Piedra y lo necesita bien mascadito… — Y todos rieron de camino a recoger el reloj. Oh, sí, la vida podía ser genial.

Se acercó temblando al mostrador y entregó el papel, asintiendo cuando la llamaron por su nombre, y fue como si todo su entorno desapareciera, como si solo pudiera mirar a ese reloj, sintiéndolo en su mano, su peso, su superficie tan lisa y gustosa, reluciente. Era suyo. Tantas veces había soñado con tenerlo y… ahora era suyo. Miró a Marcus mirando suyo y más imágenes que iba a quedarse para el resto de su vida, sin duda. Se enganchó a su brazo, sin soltar el reloj y dijo. — Vamos a enseñárselo a Sean y Hillary ya mismo, que van a flipar en mil colores. — Y justo estaba diciendo eso cuando oyó un “tú”. Pensó que se referían a ella, pero no. Era Alecta Gaunt, y eso le hizo recordar de golpe las palabras que había proferido el abuelo sobre ella. Afortunadamente, la chica ni la veía. Pero las acusaciones la tenían completamente aturullada, no se esperaba algo así para nada. ¿Esa chica había suspendido? Todo apuntaba a que así era, sin duda, y estaba intentando responderle, decirle que si había suspendido que se fastidiara y que se lo mirara ella misma, que dejara en paz a su brillante recién estrenado alquimista, pero aquella chica no daba lugar a réplica. Antes de irse vio cómo se miró con su suegra, y a la vez que hizo eso, pensó, tú no sabes bien a quién te estás enfrentando, por muy importante que sea tu familia. La he visto derrotar a mujeres mucho más fuertes que tú, y con la inteligencia de Marcus y su futuro tampoco me la jugaría. Quizá por eso Alecta no sería nunca mejor alquimista que Marcus y ella tampoco, pero ella se iba de allí bastante más feliz y con un rango, con eso no solo le bastaba, sino que le sobraba. Apretó el brazo de su novio y dijo. — La grandeza genera envidias. — Le dio un beso en la mejilla. — Acostúmbrate, alquimista O’Donnell. —

Se aparecieron en el jardín de los abuelos, y nada más hacerlo, Molly salió con sus pasitos chiquitos pero veloces a recibirlos con una gran sonrisa. — ¡A ver mis alquimistas! ¡A ver esos relojes que yo los vea! — Y Alice lo levantó con una gran sonrisa, como una niña pequeña enseñando su posesión más preciada. — ¡PERO QUÉ LISTOS SON! ¡SI ES QUE HABRÁN ARRASADO! — Y les llenó de besos y abrazos. Y en esa vorágine, vio a Hillary corriendo hacia ella y se soltó para poder abrazarse con su mejor amiga. — No me puedo creer que haya llegado este momento después de tantísimos años oyéndote decir cuánto amabas la alquimia. — Se separaron y se miraron, y ahí sí, ahí sí que lloró. — Lo hemos logrado los dos. — Pero su amiga le tomó de las mejillas. — Pero de Marcus no dudaste nunca, Alice. Tu duda era de ti misma y la has superado. — Volvió a estrecharla entre sus brazos. — Gracias por haber estado ahí cada duda, cada noche de insomnio. Eres una de las suertes más grandes de mi vida. — Y su amiga la estrechó aún más antes de separarse y limpiarse las lágrimas. — Voy a abrazar al alquimista O’Donnell, que no me fío yo de que no se ponga celoso y tontorrón. — Vio que Sean se había quedado discretamente hablando con las tías en el porche y corrió hacia ellos, abrazándolos a los tres a la vez. — ¡Soy alquimista! — ¡ERES ALQUIMISTA, GAL! — Gritó Sean. Erin la miró con emoción. — ¿Funcionó el pelo? ¡Me lo tienes que contar! — Espera, ¿tú sí sabías lo que iban a hacer? — Preguntó Molly girándose. Erin se puso roja y empezó un rifirrafe O’Donnells-Erin que ella se perdió un poco al volverse hacia su tía. Le tomó las manos y sonrió. — ¿Estás orgullosa de mí? — Y entonces los ojos de su tía se inundaron y rio entre lágrimas. — Temo que mi orgullo es lo más pequeño que has conseguido hoy, pero dudo mucho que haya habido nunca jamás una tía más orgullosa de su sobrina. Ni una Gallia de otra Gallia. — Acarició su mejilla y Alice lloró también. — Eres grande, pajarito. Eres enorme, y has salido volando a lo grande. —

 

MARCUS

Se había quedado un tanto aturdido con lo de Alecta, pero el beso en la mejilla de Alice le devolvió a sí. Dibujó una sonrisa tenue. — Vayamos a casa a celebrarlo. — Resolvió, muy dispuesto a recuperar el ánimo. Esa tipa no se lo iba a destruir en un día tan importante como ese solo por no haber sabido pasar su propio examen y no quererlo reconocer. Nada más aparecer, por supuesto, su abuela salió a recibirles, y al igual que Alice, alzó su reloj. — ¡¡SOMOS ALQUIMISTAS!! — Gritó, arrancando los vítores de sus amigos, que también estaban allí. Estaba siendo mejor que en sus mejores sueños... aunque faltaba Lex. Volvió a sentir una punzada de pena en el pecho. Pero mejor disfrutaba de los que sí estaban presentes.

— Arrasado se queda corto, abuela. Este que está aquí ha sacado UN DIEZ. — ¡¡OY!! — Y nuestra alquimista Gallia, que no lo ha dicho, UN NUEVE Y MEDIO. — ¡¡PERO MIS NIÑOS!! — Su abuela, desde luego, era ideal para una celebración, porque subía el entusiasmo a la estratosfera. Y por allí había alguien más con mucho entusiasmo que dar, que se lanzó hacia él en cuanto Hillary abrazó a Alice. — ¡¡CUÑADO!! ¡LO MÁS LISTO DE ESTA CASA! — Se abrazaron con fuerza, entre risas. — ¡Buah, Marcus! ¡Eres alquimista de verdad! Ahora cuando lo digas en las fiestas nos tendremos que burlar un poco menos porque ahora es verdad verdad. — Gracias, hombre. Era justo para lo que quería el título. — Los dos rieron a carcajadas. Anda que vaya ocurrencias tenía Darren, pero eso sí, hacía la vida más feliz.

Su amiga se dirigió a él y Marcus abrió los brazos. — Me merezco un abrazo ¿no? Tengo un diez. — Te voy a dejar que me lo recuerdes cincuenta veces porque reconozco que a mí también me tiene emocionada. — Y, entre risas, se abrazaron. — Enhorabuena, alquimista O'Donnell. Ya con título, qué alegría poder decírtelo. — Mil gracias, letrada Vaughan. El tuyo está de camino, lo celebraremos por todo lo alto. — ¡Dios te oiga! — Y, al separarse, la vio enjugarse las lágrimas. — ¡Por favor! No quiero llorar y me lo vas a contagiar. — Idiota, que estoy emocionada. — Al menos no podían dejar de reír. Había una persona en concreto a la que tenía muchas ganas de ver, y fue corriendo hacia ella, sabiendo que la pillaría desprevenida. De hecho, estaba inmersa en una especie de discusión en la que no se sabía desenvolver muy bien (Erin, en esencia) y no se lo vio venir. Su reacción inicial fue la de alguien que ve un erumpent correr hacia ella (alguien que no fuera Erin, claro, que lo recibiría con los brazos abiertos), pero después del gritito y saltito temeroso inicial, pareció conectar mentalmente con el motivo de la alegría de Marcus y, entre risas, dio varios saltos y aplausos en su sitio y se lanzó a abrazarle. Marcus la cogió en volandas y le dio varias vueltas, a lo que la mujer volvió a soltar un gritito más asustado que emocionado, aunque se la veía ciertamente contenta. — ¡¡Mi sobri es un alquimista magizoólogo!! — Bueno, tampoco te pases. — Comentó, poniéndola de pie. Ella rio a carcajadas. — ¡Marcus! ¡Enhorabuena, sobrino! ¡Madre mía, eres alquimista! — ¡Soy alquimista! — Los ojos de la mujer brillaban. Sabía que su tía les quería mucho, se le veía en el brillo de los ojos. Por lo demás, no era muy expresiva, pero si sabías leerla, veías su cariño incondicional. — ¿Te sirvió lo que te dejé? — Y tanto que me ha servido. ¡Tengo un diez! — Cuatro. — Oyó a Hillary tras él, junto con las risas de Sean y Darren. Marcus le hizo una pedorreta. — Eh, no empieces a contar de más. — No te preocupes, si me voy a quedar corta. — ¿¿También sabías el suyo?? — Dijo Molly con voz aguda y ofendida. Erin se encogió de hombros. — Tiene sangre Slytherin. Sabe usar sus contactos. — Marcus se irguió con orgullo y una sonrisilla.

Terminó de saludar, recibir felicitaciones y enseñar su reloj al resto de presentes, hasta que su abuela pidió que entraran. Iban al interior de la casa, pero Marcus tenía algo que le quemaba en su interior y no iba a quedarse tranquilo hasta que lo hiciera. — ¡Ahora mismo vuelvo! ¡Dadme diez minutos! — Pidió, y dejando abajo a los demás, salió corriendo escaleras arriba al dormitorio de su padre, donde Lex y él dormían de pequeños. Porque su hermano tenía que saber aquello, y tenía que saberlo lo antes posible. Y, tal y como había pedido, allí estaba su Elio, piando como loco y revoloteando por la habitación, esperándole. — ¡¡Soy alquimista, Elio!! — Gritó, agarrando a su pájaro en el aire y achuchándolo contra su pecho, como un peluche. Le soltó... pero seguía sintiendo el pecho oprimido. Demasiadas emociones en una mañana. Mejor se ponía a escribirle a Lex cuanto antes y volvía a bajar.

Querido hermano,

Por fin, ha llegado el día: ¡soy alquimista! Somos alquimistas, Alice y yo. Tenemos nuestros relojes, Lex, somos alquimistas de Piedra...

Un nudo se le apretó en la garganta solo con la primera frase. Imaginaba la expresión de su hermano al leerla... Continuó escribiendo, sin pensar, todo de seguido, como si se lo estuviera contando, con su alegría, entusiasmo y verborrea habitual. Sin entrar en detalles sobre lo que hizo, quería darle intriga y, por supuesto, hacerle el numerito en persona, como a los demás. Era solo que... aún faltaban casi dos meses para eso...

Por favor, cuéntame qué tal te va por allí. Me encantaría que estuvieras aquí hoy, celebrándolo... Te echo mucho de menos, Lex. Muchísimo. Pero lo celebraremos. Esto, y tu entrada en los Montrose. Tenemos muchísimo pendiente que celebrar. No se me olvida. Te lo aseguro.

Con cariño,

Marcus.

Y, tan pronto puso su nombre, rompió a llorar.

 

ALICE

Abrazó de nuevo a su tía, pero se echó a reír cuando vio a Marcus levantar a su tía así y le pegó un empujoncito a Hillary. — Y más que debería contar. Ha sido un diez o más en todas las pruebas, bien puede decirlo. — Y quería engancharse a su novio y empezar a contarles a todos cómo lo habían hecho, cómo eran los alquimistas, lo de Alecta, lo de Longbridge… Pero Marcus se quitó de en medio rápidamente y la dejó un poco descuadrada, mirando su estela escaleras arriba.

Arnold se acercó a ella y la tomó de los hombros con una sonrisa tranquilizadora. — Nos pidió que trajéramos a Elio y probablemente lo que quiere es escribir a su hermano. — Alice suspiró. Marcus tenía varias espinitas clavadas con Lex, y una de ellas era estar perdiéndose momentos tan importantes el uno del otro. Ella también quería escribir a Dylan, claro, pero su patito llevaba toda la vida pegado a ella, había vivido prácticamente todo a su lado y tenía una tremenda tranquilidad en lo que a su futuro respectaba: en la mente de Dylan su hermana ya era alquimista, madre, dueña del mundo y todo, solo tenían que darse cuenta los demás, así que Alice podía escribirle para informarle, y él sonreiría y se alegraría, pero ni estaba angustiado ni se sorprendería. Marcus y Lex eran otro cantar, habían tenido otra historia, y ahora se necesitaban más el uno al otro. Alice podía entenderlo, así que simplemente hizo como los demás y dejó a su novio ese momento, aunque no pudo evitar tener un poco de envidia. Le encantaría correr hacia alguien más, buscar ese orgullo en alguna parte, pero… tendría que conformarse con eso, con una familia que no era suya y con su tata. Pero alguien llegó por su espalda. — ¡Cuñadita! Quién me iba a decir que esa chica de cuarto de Ravenclaw que conocí en el aula de castigo iba a celebrar conmigo y los O’Donnell que se convierte en señora importante alquimista. — Señorita, que yo aquí no he visto anillo alguno… — Dijo Molly pasando por el lado y llevando cosas a la mesa. Alice rio, y los demás estaban bromeando, pero su mente estaba lejos de allí.

Fue a sentarse en el sofá, frente a la chimenea encendida, mirando el crepitar del fuego, la transmutación más difícil, la que quizá algún día sabría hacer, cuando notó que dos personas se sentaban a su lado. Creía que eran Sean y Hillary, pero enseguida les oyó riendo con las tías y hablando en el comedor, así que miró a sus lados. Eran Darren y el abuelo. — Es que he notado que estabas como tristona, y ya sabes que un Hufflepuff no puede dejar pasar esto. Y en situaciones así recurro a Marcusito, pero como está con sus cosas, te he traído a lo más parecido que hay por esta casa. — Ella se giró hacia Larry y correspondió a su sonrisa. — Gracias, pero estoy bien, solo cansada. — Darren suspiró y le agarró con cariño de la mano. — Ay, cuñadita… Ya no engañas a nadie diciendo eso. No hagas lo de siempre, que tiendes a encerrarte en ti misma, y ya todos los de aquí te conocemos. — Se levantó y dijo. — Os dejo hablar, y cuando vuelvas, quiero que tengas la sonrisa y la actitud de alguien que acaba de cumplir, junto con el amor su vida, uno de sus sueños ¿vale? — Y con su habitual alegría, se fue.

El abuelo tomó aire y le agarró la otra mano. — Ahora no puedes mentirme, soy tu maestro. — Alice rio. — ¿En qué parte del papel pone eso? — En el que he escrito yo, señorita, y no responda así a su maestro. — Ambos volvieron a reír. Sí, el efecto del abuelo, siempre hacía todos los momentos más tiernos y relajados. — ¿Estás triste? — Ella negó. — No, no triste… Solo… Bueno… Marcus quería contárselo a Lex, y no pudo estar aquí en sus pruebas, por estar conmigo en Nueva York en muchas cosas y… — Suspiró. — Antes de que me lo sugieras, no quiero hablar con mi padre. Es solo que siento que… — Miró hacia la puerta y el comedor. — Tengo mucha suerte de tener una familia como vosotros, claro, y de que me acojáis y me celebréis… Pero no es lo que tengo. Lo conocía, lo tenía. — Se le inundaron los ojos. — Cuando mi madre… Tú sabes… Cuando ella… Ella lo celebraba todo. Si le salían flores a mis plantas, o terminaba un libro o hacía unas cuentas muy difíciles… Mi madre podía oírme hablar durante horas. — Se encogió de hombros y se limpió los ojos. — Pero ya no está y eso es todo. Cuando Dylan salga de Hogwarts… Cuando las heridas ya no estén tan frescas, supongo que tendré alguien a quien contarle con tantísima urgencia las buenas noticias. — Larry la había dejado hablar, pero ni siquiera varió la expresión. Nada de carita de pena o compasión, solo esa breve sonrisa. — Lo tienes. Y no, no estoy hablando de tu padre. — Dylan no atiende tanto a las cartas, es despistado a lo Gallia. — Larry negó. — Puedes contárselo a tu madre, Alice. Ve, todos te esperamos, igual que estamos esperando a Marcus. — Ella se mordió los labios por dentro. — A veces me viene bien, pero ahora no necesito el silencio de una lápida. — Solo de pensarlo se le ponía una losa en el pecho. — No estoy hablando del cementerio. Hay una parte de ella en esta casa. — Larry no había perdido el tono tranquilo, pero Alice se envaró. — No voy a hablar con el cuadro, abuelo. No soy mi padre. — Precisamente porque no eres tu padre, Alice. Tú sabes separar la realidad de lo que es… Y lo que es, es una parte de la esencia de tu madre. Tu entiendes de eso, hija, ahora eres alquimista. — Tomó su mano y dijo. — Está en nuestro cuarto. Te dejo para que lo pienses, y voy a decirles a los demás que esperamos un momentito para que terminéis lo que tengáis que terminar antes de que bajéis a contarnos todo sobre el examen. — Se levantó y Alice se quedó mirando el fuego. Quizá solo tardó veinte segundos, quizá mucho más, pero en un punto del silencio, se levantó y subió las escaleras.

 

MARCUS

― Le estás escribiendo a mi Lexito ¿verd…? ― Se limpió rápidamente las lágrimas, pero no lo suficientemente rápido como para que Darren no le viera. Al chico se le descompuso la cara, entrando en la habitación preocupado. ― ¡No! ¿Por qué lloras? ¿Qué pasa? ― Estoy bien, estoy bien. ― Se apresuró en decir, pero ya le había atacado el llanto y pararlo no era tan sencillo. Darren se arrodilló frente a él. ― ¡Marcus! Jo, ¿pasa algo? ― No no… Es solo que… ― Sorbió un poco. ― Llevo… peor de lo que pensaba estar separado de Lex. ― Darren dejó los hombros caer. ― Jolín, Marcus. Ahora voy a llorar yo. ― Eso le hizo reír. ― No, por favor… ― Que no sabes cómo me puse el otro día porque era nuestro aniversario. ― Creo que me hago una idea. ― Le dijo con acidez. Que no lo sabía, parecía que a Darren se le había olvidado el numerito que montó en su casa.

― Es… una estupidez. ― Se pasó el dorso de la mano por la cara. Fue a hablar, pero Darren le tendió un pañuelito. Sonrió levemente. ― Gracias. ― De nada. Siempre llevo pañuelitos por si alguien llora. ― Marcus le miró con obviedad. El otro se encogió de hombros. ― ¿Qué? También llevo siempre chuches de animales por si me encuentro con alguno. ― Marcus rio, y retomó lo que iba a decir. ― Ha sido… un tonto fallo de cálculos. Siempre pensé que me sacaría la licencia de Piedra en el primer año que estuviera fuera. Pero también… imaginé siempre el momento de salir por primera vez convertido en alquimista. Cómo lo celebraríamos todos. Y Lex siempre estaba allí. ― Se limpió las lágrimas con el pañuelo. ― Lo dicho, un tonto fallo de cálculos. No había contado con el año de diferencia en Hogwarts. ―

Darren cambió de posición, sentándose en el suelo con las piernas cruzadas, aún ante él. ― Pero Lex se va a poner muy contento con tu carta igualmente. ― Rio un poco. ― Se puso como loco con el regalo, le encantó. Yo lo sé, porque no es muy expresivo, pero cuando expresa, se le nota un montón. Y sabía perfectamente que no lo había hecho solo. Se tuvo que emocionar muchísimo. ― Pues eso no le hacía tener menos ganas de llorar, en todo caso más. Darren lo notó y chistó. ― Va, Marcus… ¿Por qué tanta llorera? Entiendo que te emociones, pero estás como si te hubieran dado una mala noticia. ― Respiró hondo y soltó aire por la boca para poder responder a eso desde el corazón, porque puede que hubiera mucho más detrás de aquello que el simple hecho de que Lex no estuviera en su fiesta de bienvenida al mundo de la alquimia.

― Yo… siempre he sido muy familiar, y siempre he querido mucho a mi hermano. Me encantaba tener un hermano de casi mi misma edad. Pero Lex… Le notaba distante. Siempre fue hosco y esquivo, y hablaba poco, y pensaba que lo de leerme la mente, cosa que me daba muchísimo miedo, era una manía suya para hacerme rabiar, porque me las soltaba continuamente. Y sí, sé que no lo puede evitar, pero lo sé ahora, de pequeño… simplemente me daba mucho miedo, y le decía que no lo hiciera pero él no paraba. Entre eso y que no era muy amigable… ― Sorbió un poco. ― Siempre le noté muy lejos de mí. Y ya sabes cómo soy yo para los delirios de grandeza: desde pequeño estuve convencido de que sería un excelente jugador de quidditch profesional. Y yo una eminencia en la alquimia. O lo que es lo mismo: dos personas que viajaríamos mucho por trabajo. Temía… que con los años fuéramos prácticamente dos desconocidos el uno para el otro, que nunca nos viéramos. ― Se pasó el pañuelo por los ojos. ― Pero hace unos meses… en Pascua… entendí muchas cosas. Me sentí mucho más cerca de él y, en parte… en deuda. ― Negó. ― Y él me insistió en que no, que no le debía nada, pero me sentí un hermano terrible e incomprensivo. Ya sé que él no lo piensa, ya sé que ahora estamos bien. Pero precisamente porque estamos bien… Ahora que podríamos estar más juntos que nunca, la vida no deja de separarnos. Primero, Nueva York: no pude estar para su cumpleaños, ni para sus pruebas de quidditch, ni para poder despedirle antes de irse a Hogwarts. Ahora, completo el que considero uno de los hitos de mi vida sin estar él presente, y después me voy a ir a Irlanda, por tiempo indefinido. Y luego vendrá la estancia en el extranjero obligatoria, y en medio él se graduará, y debutará en los Motrose, y a saber si yo podré estar. Ni estoy compartiendo con él mis grandes momentos ni voy a estar para los suyos. ― Marcus, eso lo estás teniendo tú más en cuenta que él. ― Él no lo tiene en cuenta porque tiene la autoestima en el subsuelo. ― Dijo, mirando al otro a los ojos. ― Y tú lo sabes, Darren. Lex no espera nada para sí mismo, nos prioriza a todos. Quiero que eso deje de ser así, quiero que tenga la importancia que merece. La que no he sabido darle en este tiempo atrás. ― Siempre le diste importancia, Marcus, a tu manera. Solo teníais formas distintas de proceder. Y si tanto te importa que se cumplan sus deseos… ¿por qué no le haces caso en lo que te ha pedido? ― Marcus le miró extrañado. ― Te ha dicho que no quiere que estés en deuda con él. Que no le debes nada. ― Esto no es una deuda... ― Sí lo es. ― Dijo el otro, con ternura pero con firmeza. ― Marcus, intentas reparar un daño infantil que ni siquiera eras consciente de que estabas haciendo. La infancia de Lex no la has marcado tú. La infancia de Lex ha sido dura por sus propias circunstancias, y si tú has jugado alguna parte ha sido siempre buena. Él lo defiende así. ― No fui el hermano comprensivo que necesitaba. ― ¡Marcus! ― Darren alzó los brazos. ― ¿A qué viene esto ahora? ¡Estás en uno de los días más felices de tu vida! ¿Por qué de repente te tienes que flagelar por si has sido buen hermano o no? ― No dijo nada, porque ahí le había pillado. No tenía respuesta para eso.

― Mira. ― Le puso una mano afectuosa en las rodillas. ― Límpiate las lágrimas con ese superpañuelo de consolación Hufflepuff que te ha dado tu cuñado. ― Eso le hizo reír. ― Termina la carta, y si la has terminado, dásela a Elio, que si conozco a Lex de algo tiene que estar como un pasmarote esperando noticias tuyas y sin atender a nada más. Como le hayas pillado encima de una escoba, lo tira una bludger. ― Genial, gracias por las pesadillas. ― Darren rio. ― Y baja ahí. Y, como voy a hacer yo, simplemente hazte a la idea de que Lex está en una de esas sillas. Total, él no era de participar mucho en la conversación así que podemos imaginarlo silenciosillo. ― Rieron. ― ¡Ya sé! Dile a tu tía Erin que se siente al lado de una silla vacía, haces así. ― Darren se puso bizco, haciendo que Marcus se riera a carcajadas. ― Y más o menos te imaginas que es un hombre y colocas el espejismo en la silla vacía y ya está hecho. ― Para. ― Le pidió, porque vaya cuadro. Se terminó de secar las lágrimas, porque al menos había conseguido que dejara de llorar. El Hufflepuff se puso de pie. ― Y lávate la carita antes de bajar a celebrar el grandioso alquimista que eres. No quisiera yo ver el drama que puede generarse por parte de cierto sector de la casa si te ven llorando. Que hasta Elio tiene cara de pena. ―

 

ALICE

Oía a Darren hablar con Marcus, así que, inconscientemente, llevó sus pasos más ligeros para acercarse a la habitación de Molly y Larry. Nunca había estado ahí, pero su curiosidad natural de husmear por todas partes estaba un poco mermada, en favor de buscar lo que estaba buscando. Y lo encontró. — ¿Hola? ¿Molly? ¿Eres tú? — Aquella voz ya le ponía un nudo en la garganta y ganas de llorar. No, no podía. Que el abuelo dijera lo que quisiera, no podía hacerlo. Se dio la vuelta, pero… — ¿Alice? ¿ALICE, ERES TÚ? ¡MI NIÑA! — El corazón le latía tan fuerte que hasta le dolió la cabeza. No, ahora no podía dejarla así.

Se giró y se acercó a la pared, al lado de una ventana, donde estaba la Janet del retrato, de pie, con los ojos muy abiertos, y casi saliéndose del cuadro. — ¡Alice! ¡Alice, mi pajarito, estás aquí! — Hola… mamá. — Le costaba mucho, y a la vez estaba deseando decirlo, pero sentía que estaba mal hacerlo. Era una combinación muy mala, la verdad. — Hola, mi vida. Qué alegría me da verte. Estaba preocupada por vosotros, la verdad. Molly decía que estabais todos bien, pero como ninguno veníais… — ¿Y ahora qué le decía? Si es que no debería hablar con ella, no podía explicarle nada sin… organizar un barullo en su cabeza aderezado con ese eco de su madre.

Se mordió los labios por dentro. Había pensado tanto en ella en América, la había visualizado en tantos sitios, y sin embargo ahora estaba allí, con ella delante… — Mi pajarito, ¿qué te pasa? ¿Por qué lloras, mi niña? ¿No será por mí? — Ella negó, limpiándose las lágrimas. — No… Mamá, no. Es que… tengo una buena noticia, lloro de alegría. — El retrato dio unas palmaditas. — ¡NO ME DIGAS! ¡CUÉNTAMELA, CARIÑO! ¡QUIERO SABERLO TODO DE TI! — Sacó el reloj y se lo enseñó. — Soy alquimista. Acabo de aprobar el examen de alquimista de Piedra, es el rango más bajo, pero… — ¡ALQUIMISTA DE PIEDRA, HIJA! ¿PERO CÓMO SE PUEDE SER TAN LISTA? Con lo joven que eres, aunque cada vez me recuerdas más a mí… — Dijo con una risita. — Solo que haciéndolo todo bien, triunfando, como debes hacer. — Se llevó las manos al pecho. — Tu padre tiene que estar loco de contento. Y Marcus también. — Ella asintió. — Sí, él también ha sacado la licencia. — Janet hizo un gesto con la mano al aire. — Eso lo daba por hecho. Menudo partidazo, hija, sois una pareja imparable, yo lo sabía. Qué bien que nada vaya a poder separaros ahora… — La miró con ternura. — El amor todo lo puede, mi vida, todo. Y tú vas a ser tan feliz… Con tu alquimia, con el amor de tu vida… Solo quise eso para ti, siempre. —

Las lágrimas desbordaron sus ojos y se acercó al cuadro, poniendo sus manos en la superficie, aunque no pudiera sentir nada. — Mami… No he venido a verte porque he estado en Nueva York. — Vio el miedo en los ojos verdes de Janet que ahora tenía más cerca. ¿Podía un cuadro de verdad tener tantas emociones? — Mamá, escúchame… No vamos a volver a tener miedo nunca ¿vale? Tu familia… no nos puede hacer nada, mamá, nunca más, te lo juro. Lo he hecho todo para que no vuelvan a ser una amenaza. — Janet lloraba. — ¿Tú ayudaste a tu primo a salir? — Ella asintió. — Esa es mi niña buena y valiente. Me alegro mucho de saber que él va a ser feliz lejos de ellos, y vosotros también. Qué bien sabes cuidar de todo, mi vida… — Y ya ahí no pudo evitar echarse a llorar abiertamente, para el pánico de la Janet del cuadro. — Gracias… Gracias, mamá… Te juro que hago todo lo que puedo, te lo juro. — Claro que sí, pero no llores, mi niña, mamá está muy MUY orgullosa de su pajarito de ojos azules… — Asintió y se separó limpiándose las lágrimas. — Tengo que irme, mamá… Pero gracias, gracias de verdad. — Se dirigió al baño para lavarse la cara, pero antes se giró a mirarla. — Mami… He estado en el sitio más cercano al cielo en Nueva York… pero ya no lo es. — Janet se rio y se encogió de hombros. — Bueno, para mí lo era… — No, mami. El sitio más cercano al cielo para ti era papá… Como subiste con él… te sentías allí. Pero siempre estuviste muy cerca del cielo. — Su madre asintió. — Sí, pajarito. Yo también lo creo. — Y con ese pensamiento, encontró las fuerzas para lavarse la cara, serenarse y bajar a celebrar el triunfo de su vida, sabiendo, de alguna manera, que había hecho lo correcto en cada paso del camino. Ahora solo tenía que reparar el maquillaje para que nada empañara la felicidad de su familia y poder contar cada historia del examen que se le ocurriera.

 

MARCUS

Tal y como sugirió Darren, fue al baño a lavarse la cara y lo cierto era que se había serenado bastante. Su cuñado tenía un don para tranquilizar y quitar gravedad a las situaciones (cuando el drama no era suyo, porque vaya la que había montado hacía apenas una semana...) y él ya había volcado lo que necesitaba decir en la carta a Lex. Ahora tenía ganas de celebrar el gran triunfo de la pareja de alquimistas. Volvió a su cuarto y recogió a Elio, bajando las escaleras con él en las manos. Directamente fue a buscar a Alice. — ¿Ves a esta chica tan guapa? ¿Te suena? Es alquimista de Piedra. Me la encontré a punto de hacer el examen y dije, mira, hoy me llevo doble premio. — Le hizo una muequecita burlona a Alice con la cara y... ¿había llorado? Oh, reconocía el llanto en los ojos de Alice. Pero, para ser justos, él también, y no quería ser descubierto, así que... harían como que no se habían dado cuenta y seguirían así. Dejó que Elio y Alice se hicieran varias carantoñas mutuamente y le recogió de nuevo. — Perdona, quería escribirle a mi hermano. ¡Venga, colega, a volar, que tienes una misión que cumplir! — Y sí que voló, pero a los brazos de Erin, que le recibió encantada y se puso a juguetear con él. Chistó. — ¡Venga, hombre! No me creo que no la hayas visto ya. — Cuando logró zafarlo de Erin, se le escurrió y se fue para Darren. Duró un par de minutos el show de Marcus refunfuñando y Elio volando en busca de caricias y chucherías hasta que, por fin, salió con él al jardín, le despidió con cariño y le envió hacia Hogwarts para darle la buena nueva a su hermano.

— ¡Esta comida se enfría! — Mamá. — Suspiró Erin. — No les ha dado tiempo ni a llegar. A lo mejor no tienen ni hambre... — Habla por ti, pelirroja, y por mi sobrina en todo caso. — Comentó Violet, tan desenfadada como siempre, mientras se sentaba a la mesa y estaba ya colocándose la servilleta en el regazo. — Porque yo este banquete no me lo pierdo sea la hora que sea. — Le miró a él y sonrió con malicia, palmeando la silla a su lado. — Y este guapetón alquimista que se va a tener que quitar de encima a las fans ya mismo seguro que también está muerto de hambre. — Emma estaba mirando a Violet. La mujer, que por supuesto sabía que su comentario haría a la otra reaccionar, rodó dramáticamente los ojos. — Síííí yaaaa tu nuera es maravillooooosa y también es alquimiiiiista y se han prometido amor eteeeeeeerno. Deja que el chico tenga fans. A ver si te crees que aquella no los va a tener. — Marcus rio. — Lo cierto es que me gusta lo de los fans. Para ambos. Alice no merece fans, merece toda una corte entera para ella. — Molly soltó un ruidito de adorabilidad, por supuesto, porque esa sí que era su mayor fan. Mientras se sentaba junto a Violet, él, por su parte, soltó un suspiro y lo dijo, porque obviamente lo iba a decir, a riesgo de explotar si no lo hacía. — Yo no he empezado en el mundo de la alquimia ganándome fans, precisamente. — Bueno. — Quitó importancia Arnold, por supuesto, con una sonrisa, un movimiento de la mano y sentándose a la mesa, junto a Alice pero dejándola a ella frente a él. Marcus sonrió a su chica y le guiñó un ojo. Les iba a salir la coreografía estupenda frente por frente.

— He captado tus ganas de contar eso. — Violet, por supuesto, señalándole. Luego señaló a su padre. — Y las tuyas de desviar el tema. — Volvió a sacar la sonrisilla maliciosa. — ¿Qué clase de altercado habéis sufrido allí? ¿Marcus ha puesto en evidencia a alguna vieja gloria? — Lo dijo de broma, pero de repente se detuvo a sí misma, con los ojos muy abiertos y un gesto de las palmas de las manos. — Oh, por Merlín, decidme que Marcus ha puesto en evidencia a una vieja gloria. — Por supuesto que no. — Respondió Emma, con el tono despectivo desbordando por todos los poros. — Solo ha sido objeto de la envida a la que ya debería de estar acostumbrado y de la que le queda mucho por vivir. Él es un profesional, no deja en evidencia a nadie. Se evidencia solo quien quiere. — O sea que sí. — Nooooo. — La ilusión de Violet, que por un momento realmente pensaba que Emma había soltado una palabrería de desvío que confirmaba sus esperanzas, la suspiró Arnold. — Es solo que una chica... parece que ha suspendido justo detrás de él. Y no ha salido muy contenta. Ha insinuado que Marcus había dejado el listón demasiado alto para quienes venían detrás. — No es mi culpa que no fuera lo suficientemente preparada como para presentarse a alquimista de Plata. — ¡Plata! — Exclamó Darren, con un silbido impresionado detrás. — Eso es... como varios rangos por encima vuestra ¿no? — Dos. — Contestó rápidamente Hillary, que estaba muy atenta a la historia, pero les miraba sin dar crédito. — ¿En serio una tipa ha suspendido SU examen y ha salido echándote la culpa a ti? — Soltó una risotada despectiva. — Yo flipo, vamos. Menuda fracasada. — Y no era una cualquiera. — Añadió Marcus, taciturno. Suspiró. — Es una Gaunt. — Sean, que justo estaba bebiendo, se atragantó y empezó a toser. Al menos eso cortó el silencio que se había generado en la sala. — Perdón. — Dijo con la voz quebrada. Tosió un poco más y añadió, como si el resto se lo demandara. — Es... Qué mal rollo. — A Hillary se le había caído el color de la cara y ahora ni miraba, debía haber oído hablar bastante de ellos. Y no, los Gaunt no se llevaban NADA BIEN con los hijos de muggles.

— Eemm... perdón. — Levantó el dedito Darren, tímidamente. — ¿Hablamos de otro apellidito del sectorcito de los magos así más...? — Clasistas es la palabra que estás buscando. — Respondió Violet, un poco más ácida, y se giró en su silla para mirar a Marcus y decir. — Vamos, que la nietísima de Slytherin se ha ofendido porque no le regalen el título y la ha pagado contigo por sacártela delante del tribunal. — ¡¡VIOLET!! — Se alarmó Erin, porque la reacción a semejante comentario no se había hecho esperar: Arnold no sabía dónde meterse, Sean se había vuelto a atragantar y Hillary miraba a Violet con verdadero impacto. Mejor no clasificar la mirada de Emma. Al menos los abuelos y Darren intentaban disimular las risitas. — ¡Por Dios! — ¡Oh, vamos, ni que fuera mentira! No hay ningún Gaunt en la sala y solo un Horner... — Marcus se frotó la frente. Si es que no hacía méritos... — ...No tengo por qué cuidar mi lenguaje. — Alzó la copa y le miró con una sonrisa ladina. — Yo brindo por ti, alquimista O'Donnell. — Eso hizo que él sacara también su mejor sonrisa Slytherin a relucir y, haciéndose con su propia copa, la alzara y respondiera. — Gracias, tía Violet. — Te como entero. —

 

ALICE

Recibió con una gran sonrisa a Marcus y Elio, y extendió las manos en cuenco para tomar al pájaro entre ellas. — ¡MI MONADA! ¡Qué contento está él de vernos a todos contentos! ¡Y lo bien que va a llevar él las buenas noticias! — Acercó la mejilla a su cabecita y dejó una caricia mimosa sobre él. Luego miró a su novio embobada… Cuando decía esas moñerías, esas cosas… — Yo me he llevado a ese todopoderoso alquimista varios rangos por encima del suyo… — Alzó la ceja y puso una sonrisita burlona, pero se dio cuenta. Sí, su novio se había percatado de su llantina, pero en cuanto se enterara del por qué, creía que iba a estar muy de acuerdo. De hecho, asintió cuando dijo lo de Lex y contestó. — Es lo que tenías que hacer. Lex va a ser MUY feliz cuando se entere. Sois muy buenos hermanos. Los mejores. — Y dejó un beso en su mejilla, a lo que aprovechó para decir. — Estoy bien. Solo necesitaba… procesar. Y hablar. Luego te lo cuento. — Pero antes tendrían que celebrar a los que sí estaban, hablar con los que sí podían y disfrutar de aquella victoria.

Cualquiera le llevaba la contraria a Molly y a la necesidad de que se sentaran todos a comer, y ella lo iba a agradecer. Se había quedado fría, y después de todos los esfuerzos, se sentía agotada y necesitaba una buena dosis de comida irlandesa calentita y abundante. Eso sí, antes tendría que aguantar su dosis de tontería Gallia por parte de su tía, entornando los ojos y negando con la cabeza. — Uy sí, menudos fans tengo yo. Y Marcus eventualmente las tendrá, pero ahora mismo… — Desde luego si se tenían que fiar de la reacción de Alecta Gaunt, el club de fans empezaba regular. Arnold parecía pensar parecido y se sentó donde le mandaban, sonriendo a su novio porque se le había quedado enfrente, lista y preparada para comenzar el relato de sus hazañas.

Pero el episodio de Alecta no iba a pasar tan fácilmente, y su tía insistía. Eso sí, se tuvo que reír por lo bajo con lo de vieja gloria. — En verdad un poco sí, porque el Longbridge ese no sabría ni por dónde empezar a parecerse a la brillantez de Marcus. — Larry rio fuertemente y Arnold trató de controlarse. — Qué razón, hija, no sabía que habíais tenido a Longbridge también. — Es el que quería suspenderme. — ¿Que uno te quería suspender? — Saltó Hillary incrédula. — No se atrevería. — Dijo Molly en un tono ciertamente mafioso mientras servía los platos a punta de varita. Pero el tema volvió a derivar a Alecta, y se hizo el silencio cuando dijeron que era una Gaunt. Alice nunca había prestado atención a las familias sagradas de la magia ni nada que se le pareciera, pero claramente ese nombre imponía en la comunidad mágica, incluso a Hillary, por las razones obvias de haberse sentido perseguida por su origen desde que llegó a Hogwarts. Miró a Sean de reojo y pensó si algún día se enterarían de quién era el padre biológico de Hillary y si sería alguien como un Gaunt, y del peso que un apellido así podría tener en una vida. El peso que había tenido para una persona como Alecta, incluso. — Vamos, tata. A saber qué vive esa chica en su casa, y cómo le han enseñado a hacer. — La tata suspiró y se llenó una copa de vino. — Me voy a callar que hoy mis batallitas no son las protagonistas... — Miró a su novio y sonrió, extendiéndole la mano. — No me extraña que mi Marcus levante envidias. Un diez absoluto es mucho. Esa Gaunt solo se ha equivocado buscando el enemigo, pero tendrá sus propios demonios. — Pero su tía a lo suyo, y ahí estaba su Marcus Slyhterin para combinarse con ella, al final tenía que reírse. Levantó la copa y rio también. — Por el mejor alquimista de Piedra. — E inclinó la copa a su novio, chocándola con él.

— Bueno, antes de contarnos qué habéis hecho y por qué pretendían suspenderte, habladme del tribunal. — Dijo el abuelo justo antes de empezar a comer. — Julius Beren, un señor mayor. — ¡Eh, señorita! Que Julius es bastante más joven que yo. — Lo que lo convierte en alguien igualmente mayor, Larry. — Pinchó Molly. — Es un alquimista naturalista, algunos lo llamarían simple, pero creo que es de esos que sabe sentar las bases, y eso es muy importante porque luego se pierden. — Luego estaba Longbridge, un tío con pinta de oficinista aburrido. — Todos rieron y Sean le tiró una miguita de pan. — ¡Mira cómo entra la tía! Metiéndose con señores alquimistas y todo. — Ella levantó las manos. — Estaba muy mosqueado, y claramente no me quería allí. — Larry rio y negó. — No, Longbridge es bastante contrario a las mujeres en la alquimia. — Emma suspiró y entornó los ojos. — A las mujeres en general. Fue compañero mío de casa y promoción, nunca me respetó como prefecta. Qué persona tan sin sustancia. — Miró a Alice y dijo. — Le tenía una inquina personal a tu padre por alborotador. Que no te extrañe que al leer Gallia se mosqueara de inicio. — Ella ladeó la cabeza. — Hubiera estado bien saberlo. Efectivamente, quiso suspenderme por no ser la resina suficientemente líquida para su gusto. — Es experto en mercurio y todos sus usos y esencias. Tan aburrido como específico. Claro, que es el único que se dedica a ello, así que es una eminencia. — Dijo el abuelo, pero luego negó con la cabeza. — Por gente como él se va al garete la alquimia. — Alice se encogió de hombros, ahora entendía la inquina del hombre a su transmutación, y no podía alegrarse más de no haber intentado nada con mercurio como hizo en Navidad. — Los demás me han defendido, ya está. El presidente era Applegate. — Arnie sonrió. — Ese vino una vez a darnos una charla sobre alquimia a Hogwarts, era mayor. Muy recto y estudioso. — Muermo. — Dijo su tata, antes de darle un trago al vino blanco. Erin, Sean y Hillary rieron por lo bajo, y la abuela se tapó la boca para reír. — A ver… Es que el chiquillo tiene muy poca gracia. — Aclaró la mujer ante las malas miradas de los O’Donnell. — Admítelo, querido. — Pero para presidente de la comisión es estupendo. — Y luego Suger, que casi me da un infarto al verla ahí… — Insistió mirando al abuelo. — Y Flora Dellal, que no sé contigo, pero conmigo estaba encantada. Era todo sonrisas e ilusión, me ha dado muchas fuerzas. — Larry sonrió ampliamente. — Que no se note quién es su favorita dentro de la alquimia. — Dijo Molly con retintín. — Había que oírle hablar de ella de joven, cuando era Flora Martens y empezaba en la alquimia. — Aportó Arnie. — Era un no parar. — El mejor examen de Hielo que he presenciado. Sabía que llegaría lejos y es una buena amiga, pero bien que se había callado que iba a estar ahí. No obstante, creo que el cariño a vosotros le ha venido de otro lado. — Alice frunció el ceño extrañada y el abuelo rio. — Tengo una sorpresa para después de comer, y lo vais a entender todo. —

 

MARCUS

Guiñó un ojo a Alice con una sonrisa ante su alago, y tras darle la mano, alzó también la copa hacia ella. — Por la mejor alquimista de Piedra y futura enfermera. — Respondió él, brindando con Alice. Por supuesto, su abuelo quería saber más del tribunal. Marcus tenía tanta hambre que dejó que Alice hiciera los honores y se limitó a escuchar y aportar de tanto en cuando. — Excepto de Longbridge, yo me he llevado muy buena impresión de todos, la verdad. — Aseguró de inicio, porque era la pura verdad. Se aguantó la risa con la ofensa por la edad de su abuelo, con la boca llena de comida, y tomó buena nota mental de las descripciones que daba de cada uno de ellos.

Resopló. — Querer suspenderte... Anda que... — Masculló, y acto seguido miró a los demás. — A mí me dijo que discrepaba con el resto de tribunal con respecto a ponerme un diez en la segunda prueba porque "había sido imprudente por mi parte" hacer lo que hice, poco menos que me ha llamado negligente. — Sean, Hillary y Darren hicieron un idéntico gesto de arquear las cejas. — Disculpa... ¿Negligente, tú? — Preguntó muy pausadamente Sean. Marcus asintió. — Luego lo veréis y juzgaréis vosotros mismos, pero en fin. Dellal dijo que "me ponían un diez porque no podían ponerme un doce", claramente fue mi mejor prueba de las tres. Pero Longbridge tuvo que dar la puntilla con eso. — Se encogió de hombros. — Aunque también reconoció que sería un insulto al propio tribunal ponerme menos nota. — Lo dicho. — Dijo Violet por lo bajo y con una risilla, siendo amonestada por Erin de nuevo, aunque esta vez con menos vehemencia, ya que la otra también se estaba aguantando la risa.

Ahora fue él quien arqueó las cejas con eso de que "estaba en contra de las mujeres en la alquimia". — Él no tiene potestad para decidir eso. — Dijo con dureza, porque tuviera que ver que nadie le impidiera ni a su Alice ni a ninguna mujer que quisiera hacerlo dedicarse a la alquimia. Menuda estupidez. Aunque el dato de que pertenecía a la promoción de sus padres le hizo abrir mucho los ojos, quedándose en pausa mirando el plato durante varios segundos hasta que reaccionó, alzando las manos. — ¡¡Ya decía yo que su nombre me sonaba!! ¡Y no había ningún alumno apellidado así! — Por qué no me sorprende que no haya llegado a reproducirse. — Volvió a mascullar Violet por lo bajo, haciendo reír a Erin de nuevo. — ¡Le vi en el anuario de vuestro curso! — Y de milagro no estaba en el libro de prefectos de Slytherin. Lo intentó, pero no lo consiguió. — Apuntó Arnold. Ah, entonces de ahí vendría la manía a su madre, aparte de por ser mujer. — ¡Oh! Ahora tú debes estar en ese libro también. — Dijo Darren ilusionado, como si acabara de caer. — Te confirmo que lo estoy, lo comprobé antes de irme. — Por supuesto. — Corroboró Hillary entre risas. Darren se había quedado pensando. — Hmm... Va a ser muy colorido el anuario ese en la página de Oly. — La risa que le atacó casi le hace escupir la bebida, menos mal que no le había llegado el vaso a la boca, y tanto él como el resto de alumnos presentes rieron con ganas.

Uf, y encima le tenía manía a William, y por ende a Alice por compartir apellido. Soltó aire por la nariz. Si no fuera porque estaban en su primer rango y ya había destacado lo suficiente con el ataque de Alecta, instaría a Alice a reclamar su nota. Pero bueno, un nueve y medio en su primer examen de licencia era una nota espectacular, así que no tentarían a la suerte. Rio entre dientes. — A Applegate le he impresionado bastante, se le ha notado. — Si no lo decía, reventaba. Miró a su padre. — No sabía que os conocíais. — El otro se encogió de hombros. Había pensado bastante sobre el hecho de... su apellido. A Alice le marcaba el suyo por su padre, y a Marcus también le marcaría, pero por su abuelo. Quería entrar en el mundo de la alquimia por méritos propios, no por ser el nieto de Lawrence O'Donnell (o el hijo de Arnold o de Emma para según qué generación). Pero se había currado un muy buen examen, y después de lo de Alecta, algo le decía que lo de los apellidos no jugaba una parte tan importante.

Marcus había detectado el brillo en los ojos de su abuelo la primera vez que mencionó a Dellal, y ahí estaba el porqué. Sonrió. — Conmigo también ha sido estupenda. Es la que me ha dicho lo del doce, de hecho. — Rio levemente. — Creo que ya había tenido suficiente de Longbridge en tu examen y en el mío no ha querido permitirle más tonterías. — Pero lo de que el cariño a ellos le había venido de otro lado le hizo fruncir el ceño, confuso. Oh, una sorpresa. — ¡Va, abuelo! Una pista aunque sea, no puedes dejarme con esta intriga, se me va a cortar el hambre. — Nadie se cree que eso vaya a pasar. — Dijo Sean, haciendo que todos rieran. Bueno, esperaría, en el fondo le gustaban mucho las sorpresas, y todavía podían hablar un poco más de alquimistas, y del examen (sin desvelar mucho) y de lo bien que estaban allí antes de hacer su demostración.

Su abuela había hecho dos postres, y además, Hillary había traído una tarta que había preparado ni más ni menos que junto a la abuela de Sean, y que por cierto estaba deliciosa (y su amigo exultante de contento, dicho fuera de paso). Comieron hasta reventar y agradeció no tenerse que poner a estudiar después, porque solo le apetecía llegar a casa y echarse una siesta enorme para recuperar todo el descanso que le faltaba de aquellos días atrás. Eso sí, antes quería hacer su presentación, y ver la de Alice, lo estaba deseando. — ¡Bueno! ¿Qué viene antes? ¿La sorpresa misteriosa o la exhibición alquímica? — Preguntó Violet, a lo que Lawrence miró su reloj. — Yo diría... que la sorpresa misteriosa debe estar al caer. — Y, como si de una invocación se tratara, alguien llamó a la puerta. — Ahora mismo vuelvo. — Dijo el hombre, ceremonioso y con una sonrisa de misterio, levantándose lentamente y dirigiéndose a la puerta. Marcus miraba a todos los presentes con los ojos como platos, expectante. Arnold alzó las palmas. — Yo no sé absolutamente nada. Lo digo en serio. — Pues yo sí. — Contrarió Molly, bien orgullosa. — Y no pienso decir nada. Para que luego digáis que arruino las sorpresas. — Rieron por lo bajo, pero Marcus estaba tan intrigado que no podía dejar de mirar a la puerta del comedor.

Su abuelo apareció. — Bueno... he pensado que a estos recién estrenados alquimistas, les gustaría ver... a una persona que seguro que puede inspirarles mucho, y traerles buenos recuerdos. — Y dicho esto, hizo un gesto y, con su preciosa sonrisa y su elegancia habitual, apareció Anne Harmond allí. Marcus se levantó de golpe de la silla, como si acabara de ver a una persona famosa, y Hillary había ahogado una exclamación y se tapaba la boca. — ¡¡Hala!! ¡La prefecta de Ravenclaw de mi primer año! — Exclamó Darren, toda inocencia, lo cual hizo a Anne reír. — Esa soy yo, supongo. — Abrió los brazos. — ¡Enhorabuena, chicos! — Y Marcus no se lo pensó y, sin palabras, fue a abrazarla. — No sé qué decir... Me alegra tantísimo verte aquí. — Ella rio. — Y yo me alegro de veros dentro de la alquimia, de verdad que sí. — Se separó de él y fue a abrazar a Alice. Marcus miró con los ojos llenos de ilusión al abuelo, quien le devolvía una cariñosa mirada. Sí que le tenía mimado... y le encantaba.

— ¡Pero si hay más chicos míos por aquí! — ¿¿Te acuerdas de nosotros?? — Chilló Hillary. Otra que acababa de volver a los once años. — Pues claro que sí. — Sus amigos saludaron a Anne, y luego esta se giró a Darren. — ¡Millestone! El chico que más sabía de criaturas de toda su promoción. — ¿Tienes mascotas? Tengo chuches para ellas si te vienen bien. — Al menos no era el único que estaba reaccionando con Anne como si fuera de la realeza. Los adultos se lo estaban pasando muy bien con la escena. — ¿Cómo tú por aquí? — Es que ahora soy casi O'Donnell. — Ella se extrañó. Claro, le faltaba muchísimo contexto. — Somos cuñados. — Especificó Marcus. — Darren está con Lex. Pero Lex no está porque aún le queda un año de Hogwarts. — ¡Oh! ¡Pero qué buena noticia! Me alegro, chicos. ¡Vaya! Os conocí tan pequeños y tan... en contextos distintos, que esto me pilla por sorpresa. Vais a tener que ponerme muy al día. — Ladeó la cabeza y miró con una sonrisilla a Sean y Hillary. — A vosotros también os veo bien. — Ellos se miraron ruborizados. Terminaron las consiguientes presentaciones y, tras recoger rápidamente la mesa, pasaron al salón. — ¡Bueno! Ya que está la señorita Harmond presente, podemos empezar con la demostración ¿no? — Sugirió el abuelo. Marcus miró a Alice y, con ceremonia, señaló el centro del estrado. — Las damas primero. —

 

ALICE

Alice se encogió de hombros y negó con la cabeza. — Pues ahí lo tienes, si consideró que tú eras un negligente es que tampoco tiene mucha idea de lo que habla. — Y ya le tuvo que dar la risa con los comentarios de su tía, pero, esencialmente, se alegraba de ver a Marcus tan seguro con su propio trabajo, después de tantas dudas y tensión previas al examen, se habían demostrado como unos grandes alquimistas y, sinceramente, ¿quién era Longbridge en ese momento en sus vidas? Y encima no le gustaban las mujeres ni los Gallia, claramente no estaba para ella, pero para eso evaluaba una comisión y ella había demostrado ante el resto lo que valía.

La comida al final se pasó volando, había muchas cosas a las que atender, comida de sobra, su tarta favorita hecha por la abuela de Sean, que degustó con placer, al menos hasta que Marcus recordó lo de la sorpresa, y aterrizó. — ¡Eso, eso! — Y el abuelo se fue misteriosamente, pero cuando Molly dijo que lo sabía, Alice se giró a ella. Pues perfecto, esto se lo sacamos, pensó con malicia. — Vaaaaaa, abuela da una pistilla. — Y la mujer estaba haciéndose la dura justo cuando el abuelo volvió y se giró de inmediato. En cuanto oyó la introducción del abuelo, supo de qué se trataba, y sintió esa emoción en el estómago de cuando estás viendo una persona de tu pasado a la que echas de menos, pero que no pensabas que pudiera reencontrar con tanta facilidad. Era imposible no reconocerla, con su melena pelirroja y su mirada inteligente. — ¡Anne! — Exclamó, como si siguiera siendo una niña traviesa de primero, y salió corriendo a abrazarla, uniéndose a su novio en ello. — ¡No me puedo creer que estés aquí! ¡Somos alquimistas! — Dijo, como si no fuera obvio. Eso hizo reír a la mujer. — Algo me han comentado, sí. — Contestó ella acariciando sus espaldas y con una gran sonrisa. ¿Podía ir esto a mejor?

Anne siempre iba a ser una prefecta magnífica, acordándose de todos, incluso de Darren, y haciendo la conexión de que era el novio de Lex y sorprendiéndose, exactamente como le pasó a ella, de que aquel niño tan calladito y huraño estuviera con esa fuente inagotable de energía y felicidad. Pero, como todos, al poco había entendido que eran justamente perfectos el uno para el otro. Pero claro, les tocó a ellos, y se miró con Marcus, pero luego se giró hacia la prefecta y dijo, con una sonrisa orgullosa. — Hicimos caso a los que lo vieron mucho antes que nosotros. Tanto en lo de estar juntos como en la alquimia. — Anne le amplió la sonrisa y acarició su mejilla. — Esa es la gente más sabia. — Y se sintió de nuevo como la niña buena que llevaba en su corazón y la Ravenclaw que adoraba que le reconocieran el trabajo duro.

Pero todos querían saber qué habían hecho, y habían hablado tanto de alquimia durante tantos años, que Alice estaba segura de que todos iban a entenderlo. Sonrió a Marcus. — Dama y con la ventaja de apellidarme Gallia. Cuando me he visto la primera, casi me echo a temblar, pero al final lo he agradecido. — Se puso delante de todos y abrió su maletín sacando sus cosas, empezando por el cristal. — En la transmutación de los tres estados me fui a algo bonito. Porque ahí el abuelo nos dijo que lo que querían era precisión en el proceso y el resultado, así que, ¿por qué no aprovechar y que fuera bonito? Yo creo que eso pone feliz a todo el mundo. La cosa es que no sabía que el descendiente del inventor de las vidrieras estaba ahí. — Miró significativamente al abuelo, y Molly se rio fuertemente. — No te lo va a perdonar, eh… — Suger sabe apreciar estas cosas, créeme. — Dijo Anne, sonriente pero muy atenta. — Pensé que un buen ejemplo de la diferencia entre conjunción y disolución era una tintura, la primera dibujando algo, y mi plan era hacer una lunita amarilla sobre fondo azul, pero acabé haciendo un sol y una luna y dejarlos frescos con el cristal solo como soporte. — Miró a Marcus con cariño y se encogió de un hombro. — Me salió del corazón. Para la disolución transmuté un cristal verde y para la separación lo dejé así. — Y lo enseñó. — ¡Jo, qué pena! Me hubiera gustado ver el dibujito. — Dijo Hills. — Pues yo creo que la belleza de un color sólido bien hecho es aún mejor. — Aportó Emma. Ella se encogió de hombros con una sonrisa. — Para eso lo hice todo, para que tuvieran donde elegir. — La pureza de este cristal tras la separación le ha valido el diez, os lo aseguro. — Terminó Lawrence cogiendo el cristal y admirándolo a la luz como había hecho el tribunal.

— Luego vino la polémica. — Suspiró. — No quería hacer algo evidente, no tengo la pericia de Marcus, así que corría el riesgo de que, si hacía algo como lo suyo, no me saliera lo suficientemente perfecto como para que me lo valoraran positivamente. — Cogió el cuenco de resina. — Así que fermenté una corteza de enebro hasta que sacó toda la resina y luego la calenté. Se quedó con una textura como de miel, para que me entendáis. — Vio las caras de miedo de sus amigos y sus suegros. Sí que había sido arriesgado. Pero Anne sonreía brillantemente. — ¡Claro que sí, Alice! Eso es lo que hay que hacer, traspasar los límites, ir más allá de lo que hemos considerado hasta ahora sólido o líquido. Lo has resuelto de manera brillante. — Ella se enrojeció y sonrió. — Muy bien dicho, Anne. Y Longbridge es que no es capaz de ver más allá de sus narices y de los tratados más básicos de la alquimia, pero es la gente como tú la que cambiará eso. — Y su tata la miró con todo el orgullo y dijo. — Mi pajarito es experta en grandes cambios. —

Sacó la palomita y dijo. — Y esta fue mi transmutación de forma. — Se la tendió a Marcus para que cambiara el receptor y poder demostrar cómo funcionaba y dijo. — La idea me la dio Aaron en el aeropuerto. Hablábamos de la dificultad de comunicarnos ahora que se ha ido, y le dije que ojalá pudiera usar una de las palomitas de papel de mi novio… — Le dedicó una sonrisa enamorada. — Pero claro, la lluvia o el viento podrían estropearla, y, en palabras de Aaron, los muggles fliparían, así que… solo había que hacer una palomita lo suficientemente resistente, como los aviones, y que supiera camuflarse… como un demiguise. — Dijo guiñando un ojo a Erin. — ¡ASÍ QUE POR ESO LO SABÍAS! — Saltó Molly. Alice abrió la mano y la palomita hizo lo suyo llegando hasta Marcus con un “te amo” dentro. — Tendrías que haber tenido un diez, hija. — Dijo Lawrence. — Además de verdad, tía, eres brillante. — Saltó su amiga. — Y útil, para que no pudiera decirte lo que a mí. Vas a ser una alquimista enorme, Alice. — Añadió Anne. Ella, hinchada de orgullo y felicidad, fue a sentarse al regazo de Marcus y se apoyó en él. — Mi diez sois vosotros. — Besó su frente y sonrió. — Te toca, alquimista O’Donnell. —

 

MARCUS

Se sentó bien contento y orgulloso antes siquiera de que Alice empezara, pero es que ya sabía lo que iba a ver y que iba a encantar a los presentes. Solo de imaginarse a Alice presentando eso ante el tribunal... En fin, estaba enamoradísimo, no era secreto para nadie ya. La sonrisa no se le iba de la cara. Eso sí, se aguantó la risa y miró de reojo a su abuelo con lo de Suger. — A mí me ha parecido un movimiento maestro. — Pinchó. Hillary le miró con una sonrisilla y una ceja arqueada. — Habría que haberte visto a ti si fueras tú el de la vidriera. Parece que te estoy oyendo: "¡qué riesgo más innecesario!" — Qué poquito me conoces, Vaughan. Yo me crezco ante los retos. — Lo peor es que es verdad. — Corroboró Sean entre risas, y siguieron atendiendo a Alice.

El dato que le faltaba era el del sol y la luna. Le brillaron los ojos y ensanchó una sonrisa embobada. — ¿En serio? — Preguntó, totalmente derretido y con un punto emocionado. De hecho, ahí estaba la prueba. Miró a Alice a los ojos. — Preciosa. Y perfecta. — Y no, no hablaba solo de la vidriera. Por supuesto, tenía que dar su opinión respecto a la segunda prueba. — Yo no estoy de acuerdo ni con el riesgo ni con la polémica, lo dije mientras estudiábamos y lo mantengo. La resina, por espesa que sea, es una materia líquida: se escurre entre los dedos si intentas cogerla, en ningún universo eso se considera sólido. Es un material líquido sacado limpiamente de su propia esencia, el enebro. A mí me parece una transmutación fantástica. — Arnold se cruzó lentamente de hombros y se reclinó en el asiento con una sonrisilla. — Consejo para futuros alquimistas para cuando cierto Marcus O'Donnell esté en el tribunal: experimentos con plantitas. — Muy gracioso. Desde luego, si lo hacen así de bien, tendrán no solo mi aprobado, sino probablemente mi calificación máxima. Tss, suspender... — Comentó claramente despreciativo. Y, de hecho, los dos grandes alquimistas de la sala, Lawrence y Anne, le dieron la razón, por lo que asintió con convencimiento.

El momento de la palomita fue emotivo e hizo que su mirada de amor se intensificara. De ahí que pegara un buen salto en su sitio con el grito de su abuela, porque le sacó del embobamiento amoroso súbitamente, pero también le hizo reír con intensidad. — Y aún no lo has visto todo, abuela. — Incidió, guiñando un descarado ojo a su tía, lo que solo ofendió más a la mujer y aumentó las risas de los presentes. Tomó la palomita que le envió en sus manos, sacó el papel y, después de leerlo, la miró a los ojos con cariño y dejó un beso en la nota, guardándosela en el bolsillo después. Las alabanzas, por supuesto, no tardaron en llegar. Marcus la recibió en sus brazos. — La mejor alquimista y enfermera de la historia. — Dejó un cariñoso beso en su mejilla.

— ¡Me toca! — Se levantó de un saltito, contento, después de dejar espacio a que todos alabaran a Alice. Abrió su maletín bajo la mirada de su público, todos con las típicas sonrisillas que ponían que mezclaban curiosidad real con cierta burlita por ver a Marcus hacer otra de sus ceremonias pomposas. Se aclaró la garganta y comenzó a explicar, tal y como había hecho ante el tribunal, la primera prueba, porque quería explicarlo con palabras textuales. — Sí que sabía meterse en el bolsillo a Suger. — Oyó murmurar a Hillary al oído de Sean, que rio por lo bajo, aunque también notaba cómo había captado la atención no solo de sus amigos, sino del resto de presentes. De hecho, su padre había abandonado la pose relajada y estaba inclinado hacia delante. — En el trópico van a agradecer un montón lo de las construcciones con musgo. — Dijo Erin, feliz y con una sonrisa cariñosa. Entonces, oyeron a alguien sorber y decir. — En Irlanda también. — Marcus, al verla, dejó los hombros caer. — ¡Abuela! ¿Por qué lloras? — Ay, hijo, es que lo que has dicho ha sido muy bonito. — Y, rompiendo toda su estudiada exhibición, se levantó y empezó a darle muchos besos en la cara. — ¡Si es que eres bonito es que te como vamos un catorce te hubiera puesto ay mi niño qué cosa más bonita si es que cómo se nota que...! — ¡Abuela, abuela, por favor, que no llevo ni la tercera parte! — Y ahora estaban todos muertos de risa. Qué bien, se limitaría a ser un excelente alquimista de puertas para fuera de su casa, porque desde luego que de puertas para dentro no ganaba respeto ninguno.

Ya lograron que Molly le soltara, dejara de llorar, volviera a su sitio y Marcus pudiera recomponerse. — A ver, a ver, que viene la segunda prueba. — Clamó Darren con expectación, prácticamente le faltaban las palomitas. Marcus agradeció el preludio porque, tras la risita inicial, hizo a todos reconectar... y las caras que dejó eran para verlas. Repitió la misma maniobra, sorbo de agua como demostración incluida. Y el puesto de Applegate, en ese caso, lo ocupó Violet, quien directamente se levantó y, sin decir nada, cogió la probeta y le dio un trago. Paladeó, soltó la probeta en la mesa, sin mirarle, y se quedó allí parada, generando muchísima expectación en el entorno. Tras unos segundos de silencio, simplemente dijo monocorde. — Guau. — Venga ya que es agua de verdad. — Hillary fue la siguiente, y esta tomó la probeta y la miró al trasluz. Luego miró a Marcus, con los ojos como platos, y este le hizo un gesto invitador con las manos. Ella probó el agua y, alucinada, exclamó. — ¡Es agua! — ¿Has sacado agua potable del musgo? — Preguntó su padre. Marcus encogió un hombro. — Eso parece. — La cara de su madre no tenía precio, ese brillo en los ojos y esa manera de hinchar el pecho. — Otra cosa que va a venir muy bien en el trópico. — Apuntó Erin. Su abuelo, recostado, también estaba hinchado de orgullo. — En Irlanda basta con abrir la boca hacia arriba cuando llueve. — Eso hizo a todos reír. Les había impresionado con su demostración, indudablemente. Podía morirse tranquilo después de semejante éxito.

Quedaba la tercera prueba, y solo con sacar las escamas de camaleón se generó un gran revuelo. — Y, señoras y señores, Erin O'Donnell, la oculta ayudante de los alquimistas Gallia y O'Donnell. — Todos rieron y aplaudieron, haciendo sonreír y ponerse colorada a su tía. La exhibición encantó e hizo que el cuaderno fuera rotando de mano en mano mientras cada uno lo ponía en un sitio diferente para comprobar que, efectivamente, se camuflaba a la perfección. — Ha sido impresionante, Marcus. — Dijo Anne de corazón. — No me extraña que te hayan dado la máxima nota. — Ni que la otra tonta haya suspendido detrás. — Pinchó Violet, haciendo a Hillary reír con estruendo. — Igual un poquito sí que estaba alto el nivel. — Dijo Sean con una risilla. — Pero ha sido espectacular, tío. Enhorabuena. Os lo merecéis. — Miró agradecido a todos los presentes, y luego con cariño a Alice. Lo habían conseguido. Eran alquimistas, y eran el orgullo de su familia y amigos. Lo demás, lo irían construyendo sobre eso.

Notes:

¡Uf! Menuda expectación con el examen. Esperamos no haberos hecho sufrir mucho, es que menuda aventura tenía que ser el primer examen de licencia de nuestros niños. No os hacéis una idea de cuánto cuidamos cada detalle de ambos exámenes y cómo nos sorprendimos la una a la otra con ambas actuaciones. Nos encanta la alquimia y estamos MUY felices de haber llegado hasta aquí, así que gracias por asistir a este punto TAN importante de la historia.

Hoy solo queremos saber vuestras impresiones de este momentazo. ¿Qué os ha gustado más? ¿Qué os ha sorprendido? ¿Qué nuevo personaje os ha gustado más? ¡Transmutemos esta pedazo de experiencia en comentarios! Os leemos.

Chapter Text

KINDERGARTEN

(30 de octubre de 2002)

 

LEX

Soltó aire por la nariz con la mirada hacia arriba, pidiendo a todos los dioses existentes que le dieran paciencia. ¿En qué momento había pasado él de ser un alma solitaria secretamente necesitada de protección a ser el dueño de una guardería? De hecho, empezaba a convertirse en una burla habitual: “Eh, O’Donnell, te busca tu guardería”. Lo llevaría peor si no fuera porque, para su condena, en el fondo le gustaba. Había sufrido mucho de pensar en el destino de Dylan y jurado protegerle ahora que estaba allí. También se había pasado el primer mes con una niña de Gryffindor llorosa pegada a los talones, el colmo de un Slytherin huraño de séptimo. Al menos ahora estaban contentos… Quizás tomándose demasiadas confianzas, pero bueno. No es como que no esperara que una Gryffindor y un Hufflepuff se rieran aunque fuera un poquito a su costa. Ya se vengaría cuando no fueran tan pequeños y no se le pudiera acusar de crueldad.

¿Que si era una exageración llamar “guardería” a dos niños”? Es que no eran dos niños, no. Eran tres. Y más. De repente, era como el flautista de Hamelin pero con niños persiguiéndole en vez de ratas, y parecía escuchar la voz de Marcus diciéndole que, siendo él y después de tantos años con “esa rata con forma de tubo que llevaba a todas partes”, seguro que prefería a las ratas. ¡Pues sí! Maldito fuera su hermano y la herencia que había dejado, que salvo los Ravenclaw, que sabían muy bien que Evans había tomado la vara de mando, un montón de niños de otras casas confundían al O’Donnell que tan aclamado era por su ayuda al prójimo y le buscaban a él. Como si él fuera algo de eso.

El tercero en discordia, no obstante, no era nadie que le hubiera confundido con un prefecto, sabía muy bien quién era. Talik Sadue había entrado ese año en el equipo de quidditch de Slytherin para cubrir el puesto vacante de Eunice como golpeadora. Uno de esos niños prodigio que en tercero ya despuntan, como le pasó a él, y en él, como ahora capitán del equipo, había puesto los ojos para tenerle de mentor. La que le había caído. El niño era preguntón a rabiar, y extrañamente sociable para ser tan altanero, rozando lo déspota. También era tendente a las broncas, ideal para un golpeador, vamos. En apenas dos meses de curso y uno y medio de liga ya había tenido varias enganchadas con Creevey. El puto Creevey, ese también le perseguía, y mira que no lo quería ver ni en pintura. “Anda que si te viera tu hermano”, “a tu hermano se lo voy a decir en cuanto salgas”, “tu hermano nunca habría consentido que…” ¡Por Merlín, qué pesadilla de crío! Con lo que le hizo la vida imposible a Marcus y ahora parecía llorar todas las noches sobre su retrato, había que joderse.

Así que allí estaba, aguantando sentado en una roca de los terrenos el incesante parloteo de los tres. A Talik le estorbaban sobremanera Dylan y Olive para sus eternos discursos sobre tácticas de quidditch, pero ya había comprendido que eran los protegidos de Lex, así que le convenía no solo aguantarles sino tratarles bien. Talik se creía muy mayor pero no tenía más altura que los otros dos, cuyas risitas miraba con desdén, como si solo fueran críos. Lex los veía a todos igual de niños.

― No te preocupes, Lex, estamos contigo. ― Dylan acariciaba su rodilla con condescendencia y ese humorcito que de repente le había brotado como si hubiera sido poseído por William. Olive se le apoyó en el hombro. ― Oooh. Puedo traerte flores de lavanda, relajan. ― ¡No! Que le van a recordar a mi hermana y se va a poner peor. ― ¡Valor, Lex, aguantemos juntos, los Gryffindor entendemos de fortaleza! ― Bueno vale ya. ― Espetó, haciendo a los otros alejarse como ratoncillos, entre risas. Talik rodó los ojos y suspiró. ― No hay motivo para estar nervioso. Marcus O’Donnell fue el expediente más brillante del año pasado, y Lawrence O’Donnell es el abuelo de los dos y es alquimista. Se pasaría ese examen con los ojos cerrados. ― Veo que te conoces mi árbol genealógico, pensó. Pero si alguien se creía que Talik intentaba simplemente calmar su tensión a la espera de la carta de su hermano, que a saber a qué horas llegaba ni si llegaba hoy, estaba muy equivocado. ― Mejor hablar de otras cosas: ¿cómo llevabas en tercero Cuidado de Criaturas Mágicas? Es otro gran reto al que nos enfrentamos los de mi año. Tercero es un año muy importante: te permiten entrar en el equipo, ir a Hogsmeade, cursar optativas… Quiero aprender del mejor. ― Qué convenido era el tío. Retorcía la conversación a conveniencia y encima te regalaba el oído. Se habría llevado de perlas con Marcus.

― ¿Tu novio no se dedicaba a algo de animales? Millestone. Su madre es como médico de animales ¿no? ― ¿Tú de dónde diantres sacas tanta información? ― El chico hizo una pedorreta y un gesto de restar importancia con la mano. ― La cosa es que… hay una chica de mi clase que… Pff, está perdida la pobre. ¡Casi se lleva una mordedura de kneazel el otro día! Está un poco agobiada, ¡y yo intento ayudarla! Pero claro, mi experiencia es… limitada. ― Menudo tono había empleado para toda la frase. A base de cerrar la mente y tener la legeremancia mucho más controlada, empezaba a captar los tonos, cosa que antes le costaba mucho más. Tener la información directa del pensamiento no favorecía que entrenaras esas cosas. Se le iba dando mejor… casi prefería que se le siguiera dando mal. ― Me preguntaba si… podrías ayudarla. A ambos. Algo así como unas clases particulares. ― No. ― Se negó en el acto. El chico puso cara de decepción. ― No soy una guardería. ― ¡Y dale con la guardería! Ignora a esos envidiosos del equipo, lo que pasa es que solo van a lo suyo. Tú escuchas a la gente. ― Sí, para mi desgracia. ― Respondió. ― No voy a cargar con más críos. Hablad con vuestro prefecto. ― Yo lo veo una buena oportunidad, Lex. ― Volvió Dylan a la carga. ― Así entrenas para cuando mi hermana y Marcus tengan hijos. ― Dijo con malicia, lo que provocó que Olive riera abiertamente y Talik entre dientes. Lex le señaló con un índice acusador. ― Que ninguno de los dos te oiga decir eso. Advertido quedas. ― Más se rieron. Ningún tipo de respeto. Se giró a Talik y suspiró. ― Vale… Dile que se venga si quiere, pero yo no soy ningún máster de… ― Y, entonces, la vio. Abrió los ojos como platos, depositando en ella sus esperanzas. ― ¡Ella! ¡Con ella se puede ir, la va a ayudar mucho mejor! ― El chico miró a quien se acercaba en la lejanía. Arrugó la nariz y le miró con un rodar de ojos. ― ¿Una Ravenclaw? ― No estamos en quidditch, has pedido ayuda con el estudio. ― Con el de Cuidado de Criaturas Mágicas. ― Pues búscate a alguien de la casa de estos dos que no paran de reírse. ― Respondió hosco, señalando a Dylan y Olive, que ya estaban rodando por el suelo.

Donna le dio una suave colleja a Talik, pero el chico reaccionó como si le hubiera caído una estantería encima. ― Te he oído, mocoso. Más te vale llevarte bien con esta Ravenclaw, que pienso ser representante de jugadores en cuanto salga de aquí. Tu mentor el primero, si me deja. ― Igual no quiero que me representes tú. ― Respondió con burlita. Donna entrecerró los ojos. ― ¿No? ¿Nos prefieres de enemigos? ― Eso dejó a Talik sin respuestas. No dejaba de tener trece años al fin y al cabo. ― ¡Hola, Donna! ― ¡Hola, patito y patita! ― Hubo un jaleo generalizado por parte de los dos con comentarios solapados que mezclaban el “no soy patita” con “soy reina de las flores” y “ella es reina de las flores” y “eso no es…” y terminología perdida en el atropello. Donna se sentó a su lado. ― La guardería va viento en popa. ― Ya estamos… ― Todos rieron musicalmente, pero él bufó. ― Os vais a ir todos a… ― Pero ahora no vio a Donna, sino a quien realmente estaba esperando, y él mismo se dejó con la palabra en la boca porque salió corriendo para cazar a Elio al vuelo.

La lechuza intentó ser cariñosa, pero Lex estaba abriendo la carta con dedos temblorosos, así que se fue a donde los niños les recibieron con grandes fiestas. Donna corrió a su lado y trató de leer por encima del hombro, lo cual era mucho esfuerzo teniendo en cuenta las dimensiones de Lex. Pero él se giró, con la expresión brillante. ― Han aprobado. Los dos. ― Ella aspiró una exclamación. ― Lo han petado. ― Donna empezó a dar saltos de alegría y él, sin pensárselo, le dio un instintivo abrazo en uno de los saltos y la levantó del suelo. ― ¿¿Es de Marcus?? ¿¿Qué dice?? ― ¿¿Dice algo mi hermana?? ― Corrieron Olive y Dylan hacia él, preguntando respectivamente. ― ¡Han aprobado! ¡Son alquimistas! ― La algarabía se hizo patente y los gritos de júbilo llegaron a otros que paseaban por los terrenos, hasta Talik se contagió del entusiasmo (ahora era él quien tenía a Elio, dado que los demás estaban tan ocupados celebrando). ― ¿¿HAS OÍDO ESO, HOGWARTS?? ― Gritó Lex. ― ¡¡TENGO UN HERMANO ALQUIMISTA!! ― Cuantísimo me alegro. ― ¡AY, JODER! ― Saltó asustado. Vaya, se había parecido a Marcus, pero es que no se esperaba la voz de su abuelo a su espalda.

No era su abuelo, pero sin duda el que más se parecía. El señor Weasley rio profundamente y para sí. ― Marcus O’Donnell y Alice Gallia, alquimistas de Piedra licenciados. Lo supe desde el día que pisaron la primera clase. Dales la enhorabuena de mi parte. ― Señor, ¿cómo usted por aquí? ― Preguntó Donna entre risas, recuperando el resuello entre los saltos y que también se había asustado por la presencia repentina. El hombre se acercó a Dylan y le revolvió los rizos. ― Este muchachito me chivó que hoy era un día importante para su familia. ― El Hufflepuff dibujó una sonrisa amplia y orgullosa. ― ¡Y soy alquimista y profesor, mujer! Qué menos que estar informado de las convocatorias de exámenes. Y debo decir que no tenían un tribunal fácil, lo han debido hacer muy bien. Dadles la enhorabuena de mi parte. ― Le despidieron con cortesía y el hombre se marchó.

― ¡Tenéis que decírselo a tooooodos los profes! ― Propuso Olive, entusiasmada. ― ¡Marcus se llevaba bien con todos! ― Sobre todo con Fenwick. ― Murmuró Donna. Talik la miró con extrañeza y ella le sacó la lengua. ― No curiosees tanto. ― Lo dice una Ravenclaw. ― Respondió el otro. Luego la miró con el ceño fruncido. ― ¿Tú no eras la novia del capitán del equipo de Ravenclaw del año pasado? ― Voy a responder. ― Resolvió Lex, partiendo ligero hacia el castillo y dejando atrás a Talik y sus conjeturas. Unos pasos a la carrera le siguieron. ― ¡Lex! ¡Espera! ― Ay, por Merlín. De verdad que quería mucho a Dylan, pero no se lo quitaba de encima. ― Te vas a gastar el talonario del cumpleaños antes de Navidad. ― Ironizó, pero el chico se le plantó delante y, con una sonrisita esperanzada, le detuvo. ― ¿Estás ya más tranquilo? Estabas muy nervioso. ― Lex parpadeó. El otro sonrió. ― Por eso me he traído a Olive. He pensado, seguro que Lex está muy nervioso. Si te sirve meterte con nosotros… podemos venir más. Cuando tengas exámenes y eso. Al menos, en lo que piensas en lo pesados que somos, no estás pensando en lo que te preocupa. ― Eso le encogió el corazón. Por eso le quería, era imposible no quererle. Tras unos ratos de pausa, dijo. ― Ven aquí. ― ¡¡Au!! ¡¡Suéltame!! ¡No soy un saco! ― Eres un saco de tontería Hufflepuff. Y te vienes conmigo a escribir esa carta. ― Respondió, con las risas de Dylan de fondo, a quien cargaba bajo el brazo como un fardo. Y rebosante de emoción por su hermano. Yo también te echo de menos. Todo Hogwarts lo hace.

Notes:

¿Os esperabais a nuestro Lex en este papel? A ver, seamos sinceros, un poquito sí le pegaba cuidar de nuestros pequeños, y también juntarse con Donna, son muy parecidos… Aunque puede que no contara con nuevas adquisiciones como Talik o Creevey. Parece que, sin ser perfecto, alguien ha recogido cierto testigo de los O’Donnell. Decidnos, ¿querríais ver más cositas de cómo siguen las cosas en Hogwarts? Contádnoslo por aquí, que siempre estamos pendientes. ¡Nos vemos con cierta celebración que se viene!

Chapter 46: Sin miedo a la diversión

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SIN MIEDO A LA DIVERSIÓN

(31 de octubre de 2002)

 

ALICE

Le estaba dando la risa muy fuerte dándose la vuelta sobre sí misma mirándose con aquel disfraz. — ¿De verdad los muggles creen que somos así? — Se puso uno de los sombreros y sonrió ampliamente. — A ver, sí, he visto a señoras mayores con trajes de gala así, que no son tan malos como estos. — Hombre, estaría bueno, te lo he comprado en el chino. — Dijo su tía riéndose desde la puerta. Erin estaba mirando a Hillary por todos los lados, desde la larga capa negra al maquillaje. — Hills, no quiero ser molesta, de verdad, pero yo no sé en qué se parece esto a un vampiro. Además, en la época de Vlad el Empalador, que supongo que es a lo que se refieren con eso de Draculina que pone en la bolsa, no se llevaba ese vestido que más bien parece medieval inglés. — Vivi se tiró sobre su espalda y la rodeó con un sonidito adorable, acariciándole el pelo. — Ohhhhhh mira mi pelirroja, tan linda, que le sale todo lo O’Donnell académico. — La mujer rio, pero siguió argumentando. — Hombre es que ya que se disfrazan… Además, todo eso no da miedo. Una banshee sí da miedo. Y no sé por qué tienen que dar miedo en Samhain, es un ritual celta en el que se recuerda a los que no están, ni más ni menos… — Vivi le dio muchos besos en la mejilla. — Oyyyyyy y ahora le sale lo Lacey y se vuelve igualita igualita a su madre. — Alice y Hillary estaban muertas de risa terminando de ponerse los disfraces. — Es como lo celebramos nosotros, hay un montón de pelis de terror y las banshees no son muy conocidas… — Uy, si me dejarais hacer un buen disfraz de banshee… — Insistió Erin, pero Vivi se separó y se puso a bailar. — Yo iría de sirena sexy. — Eso no da miedo. — Replicó Alice, por pincharla. — Uy que no. A más de uno y una se lo ha dado. —

Justo entonces sonó esa cosa chillona que le asustaba cada vez que sonaba y que servía para que su tata abriera la puerta del portal desde su casa. — ¡Ese es Darren! — Dijo Hillary emocionada, y las tías salieron a recibirle mientras ellas terminaban. La verdad es que se lo estaban pasando de vicio. Hillary y Alice habían quedado para comer con las tías porque, según Hillary, su barrio molaba un montón, y su piso de pareja homosexual guay sin hijos supermodernas era ideal, y querían pasar la tarde juntas y arreglarse, como hacían en Hogwarts, para salir a la noche. Su amiga había liado a Theo para que orientara a los chicos con los disfraces, y habían quedado Sean, Marcus y él en casa del único muggle para hacer lo propio. Pero Darren tenía plan familiar, así que venía a recogerlas a ellas y luego se iban los tres juntos (EN TRANSPORTE MUGGLE) al barrio donde sus amigos habían decidido que celebrarían Halloween.

Marcus y ella tenían mucho que celebrar, sin duda: ahora eran alquimistas y, en cuatro días, se iban a empezar una vida, quién sabe por cuánto tiempo, en Irlanda. Pero quien más quien menos, ya estaba preparando exámenes, candidaturas, exposiciones y demás, así que iban a estar sin poder verse mucho tiempo, y necesitaban una última fiesta. La de graduación había sido en el callejón mágico, así que los nacidos de muggles del grupo habían propuesto ir a celebrarlo a un barrio londinense que estaba de moda y que vieran cómo era la fiesta muggle, y a la Alice de espíritu curioso que por fin podía relajarse y disfrutar de tener dieciocho años, le había parecido ideal. Además le hacía mucha gracia prepararse cada uno por su lado y sorprenderse con los disfraces. Se acercó a su amiga con una gran sonrisa y la cogió de las manos, haciéndola bailar. — Tíaaaaaa, ha sido una idea genial. No sabes cuánto necesitaba esto. — Hillary rio. — Y yo estoy encantada de enseñaros cosas de muggles. Son parte de mí. — Ella rio y se sintió un pelín culpable. A veces anulaban un poco la parte muggle de sus amigos. Pero hoy podía reparar eso y disfrutar como una loca.

Salieron al pequeño salón-comedor-cocina de sus tías y miró a Darren, frunciendo el ceño. — ¿De qué vas? A Marcus no le va a gustar verte tan rojo siendo huffie. — Su cuñado se dio una vuelta sobre sí mismo, alzando su tridente de plástico. — ¡Soy Satanás! — Vivi rio sarcásticamente, pero su cuñado no se desanimaba. — ¡Es gracioso porque soy muy bueno! ¡No soy el demonio! ¡Por eso mola! — Y todas se echaron a reír tanto, que al final eso hizo él también. — Vamos, que hay que coger el metro. —

Se despidieron en la puerta, y casi tuvieron que atar a su tata para que no se fuera con ellos, y fueron al metro. — En Nueva York es superagobiante, no me gustó mucho, y el de París es bastante asqueroso, pero este mola bastante. — Comentó Alice. Darren y Hillary asintieron. — Es rápido y llega a casi todos lados, es de agradecer. Yo creo que es de los mejores y para ir de fiesta es ideal. — Contestó Hillary. Ella estaba tan entretenida mirando y siguiendo el mapa de las paradas y las pintas de todo el mundo, que antes de darse cuenta, habían llegado. Y casi le cuesta un disgusto porque ahí no se permitían distracciones.

Eso sí, cuando llegaron a la superficie, flipó bastante. — ¡Cómo mola! ¡Hay montón de gente disfrazada! ¡Qué de cosas temáticas! — Dijo encantada. Lo malo es que había muchas “brujas” como ella, pero bueno, el vestido era bastante revelador y se había maquillado muy bien y sabía que a su Marcus le gustaría. — ¿De qué vendrán los chicos? ¡Quiero verles ya! A ver qué les ha elegido Theo. — Preguntó dando saltitos y vueltas sin moverse del lugar donde habían quedado. Darren rio y le agarró de los mofletes. — ¡Mira mi cuñadita qué feliz está! Qué me gusta verla así. — Ella se colocó entre sus amigos y les rodeó con los brazos. — Y a mí me gusta estar con vosotros. Mis muggles preciosos. Me lo voy a pasar MUY bien. — El chico se rio y se cruzó de brazos. — Espero que los magos también. Ethan incluido. —

 

MARCUS

— ¿De qué crees que irá disfrazada Hillary? — Preguntó Sean con ilusión, mientras iban de camino a casa de Theo andando desde el punto de aparición. Se mojó lentamente los labios. — Sé que es Halloween, pero... intenta ser un poquito menos perverso. — Muy gracioso. A ver qué cara pones tú cuando veas a tu novia. — En teoría, de miedo. Esa es la idea. — Te lo recordaré. — Se burló el otro. Llamaron a la puerta de Theo y el Hufflepuff abrió, con una amplia sonrisa, pero no estaba solo. — ¡Ey, Andrew! ¿Cómo tú por aquí? — Me ha avisado mi no-compañero de casa, capullos. — ¡Oye! Yo sí te avisé. — Se defendió Sean. — Pero no me dijiste nada de que ibais a disfrazaros juntos. Y Theo me ha dicho que tenía una idea, pero que necesitaba que fuéramos cuatro. — Rodó los ojos. — Claramente me llamó por necesidad, pero al menos me llamó. — Yo es que estaba liado con el examen. — Se excusó Marcus, convenientemente. Al menos agradecía que el cuarto en discordia fuera Andrew y no Ethan.

— ¿Vamos los cuatro disfrazados de lo mismo? — Preguntó Sean, curioso e ilusionado, subiendo las escaleras hacia el dormitorio de Theo. Parecía que no había nadie más en casa. El chico le miró sonriendo. — He tenido una pasada de idea. Tenemos que ir disfrazados de algo típico de Halloween, pero también que nos camufle en un barrio muggle, o sea que tiene que ser un disfraz muggle. Y los disfraces grupales lo petan. Y a mí ME ENCANTABA esto de pequeño, siempre quise hacerlo. Teníamos que ser cuatro, y mis hermanos y yo solo somos tres, y la diferencia de edad es alta, así que he visto la oportunidad y no pensaba dejarla pasar. — Los otros tres se miraron con complicidad. La verdad era que el chico estaba tan ilusionado que era contagioso. Marcus solo esperaba que no fuera demasiado ridículo.

— Seremos... ¡Tachán! — Theo alzó en sus manos una especie de monos de un tono marrón bastante soso y poco favorecedor, así como un aparataje parecido a una mochila de plástico con un dibujito que Marcus no alcanzaba a identificar, y un tubo muy largo enganchado a ella. — ¡Los cazafantasmas! — Hubo un silencio generalizado en el grupo. Marcus, segundos después, frunció el ceño extrañado. — ¿Por qué íbamos a querer cazar fantasmas? — No, a ver, es... Se supone que son fantasmas malos. — ¿Gente mala convertida en fantasma? — Preguntó Sean. — Eemm... No exactamente. Más bien, como seres... maliciosos... — ¿Pero fantasmas o no? — Sí, pero no los de Hogwarts. Los fantasmas de los muggles. — ¿Hay fantasmas entre los muggles? — Bueno, el concepto que ellos tienen de fantasma, que es más bien un ente feo que hace diabluras. — Nosotros también tenemos de eso. Se llaman poltergeist. — Entonces seríamos los cazapoltergeist. — Concordó Marcus a la especificación de Sean, y Andrew asintió, de acuerdo. Theo, ya llevándose las manos a la cabeza, negó. — No, no... A ver. Es una película ¿vale? De cuatro tipos que... se dedican a limpiar la ciudad de fantasmas. Entonces llevan estas cosas y... los aspiran. — ¿Los qué? — Vosotros... poneos esto. Y ya os explico mejor en el metro. — Un momento, un momento. — Marcus dio un paso atrás. — ¿Pretendes que vaya... así vestido... en el metro? No sé cómo será el de aquí, pero el de Nueva York tenía MUCHA gente. — Y este también, y más en Halloween. Pero no nos vamos a aparecer en la zona muggle, así que... — Pero es que. — Vamos a ser los Cazafantasmas os guste o no. — Zanjó Theo, más autoritario que nunca, y estampó el disfraz en el pecho de cada uno, sobresaltándoles. — Y rapidito, vaya que vuestras novias se cansen de esperaros. — Y, dicho eso, se giró y empezó a organizar la parte del disfraz que no era el mono. Se miraron entre sí, con el primer susto de la noche, y vieron cómo Andrew movía los labios para decir "nunca enfades a un Hufflepuff". Desde luego, mejor se ponían obedientemente sus nuevos uniformes.

No estaba entendiendo nada de la cosa que llevaba a modo de mochila ni de todos los cacharritos que tenía en el cinturón, pero tenía que reconocer que era divertido verse a todos vestidos iguales. Y lo que los muggles entendían como "fantasma", en vistas del dibujito en el interior de la señal de prohibición que llevaban, era muy mono. — No sé por qué le tienen miedo a esta cosita. Parece bastante adorable. — Dijo entre risas, haciendo reír a los otros. Salieron de la habitación y se quedaron frente a las escaleras mientras Theo repasaba que no se les olvidara nada antes de bajar. No estamos muy lejos de donde hemos quedado. Lo que sí podemos hacer es... — Theeeeeeeeeeeeeeeeeoooooooooooooooo. — Dijo de repente una aguda y artificial voz que sobresaltó a todos. Más les sobresaltó girarse y ver en mitad del pasillo, cogidas de la mano, a dos... ¿niñas? Una de ellas daba más el pego, pero la otra, aunque parecida, era un poco corpulenta para ser una niña. Llevaban el pelo largo caído por el rostro y dos vestiditos azules iguales. — Ven a jugar con nosotros. — Marcus parpadeó, un tanto asustado por la estampa. Theo, en cambio, soltó un sonoro suspiro. — Muy graciosos, chicos. — Les miró. — Michelle y Scott, mis hermanos. Aunque con esas pintas no lo parezcan. Han dado el estirón adolescente muy oportunamente. — ¿Vosotros sois los magos? — La chica prácticamente se les había echado encima, sobresaltándoles otra vez. Eso pareció hacerles mucha gracia, porque rieron con estruendo. — Joder, no os creía tan asustones. Que los que tenéis poderes chungos sois vosotros, tío. — Hermanito, ni nos has presentado ni nada, qué mal. — El chico se apartó el pelo de la cara y estrechó, sin esperar respuesta, la mano de los tres, violentamente. — Scott, el más guay de los dos hermanos. — Y el más feo con peluca. — Porque no soy una chica. En teoría debería ser igual que tú ahora que tengo el pelo largo, así que cuidado con llamarme feo. — Yo soy mucho más guapa que tú. — Somos idénticos, idiota. — Entonces tú eres otra chica. — O tú tienes cara de tío — ¿A que me cambio y vas solo vestido de tía? — ¡Fue idea tuya! — En mitad de la contienda, Theo se los llevó de allí, prácticamente arriados como ovejas, dejando a los dos hermanos discutir detrás. — ¡Eh! — Vaya. Michelle les había pillado huyendo. — ¿Sois los cazafantasmas? Entonces podéis cazarnos. — ¡Ah! ¿Se supone que sois niñas fantasmas? — Preguntó, inocente, Sean, antes de que Theo lo pudiera impedir. Los otros se echaron a reír ante la confusión de los otros tres, y Scott dijo. — Sí, sí, algo así. Tú ve por la calle diciendo que estás persiguiendo a dos niñas para llevártelas, a ver qué pasa. — Bueno, ya vale. — Soltó Theo, y les echó con gestos de las manos. — Venga, que vais a llegar tarde donde quiera que sea que habéis quedado. — Y los chicos, entre risas, bajaron las escaleras y salieron de la casa.

Ya organizados y con los gemelos a una distancia prudencial de ellos, según palabras del propio Theo, se dirigieron al metro. Aquello estaba ATESTADO de gente, y Marcus no paraba de pedir perdón a todo el mundo por los posibles mochilazos que estuviera pegando con la cosa que llevaba a la espalda. En un momento determinado, a Sean se le enredó el tubo largo en el aparataje de disfraz de otra persona (Marcus había tirado la toalla con reconocer disfraces, los muggles vestían muy raro), y por poco tienen que dejarle dentro del metro atascado para siempre. Al salir, Andrew se quedó enganchado en la máquina que validaba los tickets. Algo le decía que Theo se estaba arrepintiendo de hacerles de niñera, porque las caras de los tres sintiéndose como peces fuera del agua era para verlas. — Bueno, ¿listos para hacer nuestra aparición estelar? — Theo, mucho más relajado y sonriente por verse ya en la calle, se giró hacia ellos. — Yo iré capitaneando, vosotros tres seguidme. Poneos así. — Hizo una pose con el tubo a modo de arma que los otros intentaron imitar. La verdad es que era bastante divertido el cuadro. — ¡Vamos! — Y le siguieron, y ya divisaban a los otros allí, cuando Theo llamó la atención de ellos tarareando una canción que acababa en el grito "CAZAFANTASMAS", que Marcus hubiera coreado de haber sabido que lo había. Hillary y Darren, nada más verles, dieron un grito y un salto en su sitio y se echaron a reír, corriendo hacia ellos. — ME ENCANTAAAAAAAAAA. — Clamó Darren, y Hillary se lanzó a los brazos de Sean. — ¡¡No te creo!! ¡¡Estáis ideales!! — ¿Ah sí? — Preguntó el otro, encantado, aunque ciertamente sorprendido. Alice no había reaccionado tan impactada, obvio, así que Marcus, entre risas, se dirigió hacia ella y dijo. — Se supone que, en un mundo en el que los fantasmas son malos y se cazan, este es su uniforme. — Abrió los brazos. — ¿Cómo estoy? Da igual, no me lo digas, este mono no favorece en nada. — La tomó de una mano y estiró su brazo para mirarla de arriba abajo. — ¿Vas vestida de señora importante y antigua? Eso no vale. Pero estás preciosa. —

 

ALICE

En cuanto visualizó a su novio y los demás abrió los brazos. — ¡MI AMOR! — Pero… muy disfrazados no iban ¿no? Ah, Darren y Hillary sí que parecían encantados. Cosas muggles, claramente. Escuchó a su novio y rio, mientras le pasaba las manos por el pecho, mirándolo de arriba abajo. — A más de un fantasma te habrías querido quitar tú de encima. — Volvió a reír y le guiñó un ojo. — Oye, pues… El mono este… tiene algo. — Se inclinó y le susurró al oído. — O será la percha, claro… — Dio una vuelta sobre sí misma, con una amplia sonrisa. — Pues es que por lo visto los muggles creen que las brujas nos vestimos así. — Alzó la ceja y se llevó las manos al sombrero y se contoneó. — Pero si te gusta, me lo pondré más… —

Y se disponía a tontear un poco más con su novio, pero llegaron, armando el tradicional jaleo, Peter, Poppy y, por algún motivo, Ethan. — AAAAAAAAAAY MARICÓN, ESA LOCA VA A ACABAR CONMIGO. — Poppy le seguía, confusa, y Alice no veía ni dónde habían dejado la escoba, probablemente Peter estuviera escondiéndola en alguna parte, porque tampoco le veía. — Pero si yo no piloto. — LA LOCA DE TU NOVIO, NENITA. QUE MENUDO ES. — Aparte del drama, Alice en lo primero que se fijó fue en… las pintas de Poppy. Llevaba unas ramas verdes que le salían de detrás de la cabeza y le rodeaba una especie de armazón de espuma amarronada, de tal forma que parecía que una patata se la había comido. — Pops… ¿De qué vas? — La chica le miró con los ojos brillantes y muy abiertos. — ¡Ay! Y yo pensando que tú justo lo reconocerías. ¡Voy de mandrágora! — Hillary trató de mantener una sonrisa amable y no reírse mucho. — Claro… Igual los muggles no lo entienden mucho, pero no pasa nada. Y para la cena igual… — Ah, pero si algo no puedo comer o coger me lo da Peter. — Dijo ella risueña. — Cariño, no voy a descontextualizarte esa frase porque, a pesar de lo que hiciste en mi casa, sé que te escandalizarías. — Saltó Ethan. Alice lo miró de arriba abajo. — ¿Pero de qué vas? — Llevaba una especie de toga negra y plateada, pero iba a pecho descubierto, tan solo le cubría un poco una parte de la tela hasta el hombro, y llevaba un arco con corazones rotos negros con purpurina en la punta. — De la Erinia griega del desamor. Un bicho que te perseguía gritándote al oído después de que te dejaran dramáticamente, superagradable, pero así me siento. Así que, en vez de tirar flechitas para enamorar, las tiro para desenamorar, porque estoy harto de que todas seáis felices menos esta desgraciada. — Dijo señalándose a sí mismo. Alice negó con la cabeza y rio un poco. — Eres de lo que no hay… — Ethan se acercó y la abrazó diciendo. — Me alegro por ti, putón. Ahora eres un putón alquímico, lo cual te sube de categoría. — Luego estampó un beso en la mejilla a Marcus. — Y enhorabuena a ti también, señor alquimista, a más rangos, más sexy, aunque vayas de obrero muggle. — Ya iban a quejarse ambos, cuando Darren dijo. — ¡A ver! ¿Estamos todos, equipo? Que vamos a contar el plan. — ¡UN MOMENTO QUE FALTO YO! — Bramó Jackie, apareciendo por detrás, con un vestido que parecía de novia y un maquillaje curradísimo de un esqueleto en la cara. Al ver la admiración de todos, se puso las manos en las caderas y dijo. — Soy la novia cadáver. — Eso hizo reír tremendamente a Sean y Andrew, que señalaron a Theo. — Claaaaro por eso este quiere ir de cazafantasmas, para echarle el guante a esta. — ¿Eh? — Preguntó su prima, confusa. — No si yo no sabía de qué iba a venir ella… — Completó su amigo, rojo como un tomate.

Darren volvió a carraspear. — Así que… continúo. En cuanto llegue Peter vamos a subir a ese edificio de ahí. — Dijo señalando a uno de ladrillo. — Es una antigua estación de metro abandonada del siglo XIX, pero ahora es un restaurante y ponen en las pantallas pelis de miedo clásicas mientras se cena. La cena es temática de Halloween. Después de cenar haremos la actividad de los antiguos pasadizos del metro, que es como de salir de un laberinto según nos van dando indicaciones y pistas, y por último, terminamos en una fiesta en la azotea que es mexicana, del día de Muertos, todo con muchos colores y así muy guay. — Miró a todos. — ¿Dudas? — ¡HOLA! ¡PERDÓN QUE ESTABA COMPLICADO DISTRAER MUGGLES PARA GUARDAR LA ESCOBA! — Y unos muggles se habían dado la vuelta para mirar al bueno y bocazas de Bradley, pero al parecer en Halloween se permitía todo. Especialmente de alguien que iba vestido de araña con un body y leotardos negros y tentáculos como de terciopelo que le salían de las caderas, amén de dos antenitas en la cabeza. Sería un disfraz hasta mono en alguien que no estuviera tan petado como Bradley. — Peter, amor, no lo puedo repetir todo, que te lo cuente tu zorrita. — Dictaminó Darren. — ¡VAAAAMOS! ¡BIENVENIDOS A SHOREDITCH! —

 

MARCUS

Arqueó una ceja. — No es que no lo supiera, pero acabas de demostrarme que me quieres muchísimo. Este mono es espantoso, Alice. — Dijo entre risas. Desde luego, si su novia le veía guapo con eso, es que le miraba con unos ojos profundamente sesgados por el enamoramiento. Más rio con el motivo de su disfraz. — ¿De verdad? Es... elegante. — Y un tanto revelador, no pensaba quejarse de eso. — Pero no lo veo muy práctico para ciertas cosas. — Dio un par de toques con el índice en la punta del gorro. — Esto no te hubiera durado puesto ni dos segundos en el Club de Duelo. — Bromeó. Ladeó la sonrisa. — Me encanta... estás... muy sexy. — Dejó caer. — Hasta el conserje del Ministerio viste más elegante que yo ahora mismo. — Miró a los lados, comprobando que no había nadie. — Y es ridículamente difícil de poner. — Y, por lo tanto, también de quitar, dejó implícito. Nada, nada, aquel atuendo era lo menos erótico del mundo, menos aún en comparación con el de Alice.

Desde luego que, si pretendían ser discretos, no lo iban a lograr con los que acababan de aterrizar por allí, y todavía no había llegado Oly. No es como que pretendiera ser discreto a esas alturas, y se tuvo que reír a carcajadas con el disfraz de la Hufflepuff. — ¿Es que los muggles no comen patatas? Podemos decir que es una patata gigante y daría el pego igualmente. — Dijo entre risas, y entonces Poppy reparó en los disfraces a juego de los chicos. — ¿De qué vais vosotros? — Replicando la ficcioncita aprendida, se hizo con el tubo de plástico y clamó en un fingido tono entusiasmado. — ¡Somos los cazafantasmas! — Poppy dibujó una expresión de exclamación, tras la cual preguntó confusa. — ¿Por qué ibais a querer cazar un fantasma? Pobrecitos. — Marcus bajó los hombros, frunciendo los labios, y señaló con un gesto de evidencia de las dos manos a su amiga, mirando a Theo. Pero el Hufflepuff pasó olímpicamente de él, estaba demasiado contento enseñándole a Darren todos los detalles "superbién conseguiditos", en palabras de su cuñado, que tenía su disfraz.

El drama de Ethan era para verlo. Intercambió una mirada cómplice con Alice. Era de esperarse que tendrían mucho de aquello cuando Aaron se fuera, pero siendo Ethan, tardaría en recuperarse lo que encontrara un entretenimiento nuevo. Se cruzó de brazos, mirándole cómico. — Preferiría no desvelar el secreto mágico esta noche en plena barriada muggle, así que aleja esas flechas de mí, o me veré obligado a usarlo. — Ya está el pecador este amenazando. — Le miró de arriba abajo. — Estás desaprovechado metido en ese saco tan feo. Pero me convierto en fantasma si lo que quieres es cazarme. — Marcus soltó un hondo suspiro. Cuándo aprendería a no darle alas a Ethan. Quejándose mentalmente estaba cuando le tambaleó por el fuerte beso en la mejilla, pero tuvo que reír. — Gracias. Os hacemos una demostración cuando qu... SÍ, YA SÉ CÓMO HA SONADO. No estéis así toda la noche, por Merlín os lo pido. — Recondujo en cuanto las risillas a su alrededor empezaron a asomar.

La aparición de Jackie fue para verla, y le hizo reír a carcajadas. — Es usted una novia muy guapa para estar muerta. — La otra hizo un gestito de la mano, haciéndose la ruborizada, pero si Marcus la conocía de algo le había encantado el piropo. Y ahora Theo le miraba con los ojos entrecerrados. Ah, esto sí que lo has escuchado, pensó con retintín. Escuchó atentamente a Darren... hasta que la entrada triunfal de Peter, cuyas pintas eran para verlas, eclipsó por completo a la de ninguno de los previos. Se inclinó hacia Alice. — Igual no estoy tan disconforme con mi disfraz. — Porque entre Darren que no paraba de hacer bailecitos con el rabo largo que llevaba, las pintas de Peter señalando con la lycra todos los músculos de su cuerpo e... Ethan, casi que prefería ir con aquel mono y la mochila de plástico. Reconectó con lo que había contado Darren y asintió a todo, mirando a Alice con carilla traviesa. Si bien... no sabía hasta qué punto... lo de las películas esas de miedo... Marcus era asustón e impresionable, y las pelis le parecían... realistas. — Yo mientras no salga la de ese pobre hombre tirado en la playa... — Comentó, queriendo dárselas de entendido en cine muggle, alzando las palmas... Quedó fatal. — ¿Náufrago? — Preguntó Darren, confuso. — Esa no es de miedo. — Precisó Hillary, hirientemente monocorde. Marcus parpadeó. Luego miró a Alice. — ¿Insinúan que hay cosas que dan más miedo que eso? — Empezaba a plantearse si había sido buen plan.

Iban a echar a andar, cuando la aparición de alguien que se dirigió a ellos con MUY mala pinta, corriendo y gritando, y haciendo sonidos de vómito, les hizo gritar a todos en grupo. La chica se movía como a espasmos, y parecía querer atacarles, y daba vueltas como loca, y parecía haberse vomitado encima, y llevaba un camisón y... Vale, era Oly. — ¡Por Dios! ¡Qué susto, capulla! — Exclamó Hillary, con la mano en el pecho. Marcus se llevaría también la mano al suyo si no fuera porque el corazón se le había salido por la boca, así que no es como que sirviera de mucho. — Oly, por Dios, qué... ¿¿Por qué vas tan espantosa?? — ¡Porque es Halloweeeeeeeeeeeeeeen! — Abrió los brazos en cruz y dijo, bien contenta. — ¡Soy la hija del exorcizador! — La niña del exorcista, Oly. — Puntualizó quien apareció tras ella, también con un mono, pero escondida tras una careta. Se la levantó. Era Kyla y su enorme cara de hastío. — Prefiero no arriesgarme a que me reconozcan en medio de toda esta locura. — ¡Vamos, Ky! ¡Es superdiver! ¡Estamos en comunidad con los muggles hoy! — La otra suspiró. — Y por querer estar "en comunidad" como dice mi querida novia, me he documentado de los disfraces más aceptados entre los muggles, y me ha salido... esta cosa que, por algún motivo, inmediatamente llamó su atención. — Comentó, casi con tedio, señalando a Oly con una mano, quien cambió el peso de la cadera e hizo la señal de la victoria con los dedos, dando una imagen dantesca de niña contentísima pero con la cara prácticamente putrefacta. — Y... este tipo, que al parecer se dedicaba a matar gente con esta cosa que hace un ruido infernal en una película. — Y, al tirar de una cuerdecita del armatoste de plástico ensangrentado que llevaba, efectivamente, hizo un ruido que provocó que todos se echaran hacia atrás con desconfianza. Bueno, todos menos los nacidos de muggles, que se echaron a reír encantados. — Pues tanto La Matanza de Texas como El Exorcista son dos buenos ejemplos de pelis que podemos encontrarnos en el restaurante. — ¿Que qué? — Preguntó Marcus, y la señaló. — ¿Que ESO sale en pantalla? — Movió el dedo de arriba abajo, barriendo a Kyla. — Dime que al menos no... mataba gente de verdad. — Marcus, las películas no son de verdad, cariño. Confía en mí. — Dijo Hillary, poniendo una mano en su hombro, pero sonaba más burlona que comprensiva. El maldito de Darren, que tenía ganas de fiesta esa noche, puso voz tenebrosa y dijo mirándole. — Algunas. — Y claro, solo tuvo que ver la cara de Marcus para estallar de la risa. — Desde luego, hijas... — Empezó Ethan, mirándolas a ambas con asco. — Que me vais a venir divinamente para recordar por qué soy gay. Vaya asquito de pintas. —

 

ALICE

Le dio una carcajada con la afirmación de su novio y le tomó de las manos. — ¡Ay, que no! Que a mí me gusta, mi vida. — Alzó una ceja ante los comentarios de Marcus y ladeó la sonrisa a lo del sombrero. Sí, en el Club de Duelo estábamos los dos pensando. — Se le puede hacer así… — Dijo echándoselo a la parte de atrás de la cabeza, más inclinado. — Para… tener mejor visión, claro. — Y volvió a ladear la sonrisa cuando le dijo lo de difícil de poner. — Oh, no creo que un alquimista de Piedra que ha sido acusado de saltarse varios rangos, tuviera taaaaaaanto problema… Algo inventaría… — Y dándole la mano, se acercaron a los demás, que luego se perdían y les acusaban de cosas.

Hubo muchas risas y piques con los disfraces de cada uno, y ya iba Alice un pelín tensa pensando en lo de las pelis de miedo, porque estaba viéndose venir el drama, cuando el terror les encontró a ellos. Al principio se agarró al brazo de Marcus cuando vio acercarse a Oly de esa guisa, porque no la reconoció, básicamente, pero más aún de ver a Kyla con la máscara esa… Ay, qué desagradables… desde luego que daban miedo. — Ky… ¿Por qué te dejas eso? — Preguntó ignorando el entusiasmo de Oly por no sé qué del exorcista. Su amiga señaló la máscara. — ¿Esto? Solo es una máscara, Gal. — Ya, pero es siniestra. No me gusta, me da la sensación de que no sé con quién voy. — Enganchada a tu cazafantasmas, sin duda, como un monito. — Se burló Sean. Pues no le gustaba, no señor, y no sabía por qué a sus amigos sí que les gustaba tanto.

Y claro, como ella había predicho, las películas de miedo iban a darles problemas. No importaba cuánto le explicaran a Marcus que aquello no era real, él confiaba en sus sentidos al completo, y sus sentidos le estaban enseñando una imagen realista, así que él la iba a considerar verdad. Y como no le apetecía empezar la noche con sustos irreparables, se adelantó hasta Darren y dijo. — ¿Tú quieres hacer feliz a tu cuñadita y que tu cuñadito disfrute? — Él le hizo cosquillas con el rabo, que no lo dejaba quieto. — Pues claro. — Pues entonces busca un sitio para Marcus donde no se vean las películas y tratemos esto como una cena medianamente normal. — Darren pareció caer y asintió. — Eso está hecho, cuñadita. —

Justo entrando al edificio, y mientras Darren y Hillary gestionaban la reserva, Jackie se acercó hasta ella enganchándose al brazo y dijo. — Enhorabuena, pri. Estamos muy muy orgullosos de ti. — Ella la estrechó contra sí. — Gracias, hermosa novia cadáver. — Soltó el aire por la boca. — Es difícil creerme que ahora soy alquimista, pero ahora sí que puedo disfrutar de todo esto y… sentirme bien por ello. — Pues claro que sí, os lo merecéis más que nadie. — ¿Tu hermano por qué no ha querido venir? — Jackie se encogió de hombros. — Está pelín sobrepasado con la mudanza, el piso nuevo y todo eso. — Alice entornó los ojos con incredulidad. — ¿André Gallia perdiéndose una fiesta nada más llegar a Londres? — Su prima volvió a encogerse de hombros. Demasiadas veces ya. — Si quieres vamos a verle antes de que os vayáis. — Ya veía ella cómo estaba sonando eso, pero no era noche para darle vueltas a cosas a las que no quería dárselas. — De momento, ayúdame a que Marcus no le eche un ojo a todo eso. — Dijo señalando a las pantallas de dentro. Definitivamente, mejor ahorrarse un infarto, y ella no pensaba mirarlas mucho.

Su mesa era circular y molaba un montón, porque tenía unos fantasmitas en medio que actuaban de lámparas. Lo malo era que la comida la tenían que traer personas, y eso enlentecía todo, pero no pasaba nada, porque estaban enfrascados en la conversación, aunque ésta a veces era caótica porque en los sitios muggles había MUCHA gente, casi como en el Gran Comedor o más. — ¡Bueno! Ya vale de recordarnos a nosotros que nos vamos a Irlanda, ¿qué vais a hacer los demás? — Dijo ella señalándoles con una salchicha que estaba envuelta y que imitaba a una momia y le hacía mucha gracia. Peter se estaba comiendo todo a dos carrillos, pero levantó la mano. — Yo tengo la primera convocatoria con los Montrose en dos semanas, nos vamos a Malta, y vienen todos: mis padres, mi hermano, Poppy, mis suegros, he invitado a los vecinos… — Alice se rio y se inclinó hacia su novio. — Bien, bien, cuando todos los O’Donnell-Lacey asedien los estadios no destacaremos tanto. — Yo tengo una prueba para una casa de modas en París en una semana. — Dijo Jackie de golpe. Ella se giró atónita. — ¡QUÉ ME DICES! — ¡JACKIE! ¡Nos vas a hacer los mejores trajes del mundo! Ya nos estoy viendo yéndonos de fiesta más divinas que nadie… — Saltó Hillary. Poppy levantó las manitas de la mandrágora. — ¡Ay, qué guay! ¿Y se va Theo contigo? — Ups, tema delicado, pensó Alice cogiendo un fantasmita de queso y partiéndolo para darle medio a su novio. — Nah, Pops, ya soy mejor en apariciones, de verdad. Iré mucho a verla a París, y diría que ella puede venir, pero mi casa es un pandemonio, yo creo que vamos a estar más a gusto en París. — Contestó el aludido, y Alice sonrió con cariño. Se alegraba tanto por los dos, porque lograran hacerlo funcionar… Le dio la mano discretamente a Marcus. Qué suerte tenía de poder estar junto a él. — AAAAAAAY POR MORGANA Y TODAS LAS GOLFAS MÁGICAS. — Soltó Ethan. — Yo necesito más vino para soportar tanto amor. ¡Garçon! ¡Hermoso! ¡Échate un poquito más por aquí! — Dijo tendiendo la copa a uno de los camareros. Luego pegó un trago a la copa y dijo. — Pues yo me largo también. — Hillary, que estaba a su lado, alzó una ceja. — ¿A dónde? — A Milán. — Ante las caras de sorpresa dijo. — Me han contratado en una firma de modelos mágicos… Y pienso probar suerte con los muggles. Así que ponte las pilas, putón francés. — Dijo señalando a Jackie. — Y no te atontes con Mattie que en nada me vas a tener que vestir. —

 

MARCUS

Le venía bien que Alice se enganchara a él, porque era bastante más valiente... pero claro, si algo a Alice le daba miedo, entonces a Marcus le iba a dar mucha más mala espina, y se iba a retroalimentar, por lo que igual no era tan buena idea. Por suerte, en un momento determinado, Alice se fue con Darren, así que aprovechó para acercarse a Kyla... que sí que daba bastante repelús con aquella máscara. — ¿Huyendo de algo? — Hasta por debajo de la máscara estaba viendo la cara que le estaba poniendo. — Mira que me gustan las alabanzas... pero así, lo siento pero no puedo decirte que estés ni mucho menos favorecida. — Kyla no reaccionó. — Es espantosa. — O'Donnell, ya en muchos años juntos debías haberte dado cuenta de que tus piropos no me condicionan lo más mínimo. — Eso era verdad, se tuvo que reír. Pero, a pesar de las quejas, Kyla suspiró y se quitó la máscara, llevándola en la mano hasta el restaurante. No te harán gracia pero oye, yo he conseguido mi propósito. Por supuesto que no era tan valiente como para decir eso en voz alta.

— ¿Qué tal por el Ministerio? — Esa cara de Kyla sí la vio. Ni siquiera le había mirado, continuaba caminando con expresión de profundo tedio y los ojos entornados. Marcus hizo una mueca. — Mejor dejamos el tema ¿no? — La otra suspiró. — Perdona, estoy... un poco irascible últimamente, sobre todo con eso. Más de lo normal, quiero decir, antes de que me lo digas tú. — No he dicho nada. — Dijo, alzando las palmas. — Mi función hoy se limita a cazar fantasmas malos. — Al menos había hecho reír a su antigua compañera. — Igual yo utilizo esta motosierra para matar a más de uno que me tiene un poquito cansada. — Mientras los conviertas en fantasmas que pueda cazar después, me parece bien. — Rieron ambos. Ella suspiró de nuevo y le dio una palmadita en el brazo. — Enhorabuena, alquimista. Ha llegado a las esferas del Ministerio que un tal O'Donnell se ha pasado el examen de Piedra y que había ciertos nombres en la comisión que le hubieran dado Plata directamente. — ¿Eso dicen? — Preguntó, sin disimular el orgullo. — Gracias. — No dudé de ti ni un segundo, pero me ha gustado ver que los dejaste ciertamente impresionados. — Él sonrió con calidez y le dio un leve empujoncito hombro con hombro. — Llegará tu turno. Te lo aseguro. — Ella le devolvió una mirada agradecida, aunque triste. Las carreras en el Ministerio siempre eran cuesta arriba, pero él confiaba en su amiga como en poca gente. Lo iba a lograr.

Nada más entrar en el restaurante se quedó impactado en la puerta. Kyla frunció el ceño. — He de reconocer que mis estudios no incluyeron ver las películas. Lo vi innecesario... Hice bien. — Comentó un tanto asqueada. Luego le miró. — ¿Estás bien? — ¿Eh? — Respondió, aturdido. Estaba viendo más sangre de la que era capaz de procesar. Recuerda que es mentira, Marcus. — Claro, claro. — Dijo con una risilla visiblemente tensa. Kyla arqueó una ceja y fue a engancharse de su brazo, pero ya vino Alice. La chica sonrió. — Menos mal que te conocemos bien. — Pues sí, menos mal, porque fingir le iba a costar bastante en semejante ambiente. Caminó junto a Alice y entre todos, discretamente (si bien no era tonto y veía que estaba bastante hecho a posta) le colocaron de espaldas a las pantallas. No se pensaba quejar.

Y lo cierto era que la comida olía genial y tenía una pinta muy divertida que le hizo reír. Estaba dejando hablar más a su novia y él metía baza de vez en cuando, muy ocupado en probarlo todo. Sonrió a la anécdota de Peter. Estaba deseando ver a su hermano contar aquello mismo, y por supuesto ir con él, como la familia del chico iba a hacer. Ya lo resaltó su novia, de hecho, haciéndole reír. La noticia de Jackie fue más sorprendente. — ¿En serio? Enhorabuena, lo vas a petar. — Aseguró, convencido. La resolución de Theo la imaginaba por lo que había podido hablar con él. Sonrió. — Oye, pues tus hermanos son bastante simpáticos. — El otro le arqueó una ceja. — Les has conocido dos minutos y te han dado un sustazo y prácticamente no has podido ni abrir la boca porque no dejan ni pensar. — Bueno, pero es que ha sido un primer encuentro breve. Y el susto estaba medio justificado por ser Halloween. — No hablaría con tanta ligereza en otros casos, pero quería mantener a flote su teoría. — Además, sus apuntes muggles me vinieron muy bien para el examen, me inspiraron con lo del musgo. — No era cien por cien cierto, pero sí que le había echado un ojo y sacado ideas de ahí, siendo honestos.

Ethan no iba a tardar mucho en interrumpir, aunque esta vez fue para dar una noticia enorme. Abrió mucho los ojos. — Vaya. Enhorabuena, Ethan. — Modelo. Nunca había contado con ello como una salida profesional, Marcus siempre se iba a la erudición, pero lo cierto era que al chico le pegaba bastante ese mundo. Rieron todos, y Sean apuntó. — Eso, eso, nada de distraer a Theo, que me está ayudando mucho con el estudio. — Y a mí. — Añadió Andrew, y el resto les miraron. — Lo de las bibliotecas muggles es que es un filón para estudiar. — Corroboró Theo, mirándoles y riendo. Hillary estaba poniendo expresión orgullosa a pesar de estar fuera del trío de estudios. — Y como los tres vamos por ramas sanitarias... — ¿Vas a hacerte enfermero, Sean? — Preguntó Poppy, sorprendida y encantada, pero él negó. — Técnico de laboratorio, pero de la rama médica. Estoy aprovechando mis conocimientos en pociones, que había subestimado un poco viendo lo que hay. — Yo siempre te lo he dicho. No te das tu valor. — Comentó Hillary. Mira, en eso estaban de acuerdo, Sean se daba poco valor a sí mismo, y era muy listo. El chico se encogió de hombros y siguió. — Theo y Andrew, entre lo de sanador mental de uno y lo de fisioterapeuta del otro, van y vienen bastante de San Mungo y se codean mucho con el área sanitaria... y me gusta, la verdad. Me siento cómodo allí. He podido ver el laboratorio por dentro y mola un montón. Creo que sería un buen trabajo. Por ahora estoy simplemente formándome, y quedamos para estudiar de vez en cuando. Está bien. — Ya veo de dónde salió la ideíta del disfraz en grupo. — Dijo Marcus, señalándoles, riendo todos con ello. Andrew miró a Alice y le dijo. — Así que ya sabes, futura enfermera. Cuando quieras empezar, aquí tienes un buen grupito de estudio. — Marcus sonrió. Sí que sería un ambiente genial para Alice... Aunque entre lo de Irlanda y la estancia en el extranjero...

— ¡Yo tengo un huerto! — Clamó Oly, bien contenta. Todos aguantaron risillas. — Enhorabuena. — A ver, me explico, que dicho así ha sonado como rarillo. — Precisó. — Sigo investigando honguitos y plantitas y cositas. — Cuidado con lo que te fumas, niña exorcizada. Aunque desde luego que tenemos dónde elegir para curarte, tanto si te envenenas como si te vuelves tarumba. — Dijo Ethan, que volvió a alzar la copa hacia el camarero para que se la rellenara y... vaya miradita se habían echado el uno al otro, hasta Marcus se había dado cuenta. La otra siguió a lo suyo. — Es que me gustan un montón y me relajan, y bueno, ahora mismo no tengo muy muy claro a qué dedicarme, así que... estoy investigando de eso y... ya me vendrá la inspiración. — Oly y sus "venidas", Marcus sabía de eso desde que la conoció. De repente, les plantaron una jarra con un ojo flotando dentro que le hizo poner expresión asqueada. — ¡Oh, por favor, dime que es sangría! — Dijo Hillary, sirviéndose un poco y bebiendo, bajo la mirada de los demás. Paladeó. Luego dijo. — No, solo es granadina con... algo que lleve alcohol. — ¡Uh! ¡Pasa ese ojo! — Se abalanzó Ethan rápidamente. Andrew señaló a Hills. — Yo probé eso en España. Está buenísimo. — Me lo apunto. — Pero también lleva alcohol. — Vaya. — Le había durado poco a Marcus el entusiasmo, pero su declinación provocó bastantes risas. — Oye, que te vas a Irlanda. Mejor que te vayas acostumbrando al alcohol. — Voy a investigar como el buen alquimista que ya oficialmente soy. — YAAAAAAAAA YA YA. — Corearon varios, riéndose, mientras seguían degustando esa cena.

 

ALICE

Bueno, estaban salvando la situación de las películas de terror, pero vaya panorama. Reconoció al tío de la máscara, amén de unas escenas bastante desagradables de una chica casi siendo ahogada en la bañera por uno que parecía que llevaba uniforme de Drumstrang, unas gemelas en un pasillo lleno de sangre y la niña de la que Oly iba disfrazada. Esa última sí le causó curiosidad, aparte del espectáculo grotesco, así que se inclinó hacia Hillary y susurró. — Algún fin de semana igual me puedo venir de Irlanda, voy a Gales y me pones la peli de la niña esa, que he visto varios sacerdotes y una tabla de ouija y parece interesante. — Su amiga rio. — Y me lo dices en voz baja porque sabes que tu amado novio se muere de miedo solo de pensar que veas la peli. — Ella chasqueó la lengua. — No, mujer… Pero ya sabes que es que no entiende bien la tele, no te metas con él. — Quitando eso, era todo bastante sangriento y oscuro, y no veía muchas brujas, a excepción de tres, que tenían un caldero humeante, una casa bastante mágica, escobas y un gato negro, y no parecía desagradable, esa sí que la podrían ver con Marcus.

Escuchó y sonrió a sus amigos. No había abandonado su sueño de ser enfermera para nada, solo tenía que llegar a alquimista de Acero y en algún punto antes esperaba empezar con la enfermería, claro… Pero se le iba a alargar. Y se alegraba por ellos, obviamente, pero se veía tan fuera de aquella dinámica. En momentos como ese entendía al joven abuelo Lawrence cuando decía que la alquimia era solitaria y te aislaba de los demás. Ellos hablaban de bibliotecas, de los que estudiaban libremente, mientras que ellos solo podían hacer lo suyo en un laboratorio, potencialmente peligroso, así que no podía pedirle a un amigo cualquiera que viniera a echarte una mano, por no hablar del componente secreto de todo lo que hacían… ahora se iban a Irlanda, y se iban porque, en el fondo, sabían que aquellos primeros años estar en Irlanda iba a ser estar igual de lejos que encerrados en el taller. Pero esa noche lo que quería era divertirse y quitarse la sensación de adultez temprana a base de descubrir cosas nuevas, y eso pensaba hacer. — Vais a arrepentiros de proponerme el grupito de estudio. Yo no soy Theo, yo llego y os pongo firmes en un momento. — Dijo tirándoles un caramelito a Sean y Andrew.

Desde luego, si uno quería sentirse joven y despreocupado, nada como escuchar a Oly y reírse con los comentarios de sus amigos. Alice hizo un gesto con la mano a su novio para que le diera a probar. — Yo también soy alquimista, te identifico una buena transmutación a distancia. — Dijo dando un traguito. Uy, sí que sabía a granadina, le gustaba. — Menuda excusita tiene ahora el matrimonio O’Donnell. Otras tenemos más cara. ¡Oye, encanto! Un poquito más por aquí. — Llamó de nuevo Ethan al camarero, ante la mirada atónita de Alice. — Yo al menos admito cuando lo estoy haciendo por meterme en la cama de alguien. — Y le guiñó un ojo a su novio, al menos le pondría nervioso. No pudo seguir porque ya estaba el maestro de ceremonias reuniéndoles de nuevo. — ¡A ver, chiquis! ¡Concentración que llega la actividad de los túneles del metro! — Pero entonces ya no hay trenes circulando. — Dijo Sean, claramente para asegurarse. — Noooo, es solo una estación y unas vías que ya no se usan, pero que las han montado de tal forma que sea un laberinto y tenemos que usar nuestras habilidades para llegar al final. Sois todos muy listos, no vamos a tener problemita, y si no hago así… — Darren levantó el tridente al cielo. — …E invoco la inteligencia del demonio. — Tío, si eres un demonio, ¿no será hacia el suelo? — Preguntó Andrew, lo que hizo reír a su cuñado. — ¡Ay, es verdad! Si es que no sé ser malito. — Ella le rodeó los hombros entre risas. — No, desde luego que no. — Y se dirigieron hacia una entrada que, efectivamente, parecía del metro, pero estaba dentro del propio edificio.

En cuanto empezaron a bajar, notó que la estación era muy diferente a lo que ella conocía, y una voz empezó a narrar, desde alguna parte. — ¿Creéis que habéis hecho un viaje en el tiempo? No, aún no nos es posible, pero sí hemos podido recuperar la estación de Wood Lane, cerrada en 1954, e imaginarnos cómo sería la vida en aquellos convulsos años en Londres. — De repente, todo se oscureció y empezaron a sonar sirenas y explosiones. — Los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial cambiaron la percepción del metro como lo conocemos, y muchos tuvieron que recurrir a él para refugiarse. — Mira, ves tú, eso sí que le daba miedo a Alice. Bombas cayendo del cielo, vaya locura. Oía hablar a sus abuelos de la guerra y se le ponían los pelos absolutamente de punta, y solo de imaginarse ese pandemonio de ruidos y miedo, le daban ganas de esconderse y no salir jamás. Terminaron de bajar las escaleras hasta lo que sería una vía, donde había una pantalla. — ¿Ves? Si pasara un tren no podrían poner una pantalla aquí en medio. — Dijo Hillary, tranquilizadora, a Sean. Claramente su amigo creía que iba a morir arrollado. En la pantalla había un señor disfrazado con un uniforme y la cara pintada a la mitad como una calavera. — La gente se vio obligada a surcar los túneles del metro a oscuras cuando los bombardeos bloqueaban las salidas… ¿Seréis capaces vosotros? — Y señaló en dirección al túnel. A ver… a oscuras oscuras no estaba… y todo tenía un aire como… — ¡Es temático de la Segunda Guerra Mundial! ¡Cómo mola! — Exclamó Hillary. Darren les hizo un gesto para ir entrando, mientras saltaba a las vías. — ¡Venga, los Raven delante, resolviendo! — ¡HALA, QUÉ GUAPO! ¿POR QUÉ LAS LUCES SON MORADAS? — Vociferó Peter, entrando con las patitas rebotando a sus lados, sin esperar a nadie. Kyla suspiró y salió detrás de él. — ¿De verdad creíais que habiendo un Gryffindor no iba a ir el primero? — Los demás les siguieron entre risas, y Alice le dio la mano a su novio. — Mira, un acertijo de los que nos gustan. A demostrar que por algo somos alquimistas. —

 

MARCUS

Hubiera protestado por lo de la excusa de los alquimistas para probar el alcohol si su novia no hubiera hecho semejante dejada de evidencia pública, que hizo que la mirara con la mandíbula descolgada y ojos inquisitivos. Al menos el tema se desvió solo, pero vaya ideítas daba su chica a semejante grupo, que no dudaba un segundo en usarlas... aunque el guiñito le hizo sonreír levemente. No, si es que se lo llevaba a su terreno como quería.

Atendió a Darren, y lo de los túneles con acertijos le gustó, y su "invocación de inteligencia" le hizo reír. Pero justo Peter dijo. — ¡Mira, Oly, esa eres tú! — Señalando a uno de los televisores, y Marcus, curioso e inocente, miró... y hubiera preferido no mirar. Apartó la mirada y dio un exagerado escalofrío. A ver si pudiera no tener a Oly demasiado cerca a lo largo de la noche... Siendo Oly, iba a estar difícil, pero bueno. Se acercó a Darren con pasitos de cangrejo. — No es de miedo ¿no? Es decir... las pruebas no están... en teles con películas y eso. — El chico le acarició el hombro. — Tranqui, cuñadito, solo son acertijos. Te va a gustar. — Bueno, confiaría en él. Esperaba que no le estuviera engañando, no tenía ninguna gana de enfrentarse a la viudez prematura de Lex.

Ya solo la voz que sonó por ahí le hizo dar un respingo en su sitio. Alzó las palmas al lado de su novia, antes de que nadie le preguntara, y le confesó a ella. — Estoy bien. Estas cosas me ponen un poco tenso, pero estoy bien. — Se aclaró la garganta y volvió a la pose que le había enseñado Theo con el tubo de plástico. — Soy un cazafantasma. — Lo que quiera que fuera eso, pero por sentirse bajo la seguridad de un título. Al menos nadie estaba pendiente de su posible miedo, sino de la voz en off, que él también se puso a atender. Se aguantó una carcajada para sí mismo con lo de que no eran posibles los viajes en el tiempo. Díselo al Marcus de catorce años, le va a venir bien la información, pensó, y en su pensamiento estaba cuando volvió a sobresaltarse por oscuridad y ruidos. Prometía la noche. Si él pasaba miedo hasta en la fiesta de Halloween de Hogwarts, de verdad, ¿quién le mandaba irse de fiesta a la zona muggle, con lo inexplorado que era eso para él, precisamente en la noche de más miedo del año?

Pero como sus amigos y su novia parecían muy metidos en la historia y confiados de que todo era una inocente recreación, se dejó llevar (un poco). La pregunta del señor con la cara pintada que les hablaba desde la pantalla (y luego decían que todo lo que salía ahí era mentira, pues ese les estaba hablando a ellos) le hizo contestar mentalmente no, pero claramente fue el único. Parpadeó, mirando a Hillary. Mis abuelos tendrían una opinión muy diferente, pensó a lo de que molaba la recreación de la Segunda Guerra Mundial. Suspiró para sí y miró a Alice. Ella parecía contenta, así que... Eso sí, abrió los ojos como platos mirando a Darren. ¿Cómo que ellos delante? Al menos Kyla dijo lo que él estaba pensando. Añadió, irónico. — Y el de los podercitos de listito del diablito también podría ponerse delante. — Darren se limitó a reírse, pero nada de pasar delante. Rodó los ojos, pero atendió a Alice cuando le habló. — ¿Sabes qué es lo que más necesita un alquimista? Concentración. — Miró a su alrededor. — Y este entorno no la favorece mucho... — Entre la oscuridad, las televisiones, las voces de ninguna parte, sus amigos gritando y los sonidos de sirena y bombas, como para concentrarse.

Pero no les quedaría de otra. — ¿ESTO QUE...? — ¡¡NO TOQUES NADA!! — Parapetó Hillary a Peter justo cuando iba a tirar de una palanca. — No podemos tocar si no sabemos qué tenemos que hacer. Hay que ir resolviendo los puzles primero. — Allí pone "apertura". — Dijo Marcus, tranquilo, señalando una runa en la pared. Los demás ni la habían visto. — Es verdad... — ¿Los muggles saben de runas? — Preguntó con asombro Andrew. Theo se encogió de hombros. — Probablemente hayan usado algún traductor de internet. — Y allí está repetido. — Irrumpió Sean, señalando una palanca diferente a la que había querido usar Peter. Hillary, tras pensárselo unos segundos, fue directa y, sin preguntar a nadie, tiró. Se escuchó un sonido de cerrojo abriéndose un tanto mecánico. — Podéis continuar. — Dijo la voz. Marcus, Sean y Hillary sonrieron con satisfacción. Sí que estaba para Ravenclaws aquello.

Había un túnel un tanto largo y laberíntico detrás, pero que les llevó a una sala plagada de cosas. Las puertas se cerraron tras ellos. — Tenéis diez minutos para encontrar la clave que abra la siguiente puerta. — ¿O qué? — Preguntó Marcus inmediatamente. Porque cuando uno daba un límite de tiempo, iba seguido de una consecuencia. Kyla suspiró. — Tranquilo, dudo que nos maten. — Y empezó a investigar. — Esto son... pistas muy desordenadas. — Y lo que hay que meter es una secuencia numérica. — Señaló Poppy un teclado junto a la puerta. Ethan suspiró fuertemente. — ¿Por esto me habéis separado del camarero guapetón? — Miró a Darren. — Sabía que algún día te vengarías. — ¡PRUEBA CON 1234! — Clamó Peter, y allá que iba a poner el dedo, pero Poppy le dio un golpecito en la mano. — ¡Peter! Hay que buscar el correcto. — A ver, pero habrá que ir probando ¿no? Puede ser CUALQUIEEEERA, y tenemos poquísimo tiempo. — Por eso mismo. — Pero Ky dice que no va a pasar nada. — Probablemente empiecen a sonar sirenas como las de antes hasta que nos quedemos sordos. — Especificó la chica, que rebuscaba. — Así que vamos a mirar. — Yo digo. — Aportó Oly. Otra que no estaba haciendo nada, solo dando palos de ciego. — Que puede ser... mmm... Me llega, me llega... 3... 8... — Oly, vamos a buscar. — Recondujo Kyla otra vez. Marcus, concentrado, miraba a todas partes. Pero sobre todo tenía los ojos clavados en un objeto en la habitación. Mientras todos buscan números, se hizo con él.

— ¡¡Aquí hay algo!! — Clamó Darren, dándole la vuelta a un alfil de ajedrez que había sobre un tablero. — ¡Un 2! — Perfecto, tenemos un número. — Señaló Hillary. — Pero nos faltan otros tres, y no sabemos ese en qué posición va. — Todos rebuscaban, pero Marcus, en silencio, le daba vueltas al objeto en sus manos. Parecía... como una mirilla. Se lo llevó al ojo y arqueó las cejas. Todo tenía una especie de filtro verde cuando lo mirabas a través de él. Nunca había visto algo así, pero conocía hechizos parecidos. Tenía que haber algo en alguna pared. — Debería haber cuatro alfiles, no dos. — Señaló Sean. Luego se giró y señaló un marco colgado en la pared que parecía roto. — Y eso debería tener cuatro lados, y solo tiene tres, le falta uno. — Hillary se acercó y, dándole la vuelta, descubrió otro número pintado. — ¡3! ¡Tenemos otro! — Y, ante la clave, la gente empezó como loca a buscar los números faltantes. No tardaron en ser localizados. — ¡Las tijeras! Solo tienen un aspa. ¡El 1! — Solo nos queda un número. — ¡Aquí! ¡Debajo de la mesa! Tiene cinco patas en vez de cuatro. ¡5! — Y aquí está el orden. — Intervino Marcus, antes de que preguntaran. Al apuntar con la mirilla hacia la puerta, vio los dibujos grabados en ella: Un cuadro, unas tijeras, una mesa y un alfil. — La combinación es 3152. — Poppy tecleó, obediente, y el sonido de apertura de la puerta les dio paso a la siguiente sala. — Podéis continuar. — Oly saltó en su sitio y señaló a Kyla. — ¿Ves? Yo sabía que empezaba por 3. —

 

ALICE

Alice había entrado en modo concentración y averiguación, ella enseguida se metía en esos modos. Su novio, eso sí, se metía todavía más deprisa, y en menos de lo que podía darse cuenta, había resuelto lo que ninguno había sospechado, aunque Alice estaba segura de que los muggles no tenían ni idea de lo que habían estado poniendo realmente. — ¡Muy bien, mi amor! ¿Ves? Sabía yo que esto se te iba a dar bien, si no hay quien te supere con los acertijos. — De verdad, es que le encantaba que su novio le pareciera más listo cada día.

El tema con el código numérico era tenso y, si bien ya se imaginaba que no los iban a matar, ella también se preguntaba el qué de tanta premura, mientras Oly intentaba invocar los números a su manera. Lo bueno de ser tantas mentes es que lo resolvieron enseguida, pero lo más gracioso era que… — Oye, no solo has acertado el tres. Cinco, más dos, más uno es ocho. — La chica puso expresión de perrillo callejero con una sonrisa triste. — Ya… Si es que no me creen, Gal, pero a mí me vienen cosas, y no me suelo equivocar. — Nena, si lo que te has metido hoy te hacía aritmántica, habérmelo prestado. — Dijo Ethan pasando por su lado mientras todos entraban a la siguiente sala.

Ahora estaban en una especie de despacho, muy feo y con cosas militares, según le parecía a ella. Una de las voces que no sabían de dónde venían bramó. — NECESITAMOS LA LLAVE DEL TENIENTE CORONEL PARA DESACTIVAR EL LANZAMIENTO DE LOS MISILES. RÁPIDO. — No sabía qué eran misiles, pero no había que lanzarlos y necesitaban una llave para ello. Las otras no habían ido tan mal, y ella también podía activar la capacidad de deducción y, aunque no entendiera bien para qué, encontrar la llave y dársela a los hijos de muggles a ver si ellos sabían parar los misiles esos. Pero no daba con ella ni a la de tres, y los huffies caóticos de su alrededor no paraban de levantar y mover cosas, y se lo desorganizaban todo, así que estaba segura de que estaba mirando dos y tres veces en el mismo sitio, solo que revuelto por sus amigos. — ¡AQUÍ ESTÁ! — Chilló Jackie de repente. — ¿Dónde estaba? — Preguntó Hillary mientras corría a cogerla de manos de su prima. — En el bolsillo interior de la chaqueta. — Había un perchero en una esquina con varias chaquetas colgadas. Efectivamente, en aquel guirigay, varias cosas le habían pasado desapercibidas y aun así, ni se le había ocurrido que pudiera estar en un bolsillo. — Esa es mi modista. — Dijo Theo dándole un beso en la mejilla a Jackie y pasando corriendo hacia la mesa del despacho, donde abrieron una cajita con unos botones y una ranura para la llave. Fue meterla y girarla y todo pareció descansar por fin. Las sirenas pararon, la música tensa también, la luz cambió y la voz dijo. — Muy bien, habéis evitado una catástrofe mayor. — Otra puerta se abrió y aquello parecía el final, aunque no era exactamente la salida. El chico que habían visto antes en la pantalla estaba allí (ya no en la pantalla, allí de verdad).

— Mmmmm vaya vaya, sois el grupo de… Las Tierras Altas, ¿sois escoceses? — Preguntó, mirando un papel. — Fuimos al mismo colegio de Escocia todos. — Aclaró Darren con una sonrisa adorable. A ver, mentira no era, habían hecho bien en inscribirles con ese nombre. — Mmmmm y… ¿os habéis enfrentado a muchos peligros por allí? ¿Venís bien curtidos a Wood Lane? — Ni te imaginarías. — Dijo Kyla subiéndose las gafas. — Ya veo… Pues ya que la señorita es tan valiente, se va a poner conmigo aquí. — ¿Por qué? — Contestó ella un poquito agresiva de más. — Porque hay que formar las parejas para que se enfrenten a la última prueba, y como sois impares y tú me has parecido la más valiente, te vienes aquí conmigo para que te añada a la pareja. — ¿Pero a la pareja de qué? — Insistió Alice, que al final se estaba desconcertando también. — No pretenderéis entrar en el túnel del terror solos ¿no? — Ella abrió mucho los ojos y miró inmediatamente a Marcus. Ya iba a estar huyendo de allí. Vamos, hacía magia delante de muggles si hacía falta y llamaba a Andrómeda, pero Marcus ahí no iba a entrar y ella, a la sazón, tampoco, le parecía absolutamente innecesario. — Ay, perdón, eh, pero es que… No nos dijeron nada de un tunelcillo ni nada… — Se acercó Darren. El chico suspiró y negó. — Pues eso es de no estar enterado, amigo, porque aquí es lo que se hace siempre, el laberinto y el túnel. — Darren se volvió y les miró con cara de disculpa. — ¿Lo sientito? A ver, va a ser una experiencia nueva y seguro que lo pasamos bien. ¿No? — Sean ya estaba negando, recogido en sí mismo, y los demás, si bien contentos tampoco estaban, no parecían especialmente afectados. — Yo creo que es mejor que no entremos, de verdad… — ¡A VER EMPIEZO CON LAS PAREJAS! — Miró el papel. — ¿Cuál es Sean? — Yo no. — Dijo inmediatamente el aludido. — Bien, eso te convierte en Sean. Pues tú vas a ir con… ¡Ah! Poppy, me encanta ese nombre. — La chica fue rebotando con su abultado disfraz hasta el chico. — Ay, Sean, cariño, ya está, lo vamos a pasar bien y todo, te lo prometo. — ¿Vas de patata? — Preguntó el de la atracción. — ¡Voy de…! — De patata, sí. A ver, termina de leernos las parejas, antes de que alguno salga volando. — Intervino Hillary. Sí, como se pusieran tontos y tanto que iban a volar.

 

MARCUS

Pues mira, no había caído en lo del sumatorio de 8, pero es que fiarse de "las cosas que le llegan a Oly" no le había dado muy buenos resultados desde segundo que llevaba (no por voluntad propia, desde luego) inmerso en ellas. Entraron en una sala muy bélica y, antes de poder procesar, la voz le hizo sobresaltarse. — ¿Es necesario hablar gritando? — Preguntó, molesto, lo que hizo a Sean reír por lo bajo. — Qué Horner ha sonado eso... — Tú también te has asustado. — Si no es por el susto, es por la cara que llevas. — Rodó los ojos. Su amigo descubría un numerito en la base de una pieza de ajedrez y ya se estaba viniendo arriba.

Lo que le impresionó fue lo rápido que Jackie encontró la llave en un sitio en el que a él no se le hubiera ocurrido mirar (entre otras cosas porque no estaba buscando como loco, sino que intentaba hallar algún código lógico que le indicara el camino, y claramente la sala no iba con esa intención). Sonrió con orgullo. — La mejor de todo París. — Y le guiñó un ojo, recibiendo acto seguido un golpe con algo hueco y poco doloroso en la cabeza, pero que le hizo sobresaltarse por lo inesperado. — ¡Eh! No soy un fantasma, no me caces. — Pues deja de fantasmear. Hoy el líder del grupo soy yo. — Respondió Theo, bien orgulloso después de haberle dado en la cabeza con el tubo de plástico. Marcus respondió con un gruñido y salió tras él, haciendo que Andrew y Sean rieran entre dientes a sus espaldas.

Hubo un cruce de miradas entre todos con lo de "haber ido al mismo colegio de Escocia", lo cual al menos no era mentira. Muy fino por parte de Darren. Marcus ya estaba esperando que les felicitaran por su desempeño y les dejaron salir... pero no parecía que eso fuera a ser así. Había que ponerse por parejas para algo, y Marcus simplemente miraba extrañado a su alrededor... hasta que el "muy fino" de su cuñado pareció caer en un "detallito" que no les había dicho. Negó. — Yo paso. — Siguió negando con la cabeza, de brazos cruzados. — Me vuelvo y os espero fuera. — No se puede volver a pasar por las salas de puzzles. — Informó el chico. Arqueó una ceja. — Pues sacadme por otro lado. — Solo hay una salida y es esta... — Puso sonrisilla y dijo con una absurda voz tenebrosa. — ¿Es que no os atrevéis? — No. — Respondió, monocorde y con una ceja arqueada. No soy Gryffindor, no vas a tentarme con eso. Pero el otro se encogió de hombros. — Pues es la única forma de salir así que... vosotros sabréis si queréis quedaros aquí. — Hillary soltó una pedorreta que mezclaba "a mí nadie me amenaza" con "menuda tontería". A Marcus ya le estaban empezando a entrar escalofríos por el cuerpo.

Y encima llamó a Sean el primero. Se burlaría si no fuera porque él estaba ya muerto de miedo antes de entrar, y sabía que su amigo no iba a estar mejor. Alzó las manos. — Pero a ver... — Intentando negociar, pero el tipo de la entrada estaba pasando de él. Encima le puso con Poppy, por lo que no iba a ir precisamente con alguien que le defendiera, más bien al revés. — ¿No se pueden elegir las parejas? — Ni le contestaron. Parejas aleatorias, encima. Con Oly, no. Con Oly no, por Dios. Es que se lo estaba viendo venir como ella los números, de hecho la chica ya le miraba con ojillos de ilusión. La quería mucho, de verdad que sí, pero es que no se la quitaba de encima ni con agua caliente, sobre todo en situaciones dantescas como aquella, tenían un tino para que les emparejaran... Y no quería pasar por aquello con ella, de verdad que no.

— Bueno, bueno, un poquito de misterio. — Respondió el otro a Hillary, burlón, arriesgándose a ser el verdadero muerto de aquella locura. — Que vayan pasando los primeros y ya... — Poppy dio un saltito, feliz y fingiendo un temblorcillo de emoción, tirando de la mano de Sean, pero su amigo le estaba mirando con ojos de pánico. Marcus se aclaró la garganta y se acercó al muggle, con afán mediador. — Si al menos... pudieran informarnos de lo que hay ahí dentro. — Un túnel del terror. — Eso es muy genérico. — ¿Es que nunca habéis entrado en un túnel del terror? — Marcus le miró con expresión obvia, y el muggle le devolvió una parecida. No, no se estaban entendiendo, definitivamente, y en una nueva maniobra para ignorarle, abrió un telón y les dijo. — Pasen por aquí... y prepárense para el terror. — Yo no... — ¡Venga, Sean! Va a ser diver, ya verás. — Animó Poppy, tirando de su amigo. Hillary se cruzó de brazos y miró al de la puerta. — Me vas a tener que dar una muy buena indemnización si mi novio no sale vivo de esta, que me ha costado mucho conseguirlo. — Al menos eso desató risillas en el entorno (si bien la mirada de Hillary no era precisamente para invitar a reírse). No las de Marcus, que estaba como Sean o peor. Y encima teniendo que esperar.

— Bueno... Me dicen por el pinganillo... — ¿El qué? — ...Que esta pareja ya ha completado su terrorífica travesía. — Kyla soltó otro sonoro suspiro. La pregunta de Andrew sobre a qué se refería con el dicho pinganillo había quedado en el aire. — Podemos sacar la siguiente pareja. — Y, con una sonrisilla malévola, dijo. — ¿Hillary? — Ah, menos mal, así termino rápido. — Respondió, ácida. El otro soltó una carcajada. — Vas a poder encontrarte con tu amor... Y... ¿Jackie? — ¡¡Yo!! — ¡Vaya! ¿Tú también buscas a tu amor, novia cadáver? Si quieres te espero a la salida... — TIRIRIRI TIRI. — Empezó a canturrear agresivamente Theo, la que Marcus reconoció como la melodía del disfraz de grupo que llevaban. — Ya hemos perdido a un cazafantasma, pero aún funcionamos los que quedamos. — Apuntó. Eso hizo que el de la puerta se cortara un poco, si bien había animado a Hillary y Jackie, ya cogidas del brazo, a reírse entre ellas. — Bueno, yo veo una buena pareja aquí... — La mejor. — Fardó Jackie. — Pueden pasar, señoritas. — Y descorrió el telón, tras lo cual se oyó una puerta abrirse y cerrarse una vez más, y no más ruidos. Marcus soltó aire. No sabía lo que le deparaba allí dentro, pero lo de fuera, desde luego, estaba siendo una tortura.

— Eh. — Les llamó Andrew a Theo y a él. Marcus atendía a duras penas, porque cada vez que escuchaba un grito venir desde el túnel se le ponían los vellos de punta. — En verdad, si nos toca juntos, va a estar guapo. Los cazafantasmas en acción, igual nos dan cosas para cazarlas... — ¡Siguiente pareja! — Interrumpió el de la puerta, y se le puso el corazón en la garganta. Sacó un papelito. — Olympia. — ¡YO! — Marcus tembló. Se lo estaba viendo venir, es que se lo estaba viendo... — Y... Marcus. — Soltó aire por la nariz, cerrando los ojos. Ni tiempo les dio a abrirlos, ya tenía a Oly enganchada a su cuello y casi tirándole al suelo. — ¡¡VAMOS JUNTOS, MARCUSITO!! — El resto de presentes se estaba aguantando la risa, su propia novia y la de Oly incluidas. Las miró con mala cara. Os reís porque no os toca a vosotras. — Bombón, si somos impares, yo puedo ir contigo. — Saltó Ethan en dirección al de la puerta. El otro le miró un tanto incómodo. — Qué va... yo no puedo... Ya se ha ofrecido tu amiga. — Para nada. — Dijo monocorde Kyla. Eso, eso, seguid desviando, con suerte no entro... — Venga, no entretengamos más a nuestros nuevos aventureros. — Mierda, casi cuela. — ¡ADIOSITO! ¡NOS VEMOS FUERA! — Se despidió Oly, contentísima. Marcus ni atinaba a hablar. Eso esperaba, que se vieran fuera.

Cruzaron la cortina y abrieron una tosca y pesada puerta que se cerró inmediatamente tras ellos, insonorizándoles del exterior. Eso le dio tan mala espina que le puso muy mal cuerpo. — Bienvenidos. — Dijo una fúnebre voz que venía de ninguna parte y le hizo saltar en el sitio. Ya no se oyó nada más, solo estaban en lo que parecía una antesala, entre una puerta y otra. Respiró hondo y soltó el aire por la boca, quedándose vacío. El posible y diminuto relax que hubiera ganado salió disparado en cuanto Oly empezó a zarandearle del brazo. — Ayayay, Marcusito, qué susto. — Por favor. — Rogó, mirándola. — Por favor te lo pido, Oly. — Que nooooooooo que verás que no es naaaada, si esto se pasa en un segundito. — He oído a los de antes gritando. — Ay, pero es que Hills es chilloncilla, tú por eso no te fíes. — Sí, Hills, Jackie, Sean y Poppy, de cuya supervivencia no tenía ninguna garantía. De verdad, ¿quién le mandaba a él meterse en eso?

— Entrad… si os atrevéis. — Dijo de nuevo la voz tenebrosa desde el interior de la siguiente puerta, haciéndole otra vez saltar en el sitio. Tragó saliva y Oly tiró de él. — Vamos, que nos toca. — Pues no me atrevo. — Afirmó, clavándose en el sitio con los pies. — Ha dicho “si os atrevéis” ¿no? Claramente esto es para Gryffindors y yo de eso tengo un cero por ciento. — Veeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeenga. — Insistió la otra, tirando de su brazo con tanta fuerza, y él anclándose tanto a la tierra, que se lo iba a desencajar. — Que va a ser diver, hombre, verás que sí. Yo te protejo, venga, que yo no tengo tanto miedito. — Resopló. Mira, se tendría que fiar, no le quedaba de otra.

Entró reticente, y todavía no había cruzado el marco y Oly ya estaba pegando un chillido que le hizo dar un salto hacia fuera. — ¡Marcus! — ¡Que no entro! ¿¿Tú no me ibas a proteger?? — ¡Ha sido la impresión! ¡Vamos! — Le insistió, tirando otra vez de él. Quería llorar, de verdad que sí, no le gustaba NADA aquello. Lo dejó bien claro. — Esto no me gusta… esto no me gusta esto no me gusta esto no me gusta… — Iba murmurando. Acababan de entrar en una sala cuadrada muy oscura, apenas iluminadas por unas tenues luces azuladas, llenas de jirones de tela y sombras extrañas, y se escuchaba algo parecido a gruñidos guturales que venían de todas partes. Oly estaba estrujándole el brazo, y él a su vez la tenía agarrada de la mano, los dos muy juntos y mirando a todas partes. — Vamos, que allí hay una puerAAAAAY AY AY AY AY AY — QUÉ QUÉ QUÉ. — Empezó a gritar, presa del pánico los dos, saltando sin ton ni son como si el suelo fuera lava de repente. Algo se había movido. Joder, algo se había movido en la pared de al lado, pero ahora, del salto, se habían ido al lado contrario de la sala de donde estaba la puerta. — ¿Qué pas…? — RUAAARRRRGGG. — Gritó una cosa, saliendo de un bulto del suelo, haciéndoles saltar y gritar a los dos y dar vueltas como peonzas, hasta que Oly tiró de él (que casi trastabilla y cae de bruces) hacia la puerta. Y si lo llega a saber se queda en la sala anterior.

— No. — Ese pasillo era muy largo y ahí se oían risas muy escalofriantes y cualquier cosa poco halagüeña que pudieras imaginar, pero al girar sobre sí mismo, la puerta se había cerrado. — No no no no no. — Marcus, tenemos que pasar esto corriendo. — Que yo no paso por aquí, Ol… — AY QUÉ SUSTO. AY QUÉ ES ESO. — ¿¿¿EL QUÉ??? — AAAAH. — OLY POR DIOS. — No le había dado tiempo ni a ver nada, ni a nada, porque Oly se le acababa de subir a la espalda como un koala y le estaba gritando en el oído y volviéndole loco. La agarró por inercia, no supo ni cómo, porque de repente, de no sabía dónde, había salido un tipo con un cacharro parecido al que llevaba Kyla que hacía un ruido aún peor, y solo pudo correr y gritar pasillo adelante. —  AY POR DIOS AY POR DIOS AY POR DIOS. — MARCUS QUE NOS MATAAAAA. — NO ME GRITES OLY POR DIOS SACADME DE AQUÍ. — Se sacó él solo, llegando a un quiebro en el pasillo, pero se topó con alguien de bruces que le hizo dar un grito a ambos, dar media vuelta para volver, toparse otra vez con el de la motosierra, seguir gritando y empezar a dar vueltas en círculo con Oly encima, que no dejaba de chillar y de tirarle de los rizos y ponerle las manos en la cara. En qué momento se había metido en semejante infierno.

Acabó tirado en el suelo, con Oly encima cubriéndole. — Tenéis que salir. — Dijo la voz tenebrosa otra vez. Oly se había puesto de pie y estaba dando golpes con el puño al tipo de la motosierra, quien, sorprendido, se intentaba tapar con los brazos y con el arma, demostrando que esta última no era tan letal como parecía. Marcus seguía hecho una roca en el suelo, al menos hasta que Oly le tiró de la mochila de plástico y le empezó a arrastrar. — OLY, OLY. — Clamó. — ¡Ya me pongo de pie! — Afirmó, pero nada, la otra no le soltaba, tuvo que gatear para zafarse. No sabía si le daba más miedo su compañera o los actores puestos ahí.

Terminado el pasillo, con el corazón en la garganta y jadeando, se incorporó casi a rastras del suelo a lo justo para aparecer por otra sala. — ¿¿PERO ESTO CUÁNDO SE TERMINA?? — Imploró con voz aguda. — Mira, Marcus, qué chuli. — Oly como si nada, se acercó a una mesa que tenía dos copas de… ¿sangre? — NO TOQUES ESO. — Le golpeó la mano, porque allá que iba la inconsciente de ella. — Tenéis que beber. — AY, JODER. — Gritó, porque la voz le había vuelto a poner el corazón en la garganta. Miró las copas. Negó. — Me niego. — Va, si seguro que es granadina o algo de eso. — Que no, que no. — Se negaba, tembloroso y de brazos cruzados, mirando a todas partes a la vez. La voz volvió. ¿¿Se podía callar?? — Si no bebéis, no podéis salir. — La otra, tan tranquila, se encogió de hombros y se lo bebió de un trago. — BAGH. Está asquerosito. — Fantástico. Me lo estás vendiendo superbién. — Respondió, ácido, cruzado de brazos. Negó muchas veces seguidas con la cabeza. — No pienso bebérmelo. Bébete tú los dos. — Y allá que iba Oly, dispuesta, cuando la voz interrumpió. — El chico. — Marcus abrió mucho los ojos. — Si no, no salís. — Y una risa siniestra envolvió la habitación, haciendo que le diera un escalofrío. Soltó un gemido lastimero. — De verdad, por qué me hacéis esto. — Tomó la copa. Puff… tenía una pinta horrible. Tragó saliva y, con cara de asco, se lo bebió de un trago. Por poco vomita, la arcada fue real. — ¡Mira! ¡Se ha abierto una puerta! — Sí, seguida de un montón de sonidos de murciélagos. Esperaba que fuera la última.

Oly se adelantó y fue poner un pie y salir corriendo y gritando para atrás. — ¿¿QUÉ?? — Ay, nada, es la costumbre. — OLY POR TODOS LOS DRAGONES. — Le iba a matar, de verdad que sí. — Va, yo te doy la manita. — Casi prefiero ir solo. — Pidió. Qué iba a preferir ir solo, solo prefería salir de allí, ninguna opción le parecía buena. El pasillo ante ellos ahora era rojizo. Pusieron cada uno un pie tentativo adelante. Nada pasaba. Mal augurio. Comenzaron a andar lentamente y, de repente, Oly soltó un alarido, Marcus dio un grito y un bote a su lado y, al volver a caer, una mano le agarró el tobillo. Ahí sí que gritó pero bien. — HOSTIA HOSTIA HOSTIA. — AY AYUDA SOCORRO SOCORRO. — Gritaron él y ella respectivamente mientras corrían con todas sus ganas, en dirección a la salida, pero un tipo corriendo hacia ellos hizo que Oly girara tan bruscamente que se estampó con Marcus, ambos cayeron al suelo, el tipo con aspecto putrefacto más se les acercaba, rodaron sobre sí mismos, huyeron en dirección contraria y llegaron a la sala de las copas otra vez. Y el tipo con ellos. Empezaron a correr en círculo, entre alaridos. — Hay que salir de esta sala. — ESO QUIERO, JODER. — Respondió a la voz, alterado, y en uno de los trastabilleos cayó junto a la puerta del pasillo, tiró de la mano de Oly, consiguió levantarse a duras penas y, tirando de ella y sin dejar de gritar como si les persiguiera el mismísimo diablo, recorrieron el pasillo entero hasta lanzarse a la salida como quien se lanza a una piscina. Cayeron prácticamente a los pies de los otros cuatro. Bien, se alegraba de saber que habían salido todos vivos, aunque su cara en esos momentos debía ser para verla.

— Ay, os habéis caído. — Observó muy agudamente Poppy. Marcus casi mata a todos los presentes con la mirada, pero al menos la pelirroja se les acercaba... entre risas, pero se arrodilló ante ellos. — ¿Estáis bien? Se os ve asustadillos. — ¡¡HA SIDO SUPERDIVER!! — Clamó Oly, levantándose de un salto. Marcus se levantó a duras penas, temblando entero. Hillary y Jackie estaban llorando de la risa entre ellas. Sean estaba con el color de la cara perdido. — Qué mal rato, tío... Qué mal rato... — Ni me hables. — Respondió con un hilo de voz, y luego señaló acusador a las dos que se reían, como si hubiera sido cosa de ellas. — ¿Qué os hace tanta gracia? Esto no es ni sano. — O'Donnell, vaya cara. — Dijo Hillary casi sin poder hablar de lo mucho que se reía, limpiándose las lágrimas. Marcus puso cara ácida. — Se te corre el maquillaje, bruja falsa. — No soy una bruja, soy una vampiresa. — Pues vete con tus amiguitos los murciélagos que están ahí dentro. — No me lo recuerdes. — Se estremeció Sean. Las otras dos seguían muertas de risa. Poppy se encogió de hombros. — A ver, daba sustito, pero yo lo he pasado peor por Sean, que estaba agobiadillo, en verdad era diver. — El concepto de "diver" de un Hufflepuff era sin duda revisable.

Ah, pero aún no había terminado su tortura. — Marcusito. — Dijo Oly, acercándose a él. La miró con profundo hastío, la cabeza ladeada y los ojos entornados, porque bien harto le tenía y, encima, ya se la estaba viendo venir, que se conocían ya desde hacía muchos años. — Tú porque no quieres, y por eso no te insisto. — Menos mal que no insistes, pensó. — Pero ¿tú has visto lo que nos hace el destino? Porque el miedo es un afrodisíaco potentísimo, y mira, nos ha tocado juntos. Es que estas cosas unen un montón. — Mira, Olympia. — Se apartó, haciendo un gesto con la mano. — Estoy de todo menos para tus fiestas, que contento me tienes. — Ay, jolín, yo creo que ha sido una experiencia preciosa. — Pues yo aún no las tengo todas conmigo de no haberme muerto del susto ahí dentro. — No veía la hora de salir de aquella pesadilla, de verdad que no.

 

ALICE

Se estaba viendo venir que la noche acababa en tragedia con Marcus reventando mágicamente hablando delante de los muggles y mandándolos a todos al mismísimo infierno. Y el chico estudiándole la paciencia a Marcus. Esto va a acabar fatal. No quería volver con un Marcus enfadado a casa, ella traía ciertos planes para esa noche, que luego iban a empezar con el traslado y… Nada, el otro encima estaba vacilón.

Hillary y su prima desaparecieron por el túnel, al menos a esas les va a venir bien, pensó. Entre ellas se entendían, estarían bien, aunque se temió tener otro encontronazo a cuenta de los piropos a su prima, suerte que Theo era Theo y lo más que hizo fue… ¿Cantar? Hufflepuffs. Las chicas entraron muy seguras, y se alegraba por ellas, pero si a Marcus le tocara alguien como Darren o… Oly. Maldita fuera su estampa. Dejó un beso en la mano de su novio y trató de animarle, mientras Ethan hacía de las suyas. — No va a pasar nada grave, mi amor. — Miró al del uniforme y dijo. — Si le pasa algo, te mato. Acabamos de aprobar un examen… muy importante. — El chico se encogió de hombros y dijo. — No te faltan opciones, según veo por aquí… — Alice le miró aún peor y se despidió de su novio. — ¡Tranquilo, mi amor! ¡No te desesperes! Enseguida nos vemos al otro lado. — Pero ya le perdió de vista, y volvió a fulminar a los demás con la mirada. — Esto me va a arruinar la noche. — ¡Ay, putón, por favor, deja de llorar! Vas a pillar igual. — Ella se cruzó de brazos. — Porque no te ha escuchado aquel, si no, más morros todavía. — Yo creo que preferiría estar aquí. — Opinó Andrew.

Ethan se estaba acercando peligrosamente al chico, así que, en una maniobra claramente evasiva, se escaqueó un poco hacia el lado, y dijo. —¿Y tú te llamabas? — Como tú quieras, guapo, pero todos me llaman Ethan. — A ver, tú eres Alice ¿no? Pues hala, detrás de tu novio con tu amigo Ethan, que seguro que te ayuda. — Ella resopló mirando a su amigo. Vamos, lo que le faltaba, no le iba a ayudar ni un poco. — EHHHHHH, ¿a qué viene esa cara, putón? ¿Qué preferías? — Prefería no entrar. — ¡Anda, tira…! ¿Dónde vas a estar mejor que con una Erinia? Yo conquisto a todo el mundo, monstruos incluidos… — ¿Acababa de oír a su novio y a Oly gritar a la vez por ahí dentro? De hecho, parecía haber alertado a todo el mundo, no era cosa suya. — Esperad un momento. — Dijo el chico, poniendo el brazo frente a ellos. — ¿QUÉ PASA? — Preguntó ella, y detectó la preocupación en los demás. El chico estaba llevándose la mano a la oreja y Alice miró a Darren como queriendo decir QUÉ. El chico movió la cabeza a ambos lados y dijo. — Hemos tenido que hacer un cambio de personal rapidillo. Vaya tela… — Él te pidió salir… ¿Está bien? — Eso parece, gracias a la otra, con lo poco que le ha gustado... Anda, tirad para dentro, escoceses, vaya la que estáis dando. — No, encima era culpa suya… ¿Y cómo que gracias a la otra? ¿Les había pasado algo? ¿Había peligro real? Y ella sola con Ethan…

A ver, parecía que era un sitio expresamente diseñado para dar miedo, así que podría racionalizarlo. — Nos van a dar algún susto por los lados. — Le dijo a su amigo, que iba con su postura de siempre, como si estuviera paseándose por una pasarela y no por un túnel del terror. Trató de ignorar los movimientos y buscar la puerta. Les dieron el consabido susto en la pared del lado de Ethan, que simplemente resopló. — Ay, por favor… Sed menos obvios. — Alice había aguantado a duras penas, pero había aguantado la compostura. — La puerta, Ethan ¿la ves? — Y así de distraídos les pilló, que de repente salió un bulto del suelo y ambos gritaron y dieron un salto el uno hacia el otro, chocándose aparatosamente. — ¡AY, MARICÓN! ¿PERO QUÉ HACES AHÍ? HIJO DE… — Pero la adrenalina le dio un momento de lucidez. — ¡La puerta! ¡Vamos, vamos! — Jaleó Alice. Habían pasado la primera habitación y ni tan mal.

Las risas le pusieron los pelos de punta y le dio un escalofrío que la sacudió entera. Agarró a Ethan del brazo y tiró de él, y justo de fondo de las risas le pareció oír a Marcus gritar. — Tenemos que salir. — Dijo preocupada. No, es que Marcus se habría puesto de los nervios por allí, tenía que estar muerto de miedo. — Aquí lo único de da miedo de verdad es la pésima elección de la iluminación, que junto con ese desorden de telas ahí atrás, me indica que no han sabido usar a un buen maricón decorador… — Y el discurso de Ethan se vio interrumpido por un sonido estruendoso, que hizo a Alice saltar tan alto que se dio en la cabeza con una de las lámparas del techo, descolgándola entre ella e Ethan y cayendo de culo, desconcertada. — ¡PUTÓN! Que es mentira… — Pero el tío que la llevaba empezó a reírse macabramente en aquel pandemonio. — Entonces tú te ofreces como el primero. — Y, para su gran asombro, Ethan se cruzó de brazos ante el tío y se recolocó la toga. — ¿El primero para qué, hombretón? — Le lanzó un beso y dijo. — Te da más miedo una perra loca como yo que el que da ese cacharro tuyo. — Alice aprovechó para levantarse y salir corriendo hacia la puerta. — ¡ETHAN, VAMOS! — ¡Este cuerpo no corre, nena! ¡En todo caso se corre, y ni con este ni contigo! — Dijo, siguiéndola al mismo paso que el tío del cacharro, como si fueran colegas. ¿Cómo podía estar tan tranquilo y haciendo bromas? De verdad que no daba crédito, si le hubieran hecho jurar que Ethan iba a reaccionar así al miedo, les hubiera llamado locos. Y cuando creía que había huido, logrando encontrar la puerta, Ethan a su lado pegó un estridente chillido que hizo que su corazón amenazara por estallar. — ¡PERO Y ESE QUIÉN ES AHORA! ¡MARICÓN! El susto que me ha metido… — Lo peor es que ni había visto lo que había hecho reaccionar así a su amigo, pero parecía otra persona, a la que había visto de frente, y que ahora Alice simplemente veía alejarse siniestramente. Agarró a Ethan de la toga y tiró de él. — ¡VAMOS VAMOS! Antes de que salgan más. —

Y por fin llegaron a una habitación un poco más iluminada, en la que destacaba una mesa con dos copas. — ¿Qué es eso? — Preguntó tensa. — Tenéis que beber. — Resonó en toda la habitación. — ¿Qué? ¿Por qué? — Preguntó inquisitiva Alice, mirando hacia el techo. A ver, ¿qué clase de miedo era hacerte beber algo? Eso era asqueroso o tenso pero no miedoso. — Aaaaaay ya está. — Ethan avanzó hacia la mesa y bebió con mucho estilo de una de las copas, haciendo un ruido al final y poniendo una sonrisa ladina. — Asqueroso. Te toca. — Yo no bebo algo que no sé que es. — PUES JAMÁS ABANDONARÉIS ESTE LUGAR. — Respondió la voz. — ¿Por qué no? — Preguntó ofendida. — ¡AY, NO LE HAGAS CASO! — Dijo Ethan mirando hacia arriba, mientras se dirigía a ella con la copa. — Que es que ella es así, hijo. Venga, putón, no me seas, bebe y vamos a terminar. — Ella se acercó la copa a la nariz e inmediatamente puso un gesto de asco. — Yo no me bebo esto. — Veeeeeeenga, nena, por Merlín, que es un segundo. Piensa que tu amorcito te está esperando, no como a esta pobre desgraciada de delante. — SI NO BEBÉIS HABRÁ CONSECUENCIAS. — A saber qué consecuencias. Contuvo la respiración y bebió, pero al poco que tragó, la textura fue demasiado para ella y escupió lo que todavía tenía en la boca sobre Ethan, en todo su torso desnudo. Él se limitó a suspirar. — Diré que es la sangre de mis enemigos. — Esta vez la agarró él a ella mientras se limpiaba la boca y la llevó hacia la puerta que acababa de abrirse.

— ¡Ay, no puede ser! — Se quejó lastimeramente al ver otra sala. Definitivamente dudaba que su novio hubiera pasado por todo eso, los habría hechizado a todos antes, ella estaba deseándolo. Pero al menos la sala no parecía… ¿tan mala? Igual eso era lo malo… Y entonces notó cómo la agarraban del tobillo, y ella empezó a hacer aspavientos con el pie para zafarse mientras gritaba. — ¡ETHAN! ¡ETHAN! ¡ME HA AGARRADO, PETRIFÍCALE! ¡ETHAAAAAAAAAAN! — Ese último grito de ayuda había salido desde lo más profundo de su garganta, pero su amigo la había agarrado por los hombros y dijo. — Calla, calla, desgraciada, que son muggles… — ¡ME DA IGUAL! ¡QUE QUIERO HUIR! ¡QUE ME SUELTE! — ¡QUE ME TIRAS, MARI, QUE ME TIRAS! — Y, efectivamente, cayeron los dos, y aquella mano seguía insistiendo en agarrarla, así que se puso a dar patadas como loca. — ¡PARA PARA! ¡ANDA VEN, LOCA, VEN! — Y el chico empezó a tirar de ella por las axilas, arrastrándola en alguna dirección que Alice ya ni percibía. Tanto que llegaron al final y ella seguía pataleando y gritando. — ¡SUÉLTAME! ¡SUÉLTAME! — Y como ella estaba mirando hacia la trasera de la puerta, pudo ver a una mujer vestida de blanco con una cara horrorosa diciendo adiós con la mano. Le dio tanto susto y se impulsó tan fuerte que casi se cae encima de otras personas. Según se giró, reconoció el disfraz blandito de Poppy y se halló. — ¡MARCUS! ¡MI AMOR! — Y corrió a sus brazos, aliviada hasta el extremo de que estuviera bien. — ¡Vaya por Dios! Ahora Marcusito, a Ethan que le den… — El chico se miró las uñas. — Que por otro lado es lo que me va. — Soltó a su novio un momento y se fue para su amigo, abrazándole. — Gracias. En la vida hubiera pensado que me ibas a rescatar de algo así. Eres un crack de los túneles del terror. — El chico rio con sinceridad. — Ay, cariño… más túnel del terror que la casa McKinley... —

 

MARCUS

Aún se estaba recuperando del susto cuando identificó los gritos de dentro. — Es Alice. — Dijo, sin aire y con el dramatismo de quien teme que su amada esté en peligro real. Empezó a dar vueltas por delante de la puerta. — Entra y la rescatas, caballero. — Comentó Jackie, con su sonrisilla ladina, sus brazos cruzados y su peso apoyado en un lado de la cadera, en esa pose tan habitual en ella y tan parecida a la de Hillary, solo que su amiga estaba demasiado ocupada en reírse de él. Realmente se pensó entrar, a pesar del absoluto miedo que había pasado, pero no le dio tiempo, porque Alice salió despedida del túnel, arrastrada por Ethan. — ¡¡ALICE!! — Clamó él también, fundiéndose en un melodramático abrazo como si fueran dos amantes en mitad de una guerra. Ni caso a los suspiros de los demás.

— ¿Estás bien? Qué experiencia tan espantosa E INNECESARIA. — Se encargó de proclamar, aunque realmente si a alguien le echaba la culpa de aquello era a Darren (y de coletazo a Hillary y Theo por hijos de muggles), y no estaba allí. Después de que su novia abrazara a Ethan, él soltó aire por la boca y le puso una mano en el hombro. — Gracias. — Dijo de corazón, a lo que el otro le miró con una ceja arqueada. — Ay, encanto, si lo llego a saber pido que me pongan contigo. — ¿Pido? ¿Se podía elegir? — Preguntó Sean, indignado, si bien algo le decía que Hillary no hubiera cambiado a la pareja asignada por ir con su novio. ¿Qué hubiera sido de Marcus y Alice de caer juntos en ese túnel? Igual estaban todavía hechos un ovillo de miedo en la primera sala.

El siguiente sonido que les llegó de dentro fueron risas. Algún que otro grito, pero sobre todo risas, y apenas segundos después apareció un desternillado Darren dando el sprint final del túnel de la mano de Theo, que intentaba reír, pero estaba bastante pálido. — Oye, era un poquito fuerte el túnel. — Comentó el segundo, a lo que Jackie soltó una fuerte carcajada y se fue hacia él, poniéndole las manos en las mejillas. — Ooooh, ¿mi cazafantasmas ha pasado miedo? Pobrecito. — Marcus la miró con obviedad. — A mí no me has recibido así. — Tú no eres "su" cazafantasma. — Dijo el otro con una sonrisita orgullosa, recibiendo un besito de Jackie en la mejilla a cambio. Marcus rodó los ojos. O sea que en unos el miedo era adorable y en otros era motivo de burla. Ni con el título oficial de alquimista se libraba del escarnio público. Eso sí, tenía alguien con quien ajustar cuentas, alguien que justo iba muerto de risa hacia él. — Cuñadito... — Ni cuñadito ni nada. — Cortó, con el ceño fruncido. El otro siguió riendo. — Uuuuhh veo a mi Lexito por ahí... — ¿Por qué no nos has dicho que había un túnel del terror? ¿Eres consciente de lo peligroso que es meter a... los del colegio escocés...? — Enfatizó, porque decir "magos" ahí no le parecía prudente. — ¿...En un sitio así? Podríamos... haber tenido un "percance". — ¡Ay, no seas así! — Le quitó importancia. — Si no era para tanto. — ¿Discúlpame? — Preguntó Sean. — ¡Un zombie me ha agarrado del tobillo! — Lástima que no fuera un fantasma para que lo hubieras podido cazar. — Ironizó Ethan, y Sean le devolvió una mirada ácida. — Justo lo que no había era fantasmas, de lo demás, de todo. — Bueeeeeno bueeeeno. — Volvió a quitar hierro Darren. — Pero eran actores. Y sin ofender... pero era un poquillo falsillo... — Será para ti, que acostumbras a este tipo de diversiones. — Se sorprendió Marcus, arqueando mucho las cejas. Falsillo, decía. Y él que aún tenía el corazón en la garganta.

— Una cosita. — Puntualizó Poppy, alzando un dedito tímidamente y con un amago de risilla nerviosa. — ¿A Kyla le ha tocado... con mi Peter? — Hubo un instante de silencio, y empezaron a salirse las risas incluso en quienes menos ganas tenían que reír. Theo dijo. — Igual sí que tenemos un fantasma en breves. — Bueno, ya va Corner con ellos, que le cace al vuelo, que para eso es guardián. — La respuesta de Ethan desató la carcajada generalizada, a lo justo para ver a Kyla aparecer a zancadas, totalmente despeinada y con la careta encima de la cabeza, arrastrando a un Peter que se moría de risa por el cuello del disfraz. — ¡¡Prefecta!! ¡Que me has arrancado una pata! — Te la has arrancado tú solo metiéndote por donde estaba el decorado. ¿¿Os lo podéis creer?? — Les soltó, toda indignación, mirándoles mientras todos se aguantaban las risas. — ¡¡QUE HA TIRADO UNA PARED!! — ¡Joer Ky, es que estaba muy mal puesta! — ¡No está para que se le tire un mastodonte encima! — ¡Oye! Yo no estoy gordo, si me paso el día entrenando. ¡Díselo, Pops, que tengo unos abdominales que no veas! — Ay, Peter... — Suspiró la otra, ruborizándose y acercándose a él para desenredarle uno de los jirones de tela que debió llevarse en la caída. Kyla miró muy mal a Darren. — Anda que vaya ideítas, Millestone. — ¡Y dale, jolín! Que no lo sabía. — ¿Y Andrew? — Preguntó Hillary. Miraron a sus lados, Kyla la primera, como un perro espantado. Pero antes de poder reaccionar, el chico llegó trotando y jadeando. — ¡Tíos! Me habéis dejado atrás, capullos. — ¿¿Qué hacías ahí dentro?? — Preguntar de qué estaba hecho el cóctel, no te jode. ¡Que me ha pillado el de la motosierra y no me dejaba ir! — Se zafó de mala manera de la mochila mientras decía. — ¡Y la cosa esta se enreda por todas partes! — ¡Eh! Cuidado con mi artilugio, que me ha costado mucho hacerlo. — Rogó Theo. Por allí apareció un tipo que, bien contento, empezó a clamar. — ¡Habéis sobrevivido al túnel del ter...! — Pero en cuanto vio las expresiones que le devolvían, se detuvo y, con una sonrisa incómoda, les señaló la salida. — Gracias por venir. —

 

ALICE

— Estoy bien, mi amor, solo es que la sangre esa… Qué ascazo. — Dijo limpiándose otra vez los alrededores de la boca, y se abrazó como un koala a él. — Mi vida, mi pobre, lo has tenido que pasar fatal. — Qué va, yo he estado todo el rato con él, Gal, está estupendamente. — Ella respondió con una sonrisa a Oly, pero lo dudaba de veras. Al menos otros se lo estaban pasando de lujo, visto lo visto, porque por ahí salió Darren muerto de risa. Al menos Theo estaba como ellos, y también fue a los brazos de Jackie. Ya iba a decirle que ella le recibía con todo el cariño del mundo, pero su novio tenía cuentas que arreglar. Lo mejor es que a Darren le daba todo igual, si total, él se reía con esas cosas… No iban a hacérselo entender. Asintió a la alusión de que podían haber hecho magia sin querer. — ¡Y tanto! El putón me ha pedido que petrificara al que le agarró el pie, casi tengo que amordazarla, y seguro que cuando no lo hace O’Donnell, no le hace gracia. — Ella le dio en el brazo. — ¿Te quieres callar? No hacía falta exponerme. — Ay, nena, todos sabemos lo que te pone. — ¡Eso no! ¡Lo otro! — Con lo que eran los O’Donnell para el secreto mágico… Si supieran cuántas veces la había liado su padre… — A mí no me ha parecido nada falso cuando me han agarrado el tobillo. — Dijo ella ofendida, cruzada de brazos. Vamos, ahora le iban a decir que todo eran imaginaciones. — Pero que lo hacen sin maldad, cuñi… — ¿Y lo de la sangre? Menudo ascazo… — Mira, es que se acordaba y le daban arcadas.

Pero entonces Poppy llamó la atención sobre Peter, y Alice se miró con Marcus. Ay, por Merlín, Kyla con Peter sueltos por ahí… Efectivamente, la llegada era tal cual como se la había imaginado, y tenía que insistir en lo poco prácticos que eran los disfraces tanto de Poppy como de Peter. Eso sí, tuvo que reprimir una risa con lo de la pared. Si es que ese era Peter, era un peligro si no tenía alguien rebajándole al lado. — Sííí, Peter, eres el más fuerte de la sala, pero hijo, hay que tener un poco más de cabeza. — Le dijo con cariño, a lo que el chico rodeó y levantó a Poppy, con todo el disfraz, lo que la hacía parecer más pequeñita aún dentro. — Mi cabeza es mi zorrita, ¿a que sí, mi amor? Y el golfo de Sean se la ha llevado… — Para ti entera. — Dijo su amigo, aún contrariado, mientras Hillary se le acercaba a hacerle mimitos, aunque partida de risa. — ¡AY MI KY! ¡QUE ESTÁ ENFADADILLA ELLA! Cómo me gusta cuando arruga la carita así... —

Menos mal que aquello se acababa y que el de la pantalla entendió que ya había estado bien. En cuanto dejaron la infame estación de metro, volvieron a la sala donde habían cenado, que ahora estaban recogiendo. — ¡Venga, chicos! No nos enfademos en Halloween. Estamos todos bien, ha sido una experiencia, y ahora queda la fiesta mexicana arriba. ¡Hay de todo! Lotería de muertos, bebidas mexicanas, un limbo… Y música genial. — Se acercó a ellos y les puso cara de perrillo apaleado. — Perdonadme ¿vale? No me enteré bien y no pensé que fuera tan terrible y eso… No arruinemos vuestra celebración de alquimistas y vuestra última fiesta hasta que volváis. — ¡Eh! Cuando volváis, Lex y Donna ya podrán estar aquí, eso va a ser genial. — Dijo Andrew. Alice sonrió con cariño. Si es que por ahí la liaban. Suspiró y miró a su novio. A ver, ella también esperaba salvar un poco la noche. — Venga, vamos a la fiesta, seguro que lo pasamos bien, y nos acordaremos con cariño cuando estemos en Irlanda rodeados de libros, y, conociéndome, plantitas. — Rio un poco y le acarició la mejilla. — Venga, vamos a animarnos, que yo tengo que celebrar aunque sea un poquito que sigues siguiéndome a cada locura que te arrastro. — Dejó un piquito en sus labios. — Y al menos ya hay otros que te arrastran a peores, eso me hace sentir mejor. — Y Darren aprovechó y se rio también.

La fiesta mexicana de la azotea era increíble. Todo era de colores y flores, y Alice abrió los ojos encantada, como una niña pequeña. — ¡Pero cómo mola! — ¡EH, AMIGO! ¿PUEDE PONER ESTO? — Preguntó Peter, en lo que debía considerar español, a un chico que tenía sombreros mexicanos. — Claro, hombre, si están aquí para quien quiera, y me puedes hablar en inglés, que soy de Lancaster. — GRASIES. — Nada, él a lo suyo, ¿pero y lo feliz que iba con el sombrero? Alice estaba encantada, la música era genial, y había un montón de puestos que explicaban el por qué de los colores y las flores o que ofrecían actividades. Pero le llegó un delicioso olor dulzón, así que pensó que nada animaría más a su novio que un buen dulce, y le arrastró siguiendo el olor. Venía de un puesto de unos panes con una forma muy curiosa. — Disculpa… ¿qué es esto? Huele delicioso. — Son panes de muerto. Los hacemos para comérnoslos con los que ya no están. A las doce nos los comemos como si fuera con ellos, les recordamos, hablamos de ellos… — Le contestó una chica, que claramente era mexicana, por el acento. — Creemos que un muerto vive para siempre en la tierra de los recordados, que tiene un poco esta pinta, mientras alguien le recuerde. Así les mantenemos en el lugar más alegre y bonito del universo. — Alice se miró con Marcus con una gran sonrisa. — A mi madre le hubiera ENCANTADO esto. — Cogió su mano y dejó un beso en ella. — Bailemos, bebamos… y, cuando llegue la hora, comamos dulce… Y mi madre vivirá para siempre en ese sitio que suena como el paraíso. —

 

MARCUS

Se ahorró los comentarios a Oly, pero la mirada no. Que había estado con él todo el rato y, en términos textuales, estaba "estupendamente". Para matarla, pero bueno, nada que le sorprendiera de su ex compañera prefecta. Al que sí tuvo que chistarle con fastidio fue a Ethan. Si habitualmente no estaba para esas bromas, en ese momento, menos aún. Al menos no tardaron en indicarles la salida y pudieron abandonar aquel túnel del infierno.

Con sus reticencias, como siempre que iba a algo desconocido (y un barrio muggle en plena fiesta masiva, para él, era un entorno muy desconocido) pero había ido de muy buen grado y humor a celebrar Halloween, así que no quería que el mal rato se lo empañase. No estaba enfadado (igual sí que planeaba alguna manera de vengarse de Darren, pero bueno), aunque sí un poco más sensible a los sustos después de lo ocurrido. Suspiró al discurso de Darren. ¿Qué tenían los Hufflepuffs que le hacían imposible enfadarse con ellos? — Vayamos. — Se dice ¡ÁNDALE! — Le corrigió Peter. Mira, con eso se tuvo que reír a carcajadas, otro que era único. — Vaya pintas tienes con esas siete patas colgantes. — Soy una araña coja, pero me queda mejor el mono que a vosotros. — BUEEEENO BUENO BUENO. — Saltaron los cuatro cazafantasmas casi al unísono. Era cierto que no era el disfraz más favorecedor del mundo, pero Peter con ese atuendo de licra negra estaba para no mirar mucho.

Sonrió a Alice. — Como siempre, toda la razón. — Y dejó un besito en sus labios. — Estoy deseando ver qué vas a hacer con esas plantitas irlandesas... Como verás, lo he dicho susurrando por miedo a activar las alarmas internas de mi abuela y que se plante aquí. — Bromeó, mientras subía con ella de la mano a la azotea. Hillary le dio un par de codazos burlones a Andrew. — Aaaw, míralo qué mono, que se acuerda de su Donna. — El chico se puso la mano en el pecho y confesó. — Hills, he visto la vida pasar ante mis ojos mientras estaba enganchado al tipo de la motosierra en ese túnel del terror. — La carcajada fue generalizada, excepto por Darren, que chistó lastimero. — ¡Ay, jolín! Ya está, ya nunca me lo vais a perdonar. — Pero la verdad era que todos se estaban riendo.

— Nadie me arrastra a cosas peores que tú, Gallia. Pero me gusta así. — Susurró en su oído para no dejar en la nada aquella frase y volver a su tonteo habitual, pero justo acababan de entrar en la azotea, y aquel ambiente sí que le gustó mucho más. Eso sí, le dieron ganas de alejarse de Peter de la vergüenza ajena que le dio su intento de español. — Algún día. — Proclamó, con esa sonrisilla que ya hizo a Kyla y Hillary rodar los ojos, porque se lo estaban viendo venir. — Como el importante alquimista que soy, estaré versado en diversos idiomas, el español entre ellos. Y podré comunicarme a la... — OLE. — Le interrumpió Peter. Le miró con obviedad. — Sabes que España y México son dos países diferentes ¿no? — Pero los dos hablan español. — Resumió el Gryffindor. Afortunadamente, el camarero hablaba inglés, lo cual no disuadió a su amigo en absoluto.

Fue arrastrado por Alice hacia una zona en la que había algo que parecía un pan, pero que olía muy dulce. — Luego dirás que no me arrastras... — Bromeó, si bien nada más llegar dijo, hipnotizado por el olor. — Aunque esto no tiene nada de malo, desde luego. — Atendió a la historia y se conmovió. Sonrió, mirando a Alice. — Estoy de acuerdo... No creo que haya algo que pueda pegar más con tu madre que una cosa así. Le hubiera encantado... Le encantará. — Miró a la chica. — Es un ritual precioso. Gracias por contárnoslo. — Amplió una sonrisa orgullosa. — Nos encantan las historias típicas de los lugares... Soy... — Puso la pose enseñada por Theo. — ¡Un cazahistorias! — La chica rio con una carcajada musical. — ¡Muy bueno! — Miró a Alice con las cejas arqueadas. ¿Has visto eso? Acabo de hacer una broma adaptada a muggles que ha sido bien recibida. A ver... él no era clasista, solo... consciente de sus diferencias. Solo se quería integrar de manera adecuada.

Besó una de las manos de Alice. — ¿Te has fijado en cómo vamos almacenando rituales y tradiciones? Ya tenemos algo nuevo que hacer en la medianoche del treinta y uno de octubre a partir de ahora. Vamos a contárselo a los demás, que seguro que les encanta. — Ya te digo. — Al girarse vio a Sean secándose las lágrimas. — ¡Tío! — ¿Qué pasa? ¿Qué quieres que te diga? ¿Que lloro por lo malo que era tu chiste? — ¡Eh! Mi chiste era buenísimo, la chica se ha reído. — Pero su amigo se había dirigido ya a Alice. — Tu madre estaría orgullosísima... Joder, sois alquimistas. Y os vais a Irlanda, y... — Sean, ¿has bebido? — No, pero ahí están dando margaritas. Y una cosa sin alcohol para quien no quiera que suena así como a aguafría. — ¡Aguasfrescas! — Llegó pregonando Darren, con una bandeja, pero se le cayó la alegría al ver a Sean llorando. — ¡Ay, no! ¿Es que se te ha escapado un fantasmita? — Muy gracioso. — Lo había sido, Marcus estaba muerto de risa. — Es que yo llevo más cazados que él. — Me encanta lo metidos que están en mi juego. Ha sido idea mía. — Escuchó a Theo muy orgulloso diciéndoselo a Jackie. Estaba muy arriba esa noche, pero bueno, le gustaba verle así. — ¿Qué pasa? — Se preocupó Hillary al ver a su novio. Marcus suspiró y contó la historia de los panes... y ahora estaba ella también con la mirada emocionada. — Jo, Alice... Es precioso. — ¡Bueno ya está! ¡Tanta llorera! — Cortó Ethan. — Que en esta tierra tan alegre se honra a los difuntos con risas y comida y alcohol y buenorros. — Eso último no... — Así que. — Siguió el otro, pasando por encima de la puntualización de Kyla. — ¡Nada de llorar! Que doña Gallia y todos nuestros difuntos están muy contentos y nosotros aquí llorando. ¡Me tenéis contenta esta noche, a ver si me mato ya y me rio un poco con los mexicanos! — Por lo pronto, vamos a brindar. — Propuso Jackie, alzando su copa. Todos tomaron una de las bandejas. Marcus se decantó por la sin alcohol. — Por nosotros, por todos nosotros. Todos los que estamos presentes... que esta noche, somos muchos. — Dijo emocionada, mirando a su prima. Al final le hacían llorar a él también. — Y por el futuro. Por nuestros proyectos. ¡Por los grandes profesionales que vamos a ser! — ¡SALUD! — ¡ÁNDALE! — Y casi tiran el brindis por obra de Peter, pero al menos se estaban riendo con ganas.

 

ALICE

Ya estaba de risas con su novio, era tan fácil como hacer chistes sobre las plantitas o la abuela, cosas de esas que solo ellos entendían, se miraban, y simplemente se reían de la tontería, sabiendo que el otro lo haría también. Sería una bobada, pero justo el perder esas bobadas por causas externas durante bastante tiempo, le hacía valorar especialmente esas.

Y encima, estar así les permitía recordar cosas y compartir momentos como aquel hablando de cuánto le gustaría a Janet aquella tradición y fiesta. Le sonrió con cariño y amor y se le acercó al oído. — ¿Siempre sabes qué decir y cómo decirlo? Es un superpoder. — Y sí, estaba de risas con la chica muggle después de otra broma malísima, pero ella ya solo podía pensar en lo perfecto que era, con su sonrisa, sus ojazos, aquellas palabras… Asintió a lo de las tradiciones, pero pegó un saltito cuando Sean habló a su lado. — Tonto, vaya susto. — Yaaaaa si es que estabas mirando a ese y yo, para variar, invisible, pero vamos, que ha sido precioso. — Y ella le dio un golpecito en el hombro, emocionándose también.

Menos mal que ya estaban todos los demás para evitar momentos excesivamente emotivos, y Darren irrumpió por allí con aguafrescas, y su prima propuso un brindis precioso. Al terminar, Alice cogió otra aguafresca y levantó la copa hacia Theo. — ¡Y por Mattie! Que ha metido a tres chavales de… colegio escocés en este embolado. — Y todos rieron. Eso quería ella, que brindaran, que rieran y celebraran de verdad. Y para eso Ethan era único, así que se unió a su proclama. — ¡Eso es! Mi madre estaría encantada, así que a bailar. — Y agarró a Kyla y Hills, cada una de una mano, para empezar a saltar y bailar.

Al poco de estar así, apareció Oly corriendo, entusiasmada. — ¡Chicas chicas! Ahí hay un puesto que te pintan la cara, los chicos se van a pintar el matafantasmas ese, vamos a que os pinten algo. — Cazafantasmas, Oly. — Lo que he dicho. — Y, efectivamente, allí estaban ya los chicos. Se acercó a Marcus, que tenía a una chica (encantada de la vida, por cierto) terminándole el simbolito en la mejilla. — ¡Ay, mi amor! Estás genial. Qué monada. — La chica se había cortado un poco con su llegada (estaba un poquillo de más encima de Marcus) y dijo. — ¿Tú quieres algo? Te puedo hacer algo así de bruja, como un caldero, o te pongo en letras bonitas un hechizo, algo así como ¡abracadabra! — La cara de la maquilladora, cuando siete magos adolescentes la miraron desencajados, debió ser un poema. — O no, eh, que con el caldero o una escobita vamos bien… — ¡Sí! JAJA una escobita y un caldero, ¿verdad, Gal? — Intervino Darren. Alice asintió, aún un poco desconcertada. ¿Por qué tendría esa chica asociada una palabra TAN parecida a la maldición mortal a una bruja? Hillary y Theo trataron de distender el ambiente, pero el golpe de efecto fue Ethan, apareciendo con la flechita dichosa y dándole a Sean en el hombro. — Nada, no ha colado ¿no? — Su amigo le miró confuso mientras terminaban de maquillarle. — ¿El qué? — ¿Sigues enamorado perdidamente de la letrada y no quieres probar las delicias que te ofrezco? — Sigo. — Confirmó Sean. — Pues nada, eso es que mis flechas de Erinia no funcionan, así que solo anunciaré que me voy con el camarero de abajo, que nadie me espere despierta. — ¿Pero cómo vuelves a casa? Si has venido en la escoba de Peter. — Las maquilladoras se rieron y siguieron a lo suyo, a pesar de que todos miraron a Poppy con pánico. — ¿Qué casa, nenita? Este cuerpo pertenece a la naturaleza. A la de ese camarero concretamente. — ¡Ay, a mí también me pasa! — Saltó Oly. — Claro, mi flipada favorita me entiende. ¡Os dejo, clérigas! Seguid jugando al maquillaje y las cositas mágicas, chau. —

Al final habían salvado la noche y el secreto mágico, y aún quedaba un poco para las doce así que, una vez maquillados y antes de cometer algún otro patazo, Alice cogió a Marcus y se lo llevó a bailar. — Así que te gusta el vestido de brujita, eh… — Se movió un poco en sus brazos, contoneándose. — ¿Me lo llevo a Irlanda? Solo si tú te llevas todo esto y haces el numerito de cazarme. — Le guiñó un ojo y se inclinó para besarle. — Nunca voy a cansarme de bailar contigo. Repetiría esto una y otra vez. —

 

MARCUS

Brindaron y rieron, y Alice se llevó a bailar a las chicas, así que, con sonrisillas, Sean, Andrew y él se acercaron a Theo. — Vaya, Mattie, qué triunfo. — Dijo con tonito, a los que los otros dos le corearon con risillas. Theo, con su copa en la mano y la mirada baja, se encogió de hombros con una sonrisilla. — No se pueden dejar pasar ciertas oportunidades. — ¿Seguimos hablando del disfraz? — Preguntó Andrew, haciendo a todos reír. Theo chasqueó la lengua. — Me hacía ilusión... En verdad tengo que agradeceros que hayáis querido hacer esto conmigo... — ¡Venga, Theo! ¿Puedes dejar de ser Hufflepuff un segundo? Ibas muy bien. — Se burló Marcus. Se acercó a él y miró de reojo a Jackie, que bailaba encantada. — El puntito Slytherin entre las Gallia gusta mucho. — Se retiró y se hizo con el tubo de plástico de nuevo. — Y yo estoy dispuesto esta noche a ser el más obediente de los cazafantasmas siguiendo a su líder. — ¡Eso! ¿Cómo era la cancioncilla? — Pidió Andrew, a lo que Theo empezó a tararear, y en segundos estaban los cuatro haciendo el bobo con el tarareo y gritando "¡cazafantasmas!"

Debían estar llamando bastante la atención, porque unas chicas se acercaron a ellos. — ¡Vaya! Si son los cazafantasmas. — ¡Los mismos! — Respondió Theo bien contento, y todos hicieron la posturita apropiada, entre risas. La chica rio también. — Tenemos ahí un puesto de maquillaje. Vosotros no necesitáis mucho, pero puedo poneros el simbolito del grupo en la cara. — ¡Venga! — Theo ni se lo había pensado, así que los otros tres se animaron también. Sean se le acercó entre risas. — Podríamos pedir que nos pinten lo que entienden ellos por fantasma, y así tenemos una idea más nítida de lo que se supone que tenemos que cazar. — El comentario hizo que Marcus se sentara en la silla de la pintacaras muerto de risa. — A ver a ver, ¿dónde te lo pongo? — Aquí. — Y se señaló la mejilla. Una chica por allí rio. — Uy, Stacy, yo creo que te está pidiendo un beso... — ¿Ah sí? — ¿Eh? Mi novia es esa bruja de ahí. — Señaló. Sean le miró con pánico. Las chicas volvieron a reír entre ellas. — Uuuuy, qué mal ha sonado, no se te ve muy contento. — Me refería... Bruja porque va vestida de bruja, no porque haga magia ni nada. — Ni porque sea una bruja ni nada. — Volvió a decir la que reía de fondo. Varias rieron. Se estaba perdiendo. El humor muggle definitivamente no lo controlaba.

— ¿Y si me pintas un fantasma? — Trató de salvar Sean. La que estaba con él rio. — Qué desperdicio de pintura, para eso te pones una sábana. — Marcus miró a Andrew con extrañeza, y vio como el otro, sin hacer ruido, movía los labios en su dirección preguntándole "¿una sábana?" En la comida habían dicho que algo eran "fantasmitas" y era una masa blanca con ojos. ¿Sería una sábana? ¿Por qué iba un fantasma a cubrirse con una sábana? No se le identificaría, sería absurdo. ¿Se suponía que tenían que cazar cosas con sábanas? ¿Y para qué era la mochila, para guardarlas? Theo había dicho que con el tubo los aspiraban. ¿El qué? ¿La sábana o lo de dentro? Aquello no tenía ningún sentido, y le sacó del ensimismamiento la chica pintándole la cara. — Esto... para que los fantasmitas malintencionados sepan que no se pueden acercar a ti... chico con una novia que es una bruja pero solo porque va disfrazada. — Marcus rio incómodamente. ¿Poción idiomática para muggles no había?

El culmen del desconcierto llegó cuando, al acercarse Alice, la chica le ofreció... ¿¿Cómo?? ¿Le había dicho...? ¿¿Estaba amenazando a Alice?? Hubiera saltado pero Theo le puso una mano en la suya. — Es una forma de hablar. — Marcus le miró extrañado. Se lo iba a tener que explicar mejor, porque le había sonado a amenaza de muerte, y con esas cosas no se bromeaba. Entre Theo, Hillary y Darren se pusieron de bromas, y la chica que le había pintado la cara, ante su mirada y la presencia de Alice, se esfumó bien rápido. Mejor, prefería que no tocara a Alice, ya no se fiaba de ella. Solo esperaba que no les hubieran descubierto... Desde luego, si por Poppy fuera, la llevaban clara. Miró a la chica con los ojos muy abiertos, pero afortunadamente las pintacaras solo se rieron. Qué chicas más raras, mejor se iban a otra parte.

Fue junto a Alice y, bailando con ella, se le pasó un poco la confusión. — ¿Te gusta? — Dijo, señalándose el muñequito en la mejilla. — No he llegado a vérmelo... Ya estaba un poco incómodo allí, no me enteraba de nada de lo que hablaban. Jamás imaginé que mantener el secreto mágico fuera TAN complicado. ¡Si solo estamos de fiesta! — No se quería imaginar cómo sería en una situación de crisis. El trabajo de los obliviadores era admirable, desde luego. Se pegó a Alice y la miró con una risita, pero rio por su comentario. — Cazafantasmas, cariño, no cazabrujas. Será que Theo no lo ha repetido veces. — Pero fue decirlo y captó que... igual Alice estaba tirando una indirectita de las suyas. — Oooh... — Musitó, pensativo, y ya sí adoptó su gestito chulesco habitual. — ¿Quieres que te cace? ¿Eso quiere decir que piensas ir huyendo de mí? Eso está muy feo... — Rozó su nariz con la de ella levemente. — Pero sí que me gusta mucho este vestido de... bruja a lo muggle. No sé por qué gozáis de tan mala prensa en este mundo si creen que vestís tan guapas. Será envidia. — Correspondió su beso y sonrió. — Yo tampoco... ¿Recuerdas aquel Halloween de quinto, el primero que organicé? Sí sí, ese en el que yo creé un juego chulísimo y ALGUIEN se puso en el bando contrario y organizó todo un motín infantil sin tener nada en cuenta mis sentimientos. — Bromeó. — Ibas monísima de hada de los dulces... Un disfraz mucho más creíble que este, pero este... no sé... no me preguntes qué es... pero tiene algo... — Vamos, como que con ese escote y lo ceñido del vestido, no sabían todos qué era ese algo. — Es curioso, yo aquel año iba de fantasma, y este de cazafantasma. Las vueltas que da la vida. Podría cazarme a mí mismo. — Ladeó varias veces la cabeza. — Debería haberlo hecho. Definitivamente, el Marcus de dieciocho debería de ir a cazar a ese Marcus de quince para convencerle de que ni muerto deje escapar a esa chica tan dulce. —

 

ALICE

Asintió a lo del secreto mágico. — Sí que es complicado. ¿Has oído lo de aba…? — No terminó la expresión, porque, aunque no fuera exactamente las mismas palabras, a todos se les había puesto la piel de gallina. — ¿Por qué asociarán cosas tan chungas a las brujas? Nosotros aquí callados siempre, sin llamar la atención y ellos pensando que decimos las palabras esas así, sin más, como para escribírnoslas en la cara… — Alzó la ceja y miró sugerente a Marcus. — O igual es que quería quitarse a la competencia de en medio porque le tiene echado el ojo a cierto cazafantasmas… — Le hizo cosquillas en los costados y se rio dejando un piquito sobre sus labios.

Y siguió riéndose viendo cómo a su novio le costaba un pelín pillar sus intenciones, y alzó una ceja asintiendo. — Pero huyo de bromita… Y me dejo cazar… Porque me encanta que me persigas, ¿por qué crees que te echaba esas carreras desde bien pequeños? Solo para que llegaras y me levantaras en brazos. — Asintió a lo de Halloween y se echó a reír al recordarlo. — Circunstancias de la vida, mi amor. — Deslizó los dedos por su pecho y se mordió el labio inferior. — Yo creo que tengo un par de pistas de por qué te gusta este, pero aún tengo el otro, con las zapatillas de pompones y todo, por si quieres… recordar… — Se acercó a su oído. — O quizá hacer cosas que pensaste y no te atreviste a hacer con él puesto… Tu disfraz era más bien fácil, no nos costaría nada recrearlo… — Y ahí estaban, dándose besitos, cada vez más cerca, tonteando como a ellos les gustaba, cuando notó un tirón de su brazo. — ¡PERDÓN, PREFECTO! ¡LAS CHICAS REQUIEREN A TU BRUJITAAAA! — Dijo Hillary entre risas, tirando de ella. — ¡Vuelvo antes de las doce, mi amor! — Dijo mientras seguían tirando de ella. — ¡Dale, dale, Cenicienta, podrá vivir sin ti! — Aportó su prima, que tiró de la otra mano.

La llevaron a otra parte de la azotea donde Kyla, Oly y Poppy estaban en una mesa, con una jarra de margaritas y vasos de chupitos. — ¡Yo no estaba bebiendo! — Pues ahora sí. — Contestó Kyla sentándola. — Ya vale de cuidar de los niños, ahora estamos las niñas. — Pero no quería dejar a Marcus solo, pobrecito, está confusillo entre muggles. — Hillary rio despectivamente mientras le servía un chupito. — Y tú muy cachonda, pero las amigas van antes que los amantes. — No es mi amante, es mi novio. — Vale, señora O’Donnell, bébete esto. — Dijo poniéndole el vasito delante. — ¿Marcusito está solo? ¡Yo voy! Que antes le he defendido divinamente, hemos creado una sinergia muy buena. — Saltó Oly, levantándose de golpe y yendo hacia la pista. — ¡Oly, espera! No sé yo si Marcus piensa justo eso de lo del túnel...— Déjala… Si, en el fondo, Marcus se lo consiente todo, y ella es más feliz pensando que está ayudando a la gente, ya la conoces. — Dijo Kyla con tranquilidad, bebiéndose un chupito también. Ella negó y cogió el vasito también diciendo. — A ver, ¿por qué brindamos? — Poppy levantó el vaso y dijo con una gran sonrisa. — Por esta noche. Por estar juntas, que quién sabe cuándo volveremos a estarlo, por poder tener una noche como las de antes, y contarnos una cosa cada una, en confianza, sabiendo que todas las que nos rodean nos van a entender. Las chicas solas, sin juzgar, solo escuchando y apoyando. — Y todas sonrieron y brindaron antes de empezar aquella improvisada sesión de confesiones.

 

MARCUS

— Calla, calla, ni lo menciones. — Fingió un escalofrío. Qué ideítas tenían los muggles, mira que usar una palabra tan parecida a la peor de las maldiciones imperdonables. Miró a Alice casi con terror ante la sugerencia. — ¡Tuviera que ver! — Bufó. — Anda, anda... Tienes unas cosas... — Y se removió ante las cosquillas, riendo, aunque bufando de nuevo. Las cositas de su novia. Prefería centrarse en las bromas sobre temas que le gustaban más. — Debí imaginar que era por eso. — Bromeó, con una sonrisa, pegándose más a ella. Lo siguiente le hizo reír, pero también ruborizarse. — No sé por quién me tomas, Gallia. Siempre fui un chico tremendamente correcto y ortodoxo, no pensaba nada de eso que estás pensando tú con esa edad. Al fin y al cabo, por aquel entonces, solo nos habíamos dado un besito en el lago y tenido un precioso, puro y romántico encuentro en la playa en San Lorenzo que tampoco fue mucho más allá de los besos. En lo físico; en lo espiritual, llegó hasta la eternidad. — Palabrería marca Marcus, como siempre, para desviar. — Vas a perturbar un bonito e inocente recuerdo infantil. — Palabrería que, dicho fuera de paso, no se creía ni él.

En los besitos y el tonteo estaban perdidos cuando su amada fue arrancada de sus brazos. — ¡Os vais a enterar! Dad gracias por no ser fantasmas, si no, ya estaríais dentro de mi maravillosa mochila. — Sacudió el tubo de plástico. — De alguna manera que aún no he logrado dilucidar, pero estaríais dentro. — Escuchó la risilla entre dientes de Theo a su lado, quien le puso una mano en el hombro. — Casi, prefecto. Vas por buen camino. — Marcus le miró con los ojos entronados y dio un toquecito con el dedo en su copa. — ¿Cuántos margaritas llevas? — Hace tiempo que decidí que las cuentas no se llevaban en materia de felicidad. — Menuda cara tenéis los Hufflepuff. — Ambos rieron.

En lo que los chicos hablaban cerca de él, se separó un poco y simplemente, con una sonrisa, admiró el entorno. Era Londres, al fin y al cabo, un Londres muy diferente al que conocía. Aquello era bonito, y divertido, ciertamente. Confuso, pero porque no estaban acostumbrados. Pero teniendo en su vida a Hillary, Theo y Darren... quizás pudieran hacerlo más a menudo. Hacían cosas peores, al fin y al cabo, y en Nueva York comprobaron que muggles y magos podían convivir sin grandes desperfectos. Llenó el pecho de aire, soltándolo por la nariz, sonriente, meditando. En unos días estarían en Irlanda, la tierra de sus abuelos, su padre y su tía, la que podía haber sido la suya y la de Lex. ¿Estaría con Alice de haber nacido en Irlanda en vez de en Inglaterra? Oh, seguro que sí, no le cabía duda de que...

— ¡¡MARCUSITO!! — Casi lo tira al suelo, y desde luego le cortó la respiración, tanto del susto como del impacto. La chica se bajó de su espalda mientras él, con una mano en el pecho, trataba de recuperar la respiración. — La mochila esa ya me ha dado varias veces en la barriguita. Me duele... — Por qué será. — Dijo, ácido, pero cuando la miró se estaba rascando la tripa con cara de pena. La miró: ese pelo color ceniza verdosa, como si lo hubiera tenido metido en un lago mohoso dos meses, ese maquillaje tan horrendo, las zapatillas de andar por casa y el antiguo y andrajoso camisón, sucio y manchado de lo que parecía vómito... Frunció los labios, aguantándose la risa. La chica subió la mirada y puso expresión de desconcierto. — ¿De qué te ríes? — Se le escapó una carcajada, y abrió los brazos para dirigirse a ella y abrazarla, riendo. — Si me dices que acabas de darte cuenta de que yo tenía razón con lo del amor libre todo este tiempo, me vas a hacer muy feliz. — Él se separó, aún riendo, mirándola con ternura. — Me temo que tengo malas noticias para ti. — La chica chasqueó la lengua. — Jo, nos iría tan bien... — ¿Por qué no dejas de insistir? Sabes que no tienes la menor posibilidad de eso, Oly. Te adoro, pero no en ese sentido. — Le dijo con la calidez con la que se habla a una niña. Ella le puso una sonrisa de lado y ahora, la que parecía hablar con un niño, era Oly. — ¿Y tú? ¿Cuánto tiempo vas a estar esperando a que me comporte como lo haríais Kyla y tú? Ella ya ha tirado la toalla. Y tú sabes que, si fuera superracional y no te saltara encima ni hablara a chilliditos y te propusiera cosas sexys, no sería yo. — Amplió la sonrisa fruncida, mirándola con los ojos brillantes. — Tienes toda la razón. — Ella abrió la boca con una mueca sonriente y asombrada. — ¡Ni en las reuniones de prefectos he oído eso! — Punto uno: no es correcto. Punto dos: tú sabrás por qué. — La chica soltó una carcajada y se enganchó de su brazo. — Anda, vamos a la barra a por unas margaritas, que las dos jarras que había, una se la robó Ethan, y la otra la tienen las chicas. Como en los viejos tiempos, Marcusito: tú y yo percibiendo cosas. — Lo de percibir nunca fue lo mío. — Ella puso la cabeza en su hombro y dijo. — Pero sí lo de hacerme compañía. —

 

ALICE 

Poppy movió el vasito en el aire y puso una sonrisilla pilla, con las mejillas sonrosaditas. — A ver, voy a empezar yo, para que os atreváis. Yooooo voy a admitiiiiiir… — Dio un sorbito del vaso. — Que en estos meses me he dado cuenta de que estaba un poquillo desconectada del mundo. Y no vamos a decir ahora que Peter sea un sabio y sagrado mago, pero sabe más de la vida que yo… Siento que, en muchísimas cosas, casi no he crecido desde que entré en Hogwarts, y ahora ¡pum! De repente mi padre me quiere trabajando con él, y soy una bruja mayor de edad y tengo novio… Y no sé cómo me ha pasado. Así que… quiero salir más, quiero a mi familia, pero me han mantenido en una burbuja que a ellos les convenía, así que… quiero lanzarme y ver más el mundo, preguntar por lo que no me he atrevido a preguntar hasta ahora… Y sé que Peter es ideal para eso, él no tiene miedo a nada. — Alice la miró con cariño y acarició su mano. — Pues claro que sí. Sabes muchas más cosas de las que crees, Poppy, de verdad. — E iniciativa no te falta, y eso es lo más importante. — Aportó Jackie con una sonrisa. — Tú haz caso a las Gallia, de eso saben un rato. — ¡Disculpe, letrada! ¿Está insinuando algo? — Contestó su prima a su amiga. — Déjala, Jackie, que habla la envidia. Ella miraba libros muggle que luego escondía debajo de la cama para según qué cosas. — ¡Oye! — Se quejó su amiga, empujándola.

— Pues ya que Poppy ha contado esto, yo voy por algo parecido. — Dijo Kyla de repente, llenándose el chupito. — A mí no es que me hayan mantenido en una burbuja de conocimiento, pero sí de comportamiento. Me han dicho que hay que ser de una manera, que la fachada que damos a los demás lo es todo, porque es el material que le damos a la gente contra nosotros. — Alice la miró con cariño y un poco de pena. — Y ya sé lo que me vais a decir. Que yo valgo mucho, que mi valía es mi carta de presentación… Pero sed sinceras. ¿Cuántas familias mágicas creéis que toman en serio a la hija de un ministro, lesbiana? — Negó y bebió del vasito. Las chicas se miraron. — No te vamos a mentir. Fácil no está. Pero Ky, tú misma lo has dicho. Sigue demostrando lo que vales. Demuéstralo, y cuando lo hayas conseguido vas y dices “¿os gusta lo que hago? Pues estas son mis condiciones”. — Le dijo a su amiga, tomándole la mano. — Yo he vivido mucho tiempo según lo que decían los demás… Y eso no me evitó según qué desastres. — Negó con la cabeza. — Nada te garantiza que no te vayan a prejuzgar o criticar igualmente. Sigue con tu trabajo, y si alguna vez te ahogas… sal a respirar. Y a quien no le guste, que se fastidie. — Jackie se sirvió otro vasito e hizo lo mismo con Kyla. — Ay, si yo os contara lo mucho que me he rayado con el qué dirán… —

— Y hablando del qué dirán… ahí va mi confesión. Quiero dejar de verme como una impostora. — Saltó Hillary, levantando su vasito. — Siento que los magos no me considerarán una maga de verdad, que estarán pensando “oh, ¿qué hace una bastarda muggle con este pleito? ¿Qué sabrá ella de duendes y Gringotts y demandas entre estados mágicos?” — Se encogió de hombros. — Y siento que mi familia, mi madre, mi abuela, mi tío… Me ven como una extranjera, y así me siento también, porque hay tantas cosas de mí que realmente no entienden, o que ya no me importan del mundo muggle… — Se encogió de hombros. — No sé qué soy. — Pues eres tú. — Contestó Kyla con una sonrisa cálida. — Eso… eres tú, Hills. ¿Por qué hay que ser una cosa o la otra? Estás en medio y el medio no es un mal sitio. No hay tanta gente en medio, claro, pero es una posición privilegiada, si lo miras bien. Puedes conocerlo todo. No como nosotros, que por lo visto los muggles dicen algo que se parece a una maldición mortal y ya estamos llevándonos las manos a la cabeza. O como tu abuela, que no quiere ni que te aparezcas. — Eso es superraven, Ky, pero tiene razón, eres Hillary, eres… tú, con tus cosas de muggle pero siendo una maga ideal que va a ser una superabogada. — Aportó Poppy con dulzura. Alice apoyó la cabeza en el hombro de su amiga. — Nadie se atrevería a decir que tú no eres una gran letrada, Hills, y más grande vas a ser. ¿Qué más te puede dar estar en un lado, en otro o en medio? Eres brillante y ya está. — Y material de sueños eróticos de más de uno. — Dijo Jackie apoyándose en el otro hombro, y haciendo que todas se echaran a reír.

— Pues yo… — Empezó su prima, llevándose un dedo a los labios. — Voy a confesar que tengo miedo. Así, en general. Tengo miedo de que cada paso que doy me lleve a un desastre, a romperme el corazón. — A ver, a ver, Jacqueline, para el carro. — Interrumpió Hillary. — ¿En qué mundo irte a París a trabajar en una casa de modas mágica te va a llevar al desastre? — La chica levantó las manos. — ¿Y si solo soy una modista de pueblo? ¿Y si llego y soy la paleta de la planta? — A ver, objetividades, Jacqueline. — Intervino Kyla, agarrando el vestido de la novia cadáver. — No es este el primer traje tuyo que veo. — La miró con obviedad. — ¿Crees que con este talento nadie te va a considerar paleta? — Bueno, y si lo hicieran, que no lo van a hacer, pero si lo hicieran. — Planteó Poppy. — ¿Qué más da? Aprenderás, lo intentarás otra vez y ya está. — Jackie sonrió y le dio en la nariz a la chica. — Eso debe ser un huffie. Como mi Theo. — ¡Absolutamente, además! — Aseguró Alice. — Y un huffie nunca te rompería el corazón. — Susurró al oído de su prima, para dejar constancia.

— ¡A veeeeeer, la señora O’Donnell! Que se está escaqueando de la confesión. — Exclamó Hillary. Le puso el vasito delante. — Cuando quiera, señora alquimista. — Ella rio y se bebió de un trago el chupito. — Confieso que… estoy fingiendo un poco. — Todas la miraron expectantes. — Finjo que… tengo miedo de estas decisiones. Del examen, de irnos a Irlanda… — Sonrió de medio lado. — Y en realidad no puedo esperar. Sé que… que le digo a todo el mundo que necesito escapar y me dicen que he sufrido mucho y que es comprensible… Pero la verdad es que… no puedo esperar. Por fin tengo lo que quiero: un rango de alquimista, una familia dispuesta a cuidarme y un lugar con todo por descubrir… Y lo mejor de todo, al lado de Marcus. — Se encogió de hombros. — Sé que es… egoísta. Sé que todos piensan que debo pensar en mi padre y en la familia… pero llevo haciéndolo cuatro años. Cuatro años que debería haber estado en Hogwarts, sin preocuparme de nada más y… — Miró a Poppy. — Tú sientes que no has vivido suficiente, y yo que he vivido demasiado… No puedo esperar a vivir como siempre había soñado, y si eso implica alejarme de aquí… simplemente lo haré. — Alargó las manos al centro de la mesa. — Y os adoro y os voy a echar MUCHO de menos. Pero me muero de ganas por hacerlo. — Kyla le sonrió, y miró a las demás. — Y nadie se alegra más que nosotras, Gal. Vuela, que ya es hora. Mucho has tardado para ser un pajarito. —

 

MARCUS

— ¿Quieres emborracharme? — Sí. — Soltó una fuerte carcajada, echándose hacia atrás. Desde luego, con la sinceridad de Oly siempre se podía contar. — Es que te pones muy graciosillo cuando has bebido. Pareces yo. — Marcus se sentó a la barra y respondió entre risas. — Yo creo que a tu nivel no llego. — Pero te salen las otras casas de dentro. — Se sentó a su lado y empezó a hacer gestos a su alrededor con las manos. — Eres como muy azulito muy Ravenclaw pero cuando te emborrachas, te sale la parte Gryffindor de hacer locuras como enfrentarte a un toro... — Espectro. Y lo hice con conocimientos alquímicos. — La parte Slytherin de hacer así. — La chica sacó pecho e hizo lo que parecía una digna caída de ojos. Le hacía mucha gracia. — Y ponerte tope de interesante y que a Gal se le caiga la baba mirándote. — ¡Eh! — Y la parte Hufflepuff de querernos mucho a todos y saludar a todo el mundo y saltar y bailar sin preocuparte de nada. — Puso una sonrisa brillante. — Se te da un poquito de alcohol y te vuelves Marcus multicolores. — Me das más razones para no beber. — Contestó riendo, pero ya tenía un margarita en las manos. Chasqueó la lengua. — Bueno, solo este. — Tampoco parecía que tuviera mucho alcohol.

Oly apoyó el codo en la barra y suspiró, como si estuviera en una ensoñación, con la mirada perdida. Divagando, habitual en ella, dicho fuera de paso. — Os voy a echar un montón de menos... Nos vamos separando poquito a poco... A este paso no va a quedar nadie para enseñarle mi huerto. — Marcus la miró con una sonrisa. — No solo vendré a ver tu huerto, sino que pienso traerte la planta más mágica que vea en Irlanda para que lo plantes en él. — Ay ¿sí? — Asintió. — Además, no conozco Cornualles, ni tu casa. Será un buen plan. — La chica sonrió como una niña ilusionada, entrelazó las manos y estiró los brazos sobre la barra y perdió la mirada otra vez, soñando despierta. — ¿Crees que Ky y yo podremos casarnos algún día? — Le pilló desprevenido aquello. Ella siguió. — Si me casara con ella, no tendría solo un padrino y una madrina. Tendría un montón, porque darle ese título a una sola persona no es justo. — Le miró. — Y tú serías uno de ellos. — Sonrió, conmovido. — Gracias. — Arqueó las cejas. — Me temo que mi madre no consentiría compartir el título de madrina. — Los dos rieron. Qué visión tan bonita: su madre de madrina, y William de... Suspiró.

— Uy, motitas de tristeza así ¡flus! De repente. — Oly ladeó la cabeza. — ¿Es porque tu mente racional te está diciendo que no podremos casarnos nunca? No te preocupes, Marcusito, ya lo sé, pero bueno, haré alguna fiestecita algún día. Ya convenceré a Ky. — No, no es... — Prefería no dar más vuelta sobre la tristeza, así que la miró y sonrió. — Sería injustísimo que no pudierais casaros. Ojalá lo consigáis. Y mi hermano y Darren, sería el más pesado de la boda si lo consiguieran. — ¡Ay, es verdad, no caí! — Dijo ella, botando en su sitio. — Podemos planear una superboda poliamorosa conjunta. Y si Ethan algún día se quiere casar con un Gryffindor, pues estarían todas las casas. ¡Sería un festival de colores! ¡Oh! ¡Aaron era Gryffindor! Qué pena que no funcionara. — Marcus la escuchaba entre risas enternecidas. No había ninguna necesidad de romperle la ilusión comentando todas las lagunas que veía en aquel relato.

— Marcusito. — Vaya, Oly estaba hoy de confesiones. La miró con ternura. — ¿Qué? — Ella hizo una pausa. — Yo te quiero un montón, tú lo sabes ¿no? — Enterneció la mirada aún más. — Pues claro que lo sé... Niña maldita o lo que quiera que sea que eres. — Exorcizada o algo así. Creo que se me ha metido un fantasma de los malos de los muggles dentro, me viene bien ir con alguien que los caza. — ¡A la orden! — Los dos rieron. — ¿Y tú a mí? ¿Me quieres? — La miró sorprendido. — ¡Claro que sí! ¿Cómo no te voy a querer? — Ay, es que veo que te pongo nerviosito, y que las vibras me hacen "fuf, fuf, fuera", y yo lo intento arreglar y creo que solo lo empeoro más. — Se echó a reír y la envolvió en un abrazo, como si fuera una niña. Oly tenía ese efecto en él. — Olympia Lewyn, exprefecta de Hufflepuff... Eres el ser más caótico, incomprensible y pesadísimo del mundo mágico y muggle juntos. — La separó y la miró a los ojos. — Y te adoro precisamente por eso. Muchísimo. No tiene ninguna lógica Ravenclaw, pero oye, algo tienes que nos atraes. Mira Kyla. — Oly empezó a tener... ese brillo en los ojos. — ¡No! Cambio el verbo. Nada de atraer, gustar. ¡No, tampoco! — Da igual, Marcusito, te he entendido. — Le abrazó por la cintura y se apoyó en su pecho. — Gracias. — Frunció el ceño. — ¿Por qué? — Por todas las cosas que me has pasado por alto en Hogwarts. Tengo un índice de incidencias, como dirías tú, altísimo, y tú siempre has mirado para otra parte. ¿Por qué lo haces? — Rodó los ojos y suspiró. — Ni idea... Pero tú me salvaste la vida, no sé si te acuerdas. — Oly chasqueó la lengua como si le quitara importancia. Seguía abrazada a él. — Eso fue ya en el último mes. ¿Qué pasa con los seis años previos? Desde ese trabajo en segundo en el que nos conocimos y que te puse tope de nervioso, y luego vino Peter como BLABLA TU HERMANO LAS ESCOBAS y te puso más nervioso todavía. Y yo dije, qué chico más majo. Es nerviosillo, pero es majo. — Reía y la apretaba más contra sí. La separó. — ¿Y tú? ¿Cómo quieres tanto a un plasta como yo? Porque para ti debo ser algo así como la persona más aguafiestas del mundo. — Ella se encogió de hombros. — Tampoco lo sé. Es verdad que eres muy aguas, pero las aguas en las fiestas, con un poquito de alcohol, hacen ¡MARGARITAS! — Frunció el ceño tanto que se le juntaba con la nariz. — ¿Pero qué? — Y le dio la risa, y entre risas, brindaron y bebieron de la copa.

— ¡Bueno! Me voy con las chicas. — ¿Me dejas aquí tirado? No llevo ni media copa. — Se quejó. Ahora que realmente estaba a gusto con ella. — Marcus, eres demasiado monógamo y temo estar incidiendo en un problema, mejor me voy ya. — ¡¡Oly!! Eres... — Pero nada, entre risillas y saltitos, la otra ya se había ido. Justo llegaba Sean, riéndose y mirándola, y luego le miró a él. — Hola, señor monógamo. ¿Puedo? — El otro suspiró. — Me tiene contento... — Y le hizo un gesto al banco a su lado, para que su amigo se sentara, sin dejar de reír. — ¿Qué tal? ¿Planes para Irlanda? — Había sonado distendido, pero también triste. De hecho, antes de darle opción a responder, añadió. — Menos mal que fuimos juntos a La Provenza... No hay día que no evoque eso. — Le miró a los ojos. — Os vamos a echar mucho de menos. —

 

ALICE

— ¡CHICAAAAAAS! — Llegó Oly, arrasadora, tirándose sobre la espalda de Kyla. — ¡MI AMOR! Vamos a hacer una boda con Marcus y mucha más gente de padrinos ¿sí? — La chica parpadeó y frunció el ceño. — ¿Qué dices ahora, cielo? — ¡Que sí! Que lo he hablado con Marcus, y los dos sois muy raven y muy monogamia, entonces Marcus ha sugerido que hagamos una boda a cuatro como de todas las casas. — ¿A cuatro? — Preguntó Alice abriendo mucho los ojos. — ¡Sí! Así hay una de cada casa y es una celebración multicolor y no heteronormativa. — Todas la miraron confusas y Hillary fue la que expresó los pensamientos de todas. — Marcus O’Donnell. El prefecto. Ha dicho eso. — Oly entornó los ojos y movió la mano en el aire. — Puede que yo planteara la idea, pero fue él el que sugirió que Lex y Darren se unieran a la boda. — ¡Ahhhh! Que te referías a una boda a cuatro con Darren y Lex… — Contestó Alice, empezando a entender un poco de qué iba la charla. Kyla rio. — Oh, sí, mucho más realista sin duda. — Pero al menos se estaba riendo. Oly tenía ese efecto sobre Kyla, la volvía una persona perfectamente feliz en cuestión de segundos.

— ¡Señorita cadáver! Está usted siendo cazada por el mejor cazafantasmas de la historia. — Gritó Theo, agarrando a su prima por la espalda. — ¡HALA! Ya han tenido que aparecer. — Hooooooola, patatitaaaaa. — Aportó Peter, que ahora tenía dos patas menos, porque las llevaba ambas en la mano, haciéndole cosquillas a Poppy. Ah, esa era la suya, si todos iban a tener sus cariñitos, ella iba a tener los suyos. Se escurrió y fue a buscar a su novio. — ¡Vaaaaya vaya! Pero si son el prefecto O’Donnell y Hastings… ¿Qué estarán tramando? — Sean le extendió el brazo y se abrazaron los tres. — Sois idiotas, y yo gilipollas, como dice mi Gal, pero voy a echaros muuuucho de menos. — Le dejó un beso en la frente. — Pero vais a ser muy felices en Irlanda. — Sean, ¿has bebido? — Su amigo rio. — Lo suficiente como para confesaros eso y ponerme cariñoso. — Pues hay una letrada que lo va a agradecer. — El chico se separó y miró a los lados. — ¿Sí? ¿Voy con ella? — Yo iría. — Contestó Alice alzando las manos, a lo que su amigo desapareció inmediatamente.

Por fin podía quedarse con su novio al que, después de dejar un besito en los labios, cogió de la mano y condujo al puesto de los panes de muerto. — ¿Uno para cada uno? — Preguntó la chica del puesto. Alice asintió y señaló a Marcus. — Él podría comerse más, es un cazadulces también. Pero se comerá la mitad del mío. — Y, con una sonrisa, se llevó a su novio a una esquina de la terraza, mirando al Londres iluminado. — No sabría ni decir por qué, pero bendito sea Londres comparado con Nueva York. Incluso en un sitio de fiesta, mirando al vacío… agobia menos que ese lugar. — Acarició a Marcus y le miró con amor. — Sé que el examen ha sido duro y todo… pero, Marcus… — Dejó un beso en su mano. — No puedo esperar a que empecemos nuestra vida en Irlanda. Era nuestro plan, nuestro sueño. Ser alquimistas, viajar a Irlanda, empezar desde las raíces… — Señaló el reloj de pulsera de su novio. — Que sea eso lo que mi madre perciba de nosotros. Que por fin empezamos nuestra vida y a ser felices. — Partió un trozo del pan y lo levantó. — Por ti, mamá. Por todo lo que me enseñaste. Gracias a ti, sé siempre seguir el camino. Gracias a ti, tengo a mi lado a la única persona que quiero a mi lado en cada paso de él. — Se comió el pan e hizo un sonidito de gusto. — Y esto te encantaría. Qué locura de pan. Está buenísimo. — Miró a su novio. — Ya te digo yo que vas a querer implantar esta tradición. — Dijo entre risas, disfrutando de aquella música mexicana, el panecillo, estar de fiesta con su novio y sus amigos… Sí. Estaba preparada para su nueva vida si iba a poder tener eso aunque fuera.

 

MARCUS

Chasqueó la lengua. — Va, Hastings, que me vas a hacer llorar... — Dejó caer más en serio de lo que le gustaría, apartando la mirada y llevándose la copa a los labios. — Si quieres te dejo con la loca endemoniada. — Eso le hizo reír a carcajadas. — ¿Qué te estaba contando? — ¿Tú qué crees? Sus cosas. — Mira, hubiera pagado por ver tu cara cuando te han dicho que tenías que entrar con ella en el túnel. — Mira, ni me lo recuerdes. Prefiero evocar La Provenza. — Se os escuchaba gritar un montón. — Se me subió encima, tío. A mí me iba a dar algo, en serio. — Y allí estaban, su mejor amigo y él muertos de risa, en una noche fantástica, con música divertida y una bebida deliciosa. No se le ocurría una despedida mejor.

— ¿Vendréis en Navidad? — Marcus hizo una mueca, mirando la copa entre sus manos. — No creo... No lo sé. Si venimos, no será muchos días. En teoría vamos a pasar allí las Navidades... — Le miró. — Quizás podáis venir vosotros a visitarnos. — Sean sonrió con ligera tristeza. — Me encantaría. — Se crearon unos instantes de silencio. — Esto es temporal... No nos vamos a perder. Te lo aseguro. — Tenéis también la estancia en el extranjero, como muy tarde el año que viene. — Lo sé... pero ¿qué son un par de años en toda una vida? Volveremos y... estaremos juntos. Todos. — Sean suspiró y miró a su alrededor. — Cada uno va a volar por su cuenta... Lo imaginaba, lo pensé mucho en el último año de colegio. Pero no pensé que fuera a ser tan rápido. — Le miró. — ¿Te has planteado que, si Ethan se va de modelo en los próximos días, puede que esta haya sido la última vez que le veamos? — Hizo un cartel en el aire. — Las últimas palabras que le hemos oído, algo así como: "os dejo, putones, me llevo el alcohol y me voy con ese buenorro". — ¿Últimas? ¿No es eso básicamente todo lo que dice? — Y volvieron a reír. — Hastings... prométeme que me vas a escribir. Y que me pondrás muchas bromas de estas. A ver con quién si no las voy a tener. — Pues con tu pajarito bonito y azulito que va a ir cantando feliz entre las plantitas irlandesas. — Perfecto, veo que sabes a la perfección qué decirme en las cartas. Las esperaré. — Y los dos rieron.

Hablando de su pajarito, por allí aparecía. Tomó su mano cuando pasó el brazo por sus hombros. — Sí que ha bebido. Y me ha jurado que me va a escribir cartas muy cariñosas. — Bromeó, pero su amigo ni atinó a quejarse, porque ante la perspectiva de una Hillary cariñosa, el que salió volando fue él. Rio y miró a Alice. — Desde luego que sabes bien qué decirle, mejor que yo. — Correspondió su beso y fue junto a ella al puesto de los panes. — Uf, cómo huele eso. Si está tan bueno como huele... — Ya se estaba adelantando, nada como la comida para provocarle ese efecto. Estaba con la mirada tan perdida en ellos que Alice tomó la delantera y dijo que solo un pan para los dos. Suspiró, acompañándola. — No me quejo porque lo de compartir es bonito, pero te advierto, Alice Gallia. — Pinchó un poco por arriba de su ombligo con el índice varias veces. — Más te vale ir haciendo este estomaguito de pajarito a las grandes comilonas irlandesas. No te arriendo las ganancias si no puedes ni con un pan entero. — Y él no descartaba ir a por otro, porque estaba delicioso, y con medio le iba a faltar, que hacía ya horas que habían cenado (y con el mal rato del túnel y el poco de alcohol, necesitaba compensar con un poco de comida).

Se situaron en una esquina de la terraza y admiró el paisaje, recibiendo la brisa en la cara con una sonrisa. Llenó el pecho de aire y lo soltó poco a poco por la nariz. — Pues sí... — Reflexionó. Chasqueó la lengua. — Me da pena por los Lacey: ciertamente, estaba muy cómodo en casa de los tíos, y creo que lo hubiéramos disfrutado muchísimo en otras circunstancias... Pero Nueva York... agobia. No es bueno. — Eso le hizo recordar algo, pero se centró en las palabras de Alice. Sonrió. — Yo tampoco. — Y ya era la hora, así que atendió a su discurso, y comió del pan con ella, emocionado. Por supuesto reaccionó en el acto. — Oh, por Merlín, qué bueno. — Nada más hablar se dio cuenta de lo que había dicho, así que movió los ojos hacia los lados. Carraspeó. — Quiero decir... Por... ¿Dios? — Se acercó a Alice y susurró. — ¿Suficientemente disimulado ante los muggles? — Rio con ella.

— Te lo confirmo. — Dijo a lo de la tradición, después de dar un segundo bocado. Antes de acabar con su parte del pan, la alzó y miró al cielo. — Por ti, suegra. ¿Puedo llamarte suegra? Lo tomaré como un sí. — Sabía que tanto a Janet como a Alice le gustaban más el ambiente distendido que el triste, así que habló. — Por todo lo que nos diste, y lo que nos seguirás dando. Esto te encantaría, espero que te esté llegando la música. Te tiene que estar llegando, porque está bastante alta. — Rio, pero ya se estaba notando la emoción en la garganta: sabía disimular hasta cierto punto. Eso le hizo recordar de nuevo lo que había recordado antes. Bajó la vista al pan y se mantuvo unos segundos en silencio. — ¿Sabes? Hablé... con ella. Con tu madre. — Ladeó la cabeza varias veces, escondiendo una risa entre los labios, sin levantar la mirada. — Bueno, ya me entiendes. Fue... el día que discutimos y salí de la casa para que me diera el aire. Me fui al mirador de la Estatua de la Libertad y... — Tragó saliva. — No estaba en mi mejor momento. Pero sí que... sigo pensando una de las cosas que dije. — Alzó la mirada y la clavó en sus ojos. — No la veía a ella por ninguna parte allí. — Volvió a mirar al paisaje. — Aquí, sí. Incluso en esta fiesta, en la que nunca ha estado, la veo. La veo en la música y en los dulces. Incluso en los sustos que he pasado en el túnel, porque se habría reído mucho, y yo me habría ofendido de dicha risa en mi posición de yerno ultrajado. — Bromeó. — La veo en muchos lugares de esta ciudad, y la veo en La Provenza. Y seguro que la veremos en Irlanda... Pero no la veía en Nueva York, precisamente allí, no. — Se encogió de hombros. — Así que... si algún día volvemos, será para ver a la familia que sí está allí: los Lacey. Pero desvinculado de ella. Ella nunca perteneció a ese lugar, sino a este. — La miró y sonrió. — Es un nuevo comienzo, Alice. Ella lo dijo y nosotros lo vamos a cumplir: somos imparables. —

 

THEO

Respiró profundamente para regular la respiración, tumbado boca arriba, con los ojos cerrados y la sensación de estar en el paraíso. Escuchaba la risilla de Jackie a su lado, que era música para sus oídos. Abrió los ojos y fue a preguntarle de qué reía tanto, pero no le hizo falta, porque solo con mirarse a sí mismo le dio por reír también. ― Tengo pintura de la novia cadáver por todas partes. ― Para dar buena cuenta de lo mucho que me gustaba tu sosísimo disfraz. ― ¡Eh! La idea era buenísima. ― Sí sí. ― Siguió ella riendo, y con el índice fue señalando por su cuerpo los diversos lugares manchados de pintura. ― Se nota que me ha gustado… Es… bastante delator. ― Rio con ella, removiéndose a su lado para envolverla con sus brazos. ― Para ser una novia muerta, estabas espectacularmente guapa. ― También me ha parecido que has dado cuenta de ello. ― Theo puso expresión de niño orgulloso. Ella rio más. ― Hoy estás muy venido arriba. Me gusta la versión orgullosa de ti. ― He conseguido, currado durante varios días, y mantenido durante toda la noche, capitanear a tres de los tíos más listos, dos de ellos bastante populares, del colegio. ― ¿Sean es popular? ― Me refería a Andrew. ― ¿¿Andrew es popular?? ― ¡Era el capitán de su equipo de quidditch!... En fin, el equipo de Ravenclaw, pero un equipo al fin y al cabo. ― Jackie soltó una fuerte carcajada. ― Que no te oigan mis primos. ― Bah, no les gusta el quidditch. ― Ella seguía riendo. ― ¡Permíteme que vuelva a mi tema, que me desvías! He creado un disfraz conjunto, ha sido MI idea, y conseguido que tres tipos mucho más listos y, al menos dos, mucho más populares que yo, me sigan el rollo toda la noche, en MI entorno, que YO controlaba y ellos no. ¡Un Hufflepuff liderando a tres Ravenclaw! Espero que hayas disfrutado de la experiencia porque no creo que se repita más. ― Y Jackie se retorcía de la risa a su lado en la cama, con esas carcajadas tan divertidas y estruendosas que le daban felicidad solo con oírlas. Él rio con ella durante un rato. ― Sí, sí, ríete… ― Es que eres muy gracioso… ― Te ríes pero sabes que ha sido una gran hazaña. ― ¡Lo ha sido! ¿No te he felicitado por ello? ― Dijo melosa, y él se ruborizó como un idiota, pero rio embobado con ella. Esa chica le encantaba, cada día más. Le gustó desde el primer día que la vio… pero ahora estaba verdaderamente enamorado, ya podía decirlo con todas las de la ley.

― Tú también estabas muy guapo para llevar un mono tan feo. ― Y dale con el mono feo… ― Pero estás más guapo ahora que no lo llevas puesto. ― La sonrisita feliz y el sonrojo volvieron otra vez. Jackie apoyó un codo en la cama para mirarle. ― ¿Cuáles son las probabilidades de que conozca a mis suegros y a mis cuñados de esta guisa? ― A tus cuñados, más les vale a ellos que pocas. Con la que han dado con que se les deje ir a otro distrito para quedarse a dormir en casa de una persona que, prefiero no pensarlo mucho, ni siquiera conozco, pero “que es un tío superlegal y superguay y su casa mola un montón y vamos a estar bien porque sus padres están en el piso de arriba y tiene un tío poli así que estamos protegidos”… ― Jackie lloraba de la risa. ― …Más les vale no aparecer por aquí hasta mañana, o les echo. ― No serías capaz. ― Es verdad. Por eso es mejor que no aparezcan. ― Rieron de nuevo. ― En cuanto a mis padres, las probabilidades son inexistentes. Se han ido a… otra cosa que prefiero ni saber ni pensar mucho. Pero ríete tú de nuestra fiesta de Halloween. ― ¿Están en una fiesta de Halloween? ― Están en un “evento de su comunidad” que va a “favorecer la conexión entre sus miembros en una noche tan especial” y a “llenarnos de energía para los nuevos proyectos que iniciemos”. Preferiría no tener que ir a rescatarles de ninguna secta, o que sean los protagonistas del nuevo documental sobre crímenes sangrientos, pero no las tengo todas conmigo. ― ¡Por favor! Me duele el estómago de reírme, para. ― Crees que exagero, pero para nada. ― Suena a Gallia total. ― Suena a que el día menos pensado, mientras estudio, me toparé de bruces con los motivos que me llevaron a hacerme amigo ni más ni menos que de Oly el primer día de curso y tendré que plantearme muchas cosas. ― Jackie rio con tanta fuerza que casi se cae de la cama, por lo que él se lanzó para cogerla y ahí se quedaron los dos, un buen rato, muertos de risa.

Volvió a su posición, limpiándose las lágrimas y con la respiración acelerada de nuevo, con lo que le había costado recuperarla. ― Si algún día consigo reunirlos a todos ya no digo aquí, sino en algún lugar estable del planeta, prometo invitarte para que les conozcas. Aun a riesgo de que huyas en dirección contraria. ― Voy a volver a repetir que me suena muy a Gallias y aquí me tienes. ― Comentó Jackie entre risas, apoyándose en su pecho. Y él, como bien le había dicho ella y llevaba toda la noche demostrando, estaba tan arriba que siguió hablando con total naturalidad. ― Y que sepas que a lo que tú llamas mono feo y sosísimo está hasta en museos de cine, es icónico. Igual lo estudias y todo. ― Alzó la palma de la mano libre, la que no abrazaba la espalda de Jackie. ― Pero me dejo vestir por un modelito de cazafantasmas mejorado y diseñado por la mejor modista de París. ― Rio, pero se dio cuenta de que no fue coreado. Aunque seguía con una sonrisa residual en el rostro, Jackie se había quedado callada, con la mirada un tanto perdida, haciendo circulitos en su piel con el dedo. Mira que hablaba poco, para un día que estaba hablador, metía la pata… Aunque, para ser honestos, no sabía con qué había sido.

― Ey. ― Susurró, dejando una caricia en su mejilla. Ella alzó los ojos y él devolvió una sonrisa cálida. ― ¿Pasa algo? Te has quedado muy callada. ― Ella negó con una sonrisa tenue, pero parecía estar buscando las palabras. Dejó que pensara unos instantes y al fin dijo. ― Te cuesta mucho… tener a tu familia reunida. Y ahora yo también voy a estar en otro país. Bueno, siempre he estado en otro país realmente, pero… esto parece… bastante definitivo. Lo de París. ― Ella alzó la mirada. ― ¿Te parece bien? ― Frunció el ceño, extrañado. ― ¿El qué? ― Lo de París. Que trabaje allí. ― Theo parpadeó. ― ¿Estás de broma? Es la oportunidad de tu vida, Jackie. No es que me parezca bien, es que me parece la mejor noticia del mundo. ― Ella bajó la mirada. ― Pero tú estás aquí. Estudiando. Tienes… tu grupo de estudio, y San Mungo es un buen hospital. ― Jackie… ― Theo, llevo medio verano viniendo y aún no he podido coincidir con tus padres y tus hermanos, y mi familia ha sido un auténtico caos. Nos hemos visto eventualmente, casi siempre con gente aquí o allá, y ni siquiera hemos podido tener… una comida tranquila con nuestra familia directa, o un momento solos que no sea clandestino. ― Jackie… ― ¿Y si esto se estropea con el tiempo? No… No quiero que nos hagamos daño, Theo. ― Fue a hablar de nuevo, pero ella siguió, y le dejó bastante callado. ― Te quiero. ― Parpadeó. No es que no se lo hubieran dicho, o demostrado… Es que había sonado tan… de corazón. ― Mucho. Theo, me importas mucho, me gustas mucho. No quiero estropear esto. ― ¿Por trabajar en París? ― Por seguir adelante con eso del “haz tu vida y ya se verá” y perder algo que me importa tanto. ― ¿Te has planteado lo de que yo me vaya a París contigo? ― ¿Y dejar tú tu…? ― ¿Mi qué? ― Ahora fue él quien interrumpió y la dejó procesando, aunque no fue tajante. La miraba con una sonrisa.

Se removió en la cama para sentarse y mirarla de frente. ― ¿Qué voy a dejar aquí exactamente, Jackie? ― Ella pareció no saber responder a algo que parecía muy obvio. ― Pues… Están tus amigos y… tu familia… ― Mis padres llevan toda la vida viajando por el mundo, Jackie. Mis padres no paran quietos un instante, y mis hermanos aún no sé qué rumbo tomarán, quizás ellos se vayan también. ¿Y quieres que te haga un resumen de la situación de mis amigos? ― Soltó una risotada. ― Marcus y Alice se van a Irlanda por tiempo indefinido. Ethan va a empezar a recorrerse el mundo como modelo en unos días. Darren está deseando que Lex salga para hacer lo mismo, irse tras él allá donde le manden con el equipo. Poppy hará lo mismo con Peter, y Andrew, en cuanto sea fisioterapeuta deportivo, se irá con el equipo que lo manden. Y Donna quería ser manager deportiva, estamos en las mismas. Oly vive en Cornualles, igualmente tanto ella como yo tenemos que hacer una aparición aparatosa para vernos, al igual que Hillary desde Gales. Y Kyla está embebida por el Ministerio. Lo siento por Sean, pero me da que es el único que queda. Y creo que teniendo a Hillary, podrá soportar mi ausencia. ― Bromeó. ― Y te digo más. ― La miró a los ojos. ― Somos magos, Jackie. Nos podemos aparecer. ― No puedes estar yendo y viniendo de aduanas todos los días ni apareciéndote, no es bueno para la salud. ― No será todos los días. Nos las apañaremos. Insisto en que llevo toda la vida viajando con mis padres y en condiciones peores. ¡Por favor, tú no sabes lo que es el transporte muggle! ― La miró con intensidad. ― No lo sabes. ― Empezaba a escapársele una risita a la chica, así que siguió por ahí. ― De verdad que ni te lo imaginas. ― Para, bobo. ― Bueno, la había hecho reír de nuevo. Eso era buena señal.

― Jackie… yo no tengo unas fuertes raíces que me aten ni a este sitio ni a ninguno, eso es lo bueno. ― Los ojos de ella se emocionaron. ― Pero… mi contrato de París… si es para largo… Quizás no te guste vivir allí… ― Permíteme que lo dude. ― Theo, hablo en serio. ― Lo sé. ― Se puso serio él también. ― Pero es que no quiero que hables en serio en estos términos. Lo siento, Jackie, pero… yo no soy Noel. ― Vio cómo se le cuajaba la mirada de lágrimas. Con voz de disculpa, dijo. ― Yo no he dicho eso… ― Lo sé. ― Tomó sus manos, para tranquilizarla. ― Pero lo piensas. ― No. ― Sé que no piensas que yo SOY como él, pero TEMES que lo sea. ― La miró a los ojos. ― Que tú triunfes no puede ser para mí una noticia más grande. ― Sonrió. ― Jackie, he elegido una profesión que puedo ejercer en cualquier parte del mundo, porque, por suerte o por desgracia… gente que me necesita va a ver en todas partes. ― Comentó con una risilla. ― Pero tú… Hay pocos sitios mejores que París para que brilles. Una cosa es que decidas personalmente no vivir allí, y otra que no lo hagas por miedo a lo que pueda ocurrir. ― Se mojó los labios. ― Voy a terminar este curso, y a ver qué ocurre. Y luego puedo irme contigo. ― ¿Y qué pasa si te contratan en San Mungo? ¿Lo vas a rechazar por mí? ― ¿Tan grave sería que te dijera que sí? ― Es que me parecería injusto para ti, Theo. ― ¿Entonces lo justo es que tú rechaces lo de París y te vengas a Londres? ― Preguntó con una ceja arqueada. Jackie boqueó. ― Lo haría si tú me lo pidieras. ― ¿Y por qué no me pides tú que yo me vaya a París? ¿Por qué para mí no es justo pero para ti sí? ― Soltó aire por la boca. ― Jackie, solo uno de nosotros dos tiene un contrato de trabajo ahora mismo en la mano, y eres tú. Y tu campo es más concreto que el mío, y París es uno de los mejores sitios para ejercerlo. ― Ladeó una sonrisilla. ― Y yo ya me fui haciendo a la idea del traslado el día que la profesora Hawkins me dijo que iba a casarme con una francesa. ― Jackie rodó los ojos y chistó, pero Theo veía que hacía un esfuerzo por no sonreír. ― No bromees, Theodore, hablo en serio. ― Y yo también, Jacqueline. ― Respondió con tonito gracioso, pero volviendo al tono sereno para continuar. ― Vamos a… ver qué tal va este año. Contigo allí, trabajando, y conmigo aquí, estudiando. No me importa ir a París todas las veces que sean necesarias para verte, lo digo totalmente en serio. Y tú tienes aquí a tu hermano, y a tu tío William y tu tía Violet, y a Marcus, Alice y Dylan cuando estén por aquí, sé que querrás venir. Sobre todo con las buenas migas que has hecho con mi grupo. ― Jackie soltó una risita, pero suspiró. ― Si te contratan en San Mungo… ― Si eso ocurre, ya veremos cómo lo hacemos. ― Se encogió de hombros. ― Valoraré la opción del traslado. Si el primer año no puedo hacerla, la haré el segundo, pero la haré. ― Dejó una caricia en su mejilla. ― Veamos qué dice el tiempo. ―

Tras una leve sonrisa un tanto más conformada, ella se recostó de nuevo en su pecho y él se dejó resbalar por la cama, para tumbarse a su lado. ― Ten… paciencia conmigo, porfa. ― La miró extrañado. ― No estoy acostumbrada a esto. Han sido… muchos años de una cosa totalmente distinta. ― Sonrió con tristeza. Maldito Noel, le sacaba la poca ira que no solía salirle a relucir, pero prefería no dedicarle ni tiempo de pensamiento. Acarició el pelo de la chica. ― Lo sé… Es otra cosa que iremos aprendiendo juntos con el tiempo. ― Se hizo un leve silencio. ― Igual te enamoras de algún francés superestiloso que no vaya vestido con un mono feo y una mochila de plástico. ― Idiota. ― Rieron. ― Estás tú muy graciosillo desde que eres cazafantasma. ― He cumplido un sueño esta noche, qué puedo decir. ― Ella le miró con una ceja arqueada y mirada pilla. ― ¿Uno solo? ― Es verdad… He mandado sobre tres Ravenclaw. Es todo un hito. ― Casi no se oye el final de la frase porque Jackie había vuelto a caerse de la risa en la cama, con una fuerte carcajada. Le encantaba, esa risa le hacía tan feliz que… ― Cómo no me iba a ir a París ni donde me hiciera falta. ― Dijo en voz alta, acabando lo que pensaba, espontáneamente. Ella dejó de reír y le miró con ojos brillantes. Sonrió. Ya se había delatado en lo que pensaba, así que… ― Te quiero, Jackie. ― Su sonrisa iluminó toda la habitación. Dejó una caricia en su mejilla y respondió. ― Je t’aime, Theo. ― Ladeó la sonrisa pilla. ― Si vas a venirte a París, más vale que vayas aprendiendo francés, chérie. ―

Notes:

¿Fans de Halloween por aquí? Nosotras lo somos mucho de capítulos como este, desde luego. Puede que Halloween sea la fiesta que menos hemos celebrado con nuestros niños, así que nos apetecía sacarlos a celebrar con los amigos de Hogwarts, y más celebrarlo a lo muggle, que a estos chiquillos les falta un poquito de mundo. ¿Quién creéis que se lo ha pasado mejor? Nosotras tenemos una clara ganadora: Oly yendo de niña del exorcista y yéndose con Marcus por el túnel del terror. ¿Mejor disfraz? ¿Mejor momentazo? Leemos vuestras opiniones.

Chapter 47: My sails are set

Notes:

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☼ Canción asociada a este capítulo: BSO One Piece - My sails are set

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Chapter Text

MY SAILS ARE SET

 

ALICE

(1 de noviembre)

— A ver, grita “soltero” por todas partes. — Dijo Alice, dejándose caer sobre la esquina de uno de los dos sofás de cuero del salón del nuevo piso de su primo. — ¡Eh! ¿Por qué noto una tonalidad de reproche en tu voz? SOY soltero, a mucha honra y encantado por ello, espero permanecer así mucho tiempo. — Le tendió una copa de champán y otra a Jackie, mientras ponía su sonrisa ladeada. — VOY a permanecer así mucho tiempo. — Jackie se rio y le dio en el brazo. — Yo dije lo mismo. — André se encogió de hombros. — Y sigo sin saber por qué. — Alice señaló el piso entero con las manos. — ¿Igual el hecho de que la barra de bar sea igual de grande que la cocina? ¿Cuero y pared de ladrillo? ¿Habitación en la que solo hay una cama enorme y un armario aún más grande? ¿Lo de las luces esas que cambian de color? ¿Para qué quieres eso, de todas formas? — ¡No, no hagas esa pregunta! — Saltó Jackie. André rio entre dientes y dio un trago a su vaso. — No, no preguntes. — Alice negó con la cabeza con una sonrisa. — Ni sofá-cama para tu hermana tienes. — Será que no tiene dónde quedarse la señorita en Inglaterra… — Levantó la copa. — ¡Venga! Dejad de meteros conmigo y vamos a celebrar que por fin me he venido al lugar de mis sueños. — Y que me has dejado una buhardilla maravillosa que desinfectaré y transformaré de picadero a encantadora estancia bohemia. — Añadió Jackie, chocando su copa y haciéndoles reír a los tres.

— Yo no sé cómo es la casa de los abuelos en Irlanda. Sé que no paran de hablar de todos los cambios que vamos a tener que hacer y de montar el taller… Pero bueno, sea como sea, lo estoy deseando. — Jackie sonrió y la tomó de la mano. — Me gusta verte ilusionada con algo, aunque te lleve lejos. — Ahora todos estamos descolocados, justo cuando podríamos estar repitiendo las quedadas como las de verano de La Provenza. — Dijo, para su sorpresa, André. Ella frunció el ceño y le tiró una palomita. — Pero si ayer pudiste haberte venido a la quedada de Halloween muggle y no quisiste. — Su primo sacó el labio inferior un poco. — Tenía cosas que hacer. — Ya sé yo lo que tienes que hacer cuando dices eso… — ¡Oh, sacre bleu, dile la verdad, estúpido! — Saltó Jackie con impaciencia. Alice miró a su primo, curiosa. — ¿Qué? — ¿Es que no puedes estar nunca callada? Qué niña más tonta… — Su prima suspiró con hastío. — Está preocupado por si Marcus y los O’Donnell nunca le perdonan su irrupción en su casa… — Le miró mal. — De niño no tonto, necio. — Y André, en vez de contestar más fuerte de vuelta, se quedó mirando la copa. Alice se inclinó hacia él. — A ver, primero de todo: no se puede ser tan rencoroso, ni siquiera contigo mismo. Por Dios, André, que no mataste a nadie. Te equivocaste, ya está, sé que no sueles contar con esa posibilidad, lo cual, siendo Gallia, tiene delito, pero no deja de ser una equivocación. Pediste perdón, ya está. Segundo: si tanto te preocupa, ¿por qué no has ido a hablar con ellos y a intentar solucionarlo? — Su primo solo apretaba la mandíbula y miraba a otro lado. — Tienes que empezar a perder el miedo al fracaso, André. Que en este caso no sería un fracaso, porque ya te dirían ellos que no pasa nada, pero si quieres algo más te vale aprender a ir a por ello, y no esperar que la suerte y la vida te lo pongan por delante por guapo. — Es como consigue a las tías. — Dijo Jackie, provocando una risa en Alice y haciendo que el otro se revolviera incómodo. — Vaya con las dos criajas que ahora saben de todo… — No, yo no lo sé todo, pero ayer yo me llevé un fiestón de Halloween y tú no. — Bueno, solo no estaba tampoco. — Alice levantó las palmas de las manos. — No digo solo, digo que no estabas donde tú hubieras querido estar. — 

Volvió a establecerse el silencio y al final André suspiró. — ¿Crees que el inglesito cobarde querrá seguir admirando a un francesito aún más cobarde que él? — Alice chistó. — Después de presenciar tu estilo de vida disoluto y de que le dijeras que no querría casarme ni tener hijos, sigue queriendo ser tu favorito y formar parte de tu club de gente francesita y guay. No digas chorradas. — André sonrió. — ¿Y la parte más Slytherin de la familia? — Alice hizo un gesto de espantar con la mano, mientras bebía el champán. — Lex es menos rencoroso y más bonachón de lo que parece. Y a Emma… Trabajas con su marido y ahora va a quedarse muy sola cuando nos vayamos a Irlanda… Tienes a huevo marcarte un gesto de esos muy Slytherin clasosos que vosotros sabéis hacer para ganarte otra vez el favor real. — Y fingió una reverencia sin levantarse, solo doblando el tronco y haciendo mucha exageración con los brazos. Jackie le dio en el hombro. — Mira qué sobradita está esta desde que es alquimista, con el miedo que le tenía a la suegra. — Alice rio y se recostó en el sofá. — ¿Y tú qué? Veremos cuando conozcas a los suegros de la tele qué dices. — Jackie rio. — Si no son capaces de juntarse siquiera, no he visto ni a los hermanos y menudo plan traen entre todos. — André rio. — Mira, cuenta unas cosas que le cuenta Theo que va a ser una bomba cuando encima se junten con los Gallia. — Y empezaron riéndose, pero enseguida, las risas bajaron y se hizo un silencio, ese en el que se daban cuenta de que ese planteamiento de hablar de los Gallia, todos juntos, ahora mismo era poco probable, y claramente sus primos no sabían cómo abordarlo.

— No tenéis que decir nada. — Les ayudó. — Me voy a Irlanda, no al fin del mundo. Y volveré. Sois mi familia, no os voy a dar la espalda para siempre. No es lo que Dylan quiere ni lo que mi madre hubiera querido. — Jackie le puso la mano sobre la suya. — Nadie puede decir que no lo merezcas, Alice. Es tu vida, eres alquimista, y todo a pesar de lo que has pasado. — Su prima tragó saliva. — No tenemos derecho a pedirte nada, y no me quiero imaginar lo que has pasado… — ¿Pero? — La animó. — Yo le di la espalda a André porque creía que era lo mejor para mí, y mira cuánto me equivoqué. Y a mis padres, incluso a la tata… Y mira cuánto me equivoqué. — Alice asintió en silencio, pensando bien lo que iba a decir.

— ¿Os acordáis cuando fuimos a Le Havre, de pequeños? — Los dos asintieron. — ¿Os acordáis de cuando tú decidiste que podríamos intentar subirnos a uno de los bergantines que representaba a los que viajaban a Canadá y Luisiana, a ver si podíamos ver su costa desde allí? — Preguntó a André, haciéndole reír con ternura. — No tardamos nada en encaramarnos a la proa. — Vosotros os enfadasteis porque no se veía, pero ¿os acordáis de qué dije yo? — André la miró con cariño. — Preguntaste que cómo se llamaba la línea entre el cielo y el mar, y que cómo se llegaba allí. — Los tres volvieron a reír, pero las lágrimas aparecieron en los ojos de Alice. — ¿Hace cuánto que no soy esa persona? Me conocéis perfectamente, decidme la verdad. — Jackie negó, apenada, y André la miró con culpa. — Mi padre no tuvo la culpa de que mi madre muriera, pero al hacerlo nos olvidó, y olvidó hasta el peligro que representaban los Van Der Luyden. Y yo he tenido que pagar el precio, dejando de lado la Alice que era, para ser la que he tenido que ser. — Negó con la cabeza y se limpió una lágrima. — Hasta que no vuelva a ser esa Alice, no podré perdonar a mi padre. Y aquí no lo voy a conseguir. Siempre he oído el “tienes que ser fuerte”, “todo mejorará”, pero ya no puedo más. Quiero irme a un lugar donde estar en paz, estudiar, sentir que yo no llevo el timón de todo, seguir a mi corazón y mis deseos. Huir, por una vez.  — André se agachó frente a ella y se apoyó en su regazo y Jackie se pegó a su costado. — Pues vete. Como decían en aquellos barcos, Gal, arría las velas. Tienes la fuerza y el intelecto para volver a ser esa niña, puedes ir a la línea entre el cielo y el mar, y tienes a Marcus para hacerlo a tu lado. — Le acarició la mejilla. — Nadie osaría decir que estás huyendo, canija. — Jackie le estrechó aún más. — Tienes razón. Perdóname, Gal. Tenía que haber entendido que esto no tiene que ver con lo mío. Ya me lo dice Theo, que sigo teniendo muchas cosas que tienen que ver con Noel en la cabeza. — Tanto André como Alice asintieron, pero ella la rodeó con el brazo por la espalda. — Ya está, chicos. Todos hemos cometido errores. Si simplemente sé que vais a estar a mi lado, que entendéis lo que necesito, me vale. — André apoyó la cabeza en su regazo, como un perillo. — Hacía tanto que no estábamos los tres así. — Jackie le acarició el pelo y dijo. — Pero lo volveremos a estar. Somos Gallia, encontraremos la manera. — Les miró a los dos. — Arriemos todos las velas. Nos encontraremos de nuevo en tierra, cuando hayamos encontrado el camino, y nos contaremos todas nuestras aventuras, es lo que mejor sabemos hacer. —

 

MARCUS

(2 de noviembre)

Llegados a ese punto, le daba igual si con ello era acusado de traición, o provocaba una discusión nada más pisar Irlanda, o antes. Prefería arriesgarse a eso a irse sin hacer lo que consideraba que debía hacer. Su contacto con Alice era permanente y diario, estaban comunicados casi al minuto, y su novia pasaba muy poco tiempo en casa. Sabía que había ido con su abuela Molly a comprarse un par de prendas de abrigo para el viaje, tardaría en volver, y a saber si no se iba a casa de los abuelos, o a la de los O’Donnell, en vez de a la suya propia. No es como que le quedara mucho margen antes de irse de viaje, así que no lo iba a desaprovechar.

Respiró hondo y llamó a la puerta. William abrió muy rápido, como si aún esperara desesperadamente noticias de su hijo, o como si la visita fuera a ser la salvación de sus problemas. O quizás le había visto por una ventana. Su expresión, de tan sorprendida, rozaba lo asustado. ― ¡Marcus! ― Exclamó, aliviado y confuso a partes iguales. Esbozó una sonrisa leve, quizás un poco tensa. ― Hola. ― Saludó. Durante unos instantes, simplemente, se miraron en la entrada, hasta que el hombre reaccionó apurado. ― Pasa, pasa. ¿Quieres un té? ― No, muchas gracias. No voy a estar mucho, tengo… un poco de lío. ― Ya, ya, imagino… ― Rio con incomodidad, rascándose la nuca. ― Cuando te he visto creía que eras tu padre. ― Comentó, pretendiendo esgrimir un tono bromista. Marcus rio levemente. Optaría por interpretar aquello con inocencia, y no como una señal de alarma. Aunque lo más seguro era que William apenas recibía más visitas que las de Arnold, no era difícil que le esperase a él más que a cualquier otra persona. Sobre todo más que al novio de su hija la que no le habla.

Pasaron al salón y se sentaron juntos en el sofá. Se aclaró la garganta, pero William se le adelantó. Hasta estando fatal dejaba poco margen para hablar. ― Enhorabuena por la licencia. Dice tu padre que sacaste un diez, que impresionaste a los alquimistas… No me cabía ninguna duda, la verdad. ― Sonrió agradecido. ― Gracias. Estoy muy contento… Estamos muy contentos. ― El hombre asintió, pero bajando la mirada, entristecido. Mejor iba al grano. ― William… ― ¿Vienes a decirme que le dé tiempo, que se le pasará, que solo es una mala racha, que tiene que sanarse…? Todo eso ya me lo han dicho tus padres y tus abuelos. ― Le miró con pesar. ― Siento si te he hecho perder el tiempo viniendo hasta aquí. ― Ha sido una decisión mía. ― El hombre sonrió con tristeza. ― Tu honor te impide llevarte a mi hija a tierras extranjeras sin mi beneplácito. ― Suspiró. Agradecería más el punto cómico si no estuviera viendo a su suegro comido por la amargura.

― En realidad… venía a traerte una cosa. ― Se llevó la mano al bolsillo y sacó la varita. Con cuidado, apuntó con esta al bolsillo opuesto. El cubo de colores salió levitando del mismo, hasta posarse suavemente en la palma de su mano. Ante el contacto, apareció el pajarito cantor, que no cesaba en su empeño a pesar de sus ya dieciocho años de vida. William se entristeció aún más y preguntó, tembloroso. ― ¿Me lo devuelves? ¿Ya… no lo quieres? ― Marcus sonrió levemente y negó con la cabeza. ― Claro que lo quiero, precisamente porque no pienso separarme de él te lo traigo. Es… un préstamo. Lo dejo a deuda, por así decirlo. Quiero que lo tengas tú. El día que Alice vuelva a ti, me lo devuelves. ― William parpadeó. ― ¿Y si eso no ocurre nunca? ― Marcus hizo una caída de párpados, posando la mirada en el pajarito. ― Ocurrirá. ―

Se mantuvieron unos instantes en silencio, en el que solo se escuchaba al pajarito piar, dando pequeños saltitos en la palma de su mano y mirándoles a ambos, como si supiera que era a ellos a quienes debía dirigir sus cantos. Durante este tiempo, vio por la vista periférica cómo William se secaba las lágrimas y sorbía por la nariz. ― Me odia, Marcus. Y el milagro es que no me odie Dylan también, quizás lo haga, solo que, como de tantas otras cosas, yo aún no me haya enterado. ― Tragó saliva. ― Entiendo que lo haga. Por mi culpa casi pierde a su hermano. Y ha tenido que paralizar su vida una vez más para tener que recuperarlo, cargar con el peso ella sola y cargártelo a ti también, y a tu familia. Y mi madre… Agradezco que me quiera y me apoye tanto, pero no en detrimento de mi hija, por Merlín. Es que no me extraña que me perciba como el enemigo… ― Así no la vas a recuperar. ― William detuvo su discurso, mirándole. Sentía haber sido tan tajante, no le gustaba hablar así con su suegro. Pero no tenía mucho tiempo y había cosas que quería dejar claras antes de irse. Si estaba corriendo aquel riesgo, que sirviera al menos para algo.

― Ya que estoy aquí, voy a ser muy sincero… y me va a costar. ― Le miró a los ojos. ― William, eres una de las personas más importantes de mi vida. ― Le había hecho llorar de nuevo. Estaba realmente mal. ― Lo has sido siempre, más aún ahora que somos familia. Quiero que sigamos siéndolo. ― Asintió una vez. ― Como bien has dicho, eso de que Alice necesita sanar sus heridas y de que todo pasará ya te lo dice mucha gente de mi entorno, así que no me voy a repetir. Añadiré más datos. ― Se mojó los labios, dándose unos instantes para ordenar el discurso. ― Efectivamente, Alice ha tenido que cargar con un peso que no le correspondía, y solucionar cosas, ella sobre todo y en una parte yo, que correspondían a otros, a ti fundamentalmente… No me tomes en cuenta que te hable así, William, por favor, solo quiero ser sincero. ― Me merezco que me hables incluso peor. ― A eso voy precisamente. ― Retomó, porque la respuesta le vino muy bien. ― El discurso martirista, a estas alturas, a Alice no le sirve de nada. No solo no le sirve, y aquí entro yo también: no nos gusta. ― Tragó saliva. ― Y William… yo no quiero ni imaginar por todo lo que has pasado. Lo pienso y me quiero morir. Yo he comprado tu discurso, y lo sigo haciendo, toda la vida. Entiendo que nada tenga sentido y que no sepas qué hacer después de perder al amor de tu vida. ― Soltó aire por la nariz. ― Pero… Alice es la persona que más quiero en el mundo y… tiene razón. Tus actos la han hecho sufrir mucho. Y se supone que yo no debería estar de acuerdo con eso. ― Negó. ― Y no lo estoy, lo que pasa es… que me pongo en tu lugar y… no me es tan fácil culparte. ― Meditó. ― Pero también pienso que… cuando me pongo en tu lugar, pienso en alguien que ha perdido a la persona que amaba, y que ve en sus hijos un recuerdo permanente de ella… Me salto la parte de qué son sus hijos para él. Y yo me cortaría un brazo antes de ver sufrir a mis hijos por mis actos, por muy muerto en vida que estuviera. ― Le miró a los ojos. ― Y eso es justo lo que Alice demanda. Saber que te importan. ― ¡Claro que me importan! Marcus. ― El tono sonaba implorante, y se acercó a él en el sofá con desesperación. ― ¿Cómo no me van a importar? Son lo más grande que tengo en la vida. ― ¿Y cómo te has arriesgado a perderlos de esa forma? ― ¡Porque todo lo que hago en la vida es un desastre, ella era la que me…! ― William. ― Le detuvo. Ahora parecía implorar él. ― Por favor, no me lo pongas más difícil. Necesito que me escuches: no te victimices más. ― Apoyó la mano que no sujetaba al pajarito en su rodilla. ― Nadie, nunca, va a olvidar lo que has sufrido, ni va a dejar de tener tu personalidad en cuenta ni a quererte tal y como eres, porque dejes de repetirlo constantemente y martirizarte con ello. Tienes que avanzar. Si quieres a Alice y a Dylan en tu vida, tienes que saber que ellos están avanzando: no puedes quedarte atrás. ―

William le miraba. ― No sé cómo hacerlo… ― Haz estas tres cosas. ― Comenzó. ― La primera: cambia el discurso. Deja de fustigarte. Reconoce tu error y empieza a enmendar y a ir hacia delante. No tienes por qué saber hacerlo solo, pero hay mucha gente que te apoya, y esto me lleva a la segunda pauta. ― Le miró con intensidad. ― Vuelve a la terapia. ― El hombre soltó aire por la nariz, resignado. ― Ya… Ya la he retomado. Estaba esperando… a que Alice se fuera para trasladarme a La Provenza, la tendré más cerca. Era por no dejarla sola… Como si hubiéramos compartido mucho en este tiempo… ― Sea como fuere, es fundamental, William. En ello va tu recuperación. ― El hombre asintió. ― La tercera cosa es que le des tiempo. Lo necesita. ― Bajó la mirada. ― Lo demás… ― Alzó levemente la mano y el pajarito, de repente, alzó el vuelo. Tras describir un gracioso rizo en el aire, fue a posarse en la mano de William. Le miró y empezó a cantar, más fuerte y más feliz que antes. ― …Déjalo de mi cuenta. ― Terminó. El hombre abrió los ojos como platos y le miró. ― ¿Cómo has hecho eso? ― Preguntó, con la mirada vidriosa y un hilo de voz. Marcus respondió, con la vista clavada en el pajarito. ― El cómo no importa. ― Alzó los ojos a él. ― Lo que importa es que lo voy a hacer. ―

Notes:

Era importante tener una despedida antes de partir para Irlanda, para que tanto Alice como Marcus pudieran expresar lo que sienten antes de irse.
Nos emocionó volver a ver a los primos Gallia juntos, pero ¿creéis que Alice conseguirá ser la niña curiosa e ilusionada de antes? ¿Os ha gustado esa visión que plantea? Y bueno, ¿qué decir de Marcus y William? Siempre han tenido una relación especial, y nos morimos de amor con ese Marcus queriendo ayudar a la persona a la que más admira, que además es el padre de la que más quiere, así que solo podía hacer lo que hace mejor, mejor incluso que la alquimia: soñar a lo grande con que por fin William y Alice solucionen sus conflictos. ¿Y qué tiene Marcus en mente para hacer volver al pajarito a manos de William?

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FAÍLTE

(4 de noviembre de 2002)

 

ALICE

Se sentó en el borde de la cama, en la oscuridad. Ya lo tenía todo recogido, la cama hecha, si miraba por la habitación, prácticamente no quedaba nada de Alice Gallia allí, si querían recordarla, desde luego, iban a tener que buscarla en otro lado. Siempre pensaba eso de la habitación de su tía en casa de sus abuelos, que no quedaba casi nada de ella, que podría ser de cualquiera. Siempre pensó que ella era diferente, que ella sí tendría un hogar, aunque viajara por todas partes, y allí estaba, con toda su vida, todo lo importante, recogido en un baúl, y la habitación limpia como un quirófano, para que nadie dijera que no se había preocupado de dejarlo todo como una patena. Y solo eran las seis y media de la mañana, ¿a dónde iba a esa hora? No le quedaba nada que hacer en esa casa, excepto quizá…

Se asomó al pasillo y echó un hechizo silenciador, pero algo lo rebotó. Su padre había echado un hechizo rechazador del silenciador… Bueno, pues que le oyera, él mismo. Si se ponía a hablarle, cogería el baúl y se iría, ya vería a dónde. Salió al frío húmedo de la aún noche, aunque ya no llovía, y cruzó el jardín en dirección a los díctamos de la esquina. Aún no eran unos díctamos decentes. No eran grandes y fuertes como para llevárselos y poder plantarlos de nuevo en Irlanda, y aún eran tan jóvenes que no servían para pociones. Si los arrancaba, no habrían servido para nada. Y, siendo sincera, al menos cuando Dylan saliera de Hogwarts, iba a volver por allí. Arrancarlos ahora sería destruir tontamente algo que Marcus y ella habían empezado… Aunque no confiara nada en que su padre los fuera a cuidar, era mejor que matarlos sin más, así que se levantó y los dejó allí. Al final sí que dejaba algo detrás de ella, al menos para quien supiera mirar.

Al volver hacia la casa, vio luz en el cuarto de su padre, pero siguió su camino sin pararse. ¿Quién estaría despierto a esa hora que pudiera acogerla? Le surgía un nombre bastante claro, especialmente teniendo en cuenta a dónde iban. Hechizó el baúl para que fuera a aquella localización y echó un último vistazo a su habitación, antes de cerrar la puerta. Bajó las escaleras y miró el salón. Puede que ese fuera el único punto débil para ella de la casa. Aquel fuego que ya no crepitaba, el sofá… Había sido el escenario de su punto de inflexión con Marcus y eso no iba a poder olvidarlo. Oyó movimiento en la habitación, así que se apresuró a la salida, cerrando flojito tras de sí y saliendo por la valla delantera. Sacó la varita para hacer la aparición, pero entonces oyó la puerta abrirse tras de sí. No era una sádica, no quería obligar a su padre a ver cómo se marchaba, pero había salido él solito, haciéndose daño gratuitamente, como siempre. Pero se giró un momento, y lo vio allí, apoyado en el marco de la puerta. Suspiró y solo dijo. — Adiós, papá. — Tampoco podrían acusarla de no despedirse, pero no tenía por qué oír otro alegato mártir. Sacudió la varita, y desapareció de la casa de su infancia y de la vista de su padre.

Afortunadamente, iba a un lugar en el que siempre se había sentido más a gusto y, como esperaba, había luz en la cocina. — ¡Mi niña! Mira que he visto tu baúl y he dicho ¡oy! Qué tempranera está mi niña, es que siempre ha sido de dormir poco. — Tal y como esperaba, Molly estaba en pie y llena de energía, parecía diez años más joven. Desde luego, no entendía cómo habían tardado tanto en llevarla a Irlanda, si claramente le daba vida. Alice sonrió y condujo a la mujer dentro, que, no en vano, no eran aún las siete de la mañana y la gente del barrio estaría dormida. — ¿Has desayunado? — Qué va. — Pues siéntate aquí, cerquita del fuego y te traigo un desayuno como Merlín manda. — Y antes se asomó por la ventana al jardín de atrás. — ¡¡¡¡LAAAAAAAARRYYYYYYY!!!! DEJA LO QUE SEA Y VEN A DESAYUNAR. ESTÁ AQUÍ LA NIÑA. — Pues nada, la barriada se iba a despertar igualmente.

Cuando Larry llegó, Molly puso un desayuno gigante en la mesa que ella miró con cara de circunstancias. — ¿Todo esto es para nosotros? — Larry rio por lo bajo. — Es que es solo pensar en volver a Irlanda, y se pone pueblerina. — ¿A QUIÉN LLAMAS TÚ PUEBLERINA? ¿Dónde naciste tú, cosmopolita? — Larry levantó las manos y negó con la cabeza. — No tengo nada más que aportar, usted disculpe, señora mía. — Molly suspiró y luego la miró a ella. — No es solo para los tres, pero podría. Vas a tener que empezar a acostumbrarte, señorita. — Ella imitó el gesto de Larry. — Señora, sí, señora. — Y empezaron a desayunar. — ¿Esperas que vengan el resto de los O’Donnell? — Sí, mi hijo es un poco agonías, y mi niño debe estar expectante, así que madrugará también y si saben lo que les conviene, vendrán a desayunar aquí. — Y yo necesito ayuda con el taller, aún hay cosas que tengo que seleccionar y llevarme si queremos montar un taller como Flamel manda. — Alice le miró curiosa. — Creía que tu antiguo taller estaba allí aún, abuelo. — ¡Antiguo! Tú lo has dicho, hija. Ese taller se diseñó cuando Arnie nació, y la última vez que trabajé allí sería hace… diez años mínimo, porque las últimas veces que hemos ido a Irlanda ha sido a casa de mi hermano y casi ni pasamos por la nuestra. — Va a haber bastante trabajo con todo, no solo con el taller. — Advirtió Molly. — Pero era la casa de mi madre, y me hace MUCHA ilusión volver allí. A esa casa venía a buscarme el abuelo cuando me estaba pretendiendo. — Dijo con una risita pilla Molly, dándole un codazo.

— ¿Ya estamos con las historias sin esperarme a mí? — Preguntó la voz de Arnie, entrando por el jardín. — Hijo, ¿por dónde vienes? — Por el armario. Me he dejado al cachorro en el taller, que lo tenías todo por medio, papá. — ¡No me habrás tocado las cajas! — Nooooo, Merlín me libre, sé que solo el heredero puede tocar el material sagrado. Pero lo va a tirar por los aires cuando vea este desayuno. — Y él mismo se sentó en un sitio libre. — Buenos días, princesa de las plantitas. Qué madrugadora. — Ella sonrió y se levantó. — No podía dormir. Estaba demasiado emocionada. Voy a por Marcus. — ¡Alice! ¡Si no te has comido ni medio plato! ¡Hay que cambiar esos hábitos alimenticios, cariño, que vamos a Irlanda! — Gritaba Molly desde su sitio, pero ella quería encontrarse con Marcus. Según entró en el taller le abrazó por la espalda, mientras él miraba cosas de las cajas, y dejó un beso en su mejilla. — Buenos días, alquimista O’Donnell. Me moría de ganas de verte, estoy nerviosísima, pero en plan bien. — Le dio la vuelta para mirarle a la cara. — Tienes un desayuno irlandés como para diez personas esperándote en la casa. Para ir sacando tu irlandesidad antes de irnos. — Dijo con una gran sonrisa, dejando un beso en sus labios. Igual se parecía un poco a la abuela, igual el solo pensamiento de Irlanda le estaba dando fuerzas y alegría.

 

MARCUS

Como le ocurría siempre que estaba emocionado, llevaba más de dos horas despierto y no paraba de dar vueltas por la casa, de la cual se había despedido ya rigurosamente estancia por estancia. También lo tenía todo más que listo y preparado del día anterior, pero por si acaso. No paraba de meterle prisa a... su padre, no se atrevía con su madre. Había sido una muy grata sorpresa que sus padres decidieran ir con ellos al menos los primeros días. Después debían volver para trabajar, pero al menos viajarían juntos. Con lo de Nueva York ya habían tenido suficiente en materia de separaciones en el último mes.

— Sabes cómo se hace ¿no? — Preguntó a su madre, dándose cuenta de la absurdez de la pregunta nada más dejarla salir. Afortunadamente, ella parecía de bastante buen humor, y apenas le lanzó una mirada circunstancial con sonrisa velada. Marcus se encogió de hombros. — Es un hechizo secreto entre mi abuelo y yo. — Que ya me has enseñado y pedido que repita tres veces. — Respondió pausada. Suspiró. — Id vosotros con el equipaje. Cierro yo el armario, reviso la casa y en unos minutos estoy allí. — Asintió, dispuesto a entrar en el armario evanescente que le llevaría directo al taller de su abuelo. No quería perder ni un segundo más, que al paso que iban, llegarían antes Elio y Cordelia, que ya habían emprendido vuelo hacia casa de sus abuelos. Tales, como el buen señor acomodado en el que se estaba convirtiendo, se quedaría bajo el cuidado de Erin, para no ir a Irlanda "como un zoológico ambulante", dicho en palabras textuales de su madre. También dijo textualmente que "si llega a saber la lacrimógena despedida de su marido para dos días que se iban, hubiera preferido llevárselo". Arnold prefería cambiar el término "lacrimógena" por "cálida".

— Hasta aquí llega el olor a comida. — Comentó su padre nada más aparecer por el taller, mandando los baúles hechizados fuera del mismo y en dirección a la casa. — No vayas a volverte loco llevándote cosas, que ya te hemos tenido que atar en corto en casa. — Un alquimista necesita sus... — Marcus. — Que sííííí. Parece que no conoces al abuelo, ya lo habrá dispuesto todo. — Efectivamente, por allí había un montón de cajas pulcramente ordenadas que Marcus señaló con evidencia. — ¿Ves? — No sé ni de qué me sorprendo. — Suspiró Arnold. — No tardes. — Noooooo. — Comentó sin atender, porque estaba ya mirando las cajas con ojos brillantes y una sonrisa. ¿Iban a llevarse todo eso? Qué pasada. Se MORÍA de ganas por ver el taller de su abuelo en Irlanda, donde empezó todo. Estaba emocionadísimo, aquel viaje le había infundido de una vida nueva, no veía la hora de llegar. Sentía que todas las nubes negras que le habían sobrevolado en los últimos meses se habían disipado por completo ante la perspectiva de, como tantas veces había dicho con Alice, empezar desde las raíces, y ya siendo alquimistas licenciados. No podía esperar.

Estaba absorto mirando las cajas cuando alguien inconfundible, por su tacto, por su olor y por el gesto, se abrazó a su espalda, y su emoción creció aún más, notando cómo los ojos le brillaban de ilusión. Sonrió con un escalofrío. — Buenos días, majestad. — Se giró para mirarla. — Yo también. Estoy atacado. — Contestó con una risa nerviosa, y arqueó las cejas a lo del desayuno. — Me muero de hambre. — Contestó con los ojos muy abiertos y una risa leve, y acto seguido se abrió el chaquetón, mostrando su jersey. — ¿Mi irlandesidad? ¡Voy de verde! Y pienso aprenderme todas las canciones y leyendas que me enseñen. — Agarró sus manos y enfatizó, emocionado. — ¡Nos vamos a Irlanda, Alice! — Y acto seguido, entre risas, la agarró de la cintura y la alzó en un fuerte abrazo, girando con ella, loco de alegría. Ahora que estaba a las puertas de aquello, no sabía cómo habían esperado tanto tiempo sin tomarlo.

— ¿Y de cuántas de esas diez personas has dado tú cuenta en el desayuno? — Preguntó bromista, mientras salían del taller e iban de vuelta a la casa. — Por cierto, qué madrugadora. Cualquiera diría que estás deseando ir. — Añadió, de su mano y con una sonrisa radiante. Su madre justo estaba apareciéndose en el jardín cuando ellos cruzaban la puerta de la casa. — ¡Ay, mi niño! — ¡La mujer más guapa de Ballyknow! — Su abuela se ruborizó y empezó a reír y a mirar a los demás como una quinceañera. Desde luego que tenía un público excelente para sus tonterías, por eso las hacía. — ¡Wow! Qué despliegue. — Todo para mi pequeño irlandés que va a conocer sus raíces. — Pero antes de sentarse a la mesa, saludó a su abuelo, y por supuesto se sentó a su lado. — ¿Listo? — Listísimo. — Respondió, ilusionado. Señaló los baúles. — Aquel es el equipaje de mis padres y aquel es el mío, y ese compartimento externo de ahí es donde llevo todo lo necesario para la alquimia. — Miró al hombre, con la expresión de quien acaba de tener una excelente idea. — ¡Abuelo! ¿Saco mis cosas y las guardo en tus cajas? — Su abuelo le miró con una sonrisa tensa que él no detectó. — Mejor déjalo ahí y ya lo ponemos todo ordenadito en Ballyknow, los dos alquimistas ordenando su taller, ¿te parece? — ¡Vale! — Respondió con la ilusión de un niño de siete años a quien su abuelo le hace un comentario adaptado a un niño de siete años. Tenía tanta ilusión que se había retrotraído a la infancia e ignorado por completo la tensión de su abuelo ante un posible desorden de su esquema por los juguetes de su nieto. Molly y Arnold compartían miradas cómplices y se escondían las risas.

— Todo en orden. — Comentó Emma, entrando por el comedor con una sonrisa leve y saludando a los presentes, mientras Marcus ya se estaba untando mermelada en una tostada y había hechizado el cucharón de alubias para que se las fuera echando en el plato. Su madre optó por sentarse al otro lado de Alice. — ¿Necesitas que traigamos algo de tu casa? — Qué va, si ha llegado su baúl antes que ella, y eso que ella ha llegado prácticamente de noche. — Comentó Molly, que aunque parecía absorta en ver a su nieto comer con adoración, no perdía pie de la conversación. — Ahí llegan más invitados. — Elio y Cordelia acababan de apoyarse en el alféizar de la ventana. Su abuelo alzó un dedo. — ¡Oh, cierto! La jaula está preparada en el taller. — ¡La he visto! — Proclamó Marcus, contento, dando un bocado a la tostada. — Ahí irán protegidos. Caben Elio, Cordelia y Paracelso con perfecta holgura. — Sí, está perfectamente adaptada para tres animales: los dos que ocupa Paracelso, y el uno que ocupan Elio y Cordelia juntos. — Bromeó Arnold. — Dime que mi hermana no la ha visto. — Pocas quejas tendrá tu hermana de una jaula diseñada en el taller de un alquimista carmesí. — No se ofenda, don alquimista carmesí, que no estoy cuestionando la resistencia y poder mágico del material, sino la comodidad y las condiciones éticas de transporte. — Lawrence resopló. — Newt Scamander viajó por las aduanas muggles con un auténtico zoológico metido en un maletín y tu hermana le venera como si fuera el dios de su religión, así que menos pegas. — Marcus rio entre dientes mientras masticaba, mirando a Alice. Emma, que parecía de excelente humor, miró a su suegra. — Cuéntanos, Molly. ¿Cuál va a ser la primera parada? — Pues eso era peor que sacarle a su abuelo el tema del taller. Ya veía a la mujer frotándose las manos.

 

ALICE

Rio cuando su novio la levantó en brazos. — ¡Nos vamos a Irlanda, mi amor! — Contestó ilusionada. Por fin habían encontrado el camino, por fin sus cielos se despejaban, por fin podían empezar a caminar, de la mano, como iban a la casa de los abuelos. Se rio a la pregunta de su novio. — Según la abuela, ni a un cuarto de persona, pero ahora contigo ahí seguro que se me abre más el apetito. — Y en realidad lo hacía, porque estaba tan contenta viendo las escenas que se estaban desarrollando en aquella mañana, que hasta le daban ganas de comer y disfrutar. Tuvo que contenerse la risa al ver la cara de Larry cuando Marcus propuso lo de los baúles. Si es que estaban demasiado dispuestos todos a hacer cosas, y trabajo iban a tener nada más llegar a Ballyknow, desde luego.

Emma parecía de sorprendente buen humor para estar llevándose a su primogénito a Irlanda, así que ella aprovechó aquella corriente de buen rollo. — No tenía tampoco mucho que coger. Los de los cachivaches alquímicos son ellos dos. La Condesa no ha querido que sacara su cesta del baúl, me ha bufado según ha sentido el aire, creo que aún no me perdona tanto trote. A ver si en el pueblo se relaja un poco. — Comentó. Igualita que los pájaros de aquella gente, pero bueno, su gata era una Gallia, sin duda, y como buena Gallia, le iba a causar problemas. Pero espantó esos pensamientos riéndose con la conversación sobre jaulas mientras iba picoteando aquí y allá, porque había tanta comida, que se podía elegir.

La abuela dio un rebote en el sitio según Emma preguntó y dijo. — Lo primero, hay que recoger esta casa, que uno tiene que dejar el sitio del que se va como quiere encontrárselo cuando vuelva. Pero después de eso, nos apareceremos en la aduana de Dublín, porque cuando vienes de Inglaterra, te dirigen allí. Luego nos toca la de Galway, que suele estar llena de gente de América, pero nosotros solo tendremos que enseñar el papelito que nos den en Dublín y ya aparecerse en Ballyknow. El sitio donde nos apareceremos es sorpresa. — Dijo con tono de niña traviesa. — Pero, mujer, no lo digas… — Dijo Larry con pesar. — ¡Ay, calla! Que no voy a decir dónde. Solo que es sorpresa. Que no es la casa, vamos. Bueno ni el centro del pueblo… — Nada, que lo dice. — Se quejó el abuelo, ante las risas de los demás. — ¡Ay! ¡Calla ya, cascarrabias! Bueno, que nos vamos a aparecer en otro sitio y luego en la casa. — Molly empezó a recoger la mesa a punta de varita, suponía que porque había entendido que ya habían comido suficiente y tenían que ir aligerando. — He controlado a la familia, para que tengamos tiempo de empezar a montar la casa tranquilos sin un montón de irlandeses queriendo saber de nuestras vidas. Pero hay que ir poniéndose en pie, y que alguien ayude a ese hombre con las cajas alquímicas. Preferiblemente los otros dos alquimistas de esta familia, así que ya sabéis. — Apenas pudieron terminar, mientras Molly se dirigía a Emma. — Hija, tienes que ayudarme a decidir qué ollas me llevo. Porque claro, si vamos a pasar la Navidad allí voy a necesitar un montón de ollas distintas, y las grandes para los guisos. ¿Crees que podrás mejorar el viejo horno de allí? Yo creo que un par de hechicitos de los tuyos y estará como nuevo… — Vale, claramente ellos ya no tenían lugar en aquella conversación.

Salieron con el abuelo al taller y se pusieron a revisar las cajas. — Yo creo que las cosas de ígneas no nos hacen falta, abuelo, no vamos a llegar a tanto. — Los dos hombres la miraron como si estuviera loca. — ¿Vamos a trabajar transmutaciones ígneas para una licencia de Hielo? — Preguntó con evidencia. — Bueno, a ver, uno nunca sabe por dónde le van a llevar los caminos de la alquimia, Alice. — Se defendió Lawrence. — Hay que intentar controlar lo que llevamos, y será mejor cargarnos de materiales que allí no vamos a poder conseguir que de círculos y manuales que no vamos a usar. — Larry y Marcus se miraron ante su aplastante lógica, y al final, el hombre resolvió. — Nos llevamos uno. Un círculo y un manual de ígneas. POR SI ACASO. Y NO SE HABLE MÁS. — Alice ladeó la cabeza con una risa y siguió empaquetando. — Hijos. — Les llamó Larry. — He esperado mucho mucho tiempo por un buen aprendiz. Por poder hablar de estas cosas con alguien que supiera que me iba a suceder. — Posó una mano en la espalda de Marcus y miró con cariño a Alice. — Mi recompensa por la espera es tener dos y que sean de mi familia. — Miró con orgullo a Marcus. — Da igual cuántas cosas nos llevemos, Marcus. Algún día todo esto va a ser tuyo y honrarás mi nombre. — Miró a Alice. — Junto a la mejor compañera del mundo. Gracias, hijos. Gracias por darme esta oportunidad en la vida a mí también. — Ohhhhh abuelo. — Alice se levantó con los ojos llorosos y se abrazó a los dos. — Venga, no nos entretengamos que a esa mujer le queman los pies por llegar a Dublín. Y no le gusta esa aduana, os lo advierto, todo lo que ocurre allí le molesta, estad preparados. —

 

MARCUS

Miró a Alice y sonrió, cómplice. "Uno tiene que dejar el sitio del que se va como quiere encontrárselo cuando vuelva." Había oído a su abuela decir esa frase tantas veces en su vida, que la tenía interiorizada. Sus padres se reían mucho cuando el Marcus de seis añitos decía eso mientras dejaba su cama y sus libros muy bien puestos antes de salir de casa. Sabía que tenían que pasar por dos aduanas, era lo que esgrimían siempre su padre y su abuelo para excusarse por no ir más a Irlanda (Erin sabía que eso en ella no iba a colar, así que directamente era más sincera y aludía a las ingentes cantidades de familiares que la atosigaban). A lo del sitio sorpresa arqueó varias veces las cejas, y mantuvo silencio a la espera de que la sorpresa fuera desvelada por su abuela en apenas un par de segundos. No cayó esa breva, ofensa por parte de la mujer incluida, mientras él reía y terminaba el desayuno. Lástima que la ofensa hizo que quisiera desviar el tema recogiendo y prácticamente empezó a ver comida volar cuando él aún tenía el último trozo de pan en la boca. Apuró el zumo y el pan, se limpió con la servilleta y, después de picotear un poco más de aquí y allá, ayudó a recoger.

Su abuela ya había dispuesto las funciones así que agarró contento la mano de Alice y fueron tras su abuelo en dirección al taller. Estaba pletórico, pero el comentario de Alice casi le hace tirar uno de los aparatos que tenía en las manos al suelo. Se encogió de hombros a su pregunta. — ¿Y por qué no? En algún momento habrá que avanzar, digo yo. — Las transmutaciones ígneas eran muy complicadas y no se exigían en el segundo grado del alquimista ni mucho menos, pero Marcus no quería trabas en su aprendizaje. Alice insistía, y Marcus miró a su abuelo como quien pide socorro. — Yo creo que un poco de peso más en una caja tampoco es para tanto. Lo prefiero a echarlo allí de menos. — Defendió, pero su abuelo medió y redujo la cantidad de material, no a inexistente pero sí a muy poca. Marcus frunció los labios y miró a Alice con los ojos cómicamente entrecerrados. — A que te dejo en Dublín. — Bromeó.

La llamada de su abuelo le hizo mirarle, y su comentario apretó un nudo de emoción en su garganta. — Gracias a ti, abuelo. Has hecho que tenga un sueño en la vida, y gracias a ti lo vamos a cumplir. — Y se abrazaron los tres. Puf, no podía empezar la jornada llorando, pero estaba tan... feliz, emocionado, entusiasmado... La vida les sonreía. Se lo habían ganado. Cuando su abuelo deshizo el abrazo, se pasó la mano por los ojos antes de que le lagrimearan, mirándole con una sonrisa y riendo a su comentario. Saliendo del taller, se acercó al hombre y apoyó cariñosamente la cabeza en su hombro. — Gracias, abuelo. — El hombre simplemente le miró, emocionado, y le revolvió los rizos. Sobraban las palabras.

— ¡OISH! — Ni un pie habían puesto en Dublín y, efectivamente, su abuela se estaba quejando, espantando violentamente todos los trebolitos que como mosquitas de fruta les habían recibido al llegar. Marcus, que apenas había esbozado una sonrisa, se sobresaltó ante el aspaviento. — ¡No se puede con esta aduana! ¿Qué somos? ¿Leprechauns? ¿Esta es la imagen que vendemos al mundo? ¡Cómo se nota que van de capital turística! ¡Y ni siquiera es tan grande! — Los pobres tréboles habían huido despavoridos y desaparecido en una nube de humo. Marcus miró a Alice con una mueca. Nada más aparecer allí, toda la aduana refulgía con un verde Irlanda intenso, y una musiquita animada había empezado a sonar ante su aparición y ahora se oía de fondo, además del confeti de tréboles. Ni tiempo le dio a decir "wow, qué bonito", cuando su abuela empezó con las quejas, así que mejor se callaba. Por la cara de Emma, ese recibimiento tan escandaloso y orquestado con todos los clichés irlandeses tampoco había sido su cosa favorita del mundo. Lawrence y Arnold, encargados del equipaje, se aguantaban la risa.

— Todo enfocado al turista, y encima se venden como los más irlandeses del mundo, y hay que aguantar que su concepto de Irlanda sean luces verdes que te queman los ojos y tréboles que te persiguen como moscas. — Marcus miraba a Alice sin comprender. Menudo enfado, ¿pues no estaba deseando ir y todo lo de Irlanda le gustaba? Lawrence les susurró para aclarárselo. — Cuestiones políticas y de temas de un pasado peor. No le hagáis caso, en la aduana de Galway se le pasa. — ¡¡OH, POR SUPUESTO!! — La oyeron quejarse otra vez. Cuando miró, vieron un grupito de gente que animaba con palmas a unos leprechauns que bailaban música tradicional. — ¡Eso, eso venden! ¡El hazmerreír del mundo! — Mejor acababan con aquella aduana lo antes posible.

El trámite fue la clásica burocracia aburrida de las aduanas, pero ni mejor ni peor que otras a las que hubieran ido. En lo que hacían cola, quiso distender el ambiente susurrándole a Alice. — Al menos aquí no hay mesas a traición con las que tropezarse. — En referencia a la aduana francesa que William y Alice tanto referenciaban por sus tropiezos. — Como mucho puedes caerte encima de un leprechaun... — ¿Dónde está aquí el personal? ¡Una sola cola abierta! ¿Te crees que es normal? — Se siguió Molly quejando. Por fortuna, la dicha cola no iba ni tan lenta, y en breves minutos se estaban apareciendo en la aduana de Galway.

— ¡Oy! Esto es otra cosa. — Vaya, esa sí se parecía más a la abuela que Marcus esperaba ver en Irlanda. Le brillaban los ojos y apenas estaba contemplando la aduana... Que, dicho fuera de paso, no era tan diferente. También había música de fondo. Un poco menos escandalosa, pero la había. Era cierto que no le había recibido una lluvia de tréboles, y que el verde no era tan intenso. Pero las paredes simulaban un bosque con árboles susurrantes por el viento, con nubes aquí o allá que se desplazaban y descargaban lloviznas, para dejar un arcoíris tras de sí. Si estabas atento, podías ver un leprechaun saltar en uno de ellos y esconderse de nuevo. Era un buen entretenimiento mientras hacían la cola... La única cola que había, por cierto, como en la de Dublín, y más larga además, por la presencia americana antes comentada. La aduana se notaba en general que era mucho más modesta y antigua, pero su abuela y su tremenda capacidad para el sesgo estaba encantada. — Esta sí... Esta empieza a ser mi casa. — Todos se miraron, pero lejos de burlarse, sonrieron. Marcus agarró la mano de Alice. Sus raíces estaban cada vez más cerca.

 

ALICE

La llegada a la aduana fue turbulenta y no, como ya se encargó de reseñar su novio, porque hubiera obstáculos en el camino, sino porque Molly estaba de no. Con la ilusión que le habían hecho a ella los tréboles y la penilla que le habían dado al irse mustios. Agradeció haber tenido prudencia suficiente como para no haberse echado a bailar directamente con el leprechaun, y vio que Marcus estaba un poco igual. Claramente, a la abuela no le hacían mucha los dublineses, pero era de destacar que, en una isla tan pequeña, hubiera sectores “más o menos irlandeses”, y desde luego, Alice desconocía aquella faceta de Molly por completo, aunque le pegaba, porque, con lo que ella promocionaba Irlanda, no le extrañaba que como el discurso de los otros no casara con el suyo, quisiera aplastarlo.

Dublín fue lento, y con la tensión que tenían con Molly, Alice tuvo un escalofrío recordando el viaje a Estados Unidos, pero se le pasó en cuanto vio la aduana de Galway. No supo cómo explicarlo, pero era como si ya hubiera estado allí. Admiraba los bosques, el pequeño leprechaun corriendo por las paredes y… había algo en el ambiente. Entrelazó su mano con la de Marcus y la apretó. — No sé explicar por qué… pero es como si yo también me sintiera en casa. Es… algo en este sitio. Me coge el corazón. — Arnie se inclinó hacia ella y susurró. — Si repites eso delante de la abuela, hoy ya no llegamos a casa porque se hincha de orgullo y ya no podemos aparecerla. — Alice rio, pero no se soltaba de Marcus. — Pero os juro que es verdad, no sé qué es, pero lo siento. — ¡ESO ES EL ENCANTO DE IRLANDA! ¡ES QUE MI NIÑA TIENE CROÍLAR GLAS! — Hala, ya nos ha oído. — Se quejó falsamente Arnold. — Y ya ha empezado a mezclar el gaélico, ya no hay marcha atrás. — Bromeó Emma también. Dirían lo que quisieran, pero Irlanda les estaba conquistando a todos antes de llegar.

Pero por fin llegó el momento, tras enseñar sus papeles, se colocaron todos en la plataforma de aparición, y Molly miró por un momento a Larry y dijo, con los ojos brillantes. — Mi amor. Volvemos a casa. — Y Larry asintió, mirándola con adoración. — Y esta vez a Arnold lo traemos ya fuera de la barriga y crecidito. — Dejó un beso en su mano. — Faoi am, mo ghrá. — Ante las miradas de lechuza que debieron poner los cuatro, Molly dijo. — Significa “ya era hora, mi amor”. — Y con los ojos húmedos y sonrisas emocionadas, se dieron todos las manos, listos para aparecer en Irlanda.

El viento casi la tira, y el olor a mar le golpeó en la cara. Ambos eran mucho más fuertes que en Saint-Tropez y el ruido de fondo de las olas, antes incluso de que abriera los ojos, le resultaba ensordecedor. Pero, cuando lo hizo, no podía creer lo que veía. Ahora entendía la insistencia de Molly en lo de isla esmeralda. Nunca había visto un verde tan brillante, en contraste con el color tan profundo del mar azul grisáceo. Contra la verdísima pradera, destacaban las piedras negras de un círculo. Por primera vez inhaló, llenándose los pulmones de todos aquellos olores, mientras sentía el viento más salvaje que había sentido en su vida, recibirla. Cerró los ojos y abrió un poco los brazos, con una sonrisa. — El viento sabía que yo iba a llegar. — Abrió los ojos y miró a Marcus. — Mira qué protagonistas son la tierra y el agua. — Acarició la mejilla de su novio y dijo con cariño. — Creo que nos estaban esperando para decir “faílte”. — Esta generación viene fuerte. Alquimia y gaélico, nos han destrozado, cariño. — Dijo Arnold, intentando hacer burla, pero al final, le salió con cariño. Molly llegó y les rodeó a los dos. — Faílte, mis niños. Os traía aquí para que aprendierais, nada más llegar, a sentir Irlanda, como hice con el abuelo, pero es como si hubierais nacido para estar aquí. — Se limpió una lágrima y señaló a las piedras. — A este círculo se le llama la cuna de los gigantes, las leyendas decían que servía de cunita para un gigante bebé, y las mujeres de Ballyknow han venido siempre aquí para pedir por la salud de sus bebés y su familia. — Agarró las manos de Arnie. — Yo misma vine aquí cuando acababa de volver a Ballyknow, embarazada de ti como un globo, y aun así, costándome media vida, me tumbé en el centro y pedí por una familia sana y feliz, porque ese bebito tranquilo y cada vez más grande que llevaba dentro algún día me diera un familia enorme y feliz. — Arnie también estaba llorando, al final lloraban todos. — Y aquí estamos otra vez, con una familia más grande y más feliz. — Sí, mamá. Aquí estamos todos. — Molly suspiró y se encogió de hombros. — Vosotros podéis hacer lo que queráis, pero yo me voy al centro del círculo, a tumbarme, para dar las gracias a mi isla esmeralda por todo lo que me ha dado. — Y Alice lo tuvo clarísimo.

Dejaron a la abuela entre ellos, quien se tumbó en el centro del círculo. — Mamá, está mojado. — Qué pena que luego no me pueda secar. — Contestó la mujer muy resuelta. El abuelo se quedó apoyado en una roca, mirándolo todo con emoción, y Alice tiró de Marcus para tumbarse cerca de la abuela, dándose la mano y mirándose. — Creo que nosotros también tenemos que dar gracias. Por ser parte de esta familia, por tener la nuestra propia. — Miró de reojo a Emma y Arnold que les estaban imitando al otro lado de Molly. — Por haber creado una nueva estirpe O’Donnell-Lacey-Horner-Gallia. — Amplió la sonrisa y susurró. — Tú y yo somos vida, mi amor. Y justo aquí, en una cuna de gigantes, la empezamos. —

 

MARCUS

Apretó la mano de Alice y sonrió, emocionado. — Yo también... La abuela tenía razón después de todo. — El comentario de su padre le hizo taparse la boca para disimular la risa. Dejó de hacerlo cuando Molly les oyó. — ¡Eh! Creía que el de la vena verde era yo. — Bromeó, sacándole la lengua a su novia. Pasaron la aduana y se colocaron en la plataforma de aparición, y ver así a sus abuelos le llenó el corazón. Miró a Alice con cariño. A eso aspiraba a llegar, desde luego.

Había imaginado lo que sería Irlanda muchas veces, tenía descripciones bien nítidas de su abuela, y alguna que otra foto en la que se veían paisajes de fondo. Pero la estampa le impactó tanto que descolgó la mandíbula. — Guau. — Dijo, impresionado. No se parecía a nada que hubiera visto antes. El viento era tan fuerte que parecía tener personalidad propia, el olor de la hierba fresca y el mar le impregnaban por completo. Reconoció esas piedras negras nada más verlas, por las historias que su abuela le había contado de pequeño. — La cuna de los gigantes. — Dijo emocionado. ¿Cómo no se imaginó que irían allí en primer lugar? Era un sitio muy mágico e importante para sus abuelos. Miró a quienes le acompañaban. Sentía estar viviendo un sueño.

— Así es. — Respondió a Alice, conmovido y con la mirada brillante. — Un buen irlandés valora el viento como un gran tesoro. — Se dejó rodear por su abuela y se apretó a ella con cariño, mirando también a su abuelo, que le devolvía una mirada emocionada. Escuchó esa historia que ya sabía pero que, ahora, la escuchaba con más felicidad que nunca, en el mejor lugar del mundo para hacerlo, y con la mejor de las compañías. El problema era que, de tan emotivo, empezaban todos a llorar. Chasqueó la lengua, pero se secó los ojos. No quería que su entrada en Irlanda fuera llorando... Oh, eso mismo pensó el primer día que entró a Hogwarts, y le había ido bastante bien. Y eran lágrimas de alegría, al fin y al cabo.

En pleno momento emotivo, su abuela se fue bien decidida a tumbarse. Marcus miró a Arnold con ojos de advertencia, pero su padre parecía haber determinado que ese carro no había quien lo parara. Se aguantó la risa y, de la mano de Alice, la siguió. Porque, obviamente, su novia iba detrás de cabeza. Después de que su abuela hiciera los honores, se tumbó junto a Alice. La humedad de la tierra traspasaba la ropa, pero también parecía infundir vida. — Doy gracias todos los días. — Confirmó, mirando a la chica a los ojos, tumbado junto a ella y de la mano. Alzó levemente la mirada y dijo, cómico y en voz baja. — Mi madre acaba de tumbarse en la tierra mojada de un país extranjero. Va a ser verdad que la magia existe. — Rio entre dientes, pero volvió a concentrarse en el momento. — Somos el Todo. La combinación perfecta. — Apoyó con dulzura la cabeza en su hombro, y allí permanecieron todos unos minutos, en silencio, solo disfrutando del sonido del viento rasgando la hierba y las olas del mar.

— Eh, prefecto O'Donnell. — Tanto Marcus como Arnold hubieran reaccionado si no fuera porque detectaban el tonillo travieso de su abuela al hablar, mientras miraba a Lawrence desde su postura. — ¿Te vas a arriesgar a no tumbarte? Mira qué bien te salió las otras veces. — Como me tumbe, me temo que ya me tenéis que enterrar aquí, porque dudo que me pueda levantar. — Todos rieron, pero Molly suspiró. — Este hombre, desde joven buscando excusas para no tumbarse... Pero de joven lo conseguía. ¡Vaya que si conseguía que se tumbara! Cada vez que yo se lo pedía se tumbab... — Mamá, captado. — Interrumpió Arnold, pero todos contenían las risas, hasta Emma. Molly carcajeaba como una niña traviesa. — Me encanta este sitio... es vida pura... Tantas mujeres irlandesas que han venido aquí a tumbarse con nosotros en el vientre... — Veía la mirada de su abuela emocionada. Marcus, por encima de la mujer, intercambió una mirada con su padre. Como si se hubieran comunicado mentalmente, se arrastraron un poco y se acurrucaron con ella, cada uno en un costado. Molly estaba ya abiertamente llorando. — Mis niños... — Emma se limpió una lágrima sutil, ya un poco más incorporada. — Espero que podamos cambiarnos de ropa antes de que nos reciba la familia. — Quiso desviar la emocionalidad, pero no había colado mucho, porque tenía la voz muy quebrada para ser ella. Se puso de pie tan elegantemente como si acabara de incorporarse de la silla de su despacho, y Marcus y Arnold la siguieron, ofreciendo sendas manos a Molly para ayudarla a levantarse. — ¡Oh! Habrase visto. Una mujer Gryffindor puede levantarse sola de la hierba. — Lawrence reía entre dientes, mientras Marcus y Arnold echaban un paso atrás, pero no le quitaban vista de encima. Le costó trabajo, pero cualquiera ofrecía ayuda otra vez. Al final sí que se levantó sola.

— ¿Nos esperan a una hora determinada? — Preguntó Emma, alzando un poco el tono porque el viento repentinamente más fuerte dificultaba hasta oírse entre ellos. Miró al mar y añadió. — Podríamos dar un paseo por aquí. — ¡Por supuesto que sí! — Molly se enganchó del brazo de Emma y caminaron por la superficie del escarpado terreno. Arnold acompañó a Lawrence, y Marcus oyó que le decía. — ¿Te imaginas que ahora, gracias a la cuna de piedras esta, nos viene la niña? — El anciano soltó una carcajada. — No digas eso delante de tu mujer, que acabamos de empezar el viaje e Irlanda ofrece muchas opciones para matarte. — Los dos rieron. Marcus y Alice se miraron también, rieron y caminaron de la mano. — ¿Te gusta? — Miró a su alrededor. — Es espectacular... — Se mojó los labios. — Ojalá venir todos los años. Solo conozco esto y ya quiero venir todo lo posible. — El mar estaba muy agitado. Miró a Alice de nuevo y sonrió, pícaro. — ¿Crees que aquí también sabrías poner en práctica tus lecciones de nado, pececillo? — Rio. — Mejor dejamos eso para La Provenza. Aquí podríamos morir de hipotermia. O arrastrados por una corriente. — Bromeó. — Mi abuela siempre dice... que Irlanda hace dura a la gente. Resistente. — Hizo una mueca con la boca, sin dejar de mirar a su alrededor. — No me extraña... — Dejó una pausa. — Pero también dice... que hasta las piedras celtas pueden agrietarse en un momento determinado, pero eso no hace que... pierdan lo que son. Solo muestran que tienen muchos años y experiencias vividas. — Apretó su mano. Quizás si que era el lugar idóneo para ella, para sanar.

 

ALICE

Le dio la risa descontrolada cuando Molly empezó a hacer aquellas insinuaciones y se pegó al hombro de Marcus para reírse a gusto ahí. Tenía ganas de reír, de correr por aquellos campos y sentir el viento envolviéndola, de sentir aquella vida de Irlanda en todo su ser durante mucho rato, hasta que olvidara cualquier otro lugar que pudiera haber estado contaminando su corazón hasta entonces. Cada vez más pegada a Marcus, con el brazo apoyado sobre él y la cabeza en su hombro, cerró los ojos, pensando en todas esas mujeres irlandesas que mencionaba Molly. — Aquí ha habido un montón de familias irlandesas… para llegar a ti. — Le susurró a tu novio. — Todas prosperaron, todas continuaron a pesar de las guerras y el hambre… para crear al O’Donnell más perfecto de todos. — Abrió los ojos y le miró. — Sí que parece cosa de magia, ¿no te parece? Sí que tiene que ser un lugar poderoso, sin duda. — De verdad que los sentimientos que le levantaba aquella tierra no eran normales.

Dejó marchar a su novio para darle cariño a la abuela y ella se levantó para acercarse a Larry y darle un codazo. — Igual te compensa venir para pedir por nuestras licencias. — El abuelo rio entre dientes al ver a Marcus y Arnold intentar levantar a Molly y a esta quejarse. — Por eso no hace falta pedir, os voy a llevar más que preparados. — El hombre negó con la cabeza. — No, estas piedras ya me dieron lo mejor que me podían dar. — Y señaló a Molly con la barbilla, que iba hacia ellos. — ¿Ya estás hablando de mí, vejestorio? — Y Lawrence ni contestó, solo le pasó un brazo por los hombros y se dirigieron a pasear, así que ella hizo lo propio con su novio. — Si su niño dice de pasear por el pueblo… se pasea, aunque estemos mojados. — Arnie pasó por su lado, poniéndose al lado del abuelo. — A eso acostúmbrate. En Irlanda uno siempre acaba mojado y no sabe ni por qué ni cómo. — Ay, Arnie, cariño, estás un poco cascarrabias. — Observó Emma, con un tono despreocupado en la voz, inclinándose hacia delante. Luego cerró los ojos y sonrió, mientras seguía caminando. — Hasta a mí me gusta esto… — Pues eso sí que tenía mérito. Desde luego, lo que no consiguiera Irlanda…

Miró a su novio, con el mar de fondo, y sonrió. — ¿Que si me gusta? — Rio y negó con la cabeza. — Lo que no sé es cómo no lo hemos descubierto antes. Esto es… un santuario. Un refugio. — Se echó a reír con lo de nadar. — Nooooo no lo creo, para nada. — Y se rio de nuevo con lo que dijo a continuación su novio. — Podemos tenerlo todo, si quieres. Saint-Tropez, Ballyknow, depende para qué lo queramos. Talleres, por lo visto, vamos a tener en todas partes. — Y se enganchó a su brazo y volvió a reposar en su hombro, mientras atravesaban aquellos caminos brillantes por la lluvia, con muros a los lados llenos de musgo en un baile precioso de colores y formas. — Tiene razón. — Dijo aludiendo a lo que decía Molly. — Es como si esta tierra pudiera curarte y enseñarte… — Levantó la cabeza y clavó sus ojos en los de él. — Puede que hayamos venido ahora porque era justo cuando teníamos que venir… — Dejó un breve beso en sus labios y luego le dio en la nariz. — Y así he descubierto por fin de dónde sacas ese verde tan bonito en los ojos… — Miró alrededor. — Es tu herencia de todo esto. Lo llevabas en la sangre y no lo sabías. —

Anduvieron un poco más y se situaron en un saliente de los acantilados. — No te pegues tanto al borde, mujer. — Le regañó Larry a la abuela, que parecía desesperada por señalar algo. — ¡Ay, calla ya! Que el brazo de Emma es un grillete. Muy discreto y elegante, pero grillete. — Y otra vez teniendo que contener la risa. — ¡Mirad! Eso de allí son las islas Aran. Tenemos que ir, hay muchísima magia en ellas, y allí yo llevaba de excursión a mis niños… Puedo enseñaros todo lo que les enseñaba a ellos. — Ella sonrió y dijo. — Lo estoy deseando, abuela. De repente siento que necesito saber todo lo que pueda de este sitio. — ¿No te alegras de tener a tantos Ravenclaw alrededor ahora, mamá? — Ahora y siempre, hijo, qué cosas tienes… — Dijo Molly muy digna. — Ya, ya… — Se burló Arnie. — Anda, calla, y vamos para casa, que Emma no va a soportar mucho más rato manchada de verdín y me muero por ver mi casita. —

Se aparecieron de nuevo, esta vez en una callecita empedrada muy mona, llena de casitas de ladrillo rodeadas de pequeños terrenos, sembradas de hiedras y con piedras o vidrieras con inscripciones celtas. — Qué sitio más encantador. — Dijo de corazón. Olía a leña quemada y a distintas comidas. Molly fue, con esa fuerza renovada que presentaba, corriendo a abrir una de ellas. En lo primero que se fijó Alice fue en el jardín. — Sííí esto deja mucho que desear, ya lo sé yo, y mira que mi cuñada y mis sobrinos le echan hechizos herbicidas, pero una casa sola es lo que tiene. Está a tu disposición, cariño, este y el huerto de detrás. — Dijo la mujer mirándola un momento, mientras echaba los distintos hechizos protectores. La casa era recoleta y preciosa, y tenía ese aire romántico de las casas abandonadas. Cuando terminó, Molly se agachó para coger algo del suelo. — ¡Oish! ¡Mira! ¡Amelia nos ha dejado esto! ¡Qué detallista es! Mira, es una cesta de bienvenida, con un montón de productos muy de aquí, ay, me la como, qué ganas de verla. — Larry se puso a su lado y dijo. — ¿Qué, hijo? ¿Dispuesto a volver a la casa donde naciste? — El aludido puso media sonrisa. — Eso creo. — Venga, coge a tu hijo y entremos juntos. He pensado muchas veces que debimos haber hecho esto antes. — Y Alice soltó la mano de su novio, animándole a que se acercara, y se situó cerca de Emma. Quería, con otra mujer de O’Donnell, presenciar ese momento.

 

MARCUS

Asintió con convicción. Él tampoco sabía cómo no habían descubierto eso antes. Cuando eran pequeños, el viaje con dos niños a un lugar así se hacía complicado para sus padres, que además trabajaban muchas horas, y su abuelo también, y su abuela, que en los primeros años aún no estaba jubilada. Después entraron en Hogwarts y todo quedó retrasado para cuando salieran... Le daba pena no haber esperado a Lex, después de tanto tiempo, pero lo disfrutarían todos juntos en Navidad.

— Lo tendremos todo. Sobre todo talleres. — Aseguró con una risa. — Eso debo reconocerlo: jamás pensé que tendría tantos talleres. Soñaba con ir y venir del de mi abuelo y con tener uno propio en casa, bien grande y lleno de magia ancestral, y con poder entrar en todos los laboratorios oficiales del mundo. No tardé mucho en empezar a soñar con el de La Provenza, pero añadir Irlanda a la ecuación ha sido un plus con el que no contaba. Y no será que mi abuela no lo insinuó veces de pequeño. Al final la pobre va a tener razón con que no la tomábamos en serio. — Apretó a su novia contra su costado mientras seguían paseando. Sonrió. — Será así. — Reflexionó. Desde luego, nunca habían necesitado ese viaje tanto como en esos momentos. Respondió su beso y arrugó graciosamente la nariz ante su toque y comentario cariñoso. — Mi abuelo lo decía, que cuando me hizo en su taller, se inspiró en el verde de Irlanda para mis ojos. Al final va a ser verdad que me hizo allí. — Bromeó. Total, la broma le perseguiría toda la vida de todas formas, mejor hacerse con ella.

Se aguantó la risa con el comentario de su abuelo y miró a Alice de reojo. — Ahí va otro hombre preocupado por las mujeres que se acercan a los precipicios. — Bromeó. — ¡Eso está hecho, abuela! — Aseguró, se moría por conocer todo lo mágico que pudiera encontrar en aquel lugar. Alice también afirmó lo que él mismo pensaba. Se despidieron de aquel lugar tan especial (por ahora, volverían) y se aparecieron en otra parte. Fue consciente del poder del viento cuando dejó de sentirlo con tanta intensidad, ahora la tranquilidad le había dejado la cabeza un tanto aturdida. — Uh. Sí que era fuerte. — Comentó para sí, parpadeando. El lugar en el que estaban ahora era precioso, lleno de casitas tal y como las había imaginado por las descripciones de sus abuelos, más bonitas diría. Por supuesto, su novia fue a fijarse en primera instancia en el jardín. Rio entre dientes. — Vas a tener entretenimiento de sobra. — Con lo que le gustaban a su pajarito los jardines. La perspectiva de que los ratos de relax que tuvieran los pasarían con ella llenando aquello de flores y él leyéndose todos los libros antiguos que pudiera encontrar por allí se le antojaba el paraíso. Eso le hizo recordar algo. — ¡Abuela! Tienes que llevarnos a tu biblioteca. — ¡Uy! Queda poco de ella, ahora es mucho más grande y moderna, y trabaja más gente, no solo una humilde chica con muchas ganas de transmitir cultura. Pero claro que iremos. —

Entrar en la antigua casa de sus abuelos, su padre y su tía le llenó de una emoción especial. Menos mal que Molly rescató a tiempo lo que había en el suelo, porque él hubiera entrado tan obnubilado que lo podía haber pisado. Miró goloso la cesta, pero luego volvió los ojos a su padre con emoción. — Wow, naciste aquí... Impresiona pensarlo. — El hombre ensanchó una sonrisa emocionada, mirando a todas partes. Ah, de repente nos gusta estar aquí, pensó por su abuela, porque Arnold había retrasado mucho ese viaje, pero ahora parecía muy contento de donde estaba. Entró junto a su padre y su abuelo y comenzaron a recorrer las estancias. Marcus se fijó, en primer lugar, en algo que le hizo reír con malicia mientras se dirigía a ello. — Ooooh dime que esto es lo que creo que es. — Agudizó la mirada ante el quicio de puerta lleno de marquitas. — Oye, papá, la tía Erin era más alta que tú a tu edad. — Arnold frunció el ceño. — Eso no es verdad. Yo siempre fui más alto que ella. — Digo en comparación con la misma edad, mira. — Fue señalando con el índice. — Con tres años, tú medías 94cm y ella 96cm. A los seis, tú medías 112cm y ella 114'3cm. A los nueve... — Ya he sacado la proporción, gracias. — Replicó ácido. Marcus se encogió de hombros. — No hay muchas más, de todas formas. — Arnold hizo una mueca hacia el lado. — Nueve años tenía tu tía cuando nos fuimos de aquí. Y yo once. Fue poco antes de empezar Hogwarts. — Lawrence miró a su alrededor, con un mudo suspiro. — Esta casa, este pueblo, se nos empezaba a quedar pequeño... — La verdad es que era pintoresco y precioso, pero para gente como sus abuelos, su padre y su tía, no parecía ofrecer muchas posibilidades. — Y pasábamos mucho tiempo viajando... de hecho... — Su padre señaló con una mano y les dirigió hacia un dormitorio pequeño con dos camitas. Tenía una madera de la pared levemente levantada y el hombre terminó de levantarla para mostrar un montón de números. — ¿Qué es eso? — Algo que hubiera preocupado a cualquier padre sin duda de haberlo visto. — Contestó Lawrence, que estaba igual de sorprendido que él. Arnold rio. — Solo era un niño que lo transformaba todo en números queriendo sacar progresiones de todo. Son nuestros viajes. — Marcus frunció el ceño, mirando la infantil caligrafía numérica de la tabla de madera. — Pero no hay palabras, solo números. — Fíjate bien. Esto son fechas: la de partida y la de regreso. Al lado, el tiempo en días que pasábamos fuera, en semanas y en meses. — ¿Y los decimales? — Para no poner "semana y media", ponía 7'5, por ejemplo. Me enteraba mejor si lo veía con números. — ¿Y esa progresión? — Horas. Las horas que pasábamos fuera en incremento. — Se fue abajo del todo. — Y aquí está... el tiempo que pasé aquí, desde el día en que nací hasta el que me fui. Reconozco que me divertía hacer esto, pero me molestaba viajar tanto, por lo que en parte lo hacía convencido de que podría demostrarle empíricamente a mis padres que habíamos pasado un significativo número de horas fuera de casa con respecto al tiempo dentro... Me equivoqué estrepitosamente en los cálculos. — Lawrence le miraba con una mueca triste. — Fue el mayor motivo de peso para asentarnos en Inglaterra. Sabíamos que no os gustaba trasladaros tanto. A nosotros, tampoco. — Arnold se encogió de hombros. — Al final, son experiencias. Son cosas que he vivido y he transmitido a mis hijos... Y no estaba tan mal. Solo que los niños son muy quejicas. — Dulcificó, pero Marcus estaba captando el trasfondo de aquella conversación. Miró a Alice de reojo, en otra habitación junto a Molly y Emma. Ella se lo dijo en su momento: ser alquimista de prestigio y tener una familia es difícil. Esa podría ser su conversación con su hijo dentro de unos años... Pero no era momento de mirar al futuro, sino de conocer el pasado. Y de vivir el presente.

 

ALICE

Sonrió a lo que su novio le dijo del jardín. Desde luego, iba a tener entretenimiento de sobra, y muuuuuuchas plantitas con las que practicar la fermentación. Se juntó con las mujeres O’Donnell para entrar tras los chicos y fue admirando cada pequeño rincón de la casita. Todo era muy pequeño y recoleto, pero ella estaba acostumbrada a los espacios más discretos y recogidos, y, mientras pudieran hacer de ello un hogar, a ella le venía bien.

Aquel sitio era como un museo de los O’Donnell, y estaba segura de que iba a pasar muchos ratos investigando cada trocito de su familia que había por allí escondido. De momento, los chicos estaban mirando las alturas de Arnold y Erin, lo cual le parecía adorable, pero ella se fue detrás de la abuela y Emma, que no habían esperado ni medio minuto para ponerse a trabajar en la cocina, invocando los baúles. Ella paseó por la cocina-comedor admirándolo todo, hasta que llegó a una puerta y un ventanal con asiento debajo que miraban al jardín. — ¿Puedo abrir, abuela? Quiero que entre ese aire tan delicioso que hace en este sitio. — ¡Pues claro, hija! Abre, ábrelo todo. — Y ella se fue a hacer lo propio. El jardín de atrás y el huerto también necesitaban mucho trabajo, y ahí veía el taller, cerrado a cal y canto, claramente tenía unos hechizos aparte. Fue levantando las sábanas que cubrían unos muebles de maderas antiguas y brillantes, tallados con mimo, revelando la personalidad de la casa, de los años en los que vivieron allí. — Esto es precioso… — Se acercó a la chimenea y la encendió. — Esto era nuestra cocina-salón. En esa esquina había una mesita enana contra la pared, y a Frankie y a mí nos ponían por dentro y los demás alrededor. Pero cuando Larry y yo nos vinimos a vivir aquí, necesitábamos, primero, una mesa en la que él entrara, por lo altísimo que es, y luego, un salón en condiciones, así que el cobertizo, que es la puerta al lado de la entrada, lo convertimos en el salón y esto en un comedor como Merlín manda. — Alice escuchaba mientras miraba dentro de las vitrinas y recorría todos los rincones de la sala. — La habitación de abajo era la de mi madre. Se la hice en cuanto pude, para que dejara de subir y bajar como loca, y luego, cuando ella nos faltó, la convertimos en la de los niños. Ellos tan especiales, se peleaban y se echaban cosas en cara, pero para dormir, juntos por favor. Arriba está la nuestra y dos más. — Siguiendo las indicaciones de la abuela, se fue al salón, dispuesta a abrir también las ventanas, pero en cuanto entró y vio dos paredes cubiertas por libros, tuvo que salir a por Marcus y tirar de él.

— ¡Mira esto! — Dijo llevándole a la puerta. Luego entró y abrió corriendo las ventanas. — ¡Es precioso! ¡Mira cuántos libros, Marcus! ¡Y tan antiguos! — ¡Eh! ¿A quién llamas tú antiguo? — Dijo Larry entrando y quitando las sábanas de los sofás y butacas y sentándose en uno. — Este era mi refugio. Aquí he pasado muchas noches con mis niños intentando que se durmieran o que no despertaran a su madre y a su abuela, contándoles historias a la luz de ese fuego. — Y al decirlo, encendió la chimenea. Alice seguía mirando cada mueble, cada cosa que pudiera sacar o examinar, y se fijo en que la pared de la chimenea estaba recubierta en madera, con hueco para colgar macetas con plantas de interior y una leyenda grabada en la madera. — ¿Qué significa, abuelo? — Dijo señalándola. — “Níl aon tinteán mar do thinteán féin.” — Leyó él con sorprendente fluidez. — “Ninguna chimenea es como la tuya”, un dicho muy irlandés que la abuela Rosie quiso poner aquí, yo creo que era para ver si así nos convencía de pasar más tiempo por casa. — Los tres rieron y Alice se acercó, poniéndose de puntillas para pasar las manos por la inscripción. Era como si así pudiera captarlo todo, ponerse en contacto con cada historia. — Bueno. Ahora lo haremos y honraremos la memoria de la bisabuela. —

Emma entró y dijo. — A ver, tengo órdenes para todos. — Alice dio un botecito y se colocó frente a ella. — El papel de las paredes está fatal, así que vamos a hacer borrón y cuenta nueva. Quiero a todos los magos de esta casa trabajando arrancando papel y preparándomelo para que dé órdenes a las brochas, excepto a los más jóvenes. — Y les señaló. — Que tienen que subir a elegir la habitación que más les guste. — Alice miró a Marcus disimuladamente. ¿Se refería a una para los dos o…? — Sí, juntos. — Ella afiló los ojos y miró a su suegra. — Que no, que no soy legeremante. Vosotros sois muy obvios, queridos. Venga, subid, y cuando hayáis elegido, nos contáis. — Y ella miró a su novio con cara de pilla. — Vamos, pues… Aunque seguro que llego yo primero. — Y salió corriendo escaleras arriba, como hacían en Hogwarts.

 

MARCUS

Estaba entretenido con su abuelo y su padre curioseando la antigua habitación de este último cuando Alice llegó y tiró de él para llevarle al salón. — ¿Qué has visto? — Preguntó entre risas. — Yo he ratificado que la vocación es algo con lo que se nace, al menos en los O'Donnell. — Se quedó impactado en la puerta. — ¡Wow! — Escuchando de fondo las bromas de su abuelo, fue flechado hacia los libros, cogiendo algunos en sus manos para ojearlos. — Es increíble. Nunca había visto estos libros... Si sabía yo que lo de que la biblioteca de Hogwarts no tuviera el Harmonices Mundi solo era la punta del iceberg. — Su abuela rio a carcajadas con su comentario, pero su cabeza seguía enfrascada en los antiquísimos libros que tenía ante sí.

La frase en perfecto gaélico de su abuelo le hizo conectar de nuevo con la realidad y mirar con una sonrisa y los ojos iluminados la chimenea. Aquel lugar era magia pura, y de la que más le gustaba. De repente, como una intuición, sintió una mirada sobre sí... y giró la vista ahora para comprobar cómo, efectivamente, su madre le miraba emocionada y con cariño. Devolvió la sonrisa. Aquello era muy diferente a todo lo que envolvía a Emma, pero ella jamás había tenido nada parecido a aquel calor familiar en los Horner, y allí estaba, por decisión propia. Eligió muy bien en qué casa quería criar a sus hijos.

Pero, por supuesto, aquello habían sido unos instantes antes de empezar a ser ella en esencia, y ya estaba dando órdenes. Marcus escuchó con más disposición que en toda su vida, porque estaba realmente entusiasmado. La sorpresa vino cuando les mandó a elegir habitación, cuando él estaba ya con la varita sacada para empezar a arrancar papel. Intercambió una mirada con Alice y volvió a mirar a su madre. Le dolían los músculos de la cara de tanto sonreír. Rio con lo de la legeremancia, pero tenía muchas ganas de bromear. — ¡Eh! ¿A quiénes llamas obvios? Yo iba a ponerme a arrancar papel. — Lawrence rio de fondo con esa risa profunda para sí mismo que tenía. Y en esas, su novia salió corriendo. — ¡Pajarito! ¡Cuidado con los vuelos que aquí hace mucho viento! — Y corrió tras ella, sin ser muy consciente de la tontería infantil que acababan de soltar ante su familia, pero le daba igual. Que vieran lo felices que eran, que les vieran en esencia.

Subió entre risas. — Cuidado con las carreras por aquí que la madera cruje como si tuviera milenios de antigüedad. — Miró a su alrededor, ilusionado. — Es increíble... este sitio... todo lo que hay en él. — Se acercó a ella y rodeó su cintura. — Y compartirlo contigo. — Dejó un beso en sus labios. — Te quiero. Con todo mi corazón. Por Merlín, estoy muy feliz ahora mismo. — Rio, y siguió mirando a los lados. — Tengo muchas ganas de conocer a la familia... y un poco de miedo, por si vienen en forma de huracán y no podemos seguirles el ritmo por ser excesivamente británicos. — Siguió riendo. La soltó y se introdujo con pasos lentos y pausados en una de las habitaciones. — Hmmm... El pajarito ha ido a pararse justo aquí... O yo a cazarlo justo aquí, pero igualmente, aquí estamos. — Se asomó a la ventana y rio. — Mira cuántas flores. Aunque esta ventana da justo a la calle. — No había mucho gentío, pero se veían algunas personas ir y venir, sobre todo señoras con la compra. — Ideal para detectar visitas familiares y ser llamados a gritos, para lo bueno y para lo mano. — Con un trote, se fue hacia la habitación de la otra esquina. — Esta no da a la calle... Parece menos bulliciosa. — Ladeó la cabeza. — Según donde mires, puedes determinar si las vistas son o no bonitas. — Comentó. Abajo se veía un pequeño callejón abandonado y no muy lustroso, la verdad, típico rincón de una calle que acaba siendo fuente de desperdicios. Pero, por encima de los tejados de las casas, podía verse el verde de la pradera, y el inmenso horizonte natural de Ballyknow. Al menos desde su altura, quizás a Alice se lo taparan un poco más los tejados. Apoyado en el quicio, se giró hacia ella y le dijo. — Ambos tienen pros y contras. Tú eliges. — Se encogió de hombros. — Yo voy a dormir contigo por tiempo indefinido. Ya he ganado con eso. —

 

ALICE

Rio con ganas a lo de la madera y susurró, inclinando la cabeza a la oreja de su novio. — Menos mal que aquí no va a haber que escaparse. Demasiado reveladora la casa. — Y se dejó mimar, solazándose en los brazos de Marcus. Le miró a los ojos cuando terminó aquella frase y le devolvió el beso con cariño. — Yo te amo más a ti, mi amor. — Acarició sus mejillas y miró a su alrededor, asintiendo. — Cuando dije que quería ver las raíces, el principio… era justo esto a lo que me refería. Sentir que continuamos esta estirpe, que somos una rama más en este árbol… Es… ideal. — Rio a lo de la familia. — Creo que tenemos maestría en familias ruidosas y numerosas: los Lacey, los Gallia de Francia… Solo tenemos que ponernos en modo Irlanda. — Dijo levantando la varita y haciendo purpurina verde en el aire entre risas.

Se dejó meter en la habitación, admirando aquellos lugares antiguos, llenos de polvo, sí, pero a la vez acogedores, con su chimenea con azulejos alrededor y los muebles tapados con sábanas que parecían pedir a gritos “destápame, úsame”. Sonrió, asomándose a la primera ventana. — Me encanta ver flores desde mi ventana. — Dijo de corazón, aunque ya le salió una carcajada ante la observación de su novio. — Bastaría con hacernos los locos… Lo cierto es que cuando estoy contigo, no oigo ni veo nada más. — Se dejó llevar a la otra habitación y miró hacia los prados del fondo. — No hay duda de por qué la llaman la isla esmeralda… — Suspiró y puso una mano en el cristal. — Creo que… nos quedamos con la primera. Me ha llamado nada más entrar. Y esta podemos dejarla para… tus padres. O un despacho donde tener mesas y escritorio, yo creo que en ese taller de ahí abajo no hay mucho sitio. — Dijo señalándolo desde ahí. — Ahora mismo necesito flores. — Así que tiró de su novio de nuevo hacia la habitación y abrió la ventana con fuerza. — Venga, empieza a imaginártelo. — Empezó a apuntar a los muebles para que las sábanas fueran saltando, revelando una cómoda, dos armarios, un perchero, un cabecero… — Mira qué de maderita… Es precioso. — Se puso delante de la chimenea, dándole la espalda para mirar a Marcus. — Imagínate ahora esta chimenea encendida mientras tú y yo estamos en una cama, que deberá ir ahí, tapaditos, con el fuego crepitando y la lluvia fuera… — Se acercó a él y lo rodeó con los brazos, bajando la voz. — Dándonos calor… — Se separó con una risita. — O cuando el sol de la mañana entre por esa ventana… Solo hacen falta unas cortinas blancas que filtren la luz, un papel nuevo y una cama con mantitas confortables… — Suspiró y se asomó a la ventana, cerrando los ojos. — Es como si ya lo viera. —

Dos horas después, ya no estaba solo en la imaginación de Alice. La casa entera estaba siendo diligentemente pintada por rollos encantados por Emma, por lo que eran excepcionalmente trabajadores, ordenados y nada sucios, y Marcus y ella estaban consiguiendo hacer de la habitación un lugar recoleto y acogedor, usando la estantería de obra de entre la chimenea y la ventana para poner los libros y cosillas aquí y allá. Al otro lado de la chimenea movieron un escritorio de madera que había sido de Erin, y cerca de por allí pusieron los lugares de Elio y la Condesa. Habían desempolvado cuadros, fotos, jarrones y mantelitos, y Alice juraría que transmutar una cama de matrimonio entre tres alquimistas debería conmutar como licencia de Hielo, pero se lo quedó a sí misma, porque bastante estaba sudando ya el abuelo con la creación de aquella cama. Cuando por fin estuvo lista, bajaron a la cocina-comedor, donde Molly estaba ya cocinando, y Arnold y Emma poniendo la mesa. Ahí aún hacía falta trabajo, pero en cuanto los rollos terminaran, podrían ponerse a ordenar.

— He hecho unas patatas guisaditas, que empieza a hacer ese frío húmedo que se te mete hasta los huesos, y esto os va a calentar el alma. — El mantel y la vajilla parecían superantiguos pero encantadores y en perfecto estado, y Alice no podía estar más encantada de sentarse a la mesa con semejante juego, el olor a comida y las cálidas luces que daban las chimeneas. — También he sacado las fotos que había por aquí para contaros un poco a quiénes vais a conocer, para que no vayáis de nuevas, que en esta familia somos mucha gente. — Y rio un poquito, mientras dejaba la olla en la mesa. — El pan es el que ha dejado Amelia de la panadería de aquí. Lo echabas de menos, eh, cascarrabias. — Interpeló al abuelo. Era verdad que nunca había visto a Larry partirse pan tan rápido para acompañar la comida.

Molly tomó una fotografía muy muy antigua en la que salía un soldado con el uniforme de gala y una chica de pelo oscuro y ojos muy claros, como ella, que llevaba una gabardina. — Estos son Cletus, el hermano mayor del abuelo, y su mujer, Amelia. Se casaron cuando estaba a punto de terminar la guerra, por eso les veis así, con lo puesto. Nadie estaba para grandes celebraciones, pero ellos estaban muy enamorados. Cletus sirvió con mi hermano Arnie, el que murió en la guerra, y a él le hirieron en la pierna y lo mandaron para acá, así que Amelia le cuidó. Ella entonces era enfermera y se fue de San Mungo para montar un hospital aquí y cuidar a los heridos cerca de sus familias. — Es una mujer maravillosa. Mi hermano nunca se la ha merecido. — Arnie silbó y miró su plato de patatas. — Preparaos, porque esto es así todo el tiempo. — Con el tiempo, el tío Cletus se volvió traslador sanitario y trabajaba con ella en el hospital mágico de Galway. Y fue, por cierto… — Buscó otra foto. — Mi padrino de boda. — Alice abrió mucho los ojos. — ¿Esa eres tú, abuela? Qué guapísima. — Esa es mi boda, sí señora. Esta soy yo, con mi corona de espino blanco, y el abuelo, con cara de felicidad a pesar de querer huir de tanta atención. Mi Erin tiene a quien salir. — Larry suspiró y negó con la cabeza. — Las cosas que dicen de uno… — Mirad, aquí están las dos hijas pequeñas de Cletus: Eillish y Nora, las dos fueron alumnas mías en la escuela que tenía aquí. Cillian, el mayor, también lo fue, pero en nuestra boda ya estaba en Hogwarts. — Cogió otra foto. — Y en esta… conocéis a algunos. — Alice cogió el marco y frunció el ceño, pensando. — Esa es de unas Navidades. — Emma miró por encima y señaló a la Molly joven. — Pues Arnie ya estaba ahí dentro. — Efectivamente, se veía a una Molly que había sido mucho más delgada de joven con una barriguita redonda. Ahí estaban Eillish y Nora, y otro niño de profundos ojos claros, que era más mayor y debía ser Cillian, pero había un hombre y otros dos niños… y reconoció esa expresión seria y circunspecta. — ¡Este es Georgie! — Le dijo a Marcus señalando. — ¡Y este debe ser el tío Frankie! — ¡Esa es mi niña! — Celebró Molly. — Es Frankie con Tom y Georgie. A Tom no lo llegasteis a conocer, pero ahí era la primera Navidad de mi hermano divorciado, y la celebramos todos juntos para que los niños no se sintieran solillos. Fue bonito. Ay, voy a por las de las bodas de los primos, para que empecéis a ubicar a los cónyuges, que si no os vais a liar con todos los hijos. Algunos tienen ya hasta nietos. — Alice miró a su novio. — Mejor sigo comiendo que esto se me enfría si me espero a terminar. — Susurró, haciendo reír a Arnold y al abuelo entre dientes. — ¿Toda esa gente estuvo en vuestra boda? — Le preguntó a Emma. Ella asintió lentamente. — Muchos de ellos. La hija pequeña de Cillian y la hija mayor de Nora nos hicieron de niñas de los anillos y las flores. — Casi podía ver el tic nervioso de Emma, probablemente acordándose de lo que debió ser organizar a tanta gente.

 

MARCUS

Tenía razón, ya iban teniendo experiencia en familias ruidosas, y fue a asentir pero las chispitas verdes captaron su atención como si fuera un bebé. Tras mirarla con ojos ilusionados, soltó una risita, volviéndose a su novia. — El árbol más grande, fuerte y frondoso jamás visto, el de nuestra familia. — Afirmó. Observó el análisis de Alice de las dos habitaciones, riendo a su comentario. — No sé yo si simplemente con hacernos los locos va a servir, pero lo podemos intentar. — Y, si conocía de algo a su novia, sabía con qué habitación iba a quedarse, y no se equivocó. — Flores para mi reina, pues. — Aseguró. A él, insistía, le daba igual. Quizás no le diera tan igual cuando le despertaran los gritos de la gente de la calle, pero bueno. En cuanto tomara conciencia de que tenía a Alice a su lado, seguro que se le pasaba.

Se dejó arrastrar y rio de pura felicidad solo por verla destapar muebles. Se llevó una mano al pecho e hizo un quiebre con las piernas como si se derritiera. — No me digas eso, Gallia. Lo veo y lo deseo ya, ahora mismo. — El abrazo de Alice interrumpió su tontería. Miró de soslayo a la puerta y a ella con una ceja arqueada. — ¿Ya empezamos con las insinuaciones? Hemos venido a estudiar y documentarnos, alquimista Gallia. — Pronunció arrastrando las palabras. Ella se separó y él rio de nuevo. — También eres decoradora de interiores. Cuando digo que eres perfecta, me llaman exagerado. — Miró a su alrededor. — Yo también la puedo ver... y es perfecto. Todo me parece perfecto. —

Su pobre Elio estaba medio dormido y se despertaba sobresaltado y confuso, lo cual le provocaba ternura y pena a partes iguales, pero estaba tan feliz que no podía evitar reír. Eso hacía que su lechuza sacara el ave rapaz que llevaba dentro y le mirara con mala cara. — Venga, mira qué bonito está quedando todo esto. No estés tan mosqueado. Y me he traído hasta tu palo nuevo, el que nos regalaron Lex y Darren, para estrenarlo aquí. — Elio hizo algo parecido a rodar los ojos, girando la cabeza a otra parte. No estaba para palos, claramente. — Este será tu rinconcito. ¿Qué te parece? Y, por la noche, podrás volar por donde quieras, con total libertad. — Ahora lo que le pareció es que le miraba con cara de obviedad. — Bueno, ya está, menos quejas. A dormir. Y aún no hemos sacado ni nuestra ropa, no voy a sacar las chuches. No se puede pagar todo con comida. — Movió el pico en un chasquido contra el aire y se acurrucó en su hueco nuevo, haciendo efectivamente por dormirse.

Y Elio podía darse por más que conforme siendo un ser que podía dormir en un palo, porque a ellos les estaba costando horrores diseñar la cama. Menos mal que el resto de la casa estaba impecable como si llevaran meses con ella. Desde luego, la obra de Jackie en La Provenza no había tenido una Emma dirigiendo, habría terminado muchísimo antes. Empezaba a llegarle el olor a comida y a rugirle el estómago. Lawrence rio entre dientes y le dijo a Alice en un nada disimulado tono de confidencia, porque le llegó perfectamente. — Luego regaña a su pájaro por querer comer a todas horas. — ¡Eh! — Clamó atención, ceñudo. — Yo no voy picando a la gente por tener hambre... — Elio tampoco, para ser justos, es un pájaro muy bueno. — Y aquí estoy, trabajando. No puedo controlar que se me mueva el estómago, no me lo han dado aún con el rango, señor alquimista carmesí. — Lawrence rio a carcajadas. — Menos mal que no pica. —

Se sentaron a la mesa y tuvo otro amago de teatral desmayo cuando su abuela puso el plato ante él. — Cómo huele esto, abuela. Que viva Irlanda. — Arnold y Molly rieron con estruendo. Eso sí, el comentario sobre el pan hizo que mirara a su abuelo con las cejas arqueadas. — Vaya... — El hombre hizo un gesto con la mano mientras comía. — Respete a sus superiores, alquimista O'Donnell. — Rio entre dientes y se llevó la primera cucharada a la boca. Oh, por Merlín, qué bueno y qué bien sentaba. Sí que se iba a desmayar.

Mientras comía, atendió a su abuela y puso los ojos en las fotos. — ¡El tío Cletus! Yo he visto una foto parecida a esa. — La tenemos en casa. Creo que era una de cuando eran novios. La tía Amelia me la regaló porque de pequeño me encantaba. — Respondió su padre. Atendió a la historia, pero el comentario de su abuelo casi le hace atragantarse por la risa espontánea. — Vaya. Luego decís de Lex y de mí... — Chiquilladas al lado de estos dos. — ¡Qué exagerado eres, hijo! — Respondió Lawrence con un punto ofendido, mirándoles a ellos. — Cuando le conozcáis me entenderéis. Yo le quiero mucho, él a mí no sé si tanto por sus bromitas continuas... — Nada, siguen teniendo veinte años. — Suspiró la abuela, antes de proseguir con la historia. Sonrió ampliamente con la siguiente foto. — Qué elegantes. — Y, sobre todo, felices. Y su padre y su abuelo parecían dos gotas de agua, era increíble. A él le decían mucho que se parecía a su padre, pero cuando veía a su abuelo y su padre de joven, notaba los claros rasgos que él había heredado de Emma.

Lo de la corona de espino le hizo mirar a Alice con una sonrisilla. Qué guapa estaría ella con algo así en su boda... Mejor paraba ese carro, que se descentraba. Se fijó en las dos niñas, y por un momento, por culpa del descentre, esperó conocer efectivamente a dos niñas... hasta que hizo cálculos y se dio cuenta de que no solo no serían niñas, sino que serían bastante más mayores que su padre. La siguiente le hizo abrir la boca enternecido de ver a su abuela embarazada de su padre. La exclamación de Alice le hizo fijarse en uno de los niños. — ¡Georgie! ¡Es verdad! Qué serio. — Dijo entre risas. — Más o menos como ahora, en realidad. — A Tom no llegaron a conocerle, pero también parecía mucho más diferente, más "americano", que el resto de hijos de Frankie. Pero había más fotos y, sobre todo, mucha más gente.

Se ahorró reírse descaradamente por el tono que su madre había empleado al decir lo de las niñas de las flores, y desde luego imaginarse a sus abuelos Horner presenciando a niñas irlandesas llevando las flores de su única heredera era bastante cómico a la par que escalofriante. La abuela no tardó en volver con una caja de zapatos. Marcus parpadeó. — ¿Todo eso está lleno de fotos? — Y de recuerdos, luego podemos verlos tranquilos junto a la chimenea. Ahora, a conocer a la familia. — Y la colocó con decisión en la mesa, seleccionando las fotos que iba a mostrar y tendiéndoselas. — Mira qué guapo mi Cillian en su boda, ha sacado toda la genética O'Donnell. Esta es Saoirse, qué gran mujer, otra Gryffindor de corazón. — ¿Y ese niño? — Preguntó inocentemente Marcus, y se oyeron un par de carraspeos incómodos por parte de Lawrence y Arnold. Molly rodó los ojos. — Estos hombres, qué antigüitos son. Cosas que pasan, hijo. Cillian... Bueno, siempre fue un chico muy guapo y... espabilado. Tuvo un chiquillo, pero es de una familia... un poquito... más apartada, por decirlo así. No tienen mucho trato. En fin. A la boda vino, míralo, qué guapito, como su padre. Johnny, se llama, pero no creo que le veáis mucho. Ha hecho su vida por otra parte, creo que ni siquiera vive en Galway. — Siguió pasando fotos. — Esta es de una Navidad. Estos sí son los hijos de Cillian y Saoirse: Patrick, Martha y Wendy. ¡Mira, Emma! Poco mayor que aquí era nuestra Wendy cuando llevó tus flores. — Sí... — Marcus se mordió los labios. Había detectado de nuevo "ese tono" de su madre y no podía evitar que le hiciera gracia. — ¿A que no sabéis qué? Patrick está ya casado, ¡con una sobrina mía! Sí señor, por parte de mi madre, y como ella se llama de hecho. Mi Rosaline, es un amor, ya la conoceréis. Y tienen tres nenes, yo creo que el pequeño deberá tener unos cuatro años. Para que mi niño se entretenga. — Y pellizcó la mejilla de Marcus. Le encantaban los niños, así que estaba deseando conocerles... Pero empezaban a no salirle las cuentas de la cantidad de gente que había en esa familia, teniendo en cuenta que solo acababan de empezar.

— ¿Wendy no tiene pareja? — Preguntó Emma. Molly negó. — Creo que no. Dice Saoirse que no da con la tecla de... ¡A ver qué le pasa ahora a estos dos! — Riñó, y Marcus se encontró a Lawrence y Arnold riendo por lo bajo. Su padre, conteniendo las lágrimas de la risa (e ignorando lo que empezaba a dibujarse como expresión de desdén en la cara de su mujer) dijo. — Creo que nos faltan anécdotas de la boda por contar. — No nos metemos con ella. Es una chica ciertamente dulce. — Uh, cuando su abuelo se ponía protocolario. Molly suspiró. — Solo era una niña enamoradiza. Y Phillip es un hombre muy guapo, ¡cualquier chiquilla puede tener un amor platónico! — Espera. — Detuvo Marcus. — ¿Estamos hablando de mi tío Phillip? ¿Phillip Horner? — "¡Yo quiero regalarle una flor! ¡Es el chico más guapo que veré NUUUUNCAAA!" — Imitó Arnold con un chillidito de niña lastimera que hizo al común de la mesa estallar en una carcajada fuerte. Bueno, al común no. Molly trató de disimular, aunque a duras penas, y Emma rodó los ojos y suspiró. — Lo que me faltaba para lidiar con mi madre, una niña pequeña llorando por su hijo mediano... — Y con más fuerza se rieron. — Ah, y Martha, al igual que vuestra tía Erin, tiene novia, para que lo sepáis. — Lawrence tosió con violencia, casi atragantado. — ¡¡Mujer!! Qué conclusiones sacas. No lo sabemos, ni su familia ha dicho... — ¡Ay, por Merlín, este hombre! — Interrumpió. Les miró. — Vive desde los veinte años con "su buena amiga y compañera de trabajo" Cerys. Son las dos ganaderas, tienen una granja en las afueras. — Miró a su marido con aburrimiento. — Esta historia ya la hemos vivido, Lawrence. — Hizo un gesto con la mano. — Pero bueno, si la familia no quiere decirlo así, no seremos nosotros quienes lo hagamos. Solo lo digo para que no os sorprenda. —

 

ALICE

Estaba la cosa muy efervescente con la cantidad de cosas que Molly tenía que contar de la familia, pero se permitió un momentito para picar a Arnie. — Alguien fue el favorito de sus abuelos aritmánticos y su tía Amelia que ya tenía al resto de los niños en Hogwarts. — Su suegro puso cara de ofensa y entornó los ojos. — Vaya, hombre, ya le tiene que caer algo a uno. Si yo era el niño más cariñoso y matemático del mundo… — Emma rio por lo bajo y Larry asintió ampliamente. — Eso le decía sieeeeeeempre su abuela. — Pero Alice tuvo que desviar de nuevo la atención a la comida y las fotos, que no podía perderse entre tanto familiar.

Efectivamente, Cillian era muy guapo, y le daba mucho aire a los O’Donnell, no le extrañaba lo más mínimo lo del primer hijo, y no pudo evitar mirar al abuelo y a Arnold y picarles otro poquito. — ¡Anda! Uno sorpresilla fuera del matrimonio, como yo. — Ambos hombres suspiraron y espantaron un fantasma que no estaba. — Tú solo llegaste antes de lo planeado. — No, eso son los prematuros, yo nací en mi sitio. — Y volvían a suspirar, y más se reían Molly y ella. Qué apretaditos eran a veces.

Posó la mirada en los hijos de Cillian, y casi que se les podía adivinar la personalidad a todos, aunque no pudo evitar admirar lo mucho que se reproducía aquella familia. — Guau, abuelo, ya eres tío bisabuelo. — Localizó a la que Molly decía que era sobrina suya y se frotó los ojos. — Aquí los nombres se repiten tremendamente. En América hay otra Saoirse, mucho más pequeña… — La abuela se encogió de hombros. — Es que los nombres irlandeses son muy particulares. — Raros. — Apostilló Arnold. — Y a nuestra gente le gusta ponerlos. — Y hala, más niños. Marcus encantado, por supuesto. Y Dylan, si paraba por allí, también tendría algún amigo. Eso le hizo poner una sonrisa tierna. A ella también le gustaban las familias llenas de niños. Eran bonitas y divertidas, y nadie mejor que una Gallia sabía cómo lograrlo.

Abrió mucho los ojos a la historia de Wendy, y no pudo evitar echarse a reír. — ¡Ay la pobre! ¿Será que sigue enamorada de Phillip? — Se mordió el labio y puso cara de pena. — Pobrecilla, si es que tu tío es muy guapo ahora, imagínate cuando tienes esa edad y te lo encuentras ahí con la novia, todo vestido… — Pero parecía que es que iba más en el carácter de Wendy. Obviamente, tuvo que entornar los ojos a lo de la prima con novia. Desde luego, parecía que no habían vivido en la misma familia que ellas. — Oye, ¿y Wendy qué hace? — ¡Uy! ¡Eso os va a gustar! Ella y Ginny, la otra niña de las flores, cogieron el pub de mi sobrino político, Arthur, ahora os hablo de él, y lo convirtieron en un sitio para los jóvenes de Ballyknow y la zona, una maravilla. Ahí se reúnen un montón los primos, ya iréis ya… — Alice miró a Marcus. Era bonito tener una opción de círculo más joven, un poco como cuando estaban en Hogwarts: estudiar, estar con los abuelos, sí… Pero también tener esa opción, que en los últimos meses no se había sentido muy joven que digamos, y de lo que más iba a echar de menos era a sus amigos.

— Esta es mi Eillish, mi mejor alumna, que ahora lleva una escuela para niños magos como Merlín manda. — Pasó la foto de la boda y se llevó una mano al pecho. — Mi niña, estaba tan preciosa el día de su boda. Y su prima Erin le llevó los anillos. — Cierto era, y a la aludida no parecía hacerle demasiada gracia según la foto. — Ese hombre es altísimo. — Destacó Alice, mirando al novio. — ¡Digo! De los más altos de por aquí, Arthur Mulligan, el dueño del pub que os he dicho antes. Es un hombre muy muy bueno y sencillo, pero fue otro gran alumno mío y un gran escuchador, con una memoria increíble para historias y leyendas. Y se jubiló y dejó el pub a las sobrinas, lo dicho, corazón de oro. — Lawrence se puso una mano en el lateral de la cara, como si les susurrara algo, pero hablando normal. — Ella no tiene favoritos tampoco. — ¡Cállese ya, señor cascarrabias! Y ella tiene dos niños… Bueno, ya no tan niños, pero para mí siempre van a ser los más buenos de la familia. — Y enseñó una foto bastante reciente. — Ruairi, el chico, también está casado ya, con una muchacha buenísima, del sur de Irlanda, pero que se quiso venir aquí con él. Se llama Niamh, es hija de muggles, como nuestro Darren, y los dos tienen una consulta de magizoólogos, así que estoy deseando que se conozcan, porque se van a llevar divinamente. — Arnold la señaló, mientras iba recogiendo. — A ti te gusta porque la muchacha aceptó venirse al pueblo y está integrada. — ¡PUES SÍ! Si quiere a un O’Donnell, o a un Mulligan, vaya, eso es lo que tenía que hacer, y de muy buenas lo hizo, trátala bien eh, que me cae genial… Ah y tienen gemelitos, mira qué monada, se llaman Horacius y Lucius. — Sí que son una monada. — Comentó Alice enseñándoselos a Marcus. — Vaya Navidades entretenidas vamos a pasar, menuda locura. — Yyyyy esta es vuestra prima Nancy que es el orgullo de esta familia. Es muy jovencita, tiene veintiséis, y es antropóloga. Está haciendo un trabajazo por Irlanda. — Ahí sí, Larry asintió. — Siempre ha sido una niña inteligentísima. Ha sacado todo el mejor cerebro O’Donnell, como el de mi santa abuela. — ¡Anda ya! ¡Con la abuela siempre! La niña es lista porque lo es, una Ravenclaw de los pies a la cabeza, y bien enseñada por su madre, además. — Ella sonrió. — Qué bien, con lo que nos gusta a Marcus y a mí una tradición o una historia. Es genial poder compartirlo con alguien joven y de la familia. — Arnold le tiró una corriente de aire con la varita desde la zona de cocina, donde estaba recogiendo. — Pelotilla. — Y ella le sacó la lengua, porque esos eran ellos. — Desapegado, lo dice hasta tu madre. — Y Emma se rio por lo bajo, mientras Molly asentía muy segura, buscando la siguiente foto.

 

MARCUS

Secundó con soniditos adorables la broma de Alice a su padre. Estaba deseando ver ese momento de las tías de su padre tratándole como el niño favorito, se iba a reír mucho. En cuanto a los comentarios sobre "ser sorpresilla fuera del matrimonio", se hubiera incomodado más si no estuviera ya más que de sobra acostumbrado a los comentarios de su novia. Chistó un poco, como si quisiera desviar el tema, pero tenía que reconocer que eso de que ella nació en su sitio le hizo gracia. — A nadie le cabía la menor duda. — Comentó jocoso, y siguió atendiendo a la información de su abuela. Eso sí, le arqueó las cejas varias veces a Alice con diversión cuando su abuela mencionó lo del pub. Oyó a Lawrence reír entre dientes. — Definitivamente, mi nieto tiene un gran porcentaje Lacey y no solo en el gusto por comer. — Marcus se irguió. — Ni idea de por qué lo dices, pero lo tomaré como un cumplido. — ¿Ni idea? Qué te gusta una fiesta, hijo. Yo no salía de mi casa cuando... — ¡¡Disculpa!! — Sus padres ya estaban suspirando, porque a Marcus se le había activado el modo ofensa. — ¡He sido el alumno más brillante y centrado de toda mi promoción de Hogwarts y casi de su historia! — Ya empezamos... Papá, anda que tú también... — ¡Vengo aquí a conocer mis raíces, la más pura magia ancestral...! — Siguió Marcus, y el discurso ofendido se prolongó sus buenos tres minutos, mientras todos miraban a la nada con cara de aburrimiento esperando que acabase. Todos menos Larry, que parecía ciertamente interesado en su exposición. — ...¡Pero todo cerebro necesita oxigenarse, repartir los momentos de concentración! Tú mismo nos invitaste a improvisar y relajarnos. ¡Y la familia es, sin duda...! — Seguía. Otro minuto más. — ...Y de ahí que quiera, no solo conocer más de mi persona para explorar mis límites conociendo a mi familia, sino del origen de esta tierra, mientras mi cerebro se relaja y puede producir mejor. — Silencio. — He terminado. — Apostilló muy digno, porque los presentes parecían haber desconectado y era necesaria la aclaración. Lawrence sonrió. — Lo dicho, Lacey. — Marcus le miró con los ojos entrecerrados, pero su abuela le pellizcó la mejilla. — Qué bien habla mi niño. Pero voy a seguir, que se nos hace de noche. — Sí, bueno, que muy bonito su discurso pero que la dejara avanzar, básicamente.

Miró la foto de boda de Eillish. — Oh, ¿esa es tía Erin? — Dijo enternecido y aguantando la risa. Vaya ceño fruncido, parecía Lex. Siguió atendiendo y asintió. — Definitivamente, Darren ya tiene mejores amigos aquí. — Al menos eso iba a hacer que su hermano y su cuñado se sintieran bastante cómodos. A él le llamaron más los gemelos, a quienes miró con adoración. — Me da que la Orden de Merlín no se va a separar de esa unidad familiar. — Bromeó Arnold. Y eso que aún quedaba una por conocer. — ¿Antropóloga? — Miró a Alice, con los ojos brillantes. — Nos podría ayudar un montón a conocer cosas de aquí. — Volvió a mirar a su abuela. — Seguro que era Ravenclaw. — Ella lo confirmó, respondiendo a su abuelo, y Marcus puso expresión de haberse llevado una victoria personal. No estaba bien decirlo sin ni siquiera conocer a las personas, pero ya tenía rama de la familia favorita.

— Por último, Nora, mi peque. — Le estaba viendo a su madre la cara de "por favor que sea soltera", pero en vistas de que Molly ya tenía varias fotos en las manos, lo dudaba mucho. — Tres hijos tienen. — La familia no deja de expandirse. — Comentó Arnold, provocando risillas en Lawrence y que Emma ahogara un suspiro. — ¡Y más que se podría expandir! Solo está emparejado uno, así que aún podríamos ser más. — Marcus se aguantaba la risa mirando a Alice. Lo cierto era que él estaba más con su abuela que con sus padres en eso, le encantaba tener muchos familiares. — Mi Nora y su marido, Edward, viven con mis cuñados. Ya sabéis, están mayores, la casa es grande... Ella es enfermera también, cariño, os vais a llevar de maravilla. — Y esta es la familia que va a ser favorita de la americana. — Confirmó Marcus, divertido. — Porque la hija mayor es la del pub ¿no? — ¡En efecto! Mi niño, es irlandés de corazón, ya se los conoce a todos. — Marcus puso sonrisita de niño orgulloso. — Ginny es la mayor, la que regenta el pub con Wendy, y la mediana es Siobhán... Fuerte, determinada, otra Gryffindor de corazón fuerte, guerrero, que sabe lo que quiere... — Que no os pille por banda. — Tradujo Arnold. La abuela chistó. — ¡Qué teméis los hombres a una mujer fuerte! — ¿Me lo dices a mí? ¿Seguro? — Preguntó el hombre con una ceja arqueada y tono monocorde, mientras agarraba la mano de su madre. Ahora era esta la que tenía mirada de orgullo absoluto, pero no con el tonito infantil de Marcus, sino con el desdeñoso propio de una mujer puramente Slytherin. — ¿Te acuerdas aquella vez que vinimos y estaba atada a una de las vallas de la granja del primo Cillian? Menudo enfado tenían. Los dos, cada uno por lo suyo. — Marcus miraba con los ojos muy abiertos. — Resultaba que se había muerto una de las reses con la mala fortuna de que a la chica le pilló por allí, y vio no solo a la res muerta en cuestión sino a las crías. Menudo drama. No comulgaba nada ni con los métodos para deshacerse del animal ni con "la crueldad de que sus hijos lo presencien". — A mí me parece que tiene muy buen corazón y principios. — Y a mí que el tío Cillian ya tenía bastante con la epidemia que le estaba dejando sin ganado como para lidiar con una niña de siete años que trataba de montarle una rebelión. — Marcus tuvo que volver a apretar los labios con fuerza para no estallar en carcajadas, y vio que su madre aguantaba la risa, cuando en condiciones normales habría rodado los ojos con un suspiro.

— ¡Bueno! Yo creo que es una chica muy centrada y que sabe muy bien de lo que habla y hay que escucharla. Siempre fue muy defensora de las causas ajenas. — Y perdidas. — ¡Era una niña, Arnold! Si es que, como él vivía bajo las faldas de la abuela, no entiende la lucha de otros. — ¡¡Eh!! — En fin, sigo. — Y su abuela cambió de foto, dejando a su padre ciertamente indignado. — Ya solo falta Andrew, ¡otro profe de niños magos! Si es que son un amor, mis niños. Está con una chica llamada Alison y los dos trabajan en la escuela de Eillish. Como veis, tienen un núcleo familiar muy unido. Y mirad, mirad qué cosita, esta me la mandaron hace poco, mi niño, es tan cariñoso. — Les tendió una foto de un bebé precioso, rubito y con unos enormes ojos verdes. — Brando, la criaturita que acaban de tener. Qué ricurita... — ¿De estos no tenemos foto de boda? — Preguntó Arnold con retintín y una sonrisilla, cruzándose de brazos. Molly suspiró. — ¡En fin! Esa es nuestra familia. La gran familia irlandesa. —

 

ALICE

Puso una sonrisa de superioridad cuando Larry empezó a meterse con Marcus. — Ay, abuelo, si tú hubieras convivido con un Marcus de exámenes como yo lo he hecho… Te aseguro que no dirías tal cosa. — Pero ya se defendía solo con sus completísimos discursos, y así Alice podía terminar de comer y ver si podía pillarle un pellizco del pan al abuelo, mientras simplemente asistía a un buen duelo entre dos Ravenclaws, uno que usaba el intelecto y otro que se crecía en el silencio con frases lapidarias. Ella estaba como en medio, no sabía contestar como Marcus, pero definitivamente no sabía usar el silencio como el abuelo, claramente ella se enfangaría demasiado rápido, acabaría enfadada y ya está, pero para eso se rodeaba de gente que tenía ambas habilidades.

Faltaba Nora, la hija pequeña de Cletus y Amelia, que era la que se había quedado en la casa de los padres, y eso le parecía adorable. De hecho, sonrió con cariño y dijo. — Qué de enfermeras. Eso es lo que quiere una Ravenclaw de verdad, tener cuanta más gente mejor para aprender. — Miró a Marcus con los ojos entornados y sonrió. Ella adoraba a las familias grandes, sabía lidiar con el caos, y estaba encantada con el ambiente de Irlanda. Si la familia se tenía que expandir aún más, que así fuera. Se tuvo que contener la risa al imaginar a la activista Gryffindor oponiéndose desde chiquitita a la crueldad contra las vaquitas y no puedo más que decir. — Qué irlandés suena todo, estarás contenta, abuela, genuinos son. — Miró a Marcus y amplió la sonrisa. — Y aburrirnos, no nos vamos a aburrir. —

Miró con dulzura la foto de Andrew, que había heredado claramente los ojos de los O’Donnell, y su precioso bebé. — ¡Ohhhhh! ¿Pero a quién le importan las bodas, Arnold? Mira ese pequeñín, es cien por cien O’Donnell, qué monada más absoluta. — Oh, por los centauros, cariño, exorcízale a la señora irlandesa que la acaba de poseer. — Y Emma rio, pero estaba mirando la foto con… ternura. Luego miró a Marcus y le acarició la cara. — Me recuerda mucho a ti. Eras también así de precioso, con esos ojos tan claros y grandes, mirándolo todo con toda la curiosidad del mundo. Y esa sonrisa. — Acarició sus rizos y aseguró. — El bebé más guapo del mundo. Teníamos que haberos traído más. — Miró a Molly con los ojos brillantes y dijo. — Se merecían una gran familia irlandesa, sin duda. — Molly también la miró emocionada, y Alice estaba a punto de llorar cuando Molly dijo. — Bueno, basta ya. Vamos a terminar de darle los toques hogareños a esta casa, mientras los alquimistas se dedican… al taller. — Con todo el árbol genealógico, prácticamente se le había olvidado que en el jardín de atrás había un pequeño taller, que no se había tocado en prácticamente diez años. Miró a su novio y dijo. — Parece que vamos a descubrir muchas cosas hoy. — La abuela y Arnold se pusieron a recoger y Emma se puso a revisar los rodillos, mientras el abuelo se levantaba despacito, pero con cara de ilusión. — Pero no os eternicéis, eh. Que nos espera la familia para merendar. — ¿Merendar? — Preguntó Alice pestañeando. Yo no pensaba ni cenar después de esta comilona, pero no lo dijo y se dejó arrastrar hacia fuera.

El taller estaba prácticamente unido a la casa pero, probablemente por precaución, no podía entrarse directamente. Era una pequeña cabañita desde fuera, que alguna vez tuvo macetas floreadas en las ventanas, que Alice pensaba recuperar. Lawrence suspiró y se quedó mirando la puerta antes de abrirla. — Aquí preparé mi licencia de cristal y, cada vez que veníamos después, la de carmesí. — Suspiró. — Siempre consideré que era demasiado pequeño, pero, una vez en mi enorme taller de Inglaterra, me vi tan solo y frío y pensé… cómo me hubiera gustado empezar en aquel taller tan recoleto, cerca de la familia, y no como lo hice, dando tumbos por el mundo, con la guerra y los alquimistas de fuego… — Puso una mano en el hombro de Marcus y dijo. — Tú, hijo, vosotros, tenéis la opción de hacer esto bien. Venga, entremos. — Y con el corazón latiéndole en las sienes y tomando la mano de Marcus, Alice entró.

Efectivamente, era muy pequeñito y, suponía que por razones de seguridad, estaba vacío, pero tenía un montón de armarios, vitrinas y mesas, una pila con un grifo, y mucho sitio para plantas que pudieran servir de precios. Era acogedor y bonito, y mientras abría las ventanas, se giró con una sonrisa al abuelo y a Marcus. — Puede que sea pequeño, pero… esta Gallia no pide más. Está pegadito a la casa, con vistas al huerto, hay sitio para plantas y los muebles… Se nota tanto que pertenece a esta casa… — Subió la mirada al techo, que estaba pintado de azul con rústicas constelaciones pintadas. — Esas las pintaron mis sobrinos, los que ahora veis que son abuelos y todas esas cosas. Molly dijo que era importante que la familia tuviera mano en todo esto y… tenía razón. Adoro mi taller de Inglaterra, pero este es especial. — Ella fue y se abrazó a Marcus, mientras Lawrence hechizaba todos los baúles de instrumental y libros del taller de Inglaterra. — Cuando volvamos a enfrentarnos a ese tribunal, Marcus… acuérdate de esto. Por fin podemos hundir las manos y agarrarnos a nuestras raíces. Levantar la vista y ver esto… — Se rio ante los dibujos infantiles. — Cuando uno tiene los cimientos tan asegurados, es justo cuando puede plantearse levantar algo más grande. —

 

MARCUS

Miró con cariño a su madre y se dejó mimar, porque Emma siempre había sido cariñosa con él, si bien no llegaba a los extremos de Molly y era bastante más comedida en sus expresiones. Debía estar muy feliz... y ahora le daba aún más pena que tuvieran que irse. Pero sus padres tenían que trabajar. Volverían en Navidad. Solo iba a ser... un mes y medio, al fin y al cabo... Con las ganas que tenía él de salir de Hogwarts para volver a pasar más tiempo con sus padres, y entre una cosa y otra los estaba viendo menos que nunca.

Asintió y Molly añadió a las palabras de Alice. — Y si nos da tiempo antes de que vayamos con la familia, os enseño algunos recuerditos que se quedaron en la caja. Pero si queréis un adelanto... — Y sacó lentamente y con cara de pillina, mirando de reojo a Arnold, un chupete con un trébol estampado. Marcus y Emma abrieron mucho los ojos. — Ooooooh dime que eso es... — ¡Bueno! Hemos dicho que cada uno a su puesto. — Cortó Arnold, empujando a Marcus hacia fuera con Alice y el abuelo mientras este se moría de risa, pero Emma sí se le quedó mirando con ternura y estaba seguro de que, en cuanto se fueran, se llevaría algún comentario bromista. Todo lo bromista que podía salir de ella, pero quién sabía en aquel entorno tan relajado.

Miró con ojos emocionados la puerta del taller, escuchando a su abuelo. Solo los alrededores tenían muchísimo potencial, no quería ni imaginar lo de dentro, pero sobre todo, le emocionaba muchísimo lo que oía. Aquello sí que era su principio. La mano en su hombro hizo que se le anegara la mirada con la emoción. — Lo haremos. — Respondió, apretando la mano de Alice y entrando justo después. Y a pesar de que era ciertamente pequeño, emanaba... todo. Emanaba su propia quintaesencia y todos los recuerdos, experiencias y conocimientos que habían pasado por él. — Aquí vamos a hacer grandes cosas. — Susurró, mirando su alrededor. Había soñado muchísimo con crear su propio taller, uno nuevo a su medida, pero eso... era especial. Estar en el taller en el que su abuelo dio pasos de joven, hace tanto tiempo... le llenaba de una energía nueva. Rio levemente a lo que Alice decía. — Que no falten las plantitas. — Sin dejar de mirar todo con ojos ambiciosos y deseosos de ver brillar aquel taller. Miró las pinturas. Wow, sí que tenían tiempo... — Son preciosas. — Y, sobre todo, eran especiales.

Recibió y correspondió el abrazo de Alice. — Así será. — Miró una vez más a su alrededor. — Este es nuestro principio. Estos son nuestros verdaderos orígenes. Esta historia no deja de escribirse ni de estar llena de primeras veces. — La miró y acarició su mejilla. — Cuantísimo nos queda por vivir, Alice Gallia. — Se oyó un leve carraspeo. Ambos miraron a Lawrence. — Espero que se me disculpe por interrumpir el gran momento romántico. — Los dos rieron entre dientes. — No quería ser un intruso, pero tampoco un mero observador. — Entrelazó las manos y les miró. — Pero... estoy de acuerdo con ambos. Y convencido. No deja de haber primeras veces en toda una vida, y es en los cimientos donde reside la clave del éxito, desde donde se puede crecer. Un buen pilar al que volver después de volar muy alto. — Se acercó a ellos y, a pesar de que estaban solos, les dijo en confidencia. — Y este no deja de ser un buen refugio para cuando tengáis demasiadas dosis de familia irlandesa. — Rieron ambos, pero Lawrence les apuntó con un índice. — Hablo en serio. Respetan bastante el taller del alquimista, parece que fueran a engullir el mundo si tocan lo que no deben. Así que no hace falta ni que os advierta de no montar escándalos aquí, nadie parece muy proclive a entrar. — Puso una mano en cada uno de sus hombros y añadió. — La lección de hoy es: llevad Irlanda en la piel. Vuestra abuela, y toda vuestra familia, sabe mucho de eso. No tardéis en aprenderlo tanto como yo. Y volveréis a Inglaterra, o a cualquier lugar que tengáis que ir, con más conocimientos de los que podáis hallar en ningún libro. —

Notes:

¿Estabais tan deseosas como nosotras de llegar a Irlanda? ¡NECESITÁBAMOS VER A NUESTROS CHICOS EN LA ISLA ESMERALDA! Por fin los abuelos puede enseñarles su tierra y esa sabiduría que solo se puede encontrar en su isla, con sus leyendas y cosas tan antiguas como esa cuna de los gigantes. Preparaos para una familia enorme y miles de momentos MUY emotivos, además de mucha magia… ¿Qué queréis ver en Irlanda? Estamos deseando leeros.

Chapter 49: Westering home

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WESTERING HOME

(4 de noviembre de 2002)

 

ALICE

— Que alguien mantenga en mente lo del chupete de Arnold y demás recuerdos que nos recuerdan su irlandesidad. — Iba Alice picando, de camino a casa de los O’Donnell. — Estáis todos muy graciositos. Anda, papá, ya que estamos caminando por aquí, cuéntales cuando mamá te dijo “nos vemos un día de estos” y ni veinticuatro horas después estabas en la puerta de su casa. — Lawrence suspiró, pero estaba claro que se estaba guardando una risita. — Ay, hijo mío, te tenía por un hombre maduro y casado, con una forjada reputación como aritmántico… — Pero la carcajada de Molly le interrumpió. — Y ahí estaba él, como un pincel, parecía que iba a una conferencia, y yo en delantal con siete hechizos domésticos echados, y el ajuar de novia todavía por ahí… — Todos corearon sus risas, y esta vez hasta Lawrence dejó que le saliera. — Y no llevé flores porque Merlín no quiso. No será que no me insistieron en esa casa de allí. — Dijo señalando una calle que salía de la plaza central del pueblo, por la que ahora pasaban, y que tenía unas piedras brillantes suspendidas en el centro.

— ¿Y esas piedras, abuela? — Preguntó ella, mientras se acercaba a las mismas dando saltitos. — Son una réplica de las piedras fundacionales de Ballyknow. Son para recordarnos que llevamos mucho tiempo aquí, mi vida. A los irlandeses nos encanta eso. Ya os contaré la leyenda de nuestro origen, ya… Mirad. — Señaló una cuesta de verdín que bajaba justo hasta la plaza. — Ahí es donde se ponen los puestos, las barras y las tarimas en las fiestas. — ¡Anda como en La Provenza! — Allí la comida está más buena. — Dijo Arnie. — ¡Anda este! Si a ti ya se te ha olvidado cómo son las fiestas aquí. — Yo tengo muy buen recuerdo, pero la comida provenzal es insuperable. — Insistió su suegro. — ¿Dónde estaba tu biblioteca, Molly? — Allí. — Señaló a un pequeño pero precioso edificio, encantador como era todo el pueblo. — Ya iremos, ya. El fondo sigue siendo el que yo fundé, pero está muy cambiada… — Suspiró. — Pero eso es la vida. Si tiene que cambiar, es porque se usa, y eso es que mi pueblo sigue vivo. — Dictaminó con cariño y las manos en el pecho.

De repente, dos niños con el pelo rubio cobrizo salieron de un jardín y corrieron hacia ellos. — ¡Ay pero si son mis gemelitos! — ¡HOLA, TÍA MOLLY! — Dijo uno de ellos, claramente más lanzado que el otro. — ¡A ver! ¿Cuál es Horacius y cuál Lucius? Que siempre me liais. — Los niños se rieron, y una mujer pelirroja de aspecto afable se acercó a ellos. — El que intente liarte para algo, es Horacius. Alguien ha salido a su bisabuelo Cletus y va a ser todo un Slytherin. Lucius es más como su padre. — Y como su madre, cariño mío. ¡Qué alegría de verte, Niamh! — Saludó la abuela con un gran abrazo y muchos besos. Efectivamente, esa era la mujer de Ruairi y madre de los gemelos. — Estábamos fuera con el bebé porque Ruairi se ha empeñado en traerle un diricawl, porque los niños se desarrollan mejor si tienen animales cerca y todo eso… — Efectivamente, de fondo, en el precioso jardín de una encantadora casa cercana, vio a otro chico pelirrojo, dos chicas rubias y uno moreno observando muy de cerca cómo un bebé se reía y pataleaba ante un diricawl curioso pero asustado. — ¡Arnold, Emma! Qué alegría volver a veros. — Dijo saludando a sus suegros. — Hola, Niamh. — Es un placer volver a verte. — No, el placer es mío, fuisteis tremendamente amables acogiéndonos en aquel viaje precipitado que tuvimos que hacer a Londres y tu ayuda fue inestimable en el Ministerio. — Sin duda, esa era una frase que Emma O’Donnell oía recurrentemente. La mujer reparó en ellos y se acercó. — Y vosotros debéis ser Marcus y Alice, los alquimistas. Habéis hecho feliz a esta familia queriendo venir aquí. — Alice le devolvió el saludo y la sonrisa. — Yo estoy encantada y solo llevo unas horas aquí. — Se nota, en cuanto pases un poco más, te drenarán las energías. — Una de las chicas rubias se había acercado. — Mi cuñada no podía esperar a tener unos Ravenclaws jóvenes sin hijos cerca, os lo aseguro, pero es que ella saluda así. — Alice amplió la sonrisa y saludó a la chica. — Nancy, si no me equivoco. — La misma, encantada, nueva prima. ¡Tío Larry! — Se movió de inmediato a abrazar al abuelo. — ¡Mi chica lista! Pero ¿cuándo te has convertido en una mujer, me lo explicas? — En cuanto me han montado una guardería alrededor. — ¿Es verdad que eres alquimista? ¿Nos puedes transmutar cosas? ¿Puedes hacer un juguete con…? Yo que sé… ¿Césped? — Preguntó uno de los niños de corrido. — Tú eres Horacius, me parece a mí. — El niño asintió, con una sonrisa orgullosa, y Alice les ofreció las manos a los dos. — Pues yo soy la prima Alice, y sí, somos alquimistas, pero aún juguetes con césped no sé hacer. — Tú dale tiempo, diablillo. — Dijo Lawrence agarrando al chico y haciéndole cosquillas. — Cómo te pareces a tu condenado bisabuelo, muchacho. —

 

MARCUS

Si estuviera Lex allí, ya le estaría diciendo algo del tipo "no vayas a pasarte todo el tiempo que estés en Irlanda vestido de verde". Pero era su primer día, y tenía una bonita camisa que se había comprado unos días antes color verde esmeralda que además le resaltaba los ojos, y por supuesto que iría a la merienda con ella de estreno. Iba absolutamente feliz mientras charlaba con su familia y oía anécdotas, riendo a carcajadas. — Lo siento, abuelo, pero ahí estoy con el tío Cletus: ¿a quién se le ocurre ir a ver a la chica que te gusta sin flores? Pregúntale a Alice cuántas flores he dejado yo por Hogwarts y ni siquiera eran las chicas a las que pretendía. — La miró con cariño. — Porque la que pretendía me da a mí mil vueltas en conocimientos sobre flores y prefiere que le regale pajaritos. — Le guiñó un ojo. — Eso sí, yo también hubiera ido al día siguiente. — Su madre rio entre dientes. La miró con los ojos entornados y una sonrisilla. Ya, ¿cuánto dicta el protocolo Horner que debe esperar un hombre para ir a verte? Pensó cómico. Porque, sí, Emma se pondría muy bien puesta, pero ahí estaba, con un hombre que seguro que tampoco habría aguantado más de un día sin ir a verla.

Las piedras eran bonitas, pero más bonito era ver a su Alice rebotando hacia ellas. Compartió una mirada con su madre y esta sonrió con cariño, pero justo cuando él se iba a acercar, le puso una mano en el hombro y dijo en voz tenue. — Recuerda que un iceberg es más que la punta que ves. — Frunció los labios. Ya, que Alice había ido allí a sanar, que lo había pasado mal, que necesitaba tiempo... Pero es que la veía tan genuinamente feliz que era tentador creerse que todo volvía a estar en orden. Se acercó al resto y se frotó las manos. — ¿Cuándo es la próxima fiesta, abuela? — Ella chasqueó la lengua. — En estas fechas, ya me temo que la próxima no es hasta Navidad. — Pero no os preocupéis, si Ballyknow no ha cambiado en demasía, encontrarán cualquier excusa para una verbena semana sí y semana no. — Añadió Lawrence. Marcus rio y llenó el pecho de aire, mirando a su alrededor, a la biblioteca que Molly señalaba y a toda la plaza. — Quiero conocerlo todo. Absolutamente todo. —

De repente, dos niños idénticos fueron corriendo hacia ellos, y a Marcus se le hicieron los ojos chiribitas. Primeros familiares, y niños. Se iba a llevar bien con ellos. Marcus quedó, junto con los demás, en un segundo plano, mientras Molly hacía la entrada y les presentaba. — ¿Has oído esa frase? ¿La del bebé con el diricawl? — Susurró a Alice, divertido. — Acaba de impactar directa en el corazón de los dos hermanos O'Donnell. — Porque él iba flechado al bebé, y de estar Lex allí, ya estaría buscando al diricawl. Con la frase que la mujer les dedicó a sus padres, Marcus les miró. Ese dato no lo conocía él, ¿dónde había estado? Ah, probablemente en Hogwarts, claro. Pero ya se acercaba a ellos, y Marcus puso su mejor sonrisa. — Es un placer conocerte, prima Niamh. — ¡Uy! Tú eres de buena cepa irlandesa. — Los dos rieron. — Estamos muy felices de estar aquí y deseando conocerlo todo. — Pero una chica acababa de acercarse y Marcus, solo de verla, tuvo la sensación de que se iban a llevar muy bien. Tenía un rostro afable y una sonrisa graciosa, pero ojos perspicaces. Era Nancy, seguro. No se equivocó. — Marcus. Un placer. — Saludó, estrechando su mano, antes de que la chica fuera a saludar con cariño a su abuelo.

Pero nada como un niño para recabar su atención. — Hm, ¿un juguete con hierba? ¿Podríamos, Alice? — Preguntó a su novia, entrando al juego. — Igual más adelante, pero podemos hacer otras cosas muy chulas. — ¿Como qué? — Quiso saber el otro, más retador que curioso, mientras su gemelo observaba en silencio. Marcus ladeó la sonrisa. — Mi querido primo, si te resuelvo el misterio desde ya, no tiene gracia. ¿Qué es de un buen alquimista si no le das un poquito de intriga? — Se agachó ante él. — ¿Sabes cómo funciona la alquimia? — El niño encogió un hombro. — Un poco. — Qué va, no sabemos nada, solo que no podemos hacerla todavía porque somos pequeños y es peligrosa y que el tío Larry es alquimista. — Se animó Lucius, más sincero que su hermano. — Todo eso es verdad. Es muy poderosa. Un día de estos, cuando estemos más instalados en el taller, os venís y os enseñamos qué podemos hacer. — Los dos asintieron con sendas sonrisas que manifestaban expresiones muy diferentes.

Escuchó lo que parecía una carrerilla tras él que se detenía de repente, y al girarse, vio a otro niño rubito, muy parecido a los gemelos, pero más bajito, que se había parado en seco y le miraba con ojos redondos. — Hola. ¿Eres el primo Marcus? — Él sonrió y asintió, ya de pie. — Así es. — El niño, con expresión tensa, pero con un formalismo muy gracioso teniendo en cuenta que no debía tener más de diez años, estiró firmemente la mano hacia él y dijo con un leve temblorcillo en la voz. — Bienvenido a Ballyknow, primo Marcus, soy Patrick O'Donnell, pero todos me llaman Pod, puedes llamarme primo Pod. — Se aguantó la risa y estrechó su mano, con el mismo formalismo. — Encantado, primo Pod. — El chico asintió, y justo en ese momento, miró por encima del hombro de Marcus y abrió mucho los ojos, soltando un espontáneo y nada pensado. — ¡Oh! Qué guapa. — Se puso colorado en el acto y sacudió la cabeza. Marcus se giró lentamente, y ahí estaba su madre, tan espigada e imponente como siempre, pero con una sonrisa cálida. Se acercó a ellos. — Hola, Pod. Encantada de conocerte. — El niño asintió muy seguido y volvió a estrechar la mano en un gesto automático, pero sin levantar la mirada. Se estaba aguantando fuertemente la risa viendo la escena. — Soy Emma O'Donnell, la madre de tu primo Marcus. — Bienvenida a Ballyknow, señora prima Emma. — Miró a Alice. Quería a sus primos desde ya y les acababa de conocer. Oyó una risilla de fondo y cómo Horacius le decía a Lucius. — A Pod le gusta una madre. — ¡¡MENTIRA!! — Chilló el otro, pero los gemelos se fueron corriendo como lagartijas, y un hombre se acercaba hacia ellos. — A veeeer, Pod. — ¡No he hecho nada! — Ya, ya, hijo. — Comentó entre risas, acercándose a ellos. — Es un poco impresionable. — El niño miró a su padre con cara de pena. — Quería dar un buen recibimiento, papá. — Y ha sido un recibimiento excelente. — Animó Marcus. — Aun te queda gente por saludar, si quieres. — Y señaló con la mirada a Alice y a Arnold, para darle oportunidad de intentarlo de nuevo, mientras se acercaba al hombre. — Encantado, soy Marcus. — ¡¡Marcus!! Bienvenidos, qué ganas de teneros por aquí. Soy el Patrick senior, como os podréis imaginar. —

 

ALICE

Qué bien sabía tratar Marcus con los Slytherin, porque Horacius iba a ser Slytherin, de pura cepa además. Lucius era mucho más sanote, y claramente sincero, y ella les miraba con los ojos llenos de emoción. Alice había tenido la inmensa suerte de tener buena parte de su vida a Dylan para poder ver ese desarrollo, esos giros en el carácter, esa emoción de ver cómo crecían. Al menos parecía que Marcus iba a poder vivirlo con sus primos. Alice asintió a lo del taller. — Id pensando cómo vais a pagar el precio alquímico de entrar. — Dijo afilando los ojos y poniendo tono misterioso. — ¿Hay que pagar un precio alquímico? — Preguntó Lucius ligeramente preocupado. — Ya lo negociaremos. — Dictaminó Horacius, y la atención se dispersó hacia otro nene adorable que acababa de aparecer por ahí.

La presentación de Pod le pareció lo más adorable del mundo, tanto la dirigida a Marcus como la de Emma, y claro, Horacius no perdió el tiempo, y Alice podría jurar que el corazón se le derritió, así que en cuanto el Patrick mayor vino a controlar el drama, ella aprovechó y le picó el hombro al niño, carraspeando. — Yo no he sido saludada. — ¡Oh! ¡Mil perdones! Tú debes ser la novia del primo Marcus. — Esa soy yo. Me llamo Alice Gallia, es un placer conocerte, Patrick. — Contestó tendiéndole la mano, y los ojos del niño brillaron, claramente de poder reconducir la cuestión. — Encantado, prima Alice, tú también puedes llamarme Pod. — Ella puso una amplia sonrisa y le acarició las mejillas. — Alguien es muy O’Donnell. — El padre rio, mientras la saludaba. — Más bien tu rama de los O’Donnell. Ahora conocerás a mi padre y mi hermana Martha. Son… gente que pasa mucho tiempo con los animales en el campo, y así se quedan. — Arnold saludó a su primo con afecto y le estrechó el hombro. — Mira mi primito que ya es todo un hombre. Da gusto verte, sobre todo tan bien rodeado. — Tú debes de ser el primo Arnold. Encantadísimo. — Insistió el niño. Qué adorable. — Permitid que os presente a mi hermanita. — Y entonces Alice reparó en una niñita pelirroja que se agarraba a la pernera del pantalón de su padre y les miraba desde ahí. — ¡Madre mía! ¡Cómo se parece a mi hermana Erin! — ¡Es verdad! — Convino ella, recordando la foto con Draquito. — Y como ella, tú también tienes un peluche, ¿me lo enseñas? — Pidió Arnold. La niña le miró y extendió el peluche, que era un unicornio. — ¡Uy! A ella le encantaría. Es un unicornio magnífico. — Patrick acarició el pelo de su niña y dijo. — Es que ella, igual que la prima Erin, también es mezcla de O’Donnell y O’Connor. Y es muy buena. El que es más polvorilla es el pequeño, pero debe estar en la cocina con la madre y la bisabuela, porque desde luego es glotón. — Alice rio. — Definitivamente, tus niños se parecen a mis O’Donnell. —

Se dirigieron al jardín y supo reconocer a un Hufflepuff caótico y a uno cariñoso según los vio. El diricawl, el pobre, con tanta gente se asustó y empezó a correr en círculos soltando plumas. — ¡Ay! ¡Ghillean! ¡Espera! ¡No! — Gritó el pelirrojo, que se parecía mucho a Nancy, así que debía ser su hermano. La otra chica rubia se echó a reír, y el chico moreno levantó al bebé con precaución, y cara de “pobrecillo, menuda liada”. Sentía que podía oír el cerebro de su suegra suspirar y preguntarse por qué no se habría quedado en la casa vigilando a los rodillos. — ¡Chicos! ¡Niamh! ¡Ayudadme con Ghillean! — Y los gemelos sitiaron al pobre diricawl. — ¡Ya está, papi! — Este de aquí no sale. — Y el diricawl graznaba como si se fuera a quedar sin garganta. — ¡Pero no le asustéis! A ver, a ver… — Se acercó al pájaro y lo cogió con delicadeza, y lo metió en una caja de madera. Seguro que era de esas que tenía amplificación y ambientes por dentro. — Uf, menos mal, no quería conocer a mis primos en medio del caos. — Menos mal que no ha pasado ni nada, sí, pensó Alice, conteniéndose la risa. — ¡Primo Arnold! ¡Emma! — Saludó afectuoso con abrazos. — ¿Tengo plumas de Ghillean por aquí? — Preguntó en voz baja, apuradillo. — Aquí un par, Ruairi, pero ya está. — Llegó Pod, solícito y protocolario, despejando el abrigo de las plumas en distintas tonalidades frías. El hombre estrechó su mano y la de Marcus. — Es un placer conoceros, chicos, admiro muchísimo a los alquimistas. A mí no me dejarían ni acercarme a la puerta, porque lo rompería todo e iniciaría un caos cósmico, pero no es problema para admirarlos y saber lo mucho que cuesta lo que vosotros habéis conseguido. — Gracias, Ruairi, un placer. — Dijo ella con una gran sonrisa, intentando transmitir tranquilidad al pobre hombre. Él miró con cariño a Marcus. — No te acordarás de mí, pero cuando eras pequeño pasé un par de veces por vuestra casa, por conferencias y asuntos en Londres con Erin, principalmente. Yo no te gustaba mucho, porque siempre iba con animales y tú te asustabas… Pero en cuanto los guardaba, venías a pedirme historias irlandesas como las de la tía Molly. Tu hermano Lex era justo al contrario. Entonces me parecía curioso, luego tuve a los gemelos y lo entendí todo. — Para ser justos, los tuvo Niamh, ¿no crees? — Dijo la otra chica rubia, recolgándose del hombro de Ruairi con una espléndida sonrisa. — Soy Allison, la novia de Andrew. Me presento antes de que caigáis bajo los encantos de mi hijo, que ahora mismo es el rey de la casa con sus… — ¡ESOS OJOS IRLANDESES! ¡IGUALITOS QUE SU TATARABUELA MARTHA Y SU TÍO LAWRENCE! — Se oyó exclamar a la abuela, mientras levantaba al bebé, que se reía brillantemente. — Es precioso, pero claramente tiene a quien salir. — Respondió Alice. — Encantada, Allison. — Ay, esto me recuerda que no os he presentado a mi mujer… — Se apuró Ruairi, pero Niamh apareció por el lado contrario a Allison. — Tranquilo, cariño, tu mujer sabe presentarse solita. Tú persigues diricawls y yo gemelos. — Allison se giró. — El mío también sabe presentarse, pero es que la tía Molly lo ha secuestrado junto al bebé. — Alice entornó los ojos. — Y ya no lo va a soltar, diría yo. —

 

MARCUS

Sí que Pod era muy O'Donnell, le recordaba a él en rubito cuando niño, aunque según el padre del chico, era más bien "su rama O'Donnell". Estaba deseando conocer una versión O'Donnell que no fuera la que él conocía, desde luego iba a ser una gran sorpresa. Por las historias que había oído, se le antojaban todos iguales excepto Cletus, pero la familia de este era bastante más extensa que la de Lawrence y saberse minoría era, cuanto menos, una novedad que estaba deseando descubrir. Pero en lo que sonreía a los protocolarios saludos de Pod, apareció otra niña por allí. Ya estaba Marcus activando el modo adoración por la infancia.

— Hola. — Saludó con dulzura, agachándose un poco y poniendo las manos en las rodillas mientras Arnold y Patrick hablaban entre ellos sobre las personalidades de los niños. — Supongo que no tienes ni idea de quién es la tal Erin de la que están hablando. — La niña, tímida, se limitó a negar con la cabeza. — Es mi tía, la hermana de mi padre. De ese señor que te ha saludado. — Sonrió más. — ¿Sabes lo que es un patronus? — Pareció pensárselo, como si hubiera oído hablar de ello pero no tuviera muy claro qué era. Se puso en cuclillas para quedar más a la altura. — Es un hechizo muy bonito, y muy útil, porque puede mandar mensajes y defenderte de cosas que asustan mucho. Es el reflejo del alma de las personas y sale cuando piensas en recuerdos muy felices. ¿A que no sabes qué? — La niña negó. Le escuchaba con atención, pero no salía de detrás de la pierna de su padre. — El patronus de mi tía Erin es un unicornio, como tu peluche. Os vais a llevar genial. — Eso la hizo parpadear y sonreír. Le había agradado la coincidencia. — Soy Marcus. ¿Cómo te llamas? — Rosie. — Dijo con vocecilla. — ¡Oh! La madre de mi abuela Molly se llamaba así. — Y mi mamá. Y la tía de mi mamá. — Marcus rio. — ¿Sabes quién se llama como yo? — La niña negó. Marcus señaló a Alice. — Esa es mi novia. Tiene un hermano. — ¿Y su hermano se llama como tú? — No. El búho de su hermano se llama como yo. — Eso hizo a la niña reír con musicalidad. Pod apareció por allí. — ¿Y quién es mayor? ¿El búho o tú? — Marcus suspiró, teatral. — Me temo que yo. — Entonces ¿le puso al búho el nombre por ti? — Sip. — A mí me parece un gran honor. — Marcus le miró con orgullo y le señaló. — Me caes bien, Pod. — El niño puso una sonrisita brillante.

Cuando se quiso dar cuenta, su familia se había dirigido al jardín y Patrick también conducía a sus niños hacia allí, y a Marcus con ellos (no iba a tardar en ser adoptado por otra familia con varios niños, eso se veía venir). De repente se encontró con un caos provocado por un diricawl asustado y varias personas intentando contenerle, por lo que se mantuvo a una distancia prudencial. Su madre tampoco se había acercado mucho, aunque por su seguridad aparente pareciera estar viendo al pájaro descontrolado desde la tranquilidad de un fantasma al que ya nada puede ocurrirle. La frase de alivio del aparentemente dueño del diricawl diciendo que "no quería conocer a sus primos en medio del caos" le hizo parpadear. Ah, pero ¿hay niveles mayores de caos? Le quedaban muchas experiencias por vivir en Irlanda, sin duda.

Al menos su saludo le hizo alegrarse genuinamente, estrechándole la mano. — En cuanto tengamos el taller de aquí listo, puedes entrar siempre que quieras. Alguna de esas plumas quizás hasta nos vengan bien. — Bromeó, señalando una de las que caían lánguidas por allí. — Encantado de conocerte, Ruairi. — Pero se ve que ya se conocían, lo cual hizo que abriera los ojos y la boca en una sonrisa sorprendida. — ¡Qué dices! — Rio a carcajadas. — Lamento mi descortesía infantil. Prometo hacer que ahora me gustes más. — Volvió a bromear, aunque pensó siempre que no vayas acompañado de pájaros gigantes y enloquecidos, claro. — A Lex le va a seguir encantando conocer a tus animales. Y a mi cuñado, más aún. — El hombre sonrió, pero puso leve expresión extrañada. Sí, claro, faltan datos. Bueno, poco a poco.

No pudo responder apenas al saludo de Allison por la arrolladora entrada de Molly, pero entendió los motivos. Se derritió por completo nada más ver al bebé. — Lo dicho. — Oh, perdón. — Respondió entre risas, porque sí, estaba absorto mirándolo. — Soy Marcus. — Allison. Encantada. — Dijo ella entre risas. Todos eran adorables, simpáticos, sonrientes y afables. Daba gusto estar allí. — Hola, pequeñín. — Sí, sí, muy amable la familia, pero habiendo un bebé, Marcus tenía una prioridad. — Sí que tienes unos bonitos ojos irlandeses. — Comentó, entre carantoñas y tonterías que hacían al bebé reír musicalmente. — Tú eres Brando ¿no? Soy tu primo Marcus. Sí, el alquimista. ¿Qué? ¿Que tú también vas a ser alquimista? Qué bien que he venido, entonces. — Molly se reía a carcajadas con sus ocurrencias, pero oyó una risa tras él. — ¡Vaya! ¿Has oído eso, cariño? Nuestro hijo nos va a sacar de pobres, alquimista, ni más ni menos. — ¡¡AY, MI NIÑO, MI ANDREW!! — Molly achuchó al chico que se había presentado como padre de la criatura, que reía y correspondía el abrazo. — ¿Dónde está tu madre? ¿Dónde está mi Nora? ¡¡Oy, eso digo yo!! ¡¿Dónde están mis niños?! — Comprobando que al tío Larry le sigue gustando la seño Molly. — Dijo una voz socarrona de hombre que se acercaba a su abuelo. A este le brillaron los ojos. — ¡Cillian! ¡Hijo! — Su abuelo abrazó al hombre con fuerza, y juraría que estaba siendo el momento más emotivo desde que llegaron allí. Se había generado un silencio emocionado en el lugar.

— ¡Estás igual, tío Lawrence! — No me digas eso, por Merlín. Creía que al menos era guapo de joven. — ¡Tonterías! Todo un galán. No como mi padre, claro, pero mira, se cameló a la jovencita más guapa del pueblo. ¡Tía Molly! — ¡Mi niño! Sigues siendo un granuja. — Se abrazaron, y Arnold y Emma se acercaron y el hombre los saludó con afabilidad. — No sabéis hasta qué punto el tío alquimista y la tía profe son aquí famosos. — Chivó Andrew a su lado, con Brando en brazos y una sonrisa. — Mi madre habla de ellos como si fueran dioses, y la tía Eillish. Han contado la historia de la verbena en que se conocieron y bailaron todos juntos como un millón de veces. — ¡Esa yo también me la sé! — Respondió Marcus con ilusión. El otro rio y suspiró. — Nosotros os conocemos más a vosotros que al revés, seguro. — Sonrió. — Pero los irlandeses, en lo que a hacer historia se refiere, somos discretos. Y abrimos nuestras puertas a quien quiere venir. Somos familia aunque nunca nos hayamos visto. — Todos posaron la mirada en Cillian y en la familia de Marcus, saludándose entre todos emocionados, y Andrew añadió. — Familias como la nuestra nunca dejan de crecer. Ni olvidan de donde vienen. Es la mejor magia que tenemos. —

 

ALICE

Oyó de refilón la conversación de Marcus con la niña y sonrió tiernamente. Había tanta gente a la que conocer, con la que poder hablar, interactuar, ayudar… Hacía que a uno se le olvidara que había vida más allá de Ballyknow, estando allí se entendía mucho mejor a Molly. Y eran felices, fundamentalmente, los O’Donnell eran gente feliz, contenta de estar allí, todos juntos y de recibirles, sin más aspiraciones, y eso era de agradecer.

Por supuesto, su novio tardó un total de dos segundos en salir corriendo a por el bebé. La verdad es que era extremadamente adorable, se reía muchísimo y tenía unos ojos preciosos. Alice se acercó a él y le miró embobada. — Lo siento, Allison, es que habéis hecho un bebé precioso. — Le puse mucho empeño, yo si hago las cosas, las hago bien. — Respondió Andrew, lo cual hizo reír a ella, y allá que iba a presentarse cuando la abuela lo capturó y empezó a demandar más de sus sobrinos. Y talmente como si lo hubiera invocado, apareció Cillian por allí. Alice sabía reconocer un encanto Slytherin cuando lo veía, pero no pudo evitar emocionarse al ver al abuelo abrazarse con sus sobrinos. De nuevo esa sensación de que su mundo hasta entonces había sido muy pequeño, que tenía que conocer más de la familia, empaparse de toda esa parte de la vida que para Molly y Lawrence había sido tan importante.

A lo que Andrew les chivó, ella sonrió y dijo. — Yo quiero saber las versiones de la historia de tu madre y tus tíos. — Nancy, que llegaba también para entrar hacia la casa, añadió. — Tranquila que hasta te lo representan, y mi madre empieza a interrumpir a sus hermanos como si nadie más que ella hubiera estado ahí. — Pero se giró hacia Cillian para escuchar lo que decía de la familia, y juraría que los ojos se le inundaron, aunque mantuvo la sonrisa. — Sois muy afortunados. — Dijo a Andrew y Nancy, y luego tomó la mano de Marcus. — Y yo de que me hayan traído aquí. — Le miró enamorada. — Él es, sobre todo, alquimista de emociones. Todo lo convierte en felicidad. Ahora veo que es que le viene de familia. — Nancy le puso las manos en los hombros y rio. — Alguien va a entrar en los O’Donnell por la puerta grande. —

Y a lo que entraron fue precisamente a un gran salón, con la chimenea más grande que hubiera visto jamás en una casa, y olía a té, chocolate, pasteles y de todo, de hecho, le dio la sensación de la casa de los O’Donnell en Navidad. Había dos señores muy mayores sentados junto al fuego, junto a dos mujeres que le sorprendió que fueran tan morenas, aunque visto a la luz, su pelo tenía un tono mucho más cobrizo. — ¡Ay por Merlín si es mi Arnie! — ¡Tía Amelia! — Exclamó su suegro, diría que con más emoción de la que le había oído en mucho tiempo, y estrechó a la mujer como si se le fuera a escapar. — ¡Ay hijo! ¡Qué alegría que hayas vuelto a Irlanda! ¡Mi niño más listo y más bueno! ¡Ay, gracias a los siete dioses! ¡Ya estamos todos aquí! — La mujer estaba llorando y la más joven de las dos mujeres, que debía ser Nora, también. Cuando Amelia soltó a Arnold se abalanzó sobre su suegra y le estampó un beso en la mejilla y también la estrechó. — ¡Emma, hija! ¡Qué guapa y qué bien se te ve siempre! ¡Qué bendición para mi Arnie! Solo estoy tranquila con que esté en Inglaterra porque sé que tiene a la mejor mujer posible a su lado. — Juraría que a su suegra no le entusiasmaba en exceso esas demostraciones tan explosivas de cariño, pero tan solo sonreía, bastante emocionada, y a Amelia claramente no le importaba lo que pensaran los demás, ella simplemente expresaba. — No tenemos un favorito tampoco por aquí… — Susurró Alice a Marcus, pero la mujer algo debió detectar, porque se giró, y en cuanto posó los ojos en Marcus, ya estuvo. — ¿PERO ESE ES MARCUS? ¡PERO SI ES IGUALITO IGUALITO QUE MI ARNIE Y SU ABUELO! — Y se abalanzó sobre él y lo llenó de besos. — ¿Y lo altísimo que es? Madre mía. ¡Y qué cara más preciosa! ¡Y DE VERDE COMO BUEN IRLANDÉS! — Lo miró con las lágrimas rodando por las mejillas. — Pero qué bonito es que mi familia crezca tan bien. No sabes cómo me alegro de tenerte aquí, hijo. Para mí es demasiado bonito ver al hijo de mi Arnie tan guapo, hecho un alquimista, aquí en mi casa. — Entonces reparó en ella y la tomó de las manos. — ¿Y tú eres Alice? ¡Oy por favor! Mira que mis cuñados decían que eras guapa guapa, pero qué ojazos tienes tú también. Ojos irlandeses, esto era el destino. — Cuando la abuela saca el destino, se pone seria la cosa. — Dijo Andrew, picándola, mientras la mujer la abrazaba a ella también. — Eres más que bienvenida a Irlanda, mi vida. Estoy muy feliz de que hayáis querido venir. — Y ella estaba tan contenta y emocionada que ni las palabras le salían.

— Mucho “tía Amelia”, porque ya sé yo que la queréis más a ella, pero el tío Cletus está aquí también. — Reclamó el hombre acercándose a ellos. Puso las manos sobre los hombros de Marcus y le miró con media sonrisa. — Deja que te vea, chico. Ya te van a decir que eres igualito que tu abuelo, pero yo sé distinguir la influencia de una buena Slytherin. — Y miró de reojo a Emma y, por primera en su vida diría, vio a Emma con una sonrisa halagada y un leve sonrojo. Lo que no logre el encanto Slytherin, sin duda. — Eres un orgullo para todos los O’Donnell. Si no ¿cómo íbamos a seguir presumiendo de ser una familia de alquimistas? — Luego Cletus la miró a ella y le tomó la mano. — Encantado, señorita Gallia. Sé reconocer a una auténtica mujer Ravenclaw que sabe llevar a un O’Donnell cuando la veo. — Dijo antes de dejar un beso en su dorso. Ella afiló los ojos y sonrió. — Y yo reconozco a todo un encantador Slytherin cuando se me presenta. —

 

MARCUS

El corazón se le encogió de cariño absoluto cuando su novia le llamó alquimista de emociones, y dejó un tierno beso en su mejilla, presionándola con sus labios durante unos segundos, como si quisiera manifestarle todo su amor con el gesto. Qué lejos quedaba Nueva York, esos momentos en los que aquellos términos estaban teñidos de tristeza... La vida les debía aquella felicidad por esos sufrimientos.

La casa cumplía a la perfección con lo que había imaginado por las historias de su abuela, más aún que en la que iban a quedarse, porque Marcus siempre pensaba a lo grande y... bueno, aquella era más grande. Lo miró todo con los ojos brillantes, y miraba a Alice, y a sus padres, fuera de sí de alegría. Cuantísimo echaba de menos a Lex, pensar que se estaba perdiendo todo aquello... Qué rabia, se arrepentía de haber ido sin él, pero bueno, su hermano tampoco era de tan grandes multitudes y protagonismo, iba a agradecer su avanzadilla y entrar ya siendo mayormente conocido por el resto en base a lo que contaran de él. Podían usar ambos sus diferencias en su favor, Marcus haciéndose con el foco de atención, como le gustaba, y hablando de su hermano sin parar, y Lex entrando discretamente y con una carta de presentación ya hecha para ir lo más al grano posible.

La tía Amelia, por supuesto, fue la primera en saludar, y se fue directa a su padre. Marcus se acercó a Emma y susurró. — Vaya con el favorito. — Su madre rio entre dientes. Iban a tener broma para rato con eso. Igualmente, a la mujer no le dio mucho tiempo a reaccionar, porque se vio avasallada por la familiaridad irlandesa. Aquello estaba siendo tan divertido como emotivo, porque ver a tanta gente llorando de emoción estaba haciendo que se le saltaran las lágrimas. Y antes de que pudiera procesar el comentario de su novia, le llegó el turno a él. Estaba sobrepasado de tan feliz que se encontraba y solo atinaba a reír y sonreír, entre todos los besos y achuchones que le llegaban. — ¡Por supuesto! Irlanda en el corazón siempre. — Su comentario provocó un coro de adorabilidad en las mujeres de la sala. Y él que pensaba que jamás tendría un público más agradecido que sus polluelos de Ravenclaw cuando daba discursitos épicos de prefecto. Allí sí que se iba a crecer.

Tragó saliva, emocionado por las palabras de Amelia, también cuando se dirigió a Alice. — La más guapa de todas, y la más inteligente. Y la más buena. — Dijo con orgullo, y luego retomó el hilo de lo que le había dicho a él. — No tanto como para mí estar aquí. Gracias por esta acogida, tía Amelia. — ¡Ay, gracias, dice! Con lo felices que estamos de teneros... — Solo falta mi hermano. Es que está en Hogwarts, pero en Navidad vendrá. — Dijo con emoción contenida. Miraba a todas partes. — Teníamos muchísimas ganas de conocer a nuestra familia, y nuestras raíces. Y ya veréis cuando conozcáis a Lex, ¡os va a encantar! Es todavía más alto que yo. — Comentó entre risas. — Y le encantan las criaturas, y va a ser futuro jugador de quidditch, se le da gen... — ¡¿Jugador de quidditch?! — Interrumpió Nancy casi con un chillido y los ojos brillantes, haciendo que su hermano Ruairi riera infantilmente. — Le has sacado a relucir su placer culpable... — Mi niño, cómo habla de su hermano. — Dijo con cariño la tía Nora, acercándose también a él y tomándole de las mejillas. — Es lo más bonito del mundo, dos hermanos que se quieren. — Bueno... — Comentó Arnold, jocoso. — Esto es novedad de los últimos meses. No sabéis qué añitos nos han dado... — Dos hermanos Ravenclaw y Slytherin que no se meten el uno con el otro no son dos hermanos de verdad, ¿a que sí, prefecto muermo? — Comento Cletus mirando a su abuelo, quien rodó los ojos y suspiró como si fuera un adolescente harto de las pullas de su hermano.

Por supuesto, el más mayor de la familia no iba a tardar mucho más en hacerse notar, y tuvo que reír con sus palabras. Sonrió con orgullo hinchado. — Faltaría más. — Respondió, entornando los ojos hacia su madre. — Es la mujer más inteligente de Inglaterra, tío Cletus. — Desde luego que sí. Un ojo perspicaz, sin duda. Y no ha elegido nada mal. — Comentaron en referencia a Alice, a quien su tío miraba encantado de la vida, como quien garantiza que su linaje está más que protegido y fortalecido en todas las ramas. — Me moría por conocerte, tío Cletus. He oído tantas historias sobre ti... — Todas malas, seguro. Viniendo de tu abuelo. — ¡Qué va! Aunque es verdad que mi abuela cuenta cosas mejores. — ¡Eh! Granuja, que te mando de vuelta a casa, no me traiciones nada más llegar. — Se ofendió Lawrence, haciéndoles reír a carcajadas y que Cletus pasara un brazo por sus hombros. — Este es de los míos, hermano, solo te ha usado de salvoconducto para llegar hasta aquí. — No te lo crees ni tú. — Por favor, por favor. — Alzó las manos. — No quisiera ser objeto de una guerra fraternal... — Cletus volvió a reír con estruendo. — Me gustas, chico. — Si se gana el favor del abuelo Cletus, ya tiene vía libre en esta familia. — Comentó, divertida, otra chica joven y pelirroja que acababa de entrar por la puerta. Sus andares desenfadados le recordaban a una versión irlandesa de Violet, y tenía unos ojos enormes y una sonrisa que la hacía parecer estar bromeando permanentemente. El pequeño Brando había soltado un chillido nada más verla aparecer, como si fuera su persona favorita del universo. — ¿¿DÓNDE ESTÁ MI BEBÉ PRECIOSO EL TESORO DE SU TÍA?? — Y se echaron los brazos el uno al otro. Sí, definitivamente, esa era la Violet irlandesa.

— Ginny, hija. — Se dirigió Nora a ella, con una sonrisa iluminada y anchísima. — Estos son... — ¡Los primos ingleses! — Se fue directa a Alice. — ¡Uh! Reconozco un alma divertida cuando la veo. Tú vas a ser la primera en pisar mi pequeña moradita. Un verdadero pub irlandés, y no esas imitaciones baratas que tenéis por otros países. ¡¡Primo Arnold!! — ¡Prima Ginny! — Imitó su padre, y se abrazaron entre risas. — No os perdono que hayáis tardado tantísimo en venir. — Ni yo tampoco. — Chilló Molly desde donde estaba. Todos rieron. — Es un placer conoc-OH, POR MERLÍN, pero cómo te pareces al abuelo Cletus. — ¡Vaya! Eso sí que es la primera vez que me lo dicen. — Respondió Marcus entre risas, y su entorno tampoco paraba de reír. El aludido respondió. — Eso es por la presencia Slytherin. ¡Eh, alquimista! Lo dicho, este nieto ya es mío. — Lawrence soltó un gruñido en respuesta. Aquello estaba siendo ciertamente divertido.

 

ALICE

Si conocía a Marcus de algo, sabía que le estaba quemando el pecho de no tener a Lex allí, pero si conocía a su cuñado de algo también, en ese momento estaría preparando la posible salida nada más entrar. Darren sí que estaría encantado, sobreexcitado, diría. A las palabras de Arnold sobre sus hijos estuvo a punto de reñirle, pero ya intervino su suegra, que para eso tenía mucha más mano, poniendo una sonrisa de las suyas y agarrándose las manos frente al regazo. — Cosas de hermanos. Siempre se han adorado, pero se llevan muy poco tiempo y tienen caracteres muy distintos. — Amelia hizo una pedorreta y movió las manos en el aire. — Mira esos dos. — Señalando a Lawrence y a Cletus, que ya se estaban picando. — Y nadie ha dudado ningún día de que se adoran. Es solo que son… — Suspiró y puso los ojos en blanco. — Únicos. — Mientras tanto, Nancy claramente se había unido al equipo Lex de quidditch, que, con la tontería, iba a tener bastantes fans. — Yo soy profe de vuelo para los peques de aquí en la escuela. — Comentó Allison. — Pero aún no he vuelto al tema desde que estaba embarazada. — Nancy suspiró y le rodeó los hombros con un brazo, apoyándose en el hombro de la chica. — Así es, mi amada prima política. Me habéis vendido pero bien vendida. Ya no hay partidos de quidditch, solo biberones y nanas y todo eso. Vosotros lo escogisteis. — Eso hizo reír mucho a Alice, porque le encantaba ver las dinámicas familiares. Andrew se acercó con el niño y dijo. — ¿A que la prima Nancy es una quejica? ¿A que es una señorona que en el fondo te adora? — Nancy le sacó la lengua y cogió las manitas de Brando. — Pues claro que te adoro a ti, ojitos irlandeses, porque según he oído, te han metido en Ravenclaw y vas a ser alquimista. — TIIIITA TIIIIIITA ¿A QUE A NOSOTROS TAMBIÉN NOS QUIERES? — Saltaron de repente los gemelos, uno a cada lado de ella. Ella resopló muy exageradamente y puso una mueca en la cara con los ojos en blanco. — ¿Qué remedio me queda? Sois adorables y tenéis más interés en mis historias que en los bichos de vuestros padres, os tengo que querer. — Además no nos vamos a separar nunca de ti. — Añadió Lucius con mucha seguridad, lo que la hizo reír todavía más.

Pero entonces le pareció tener una visión de su tata pero mucho más joven y pelirroja. La forma en la que se encontró con el bebé y en la que recaló del tirón en ella, la hizo sonreír. Es mi tata con una madre cariñosa y unos hermanos normales, dijo una voz en su interior. — Lo mismo digo. — Contestó a su afirmación. — Estoy deseando ver un pub irlandés de verdad. — Al final verás la licencia de Hielo… — Se quejó Lawrence de fondo. — No seas aguafiestas, carcamal, mis niñas tienen el pub más divertido de la ciudad y tus nietos lo van a disfrutar como los jóvenes que son. Y si tu Marcus se parece tanto a ti como dice, todavía le sobrará de cerebro para estudiar lo que haga falta. — Menuda alianza estaban haciendo el tío Cletus y Marcus, un peligro rodearle de Slytherins, porque, como había dicho Ginny, empezaba a parecerse también a su tío abuelo. Bueno, no que ella se fuera a quejar, adoraba al Marcus Slytherin tanto como al Ravenclaw reflexivo.

Todos empezaron a moverse hacia la gran mesa, no sin antes saludar a Eillish y Nora, que eran, efectivamente, las mujeres que estaban con la tía Amelia. — Ginny, hija ¿y tu prima? ¿No venís juntas? — Se ha ido a buscar a su hermana y Cerys. — Pero si ya hemos mandado a los maridos hace un rato a por ellas. — Dijo Eillish poniéndose las manos en las caderas, con aspecto de madre inquisitorial total. Ginny hizo un gesto al aire que, de verdad, le hacía parecerse demasiado a su tata. — Ya ha venido papá paniqueando hace un rato al pub. Que a una valla que se le había roto el encantamiento, que yo he dicho: no se “habrá” roto solo, y las vacas dudo que lo hayan hecho, llámame loca. Y entonces ha venido papá en plan “HACE FALTA ALGUIEN QUE ENTIENDA DE REFORZADORES Y QUE ENCUENTRE LAS VACAS”, y yo como, mira, no contéis conmigo porque no corro ni por mi vida y aprobé Encantamientos por los pelos. Así que Wendy ha tirado para allá y se ha llevado a un chaval de Connemara que le había puesto ojitos, uno así rubito con cara de buena gente, y el pobre infeliz se ha ido allá con lo que queda de familia a arreglarles el poema de las vacas. — Lo había contado tan rápido, gesticulando tanto, y poniendo tantas caras, que a Alice le costó la misma vida no echarse a reír y vio que gran parte de la casa estaba igual, pero Eillish claramente no lo veía tan gracioso y Nora estaba suspirando. — Si es que mi Eddie no sirve para estas cosas, mira que se lo tengo dicho… —

Y entonces, de la cocina, salieron dos mujeres pelirrojas con varios platos de dulces, y salados, y de todo, y un niño saltando entre ellas. — ¡Holaaaaa! — Dijo con voz cantarina la más mayor. — ¡Ay que ya están aquí los invitados! ¡Larry, Molly! ¡Pero qué alegría! — Y se lanzó a abrazarlos y la comida la siguió, levitando por el aire, haciendo que varios tuvieran que esquivarla. — ¡Y vosotros sois Marcus y Alice! ¡OOOOOYYYYYY! ¡Bienvenidos! — La señora daba vibraciones de mezcla entre la abuela Molly y la profesora Hawkins. La mujer más joven era muy pelirroja y se parecía MUCHÍSIMO a Erin, como le pasaba a la niñita, así que tuvo claro que tenía que ser su madre, la mujer de Patrick que, si no había entendido mal, también se llamaba Rosaline. — ¡Qué bonito tener la casa tan llena de gente! ¡Ahora os abrazo a todos! ¡Pero cuidadín, Saoirse! Que se altera la comidilla. — Huffie sin dudarlo ni un momento. Y claramente Patrick se había casado con una versión más Hufflepuff de su madre. — ¡Uy! ¿Y mis hijas? — Preguntó Saoirse mirando alrededor. — Han tenido algo con las vacas, y nuestros maridos han ido a echar una mano. — ¡Ah, entonces están estupendamente! — Y eso había pecado un poquito de Gryffindor. — ¡Oy, dejad que os vea! ¡Qué O’Donnell más O’Donnell! ¿Y tú eres la francesa? — Alice se rio. — No exactamente, pero digamos que sí. — Qué respuesta más francesa, mi nuera y yo queremos saber cosas de Francia que nos encanta. — Uy sí sí. — A ver si nos sentamos primero y luego vamos viendo. — Instó Eillish ya un poco tensa.

 

MARCUS

Le encantaba el tío Cletus, confirmado. Y al final, y por primera vez en la historia, iba a tener que quitarle la razón a su abuelo, porque tal y como Molly decía, Cletus no tenía tan mala baba como Lawrence lo pintaba. Claro que los piques entre hermanos se veían a la legua, pero también se notaba lo mucho que se querían. Se movieron hacia la mesa enorme prácticamente ya lista para la merienda. Allí había muchísima gente y, sin embargo y si sus cálculos no le fallaban, aún faltaban algunos. Atendió a los motivos del retraso de los presentes y tuvo que parpadear para contener el alucine. En la vida se habría imaginado que, en la estirpe O'Donnell, hubiera un serio problema protagonizado ni más ni menos que por un puñado de vacas. Lex se iba a morir de la risa cuando se lo contara.

Se llevó una mano a la boca y tuvo que excusarse. — Perdón, perdón. — Comentó entre risas, y por supuesto, no podía permitirse a sí mismo quedar mal, así que lo adornó a su manera. — Es que tienes mucha gracia natural contando las cosas, prima Ginny. Ese desparpajo en Inglaterra no es habitual. — La chica puso muequecita orgullosa y graciosa y movió los hombros. Estaba escuchando a Cletus reír entre dientes. — Estoy deseando ver la gracia natural del relato cuando os aparezca una vaca en vuestra casa. — Comentó Nancy, mirándole con una sonrisilla y los ojos afilados. Sabía detectar una Ravenclaw de broma ácida cuando la tenía delante, así que hizo un gesto interesante y le dijo en privado, mientras los demás seguían a sus diversos temas. — Una vez asumes que no todas las conversaciones llegan a nuestro nivel, aprecias otras cosas. No es educado tirarlas por tierra. — Ella le miró y rio entre dientes. — Así que un hermano jugador de quidditch, y una novia alquimista. — Te olvidas de mí como persona. — Un peligro eres tú. Ya te has aliado con el abuelo Cletus, eso es entrar con una carta de presentación muy concreta. — ¿Buena o mala? — Dado que también te has camelado a los niños, diremos que buena. — Señaló con un gesto de la cabeza a Pod y a Rosie. — No te quitan ojo de encima. — Rio él también. Algo le decía que con quien mejor iban a llevarse en la familia iba a ser, precisamente, con Nancy.

La escena mejoraba con la aparición de un montón de comida flotante y la que seguro era la esposa de Cillian, Saoirse, y una mujer que parecía más de la familia de su abuela que de la de ellos... O sea que debía ser Rosaline, la madre de la pequeña Rosie. — ¡Es un placer! Wow, cuando venga mi tía Erin, no va a haber quien os diferencie. — Comentó a la última, al mismo tiempo que pensaba si no fuera porque no he visto a mi tía Erin con un delantal y comida persiguiéndola en la vida. Más bien la veía en el drama de las vacas. Saludó afablemente a las mujeres y aprovechó que estas estaban centradas en Alice para acercarse al pequeñín que le quedaba. — Hola. — ¡¡Hola, hola!! — Repetía, botando por ahí. Fue interceptado por el padre de la criatura, quien le detuvo ceñudo y le miró la cara. — ¿Qué tienes ahí? — Se movía tanto que Marcus lo había confundido con algún golpe que podría haberse dado en una caída, como cualquier niño, pero no. El niño, feliz, se señaló la mejilla y dijo. — Me lo ha pintado una amiga de la prima. — Rosaline rio. — Ay, sí, es que justo ha llegado hace un rato. Lo ha traído esa chiquilla tan maja, la amiga de Siobhán. — Hablando de ella... Nada, para qué voy a preguntar dónde está. — Suspiró Nora, colocando los platos en la mesa con mimo. Seamus empezó a dar botes otra vez. — ¡Soy un liado, soy un liado! — ¿Qué dice? — Preguntó Horacius, entre confuso y con ganas de meterse con su primo pequeño, mientras el nene seguía botando bien contento por ahí. Patrick suspiró sonoramente, pero antes de que pudiera explicar nada, entró Siobhán por la puerta.

— ¡Perdón, perdón, familia! Estaba en un acto. — En un acto... — Murmuró Nora. — Hija, habíamos... — Lo sé, lo sé. — Y tu primo... — ¡Lo sé! Lo he traído sano y salvo ¿no? — Se les dirigió con una amplísima sonrisa. — ¡Qué alegría conoceros a todos! — Y empezó a repartir abrazos uno por uno, aunque por supuesto su abuela la secuestró más tiempo que los demás. La madre de la chica parecía poco conforme con la entrada. — A ver si es posible que cuando esté la familia... — Ay, cariño, ya está aquí mi niña, si todavía ni estamos todos, no pasa nada. — Dijo Molly con dulzura, apretándole a la chica las mejillas. Esta se dejó querer, aunque empezaba a tensarse de ver la que iba a caerle por algo que Marcus aún no había terminado de pillar, pero a lo que toda la familia parecía muy acostumbrada. — Querida prima. — Inició Patrick, cruzándose de brazos y arqueando una ceja. — ¿Has vuelto a usar a mi hijo en tus campañas? — ¡¡Yo no uso!! — Se indignó. Rosaline soltó una risita. — Patrick, querido, no seas así. Bien contento que venía mi niño con su corazoncito pintado. — ¡Soy un liado! — ¿Y por qué repite eso? ¿Qué significa? — Insistió Patrick. Siobhán se puso más digna aún, estirándose. — Es importante que los hombres crezcan en igualdad y que conozcan que la voz de la mujer es... — Empezaron a oírse risitas que pusieron ojos indignados en las chicas. Marcus saltó. — A mí me parece que tienes toda la razón. — Gracias. — Dijo, incisiva y mirando al resto. — Simplemente ha querido venir conmigo y mis compañeras porque se ve que el ambiente de sororidad le llena el espíritu. O que encuentra más igualdad allí que aquí. Será por algo. — Bueeeeno bueno. — Dijo Saorsie. — Tengamos la fiesta en paz. — Y se dice aliado, cariño, ALIADO. — Pronunció, mientras levantaba a Seamus en brazos. — El aliado más bonito de su prima, mira qué feliz está él con su corazoncito morado que le han pintado sus compañeras... — Un día me lo vas a perder. Al menos, si te lo llevas, tráelo tú a casa. — Que síííí. — A tu madre le hubiera encantado, ¿a que sí, Alice? — Trató de calmar Marcus de nuevo, que veía el ambiente un poco tenso, acercándose a Siobhán y al pequeño junto a su novia.

 

ALICE

Por lo visto, en todas las familias se daba aquella mezcla explosiva de caracteres, y más con edades tan dispares. De hecho, de los niños estaban hablando. — Uy, tú dale pequeñajos a Marcus, se los gana enseguida. — Ah, fantástico, en esta familia reproducirse es un deporte. — Dijo Nancy entornando los ojos. Ginny se rio y dijo. — Cada vez tenemos el pub más vacío y la escuela más llena. — Ese pub no está vacío nunca. Y a veces hacen karaoke de canciones tradicionales. — Señaló Ruairi, que intentaba reunir a sus gemelos casi con el mismo éxito con el que perseguía a su diricawl. — ¡Y hacemos trivial! Eso os gusta a los Ravenclaw. — Dijo Ginny señalándoles. — Cosa de Nancy, si no, nadie la arrastraba al pub. — Alice frunció el ceño. — No sé qué es un trivial. — Es un juego de muggles. Cuando quisimos reformar el pub, Wendy y yo nos fuimos por los bares muggles y para una vez que la prima lista quiso hacer algo con nosotras, nos la llevamos, porque lo consideraba inmersión cultural o algo así. Pues allá que fuimos las tres, y pasamos por un bar en el que hacían una noche de trivial, y ya no tuviste que decirle nada más. — Nancy se encogió de hombros. — Pues mira, si así puedo ir al pub no solo para beber sin más… — Alice sonrió y miró a Marcus. — Deseando estoy de pasarme por ahí. —

Pero claro, había un niño más por ahí, y ya andaba Marcus detrás de él. Eso sí, no acabó la cosa como Alice esperaba, porque lo que llevaba el niño en la mejilla fue objeto de debate, por lo visto originado por una de las primas que faltaba, la hija mediana de Nora. Parecía una chica preciosa y agradable, no muy amiga de las multitudes. A ver si podía poner en pie todo: Siobhán se había llevado a Seamus a una… ¿manifestación? El chaval se había puesto a tope con la lucha feminista con Siobhán y sus amigas, pero esta se había perdido, de hecho, acababa de llegar, y al niño lo había devuelto una de sus amigas. Bueno, bien está lo que bien acaba, para una Gallia no era tampoco tan raro. Saludó a la chica encantada de la vida, y se apresuró a ayudar a Marcus a poner orden y ella, como siempre, le siguió ayudando a poner paz. — ¡Claro! Mi madre enseguida se abanderaba una causa, y cuanto antes se aprenda igualdad mejor. — Aunque nadie como la abuela Molly para dictaminar “bueno pues ya no se habla más de este tema, estamos todos contentos”. Le extendió una mano al niño y dijo. — Choca esos cinco, aliado. — ¡Vale! — Se los chocó. — ¿Tú también eres aliada? — También. Y soy la novia de tu primo, me llamo Alice. — ¡Ah, otra novia! ¿Tú tienes bebés? — Alice rio y negó con la cabeza. — No. — Mejor, aquí ya hay muchos. Yo era el pequeño hasta que llegó Brando. — Volvió a reír y le revolvió el pelo antes de susurrarle. — Yo creo que ni Brando te desbanca con Siobhán. —

Ya estaban organizándose para sentarse cuando la puerta se abrió de golpe y un olor fuerte se coló con los que entraban. — ¡Por Merlín! No solo llegáis tarde… ES QUE LLEGÁIS ASÍ. — Eillish, cariño ¿y qué íbamos a hacer? ¿Dejar a mis sobrinas con semejante lío? — Comentó un hombre muy alto de ojos muy azules que debía ser Arthur, por la forma de dirigirse a Eillish. — ¡LOS TITOS HUELEN A CAAAAAACA! — Acusó Horacius, provocando las risas de Seamus. — ¡Es verdad! — ¿Pero qué os ha pasado? — ¡MAMÁ! — Irrumpió una mujer, no tan sucia como los dos hombres mayores. Saoirse dio un botecito en su sitio, colocando la mesa. — ¡Uy, Martha, hija! ¿Qué te pasa? — ¿TÚ HAS ESTADO ESTA MAÑANA CON LAS VACAS? — ¿Yo? Pues no sé. — Otra mujer más o menos de su edad apareció detrás de ella, suspirando. Ah, esa sería la novia sin título de tal. — Mamá, haz memoria. — Cillian suspiró. — Si es que nunca ha entendido lo de los hechizos valla… — ¡Que no! ¿Pero por qué me acusáis todos a mi? A ver, a lo mejor esta mañana, volviendo de coger setas, me he ido a llevarles unas acebitos, que les gustan. — ¿Y rompiste el hechizo? — Bueno, hija, ¿y cómo voy a entrar si no? Con las de tu padre lo he hecho toda la vida y no he tenido tanto problema. — ¡PORQUE PAPÁ SIEMPRE VA DETRÁS DE TI COMO LOCO ARREGLANDO LO QUE ESTROPEAS! ¡PERO YO TENGO OTRAS COSAS QUE HACER EN LA VIDA! — Apareció otra muchacha con el mismo tono de pelo que las hermanas, ese oscuro rojizo, y se dirigió a Ginny del tirón. — Si no llega a ser por mi amigo Ciarán… — ¡ESO! ¡Ciarán! Yo ya le voy a llamar el de Connemara. — La chica que había entrado era la única que no estaba manchada de barro y más cosas hasta las orejas. — Sí, tía, yo creo que le intereso, porque ha sido muy caba… AY, QUE ESTÁ MI TITA MOLLY AQUÍ. Y MI PRIMO ARNOLD Y EMMA. — Y se lanzó a abrazarlos con un chillidito. — ¿Cómo estás, cariño? — Preguntó su suegro con cariño. — Oy, ya sabes, no paro con la Ginny y el pub, y luego a mi hermana se le sueltan las vacas y drama total y… — Buenas tardes, señorita O’Donnell. — Reclamó Pod, muy puesto. Wendy se separó de Arnie e hizo una muy exagerada reverencia. — Buenas tardes, señor O’Donnell. ¿Tengo el gusto de que me presente a los invitados? — Y el chico tomó la mano de su tía y la acercó a ellos. Claramente, era la única que le seguía realmente el rollo de toda la casa. — Esta es Alice, es la novia del primo Marcus. — Le gustaban los ojos chispeantes y la sonrisa de Wendy. — ¡Hola, cariño! Bienvenida a Irlanda. — Y ese es el primo Marcus. — ¡OY! ¿PERO Y ESTE PRIMO TAN GUAPO? OYYYYY, pero cómo se nota que eres mitad O’Donnell mitad Horner. Un aire ya te das a tu tío Phillip. — Y Alice tuvo que contenerse muy fuertemente la risa, así que decidió atender a las indicaciones de Eillish, que ya había mandado a todo el equipo vacas a limpiarse a otro lado, y tomó asiento en la enorme mesa.

 

MARCUS

Abrió la boca en una graciosa expresión entre sonriente y sorprendida. A ver, él con la música no tenía mucha conexión, y no quería repetir el numerito del bar en la fiesta de graduación, pero esta vez delante de su familia. Pero le encantaría ver cantar a los demás, y necesitaba saber más de ese invento del trivial. — ¿Pero en qué consiste? — Te hacen preguntas sobre diversos temas, algunas más de cultura popular y otras más difíciles, y acierta el equipo que más preguntas correctas tenga. — Miró a Alice con ojos ilusionados. — Si pusiéramos preguntas sobre alquimia... — Rio. Aquello sonaba a algo que podría gustarle y mucho.

El niño era adorable, pero la pregunta directa a Alice hizo que agradeciera no estar comiendo, porque se habría atragantado. Debió notársele tanto por fuera que ya tenía la inquisitiva mirada de su padre encima. Que no, maldita sea, que no quiero ser padre con dieciocho años, que tengo muchas cosas que hacer, pensó molesto. Está bien, él era muy niñero, ¡pero tenía muchos proyectos y no era tonto! ¡No iba a ser padre tan joven! ¿Por qué todo el mundo pensaba que iba irse directo a tener un niño cada vez que había uno cerca?... Aunque no le venía mal tanto primito adorable cerca para despertar el instinto maternal de Alice, eso también era cierto, pero era un pensamiento que se guardaba para sí y no tenía por qué justificar ante nadie.

La entrada triunfal, aparte de hacerle sobresaltarse por el ruido imprevisto, desde luego era para verla. Miró de reojo a su madre, pero extrañamente entre tanto caos y... ¿ese hombre estaba cubierto de estiércol? Mejor pensar que era tierra (claramente, Horacius no pensaba como él). La cuestión era que veía a su madre muy relajada e incluso sonriente. Contenida, como siempre, pero no tan tensa como hubiera esperado encontrarla en semejante caos pueblerino. Debía estar feliz solo de ver felices a los demás. Detrás del hombre entró una mujer que solo podía ser Martha, y Marcus asistió, apretando fuertemente los labios para no reírse, a un espectáculo que ni en todas las historias contadas por su abuela habría podido imaginarse.

La que no había duda de quién era por su expresión, forma de hablar y cómo se dirigió a su familia, era Wendy. Le encantó el jueguecito que se traía con Pod, y sonrió ampliamente cuando le tocó el saludo, riendo. — ¡Gracias! Aunque ya quisiera yo venir con tanta luz y presencia después de lidiar con una crisis vacuna. — La otra soltó una risita ruborizada. — ¡Ay! Qué galán, míralo. — Y se enganchó de su brazo, mientras los que venían de lidiar con las vacas iban a cambiarse y Eillish disponía la merienda. — Yo es que me quedé prendadita de tu tío Phillip nada más lo vi, me has recordado un montón. — Algo me han contado. — Ya estará casado, me imagino. — Lo está. Tiene dos hijos. — Con una mujer de su edad, supongo... — Lo cierto es que es más joven. — La chica le miró con los ojos muy abiertos. — Pero mayor que tú igualmente. — Suspiró dramática. — Qué oportunidad perdida... Y una aquí... aguantando irlandeses borrachos que son siempre los mismos y lidiando con... — Wendy. — La interrupción la sobresaltó tanto, como si no esperara que nadie le hablara, que el bote que dio en el sitio se lo contagió a Marcus. Solo faltaba un miembro de la familia por llegar y allí estaba, y tenía una voz profunda que había dejado clavada a la chica en el sitio. Venía acompañado, y ese sí que no estaba en los cálculos de Marcus, que creía tener ya a su familia al completo allí.

— ¿No crees que hubiera sido de recibo...? — Y el hombre hizo un gesto con la cabeza al muchacho, que asomaba tímidamente por detrás. La chica saludó tan feliz y despistada como si no le viera de hacía semanas. — ¡Ciarán! ¿Cómo tú por aquí? — Me quedé esperando a que cerraras la valla ¿recuerdas? — Comentó tímidamente y casi con voz apenada. Wendy miraba hacia arriba, pensativa, como si tratara de recordar. El hombre suspiró y avanzó hacia él, tendiéndole la mano. — Tú debes de ser Marcus. Perdona la interrupción tan abrupta, el pan nuestro de cada día. — ¡Faltaría más! Es lo que queremos, vivir Irlanda. — El hombre dejó escapar una casi muda carcajada de garganta, pero sonreía con cortesía. — Soy Edward, esposo de Nora, tío de alguien que no tiene en cuenta las ayudas que se le brindan... — Ay, tito, me despisté. No te preocupes, yo lo arreglo. ¿Quieres merendar? — Resolvió Wendy rápidamente, que ya se había desenganchado de Marcus y ahora estaba enganchada al otro chico, que miraba con timidez y casi pánico a tanta gente junta de la que parecía no conocer a la mitad, mientras jugaba con la boina entre las manos. Edward siguió su conversación. — Y padre de Ginny, Siobhán y Andrew. Y abuelo orgulloso de esa criaturita de ahí. — Señaló con la cabeza a Brando, que seguía en brazos de su padre, y los ojos le brillaron. — Espero que no te resulte muy lioso tanto engranaje familiar. — No sabes la de datos que esta cabecita puede almacenar, y lo familiar que es. Nos ha salido más irlandés de lo que soy yo mismo. — ¡Arnold! Por la madre tierra, ¡cuánto tiempo! — Su padre y el hombre se abrazaron, y de repente, un relampagueo arcoíris les hizo pestañear por la potencia de la luz. — ¡Ya estamos todos! A merendar, que se nos va a juntar con el desayuno de mañana a este paso. — No sería la primera vez. Ni me vendría nada mal, que luego una se pasa la noche currando. — Comentó Ginny, sentándose ceremoniosamente en la mesa. Palmeó la silla a su lado. — Aquí quiero a mi prima nueva. — Ordenó, señalando directamente a Alice. — Y a su otro lado, ¡Wendy! Tía, deja ya al chaval, mira qué cara le tienes puesta. — ¿Pero entonces qué hago? ¿Le atiendo o no? — Se oyeron varios suspiros, mientras Wendy miraba a todos con desconcierto real y el chico decía. — Mejor... me voy... — No, cariño, si comida hay de sobra. — Resolvió Nora con una luminosa sonrisa. Ginny volvió a lo suyo. — Bueno, que tú te sientas a su otro lado, que la quiero bien respaldada. — Ginny miró a Alice con picardía. — Venga, un ratito fuera de novios y suegros, que ya los tienes mucho, seguro. A ese le va más el protocolo, que se quede con los mayores y los bebés. ¿Cuándo dices que te tenemos por el pub? —

 

ALICE

Bueno, pues había un invitado sorpresa claramente, aunque ni siquiera Wendy había contado con el pobre muchacho. Claro, que una familia irlandesa con un alto porcentaje de Hufflepuffs tendría que volver a crearse para no acoger con los brazos abiertos no, abiertísimos, a un chaval que había ayudado, aún no sabían cómo, con el lío de las vacas. Se le veía buena gente, además.

No tuvo mucho más tiempo de valorar nada porque, por lo visto, los enfados en Irlanda se reflejaban con un relampagueo de arco iris, que la hizo parpadear y aguantarse la risa mientras las primas disponían sobre ella. Fue diligentemente a sentarse con Ginny y se rio ante el momento de desconcierto con Ciarán y Wendy. Ese sector le recordaba mucho a los Gallia en sus días brillantes, así que ya se sentía en casa. Sonrió a las palabras de Ginny y se encogió de hombros. — A mí me encanta estar con él. — Dijo saludando a su novio desde el otro extremo de la mesa, pero unas cafeteras, teteras y lo que parecía una jarra de plata que olía a chocolate caliente se le cruzaron, y fueron reclamadas por distintos familiares. Frente a ella se sentaron Nancy y Siobhán, y Andrew y Allison claramente habían dejado al bebé por algún sitio y también cerca.

— Pues la verdad es que me muero de ganas de ir. Hoy no, porque no sé a qué hora terminaremos aquí… — Y todos se rieron. Ella les miró de hito en hito y Andrew explicó. — Aquí eso de “terminar” es relativo. O sea, comida hay hasta para juntarse con el desayuno mañana, como ha señalado la tía Eillish, y aquí sieeeeempre se lía la cosa. Que si sacan la crema de whiskey, el licor de espino, el de hierbas, nos ponemos a contar historias, a jugar a los snaps… Somos tantos que, como nos juntemos, nos cuesta separarnos. — Alice rio y asintió. — De algo me suena. Y me encanta, nos encanta. — Se encogió de un hombro y dejó que una cafetera le sirviera una taza. — Pero tenemos que seguir poniendo al día la casa de los abuelos. — ¡Ay me encanta esa casa! Yo estoy encantada de que vengáis, pero tía Molly me dijo que la casa sería para mí cuando me casara. — Dijo Wendy, soñadora. Hubo ciertos suspiros y algunos ojos en blanco. — Habría que ver si eso es verdad o lo soñaste, Wen, pero igual por eso mismo te lo propuso. — Soltó Ginny mientras se echaba un chorrito de whiskey en su café seguido de nata y leche condensada. — ¿Quieres un poquito de esto, encanto? Es un café irlandés. — Había risas muy contenidas en la mesa y Alice trató de desviar el tema espinoso, por no hablar de que Ciarán seguía ahí, criaturita. — Yo me lo tomo con leche sin más, gracias… — ¡A ver! — Saltó Wendy. — Solo he tenido mala suerte, y en este pueblo hay mucho aprovechado paleto que osa llamarme solterona. — Se giró a Ciarán. — ¿Tú te crees? — Intolerable. — Contestó el muchacho al momento.

— Bueno, entonces os vais a quedar en la vieja casa de los Lacey, ¡qué bien! — Se alegró Allison, claramente para disipar el tema. — ¿Estaba muy abandonada? — Alice negó, pero se vio asediada por diversa bollería y un pastel que se le ofrecían como necesitando que cogiera uno. Cogió un bollito redondo muy brillante y apetitoso. — No, o sea, llevaba mucho tiempo cerrada, pero Emma es una crack y ha puesto a  trabajar a un montón de rodillos y hechizos limpiadores, y con un poquito de pintura, la chimenea y sábanas limpias, la casa está para vivir. — Allison entornó los ojos y las chicas rieron. — Qué suerte tienen algunas. — ¿Qué me estoy perdiendo? — Andrew suspiró. — Mi sueño siempre ha sido arreglar el viejo faro y vivir allí, sobre los acantilados. Es un sitio precioso. — Preciosamente ideal para que se despeñe mi sobrino en cuanto te des la vuelta, y no vamos a permitir tal cosa. — Dijo Siobhán, hablando por primera vez mientras se echaba mermelada en otro bollo. — La cosa es que no tenemos una familia muy organizada, no tanto como tu suegra, desde luego, y al final ahí está el faro muerto de risa, y ya ves que disposición de mis hermanas y primas no tengo mucha. — Yo viajo mucho por trabajo y mi hermano ya tiene un consultorio de criaturas y unos gemelos, guapo. Ponte a la lista de “necesito la colaboración de Nancy”. — Contestó la rubia mientras se echaba… ¿eso era otra bandeja de comida distinta? — ¿Y mientras dónde vivís? — Aquí, con mis padres, los abuelos y Siobhán. Sitio hay de sobra. — Y a mí me ayudan muchísimo, y los abuelos son felices de que sigamos aquí. Es solo que me gustaría tener, tú sabes… — Empezó Allison. — ¿Libertad? ¿Independencia? — Sugirió Ginny con sorna, mirando mal a su hermano después. — Con un huertecito como la casa Lacey y un jardín donde poder jugar al quidditch los tres cuando Brando crezca, me conformo. — Ella sonrió con cariño. — A mí me encantan los jardines. No puedo esperar a meterle mano al de la casa, y a Marcus le gusta leer cerca de mí mientras hago cosas con plantitas, así que… todos ganamos. — Hubo sonidos de adorabilidad, especialmente de Wendy, pero Ginny hizo una pedorreta. — Ugh. Sí que sois parejita de Hogwarts. Os reconozco a la legua, como esos dos o mi primo Ruairi y Niamh. — Dijo señalando a Andrew y Allison. Ella se extrañó. — ¿Ya sabíais que nos conocíamos de Hogwarts? — De nuevo, risas. — Y que os conocisteis en las barcas, y que aquel se ha pasado la vida yendo a tu casa de La Provenza en verano, como la prima Erin, y que habéis tardado siete años en oficializaros. A Erin parece que le ha costado un poquillo más con tu tía. — Narró Wendy, como si su vida fuera una película, pero Ginny le cogió el testigo. — Y que ahora sois alquimistas y supuestamente venís aquí a estudiar pero, a ver, querida, ¿quién iba a querer solo estudiar aquí? Con un pub como el Irish Rover… — Alice parpadeó impresionada y Nancy rio. — Amiga, los abuelos leían unas detalladísimas cartas llenas de reportes de lo que hacíais y no hacíais. Les faltó declarar hoy fiesta nacional porque por fin estabais aquí. — Espero que tu familia esté mejor. — Le dijo Andrew con cariño. — Sabemos todo el lío de Nueva York, por encima al menos. — Ella sonrió con cariño y un poco de tristeza. — Pues a eso hemos venido. A curarnos, a aprender todas vuestras historias, vuestras tradiciones… Un alquimista debe buscar el principio y nuestro principio está aquí. — Hubo un “awww” generalizado, y mientras, otra bandeja pasó por allí, muy insistentemente con unos triangulitos dorados. — Son farlas. — Explicó Ciarán, probablemente por aportar algo. — Algo así como patata rebozada. Muy irlandés. Tu familia los hace muy ricos. — Dijo girándose hacia Wendy, que le otorgó una risita y le dio en la nariz. — Pero qué mono eres. — Yo es que estoy un poco llena, no soy yo de comer mucho. — Y Andrew suspiró muy dramáticamente. — Pero con lo bien que íbamos, nueva prima… — En Irlanda hay que comer mucho, Alice, vete diciéndoselo a tu estómago. — Aseguró Siobhán cogiendo un farlas. Pues nada, a probarlo aunque fuera, que se lo estaba pasando muy bien, no quería estropearlo.

 

MARCUS

— Mi nuevo nieto aquí, conmigo. — Ordenó contento Cletus, señalando la silla a su lado para Marcus, quien fue a sentarse bien feliz. Vio los ojos entrecerrados de su abuelo y casi le oía gruñir, lo que provocó en el hermano una fuerte carcajada. — No seas celoso, libro viejo con patas. Tú llevas dieciocho años con él, déjamelo un ratito. — Yo me siento contigo, tío Larry. — Dijo Nora, enganchándose a su brazo y haciendo que ambos se sentaran juntos, con una sonrisa cálida. — Que te echaba muchísimo de menos. Le cuento a mis hijos las historias de mi tío alquimista todos los días. — Todos los días. — Confirmó su esposo, Edward, levantando risillas incluso en la aludida.

Pod se acercó donde se hubieran sentado Marcus y Cletus. — Bisabuelo... — Chico, no me pongas tanto título, que me haces sentir viejo. — ¿Puedo sentarme yo también aquí? Siempre que el primo Marcus quiera. — El mencionado se irguió y arrastró la silla que tenía a su otro lado. — ¡Faltaría más! Eres el primo más educado que tengo con diferencia, este sitio es más que tuyo. — El chico se sentó con una sonrisa brillante, y Marcus se alegró de que no conociera a Percival. No le parecería tampoco el grandísimo halago.

Al otro lado de Cletus se había sentado su mujer, Amelia, y por supuesto al lado de ella se puso Arnold, que para algo era el favorito, lo cual le hacía mucha gracia. Su madre también se había colocado por allí. Cuando se había querido dar cuenta, aparte de a Cletus y a Cillian, que se había dejado caer también por allí (ese sí que era el vivo reflejo de su padre), estaba rodeado de niños. Luego le decían que los perseguía él, ¡más bien al revés! — ¿Tu tía Erin no ha venido? — Preguntó la pequeña Rosie, asomándose por el lado de su hermano. — No ha podido, está trabajando. Pero en Navidad vendrá. — ¿Y va a merendar con nosotros? — ¡Seguro que sí! — Le enseñaré mi unicornio entonces. — Le va a encantar. ¿Sabes que es magizoóloga? — La niña compuso una expresión de sorpresa. — ¿¿Y tiene unicornios de verdad?? — Bueno, no los tiene, pero seguro que ha visto y cuidado de muchos. — Le había dado la mejor noticia de su vida a Rosie a juzgar por la expresión de su cara. Pod se giró, retomando protagonismo en base a la posición que se había trabajado tener en la mesa. — Primo Marcus, el día que te cases con Alice, ¿lo vas a celebrar aquí? — No le había dado tiempo ni a sorprenderse por la pregunta cuando Cillian estalló en carcajadas y gritó hacia la otra punta de la mesa. — ¡Eh, Ruairi! Me parece que a estos os los cambiaron, los gemelos son de mi estirpe y este de la vuestra. — Pod ni se dio por aludido, esperaba respuesta. — ¿Sabes? Sería un gran sitio. Aunque también nos gusta mucho La Provenza. — ¿Eso dónde es? — En Francia. — ¿Nos vas a llevar? — Preguntó Horacius, que estaba sentado delante de él. Se había dejado a su gemelo Lucius sentado cerca de sus padres. — ¡Claro! En unas vacaciones, cuando a vuestros padres les venga bien, vamos. — ¿Tú estás en Hogwarts? — Preguntó la vocecilla chillona y traviesa de Seamus, al lado de Horacius, pero sin sentarse. Marcus se inclinó hacia delante. — No, mi hermano está en el último año, pero yo terminé en junio. — Entonces eres mayor. — Supongo. — Dijo entre risas. — Como papá. — Creo que un poco menos. — Tienes que tener... ¡Doce años por lo menos! — Marcus soltó una fuerte carcajada. — Un poco más. — ¿En La Provenza hay unicornios? — Preguntó Rosie, que claramente había encontrado un tema común con Marcus y no lo iba a soltar tan fácilmente. — Venga, chicos, dejad merendar al primo. Y hacedme un sitio. — Dispuso Eillish, sentándose en una de las sillas libres que quedaba delante de él, y trayendo consigo aún más bandejas, y eso que parecía que no cabrían más.

— Ay, cariño, cómo nos alegramos de teneros aquí. Come, come lo que quieres, prueba eso, que está riquísimo. — Mil gracias, tía Eillish. Descuida, como un montón. — ¡Uy! Pues estás muy delgadillo. — Eso es de los O'Donnell, hija. — Completó Cletus, jocoso, y le pasó un brazo por los hombros. — Bueno, cuéntame, muchacho. Te veo y veo a mi hermano de joven si me hubiera dejado barnizarle un poquito más. — Se te acabó el barniz conmigo, estimado padre. — Comentó Cillian, y los dos hombres rieron de nuevo. — A ver, porque tengo entendido que mi hermano es tu gran mentor, pero tú tienes cara de saber de Irlanda mucho más que aquel aun viviendo aquí. — Es que he tenido una gran mentora también. — ¡Ah, Molly! ¡¡Eh, Lacey!! Qué buen nieto has hecho. Sabía yo que no había mejor partido para mi hermano. — Su abuela, desde la otra esquina, rio como una quinceañera. Cletus se le giró de nuevo. — Ni que decir tiene que aquí está tu familia. Para lo que sea. — Se acercó un poco más. — Que no me oiga tu abuelo, que ya habrás tenido de sobra de eso con él. Pero intenta quedarte... con una versión equilibrada de lo que te cuenten ambos, que también conozco a mi cuñada. Quiero decir, que Irlanda no es el vergel infinito que describe tu abuela: Ballyknow está limitado. Pero tampoco es el erial que se empeña Lawrence en vender. Aprovéchalo. Sobre todo... — Le dio un par de palmadas afectuosas en el hombro. — Curaos. Sabemos lo que habéis tenido que pasar. En Irlanda entendemos mucho de... luchar por la familia. Y de tener que irse muy lejos. Y de dolor, por desgracia. Pero también nos divertimos como nadie. — Sonrió. — No te cabe el corazón en el pecho por haber hecho lo que has hecho por el hermano de tu muchacha. Eso lo has sacado de tus dos abuelos, sin duda. Aprovecha para curarte y, si me permites otro consejo... — Señaló con la cabeza al grupito que estaba con su novia. — Júntate con Nancy. Esa nieta mía... Esa chica es lista, esa chica mantiene viva Irlanda como nadie, tiene el cielo ganado. Si queréis aprender, ella es vuestra chica. Hazme caso. —

 

ALICE

— ¿Y por qué se llama el Irish Rover vuestro pub? — Ginny sonrió con cariño. — El tío Arthur lo llamó así, y es algo muy irlandés. Como tanta gente tuvo que irse de la isla, hay pubs montados por irlandeses por todo el mundo y casi siempre se llaman así. Y el tío Arthur es que es un Huffie de manual, así que lo llamó así para que todos los irlandeses recordaran su casa cuando vieran cualquier otro Irish Rover. — Nancy sonrió con cariño, mirando a su padre. — Mi padre tardó media vida en declararse a mi madre porque estaba seguro de que ella quería irse de Ballyknow y no quería coartarla… — ¿Y entonces qué pasó? — Preguntó Ciarán, con los ojos brillantes de un niño. — Pues que la que se declaró fue mi madre y dijo: “te voy a decir algo más, Arthur Mulligan. No solo nos vamos a quedar, sino que vamos a criar a unos niños más irlandeses que los de los siete dioses, y tampoco querrán irse”. — Alice se rio y señaló a Ruairi con la barbilla. — Con tu hermano lo han logrado. — Y con ella también. — Dijo Siobhán, dándole un codazo a Nancy y sonriendo con auténtico cariño. — Ella tiene que viajar por trabajo, pero mi primita es una amante de Irlanda y Galway como no hay otra. — Alice notó cómo se emocionaba y se le cogía el pecho. La forma en la que esa familia sentía Irlanda era algo que nunca había presenciado. — La verdad es que yo pensé que estábamos apegados a La Provenza hasta que he conocido a los O’Donnell. — Todos hicieron ruidos de loa. — ¡Bueno! ¡Es que La Provenza, qué maravilla! — ¡Todo lleno de lavandas! ¡Debe ser precioso! — ¿Estás de coña? ¿Qué lavandas ni lavandas, Ali? Piensa en esas playas y tanto sol… — Ella rio y asintió. — Hay de todo eso. A mí me encanta, y os prometo que, si queréis, un verano celebramos todos allí el catorce de julio, que es la fiesta nacional de Francia. — Y hubo más ruidos de aprobación. — A ver qué está pasando ahí… — Dijo Nora desde el otro extremo, con una sonrisilla traviesa. — Que nos ha invitado a La Provenza, mamá. Para que te pongas morena. — Le dijo Andrew, travieso. — ¡Uy! ¡Morena! No me voy de vacaciones desde hace años, y menos a una playa. — Pues por eso, ya es hora. — Animó Allison. Luego se acercó un poco a Alice y dijo, más bajito. — Estamos intentando pincharla para que salga más, está muy enganchada a los abuelos y con lo de que es enfermera, no los deja ni a sol ni a sombra, y al final, no vive nada. — Se giró a mirar a la mujer con cariño. Sabía reconocer una enfermera de corazón de oro entregada cuando la veía. Y conocía muy bien a las mujeres que se olvidaban de sí mismas para entregarse a los demás.

Otra bandeja de pan, queso y bayas se interpuso en sus pensamientos y volvió la batería de preguntas de los primos. — Entonces ¿tú naciste en Inglaterra? — Dijo Wendy. — Sí, pero mi familia, ancestralmente, procede de Francia, y siempre ha habido una parte de Gallias y Sorels en La Provenza, y luego otros se han quedado en Inglaterra. Mis abuelos son de los de Inglaterra, pero creo que al final, cuando las cosas se calmen un poco, querrán irse permanentemente a Saint-Tropez, ya pasan mucho tiempo allí. La cosa es que… yo no siento tanto Inglaterra o Saint-Tropez. Si tuviera que quedarme con tradiciones y eso, diría que Saint-Tropez, pero sé que Marcus quiere vivir en Inglaterra en un futuro, y a mí me gusta… ¿Vosotros os queréis quedar todos aquí? — Y todos asintieron. — Nosotras amamos el pub, y no tenemos otros intereses que nos requieran fuera de Ballyknow. — Yo en Hogwarts lloraba un montón. — Señaló Wendy. — Echaba de menos las vacas y las cabras, eran mis amigas también, de llevarles comida todos los días y cuidarlas con mi padre y mis hermanos. Y tenía a Ginny y Siobhán… Pero no éramos muchos irlandeses tampoco, y cuando has nacido en un entorno como este… te ves… — Paleta. — Completó Siobhán. — No que lo seamos. Es que es como te sientes. Las fiestas son distintas, la comida es distinta… Inglaterra no es Irlanda, por mucho que estemos al lado. — No empieces con la autodeterminación de los pueblos, que vuelco la mesa. — Dijo Ginny con pesadez, y su hermana le sacó la lengua. — Chiiiiiiicas. — Riñó, con cansancio, Allison. — Intento hacer que entienda por qué queremos quedarnos en un sitio así. — Prosiguió Siobhán. — Cuando hablas otra lengua, tienes otros cuentos, otras leyendas… y llegas a Hogwarts, y toda la magia y lo que has aprendido tiene que ver con el medio rural, y lo has aprendido a pie de tierra, de acantilado o arroyo, te ahogas en los libros. Hasta a Nancy le pasaba. — La chica asintió e intervino. — Y tú eres Ravenclaw, no hace falta que te diga que nos cuesta encajar en grandes fiestas y demás. Pero son mis fiestas, mi caos. Quería lidiar con ello a mi manera, no apartándome tanto de mi tierra. — Alice parpadeó y asintió. — Nunca lo había visto así, pero claro… Lo cierto es que vivís vuestra tierra de una forma que yo no había conocido. — ¡Pues claro, Gallia! Irlanda está en todas partes. — Saltó Ginny con alegría. — En cada gota de las pintas del Rover. En las canciones que hacemos que hasta estas dos siesas canten en la noche de karaoke. — Todos rieron y Andrew tomó el testigo. — En las estelas de piedra de Nancy, y en cada cuento en gaélico que les cuenta a sus sobrinos para que no lo olviden. En cada patata que Allison y mi madre sacan de la tierra y que luego servirá para alimentar a toda esta gente. Irlanda está en cada cosa que amamos, está en los ojos de mi hijo, y en los del primo Marcus. Al final, encontrarás que Irlanda acabará estando en muchas cosas que te hacen feliz, y entonces vas a entender lo que es llevar Irlanda en la piel. — Notó cómo se le humedecían los ojos y su sonrisa se tornaba triste. — ¡Ay no! ¿Qué te pasa? — Preguntó Wendy con voz agudita. — Que… La verdad es que… Me ha dado pena pensar que, este verano, cuando estábamos en Nueva York con Frankie y Maeve, pensaba… ¿cómo puede ser tan irlandesa esta familia, si se fueron hace tanto, y sus hijos ya ni han nacido allí? Y claro, ahora entiendo que ellos piensan como vosotros, y que por eso sigues sintiendo un poco de Irlanda allí en su casa… pero que nunca volvieron. De visita, sí, pero… Debe ser muy doloroso sentirte tan parte de algo y vivir tan lejos de ello. — Y vio cómo Nancy la miraba con una sonrisa orgullosa. — Entonces ya has entendido la historia de Irlanda y los irlandeses. En realidad nunca te vas. — Y entonces se giró y miró a la abuela Molly. Tenía a Rosie sentada en el regazo que le estaba contando algo del unicornio, y hablaba con Rosaline, y ambas estaban TAN felices que las mejillas y los ojos les brillaban con luz propia. Se burlaban mucho de la abuela y su obsesión por Irlanda, pero… es que claramente, era lo que más feliz la hacía en el mundo. Y entre toda esa gente, buscó a Marcus, los ojos de su Marcus como decía Andrew y pensó qué suerte tengo que mi isla esmeralda seas tú.

 

MARCUS

— ¿De qué se habla por aquí? — Dijo sonriente y toda amabilidad Niamh, sentándose junto a su hijo Horacius en el sitio que Seamus, que ya iba botando por otro lado de la mesa, había dejado libre. Marcus aún estaba emocionado por las palabras de Cletus, y fue este quien habló. — Estaba camelándome al que claramente es mi nieto porque se parece mucho a mí... — Ya está. No vayas a estar todo el tiempo así. — Oyó a su abuelo desde su posición, que claramente no les quitaba ojo ni oído. Lawrence O'Donnell celoso era algo totalmente nuevo para él, y le hacía mucha gracia. Cillian reía con malicia, pero Niamh se inclinó hacia él. — Qué suerte vas a tener, tantos abuelos peleándose por ti. — ¿Y por mí? — Preguntó Horacius, irguiéndose, y rápidamente se asomó para preguntar a Lawrence a voces desde su sitio. — Tío Larry, ¿tú no querrías ser mi abuelo? — ¡Y tanto que sí! — ¿Me rechazas como abuelo, muchacho? — Preguntó Arthur, con una ceja arqueada y un claro tono de broma que los adultos detectaron mejor que el niño. Se guardaron las risas, viendo a Horacius pensar a toda velocidad y sin perder la dignidad, antes de decir, con una caída de párpados. — Perdón. Quería decir bisabuelo. Me he confundido. — Slytherin no paga a traidores. — Amenazó Cletus, y Marcus botó en su sitio y le miró. — ¡Yo digo eso mismo de Ravenclaw! — A ver si voy a restringir ciertas entradas al taller. — La amenaza ahora vino de Lawrence y directa hacia él, provocando risas generalizadas en su entorno. Marcus se llevó la mano al pecho. — Abuelo, tú siempre vas a ser mi mentor y referente. Esto solo es el descubrimiento de la esencia familiar corriendo por mis venas en muchos afluentes. — Especifico. — Puntualizó Cletus. — Nieto mío por la caradura, de aquel por la elección de palabras. — Todos rieron de nuevo.

— Cariño, déjame aquí un momentito con el primo ¿sí? — Apareció por allí Rosaline madre, y Pod, diligente (aunque un poco triste por tener que traicionar lo que le apetecía hacer frente a lo que debía hacer), se hizo un hueco para dejar a la mujer al lado de Marcus. — Cómo te pareces a Larry de joven, cariño. — Le dijo con ternura, tomándole de la mano. — La verdad es que veo muy poquito de la rama O'Connor, al menos físicamente. Ya sabes, la de mi abuela y la madre de tu abuela. Eran hermanas, ¿lo sabías? — Me lo ha contado mi abuela. — Contestó contento. Ladeó la cabeza, divertido. — Pero no sé yo ¿eh? Hay por la rama de Frankie un primo que se parece a mí un montón. — ¡Oh! El tío Frankie, ¡cómo me gustaría volver a verlo! Hace tantísimos años. — Se giró hacia él, ilusionada. — ¿Y dices que hay un chico que se parece mucho a ti? Porque tú eres clavadito a tu padre y a tu abuelo. — Rio. — Coincidencias de la caprichosa genética, supongo. La verdad es que él se parece más a su madre que a su padre. — ¿De quién es hijo? — Del primo Jason. — Qué ganas de verles... — Y la mediana de ellos, Sophia, sí que es idéntica a la abuela de joven. El mismo color de pelo. — ¡No me digas! Regamos el mundo de pelirrojos. — Rieron los dos, pero debió quedarse levemente taciturno, y la mujer lo notó.

— Oh, cariño... Les conociste en unas condiciones muy duras por lo que he oído. — Rosaline miró de reojo a Alice un momento y se acercó a él. — ¿Cómo está Alice? ¿Y su hermano? — Frunció los labios en una sonrisa. — Bien. Los dos tienen una gran capacidad para recuperarse, más que yo, estoy seguro. — Añadió una risa leve a eso. — A Alice le va a venir muy bien estar aquí, tan bien rodeada, pudiendo relajarse y aprender cosas nuevas. En cuanto a Dylan, estoy seguro de que en Hogwarts está muy contento. Se parece muchísimo a la madre de Alice. — Rosaline puso una sonrisa comprensiva pero apenada. Sí que les conocían bien, era el efecto Janet tal cual. — ¿Una buena mujer? — La mejor del mundo. — Dijo de corazón. Se encogió de hombros. — Y además, mi hermano está haciendo ahora de hermano mayor del de Alice en Hogwarts. — ¡Ay, nuestro Lex! Lo aclamadísimo que va a ser cuando venga. — No es muy de multitudes. — Pues no se ha metido en una profesión discreta. — ¡Eso es cierto! — Corroboró riendo ampliamente. Rosaline tenía una risa divertida que le recordaba mucho, efectivamente, a la de su abuela. — ¡Cuéntame más de mis O'Connor de América! Bueno, los Lacey, pero tú me entiendes. Por favor, ¡quiero saberlo todo hasta que podamos vernos! — ¡Y yo! — Se asomó Pod. El pobre estaba en un educado segundo plano pero el desbancamiento por parte de su madre no debió hacerle ninguna gracia. — ¿Tengo algún primo de mi edad? — ¡Casi! Maeve tiene dos años más, y Ada dos años menos. Saorsie es más pequeña, Arnie es un poquito mayor que Brando pero sigue siendo un bebé, y Frankie, Sophia y Sandy son mayores, más o menos como yo, un par de años más. Y Fergus, que es el que se parece a mí, tiene catorce. — ¡Mejor! — Se acercó y dijo confidencial. — No tengo nada en contra de los gemelos, pero creo que ya somos demasiados chicos de diez años para una misma casa. — Rosaline y Marcus rieron a carcajadas, Pod era extremadamente tierno.

Tras un rato contando anécdotas de los Lacey de América que solo hicieron que tuviera aún más ganas de verles y les echara muchísimo de menos, Rosaline volvió con su abuela y Marcus se quedó charlando animadamente con Pod. — Dime, primo Pod. ¿A qué casa querrías ir? — El chico meditó. — Creo que todas tienen sus cosas buenas. — Marcus le miró con cara pilla y los ojos entornados. — Veeeeeenga. Un chico tan listo y tan protocolario como tú. — El niño rio. — No sé... Dicen que los chicos más populares están en Gryffindor. — ¡Me partes el corazón! — ¡¡¡Noooo!!! Si todas están guays. Es que papá es Gryffindor. — Chasqueó la lengua. — Y mamá es Hufflepuff. Y el abuelo Cletus es Slytherin. — ¿Yyyyy? — Sirvió en bandeja. No podía ser que el ya su primo favorito se olvidara precisamente de su casa. Encogió un hombro. — Es que no sé si soy taaaan listo como para ser de Ravenclaw... Y me dan un poquito de miedo las alturas. — Marcus le puso una afectiva mano en el hombro y le dijo. — Trabajaremos sobre ello. — Y en ese momento, miró a Alice, y sus miradas se cruzaron, y él sonrió. La veía tan integrada y... feliz. Era todo lo que quería en la vida.

Una cucharilla flotante dio varios golpecitos en una taza también flotante, y Cletus se había puesto de pie. — Familia, como patriarca y máximo estamento, por ser el más mayor y sin duda el más carismático de esta casa y su estirpe, quisiera hacer un brindis. — Les miró a todos. — Por esta gran familia irlandesa, en la que falta Alexander, ¡no me olvido de mi nieto Slytherin, si ya este me parece parecido...! — Uy, mi Lex es más timidillo, yo creo que la que lo va a adoptar va a ser Amelia. — ¡Con los brazos abiertos! — Dijeron Molly y Amelia respectivamente. Cletus hizo un gesto con la mano. — La cuestión es que todos estamos aquí, juntos, en mi casa. Y lo cierto es que esto no puede hacerme más feliz. — Tomó la taza flotante y la alzó. — ¡Por nosotros! Porque no tardemos tanto en volver a reunirnos. — Miró hacia Ginny y Wendy. — Y por el fiestón de bienvenida que va a haber en el pub y que va a provocar que mis dos nuevos nietos vayan al taller de mi hermano con resaca mañana. — ¡¡ESO ESTÁ HECHO!! — Clamó Ginny, pasando por encima de las quejas de Larry al respecto, pero haciendo a todo el mundo reír.

 

ALICE

Si de algo entendía Alice era de brindis y familias caóticas, pero, por algún motivo, ese brindis de Cletus le llegó más profundo y le cogió el corazón. Miró a su alrededor y se sintió afortunada, agradecida de haber llegado hasta allí, de haber superado aquellos meses de pesadilla, como si hubiera trabajado incansablemente y hubiera encontrado un tesoro. Recordó que Sophia le explicó lo que era Acción de Gracias allí en Estados Unidos, y, por una vez, sintió que ella necesitaría una fiesta así, una en la que pudiera celebrar lo que tenía, lo que había conseguido y ahora podía disfrutar. La cosa es que en Irlanda claramente esa fiesta era todos los días, por cómo se miraban, se hablaban y se cuidaban.

Por increíble que pareciera, hubo un punto en el que la parte de la reunión en la que se comía, terminó, y los platos se pusieron muy diligentemente a guardarse en varios recipientes cerrados, en los que una vuelapluma iba escribiendo nombres. Llegado ese punto, la familia se trasladó cerca de la enorme chimenea con campana, dejando a los más mayores en los sofás y situándose el resto en sillas, en los brazos del sofá o, principalmente, en el suelo. Alice fue de las que se sentó en una de las alfombras, cerca del fuego, apoyando la espalda en Marcus, y éste en el bajo del sofá donde estaban Emma y los abuelos. Y así empezaron las risas, los piques y empezaron también a contar historias.

— La tía Molly y el tío Larry son insuperables en este pueblo. No sabéis la de veces que se ha relatado en Ballyknow lo de la feria de Saint James, con la tía Molly bailando… — NO, NO, Ginny, lo estás contando mal. — Riñó Eillish poniéndose de pie. La chica entornó los ojos y levantó su copa hacia su tía, cediéndole el testigo. — Allá va. — Dijo Ruairi bajito, alzando los ojos y mirando a su madre. — De esto que llegamos y la abuela Martha, que en paz descanse, empieza: “Lawrence, ve a pedirle disculpas a Molly Lacey”, y el tío Larry con esta cara. — Y puso una cara muy exagerada y graciosa. — Y cuando, después de negociarle un rato, allá va, me suelta ese. — Dijo señalando a Cillian. — “Papá, dice que al tito le gusta la seño. Vamos a obligarles a bailar.” Y para cuando nos queremos dar cuenta, mamá ya había neutralizado a Rosie Lacey, y me había dejado vía libre con la tita, y yo ahí desplegando mi encanto irlandés. — Que tienes mucho, mi vida. — Le dijo Molly tirándole un beso. — Y sacamos a los dos, y la tita dándolo todo, bailando como una diosa, y el tito como… — Y se puso a hacer un baile muy ridículo con los codos para afuera. — ¡No fue así! ¡Estaba distraído! — Se defendió Larry. — ¡Claro! Porque estabas mirando a la tita. — Picó Cillian, entre risas. — Y la pobre Nora, que era chiquitísima, intentando seguirnos el rollo sin morir pisada por el tito Larry. — A ese punto ya estaban todos muertos de risa, Nora la que más. — Pero entonces les miré, y recuerdo pensar… Cuando crezca… quiero un hombre que me mire bailar así. Porque, tito… tenías todas las hogueras de Saint James en los ojos, te lo juro. — Dijo mirando con cariño al abuelo. — Maldita seas que tienes todo el encanto de tu padre pero toda la inteligencia de tu abuelo Horacius. Ven aquí. — La llamó y le dio un beso orgulloso en la mejilla, y Alice miraba con admiración ese cariño tan antiguo, porque en ese momento no eran dos personas con ya bastantes años encima, ambos abuelos de sus propios nietos, eran un tío y una sobrina que se picaban y se adoraban.

— Y lo conseguiste, cariño. — Dijo Molly. — Y mi historia será conocida, pero tú pasarás a la historia como la única mujer de Ballyknow que se declaró hasta la llegada de nuestra Wendy. — La aludida se ofendió entre las risas. — ¿YOOOO? No, no, no, tita, yo hago que se me declaren. — Yo casi que también. — Dijo Eillish, encogiéndose de hombros. — Pero es que no se decidía este hombre. — Señaló a Arthur, que se señaló a sí mismo confuso. — Si es que yo pensé que qué iba a hacer una muchacha tan lista, y con esos ojazos azules y ese cerebro, que tenía de tío al único alquimista, de abuelos a los aritmánticos, y de padres a los héroes de la guerra de Ballyknow… conmigo. Que era lo más normal del mundo y solo veía futuro aquí. — Molly suspiró. — Qué chico, siempre quitándose valor. Mira que yo se lo decía: "ese Mulligan es para ti, mi niña. Ése sabe verte". Y no me equivocaba ni un poquito. Desde la escuela lo supe, vaya. — Nancy gateó hasta su padre y se apoyó en su regazo. — Cuéntales que hacías con mamá las noches de verano. — A ver cómo se va a poner este relato… Que todavía soy su hermano mayor. — Picó Cillian. Arthur negó y se encogió de brazos. — La llevaba a la cuna de los gigantes para que todas las noches nos contáramos el uno al otro una leyenda. Porque me encantaba oírla hablar, y allí nadie la interrumpía, y de paso a mí tampoco, que enseguida me trababa y me aturullaba. — El “awwww” fue generalizado, aunque Alice estaba segura de que no podía ser la primera vez que oían eso.

— La cosa es que no pude ni pedirle la mano, porque ella siempre era más rápida. Y un buen día llegué a esta casa, por ese mismo camino, todo arreglado, con mi espino blanco en la solapa de la mejor chaqueta que tenía y el anillo en la mano, y según me vio de la puerta ya sabía a qué venía. Y yo que se lo quería pedir a Cletus y todo eso, pero nada, me abrió la puerta y, según me vio, se giró corriendo para dentro… — “¡MAMÁÁÁÁ! ¡NORAAAAA! ¡VOY A CASARME! ¡MAMÁÁÁ! ¡ME CASO CON ARTHUR MULLIGAN!” — Imitó Nora, fingiendo que gritaba. Cletus añadió. — Y yo que estaba leyendo el periódico, pero bueno, ya me hice una idea del asunto y salí y le miré. Y me hizo ese gesto tan de Arthur de encogerse de hombros con cara de “no sé ni cómo he llegado aquí”, mientras la otra que poco menos que sacaba ya el velo, y nada, me subí a una banqueta para palmearle la espalda y le dije: “pasa, hijo, pasa, si es que ellas siempre van por delante”. — Y ya sí que el estallido de carcajadas fue generalizado, incluido del propio Arthur y de Nancy más que de nadie, mientras miraba con adoración a su abuelo.

 

MARCUS

Marcus lo de comer hasta reventar lo sabía bien, con Molly todas las comidas eran así y él daba cuenta de ellas con gusto. Pero ver TANTA comida, comer TANTÍSIMO y que, aun así, sobre TANTO, era nuevo para él. Podría decir que había comido toneladas y que habían sido guardadas otras tantas. Pero no le importaría acabárselas más adelante u otro día, porque todo estaba delicioso y en aquel ambiente familiar podría quedarse hasta aburrirse.

Junto a sus padres y Alice buscó su hueco en la reunión cerca de la chimenea. Aquello se antojaba como un sueño (y ya se encargaría en próximas reuniones de replicar ese escenario pero con el bebé en brazos, aún no tenía tanta confianza como para demandarlo). Pod parecía haberse quedado con las ganas de sentarse con ellos, pero se vio falto de hueco, e igualmente parecía bastante unido a sus padres y a su hermana y no le importó colocarse con ellos (Seamus tenía autonomía propia y se iba cambiando de sitio a conveniencia). Había llegado uno de sus momentos favoritos en las reuniones familiares: las historias. Y estaba convencido de que iba a llevarse una buena tanda de las que no había oído nunca.

Precisamente esa sí se la sabía, pero no la había oído contada por "mis adorables niños", como les definía su abuela, o "esos diablos que tengo por sobrinos", como les describía Lawrence, por lo que atendió con una sonrisa tan ancha y los ojos tan abiertos que hasta le dolían los músculos de la cara, riendo sin parar. Se enterneció por la forma en la que (después de meterse con él, eso sí) Eillish definió el amor de sus abuelos, apoyando la mejilla en la cabeza de Alice y rodeándola con cariño. La historia viró hacia la propia declaración de Eillish, anécdota tan tierna y graciosa como la anterior. Miró a Alice con cariño y luego devolvió la vista a los protagonistas, pero claramente pensó que eso tenía que hacerlo él con su novia. Con lo que les gustaban las leyendas y las estrellas...

El momento declaración le hizo estallar en carcajadas. — ¡Vaya! Con lo preparado que ibas. — Se compadeció del hombre, pero entre risas, aumentando estas con los aportes de Cletus. — ¡Esa se ríe mucho de mí, pero no se queda atrás con su declaración! — Señaló Eillish a su hermana, y esta a sí misma con cómica sorpresa en el rostro. — ¡Disculpa! Mi relación fue perfectamente natural, forjada y preciosa desde el colegio. — ¿Segura? — Preguntó su propio esposo con una ceja arqueada, desatando la risa general. Nora chistó e hizo un gesto de restar importancia con la mano. — ¡Qué melodramático ha sido siempre! — Me tenía bebiendo los vientos por ella... — ¡Qué ofendido! El caballero andante del colegio que se abanderaba a todas las causas. — ¡Por tal de llamar tu atención! ¿Quién consiguió que quitaran las zarzas de los alrededores de las gradas de quidditch de Ravenclaw porque los bebés moonclaf con los que te habías encariñado se hacían daño ahí? — Aaaw. — Se enterneció Niamh, pero Nora siguió negando. — Le llamaban la atención las cosas azules. — Menos mal que esas zarzas ya no estaban cuando llegué yo. — Le susurró Marcus a Alice, divertido. — Y los pobres se enredaban y se pinchaban. Había que hacer algo. — ¡Y yo lo hice! Mis buenas peleas tuve con el señor Perkins, con el miedo que me daba. — Marcus miró a Emma súbitamente, y vio que Arnold escondía una risilla tras la mano. Pero su madre estaba dignamente escuchando la historia como si aquello no fuera con ella y acabaran de mencionar a su maestro de duelo predilectísimo.

— Yo estoy contigo, papá. — Aprobó Siobhán. — Siempre a favor de las causas justas, sean las que sean. — Menudo corazón roto Gryffindor tuve que aguantar. — Se quejó Cillian, lo que provocó otra mirada tan sorprendida como dolida de Edward. — Al menos no iba por la vida con antorchas como su hija. — ¡Eh! — Ahora la ofendida fue la chica. — Pero era el perfecto caballero de un drama romántico. Y esta haciendo galletas en la sala común. — ¡Tenía muchos amigos y amigas! — Se defendió Nora, encogiéndose de hombros. — ¡Y Edward era uno de ellos! Pero no sé qué quería que... — No se la oyó terminar por las carcajadas y comentarios generalizados. — ¡Mamá, por favor! — Clamó Ginny entre risas. — No creo que a los Hufflepuffs haya que explicaros ciertas cosas... — Pues era bastante más ingenua que como me han salido mis hijos, clarament... — Tampoco la dejaron terminar con eso por las mismas reacciones. Se cruzó de brazos con una ofensa nada creíble, pero Edward, ya riendo, la abrazó por los hombros. — Era la chica más dulce y bonita de Hogwarts. Me conquistó el primer día. Pero era tan interesante y tenía tantos amigos, y yo... Bueno, no era el alma de la fiesta que digamos... — Yo soy adoptada, definitivamente. — Comentó Ginny con un suspiro de resignación, dando un sorbo a su bebida. — Que claro, no me sentía con posibilidades. Pero cada vez que la escuchaba lamentarse por una injusticia, ¡ahí iba yo! Levantaba el colegio si hacía falta. — Bien lo hiciste, sí. Una vez hasta convocó una huelga. — Marcus abrió mucho los ojos, pero la exclamación ahogada vino por parte de Nancy. — Qué feo, tío Edward... — Espero que no fuera contra Perkins. — Pinchó Arnold. Él negó. — ¡Fue sin querer! Y no fue una huelga académica, fue una huelga de hambre. Todo porque vuestra madre y sus amigos se habían llevado a la sala común a un elfo de las cocinas porque le habían visto seriamente enfermo y sin querer abandonar su puesto y los profesores les habían castigado y quitado puntos. ¡Era sumamente injusto! No me digáis que no estáis conmigo. — Yo no les conocía de nada. — Aseguró Cillian, tapándose con una mano.

— Pero si me tenías conquistada de siempre, tonto. — Dijo Nora con dulzura. Eillish soltó una risita aguda. — Luego dirá de mí. Esta sí que salió de Hogwarts con el vestido puesto.  — ¡Aish, no es verdad! — Respondió la hermana pequeña, pero sin mucha convicción y ruborizada. — Fue lo de Martha lo que me convenció del todo. — ¿¿Yo?? — Se sobresaltó la aludida. Tanto ella como su "amiga" Cerys estaban manteniendo un perfil muy bajo y discreto en la reunión. Nora la miraba con obviedad. — Claro, cariño. ¿No te acuerdas cuando se te perdió Muquita? — La mujer miró hacia arriba, haciendo memoria. Edward suspiró. — Casi muero a causa de la dichosa Muquita... — Fue muy considerado por tu parte. — Dijo Nora con cariño, poniéndole una mano en el hombro. Les miró para dar más datos a la historia. — Era un ternerito muy pequeño que mi hermano le regaló a Martha siendo ella muy pequeñita, y se escapó. ¡Cómo lloraba! — Y tan pequeñita que tenía que ser. ¿Yo no tenía como... tres años cuando os casasteis? — Ginny soltó una risotada. — Sí que corristeis para tenerme, papis, no perdisteis el tiempo... — ¡Gin! — Exclamó Wendy, impactada. — Un respeto a tus padres, por favor... — Se aguantaron la risa mientras retomaban la historia. — La cosa es que Edward se fue al monte en mitad de la noche a buscar a Muquita. Y nosotras en la ventana. Y le escuchábamos llamarla: "MUUUU, MUUUU". — Bueno tampoco son necesarios los detalles. — Se azoró el aludido, pero su mujer estaba enternecida. — ¡Por favor, me emociono cuando lo recuerdo! Con la niebla que hacía, que no se veía ni la cerca. — Vaya temeridad, papá. — Negó Siobhán, como si no fuera Gryffindor ella también. — ¡Y de repente aparece entre la niebla... con Muquita en brazos... y el abrigo al viento! — Uuuh mamá, para, por favor, a ver si me voy a tener que poner a echar cálculos con mi cumpleaños. — Se burló Ginny de nuevo. — Y mi Martha aplaudía y reía como loca viendo a su ternerito. Ahí me conquistó del todo. — Y esto es Irlanda, queridos ingleses. — Retomó Cletus. — Después de años de Hogwarts, mi hija decidió casarse con un hombre porque le rescató una vaca. — El estallido fue generalizado otra vez. — A mí me parece un gran acto de amor. — Que yo no me veo haciendo, pero bueno, dijo y pensó acto seguido Marcus, pero le había encantado la historia.

 

ALICE

Se avecinaba cruce de historias entre las hermanas y ella quería la primera plana allí para enterarse de todo. Eso sí, cuando empezaron, aunque se murió de amor con lo de los mooncalfs y se rio con lo que dijo Marcus, le susurró. — La historia de una huffie como Nora ya nos la sabemos. — Se acordó de su Poppy y Peter y suspiró, pero sin perder la sonrisa. — Si acaban la mitad de felices que ellos, me daré por satisfecha. — Dijo con cariño.

Miró a los lados cuando se mencionó “huelga” allí, y cuando Nancy metió baza tuvo que contenerse una risa, pensando te vas a hacer mejor amiga de tu primo antes de que te des cuenta. Pero enseguida se unió al coro de risas, porque la verdad es que no tenía precio oír las historias así contadas. — Awwww. — Dijo poniéndose las manos en el corazón. — Espera ahí, que la cosa se pone irlandesa. — Susurró Allison con una mirada pilla, mientras aprovechaba para recolocar a Brando.

Y efectivamente, no estarían en Irlanda si no aparecieran vacas y patatas en esa historia. La escena era para imaginársela, y encima Martha ni se acordaba, y entre eso y los comentarios, Alice estaba desmayada de la risa. Se fijó en Emma y hasta ella estaba riéndose, no escandalosamente como los demás, pero de corazón, y eso lo veías en cuanto la conocías. Ella por su parte estaba llorando de risa solo de imaginarse a Edward mugiendo en la niebla y llegando con la vaca en brazos, era demasiado para una chica claramente demasiado cosmopolita para Ballyknow, porque sería un gesto muy bonito, pero tanto como determinante para una boda no lo veía. Se apoyó en el pecho de Marcus y empezó a acariciar su mano distraídamente con cariño. Algún día esos serían ellos y esperaba seguir contando con esa enorme familia y formar parte del anecdotario.

— Todas las historias son preciosas. Cada vez lo tenéis más difícil de superar. — Picó a los jóvenes. — Oh, la pedida de Patrick fue de libro. Como la de nuestro padre fue tan rematadamente mal… — Dijo Wendy, de brazos cruzados y negando con la cabeza. — Se fue a casa de Rosie y lleno el jardín de espinos blancos. — Miró a su hermano. — Sutil tú, hermanito. Y él iba con su traje y tenía un hechizo invocador del anillo y todo. — Alice rio y le guiñó un ojo a Pod. — Ya vemos de quién ha sacado las maneras de caballero. — Es que un buen O’Donnell tiene que hacer una petición de mano como Merlín manda… — Dijo Lawrence poniéndose muy recto. — Se nota que los tíos estaban ese verano aquí ¿eh? Porque un encantamiento así a mi primo solo no le sale. — Saltó Ginny guiñando un ojo. — ¡Hombre! Y es que encima iba a pedírselo a mi sobrina, había que ayudar. — Presumió Molly. Ella miró a Marcus y rio, mirando luego a los demás. — Ya decía yo que algo así me sonaba a Marcus. Y si suena a Marcus, suena al abuelo Larry. — Patrick estaba muy rojo, y rodeó a Rosaline con un brazo. — Si uno hace las cosas las hace bien. — Alice asintió. — Sí, esa es mi rama de los O’Donnell. — Pero miró a Cillian, que para lo picón que era y estar hablando de su hijo, estaba muy callado. — Pero ¿por qué la tuya fue mal? — El hombre rio y se frotó las cejas, mientras se levantó un murmullo. Vaya, ya había hablado de más. — ¡Ay! Pero si en el fondo fue muy bonito. Yo lo recuerdo todo precioso, al menos. — Aseguró Saoirse.

— A ver, por si no lo sabéis, yo tengo otro hijo, que no es de Saoirse, es de una mujer de Galway, de familia bastante bien posicionada en Inglaterra que solo venían aquí los veranos. Y bueno pues un verano… hicimos a Johnny, pero ninguno de los dos tenía intención de casarse. Y eso ahora no estará tan mal visto, pero entonces, y más para una familia de tanta posición mágica, era un escándalo, y ya sabéis cómo pueden ser los pueblos. Así que yo me gané muy mala fama, porque enseguida se dijo que la había dejado y todo eso. — Y es no conocernos, porque yo no habría dejado que abandonara a la chica y a un nieto mío. — Dijo Amelia, poniéndose muy digna de repente. Claramente el tema aún era delicadillo. — Pero bueno, yo seguía con mi vida, y poco después, empecé a llevarme mucho con Saoirse, porque ella iba mucho al bosque a por bayas… — Tonterías, iba a verle a él, pero bueno, algo tendría que decir que iba a hacer, no podía solo ir a contemplarle. — Y por fin volvieron las risas y algo le decía a Alice que venían para quedarse. — El caso es que empezamos de novios, y yo pues muy despacito y con tiento, porque ya me había ganado una fama, pero esta mujer… — Yo es que estaba muy enamorada. — Aseguraba Saoirse mientras bebía de una taza, con su gran sonrisa. — Y este que hasta que no nos casáramos nada… — A ver si puede ser una versión adaptada de esta bonita historia, para cuando vuestros nietos la difundan. — Pidió Patrick, poniéndose tenso como solo un O’Donnell podía con esos temas. — Los liados creen en el amor libre. — Aseguró Seamus, subiéndose en el regazo de su abuela. — ¡Pues claro que sí, mi vida! Total, que le dije: “pues muy bien, pues nos casamos”, y yo pensando que con eso estaba todo hecho, y voy y me encuentro con que no, que quieren montar un numerito O’Donnell, y nada, que quiere ir a hablar con mi padre, y yo, pues bueno pues nada, ve. — Cillian suspiró y asintió. — Y el padre de Saoirse me dijo que no, que no me dejaba casarme con su hija. Que yo era un tarambana y que no le iba a dar a su hija a cualquiera. Y total que me fui a casa hecho polvo, ahí a llorarles a mis padres. — Mi niño, el pobre, no se merecía eso. — Afirmó Amelia, sentida, y Alice empezaba a ver de dónde venía también la teatralidad de Wendy. — Y en estas que estoy yo recogiendo la mesa y veo unas maletas volando por el jardín, y me asomo y veo a esta mujer, entrando por el jardín y diciendo: “hola, Cletus.” Cletus, eh, ni señor O’Donnell ni leches. “Perdona, que a veces las maletas no me hacen caso, pero me da penilla echarles un hechizo más fuerte, también ellas deberían tener libertad”. Y yo con los ojos con los platos diciendo: “Cillian, hijo, creo que tu novia está aquí”. — Y a ese punto, la propia Saoirse estaba muerta de risa, contagiando a todos. — Claro, si es que ¿qué iba a hacer? Pues nada, dejé al viejo tonto ese en casa, contando sus medallas de héroe de guerra y sus tonterías, porque a ver si es que yo era su propiedad o algo, y me vine con todo aquí. Y se lo puse muy clarito: “Cillian, yo si tú quieres nos casamos mañana mismo”, y ya pues Amelia me paró los pies y dijo que bueno, que al menos pudiéramos planificar algo, así que llamó a la tía Molly y a las O’Connor y me hicieron un vestido preciosísimo en diez días, y mientras, mis cuñadas, que son lo mejorcito, lo dispusieron todo, y el tío Larry haciendo unas cosas de alquimista preciosas preciosas, y ya ves, para cuando mi padre se quiso dar cuenta ya era el día de la boda, y yo pensando que no se iba a presentar… — Bueno, se presentó porque fui yo a su casa y con esta labia heredada de mi padre le dije: “señor, voy a casarme con ella igualmente, está todo listo. Usted sabrá si se quiere perder la boda de su hija”, y justo cuando íbamos a entrar, apareció allí, con su uniforme de gala. — Amelia suspiró y entornó los ojos. — Anda, que me tenía que haber presentado yo con la cofia y el delantal blanco también. — Y a todos les dio la risa fuerte con eso y el ambiente terminó siendo tan festivo como en las otras. — Reconozco una liada de corazón Hufflepuff cuando la veo. — Dijo de corazón, y eso le hizo soltar una fuerte carcajada a Cletus. — Eso fue, hija mía, una liada Hufflepuff, y muy Gryffindor también, pero benditas sean ellas, porque son las únicas capaces de hacernos verdaderamente felices. —

 

MARCUS

Miró a Patrick con los ojos brillantes y muy abiertos, casi se parecía a Pod ahora mismo. Pero es que la historia del campo de espinos blancos era como para tomar buena nota de ella, y asintió enérgicamente a los comentarios sobre las adecuadas pedidas O'Donnell. Eso sí, tenía otra detrás, ni más ni menos que el espinoso tema de la juventud de Cillian, al que la abuela había restado importancia pero claramente era asunto delicado (si bien tampoco su familia parecía especialmente incómoda ni espantada, habría que ver ese tema entre los Horner cómo se llevaría). Y desde luego la esposa de Cillian no parecía tener ningún problema con el asunto, todo lo contrario.

Le enternecía y le hacía reír lo decidida que estaba Saorsie teniendo en cuenta todo lo que Cillian contaba, y menos mal, porque gracias a ella fue que estaban donde estaban. Se tuvo que tapar la boca para reír, un poco azorado incluso al igual que Patrick, porque los mayores empezaban a hablar cada vez con más sinceridad y había mucho niño presente. Niños como el más pequeño exceptuando a Brando, que no tardó en declararse a favor del amor libre, y ahí sí que se le escapó tanto la incredulidad en los ojos como la carcajada. Ahora se reía, pero si un día tenía hijos, desde luego que no se los dejaba solos a Siobhán, que eso venía de algo que había oído en sus manifestaciones, seguro.

Abrió los ojos con espanto. — Me pasa eso a mí y me muero. — Aseguro con la negativa del padre de Saorise a la boda. Eso sí, lo de "hola, Cletus", aparte de hacerle llevarse las manos a la boca en el acto de impresión por ruptura de protocolo, le devolvió la risa. — No me lo puedo creer. — ¿Verdad? — Le susurró Pod. Había conseguido arrastrarse al lado de ellos. — Si el padre de la chica que me gusta me dijera que no, me hundiría. ¡Y si la chica viene y le habla a mi padre así, ya sí que me traga la tierra! — Estoy contigo, primo. — Le dijo al chico, pero aguantándose la risa, porque esa indignación protocolaria era muy graciosa en un niño tan pequeño... Vale, se estaba notando las miradas de sus padres y Alice encima. Yo no era así, pensó de primeras, y luego elaboró mentalmente toda una extensa argumentación por si le insistían en ello, pero no dignificó nada con respuesta alguna.

Pod y él suspiraron de alivio. — Menos mal que acabó bien, ¿eh, primo Marcus? Si no, quizás no estaría yo aquí. — Totalmente. — Le reafirmó muy serio, a pesar de que ese "quizás" era prácticamente una seguridad y solo la duda le hacía gracia. Eso sí, el comentario de Amelia sobre su uniforme de enfermera desató una risa estruendosa y generalizada. — Pues con esta liada y todo… — Continuó Cillian. — …Me han salido un hijo extremadamente protocolario y pomposo... — Será que es de mi rama. — Pinchó Lawrence, mirando a Cletus, pero los comentarios sardónicos no le salían tan bien como a su hermano. — Y dos hijas solteras... — Oh, papá, Martha no está soltera. — Suspiró Wendy, recibiendo en el acto las miradas de Martha y de Cerys. También recibió un manotazo por parte de Ginny. Desde luego, que era "secreto" porque ellos querían que lo fuese, pero algo le decía que eso se acababa destapando antes de que ellos se fueran de Irlanda. — ¡Y yo no estoy soltera por gusto! Bien saben los siete que lo he intentado. — Y me da que no todo el mundo estaría de acuerdo con esa afirmación. — Devolvió Cerys, monocorde, haciendo que todo el mundo aguantara risitas por lo bajo y mirara al pobre chaval de Connemara de reojo. El chico pretendió ser uno con la pared, pero no le estaba saliendo muy bien. — Sí, en eso sí puedo decir que la niña ha salido a su madre: se declara con mucha facilidad. — Bueno. — Puntualizó Saorise al comentario de su marido. — Yo no era tan enamoradiza. De uno me enamoré y a uno me declaré, no iba declarándome por ahí a lo loco. — ¡¡Oye que sigo aquí!! — Se ofendió Wendy, alzando los brazos. — A esta lo que le pasa es que le van los maduritos... — ¡¡Chicas!! — Riñó Patrick a Ginny, señalando con intensidad a los niños, pero Andrew y Allison estaban llorando de la risa. Martha y Cerys habían vuelto a su posición de tranquilas, silenciosas y discretas en la reunión.

— ¡Y tú deja de reírte! ¡Que tienes mucho que contar! — ¿¿Yo?? — Se señaló Andrew, secándose las lágrimas. Wendy se cruzó de brazos y señaló a Brando con cara de evidencia. — A ver... — Alzó el otro las manos. — Que nosotros también somos novios desde el colegio. — Una historia de amor bien bonita. — Apuntó Allison con una sonrisilla orgullosa, y automáticamente... les miraron a ellos dos. Marcus tardó varios segundos en darse cuenta de que tenía TODAS las miradas encima, que no eran pocas. Se envaró y prácticamente soltó a Alice, alzando las manos. — ¡No no no! Venimos aquí a continuar nuestros estudios de alquimistas, a conocer nuestro principio, y aún es pr... — Tampoco a él le dejaron terminar. Oyó a Arnold carraspear. — Más os vale a los dos que así sea. — ¡Papá! — Se ofendió. Y, acto seguido, le señaló. — ¿Hablamos de pedidas marca O'Donnell? Que cuente mi padre la suya. — Traidor. Solo había que traerte a Irlanda para que me traicionaras, la sangre Slytherin... — ¡Tú has desconfiado de mí a la primera que te han dado opción! Eso no se le hace a un hijo, padre. — Todos se estaban riendo mucho (bueno, su padre no tanto). Wendy, después de reírse, bufó y afianzó el cruzar de brazos, mirando a Andrew de reojo. — Yo lo que sé es que esos se han vuelto a librar... — Su primo le sacó la lengua, pero, para sorpresa de todos, la que habló fue Emma. — La verdad es que nuestra pedida fue... un poco tensa. — Ay, hija, yo no quería ser indiscreta. — Saltó Amelia, otra que le había faltado tiempo en cuanto había tenido opción. — Pero tu familia... es un poquito... Vamos, quiero decir, como la de mi Saorise, que bien linda es, como tú, pero... — Son mucho peores. — Especificó Emma, con una calidez poco frecuente en ella hablando de su familia, debía ser el entorno. Wendy suspiró. — Voy a confesar una cosa, no sé si os disteis cuenta... pero yo me quedé prendada de tu hermano Phillip, Emma. — La carcajada fue estruendosa. Wendy les miró a todos con indignación. — ¡¿Y ahora qué?! — ¡Hija, que no paraste de perseguirle y decirlo en toda la boda! — Dijo su madre, y su hermano añadió. — Y te pasaste una semana llorando porque nunca encontrarías otro hombre así. — ¿¿Pues sabéis qué?? Me ha dicho el primo Marcus que se ha casado con una más joven. — Marcus se encogió, no quería sufrir la ira de su madre ante semejante delatamiento, pero la atención seguía puesta en Wendy. — Así que igual hasta habría tenido alguna oportunidad. — Se escuchó un suspiro leve proveniente de Ciarán, que seguía allí a pesar de que la que claramente era su enamorada no se daba ni cuenta.

— Vale, vale. Nos toca contar historia. — Se animó Arnold, y contó la pedida que ya ellos habían escuchado anteriormente (eso sí, con menos alcohol que cuando la contó en La Provenza) y volvieron a reír, porque no perdía. — Si algo me quedó claro. — Apuntó Emma, mirando a su marido con cariño. — Es que... quería algo así. Era... diferente, y me costó. Pero quería calor familiar. No lo tenía en mi casa. — Pues aquí tendrás todo el que quieras, hija. — Aseguró Amelia, alargando la mano hacia ella para estrechársela. Por supuesto que la elegantísima y prestigiosísima esposa de su favoritísimo sobrino Arnie diciendo que quería calor familiar iba a tener la alfombra roja tendida por parte de Amelia. Wendy volvió a su pose de dignidad. — Pues el día de mañana, si no tengo una pedida así, pidiendo respetos a mi padre, no quiero nada. — Ciarán se removió en su sitio. Todos parecían notarlo menos ella. — ¡Ay, chica, qué ganas de formalismos del medievo, de verdad! — Exclamó Ginny. — A mí, como me vengan así, les digo que no directamente. ¡Tuviera que ver que se lo pidieran a mi padre en vez de a mí! — Bueno, me refiero, primero a mí y luego a mi padre... — ¡Que no! Que no quiero yo nada de eso. — Pueeees... — Interrumpió Ruairi, que también estaba muy callado. Todos los ojos se pusieron en él. Los de Ginny, amenazantes. — Tú cállate. — No he dicho nada, prima. — Ni lo vas a decir. — ¿Nos estamos perdiendo algo? — Preguntó Edward, que por algo era el padre de la aludida. Ginny apretaba los dientes, pero Ruairi hizo un gesto con la mano. — Nada, nada, tío Edward... no es como que... cierto chaval... — Calla. — ...De mi gremio... Hiz... — Y recibió un cojinazo que le tiró para atrás, levantando risas pero, sobre todo, incertidumbre.

— ¡¡Aquí pasa algo!! — ¡Más vale que no! — Dijo Wendy, indignada y mirando a Ginny. — Y que no fuera en el bar en el que yo TAMBIÉN trabajo. — Fue mientras estabas de viaje en Cork. — ¿¿EN SERIO?? ¡¡Tía!! ¡Jopé, para una vez que me voy de viaje, y no me lo cuentas! — ¡¡Es que no hay nada que contar!! — Se defendió Ginny. — ¡No es más que un estúpido que me puso en ridículo! — ¡¡Oye!! — Saltó Niamh. — ¡No hables así del pobre Barry! Le tenías encandilado y lo hizo con toda su buena intención. — ¿¿Pero qué hizo?? Hija, no nos cuentas nada. — Reclamó Nora, entre sorprendida, curiosa e indignada. Ruairi se hizo con el testigo de nuevo. — Entrenar a unos duendecillos de Cornualles para que le hicieran una danza de pedida de noviazgo siguiendo su canción favorita en el bar. — ¿¿CÓMO?? — Y Merlín sabe lo difícil que es eso. Claro, estaba tan centrado en la performance que no calculó bien los tiempos y lo hizo cuando el bar aún estaba para abrir, y apenas lo presenciamos Niamh, yo y los tres borrachos del pueblo. — Tampoco calculó bien mis ganas de matarle. — Dijo Ginny, tensa. — ¡Apenas habíamos hablado dos días! — Niamh se encogió de hombros. — ¿Qué quieres que te diga, chica? Fue amor a primera vista... — Que dé gracias a que no había nadie, lo llega a hacer con MI BAR lleno de gente y LO MATO. — Hasta sus padres se reían sin parar, y eso que negaban con la cabeza, incrédulos de no saber nada de esto.

 

ALICE

Pod era lo más cercano que había tenido en años a ese Marcus asustadizo y extremadamente protocolario del que ella se había enamorado y que siempre había tenido miedo de ahuyentar, y era oír a Pod asegurar que se desmayaría, que no podría con tanto caos y le daban ganas de decirle “espérate ahí, verás”, pero simplemente le miró enternecida. Luego sonrió y alzó las cejas al comentario de Larry. Casi que podía ver eternamente a Marcus y Lex así, y eso le cogía le corazoncito y le hacía tener fe en el futuro de su familia.

Claro, que en todas las familias tiene que haber un bocazas (en la suya había muchos) y en esta era Wendy, que se llevó las miradas fulminantes de su hermana y Cerys y un dardito de esa última. Pero, como buena Hufflepuff bocazas, Wendy era bastante impermeable a los darditos, igual de impermeable que parecía la intención de Ciarán de demostrarle a la chica que tomaba nota de todo y no se iba a ningún lado. Y claro, ya tenía que salir el tema de los maduritos y Phillip y a Alice le costaba mucho contener la risa, porque trataba de imaginarse al sin sangre de Phillip con una mujer tan arrasadora y a los Horner con alguien tan deslenguado.

Pero de repente, y casi sin que se diera cuenta, se cambió el tercio, se perdió parte de la conversación, y todos les estaban mirando. Marcus se apresuró a negar y vio cómo todos alternaban la vista entre Brando y ellos, y ya por fin entendió. — Nuestro bebé va a ser la licencia de Hielo. A ver si es posible que esta nos la saquemos con más tranquilidad. — Pero si triunfasteis en el examen. — Dijo Cletus haciendo un gesto con la mano. — El que vale, vale. — Ella se encogió de un hombro y ladeó la sonrisa. — Nosotros siempre queremos mejorar. — E hizo como que miraba a los lados. — Y veo ya muchos niños por aquí. — Faltan niñas. — Aseguró Rosaline, acariciándole el pelo a la suya. — Los O’Donnell hacemos más varones, tradicionalmente. — Aseguró Cletus de nuevo. — ¡Eso mismo he dicho yo siempre! Que nos faltaba una niña. — Dijo Arnie espontáneamente, y acto seguido se recogió un poco sobre sí. — Pero vamos, que yo a mis dos chicos los adoro y aquella es como si fuera mía a todos los efectos, así estamos bien. —

Y, como si no se hubiera traicionado él a sí mismo sin parar, tras un poco de falsa ofensa, su suegro contó la historia de la pedida de mano, aunque le salió más relajado y formal que en La Provenza. Lo que le sorprendió fue la sinceridad y la espontaneidad de Emma al respeto. Claramente, si algo sacaba esa faceta suya eran los O’Donnells como concepto. Ella se giró y la miró sonriendo. — Pero es que Emma no es Horner. Ella es otra cosa. Es Emma, y ha creado una estirpe única. — Ohhhhh eso es una nuera. — Dijo Nora con adorabilidad y su suegra sonrió. — Es mucho más que eso. Es un reflejo de la mejor amiga que he tenido, que fue su madre, y ella también era única. — Los ojos de Alice brillaron. Menos mal que el tema volvió a ponerse gracioso con Wendy y las pedidas, pero no pudo resistir articularle un “gracias” a Emma, antes de volverse hacia Marcus otra vez.

— Como mi tata conozca a Ginny va a haber una convergencia en el universo y habrá riesgo de estallido. — Le susurró a Marcus. Pronto le dio la risa solo con imaginar la escena en el bar y por cómo lo contaban Ruairi y Niamh y, cuando Ginny la miró, solo pudo encogerse de hombros y decir. — Hombre, parece muy cuqui hacer eso, y buena intención tendría el chaval. — La mujer suspiró fuertemente. — Vamos, en eso estaba yo pensando, en darle bola a semejante personaje… —

Entonces ella miró a Ruairi y dijo. — Tú no te escapes, que me juego una mano a que se lo pediste con una criatura. — El chico enrojeció y se tapó la cara. — Salió… regular. — Y Wendy empezó a reírse chillonamente, claramente poseída por el recuerdo. — Oye ¿tú has estado en las de todos o qué? — Y los primos asintieron al unísono. — Es que va cogiendo ideas, si fuera Nancy las estaría apuntando en una libreta, pero bueno, aún confía en su memoria. — Señaló Andrew. Niamh estaba mirando con absoluta adoración a su marido. — Pero si fue precioso, mi amor. — Ruairi seguía tapándose los ojos. — Pero, conejita, si no tuvimos ni anillo. — Pero seguro que aparece el día que menos nos lo esperemos. — A ver qué me estoy perdiendo. — Reclamó Arnold, y Ruairi suspiró. — Yo le regalé a Niamh un escarbato cuando estábamos en Hogwarts, Crowley. Y le quiere tanto y él se entrega tanto a ella que dije, ay, qué buena idea si le doy el anillo a Crowley y él se lo lleva. Y claro… — No nos preguntó a ni ninguno si era buena idea, porque le hubiéramos dicho que no. — Apostilló Martha, negando con la cabeza. — Total, que era la feria de Saint James, y Niamh preciosa, como es ella, con su corona de conchas, y saco a Crowley, le doy el anillo, y el bendito animal sale corriendo como si corriera por su vida. Y claro, ya nos lanzamos todos a por él, media familia buscando. — Yo no, como comprenderéis, no comulgo nada con esta costumbre tan pueblerina de correr detrás de los animales. — Apostilló Ginny. — Al final yo le hice un hechizo trampa y lo capturamos. — Dijo Nancy como si fuera una obviedad. — Pero al ir a cogerlo no hubo forma de que soltara el anillo. Y así estamos hasta hoy. Y ya le tuve que decir cual era el plan, menos mal que me ama y aun así se emocionó muchísimo. — Uno de estos días lo voy a sacudir y va a salir, ya verás. — Aseguró Niamh. — Sí, con esos dos ya por el mundo y lo que llevéis de casados. A quién se le ocurre, un anillo y un escarbato...— Dijo Eillish con un puntito de indignación. Claramente, junto con Nancy y Patrick eran los únicos que conocían el orden.

Entonces, sintió la manita de Pod sobre la suya. — Prima Alice, sería muy bonito que contaras cómo te pidió el primo Marcus que fueras su novia, yo estaría encantado de oírlo, vamos. — ¡AY SÍ! ¡YO QUIERO! — Chillo Wendy. — Brando quiere. — Dijo Allison con voz adorable, agitando al bebé en el aire, lo cual le hizo reír angelicalmente. Ella se giró a su novio y dijo. — Yo creo que él la cuenta mejor. —

 

MARCUS

La relación de su madre y Alice era de las cosas que mejor le hacían sentir y más le emocionaba, así que las miró a ambas con inmenso cariño con las palabras que se dirigieron mutuamente. Por otro lado, las similitudes entre Ginny y Violet eran tan claras y graciosas que se tuvo que, nuevamente, tapar la boca para reírse con el comentario de Alice. Hubiera pagado por presenciar ese momento, desde luego, pero aún no habían acabado las confesiones en materia de pedidas entre sus familiares. Y lo que le quedaba por escuchar no sabía si hubiera querido presenciarlo o no, porque solo de imaginarse en esa situación le ponía al borde del infarto.

Estaba oyendo el relato con las manos en la cabeza. — A un escarbato. — Murmuró, en trance. ¿Pero a quién se le ocurría darle un anillo de pedida a un bicho que se pirra por los objetos brillantes? Eran ganas de perderlo. Aún no tenía en mente cómo iba a ser su pedida de matrimonio, pero solo había que conocerle un poquito para saber que no iba a llevar animales de por medio, Elio como muchísimo, y se lo pensaría igualmente. Abrió mucho los ojos, mirándoles a ambos de hito en hito. — ¿Pero seguís sin anillo? — Ruairi asintió con pesadumbre, pero Niamh no parecía darle demasiada importancia. Los pelos de punta se le ponían de pensarlo siquiera.

Pod debió agobiarse tanto con la historia como él y lo que hizo fue tenderles el puente para que oyeran la suya. Marcus rio tímidamente. — Bueno, nuestra pedida es... de noviazgo, no... — No alentéis... — Suspiró Arnold. Rodó los ojos, pero sin poder evitar la risa. Chasqueó la lengua, mirando al bebé. — Si Brando insiste... — Miró a Alice con ternura y tanto enamoramiento que, antes de empezar, ya escuchaba murmullos por lo monos que eran (bueno, excepto de Ginny, que parecía empezar a hartarse de tanta historia acaramelada, y Martha y Cerys, que seguían bastante discretas e inexpresivas, pero una junto a la otra). — Pues... La verdad es que yo he adorado a Alice desde la primera vez que la vi. — Y tanto que sí. — Asintió Molly, conmovida ya nada más empezar y mirando a todos con orgullo de abuela. — Nos conocimos en las barcas, nos pusieron juntos. — ¡El destino! — Celebró Nora. Marcus se encogió de hombros, mirando a su chica. — Debe ser... Me había quedado rezagado porque, con los nervios, se me abrió el baúl y se me cayeron un montón de cosas al suelo. — Pod atendía como si le estuvieran contando una historia de terror de campamento. — Ya creía que iba a entrar solo en la barca, porque todos estaban asignados a las suyas... pero alguien se había encaramado a la locomotora porque quería ver cómo funcionaba y también se había quedado atrás. — Hubo varias risas, pero Nancy señaló a Alice. — ¡Esa es la curiosidad Ravenclaw que necesito en mi equipo! — De eso vas a tener de sobra, te lo aseguro. — Respondió él, riendo también.

— La cuestión es que... la adoraba de siempre, pasábamos todo el tiempo del mundo juntos. Inseparables, e imparables. — Se encogió de hombros. — Pero yo estuve un poco torpe porque no me di cuenta de lo enamoradísimo que estaba hasta séptimo. — Bueno, cosas que pasan. — Quitó importancia Andrew, y vio que Allison le miraba con una ceja arqueada y una sonrisilla escondida. — Fui a darme cuenta en uno de los lugares favoritos de Alice de todo Hogwarts: el invernadero. — ¿Te gusta la herbología, Alice? — Vaya, habían activado de repente algo en Cerys. La mujer sonrió levemente. — Estoy investigando en unos cultivos nuevos. Luego si quieres te lo cuento. — Se oían murmullos de fondo y risitas, como si todos bromearan acerca del único atractivo conversacional de la mujer y la suerte que había tenido Alice de activarlo sin querer. Marcus prosiguió. — Estando allí... supe que no podía vivir sin ella. — Se oyeron varios "aaaw". — ¿Le pediste salir en su lugar favorito? ¡Qué buena idea! — Celebró Pod, pero Marcus negó. — Siento defraudarte, pero... no lo hice. Me pudo el miedo. Y, ya que lo hacía, quería hacerlo bien. — Estaba viendo a Edward y a Arthur asentir gravemente, menos mal que sus mujeres estaban demasiado enganchadas a la historia como para verles. — Por motivos varios, Alice pasó con nosotros las Navidades... — ¡Uy, sí, el desfase de Nochevieja, qué bueno! — Clamó Wendy, recibiendo multitud de miradas. La chica no tardó en confesar como si la hubieran torturado para ello, y señaló directamente a su abuela. — ¡Me lo contó la tía Molly! — Marcus, Alice, Arnold y Emma giraron lentamente la mirada a la abuela, que rápidamente se sintió interpelada. — ¡Fue una velada preciosa! ¡Y yo a mi familia se lo cuento todo! — Hubo diversos suspiros entre la facción O'Donnell-Horner-Gallia, pero continuó. — La cuestión es que yo estaba bastante determinado a pedírselo después de Navidad, pero... había habido tantas veces que quise hacerlo y no lo hice, y estaba tan arrepentido de ello, que necesitaba recrear todos esos lugares para sentir que resarcía mi error. — Y narró cómo había dispuesto la Sala de los Menesteres, con el invernadero en el centro y cada uno de los lugares en los radios, disfrutando de las reacciones de todos, de quienes se enternecían, de quienes alucinaban y de quienes, a su pesar, habían acabado enganchadísimas a la historia (véase, Ginny y Siobhán). — Y lo mejor de todo fue... que, antes de poder llevarla, dos amigos nos hicieron una encerrona y nos dejaron encerrados en un aula, y ella se giró hacia mí y me dijo. — La miró, emocionado. — "Llevo enamorada de ti cuatro años." — Hubo varias exclamaciones de los más entregados a la historia, a saber, Nora, Eillish, Niamh, Rosaline, Patrick y Pod. Arthur suspiró. — Otra adelantándose a la declaración, para qué se preparará uno las cosas... — Pues como debe ser. — Afirmó con firmeza Siobhán. — ¿Qué es esto de que los hombres se tengan que declarar siempre? Ya va siendo hora de hacer las cosas diferentes. — ¿Y le diste un beso en la boca? — ¡¡SEAMUS!! — Chillaron varias voces, pero el muy diablo había salido corriendo, botando y riendo por ahí otra vez, mientras Horacius se desternillaba con las ocurrencias de su primo. — Bueno. — Dijo Allison, con una caída de ojos. — Todos sabemos por qué uno de los lugares era el dormitorio del primo, ¿a que sí, Brando? — Casi no se oye el final de la frase por las exclamaciones diversas. — ¡¡Fue por el hechizo que me regaló en Navidad!! ¡Lo he explicado claramente en el relato! — YAAAAAAAA YA. — Dijeron varios, y Marcus se puso rojo como un tomate. Si es que lo peor era que no podía transgredir a eso sin incurrir en una mentira.

— ¡¡Es superguay, primo Marcus!! — Y tanto, lo mal que nos ha hecho quedar al resto... — Se lamentó cómicamente Ruairi, pero su mujer le acariciaba el pelo con dulzura, diciéndole cosas bonitas. — Aunque me debato entre si hacerlo así o no, porque claro... tendría que dejarme un montón de sitios sin usar, como tú. Pero es un buen escenario si me despisto. — Estoy tomando todas tus palabras como un piropo. — Afirmó Marcus. No dejaban de reír, aquello sí que era felicidad pura. — Esa declaración es más de mi corte que del tuyo, vejestorio. — Iba a tardar mucho Cletus en meterse con su abuelo. Wendy suspiró. — Yo quiero algo así... ¿No tienes ningún amigo que haga cosas de esas? — Marcus puso una mueca. — Me temo que los más románticos ya están pillados, prima Wendy. — Qué pena. — Dijo melancólica. Ciarán carraspeó levemente y habló, por primera vez, y con un hilo de voz. — Fue una declaración preciosa. Yo también me la apunto. Al final a uno... se le pasan los huecos buenos... yo te entiendo... — Todos le miraban con condescendencia. Todos menos Wendy, que seguía soñando despierta y mirando a otra parte, como una dama en una ventana. Marcus apretó la mano de Alice y afirmó. — Una y mil veces me declararía así y como hiciera falta. —

 

ALICE

Oír hablar a Marcus de cómo la había adorado desde siempre, de seguro le ponía una cara de boba que no se aguantaba. Sonrió y se encogió de hombros a lo que señaló Nancy. — Esa curiosidad mía nos ha metido en algún que otro lío, y desde luego me identificó como Gallia nada más llegar. “Siéntate con este a ver si se te pega algo”, me dijeron. Y ahí me quedé… para siempre. — Dijo mirándole con una sonrisa cálida y todo el amor del mundo en los ojos. Acarició sus manos cuando dijo que no se había dado cuenta. — La verdad es que yo tampoco dije nada. Creí que no querría estar conmigo. — Tan inteligente y buena alquimista, y lo que le costó darse cuenta de que aquel estaba perdido por ella. — Intervino Larry. — ¡Abuelo! — Hija, es que me teníais agobiado, ya pensé que te le escapabas por tanta tontería. — Y ahora era el turno de los demás de reírse de ellos, pero no podía evitar sonreír por lo menos.

Se sobresaltó por la intervención de Cerys, pero asintió enérgicamente. — Tengo que pasarme por vuestra finca y así me lo enseñáis todo. Y si se vuelven a escapar las vacas, pues echo una mano. — Y coreó las risas, pero como el relato de Marcus continuó, se ensimismó en él. Cada vez que se acordaba de ese momento se le aceleraba el corazón como entonces. Se encogió de hombros ante el comentario de Arthur y suspiró. — Tenía miedo de que estuviéramos haciendo demasiado el tonto y que esa fuera nuestra última oportunidad. — Lo habíais hecho, sin duda. — Afirmó Arnold. — Bien está lo que bien acaba. — Secundó Emma, con sonrisa orgullosa. Ya, nada más Slytherin, sin duda. Se tapó la boca de risa con lo de Seamus y luego la cara, escondiéndose de las acusaciones de Allison, señalando a Marcus con lo que dijo del techo. — Y ahí jugábamos de pequeños y leíamos libros de alquimia… Es especial, como todo los demás. — La cara de Arnold, desde luego, era de “no me hagáis hablar de lo que hacéis en sitios donde jugabais de pequeños”.

Se rio de las palabras de Pod con ternura, porque claramente había encontrado su nuevo referente y asintió a lo de los amigos. — Y Marcus es el más romántico de todos, te lo aseguro. — Y a pesar de que era muy evidente el cuelgue de Ciarán, Wendy seguía a lo suyo, lo que hizo a Nancy negar con la cabeza. — Podrían bajar los cuatro magos a hacerle propuestas como a las tres brujas y estaría perdida en sus sueños. — Y eso le hizo darse cuenta de que mentaban mucho a esos “siete”, así que miró a Nancy y dijo. — ¿Quiénes son esos “siete” que tanto nombráis? — Y se encontró con unos veinte ojos que la miraban muy abiertos. — ¿No conoces a los siete magos que trajeron la magia antigua a Irlanda? ¡Tía Molly! — Dijo Eillish con un punto de incredulidad en la voz, a lo que la abuela se puso a hacer aspavientos. — ¡A esta no la he tenido desde tan pequeña! Y le he enseñado cuanto he podido. — De todas formas, hay cosas que se sienten más cuando estás ya en Irlanda. — Puso paz Saoirse. — Y ahora tienen una familia enorme en la que hay una antropóloga que se lo puede contar. — Aquí se nos cuenta desde chiquititos. — Dijo Rosaline con la misma dulzura con la que lo decía todo. — ¡Yo también me la sé! — Aseguró Pod encantado, pero Nancy ya se estaba levantando y poniéndose en el medio del gran círculo que la familia había formado. — Venga Pod, ven aquí conmigo, y tú también Rosie, Seamus y mis sobrinos. — Todos corrieron con ella, y la niña se sentó en el hueco de sus piernas cruzadas, como si fuera el sitio hecho para ella, y sin soltar el unicornio. — Vais a ayudarme todos a contarle la historia a los primos. — Oh, para qué quería más, parecía que habían diseñado esa tarde para ella.

— Dicen que en Irlanda hay tanta magia porque siete magos eligieron nuestra tierra como su hogar, y la hicieron más mágica que las demás. — Bueno, que los primos son ingleses. — Dijo Pod, claramente preocupado por ofenderles. — Pero ellos llevan Irlanda en la sangre y el corazón, eso es suficiente. — Aseguró Molly. — Y de esos siete magos, llegaron primero cuatro. Eran cuatro varones, que se llamaban… — ¡Ogmios! El dios que canalizó la magia hacia los humanos. — Saltó rápidamente Horacius. — El más poderoso, sin duda, y cómo no, tu favorito. — Dijo Nancy guiñándole el ojo. — Taranis, mago de la abundancia y la bondad. — Señaló Pod muy puesto. — Y y y Lugh, el más listo de todos, ¿a que sí, tita? — Saltó Lucius. — Así es, y nos falta uno. — Nuada. — Dijo Rosie sin dejar de acariciar la melena de su unicornio. — El guerrero. — ¡Esos son mis chicos! Y como eran cuatro, se repartieron los puntos cardinales de Irlanda ¿para qué? — Para enseñárselo todo a los humanos. Nuada era el de los duelos pugh-pugh. — Dijo Seamus, levantándose de golpe y haciendo que tenía una varita en la mano y que duelaba dando saltitos. — Lugh impartía conocimiento en su ciudad, como Hogwarts, pero aquí en Irlanda. — Nancy asintió con una gran sonrisa orgullosa y los ojos brillantes. — Lugh es el favorito de la tita Nancy, por si no os habíais dado cuenta. — Pinchó Andrew. — Taranis enseñaba cocina y medicina, el más práctico, si me preguntan a mí. — Añadió Pod con su tono adulto habitual. — ¿Y qué hacía Ogmios, abuelo Cletus? — Preguntó con tonito la cuentacuentos. — Como ya ha señalado mi querido Horacius, fue el único suficientemente poderoso para canalizar la magia de la tierra hacia los humanos, y por eso hay magos en Irlanda. De nada, por cierto, Ogmios no podía ser más Slytherin. — Alice afiló los ojos y sonrió un poco. — Eso suena bastante a alquimista. — Molly asintió con la cabeza ampliamente y Larry rio de medio lado.

— Pero entonces, cada uno en una punta de Irlanda, se sintieron muy solos… ¿Y quiénes llegaron? — ¡LAS BRUJAS! — Saltó Rosie de repente. — ¡Las tres chicas! — ¿Y quiénes eran? — Fodla era la novia de Lugh, la que trajo la escritura, el gaélico y la historia, como la tita Nancy. — Dijo muy orgulloso Lucius, levantando risas. — Me temo que ya os han adelantado parte de la historia. — Señaló Arthur, revolviendo el pelo de su nieto. — ¡Ay, perdón! — Tenemos a Folda, tenemos a Eire, la que trajo el amor de las madres irlandesas, y tenemos a… — A la favorita de Poooood. — Dijo Wendy arrastrándose para hacerle cosquillas a su sobrino. — ¡Banba! — El chico rio y se retorció. — ¡Es que es la que trajo las artes! ¡Es lo más bonito! — Pero solo hay tres. — Señaló Alice. — Claro, aquí es cuando la cosa se complica. — Aseguró Cillian con una risita.

— Los magos tuvieron que disputarse la conquista de las brujas, y sabían que uno sería perdedor, así que, para que la elección fuera todo lo “justa” posible, dejaron cada uno un regalo anónimamente que representaba lo que ofrecían, para que ellas eligieran. — Como veis, el recetario de leyendas irlandesas necesita una renovación. — Dijo Siobhán con un tonito que le valió la mirada de sus padres. — A ver, ¿qué es eso de escoger marido a ciegas por un objeto? — Simbolismo lo llaman. Sigo. — Contestó Nancy, un poquito revirada. — Nuada dejó su espada, que llevaba una varita en el mango y lo convertía en un guerrero invencible. Lugh dejó su lanza de la llama blanca, que tenía inteligencia por sí misma y le permitía no ser derrotado nunca, preservando el conocimiento para siempre. Taranis dejó el Caldero de Dagda, ese en el cual la comida nunca faltaría, y, por último Ogmios ofreció la piedra de Fáil, capaz de transmitir a cualquiera los poderes que Ogmios decidiera. ¿Y entonces que pasó? — Que Folda eligió a Lugh. — Insistió Lucius, que claramente era fan de la pareja. — Exactamente, para que ambos alcanzaran y protegieran para siempre el conocimiento y el idioma de nuestra isla. ¿Y a quién eligió Eire? — A Nuada, para recordarle por qué luchaba. Y para que siempre volviera a la isla tras la guerra. — Intervino Rosaline, mirando a sus hijos con cariño. — Solo queda Banba. — Que eligió a Taranis, para que a los artistas nunca les faltara alimento ni curas y pudieran vivir felices en Murias, creando las canciones y los poemas irlandeses. — ¿Y qué pasó con Ogmios? — Preguntó ella, con un poco de pena. — Que se le concedió la compañía de todos los irlandeses. Él velaría por ellos, elegiría a sus reyes y cuidaría de todos nosotros. — Finalizó Amelia, que también parecía encantada con la historia.

 

MARCUS

Desde luego que Wendy estaba perdida, tanto que no pudo evitar que la referencia de Nancy le hiciera mucha gracia... y la pregunta de Alice le hizo caer en algo, mirándola con los ojos y la boca muy abiertos. — Espera... ¿nunca te las he contado? — Ni tiempo le dio a excusarse, porque le cayó un cojín en la cabeza. — ¡¡Au!! — ¡¡Descastado!! — Increpó Molly. — ¡Y yo que tenía en ti todas mis esperanzas! — ¡Pero abuela! — ¡¡Ni pero ni nada, bien que te daba chocolatinas y te las comías todas mientras te contaba nuestra mitología, y así nos lo pagas!! ¡De qué habrá que hablar más importante! — La pobre, se veía obligada a tener a su nieto comiendo en su cocina... — Ironizó Arnold, levantando risas, pero por hablar se llevó un hechizo de calambre que sobresaltó a todos. — ¡Cállate tú, que la culpa es tuya! — ¿¿Mía?? — ¡¡Tuya entera!! Que este niño te lo oye todo y si no se lo ha contado a su novia, es porque tú no le has dado suficiente importancia. — Arnold subió y dejó caer los brazos con indignación, mientras Marcus miraba a su abuela con un mohín y todos trataban muy mal de disimular que se estaban riendo de ellos.

Lo de que pidieran cuentas a su abuela no iba a ir en su favor, así que mejor se callaban. Tanto Marcus como Arnold miraron con cara de perrillos apaleados a Emma, pero ella estaba bien digna y con la vista al frente. Parecía que la oía pensar: a mí no me miréis, no soy yo la de las raíces irlandesas. Emma lo mismo manejaba a las mil maravillas hasta los temas más complejos que, con la misma resolución, se desentendía de lo que no le interesaba lo más mínimo. Todo aquello, no obstante, iba a tener algo muy bueno: ver a su prima Nancy, rodeada de niños, contando la historia como solo una antropóloga profesional podía hacerlo. Eso sí que iba a merecer la pena.

Estaba encantado con el relato, oyéndolo como si lo hiciera por primera vez, mirando a sus padres con ilusión y a Alice con cariño infinito, porque la veía igual de entregada. Rio a lo del favorito de Nancy, e hizo como si susurrara en falsa confidencia. — Yo también tengo favorito, pero me callo, que aún no hemos llegado a esa parte. — Y arqueó las cejas a Alice, que al fin y al cabo estaba oyendo la historia por primera vez. Eso sí, el aporte del tío Cletus le hizo reír. El hombre le miró con una ceja arqueada y una sonrisa ladina. — ¿Tu favorito, por casualidad? — Marcus negó, moviendo graciosamente los rizos, con expresión de niño orgulloso. — No soy tan ambicioso, tío Cletus. — Oyó una carcajada única de garganta y se giró sorprendido, arqueándole a Emma una ceja. La mujer dejó los párpados caer. — Conoceré yo a mi hijo... — Pues igual no tanto. — Respondió, pero ella se quedó impertérrita, con esa expresión de no pensar dignificar semejante tontería con una respuesta.

Llegaba la parte que le interesaba, e hinchó el pecho nada más se mencionó a Folda. Pod le señaló, feliz. — ¡Esa! ¡Esa es tu favorita! — ¡Faltaría más! La diosa que creó a Rowena Ravenclaw, no me cabe la menor duda. — También la habría creado Lugh, en ese supuesto. — Pinchó Allison, divertida. Marcus se encogió de hombros. — Pero me gusta más Folda. La sabiduría sin divulgación muere con quien la porta. Gracias a ella nos comunicamos por el lenguaje, por la escritura, y por nuestra historia. — Y que tenga que enterarse una de que no le has contado esta historia a tu novia... — Incidió Molly, con expresión de señora indignada, pero en el fondo se la notaba bien contenta por las palabras de su nieto.

Se aguantó la risa con la indignación de Siobhán, pero ahora que lo resaltaba, un poco de razón sí que tenía. Bueno, no había que tomarse los mitos al pie de la letra, aunque miró a Alice de reojo y, divertido, pensó que dudaba mucho que su novia se quedara sentada esperando a que un anónimo le dejara un regalo en la puerta para elegir marido, y si no Hillary, o Kyla. Harían una catapulta entre todas para tirarles los regalos de vuelta a la cabeza. La historia avanzó y Marcus señaló a Lucius. — Tú eres de los míos. — El chico sonrió, orgulloso. Se reclinó y miró a todos. — Y por eso prefiero a Folda antes que a Ogmios. Soy todo un romántico. No podría vivir sin mi amor. — Miró a Alice y, con una sonrisa, apretó su mano, levantando soniditos de adorabilidad. Hasta que Seamus señaló a su novia. — ¡Eres Lugh! ¡Te ha llamado chico! — Eres un diablillo incorregible, ¿lo sabías? — Ruairi se había lanzado a hacer cosquillas al niño, que reía a carcajadas. — Un duendecillo de Cornualles, pero de los que se salen de la coreografía. — ¡¡Bueno!! Se acabó la tontería. — Dictaminó Ginny, pero las risas ya no había quien las callara.

— Voy en serio. — Se puso de pie. — Familia, siento partir en este momento tan entrañable pero una tiene que levantar el país. — ¿Te refieres a la verja del bar? — Preguntó Wendy, medio cómica medio inocente. Ginny hizo un gesto con la mano. — Como lo quieras llamar, ¿quién se viene? — Nosotros creo que nos vamos a casa. — Comentó Rosaline, ya que la pequeña Rosie, recostada sobre Nancy, estaba ya bostezando y frotándose un ojo. Seamus, por contra, dio un salto. — ¡¡Yo voy a la fiesta de la prima!! — Tú vas a la fiesta de dormir, que no son horas. — Corrigió Patrick, y eso desencadenó un conato de pataleta que quedó disimulado por el remover de todos, que se iban levantando poco a poco. — Nosotros estamos muy viejos para estos trotes ya. — Aseguró Amelia con ternura, pero Cletus resopló. — Di más bien que Ballyknow no necesita que salgamos a quemar la pista a estas alturas y dejar mal a las juventudes. — Recibió diversos abucheos. El hombre frunció el ceño. — ¡¿Me vais a abuchear a mí?! A ver si os voy a prohibir la entrada en mi casa. — No hagas amenazas que no puedes cumplir. — Bromeó Cillian.

Sus abuelos, los tíos Cletus y Amelia y todos los matrimonios mayores afirmaron quedarse en casa, mientras Ginny arrastraba al resto de fiesta. — Nosotras nos vamos. — Comentó Martha, quien junto con Cerys ya estaba prácticamente en la puerta, pero Nancy soltó una exclamación. — ¡No! Quedaos un rato. — Hay que sacar mañana a las ovejas antes de la amanecida. — Precisó Cerys. Ginny la miró con cara de circunstancia. — Ahora dame un motivo realmente incompatible con venirte. — Cerys y Martha la miraban inexpresivas, como si no entendieran ni por dónde empezar a explicar una cosa tan obvia. Se sostuvieron la mirada con Ginny un buen rato, hasta que esta última suspiró. — Esta familia me aburre de manera soberana... — Nosotros sí vamos. — Comentó Allison, con su tierna sonrisa iluminando su cara, y el pequeño Brando en brazos. Ginny dio una fuerte palmada. — ¡Di que sí! ¡Esa es mi cuñada! — Pero no os lleváis al bebé ¿no? — Preguntó Nora, con expresión temerosa. Andrew la miró. — Claro, mamá, no lo vamos a dejar solo en casa. — O a dejárselo a Martha y Cerys, para que lo despierten a la hora de las ovejas. — Añadió Allison, y los presentes rieron. Nora no tanto. — ¿¿Pero cómo vais a llevar a mi nieto a un bar?? — ¡Oye oye! Que estás hablando del... — Calla, Ginny. — Cortó la mujer de raíz. Andrew suspiró sonoramente. — Ay, mamá, que no está ni abierto, vamos a estar solos. Una pinta y nos vamos a casa. Si a este no le molesta ni un solo ruido... — Y así se va acostumbrando a ser un irlandés como los siete mandan. — Completó de nuevo Allison. Nora soltó un gruñido, pero poco más pudo hacer.

— ¡Andando! — Yo... también me voy a marchar. — Dijo tímidamente Ciarán. Con una sonrisa adorable, Wendy sacudió la mano a modo de despedida. — ¡Vale! ¡Hasta la próxima! — Marcus se mojó los labios y miró a Alice de reojo. De traca lo de su prima con ese muchacho, de verdad que sí. Oyó a Ginny mascullar por lo bajo. — Sí, anda, vete, no quiero más declaraciones en mi bar... —

 

ALICE

Estaba entregadísima a la historia, pero más aún a cómo lo vivía la familia, su novio incluido. Le miró sonriente cuando señaló su favorita. — No me sorprende lo más mínimo. Ya sabemos que las parejas de Ravenclaws funcionan. — Dijo con cariño, asistiendo a las reacciones de los demás mientras se imaginaba a aquellos siete magos y brujas, deseando saberlo todo acerca de sus leyendas. Se rio fuertemente de lo de Seamus y se llevó una mano al pecho. — ¿ESO HA HECHO? Ah no, no, una ofensa así no se puede quedar sin compensación. — Pod se inclinó hacia ella con preocupación y dijo. — Te ruego disculpes a mi hermano, no sabe lo que dice, es un tarambana. — Eso le hizo reír y agarró la mano del niño. — No te preocupes, cariño, de verdad, es una bromita y tu hermano es muy gracioso. — Seamus puso sonrisilla orgullosa y dijo. — Lo sé. La prima Siobhán lo dice siempre. — Y la aludida le miró con otra sonrisa igual de orgullosa. Menuda alianza había ahí.

Entre risas, cosquillas y tiritos de la familia, se le había olvidado completamente la hora que era y le dio un poco de pena cuando vio que se diseminaban, aunque los niños y los abuelos estaban cansados (a excepción de Seamus, que ya estaba listísimo para seguir la fiesta si no fuera porque su padre le paró los pies). Tuvo que contenerse la risa con la naturalidad de Allison y Andrew de llevarse al niño al bar, y solo pudo encogerse de hombros y sonreír. — Tranquila, tía Nora, si hay un bebé por medio, Marcus velará por su total seguridad y confort. — Se giró a su novio y puso una sonrisita pilla. — Porque vamos a ir ¿no? Aunque no sea mucho rato, yo necesito conocer ese bar. — Ginny aterrizó sobre sus hombros y Nancy también se agarró de su brazo. — ¡SI SABÍA YO QUE ERA DE LAS MÍAS! — Y si no viene él te llevamos igualmente. — Dijeron respectivamente. — Nooooo no, el primo Marcus se viene también, porque lo he nombrado yo cuidador de Brando. — Aseguró Allison, poniéndole a su novio el bebé en los brazos. — ¡Siobhán! — Llamó Andrew, mientras se ponía el abrigo. — Chicos, yo… — Noooooo no no. — Negó Nancy enganchándose ahora de la chica. — Es la primera noche de los primos aquí, no hagas la de siempre. — Yo no sé qué han hecho mal papá y mamá para criar una muermo como mi hermana, porque este y yo somos unos golfos de nacimiento. — Dijo Ginny señalando a Andrew, aunque Siobhán ya se estaba dejando arrastrar por Nancy. — ¡Porque os parecéis a vuestro abuelo! — Aseguró Cletus, que ya se retiraba dejando un beso en la mejilla de su nieta. — ¡ABUELO! ¡DÉJALO TODO Y VENTE, CASCARRABIAS! —

Alice aprovechó para ir despidiéndose de los demás, mientras miraba de reojo a Wendy y Ciarán. Eso no funciona, se dijo a sí misma, pero no quiso añadir más leña al fuego. Cuando le tocó despedirse de Ruairi y Niamh les dijo. — ¿Vosotros no venís? — Eillish intervino. — Nos quedamos papá y yo a los gemelos, hijo, y así salís un rato. — Niamh miró a su marido, claramente esperanzada, pero él pareció dudar. — ¿Pasa algo? — No, a ver, pero como tengo al diricawl aquí que se estresa, y hay que hacer las mediciones del estanque de las criaturas acuáticas en recuperación… — Niamh suspiró, sin perder la sonrisa y entornó los ojos. — Ya está, otra noche será. Os queda tiempo aquí, tendremos muchas ocasiones. — Y Alice no quiso presionar más, si ya iban a ir un porrón.

Ella aprovechó para abrigarse y miró a los de su familia. — Prometo que estaremos prontito en casa, que mañana hay mucho que hacer. Arnold, Emma, ¿no os animáis? — Arnie pareció valorarlo, pero la sonrisa de Emma era expresiva. — Necesitamos descansar. Pero disfrutad, que os lo habéis merecido, antes de empezar a estudiar otra vez. Y así estáis con gente joven. — Sí, que entre este alquimista y los del jurado ya habéis tenido bastante de viejos. — Dijo Larry. Alice le miró sorprendida. — ¿Ni un sermoncito sobre la dedicación que exige la alquimia? — La abuela rio. — Hija, hasta él ha salido en Ballyknow, que ya es decir. — Ella asintió y se enganchó de Marcus, a quien ya le habían encasquetado el carrito del bebé. — ¿Qué? ¿Nos sumergimos en el apasionante mundo de los pubs? — Y, tras despedirse de sus suegros salieron todos juntos.

La noche en Irlanda podía ser paralizante. Había MUCHÍSIMA humedad, todo goteaba de condensación, pero hacía un frío inmenso, que parecía que abría paso a través de todas las gotas en suspensión en el aire. Alice estaba tiritando como un pollito mojado, y se agarró más fuerte a Marcus. — Ahora sí que soy un pajarito enteramente. Qué frío, por Merlín. — Miró al bebé, que iba todo tranquilo en la sillita. — Oye, Allison, ¿este niño no está helado? — La chica se giró. — Uy no, si yo le pongo hechizo calefactor al carrito, pero tú tienes una cara de estar heladita… — Eso se arregla con una pinta y unas buenas patatas. — Dijo Wendy alegremente, lo cual hizo reír a Andrew. — Bienvenida a Irlanda, así arreglamos todo. — ¿Y aparecerse en el pub no lo veis? — Preguntó, arrecida. — Con lo cerca que está todo aquí, no nos aparecemos mucho dentro del pueblo. — Y ya empezaron entre primos a picarse por cuál era más patoso apareciéndose.

Entre risas, llegaron a una placita menos grande que la principal pero rodeada de pequeños comercios, a esas horas ya cerrados, pero con lucecitas que iban de un tejado a otro y le daban un aire muy adorable. Allison se paró a señalar el entorno. — ¡Ya veréis qué bonito lo ponen en Navidad! Ahora da un poco sensación de… — DE QUE EL MEJOR PUB DEL PUEBLO NO ESTÁ ABIERTO. — Exclamó Ginny, mientras lanzaba varios hechizos con Wendy. En un momento, el pub estaba abierto, con una chimenea la mar de agradable encendida, con música que salía de algún lado y varias pintas sirviéndose solas. — Id a la sala familiar y ahora vamos para allá. — Indicó la mujer, y Marcus y Alice se dejaron llevar.

La sala en cuestión era una habitación dentro del propio pub pero más pequeña, con un billar y unos dardos, era más acogedora y tenía sillones, butacones y muchas sillas desperdigadas. — ¿Os gusta el billar? — Preguntó Andrew. Alice rio. — En Saint-Tropez se juega bastante, pero hace mucho que no pruebo. A lo otro no sé jugar. — Y prefiero no acordarme de la última vez que jugué al billar. Jean y las malas decisiones. — Eso es mil veces mejor cuando ya has bebido un poco. — Señaló Nancy. — Será que tú bebes mucho, muerma. — Le afeó Andrew y la chica se encogió de hombros. — Me gusta tener la mente despejada. Vivo de ello. — A VER QUE YA LLEGAN LAS COSAS. — Y aparecieron Ginny y Wendy con las pintas y unos cuencos de patatas y frutos secos. Por Merlín, más comida.

 

MARCUS

Se llevó una mano al pecho para afirmar con gravedad. — Faltaría más, tía Nora. — La mujer puso cara de no estar muy convencida igualmente pero no querer iniciar una discusión baldía. Respondió a su novia. — Claro que vamos a ir. ¿Cómo no voy a ir al mejor bar de Ballyknow? — Ya estaba viendo la expresión de Ginny de satisfacción, y Marcus vivía por quedar bien delante de quien le interesaba, así que todo estaba saliendo a pedir de boca para él. Ni tiempo a reaccionar ni a decir más nada le dio, porque justo cuando iba a quejarse de que insinuaran siquiera que podría quedarse fuera del plan, le cayó el bebé encima. — ¿Eso soy? ¿El cuidador principal de este muchacho de ojos irlandeses? ¡Pero qué honor! — Mi niño es que siempre fue muy de aquí. — Fardó su abuela junto a sus cuñados, y estaba viendo a Emma arquear las cejas y a Arnold y Lawrence reír por lo bajo. Con lo que Marcus había proclamado con su vida que él era un purísimo mago inglés nacido en San Mungo. Había sido pisar Irlanda y juraría ante un tribunal no haber pronunciado semejantes palabras en la vida, y encima tendría a Molly para atestiguarlo.

Con el bebé en brazos se fue despidiendo de sus familiares, apenándose por la no presencia de Niahm y Ruairi, pero con la esperanza de otra reunión con más gente otros días. Llegó hasta sus padres más o menos a la vez que Alice. — Tú vas a ser otro elemento de los que le gustan al tío Cletus. — Le dijo cariñosamente Arnold a Brando, haciendo reír a Marcus. — Pero ahora está con su primo Marcus, que le va a cuidar un montón. Claramente el haberle caído tan bien es porque... — "Es un Ravenclaw de corazón, yo lo sé, se lo veo en los ojos, detecto su inteligencia. Mira mira, si casi se le están poniendo azules, tienen reflejos si te fijas bien". — Bromeó Arnold a su costa, ganándose una expresión de aburrimiento por parte de Marcus y risas de los demás. — La casa Ravenclaw sigue sumando componentes. Que lo decís como si estuviera reclutando un ejército extinto. — Folda estaría orgullosa, primo Marcus. — Le dijo cariñosamente Pod, y Marcus se irguió con una infantil expresión de suficiencia.

Él estaba muy a gusto con el bebé en brazos, pero Andrew le ofreció el carrito, y en lo que colocaban al niño, oyó la despedida de sus abuelos y Alice. Rio y se acercó a ellos para despedirse también. — Prometo tener el ojo del alquimista siempre despierto para recabar ideas. — Bueno, haz lo que puedas. — Contestó su abuelo entre risas, como no dándole mucho crédito. — Ya no es el ojo del prefecto nunca descansa, ahora es el ojo del alquimista. — Bromeó su padre con cariño, dejándole un beso en la mejilla. — Divertíos, hijo. Mañana nos contáis. — Que sepas... — Conectó su abuelo con la frase anterior, saliendo en defensa de Marcus para una vez que no lo hacía él por sí mismo. — Que yo he practicado transmutaciones en fiestas. — Dejó a un Connelly con un barril de cerveza sin alcohol y a un McArthur borracho muy confundido. Así se conquista a una irlandesa. — Todos los presentes rieron al comentario de Molly, pero Lawrence siguió. — Y tomado muchas inspiraciones. Así se diferencia a un buen alquimista, al que nunca deja de... — Está bien, papá. — Suspiró Arnold, y ya sí, enganchados del brazo, Marcus y Alice se fueron con su nueva familia al bar.

Se apretó con Alice, mientras él mismo se frotaba las manos contra el cuerpo por turnos para no soltar el carro del bebé, notándose el pecho paralizado de frío. — Recuérdame que nunca más me burle de mi abuela cuando minimiza el frío de Inglaterra. — Y se sacudió fuertemente a ver si, con suerte, el escalofrío le calentaba. — ¿Recuerdas el sermón sobre el frío que nos dio el tío Frankie el día que Sophia dijo que a finales de agosto en Nueva York ya es mejor llevar siempre a mano una chaqueta? Yo estoy reproduciéndolo palabra a palabra ahora mismo. — Y la última frase le salió castañeando los dientes. Asintió fervientemente a lo de la pinta y las patatas, porque ahora cualquier recurso por tal de calentarse le valía, si bien no había perdido la pista del hechizo calefactor. — ¿Y no se ha implantado sobre la ropa? — Allison alzó las manos. — ¡Uh! Ese hechizo es carísimo de conseguir. — Marcus chistó. — Los hechizos restringidos... — Qué absurdez. Los conocía bien por su madre, pero había hechizos que, literalmente, aprenderlos estaba "a la venta", y por lo tanto no todo el mundo podía permitírselos. También podías pagar por que alguien te lo hiciera, pero estaban en las mismas. — Los carritos sí llevan hechizos calefactores porque hubo hasta manifestaciones por ello, una movida... — Yo lo hubiera robado. Mi hijo no pasa frío de esa forma. — Afirmó Andrew con total tranquilidad. Siobhán apareció por allí como invocada. — ¿Sabéis la de bebés, niños y adultos que han muerto de frío en Irlanda? Usureros. Y la gente era penalizada por robar los hechizos. Estas son cosas que no se pueden permitir... — A ver, los del piquete. Relajaos que estamos de fiesta. — Advirtió Ginny como primera medida, pero Marcus se había quedado dándole vueltas a la historia. Todo lo que su helado cerebro se lo permitía, claro. Igualmente, la aparición solucionaría muchos problemas, pensó, en sintonía con Alice. Pero claro, gente que no tuviera dónde ir o bebés, lo de aparecerse...

Ellos sí se podrían haber aparecido y ahorrarse el frío, pero bueno, era su primer día en Ballyknow, también le apetecía conocerlo. Miró con ilusión tanto la plaza como el bar. Por fuera le gustó, pero por dentro le pareció una pasada (y sintió que volvía a respirar con normalidad por lo acogedor de la temperatura). Se quitó el abrigo y se dirigió donde le indicaban, mirando a Alice con ojos brillantes. ¿Estaban soñando? Porque aquello parecía un sueño. — Mira, alguien no ha llegado a probar las patatas. — Comentó Allison, y Marcus, con el ceño fruncido y un tanto preocupado, se asomó al carrito. Brando estaba dormido tan plácidamente como si estuviera en su cama. — ¿Estará bien? ¿No será del frío? — La mujer rio. — Ah, las historias de muerte por congelación de mi cuñada, siempre tan bien traídas. Solo está dormidito, el traqueteo de los adoquines le relaja al parecer. — ¿Y no le despierta el ruido? — Porque allí, entre los primeros golpes "de prueba" que Andrew estaba dando a las bolas de billar y la música, empezaba a haber estímulos de sobra como para despertarse. — Qué va, este es un irlandés de los que les va el jolgorio, aquí está en la gloria. Y si se despierta, se dormirá otra vez, nos lo han bendecido los dioses con eso, desde luego. — Bueno, siendo así, mejor para todos.

— Las mejores patatas de Irlanda y con todas las salsas que queráis. — Sirvió Wendy con una amplísima sonrisa, y Marcus se sentó frente al plato en el sofá, mirándolo con ojos golosos. — Tienen muy buena pinta... — Las patatas con tantas salsas pierden gracia. — Apuntó Nancy, mirando entre el reproche y la suficiencia a los demás. — Si le echas mucha salsa, ya no sabe a patata, sabe a salsa. — Ya estamos... — ¡Es que es verdad! Siempre diciendo que lo nuestro son las patatas, y las embadurnamos en potingue. ¡Entonces no sabe a patata! — Será que no te gustan las salsas. — ¡Sí me gustan, pero quiero percibir el sabor de la patata! — Bienvenidos a Irlanda. — Comentó con una graciosa sonrisilla Siobhán, por encima del debate de Nancy y Andrew. Marcus rio. — Vale, me comeré algunas con salsa y otras sin salsa. — Pffff menudo bienqueda. — Se metió Ginny con él, pero Wendy se cruzó de brazos, pasando el peso de la cadera a una pierna. — Menos quejas, que nos ha venido bien para el negocio. Y a estos para traerse al bebé. — Di que sí, pon un bienqueda en tu vida. — Ironizó monocorde Ginny. Marcus respondió por alusiones. — Solo me gusta, en la medida de lo que está en mi mano, satisfacer los deseos de quienes me rodean. — Uuuuuuh. — Exclamó sugerente y cómica Allison, mirando a Alice, y Marcus cayó en cómo había sonado lo que acababa de decir. — ¡No en...! Bah, da igual. — Y se llevó una patata a la boca. — ¡Están buenísimas! — ¡Por favor! ¿Esperabas otra cosa? — Rio Ginny, y justo después dio una palmada. — ¡Venga! Un brindis con esas pintas, que quiero veros con el billar. —

 

ALICE

Sonrió a lo del sermón de Frankie con ternura y dijo. — No puedo esperar a verles aquí, no va a haber quien les calle. — Comentó entre risas. Pero se le cortó de golpe, porque se pusieron a hablar de lo de comprar hechizos y se puso seria de inmediato. Toda la vida, aquel había sido un debate en su casa, porque, obviamente, nunca habían tenido dinero para ciertos hechizos, y era un eterno debate entre su padre, que creía que podía recrear y mejorar cualquier hechizo, que cualquier otra cosa era un gasto innecesario, y su madre, que cedía a las locuras de su padre solo hasta cierto punto y no quería poner la integridad de sus hijos y sus muebles en entredicho, y al final acababan haciendo las cosas sin magia por no discutir, o con hechizos sencillos amplificados. — Sí que es injusto, la verdad, al menos en hechizos básicos, deberían ser simplemente accesibles a todo el mundo. Ahora, si los millonarios quieren hechizos supermegaespeciales para chorradas, pues que se los paguen, claro. Mi suegra se beneficiaría a base de bien de esa circunstancia. — Andrew rio y la señaló. — Esta es de las tuyas, hermanita. — Mucha razón que tiene, es una chica sensata y con buen corazón. — Pero Ginny interrumpió el piquete, como ella misma dijo, para continuar con la fiesta (y la comida, claro). El que no tenía tantas ganas de fiesta era Brando, que se había quedado absolutamente frito. Alice les miró a Marcus y a él con adoración. Era cuquísimo cuando se preocupaba así, cuando miraba al niño y lo protegía… — He visto esa cara de “aumentemos la cuenta de O’Donnells” como si Irlanda se despoblara a marchas forzadas. — Le dijo, de repente, Nancy. Ella se giró. — Ya os he dicho que nuestros hijos son las licencias de alquimia. Pero Marcus es perfecto en todo, incluido en cuidar de los demás. Se lo toma tan en serio… — Sonrió tristemente. — Aún me cuesta acostumbrarme a estar rodeada de gente dispuestísima a cuidarme, y a hacerlo TAN bien. — Nancy le sonrió de vuelta. — No digas eso en voz alta, que aquí no te dejan en paz. — Y las dos rieron.

Pero era verdad, le parecía mentira estar en aquel lugar tan acogedor, con tanto jaleo y felicidad familiar, y era justo lo que necesitaba, así que pensaba abrazarlo. — He oído hablar más de patatas en los últimos cuatro meses que en mi vida entera. — Comentó simplemente al debate que mantenían sobre salsas sí o no. De hecho, recordó algo. — Cuando estábamos en Nueva York fuimos un día al muelle a probar cosas de allí, y les echan muchísima salsa. — Nancy la señaló. — ¡Y ahí está mi mejor argumento! ¿Acaso saben los americanos cocinar? Pues ya está. Un crimen, las salsas son un crimen. — Y, de alguna forma, la conversación se dio la vuelta, Marcus se puso hasta rojo, y por las risillas, supo que no podía huir, así que se encogió de un hombro y puso una sonrisilla. — Los Gallia tenemos un dicho. — Dejó un silencio dramático y terminó. — Negarlo siempre es peor. — La cascada de carcajadas que siguió le hizo reírse a ella detrás, mientras Ginny le palmeaba el hombro. — Esta es de Ballyknow, a mí no me engañan, me encanta. —

Las pintas estaban esperando a ser brindadas, así que Alice cogió la suya y se dispuso a brindar. — A ver ¿quién dice unas palabritas a los primos nuevos? — Si dejamos a Ginny dirá alguna guarrada, y si lo hace Wendy lloraremos, así que mejor Andrew. — Dirimió Nancy. Con un poco de queja de los demás, pero el chico se aproximó hacia ellos y levantó el vaso. — Siempre hemos oído hablar de vosotros, siempre hemos pensado en esos primos de la isla grande, alquimistas, aritmánticos, creadores exitosos, y, sinceramente, a veces pensábamos: el día que vengan, se van a dar la vuelta nada más llegar, en cuanto vean esta familia gritona, desorganizada, en la que nos peleamos y abrazamos todo el rato. Pero ha sido llegar y sentir que llevabais aquí toda la vida. Así que no os digo bienvenidos, os digo que gracias por aparecer por aquí, y que pase mucho. Slaínthe! — Alice levantó el vaso con los ojos emocionados y exclamó también. — Slaínthe. — Y después de un trago, miró con más detenimiento la pinta. — ¿No tenéis medias pintas? — Y sintió un montón de ojos sobre ella. — No me hagas retirar todo lo que he dicho, nueva prima. — Dijo Andrew tapándose la cara. Ella les miró confusa. — ¿Qué pasa? — No existe tal cosa como media pinta en Irlanda. — Ella señaló el vaso. — Sí. Un vaso la mitad que este, lleno de pinta. — Todos negaron. — No, así no se puede tirar una pinta. — Ella frunció el ceño, pero Allison le puso una mano en el brazo. — No lo intentes, Alice, de verdad. Bébete la mitad y listo. — Se rio e hizo caso. En el fondo le hacía gracia cómo procesaba aquella familia y todo lo hacían muy divertido.

— Bueno ¿qué va a ser hoy, O’Donnells? ¿Trivial, dardos, karaoke? — Preguntó Ginny levantándose y dando una palmada. — O dardos o billar, que esta gente mañana tiene que empezar con su licencia. — Dijo Nancy. — Si en el fondo lo que hemos hecho trayéndoles es alimentar a la cerebrito de la familia. — Replicó Andrew, negando con la cabeza. Pero Alice rodeó a Nancy por los hombros. — Pues yo me pongo con la cerebrito de la familia y con la de los piquetes. — Dijo alargando la mano hacia Siobhán. — Y las tres, con nuestros cerebritos, vamos a hacer de Marcus el mejor en billar, porque él siempre es el mejor, y vamos a ser un equipo invencible. — Miró a su novio y sonrió. — Porque nosotros siempre somos imparables. —

 

MARCUS

Se tapó una risilla con la mano. — Esto va a dar que hablar cuando vengan aquí los Lacey. — Le comentó a Alice confidencial, porque como encima de hablar de patatas comparasen la comida americana con la irlandesa... Sin pensarlo mucho y para combinar con las patatas, se llevó la pinta a los labios y... Ug, había olvidado lo amarga que estaba. Miró el vaso. Era ENORME, pero a ver quién era el valiente que se atrevía a decir nada, después de la reacción que estaba presenciando al comentario de Alice sobre si podían ponerle solo media. Él no, desde luego, que quería entrar con buen pie en esa familia. Menos mal que, por lo que a él respectaba, no había ningún legeremante cerca.

Decidió centrarse en el brindis y confiar en una de sus características: la glotonería. Podía llegar a acostumbrarse al sabor de las pintas, y si lo hacía, defendería lo extraordinarias que son en cuanto pudiera acabarse una entera como el mayor de los irlandeses. Las palabras de Andrew le hicieron sonreír emocionado, poniendo una mano en su hombro. — Gracias, primo. — De nada. Ahora, no me robes el bebé. — Todos rieron. Marcus se dirigió al resto. — Estamos muy contentos de estar aquí. Gracias a vosotros por esta acogida, habéis superado unas expectativas que ya de por sí eran altas. No podemos esperar a todo lo que nos queda por aprender y vivir aquí. — Y si no fuera por lo amargo de la situación que habían dejado atrás con William, estaría pensando que ir allí en ese momento había sido la mejor decisión que habían tomado en la vida. — Slaínthe! — Brindó, y volvió a beber. Le iba a costar acostumbrarse a ese sabor... pero podía hacerlo.

Empezaba la ronda de juegos y entre todos se decantaron por el billar. Se fue bien feliz y contento hacia el equipo que su novia había construido para él. — ¡Bueno! Aún no he jugado nunca al billar, pero soy muy bueno en general en los juegos. — ¿En los de habilidad motriz o en los de habilidad de esta? — Preguntó socarrón Andrew mientras se señalaba la sien. — Porque este es más de lo primero que de lo segundo. — Queridos cerebritos. — Anunció Allison, apoyada en su chico, con expresión traviesa. — No tenéis NADA que hacer contra nosotros. Siento comunicaros que os habéis puesto en el equipo perdedor. — ¡Discúlpame! — Siguió el rollo Nancy, llevándose la mano al pecho. Todos se estaban aguantando la risa con ese fingido conflicto. — Yo soy muy multidisciplinar. — ¿Vas a usar esas palabras tan largas para darle a la bola o prefieres el taco? — Devolvió Allison, levantando una oleada de exclamaciones. Marcus y Alice se miraron, sin dejar de alucinar. Estaba encantado con aquel buen rollo en su familia.

— ¿Sabéis lo que es este juego? — Preguntó Wendy, y ella y Ginny se miraron y, con un bailecito, dijeron a coro. — SEEEEXYYYY. — Y se echaron a reír. Claramente, eso era una broma interna. — Así que elegid, nuestros queridos ingleses, quién de vuestro equipo queréis que... — Ginny movió las caderas una vez más y replicó el tono cantarín y seductor. — Os enseeeeeñeeee. — Mira, qué básicas... — Suspiró Siobhán, pero al mismo tiempo Nancy había saltado al lado de Alice. — ¡Yo con la prima! — Tú no quieres generar un conflicto en la nueva pareja. — Lanzó Andrew una vez más, a lo que Nancy le sacó la lengua. — Pues no. Siobhán es casta y pura y no va a tocar nada. — ¡Eh! — Se escandalizó Marcus, en lo que la aludida rodaba los ojos y suspiraba otra vez. — Como les veo un poquito perdidos, vente, Wen, que vamos a hacer una representación. — Wendy dio un saltito y se dejó conducir al billar por la mano de Ginny, tras lo cual, una se colocó tras la otra, con el taco en la mano, y empezaron a "jugar", o a hacer como que una enseñaba a la otra, con unas posturas que levantaron revuelo en el entorno y que hicieron a Marcus forzar su distracción buscando la pinta que había dejado por ahí, porque empezaba a escandalizarse una vez más. Eso no las detuvo ni mucho menos, y a lo tonto él ya había bebido bastante, o sea que ya mismo se le subiría el alcohol.

— Y ahora, le susurras al oído... — Dijo Ginny, que era la que estaba detrás de Wendy. — Ahí... Dale justo en el centro... — Marcus se tuvo que tapar la boca, porque al final sí que se le iba a salir la risa de verdad, pero estaba colorado como una bombilla y en un discreto segundo plano. Nancy se cruzó de brazos con una sonrisilla traviesa y, dejando caer el peso en la pierna derecha, dijo. — Que sepáis que esta escena estaría ofendiendo a Martha y a Cerys de estar aquí. — Se desató un coro de exclamaciones cómicas y con toque atrevido del que Marcus y Alice no participaron, solo se miraron disimuladamente entre sí sin saber muy bien si debían o no aportar. La reacción fue tal que Brando dio un sobresalto en el cochecito, pero al parecer fue meramente instintivo, porque seguía durmiendo. Nancy les miró. — No sé si os habéis percatado, o si la tía Molly ha soltado ya el chisme, pero Cerys y Martha... — ¡Pues claro que se han percatado! — Interrumpió Allison entre risas. — ¡Son Ravenclaw y Marcus es nieto del alquimista del pueblo! — Y de la que por supuesto que les ha ido ya con el chisme. — Completó Andrew mientras tomaba de la pinta y las risas continuaban a su alrededor. — Yo... no quería ser indiscreto. — Apuntó él con discreción, aunque también con una sonrisilla. — ¿Es que... no está... aceptado o...? — No, no lo está. Por ellas mismas. — Se quejó Siobhán, y Andrew soltó un sonoro suspiro, y Nancy otro un poco más comprensivo. Fue la última la que lo explicó. — Son dos personas... con sus particularidades, y siempre han sufrido un poco de... A ver, no rechazo exactamente, pero... En fin, no se integran tanto como el resto. Cerys ni siquiera es de aquí, es de Midleton, pero allí sí que no estaba nada adaptada. Se vino aquí con la excusa de que había más terreno de cultivo y como eran "muy amigas" y Martha quería continuar de pastora, se fueron a vivir juntas al campo más aislado de la zona. — Nancy negó. — Tienen un miedo tremendo al rechazo de la gente. — Pero si la familia es superacogedora. — Pero para algunas cositas seguimos un poco en el siglo pasado. — Apuntó Siobhán. — Las pedidas oficiales, los emparejamientos con gente del pueblo, los miles de niños por cabeza... — Venga, no seas tan exagerada. — Puntualizó Andrew. — Nadie les dice nada porque claramente, si ellas no lo han dicho, es por algo. Pero en fin, que nadie es tonto en esta familia y aquí nos ves, todos juntos. — Sus padres siguen hablando de Cerys como la "amiga" de su hija. — ¿Te refieres a los mismos padres en cuya historia hay un bastardo y una fuga de casa para casarse con quien la familia desaprobaba? Lo dicen porque así es como se llaman entre ellas. — ¡¡Bueno!! — Interrumpió Ginny. — Próximo tema profundo en mi bar y lanzo un bolazo a la cabeza. — A mí me encantaría decir que tengo lesbianas en mi familia. — Comentó Wendy con la ilusión inocente que la caracterizaba. Todos suspiraron excepto Allison, que reía por lo bajo. Marcus, a quien claramente se le había subido la pinta, soltó una carcajada suelta y dijo con naturalidad. — No, si tenerlas las tienes. — Se le pusieron todos los ojos encima, hecho que le hizo casi tirarse encima la pinta que acababa de llevarse a los labios otra vez. Se aclaró la garganta. — Quiero decir... Bueno, mi tía Erin tiene novia. ¡Su tía! — Y señaló a Alice automáticamente. No era muy caballeroso lanzarle el muerto a su novia de esa forma, pero el alcohol mermaba todas sus capacidades. La caballeresca incluida.

 

ALICE

Empezaba a pensar seriamente que los O’Donnell irlandeses eran Gallias sin el caos consecuente (aunque un poquito de caos también traían), porque el numerito de Ginny y Wendy parecía que lo habían hecho su tía y su prima Jackie, vaya. Le dio la risa floja, solo con ello, pero es que las intervenciones de Nancy la estaban haciendo reír todavía más. — Ya veo para qué usáis el billar, ya. También lo he visto jugar así, sin duda, pero vamos, que yo venía en plan profesional. — Uuuuuhhhh disculpe la señora francesa, no te quiero decir lo que dicen de tus paisanas... — EYYYYY. — Saltó Andrew, cual caballero O’Donnell, pero Alice ya estaba haciéndole una pedorreta a Ginny y mirando con travesura a Marcus. — A ver, mi amor, puedo enseñarte… — SI SABÍA YO. MI AMOR DICE LA MUY… — Y más risas.

Pero se le pararon de nuevo al tocar el tema de Martha y Cerys. — Hemos visto demasiados casos de no aceptación de parejas homosexuales a nuestro alrededor y es tan triste… No se las puede culpar por intentar guardar esa parcelita para ellas. — Miró a Wendy con un poquito de pena. — Es más, no es cosa de tu hermana y Cerys, es cosa del mundo, y, de hecho, según tengo entendido, igual da mágico que muggle en este caso. Si no las hubieran hecho de menos, aunque haya sido fuera de la familia, no sentirían que tienen que vivir así, es una forma de protegerse. Creo que es algo que los que no hemos tenido que vivir, nunca vamos a entender por completo. — Y no era ella quien quería descubrir ciertas cosas sobre la familia, que lo pudieran decir ellos cuando quisieran, pero ya se le adelantó Marcus. Le miró con los ojos muy abiertos y le dio un traguito a la pinta. Bueno, pues nada, ya lo saben. Carraspeó al notar todos los ojos sobre ella y se encogió de hombros. — Pues ya veis, la vida. — ¿Tu tía es la rubia francesa? — Alice negó con la cabeza. — Nunca deja de asombrarme que, vaya donde vaya, alguien hay que recuerda a Vivi Gallia. — ¡Eso, Vivi! — Dijo Ginny señalándola. — La recuerdo de la boda del primo Arnie, y alguna vez de Inglaterra, de andar por ahí con la prima Erin. Era el alma de la fiesta la tía. — Esa es mi tata, sin duda. — ¿Y esa está con la prima Erin? — Preguntó Andrew. — Pues sí, y lo suyo les ha costado. Treinta años como quien dice. — Dio otro trago y se sentó en la mesa de billar. — Digamos que no estaban preparadas, y también han tenido mucha tontería. Erin no era muy expresiva que se diga, pero siempre quiso sinceramente a mi tata, y mi tata se colgó de ella la primera vez que la vio, pero como la veía tan pasota y mi tía quería ver el mundo y conocer cuantos más sitios y personas mejor, un discurso muy Gallia, por cierto, así que eso hizo, y Erin un poco parecido, porque se entregaba a su trabajo, y andaban cada una por una punta del mundo y solo viéndose de vez en cuando. Y se pasaron media vida ocultando lo suyo, tampoco muy bien oculto, la verdad, hasta que mi tía estaba ya empezando a desbarrar y Erin decidió que era buen momento para hablar. Y los detalles se los dejo a ellas para que cuenten una de esas historias que tanto os gustan. —

Y entonces, pegó otro trago a la pinta y cogió un taco. — Al final, la señorita media pinta se la va a beber. — Dejó caer Nancy con malicia. — Y dicho esto, voy a… — Pasó el taco por su espalda y le dio a la bola blanca, golpeando otra, pero no llegando a meterla. — Mecachis. Pensé que me iba a salir mejor. — Aun así, los demás aplaudieron entre ruidos de admiración. — Iba a aprovechar que iba a quedar muy guay para pedirlo, pero ya que me he dejado fatal a mí misma, solo diré… — Señaló a Allison y Andrew. — …Que me falta vuestra historia. — Allison rio y se apoyó en el hombro de Andrew y este entornó los ojos. — Mira, tu movimiento ha sido muy expresivo de lo que fueron las primeras etapas. — ¡No es verdad! Y ahora tenemos un chiquitín precioso que es prueba de lo felices que somos. — Y de que la toma de decisiones la llevan un poco según va surgiendo. — Dijo Siobhán cruzándose de brazos. — Mi niño es una bendición. — Insistió Allison con una sonrisa. Alice alargó la mano a Marcus, haciendo que se pusiera delante de ella y enganchándose a él con los brazos después de beber otro poquito y sin bajarse de la mesa. — Somos todo oídos. —

 

MARCUS

Descolgó la mandíbula. — ¿Sabes jugar? — Alzó los brazos. — ¡¿Por qué no sabía yo eso?! — Exclamó con la alegría de quien acaba de enterarse de que les acaban de regalar una casa. Se acercó a ella. — Buen alumno preparado. Fíjate, nos prometimos enseñarnos cosas, ya me vas a enseñar tú a mí una. — Era altamente probable que no se refirieran simplemente a un juego de bar cuando se prometieron eso, pero estaba tan contento que todo le venía bien.

Asintió a las palabras de Alice, y la dejó dar las pertinentes explicaciones sobre sus tías (bueno, más que dejarla, le había lanzado él la pelota para que ella hiciera lo que considerase con ella). No pudo evitar reír de comprobar, una vez más, la fama de Violet traspasando fronteras. Cuando Alice terminó, Wendy le miró a él. — Y el primo Lex tiene novio ¿verdad? — Le había pillado bebiendo. Siobhán soltó una pedorreta de fastidio. — ¡Wen! ¿Puedes dejar de airear la intimidad de la gente que no está aquí? — ¡Es que ya que estábamos en el tema! — Sí que tiene novio, sí. — Apuntó Marcus. Ni que fuera la primera vez que iba de avanzadilla de su hermano, y total, la idea era llevarse a Darren a Irlanda en Navidad, aunque fuera un par de días. Mejor que se fuera sabiendo, aunque si de algo estaba seguro era de que su abuela lo habría contado ya. — Y Darren os va a caer genial. Bueno, con quien se va a llevar de escándalo es con Ruairi, con lo que le gustan las criaturas. — El tono de normalidad hablando de ello, al menos, hacía que el ambiente estuviera mucho más distendido que cuando tocaban el tema de Martha y Cerys. Al final la clave estaba en normalizarlo todo, él desde luego, tras el impacto inicial, empezó a llevarlo por bandera a todas partes, y que nadie se atreviera a contradecir.

De nuevo, casi se le cae el contenido de la pinta que estaba bebiendo al ver el movimiento de Alice. — ¡Wow! — Exclamó, mirándola con los ojos muy abiertos. — Sí que sabías jugar. — Vaya confianza. — Rio Andrew, siendo coronado por su mujer. Se apresuró en negar. — ¡No! O sea, claro que me la había creído, si Alice sabe muchísimas cosas, es solo que... Wow, qué habilidad, mi amor. — Sabes que el juego consiste en meter bolas en hoyos y que eso no lo ha llegado a hacer ¿verdad? — Preguntó ácida Ginny. Marcus, que seguía impactado, señaló a su novia. — ¡Pero ha usado el taco por la espalda! — Él no era la persona más hábil del mundo, y era un factor bastante habitual entre los Ravenclaw. Ver a alguien listo y habilidoso a partes iguales era para él más llamativo que ver un unicornio.

Su novia puso el foco sobre la última pareja que quedaba por contar su historia y se dirigió a él. Marcus, agarrándose a ella con cariño, atendió, con la sonrisa de un niño que espera el siguiente cuento. — Es muy sencillo: aquí la señora me tuvo esperando... — Nooooo no no. — Interrumpió Allison, entre la comedia de sus familiares, mirándole divertida y negando con el dedo. — No lo cuentes así porque así no fue. — ¡Cómo que no! ¿Quién se enamoró primero? — Oh, qué lastimero eres cuando quieres. ¿Qué sabrás tú cuándo me enamoré yo? — Andrew soltó una seca carcajada. — Yo diría que una idea tengo... — Ya os resumo yo. — Les miró Nancy, señalando a Andrew con el pulgar. — Compartir promoción con este fue un martirio. — Pues no os digo lo que fue ser prefecta con estos en los cursos que la seguían. Me alegré de irme de Hogwarts, con eso os lo digo todo. — ¿Fuiste prefecta, Siobhán? — Marcus no iba a perder apunte de semejante dato, por lo que se giró de inmediato a la chica en cuanto habló. Esta se irguió, orgullosa, y asintió con una sonrisa. — De Gryffindor. — Los dos años con más causas sociales y manifiestos de la historia de Hogwarts. — Apuntó Ginny, haciendo a todos reír. — No tengo la culpa de que hubiera tanta injusticia tapada. Las promociones que siguieron seguro que se vieron beneficiadas del asunto. De nada. — Como Andrew y Allison reían, la chica les señaló. — Y menos risas, porque por culpa de listillos como vosotros, no pude conseguir una de ellas. — Ambos abrieron la boca y se llevaron una mano al pecho con dramatismo. — No, no, nada de mirarme así. No se fiaban de aquí los "amor libre". — ¡Pero si somos de cursos distintos! — ¡Pero da igual! Siendo de la misma casa, ni se me escuchó. — ¿Qué nos estamos perdiendo? — Preguntó Marcus, ciertamente confuso, pero veía a las otras tres reír por lo bajo. Ginny especificó. — Nada, que mi hermana intentó revestir de causa social el que le saliera, como a cualquier adolescente tipo, la vena guarrilla. — ¡¡Y dale!! ¿¿Veis?? Por eso no pude conseguir nada. — Se indignó Siobhán, pero aquello era ya todo un mar de risas.

La chica suspiró con frustración y les miró para explicarse. — Quería que los dormitorios fueran unisex. — Marcus se tuvo que guardar MUY BIEN la reacción, así que simplemente bebió otro sorbo mientras Siobhán explicaba, aunque debía notársele lo escandaloso que le parecía en que casi se le salen los ojos de las cuencas. — Me parece absurdo la separación, es sexista y es un contrasentido que ignora la presencia de diferentes orientaciones sexuales en la escuela. — Miró con reproche a los otros. — Y mi propuesta INCLUÍA, para evitar posibles peligros, que la separación fuera POR CURSOS en lugar de POR SEXOS. — Que sí, hermana, que sí. — Suspiró Andrew. — Que eso no iba a colar. — Siobhán chistó, pero Ginny apremió a la pareja. — Venga, al grano con la historia, que no vamos a jugar en la vida a este paso. — Pues resulta que a mí siempre me habían elegido para acompañar a chavales con dificultades porque siempre tuve madera de buen profesor y se me daban bien los niños hasta cuando yo también era niño. — ¿Acabas de llamarme chavala con dificultades? — Preguntó cómica Allison, y todos rieron. Él la miró con una expresión de enamoramiento que Marcus conocía a la perfección, escondida bajo varias capas de burla. — Ninguno de los siete sabe cuántas veces me pregunté qué hacías tú en Hufflepuff en vez de en Gryffindor, vaya guerra dabas. — A Marcus se le escapó una risa de garganta espontánea, mirando de reojo a su novia. — La cuestión era que la señora iba montada en escoba a todas partes, y cuando digo a todas partes, digo A TODAS PARTES. — Qué exagerado... — ¡Le diste con el mango en la cabeza a una chica de quinto al salir del baño! — ¡Salió muy rápido! No la vi venir. — ¿Lo de no circular volando por interiores cómo lo veías? — Preguntó Siobhán con el tono de reproche de una prefecta que ha tenido que castigar numerosas veces por lo mismo.

Andrew suspiró y prosiguió. — La cuestión era que, estando yo en tercero, empecé a tutorizar alumnos de primero. Realmente les hacía compañía y les ayudaba con los deberes. Con ella no había forma porque iba siempre sobrevolando por ahí. — Estoy convencido de que a Lex no se le ocurrió la idea, lo habría hecho. — Bromeó Marcus, no carente de verdad. — Pero poco a poco fui consiguiendo que bajara, así que claro, me pegaron a ella. — Vamos, que me encasquetaron al muy pesado. — Les dijo Allison también bromista. — Y claro... el roce hace el cariño... — Roce dice el tío, qué poquísima vergüenza. — Apuntó Ginny, y Andrew chistó y alzó los brazos. — ¡Vaya cómo nos estáis vendiendo a los primos nuevos! — Tenían una relación abierta. — Les susurró Wendy con voz de niña traviesa. Marcus les miró con los ojos muy abiertos, pero Allison rodó los suyos. — ¡Queríamos divertirnos! Nos llevábamos genial, pero... — Pero un día. — Retomó Andrew, incisivo pero con una sonrisa. — Este tonto que tenéis aquí, en sexto, y después de decirle que no a MUCHAS chicas. — Eso levantó una oleada de "uuuhs". — Se plantó delante de ella y le dijo que le gustaba, desde hacía un montón. — Allison soltó una pedorreta. — Está feísimo el rollito de profesor-alumna, ¿se enteró tu hermana la prefecta doña causas sociales? — Sí. Y lo desaprobé. — Contestó Siobhán, pero todos reían. Andrew se encogió de hombros. — No era tu profesor, solo un compi mayor que te echaba una mano. ¡Venga ya! Éramos amigos. — En verdad sí. — Corroboró Allison, como si no se supiera ya la historia. Tenía un punto sardónico que estaba convencido de que a Darren le iba a encantar. — Y la respuesta de la señorita fue poco menos que decirme que si estaba mal de la cabeza, que no iba a meterse en una monogamia a largo plazo con catorce años. Gracias por eso, cariño. — De nada. ¿Con cuántas dices que te liaste después de mi cruelísimo comentario? — ¡Bah! Estabas tú delante con casi todas, no ves que eran en los juegos de Hufflepuff. — Tenías más ofertas que yo. — ¡Eso no es verdad! Y creo que aún, bebé incluido, no he superado en número de encuentros a tu querido Coooooody Flendersoooon. — ¡¡Oh, venga ya!! No era más que un creído que llegó a capitán de quidditch por sobornar al profesor. — ¿Tanto he bebido? — Preguntó Marcus a la audiencia. Ginny negó, casi suspirando. — No, cariño, no. Todo lo que oyes ocurrió de verdad. Así son estos. — Allison se cruzó de brazos y miró a su chico. — Ahora, si no te importa, voy a contar la parte bonita. — Les miró. — Hace tres años nos hicimos pareja oficial. — En efecto, hasta hace tres años seguían de poliamor. — Completó Nancy. Marcus se rascó la frente, deseando saber cuál era la parte bonita, porque no la veía. — Digamos que la cosa... se nos fue de las manos. — Allison se encogió de hombros. — Uno de los chicos con el que tuve un escarceo de un par de ocasiones, resultó que estaba prometido. Y no, su prometida NO había aceptado lo de la relación abierta ni era conocedora de nada. Me sentí fatal y le maldije de todas las formas posibles. — Y yo tuve una pillada bastante gorda. — Comentó Andrew, rascándose la cara y con mirada avergonzada puesta en otra parte. — Digamos que... una chica... Bueno, nos pilló su hermano, y el chaval es un tanto... — Retrógrado. — Escupió Siobhán, y esta vez no fue contradicha, sino que Andrew asintió. — Así es. Nos montó un escándalo tremendo y me dijo que "si había deshonrado a su hermana, ahora tenía que casarme con ella". — Ugh. — La reacción asqueada fue tan unánime entre Siobhán, Nancy y Ginny que a Marcus le hizo gracia. — ¡Y lo peor era que la chica estaba dispuesta a hacerlo! Menudo espectáculo, ella llorando como una dama victoriana abandonada, ¡yo había dejado claro lo que había desde el primer día! — ¿Y dónde llegaron los dos llorando y al borde del ataque de ansiedad? — Preguntó Ginny, satisfecha. — ¡¡Aquí!! — Y fue muy bonito. — Apuntó Wendy. — Porque Allison llegó diciendo que los tíos eran todos unos mierdas... — Sí, pinta bien la historia. — Dijo Marcus. Entre las risas, Allison pidió que dejaran a Wendy continuar y esta lo hizo. — Pero Andrew, nada más verla, lo que le dijo fue: "he entrado en pánico de pensarme casado con alguien que no fueras tú". — Marcus se llevó una mano al pecho. Por fin el romanticismo que necesitaba. — Yo me quedé en blanco. — Apuntó Allison, y mirándole con cariño, añadió. — Y le dije... — "Solo consentiría casarme si fuéramos a la iglesia encima de una escoba". Ahí supe que estaba borracha. Por lo de aceptar la boda, no por lo de la escoba. — Al comentario de Andrew se sucedieron las risas, pero el chico se acercó a ella y le pasó el brazo por los hombros. — Le dije... "Yo solo consentiría estar solo con una persona si esa persona fueras tú, y a no casarme jamás, si ese no-casamiento también es contigo". — Ella se ruborizó y, con una sonrisa derretida, dijo. — Y ahí, dije: "que les den por culo a todos los tíos. Me quedo contigo". — Y dicho eso, se besaron en los labios, ante los aplausos del resto. Marcus suspiró, sin dejar de aplaudir, y le dijo a Alice. — Me ha encantado el final. No sé cómo evaluar el resto de la historia. —

 

ALICE

Daba gusto tirarse de vez en cuando un pistillo delante de su novio, sin duda, porque lo daba todo, estaba segura de que, ahora mismo, en la mente de Marcus era toda una profesional. Y puso esa sonrisilla traviesa que sabía que tanto le gustaba y alzó una ceja. — Ya has visto cómo se enseña… Y yo lo hago encantada. —

Por un momento, tuvo que contener la reacción ante la pregunta tan directa de Wendy, porque al final estaba haciendo bajar la pinta, y estaba toda contenta y distendida y se le podía soltar la lengua. Pero claramente su novio decidió que sí se podía hablar del asunto, así que ella se limitó a asentir a lo que Marcus iba diciendo y señaló. — Os va a caer bien a todos. Es un Hufflepuff cuqui y le encantan los animales y el caos. — ¿Nos estás llamando salvajes caóticos? — Dijo Ginny llevándose la mano al pecho con mucho dramatismo. — Si vieras de que familia vengo, entenderías cuán absurda es esa pregunta. Pero el hecho es que estáis rodeados de animales y cuidadores, se va a sentir como en casa. —

Ya iba a aprovechar el tirón que su acción en el billar había provocado en Marcus, cuando Andrew y Allison se lanzaron a contar su historia, así que se lo guardó para más tarde. Sonrió a Siobhán, aunque mentalmente se dijo otra prefecta de Gryffindor con las causas perdidas, porque sí, lo de los dormitorios unisex era toda una causa perdida. Ahora, ante la queja de Siobhán a la culpa de los Hufflepuff solo pudo decir. — Pues en mi experiencia, que es bastante limitada, los Hufflepuff ya duermen en dormitorios unisex, unicasa, si me preguntas, porque hasta yo he entrado a esa sala cuando me ha apetecido. — UHHHHHHH ¿algún compi de casa que tengamos que reseñar? — Le dijo Andrew, picón. — Muchos, pero no en ese sentido Hufflepuff vuestro. — Recalcó, agarrando a Marcus por la cintura y pegándolo contra sí por la espalda.

Claro, que teniendo en cuenta lo que escuchó a continuación, no le extrañaba nada la insinuación. Menuda historia, si le hubieran hecho jurar a Marcus que un O’Donnell iba a estar en una relación así, se hubiera reído en su cara, y Larry se hubiera ofendido hasta el tuétano. De hecho, estaba batallando mucho para no reírse en su cara, solo se limitó a mirar a Marcus y decir. — No es la primera vez que oigo una historia similar en Hufflepuff, aunque el toque de la escoba es nuevo, y muy gracioso. — No lo fue tanto para la chavala del baño. — Dijo Nancy con tonito de Ravenclaw responsable mientras bebía pinta e iba eligiendo taco para jugar. — Tiene su encanto. — Alice esa noche lo veía todo muy cuqui y bonito. Pero la historia se ponía más interesante a medida que avanzaba, y se inclinó al oído de Marcus para decir. — Menos mal que cuando tú eras prefecto no existían los tales juegos de Hufflepuf, o al menos no nos enteramos. — Porque, desde luego, la prefecta de Hufflepuff no solo los habría permitido, los habría liderado.

Ella siguió asintiendo a todas las aclaraciones de Allison sobre cómo se les complicó la cosa, aunque la pinta estaba haciendo de las suyas y se le liaron los argumentos, y al tercer “casamiento-no-casamiento” ya se había perdido. Cuando Marcus le habló, ella simplemente contestó. — Bueno, como tú mismo has señalado, bien está lo que bien acaba. No sé si el prefecto O’Donnell habría dicho lo mismo, pero diría que ahora no estás de servicio. — Eso ha sonado a que vas a enseñarle a hacer ciertas cosaaaaaas. — Dijo Ginny juguetona, picándoles a ambos en las costillas. — A ver, ven aquí, alquimista O’Donnell, que vas a aprender a jugar al billar. — Dijo bajándose de un salto coreada por un “uhhhhhh”.

Tiró de la mano de Marcus para ponerle por un lado, mientras invocaba con un hechizo a las bolas para que se reagruparan. — Tienes que fijar la vista, calcular es superimportante en el billar, y tratar de dirimir qué trayectoria y fuerza va a llevar la bola blanca. — Le puso el taco en las manos. — Como en Aritmancia. — Oh, no, más Ravenclaws jugando… — Se quejó Ginny poniendo los ojos en blanco. Alice la ignoró y puso el taco en manos de Marcus. — Ahora lo apoyas aquí. — Cogió su mano bajo la de ella y la colocó, inclinándose sobre él. — Y esta para dirigir. — Se inclinó sobre su oído y dijo. — Fijas el objetivo, y, como te han explicado tus primas… — Agarró la mano del palo hacia atrás para que cogiera impulso. — Directo al centro. — Y, sin soltarle, ella misma ejerció el golpe, haciendo que las bolas se dispersaran. — ¡Bieeeen! — Celebró, ante las risas de los demás. — Mira, mira la de la media pinta. — Le señaló Andrew mientras cogía otro taco. — Ahora tú solito, mi amor. — Y se apoyó en el borde de la mesa, con las manos en el borde. —Y ya podemos empezar a jugar. —

 

MARCUS

Guiñó un ojo como si así pudiera fijar mejor el objetivo, o calcular la progresión como le había dicho Alice. No tenía ni idea de cómo (bueno, sí, porque le había dado su novia a pesar de que él tenía las manos en el taco) pero habían metido una bola. — ¡Woohu! — Celebró, alzando los brazos, como si a él las victorias deportivas le dieran algún tipo de satisfacción. Pero nunca estaba de más hacer bien algo aunque no fuera su área habitual. — ¿Qué decían sobre los Ravenclaw jugando? — Se señaló la sien con un índice varias veces. — Todo es cuestión de cálculo, primita. — Hubo varios piques de idas y venidas, muchas risas y bromas, y el juego continuó, prolongándose bastante porque ninguno era tan bueno como para no entrar en un bucle de darle a la bola blanca tantas veces que todos lo probaron, hasta que, finalmente y por un golpe de suerte (nunca mejor dicho), fue Ginny la que consiguió meterla en el hueco adecuado. Pero Marcus, aparte de un rato muy divertido, se había llevado un aprendizaje nuevo y diversos roces con Alice (ahora entendía las bromitas sensuales con respecto al billar), que desataron diferentes comentarios, pero con los que estaban tan a gusto que, lejos de avergonzarse, solo se miraban, sonreían y seguían.

El bar se había ido llenando de gente, en un momento determinado vio a Allison con Brando en brazos, un poco molesto por el despertar, y se fue un rato a charlar con ella. Acabó dándole un par de patatas al niño, siguieron contando anécdotas, riendo, el pequeño volvió a dormirse, echaron otra partida de billar, perdieron a Wendy por ahí... No sabía ni cómo, se le habían pasado cerca de tres horas. Y lo cierto era que ya estaban bastante cansados, que ese día habían llegado de viaje y ya era tardísimo, y aún no se sabían bien el camino de vuelta. De todas formas, en cuanto el bar empezó a llenarse en demasía, todos fueron determinando poco a poco que era la hora de marcharse.

Dejaron a Ginny y Wendy con su negocio y partieron en grupo y entre risas de vuelta. — Os dejamos en la puerta de casita para que no os perdáis. — Bromeó Andrew, pasando un brazo por encima de los hombros de Marcus, y él contestó entre risas. — En el fondo sabía que eras todo un caballero. — Nancy se enganchó del brazo de Alice, metiéndose entre ella y Marcus y mirándoles a uno y otro mientras caminaba a saltitos. — Tenemos muuuuuuuuucho que hacer juntos, que un año se pasa volando. Y nos tenéis que contar más anécdotas vuestras. — Eso, que le habéis sacado todos los trapos sucios a la familia y vosotros habéis contado bien poco. — Pinchó Allison, y Marcus se llevó una mano al pecho con ofensa, pero no dejaban de reír. Andrew señaló a Alice. — Y tú, que no te escuchemos decir lo de la media pinta en público otra vez, que no te vamos a defender más. — ¿Defender? Si casi la echáis de Irlanda a la pobre. — Dijo Siobhán entre risas, quien se había situado al otro lado de su novia. Sin darse cuenta ni dejar de reír, llegaron a la antigua casa de sus abuelos.

— Marchando, y sin entreteneros, que el tío Larry os está despertando mañana antes de salir el sol. — Pinchó Nancy. Allison echó varios pasos hacia atrás, mirando a las ventanas, y señaló con el dedo. — ¿La vuestra es esa? — Marcus asintió, y generó una oleada de exclamaciones burlonas, que Siobhán intentó acallar con ruidos de silencio para no despertar a nadie, siendo muy poco convincente porque ella tampoco dejaba de reír. — Vaya, que os podemos tirar piedrecitas a la ventana y llamaros a gritos. — Cuidado, a ver si vamos a interrumpir a los amantísimos novios muy monógamos y formales haciendo algo que no debería hacerse antes del matrimonio. — Se burlaron Allison y Andrew respectivamente, y Marcus contestó con una mueca burlona. — Qué graciosos sois. Desde luego que estáis hechos el uno para el otro. — Qué mala idea habéis tenido eligiendo la habitación que da a la calle, primo. — Rio Siobhán de nuevo, que sin perder su personalidad llevaba con una risa crónica que no se le iba desde hacía casi una hora. Marcus chistó, pero Nancy, riendo, les empujó a ambos al interior de la casa. — Venga, venga. Que no queremos que la tía Molly nos lance una sartén. O peor, que tu madre nos lance una maldición. Hala, a hacer manitas, pero pocas. — Eso, que vuestro hijo es "la licencia de alquimia". — Volvió a bromear Andrew, y sin dejar de reír, se despidieron de sus primos, viéndoles bajar la calle, mientras ellos entraban a casa y se refugiaban del helador frío de la madrugada de Ballynow (si bien no tenían tanto como cuando iban al bar, sería la cerveza y las patatas).

Intentando no hacer mucho ruido pero con felicidad y risas residuales, subieron a su habitación y cerraron discretamente la puerta. — Cuidado con eso. — Señaló Marcus algo en el suelo cerca del pie de Alice. — A ver si lo vas a meter por un boquete como las bolas de billar. — Y les dio una risa muy tonta a ambos. Sí que se le había subido la pinta, aunque no se sentía borracho: se sentía feliz. Colgó el abrigo en una percha, y escuchaba a Alice reír y decirle... algo, alguna anécdota del bar. Estaba hablando y estaba... tan feliz, tan exultante. Se detuvo, con la sonrisa en la cara, mirándola como un pasmarote, mientras ella reía y hablaba e iba sacando el pijama casi sin darse cuenta, y él solo la miraba. En un momento determinado, se acercó lentamente a ella, y Alice cortó lo que estaba diciendo para mirarle. Tomó sus mejillas y la besó, despacio y con cariño, en uno de esos largos besos que, entre una cosa y otra, no se daban con tanta frecuencia como querrían, pero que les sabían a vida. — Si este es nuestro principio... — Susurró al terminar el beso, pero rozando aún sus labios, sujetando su rostro entre sus manos y con los ojos cerrados. Los abrió para mirar los de ella. — ...Es perfecto. — Sonrió, emocionado. — Gracias. — Susurró, y él sabía por qué: porque, de ser por él, quizás no estarían ahí en ese momento. Le habría podido la prudencia, el miedo, el método cuadriculado. Y ahora, tanto él como su familia, no podían ser más felices. — Te amo. — Añadió, y volvió a besarla lentamente, acercándose a ella. Podría pasarse besándola así toda la vida, pero algo le decía que caerían rendidos en cuanto pisaran la cama. O quizás no. Fuera como fuere, mañana iba a ser el primero de muchos días descubriendo Irlanda. Y tenían mucho por delante que descubrir.

Notes:

¡Qué cantidad de O’Donnells! Nos encantan las familias grandes, pero sabemos que pueden ser un poco liosas, por eso hicimos este capítulo, para ir presentándolos a todos. Recordad que tenéis el directorio y el árbol genealógico en las notas del principio para poner cara y orden a toda la familia de Irlanda.

Y antes de la pregunta: GUÍA DE PRONUNCIACIÓN DE NOMBRES IRLANDESES

Cillian: Kilian
Saoirse: Shersha
Ruairi: Rori
Niamh: Nif
Ciáran: Kiran
Siobhán: Shobán
Cerys: Keris

Esperamos que esto os haya clarificado un poquillo los complicados nombres irlandeses, y la pregunta es muy simple: ¿cuál es vuestro nuevo O’Donnell favorito? ¡Os leemos!

Chapter 50: We are blooming

Chapter Text

WE ARE BLOOMING

(5 de noviembre de 2002)

 

ALICE

Se despertó y vio, por el rabillo del ojo, las brasas, no apagadas del todo para no pasar frío, de la chimenea. Se removió perezosamente de entre los brazos de Marcus, que respiraba aún acompasadamente, y disfrutó de unos minutos de simple contemplación y puro gusto. Pero abajo había jaleo, lo oía desde ahí, así que, muy despacito, salió de la cama y se puso las zapatillas y una bata. Alice, como buena Gallia, era absolutamente contraria a vestirse inmediatamente tras levantarse, no por lo menos antes del café, pero no perdía de vista que abajo había gente, entre ellos su suegra, que, por supuesto, estaría en tacones sin duda alguna.

Según iba bajando las escaleras, oía más voces. — Y claro yo le he dicho: “Cillian, antes de que se vaya tu primo, vamos a llevarle cositas de la granja, que luego al final nunca les damos”, con los buenos productos irlandeses que tenemos, que seguro que en Inglaterra de esto no tenéis… — Pero antes de que asimilara que era Saoirse, alguien se chocó con ella. — ¡Hola, prima nueva! — Ella parpadeó y le revolvió el pelo a Seamus. — ¿Pero esto qué es? ¿Un leprechaun? ¿Un duende? — ¡Soy un leprechaun liado! — Ese es mi chico. ¿Están todos despiertos? — ¡Sí! ¡He venido con los abuelos, para ver a los primos ingleses! Primero hemos ido a la granja, a por cosas, con la tía Martha y el abuelo, y el abuelo ha regañado a la abuela porque tenía que haber traído más cestas, que luego al final siempre falta… — Alice rio. — Tú eres El Profeta Aliado de Ballyknow ¿eh? — Y se acercaron a la cocina-comedor, de donde venían las voces.

— ¡AY MI NIÑA YA ESTÁ DESPIERTA! — Exclamó de golpe Molly, sobresaltando a Emma y a Cillian, que eran los que estaban de espaldas a ella. — No me extraña, con esos alaridos que pegas, mujer. — Se quejó Larry mientras se echaba algo en el café. — Uhhh cómo huele eso. — ¡Es miel de la granja, hija! Hemos subido para traeros unas cuantas cosas. — Indicó Saoirse entusiasmada. — Uy, yo eso lo quiero probar. — ¿Te gusta el queso? Traemos queso fresco de las cabras de Martha, si te lo untas en una tostada y le echas la miel encima es delicioso. — Mujer, deja a la chica despertarse. — Regañó Cillian, pero Alice empezó a hacer lo que le había sugerido la mujer, bajo la atenta mirada de ella. — Ay que ver, chiquilla, cómo se nota que eres francesa, después de la farra de anoche y recién levantada, qué buena cara tienes. — Ella sonrió un poco tensa. — No… No se hizo tan tarde, y caímos rendidos. Y he dormido mejor que en los últimos… cuatro meses. — Eso es el pueblo. Como se duerme en el campo… — ¿Y a qué hora volvisteis? — Preguntó Emma. Alice mordió estratégicamente la tostada como diciendo “uy no puedo responder”. — Por saber si nuestro alquimista junior se va a levantar para despedirnos. — Aclaró Arnie. — ¿Puedo ir a despertar al primo inglés? — Sugirió Seamus. Alice rio, terminando de tragar. — No creo que le importe, tú ve. — Por lo visto, más les valía ir acostumbrándose a eso. Y a aquel queso y miel absolutamente deliciosos.

 

MARCUS

Le pareció oír un grito de su abuela que se le metió en el cerebro, pero también en el sueño. Había sido lo suficientemente fuerte como para llegarle, pero no tanto como para despertarle. Estaba tan cómodo, calentito, confortable... Echó un poco de aire por la nariz y se dejó vencer lentamente por el sueño otra vez. Pero el sueño no era tan profundo, y ya había roto el hielo, y empezaban a llegarle voces de abajo que le despertaron la curiosidad. ¿Había más gente allí aparte de sus padres y abuelos? En ese caso, sería maleducado no bajar. No había abierto aún los ojos, pero su sentido del protocolo se despertaba antes que sus párpados.

Se revolvió a lo justo para notar el movimiento del colchón. Alice debía estar levantándose, habría pensado lo mismo que él, así que ronroneó un poco y abrió los ojos. — ¡Hola! — Botó en el colchón y se tapó instintivamente (ni que estuviera desnudo, pero la mala conciencia de cuando solía dormir con Alice...), aún despegando los párpados, porque había abierto los ojos perezosamente y la imagen de Seamus delante de su cara era algo que su cerebro estaba tardando en procesar. Al niño pareció hacerle mucha gracia su reacción, porque reía con malicia mientras él se frotaba la cara. — Hola, primo nuevo. La prima nueva me ha dejado despertarte. — Marcus puso cara de circunstancias. Gracias, mi amor, yo también te quiero, pensó. Ni tiempo a que se le despertaran las neuronas le había dado.

— ¿Cómo has llegado tú aquí, colega? — Le revolvió el pelo, con la voz grave de quien lleva horas con la garganta cerrada. — He venido con los abuelos. Han traído un montón de cosas, pero el abuelo se... — Y empezó a contarle una historia que aún estaba demasiado dormido (y puede que un poquito resacoso) para entender. Estiró un poco los músculos y se levantó. — ¿Quieres saber algo de tu primo nuevo? — El niño asintió muy seguido. — Me encanta causar una buena impresión, y si están aquí tus abuelos, qué menos. Así que... — El niño le seguía mirando. Mejor lo dejaba más claro. — Voy a ponerme guapo. — ¡Vale! — Pero se quedó allí. Miró de reojo a la puerta, con una sonrisilla incómoda. — A vestirme. — El niño, bien contento, se sentó en la cama con las manitas entre las rodillas y le miró sonriente, como si fuera la primera vez que fuese a ver a alguien vestirse. Pues nada... tocaba arreglarse con el niño delante.

Ya de por sí le iba a ser incómodo desvestirse y vestirse con la mirada del niño encima, pero podría soportarlo si fingía que no estaba allí. No iba a ser tan sencillo. — ¿Inglaterra es más grande que Irlanda? — Un poquito. — Contestó entre risas. — ¿Y allí tenéis miel? — Claro. — ¿Y ovejas? — También. — ¿En tu casa tienes ovejas? — En casa no, las ovejas están en el prado. — La tía Martha tiene ovejas en casa. Una vez, una se puso enferma y la tenían en la casa. Pero después se la llevaron a otra granja en la que había muchas más ovejas para que estuviera más contenta. — Siguió vistiéndose sin contestar, porque eso sonaba totalmente a que la pobre oveja había pasado a mejor vida. Si pretendía cortar la conversación en base a dar la callada por respuesta, estaba muy equivocado. — ¿Y vacas? — Sonrió levemente. Justo lo que quería, hablar de vacas en calzoncillos. No sabía cómo ponerse el pantalón sin sentirse tremendamente incómodo y ridículo. — Tampoco. — La tía Martha tiene vacas. — Ese tema no tenía fin.

Había conseguido vestirse y peinarse entero en lo que daban un repaso a toda la fauna ganadera de la zona. Al menos, viéndose ya arreglado y en vistas de que el niño seguía hablando tan normal, ya no estaba tan tenso. — ¿Qué es eso? — Marcus sonrió y le enseñó el tarro. — Colonia. ¿Quieres un poquito? — ¡Vale! — Y se levantó de un salto, ofreciendo el cuello para que le echara, lo cual le hizo mucha gracia. — Papá y Pod siempre dicen que hay que echarse colonia todos los días, pero el abuelo dice que eso es para las bodas. — Se olió a sí mismo. — ¡¡Huelo a niño mayor!! Mamá me echa colonia de bebé. — Marcus soltó una carcajada. — ¿Te gusta? Cuando seas más mayor, te regalo un tarrito. — Señaló la puerta con la cabeza. — Venga, no hagamos esperar más a tus abuelos. —

— ¡¡¡AY MI NIÑO!!! — Hasta él se sobresaltó con el grito de su abuela. Eso debió ser lo que le despertó, y todos parecían prevenidos al ser la segunda vez. Su madre, de hecho, estaba mirando a Molly con cara de querer vengarse cuando menos se lo espere. — ¿¿Habéis visto a un muchacho más guapo?? — Bien guapo que es, ¡y lo bien que huele! — Alabó Saoirse, pero su padre se giró lentamente hacia él, ceñudo. — ¿Te has echado colonia nada más levantarte, hijo? — Emma rodó los ojos, como quien dice "parece que no lo conoces", y Marcus soltó una pedorreta de suficiencia. — Padre, por favor... — Cillian rio por lo bajo, pero Molly y Saoirse parecían encantadas con su numerito, y eso era todo lo que Marcus necesitaba.

La miel y el queso estaban deliciosos, y el primer bocado hizo que su estómago recordara las horas que llevaba sin comer y demandara más. — Espero que sepáis lo que habéis hecho viniendo aquí. — Les dijo Cillian a ambos, cómico. — Esto es Ballynow: gente entrando y saliendo de casa todos los días. — Lawrence suspiró, y Marcus parecía oírle pensar en las dificultades para la concentración que eso iba a suponer. Claramente se estaba conteniendo para no ganarse una bronca con su mujer el primer día. — Arnie, cariño, Emma. — Se dirigió Saoirse a sus padres con dulzura. — A mi nuera Rosie le gusta hacer una cena familiar los viernes. — ¡Uy! Eso lo hacía mi tía, lo ha heredado de su abuela. — Dijo Molly contenta. — ¿No os quedáis? — Nos encantaría, prima Saoirse. — Respondió Arnold. — Pero no podemos estar tantos días fuera de casa, luego vienen las fiestas y a este paso vamos a agotar todas las vacaciones. — Comentó entre risas. — Nos vamos esta misma tarde. Pero nos ha encantado veros, y ya mismo estaremos de vuelta. — La mujer emitió un sonidito de pena. Marcus masticó lentamente, macerando lo que decir. — ¿Y si... os vais mañana? Total, por un día. — Intentó, con voz levemente apenada. Emma le miró comprensiva. — Este mes se os va a pasar volando entre la familia y el estudio en el taller, cariño. — Eso. Ya mismo estamos aquí y ni te habrás enterado. — Añadió Arnold, distendido, y Marcus sonrió levemente. Dudaba que no les echara de menos cada día... pero qué remedio.

 

ALICE

La tardanza de Marcus y Seamus en bajar le hizo plantearse si su novio iba a preferir enfrentarse a la profunda vergüenza de bajar en pijama ante su familia, o a su norma no escrita de no cambiarse delante de ningún otro ser viviente aparte de ella. Al final por lo visto fue a lo segundo, porque bajó con el chico y perfectamente vestido. — ¿A que mi novio es guapísimo, tía Saorsie? — Dijo toda orgullosa, guiñando un ojo al aludido, a lo que la tía y la abuela respondieron profusamente. Como para no tener fans, era guapo en todas sus facetas.

Claramente les esperaban muchas reuniones familiares y pocos momentos para estar solos, pero era tanta la alegría que, de momento, no le importaba tanto como claramente al abuelo Larry. Miró a su novio y a sus suegros con un poco de lástima. El idilio había durado poquito, pero le había gustado, y se sentía tan segura con ellos cerca… Pero para pena ya tenían a Marcus, así que ella carraspeó y les señaló. — Os vamos a dejar iros, pero solo porque somos unos alquimistas hechos y derechos yyyyyy porque van a ser las mejores Navidades de la historia y hay que prepararlas y disfrutarlas a tope. He dicho. — Dijo terminándose el café. — Bueno, pero vosotros sí venís el viernes. — Dijo Saoirse tanteando el terreno. Ella miró a Marcus. — Si el alquimista O’Donnell no tiene impedimento, por mí encantada. — Emma sonrió y le acarició la espalda. — Bueno, estoy segura de que cuando empecéis con el taller y os quedéis por fin a vuestro aire, hay reestructuraciones diversas. — En lenguaje Emma: no te motives tanto, usa la cabeza, la hiperexcitación no gusta a nadie. Pero antes de que se sintiera un poco minada, Molly dijo. — ¡Bueno! Pero como todavía estáis aquí, a mí me hace ilusión hacer un plan familiar que voy a proponer. — Nosotros deberíamos ir yéndonos, que hay que subir al campo y hacer cosas varias. — Dijo Cillian. — ¡Ay! ¿Pero y por qué? Yo quiero oír el plan de tu tía. — El hombre puso las manos sobre los hombros de su esposa. — Plan familiar, cariño. — Pues eso, familia somos. — ¡Seamus! Échale una carrera a la abuela, que nos vamos al monte a llenar todas esas cestas de manzanilla. — ¡VALE! ¡NOS VAMOS! ¡ADIÓS, PRIMOS! ¡GRACIAS POR LA COLONIA! — Y en un abrir y cerrar de ojos, el niño había salido corriendo, y Saoirse riendo detrás de él, bajo la sonrisa de Slytherin satisfecho de Cillian. — Que disfrutéis del día, y buen viaje, primos. — Gracias, Cillian. — Dijo Arnie con ojos brillantes. Si en el fondo era más irlandés y familiar de lo que estaba dispuesto a admitir.

Una vez la puerta se cerró, Molly se sentó en la cabecera. — Pues mi plan es el siguiente. — Dijo apoyándose en la mesa. — Como no os vais hasta la tarde, quiero aprovechar la mañana para que vayamos a mi antigua biblioteca. Ahora es una biblioteca de verdad, y está al lado de las aulas de los niños del pueblo, donde enseñan Eillish y Andrew. Bueno, y Allison cuando no está de baja. Lo visitamos, recordamos, y luego nos vamos al mercado a comprar… — ¿Más comida? — Preguntó su suegro abriendo mucho los ojos. — Arnold O’Donnell, a veces me pregunto de qué pozo te rescaté para que la sangre irlandesa no tire de tu interior como tira de todos los demás, hasta de tu mujer y tu nuera. — Vaya por Dios… — Suspiró el hombre. — Como decía, y viendo que hace mucha falta, quiero que dediquemos el resto de la mañana a cocinar todos juntos cosas típicas irlandesas, que nos podamos comer a la hora del almuerzo, a modo de despedida, y que podamos mandar un poquito al único que me falta que es mi Lex de mi corazón, que también se merece un poquito de Irlanda para que vaya abriendo boca. — Alice puso una gran sonrisa. — Yo lo apruebo todo, abuela. Tanto que me voy volando a vestirme. — Anunció, y se levantó, dejando un beso en la coronilla de su novio, lo cual aprovechó para susurrar muy bajito en su oído. — Te espero arriba. — Y tal como había prometido, se quitó el pijama y esperó, en ropa interior, tras la puerta para que su novio se llevara la sorpresa al entrar, no verla de primera vista, y se tuviera que girar para encontrársela así.

 

MARCUS

Asintió enérgicamente. — ¡Claro! Si estamos invitados... — Qué tontería, hijo. — Respondió Cillian entre risas. — La familia no necesita tal cosa como una invitación para aparecerse en una comida. Ni los amigos, de hecho, ni los conocidos. Aviso por si veis por casa gente que no conocéis de nada entrar y salir. — Y su madre intentaba aplacar los posibles ánimos excesivamente festivos pero, sin contradecir directa y públicamente a sus padres (Marcus se cortaría la lengua antes), pensó lo siento, tú te vas, nosotros nos quedamos y somos mayorcitos, sabemos organizarnos bien. Si en Hogwarts, con la cantidad de asignaturas de diversas dificultades que tenían y un horario mucho más estricto, sacaban tiempo para divertirse, allí mucho más.

Y definitivamente, el concepto de familia allí era MUY amplio, como para no considerarse invitados. Intercambió una mirada con Alice y se aguantó la risa, mientras Cillian se llevaba a Saoirse prácticamente a rastras. — ¡Adiós, primo! — Se despidió divertido de Seamus, y luego se inclinó hacia Alice para bromear. — Voy a tener que mentalizarme con la falta de privacidad, porque aquí las indirectas no funcionan muy bien en ese terreno. — O, en otras palabras, que su estricto código de educación inglesa en Irlanda no casaba. Algo le decía que iba a tener que cambiarse delante de Seamus más de una vez, solo esperaba que fuera solo delante de Seamus.

Escuchó atentamente el plan de su abuela mientras remataba el desayuno. Abrió mucho los ojos. — ¡Sí! ¡La famosa biblioteca! — Qué emoción conocerla por fin, después de tanto oír hablar de ella. Rodó lánguidamente los ojos hacia su padre. Suspiró. — ¿No pretenderás que nos mantengamos con una sola compra? Somos muchos. — Lawrence rio por lo bajo. — Mi nieto se ha convertido en toda una señora irlandesa nada más llegar. — Ja, ja. — Dijo sarcástico. Lo que era tener fama de glotón, deberían de no comprar nada y, cuando alguien dijera que tenía hambre, responder "ah, pero ¿no era de sobra con lo que ya habíamos comprado?" En fin. Siguió escuchando a su abuela y, con la boca llena por la última tostada con queso y miel que quedaba, asintió. — ¡Eso! Que vaya abriendo boca para las Navidades, nunca mejor dicho. — No había tenido momento de escribir a Lex desde que llegaran, esas últimas veinticuatro horas habían sido un no parar, así que mandarle productos de allí le parecía una excusa fantástica para hacerlo.

Sonrió, aún terminando con la comida que tenía en la boca, cuando Alice le besó y se fue, apurando el café. — Marcus. Más despacio, hijo. — Advirtió Arnold, pero Molly le acarició la cara. — Deja a mi niño, que él disfruta así, y claramente le ha encantado el plan. — ¡Sep! — Respondió contento, con una gran sonrisa. — ¿Así voy bien para la biblioteca, abuela? — Así vas guapísimo, cariño. — Sonrió con orgullo infantil, mientras su abuelo y su padre intercambiaban miradas y risitas. Sí, sí, que se rieran, a él le encantaba ser el nieto perfecto para su abuela, y la mujer se lo merecía, que le había costado años llevar a su pueblo a la familia. Dio un saltito. — ¡Os ayudo a recoger! — Y, bien contento, empezó a hacer desfilar con elegancia pero también con un toque cantarín a los platos y vasos del desayuno, mientras su abuela le ponía por las nubes con todos los piropos posibles, los dos hombres suspiraban y Emma, comedidamente, se guardaba una sonrisa de cariño pero no concedía información verbal alguna.

— ¡Voy a por mis cosas y a ver si Alice está lista! — No quedaba mucho por recoger, al fin y al cabo, había quitado casi toda la mesa en un segundo y los mayores se habían ofrecido a terminar, así que se fue a saltitos escaleras arriba. Entró en la habitación diciendo. — ¿Está mi alquimista lista? ¡La biblioteca de Ballyknow nos espe...! — Pero no estaba. Frunció el ceño y miró a los lados. — ¿Alice? — A lo mejor había ido al baño. Fue a salir de nuevo de la habitación, por la rapidez que llevaba intrínseca, pero... ah, su pajarillo estaba detrás de la puerta, la sentía allí. ¿Qué hacía escondida? ¿Tenía ganas de juegos hoy? Pues por él genial, con lo contento que estaba. — ¿Se me ha escondido el pajarit…? Oh, wow. — Lo de la ropa interior sí que había sido una sorpresa inesperada. Después del impacto inicial que debió notársele claramente en la cara, miró a la puerta y, discretamente, la encajó (para no cerrar y ser demasiado sospechoso) y bajó la voz. — ¿Vas a ir así a la biblioteca? Mira que en Irlanda hace bastante frío. — Bromeó, pero se acercó a ella y colocó las manos en su cintura, diciendo antes de besarla. — ¿Por qué motivo estoy recibiendo este premio? —

 

ALICE

Su novio estaba tan en su mundo y en su alegría que se había tardado en subir, y allá que entró todo dispuesto, luego como un perrillo desconcertado se había quedado en medio de la habitación, hasta que empezó a entender por dónde iba el tema, aunque claramente no se imaginó verla así. Rio ante su reacción y tiró de él sobre ella en la pared, aunque no muy fuerte para no alertar a los muchos oídos que sabía que había puestos en aquella casa. — ¿Y yo qué hice para merecerme semejante beso ayer? Cuando ya no podía tenerme ni en pie… — Y se relió en el beso que sí se estaban dando ahora, pasando los brazos por su cuello y acariciando sus rizos como le encantaba hacer. — Quería probar lo que va a ser el mejor privilegio de mi vida, que es levantarme aquí contigo todos los días. — Rio entre besos y le rodeó con una pierna sugerentemente. — Y no, no voy a ir así, esto es un privilegio que te ha tocado a ti… Solo tú puedes verme así. —

Le dio otro beso apasionado, entregado, de los que sabía que ellos disfrutaban tantísimo, y se separó muy a su pesar tras unos segundos diciendo. — Es el último contador prefecta Horner que tengo en cuenta. — Le dijo, yéndose hacia el armario para empezar a vestirse. — Porque entre la abuela pensando en comprar, cocinar y saludar a medio pueblo y el abuelo queriendo esconderse… — Le miró con cara pilla. — Túúúú y yoooo vamos a tener muuuuuucho tiempo para nosotros. — Y terminó de vestirse entre risas. Mientras aún estaba subiéndose las botas y se acercaba para arreglarse el pelo, se miró en el espejo, y todo lo que veía era una Alice feliz, una que hacía mucho que no veía así. — ¿No te parece un sueño? — Se terminó de arreglarse y se acercó con una sonrisa, cogiéndole de las manos. — Estás tú, hay plantitas, comida deliciosa, un montón de cosas que hacer… — Asintió. — Sí que debe ser un sueño. — ¡LAS BIBLIOTECARIAS DE BIEN MADRUGAN! — Oyó en la planta de abajo. — Oh, y ese es el contador Molly. Andando. — Y tiró de la mano de su novio.

— ¡AY, MIS NIÑOS, QUÉ GUAPOS, QUÉ BIEN LES SIENTA IRLANDA! — Sí, sí, pero hay que abrigarse bien, eh, que aquí es muy fácil coger frío… — Riñó Arnold, hechizando unas bufandas y unos guantes para que fueran a por ellos. — ¡Ay, Arnie! Que me ahoga… — Si es que para qué intentará hacer lo de su mujer… — Rumió Larry abrigándose también. Alice se rio fuertemente y se enganchó del brazo de Marcus para salir. Nada más pisar la calle sonrió. — ¡Eh! ¡Hace sol! ¡Qué bien! — No lo digas muy alto, tú dale tiempo. — Dijo Molly muy segura. Pero ella estaba más bien mirando el jardín, que estaba gritando ayuda. — Con la luz se ve mejor todo lo que tengo que hacer aquí. — ¡AY! ¡Ahora si quieres miramos en la biblioteca libros sobre flora irlandesa! — Alice asintió entusiasmada y se agarró más aún a Marcus. Hacía frío, pero el sol era agradable, y empezaba a gustarle esa costumbre de ir andando a todos lados. — Esto me recuerda un poco a Hogwarts en fin de semana. Levantarnos, ir a la biblioteca, tomar el solecito de invierno… — Y así, señalando tal o cual sitio donde vivía alguien que conocían, donde Arnie se había caído o Erin jugado, llegaron de nuevo a la placita.

— Bueno, ahora no tiene mucho que ver con cuando la abrí yo. En aquel momento era solo la planta baja de una casa, ahora es un edificio propiamente dicho. La chica que lo lleva se llama Edith, es un encanto, me recuerda a mí con su edad… — Larry parpadeó. — No sé en que os parecéis Edith Hannigan y tú. — ¡Es entusiasta y encantadora! — Y un desastre… — Susurró Arnie. — Tiene su propio orden. Y un montón de hechizos creativos. — Algo le decía que la parte O’Donnell no lo veía así.

Entraron al edificio y los ojos de Alice se abrieron como los de una lechuza. La palabra para describir la biblioteca era “mágica”. El espacio era de todo menos recto, estaba lleno de hechizos funcionando solos, libros volando de acá para allá, luces indirectas y mil tipos de estantería distintos. — Madre mía, abuela… Qué cosa tan bonita… — No era enorme, pero tenía tres pisos, todos bien nutridos y con butacas y mesas de estudio. — Qué acogedor… — Eso fue lo que quise siempre. Pero según la abrí, acababa de pasar la guerra y prácticamente no había libros. Pasaron los años y pudimos ir construyendo algo un poco mejor, y cuando me fui… — ¿MOLLY O’DONNELL? ¡AY YO RECONOCERÍA ESA VOZ EN CUALQUIER PARTE! — Una mujer de pelo muy rizado, pelirrojo y despeinado, con un jersey verde con un estampado hechizado de libros que se ordenaban en montañitas y unas gafas muy curiosas sobre la nariz, apareció. — ¡LOS SIETE NOS BENDIGAN! ¡SI HAS TRAÍDO A LARRY! ¡OYOYOYOY! — ¡AY MI EDITH SIEMPRE TAN ALEGRE! — Y fue con pasitos cortos a abrazarse con la mujer. Alice miró a Larry y dijo. — Yo creo que sí se parecen en algo. — El abuelo suspiró, pero estaba sonriendo. — A la Molly de Ballyknow sí, desde luego. —

 

MARCUS

Trastabilló torpemente cuando tiró de él, porque siempre se obnubilaba tanto que perdía los pocos reflejos que tenía. Sonrió como un bobo. — Ser la mejor novia del mundo, ¿te parece poco? — Se dedicó a corresponder sus besos, y a sonreír derretido a lo que le decía. Chistó cuando notó su pierna rodeándole. — Alice, que tengo que salir. — Rio azorado. Claro, como a ella no se le notaba por fuera la alegría pasional... — Me gustan los privilegios... Pero, como este, ninguno. — Pasó las manos por ese cuerpo que adoraba, besando sus labios, pero por supuesto tenía que acabar. Rio sarcástico. — No digas eso tan rápido... — No era tan fácil escapar del contador de su madre. Ni del de su abuela, para el caso, que ya mismo les estaba llamando. Arqueó una ceja y se acercó a ella de nuevo, meloso. — ¿Ah sí? — Sacó el labio inferior y asintió. — Me temo que voy a necesitar más datos para comprobar tu hipótesis, pero la acepto en primera instancia. —

Se guardó las manos en los bolsillos para disfrutar, con una sonrisita dibujada en la cara, del espectáculo de su novia vistiéndose. Amplió dicha sonrisa con sus palabras. — Lo es... Para mí es un sueño verte así de feliz. — Abrió cómicamente los ojos. — ¡Anda! ¿Los montones de comida forman parte de tus sueños? Qué bien, bienvenida a los O'Donnell, señorita Gallia. — Y no pudo añadir nada más, solo rodar los ojos, aunque sin perder la sonrisa, porque su abuela, tal y como había predicho, ya les estaba voceando desde el piso de abajo. Le tendió el brazo para que se enganchara a él y dijo. — Vamos, alquimista Gallia, futura hija predilecta de Irlanda. Conozcamos otra pieza de nuestros orígenes. — Y, entre risas, bajaron.

Se tuvo que soltar de Alice para protegerse del ataque de las bufandas. Chistó. — Puedo abrigarme solo desde los tres años. — Respondió con dignidad mientras se aflojaba la bufanda con tendencias estranguladoras y se la colocaba con un toque más formal y menos infantiloide. El sol era agradable, pero el frío no perdonaba. Miró a su familia, pletórico. — Ayer Allison dijo que Irlanda tiene todas las estaciones del año en un día. — Muy cierto. — Corroboró cantarina Molly, y juntos se encaminaron hacia la biblioteca. Cuando llegaron, la miró con los ojos brillantes, y a la descripción inicial de su abuela respondió. — Yo es como si pudiera ver la original. — Y lo decía en serio. La había imaginado tantas veces por los relatos de Molly, que tener el edificio delante la hacía visualizarla con mucha más nitidez, por muy cambiada que estuviera. Se aguantó la risa y compartió miradas cómplices con Alice ante los comentarios sobre la nueva bibliotecaria, encaminándose al interior del edificio.

Y por dentro era ESPECTACULAR. — Wow... — Suspiró, asombrado y con el corazón inflado. Habían dicho muchas veces lo de conocer su principio, pero estar allí... era especial. Miró a Lawrence. — No me extraña que te enamoraras de ella aquí, abuelo. — El hombre le miró conmovido. — Eso que dices es tan bonito, que me da pena matizarlo. — Marcus rio. — ¡Venga ya! Por mucho que te enfurruñara lo del Harmonices Mundi, un poquito sí que te gustó. — El hombre chistó y se encogió de hombros. — Es que era muy guapa, hijo... — Yaaa ya. Y contestataria, y lista... — Perfecta para mí, sí. — Molly estaba fingiendo no escuchar, pero la veían inflada como un globo y con las mejillas sonrosadas de una adolescente. El hombre avanzó, pero Marcus se inclinó al oído de Alice y le dijo. — Pero yo soy más de enamorarme de la chica que entra en La Casa de los Gritos. — Y dejó un furtivo y casto besito en su mejilla, antes de avanzar con el resto.

En mitad de la narración de su abuela, se vieron arrollados por la actual bibliotecaria. Marcus primero abrió mucho los ojos, y luego los achicó. ¿Era cosa suya... o esa mujer le resultaba muy familiar? Entre que ese jersey tan guay que quería saber YA cómo estaba hecho (y su madre, por la mirada que tenía debajo del impacto por exceso de familiaridad irlandés, también, aunque solo fuera como inquietud profesional), y que no dejaba de intentar sacarle a la mujer de qué le sonaba tanto, no estaba escuchando la conversación entre su abuelo y Alice. Y menos mal que estaba con todos los sentidos puestos en la señora, porque esta se lanzó hacia él con tanta efusividad que, cuando se quiso dar cuenta, le estaba agarrando de las mejillas y hablándole muy alto y muy cerca. — ¿¿ESTE ES TU NIETO?? ¿¿ESTE ES TU MARCUS?? ¡¡PERO QUÉ MUCHACHO MÁS GUAPO, UN O'DONNELL DE PIES A CABEZA, POR FAVOR, PERO QUÉ MAYOR ESTÁS, SI CREÍA QUE AÚN ERAS UN BEBÉ!! — Y antes de poder articular respuesta, hizo lo mismo con Alice. — ¿¿Y TÚ ERES LA PEQUEÑA DE LOS O'DONNELL?? POR FAVOR, LOS MISMOS OJOS DE CILLIAN... — No, no, Edith. — Comentó Arnold entre risas, pero también con el miedo de ser él la siguiente víctima. — Mi hijo pequeño está en Hogwarts, ella es Al... — ¡¡PERO SI ES ARNOLD!! POR FAVOR SI ERAS UN NIÑO HACE NADA. — Y le achuchó con tanta fuerza que casi lo desmonta. Marcus miró de reojo a Alice, y trató de mandar dos mensajes mentales al mismo tiempo: esta mujer no parece saber lo que es una biblioteca, porque vaya forma de hablar a gritos, y reza por que no le haga lo mismo a mi madre. Pero Emma tenía tanta presencia que la mujer, al verla, se limitó a tomarla de la mano entre las dos suyas y estrechársela, eso sí, con mucha energía y efusividad, pero sin abrazos ni gritos de por medio.

— Ay, Molly, querida, qué ganas de verte... — Le dijo a su abuela con emoción, y ambas volvieron a abrazarse. Al separarse, Edith dijo. — Imagino que a mi hermana ya la habréis visto ¿no? — Esta misma mañana. — Aaaaaaaah. — Saltó Marcus. Todos le miraron, pero él movía el dedo, reflexivo, hacia la mujer. — ¡Usted es hermana de la prima Saoirse! — ¡Claro, cariño! ¡Gemelas, ni más ni menos! Pero tenemos un estilo tan distinto que cuesta reconocernos... — Comentó entre risas, mientras Arnold y Lawrence asentían con gravedad e idéntico gesto. Si sabía él que le recordaba muchísimo a alguien...

 

ALICE

Se reía con ganas y se emocionaba cuando veía a Larry y Molly recordar aquellos tiempos (en este caso solo a Larry, porque Molly estaba a otras cosas con la bibliotecaria), pero cuando Marcus le susurró eso, le vino una oleada de mariposas al estómago indescriptible. Su novio seguía hablando con el abuelo, pero aquella frase… Ah, no, no iba a dejarla pasar. Quizás para cuando estuvieran solos, o si no solos… menos rodeados de todo.

Edith estaba encantada con Marcus (sí, claro, para no estarlo) aunque tenía un poco de lío de familia (y de libros, y de tantas otras cosas), pero le hizo gracia lo de los ojos de Cillian y pensaba decírselo en cuanto le viera. Ahora le tocaba su ración a Arnold, y ella aprovechó para recolocarle los rizos a su novio, quedándose mirándole a los ojos. — Me encanta hacer eso. — Confesó. Lo adoraba de veras. — Es que aquí en Irlanda el cariño es muy físico. — Se quejó Emma en voz baja recolocándole a Marcus el cuello del abrigo y la bufanda por detrás. Y entonces, ambas se giraron para mirar a la bibliotecaria cuando soltó lo de que era la gemela de Saoirse. — ¿Cómo? — Vocalizó Emma muy bajito y con los ojos muy abiertos, que claramente no estaba nada acostumbrada a que se le pasaran detalles. — Si me hacen jurarlo no lo hago, vaya. — Susurró Alice. Eso sí, en cuanto uno analizaba el comportamiento de las dos hermanas, lo veía claro. — Como ayer nos contó lo de cuando se fue de casa y eso… — Ah, sí, el bruto de nuestro padre es que ni me consideraba. Me mandó a casa de mis tíos según volví de Hogwarts, decía que no quería encargarse de mí, que era una carga, y a Saoirse se la quedó para que le cuidara a él. No era un buen hombre. — Fue explicando la mujer, sin ningún atisbo de pena en sus palabras, como quien habla del tiempo.

— ¡Bueno! Me han dicho que sois Ravenclaw, ¡como yo! — Alice abrió mucho los ojos. — ¡Ah que tú también eres Ravenclaw! — ¡Digo! Las bibliotecas son mi pasión y siempre estoy innovando en materia de conservación y ordenación de libros. — Eso para que luego les encasillaran en un tipo de Ravenclaw. Molly sonreía con los ojos brillantes, siguiendo sin duda todas las ideas de Edith. — Mirad, venid conmigo. — Y se fueron hacia un pasillo, por donde, como por todas partes, había decenas de libros que se movían solos y trazos de magia allá donde uno mirara. — Ahora estoy patentando un sistema para encontrar libros, es muy curioso, estoy implantándolo en este ala de la biblioteca. El Accio es muy agresivo para los libros, incluso para los usuarios, porque si uno esta en la otra punta y no ve bien si hay alguien en medio, pues dependiendo del libro lo puede matar. Mira, ven, chica de ojos azules. — Alice se rio y se acercó a uno de los límites lisos de las estanterías, donde había como una trampillita excavada en la madera. — ¿Ves este agujerito? Susúrrale el título de libro que quieras. — Alice sonrió y miró a los abuelos. — Harmonices Mundi de Kepler. — MEEEEEC. — Se quejó algo que no sabía dónde estaba. — Uy, ese debe estar en el otro ala. Prueba otro. — No si el Harmonices aquí está maldito… — Dijo Larry. Molly le metió un codazo. — Calla, cascarrabias, lo digo yo. Los cuentos de Beedle el Bardo. — Y con un sonido de madera sonando gravemente, por la trampilla apareció el libro, lo que hizo que Molly soltara un grito de felicidad y aplaudiera, mientras Emma y Arnold miraban alrededor. — ¡OY ME ENCANTA! ¡Si es que da gusto con ella! — Y estando todos tan entretenidos, Alice aprovechó y susurró. — El Cantar de los Cantares. — Esta vez el mecanismo no soltó el ruido de rechazo, pero hizo otro. — ¡Uy! ¿A ver repite, cariño? — El… Cantar de los Cantares. — ¿EL CANTAR DE LOS CANTARES? UY QUÉ BONITO, QUÉ ROMÁNTICO. — El mecanismo se puso en marcha otra vez y no solo trajo el que Alice había pedido sino un manual de literatura romántica. Edith carraspeó. — Bueno, sí, tengo que perfeccionarlo, pero ahí esta. — Alice cogió con cariño el libro. — ¿Me lo prestas, Edith? — ¡Pues claro, princesa! Esto es una biblioteca, bueno estaría que no le prestara un libro a una Ravenclaw. —

 

MARCUS

Se tuvo que reír (y azorarse un poquito) cuando su novia por un lado y su madre por otro empezaron a recomponerle del huracán Edith. — Bueno, pero es bonito. — Respondió con timidez y entre risas al comentario de Emma, mientras intentaba tomar él la posesión de su propio adecentamiento. Atendió a la mujer y al incómodo motivo por el que Saoirse había olvidado incluirla en su historia, probablemente porque el tema fuera tan natural para la familia de allí que habían dado por hecho que ellos lo sabían, pero no era el caso. Al menos no tardó en cambiar de tema, y Marcus puso la misma cara de ilusión que ponía siempre que se topaba con un Ravenclaw. Realmente, y viendo lo que tenía ante sus ojos, solo se le ocurrían dos opciones de casa para esa mujer: o una Hufflepuff muy estudiosa y trabajadora, o "ese tipo de Ravenclaw". Sí, existía "ese tipo de Ravenclaw", como William Gallia, sin ir más lejos. De hecho, tuvo el impulso de hacer a Alice alguna referencia en similitudes entre la mujer y su padre, pero se contuvo a lo justo. Que el tema seguía estando tenso.

Y Marcus, que siempre había pensado que tenía debilidad por los Hufflepuffs porque le acababan llevando siempre donde les daba la gana (y para ejemplo, su compañera Olympia), paradójicamente iba a resultar que por lo que tenía una extraña fascinación que nunca reconocería era por el caos: llevaba toda la vida venerando la genialidad de William y ahora le brillaban los ojos en aquella biblioteca, oyendo a la mujer hablar de hechizos. Tenía hasta la mandíbula descolgada. — ¿Patentando? ¿Los crea usted? ¿Es usted creadora de hechizos? — La mujer hizo un gesto de humildad. — Oh, cariño, por favor, tutéame, que somos familia... — Mi madre es creadora de hechizos. — Continuó él, señalando con un ceremonioso gesto de ambas manos a Emma, que no sabía si ofenderse ante la comparativa con un personaje tan excéntrico. Pero Marcus estaba ya hipnotizado. — Es muy difícil hacerlo. A mí me parece fascinante. — Atendió con todos sus sentidos y fue asintiendo a las explicaciones de la mujer, que le parecían perfectamente plausibles. Frunció los labios y la señaló, confirmador. — ¿Sabe que una vez me pasó eso? Sí, uno que andaba encima de la escoba y no quería bajarse, invocó un libro de Merlín sabe dónde, yo estaba en el camino y ¡zas! Fue un buen golpe, aquí justo, en la mejilla. — Puso su mano en la misma con dramatismo, mientras su abuela aspiraba una exclamación como si acabara de decir que le habían atravesado el estómago con una espada. — Y encima el susodicho se ofendió. Cualquier innovación en esa materia me parecerá bien. — Y siguió como quien estaba en una convención de magos decidiendo el destino de la humanidad.

Cruzado de brazos y con el ceño fruncido, gesto habitual en él cuando estaba muy concentrado y asimilando conceptos a toda velocidad, se acercó tras Alice donde la mujer le indicaba para mirar atentamente. Estaba ya emocionadísimo por ver el resultado, cuando el libro elegido por Alice le hizo esbozar una sonrisilla y mirarla. Sin embargo, la reacción del sistema le hizo sobresaltarse en su sitio. ¿No estaba? Soltó una pedorreta espontánea, alzó los brazos y los dejó caer. — ¿Pero qué manía le tienen los magos a ese libro? — Se indignó, pero al parecer solo estaba en otra parte, y no iban a meter más el dedo en la llaga, que esa historia venía de lejos.

Con su abuela, que para algo había crecido prácticamente en aquella librería, funcionó, y a Marcus le brillaron los ojos y la sonrisa. — ¡Es impresionante! — Ya sí que se acercó sin disimular su curiosidad. Estaba tratando de averiguar cómo se había obrado esa magia cuando volvió a emitir un sonido, al parecer, porque Alice había pedido otro libro. Sin perder la sonrisa, la miró con curiosidad, esperando a que lo repitiera... y se le desvaneció la expresión en el acto, tan delator y poco disimulado como siempre, en cuanto dijo el nombre. ¿No había otro, Alice? Maldita sea, su madre le estaba mirando, luego no quería que dijeran que si era legeremante. Se aclaró mudamente la garganta y miró a otra parte, como si fuera la primera vez que oía a Alice mencionar el libro. Y encima con Edith vociferando... De verdad, si su novia no veía las similitudes con su padre, es que lo tenía más obviado mentalmente de lo que pensaba.

El mecanismo había arrojado dos libros. Volvió a aclararse la garganta, para recomponer su impecable sonrisa y adular. — A mí me parece de una inventiva y practicidad excelentes, Edith. — ¡OISH! Gracias, bonito. — Se mojó los labios y se acercó discretamente a Alice, pero guardando las distancias. — Qué bonito. — Dijo sin comprometerse, pero cuando miró de reojo a sus padres, Emma miraba dignamente a otra parte, y su padre le miraba con aburrimiento por encima de las gafas. Pues nada, tocaba la de la defensa digna. — Edith. — Empezó, tono pomposo ya incorporado y muy erguido. — ¿Cómo es eso que has dicho de los Ravenclaw y los libros? — ¡Que nos encantan! — Correcto. Y conocemos muchos. Y los disfrutamos y compartimos los unos con los otros. — Y lanzó una altanera mirada a su padre, a lo que este respondió con un sonoro suspiro y un negar de la cabeza. Luego se giró a Alice y la miró con intensidad, pero también con una sonrisita, susurrando. — Anda que... no habría libros que pedir. —

 

ALICE

Desde luego, no había nada como darle un científico loco a su Marcus, entraba de lleno, y más si había libros de por medio. De lo que no estaba tan segura era de que su suegra quisiera participar en esa euforia hechicera, aunque Molly estaba encantada, Larry encantado mirando a Molly tan feliz y a Arnold le brillaban los ojos. Y Alice tuvo un momento de debilidad, un momento de recordar que algún día, ese fue su padre, que una vez su casa se pareció a esa biblioteca, y de todo aquello no quedaba nada.

Pero Marcus la sacó pronto de sus pensamientos, porque obviamente su novio no podía no entrar al trapo a las miradas de sus suegros, y ya estaba defendiendo a capa y espada el correcto uso del libro. Y ante su susurro, alzó una ceja y puso una sonrisita traviesa. — Calla, tonto, que vas a agradecer que lo tenga. — Le susurró de vuelta, aunque con un subtono tentador muy sutil. Definitivamente, necesitaba tiempo a solas con su novio con locura.

Edith tenía otros planes, no obstante, y les llevó a un área con más mesas, situadas dentro de círculos pintados en el suelo. — Llevo años intentando crear salas de estudios inteligentes, a base de recrear el encantamiento de la Sala de los Menesteres, pero aplicado al entorno de estudio que mejor convenga a cada uno. Por ejemplo, si es alguien muy distraído, pues un área de silencio absoluto con paredes lisas y demás, pero puede haber gente que se concentra mejor con un ruidito de fondo y plantitas… — Esa sería yo. — Dijo Alice con una sonrisa. — Eso me relajaría un montón y sería superconfortable. — ¡PUES JUSTO ESO…! — Edith había seguido hablando, porque se veía sus labios moverse, pero no se había oído absolutamente nada. Ante las caras de asombro, se rio un poco vergonzosamente. — ¡Ups! Ha debido ser una de las burbujas de ruido, las tengo navegando por aquí. Es para cuando elevas el tono más de lo debido, acuden y te rodean, pero son muy discretas, para que no te asustes ni nada. — Alice asintió con aprobación y Emma admitió. — Parece una muy buena idea, la verdad. Debería aplicarse en más sitios. — Uy, aquí imposible. Esto porque es una biblioteca, pero en Irlanda estarían todo el rato callándonos. — Comentó, alegre, Edith. — Pero de momento, como no he podido hacer las salas inteligentes, cada uno de estos círculos tiene un reloj de arena de incomodidad. — Efectivamente, había un pequeño relojito en cada esquina. — La arena cae más rápido si aumenta la incomodidad, entonces, si estás molestando, pues tienes una forma discreta y no invasiva de darte cuenta, y te levantas y te vas a otro lado, o dejas de hacer ruido o lo que sea. Es que me ponen muy nerviosa los “shhhh” en medio del silencio de la biblioteca. A veces algunos pensamos en alto. Yo, todo el tiempo, la verdad. —

Llegaron a una parte de la biblioteca que parecía más antigua y menos llena de hechizos, y Edith se puso delante de una puerta, apoyándose en el pomo. — Pero me dejé lo mejor para el final. — Giró el pomo y un despachito pequeño, con los muebles de madera, apareció. Había una mesa ordenadita pero con algunos papeles encima, y había una gran silla con cojines bordados anudados a ella. Estaba calentita, con luces indirectas y a Alice le pareció adorable. — ¡Abuela! ¿Este es tu despacho? — Pero Molly solo miraba todos con los ojos cristalosos y emoción, y Edith contestó. — Lo conservo así, todos los días me aseguro de que está como siempre. Ahí esta el primer préstamo que hiciste, y ahí el último. La solicitud del Harmonices Mundi de Lawrence O’Donnell… Todo lo que te definía, todo lo que nos recuerda que esto está aquí porque tú lo empezaste. — Y Molly se emocionó y todos fueron a abrazarla. — Estos fueron… no sé si los mejores años, pero algunos de los días más felices de mi vida. — Y aquí se recordarán siempre. Eres muy importante para este pueblo, mamá. — Dijo Arnold con cariño. Alice miró a Marcus y susurró. — Sabíamos que íbamos a encontrar nuestras raíces, pero no adivinábamos que tantísimo. —

 

MARCUS

Miedo le daba esa respuesta de Alice, pero lo que hizo fue sonreír, tragarse la risilla y fantasear en silencio con lo que, seguro, le iba a gustar, conociendo a su novia como la conocía. Siguieron a Edith y no tardó ni dos segundos en obnubilarse por la nueva creación de la mujer. Estaba disfrutando como loco allí, atendiendo sin perder palabra... al menos hasta que ocurrió algo extraño. Frunció el ceño, viendo cómo la mujer movía la boca, pero no salía sonido alguno de ella, y por las reacciones del resto de presentes no era que Marcus se hubiera quedado sordo. Probablemente fuera algún fallo en la creación, solía pasarle a los creadores, había mucho de ensayo y error en ello, y él ya estaba deseando saber qué estaba ocurriendo porque todo, absolutamente todo, lo perfecto y lo erróneo, le fascinaba.

Pero no era un error. Descolgó la mandíbula. — ¿¿Habla en serio?? — Dibujó una expresión cómicamente asombrada, y decidió hacer algo que nunca antes había hecho en la biblioteca. Y el efecto fue el mismo de cara al público: había movido los labios pero no había ocurrido nada. Eso le puso más cara de asombro todavía. — Menos mal que ha funcionado, hijo. — Comentó Arnold entre risas. Pues sí, porque de lo contrario, el HOLA a gritos que había pretendido lanzar se habría oído en la otra punta de Ballyknow. No lo había pensado bien, es que se dejaba conquistar con demasiada facilidad por los genios. Pero había funcionado, que era lo que le importaba. — ¿Son burbujas móviles? ¿Cómo lo hace para que actúen a tanta velocidad? — En mi caso, ya llevaba unos segundos hablando. Y en el tuyo, creo que has llenado tanto los pulmones para lanzar el grito que te han visto venir. — El comentario provocó una risita generalizada, incluyéndole a él. — No por ello me parece menos fascinante. — Magia en estado puro. Pocas cosas le gustaban más.

Lo del reloj de arena le hizo llevarse las manos a la cara y arrastrarse los mofletes con ella. — Es alucinante. Es tan práctico. — Nadie le ha dado un uso tan bonito a la palabra "práctico" como mi hijo. — Bromeó Arnold. — Pero sí que es una genialidad, Edith. Si consigues patentarlo, podrías hacerte famosa con ello. — ¡Uy! Para hacer entrevistas estoy yo. — Bromeó, pero Marcus ni atendía, porque se paseaba por entre los círculos y comprobaba los relojes e intentaba detectar las burbujas de ruido a ojo. Necesitaba ir a esa biblioteca más veces. Ya estaba incluso pensando qué usos desde la alquimia podían darse para esas mejoras.

Siguieron a la mujer (a duras penas para él, porque quería seguir investigando las salas de estudio, pero también ilusionado por saber más de esa biblioteca) hasta que llegaron a una puerta, y Marcus esperó expectante e ilusionado qué era ese "lo mejor" que había detrás. El resultado le conmovió. — Oh, abuela. — La mujer, por supuesto, se emocionó, y mientras Marcus observaba aquel lugar y veía su reacción, no pudo evitar pensar si, algún día, calaría tanto en alguien o en algún lugar como para que quisieran conservar su lugar de trabajo tal y como él lo había dejado. Fue con los demás a abrazar a su abuela, asintiendo y confirmando las palabras de Arnold. Luego respondió a Alice. — El mejor viaje que vamos a hacer jamás. — Y, pletórico, se dirigió hacia la mesa, sin querer tocar mucho, como si fueran todo reliquias que tuviera miedo de romper. Pero necesitaba comprobar algo. — ¡Aquí está! Fíjate, está escrito con la caligrafía que usa la abuela cuando está enfadada. — Todos rieron y confirmaron, asomándose a ver la petición del Harmonices Mundi de Lawrence. El abuelo suspiró. — Qué recuerdos... Quién nos lo iba a decir, Margaret Lacey, que íbamos a estar en este mismo lugar, tantos años después, con la familia que hemos creado. — Al final le iban a hacer llorar, su padre ya estaba en ello, y su madre tenía cara de estar conteniéndose elegantemente. Edith había sacado un pañuelo para sonarse. — Ay, mi Larry... Cuantísimo te he querido siempre, hasta cuando más rabiar me has hecho. — Rieron, viendo a su abuela tan emocionada, y esa mirada de cariño infinito que se tenían.

— Bueno... Supongo que tengo que agradecerle toda mi existencia a este despacho. — Reflexionó su padre, entre emocionado y bromista, mirándolo todo. — Si un efecto tiene Irlanda y sus pueblos, es lo mucho que te hace reflexionar sobre el sentido de la vida. — Añadió Edith. Luego dio una palmada tan súbita que, en el ambiente emotivo en el que todos estaban, sobresaltó al total de los presentes. — ¡¡PERO BUENO, TAMPOCO HE TRAÍDO A ESTA FAMILIA A LLORAR A LA BIBLIOTECA!! Eso se lo dejamos a los que no estudian en condiciones, ¿verdad, compañeros Ravenclaw? — Marcus tuvo que reír a carcajadas, y se acercó a la mujer, con su mejor pose. — Dime, Edith. ¿Cómo se te ocurrieron estas innovaciones? Estoy ciertamente impresionado. — Oh, qué amable, pues verás... —

 

ALICE

Rio fuertemente a lo de la caligrafía enfadada. — Pero hay que ver lo bien que nos ha venido a todos ese cabreo. — Miró a su novio. — Como dice tu padre, estamos aquí gracias a esto. — Y sonrió, pero Molly se había quedado mirando, con los ojos inundados, a una esquina. Edith y Marcus se alejaban alegres, y Larry parecía haber rejuvenecido al ver aquellos sitios de su juventud, así que Alice aprovechó y se acercó a Molly. — Abuela, ¿estás bien? — Molly asintió y sonrió. — Sí, hija, sí… Es que he oído a mi Arnold decir eso, que él no estaría aquí… y he recordado lo que era tener a mis bebés aquí, con una cunita al lado, vigilándoles… — Torció la boca en un gesto de pena. — Entonces pensé que no estaba siendo suficientemente madre… Y luego Larry dijo que nos fuéramos a Inglaterra, cerca de Hogwarts, que el laboratorio iría mejor… — Suspiró. — Y entonces me sentí poco bibliotecaria. — Miró alrededor. — Está claro que elegí bien, y Edith es magnífica… Es solo que es imposible no preguntarse… si hice las cosas bien. — Alice se enganchó de su brazo y la apretó. — No, no las hiciste bien. Las hiciste genial. ¿Qué sería Ballyknow sin esto? Tú empezaste a recoger libros, fundaste lo que luego sería la escuela, con las clases a tus niños… — Le sonrió. — Lograste ser las dos. La bibliotecaria y la madre. Y en lo segundo sobresaliste también. — Molly sonrió y le dio un beso en el hombro. — Entre tú y yo, ser abuela mola más. — Y salieron riéndose bajito.

Edith, sin duda, tenía ganas de hablar y muchas cosas que enseñar, pero tuvieron que meterle prisa porque tenían que ir al mercado, y al final los dejó marchar entre consejos, cuatro o cinco libros más, y hablando al aire mientras se iban, porque la mujer no paraba. Y justo cuando salían, gran diluvio. Alice parpadeó, pero Molly y Lawrence, con toda tranquilidad, invocaron unos hechizos paraguas. — Pero… hacía sol. — Pero ya no. — Dijo Arnold también con total tranquilidad, enganchándose del brazo de Emma, que ya había invocado su paraguas también. Ella miró a Marcus y le puso una sonrisita enamorada y ojos brillantes. — Oh, un caballero andante... ¿Me salvas de la lluvia, mi amado?  — Y de su brazo, echaron a caminar, en dirección a la placita donde estaba el pub.

Justo llegando, vieron que el pub estaba abierto y asomaron la cabeza. Wendy estaba detrás de la barra, haciendo hechizos limpiadores, y había gente mayor desperdigada por algunas mesas. — ¡Hola, ingleses! Estamos terminando con el desayuno ¿qué hacéis por aquí? — ¡Vamos al mercado! — Dijo Arnie, muy contento, y alzando la voz bastante más de lo normal. — Le pasa como a la madre, es llegar a Irlanda… — Dijo Larry en voz baja. — Ah, pues el tío Arthur ha ido para allá también para hacernos la compra, os lo vais a encontrar. — ¡Muy bien, hija! Que tengáis buen día. — Deseó Molly, pero mientras se iban, Alice murmuró. — Esta se ha tomado una herbovitalizante, porque mírala, fresquísima, y estaba aquí para los desayunos. — Miró alrededor. — Aunque Ginny no está, igual Wendy se fue antes y la otra cerró. —

El mercado estaba en la misma plaza y tenía carteles de distintas comidas y recipientes que se movían por el marco de la puerta y la fachada, era invitador. — Qué mono. — Dijo ella de corazón, y Emma sonrió y achicó los ojos. — A veces me gustaría ser capaz de ver la magia simplemente así, como… cuqui. — Alice rio y miró a su suegra. Larry diría lo que quisiera, pero es que Irlanda les afectaba a todos. — Cuqui, efectivamente. — Acordó ella, y ya empezó a prestar atención al sitio. Había puestos a ambos lados, y claramente varias calles que confluían en el centro. — A ver, Alice y el abuelo, id a la calle Pharma para comprar recipientes e ingredientes para las pociones más comunes que vayamos a necesitar estos días. Arnie y Emma, id a por las cositas más festivas, lo típico que a lo mejor no se nos ocurre pero se nos puede apetecer, como unos bomboncitos o cositas para el postre, en la calle Sweety. Y mi Marcus y yo nos vamos a por los ingredientes básicos para la cocina irlandesa. — Ella sonrió y dejó un besito en la mejilla de Marcus. — Mi cocinero irlandés, me muero por ver todo lo que aprendes. Yo prometo traer cosas de pociones y plantitas. — Y se enganchó del brazo del abuelo dispuesta a que se fueran a esa calle Pharma.

 

MARCUS

Prácticamente tuvieron que separarle de Edith a rastras. Parecía que se iba y se volvía de nuevo, con otra idea, otro "recordatorio", otro "y puedes avisarme si". Nada como una mente creativa para darle cuerda a Marcus y que nunca quisiera parar. — Que digo yo... — Lo intentó una última vez, aún mirando hacia atrás, al interior de la biblioteca. — ...Que tampoco hacen falta seis personas para ir al mercado. Os puedo esperar aquí. — Arnold le miró por encima de las gafas. — Hijo. — Empezó, con tono condescendiente. — No empieces a poner en juego tus noches bajo techo tan pronto. — Vale, captado.

Estaba cayendo un chaparrón que, desde luego, no vieron venir antes de entrar. Le daban más motivos para querer quedarse. Alice, sin embargo, le dio uno muy bueno para animarle a ir con ellos (bueno, la amenaza de que su abuela le echara de la casa también había jugado buena parte) y, con una sonrisa de caballero radiante, se enganchó de su brazo e invocó un elegante paraguas con la varita. — Faltaría más, amada mía. — En el camino pasaron ante el pub, y saludó alegremente a Wendy, que ya estaba dentro. — ¡Hola, prima Wendy! — No había llegado a oír ni, por supuesto, a darse de rebote aludido en la causa genética irlandesa a la que hacía referencia su abuelo. A ver, es que había que hacerse oír por encima de la lluvia y de la distancia que les separaba de la chica. Rio levemente al comentario de Alice. — De ser eso último, igualmente se habría acostado bastante tarde. Hay que estar hecho de una pasta especial para trabajar en un pub. Yo pensaba que solo abrían de noche. — Pero claramente no, y sus primas tenían energías de sobra al parecer.

Le salió una risa espontánea al comentario sincero de su madre que fue bien recibida a medias, porque si bien no le fulminó con la mirada, sí que le miró de soslayo como si le perdonara la vida. A pesar de que le habían separado de Alice, le gustó la asignación de tareas. Recibió el besito de Alice y respondió con otro. — Y yo deseando ver qué plantitas me traes. Recuerda bien este día, Gallia, porque entro de lleno en la cocina O'Donnell, y eso ya es un camino de no retorno. — Celebró, venidísimo arriba, y fue con cara de nieto feliz junto a su abuela. — Quien parte y reparte se lleva la mejor parte, ¿eh, abuela? No te lo has pensado para meterme en tu equipo. — Lo que quiero es que no seas un inútil en la cocina y que aprendas cuanto antes. — Puso un mohín ofendido. — ¡Oye! ¿Tanto te cuesta decir algo así como "qué buena excusa para pasar un rato con mi querido nieto" o "vamos a ganar con creces"? — ¿A ganar qué, cariño? No estamos en una competición por equipos, estamos comprando la cena, céntrate. — Intensificó el mohín y la siguió.

 

ALICE

Se fue riéndose con ganas de lo de la cocina, agarrada del brazo de Lawrence a buen paso. — ¿A dónde vas tan rápido, hija? — Ay, perdona, abuelo, es que estoy tan contenta que tengo ganas hasta de saltar, correr y trepar a los árboles, como cuando era pequeña… — El hombre sonrió, mientras ella desaceleraba un poco. — Es que hace… dos semanas, esto me parecía imposible. — Giró la cabeza para mirar a Molly y Marcus a lo lejos, a sus espaldas. — Llegué a pensar que Marcus y yo, por mucho que mejoráramos, no volveríamos a ser los mismos que antes de todo esto y… mira. Vuestra Irlanda parece que sí que hace milagros. Ahí está, loco de contento con la abuela, ni rastro de esa mirada de angustia… — Supongo que algo tiene que ver contigo, Alice. Yo tampoco te reconozco. — Ella se giró y le miró extrañada. — No es una critica, hija, es absolutamente normal, pero es que justo antes del examen te veía casi igual de mal que cuando os fuisteis a América, como si las cosas no se hubieran solucionado. — Alice guardó silencio, mientras se acercaban a los puestos de hierbas y ungüentos.

Al principio, simplemente miró plantas y precios, pero al final dijo, con la mirada un poco ausente. — Es que no se habían solucionado, no para mí. Ahora he demostrado que puedo ser alquimista, y que solo necesitaba el espacio que llevo tanto tiempo pidiendo… — Miró a Larry con los ojos un poco brillantes. — Quizás solo había que escuchar lo que necesitaba. — El abuelo puso una mano sobre la suya. — Razón no te falta, querida. Yo me alegro que este haya sido tu puerto seguro. Al menos ha sido uno que conocemos y podemos ofrecer. Y sabes que es tuyo también. Tú eres una O’Donnell, y más importante, eres mi aprendiz. — Larry miró al techo y sonrió. — Esto también fue mi hogar, aunque no haga tanta exaltación de ello como Molly. Algo recuerdo de cuando venía aquí con mi propia abuela, a comprar hierbas para transmutar. — Alice sonrió y señaló hacia el puesto. — ¿Alguna idea para hacer fermentaciones o coagulaciones, que, por cierto, todavía no tocan en esta licencia? — Larry puso una cara de exagerada ofensa. — Señorita Gallia, así no vamos a ningún lado, se lo aseguro, vaya. Por supuesto que tengo ideas, vamos ahora mismo. —

Cuando llegaron al puesto, el abuelo empezó a señalar varios tarros y cestos mientras explicaba. — La espagiria, la alquimia de las plantas, es una subdivisión de nuestra ciencia que siempre tiende a ignorarse cuando uno es joven, por considerarse… dada por hecho, sencilla en exceso, poco ambiciosa… — Sonrió. — Y en cuanto empiezas a cumplir años y a avanzar en la alquimia… te das cuenta de que es fundamental y que siempre hay que trabajarla. Pretendo que Marcus y tú destaquéis especialmente en esto para la licencia de Hielo, porque demostrará cuán maduros sois. — Alice rio y se puso a remover entre las aquileas y las amapolas disecadas. — Dan para muchísimo, eso seguro. Pero tu nieto no se lleva muy bien con ellas. — No para criarlas, pero su abuelo le va a enseñar a hacer maravillas con ellas. Como decía Paracelso, solo hace falta mercurio, sal y ceniza. — El hombre la miró sonriendo. — Venga, ¿cuál cogerías para empezar nuestra aventura espagírica? — Alice se mordió los labios y miró alrededor. — Igual es una trampa, abuelo, pero… — Señaló el romero. — Siempre me he sentido muy atraída por el romero. Es muy versátil, y tiene tantas propiedades que, haciendo buenas separaciones de esencias, una planta podría darnos cinco o seis transmutaciones, a bote pronto. — Larry sonrió y le acarició el pelo. — Y por eso, querida, a las alquimistas se os da mejor la espagiria que a los hombres. Siempre sabéis ver que a veces, en lo aparentemente simple… está el mundo. — El hombre parecía pensativo, pero sonriente. — Yo he tardado en darme cuenta, desde luego. — Pero pareció despertarse de su propia reflexión y dio una palmada. — Me ha gustado eso del romero, pero ahora hay que buscar una planta de referencia para Marcus y unas cuantas cosas para pociones y destilaciones, así que manos a la obra. — Ah, pues mira, ahí hay un destilador. — Larry la miró de nuevo, ofendido. — Jovencita, has venido con una licencia de Piedra a educarte con Lawrence O’Donnell. No vas a tocar un destilador hasta dentro de tres licencias por lo menos. Hay que practicar. —

 

MARCUS

— ¡Bueno! — Clamó la mujer, dando una palmada alegre y frotándose las manos justo después, mirando a los lados. — A ver, una comida a la irlandesa, como los siete mandan, para que tus padres se vayan llenos de energía de vuelta a casa.  — ¡Hecho! —Se unió él, mirando también a todas partes... pero lo cierto es que veía puestos con cantidades ingentes de comida, o mejor dicho, de ingredientes de comida. No sabía ni por dónde empezar. — Mmmmm... — Pero claro, Marcus tendría que nacer de nuevo, después de haberse venido tan arriba, y tratándose de un tema que le gustaba tanto como comer, para decir abiertamente "no tengo ni idea, ve guiándome". Tenía que fingir que al menos algo controlaba. — ¿Qué te parece eso? — Señaló. — Tiene buena pinta. — Pero, al mirar a su abuela, esta le miraba con los ojos entornados hacia arriba y las cejas arqueadas. Vio que tomaba aire como pensándose cómo decirle lo que le iba a decir. — Cielo... — Marcus parpadeó, expectante. — Eso es una comadreja. — Miró la pieza con los ojos desorbitados. Volvió a mirar a su abuela. — ¿Aquí se comen las comadrejas? — Es comida para animales, Marcus. — ¿¿Y por qué está mezclada con la de humanos?? — ¡No nos ha dado tiempo ni a entrar en el mercado! ¡Te has parado en el primer sitio que has visto! — Le cogió de la mano como a un niño pequeño y le arrastró al interior. — Venga, andando, que temo que tu siguiente adquisición sea cicuta. — Tampoco considero que deban vender aquí cicuta... — Masculló.

— Primera parada. — Molly le plantó violentamente ante un puesto. — Pescado. — Parpadeó. — No... es lo que más controlo. — Pues por eso estamos aquí. Porque es lo que peor controla casi todo el mundo, y es esencial para la dieta, y muy importante identificarlo bien. — La mujer se irguió y señaló con la cabeza. — Dime, ¿qué te llevarías? — Marcus descolgó la mandíbula levemente y empezó a boquear, muy en sintonía con el entorno. — Pueees... eeemmm... — Tragó saliva. Miró. — Ese. Porque... es... grande, daría para todos. — Pensó. — Y... aquel. Y... un poco de esos. — ¿Cuánto es un poco? — Pues... eemmm... ¿Un kilo? — Molly tomó aire y lo soltó levemente. — El primero que has señalado es buena opción. Atún. Sería buena opción si nos lo dieran preparado, claro, ¿o pretendes llevarte el atún tal cual a casa? — Pues... — ¿Cómo se prepara? — Puso cara de espaventado. — ¡No sé! — Pues no puedes llevarte a casa un producto que no sabes preparar. — Creía que... tú sí... — Pues no. No sé hacerlo todo, y nunca he despiezado un atún. Pero vamos a hacer una prueba. ¡Chico! — Llamó al tendero, y Marcus estuvo por esconderse. — ¡Diga, señora! — Mi nieto quiere preguntarle algo. — La miró como si le hubiera vendido a su enemigo. Luego miró al tendero. — Aaamm... Emmm... ¿Podría prepararnos el atún? — ¡Claro! Aunque me llevará un ratito, pero bueno, ahora hay poca gente. ¿Cómo quieres que te lo prepare? — Se quedó parado. — ¿Para seis personas? — El hombre le miró, inexpresivo, y tras varios segundos, dijo. — Sí, y para dieciséis, es una buena pieza. Pero ¿cómo? ¿Te dejo las escamas? ¿Te lo limpio? ¿Te...? — Y empezó a soltar una cantidad de terminología que no había oído en la vida y que le tenía al borde del desmayo. — Gracias, chico, nos lo pensamos. — ¡A servir! — Menos mal que su abuela cortó aquello. Le miró con una ceja arqueada. — En cuanto a las otras dos cosas que has señalado: el segundo pescado no sé ni lo que es, pero de esta costa te garantizo que no. Mírale los ojos. — No sé si quiero. — Dijo con un poco de asco, comentario que su abuela ignoró. — Los tiene hundidos, cristalosos, grises. No brillan. Parecen de plástico. Ese pez no se acuerda ni de cuándo lo mataron. No compres eso, hijo, no es fresco. — Señaló a lo tercero con un gesto de la mano. — Y en cuando a aquello, con un kilo no tenemos ni para el aperitivo. — Se cruzó de brazos. — Una de las primeras cosas que hay que aprender en cocina es a medir las cantidades. Ese atún pesa más de cien kilos, y de salmonetes querías llevarte poco más de uno por persona. — Bueno pues bacalao, que eso sí sé lo que es. — ¿Y cómo lo vas a desalar? — ¿Y si compramos carne? — Preguntó un poco agresivamente. Se estaba sintiendo atacado con tanto cuestionamiento de pescado.

Y a su abuela le dio por reír con ternura, como cuando era pequeño. — Ay, cariño. No sé si es peor tu rama Slytherin ultrajada, o tu rama Ravenclaw con sus conocimientos puestos en cuestión. — Dijo mientras le acariciaba la mejilla. — ¿Sabes qué no tenía tu abuelo con tu edad que tú si tienes? — No se le ocurría nada, así que negó, un tanto confuso. — Ese brillo en los ojos cuando estás con tu familia. Tu abuelo siempre quiso a los suyos, pero sus miras estaban tan puestas en la alquimia, que no veía nada más. No es broma lo de que se hubiera muerto soltero, felizmente casado con la alquimia, y que ahora ninguno estaríamos aquí si no hubiera sido por obra de milagro. Pero tú nunca has sido así. Conozco a mi niño, y es listo, un genio, diría que más que tu abuelo. — Bueno... — Se azoró, con una risa tímida. — Y ambicioso. También más que tu abuelo. Y serás muy poderoso algún día. Pero tienes tanto cariño por tu familia, siempre has tenido claro que querías formar una el día de mañana, que, junto con tus logros profesionales, serían el gran tesoro de tu vida. — Sonrió, conmovido. — Es verdad. —

Molly se enganchó de su brazo y paseó con él entre los puestos. — Por eso quiero que conozcas esto. — Le miró. — En primer lugar, porque los tiempos han cambiado: Alice no va a detener su carrera por ser madre y cuidar de ti y de la casa, tendréis que repartiros las tareas y los cuidados; en segundo, porque, independientemente de cómo os organicéis en vuestra vida, un hombre tan brillante como tú no puede ser un inútil, y comer hay que comer. De otras cosas podrás prescindir, pero de comer, no; y en tercero, porque te encanta la comida, y sé que vas a disfrutar haciendo la tuya propia... Y porque me hace ilusión verte poner en práctica mis recetas. — Rio, mirando a su abuela con cariño. — Pues me parece la mejor idea que has tenido. Y estoy de acuerdo. Y me hace muchísima ilusión. — Su abuela puso expresión pilla y se acercó a él para susurrarle. — Y sí que puede que estemos compitiendo un poquito. — Soltó una fuerte carcajada y la achuchó. — Si es que eres la mejor abuela del mundo. — ¡Venga, venga, zalamero! Vamos a las verduras. —

 

EMMA

Irlanda era definitivamente diferente. Las familias eran diferentes a la suya (mucho), las comidas, su nuera, sus suegros y hasta su hijo empezaba a ponerse irlandés. Pero la diferencia que más le gustaba, era la de su marido. Y no es que se pusiera pueblerino como Molly, o excesivamente cariñoso como el resto de su familia. No, Arnold volvía a ser un niño, y uno muy parecido al joven prefecto del que se había enamorado. — Mira, cariño, yo creo que tartaletas de miel, eso a mi madre le encanta. Y de manzana, que ya enseguida pasa la época de manzanas y la tía Amelia siempre dice que como las de temporada no saben las otras, ni siquiera las fermentadas por papá, pero no se lo digas que… — Y su marido seguía hablando, exultante, con los ojos brillantes, recibiendo muestras de aquí y allá, y dándoselas a probar. 

— ¡Mira! Son monedas de chocolate. Esto a nuestro Marcus le encanta. ¿Te acuerdas cuando era un bebé de año y medio nada más y ya cogía con la manita y se estiraba así a cogerlas? — Emma sonrió con dulzura. — Claro que me acuerdo. — Era imposible quitárselas de las manos, y su abuela irlandesa ¡puf! Qué menos, le hubiera dado quinientas en esa época. Menos mal que no veníamos por aquí, entre todos nos lo hubieran cebado como a un ganso. — Emma avanzó hasta él y le tomó del brazo. — ¿Seguro que menos mal? — Arnold se giró para mirarla, sorprendido. — ¿Qué quieres decir? — Emma suspiró, pero no perdió la sonrisa. — Te veo tan entusiasmado… Y tus padres parece que han rejuvenecido diez años, Arnie. Mira nuestro hijo, parece que siempre ha sido de aquí, es como si formara parte del pueblo en un día, y Alice… pareciera que le han pinchado vida desde que hemos llegado. — Puso una ligera mueca. — Puede que… hayamos tardado demasiado en venir. Nunca he favorecido venir a Ballyknow porque no veía que tú… En fin, tuvieras demasiado interés. Y ahora temo haberos alejado a todos de esto. — Arnold frunció el ceño y tomó su mano con una sonrisa. — ¡No! ¡No! ¿Qué dices, cariño? Si yo nunca he tenido mucha intención de venir. Yo me fui a Inglaterra muy pequeño, y Erin más todavía, nuestro hogar está allí… — Pero aquí hay un Arnold que no había visto nunca. Un Arnold que me gusta, y me parece adorable. — Dijo con ternura, acariciando su mejilla. 

Él la miraba aún con la sonrisa, pero Emma llevaba mucho tiempo sabiendo cuándo Arnold quería quitarle importancia a algo. — Cariño, yo prefiero mil veces Inglaterra, contigo, con los niños… Esto… solo son buenos recuerdos. — ¿Es posible, mi amor, que hayas evitado volver todo lo posible porque… luego te da pena irte? — Su marido era un alma sensible y esencialmente buena, dulce y familiar, y todo eso casaba extremadamente con todo aquel ambiente. Arnie suspiró y se sentó en uno de los bancos, pensativo, pero sin perder la sonrisa. — Puede que… lleve toda la vida escuchando lamentos a Irlanda. No solo de mi madre, prácticamente la mitad de mi familia llora mirando en dirección a Irlanda. Mi tío se moría de pena cada vez que íbamos a despedirles a la aduana de Galway. Cuando mis padres me dijeron que nos íbamos a Inglaterra… lo vi como una mejora. Mi padre estaría más en casa, yo les tendría más cerca de Hogwarts… Pero tuve tanto miedo de convertirme en esa persona que mirara atrás con lágrimas, siempre añorando la otra isla, la que está tan cerca y tan lejos… — Se encogió de hombros. — Puede que me desligara de Irlanda a posta, sí. Pero fue consciente y querido. Y no cambiaría ni un minuto de mi vida alejado de aquí. Las cosas cambian, y uno no siempre puede volver, o soñar con volver, y puede aprender a amar otro sitio. — 

Emma se sentó junto a él y cogió sus manos. — Es una resolución muy madura para un niño de diez años. Siempre fuiste muy maduro, por eso me gustabas tanto. — Creí que era por mis ojazos verdes y mis rizos. — Ella entornó los ojos y rio. — Pero no deja de ser la resolución de un niño. Sé que nuestros años en Inglaterra, y nuestra familia, son más que suficiente y maravillosos, pero Arnold… perteneces mucho más a Irlanda de lo que crees. De verdad. — Ladeó la cabeza. — Si yo estoy dispuesta a formar parte de esto… tú también puedes. — Señaló con la barbilla a la plaza. — Nuestro hijo forma parte de esto, y espérate que venga Lex, con todos los forofos del quidditch de aquí. Somos muy felices con nuestra vida, pero… quizá esto era un elemento que nos cohesionaba a todos y que podemos tener a partir de ahora. — Arnold rio, mirando sus manos. — Incluso con abrazos y besos no solicitados de tíos y primos. — Emma rio. — ¿Crees que eso es peor que las juerguitas de tu amigo William inventándose hechizos o el caos de los Gallia? Y de ese no me preguntaste si me gustaba, ese lo trajiste sin más. — Ambos rieron y Arnold asintió. — Es verdad. Ojalá no hubiéramos tenido que cambiar uno por otro. — Emma volvió a acariciarle. — Dale tiempo al tiempo, Arnie. Al final todo volverá a su sitio. William a nuestras vidas, tú a Irlanda… Hazme caso a mí. — Él la miró enamorado. — Yo siempre te hago caso, mi amor. — Ella asintió. — Pues hazme caso en los dulces también. — Le dio un papel escrito. — Te he puesto aquí lo que considero adecuado, si no queremos que tu padre acabe con un coma glucémico y nuestro hijo hiperexcitado por el azúcar. — Dejó un breve beso en sus labios. — Hasta en Irlanda soy Emma O’Donnell, y puedo imponer orden en el caos. —

 

ALICE

El momento había sido bonito, pero tenían que comprar bastantes cosas, sobre todo para suplir al taller, que después de tantos años necesitaba una auténtica intervención de instrumental y elementos orgánicos. El problema era que hacerlo con un señor de ochenta años se ponía complicado. Contuvo un suspiro y miró los frascos de cristal de distintos tamaños y formas que el chico de la tienda, muy amablemente, había puesto ante ellos. — ¿Y ahora qué? — Esto no es vidrio carbónico. — El chico te ha dicho que sí. — No, no y no. Soy alquimista, Alice, y sé cuándo un recipiente es de vidrio transmutado con carbono o no. — El chico les miró con una sonrisa comprensiva, porque debía estar acostumbrado a estas peleas en su trabajo. — Le aseguro que lo es, señor. Setenta y cinco por ciento pasta de vidrio, veinticinco carbono, en forma de propiedad transmutada. — ¿A qué alquimista se lo han comprado? — El muchacho parpadeó, un poco confuso. — Pues… Realmente nosotros lo encargamos a un almacén de suministros de pociones de Dublín y ellos… — ¡Ah! O sea, que ni idea de quién ni cómo lo han transmutado. Vamos, que los porcentajes los da por darlos. — Abuelo, ¿por qué te iban a mentir? — ¡Hija, porque eso lo veo yo! ¡Lo veo, que aquí no hay carbono transmutado, vaya! — Alice volvió a suspirar y apoyó una mano en la cadera. — ¿Te quedarás más tranquilo si los transmutamos nosotros? — ¡Pues sí, ciertamente! Vamos, que no puede ser tan difícil, digo yo. Y además así practicáis, el día de mañana será mejor si transmutáis vosotros vuestros propios recipientes para vuestro taller. — Ella asintió una sola vez y se armó de paciencia, rezando porque el chaval no les echara de la tienda con semejante actitud. — Pues dame pasta vítrea, y de carbono dame… — Checheche… ¿cómo que carbono? — ¿Pero no los querías con porcentaje de carbono? — Preguntó con un punto desesperado. — Sí, pero el carbono se transmuta del carbón normal y corriente, y de eso tenemos en casa. — Ah, eso también lo vamos a transmutar nosotros. — ¡Hombre! ¡Digo yo! ¿También el carbono lo pedís a Dublín? — Sí, señor. — Lawrence la miró con obviedad, levantando mucho las cejas y pareciéndose infinitamente a su nieto cuando quería señalar que tenía razón. — A saber de qué carbono estamos hablando. —

Volvió a tomar aire y se giró hacia el mostrador. — Pues nada. Pasta vítrea. Y dame dos soportes de doce tubitos y unos… veinte frascos de doscientos cincuenta, de los de sello… — ¿PERO NO HAS DICHO QUE LOS IBAS A TRANSMUTAR? — Cuenta hasta diez, Alice, es un maestro de la alquimia, solo es mayor, pensó antes de girarse al abuelo. — Sí, pero la abuela ha pedido cosas para pociones, y yo hago muchas, y necesito tubitos de ensayo con soporte y botellas con sello para conservarlas, y eso no lo voy a transmutar también, bastante tengo con lo otro… — El abuelo levantó las manos y puso cara de “yo no opino” y volvió a pasar la mirada por el puesto. — ¿Veinticuatro de soporte entonces? Y veinte de sello. — Eso. Y dame un par de botellas de litro por si acaso… — ¿Veinte solo? ¿No prefieres treinta y una? — Ya sí se giró bruscamente hacia Larry, conteniéndose muchísimo. — ¿Y para qué infiernos querría treinta y una? — Por si necesitas una para cada día del mes. — Se mordió los labios y se ahorró todo lo que se le pasaba. — Pues me transmuto las once que me falten. — Pues vas a necesitar más pasta vítrea… —

No sabía ni cómo había salido del puesto con lo que necesitaba (bueno, al menos con los materiales para transmutarlo) y quería dirigirse cuanto antes a por los ingredientes que les faltaban. — ¿Tenemos hornilla en el taller? — Preguntó, al pasar por un puesto que las vendía de distintos tamaños y materiales. — Podemos hacer una transmutación ígnea. — Sí, y encontrar la piedra filosofal, pero he venido a sacarme la licencia de Hielo, no a aprender a sobrevivir con lo mínimo transmutando hasta el té, pensó. — Y con un Incendio, pero las hornillas son más cómodas y seguras. — Nada es más cómodo y seguro que una transmutación bien hecha. — Voy a comprar una. — Determinó. — Ve al puesto de las hierbas y echa un ojo a ver qué crees que necesitamos. — Y así de paso se serenaba, que no se quería estropear el día.

Ya más tranquila, llegó a la tienda y vio al abuelo realmente ocupado con una chica pelirroja, que iba a abriendo muchos cajones y dejándole ver y oler. — ¡Alice! ¡Mira! Tienen una aquilea de primerísima calidad. Tomillo, salvia, laurel… Todo esto he cogido ya. Pero ahora esta chica me está enseñando índigos y amapolas para hacer tinturas, mira, mira… — Vaya, con esta, que se parece un poco a la abuela de joven, se te mejora el humor, pensó, pero puso una sonrisilla. — A ver, enséñame. — Y dejó que le diera un discurso sobre las tinturas, mientras iba cogiendo otras plantas. — Y un buen tinte, incluso una tinta transmutada, dejaría al tribunal loco, hija, loco. Hay que ponerse con todo ello, porque es que es una gran idea. — Alice asintió y le dio el resto de hierbitas y ungüentos que había cogido a la chica. — ¿Y la planta para tu nieto? — El abuelo suspiró. — Es que no me he querido mojar, porque veo tantas perfectas para él… — Alice sonrió aún más. — ¿De verdad no se te ocurre? — El abuelo se encogió de hombros y la miró con cara de “venga, véngate, que me lo he merecido” — Tú sí la sabes ¿no? — Alice asintió. — Pero no se lo vamos a poner tan fácil ¿no crees? — Sabes que a los dos nos encanta un reto, especialmente si lo propones tú. — Se giró hacia la chica. — ¿Tienes semillas de espino blanco? — Esto es Irlanda, sería un crimen no tenerlas. — Contestó alegre. — Pero no nos da tiempo a que crezca un espino. — Replicó Lawrence. — ¿Y lo bien que va a quedar que use en el examen las flores de un espino que él mismo ha criado a base de fermentarlo? — Larry rio roncamente. — ¿Ves como tú también sabes usar la alquimia para lo que quieres? —

 

MARCUS

— Madre mía, todo lo que vamos a hacer con esto. — Dijo con ilusión, mientras miraba con ojos brillantes los dos enormes paquetes rebosantes de verduras que llevaba levitando por delante de sí. — ¿No se pondrá mala? Porque de aquí salen platos... ¡hasta Navidad por lo menos! — Su abuela le miró. — Hijo, con eso no tenemos ni para acabar la semana. — Se detuvo en seco, impactado. Estaba evaluando si realmente su abuela le estuviera gastando una broma. — ¿Pero cómo va a ser eso? Si aquí hay muchísimas cosas. ¡Mira! ¡Mira esto! No puedo ni ver lo que tengo delante, parece que me tapa un bosque. — ¡Uy! Ya te enseñaré a cocinar espinacas, ya. Eso se reduce a la décima parte en cuanto lo echas a la olla. — Pero todo esto da para ¿cuántos platos, por lo menos? Un montón ¿no? — Molly suspiró y se le acercó, rebuscando en la bolsa, y empezó a sacar y meter verdura mientras decía. — Esto y esto para un caldo, y luego con lo que sobre se hace puré, y el puré con tantos que somos da para dos almuerzos, poco más. Esto lo vas a querer tú para el desayuno, ¿verdad que sí? En tres días no queda nada. Y esto, dos cenas a lo sumo. Y esto se lo come tu abuelo en una tarde, hoy ya no hay. Y esto es para el guiso que voy a hacer hoy. Vamos, que el viernes estamos aquí otra vez. — ¿¿Pero TODO ESTO se va a gastar?? — ¿Me has escuchado, hijo? — ¡Pero es que es muchísimo! — Al menos era relativamente barato, pero es que llevaba dos bolsas hasta arriba. ¿Cuántas veces había que ir a comprar a la semana? Menos mal que podía llevarlo levitando, pero tampoco se veía apareciéndose con eso. ¿Cómo lo hacía su madre? No recordaba haberla visto cargar una bolsa en la vida.

— Venga, y ya sí, a por la carne. — Soltó aire por la boca. A ver qué se encontraban en el puesto de la carne. Nada más entrar, señaló. — ¡Eso! ¡Eso sí sé lo que es y ese nos vamos a llevar! ¡Para una gran comida hoy! — Marcus, ¿dónde vamos con ese pavo tan enorme? — Molly miró la pieza con ojo analítico y con un punto despectivo. — Apuesto a que pesa casi lo mismo que tu novia. — Muy graciosa. — Respondió, sarcástico. — ¡El pavo es la comida estrella en todos los eventos! Y eso no me digas que no sabes hacerlo porque sé que sí. — Sí, sé hacerlo. — Pues ya está... — Como sé que tarda casi un día entero en prepararse. — Marcus se giró, con los hombros caídos, ya entre la derrota y el mosqueo. — ¿Cómo que un día entero? ¿Cómo va a tardar una comida en hacerse un día entero? Nunca te he visto pasarte un día entero cocinando. — Uy, tú lo has dicho, no me has visto. Y tampoco te pasas las veinticuatro horas delante de la hornilla. — No estaba entendiendo nada y empezaba a pensar que su abuela no paraba de quedarse con él.

Se cruzó de brazos. — Pues nada. Lo que diga la señora. — Molly rio. — Ay, hijo, no te enfades, no seas gruñón. Solo quiero enseñarte. — ¡No me estás enseñando! ¡Me estás dejando dar palos de ciego y diciéndome a todo que no! — Empezaba a sonar talmente como un niño pequeño enfadado. — De haber sabido que hoy iba a aprender algo tan importante, habría traído una libreta preparada para tales efectos. — Oh, Señor, estos O'Donnell, todo lo tienen que llevar en una libreta homologada. Hijo, mira a tu alrededor. — Su abuela abrió los brazos. — ¡Respira! ¿A qué hueles? — A un poco de todo, la verdad. — ¡Exacto! — Sobre todo al puesto de pescados. No se me quita de la nariz. — Gruñón como su abuelo. ¡Observa, hijo! ¿Tú no quieres ser un buen alquimista? ¡Pues tienes que sentir las cosas! No todo se aprende estudiando, ¡hay que estar vivo! Mirar, oler, tocar, saborear. — Metió la mano en la bolsa de verdura y arrancó una hojita aleatoria, tendiéndosela. — ¿Qué es? — Marcus la miró ceñudo, pero su abuela abrió los ojos, insistente. Suspiró. Tomó la hoja en la mano. A simple vista... podían ser mil cosas. La olió. — ¿Hierbabuena? — Molly negó. Nada, la iba a tener que probar. Se la llevó a la boca, y tras unos segundos, dijo. — Cilantro. — ¡Ese es mi niño! Y esa era de las difíciles, pero es que a mí me gusta mucho. — Se enganchó de nuevo de su brazo. — No quieras dar con la tecla a la primera. No quieras sabértelo todo de memoria. Intuición, observación. Menos miedo a equivocarte. Más humildad para preguntar lo que no sabes. Y si se te olvida, preguntas otra vez. Y si quemas algo, lo tiras y lo intentas de nuevo. O te lo comes quemado, para recordarte a la próxima que tienes que tener más cuidado. Y para tener una anécdota graciosa que contar. ¿No te ha contado tu padre el primer desayuno que tu tía Erin y él intentaron prepararnos por un aniversario? — Marcus sonrió. — Dijo que las tortitas estaban "mejorables en cuanto a forma y consistencia". — Estaban crudas. Y el café estaba frío. Y tu tía mezcló leche con zumo, y se lo tomó porque mi hija la pobre tiene el paladar roto, un día se me va a envenenar con todas las porquerías que se mete en el cuerpo y ni se da cuenta, y tu padre se lo tomó porque es tan educado que le daba pena romperle la ilusión a tu hermana, pero vaya diíta pasamos los cuatro de estómago revuelto entre una cosa y otra. — Ambos rieron. Su abuela le dio un par de palmaditas en el brazo. — Venga, te quiero más despierto y más relajado. Y ayudando. Que queda mucho que levitar. —

— ¡Madre mía, mamá! — Exclamó Arnold al verles llegar. Sus padres eran los primeros en el punto de encuentro. — Vaya peligro tenéis los dos comprando comida. ¿Cuántas toneladas hay ahí? — Qué exagerado, hijo. — Respondió Molly, pero Marcus la estaba mirando de reojo como diciendo "¿ves? Sabía que era mucho". — Hoy somos seis, y a partir de ahora seremos mínimo cuatro en casa, porque ya sabes que en el pueblo un día sí y otro también nos estamos intercambiando para comer en casas de unos y otros. Llevamos comida para la semana y seguro que falta. — Justo Alice y su abuelo se acercaban también, y este último, que había oído la conversación, rio. — De hecho, poco me parece. He visto a mi nieto partir con cara de estar buscando la carretilla más grande de Irlanda para cargar un pavo del tamaño de un erumpent. — Ja, ja. — Respondió sarcástico, mientras veía a todos reír por lo bajo. — Pues no porque no me han dejado, pero vamos, buena idea me parecía. Y he visto uno fabuloso. — Tenía pinta de seco. — ¡Y dale con las pintas! — ¡Nada! Que nada de lo que decía a su abuela le parecía bien. La escena pareció hacer mucha gracia a los presentes, pero Molly recondujo. — Volvamos a casa, familia, que tenemos mucha comida que preparar. —

 

ALICE

— Mira, ese es el resultado de salir a comprar con mi mujer, dos toneladas de todo. — Qué exagerado e inexacto para ser un alquimista, abuelo. — Larry la miró con los ojos entornados. — ¿Te vas a comer tú todo eso? — Ella rio. — No, yo no, pero tu nieto y tu mujer, seguro. La comida hace felices a los irlandeses. — Eso hizo reír a Larry también. — Eres una ladrona y sabes cómo caer bien a todo el mundo aquí. — Alice negó con una sonrisa. — Tú te esfuerzas en ir a la contra, yo solo me dejo llevar. — Se juntaron con los demás justo a tiempo para oír a Molly y Marcus discutir sobre la pinta de las cosas. — Ya empezamos con las pintas, mujer. ¿Pinta en base a qué? — Entró Larry de lleno. — ¡A lo que tú nunca sabrás, O’Donnell, porque solo tocas la cocina para hacerle el desayuno a tu hija un día al año! — Bueeeeeno, llego en mal momento. — Dijo la profunda y calmada voz de Arthur, que aparecía por ahí. Alice le miró sonriente. — Ya nos han dicho que estabas de compras por aquí. — Miró las cestas que llevaba levitando. — Me extraña que no lleves patatas ahí. — ¡Ah, no! Mi proveedora es Cerys, y de la mayoría de verduras y hortalizas, pero hay que comprar alcohol, especias, esas cosillas… — Pensé que ya estabas jubilado, primo. — Le dijo Arnie con media sonrisa, pero el hombre se encogió de hombros. — En el fondo, mi pub siempre me ha gustado, y sé que las chicas necesitan ayuda, así que sigo haciendo estas cosas, me dan tranquilidad. — Un hombre completo. — Señaló Molly. — ¿Tú has despiezado atún alguna vez, Arthur? — Él negó con la cabeza. — Qué va, qué va. Cuando poníamos guiso de atún en el pub yo lo compraba ya despiezado, si no, imagínate, veinte platos más o menos que salen de un atún… — Molly miró tan significativamente a su novio que Alice se vio venir una ofensa en breves momentos, pero justo Arthur dijo. — Aunque por lo que veo ahí, alguien va a hacer guiso irlandés… — ¡Ay, calla ya, Mulligan! Que me arruinas la sorpresa. — Sí, señora. ¿Queréis una hogaza de estas? Mi prima me las ha dado de la panadería. — Ay, mira, pues sí. — Alice se enganchó al brazo de su novio y susurró. — Vaya peligro tiene para ti este pueblo. Aquí todo el mundo regala comida como si tal cosa. — Dejó un beso en su hombro. — Y si, como pretende tu abuela, vas a aprender a cocinarla, nos vamos a poner todos enormes. —

— Qué manía con cortar con cuchillo, niña. — Le afeaba el abuelo. Milagrosamente, todos estaban haciendo algo en la cocina y el comedor, bajo las instrucciones de Molly, pero Larry estaba bastante empeñado en criticarlo un poco todo. — Abuelo, ¿para qué voy a usar un Diffindo, dime? Si es que voy mejor y más precisa así. — Granger, el de mi trabajo, el hermano de vuestra jefa de casa, está especializado en hechizos de cocina. — Contó Emma, mientras hechizaba varias cosas a la vez. — Y siempre está obsesionado en encontrar un buen hechizo cortador, e insiste en que ninguno iguala a un cuchillo. — Larry suspiró y negó con la cabeza. — Nada, hoy todo el mundo me lleva la contraria menos la chica de la tienda de hierbas. — Una pelirroja jovencita y risueña. No tendrá nada que ver, claro. — Le susurró Alice a Emma, y esta alzó las cejas y puso una sonrisa de superioridad. — Qué sencillez… Hasta los alquimistas… — Contestó también entre dientes.

— Yo creo que con poner algo de aperitivo ya tenemos bastante. Patatas a la duquesa, guiso irlandés y… Como no me quieren decir qué hay de postre… — Mamá, que te encantan las sorpresas. — Dijo Arnie, montando las patatas en la fuente. — ¡Pues no en la cocina! — ¡Una pista! — Pinchó ella. — Sorpresa y Gallia no casan, cariño, ya lo sabes. — Pues que se ponga O’Donnell. — Dijo Arnie sacándoles la lengua. — Bueno, todo el mundo fuera menos mi Marcus, os podéis sentar ahí y vernos preparar esto, que mi niño ha estado muy atento a todo. — Alice hechizó unos platos y dejó un beso en la mejilla de su novio. — ¿Está el cocinero en el menú? — Le susurró, antes de irse bien feliz a sentarse en la mesa y observar el espectáculo.

 

MARCUS

Justo cuando iban a irse apareció Arthur por allí, y Marcus esbozó una brillante sonrisa. Él era muy familiar, eso de estar paseando, o haciendo la compra, y encontrarse con alguien de su familia, se le antojaba un sueño. Al fin y al cabo así vivía en Hogwarts, yendo de un lado a otro y parándose cada dos pasos porque había algún compañero con el que hablar de algo. Después de toda la vida promulgando lo inglés que era, había resultado que Irlanda era bastante su estilo. Probablemente no fuera el de su hermano, que era mucho más de pasar desapercibido... pero también estaba seguro de que ambos compartían las muchísimas ganas de verse y que las Navidades iban a ser espectaculares allí.

Cruzado de brazos, asentía atentamente a las palabras del hombre, como si quisiera captar cada dato de irlandesidad que pudiera para poder ejecutarla debidamente llegado el momento. Pero conectó con la indignación absoluta con el comentario incisivo de su abuela, frunciendo el ceño y mirándola. Luego miró a Arthur. — Pero da para alimentar a veinte personas un atún, ¿verdad? — E incluso a más, lo que p... — Entonces. — Interrumpió, porque no era el conocimiento culinario el que le interesaba, sino establecer su punto. — Cuando a una persona joven, con ganas de aprender, recién llegada, que pisa por primera vez un mercado, le preguntan qué alimento sería adecuado para una gran comida, ¿es tan descabellado, primo Arthur, proponer el atún? — No, supongo que, no, aunque cl... — ¿Y no es herir los sentimientos del susodicho, no solo no alabar su buen ojo inicial, sino ponerle en evidencia de tal manera? — Su abuela ya estaba mascullando, y el hombre carraspeó tímidamente. — Algo me dice que se trata de un asunto privado. — Se trata. — Confirmó Emma con voz de suspiro. Arthur intentó desviar una vez más, y entre eso y el acercamiento de Alice, no tuvo de otra que claudicar, suspirar y dejar atrás el tema atún. — A mí me parece una costumbre magnífica. — Comentó, y añadió, mirando a su abuela de reojo. — Sí, si no se cuestiona cada una de mis decisiones, algún día lo lograré. — No era tan fácil para él dejar la ofensa atrás.

Se le acabó pasando en cuanto empezaron todos, en familia, a organizar la comida. Le gustaba ese ambiente y la sensación de estar aprendiendo y de controlar cada vez un poco más, por no hablar de lo de sentirse anfitrión y parte activa. Estaba... un poco torpe aún, y sentía que continuamente se tenía que apartar de donde estorbaba. Pero poco a poco. Como vio que la comida estaba bastante encaminada y que empezaba a no caber en la cocina, se fue a poner la mesa junto a su padre, bromeando sobre los milímetros entre servilleta y servilleta y la progresión aritmética que seguía la colocación de los cubiertos. — Qué ganas tenías de huir de tu abuela. — ¡Eh! — Dijo entre risas, señalando a su padre con un tenedor. — ¿Cuántas veces has tocado tú un fogón? — No se debe, te quemas. — ¡Festival del humor O'Donnell! Al menos yo lo intento, ¿y tú? — Un respeto a tu padre. — ¡Me he venido a poner la mesa, elegantemente como solo yo sé, y te has venido detrás mía! — Para ayudarte, hijo, ¿desde cuándo no aprecias mi ayuda? — Se echó a reír, y detrás, fue moviendo los platos que su padre colocaba para ponerlos en el milímetro exacto que le parecía bien a él. — ¡A ver, el señorito! ¿Sientes que necesitas tocarlos todos? — Si los pusieras bien... Y soy alquimista, papá, lo mío es usar las manos. — Menudo morro tienes. — Y entre risas, se enganchó de la cintura de su padre, como solía hacer de niño. Le había salido espontáneo. — Os voy a echar de menos hasta Navidad... ¿Prometéis que este año vendréis todo lo que podáis? — Arnold sonrió y le acarició la espalda. — Te lo prometo. — Le miró con una sonrisa esbozada, ancha y feliz. Arnold rio entre dientes. — Cuando estés tan rodeado de gente y empieces con tu taller, y con tu querida Alice, el tiempo se te va a pasar tan volando que ni te vas a acordar de nosotros. — Arnold lo había dicho medio en broma medio como consuelo, pero el fondo era triste, Marcus no era tonto. Sonrió con ternura y dijo con el corazón en la mano. — Eso nunca. — Había pasado siete años separado nueve meses de sus padres, y sí, en Hogwarts era feliz. Pero les echaba de menos todos los días. Eso no iba a cambiar.

Volvieron a la cocina a lo justo para oír a su abuela quejándose de no saber qué era el postre. Rio entre dientes mientras veía cuál era su siguiente cometido. Y como ya estaba todo listo, su abuela echó a los demás para quedarse solo con él, que como siempre, estaba deseando hacer su gesto épico. Al comentario de Alice la miró con la sonrisa ladeada. — Puede... — Arrastró, y ella ya iba saliendo, pero él la siguió con la mirada, añadiendo. — Si no temes que se agot... — ¡A la cocina! — Su abuela le había dado con el trapo, y él pegado un sobresalto. — ¡Abuela! — ¡"En el taller hay que estar en el taller ñiñiñi" pero luego todo el mundo se distrae en la cocina! Vamos a lo que estamos. — Puf, qué mal carácter se le ponía cuando quería. Fue a su puesto y atendió al repaso de las instrucciones. Ultimó los detalles y los platos (tuvo que guardar la varita porque su abuela quería que fuera todo a mano, pero vaya, la sacaría para la espectacularidad), y lo fueron sirviendo todos en la cantidad y orden correcto. — ¡Atención, atención! — Promulgó alegre Molly. — ¡Que vamos! — Y, ya sí, Marcus sacó la varita como quien desenvaina una espada, con la postura perfecta, e hizo desfilar cada plato ante su dueño, posándose estos en la mesa con un elegante giro, despidiendo un delicioso y humeante aroma a comida casera. — Y el toque personal de todo cocinero que se precie. — Dijo, guiñando un ojo a su abuela. Por supuesto que tenía un as en la manga, o mejor dicho, en el bolsillo. Metió la mano en él, cerrada en un puño para no desvelar la sorpresa y, tras una floritura con la varita, la abrió para dejar que seis trebolitos salieran volando hacia la mesa, se situaran flotando sobre cada plato de guiso y se abrieran como una nuez, dejando caer varios crutons de pan que se repartieron por la superficie. Molly soltó un chillidito entusiasmado, aplaudió y le agarró fuertemente la mejilla para acribillarle a besos. — ¡Si es que mi niño! ¡Si es que es lo más bonito! ¡Si es que va a ser el mejor en la cocina! ¡Un partido, un partido! — Reía mientras su abuela no le soltaba ni dejaba de dar besos, imposible de zafarse.

 

ALICE

Se agarraría a ese “puede” como una promesa de lo que podría pasar más tarde, pero ahora su cocinero estaba más preocupado por la reacción de su jefa, siendo esta su abuela, pero que se convertía en otra persona cuando estaba detrás de un fogón. Pero su novio no sería su novio si no pusiera un toque mágico, completamente extra, pero que tanto a ella como a la abuela les encantaba. Y bueno, su suegra, dentro de sus comedidas reacciones, estaba hinchada como un pavo. Admiró los trebolitos, y aplaudió cuando se convirtieron en los crutons del guiso. — ¡Ay, qué detallazo! Ahora voy a querer de esto todos los días. — Uy, hija, estás en Irlanda, aquí la magia está en el aire. — La verdad es que sí. Me ha gustado mucho el mercado, Molly. Con sitios así, iría a la compra más a menudo. — Dijo su suegra, mientras iba encantando el pan para repartirlo. — En vez de mandar al aritmántico. — Picó Arnold. — Querido, eres el único con paciencia suficiente para pelearte con todos los tenderos cuando les das cifras exactas y te contestan con esas cosas como “cuarto y mitad”. Además, manejas ese vocabulario para referirte a partes de animales y demás. — Como mi madre, a ver si te crees que él es el primero al que se lleva a enseñar a “ser una persona de provecho”. — Y bien provechoso me has salido tú. No recibo muchas quejas al respecto. — Replicó Molly señalándole con un tenedor. — Venga, a comer todos, que se enfría. —

Y Alice obedeció, y de verdad que iba a empezar a comer, pero tuvo que detenerse un momento, dejó el cubierto y les miró a todos. — Sé que hay cosas de las que ninguno hablamos, por no mentar al diablo y arruinarlo todo. Pero lo voy a decir, porque os vais a ir y no quiero que os perdáis esta reflexión. — Dijo mirando a Emma y Arnold. — Cuando mi madre murió, en el fondo, perdí mi hogar. Intenté recuperarlo, reconstruirlo, pero en realidad no supe. Durante años estuve en un limbo, en el cual ni siquiera sabía lo que estaba buscando. Y sé que tampoco mentamos a mi padre, porque sé que, en el fondo, él fue el primer Gallia que tuvisteis, que le queréis, y nunca voy a criticar eso. Pero necesito que tengamos todo eso en cuenta para que entendáis lo importante que es lo que voy a deciros: esto es lo que yo echaba de menos. Cosas como estas. Cocinar todos juntos, el calor de un hogar que no es perfecto, ni está como un quirófano de limpio, y con todos felices y sonrientes. Hay pullitas, peleas, manchas en el mantel, pero es un lugar seguro, amoroso y cuidado. Gracias por ser mi hogar. — Le dio la mano a Marcus y sonrió. — Y ahora sí, vamos a comer, que si no mi Marcus se va a morir de hambre. — ¡Pero Alice! ¿Cómo vamos a comer después de esas palabras tan bonitas? — Dijo Arnold mirándole con los ojos brillantes. — Pues comiendo, hijo. — Contestó Molly con la voz tomada. — No vamos a quitarle justo ahora ese hogar a mi niña. Ella solo quería ser agradecida y lo ha sido. Nuestro papel es seguir cumpliendo para ella, para ellos. — Miró a Emma, que le devolvió una sonrisa, que podía parecer normal, pero Alice empezaba a distinguir. — Igual que ella lleva cumpliendo todos los días desde hace mucho tiempo. — Y sabía que esas palabras de su suegra eran un grandísimo halago. Para animar a los demás, tomó una cuchara y probó el guiso, entornando los ojos de gusto. — Mmmmm abuela, ya había probado esto, pero aquí te sale mejor. — ¿VES? — Bueno, ya has abierto la veda… — Murmuró cómicamente Arnold. — ¡OS TENGO DICHO QUE EN IRLANDA LAS COSAS ESTÁN MÁS RICAS! — Margaret, por el amor de Merlín, eso carece absolutamente de base científica… — Replicó el abuelo mientras se servía patatas, iniciando uno de sus ya confortables debates.

Empezaba a cogerles la medida a los platos irlandeses (y mira que era difícil), y consiguió llegar al postre sin reventar, porque estaba esperando esa revelación de Emma y Arnold a modo de despedida. — Tenemos un postre para cada uno. Pero tenéis que adivinar la palabra clave para que la caja se acerque a vosotros. — Molly suspiró. — No se juega con la comida… — Veeeeeenga, mamá, no seas quejiquilla. Papá, ¿quieres empezar? — Lawrence ya estaba mirando con total interés la cajita. — Pero tendremos más pistas o algo ¿no? — Tenéis que decir vuestra palabra favorita. O la que Arnie y yo creemos que es. — Yo ya sé la mía. — Dijo Alice alzando las cejas muy segura. — A ver, os damos la pista de la primera letra. Papá, el tuyo empieza por Q. — ¿Por Q? Pero qué fácil. ¿Creéis que este viejo está chocho o qué? Quintaesencia. — Y la caja fue veloz hacia él con una simulación de pasitos muy graciosa ante las risitas de Larry. — ¡Oh! Pan de pasas y salsa de whiskey. — Aspiró. — Oh, cómo huele. Muy bien elegido. Pero hijo, mi palabra favorita es otra. — Arnie entornó los ojos. — A ver… — Mi palabra favorita es libro. Los libros me han acompañado, comprendido y enseñado sin pedir nada a cambio. Y los libros me llevaron a tu madre, y sin ellos, no estaríamos aquí hoy, ni tendría todo lo bueno de mi vida. Por eso me alegra tanto que Edith guarde mi registro tal como he visto hoy. — Alice les miró con cariño y luego miró a Marcus. ¿Cómo no creer en el amor con esos ejemplos? — ¡Ahora yo! La mía es… — Espérate a oír la letra. — Le advirtió Emma. — A ver… — La P. — ¿La P? — ¿Pero no iba a ser la M? De Marcus, estaba clarísimo. ¿La P…? — ¿Pajarito? — Y, a pesar del tono de pregunta, la cajita avanzó hacia ella. Levantó la mirada hacia su suegra y ella dijo. — No pienses en a quién se lo has oído más. Piensa en quién te lo puso. — Sonrió conmovida, recordando que fue la propia Emma cuando ella era un bebé. — Y piensa en quién lo reformuló para ti, como buen alquimista. — Se giró a Marcus y se apoyó en su hombro. — Es verdad. Es mi palabra. Aunque para Marcus y para mí siempre vaya a ser… más. — Terminó guiñándole el ojo. — A ver qué tenemos por aquí. — Y al abrir la caja encontró unos macarons muy oscuros. — ¿Son macarons? — También están en Francia tus raíces. — Le recordó Arnold. — Pero están hechos de cerveza negra con crema irlandesa en medio. Para ir en temática. — Sonrió con cariño a su suegro y cogió uno, dándole un mordisco, pero la sonrisa se le quitó por la sorpresa. — ¡Esto está buenísimo! — Arnie negó. — Qué sorprendida suenas de que te conozcamos tan bien… —

 

MARCUS

Hizo una reverencia por las felicitaciones a su ficcioncita y se sentó contento a la mesa, escuchando sonriente la conversación de sus padres. Demasiado que su madre pisaba el mercado teniendo en cuenta que un Horner no habría hecho eso en su vida, ninguno de ellos. Para eso, a pesar de lo que pudiera transmitir con su semblante o pudiera la gente pensar, Emma era MUCHÍSIMO más humilde... Que la gente prácticamente le hiciera paso en el mercado era otra cuestión que ella tampoco es que pudiera controlar (y que no le desagradaba, aunque no hiciera menciones al respecto y fingiera no darse cuenta).

Iba a empezar a comer (ya tenía la cuchara a mitad de camino de la boca de hecho) cuando Alice comenzó a hablar, y él bajó el cubierto sonriente, esperando un alegre discurso... pero era una reflexión que empezaba un poco amarga, así que relajó el semblante infantil. Sonrió emocionado a sus palabras y dejó un beso en su mano, riendo justo después. — Bueno, yo por escucharte, espero lo que haga falta. — Arnold soltó una risita de labios cerrados. — Tómalo como el piropo más bonito que vas a recibir. — Ja, ja. — Se burló. Obviamente no iban a ponerse tan tranquilos a comer después de esa reflexión tan bonita, y a más cosas devolvía su familia a Alice, más le emocionaban a él. Menos mal que tocaron el tema estrella de su abuela, haciéndole meterse de lleno en ese humor. — En realidad, abuelo, sí que tiene cierta base científica. — Con el codo en la mesa, alzó la cuchara para dar pomposidad a su discurso. — Se basa en una mejor materia prima. El cultivo, la agricultura, la herbología, tienen mucho de ciencia, en eso coincidimos todos los de esta mesa. — Molly asentía fervorosamente. — Si los cultivos de aquí son de mejor calidad, la comida por ende también. — ¡¡ES QUE ESTE HOMBRE TODO LO QUE NO SEA ALQUIMIA NO ES CIENTÍFICO!! — Lawrence suspiró hondamente, pero Molly seguía. — La manía que le tiene al pueblo... — Jamás pensé que a más edad tuvieras, te irías girando más hacia tu abuela, con lo parecido que has sido a mí siempre. — Marcus soltó una carcajada. — ¡Venga, abuelo, no hagas chantaje emocional! Sabes que soy la fusión perfecta de todos. La mejor de las transmutaciones. — Emma reía entre dientes. A nadie como a ella le gustaban sus sobradas.

El juego con el postre le hizo frotarse las manos, deseoso. Iba a estallar de tanta comida, porque Marcus no tenía medida. Lo peor es que iba dejando pedacitos en una servilleta porque "le daba pena que Elio se perdiera eso", con su padre regañándole al lado, como si fueran niños pequeños, y la servilleta estaba ya a rebosar, por lo que igual tenía que comedir cómo le daba la comida a su pájaro, que tenía la misma poca mesura que él. Atendió a los primeros que recibieron sus postres, con la cabeza a mil revoluciones pensando qué palabras habrían elegido sus padres para él, y emocionándose por la reflexión de su abuelo. — Yo me pido libro también. — No, ahora no intentes parecerte a mí a la fuerza. — Devolvió Lawrence, y todos rieron, justo antes de dar paso a la de Alice. Si con la de su abuelo estaba emocionado, más aún con la de Alice. Se pegó tiernamente a ella cuando se apoyó en él. — Siempre serás nuestro pajarito de colores. — Pero ya le tocaba el turno a él, y no sabía si estaba más nervioso por la adivinanza o por el postre en sí.

— Bueno... la letra de Marcus es... — Él ya tenía varias opciones en mente, pero se las tiraron al suelo cuando le dieron la letra. — La N. — Su primera reacción fue de descuadre, pero solo unos segundos. Luego sonrió con malicia, y cambió la mirada a Alice, volviéndola más tierna, justo antes de decir. — Nido. — Y, efectivamente, la cajita caminó hacia él. Antes de que pudiera abrirla, su padre le llamó. — Marcus. — Se cruzaron sus miradas en silencio unos segundos. — Recuerda que tu nido siempre va a estar donde tú quieras crearlo. Y que los nidos no son fijos ni permanentes, son cambiantes. Valora el nido que tienes y no te obsesiones con el que podrías tener. — Sonrió emocionado. Vale, llegaba el momento en el que no quería que sus padres se fueran... Probablemente le estuvieran viendo venir y de ahí parte del mensaje. — Gracias. Os quiero mucho. — Sus padres le miraron emocionados. Sí, mucho decirle a él que no se entristeciera por no estar juntos, pero no es como que a ellos les encantara tampoco la idea. Abrió la caja para ver el postre.

— ¡Muffins! — Exclamó, contento. Arnold rio. — Un homenaje a tu cuñado Darren. Son de caramelo y whiskey, así que cuidadito, no te vayas a emborrachar. — ¿Y eso último era un homenaje a mi hermano Lex? — Rieron, y se comió el primero casi de un solo bocado. Se dejó caer en la silla con exageración, y habló cuando la cantidad de masa en la boca se lo permitió. — Están de muerte. — Verle comer y disfrutar de la comida con tanta exageración era muy cómico, porque casi se cae de la silla con el teatro, por lo que estaba haciendo reír a todo el mundo. — ¡Bueno, que falta el mío! — ¿Cómo que solo el suyo, señora? — Respondió Arnold a Molly, cómico. — ¿Mi mujer y yo no tenemos derecho a postre? — Molly refunfuñó, pero Emma y Arnold sacaron su caja entre risas. — Venga, mamá. Tu palabra es... la F. — A Molly le brillaron los ojos. — Familia. — La caja caminó hacia ella, y la mujer soltó una risita. — Ya creía que me ibais a poner Irlanda o Ballyknow... — Al final, todos sabemos, mamá, que a ti nada te gusta más que la familia. Sí que se parece tu nieto a ti, solo que él es más poético. — Marcus se limitó a hacer un gesto con la mano como toda respuesta porque tenía la boca llena de muffins. De hecho, con gestos intentaba comunicarse con Alice, tanto para ofrecerle probar uno como para pedirle que le diera un macaron. — ¡Oh! ¿Y esto? — ¡Un surtido! La matriarca lo merece. — Crumble de manzana, tarta de Guinness, pan de soda, ¡oh! ¿Estos son trufas de whiskey? ¡¡ME ENCANTAN LAS TRUFAS DE QUÉ PUESTO SON VOY A IR A POR MÁS!! — La reacción de su abuela sí que era graciosa.

— A mi mujercita también le he hecho acertijo sin que se dé cuenta. — Emma suspiró y rodó los ojos, pero con una sonrisita en los labios, la que solo Arnold con sus cosas sacaba en ella. — Tu palabra empieza por... O. — Emma miró a su marido con cara de circunstancias y los ojos entornados. — Es que si ponía la H de hechizo me arriesgaba a que pensaras que era de Horner y me tiraras el postre a la cabeza. — Hasta la propia Emma, claramente a su pesar, se tuvo que reír con eso. Cuando acabó, suspiró y dio el veredicto. — O'Donnell. — La caja avanzó hacia ella. Arnold sonrió satisfecho. — Es que nos adoras... — Qué cosas tienes... — ¿Ves? A cualquier otro ya lo habría fulminado con la mirada. A mí me lo dice con cariño. — Sus padres eran muy graciosos cuando se ponían así. — Aunque la realidad es... que, para los O'Donnell, la favorita eres tú. — OOOOHHHH. — Sonó por la mesa, y ya estaban viendo a Emma incluso ruborizarse levemente, mientras abría la caja y evitaba mirar a su marido para no evidenciar públicamente más de la cuenta lo mucho que le gustaban sus tonterías. El interior mostraba unos pastelitos rectangulares, que parecían de bizcocho y caramelo con una fina base de chocolate. — Qué delicados. ¿Qué son? — Los he visto bajo el cartel de "pasteles del millonario" y he dicho, estos son los de mi mujer. — Emma volvió a mirarle con los ojos entornados. — Porque soy millonario en amor desde que te conocí. — OOOOOOOOOOOOOOOHHHH. — Repitieron, y Emma rio por lo bajo y susurró. — Calla, anda. — Molly, maliciosa, se giró a Marcus y dijo. — No estés triste porque tus padres se vuelvan a casa esta noche, hijo. Les va a venir divinamente. — ¡¡MAMÁ!! — ¡ABUELA! — Y, tras las dos exclamaciones, Emma soltó un suspiro. Molly se encogió de hombros y se llevó un trozo de dulce a la boca. — A ver si os vais a meter solo conmigo en esta casa. —

 

ALICE

El abuelo y Marcus podían resultar extremadamente graciosos, si no se abusaba de ellos, porque temía que si se le ponían así en el taller no le iba a resultar tan divertido. Pero miro con ternura a Arnold y Emma. — Tienen razón. — Dijo estrechando la mano de su novio. — Hay muchos tipos de nidos, y ¿quién dice que un alquimista brillante no puede hacer también eso? — Y amplió su sonrisa.

Rio a las referencias de Darren y Lex y se dio cuenta de cuánto los echaba de menos. Aún les quedaba más de un mes para tenerlos por allí. — Haremos que adoren este sitio. Vamos a preparar unas Navidades gigantes. — Emma alzó las cejas y tensó un poco la sonrisa, mirando al café que removía. — Ya lo creo… — Al final todos lo vamos a agradecer, pensó. Siempre había sospechado que Emma pudiera ser legeremante, y estaba segura de que no, pero, aunque no lo fuera, podía leer los ojos y las expresiones mejor que nadie que conociera, y quería transmitirle esa felicidad y entusiasmo de sus pensamientos. Molly interrumpió, no obstante, ese flujo de pensamiento, celebrando por todo lo alto (y no era para menos) sus postres. — Ya sabemos de dónde lo ha sacado Marcus… — Dejó caer, y Molly la señaló, mientras se comía un poquito del crumble. — Atención a lo que dices, señorita, que yo he vivido una posguerra de hambre. — Buenooooo ya ha sacado la posguerra, por ahí no vayas, Alice. — Advirtió Arnold, que tenía claramente el día gracioso. Y a él justamente le miró con los ojos muy abiertos cuando empezó a hablar del postre de Emma y su letra favorita. Fuera de bromas, Arnold solo estaba diciendo verdades, y unas que además compartían todos. Asintió al mirar los pasteles y dijo. — La verdad es que parecen lingotes de oro muy finitos. Muy Emma. — Su suegra hizo un gesto con la mano y exageró el tono. — Oh, tonterías, todo el mundo sabe que el oro blanco es mucho más fino. — Y entre las risas de aquello y de los hombres O’Donnell escandalizándose, simplemente se dejó caer sobre Marcus, admirando esa mesa sin recoger, disfrutando del fuego y de lo que podía llamarse un hogar con mayúsculas.

***

— No pretendía que se nos hiciera tan tarde. — Dijo Arnold con cara de disculpa. — Con sinceridad, no ha sido del todo culpa tuya esta vez. Hechizar todo lo que tu primo nos ha traído para que pase por la aduana ha sido una aventura. Sobre todo porque cada verdura tiene su recomendación… — Contestó Emma con un dardito lanzado hacia Molly al que esta respondió. — ¡Hija! Es que ibas a arruinar esa berza, y lo de la calabaza lo sabe todo el mundo, vamos, que no me invento yo nada. — Los suspiros de los hombres hicieron que ellas mantuvieran la paz hasta llegar a la plaza, que era el lugar más seguro desde el que aparecerse. Alice se acercó a abrazar a Arnold para dejar a Marcus primero con su madre, porque sabía que con su padre se iban a emocionar, llorar y no querer separarse, así que simplemente dijo. — Gracias por todo, Arnie. Por mi Marcus, por Irlanda, por tus risas… — Se separó y le miró. — Yo también adoro a los O’Donnell. — Él la cogió de la mejilla. — Y los O’Donnell a ti. Cuídate, Alice. Aprovecha, aquí tienes a la naturaleza, la familia y Marcus para sanar. Piensa en esto como tu hospital del alma. — Notó que se le inundaban los ojos y asintió. — Qué habilidad, chico. Verás con tu hijo, esto va a ser un valle de lágrimas. —

Se pasó a Emma y la abrazó también. — Prometo cuidar de tu ajenjo. — Irlanda es buenísima para las plantas. Para todas, ya ves cómo crece todo aquí. — Se miraron con una sonrisa. — Pero sobretodo cuídate a ti. Eres alquimista, Alice, como siempre soñaste. No dejes de trabajar en ello ni un día. Estás aquí para poder ponerte de prioridad durante un tiempo sin tener que preocuparte de las consecuencias. Así que hazlo ¿de acuerdo? — Lo sé. Y me va a costar. Pero no os defraudaré. — Emma suspiró y entornó los ojos. — Qué mal empezamos ese intento. — Y entre risas, se dieron otro abrazo y dejó que Marcus se despidiera de sus padres.

 

MARCUS

Había estado muy bien todo el día, pero ahora que llegaban a la plaza en la que despedirían a sus padres se le estaba agarrando un nudo en la garganta. Él siempre se apenaba cuando se iba a Hogwarts, y también lo había pasado bastante mal cuando se fue a Nueva York. Esto... se sentía... diferente, por algún motivo. Tanto Hogwarts como Nueva York, en diferentes sentidos, los había percibido como su obligación. Allí estaba porque quería. Se alejaba de sus padres por voluntad propia. Bueno... no era exactamente así. La intención no era alejarse de sus padres, más quisiera él que sus padres estuvieran allí. Pero el hecho era el mismo: por voluntad propia, se había ido lejos, y no sería la última vez, porque al año siguiente tendría la estancia en el extranjero para la siguiente licencia. Y tendrían muchos eventos familiares en los que sus padres y su hermano no estarían. Eso le apenaba.

— ¿Puedo decir una tontería? — Susurró a su madre mientras se despedían, y ella le recolocaba el cuello del abrigo con cariño. No necesitaba ser recolocado, estaba bien puesto: era un gesto de ambos, de ella de hacerlo y de él dejarse, que significaba que necesitaban la cercanía el uno del otro. La sonrisa leve de Emma mirando su abrigo la interpretó como un sí. — ¿No podríais trabajar desde aquí? — La mujer levantó la mirada y enterneció el gesto. — O venir... no sé, igual no todos los días, pero varias veces a la semana. O los fines de semana. Ya sé que la aduana es un lío, pero hay gente que lo hace. Y total, solo es ¿cuánto? ¿Una hora y media en total? El día tiene veinticuatro. — La mujer seguía mirándole, en silencio, con la sonrisa suave. Tras unos segundos, acarició su rostro. — Nosotros siempre vamos a estar contigo, cariño. Nuestro nido es muy grande, y no se destruye porque estemos lejos. — Se le anegaron los ojos. Tragó saliva. — Ya, ya... Si era broma... — Emma rio entre dientes, dándole un abrazo tierno. — Aprovecha, cariño. Lo que vas a vivir aquí, estés el tiempo que estés, te va a durar toda la vida. Y en esto, voy a pedirte una cosa que nunca te he pedido. — Se separó de él y le miró a los ojos. — No seas como tu padre. Sé como yo. — Se extrañó, y debió notársele en el ceño fruncido. — ¿A qué te refieres? — Amas esto. Lo disfrutas y le sacas partido. Pero, como él te ha dicho, ya estás pensando en la parte que te falta, en tu hermano y en nosotros. Marcus, no te dejes arrastrar por la nostalgia. No temas lo que dejas atrás. Quédate con todo lo bueno que esto pueda darte. Juega las cartas en tu favor. Siempre has tenido, y seguirás teniendo, Inglaterra, tu casa. Donde tanto tú como yo sabemos que vivirás tu vida siempre. Ahora, también tienes Irlanda. Quédate con lo bueno que Irlanda pueda darte, y todos los lugares que visites, que serán muchos. Y vuelve a Inglaterra siendo un mago cada vez más y más grande. Sin miedo a mirar ni atrás ni adelante. — Sus ojos volvieron a emocionarse, pero esta vez lo controló mejor y sonrió. — Eso haré. —

Se fue hacia su padre y directamente se abrazó a él. — Os voy a echar de menos. — Le dijo en el abrazo, y su padre tardó en contestar. De hecho, no lo hizo hasta que no le soltó. — Venga, hijo, no me hagas llorar, que está feo. — Eso le hizo reír. — Que sepas que, desde que he venido, entiendo más a la abuela y sus quejas. — Arnold suspiró. — Si yo también la entiendo, hijo, pero... En fin. Al final, tenemos nuestra vida en Inglaterra. — Marcus encogió un hombro. — Podemos tenerla aquí también. Una hora y media de camino nos separa, yo creo que no es tanto. — Arnold rio entre dientes y le revolvió los rizos. — Siempre has sido más irlandés que yo... y no sabes cuánto me alegro. — Marcus chasqueó la lengua. — Venga, papá. Tú eres muy irlandés. Y yo no dejo de tener sangre Horner. — El hombre soltó una carcajada. — Tienes sangre Horner para lo que te interesa. — Como buen Horner. — Pero de los Horner buenos. — Que no hay muchos, y yo soy uno. — Su padre rio aún más fuerte. Marcus se abrazó de nuevo a él, pero esta vez rodeándole por la cintura, como hacía cuando era niño, aunque ahora fuese más incómodo debido a su altura. — Intentad venir a menudo, por favor. Ya sé lo del nido y eso... pero me gusta estar con vosotros. Esto mejora con vosotros aquí. — Arnold le acarició la espalda. — Lo haremos, hijo. —

Las despedidas siempre le sabían a poco, así que hubo otro rato más de tira y afloja en la plaza (tanto que empezaba a ver a su madre tensarse). Les abrazó una vez más y, en un abrir y cerrar de ojos, y tras cruzar una última mirada y sonrisa con su padre, estos desaparecieron. Al hacerlo, se le fue la sonrisa de la cara, los hombros decayeron en un gesto desilusionado y los ojos se le llenaron de lágrimas. — Mi niño. — Dijo su abuela, achuchándole por el costado y dándole varios besos sonoros en la mejilla. — La misma carita que cuando le dejaban en nuestra casa para quedarse a dormir. Con lo que luchaba para venirse, y era irse su padre, y se le ponía carilla de pena. — Le tomó de las mejillas y le hizo mirarla. — Pero a los cinco minutos recordaba por qué había querido venir y lo bien que se lo pasaba con sus abuelos. — Sonrió. — Es verdad. — Buscó a Alice con la mirada y agarró su mano. — Y ahora tengo aún más compañía. —

 

ALICE

Sabía que su Marcus iba a estar reticente a separarse de sus padres, y ya estaba proponiendo todo tipo de soluciones para conjuntar Irlanda e Inglaterra y, la verdad, a priori no le parecía ni mala idea. Tendría que pasar más tiempo por allí pero… cuando no necesitaran estar presencialmente en grandes talleres o bibliotecas, cuando solo tuvieran que trabajar en cuestiones de sus propias creaciones, leer, estudiar… quizá les compensaba pensar en pasar ciertas épocas allí… Maldito fuera su novio y su labia, que ya estaba ella planteándoselo.

Molly ya había ido en su socorro, y Larry y ella hicieron lo mismo. — Oooooy, mi amor. Verás qué bien vamos a estar y la de cosas que le vas a poder contar a los dos cuando vuelvan. — Cuando era pequeño y se ponía así, su abuela le daba toda la comida que quería y yo le dejaba que entráramos juntos al taller y le enseñaba cositas de alquimia. Ahora, visto lo visto, se la puede servir él mismo, siempre que no sea atún. — Y todos se echaron a reír en referencia a la anécdota que habían contado antes. — Y la alquimia la va a hacer él mismo, sin permiso y muchas veces. — Se separaron del abrazo y Larry la señaló. — Y ahora tenemos un activo con el que no contábamos. — Amplió la sonrisa. — Quién hubiera tenido una Alice Gallia para él en aquella época. — Ella le miró como una boba y solo dijo. — Tiene una ahora. Y estamos juntos y en Irlanda. Es un nido fantástico. —

***

Habían estado contando historias del pueblo, comentando leyendas y mitos, y ahora estaban los cuatro, cada uno con sus cosas, en el salón junto al fuego. Alice estaba mirando un libro sobre constelaciones y Marcus estaba en su regazo, como se ponían tantas veces en Hogwarts. Larry hacía ver que leía pero se le iba cayendo la cabeza de cuando en cuando y hasta roncaba. Molly tenía montones de álbumes y fotos que estaba colocando y el ambiente era calentito y de perfil bajo. Quería irse a la cama a exponerle a Marcus la idea que se le había ocurrido en la biblioteca, pero estaba tremendamente a gusto allí. Bajó la mano para acariciar a Marcus en la frente y los rizos y comentó en voz baja y melosa. — ¿Te acuerdas cuando leías aquel libro sobre nombres gaélicos? — Rio un poco. — Ese día empezó muy normal y terminó muy… — Suspiró y se movió un poco, diciendo en voz alta. — Creo que yo me voy a ir a la cama. — Larry se movió de golpe y se recolocó las gafas. — Sí, sí, gran idea, hija. Mañana empezamos de lleno con la licencia de Hielo así que os quiero bien despiertos, eh... Que la alquimia no es una broma... — Molly entornó los ojos y negó con la cabeza. — ¿Quieres una infusioncita antes de dormir? — No, abuela, estoy tan cansada que me caigo de sueño. — Se puso a recoger el libro y los cojines y mantas del sofá, y en ese movimiento se inclinó hacia Marcus y dijo. — Te espero arriba… como esta mañana… —

Tras dar las buenas noches, subió ligera hacia la habitación, y, según entró, cogió a Elio y lo movió a la habitación de Emma y Arnold. — Perdóname, monada, pero es que necesitamos intimidad para… dormir. Eso. Y tú eres una lechuza. Y las lechuzas vivís de noche. Y nosotros tenemos que descansar, que mañana empezamos con la licencia de Hielo. — Cogió también a la Condesa, que se quejó suavemente. — Te llevo a tu amiga, malo será que echéis la noche allí, supercontentos, juntos. — Y hecho eso, se quedó en ropa interior, avivó el fuego y se metió en la cama, tiritando un poco, de tal forma que, en cuanto Marcus entró, le jaleó. — Ven aquí ahora mismo que estoy muerta de frío y uno de tus cometidos aquí es darme calor. —

 

MARCUS

La pena por la marcha de sus padres se había ido disipando a medida que avanzaba la noche, y ahora sentía que se encontraba poco menos que en el paraíso. Siempre había estado muy cómodo con sus abuelos, y ese ambiente calentito y acogedor, apoyado en el regazo de Alice, le recordaba a su añorada sala común. Se había armado de un diccionario de gaélico sin pretensión de estudio, solo por curiosear algunos nombres, y las caricias de su novia en sus rizos, junto con el calor de la chimenea y los ronquidos de fondo de su abuelo, le estaban poniendo peligrosamente al borde de quedarse dormido. Y quería dejarse abrazar por ello, por un sueño plácido allí mismo, en aquel sofá, como cuando se dormía en el sofá de sus abuelos y luego le llevaban a la cama, solo que ahí no le importaría quedarse allí toda la noche (y tampoco es como que ninguno de los presentes pudiera cargar con él hasta el dormitorio).

La pregunta de Alice le sacó de la leve ensoñación, y dado que estaba con el diccionario de gaélico trató de entender a qué se refería en concreto... y no, Alice no hablaba de ese momento, sino de otro. De repente se le había quitado el sueño y las ganas de quedarse en el sofá. Se dejó caer cuando Alice se levantó para marcharse. — ¿Y tú, mi niño? — Redirigió Molly la pregunta a él, pero antes de que respondiera, soltó una risita tierna. — Oy, mira qué ojitos de sueño, yo creo que a ti falta no te hace. — Gracias, abuela, pero efectivamente, estoy que me caigo. Si no me he quedado dormido de milagro... — Sí, mejor disimulaba, porque lo que decía mentira no era, pero estaba bastante seguro de que no iba a irse directamente a dormir. La última maniobra de Alice se lo confirmó, y tuvo que disimular muy mucho la sonrisilla.

Como Lawrence estaba bastante adormilado y Molly se había cargado prácticamente toda la cocina, se ofreció a apagar el fuego él y dejar el salón recogido, así quedaba de nieto ideal, que eso le encantaba (y se espabilaba un poco, para no subir medio dormido al cuarto). Una vez terminado y ya con sus abuelos metidos en el dormitorio, se fue al suyo. Alice le reclamó nada más entrar. Disimuló la risa, cerró delicadamente la puerta y lanzó con mucha discreción los pertinentes hechizos. — ¿Frío? Yo veo la chimenea encendida, será de haberte movido del salón. Se estaba muy bien allí. — Bromeó, mientras se dirigía a la cama. — ¿Es que quieres que me meta aquí con la ropa de estar por casa? — Pero en lo que acababa la frase, estaba levantando las sábanas y viendo lo que había dentro. — Vale... Empiezo a entender el frío. — Ya se lo había imaginado por la insinuación, pero nada como verlo. Al final sí que se metió en la cama con la ropa que tenía. — ¿A quién se le ocurre, Gallia, con el frío que hace en Irlanda, ponerse tan ligera de ropa? Claro que tienes frío. — Se pegó a ella, pasando la mano por su cintura y rozando su nariz con la de ella. — Me gusta este postre. ¿Qué he hecho para merecérmelo? —

 

ALICE

Alzó las cejas y puso una sonrisilla traviesa, mirando con picardía a su novio. — No te he oído quejarte, ni te voy a oír quejarte en lo que resta de noche… — Dijo tentativa. Pero entornó los ojos cuando dijo lo de la ropa. — Nooooo no era mi intención en absoluto, la verdad. — Y el tono iba cada vez más picarón según Marcus iba viendo por dónde iba. Se rio un poco y dijo. — Es que planeaba pasar mucho calor… — Y se lanzó a besarse y enroscarse con su novio. — Qué meses más locos han sido estos. Yo pensando que no iba a dejarte salir de la cama en cuanto saliéramos de un castillo lleno de gente y resulta que no paran de ponérmelo difícil. — Y durante unos segundos se limitó a besarse con él, a tocarle, a enredar las manos en sus rizos con deleite, porque había pocas cosas en el mundo que le gustaran más que esos momentos.

— Bueeeeeno bueno, gran alquimista muy irlandés O’Donnell… — Se separó y se puso de rodillas sobre la cama, con la varita en la mano. — Primero, precaución, que te necesito concentrado. — Agitó la varita y echó el hechizo de su padre y dos cerrojos sobre la puerta. Dejó la varita de nuevo en la mesa y dijo. — Vamos a poner a prueba a este cerebrito. Yyyyyy si eres tan genio como sé que eres… te habrás merecido el postre. — Se puso sobre él y sacó su lazo azul amplificado como hiciera en el baño de prefectos. — Sé que mi lazo y tú sois viejos conocidos, así que no te vas a asustar. Lo vas a llevar un ratito. — Se lo ató a los ojos y dejó un beso en su cuello. — Y ahora, vas a ganarte ese postre que tanto quieres. — Fue bajando las manos por la ropa de Marcus, deleitándose con la visión. — Si respondes bien a esta pregunta, te voy a quitar la primera capa de ropa, así que ya sabes. — Le dio en la nariz y dijo juguetona. — Si fallas nos vamos a dormir, así que me pondría muy triste, pero yo sé que te gusta… ganar. — Susurró aterciopeladamente a su oído. — Y yo no puedo esperar a ver una de las cosas que están más alto en mi lista… por primera vez en Irlanda, en este lugar tan precioso… al lado de una chimenea como nuestra primera vez. — Dijo con un poco más de ternura y dejando un besito en la frente de Marcus. — Así que contéstame para que podamos empezar… ¿Qué libros nos hemos llevado de la biblioteca esta mañana? —

 

MARCUS

Se dejó enredar en los besos de su novia, pero puso una sonrisilla astuta a su comentario. — Gallia... somos Ravenclaw. Si nos lo pusieran fácil, ¿qué gracia tendría? Lo nuestros son los retos... así... disfrutamos más el superarlos. — Tendrían que enfocarlo así, qué remedio, porque efectivamente se les complicaba la intimidad bastante una vez fuera del castillo (y eso que dentro también tenían que hacer malabares para tenerla, pero la vida adulta estaba resultando ser muchísimo más compleja y solo acababa de empezar). La parte buena era que, como había reseñado, el disfrute cuando lograban tener esos momentos a solas valía su precio en oro.

Embotado como estaba por el momento de besos y caricias, sin embargo, atinó perfectamente a poner una sonrisita orgullosa y alzar la barbilla cuando le llamó "gran alquimista muy irlandés". En boca de Alice, ese título sonaba a música celestial. Rio con los labios cerrados mientras la veía echar el hechizo, con sus ojos descaradamente posados en su cuerpo. — Cierto paisaje no favorece mi concentración, pero vale. — Eso sí, entornó los ojos a la puerta y rio de nuevo. — Wow, dos cerrojos. Sí que no te fías de mi abuela. — Ni de toda la familia que aparecía de la nada en cuanto te descuidases, ya puestos.

Al siguiente comentario arqueó graciosamente las cejas con expresión sorprendida. — Ah, que resultaba que cabía la posibilidad de que no me lo llevara. Eso no me lo habías advertido. — Solo la aparición del lazo ya le embobó la sonrisa y le provocó escalofríos en anticipación. Iba pintando bien aquello, pero mejor seguía escuchando. Si es que, fuera de bromas, lo de la concentración en esos momentos, Alice se podría poner como quisiera, pero no se lo favorecía nada... Bueno, un poco sí, Marcus ponía el cerebro a funcionar a conveniencia con la eficacia con la que un titiritero mueve su marioneta, pero le gustaba mucho quejarse. Dejó que se lo pusiera, con una sonrisilla dibujada, pero esta se le compuso en una mueca graciosamente asustada ante las consecuencias. — ¿En serio me mandarías a dormir si fallo? Qué cruel eres, y qué pocas oportunidades. — Chasqueó la lengua. — Menos mal que uno tiene un cerebro privilegiado... — Y más le valía que le funcionara para lo que fuera que iba Alice a plantearle.

— O sea, que el castigo sería también para ti... — Dijo para picarla, porque sí, si "se iban a dormir" (ninguno de los dos se creía que iba a pasar eso) él se perdía el postre, pero ella también, que como bien decía, tenía muchas ganas de una primera vez en aquel lugar tan especial. Tuvo que reír entre dientes, con un leve toque de superioridad muy pretendido, cuando le lanzó las preguntas. — Libros... ¿De verdad creías que iba a fallar esa? No me insultes, Gallia, que... aún... no te he hecho nada. — Incidió en el adverbio, provocador. Se mojó los labios, fingiendo que pensaba, y dijo. — "Lo último en hechizos", por Godfrey Baltimore. Porque tenía curiosidad por ver qué consideraban "lo último en hechizos" en 1877. — Ladeó una sonrisilla. — "La cura alquímica", por Isabella Harper. ALGUIEN me lo ha quitado de las manos. — Pinchó. — Y... había otro... Hmmm... Déjame pensar... — Se hizo el interesante. Chasqueó la lengua, prolongando innecesariamente aquello, pero él también sabía hacer jueguecitos. — Era uno... ¿De teatro? No, no, era... ¿Poesía, puede ser? Algo de una canción... No me suela haberlo visto nunca. — Se mordió el labio y ladeó la cabeza. — "El Cantar de los cantares". ¿Es correcto? ¿Me he ganado mi postre? —

 

ALICE

Le miró torciendo el gesto con incredulidad. — Ni la mía tenerte delante, y aquí estamos, que terminé Hogwarts con notas excelentes y me he sacado una licencia alquímica estudiando contigo. — Pasó las manos por debajo de su camiseta. — Sí yo he podido concentrarme, tú también puedes. — Y acarició la banda de los ojos, ahora que ya no podía verla. — A ver, he hecho una pregunta que sé casi seguro que vas a saber responder. No es una posibilidad real. — Y suspiró. — Efectivamente, el castigo sería para mí, y me enfadaría mucho… — Bajó el tono. — Porque lo deseo demasiado. —

Se mordió el labio y lo miró con deseo ante aquella sobrada, porque sabía cómo ponerla a cien el muy sibilino de él. Pero entornó los ojos a lo del libro de la cura alquímica. — ¿Quién te mandaría a ti intentar quitarme un libro de medicina alquímica? No puedes llevarte tú todos los libros del mundo por ser más alto y cogerlos antes que yo. No se vale. — Contestó con falsa indignación. Pero tuvo que reír entre dientes con aquel final. — Muuuuy bien, alquimista O’Donnell… — Y se acercó a su oído. — ¿Te acuerdas de la primera vez que leíste el Cantar de los cantares? No te podías contener… Pero no me dio tiempo ni a quitarte la ropa. — Mordió suavemente su oreja y fue bajando los besos por su cuello. — Qué pena que no nos dejaran terminar… Pero ahora has acertado… — Y se puso a quitarle poco a poco y con ardientes caricias toda la ropa hasta dejarle en ropa interior. — Mmmmmm cómo me gusta esta visión. Igual te dejo así, con los ojos tapados y solo yo disfrutando, no estaría nada mal. Pero aquella no fue nuestra primera vez al final. — Tiró de Marcus para que se levantara de la cama, tomándole de las manos y guiándole. — Confía en mi, mi sol, que no nos voy a arrastrar desnudos afuera. —

Efectivamente, solo le condujo a una esquina de la habitación, donde se cercó a sí misma con Marcus delante. — Casi tuvimos otra primera vez, ¿te acuerdas? — Tiró aún más de él sobre ella, sintiendo sus pieles rozándose. — En aquella estantería… Aunque yo diría que llevábamos más ropa… — Pasó los brazos en torno a su cuello y le besó con pasión, enroscando una pierna en su costado. — Y creo que no se nos llegó a ir tanto de las manos… — Susurró, antes de empezar a acariciarle por encima de la ropa interior mientras le volvía a besar.

 

MARCUS

Siseó, negando con la cabeza, en la semioscuridad que le confería la banda en los ojos. No necesitaba ver a Alice porque imaginaba perfectamente su expresión. — Es usted muy lista. Demasiado. A ver si va a resultar que juego con desventaja. — Bromeó con tono pícaro, porque ya habían entrado en ese modo y no podían salir. — Uh... No quisiera yo que te enfadaras... — Soltó una carcajada suave a lo del libro. — Y por ser prefecto, y el mejor expediente de mi promoción, no soy un cualquiera. Igualmente, solo lo estaba ojeando. Es que no me dejas ni pensar, Gallia... — Arrastraba las palabras al hablar, porque ese jueguecito, las caricias, la venda en los ojos y la anticipación a lo que iba a suceder empezaban a ponerle en un estado en el que no iba a saber lo que decía en breves.

De hecho, el susurro inesperado en su oído le provocó un agradable escalofrío y una sonrisa ladina automática. — Lo recuerdo... Aunque... creo que la camiseta sí que me la quité. — Se mojó los labios. — Pero no me quejaré si ahora pierdo más prendas. Esa chimenea da mucho calor, ¿no crees? — La chimenea a esas alturas lo que le daba era olor a leña, porque el calor lo llevaba más que incorporado. Soltó poco a poco aire por la boca, disfrutando de los besos y dejando que calara en él cada palabra, disfrutando de la experiencia de que le desnudara poco a poco, no poniendo impedimento alguno.

Arqueó las cejas por debajo de la venda. — Eh, he acertado. No puedes ponerme semejante castigo. No está bien incumplir una palabra dada. — Siguió tentando. Se dejó guiar y casi se detiene en seco con esa frase. — No lo había valorado como una opción, ¿lo era? — Preguntó entre la broma y el miedo real. No, entre las locuras de Alice no iba a estar pasearle semidesnudo y con los ojos vendados por la casa en la que también dormían sus abuelos... Quería pensar...

— Bastante más ropa. — Confirmó en un susurro, acercándose a ella todo lo que podía, piel con piel. — ¿Te estoy aplastando? Perdona, es que como no veo... no mido... — Provocó, después de corresponder el beso. — Y privado de un sentido... necesito los demás... El tacto, por ejemplo... O el oído, tendré que acercarme mucho para oírte bien. — Pero el tacto era, sobre todo, lo que le estaba dando más información, porque las caricias de Alice le estaban empezando a nublar el entendimiento. — ¿Irse de las manos? ¿A qué te refieres? — Susurró, ya con la voz entrecortada, pero sin cesar el juego. — Yo creo que esto... está perfectamente controlado aún por parte de ambos... — Se mordió el labio, mientras él también recorría el cuerpo de la chica con sus manos. — ¿Había más retos? ¿Tengo algo más que adivinar? Lo siento, es que... necesito permiso para... — Besó lentamente su cuello durante unos instantes, dejando la frase en el aire, hasta que respondió. — ...Quitarme la venda. –

 

ALICE

Rio traviesa y dijo. — Nunca se es demasiado listo entre Ravenclaws. — Era difícil seguirle el jueguito dialéctico a Marcus porque no quería dejar de besarle y porque sus caricias le arrancaban suspiros de garganta. Rio un poco ante sus quejas y, cuando se separó para tomar aire, dijo. — No se te dan nada mal los otros, me parece a mí. — Y se rio con él cuando dijo que todo estaba controlado. — Marcus, estás con Alice Gallia. Sabes que SIEMPRE puede irse la cosa de las manos. — Pero se distrajo con aquel beso que la hizo jadear y cerrar los ojos, deteniendo sus juegos y su discurso durante un momento, solo para disfrutar de aquello. — Solo un poquito más, mi amor. —

Se separó de él y tiró de sus manos hasta el frente de la chimenea, poniéndose de rodillas en la alfombra. — Aquella noche en la Sala de los Menesteres, cuando me dijiste que no te ibas a ir, que querías seguir… cuando empezamos a quitarnos toda la ropa y pude por fin verte desnudo… sentí que había aprendido a ver diferente, a sentir diferente. — Pasó las manos por ambos lados de su cara con cariño. — Nunca olvidaré ese momento, mi amor, estaba muerta de miedo, porque no sabía cómo lo verías tú, cómo me verías a mí… — Sonrió con ternura. — Hemos tenido tantas primeras veces, que nos han enseñado a ver el mundo de una forma distinta, que sentía que nuestra primera vez aquí, en Irlanda, no podía ser llegando borrachos de un pub… Que ya tendremos de esas, visto lo visto… — Rieron y ella empezó a quitarse la ropa interior, hasta quedarse completamente desnuda. — Quería que… la primera vez que me veas así, aquí… sea… como empezar a ver de nuevo. — Y se inclinó para quitarle la venda de los ojos, quedándose mirándole. — Eres lo más increíble que voy a ver nunca. Esta y cada una de las veces que te vea, así, como estamos ahora… con el fuego de fondo, sabiendo que te deseo y me deseas… — Se inclinó y le besó con ternura, bajando las manos por su torso. — Nos salió rematadamente bien desde la primera vez… Cada caricia… — Enumeró, bajando la mano de nuevo. — Cada beso… — Rozó su nariz con la suya. — Y a la vez hemos aprendido tanto… — Volvió a besarle. — Te amo, Marcus. —

 

MARCUS

En cuanto tiró de él, ladeó de nuevo la sonrisa, dejándose guiar e intuyendo el camino que iban a recorrer. Esos recuerdos, esos momentos, la chimenea... Iban a evocar su primera vez, y eso le encantaba, más aún con el jueguecito de que le llevara con los ojos vendados. Se arrodilló con ella, escuchando sus palabras, sintiendo el corazón latir a más velocidad, dejando escapar un suspiro mudo entre los labios. — Te veía preciosa. Como te sigo viendo. Como te veo desde el primer día que te conocí. — Dijo desde el corazón. Rio levemente. — Y yo también estaba atacado. — Se mojó los labios. — Pero tú lo haces todo tan fácil... — Eso era una verdad como Hogwarts de grande. Se sentía nervioso, inseguro, asustado... pero Alice lo había hecho todo tan natural y sencillo, que lo recuerda como una de las mejores experiencias de su vida, cuando, teniendo en cuenta su inexperiencia y su inseguridad, y su tendencia a rayarse, podría haber sido un completo desastre.

Siguió atendiendo con amor a su discurso, como si la pudiera ver a pesar de la venda, pero tuvo que soltar una risa espontánea a lo del pub. — Y seguro que no desmerecen. — Ladeó varias veces la cabeza. — Trataremos de disimular para que ninguno de mis primos nos persiga hasta la ventana. — Miedo le daba. Y entonces, después de esa frase, le quitó la venda, y podría haberse caído redondo de espaldas. — Vas a acabar conmigo. — Suspiró, con una sonrisa y un suspiro, espontáneamente. La miró entregado, devolviendo ese beso tierno, sintiendo que el pecho le iba a estallar. — Nos salió muy bien. — Rio levemente, casi en un suspiro mudo. — Todo contigo está bien. Siempre. — La miró a los ojos. — Y yo a ti. No sabes cuánto te amo, Alice. — Acarició su mejilla y volvió a besarla, lentamente, con ternura. — Nuestro inicio... nuestros orígenes... — La besó de nuevo. — Nos quedan muchas primeras veces... Y todas van a ser perfectas. — El siguiente beso fue más intenso, más deseoso, pero sin perder la ternura ni el amor que le desbordaba. Poco a poco se inclinó sobre ella, tumbándose, junto al calor de la chimenea. — Te quiero. — Susurró de nuevo sobre sus labios, rozándolos con su lengua. — Espero que no quedaran más retos... Yo ya no puedo pensar, Gallia. Solo quiero sentirte. —

 

ALICE

Le sonrió con dulzura y volvió a acariciarle con el dorso de la mano. — No había forma de que no fuera fácil. Somos una transmutación… Todo fluye. — Se dejó caer un poco sobre él, centrada solo en los besos y caricias, aunque supiera lo que se venía, quería disfrutar de solo eso, de los roces, de los besos cortitos y juguetones, de notar las pieles encontrándose. — No hay nada que se compare a cuando estamos así... A lo que nos hacemos sentir. Y lo supimos desde aquella noche de San Lorenzo. Algo pasó allí, que lo cambió todo, y nuestros labios y nuestras pieles ya no lo podían olvidar. —

Se tuvo que reír ligeramente cuando dijo lo de los primos. — Ya vamos a estar investigando cómo cegar ventanas. — Y se dejó tumbar junto a la chimenea, mientras reía y admiraba a su novio, escuchando sus preciosas palabras, repasando su silueta con las manos a la luz del fuego, mordiéndose el labio en anticipación. — No quedan más acertijos. — Confirmó con una sonrisita satisfecha. — Pero quiero tocarte… — Bajó la mano de nuevo para acariciarle. — Quiero ver tu cara mientras te doy placer… Porque me encanta. — Se incorporó levemente para besarle sin dejar de acariciarle, cada vez con más intensidad, agarrándose con su mano libre a su nuca y sin dejar de enredarse con su lengua. — Marcus… — Susurró a su oído. — Tócame tú a mí… — Se aferró más fuerte a los rizos de su novio. — Sé que te gusta verme. — Y ella no paraba, quería alargar esos momentos, volver loco a Marcus, que aquella primera vez que tanto estaban evocando les hiciera sentir la vida fluyendo por sus venas y dándoles otra noche eterna junto al fuego.

 

MARCUS

— La mejor de las transmutaciones. — Susurró, meloso, rozando su nariz con la de ella y deseoso de seguir en sus labios. La miró a los ojos. — Serían las perseidas. — Sonrió, mirándola con amor. — Parece que aún puedo verte intentando alcanzar las estrellas... Es una imagen que no voy a olvidar jamás en mi vida. — Acarició su mejilla. — Mi corazón ya era tuyo entonces. Pero sí... desde aquel día... solo podía pensar en tocarte, en besarte. — Descendieron una cuesta abajo aquel día que ya no se podía ni se quería parar.

Rio levemente. — Me alegro. — No más acertijos, que le encantaban, pero los prefería en otros momentos, porque no era el más lúcido del mundo en esos. Menos aún si Alice le acariciaba de esa forma, y le pedía que hiciera lo mismo. — Me encanta. — Confirmó en un susurro, obedeciendo su petición. — Todas tus visiones me encantan... Alice Gallia hablando de alquimia... — Hablaba y la acariciaba con suavidad al mismo tiempo, mezclando su aliento con el de ella. — Alice Gallia intentando alcanzar las estrellas... Alice Gallia iluminada por la luz de la chimenea... Alice Gallia desnuda, bajo mi cuerpo... sintiendo placer... — Atacó sus labios, intensificando las caricias que sus dedos dejaban en ella. — Nunca... jamás... por muy buen alquimista que llegue a ser... que lo seré. — Bromeó, aun entre jadeos. — Voy a poder crear una transmutación... que te supere. De ninguna manera. Eres perfecta. — Volvió a besarla y añadió. — Y eres mía. Como yo soy tuyo. —

 

ALICE

Incluso en momentos así, cuando claramente su cuerpo no estaba para poesías y dulzuras, su corazón parecía que iba a estallar de amor al oír a Marcus decir aquellas cosas. Y es que con él sentía que podía alcanzar las estrellas y lo que hiciera falta. Y ya si estaban en ese estado… más todavía, ahora mismo podría alcanzar lo que quisiera, aunque tenía una cosa muy clara en mente, claro.

Nada más sentir las caricias de Marcus cerró los ojos y buscó aire con ansia, porque era tal la necesidad que había tenido de él que era sentir el más mínimo tacto y empezar a ver las estrellas. Estaban en un frágil equilibrio, muertos de calor, con todo el frío que habían pasado, el uno en manos del otro, y Marcus ganándole la partida, como acababa pasando siempre. Porque mientras él recitaba todas esas cosas, su agitada respiración se convirtió en gemidos, y acabó por dejarse caer en la alfombra del todo, agarrándose con fuerza al antebrazo de Marcus por tal de canalizar lo que le estaba haciendo sentir.

Menos mal que tuvo que concentrarse en las palabras de su novio y se distrajo un poco de lo otro, porque se le estaba poniendo la situación demasiado intensa. — Lo serás. — Dijo en un tono casi más de reto que de seguridad, pero es que claro, era lo que le salía en aquella dinámica. Recibió el beso entre jadeos y aprovechó para atraparle entre sus piernas. — No soy yo. — Respondió entre jadeos, mientras cogía sus manos para ponerle sobre ella. — Para la transmutación hacemos falta los dos. — Dijo mirándole con una ceja alzada. — Una disolución de verdad… — Y le dirigió para que entrara en ella, teniendo que contener la respiración. — Quiero mirarte a los ojos. — Le dijo, bajándole la barbilla para que la mirara. — La primera vez estaba tan nerviosa en este momento que no te miré, estaba temblando. — Con la otra mano acarició su mejilla sin dejar de mirarle, con los rostros muy juntos. — Qué bien que ya no nos dé miedo hacernos disfrutar así. — Y, de hecho, ahí estaba ya él y Alice volviendo a perder la noción de sí misma.

 

MARCUS

Sonrió, deseoso, con la mirada en sus labios, viéndola hablar y sintiendo cada palabra. — Nadie me hace sentir tan poderoso como tú. — Aseguró, enfocando ahora sus ojos. Alice alimentaba sus delirios de grandeza más que nadie. Al símil alquímico ya no atinó a contestar, porque se sintió entrando en ella y cómo todo su cuerpo temblaba, y el aire salía entre sus labios como si lo llevara horas conteniendo. Pudo, sin embargo, abrir los ojos para mirarla y sonreír. — Mírame. — Se acercó a su rostro y susurró. — Yo puedo verte... aun con los ojos vendados... Siempre puedo verte. — Y la besó con deleite, moviéndose sobre su cuerpo, sintiendo como de él emergía mucho más calor que el que pudiera darle cualquier chimenea.

Rio levemente y con la respiración entrecortada. — Nada de miedo. — La miró con ternura, a pesar de la intensidad del momento. — ¿Tú temblabas? Yo sentía que me moría. — Rio de nuevo, y volvió a besarla, deteniéndose en sus labios, rozando su cuerpo, disfrutando de aquello, antes de hablar de nuevo. — Me haces sentir poderoso... y, a la vez, nadie me hace temblar como tú. Eres todo mi mundo, Alice. — Y ya no podía hablar mucho más, solo sentirla, solo continuar aquel encuentro que, una vez más, firmaría porque fuera eterno.

Se separó de ella lo justo para cambiar de postura, sentándose en la alfombra para permitir que pudiera ponerse sobre él. Acarició su pelo. — Cómo no voy a verte... por más que me vendes los ojos... Esta es la mejor imagen del mundo. — Volvió a entrar en ella, besando todo su cuerpo, que en esa posición privilegiada le daba muchas opciones. El calor de su propio cuerpo, el de Alice y el de la chimenea le tenían ardiendo, pero se aferró a su espalda, acariciando su piel. — Si este es nuestro origen... que sea también nuestro fin... un círculo eterno... un Todo. —

 

ALICE

Si Marcus hablaba en aquellos momentos, solo la encendía más, por el tono que adquiría su voz. Pero si encima hablaba de poder, eso era afrodisíaco sobre sus labios directamente. Rio entre gemidos, forzando la sonrisa porque realmente todo su cuerpo se retorcía de placer y tomaba las riendas, pero quería sonreír a aquello, a que ya no tenían miedo, a que sabían disfrutarse, a temblar juntos, a vivir en ese mundo aparte.

Se dejó disfrutar del placer, de los movimientos de Marcus sobre ella y, antes de que se diera cuenta, estaba encima de él, lo cual le hizo poner media sonrisa, aunque estaba disfrutando tanto que no pudo ni hablar, solo seguir por instinto. Cuando él empezó a besar su piel y áreas mucho más disponibles para sus labios en esa postura, volvió a apretar sus rizos y sus gemidos se volvieron más agudos. — Marcus… — Advirtió. Bajó la mirada para buscarle cuando dijo que ese sería su círculo y puso una sonrisilla traviesa. — ¿Quiere decir… que esto será eterno? — Se movió más aún sobre él. — Que tú y yo somos ese círculo. — Uf, aquello se estaba poniendo demasiado intenso y su novio iba con todo. — ¿Te acuerdas de esa primera vez… que me pediste que esperara? — No dejó de moverse pero apoyó su frente sobre la de él. — Marcus… No quiero que esto acabe, pero estás volviéndome loca. — Aseguró casi sin voz y ya retorciéndose de placer, apretándose contra él, sintiendo todo lo que pudiera sentir en contacto con él. — Mi Todo… Haz esto eterno, mi amor. — Y sabía que moviéndose así no iban a durar ninguno de los dos. — Quiero sentirlo todo, Marcus, fúndete conmigo, seamos la quintaesencia, el Todo. — Susurró casi sin aliento, sin conciencia de dónde estaba ya arriba y abajo, solo Marcus en ella.

 

MARCUS

Si quería que aquello se eternizara, el cambio de postura no había sido buena idea. Pero como siempre decían ambos, aquello era eterno en su mente, y el placer se incrementaba exponencialmente, así que la idea había sido buenísima. — Sí. — Respondió en un suspiro a su pregunta. — Eso es. Eterno. — Insistió, a pesar de que notaba el final cada vez más cerca. A la siguiente pregunta sonrió ladino, asintiendo con la cabeza, porque hablar le costaba, más aún al sentir su frente pegada a la de ella, y sus movimientos, que le hacían estremecerse por completo. — Nunca acaba. — Susurró. No, en su mente nunca acababa. En su mente, todo lo que había vivido con Alice estaba grabado a fuego y no se iba.

Besó sus labios con frenesí ante esa petición, y al separarse puso la mano en su mejilla. — Mírame. — Pidió con fiereza, con el pecho a punto de explotar, en un hilo de voz. — ¿Confías en mí? — Preguntó en tono tentador. — Pues cree en lo que digo. Somos... alquimistas de emociones. Esto ya es eterno. Esto no va a acabar... jamás... — Y en esos momentos sentía que realmente podía hacerlo. Que podría elegir esos momentos y transmutarlos, hacerlos eternos para siempre. Aunque solo lo supieran ella y él.

Se aferró con fuerza a su cuerpo, porque notaba que el límite estaba llegando ya. Por un momento vio por su vista periférica la cama, y en plena euforia tuvo que reír y mirarla. — Las locuras que me haces hacer... — Porque su mente racional se preguntaba qué hacían en el suelo teniendo una cómoda cama junto a ellos. Se mordió el labio, sin dejar de sonreír, notando cómo su mente se nublaba, y añadió. — No pares nunca. No dejes de volverme loco. — Jadeó con fuerza. — No pares... — Suplicó, ya sin poder remediar dejarse llevar hasta el final.

 

ALICE

Oh, pero qué no daría ella por que no acabara de verdad, porque lo que estaba sintiendo estaba por las nubes, y era tan intenso que vivir en aquella burbuja sería gloria. Pero de momento, no le quedaría otra que mirarle tal como le pedía, perderse en aquellos ojazos que la transportaban directa al cielo, y más si mientras tanto estaban haciendo aquello. — Más que en mi vida, amor mío. — Contestó a su pregunta. Y entre jadeos asintió, susurrando, con la poca voz que le quedaba, diciendo. — Eterno. Eternos. Como las estrellas, Marcus. — Como aquellos versos que en su día Hawkins le leyera a su novio, como aquella primera noche en la playa de La Provenza: eternos eran en ese momento.

Y haciendo caso a lo que le pedía su novio, se movió con más rapidez, más fuerza, sintiéndole mientras el placer la invadía y su cuerpo entero se contraía para recibir a Marcus, para atraparle y no soltarle en esos momentos finales. Y debió gritar alto, y aferrarse mucho a él, porque cuando por fin pasó ese punto más alto y se dejó caer, jadeante y encogida, sobre el pecho de Marcus, se le hizo un silencio tremendo, como si hubieran estado en un estruendo, y aflojó su agarre al chico, pasando a acariciar sus rizos suavemente.

Se separó un poco, con una sonrisa MUY bobalicona y, recuperando el aire, se dejó caer sobre la alfombra, tumbada al lado del fuego, y tirando de Marcus para que cayera a su lado. — Te gusta el suelo, no me mientas. Nuestras dos primeras veces fueron en el suelo, O'Donnell...— Se giró sobre sí misma para ponerse boca abajo, acariciando con el índice distraídamente a Marcus, con la mirada perdida. — ¿Has visto alguna vez un incendio en la naturaleza? — Preguntó. — Uno de los grandes, cuando se quema un bosque… Yo lo vi en La Provenza de pequeña, y lloré muchísimo, me pareció lo peor del mundo, ya sabes cómo soy con las plantitas. — Rio un poco y miró a su novio. — Pero volví en Navidad… y habían salido ya plantitas de las cenizas, más verdes que nunca. — Se acercó a su rostro. — Si me preguntan, tú y yo acabamos de pasar por un incendio tremendo, una calcinación en toda regla. Pero esto… es florecer. Volver a crecer. — Se inclinó sobre sus labios y dejó un ligero beso sobre ellos. — Gracias por recordarme todo lo precioso de la vida. Gracias por traerme al origen, como una buena calcinación. — Pasó el dedo con dulzura por su nariz. — Marcus y Alice. La transmutación perfecta. —

Notes:

Después de tanto trajín, teníamos ganas de enseñaros un día cualquiera en Ballyknow, empaparnos de Irlanda, de la relación con los abuelos, con la gente del pueblo, y de las tareas de cada día. ¿Qué os ha parecido la biblioteca? ¿Y la incursión de los niños en el mercado? Nosotras nos reímos muchísimo escribiéndolo.

Hoy vamos a aprovechar para recordaros que Ballyknow y la historia de los abuelos está disponible en nuestro perfil, dentro de la serie Magical Tales, con el nombre de Croílar Glas. Si queréis saber más de Ballyknow, los O’Donnell, y, sobre todo, Lawrence y Molly, pasaros por allí. ¡Nos vemos la semana que viene! Tenemos mucho que enseñar de esta tierra aún.

Chapter 51: En el corazón de Irlanda

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EN EL CORAZÓN DE IRLANDA

(7 de noviembre de 2002)

 

MARCUS

Él creía que él era entusiasta, y que Alice era entusiasta. Parecía haber olvidado cómo era Lawrence en el tiempo que estuvo en Hogwarts. Más bien es que nunca había estado con él en calidad de aprendiz. Y puede que "entusiasta" no fuera exactamente la palabra, más bien "impaciente". Marcus estaba deseando empezar, pero entre que se fueran sus padres y que entraran de cabeza al estudio solo había acontecido un día en medio. Un día de adecentar la casa, deshacer las maletas, comprar productos necesarios, acostumbrarse a aquello y alguna que otra ida y venida con sus familiares. Demasiado para el alquimista carmesí Lawrence O'Donnell. Ya les estaba acusando de perder el tiempo.

— ¿Alguna vez has sido la alumna dispersa para los profes? — Le susurró bromista a Alice, esperando en el taller a que su abuelo hiciera su aparición estelar. Chasqueó la lengua. — Qué cosas digo... Gallia, traviesilla, díscola... — Rio entre dientes. — Quién nos iba a decir que nos iban a regañar tant... — Se dejó de tonterías porque su abuelo estaba ya en el taller. — ¡Bueno! — Suspiró, ya con las mangas por los codos, que en Lawrence era señal de estar ya más que manos a la obra. Al menos estaba menos quejumbroso y más contento... por ahora. — ¿Y los materiales? — Marcus parpadeó. — Bueno, no íbamos a disponer nada hasta que... — ¡En un taller...! — Y les regaló un estupendo discurso sobre cómo un alquimista tiene que tener todos sus instrumentos e ingredientes perfectamente dispuestos en el taller antes de empezar nada porque todo lo que sea rebuscar en el maletín era perder el tiempo. Y luego había que dejarlo todo recogido como si fueran a comer allí porque cualquier cosa fuera de su sitio podría originar un desastre. Un discurso que Marcus había oído mil veces de pequeño, solo que en aquella época su abuelo se lo decía como quien cuenta un cuento, con cariño, y ahora era lo más parecido a un profesor enfadado. Les tenía a los dos firmes como una vela.

— Bueno, ya que se ve que hoy solo vamos a teorizar al parecer... — Otro tirito de regalo post discurso. El hombre se sentó y entrelazó los dedos. — Quería hablaros sobre el examen de la licencia de Hielo, en qué consiste. Riesgos a los que os enfrentáis, fallos habituales... Sentar las bases antes de empezar. ¿Dudas de inicio? —

 

ALICE

Rio entornando los ojos. Estaba muuuuuuy relajada, mucho más que lo que recordaba hace mucho, y con sonrisitas muy tontas para su novio. — ¿De verdad me estás preguntando eso? ¿No te acuerdas de Ferguson hechizándome las ventanas para que no mirara tanto? — Le dio en la nariz con una sonrisa traviesa. — Soy todo eso… — Y ya iba a ponerse tontorrona, pero apareció Larry por allí, y se puso más recta y bien puesta y menos inclinada sobre Marcus. Una era Ravenclaw, por muy mala fama que le quisieran meter.

Y a ver, Alice estaba acostumbrada a los discursos ofendidos de los adultos por no haber llegado a la misma conclusión que ellos, todo para al final dejar el silencio y decir. — Ab… — Carraspeó. — Maestro. Está todo aquí. Lo hemos guardado nosotros mismos. Podemos empezar cuando digas. — Nada, ni la escuchó. Probablemente es que no tenía ni en mente usar ningún material, pero como ya les vio sin ellos… Y, efectivamente, lo que quería era hablar del examen. — Estupendo. Yo creo que va a ser buena estrategia hablar primero del examen y luego ya ponernos con los materiales. — Pinchó. Ella callada no se quedaba. El abuelo abrió la boca para contestar y al final hizo un gesto y se sentó frente a ellos. Se encogió de hombros cuando dijo lo de las dudas y ella respondió. — ¿Debería seguir intentando sacarme licencias? — Muy graciosa, señorita Gallia, cinco puntos menos para Ravenclaw por decir tonterías. — Contestó el abuelo con tonillo, pero claramente más relajado.

— En realidad, una vez habéis hecho el primer examen entendéis muy rápido cómo funcionan estos exámenes. Hielo introduce una prueba más, y la vais a tener en el resto de exámenes, pero es la última, así que para lo último la dejamos. — Pues ahora ya estaba muerta de intriga. — La primera prueba es para asegurarse de que manejáis las transmutaciones de estados básicas, y para eso, debéis elegir una materia y pasarla por cinco estados: calcinación, conjunción, separación, disolución y destilación. Como veis, calcinación es lo básico, y los otros cuatro no son más que contrarios. Obviamente la clave está en saber elegir bien la materia base y con cuáles la vais a combinar para todo lo demás. Viendo lo que hicisteis en el examen de Piedra, chupado para vosotros. — Bueno, Alice no diría chupado, porque el diablo está en los detalles y había pocas cosas que la escamaran más que las cosas aparentemente fáciles, pero es verdad que le daba cierta seguridad saber a qué se enfrentaba exactamente.

— La segunda prueba puede ser más complicada, pero se domina con práctica, y yo os voy a hacer ejercicios para ello todos los días. — Alice se tensó. Si Lawrence lo consideraba tan complicado… — Os van a enseñar una serie de transmutaciones y debéis identificar qué transmutación se les ha hecho y con qué materiales, si es que combinan varios. — Ante los cambios en las expresiones y respiraciones de los chicos, Lawrence levantó las manos. — Tranquilos. Suena muy mal, pero lo hacéis ya mucho más de lo que creéis. Que no cunda el pánico. — Eso iba a tener que verlo ella en directo para creérselo.

— La tercera prueba es la que más inseguridad os puede dar. — Alice abrió mucho los ojos. Ah, que la difícil venía ahora, guay. — El tribunal os va a proponer una transmutación. Os dirá “transmuta una cesta,” o un horno, o… Lo que sea, pueden pedir cualquier cosa. Se mide vuestra capacidad de reacción, y aunque puede parecer también angustiosa, porque a los Ravenclaw no nos gusta no llevar las cosas planeadas… es pura práctica. Lo trabajaremos y os luciréis sin problemas. —

Alice suspiró, terminando de apuntar su guion en el pergamino. — ¿Y la última? — Una transmutación libre. Que llevaréis ya hecha del taller y que defenderéis como la gran creación que será. — Entonces, Larry sacó el montón que había denominado “Aire” cuando empezaron a estudiar para Piedra. Los trucos, lo bonito, lo especial. Sonrió y les miró. — Ha llegado la hora de empezar a volar. Despacito, con buena letra… pero tenéis que hacer algo mágico, distinto y… que defenderíais con vuestra vida. Eso es una buena transmutación de licencia. —

 

MARCUS

Miró a su novia de reojo y volvió a mirar al frente, pero con una sonrisilla ladina. Pelota... Pensó, ya se lo diría. Luego decían de él... A ver, Marcus había sido el alumno más pelota de la historia de Hogwarts, y a mucha honra. Lo hacía por zalamería, no necesitaba regalos, él sus notas las sacaba solito. Pero Alice nunca había sido así, y verla usar ese tono y palabras para Lawrence le hacía mucha gracia. Precisamente Marcus no se había planteado pelotearle mucho, porque no quería que le acusaran fuera de tener trato de favor por estar siendo tutorizado por su abuelo (ni que este no le diera un corte por "no estar tomándoselo en serio"). Así que pensaba picarla todo lo que pudiera y más.

Iba a reírse del intercambio de comentarios de ambos cuando el hombre dijo lo de los cinco puntos para Ravenclaw y se le puso la misma cara que se le ponía cuando lo escuchaba en Hogwarts. Tardó segundos en recordar que, de hecho, no estaba en Hogwarts. — Muy graciosos. — Dijo él también con tonito. Ya sí se pusieron en serio a hablar del examen, y Marcus estaba ya con todos sus sentidos más que despiertos y el pergamino y la pluma listos para tomar nota. Asintió, concentrado y escribiendo. Ya tenía el cerebro funcionando a toda velocidad para elegir qué materia sería la más adecuada para pasarla por todos los estados. Pensaba a lo grande y soñaba con hacer una mega transmutación, pero al igual que con el examen anterior, prefería ser preciso a grandilocuente: ahí es donde realmente mostraría sus habilidades. Y estaba seguro que la grandilocuencia y la genialidad podía sacarlas a relucir en el resto de las pruebas.

No se equivocó. Aunque antes de llegar a la expresión de la genialidad, la exposición de la segunda prueba les dejó, cuanto menos, preocupados. ¿Adivinar qué transmutación se les había hecho a los materiales de un primer vistazo? — ¿Se pueden tocar? — Lawrence encogió un hombro. — Salvo que sean peligrosos, sí, supongo que no habrá problema. — Bien, el tacto daba informaciones que la vista podría no dar. La tercera prueba era la suya, y la sonrisa de astucia se le empezó a esbozar en la cara. A pesar de lo poco que a Marcus le gustaba improvisar, se crecía ante situaciones así, por lo que lejos de inseguridad, le hacían sentir que sería ahí donde sacaría todo su potencial. Tenía bastante rapidez mental y un buen bagaje, mayor después del estudio que harían. Se retrepó ligeramente en el asiento y miró a Alice. — Creatividad, una de las marcas de nuestra casa. Estoy seguro de que saldrá mejor de lo que esperamos. — El riesgo era que le pusieran algo deliberadamente difícil. Miró a su abuelo. — ¿Qué límite de tiempo hay? — El hombre ladeó varias veces la cabeza. — No me atrevería a daros una respuesta rotunda a eso. Generalmente, todo el examen dura una hora como máximo, tendréis que administraros entre las pruebas. — Uf, una hora para semejantes pruebas lo veía poco tiempo, pero bueno.

Con la cuarta prueba, pero sobre todo, al ver a su abuelo sacar el montón de Aire, le brillaron los ojos. Volvió a echarse hacia delante, prácticamente encima de los apuntes, como cuando era un niño. — ¿Podemos empezar ya con esto? — Podéis y debéis. — Comentó su abuelo, entre risas. — Pero no olvidéis que hay cuatro pruebas. Hay que dominarlas todas. Tendremos que distribuir bien el calendario de estudio para garantizar que todo lo tenéis dominado, pero de entrada... — Señaló los papeles con un gesto ceremonial. — Hay que ir pensando en el tema libre. Como os digo, tiene que ser algo que sepáis y queráis defender. Aquí, como os dije en el examen anterior, van a evaluar la pericia, lo bien hecho que esté, pero también hay un componente de trabajo continuo y otro de creatividad. Tenemos que buscar el equilibrio entre algo que no sea tan arriesgado y fantasioso que sea difícil de evaluar, o tendente a meter la pata en un momento de nervios, y algo tan sencillo y técnicamente perfecto que no impresione a nadie. Por no hablar de que tiene que ser una transmutación pensada y trabajada a lo largo del año, no algo que podáis sacar en dos días de trabajo. Evidentemente, se sabe que el alumno se ha preparado todas las pruebas, pero esto es un mapa del estudio continuo entre un examen y el otro. Se tiene que ver reflejado. — Entrelazó los dedos y les miró. — ¿Teníais alguna idea de inicio? — Marcus y Alice se miraron. Esa era una pregunta difícil.

Empezó él, tras una pausa. — Lo cierto es que... me gustaba la idea de que hubiera una línea de continuidad en todos mis exámenes. No sé hasta qué punto sería posible. En el anterior trabajé con musgo y agua, y estando en Irlanda, hay elementos de sobra en la naturaleza. Pero, y no digáis por favor esto delante de la abuela porque escucharé "te lo dije" hasta el día del juicio final... — Bromeó. — La herbología y lo natural no es el campo de estudio en el que yo más me haya centrado. Lo mío son más los encantamientos, las transformaciones, la magia sensorial y lo ancestral, las runas y la historia. Me encantaría poder combinar todo eso en un proyecto... pero no sé cómo. — Como suele ocurrirte, Marcus, tienes tantas ideas, con tantas ramificaciones, y que podrían llegar a ser cosas tan grandiosas, que a veces tu propia ola es tan enorme que te engulle. Pero si sabemos estudiar cada cosa detenidamente, de ahí se pueden sacar muy buenas ideas. — Miró a Alice. — ¿Y tú? —

 

ALICE

Ya estaba Marcus de cabeza en el examen, y ella muerta de miedo, porque de repente sentía que todo lo que sabía de alquimia no le daría para reconocer una transmutación. Le miró con una sonrisa cuando dijo lo de la creatividad, aunque ella se sentía temblar. — Menos mal que tenemos tiempo, no sé yo si me surge la creatividad para algo así tan pronto. — Y en poco más de una hora. Inspiró profundamente, y notó los ojos de Larry sobre ella. — Está todo bien, Alice. Estáis de sobra preparados, y por eso se deja un año. Vamos a estar en la tranquilidad, la abuela y yo cuidamos de vosotros… No tenéis otra cosa que hacer más que empaparos, pensar, imaginar… Hicisteis el examen de Piedra en un mes y fue maravilloso. ¿Qué no haréis en un entorno más tranquilo, sin preocupaciones y con montones de libros? — Ella asintió. Probablemente solo eran los nervios del momento, pero se sentía temblar.

Asintió y se puso a esbozar un calendario de los suyos. Era mucho tiempo hasta octubre del año siguiente, ahora se le hacía hasta demasiado… Uy, Alice, estamos entrando en barrena, se dijo a sí misma. Reconectó para la pregunta del abuelo, y se miró automáticamente con Marcus. Menos mal que su novio también tenía algo que decir. Oír a Marcus hablar de alquimia siempre le hacía desconectar de todo lo demás y simplemente escucharle a él. Rio un poco a lo de la herbología, pero vio por dónde iba, y parpadeó. — Lo cierto es… que a mí me pasó lo mismo. — Los dos hombres la miraron. — Yo sí conecto más con la herbología y lo natural, la fermentación. Nunca he concebido la alquimia como algo para hacer cosas bonitas, y sin embargo, hice una vidriera. — Entornó los ojos. — La francesa que hay en mí. —

Se quedó mirando a la nada cuando el abuelo le preguntó por ella. — Supongo que, cuando me imaginaba de alquimista siempre era… ligada a la enfermería. No haciendo una transmutación concreta o llamativa, ni siquiera teniendo que explicarla, sino… usándola. — Pues hazlo. — Dijo con toda tranquilidad Lawrence. Ella rio nerviosamente. — Tú igual lo ves muy fácil, abuelo, pero yo no… No sé más que lo básico de alquimia, y no me pasa como a Marcus que sé reconducir todo eso para que mis exámenes guarden una línea progresiva y… — Uf, se le acababa de aparecer la imagen de Alecta Gaunt suspendiendo el examen de Plata. — No sé, en base a mis conocimientos no sé si puedo hacer algo así. — El abuelo no se había movido ni medio milímetro de su posición. — ¿Por qué elegiste la vidriera? — Ella alzó las manos. — Porque el cristal es muy evidente para eso, quería que fuera impecable, que se apreciara la conjunción y la separación sin duda ninguna. Y quizá porque he visto vidrieras góticas en Francia desde que era pequeña, y ahí es a donde viaja mi cabeza cuando piensa en cristal y colores. — ¿Por qué quieres ser alquimista? — Ella parpadeó. ¿Y ahora a qué venía eso? — Porque quiero ser enfermera alquimista y usar la alquimia para curar. — Lawrence la señaló con las manos abiertas. — ¿Qué usan las enfermeras que es de cristal permanentemente? — Se quedó un poco pillada, pero al final dijo. — ¿Las jeringuillas? — Por ejemplo. Ahí ya tienes la continuidad, si es que quieres usarla, pero hay muchísimas opciones, y estoy seguro de que se te pueden ocurrir todas. — Se quedó un momento dándole a la cabeza, y miró a Marcus, para escrutar su expresión. — Marcus tiene demasiadas ideas y hay que pulirlas, y tú tienes demasiado miedo a las tuyas. — Larry paró un momento y suspiró. — Entiendo por qué lo tienes. No lo has tenido fácil hasta ahora, Alice, y sé que te has contenido muchísimo estos años, que te han dicho mil veces “sé más tranquila”, “caos Gallia” y todo eso. Pero tú también tienes ideas. Tienes que empezar a sacarlas, aunque sean locas, ya haremos que dejen de serlo. ¿De verdad no se te ocurre cómo se pueden combinar tu amada herbología, la medicina y el cristal? — Y entonces le salió una sonrisa involuntaria y miró a Marcus. — Alguien me ayudó a verlo en la Sala de los Menesteres cuando teníamos doce años. — En verdad… Sí que se le ocurría algo.

Apoyada en la mano, y con el pergamino delante, fue escribiendo palabras clave. — Lo pensé cuando hablaste del musgo tuyo del examen, los materiales inteligentes y que se adaptaban a las necesidades de agua… El campo de los materiales está realmente anclado en “esto es madera”, “esto es acero reforzado con tal”, pero… somos magos. ¿No podríamos hacer algo cambiante? No para ser bonito, sino para ser… servible. Más útil para lo que se pueda necesitar. — Lawrence dio con el dedo índice en sus papeles. — Eso es. Quizá tu temática sea demostrar cómo evolucionas de un examen hasta el siguiente, como un pajarito que cada vez vuela más alto y hace mejores nidos. — Puso otro dedo delante de Marcus. — Mientras que la de mi nieto sea cómo cada vez se ramifica más, partiendo siempre del mismo tronco, que a cada paso se hace más fuerte. Es un espino, al fin y al cabo. —

 

MARCUS

Marcus asintió, convencido. El examen de Hielo eran ya palabras mayores, pero efectivamente, Piedra se lo prepararon en mes y medio y sacaron un diez (Alice para él tenía un diez), ¿qué no harían en un año, en aquel entorno, con el abuelo siempre presente y toda la tranquilidad del mundo? Además, pensaba volver a esa biblioteca que Edith tenía tan maravillosamente preservada y llena de magia. A Alice le había pasado algo parecido con su examen, y lo de su parte francesa le hizo sonreír. — Nos intercambiamos las temáticas. — Dijo distendido, pero ciertamente, parecían haber hecho el uno el examen del otro.

Chasqueó la lengua. — Claro que sabes, Alice. — Respondió con tono tranquilizador. — Y tenemos un mes en el que vas a estar rodeada de naturaleza y plantitas. Estoy seguro de que, de aquí a Navidad que vuelvas a ver a Shannon, Dan y Sophia, tienes mil preguntas para ellos que puedes aplicar al examen. — Si su novia seguía una continuidad en los exámenes relacionada con el mundo de la curación, no solo sería fantástico, estaba seguro de que su nombre sonaría por todas las esferas alquímicas. Al fin y al cabo, no había tantos alquimistas dedicados a la salud. Se reclinó en su asiento. — Y es muy probable que te toque un tribunal en el que tú seas la que más sabe del tema, porque los alquimistas médicos y enfermeras no suelen componerlo, ¿a que no, abuelo? — Lawrence ladeó la cabeza varias veces. — Son más prácticos y menos teóricos, por lo que suelen estar bastante ocupados. — Marcus miró a Alice con una sonrisa satisfecha. — Puedes usar eso en tu favor. — Estaba hablando su vena Slytherin por él, pero confiaba en la inteligencia de Alice para hacer eso y más.

Pero seguía insegura, por lo que atendió a la conversación entre ella y su abuelo, encantado de cómo él transmitía su sabiduría para tranquilizarla. Marcus estaba convencido de que, por muy nerviosa que se pusiera, iría tomando seguridad en sí misma cuando se viera haciendo cosas fabulosas, que las haría. — Y sus ideas locas siempre han sido estupendas. — Dijo con cariño, pero luego movió la cabeza de lado a lado como si pensara. — Necesario pulirlas... pero buenas. — Bromeó, guiñándole un ojo después. Y el comentario de la Sala de los Menesteres le produjo un cosquilleo de ternura. — Si hicieras algo así, sería espectacular. Y sé que lo harías. — Estaba convencidísimo.

La alegoría de su abuelo le hizo sonreír, feliz. — Esas van a ser nuestras metas, efectivamente. — Afirmó, y se centraron en ver ideas, detalles, posibles vías abiertas, vías que quizás eran demasiado complicadas para su nivel, pero no imposibles... Había un universo entero por descubrir ahí, y se le podían pasar horas y horas haciéndolo sin darse cuenta. Tanto fue así que, cuando llamaron a la puerta del taller, miró su reloj y vio que era la hora de comer. Se le había pasado la mañana volando. Pero la persona de la puerta no era su abuela demandando que fueran a la mesa. La chica sonrió con ilusión, asomando prudentemente la cabeza. — Holaaaaa. — Saludó. — ¿Puedo pasar? — Una Ravenclaw siempre puede pasar a un taller de sabiduría como este. — Respondió su abuelo, que también estaba exultante. Nancy dio un par de saltitos y entró, cerrando la puerta tras ella, pero justo la estaba encajando cuando la volvió a abrir. — Oh, que la tía Molly dice que vayáis terminando, que se enfría la comida. Es que me decís "sabiduría" y esas cosas y me desconcentro. — Bromeó, haciéndoles reír. Marcus giró hacia ella. — ¡Hola, prima! ¿Vienes a ser alquimista con nosotros? — Qué va, lo que me faltaba, ya no me cabría más información por la cabeza, es la que tengo y temo que empiece a derramárseme por un oído. — Dejó un beso en la mejilla de Larry y apoyó la mano en el respaldo de la silla de Marcus, mirándoles. — Puedo ser protocolaria marca familia de pueblo y decir que he venido a traeros unas verduras y a preguntaros cómo estáis, porque es una falta de respeto por mi parte que llevéis aquí dos días sin que os haya visitado, pero la realidad es que me he escabullido de mi familia porque ya no aguantaba más sin contarles a mis primitos mis investigaciones. — Miró a Lawrence y se encogió de hombros. — Pero la tía Molly me ha dicho que nada de cositas de Ravenclaw en la mesa, así que supongo que tendré que esperar a después de comer. — Rieron, y Larry se frotó las manos, diciendo. — Bueno, pues voy a ir a decirle a mi mujer lo buena esposa, abuela y tía que es mientras mis alumnos recogen esto y te explican qué estaban haciendo. No tardéis en entrar en casa. —

 

ALICE

Sonrió al acordarse de Shannon y los demás, que venían en Navidad, y asintió efusivamente. — Qué ganas de que pase. Seguro que para entonces lo tengo mucho más definido en mente. — Y se le habría pasado el susto inicial que llevaba encima. Asintió también a lo del tribunal. — No lo había pensado así. O lo había pensado más como un problema que como otra cosa. Pero mi Marcus siempre sabe buscar el lado por el que algo te beneficia. — Era la ventaja de ser Ravenclaw con actitud Slytherin.

Estaba ya más emocionada y dispuesta, gracias a las palabras de sus alquimistas, y llevaba un rato imbuida entre los apuntes y su propio guion, cuando apareció por allí Nancy. A ella, de momento, le encantaba aquella dinámica tan familiar y alegre de que siempre pudiera ser que apareciera alguien por ahí, le recordaba a los años buenos en La Provenza, cuando siempre había algún Sorel por su casa. Si encima era Nancy, para qué quería más. La noche en el pub se había enganchado a su discurso como en su día se enganchaba a los de su padre, o como lo hacía aún con Lawrence y Marcus, porque no había nada que le gustara más a Alice que aprender. — ¡Hola, Nancy! — Saludó alegremente. Rio con lo de las verduras. Sí, y si no eran verduras eran huevos, y si no miel o lo que se les ocurriera. Hacer la compra en Ballyknow era absurdo, a no ser que la hicieras para llevarla a casa de otro, tal y como estaba diciendo claramente la chica.

Asintió con una sonrisa pilla a lo de la comida, y no pudo evitar pensar que ahí se explicaba las cantidades de comida que siempre hacía Molly, claro, porque en el pueblo siempre podía pasar que apareciera alguien y darle de comer sin haberlo planificado, y tanto la cocinera como el comensal lo iban a dar por hecho. — ¡Oh! ¡Investigaciones! Cuéntanoslo todo. — Dijo apoyándose de nuevo en su mano y mirándola como una lechuza. — Mira, lo que no pasa nunca aquí. — Contestó la chica señalándola. — Antes de nada, ¿cómo va ese examen, chicos? — Ella suspiró y miró a Marcus con una sonrisa dulce. — Pues… demasiado amplio para mi gusto y sin mucha idea todavía de qué transmutación libre voy a hacer, mientras que el alquimista O’Donnell lo tiene más que claro, pero bueno, sobreviviremos. — Nancy chasqueó la lengua. — Venga, no os hagáis los difíciles. Habéis sacado un examen dificilísimo, sabéis lo que hacéis. — Levantó el índice. — Pero lo que vengo a contaros es posible que os interese de cara a ese examen de Hielo que tenéis. — Alice y Marcus se miraron entusiasmados, como de pequeños cuando les iban a contar algo interesante, mientras Nancy se sentaba frente a ellos.

— ¿Recordáis la historia de los siete fundadores de Irlanda que os contaron los niños el otro día? Obviamente las leyendas están muy adornadas, pero todo antropólogo sabe que tienen un poso de verdad. — Cruzó las manos. — Llevo años buscando las reliquias de los siete, las que se mencionaban en la historia. Si existe la silla de Ogmios, no veo por qué no deberían existir las demás. — Alice asintió encantada. — Pero os preguntaréis por qué os lo cuento a vosotros, aparte de por ser Ravenclaws y los únicos que me escucharían sin bostezar. — Puso las manos sobre la mesa y les miró con aquella expresión de los Ravenclaws cuando están pensando mucho. — Creo que las reliquias están escondidas y protegidas por fuerzas muy poderosas, concretamente: runas y alquimia. En runas, dependiendo de su raíz, claro, me puedo defender bien, pero en alquimia, para nada. La di en Hogwarts y aquel nivel tan básico se me hizo cuesta arriba. Pero vosotros sois jóvenes, aún tenéis ganas de descubrir, y sois unos auténticos cracks. — Les miró de hito en hito. — Si quisierais venir conmigo, podríamos ir siguiendo pistas que he recabado durante estos años y buscar las reliquias. Nadie más lo va a hacer, a los alquimistas de academia, que me perdone el tío Larry, esto les da igual, y vosotros podéis encontrar cosas que no imagináis aún. Prometo que serían viajes rápidos, me aparezco genial y si no, me conozco trasladores a todas partes. — Sonrió y se encogió de hombros. — Sé que parece una locura, pero es combinable con lo que estáis haciendo, y necesitáis inspiración y cosas que no habéis visto hasta ahora, y yo gente que me ayude con las runas y la alquimia. — Alice miró a su novio. — Ese sin duda es Marcus. — Luego se mordió el labio. — A mí me encantaría, Nancy, de verdad que sí, pero no sé hasta qué punto… podemos combinarlo con todo el estudio. —

 

MARCUS

— Pues con nosotros te vas hasta a aburrir de preguntas. — Respondió entre risas. Se miró con Alice y encogió los hombros con suficiencia. — Estamos preparados de sobra para enfrentarnos a esto, aún nos queda todo un año de estudio y ya tenemos ideas. Y estamos en el mejor lugar del mundo para mejorarlas. — Nancy soltó una risita, miró traviesamente a la puerta y les susurró. — Por lo que dicen por aquí, no es lo que el tío Larry decía de joven. — Los tres rieron y Marcus añadió. — Bueno, eran contextos diferentes. Le entiendo, nosotros hemos tenido más acceso a las cosas y por eso la tranquilidad nos viene bien ahora. —

Le arqueó las cejas a Alice con entusiasmo. Sabía reconocer a una Ravenclaw que no podía contener la información que tenía que contar (y a una irlandesa que no puede guardarse una sorpresa, porque su abuela era igual) cuando la veía. Atendió a la narración. Ya le había dejado caer que estaba haciendo una investigación sobre el tema, pero pensó que era puramente teórica. Se le fue cambiando el rostro del entusiasmo sonriente con el que la miraba al inicio del relato, a uno de profundo interés a medida que avanzaba. Ya tenía el cerebro a mil por hora. — Había oído hablar de la alquimia como medio para proteger magia ancestral. Las runas también, por supuesto, aunque más que para protegerlas es para describirlas o indicar su origen, cómo encontrarlas. Lo de la alquimia... — Se mojó los labios, pensativo. — Te dicen siempre que eran corrientes antiguas. Que eso ya no se hace, que la alquimia en la actualidad tiene funciones meramente prácticas. — Miró a Alice. — Sabía que no era verdad. — Volvió a mirar a Nancy. Él ya estaba metido de lleno en ese barco. — Tiene que prevalecer la que se usó en la antigüedad, eso no se desvanece con tanta facilidad. Si es alquimia antigua que nadie ha mantenido con el tiempo, será difícil hallar el proceso que se usó, pero relativamente fácil revertirlo por estar en desuso. Si está fortalecido y fresco... quiere decir que hay gente que la mantiene. — Aquello se ponía más y más interesante cada vez.

Abrió mucho los ojos. — ¿Querrías que... te acompañáramos a buscar las reliquias? — Se acababa de quedar sin aliento. Tenía que ser una broma, porque sonaba como un sueño hecho realidad. ¿Buscar por Irlanda reliquias protegidas por alquimia y magia ancestral? ¿Poder ser el descubridor de algo ASÍ, que lleva siglos protegido y oculto? Nunca pensó que la gloria pudiera llegarle tan pronto. Y sí, le gustaba eso, pero aunque pudiera no parecerlo, pesaba muchísimo más el deseo por el conocimiento. Por algo había acabado en Ravenclaw por mucha vena Slytherin que tuviera. — Podemos. — Aseguró, quizás demasiado taxativo, aunque tenía la mirada levemente perdida de cuando su cabeza estaba volando ya a lugares insospechados. — Podemos perfectamente. — Miró ahora sí a su novia, con los ojos brillantes y la voz cargada de emoción contenida. — Alice, esto nos daría la inspiración que necesitamos. Y conocimiento. Por no hablar de que... bueno, a nosotros también nos gustaría que nos ayudaran con una investigación con la que llevamos años. — Añadió señalando a Nancy, que estaba contenta como una niña pequeña. — Sí es cierto que... — Apoyó el codo en la mesa, acariciándose la barbilla, pensativo y perdiendo de nuevo la mirada. — Habría que organizarse muy bien... e investigar... — Y aunque estaba concentrado, no lo suficiente como para no notar que acababa de entrar un encantamiento por la puerta.

Y menos mal que lo vio no solo entrar, sino acercarse a ellos, porque si le llega a pillar en su mundo le hubiera dado un susto de muerte. Los tres asistieron a cómo una cuchara y un cazo volador se acercaban con mucha tranquilidad volando hacia donde estaban y, una vez situados en el centro, como una orquesta que ya se encuentra preparada para la función, la cuchara empezó a golpear el cazo con tanta violencia que obligó a los tres a taparse los oídos con gestos de dolor. Marcus fue a sacar la varita cuando se sintió con suficiente valentía como para destaparse al menos un oído, pero entonces la cuchara voló amenazante hacia él, y solo se le ocurrió tirarla al suelo y alzar ambas manos. — ¡Vale, vale! Ya vamos. Qué carácter. — Bufó, recogió la varita y cuchara y cazo volaron de nuevo hacia la salida. — Vamos a comer antes de que nos maten, anda. Pero luego hablamos. —

Se pusieron hasta arriba de comer, como siempre, y a Marcus le encantaban las comidas familiares, por lo que fue muy tierno y divertido estar allí con sus abuelos, su prima y su novia. Sin embargo, tenía mayormente la cabeza en otra parte, y sus abuelos se lo notaban (cualquiera se lo notaba). De ahí que Lawrence no hubiera dejado de decir de tanto en cuando "lo importante que era la concentración para los alquimistas" y su abuela no insistiera más con lo de estar pendiente estrictamente de la comida, porque lo debía haber considerado batalla perdida. Se pusieron redondos de tanto comer, postres incluidos, pero como Marcus siempre tenía hueco para más, una vez recogieron entre todos y los abuelos se fueron a descansar, se reunió con su prima y Alice en la sala de estar, con un platito con tres trufas de whiskey en la mano que las chicas habían rechazado previo mirarle como si estuviera loco por querer seguir comiendo. Pues nada, se las tendría que comer las tres él.

— ¿Tenemos ya autorizado seguir hablando de "cositas de Ravenclaw"? — Preguntó y los tres rieron entre dientes, con expresión traviesa, pero mirando a la puerta, vaya que viniera otra cuchara voladora a amenazarles. Se retrepó en el sofá y se llevó un bocado de trufa a la boca, saboreando tanto el dulce como la conversación que estaba a punto de iniciar. — Vale. Me interesa tu investigación. Y podemos intentar ayudarte. — Terminó de tragar. — Digo intentar no porque no queramos, sino porque somos alquimistas de Piedra. Quizás sea una magia que aún no podemos dominar. — Nancy frunció los labios y se encogió de hombros. — De eso no tengo ni idea, primo. Pero llevo tanto esperando que si tengo que esperar a que dominéis más la alquimia, no me importa. Por ahora lo que quiero es encontrarlas, es decir, confirmar mi teoría de que existir físicamente, existen, solo que están tan protegidas que no se puede acceder a ellas. — ¿Y cuándo querrías empezar? — Nancy arqueó una ceja. — ¿Ya? — Marcus se atragantó con la trufa. Igual debería dejar de comer. Y dejar de comer tan tumbado. Se incorporó. — ¡No nos hemos preparado! Y apenas sabemos lo que nos contaron los niños el otro día. — Eso no es problema. — La chica abrió su bolso y confirmó no solo que era de extensión indetectable, sino que tenía un hechizo para aligerar el peso, porque empezó a sacar pergaminos y pergaminos y pergaminos y pergaminos. Marcus cada vez tenía los ojos más abiertos. — Y esta es la referencia de los libros de la biblioteca. — Nancy, ahí tenemos contenido para estar estudiando meses. Mi abuelo nos va a matar. Tenemos que centrarnos en el examen de Hielo. — Se frotó la cara. — Que Merlín me perdone, jamás pensé que diría esto, pero ¿no podrías simplemente hacernos un resumen? — Ella hizo un gesto con las manos. — Tranquilidad. Mira, vamos a hacer una cosa. — Rebuscó los pergaminos y le entregó unos cuarenta a Marcus y otros tantos a Alice. — Esos corresponden a teorías e historia sobre Nuada, Lugh y Folda. — Dijo señalando a Marcus. Luego miró a Alice. — Y esos, a Taranis, Eire y Banba. Creo que son los que más os pegan. — Gracias por dejarme a Fodla pero te has colado con Nuada. — Se burló Marcus. Nancy rio. — ¿Preferías el amor de las madres irlandesas? — Pues mira, igual sí. — Se ofendió, haciendo a su prima reír aún más. Finalmente, continuó. — Centraros en ellos. Esa lectura no os va a llevar más de un día, bueno, sois Ravenclaw, vosotros os organizáis, no os voy a decir yo lo que tenéis que hacer. Sé que estáis recién llegados, que es mucha información, que tenéis que estudiar, que la familia os demanda, que ya mismo está la Navidad aquí... Dejémoslo para después de Navidad. Cuando nos veamos, yo os iré contando todo lo que pueda de mitología general y de Ogmios, y el resto lo empapáis por vuestra cuenta. Trabajo en equipo. Así, para cuando empecemos a investigar, lo tendremos dominadísimo. — Les miró con ilusión. — ¿Qué os parece? —

 

ALICE

¿Comer? ¿Pero quién podía comer? Si no fuera porque temía la ira de la olla y el cucharón, Alice no hubiera comido en HORAS, porque, a ver, Marcus lo había visto todavía más claro que ella, y ahora necesitaba desgranar ese plan. Tuvo que suprimir y retener mucho los ojos en blanco con los tiritos del abuelo. Ah, cómo odiaba cuando limitaban sus planes y su imaginación. ¡Hacía mucho que no ponía a funcionar su cerebro como una auténtica Gallia! Ahora no se lo podían cortar así como así. Pero bueno, fue una buena niña, comió, pero es verdad que movía frenéticamente la pierna, y tenía la tentación de morderse las uñas. A ver, Alice, cabeza, que tienes muchas cosas encima, no sueñes de más, trató de decirse. Nada, solo veía el brillo de la emoción en los ojos de Marcus y la posibilidad de buscar elementos de magia ancestral usando lo que habían aprendido.

Por fin, la edad de los abuelos jugó en su favor y pudieron quedarse los tres solos en la salita (ellos y las trufas de su novio, claro). Asintió a lo de intentar y miró a Nancy significativamente. — La verdad es que esta mañana he tenido serias dudas sobre mi capacitación para hacer el examen de Hielo, ni te cuento para liberar magia ancestral. — Pero nada, Nancy lo veía más claro todavía y encima empezó a sacar pergaminos. Oh, no, la perdición de un Ravenclaw, una bibliografía ordenada, pensó. Pero asintió a lo que dijo Marcus. — De verdad, no hay nada que me guste más que las leyendas y la historia, pero ya me veía justa… — Y mientras su novio y su prima se picaban, le echó un ojo por encima. A ver, no era inabarcable, no en primera instancia, era información bastante básica de investigar, luego ya reflexionar y darle un sentido para buscar un lugar real…

Suspiró y miró a Marcus. — A ver, lo complicado aquí es… que yo me sienta segura, porque no me veo con conocimientos suficientes para esto… — Rio y se señaló. — Pero eso es trabajo mío, y lo otro, convencer al abuelo de que esto tiene algo que ver con la licencia. — Y ahí miró significativamente a Marcus, y Nancy se le unió. — Desde luego, si alguien puede hacer eso, es el primito. — Alice asintió también y levantó las manos. — Solo hay que… reconducir la información. No hace ni dos horas que estabas diciendo que querías involucrar la magia ancestral en tu carrera alquímica y la temática de tus exámenes. — ¡Buah! ¿Quieres mantener un hilo temático en tus exámenes? Me encanta. — ¿A que sí? — Señaló con entusiasmo. Si es que a cualquiera con dos dedos de frente, Marcus le parecía brillante. — Así que… — Retomó. — …No es exactamente mentir. Es solo suprimir ciertos elementos con los que el abuelo no va a comulgar, tú mismo has dicho que siempre han intentado minar toda esa corriente. — Señaló los montones. — De momento, vamos a guardar esto, porque como el abuelo vea leyendas irlandesas por aquí, se va a alterar. A ver qué os parece esto. — Sacó uno de sus pergaminos de sucio para hacer sus famosos esquemas. — Estamos a principios de noviembre. Antes de la mitad del mes, tenemos que haberle presentado al abuelo la idea definida, todo lo que podamos, de nuestras transmutaciones anuales, eso le va a tener contento. Ahora, Nancy, ¿por dónde quieres empezar? — La chica se mordió los labios y pensó. — Por echarle un ojo a ciertas runas que me parecen importantes y que creo que nos pueden hacer falta, y por ir a la única reliquia que conocemos: la silla de Ogmios. — Alice asintió y escribió. — Bien. Podemos trabajar con eso. Danos hasta el quince de noviembre, Nancy, para calmar al abuelo y asegurarnos de que tenemos las bases… — Miró a Marcus y sonrió. — Y una vez estemos seguros… hagamos lo que mejor se nos da, que es resolver acertijos y… soñar más allá de lo que hacen los demás. — Nancy dio una palmada y amplió la sonrisa. — ¡Esas son mis águilas orgullosas! —

Notes:

Obviamente, tenían que iniciar sus estudios y volver a la alquimia, ya sabéis a dónde nos inclinamos siempre nosotras, pero venga, sed sinceros ¿os ha picado la curiosidad con las reliquias? ¿Creéis que realmente pueden conseguirlas con alquimia? Preparaos para la Irlanda más mágica porque nos quedan muuuuuchas sorpresas.

Chapter 52: A place that is familiar

Chapter Text

A PLACE THAT IS FAMILIAR

(7 de noviembre de 2002)

 

DARREN

― Va, mamá, déjame que la mande ya de vuelta. ― Qué tenso estás, hijo. ― Dijo Tessa con normalidad, encogiéndose de hombros. ― Solo le estoy cepillando un poquito las plumas. No es bueno que las lechuzas soporten estos temporales ¿sabes? Luego se resfrían y… ― Soltó una carcajada sarcástica. ― …Me toca a mí enfrentarme a dueños en pánico. ― Esta dueña no va a pasar por tu consulta ni va a entrar en pánico, te lo aseguro, pensó. Se retorció los dedos, viendo los mimos de su madre a Cordelia. Aguantó apenas treinta segundos más. ― Va, va. Que tiene que estar esperando respuesta. ― Ahí, Tessa le miró con una sonrisilla. ― Que no quiere defraudar a su suegra… ― Pues no. ― Coincidió. Ahora el que se encogió de hombros, con un gesto muy parecido, fue él. ― Ya… has visto cómo es. ― La verdad es que cumple perfectamente con el imaginario que tenía de una bruja. Le falta el gorrito. ― Pues eso… Y no digas esas cosas delante de ella, por favor. ― ¡Dios me libre! ― Que esto… es importante. Y no quiero que se enfade. O quedar mal. ― Completó, con la mirada esquiva para que su madre no se la escudriñara. Tomó a Cordelia con cuidado y, a pesar del tiempo lluvioso y ventoso, la mandó de vuelta. Al fin y al cabo, era bastante fuerte y había descansado un buen rato en casa, y la de los O’Donnell no estaba tan lejos a vuelo de lechuza. Prefería mandarla ya a hacerla esperar. Aunque antes… ― ¡Ay! No le eches magia encima a los animales, Darren, por Dios. ― ¡Que es bueno para ella! ― Se excusó, comprobando que el hechizo estaba bien. ― Es como si le hubiera puesto un impermeable, estará bien. ¿No decías que no querías que se mojara? ― Su madre se fue mascullando algo sobre los efectos adversos de “darle calambrazos de esos” a los animales, pero él esperaba que el mimo por su lechuza mediante un hechizo que, dicho fuera de paso, le ayudó su queridísimo Marcus a perfeccionar, le diera puntos positivos.

¿Por qué, por todos los dragones, quería Emma quedar con él a solas? Se la veía muy amable en la carta y… A ver. No dudaba de ella, ¡para nada! Si él la quería mucho, con sus cosas de ser así de seria y todo. Y parecía que era recíproco… Pero que era la O’Donnell más difícil de conquistar lo sabía todo el mundo. Ahora, Lex estaba en Hogwarts, Marcus y Alice, además de los abuelos, en Irlanda, y por algún motivo Emma quería quedar a solas con él. Sin Arnold. Solos, ella y él. Y en su territorio. Bien clarito lo ponía en la carta: “elige el sitio, estaré encantada de que me enseñes tu barrio”. ¿¿Discúlpame?? ¿¿Emma O’Donnell dándose un paseo por su barrio, una barriada muggle?? Al menos si lo que quisiera fuera matarme y deshacerse de mí me habría citado en una zona de su control, pensaremos que es bueno. Si el problema era que aquello le desconcertaba lo pensara como lo pensase.

 

(8 de noviembre de 2002)

― Está muy cerquita del punto de aparición, como verá. ― Iba diciendo, caminando junto a ella. Tan regia como siempre, menudo porte, qué envidia. Él que caminaba dando saltitos, y Emma parecía que flotaba por el suelo. Y menudo vestido, vaya pasada. Él no entendía nada de moda, pero tenía ojos en la cara, y Emma había elegido para su encuentro un vestido que, si bien discreto y poco delator de su estatus de bruja, le sentaba como si hubiera nacido con él. Si la viera Ethan se moriría… Genial, Darren, pensando en tu ex con tu suegra delante. Sacudió un poco la cabeza. ― Y eem… Es una pastelería muy bonita. Y discreta, no suele tener mucha gente. Y tiene unos muffins buenísimos… por si… le gusta y se la quiere recomendar a Marcus. Yo le traigo cuando venga. ― Darren. ― La mujer se detuvo, ya cerca de la puerta de su destino. Con las manos entrelazadas ante sí, como estaba siempre, y una sonrisa muy leve, le dijo. ― Tutéame. ― A la orden, pensó, pero por fuera solo soltó una tenue risita y asintió.

Todavía podía ponerse MÁS nervioso. Cuando se sentaron a la mesa, fue a tenderle la carta y la rechazó, asegurándole que “se fiaba de su gusto”, vamos, que pidiera por ella. ¿Por qué? ¿Por qué, Merlín o quien fuera que le pudiera contestar, estaba siendo sometido a aquella evaluación, cuando todos sus protectores estaban tan lejos? Bueno, Arnold no estaba lejos, pero a saber si sabía siquiera de aquel encuentro, y no podía desaparecerse de una pastelería muggle y aparecer en el departamento de aritmancia y echarse encima de su suegro llorando. Miraba a Emma y la veía tranquila y con una sonrisa afable. Quizás había visto demasiadas películas de psicópatas, porque le parecía perfectamente la cara que podría una mujer como Emma O’Donnell poner antes de matarte. ¿Esa era su venganza por haber metido a Marcus en el túnel del terror? Oh, era eso. Seguro que Marcus se lo había contado, con lo pegado que estaba a sus padres. Maldito fuera él. ¿Cómo abordaba esa disculpa? Si ni Marcus le había creído en que no sabía nada… ― Darren. ― ¿Eh? ― Se sobresaltó. La mujer le miraba. ― ¿Vienen a la mesa o hay que pedir en el mostrador? ― Ah. ― ¡Maldita sea, estate pendiente de lo que te dice! ― En… el mostrador. Voy enseguida. ― Y se levantó de un brinco y huyó de la mesa como si fuera a estallar.

Volvió con la bandejita y lo que pretendía ser una sonrisa amistosa pero que demostraba que estaba temblando entero. ― He pedido un té de rosas para us… ti, me han dicho que es el más aromático. ― Tragó saliva. ― Yo me he pedido un batido de chocolate. Nos lo podemos cambiar si prefiere lo mío. ― Con el té está perfecto, muy amable. ― Le dijo. Muy amable estaba siendo ella, y no debería escamarle tanto, pero en fin. ― Y he… traído un par de muffins, porque son su especialidad. Me han dado cuchillo y tenedor así que también se pueden compartir. ― Eres un Hufflepuff de corazón. ― A eso respondió con una risita absurdamente ridícula. Lo tomaría como un piropo, al menos se lo había dicho sonriendo. ― Y he visto que les quedaba un trocito de tarta de manzana que tenía buena pinta, así que… lo he traído también. ― Qué festín. ― Dijo la mujer. En serio, necesitaba salir de dudas de a qué venía esa reunión, le iba a dar algo.

― Muchas gracias, una elección estupenda. No dudaba de que elegirías bien. ― Entornó los ojos hacia él, sin perder la sonrisita que llevaba portando desde que se encontraran. ― Te conocí gracias a una buena elección que tuviste, al fin y al cabo. ― Tragó saliva. ― ¿Cómo está Lex? ― Qué tontería, Darren, si igual sabes tú más de él con todo lo que le escribes. ― De eso quería hablarte. ― El corazón se le contrajo como si se lo hubieran estrujado en el pecho. ¿Lex… le había dicho algo a su madre? ¿No quería estar con él? ¿¿Y había mandado a Emma a decírselo?? No, no podía ser. ― Lex está… feliz. Mucho. ― Soltó el aire del pecho. La mujer lo miró y rio entre dientes, para aumentar su desconcierto. ― Darren… ¿Sabes por qué he quedado con…? ― Ay, pues no, la verdad, estoy nerviosito Emma, si te soy sincero, yo no sé si he hecho algo malo pero perdón ¿vale? De lo que sea. Te juro que lo del túnel no lo sabía, de verdad. ― Emma parpadeó. ― No sé de qué túnel me hablas. Pero estate tranquilo ¿vale? Solo quería charlar un rato. ― Darren puso cara de perrillo apaleado. ― ¿Pero he hecho algo malo? ― Emma perdió levemente la sonrisa. Oh, ¿la había ofendido? ¡¡No quería eso!! ― No. ― Dijo bajando levemente la mirada. Darren frunció los labios. ― Perdón… No quería ofender. ― Eso la hizo sonreír sutilmente de nuevo. ― No me ofendes, Darren. No te preocupes. ―

La mujer respiró hondo. ― Darren… con una nuera que me ha temido seis años y que aún se envara cuando me ve he tenido suficiente. No quiero provocar ese efecto en mi familia. Sé que no lo parece, pero no lo quiero. ― Darren parpadeó. No se había visto eso venir. Aventuró. ― ¿Es que… quiere que seamos amigos suegra-yerno? ― Tampoco soy tan familiar en general. ― Mejor se callaba y la dejaba hablar a ella. Bajó un poquito la cabeza, porque a Emma no le gustaría, pero provocaba ese efecto.

La mujer dio un delicado sorbo al té y comenzó. ― Esto que voy a decirte… créeme que para nadie como para una madre es más doloroso decirlo. ― Le miró a los ojos. ― Pero mi hijo Alexander no ha sido un niño feliz. Nunca. ― Eso le compuso una expresión apenada, pero se mantuvo en silencio. Emma bajó los párpados. ― Estaba contento por momentos. Encontró muchas satisfacciones en el quidditch, eso es cierto. Cada vez que se bajaba de la escoba, tenía una sonrisa y una expresión relajada que, si bien efímeras, valían su peso en galeones. ― Hizo una pausa. ― Pero ha tenido una infancia muy difícil. Había cosas que sabía, otras… que he ido sabiendo con el tiempo. Y seguramente haya otras muchas que me muera sin saber, porque Lex, además de hermético, es muy cuidadoso, aunque no lo parezca, con revelar ciertas cosas que puedan herir los sentimientos ajenos. En eso ha salido a la rama O’Donnell. Mis dos hijos son eminentemente O’Donnell, por suerte para todos. ― Dio otro sorbo. ― Permíteme, Darren, que te hable con franqueza. ― Volvió a mirarle a los ojos. ― ¿Cómo de aceptado está en vuestra comunidad ser homosexual? ― Se puso un poco tenso ante la pregunta, pero respondió con la mayor naturalidad posible. ― Está… en vías de aceptarse. Mejor por momentos, pero aún en proceso. También depende mucho de la familia. En la mía, siempre se ha llevado con mucha naturalidad. Un primo de mi madre lo es también y siempre se ha visto con normalidad, él y su novio son muy queridos y siempre están en las reuniones familiares junto a todos, aunque también tuvo problemillas en su momento, sobre todo cuando estaba en el colegio y eso, es bastante mayor que yo… En fin. No es lo más aceptado del mundo, y en muchas casas genera problemas. Pero tengo suerte de que no sea mi caso. ― Sí es el caso de la casa de mi madre. ― Afirmó Emma. Ya, los Horner. Estaba seguro de que no conocía toda la historia, pero sí conocía muchísima. ― Y creo que en el mundo mágico en general está peor aceptado que en el mundo muggle. Hay mucho clasismo, hay mucha pureza de sangre… Los Horner, sin ir más lejos, han sido una familia que ha mantenido la pureza de sangre toda su historia. Los O’Donnell, también. ―

Dio un pequeño pellizco con el tenedor a la tarta mientras continuaba. ― Lex, por su legeremancia, ya ha tenido una vida complicada de por sí. La homosexualidad la va a hacer más complicada todavía. Y, en ciertas esferas, que su pareja sea hijo de muggles, también. Solo una de esas cosas ya hace tu vida un camino pedregoso, y Lex tiene el pack completo. ― Se retorció los dedos, con la mirada baja. Él lo sabía, sabía que lo suyo no era… fácil. No estaría bien visto. Se había ilusionado porque siempre había tenido mucho calor por parte de los O’Donnell, pero quizás ahora… ― Hay una sola cosa en la vida, solo una, que ha hecho a mi hijo realmente feliz. ― Darren la miró. ― Tú. ― Puf, ya iba a llorar, e igual delante de Emma no era buena idea. Con la vista vidriosa por las lágrimas, preguntó. ― ¿En serio? ¿De verdad lo piensas? ― Por supuesto. ― Afirmó, con esa seguridad con la que Emma decía las cosas que no dejaba lugar a dudas. ― Soy su madre, sé cómo es. Sé identificar los gestos en la cara de un niño que apenas habla. Sé identificar sus sonrisas. El quidditch le relaja y le da muchas satisfacciones. Tú le haces feliz. Lo veo yo, y lo ve cualquiera que tenga ojos en la cara, cualquiera que conozca mínimamente a Lex. ― Se llevó el trozo de tarta a la boca y se limpió con suma delicadeza antes de seguir. ― Por eso hoy quería hablar contigo. Alice ha estado muy metida en la familia desde hace mucho, nos conoce en profundidad, y nosotros a ella. Ya conocíamos a los Gallia, y ellos a nosotros, desde hace generaciones. No es tu caso, Darren. Pero ahora formas parte de esta familia. Hay cosas que quiero que sepas. O, más bien, que cuentes con ellas. ― Y él sin una libretita y un boli para poder tomar notas, que luego le venían los despistes, y aquí no se podía equivocar. Al final, Marcus iba a tener razón con lo de que era bueno llevar siempre pergaminos en el bolsillo.

― Yo no vengo de un entorno familiar protector, más bien lo contrario. No quería eso para mis hijos. Los he protegido, y seguiré haciéndolo, con todo mi ser. Sobre todo porque… no he tenido hijos normales. Ninguno de los dos. Soy su madre, sé lo que tengo en mi casa. ― Darren se extrañó. ― Marcus no tiene ningún problema. ― Marcus, mal llevado, daría muchos más problemas que Lex. ― Hizo un gesto con la mano. ― Pero no está mal llevado. ― Y eso, en lenguaje de Emma, quería decir que no iban a entrar en más detalles. Tampoco habían ido allí a hablar de Marcus, al fin y al cabo, pero desde luego que le dejó pensando. Él solo veía en su cuñado a un chaval listísimo al que le encantaba ser pomposo y quedar divinamente… Aunque cada vez que se acordaba de lo que vio en su boggart… le entraba un sustito… ― Sé lo que son los Gallia. Hasta tú, a estas alturas, debes saber ya… lo que es la familia Gallia. ― Asintió levemente. Bueno… el pobre William es que había tenido muy mala suerte… Y es verdad que lo de que Janet viniera de otro país embarazada tan jovencilla… No, con Emma no pegaba mucho. Dylan también había tenido problemillas, pero era un niño muy bueno. Y Violet era… Bueno, a él le parecía muy divertida. En fin, él no veía lo malo en la gente, se lo decían mucho. Claramente Emma veía más cosas, y también les conocía mucho más, así que mejor seguir calladito escuchando. ― Me preocupaba el destino que un chico con la proyección de Marcus pudiera tener… si se emparejaba desde tan joven con una persona… problemática. ― Darren parpadeó varias veces. ¿De verdad estaba teniendo esa conversación? ― Ni que decir tiene que me equivoqué en mis cavilaciones, y que mi hijo ha sabido elegir muy bien, acorde al sentido común que su padre y yo nos encargamos de darle. Lex ha hecho lo mismo, elegir bien… Pero… ― Ya… ― Dijo. Ella aprovechó para dar otro sorbo al té. ― No es fácil, Darren. No va a ser fácil para ninguno de los dos, por parte de mi propia familia de hecho. ― Dejó el vaso en el platito. ― Pero aún no he terminado. ― Cerró los labios. Ya iba a cometer la torpeza de hablar.

― No quiero que vayas a casa Horner por el momento. ― Oh. Bueno. No es como que quisiera, pero… menudo mazazo dicho así. ― No hasta que me haya asegurado de que va a ser un entorno seguro para ti. ― Arqueó las cejas. ― ¿Para mí? ― Y para Lex, por supuesto. Pero me temo que a eso llego ya bastante tarde. ― Comentó con un suspiro, recolocándose la servilleta del regazo. ― Mi madre es peligrosa, Darren. ― Le miró a los ojos. ― Quiero tener a Lex lo más alejado de ella posible, y por ende a ti. A Phillip y a Andrómeda ya los conoces. En cuanto a mi hermano Finneas, su mujer y su hijo Percival… ― Bajó los párpados. ― Estoy en vías de ver el tipo de relación que nos va a vincular a ellos y de dejar claras ciertas cosas. Es más prudente que no te mezcles tú. No voy a consentir que tengan más armas arrojadizas contra nosotros, ni mucho menos que tú seas una de ellas. No es tu papel. No lo mereces. ― Tanta defensa a ultranza por parte de Emma le estaba sobrepasando un poco, de ahí que no atinara con articular palabra.

― Darren. ― Le miró de nuevo. ― Te cuento todo esto porque tú eres ya mi familia. ― Se le hizo un fuerte nudo en la garganta y trató de controlar las lágrimas. Es que de verdad que estaba nerviosito. ― Eres la persona que Lex ha elegido, y vuestra vida juntos va a comenzar, si todo va bien, dentro de poco. Tanto si te quedas aquí como si decides ir con él en sus viajes. Por eso te he llamado, porque quiero que tengas claras varias cosas: la primera, que Lex es una persona tan especial como complicada, y tendrás que tener mucha paciencia. ― Tengo mucha. Muchísima. Un montón. ― Se apresuró en afirmar. Emma escondió una sonrisa y siguió. ― La segunda, vuestra relación no va a ser aceptada en muchos círculos. Sea en el mágico, en el deportivo, en el de ciertas casas. Tenéis muchas cartas en contra. Vuestra carta a favor es el vínculo que logréis crear. ― Asintió. ― La tercera: esta es la familia en la que estás ahora. Tienes una pareja legeremante, con todo lo que conlleva; tienes un cuñado con una mente prodigiosa y una genética materna que le hace ambicioso… con todo lo que conlleva; tienes una cuñada que viene de una familia con muchos problemas estructurales, y eso siempre pasa factura; y tienes una suegra que viene de una de las familias más clasistas del mundo mágico, cuya sangre corre por las venas de tu pareja, y que os puede meter en más de un apuro, si bien intentaremos evitarlo. Ese es el mundo en el que vas a entrar si estás dispuesto a ello, Darren. ― Asintió. ― Y por último… no sería justo decirte que entres en nuestro mundo sin que nosotros entremos en el tuyo. ― Se acercó a él. ― Siéntete libre de citarnos en zona muggle si te sientes más cómodo. Queremos conocer lo tuyo, y no solo que tú cargues con lo nuestro, por eso he querido venir aquí y que tú lo elijas todo, quiero que te sientas cómodo con ello. Estos somos nosotros, y este eres tú. Lo justo es que la aceptación sea mutua. ¿Me prometes que no vas a estar tan tenso ni a ocultarnos cosas por miedo a lo que pensemos? Nos hemos comprometido a aceptarnos mutuamente. ― Asintió, pero ya sí se echó a llorar. Emma suspiró. ― Perdoncito… No, perdón normal. ― Perdoncito está bien, supongo. ― Dijo la otra, para demostrar que iba en son de aceptación, pero vamos, que el tono de desdén había llegado a Wimbledon. ― Te he dicho que no te escondas, Darren. ― Ya, ya… ― Y no me hagas tener que lamentarlo, por favor. Que ya sin decírtelo te plantaste en mi casa con un drama romántico… ― ¡Ay, le gustó mucho el regalo, por cierto! ― Recordó, más feliz, mientras sorbía y se limpiaba las lágrimas. Emma le miró circunstancial. ― Imagino. ―

Recondujo. ― Ni que decir tiene… que esto no es un contrato vinculante. ― Parpadeó, confuso. ― ¿Qué quieres decir? ― Quiero decir que sois muy jóvenes, Darren. Os hacéis mucho bien y sois muy felices, pero si en algún momento dejáis de serlo… buscad cada uno vuestro camino. No pasa nada. ― Yo quiero estar con Lex siempre, Emma. ― Y ojalá sea así, pero si no lo es… no voy a contratar a nadie para que te asesine, por Merlín, que os veo en la cara lo que pensáis de mí. ― Ahora que estamos así de confiancillas, ¿de verdad que no eres legeremante? De Lex nunca dije nada, tampoco lo diría de ti, de verdad. ― No soy legeremante, Darren. ― Afirmó Emma con un profundo tono hastiado. ― No me hace falta, solo necesito observar con atención. ― Se removió y volvió a tomar el tenedor, con una caída de párpados. ― ¿Tienes alguna duda? ― ¿De qué? ― Le miró con una ceja arqueada. ― ¡Ah! Bueno… Que somos familia ¿no? Y que me quieres para tu hijo, que eso me ha parecido superbonito. ― Emma suspiró. ― Es un buen resumen, sí. ― ¿Te gusta la pastelería? Te puedo traer más veces. ― Lo vamos viendo. ― ¿Quieres llevarle a Arnold unas tartaletas? No son las de mi abuela pero también están muy ricas. ― Mi marido está empezando a parecerse peligrosamente a su madre en la ingesta de dulces y ya tiene una edad, se le va a poner el azúcar por las nubes. ― Eso le hizo reír. Emma no reía. Pero bueno, suponía que tenía que acostumbrarse a eso. ― Por cierto… gracias por el hechizo a Cordelia para protegerla de la lluvia. Estaba muy bien lanzado. ― ¡¡Oh!! Se me olvidaba. ― Se sacó del bolsillo un saquito y se lo tendió. ― No me fiaba de que no se hubiera resfriado de todas formas. Son chuches para las defensas, y llevan pinzas de cangrejo de fuego molido, así que le harán entrar en calorcito. ― La mujer le miró con leve sorpresa y rio entre dientes. ― He de decir… que encuentro ciertamente ingeniosas tus ideas para chucherías. ― Se guardó el saquito. ― Muchas gracias. Las usaré sabiamente. ― Darren sonrió, y por fin, sintió que se quitaba un gran peso del pecho. En el fondo Emma era muy buena, solo había que dejarla soltar sus discursitos de bruja importante y ya estaba. Podía con aquello, claro que sí. Sin decir nada, se levantó de un salto y fue al mostrador, pidió un vaso vacío y volvió. ― Darren, no… ― ¡Que sí! ¡Que está muy rico el batido, prueba un poquito! ― No es necesario… ― Te va a gustar, ya verás. ― Darren… ― Y un cachito de muffin. ¡Ay, ya sé! Nos llevamos uno y se lo mandamos a Marcus a Irlanda. Sé que se te dan divinamente los hechizos reductores de peso. ― Para Elio es… ― ¡Bah, yo le doy a Elio chuches fortalecedoras y se me pone hecho un torito! Venga, pruebe un trocito de muffin. ― Estoy llena, Darren. ― Un poquiiiiito, si le va a encantar… ―

Notes:

Estar separados es duro para todos, y Darren y Emma pueden no parecer las personas más compatibles del mundo, pero cuando dos personas quieren tanto a una tercera, no debería ser difícil quererse entre ellas, y sobre todo, la clave está en lo que hacen Emma y Darren: hablar. Poner las cosas encima de la mesa y trabajar desde ahí. ¿Habéis disfrutado de momentos como este? Nos encanta dar profundidad a los personajes secundarios. ¿Qué más de estos os gustaría ver?

Aprovechamos para contaros por aquí que, a partir de ahora, las subidas de los capitulitos será cada dos semanas (una sí, una no). Irlanda se nos está haciendo MUCHO más grande de lo que imaginábamos y queremos disfrutar de la escritura, asegurándonos de que os dejamos los capitulitos y todo lo que viene con ellos con la tranquilidad, la calidad y el disfrute de siempre.

Gracias por seguir por aquí, como siempre, compartir con vosotros nuestra historia es una parte indescriptible de todo esto. Las Alchemists os quieren. ¡Hasta dentro de dos semanitas! (qué Darren nos ha quedado esto).

Chapter Text

ONISM

(13 de noviembre de 2002)

 

MARCUS

Sacó la carta de su bolsillo y se la mostró a su abuelo con mucha teatralidad. El hombre arqueó las cejas. ― La muerte y la desgracia eterna. El número trece en el tarot. ― ¿Desde cuándo tiene mi nieto el científico cartas de adivinación en un bolsillo? ― Tengo una novia tarotista, ¿no lo sabías? ― Lawrence rio a carcajadas. ― Desconocía esa faceta. ― Ella también. ― Eso hizo reír al hombre aún más. ― Y por lo que he oído por tierras francesas, por poco no tengo también una suegra tarotista. ― ¡Esa historia sí me la sé! ― Los dos rieron. Se habían quedado solos en el taller y estaban descansando un poco haciendo uno de sus clásicos juegos de eruditos de los que tanto disfrutaban, y que no hacían casi desde que Marcus era pequeño, como mucho puntualmente cuando iba en las vacaciones de verano de Hogwarts.

― Te toca. ― Devolvió. Ya llevaban un rato diciendo, como homenaje improvisado al día en el que se encontraban, motivos históricos, legendarios o literarios por los que el trece se consideraba un número de la mala suerte. Perdía el primero que se quedara sin un dato que aportar. Lo dicho, jueguecitos intelectuales para estrujarse el cerebro pero que, para mentes como la de Marcus y Lawrence, era sinónimo de descansar. ― Los trece comensales. Según la tradición de la religión cristiana, en la última cena de Jesucristo, los doce apóstoles y él contaban trece. ― Marcus hizo una pedorreta. ― Esa es muy fácil, abuelo. ― Tuya ha sido la oportunidad de decirla antes y no la has aprovechado. ― Porque ni la había contado como opción de lo fácil que era. ― Pues por vanidoso, señor sangre Slytherin, ahora tienes más riesgo de perder por tener un dato y no usarlo porque prefieres quedar de listo delante de tu abuelo aportando datos más difíciles. ― La caída del Imperio Romano en Constantinopla. ― Chinchó, cortando el discurso de Lawrence y con expresión burlesca. ― Martes trece, eclipse lunar. ― Pero no es esa la fecha en la que está datada dicha caída. ― Pero sí fueron los augurios que se dieron. ― Hoy te ha dado por la adivinación. ― Marcus se encogió de hombros con una sonrisilla satisfecha. ― Yo solo doy datos. Te vuelve a tocar. ―

― El código Hammurabi. ― Marcus dio una palmada y chistó con fastidio, pero el anciano continuó. ― La regla número trece que, según cuentan, transgredió el rey de Babilonia… ― Me sé la historia. ― Cortó, con burla ofendida. ― Era el dato que iba a decir ahora. Me lo has quitado. ― La legeremancia pasa de abuelos a nietos pero no al revés. No sabía que lo ibas a decir. ― Ja, ja. ― ¿Alguien se ha arrepentido de prescindir de datos fáciles? ― Lawrence hablaba con aplomo, pero con sonrisilla de superioridad y saberse ganador. Marcus entrecerró los ojos, se cruzó de brazos y sonrió, sibilino. ― Voy a hacer un homenaje a mi padre y a los tuyos, ya que estamos en esta bonita tierra: el número de la imperfección. El doce es considerado el número de la distribución perfecta, por los meses y las horas, mientras que el trece la rompe. ― Esa teoría no es nada sólida. ― Dijo el hombre, y Marcus abrió los ojos y la boca. ― ¡Vaya! ― Por esa regla, bien podría serlo el once. ― El once se incluye en meses y horas, no así el trece. El trece descuadra toda la combinación. ― Cualquier número que siga al doce descuadra la combinación. ― Marcus empezó a negar y a chistar, provocador. ― Ay, alquimista carmesí O’Donnell. No le creía tan mal perdedor. ― El hombre soltó una carcajada. ― Tengo muchos más datos en la maleta, mocoso. Eres tú el que acaba de lanzar uno impreciso. ― Y así podían prolongar eternamente la discusión, si bien los dos se lo estaban pasando bomba.

Al final, como se veía venir desde el principio pero nunca perdía la esperanza (como cuando Dylan jugaba con él al ajedrez), se quedó sin datos antes que su abuelo. Lawrence era un pozo sin fondo de información, y a Marcus aún le quedaba mucho recorrido para llegar a su altura. ― Está bien. Tú ganas. ― Dijo con falsa resignación, mientras Lawrence reía entre dientes, le miraba con infinita adoración y le revolvía los rizos. ― Hubiera pagado por ser tan listo como tú con tu edad. ― Marcus le miró con cara de aburrimiento. ― Venga ya, abuelo. Eras famoso en el pueblo, y no por tus bailes precisamente. ― Era famoso en el pueblo porque no se me veía el pelo en una fiesta, a diferencia de… a todo el resto del pueblo. Ya llevas unos cuantos días aquí como para haberlo notado. ― Marcus suspiró. ― Me gusta saber cosas… Algún día, te ganaré a este juego. ― No dudo que ese día llegará. ― Le dio con el índice en la nariz, como le hacía cuando era pequeño. ― Pero no hoy. ― Sonrió con cariño… pero igual había llegado el momento de decírselo. De hecho, Alice le había dejado solo con Lawrence a propósito: hacía casi una semana de la conversación que tuvieron con Nancy, y cada vez que se quedaban solos en la habitación, hablaban y hablaban sin parar de lo que podían encontrar ahí fuera y de cómo usarlo para la alquimia. Su abuelo, su maestro, aún no sabía nada. Y Marcus empezaba a sentirse un traidor. Tenía que hablarlo con él.

Tragó saliva. ― Supongo que… cuando se estudia tanto, acabas… invirtiendo tiempo en mucho conocimiento inútil. Es decir, no digo que haya cosas inútiles. Más bien que… hasta llegar a algo que pueda significar cosas importantes, emplearlo para avanzar, supongo que previamente habrás tenido que leer muchísimo de cosas que apenas te aportan nada. ― Lawrence asintió. ― Es correcto. Por eso la alquimia es una ciencia tan compleja, aparte de por sus evidentes peligros. Hay que saber de muchísimas cosas, pero no todas son útiles. Claro que los manuales y el conocimiento general no llevan una etiqueta de “útil” o “inútil” encima, para descubrirlo primero tienes que pasar por ello. ― Marcus asentía lentamente. ― Sigo pensando en el hilo conductor de mis exámenes… Me gusta todo lo relacionado con… historia, runas, leyendas. Magia ancestral. Y creo que Irlanda es… un buen lugar para profundizar sobre ello. ― Lawrence empezaba a mirarle con la inexpresividad tranquila de quien hace rato que sabe que tienen que decirle algo, pero no va a presionar. Aunque tampoco a esperar eternamente por las vueltas que el emisor quiera darle.

Suspiró. ― Abuelo… me gustaría… contarte algo, proponértelo, bueno… ― Se mojó los labios. ― No quiero que te enfades conmigo. Si me dices que no, no lo haré. ― Si tiene que ver con el conocimiento y te digo que no, ingrésame en una residencia de mayores porque habré perdido la cabeza. ― Marcus rio levemente, pero no iba a tomarse la broma como tal hasta que no comprobara que realmente a su abuelo le iba a gustar lo que tenía que contarle. ― Hemos estado hablando con la prima Nancy. ― De entrada, ya vio a Lawrence llenar el pecho de aire, aunque no movió la expresión. Continuó. ― Cree que… puede haber magia protegida por alquimia en diversos lugares de Irlanda. ― Te confirmo que la hay. ― Lawrence se encogió de hombros. ― En todas partes. Unos sitios son más proclives que otros a ese tipo de lugares, pero magia protegida por alquimia hay en todas partes. ― Marcus asintió lentamente. ― Quiere… buscar las reliquias de los fundadores. ― Lawrence suspiró. ― Marcus… ― Lo sé, lo sé. Sé que no crees en ello. ― No, hijo, te equivocas. ― Respondió con tranquilidad. ― No es que no crea en ello, si probablemente Nancy tenga razón. Es que creo que es un camino baldío para dos jóvenes alquimistas. Te conozco, Marcus, y conozco a Alice como en su día conocí a William. Os vais a perder en historias fantásticas que nunca tienen fin y vais a despegar los pies del suelo. Sois mentes brillantes y tenéis un importante examen que prepararos y un mundo que os espera para que hagáis de él un lugar mejor. Meterte en este bucle es el cuento de nunca acabar. Tu prima lleva seis años con esta investigación, ¿y dónde está? ― Tiene muchos datos… ― ¿Quieres pasar los próximos diez años lamiendo hojas de los bosques hasta dar con una forma de vida diferente? Perdón por la exageración, pero mi querida Nancy está a un paso de convertirse en una druida si sigue viviendo en el mundo de las leyendas. ― Marcus suspiró de nuevo, agachando la cabeza. ― Déjanos intentarlo. Solo un poco. Por favor. ― Juntó las manos. ― Te prometo, te lo juro, que solo lo vamos a hacer para poder aplicarlo a la alquimia. Que no nos vamos a separar de este camino. Y que si vemos que va para largo, le diremos a Nancy que nos retiramos, o que lo tenemos que dejar en pausa. Interprétalo como mi búsqueda de inspiración para el tema libre de la licencia. ―

Lawrence se había quedado mirándole en un silencio tranquilo. Tras unos instantes, perdió la mirada y reflexionó en voz alta. ― ¿Recuerdas el último dato sobre el trece que te he dado? ― Marcus asintió. ― El dios Loki, el comensal número trece. Una leyenda escandinava sobre el dios de la destrucción. ― Lawrence, aún mirando a la nada, asintió con una sonrisa leve. ― Ese dato lo recolecté cuando estaba preparándome para la licencia de Acero. Fue en un viaje a Dinamarca. Tu padre y tu tía ya habían nacido, eran pequeños, y yo… ― Suspiró. ― Había discutido con tu abuela justo antes de irme de viaje. Había fallecido un familiar, un primo de mi madre, era un hombre a quien había tratado poco, el día que preparaba las maletas para irme al día siguiente. Era un congreso importante de apenas un par de días que llevaba meses esperando, al que iba un alquimista de prestigio cuyas investigaciones llevaba años siguiendo. Tenía en mente inspirarme en él para mi licencia, de hecho. ― Hizo una pausa. ― Tu abuela jamás me ha pedido que renuncie a mis investigaciones, pero tu padre había pasado una muy mala noche. Lo típico de los niños: fiebres, vómitos, querer dormir en la cama de su madre, ahora una pesadilla, despertó a tu tía, ella también se puso a llorar… Una noche de infierno de la que yo no me enteré porque, de tan emocionado que estaba por el viaje, me la pasé entera en el estudio sumido en los libros del alquimista Larsen. A la mañana siguiente estaba tan sobrepasada que me dijo que no le cabía en la cabeza que estuviera pensando en irme con la situación que teníamos encima: un hijo enfermo, una hija pequeña demandante, y un funeral, y todo lo que hablaría el pueblo si yo no iba, y con lo que tendría que lidiar ella sola. ― Volvió a hacer una pausa. ― Viéndolo con el tiempo… sí, traje información del congreso, conocí al alquimista… aunque era un señor ciertamente hosco, todo hay que decirlo. Y me traje dos curiosos datos, uno de los cuales ya he compartido con mi nieto y, el otro, estoy a punto de hacerlo… Pero no me siento orgulloso. No compensó. Debí quedarme. Y creo que el segundo dato fue una forma del destino de decirme: Lawrence, debiste quedarte. ―

Le miró con ternura. ― Te preguntarás qué hace este viejo contándote una historia que no tiene nada que ver con lo que le has dicho. ― Marcus rio entre dientes. Qué va, a él le encantaban las historias de su abuelo, siempre aprendía con ellas. ― El otro dato que conocí en Dinamarca fue una palabra danesa, no tiene traducción a nuestro idioma: Onism. ¿La has oído alguna vez? ― Marcus negó. ― Onism es… la conciencia del poco mundo que podemos experimentar. ― Dejó las palabras en el aire unos segundos. ― Es el entendimiento de que, por mucho que viajemos, por mucho que leamos, por mucho que aprendamos… solo tenemos un cuerpo y una vida, y el conocimiento, el mundo, el universo… los idiomas, las culturas, las personas… son de una envergadura tan grande, que jamás, en una sola vida, podremos aprenderlo todo. Podremos conocerlo todo. Nunca llegaremos a ello. Onism no es el hecho de no llegar a la plena Verdad, como dirían los antiguos alquimistas. Es más bien… una comunión con uno mismo, un entendimiento. Un comprender y reconciliarse con el hecho de que… por mucho que la angustia te aplaste solo de pensarlo, es mejor asumir que nunca llegaremos a todo el conocimiento del mundo. ― Le miró a los ojos. Le había dejado un poco… pues eso, angustiado. ― Responde con honestidad, Marcus: ¿has llegado a este punto de entendimiento? ― Tragó saliva. A su abuelo no le podía mentir. Agachó la cabeza con humildad y respondió. ― No. ― El hombre asintió. ― Lo sé. ― Puso una mano en su hombro. ― Yo he estado ahí, Marcus. Yo me fui esa noche a mi hotel llorando y sintiéndome un completo idiota, mientras sabía que tenía a kilómetros de distancia a mi mujer en el funeral de un primo mío y a mi hijo con fiebre, por haberme obcecado en pensar que, si no conocía a ese alquimista, perdería una oportunidad irrecuperable. Que si no viajaba a ese país, el conocimiento sobre el mismo se me escurriría como agua entre los dedos. ― Sonrió. ― El mundo ante tus ojos ahora es tan amplio, Marcus, que lo quieres abarcar todo. Y lo entiendo. ― Hizo un gesto con la mano. ― Id. Hacedlo, investigad. Pero Marcus: no vais a llegar al final de ese asunto. Tiene siglos de antigüedad, y tantos afluentes que no te puedes ni imaginar. Os moriréis y no habréis llegado a la mitad del camino de la magia antigua. No te frustres, Marcus. No te obsesiones, te lo pido por favor, porque te conozco, y te pareces mucho a mí, pero eres aún más ambicioso. Y no pierdas el objetivo que tienes delante. No pierdas de vista lo que quieres lograr. ― Marcus puso una silenciosa sonrisa resignada y asintió. El hombre soltó una leve y silenciosa risa de garganta. ― Y tampoco tengas prisa por llegar al onism. Te queda aún mucho por vivir para entenderlo. ―

 

ALICE

— “Y espero que el colega esté preparado para enseñarme todos los parajes de Irlanda, porque le he prometido a Olive que voy a llevarle brezos, aur, ramas de espino auténticamente irlandés…” — Alice rio y negó con la cabeza. — Y aquí da una lista de plantas que te aseguro que se la estaba soplando Olive al lado, te lo digo yo, porque a él no se le ocurren. — Molly se estaba riendo con ganas y limpiándose hasta las lágrimas. — Ay, este hijo, con lo que era tu madre para las plantas. — Ella rio un poco, terminando de leer la carta rápidamente. — Creo que justamente se ha buscado una que se parece a mamá, al menos en eso. Pero cada día es menos un niño, abuela. Tiene un cachondeíto Gallia… — Eso me ha parecido, desde luego. — Veremos las notas. — Dijo consternada y mirando al mar. — ¡Bah! Notas. Tu hermano está recuperando la vida, deja que crezca, y ya te preocuparás de las notas. — Alice la estrechó un poco. En realidad no estaba prestando mucha atención, porque estaba preocupada por lo que había dejado en casa y saber cómo se lo iba a tomar el abuelo, y ahora también, ella sola, con que Dylan diera la talla académicamente sin ellos en Hogwarts. Trató de reconectar con el discurso de la abuela y sonrió brevemente. — Este es el faro que se quiere comprar y reformar Andrew ¿no? — Dijo señalando la estructura, que por ese sendero se veía de bastante cerca. La abuela hizo una de “esas” risitas. — Sí, hija, sí. Yo no sé a quién salen esos niños, porque Nora y Eddie son gente muy como mi hermano, Hufflepuffs, muy buenos pero sin mucha iniciativa ¿sabes? Y sin embargo, Ginny ya la has visto, no se le acaba la mecha, Siobhán con sus activismos, que la cabeza la tiene en sus ideales y los pies, sabe Merlín, y mi Andrew… ¡Fuf! Ya has oído esas ideas locas, pero es un buen chico y adora a su Alli y a su bebé… — Sí, ya, conozco el tipo. Y Molly también, y por eso se había acabado callando.

— Oye, pues… Visto así… qué vistas tan bonitas tiene este sitio. A ti te gustaría, pega bien el viento. — Alice se rio y se encogió de un hombro. — Tu nieto se moriría en un sitio tan… peligroso. — Molly hizo una pedorreta. — Mi nieto cree que lo sabe todo y que sus límites son muy claros. Pero aquí, en Irlanda… ya ves que los límites no están tan claros. Comensales, jardines… Aquí la naturaleza lo inunda todo, desde las plantas, que se desbordan, las cosas de la vida como las ganas de comer, los niños… — Soltó una risita traviesa. Alice la miró de reojo. — La que está desatada eres tú, abuela. — Molly se rio y asintió. — Sí, hija, sí. Nunca pensé que volvería a vivir en Irlanda, que volvería a celebrar unas Navidades aquí, con mi hermano y su familia… — Suspiró. — Pero entonces vuelves aquí ¡pom! — Hizo un gesto de brotar hacia arriba. — Todo cambia, todo florece… Y lleva pasándome toda la vida. — Ahí sí tuvo que sonreírle con cariño. — No sabes cómo me alegro de que estemos todos aquí. Venir aquí ha sido la mejor decisión que he tomado. Todo nos inspira, todo es… desbordante, como tú dices. — Eso es lo que necesitas tú, mi niña. Buena tierra, aire puro… Pero te lo tienes que creer, hija. — Alice parpadeó. — ¿A qué te refieres? — A que veo cómo te quedas mirando a la nada cada vez que nuestros hombres se ponen a hablar de ciertas cosas del examen. Ya estás pensando que te quedas atrás. — Ella suspiró y se encogió de un hombro. — Bueno, a ver, no me irás a decir que estoy al nivel de tu nieto ¿no? — Que yo sepa tenéis el mismo rango. — Sabes que no va a de eso. — Y tú que tienes miedo de cada paso que das. Y lo entiendo, Alice, mi vida, lo entiendo perfectamente. — Se rio y miró al cielo. — Lo entiendo tanto que, ya ves, después de cancelar mi boda, creía que iba a salir todo tan mal que dejé que Lawrence se marchara. Menos mal que volvió por su propia cuenta. — Ambas rieron, pero Alice no podía evitar estar en otra parte. — Contágiate por el espíritu de mi isla, hija. Déjate crecer, deja que ese talento que tienes te invada, sin recortarlo, sin controlarlo… Y ya verás lo que sale, que para eso está el abuelo, para controlarlo y recortarlo si hace falta. —

Entonces oyeron que las llamaban y se giraron para ver a Eillish con Nora y Allison y Brando en el carrito. — ¡Os vamos llamando desde ahí arriba! ¡Estás sorda, tía Molly! — Es que voy hablando, Nora, hija, y no me entero. Que hay que educar a mis jóvenes. — ¡Uy, sí! No nos cabe duda de que tú educas más que nadie, seño. — Le dijo Eillish, y eso le hacía muchísima gracia a Alice, porque ahí estaba Eillish que tenía hasta nietos, pero seguía llamando tita a Molly. — ¿Y tú no deberías estar enseñando de forma reglada? — La mujer negó. — Yo ya voy delegando, tita, que se encarguen mi sobrino y mi hija Nancy. — ¿Nancy enseña en tu escuela? — Preguntó Alice. — La obligo. — Admitió Eillish, lo que provocó la risa de las otras dos. — Es la que mejor gaélico habla, y si se dedica solo a las investigaciones, se me va a volver majareta. — Alice se ahorró el comentario. Eillish y toda la familia le caían muy bien, de verdad que sí, pero no le gustaba cómo hablaban de la genialidad de Nancy en general. Le recordaba un poco a cómo hablaban de… — ¡Bueno, tita! Tenemos que organizarnos para las comidas de Navidad, y lo del día de San Esteban, cuanto antes. — ¿Día de San Esteban? — Preguntó ella. — Sí, aquí todo se celebra, no se queda nada en el tintero. — Le dijo Allison. Eillish, como buena Ravenclaw que tiene un dato que los demás no, se puso a su altura, mientras Nora y Molly se adelantaban, ya dirigiéndose al mercado, y dijo. — Es una tradición de los tiempos de las hambrunas. Todo el pueblo se reúne en el salón del ayuntamiento y cada familia lleva un plato de comida, así parece que hay un gran festín, y cada familia lleva también un espectáculo. Una canción, alguien que cuenta chistes… — ¿Y se celebra la Nochebuena y la Navidad también? — ¡Claro! ¡Todo! Hay que celebrar, que luego el invierno es muy largo… Verás, es divertidísimo. — Me muero de ganas. Además creo que el día veintiséis vendrá mi hermano, y me alegro tanto de que al menos una fiesta vaya a ver… — ¡Ay! ¿Viene tu hermano? — Exclamó Allison, y Nora se giró. — ¡Oy, pero qué bien! ¡Cuanta más gente, mejor! — Alice rio. — Sí, sí, se merece un descansito y alegría, aunque no sé qué notas me traerá… — ¡Bueno! Eso es secundario. — Eillish rio a su lado por lo bajini. — Qué ganas de conocerle. Y a tu padre, Alice, el primo Arnie siempre habla tan bien de él… — Nora lo había dicho con el entusiasmo que solo un Hufflepuff puede tener, pero Alice se había quedado sin palabras. Había estado pensando en el examen, la transmutación, las notas de Dylan… y no había contado con responder nada de su padre, la verdad.

Afortunadamente, estaban llegando al mercado de nuevo, y el silencio no se hizo tan pensado, y de hecho, Allison y Molly se pusieron a hablar de otras cosas, pero Eillish no le soltaba el brazo, y la pobre Nora se había quedado un poco cortada. — Pero… ¿es que tu padre no va a venir? ¿No puede? ¿Podemos hacer algo? — Nora. — Advirtió Eillish. — Déjalo. Será por gente que va a haber. No presionemos. Venga, vamos a mirar comida. — Y la mujer se dio por entendida y se acercó a las otras dos, mientras Eillish y Alice miraban distraídamente los puestos. — Yo también soy hermana mayor de una Hufflepuff. — Dijo la mujer, en un tono más bajo. — Y fui Ravenclaw muy responsable. También sé cuándo se tiene la cabeza en otra parte, como si intentaras… darle sentido a todo. — Alice la miró agradecida y asintió brevemente. — Es difícil. — Y tanto. Puedes seguir dándole Flipendos al cerebro un ratito, yo las distraigo. Pero, Alice… no siempre a todo se le encuentra el sentido. Selecciona qué intentas dilucidar y qué no, si no, al final, tu cerebro se pondrá en huelga, y nadie quiere eso. — La miró y sonrió, asintiendo. Sí, Eillish tenía mucha razón. Y de hecho, podía empezar por seleccionar tomates o judías verdes, pensar en la transmutación, o lo que fuera… Pero lo que hizo fue pensar en su padre, en qué haría, si montaría un numerito delante de Dylan, si estaría simplemente mirando al vacío, si su aspecto sería el que ahora tenía ella, el que tenía Nancy a veces, pensando en sus reliquias, y Eillish cuando trataba de recordar datos o Marcus imaginando tactos con el abuelo recordando infinitas bibliografías. En definitiva, si habría vuelto a ser un Ravenclaw genial o, tal como ella había comprobado antes de irse, se había perdido y simplemente debía descartarlo de la lista de cosas de las que preocuparse. Por mucho que muchas cosas le recordasen a él. Al fin y al cabo, no siempre se podía encontrar el sentido de todo.

Notes:

¡Cómo nos gustan los términos nuevos! Y más cuando tienen que ver con el conocimiento. En esta asociación de coautoras somos muy fans de hablar las cosas, y de demostrar que la comunicación es necesaria.

Marcus necesitaba el conocimiento y la aprobación de su abuelo, porque sabe que no sería lo que es hoy y lo que espera ser (incluyendo descubridor de reliquias) si no fuera por Lawrence, y Alice tiene una carga muy pesada con la mala relación con su padre, pero ahora tiene una familia comprensiva con la que puede compartir al menos pedacitos.

¿Qué O’Donnell da mejores consejos, Lawrence o Eillish? A todos los queremos igual desde nuestros corazoncitos Ravenclaw. ¡Contadnos por aquí! Nos encanta leeros

Chapter 54: Family and nature

Chapter Text

FAMILY AND NATURE

(17 de noviembre de 2002)

 

MARCUS

— Lo de la chimenea es buena idea. — Susurró, meloso, abrazado a la espalda de su novia, piel con piel. Más que buena idea (que también) era buena excusa para estar... más ligeros de ropa. Puede que llevaran ya un buen rato despiertos y... En fin, era domingo. Tenían "permiso" para despertarse más tarde. Pero también tenían ambos el cuerpo acostumbrado a levantarse más temprano para ponerse desde primera hora a tope con el estudio, así que se habían despertado antes de lo previsto y llevaban más de una hora entre besos, caricias y lo que surgiera. Y, por supuesto, hacía un buen rato que habían prescindido del pijama.

Fuera hacía un vendaval, o al menos lo hacía cuando se despertaron. El arrullo del viento y el repicar de la lluvia, el calor de la chimenea y el del cuerpo de Alice junto al suyo, el silencio de la casa... Un auténtico sueño. Estaba dejando besos distraídos en la espalda y el brazo de Alice cuando una serie de ruidos en la ventana interrumpieron su delicada concentración. Y es muy posible que el ruido llevara un buen rato pero él, en su burbuja, no se hubiera dado cuenta hasta que su cerebro empezó a plantearse que eso no era habitual. Giró el cuello para mirar la ventana que quedaba a su espalda, y lo vio directo: una piedra impactando en el cristal. Pues quien quiera que fuera no parecía dispuesto a cansarse, así que mejor ir antes de que lo rompiera. Miró a Alice, interrogante. — ¿Quién es? — Preguntó en un susurro casi asustado. ¿Alguien intentaba partirles la ventana? — ¡¡VENGA YAAAAAAAAAAA DEJAD DE DORMIIIIIIIIR!! — ¡¡O LO QUE SEA QUE ESTAIS HACIENDO!! ¡NINGÚN RAVENCLAW SE LEVANTA TAN TARDEEEE! — Vale, ahora el susto era real. No era un ladrón, lo hubiera preferido. Eran Andrew y Allison, gritando respectivamente. O salía ya o, aparte de partir la ventana, iban a alertar al pueblo entero. Y a sus abuelos.

Pero no podía asomarse a la ventana sin camiseta, en primer lugar, porque se iba a morir de frío, y en segundo lugar, porque era Marcus, NO iba a mostrarse sin camiseta si la situación no lo hacía estrictamente pertinente (por ejemplo, si estuvieran en la playa... No se le ocurrían más ejemplos). Se levantó rápidamente y se puso la camiseta del pijama. — ¡TE ESTAMOS VIENDO! — Gritó Andrew, con las consiguientes risas de su novia de fondo. Acababa de conocer a su primo y empezaba a querer matarlo. Al ir a asomarse a la ventana, se dio cuenta de que no solo había dejado de llover, sino que el viento se había calmado bastante, aunque el cielo no estaba especialmente soleado. Sacó la cabeza por el marco, pero antes de hablar, recibió las risotadas de los otros dos. — ¡FELIZ DOMINGO! — Gritó Allison. Andrew rio. — ¿Te acuerdas cuando los nuestros eran así? — Me acuerdo. Por eso tuvimos a este, porque nuestros domingos eran así. — Buenos días. — Interrumpió, quizás un poco ácido de más. Esperaba que su novia estuviera aprovechando que él estaba dando la cara para vestirse. Brando aplaudió, como si se congratulara de ver que Marcus sabía hablar. Le haría más gracia en otro contexto.

— ¡¡Primo!! Venga, que tenemos día de campo. — ¿¿Qué?? — Preguntó, porque por fuerza había tenido que entender mal. Por no hablar de que la presencia de vecinos cotilleando le estaba poniendo considerablemente nervioso y le desconcentraba. En concreto, había un señor con boina, un palillo en la boca y las manos en los bolsillos que miraba la escena con total e insultante naturalidad e inexpresividad, como si la cosa fuera en algún punto con él. Al menos las señoras asomadas a las ventanas estaban teniendo el decoro de intentar (aunque mal) no ser vistas. — ¡¡Que la comida de hoy es en el campo!! ¡Venga! ¡Que a Cerys no le gusta nada que la hagamos esperar! — No le gusta nada que le invadamos la granja. — Menos aún si la hacemos esperar. — Volvieron a reír los dos. Marcus entrecerró los ojos. — Parece que ensayáis los diálogos. — ¡¡VENGAAAAAAAAA ALICE VÍSTETE YA!! — SSSSSSSHHHHHHH. — Rogó. — El tiempo está feísimo. ¿Cómo vamos a ir al campo? — Eso conllevó más carcajadas aún. — Primo, si tenemos que esperar que coincida un día bueno con un domingo, no vamos al campo nunca. ¡VENGA, BAJAD YA, ESTA NOCHE SEGUÍS F...! — ¡Que ya vamos! — Cortó. Dejó a los otros riéndose y se giró a su novia, bufando. — Mira, ni me he enterado. Pero vamos a bajar antes de que esto vaya a peor. —

 

ALICE

Suspiró, y en su suspiro puede que hubiera salido un gemido bajito. ¿Podían ser así todas las mañanas? Bueno, a eso aspiraba. Le encantaba revolverse en la cama y pegarse a toda la piel que pudiera de Marcus. Alzó una mano y revolvió sus rizos mientras él besaba su piel. — ¿La chimenea? Lo que fue buena idea fue escogerte de novio. — Se mordió el labio y se puso a bajar la mano por su costado, deseando calentar aún más su piel (y todo lo demás). No contaba con la interrupción, la verdad. — Igual no es nada… — A la nada se lo dijo ella, su novio ya se había lanzado a la ventana.

Cuando abrió, se encogió sobre sí misma y se tapó más, haciendo un ruidito de queja. Ojalá le dijera a quien fuera que llevaban toda la noche estudiando y necesitaban descansar. A ver, mentiría si no dijera que se rio un poco al oír a Andrew y Allison. Malditos Huffies, eran muy divertidos. Maldito su novio un poco, que no sabía poner excusas para volver con ella a la cama. Suspiró y se frotó los ojos. — Yo tenía otros planes. — Se quejó, casi más para sí que otra cosa. Se arrastró entre las sábanas y el edredón y se echó la bata encima, asomándose, mientras achicaba los ojos por la luz. Las risas de Allison y Andrew le llegaron antes de que pudiera regular la luz en sus ojos. — Confirmamos. — Dijo la chica. Ella suspiró y miró al cielo. — ¿Veis necesario ir al campo justo hoy? — Algunos trabajamos, primita. Hoy es domingo, el único día que podemos todos. — Y es el día que Ruairi aprovecha para entrenar a los augureys. — Alice suspiró y miró a su novio. — El pájaro apocalíptico también viene. Genial. — Miró al niño en brazos de los chicos. — Tus padres no tienen remedio, Brando. — Y el niño, al sentirse mencionado, rio y pataleó de contento.

Cuando Marcus cerró y se acercó a ella, Alice tiró de él fuera del radio de la ventana y dejó caer la bata, echando los brazos hacia el cuerpo de su novio. — ¿Y si cojo una pulmonía? Razón: su novio la dejó muriéndose de frío por ir a chapotear por el campo… — Dijo con un pucherito y un fingido tono de pena, antes de lanzarse a besar sus labios. — Ah, espera, que esta noche volvemos aquí… — Puso una risita malévola. — Vas a tener que darme mucho ca… — ¡PRIMOS INGLESES! — ¡Seamus, no grites! Qué poco protocolario eres… — Oyó desde fuera. Se separó de Marcus y dijo. — Sí, sí, vamos porque… —

No sabía cómo, pero se habían juntado allí Patrick con los dos niños, Andrew, Allison y el bebé, y Amelia, cuando bajaron, ya estaba allí. Todos desayunaron, y todos habían traído algo con ellos, aunque la cafetera de la abuela Molly parecía a punto de pedir condiciones laborales dignas, y, si no fuera un cacharro, Alice diría que la veía sudar. — Te digo que son iguales, cuñada, iguales. El campo parece que les da alergia. Tooooodas las veces que lo organizamos, como un niño pequeño, poniéndome excusas para no ir. Y yo: Cletus, por el amor de Nuada, que soy enfermera… — Yo nunca he querido ir al campo. — Protestaba el abuelo. — No mientas, tío Larry, que papá siempre cuenta que supo que te casarías con tía Molly porque logró llevarte al río… — Y comenzaron una oleada de “uhhhhs” por toda la mesa que hicieron enrojecer al abuelo. — Fue por el folklore. Uno intenta conocer mejor su tierra y así pasa a la historia… — Alice reía y mordisqueaba la enorme tostada de pan de pueblo, mientras acariciaba distraídamente la mano de Marcus. — Para Martha y Cerys es importante cuando vamos para allá. — Continuó Amelia. — Y los chicos están haciendo un esfuerzo muy grande en que los niños aprendan bien el campo. Además todo está precioso en otoño. — ¡Oy y que lo digas! — Jaleó Molly, que andaba dando vueltas con Brando en brazos, jugando con él. — He sacado botas de agua para todos, tengo todos los hechizos impermeables preparados, y cestas de camping para todos los gustos. ¡AH! ¡Hacía tanto que no tenía un domingo de campo! — Aquí hay dos facciones muy claras. — Le susurró Alice a su novio. — Además, hemos oído que necesitáis plantas de inspiración para los proyectos de la licencia. — Añadió Patrick. — No hay nada como ir con Cerys por el campo para eso. — Larry gruñó mientras terminaba de ponerse las botas. — No deberíais ir pregonando vuestras intenciones por ahí. El trabajo de un alquimista debe ser… — ¡Oish, calla ya, gruñón! — Le riñó Molly, mientras les iba tendiendo los abrigos. Supongo que la abuela ha decidido que se acabó el desayuno, se dijo Alice, levantándose mientras terminaba de beberse el café. — ¡Eso! Los chicos hacen bien en contárnoslo, la familia está para ayudar. Anda, tira y ve a buscar a tu hermano, que sois tal para cual, y que te aparezca en la finca de Martha directamente. Contenta me tenéis. — Sin preguntar demasiado, Amelia se enganchó de su brazo y del de Marcus. — Venga, nosotros andando, a paso de abuela. — A su espalda oyó cómo Andrew, que iba rodeando a su novia, le decía. — Mi tía nos ha robado al niño y mis primos a la abuela, ¿ahora qué vamos a hacer? — La risilla de Allison era bastante expresiva, pero oyó a su espalda. — ¡Controlar las cestas! — ¡Primo Andrew! ¿Me llevas a hombros? Desde que nació el bebé no lo haces. — Saltó Seamus. — ¿Cómo que no? Arriba ahora mismo. — Y entre risas, y bajo un vacilante cielo entre plomizo y de un azul precioso, echaron a caminar hacia la finca.

 

MARCUS

Soltó un bufido a lo de los augureys y masculló. — No me extraña, con la que ha caído y nos va a caer... — Porque en fin, era de todos sabido que los augureys salían a volar cuando caían grandes lluvias, de ahí que fueran autóctonos de Irlanda. Igual no era, nunca mejor dicho, un buen augurio ir al campo el día que había augureys por allí, pero los magizoólogos a sus cosas, nada que no conociera ya de su tía Erin. En ser un señor cascarrabias mientras se vestía estaba cuando Alice tiró de nuevo de él para que la admirara, lo que le sacó un suspiro lastimero. — Alice, mírame bien. — Se señaló la cara haciendo un gesto circular con el dedo en el aire. — ¿Tengo la expresión de una persona que haya decidido esto? — Definitivamente, no. — Si me conoces de algo sabrás que lo de "chapotear por el campo" pocas veces va a ser mi opción de plan. — Y mucho menos si la opción contrapuesta era estar dándose cariñito con Alice en una cama al calor de la chimenea. Vamos, es que estaba por echarse a llorar.

Nada, ni despedirse de su novia podía porque, un segundo que se sumergiera en sus besos, un segundo que se veía interrumpido por su familia. Parecía que estaba escuchando la voz de Lex en su cabeza diciéndole "disfruta lo que siempre has querido" y demás variedad de comentarios chinchosos en relación a su amor por la familia y hacer planes permanentemente, y eso que su hermano no había estado aún allí, pero es que ya se lo veía venir. Le costó un rato reordenar el cerebro para la cantidad de gente que se encontró al bajar, y ni siquiera estaba allí la mayoría de la familia. El plan reunión familiar le encantaba, pero es que había sido demasiado imprevisto para sus cuadriculados estándares que aún no se habían hecho a la vida de pueblo irlandés.

Menos mal que a Marcus siempre le sentaba bien desayunar, y ya se iba poniendo un poco en sintonía con el entorno. La excusa de la boca llena le venía muy bien para disimular la gracia que le hacía su abuelo quejándose del campo, y la imagen de Cletus haciendo exactamente lo mismo. — Yo te creo, abuelo. La naturaleza no es lo mío, pero todo lo que sea antropológicamente... — Ahora los abucheos se los llevó él, y su abuela estaba haciendo unos ruiditos y gestitos descaradísimos señalando a Alice con la mirada y la cabeza que parecían narrarle a los presentes todos y cada uno de los pasajes de Marcus siendo arrastrado por Alice como si los hubiera leído en una novela. Lo de las botas de agua casi le hace atragantarse. — ¿Pero no estaremos bajo techo? — Igual tenías que haberte pensado la pregunta antes de lanzarla, Marcus, pensó casi de inmediato, solo de ver las miradas de los demás y que hasta el abuelo Larry había suspirado con condescendencia. —  Hijo, vamos al campo. — Menos mal que Amelia era bastante dulce al hablar... a pesar de que también había sonado tremendamente condescendiente. — Ya, ya, por supuesto, quiero decir... — A ver cómo lo arreglaba. Se aclaró levemente la garganta con la excusa de que le pasara mejor el pan. — Creía que íbamos a casa de Martha y Cerys, y como el cielo está... Bueno, parece que hay previsión de lluvia... — En Irlanda todos los días hay previsión de lluvia. — Bromeó Patrick, también intentando dulcificar el tono. Andrew se retrepó en el asiento. — Este ha entrado en pánico al ver el huracán de esta mañana. Pero tranquilo, yo diría que ya ha descargado lo fuerte, como mucho una llovizna... — Bueno, bueno, tampoco exageres por defecto. — Contradijo Allison. — Que todavía puede llover bien otra vez. — Pues no le estaban tranquilizando para nada.

Lo de las plantas sabía que lo estaban usando como órdago para que les pareciera mejor el viaje, pero bueno, se conformaría, era verdad que a Alice le iba a encantar todo lo que tuviera Cerys que enseñarle de allí. Compartió con su novia una fugaz mirada de reojo con el gruñido de su abuelo. Esperaba que Nancy fuera más discreta. Vio que Pod se acercaba a él con carita de ilusión, y Marcus ya estaba dispuesto a recibirle, pero Amelia les secuestró, así que se aguantó la risa y fue con ella. Lo del paseo con su tía al paso que quisiera marcar le parecería mejor idea si no estuviera temiendo que le cayera un huracán encima. — Mi Rosie es que solo quiere que su tita Martha le enseñe todos los animalitos. Y la consienten... ¡Uy, cómo la consienten! — Iba diciendo Amelia. Ciertamente, Patrick había ido con los dos varones, pero ni Rosaline madre ni la hija estaban allí. — Y como Rosaline sabe que a las chicas eso de... las grandes comidas y eso... no se les da muy bien, se va allí con la niña a la casa, y le echa una mano a Cerys con el almuerzo, y Martha se pone a enseñarle los bichillos a Rosie para que cuando lleguen el resto de sus primos alborotando al menos se haya quedado con la cosa de haberlos disfrutado sola. ¡Me recuerda a mi Erin, que no lo sabéis! Que me acuerdo yo que se nos perdía, que cuando te querías dar cuenta, "¿dónde está la niña?" Y la niña allí fuuuuuum campo a través, y colina para arriba, y colina para abajo, y aparecía montada encima de una vaca, y tu abuela "niña no te vayas sin avisar", y tu abuelo con el corazón en la boca, y mi Arnie el pobre que cada vez que se le iba la hermana y venga a llorar, y más lloraba, y “ay mi hermana que se ha perdido”, y me lo llevaba yo a enseñarle los libros de cuentas de mi suegra, y cómo disfrutaba... — Desde luego con Amelia no faltaba conversación, y Marcus estaba encantado de escuchar anécdotas familiares.

Y se alegró muchísimo de que el abuelo se hubiera ido a buscar a Cletus porque la esperanza de que Nancy fuera discreta, al parecer, era mucho pedir. — ¿¿Cómo están mis cazadores de rel...?? — Los ojos de Marcus debieron ser lo suficientemente expresivos, y la cara de Amelia suficientemente confusa, y la expresión de Molly a lo lejos suficientemente avispada, como para que la chica recondujera lo más rápido que pudo. — ¿¿...Relatos y cuentos de la historia de nuestra familia?? — ¡Uy! Pues les venía contando que cuando su padre era pequeño me lo llevaba... — Y ahora, Amelia enganchó a Nancy y se puso a contar más cosas. Marcus y Alice se adelantaron a la casa, donde Cerys les esperaba en la puerta con una sonrisa comedida que debía de tener entrenadísima. — Bienvenidos. Espero que no os hayan alborotado mucho para venir aquí. — Solo lo normal. — Bromeó Marcus. La mujer miró a Alice. — Temía que la lluvia de esta mañana me hubiera estropeado la última colecta que he hecho, creo que te puede gustar. — ¡¡HOLA, PRIMO MARCUS, PRIMA ALICE!! — Llegó Rosie trotando, tan contenta que se le lanzó encima. — ¡Pero bueno! ¿Y esta niña tan bonita? — Dijo él, levantándola en brazos. Martha frunció los labios y dijo. — Bueno, ya has pisado oficialmente el campo. — Le dijo, y vio que su mirada se dirigía a su pantalón un poco por encima de las rodillas... Prefería no pensar de qué venían manchados los zapatos de Rosie, pero ahora también estaba manchado él. — Bueno, a ver, ¿por aquí qué hay? Te dejo que me lo cuentes. — Le dijo a la niña, aunque lo ideal sería saludar al resto de familiares que ya estaban por allí, pero habría tiempo para todo.

 

ALICE

Si conocía de algo a Marcus, iba más tenso que nada pensando en la lluvia, pero a ella esas conversaciones tan triviales sobre si malcriaban o no a los niños, o si cocinaba este o aquel… Que le daba igual si ahora se empapaban, formaría parte de esa tranquila y completa vida que llevaban en Irlanda. Se rio mucho con la anécdota de Erin y señaló a Marcus. — Tu sobrino no era tan dramático, no siempre, pero seguro que me acusa de haberle causado más de un disgusto por escaparme por ahí sin avisar. — Amelia rio y le palmeó la mano. — Eso es porque se moría por cazarte, querida, y ya se ve que le salió bien. — Divinamente. — Contestó ella, mirando de reojillo a su novio.

Nada más llegar, ya estaba Nancy a punto de delatar todo el tinglado, y aún ni habían empezado. Habría que ver si su plan de contar su cometido solo a medias salía bien. Lo bueno es que Nancy lo salvó y Amelia la enganchó para ponerse a contar historias. Sí, y entretén también a la otra abuela, que si la conozco, ya está con la mosca detrás de la oreja. Se acercó a saludar a Cerys, con una gran sonrisa y asintió. — Lo he pensado, menuda tromba, lo único que eso no arruinaría sería el arroz. — Y justo llegó Rosie por allí. — ¡Oy! ¡Pero si es la amiga de las criaturas, me han dicho por aquí! — La niña rio y escaló a los brazos de Marcus. — Y de las vaquitas, me gustan un montón. Son enormes, pero muy buenas, y si la abuela Saoirse no les deja abierto, se quedan todas tranquilas en su cerca. — Se contuvo una risa y le hizo unas cosquillas en el costado a la niña. — Te dejo en buenas manos, literalmente, que Cerys quiere enseñarme unas cosas. — Y se fue con la mujer. No parecía la persona más habladora del mundo (Martha tampoco) pero a Alice le transmitía una energía amable y confortable. — Está Niamh ahí, porque estamos intentando hacer una poción fortalecedora para las crías de criaturas voladoras. Yo intento sacar espíritus de las plantas, pero los destiladores me dan la sensación de que no terminan de sacar toda la fuerza. — Alice asintió mientras vislumbraba el invernadero a lo lejos y a Niamh ahí dentro, manejando las plantas. — Normal, los destiladores valen más para consumo alimenticio, para extraer espíritus o esencias, se quedan a medio camino. — No te sientas presionada eh… pero he pensado que… si lo ves, claro, podríamos… podrías, intentarlo con alquimia. — No quería decepcionar a las mujeres, que parecían preocupadas. — No prometo nada, pero, por supuesto, vamos a examinar las plantas y veamos qué se puede hacer. —

Pasaron al invernadero y Alice no pudo evitar abrir la boca asombrada. — Pero… qué maravilla. — Naimh sonrió y admiró con ella. — Cerys es única con sus plantitas. Siempre hace todo lo humanamente posible para que vivan felices. — Tú lo has dicho. Humanamente. — Señaló la aludida. — Con diluvios como este, todo se te puede ir al garete. Infecciones fúngicas, falta de sol… Y espérate que vengan las heladas. — Suspiró. — En fin, vente para la zona de trabajo. — Pasaron por un pasillo, del que salían otros paralelos hacia los lados, lleno de plantas, cada uno con una luz y riego distintos. — Esto es el paraíso para mí, os lo aseguro. Si mi madre pudiera verlo… Ella tenía una casetilla enana, pintada de morado porque le encantaba… — Inspiró y sonrió. — La hubiera vuelto loca, vaya. —

Y entre sonrisas, llegó a un área más despejada con grandes mesas y estanterías llenas de instrumentos. Había allí un destilador tipo el que tenían en Hogwarts, y vasitos con claramente varios intentos. — Resulta que tenemos a varias crías de aves mágicas poco fuertes, y ya va a empezar el frío de verdad y los débiles se morirán si no se fortalecen. Necesitamos darles vitalizantes, y no sé si incluso algo contra las maldiciones, porque ya no sabemos ni de dónde viene su debilidad. — Alice asintió, mientras examinaba el destilador. — ¿Con qué habéis empezado? — Vellosilla. — Contestó Cerys y Alice frunció el ceño. — Qué raro… — Lo sé, no queda un espíritu ni la mitad de brillante de lo que debería. — La cosa es que, si queremos que los vitalizantes funcionen en crías tan pequeñas, tienen que estar muy concentrados, porque si hay que tomar mucho, se hartan y no se lo beben. — Y estaba a punto de sentir mucha penita por las crías, cuando una bola de plumas grisáceas y deslucidas, muy pequeñilla, y otro pollo directamente sin plumas, llegaron montando un gran escándalo y se posaron en los hombros de Niamh. — ¡Anda, mira! Parece que saben que estábamos hablando de ellos. Ha debido de ser Ruairi que está intentando entrenar y enseñar a volar a los augureys más chicos, pero ellos me buscan a mí. — Ella se miró con Cerys, y la mirada de la mujer fue expresiva de “sí, esa cosa fea es un augurey”. — Este es Botines, es muy gracioso. — ¿Y lo… El otro, perdón? — ¡Ah! Es Mary, es una fénix, pero la pobrecilla va por su quinta muda y se ha quedado fatal, es por la que más temo. La madre de Botitas la ha adoptado, es muy bonito. — Alice asintió con una sonrisa cariñosa, aunque se giró de nuevo al destilador, porque ella mejor hacía buenas pociones para los bichitos y se ahorraba las consideraciones físicas de los mismos. Volvió a mirar a Cerys. — ¿Las vellosillas que has usado son del invernadero? — Ella asintió. — Sí, este año en el monte no hay muchas. — Pues quizá han salido más flojillas porque el aire de los invernaderos siempre está más solicitado y viciado por las otras plantas, es su principal problema… — Suspiró y cogió un ramillete. — Voy a ver si haciendo una destilación alquímica sacamos algo de darle a la pobre Mary. — En un cartón, dibujó el círculo, y cogió una estevia para darle un poquito de buen sabor y granos de arroz para que los pájaros lo quisieran comer. Lo bien que le vendría Darren ahí. — Mi cuñado, el novio de Lex, para esto es ideal. Yo le haría la transmutación y él haría todo lo demás. — ¡Qué ganas de conocerle! Aquí trabajo no le va a faltar. — Dijo Niamh emocionada y feliz. Logró sacar la destilación, y, usando el arroz como precio, consiguió unos granos amarillo brillante. — ¡Tienen mucha más fuerza que lo mío! — Exclamó Cerys, impresionada. — No te creas, aún no controlo del todo las destilaciones, y me encantaría especializarme en ellas… De momento… — Dio los granitos a Niamh y los bichillos fueron derechos a comerlos de su mano. — Les pondrá un pelín más fuertes, pero creo que hay que cambiar de planta y lugar de procedencia si queremos mejores resultados. — Cerys dio una palmada y le puso una cesta en la mano. — Pues para eso están las familias enormes, para que montes una partida de recolección completísima. — ¡Eso! Vamos a buscar a los demás y vamos todos juntos. Seguro que las abuelas saben mejor por dónde buscar y todo. — Qué a gusto estaba entre Ravenclaws y Hufflepuffs.

 

MARCUS

— ¿A ti te gustan las vacas, primo Marcus? — Sonrió. — Claro. — La mentira más grande que había soltado en su vida. La niña, que aún estaba en sus brazos, dio un botecito en el sitio. — ¡Vamos y te las enseño! — Mejor cuéntame desde aquí. — Se giró un poco para ponerse de frente al paisaje. — ¿Dónde están las vacas? — ¡Allí! — ¿Y qué más hay? — ¡Ovejitas! Y mooncalfs. — ¿Mooncalfs también? — ¡Un montón! — Rio y dejó a la chica en el suelo (al tiempo de sostenerla pesaba bastante). Al hacerlo, se vio a un sonriente Pod al lado de él. — El primo Horacius decía que no ibas a querer venir al campo. — Le señaló el pantalón. — Pero veo que hasta te has manchado el pantalón y todo. — Bueno eso no ha sido voluntario, pero gracias por la defensa, pensó, sin perder la sonrisa. — Yo siempre tengo ganas de venir donde está mi familia. — Esa respuesta me ha gustado. — Dijo una profunda voz a su espalda. Arthur pasó un brazo por sus hombros y dijo. — Así que, con vuestro permiso, os lo robo un rato. — Marcus rio y se dejó llevar por el hombre, aunque Pod no parecía nada contento con que le hubieran arrebatado a su nuevo primo favorito por segunda vez en el día.

— ¿Cómo os está tratando Irlanda? — Preguntó Arthur mientras caminaban por el terreno. — Divinamente. Estamos encantados. Me encanta estar con la familia, y aprender alquimia con mi abuelo. He estado mucho en su taller de Londres y poder estudiar aquí, donde él empezó, me hace especial ilusión. Y este lugar es muy tranquilo. — El hombre rio con los labios cerrados. — Más tranquilo que el centro de Londres, querrás decir. Dudo que estés más alterado en tu casa con tus padres que aquí, casi en el centro del pueblo, con tus primos entrando y saliendo de casa. — Rio. — Tienes razón, pero no es tranquilidad de que... estés en silencio o nadie te reclame. Es el ambiente. — El hombre asintió. — ¿Y mi hija Nancy? ¿Os está dando mucho la tabarra? — ¡Para nada! Todo lo que cuenta es muy interesante. — El hombre suspiró, mirando hacia el horizonte. — Lo es... Es tan lista como su madre, pero con muchísimo más mundo interior y ansias de descubrir. Lo cierto es que yo hace mucho tiempo que no soy capaz de seguirle el ritmo. Y sé que cuenta cosas interesantes, y que sabe tanto que necesitaría otra vida para llegar a tener todo lo que tiene ella en la cabeza. — Le miró con los ojos entornados. — Pero no quiero que os desconcentre, que venís a estudiar. Y a veces el entusiasmo habla por ella y no puede domarlo. — Marcus negó. — No te preocupes en absoluto, primo Arthur. — Merecía la pena llamarle "primo Arthur" solo por la sonrisita tierna que se le ponía al oírlo. — Nancy es muy divertida y todo lo que nos dice lo podemos aplicar a nuestros estudios. Y, como buena Ravenclaw, sabe respetar nuestros horarios y lo que tenemos que hacer. — El hombre pareció conforme. — Ah, y a mi nieto Horacius no le hagas caso. Es una réplica de su bisabuelo Cletus. — Eso le hizo reír.

Alguien entonces, a su espalda, llegó trotando lo suficientemente rápido como para darle tiempo a ponerle una mano delante de los ojos a cada uno. Escuchaba la risa, pero aún le costaba identificarla. — Socorro, primo Arthur. Temo ofender a alguien si digo el nombre equivocado. — Por favor, qué medieval eres. — ¡Siobhán! — Dictaminó. El viejo truco de forzar a hablar, nunca fallaba. La chica soltó una risita musical y dejó un beso en la mejilla de su tío, dándole un afectuoso apretón hombro con hombro a Marcus. — ¿Y mi hermana? — Preguntó feliz, y acto seguido rodó los ojos y suspiró sonoramente. — Déjame adivinar: durmiendo. — Una chica tan justa como tú sabrá que toda trabajadora necesita sus horas de descanso. — Para tener unas decentes horas de descanso lo que hay que tener es una jornada laboral compatible con la vida. — Respondió con mirada afilada. El hombre rio. — Ni tu hermana ni tu prima Wendy parecen muy disgustadas al respecto. — Hizo un gesto con la mano. — ¡Ya vendrán! Todos los domingos vienen. Y mañana tienen todo el día para descansar, el pub cierra los lunes. — Lo que todo el mundo quiere, tener libre el lunes... — Siobhán se giró hacia él y cambió de tercio, sonriendo de nuevo. — ¿Dónde está Alice? — Ha entrado con Cerys al invernadero. — Se acercó a ella y confesó. — Si te soy sincero, este ambiente le gusta mucho más a ella que a mí. Pero no se lo digas a Rosie, acabo de asegurarle que me gustan las vacas. — Su prima rio. Tenía una risa cristalina muy bonita.

— Me va a venir genial que estés aquí. — Dijo entonces, enganchándose del brazo de ella y caminando, mientras Arthur se entretenía hablando con Edward, quien llegó justo detrás de su hija. Siobhán puso cara de curiosidad. — Tú que siempre sabes lo que está bien y lo que no. Soy extremadamente correcto. Dime: ¿algún tema que no pueda tocar? ¿Algo con lo que quedar divinamente delante de según qué personas? — La chica reía a carcajadas. — No me puedo creer que estés teniendo tantísima cara de preguntarme eso. — ¿Por qué no? — Devolvió entre risas. — Soy todo un caballero. — Oh, por Nuada. Puedo ser la persona a la que menos impresiones del mundo por decirme eso, más bien al contrario. — Precisamente porque no eres tan fácilmente impresionable: ayúdame a impresionar a los demás. — Ella volvió a reír a carcajadas. — ¿Cómo te aguanta tu novia? ¿Es que siempre eres así? ¿No te cansas? — ¿Y tú? ¿No te cansas de tener siempre un motivo justiciero por el que estar mosqueada? ¡Venga! Si en algo nos parecemos, es en que no nos bajamos de nuestro burro ni aunque nos pongan del revés, solo que por temas diferentes. Tú ayúdame a ser el primo perfecto, dime todo lo que necesite saber, y yo prometo darte la razón en todas las causas. — ¿En todas? No hagas promesas que no puedes cumplir. — En todas. Seamus me está enseñando a ser un buen aliado. — Y a Siobhán volvió a darle la risa.

 

ALICE

Los gemelos salieron corriendo hacia su madre, hablando los dos a la vez. — Chiiiiicos, chicos, por favor, los augureys. — ¡Siempre los bichos primero! — Se quejó Horacius. — Shhhhh, es verdad, que los asustas, encima Botitas está enfermo. — Le riñó Lucius. — Ahora no tanto, la prima Alice le ha hecho una pocioncita estupenda, y ahora vamos a ir a por más ingredientes para que se terminen de curar. — ¡Qué guay! ¡Danos una cesta! — Se ofreció Lucius, y Cerys le tendió una. — Pero ya sabéis las normas. — Le recordó. — Que antes de tocar nada hay que preguntarte a ti o a Nancy o a Martha. — Niamh se inclinó a Alice. — A mamá ya saben que no, la herbología nunca ha sido lo mío. Yo tampoco tocaré nada… — ¡CUIDADO QUE LEVIATÁN VA PARA ALLÁ! — ¿Cómo que Leviatán? Un augurey enorme pasó batiendo fuertemente sus alas, mientras un par de perdices huían aterrorizadas. — ¡Pero bichito! Ya sabes que no se puede soltar a Leviatán así como así… — Regañó Niamh a Ruairi. Trató de aguantarse la risa con lo de bichito, porque parecía que estaban en un momento tenso. Detrás de él llegaba corriendo Andrew. — Es que se ha escapado solo, de verdad. — No se escaparía si no estuvierais haciendo el tonto. — Regañó Nancy. — ¡Ay, mi hermana! Que no es hacer el tonto, es que tienen que aprender a volar, y Leviatán es que se pone muy loco… Hola, Alice, buenos días. — Iba a contestar a Ruairi, pero no le daban lugar. — Mira, bichi, ha hecho una poción muy buena para Botitas. — ¡Oh! ¡Sí que se le ve mucho mejor! ¡Hola, chiquitín! Esas plumas y ese brillo son nuevos ¿eh? — ¡Ruairi, concentración! ¡LEVIATÁN! — Le recordó Andrew, corriendo en la dirección del pájaro. — La familia grande se ha mermado un poco, pero acerquémonos a la casa a ver si encontramos un equipo más nutrido. — Resolvió Niamh, y Nancy se les unió.

Ya más cerca de la casa pudo observar a Arthur y Eddie con los niños, jugando en las vallas y señalando las vacas. — ¡ABUELO! ¡LA PRIMA ALICE HA SALVADO LA VIDA AL AUGUREY Y EL OTRO HA HUIDO POR ENVIDIA Y MAMÁ HA CASTIGADO A PAPÁ! — Fue Horacius vociferando mientras se acercaba a su abuelo. — ¿Por qué me da que eso no ha sido así exactamente? — Todos rieron y Alice preguntó. — ¿Dónde está Marcus? — Con mi hija por ahí. La que está despierta, quiero decir. — Así que Ginny también está de baja. — Y Wendy. — Alice miró a Cerys. — No sé yo qué tal va a quedar el escuadrón plantas. — Eddie se puso de pie del tirón. — Pero te ayudamos en lo que haga falta. — ¡Y el primo Marcus nos acompaña! — Intervino Pod por ahí. — Yo también voy. — Añadió Rosie. — El primo no va a querer venir, fijo. — Señaló Horacius. — ¡EL PRIMO SE HA MANCHADO LOS PANTALONES Y TODO ANTES, MENTIROSO! — Replicó Pod. — Y un caballero hace lo que sea por su dama. — Y esta dama necesita un equipo si quiere hacer una buena colecta de las plantas que Cerys, Niamh y los pájaros necesitan. Voy a por ese caballero mío. — ¡Voy contigo! — Aportó el niño. Sí, por supuesto, no faltaba más que tuviera ella cinco segundos con su novio.

Cuando llegó a la altura de Marcus y Siobhán, vio a las mujeres liadas en la cocina y a Martha, Cillian y Patrick reunidos en uno de los corrales. — ¡MARCUS! ¡TU DAMA NECESITA AYUDA! — Siobhán entornó los ojos. — Seguro que la dama se puede ayudar sola, ¿no crees, Pod? — Esta dama necesita un escuadrón herbólogo para buscar ciertas plantas y se me van cayendo miembros de la familia. — Pues por aquí no busques. Estamos liadísimas con la comida, y Ally y mi madre han ido a dar de comer y dormir a Brando. — Dijo Eillish desde dentro de la cocina. Desde luego, viendo que las dos dueñas de la casa estaban a otras cosas, sí, iban a tener que afanarse otras en la cocina. — Como veis, estoy altamente necesitada de personal. — Se acercó a Marcus y le miró de arriba abajo, rodeando con los brazos su cintura. — Y me ha dicho un pajarito que te has manchado los pantalones y todo. — Pido disculpas en nombre de mi hermana por eso. Es que no mide. — De verdad que le costaba no reírse del pobre Pod. Menos mal que Siobhán lo hacía abiertamente. — Tía Saoirse, ¿tú vienes a la recolección de hierbas de Alice? — Preguntó la chica. La mujer, que estaba apoyada en la valla, mirando a los que estaban con los animales, se giró con una espléndida sonrisa. — ¡Qué va! No me apetece nada, no son lo mío las plantas, pero pasadlo muy bien. — Ahí sí que se le escapó una carcajada, y susurró a Marcus. — Es Oly de mayor, de verdad que sí. —

Ya reunido y aprovisionado su equipo, formado por Eddie, Arthur, Niamh (con los dos pájaros en los hombros en precario estado, si le preguntaban a ella), Siobhán, Nancy, Marcus y los niños, Cerys les mandó callar a todos. Claramente estaba muy interesada en el asunto. — Vale, primera advertencia. — Dijo ella. — Buscamos plantas que son venenosas así que NADIE toca nada. Ni niños ni adultos. Los que puedan hacer magia, las cortan con un Diffindo, siempre por la parte del tallo que esté más marrón, intentando meternos lo menos posible en el tallo verde. De ahí, levitando, hasta la cesta. Los que no puedan, avisan a un mayor si las ven. Ahora lo que buscamos son: eléboro negro, chopo negro y aulaga. Lo primero es una mata con flores blancas, que probablemente aún sean capullos; el chopo es un árbol marrón oscuro, con aspecto de corcho, y queremos sus ramas más tiernas; y la aulaga es una flor que crece en pequeños ramilletes y es amarilla, tiene así pinta de debilucha, por eso está rodeada de espinas, así que especial cuidado con ella. ¿Listos? — ¡SÍ! — Contestaron todos como si fuera un concurso. Desde luego, aquella familia estaba para ella. — ¡Pues a ello! — Y se dirigieron hacia la explanada arbolada que había junto a la finca.

Nada más empezar a andar, Cerys se puso a su lado, mientras todos iban revisando los márgenes del bosque y pies de los árboles. — Alguien como tú necesito yo aquí. Que traiga ideas nuevas, que me ayude a mejorar… — Suspiró. — Cuando vine aquí, Martha y yo teníamos un montón de ideas. Pero te vas anquilosando, adaptando a lo que un pueblo y una granja necesitan… Hasta que un día, necesitan algo que tú ya no sabes cómo conseguir, y tienes un invernadero completamente pasado… — Tu invernadero está excelentemente cuidado. — Repuso Alice, que justo encontró una planta de aulaga. — Y seguro que hay estudiante de Hogwarts deseando salir de sus casas y aprender de forma práctica. Mi amiga Oly sin ir más lejos. Podríais tenerle en casa, para que no tuviera gastos y ganara experiencia, a mí me parecería genial, es un poco lo que hacemos Marcus y yo… — Miró a su novio desde allí. — Y de hecho… después de comer podríamos ir por allí, y quizá llevarnos al abuelo también. Con sus conocimientos de alquimia y los míos de plantas podemos darle una primera vuelta a tu invernadero para que te ayude con las condiciones climáticas, que eso sí que no lo podemos controlar. —

 

MARCUS

Estaba riendo con su prima cuando Pod llegó vociferando hasta ellos, y se echó a reír con ganas solo en anticipación a la cara que, por supuesto, puso Siobhán con eso del rescate de la dama. Probablemente las palabras peor escogidas para decir delante de ella, y la risa le granjeó una mirada de inquina por su parte. Menos mal que la dama en cuestión sí que venía de buen humor y reclamando no solo su presencia, sino todas las posibles. Lástima que fuera para identificar plantas, pero bueno, siempre podía seguir con su teatro. — No es la primera vez que me retan a identificar plantas, y no se me da mal. — Fanfarroneó, tirándose de las solapas del abrigo, y echándose de paso muchísima tierra encima, porque Marcus tenía nociones muy básicas de herbología. O muy básicas según sus elevados estándares, porque en el fondo la había estado cursando tres años y obtenido matrícula de honor en los tres.

Suspiró cómicamente cuando Alice se acercó a él, mirándose los pantalones. — Así es. — Bajó los párpados. — Para que luego digan que no me implico en el campo. Yo soy todo implicación. — Alice, ¿y si las vacas se han comido las plantas? — Preguntó Rosie, llegando por allí, aunque parecía más curiosa que preocupada al respecto. No seré yo quien se las saque de la boca, si es lo que estás pensando, respondió mentalmente Marcus, pero por fuera mantuvo la sonrisa. Revolvió los rizos de Pod y también rio con el comentario de Saoirse, y el posterior apunte de Alice. Pero el escuadrón para recolección de plantas estaba ya montado (veía innecesaria la presencia de los dos pajarracos de sus primos, pero empezaba a detectar causas perdidas cuando las veía), por lo que atendió con todo su interés y, sobre todo, su respeto (una Ravenclaw queriendo dar instrucciones era motivo de sobra para mantenerse en silencio) a Cerys.

Miró a los niños y abrió mucho los ojos con insistencia, diciendo en un susurro paternal. — ¿Habéis oído? Las plantas son venenosas, así que no se tocan. Llamáis a un mayor que las corte. — Asintieron. Echaba de menos sus funciones de prefecto, al menos podía hacerlas allí un poquito. Y más que lo iba a ejercer, porque los niños debieron pensar que para qué irse solos si necesitaban de un adulto igualmente, y viendo a Marcus tan dispuesto a atenderles, se fueron tras él como patitos. — ¡Bueno! — Empezó, feliz. Mejor convertir aquello en un juego para que no se le dispersaran. — ¿Qué colores tenemos? — ¡Negro! — Dio un saltito Rosie, feliz. Pod fue a corregirla con paciencia, pero Horacius se adelantó con la burla. — ¡Ninguna es negra, es solo el nombre! — Déjala, que es pequeña. — La defendió Lucius, dándole un empujoncito en el brazo a su hermano para que se callara. Se giró a Rosie. — Muy bien, Rosie. — ¡Si le dices muy bien se va a equivocar siempre! — ¡Calla! ¡No me dejas explicárselo! Se llama negro, pero es blanco. — Los intentos de Lucius por explicar llegaban tarde, porque la niña se había cruzado de brazos con un mohín y puesto a la altura de Marcus. — Siempre se están metiendo conmigo. — Bueno, bueno. — Dijo él, pasando un brazo por sus hombros. — Participamos todos ¿vale? Y lo que no sepamos, lo aprendemos. A los Ravenclaw nos encanta aprender. — Me da que aquí el único Ravenclaw eres tú. — Pinchó Horacius. Pod frunció el ceño. — A lo mejor yo soy Ravenclaw. — Tú vas a ser Hufflepuff. — ¿Y tú qué sabes? — ¡A ver! ¿Esa cuál es? — Interrumpió Marcus, señalando una de las plantas que había conseguido localizar y en un intento por que aquello no se le fuera de las manos. Todos los niños corrieron a agolparse delante del arbusto como lechuzas curiosas. — ¡El chopo! El abuelo tiene un montón. — Clamó Pod, contento. Marcus desenvainó la varita con una floritura. — ¡Muy bien! Pues a ver esas cestas preparadas. — Rosie la alzó por encima de su cabeza como quien hace una ofrenda a los dioses, en lo que Marcus cortaba los tallos necesarios y los levitaba hacia la misma.

Divisó a Nancy en el paseo y dijo cómicamente. — Eh, prima Nancy. ¿Te unes a mi rebaño? — ¡BEEEEEEEEE! — Clamó Rosie, contenta, haciendo a todos reír. Nancy rio también y señaló a los dos gemelos. — ¿Con aquellos dos diablos? Ni loca. — ¡Tita! Nos hemos venido sin los augureys para que los Ravenclaw estéis cómodos. — Dijo Lucius, desatando las carcajadas de los dos mayores, pero también que se dirigieran a él para hacerle cosquillas. — Tú eres el peor de los dos, porque al otro se le ve venir, pero tú eres un suavón. — Decía Nancy, mientras el chico se retorcía de risa. Marcus continuó. — ¡Eso! Conozco muchos Ravenclaw expertos en pájaros. Nuestro blasón es un águila, ¿con quién te crees que hablas? — Y más se reía el otro, hasta que Pod llamó su atención. — ¡Primo Marcus! Ahí hay eléboro negro. — ¡Marchando! — Y allá que fue, de nuevo con la maniobra para cortar y llevar las ramas a la cesta. Nada más divisaron a Alice, Rosie y Horacius fueron corriendo hacia ella, disputándose el primer puesto en la carrera. Marcus vio cómo intentaban hablar los dos a la vez de todo lo que habían recogido. — ¿Y tú, de qué casa vas a ser? — Preguntó Marcus a Lucius, poniéndole las manos en los hombros, mientras el niño sonreía. — Porque la de tu hermano me la imagino. — ¡Uf! Horacius va a ser Slytherin como el bisabuelo Cletus. Papá y mamá son Hufflepuffs, y el abuelo Arthur también, así que seguramente sea Hufflepuff. Aunque en verdad me gustan todas. — Sip, Hufflepuff. — Confirmó Marcus, y Nancy rio. El niño giró el cuello para mirarle. — ¿Conoces a alguien de Hufflepuff, primo Marcus? — ¡Uy! A muchos. La mayoría de mis amigos son de Hufflepuff. — ¿Sííí? — ¡Sí! Y lo más importante: mis dos cuñados son de Hufflepuff. El hermano de Alice y el novio de Lex. — Lucius parpadeó un momento. — ¿La novia de Lex? — Preguntó, como si temiera no haber entendido bien. Nancy miró a Marcus un tanto incómoda, pero él ni se dio por aludido. — No, su novio. Es un chico majísimo, se llama Darren, y le encantan los animales, como a tus padres. Estoy seguro de que es con quienes mejor se va a llevar. ¿Sabéis? A lo mejor viene unos días en Navidad. — Nancy sonrió con ternura, y el otro pareció convencido. Simplemente miró al frente de nuevo. — ¡Qué bien! Pues le preguntaré cómo es la sala común. — Nancy y Marcus se miraron y sonrieron.

 

ALICE

Cerys estaba sonriente, e incluso asintió a la proposición de Alice, pero se la veía ausente. Ella decidió darle su espacio, mientras recolectaban las plantas, y hacían alguna otra observación aquí y allá. Y en una de esas, se fijó en algo en el tronco de una encina, y entonces entendió. — ¡Ya sé que les ha pasado a tus plantas! — Cerys la miró abriendo mucho los ojos, y hasta los tíos y los pájaros de Niamh se alteraron. — ¡Mira esto! — Le instó, arrastrándola prácticamente hasta el tronco. — Es moho alternario. Eso está debilitando todas las plantas. No es solo tu invernadero, es que afecta a todo. — Yo creo que las flores de casa O’Donnell están bien. — Dejó caer Eddie. — Porque las flores son muy débiles para el moho, Eddie, pero un buen tronco de una encina o una herbácea… Oh… Eso es un banquete para el moho. Por los cuernos de un fauno, ¿cómo no lo he visto? Estoy dormida en los laureles… — Se lamentó Cerys. Arthur negó. — Son tantas cosas… No se puede controlar todo, y menos las plantas. — El moho sale por exceso de agua. — Empezó a hilar Alice, y los dos hombres rieron. — Uy, pues si fuera por eso aquí no habrían podido ni empezar a vivir… — No, las plantas de aquí se adaptan a la lluvia, pero tú me has dicho antes que este año ha habido aún menos sol que de normal, y ha sido perfecto para que cojan menos fuerza y el moho se sienta más a gusto. — Alice se rio, un poco psicóticamente. — ¡Pero es que se arregla con nada! Con… patatas. Se separa alquímicamente en un momento el almidón, que absorbe el moho y se conjunta con cualquier material que resista bien la lluvia, se extraen las esencias, se aplican a un ungüento y… ¡voilá! Luego solo hay que proteger con un hechizo impermeable las plantas más propensas y todo controlado. — Los cuatro pares de ojos que la miraban eran un poema. — Vamos, sencillísimo. — Se atrevió a decir Arthur con una carcajada. Eddie y Niamh se rieron también. — Dejadla, hombre, que a las mentes brillantes todo les parece sencillo. — Alice se cruzó de brazos con falsa ofensa. — ¡Lo es! ¡Cerys, díselo! — Pero la mujer suspiró. — Ojalá pudiera, Alice, pero es que no había ni detectado el moho, no te digo ya dar con una solución tan rápido… Pero bueno, tal como lo planteas es fácil, desde luego. — La pobre Cerys parecía afectadilla en su orgullo Ravenclaw, y Alice odiaba hacer sentir así a la gente, y menos cuando lo que quería era ayudar, pero algo le decía que no era ella solamente la que había provocado aquella reflexión en Cerys.

Su reflexión se cortó de golpe porque Horacius y Rosie llegaron corriendo a su altura. — ¡Hemos encontrado eléboro negro! — ¡Lo he encontrado yo! — ¡No es verdad! Bueno, sí, pero solo porque yo no sabía que no era negro, porque como se llama negro… — Alice alzó las manos y miró a ambos. — Eso es trabajo en equipo. Todos hemos encontrado todo. — Bueno, si el que lo ha encontrado he sido yo… — Intentó objetar Horacius. — Hombre, siendo así, podemos dejarte aquí tranquilamente, ya que te apañas tan bien solo. — Sugirió ella, rodeando a Rosie por los hombros. — ¡No! ¡A ver si va a tocar una planta! ¡No dejes aquí al primo, Alice, por favor! — Ella miró significativamente al niño. — Parece que tienes una muy buena compañera de equipo, yo daría gracias por ella. — Y con una risita baja, se acercó a Marcus y Nancy. — A ver esa cesta del peligro. — Prima Alice. — La llamó Pod. — ¿Por qué quieres darles plantas venenosas a los pájaros? — Se agachó frente al niño y sonrió. — Porque sospecho que lo que tienen es una maldición. Porque si estuvieran enfermos o malnutridos, ese poquito de poción debililla que les hemos dado antes, no hubiera servido de nada, y si les ha mejorado, es porque su salud está bien de base. Creo que han pillado alguna maldición involuntaria de otra criatura, y las maldiciones se curan con otras maldiciones, como el veneno. — Rosie puso cara de miedo. — ¿Pero eso no les hará más daño? — Pues no ¿y sabéis por qué? — Los cuatro niños negaron. — Porque, como un alquimista muy sabio dijo: el veneno está en la dosis. — Levitó una de las ramitas para que la vieran. — Sacaremos esencia de aquí, de la flor, y les daremos una gota, lo justo para que el veneno ataque a la maldición. — Todos abrieron mucho los ojos, justo cuando llegaban el resto de los mayores. — ¿Quién quiere venirse conmigo a ir preparando esto y a dejar a los pajaritos ref…? — No le dio tiempo a Niamh de terminar de decir “refugiados” cuando, de golpe y porrazo, empezó a llover. Pero no unas gotitas, no. Una cortina de agua se avino sobre ellos, y Alice no tuvo ni tiempo de pensar.

Alguien tiró de ella en una dirección, con tanta agua no veía ni quién, y en breve, se vio con Marcus, Nancy y Cerys en una cueva, al menos guarecidos de semejante chaparrón. — ¿Y los demás? — En la cueva de un poco más abajo. — Señaló Nancy, y se rio encogiéndose de hombros. — Sabemos refugiarnos, esto es Irlanda en estado puro. Espérate que no granice. — Cerys resopló y ya se rio desesperadamente, tapándose la cara. — No, por Lugh. Lo que le faltaba a las plantas. — Alice la miró con sentimiento. — Todo tiene arreglo, Cerys, de verdad. Es un despiste. — La mujer suspiró y se frotó los ojos. — Ya, si es que no sé ni por dónde empezar a mejorar todo esto, porque claramente lo que aprendí hace treinta años en el colegio se me queda corto. — Es un campo demasiado amplio y voluble. — Le dijo Nancy con comprensión, y Cerys rio, estrechándole el hombro. — Qué te voy a contar a ti. — Y ambas rieron. — Creo que Cerys es la única que no cree que desvarío con las runas. Menos mal que tengo aquí a otros dos Ravenclaws que me van a ayudar a… Yo que sé… tener ideas brillantes y hacer alquimia, que es lo que claramente saben hacer. — Y todos rieron. Estaban calados y reflexivos, pero en el fondo a Alice le encantaba eso, hacer tormenta de ideas, con la lluvia de fondo, simplemente dejando que las preocupaciones de mentes como las suyas fluyeran y pudieran ayudarse.

 

MARCUS

Fue bien orgulloso (casi más que los niños) a enseñarle su cesta a Alice, pero la pregunta de Pod le hizo tener que contenerse muy fuertemente una risa por respeto. Escuchaba la explicación que Alice le daba con tanta adoración que ya estaba oyendo la risita maliciosa de Nancy a su lado, lo que le hizo mirarla con los ojos entornados. — No dirás que no es lista. — Sí, sí. Si lista es... — Pues eso es lo que estoy admirando. — Se defendió muy digno. No le dio tiempo a abrir la boca para aportar nada más, porque de repente cayó un aguacero tan tremendo que ni a sus brazos les dio tiempo a tapar su cabeza para refugiarse de la lluvia, y rápidamente fue arrastrado por alguien hacia un refugio.

— Claro, estás tan embobado con la intelectualidad de tu novia... — Dijo Nancy con burlita. La miró con inquina. — La lluvia ha caído de repente. Y qué lástima que nadie hubiera avisado de que esto iba a ocurrir. — Eso último iba con tonito y lleno de sarcasmo, por supuesto. La perspectiva del granizo le puso los ojos como platos. — ¡Eh! Que no es como que en Inglaterra el tiempo sea mucho mejor. — Pero no nos vamos al campo cuando llueve. — Entonces pisaréis poco el campo. — Marcus dio un resoplido como única respuesta a Nancy, pero esta rio. Cerys tenía una preocupación mayor, y él sabía lo que era cuestionarse a uno mismo, pensar que no estás haciendo las cosas todo lo bien que podrías. Escuchó comprensivo, y la aportación de Nancy le hizo reír levemente... y tener una idea.

— Hace un poquito de frío aquí ¿no? Estaría bien secarse. — Y ya vio cómo Cerys, rutinariamente, sacaba la varita para lanzarles un hechizo secador, pero Marcus hizo un gesto de la mano, provocando que le mirara con una ceja arqueada y extrañeza. — Se me acusa con mucha frecuencia de pomposo, teatral e incluso retorcido en mis prácticas por tal de darme autobombo... y es verdad. PERO. — Sus interlocutoras rieron, en lo que él continuaba. — A veces, pensar esas formas más complejas de llegar a un mismo camino no solo te abre nuevas puertas, sino que te hace darle un mayor valor a las cosas simples, y saber cuándo es más pertinente usar unas u otras. Ser práctico, o ser imaginativo. ¿Podríamos secarnos con un hechizo secador? Sí. Es la opción fácil, puede que la más rápida, aunque también es más laboriosa: tenemos que hacer el hechizo uno a uno y lanzarlo uno por uno. ¿Y por qué no buscar algo que nos dé calor a todos por igual? — Alzó las manos. — Y ahora diréis: Claaaaaro Marcus, qué fácil lo ves todo, ¿pero y de dónde sacamos eso? — Sí que te pierdes un poco en el teatro. — Comentó Cerys con una sonrisa de lado, haciendo a Nancy reír entre dientes otra vez. Pero Marcus puso mirada interesante y alzó un índice. — Tú observa. —

A punta de varita y aprovechando la tierra del suelo, dibujó un preciso círculo alquímico, uno sencillo, de calor. Se acuclilló ante él y juntó sus manos, e inmediatamente después, una agradable sensación de calor empezó a manar del suelo, como si hubiera una lumbre. Cerys abrió los ojos sorprendida, se agachó y puso ambas manos. — Es... es como si hubiera una hoguera encendida. — Marcus la miró con chulería. — Alquimia, prima. — La mujer y Nancy le miraron súbitamente. Se aclaró mudamente la garganta. — Cerys. — Corrigió. Nadie había dado allí oficialidad alguna a lo de que esa mujer y Martha tuvieran algo más que una bonita amistad y un negocio en la granja. Volvió a lo suyo. — Es un círculo de calor, y muy sencillo. Como estoy seguro de que mi novia ha tenido que comentarte, porque ella también es una gran alquimista y con ideas mucho más buenas para la herbología que yo... — Le dedicó una miradita interesante. — ...Se pueden generar microclimas para las plantas. Te digo más, se pueden fabricar materiales que favorezcan diferentes climas para las plantas. Mi abuelo tiene círculos de calor y de frío permanentes en el taller, en apenas un apartado reducido. Qué no podríamos hacer en un invernadero entero. — Se sentó en el suelo con seguridad (total, ya tenía el pantalón manchado de todas formas...) y miró a Cerys con una sonrisa. — Solo tienes que pedirlo y se hará. Y pensar a lo grande. A veces, hace falta. —

 

ALICE

Por supuesto, su novio no iba a dejar pasar que él no hubiera salido ese día, así que simplemente se limitó a mirarle embobada, con sus rizos mojados y su sonrisita traviesa, la que ponía cuando estaba a punto de actuar como un Ravenclaw intelectual y pomposo. La tenía desde que lo conoció, y siempre había tenido el mismo efecto en ella, el de quedarse embobada mirándole, esperando a ver con qué discurso saldría, callando a todos, o al menos generando airados comentarios que solo eran envidiosos de esa dicción. — No, que aquí la amiga también… — Comentó Nancy señalándola. — Qué cruz de tortolitos. — Pero ella solo podía observar a Marcus dibujando el círculo de calor y admirar. Realmente, a esas alturas, ya le daba hasta igual no llegar a ser tan buena como él, solo quería observarle para siempre, aprender de él, recrearse en aquella habilidad tan complicada que él con su habilidad hacía fácil. Apretó los labios para no reírse cuando Marcus dijo lo de “prima”. No, su novio y las no oficialidades no se llevaban nada bien, pero al menos nadie se ofendió y siguieron como si nada.

Imitando a su novio se sentó y se abrazó las piernas, cerca del calor. — Así ganó una de las pruebas que hay que pasar en La Provenza para ganarse a una novia. Yo estaba detrás de unos aros de fuego y él transmutó el calor de las llamas para poder pasar. — Miró a Cerys. — Hay pocas cosas que no sepa hacer. — Y asintió a lo de los microclimas, pero la mujer suspiró. — Si el problema es que no tenemos los recursos para mantener todo eso. No solo monetarios, diría que más bien los que nos faltan son mágicos y humanos. — Nancy asintió y le imitó la postura. — A ver, qué te voy a contar yo. Nadie quiere ser antropólogo, y luego van a haciendo gala de Irlanda, de las canciones, de las tradiciones y el pueblo, pero no se dan cuenta de que todo eso hay que conservarlo, estudiarlo y entenderlo… Pasa lo mismo con las granjas y los herbolarios… — La chica negó con la cabeza. — Pero luego Nancy está loca porque siempre anda buscando cosas que no existen. — Alice se apoyó con los codos en las rodillas. — Lo bueno de que Marcus y yo siempre vayamos en pack es que podemos decir lo mismo con enfoques distinto que ayuden a comprender la magnitud de nuestras ideas. Por eso somos como el sol y la luna. Contrarios, pero tenemos que coexistir. — Acercó las manos al círculo de calor para calentárselas un poco. — Lo que Marcus no ha recalcado es que, para generar esas ideas más complejas e intrincadas hay que encontrar la base, y de ahí partir, no por el camino más recto necesariamente, sino aprendiendo a ramificar y retorcer. Pero no se puede uno saltar el paso de hallar la base. ¿Sabéis cuál es el primer estado de la alquimia, que, por cierto, tenemos que practicar bastante? — Cerys parpadeó y Nancy frunció el ceño, con esa mirada Ravenclaw de “esa pregunta es demasiado evidente.” — La calcinación ¿no? — Alice asintió. — ¿Y sabes por qué? — La chica rio. — La verdad es que siempre me he preguntado por qué es ni siquiera un estado. — Porque la calcinación lo reduce todo a la mismísima esencia, al más voladizo e insignificante polvo de ceniza. Y de ahí, de lo más básico, es de cuando puedes empezar a crear todas las demás combinaciones de la materia. — Qué gusto daba poder hablar de esas cosas con gente que no te lo reducía todo a “puf, yo ahí es que ya me pierdo”.

Suspiró y se apoyó contra la pared. — Con esto, lo que quiero decir, es que todos pecamos de querer arreglar o encontrar las cosas y las soluciones desde el punto en el que ya estamos, pero si no lo logramos, la solución suele ser recurrir a la base, desprenderte de todo y buscar la raíz del problema. En el caso de Marcus estaba tirado: el problema es que estamos mojados, de ahí solo había que deducir que hay que secarnos, y todos los problemas derivados de los hechizos secadores etcétera. — Señaló a Cerys a su lado. — El problema de Cerys requería mucha más investigación de la base, pero ya ves que una vez localizado tiene arreglo y se nos han ocurrido unas cuantas soluciones. — Y no será por veces que he pensado en qué podría estar pasando, pero, como dice Alice, quería partir de donde ya estaba, no dar pasos atrás. — La mujer señaló a su prima. — ¿Quieres buscar las reliquias? Vuelve a la base, lo más básico de tus investigaciones. — Nancy parpadeó, mirando el agua, pensando. — Es que la base son las leyendas… — No, pero piensa en la base de tus estudios, algo físico, un sitio por donde empezar a mirar… — La chica rio, ausente. — Es que cuando empecé, lo que más hacía era… estudiar runas en cuevas como esta… — ¿Cuáles fueron las primeras que recuerdas haber estudiado? — Preguntó Cerys. — Las primeras eran de tumbas celtas, normales y corrientes, tan solo textos lapidarios… Pero… — Y entonces Nancy abrió mucho los ojos. — ¡YA SÉ! ¡AQUÍ EN BALLYKNOW! ¡SÉ DÓNDE VI POR PRIMERA VEZ EL NOMBRE DE NUADA Y EIRE! —

 

MARCUS

Alzó la barbilla con una sonrisa orgullosa ante la referencia a las pruebas de Saint-Tropez. — Que no escuche Siobhán esa historia. — Murmuró Nancy entre risas. Las dos mujeres narraron las dificultades en recursos que tenían en sus respectivos trabajos, y Marcus escuchó, con la mirada agachada y en silencio. Él no era rico, pero la familia de su madre sí lo era, y afortunadamente, sus padres siempre habían tenido un sueldo lo suficientemente bueno como para que no les faltara de nada. Por no hablar del sueldo que tiene un alquimista carmesí como Lawrence. Sus abuelos eran personas sencillas y que no habían hecho nunca ostentación, pero Lawrence tenía que tener un muy buen fondo económico. Cosas que a Marcus le habían venido dadas sin buscárselas. Eso hacía que, en muchas ocasiones, se le olvidara que no todo el mundo lo tenía tan fácil de entrada. Siempre se acababa sorprendiendo a sí mismo dándose cuenta de estas cosas. Y dicha sorpresa por algo tan obvio le avergonzaba, así que optaba por callar y escuchar.

Miró a Alice y sonrió. Luego giró la mirada a Nancy. — Y nosotros no pensamos que estés loca. Es verdad que... los recursos que tiene la alquimia son mucho mayores, pero también es una ciencia que se muere, que cada vez quiere ejercer menos gente, pero luego todo el mundo quiere sus beneficios. Y algo para lo que hay que tener una visión muy... amplia, por decirlo así. Ver más allá, ver cosas por las que podrían decirte que si estás loco, que son imposibles. Podemos entenderte. — Alice hablando de alquimia se ganaba su corazón entero, por lo que volvió a mirarla con enamoramiento y orgullo, y a asentir a sus palabras. — Tiene mucha razón. Es una mujer muy sabia. — Dijo con ternura y distendido, pero también con muchísimo convencimiento. — La base es primordial. Y sé lo que cuesta tener que dar pasos para atrás, a mí me cuesta muchísimo. Pero el avance va a ser muchísimo mejor después, merece la pena. — Dicho eso, picó las costillas de su novia con una sonrisita. — Pero, eh, eso de que lo mío estaba tirado no me ha gustado. No me quites méritos. — Todos rieron.

Entonces llegó la reflexión de Nancy, y el clima generado era tan pausado y reflexivo, tan acogedor en torno a su círculo de calor y con el sonido de la lluvia de fondo, que el grito le hizo sobresaltarse. Cerys asintió, con una sonrisa tenue. — Fíjate, te ha costado menos que a mí hallarlo. — Nancy señaló a la contraria. — Aquí donde la veis, esta mujer de aquí es la casa Ravenclaw con patas. Todo sabiduría, sosiego, visión e inteligencia. — Cerys chistó y rodó los ojos. — Para. No exageres. He tenido que recurrir a... — Y también se fustiga muchísimo. — Interrumpió Nancy. Marcus rio y miró a la mayor. — Lo puedo entender. De verdad que sí. — No era habitual que una persona de su casa se dedicara a la vida del campo, solían preferir otros ámbitos, pero Cerys, efectivamente, le transmitía todo lo que Nancy había dicho. Lo cierto era que se sentía muy a gusto allí, en aquel ambiente.

Eso sí, lo de mantener la búsqueda de reliquias en secreto iba a estar complicado. — ¿Desde cuándo tienes a estos chicos liados en tu proyecto? — Marcus miró a Cerys, y luego a Nancy con culpabilidad. Esta se cruzó de brazos. — ¿A que no te vas a chivar? — La mujer alzó una ceja, con expresión impertérrita. Nancy suspiró. — Gracias. Pues se lo comenté hace unas semanas y les pareció buena idea. ¡Así que no he liado a nadie! Solo lo he comentado y a ellos les ha parecido bien. — Marcus miró a Alice, conteniendo una risa. Eso no había sido exactamente así y todos lo sabían, pero bueno, no iban a quejarse tampoco, a ellos les había gustado la idea ciertamente. — Y no les estoy presionando para nada. ¿A que no? — En absoluto. — Respondió él, pero seguía aguantándose la risa. Presionar no era la palabra, pero el tema salía a menudo. Nancy era una versión muy joven de su abuela Molly, con más dosis de Ravenclaw, pero con proceder parecido.

— ¿Y está por aquí la cueva de las runas que viste? — La verdad es que no está muy lejos. Creo que podría ser un buen sitio para empezar nuestro recorrido. Además... — La conversación de Nancy se vio interrumpida. Entre la lluvia, una luz se coló por la cueva, y no tardaron en ver que se trataba de un patronus. Tenía la forma de un perro muy bonito, alto y de aspecto juguetón, que llegó trotando y con la lengua fuera. Cerys por algún motivo estaba ya suspirando, pero el animal se sentó contento ante ellos, haciendo que Marcus y Alice sonrieran mirándolo (aunque se preguntaron qué urgencia debía acontecer para enviar un patronus). Pero, de repente, la voz que manaba de él salió en forma de chillidos a coro. — ¡¡PRIMO MARCUS PRIMA ALICE ESTAMOS EN LA CUEVA DE LA IZQUIERDA!! — ¡¿¿OS HABÉIS MOJADO??! — SEAMUS QUIERE SALIR A COMER BAJO LA LLUVIA. — Y un montón de griterío incomprensible y a un volumen que, en el interior de la cueva, sonaba tan atronador que les hizo taparse los oídos. — Mira que le tengo dicho que no use el patronus para tonterías. Pues nada. — Se quejó Nancy. — Lo usa como un elemento más de clase para los niños. Como si fuera una pizarra, vamos. — Terminados los gritos, el sonriente perro soltó un ladrido y se desvaneció. Marcus se destapó los oídos. — ¿De quién era ese patronus? — ¡De Andrew! ¡De quién va a ser! — Bufó Nancy, alzando los brazos. Cerys tenía el rostro inexpresivo de quien está pensando que había pocas torturas peores que aquella y que qué habría hecho ella para merecer eso.

— La verdad es que parece que esta lloviendo menos. — Aventuró Nancy, mirando por el agujero de la cueva. Cerys sacó la varita y desplegó el hechizo de paraguas más enorme y con apariencia resistente que Marcus hubiera visto nunca. La miró con los ojos muy abiertos. — Guau. Si podías hacer eso, ¿qué hacíamos en la cueva? — La mujer le miró con una sonrisa enigmática y dijo. — Charla de Ravenclaws. ¿O es que echas de menos los gritos? — Eso le dejó con una sonrisa entre impresionada y boba, y desde luego que le gustó la respuesta, y le hizo reír. La mujer señaló al exterior con un gesto y dijo. — Vamos. Que todo el "tiempo en familia" que perdamos, luego hay que recuperarlo, y hasta que pueda dedicarme a mis cosas me dan las tantas. —

 

ALICE

Miró con ternura a Marcus. Efectivamente, la alquimia se parecía mucho a la amada antropología de Nancy y su novio tenía una sensibilidad especial para los eruditos y para la familia, así que cuando ambos factores se juntaban podía llegar a ser más brillante que nadie. Y le gustaba, le hacía feliz hacer esas cosas, estar en familia, paseando por el campo, pero también poder tener conversaciones así y eso se lo concedía Irlanda. Nunca pensó que le debería tantas cosas a ese sitio. Le tiró un beso a Marcus con su alusión orgullosita y le guiñó un ojo. Se sentía como cuando se sentaban todos en la sala común de Hogwarts y aún se picaban.

Miró a Cerys y dijo. — A mí también me lo pareces. Es muy loable conseguir todo lo que consigues con los recursos que tienes aquí. La vida no es como el invernadero de Hogwarts, tú no tienes el sueldo y las facilidades de una profesora, y mucho menos las condiciones climáticas y protectoras del colegio, y no hablemos ya de un invernadero mágico de los de las ciudades o los protegidos por el ministerio. — Nancy rio y negó. — Aquí en Irlanda no menciones mucho el ministerio. Somos los olvidados, siempre lo hemos sido. — Había cierta desazón en, a pesar de ser consciente de los problemas de la vida, encontrárselos de cara y ver a gente que era tan buena contigo, y tan buena en general, sufrirlos. Pero la conversación volvió a virar hacia el tema de las runas y tuvo que reír ante la expresión de Cerys. — No es presión. Pero sabe cómo tentar a dos Ravenclaws y recordarles que hay un campo entero por investigar. Algo de la ambición Slytherin del abuelo sí tiene. — Y le guiñó un ojo a Nancy.

La tertulia se vio interrumpida por un perrito monísimo, y le dio la risa fuerte por el uso del patronus. Lo cierto es que Alice tenía los patronus mensajeros asociados a las peores tragedias, y ver que la familia lo usaba así era hasta de agradecer para quitarse el trauma. — Andrew es de lo que no hay. — Comentó mientras se levantaban. Y volvió a darle la risa cuando vio que Cerys les podía haber hecho el paraguas gigante antes y había pasado, y entonces dijeron lo de recuperar el tiempo y… es que estaba tan contenta, riéndose, recordando Hogwarts, que recordó algo que hacía mucho en el colegio y que siempre le había encantado. Dejó que Nancy y Cerys se adelantaran, lideradas por la primera que ya estaba gritándole a Andrew que así no se educaba a los niños, y agarró fuertemente la mano de Marcus, tirando de él hacia la lluvia. En cuanto empezaron a mojarse, le puso un dedo en los labios. — Ni una queja quiero. — Le susurró, y tiró de él detrás de un gran roble, dejando que el agua les cayera.

— Cuando estábamos en Hogwarts teníamos que escondernos por las esquinas. Durante años estuvimos escapándonos cuando nadie nos veía… — Se acercó a él. — Pero nunca me has besado debajo de la lluvia. — Y le lanzó los brazos alrededor del cuello y se echó sobre él, besándole con pasión, como cuando se escondían detrás de las estanterías, porque, a fin de cuentas, así estaban ahora, todo el día juntos pero sin poder darse todos los mimos y arrumacos que querían, así que lo disfrutó, disfrutó el beso, el momento tan especial, el ruido del bosque y el saberse escondidos otra vez. Cuando se separó, acarició su nariz con la suya. — Me encanta meterte en líos, prefecto O’Donnell. — Dejó un piquito en sus labios y le miró a los ojos. — Quiero que sepas que así soy feliz. Que vuelvo a tener ganas de hacer travesuras, de besarte siempre que pueda, de probar cosas como ir al monte bajo la lluvia… — Acarició sus mejillas mojadas, mirándole entre las gotas que les caían a ambos. — Por fin puedo cumplir sueños contigo. Aunque sea algo tan tonto como esto. — ¡PRIMO MARCUS! ¡ALICE! ¿OS HABÉIS PERDIDO? — Gritaba Andrew con tonito. — ¿Y SI SE LOS HA COMIDO UN BICORNIO? — Temió la voz de Pod. Alice se rio mientras juntaba su frente con la de Marcus. — Oh, sí, esto es como en los viejos tiempos tal cual. —

 

MARCUS

Algún día aprendería que lo de estar tranquilo y relajado y sin bajar la guardia, con Alice en su vida, era inviable. Iba bien tranquilo y contento bajo el enorme paraguas, ya intentando divisar a los demás en la lejanía, cuando se vio arrastrado por su novia y, por supuesto, empapado de nuevo. Solo veía agua y cómo se alejaban del paraguas. — ¡Al...! — Y ni tiempo le dio a quejarse, porque ella ya le detuvo. Echó aire entre los labios. — Pero... — Empezó, aunque fue decirlo y le dio por reír. Echó la mirada hacia atrás, pero nadie parecía haberles visto, la cantidad de agua tampoco lo favorecía. Y allá que fue, a saber a dónde, arrastrado por la mano de su novia.

La miró a los ojos mientras le hablaba, con la respiración agitada, hasta que se lanzó a sus brazos, y sintió un fortísimo cosquilleo en el pecho. Se aferró a su cintura para devolver el beso, rebosante de emoción, y se quedó mirándola atontado cuando se separaron de nuevo. — He vuelto a esos momentos. Te lo garantizo. — Dijo de corazón. Soltó una risa un tanto jadeada. — ¿Cómo puedes hacer que cada vez que te bese parezca la primera vez? — Así se sentía, como si cada beso fuera nuevo, una experiencia distinta. Como si cada vez que ella quisiera besarle, mirarle, escaparse con él o rozar así su mejilla, él fuera el chico más afortunado del mundo. Como si todos los astros se hubieran alineado en su favor y aún no se lo pudiera creer.

Lo de los líos le hizo reír, pero lo demás directamente le agarró el corazón. — Alice... — Empezó, en un suspiro, pero los gritos ya le interrumpieron. Rio de nuevo. — Sí, definitivamente hemos vuelto a Hogwarts. — Señaló con un gesto de la cabeza como si Pod estuviera detrás del árbol. — Creo que ese era Colin. — Bromeó. Acarició su mejilla. — Alice... Es todo lo que quiero en esta vida. Que seas feliz. — Su deseo a las estrellas. Era un milagro que Alice no lo hubiera adivinado ya, con lo mucho que lo repetía, pero no dejaría de decirlo porque no había verdad más grande para él. — Te quiero. — Susurró, besando sus labios de nuevo, con ternura, pero mayor brevedad, porque iban a ser descubiertos en cuestión de segundos. — Este ha sido un gesto muy romántico, señorita Gallia, me ha encantado. Aunque no ha sido marca O'Donnell porque hubiera preferido, de poder elegir, hacerlo en seco. — Bromeó, mientras tomaba su mano y, con un guiño, salía de detrás del roble y se dirigía en un trote hacia la otra cueva, como si quisiera fingir que efectivamente se habían extraviado por el camino y huían de la lluvia.

Cerys les esperaba con las manos entrelazadas y cara de aburrimiento, como si quisiera decirles "para esto habré hecho yo un paraguas". Nancy, sin embargo, les miraba con una sonrisita traviesa. Andrew y sus burlas no se hicieron esperar. — Pobres, lo que es no conocerse el monte. — ¿No conocerlo? — Preguntó él, y acto seguido señaló a Alice con el pulgar. — Aquí la experta en plantitas, que de repente había visto una superútil y necesitaba imperiosamente pararse a mirarla. Y me arrastra a mí, claro, como si fuera yo el verificador. Y al final no era nada. — La miró y se encogió de hombros. Lo siento, Gallia, yo me dejo embaucar en tus travesuras, pero no esperes que manche mi imagen. Igualmente, Andrew le miraba con los ojos entrecerrados y una sonrisilla. Era altamente probable que casi ninguno se hubiera creído nada.

Arthur, que revisaba a los presentes, preguntó. — ¿Falta alguien? — ¡¡El alma de la fiesta!! — Gritó Ginny, apareciendo por allí con los brazos abiertos y una destartalada Wendy detrás. La pelirroja entró con una radiante sonrisa por la cueva y pasando olímpicamente del hecho de estar mojada, de hecho hasta le favorecía la lluvia. Pero Wendy venía cargada con algo en un brazo y la bolsa no colaboraba (literalmente, Marcus agudizó la vista y juraría que tenía vida propia, no paraba de moverse), por lo que estaba escorada hacia un lado, con el pelo empapado cayéndole por la cara y el abrigo caído, y las botas chapoteaban a su paso. Desde luego, parecían venir ambas de entornos diferentes. — Vaya, la diosa del agua. — Ironizó Nancy, a lo que Ginny respondió con un gestito adorable de la cara y un movimiento de melena, como si fingiera creer que era un halago lo que sabía de sobra que era burla. Andrew señaló con la cabeza a Wendy. — Y el perro ovejero. — Eso desató las crueles risas de un sector de la familia. La chica bufó con fastidio y dejó la bolsa en el suelo. — Aquí la señora no ayuda. — Se quejó, pero Marcus estaba más pendiente de comprobar que su hipótesis de la bolsa con vida propia era real, porque esta se fue arrastrando en dirección a Niahm. La mujer no pareció ni mucho menos asustada. — ¡Ay! Mis gusarajos. — Dijo mientras se agachaba y abría los brazos hacia la bolsa, aunque la dejó en el suelo. Alzó la cabeza y miró a Wendy con reproche. — ¿No había una bolsa más grande? — Ya te dije que te iba a cuestionar el ecosistema por centímetro cuadrado adecuado para esa cantidad de gusarajos. — Dejó Ginny caer. Wendy resopló y cerró los puños como una niña enfadada. — ¡Encima que los traigo! ¿Sabes la de tiempo que me paso metiéndolos en bolsas para que los clientes no los vean? Son asquerosos. — ¿Tenéis gusarajos en el local? — Se espantó Nora, y ya estaba mirando a su hija Ginny en demanda de respuestas, pero Niahm y Wendy tenían una contienda particular. — Y si tienes tantos, ¿por qué no me los das más a menudo, en vez de guardar tantos en un saco? — ¡Sí, para eso estoy yo, para estar cogiendo babosas del suelo todo el día! — ¡Las coges igualmente! — ¡Tengo muchas cosas que hacer! — ¡Mamá! ¿Y si le damos uno de comer a los augurey, a ver qué pasa? — Propuso Horacius, en una táctica de distracción a su madre de la ofensa que Marcus no consideró muy inteligente... O sí, porque al final dejó a Wendy y le miró a él. — ¿Qué te tengo dicho de bromear con alimentar a animales vivos con otros animales vivos? — Es el ciclo de la vida, mamá. — Son pájaros, no dragones. No hay necesidad. — ¡Bueno! — Interrumpió Arthur. — Veo que ya estamos todos, así que bien agrupados en los paraguas y para casa, que se enfría la comida. —

 

ALICE

Si alguna vez le hicieran elegir su sonido favorito en el mundo, sería Marcus diciendo “Alice” así, de esa forma, soltando el aire mientras lo decía, desde el fondo de su pecho, cuando prácticamente le suplicaba que no le tentara más, pero a la vez la estaba incitando, porque en el fondo sabía que quería más, igual que ella. Y eso a Alice le volvía loca, solo le incitaba a seguir más, a besar y acariciar a Marcus bajo aquella lluvia… Y sabía que no podía ser, igual que en Hogwarts, pero eso era también parte de ellos, qué otra cosa le iba a hacer. Sonrió y volvió a acariciarle. — Pues claro que lo soy, amor mío. Contigo siempre. — Se encogió de un hombro satisfecha y puso cara de niña buena. — Es que soy Gallia. Románticamente Gallia. — Y se unieron a los demás.

Cogió a Pod por detrás y se puso a hacerle cosquillas y hacer ruidos de animal. — ¡SOY EL BICORNIO CARNÍVORO! — ¡Los bicornios solo comen hierba! — Argumentó Rosie desde el grupo, mientras Pod gritaba y se reía a la vez. — ¿Ah sí? ¿Tú estás segura? — Y se lanzó también a hacerle cosquillas y a hacer como que se la comía, provocando también las carcajadas de la niña. Y entonces su novio, con una habilidad mucho más habitual en ella que en él, salió del paso con una perfecta excusa para su ausencia. Vaya, vaya, ¿dónde habría quedado el asustadizo Marcus del desván de La Provenza que casi confiesa todas y cada una de las cosas que habían hecho?  Ella se limitó a encogerse de hombros y sacar el labio inferior. — Una nunca sabe cuándo va a poder encontrar material utilizable en pociones o en el próximo examen de alquimia. — Señaló. Pero luego se inclinó al oído de su novio. — Hola, Marcus Gallia. — Se mordió el labio y puso una miradilla traviesa. — Me ha gustado… mucho eso. — Y se habían dejado un tema aquella mañana, no se le olvidaba.

Estaba entretenida en eso cuando vio llegar a Ginny y Wendy. Ay, si mi tata te hubiera conocido hace cinco años y sin ser la prima de Erin… Parecía que veía a su tía apareciendo en el cumpleaños de Marcus tarde y recién llegada de Kenia con el vestido tribal. Le dio la risa con lo del perro ovejero y fue a dirigirse a la chica para darle un abracito de apoyo, pero reculó ante lo de los gusarajos. — Ugh. — Los gusarajos son muy importantes para los ecosistemas, incluidos los vegetales. — Le dijo Niamh con todo el tono de ofensa que podía poner una Hufflepuff que, a decir verdad, no daba a basto de tantos frentes por los que ofenderse con la intervención de su hijo intentando asesinar a uno de los gusarajos. Lo peor es que ni mal le vendría al augurey. Ella puso las manos en los hombros de Horacius, conduciéndole al interior, y se inclinó para decirle. — Tú no tienes idea buena ¿eh? — El niño rio y la miró. — Mis ideas son geniales, prima. Solo que no pueden contentar a todos. — Ella entornó los ojos y dijo. — Me recuerdas a alguien de Hogwarts, que estaba en Ravenclaw, pero bien podría haber estado en Slytherin, y que era demasiado listo para su propio beneficio. — Y entonces pensó en que Horacius y Creevey se diferenciaban en todo aquel amor comunal, en toda esa gente dispuesta a enseñarle lo que estaba bien y mal, a ayudarle a entender lo que le rodeaba, pero también a jugar con él y prepararle para la vida. Cómo podía cambiar la vida siendo tan parecidos.

La llegada a la comida había sido accidentadilla por llamarlo de alguna forma. Ruairi tenía un momento crisis severa porque los augureys se habían mojado y temía que se resfriaran, así que prácticamente se abalanzó sobre Alice para que le preparara una poción antiresfriado, y pronto, la pobre Rosaline, que estaba toda acalorada de cocinar, pidió una para sus chicos, y Saoirse quiso probarla por no dejarse nada sin probar, las criaturas andaban alteradas por dentro de la casa y Eillish y Nancy se dedicaban a chillar tanto intentando poner orden que despertaron al pequeñín y Amelia se ofendió porque es que no se podía hacer nada con esta familia que al final siempre acababa liándola. Pero una vez los pájaros estuvieron atendidos y guardados, Brando incorporado a la reunión en brazos de unos y otros como una pelota, y la comida servida, todo volvieron a ser risas y anécdotas, como les tenían acostumbrados. Fue en los cafés cuando Alice se lanzó y dijo. — La verdad es que me encanta esta familia. Todos colaboráis con todos y eso es precioso. — Amelia rio, removiendo su café. — Eso es solo si no te importa el caos. — Alice rio de vuelta. — En absoluto. Y no sois tan caóticos. Solo gritáis mucho, pero vamos, nada que yo no conozca. — Y casi todos rieron, acusándose unos a otros, lanzándose miguitas de pan y algún que otro hechizo distraído. — Es por eso que creo que vais a entender lo que os voy a decir ahora. — Molly la miró de reojo, pero en sus ojos no vio advertencia, sabía reconocerla perfectamente, sino el brillo de la anticipación, ya se iban conociendo. — Sé reconocer a la gente que, a pesar del caos, quiere ayudar a la gente que quiere, y Cerys no os lo va a pedir nunca, porque así somos los Ravenclaws, creemos que podemos con todo, y no. El invernadero necesita muchísimo trabajo, así que ahora que ha dejado de llover y hemos comido magníficamente gracias a Rosaline y las abuelas, ¿quién se viene al invernadero a ayudar? — Enseguida se montó un revuelo entusiasta, pero ella levantó un dedo. — Pero la norma es que hay que hacer caso a Cerys y lo que ella os encargue hacer y no armar jaleo, ¿estamos? — Wendy estaba dormida sobre sus propios brazos en la mesa y Alice la señaló. — A Wen mejor la dejamos tranquilita. — Si cuando volvamos no se ha despertado tengo un hechizo matasuegras que… — Definitivamente, Ginny era su tata. Mientras salían, Molly se enganchó de su brazo y dejó un beso en su sien. — Yo sabía que mi niña tenía corazón irlandés. —

Como Alice había predicho, todos quisieron ayudar de una u otra forma, y ella aprovechó para llevarse a Marcus y al abuelo hacia una de las paredes del invernadero. — Ahora sé lo que quiero hacer de transmutación libre. — Señaló la pared. — Mi primer examen versó en un cristal, pero el cristal no solo sirve para decorar. Quiero crear un cristal inteligente. No sé cómo aún, pero algo parecido a lo que hizo Marcus con la piedra-musgo… — Se giró a ellos. — Y voy a empezar por aquí, por intentar arreglar de alguna manera el invernadero de Cerys. Pero necesitaré ayuda, es complicado, quizá demasiado. — Alzó la ceja mirándoles a los dos. — Pero nada como dos genios para echarme una mano. —

 

MARCUS

Cuando se dirigió a la zona donde iban a comer, recordó las palabras de Arthur preguntándole por qué consideraba que aquel entorno era más tranquilo que su casa. En la vida había visto semejante caos, ni en las fiestas de Hogwarts con los alumnos de primero y Creevey molestando, o con los Lacey en las barbacoas americanas. Entre los chillidos de los pájaros, los de los niños y los de los adultos amantes de los animales, por no hablar de Ginny animando la fiesta, los que querían comer aleccionando y Wendy quejándose, no sabía a qué foco atender. Alice estaba encantada, menos mal... ¡Que él también! Adoraba a su familia. Él era muy como Arnold, no ponía caras de disgusto y hastío como Emma ni nada... pero sí puede que echara de menos el sosiego y protocolo que su madre aportaba a cualquier ambiente.

Se sentó a comer con una taquicardia y tres niños encima, y más le valía no quejarse si no quería poner en riesgo una paternidad futura, porque Alice iba a agarrarse al discurso de "ves cómo no era tan fácil ser padre" y no lo iba a soltar. Él estaba allí de mero invitado y ya estaba sobrepasado, y de hecho uno de los niños que tenía a cargo era el bebé, que en algún momento le había caído en los brazos no sabía ni cómo, y segundos después se había echado a llorar, y como estaba intentando mediar entre una discusión entre Pod y Seamus, se lo habían acabado quitando, y él se había sentido poco menos que un inútil que no sabía consolar a un bebé así que mejor se lo quitaban. Para que no estuviera atendiendo ni a la comida, ya debería estar estresado.

En algún momento se calmó el ambiente y pudo respirar y comer, y para cuando llegaron los cafés él ya estaba perfectamente aclimatado de nuevo y con seguridad de poder volver a defender un discurso sobre la paternidad, porque de corazón que lo había perdido por completo por unos instantes. La intervención de Alice le hizo mirarla con adoración y reír, porque sí, desde luego ella en el caos se desenvolvía mucho mejor que él, por no hablar de lo mucho que la alegraba verla feliz. Y entonces, partió una lanza por Cerys. La mujer (y Martha, que pasaba MUY desapercibida, casi más que Erin, que ya era decir, pero que allí estaba también) la miraron con una mezcla entre agradecimiento, miedo y reproche por ponerlas en la palestra sin pedírselo, y Marcus se tuvo que aguantar la risa. Bienvenidos a mi vida, los Gallia son impredecibles, y suerte que la Gallia presente era Alice, que, a pesar de sus travesuras, era por mucho la más sensata y comedida de su núcleo.

La petición de ayuda causó furor, todo el mundo quería apuntarse, lo que le hizo reír a carcajadas. — Qué poder de convocatoria, mi amor. ¿Ves como tenías que haber sido prefecta? — Bromeó. Dejaron a Wendy durmiendo, efectivamente (aunque tuvo que frenar a Horacius de dejarle un gusarajo en el pelo a modo de "bromita inofensiva") y se dirigieron al invernadero. De camino, el tío Cletus se puso a su lado. — Corazón Hufflepuff en una mente privilegiada, sobre todo para ayudar a los demás. Yo también me enamoré de una mujer así. — Marcus le miró y sonrió. — Así es. Su padre es un genio y su madre era la mujer más buena que he conocido jamás, no podría salir de otra forma. — La sonrisa de Cletus se volvió un tanto más triste. — Está muy necesitada de una familia. — Marcus miró hacia delante y suspiró para sí. — Lo ha pasado muy mal desde lo de su madre... Y sobre todo últimamente. — El hombre frunció los labios y puso una mano en su hombro. — Tiempo, muchacho. Las mentes lúcidas y los corazones tiernos tardan en recuperarse. Una mente lógica y un corazón dolorido no son una buena combinación para el perdón rápido. — Le miró. — Pero sí para el duradero. Algo que los corazones orgullosos como nosotros tenemos más complicado. — El hombre la miró en la lejanía y amplió la sonrisa. — Y esa chica tiene mucho amor que dar. —

En el invernadero había mucho trabajo, y como los niños parecían haberse abonado a ir con Marcus a todas partes, su mayor colaboración estaba siendo guiar el trabajo de ellos e impedir que hicieran demasiadas trastadas, y él hacer su parte pero con mucha floritura (lo que a él le gustaba, por otro lado). En un momento determinado, Alice le reclamó junto al abuelo, y lo que les dijo le abrió mucho los ojos, ilusionado. — ¿Ya la tienes? — Preguntó con entusiasmo. — Me parece brillante, Alice. Y me parece tu esencia. Va a ser una transmutación espectacular. — Sacudió la cabeza, moviendo los rizos y con una sonrisa radiante. — Tendrás toda la ayuda del mundo. ¿Verdad, abuelo? — Faltaría más. Que no le falte de nada a mi aprendiz. — Dijo el hombre, lleno de orgullo y acariciando el pelo de Alice con cariño. Entonces él reflexionó, hizo una mueca con los labios y soltó un poco de aire por la nariz. — Yo... aún no he dado con la mía. — Lawrence hizo un gesto con la mano. — Queda un año aún, muchacho, y mucho por estudiar y preparar. Además, te lo dije el otro día: tu mente es un universo, y concretar así es complicado. Date tiempo, llegarás a algo brillante. Siempre llegas. — Sonrió y asintió, y luego tomó la mano de Alice. — Y si tengo esta compañía, desde luego que lo haré. — Y, al girarse a los demás, vio a Martha mirándoles, y les dedicó una sonrisa tenue, mientras volvió a la maceta que tenía entre manos en soledad. Se acercó a Alice y le susurró. — Esto también es lo tuyo. Ayudar a los demás, a todos. — La miró y sonrió. — Tu verdadera esencia. —

Notes:

¡Cómo nos gusta un domingo en familia! Vaquitas, hierbas… ¡E incluso ideas y reflexiones de Ravenclaws!

¿Qué creéis que va a crear Alice? ¿Qué pistas pueden encontrar Nancy y los chicos en las cuevas? Nos morimos de ganas por que empecéis a ver esta trama, así que no os cortéis y contadnos ideas, deseos… ¿No es estar aquí todos juntos disfrutando de nuestra historia un poco como un domingo en familia?

Chapter 55: Rinceoir

Notes:

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Árboles genealógicos
Índice Piedra
Lista de reproducción de Piedra
Galería
☼ Celtic Woman - Tír na nÓg

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Chapter Text

RINCEOIR

(19 de noviembre de 2002)

 

ALICE

— ¿Y si se alimentan con sol… cómo sobreviven en Irlanda? — Preguntó la niña pecosa, sentada entre los gemelos, que era tremendamente inquieta, pero no paraba de hacer preguntas así que suponía que eso debía haber sido aguantar a Gallias desde pequeños. — ¿A que aunque cuando está nublado sabes cuándo es de día y cuándo es de noche? — Los seis niños asintieron seriamente. — Pues eso es porque, aunque el cielo esté encapotado, la luz del sol se filtra. Hace más calor durante el día, y los rayos del sol alcanzan a las plantas. — ¿Y así hacen la fotosientases? — Fotosíntesis. — Es que la palabra es complicada. — Se quejó otro niño. — Es que hay que prestar atención a mi prima Alice, es fotosíntesis, ¿a que sí? — Intervino Pod. Ella sonrió y ladeó la cabeza, acariciando las hojas de la árnica que había llevado a la clase de la escuela de Ballyknow. Vio las caras de Nancy desde la puerta y se puso a recoger las cosas que había traído para enseñar nociones básicas sobre plantas a los niños. Obviamente, aquella era la excusa para que el abuelo no sospechara. Aun así, había puesto mala cara, que a ver por qué tenían que perder una mañana en eso, pero Alice sabía que a Molly le iba a encantar la idea y que Lawrence no iba a ser capaz de negarse. Obviamente, la de su Marcus era distinta, le encantaba verle con niños, pero ciertamente no habían dejado de estudiar aquel día para eso.

— ¿Vas a volver, Alice? — ¡Sí! Yo quiero saber cómo comen el resto de las plantas. — Más o menos todas comen así. Pero sí, intentaré volver. Me ha encantado contaros cosas de plantitas. Así el año que viene iréis mejor preparados a Hogwarts. — ¡Bueno, chicos! ¡Dadle las gracias a Alice que se tiene que ir! Y a Marcus por los hechizos tan bonitos que os ha hecho. — Pidió Eillish con una gran sonrisa. — Y a Nancyyyyyy… — Dijo mirándola significativamente. — Recordadle que os debe una clase de gaélico. — Alice rio, terminando de recoger y acercándose a Marcus y a la mencionada, que hizo una pedorreta. — Portaos bien, pequeños monstruos. Beidh mé ar ais. — Alice rio y miró a la chica mientras salían. — ¿Cómo has maldecido a esos pobres niños? — Solo les he dicho que volveré, y vaya telita, profesora Gallia, no veas cómo te enrollas. Como tardemos demasiado el tío Lawrence ya va a empezar a poner el grito en el cielo. — Alice entornó los ojos mientras se ponía el abrigo y salían a buen paso. Realmente tenía prisa Nancy por llevarles al bosque.

— ¿No te da miedo que se chiven de que vamos al bosque? A estas alturas ya he entendido que aquí todo el mundo sabe todo. — Nancy apretó el paso y miró a ambos lados. — Ahora mismo estamos despejados, y una vez lleguemos al bosque estamos a salvo. Venga. — Alice se agarró al brazo de Marcus y se estrechó con él. — ¿No te sientes como cuando te llevaba a una travesurilla? — Y se rio de forma muy pilla, antes de darle un beso en la mejilla. Realmente, estaban de risas, pero Nancy les estaba metiendo con muchísima seguridad por una parte del bosque que parecía mucho más profunda y solitaria que nada de lo que hubieran visto hasta entonces. Y Alice estaba encantada, más fuerte se abrazaba a su brazo, mirando las plantas y diciendo. — Me encanta andar por aquí. ¿No notas toda esta vida? Es como si estuviéramos rodeados de quintaesencia, es pura vida. Los alquimistas se vuelven locos buscando eso, esa esencia, y aquí nos rodea… — Inspiró el olor de las plantas mojadas, a pesar de que esa mañana no había llovido, a la tierra… Vida, pura vida. — Nancy también lo piensa. Va como loca. — Arrimó la cabeza al hombro de su novio y dijo. — Ahora sé lo que se siente cuando a uno lo llevan a un lugar muy mágico y no sabe lo que se va a encontrar. —

 

MARCUS

Cuando entró por esa escuela tan bonita y llena de historia familiar y vio a prácticamente todos los niños del pueblo allí, casi cancela la quedada con su prima. — Esto lo tenemos que repetir. — Le aseguró a Alice, entusiasmado, porque sentía exponenciada su experiencia de prefecto en aquel lugar. Un grupito se fue a aprender de plantas con Alice, y el otro se fue a que él les enseñara hechizos, con Eillish cerca, a quien Marcus no dejó de alabar (en parte para que les permitiera alborotarle la clase más veces). Estaba encantado. Pero también estaba viendo la cara de impaciencia de Nancy esperándoles, así que mejor se iban ya.

Nancy tiró de ellos y les sacó de allí como si estuvieran cometiendo un crimen. — Pero a ver. — Empezó. — ¿La familia no está siempre diciendo que hay que conectar con la naturaleza y conocer el pueblo? No debería parecerles mal que vayamos al bosque. — Tú di eso en el juicio. — Comentó Nancy, irónica, mientras continuaba comprobando que nadie les seguía. — Venís conmigo, y sois dos prestigiosísimos alquimistas mentes Ravenclaw impecables. Nadie se va a creer que vamos a coger setas. — Marcus se encogió de hombros, y a la frase de Alice rio entre dientes. — Travesura en pos del conocimiento es siempre bienvenida. — Eso hubiera estado bien decírselo a su yo de quince años con el puesto de prefecto recién estrenado, a ver qué opinaba.

Alice iba encantada, y él también. Quintaesencia pura, sí, él también podía sentirlo. De su mano, se adentró en el bosque, pero al final la concentración O'Donnell y el entusiasmo Gallia le hicieron soltarse, admirando el entorno cada uno en su mundo particular. — Y es pura magia. — Continuaba Nancy, con los ojos brillantes, paseando entre los inmensos árboles. Ambos la seguían también entusiasmados, Marcus con el cerebro a toda velocidad, y estaba seguro de que Alice también. Veía la emoción en la expresión de su novia, y él debía tener una muy similar… aunque… — Vale, aquí he venido MILLONES DE VECES. — Continuó su prima. — Y lo veréis y diréis: “¿y qué tiene de interesante?” Yo os lo digo: runas cambiantes. Y me diréis lo que me dice toda la familia: “tú estás loca, eso es que no has mirado bien”. ¡A ver! La cueva no es tan grande, ya la veréis. He explorado cada centímetro de la roca, ¿de verdad no iba a darme cuenta de que hay un texto que antes no he visto? Esas runas cambian, estoy segura. El tipo de magia que lleva, ni idea, pero si os fijáis en… — Nancy hablaba y hablaba sin parar mientras les dirigía a la cueva, con los ojos abiertísimos de que por fin alguien estuviera tan interesado en sus historias, con Alice siguiéndola como una niña escuchando el mejor cuento del mundo, y Marcus tras ambas. Porque él también estaba interesado… pero había algo que le escamaba desde hacía unos minutos. En concreto desde que traspasaron… Miró hacia atrás. Sí, había sido al pasar por aquellos dos enormes robles. Quizás era una tontería, pero desde que pasaron por ahí, sentía… — ¡Primo! ¡Di que sí! — ¿Eh? — La referencia le trajo de vuelta a la realidad. — ¡Que los celtas tenían textos cambiantes! Mi familia dice que son solo leyendas, pero veréis, cuando estuve en Killarney, había un risco en el que… — Y siguió narrando. Mejor no hacía mucho caso. Si probablemente no fuera nada…

— Y esta es. — Anunció contenta, pasando en primera instancia a la cueva e invitándoles a entrar, como quien les da paso a su nueva mansión. Sí que era una cueva bastante pequeña, iluminada apenas por la tenue luz del cielo nuboso que se filtraba por la entrada, pero mayormente por la varita de su prima. Hacía una humedad mucho más intensa que fuera, y Marcus había tenido que agacharse para pasar. Era más amplia en el interior, pero no demasiado profunda. — Mirad. Estos textos siempre están aquí ¿veis? No dicen nada interesante, historias sobre caza y poco más. Y sobre vegetación. Aquí, sin embargo… — Escudriñó. Marcus miraba a su alrededor, ceñudo. Las sensaciones extrañas se le estaban intensificando. Pero empezaban a ser cada vez menos extrañas. Iba teniendo claro qué pasaba ahí… y no era buena señal. — Vaya, ahora no están. ¡La última vez que vine había cosas escritas aquí! — Los cátaros tienen runas cambiantes. — Comentó automático y monocorde, mientras miraba a la esquina superior de la entrada. Quería que ambas no notaran su suspicacia y podía tener el cerebro en doble funcionamiento: en su sospecha y en la conversación. Nancy dio una fuerte palmada. — ¿¿Ves?? Yo lo sabía, ¡eso lo sabe todo el mundo! Pero claro, LOS CÁÁÁÁÁTAROS, pero los celtas no ¿verdad? Yo no entiendo este pueblo que no valora su propio… — ¡Revelio! — Lanzó Marcus, interrumpiendo el discurso, pero no esperaba ni un segundo más. Estaba sintiendo los hechizos, eran muchos. Y uno era de camuflaje. Alguien o algo les estaba espiando, y ni siquiera era muy bueno ocultando hechizos, porque él le había pillado.

Tan poco hábil que, en la última sílaba del hechizo, el andrajoso mago apareció con las manos en alto, cayó del techo de la cueva al suelo hecho un amasijo de ropas e interrumpió. — ¡¡No me mates!! ¡No me hagas daño, solo soy un druida inofensivo! — ¡¡Albus!! — Exclamó Nancy. Marcus, aún con la varita levantada e intentando procesar no solo el shock de haber revelado a alguien oculto, sino de que ese alguien se mostrara tan asustadizo, miró confuso a su prima. — ¿¿Le conoces?? — ¡Soy un buen druida! ¡No me haga daño, señor hechicero! — Siguió lloriqueando. Nancy soltó un sonoro suspiro, rodando los ojos, y avanzó hacia él. En su paso, bajó el brazo de la varita de Marcus con resignación. — Albus, soy yo. — El hombre levantó la vista. Era un hombrecillo tan mayor que Marcus se sintió mal, porque o estaba muy desmejorado (que no le extrañaría viviendo en aquellas condiciones) o podría ser como su abuelo. Parecía un bosque andante, lleno de hojas y harapos, y juraría que tenía un trozo de corteza de árbol haciendo las veces de manga derecha. — ¡Oh, la hija del bosque, la niña de los cuentos! ¡Nancy, mi ninfa bella! — Albus. — La chica volvió a suspirar con una mezcla entre pena y resignación. — ¿Qué haces aquí, hombre? Esta humedad te va a matar. — Estoy vigilando a las runas danzantes. — Nancy echó la cabeza hacia atrás y les miró casi con disculpa. — Matizo: sí que hay alguien que me cree. — Le señaló con un gesto de la mano. — Os presento a Albus… no sé si tiene apellido. Es, efectivamente, un druida. — ¡¡Y de los mejores!! — Exclamó contento. Se rebuscó torpemente en los bolsillos y sacó un manojo de flores mustias, tendiéndoselo tan tímidamente a Alice que le temblaban las manos. — Para la señorita. — Deja, deja. — Interrumpió Nancy. — Que eso tiene que tener todo tipo de bichos dentro. — No son para un jarrón, ninfa Nancy, son para pociones. Los bichitos de Merlín siempre le dan un toque especial. — Nancy se frotó la frente. — Como veis, es inofensivo. — Señor hechicero, siento si le ofendí. — Vale, ahora se dirigía a él. Marcus negó. — No pretendía atacarle, y no me ha ofendido, no se preocupe. Solo me he asustado. — Es que te tengo dicho, Albus, que no puedes ir camuflándote por el bosque. Asustas a la gente. — ¡Pero es que vivo aquí! Si no me camuflo, la gente me llama loco. — Les miró y juntó las manos, poniendo una afable sonrisa. — Yo ayudo a la señorita Nancy con sus historias. — Y no me beneficia en nada que solo me crea él. — Oyó a su prima murmurar. — Si necesitan algo del bosque, soy su druida de confianza. — Les hizo una reverencia tan marcada que casi se golpea la frente con el suelo. — Al servicio de vuestras mercedes. —

 

ALICE

Desde luego, Nancy estaba a tope con la historia, y Alice era de entusiasmo sencillo, enseguida estaba metida literal y metafóricamente en el discurso. — Lo que no sé es cómo no se le ha ocurrido a otro antropólogo o hechicero antes. — Estaba tomando notas mentales de todo, diría que nunca le podían haber interesado tantísimo las runas, y eso que el ambiente de la cueva era… En fin, cargado, demasiada humedad para su gusto. Pero enseguida volvió a lo que contaba Nancy. — ¿Has establecido un patrón? Porque, si algo aprendí en Montsegur, nunca van “solo” de caza o de… — Preguntó, intentando localizar las runas (qué mal se le habían dado siempre, de verdad) cuando de repente, sin venir a cuento, su novio tiró un Revelio y ella pegó un salto, llevándose la mano al pecho del susto. — ¡MARCUS, POR MERLÍN! — Pero el hecho es que sí, algo apareció allí. No, algo no, alguien, y Nancy parecía conocerle.

Al darse cuenta de que estaba ante un druida, abrió mucho los ojos. En las leyendas, los druidas eran poco menos que seres estilizados, como hadas conectadas con todos los elementos de un lugar, esparciendo su magia tan solo a través de sus manos, conectando con la tierra… Y lo que tenía delante era… ciertamente cuqui. Pobre hombre, se le veía mayor y tan… cubierto de plantas. Claro, conectado estaba con la tierra, eso desde luego, solo que Alice, cuando leía sobre druidas… Bueno, que lo había romantizado, claramente. Pero allí estaba el tal Albus, siendo cuqui con ella, dándole aquel… ¿ramo? — Oh… Gracias, Albus. — Le hablaba un poco como a un niño, y eso probablemente era infantilizarle injustamente, pero es que eran las vibraciones que le emitía. Hechizó el ramo con la varita, echándole un Atabraquim para que se ataran. — Me van a venir muy bien para las pociones, eres muy amable. — Le miró con ternura cuando dijo que ayudaba a Nancy, y luego la miró a ella. — Pero bueno, en verdad es la mejor persona para ayudarte. En sus propias palabras, vive aquí… Y los druidas están más conectados con la magia ancestral, es normal. — Y tampoco parece que tenga mucho más que hacer, pensó, pero no quería ofenderle, que era muy adorable. De hecho, ahí estaba, asintiendo fuertemente. Ay el pobre, cómo se inclinaba, le causaba mucha ternura, y compartió una mirada con Marcus como si acabaran de ver a un cachorrito hacer una monería.

Con unos pasitos muy graciosos, se dirigió al interior de la cueva y, al estar dentro, agitó un farol que llevaba, entre otras cosas y capas de vegetación, atado a la cintura, en el que se iluminaron unos puntitos, aumentando la luz disponible. — ¿Eso son luciérnagas? — ¡Lo son! — Pobrecillas… — Nooo, ellas me ayudan, son mis amigas, como todas las criaturas. — Ah… Mira qué bien. — Y… — Se fue acercando a él, que iba buscando el patrón de las runas. — Oye, Albus, y… ¿no conoces a otros druidas? ¿No quieres estar en el pueblo o algo? — El hombre negó, levantando su farol por toda la pared. — Los druidas no me quieren en su comunidad. Soy caótico y ruidoso, e incumplía demasiado las leyes de proximidad de las aldeas y eso… Pero soy feliz en Ballyknow. Hay runas, animales, y está la señorita Nancy. ¡Señorita! ¡Aquí está! ¡La runa del eclipse! Esa siempre es la que lee primero. — ¿Tú sabes leerlas? — El hombrecillo asintió. — Es todo lo que sé leer, de hecho. Yo esas cosas de ustedes… tan redondas, así todas seguidas… como que no. — Chasqueó la lengua y Alice rio. Lo que no le enseñara Irlanda…

 

MARCUS

Alice parecía haber caído conquistada por el hombrecillo, pero Marcus aún se estaba recuperando del susto. La verdad es que cuando le miraba le veía indudablemente inofensivo, pero no dejaba de extrañarle... en fin, él en su conjunto. Había oído de magos un tanto... "excéntricos", por decirlo así, sobre todo provenientes de su casa, de Ravenclaw: daba una mayor cantidad de personalidades extravagantes que otras casas, probablemente exceso de genialidad mal gestionado. Había llegado a oír de un mago que vivía en un agujero en el tronco de un árbol. Ese tal Albus, desde luego, cumplía con dicho perfil.

Trató de sonreír a la mirada tierna de Alice, pero él seguía sin estar muy convencido de la presencia. — Aunque no te lo creas, hubo un día en que fue Ravenclaw. Me lo dijo el abuelo. — Le susurró su prima en confidencia, y Marcus hizo un gesto de ahorrarse un rodar de ojos y un suspiro para sí muy a lo Emma. Si es que no podía ni sorprenderse por desgracia. Le siguió con la mirada mientras se adentraba en la cueva y sacaba un farol lleno de luciérnagas. Ni en las comunidades de druidas encajaba. Marcus se aclaró la garganta y preguntó, respetuoso. — ¿Y con quién comparte sus conocimientos? Parece que sabe usted mucho del bosque, de runas y de pociones. — El hombre le miró ilusionado y asintió muchas veces. — Sí. — Respondió... y volvió a girarse a las runas. Marcus miró de reojo a las dos chicas. Vale, no le había contestado a la pregunta. Fue a reformularla, pero Albus dio con las runas, y ahí se fue directamente la atención de Marcus.

— Es verdad. — Susurró, concentrado y asombrado. — Son... runas. — Rozó la roca con las manos. El relieve era diferente al de las runas normales. — La runa del eclipse... — Musitó. Miró a Albus. — ¿Por qué la ha llamado así? Aquí no dice nada de ningún eclipse. — El hombre, con una sonrisa infantil, alzó ambos dedos, haciendo peligrar la linterna aún en su mano. — Porque se mueven con la luna. Y cuando hay eclipse... toda la cueva desaparece. — Marcus parpadeó. Miró a Nancy. Esta suspiró. — Bueno, eso último... — ¡La ninfa Nancy no lo ha visto! Porque siempre anda ocupada con sus lecturas. ¡Pero el pasado veinticuatro de junio, en pleno solsticio, hubo eclipse de luna! Y la cueva hizo ¡BLUUUUUUUMMM! — Junto con su onomatopeya se oyó una especie de chirrido a coro y Marcus juraría que el hombre debía tener una corte de insectos rodándole por la ropa que se habían removido con el estrépito. — Y desapareció. Y al separarse el sol y la luna... ¡Volvió! Y las runas cambiaron. Y estas, estas son las culpables. Leed, leed. — Marcus miró. — "Cambia la posición... cambia el mundo, vive la naturaleza..." — ¡Vive! — Exclamó el hombre, feliz de tener tanto público. Nancy se giró a él de nuevo. — Hoy hay eclipse. — Marcus parpadeó y la miró. — ¡Es cierto! ¿No es esta noche? — Así es. — Siguió ella, pero no miraba a su primo, sino al druida. — ¿Qué hacías aquí escondido si crees que la cueva puede desaparecer? — El hombre juntó las palmas y se le acercó, emocionado. — ¡¡Pues eso, mi niña de los bosques!! ¡Quién sabe dónde me llevaría el eclipse! Esperaba que el sol y la luna vinieran a buscarme. — Marcus miró a Alice súbitamente. O Albus le estaba pegando su locura, o eso de... el sol y la luna yendo a buscarle... justo el día que ellos, que así se llamaban románticamente, pisaban por primera vez esa cueva... Era demasiada coincidencia, pero no tenía una explicación lógica que darle.

— El sol... — Empezó el hombre a narrar, moviendo las manos. Y, al hacerlo, un haz de luz redondeada iba emergiendo de estas con sus palabras. El corazón de Marcus se desbocó: eso era magia antigua. Magia ancestral. Llevaba toda la vida deseando presenciar algo así. — El sol... El rey y emperador, el astro grande... Vendrá y nos llenará a toooodos con su sabiduría, y regará su luz, por toooodo el mundo... Y la luna calmará su calor, impedirá que nos abrase. — La esfera de magia en sus manos se tiñó blanquecina. — La luna brillará con luz propia, la luna le guía. La luna le lleva donde el sol jamás pensó llegar. Y cuando se juntan... ¡El eclipse! Y todo desaparece, y a la vez, ¡todo es más visible que nunca! — Marcus estaba mirando al hombre. — Esta noche... antes de la media noche... la magia... — Albus. — Suspiró Nancy, y la interrupción de la chica hizo a Marcus también reaccionar, sacudir la cabeza y volver a tierra. La esfera luminosa en manos del hombre se apagó tenuemente al ella tocarle con cariño. — ¿Cuánto llevas sin dormir? — ¿Dormir? ¿Antes de un eclipse? — Ella le puso una sonrisa compasiva. — Me quedo a esta noche para acompañarte, si quieres. Igual hasta presencio el danzar de las runas, me interesa. — Nosotros también nos quedamos. — Dijo Marcus, y luego miró a Alice con intensidad. — Nos quedamos. — Nancy le miraba con reservas. — Pero... tu abuelo... — No te preocupes. Yo me encargo. — Ya se le ocurriría algo. Pero aquello no se lo podía perder.

 

ALICE

Alice tuvo que parpadear un par de veces para asegurarse que estaba entendiendo lo que Albus aseguraba. — ¿Cómo que desaparece? — Sintió que tragaba saliva con dificultad. Nancy no lo veía muy claro, pero ella empezó a mirar a los lados como si pidiera socorro, deseando salir de allí, fuera a ser que aparecieran en otro sitio. Parpadeó ante las afirmaciones del druida. Sí que estaba un poco chalado, pero le seguía dando penilla, probablemente era otro genio incomprendido… Y no tenía nadie que le pusiera los pies en la tierra (bueno, eso era una mala expresión tratándose de Albus) solo por cariño, sin considerarlo una carga.

Aún estaba intentando entender la famosa runa del eclipse, que ella no era capaz de decir si ponía “eclipse” o no, cuando, ante sus ojos, las manos de Albus generaron un haz de luz y tuvo que contener un grito ahogado, antes de cruzar una mirada con Marcus. Y encima… ¿Estaba hablando del sol y la luna? De aquella forma tan… Mordiéndose los labios por dentro, recordó cuántas veces Marcus y ella habían usado al sol y la luna para hablar de ellos mismos, cuántas veces habían comparado momentos de su vida y su relación con eclipses, luna nueva… Era como si Albus hablara un idioma que solo ellos dos podían entender. Miró a Marcus intensamente y dijo con la voz tomada. — ¿Crees que…? — ¿Tiene sentido? ¿Es una casualidad? ¿Se nos está pegando un poquillo el toquecito de Albus? Pero no llegó a expresar nada de eso, y solo podía seguir mirando aquella magia que el hombre había hecho sin darle mayor importancia. — Todo es más visible que nunca… — Nancy llevaba años en aquella búsqueda, y quién sabía cuántos más antes que ella, y no habían logrado, que ellos supieran, encontrar el paradero de las reliquias y ellos nunca habían estado en Irlanda, y ahora estaban allí. Es que parecía una locura pero…

Pero nada, Marcus también lo veía claro, si no, no habría asegurado algo así. Alice asintió rápidamente. — No podemos perdernos algo así… — Quería hacer demasiadas preguntas, y no sabía cómo hacerlas sin parecer que era una niña fabulando. Pero antes quería intentar algo. — Pero igual una siestecita antes de que anochezca… — Sugirió ella con dulzura mirando a Albus. Si por desgracia estaba acostumbrada a tratar con esa clase de talento. — ¿Te despertamos en un par de horas? La señorita Nancy sabe leerlo todo y no va a permitir que te pierdas nada. — El hombre les miró a todos de uno a uno. — Venga, Albus, haz caso a Alice. Y así trabajamos más tranquilos. — ¿No les ha gustado mi magia? ¿Es porque no uso palitos como los hechiceros? — Alice sonrió tiernamente. — Me ha encantado tu magia. Estoy deseando ver otra vez cómo la haces. Pero para eso tienes que descansar ¿sí? — Albus se retiró un poquillo a una esquina de la cueva, pero, de momento, seguía mirando.

Alice se acercó a Nancy y dijo. — A ver, vamos a ponernos serios. ¡Lumos máxima! — Y mantuvo el hechizo con toda la fuerza que pudo, como si tuvieran un foco en la cueva. — ¿Qué es lo que pone en la runa del eclipse? — Se la llama así porque habla de algo que está oculto y se descubre, pero no porque salga a la luz… O sea… — Nancy se frotó la cara. — Cómo te explico… Viene a referirse a encontrar algo así como una llave para abrir algo que está cerrado. — Alice asintió, pero por dentro pensó por eso odio las runas, no dicen nada tal y como es. — La cosa es que usa al sol y la luna para hablar de esto, pero todo lo demás que puedes encontrar aquí es de una persecución… Caza… Hay una runa que incluso habla de hacer las propias runas. Es como del día a día… Solo hay una aquí… Está por aquí. — Siguió un par de runas y señaló otra, que parecía más corta y estaba sola. — Rinceoir. Bailarín. Esta es la que más se mueve, y siempre está acompañando a otras. — Señaló el espacio de donde venían. — Ha estado con “cazador”, con “lumbre”... — Alice frunció el ceño. — ¿Y en esta qué pone? — “Trono”. Ya ves que la historia que narran tampoco tiene muchísimo sentido… — Alice les miró a los dos, confusa. — Decidme que lo habéis pensado vosotros también. — Nancy negó con la cabeza y frunció el ceño. — ¿El qué? — El trono… La silla de Ogmios. ¿No dijiste que es la única reliquia que todo el mundo sabe dónde está? — La chica se quedó como confusa. — Pero… es demasiado obvio ¿no? — Alice alzó las manos. — ¿Lo es? No se te había ocurrido hasta ahora. Y el… Rinceoir puede ser que baile porque te está indicando a qué reliquia deberías mirar en base a… algo como los eclipses u otros fenómenos astronómicos, los druidas confían muchísimo en eso. — Nancy dejó caer las manos. — Pues estamos en las mismas, porque la de Ogmios ya sabemos dónde está, y de las otras ni idea. — Bueno, pues vamos a la silla de Ogmios. Aún quedan horas para el eclipse, nos da tiempo a aparecernos, echar aunque sea un vistazo y volver antes del eclipse, y luego volver y ver si algo ha cambiado. — Miró a Marcus y se acercó a él. — Yo también… siento que esto es algo. Es superpoco Ravenclaw, superpoco científico-alquímico, y yo no creo en que haya cosas “destinadas” a pasar. — Dijo haciendo las comillas con los dedos. Tomó las manos de Marcus. — Si me dices que estoy loca, nos quedamos, vemos el eclipse y ya está, pero si no… vámonos a ver la silla de Ogmios. —

 

MARCUS

Quizás estaban pecando de... dejarse demasiado llevar por la locura de ese hombre, que claramente un estudioso no era, y tenía un montón de señales de alarma encima de que no estaba bien. Pero habían ido allí a investigar ¿no? ¿Qué era lo peor que podía pasar? ¿Que fuera una fabulación y no pasara absolutamente nada? Perderían un día, y lo echaría junto con Alice y Nancy, hipotetizando, mirando, investigando. Descartarían una hipótesis fallida, que nunca estaba de más, y al día siguiente volverían a sus vidas, a su investigación verdadera sobre alquimia, y punto. No era un gran gasto, y si resultaba ser algo relacionado con la magia antigua (porque, de ser algo, debía estar relacionado seguro con la magia antigua) a Marcus le interesaba. Y mucho.

Alice estaba reconduciendo al hombre a echarse a dormir, en una estrategia, estaba convencido, de poder quitárselo de en medio un par de horas que les vendrían muy bien para poner ellos sus cosas en orden. Se sumó a ese barco. — Un cerebro no retiene información si no descansa debidamente. Y querrá usted estar muy receptivo si vamos a presenciar un hito mágico. — Con reservas, pero se retiró. Él se hubiera negado a retirarse de estar en su lugar, así que podían darse con un canto en los dientes. Y si realmente ese hombre llevaba días sin dormir, no tardaría en hacerlo.

Mejor se centraban en la runa, a ver si realmente hablaba de lo que querían que hablara. Escuchó atentamente y, reflexivo, hipotetizó también. — He leído runas que definen los movimientos del sol y la luna como una persecución, como si se cazaran mutuamente. Está la teoría de los amantes, pero también la de los antagonistas. Todo esto en el lenguaje poético de las runas, claro. — Precisó, porque ya le estaba viendo a Alice la cara de "eso no es nada científico". Luego decían de él. — Quizás esa sea la caza a la que se refieren, el momento en el que hay un eclipse podría considerarse cuando uno ha logrado cazar al otro... O eso o... — Nos hemos dejado contagiar demasiado por las locas teorías del druida, que era bastante posible, de hecho. En la lectura de runas, como alguien te condicionara a que vieras lo que quisieran que vieras, estabas perdido.

Siguió a su prima y asintió con evidencia. Tenía sentido que la palabra "bailarín" fuera la que más se moviera, pero parecía una broma del creador, más que algo que tuviera sentido. Pero la que señaló Alice hizo que le devolviera la mirada, y luego mirara a su prima. ¡Trono! Dudaba mucho que Nancy no hubiera caído en algo tan obvio, sería que ya lo había investigado, o que tenía trampa. Resultó que lo había descartado por obvio. Típico de los Ravenclaw, descartar lo que consideraban "demasiado fácil", como si la vida fuera un reto permanente. — Ahora se sabe dónde está, pero quizás no se sabía en el momento en el que se escribieron estas runas. — Expuso. — Yo no descartaría nada. Si desentrañamos el acertijo de estas runas que te indican la localización del trono, podremos establecer algo así como un patrón, imaginar qué lógica siguieron quienes las pusieron donde las pusieron, para ayudarnos a encontrar las demás. — Dejó que Alice siguiera explicándose, pero su prima parecía bastante resignada. — Chicos, sé que parece fácil, pero llevo años con esto. ¿Creéis que si fuera así no lo habría descubierto ya? — Marcus tragó saliva. No quería que se sintiera herida en su orgullo o cuestionada, sabía lo que era eso.

Pero Alice tenía razón, y sus palabras le generaron un cosquilleo de emoción en el pecho. Apretó sus manos y no dijo nada, simplemente llenó los pulmones de aire y se giró hacia Nancy. — ¿Recuerdas... lo que Alice le dijo a Cerys el otro día? — Sonrió levemente. — A veces nos pasa eso. Avanzamos y creemos que todo avance es hacia delante, y de repente, llegamos a un callejón sin salida. Y nos obsesionamos con encontrarla, con ver de qué manera podemos tirar ese muro... y nos cuesta reconocer que, quizás, es que no era el camino correcto y hay que volverse. O quizás sí, pero nos dejamos una pista importante por el camino. Empezar desde la base te puede hacer ver el camino con ojos diferentes... No perdemos nada por intentarlo. Sabemos dónde está la silla de Ogmios, solo iríamos hoy. El resto del tiempo, prometemos ceñirnos a lo que tú mandes. — Yo creo que el hechicero tiene razón. — Contestó alegremente Albus. Todos miraron hacia atrás. Pues no, no se había dormido, estaba bien sonriente escuchando. — Y como voy a estar echando una siestecita y no me necesitáis, podéis ir y volver. No os preocupéis, me despierto con una mosca, si algo pasa en la cueva, os lo cuento. — Marcus miró a las chicas con una sonrisa tierna, y pensó, bromista, podemos irnos tranquilos entonces. Pero antes de salir, dejó un beso en la mejilla de Alice y le susurró. — Ninguna locura con la que yo no pueda lidiar, Gallia. —

 

ALICE

¿Antagonistas? Bueno, ella siempre había entendido que la luna no era nada sin el sol, y viceversa, ¿pero qué sentido tenía un antagonista sin nadie a quien oponerse? ¿O el protagonista más anodino de la historia sin un antagonista que le diera su estatus de persona con la que empatizar? Definitivamente, aquello podía tener más sentido de lo que en un inicio parecía, por mucho que a Nancy le resultara demasiado simple, y claramente estuviera un poco reticente, cada vez tenía más sentido. Pero claro, ese sentido solo podría hacerse real si llegaban a la silla de Ogmios y encontraban algo. Nancy se encogió de hombros y suspiró. Sabía lo que era un Ravenclaw no queriendo admitir que se había ido por las ramas, o que se había equivocado de camino.

Suerte que, para eso, su Marcus era ideal y se puso, con esa labia concedida por ese mismo Ogmios cuya reliquia querían visitar, a convencerla de una manera a la que era imposible contestar nada negativo. Encima, Albus se subió a su barco, momento que Alice aprovechó para mirarle. — ¿Tú no quieres aparecerte, Albus? — ¿Yo? Los druidas no se aparecen, señorita hechicera, solo usamos la magia que la tierra nos brinda a través de las manos. — Ella frunció el ceño. — Bueno, supongo que puedes aparecerte usando la magia de la tierra. — Albus negó tranquilamente, como si fuera lo más lógico del mundo. — Eso solo lo hacen los hechiceros. Los druidas no salen de sus comunidades casi nunca, y mucho menos usan esos cacharros alargados suyos para volar. — Soltó una risita y se cruzó de brazos. Alice replicó su risa y se agarró a la mano de Marcus, alzando los ojos hacia él. — Nunca, O’Donnell. Emoción controlada, lo aprendí por ahí. — Nancy suspiró y salió tras ellos de la cueva. — Vigílame el fuerte, Albus. Estos dos hacen lo que quieren conmigo. — Salieron juntos al camino del bosque y Alice estaba segura de que los ojos y la sonrisa le brillaban, cuando se agarró de uno de los brazos de Nancy. — Pues tú mandas, antropóloga. No puedo esperar a llegar. —

Llegaron a una campiña de un verde tan intenso que, si llega a hacer sol, les hubiera hecho hasta daño en los ojos. — Bienvenidos a la Colina de Tara. Aquí los dioses celtas ganaron la batalla contra los gigantes y las fuerzas oscuras y… — Señaló una roca cilíndrica. — Esa es la silla que Ogmios concedió a los humanos, donde canalizó la magia de la tierra y se la transmitió a los humanos, dando origen a los magos. — Alice la miró. — Como dijo Albus. Eso es magia ancestral. — Nancy asintió con la cabeza. — Pero no veo la silla. — Señaló Alice. — Supuestamente era una silla de luz, que estaba encima de esa columna y en ella se sentaban los candidatos a reyes de Irlanda. Cuando Ogmios sentía que se había sentado el adecuado, le imbuía su poder. — Alice asintió. — ¿Crees que eran druidas? Los dioses digo. — Nancy rio, acercándose a una valla y hechizándola. — No todas las leyendas tienen explicación, Alice. — Ella se encogió de hombros. — Pues yo creo que hay que intentar buscársela. ¿Qué le has hecho a la valla? — Un encantamiento disfrazador. Siempre que hay un mago dentro, puedes echárselo, y así investigar o hacer hechizos sin preocuparte del secreto mágico. — Se acercaron a la piedra y, nada más empezar a andar, Alice sintió una sensación tan… extraña. — ¿Has notado eso? Madre mía, es como… una oleada por todo el cuerpo. — Le dijo a Marcus. Nancy sonrió. — El poder de los dioses es mucho más fuerte que cualquier magia que conozca. Por algo es magia ancestral, y es tan poderosa que nosotros los magos actuales hemos tenido que diseñar las varitas para canalizarla. — Se acercó a la piedra y echó un Lumos sobre ella para que las runas se iluminaran. — A ver qué esperáis encontrar aquí… —

 

MARCUS

El motivo por el cual el verde era el color de Irlanda era innegable. La hierba que les rodeaba y se extendía a kilómetros nada más aterrizaron en su aparición era de un verde que no había visto en ninguna otra parte. Estar allí, mirar donde Nancy señalaba y la historia que narraba, le llenaba de emoción. — Lo es. — Dijo casi en un suspiro, mirando el lugar, y antes de que Nancy respondiera a la duda de Alice, él ya se la había imaginado: esa silla estaba oculta. Solo se haría visible para aquel que fuera digno. Aquel lugar estaba haciendo que la sangre Slytherin que corría por sus venas bullera. Entendía por qué esas cosas cegaban de ambición a la gente, porque él era ambicioso, pero también sensato, mucho más comedido que los Slytherin, y aun así, no podía esperar a ver qué poder oculto se hallaba en ese lugar... y qué tenía que hacer para conseguirlo. No porque quisiera ser el más poderoso del mundo. Es que era un conocimiento que sentía que necesitaba tener... Y por eso acabó en Ravenclaw.

El encantamiento disfrazador le tranquilizó, así podría obrar con naturalidad sin preocuparse de si un muggle les veía. Pero fue poner un pie cerca de la piedra y... Ni siquiera habló. Lo dicho, tenía demasiada sangre Slytherin dentro y cerebro de necesidad de conocimiento infinito Ravenclaw como para corromperse muy pronto en un sitio así. Porque él sabía perfectamente lo que estaba sintiendo: era un canto de sirena destinado a querer el poder que esa silla otorgaba. Cuántos hombres se habrían vuelto locos por él. Eso era magia ancestral, una muy fuerte, una que jamás habían tenido cerca ni por asomo. Y podría ser peligrosa. Habría que ir con cautela.

Se acercó a las runas y escudriñó en silencio. — ¿Has probado a leerlas en voz alta? — Preguntó, concentrado. Nancy cambió el peso a la otra pierna, cruzada de brazos. — ¿Me vais a preguntar muchas más obviedades? — Marcus la miró con una ceja arqueada y ella soltó aire por la boca. — Perdón, perdón, es... Estoy muy estresada con esta investigación. Tengo la sensación de haber intentado mil cosas, y encima todos me llaman loca por perseguir "un imposible" o "una leyenda que claramente no es real". Solo de pensar que... tenga que volver a empezar... — Marcus negó, mirando de nuevo a las runas. — No es eso. Es... Cuando se investiga solo, se pierde mucha información sin querer. Trabajas muy duro y, encima, te faltan cosas. No me he visto en tu lugar, pero lo imagino, debe ser muy frustrante. — La miró de nuevo con una mezcla entre evidencia y ternura. — Mi abuelo es alquimista. Entendemos algo de investigaciones infinitas, imposibles y trabajo en solitario. — Nancy sonrió, y estaba convencido de que era una sonrisa agradecida. No debía estar muy acostumbrada a sentirse comprendida.

— Voy a intentarlo yo. — Se recolocó y comenzó a leer. — "Lo que no digan los ojos. Lo que no hagan las manos. Lo que puedas obtener con ambos, y persigas hacer aun siendo ciego y manco". — Miró a su alrededor. Hizo una mueca con los labios. — Pues no. No ocurría nada por leerlas en voz alta. — Se levantó. — Pero claramente lo que quiere es una demostración de poder. Los inteligentes usan mucho la observación: lo que ven los ojos. Los valientes y los buenos, las manos: empuñan espadas o curan a la gente. Pero Ogmios era el poder. No quiere a alguien listo, bueno o valiente: quiere a alguien poderoso. — Torció los labios, pensativo, mirando las runas. — Y ambicioso. Reconoce que necesita los ojos y las manos para... obtener la magia que quiere obtener, que no sabemos cuál es, pero tiene que ser magia ancestral con casi total seguridad. Y alguien que sea lo suficientemente ambicioso como para, aun siendo ciego y manco, querer seguir intentándolo, alcanzar el poder, demostrar que es algo más que sus manos y sus ojos. — Miró a Nancy. — ¿Tiene sentido? — Todo el sentido que pueda tener una leyenda. El que tú quieras darle. — Se puso a su lado, mirando también la runa. — Yo había llegado a una conclusión parecida. La cuestión es que ya sabemos que Ogmios era poderoso y ambicioso, y que era lo que más valoraba. Y esto es un acertijo muy bonito para decirnos lo que ya sabíamos. Por desgracia, esto y nada es lo mismo. Le he dado ya mil vueltas. — Se quedaron los tres en silencio unos instantes.

— ¿Y has hecho magia ancestral? — Nancy le miró. — No sé hacer magia ancestral, Marcus. Casi nadie sabe. — Yo sé. — Dijo con mucha seguridad. Nancy se debió quedar tan impactada con la afirmación que ni reaccionó, solo le miraba temiendo que hubiera perdido la cabeza. Notaba que Alice también le estaba mirando. Puso una sonrisa ladina. — ¿Usar los ojos y las manos para hacer magia con ellos? — Llenó el pecho de aire y empezó a mirar a su alrededor. — Veamos... para qué puedo usar mis ojos por aquí. — Paseó por su alrededor. Tomó un canto del suelo y lo lanzó y recogió en su mano, chulesco, pero sin dejar de pensar a toda velocidad. — Ojos y manos usadas. Mira qué fácil. — Ladeó la cabeza. — Ya en serio. Nancy, la alquimia es lo más parecido a magia ancestral que sabemos hacer. Canaliza la energía mágica desde las manos. — Y por eso estáis aquí. — Dijo con una sonrisilla obvia. — Estoy convencida de que la alquimia puede acercarnos... quiero pensar. Como no, ya sí que me veo sin salida. — Pues vamos a intentarlo. — Respondió, resuelto.

Las vibraciones en aquel lugar eran muy intensas, por lo que paseó varias veces alrededor de la roca hasta decidir el lugar que sintió más idóneo. Le daba un poco de abismo hacer una transmutación, por básica que fuera, en un lugar tan poderoso. Pero tenía que intentarlo. — Vale, eemm... Con alquimia se pueden hacer muchas cosas. Quizás habría que hacer varias pruebas, porque puede que esto que voy a hacer no tenga efecto ninguno, pero otra cosa sí. — Volvió a poner una mueca en los labios, pensando, acuclillado sobre el lugar en el que dibujaría el círculo. — Voy a hacer una calcinación. Es el estado más primigenio de la alquimia, el primero, el inicial. Es... lo que hemos hablado. Calcinarlo todo para empezar desde el principio. Volver a la base, al polvo mismo. Y es... — Hizo una pausa. — La demostración del poder de los alquimistas. Reducir cualquier materia... a cenizas, en apenas un segundo. Es poder en estado puro. — Notaba la tensión de Nancy junto a él, y lo callada que estaba, solo escuchando y mirándole. Respiró hondo. — Vamos a ello. —

Dibujó el círculo de calcinación y colocó la piedra en medio. Se concentró, cerrando los ojos, y tomó aire profundamente. Juntó sus manos y la piedra quedó calcinada en un instante. — Venga... ya... — Oyó el susurro de Nancy, y sus pasos acelerados pasando por al lado de él. Abrió los ojos: había aparecido una runa nueva. Con el aliento contenido, miró a Alice. No era la silla, pero era algo. Sí, la alquimia se acercaba a la magia ancestral. Y claramente, era lo que ese lugar quería.

 

ALICE

Alice agitó una mano en el aire, quitándole importancia a los comentarios. — Puedo empatizar perfectamente con imaginarme que una investigación se estanque y venga gente a opinar sobre ella. Aunque tú misma hayas llamado a esa gente. Es frustrante y es normal. Ninguno de los dos se lo va a tomar a mal. — Y además, cuando viera nuevos resultados, que Alice estaba segura de que conseguirían, todos aquellos sinsabores ni siquiera se recordarían.

De nuevo, las runas, tan claras como siempre. Pero su novio sacó esa vena que mezclaba Ravenclaw y Slytherin, y ella se limitó a observar con media sonrisilla y alzó la ceja cuando dijo lo de alguien poderoso. — Qué suerte la nuestra entonces ¿no? — Preguntó con tonito retador. Aquel era el terreno de Marcus de sobra y largo. Nancy, de todas formas, como buena investigadora terca que era, no se dejó impresionar por todo aquello y no se comprometía con nada. Ya, como tus runas, pero pretendemos resolverlas, se encontró pensando. Es que la ambigüedad le ponía muy nerviosa.

Levantó la cabeza cuando dijo lo de la magia ancestral, pero ahí su respuesta hubiera sido la de Nancy. Ninguno sabía, y menos después de haber visto cómo la manejaba Albus. Pero entonces Marcus dijo lo de la alquimia y le dieron ganas hasta de pegarse en la frente. Miró a Nancy. — Mira, qué rabia, eh. Con lo mal que se me dan las runas, ya se me podía haber ocurrido a mí lo de la alquimia. — Dirigió los ojos, estrechos, hacia Marcus. — Si es que esto es lo suyo. — Dijo con tono picajoso, pero él sabía lo muchísimo que ella le gustaba ver ese despliegue de inteligencia. Ahora lo que sentía era más bien una bandada de mariposas en el estómago más relacionadas con la incertidumbre y la curiosidad que otra cosa. Se acercó a Marcus por detrás y observó su círculo. Desde luego, ya que tenía que empezar de cero y sin la más mínima idea, mejor empezar por lo primero, una calcinación. — Esto para que el abuelo diga que no practicamos. De aquí al examen de cabeza. — Le animó, porque le veía dubitativo. Y no era para menos, intentaban tomárselo a la ligera, pero lo cierto es que tampoco tenían ni idea de qué hacer si activaban… algo.

Y vaya si se activó. Fue hacer la calcinación y apareció una nueva runa. Alice se tiró de rodillas delante, parpadeando. — ¿La habías visto antes? — Preguntó a la chica. — Shhh. — La mandó callar ella. Tenía razón. Lo más útil que podía hacer era coger papel y pluma y apuntar lo que ellos leyeran. Pero hasta ella lo había reconocido. Era la palabra para “siete” que en runa celta era, literalmente, “cuatro más tres”. — Como los dioses… — Murmuró. — ¡Eso es! — Dijo Nancy, levantándose de golpe y señalándola. — Es una referencia a que ellos son un todo. Es más, nada está completo si no están todos y cada uno de ellos, con sus virtudes y sus enseñanzas. — Miró a las runas de alrededor que ya estaban de antes. — ¿Veis algo más? — Alice se levantó y paseó la roca. No veía ninguna otra runa iluminada, pero quizá es que había salido alguna y no se había iluminado. La magia era tan poderosa que casi podría tocarse en el aire, que se había vuelto casi espeso, como una atmósfera paralela. Pero en lo que estaba andando, por algún motivo, miró al suelo. — ¡NANCY! ¡MARCUS! — Se dedicó a apartar la hierba y la tierra para descubrir una piedra que, incrustada en el suelo, brillaba con otra runa. — ¿Qué pone? No entiendo la palabra. — Falias. Ahora mismo no sé… — Nancy estaba demasiado emocionada. — Hay que seguir mirando por el suelo. ¡Por si se apagan! — Corrieron por los alrededores y encontraron cinco piedras más también semienterradas, pero en ninguna brillaba una runa. Estaban tan acelerados y excitados por lo que acababan de ver que estaba segura de que ninguno de los tres podía pensar con claridad. Volvieron a la roca, volvieron a revisar todas las runas, pero ya estaban aturullados. — Igual hay que hacer otra transmutación para que se enciendan las demás. — No, no, no nos arriesguemos. — Dijo Nancy, levantando una mano, sin dejar de mirar fijamente la roca. Y entonces se acercó. — Rinceoir… — Puso el dedo en la runa que habían visto también en la cueva, que aquí aparecía en un guirigay entre otras. — Nunca me había fijado en si este rinceoir era danzante… No conozco tan bien esta roca, y siempre había interpretado esta runa en contexto con las demás, y ahora… es muy posible que… también se moviera. — Se mordió el labio inferior y susurró. — ¿Y ahora qué quieres decirnos…? — La chica achicó los ojos y finalmente dijo. — Una batalla… Una batalla de espadas. Los druidas distinguían siempre las armas. Batalla de espadas entre el bien y el mal… Y ahora aquí hogar… ¿Qué infiernos? — Dejó salir el aire entre los labios y dijo. — ¿Qué dijiste tú, Marcus? Que el sol y la luna también son entendidos como antagonistas ¿no? La luz y la oscuridad, y un eclipse podría ser esa misma batalla… — Les miró a ambos. — Todo nos lleva de vuelta al eclipse, es el único sentido que le veo. Y si rinceoir ha aparecido aquí y en la cueva, lo único que se me ocurre es volver a ella y esperar a verlo. Y si no, pues volveremos aquí y lo intentaremos otra vez. — Mientras Nancy hablaba, Alice terminó de registrarlo todo por escrito: el aspecto de la roca, las runas, incluso había hecho un dibujo de la posición de las mismas y de las misteriosas piedras del suelo. Cuando terminó, miró a Marcus. — Podemos aprovechar para ir a casa, cenar con los abuelos y que invent… Elabores. — Rectificó ella sola. — Una excusa creíble para el abuelo para que salgamos a ver el eclipse esta noche. — Se encogió de hombros. — O podemos escaparnos estilo Gallia, pero supongo que prefieres lo primero. —

 

MARCUS

Los siete dioses, claro. Tenía todo el sentido del mundo. De nuevo, estaban ante una runa que sí, tenía sentido si se lo querían dar, la cuestión era si la estaban interpretando bien, si eso les llevaría a alguna parte. En esos momentos, tenían las mismas posibilidades de estar a dos minutos de resolverlo, que de estar solo en uno de los miles afluentes posibles y no dar nunca con la clave. Siguió mirando con atención, buscando, hasta que Alice encontró algo. Corrió hacia donde ella señalaba y observó boquiabierto.

¿Podían volver a desaparecer? Tenía sentido, porque dudaba que fueran los primeros en haberlas activado y estaban ocultas cuando llegaron. La cuestión era cuánto tardaban en desaparecer... y cuántas más habría que no se habían activado con su transmutación, sino que lo harían con otra. Intentaba leer a toda velocidad, traducir, conectar. — Mira esta, Nancy. — Señaló, con la respiración agitada. — No tiene sentido. — Esa palabra tiene como cinco significados distintos. — ¿¿Cinco?? ¿¿Y a cuál se refiere?? — ¡No lo sé! Tiene que estar descontextualizada. O a saber si es un término tan antiguo que no estamos contando con el significado que le puso quien lo escribió. — Se frotó la frente y el pelo. Aquello era una locura interminable. De hecho... — No vamos a aclarar esto hoy... — Susurró para sí. Era imposible. Ahora entendía los años de investigación de Nancy. Y lo que le quedaba.

Y entonces, Nancy encontró la runa del bailarín que dejaron en la cueva, repetida. Se colocó junto a ella, mirando con atención. — ¿Puede ser que sea una runa que se traslada al resto de reliquias? — Hipotetizó. — Aunque si eso es así, querría decir que en aquella cueva, hay una reliquia. Aunque si es solo una runa danzante... debería haber solo una, y hay al menos dos. — Pero conforme Nancy traducía, menos sentido tenía aquello, y ahora se sentía como cuando olías muchos perfumes diferentes y llegaba un punto en que no eras capaz de discriminar ninguno: todo estaba mezclado en su cabeza y sentía que ya no veía nada. Era demasiada información nueva y compleja para una sola tarde, y eso que Marcus podía presumir de cerebro privilegiado. Pero aquello era un enigma demasiado complejo para un solo día. Y aún les quedaba el eclipse.

Y hablando del eclipse. Nancy hipotetizaba sobre ello, Alice escribía sin parar, y Marcus pensaba. Pensaba en silencio, ceñudo, mirando a la runa. Hasta que su novia propuso lo de la cena. — No. — Dijo monocorde, sin mover la mirada de donde la tenía. Era consciente de que las dos chicas le habían mirado extrañadas. — No. Tú no vienes, Alice. — Ya sí, la miró. — Tenemos que ver ese eclipse. Sí o sí. — Se puso de pie, porque hasta el momento estaba acuclillado ante la roca. — Si vamos los dos, en la cena nos van a entretener, a convencer de por qué no es buena idea, y no es que nos vayan a impedir venir por la fuerza, pero tratarán de darnos la vuelta, incluso apelarán a nuestros sentimientos o responsabilidad. Y los dos estaremos allí, no tenemos nada que nos ate a volver. No quiero dudas. Quédate aquí. Si voy yo solo, como mínimo tendré que volver a por ti. Si se lo vendo bien, que pienso hacerlo, será absurdo oponérseme y, encima, hacerme venir a buscarte para decirte "Alice, tenemos que irnos a casa". — Negó. — Así que déjalo de mi cuenta. Puedo convencer a mi abuelo solo. — Miró a Nancy. — Voy directamente a casa, para no perder más tiempo. ¿Nos vemos en la cueva entonces? — ¿Sabrás llegar solo? — Descuida. — Dijo sin dar mayor importancia. Tras eso, miró a Alice, sonrió de medio lado y, tras guiñarle un ojo, desapareció de allí.

Nada más abrir la puerta de casa, su abuela, que junto al hombre estaba tranquilamente sentada en la sala de estar, se puso de pie de un saltito. — ¡Ay! ¡Ya podemos cenar! ¿Cómo les ha ido a mis niños la...? — Pero entonces se topó con Marcus en el pasillo, y el verle solo le descuadró la cara. — ¿Y Alice? — Preguntó, mientras trataba de mirar tras él, como si esperara verla entrar. Lawrence se asomó también, y en lo que él se levantaba y acercaba, Marcus empezó su actuación. — Con Nancy. Es que no os lo vais a creer. — Dijo, sonriente. — Le voy a dar una sorpresa. Estábamos ya en una zona tranquila del bosque, charlando, pero me he aparecido aquí con la excusa de que necesitaba ir al baño, porque EVIDENTEMENTE yo en el campo no... — Dijo entre risas. Las miradas de sus abuelos eran escépticas, pero confiaba. Aún no había terminado. — Resulta que esta noche hay un eclipse de luna. — Molly arqueó las cejas y puso una sonrisilla. Vale, primera convencida. Solo quedaba su abuelo, que se mostraba más suspicaz. — Y bueno, ya sabéis... en fin, nos lo habréis oído... que a nosotros nos gusta llamarnos sol y luna y eso. No habíamos caído en lo del eclipse. — Miró a su abuelo. — Es decir, lo sabíamos. Lo de las transmutaciones de poder astrológico, lo comentamos el otro día ¿no? Sí, recuerdo haberlo comentado. — Molly ya había perdido el escepticismo y estaba metida en la historia, pero Lawrence estaba muy callado y serio. — Y hemos pasado por una zona del bosque bonita y... he pensado, podríamos tener un momento más... romántico, distendido. Irlanda en la piel, como diría la abuela. — La mujer soltó un sonidito de adorabilidad, mirando a su marido con ternura, pero no fue correspondida. — Así que he pensado, voy a casa, me llevo unas cosas de cena, y monto un picnic bajo las estrellas. Vemos el eclipse y, cuando acabe, nos venimos. Total, ya no íbamos a estudiar esta noche. Se nos va a hacer un poco tarde, pero no tanto. Puede que... mañana nos levantemos un poco más tarde, pero hay tiempo de sobra, abuelo, ya he pensado hasta cómo podemos reajustar el horario. ¿Qué te parece? Yo creo que le va a encantar. — Y hasta ahí su exposición.

Molly juntó las manos. — Oy, Larry, no podemos decirles que no, con lo enamorados que están mis niños, viviendo Irlanda. ¿A que es precioso? — Y también es mentira. — Respondió Lawrence, automáticamente, muy serio. Le miraba con ojos afilados. Su mujer le miró súbitamente, pero el anciano no quitó la mirada inquisitiva de su nieto. — ¿Ahora me mientes, Marcus? — Tragó saliva. Su abuelo no solía hablarle con tanta severidad, y desde luego, nadie como él para hacerle venirse abajo. Pero ya le había pillado. Negarlo siempre es peor, pensó. Si es que al final era más Gallia de lo que parecía. Soltó aire por la boca y bajó los hombros, hablando con tono resignado. — No es una mentira. No al cien por cien, al menos. — Le miraba con disculpa. — Hay un eclipse, y voy a llevarme la cena para un picnic con Alice, y va a ser romántico, ya nos conoces. La diferencia es que... también está Nancy. Y que vamos a aprovechar para investigar qué ocurre en una cueva que ella tiene en su ruta. — Su abuelo ni parpadeaba ni cambiaba la expresión. Empezaba a darle mal rollo. Intensificó la expresión arrepentida. — Abuelo... — ¿Por qué no me lo has dicho directamente? — ¡Porque pensé que te iba a sentar mal! — Hizo un gesto de obviedad con las manos. — Y a la vista está que te ha sentado mal. — No peor que el hecho de que me mientas. — Fue a hablar, pero su abuela intervino, con tono tranquilo. — Marcus, no mientas más a tu abuelo. Aparte de ser tu abuelo, es tu maestro ahora, y acabas de empezar en esta andadura. Empiézala con buen pie. Ni de niño ha hecho falta decirte esto, no creo que haga falta ahora. Y lo que estás pidiendo, independientemente de que tu abuelo esté más o menos de acuerdo, es en pos del conocimiento, no un crimen. Lo puedes decir sin problema. Y si a tu abuelo no le parece bien, lo hablas con él, y si pone una norma, la acatas, porque insisto: es tu autoridad por partida doble. ¿Estamos? — Marcus asintió, pero miró a Lawrence como un perrillo apaleado. El hombre suspiró. — ¿Prometes que a partir de ahora vas a ir con la verdad por delante? — Asintió rápida y enérgicamente. Sí que parecía un niño pequeño. Molly le dio una palmadita en el hombro y dijo. — Anda, tunante. Te preparo la comida. — Pero, al pasar por su lado, añadió en un susurro. — Dale cariño. Se le va a pasar. — Y se fue.

Lawrence había soltado un resignado suspiro y se iba, a paso lento, de vuelta a la salita. Marcus se quedó mirándole marchar, y cuando el hombre se sentó en el sillón, avanzó él también y se sentó a su lado. — Abuelo... — No vayas a preguntarme si estoy decepcionado contigo, Marcus. No voy a decepcionarme contigo cada vez que hagas algo que no me guste. — Le miró. — Pero nunca, que yo sepa, me habías mentido. — No me voy a justificar, pero abuelo, reconoce que tampoco es una grandísima mentira. Lo de la cena, el eclipse y el estar con Alice es cierto. — Lawrence le miró con los ojos entornados. — ¿Y lo hubieras hecho de no estar la investigación de Nancy, y a saber lo que habéis visto hoy, de por medio? — Agachó la cabeza. Pillado otra vez. — No. — Hubo unos leves instantes de silencio. — Es muy interesante, abuelo. Estamos... viendo cosas que nos conectan con Irlanda, que ayudan a Nancy. ¡Y que pueden aplicarse a la alquimia! He hecho una calcinación en la silla de Ogmios y... — ¿Has estado en la silla de Ogmios? — Marcus parpadeó. — Sí. — Respondió casi temeroso, tras unos segundos. Ahora su abuelo le miraba con cautela. — Marcus... he visto a muchos hombres volverse locos por ese sitio. — Fue a hablar, pero el hombre le interrumpió con un gesto de la mano. — No me digas que si no confío en ti. Amo a mi mujer, y a mis hijos, y a mi nieto Alexander, y a toda mi familia. Pero no hay nadie para mí en el mundo tan importante como tú. — Tragó saliva. Ahora tenía ganas de llorar, genial. — Esto no es chantaje emocional, es que tú sabes perfectamente cómo procesa un Ravenclaw: cuando algo o alguien es importante para él, lo sabe todo sobre ello. Absolutamente todo. Y ni tus padres, ni tu abuela, ni tu novia, te conocen como te conozco yo. Ni tú mismo. — Se acercó a él y le miró a los ojos. — Marcus, prométeme que no vas a perderte en esto. Es peligroso. Es infinito. Nunca lo vas a acabar, no porque no confíe en ti, sino porque no tiene fin. La alquimia es un juego de niños comparada con la magia ancestral para quienes realmente creen en ella, para los que tienen tan solo nociones básicas de ella. No te dejes contaminar. El poder es un caramelo envenenado, Marcus. — Le mantuvo la mirada, conmovido, como siempre que escuchaba la sabiduría de su abuelo. Tras unos instantes, asintió. — Lo tendré en cuenta, abuelo. Te lo prometo. — Se acercó a él y le abrazó, y notó cómo el hombre se desinflaba, devolviéndole el abrazo.

— Tu abuela tiene razón. Tunante. — ¡Au! — Sí, muy bonito, pero al final se había llevado la colleja igualmente. Se estaba frotando la nuca cuando llegó la mujer con la comida. — Mira, así me ahorro dártela yo. — La bolsa era tan grande que, cuando le vio la cara a Marcus, se vio obligada a especificar, con un suspiro lleno de reproche. — En el bosque hace frío, señoritos, que no estáis en nada, nada más que estrellas y alquimia y runas y leyendas. Ahí lleváis tres mantitas con un hechizo calefactor, y una cuarta para sentaros encima. Como os sentéis en la hierba... — Soltó una carcajada de superioridad. — Mañana va a estudiar quien yo me sé. Desde la cama y con un resfriado, vais a estudiar. — Gracias. A los dos, sois los mejores. — Repitió el abrazo a su abuelo y le dio otro a su abuela, y un fuerte beso a cada uno, y con la bolsa al hombro salió corriendo de allí, rumbo a la cueva de nuevo.

 

ALICE

Las opciones de interpretación no le estaban entusiasmando, y no había contado con la posibilidad de que algo fuera tan antiguo que ni Nancy ni Marcus fueran capaces de dilucidarlo. Bueno, es que no había contado con nada de lo que había pasado allí hoy, la verdad, así que más le valía cambiar el chip. Se quedó pensando en si era posible que la runa les hubiera seguido hasta la roca de Fáil, pero entonces Marcus se puso… En fin, ESE Marcus. Dando órdenes, con un plan, saltándose sus férreos preceptos respecto a la familia. Alzó la mirada y se mordió el labio para evitar la sonrisa más que traviesa que se le acababa de salir. — Estoy de acuerdo, mi amor. — Con todas y cada una de sus palabras, además. — Me sorprende tanta disposición a romper ciertas normas, pero supongo que los pasadizos de Hogwarts o la sección prohibida no eran el estímulo adecuado… — Suerte que Nancy ni estaba en el mismo plano que ellos, claramente pensando en las runas y el eclipse. Se acercó a Marcus y susurró. — Lo dejo de tu cuenta, prefecto. Estoy deseando que llegue la hora del eclipse. — Dijo traviesa. Si es que se volvía loca cuando su novio se ponía así.

Cuando consiguió arrancar a una muy obcecada Nancy de la roca, se aparecieron de nuevo en la cueva y pusieron al día a Albus. — La runa sigue aquí, señorita, no se ha ido a ninguna parte. Si rinceoir sale también en la silla de Ogmios son dos runas, no una que se mueva. — Y ni siquiera sabemos si esa rinceoir se mueve como esta. — Alice suspiró y se cruzó de brazos, dando vueltas por allí. — En dos horas empezará el eclipse y quizá salgamos de dudas. — Pero Nancy estaba dando vueltas sobre sí misma y llevándose las manos a la cabeza. — Es que no tiene sentido. ¿Cómo que Falias? ¿Y si no es nada? Se parece demasiado a Fáil, y estábamos en la silla de Fáil, quizá solo lo hemos leído mal y ya estamos otra vez en un callejón sin salida. — Paró y la miró. — ¿Cuánto más tengo que retroceder para encontrar ese principio? Esto es frustrante. —

Alice dejó unos minutos de silencio, en los que se preguntó dónde estaba Marcus con su labia cuando una Ravenclaw obcecada lo necesitaba, porque ella solo sabía mirar a Nancy con pena y comprensión. Dejó salir el aire por la nariz y trató de pensar. — Pues… A ver… ¿Cuál es el origen de las runas de esta cueva? — Nancy se quedó mirando al suelo. — Una comunidad de druidas que se llamaba Tir Ná nOg. Son los que construyeron la cuna de los gigantes. — Noooo, señorita, eso lo construyeron los gigantes mismos. — Corrigió Albus, pero ante la mirada que le lanzó la mujer volvió a quedarse quiero como un tocón del bosque. — Se abandonó allá por la Edad Media, cuando el mundo mágico empezó a ordenarse, con el Ministerio, la escuela, las varitas… Es lo que pasó con la mayor parte de las aldeas druidas. Se separaron de los magos y quisieron alejarse, agrupando varias pequeñas aldeas en otras más grandes y escondidas. — Alice frunció el ceño. — ¿Por qué? — Porque los druidas creemos que solo debemos usar el poder que la tierra nos ofrece, el que canaliza nuestro cuerpo, no estirar la magia y desconectarnos de lo que está vivo. — Contestó Albus. Alice rio y frunció el ceño. — Nosotros no estamos desconectados de la tierra. — ¿No? ¿Y por qué se suben en las escobas y vuelan? ¿Por qué usan un instrumento y las palabras para manejar la fuerza de la tierra? — Alice balbuceó. — Bueno, en verdad pasa por nuestro cuerpo igualmente. Es… menos caótico si lo dirige una varita y la escoba solo nos sirve para levitar de forma segura, bueno y eso quien quiere volar y… — No lo intentes. Es la ideología druida. Esa y no acercarse a nosotros, lo cual Albus incumplía mucho. — Alice alzó las manos. — Es que es eso lo que no entiendo. ¿Por qué no trabajar juntos? — Los magos tenemos unas normas que ellos no quieren cumplir. Se les permite vivir así, recluidos en sus aldeas y hacer magia por respeto a ser la gente mágica primigenia, pero les exigen que al menos un tercio de su población asista a Hogwarts. Pero da igual, porque la mayoría prefiere volver a su aldea y no vuelven a tocar una varita. — Bueno, ¿y no sabrán ellos más de las runas? — Nancy asintió lentamente con la mirada perdida y los brazos en las caderas. — Pero son muy reticentes a hablar con nosotros, y menos de runas. Lo consideran una intromisión. Ya ves, a Albus le acabaron echando, entre otras cosas, por eso. — Yo creo que el conocimiento es conocimiento, y me gusta mucho hablar con hechiceros, aunque usen palitos. — Lo que yo te diga, que no ha vuelto a tocar una varita. — Tengo ciento veinte años y en cien de ellos no la he necesitado. — ¿Que tienes ciento veinte años? — Preguntó alucinada. — Sí, los druidas estamos tan conectados a la tierra que vivimos mucho, ella nos cuida y nos sana. — ¿Que os sana la tierra? — No hagas mucho caso a esas cosas… — Aconsejó Nancy, que seguía dando vueltas, así que Alice se guardó la duda para otro momento.

En cuanto Marcus llegó se acercó a él dando saltitos. — ¡Wow! ¡Qué de cosas! Veo que no ha ido muy mal. ¿Se ha tragado el abuelo todo? — Se acercó un poco más. — Nancy está un poquito alterada, creo deberíamos darle un momentito. — Se volvió hacia ella y alzó la voz. — ¡Nance! Vamos a montar las mantas y el picnic que nos han mandado. Puedes volver a la cueva y echar otro vistazo con Albus. Toma los apuntes, se lo puedes explicar. — Dijo tendiéndole todo lo que había escrito. — ¡Vamos, señorita! Podemos comparar las runas de las hojas muertas de la señorita Alice con las de la cueva… — Y no se lo tuvieron que decir dos veces porque allá que se fueron los dos. — Me he llevado una clase de sociología druida que incluye el entender que a Albus no le gusta el papel porque significa matar plantas para hacerlo. — Rio y se puso a montar las mantas y la comida, y, una vez colocado todo, tiró de su novio y dijo. — ¿Imaginaste que esto iba a ser Irlanda? ¿Encontrar algo como… la silla de Ogmios? No sabía ni quiénes eran los siete dioses antes de venir aquí y ahora… — Miró a la luna, que ya iba asomando, aunque de momento estaba normal. — Ahora siento que formamos parte de esto… De alguna manera que no sé explicar. — Se inclinó para besar a su novio y susurró. — Y me encanta cuando te metes tanto de lleno en algo y tomas las riendas. — A ver, si les dejaban, Albus y Nancy podían quedarse ahí dentro horas. No era el plan, pero podría aprovechar para tener un momentito con su novio ¿no?

 

MARCUS

Sonrió a Alice con alivio cuando la vio acercarse a él con esos botecitos tan alegres, que le recordaban a su Alice de siempre. — Mantitas calentitas para pasar la noche y comida más que de sobra para los tres... así que también tendremos para Albus. — Comentó, porque por supuesto se había ahorrado convenientemente el dato de que el druida estaba con ellos. Demasiados datos había dado ya y no habían caído del todo bien, así que mejor dosificar la información. A la pregunta puso una mueca en los labios y ladeó varias veces la cabeza. — Pues... no. Me ha pillado de lleno. — Se rascó la nuca, avergonzado. — Me he llevado una buena reprimenda... — La miró de nuevo y se encogió de hombros. — Pero ha accedido, que es lo importante. Si le das a elegir, preferiría tenernos allí acostados para madrugar mañana a tope para el taller, pero bueno. Me ha hecho prometerle que no se nos iba a ir mucho la cabeza con esto y que íbamos a estar centrados en el estudio, y con eso, bien. — Puede que no hubiera sido textualmente así, pero no quería verbalizar una posible locura por poderes y la consecuente preocupación de su abuelo con ello. Le parecía un tanto exagerado. Lo dicho, información debidamente dosificada.

Miró desde su lugar a Nancy. Sí que se la veía tensa. Puso expresión comprensiva. — La entiendo. Esto es... Esto es enorme, Alice. Es de una envergadura... Cuesta procesarlo. No sé cómo estás tú, pero yo... hay cosas que... Casi no me lo creo. Podemos estar ante algo muy grande. Y ella lleva desde que salió del colegio dedicada a investigar esto, y... — Suspiró. ¿Y si al final no era nada, y había tirado esos años y esfuerzos a la basura? O quizás, él así lo creía, sí que era algo, pero a lo mejor estaba muy lejos, o incluso caminando en otra dirección. La investigación en algo tan desconocido podía llegar a ser muy frustrante.

Sonrió desde su postura mientras Alice le proponía montar ellos la cena. Lo de las hojas muertas le hizo poner cara de no comprender, hasta que Alice lo explicó. Se tuvo que reír. — A ver, no es mentira. — Comentó, negando y preparando el entorno. — En el fondo... me da ternura ese hombre. ¿Qué edad tendrá? Mínimo la de mi abuelo. Quizás hasta iban juntos al colegio. — Ya con todo colocado, se dejó sentar por Alice, mirándola con una sonrisa enamorada. Al igual que ella, miró hacia la luna, pensativo, y negó con la cabeza. — Siempre supe que Irlanda irradiaba magia. Conocía la mitología por mi abuela, no tan en profundidad, pero la conocía. Pero lo de las reliquias... Solo eran leyendas. Así lo entendí yo. Pensar que puedan ser halladas de forma física... Que esto es tan... grandioso. — Era sobrecogedor, ciertamente, pero le emocionaba. Recibió el beso de Alice y sonrió, reclinándose un poco en la manta. — Te he visto muy obediente a mis directrices, Gallia. Y no dirás que es la primera vez que me pongo serio o erudito. En Hogwarts no me hacías ni caso. Creo que la insignia, contigo, me quitaba autoridad en vez de dármela. — Bromeó.

Después se dejó caer en la manta, mirando a la luna. — Esto es bonito... Me gusta. — La miró, acercando su mano a la de ella para acariciarla con cariño. — Me gusta estar aquí contigo. Me gusta no dejar de descubrir cosas contigo. Y mira... — Se encogió de hombros. — Quizás lo del eclipse no es nada, solo una... ilusión de ese señor tan raro que parece un árbol con patas. — Se acercó un poco a ella. — Pero le he dicho a mis abuelos que mi plan era montar un picnic romántico sorpresa para ti por el eclipse. Y mi abuela me ha creído y ha dicho que éramos monísimos y todo eso, que lo somos. — Siguió bromeando. — Mi abuelo me ha dicho en mi cara que le estaba mintiendo. Vamos, que no ha colado. Pero... ciertamente, no era cien por cien mentira. — Sonrió. — Puede que en... ¿diez minutos? Tengamos aquí a una antropóloga hiperalterada y a un druida excéntrico rompiendo todo posible romanticismo, pero... nos queda mucho que investigar, descubrir y estudiar. ¿Qué te parece, Gallia, diez minutos de picnic romántico bajo las estrellas? — Arqueó las cejas. — No te pensarás que estas cosas solo se hacían en La Provenza ¿no? Yo también sé escaparme contigo con una mantita y estrellitas. — Puso la cabeza en un ángulo muy gracioso y esbozó una sonrisa infantil. — Ya solo me falta el beso. —

 

ALICE

No le vendría mal la comida a Albus, aunque habría que ver su postura respecto a qué era aceptable comer y qué no para un druida. Respecto a lo de que le habían pillado, Alice no pudo evitar reírse y rodear a su novio con el brazo. — Puede pasar. Especialmente la primera vez que lo intentas. Poco a poco te enseñaré a ser más Gallia, mi amor. — Entornó los ojos a lo de que preferiría tenerlos allí. — ¿Qué podemos esperar? Tiene la edad que tiene, ya no está para abrir la mente. Pero nosotros acabamos de empezar el camino, y yo necesito profundizar en todo esto de la magia ancestral aprovechando que estamos aquí y que aún no nos importa montar picnics en pleno noviembre. —

Cuando empezó a hablar de la grandeza de todo ello, Alice se dedicó simplemente a mirarle con adoración y asentir a cada una de sus palabras. — ¿Que cómo estoy? Marcus, hace un año ni siquiera creía que pudiera ser alquimista, y esto puede ser más incluso que alquimia, puede ser algo que nadie más haya descubierto en… cientos de años. — Miró también hacia la cueva. — Si al final resulta no ser nada… al menos sabrá que tiene que dirigir sus estudios en otra dirección, y aún no es demasiado tarde para ella. Tiene una mente Ravenclaw magnífica, solamente está estancada, y si esto nos sirve para descartar algo que no existe pues… también será beneficioso. — Aunque sabía que eso se veía más fácil desde su orilla que desde la de Nancy, que llevaba ocho años trabajando en todo aquello. Cuando se refirió a Albus se tuvo que reír, porque el dato le iba a dejar muerto. — ¿Y si te dijera que podría ser el abuelo de tu abuelo? — Volvió a reír y señaló en su dirección. — Según él mismo, tiene ciento veinte años, ni más ni menos. Y, también en sus propias palabras, lleva cien sin tocar una varita. No sé hasta qué punto será verdad, pero en fin… Es para plantearse qué es lo que hacen los druidas para mantenerse así. También ha dicho algo de que la tierra les sana, y eso me puede inspirar, la verdad. — No, si es que no llevaban ni veinte días en Irlanda y eso estaba siendo la mayor aventura intelectual de sus vidas. — Reliquias de dioses… Quién nos hubiera dicho que tendríamos que plantearnos algo así… — Susurró, soñadora.

Sonrió a lo de las aventuras y se dejó acariciar y besar, sin dejar de mirarle y apartando los rizos de su frente como hacía siempre. — Nada es más bonito que esto. — Rio a lo del eclipse. — Puede ser. Pero, sea como sea, no vamos a olvidar esta noche. — Soltó una carcajada a la gran pillada que había hecho el abuelo. — Y creo que a la abuela no se la has dado tampoco, pero hay muchas veces que prefiere simplemente creerse las cosas. — Acarició su mejilla y se pegó más a él por la manta. — Pues claro que no era mentira. Diez minutos en este sitio es algo así como diez meses en la vida real. — Le encantaba estar así, riéndose, juntos, aunque fuera en la fría noche irlandesa de aquel bosque. — Es la versión O’Donnell de aquel momentazo en La Provenza. En vez de pedir deseos a las perseidas en la playa, venimos a destapar una antigua leyenda en el bosque bajo un eclipse. — Y ya sí se dejó caer en brazos de su novio, besándose y acariciando su mejilla. — ¿No es esto un eclipse al fin y al cabo? — Dijo entre risas y besos, atrayéndole contra sí, como si pudiera deshacer el lío de ropa y mantas y simplemente sentirse piel con piel. — Olvídate de la chapita de prefecto y sigue dándome todas la directrices que quieras. Me encanta. — Dijo en jadeo agitado, antes de seguir besándole y acariciándole.

Efectivamente, el momento no duró mucho más, y menos mal que Nancy y Albus anunciaron su llegada a base de una discusión a gritos sobre lo que podía significar “Falias”, así que su actividad se redujo a darles mantas a ambos mientras Marcus y ella compartían una, y a repartir la comida, hablando de lo que unos y otros podían comer. — ¡Uh! A los druidas nos encantan los guisos. — ¿Aunque lleven carne o pescado? — ¡Pues claro! La naturaleza alimenta y sana a todos los seres vivos, aunque sea a base de otros. Lo que no vemos tan bien es matar plantitas para escribir algo que se puede grabar en las rocas. Además, como os empeñáis en escribirlo todo en vez de dejar entender las cosas… — Sí, así nos va luego a los demás. — Dijo Nancy con amargura, mientras miraba y masticaba la empanada. Alice volvió mirar los papeles por encima mientras se comía un trozo de bizcocho y bebía café de una botella alquímica que había hecho Lawrence de joven para mantener el calor. — Rinceoir aquí está en la caza… ¿Sabes por casualidad cuánto tiempo lleva en la escena de caza? — Le preguntó a Albus. — La señorita Nancy siempre la llama escena de caza, pero a Albus le parece más una batalla… — Batalla con espadas se escribe diferente. — Ya, señorita, pero las runas no siempre dicen lo que está estrictamente escrito, pero Albus siempre ha pensado que eso es una batalla, es más, los druidas no tenemos runa para valentía, porque se implica en el honor, y cuando cazamos, lo hacemos con honor, por lo que implica valentía… — Alice se quedó mirando la luna, intentando unir los puntos en su cabeza. Todo eso del honor y la valentía... — Qué Gryffindor suena… — Pero Ogmios no parecía muy Gryffindor, desde luego, y rinceoir también había aparecido en su piedra… Cogió los papeles y revisó. Lumbre. Lumbre… ¿Cómo podía relacionarse eso? — Nancy… El dios asociado a algo como la valentía y todo eso es Nuada ¿no? — Sí. — ¿Y qué puede tener que ver eso con una lumbre? — La chica la miró extrañada. — Pues nada, a priori, la verdad. Nuada es un dios guerrero, además guerrero bruto, pura fuerza. La llama siempre se asocia al conocimiento… — Pero no es “llama”, es “lumbre”, tú misma lo dijiste. — Nancy se encogió de hombros. — Ya te lo ha dicho Albus, las runas no son literales casi nunca. — Pero una llama es una cosa y una lumbre es otra en cuanto a significado. O sea, rinceoir parece que puede estar refiriéndose aquí a Nuada por la lucha, y en la roca de Faíl aparece con la lumbre… Una lumbre es algo más como de… un hogar ¿no? — Y entonces Nancy dio un saltito en su sitio. — Espera, espera… Hogar. Eire es la diosa del hogar, la esposa de Nuada… — Se apoyó el puño cerrado delante de la boca. — Puede ser que rinceoir nos esté señalando en la dirección de Nuada y Eire… ¿Creéis que puede ser que intenta darnos pistas de dónde están las reliquias? — Albus asintió lentamente. — Eso se lo he dicho yo siempre, señorita… que los druidas no saben dónde están. Bueno, no lo saben ahora, lo supieron, y dejaron pistas en las runas… — Señaló al cielo. — Cuando empiece el eclipse… tendremos más respuestas. —

 

MARCUS

Cientos de años. Le recorrían escalofríos por todo el cuerpo de pensar que, en solo meses después de dejar el colegio, ya podían estar ante un descubrimiento así, y en una tierra tan llena de magia como Irlanda que, para más señas, era la originaria de su padre y sus abuelos. Estaba en sus ensoñaciones, escuchando a Alice, cuando el dato de la edad de Albus le hizo mirarla con la boca abierta hasta el suelo. — No. — Fue lo primero que se le ocurrió decir. — ¿¿En serio?? ¿Ciento veinte años? — Soltó una carcajada. — A ver, que siempre se ha dicho que los magos duramos más que los muggles, y precisamente entre los alquimistas los hay bastante longevos... ¿¿Pero ciento veinte años... viviendo...así?? — Él no duraría ni dos días. Miró a Alice con los ojos entornados. — ¿Será que la magia ancestral es... sanadora? Porque dudo que sea un elixir, pero... Es cierto que hay leyendas llenas de personas con cientos de años. Pero siempre las tomé como leyendas. Quizás no cientos, pero sí más de lo normal, y que eso lo haga la magia de la tierra. — Mirando a la nada, pensativo, arqueó las cejas y ladeó varias veces la cabeza. — O eso o a Albus se le han ido los números de las manos con tanto tiempo en el bosque. Aunque al menos el calendario de eclipses parece que lo tiene bastante controlado. — Bromeó.

La miró, sonriendo con adoración. No iban a olvidar esa noche, para nada, ocurriera lo que ocurriera en el eclipse. — ¿Diez meses? Hmm, ¿eso es que se te hace largo porque tienes frío? — Volvió a tontear, riendo. — A mí diez minutos contigo siempre se me hacen como diez segundos. Sea como sea. — Alzó la barbilla con una infantil expresión orgullosa. — Los O'Donnell todo lo hacemos así de mágico, especial y didáctico. — Rio. — ¿Qué te parece? El día de mañana... — Hizo un cartel con las manos. — "La noche en que el matrimonio O'Donnell, a la tierna edad de dieciocho años, descubrió uno de los mayores misterios de la humanidad mientras hacía un inocente picnic. Historia de una genialidad." — Y volvió a reír con ella, tumbado a su lado, porque nadie como Alice para oír sus tontas grandilocuencias. Y tras esa tontería, se enredó con ella. — Tú y yo hacemos el mejor eclipse del mundo... Que no se entere Albus. — Rio de nuevo y se dedicaron a besarse y abrazarse, como si estuvieran solos. Lo estaban, pero no por mucho tiempo.

— Chapita... Qué ofensiva... — Murmuró entre besos y sonrisas. — Para qué querrás las directrices, si te las saltas. Eso es lo que te encanta, volverme loco... — Pero mejor iba cortando el rollo que ya se acercaban por ahí su prima y el druida. No pudo evitar rodar los ojos. — Oh, Rowena, no me das descanso. — Suspiró para que Alice le oyera, sabiendo que sus quejidos lastimeros de erudito la harían reír. Se arrebujó en la manta con Alice y el olor de la comida hizo que le rugiera el estómago, así que empezó a cenar junto a sus acompañantes, oyendo sus disertaciones. Con la boca llena se aguantaba la risa oyendo al druida hablar sobre comida y lo que era pertinente matar y no. Pues yo llevo plantitas muertas en el bolsillo continuamente, pensó, irónico, como tú, por otra parte, porque desde luego que el ramo que le hubiera dado a Alice al conocerse muy vivo no estaba.

Marcus asintió. — No me ha parecido ver ninguna runa referente a una espada. Recuerdo muchos textos en runas referentes a batallas, es muy típico. Y no tenían nada que ver con los de caza. — Está interpretando, señor hechicero, la caza como algo primitivo. Lo que hacían los hombres de las cavernas persiguiendo bisontes. Hay que abrir la mente a lo que ofrece la tierra. — Soltó aire por la nariz, y en lo que él pensaba y Albus narraba, Alice dijo algo. Asintió. — Mucho. Siempre lo pensaba cuando traduc... — Y él cayó también. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Además, lo pensaba permanentemente mientras traducía las runas épicas, y lo pensaba mientras leía los textos que Nancy le dejó sobre Nuada: "qué Gryffindor es esto". Solo tenía que haberlo relacionado. ¡Lo tenía en las narices y no lo había visto!

— Claro, pero... — Pensó en voz alta, reflexivo. — Sigue sin estar presente la runa de la espada. Y la lumbre... — No, eso no pegaba con Nuada... pero sí con Eire. Atendía a las chicas, asintiendo. — Eso tiene mucho más sentido. — Miró al cielo, soltando el aire. — Eso espero... — Porque si no, se iban a quedar con una gran duda, y no iba a ser tan fácil concentrarse en otra cosa que no fuera resolver el misterio... Un misterio que llevaban cientos de años tratando de resolver otras personas. Su abuelo tenía razón: entre el poder que otorgaba y la ancestralidad de su intriga, era como para volverse loco.

El viento sopló más fuerte y removió todas las hojas de los árboles, haciendo que solo se oyera el rugir mientras pensaban. La oscuridad era cada vez mayor. — Ahí viene... el sol sale a saludar a la luna una vez más. — Dijo Albus con ilusión. Marcus se arropó con Alice en la manta y sonrió. Era bonito, iban a ver un eclipse juntos... pero a quién querían engañar. Estaban los dos dándoles mil vueltas a las runas y las reliquias. Pero también era romántico desde el punto de vista de un Ravenclaw... Bueno, le llegaban las vibraciones de Nancy pensando a su lado y Albus no paraba de decir excentricidades, pero tendría que valer. Cuatro Ravenclaws bajo el eclipse. Y ellos parecían, por mucho, los más normales.

— ¡Ahí está! — Clamó Albus, y sí, el eclipse empezaba a visualizarse. — ¡Y veréis la cueva! ¡Bueno, no la veréis, porque BLLUUUUUUUM! — Albus. — Susurró Nancy, concentrada, papel y pluma en mano y mirando a todas partes. — Guarda silencio, por favor. — La ninfa Nancy debería estar cantando y bailando. — Shhh. — Pidió de nuevo. La concentración era tan grande mientras todos miraban, que el silencio se notaba pesado y expectante. Marcus intentaba alternar la mirada entre el eclipse y el derredor (entre otras cosas porque podría dañarse la vista si miraba el eclipse fijamente), pero cuando miraba a los alrededores tenía que parpadear fuertemente: la oscuridad era intensa, incluso sobrecogedora, en mitad del bosque, donde nada les iluminaba, y teniendo en cuenta que no había nada de luz del sol siquiera para iluminarles... hasta que vio algo. Se removió un poco y agudizó la mirada. Y Albus le detectó. — ¡Desapareció! ¡No está, no está la cueva! — Hay una luz... — ¡¡Campanillas que celebran que la cueva voló!! ¡Se fue a buscar a los dioses! — Los datos de Albus no le decían nada, así que directamente se levantó y se dirigió al lugar, y las dos chicas iban con él. Les encantaría ir más rápidos, pero los escasos centímetros que les separaban de la entrada de la cueva estaban tan oscuros que era un riesgo caminar, la probabilidad de tropezar era alta. Pero llegaron. Y no, la cueva no estaba desaparecida, solo muy oscura, cubierta de las hojas que el viento había movido: no era de extrañar que una persona de ciento veinte años deseando ver obrarse un milagro en el bosque la creyera desaparecida. Eso sí, si le hubieran dejado quedarse dentro, sí que hubiera visto el milagro. Solo que no el que él creía.

— Brillan. — Susurró Nancy, impactada. — Las runas brillan. — Marcus y Alice habían llegado a la puerta de la cueva también, y observaban boquiabiertos. Su prima se giró y ordenó. — ¡Albus! Vigila el eclipse, avísanos cuando esté por desaparecer. — ¡Qué bella canción! — Bueno, lo tomarían como un sí. — Vamos. — Nancy entró con ellos siguiéndola, raudos y obedientes. Y la primera que vieron era justo la que esperaban. — No me lo puedo creer. — Susurró la chica, cayendo de rodillas frente a la runa, tan impactada como emocionada. — "Espada". Pone "espada". — Aquí sí. — Se apresuró a indicar Marcus. — Aquí sí pone espada. ¡Esta era la runa que faltaba! — Miró a Alice, sin poder evitar la sonrisa. — Ya solo falta... — ¡Esa! — Clamó Nancy, señalando a otra. — "Manta"... Y "Falias". Otra vez. — Bajó los brazos y les miró, con un brillo en los ojos que incluso en la oscuridad podían ver, más con el reflejo de las runas brillantes. — "Espada", "manta" y "Falias". Han salido a relucir con el eclipse. Tenemos algo. —

 

ALICE

Albus seguía en sus trece con las batallas, y lo cierto es que a Alice le preocupaba más la lumbre y si realmente estaban en una pista, desde luego la reacción de los primos había sido de que significaba algo, pero todo eso quedó opacado por el eclipse, nunca mejor dicho. Era emocionante verlo, desde luego, cómo la luna poco a poco se iba ocultando, sin luz ninguna en los alrededores. — Lo que hacen a veces la luna y el sol para tener un poco de intimidad, eh. — Susurró a Marcus cuando se acurrucó contra ella. Claro, que la calma no iba a durar mucho.

Habían pasado tantas cosas esa tarde que no recordaba lo de la cueva, y, desde luego, era preocupante. Bueno, para todos menos para Albus, que consideraba que era interesantísimo que aquello fuera a desaparecer. Pero no desaparecía. A ver, no sabía de qué se sorprendía, si lo lógico es que las cuevas de la Tierra no desaparecieran por un eclipse, pero… Según Marcus lo dijo, se fijó y corrió hacia allá. — ¡Claro! ¡Por eso creías que había desaparecido, Albus! ¡Tiene todo el sentido! — La noche se había quedado oscurísima y solo las runas brillaban. Y vaya que si brillaban, parecía que les estaban llamando. Se dejó meter dentro de la cueva arrollada por los O’Donnell, que obviamente iban febriles a ver qué se había encendido.

No le dio tiempo a celebrar con Marcus la aparición de “espada” porque le emocionó demasiado lo de “manta”. — Esa era la reliquia de Eire ¿no? — Preguntó encantada. — ¡Lo he resuelto! ¡Lo hemos resuelto! ¡Se trataba de Nuada y Eire todo el tiempo! — Agarró las manos de Marcus en la oscuridad, sin dejar de mirar aquellas runas con emoción. — ¿Falias puede ser un nombre propio? ¿Un hijo o hija de Nuada y Eire? — Se llevó una sacudida en el brazo que no se vio, literalmente, venir, y pegó un salto en su sitio. — ¡ESO ES! ¡MARCUS! ¡TIENES QUE VERLO TAMBIÉN! — Gritó Nancy apuntando a una pequeña muesca al lado de la palabra "Falias". Ah, claro, esa cosita que marcaba que era un nombre propio. Dichosas runas, qué complicadas eran. — ¿Cómo no lo hemos pensado antes? — Volvió a tirar de ellos hacia fuera, en dirección a Albus, que estaba absolutamente sonriente y feliz mirando al eclipse completo. — ¡ALBUS! ¡ALBUS! ¡FALIAS ES UN NOMBRE PROPIO! — El hombre se giró hacia ella, con expresión confusa. — Pues claro, señorita hechicera. La ciudad fundada por Nuada y Eire, pero eso no podía ser. — ¿Por qué no? — El hombre se sacudió y sonaron cortezas moviéndose. — Porque es tan obvio que la señorita ya lo habría considerado, partía de la base de que ella lo había descartado y buscábamos otro significado. — La reacción de llevarse las manos a la cabeza fue común a los tres y Alice les miró y dijo muy seriamente. — Hay que empezar a dejar de decir eso… — Nancy se acercó a Albus lentamente, claramente conteniendo la emoción. — Albus… ¿Dónde estaba Falias? — ¿Estaba, señorita? Falias sigue existiendo. — No conozco ninguna ciudad así llamada. — El hombre se encogió de hombros, sin dejar de mirar el eclipse. — Es la ciudad que la colina Tara oculta al atardecer, han estado ahí al lado hoy. — ¡Déjate de adivinanzas, Albus, por los siete! — El hombre abrió mucho los ojos y se apartó un poco. — No me chille, señorita, que solo intento darle pistas, porque no sé cómo se llama la ciudad. — A ver, a ver, un momento. — Dijo Alice alzando las manos. — La ciudad que Tara oculta al atardecer… Quiere decir que la colina le da sombra a la ciudad al atardecer ¿no? — Albus asintió. — ¿Qué hay al este de Tara? — Nancy parpadeó y sacudió la cabeza, tratando de hallarse. — Eh… Connacht. La ciudad de Connacht… ¿Connacht es Falias, Albus? — El hombre se encogió de hombros. — Supongo, señorita. Falias es la ciudad de las colinas, que los druidas decían que eran la fortaleza que Nuada le construyó a Eire. — Es Connacht. — Dijo Nancy emocionada, antes de levantarse y acercarse a ellos. — ¡Es Connacht! Podemos ir a Connacht a buscar las reliquias… — Se llevó las manos a la cabeza. — Tengo que investigar, sacar toda la información que pueda sobre santuarios y aldeas druidas en ese sitio… ¡PERO TENEMOS ALGO! — Nancy abrazó primero a Marcus y luego a ella. — ¡Lo habéis conseguido! ¡Teníais razón todo el tiempo! Solo había que volver atrás… Tan atrás que ni conocía el nombre. — La chica juntó las manos y sonrió, mirando al eclipse. — No me lo puedo creer… — Y Alice miró a Marcus, abrazándole por la cintura, con el corazón a mil. Podría no ser nada. Las reliquias podían no ser lo que ellos esperaban. O podría ser que hubieran encontrado el primer paso de lo que tantos magos habían buscado, a base de usar la alquimia y… — Sabíamos que este viaje iba de volver al principio. — Apoyó la cabeza en su pecho sin dejar de mirar la luna. — Quizá esa siempre ha sido la clave. — Volvió a mirarle, porque la luz empezaba a salir otra vez. — ¿Estaremos preparados para lo que puede ser esto? — Preguntó en un susurro. Pero conocía la respuesta. Si estaban juntos, por supuesto.

Notes:

Os dijimos que venían cosas fuertes y llenas de magia en Irlanda. La historia de las reliquias es lo que, en un primer momento, nos movió a traer a los chicos a Irlanda, y nos moríamos de ganas de plantearla por fin, incluyendo a esos nuevos y misteriosos druidas. Contadnos, ¿dónde creéis que nos llevará todo esto? ¿Qué creéis que tendrán que hacer para conseguir las reliquias? Y lo más importante: ¿a que nuestro primer druida es genial? Le adoramos.

P.d: en una nueva clase de gaélico con las Alchemists, hoy os enseñamos a pronunciar nuestro título, rinceoir (bailarín). /rinker/. Este es fácil ¿no? ¡Venga, que al final todos aprendemos el noble idioma de los druidas!

P.d2: ya nos vais conociendo y sabéis que nada es casualidad, ¿os podéis creer que hubo un eclipse lunar en Irlanda el 19 de noviembre de 2002? Nos encanta cuando podemos cuadrar cosas así, son detallitos que nos hacen felices.

Chapter Text

INTERLUDE

(1 de diciembre de 2002)

 

MARCUS

— Y este es Nuada, y tiene una espada. Y esta es Eire, que es su mujer. — El niño pasó la página. — Y este es Lugh. Y esta es Folda. — ¡Esa es la que a mí me gusta! — Señaló Marcus, poniendo el dedo sobre la imagen de la diosa. Seamus le miró con cara de obviedad, y volvió a su libro infantil sobre mitología de Irlanda, contando con interés apoyado en el costado de Marcus. Cuando hubo terminado, le miró analítico. — Si quieres saberte los dioses, ¿por qué no le preguntas a la prima Nancy? Está toooooodo el día hablando de ellos. — Marcus le dijo en confidencia. — Es que no sabía si me estaba contando mentirijillas, así que prefería preguntarte a ti. — El niño rio con expresión traviesa.

El uno de diciembre, al parecer, era una fecha señalada en el calendario de la familia O'Donnell y motivo para juntarse. Algo le decía que lo de buscar excusas aleatorias para celebraciones inventadas pero justificadas con mucha labia le venía de la rama irlandesa de la familia. Habían tenido una comilona inmensa (otra vez) a la que Lawrence había accedido de mejor grado por ser domingo, pero empezaban a venirle largas tantas comidas y visitas inesperadas que interrumpían su meticuloso plan de estudio para sus alumnos. Tenía que reconocer que, más las visitas que las comidas, desconcentraban más de lo deseable, pero estaba tan contento en aquel lugar, había deseado tanto tener una familia grande y acogedora y se sentía tan confiado tanto en sus posibilidades y en las de Alice en aquel examen (por no hablar de la cantidad de tiempo que tenían aún por delante) que no le importaba demasiado... Bueno, puede que Alice tuviera que contenerle bastante las aguas, a lo Molly con Lawrence, para que no tuviera el primer enfrentamiento directo con un familiar irlandés cuando el escarabato que Ruairi, por algún motivo que desconocía, se había llevado a casa de visita, se le escapó a Horacius y Lucius y se metió en el taller y por poco genera un caos irreparable. Por lo pronto, se llevó un rubí transmutado de su abuelo. Habían perdido la esperanza de recuperarlo.

Como Lawrence también había perdido la esperanza de que no siguieran investigando sobre magia ancestral. Habían llegado, no obstante, a una buena negociación al respecto: cumplían con el horario de estudio estipulado y con las normas básicas del taller (como estar mentalmente en el taller, la más importante), y con respecto a seguir las investigaciones de Nancy, mientras no interfiriera en esto, podían hacer lo que quisieran. Era cosa suya si perdían horas de sueño o de descanso por esta causa. Marcus y Alice estaban tan entusiasmados y motivados que habían aceptado gustosos el pacto y, en las menos de tres semanas desde que hicieran el hallazgo en la cueva, habían trabajando en la alquimia e investigado sobre mitología de una forma perfectamente compensada. Y estaban muy felices.

Tanto como intrigados, por lo que acosaron bastante a Nancy en la comida, y ella no se quejó lo más mínimo. Tres Ravenclaw hablando por los codos e hipotetizando sin parar, apenas comiendo porque parecían pelear por ver quién hablaba con más entusiasmo, era algo que atraía las miradas de una agradable y tranquila familia irlandesa en plena comida de domingo. Pasada la comida y la sobremesa, se fueron yendo poco a poco hasta quedar sus abuelos, Cletus y Amelia, Nora y Eillish con sus respectivos maridos y Rosaline y el pequeño Seamus, que había insistido en quedarse en el jaleo, mientras Patrick volvía a casa con Pod y Rosie para... gestiones infantiles que a Marcus se le habían perdido en lo que se despedía de Nancy y esquivaba a otro de los bichos invasivos de Ruairi. Alice se había enfrascado en una conversación sobre enfermería con Nora y Amelia y Marcus, por supuesto, se fue a entretener y ser entretenido por el pequeño.

— ¿Cenamos? — Propuso Rosaline, acercándose a ellos toda dulzura. Seamus dio un saltito, pero Marcus se derritió en el sofá. — Prima Rosaline, Irlanda me está cambiando. Yo antes era así. Ahora, ante tu propuesta, lo primero que he pensado ha sido, "¿¿más comer??" — La mujer rio con una carcajada alegre. — ¡Anda, anda! Que ya he visto que eres de buen comer. — Tomó a su hijo de la mano. — Yo por lo pronto, me llevo a este muchachote a la cocina, que tiene que crecer fuerrrrrte fuerte como Nuada. ¿A que sí? — ¡Sí! — Y madre e hijo se fueron, y él aprovechó para acercarse a los demás. Alice también estaba ya con todo el grupo. — ¿Qué, hijo? — Preguntó Cletus, con ese tono guasón que tenía siempre. — ¿Algún dato que no te hubiera aportado ya mi nieta que hayas visto en ese libro? — Iba a reír, tomándolo a broma, pero vio que Amelia le daba en el brazo y chistaba, y el ambiente de repente se tornaba un tanto más tenso. Igualmente, contestó con normalidad. — Bueno, a mí siempre me han encantado los libros infantiles. Son la base de todo conocimiento. — Así habla un buen Ravenclaw. — Dijo Eillish con una sonrisa cálida. Pero Nora suspiró. — Sí, sí... Así se empieza. — Se encogió de hombros, con la mirada en otra parte, y añadió más bajo, como si temiera que Rosaline se enterara. — Pero yo no digo nada... ellos son sus padres. — Marcus empezaba a extrañarse. Se estaba perdiendo algo.

 

ALICE

— Pero el cristal está en muchos aspectos de la enfermería, hija, yo estoy segura de que lo puedes tirar por ahí si así lo quisieras. — Le decía Amelia, completamente entregada a su conversación. Nora tenía una cara que conocía muy bien de cuando Theo y ella se venían arriba en Herbología y sus compañeros de Hufflepuff no sabían cómo meter baza. Estaban sentadas aún a la mesa del comedor, cerca del fuego, y estaba tan a gusto que no tenía ninguna gana de moverse, podría pasar horas con aquella familia. Y era tan grande que, si en un sector te empezabas a dormir o a no estar en tu salsa, te movías a otro. — Tú no sabes lo mucho que eché yo de menos a los alquimistas cuando empezó la guerra. Se los llevaron a todos a los laboratorios nacionales, y nos prometieron que enviarían cargamentos enteros de lo que hiciera falta, pero eso era mucho prometer en la guerra, y desde luego no era como tenerlos en la planta del hospital. — Yo nunca he conocido eso. Ni siquiera he tenido alquimistas licenciados en plantilla. Vino uno a darles clases a los de suministros para que pudieran transmutar lo básico y… poco más. Desde luego, nadie que cure con alquimia. — Dijo Nora con cierta tristeza. Alice suspiró y se acarició los brazos, recreándose en el calorcito. — Es que es tan complicado… De verdad, yo siempre reproducía el discurso del abuelo de que la alquimia se está perdiendo y que hay que ver… Pero después de pasar el primer examen, ante aquel tribunal, y una vez planteado el examen de Hielo… cada vez entiendo más por qué. Es abrumadora. Por eso no me he planteado hacer nada de medicina aún. Para Plata probablemente no pueda escaparme, si luego quiero sacar Acero. — Amelia alargó el brazo por la mesa llamando su atención, completamente entregada. — Pero escúchame, Alice, tienes tiempo, y, por ejemplo, las jeringuillas… — Mamá. — Le llamó Nora la atención echándola para atrás. — Relájate y no la atosigues. — La mujer la miró sorprendida. — ¿Te estoy atosigando, hija? — No, no, de verdad, si además tienes razón, es solo que no me veo tan hábil en alquimia como para empezar desde ya con la medicina. — Sí, pero esta exenfermera es que no es capaz de parar, así que nos vamos a ir al sofá un poquito. — Ordenó Nora, con la risa oculta de Eillish de fondo, que estaba corrigiendo lo que parecían exámenes o fichas de trabajo. — Si es que le ha salido una igual que ella y claro… — Dijo por lo bajo.

Marcus se unió a ellos y ella se pegó a él con una sonrisa. Podía acostumbrarse y mucho a vivir así. Eran veladas siempre entretenidas pero relajadas, en casas tan acogedoras y auténticas, con comida deliciosa (aunque siempre excesiva) y donde se aprendía muchísimo de muchísimas cosas. De verdad que se vería así por tiempo indefinido si no fuera porque no veía a Marcus recluido allí de por vida y el abuelo acabaría sufriendo un infarto, una apoplejía o todo junto. Llegó justo cuando Cletus bromeaba, y ella aportó. — Es que algunos nos estamos iniciando en la cultura irlandesa ahora, los libros infantiles no nos vienen nada mal. — Pero el ambiente se había quedado… raro. Ella frunció el ceño y vio que Marcus estaba parecido. — Pues a mí me parece parte fundamental de la educación conocer bien la cultura de uno. — A mí también. — Respondió Eillish mientras se sentaba tranquilamente al lado de su marido. Celtus entornó los ojos. — Las leyendas están muy bien para los niños, pero Irlanda es enfermiza con ello. Y así nos va, porque la vida real no es eso. — Para discutir tanto con tu hermano, suenas igual que él, tío Cletus. — Contestó ella con un poquito de recochineo, lo cual hizo reír a todos. — Puede, hija, pero es que yo no he visto a nadie comer a base de runas. — Eso es reduccionista. Y en contra del conocimiento y solo buscando el beneficio económico. — Replicó Eillish, ya en un tono no tan amable. Ahí se estaban debatiendo otras cosas claramente. — Bueno, es que es con el beneficio económico con lo que vives. — Devolvió Cletus, también en otro tono. — Bueno, ya está… Que estamos en familia, por favor. Hija, solo decimos que tampoco conviene llenarles la cabeza a los niños de leyendas. Y a Marcus y Alice tampoco. Porque no son los primeros en perderse en esas historias y no dar con nada. —

Miró a Marcus extrañada. La abuela Molly y Nancy creían firmemente en todo lo que contaban, teniendo en cuenta el trasfondo, claro. — Bueno, el folklore siempre se exagera y se adorna, pero al final del día su origen es cierto. Ahí están las runas y las comunidades druidas. — Oyó una especie de risa generalizada, como cuando un niño decía una ocurrencia. — Cariño, los druidas son magos, ni más ni menos. Como tú y yo. — Dijo Amelia con ternura. — Solo es que han escogido un modo de vida más… — Primitivo. — Dijo Cletus. — Papá no hables así. — Reprendió Eillish. — Hija, se libran de todo con la tontería de la tierra. Si tus nietos se enfermaran, ¿preferirías que los sanara tu madre o que los druidas esperaran a que “la tierra los sanara”? — Ella se removió incómoda y dijo. — Bueno, yo no comulgo con esa forma de vida, pero es una elección ¿no? Como dice tía Amelia, son magos, sabrán usar la magia igual. — No, Alice, tú no conoces druidas, son muy despreciativos con lo nuestro, y siempre allí apartados… — Insistió Cletus. — La comunidad mágica ya es bastante pequeña, y en Irlanda lo hemos pasado muy mal… Quizá si no estuviéramos tan apartados… — Trató de salvar Eddie, pero la lengua de Alice fue más rápida. — Pues el que yo conozco tiene ciento veinte años y no tiene problema en hablar con magos. — Y, al sentir las miradas de todos, se mordió la lengua, menuda liada. — ¿Os ha presentado Nancy al loco ese? — Preguntó Arthur. — Bueno, no está loco… — Y no iba a entrar en el conflicto con la palabra “loco” que tenía. — Loco para vosotros es todo aquel que no siga vuestros estándares. — Dijo Siobhán apareciendo de repente. — Llego a casa y lo primero que oigo es discriminación al diferente. — Siobhán… — Aleccionó su madre. — Solo estamos intentando darles a Marcus y Alice un punto de vista realista sobre las leyendas y los druidas. Es muy fácil dejarse llevar. A Nancy le pasa… Y bueno, ya está, pero no queremos que les pase a ellos también. — Como si fuera una enfermedad. Ahora Alice estaba hasta ofendida por la parte que le tocaba a Nancy, comprendiendo aquellos momentos de derrotismo que tenía, mirando a Marcus y a Siobhán de hito en hito.

 

MARCUS

Marcus se estaba perdiendo algo, definitivamente. Se sentó con la nube de la confusión rodeando su cabeza, se le notaba en la mirada y en la sonrisa, y atendió a los comentarios de unos y otros como quien mira la quaffle pasarse en un partido de quidditch. De reojo miraba a Alice, como si quisiera preguntarle si ella estaba entendiendo el punto de aquella conversación. Porque Marcus esperaba el momento en que alguno de los presentes asegurara que solo estaban bromeando.

Nancy era listísima, y ya no lo decía en su modo "como se nota que es Ravenclaw" habitual. Hacía un trabajo muy duro, muy complicado, que requería una paciencia y dedicación que no todo el mundo estaría dispuesto a tener y, por si fuera poco, podría estar ante un hallazgo histórico e importantísimo para la magia en general e Irlanda en particular. ¿Por qué parecía, según los comentarios de los familiares, que estaba poco menos que perdiendo el tiempo? Ahí era donde Marcus se perdía: de una persona así, esperaba que estuviera venerada en su familia. Más bien la trataban con la condescendencia de quien sabe que se va a convertir en la sucesora de Albus.

Se aclaró la garganta discretamente, porque sentía la imperiosa necesidad de intervenir. Entre otras cosas, por alusiones. — A nosotros nos está viniendo genial, tía Amelia. — Dijo, amable, y compartió una mirada con Alice, que para su tranquilidad (aunque no consuelo) estaba igual de confusa que él. — La alquimia también es una ciencia antigua... — Pero su discurso se vio interrumpido por una fuerte tos de Lawrence, como si se hubiera atragantado. Marcus le miró y se detuvo, porque si conocía de algo a su abuelo, esa tos no había sido fortuita. No se equivocó. — Bueno, hijo, creo que no hace falta que a ti precisamente te hable de la utilidad práctica de la alquimia. — Cletus reía con un punto de soberbia, como quien disfruta de no haber necesitado ni intervenir porque ya sabía que otro lo iba a hacer por él y con más datos. Marcus seguía con una sonrisa confusa que trataba de ser amable por el ambiente familiar, pero su ceño estaba cada vez más fruncido. — Lo dices como si lo que hace Nancy no lo fuera. — Y su comentario provocó una oleada de suspiros. Se removió en su asiento. — También hay muchos sectores que opinan que la alquimia está desfasada. — Los hay. — Comentó Cletus, tratando de adquirir un tono más ligero pero que a Marcus le sonó a condescendiente. Añadió. — Y luego son los primeros que tiran de ella, ¿a que sí, hermano? — Lawrence asintió.

Los intentos de defensa de Alice tampoco provocaron el efecto deseado en ninguno de los dos. ¿Pero qué estaba pasando? ¿Por qué se tomaban todo aquello a risa? El siguiente ataque le tocó a los druidas, y algo le decía a Marcus que sacar la baza de Albus a relucir iba a ser contraproducente. Ni a sus abuelos le había hablado de él... Alice no pensó lo mismo. Hizo un disimuladísimo gesto de tragarse un suspiro interno y mirar levemente hacia arriba. De ser rubio, sería Emma en esos momentos, aunque aún se le notaban los gestos más que a ella. Menos mal que siempre podía contarse con una Gryffindor justiciera cuando la necesitabas. — Gracias. — Dijo, mirándola y señalándola. — Estamos de acuerdo en que es un hombre... particular. Pero tiene mucha visión y un gran poder mágico. Albus solo... — ¿¿Albus?? — Saltó Molly, que hasta el momento se había mantenido sin participar, mirándole con los ojos muy abiertos. Marcus le devolvió la mirada y, para su disgusto, vio cómo su abuela se desinflaba. — Hijo... Albus lleva toda la vida siendo el loco del pueblo. — Boqueó, y en un acto de auxilio, miró a Siobhán. La chica había puesto una mueca en la cara. Le miró... No le gustó nada esa expresión. — Lo cierto es... que un poco sí. Yo siempre apoyo al diferente, pero es que Albus no se deja integrar. Es un caso... digamos... demasiado particular. — Vaya, pues sus dos Gryffindors justicieras acababan de dejarle vendido. Genial para revivir todo el trauma de Maggie, parecía que no había aprendido nada en Hogwarts.

— Cariño. — Dijo Nora con ternura, poniéndole una mano en la rodilla. — Si es precioso que estéis tan integrados. Si nosotros lo valoramos muchísimo, sabemos que amáis nuestra tierra... — Mi hermana intenta deciros a su manera Hufflepuff que no perdáis el tiempo haciéndole caso a mi hija. — Respondió Eillish sarcástica, y Nora suspiró suavemente y se retiró, pero no perdió el tono agradable y cálido. — Mi querida hermana, no te enfades conmigo... — No me enfado. — Dijo la otra, alzando las manos en señal de desarme. — Solo digo que no le estáis dando a Nancy una oportunidad de demostrar que su investigación va bien dirigida. ¿Que mi hija sueña muy alto? Sí. ¿Que a veces divaga de más? Sí. Pero es joven, tiene que reconducir la investigación, y algún día, será de esas eruditas de las que tanto se enorgullece el pueblo. — Ellish señaló a Lawrence. — Tío Larry, dilo tú. Que yo me acuerdo perfectamente de cuando éramos pequeños y todo el pueblo se metía contigo por ser un intelectual y no estar nunca aquí, y mira ahora. No hay nadie a quien no se le llene la boca hablando de Lawrence O'Donnell. — Sobrina, mi caso es distinto. — Dijo su abuelo, comprensivo. — El pueblo me tenía manía porque yo nunca estaba aquí, y porque, lo reconozco, pecaba de soberbio. Siempre estaba diciendo que no tenía recursos y se me quedaba pequeño. — Que nos sentíamos todos intimidados por lo listo que era el señorito, vaya. — Completó Cletus. Ante la mirada de su hermano, alzó las manos. — ¡No lo digo a mal! Es verdad, es un pueblo, y como todo pueblo, tiene muchos paletos. — ¡Cletus! — Cariño, por favor, no digas que no. — Cletus se dirigió entonces a su hija. — Eillish, por una vez en la vida, le voy a dar a tu tío la razón. Es totalmente distinto. En Nancy lo que tememos es que esté tirando ese intelecto y esa juventud que tiene por la borda. — Bufó. — Y encima perdiendo el tiempo con el loco de Albus, lo que nos faltaba. Lo que debería es darte miedo, a ver si un día le va a hacer algo... — Yo creo. — Intentó Marcus aportar una vez más. — Que la investigación de Nancy va... bien. — Todos le miraron, con más condescendencia que intriga. Tragó saliva. No quería desvelar de más, pero tampoco permitir que se hablara mal de ella. — Si la encamina debidamente, podría estar ante el descubrimiento del siglo. — Cletus rio de garganta y Amelia le miró mal. Se defendió. — No, no, si creo que el chico tiene razón. Teniendo en cuenta que solo llevamos dos años de siglo... — Cletus, estás siendo muy duro con tu nieta. — Reprendió su mujer, y luego les miró a ellos. — ¿Vosotros confiáis en ella? — Ay, mamá... — Suspiró Nora, como quien tiene la batalla perdida. Los que parecían tenerla perdida eran ellos.

 

ALICE

La reacción de Lawrence fue para preocuparse, y es que Marcus se había tirado muy en plancha con aquello de la alquimia. Pero la ocasión lo merecía, porque la verdad, estaba oyendo cosas muy absurdas en aquella reunión. Y encima la unanimidad con lo de Albus… Y mira, no controló demasiado cuando soltó. — Bueno, la etiqueta de loco es facilísimo ponerla. — Notó las miradas de los abuelos sobre ella, como sintiendo en el momento haber llegado a ese punto de la conversación. Pues sí, no deberían haber llegado ahí, pero es que ella estaba hablando de transmutaciones médicas y en un momento habían empezado a meterse de golpe con toda la investigación que llevaban los tres a cabo, pero sobre todo Nancy, que había consagrado su vida y su cerebro a eso, y un buen Ravenclaw sabía valorar mucho algo así.

Suspiró levemente al oír el tono de Nora. Si ya, si la mayor parte de sus amigos eran Hufflepuff, reconocería a un Hufflepuff en desacuerdo contigo en cualquier parte, pero eso no hacía que no compartiera para nada lo que allí se estaba diciendo, y que se sintiera un poco ofendida por que a Nancy no se la considerara como debía. Eillish parecía estar en su barco, si bien no al cien por cien, y expresó de mejor modo lo que Alice ya había pensado: que Larry también había sido esa persona, pero como le tenía tirria a la magia antigua, ahora se ponía de morros. Empezó oooootro tira y afloja entre Cletus y Larry para acabar en el mismo punto: Nancy se estaba equivocando. Marcus tuvo que salir en su defensa, y al menos Amelia pareció doblarse un poco. Alice tomó aire y se puso recta. Procedo a tirarme tierra encima. Nuada, espero que realmente escondieras esa maldita espada en Connacht y que fuera MUY bonita.

— No es una cuestión de confianza. — Todos la miraron. — Es de reconocer la genialidad y aceptar lo que viene con ella. Y saber admirar cuando un genio es además muchas más cosas. — Carraspeó. — Igual no estáis muy familiarizados con mi padre, pero sí conocéis a Arnold muy bien, y todo el mundo ha estado con mi suegra en la misma habitación. Pues os podéis imaginar lo que es para dos personas tan estudiadas y ordenadas convivir con un caos genial como es mi padre. De verdad os lo digo. Mi padre ha hecho encantamientos que ni imaginaríais, ni yo soy capaz de imaginarlos. Marcus es una de las personas más inteligentes que conozco, y le he visto asediar a mi padre por tal de que le contara cómo había hecho ciertos hechizos. Pues Emma y Arnold llevan toda la vida quejándose de tener que lidiar con el caos de mi padre, y yo también, y mi madre, que en paz descanse, la muy bendita de ella, no se quejaba ni una décima parte de lo que podría haberse quejado en vida de los disgustos que le causó la genialidad de mi padre, pero ninguno de nosotros seríamos tan tontos de negar su genialidad. Aunque tuvieran que renunciar a su orden y su paz por apoyar a mi padre, aunque se quejaran o nos quejáramos, de hacerlo. — Todos la estaban mirando en un silencio sepulcral. — La genialidad no siempre viene embotellada en O’Donnells brillantes y ordenados, como el abuelo, Eillish o Marcus. Y creedme, cuando se es un genio de verdad, es muy difícil controlar todo ese flujo incesante que pasa por la cabeza de uno. Yo no lo soy, pero he podido verlo de cerca. Y todos tienen sus cosas por las cuales llamarles locos. El abuelo ha perdido la noción de los días más de una vez, y he visto a Marcus frustrarse hasta el extremo porque las posibilidades terrenales de la alquimia se le quedan cortas para todo lo que su mente puede imaginar. — Levantó las palmas. — Así que no se trata de confianza, se trata del hecho objetivo de que la genialidad no se nos sirve en bandeja y de forma ordenada siempre, y aunque así lo parezca, siempre se va a desbordar por algún costado. Y aunque a algunos no se nos conceda esa genialidad, hay que saber identificarla y valorarla, y, aunque a veces no seamos capaces de llegar hasta ella, lo que está en nuestra mano es ayudar a los genios a que no se sientan solos. Porque, y en esto los tres que he nombrado me darán la razón, la genialidad es muy solitaria. Lo he tenido que vivir paso por paso. Cuando era pequeña, creía que a mi padre es que le encantaba estar solo horas enteras ideando, emborronando papeles o dejando rayones de carbón en la pared. Pero entonces no veía que mi madre estaba detrás de todos y cada uno de sus logros, y mi hermano y yo, anclándole a la tierra, también. Cuando mi madre murió, yo me fui a Hogwarts y mi hermano dejó de hablar, a mi padre se lo comió la soledad y perdió la genialidad. Y ahora no sabemos si alguna vez la recuperará. — Dejó su discurso asentarse en los presentes, aunque Nora y Siobhán ya estaban con los ojos llorosos.

— Nancy tiene de esa genialidad, y no está desperdiciando nada ahora mismo. Está invirtiendo en su genialidad, y no solo eso, es que vive con sus primas, ayudándolas a mantener el piso decentemente, da clases en la escuela de su madre para que el gaélico no se pierda y ayuda a su hermano con los gemelos cada vez que lo necesita. Es una buena hija, buena nieta, buena prima… — Se encogió de hombros y negó con la cabeza. — Mi padre no siempre ha sido un buen padre, y tampoco un buen marido, y ya no hablemos de buen hijo, porque es que en esa cabeza hay muy poco porcentaje del uso libre. Así que no, Nancy no está tirando nada por la borda. Y lo que necesita es que se la comprenda, y si tiene que hablar con un druida rarito para que la ayude con su investigación lo único necesita es que no la pongan en tela de juicio o estar esperando a meter la pata para que la gente a la que más quiere caiga sobre ella. —

 

MARCUS

Sacar a relucir el término "loco" delante de Alice era... incómodo. Llevaban diciéndoselo a William mucho tiempo, y ella, con razón, acababa poniéndose a la defensiva. Marcus ya hacía rato que estaba en desacuerdo con el planteamiento de su familia, pero en su personalidad, algo muy grave tenía que ocurrir para ponerse en contra de ellos, así que optó por callar. Ya habló Alice por él, y lo que dijo dejó bien claro el punto de vista de ambos.

Sus palabras le emocionaron, todas ellas: desde el recorrido de William, hasta las menciones a él y, por supuesto, esos momentos que destacaba de Marcus persiguiendo al hombre como el gran mago que era para desentrañar sus misterios. Las imágenes de sí mismo en su despacho siendo niño, y las de no tan niño escuchándole sin cansancio hablar de hechizos, acudieron a su mente de repente y le apretaron un nudo en la garganta, que le obligó a tragar saliva para deshacerlo. Apretó su mano con fuerza y la miró con infinito cariño y orgullo, y también con los ojos brillantes. Se generó una pausa tras su monólogo, pero muy breve. Porque quien fue a hablar fue alguien que había estado callado hasta ese momento. — Al fin alguien lo ha dicho. — Comentó Arthur, reclinándose con tranquilidad en el asiento y mirándoles a todos. — Mi hija tiene un genio prodigioso, y no, no sabemos dónde le llevará la investigación. Quizás a ninguna parte. Pero es su vida, ella ha decidido dedicarla a eso... y yo la apoyo. Como dice Alice, es mucho más que una investigadora, es una niña buena. Y no es ninguna descerebrada. — No, cariño... — Afirmó rápidamente Nora con tono culpable. — En ningún momento hemos dicho eso. — Lo sé, cuñada, lo sé. Sé que la queréis muchísimo, y que la valoráis, y que lo que teméis es que se tropiece y se caiga. ¿Creéis que como padre yo no tengo el mismo o más miedo que vosotros? — Se encogió de hombros. — Pero es su vida. Y mi niña es lista, y sensata, como su madre. Aún no ha llegado el momento de estar peleándose con un imposible, por el momento está en el camino. Si llega y ella sola no lo ve, yo seré el primero en decírselo. —

Tras las palabras de Arthur, Cletus, que había estado escuchando con atención y las manos entrelazadas en el regazo en un gesto muy parecido al de su hermano Lawrence, llenó el pecho de aire y habló. — Los Ravenclaw siempre... voláis tan alto. — Dijo con voz profunda y pausada. — Seres tan apegados a la tierra como... — Hizo un elegante gesto de la mano que señalaba a los presentes. — Los que componemos el resto de las casas, a veces os vemos volar y volar... y nos quedamos mirando desde abajo... — Ilustró la pausa subsiguiente con un gesto de mirar hacia arriba y suspiró. — Y pensamos... ¿se caerán algún día? ¿Qué pasará si el vuelo se les cansa? ¿Caerán en picado? ¿Se harán daño? ¿Podremos realmente estar ahí para recogerles? — Marcus miró a su abuelo. El hombre miraba a su hermano como si fuera la primera vez que le escuchaba reconocer algo así, una... preocupación real por ellos, en vez de ese tono mordaz y cómico de siempre. Parecía emocionado. La que no parecía nada sorprendida era Molly, que siempre había defendido el buen corazón de Cletus y lo mucho que quería a su hermano. — Y a veces pasa. Y tenéis que reconocerlo, Ravenclaws: a veces os pasa. A veces os estrelláis. Pero, tenéis razón... Otras, no. Y cuando voláis a lo más alto. — Soltó una carcajada emocionada. — Qué gran triunfo es ese. Para vosotros y para toda la humanidad. — Encogió los hombros. — Pero es deber de una buena familia sentir cierto miedo de que eso no pase. Miedo que puede confundirse con falta de apoyo a veces. — Señaló a Eillish con un gesto de la mano. — Yo es que tuve mucha suerte con la Ravenclaw que me salió. Era bien sosegada y tranquilita, muy sensata ella. — Oh, papá, acabas de decir que vuelo bajo. — Dijo la mujer, aunque con una sonrisa, y todos rieron. El ambiente empezaba a distenderse un poco, y terminó de hacerlo cuando Rosaline entró como si tal cosa por el salón y, con una enorme sonrisa, se sentó en el brazo del sofá, al lado de su suegra. — ¿Qué tal, chicos? ¿Qué me he perdido? — Cletus la miró con sonrisa traviesa y dijo. — Nancy dice que, a partir de ahora, se va a dedicar a la ganadería. — La mujer puso expresión impactada y miró a los padres de la chica. — ¿¿De verdad?? ¿Y eso? ¿Pero y la investigación? — Cletus les miró y señaló a Rosaline con ambas manos. — Y esa, chicos, sería la verdadera reacción si algún día pasara eso. Si en el fondo nos encanta tal y como es. — Y Marcus rio y miró a Alice con complicidad, mientras todos reían y nadie se molestaba en sacar de la confusión a la pobre Rosaline.

El terremoto Seamus llegó y alborotó bastante el ambiente, y poco a poco se fueron haciendo de nuevo grupos pequeños en los que charlaban animadamente, e incluso ambos fueron preguntados por su opinión en la investigación de Nancy con un tono menos juzgador que el de antes. Marcus y Alice se miraban: ellos confiaban en su prima y en los hallazgos que podían hacer... esperaban no equivocarse. Querían descubrir y conocer, y también darle una alegría a la familia... Bueno, y demostrarles que la joven tenía razón. Era una familia unida y que se quería, pero había notado cómo la ponían en cuestión. Y el orgullo Slytherin que habitaba dentro de él, y el Ravenclaw seguro de los conocimientos, realmente querían demostrar que estaban equivocados.

Amelia no parecía dispuesta a dejarles marchar sin cenar, por lo que acabaron yéndose bien entrada la noche, y Ginny pasó por allí antes de abrir el bar "solo para saludar" e intentó arrastrarles con ellos, provocando un muy gracioso momento en el que el abuelo Larry temió ser seriamente secuestrado por el sector joven y "verse en un pub a estas alturas de la vida cuando no lo había hecho ni con veinte años". Cenaron y, poco a poco, todos se fueron marchando. Justo cuando Marcus iba a salir por la puerta, Siobhán puso una mano en su brazo para detenerle y, con tono preocupado y bajo, preguntó. — ¿Qué le pasa al padre de Alice? — Antes de que Marcus pudiera contestar, Nora se acercó a ellos y, poniendo una mano en el hombro de la chica y la otra sobre la que ella tenía en su brazo, dijo con tono comprensivo. — Mejor otro día ¿verdad? — Marcus frunció una leve sonrisa y asintió, y Siobhán, aunque preocupada, también se quedó conforme.

***

— Eso que has dicho... ha sido muy bonito. — Y muy triste, pensó. Estaba ya abrazado a la espalda de Alice en la cama, porque prácticamente habían llegado para poco más que ponerse el pijama y acostarse. Susurró, mientras acariciaba distraídamente su brazo. — Yo creo en esto... y sé que tú también. — Llenó el pecho de aire y lo soltó por la nariz. — Y la familia... también. Ellos quieren creer. Solo tienen... miedo. — Se mordió el labio, pensativo, dejando unos segundos en el aire. — Y... puedo entenderlo. Es algo que lleva cientos de años oculto... las probabilidades juegan en su contra y... está muy perdida. Esto es demasiado... grande. — Hizo una pausa. — Solo espero que podamos ayudarla. — En ese momento, alguien tocó tímidamente en la puerta con los nudillos. Se sentaron en la cama de nuevo y se miraron confusos, y Marcus bromeó. — ¿Crees que mi abuela querrá traernos un vaso de leche por si nos desnutrimos? — Rio levemente y dijo. — Adelante. — La puerta se abrió pero, para sorpresa de ambos, el que entró fue Larry. Muy tímida y educadamente, se introdujo poco a poco en la estancia, cerrando tras él. Al acercarse a ellos, suspiró. — Yo con treinta años sudando tinta porque tu abuela me había agarrado de la mano sin una carabina presente. — Marcus chistó y se puso incómodamente sentado en el borde de la cama, pero su abuelo rio entre dientes. — Para, para, chico. No soy tu abuela, pero tampoco soy tu padre. — Se sentó con un quejido en una silla ante ellos y les miró. — Mirad... yo tampoco soy muy... dado a las leyendas ni a las investigaciones... digamos, menos científicas. — Miró a Alice. — Pero eso que has dicho tenía mucha razón, hija. — Luego le miró a él. — Y me gusta que creáis. Me gusta que investiguéis, que aprendáis. Que siempre estéis dispuestos a darle la mano a una Ravenclaw que busca conocimiento, y salir a defenderla... y preocuparos por ella. — Ladeó varias veces la cabeza. — Y vuestra intervención me ha servido para que mi hermano a su manera reconozca que estaba preocupado por mí. No le digáis a la abuela que he dicho esto. Aún me cuesta creérmelo. — Rieron. El hombre acarició los rizos de Marcus y el hombro de Alice. — Volad tan alto como queráis... pero no os perdáis de la vista de esta águila vieja, por favor. Yo ya no puedo seguiros el ritmo. — Eso no va a pasar, abuelo. Te lo prometemos. Estamos aquí por la alquimia y por ti. — El hombre sonrió con ternura. — Quiero que estéis aquí por vosotros mismos, eso siempre, y sin caberos la menor duda. — Se levantó y se despidió de ellos. — Buenas noches. Descansad esas mentes. Al final del día, combaten mucho más y mejor que cualquier espada. —

Notes:

La familia tiene sus cosas buenas y sus cosas no tan buenas. A veces, al llegar con una idea demasiado novedosa o que puedan considerar peligrosa, la familia se asusta y nos quiere proteger. ¿Habéis entendido el punto de los O’Donnell? ¿Creéis que tendrían que andarse con ojo con el tema de las reliquias? ¡Contadnos por aquí, que os leemos como siempre!

Chapter 57: Hijos de las estrellas

Notes:

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HIJOS DE LAS ESTRELLAS

(10 de diciembre de 2002)

 

ALICE

Connacht se parecía a los poblados mágicos que desde pequeña había conocido, porque era más grande que Ballyknow, pero al ser una ciudad mágica, no dejaba de ser un sitio recoleto y mucho menos bullicioso que Londres o Nueva York. Los muggles creían que Connacht ya no existía, y de ello solo quedaba el topónimo, que daba nombre a la provincia entera, de la que, por cierto, Galway y, por extensión, Ballyknow, formaba parte. La organización territorial irlandesa era materia de estudio para otra vida, porque como intentara enterarse, ya no se sacaba la licencia de Hielo. El hecho era que estaban en una pintoresca ciudad mágica, rodeada de cinco colinas de un verde maravilloso, surcadas de arroyos que impulsaban ruedas de molinos y sonaban por todas partes. Qué gusto daba pasear por lugares así, aunque el día hubiera salido… irlandés, en pocas palabras. Se permitió abrazar a Marcus y disfrutar de la música que emanaba de las tiendas, el olor del agua y el campo y la tranquilidad que el lugar emanaba. — Qué paz transmite este sitio. Realmente puedes vaciar la mente y disfrutar de la pura isla esmeralda, ¿no te parece? — Alice sentía que estaba viviendo su mejor vida. A ella le encantaba estudiar, estar con Marcus, y los lugares con mucha magia y pocas multitudes. ¿Preferiría menos lluvia? Pues sí, pero es que venía con el sitio. Sentía el corazón mucho más ligero y la mente despejada por completo para enfrentarse a aquella búsqueda. Nancy igual no tanto, parecía que le quemaban los pies y le faltaba el aliento.

Fueron a registrarse a la preciosa posada donde se iban a quedar y se reunieron en la habitación de ellos dos, que era más grande, sentándose al lado de la chimenea y desplegando todos sus papeles: un mapa encantado, que marcaba los pasos que ya habían dado, con el objetivo de descartar poco a poco sitios (y Alice estaba segura de que tenía más utilidades que aún no había descubierto), los textos más importantes que habían encontrado sobre Nuada, Eire y sus reliquias, y una guía básica de interpretación de las runas. — Vale, aquí se mencionan varias veces a los duendes como admiradores de Eire, así que me he informado de en qué zonas pueden encontrarse comunidades de duendes, elfos o leprechauns, porque ya sabemos que las runas no suelen ser muy literales. — Levantó un grabado y se lo enseñó. — Nos interesa más esto. La forja celestial de Nuada. Esta leyenda narra que Nuada acudió a unos herreros que forjaron su espada en una colina, amparada por otras dos que les protegieron ya para siempre. Es probable que por eso fundara aquí su ciudad. — Señaló el mapa a una de las colinas. — Mi apuesta es esta, porque se llama Eolais, que es como se suele llamar a la estrella polar en gaélico. La leyenda es que Nuada encargó a unos caballeros de la guardia de Lugh que usaran sus conocimientos para construirle la espada, pero ellos supuestamente tenían que hacerle la reliquia a su maestro, así que de día se la hacían a él y de noche a Nuada, para lo cual construyeron una forja subterránea en la única colina desde la que podían ver la estrella polar, que era la luz que siempre guiaba su conocimiento. — Nancy suspiró y se abrazó las piernas. — No sé qué pueda significar todo eso, pero empezar por una colina que tiene ese nombre, me parece un buen comienzo. Y una vez allí, veremos si podemos sacar algo más. —

 

MARCUS

Cuando siendo más mayor recordó lo que en sus fantasías pensó que era Irlanda, siempre creyó que se trataba de eso, de una fantasía infantil muy edulcorada. Resultaba que la realidad era más parecida a su fantasía infantil que a la adulta. Connacht era uno de esos pueblos puramente mágicos que los muggles simplemente creían que ya no existían (y que estaría protegido por mil hechizos, porque dudaba que no existiera ningún muggle lo suficientemente curioso como para no intentar comprobarlo). A más paseaba por Irlanda, más sensación tenía de que no había conocido la magia de verdad hasta que fue allí. Desde luego, cualquier parecido con el cosmopolita, caótico y mezclado mundo mágico de Nueva York era pura coincidencia.

— No tengo palabras. — Fue lo único que pudo responder al comentario de Alice, con una anchísima sonrisa y devolviendo el abrazo mientras miraba a todas partes a la vez. Pero un torbellino en forma de chica rubia y muy irlandesa, que bufaba como una cafetera, pasó por el lado de ambos, rompiendo un poco el ambiente tranquilo. Marcus, que seguía abrazado a Alice, hizo una mueca con la boca. Parecía que estuvieran en dos historias diferentes: mientras Marcus y Alice vivían en una bucólica novelita romántica de pueblecito irlandés, Nancy estaba poco menos que en un thriller persecutorio con cuenta atrás, relámpagos, truenos y todo en contra. Miró a Alice y trató de comunicarse solo con los ojos. A ver qué hacemos con esto, pensó. Espero que seamos más de ayuda que de estorbo, porque veía que la bucólica novelita romántica iba a acabar en trágico asesinato de los amantes como entorpecieran en demasía el trabajo de Nancy. Así que mejor se centraban.

Ayudaba bastante a la concentración toda la disposición que, en apenas segundos, tenían sobre la mesa de la habitación de esa posada tan bonita. Sin ánimo de defraudar a Rowena, pero entre las múltiples opciones de disfrute de esa pintoresca posada que se le habían pasado por la cabeza, estudiar no era ninguna de ellas. Estaba demasiado feliz, y el aroma que subía de las cocinas... y las vistas de esa habitación... la chimenea... En fin, lo dicho, mejor se centraba. Al fin y al cabo, la investigación también le interesaba muchísimo, y de poder elegir las condiciones, desde luego que esas eran inmejorables.

Ya sí puramente concentrado (afortunadamente, Marcus tenía esa habilidad innata) miró ceñudo los textos sobre Nuada, que ya se había estudiado como parte del trabajo distribuido que le diera Nancy en su día, pero en una versión mucho más ampliada y con anotaciones. Escuchó con atención antes de aportar sus hipótesis. — Los materiales de los elfos, ya sean hierro, joyas o cristales, siempre han sido muy apreciados. — Reflexionó. Ladeó varias veces la cabeza. — Pero... ¿eran ellos realmente quienes lo fabricaban? ¿O solo quienes lo poseían, o quienes le infundían la magia? — Chasqueó la lengua. — Que el material fuera de los elfos no quiere decir que la forja esté donde ellos residían. — Nancy le señaló. — Yo he pensado lo mismo. Pero ya sabes cómo son los elfos: si la espada la consideran su obra, es su obra, aunque se forjara en otra parte. ¿Dónde la guardarían? ¿En su reino, o en la forja? — Marcus respiró hondo. — Probablemente en su reino. — Había mucha mente Ravenclaw entre los elfos, pero era eminentemente una comunidad de Slytherins. No le costaba pensar como ellos. Atendió ceñudo al resto de la historia, asintiendo lentamente y con los brazos cruzados. — Así que a los guerreros de Lugh... muy astuto por su parte. — Arqueó y bajó las cejas. — Sobre todo porque nos complica la investigación. — Básicamente, su razonamiento anterior se había ido al traste si no entraban solo Nuada y los elfos en juego. Asintió. — A mí también. — Total, era la pista más firme que tenían, todo lo demás era hipotetizar. Dicho esto, lo recogieron todo y se pusieron manos a la obra.

Ignoró por completo la mirada circunstancial de Alice y la de querer matarle de Nancy, pero si el señor posadero, muy amable y familiar, les ofrecía un cuenco de guiso a sus nuevos huéspedes porque "si venían a explorar las colinas primero había que templar el cuerpo", porque además "así usarían mejor la mente y llegarían a mejores conclusiones" (bueno, puede que esas últimas palabras no fueran del posadero sino un adorno de Marcus) quién era él para rechazarlo. Durante al menos las tres calles siguientes al abandono de la posada fue injustamente condenado al ostracismo por parte de las dos mujeres solo por ser amable con el posadero. — ¡No me he quedado a comer! ¿Qué hemos perdido? ¿Un minuto? ¿Nos vamos sin saludar? ¿Así queréis empezar en Connacht? ¿Os parece bien? ¿Así se portan los verdaderos irlandeses? — Alzó los cuencos y las cucharas. — Y son de madera preparada, térmica, reciclable. Ligera. Esto es alquimia, estoy convencido, mira, hasta me va a venir bien para el estudio. — Siguió mientras los guardaba en su bolsa. — Y Emma O'Donnell hace unos magníficos hechizos ya no solo de extensión indetectable, sino de peso reducido, por lo tanto, esto no me va a pesar ni ocupar en la bolsa más de lo que pesaría u ocuparía una pluma. Vaya dos Ravenclaw, que no quieren llevar una pluma de más. Me lo agradeceréis cuando estemos encima de esa colina fría y no podamos ni pensar. — Mejor se callaba. Total, le estaban ignorando igualmente, y él se había salido con la suya llevándose la comida al fin y al cabo.

Llegando allí, Nancy señaló el cielo. — Allí está la estrella polar. De noche se ve de maravilla. — Sacó un mapa estelar lleno de progresiones aritméticas que habría hecho alucinar a su padre. Lo colocó en el suelo, dio un par de vueltas, pensativa, y luego se detuvo dando un saltito con ambos pies juntos en un punto concreto. — Aquí. Esta es la progresión. Según las leyendas, el brillo de la estrella, el mejor punto desde el cual verla, es justo este. — Suspiró, mirando el suelo bajo sus pies. — Pero, como veis, está todo tapado. No hay ninguna apertura. Si está hueco por dentro es fácil saberlo, hay hechizos de detección de ruido. La cuestión es cómo acceder. Y si estamos ante el lugar correcto o no. — Los tres miraron alrededor. Solo se escuchaba el rugir del viento y el lejano piar de los pájaros. Por lo demás, kilómetros de verde prado. No sabían ni por dónde empezar.

 

ALICE

No, si conocería ella lo que tenía en casa. Se cruzó de brazos y suspiró, mientras Nancy, prácticamente en la misma posición que Alice, se inclinaba hacia ella. — ¿Siempre es así? — ¿Zalamero, extremadamente protocolario y glotón? Es la definición secundaria de Marcus, si te cansas de la de genio, ambicioso y romántico. No se entiende la una sin la otra, te dejas una parte importante Marcus O’Donnell. — Uf, yo creía que es que en general quería caer bien a la familia. — Alice levantó el índice y dijo. — Y atenta, que ahora vendrá la ofensa. — Y como si lo conociera desde hacía ya más de siete años, ahí estaba: la ofensa. Nancy y ella se limitaron a andar un rato hasta que la mayor intervino. — A ver si es que te crees que Irlanda es Inglaterra. Aquí no tenemos férreos códigos de conducta, y ya me conocen, saben que venimos A ESTUDIAR. — Ella por su parte se giró y miró a su novio. — Mi amor, admite que ha sido glotonería y que quizá no es la mejor idea llevarnos guisos a lo que a todas luces va a ser el interior de una montaña. — Sacó morritos. — Con lo correcto que eres tú para comer, ¿de verdad vas a comer un maravilloso guiso irlandés sin cucharas apropiadas, servilletas, sentados en el suelo…? Con lo puesto que eres tú, ¿no crees que pega más el protocolo bocadillo-picnic allá donde vamos? — Se mordió los labios por dentro, intentando no reírse. — En verdad estoy deseando verlo. — Nancy sí se rio, y dijo por lo bajo. — Ya sabemos a quién ha salido Pod. Y son igualitos que el tío Larry… —

Afortunadamente, su atención volvió a dirigirse a la montaña y la misión que tenían entre manos y los ojos de Alice brillaron como las propias estrellas. Quería todos los mapas de Nancy, aquello despertaba a su yo más Ravenclaw que se pasaría la vida simplemente rodeada de papeles, estudiando todo lo que pudiera estudiar y conociendo todas y cada una de las partes del mundo y el universo que le diera tiempo. De momento, necesitaban encontrar la forja, y eso estaba complicado en campo abierto. Negó y miró alrededor. — No, unos elfos no dejarían algo tan a la vista, tan evidente… Esconder algo a plena vista está bien, pero no tanto. — Nancy asintió y empezó a pasear. — Hay que buscar algo fuera de lugar. —

“Fuera de lugar” era un término peliagudo en un valle verde con grandes montañas alrededor, pajarillos cantando y solo tres personas a la vista. Caminaron en direcciones distintas, sin alejarse mucho, y al final volvieron a donde se habían separado, sin resultados aparentes. — Es que sin pistas no sabemos ni qué buscamos. — No estamos sin pistas. — Dijo Nancy, cogiendo los papeles, ya un poco arrugados y sobados. — Es que aquí tiene que haber algo… — Alice suspiró y se frotó la cara. Ojalá supiera de geología y viera algo fuera de su sitio… Había que volver a repasar todo lo que habían dicho. Se giró hacia Marcus. — Tú dijiste que no ocultarían algo así en la propia forja sino en un poblado, y más tratándose de elfos que trabajaban para Lugh, no podían ser tontos… — Juntó las palmas de las manos y miró a su alrededor. — ¿Hay algo aquí que os recuerde a los poblados de los elfos? ¿Algo que…? — Y entonces vio una protuberancia en el terreno rodeada de unas piedras. — ¡ALGO ASÍ! — Y corrió hacia allá.

Ahora mismo debía parecer una loca redomada rodeando un montículo de piedras, pero se estaba dejando llevar. — Ehhhh ¿hola? ¿Hola? Mmmmm. — ¿Alice? — Dijo Nancy por su espalda. A ver, no podía intentar razonar con elfos así sin más. Igual ni elfos había, pero si los hubiera ¿qué hablarían? ¿Cómo se decía? Ahrg… — ¿Maidin mhaith? — Qué forma de decir “buenos días”. Pero para su absoluta sorpresa, dos pares de ojillos amarillos brillantes salieron de debajo de una roca, susurrando entre ellos en lo que parecía gaélico (o podía ser otro idioma desconocido y a ella parecerle gaélico). — ¡Hola! ¡Dhuit! Ehhh… ¿Nancy? — Su gaélico no daba para más. Nancy estaba impactada, sin duda, acercándose a ella y agachándose lentamente. Los ojillos emergieron y pasaron a ser dos cabecillas de color rosáceo-morado con unas orejas muy alargadas. — Nancy diles algo en gaélico, por Nuada… — Ya se le había pegado esa expresión, pero lo mejor es que las dos cabecillas se volvieron a ella curiosas al decirlo, y ella aprovechó. — ¿Nuada? ¿Sí? ¿Es vuestro jefe? ¿O el de vuestros ancestros? — Alice, cállate. — Ordenó Nancy en un tono que nunca había empleado, por lo que Alice se levantó obedientemente y la dejó hablando en gaélico con los dos elfillos. Aprovechó para acercarse a Marcus lentamente, pero emocionada. — ¿Has visto eso? ¿Habías visto alguna vez un elfo en persona? Es como un sueño, es pura magia, esto solo puede pasar en Irlanda… — Dijo agarrándose a su brazo con una sonrisa alucinada y las manos temblando.

Esperaron a que Nancy terminara de hablar con ellos y acto seguido se escondieron. — Esto es… La próxima vez que alguien me diga que para qué sirve el gaélico… — ¿Qué han dicho? — Preguntó Alice con la energía de una niña chica. Nancy parpadeó. — Que… Que sirven al señor Nuada y a madre Eire… Así tal cual. Que estos son sus dominios. Le he preguntado si Nuada tenía casa aquí, por empezar por algún sitio, y me han contestado que tiene “mesa de trabajo”, con esas palabras… El gaélico es un idioma antiguo, y le faltan ciertas palabras, pero me han dicho que esa mesa de trabajo está junto a un pozo que se ilumina con la estrella polar. — Suspiró. — Luego les he preguntado por madre Eire y me han dicho que vive allí, con ellos. Les he prometido que vamos a buscar la dichosa mesa y que luego volveríamos. — Se cruzó de brazos y rio incrédula, mirando a la nada. — Nadie nos va a creer cuando contemos esto. — Alice rio y se tapó la boca, incrédula. — Al final mi Marcus va a tener razón. Con "buenos días" se llega a todos lados. —

 

MARCUS

Optó por centrarse en la investigación y dejar sin respuesta el hecho de si era mejor idea comerse un bocadillo que un guiso en la montaña (porque no pensaba reconocer que le había pillado con lo de apropiado pero que, al mismo tiempo, seguía pensando que un guiso calentito era más apetecible que un frío sándwich en las heladas colinas irlandesas en pleno anochecer de diciembre). En lo que sí estaba de acuerdo con las chicas es en que tenían que buscar algo fuera de lugar, por pequeño que fuera, porque en aquel entorno aparentemente homogéneo debía haber algo lo suficientemente discreto fuera de su sitio para quien supiera verlo.

Nada, no encontraban nada. Todo era prado y más prado, alguna que otra roca suelta y poco más. Soltó aire por la nariz y leyó por encima del hombro de su prima los papeles. — Eso intento buscar, signos de un poblado. Aunque sea restos de una hoguera, tierra removida, ruinas. Algo. — Y entonces, Alice sí que detectó algo, y ella corrió hacia allá con los otros dos tras sus pasos. Eso sí, iba a necesitar un poco de la genialidad marca William Gallia para entender qué había visto su novia ahí, aunque, haciendo un esfuerzo, podía llegar a entender la línea de pensamiento. Claro, porque es un círculo de piedras, que son celtas, e invocan al tiempo, como el tiempo que hace que... Esto no tiene sentido. Estaba pecando de demasiada mente racional y práctica y algo le decía que esas habilidades con las leyendas no eran muy útiles. Claramente era más útil la visión ampliada de Alice. Porque, para su asombro, encontró el sitio.

Puso los ojos como platos y miró a su novia cuando vio los elfos aparecer. ¿¿En serio?? ¿¿Elfos de verdad allí?? Pensó que estaban buscando una runa tallada, ¡no verdaderos elfos! No daba crédito. Y antes de poder reaccionar, su novia se estaba yendo de la lengua, así que en un instinto de protección (más del misterio de la investigación que de ella, para ser sinceros) puso suavemente una mano en su brazo como si quisiera que diera un paso atrás. No des tanta información sin filtro, pensó, que no quería que le escucharan los elfos, vaya que entendieran el inglés. Pero su novia estaba tan contenta y emocionada que no insistió, en lo que él seguía en shock mirando a las criaturas. — Aún no me lo puedo creer. — Susurró de vuelta.

Atendió con todos sus sentidos más despiertos que nunca al relato de Nancy sobre la conversación, aunque miraba de reojo la zona, si bien los elfos se habían escondido totalmente y no había ya ni rastro de ellos. Arqueó una ceja. Que Eire "vivía allí con ellos". Vamos, lo que le faltaba. Eso es que tienen la reliquia de Eire, pensó, pero se abstuvo de decirlo en voz alta, que ya no se fiaba de ser oído. La frase de Nancy hizo que la de Alice prácticamente no la oyera, porque se había quedado pensativo, mirando a la nada, y tras unos segundos de silencio, dijo. — Nos creerán. — La miró y esbozó una sonrisa ladina. — Si llevamos pruebas. — Las reliquias, básicamente. Y no era tonto, sabía que no podían pasearlas como si fueran un circo. Pero algo harían. Iba a mostrar las pruebas de aquello como que se llamaba Marcus O'Donnell.

Dicho eso, esbozó su mejor sonrisa y dijo con tono cantarín. — An tábla oibre fíor! — Y empezó a caminar, añadiendo. — ¡No puedo esperar para verla! — Y se alejó de allí, hacia ningún punto concreto, solo quería alejarse. Notaba la extrañeza de las dos chicas mientras le seguían, y cuando se hubo alejado lo suficiente, miró hacia atrás para comprobar que los elfos no habían salido tras ellos (pero un par de ojillos se habían asomado a mirar tras su alegato, aunque volvieron a esconderse al marcharse) y habló. — Si vamos a trazar una estrategia para encontrar reliquias protegidas, casi que mejor que no nos oigan. — ¿Hablas gaélico? — Preguntó Nancy. La miró con una ceja arqueada. — ¿Conoces de algo a mi abuela? ¿Y a un niño Ravenclaw que nunca deja de preguntar? — Soltó una carcajada de obviedad. — No sé gaélico, es un idioma dificilísimo, pero sé muchas palabras. Y, repito, un niño Ravenclaw cuyo lugar favorito del mundo es el taller de su abuelo, y que iba señalando con el dedo todo lo que veía para que se lo tradujese, sabe decir "una verdadera mesa de trabajo". No es de los términos más difíciles. — Rodó los ojos mientras se hacía con el mapa de las estrellas, mascullando. — No como "destilador de esencias", que tan pronto lo escuché lo deseché de mi memoria. — Extendió el mapa y fue narrando. — Los elfos son suspicaces, celosos de lo suyo y muy vanidosos. ¿Me equivoco? — Para nada. — Aseguró Nancy. Asintió. — Si de lo que se trata es de regalarles muchísimo el oído para que nos den más pistas, dejádmelo a mí. Intentemos buscar esto por nuestra cuenta, pero en caso de necesitar hablar con ellos, podría convencerles. — Las miró y arqueó las cejas, inexpresivo. — Porque, a veces, ser innecesariamente zalamero resulta que sirve para algo. — Y volvió al mapa con mucha dignidad. Le tenían que matar para que no lanzara un tirito por haberse metido con él con lo del guiso.

— La estrella polar. — Señaló el mapa con un índice, y con la otra mano, sacó la varita. — Si se encuentra aquí... — Miró hacia arriba y pensó unos segundos. — Hmmm... — Volvió al mapa. Con la varita, apuntó a la estrella e, inmediatamente, unos números flotantes emergieron alrededor de ella. — ¿A qué hora suele anochecer aquí? — Nancy miró a su reloj. — A las cuatro y cuarto aproximadamente, a y veinte ya estará el sol totalmente escondido. Faltan... — Dos horas y media. — Resolvió Marcus, haciendo una pensativa mueca con la boca. Seguía mirando el mapa. — Estas coordenadas son de noche profunda. Medianoche. Hay demasiadas horas en medio. Por no hablar de que sería mejor hallar la piedra de día. — Alzó el cuello y miró a su alrededor. — ¿Habrá mucha diferencia en el brillo de la estrella con tantas horas de por medio? — Puede. Pero si nos acercamos a ese lugar, digo yo que estaremos más cerca. — ¿Y sabes orientarte con estas coordenadas? — Nancy puso una sonrisilla. — Soy irlandesa. Para nosotros no es todo el campo igual, inglesitos. — Dijo burlona, pero Marcus miró a Alice divertido y, con una sonrisa, recogieron los mapas y siguieron a la chica.

Las coordenadas señalaban al otro lado de una de las laderas que no habían llegado aún a visitar, porque aquello tenía más colinas de lo que pudiera parecer a simple vista. Esa zona era un tanto más escarpada, con más salientes y rocas, y los tres iban con mil ojos. Una mesa de trabajo... Por supuesto que no esperaba encontrar una mesa como tal, tendría que ser algo metafórico, pero ¿qué? Estaban mirando cada piedra, cada tronco y cada trozo de terreno con más o menos vegetación y ya habían consumido cuarenta y cinco minutos de las dos horas y media que tenían hasta que la noche les cayera encima sin tregua y hasta casi las nueve de la mañana del día siguiente. Irlanda y sus casi inexistentes horas de sol durante el invierno, y solo iría a peor hasta que llegara la primavera. Si no estaban encontrando nada a plena luz del día, dudaba que tuvieran mucho más éxito de noche.

Estaba ya más paseando que caminando eufórico por hallar algo, porque empezaba a intuir que en el caminar entusiasta de los tres estaban pasando de largo el sitio real. O eso, o no estaba allí, porque se habían recorrido la ladera de cabo a rabo varias veces sin encontrar nada. Y entonces se fijó: había un pequeño pedregal al que había que acceder descendiendo un par de metros por un terraplén, y que apenas parecía un conjunto de rocas aleatorias. Los tres habían pasado de largo de allí, mirándolo y dando por hecho que solo eran eso: un puñado de rocas dispuestas aleatoriamente. Pero no eran todas iguales. Agudizó la mirada y detectó unas en disposición sospechosa. Marcus no era nada hábil, no le apetecía descender ese terraplén, porque él no tenía nada de... Gryffindor, pensó, viéndolo claro. Solo un Gryffindor pondría algo en mitad de un desorden y teniendo que acceder bajando un terraplén. Y lo bajó sin pensárselo, derrapando y tropezando un poco, pero con tanta fijación que llegó directo al lugar del que sus ojos no se despegaban. — ¡Está aquí! — Gritó, mirando las piedras, alucinado. Lo había encontrado. Se giró y gritó más fuerte, porque no sabía si las chicas iban a poder verle desde donde se encontraba. — ¡¡ESTÁ AQUÍ!! — Oyó los pasos que se acercaban y volvió a girarse al lugar. Dos toscas piedras soportaban una tercera plana y lisa, y bajo esta, un agujero circular cuyo fondo no alcanzaba a ver desde allí. La mesa de trabajo y el pozo. Tenían el sitio.

 

ALICE

Tuvo que parpadear cuando su novio empezó a hablar en gaélico. No, que ahora resultaba que había sabido gaélico todo ese tiempo, aunque fuera cuatro cosas, y no lo había manifestado. Lo que no hiciera por convencer a aquellos elfos… Si es que por eso había que llevarle, porque ella ya se había lanzado a preguntar y probablemente a ofender a las pobres criaturas. Se tuvo que reír de lo del destilador, mirándole embobada. Nancy rio. — Solo tiene que demostrar inteligencia y soltar una adorabilidad para que te quedes colgada, eh. — Alice rio y asintió, mientras caminaban en dirección a las colinas de nuevo. — Bienvenida a la vida de mis amigos en Hogwarts. No lo puedo evitar, es superior a mí. — Nancy rio un poco por lo bajo. — Así debe ser, supongo… — Iba a preguntarle a qué se refería, pero no tenían tiempo que perder, había que concentrarse en encontrar la mesa antes de que oscureciera.

No obstante, iban a ciegas, porque sin la estrella polar, poco podían medir. — Quizá la prueba es encontrarlo a oscuras… — Reflexionó en voz baja mientras seguían revisando el terreno. Mucha coña con lo de que eran ingleses, pero es que a Alice se le empezaban a agotar los ojos de tantísimo verde, y la presión de la hora no le venía nada bien. Pero, cómo no, su Marcus logró encontrar algo. Se giró para buscarle, pero no le vio, así que tuvo que seguir sus gritos. — ¡Mi amor! ¿Qué haces ahí? — Preguntó divertida, en cuanto vio que no se había caído en un terraplén. Pero es que encima lo había encontrado. — ¡Es la mesa! — Agarró a Nancy que se iba para abajo sin pensar. — ¡Espera, espera, Nancy! ¡Cuidado! — Nada, la mujer iba para allá como loca. Bajaron ambas por el terraplén y Nancy levantó los brazos. — Vale, a partir de aquí: cuidado. Podría haber trampas. — Ah, a partir de aquí, usted perdone, pensó sarcástica, aún sacudiéndose tierra.

Se acercaron los tres a la mesa, sin atreverse a tocar. A primera vista estaba lisa, pero en cuanto miraron por debajo, en la parte más cercana al pozo sí había algo escrito. — ¡No son runas! — Exclamó Alice. Aunque la alegría le duró un segundo, porque lo que había era gaélico, así que estaban en las mismas. Nancy se tumbó en el suelo a leer. Anda que te ibas a tumbar tú en el suelo sin más si no fuera por leer esto, se encontró pensando. — ¿Qué pone? — Cuenta la historia de Nuada y la espada, lo de los elfos que os he contado y… Dadme papel, que la vuelapluma lo escriba y luego lo miramos bien, que nos vamos a quedar sin luz. — Una delgada y estilizada vuelapluma salió de la mochila de Nancy al ser convocada y se puso a escribir mientras la chica iba leyendo y traduciendo mentalmente. Cuando terminó, salió y dijo. — Dice que la espada está ahí para quien sea digno del clan Ui Néill… Para otros será solo una sombra. Podemos arriesgarnos con una sombra. — Y movió ligeramente la tapa del pozo.

Como si fueran tres lechuzas curiosas, se asomaron por la rendija, Lumos en ristre, pero cuál fue su sorpresa, que no hacía falta. El pozo estaba prácticamente cegado. Nancy empujó un poco más la tapa y el fondo se reveló a menos de medio metro de ellos. Y no solo el fondo. — No me lo puedo creer. — Susurró Alice. Podía sentirla, además de verla, porque aquella espada brillaba como si estuviera nueva, pero es que emanaba poder. — Marcus… Es una espada élfica de verdad… — No “una”. — Corrigió Nancy. — Mira esas runas hechas en rubí… Esa es la espada de Nuada. — Dijo quebrando la voz de la emoción al final. Obviamente, los tres se estaban preguntando dónde estaba la trampa de aquello, cautelosamente, pero al final Alice se lanzó y cogió una piedrecita, lanzándola sobre la espada. Hizo el ruidito al chocar y nada ocurrió. — Cojamos algo más grande, algo parecido a un brazo. — Sugirió Nancy. Cogieron un palo bastante largo y, apartándose como los tres asustones que eran, movieron el palo por dentro del pozo. La madera chocaba de forma efectiva contra la espada, se oía, pero esta no se movía, como si estuviera pegada a la tierra. En vista de que al palo no le pasaba nada, Nancy volvió a asomarse y metió la mano con prudencia. — Estate preparada, enfermera, por si haces falta. — Alice estaba con la varita en ristre, pero Nancy solo dio un grito ahogado. — No… No puede ser. — Se giró hacia ellos. — No puedo tocarla. — Palpó efectivamente con la mano en lo que parecía la superficie de la espada. — No puedo agarrarla, es como si fuera un espejismo. — Alice se miró con Marcus y metió la mano, no pudiendo reprimir la misma reacción. Qué sensación tan tremendamente extraña.

Ahora sí que se quedaban sin ideas y sin luz. — ¿No has dicho algo de que hay que ser digno de algo? — Preguntó mientras ambas se alejaban del pozo por si acaso. Nancy cogió los papeles y leyó. — Sí, de los Ui Néill… Y salen por ahí también… ¡Aquí! “Los Ui Néill fuimos los primeros reyes de Irlanda y así protegemos a nuestro señor Nuada”. — Leyó Nancy. — Solo ante el símbolo de los Ui Néill la reliquia se revelará. — La mujer suspiró. — Los O’Neill, que diríamos hoy en día. ¿Vamos a tener que buscar a un O’Neill y traerlo o qué? Mal asunto. Son gente bruta y de temperamento corto, valen para la batalla, pero muy poco para razonar. Por eso probablemente los seleccionaron para preparar la prueba de la espada de Nuada. — Alice arrugó el ceño. — Dice símbolo. Quizá con eso bastaría, seguro que tienen un escudo de clan que llevaban a la guerra como hacen los clanes celtas ¿no? — Nancy la miró y rio un poco. — De verdad que no estoy acostumbrada a que la gente se lea tanto mis apuntes. — Alice sonrió y se encogió de hombros. — Se hace lo que se puede. ¿Cuál es el escudo de los O’Neill? — Una mano roja… O sea, ensangrentada… — Nancy se asomó de golpe por el pozo y alargó la mano, con el mismo resultado que antes. — ¡Eso es! ¡Alice! ¡Eso es! Hay que coger la espada con la mano ensangrentada. — Por un momento, se alegró, porque era una respuesta perfectísimamente válida… Hasta que se dio cuenta de que había que LLENARSE la mano de sangre… ¿Pero de qué? ¿De animal? ¿De uno mismo? Fuera como fuere iba a haber que conseguir una buena cantidad de sangre… Suspiró y miró a los primos. — Esto hay que pensarlo bien. — Se levantó y se sacudió las palmas de las manos, tendiéndoselas a ambos para hacer lo mismo. — Y lo de Eire. — Suspiró y miró al sol ocultándose. — Y los Ravenclaw pensamos mucho mejor en interiores y con mesa y papeles por delante. —

 

MARCUS

La cara de felicidad de Marcus se desdibujó en el acto cuando Nancy dijo lo de las trampas. Podrías haber avisado antes, pensó, porque en fin, si llega a haber una trampa, cae en ella de cabeza. Comenzaron a observar la mesa con cautela hasta que hallaron unas inscripciones, pero nada de runas: gaélico puro y duro. Y eso no eran términos de cortesía o vocabulario que le hubiera enseñado su abuela, ahí sí que estaba perdido del todo. Afortunadamente estaba Nancy.

Atendió a lo que iba escribiendo la vuelapluma. Muchos de los datos estaban en los apuntes que Nancy le había prestado, pero otros tantos, no. Por ejemplo, lo del clan Ui Néill. La parte asustona de Marcus no veía muy bien eso de "arriesgarse", porque "sombra" también podía significar muchas cosas. De ahí que tuviera una distancia más que prudencial (y procurara que Alice la tuviera también, que no se fiaba nada de su instinto Gallia) cuando abrió la tapa. No tardaron mucho en descubrir, no obstante, que el pozo estaba cegado y sin ningún peligro aparente. Frunció los labios en una especie de mueca frustrada. Ahora tocaba pensar cuál era el siguiente paso, porque estaba convencido de que ese era el sitio. Y una de dos: o les faltaba algo por hacer, o lamentándolo mucho, habría que comunicarle a Nancy que no había tal cosa como unas reliquias que buscar.

Pero toda esta reflexión apenas duró los segundos que su prima tardó en descorrer la tapa. Antes de verla ya sentía algo diferente, algo que le llamaba. Un poder superior. Y segundos después, ahí estaba. No pudo ni hablar, solo abrir la boca y los ojos y quedarse mirando la espada, impactado. Concordaba con Nancy: no era una espada élfica cualquiera, era la espada de Nuada. — Pura magia ancestral. — Susurró. Ya no estaban solo ante una antigua ciencia, rescoldos de un pasado. Estaba ante la prueba física de que seguían existiendo objetos impregnados de magia ancestral. Lo más parecido que había visto a algo así era la llama blanca de los cátaros, y algo le decía que se quedaba bastante lejos.

Casi pega un grito cuando vio a Alice lanzar una piedrecita a la espada, pero su prima encima sugería darle con un palo. — ¿Podemos sopesar nuestras opciones primero? — Sugirió, alzando las palmas. No, no era una opción lo de sopesar opciones al parecer. Igualmente, nada parecía afectar a la espada. — No va a ser tan sencillo... — Susurró, y se tensó tremendamente al ver a su prima meter el brazo. Se frotó la cara, pero una vez más, no ocurrió nada. Salvo el hecho de que la espada no pudiera ser agarrada. — ¿Y si lo es? ¿Y si es un espejismo? — Hipotetizó, pensativo. — Estamos sintiendo su poder, pero puede ser una trampa, como tú has dicho. Algo puesto para engañar. Y que lo que estamos sintiendo sea... algo así como un canto de sirena. — Negó. — Yo no metería más la mano. — Propuso, quedando como advertencia de paso. Desde luego que si aquello iba de meter la mano en un pozo, sin duda estaba para Gryffindors.

Leyó junto a su prima la historia de los Ui Néill. Marcus chasqueó la lengua. — Dudo que sea tan fácil y tan específico como que venga un O'Neill a por ella. Ya lo habrían intentado. — Dudaba que un apellido entero tuviera semejante honor y ninguno se hubiera enterado. Miró a Alice y asintió, porque lo del escudo tenía sentido. Y antes de que pudiera responder a su pregunta (porque eso era parte de lo que él había leído en los apuntes de Nuada), lo hizo Nancy. Eso sí, la resolución de su prima le hizo fruncir el ceño. — ¿En serio? — Preguntó monocorde, y luego bufó. — No puede s... — Se detuvo. ¿Qué iba a decir? ¿Que no podía ser tan simple? ¿Una reliquia claramente de un Gryffindor que, a más señas, era una espada? ¿Una espada en el fondo de un pozo, bajo piedras que podrían triturarte el brazo si se te caen encima, bajo un terraplén escarpado, y símbolo del clan de los guerreros, no podía ser agarrada por una mano llena de sangre? Soltó aire por la nariz. — Definitivamente, es eso. — Debería sonar más alegre y orgulloso de su novia, si no fuera por lo decepcionante que le resultaba que la primera reliquia tuviera que obtenerse de una forma tan básica. Confiaría el ingenio en las de Lugh y Folda.

Pero Alice tenía razón, había que pensárselo. Se trasladaron de nuevo a donde se hospedaban, siendo recibidos por el mismo mesero amable, solo que ahora Marcus tenía tal mezcla de sensaciones contradictorias que no fue tan espléndido con la oratoria. Pero se llevó un cuenquito de guiso igualmente, para templar el cuerpo. En la habitación hacía bastante frío para no ser tan tarde, y tras ponerse cómodos y arrebujarse en diversas mantas, se hallaron una vez más concentrados ante los papeles. — No había ninguna especificación a de qué tipo debía ser la sangre ¿verdad? — Rodó los ojos. — Y, por favor, no me vayas a decir algo así como "del enemigo". — Nancy soltó una risita. Se la veía bastante contenta, exultante, diría. — De hecho, pone exactamente eso en los textos. ¿No hay nadie en Hogwarts a quien le tuvierais manía? — Marcus la miró con cara de circunstancias, lo que hizo que la chica riera más. — Vale, va en serio. Podemos valorar otras opciones, pero es altamente probable que la espada solo se muestre corpóreamente ante una mano ensangrentada. ¿Voluntarios? — ¿Para qué? ¿Para matar un animal del bosque o para sacarnos la sangre? — Bufó. — Mira, una solución bien sencilla: en el taller tenemos sangre de salamandra... — No voy a volverme a Ballyknow ahora, Marcus. Y menos a pedir ingredientes a tu abuelo para mis leyendas. — El chico la miró, parpadeando. — No tardamos nada en llegar mediante aparición. Y mi abuelo... — Preferiría no robar los recursos de nadie. — Detuvo Nancy, con un tono entre tenso y suplicante. Vale, Marcus veía por dónde iba. — También son mis recursos. — Arqueó una ceja y dijo, irónico. — Como mi sangre, dicho sea de paso, si es la que pretendes utilizar. — Hablo en serio, Marcus. Además, ¿cuánto tiempo lleva embotellada la sangre de tu taller? Lo ideal es que sea una sangre lo más... viva posible, por así decirlo. — Vamos, que uno de los tres iba a tener que dar la suya, y como para llenar una mano entera. No lo veía nada claro.

 

ALICE

No, a Marcus no le iba a gustar nada aquello. Ni aunque estuvieran en la posada de vuelta, abrigaditos y cenando iba a convencerle de lo que se le estaba ocurriendo. Y Nancy no tardó mucho en darse cuenta con el rifirrafe que trajo con Marcus, mientras ella miraba al fuego, intentando pensar. — Lo de los enemigos no valdría, igualmente. Un guerrero valiente no se caracteriza por la sangre que derrama de otro, sino por lo dispuesto que está a derramar la suya propia. — Los dos la miraron con circunstancia y ella puso cara de evidencia. — Pensamiento Gryffindor ¿recordáis? — Se rodeó los brazos, mientras seguía pensando. — Pero nosotros siempre logramos superar las gryffindoradas pensando… Dándole otra vuelta. — Se llevó la mano a los labios mientras seguía reflexionando. — Nancy tiene razón, esa sangre de salamandra lleva de todo para estar conservada… —

Se levantó y empezó a andar por la habitación. — Por lo que sabemos hasta ahora, la magia ancestral funciona como la alquimia, así que reaccionará al detectar la esencia de la sangre. — Pero ¿cuál es la esencia de la sangre? — Preguntó Nancy. — ¿El hierro? ¿El sodio? La enfermera eres tú. — Alice suspiró y negó con la cabeza. — No sabría decirte… Si algo sé es que… simplemente juntar elementos químicos no da lugar a la vida. — Y lo sé porque eso sería llegar a crear vida y ese es el tabú ancestral y no se puede romper, pensó, con un nudo en la boca del estómago. Y entonces separó la mano de sus labios y se miró los dedos, pensando. — Pero ¿y si…? — Estaba intentando darle sentido a lo que se le había ocurrido. — Una gota de sangre sí que contendría la esencia ¿no? No estaríamos inventando nada. — Alice, no te vas a rajar la mano hasta ensangrentártela. — Dijo Nancy. — Noooo… — Resopló. — No, pero con una gota valdría. — Miró a Marcus. — ¿Podrías transmutar una gota de mi sangre en una jarra de agua? Estaría debilitada, pero si en vez de una disolución haces una conjunción de mi sangre con toda esa agua… puedo mojarme la mano entera, y sería mi propia sangre, no estaría haciendo trampas. — Nancy estaba a punto de protestar, pero su expresión cambió. — Pues… puede que funcione… Es… Oye, tiene hasta sentido. — Miró a Marcus y vio la mala cara. — Mi amor, sangro mucho más que un pinchacito mínimo una vez al mes. Y voy a ser enfermera, mal asunto si no fuera capaz de mancharme la mano entera con sangre. — Suspiró y dejó caer los brazos. — Soy la única que tiene un porcentaje Gryffindor de aquí, y confío más en tu habilidad que en la mía para transmutar líquidos. Si no funciona… probamos otra cosa. — Nancy se giró a su primo. — Yo lo veo. No tenemos nada mejor. — Se mordió los labios. — ¿Y con Eire y los elfos qué hacemos? —

 

MARCUS

La cara de hastío con la que debió mirar a Alice cuando dijo lo de la sangre propia valió para que ella especificara lo del pensamiento Gryffindor, y lo peor es que tenía razón. Lo de la esencia de la sangre le gustó más, y ya estaba pensando a toda velocidad, porque dudaba que fuera tan sencillo engañar a la reliquia de un dios, y además y tal y como decía su novia, la vida no podía ser simulada solo por combinar ciertos elementos. Soltó aire por la nariz, pensando. Pero igual que sentía una fuerza diferente ante la presencia de las reliquias, también sentía cuando el cerebro de un Gallia acababa de iluminarse. Sobre todo, el cerebro de su Gallia.

La miró con las cejas arqueadas y se vio venir la propuesta antes de que ella la terminara. — No. — Dijo de inmediato, negando, como si eso fuera a servir de algo. Era no conocer a Alice de nada. De ninguna manera iba a permitir que su novia derramara su sangre, antes lo hacía él, y Nancy estaba de acuerdo. Y la cara que se le quedó ante la propuesta de su novia era un cuadro. — ¿Pretendes que sea YO quien transmute TU sangre? — Preguntó, con profunda confusión y la mano en el pecho. Parpadeó. — ¿En serio? — Soltó un jadeo. — De ninguna manera. Alice, por Dios, parece mentira que me pidas estas cosas. — Escalofríos le daban por todo el cuerpo.

Pero al parecer la decisión estaba tomadísima, para su gran indignación. Y los datos añadidos de Alice no ayudaban nada, solo aumentaban su cara de espanto. — ¡Gracias! ¡Eso me tranquiliza enormemente! — Dijo, sarcástico. — Pues si es un pinchacito de nada, puedo hacerlo también yo. — Nancy le miró con ternura. — No te ofendas, primo... — A ver lo que iba a decir. — Pero prefiero probar con la de ella. Es la reliquia de Nuada, y claramente Alice es más valiente que tú. — Se encogió de hombros. — Igual eso también lo detecta. — ¡Eso no tiene ninguna base científica! — Dijo indignado, alzando los brazos y con una cara de ofensa tal que verle daba más risa que miedo. Pero nada, ahí él ya ni pinchaba ni cortaba. Nunca mejor dicho, porque su labor no iba a ser ni pinchar ni cortar, más bien transmutar. Nunca pensó que le generaría tanto rechazo una transmutación.

Estaba él ahora como para pensar en la reliquia de Eire, cuando aún intentaba buscar soluciones alternativas a lo de la espada, pero lo cierto era que no encontraba muchas. Se pasaron un buen rato en espesos silencios y dando palos de ciego, hasta que Nancy suspiró. —  Creo que... sería mejor descansar. Aún es temprano, pero bueno. Podemos cenar tranquilamente, despejarnos y acostarnos pronto, y así mañana, nada más amanezca, podemos empezar, bien descansados y con la cabeza despejada. — Pues sí, parecía la mejor opción.

Ya en su habitación con Alice, llevaba un buen rato con la mirada perdida en el fuego, demasiado pensativo hasta para ser él. — Alice... — Empezó. A ver cómo abordaba esa cuestión. — Tranquila, no voy a volver a insistir en lo de la espada. He dado esa batalla por perdida, nunca mejor dicho. — Tragó saliva. — Es... — Meditó, mojándose los labios. — ¿Qué sientes cuando...? Bueno ¿qué has sentido tú al estar... cerca de las reliquias? Hoy con la espada y el otro día cerca del trono. —

 

ALICE

Ya se imaginaba que no le iba a hacer gracia, si le conocía de algo. Pero vamos, contaba con ello. Le dejó escandalizarse, se acercó tranquilamente y tomó su mano. — Mi amor, eres mucho mejor alquimista que yo. Una gota de mi sangre es, literalmente, nada para mí. Y puede significar que consigamos una reliquia ancestral de Irlanda… ¿De verdad te parece mucho pedir? — ¿Y tú quieres hacerme pasar por un parto o es que crees que el niño se aparece en la cuna sin hacer daño ni manchar nada? Pensó. Pero estaba intentando convencer a su novio, no iniciar una discusión innecesaria.

Pero discusión iniciaron igualmente, al menos una intelectual en la que no daban mano con quaffle con lo de la reliquia de Eire, y al final estaban entrando en uno de esos bucles de obcecación Ravenclaw que conocía demasiado bien. Cuando Nancy sugirió aquello, Alice se levantó con un suspiro y una sonrisa y se acercó a la chica. — Hemos avanzado muchísimo, Nancy. — La agarró del hombro y se inclinó con ternura. — Estamos ahí mismo. Mañana lo veremos más claro y… es posible que tengamos una reliquia. — La chica estrechó su mano. — Descansad. Necesito esos cerebros y esas manos a mi servicio mañana temprano. — Asintió y se fueron a su cuarto.

Como todas las noches, se había duchado, puesto el pijama, lavado los dientes, dispuesto las cosas para el día siguiente, ordenado los papeles… Pero Marcus no había participado en nada de ello, y Alice juraría que él era todavía más rutinario que ella… Pero solo estaba mirando al fuego. — Marcus, mi amor, no te preocupes tanto por… — Pero el chico estaba pensando en otra cosa. Se sentó a su lado y escuchó. Uf, creí que era grave. — Pues he sentido… — Rio un poco. — Un poder mágico inmenso. Es como que sabes que está ahí, que no puedes ignorar el efecto que tiene sobre todo lo que la rodea… Es como… si pudieras sentir el aire que toca. — Sonrió y se acercó más a él, apoyando la frente sobre la suya. — Sé que te encanta la magia. Eres uno de los magos más poderosos que conozco, así que dime, ¿qué has sentido tú? —

 

MARCUS

La escuchó, pero tragó saliva. Buscaba la respuesta de Alice por tranquilizarse, pero... no había sido así. Sí, Marcus también había sentido un poder mágico inmenso, que se podía sentir, casi tocar. Pero... sus sensaciones no eran tan... ¿felices? Veía que Alice sonreía, y ese brillo en los ojos de la curiosidad y el nuevo descubrimiento. En él era algo más. E intuía de qué se trataba... pero prefería no dilucidarlo.

Por supuesto, la pregunta le vino de vuelta. Sonrió levemente. — Pues... eso mismo. — Respondió, y amplió la sonrisa, pero debía notársele tensa. Miró al fuego de nuevo y respiró hondo, soltando el aire lentamente. — Siento eso... Eso que dices. Pero... es... No es solo eso. Es algo más. — Se mordió el labio, dejando una pausa. — Es una magia... poderosa. Superior a mí, superior a nadie. Siento como si me... llamara. Y no es simplemente curiosidad o emoción, es... algo a lo que no sé ponerle nombre. — Tragó saliva. — Y me... gusta. Es decir, me gusta la sensación. — Pero me da miedo precisamente eso, que me guste. Porque sentía que era poder sin control. Porque su abuelo le había advertido de lo que la búsqueda de las reliquias podía provocar en la gente.

La miró, sonrió y negó con la cabeza. — No me hagas caso. — Se encogió de hombros. — Ya sabes cómo soy para los delirios de grandeza. Y para darle vueltas a la cabeza sin fin. — Rio levemente, tras lo cual dejó un breve beso en sus labios. — Voy a ponerme el pijama y... vamos a dormir. Mañana nos espera un día muy largo, y Nancy tiene razón: mejor tener la cabeza despejada. — Y, al menos, que él le diera pausa a la suya. Aunque iba a ser complicado.

 

ALICE

(11 de diciembre de 2002)

Llevaba un rato mirando a Marcus dormido, admirando más bien, a la luz de la luna y el fuego, acariciando sus rizos, admirando los rasgos de su cara… Pasó la mano por su frente con devoción. — No puedo aspirar a entender lo que tienes aquí... — Susurró con amor. — Solo tú sabes a lo que te refieres cuando piensas en tanto poder, en tanta sabiduría... — Se mordió el labio. — Pero a mí... me da igual. Si cuando cae la noche y nadie nos ve, piel con piel, todo el poder del mundo somos tú y yo... — Se dedicó a mirar su cuerpo desnudo bajo las sábanas y se tiró así un rato, pero temió despertarle, porque era incapaz de parar y al final, por muy agotado que se hubiera quedado su novio, de tanto enredar, lo iba a inquietar. Así que, después de dejar un beso en su sien y dejarlo bien tapado, se levantó y se vistió, abrigándose bien, porque pretendía salir a disfrutar de esa luna tan maravillosa, y a ver si el frío la despejaba un poco de golpe, para encontrar ese cansancio que debería sentir, y volver a la cama.

Salió de la posada, al jardín de detrás y, en un banco, vio a Nancy, envuelta en una manta y con un cuaderno y la vuelapluma al lado. Sonrió y se acercó un poco, hablando bajito para no asustarla. — Tengo que aprender a usar una de esas. Mi hermano de doce años sabe y yo no. — Nancy se giró, un poco sobresaltada y sonrió de medio lado. — Perdona, no quería asustarte. Pero parece que hemos tenido la misma idea. — Nunca había visto a la chica con el pelo suelto, y así, tal como estaba allí, se le antojaba una compañera de Hogwarts. — Ya lo veo. Me sorprende. Pensé que las parejas aprovechabais estas horas para lo que no hacéis durante el día. — Alice se rio y enrojeció un poco, sentándose a su lado. — ¿Y tú para qué las usas? — Nancy se frotó la cara y suspiró. — Para pensar. Para observar y reflexionar, especialmente en días como hoy, que hemos investigado tanto. Son las horas que uso para poner todo en pie… Bueno, y para mirar la luna y las estrellas, que me encantan. —

Ella sonrió y se abrazó las rodillas. — A mí también. La torre de Astronomía era de mis sitios favoritos en el mundo. Allí hace mucho viento y eso me encanta. — Le picó en el brazo y le dijo. — A ver si vas a acabar como la princesa Firínne, enamorada de la luna. — Eso hizo reír a Nancy. — ¿También conoces ese cuento? La tía Molly realmente sabe transmitir Irlanda… — Sí y no. Me lo contó Erin, en verdad. Y yo se lo conté a Marcus… pensando que yo era Firínne y al final… me iría con la luna, que esperaría hasta morirme a que viniera por mí… — Su prima hizo una pedorreta. — ¿En qué momento te planteaste tal cosa? — Alice rio y se frotó la cara. — No era tan obvio ¿vale? No para mí. Pensé que yo no… No podría, no debería amar a alguien como Marcus. — Alzó las cejas y desvió la vista. — Creía que le metería en demasiados líos, que yo solo traía problemas y… no iba tan desencaminada, le he traído muchos problemas. Y también pensaba que no se debía amar como amamos los Gallia, que a la larga era perjudicial… — Se encogió de hombros. — Eso supongo que lo veremos con el tiempo. — Nancy se había quedado escuchándola, con la mirada perdida y luego volvió a mirar a la luna un rato.

— Yo… también he pensado así a veces. No es como que traiga muchos problemas ni nada de eso… Pero no sé si… puedo amar a alguien tanto como amo aprender, como amo mi trabajo. O sea, soy humana ¿vale? Y mis cosas he tenido… Pero son eso… Momentos, personas, te lo pasas bien, te levantas y al final… no te pareces a ninguna heroína. No le darías tu reliquia a ningún hombre, no caminarías hasta que te sangraran los pies… — Rio y miró a Alice. — No por otra persona. Supongo que eso me hace una caricatura Ravenclaw de las que dibujan los de las otras casas. — Alice frunció el ceño y negó con la cabeza. — No, para nada. Quiero decir, igual que hemos aprendido a aceptar parejas que no están casadas y no viven en una casa aparte, como tu primo Andrew y Alison, que no son heterosexuales, como Erin y mi tata, incluso las que no lo quieren llamar como tal como Martha y Cerys… podemos aceptar que… simplemente no quieres algo así. Lo malo sería quererlo y no alcanzarlo, como Wendy… — Y ambas rieron. — Pero tú… Tú me pareces feliz, Nancy. Mirando a la luna, leyendo, pensando… Es precioso también si lo piensas. Y si algún día aparece alguien que te apasione tanto, por quien estés dispuesta a caminar con los pies sangrantes o a quien entregar toda la magia que tienes, que es mucha… pues genial. Y si no… no dudo de que lo dejarás todo escrito para las generaciones futuras. — Y ambas se echaron a reír mirando sus anotaciones.

Nancy parecía ahora más sonriente, y también se abrazó las piernas. — Como yo no sentía esas pasiones que describían en las historias, que tradicionalmente se nos atribuyen a las mujeres más que a los hombres, en las que alguien lo deja todo… yo siempre pensaba… pues yo no lo haría. Entonces… modifiqué en mi cabeza mi propio cuento. — Alice se rio. — Yo lo hacía también. Mi… — Se le cogió un momento el pecho. — Bueno, a mi padre siempre le gustaba contarme Alicia en el País de las Maravillas, pero Alicia era yo y bueno, lo cambiaba como quería. — Nancy asintió ampliando la sonrisa. — Esa era yo, pero con la hija de las estrellas. — Alice abrió mucho los ojos. — Esa no me la sé. — La chica se giró hacia ella, sentándose con las piernas cruzadas y ella la imitó. — Pues habla de una estrella llamada Íselyn que un día, desde el cielo, quiere conocer el mundo. Lo desea tanto, que el cielo, que es su padre, y la aurora que es su madre, la dejan bajar un día, lo suficiente para que se enamore de un humano y quiera pasar la eternidad con él. Pero al aceptar la vida en la tierra, ya nunca puede volver al firmamento, y sus padres la buscan y la lloran, y eso son las estrellas fugaces. — La chica puso una sonrisa astuta. — Obviamente, lo que yo me imaginaba era que el amor que sentía no era por un humano, sino por la humanidad, por la tierra… Como yo. Los antropólogos amamos a todos los humanos, amamos sus historias, sus conexiones, amamos incluso lo que comen, por qué lo comen… En verdad, se trata de amar y entender lo que nos rodea. — Alice la miró conmovida. — Sí que eres la hija de las estrellas… Me gusta más tu versión sin duda. Aunque espero que tus padres no tengan que buscarte entre llantos. — Eso la hizo reír. — No… Yo nunca me iría sin decir adiós, como hizo Íselyn. Solo… me quedaré amando cosas que quizá los demás no puedan comprender. Y seremos yo, mis papeles… y mis estrellas. — Alice cogió su mano y dijo. — Mañana, Marcus y yo te juro que haremos todo lo posible por que parte de tu esfuerzo se vea recompensado. — Nancy la miró con sonrisa ladeada. — ¿Aunque haya que usar unas gotitas de sangre tuya? — Ambas rieron. — Ya está convencido. — La mujer hizo una pedorreta. — Qué técnicas habrás utilizado... — Alice rio de vuelta. — Imagínatelo. — Nancy cerró los ojos y se llevó una mano a la cara. — Oh, por Lugh, Alice, mi primo pequeño, por favor... — Y así, riéndose, se quedaron mirando al firmamento. — Todos los Ravenclaws... somos Íselyn. — Susurró Alice. — Hijos de las estrellas. Como las reliquias y la forja de los elfos. Los hijos del conocimiento, de las estrellas. —

 

MARCUS

Si al anochecer hacía frío, lo de la amanecida era ya otro nivel. Marcus no era especialmente friolero y estaba temblando como una hoja, y veía a Alice más o menos como él. Nancy estaba tan tranquila, concentrada en sus papeles como si estuviera en mitad de la biblioteca. Encima no paraba de pensar en que, para hacer una transmutación, iba a necesitar descubrirse las manos, nada de guantes. Y entre las colinas rasas, donde seguro que hacía mucho más frío que por las calles donde estaba el hostal. Miró a Alice de reojo y volvió a frotarse las manos, echándose vaho en un vano intento de calentarse. Esperaba que no murieran de hipotermia.

— Con tanto frío no se hace uno un buen antropólogo ¿eh? — Comentó su prima, caminando y con una caída de ojos, sin dejar de mirar sus documentos. Antes de ser asesinada por uno de los dos, recondujo. — Tranquiiiiiilos. Llevo uno de los tapetes térmicos de la tía Nora para que podamos sentarnos sobre él. Eso es milagroso, ya veréis. — Les miró burlona y añadió. — Que mis inglesitos tengan el culito calentito. — Un té nos hubiera venido de maravilla en la mochila. — Dijo, ácido. Lo que recibió a cambio fue una risita musical. — Ingleses... Como diría Ginny, este frío no vale ni para refrigerar una pinta. — Marcus echó aire por la nariz como un toro mosqueado. Irlandeses...

Llegados al lugar, Nancy extendió la manta (sí que estaba calentita, sentía que se le había congelado el alma cuanto menos y ahora volvía a ser él), ordenó sus papeles y se frotó las manos. — Bueno... ¿empezamos? — Marcus parpadeó. — Ahora cuéntame también una historia truculenta sobre que los irlandeses convivís con la muerte y el sacrificio porque tenéis granjas. — Nancy suspiró y rio al mismo tiempo, y Marcus alzó las manos. — ¡Es que! Ni nos has dejado aterrizar y ya quieres ver sangre. — Ay, por favor, qué exageración. ¡Vale, señor alquimista! Prepárese usted mentalmente para su transmutación. — Por lo pronto voy a preparar los círculos. Y necesito entrar en calor primero, que esto requiere concentración. — En realidad y a pesar de las quejas la manta ayudaba bastante, así que en apenas un par de minutos ya tenía lo que necesitaba dibujado en la pizarra. Miró a Alice y suspiró con resignación. — Sigue sin gustarme la idea, mi amor... pero sea por la investigación. —

 

ALICE

Definitivamente, no podrían vivir en Irlanda. No, no con ese frío congelador nada más levantarse, si no podía casi ni despegar los ojos, le daban ganas de quedarse como un capullito. Lo sentía mucho por la reliquia, se podría buscar igual en verano ¿no? Esto te pasa por quedarte hasta las tantas con tus dos placeres: Marcus y el aprendizaje infinito. Ya sonaba como el abuelo Larry cien por cien. Si es que no le funcionaba el cerebro con tanto frío. — ¡Alice! — Le ladró Nancy. — Te necesito despierta, que te recuerdo que te has ofrecido a hacer esto. — Ni fuerzas tenía para contestar. Bueno, estoy en el campo con este frío ¿no? — Que mi linaje viene de La Provenza, allí se escriben poemas bonitos e historias de caballería al solecito, no hay clanes que claman sangre en mañanas heladas. — Nancy suspiró y se dedicó a picar a Marcus. Pues bien, porque ella, por su parte, estaba empezando a contemplar el caminar dormida.

Lo del tapete calentito le pareció que ayudó, y estaba a punto de pedirle a alguno de los dos O’Donnell un termo de café, pero algo le decía que su petición no iba a ser bien recibida, así que se limitó a sentarse con las piernas cruzadas y a agradecer que su novio tuviera tanto que pensar mientras ella seguía intentando espabilarse. Lo malo es que el pique incesante de los primos era casi como una dulce nana para ella. Identificó, por el tono, que Marcus se estaba dirigiendo a ella. Se giró y le miró con dulzura. — Ohhh, mi amor, de verdad, no le des tanta importancia. No sabes lo orgullosa que me va a hacer sentir que gracias a esto aprendas a transmutar algo tan difícil como la sangre. — Espabílate, Alice, si no quieres que uno de estos dos te pinche.

Se quitó el abrigo, a pesar del frío, pero es que no le daba movilidad, y sacó la varita. Se colocó cerca del círculo de la sangre y comprobó que todo estaba listo para transmutarse. — ¿De dónde has sacado un platito de plata? — Le preguntó a Nancy, cuando vio el objeto que habían mencionado en la conversación del día anterior, haciendo recapitulación de lo que necesitarían. — Nunca pongas en tela de juicio lo que una antropóloga puede conseguir en materia objetos de la vida diaria si eso la va a llevar a una resolución. — Alice sacó el labio inferior y asintió con admiración. — Pues vamos allá. — Se acercó a una de las corrientes cercanas y se lavó las manos en el agua helada y cristalina. Dicen que todo en esta tierra te pertenece y emana de ti, Eire, pensó. Ayúdanos, solo buscamos honrar tu tierra y entenderla. Volvió al círculo y se pinchó en índice izquierdo con la varita. Soltó una risita. — Qué buena enfermera voy a ser. Ni lo he sentido. — Puso el dedo sobre el platillo y se lo estrujó con la otra mano. A ver, no se iban a arriesgar con una gota. Lo quitó antes de que Marcus entrara en pánico y se hizo un Epiksey, que necesario no era, pero valoraba su relación. Suspiró y miró a la jarra al lado y luego a Marcus, con una dulce sonrisa. — Confío en ti, alquimista O’Donnell. Solo una mente tan privilegiada puede vencer a una bravuconada. —

 

MARCUS

Miró a Alice con una mirada entornada de tremenda obviedad. Mejor despiértate, anda, a ver si te vas a rajar el dedo entero sin querer, pensó, porque vaya cara de dormida tenía su novia, y medio cerebro debía tenerlo dormido también si le decía que "iba a estar muy orgullosa de que transmutara sangre". Podía aprender a transmutar sangre sin ningún problema en el taller y sin usar la de ella, pero en fin.

Lo preparó todo y revisó varias veces: la alquimia era delicada, y una cosa era hacer un circulito en la tierra o en la nieve para impresionar a alguien en un momento puntual, y otra hacer en aquella colina, con aquel frío, y con objeto de alcanzar una reliquia milenaria, una transmutación de una de las esencias más complicadas con las que trabajar en el mundo y no generar ningún desastre en el proceso. — Mucho valiente y valeroso Gryffindor pero aquí está uno transmutando sangre. — Iba mascullando por lo bajo, para sí, pero debía ser de esas veces que el cerebro le gritaba tanto que el pensamiento le salía por la boca. — Para qué queremos a un Ravenclaw pudiendo matar a un conejo del campo, si total, vale lo mismo. — Siguió quejándose como un auténtico señor cascarrabias de no menos de ochenta años.

Cerró los ojos y soltó aire por la boca. Vale, ya estaba todo listo y él concentrado, y Alice acababa de volver de lavarse las manos. Cuando los abrió, ya pudo ver la gotita de sangre en su dedo. Al menos su profundo estado de concentración, en el que parecía estar solo con sus materiales, dejaba a un lado el dramatismo... pero le dedicó una mirada entornada a su novia con el comentario de la enfermera. Me alegro, pensó, pero no dijo nada por miedo a romper la delicada pompa de la concentración en la que se había metido. Cerró de nuevo los ojos para respirar hondo y proceder a la transmutación, y en la negrura le llegó el comentario de Alice. No abrió los ojos, pero esbozó una sonrisa ladina con estos cerrados. Ahora sí, se concentró fuertemente, usando la energía de sus manos, hasta que sintió como un torrente fluía por todo su cuerpo... ciertamente, más poderoso que en otras ocasiones. Y estaba seguro de que no era por la complicación de la transmutación, o porque la sangre fuera de su novia. Era la presencia de la reliquia. Tenía un poder sobre él, lo notaba.

— Waala. — Suspiró Nancy, con tono de niña de ocho años alucinada. Al abrir los ojos, vio a las dos chicas mirando alucinadas la jarra. Nancy, instintivamente, tomó el dedo de Alice, un dedo ya curado, y la miró a la cara. — Pero no has derramado tanta sangre ¿no? — Miró a los materiales, como si tratara de encontrar explicación. — Es decir... no has... no habrás... — Alice no era el precio, si es lo que te preguntas. Debería serlo para que yo pudiera extraer más sangre de la que ella ha vertido. — Dijo con la voz trémula de quien aún sale de su trance. — Es sangre transmutada usando el agua como... — Pero es que parece sangre de verdad. — Interrumpió su prima, y la expresión alucinada se iba oscureciendo cada vez más mientras miraba la jarra. Ahora parecía un poco espantada, y miró a Marcus con preocupación. — Parece... Ahora entiendo que... no te hiciera mucha gracia. — Marcus achicó los ojos y esbozó una sonrisa sarcástica. Pues no, no me hace gracia participar en llenar una jarra de lo que parece la sangre de la mujer de mi vida, pensó, ácido. Porque, a todas luces, aquello parecía una jarra de sangre llena hasta arriba.

Empezó a recoger mientras explicaba. — Alice ha tenido una buena idea, es solo que es... impactante. Y complejo, pero bueno, me ha salido. — Comentó como si el hecho no tuviera la menor importancia, pero si estuviera Lawrence allí estaría llamando al comité de alquimia para que le dieran la licencia de Hielo automática. — Está muy diluida en agua, pero no es puramente sangre diluida en agua: eso era tan fácil como echar las gotas de sangre en un vaso de agua y ya está. El proceso es tal y como Alice lo explicó ayer, y si bien no sirve para... bueno, infundir vida a algo que no lo esté, a nivel sanitario es muy útil si alguien ha tenido una gran pérdida de sangre y no se dispone de más. Se lleva años investigando hacer esto mismo con sangre animal y que sea apta para transfusión en humanos, pero imaginarás que es complicadísimo. — Había terminado de recoger así que se detuvo y miró a su prima. — Y, por supuesto, al no estar ya en un organismo vivo, tiene un ciclo de vida muy corto, sobre todo después de haber sido alterada por la transmutación. — Miró a Alice. — Así que no hay tiempo que perder, mi amor. — Y puso los ojos sobre la desagradable estampa que mostraba la jarra. Iban a contrarreloj si la reliquia necesitaba sangre viva, así que cuanto antes terminasen, mejor.

 

ALICE

Sabía que, por mucho que Marcus refunfuñara, tenía aún más ganas de encontrar la reliquia que ella, y estaba demasiado adormilada y con demasiado frío para mantener una conversación absurda. Si funcionaba, tenía que centrarse en coger la espada, y no terminaba de estar segura de qué consecuencias traería o de si simplemente podía cogerla y ya está. De momento, quería prestar atención a la transmutación, concentrarse y aprender. Y lo que vio la dejó sin palabras. Recordaba cuando ella transmutó el mercurio en el transmutador de líquidos, y le salió una auténtica mierdecilla, y el abuelo la felicitó por todo lo alto, porque había transmutado líquidos y la idea y no se qué… Y Marcus había llenado una jarra de sangre a partir de tres gotas ante sus ojos en… ¿microsegundos? Había sido demasiado rápido y brusco, Marcus, para todo, tanto más para la alquimia, era ceremonioso y elegante, y eso había sido… como una explosión, sin serlo, más como una implosión, algo contenido pero poderoso, y la había dejado sin habla.

El habla ya lo puso Nancy, que no daba crédito. Fue a tranquilizarla, pero ya lo hizo Marcus, y parecía que toda su seguridad había vuelto de forma aplastante y… En fin, esa forma casi mandona que a ella le encantaba. Y le seguía encantando, es más, le hacía hasta cosquillitas en el estómago, pero… es que había sido como un interruptor… Rio. — Que le ha salido dice… — Se mordió el labio inferior. — Algún día nos acordaremos de este momento, Marcus. — Acarició sus mejillas. — Yo siempre sé que no hay prácticamente nada que no puedas conseguir. En realidad, tienes el camino ya recorrido a las licencias en esa cabecita tan brillante como el sol. — Dijo dejando un toquecito gracioso en su frente. — Vamos a ello, esto está hecho. — Dijo muy segura.

Se acercaron al pozo y Nancy abrió, como el día anterior, pero esta vez completamente. La espada seguía brillando al fondo. Se miraron entre los tres y Alice cogió la jarra para dejarla en la tierra y se remangó. No estaba tan caliente como debería estar la sangre, pero tampoco estaba fría, y no era tan espesa (gracias a Merlín, porque se le había revuelto el estómago de pensarlo). Metió hasta la muñeca y la sacó. Cuanto menos la miraran mejor. — Marcus mírame a mí. — Le dijo. No se le olvidaba el último boggart que vieron, y no quería que se obsesionara con la imagen. Despacio, fue metiendo la mano hacia el mango, las gotas cayeron y mancharon la espada. Eso debía ser buena señal ¿no? Era corpórea. Y tanto que lo era. Nada más tocarla sintió una vibración, y un deseo de agarrarla que se adueñó de su mano e hizo que rodeara el mango fuertemente con los dedos. — ¡La he agarrado! — No terminaba de atreverse a moverla, pero tampoco iba a quedarse ahí, así que tiró de ella y la sacó de una del pozo. Antes de darse cuenta, estaba de pie, con la espada en la mano, ligeramente alzada. — ¿Está brillando…? — ¡Las runas! — Gritó Nancy, lanzándose a leerlas de rodillas. Las runas se dibujaban en color escarlata, al igual que la piedra de la empuñadura. — ¿Qué dice? — Nuada el Gallardo… Brazo de plata de los dioses… Mano de justos y… curanderos o hechiceros, o podría ser algo así como sanadores. Escudo de… — Nancy se trabó y los ojos le brillaron. Alice miró. — Esa runa se repite ¿no? — Esa runa significa rey, pero no sé por qué está dos veces. — Quería saber qué ponía, pero no le importaba tanto como otro tema. Levantó la mirada hacia Marcus y preguntó. — ¿Y ahora qué hago con esto? ¿Si la dejo volveré a no poder cogerla? ¿Me dejo la mano ensangrentada? — Había sido muy buena idea, pero ahora se había quedado en blanco y… sentía como si le vibrara el brazo entero.

 

MARCUS

Las palabras de Alice le sacaron una sonrisa tierna y una mirada de cariño, pero seguía... intranquilo. Tenía una sensación de inquietud, de algo muy fuerte que se escapaba de sus manos, en su interior. Era como si no estuviera viviendo aquello realmente, como si lo viera desde fuera... como si él mismo fuera... diferente. Pero las chicas se pusieron en marcha, así que parpadeó con fuerza, sacudió la cabeza y se acercó al pozo.

Y las sensaciones fueron a peor. Notaba una neblina mental que quiso atribuir a la concentración y la tensión de hacer una transmutación tan complicada, casi en mitad de la nada, con escasa preparación previa para ello, tan temprano, con tanto frío, con implicación emocional... No, no era nada de eso. Porque la sensación crecía a medida que Nancy abría la trampilla del pozo y una especie de instinto sensato dentro de él empezaba a decirle que se alejara de allí, como si hubiera un peligro. En cambio, no trató de impedir que Alice tomara la espada. Porque no veía el peligro para ella. Tampoco era como que lo viera para él. No sabría explicarlo.

Alice le habló y le sacó de su embotamiento. Qué cara debía tener, probablemente su novia pensaba que estaba traumatizado por su visión con la mano llena de sangre, y la preocupante verdad era que ni se había dado cuenta. Estaba... pensando... no sabía bien el qué, pero no estaba centrado. Cuando quiso darse cuenta, Alice tenía la espada en la mano, y esta estaba fuera del pozo. Dio un paso hacia atrás, impactado. Estaba sin habla. La tenían, tenían una reliquia. Apenas en un día... la habían encontrado... y la tenían. Él había hallado el pozo, él había hecho la transmutación para que Alice pudiera tomarla. Estaba sobrecogido, el corazón le iba a toda velocidad. ¿Era eso lo que sentía? ¿Sobrecogimiento?

Vuelta brusca a la realidad por el grito de Nancy, que le hizo parpadear una vez más y observar su entorno como si acabara de aterrizar allí. Céntrate, Marcus, ¿qué te pasa? Se acercó junto a Nancy a la espada tratando de obviar que estaba ante una reliquia milenaria, como quien lee un texto en la asignatura de Runas, pero era complicado. Y el viento no paraba de rugir en sus oídos y sentía que se le metía en el cerebro, le desconcentraba. Demasiado ruido. Como si... — ¿Marcus? — Volvió a la realidad otra vez. El ruido había cesado. — ¿Qué haces? ¿Tanto frío tienes? — ¿Qué hacía? Tomó conciencia de sí mismo. Se estaba tapando los oídos. Le molestaba el rugido del viento, pero ahora que se los había destapado de nuevo... no oía nada. — Un poco. Es... ha sido al salirme de la manta. — Concéntrate.

Notó que le miraban. Tenía pinta de que se había perdido una conversación. — ¿Tú qué piensas? — Preguntó Nancy, al parecer en referencia a algo que Alice había preguntado previamente. En vistas de que Marcus tardaba en contestar, ella miró a su novia. — No estoy segura. No tengo... información sobre eso. Pero yo diría que, una vez demuestras ser digno de la reliquia, es tuya. No tienes que seguir ganándotela. — Nancy se mordió el labio. — Podrías probar a... dejarla en el suelo, a ver qué pasa. — Pero en lo que Nancy hipotetizaba, Marcus había empezado a leer las runas. Movía los labios sin emitir sonido alguno. — Brazo de plata de los dioses… — Susurraba apenas audible, perceptible apenas para quien le estuviera viendo mover los labios. — Mano de justos y sanadores. Escudo del rey. Del rey de reyes. — Y ya no había más, pero a pesar de que las chicas parecían no estar prestándole atención, notó que Nancy se giraba súbitamente hacia él. — ¿Qué has dicho? — Marcus la miró, un tanto sobresaltado. Seguía en una especie de estado de confusión que le tenía muy aletargado, y a la vez muy... concentrado en la reliquia, como si supiera perfectamente lo que narraba. — He leído... lo que ponía. — Lo sé. Digo eso último. Lo último que has dicho. — Como le veía irritantemente confuso, señaló con el dedo la runa aparentemente repetida. — ¿Qué pone aquí? — Marcus bajó la mirada, y volvió a subirla a Nancy. — Rey de reyes. —

Nancy se había quedado con la mandíbula descolgada. Marcus se sentó en la tierra y comenzó a narrar. — Una runa repetida es una redundancia. Reiterar lo ya dicho. Pero no solo eso. — Fue recorriendo con el índice lentamente el texto. — "Brazo de plata de los dioses". A Nuada le cercenaron el brazo en una batalla, y los dioses le otorgaron un brazo de plata. "Mano de justos y sanadores", porque siempre luchó por la justicia, y porque, una vez acabadas las guerras, los reyes convirtieron dicho brazo de plata en un brazo real de nuevo, un brazo sano, un milagro de la curación en honor a su sacrificio. "Escudo del rey", por su defensa al reino". Y... rey de reyes. — Se mojó los labios. — Nuada llevaba una cuerva consigo en cada batalla. Graznaba para confundir a sus enemigos. Gritaba... cosas... Les enloquecía. — Tragó saliva. — Quizás dijera algo así. Quizás gritara... “Nuada, rey de reyes”. — Nada de "quizás", Marcus no se movía en hipótesis con cosas tan importantes. Tenía otra alternativa con más peso que el graznido de una cuerva legendaria... pero prefería no decirla. No hasta que no estuviera seguro. No hasta que... no tuviera sus sensaciones más clarificadas. — Alice. — Dijo entonces, mirándola, como si acabara de recabar en su presencia. Posó la vista en el suelo. — Suelta la espada. — No quería que sonara a orden. Pero no quería esa reliquia en manos de ninguno de los tres por el momento.

 

ALICE

Fue un escalofrío, como una advertencia de que algo no iba bien, lo que le hizo mirar de golpe a su novio. — Marcus… ¿Qué pasa? — ¿Se estaba tapando los oídos? ¿Qué…? Y ahora se ponía del tirón a leer las runas, y Nancy lo mismo y… ¿Ninguno iba a parar y hablar de lo que estaba pasando? Quería tirar la espada y coger las manos de Marcus, que le mirara, pero no se atrevía, a ver si ahora todo lo que habían hecho no servía para nada. Pero volvió a enfocar a Nancy, con un nudo en el estómago. — ¿Mía? ¿Cómo que mía? No, no… En todo caso es de… De los seguidores de los dioses, de los creyentes… De los druidas, vaya. — Nancy rio secamente. — ¿Qué más necesitas para creer? — Alice se encogió de un hombro, un poco titubeante. — No es cosa de creer, es… una transmutación, un hechizo sensorial hecho con magia ancestral que puede romperse con magia ancestral también, y esa magia la ha hecho Marcus… — Y Marcus precisamente las acalló, terminando de leer las runas. Alice no podía dejar de mirarle. No cuando dijo “rey de reyes” así. ¿Por qué le provocaba ese abismo en el estómago? ¿Y por qué le vibraba el brazo? La maldita espada…

Entonces Marcus empezó a relatar la historia y Alice cerró los ojos, como para concentrarse más en escucharla, y… fue como si lo viera. Al cerrar los ojos podía ver a Nuada, un guerrero de larguísimo pelo rojo, trenzado, y la espada en la mano. Vio cómo perdía el brazo y cómo miles de manos le colocaban uno de plata, que poco a poco volvía a transformarse en uno de verdad… — ¿Cómo hicieron eso? — Preguntó, en voz baja, desde su corazón de enfermera, sin abrir los ojos, como si los de la visión pudieran escucharla. ¿Era acaso una transmutación? ¿Podía hacerse eso con la magia ancestral? Y entonces su visión se vio interrumpida por aquel sonido angustioso: “REY DE REYES”. La maldita cuerva… No la dejaba pensar.

“Alice, suelta la espada”. Esa frase llegó en el mejor momento, porque en medio de aquella locura, le hizo abrir los ojos y le llevó a soltar la espada, sin pensarlo. Sintió cómo podía respirar de nuevo y podía volver a mirar a su alrededor. Marcus tampoco parecía en muy buen estado mental, y Nancy más bien parecía en pánico de verles a los dos. Alice hizo un gesto de calma con las manos. — Es… Estoy bien. Es que es magia muy poderosa. Cuesta MUCHO controlar todo lo que emite… — Miró a Marcus y le tomó de la mano con la que no tenía manchada. — Es solo eso. Estamos confusos por esa fuente de magia tan antigua. — Se acercó a él arrastrándose por la tierra. — Pero estamos aquí, lo hemos conseguido. — Tomó aire profundamente. — Sé que no te gustan las cosas incontrolables, pero esto literalmente perteneció a un dios, y si no queremos ponernos divinos, a un mago y guerrero poderosísimo… Es normal. — ¿Qué estabas viendo? — Preguntó Nancy, que no se le quitaba la cara de preocupación. — Lo que Marcus narraba… Era como si pudiera ver a Nuada… Quizá era un recuerdo asociado al objeto, pasa bastante… Un hechizo psicométrico. — Tragó saliva. — Por eso es mejor que no la toquemos. — Miró alrededor. — Y que no nos quedemos aquí. A ver… Nancy… — Le tendió su chaquetón. — Intenta coger la espada envuelta en eso. — La chica obedeció y la espada se dejó. — Perfecto. — Alice asintió. — Bien, pues vamos… Vamos a ir a la posada ¿sí? Calentitos y con un café delante vamos a pensar mejor. Voy a lavarme las manos. — Y se acercó al arroyo. Aunque el agua estaba helada, se la echó en la cara también, porque necesitaba centrarse, y tener tranquilidad para con Marcus. Se acercó de nuevo a él y tomó su mano para levantarle. — Vamos, vamos, mi amor. En el hostal pensamos mejor. ¿Lo tienes, Nance? — La chica asintió. Parecía que simplemente llevaba el abrigo bajo la axila. Tanto poder y se puede esconder así… Suspiró y apartó ese pensamiento. Tenían que salir de allí, y ya ni siquiera sabía por qué, pero necesitaba serenarse.

 

MARCUS

Estaban en su habitación, se habían abrigado, habían tomado café... pero no había entrado en calor, y no se le terminaba de quitar el embotamiento. Este más bien se estaba transformando en una especie de fijación: no es que no pudiera pensar, es que solo podía pensar en una cosa. Y esa cosa era la espada y la manera de conseguir la siguiente reliquia. Lo segundo creía que ya lo tenía, solo necesitaba el beneplácito de las chicas, y su colaboración. En cuanto a la espada...

No había dejado de mirarla de reojo, bajo el brazo de Nancy, en todo el camino, y seguía así en la habitación. Participaba de la conversación lo justo para que no le preguntaran en qué estaba pensando, porque lo que estaba pensando era que quería tocarla. Necesitaba tocarla. ¿Un hechizo psicométrico? ¿Ver al propio Nuada, un dios de Irlanda, en el momento en que portaba la reliquia y lo convirtió en lo que era? Eso era pura magia ancestral y necesitaba sentirla en su propia piel, ver que podía manejarla. Conocerla desde dentro. A Marcus no le gustaba nada hablar de las cosas sin saber de ellas, y quería poder hablar de la magia ancestral con conocimiento de causa. Estaba en Irlanda, estaba estudiando sobre ello, era alquimista. Debería poder tener autoridad para hablar sobre magia ancestral. Pero no iba a hacerlo si era tan cobarde de no atreverse a tocar una simple espada.

Pero las chicas parecían un tanto asustadas y cautas al respecto, y Nancy no había destapado la reliquia con el abrigo. La tenía a buen recaudo en una esquina de la habitación. Solo la habían destapado un momento para releer la runa y que Nancy la transcribiera en sus apuntes, hecho lo cual la habían vuelto a guardar, pero a Marcus le había latido el pecho como si se le fuera a romper solo con la visión, como si no la hubiera visto antes. La sangre transmutada la habían tirado (Marcus ya ni se acordaba de ella). Se sorprendió a sí mismo trazando mentalmente la estrategia que necesitaría para que las chicas se fueran y pudiera quedarse de una vez a solas con la espada, verla y tocarla, probar ese hechizo, releer las runas, descubrir a qué se refería exactamente ese "rey de reyes". Pero, como si la cuerva le hubiera graznado en el interior de la cabeza, sintió un aviso de peligro. Y lo único que supo hacer fue irse al baño, echarse agua en la cara y repetirse una y otra vez solo es una investigación, esto es una investigación, eres Marcus O'Donnell, estás con tu familia, esto es solo una investigación. Ya más relajado, volvió a salir.

Se sentó con ellas y trató de adoptar un tono lo más normal posible, obviando la presencia de la espada. — Tengo una idea de cómo conseguir la manta. — Se reacondicionó en su sitio. — Si nuestra hipótesis es cierta, probablemente esté custodiada por los elfos. Dijeron que "la diosa Eire vivía allí con ellos", pero sabemos que eso no es posible. Y dudo que tengan su cuerpo allí. — No sabía por qué lo dudaba realmente, porque bien podría. — Se referirán a la manta. Eire era la diosa del hogar... En primer lugar, tendríamos que entrar, y para eso, nos tienen que dejar entrar. Y... ¿formar un hogar con ellos? No lo veo claro. Y dudo que tenga un escudo que seguir como Nuada. — ¿Y cómo vamos a hacer que los elfos nos dejen entrar? No son tan confiados. — Alabándoles mucho. — No soy yo muy de alabar porque sí. — Dijo Nancy con sarcasmo. Ahí, Marcus ladeó una sonrisa. — Pero yo sí. — Encogió un hombro. — Y no es porque sí. Es por el bien de tu investigación. — Eso es conveniencia. Y no sabes suficiente gaélico, ¿pretendes ponerte a estudiarlo esta tarde? — Ladeó la sonrisa aún más. — Querida prima, parece que no conoces el maravilloso y lleno de posibilidades mundo de la magia. — Nancy suspiró. — Los elfos no son tontos, Marcus. Detectan la poción idiomática. — No estaba pensando en poción idiomática porque, efectivamente, no pretendo insultar la inteligencia de los elfos. Voy a comunicarme con ellos en gaélico, pero con sinceridad. — Nancy arqueó una ceja. Se explicó. — Supongo que habrá tienda de plumas en Connatch ¿no? — Hizo un gesto con la mano. — Voy a comprarme una vuelapluma. — O podrías ir tú por mí, que conoces mejor este sitio, y así... No. No iba a mandar a Nancy a la tienda y esperar a que Alice se despistara, otra vez hablaba la espada por él. Se puso de pie directamente para evitar dicha tentación. — Solo necesito que me deis unas horas. Creedme, puedo entrenar una vuelapluma en unas horas. — Vio que Nancy boqueaba como si quisiera contradecirle, pero se calló. Me has visto transmutar sangre viva en un segundo, creo que puedo con una pluma de juguete. — Mi vuelapluma escribirá el discurso que quiero darles a los elfos en inglés, y la tuya lo traducirá al gaélico delante de mí para que pueda decirlo en esa lengua. — Nancy arqueó las cejas, sorprendida. No les dio tiempo a decirles nada. — Ahora vengo. — Y se fue. Y, cuando volviera, se encerraría en un cuarto con la pluma hasta que la tuviera dominada. Y lejos de la espada.

 

ALICE

Una vez en la habitación estaban indudablemente más a gusto… Pero eso le hizo darse cuenta de que las cosas estaban raras. No para Nancy, claro, Nancy estaba muy arriba con el hecho de haber encontrado lo que tanto tiempo llevaba buscando, pero Marcus estaba… Alice se había pasado los últimos siete años de su vida escudriñando ese rostro, y sabía que algo estaba fuera de su sitio. Y ella tendía a echarse las culpas de las cosas, pero sinceramente, era incapaz de entender qué podía haber hecho en… ¿dos? ¿Tres horas? Para haber generado algo que a Marcus no le dejara descansar. Porque ese era su aspecto, el de alguien que no había sido capaz de pegar ojo porque algo no le deja parar de pensar… Y sí, habían hecho un descubrimiento muy fuerte, muy grande, y del que no estaban seguros de cómo manejar, pero…

Daba igual, Nancy estaba de cabeza a todo lo que fuera recuperar la manta de Eire, y Marcus se había subido a aquel barco y, ciertamente, tenían la segunda reliquia al alcance de los dedos, así que… Tomó aire y trató de centrarse en lo que decían. — Desde luego, si alguien puede usar la labia con unos elfos Gryffindor, eres tú. Lo que temo es ofenderles yo si no quiero comer lo que ofrecen… — Intentó hacer la gracia, pero claramente no había lugar para eso en ese momento. Concentración. Se dedicó a asistir al partido de quidditch entre los primos, aunque no se lanzaban pelotas sino opciones. Eso sí, parpadeó cuando Marcus dijo aquello de la vuelapluma. A ver, su novio era perfectamente capaz de aprender a usar una vuelapluma en un corto espacio de tiempo, pero tal como le veía de… perdido en su mente… Como no le saliera y se frustrara… Daba igual, claramente ese día Marcus no necesitaba de su opinión o consejo para nada.

Removía preocupada las patatas guisadas que se estaba comiendo con Nancy en el comedor de la posada, o más bien no comiendo. Se le había cerrado el estómago cuando fue a tocar a la puerta de su habitación para avisar a Marcus de que bajaban a comer y él le había pedido que le llevaran la comida para comer allí dentro. — ¿Qué te pasa? — Preguntó Nancy. Ella levantó la vista y se encogió de hombros. — No sé… Marcus y yo… siempre estudiamos las cosas juntos. Cuando éramos pequeños, prometimos que siempre caminaríamos de la mano, uno al lado del otro, y alguna vez en cuestiones personales o sentimentales lo hemos incumplido, pero en investigaciones y estudios, nunca. — Dejó salir el aire, mirando cómo los dueños de la posada empezaban a colocar los adornos de Navidad. — Ya es casi Navidad, y en circunstancias normales, llevaríamos todo este mes preparándolo todo. Marcus se moría de ganas por que viniera la familia de América y, sobre todo, Lex. — Tragó saliva e intentó centrarse. — Sé que es absurdo, pero es como si… desde que vimos las runas de aquella cueva, no, desde que fuimos a la roca de Fáil, algo hubiera hecho clic en él, y haya puesto todo lo demás en un segundo plano… Y su reacción con la espada… — Negó con la cabeza. — No lo sé explicar, Nancy, de verdad, pero algo le pasa. — La chica terminó de masticar, pero sin dejar de mirarla. Claramente, una irlandesa no dejaba de comer por filosofar. — La verdad es que yo lo he entendido como que la magia ancestral le interesa mucho para su investigación para la licencia, es normal. Encima tiene una sombra muy alargada con el tío Lawrence… — Bueno, yo también. — Replicó Alice. — Yo también soy alquimista y soy la aprendiz de Lawrence. — Es distinto y lo sabes. El tío Larry te admira y le encanta tener dos aprendices en vez de uno, pero a Marcus lleva preparándole para esto desde que aprendió a hablar y a señalar objetos alquímicos en gaélico. Y Marcus siente mucha presión a ese respecto. Tú serás enfermera y usarás la alquimia, para él será toda su vida. — Se cruzó de brazos involuntariamente. — Bueno, técnicamente existimos más cosas en su vida. — Sacó un pucherito un poco involuntario. — Si no puedo seguirle a nivel intelectual… ¿Simplemente se va a aislar en la habitación a investigar y dejarme a mí fuera de la ecuación? — Nancy se encogió de hombros, rebañando su plato. — ¿No es lo que querías? Dejarle a él la investigación más… puramente alquímica y tú centrarte en la sanitaria. — Dejó salir un poco el aire. — Pues sí… Pero no a costa de sentir que está en otra parte y que yo no llego, la verdad. — Ella siempre había disfrutado cuando veía a Marcus lograr nuevos horizontes de su inteligencia y su poder, pero… nunca había sentido que eso le alejara de ella, y ahora… — Alice. — Le llamó Nancy. — Sinceramente, creo que su sangre Slytherin se ha tirado un triple por el aro central y se le ha ocurrido lo de la vuelapluma y ahora, si no lo consigue, su orgullo sufrirá terribles tormentos. — Eso la hizo reír un poco. — Deja que haga lo de la vuelapluma, recuperamos la reliquia de Eire y volvemos a casa. En Ballyknow verás todo mucho más claro. — Y eso esperaba ella al menos. Solo quería encontrar la dichosa manta y sentarse con Marcus a solas, intentar llegar al fondo de aquello.

 

MARCUS

No tardó en encontrar una tienda de plumas y poner los ojos en la que sería su vuelapluma. Marcus nunca había sido amigo de las vuelaplumas: sentía que tendría que estar todo el tiempo vigilando si lo que escribían estaba bien, y para eso le resultaba más práctico, directamente, escribir él. Pero sabía que más tarde o más temprano tendría tanto trabajo que le haría falta. El momento había llegado antes de lo que esperaba y por motivos que no había contemplado. Pero siempre era bien recibido aprender una nueva habilidad, y ya la tendría al fin y al cabo.

Se encerró en su habitación y decidió no salir hasta que hubiera terminado. Anochecía a las cuatro y veinte y quería hacer eso antes de que se hiciera de noche, porque tratar de introducirse en una cueva llena de elfos en la oscuridad y en mitad de la nada no le parecía la mejor de las ideas, y no veía a su hiperexcitado cerebro muy por la labor de esperar al día siguiente. Afortunadamente, apenas pasadas las dos de la tarde, había conseguido tener la vuelapluma dominada, su trabajo le había costado. Salió de la habitación limpiándose distraídamente el sudor de la frente, sin darse cuenta, focalizado, y entró en la de su prima sin llamar, sabiendo que las encontraría a ambas allí. — Listo. — Nancy dio un saltito, poniéndose de pie. — ¡Genial! Voy a por nuestros abrigos. — Al quedarse a solas con Alice, la miró y soltó un leve jadeo. Parecía que venía de una carrera. — Necesitaba poner todas mis energías en eso. — Y seguía en ello, en esa pompa de concentración, porque ahora repasaba en su cabeza una y otra vez los derroteros que podía tomar la conversación con los elfos. Sentía que, todo lo que hablara fuera de esa línea, le arriesgaba a perder datos, y no quería. Así que iba a estar parco en palabras hasta que hubieran terminado su misión.

— Mmmm a ver, Marcus, tu opinión. Nosotras hemos estado debatiendo un rato. ¿Ves bien...? — La espada se queda aquí. — Se lo estaba viendo venir, y la respuesta era un no rotundo. Su discurso con los elfos ya estaba de por sí cimentado en la base de no mostrarles la espada. Nancy y Alice se miraron, y su prima trató de buscar las palabras, con una sonrisilla. — Bueno, es que claro. Dejarla por aquí... Es que es eso. — Rio, nerviosa. — Muy buena la idea de cogerla pero ¿y ahora quién la custodia? Pero claro, tampoco pasearla por ahí... — No te preocupes. — Dijo, y las instó con un gesto a salir de la habitación, sacando la varita. — No es tan fácil romper un hechizo mío. De mi madre. — Puntualizó. — Si alguien intenta robar, le pillaremos intentando romperlo cuando ya estemos de vuelta. — Marcus siempre había estado seguro de sí mismo, pero ahora se sentía imbuido de una seguridad inusitada. Esperó a que salieran y echó varios hechizos a la puerta. No, eso no iba a ser tan fácil de romper, estaba convencido. Y dudaba que hubiera ladrones profesionales por allí esperando. Ya estaban preparados para marcharse.

 

ALICE

No sabía si la hora desde que habían terminado de comer hasta que Marcus salió del cuarto se le había hecho corta o larga. Se había quedado releyendo los papeles, traducciones, leyendas, palabras en gaélico… Pero tampoco era capaz de concentrarse y solo podía pensar en la cara de Marcus allí arriba, donde la espada y… en la maldita cuerva graznando… Sea como fuere, cuando le vio aparecer, pudo hacer una respiración profunda y sonrió al verle más activo. Fue un poquito taxativo de más en lo de no llevarse la espada, pero bueno, compartía su punto de vista, así que simplemente asintió. Sí, ella tampoco tenía mucha ilusión de llevar la espada por ahí, el hechizo psicométrico la había dejado tocadita.

Alzó una ceja y rio. — Alguien se siente especialmente poderoso hoy ¿eh? Primero una vuelapluma y ahora un hechizo de Emma O’Donnell ni más ni menos. — Y estaba intentando darle comicidad al asunto, pero seguía espinada por todo aquello. Solo quería volver a Ballyknow, pero, a ser posible, con la reliquia, porque veía venir que como no la consiguieran, no iba a haber quien aguantara a los primos O’Donnell. Miró por la ventana y se agarró del brazo de Marcus. — Venga, estoy deseando ver cómo te camelas a esos elfos. — E iba a añadir que a Molly le encantaría oírlo, pero, realmente, no tenía ni idea de qué podían contar y qué no. Aquello era complicado.

Deseaba tener un momentito con Marcus, darle la mano, hablar de qué hacer con las reliquias, pero no había tiempo que perder. Se había levantado un viento bastante desagradable y negrísimas nubes oscurecían aún más la tarde. — Alice, ¿tú te acuerdas de qué montículo era el de los elfos? — Demandó Nancy. Sí, supongo que la reflexión será en otro momento. De hecho, iba a acercarse y sacar su corazón más Hufflepuff, pero claramente no era eso lo que se requería en aquel momento, así que simplemente miró a Marcus y dijo. — Es aquel de allí. — Invocó un Lumos flojito, que no quería incomodar a los elfos, y señaló el lugar. — Tú me dices qué necesitas de mí y qué hago a continuación. — Al final iba a ser la mejor y más rápida manera de ayudar y que pudieran volver a Ballyknow a descansar, pensar y digerir, ponerse a las órdenes de Marcus, que al menos tenía un plan, no como ella que, a cada minuto que pasaba, sentía que se liaba más en la cabeza.

 

MARCUS

Estaba viendo los intentos de acercamiento de Alice y de destensar el ambiente, pero es que él ni estaba distante ni estaba tenso: solo estaba concentrado. Esto era lo más importante y trascendente a lo que se habían enfrentado hasta ahora a nivel de conocimientos y de posibilidad de hacer historia, y no quería ni medio paso en falso. Se limitó a sonreír a su novia y a guiñarle un ojo, para que viera que todo seguía normal. La cuestión era si realmente, en la cabeza de Marcus, estaba todo normal.

Faltaba poco menos de dos horas para la anochecida, por lo que contaban con mucho menos tiempo del que le gustaría, pero no iba a aguantar con esa tensión veinticuatro horas más. Esperaba no estar precipitándose. Se acercaron a la montaña, él con su concentración, pero antes de ponerse en un punto en el que pudieran ser oídos por los elfos, se dirigió a las chicas, sacando el material que iba a necesitar: a saber, papel de sobra y su nueva vuelapluma. — Lo hacemos así: mi vuelapluma ya está entrenada. Estará delante de ti, Nancy, mientras que el papel con tu vuelapluma estarán delante de mí. — ¿Y si los elfos lo ven? — Lo van a ver. Pienso ir con la verdad por delante, creo que va a ser mejor... Más honorable. Recordemos que estamos jugando con Gryffindors. — Nancy asintió. — Mi vuelapluma irá escribiéndote el discurso que quiero dar en inglés, y necesito que tú mandes a la tuya a traducirlo al gaélico. Eso será lo que yo vaya diciéndole a los elfos. — Miró a Alice. — Los dos vamos a estar muy concentrados, así que necesito que tengas los sentidos más despiertos que nunca a todo lo que no sea puramente la conversación: un elfo traicionero que se acerque a nosotros sin que lo veamos; gente que se acerque, sean muggles o magos, o algún animal; una borrasca que pueda descargar una lluvia que nos empape los papeles, porque de eso depende toda esta estrategia; luz si ves que se oscurece el entorno y no puedo leer bien. Cualquier cosa que creas que nos puede entorpecer. — Sinceramente, esperaba que no hiciera falta la intervención de Alice, sería señal de que todo iba marchando bien.

Dicho eso, se dispusieron en sus posiciones y se acercaron al lugar. Se agachó, apoyando una rodilla en el suelo, y cambiando por completo la expresión de su cara a una mucho más dócil. Los ojos escrutadores no tardaron en emerger del suelo, pero su vuelapluma había empezado a funcionar, y segundos más tardes, la de Nancy, también. Se concentró lo máximo que podía y deseó con todo su corazón tener una pronunciación de gaélico lo más adecuada posible, y en ese idioma, comenzó a hablar. — Disculpad nuestra intromisión. Ayer pasamos por aquí, y sabiendo que se encuentra aquí la diosa Eire, no éramos capaces de volver a nuestras casas sin saber un poco más de ella. — Salieron poco a poco tres cabezas. Dos de ellos se mostraban curiosos, pero un tercero aparecía mucho más suspicaz. Escupió una frase brusca, que la vuelapluma de su prima no tardó en traducir ante él. — "No hablas gaélico. Te lo está traduciendo aquella chica". — Marcus asintió. — Es cierto, no pretendo engañaros. Mis nociones de gaélico no son suficientes. Supongo que no soy digno de los dioses... no aún, al menos. — "Quiere las reliquias". — Espetó el elfo enfadado. — "No es más que otro vanidoso humano que busca robarnos lo que es nuestro". — La vanidad es el mayor defecto que tenemos los humanos, tenéis razón. — No como los elfos, que sois todo humildad, pensó con acidez, y luego se arrepintió, vaya que la vuelapluma lo escribiera. Pero bueno, dudaba que Nancy fuera a traducirle eso.

— Soy de sangre irlandesa, pero, como tantos irlandeses, mis abuelos y mi padre tuvieron que abandonar su pueblo. — Los dos elfos que estaban callados se miraron de reojo, pero el otro seguía escrutándole, nada convencido. — He venido porque quiero, necesito, conocer mis raíces. Saber de dónde vengo, conocer mi historia. Siento que conozco a estos dioses de toda la vida sin haber venido aquí, y eso es porque mi corazón les llama. Solo quiero vuestra ayuda. No creo que nadie como vosotros, como la diosa Eire, pueda hablar más desde el corazón de Irlanda. — El escéptico empezaba a variar la mirada, y los otros dos cuchicheaban entre sí. Apareció un texto de la vuelapluma de Nancy en inglés: "no llego a oírles desde aquí, pero parece que les estás convenciendo, sigue así". Sí, Marcus también lo creía. Pero no iba a decir nada más por ahora, les tocaba hablar a ellos.

— "¿Cómo sabemos que no intentas engañarnos?" — Preguntó uno de los dos elfos más tranquilos. — Mi nombre es Marcus O'Donnell. ¿Puedo saber los vuestros? — Preguntó con humildad, y con tranquilidad respondió quien acababa de hablarle. — "Fingolfin". — Respondió, y a Marcus se le esbozó una sonrisa de vencedor en la cara. De todos los nombres de elfos JUSTO había ido a llamarse así su interlocutor. Era de los pocos cuyo significado se sabía. — Fingolfin. No sabes lo que me honra hablar con un sabio. Rowena Ravenclaw es mi guía, en su casa he estudiado. — El otro parpadeó, como si temiera estar cayendo en las garras de un humano, pero valorando seriamente la posibilidad. — "Yo soy Círdan. Carpintero de los mares". — Respondió el otro elfo, que hasta ahora se había mantenido callado. Marcus asintió con un gesto respetuoso de la cabeza. El escéptico no contestó. — "Dinos, Marcus O'Donnell: ¿acabáis de llegar a Irlanda y ya vais buscando las reliquias?" — Preguntó Círdan. — Irlanda es mi hogar. El hogar no es el lugar donde resides, sino donde está tu corazón. Eire dio un hogar a los irlandeses, y necesito encontrar su significado. — "Entonces, ¿por qué habéis ido a buscar en primer lugar la espada de Nuada?" — Preguntó el elfo escéptico. Marcus respondió. — Porque necesitaba su valor para hablar con vosotros. — Tras una pausa, añadió. — Sabéis que digo la verdad, sé que en el fondo lo sabéis. — "¿Y qué pasa con ellas?" — Señaló el elfo a las dos chicas. Tras eso, confesó. — "Mi nombre es Angrod, héroe de hierro. Yo ayudé a forjar la espada de Nuada. Yo protejo esta casa con mano dura. No dejaré pasar a cualquiera". — Si forjasteis esa espada, sabréis el poder que posee. — "Un poder incalculable". — ¿Y vais a negar la entrada al hogar de Eire a quienes han sido dignos de tomar la espada de su esposo? — Tal y como esperaba, la pregunta generó un impacto inmediato en los tres elfos, que abrieron mucho los ojos, murmuraron entre sí y se agitaron. Angrod se envaró. — "¿Tenéis la espada? ¿Qué habéis hecho con ella?" — Está a buen recaudo. Protegida. — Le miró con intensidad. — Angrod, ¿qué prefieres reconocer? ¿Que no somos dignos y que, por tanto, si tenemos la espada, es porque vuestra defensa de ella no era suficiente, o que sí lo somos, pero no estás confiando en nosotros? — El elfo titubeó, aunque con mala cara, y Círdan se giró hacia él con agitación, hablándole a tanta velocidad que Nancy no estaba siendo capaz de traducir.

— Somos tres irlandeses de corazón que solo queremos conocer nuestro origen, que somos dignos de alguien de corazón tan valeroso como Nuada, y que nos mostramos humildes ante vosotros y ante la diosa Eire. Os ruego que nos permitáis ser acogidos en un lugar que nos sobrecoge y que marcará nuestra existencia. — "Solo si nos garantizas que la espada estará verdaderamente a salvo, ¿qué magia usarás para protegerla?" — Preguntó el sabio. — Magia ancestral. No hay otra que pueda. — Los tres elfos se miraron, y Angrod dijo. — "Los humanos no sabéis usar la magia ancestral. Y menos un humano tan joven". — Sí los alquimistas. Dos de nosotros somos alquimistas. Y sí, somos jóvenes, pero por eso queremos empezar cuanto antes a conocer la magia verdadera. — Y ahí pareció dar con la clave, reconociendo la magia ancestral como "la magia verdadera". Tras compartir un espeso silencio y una mirada entre los tres, Angrod y Círdan descendieron (el primero mirándole, de nuevo, con suspicacia) y Fingolfin dijo. — "Podéis adentraros en la casa de Eire. Y veremos si realmente sois dignos de ella". —

 

ALICE

El plan, desde luego, estaba pulido, no pudo más que escuchar y asentir. Su papel era, justamente, proteger ese plan como una burbuja. No iba a ser tarea fácil tampoco, porque el tiempo estaba revuelto, el territorio podía ser hostil, y Alice aún estaba… inquieta. No obstante, asintió y sacó la varita. — Al lío. — Dijo como toda confirmación. En el fondo, estaba deseando ver cómo salía todo aquello.

Aún no controlaba tanto de la raza élfica como para reconocerlos y saber si eran los del día anterior. Todos parecía tener ese color entre rosa y amoratado, los ojos ambarinos y la forma de la cara ovalada. No ayudaba que no quisieran acercarse mucho. Enseguida se dio cuenta de que esta vez venían tres, pero no se dio cuenta de mucho más, porque no entendía nada, y no podía pararse a leer sin dejar de prestar atención al entorno, así que simplemente fue parando corrientes de vientos y observando las nubes acercarse, deseando que los elfos se decidieran. Entendió los nombres “Fingolfin” “Círan” y diría que “Angrod” también lo era, pero prácticamente apenas distinguía “Irlanda” y un par de cosas más entre lo que decían. Una frase de su novio impactó a los elfos, y había entendido “esposo” así que era posible que estuvieran hablando de la espada de Nuada. Por favor, que esto no dure mucho más, temo que la lluvia no nos va a dar tregua, pensó, impaciente. Pudo distinguir “alquimista” y “joven” y, poco después, cuando ya empezaba a oler a lluvia y se veía venir el desastre, porque invocar un paraguas tan grande iba a estar complicado, les dejaron pasar.

Temerosos y cautos, avanzaron a la franja abierta en la roca, y eso le permitió darse cuenta del tamaño real de los elfos. Le llegaban un poco por debajo del cuello, y parecían machos, así que las hembras y los pequeños serían aún más bajitos. Nada más entrar, le golpeó el olor a humedad, aunque no era desagradable, solo espeso. Durante unos segundos, sus ojos no se acostumbraban a la oscuridad, pero, de repente, oyó una corriente de agua cercana y, como si eso activara lo demás, empezó a visualizar luces. Eran pequeñas luces en el techo. — Wow… Qué bonito. — Dijo con voz queda. Ante sus ojos, empezó a visualizar una aldea pequeñita, con sus casitas, un arroyo que la surcaba con sus puentecitos, plantas y árboles que no sabía reconocer, y todo dentro de la roca de la montaña. Uno de ellos habló. — Círan dice que cuando cayó la dinastía de los reyes de Irlanda y los druidas cedieron el terreno a los sinluz… O sea, a los muggles, ellos se escondieron aquí. Que esas luces que te han gustado imitan el cielo nocturno que los que no salen de aquí no pueden ver. — Tradujo Nancy. — ¿No salen de aquí? — Preguntó Alice, preocupada. Círan negó y le contestó en gaélico. — Por lo visto solo lo que él ha llamado “cillians”, es decir, guardianes, salen al exterior, aunque todos hacen vigilancias en la entrada. —

Llegaron a una especie de edificio central, mientras atravesaban las calles donde familias enteras de elfos les miraban curiosos. El edificio era como una gran sala sin paredes, circular, y había más elfos allí, sentados, probablemente avisados de que llegaban. Uno que estaba en el medio les señaló tres alfombrillas circulares que estaban en el centro de la sala. El elfo que parecía que manejaba el asunto dijo “fáilte” y eso sí lo entendió. Agachó la cabeza instintivamente, y tan solo contestó “gracias”, antes de que Nancy se pusiera a traducir, y ella, esta vez sí, pudo leer lo que ponía en los pergaminos, que dispuso rápidamente levitando ante Marcus y su prima, con el bote de tinta en la mano, porque eso iba para largo. — “Sed bienvenidos a Daingean, la aldea de los elfos guardianes de Irlanda y el valor.” — Eso debía referirse a Eire y Nuada. — “Hace más de mil años, nuestro dios Nuada y nuestra diosa Eire, magos como vosotros, nos encomendaron la tarea de guardar este pedazo del corazón de Irlanda. Como magos que sois, y descendientes de ellos, os consideramos acogidos bajo la ley de Oigidecht.” — El elfo calló y Alice y Marcus miraron con cara de auxilio a Nancy. — Oigidecht es la ley de la hospitalidad irlandesa. Señala que ellos tienen que compartir su comida y acomodo con nosotros, y nosotros, antes de irnos, debemos proveer de entretenimiento. — ¿Cómo? — Preguntó Alice. — Sí, alguna canción, cuento, lo que sea. No hablemos más en inglés que se van a mosquear. — Ella suspiró y simplemente miró al frente. Esto se le iba a hacer largo, pero confiaba al cien por cien en Marcus. Las vuelaplumas volvieron. — “La ley dicta que ninguno debemos usar nuestras armas, así que dejad vuestros báculos mágicos en el suelo.” — Se mordió los labios y predicó con el ejemplo, dejándola frente a sí. Habrá que ver qué tiene todo el mundo en Irlanda contra las varitas, se dijo a sí misma, expectante a todo lo que estaba ocurriendo. — "¿Cuáles son vuestros nombres? Los de las mujeres." — Nancy. — ¿Nansha? — Preguntaron extrañados los elfos. Claramente ese nombre no les hacía gracia. — Nancy Mullighan. — ¡Ah! ¡Moligan! ¡Moligan! — Eso les había caído mejor. Todos la miraron a ella. — Alice. — Los ceños fruncidos no fueron sorpresa, pero entonces se le ocurrió algo. Trató de sacar su mejor conocimiento de gaélico y dijo. — En mi idioma, Alice es Firínne. — ¡Ah! ¡Firínne! ¡Firínne! — Jalearon contentos mientras la señalaba. Nancy sonrió y la miró. — Eso les ha gustado. — Ella respondió con otra sonrisa y una nueva inclinación de cabeza, cediéndole el terreno a Marcus.

 

MARCUS

Entraron con mucha cautela, y se ahorró las sorpresas y la euforia por la curiosidad Ravenclaw para cuando saliera de allí y lo hablara con sus acompañantes, porque ahora sí que sí estaba pisando terreno delicado, puede que incluso peligroso. El ambiente era hermoso como solo los elfos sabían hacerlo, porque sus poblados siempre estaban impregnados de una belleza y una magia imposible de encontrar en ninguna otra parte. Su yo investigador estaba llorando de emoción. Sin embargo, tenía encima demasiadas capas de concentración y ganas de conseguir su objetivo como para que se trasluciera por fuera.

La comitiva de recepción en el edificio le hizo pensar que esperaban ese momento, y eso podía jugar en su favor. Angrod le miró de soslayo y habló. Seguía teniendo el papel con la vuelapluma cerca para ver las traducciones de Nancy. — “Muchos esperan al elegido. No tienes por qué ser tú. No eres el primero que lo intenta.” — ¿Y cuántos antes habían entrado aquí? — Hubo una leve pausa, pero el elfo no mutó el gesto desconfiado. — “Algunos.” — Marcus dio la callada por respuesta, porque discutir no lo veía la mejor estrategia. Pero lo dudaba mucho. Y, desde luego, de haber ocurrido, la reliquia volvía a estar allí, por lo que la habían devuelto. Como ellos la devolverían cuando terminaran la investigación, pero si era algo que iba y venía, entonces estaban actuando con exceso de parafernalia. En cualquiera de los dos casos, se sentía con posibilidades.

Se sentó y saludó con cortesía al elfo que presidía la sala. Seguía la lectura que proporcionaba Nancy, pero la mención a una ley en gaélico le hizo entornar los ojos hacia ella, esperando una aclaración que tenía claro que necesitaría para poder continuar. Asintió, mirando al elfo. Entretenimiento a cambio de hospitalidad, podía hacerlo. Por supuesto, les pidieron soltar las varitas. Marcus no era nada partidario de desprenderse de su varita, pero no le iba a quedar de otra que mostrarse colaborador, y dudaba que esos elfos les fueran a tender una emboscada (quería pensar). Aun así, no le hacía demasiada gracia saber que se les estaba haciendo de noche y estaban en terreno desconocido, sin varitas, con criaturas de otra especie que hablaban un idioma que no dominaba y bajo tierra. Nuada sí que debía haberle infundido de un valor y una negligencia al más puro estilo Gryffindor para estar haciendo eso sin pestañear.

No pudo contener la sonrisa ladina y la mirada entornada y orgullosa hacia su novia por esa estrategia con el nombre en gaélico. Miró al jefe y volvió a agachar la cabeza en señal de respeto. — Nos honran con su hospitalidad. Este lugar es magia pura. — Alzó la cabeza y dijo de corazón. — Jamás habíamos visto algo así. — Ahí sí que estaba siendo cien por cien sincero, por qué no usarlo. Parecían cordiales pero serios cuando le miraban. Su madre era Emma O'Donnell, no le amedrentaba esa actitud en absoluto. — "Es Marcus O'Donnell. Dice ser de linaje irlandés, pero no sabe gaélico. Mulligan le traduce". — Le introdujo sin requerirlo Angrod. Los otros dos elfos habían llegado ante él y le miraban. Al igual que pasó con el apellido de su prima, sin embargo y para claro descontento de Angrod, su apellido también había producido un agradable revuelo en el entorno. Menos mal que había heredado el O'Donnell y no el Horner.

El elfo central se levantó y se dirigió hacia ellos. — "Mi nombre es Eru, el único. Soy la máxima autoridad en este lugar". — Extendió los brazos. — "Sed bienvenidos. Ya sois parte de aquí." — Y, con un chasquido de los dedos, el ambiente se volvió repentinamente más cálido, empezó a sonar de fondo música irlandesa y todos los elfos se removieron, colocando mesas en los alrededores, tapetes y trayendo fuentes de comida. Los tres se miraron entre sí. Empezaba a plantearse si lo que estaban viviendo era real o en algún momento habían sido hechizados y estaban alucinando. Eru se acercó a ellos y, con un gesto de la mano, apareció una cúpula protectora sobre sus varitas. — "Así están protegidas, ellas de nosotros y nosotros de ellas. Podéis marchar cuando queráis, y cuando la hagáis, os las llevaréis con vosotros. Pero ahora, queremos ver que os sintáis como en casa." — Hizo un gesto con el brazo hacia el interior. Detrás de donde estaban sentados habían aparecido más y más mesas, elfos, comida y decoraciones.

¿Hasta qué punto la comida élfica podría ser tóxica para nosotros? Le lanzó mentalmente a la vuelapluma, esperando a que Nancy leyera y trasladara al papel que él había recogido del aire. "Hasta donde yo sé, comemos lo mismo, solo que ellos no son tan carnívoros. Hay sobre todo vegetales y pequeños animales. No creo que nada sea venenoso, y si lo hay, nos avisarán. La ley de la hospitalidad aquí es muy estricta." Bien, confiaría en ello entonces. Justo acababa de terminar de leer cuando casi se sobresalta por un elfo bastante pequeño que venía corriendo hacia él. Una elfa, a juzgar por el tono de su voz. Preguntó algo a toda velocidad que Nancy no tardó en traducirle. — "¿Dónde habéis nacido? ¿Está muy lejos? ¿Hacéis magia como hacía la diosa Eire?" — Marcus miró a Alice. Una niña. Le estaban sirviendo en bandeja de plata que aquello le saliera a pedir de boca. Mientras la pluma actuaba y Nancy le traducía, se agachó ante ella y le habló con la dulzura que le hablaba a todos los niños. — Mulligan es mi prima, nació en Ballyknow, muy cerca de aquí. Ella es mi novia, nosotros nacimos en Inglaterra. — "La isla grande". — Una de ellas, sí. Pero mi familia es de aquí. — "Pero ella no". — Señaló confusa, mirando a Alice. — Pero ella viene conmigo, porque nos amamos, como Eire y Nuada. Ella es mi Fírinne. Y quiero darle el hogar que merece, como la diosa nos ha enseñado. — La niña se puso muy contenta. Más contento estaba él. — Me llamo Marcus O'Donnell. ¿Y tú? — "Elentari, reina de las estrellas." — Marcus sonrió y le hizo una reverencia. — Nuestra reina. Nosotros somos hijos de las estrellas. — La niña respondió la reverencia, soltó una sonrisita y salió corriendo. Al alzar la mirada, vio a Fingolfin y Círdan susurrando entre ellos y mirándole. Marcus sonrió y asintió con cortesía, y recibió por parte de ellos idéntico gesto. Tenía cada vez a más elfos de su parte.

— Tenemos que comer. Y ya podemos disfrutar de la comida. — Susurró Nancy. Les habían indicado que se sentaran en una de las largas mesas, y ahora estaban rodeados de elfos que les miraban, pero que también comían y hablaban entre ellos. Eru se les sentó cerca. Pero si algo se le daba a Marcus mejor que los niños en un entorno era loar la comida. Salvo porque las verduras eran ligeramente más amargas, prácticamente todo era, como Nancy señalaba, muy parecido a lo que comían ellos, así que no le costó ningún trabajo ensalzar el menú. Las chicas estaban mucho más calladas que él, pero al fin y al cabo habían dejado aquella tarea en sus manos, y él estaba comprobando lo bien que le estaba saliendo, y eso solo le hacía venirse más arriba. Cuando se quiso dar cuenta, tenía a su alrededor un buen grupo de elfos interesándose por sus orígenes y preguntándole sobre la vida de los humanos, y también contándole anécdotas del poblado, como si estuvieran... en una reunión familiar. Esa era la clave. Eire era la diosa del hogar irlandés. Había que sentirse como en un hogar irlandés. Y Marcus de eso sabía de sobra.

Pero lo de "entretener" a sus anfitriones no consistía solo en charlar con ellos y contar anécdotas, sino que había que hacer algo más, Nancy lo estaba notando y se lo hizo saber. Como Marcus parecía haberse ganado la familiaridad del grupo, ella fue quien se animó a hacerlo. Puso su mejor sonrisa, carraspeó levemente y se puso de pie. — Ahora, si nuestros anfitriones nos lo permiten, querría cantaros una canción de mi pueblo, una que las abuelas cantan siempre a sus nietos. — Le dio la sensación de que los tres elfos guardianes no parecían de acuerdo con la actuación, pero el resto del pueblo estaba bastante entregado, y Eru no daba señas ni de una cosa ni de otra. Nancy cantó y todos aplaudieron con energía cuando terminó, y la chica hizo un par de graciosas reverencias al terminar. Empezaron a escucharse gritos de júbilo en el entorno que dejaron a Nancy un tanto bloqueada, por lo que tardó en traducir, pero los escasos conocimientos de gaélico de Marcus daban para saber lo que decían sin necesidad de traducción. — "¡Son ellos! ¡Sus hijos! ¡Están en casa!" — Los tres se miraron, tratando de disimular muchísimo la emoción. Eru, en cambio, alzó una mano pausadamente, haciendo que los murmullos se callaran hasta quedar el entorno en silencio. — "Ahora tú". — Le dijo a él, mirándole. Marcus disimuló muchísimo que había tragado saliva. ¿Él? ¿Cantar? — "Te toca entretenernos". — Veía de soslayo a Angrod con una sonrisa de suficiencia, y a Fingolfin y Círdan expectantes. ¿Era un entretenimiento por persona? ¿Después se lo pedirían a Alice? Algo le decía que no. El de Nancy no había generado tanta expectación y Alice no parecía preocuparles. Se lo estaban pidiendo a él, que era el que había iniciado aquello. Y quien claramente estaba llevando el timón de la situación.

Se puso de pie y se aclaró la garganta, de nuevo con el pergamino bien cerca para leer lo que Nancy tradujera. — Del hogar y valor se lleva hablando desde los inicios del ser humano. Me gustaría agradecer vuestra hospitalidad con este poema que estoy seguro que habría sido del gusto de Eire y Nuada, de un sabio griego llamado Arquílico, que vivió muchos años antes de ellos. — Se mojó los labios y miró fugazmente a las chicas. Rezad porque esto guste. Marcus no se sabía muchísimos poemas, y los pocos que sabía eran por Alice. Pero ese, precisamente, se lo enseñó su abuela, y recordó haber pensado qué absurdamente Gryffindor es. Reforzando su teoría Ravenclaw de que todo conocimiento podría ser usado en algún momento, ahí iba ese. — Alma, mi alma, agitada de incontrolables penas, / ponte en pie y defiéndete mostrando al enemigo / el pecho en la primera línea del combate, / con valor. Y si vences no presumas en público / ni en casa te derrumbes llorando si te vencen. / Con la dicha alégrate y con la tristeza aflígete, / mas no mucho. Recuerda: la vida tiene un ritmo. — Hubo una leve pausa, un silencio pesado, y simplemente veía la expresión impactada de los tres elfos que salieron a recibirle a la superficie. De repente, se generó una ovación generalizada. Se le desinfló el pecho de alivio, sonrió y se inclinó en agradecimiento. Ese era el sonido de una victoria, estaba seguro.

Cuando el jolgorio se fue apagando, Eru hizo un gesto con la mano, y todos los elfos volvieron a las posiciones iniciales, dejándoles prácticamente solos con él en la mesa. — "Volvamos al centro de la sala". — Les dijo, ceremonial. Así hicieron, y una vez allí, volvieron a colocarse en los círculos del suelo. Eru se había ocultado momentáneamente, y cuando apareció, oyó a Nancy contener una exclamación. — Es esa. Es la manta de Eire. — Susurró. Llevaba una tela envejecida, larga y tapizada en las manos, con escenas bordadas y un gran árbol central. Eru se sentó en su sillón y le miró a él. — "Levántate. Acércate". — Obedeció, y llegado al pie del sillón, le dijo. — "Arrodíllate". — Tragó saliva. Obedeció de nuevo. — "Dime, humano. ¿Cómo protegerías una reliquia tan sagrada e importante si la tuvieras en tu poder?" — Antes de poder abrir la boca, Eru habló. — "Has asegurado saber usar la magia ancestral. Hazlo".  — Acompasó su respiración. Tenía que hacer un sello alquímico, allí y ahora. La suerte había querido que el suelo fuera de tierra, por lo que podría dibujar un círculo de transmutación al menos con el dedo, ya que no tenía ni varita, ni pizarra ni ningún objeto externo. Pero claro, como para pedírselo a los elfos. La magia ancestral solo entendía de lo que te daba la naturaleza, nada de "objetos externos". Ahora tenía que crear un sello alquímico lo suficientemente fuerte como para demostrar que podía dejar aquello a buen recaudo. Fue a dibujar, conteniendo los nervios... y, de repente, recordó algo que le hizo entrar en pánico.

No tenía precio que pagar. Solo tenía un puñado de tierra en la que dibujar y sus manos, no tenía precio. Pensó arrancarse un trozo de tela de la ropa, o unos cuantos cabellos, era lo que tenía más a mano, pero no se le ocurría en ese momento nada lo suficientemente resistente o "natural" que hacer con eso, no como para crear un sello alquímico. Notaba la presión en las sienes, y demasiado silencio a su alrededor. Aquello era mucho peor que cualquier tribunal de alquimia, y no podía volverse ahora con el rabo entre las piernas, no habiendo llegado hasta allí... Y entonces recordó que... no sería la primera vez que utilizaba ese tipo de magia de esa forma. Alzó la mirada y vio unas hojas sobrantes sobre uno de los platos que no habían sido recogidos aún, en una mesa aledaña. Respiró hondo y, rápidamente, alzó la mano y, con todas sus fuerzas, se concentró en hacer a la hoja ir hacia él. Y lo hizo.

Se generó un revuelo asombrado a su alrededor que Eru acalló con un gesto de la mano. Ni él era consciente de cómo había hecho eso. Aquella vez, cuando invocó la varita, era SU varita lo que estaba invocando, no una hoja cualquiera. ¿Cómo lo había hecho? Lo que sí sabía era que había gastado mucha energía, porque se notaba sudando, con la mente embotada y la respiración agitada. Concéntrate, Marcus. Recupera la calma, se dijo, porque ahora tenía que usar alquimia, y aquellos elfos no iban a tener paciencia infinita. Se pasó el dorso de la mano por la frente y, controlando el temblor, dibujó un círculo en la tierra. Puso la hoja en él, cerró los ojos, moduló la respiración y se concentró. Casi se desestabiliza, pero cuando abrió los ojos, allí estaba lo que quería hacer. La hoja, sin mutar su color ni textura, había adoptado la forma de una especie de oblea. Marcus la tomó en las manos y la mostró. — Es un sello alquímico. Lleva magia sensorial. — Con prudencia, preguntó. — ¿Me permite? — Eru hizo un gesto afirmativo. — Necesito que... la deje un momento en el suelo. — Se lo pensó, pero el elfo dejó la manta en el suelo, a sus pies. Marcus puso el sello sobre la misma, y tras esto, miró a Angrod, que atendía a la escena. Tras varios cruces de miradas, el elfo se acercó. Al ir a tocar la manta, un escudo invisible se activó, propinando una descarga en la mano del elfo que le hizo contener un aullido y dar varios pasos para atrás. El entorno también contuvo la respiración. Eru le miró. — Habéis visto lo que he tardado en crear este, y lo poco que he usado. No es mi deseo matar a nadie, pero sí proteger la reliquia. Puedo hacerlo tan potente como me pidáis. — Notaba todas las miradas encima, entre sorprendidas, impresionadas y... ¿temerosas? — "Pónsela". — Ordenó, desde su segundo plano, Fingolfin. Le miró. — "Si eres digno, no ocurrirá nada. Si no lo eres, mueres". — Contuvo la respiración. Estaba viendo la vuelapluma de Nancy activarse para escribir, pero Marcus se adelantó. Es un farol, hizo que escribiera la suya, y la de su prima se detuvo. No le iban a hacer pasar por aquella prueba para ahora matarlo, ni mucho menos era ese el espíritu de Eire. Solo era una prueba más.

Por lo tanto, asintió. — "Retíralo". — Pidió Eru, que no debía fiarse mucho de su sello alquímico, así que Marcus obedeció, pero ahorrándose una sonrisa para sí. Con el entorno en un silencio sepulcral, el elfo tomó la manta en sus manos, avanzó hacia él y se la colocó por los hombros. Era pesada, pero sobre todo... tenía algo. Algo que le hacía sentir muy mareado, y ver... imágenes... ¿Eran recuerdos de Alice y de él? No lo veía nítido, y tampoco recordaba... esas escenas... Había prados verdes, y ella llevaba largos abrigos y flores en el pelo. ¿Eran Eire y Nuada? ¿Por qué sentía... como si fuera... una vivencia personal? Esa reliquia debía llevar impregnado otro hechizo sensorial, como la espada, y la energía mágica que había usado le había dejado bastante debilitado. Pero por fuera debía vérsele bastante estoico, porque al cabo de unos instantes de silencio, oyó las palabras de Angrod. Y lo que dijo lo entendió sin necesidad de traducción. — "Hijo de Ogmios". —

 

ALICE

Más o menos, entendió que el cabecilla se llamaba Eru y que les daba la bienvenida. Pues buena cosa. Qué terrible no enterarse de nada pero nada. Al menos podía ir siguiendo a Marcus y Nancy cuando dejaron las varitas. Si conocía de algo a su novio, estaba muriéndose por dentro, pero por fuera se le veía tranquilo. Al menos las habían protegido por una cúpula. Tomó aire y lo soltó, tratando de relajarse al mirar alrededor. Había muchos ojos amarillos y murmullos, algunos la miraban a ella y a Nancy, pero fundamentalmente miraban a Marcus, y le miraban más allá de la curiosidad, entre la expectación y el miedo. ¿Por qué a él? ¿Y por qué le miraban así? Marcus iba en modo… Slytherin encantador, vaya, no era tan raro. ¿Qué les pasaba?

Ni se le había ocurrido que pudiera ser tóxico, menos mal que su novio era más cauto. Una elfita se acercó y se puso a preguntarle cosas a Marcus, que ella leyó en los pergaminos. Se enterneció mucho con sus palabras, pero no quería desconcentrarle dándole la mano o tocándole, así que simplemente le miró con amor, con admiración, por cómo se estaba ganando a todo el mundo allí. Sonrió a Elentari y le tendió la mano, que la elfita miró con curiosidad, por lo que Alice se cogió su propia mano y se la estrechó con la otra, para enseñarle cómo se hacía, y Elentari, encantada de la vida, la imitó y se la estrechó con su diminuta manita.

Comió de a poquitos pero probando de todo con una agradecida sonrisa. La verdad es que era una comida muy poco pesada que ella y su constitución agradecían, así que se fue relajando un poco. Ella no podía hablar con los elfos como Marcus, pero sí leía el pergamino, asentía, negaba y daba las gracias. Las elfas le enseñaban a sus bebés elfos y a los jóvenes, y ella jugueteaba con ellos y reía, porque eso era universal en todos los idiomas. Eran justo las elfas las que con más intensidad la miraban, con cierta ternura y hasta admiración. Poco a poco se atrevieron hasta a tocarle el pelo y mirarle la pulsera y el colgante de cerca. Se reasentó en su sitio para ver a Nancy y aplaudió con una sincera ternura, porque la canción le había encantado, y se llevó las manos al pecho ante Marcus recitando, con suspirito y todo. A ver, había exagerado un poquito, pero es que parecía que a las elfas les gustaba esa faceta enamorada de ella, y, de corazón, le había encantado y le había parecido un perfecto poema. Lo de “son sus hijos” la dejó un poco rayada, pero todo parecía ir tan bien, que no quiso centrarse en pensamientos que le pudieran generar una tensión que los elfos detectaran.

Pero no todo iba a ser una cenita cuqui. Eru no tardo en ponerles ante la mismísima reliquia. Tenía casi dos mil años, pero ahí estaba, podía verla y sentirla, en su antigüedad y su poder, en su tradición con el árbol pintado en medio. Claramente, Eru había decidido que aquello era un asunto entre Marcus y él, y Alice tuvo que tragar saliva cuando lo vio arrodillarse ante el elfo. Vale, querían alquimia, bueno. El problema es que no tenían muchas cosas a su disposición y… Algo llamó la atención de su vista periférica. La varita de Marcus, bajo la cúpula protectora, temblaba, como si Marcus estuviera… Es que lo estaba. Estaba invocando algo, y su varita, lógicamente, se sentía interpelada. Recordaba perfectamente el momento en el que logró convocar a su varita, y desde luego le estaba costando la misma vida, y Alice empezaba a preocuparse y a no ver aquello nada claro. Pero sabía que, si decía una sola palabra, podía romper el equilibrio.

Finalmente, lo logró y Eru pudo comprobarlo. Ya está ¿no? La reliquia es suya… Ah no, no iba a ser tan fácil, claro. ¿A qué se refería con ser digno? ¿Qué era para ellos ser digno? ¿Y si…? Nada. Marcus, su siempre prudente y asustón Marcus, veía clarísimo que le pusieran la manta encima. Alice cerró los ojos un segundo y tomó aire. Voy a mirar todo el tiempo, se dijo a sí misma, y enfocó al chico mientras le ponían la capa por encima.

Por un momento, se permitió sonreír y soltar el aire, acercarse a Marcus tal como lo hizo Nancy, y disfrutar del momento. Tenían la otra reliquia, no se lo podía creer. Se agachó junto a él y, ahora sí, tomó su mano, justo cuando Angrod decía “Hijo de Ogmios”. Miró a Marcus un tanto cuestionadora, tratando de entender, pero ahora lo oía entre los demás elfos. — Hijo de Ogmios. — Hijo de Ogmios. — Iban susurrando. Algunos se arrodillaban, y los murmullos sorprendidos les rodeaban. Nancy habló y se inclinó ante Eru. — Alice, inclínate y sonríe, nos vamos. — Ella mantuvo su actitud tierna y cálida y se inclinó ante Eru, pero sin soltar a Marcus. Eru habló y la protección de las varitas se quitó. — Déjale a Marcus cogerla primero. — Susurró Nancy a su lado. Así lo hizo y luego fue tranquilamente a por la suya. Eru les dedicó unas últimas palabras y ella saludó a las mujeres que se acercaron a tocarle las manos y a los niños que la rodeaban y, aferrada a la mano de Marcus, se dirigió a la salida.

Incluso ya fuera, Nancy, Marcus y ella caminaron mirando al frente, sin pararse, sin hablar. No fue hasta que estuvieron realmente lejos, que Nancy se paró y dijo. — ¿Por qué te han empezado a llamar Hijo de Ogmios? ¿Y esa gente arrodillándose? ¿Y a ti? — Dijo mirando a Alice. — Estaban dándote las manos… — ¿No lo sabes tú? — Inquirió ella. Pero miró a Marcus, que parecía pálido y agotado. — Ya hablaremos de todo esto. Vámonos a la posada, que pueda descansar. — Cogió la manta sin pensar y la dobló rápidamente, poniéndosela debajo del brazo. — Vamos. — Empezaba a preocuparse sinceramente por su novio, pero tenían la reliquia, y con ella hacían dos, y acababan de demostrar que todo aquello era realmente cierto, y eso iba a ser tan importante que no tenía adjetivos para calificarlo.

 

MARCUS

Estaba en una neblina mental en la que veía imágenes que no eran suyas pero sentía como suyas. Una parte de él quería desprenderse de esa manta como si quemara, como si pudiera matarle de verdad. Pero no podía moverse, y... no quería, la otra parte de él no quería hacerlo. Quería quedársela, al fin y al cabo, se la habían dado a él, y él se había trabajado conseguirla. Un leve tirón en su mano le devolvió a la realidad, y ahí se dio cuenta de que era Alice, que le había agarrado, y tiraba de él hacia la salida, junto con Nancy. ¿Cuándo habían llegado ahí? ¿Cuándo le había cogido la mano? Miró a su alrededor y empezaron a llegarle los susurros de los elfos: "hijo de Ogmios". Miró a Eru, quien le dedicó una respetuosa inclinación de cabeza y señaló donde estaban sus varitas. Se acercó y la recogió, y las chicas hicieron lo mismo tras él. Se giró de nuevo para despedirse, y el gobernante de los elfos le susurró. — "Protégela. La esperaremos cuando vuelva". — Parpadeó, para poder contestar con lucidez. — La traeré intacta, le doy mi palabra. — "No la des". — Cortó, aunque no con hostilidad, solo con la seguridad de quien sabe lo que dice. — "No serás tú quien la traiga. Pero sí quien la haga volver". — Sonrió levemente. — "Buena suerte, hijo de Ogmios". —

La noche era cerrada cuando salieron, y empezaron a caminar sin mirar atrás, y Marcus ni siquiera sabía por dónde caminaba, ni qué estaba haciendo. Ni por qué seguía llevando la manta sobre sus hombros. No sentía nada de frío a pesar de que la noche de diciembre en mitad de la montaña arreciaba, solo estaba inmerso en un embotamiento mental que no le dejaba pensar y, al mismo tiempo, en cada parpadeo le mostraba imágenes que no identificaba. No eran imágenes hostiles o terroríficas, todo lo contrario: eran reconfortantes. Pero le confundía tenerlas, porque ni las reconocía ni las podía detener.

Se detuvieron en seco y Nancy estaba hablando con tono cuestionador, pero no atendía a traducir sus palabras, como si ahora solo entendiera el gaélico y no el inglés. Se frotó los ojos con los dedos de una mano, apretándoselos, intentando ubicarse, intentando que las imágenes se fueran. Y, de repente, lo hicieron. De golpe y porrazo, incluso sintió como se le hubieran dado una fuerte sacudida, como si un rumor dentro de su cabeza se hubiera callado de repente y dejado en un silencio sepulcral, y como si el frío hubiera caído de golpe sobre él. Se destapó los ojos, confuso, y vio a Alice con la manta. La miró sin comprender. ¿¿Qué haces?? Pensó, pero le costaba verbalizar nada. Le había quitado la manta. Era eso lo que le estaba provocando ese estado, pero le había sacado de él demasiado de golpe. Y ahora estaba mareado y agotado, sentía que se iba a desmayar. Afortunadamente, las chicas tiraron de él hasta el hostal de nuevo. Él no hubiera sido capaz de trazar el camino solo.

— Esto no estaba contemplado. — Empezó Nancy, ciertamente preocupada, nada más cruzar la puerta de la habitación. No habían hablado en todo el camino, pero al menos esa frase le llegó nítida y comprensible, no como lo que había escuchado hasta ahora. Sin embargo, le fallaban las fuerzas, no podía contestar. Solo apoyarse en el mueble más cercano, preguntándose si sería capaz de hacer un último esfuerzo hasta la cama. Nancy cerró tras ellos y siguió con normalidad. — ¿Hijo de Ogmios? Intuíamos que la hospitalidad podría ser la clave en dejar que nos lleváramos la reliquia, pero una cosa es... Marcus, ¿me oyes? — Estaba respirando con agitación y se le caían los párpados. — Necesito tumbarme. — Consiguió llegar a la cama y se dejó caer en esta, y al hacerlo le entró muchísimo frío, tanto que se puso a tiritar. Notaba a las dos chicas cerca de él, preocupadas, y Nancy le tocó la frente. — No tienes fiebre, es solo agotamiento. — Se levantó. — Voy a por un poco de agua, o algo con azúcar. Nos quedamos aquí un ratito, no te preocupes. — Y se marchó. Alguien le había tapado, y entreabrió los ojos, mirando a Alice. — Estoy bien. — Susurró, no quería asustarla. Pero muy bien no se encontraba. — Solo... cansado. — La miró. — ¿Qué... he hecho, Alice? — De repente su mirada era mucho más vulnerable, la que mostraba ante muy pocas personas, y Alice era una de ellas. — ¿Lo he hecho bien? — Tomó su mano y la apretó. — Dímelo tú... Dime que esto es lo que tenía que hacer. —

 

ALICE

Sí, ya me he dado cuenta, pensó Alice agresivamente. Nancy mucho leer y mucho gaélico, pero no se había planteado lo que podía pasar allí, que de hecho había pasado. ¿Y es que había acaso otro modo? Y si lo había, ¿por qué no había propuesto ella algo? Ahora no valía lamentarse. Pero el estado de Marcus la sacó de sus quejas mentales. — ¡Mi amor! — Exclamó, agarrándole del brazo.

Puso el chip enfermera y lo llevó hasta la cama con ayuda de Nancy. En un momento, le tomó el pulso en la muñeca y le miró las pupilas. — Lo que estás es agotado. Has gastado muchísimo poder sin la varita. — Nancy resolvió lo del dulce y Alice asintió, tapándole para que no tuviera frío, y puso una sonrisa tranquilizadora. — Si el que tengo aquí es mi Marcus de siempre, va a ser comer dulces irlandeses y recuperarse del todo. — Dijo en tono de broma, mientras se sentaba en el borde de la cama y le calentaba las manos.

Se quedó escuchándole y le acarició los rizos. — Pues claro que sí, lo que has hecho es una proeza y… — Pero Marcus la interrumpió, dejándola sin palabras con aquella pregunta y aquella expresión que le hacía parecer el niño de once años desconsolado que conoció siete años atrás. Tragó saliva. Llevaba intentando borrar los murmullos de los elfos desde que habían salido de ahí. Inspiró y se mordió los labios, sin soltar las manos de su novio. Sacudió un poco la cabeza y se puso más firme. — Has hecho alquimia, Marcus. Porque te la han pedido los elfos, nada más. Querían ver magia ancestral, y por eso mismo nos llevaba Nancy, y tú eres el mejor en alquimia. Has sido un buen visitante, esa era la prueba, te has dejado acoger y has hecho lo que te han pedido tus anfitriones, paso por paso. — Besó sus manos y se quedó con ellas en los labios unos segundos. — Si había otra forma… pues nunca lo sabremos. La reliquia lleva ahí casi dos mil años, y nadie, en ese tiempo, ha encontrado una manera mejor. — Soltó el aire por los labios. — Eres de sangre irlandesa, eres un estudioso y buena persona. Estás reuniendo las reliquias por ayudar a Nancy y por… completar un puzle de la tierra de tus ancestros. No te asustes solo por cómo te perciben unos elfos que casi no ven gente. No dejas de ser tú... Marcus O'Donnell... — Le dio un toquecito tierno en la nariz. — Hijo de Arnold y Emma O'Donnell. Alquimista de Piedra. Yo veo al mismo de siempre. — Volvió a besar sus manos y acarició su cara, inclinándose hacia él. — Las reliquias son objetos muy poderosos y desconcertantes, y además los elfos estaban… ciertamente impresionados. Yo también, eso es todo. — Justo entonces, entró Nancy con agua y dulces y Alice los dejó en la mesa, para ir pasándoselo todo poco a poco. Cuando se aseguró que había bebido y comido le dijo. — Échate un rato ¿vale? Venga, yo me quedo aquí a tu lado. No nos iremos hasta que te encuentres mejor. — Y se tumbó, por fuera de la cama, a su lado, mientras Nancy se quedaba, pensativa, en el sofá de la habitación.

Cuando Marcus llevaba unos diez minutos dormido, le hizo un gesto a Nancy para irse a la habitación de la chica, para poder hablar tranquilamente. Al final se quedaron en el pasillo porque no eran capaces de romper el hechizo de Marcus para entrar de nuevo, así que se pusieron a susurrar violentamente. — ¿Qué infiernos ha sido eso, Nancy? — ¿Y tú me lo preguntas? ¿Marcus actúa como un líder celta y se dedica a cumplir profecías y me lo preguntas tú a mí? — Alice se llevó las manos a la cabeza. — ¿Pero cómo que profecías? ¿Pero qué dices ahora? — Nancy suspiró y empezó a dar vueltas. — Le han llamado Hijo de Ogmios… — ¿Y quién era el hijo de Ogmios? — ¡Nadie! Ogmios se quedó solo… Se consideraban hijos de Ogmios los que él elegía como portadores de su poder omnisciente… Y era a esos a los que se coronaba reyes de Irlanda. — Alice parpadeó y negó con la cabeza. — ¿Y por qué creen que es Marcus? — La chica dejó caer los brazos, confusa. — Porque… A ver, supuestamente, las reliquias aportan todas las cualidades que debe reunir el rey de reyes… — Ella la miró de lado, cautelosa. — ¿Rey de reyes? ¿No es eso lo que pone ahí? — Dijo señalando al interior, donde estaba la espada de Nuada. Nancy suspiró y la miró confusa. — Alice, no hay reyes de Irlanda desde… hace diez siglos. Nunca creí que pudieran creer que uno de nosotros podría serlo. Solo reconocen a los druidas. — Pues claramente no. — No, desde luego… — Se apoyó en la pared y se dejó caer, tratando de clarificar la mente. Durante unos segundos allí se quedaron Nancy y ella, en la semioscuridad del pasillo, en silencio. — Bueno, esos elfos no… no tienen contacto con humanos, claramente. No es como que vayan a sacar a Marcus a hombros por ahí… — Se levantó y se puso ante Nancy. — Lo que ha pasado ahí dentro, pasado está. Tenemos las reliquias y ahora nuestra preocupación debe ser guardarlas a buen recaudo y… despejar la mente. Son muchas emociones y… bueno, choque cultural, como diría tu familia. — Giró sobre sí misma, nerviosa. — De momento… tengo una idea para guardar las reliquias. Vamos a perfilarla, y cuando estemos seguras… levantamos a Marcus y nos vamos a casa. — Y se puso a trazar el plan con Nancy.

 

MARCUS

Algo dentro de él no terminaba de creerse el mensaje tranquilizador de Alice, al revés: le angustiaba pensar que él sabía algo que su novia no, aunque no supiera qué, y que la estaba engañando. Estaba tan cansado que se rindió enseguida al sueño, pero este fue muy agitado durante los primeros minutos. Aun así, logró dormir, no supo cuánto, y llegó un punto en que las misteriosas imágenes dejaron de acosarle y le permitieron descansar.

Abrió los ojos pesadamente, y Alice seguía con él. O, más bien, había vuelto con él, porque cuando reconoció el entorno vio a las dos chicas sonrientes, aparentemente tranquilas y con todo recogido, listas para marchar. — Vamos, señor "no quiero que se nos haga de noche", que tu abuela tiene que tener ya la cena en la mesa y todo. — Dijo Nancy con cariño, pero Marcus alternó la mirada entre una y otra: estaban tensas. No era tonto, por cansado y somnoliento que estuviera, sabía percibir a personas disimulando en pos de no preocupar a una tercera. Se incorporó y se frotó un ojo. — ¿He dormido mucho? — Preguntó con voz ronca. Nancy miró su reloj y dijo, quitándole importancia. — Nada, una horita y media, una buena siesta. Pero te hemos dejado porque te la has ganado. — Y sonrió ampliamente. No había duda de que estaban haciendo una ficcioncita por él, pero no tenía fuerzas ni para contradecir.

— ¿Dónde están? — Preguntó. Ya Nancy no contestó tan alegremente, se le notó la tensión, pero seguía tratando de disimular. — La manta está ahí. — La señaló. Ahí estaba, efectivamente. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo al mirarla, y ciertas imágenes cruzaron su mente otra vez. — Y la espada donde la dejaste. Sí que era difícil de romper el hechizo del señorito, madre mía. — Dijo con una risilla. Se levantó, fue al baño a echarse agua en la cara y, cuando se sintió más despejado, recogió lo poco de sus cosas que no había recogido ya Alice, deshizo el hechizo de la puerta y, con las reliquias a buen recaudo bajo el brazo de Nancy (y lo suficientemente tapadas para no entrar en contacto directo con su piel), agradecieron a los posaderos su hospitalidad y se marcharon de allí.

Por supuesto les apareció su prima. Marcus aún estaba recuperando energía y ahora tendría que emplear otra vez bastante en hacer un sello alquímico que solo ellos pudieran romper, no iba a gastarla en aparecerse. Sí tenía que intentar algo. — ¡Lumos! — Pronunció, y su varita se encendió sin problema y no notó especial esfuerzo en su cuerpo, todo parecía normal. Suspiró. — Era por probar. — Ya que estaba la dejó encendida. Necesitaba volver a entrar en contacto con su varita, y prefería no tirar de hechizos silenciosos. Iba a volverse el ser humano más básico al menos hasta la mañana siguiente, exceptuando el momento del sello alquímico, que suficiente se había estirado ya a sí mismo en el poblado de los elfos. Seguía sin saber cómo había invocado la hoja hasta sus manos (tenía el recuerdo difuso, de hecho, y mezclado con otras imágenes que de seguro no eran vivencias, pero lo parecían), y casi que prefería seguir sin saberlo. Ciertos conocimientos... eran muy tentadores de ser usados.

— ¡¡Ninfa Nancy!! — Saltó alegremente Albus, al trote hacia ellos. Juntó las manos. — Decidme: ¿qué habéis descifrado? — Albus, necesito que me escuches con muchísima atención. — Dijo muy seria. Lentamente fue sacando las reliquias, y ni siquiera estaban destapadas cuando Albus, impactado, se lanzó al suelo y se arrodilló, reverenciándose primero y alzando los brazos al cielo después. — ¡LOS DIOSES NOS HAN ESCUCHADO! — ¡Albus, Albus, por favor! — Pidió Nancy en un susurro agresivo, mirando a los lados. — Necesitamos que seas tremendamente discreto, por favor. Tenemos una misión que darte si realmente nos quieres ayudar. — ¡Lo que sea, lo que sea! — Dijo casi implorante, levantándose y tomando sus manos, dejando besos en ella. — Ay, Albus, venga. — Se incomodó la chica, pero el hombre se abrazó a sus piernas. — Esto es lo más importante de mi vida, ninfa Nancy. Gracias, gracias, te han traído los dioses, esto es un regalo. — Marcus y Alice le miraron. No había terminado de ver buena opción incluir a Albus en el plan, pero tampoco podían privar de eso a alguien para quien era toda su vida.

— Este es el plan, Albus. — Expuso Nancy, de camino a la cueva del eclipse. — Las reliquias van a estar escondidas aquí. NADIE puede saberlo. Marcus va a hacer un sello alquímico que solo nosotros tres podremos traspasar, ¿de acuerdo? Aun así, necesitamos que seas su guardián. — El hombre asentía fervorosamente. — Por supuesto, por supuesto. — No digas nada, nadie puede saberlo. Podrían hacerte daño. Tú... haz lo que haces siempre, estar por aquí. Simplemente, si ves gente sospechosa, nos avisas. — Nancy les miró. — Realmente por aquí no viene nadie, solo a recoger setas. Nadie va a pensar que estén aquí, pero... por si acaso. Por si alguien se sintiera atraído por un extraño poder mágico y lo sospechara. —

Dejaron las reliquias a buen recaudo entre unas rocas de la cueva. Alice y Nancy se encargaron de esconderlas mientras Marcus miraba inexpresivo y como si tuviera la mente en otra parte, con un velo de suspicacia, quizás. Allí se quedaban enterradas esas reliquias... ¿cómo serían las cosas cuando volvieran a por ellas? ¿Habrían conseguido las demás? — Bueno... cuando quieras. — Dijo Nancy. Fuera de la cueva, se dispuso a trazar el círculo y a utilizar toda la hojarasca y ramas para tapiarla, lo cual era relativamente fácil: era una cueva de por sí difícil de encontrar. Dispuesto así, se preparó para hacer el sello. — Poned vuestras manos. — Les pidió. Miró a Nancy. — Tranquila, no tienes que hacer nada. Voy a juntar las manos, solo tenéis que poner las vuestras con las mías. Tú a la derecha, Nancy, y tú a mi izquierda, Alice. Es como si hiciéramos el sello los tres, aunque esté haciéndolo yo. Pero el sello os reconocerá. Por si... yo no puedo... — O no quiero. — ...Acceder a las reliquias, que vosotras podáis. — Y así se hizo. Aparentemente no pasó nada, pero la cueva estaba sellada. Marcus sacó la varita. — Albus, ¿confías en mí? — El hombre le miró con ojos brillantes. — Sí, señor hechicero. — Marcus sacó su varita. — Intenta acceder a la cueva. — Obediente, Albus se acercó, y en lo que estaba tratando de retirar unas hojas que parecían multiplicarse a medida que las apartaba, se detuvo y empezó a mirar para los lados. — Oh... amigas... ¡No, no, amigas! ¡No me hagáis daño! ¡¡AMIGAS!! — ¡Finite Incantatem! — Pronunció en dirección al hombre, y este se relajó, pero también giró sobre sí mismo, confuso. — ¿Dónde están? — No hay. Solo era una alucinación creada por el hechizo. — Nancy le miró. — ¿Qué has creado? — Avispas. — Señaló un árbol cercano. — Ahí parecía haber un nido de avispas. He cogido ramas de allí, se ve que guardaban su esencia. Si alguien las toca, empezará a percibir un enjambre de avispas que le atacan y huirá de aquí. No son reales, pero bastarán para asustar. — Se guardó la varita. — No quería crear nada peligroso para alguien, solo que ahuyentara. Pero que ahuyentara bien. — Porque sabía que a más de uno no le detendría un simple calambre, al revés, le haría plantearse qué está oculto ahí. Pero ¿avispas en mitad de una montaña? Nadie sospecharía.

Nancy suspiró. — Chicos, no sé cómo daros las gracias. Esto es... esto es lo más importante que he vivido, de verdad. — Sonrió. — Volvamos a casa... — Una última cosa. — Pidió Marcus, aprovechando que habían dejado a Albus ya a una distancia prudencial y volvían a estar los tres solos. — ¿Tienes mucha prisa por terminar esta investigación? — Nancy parpadeó. — ¿Prisa? Bueno, no... Llevo con ella muchos años, realmente. Prisa, en realidad... — No quiero volver a saber de esto en al menos un mes. — Notaba las dos miradas encima. Había sonado muy cortante, por lo que se explicó. — Mi abuelo tiene razón. Esto requiere mucha dedicación y... esfuerzo. Poder mágico. Hemos venido a prepararnos las licencias de Hielo, la Navidad está a la vuelta de la esquina, va a venir toda la familia, y el dieciséis de enero es mi aniversario con Alice. No quiero hacer nada relacionado con esto, al menos, hasta pasada esa fecha. ¿Te parece bien? — Preguntó, al fin y al cabo y a pesar de lo taxativo, no quería mandar sobre la investigación de otra persona. Nancy puso una leve expresión apenada. — ¿Es... Os estoy molestando con esto? No... Yo no quiero perturbar vuestras carreras ni... — Nancy. — Suavizó, acercándose a su prima y poniendo las manos en sus hombros. — Esto es lo más increíble que hemos hecho jamás. Te lo aseguro. — Los ojos de Nancy se anegaron. — No sabes cuánto agradezco esta ayuda, Marcus... Aún no me lo creo y... he pasado miedo por vosotros. Lo siento. No quiero meteros en líos. — No nos metes en ningún lío. Estamos encantados de hacer esto. Y créeme: vamos a terminar esto. No nos vamos a ir de Irlanda hasta encontrar todas las reliquias. Te lo prometo. — Eso hizo a Nancy sonreír, pero Marcus precisó. — Pero necesitamos descansar. Y... necesito... poner la cabeza en otras cosas, durante un mes al menos. — Lo entiendo. — Sonrió y les miró. — Hacemos un equipo estupendo. No hay prisa ninguna. Lo importante es el camino, al fin y al cabo ¿no? —

 

ALICE

A Nancy se le notaba bastante la tensión, pero ella estaba preocupada. Temía de verdad que las reliquias hubieran afectado a Marcus, pero se levantó bien, recogieron y, salvo un poco de tensión por la situación de las reliquias, todo transcurrió con normalidad. Veía que, poco a poco, Marcus iba recuperando el color y el ritmo normal, y eso era todo lo que necesitaba. Y, de hecho, fue sentirse en el bosque de Ballyknow tras la aparición, y ya se sintió instantáneamente mejor, más tranquila, y lo vivido en Connacht parecía menos… desconcertante, incluso importante.

Albus, por supuesto, estaba alteradísimo, y Alice dejó que le explicaran todo el plan que se le había ocurrido en la posada. No podían dejar a Albus fuera, y podía ser un activo importante en la vigilancia de las reliquias, pero había que controlar su entusiasmo y saber hablarle para que entendiera su papel en todo aquello. Y, aunque fuera un poco pesadito, se le veía emocionado al pobre. Realmente, las reliquias eran muy importantes para su gente y para él. De hecho, cuando pasaron para dentro, Alice le dio unas palmaditas en lo que podría ser el hombro del hombre y dijo. — Ahora podrás demostrarle a los siete cuánto cuidas de ellos. — Gracias, señorita hechicera, señorita luna, no sabéis lo feliz que habéis hecho a este druida. —

La cueva, sin duda, había sido una gran idea en materia de esconder las reliquias. Estaba todo oscurísimo, y la entrada era poco practicable, casi que, a excepción de lo de la mano llena de sangre, estaba más expuesta la espada en Connacht. Una vez todo dispuesto, escuchó a Marcus y le dio la mano, esbozando una sonrisa. — Como cuando éramos pequeños y el abuelo transmutaba a través de nosotros. — Asintió. — Me parece prudente. — Marcus siempre sabía mejorar y perfeccionar sus planes. Lo comprobaron con Albus, y encima Marcus había hecho un hechizo de avispas que definitivamente disuadiría a cualquiera que por mala fortuna tuviera ganas de explorar. Las reliquias estaban a salvo, podían irse a descansar por fin. — Está perfecto, mi amor. — Le felicitó tras la explicación.

Y ya se iba ella tranquilamente para casa, cuando Marcus preguntó aquello a Nancy. Su tono era un poco preocupado, pero Alice respiró aliviada de saber que podían poner todo aquello en pausa. Sonrió a las palabras de Marcus y las reafirmó. — Lo suscribo todo, Nance. Esto es increíble, pero tenemos que dejar espacio para más. — Rio y se agarró al brazo de su novio. — Incluido ese aniversario. — Volvió a mirar a su novio y suspiró aliviada. Ese era su Marcus. Pensando en la Navidad, la familia, celebraciones, la licencia… Definitivamente, había calmado sus temores. Le devolvió la sonrisa con los ojos brillantes. — Y qué camino tan maravilloso está siendo. — Confirmó antes de separarse de Nancy, dispuestos a aparecerse en la casa.

Nada más entrar, notó que había mucho silencio y poca luz en la casa, tan solo en el salón. Se dirigió a él y vio al abuelo solo, leyendo en su butacón. — Buenas noches, maestro. — El hombre levantó la vista. — Empezaba a perder la esperanza de que vinierais hoy. — Contestó con un poco de reproche. Alice se acercó a él y le dio un beso en la frente. — Se ha alargado la cosa, ya te contaremos. — Pero ya estaba el abuelo asomándose detrás de ella para ver a Marcus. Vale, que da igual lo que yo diga, que quieres ver al heredero. — Bueno, voy a ducharme, que me siento llena de tierra, y me voy derecha a la cama. — Que descanses, hija. — Buenas noches. — Contestó ella, pero notaba al abuelo muy tenso. Apretó la mano de Marcus antes de irse y se subió al baño.

El agua caliente le devolvió la tranquilidad y el bienestar. Había sido una experiencia rara, pero la verdad es que el mundo celta de Irlanda era una cosa que les era ajena y que aún tenían que ir procesando, eso era todo. Sí, con el tiempo y más información lo entenderían. Según salió de la ducha se metió en la cama, a gustito y tranquila. Marcus aún no estaba, porque estaría hablando con el abuelo… Bueno, le esperaría… Si no se le cerraban los ojos solos…

 

MARCUS

Honestamente, pensaba entrar directamente a la casa, sin hablar con nadie ni detenerse, y eso no era nada propio de él. Su excusa: estaba muy cansado, solo quería meterse en la cama y que mañana fuera otro día. La realidad que nunca pensaría reconocer: no se fiaba de que le pillaran. ¿Que pillaran qué? Eso mismo le gustaría a él saber. Pero llevaba desde que encontraron la espada de Nuada con la sensación de que estaba ocultando algo y que ciertas personas podrían pillarle. Ni que decir tenía que la primera persona en esa lista era Lawrence O'Donnell.

Y entrar en casa y ver que, a pesar de las horas y de que su abuela estaba ya acostada, él estaba despierto y en el butacón que tenía la puerta directamente en su visual, solo le puso más tenso. Agachó la cabeza y entró detrás de Alice y sin mirar, soltando las cosas en la entrada y haciendo como que organizaba su bolsa mientras Alice y el abuelo hablaban, pero todo era una impostura. Por él, se hubiera ido de cabeza al piso de arriba, pero no quería también a Alice haciendo preguntas. Le esbozó una sonrisa más de trámite que de otra cosa a Alice cuando apretó su mano antes de irse a ducharse y, una vez ella se marchó, ya podía hacer él lo mismo sin ser cuestionado de más.

— Buenas noches. — ¿No me vas a contar nada de lo que habéis hecho? — Preguntó, y era altamente probable que a Marcus le estuviera sonando mucho más inquisitorial de lo que estaba siendo realmente, pero tampoco era una pregunta puramente cordial y cariñosa. Soltó aire por la nariz pasivo-agresivamente, como si quisiera que su abuelo se percatara de que no tenía ganas de hablar. Seguía trasteando entre sus cosas a método de distracción, sin realmente hacer nada. — Ahora estoy cansado. Mañana hablamos. — ¿Y por qué no habéis pasado allí la noche? Para venir tan tard... — ¿No querías que estuviéramos mañana aquí? — Interrumpió, ya sí, mirándole. Marcus JAMÁS le había hablado así a Lawrence, pero no sabía qué le pasaba, era como si estuviera enfadado con él. O, más bien, como si sintiera que iba a ser incomprendido y cuestionado, y hubiera entrado ya directamente a la defensiva a casa. Por supuesto, la indignación en el rostro de su abuelo no se hizo esperar. — ¿Desde cuándo me hablas así? — Y Marcus vendría antepuesto, pero Lawrence también, porque parecía más enfadado que sorprendido por su extraño comportamiento. Como si se lo esperara, o así lo interpretó él. Cosa que solo le cabreó más.

Volvió a mirar a sus cosas y guardó lo que inútilmente había sacado para dejarlo donde lo podía haber dejado desde el principio, pero sus movimientos eran mucho más violentos. — Ya estamos aquí y así mañana podemos madrugar para el taller. — No te veo yo muy centrado para entrar en el taller. — Dejó lo que hacía para mirarle con las cejas arqueadas y una expresión de sorpresa desafiante. — ¿Salgo dos días y ya no puedo entrar en el taller? — Antes de dejar que su abuelo contestara, soltó un bufido y dijo. — Voy al baño. — Su abuelo se adelantó. — Marcus O'Donnell. — Pero Marcus O'Donnell ya estaba metido en el baño de la planta baja y había cerrado la puerta.

Su intención era esperar a que su abuelo se cansara y se subiera a dormir, pero no ocurrió. Más bien el hombre parecía haberse quedado plantado en el punto exacto en el que estaba cuando cerró la puerta, porque el único ruido que escuchó fue el del baño de arriba cuando Alice abrió la puerta y se fue a la habitación. Lo peor era que, si la maniobra de encerrarse había sido en un principio para relajarse, estaba teniendo el efecto radicalmente contrario. Se notaba muchísimo más tenso, nervioso y enfadado, sobre todo porque, si su abuelo seguía esperándole, era porque iba a interceptarle otra vez. ¿¿Qué quería?? ¿¿No podía simplemente dejar que se fuera a dormir?? ¿Ahora qué había hecho mal? Encima que se volvía para estar desde por la mañana. Y lo del taller, ¿qué era? ¿Una amenaza? No iba a estar consintiendo amenazas por moverse libremente. Él era ya alquimista, era el mago más poderoso de su generación, y lo que le quedaba por demostrar. Nadie le amenazaba.

Abrió la puerta del baño de golpe con la idea de generar el suficiente efecto sorpresa que no diera tiempo a frenar su ascenso directo por las escaleras, pero no tuvo tanta suerte. Porque, efectivamente, su abuelo estaba donde le había dejado. — ¿A qué viene esta actitud? — Buenas noches. — ¡Jovencito, para ahora mismo y escúchame! — ¿QUÉ? — Bramó, girándose de golpe en el segundo peldaño de las escaleras, lo que encima le ponía en una posición de altura superior a la del abuelo. Ahí sí que observó la expresión del hombre, eso sí que no se lo había visto venir. Lástima que Marcus estuviera demasiado enfadado, y con la respiración agitada, como para sentir ningún tipo de compasión. — ¿Qué habéis hecho, Marcus? — Apretó los dientes. Ahora no quería contestar. — No me gusta nada lo que estoy viendo. — Pues déjame irme a la cama. Es lo único que estoy pidiendo, no creo que sea tan difícil de cumplir. Y así estaré mañana perfectamente despierto para entrar en tu taller, si es que aún me admites en él. — A Lawrence empezaba a dibujársele el miedo en los ojos, pero Marcus seguía demasiado metido en su pompa personal. — ¿Dónde están? — Marcus tragó saliva, sin dejar de apretar los dientes. Lawrence insistió. — Habéis conseguido las reliquias, una como mínimo, diría que más. ¿Dónde están? — Guardadas. — ¿Dónde? ¿Aquí? — No. — Marcus. — ¡¡Que no!! — Alzó los brazos. Seguía en el mismo escalón, mirando desde arriba a Lawrence. — Están custodiadas, y solo nosotros sabemos dónde están. Nadie las va a robar, no te preocupes. — No es eso lo que me preocupa. — ¿Y qué te preocupa entonces? ¿Que no esté despierto mañana para el taller? — ¡Me preocupa lo que estoy viendo! — Devolvió, enfadado. — ¡No reconozco a mi nieto en lo que tengo delante! — ¡Tu nieto es el que ha utilizado la alquimia que tú me enseñaste para conseguir lo que lleva siglos sin conseguirse! — Respondió, enfadado y desafiante. — ¡Yo he encontrado las reliquias! ¡Yo las he conseguido, y yo he hecho un sello alquímico para protegerlas! ¿Por qué no estás orgulloso de mí? ¿Por qué parece que solo te importa lo que haga en el taller? — No estoy hablando del taller, Marcus. — Respondió, con el tono mucho más rebajado, aunque tembloroso. Oyó una puerta abrirse en el piso de arriba, pero la ignoró. — No te pierdas en esto, Marc... — ¿¿Tú también?? — Gritó. — ¿Tú también te crees que me voy a volver loco con esto? — Marcus... — ¡¿Por qué tenéis ese concepto de mí?! ¡¿Por qué a cada logro que hago pensáis que voy a corromperme?! ¡¿Esa es la confianza que me tenéis?! En ese caso no sois todos más distintos que los Horner, al menos ellos demuestran lo mismo que piensan. — ¿Qué está pasando aquí? — Preguntó su abuela, muy seria desde arriba de las escaleras. Marcus se giró y empezó a subir. — Que me voy a la cama. — Siguió subiendo, pero antes de terminar, se giró. — Y tranquilo. No vamos a volver a tocar este tema en más de un mes. Por idea mía, por cierto. — Dicho lo cual se fue, cerrando con magia la puerta tras él. No quería que la próxima en enterarse de aquello fuera Alice, porque algo le decía que no iba a ponerse tampoco en su barco. Y él ya tenía suficiente con lidiar con su propio cansancio y... sensaciones, como para hacer lo mismo con las de los demás. Lo que tenía claro era que ese tema iba a quedarse guardado en un cajón con llave, con sello alquímico si hacía falta, hasta que se hubiera serenado. Y que mañana pensaba hacer borrón y cuenta nueva. Como si no hubiese ocurrido nada absolutamente.

Notes:

Bueno, este capítulo fue toda una aventura para nosotras. Hay muchísima información que recopilar y asimilar: druidas, duendes, dos reliquias… Y un título: hijo de Ogmios. No queremos dar demasiadas pistas ni saturaros de información, así que, desde el fondo de vuestro corazón fan, contadnos ¿qué os ha parecido? Estamos DESEANDO saber.

Chapter Text

EUREKA!

(14 de diciembre de 2002)

 

ALICE

Oyó a Andrew y Alison en la casa, aunque aún estaban en el taller. Había sido un día de pura concentración, de prácticas intensas, de parar nada más que para comer, tal como recordaba las semanas antes de los exámenes en Hogwarts. La cosa es que… quedaba casi un año para el examen, no una semana. A Alice le encantaba estudiar, y más alquimia, pero notaba un aura de tensión y el ambiente muy cargado en la familia, y eso NUNCA le había pasado con los O’Donnell. La abuela intentaba hacer como que todo estaba bien, pero veía cómo, cuando creía que no la estaban viendo, miraba con tensión a abuelo y nieto. Y Lawrence y Marcus no estaban faltosos ni mucho menos, pero ellos dos se adoraban y loaban constantemente, y ahora realmente parecían solo maestro y alumno. Como Marcus no le había dicho nada y estaba muy concentrado, había decidido no hacer más sangre y dejarlo pasar. Alice sabía lo que era discutir con tu familia porque no aprobaban un comportamiento que tú veías perfectamente justificable. No sabía qué había pasado entre el abuelo y él, pero le parecía que iba por ahí.

Por todo ello, estaba segura de que aquella noche en el pub les iba a venir muy bien, también a ellos dos, hacer algo juntos, divertido, porque los casi tres días que habían pasado desde que estuvieran en la habitación de aquella posada se le habían hecho treinta, a juzgar por el intenso estudio al que se habían sometido. Agarró a Marcus del brazo, llamándole. — Mi amor, ya están aquí tus primos. — Les señaló por la ventana y se encontraron con la gran sonrisa de Andrew, que levantó a Brando, señalándoles. — Anda, mira a quién te han traído. — Hizo un gesto con la varita, para que todo empezara a recogerse y dejó un beso en el hombro de Marcus. — Venga vamos a pasarlo bien. —

— Uuuuuy pero qué caritas de barro me traéis. — Dijo Alison nada más verles. — ¿De barro? — Las expresiones de mi novia. — Explicó Andrew. Molly le había robado a Brando y lo estaba paseando al trote por toda la habitación. — ¿Quién se va a quedar con la tía Molly esta noche? — Anda, ¿y eso? — Preguntó, acercándose al niño para hacerle carantoñas. — He obligado a mis padres a que salgan a cenar fuera de Ballyknow. Estas personas no salen ni a tres tirones, siempre encuentran algo de lo que se tienen que ocupar. Así que he convencido a los abuelos para que les presionen para irse y me he traído a Brando aquí. — Y la tía Molly feliz de la vida. — Insistió la abuela. — ¿Estáis listos? — Me cambio en un momento y nos vamos. — Anunció ella. La cosa estaba rara rara, pero rara.

En diez minutos, se había cambiado y arreglado un poquito, se había maquillado, intentado ponerse un poco más guapa, a ver si su Marcus le decía algo, aunque fuera ponerle una sonrisa. Se echó perfume en el cuello y se miró en el espejo. — Venga, Alice, a pasarlo bien. — Elio y la Condesa la miraron. — ¿Vosotros me veis bien? — Elio pio y la Condesa ronroneó. — Venga, pues estamos. — Bajó y recibió los silbidos de Andrew, Alison y la abuela. El abuelo le dedicó una sonrisa mientras se abrigaba y solo dijo. — Pasadlo bien, hija. Desconectad. Han sido días intensos. — Oyó jaleo fuera y dijo. — Ahí hay más O’Donnells. — ¡Sí! ¡Así que venga, andando! — Les azuzó la abuela. Fuera estaban Ruairi, Niamh, Siobhán y Nancy, que sonreía, pero parecía tensa también. Ella se enganchó al brazo de Marcus, quedándose un poco atrás. — Estás muy guapo, mi amor. — Dejó un beso en su mejilla. — Voy a confiar en ti para que lo ganemos todo todito. — Quería mimos de su Marcus, quería juerga y quería a su novio de vuelta.

 

MARCUS

Tal y como se dijo a sí mismo, al día siguiente de volver de ir a por las reliquias hizo todo lo que estaba en su mano por hacer como si nada hubiera pasado, pero no era tan fácil como simplemente fingir que era así. Ni esa sensación de turbación interna se le había pasado del todo, ni a su abuelo se le había olvidado la discusión. Marcus, en condiciones normales, hubiera echado la vista atrás y se hubiera llevado las manos a la cabeza, y se estaría disculpando de rodillas; pero ni siquiera era capaz de observar el momento en la distancia y discernir si había hecho algo mal. Simplemente, le resultaba ajeno. Como si aquello no fuera con él. Y pensaba actuar como si así fuera.

Pero tal y como le dijo a Alice, en la cabeza de Marcus al tema reliquias se le había dado carpetazo y no volvería a abrirse, como muy pronto, hasta el diecisiete de enero, para lo cual faltaba más de un mes. Los días que le siguieron dedicó todas sus atenciones a trabajar en el taller: al fin y al cabo, para eso había ido a Irlanda, y ese era su objetivo principal, lo tenía claro desde niño. Que no se le pudiera achacar que se había desviado del camino: dijo que lo de Nancy sería una investigación complementaria pero que su objetivo principal era la alquimia, y así lo estaba haciendo. Puede que estuviera concentrado de más, y pasando tiempo de más, y actuando con "excesiva" o muy artificial normalidad: cada vez que su abuela le decía, con un tono que él captaba a la perfección como de llevar más cosas implícitas, que por qué no se tomaban un descanso, ponía su mejor tono de alumno modélico para soltar una perorata innecesaria sobre los avances que estaba haciendo en su proceso y lo entusiasmado que estaba. Parecía que la única que le creía era Alice, y eso también era extraño: no porque su novia no le creyera habitualmente, sino porque ella solía ser la primera en darse cuenta de cuando algo en Marcus no iba bien. Pero el hecho de que ella estuviera tan normal y contenta, la verdad, es que le estaba viniendo como una baza estupenda para sostener su "todo está bien" hasta que sus abuelos se rindieran.

Estaba fuertemente concentrado cuando Alice le dijo que sus primos estaban allí. Alzó una mano a modo de saludo y sonrió, e intensificó el gesto en dirección a Brando, lo que hizo al niño aplaudir al otro lado de la ventana. En lo que Alice salía, se giró a su abuelo. — No estaremos hasta muy tarde, no te preocupes, mañana continuamos. Me he dejado esto a medias. — El hombre hizo un gesto con la mano. — Desconectad, os viene bien. Estos tres días habéis avanzado bastante, no pasa nada si mañana os levantáis más tarde. También hace falta la mente despejada. — Marcus asintió y salió tras su novia. Pues sí, el ambiente entre su abuelo y él estaba considerablemente tenso. Pero no iba a ser por su parte. Desde su punto de vista, estaba actuando con total normalidad.

— Hola, colega. — Saludó al bebé, moviéndole las manitas. Hizo como si el niño le estuviera susurrando algo. — ¿Cómo? ¿Que no puedo ir con estas pintas de taller al mejor bar de Ballyknow? ¡Pues tiene usted toda la razón! — Andrew soltó una carcajada. — Mira, este sinvergüenza no te va a decir eso en la vida, te lo aseguro. — Yo lo he oído perfectamente. ¿A que sí, abuela? — Mi niño está guapo con cualquier cosa que se ponga. — Contestó la mujer, meciendo al bebé en sus brazos, pero visiblemente tensa. Estaba ya un poco harto de esa especie de castiguito al que sus abuelos le estaban sometiendo, e insistía: no creía haber hecho nada mal. No lo recordaba, y si así era, que se lo dijeran. No estaba acostumbrado a que le hicieran prácticamente el vacío, y lo dicho, no iba a quedar por su parte esa situación. — Tardo un minuto. — Se cambió rápidamente en lo que Alice estaba en el baño y luego bajó al de la planta baja para terminar de acicalarse, tan rápido que terminó antes que ella. — Adiós, mini Doyle. Si se meten mucho conmigo, me haces un hueco aquí ¿vale? — El bebé se rio de vuelta. — Adiós, abuela. — Adiós, tesoro. Abrígate. — Se ciñó un poco la bufanda y se fue directo hacia Lawrence. — Adiós, abuelo. — Y dejó un beso en su mejilla, dedicándole después una sonrisa. El hombre le miró con ojos tristes, y como si una parte de él, o no se esperara esa reacción, o estuviera evaluando cuán sincera era. — ¡Mantendré el nombre de Ravenclaw bien alto por los dos! — Se despidió, pero no dejó ningún jolgorio detrás, más bien miradas tristes. ¿Por qué dramatizaban tanto? ¿Toda una vida de portarse bien y por llegar una noche más tarde de la cuenta parecían que estuvieran enterrando a su antiguo nieto y lamentándose de su pérdida con el sustituto? Había que fastidiarse. En fin, ya se les pasaría.

— ¡Oh! Veo que esto va a ser Hufflepuff contra Ravenclaw. — Siobhán carraspeó fuertemente. Marcus, terminando de ajustarse el abrigo, dijo. — Elige un bando, prima. Y te recuerdo quiénes son los listos y que vamos a hacer un juego de cultura. — Andrew y Allison hicieron sonidos como de quien ve iniciarse una pelea. Siobhán le miró con una ceja arqueada. — Te recuerdo que las palabras "Hufflepuff contra Ravenclaw" provocaban insultantes vacíos en las gradas de quidditch en Hogwarts por la falta de emoción. — Eso levantó una oleada indignada en todos los presentes, pero ella siguió. — Así que más bien pelearos vosotros por ir en el equipo conmigo. Soy Gryffindor, la gente se pelea por tenernos en su bando. — Esto no es pegarse pelotazos, prima, esto es la vida real. Aquí ganamos los listos. — ¡Y los buenos! — Apuntó Ruairi, con una alegre sonrisa. Ya, bueno, eso es matizable, pensó, pero no quería hundirle al hombre la ilusión. Intercambió una mirada con Nancy. — Hola, prima lista. — Bromeó, pero su tono salió tan tenso como la sonrisa de ella de vuelta. ¿Es que solo era capaz de hacer punto y aparte él? Además, ¿¿qué había pasado tan malo?? Hasta donde recordaba había salido todo mucho mejor de lo que soñaban siquiera.

Salió Alice y se dejó enganchar de su brazo, dedicándole una sonrisa. — Eso dalo por hecho. — Bueno, ya empezamos a chulear y ni hemos llegado al bar. — Se quejó Andrew, dando una fuerte palmada justo después. — ¡Andando! Que me vais a hartar antes de tiempo. — Y a mí, que además hoy tengo que emborracharme, que esta noche no soy madre. — ¡¡Alli!! Nada de emborracharse, que hay que ganar a esta gente. — Aish, más excusas no ¿eh? Que le tengo muchas ganas a la crema de whiskey... — Marcus miró a Siobhán con una sonrisa de suficiencia y susurró. — Equipo ganador. — La chica hizo una digna caída de ojos, pero consiguió sacarle una risilla entre dientes a Nancy. Luego miró a Alice y el susurro fue ahora para ella. — Estás preciosa. — Rozó el pelo de su frente con los dedos para recolocárselo, con cariño y aprovechando que el viento estaba haciendo de las suyas. — Mira, vamos a pasar de sentirnos listos en privado, a sentirnos listos en público, ¿no lo echabas de menos? Yo mucho. En estas clases de ahora solo somos dos alumnos, no me inspira mi espíritu competitivo. — Bromeó, como si a Marcus le hubieran importado alguna vez lo más mínimo las notas de los demás.

— ¡Anda! ¡Más para el equipo! — Celebró Andrew conforme se acercaban al pub y vio quién estaba en la puerta, pero Allison se giró a ellos y susurró. — Si Ginny no lo echa a patadas por riesgo de pedida en pleno trivial. — Todos se aguantaron la risa, pero disimularon antes de llegar a la altura de Ciarán, que estaba tímidamente en la puerta. — ¡Ey! ¿Qué pasa, tío? — Hola, Andrew. ¿Wen no trabaja hoy? —Su primo se encogió de hombros. — Que yo sepa sí, ¿por? — Es que no la veo, y Ginny parece que no me quiere decir mucho... — Siobhán suspiró fuertemente y entró en el pub, pasando de largo de él, pero la oyeron gritar llamando a su hermana mayor. Ya iba a increparla por el trato injusto al pobre muchacho, como si lo viera. — Bueno, no te preocupes, estará al llegar. Pasa de mient... — Sí, sí, pasa, vamos dentro todos, que hace frío. — Empezó a empujar Nancy muy descaradamente, arreándoles como si fueran ovejas que deben ser metidas en un redil. Marcus la miró extrañado, y al hacerlo vio el motivo. Oh, eso iba a generar un momento incómodo.

Todos entraron a empujones de Nancy, pero Marcus se revolvió a lo justo, tirando tanto de Nancy como de Alice, y las dejó a ambas fuera, mientras todos los demás ya habían entrado. — ¿Qué haces? — ¿Mejor que se líe esto dentro? — Ah, genial, veo que volvemos a ser el trío organizador de cosas secretas. — Mira, Nancy, no empecemos y dejemos el tema estar. Encima... — Gruñó. Wendy se acercaba, y el chico que llevaba del brazo y con el que claramente estaba tonteando, también. — ¿Te crees que esta es la mejor estrategia con...? — Calla, que viene. ¡WEN! — Interrumpió Nancy, moviendo descaradamente el brazo y llamando la atención de su prima. Ella les vio y, bien feliz, se acercó a ellos dando saltitos. Sin soltar al otro chaval. — ¡Mis primos los listos! ¿Venís al trivial? — Sí, y veo una clara descompensación de Hufflepuffs aquí. — Bromeó rápidamente Marcus, chasqueando la lengua. Una tirada absurda teniendo en cuenta que Wendy era la dueña del bar, por lo que no iba a ahuyentarla con eso. — ¿Trivial? ¡Genial! Yo quiero participar. — Es queee... — Ahora fue Nancy la que descaradamente interrumpió al chico. — Es... un evento privado. Y ya están los cupos cubiertos, lo siento. — No, qué va. — Dijo Wendy extrañada. Marcus miró de reojo a Nancy. Que esta no pilla las indirectas, parece mentira que no lo sepas. La chica contó entusiasmada. — Este es Antoine. ¡Es francés, Alice, como tú! Pero mira qué bien habla inglés. — Bueno, lo intento. — Dijo el chico entre risas nada humildes. Wendy le acarició el brazo, contando encantada. — Y es médico, y está aquí porque quiere investigar sobre medicina curativa en los pueblos. Está haciendo una tesis y todo. Os va a caer genial, es superlisto. — Le miró. — Dile lo que me has dicho antes. — Miodesopsias. — ¡No tengo ni idea de lo que es! — Dijo Wendy entre risitas tontísimas. Las caras de los tres Ravenclaws presentes debía ser un poema. Marcus le miró. — ¿Y qué es? — El chico hizo un gesto de la mano de quitar importancia. — Es cuando ves manchitas por algún problema de la vista, generalmente puntual. Pero claro, no queda muy científico decir "ves manchitas". —¿De qué casa eres, Antoine? — Preguntó Nancy con una sonrisa falsa. — Doué. Estudié en Beauxbatons. — ¡Uy! Eso es casi como Gryffindor. — Chasqueó la lengua con falsa expresión apenada. — Lo siento, es que esto es Hufflepuff contra Ravenclaw. — ¡Ay, quita, anda! — Dijo Wendy, apartándola. — ¡Te va a encantar mi bar, ya verás! — Se dirigió Wendy al chico, arrastrándole hacia dentro. Marcus, Alice y Nancy se miraron. A ver cómo acababa la noche.

 

ALICE

El gesto de Marcus y sus palabras le supieron a gloria misma, así que le regaló una sonrisa enamorada y una caída de ojos, agradecida de poder tener algo así otra vez. Rio un poquito y asintió. — Es verdad que hacía mucho que no nos veíamos en una como esta. Estamos todo el día rodeados de sabios y aprendiendo, hay que alimentar un poco esa vena Slytherin que tanto me gusta. — Dijo antes de dejar un beso en lo poco que se veía de la cara de su novio. Desde luego, el frío de Irlanda era una cosa, porque no recordaba haber ido tan abrigada en su vida, y aun así, sentía el frío por todos lados.

Tampoco se esperaban ver al de Connemara por ahí… ¿Cómo era? ¡Ah, Ciarán! No se rendía con Wendy. Menos mal que había mucho Hufflepuff por ahí, y Andrew hizo gala de su bondad y le recibió como si tal cosa. Eso sí, desde ese momento, se agolparon los acontecimientos, Nancy los empujó para dentro y Marcus se revolvió. Notó que no se estaba enterando de algo, tanto del cotilleo como del aparente cabreo de Nancy, pero tuvo que aterrizar, porque Wendy venía por allí… ¿con otro chico? Vale, ya estaba entendiendo el problema. Nancy estaba intentando ser Ravenclaw expeditiva, pero eso no funcionaba con una Hufflepuff bocazas como su prima. Contuvo una risa a ese “como tú”, que acabó en una sonrisa amable. — Bonjour. — Le dijo al tal Antoine, que no parecía tener mucha intención de echarle cuenta a ella, así que ni le devolvió el saludo. Asintió un poco por compromiso a lo que iba contando el chico y frunció el ceño. — ¿Y por qué vienes a Irlanda a estudiar eso de los puntitos? — Pero ni el francés le contestó, ni Wendy se dio por aludida y allá que se fueron todos para dentro.

Se estaban dividiendo en dos equipos efectivamente, porque habían juntado mesas en dos lados, y los tres Ravenclaws fueron a ponerse juntos en el lado de Martha y Cerys. Claramente, a pesar del pique, Siobhán se había sentido más inclinada a ponerse con ellos, y estaba recibiendo una ofensa desmedida de Andrew. — ¡MI PROPIA HERMANA! ¡LA QUE ME HA CUIDADO Y ACOMPAÑADO! ¡SE VA SOLO PORQUE CREE QUE VA A GANAR AHÍ! — Alice entornó los ojos, y ya iba a ponerse a responder, cuando Wendy hizo acto de presencia con el francés, y el pobre Ciarán salió de entre los huffies. — ¡Wen! He venido a… — El pobre se vino abajo de forma instantánea y se quedó sin palabras. Lo mejor es que Wendy no se sintió ni interpelada por el asunto. — ¡Uy, Ciarán! ¡Pero qué bien que has venido! ¿Cómo sabías lo del trivial? — No sé qué es el trivial, me lo están explicando aquí. — Pues nada, ya somos un montón. Mira, este es Antoine, es médico de Francia, pero yo creo que nos vamos a poner en el equipo de los otros, para que tenga a Alice cerca por si le tiene que traducir algo. — Las caras de los de su equipo fueron de circunstancias total, pero entonces, Nancy estuvo rápida como el rayo y enganchó del brazo al francés y empujó a Wendy. — Nos quedamos al médico pero respeta a los huffies y vete para allá. Vete con Andrew para que deje de llorar. — Y Wendy, tan tranquila, se enganchó al cuello de Andrew. — ¿Estás llorando tú, mi primito pequeño? ¿Y tu novia por qué no te consuela? — El aludido puso un pucherito muy exagerado y dijo. — Porque está con la crema de whiskey, no le intereso. — Alison y tú tenéis una relación preciosa. — Añadió Ciarán, que se había sentado al otro lado de la chica en cuanto había tenido ocasión. — Gracias, tío, haremos lo que se pueda para que la tengas tú. — Alice rio y se inclinó hacia Marcus. — Echaba de menos estos dramas de parejas. Se me han venido Sean y Hillary inmediatamente a la cabeza. —

— ¡A VER ATENCIÓN! — Sonó la voz de Ginny por todo el pub. Miró a todos lados hasta que la vio, delante de la barra, entre las dos mesas, con un vestido de colores y purpurina, apuntándose a la garganta con la varita, para amplificarse la voz. — Bienvenidos a la noche de trivial del Irish Rover. — Y con otro movimiento, apareció una rueda con casillas de colores y seis brazos que iban al centro. — Yo seré la maestra de ceremonias, e iré sacando tarjetas de preguntas y controlando que no se hacen trampas. Dependiendo del color en el que caigas, leeré una pregunta de la categoría correspondiente. Aquí tenéis una guía. — Y señaló un cartel que apareció al lado de la rueda y Alice leyó en voz baja, para Marcus y ella. — Azul, hechizos; rosa, estudios muggles; amarillo, historia de la magia; verde, herbología y pociones; marrón, criaturas; naranja, deportes mágicos. — Se giró a Marcus y apoyó la barbilla en su hombro. — No hay alquimia, mi amor. — Ni antropología. — Se quejó Nancy con un suspiro. — Pero esto lo manejamos, te lo digo yo. — Bien, parecía metida en el pique. — ¿No hay medicina mágica? — Preguntó el francés, pero Ginny le interrumpió. — ¡NORMAS! No vale chivar las respuestas ni dar pistas al contrario, pero podéis decidir en equipo. Cuando os toque responder, pondré un reloj de arena mágico, y ese será vuestro tiempo. Podéis beber y comer lo que queráis, pero no permito broncas de borrachos ni declaraciones de amor. — Les señaló a todos. — ¿Entendido? Pues… solo me queda que pongáis nombre a los equipos y ¡que empiece el trivial! — Y de alguna parte salieron serpentinas y confeti con los colores de las categorías y aparecieron platos llenos de aperitivos y vasos de los mismos colores. Se giró Alice hacia Marcus y susurró. — Cómo mola. Necesitaba algo así. —

 

MARCUS

Entró suspirando y temiendo la reacción del pobre chaval de Connemara, igual hasta se iba. Pero su atención se desvió al ver a Martha y Cerys allí, a quienes sonrió y saludó con alegría. — ¡Hola! Qué alegría veros. — Martha sonrió levemente. Tenía una tez preciosa y una sonrisa enigmática que, cuando no estaba en modo granja y arreglar problemas relacionados con animales, sino en el ambiente distendido del pub, se apreciaban mucho mejor. — También sabemos divertirnos de vez en cuando, a pesar de lo que dice mi familia. — Rodó levemente los ojos. — Y cierta persona no es capaz de perderse unas preguntas de herbología que claramente sabe contestar. — De vez en cuando tengo que ser Ravenclaw ¿no? Yo no te digo nada cuando haces cosas como tratar de sacar la bandeja del horno directamente con la mano, señora Gryffindor. — Martha suspiró mudamente, negando, pero también con una sonrisa y compartiendo con Marcus una mirada cómplice que a él le hizo reír también.

No tardó en evidenciarse el momento incómodo con Ciarán, Wendy y el señor médico, evidentemente. Para colmo, ya se les iban a colocar en el equipo tanto Wendy como el francés. Arqueó una ceja y solo de verle la cara no solo a Nancy, sino a Martha y Cerys, supo que en ese equipo no iba a ser el único que no los recibiera con los brazos abiertos. Tenía mucho aprecio por su prima, pero... una ayuda, precisamente, no iba a ser en un trivial. Y ese francés parecía bastante snob, y no se le había pasado por alto cómo había ignorado la amabilidad de su pobre Alice sin motivo alguno, que estaba siendo la más cordial de los tres cuando estaban en la puerta. En un movimiento de Nancy en el que pensó que les echaría a los dos, a quien largó fue a Wendy, claramente en una maniobra de hacer de celestina con Ciarán y quitarla de en medio de su equipo al mismo tiempo. Pero se habían quedado con el francés. Sí, los has separado pero te has quedado con el listo, luego soy yo el Slytherin, pensó, mirándola.

Rio levemente al comentario de Alice, pero también suspiró. — Sí, en el recuerdo es gracioso, pero a mí me estorbaban mientras estudiábamos, y me van a volver a estorbar en un trivial. — Debía haberse puesto azul mientras decía eso. Atendió a Ginny y chasqueó la lengua tras oír las categorías y el comentario de Alice. — Dados de lado, como siempre. — Pero cuando salieron tanto las serpentinas como los aperitivos, le brillaron los ojos como a un niño. — Y tanto que sí. — A él también le hacía mucha falta.

— ¡Vale! Necesitamos un nombre que nos represente. — Dijo Nancy, y ya estaban todos cuchicheando entre ellos, en su círculo. — Podemos ponernos el nombre de una criatura inteligente. Y azul Ravenclaw. ¿Los Occamy? ¿Los Mooncalf? — Propuso Cerys, y Martha añadió con una sonrisilla, inclinándose a ellos. — Seguro que desconcentramos a Niamh y a Ruairi si nos elegimos el nombre de un animal. — Marcus las miró. No hagáis que me arrepienta de haberme alegrado de veros aquí, pensó. ¿Un nombre de un animal? Eso no era serio. Se aclaró la garganta. — ¿Y por qué no...? — No vayas a proponer un nombre alquímico, que te estoy viendo. — Interrumpió Nancy, con una sonrisa maliciosa. Marcus arqueó una ceja. — ¿Alguna queja con respecto a la alquimia? — Yo creo. — Siguió ella, ignorándole. — Que deberíamos elegir a algún sabio de la antigüedad. — Paracelso. — ¡Nada de alquimistas! — ¡¿Por qué no?!¡Somos los listos! — ¡Vaya! — Saltó Siobhán, cruzándose de brazos. — ¿Solo sois listos los alquimistas? — Marcus suspiró fuertemente. — No he dicho eso, pero... — ¿Y qué tal María la Judía? — Propuso la Gryffindor, en un intento por integrar al médico. — También se la considera alquimista, y fue una mujer que hizo grandes aportes a la medicina y la ciencia, ¿verdad, Antoine? — Pero Antoine estaba leyendo algo en un cuadernillo que llevaba, y de repente alzó la vista, despistado por la mención. — Perdón, ¿decíais? Es que estaba aprovechando el debate para revisar mis notas. Ya sabéis, uno nunca puede dejar de estudiar. — Menuda cara le puso Marcus. A mí precisamente me vas a venir con ese cuento, francesito.

Se aclaró la garganta otra vez. — Vale, propongo. — Hizo un cartel con las manos. — "El Todo". — No. — "Quintaesencia". — ¡Que no! ¿Por qué no pones un poema, de paso? — Todos observaban el pique entre Marcus y Nancy como si fuera un partido de quidditch muy poco interesante. — Disculpa, ¿mis nombres son largos? No como María la Judía. — ¡Oye! Encima que propongo a una alquimista. — Se quejó Siobhán. — A nadie se le ha pasado por la cabeza que el nombre del equipo pueda ser femenino a pesar de que somos clara mayoría... — ¿Los centauros? — Propuso Cerys, pausada. Y dale con las criaturas. Marcus ya iba a decir que no, pero Nancy dio una palmada. — ¡Sí! Ese me gusta. — Marcus la miró con una ceja arqueada. — Muchos son azules, no hay criatura más inteligente ni antológica, observan las estrellas, conocen la naturaleza... Es perfecto para nosotros. — Y nos vale para pinchar a los Hufflepuffs. — Se apuntó Siobhán, y las cuatro mujeres rieron. Marcus, no tanto. — Podemos darle una vuelta... — ¡Ginny! — Llamó Martha, alzando un brazo. Mientras la chica se acercaba, le tendió un papelito. — Aquí está nuestro nombre de equipo. — "Los centauros", ¡estupendo! — Marcus echó aire por la nariz. Empezaban bien...

— Equipo amarillo, ¿tenéis nombre vosotros también? — ¡Sip! — Dijo alegremente Andrew, y para sorpresa de Marcus, todos se pusieron de pie, colocaron una de sus manos en el centro y clamaron al unísono. — Un, dos, tres... ¡Eureka! — Primero se desconcertó, hasta que entendió lo que pasaba. Descolgó la mandíbula y se puso de pie, señalando al grupo. — ¡No vale! Impugno, quiero cambiar el nombre. — Venga, primo, no empieces tan picado... — ¡Robo! ¿Cómo podéis elegir una de las palabras que más han marcado la sabiduría de la historia siendo opositores de un equipo de Ravenclaws? Es una provocación. — Andrew, con una caída de ojos y una sonrisilla, miró a Ginny. — ¿Está repetido el nombre? — No, señor portavoz de "Eureka". — Su primo se giró de nuevo a él y se encogió de hombros. — Haberlo elegido. — ¡Vamos, "Centauros"! — Gritó Siobhán, siendo coreada por Nancy, en un intento por subir los ánimos. Ahora el indignado era Ruairi, que puso cara de pena instantánea. — ¡No vale! ¿Veis? Nosotros deberíamos llamarnos como una criatura. ¿Ves, cariño? No habéis querido hacerme caso. — Marcus miró con recochineo a Andrew, pero lo cierto era que no estaba nada convencido con el nombre. Pero bueno, al menos les había dado de su propia medicina.

 

ALICE

Ya se imaginaba ella que lo del nombre iba a traer cola, pero se limitó simplemente a asistir a una escena de rifirrafe cotidiano, que bien sabía Merlín que falta le hacía. — ¡Eh! ¡Me gusta lo de María la Judía! — Aportó. Pero no tuvo mucha acogida. Y para colmo, el francés haciéndose el chulito, lo que le valió una mala mirada de Alice. Empiezas a recordarme peligrosamente a uno que no me apetece recordar, pensó con hiel. Nop, ese no se iba a acercar a Wendy si ella podía evitarlo. Por lo demás, Marcus y Nancy seguían con lo suyo. Iba a proponer “los espinos” pero tampoco encontró el momento, no estaba la cosa para más opiniones.

Cerys se le adelantó, no obstante, y antes de que pudieran hacer otra cosa, ya les habían colgado el nombre. — Oye, los centauros son muy listos. — Aportó ella en voz bajita a Marcus, apretándole la mano. Pero no sirvió de nada cuando los otros dijeron que el nombre era “Eureka”. Suspiró y rio un poquito por lo bajo. Bueno, ¿no querían una competición? Lo iba a ser, desde luego. Rodeó a Marcus por la espalda, ya que ella estaba sentada sobre la mesa y Marcus sobre la silla, y dejó un beso en su coronilla. — Demuéstrales lo sabio que puede llegar a ser un centauro. — Cerys y Martha se rieron entre dientes, y Siobhán y Nancy parecían muy arriba, así que se quiso subir a ese barco cuando Ginny dijo. — ¿Quién saca un palito para ver quien empieza? — ¡YO! — Saltó toda contenta. Ginny le ofreció una bolsita. — Si sacas la ficha del color de tu equipo, empezáis. Si sacas la del otro, empieza el otro. — Y, para su gusto, sacó la azul y la levantó. — ¡AZUL! ¡SOY AZUL! ¡AMOR, EMPEZAMOS NOSOTROS! — Ginny rio. — Esta es la actitud que quiero. — ¡UHHHH! ¡QUÉ BIEN, ALICE! ¡TE LO MERECES, GUAPA! — Gritó Allison en el otro grupo. — Que alguien le quite la crema de whiskey a mi cuñada. — Ordenó la maestra de ceremonias.

— A ver, mona, apunta a la rueda con tu varita. — Indicó Ginny, mientras al mismo tiempo iba dirigiendo pintas por el aire hacia todos. Al hacerlo, apreció una espiral en el aire y se acabó materializando en un círculo de color verde. — ¡Oh! ¡Herbología! ¡Mira, Cerys! Vamos a empezar divinamente. — Dijo contenta. Ginny carraspeó y leyó una tarjeta que había venido volando no sabía de dónde. — ¿Qué hierba se usa contra las maldiciones provocadas por espíritus tales como las banshees o las erinias? — Yo s… — ¡Ruairi, no empecemos! — Riñó Ginny, y el pobre hombre se hizo pequeñito. — Claro, ahí se juntan nuestras materias. Pero esa es fácil, ¿contesto yo? — Dijo muy contenta. — Consúltalo con tu equipo, mejor. — Recomendó la chica. — ¡Tiempo! — Y un relojito de arena de humo apareció en azulito flotando a su lado. Ella miró a sus acompañantes. — Yo estoy segura de que es el hipérico, ¿pensáis igual? — Sí. — Dijo rotundamente Cerys. — Coincido. — Aportó Martha. — Lo tengo en casa, vamos. — Nancy y Siobhán se miraron confusas. — Yo confío en vosotras. — Pues yo usaría serbal. — Dijo el francés. Alice le miró. — El serbal es para las varitas que curan maldiciones y la pregunta es de herbología. — Herbología también puede ser criar los árboles para hacer varitas contra las maldiciones. — Le replicó. Uy, ya se estaba calentando. — No, eso no es herbología. — Soy médico, uso la herbología todos los días. — NO. Las ENFERMERAS y LOS POCIONISTAS usarán la herbología. Yo soy alquimista, y transmuto de sólido a líquido, y te aseguro que el serbal NO sirve para ponerlo en una poción. — ¡ALICE, EL TIEMPO! — Le advirtió Siobhán. — ¡HIPÉRICO! — Contestó casi chillando. — ¿Esa es vuestra respuesta? — SÍ. — Contestaron las chicas, ya tensas. — Pues eeeees ¡CORRECTA! — Yo también habría usado eso. — Dijo Ruairi adorablemente. Alice puso cara de suficiencia y se bajó de la mesa de un salto. — Dedícate a los puntitos, Antoine… — Se fue hacia una pinta, la cogió y se sentó en el regazo de Marcus. — Y déjanos a los alquimistas las cosas complicadas. — Y acto seguido bebió un trago largo, terminando por darle un piquito a su novio, entre los gritos de “WOOOOO” de ambos equipos. Se rio y susurró a Marcus. — En verdad no es mala idea intentar transmutar serbal, apúntalo que lo intentaremos. — Rozó su nariz contra la mejilla de él. — Pero no se lo hagamos saber, ese tío me ha caído gordo, quiero que tu prima se quede con Ciarán y que vea que tú eres más listo y guapo que él y que no pinta nada aquí. — Hala, suave se lo llevaba. Es que se había mareado un poquito con la pinta. De hecho, mejor comía unas patatas en lo que los contrarios respondían.

 

MARCUS

— ¡Esa es mi reina de Ravenclaw! — Jaleó a Alice, que estaba bien contenta por haber sacado el palito que les proclamaba como primeros en el turno. Estaba deseando contestar correctamente preguntas, pero cuando vio que la primera categoría era herbología, se permitió el lujo de apoderarse del plato de patatas y retreparse tranquilito a comer, porque esa iba a saber responderla más de una de allí. Efectivamente no tardaron en dar con la tecla, y cuando oyó la respuesta a Marcus le quiso sonar también. Miró con tremendo hastío al francés. — Alice tiene razón. — Fue lo único que dijo, y esperaba haber sonado lo suficientemente taxativo. Esperaba no tener que soltar otro discurso, junto al de su novia, pero esta vez sobre varitas, que por su madre entendía del tema seguro que bastante más que el tipo ese. Celebró fuertemente el acierto, y le dedicó una mirada y una sonrisa ladinas a Alice, agarrándola por la cintura. — Esa es mi bruja más lista y conocedora de plantas. — Y correspondió su beso con orgullo. Rio y susurró de vuelta. — No tiene nada que hacer. — Confirmó, aunque algo le decía que Ciarán tampoco tenía mucho.

— ¡Turno de los Eureka! — Celebró Ginny, y Wendy fue dando saltitos a apuntar a la rueda con la varita. — ¡Amarillo, como vosotros! — Dijo Ginny con un bailecito. — ¡Historia de la magia! ¿Preparados? — Se aclaró la garganta y pronunció. — ¿Cuál es la más antigua de las escuelas de magia existentes en el mundo? — Marcus se giró a Alice y susurró. — Yo me la sé. — Con una sonrisilla infantil. A Marcus le encantaba la historia, y antes de entrar en Hogwarts ya sabía un montón de las escuelas mágicas, y se hacía sus rankings de antigüedad en las mismas, y sabía muchísimas curiosidades. Además, la Confederación de Escuelas Mágicas era de los primeros temas de primero de Historia de la Magia que se estudiaban, ahora lo que tenían los demás era que acordarse. — Ahí hay más de uno a quien primero de Hogwarts le queda ya un poco lejos. — Dijo Nancy con suficiencia, como si hubiera pensado lo mismo que él, levantando risillas en el entorno. Pero Martha le dio con el posavasos en la cabeza. — Calla, leprechaun. Que allí son todos más jóvenes que yo. ¿Me estás llamando vieja? — Los siete me libren. — Respondió la otra, pero compartió una miradita con Siobhán y siguieron riendo las dos.

— ¡Eureka! — Gritó Allison, levantando risillas en su propio grupo, y Marcus les miró con inquina desde su posición. Por supuesto, fue detectado, y más rieron. — Me han robado el nombre... — Masculló como quien trama su venganza. — ¡Venga! Se os acaba el tiempo, ¿tenéis respuesta ya? — ¡Sep! — Dijo alegremente Andrew. — Como portavoz de este mi grupo, los maravillosos y sabios Eureka... — Marcus hizo un mohín de reproche. — …Nuestra respuesta es: la escuela Mahoutokoro de Japón. — ¡Muy bien! ¡Puntito para los Eureka! — ¡¡EUREKA!! — Celebraron todos juntos, entrechocando sus pintas. — ¡Nos empatan! Hay que remontar, Centauros. — Animó Siobhán, pero Marcus mascullaba por lo bajo cada vez que le llamaban caballo de torso descubierto. Es que había que fastidiarse.

— Antes de seguir por equipos, llega mi parte favorita. ¡¡CHAN CHAN CHAAAAAAAAN!! — Ginny como maestra de ceremonias era muy divertida, había que reconocerlo. Aparecieron en las dos mesas de los equipos dos protuberancias rojas, y antes de que Ginny explicara de qué se trataba, Nancy dijo. — Ay, no... — Esto me pone de los nervios. — Coincidió Cerys con la primera, pero Siobhán saltaba en el asiento y se frotaba las manos. — Venga, venga, chicos, que podemos de sobra... — ¡¡DUELO!! — Marcus abrió mucho los ojos. — ¿Duelo? — Seguimos en un trivial, tranquilo. — Apuntó Cerys, con ese tono tan pausado y monocorde que usaba siempre. — Esta pregunta va para los dos equipos. — Explicó Ginny. — El primero que tenga su respuesta, debe pulsar el pulsador Y SE ENTERA PERFECTAMENTE SOLO CON PULSARLO, NO HACE FALTA ECHAR LA MESA ABAJO. — Vale, vale. — Alzó Andrew las manos. — Ni que estuviera uno partiendo mesas todos los días. — Con una tuve suficiente. — Pobres patatas por el suelo... — Se lamentó Wendy, tan soñadora y con la mirada perdida como siempre. Allison hizo una pedorreta. — ¿Patatas? Por favor. Estaba de seis meses, veía esos charcos de pinta por ahí y me entraban ganas de fregarlos a lametones... — ¡BUENO! Atentos, que va la pregunta. Pero, primero, la categoría. — Los colores se removieron hasta que apareció el elegido. — ¡Rosita! Eso es, tachán tachán: ¡estudios muggles! — Todos se removieron. Claramente eran un grupo de magos con pocos conocimientos sobre los muggles... o no todos. — ¡En aquel equipo hay ventaja! — Señaló Nancy. — Niamh es mestiza. — Todo lo que recibió fue una pedorreta a cambio.

— Esta pregunta contiene elementos gráficos. ¡Atentos, que es de las difíciles! Ya podéis estar sacando toooooda vuestra creatividad. — Marcus ya estaba nervioso y con la atención a tope. De repente, apareció flotando, ante la vista de todos, una fotografía claramente mágica, porque se movía, de un cacharro que juraría no haber visto en su vida. Se esperanzaba en el silencio del otro equipo y en las caras de desconcierto, pero teniendo en cuenta que el suyo estaba exactamente igual, no era muy esperanzador. — Por Merlín... — Suspiró Cerys, dando un trago a su pinta. Martha estaba con el ceño muy fruncido. — ¿¿Pero qué demonios es eso?? — Tiene que llevar electricidad. O eso parece. — Señaló Marcus, muy concentrado. — ¿Veis esas lucecitas? Parpadean. Las luces muggles vienen por electricidad. Es algo que se conecta a la luz. — Pero no tiene enchufes. La electricidad va por cables ¿no? Así las tienen en las casas muggles que he visto. Porque, sí, yo también he estado en barriadas de familias muggles. — Señaló Siobhán a Nancy, aunque bien que se había callado su "ventaja" cuando su prima señaló la del otro equipo. Nancy estaba demasiado concentrada en la foto. — ¡Sí que tiene enchufe! Mirad, ¿veis detrás del cacharro? Tiene el cable enrollado y atado. ¿Por qué lo tiene atado? — Será que en las tiendas los venden así y luego lo desatarán para enchufarlo. — Hipotetizó Martha, encogiéndose de hombros, pero con la misma cara de despiste que tenían todos. — ¡¡EUREKA!! — Oyó en la otra mesa. Marcus se volvió súbitamente con el ceño fruncido. — Ahora no vayáis a estar toda la noche gritando, que nos desconcentráis. — Os dejamos relinchar si queréis. — Devolvió Andrew, desatando crueles carcajadas en todo el entorno.  Sí, mucha burla, pero ellos tampoco le estaban dando al botón. No tendrían mucha idea.

Siguieron hipotetizando sobre lo que podía ser esa cosa hasta que, para pánico de su equipo, el contrario pulsó el botón. Todos les miraron con ojos de lechuza asustada. — ¡Equipo Eureka! ¿Cuál es vuestra respuesta? — Murmuraron entre ellos y Niamh se alzó portavoz. — A ver... Hemos pensado que puede ser una alarma. Un aparato que se coloca en las casas y, si entra un intruso, se activa y llama a la policía. — Ginny dejó unos segundos de suspense, en el que Marcus se notaba el corazón palpitando por todo el cuerpo. — ¡NO ES CORRECTO! — Casi se desmaya del alivio, mientras el otro equipo se lamentaba. Eso sí, no se vio venir lo que iba a pasar a continuación. — ¡Rebote! — Ante su cara de desconcierto, Nancy apremió. — ¡Rápido, Centauros! Tenemos que decir algo. — ¿¿Tenían que contestar?? Hubo varios comentarios de agobio cruzados, mientras Ginny les apremiaba con el tiempo, hasta que de repente una voz habló sin permiso. — Es un router. — Todos miraron al médico. El tipo ni siquiera levantaba la vista de su libretilla. — Se usa para captar la señal de internet. Ya si eso os explico otro día qué es internet. — Todos arquearon las cejas, pero también miraron a Ginny, expectantes. — Es... ¡Correcto! — Celebraron, pero seguían confusos. Martha le preguntó al chico entre risas. — ¿Internet? ¿Qué narices es eso? — El otro se encogió de hombros y, sin mirarla, comentó. — Demasiado largo de explicar, pero en cualquier hospital que se precie debería haberlo. En grandes ciudades, claro, en los pueblos... — Ya le estaban viendo las caras a Nancy y a Siobhán, y Marcus parapetó antes de que saltaran, porque a él tampoco le hacía ninguna gracia el tipo, pero precisamente por eso, no iba a generar una guerra por un tío que probablemente no volvieran a ver en la vida. — ¡Centauros dos, listos de pega uno! — Pues yo un día me encontré una piedra que dije, esta piedra no es de aquí, y resultó ser piedra pómez. Y ahora mi abuela tiene una piedra pómez gratis. — Todos miraron a Ciarán. El pobre lo había dicho con todo el orgullo que se podía decir una cosa así, pero más bien había recibido miradas de compasión. Trató de seguir con el espíritu en alto, no obstante. — No es fácil eso tampoco. — Claro, colega. Yo estoy contigo. — Y yo. — Dijeron respectivamente Andrew y Allison. — Y seguro que uso más la piedra pómez que el ristrer ese. — Router. — Le susurró Ruairi. La otra, en lo que se echaba más crema de whiskey, se encogió de hombros. — Todo vale para tirárselo a algunos en la cabeza. — Y Marcus tuvo que aguantarse fuertemente la risa, y no era el único.

 

ALICE

Buenoooo no iba a dar nada de sí lo de Eureka. Dio otro trago a la pinta y pasó el brazo por los hombros de su novio, asentándose allí para el resto de la partida. ¡Ah! Que encima había retitos como esos… La cosa se iba a poner ardiente vaya, un equipo de Ravenclaws y Gryffindors iba a intentar comerse a los Hufflepuffs vacilones. No le extrañaba que las mesas acabaran partidas. — Si es que lo provocas. — Le dijo a Ginny, pero esta se rio, traviesa, antes de darle un trago a la pinta. — Eso me llevan diciendo toda la vida… — Pero allí claramente se estaban debatiendo cosas más importantes.

Estudios muggles no era su fuerte, pero tampoco estaba tan desconectada como algunos magos, así que trató de concentrarse. Eso sí, cuando vio la imagen se desinfló. No tenía ni la más remota idea de lo que podía ser ese cacharro. Le extrañaba que nadie quisiera eso en su casa, qué poco estético. — Enchufado está seguro, pero es que hay muchos tipos de enchufe. Y prácticamente todo lo que usan lleva electricidad… — Los huffies se adelantaron, pero no acertaron, y a Alice se le empezaba a emborronar la vista, cuando el francés dijo que era un router. En principio ni idea, pero fue decir lo de internet, y ella se puso muy puesta, erguida, y dijo. — Yo sé lo que es. Mi primo Theo me lo explicó. Aquí hay mucho más conocimiento muggle del que parece. Tenemos móvil y todo. — ¿¿¿AHHHH SÍ??? — Se vio preguntada de golpe por media familia. Asintió, sacando los morros. — Sí, sí, e internet es como una biblioteca gigante donde puedes buscar un montón de cosas. — Antoine rio con superioridad. — Bueno, en realidad es… — Pero Ciarán estaba contando una cosa muy cuqui, y Alice enterró el hacha de guerra con el francés solo por poner en valor al otro muchacho.

El juego era más difícil de lo que parecía a primera vista, resulta que no ganabas hasta que tuvieras todos los quesitos, pero solo caías en quesitos a veces… Y a ver, hablando de quesitos, ella nada más que estaba pendiente del que llevaban las patatas por encima, porque tampoco es que estuviera en su noche más brillante, y estaba inmersa en una guerra con el francés, y no quería contestar de más, así que comía, bebía y cumplimentaba a su novio básicamente, siendo esa toda su aportación al trivial. Pero Ginny interrumpió su tranquila existencia. — ¡BUENO BUENO! Son las diez, así que: ¡MOMENTO MÍMICA! — ¡Ay qué guay! — Exclamó contenta. — ¿Te acuerdas de cuando éramos pequeños y ganamos en Navidad una competición así? — Dijo apoyándose sobre su novio y mirándole arrobada. — ESTA ES DE QUESITO. — ¡QUESITO! ¡MARCUS, QUESITO! ¡Lo necesitamos para ganar! — SHHHH. — Le interpeló Nancy, para enterarse de la prueba. — Esta es de… ¡DEPORTES MÁGICOS! Un miembro de cada equipo tiene que interpretar el deporte que les voy a decir al oído, no podéis hablar ni hacer ruidos, pero podéis coger los objetos que queráis. El equipo que antes lo averigüe, gana. — ¡EL NUESTRO LO HACE MARTHA! — Exigió Nancy. — No, cariño, esto no va a así. — Replicó Ginny. — Ellos eligen cuál de vosotros lo hace, y viceversa. — ¡Ciarán! — Exclamó Siobhán. Todos la miraron, y la chica se encogió un poco. — A ver, que es el nuevo, solo Wen le conoce bien, va a ser más difícil que acierten. — Me gusta tu lógica. — Señaló Cerys, asintiendo. — ¡Pues nosotros a Alice! — Exclamó Andrew. Ella se giró, confusa. — ¿Yo? — Sí, ¿por qué Alice? Acaba de decir que ganó una competición con Marcus de eso. — Preguntó Niamh. — No tenéis estrategia. ¡Está borracha! — ¡No es verdad! — Contestó, ofendida, con un tono que sonó al de una niña enfadada. — ¡Que no lo estoy! Y si lo estuviera sería vuestra culpa, no ponéis medias pintas. — ¡Alice contra Ciarán, pues! — Determinó Ginny. — Venid que os digo lo que tenéis que hacer. — Se levantó con un pucherito del regazo de Marcus y dijo. — Haré lo que pueda, mi amor. No estoy borracha. — Y dejó un piquito en sus labios.

— Quodpot. — Recibió de repente en su oído. — ¿De dónde ha venido eso? — Preguntó, volviéndose a los lados. Ciarán también estaba visiblemente confuso, pero Ginny se estaba riendo con la varita apuntando a su garganta. — Es un hechicito de los míos. Ya te explicaré en qué otros contextos lo puedes usar. De momento, ¿os habéis enterado? — Ambos asintieron. — ¡Pues tiempo! — Alice se acordaba de lo que era el quodpot, se lo habían contado los Lacey en América, en uno de sus intentos por animarla y demás, y más o menos se imaginaba cómo podía hacerlo. Hizo una bola con uno de los jerséis que había ahí, de Martha o Cerys, y se iba a poner a correr con ello en brazos y luego hacer como que explotaba, pero vio que Ciarán también tenía una idea, y Wendy le miraba con ojos brillantes. Suspiró mentalmente y se dijo, cada día más parecida a Janet Gallia, y tiró la bola como si estuviera jugando a los gobstones. — ¡Gobstones! — Exclamó Martha. Ella se hizo la confusa y apenas segundos más tarde, Andrew acertó el quodpot de Ciarán, y Wendy se enganchó al cuello del chico celebrándolo. Perfecto. Puso un pucherito y volvió al regazo de Marcus. — Lo siento, Centauros, me he liado. — A quién se le ocurre pensar en gobstones… No sabes nada nada de deportes, eh… — Le criticó Siobhán. Ella se acurrucó con Marcus y susurró. — Seguimos teniendo tres quesitos, y yo ya he hecho la buena obra del día. Ahora a por ellos, mi amor, sin piedad. —

 

MARCUS

La verdad es que Marcus seguía sin tener muy claro que internet fuera esa biblioteca tan infinita y maravillosa que describían, tendría que verlo con sus propios ojos. Pero, ciertamente, la revelación de tener móviles encantó a todo el mundo. — Somos personas de mundo y con la mente siempre abierta al conocimiento. — Fardó, y deseó fuertemente que el tema no saliera cuando estuvieran allí los Lacey en Navidad, porque iban a tirarle el discurso al suelo. Se centraron de nuevo en el juego y, para su sorpresa, no todas las preguntas puntuaban, solo algunas, lo que le pareció tremendamente injusto. Por supuesto, él llevaba la cuenta y ellos llevaban más preguntas acertadas, pero no habían tenido la suerte de que "les tocara un quesito". Ya ni se molestaba en enfadarse, se consideraba moralmente ganador.

De repente y por algún motivo, a las diez se cambió el formato del trivial. Lo cierto es que ya llevaba una pinta y media y tenía una risilla estúpida instaurada que hacía que le viera menos gravedad a eso del ganar por quesitos. Aunque a Alice claramente se le había subido más el alcohol que a él, porque estaba comiendo mucho menos. — ¡Quesito! — Clamó junto a su novia cuando las patatas que tenía en la boca se lo permitieron, abrazándose a ella entre risas. — Venga, mi amor, si pudimos de pequeños, podemos ahora. — Aunque lo de que fuera de deportes... Sinceramente, ese quesito lo había dado por perdido. Eso sí, si lo hacía Martha podían tener posibilidades... No iban a tener tanta suerte. Miró mal al otro equipo cuando eligieron a Alice. — ¡Eureka! — Quiso salvar Ruairi con alegría, pero se encogió solo de ver la inquina que Marcus le dedicó con los ojos.

— ¡Confío en ti, cariño! — Le dijo a Alice con una sonrisa, pero en cuanto se fue, miró a su equipo. — Teníamos que haber elegido a Allison, si es por borrachera. — Murmuró, pero solo recibió encogimientos de hombros. — Venga, princeso, confía en tu novia. — Pinchó Nancy, y él le dedicó una mueca. Puso su mejor intención... pero no tenía ni idea de lo que estaba haciendo Alice. Miró a Ciarán, por si lo del otro le daba pistas, pero nada. Cuando oyó la resolución, soltó una pedorreta. — ¡Por favor! Estamos en Europa, no valen deportes americanos. — Si es que le sacaban de sus esquemas y así como para acertar. Recibió a la chica entre sus brazos. — Yo te he entendido, mi amor. Un poco a deshora, pero te he entendido. — Qué va, no había entendido nada, pero tampoco lo pretendía en materia de deportes.

Pensaba ir sin piedad, por supuesto que sí. — Vale, Centauros, concentración. — Pidió, reuniéndose en círculos con los suyos (por supuesto, el médico les estaba ignorando, de hecho había aprovechado para ir al baño). — Nos faltan tres quesitos: estudios muggles, deportes mágicos y criaturas. No son los que mejor se nos dan, pero ellos están en condiciones parecidas, porque les falta historia y hechizos, y también estudios muggles, como a nosotros. — Los magos y las brujas tenemos que abrirnos un poquito a la cultura muggle. — Reprochó Siobhán. — Lo de caer en quesitos es demasiado aleatorio para mi gusto, pero cuando lo hagamos, tenemos que intentar... — ¡EUREKA! — Gritaron los otros. Marcus soltó aire por la nariz y, de repente, Martha pegó un salto de su sitio y soltó un relincho. Todos la miraron. Lentamente, se sentó. — Bueno, es que si nadie más lo hace, queda ridículo. — Se justificó. Marcus no estaba lo suficientemente bebido como para ponerse a relinchar, definitivamente.

El siguiente en caer en un quesito fue el otro equipo, lo cual los puso a todos muy tensos, pero volvieron a fallar. — ¡Lo tenemos, lo tenemos! — Celebraba Siobhán, motivadísima. Y en el siguiente turno, cayeron ellos en un quesito. En concreto, el de criaturas. — Darren, cuñado, ayúdame desde donde estés a derrotar a tus compañeros de casa. — Pidió al aire como si rezara. — Atención a los centauros que menos animales conocen del mundo... — ¡Eh! Menos burlas. — Advirtió Nancy. Ginny rio maliciosamente y lanzó la pregunta. — ¿Cuál es el animal del que se obtienen los núcleos de varitas menos frecuentes? — ¡EL FÉNIX! — Saltó Marcus, poniéndose incluso de pie. Su grupo le miró con pánico. — ¿Es respuesta definitiva? — Marcus... — Susurró Martha casi agresivamente. — ¿Estás seguro? — Segurísimo. — Les dijo a las chicas. — Mi madre tiene muchísimas varitas, y de pluma de fénix solo tiene una. Son muy difíciles de conseguir y de dominar. Esa es la respuesta, creedme. — En realidad... — Empezó el francés. — El pelo de veela... — Oh, calla ya. — Cortó Siobhán, lo que hizo que el chico la mirara con ofensa. Marcus miró a Ginny. — Nuestra respuesta es: pluma de fénix. — Y la respuesta es... ¡¡CORRECTA!! — Saltaron y vitorearon con fuerza. Habían roto el empate. Ya sí que se iba a venir arriba.

Y lo que le quedaba. — ¡Pregunta de quesito para Eureka! Esta de Hechizos. — Marcus y los demás de su equipo se retorcían los dedos. Ginny esbozó una sonrisa maliciosa. — Y... ¡Nuevo duelo! Pero, como el equipo de los Centauros ya tiene este quesito, tendréis que vencerles a ellos. Si no lo conseguís, nos quedamos como estamos. Y si lo conseguís... vosotros os lleváis el quesito, y ellos lo pierden. — La oleada de indignación que se levantó en su equipo fue intensa, tanto que Ginny tuvo que amplificar su voz. — ¡SILENCIO AHORA MISMO! U os transformo las patatas en cardos. ¡Mi trivial, mis normas! — Marcus gruñó. Bueno, era hechizos, eso lo recuperaban fácilmente. — Para esta prueba, cada equipo elegirá a un paladín. Ambos tendrán que ejecutar un hechizo Patronus, y el que lo haga con mayor entidad y consistencia, con mayor fuerza mágica, gana. — ¡Elegimos a Marcus! — Saltaron Siobhán, Nancy y Martha al unísono, con tanta fuerza que empujaron sin querer y por ambos hombros a la pobre Cerys, quien, sorprendida, casi se tira la pinta encima. Marcus hizo una caída de ojos. — Acepto. — Y tanto que aceptaba. Los encantamientos eran lo suyo, estaba crecidísimo.

El otro equipo eligió a Niamh. — Uh, a mi cuñada se le dan genial los patronus. Y los animales. Y ser feliz en general. No te confíes, Marcus. — Advirtió Nancy, pero él simplemente hizo un gesto con la mano, con una sonrisa ladina. Ambos se pusieron en el centro del lugar, y Marcus sacó su varita con una floritura. — Las damas primero. — La mujer soltó una risita y, con más fuerza de la que esperaba, invocó un patronus. Un elegante y veloz kneazel salió de su varita y empezó a corretear por entre las mesas, entreteniendo a todos. Marcus lo observó con una sonrisa leve. Los Hufflepuff estaban prácticamente celebrando la victoria, mientras los suyos estaban bastante tensos. Él, sin inmutarse, miró a Ginny y preguntó. — ¿Puedo? — Cuando quiera su merced. — Dijo la otra. Se aclaró la garganta y, sin pronunciar el hechizo, movió la varita. Primero salió lo que parecía un leve haz de luz plateada, pero con observarlo detenidamente se apreciaba su forma. Haciendo un lento remolino, se fue haciendo cada vez más y más grande, hasta alcanzar un tamaño inmenso, enroscándose y sobrevolando entre las mesas, lanzando un majestuoso chillido final cuando alcanzó el que Marcus determinó que sería el tope de su tamaño (pero, siendo un occamy, podría seguir). Voló hacia el techo y, tenue, se desvaneció. Había generado un silencio en el bar, hasta que Allison habló. — Te doy todos mis quesitos. — Ginny soltó una fuerte carcajada. — Jolín, qué pasada. Pero era muy mono tu kneazel, Niahm. — Monísimo. — Contestó la aludida a Wendy, entre risas. Para sorpresa de Marcus, la mujer se acercó a él y le dejó un beso en la mejilla. — Toma. Quesito y besito para ti. — ¡Los Centauros siguen en cabeza! —

 

ALICE

Ya había ayudado a Ciarán una vez, ya a partir de ahí iba a muerte con sus centauros. Asintió a lo de estudios muggles pero ella levantó un dedo. — Yo me siento muy en consonancia con ellos. No solo tenemos móvil, es que yo compro en el chino, tengo bastantes cosas muggles en casa yyyyy… — Señaló a Nancy por algún motivo. — …Sobreviví a un túnel del terror en la estación de Shoreditch en Halloween. — Se hizo un silencio y Cerys parpadeó. — No sé si es que está demasiado borracha o yo demasiado desconectada, pero no entiendo ni una palabra de lo que dice. — Siobhán suspiró y la señaló. — Lo que yo decía… — Pero la conversación se vio interrumpida por una actuación de Martha que quiso seguir, pero le pilló tarde y ni siquiera entendiendo bien qué tenía que hacer, así que suspiró y negó. — La borracha luego soy yo… —

Pero el equipo contaba con los Gryffindor que iban a pincho y Marcus con su ingente conocimiento de cientos de cosas… Si no fuera por el maldito francés, lo estaría disfrutando todo más. Lo bueno de estar un pelín mareadilla, es que los demás eran más rápido que ella contestando y no podía empezar una guerra interna. — Anda que… pelo de veela. — Dijo por lo bajo. Los franceses y su chovinismo. Irlanda tenía un folklore mucho más granado y no lo imponía tanto… Tengo que contarle eso mismo a la abuela Molly. — ¡CORRECTA, MI AMOR! ¡NADIE SABE TANTO DE VARITAS COMO TÚ! — Celebró encantada, y de repente, los de enfrente estallaron en risas maliciosas. — ¡Oh, por Merlín! Vuestras mentes están completamente enfermas. —

Lo que no se vio venir fue lo de que les pudieran quitar el quesito. — ¡EHHH! ¿Cómo que nos pueden levantar el quesito? Nononono, eso no estaba en el reglamento. — Dijo muy indignada, sacando un pucherito y cruzándose de brazos. — Impugno. — Pero nada, recibió el grito de Ginny como todos los demás. Las primas se recuperaron de la indignación antes que ella, que asintió con superioridad. — Hombre, evidentemente que elegimos a Marcus… — Ignoró los datos de Nancy, y se limitó a esperar a que Marcus hiciera su patronus. — Hay que fastidiarse… Una mujer tan inteligente, fuerte y decidida, cómo pierde el culo por su Marcus, eh… — Le picó la chica. Alice chasqueó la lengua. — Es que no has visto ese occamy… Yo sí. — Y hala, otra vez a reírse de ella. No, que nadie la tomaba en serio allí. Alzó las cejas y negó. — No me afecta, paso de vuestras mentes, mirad, mirad… — Y, tal como ella sabía, el occamy fue un espectáculo. Tanto que Niamh le dio hasta un besito. — Uhhhh, Alice, ¿no te encelas? — Le picó Andrew. Ella se rio con superioridad. — Yo le voy a dar uno mucho mejor. — Sonaron varios “uuhhhh” entre los presentes, y ella se levantó y le plantó un morreo tremendo a Marcus, acabando con una sonrisa. Oyó a Allison reírse y decir. — Yo si quieres te doy uno, miamorrrr… — Ja. Y luego la borracha era ella.

Durante un rato, el trivial se volvió una encarnizada competición entre Andrew y su equipo, y el francés y Ciarán, hasta que, en su turno, Ginny invocó otro reto para conseguir quesito. — Este lo llamo… No me voy a comer la cabeza: estorba al contrario. — Les miró. — De los quesitos que aún no tienen, tenéis que elegir a cuál pueden optar. Si ellos fallan, tenéis la oportunidad de elegir uno que os falte a vosotros, de rebote. Si aciertan, eligen ellos el vuestro. — Se había liado un poco, pero estaba segura de que en su equipo se habían enterado. — Así que, Centauros: ¿a qué quesito queréis que opten los Eureka? — Se reunieron como si aquello fuera un cónclave. — Su punto más flojo es la historia. — Aseguró Nancy. — Ahí ninguno controla. — Realmente de historia solo controláis vosotros, Nance. — Aseguró Martha. — Pues listo. — Quizá deberíamos ser amables con ellos. — Dejó caer Cerys. — Por si luego intentan ponérnoslo difícil a nosotros. — ¿Estás de coña? ¿Has oído a mi hermano? Lo van a hacer igual. Viene loco. No, no. Voy con historia. — Aseguró Siobhán. — ¡HISTORIA! — Bramó Nancy, y el disgusto del equipo rival fue evidente.

— Esto me encanta. — Murmuró Ginny. — ¡A ver, Eurekas, historia! — Movió la tarjeta en el aire. — ¿Por qué fracasó el intentó de la creación del Código de Conducta del Hombre Lobo en 1637? — Porque nadie se presentó a firmarlo. — Todos se volvieron a Ciarán curiosos. El chico se puso rojísimo. — Es… evidente ¿no? Nadie lo firmó, porque nadie quería admitir que era hombre lobo. — El resto de los del equipo parpadearon, pero finalmente Andrew se decidió. — Oye, el tío lo ha visto claro, ¡esa es nuestra respuesta! — Pueeees ¡CORRECTA! ¡Tres hurras por el chico lobo de Connemara! — Todos los del equipo aplaudieron, y Wendy se quedó mirándole, con ojos brillantes. — ¿Cómo sabías eso? Eres superlisto. — Él se rascó la cabeza, con una sonrisita adorable. — Me encanta la historia… — ¿Sí? Ay, yo quiero que me cuentes cosas… — ¡EH! ¡LAS NORMAS! ¡NADA DE PEDIDAS! Connemara, elige algo para el quesito de los centauros. — ¿Eh? Pues… Criaturas ¿no? Por ejemplo. — ¡Criaturas sea! — ¡NO, TÍO! — Se quejó Andrew. — Que la prima Martha y Cerys tienen una granja, hombre… — Ah… No… O sea, si lo sabía… Porque el primer día fui allí… Pero… — Hubo risitas en su equipo, y quejas en los otros, cuando Ginny llamó a Martha. — A ver, pri, ven aquí. Para poner una dificultad extra, tienes que interpretar a esta criatura que te voy a decir. — Se hizo el hechizo de la voz, y Martha pegó un salto en su sitio en cuanto lo oyó. No le dio ni lugar a poner el tiempo a Ginny. Apuntó al jersey de Alice, que era azul oscuro, y luego a sí misma, y empezó a hacer que volaba tranquilamente por la estancia. Luego hizo el gesto de hablar y acto seguido pareció caer muerta. — ¡Joberknoll! — Exclamó Cerys. — ¡SÍ! ¡Si es que eres la mejor! — Y se abrazaron. Alice se pegó a Marcus y susurró. — Mira qué cuquis. Y nos han ganado un quesito. — Dijo antes de dejar un besito en su mejilla.

 

MARCUS

Menos mal que Marcus no era competitivo... Bueno, sí que era un poquito competitivo. Lo que pasaba era que el quidditch no le gustaba, y que en lo que sí, nunca tenía rivales, entonces claro, la vena competitiva no había tenido por qué salir; hasta ahora, porque entre lo de robarle el nombre y que Andrew no dejaba de pinchar, se estaba ya tomando ganar como una causa personal. Aunque también se lo estaba pasando muy bien, todo había que decirlo.

Encima ahora tocaba "estorbar al contrario". — ¿No se penaliza al equipo que lo haya estado haciendo mientras no tocaba? — Recochineó, y Niahm le sacó la lengua en una burla que le tuvo que hacer reír. Evidentemente, le lanzaron historia al equipo contrario, porque estaban bastante perdidos. Lo que no se vio venir fue que acertara Ciarán, y por un momento debió tener un episodio de confusión claramente provocado por las dos pintas y media que llevaba en el cuerpo y por la presencia del médico, que ese sí que solo estorbaba, porque se levantó y aplaudió profusamente mientras decía. — ¡BRAVO! — Siobhán tiró de su pantalón con tanta fuerza que se dejó caer violentamente porque, de resistirse, le deja en ropa interior en mitad del bar. — ¡Vaya competitivo estás hecho! — Me gusta la gente que responde a las preguntas con seguridad. — Se defendió. Hasta ese momento no había caído en que estaba aplaudiendo un acierto del equipo contrario, así que se recompuso con seguridad, como hacía siempre que se veía pillado en un fallo. — Y el chaval se lo merece. Hay que alardear menos de que se sabe y saber de verdad. — De camino le lanzaba un tirito al médico.

Soltó una carcajada y le dio un codazo cómplice a Alice, señalando a Wendy con la mirada. — Si es que la inteligencia atrae, yo siempre lo digo. — Ignoró por completo la mirada de aburrimiento de Siobhán. Eso sí, puso cara de ofensa cuando Ciarán les lanzó criaturas. — ¡Eh! ¡Te he aplaudido! — Y estoy de tu parte en lo de Wen, pensó. Encima que le veía buen partido para su prima... Prima a la que conocía de hacía menos tiempo que el chaval en cuestión, pero bueno, él se entendía. Menos mal que sí que había gente en su equipo que controlaba del tema, y aunque él estaba en confusión absoluta viendo la imitación, Cerys acertó enseguida. Al susurro de Alice respondió impetuosamente. — ¡Quesito! — Alzando los brazos, y luego miró contento a Martha, mientras achuchaba a su novia. — ¡Claro! Has señalado a Alice porque es un pajarito azul. — Y entonces cayó, y el rostro se le descompuso. Soltó a Alice de golpe (igual demasiado, probablemente hubiera desequilibrado a su pobre novia). — ¡Ah no no! Mi Alice no es ese bicho. ¡Ella habla siempre! — ¿Un pájaro que SOLO habla justo antes de morirse? Por Merlín, qué turbio, su Alice no era nada de eso, no quería ni pensarlo.

— ¡BUENO! — Exclamó Ginny, y la expresión maliciosa no le gustó nada. — Os queda un quesito a cada equipo... y llegado a este punto... solo podemos resolverlo aaaaaa... — Sonaron unos truenos claramente provocados por su varita. — ¡MUERTE SÚBITA! — No le gustaba nada ese nombre, pero al parecer era al único, porque el clamor popular fue de emoción. — Para los nuevos: se harán preguntas en batería, a toda velocidad, tenéis veinte segundos para responder o se dará como equivocada. En el caso de Eureka, pregunta de hechizos, y en el caso de Centauros, pregunta de deportes. — ¿Por qué siempre los malditos deportes arruinándole la existencia a los Ravenclaw? Marcus ya estaba resoplando, nervioso. — Se hará una pregunta a cada uno: si ambos falláis la vuestra, se continúa; si ambos acertáis la vuestra, se continúa; a la primera ronda en la que uno acierte la suya y el otro la falle, el acertante se proclama automáticamente equipo ganador. — Los ánimos estaban caldeados, y Marcus se notaba ya al borde del infarto.

— Primera pregunta para Eureka. — Ginny lanzó la pregunta, y el equipo falló. — Turno de los Centauros. — Les tocaba, pero les preguntó por un deporte que Marcus juraría no haber oído en su vida, por lo que fallaron también. — Turno de Eureka. — Y la pregunta era tan insultantemente fácil que, por supuesto, acertaron. — Turno de los Centauros. — Se pasó las manos por el pelo, pero esa sí, esa sí se la sabía. — ¡¡BARREDORA 7!! — ¡CORRECTO! — Casi soltó un sollozo, pensando gracias, Lex, porque por fin las eternas conversaciones sobre quidditch de su hermano y haber ido mil veces al museo le habían servido para algo. Así se sucedieron cinco turnos más, en los que o fallaban ambos, o acertaban ambos, y de verdad que creía que le iba a dar un infarto. Ambos equipos estaban ya todos agarrados de las manos entre sí, en absoluta tensión (bueno, el médico se había ido por ahí a pedirse una copa, pero nadie le echaba de menos). — Turno de Eureka. — Escucharon en tensión absoluta. — ¿Cuál es la utilidad del hechizo Anapneo? — Todos se miraron entre sí, en pánico. Murmuraban agitadamente entre ellos. — ¡Cinco segundos! — ¡Para impedir los ronquidos! — Dijo Ruairi a la desesperada. Tras unos instantes de tensión, Ginny resolvió. — Esss... ¡Incorrecto! Hay varios padres y madres en ese grupo, CREO que os vendría bien este hechizo. Sirve para liberar las vías respiratorias en caso de atragantamiento. — Tú te lo hubieras sabido. — Susurró Marcus a Alice. Lástima que hechizos no fuera su categoría, sino los malditos deportes. Y les tocaba a ellos. — Vamos, chicos, muchísima atención. Esta puede ser la nuestra. — Animó Siobhán, aunque parecía al borde de las lágrimas de la tensión. — Equipo de los Centauros, os toca: ¿quién fue proclamada ganadora de la primera y única Competición Oficial Inglesa de Duelos Mágicos? — ¡ALBERTA TOOTHILL! — Clamó Siobhán en un grito, poniéndose incluso de pie. Sin consultar ni nada. Todos la miraron con ojos y boca desencajados, y el silencio era espesísimo en todo el lugar. — ¡Alberta Toothill! ¡Una de las grandes figuras femeninas de la magia! — ¿Es vuestra respuesta definitiva? — Preguntó Ginny, y el resto del equipo estaba tan descuadrado que solo pudo asentir fuertemente con la cabeza, mientras Siobhán la miraba expectante y con el pecho agitado. Se les hicieron eternos los segundos hasta el veredicto. — Pues es... ¡¡CORRECTAAAAAAA!! — El estallido en su grupo, poniéndose todos de pie, gritando y saltando, casi hace que no se pueda escuchar el final de la frase. — ¡¡GANADORES DEL TRIVIAL DE ESTA SEMANA: EL EQUIPO DE LOS CENTAUROS!! — Y vaya gritos y saltos pegaron, celebrando entre todos, agarrados por los brazos y los hombros y abrazados entre sí. Cuando Marcus se giró, se topó de bruces con Andrew, quien para su sorpresa le abrazó y le levantó del suelo. — ¡Enhorabuena, primos listos! Si es que este concurso es para vosotros. Ya os apalizaremos encima de una escoba. — No me verás subido en una escoba. Yo sé muy bien dónde no está mi campo de actuación. — Y el otro rio a carcajadas. — ¡¡PREEEMIO, PREEEEMIO!! — Empezó a clamar Wendy, y todos la siguieron. ¿También iban a tener premio? Aquello solo mejoraba.

 

ALICE

Estaba encantada con la comparación con el pajarito azul. También estaba segura de que se había perdido parte de la narrativa, pero se quedaba con lo que le interesaba que eran los mimos de su novio. De hecho, estaba tan relajada que lo de “muerte súbita” la alteró y le hizo dar un respinguito en el asiento. Ah, vale. Más o menos había entendido la mecánica, y, como la había entendido, prefirió quedarse al margen, porque ni estaba rápida ni precisa en ese momento, y la muerte súbita esa era muy arriesgada. Así que se dijo voy a vigilar al francés ese, y se hizo con su varita, por si, por lo visto, tenía que lanzar un Baubilio o algo así.

No hizo falta, Marcus supo una cosa de escobas que ella ni se hubiera planteado y los siete quisieron que la pregunta fuera de mujeres importantes y ahí Siobhán les dio la victoria. — ¡HEMOS GANADO! ¡CENTAUROS, HEMOS GANADO! ¡AAAAAUUUUUU! — Nancy se rio. — Alice, eso es un lobo. — Ella parpadeó confusa. — Bueno, pero me habéis entendido. — Lo mejor de jugar contra los Hufflepuffs es que se alegraron genuinamente con ello y aquello se convirtió en una celebración a la irlandesa de las que ya iba conociendo, y, dicho sea de paso, le venía divinamente. Entonces oyó aquello de premio y se puso a dar saltitos. — ¿Qué premio? ¿Qué premio? — Ginny hizo el gesto de bajar con los brazos. — A veeeer a ver, todo el mundo tranquilo, que somos un pub humilde. Es un premio simbólico. — Puso cara de malilla. — Tenemos una variedad del trivial, en modalidad individual, que es levitar a los miembros del equipo sobre un barril de agua y, si fallan, caen dentro. Nuestra antropóloga dice que se hacía en la Edad Media. — Y así es. — Confirmó Nancy entre risas. — Bien, pues vuestro privilegio es redactar las preguntas de ese trivial y que los que lo tengan que hacer sean los perdedores. — Uf, le parecía pasarse un poco, pero los huffies se rieron encantados, recordando otras veces que lo habían hecho y todo parecía guay así que… — ¡Yo lo veo! — Dijo encantada. — ¿Podemos meter alquimia? — Preguntó emocionada. — Nope. No vale hablar de cosas que solo los O’Donnell ingleses sabéis. — Alice chasqueó la lengua, pero se encogió de hombros. — Supongo que es justo. — Os avisaremos para que planifiquéis, pero probablemente sea después de Navidad. ¡Y ahora…! ¿Dónde está la otra dueña del pub? — Preguntó Ginny, poniendo una de sus caras raras. Se hizo un murmullo buscándola, hasta que alguien se dio cuenta de que Ciarán no estaba tampoco. El murmullo pasó a risas y a un suspiro de Ginny. — PUES NADA. Lo anuncio yo. El verdadero premio es estar todos juntos, así que ¡QUE CORRAN LAS PINTAS Y EL MUSICOTE! ¡TODO EL MUNDO A BEBER Y BAILAR! —

Y eso hicieron. Y qué distinto era aquello a Nueva York. Era cálido, luminoso, alegre, se veían las caras, Marcus y ella podían mirarse, y bailar, y tocarse… Oh, serían sitios muy distintos, pero el efecto en ellos era el mismo. Conocía las sonrisas de su novio, las miraditas, los roces de las manos entre ellas, su mano en su cintura… Se acercó a él y se agarró a su nuca. — Yo también quiero un premio. Y quiero premiarte a ti por ser el más listo y el más guapo de Ballyknow. — Se rio y notó cómo las mejillas se le enrojecían. — Cuando tú me digas nos vamos a donde te lo pueda dar. —

 

MARCUS

Cuando Ginny empezó a explicar el premio tuvo que parpadear y recentrarse, porque se estaba perdiendo. ¿El premio era otro trivial en el que, si fallaban, se podían caer a un barril de agua? ¿Eso era un premio? Ah, no, se había precipitado: el premio era hacérselo a los otros. Soltó una carcajada fuerte. — Vaya. Menos mal que no teníamos Slytherins en el grupo. — Sí teníamos: tú. — Pinchó Siobhán, entre risas. Marcus siseó con superioridad. — Yo no soy Slytherin, yo soy un águila orgullosa. Y, de hecho, mi equipo ha ganado. — Gracias a mi respuesta. — La última no es la única. — Alzó un dedo antes de que la chica siguiera protestando. — Y a mí no se me habría ocurrido un premio tan cruel. Yo... — "Habría regalado algo así como una excelsa águila dorada cubierta de brillos y honores". — Se burló Andrew, pomposamente, haciendo un cartel con las manos. Nancy reía a carcajadas y puntualizó. — No, no, sería un águila de chocolate, que al romperla salieran las cinco mejores comidas del universo para cada hora del día. — Qué graciosos sois y qué poco me conocéis. — Contestó, pero lo cierto era que, para su desgracia, empezaban a conocerle bastante bien.

Aceptó el premio y, al igual que el resto, perdió de vista tanto a Wendy como a Ciarán. Soltó una carcajada. — Que alguien le diga al médico que puede irse a estudiar cuando quiera, que se le ha acabado ya la noche. — Varios rieron con él. Celebraron, bailaron y rieron (y, en su caso, siguió comiendo, y bebiendo para bajar la comida, claro). Bailando con Alice y tonteando con ella, recibió su propuesta, y ladeó la sonrisa. — Hmm, un premio recíproco... Me gusta. Déjame pensar qué puede ser, tiene que ser algo especial. — Arqueó una ceja. — ¿Unas patatas? No, ¿otra pinta? Hm... no sé, no sé. Se me queda corto como premio... — Tanteó, sin dejar de bailar con ella. Volvió a arquear las cejas. — Oh, que tú ya lo tienes pensado. Vale... ¿Que busque un sitio? Pues a ver... — Se mojó los labios, fingiéndose pensativo. — No tengo ni idea de qué puede ser, pero si es solo para los dos, cuanta menos gente mejor ¿no? Y aquí somos muchos... Hmm... Pero en la calle va a hacer un poco de frío. — Suspiró. — Propondría volvernos a casa, pero no quisiera que a mi princesa se le cortara la fiesta, así que lo que ella me diga. No quisiera yo ser cortarrollos ni nada. — Le encantaba ese tonteíto, ese hablar ambos en el mismo idioma y alargar lo inevitable.

De repente y sin opción a réplica, Martha y Cerys dijeron que tenían que madrugar al día siguiente y se fueron de golpe y porrazo. — ¡Pues yo me quedo! — Clamó Allison, bien contenta y con la copa alzada, como si alguien le hubiera preguntado. Andrew rio entre dientes. — Me encanta cuando saca sus propias conclusiones... Es tan discreta... — Marcus se tuvo que reír. Niamh también se reía bastante, y añadió. — Nosotros también nos vamos, que deberíamos ser unos padres responsables. — Hubo varias quejas, pero era el momento de Marcus para aprovechar. — Nosotros... — Y, por algún motivo, recibió muchas onomatopeyas. — ¡¡Eh!! Tenemos que estudiar. ¿Os vais a enfrentar vosotros al alquimista Lawrence O'Donnell mañana? No, me voy a enfrentar yo, así que a callar. — Primo. — Dijo Ruairi, poniéndole lo que parecía una afectuosa mano en el hombro, para luego decir. — Todos hemos visto el efecto que ha provocado ese Patronus que has lanzado sin pronunciar el hechizo. — Marcus le miró con ojos de traición, porque vaya risas sacó. El hombre se defendió. — ¡Que a mí me parece bien! Cada uno tiene sus gustos y sus... — Es tarde. — Cortó, que ya se estaba viendo en medio de otra conversación incómoda. Consiguieron despedirse, entre risas, abrazos y promesas de repetir, y al final se fueron junto a Niamh y Ruairi la mayor parte del camino hasta donde estos se separaban.

Casualmente, se podría decir, Lawrence se estaba levantando justo para ir al baño cuando ellos entraron, ambos riendo de a saber qué tontería y cogidos del brazo. Marcus frunció los labios y susurró. — Perdón. No queríamos despertar. — El abuelo, lejos de mosqueado, parecía... ¿aliviado? Sonrió levemente. — No te preocupes, hijo, si creía que vendríais más tarde... — Debió verles las mejillas sonrosadas y la risilla difícil de esconder y les hizo un gesto con la mano. — Anda, anda, os dejo... — Rio levemente y se metió en el baño, y ellos hicieron lo mismo en su habitación. Nada más cerrar la puerta, Marcus lanzó los hechizos pertinentes. Por supuesto, le dio una risilla tonta, durante la cual se acercó a Alice, dejando besitos en su cuello. — A mí lo del barril de agua... Hmmm... Yo prefiero otro premio... ¿Cuál tenías pensado? —

 

ALICE

Se rio con las vaciladas de su novio. Le encantaba cómo se ponía cuando ganaba, porque parecía que le daba una chispa de ingenio incomparable. Le siguió el tonteo encantada. — Ya he comido patatas, tengo ganas de otras cosas… — Contestó, juguetona. Fue asintiendo a todas las reflexiones de Marcus de a dónde deberían irse. Se mordió el labio cuando Allison saltó así y negó levemente con la cabeza. — Yo no. — Susurró ardientemente. Quería llegar a la casa YA. Obviamente, estaban con la familia y en el pueblo, no se iban a ir de rositas, pero ella imitó las posturitas dignas de Marcus (o eso creía ella) y dijo. — Somos alquimistas y hemos dado nuestra palabra. — Pero nada, Ruairi empeñado en hacerles quedar mal. Ella le miró de lado. — ¿Con quién has dejado a los gemelos esta noche, Ruairi? — BOOOOOOOF. — Gritaron las chicas, lanzando silbidos y agitando a la pobre Niamh, que se había puesto muy colorada.

Andrew decidió llevarse a Allison del tirón a casa, y ellos, en cuanto Niamh y Ruairi se fueron, se vieron solos y capaces de llegar entre besitos y tonteos a casa. Ella ya estaba arriba, pero justo salió el abuelo, y se puso muy colorada. Al menos no pareció molestarse, sino al contrario, así que simplemente dijo. — Buenas noches, maestro. Mañana estaremos como un reloj en el taller. — Pero mañana sería mañana, y hoy ya tenía a un Marcus cerrando la puerta como debía y eso era todo lo que le importaba.

Se rio traviesa al recibir sus besos. — Premios de los que te gustan, para todos los sentidos… — Empezó a quitarse prendas de ropa, que llevaba unas pocas y se acercó, solo en ropa interior, a Marcus, contra la puerta. — Vista… — Se deslizó los tirantes del sujetador, para tentarle nada más, no dárselo todo de golpe. — Oído… — Se inclinó sobre él, para acercarse a su oído y gemirle muy bajito, mientras se agarraba a su ropa cerrando los puños. Cuando se separó, le quitó el jersey del tirón y bajó la mano por su torso hasta su ombligo. — Tacto… — Y empezó a desatar su pantalón y agacharse frente a él. — Gusto… — Y allá que iba, cuando notó un ruido en la ventana. Se paró un momento y miró a Marcus, por si él lo había oído también, pero es que entonces sonó otras dos veces. — A ver si es Andrew que no puede entrar y tiene que recoger al niño. — Se acordó. Suspiró y se puso el jersey, que estaba por ahí tirado. — Ahora mismo vuelvo. — Dijo levantando el dedo índice.

Se lanzó a abrir la ventana, y en cuanto se asomó, vio a Andrew ya con Brando en los brazos, con carita de acabar de ser despertado de su sueño, ojitos brillantes y chupete aún puesto. — ¿Ves, Brando, hijo? Así es como los listos celebran las victorias sobre sus pobre primos Hufflepuffs. — Eres mala gente. Pensé que no podías entrar a por tu hijo. — Le sacó la lengua. — Ya voy a aprender a no abrir la ventana cuando la oiga. — El chico más se rio. — No te lo recomiendo. Encontraría formas menos sutiles de molestar. — Se asomó para mirar a Marcus, que apareció tras ella. — Primo, que triunfes esta noche, y cuando estés en lo más alto gritas ¡EUREKA! — Alice se llevó las manos a la cara y el pobre Brando, que estaba confuso, al oír la exclamación alegre de su padre, aplaudió. Menudo cuadro.

Notes:

Necesitábamos un día de relax después de semejante viaje, ¿no os parece? ¿Y quién mejor que los primos fiesteros para dárnoslo? Nos reímos muchísimo escribiéndolo, y es que nos encantan las reuniones familiares. ¿Os sabíais las respuestas? ¿Veis que Marcus y Alice hayan podido desconectar un poco? Si habéis llegado hasta aquí, que se vea: queremos ver esos ¡EUREKA! en los comentarios.

Chapter 59: Bajo el muérdago

Notes:

Directorio de personajes
Árboles genealógicos
Índice Piedra
Lista de reproducción de Piedra
Galería
☼ Canciones asociadas a este capítulo:
- Michael Bublé - Cold December Nights
- Pentatonix - 12 days of Christmas

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

BAJO EL MUÉRDAGO

(21 de diciembre de 2002)

 

MARCUS

Lo poco que había conseguido dormir con los nervios le había despertado confuso: en su dormitorio de su casa, con su cielo estrellado y sin Alice al lado. Sí, por unos días habían vuelto a casa, en una maniobra de la que Marcus se sentía muy orgulloso. Probablemente le hubiera salido mejor porque se hubiera puesto tan sumamente pesado que, por tal de no escucharle más, le habían hecho caso. Fuera como fuere, se había salido con la suya.

Llevaba desde que fue a Nueva York diciendo que quería hacerle a su hermano varios regalos y de los buenos, por el cumpleaños perdido con él y por las pruebas aprobadas para los Montrose Magpies. Lex era poco materialista y, a su manera y entre gruñidos, le había insistido en que no lo hiciera. Marcus ya le había comprado varias cosas en Nueva York y otras tantas en Irlanda que le daría en Navidad y como regalo atrasado de cumpleaños, pero un día, como una luz que se enciende en la cabeza, se le ocurrió EL MEJOR REGALO que podía darle, y se lo iba a dar ese mismo día. Necesitaba de la colaboración de sus padres y, al mismo tiempo, que no supieran demasiado del tema, no los detalles, al menos. Con ese regalo sí que iba a triunfar.

La parte de la colaboración fue la más difícil, porque pedirles a sus padres que se fueran a Irlanda un día antes y que no estuvieran para recoger a su retoño del andén no les hizo ninguna gracia. Marcus lo adornó con muchísima palabrería: Lex no se espera que yo esté aquí, se cree que estoy en Irlanda, va a ser superespecial..."¿Y qué tiene que ver con que estemos nosotros?", había respondido su padre con cara de pena, interrumpiendo su discurso, que aún le quedaba. Porque la clave estaba en Darren. En un principio, sus padres iban a recoger a Lex del andén y, directamente, viajar a Irlanda, donde se encontraría con Marcus. Modificó el plan: ¿de verdad iban a dejar que su hijo, en un momento tan especial, en su primer año de relación, no tenga NI UN SOLO DÍA para disfrutar de la compañía de su novio al que no va a ver en nueve meses? ¡Eso era cruel! ¡Ya tendría toda la Navidad para disfrutar de la familia! "Pero Darren vendrá unos días", argumentó su madre. La cara de Marcus fue de obviedad absoluta. Poco a poco fue cayendo por su propio peso: por un día no pasaba nada, estarían los cuatro juntos y, además, estaban con Dylan. Iban a llevarle a él y a Olive a la feria de Navidad de todas formas, tal y como prometieron. William (por mediación de su padre, por supuesto), había aceptado; los padres de Olive habían aceptado; a Darren le hacía muchísima ilusión porque no conocía la feria; Lex sería feliz. Ahí estaba la clave: en poner el adjetivo "feliz" detrás del sustantivo "Lex". "¿Pero por qué no nos vamos entonces nosotros con vosotros para Irlanda?", le reargumentaron. Marcus introdujo un enorme discurso sobre la Orden de Merlín y volvió a insistir en la felicidad de Lex. Consiguió su objetivo (tenía clarísimo que lo iba a conseguir), y tras el desayuno, sus padres partieron hacia Irlanda y Marcus y Alice se prepararon para ir a recoger a Lex y Dylan de la estación. Puede que en ese plan a sus padres les faltara un poco de información de esa que no era necesario dar o se iría el plan al garete. Pero el resultado era el mismo: iban a hacer MUY feliz a Lex.

— ¿De verdad no os importa? — ¡Qué va, cariño! — Respondió feliz Goldie, la madre de Olive. — Así estamos un ratito con Dylan, ese niño es un amor, y a nuestra Olive le va a encantar ese plan todos juntos. Ya tendremos el resto de la Navidad para estar con ella. — Muchísimas gracias. — Se agachó ante Rose y le dio en la nariz. — Voy a traerte la rosa más bonita que encuentre en la feria. — La niña asintió con una sonrisa brillante. Atendieron, porque escuchaban ya acercarse el pitido del tren. Marcus agarró la mano de Alice y se escondieron entre la multitud, sin poder aguantar la sonrisa de emoción. El tren se detuvo y los más pequeños salieron corriendo, siendo mucho más comedidos los mayores. — ¡¡Mami!! ¡¡Papi!! — Corrió Olive hacia su familia, abrazándose con ellos de un salto. Dylan salió también dando saltitos, buscando a alguien conocido con la mirada. Le costó contener a Alice de no desvelarse tan pronto. Justo tras él, mucho más pausado, salió Lex, también tratando de localizar a sus padres. A Marcus se le agarró un nudo en la garganta, y le hizo un gesto a Alice para que se dejara ver. — ¡¡HERMANA!! — Chilló Dylan enseguida, corriendo hacia ella, y por supuesto eso activó a Lex como un perrillo que oye abrirse un tarro de galletas. Marcus dio un paso adelante, y su hermano le vio. — Marcus. — Vio que decía, sorprendido, y tras el impacto inicial, dejó caer el baúl en peso muerto en el suelo y fue hacia él. — ¡Hermano! — Se abrazaron con tanta fuerza que casi le dolió, pero le dio igual. Notaba los ojos llenos de lágrimas, pero por fin eran de alegría.

No supo calcular cuánto rato pasaron abrazados el uno al otro. Al separarse, Lex le dijo. — Creí que estabas en Irlanda. — Con voz emocionada y entusiasmada. Le brillaban los ojos. Nunca le había visto tan ilusionado de verle. — Me prometí a mí mismo que vendría a buscarte al andén y aquí estoy. — Soltó aire por la boca. — Te he echado muchísimo de menos, Lex. — Y se abrazaron otra vez. Le estaba costando muchísimo no llorar. Se separaron de nuevo. — ¿Y papá y mamá? — No corras tanto, señor ya titular de los Montrose. — Bueno, bueno, titular no, he pasado la prueba... — Se dijeron entre risas. — Vamos primero a casa y luego te pongo al día. — ¡¡Colega!! —Gritó Dylan, que claramente les estaba dando su espacio, y le abrazó con tanta fuerza que le levantó del suelo. Luego fue a por Olive. — ¡¡Tú tienes ya cara de leona total!! — ¡¡Roaaaar!! — Se echó a reír, porque Olive era una de sus debilidades, qué niña más adorable. Charlaron otro rato con los Clearwater (aumentando la incertidumbre de Lex) y le pidieron que se quedaran un ratito con Dylan, que enseguida irían a recogerle. — ¡Bueno! ¿Nos vamos a casa? — El otro se encogió de hombros, aunque con mirada de intriga. Marcus, Alice y Lex se agarraron y se aparecieron en casa O'Donnell.

Con total normalidad, Marcus se dirigió hacia la puerta para abrirla. Lex le seguía con la mirada. — Capullo, ¿cuándo has entrenado tanto la oclumancia? — Marcus suspiró. — Lex, si intentas romper tu propia sorpresa, no tiene gracia. — ¿Pero sorpresa por qué? — Marcus le miró con una sonrisa ladina y los ojos entornados, y abrió la puerta. La casa estaba en silencio. Cerró tras él. — Papá y mamá están en Irlanda. No nos vamos hoy, nos vamos mañana. Ahora, Alice y yo vamos a ir a por Dylan y Olive para llevarles a la feria de Navidad. Tú... creo que preferirás quedarte aquí. — Lex tenía cara de confusión, pero no le duró mucho. Nada más terminar, oyó tras su espalda. — Lexito. — Vaya cambio de cara. Se giró de golpe. — ¿Darren? — Allí le esperaba el Hufflepuff, en la puerta del salón, con los brazos abiertos. Marcus y Alice se echaron a un lado para dar un poco de privacidad al reencuentro.

Aprovecharon para subir el baúl de Lex a su dormitorio y coger lo que necesitaban para la feria. Cuando volvieron a bajar, vieron a Darren limpiarse las lágrimas de emoción, y acariciar las mejillas de Lex, probablemente porque alguna también se le hubiera escapado. Su hermano le miró. — Estoy... un poco confuso. — Reconoció. Marcus sonrió. — Lo dicho: Dylan, Olive, Alice y yo nos vamos a la feria de Navidad. Papá y mamá están en Irlanda, por lo que... tenéis la casa para vosotros solos. Todo el día. Cenaremos allí, si queréis veniros con nosotros a la feria a cenar, sois bienvenidos, y si no, esta noche nos vendremos y podremos tener post cena de la Orden de Merlín, que no va a ser habitual que estemos los cuatro juntos y solos. — Me quedo a dormir. — Matizó Darren con ilusión, por si en el plan no había quedado suficientemente implícito. — Mañana nos iremos después de desayunar. Papá y mamá te van a allanar el camino con la familia para que no te reciban todos de golpe. — Lex tenía cara de estar sobrepasado. — No... Esto... — Marcus sonrió. — Te dije que te debía muchos regalos... Tómalo como el primero de ellos. — Lex bajó los hombros, con los ojos iluminados. — Gracias... Era el mejor regalo que podías hacerme en el mundo. — Darren se agarró a su cintura y dejó un fuerte beso en su mejilla. — Y yo porque sabía que te traían los cuñaditos, si no, te espero en ropa interior. — Marcus chistó con fastidio. De verdad, qué manera de cargarse el momento. Aunque al menos Lex se había reído.

 

ALICE

Era consciente de que llevaba unos días un poco callada, pero, sinceramente, se estaba aprovechando de que Marcus tenía muchísimos planes y no la necesitaba a ella para los mismos, y que estaba como loco por ver a su hermano. Ella también estaba como loca por ver a los dos hermanos, y de recibir a toda la familia en Irlanda, pero aquellas Navidades prometían ser unas un tanto incómodas en lo que a los Gallia se refería.

La tarde que llegaron, se fue a ver a la tata y a Erin, mientras Marcus hacía un simposio sobre por qué debían dejarles la casa un día, para organizarse de cara a las vacaciones. — Podrías considerar dormir tú en tu casa, al menos la noche que dejéis a Dylan allí. — Dejó caer su tía. — No. — Dijo sencillamente. — Piensa un poco en los demás, Alice. — Le contestó la otra. Ella ni se inmutó. — Si por mi fuera, me habría quedado en Ballyknow, estoy haciendo esto por los demás, para variar. Tengo que presentarme a un examen dificilísimo y llevar a cabo más investigaciones de las que estoy segura que puedo llevar, así que ahora mismo todo esto me viene grande.  Lo hago por Lex y Darren, para que tengan un día juntos, por Dylan y Marcus, porque les prometí que iríamos a la feria este año, y voy a ir a La Provenza porque Emma y Arnold me han coaccionado de una forma muy tierna y elegante, prácticamente poniéndomelo como condición para poder cumplir con lo demás. — Las caras de las dos mujeres se iluminaron. — ¡Ay! ¿Vas a venir? ¡Qué bien! Los abuelos van a estar locos de contentos, y por fin vamos a poder celebrar todos juntos, hace dos años que no podemos. — Alice resopló y jugueteó, ausente, con una galleta. — No me apetece mucho rememorar mi Navidad de hace dos años. — Oyó a su tía intentar quejarse, pero Erin le hizo un gesto y no siguieron por ahí. Al final recuperaron un poco el buen tono pero, nuevamente, no era porque le apeteciera especialmente, lo hizo por no darle un disgusto a las tías y ya está.

Finalmente, consiguió llegar al día veintiuno con todo el mundo más o menos contento y de acuerdo y tan centrados en otras cosas que no demandaban demasiado su atención o su charla, excepto quizá Emma, que insistió bastantes veces en si necesitaba algo y si se encontraba bien, pero porque ya había abandonado la empresa de intentar engañar a Emma O’Donnell, así que simplemente aludía al cansancio, el estrés, y las varias cosas a las que estaba atendiendo en Irlanda. Confiaba en que la carga familiar de preparar la Navidad que le iba a caer encima a su suegra según pusiera un pie en el pueblo fuera suficiente para distraerla. En cuanto a los Clearwater, eran fácil de lidiar, porque todo les parecía bien, eran extremadamente amables y comprensivos y, con los encantos de su novio y unas cuantas contestaciones amables y medianamente granadas, estaban más que contentos y colaboradores.

Lo mejor de todo fue que, en cuanto oyó el grito de su hermano llamándola, se le olvidaron en buena parte todas esas reflexiones. — ¡DYLAN! — Gritó de vuelta, adelantándose para recibirle en sus brazos. Era su niño rubio, pero mucho más alto, o eso le pareció a ella, aunque la vocecita seguía igual. Lo estrechó contra sí y le revolvió el pelo. — ¡Mira esos rizos! Vaya descontrol de melena. Y lo guapísimo que estás. — Volvió a abrazarlo. — Te he echado mucho de menos, patito. — Y yo a ti, hermana, tengo un montón de cosas que contarte. Me moría de ganas de verte y que me contaras todas esas sorpresas. — A pesar de su apatía de los últimos días, sabía que en cuanto empezara a sentir el ambiente navideño de verdad, se emocionaría, y además quería que fueran unas Navidades preciosas para Dylan, así que se había dedicado a crearle expectación en las cartas para contarle todos los planes una vez lo tuviera en persona. Y no se había equivocado, porque solo de ver a Lex y Marcus abrazarse, ya notaba que el corazón se le derretía y los ojos se le humedecían. Genial, había pasado del modo roca al modo emocional en una fracción de segundo. — ¡ALICE! — ¡Pero si es mi niña! — Exclamó abrazando a Olive. No había visto a Olive desde el cumpleaños de Dylan, no fue capaz de ir a su casa en su día para darle la noticia, y temía que la niña no se lo hubiera perdonado. Pero allí estaba, tan preciosa y alegre como siempre, recordándole que había lugar para la bondad y la alegría hasta en los momentos más oscuros, que para aquella niña lo habían sido, sin duda. — ¡Qué ganas tenía de verte! — ¡Y yo de verte a ti, mi querida lady Gryffindor! Porque leer sobre ti ya leo largo y tendido… — Dijo entornando los ojos hacia su hermano, provocando la risilla de la niña y la mirada vergonzosa de Dylan.

Ahora que se había arrancado, quería hacer eso aún más entretenido para Dylan y Olive, pero necesitaba saludar a Lex, que por fin se había soltado de Marcus. Fue un segundo el que cruzaron las miradas, antes de fundirse en un largo y fuerte abrazo. — Ya estamos todos juntos, Alice. — Susurró Lex sobre su coronilla, acariciándole el pelo. — Ya ha pasado todo por fin. Va a ser mejor Navidad aún que el año pasado. — Ella le estrechó aún más. — No sabes cuánto tengo que agradecerte. — Dijo separándose un momento y mirándole a los ojos. Eso ya la rompió del todo y se le cayeron dos lágrimas. Todo lo que habían pasado para llegar allí… — Y vamos a empezar a agradecértelo enseguida. — Sonrió a Dylan y le rodeó con los hombros. — A ti de momento, te regalamos por Navidad a esta gente tan maja. Al menos un ratito. — Su hermano amplió la sonrisa. — ¿De verdad? ¿Y luego qué? — Aquel se veía ya teniendo una reedición de las Navidades pasadas pero con los Clearwater. — Tenéis que contarnos muchas cosas vosotros dos. ¿Qué fue eso de que la señora Mustang os tuvo que levantar un castigo que os pusieron por error? — Dijo Goldie. Alice se giró alzando mucho las cejas a Dylan. — Hermana, no es lo que piensas para nada, yo te explico… — Ella suspiró pero no perdió la sonrisa. — Ahórratelo para dentro de un rato, que volveremos. — Y se acercó a Marcus y Lex, tirándoles un beso a los pequeños.

La verdad es que todo el numerito de Marcus había merecido la pena solo por ver las caras de Lex. — ¿Y tú qué? ¿Todo lo que tienes que pensar es qué listo y estupendo es mi hermano, como siempre? — Estás más mazado y muy guapo con el pelo más larguito, pero tu abuela va a cortarte esas greñas en cuanto te vea, le mandó mentalmente con una sonrisita de superioridad. — Muy graciosa, cuñadita. — Pero ella se limitó a quedarse en un lado para que Lex y Darren pudieran disfrutar de su encuentro y Marcus del trabajazo que había hecho para su hermano. Tuvo que reírse cuando Darren dijo aquello, y se apoyó en Marcus. — Mi amor, esta es la señal que estábamos esperando para largarnos. — Señaló a los otros dos. — Espero que penséis en algo para cenar cuando volvamos. — A Lex se le demudó la cara. — ¿Pretendes que cocinemos? ¿Tan poco me va a durar el regalo? — He dicho PENSAR. — Señaló mientras se alejaban. — ¿Qué querrá decir con pensar? — Seguía diciendo Lex, mientras Darren, con sus risitas, cerraba tras ellos. Ella se agarró a Marcus, con una sonrisa sincera que no sacaba desde hacía días, en Irlanda aún. — ¿Tienes ganas de enamorarte de mí otra vez esta Navidad? — Rio y dejó un besito en sus labios. — Prepárate porque creo que hemos dejado de ser los adolescentes confusos enamorados y hemos pasado a ser los adultos que nos miraban sabiendo. — Volvió a besarle. — Nah, nunca nos entenderán. Solo tú y yo lo hacemos. — Se agarró fuerte a él. — Llévanos a todos a esa pedazo de feria. —

 

MARCUS

— Qué lo disfrutéis. — Dijo a Lex y Darren con un guiño antes de que se cerrara la puerta, porque sí, ya estaban estorbando. Aun así, vio los ojos de agradecimiento de Lex, y era todo lo que necesitaba para irse más que contento. ¿Una jornada entera y tranquila con su novio al que lleva meses sin ver y en la comodidad de su propia casa? Marcus era de grandilocuencias, pero Lex no. Le había costado aprenderlo pero, una vez aprendido, ya sabía cómo hacerle regalos ideales a su hermano. — No se me ocurre un plan mejor. — Le dijo feliz y sonriente a Alice, enganchándose de su brazo. — Yo me enamoro de ti todos los días... Pero, en Navidad, más. — La achuchó de la cintura y dijo. — Agárrate fuerte, princesa. — Y ambos desaparecieron de su jardín y aparecieron en el de los Clearwater.

Al llamar a la puerta escucharon unos pasitos veloces que parecían querer adelantarse a quien de verdad solía abrir la puerta. Nada más hacerlo, Rose se lanzó hacia él y se enganchó a su cuello sin piedad. — ¡¿Me llevas contigo a la feria de Navidad PORFIIII?! — ¡Rose! Deja a Marcus tranquilo. — ¡¡ES QUE YO QUIERO IIIIIIIIIIIIIIIIR!! — Chilló dramáticamente y tan cerca de su oído que casi le deja sordo, aparte de con la espalda rota, porque se había recolgado de su cuello sin aviso y la gravedad tiraba de ella, que era pequeña pero no tanto. Trató de agarrarla por el bien de su salud física, aparte de por consuelo, aupándola un poco. — ¡Pero mujer! ¿No prefieres ir con tus padres? — ¡NO! Quiero ir con mi hermana y con Dylan y con vosotros. — Lloriqueó. Goldie suspiró con impaciencia. — Rose, ya está, deja a Marcus. Se tienen que ir. — No se preocupe, señora Clearwater. Me halaga. — Miró cómico a la niña. — Esto no será una estrategia para que te traiga más flores ¿no? — Rose le miró con los ojos entornados y un puchero, como si pensara "pues no se me había ocurrido, pero ahora que lo dices, podría ser". — Vamos a hacer un trato: cuando estés en Hogwarts, te vien... — ¡¡Todo es cuando esté en Hogwarts!! — Se quejó lastimera. La madre estaba perdiendo la paciencia. — ¿No sabes que en la feria dan chuches gratis a los niños que van con sus padres? — Volvió la mirada entornada. — Si vienes conmigo... te las vas a perder. Tienes que aprovechar. Que ya cuando estés en Hogwarts te van a considerar una niña mayor y no va a haber. — Rose pareció pensárselo. Al cabo de unos segundos, se bajó de su abrazo y se puso muy digna al lado de su madre. — Pero cuando entre en Hogwarts me tienes que llevar. — Marcus asintió, aguantándose la risa. — Hecho. —

— Ay, mi arbolito de olivo, qué rápido se desprende de mí... — ¡Papá! No me llames arbolito. — Vale, aceitunita. — Olive protestó. Marcus se vio obligado a aguantarse la risa de nuevo. — La traeremos sana y salva, señor Clearwater. — Eso espero. A ver si me va a venir convertida en aceite. — ¡Papá! — Ya sí se tuvo que reír. Los chistes eran muy malos, pero la forma de contarlos del señor Clearwater, y la indignación de Olive, le hacían mucha gracia. Se acercó a él. — Me temo que va a tener que fingirle a Rose que os han dado chucherías gratis. — Oh, daños colaterales, comprendo. Se hará lo que se pueda. — Le siguió el rollo. Se despidieron de la familia y partieron hacia la feria. — ¡Bueno! ¿Cuál va a ser la primera par...? — Y Olive y Dylan empezaron una lluvia entusiasta de ideas que le dejó en el sitio, y ni siquiera se habían adentrado por el hueco que llevaba a la feria. Miró a Alice. Al menos se iban a divertir, eso seguro.

 

ALICE

No se esperaba semejante recibimiento en casa de los Clearwater, pero lo comprendía, la verdad. Mientras Rose intentaba liar a Marcus, ella ayudó a abrigarse a Dylan y Olive y habló con la madre. — Gracias por cuidarlos, Goldie, y por dejarnos llevarnos a Oli. Necesitamos… celebrar que estamos bien y juntos un año más. — La mujer sonrió y le recolocó el pelo. — Eso tenéis que hacer, y no agradezcas nada, no esto desde luego. — Entornó los ojos y suspiró. — Si mi hija pequeña le deja. — Jo, mamá, está superpesada, ya le vale… — Se quejó Oli. Dylan le dio flojito en el brazo. — No te quejes tanto, que los hermanos son un tesoro. — Se llevó un “AWWWWW” gratuito de todos, y, para que el señor Clearwater no pusiera más en evidencia a Oli o que Rose se arrepintiera, decidieron poner pies en polvorosa.

Fue aparecerse en la feria y Dylan y Olive empezaron un diálogo frenético. — Las plantas las dejamos para el final. — Hay una galería de estatuas de hielo de grandes magos. Historia, como le gusta al colega… — Pero lo importante es lo de los doce regalos… — ¡Sí! Los doce, es una novedad que… — ¡A VER! — Dijo Alice levantando las manos. — Antes de nada. Vamos a entrar a la feria de forma efectiva, y ahora me explicáis. — Cruzaron a la plaza, y, de inmediato, Alice se dejó invadir por aquella sensación de felicidad que le daban los olores a dulces, los sonidos, las luces y hasta los pequeños hechizos con forma de trineos y duendes de la Navidad. — A ver, contadme poco a poco. — Hay una nueva atracción este año, mezcla espectáculo con juego. — Empezó su hermano. — Es sobre la canción de los doce días de Navidad, y hay un espectáculo de hechizos, y luego puedes intentar doce juegos y ganar doce regalos para tu amada. — Alice le miró con una ceja alzada. — ¿Y para qué quieres tú hacer eso? — Dylan boqueó un poco, pero al final dijo. — Para dártelos a ti, hermana, que te quiero mucho. Bueno, o Marcus podría hacerlos para ti. Y si Oli quiere, pues podrías compartirlo con ella. Yo soy Hufflepuff, amo a todo el mundo. — Ella miró a Marcus con cara de vaya peligro tengo en casa, cada día más. — Vale, apuntamos los doce días de Navidad. ¿Qué más queríais? ¿Lo del hielo? — Sí, pero eso mola más de noche. — Aseguró Olive. — Porque les ponen luces y eso. — Vale, voy a buscar un programa de… — ¡Aquí tenemos! — Le ofreció la chica, tendiéndole los folletos. — Vaya, sí que venís con ganas. — Le echó un vistazo y pensó, pegándose a Marcus y enseñándoselo. — A ver qué os parece esto: damos una vuelta por los puestos hasta que empiece el próximo pase de los doce días de Navidad que es a las once y media. Luego nos vamos a comer. — ¡SÍ! ¡DONDE EL AÑO PASADO! — Exclamaron los dos a la vez. Ella rio. — Vale. Pero nada de cartas este año, no es negociable. — Lo que le faltaba ya. — Entonces, después de comer, vamos a donde las plantas y dejamos las esculturas de hielo y el espectáculo de los piratas para el final. ¿Qué os parece? — Dylan y Olive se miraron y se rieron un poco. — ¿Qué? — A ver, hermana… es que estamos un poco mayores para un show de niños con piratas y eso. — Alice suspiró y puso cara de circunstancias. — No me hagas reír… señor Gallia. Venga, vamos a empezar a andar, que me tienes contenta. —

Se acercaron a la zona de puestos, y Dylan se acercó rebotando hasta ella, ya eran más o menos de la misma altura. — ¿Podemos comprar chuches? Son en plan para todo el día, para ir picando. — Ya veremos. Primero cuéntame cómo es eso de que Mustang te castigó. — Su hermano entornó los ojillos. — A ti también te castigó tu jefa. — Sí, y ya te conoces esa historia, así que cuéntame tú la tuya. — Él pareció dudar y miró a Marcus. — Ya no es prefecto, y yo no quiero arruinarte el día, Dylan, pero nos tienes que contar las cosas que pasan en Hogwarts. Como buen Gallia, pides perdón, enmiendas el error y ya está. — Señaló con tranquilidad. — Fue un poco culpa mía. — Saltó Olive. — Estaba superliada con una de las cosas del invernadero, estaba hasta llorando, y entonces Dylan quiso ayudarme con un Defodio modificado por vuestro padre… — Alice suspiró y entornó los ojos. — Te dije que no comentaras que era de mi padre. — Le reprochó Dylan. — Es que no hay que mentir a Alice, Dylan, que es como tu madre ahora, y a las madres no se las miente. — Era increíble cómo ambos niños habían asumido ese rol, que Alice no tenía tan claro, pero que ellos le habían puesto sin ningún pesar ni extrañeza. — Y los padres a veces regañan, pero siempre hay que decir la verdad. — Mira, algo bueno nos va a traer el código de conducta Gryffindor. — Total, que era un Defodio buenísimo, y lo tiré genial, colega, hubieras estado orgulloso de mí, pero resultó que los murtlaps de Kowalsky se habían vuelto a escapar, esta vez excavando desde su jaula hasta el invernadero, y el Defodio era tan bueno que se lo puso en bandeja… — Se llevó las manos a la cabeza. — Menudo caos crearon. Y yo ya no quería echar más hechizos, así que tratamos de espantarlos, y al final se fueron, pero cuando Mustang llegó, nos quería matar. — Lógicamente. — Dijo ella. — ¡Pero habían sido los murtlaps! Pero claro, ella no los veía, no nos creyó y nos castigó. Pero luego Kowalsky confesó, y Ruth nos liberó. — Alice suspiró y se rascó la frente. — Por desgracia, los Gallia te lo hemos puesto difícil para que te crean… — Llegaron al puesto de Astronomía. — ¡Mira! ¡Podemos mirar cartas astrales! — Dijo Oli. — Adelántate y nos cuentas. — Sugirió Alice.

Agarró a Marcus para que se quedara atrás con el chico y ella. — Dylan. — Dijo con tono suave. — No puedes usar los hechizos de papá. Nunca. No de momento. ¿Me has entendido? — Él puso cara de perrito apaleado. — Perdón. Fue por ayudar a Oli. — No te estoy regañando. Todos hemos hecho tonterías. — El colega solo perdió puntos una vez en siete años. Yo voy mal ya. — Alice rio un poco. — Sé lo que es ser Gallia y sentirte intimidado por la rectitud de los demás. Solo hay que ser prudente, Dylan, eso es todo. Es importante no meter la pata en todo lo que a papá respecte. — Y acarició su carita. Con esa expresión parecía más chico, y le daba pena sacar aquel tema así, nada más empezar, pero había que dejar las cosas establecidas.

 

MARCUS

Reía mientras negaba con la cabeza y compartía una mirada cómplice con Alice. Dylan se convertía en un Gallia de pura cepa a pasos agigantados, menudo morro. — Eso, lo de las estatuas de noche. Quiero verlo en todo su esplendor para imaginar cómo quedará la mía ahí el día que sea un mago de renombre. — Bromeó, recibiendo las consecuentes burlas de los niños (aunque en el fondo sí que le hacía ilusión llegar a tener tanta fama como para estar allí algún día). Marcus ojeó el programa por encima del hombro de Alice. — Hm, a ver a qué me cuesta menos trabajo ir cuando esté cargado con los doce regalos de Navidad que voy a conseguir. — Más burlas de los niños que le hacían reír. Le encantaba ese juego de pique con ellos, entraban a todas. — ¡No he dicho que sean para mí! Como al parecer yo sí tengo una amada, y solo una porque no soy Hufflepuff… — Ya le estaba mirando Dylan con mala cara. Has empezado tú, no yo.

Puso cara de sorpresa mezclada con ofensa. — ¡Disculpa! A mí me gusta el espectáculo de piratas. — Y el muy sinvergüenza de su cuñado se acerca a Olive y se pone a cuchichear con ella, y la otra a reírse entre dientes. Marcus le dio con el índice en las costillas con inquina, haciéndole dar un respingo en el sitio con queja incluida. — No me tires de la lengua. Además, a lo mejor Lex y Darren vienen a cenar... — Los dos niños hicieron pedorretas que indicaban que lo dudaban mucho, pero él siguió. — Y seguro que quieren ver el espectáculo. — Si los piratas no van encima de una escoba, a Lex no le va a gustar. — Un respeto a vuestro guía en la escuela y capitán del mejor equipo de quidditch del colegio. — Los dos aspiraron exclamaciones. — ¡¡Marcus!! ¡Has dicho que algo que NO es de Ravenclaw es lo mejor del colegio! — Ravenclaw no aspira al quidditch. En algo tenemos que claudicar, si no, lo barreríamos todo y no sería justo. — Nuevas burlas. — Además, el mejor equipo de quidditch del colegio es el de Gryffindor. Eso lo sabe todo el mundo. — Afirmó muy redicha Olive, con los brazos cruzados y miradita de superioridad. Se limitó a reír como toda respuesta.

El relato del castigo de Mustang era para verlo, menos mal que ya sí que no estaba de servicio (aunque Marcus seguía escandalizándose por esas cosas, pero bueno, la feria de Navidad le relajaba). Eso sí, miraba de reojo a Alice, porque las asunciones sobre que Alice era la madre de Dylan... Bueno, habría que perfilar eso, pero le tocaba a Alice hacerlo. — Claro que sí. — Afirmó a lo de estar orgulloso del Defodio, pero sin alargar más, que quería la historia entera y Dylan era experto en quitar hierro y hacer desvíos adorables para salir indemne. Y es verdad que no parecía tener mucho drama la cuestión, cosas del colegio, y ya iba a seguirle el rollo a Olive con lo de las cartas astrales cuando Alice le detuvo. Puso cara de comprensión, aunque a la mención de los puntos suspiró, rodando los ojos. — No me lo recuerdes. — Dylan le miró y se encogió de hombros. — Como diría Olive, fue por una causa noble, así que está bien. — Consuelos Gryffindor, pensó, a él no le servían mucho.

Aclarado el asunto, revolvió los rizos de Dylan y se fue hacia Olive, asustándola por la espalda. — ¿Otra vez con las cartitas adivinatorias? ¿No te cansas? ¿Eh? ¿No te cansas? — La niña reía a carcajadas mientras él la sacudía por los hombros. — ¡Que no, Marcus! Que estas no son adivinatorias, son astrales. — Ah, perdón, me he equivocado. — Rieron. — ¿Y esa cuál es? — Es la carta astral de mi abuela. Quiero regalarle una por Navidad porque le gusta mucho. — Marcus sonrió y se puso a mirar a su lado con interés. — "30 de mayo de 1942". ¡Anda! Géminis, como yo. — Olive asintió con ilusión. — ¡Y Ravenclaw! — ¿En serio? ¿Tu abuela materna o paterna? — ¡Paterna! Por eso mi padre es un Gryffindor tan curioso, como su madre. Mi abuela siempre está leyendo. Pero como tuvo a papá y a mis tías muy joven pues se quedó en casa y eso, pero le encanta leer, y le gusta un montón la astronomía, así que creo que le va a hacer mucha ilusión la carta. — Marcus sonrió. — ¿Sabes? Mi abuela trabajaba en una biblioteca, y ahora la lleva una mujer genial allí en Irlanda. Les voy a decir que me busquen el libro más guay de astronomía que encuentren para que puedas regalárselo a tu abuela por su cumpleaños. Le dices que va de parte de otro Géminis Ravenclaw. — ¡¡Vale!! — Saltó, ilusionada. Niños, abuelos y Ravenclaws: el combo perfecto para que Marcus pudiera lucirse.

Cuando Olive se giró para contarle lo mismo a Alice, Dylan tiró de su manga. Marcus se agachó. — ¿La hermana está muy enfadada conmigo? — Marcus se extrañó. — ¿Por qué dices eso? — Es que bueno, los Gallia nunca dejamos de liarla, y ella lo hace todo genial siempre y nosotros fatal y nos tiene que arreglar todos los líos. Yo lo sé, que está harta de toda la familia. — Marcus chistó. — No, hombre, harta no... — Está harta, se lo noto. — Acortó Dylan. — Lo que pasa es que a mí me quiere mucho, pero he llegado y pum: castigo, pérdida de puntos, usar los hechizos de papá... Igual se harta de mí también. No quiero ser una decepción y que se vaya con vosotros a Irlanda y no vuelva. — Marcus miró de reojo. Olive seguía hablándole a Alice entusiasmada, la tenía entretenida. Se agachó ante Dylan. — Alice JAMÁS va a desvincularse de ti, Dylan. Eso tienes que tenerlo clarísimo, ¿me oyes? — El chico asintió, aunque con aspecto triste. — En cuanto a la familia... Se le pasará, tú no te preocupes. Solo es una mala racha. Tú dedícate a hacer las cosas lo mejor que puedas, y si haces algo mal, no te preocupes: en la vida se aprende. No se lo ocultes y ya está. Ella no va a quererte menos porque te equivoques o te castiguen, o porque pierdas puntos. — Ladeó la cabeza varias veces. — Yo igual sí, pero ella, no. — Tonto. — Respondió Dylan, pero al menos le hizo reír de nuevo. Se incorporó y le tomó por los hombros. — Venga, no te quedes atrás en conocer la historia familiar de tu novia. — Dylan chistó con fastidio y se zafó violentamente de su agarre. — ¡No digas eso delante de ella! ¡Ni se te ocurra! — Que noooo que no. — Respondió al intento de amenaza susurrada, aunque Dylan seguía pareciendo un cachorrillo enfadado cuando se ponía así. — Ya no te gasto más bromas, palabrita. — El niño soltó un gruñido. Lo cierto es que había sido una promesa poco creíble. — Volvamos con las chicas. –

 

ALICE

En el fondo, el ambiente era tan bueno que era difícil de matar, con Marcus haciéndoles bromas a los niños, los piques entre Dylan y él, y ese ambiente en el que ella había sido tan feliz el año pasado y que ahora le hacía recordar las bendiciones que tenía. Sí, esa era la Alice navideña. Escuchó a Olive mientras caminaba por la tienda. — ¿Así que cartas astrales? ¿Te gustan las estrellas? — La niña asintió. — Me gusta todo lo que tenga misterios. El año que viene, Dylan y yo nos apuntamos al club seguro. Íbamos a apuntarnos este año, pero pasó todo, y yo no me iba a apuntar sin él, así que el año que viene será. — Alice la miró con cariño y le acarició el pelo. — Gracias, Oli. — Ella le devolvió la mirada. — ¿Por qué? — Por quererle tan bien. — La niña rio. — Pensé que ibas a decir “tanto”. — Es más importante querer bien. Es algo que los Gallia no siempre han tenido claro, pero tú lo haces muy muy bien. — Oli se puso un poco rojita y dijo. — ¿Buscamos algo de constelaciones del hemisferio sur? Me interesa, son misteriosas. — Alice rio y asintió, justo cuando Dylan venía también enrojecido. Alice se inclinó hacía Marcus y susurró. — He de admitir que esto es divertido, ahora entiendo a la tata cuando nos picaba. —

Mientras iban hacia la atracción de los doce días de Navidad, antes de lo que a ella le habría gustado, pero Dylan estaba muy pesado en que había que hacer cola, echó un vistazo a cierto puesto. — Oye, ¿por qué no vais yendo y os ponéis a la cola? — ¡VALE! — A Dylan no había que insistirle mucho para que se quedara a su aire con Oli, pero ella les miró con suspicacia. — ¿A que vas a comprar regalos de Navidad? — Ella se encogió de hombros. — Ahhhh quién sabe. Venga, id para allá. — Se enganchó del brazo de Marcus y se puso con su voz y su risa juguetona. — ¿Sabes de qué me he dado cuenta? — Le agarró de las dos manos y fue reconduciéndole. — Que ahora soy una señora alquimista… y que tengo un dinero que no uso casi, más que cuando la abuela me deja pagar una compra en Ballyknow o pago una ronda en el pub. — Se giró un momentito para ver si estaban en la dirección correcta. — Así que… he pensado: el año pasado yo no tenía tanto poder adquisitivo, y aun así hice una MUY buena compra en la feria de Navidad… — Alzó una ceja y puso una expresión traviesilla. — ¿Por qué no nos damos diez minutitos de… investigar, pero no de alquimia? — Y ya estaban donde ella quería.

La tienda de las pociones especiales siempre tenía ese aire místico, muy oloroso a especias, aceites e incienso, y con la luz que filtraban las paredes de la tienda, roja. Se rio y tiró de Marcus hacia dentro. — Me encanta tentarte, aunque sea un poquito. — Se acercaron a los estantes y ella hizo una pedorreta. — Seguimos con el Felix Felicis por lo que veo… ¿Dónde estaban las interesantes? — Se tuvo que reír con unas que vio cerca. — Poción de sinceridad… Vaya confianza si le tienes que echar una poción así a alguien. Y menudos disgustos han salido de aquí, vamos. — Bajó la voz y se acercó. — Si es que funciona… A ver, idiomática de lenguas muertas… — Entornó los ojos. — No sé por qué eso es de “adultos”. — Dijo poniendo comillas con los dedos. Y justo las visualizó. — ¡Ah! ¡Ahí están! Sensoriales. — Se acercó y se inclinó con su miradilla traviesa. — Hmmm ¿por qué querría nadie una poción que quitara la vista? Habiendo lazos azules que quitar y poner… — Siguió mirando y se rio. — ¡Cosquillas! No hombre no… Sensaciones oscuras… No suena bien de entrada, y si tan oscuras son no lo venderían aquí… — Ohhhh, había visto una cosa que sí le había llamado la atención… pero trataría de distraer la atención de su novio, y luego, si le daban lugar, volvería y se lo llevaría para Navidad.

 

MARCUS

Pues nada, a hacer cola en la atracción de los días de Navidad. Y Marcus que se le iban los ojos a todos los puestos de libros. Suspiró para su interior. Ya se escaquearía a mirar en algún momento... Iba a ser antes de lo que pensaba, porque Alice acababa de dejar a los niños haciendo cola para mirar los puestos con él. Sonrió con ilusión. — Menos mal, estaba que no dejaba de mirar ese... — Pero Alice iba en otra dirección, no hacia el puesto de libros que él tenía en mente. Parpadeó. — ¿De qué? — Preguntó con curiosidad y una sonrisilla. Rio brevemente, y ya iba a decir que le parecía genial (él seguía con la cabeza en los libros) cuando Alice especificó que la investigación no iría sobre alquimia. Puso cara confusa, hasta que su mente conectó con otro dato: la referencia al año pasado. — Oooh... — Emitió con comprensión. Le volvió la sonrisilla, esta vez más pícara (y bobalicona). — Vale... — Seguía poniéndole considerablemente nervioso ese puesto, pero al menos ahora iban como novios oficiales, porque el año pasado fue un tanto... Oh, espera. Ahora que eran novios oficiales sí que iba a ser MUY OBVIO lo que iban a hacer a ese puesto. Qué vergüenza.

Se aclaró un poquito la garganta. — Emm... — Dijo, mirando a los lados. — A ver si... va a venir tu hermano a buscarnos y... — Pero nada, Alice iba con un objetivo más que fijo. Soltó aire por la boca con fingida exasperación y se acercó a ella para susurrar. — Lo que te gusta es ponerme en mis límites, pajarillo malvado. — Pero la mirada que le dedicaba fluctuaba entre el deseo y la adoración absoluta, pasando por la advertencia, pero quedando esta en un segundo plano. Rio entre dientes. — Las interesantes... — Paseó junto a ella, echando un vistazo a las pociones. Se quedó mirando con curiosidad real la idiomática de lenguas muertas. ¿Serviría para traducir runas con mayor facilidad? No sabía si tenía sentido... Alice interrumpió su divagación. La miró de reojo con una sonrisa ladeada, pero luego volvió la vista al frente. — Supongo que... no todo el mundo es tan creativo como las alumnas díscolas. — Otra cosa no, pero Alice podía ser muy creativa, beneficios que se llevaba él. Se extrañó y omitió una carcajada sarcástica a lo de las sensaciones oscuras, pero en lo que Alice seguía mirando por ahí, ojeó el tarro. Le recorrió un escalofrío y lo soltó. Ya había tenido suficientes pensamientos... en fin, "extraños", al entrar en contacto con las reliquias. Quería estar alejado de posibles pensamientos oscuros lo máximo posible.

— ¿Necesitáis ayuda? — La pregunta en su espalda le hizo dar tal sobresalto culpable que se alegró de no tener ningún tarro en la mano. La misteriosa mujer les miraba con una sonrisilla traviesa que le hacía avergonzarse. — No, ehm... — Carraspeó mudo. — Solo mirábamos. Muchas gracias. — La mujer hizo un gesto cortés con la cabeza, pero les lanzó una miradita sonriente a ambos. Nada, se incomodaba en esos sitios, tenía la sensación de que todo el mundo sabía lo que estaban pensando hacer... Bueno es que tampoco había que ser un lince. Suspiró y fue a decirle a Alice de acelerar la visita, que los chicos estarían esperando... pero algo llamó su atención. Curioso, se acercó al mostrador, tomando la cajita en sus manos. Parecían... ¿piedras? Piedras comestibles, como si fueran caramelos, pero se llamaban literalmente así: piedras comestibles. Parpadeó. — Eh, mira, Alice. — Comentó, con la voz inundada de descubrimiento. — Es comida hecha con alquimia. — La miró. — Sí, ya, nada de alquimia, pero es que mira. — Cogió otra caja que había a otro lado. — Y esto son bombones. Es comida hecha con alquimia... No me había planteado que pudiera usarse para repostería. — No solo eso. — Ay, la señora otra vez. Le iba a matar de un susto. — Las piedras tienen... propiedades, como los minerales. Según tu conexión con la tierra, con los astros... según tu signo, por ejemplo, los minerales pueden darte ciertas energías. Estas piedras tendrán un efecto diferente en cada quien que las consuma. Pueden usarse... para lo que queráis. — Y, de nuevo con una sonrisita, se giró y se fue. Marcus miró a Alice con las cejas arqueadas. — No sé si me da curiosidad o miedo. —

 

ALICE

Rio con travesura y le dejó un besito en la mejilla. — ¿Pero qué límites? Si no hacemos nada malo… — Rodeó con sus brazos su cintura. — ¿Si viene mi hermano? ¿Pudiendo hacer la cola de la atracción a solas con Oli? — Chasqueó la lengua muy de seguido. — Tú no te escapas de ver pocioncitas conmigo. — Y tampoco se resistió tanto. Pero es que su protocolario novio… Y luego entraba de cabeza. Ella se hizo la despistada y encogió un hombro. — Pues deberían… Pon una alumna díscola en tu vida… — Bajó la voz y le guiñó un ojo. — Esta está cogida. —

Vaya por Merlín, ya tenía que venir la dependienta. Al menos le distrajo a Marcus, entre la incomodidad y al ofrecerles una cosa que, sin duda, captaba toda su atención. Realmente, algo como comida hecha con alquimia que engañaba con el aspecto y la hacía parecer más… ¿Regia? ¿Elegante? Parpadeó y sonrió, mirándole. — Oye, pues… preciosa es. Muy de tener en casa de alquimista importante, ¿no te parece? — Rio, pero la dependienta se puso a hablar. Iba a reírse o poner cara de superioridad, pero se limitó a decir. — ¿Sí? Pues me llevo una caja de cada. — Al abuelo le haría hasta ilusión, y podían estudiarlas en el taller, seria un detallito. Su Marcus estaría contento… — Voy a daros una guía, para que las uséis con conciencia. — ¡Ah! Pues muchísimas gracias. — Dijo Alice, esplendorosa. Quería volver a por la otra cosa, y no era plan de ponerse a la señora en contra. Les empaquetó todo y Alice los empequeñeció para poder llevarlos encima, saliendo con Marcus del brazo. Sin ser legeramente, podía oírle pensar. — ¡Ay, cariño! Que ha sido por el bien de la ciencia y la alquimia. Además, tú sabes que nosotros no nos creemos esas tontadas de los signos y demás, por favor. Esta noche las probamos con la Orden de Merlín, y verás que diver. — Dejó un besito en su mejilla y tiraron hacia la cola de la famosa atracción.

La verdad es que se habían currado muchísimo todo ya solo desde la entrada. Era como una especie de regalo gigante, con doce ventanitas y dibujos de cada uno de los regalos de la canción en cada una de ellas. — ¡AHÍ ESTÁN! ¡YA ERA HORA! Creía que entrábamos sin vosotros. — Regañó la vocecilla chillona de Dylan. Ella levantó las manos. — Bueno, bueno, ¿qué hubiera pasado si no llegamos? Entraríais vosotros y luego nosotros, no pasa nada. — ¡Bueno! Es que el colega… es quien te tiene que hacer los regalos a ti. A ver, en verdad, yo le puedo ayudar, y si te parece bien, pues lo compartes con Oli, y así participamos todos, pero yo solo no podía… — Oye, podría habértelos hecho yo a ti. Yo me atrevo. — Le soltó Olive al niño. Él se enrojeció hasta la punta de las orejas. — Ya, si ya… Pero tú sabes, como el colega es tan bueno con todo, y no sabemos si a lo mejor hace falta magia… — La chica no le dio más vueltas, pero Alice tuvo que contener una risa.

Finalmente, lograron entrar y unos espectros vestidos de bailarina y soldadito, rodeados de pájaros, gallinas, y guirnaldas con anillos de oro, les explicaron el funcionamiento. — Creo que la bailarina es la espectro del bar francés. Igual te echa el ojo. — Le susurró a Marcus. El lugar era sencillo, más que a los que solían ir ellos a hacer ese tipo de actividades, se notaba que era para ir con niños. — Todas las salas son iguales, simplemente las asignamos por afluencia de gente, para que todo el mundo pueda disfrutar de todo. Pueden permanecer media hora en el interior, y jugar a cuantas pruebas quieran, pero solo una vez por prueba. Las verán dispuestas en pequeños mostradores por toda la sala, en el orden en el que salen en la canción, pero no es obligatorio seguirlo. Se pueden elegir la prueba con varita o sin varita, para que los más peques también disfruten. — Dylan arrugó la nariz a eso, pero Olive y él estaban tan emocionados que se le pasó rápido. Agradecieron con una sonrisa y pasaron.

La sala era una preciosidad, la verdad y, efectivamente, no había mucha gente. Olía a dulces, todo era evocador y navideño, y la música estaba un poquito alta para su gusto, pero todos iban mucho con el humor, así que sonrió y se alegró de que hubiera un sitio así a donde poder llevar a los más pequeños de la familia, aparte de los tradicionales juegos de la feria. — ¡Bueno! A ver los expertos, ¿por dónde queréis empezar? —

 

MARCUS

— ¿Soy un alquimista importante? — Dijo con una sonrisilla y una muequecita graciosas, como cuando era niño. No se vio venir que quisiera llevarse una caja de cada. Sonrió, pero cuando la dependienta se fue, le susurró a Alice. — Esto tengo que aprender a hacerlo yo. No puede ser tan difícil. — No quería sonar borde diciendo que dudaba que la repostería fuera el área más complicada de la alquimia... pero un poquito sí que lo pensaba. No era tan fácil hacer cosas comestibles, pero él había sacado agua potable en su primer examen de licencia, así que sería cuestión de pillarle el truco y, a raíz de ahí, ir innovando. Eso sí, conforme salían, le añadió a Alice. — ¿Guía para comérselos? A ver qué has comprado, Gallia... que esa tienda... — Se pasaba de esotérica para su gusto, y no sería porque no le había gustado el invento del aceite de navarryl. Pero tenía pociones que, sin uso controlado, podían ser un peligro. Se limitó a suspirar y a rodar los ojos teatralmente al comentario de su novia, pero en el fondo, como solía ocurrir, las locuras de Alice le gustaban, y probarlo esa noche con su hermano y Darren podía ser divertido. Esperaba.

Ni tiempo le dio a poner cara de ilusión y alabar el decorado porque Dylan se les echó encima, a lo que Marcus simplemente alzó las manos a modo de desarme, en sintonía con Alice. De nuevo perorata de su cuñado para no evidenciar que quería hacerle regalos a Olive, pero claramente no contaba con el espíritu Gryffindor de su querida amiga. — Soy muy bueno con todo, estoy de acuerdo. — Asintió bromista y aguantándose la risa. Pasó un brazo por encima de los hombros de cada niño y entraron. Miró con los ojos entrecerrados a su novia. — No despiertes mis pesadillas, no hay necesidad. — No le había hecho ninguna gracia el espectro ese del bar francés, daba muy mal rollo. Fingió un exagerado escalofrío que hizo a los niños reír entre burlitas. El que se tuvo que contener muy fuerte de ni reírse ni burlarse por el bien de su integridad fue él al verle a Dylan la cara que puso cuando les llamó "los más peques". Y, aún así, se arriesgó diciendo. — ¿Patitos no hay? — Le estaba matando con la mirada. — O aceitunitas. — Ea, ya eran dos asesinos en potencia. Hizo una muequecita y dio varios pasos de cangrejo hasta esconderse (o pretenderlo, porque le sacaba una cabeza) detrás de Alice.

Ni a abrir la boca le dio tiempo porque, a la pregunta de Alice, los dos chicos empezaron un bombardeo de sugerencias. Vamos, que querían empezar por todo a la vez. Rio con ternura y compartió una mirada con ella. No se podía burlar, ellos habían sido iguales, y en el fondo seguían siéndolo. — Yo creo que los cuatro pájaros cantores deberíamos dejarlos para el final, como guinda del pastel. Un homenaje a los cuatro pájaros cantores que estamos aquí presentes. — Propuso. — Y... con vuestro permiso... — Comentó ceremonioso, mientras se adelantaba y miraba con esos ojos de caballero medieval que se le ponían a Alice. — Yo voy a empezar por las dos palomas tórtolas. No creo que haya mejor prueba que hacer para una amada que la de las dos tórtolas y ALGUIENES han reclamado que así lo haga, y no lo pienso demorar más. Así que... — Los niños le miraban entre risillas, mientras él se dirigía al puesto correspondiente. Allí le esperaba una chica muy alegre que le recordó muchísimo a Poppy, y que dio un saltito nada más verle acercarse. — ¡Hola! ¿Versión para mayores de edad o para menores? — Al ver que Marcus se había quedado un tanto contrariado, señaló con dulzura. — La de menores usa papel maché y la de mayores puede usar magia. Pero magia no peligrosita, que no tenemos seguros anti incendios. — Dijo con una risita que Marcus acompañó. Algo le decía que eso del seguro no iban a aprobar mucho sus jefes que lo dijera por ahí. — Opción mágica. Ya si otros quieren usar la no-mágica lo dejo a su elección. Yo vengo a hacer un regalo a mi tortolita. — Oooooh qué bonito. — Respondió la chica con adorabilidad, tras lo cual se asomó tras él y saludó con efusividad, como si acabara de ver a una vieja amiga. — ¡¡Hola!! Supongo que eres la tortolita. — Marcus se aguantó la risa y leyó las instrucciones.

Era sencillísimo, pero bueno, no esperaba grandes dificultades en una feria de Navidad. Había unos montoncitos de hierbas con bolitas rojas que debía ser una transformación de muérdago, y solo tenía que crear una combinación con la varita que su amada adivinara para generar el efecto que deseara. Pensaba darle su toque, por supuesto. Se jugaba una mano y no la perdía a que la mayoría de la gente dibujaba con la varita un corazón en el aire. Él prefería hacer otra cosa. Activó el mecanismo, pero le añadió un poquito más de magia, girándose hacia Alice. — Tienes que adivinar el código para revelar el regalo secreto de este sol enamorado. — Lo dicho, no era muy difícil. En cuanto Alice dibujó la luna en el aire con la varita, el amasijo de hojas y bolitas comenzó a transformarse. Debería convertirse en un muérdago convencional, pero antes de eso, se dividió en dos y, con un aleteo, adoptó la forma de dos palomitas que, tras darse un piquito, se fusionaron y dieron forma definitiva de muérdago al conjunto. Solo que era un muérdago con dos salientes a los lados, como si fueran alas. — ¡Qué bonito! — Dijo entusiasmada la chica del puesto, que claramente miraba desde allí. Dylan bajó los hombros. — Jo, colega, cómo te pasas. Pero bueno, me alegro porque es para la hermana, pero vaya nivel. — Le guiñó un ojo al chico y se ahorró puntualizarle que se estaba delatando solo, porque Olive parecía tan asombrada con lo que acababa de ver que ni lo notó.

 

ALICE

Puso una sonrisa brillante y aplaudió. — ¡Es verdad, somos cuatro! — Pero nosotros no somos Ravenclaw. — Replicó Dylan. — Pero somos Gallia, y nos ponemos nombres de pájaro si hace falta. — Yo no soy Gallia. — Dijo Oli, mientras seguía oteando la sala de los juegos, y Alice estuvo a punto de decir “date tiempo”, pero reculó y dijo. — Pero te queremos tanto en la familia que te podemos poner uno. Podemos llamarte petirrojo. — Dijo moviéndole las trencitas que llevaba, y la chica sonrió y se removió. — Me gusta más que aceitunita y esas tonterías. — Y entonces Marcus dijo lo de las palomas tórtolas y ella se deshizo. — AAAAWWWW. — Ya empiezan. — Pinchó la niña, y ella respondió pinchándola en el costado. — ¿A que no comparto regalos contigo? La que tiene amado soy yo. — Pero no estiró el tema y se fue hacia el puesto con ella.

La chica que atendía hablaba y reaccionaba como si fuesen familia y además se sintiera muy orgullosa del amor que se tenían, y Alice simplemente se cruzó de brazos a esperar, porque sabía que su Marcus se luciría. Y, por supuesto, la hizo partícipe, y a ella le encantaba entrarle a las ficcioncitas, y encima multiplicadas por mil, así que se llevó una mano al pecho y abrió mucho los ojos. — ¿YO? — Miró a los lados con una gran sonrisa, y vio a Olive en tensión. — Alice, ¿te sabes el código? — A veces se le olvidaba que aún estaban chiquitos y se les podía vacilar un poquito. Ella resopló y miró a Marcus… — No sé, no sé… — Achicó los ojos y se acercó al mostrador. — ¿Y si lo que el sol necesita es justo… una luna? — La dibujó y tocó el montoncito. Podía sentir las vibraciones de envidia e impresión de todo el sector que estaba mirando. Ella rio y le dejó un piquito. — Perfecto. Como él. Como siempre. — La chica les entregó unos adornos del árbol que eran dos pajaritos hechos en madera que, gracias a un hechizo, se daban un besito. — Que los disfrutéis como el eterno amor de las aves. — Alice rio un poco y asintió riéndose. — Muchas gracias. — Lo movió delante de Marcus. — Hay que colgarlo en cuanto lleguemos a Irlanda, le va a encantar a la familia. —

Con el resto de juegos que fueron probando, Marcus se pavoneó un poquito menos, y aunque ella iba repartiendo las baratijillas con Olive, veía a su hermano torcer el morro cada vez que no conseguía algo o era eminentemente fácil. Se acercó a él y le dijo por lo bajini. — ¿Quieres que busquemos uno donde puedas lucirte? — Dylan pareció pensárselo, pero al final levantó la cabeza y asintió. — ¿Qué tal los cinco anillos de oro? Es lo más guay. — ¡Hermana! — Dijo en un susurro apurado. — ¿Cómo voy a ser tan descarado de hacerle algo de anillos? Esas cosas solo las hacéis el colega y tú, de verdad. — Eso la hizo reír, teniendo que contenerse y mirando a otros lados. — A ver… ¿Y las bailarinas? El regalo debe estar guay, y podemos acercarnos, hacer un plan sin magia, y llevarlo a cabo. — Dylan la miró con ojos brillantes. — ¿Pero eso no sería hacer trampa? — Ella se encogió de hombros y sacó el labio inferior. — Yo estoy ayudando a mi hermano, no es ilegal, y lo vas a hacer tú. —

El juego era de lo más sencillo. Salían unas muñecas bailarinas de unos agujeros en la plataforma e iban bailando aleatoriamente. Tenías que inmovilizarlas a todas, no siguiendo un orden específico, pero una vez hubiera echado a bailar la última, tendrías solo tres segundos para pararlas a todas. Obviamente, con un poco de puntería y un hechizo inmovilizador lo tenías hecho, de una en una, pero Alice tuvo una visión rapidísima, que susurró a Dylan bajo las divertidas miradas de los otros. El chico enrojeció, pero al final, se acercó a Oli y dijo. — Ehmmmm, Olive… — E imitando bastante el gesto de Marcus cuando se ponía pomposo, dijo. — ¿Me prestarías un lazo de tus trenzas? — La chica parpadeó un poco sorprendida, pero se lo dio con una risa. Dylan se lo llevó a Alice y ella lo alargó con un hechizo y habló con la chica del puesto, que parecía una versión inglesa de la prima Sandy y un poco cansada de estar allí. — Ponnos la versión sin magia. — Dylan la miró decidido, con los dos extremos del lazo en sus manos. Mientras la chica había activado el hechizo, su hermano había rodeado los agujeros con el lazo, y se quedó agarrando los extremos hasta que la última bailarina empezó a bailar. Justo entonces, tiró de los extremos y las ató a todas de golpe, cerrándolas con un lazo. Hasta la lánguida chica rubia no daba crédito. — ¡QUÉ DICES! ¡ESTO LE CUESTA UN MONTÓN A LA GENTE! — ¡QUÉ FUERTE, DYLAN! — Celebró Oli acercándose con los ojos como platos. — Bueno… La hermana me ayudó… — Contestó él, tímidamente, aún pegado al lazo, como si se fuera a deshacer y perder el premio. Y hablando de eso, la chica sacó una corona de plástico con joyitas rosas, del mismo color que las bailarinas. — Para ti, guapo. Pónsela a quien tú quieras. — Miró de reojo a Alice, pero ella hizo un gesto con los ojos en dirección a la chica y Dylan carraspeó y se acercó. — Oli… yo quiero que… la lleves tú. Mi hermana ya tiene la que Marcus le ganó el año pasado aquí, y tú también te la mereces. — Ella estaba parpadeando, por primera vez sin palabras. — Ay, jo… Gracias… — Agachó la cabecita para que se la pusiera. — A ver qué dicen mi madre y Rose… Me van a preguntar cómo la he ganado. — Diles que te la he dado yo. — Contestó con suficiencia. Alice se dejó reposar sobre Marcus. — No, si está más espabilado de lo que parece. — Y rio un poco, cerrando los ojos y solo escuchando el ambiente, sintiendo la felicidad.

 

MARCUS

Rio y apoyó la cabeza en el hombro de su novia, mientras esta movía el adorno de pajaritos delante de él. — Junto a las bolas con nuestros nombres. Por supuesto, les he dicho a mis padres que se las lleven... Aunque, como haya que poner una por cada miembro de la familia, vamos a necesitar un bosque. — Bromeó. Las pruebas eran eminentemente fáciles y bastante graciosas, muy en sintonía con el ambiente navideño. Dylan ya estaba poniendo cara de estar quedándose atrás, por lo que su hermana salió en su rescate mientras Marcus intentaba entretener a Olive, porque la cara de agobio de Dylan era tan descarada que sería un milagro que la chica no se diera cuenta de sus intentos por impresionarla y pasar desapercibido al mismo tiempo.

Asistió mostrando mucho interés (y aguantándose la risa) a los esfuerzos del chico, que ahora parecía querer copiarle el modus operandi pero con un nada por ciento Slytherin y un todo por ciento Hufflepuff. Eso sí, tuvo que reconocer que la maniobra fue impresionante... tanto que, un segundo después del impacto inicial, miró a Alice con una ceja arqueada. Tampoco era necesario ser un experto detective, porque ese corazón Hufflepuff que trataba de conquistar a una íntegra Gryffindor reveló el secreto sin necesidad de tirarle mucho de la lengua. — Doble mérito tienes: haberlo hecho, y ser tan humilde de pedir ayuda y reconocer que la has pedido. Enhorabuena, Dylan. — Marcus, desde luego, sí que era experto en llevarse a su terreno todos los argumentos, y como quería alabar el buen hacer de Dylan, lo haría hiciera lo que hiciese. Por supuesto, la bonita corona de regalo se la llevó Olive, y Marcus compartió una miradita cómplice con su novia. — Me da que el año que viene van a prescindir de nosotros para la feria. — Miedo le daba la evolución de Dylan estando en la sala común de Hufflepuff, menos mal que él ya no estaba en Hogwarts: ojos que no ven, corazón que no siente.

Fueron terminando las pruebas, en una de las cuales su amada le consiguió un bonito broche con una lucecita roja, emulando la nariz de Rudolf y sus cuernecitos, que emitía la melodía de la canción de los doce días de Navidad, y que no se pensaba quitar de la solapa. Ya solo les quedaba una prueba, la de los cuatro pájaros cantores, y el muchacho del puesto, que llevaba más cascabeles de los que pudieran llegar a hacer un sonido melodioso al sonar todos juntos (que encima no dejaba de moverse), les recibió con una amplia sonrisa. Le recordaba bastante a Peter Bradley. Haría buena pareja con la chica del puesto de las tórtolas. — ¡Bienvenidos! ¡Vaya, si vosotros sois cuatro! Entonces la prueba para vosotros va a ser facilísima. — Se miraron entre sí con sonrisillas, expectantes por las instrucciones. — Como sois cuatro pájaros cantores, tenéis que... ¡cantar entre los cuatro la canción de los doce días de Navidad! — Marcus arqueó una ceja. El que chilló casi asustado fue Dylan. — ¿Y eso es fácil? — Bueno, os habéis ahorrado el paso de buscar compañeros hasta llegar a cuatro, o de echar a alguien del grupo. Y más compenetración que cantar con desconocidos. — Dijo el chico, con una sonrisa radiante y rebosando alegría (y ruido de cascabeles), como si no le viera el menor problema.

— Sin embargo, no todo va a ser tan sencillo. — Ah que seguíamos bajo la premisa de que esto era sencillo, pensó Marcus. — Como son doce días de Navidad y vosotros sois cuatro, tendréis que cantar cada uno tres de los regalos que se dan en los doce días de Navidad. Es decir, los cuatro a coro cantaréis las partes comunes, pero cada uno dirá un regalo. Y... ¡tenéis que adivinar cuál! — No me estoy enterando. — Le susurró Dylan a Marcus, asustado. Él tampoco estaba seguro de estar enterándose. El chico sacó entonces doce tarjetas en blanco, las barajó y le dio tres a cada uno. — Esas tarjetas contienen cada uno de los regalos, pero ahora están invisibles. Se mostrarán conforme vayáis acertando. Entre todos, empezáis: "El primer día de Navidad, mi amor me entregó..." y uno de vosotros, el que quiera, dirá "una perdiz en un peral". Si esa persona tenía esa tarjeta, se revelará en su mano y podréis seguir. "El segundo día de Navidad, mi amor me entregó...", y el segundo dirá "dos palomas tórtolas", y así. Pero si falláis, oiréis un sonido de error y tendréis que empezar desde el principio. — O sea, cantar, que a Marcus no se le daba NADA bien, y encima tener que acertar en base a la nada. Definitivamente, el juego más infernalmente difícil de todos, aquello les iba a llevar horas.

No fue para tanto, y tuvo que reconocer que se rieron muchísimo a medida que no paraban de fallar, y celebraron un montón los aciertos. Ya estaban tensos cada vez que les tocaba adivinar. — "En el sexto día de Navidad, mi amor me entregó..." — Cantaron a coro, y tras compartir miradas y esconder risas, Olive se arriesgó. — "Seis gansos poniendo huevos." — ¡¡MEEEEC!! — Todos clamaron y rieron, Marcus casi se tira al suelo, pero estaban muertos de risa. Otra vez a empezar. Resultaba que era Alice la que tenía los seis gansos poniendo huevos, y los siete cisnes nadando sí que los tenía Olive, pero habló Dylan, por lo que tuvieron que empezar otra vez. Cada vez que acertaban a la primera era una auténtica fiesta. Ya solo les quedaban los dos últimos, uno era de Olive y el otro de él, pero no tenían ni idea de cual. — "En el undécimo día de Navidad, mi amor me entregó..." — Y, tras unos segundos de tensión, con todos mirándose, Marcus le hizo un gesto a Olive. Se arriesgarían. La chica dijo, casi con prudencia. — "Once gaiteros tocando". — Y, de repente, la carta de los gaiteros se iluminó en manos de la niña. Todo fueron gritos de júbilo, dijeron corriendo todo lo que les quedaba (por poco se adelante Dylan a su hermana en el tercero y tienen que empezar de nuevo) y, llegado al último, todos cantaron. — "En el duodécimo día de Navidad, mi amor me entregó..." — Y Marcus clamó, victorioso. — "¡Doce tamborileros tamboreando!". — Y, exultantes, y cada uno el que les tocaba, disfrutaron de cantar el resto de la canción. — "Once gaiteros tocando." — "Diez señores saltando." — "Nueve bailarinas bailando". — "Ocho damas ordeñando". — "Siete cisnes nadando". — "Seis gansos poniendo huevos". — "Cinco anillos de oro". — "Cuatro pájaros cantores". — "Tres gallinas francesas". — "Dos palomas tórtolas". — "¡Y una perdiz en un peral!" — Saltaron y celebraron como si les hubieran tocado dos millones de galeones, y el chico del puesto lo celebró con ellos como si el tercer millón le hubiera tocado a él. — ¡Enhorabuena! Qué sincronización. — No me quiero imaginar lo que habrás visto por aquí si a esto lo llamas sincronización, porque divertido había sido, sí, pero eficiente no mucho, porque se habían equivocado en casi todos los versos. — Como premio, las cartas, para vosotros. Son unas ilustraciones muy bonitas, cada una la ha hecho uno de nosotros, el del puesto correspondiente. ¡Que las disfrutéis! — ¡Pienso darles el mejor sitio de mi cuarto de Hogwarts! — ¡Y yo! — Dijeron Dylan y Olive respectivamente, lo que hizo al muchacho reír con una carcajada halagada. — Las nuestras se vienen a Irlanda. — ¡Qué honor! — Se despidieron del majo chico del puesto y salieron de la tienda.

— Así que... — Comentó Marcus, mirando las cartas de Alice por encima de su hombro. — Las tres gallinas francesas, que es justo que te hayan tocado a ti, los seis gansos y las dos palomas tórtolas. Me gusta. — Miró las suyas. — Yo tengo a los doce tamborileros, wow, qué nivel dibujar esto; los cuatro pájaros cantores, me encanta, aunque al chico se le da mejor socializar que dibujar, pero se aprecia el intento. — Comentó entre risas. — Y, por supuesto porque no podía ser de otra forma, los cinco anillos de oro. — La miró con una sonrisa ladina y pasó su brazo por los hombros de ella, apretándola contra sí. — A ver para qué quiero yo tantos anillos, si solo tengo una amada a la que querría dárselos. —

 

ALICE

Era posible que Dylan estuviera despegándose de ellos, pero eso era bueno. Su patito tenía que crecer. No obstante… — Creo que aún nos necesitará un poco más. — Ladeó una sonrisa y susurró. — Aún necesita de su colega y su hermana, y si no, mira cómo se ha desarrollado la atracción. — Se enganchó al brazo de Marcus y siguió paseando por los juegos, sintiéndose feliz y satisfecha de poder tener un día así y dárselo a su hermano. Más veces de las que desearía, sentía que no le estaba dando una vida alegre y despreocupada como la que ella había tenido a su edad. Pero en días como aquel sentía que había cumplido como la hermana mayor, aunque no debería retrasar mucho más el cumplir como tutora.

Antes, no obstante, Marcus no había olvidado por supuesto lo de los cuatro pájaros cantores, así que allá fueron. Solo con el que atendía, tendrían que haber sabido que aquel juego iba a ser un pandemonio, porque es que Alice no se enteraba de nada entre el entusiasmo del chico y los cascabeles. Menos mal que su hermano confesó que no se estaba enterando tampoco, aunque no sabía si eso le daba más vergüenza. — ¿Pero cómo que empezar de nuevo? ¿Pero cuánto vamos a estar aquí? — Encima miró de reojo a su novio y… Una prueba nada científica, sin método ninguno y cantando… Su Marcus había sido premiado con casi todos los bienes de la creación, pero no con el del oído musical.

Al final, se las había deseado mucho peor de lo que fue la prueba. Entre la alegría del chico, y las risas tontas que les daban a todos, estaba siendo la prueba más divertida. Una de las veces, con el sonido del error, entre risas, se le escapó. — En esta canción hay tantos pájaros que yo ya no sé quiénes ponen los huevos. — Y a todos les dio un ataque tan fuerte que se echaron hasta a llorar. — ¡Oye! ¡Tordo! ¡Pero contéstame! — Le decía picando a Dylan en el hombro. — ¿Eran los cisnes o los gansos? ¿No te la sabes o qué? ¿Entonces qué estamos haciendo? — ¡AY, HERMANA, PARA, QUE ME DA ALGO! —

Pero, finalmente, se obró el milagro de Navidad, Oli acertó y, como si aquello fueran los últimos segundos de un partido de quidditch, cantaron el resto del villancico y al llegar al final se pusieron a saltar y celebrarlo como un grandísimo logro (con el chico también, por supuesto, porque era de esa gente que es amiga de la humanidad). Miró las cartas con ilusión. Esas cosas le gustaban, cositas que les trajeran recuerdos felices, acumularlas, para el día de mañana decir “mira, eso fue en la feria de Navidad del año que estábamos en Irlanda. Sonrió a su novio cuando se puso a consultar las tarjetas que le habían tocado. — Claro, como en el juego no había método ninguno, intentas buscarlo en las cartas. — Comentó entre risas mientras salían. Asintió, entre risas, a lo del tendero, y levantó la mano abierta, separando mucho los dedos. — ¿Y no quieres ponerme uno en cada dedo? Solo por asegurar que soy tu amada y solo tuya, con tus cinco anillos. —

Se dirigieron al sitio del año pasado, y ella no quería alargar más sus funciones de tutora, así que rodeó a Dylan por los hombros y dijo. — ¡Me acabo de acordar del ponche aquel que cambia de sabor! Se coge allí. — Señaló un puesto en una esquina cercana. — Vamos tú y yo a cogerlo y dejamos al colega experto en comida y a Oli encargados de la comida ¿vale? — Dylan iba a protestar, pero Olive se fue tan ufana con Marcus, que no le quedó de otra que callarse e ir con ella. Llegaron a la cola, pidieron el ponche, y Alice sabía que lo preparaban a demanda, así que iban a tardar un poquito, por lo que condujo a Dylan a un banco cercano, como si simplemente esperaran. — ¿Te lo has pasado bien en la atracción? — Él sonrió débilmente y se apoyó en sus rodillas, mirando la feria. — Hermana, ¿sabes por qué me gusta tanto la feria de Navidad? — Ella negó con la cabeza. — Porque puedo sentir la inmensa felicidad de muchísimas personas. Siempre hay algún cascarrabias que querría estar en otro lado, o uno que se acuerda de alguien que no está, algún corazón roto… Pero, en su mayoría, todos son felices, y su felicidad llega en cantidades inmensas a mí. — Ella sonrió con dulzura. — Qué bonito es eso, patito. Eso es saber usar tu don. — Dylan asintió y la miró. — Pero mi don también sirve para que note que estás nerviosa o tensa, y me imagino que es porque quieres hablar de papá o darme una noticia que no me va a gustar. — Alice suspiró. La crianza de un legeremante era mucho más complicada, pero la de alguien con el don de Dylan empezaba a ponerse cuesta arriba. — No es ninguna noticia. Pero no puedo no hablar de la situación que hemos vivido y que tenemos. Y cuando llegues a Saint-Tropez todo van a ser risas y fiestas, y nadie te va a preguntar, pero ya hemos visto que así no se solucionan las cosas. Simplemente odio preguntarte por algo que sé que, aunque sea en parte, te va a doler. Pero tengo que hacerlo, eso es de verdad ser tu tutora, preocuparme de que todo está claro y se habla. —

 

MARCUS

Tomó su mano con la exagerada delicadeza de una propuesta de baile victoriano, mirando y acariciando cada uno de sus dedos por separado. — Tienes razón. Además, así tendrías una mano engalanada de joyas como te mereces, y la otra desnuda, para que todo el mundo aprecie lo bella que es sin necesidad de adornos. — Lo dicho, la exageración victoriana que solo Marcus podía llegar a alcanzar, pero es que Alice se lo ponía en bandeja.

Conforme se acercaron al puesto, Alice propuso ir ella con Dylan a por las bebidas y que él fuera con Olive a por la comida. Si la conocía de algo, eso significaba que quería una conversación a solas con su hermano. Miró a Olive y, cómicamente, alzó repetidas veces las cejas, lo que hizo a la niña reír y decirle a Alice. — ¿Tú estás segura? Con Marcus decidiendo la comida, vamos a salir de aquí como toneles. — ¿Cuestionas mi expertizaje? — Nooo cuestiono tus cantidades. — Pues que la señorita ponga las medidas, y ya veré yo si le hago caso o no. — Decía mientras la giraba por los hombros y le bailaba graciosamente las trenzas, provocando que se riera y se intentara zafar sin mucho convencimiento. Se colocaron ante los puestos, mirando las ofertas de comida. — Hmmm... Me gusta todo. — Hay que dejar hueco para el postre. Yo quiero un gofre con chocolate. — Marcus miró a Olive con una ceja arqueada. — Si tantas ganas tienes de gofre, tendrás ya el hueco hecho. — Si me inflo con otras comidas, se me va a rellenar. — Señorita, eduque usted a su estómago por compartimentos, ese no es mi problema. — Olive rio y le dio un empujoncito en la parte alta del brazo (con ambas manos para poder medio moverle, y en el brazo porque al hombro no llegaba). — ¡Eso no se puede! — ¿Cómo que no? Yo he podido. — ¡Claro! Como eres Ravenclaw y lo sabes hacer todo. — ¡Vaya! Salió la ofensita Gryffindor, ya era hora. Creía que a vosotros os salía todo bien por defecto. — Y así se pasaron un rato, picándose el uno al otro, hasta que Marcus decidió que ya habían perdido tiempo suficiente y fue pidiendo comida.

Olive le recordó como unas cien veces que ella no podía hacer magia fuera de la escuela, como si él no lo supiera, y todo para decir que estaban cogiendo más comida de la que podían cargar. — Tú sabes que un hechizo no pesa tanto como llevarlo en las manos ¿verdad? A ver si voy a tener que levitarte a ti también por ahí para demostrártelo. Y cuando ya hayas comido, además, y seas un tonelito con trenzas. — Aunque sí que era cierto que empezaba a ver compleja la levitación de tantos elementos diferentes. Puso un par de canastitas en los brazos de Olive y él se armó de un par de bolsas de papel en la mano que no llevaba la varita. Lo demás, iba levitando. De camino a la mesa se cruzaron con un mago que estaba haciendo un espectáculo de chocolate en una fuentecita. — ¡Qué chulo! — Dijo Olive ilusionada. Marcus la miró, pillo. — Para ti no hay. Tú quieres un gofre. — La niña le sacó la lengua. Volvieron a mirar al hombre, que hacía bailar frutas y chucherías al interior de la fuente a ritmo del Cascanueces. Olive no paraba de reír. — A ver si luego lo repite. Tenemos que enseñárselo a Dylan y Alice. Seguro que les encanta. — Marcus se mordió el labio, porque ese comentario le había hecho directamente conectar con algo. Porque, al ver a ese mago y la fuente de chocolate con dulces, no pensó en Alice y Dylan precisamente.

Se mojó los labios y se agachó junto a Olive. — Sí... les puede gustar... ¿Sabes por qué les gustaría? — Olive le miró con un punto de extrañeza. — Porque es divertido. Y da un montón de ganas de comerse esas cosas con chocolate. — Marcus ladeó una sonrisa tierna. — Claro... Pero yo, cuando lo he visto, no he pensado en Alice y en Dylan. ¿Sabes a quiénes les hubiera encantado esto? — Olive ya no era tan nueva en la vida de los Gallia como el año anterior, así que puso una sonrisita apenada. — A William y a Janet. A William le encanta hacer hechizos y tonterías de esas, y a Janet le encantaban los dulces, era supergolosa, me lo ha dicho Dylan. — Marcus asintió. Adoptó un tono más serio, aunque comprensivo. — Olive... ¿recuerdas la conversación que tuvimos el año pasado en la feria sobre Janet? — Ella asintió. — Que, para conocerla, solo necesitaba mirar a Alice y conocer a Dylan. — Exacto... Y lo más importante. — La miró a los ojos. — Dylan sí que tiene madre. Su madre es Janet. — Eso hizo a la niña atribularse un poco, así que se apresuró en no hacerla sentir mal. — Yo sé la buenísima intención con la que veis a Alice como si fuera su madre. Alice es su tutora, es... ligeramente distinto. Y sí, tienes toda la razón: Dylan tiene que contarle a ella las cosas, porque ahora es la responsable de lo que le pase, y de su cuidado. Pero Dylan tiene una madre, aunque no esté presente. A Alice le pondría muy triste que Dylan la sustituyera por ella. — ¡No! Eso nunca. Dylan adora a Janet... pero es que... — Olive pareció pensarse lo que iba a decir, pero Marcus ya se lo imaginaba. — Las circunstancias de Dylan son... complicadas. Pero él tiene unos padres, Olive. Janet no está presente... pero William, sí. — Ella le miró con ojitos cautos. — Dylan os tiene más a vosotros dos como sus padres que a William y Janet. — Si es que lo sabía, de ahí que no quisiera que la creencia se expandiera. No podía contradecir los sentimientos de Dylan, de hecho, le halagaban y emocionaban muchísimo; pero bajo ningún concepto quería arrebatarle a William su puesto, o que Alice se sintiera presionada a cumplir con un estándar aún más alto del que ya de por sí se ponía como hermana mayor. Su mejor baza era tener a Olive recordándole este punto. A ella, desde luego, le haría muchísimo caso. — Pues... nosotros somos sus hermanos mayores. Y lo vamos a ser siempre, y le vamos a querer muchísimo, y a ayudar en lo que haga falta. Pero él ya tiene unos padres... Estoy seguro de que tú mejor que nadie le puedes ayudar a entender eso, y a que cada uno tenga su lugar. ¿Te parece bien? — Ella asintió con una sonrisita, contenta de tener una misión. Marcus se incorporó. — Pues vamos a las mesas. Que se me cansa la mano del hechizo. — Si es que te has pasado un montón, Marcus, te lo he dicho. —

 

ALICE

Dylan se quedó serio y pensativo, y así, apoyado en sus rodillas, con las palmas juntas, y esa altura que estaba cogiendo, se parecía tantísimo a su padre que hasta le dio abismo verlo. No parecía atreverse a hablar. — ¿Cómo ha sido incorporarte? — Empezó ella por él. El chico se encogió de hombros. — Ya sabes cómo es la sala común de Hufflepuff. Desde que llegué, todo el mundo me recibió con alegría, sin hacer preguntas incómodas, simplemente celebrando. Me he desahogado con Oli a veces, pero… cuando hablo de América… — Se mordió los labios y se puso a pensar. — Es que no sé cómo decirlo. — Alice se pegó a él. — ¿Quieres hablar de cómo te sientes tú o de cómo se comporta Olive a ello? — Lo segundo. — Ella asintió. — Vale. ¿Y es una reacción que te duele o te molesta? — Dylan negó con la cabeza. — Es… que… Va a sonar absurdo, pero… siento que se vuelve una niña más pequeña. Siento su miedo, un miedo como el que sientes ante las pesadillas. Es miedo, aunque sepas que no es real, pero no alcanzas a comprenderlo… — Suspiró y acarició la cabeza de su hermano. — Eso, patito, es justo de lo que llevo intentando protegerte toda la vida. Eso es crecer de golpe, más rápido que los demás, por el sufrimiento. Eso me aisló de Marcus mucho tiempo ¿sabes? No quería que conociera una realidad demasiado dura solo por mí. — Dylan la miró de golpe con los ojos muy abiertos. — ¡Eso me pasa con Oli! Yo no quiero que conozca esa angustia, además me da la sensación de que, de todas formas, no la entiende… Y trata de animarme y yo me siento peor… — Alice cerró los ojos y trató de contener las lágrimas. — Noooo, hermana, no quiero ponerte triste a ti también. — Suplicó Dylan, girándose para mirarla y haciendo amago de abrazarla. Ella le cogió las manos y le miró a los ojos. — Dylan, escúchame. Lo que tú sufras, yo lo sufro. Yo cuido de ti, mi niño, siempre. Es mi trabajo, el más importante que me han encomendado en la vida, y si tienes que desahogarte o contarme cosas desagradables, para eso estoy yo. — Acarició su mejilla. — Lo que viviste fue muy duro. Y a veces puedes creer que la gente de tu edad no te entiende, y tendrás razón, pero al final tienes que dejarles entrar. Yo me encerré muchísimo en mí misma, obsesionándome con no contaminar con mi sufrimiento a nadie, y no gané nada, Dylan, eso te lo aseguro. — Él asintió con los ojos brillantes y Alice miró al cielo. — Me voy a arrepentir de decir esto, pero va con condiciones. — Volvió a mirarle, con dulzura, pero con firmeza en la voz. — Si alguna vez no te sale hablar de esto, pero lo necesitas, escríbelo. Estabas más acostumbrado a eso, y en América tampoco has hablado mucho, así que, cuando las ideas te desborden y no encuentres la forma, lo puedes escribir. Pero no lo cojas por costumbre, solo como recurso para liberar ¿vale? — Dylan asintió y se lanzó a abrazarla, y ella le estrechó.

Cuando se separaron, puso una mano en su brazo. — No obstante, hablaremos de esto más detenidamente durante las Navidades. — ¿Me voy a ir contigo a Irlanda? — Alice sonrió. — Sí y no. ¿No quieres ver a papá? — Preguntó alzando una ceja. Dylan titubeó. — Sí, sí, claro… Es solo que… — ¿No esperabas que quisiera estar con papá? — El chico apretó los labios. — ¿Quieres? — Ella suspiró con resignación. — Lo que papá y yo queramos siempre va a estar supeditado a lo que quieras tú. Yo ahora tengo una familia más, tengo a los O’Donnell, y tú también puedes tenerlos, están deseando conocerte. Pero también quiero que estés con papá y los abuelos todo lo que puedas, que vuelvas a Saint-Tropez y veas a los tíos y los primos, que puedas celebrar de verdad. Pero también sé que el año pasado te lo pasaste muy bien con los O’Donnell. — Él asintió. — La verdad es que sí. — Pues tendrás de los dos. Yo voy a pasar la Nochebuena y Navidad en Ballyknow, y la tata y Erin también, pero el día veintiséis allí se celebra el banquete de San Esteban, así que Darren te traerá a Irlanda con él y estaremos allí todos juntos un par de días, hasta que nos vayamos a La Provenza. — ¿Todos? — Preguntó emocionado. — Marcus, las tías, los O’Donnell, tú y yo. — Dylan se volvió a abrazar a ella. — ¡GRACIAS, HERMANA, GRACIAS! Ya no hace falta que me regales nada más, de verdad que no. — Eso la hizo reír. — Bueno, bueno, ya veremos. — Se separó y tomó su carita en las manos. — Tú prométeme que hablarás al menos con el abuelo y los primos de cualquier cosa que te preocupe. Y la tata puede que siempre esté de broma, pero te aseguro que si quieres hablarle de cualquier cosa, te va a escuchar y ayudar en lo que pueda. — ¿Y papá? — Alice tomó aire. — Papá está sanándose. Tú no tienes por qué esconder nada, pero quizá si necesitas ayuda, es mejor que no recurras a él, pero si necesitas ser sincero con él, con dulzura y tacto, siempre puedes serlo. — Dylan asintió y Alice tomó su mano. — Y ahora a ver qué ha hecho tu cuñado. No he medido yo bien el movimiento de dejarle la comida. —

Llegaron con el ponche y encontraron una mesa que parecía mínimo para cinco personas. Suspiró y miró a los jóvenes. — Él siempre ha sido así, pero es que no os imagináis cómo son en Irlanda con la comida, no han hecho más que empeorarlo. — Los niños rieron y ella se sentó, cogiendo una patata frita. Cuando se la terminó miró a Marcus y dijo. — Me temo que se me ha metido del todo Irlanda en la piel, porque acabo de pensar “vaya birria de patata, esto ni se puede comparar con las de Ballyknow”. — Y volvieron a reír, y Alice echó un poquito del ponche en los vasos aún vacíos de cada uno. — Porque siempre encontremos días para venir a esta feria. Con las plantas, los juegos… Y los piratas. — Dijo con retintín, y todos brindaron. Sería otra cosa que retendría para siempre, por si acaso, por asegurarse un rincón de felicidad eterno. Oli con la corona, su hermano aún con cara de niño, los ojos llenos de felicidad y sabiduría de Marcus. La Navidad.

 

MARCUS

Se puso las manos en las caderas, mirando orgulloso el despliegue que había organizado en una mesa para más personas de las que eran. Olive le miraba con cara de circunstancias. — Alice va a decir que te has pasado. — Intensificó la mirada. — Porque te has pasado. — Si sobra, nos lo llevamos para cenar. A esa cena en la que los niños quejicas no venís. — ¿Acabas de llamar a Alice niña quejica? — Te lo he dicho a ti. — Y le sacó la lengua, gesto que Olive le repitió. Para su desgracia, y aunque no era necesario ser adivino para vérselo venir, fue la Gryffindor la que acertó, solo había que verle a Alice la cara. — Todo es poco para mi princesa y mis hermanitos pequeños. — Dylan parecía encantado, pero la cara de Olive era de plantearse fuertemente si la estaba vacilando.

El comentario de Alice sobre las patatas le hizo reír con ganas. — No esperaba encontrar calidad, honestamente. — Por eso ha intentado suplirlo con cantidad. — Se burló Olive, provocando risitas maliciosas en Dylan. Marcus le dio un tirón flojito de una trenza. — ¡Au! — Estás poniendo el gofre de chocolate en grave peligro. — ¿También has comprado gofres de chocolate? — Se sorprendió Dylan, pero le brillaron los ojos con el reflejo de la genética golosa de Janet, claramente. Marcus se puso digno. — Por ahora no. — Y a este paso os vais a ir los dos a comprarlos como buenos tortolitos. Obviamente ese comentario se lo guardó para su pensamiento. Tomaron cada uno su vaso de ponche y brindaron entre sonrisas. Qué lejos quedaba el sufrimiento de Nueva York, y qué miedo habían pasado de pensar que no tendrían eso otra vez. — Hay que repetir esto esta noche cuando vengan Lex y Darren. — Sintió las miradas, pero no dejó a nadie hablar, sino que rápidamente respondió con ofensa. — ¡No comáis si no queréis! — Y todos rieron. Mucha burla con sus cantidades de comida, pero al final estaban todos comiendo.

— Bueno. — Anunció tras un rato de comida, con una sonrisilla, mirando a los niños. — Ahora es cuando nos ponéis al día de todos los cotilleos de Hogwarts. — Casi se atragantan los dos, atropellándose por contarlo todo a la vez. Se tuvo que reír con el bombardeo de información, aunque había mucha gente a la que no conocía, por ser de las promociones y casas de los dos niños, que no eran la suya. — Y un día. — Continuó Olive, entusiasmada. — Después de un partido de quidditch de Gryffindor contra Slytherin, escuché a la capitana de mi equipo decir que mientras estuviera O'Donnell en la capitanía no tenían nada que hacer, y todos estaban en plan, "joer pues eso no es así, pues tenemos que ganar, pues la liga y no sé qué", y ella decía, "siendo el capitán O'Donnell, lo tenemos crudo, vamos a tener que buscar otras tácticas", y todos como "blablá pues no me parece pues somos mejores pues tal", y ella venga a insistir. — Definitivamente tenemos que repetir esto cuando vengan Lex y Darren. — Comentó Marcus entre risas, mirando a Alice. Eso sí, se iba a rebosar por el banco de orgullo hinchado. Dylan, mojando una patata en salsa como si nada, comentó. — A Mike le gusta un montón. — ¿Mike Conroy? — Sí. — ¡Buah, lo sabía! — Marcus se miró con Alice con cara de estar perdiéndose algo, pero el cotilleo continuó. — Está siempre diciendo que es muy guapo y que como es gay y su novio un Hufflepuff a lo mejor tiene posibilidades. — Oh, wow. — Exclamó Marcus, sorprendido por la brutal sinceridad y normalidad de los niños comentándolo, pero estos siguieron. — Pero que le da un poco de miedo porque tiene cara de serio pero que en verdad eso le pone. — ¡¡Oh!! — Se escandalizó Marcus, porque oír a Dylan hablar así no se lo vio venir. Ni tampoco, insistía, la normalidad de los dos niños con el tema. Olive rio bajito. — Me parece normal. Su hermana estaba enamorada de Marcus. — Ya no atinaba ni a exclamar, solo a hacer gestos con las manos, pero la niña siguió. — Y la he escuchado decirle a Colin un montón de veces "esto el prefecto O'Donnell no lo haría así", y la oía cuchichear con las de su clase en plan "mira qué guapo es, mira qué ojos tiene, mira cómo sonríe, mira..." — ¿Hola? — Interrumpió, ya encontrando al fin hueco para hablar, aunque fuera para decir eso. Los niños le miraron. — ¿De quién estamos hablando? — Olive arqueó las cejas. — De Hanna Conroy, la hermana de Mike Conroy. Hanna está en quinto de Gryffindor y Mike está en segundo de Hufflepuff. — Dylan se encogió de hombros. — Mike es buen chico. — Hanna es un poco tonta, no me junto con ella. Pero la oigo hablar. — Respondieron él y ella respectivamente. Dylan puso cara de diablillo. — Y a Mike le gusta Lex y a Hanna le gustabas tú. — Marcus trató de hacer memoria. No recordaba a ninguna Hanna Conroy. — Pobrecita. Espero no haberla ignorado. — Los niños le miraron con cara de obvio aburrimiento. — Tú no ignorabas a nadie, Marcus. — Pero no me acuerdo de ella. — Porque es medio lela. — Insistió Olive. Dylan chistó. — Pobrecita. — El hermano también es medio lelo. Tú es que ves bueno a todo el mundo. — Olive miró a Marcus con malicia y añadió. — Beverly Duvall la odia. — Marcus soltó una carcajada espontánea. Me pregunto por qué, pensó, pero volvió enseguida a su preocupación. — Pero en serio: no recuerdo... — Porque estaba siempre cuchicheando en su grupito y mirándote pasar de reojo, y no hacía más que reírse como una boba. ¿A que sí conoces a Bertha Parkins? — ¡Sí! A Bertha, sí. — Porque ella era a la que mandaban siempre a preguntarte cosas. Y luego volvía al grupito y se ponían "AY QUÉ MONO ES, AY ME HA CONTESTADO, MIRA TENGO UN PERGAMINO ESCRITO POR ÉL, AY LO VOY A ENMARCAR". — Te estás inventando todo eso. — Respondió azorado, pero los dos niños rieron. — El otro día castigaron a Creevey por culpa de ellas. — Marcus suspiró. Creevey castigado, qué novedad. — A ver, ¿por qué? — Porque no paraban de meterse con Colin y de usarte a ti de comparativa. — Pues eso está muy feo, decídselo de mi parte también. Colin es un prefecto estupendo. Pero ¿qué tiene que ver Creevey ahí? — Pues que les soltó un discursazo sobre que "el prefecto O'Donnell jamás usaría su posición para mancillar la del que viene detrás y que están juzgando tu criterio en el nombramiento de Colin y que son unas descerebradas y que tú ni las mirarías y que se laven la boca antes de hablar de ti y blablá". — Marcus alzó los brazos y los dejó caer. — Hay que fastidiarse. Me voy y me empieza a defender. — Y al equipo de Ravenclaw le tiene dicho que el único que puede lanzarle bludgers a tu hermano es él. — Marcus se frotó la frente, suspirando. Olive se encogió de hombros. — La prefecta Ming dice que eso es técnica y moralmente inapropiado. — Ya se me va a cortar la comida. — Se resignó, porque lo que le faltaba era Amber en la ecuación. No sabía si le alegraba o no ver que todo en Hogwarts seguía igual que cuando lo dejó.

 

ALICE

Se rio en silencio, simplemente admirando el momento, dejando a los chicos disfrutar de Marcus, que ella lo tenía todo el tiempo, mientras calmaba su espíritu después de la conversación con Dylan y el darse cuenta de que iba a tener que ver a su padre esa misma noche. Disfrutaría del momento y ya está. Simplemente rio, como todos los demás, cuando mencionaron lo de repetir para la cena, y Alice señaló los platos. — Desde luego, sobras va a haber. Y tu hermano que seguirá pensando en qué significa “pensar en la cena”. — Bueno, o igual no, igual está liadillo ahora mismo, pero dentro de un rato, pensó para sí con una sonrisilla traviesa.

Le apetecía mucho oír cotilleos de Hogwarts, echaba de menos esas cosas un montón, y quería dejarse llevar por esa sensación de hablar de cosas livianas y sin importancia. Alice nunca había sido una chismosa, pero siempre había sido MUY curiosa, y como la gente se pusiera a hablar cerca de ella sin tenerla en cuenta, algo se activaba en un rincón de su cabeza y le hacía poner la oreja. La mayor parte de las veces, desconectaba porque no era interesante, pero claro, con algo se quedaba. Se cruzó de brazos mientras seguía picoteando. — Lo de Conroy era un secreto a voces. — Dijo, ante la mirada de Marcus. — Cariño, por favor, ¿nunca te fijaste en cómo miraba a tu hermano? Pero si se quedaba petrificado. — Dijo con evidencia. Se rio de la franqueza de su hermano y luego señaló a Oli, asintiendo largamente cuando dijo lo de Hanna. Entornó los ojos y negó, mirando a la niña. — Es inútil, casi nunca se daba cuenta de esas cosas. — Oli le devolvió una mirada traviesa. — ¿Casi nunca? — Alice se puso traviesilla también. — Bueno… Cuando Cassey Roshan le ponía ojitos creo que sí que se daba cuenta. — Cassey es de mi casa. — Contestó la chica. — Y este año hubo un chico que se puso de rodillas en la puerta suplicándole que estuviera con él, que era el amor de su vida. — Alice suspiró. — Sin novedades en el frente de nuevo. — Y siguió riéndose con la historia sobre las niñas de Gryffindor. — Te voy a decir más, no se acuerda porque había tantas que hacían eso, que no pueden caber todas en su cabeza. — Los niños más se rieron. — ¿Y a que a ti no te molesta, Alice? — Dijo la chica. — Es que de la hermana no se enamoraba nadie, menos Theo. — Eso la hizo estallar en risas. — Gracias, patito, tu sinceridad siempre apreciada. — Pero a tu hermana no le molesta porque no es tóxica, no por eso. — De nuevo le salió una carcajada. — ¿Quién te ha enseñado eso? — Oli se encogió de hombros. — Se lo oigo a las niñas mayores, y Beverly Duvall contó que tú también te enamoraste de un prefecto que era como Marcus. — Dylan la miró sin sorpresas. — Pues claro. —

Le dio una fuerte carcajada respecto a lo de Creevey y señaló a Marcus. — Ohhhh, mi amor, ¿no estás contento de que tus enseñanzas calaran tanto? Mira a Ben defendiendo a Colin. Eso es precioso. Quizá no exactamente lo que te imaginabas, con la prefecta Ming dictando leyes de quidditch y todo eso, pero mira qué bonita armonía. — Alzó las cejas y dijo. — Yo creo que Ben tiene cierta querencia por los prefectos… — Tú también. — Dijo Oli picándola en el brazo. — Porque me han contado que una vez bailaste con el prefecto Jacobs delante de todo el colegio. — Ella puso media sonrisa. — Es verdad, pero porque éramos amigos. — Y que te dejó ganar la final de duelos porque estaba enamorado de ti. — Alice levantó el índice. — No señora, me ofreció unas tablas que no cogí, y no porque estuviera enamorado ni nada de eso, sino porque creía que merecíamos los dos ganar. No las cogí, por suspicaz, y ganó él. Así que corrige el rumor, que la gente es muy chismosa. — Dylan se apoyó sobre sus codos, comiendo dulces. — Mi hermana y el colega estaban destinados el uno al otro. Se amaban desde siempre, como agua en el desierto, y si no, que me pregunten a mí, que yo lo cuento. — Y ella le miró con el cariño y la seguridad de que su hermano sabía lo que era el amor bueno y verdadero y estaba convencido de ello.

Un par de horas más tarde, tras varios paseos y unas cuantas plantas compradas, consiguió convencer al grupo (especialmente a Marcus) de que podían dejar los gofres para aperitivo mientras veían el espectáculo. Ya caía la luz cuando se acercaron al recinto de las estatuas del mundo de hielo, que eso sí que era nuevo. — Igual los que las han hecho son alquimistas. — Sugirió Olive. — No lo creo, pero seguro que son bonitas y tienen fantasías. — Yo quiero ver la de la Justicia. Hay un pasillo que son las figuras del tarot. — Alice se llevó las manos a la cara. — Al final vamos a tener tarot de todas formas. — Se inclinó sobre Marcus y susurró, haciéndole cosquillitas en el costado. — ¿No quieres tú ver los amantes? ¿O el alquimista? — Y justo, desde la periferia de la vista, vio unas caras conocidas. — Esa es Eunice McKinley, con un tío alto, que parece bastante mayor que ella. — Dijo, tratando de disimular justo después. — Y que me caiga un rayo si la rubia que está ahí no es la tía loca que te persiguió en el examen de alquimia. — ¿QUIÉN? — Preguntaron los niños. — Chssst. Que van delante de nosotros. No miréis. — ¿Será su novio? — Especuló Olive. — Anda, mirad para otro lado que nos vamos a delatar. —

 

MARCUS

Miró a Alice con cara de reproche. — No me hagas hablar... — Dejó caer. Bien que le vino a Alice y a todos la querencia que Cassey le tenía cuando el juicio contra Layne. Lo de la pedida de rodillas le dejó con la boca abierta. Por un momento miró a Alice maldiciendo que se le hubieran adelantado en el gesto romántico... hasta que lo repitió en su mente, imaginándose la escena, y decidió que era demasiado Gryffindor precipitado y heroico para su gusto, así que mejor no haberlo hecho. Eso sí, la afirmación de Dylan sobre que de Alice solo se enamoró Theo le hizo soltar una carcajada. — Bueno... — Aunque prefería no darle más cancha a los cotilleos de esos dos. No es como que hiciera falta, ellos tenían ya información de sobra, mucha de ella falsa. Ahora fue Marcus el que se dedicó a observar cómo Alice se defendía con una sonrisilla. Historia en Hogwarts tenemos los dos, princesa. Eso sí, el comentario de Dylan le hizo revolverle los rizos con cariño. — Gracias, colega. Y sin peticiones innecesarias en sitios públicos ni nada. — Los niños rieron.

Al final tanta tontería y se quedaba sin postre, lo estaba viendo venir. Picó varias veces a Olive con lo de no haber dejado hueco en su estómago y clamó deshonra sobre la casa Gallia por no querer dulces, aunque no es como que de Alice le sorprendiera, más bien iba por Dylan. Aunque entre compras, risas y paseos, no le importó postergarlo. Ahora iban al lugar en el que estaban las estatuas de hielo, que ciertamente le daba bastante curiosidad. — Nos persigue el tarot. — Bromeó. Al comentario de Alice, revisó que los niños no atendían y le dijo sugerente. — Al alquimista ya lo tienes aquí... y creía que al amante, también. — Se mojó los labios y se ahorró añadir más comentarios, que estaban con compañía. Pero se le cortó el tonteíto con la referencia a quienes estaban por allí. Debía habérsele teñido la cara de un desprecio marca Horner que le salió tan espontáneo que ni tiempo le dio a contenerlo.

— Yo sé quién es ese. — Le susurró a Alice. — Se me acercó cuando estaba en primero, uno de los primeros días, y me dijo "yo soy amigo de tu primo Percival", y en fin, varias ofertas de amistad marca Slytherin influyente. Yo respondí con educación y no le volví a hablar más: el apellido Gaunt siempre me ha hecho ir en dirección contraria. — Arqueó las cejas. — Si es novio de Eunice, le lleva seis años. Estaba en séptimo cuando nosotros estábamos en primero, tiene un año menos que Percival. — Suspiró en silencio y, poniendo las manos en los hombros de Olive, recondujo. — Vamos por aquí. — Porque no tenía ninguna gana de encontrárselos.

— ¡Mira! ¡Flamel! — Señaló Dylan. Le miró. — Algún día seguro que le conoces, colega. ¿No te da nervios? — Me dan ganas de desmayarme y solo es su estatua de hielo. — Eso les hizo reír, pero también burlarse de él, porque nadie se creía que no estuviera deseando conocerle y trabajar con él. — Marcus, cuando hagan tu figura de hielo, ¿cómo de cerca estarás de Flamel? — Estás tú muy chistosa para tener un gofre pendiente todavía. — Que noooo que va en serio. — Dijo Olive entre risas. Pero una voz más irrumpió por allí. — Algunos se lo tienen tan creído que ya están buscando hueco para su estatua. — Marcus miró lentamente y con desdén hacia el lugar de la voz. Alecta, junto a Eunice y el chico, que no parecía recordarle (ni importarle lo más mínimo), le miraba con burla despreciativa y los brazos cruzados. Eunice parecía debatirse entre la incomodidad de enfrentarles directamente y las ganas de quedar por encima. Se decidió por lo primero. — Qué va. Ya mismo se pone a tener niños y se le olvidan sus planes. — Alecta rio con ella. Las dos les miraban con ojos desafiantes, deseando una confrontación. No les iba a dar ese gusto. — ¿Aquella sabéis quién es? — ¡Es Bathilda Bagshot! La historiadora. — Mira, te acercas al gofre. — Olive rio y, con mucha dignidad, se enganchó de su brazo y dijo un poco más alto. — Es que es la zona de los que hacen historia, por eso algún día tú vas a estar aquí. — La rodeó con el brazo y se la llevó, esperando que Dylan y Alice hicieran lo propio yéndose con ellos, mientras decía. — Vamos donde los jugadores de quidditch famosos, que luego tenemos que contárselo al mejor capitán que ha tenido la casa Slytherin. — Esa sí que iba para Eunice. Pero lo dicho, no pensaba dar ni media respuesta a esas dos. No quería ni verlas.

 

ALICE

Lo último que se esperaba era que Marcus conociera al que a todas luces parecía el novio (o prometido, que con esa gente nunca se sabía) de Eunice. La pregunta era qué haría la otra Gaunt allí. — Ellos siempre con sus ofertas de dudosa confiabilidad. — Dijo entre dientes y echando una mala mirada al grupito. Le diría cuatro cosas a Eunice sobre cómo había tratado a su hermano, pero no estaban allí para eso. No obstante, Marcus había pensado como ella y había colocado la etiqueta de novio al muchacho, que por lo visto era familia de la rubia. Vio cómo reconducía a Olive y le siguió. Sí, parecía lo mejor, porque no estaba en su ánimo arruinarse el día con Slytherins de clase alta de los que no tenían fin.

Sonrió, orgullosa a lo que había señalado su hermano. — No sabes lo feliz que me hace que sepas reconocer a Flamel. — Dylan sonrió como un patito orgulloso y se dedicó, al igual que su amiga, a soñar alto por Marcus. Pero antes de que se diera cuenta, ya tenían a las malditas privilegiadas allí, haciendo sus comentarios al aire. Gustosa se volvería y le preguntaría a Eunice si es que ese era su plan, dejarlo todo por traer chiquillos de muy pura raza mágica al mundo y olvidar todo por lo que había estudiado y destacado en Hogwarts, y a la otra decirle que si pretendía ser alquimista que no podía sentirse intimidada por alguien como Marcus, porque era como un marinero que se empeña en salir con tormenta a navegar. Pero nada de todo eso llegó a decir, porque Marcus pasó, y ella se fue detrás de él. — Hermana. — Susurró Dylan. — ¿Qué ha pasado? — Ella negó con la cabeza y susurró. — La chica rubia que va con Eunice es alquimista también. Se presentó al examen de Plata el mismo día que nosotros, y suspendió. — El niño asintió. — Ah… Y cree que el colega tiene la culpa. — Pues eso parece. — Su rabia inunda el sitio. Derretiría las estatuas. — Alice entornó los ojos. — Venga, vamos a ver la galería donde va a estar Lex. — Dijo ya en voz más alta y riéndose de la reacción de la siempre orgullosa Gryffindor del grupo.

Se pusieron a imitar a algunas de las estatuas, se perseguían entre ellas y reían, y a las que tenían efectos de movimientos o iluminación las hacían activarse una y otra vez como niños pequeños. Aún no habían llegado a las del tarot, pero una llamó su atención. Era una mujer con un vaporoso vestido y rodeada de plantas, movida por el viento y mirando al cielo. Se separó un poco de los demás para verla y leyó el cartelito de debajo. — La sanadora. — Sonrió. Le gustaba, le atraía esa figura y sintió que… conectaba con ella, como Marcus debía conectar con el Alquimista del tarot u Olive con la Justicia. Oh, y venía de Irlanda… Qué curioso. — ¡Ay! ¿Qué más quieres que haga, Phoebus? — Le llegó a su oído. Se asomó por la sanadora y vio a la alquimista discutir con el otro Gaunt. — Que dejes de seguir a O’Donnell y te quedes con nosotros, para eso te han traído. — Ella rio hirientemente y lo miró de arriba abajo. — Debes ser el único tío del mundo que quiere que la carabina se quede arruinándole la cita. Aprovecha para meterle mano a tu cachorrita y déjame hacer lo que me dé la gana. — Alice tragó saliva. Menuda situación. Pero el tal Phoebus la agarró del antebrazo y susurró violentamente. — ¿Es que no te importan nada las apariencias? Si la gente nos ve solos, podrían empezar a cuchichear. — Temió que fuera a tener que intervenir, pero la chica se deshizo solita de él, con una sonrisa heladora y simplemente dijo. — No. — Decidió que era momento de alejarse y se metió al pasillo del tarot con los demás, acercándose a Marcus. — Creo que la Gaunt te está siguiendo. — Dijo en un susurro juguetón. — ¿Crees que persigue tu habilidad o al alquimista que viene con ella? — Siguió vacilándole. Tiró de él hasta la estatua del alquimista, frente a quien le puso, abrazándole por la espalda. Apareció por su costado, como si les evaluara a ambos. — Mmmmm yo creo que me quedo con el mío. Antes he visto una que me ha gustado, luego te la enseño… — ¡Mira, Alice! — Le llamó Dylan. Ambos se giraron y le vieron ante una estatua de una mujer que elevaba la mirada y una mano hacia una estrella. — ¡Era la carta de mamá! ¿A que se parece a ella? — A Alice le brillaron los ojos y acarició los rizos de Dylan. — La verdad es que sí, patito. Le habría encantado. — Al final del día, sí que le quedaban recuerdos y se emocionaba, incluso creía ver a su madre en ciertos sitios. Ya podía estar tranquila. Olive les llamó de otro lado. — ¡LOS AMANTES! — Shhh. — Le pidió Alice, para que no llamara demasiado la atención. — Daros un besito aquí, delante de los amantes. Sois las dos personas más enamoradas del mundo, tenéis que hacerlo. — Ella se giró hacia Marcus y se encogió de hombros con una sonrisita. — El público manda. — Y le dio un piquito, antes de susurrar solo para él. — Aunque mi amante hace más cosas… Cuando nadie nos ve, claro. —

 

MARCUS

La capacidad de Eunice, Alecta y el otro Gaunt de empañar su felicidad era absolutamente nula, porque apenas desaparecieron de su vista retomaron la excursión, riendo e imitando a los personajes célebres, con Marcus haciendo poses para estudiar cuál quedaría mejor allí y ofendiéndose cómicamente por la falta de respeto a tan ilustres personalidades. Estaba siendo una jornada perfecta y empezaban a dolerle hasta las mejillas de tanto reír. Estaba tan ocupado en hacer tonterías con los dos niños que no se había percatado de la puntual desaparición de Alice, y el comentario cuando volvió le hizo soltar un resoplido de desdén. — Que lo siga intentando con ambas cosas. Ninguna la va a conseguir. — Un Marcus feliz era un Marcus que se venía muy arriba... Bueno, realmente Marcus se venía arriba con cualquier excusa. Rio cuando Alice le colocó frente al alquimista del tarot y le abrazó por detrás, aunque escuchaba sus comentarios de fondo mientras se perdía un poco en la visión ante él. — ¿Sí? Pues debe ser muy bueno el tuyo para que te quedes con él... — La luz que alumbraba el sendero del conocimiento en la mano, y ese símbolo del infinito flotando sobre su cabeza... que no dejaba de moverse y moverse... por toda la eternidad...

La llamada de Dylan le devolvió a tierra, girándose y mirando con una sonrisa lo que señalaba. Se acercó a la estatua. — Mi suegra es mucho más guapa. — Dylan soltó una risita entre dientes, negando con la cabeza. — Pelota... — ¡Eh! Nada que ella no supiera. Solo que en su momento yo era muy tímido para dec... — Ni pudo terminar porque Dylan (y Olive en imitación) interrumpió con sonoras carcajadas y negativas. — ¡Tú siempre has sido igual de pelota! — ¡Se dice educado! De verdad, qué poco sentido del protocolo. — Y más se reían los otros, y él también. Pero la Gryffindor se les había escurrido y ahora clamaba a gritos una de las cartas más controvertidas del tarot, haciendo a Marcus mirar apurado a los lados. — Lo dicho, ningún sentido del protocolo ni del decoro. — Incidió, burlón. Y estuvo a punto de decirlo de verdad después del comentario de Alice, que afortunadamente solo había oído él, pero optó por recibir su beso y tomarla de la cintura, mirándola con cariño y una sonrisita. — Soy mejor que una estatua de hielo, ya lo he dicho antes. — Y tras reír de nuevo, le dio otro beso.

Abandonaron la zona de las estatuas y, en pleno paseo, los menores se fueron de cabeza a un cartel flotante con alas que señalaba un espectáculo con búhos justo antes del de piratas. Empezaron a pegar botes preguntando si podían ir, pero Marcus tenía otros planes. —  Vale, ya en serio, ¿queréis gofres o no? — ¡¡Sí!! — Pues como a nosotros no nos importa no ver a los búhos, id vosotros, buscad un buen sitio para poder ver luego el de piratas y nosotros os llevamos los gofres. — Aceptaron en medio segundo y corrieron en la dirección oportuna. Marcus miró a Alice con una sonrisa ladina. — No se han pensado mucho irse a ver un espectáculo los dos solitos. — Agarró a Alice con cariño por la cintura y rozó su nariz con la mejilla de ella. — Y mira por donde, eso nos da también un ratito a nosotros. — La tomó de la mano y la recondujo. — Ven, que tenía pendiente hacer una cosa. —

Los muérdagos estaban en el mismo lugar que el año pasado, eso no había cambiado. Con un cosquilleo en el pecho, se acercó junto a Alice hasta ponerse bajo uno de ellos, frente a frente con ella. — ¿Sabías que, en la cultura escandinava, las bolitas del muérdago se usaban para hacer infusiones que eran buenas para el corazón? — Hizo una caída de ojos. — Me lo contó una chica muy guapa justo debajo de uno, para justificarme por qué es la planta que cura el corazón y, por tanto, de los enamorados. — Se acercó un poco más a ella y, mucho menos chulesco y mucho más enamorado entregado, musitó. — Me quedé sin respuesta a mi pregunta ese día... ¿Soy entonces el chico adecuado? — Se mojó los labios y acarició su mejilla. — Te quiero, Alice. Cómo hubiera deseado tener la valentía suficiente para decírtelo en ese momento. Solo podía soñar en que al próximo año las cosas fueran diferentes... Y menos mal que ha sido así. — Y se acercó para dejar un lento beso en sus labios, de esos que hacían que el mundo desapareciera a su alrededor.

— Si es que no sé ni de qué me sorprende. — Oyó la taciturna voz de Lex, aunque con un punto alegre indudable porque desde luego no llevaba mala jornada. Marcus y Alice miraron con la resignación de, una vez más, verse interrumpidos. — Ay, pero mira qué bonito y qué romántico es. Yo es que me emociono con estas cosas. — Ciertamente Darren parecía al borde de las lágrimas. Empezó a tirarle a su novio de la manga. — Anda, yo también quiero un beso bajo el muérdago, eso es de enamorados... — Lex rio al comentario de su novio y después, socarrón, continuó con su burla. — ¿Ya os habéis deshecho de los niños para ir a hacer manitas? ¿Dónde os los habéis dejado? — ¡LEXITO, MIRA! ¡UN ESPECTÁCULO CON BÚHOS! — Marcus hizo un gesto con las manos en señal de evidencia. — Ya sabes dónde están. — Aaaaaaay ahora quiero ver los buhitos, pero también quiero un beso bajo el muérdago. — Marcus se aguantó la risa y miró a Alice, pensando apuesto a que mi hermano se está alegrando muchísimo de haber salido de casa. — Apuestas bien. — Respondió Lex, y ante la mirada de Marcus rio y se encogió de hombros. — Olvidaba lo divertido que era esto y echaba de menos ver tu cara de mosqueado. — Ñeñeñe. — Fue toda la madura respuesta de Marcus al respecto.

 

ALICE

En cuanto Marcus mandó a los niños al espectáculo de los búhos y les trasladó a ellos a por los gofres supo que su tonteíto había funcionado, aunque fuera para lo que más les gustaba, que era robarle minutillos al tiempo solo para estar solos y darse los mimitos o arrumacos que pudieran, sin miradas indiscretas ni comentarios capciosos. — Yo tampoco me pensaba ni un segundo quedarme a solas contigo… — Dejándose mimar con una risita, y luego prácticamente dejándose arrastrar por Marcus hacia el centro de la feria de nuevo.

Antes de darse cuenta, Marcus se puso a contarle una historia que le resultaba muy familiar, y que puso una sonrisa absolutamente enamorada en su rostro, mirándole como la bobalicona que era. Sabía que estaban debajo del muérdago, exactamente igual que el año anterior. Los ojos le brillaron, absolutamente cautivada. — No, no eres el adecuado. — Tragó saliva, para controlar el tono. — Eres el único, y siempre lo serás. Eres mucho más que simplemente adecuado, eres un alma gemela como nunca ha existido, eres el dueño de mi corazón, mi cuerpo y cada sentimiento de amor, pasión o devoción que se ha despertado en mí. — Una lágrima se le cayó a la vez que le salía una risa cuando le dijo que la quería y susurró. — Y mira lo lejos que hemos llegado. — Y se fundió en aquel beso tan tierno y bonito. Nada podría separarla de aquel tacto que veneraba.

Nada excepto la voz de Lex, claro. Se separó y suspiró. — Lex, algún día voy a hacer una lista de las veces que me has interrumpido y me voy a ir vengando de una en una. — El chico entornó los ojos con aburrimiento y dijo. — No, qué va, tu corazón Hufflepuff te lo impide. — Negó. — ¿Y qué es eso de “una lista”? Por Merlín, deja esas cosas a los Slytherin. — Ella le sacó la lengua, pero enseguida tuvieron que echarse a reír con la reacción de Darren. No te quejes de mi corazón Hufflepuff, pensó, para que le oyera Lex. Tomó a Marcus de los hombros y dijo. — Vamos a por los gofres, anda. — Porque Lex había puesto la cara más O’Donnell que tenía de “¿cómo voy a besarme con mi novio delante de mi hermano así como así en medio de esta feria?”, así que se lo puso en bandeja para que lo hiciera.

Estando en el puesto de gofres aún, muerta de risa porque no lograban levitar todos los gofres, y Marcus estaba sembrado, se puso a llamar a gritos a sus cuñados. — ¡A VER! AYUDA DE LA ORDEN DE MERLÍN, POR FAVOR. — Y Darren se acercó con Lex de la mano, que haría mucho teatro, pero traía una sonrisita supertonta, cuando su oído volvió a captar otra transmisión. — Venga, no seas niña chica, Eunice, por favor, me estás poniendo en vergüenza delante de todo el mundo. — Giró los ojos, buscando a la mencionada y al musculitos Gaunt, y, efectivamente, estaban cerca de allí. — Bueno, ¿y qué te cuesta que vayamos al espectáculo aunque sea? ¿Qué más da que tu prima se haya perdido? Solo es un espectáculo de Navidad… — Pero Alice no era la única mirando. En realidad, estaban llamando bastante la atención. Cruzó una mirada con Lex y le mandó el mensaje de no merece la pena, no va a querer ni que la saludes. Darren se acercó y se puso a ayudar a Marcus con su alegría habitual, pero, en cuanto se alejaron un poco, puso cara de pena y chasqueó la lengua. — La pobre Eunice nunca va a encontrar lo que la haga feliz, porque nunca va a entender que la vida que le plantean es incompatible con la felicidad. — Alice le miró y dijo. — Eres demasiado bueno, cuñado. Eunice nunca pensaría así de ti. — Él se encogió de hombros. — Eso es indiferente. A mí siempre me da pena alguien así. —

Llegaron al espectáculo y Olive y Dylan saltaron y saludaron. — ¡LEXITOOOO! ¡HAS VENIDOOOO! — Se pusieron a vacilarle. Él resopló. — No me libro de vosotros ni de vacaciones. — Pero los niños se lanzaron a abrazarle, y tirarle del pelo, y hacerle cosquillas, y, en general, a darle infierno hasta que empezara el concierto. Ella, por su parte, se dedicó a picar un poco a su hermano con el orden de los sitios, y a untar chocolate del gofre en la nariz de su novio y a reír con Darren, y en un momento dado vio entrar a Eunice con el novio y Alecta (que aparecía y desaparecía como un demiguise). No, Darren tenía razón. No tenían ni idea de lo que era la felicidad.

 

MARCUS

Él que seguía aún emocionado por las palabras de Alice, pero Lex y Darren habían tenido el don de la oportunidad de pillarles. Historia de su vida. Mira que tenía ganas de estar con su hermano, ¿pero tenía que ser justo mientras se decía cosas bonitas con su novia? Si oyera Lex eso, diría que ellos estaban así el noventa por ciento del tiempo, como para no coincidir. A Marcus le seguiría pareciendo mal tino. Fueron a por los gofres y rozó su mejilla con un dedo, aunque ya no había lágrimas en ella. — Qué poco me gusta verte llorar... Ya sé que era de felicidad. — Apuntó sin perder la sonrisa, antes de que ella lo dijera. — Algún día te acostumbrarás tanto a mis ñoñerías que, al menos, habré conseguido que dejes de llorar. — Añadió medio en broma medio en serio.

El momento gofres fue para verlo. — Una cascada de fresas. Eso no lo tiene el de la fuente de chocolate. — Dijo entre risas, porque por supuesto que se había echado todos los toppings posibles en su gofre y ahora tenía que hacer un equilibrio inaudito para que no se le cayeran, y Marcus no era un genio en las habilidades psicomotrices precisamente. — Esto no está bien pensado. — Siguió riendo, a riesgo de que le devolvieran que lo que no estaba bien pensado era echarle tanto encima a un gofre, no el formato de traslado. — ¡Pero cuñadito! — Clamó Darren, y la risa casi le hace tirar más cosas, por lo que tuvo que hacer un movimiento un tanto extraño para mantenerlo todo. Y entonces, él también captó la pelea, de la que Lex y Alice parecían haberse dado cuenta antes. Se ahorró un suspiro y siguió a sus cosas con los gofres. Lo sentía mucho, pero no le daba la menor pena ninguna de esas personas. Era de las que se habían buscado su destino propiamente dicho. Y no sería él quien más aprobara del mundo el estilo de vida y las formas de Ethan, pero demostraba que se podía salir de ese sistema si así lo querías. Y nadie iba a convencerle de que un chico homosexual y sumamente deslenguado como él lo iba a tener más fácil que Eunice, cuyas notas no eran nada malas y que había sido prefecta y capitana del equipo de quidditch de su casa.

Al espectáculo, a decir verdad, no le estaban haciendo mucho caso, porque entre comer gofres, mancharse unos a otros, reír y ver cómo los niños se metían con su hermano, el espectáculo de piratas apenas estaba de fondo. — ¿Lo de que me lleguen vibraciones de gente que te odia va a ser mucho más habitual a partir de ahora? Lo digo por irme acostumbrando. — Y, tras la frase, Lex señaló con un gesto de los ojos hacia donde estaba Alecta, a quien Marcus se había empeñado en ignorar fuertemente. Rodó los ojos y suspiró, pero su hermano rio entre dientes. — Sí, tú ríete, pero es muy probable que seas famoso antes que yo, y eso levanta envidias. — ¿Estás de coña? — Respondió Lex casi pisando el final de su frase. — Tú ya eres famoso, Marcus. Me he enterado hasta yo de que dejaste con la cara torcida a toda una comisión de alquimistas. — Claro, te mandé una carta. — Qué tonto eres cuando quieres. Se comenta por todo el colegio, se comenta en el Ministerio. La gente sabe que te has ido a Irlanda y en Slytherin tienen muy mala hostia hablando y ya están diciendo que a saber qué cosa chunga andas buscando en un país mucho más mierda que el nuestro... — ¡Oye! — Pero que tiene tela de magia de la chunga. — Marcus simplemente echó aire por la nariz, fingiendo ofensa por el insulto gratuito a Irlanda, pero como estrategia para evitar entrar en detalles. Ya hablarían de la investigación más adelante. — Pues lo que tú dices: nido de víboras envidiosas. — Lex se encogió de hombros. — Si ya lo sé. Lo decía por lo de la fama. Tú ya eres casi famoso. — Marcus ladeó una sonrisilla. — Tú lo vas a ser el año que viene. Estoy seguro. — Se acercó a él por el banco y primero dio un leve toquecito con el hombro, pero al final apoyó la cabeza en el de su hermano. — Te he echado mucho de menos, Lex. Un montón. — No veía la cara de su hermano, solo sintió unos segundos de silencio hasta que respondió. — Y yo también... Lo de Nueva York fue una mierda. — Marcus soltó aire de nuevo por la nariz, esta vez con cierta tristeza. Alzó la cabeza y trató de sonreír. — Ya nos pondremos al día. Tenemos que buscarnos un día de hermanos para estar los dos solos. Si no nos da tiempo en Londres, en Irlanda, antes de que te vayas. ¿Te apetece? — Lex puso una sonrisa leve y casi infantil. — Mucho. — Pues sea. — Resolvió, decidido, dándole otro bocado al gofre como si nada, pero notaba la mirada de cariño de Lex sobre él.

 

ALICE

Debía ser la única que desviaba la vista de cuando en cuando al espectáculo, porque ahora mismo sus acompañantes estaban más entretenidos en picarse y disfrutar del tiempo juntos, y ella aprovechaba para observar, porque en cualquier otro momento le preguntarían por qué estaba tan callada. Lo estaba porque miraba a su hermano, buscando signos de trauma o tristeza que no hubiera podido ver antes, pero solo veía… a su patito. Haciéndose mayor, sí, pero con el brillo Gallia en la mirada, su sonrisa traviesa… Puede que hubiera sorteado ese bache, sí. Miraba a Lex y Marcus, buscando un poco lo mismo, quizá rencor por haberles separado en su mejor momento, primero por Nueva York y luego por Irlanda… pero también parecían simplemente contentos de estar juntos. Notó una mano en su rodilla y se encontró con los ojos de Darren y su templada sonrisa. — Está todo bien, cuñadita. — Ella le devolvió la sonrisa y susurró. — Desde aquel día en cuarto en el que nos castigaron juntos has sabido leerme. — Él rio brillantemente. — No es tan difícil, aguililla. Solo hay que imaginarse el peor escenario posible y contar con él, esa eres tú. — Se rio y palmeó su mano con cariño.

Empezó la parte final del espectáculo, donde cantaban la canción de “enamórate de mí esta Navidad” y se quedó mirándose embobada con Marcus, recordando el año anterior, cuando se miraban pensando en decirse justamente aquello. Le duró poco porque ya tuvo que saltar Olive, sobresaltándola. — ¡ALICE! ¿A que aunque yo sea una chica podría ser pirata? — No creo que haya humano, centauro o criatura viviente que se atreviera a llevarte la contraria a ti precisamente. Me apiado de él, vaya. — La picó Lex, a lo que Alice le miró con una ceja alzada. — Es que es infinita. Es más cabezota que nadie que yo haya conocido. — Es la forma que conozco de alcanzar lo que me propongo. Venga, Alice, dime que sí. — La aludida asintió. — Sin duda, Oli. Yo siempre me identifiqué con las piratas. — Pues yo con el lorito del capitán. Es así todo cuqui, habla mucho y va siempre en el hombro del capitán— Dijo alegre Darren, guiñando un ojo a Lex, a lo que todos se echaron a reír. Pero Dylan la miró con penita. — ¿Tenemos que irnos ya? — Alice se mordió los labios por dentro. Había sido una muy responsable tutora y hermana mayor, podía ser guay un ratito más. — Podemos dar una vuelta más por la feria, sin entrar en ninguna atracción más, pero para que Lex y Darren puedan ver las cosas antes de llevarnos a Olive. —

La vuelta fue, desde luego, prolífica, sobre todo porque pudo escaquearse para comprarle a Marcus la caja de cosas que había fichado en la tienda de pociones especiales sin llamar mucho la atención y un par de regalos más, y porque se enteró, gracias a la parada (excesivamente larga para ella) que hicieron en la tienda de quidditch, que su hermano pretendía presentarse el año siguiente a las pruebas para el equipo y Lex se dedicaba a entrenarle, tirándole una y otra pelota, riendo con él. Finalmente, y yendo ya muy cargados entre las plantas, los regalos, una quaffle de entrenamiento que Lex se había empeñado en comprarle a Dylan y de todo, se dirigieron a la salida. — Vale, tenemos que dejar a los pequeños en sus nidos, pero si queréis, id tirando para la casa y prep… — Ah no no. — Saltó Lex. — Estos monos me han dado el trimestre. Yo voy a casa por lo menos de los Clearwater a ponerlos en vergüenza. — ¡LEX! ¡NO! — Olive había enrojecido. — ¿Cómo que no? ¡Darren! ¡Saca la trompeta esa de colores que le has comprado a tu primita! Que vamos a llegar con gran fanfarria. — ¡Lex! ¡Que te mato! — ¡No no! Te vas a morir tú de la vergüenza. — Seguían los otros vacilando. La verdad es que no quería llegar con tanto jaleo a su casa, pero podían darle esa despedida a Olive, incluyendo hacerles pasar un poquito de vergüencilla, y así, hacérselo más fácil a Dylan, porque luego podría ponerse la cosa un poco tensa.

 

MARCUS

— Al final lo conseguí. Te enamoraste de mí esa Navidad. Deduzco que fui convincente pidiendo la canción. — Bromeó, como si él tuviera mano alguna en el espectáculo, mientras acariciaba su mejilla con ternura. Cuántas cosas habían pasado en ese último año, parecía mucho más tiempo. Los comentarios de los demás le hacían reír, y negar con la cabeza en el caso de Darren. — ¡Eh! ¿Por qué estamos dando por hecho que no soy yo el capitán? — Tú eres la cosa esa tan estética y extremadamente pesada que hay en el mascarón de proa. — Marcus le dedicó a Lex una sonora pedorreta. — Me has llamado guapo. — Se llevó a su terreno.

Dieron una vuelta más por la feria (Marcus tenía menos ganas de irse que los niños, que ya era decir, y eso que también le apetecía un montón estar en su casa con su querida Orden de Merlín), y tras esta decidieron que era la hora de marchar, que ya hacía bastante rato que se les había hecho de noche. Los comentarios de su hermano le hicieron reír a carcajadas, y ciertamente se alegraba de verle mucho más sociable, sobre todo con los niños. Antes de irse, se puso al lado de Olive. — Búscame una piedra bonita en el camino de vuelta, antes de aparecernos. — La niña le miró extrañada y casi burlona, pero se puso a mirar el suelo mientras caminaban. No tardó en acercársele. — Esta. ¿Para qué la quieres? — Me he comprometido con cierta dama a llevarle un detallito. — Olive soltó una pedorreta mientras rodaba exageradamente los ojos. — Como sigas dándole cosas a Rose, la vas a malacostumbrar y no te la vas a quitar nunca de encima. Es superpesada. — Marcus se encogió de hombros con una sonrisilla. Los niños eran lo suyo, no le estorbaban para nada, y a él le encantaba quedar divinamente. Para las contadas ocasiones en las que veía a la niña, podía hacerlo.

Cuando se aparecieron en el jardín de los Clearwater, Lex seguía metiéndose con los niños, pero si conocía de algo a su hermano ya lo estaba viendo desinflarse conforme notaba que aquello era real. Estaba más sociable, pero no tanto, y la timidez siempre le iba por delante. Claro que los Clearwater eran ideales recibiendo gente. — ¡¡Lex!! ¡Qué bien que estás aquí, que antes no nos ha dado tiempo a saludarte! ¡Hola, Darren! — ¡Hola, señor Clearwater! — ¡¡Anda!! ¡Pero si son los chicos de la feria! — Añadió Goldie, apareciendo por detrás de su marido. Rose ya asomaba también por allí con carita de curiosidad e ilusión. — ¡Pasad, pasad, por favor! — No queremos ser mucha molestia, señores Clearwater, que ya es tarde. — ¡Bah, bobadas! — Resolvió el hombre, entrando y dando por hecho que todos irían tras él. — Desde que estuve en España, añoro los tiempos en los que uno podía felizmente acostarse a las doce de la noche y seguían preguntándole "¿ya te vas a dormir? ¿Tan pronto?" — La mujer, con una sonrisilla, se acercó a ellos y les dijo en falsa confidencia. — Dos meses estuvo, pero le marcó mucho. — Rieron y entraron, pero Marcus tenía una mirada encima puesta, y no la pensaba ignorar.

— Rose, ¿tendrías papel y colores? — La niña se sorprendió un poco, parpadeó y, acto seguido, asintió muy rápido y salió corriendo. — Ay, Lex, nuestra hija habla MARAVILLAS de ti. — Papá. — Advirtió Olive entre dientes. Lex ya estaba empezando a ponerse colorado, pero Gerald no se dio ni medio por aludido, por lo que continuó. — Cómo nos alegra que estos dos niños tan buenos tengan un protector en Hogwarts. Porque son muy buenos, pero también son revoltosillos, ¿a que sí, Dylan? — Tengo que reconocer que un poco a veces, señor Clearwater. — Respondió el niño, todo educación (muy callado estaba para lo que él era) pero también todo honestidad Gallia. — Y mi niña tiene puro carácter Gryffindor... — ¡Papá! — ...Que no sé de quién lo ha sacado, porque yo siempre fui un Gryffindor muy tranquilito. Un gatito, vamos. — ¡Toma! — Apareció Rose con un taco de papeles y varios estuches de colores, ofreciéndoselos a Marcus. Acto seguido le dijo con ojos brillantes. — ¿Vamos a pintar? ¿Quieres que te dibuje un caracol? Me salen muy bonitos. — Estoy deseando ver ese caracol. — Respondió Marcus, agachándose para apoyarse en la mesita central. — Pero primero quiero enseñarte una cosita. Para verla bien, te tienes que poner un poquito más lejos. Sí, ahí está bien. — Cualquiera presente (excepto Rose, claro) ya sabría lo que iba a hacer, y prefería que la niña no metiera las manos, a ver si iban a tener un disgusto. Dibujó un círculo de trasmutación sencillito y colocó la piedra que le había dado Olive en el centro. En apenas segundos después de juntar sus manos, la piedra adoptó la forma de una rosa tallada, firme y hecha de roca, pero perfectamente definida. Sacó la varita y apuntó a los pétalos. — ¡Colovaria flavum! — Estos se tiñeron de amarillo. Señaló entonces al tallo. — ¡Colovaria viridis! — El mismo adoptó un color verde, aunque ninguno de los dos perdía el trasfondo de piedra. Se lo tendió ceremoniosamente a Rose, que le miraba alucinada, mientras los dos mayores loaban la proeza como si fuera la primera vez que veían magia. — Esta es resistente como una roca. Nunca se te va a estropear. — Le miró con ojos brillantes. — ¡¡GRACIAS!! — Chilló, enganchándosele al cuello. Los padres rieron levemente, y Lex también, y este último les dijo. — Bueno, como veréis, mi hermano tiene mucha mejor mano con los niños. — ¡Hala qué bonita! Lexito, mira. — Darren, paralelamente, se había hecho con la flor y la miraba alucinado. Lex rodó los ojos. — Y con los no tan niños. — Cuando Rose se le desenganchó, Marcus le dijo a Darren. — Yo te hago otra si quieres, cuñado. — Miró a Rose de nuevo. — Aunque esta es especial. En realidad, es regalo de tu hermana. Ella ha seleccionado la mejor piedra de la feria para ti. — Claramente Olive no se lo había visto venir, y se puso roja como un tomate. Rose se lanzó ahora hacia ella. — ¡¡Gracias, hermana!! — Lex le miraba y negaba con la cabeza. Marcus se encogió de hombros. ¿No querías fanfarria? Esto es lo mío.

— ¿Me lo puedo quedar? — Preguntó Rose con respecto al círculo dibujado. Marcus movió la varita, cambiando varios símbolos de lugar en el dibujo, haciendo el círculo inservible. Le dio un toquecito a Rose en la nariz. — Así mejor. Para que te lo guardes de recuerdo pero no transmutes algo sin querer. — La niña soltó una risita cristalina. Luego dio un saltito y clamó. — ¡Cuando sea mayor voy a ser alquimista para hacer mis propias flores! — Marcus rio. — Estaré encantado de recibirte como aprendiz en mi taller. — Si todos los niños que de pequeños juraban que iban a ser alquimistas lo fueran de verdad, no estarían ante la ciencia casi extinta ante la que estaban, pero no perdían nada soñando. — ¡¡VOY A HACERTE UN CARACOL!! — Afirmó, lanzándose de rodillas ante la mesa y dibujando en otro papel como si le fuera la vida en ello. Goldie les miró. — Quedaos a cenar. — Qué va, venimos llenos. — Empezó, y luego miró a Lex. Venga, que lo estás deseando. El chico oyó el mensaje, se aclaró la garganta y adoptó el tono más distendido que tenía en el registro. — Sí, cierta señorita tenía antojo de gofres. — ¡Vaya! ¡Pues al final habéis comido gofres todos! — Se indignó Olive, pero en realidad se les veía tan felices que el pequeño tira y afloja que siguió en el que se metían unos con otros solo les hizo reír. — Es el caracol más bonito que he visto en mi vida. Estoy por jurar que vi uno justo así en Irlanda el otro día, ¿a que sí, Alice? — Respondió una vez fue obsequiado con el dibujo de Rose, y su estancia en casa de los Clearwater iba llegando a su fin. Aún tenían que dejar a Dylan.

 

ALICE

No tenía duda de que la llegada no iba a dejar indiferente a nadie, porque, si bien Lex se había relajado, todos venían cada vez más arriba, desde los padres de Olive a Marcus muy arriba por poder ganarse a otra niña más para su séquito de adoradoras. Luego dirá que no sabía nada de las niñas enamoradas de él, pensó con media sonrisilla. Lo de “que ya es tarde” no se lo creía ni él, porque no había cosa que le gustara más en el pueblo que les invitaran a entrar en todos lados, y más de un día habían cenado dos veces y tomado postre tres, así que todos sabían que iban a entrar y quedarse un rato. Claro está, ella habría preferido quitarse la tirita de dejar a Dylan con su padre cuanto antes, pero los Clearwater eran muy buena gente y contribuían mucho al espíritu y la alegría navideña.

Se situó con Goldie un poco apartada del jaleo que se había montado en la zona de sofás con Gerald y Rose interviniendo con colores y demás, y se acercó, curiosa, al árbol de Navidad. — ¿Te gusta? Intento que sea… familiar, más que estéticamente bonito. — Le dijo Goldie. Alice observó y rio. Era el árbol de una madre Hufflepuff sin duda. Adornos superantiguos, junto con algunos muy elegantes y bonitos, y otros claramente hechos por las niñas. Fotos, plantitas por supuesto… — Esos son los más bonitos. — Aseguró. Suspiró y acarició uno de los adornos. — Cuando tenga el mío, te llamaré para que me ayudes a que parezca el de una auténtica madre Hufflepuff. — Goldie le acarició la espalda con los ojos brillantes. — Debes echarla mucho de menos. Y Dylan también. — Alice miró sonriente a su hermano, que intentaba quedar bien con su sonrisita Gallia delante del padre de Olive, y a Marcus, que claramente iba a transmutarle otra flor a Rose, que le miraba embobada. — En realidad está aquí todo el rato. — Y en cuanto Marcus tiñó la flor de amarillo la señaló. — Aunque mi madre la habría querido morada. Siempre morada. — ¡Ay, pues recuérdame que te dé una cosita antes de iros! — Pero ambas se acercaron a los demás, mientras Rose se afanaba en pintar el caracol. Ella, por su parte, se sentó en el brazo del sofá, rodeando los hombros de Marcus con una sonrisa embobada, porque cuando se ponía así de tierno, ella se derretía. — Sí, mi amor, si tu taller va a ser más bien una hospedería a este paso. — Le picó. Eso querría él, desde luego, reflotar la alquimia. En cuanto la estudiaran tres días, la mayoría se echaría a temblar, pero por soñar… Y ya que estaban con el pique, dijo. — No, no, ni hablar de cenar, que hemos encargado a cierta pareja que PENSARA en la cena. — Dijo mirando significativamente a Lex, que dio un bote en su sitio, ofendido. — ¡Es que! ¡A ver, señor Clearwater! Dígame usted qué significa “pensar” la cena, cuando ya le he dicho que ni idea de cocinar ni de la comida que hay en la casa ni nada. — El aludido resopló. — Uf, chico, cuando te dicen eso, échate a temblar, porque no es tan fácil nunca como “pues frío un huevo” o algo así. — Goldie se puso las manos en las caderas y miró a su marido. — Anda que… Menudo ejemplo para tus hijas y las generaciones jóvenes. Darren, cariño, ¿puedes explicarle a mi marido a lo que se refería Alice? — Su cuñado, que había estado aparentemente concentrado en el caracol de Rose, se giró y dijo. — ¿Eh? ¡Ah! Lo de la cena, vaya rayada trae. Te refieres a que pensemos en una solución para cenar ¿no? Pues yo ya he comprado delicias indias en el puesto de la feria y me han dicho que os ha sobrado comida, que ya me lo imaginaba estando mi cuñadito implicado en una comida, y más ahora que viene de Irlanda, y con eso tenemos de sobra. — Goldie y Alice señalaron a Darren con evidencia, ante el total desconcierto de los otros dos, pero menos mal que Rose rompió la tensión con la conclusión de su obra de arte que todos se apresuraron a loar (quizá un poco de más, la niña estaba como si le hubieran adelantado los regalos de Navidad).

Apenas estuvieron un cuarto de hora más antes de empezar a despedirse, momento que Goldie aprovechó para darle una macetita con violetas a Alice. — Para tu madre. Para su tumba, quiero decir. Por si vas esta Navidad, y, si no, las plantas en tu jardín de Irlanda, para que tengas un cachito de ella. — Ella sonrió emocionada y le dio un abrazo. — Muchas gracias, de verdad. — Alice aprovechó y le dio un paquetito con unas semillas irlandesas y una guía para plantarlas, junto con una maceta alquímica que recreaba las condiciones de la tierra de allí. — Esto se lo pones a Olive de nuestra parte el día de Navidad. — Goldie también se emocionó y entre eso, y que Dylan no quería irse, la despedida fue una montaña rusa emocional.

Cuando al final separaron a los niños (y a Rose de Marcus) y lograron salir, Alice miró a Lex y Darren. — Bueno, ya que el cuñado sí ha pensado, os dejo yendo a casa para que pongáis la mesa. — Lex parpadeó confuso y miró a Darren. — ¡Es que! ¿Por qué no me has dicho que se podía comprar hecho? ¿Que valían sobras? Es que no entiendo nada… — Pero Dylan les calló, porque debió sentir su nerviosismo y se lanzó a abrazarles de despedida. — Feliz Navidad, chicos. — Dijo con cariño, y los dos le devolvieron el abrazo. — Cuídate, compi, que enseguida iré a por ti para que conozcamos la Isla Esmeralda. — Dylan asintió y se recolgó solo del cuello de Lex, que lo levantó como si fuera un muñeco y le dijo con un tono más bajito, sin soltarle. — Lo sé. — Ellos dos con sus cosas de siempre, pero hizo sonreír a Alice. Cogió a Dylan de un brazo y a Marcus del otro y les miró. — ¿Listos? — Y ante la mirada de ambos, les apareció en Guildford.

Estaba empezando a nevar allí con algunos copitos sueltos al viento, y en la puerta de su casa había un bonito hechizo con trineos y renos, que se perseguían y dejaban una estela de polvito brillante rojo, verde y dorado. — ¡Mira, hermana! ¡Un hechizo de papá! ¡PAPÁ! — Llamó Dylan, corriendo hasta la puerta. Alice aprovechó para mirar alrededor. El jardín delantero había visto días mejores, pero tampoco estaba catastrófico. Su padre abrió la puerta y recibió a Dylan en sus brazos. — ¡Patito! ¡Mi patito está en casa! — Levantó la cabeza y les miró, emocionado, pero claramente sin saber qué decir. — Vamos dentro, que está nevando. — Dijo Alice, como excusa para romper el tenso momento y para echar un ojo en la casa. No obstante, no se libró del abrazo, al que respondió protocolariamente. — Mi pajarito… Qué bien te veo, hija, estás preciosa, te veo feliz… — Hola, papá. — Y ante su frío saludo, se dirigió a Marcus. — ¡Marcus, muchacho! ¡Qué alegría poder verte! Cuentan cosas maravillosas de vuestros exámenes, debéis estar logrando de todo en una tierra tan mágica como Irlanda. — ¡Papi! Me ha encantado el hechizo de la puerta. — Intervino su hermano lleno de energía. — ¿De veras, hijo? Pues sube a tu cuarto, que verás la sorpresa. — Él se marchó tirando todo sin pensar, y eso les dejaba a los tres solos abajo y la tentación de marcharse de inmediato era muy grande. Cada vez que entraba en aquella casa, la sentía menos suya, y solo quería volver a sentirse en terreno seguro. Suspiró y se puso a recoger las cosas de Dylan, quitando su baúl y demás de por medio, que debía llevar ahí desde que lo hubieran mandado aquella misma mañana.

 

MARCUS

Se tenía que reír con la crisis que tenía Lex con la cena, negando y chistando varias veces. — No has heredado nada de la abuela Molly ¿eh? — Señaló a Darren balanceando el índice. — Muy bien, cuñado, pero demasiado rápida esa asunción de que iba a sobrar comida. — ¿Pero a que ha sobrado? — Sí, pero ha sido una asunción rápida. — Provocó varias risas con su comentario. Tras un buen rato de secuestro por parte de Rose al que él no opuso ninguna resistencia, abandonaron la residencia de los Clearwater. Pasó un brazo por los hombros de Alice y la achuchó con cariño, con los ojos puestos en la macetita de violetas. — Es preciosa. Le va a encantar. — Por supuesto que se había deshecho en agradecimientos con Goldie por el detalle cuando Alice no miraba. Ahora, ante la perspectiva de ver a William tal y como estaba la situación, y la macetita que les había dado Goldie, notaba un nudo de emoción en la garganta. Decidió centrarse en despedirse de Lex y Darren hasta que volvieran a verse en casa.

Lo del nudo no mejoró cuando aterrizaron en casa Gallia. El hechizo del jardín hizo que le brillaran los ojos como si fuera un niño, olvidando por un segundo el ambiente que tenían alrededor. Eso era obra de William, apostaría su vida a ello aunque no lo hubiera visto en el jardín de su propia casa. Trató de disimular sonriendo al entusiasmo de Dylan, pero estaba a punto de venirse abajo y rogarle a Alice compasión. Pero se había jurado a sí mismo que tendría paciencia y no insistiría, no quería echar por tierra las Navidades y ese día tan bonito desde tan temprano. Ver a William abrazarse con Dylan no mejoró su capacidad de aguante, y tuvo que sonreír con ternura. Alice podía pedirle que le diera espacio, pero no que controlara su cariño hacia ese hombre ni su deseo de que todo volviera a la normalidad.

El abrazo que Alice le dio a William, desde luego, no estaba impregnado de espíritu navideño. Su esperanza de que se reblandeciera al verle había tenido una vida corta. Sonrió a William y se acercó a él para saludarle, comedido pero afectuoso. — Feliz Navidad, William. Me alegro de verte. — Amplió la sonrisa. — Es una tierra muy especial. Estamos aprendiendo mucho. — Para su gusto, estaba siendo infinitamente menos cálido de lo que le gustaría, pero seguro que mucho más de lo que Alice esperaba. Dylan subió corriendo a su habitación y el ambiente abajo se quedó muy tenso. Como Alice se puso a recoger lo que había por allí, tomó aire, tratando de gestionar la incomodidad, y sonrió tensamente a William. — Entonces, ¿estáis haciendo muchos progresos? — Quiso hablar el hombre con normalidad. Marcus asintió. — Bastantes... Son preciosos los hechizos, William. — Gracias. — Contestó el hombre, pero miraba a Alice de reojo, como si quisiera la aprobación de ella. Marcus optó por callar.

 

ALICE

Tampoco esperaba que a Marcus no le hicieran los ojos chiribitas con el hechizo, si le conocía de sobra. Al menos le servía para establecer conversación con su padre mientras ella comprobaba que todo estaba bien. La casa parecía más o menos limpia, aunque veía claros signos de hechizos descontrolados de limpieza. — ¿Todo bien por aquí? — Preguntó, volviendo a dirigirse a él. — Bien, cariño, estupendamente. Os echo mucho de menos, claro, pero bueno, tampoco me dejan mucho solo entre tus tías, tus abuelos, tus suegros… Al final uno tiene que tener la casa siempre lista para que aparezca alguno por aquí. — Alice asintió. — Genial. ¿Cuándo os vais a Saint-Tropez? — Mañana mismo. — El día veintiséis va Darren a Calais a por él, le tenéis que llevar a la aduana. — Sacó unos papeles y se los tendió a su padre. Se había planteado dárselo a Erin, de la que más se fiaba en todo aquel equipo, pero no quería ponerse a media familia en contra. — Son los permisos de Dylan para viajar contigo y con él. No los perdáis, por favor, que no queremos problemas. Probablemente hable antes con Dylan, pero por favor, puntualidad, que en Irlanda ese día es el banquete de San Esteban y es importante que lleguen en hora. — Su padre asintió y se rascó la cabeza, nervioso. — Claro, claro, hija… — Nosotros iremos el veintiocho probablemente ¿vale? — Él tragó saliva. — Sí, sí, nos hace mucha ilusión a todos que vuelvas a Francia, bueno, que volváis, va a ser… bonito. —

Entonces, cuando iba a hablar de los regalos, recordó algo. Tenía un nudo en la garganta, pero… — ¡Dylan! ¡Baja! — Pidió. Y, mientras su hermano acudía, le dijo a su padre. — Daremos nuestros regalos a todos cuando lleguemos, y, si queréis, dejad los que tengáis para nosotros para entonces. — De nuevo su padre asintió, y parecía que iba a hablar, pero justo apareció Dylan, con la respiración agitada. — ¿Os vais ya? — Alice asintió. — Sí, tienes que descansar, que mañana tienes otro viaje. — ¡ES VERDAD! — Contestó el chico, que parecía superexcitado. No le venía bien para hablar en serio con él. — Escúchame, que es importante. — Y él asintió, tratando de recomponerse. — Estate tú también pendiente de los papeles que le he dado a papá, que son el permiso que doy para que viajes. Habla con Darren para el viaje a Irlanda y sé responsable de tus papeles y tus cosas, ¿me lo prometes? — Dylan asintió con una sonrisa. — Te lo prometo, hermana. — Vale. — Se giró y sacó las violetas, dejándolas en las manos de su hermano. — Esto es otra cosa que te voy a pedir. — Acarició sus manos y le miró a los ojos. — Antes de iros a Saint-Tropez, id a la tumba de mamá a ponerlas y a desearle feliz Navidad ¿vale? Será su regalito simbólico, a ella le encantaban las flores moradas. — Dylan asintió con una sonrisa, una que ella conocía porque era la de sentirse con un propósito. Miró a su padre fugazmente, y le vio con los ojos inundados. — Estoy orgullosa de mi patito. — Remató con una sonrisa.

Dejando las violetas a un lado, se dio un largo y fuerte abrazo con Dylan y se concentró en alegrarse porque finalmente habían logrado que esa Navidad fuera a ser todo lo normal posible para su familia, y en sentirse, ciertamente, orgullosa. — Pásatelo muy bien, mi vida. Que disfrutes mucho en La Provenza, y dales muchos besos y abrazos a todos de mi parte ¿vale? — Pero Dylan no la soltaba. — Gracias, hermana. Gracias por todo. — Ella volvió a abrazarle y dejó un beso en su coronilla. — Feliz Navidad, cariño mío. Nos vemos el día veintiséis. — Y le dejó despidiéndose de Marcus para pasar el trago de abrazar a su padre mientras aún le duraba la alegría y el orgullo dentro. — Feliz Navidad, papá. Cuidaos mucho estos días. — Al separarse, su padre estaba directamente llorando, aunque se quitó las lágrimas muy rápido. — Gracias, pajarito. Gracias de verdad. — No hay de qué. — Aseguró, antes de agarrarse del brazo de Marcus y salir por la puerta, mientras ambos Gallia se despedían de ellos con la mano.

Cuando por fin se apareció en el jardín de los O’Donnell, sintió que podía volver a respirar, y eso hizo, llenó los pulmones, con los ojos cerrados, tratando de, con la espiración, sacar toda aquella tensión. Cuando los abrió, lo que vio fue a Marcus, iluminado por las luces de Navidad, y sonrió. — ¿Por qué eres tan condenadamente guapo? — Preguntó, riéndose. — Abrir los ojos y verte a mi lado siempre hace que todo haya merecido la pena. — Acarició su mejilla y le dio un beso corto. — Tú siempre me das las fuerzas que necesito. — Iba a darle otro beso, pero ya oyó una ventana abrirse. — ¡OYE! ¡QUE NO HE PUESTO UNA MESA PERFECTA PARA QUE OS DEIS EL LOTE BAJO LA NIEVE! — Alice suspiró y miró a su cuñado, a punto de decir algo. — ¡Si es que se os oye desde aquí dentro! Alice tan “oh, mi sol, eres el hombre más mejor del mundo” y mi hermano tan “con ese abrigo no puedo verle las…” — ¡Lexitoooo! Vamos a tener la fiesta en paz, que hemos puesto una mesa muy bonita. — Ella entornó los ojos y tiró de Marcus diciendo. — Sí, anda. Y no le entres al trapo, que sabe cómo provocarte mejor que nadie. —

 

MARCUS

No veía el momento de ver a Alice y William bien de nuevo. Al menos no percibía hostilidad, ciertamente su novia venía más relajada de Irlanda, pero tampoco rebosaba cariño. Quería pensar que la dirección en la que iban era la correcta... pero le faltaba paciencia para tanta espera. Y le dolía que las Navidades tuvieran que ser así. Sonrió con apoyo mientras Alice le daba a Dylan las violetas, y aprovechó para despedirse de William mientras ella hacía lo propio con su hermano. — ¿Tú cómo la ves? — Le susurró el hombre casi con auxilio. Le partía el corazón. — Mejor... Solo... un poco más de tiempo. — Miró de reojo. No quería que le escuchara eso, pero lo siguiente sí lo dijo en voz normal. — En Nochevieja nos vemos, William. Estoy deseando volver a Francia. — Pero la mirada que le lanzaba al hombre era la de pedirle por favor que no perdiera la esperanza, que él tampoco lo había hecho, y William sonrió levemente y asintió.

— Feliz Navidad, colega. — Le dijo a Dylan mientras le abrazaba. Luego le miró a los ojos. — Cuidaos mutuamente ¿vale? Entiendes a lo que me refiero ¿no? — El chico asintió. — Perfectamente. — Sonrió, le guiñó un ojo y luego le picó en la barriga. — Ahora le cuentas a tu padre la que habéis liado con los gofres y cómo lo vas a hacer para aguantar un San Esteban en Irlanda después de las comilonas de Nochebuena y Navidad. — Dylan se quejó, aunque entre risas, se despidió definitivamente de él y salió con Alice, que ya tiraba de él, claramente porque su tiempo en esa casa se había acabado.

Veía a Alice tratando de recobrar la normalidad nada más aterrizaron en su jardín, pero trató de que la condescendencia y el leve temor a un rompimiento emocional no se reflejaran en su rostro. No lo pareció, porque Alice lo que hizo fue alabar su belleza y su apoyo, dándole alas a él para hacer lo mismo. — Pero ¿qué sería de mí sin ti, Alice Gallia? — Poco hago para lo que me gustaría hacer, pensó, pero se ahorró decirlo, y en su lugar, fue a piropearla de vuelta. Pero se vio interrumpido por los ladridos de su hermano. Y lo que dijo de él, si le hubiera tirado una bola de nieve a la cara, le hubiera impactado menos. — ¡¡MENTIRA!! — Chilló en el acto, azorado, y rápidamente se giró a Alice. — Cariño, eso es mentira, yo te veo preciosa con todas tus ropas, y no pienso, o sea, no en, ¡Lex, exijo que resarzas mi honor ahora mismo! — Gritó a la desesperada, girándose de nuevo hacia su ventana, pero solo oyó crueles risitas de aquellos dos. Gruñó, pero como Alice le estaba diciendo que no le entrara al trapo, respiró hondo. — Tienes razón. No lo pensé bien cuando dije que le echaba de menos. — Y aprovechó el camino entre el jardín y la casa para recomponerse y volver a la normalidad.

Entró dirigiéndose directamente a su hermano, que le esperaba despatarrado en uno de los sillones del salón. — Sé por qué dices eso. Y no, no voy a decir por envidia, aunque estaría bien que lo reconocieras. — Lex tenía cara de supremo aburrimiento y los ojos entornados hacia otra parte con mucha exageración. — Lo haces porque sabes... que ha llegado... el momento... un gran momento... — Ya lo estaba poniendo tenso, y en Darren generando la expectación que Marcus esperaba de un buen público. — El momento... en el que el alquimista O'Donnell... obsequia a la futura promesa del quidditch... — No. — ...Con los regalos... — Marcus, te dije que no vinieras con un camión de regalos. — Relájate. — Paró, con mucha tranquilidad y un gesto de la mano. — Que te he hecho todo el caso que podía hacerte teniendo en cuenta que no iba a dejar de hacerte regalos ni por haber pasado las pruebas, ni por tu cumpleaños, ni por Navidad. Los de Navidad te los daré en Navidad, evidentemente, pero los otros dos se me van a caducar esperando. — Lex se había cruzado de brazos y le miraba con apática expresión de "sorpréndeme". — Porque el primero de mis regalos ya te lo he dado, y no ha sido material. ¿O es que esta maravillosa velada sorpresa que te he concedido a solas con tu novio no te parece un buen regalo por tu mayoría de edad? — Darren soltó una risita entre dientes y le dijo a Lex. — Sí que hemos hecho cositas de mayores de edad... — No lo estropees. — Riñó Marcus, pero volvió a su modo. — Pero aún me queda un regalito más de cumpleaños, porque no se cumplen diecisiete años todos los días, y el de haber pasado las pruebas. — Alzó un índice, sonriente, y subió a su habitación. — Ahora mismo vuelvo. —

Sacó de su escondite los regalos y los dejó al pie de las escaleras, porque uno era escandalosamente visible y no quería destriparlo tan pronto. Volvió con un par de cajitas sobre un paquete envuelto en papel de regalo, y por supuesto con una sonrisa de oreja a oreja. — Este, en primer lugar, es un detallito que hemos querido tener Alice y yo con vosotros, recuerdo de América. — Y le tendió una caja a cada uno. — Toffees salados, típicos de allí. Eran los favoritos de Janet. — Miró a Alice con cariño. — Ooooh ¡me encantan! Si eran los favoritos de una Huffie, a mí también me van a gustar. ¡Gracias! — Dijo Darren. Lex simplemente les miraba con una sonrisa emocionada y la caja en las manos. — ¡Y ahora! — Su hermano soltó un sonoro suspiro. Todo lo que le pasaba era que no le gustaba ser el centro de atención y que le mimaran. Pues más le valía acostumbrarse si pensaba ser deportista de élite del juego más famoso entre los magos. — Alguien tiene sus contactos... y creo que esto te puede gustar. — Le tendió a Lex el paquete. El chico lo abrió, y la cara que puso mereció totalmente la pena. — Venga ya. — ¿¿Qué es?? ¡Oh! ¿Es tu primera camiseta oficial del equipo? — Preguntó Darren ilusionado, pero Marcus torció la cabeza. — No exactamente. — ¿Cómo has conseguido esto? Marcus, te tiene que haber costado una pasta. — No voy a entrar en esas disensiones y no me ha costado tanto, te digo que uno tiene contactos. — Lex observó la camiseta, alzada en sus manos. — Es una reliquia. Es la primera camiseta que lucieron los Montrose Magpies, la de 1674. — Qué fuerte, ¿ya había camisetas en esa época? — Bromeó Darren, aunque no le faltaba razón, porque parecía más un jubón que una camiseta. Luego, mirándola, añadió. — Ahora tú también eres un pajarito, mira, tiene uno en su escudo. — Lex le miró sin palabras. — Gracias. — Marcus hizo un gesto de la cabeza. — Y ahora, el de haber pasado la prueba. — Y volvió al pasillo.

Casi no se le ve escondido detrás de la enorme cesta. Darren ya se reía y aplaudía. — ¡Marcus! ¡Joder, no sirve de nada decirte que no te pases! — Pues no, la verdad, deberías dejar de hacerlo. — Comentó, mientras que ponía con un quejido de cansancio y satisfacción la cesta encima de la mesa. Las cuatro cabezas se asomaron a mirar. — Productos de quidditch de la tienda del primo Frankie y alguno que otro extra que encontré por ahí y pensé que podía venirte bien. Sinceramente, de la mitad de las cosas no me acuerdo, así que tendrás que preguntarle mañana a él para que te orien... — ¡¡HOSTIA ESE ABRILLANTADOR DE MADERA ES BUENÍSIMO!! — Clamó Lex, ojeando una de las cajas del interior de la cesta. Marcus se encogió de hombros. — O igual no hace falta. — Cuando Lex dejó de alucinar con lo que veía, se giró a él con expresión emocionada y le dio un abrazo. — Gracias. Eres un pelma, pero eres el mejor de los pelmas. — Rio levemente y le palmeó la espalda. — Yo también te quiero, Lex. — En el abrazo estaban cuando oyeron a Darren sorbiendo. — ¡Bueno! — Dijo con voz de quien se está aguantando las lágrimas. — Vamos a cenar, que al final sí que nos dan las tantas. —

 

ALICE

Alice rio con malicia y le guiñó un ojo a Lex, que la miró ofendido. — Confío en ti para que pongas cabeza en sus idas de olla y esto es lo que me encuentro. — Alice levantó las manos y se encogió de hombros. — ¿Qué puedo decir? Es que estoy de acuerdo con él. No todos los días entra uno en un pedazo de equipo de quidditch. — Y asintió también a lo del regalo de la casa. — Que además, te debíamos una de hace justo un año. — Ya iba a soltar Lex alguna tipo “y aún me arrepiento” cuando su novio se fue, una vez más, de la lengua, y no le quedó más que callarse y ser agradecido.

— Sí, sí, os pegan a los Hufflepuffs. Dulces como vosotros, con vuestro toquecito salado del humorcito… — Dijo picando a Darren en las costillas. Pero atendió a lo de la camiseta, bueno, el jubón, porque vaya pintas. — Yo no sé cómo se lanzaban a jugar con eso, tenía que ser incómodo tela. — Siempre me los había imaginado sin camiseta… — Comentó Darren, haciéndola reír. — La sangre O’Donnell de Lex le impediría jugar un partido oficial sin camiseta. — Replicó, picona, Alice. Y volvió a reírse al ver la cara de Lex cuando Marcus volvía a por más regalos, así que se encogió de hombros una vez más y se señaló, inocente. — ¿Crees que puedo hacer algo para detenerlo? Mejor remar en la misma dirección que él. — El segundo regalo le parecía todavía mejor, porque Alice, como mujer práctica que era, había descubierto el mundo del cuidado de la escoba gracias a Frankie y ahora le parecía absolutamente necesario saber más del asunto, sobre todo si Dylan quería hacer quidditch en el colegio. — La que va a necesitar clases de esto soy yo, visto que mi patito ahora quiere volar de verdad. — Le dio a Lex en la nariz y le guiñó un ojo. — Será que tiene otro pajarillo en el que fijarse. — Y Alice conocía ya de algo a Lex, sabía que se había emocionado, así que le dejó los segundos de intensidad con su hermano que su personalidad podía permitirse, antes de acercarse a él y susurrar. — Es su forma de demostrarte cuantísimo te quiere y cuánto te necesita. Tú solo tienes que dejarte querer. — Su cuñado se rio y le palmeó la mano. — A ti te ha ido bien así, por lo que veo. — Alice rio. — Ni te lo imaginas. — Y Lex volvió a ser Lex, arrugando el gesto. — ¡Ay, por favor! Qué asco, de verdad… —

Cenar los cuatro en casa O’Donnell la relajó y divirtió aún más de lo que esperaba. Los mejores momentos de su vida habían sido allí, así, y sentir que podía recuperarlos le hacía infinitamente feliz. — Hazme caso, Alice, que tu hermano va a ser un jugador muy bueno si se centra, y sabe Merlín la falta que le hace alguien así a su equipo… — Ella rio. — No recuerdo ningún Gallia que haya jugado al quidditch. Debe ser como una estrella fugaz en la familia. Aunque igual el tío Martin… — Bueno, es que los franceses y el quidditch… — Alice parpadeó y le tiró una miguita de pan, exagerando ofensa. — Bueno, y no me hagas hablar de los americanos, el chico realmente debe ser un prodigio teniendo en cuenta la base con la partía… — Darren se partía de risa y Alice miraba a Marcus. — ¡Mi amor! Defiende mi linaje o algo. ¡O al tuyo! Que no se atreve tu hermano a decir eso delante de los ochenta Laceys que vienen mañana. — Hasta Lex estaba soltando carcajadas. — Mi pobre patito… Como no se tome una pócima que te mejora al quidditch… — Y entonces recordó. — ¡Eh! ¡Tenemos una cosa de la feria! — Y se levantó a cogerla, mientras oía a su cuñado rumiar. — Seguro que alguna guarrería. — Pero, cuando llegó con la caja y la guía, le dijo. — Pues no las pruebes, y ya nos lo pasamos bien sin ti. — ¡Uy! ¿A ver? ¿Son piedras? — Preguntó Darren, siempre más colaborador, inclinándose sobre la mesa para mirar mejor. — Sí y no. Solo lo parecen. Se comen y supuestamente tienen efectos. Están hechas con alquimia. — ¿SÍ? ¡Qué guay! — Y tuvo que agarrarle la mano al chico, porque ya había pillado un cuarzo rosa y lo llevaba derechito a la boca. — ¡DARREN! Este hombre… Pero espérate que leamos la guía, por Merlín, ¿no te acabo de decir que supuestamente tienen efectos? — Aunque eso sería cuando se les quitara el ataque de risa, porque ahora los cuatro no paraban.

 

MARCUS

— ¿Sabes lo que le hace falta a Dylan? — Comentó, aún masticando y señalando a Lex con el tenedor. — Centrarse en saber cuál es su equipo, porque si va animando a todo el mundo, no va a poder competir. — Darren rio a carcajadas y se inclinó hacia su novio. — Todavía está picadillo por ese partido Slytherin-Ravenclaw en el que Dylan llevaba una pancarta de serpientitas para animarte. — Es que utilizar a un menor para una traición así cuando ninguno de los dos equipos era el suyo me parece muy feo. — Dignificó, pero ya solo había risas a su alrededor, así que hizo un gesto con la mano y se dedicó a seguir comiendo. Pero la llamada de Alice le interrumpió, haciéndole dar un exagerado sobresalto en la silla que casi le tira la comida del tenedor. Se encogió exageradamente de hombros, con los ojos muy abiertos y la boca llena, haciendo a los otros dos reír con malicia. — A ver, mi amor, yo es que en disensiones de quidditch no entro. — Miró a Lex muy erguido. — Pero sí, mañana vas a tener que enfrentarte al primo Frankie y decirle eso de que los americanos no juegan bien al quidditch. Con la buena fe que ha tenido obsequiándote con esos maravillosos productos... — Como si se lo hubiera regalado y no hubiera, como bien dijo Sophia, hecho a Frankie de oro comprándole media tienda. Pero se escudaba en que sí que se llevó algún que otro producto regalado.

Llegó el momento de las piedras alquímicas y Marcus se frotó las manos. Él era extremadamente miedoso y prudente, y la alquimia la cogía con mucha cautela, pero esa caja venía con una guía así que quería pensar que sería algo bastante inocuo (y que era comida, y todo lo que fuera comida a él le venía bien). Ni tiempo le había dado a alcanzar dicha guía cuando Darren casi se mete una piedra en la boca sin verificar ni nada. Chistó. — Lex, vigila que tu novio no se muera, haz el favor. — Dudo que tú hayas comprado nada que provoque la muerte de nadie. — Dijo el otro sin la menor importancia, al revés, riéndole la gracia a Darren. Pero Lex también era O'Donnell y ya estaba echando un ojo a la guía por encima del hombro de Marcus. — Bueno, a ver... esto es más complicado de lo que parecía a simple vista. — Empezó a exponer, con la mirada en el papel en sus manos. — Para empezar... — Ay, Marcus, coge la piedra de tu horóscopo y te la comes y ya está. No creo que sea necesario sacarle la carta astral o algo. — Pues sí, listo, eso es justo lo que hay que hacer. — Respondió a Lex con recochineo. Eso gustó más a Darren. — ¡Ay, qué chulo! ¡Yo sé hacerlas! — Pues menos mal, porque aquí los dos científicos ya estaban pensando seguro en si teníamos libros de astrología en la casa para ver cómo se hace. — No estaba pensando eso. — Dijo Marcus con un exageradísimo e infantil tono burlón... pero sí que estaba planteándose si sería muy difícil sacar una carta astral. Marcus y Alice no eran muy dados ni a la adivinación ni al horóscopo, así que solo tenían las nociones básicas dadas en Astronomía y eran sobre constelaciones, no sobre lectura de cartas astrales. Pero para eso tenían un Hufflepuff esotérico en el grupo.

Darren ya había salido corriendo por la casa como loco buscando pergamino y pluma como si esa casa fuera como la suya y pudieran hallarse las cosas debajo del cojín del sofá, y no en el lugar establecido para ello. — En el segundo cajón de mi escritorio, Darren. — ¡¡VOY!! — Chilló cuando ya hubo dado varias vueltas. Marcus se aguantó la risa y Lex se cruzó de brazos, ceñudo. — En la sala de estar también hay. Podías haberle ahorrado subir al piso de arriba. — Marcus hizo una caída de ojos y se retrepó en la silla, haciendo como que leía la guía. — ¿No os gusta tanto el deporte? Que se dé un paseo. — Castiguito marca Marcus por exceso de impulsividad, y por supuesto por meterse ambos con él en reiteradas ocasiones.

Darren no tardó en llegar y sentarse feliz a la mesa de nuevo, bien dispuesto. — A ver, las fechas de los cumples me las sé. — Las fue apuntando en un lado. — Pero necesito las horas de nacimiento. — Yo no me sé la mía. — Dijo Lex, entre desdeñoso y en pánico. Marcus rodó los ojos. — Las diez y dos minutos de la noche. — Wow, qué preciso. — Alucinó Darren, pero rápidamente se puso a escribir. Lex le miró tratando de entender por qué Marcus tenía semejantes datos en la cabeza. — ¿Por qué te...? ¿Acaso estabas delante o qué? — Delante no, pero técnicamente, estar, estaba. — Soltó un suspiro. — No se puede ser tan descastado, Lex. — Qué insufrible eres. — Masculló el otro, pero ya tenía los ojos por encima de lo que iba escribiendo su novio, que ahora trazaba unos extraños círculos en el papel. — ¿Mapa de constelaciones por casualidad no tendréis no? — Marcus soltó una carcajada mientras se levantaba. — Por favor... — En lo que iba a por él, oyó a Lex decir con burla. — Claro, Darren, por favor, qué preguntas haces. — Pero el otro, que estaba en sus cosas, soltó una risita. — Qué cuñado más completito tengo. — Y Marcus, con una sonrisa orgullosa y una miradita pinchona a Lex, le entregó a Darren el mapa de constelaciones cual obsequio. Ahí le dejaron hacer sus cosas bajo la atenta mirada de los otros.

— Marcus, ¿tu hora? — Diez y treinta y siete minutos de la mañana. — Lex negó con la cabeza, de nuevo sorprendido por sus excesos de precisión y lo que él consideraba datos absurdos llenando su cabeza. Darren soltó una risita. — Estos hermanos, si es que son contrarios en todo. Y, como todos los contrarios, simétricos... ¡Mirad! ¿Sabíais que los dos tenéis de ascendente el horóscopo del otro? — ¿De qué? — Marcus rodó los ojos con aburrimiento hacia Lex. — ¿Tú has cursado Astronomía? — ¿Tú recuerdas la de veces que te he pedido ayuda con Astronomía? — ¡Y te la he dado! — ¡Lo que hacías era regañarme! — ¡Vaaaaale! ¡Que estábamos en un momento bonito! — Cortó Darren, y luego señaló los datos y círculos dibujados. — Mirad. — Los otros tres se asomaron y Darren narró. — Marcus O'Donnell. Carta de nacimiento: tres de junio de 1984, diez y treinta y siete minutos de la mañana, Reino Unido, Gran Londres, Londres. Horóscopo: Géminis. Ascendente: Virgo. Signo lunar: Leo. Uuuuh eso es una combinación interesante, cuñadito. De ahí salen tus dos caras, tu perfeccionismo y tu carisma y grandeza, seguro. — Marcus sonrió falsamente y asintió. Sí, seguro que es por eso, y no por ser hijo de quien soy. Darren continuó. — Tu roca sin duda es el ámbar, está presente en los tres horóscopos, y de hecho es la primera para Géminis. — Marcus tomó la piedra ámbar entre sus dedos, observándola mientras Darren hablaba. — Lo que sea que te dé, va a ser la mejor de las posibilidades. El ojo de tigre también lo tienes presente en las tres, aunque en menor medida, y el Cristal de roca lo tienes por Géminis y por Leo. — Siguió mirando los círculos. — Pero no te recomendaría el citrino, porque solo está en Leo y es tu signo lunar y uuuhh tú sabes, las lunitas, a veces fuffuff, te traen cosas adversas. — Marcus miró a Alice de reojo. — Bueno, no siempre... — Pero Darren alzó la cabeza y le dijo con gravedad. — Esta vez sí, hazme caso. — Déjalo, son cosas de estos. — Apostilló Lex. Darren continuó. — Vale, tus opuestos son Sagitario por Géminis, Piscis por Virgo... Anda, mira, Lexito, somos opuestos, pero no nos va mal, no había caído. — Soltó una risita y siguió. — Y Acuario por Leo. Así que... ¡Uh! Ni te acerques a las piedras azules. — Marcus puso expresión de fastidio. — ¡Jo! ¿Por qué? — ¡Mira! Todas las piedras de agua se te enfrentan: el lapislázuli, la turquesa, la azurita... La aguamarina es la única que quizás no te haga mucho daño, pero las otras igual te dan una diarrea. — Lex rio entre dientes. Marcus se cruzó de brazos con expresión de niño enfurruñado, pero no soltó su piedra de ámbar. Por si acaso.

— Voy con mi Lexito. — Continuó. — Alexander O'Donnell. Carta de nacimiento: 24 de agosto de 1985, diez y dos minutos de la noche, Reino Unido, Gran Londres, Londres. Horóscopo: Virgo. Ascendente: Géminis. Signo lunar: Sagitario. Antipatiquillo y perfectón, como se ponen a veces los Virgo, con una sorprendente segunda cara como todos los Géminis, y... bueno, con sus rarecillas, como los Sagitario, difícil de llegar hasta él. — Anda que me has puesto bien. — Se quejó Lex. Darren le dejó una caricia en la mejilla. — Veeeenga, que la segunda carita es buena. — Volvió a lo suyo. — Tu mineral no está tan claro como el de Marcus, pero yo creo que la amatista es el que mejor te viene, y después la sodalita. Hmmm... No compartes muchos con Géminis y los otros dos, podrías probar con el ojo de tigre en todo caso. A ver, signos opuestos: Piscis por Virgo, Sagitario por Géminis, ¡oh! Esto explica muchas cosas, porque tienes dos opuestos en tus ascendentes. ¡Claro! Por eso no te cuadran los minerales. — Los otros tres simplemente escuchaban las divagaciones de Darren con caras de no estar enterándose de mucho. — Pues a ver... ¡Uf! ¿Sabes lo que creo que va a pasar? ¡Que vas a tener efecto doble! ¡Bueno y malo! A ver, a ver... ¡Mira! ¡Ni uno en común entre Sagitario y Géminis, claro! Creo que los más seguros para ti son los de Virgo puro. El rutilo es el único. O, si te quieres arriesgar, puedes probar... con la calcedonia, que es de Géminis solo, o con el lapislázuli, que es de Sagitario. — Lex tenía cara de susto. Darren hizo un gesto tranquilizador con las manos. — Vale, a ver... Marcus tiene su ámbar. Voy a hacer las cartitas de Alice y mía y, según lo que tengamos nosotros, pues ya tú eliges ¿vale? —

 

ALICE

Suspiró flojito. Tenía que haberse leído aquella maldita guía, si llega a saber que iba de cartas astrales, se lo hubiera ahorrado, pero ya tarde, ya Darren estaba creando caos, encantado de que se prestaran a eso. Echó una mirada a Lex, eso sí, cuando dijo lo de los libros y pensó ¿y cómo lo harías si no? Pues así, claro, como lo hacía Darren, o como lo hubiera hecho él sin pensar, cogiendo una roca cualquiera y ganándose alguna consecuencia no muy agradable.

Por supuesto, Marcus se sabía las horas exactas tanto de Lex como suya, no esperaba menos. — Mi niño protocolario naciendo por la mañana todo ordenado. — Dijo con voz adorable. Rio a lo de las constelaciones. — ¿Quién no tiene? — Darren rio y la miró de reojo. — Aaaay cómo nos sale lo Ravenclaw a veces… — Ella parpadeó. — Lo digo en serio, son importantes para la magia. — ¿Eso sí y las cartas astrales no? — No he dicho nada. — Se defendió ella. — No con la boca, pero con la cara lo dices todo, la verdad. — Le recriminó Lex. — Anda, presta atención. — Le instó. Eso sí, se rio de lo de que eran contrarios pero complementarios, le veía hasta sentido. — Roar. — Le dijo a Marcus pasándole flojito las uñas por la cara cuando dijo lo de la luna. — ¡A ver por favor! — Se quejó Lex. — ¡Que lo ha dicho tu novio! Aunque su única luna soy yo… — Nada, tampoco eso le iban a dejar tener. No obstante, sonrió a lo del ámbar. — Oye es bonita, y muy usada en alquimia. — Aunque lo de evitar las piedras azules le iba a dar penilla, y ya se le pusieron morritos de niño enfadado. Escuchando los de Lex entornó los ojos. — Vamos, que podría ser cualquiera o ninguno. — Típico del horóscopo, pensó también para sí misma. — La calcedonia es muy irlandesa. — Puso tono de Oly. — Conecta con tu “yo” ancestral, Lex O’Donnell. — Él le sacó la lengua, pero cogió la piedra. — Jugar contigo es un coñazo. — Le recriminó, como si fuera un niño grande.

Claro, ahora le tocaba a ella, pero puso su mejor sonrisa. — Pues nací en San Mungo también, y a las dos de la tarde, después de comer, probablemente mi madre se hubiera hartado de tarta o de algo así y dije que ya estaba bien. — Mira, eso hizo reír a todos. El efecto Janet. — ¡Mira! Si es que es una aries enérgica y entusiasta, cuando eras más chiquitilla eras una cabrita loca. — Darren era tan adorable que tenía que reírse con sus cosas. — Adora la libertad, los retos y las ideas. Mi Ravenclaw indómita. — Sonrió y asintió. — Pues sí. O así era cuando nací, claramente. — Otra cosa con la que no cuenta nunca el horóscopo, que luego viene la vida. Darren abrió los ojos al mirar su luna. — Uhhhh y con una luna inestable… Libra de gran temperamento y emocionalidad, pero muy inclinada al hogar. — Temperamento tiene, sí. — Dijo Lex, picón. — Tú no, tú eres muy medido. — Le devolvió, sarcástica, Alice. — Pero sí que soy hogareña, sí. Venga, ¿y lo otro? — Ohhhh leo. Gran determinación y fuerte personalidad. Nadie te puede acusar de no ser decidida, cuñi, ¿es o no? — Ella se encogió de hombros y sonrió. — Bueno, ¿y eso en qué se traduce con las piedras? — Pues a ver, vamos a ver tus opuestos. — Pareció quedarse un poco pillado. — Claro, eso… Es que… Tu opuesto es justo… Libra. Y el de Libra, Aries para la lunita. Eres una mujer de contrastes… Te pasa un poco como mi Lexito ¿sabes? — Alice suspiró. — Pero no desesperes… Solo… evitemos igual también las de agua. — ¡JA! Los dos obsesos del azul castigados. — Se burló Lex. Ella resopló, pero Darren parecía sudar la gota gorda con el mineral. — Lo vamos a dejar en cuarzo rosa. Resulta que es el punto en el que se encuentran tus dos contrarios, ¿vale valito? — Alice no pudo evitar reír y busco la piedra. — Oye es bien bonita. —

— ¡Y solo quedo yo! Nací a horita festiva, a las cinco, como para el té, jeje. Y en Londres también ¡fíjate! — Dijo alegre. — Bueno, es obvio que soy piscis ¿no? Sensible, imaginativo, siempre explorando facetas de la vida, me adapto y fluyo como el agua, siempre vivo y feliz. — Si, eso no había quien lo negara. — Mi ascendente Virgo… ¡COMO MI LEXITO PRECIOSO! — Y su Lexito se dejó besar en la mejilla y estrujar. — Que me hace ser más amante de la estabilidad y las cositas bien hechas que la media de mi casa… Y mi luna lunera es Libra, que me hace sacar mi venilla Gryffindor justiciera, muy en consonancia con lo demás. Soy cuqui, vamos. — Alice rio y se apoyó en su hombro. — Nos habíamos dado cuenta. — Y mis piedras son geniales, eh, pero claramente tengo que ir a por la amatista, presente en los tres y muy muy poderosa. —

Vale, pues ya lo tenían todo listo… Pero todos se habían quedado un poco parados. Alice suspiró. — A ver, la de la determinación soy yo ¿no? — Cogió la piedra y le dio un mordisquito. No estaba dura, como se esperaba, tampoco blanda. Lo que estaba era buenísima. — Uhhh qué rica. — Siguió comiéndola. — Es como que sabe a… cítricos y fresa, y tiene un puntito de… ¿canela? — Uuuuuy… — Dijo Darren con una risilla. — Nada nada, come, come, mujer, dale. El cuarzo rosa es la piedra sanadora de corazones, así que muy apropiada para mi amada enfermera. — Ella entornó los ojos y se la terminó. — Venga, cuñadito, dale. — El chico cogió la amatista. — Mmmm qué… antigua sabe. — Se tuvieron que reír. — ¿Cómo que antigua, Darren? — Sí, ya sabéis… Como a comida de club importante y esas cosas… — Más gracia le hacía, la verdad. — Bueno y… ¿qué se supone que tiene que pasar? — Y fue preguntarlo y… No, otra vez no, por Merlín. Ya notaba el cosquilleo en el pecho, y la mirada se le iba a Marcus, el calor… Al menos esta vez no se lo pegaría… — Alice. — Le llamó Lex. Maldita fuera. — ¿Estás bien? — Ahá. — Dijo ella muy recta. — Menos mal, porque eres muy importante para todos. — Eso la hizo parpadear. — ¿Qué? — Creo que lo que mi pareja quiere decir es que el efecto de tu piedra asignada es el de provocar amor en todas sus formas. Alexander, como siempre ha tenido por ti un sentimiento cercano a lo fraternal y conoce de tus adversas circunstancias, te lo ha hecho ver por efecto de la piedra. — Todos se volvieron al chico, estupefactos. — ¿Darren? — Es la amatista. Me vuelve correcto y apropiado. Así viejuno, sesudo, como queráis llamarlo. Es la piedra de la inteligencia. Pero sí, Alice, eres sin duda muy apreciada por cuantos te rodean. —

 

MARCUS

Es verdad, la calcedonia era irlandesa, así que podría venirle bien a Lex. Atendió a las descripciones de las cartas de los demás. Todo el escepticismo que tenía con su carta se convirtió en tierno interés oyendo la carta de Alice. — Oh, también eres una cabrita. — Dijo con ternura. Que no se creía nada de eso, pero bueno, las definiciones eran graciosas. Miró mal a Lex con lo del castigo por no coger piedras de agua. — A ver si te voy a dar una al azar y que pase lo que tenga que pasar. — Amenazó, pero Lex alzó su calcedonia con recochineo. Al final, Alice tomó el cuarzo rosa, y ya solo quedaba Darren. Se tuvo que contener muy mucho de reaccionar a eso de que Darren era "amante de la estabilidad y las cosas bien hechas", pero ya estaba notando la mirada de Lex encima. Carraspeó. — Es verdad, cuñado. No hay quien pueda negar tu estupendo método en tu emergente negocio de chuches para animales. — ¡Ay, gracias! — Respondió feliz, y Marcus miró a Lex devolviéndole el recochineo de antes. Y no, no he sido sarcástico, lo decía en serio. Por no hablar de que fue su deseo de estabilidad lo que le hizo romper con Ethan y estar allí hoy con ellos. Pero prefería no mandarle a Lex más mensajes que pudieran molestarle.

Una vez ya todos tuvieron su piedra, tocaba decidir quién iba a ser el valiente que empezara. Por supuesto, nadie esperaba que fuera Marcus. Y, por poco que se les conociera, no era difícil intuir que la que iba a comenzar iba a ser Alice. Observó expectante cómo le daba un mordisco a la piedra de cuarzo rosa (la verdad es que tenía muy buena pinta, pero Darren no la había mencionado entre las suyas así que mejor no arriesgarse) y esperó a la reacción. A priori no ocurría nada. — ¿Sientes algo? — Preguntó, pero ciertamente... fue a girar la vista a Darren, pero sus ojos se entornaron para mirar a Alice de reojo. Vaya, debía llevar mucho rato distraído por las piedras, porque era como si de repente... hubiera vuelto a reparar en lo guapísima que era su novia. Ni que se le hubiera olvidado, era simplemente que... Bueno, le había sorprendido al mirarla.

Se rio a lo de antigua. — Con ese color, debería saber como a violetas. — Pero Darren no era capaz de definir el sabor, como Marcus no podía dejar de mirar a Alice de reojo. Era como si la estuviera viendo por primera vez y su belleza le obnubilara y le atrajera irremediablemente... Oh, no fastidies. Era la piedra, seguro. El maldito cuarzo rosa estaba volviendo a Alice absolutamente irresistible, y eso que para Marcus ya lo era sin necesidad de mineral alguno. Jamás se había alegrado tanto de estar tan solo en presencia de gais en la reunión, porque Alice derrochaba sensualidad por todos los poros en esos momentos. Aunque empezaban a sobrarle para lo que le gustaría hacer. Es la piedra, Marcus, no te delates tanto. Espérate un rato, si vais a pasar la noche juntos igual, se dijo para serenarse. Desde luego, el comentario de Darren le serenó de golpe y porrazo. — ¿Qué? — Preguntó, pero fue hacerlo y romper a reír. Todos le miraron mientras se secaba las lágrimas. — Perdón, perdón... Es que... no estoy acostumbrado a que alguien hable aún más medieval que yo. — Estallaron en carcajadas. Darren trataba de argumentar. — Mi excelso compañero de juegos y correrías... — Nada, estaban llorando de la risa, incluso el mismo que pronunciaba el discurso. — He de decir que esta manera tan ilustrada de hablar puede acarrear que los interlocutores muestren dificultades para comprender el mensaje. Tómese de prueba vuestra presente conducta. Siento que no estoy siendo escuchado. — Si nuestra conducta viene precisamente porque te estamos escuchando. — Respondió Lex casi sin aire por la risa, secándose las lágrimas.

Cada vez que Alice hacía algún movimiento, aunque fuera solo moverse el pelo o pestañear, a Marcus se le iban los ojos detrás, y eso que estaba muerto de risa con las ocurrencias de Darren. El chico señaló a los dos O'Donnell con las manos. — Invito a vuestras mercedes a proceder con la ingesta de vuestro mineral correspondiente. — Yo como me meta esto ahora en la boca, me atraganto. — Esgrimió Lex, que ciertamente no dejaba de reír. Marcus, que por algún motivo se sentía en la imperiosa necesidad de impresionar a Alice y no dejaba de mirarla, dedicarle comentarios y acercarse sutilmente a ella, dijo sin pensarlo demasiado. — ¡Venga! Voy yo. — Y se lanzó la piedra entera de golpe a la boca. — Hmmm... qué buena. Sabe como tostada... Hmm... y cálida. Da sensación de calidez, como los bombones de fuego de dragón, pero sin quemar tanto, como si llevara incienso. ¡Oh! Y lleva miel, y un toque de... ¿limón? Y matcha. Está buenísima. — Mi intuición me dice que podría tratarse de una piedra curativa. — Dijo Darren. Marcus abrió los ojos y, contento, se giró a Alice. — ¿Has oído eso, mi amor? Sería enfermero, como tú. — Vamos, pues ya lo que nos faltaba. — Se quejó Lex, y al mirarle se fijó en algo en lo que no se había fijado hasta ahora.

Se quedó mirándole con el ceño fruncido, analítico. Por supuesto, su hermano ya estaba empezando a mosquearse. — ¿Eso...? — Preguntó, prudente, señalando desde su posición a su mejilla izquierda. — ¿Eso que tienes ahí... es una espinilla, puede ser? — El chico se llevó la mano a la mejilla, extrañado. — Pues a lo mejor. — Marcus se levantó y, con el interés de un verdadero enfermero, se acercó a Lex, observándole. La cara de su hermano era para verla. — Es una espinilla, sí... Mira, si me dejas que te toque aquí... — Lex se sacudió y movió los brazos como si se le hubiera echado encima un cuervo enfurecido. — ¡Quita! ¡¿Pero qué haces?! — Déjame que la vea, hombre. Si yo creo que te la puedo quitar... — ¿¿Eres enfermero ahora tú también o qué hostias?? Ni se te ocurra ponerme el dedo en la espinilla, vamos. — Alice y Darren se iban a caer al suelo de la risa observando la escena, pero Marcus estaba hablando muy en serio. — Lex, tenemos normalizadas las espinillas, pero es bueno tratárselas, si no, se expanden. — ¿¿Pero qué cojones...?? — ¿Usas alguna crema? Las mascarillas de miel y canela van muy bien. ¡Oh! ¿Sabes qué sería lo ideal? El vinagre de manzana. Te aplicas un poco con un algodón en movimientos circulares antes de dormir... — Tú has perdido la cabeza o algo. — Lex sacudió las manos en dirección a Alice como si no se supiera su nombre y quisiera llamarla con urgencia. — ¡A ver, la enfermera, por favor, que vomite la cosa esa que se ha comido! ¡O que me deje tranquilo! — Mofas aparte. — Intervino Darren. — Me interesan profundamente los remedios naturales de la medicina más terrenal y antigua. — Marcus le miró. Al verle, vio algo que le hizo tener que buscar dando pasos para atrás la silla, porque si no, se hubiera caído al suelo de culo. Al menos Lex consiguió su objetivo de que se alejara de él. — Darren... emanas ahora mismo una inteligencia... abrumadora. — Se puso la mano en el pecho, muy serio. — Y siempre he sabido de tu bondad, pero es que... — E intentaba hablar, pero algo le interrumpía. Le llegaban por su lado unas vibraciones MUY fuertes que le estaban acelerando el corazón y...

Oh, vaya, acababa de descubrir la belleza de Alice por segunda vez en esa noche. Le entró un calor que le estaba acelerando la respiración. Se aclaró la garganta, y al fijar la mirada en la mesa para serenarse, se le ocurrió una idea. — ¿Has comido bien... Alice? — Eso último lo dijo casi en un suspiro, como un ruego. Necesitaba la atención de esa chica o se moriría, literalmente. Arrastró la silla para acercarse. — Mira... si pongo mis manos así... — Acercó lentamente las manos a su estómago, pero sin llegar a rozarla. — Puedo concentrarme en canalizar toda la energía sobrante. Las digestiones a veces son pesadas, sueltan demasiada energía. — Prudente y como si el tacto fuera a darle un chispazo, puso finalmente las palmas sobre su ropa. Era como si pudiera sentir la piel de su vientre a través de la tela. — Con movimientos circulares... — Los hizo, lentamente. — Se favorece la digestión. — Y trataba a toda costa de evitar mirar directamente a sus ojos, porque caería derretido, y por tanto miraba su vientre... y, oh... con esos movimientos... levantar ligeramente la tela... era tan sencillo... Se dejó llevar un poco, apenas moviéndola unos milímetros, y ya sí alzó la mirada y susurró. — Estás preciosa. — ¡Oye! — ¡Perdón! — Se retiró de un salto ante el grito de Lex, alzando las manos y arrastrando la silla hacia atrás. Se le había olvidado por completo que estaba en público. Se secó la frente. Darren se moría de risa. — ¡Oh, el ardiente amor adolescente! ¡Ha inspirado tantas historias! — Lo siento, por favor. Qué vergüenza... — Murmuró, y cuando se quitó las manos de la cara, decidió ser sincero con Alice. — Mi amor, es que eso que te has comido... Yo creo que te hace... tan... Me llegan tus vibraciones sexuales. — Lex y Darren estaban otra vez al borde del atragantamiento de la risa. — No puedo remediarlas. Son como moscas rosas flotando que vienen hacia mí, es un aura que... — Y al decir la palabra clave, se detuvo en seco, con la mirada perdida. — Oh, por Merlín. — Suspiró. Ya sabía lo que le pasaba (aparte de sentir que se había convertido en algo así como un chamán sanador). Apoyó los codos en la mesa y sollozó. — ¡Soy Oly! ¡Me he convertido en Oly! — Menos mal que era poco probable que les escucharan los vecinos, porque las risas del grupo eran escandalosas.

Había enterrado la cara entre las manos lamentando su suerte (todo por hacerle caso al maldito horóscopo) cuando, al destapársela y ver a Lex frente a él, cayó en algo que le hizo mirarle con el ceño fruncido. — ¿Y tú a qué esperas para comerte la tuya? — Yo paso de hacer el ridículo delante vuestra. — Y fue decirlo y se inició tal oleada de ruegos e insistencias que Lex, por tal de callarles, cedió a la presión. Suspiró y le dio un bocado, ante lo que puso cara de sorpresa, mirándola. — Oh. Pues está buena. Sabe un poco a prado. Soy como una cabra ahora mismo royendo césped. — Pero mucho no debió importarle porque se zampó de un bocado la segunda mitad. Y, entonces, a Marcus empezó a llegarle, con la voz de Darren, me encanta estar aquí, con mis dos O'Donnell y mi Galita. Miró al chico, pero no había abierto la boca, aunque también parecía contrariado y les miraba de reojo. Ahora le llegó un mensaje con la voz de Alice... Oh, vaya, eso mejor no lo decía en público. Se puso rojo como un tomate y la miró de reojo, y ella algo debió detectar, porque se ruborizó también. Y entonces, atronador, sonó con la voz de Lex en sus cabezas. Ahora sabéis un poco mejor cómo es mi mente. Su hermano estaba con una expresión de paz y relajación en el rostro que jamás le había visto, reclinado en el asiento. Se le descolgó la mandíbula. — ¿Nos has...? ¿Tu piedra nos ha vuelto... legeremantes a todos? — Lex alzó las manos como un predicador y dijo con sorprendente calma. — No exactamente... Es más una conexión telepática entre todos nosotros. Claro que yo soy quien más la domina, pero no me importa guiaros en esto. — Y, para sorpresa de Marcus, alargó una mano hacia él para agarrar la suya, con la otra tomó la de Darren y se inclinó sobre la mesa, mirándoles a los tres. — Sois las personas más importantes de mi vida. Este grupo que hemos creado... tiene que ser siempre un refugio seguro de paz y tranquilidad, en el que eliminemos la energía negativa. Alice, apoya tu mano en mi brazo también. Siente cómo la energía negativa desaparece. — Es verdad. — Susurró Marcus. Se sentía... más tranquilo. Era el efecto radicalmente opuesto al de un dementor: no estaba eufórico, pero sentía una paz y un sosiego inauditos. — Estos efectos no están nada mal. — Hermano. — Le dijo Lex. — Perdona mis ofensas. Ama a tu mujer. Ella lo merece y tú también. — Bueno, agradezco el permiso. — Dijo separándose y recomponiéndose. Ya le iba a perturbar la calma. — Amado mío. — Dijo Darren, que ahora lloraba emocionado. — Me inunda la bondad y serenidad de tus palabras. Me embarga de una emoción que no puedo controlar. — Marcus solo esperaba que el efecto se les hubiera pasado antes de irse a Irlanda a la mañana siguiente. 

 

ALICE

Las miradas de su novio le llegaron directas al corazón, y sentía que lo quería más que nunca, tanto que se iba a desbordar su corazón de puro amor. Pero también quería abrazar a Lex, decirle que nunca quiso hacerle daño en años pasados, cuando se enfadaban y criticaban y que siempre tendría un lugar en su corazón, y a Darren, por haber sido tan buen amigo durante tanto tiempo. Lo bueno es que precisamente él estaba siendo tan gracioso que al menos le dejaba despejar sus pensamientos de amor desbordante.

En cuanto Marcus dijo que se tomaba su mineral, ella aplaudió. — ¡Qué valiente eres, mi amor! — ¡Yo también soy valiente, Alice! Me la juego jugando al quidditch tan alto. — ¡Nadie puede en medida alguna dudar de mi gallardía! No bien he salido de la escuela, me he embarcado en una aventura empresarial tan arriesgada como valuable. — Y claro, otra vez les daba la risa. Pero se quedó parpadeando cuando Marcus se lanzó a la mejilla de Lex. No había oído hablar a Marcus de una espinilla, ni propia ni ajena, jamás. Se rio y alzó una ceja. ¿Desde cuándo sabía tanto su novio de cuidado facial? Daba igual, le hacía tremendamente interesante… Aunque Lex no pensara igual, claro. — Lo siento, Lex, sospecho que pertenecemos a ámbitos distintos de la medicina. — Dijo entre risas. Pero ya para rematar, fue Marcus y le soltó aquello a Darren, y no podía parar de reírse.

Pero entonces le tocó a ella. Se sonrojó por recibir la atención de aquel guapísimo y tan sabio Marcus, y, como si fuera una niña pequeña enamorada, se encogió de un hombro. — Pues… sí. Tú sabes, a mí no me gusta mucho cenar… — Y asintió a todo lo que le iba diciendo, sin poder dejar de mirar sus manos. Uf, siempre había tenido un tema con sus manos… Tanto que, cuando por fin la tocó, suspiró, intentando contenerse, pero es que el tacto de Marcus… Y entonces, notó cómo le levantaba la tela de la camiseta y le decía aquello, y menos mal que Lex les gritó, porque casi se le escapa un gemido pequeñito. Parpadeó y miró a los otros dos. Solo se le ocurrió decir. — Pero querer os quiero a todos, eh. De verdad. El amor tiene muchas formas. — Aunque cuando Marcus dijo aquello de las moscas rosas tuvo que reírse y asentir. — Sí que somos como Oly… — Levantó la cabeza muy seria. — Ahora en serio, esto hay que mantenerlo alejado de ella. — Que parecía que la estaba viendo lanzándose encima de todos y haciéndoles probar hierbitas con la excusa.

Cuando Lex se negó a probar la suya, Alice se llevó una mano al pecho. — Lex, quiero que sepas que el cariño que te tengo no va a cambiar, pero sería muy importante para nosotros que probaras tu piedra. — Se frotó la cara. — Que estamos aquí todos sufriendo sus consecuencias… — Sí, unos más que otros… — Criticó el chico a regañadientes. Pero al final se la comió, y ella aprovechó el descanso para despejar de amor su cabeza. No por mucho tiempo, visto lo visto. De repente empezó a oír cosas con claridad. ¿Eran…? Levantó la vista a Lex y todos debían haberse sentido así. Y para mayor sorpresa, su cuñado les tendió las manos, y ella les quería tanto a todos, que gustosamente formaría un círculo de telepatía con ellos, claro. Fue poner la mano sobre Lex y su mente se despejó, pudo respirar mejor y fue como si en su vida todo se hubiera arreglado. Miró de reojo a Lex y Marcus cuando dijo lo de “ama a tu mujer”. Ah, pues nada, seguid hablando los dos de amarme a mí… Uy, el efecto del amor sin fronteras se le empezaba a pasar. — Alice. — Le llamó Lex. — Has sido una guía para todos en muchos aspectos. Descansa ya. Ve con mi hermano, aislados del mundo, eso te hace feliz, y eso es todo lo que queremos, haceros felices. — Darren se rio con una risa muy traviesilla, nada erudita y Alice le guiñó el ojo. — Ya se te está pasando a ti también, eh. — Él volvió a reír. — Brevemente. Pero voy a aprovechar a mi nuevo gurú de la paz… — Ella se rio y dijo. — Mañana quiero el desayuno a mesa puesta, eh… — Dijo señalándoles, mientras le daba la mano a Marcus y tiraba de él. — Tenemos que salir por la mañana… Hasta entonces… disfrutad de la noche. — Y se fueron escaleras arriba.

Estaba como enlentecida, pero no tenía prisa. Quizá la dichosa piedra la estaba como emborrachando un poquito al final. Tiró de Marcus hasta la habitación y cerró tras ella, sin dar la luz. Fue desabrochándole la camisa sin llegar a quitársela, muy despacito, disfrutando de los roces de sus dedos. — El año pasado… estábamos aquí, en Navidad, acababa de darte este cielo… — Miró un segundo hacia arriba y luego pasó las manos por la cara de Marcus. — Y tú me diste una de las mejores noches de mi vida. — Se quitó la camiseta y los pantalones, quedándose solo en ropa interior, sin dejar de besar a su novio. Le empujó suavemente sobre la cama, sentía la cabeza en bruma, pero es que ella podía moverse en esas lides con el chico completamente por instinto. — Marcus… — Susurró, sentándose en su regazo y luego inclinándose sobre él y acariciando suavemente su mejilla y sus labios. — Mi verdadero yo, siempre va a ser tuyo… — Le besó con más intensidad. — Yo te conozco mejor que nadie, Marcus, conozco cada parte de tu cuerpo y de tu alma… — Pasó las manos por su torso. — Eres un mago enorme, eres una mente brillante… Pero por encima de todo eso, tienes un corazón gigante y, para siempre… eres el sol y yo la luna. — Le volvió a besar esta vez con más intensidad y dejó que sus manos vagaran a sitios más interesantes. — Y cuando me haces tuya, todo cobra más sentido. — Y claro, Alice quería lo que quería, pero todo eso que le había dicho tenía un significado, uno que sabía que Marcus entendería, quizá no ahora, con todo el numerito de las piedras y a punto de hacer lo que iban a hacer, pero quería que lo supiera cada vez que lo reflexionara. Que ella le veía, por encima de la alquimia, los hechizos y la grandeza, que para ella su faceta más importante y la que le definía era la que habían disfrutado en cada momento de aquel día.

 

MARCUS

Entre Alice siendo venerada poco menos que como el ser más amoroso y amado del mundo, Darren hablando como sir Garrett, el Lex profeta y Marcus al borde de obtener el título de chamán profesional, aquel cuadro era para verlo. Definitivamente iba llegando la hora de acostarse. Lástima que Marcus no lo viera aún con tanta claridad, imbuido por los efectos de su piedra y la del resto, y estaba ya secándose las lágrimas de emoción por las palabras que su hermano le estaba dedicando a Alice... y fue mientras se secaba la última cuando se planteó qué hacía llorando, incluso frunció el ceño con extrañeza. La risilla de Darren le hizo intuir que al chico se le estaba pasando el efecto, y al mirar a Alice... Bueno, al ver, él siempre la veía guapa, pero ese arrebatamiento que sentía que iba a matarle de minutos antes se había atenuado. Y empezaba a dejar de percibir auras. Ni era capaz, desde su distancia, de verle la diminuta espinilla de la mejilla a Lex que antes había visto como si le ocupara media cara. Parpadeó fuertemente. — Uff... — Alzó las manos. — Mira, yo nunca reniego del conocimiento, y notar que de repente era como si supiera curar todos los males que os afectan ha estado bien... pero me iba a volver loco con las auras. Espero no haber dicho ninguna tontería. — Casi nada, cuñadito. — Dijo Darren entre risas. Marcus le miró con una ceja arqueada. — No me tire de la lengua, Lord Byron. — Se burló. — Ey, ey... — Interrumpió Lex con muchísima suavidad. — Sé que vais desde el cariño... pero... no os... — Y empezó poco a poco a pararse, y a mirar a un punto indefinido con la misma cara de extrañeza que hubiera tenido minutos antes. Como si acabara de darse cuenta de que tenía dos brazos y que estos estaban extendidos en dirección a los demás, los bajó bruscamente. — ¿¿Me he convertido en un puto predicador o cómo va esto?? — Veo que estamos volviendo a la normalidad. — Concluyó.

A Lex el efecto aún le iba y le venía por haber sido el último en comerse su piedra, por lo que Darren no quiso perder más tiempo y se lo llevó. Marcus soltó una risilla. — Oh, el tuyo por ser primera ya se ha pasado, chica sexy... Oh, espera: tú siempre eres una chica sexy. — Bromeó y se dejó llevar por su novia al dormitorio. Cerraron y se quedaron a oscuras. — Ni que yo necesitara de ningún cuarzo rosa para quererte con locura... — Y justo Alice empezó a decir lo que él llevaba todo el día teniendo en mente. Sonrió con ternura, mirándola embobado, aunque apenas la viera por la ausencia de luz. — Un año... La mejor noche de mi vida. Y cómo han cambiado las cosas. — Soltó aire por la boca, acariciando su mejilla. — Y el miedo que tenía de no poder volver a estar así nunca... Qué idiota. — Pero empezaban a sobrar las palabras tanto como la ropa que se iban quitando, y ya todo lo que tuvieran que decirse era mejor hacerlo como aquella noche: besándose y acariciándose. Se dejó sentar, echó un vistazo a su cielo, sintiendo que le inundaba una felicidad incalculable, y la miró, escuchando sus palabras. — Somos el Todo. — Susurró. Se acercó a sus labios y, sin besarlos, añadió. — Mi luna... eres lo mejor que me ha pasado en la vida. — Rozó su nariz. — No dejemos de revivir esta noche. Cada año. Cada Navidad. Prométemelo. — Y ya sí, se dejó llevar por sus besos. Les esperaban unas Navidades... distintas, como mínimo. Pero aquello, ellos dos, su cielo estrellado y esos momentos, serían inmutables. Y eternos.

Notes:

¡Y llegaron las Navidades! Está claro que van a ser diferentes, pero queríamos honrar las promesas de nuestros niños respecto a la feria y que echaran un día en ese sitio tan mágico. ¿Con qué os habéis reído más? ¿Con los preadolescentes haciendo cositas de su edad o con las reacciones a las piedras alquímicas? ¡Os leemos por aquí, disfrutando de capítulos que nos calientan el corazoncito!

Los miércoles 19 y 26 estos chicos se toman un lapso vacacional, ¡pero volveremos con unas Navidades que ni os imagináis!

Chapter 60: There's a little magic in all of us

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THERE’S A LITTLE MAGIC IN ALL OF US

(22 de diciembre de 2002)

 

MARCUS

Se había levantado temprano para aprovechar la mañana antes de viajar de vuelta a Ballyknow y había ido a la parte muggle de la ciudad a por el regalo de su abuela, ya que en Irlanda iba a tener pocas opciones de que no se enterara de lo que fuera a comprar. Llevaba diciendo que le intrigaban mucho “esas cosas que usaban los muggles para cocinar” desde que conoció a la abuela de Darren y se metieron juntas en una cocina. Menudo peligro de dúo. La cuestión es que había estado investigando y ahí iba, con la lista de aparatajes muggles de cocina en las manos, observando los escaparates con cara de confusión total. Vaya, tenía que haberse ido con Alice, ella era más espabilada para esas cosas, y todo por esa ansia de dar una sorpresa a todo el mundo y que nadie, solo él, supiera semejante epopeya que estaba realizando adentrándose en territorio muggle para comprarle un regalo a su abuela.

No le convencía la tienda esa, así que, con expresión pensativa, fue caminando por la calle, con la vista aún en el escaparate, con intención de dirigirse a la siguiente. — ¡¡AY!! ¡Si es que lo sabía, vaya! — Le gritó alguien que, de hecho, salía de la tienda. Dio un sobresalto por la impresión, y para su sorpresa, la chica se acercó rápidamente a él. Casi da pasos hacia atrás, pero venía con una sonrisa de oreja a oreja y los ojos tan abiertos que le ocupaban toda la cara. — ¡No os parecéis en naaaaada! O sea, sí, bueno, un poquito, en lo alto y eso. Pero ¡¡ay por favor!! — ¿Por qué cada vez gritaba más? ¿Y por qué le hablaba como si fuera un famoso? Miró a los lados, con la esperanza de que fuera a otro. Pero no, era a él. Y lo peor es que hablaba a tal velocidad que ni siquiera podía interrumpirla para sugerirle que quizás le estuviera confundiendo con otra persona.

— Es que te he visto y he dicho, es seguro, vamos, ¡¡ay!! Qué ganas tenía de conocerte, pero vamos, que no te pareces nada nada a él, o sea, te pareces a tu padre. ¡Buah, te pareces a tu padre un montón! Uy, y a tu madre, así todo alto y elegante. Por cierto, qué guapo eres. — Le dedicó una sonrisita. No se estaba enterando de nada, debía tener una cara de tonto importante en ese momento... Aunque el piropo le sacó una sonrisilla medio tímida medio chulesca, porque, en fin. Era Marcus. Y era un halago. — Si supieras lo que mi Lex habla de ti. — ¿¿“Mi Lex”?? Eso ya sí que le descolocó del todo, aunque al menos ya encontraba un punto de conexión con esa chica. Si no fuera porque dudaba que Lex fuera el “mi” de nadie, demasiado que lo era de Darren, menos aún de una chica aparentemente muggle que tendría… ¿Cuánto? ¿Catorce años? La miró de arriba abajo, y entonces ella, que no paraba de parlotear, dio la clave. — ¡¡Y tu abuela es monísima!! ¡Dime que vienes a comprarle algo de cocina! — Ya está. Ya sabía quién era. La señaló, con expresión de haber caído por fin en la solución del enigma. — ¡Ooooh tú eres la hermana de Darren! — La chica dio un saltito en el sitio y varios aplausitos. — ¡¡Sí!! Ay, perdona, no te lo he dicho. — Bueno, no te preocupes, os parecéis much… — Es que claro, te he visto y he dicho, es Marcus, vamos, fijo que es Marcus, es que Lex habla un montón de ti, y mi hermano, jo, ¿echas de menos al tuyo? Yo echaba un montón de menos al mío, menos mal que ya ha salido del internado ese. A ver, el colegio vuestro, o sea, que genial, que cómo mola que haga magia, pero pasaba mil de tiempo fuera ¿sabes? Pero ha venido con novio, que ha sido como, ¡ay qué guay! Otro miembro en la familia, y además me cae suuuuperbién, o sea, es así como seriecillo y eso, pero le gustó un montón mi MP3 ¿sabes? ¡Ay, qué risa, la cara que puso! Uy, ¿tú haces eso de la mente también? — No, no… — Dijo Marcus entre risas, considerablemente sobrepasado. La chica se rio. — ¡Menos mal! Es raro ¿verdad? O sea, no Lex, Lex es genial, es que me encanta, nos llevamos superbién, ¿lo has visto volando en escoba? Claro, claro que lo has visto, ¡ja, qué tonta! Es que claro como yo no estoy en vuestras cosas. Pero me llevaron un día a un campo y… —

Se apoyó en el escaparate, porque se iba a desmayar. Qué manera de hablar y qué velocidad, y con todo y con eso lo más sorprendente era cómo hablaba de Lex. En la vida se hubiera imaginado a su hermano congeniando tan bien con alguien tan parlanchín, si es que ni respiraba. Se había ensoñado un poco y perdido el hilo de la conversación, hasta que la chica dio una palmada. — ¡¡Ay!! ¡Que no me he presentado! ¡Soy Eli! — Marcus rio un poco, y fue a decir “sí, me lo dijo Darren”, porque ya el “yo soy Marcus” después de que ella le reconociera a él iba a quedar un poco ridículo. No hubo opción. — No le digas a mis padres que he dicho Eli directamente, dicen que mi nombre entero es más bonito, pero es que jo, nadie lo sabe pronunciar. Me llamo Elizabetta ¿sabes? Es precioso ¿no? Es que mi abuelo era italiano, y claro, me lo pusieron para honrar a la abuela de papá, porque mi abuelo la quería un montón, y siempre estaba diciéndome que yo era igual que ella, aunque lo conocí poquito, pobre, se murió cuando yo era niña, pero al menos me llamo como su madre. ¿A que es bonito? — A la madre de su abuelo no sabía si se parecía, pero indudablemente venía de la rama genética de su abuela. Marcus, que presumía de cerebro privilegiado, estaba teniendo serias dificultade para seguirle el ritmo. — Pero vamos, que puedes llamarme Eli, y si mis padres te preguntan, Elisabeth, que eso aquí lo pronuncia todo el mundo, y en verdad es lo mismo, Elizabetta, Elisabeth, es igual. ¡Puf! Qué rabia me da cuando los profesores me llaman “Elisabeth” ¿no? ¿Verdad? Es superfeo que te cambien el nombre, pero bueno, ya está, yo me presento como Eli y acabamos antes. — Hizo amago de estirar la mano para hacer la presentación formal que no había tenido la opción de hacer antes de tragarse semejante discurso, pero la chica se lanzó a abrazarle. Se quedó como un perchero, y esta siguió hablando mientras le apretujaba. — Ay, qué bonito es esto. Estaba segura de que me ibas a caer superbién. — Y yo estoy seguro de que hubieras entrado en Hufflepuff. Esa chica superaba a Darren con creces, que ya era decir.

Se separó y suspiró. — ¿Necesitas ayuda con el regalito de tu abuela? Yo estoy libre, no tengo exámenes ni nada… Bueno, tengo uno, pero ya me lo sé. Bueno, no es que me lo sepa, es que es de mates. ¿Cómo se te dan a ti las mates? — Marcus ladeó la cabeza. — Bueno, mi padre es aritmántico, algo habré heredado. — Bromeó entre risas, pero la chica se quedó mirándole con la sonrisilla congelada y los ojos muy abiertos. Hizo un gesto de la mano. — Bien, se me dan bien. — ¡Uy! Pues si me pudieras ayudar con Ruffini, porque mi hermano está perdidito. — Marcus asintió lentamente. Aún estaba intentando procesar si lo que estaba pasando era real. — Y yo te ayudo con el regalito para tu abuela. ¿Qué te parece? — Entrecerró los ojos y frunció una muequecita sonriente. — Que me va a venir muy bien, Elizabetta. — ¡¡Yay!! — Celebró ella, riéndose, y directamente le cogió de la mano y empezó a arrastrarle. — ¡Pues vente! Que en esta tienda no hay nada, yo te llevo a otra que vas a flipar, o sea pero a flipar muy fuerte, y tu abuela va a ser como, wow, flipando aún más fuerte. — Siguió parloteando, y allá que fue Marcus, arrastrado por una chica muggle de catorce años por mitad de la calle. Definitivamente tenía que haber venido con Alice.

Notes:

¿No teníais así un gusanillo por saber cómo era la hermana de Darren? En esta casa adoramos a Eli, aunque un ratito solo, porque si es difícil de escuchar, imaginaos describir semejante discurso, tiene a quién salir. Contadnos qué os ha parecido la nueva Millestone y qué creéis que Marcus le ha comprado a toda la familia en territorio muggle. ¡Qué ganas de Navidad!

Chapter 61: Welcome Mr.Lacey-O'Donnell

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WELCOME MR. LACEY-O’DONNELL

(22 de diciembre de 2002)

 

ALICE

Cuando se metió a la cama con Marcus la noche anterior, su plan era repetir la Nochebuena del año anterior, con la salvedad de no tener que escaparse por la ventana, y poder dormir tranquilamente, desnudos y abrazados bajo las sábanas, sin Lex despertándoles a golpes por la pared. No fue exactamente así. Se removió entre las sábanas e hizo un quejidito. No había Marcus, ella notaba cuando había Marcus. El viento rugía fuera. Si hacía mal día en Inglaterra, en Irlanda no lo quería ni pensar. Ay, ¿pero por qué su novio había tenido que irse? Ah, pero… quizá había ido a hacerle el desayuno. Oh, y quizá… Darren y Lex aún dormían. Se incorporó y miró en su bolsa de viaje. Ah sí, sí se había traído una bata, perfecto. Se puso la ropa interior y se plantó la bata encima. Si Marcus estaba en la cocina, se acercaría y le daría… una sorpresita. Vaya planazo.

No era tal cosa. Según salió por la puerta de la habitación, vio que la puerta de Lex estaba abierta también, y estaba a punto de darse la vuelta a vestirse un poco más, cuando oyó. — CUUUUUUÑADITAAAAAAAAA. — Iba a pedir un segundo, pero Darren tenía los ojos rojos y sonaba triste. — TENGO QUE IRME. — Y subió el trecho de escaleras y la abrazó. Bueno, pues nada. — Ay, Darren, pero si nos vemos en tres días. — ¡Pero qué tres días, cuñada! Algún día… Algún día la vida será distinta, cuñadita, y podremos celebrarlo todo todos juntos. — Alice palmeó la espalda de su amigo, creo que no has valorado cuánta gente puede llegar a ser ese “todos juntos”. — Tienes que bajar a consolar a Lex, yo no puedo dejarlo solo así. — Ordenó el chico, tirando de su mano escaleras abajo, mientras ella hacía lo que podía para sujetarse la bata y que no hubiera fugas. — ¿Cómo que solo? ¿Y Marcus? —

Ciertamente, ni su novio estaba por ahí, ni Lex tenía cara de poder quedarse solo, aunque nada de llorar ni demostrarlo, faltaría más. — ¡LEXITO, MI AMOR! Pasará volando, ya verás. Alice se queda aquí contigo, y por favor, mi vida, mi serpientilla, ten paciencia, disfruta porque tener una familia grande es magnífico… Y si te sientes solo, tú piensas en lo de ayer al mediodía de… — ¡Vale! Voy a hacer el desayuno. — Anunció más alto de la cuenta, antes de meterse a la cocina. Mientras iba hechizando cosas y se ponía a cortar y emplatar, percibiendo el gustoso aroma del café, el pan tostado, los huevos y todo, aprovechó que aquellos seguían distraídos para tomarse la poción, visto que ya no iba a tener más oportunidades de aplazarlo. De aquí a varios días, si contaba con todo lo que se venía en Irlanda. Nada, pues ni eso podía hacer, porque aún la estaba terminando (ya se había aprendido donde estaban ciertas hierbas en casa de los O’Donnell) cuando volvió a ser arrollada por el tren Darren. — ¡CUÑADITA! ¡ADIÓS! ¡FELIZ NAVIDAD! ¡CUIDA DE MI LEXITO PORFAPORFI! — Volvió a palmear a su amigo. — Claro que sí. Venga, feliz Navidad, cuñadito, que disfrutes de tus días en familia y tus regalos. — ¡OS QUIERO! ¡TE AMO, LEX! ¡TE AMO! — Y dejando otro beso en los labios de Lex, se fue por la puerta.

A decir verdad, Lex le daba penita, tan grandón, dejándose caer en la silla, con la mirada perdida. Para animarle, como con él el cariño físico no iba mucho, le puso por delante un plato con el desayuno y el café. Eso le hizo mirarla parpadeando. — Hala. Yo que me iba a comer una barrita de cereales. — Alice resopló y se puso un plato para ella, dejando de sobra para Marcus, estuviera donde estuviese, y se tomó por fin la poción. — Vaya birria son esas barritas. Los deportistas necesitáis proteínas, de ahí los huevos, hidratos que se liberen durante el día, véase, las tostadas, y grasa de la buena, la vegetal, que la coges con el aguacate. Lo del bacon es porque a tu hermano le encanta y no engordáis ni un gramo de más. — Terminó riendo mientras bebía el café. Lex sonrió y empezó a comer. — Es como si siempre supieras lo que hace falta. — Ella le dedicó una sonrisa y rio un poco. — Créeme, lo hago un poco todo sobre la marcha. — Ya, no estás ni vestida, pero ya paso de remarcar cosas que no quiero ver ni hablar. — Ella se apretó más la bata (con escaso resultado, porque más no se podía apretar). — Creía que… — Ya, ya, yo tampoco sé dónde ha ido, pero será alguna caballerosidad, o algo grande con los regalos… — Paró para comer, pero, de nuevo, se quedó mirando a la nada. — Mi hermano y tú os movéis por la vida… como si fuera el camino más recto y fácil de escoger del mundo. — Alice le miró con cariño pero un poquito de condescendencia. — Tú también. ¿Qué crees que acabas de hacer despidiéndote de Darren? — Lex rio secamente, antes de dar un largo trago a la taza. — Cagarla. Él todo emocionado y desbordado y yo que no soy capaz ni de soltar una lágrima por triste que esté. — Pues precisamente, Lex. ¿Qué crees que necesitaba Darren? ¿Más llantos? No. Necesitaba un novio sereno pero cariñoso, exactamente lo que tú le has dado. — Le palmeó la mano. — Date cuenta de lo que haces, es mucho más de lo que crees. — Lex le sonrió. — Dylan tiene razón, como hermana mayor eres insuperable. — Ella rio y se frotó la cara. — Pues menos mal, porque del tuyo de verdad no sabemos nada… Y créeme, más nos vale que lleguemos antes que los Lacey, al menos para que puedas aclimatarte al pueblo antes de que… — Hizo un gesto con la mano. — …Irlanda te invada. —

 

MARCUS

Miró el reloj, acelerando el paso hasta el punto de aparición. Iba sudando a pesar de estar en pleno diciembre. Al girar la esquina, se lo topó de bruces. Y, al igual que le pasó con su hermana, no pudo huir de él. — AAAAAAAAY CUÑADITO. — Darren le estrujó en un abrazo. — ¡¡CREÍA QUE NO IBA A DESPEDIRME DE TI!! — Nos vamos a ver el día veintiséis, Darren. — Para su sorpresa, el chico se separó y le dio un indignado (aunque no muy brusco) empujó en el hombro. — ¡¡No seas insensible!! ¡No te pega nada! — Marcus le miró con las cejas arqueadas. Ahora me dirás que Lex da mejores respuestas que esta y mira cómo le lloras. — ¿Has venido a mi casa expresamente a despedirme? ¡Qué detalle! Aunque te podías haber ido directamente a la tuya... En verdad, podías haberte quedado en la tuya... Espera, ¿por qué has salido, de hecho? — Le estaba mirando con cara de circunstancias, esperando a que terminara para meter baza. Elizabetta había acabado por completo con su paciencia de oír a alguien hablando sin descanso, y le esperaba un día muy largo. Menos mal que siempre podría contar con los infinitos silencios de Lex. — Es una sorpresa que confío en que no desveles casi por imposibilidad de aquí a pasado mañana. Quería comprarle a mi abuela algo en de cocina en la zona muggle de la ciudad. — ¡Qué guay! ¿Y has venido a preguntarle opinión a mi abuela? — ¿Crees que estaría saliendo de la casa ahora de ser así? Se pierde el viaje, vamos. — No exactamente. Pero he tenido el placer de conocer a tu hermana. — ¡No me digas! Mi hermana es encantadora. Un poco charlatancilla... Supongo que te habrá entretenido. — No, qué va, pensó irónico. Agradecía no tener a Lex por allí para que le dijera que se le oía pensar a gritos. — Me ha ayudado bastante con el regalo, así que lo mínimo que podía hacer era acompañarla a casa. Claro que no había contado con venir andando... — Claro, es que la zona comercial está muy cerquita. — No cuando tienes tanta prisa, volvió a pensar. — Discúlpame con tu familia por no entrar a saludar. Tu hermana ha insistido, pero es que tenemos el viaje, ya sabes. — ¡Claro! Si ha sido caballerosísimo por tu parte traerla, seguro que están hablando en casa de ello. — Si Darren supiera que la primera oferta era ayudarla con los deberes de matemáticas... definitivamente y en las circunstancias del día, había salido ganando.

La conversación había aliviado el nivel de drama de su cuñado, que se reanudó cuando dijo que se tenía que ir, pero finalmente consiguió aparecerse en su casa. Iba tardísimo, Alice y su hermano ya iban a estar despiertos, cuando su intención era salir y volver antes de que se despertaran. Soltó aire por la boca, cerrando los ojos. Bueno, ya estaba en casa, y realmente aún faltaban un par de horas para irse. Iba peor de tiempo de lo que querría, pero mejor de lo que pensaba. Ya con el pecho un poco más liberado de estrés, avanzó feliz hacia la casa y abrió la puerta lentamente, asomando solo la cabeza. Miró a los lados. — ¿Holaaaa? — Preguntó cantarín. — Vale, necesito que todos los habitantes de esta casa se escondan. — Entró aún prudente, mirando que nadie hubiera, y cerrando a hurtadillas mientras decía. — Un elfo de la Navidad necesita unos minutos para... — Venga ya, pesado, ¿no ves que no estamos? — Rodó los ojos. — Alice, a ver si le puedes curar el mal de amores a este. — Que ya he estado yo con el otro. Prefería no decir eso para no delatar su posición. Subió rápidamente a su habitación y guardó en su baúl los regalos, por supuesto reducidos en un saco, y con un hechizo protector en el compartimento para que nadie lo abriera queriendo o sin querer.

Bajó con un trotecillo feliz las escaleras. Alice y Lex estaban en la cocina. — Hol...aaa... — Vaya, Alice iba... bastante ligera. Se le puso una sonrisa muy boba. — Me voy. — Desagradable. — Chistó Marcus a Lex, que ya se estaba levantando para salir. — Encima que vengo a desayunar en familia. — ¿Me vas a decir que te has ido sin desayunar? — Marcus alzó un índice. — Me he tomado un zumo. — Hizo una pausa. — Y unas nueces. Dentro de un yogurt. No se debe salir de casa con el estómago vacío. — Dirigió los ojos al lugar del que salían los inconfundibles aromas. Aspiró exageradamente y, cerrando los ojos, emitió un prolongado sonido de deleite. — ¡Qué rico! ¿Puedo? ¿Es para mí? — Se acercó a Alice y, rodeando su cintura, dejó un besito en su mejilla. — Mi amor, quería ir y volver antes de que te levantaras, pero me ha surgido un contratiempo que me ha entretenido. Cuando pase Navidad, te lo cuento, que no quiero dar pistas. — Se echó la comida en su plato y, dirección a la mesa en la que iba a sentarse a comer, dijo. — Y menos mal que no he salido con el estómago vacío, me he hinchado de andar. ¡Qué hambre! —

 

ALICE

Se echó otra taza de café y le cedió a Lex su segunda tostada, mirando impaciente el reloj, cuando Marcus hizo su entrada. Al final Lex tenía razón y tenía algo que ver con los regalos de Navidad. — Dale, que no miramos. — El que miró fue él cuando llegó. Sí, ya hablaremos de esto, pensó con un suspiro. — ¿Y qué te crees que he estado haciendo hasta que has llegado? — Respondió a lo del mal de amores. — Oye, que yo no he llorado. — Si te llego a ver llorar, te aparezco en San Mungo, pero creía que habíamos establecido que todas las demostraciones de sentimientos son válidas. — Dijo como si explicara algo a un corrillo de niños pequeños. Sonrió sin poder evitarlo a Marcus cuando le dio un beso y cogió el desayuno. — Pues claro, para mis chicos O’Donnell, el deportista y el glotoncillo. Pero no te hartes, que te recuerdo que volvemos a Ballyknow, y se vienen las Navidades… — Suspiró y volvió a mirar el reloj. — Voy a arreglarme y a poner esta casa en solfa para cerrarla. Os quiero como los dos adultos que sois en dos horas en la puerta y sin aspavientos. —

Obviamente, alguna parte de eso no se iba a cumplir, estaba claro, y fue la de los aspavientos, porque ningún O'Donnell se atrevería a ofender a Emma con impuntualidad. Entre las peleas por los baños (eran tres y había dos baños, pero seguían siendo insuficientes), recoger todo, y las dudas existenciales de sus O’Donnell, Alice se vio como una quaffle entre el salón y la cocina, con Marcus haciendo preguntas a berridos (influencia de Ballyknow sin duda) desde su cuarto sobre qué cosas o libros de allí podría llevarse a Irlanda, y a Lex detrás de ella con varias camisas, jerseys y chaquetas levitando. — ¿Pero entonces las ves bien o no? ¡Es que no sé cómo se arregla esa gente! Son mi familia, pero mi familia, la mía, la de aquí, se ponen de punta en blanco por cualquier gilipollez… — Frenó en seco y todas las cosas que levitaban, amén de Lex, se bambolearon sobresaltadas, organizando un lío de ropa, trapos que esperaban órdenes y la caja de las piedras alquímica. — Lex, ¿ahora esto a qué viene? De verdad, ¿tan difícil es ver que estoy ocupada? — ¡HA SIDO MARCUS! Es por cómo ha mirado mis camisas. — Ni se paró a oír la queja del otro. Levantó las manos y dirigió con hechizos a todo lo que la iba siguiendo. — Esto también es crecer. Y acostúmbrate a hacer maletas que en menos de un año vas a estar viajando MUCHO. Os doy media hora para estar abajo, con todo listo y comportándoos como los buenos e inteligentes hermanos que sois. —

La aparente calma que logró con su intervención, duró lo que tardaron en llegar a la aduana de Dublín. ¿De dónde, en nombre de todos los dragones, salía tantísima gente? El jaleo era terrible, y avanzar tan cargados como iban era un suplicio. Encima, los leprechaun estaban cantando más que en toda su vida villancicos a todo pulmón y era casi imposible enterarse de lo que iban diciendo. Tranquilo, esto es la capital, pero la aduana de Galway será mucho más pacífica, le dijo mentalmente a Lex. No sabía ella lo que estaba prometiendo.

A Alice le daba la sensación de que las personas estaban montadas unas encima de otras en aquella aduana tan minúscula. Se abrió el abrigo y se quitó la bufanda. — Por Merlín, yo con esto no había contado. — Cuando Molly hablaba de cuánta gente se fue de Irlanda… No es que no la creyera, pero no tenía en mente aquellas familias enteras. Y eso la agobiaba, sí, pero en cuanto ponías el oído o te fijabas en las caras… veías pura emoción por llegar, ojos llorosos llenos de sentimientos… Apretó suavemente la mano de Marcus y le sonrió. Era bonito sentir que ellos también llegaban, al menos, a una de sus casas. Y entonces, se les acercó una patrulla de tres hombres que claramente eran aurores de aduanas. — Buenos días, señores, señorita. Nuestro detector de hechizos ocultadores ha dado positivo en uno de sus baúles. — Alice parpadeó. — ¿Los nuestros? — Uno de los aurores vertió un polvillo en el aire, irisado, que viajó solo hacia el baúl de Marcus. — Pasen por aquí conmigo para identificación. — La parte buena es que parecía que se los llevaban de la cola.

La aduana de Galway era tan pequeña que, realmente, les llevaron muy cerca de la salida. Y al principio lo agradeció, pero ahora le preocupaba otra cosa… — Me dejan las varitas para identificación, si son tan amables… — ¡MIS NIÑOS! ¿PERO QUÉ HACEN AHÍ? — Eso era lo que le preocupaba. — Hostia, la abuela, cómo corre. — Efectivamente, con sus pasitos cortos pero siempre eficaces, apareció Molly, aferrando bien fuerte su bolso, y detrás, con la cara descompuesta, Arnold con el pequeño Pod al lado. — ¡Mamá, espera! — ¡Oiga! ¡QUE ESOS SON MIS NIETOS! — Su varita, señor O’Donnell. — Dijo devolviéndosela a Lex. — ¿Yo me puedo ir? — Alice le miró con cara de “pero no nos dejes aquí vendidos”. — Señorita Gallia, señor O’Donnell, aquí aparecen ustedes como miembros del cuerpo nacional de alquimistas, ¿transportan algún material peligroso? Si es así es mejor que lo declaren ahora. — Alice miró a Marcus. ¿Pero qué has comprado esta mañana? Se preguntó mentalmente, intentando imaginarlo. — Arnie, ¿van a detener a los primos? — No, no, Pod, tranquilo. — No me parece nada apropiado detenerlos antes de que puedan reunirse con su familia en Navidad, la verdad. — Lex miró a Alice y susurró. — ¿Habéis tenido un hijo en Irlanda y no me habéis avisado? ¿Es uno de los regalos de mi hermano? — Mira, déjate de pitorreo ahora, eh… — Cortó ella bien rápido, porque Molly ya estaba estirándose por encima de la cinta para llamar la atención del funcionario. — ¡Oiga! ¡Que es Navidad y ese es mi nieto! ¡Y mi marido es el alquimista O’Donnell! ¿ME OYE? —

 

MARCUS

Alice lo veía muy sencillo, pero es que no lo era tanto. Era MUY DIFÍCIL decidir qué llevarse y qué no, y por mucho hechizo de extensión y de peso reducido que llevara en el baúl, se estaba viendo ya demasiado cargado. Las preguntas, no obstante, no eran bien recibidas. Mandaba narices que los dos que se habían levantado y desayunado tranquilitos en casa estuvieran más crispados que él, que ya solo con lo que llevaba de día estaba para acostarse. Se limitó a resoplar (sus acompañantes no lo consideraron límite alguno, si lo llega a saber se queja a viva voz... También se quejó, pero menos de lo que querría, sin duda) hasta que por fin emprendieron camino a las aduanas. Y desde luego que no se vio venir lo que encontró en la aduana de Dublín. — Empiezo a entender por qué no nos reunimos más en Navidades. ¿Mi madre se ha enfrentado también a esta locura? — La cara de Lex era de absoluto pánico, y la de Alice de, indudablemente y como él, no habérselo visto venir. Salieron como pudieron y confiaron en estar mucho más tranquilos en cuanto a muchedumbre en la de Galway. Porque, desde luego, como hubiera la misma gente que allí, aquello iba a ser el infierno, porque esa aduana, si bien menos escandalosa en cuanto a lo festivo, era bastante más pequeña y antigua.

— ¿Más tranquila, decías? — Le reprochó Lex a Alice, y Marcus intuyó que debió pensar lo mismo que él, porque no la había oído decir tal cosa. Resopló con cierto agobio, frotándose la cara. — Vale, al menos nos sabemos el camino. — Quiso tranquilizar al mismo tiempo a sus acompañantes y a sí mismo. Pero entonces, Alice apretó su mano y... supo leer perfectamente su sonrisa. Se le escapó una suspirada a él también. — Volvemos a casa. Todos juntos. — Susurró, y se dejó embargar por la emoción, desconectar del agobio de la multitud y conectar con el hecho de estar allí con su hermano, por fin, con Alice de la mano, a punto de reunirse con sus padres y sus abuelos, con su gran familia irlandesa y, sobre todo, con su gran familia americana, esa que tanto les había ayudado. De celebrar su época favorita del año, todos juntos, en un evento que jamás había vivido. Que en breves vería a su tía Erin, feliz con Violet, como siempre debió serlo. Que en unos días, Dylan y Darren estarían allí también, siendo parte de esa gran familia. Y eso era precioso.

Se interrumpió abruptamente ese bonito momento, justo cuando estaban a punto de cruzar la aduana, y ya intentaba buscar con la mirada a sus familiares. La intervención de los guardas le pilló tan desubicado que seguía sonriendo, con la absoluta tranquilidad de quien no tiene nada que ocultar. — Buenos días. — Saludó con gratitud, con la certeza de que esos guardas tan amables les estaban dando una calurosa bienvenida a Galway. El embrujo de la emoción le estaba haciendo percibir la realidad de otra forma, claramente. Porque estuvo a punto de decir "ah, sí, es mi baúl" con total naturalidad, de hecho, el polvillo le señaló directamente, cuando les condujeron a otro sitio. Y, por las expresiones de seriedad, la realidad paralela y utópica se partió como un cristal contra el suelo. — Em... Claro, por supuesto. — Respondió más asustado, mirando a los otros dos. ¿Pero qué?

— Sí, sí que es mi baúl, llevo un hechizo de ocultación. — Comentó mientras se les redirigía, pero no parecían estar atendiéndole. — Pero es un hechizo normal ¿no? Solo llevo mi equipaje. — Insistió, con la inocencia de un niño de diez años. No se dirigieron a ellos hasta llegar a la zona acordada. Estaba en proceso de sacar su varita del bolsillo y entregarla cuando oyó los gritos de su abuela, y ahí sí que miró a Lex con pánico. Ya iba Molly O'Donnell corriendo dispuesta a darle de bolsazos al guardia si era necesario por que les dejaran en paz. Intentó hacer un gesto en la distancia para tranquilizarla, pero el guardia seguía dándoles instrucciones, y con los nervios no tenía la atención dividida en horas fuertes que digamos. Negó con la cabeza. Encima notaba la mirada inquisitiva de Alice encima. Claro, tanto misterio con su salida matutina... — Nada, señor. Mire. — Sin ningún problema, abrió el compartimento del baúl en el que llevaba el instrumental alquímico. — Esto es todo lo relacionado con nuestra profesión que llevamos. — El hombre, inexpresivo, le miró. — Ese no es el compartimento que señalan nuestros detectores, señor O'Donnell. Por favor, hagámoslo más fácil y no perdamos el tiempo. — Marcus se tensó, se mojó los labios y miró de reojo a Alice y Lex. Afortunadamente, estaban mirando con pánico la posible intervención de su abuela, que ya andaba increpando a otro guardia. Sí que se le podían poner peor las cosas.

— Oiga. — Dijo al hombre, acercándose y bajando el tono. — No llevo nada peligroso... solo que... no me gustaría que... — Señaló con la cabeza a los demás. La cara de aburrimiento del guardia se intensificaba. — Son regalos de Navidad. — Ahí, al hombre, aparte del aburrimiento, se le dibujó una expresión de "no me pagan lo suficiente por este trabajo" que casi hizo sentir mal a Marcus. — Abra el compartimento, por favor. — Podría... Si fuera posible que... — El hombre suspiró y miró a Alice y a Lex. — Señor O'Donnell, señorita Gallia, pued... — ¡¡EXIJO HABLAR CON MI NIETO QUE ES ALQUIMISTA Y NO HA HECHO NADA MALO!! — ¡Por favor, señora! — Habló el guardia, alzando la voz para que Molly le oyera en la distancia. Empezaban a llamar la atención de media aduana, con la de gente que había. Marcus se estaba ya tapando la cara con las manos de la vergüenza. — No le va a pasar nada a su nieto si hace lo que tiene que hacer. Tranquilícese. — Molly hizo todo lo contrario a tranquilizarse y siguió bramando, teniendo que acudir Arnold a acallarla, mientras Pod miraba la escena con cara de estar incorporando un trauma a su historia de vida. El hombre hizo un gesto al compañero que estaba con la abuela para que se encargara y volvió a dirigirse a Alice y Lex. — Si no les importa, esperen ahí a un lado. No se vayan muy lejos que no hemos terminado. — Y los chicos obedecieron. Marcus les dio estratégicamente la espalda para tapar el baúl, mientras el hombre le miraba con cara de "a ver si con esto consideras que puedes abrir ya el dichoso compartimento secreto". Lo de escuchar a su abuela bramando no le daba la tranquilidad de no estar mirando. — Es que... ¿sabe si mi abuela está mirando? El regalo es un poco grande y no querría romper la sorpresa. — Señor O'Donnell, sorpresa va a ser que acabe usted en una celda por no querer enseñarme unos regalos de Navidad. Vamos a terminar ya con esto, por favor. — Vale, no necesitaba más amenazas. Tragó saliva y se dispuso a abrir.

Efectivamente, todo lo que salieron fueron los diversos cacharros muggles que había adquirido y algún que otro regalito más. Los párpados y los hombros caídos del hombre parecían reflejar que hubiera preferido incluso un conflicto antes que ver que aquella patética situación era real. Aunque aún le quedaba una baza. — Esto no son objetos mágicos. ¿Dónde los ha conseguido, señor O'Donnell? — En una barriada muggle. Son artículos de cocina. — Se rebuscó en los bolsillos con nerviosismo y sacó un papelito. — Mire, tengo el ticket de compra. — Se lo acercó al hombre, pero este no lo cogió, solo le miraba con aburrimiento. — Es que... quería... innovar...  — Suspiró, alzó la mirada y llamó a un compañero con un gesto de la mano. Era un guardia que llevaba en segundo plano todo el tiempo, pendiente de otra cosa, pero mirándoles de reojo, y que se acercó con diligencia cuando fue llamado. — Buenos días. — Buenos días. — Respondió tenso. Tres guardias ya solo para él. Miró de reojo a su entorno. Alice y Lex empezaban a mirar por qué tardaba tanto, por lo que volvió a moverse discretamente a ver si podía tapar el baúl de la vista. Su abuela seguía gritando, su padre negociando, y en la lejanía empezaba a ver a su madre acercarse con expresión de haber esperado suficiente por una tontería, y a su abuelo con verdadera preocupación en la cara. Miró el cartel en la solapa del hombre: debajo de su nombre, ponía "departamento de contrabando de objetos muggles". Abrió mucho los ojos. ¿¿Cómo que contrabando?? — Tengo el ticket de compra. — Insistió, mirando al nuevo. Pero el otro, sin ningún pudor por su sorpresa navideña, alzaba los objetos en sus manos, sacándolos del compartimento y volviéndolos a dejar. Marcus no dejaba de frotarse la cara y el pelo.

No tardaría más de un minuto en revisarlo todo, y en coger por fin el ticket de sus manos, pero se le hizo absolutamente eterno. Pasado este tiempo, le dijo a su compañero simplemente. — Está todo en orden. — Y, sin más, se fue. El primer guardia le volvió a mirar. — Puede retirar sus cosas, señor O'Donnell. — Gracias. — Suspiró, y poco menos que hizo una reverencia como si fuera un monje japonés. En lo que cerraba de nuevo (ya sin hechizo), el guardia le ofreció su opinión no solicitada. — Le recomiendo que, para próximos viajes, señor O'Donnell, no utilice estos hechizos. Si quiere ocultar regalos, hágalo cuando esté ya en casa. Esta vez no ha pasado nada, pero podría confundirse su intención con que intenta transportar material alquímico peligroso. — Marcus le miró de reojo mientras terminaba de cerrar el baúl. Créame, si quisiera transportar material alquímico peligroso, usted no se daría cuenta, pensó, pero evidentemente no era tan tonto como para decir eso en voz alta. Se levantó. — Lo tendré en cuenta, señor. Gracias. — Y fue a reunirse con los demás. Lex le esperaba encogiéndose fuertemente de hombros y con cara de desconcierto absoluto. — ¡Qué cojones, Marcus! — ¡Nada! Una confusión sin importancia. — ¿¿Sin importancia?? ¡¡Hostia, que nos han parado en la aduana!! — ¡MI NIÑO! — Clamó su abuela, porque en el momento en que el guardia le dejó marchar, el otro que la parapetaba decidió desistir también de su empresa y Molly quedó liberada, le vio y ya iba hacia él como si acabaran de liberarle de un secuestro.

 

ALICE

Cuando dijo lo de hechizo de ocultación, Alice entornó los ojos. Solo a su novio se le ocurría pasar por una aduana con un hechizo de esos en un día en el que claramente los guardias iban a andarse con mil ojos. Y encima Marcus abriendo otros compartimentos. Se sentía sudar, y notaba las miradas de todos encima. QUE YO TAMPOCO LO SÉ, parecía decir con la cara. — Au. — Se quejó Lex. — Bueno, es que no lo sé. — Susurró ella agresivamente. Uf, ahí venían Emma y el abuelo. Y Molly gritando cada vez más, y Emma con cara de ser un miembro de la Inquisición a punto de dictar una sentencia contra el guardia con el que estaba hablando Marcus. Se apartaron en cuanto se lo mandó el hombre, y eso le permitió ponerse más cerca de la familia. — ¿Pero qué pasa, Alice? — Inquirieron Arnold y el abuelo al mismo tiempo. Ella dio un saltito hacia atrás. — Que no lo sé, de verdad, no tengo ni idea de qué lleva en el compartimento oculto. — Sentía los ojos del abuelo atravesándole. Que no, que no es una reliquia lo que hay ahí, tenía ganas de gritarle. — ¿Qué reliquia? — Dijo Lex. Ella le fulminó, pero ya estaban otra vez todos mirándola. — Que nooo que estaba pensando que ese baúl es muy viejo, que menuda reliquia, y que a poco y no tenía un hechizo de esos de otra vez y a él le ha gustado y se lo ha dejado. — Además de verdad. — Dijo Molly, antes de darle un cate a Lawrence en el brazo. — ¡Ese es de los tuyos! ¡A ver si revisas antes de dárselo a tu nieto, hombre! Mira mi pobre Marcus siendo registrado como si fuera un criminal. — ¿Un criminal? — Preguntó Pod con miedo. — No, cariño, es una exageración de tía Molly. — Le dijo ella, pasando la mano por la cinta para acariciarle la cabeza. — Ha sido un malentendido y ya está. —

Pero entonces llegó otro hombre y Emma dijo con un tono firme y un pelín oscuro. — Ese es de tráfico de objetos muggles. — ¿Tráfico? No, no, no, si Marcus ha comprado algo muggle ha sido legalísimamente. — Y para quitarle veracidad a su punto, su novio se puso a bloquear con su cuerpo el baúl. ¿PERO QUÉ HACES AHORA? Quería gritar.

Al final la cosa se resolvió y Molly ya tuvo su momento de drama bélico de abrazar a Marcus. — ¡LO TONTOS QUE SE PONEN! ¡NO HABRÁ MÁS COSAS A LAS QUE ATENDER HOY! — Lawrence suspiró de alivio y ya dijo. — Vamos, en tiempos en esta aduana se colaba de todo, y ahora por un hechizo inofensivo… — Es verdad, una vez trajimos unos perfumes de Egipto que… — ¿Trajisteis algo ilegal, tía Molly? — Preguntó Pod a voz en grito. Emma le tomó de los hombros. — Vamos, querido, tus primos querrán descansar, que menuda mañanita, preséntate como es debido y cuéntales todo lo que tienes que contarles. — El niño cayó de repente en lo que le decía Emma y se apresuró a estrechar la mano de Lex. — Encantado, primo Alexander, es un honor. Yo soy Patrick, pero como mi padre también se llama así, me puedes llamar Pod. — El chico se aguantó una risa y dijo. — Y tú a mí puedes llamarme Lex… Gracias… por el recibimiento. — Siendo Lex, era una gran cortesía. Después de él, Pod corrió a abrazarles ahora que por fin estaban fuera y tomó de una mano a cada uno. — Esta mañana, mis padres, los primos, mis hermanos y yo hemos ido a coger flores y plantas para decorar la mesa en la que vamos a comer. Y tus padres me han dejado quedarme a comer porque saben que os he echado mucho de menos. Cuando sea mayor quiero que me llevéis también a la feria. — Alice le sonrió. — Pues claro, Pod, el año que viene si quieres. —

Se aparecieron en la plaza del crucero de Ballyknowm y mientras Arnie, Molly y Pod, de forma muy entusiasta, le enseñaban a Lex las cosas, miró a Emma, que parecía un poco más relajada, y preguntó. — ¿Qué tal todo por aquí? — Su suegra sonrió y entornó los ojos. — Mucho que hacer. No sé cuántas camas hemos transmutado y embutido en distintos sitios de la casa. Siento anunciarte que habéis sufrido una degradación de rango y volvéis a dormir en un ático con mucha gente de vuestra edad pues vuestra habitación ha sido requisada para Frankie y Maeve. — Alice rio. — Creo que lo podremos soportar. — ¿Y vosotros? ¿Ha habido muchas lágrimas en general? — Preguntó Emma más bajito, probablemente para que Lex no la oyera. — Un poco, pero nada que no pudiera controlar. — ¿Y con Dylan y tu padre? — Ahí se giraron hasta los de delante, porque acababan de llegar a la casa y se habían agolpado un poco. — Pues todo bien, la verdad. Viajaban hoy también y todo estaba en orden. — Vio cómo todos aguantaban la reacción. Bueno, es que esperabais un milagro de Navidad y no lo habido, lo siento. — ¿Sabemos algo de la tata y Erin? — Oyó el suspiro de Emma y Arnie se encogió de hombros, mientras se quitaban los abrigos y se iban colocando para comer. — Ya sabes que no son muy de transmitir horarios. — Pero ¿no deberíamos ir a Dublín o por lo menos a Galway a esperarlas? — Hija, Erin sabe venir. — Dijo Molly con evidencia. No pondría yo la mano en el fuego por la mujer que se apareció en el campo de lavandas de Saint-Tropez en vez de en la casa, pensó. — Y en todo caso, tus tías han viajado por todo el mundo, ya encontrarán la forma de llegar. — No iba a incidir en el asunto, pero se veía venir que el día iba a ser largo a ese respecto, así que simplemente miró la mesa y dijo. — ¡Wow, Pod! Esta vez te has pasado, eh. — El niño se ruborizó y ella miró a Lex. Algo iba entendiendo de su cuñado y supo interpretar esa breve sonrisa tranquila que asomaba en sus labios. Sí, es el efecto hogar de Irlanda.

 

MARCUS

Como cuando un niño se pierde y sus padres por fin lo encuentran, los primeros instantes son de alivio y emoción... pero, pasado el susto, llegan las malas caras y las ganas de matar al niño perdido por tener semejantes ocurrencias. A él le estaba pasando lo mismo. No por parte de Molly, claro: como buena abuela Gryffindor, se había abanderado su causa y estaba dispuesta a morir matando por esta. Tampoco por parte de Pod, que el pobre solo quería tener a sus primos sanos y salvos por Navidad. Los demás no parecían tan convencidos.

Su abuela le abrazó y estrujó como si viniera de la guerra, y él, que presumía permanentemente de tener cero por ciento Gryffindor, se dejó acoger con gusto por el dramatismo. — Abuela, qué mal rato... — Ay, mi niño. — Uno que solo quiere dar una sorpresita por Navidad. Con el trabajo que me ha costado... — ¡Claro que sí, mi vida! ¡Lo más bonito de su abuela! — Y le llenó la cara de besos con tanta fuerza que le dolían las mejillas, pero le daba igual, porque así podía mirar con superioridad moral a todos los demás, que seguro que tenían ganas de reprocharle cosas. Emma redirigió a Pod a presentarse y Marcus le miró con ternura, riendo, pero luego miró a su madre y... sí que te helaba la sangre esa mirada. Se encogió como una tortuga. Emma afiló los ojos. Tragó saliva y, como un cangrejito, se acercó a ella. — De verdad que solo eran los regalos de Navidad. Os van a gustar. — ¿Ves preciso que un hechizo mío sea levantado en una aduana como si tú, un alquimista en sus inicios, estuvieras transportando algo peligroso, solo por unos regalos de Navidad? — Dijo con un tono bajo, duro y veloz que recordaba al de una silenciosa víbora que, sin tú siquiera saber que estaba ahí, en un pestañeo, ya te había mordido e inoculado su veneno. Tragó otra vez. — ¿...Ssssí? — Preguntó con timidez. No era la respuesta correcta y lo sabía, así que recondujo antes de que su madre le siguiera asesinando con la mirada. — Merecerá la pena. Os van a gustar, ya verás. — Esa tampoco era la respuesta correcta. — No volverá a pasar. — Aseguró con la cabeza agachada. Esa estaba un poco mejor. Menos mal que se iban ya.

Fue rescatado por el abrazo de Pod. — ¡Anda! ¡Pero si es mi primo irlandés favorito! — La cara de ilusión con la que le miró Pod merecía la zalamería absolutamente. Había hecho bien en poner la partícula "irlandés" y en especificar que hablaba de los primos varones, porque probablemente esa frase se la hubiera dicho tanto a sus primas como a alguno de los americanos. — ¿Qué me dices? ¿Que vamos a comer juntos? ¡Pero qué sorpresa de la Navidad! — Y miró cómplice a Alice, aguantando una risa. Uy, un O'Donnell metido en su casa por sorpresa, sin duda no se lo esperaba. Y como apenas iban a estar todos juntos durante los próximos días... Pero a Marcus la familia no le sobraba.

— ¿Nervioso por volver a ver a la familia de América? — Le preguntó a su abuelo, ilusionado. El hombre le miró con ojos tiernos pero cansados. — Me hace muy feliz tenernos a todos juntos. Es algo que no pensé que volvería a vivir. — Marcus chasqueó la lengua. — Qué dramático. — Se mojó los labios. Desde la discusión con su abuelo, aunque las cosas habían vuelto a su cauce, se generaban silencios incómodos que antes no había. — Lo de la aduana... era... — Ya, ya, regalos de Navidad, hijo. Te conozco de algo. — Quitó Lawrence importancia. — Y tu abuela me ha echado las culpas porque cree que es un hechizo que me he dejado en el baúl. Como si no me conociera y supiera que yo neutralizo todos los hechizos de las cosas que uso cuando dejo de usarlas. — ¡Yo también! — Dijo entusiasmado, como si fuera una coincidencia real y no algo que había aprendido de él, de hecho. Su abuelo le miró con ojos entornados. — Conozco a mi nieto. Sé que no haría nada peligroso. — Y el tono y la mirada que empleó los identificó perfectamente. Suspiró. — Ni yo me separaría nunca de tus consejos, abuelo. — Hizo una pausa y añadió de corazón. — Te lo prometo. — El hombre sonrió y le revolvió el pelo, acercándole a sí con cariño. — Tú sí que eres mi favorito de verdad, demasiado, para mi propio bien. Y digo de verdad no como tú, que se lo vas diciendo a todo el mundo. — ¡Eh! Es que mi rango de favoritismo es muy amplio. — Y se acercaron riendo a casa.

Llegaron a la puerta a lo justo para detectar la incomodidad, pero también el cambio de tema hacia el viaje de las tías, lo que hizo a Marcus reír. — Lo de que Nochebuena es el veinticuatro lo tienen controlado ¿no? — Bromeó. Pod le miró. — Mi hermana ayer lavó el peluche del unicornio para enseñárselo a la prima Erin porque tú le dijiste que le gustaban. Está deseando que venga. Dice que ya es su favorita. — Eso a Erin le va a encantar, sin duda, pensó cómico, pero viendo que Lex parecía encantado en el pueblo (a ver si seguía igual cuando se viera enterrado en familiares) ya no descartaba nada. Llevó al niño al interior de la casa conducido por los hombros y, a la primera exclamación de Alice sobre la mesa, Marcus inició su modo alabanza suprema y le hizo muchísimas fiestas. Unos minutos después, estaban todos sentados para comer.

— Bueno, mi hijo no lo va a preguntar porque es muy tímido... — Empezó Arnold, y Lex se extrañó. Pero luego se desveló que estaba haciendo una de sus clásicas bromas. — Así que lo hago yo por él: ¿cuál es el cronograma concreto programado para el día de hoy? — Ja, ja. — Respondió Marcus con burla, mientras todos reían de verdad (menos Pod, que por lo que fuera no estaba pillando la broma). Se reclinó en la silla con un pasotismo bastante fingido, dándole vueltas a la comida con el tenedor. — Que sepáis que yo soy un hombre nuevo en Irlanda, mucho más relajado, y que esta familia puede venir cuando quiera y no perturba... — Jovencito, no juegues con la comida. — Lo siento, abuela. — Y se puso recto otra vez. Los demás volvieron a reír. Ya, eso había sido otra trampa, muy graciosos. — Por lo que me dijo Maeve. — Explicó su abuela. — Iban a salir de casa a las diez de la mañana hora de Long Island. — Se oyó una especie de tos atragantada de Lawrence, y cuando Marcus miró tanto a su abuelo como a su padre, estaban escondiendo unas risillas. Emma les miraba con una ceja arqueada, pero al cabo de unos segundos debió captar el motivo, bajó la vista al plato y, elegantemente, se llevó un bocado a la boca, pero la comisura de esta estaba ligeramente alzada. — ¿Qué? ¿Qué pasa ahora? — Mi querida esposa. — Empezó Lawrence. — Tu hermano Frankie no ha sido puntual ni cuando tenía que ir de una casa a otra del pueblo con dieciocho años. — ¡Digo yo que ya estará mayorcito para haber aprendido a gestionar el tiempo! — Si no es tanto por él, es por toda la comitiva que lleva, llena de niños y... de Jason. — Ahora el que casi se ahoga fue Arnold, y a Marcus se le escapó reír también. Molly hizo un gesto de no hacer ni caso y siguió. — ¡Bueno! Que Maeve dice que van a INTENTAR, si le gusta más a los señores, salir a las diez de la mañana hora Long Island. Como bien sabéis, el viaje son unas dos horas... — Que con tanta gente y en plenas Navidades, van a ser mínimo tres. — ¡Bueno, pues tres! ¿Continúa el señor con los cálculos o puedo seguir? — La indignación de Molly era graciosísima, pero como se rieran abiertamente se veían con un plato de comida por sombrero. — Diez de la mañana, más tres horas de viaje por la aduana, serían la una de la tarde hora Long Island. Hay cinco horas de diferencia horaria con Galway, así que deduzco que llegarán a las seis de la tarde más o menos. — Arnold se limpió la boca con la servilleta, dejando ver una sonrisilla detrás, y miró a su madre con un suspiro. — Échale las siete. — O las siete y media. — O las ocho. — El teatro de Arnold y Lawrence picando a Molly era muy gracioso que ver. — Y hay que confiar en que, en algún punto de ese proceso, lleguen Erin y Violet. — Añadió Emma no sin cierto desdén, y la carcajada ya fue generalizada. — ¡Bueno, bueno! — Dijo Marcus cuando consiguió frenar las risas, mirando luego a Lex. — Lo importante es que vamos a tener tiempo de enseñarle a Lex a la familia irlandesa antes de que llegue la americana. — ¡¡Sí!! — Chilló Pod, feliz y dando un botecito en su asiento, girándose a Lex. — ¡Tienes que contarnos todo sobre quidditch! — Pidió entusiasmado, lo cual hizo que Marcus y Lex intercambiaran una mirada de ternura.

 

ALICE

La comida había empezado bien, pero tuvo que hacer un enorme esfuerzo por no reírse en toda la cara de Molly cuando dijo que iban a salir a las diez. Menos mal que no tuvo que ser ella la que le pusiera los pies en la tierra. — Abuela, tú es que no conoces a los hijos de Jason y de Shannon… — Molly, que ya venía mosqueada del pitorreíto de los otros, dejó caer las manos en la mesa. — Vaya por Dios, ahora todo el mundo conoce más de mi familia que yo misma. — Al menos su novio estuvo más rápido proponiendo ver a la familia e inflando la curiosidad de Pod, porque ella veía serios riesgos de que Molly estallara de orgullo herido al escuchar cómo su hermano siempre llegaba tarde o cómo no iba a tener ya mismo a su enorme familia allí.

Al final entre hablar de quidditch y poner al día a los padres de todo lo del curso y Hogwarts, y hacerle a Lex un esquema general familiar como el que en su día les hicieron a ellos, se les echó la hora encima y fueron para casa O’Donnell. Pasaron por delante del pabellón comunitario del pueblo y allí vieron encaramada a Siobhán, con Saoirse y Seamus pasándole cosas. — ¡Hombre! ¡Pero si ya ha llegado el inglés que faltaba! — Exclamó ella desde lo alto de la escalera. — ¿Qué hacéis ahí? — Dejar esto listo para la representación de Navidad. Creo que Nancy quería comentarte algo al respecto, Marcus. — Lex y ella tuvieron claramente que reprimir una risa. Verás, ya le estoy viendo con un sombrero verde, pensó, conteniéndose mucho. — Las decoraciones son de las que se transforman solas a partir del día veinticinco, para que cuando vengamos al banquete de San Esteban sean un poquito más especiales. — Emma la miró con una ceja alzada. — Eso es muy inteligente y original, Siobhán. — La chica enrojeció. — Gracias, Emma. Oh, y bienvenido, Lex, tu hermano habla mucho de ti. — Dijo dejando un beso en su mejilla. — ¡Anda! ¡Pero si había otro inglés! Hay que ver, Arnie, cada vez que te veo traes un hijo nuevo. — Dijo Saoirse. — No funciona así exactamente, pero estoy muy orgulloso de todos, los dos míos y mis dos hijos políticos. — Lex carraspeó, intentando integrarse. — Gracias… O sea, hola, qué bien conoceros… Eh… — Miró alrededor. — ¿Qué es lo de San Esteban? — Es un banquete que hace todo el pueblo el día veintiséis. Es muy bonito. — Contestó Pod, mientras todos iban avanzando hacia la casa de Cletus y Amelia. — Viene de las épocas de hambruna de Irlanda. Cada familia trae un plato y se forma un buen banquete donde todos pueden comer. Es espíritu irlandés puro y duro. — Explicó, alegre, Siobhán. Se la veía más contenta que de costumbre. — Una vez de bebé casi me comen a mí porque me pusieron en una bandeja. — Aportó Seamus. — ¡No mientas! Eso es una broma que te hace siempre el primo Andrew y tú te la crees sin más y la usas porque crees que hace gracia. — Le recriminó Pod, antes de mirar a Lex. — Te pido disculpas en nombre de mi hermano pequeño, nunca distingue cuándo es pertinente una broma y cuándo no. — Es que para ti no lo son nunca, tunante. — Dijo Saoirse picándole en las costillas. — ¡Abuela, por favor! En parte es culpa tuya, que se lo consientes todo. — Lex rio un poco y la miró. — ¿Siempre es así aquí? — Preguntó en bajito, y ella rio. — Y no has visto nada, te lo aseguro. —

Se acercaron poco a poco a la casa familiar y Lawrence sonrió orgulloso a su nieto. — Ahí nació tu abuelo, muchacho. Ahora está invadida por ese hermano mío que todo lo tiene que ocupar, pero ha hecho una familia tan grande que se lo perdonamos. — Y, efectivamente, fuera había un pequeño corrillo. Enseguida se dieron cuenta de que era Ruairi levitando a Andrew, ni más ni menos, para hacer algo que Alice no podía entender desde ahí. — ¡ANDREW! Hijo, por favor, deja de hacer el cabra. — ¡Tío Eddie, no me distraigas que se me cae! — Criticó Ruairi. — ¿Pero qué hacéis ahora? — Preguntó Arnold. — ¡Oh! ¡Lex! ¿Te acuerdas de mí? Te caía muy bien de pequeño. — Dijo Ruairi girándose con una sonrisa. — ¡RUAIRI, QUE ME MATO! — Chilló el otro. — ¡Perdón! Ya, ya… — ¡Allison! Pon cabeza en tu hombre y mi sobrino porque es que te va a dejar viuda con el niño. — Se volvió a quejar Eddie. La chica, que tenía a Brando en brazos muerto de risa, se encogió de hombros. — Nora, la abuela y Alice son enfermeras, y tengo entendido que entre los que vienen hay médicos, y mira cómo se ríe este con su papá. — Pero ¿por qué os estáis jugando la vida de esta manera? — Insistió Alice. — ¡Estoy echando un hechizo antinieve! Por si cae esta noche. — Gritó Andrew desde arriba. Eddie suspiró y se acercó a Lex. — Disculpa, muchacho, que en esta familia estamos todos como estamos… Bienvenido y espero que hayáis tenido un buen viaje. ¿Mucho lío en la aduana? — Preguntó rodeando a Alice con un brazo para entrar dentro. — Mira, mejor no saques el tema que la abuela casi nos busca un problema… — Allison se unió a ellos para entrar, ignorando de repente a su novio suspendido en el aire. — ¡Hola, Lex! Yo soy Allison, y este es tu primo Brando, di hola, mi vida. — Y el nene levantó la manita de forma adorable. — ¡FAMILIA! ¡YA HA LLEGADO EL PRIMO LEX! — Anunció la chica, ante la cara de entre confusión y alegría de su cuñado.

 

MARCUS

— Bienvenido al frío de Irlanda. — Le dijo a Lex entre risas, al ver cómo su hermano se frotaba los brazos, pero este también se reía. Llevaba a Pod a su lado dando saltitos y Arnold también había tenido su momento de loas infinitas a sus habilidades deportivas (y un muy gracioso momento de hacer como que sabía de quidditch mientras Lex hablaba cuando Marcus y Alice, que compartían miradas y disimulaban risas, sabían que estaba haciendo la del padre que apoya pero no se estaba enterando de nada). No se vio venir encontrarse con parte de la familia por el camino. — Vaya, prima. Sabía que admirabas a los Ravenclaw, pero no somos águilas de verdad. Cuidado con los tejados. — Siobhán le sacó la lengua como toda respuesta y luego dijo lo de la función. Marcus se encogió de hombros. — Estoy disponible para lo que mi familia quiera de mí. — Uy, cariño, cuidado con lo que prometes. — Advirtió Saoirse con ternura, mientras seguía pasándole cosas a la chica.

Le dedicó una sonrisa de hermano orgulloso a Lex cuando Siobhán afirmó que hablaba mucho de él, y el comentario de su padre le hizo reír. — Papá, ¿me van a seguir apareciendo más hermanos a cada viaje? Es por ir haciéndome a la idea. — Rio, pero le vio la cara a su madre y decidió dejar la bromita. Suficiente habían tenido ya con lo de la aduana. Caminaron hacia casa de los tíos mientras explicaban la tradición de San Esteban. — Darren y Dylan van a venir por todo lo alto. — Lex trató de sonreír, pero le salió una mueca que se parecía más al pánico. Tranquilo, estos no son los Horner, pensó, y su hermano rodó los ojos nada disimuladamente. Se van a integrar bien. Y tú también, insistió, y Lex pareció quedarse medio conforme. — ¿En una bandeja? — Picó Marcus a Seamus. — Pues que no te vea yo ahí, ¡que te como seguro! — El niño rio como un diablillo y avanzó a la carrera hacia la casa.

Y más gente por los tejados. Suspiró. Veo que esto va a ser la norma al parecer, pensó. Mejor se iba mentalizando, porque Andrew estaba en unas condiciones de equilibrio bastante más precarias que las de Siobhán, pero dado que la madre de su hijo no parecía preocupada en absoluto, intentó no estarlo él tampoco. — Le encantan los animales. — Le susurró a Lex como pista, porque su hermano intentaba saludar tímida e incómodamente y había puesto cara de no entender al comentario de Ruairi. — Pídele que te cuente la anécdota de cuando le conocimos, lo está deseando. — No me acuerdo para nada. — No, si éramos bebés. Pero con que se acuerde él... — Y ambos rieron.

Saludó a Eddie y suspiró, mirando de reojo a su madre. — Bueno, pequeños contratiempos... Nada grave. — Oh, os han parado los guardias ¿verdad? Es que... Los días que más gente hay, son los que más alboroto tienen que generar. — Puede que el alboroto lo provocara yo un poco con mi conducta, pero agradezco que te pongas en mi equipo sin preguntar, pensó. — ¡Pero si es mi...! — Ya iba a decirle a Brando primo favorito con Pod delante. Recondujo. — ¡...bebé de ojos irlandeses favorito! — Así estaba mejor. Se apoderó del niño, y la madre se lo dejó sin problemas, mientras llamaba a los demás para que salieran a recibir a Lex. — Seguro que tú le has dicho a tu padre que no haga locuras en el tejado. ¿Verdad que sí? ¿A que se lo has dicho y no te ha hecho ningún caso? — ¡Te estoy oyendo! — Gritó Andrew. — ¡Y RUAIRI, POR MERLÍN! — ¿¿Qué?? ¡Que te estoy agarrando! — ¡Que dejes de pensar en bichos y te centres, que te conozco ya! — Anda, dejad ya eso, que vamos para adentro. — Comentó Saoirse.

Entraron en la casa, y lo primero que vieron fue a Cletus con una espléndida sonrisa y los brazos abiertos. — ¡Mi sobrino! ¡Un Slytherin! ¡A ti sí que tenía yo ganas de conocerte! Bienvenido a casa, Alexander. — Con lo poco dado a las muestras de afecto que era su hermano, le brillaron los ojos, sonrió y, tímidamente, se dejó acoger en el abrazo. — La vida me ha dado dos regalos por aguantar al pelma de mi hermano. — Lawrence ya tenía cara de aburrimiento. — Y si el Ravenclaw tiene bastante vena Slytherin, no me quiero imaginar el tesoro que voy a encontrar en ti. — Bueno, a veces Marcus puede ser mucho más Slytherin que yo. — ¡Eh! — Se ofendió, mientras Lex reía por lo bajo y Cletus a carcajadas. Marcus seguía meciendo distraídamente al bebé, pero eso no le impedía quejarse. — Ya veo que has cogido confianzas rápido. Me alegro, hermanito. — Bah, que tú llevas aquí más de un mes, no seas envidioso. — Y más se rio Cletus, palmeando los hombros de Lex.

Dentro de la casa estaban también Amelia, Nora, Eillish y Arthur, Niahm con los gemelos, Patrick y Rosaline con la pequeña Rosie y Cillian, por lo que las presentaciones se llevaron un buen rato. — Vaya... Sí que hay gente. — Dijo Lex con una risilla tímida. — ¡Y faltan la mitad! — Clamó Cillian. — De hecho, me extraña que mi hija no esté ya aquí. Vendrá de camino. — Comentó Arthur, a lo que Siobhán bufó, señalando varias cajas. — ¡Más le vale! Porque de la función iba a encargarse ella, y mira todo lo que queda. — Estaban un poco entre el pasillo de la entrada y la sala de estar, yendo y viniendo, intentando que Andrew cesara en su tarea del tejado, dejando que Lex se integrara y riendo entre todos. — Además, el truco era bobísimo, pero a ti te encantó. — Le explicaba Ruairi a Lex, ilusionado. Los dos charlaban animadamente de espaldas a la puerta, y Marcus estaba colocado como si fueran un triángulo, frente a ellos y, por tanto, viendo la puerta, aún con Brando en brazos. Los demás estaban por allí, en diversas conversaciones. — Y tú... tenías unas ideas. — ¿¿Yo?? — ¡Y tanto! Me diste un galeón de chocolate y me dijiste: "¡saca al escárbato, a ver si se lo lleva!" — Lex reía a carcajadas, y Marcus también. — Y yo, que ya había tenido mis más y mis menos con los escárbatos, solo decía, mejor que no... — Siguieron riendo. Entonces, en lo que Ruairi narraba y Lex estaba totalmente entregado a la narración, a Marcus le pareció ver que se abría la puerta, a lo cual no le dio la mayor importancia. — Y decías: "envuélvelo en un pelo de demiguise, a ver si lo ve", y yo pensando... — "Verás el destrozo que va a causar esto en casa de Emma O'Donnell". — ¡Sí! — Ambos rieron a carcajadas. — Pero ¿sabes qué pasó? — ¿Qué? — Lex estaba ciertamente intrigado, y la verdad era que Marcus también, y le encantaba ver a su hermano tan feliz. Pero, por la vista periférica, justo en el hueco ante su visión que dejaban Ruairi y Lex, apareció la persona que había abierto la puerta. Marcus fue a saludar a Nancy, pero la chica se había quedado plantada en el umbral. Eso le extrañó. — Los escárbatos se maravillan por el brillo de las joyas. No es una cuestión de olor o... — Marcus miraba a Nancy extrañado, porque la joven estaba totalmente parada y miraba a Lex con la boca abierta y los ojos brillantes, como quien ve una a estrella famosa. Marcus hizo un gesto de desconcierto, ni atinando a hablar. — ...Es como que sienten la presencia o algo. Creo que sus receptores cerebrales... — Y, entonces, sin vérselo venir, Nancy cogió aire y, con todas sus fuerzas y hasta apretando los puños de la emoción, soltó un fuerte grito de fan que hizo saltar en su sitio a los concentrados y de espaldas Ruairi y Lex, llevándose el primero la mano al pecho y asustándose como si fuera una banshee la que hubiera entrado el segundo. Brando también saltó en sus brazos, y Marcus solo atinó a hacer una mueca de dolor por el ruido con la cara. El resto de presentes también se habían sobresaltado y enmudecido por el estruendo.

— ¡¡NO ME LO PUEDO CREEEEEEEEEEEEER!! — Chilló, y acto seguido, corrió hacia Lex y le estrujó de tal forma que el chico se quedó impactado, con la misma expresión que si le estuviera estrangulando una boa constrictor. — ¡¡¡MI PRIMO EL JUGADOR DE QUIDDITCH PROFESIONAL POR NUADA SÍ QUE PARECES UN JUGADOR PROFESIONAL ES QUE ME MUERO MI PRIMO ES JUGADOR FAMOSOOOOOO!!! — Por todos los dragones... — Suspiró Ruairi, que estaba como si se le fuera a salir el corazón por la boca. — ¡Nancy! Esta hermana... — Y aquí tenéis el placer oculto de mi cuñada: el quidditch. — Y matarme a mí. — Suspiró Ruairi para añadir información al comentario de su mujer. Nancy por fin soltó a Lex. — ¡De oculto nada! ¡LEX! ¡Me sé TODA LA ALINEACIÓN DE LOS MONTROSE! ¡AY, POR DIOS! Tienes que contármelo TODO. — Bueno, em, yo... No conozco... — ¿¿QUIÉN TE HIZO LA PRUEBA?? ¿Bruegel? ¿Kramer? Oh, madre mía, CÓMO ME GUSTABA KRAMER. — Sí que estaba por allí... — ¡¡DIME QUE VA A SER TU ENTRENADOR!! — ¿Tú entiendes algo? — Le susurró Marcus a Brando, que miraba a Nancy como si hubiera perdido el juicio. — ¿O aún te estás recuperando del susto, como tu primo Ruairi? —

 

ALICE

Dejó espacio a Lex para que se presentara con toda la familia y se acercó a la cocina, donde estaban Rosaline, Eillish y Niamh con los niños, preparando alguna comida, ya ni se atrevía a decir si era la merienda, la cena o qué. — ¡Alice, cariño! ¿Qué tal en Londres? — Ella sonrió y se puso también a cortar y colocar cosas en platos. — ¡Muy bien! La feria ha estado muy bonita, y pudimos estar los cuatro, nosotros con Lex y su novio. — Niamh rio. — La calma antes de la tormenta eh… — Alice miró hacia el salón y vio a Lex sinceramente emocionado, en medio de la vorágine entre todos, hablando con Ruairi y riéndose a carcajadas con Marcus. — Creo que gracias a gente como Ruairi se está adaptando especialmente bien. — La abuela siempre dice que papá no vale para hablar con la gente, pero con el primo inglés nuevo sí. — Apuntó Lucius con esa sinceridad limpia que solo pueden tener los niños. — ¡No digo eso! — Riñó Eillish, con un suspiro. — Digo que no sirve para convencer a gente importante de las que dan subvenciones, porque esa gente quiere una forma de hablar muy pomposa y… ordenada, que tu padre no tiene. — Señaló a los tres. — Pero mira qué fácil es hacerle feliz. — Realmente, Ruairi parecía encantado con Lex y Marcus, contando adorabilidades, que era su campo, claro. — ¡A ver! ¿Quién me ayuda a sacar estas bandejas? — ¡Yo! ¡Yo! — Se ofrecieron ambos gemelos a Rosaline.

Iba a salir ella también, cuando Eillish se acercó a ella bajando un poco la voz. — ¿Qué tal tu hermano? ¿Estaba contento? — Alice sonrió. Ya sabía que en verdad le estaba preguntando por su padre, pero bueno. — Sí. Bueno, está en su edad, vaya. Es muy tierno y bueno, pero tiene esas cosillas de “eso es de niños, no lo quiero hacer”, “no me pongas en vergüenza” y así… — La mujer se cruzó de brazos y dijo. — ¿Y algo más? — Un interrogatorio, bien hecho, con ese tono Ravenclaw, era mucho más difícil de escapar para ella que uno más gallardo y atropellado tipo su tata. Y para colmo apareció Emma allí. — ¿Mucho jaleo fuera? — Preguntó Alice. Su suegra solo dejó caer los párpados tranquilamente y se puso al lado de ellas. — He creído que era mejor dejarle el protagonismo a mi hijo. ¿Hablabais de Dylan? — Nada, que no se libraba. — Sí, le decía a Eillish que es que está ya un poco preadolescente, pero no es difícil de llevar. — Carraspeó y se recogió el pelo tras la oreja. — Le castigaron en Hogwarts, Mustang, para ser más exactos, porque creía que por usar un hechizo de mi padre había liberado a los murtlaps. — ¿Y lo hizo? — Preguntó la tía. — Lo del hechizo sí, pero no fue lo que liberó a los murtlaps, se habían escapado solos. — ¿Tu padre por qué le enseñará hechizos de los suyos al niño? — Se quejó Emma. Ella suspiró de nuevo. — Probablemente se lo pidiera mi hermano, porque la niña que le gusta está todo el día entre plantas. — Ambas soltaron un “ahhhh” comprensivo de haber tenido varones de esa edad. Por lo visto ahora ella estaba también en ese grupo. — Es muy raro esto de ser la responsable de Dylan. Es decir… Le he cuidado toda la vida, pero ahora soy como su madre, pero no lo soy, no quiero serlo, pero a la vez sí… — Soltó aire. — Sí, sin duda eso es ser madre de un adolescente. — Sí, sí, confirmamos. — Respondieron las dos, lo cual le hizo reír. — Ahora en serio, Alice. Nadie espera que seas su madre. Aún no he visto ningún momento en el que no hayas estado a la altura. — Le dijo Emma y ella sonrió agradecida. — Así que de ahí esa palidez que has traído. Te veía malísima cara, cariño. — Aportó Eillish acariciándola. Ella asintió. — Sí, bueno, es que menudo diíta llevamos, también te digo. — Y si estás por ponerte en esos días siempre te pones así de pálida. — Aportó Emma. Volvió a asentir, pero un grito la paralizó del susto. Eillish suspiró. — Y esa es la mía, que, como ves, para según qué cosas sigue siendo una adolescente… —

Salieron y miró a Nancy con los brazos cruzados. — Ehhhh ¿hola? ¿Puede venir mi prima Nancy, por favor? — Alice… — Susurró Pod. — Nancy está justo ahí, abrazando a Lex… — Se rio y le acarició. — Lo sé, cariño, es que casi que no la reconozco. — ¡Pues el quidditch es el más noble deporte habido y por haber! Con siglos de historia e influencia social. ¡Y MI PRIMO FORMA PARTE DE ELLO! —

La comida se había empezado a repartir, el té a servirse en tazas voladoras, y podía notar el escudo que Emma silenciosamente se había echado, cuando se le ocurrió preguntar. — Oye, ¿qué hora es? ¿No deberían haber llegado ya las tías? — Detectó la cara de “ni te preocupes” que iban a poner los de su familia, justo antes de que miraran el reloj y Lawrence dijera. — Molly, sabes que la niña es capaz de haberse perdido. — ¡No digas tonterías, hombre! Tu hija es irlandesa, y un irlandés siempre sabe encontrar el camino de vuelta a su tierra. — Mamá, ¿existe la posibilidad de que ese refrán sea un poco amplio de más y tu hija demasiado despistada? — ¡Oye! ¿Y si vamos a buscarlas a Galway y nos quedamos allí hasta que lleguen los americanos? — Propuso Andrew. — Tú no sabes cómo está eso de gente, tío… — Aportó Lex. — ¡Sí! ¡Y te llevamos a ti y que todo el mundo sepa que eres primo nuestro! — Dijo Nancy entusiasmada. — Si la cosa es que dudo tanto de la hora, de los unos como de las otras, que no sé qué vamos a hacer en Galway. — Intentó contraargumentar Alice. — Pero si no saben a dónde se están apareciendo aparecerán en la aduana automáticamente y allí las veremos igualmente. — ¡Que mi niña no se está perdiendo todo el rato! Que conoce su pueblo. — Arnold terminó de beberse su taza y la dejó en la mesa. — Creo que lo más prudente es hacer caso a Andrew. ¿Quién se viene? — Alice le miró con malicia y pensó, sí, anda que no te gusta a ti un jaleíto familiar y aquí tienes la oportunidad de hacerlo. Miró a Marcus y dijo. — Me temo que nuestro destino empieza a prefigurarse. —

 

MARCUS

Lex se había quedado medio atolondrado con la intervención de Nancy y no daba abasto para responder, y entre eso y lo disonante que le resultaba ver a una antropóloga investigadora como Nancy estar cual animadora chillona por la presencia de un jugador de quidditch, le había dado tal risa floja que se la había pegado al bebé, y ahora el niño era incapaz de aceptar ninguna de las cucharadas de potito que le ofrecía su madre porque le miraba y se reía, y Marcus se reía aún más, y así podrían tirarse toda la tarde. Estaba tomando unos ricos dulcecitos irlandeses con su té, mientras miraba por encima del hombro de su hermano el álbum de cromos de animales que Lucius le estaba enseñando, cuando se generó un debate sobre la hora de llegada de su tía Erin. A pesar de todas las burlas que había tenido que soportar, decía la verdad: Marcus era un hombre nuevo y relajado en Irlanda, así que oyó la conversación de fondo, absolutamente tranquilo... al menos hasta que Andrew propuso ir a la aduana a buscar a toda la familia. Marcus miró a su primo súbitamente, arqueando una ceja. Fue una reacción espontánea, porque claro, apenas un segundo después entendió que su familia pondría cordura en el asunto o incluso que probablemente fuera solo una de sus bromas...

Pues no. — ¿Papá? — Preguntó, tenso, aunque seguía pretendiendo aparentar tranquilidad. — Creo que ya hemos visto esta mañana que la aduana está un poquito intransitable... — Sobre todo para quienes llevan cosas en baúles con hechizos raros. — Bromeó Lex, pero de repente perdió la mirada y se le cayó la sonrisa. — Oh, jod... Perdón, jolín. — Recondujo. Demasiados niños delante. — Que son Erin y Violet. — Marcus le miró con una sonrisa sarcástica y los ojos afilados. Efectivamente, hermanito, y si llevan algo oculto, te aseguro que no quieres saber lo que es. De lo que estaba seguro era de que no quería volver a la aduana por nada del mundo, no hoy, al menos. A ver si le iban a reconocer.

Pero aquella situación no parecía tener escapatoria. Al comentario de Alice, simplemente miró a los lados, de nuevo en un intento a la desesperada por que alguien parapetara aquello. Miró a su madre. No parecía ni estar en aquella habitación, como si fuera una figura de cera a su imagen y semejanza, o más bien como una resignada condenada a muerte que ha determinado que luchar en balde solo le va a hacer gastar energía absurda. — ¡Yo! — ¡Y yo! — ¡Y yo! — Fueron progresivamente contestando todos los niños. Pues a ver quién se hacía cargo de la guardería. — ¿Y si vamos todos? — Aportó entonces Saoirse, y las cejas de Marcus empezaban a flotar por el aire de tan alzadas que las tenía. — ¿No sería precioso que toda la familia irlandesa fuera a recibir a la americana como se merece? — ¡Ay, sí! — Clamó Molly, y ya estaba hasta de pie y con el bolso bajo el brazo. — ¡Mi hermano! ¡Que sienta el calor de Irlanda! Esto es mejor que en nuestros sueños ¿verdad, Larry? — Su abuelo se había quedado boqueando. Probablemente estuviera intentando averiguar los sueños de quién, exactamente. — Yo creo que... — Intentó aportar, pero de repente, la familia en tropel se estaba levantando y dirigiéndose a la puerta con más ruido del que era posible que cupiera en una casa. No se quería imaginar la aduana. — ¡Pero falta familia! — Trató de gritar a la desesperada, entre gente que le pasaba por delante. Lex seguía sentado con cara de pánico. — No me jodas, Marcus, dime que no nos vamos a plantar tantas personas... — ¡No va a ser un recibimiento completo! ¡Sería descortés! — ¡¡FAMILIA, ESCUCHAD AL PRIMO MARCUS!! — Pod se había subido a la silla y clamado atención como un pregonero de la antigua Roma. — ¡Sería maleducado ir a buscar a los demás sin las primas que faltan! — Gracias, Pod. — ¡Si vamos, tenemos que ir todos! ¿Quién las avisa? — ¿¿Qué?? No, no me refería... — Pero se anunció otra oleada de "yoes" y, antes de darse cuenta, Niahm arrastraba a sus gemelos y se aparecían para ir a dar aviso a Martha y Cerys a la granja, y Andrew y Arthur corrían asegurando que iban a avisar a las dueñas del pub. — Hala, más gente. Gracias, genio. — Le dijo Lex con los dientes apretados. Marcus le miró mal. — No creo que cuatro personas más marquen la diferencia. — Soltó un bufido y salió detrás del rebaño que habían montado sus familiares. — Nos van a prohibir la entrada en varios países... —

A los pocos pasos vio, efectivamente, a Wendy y a Ginny salir del local ante el aviso como si el pub estuviera envuelto en llamas. La primera iba gritando hacia el interior. — ¡Gracias, cielo, te debemos una! — Un asustado Ciarán se asomó apresurado a la puerta, pero las chicas huían de allí. — ¡Pero, Wen! ¡Que yo no sé regentar un bar! — ¡A McMillan doble de vodka! — Gritó Ginny como si fuera la directriz más obvia, y ya llegaron ambas corriendo hacia ellos. — ¡AY, QUÉ ILUSIÓN, FIESTORRO EN LA ADUANA! — Yo no creo que... — Insistió Marcus, que empezaba a sentir miedo real. Wendy, con los ojos brillantes, trotó hacia Lex y se le encaramó de un abrazo. — ¿Tú eres mi primito que faltaba? ¡Bienvenido! — G-rac-ias. — Respondió el otro, entrecortado. Rio tímidamente. — Sois muy de abrazar en esta familia ¿eh? — ¡Sí! — Contestó Wendy, feliz. Allá que fue Ginny detrás. — Uuuuh aunque a ti hay que tener cuidado con los achuchones, que estás duro duro ¿eh? — Atendería al pánico social de Lex si no estuviera él en otro similar. Alice se le había perdido en el torrente, estaba viendo a parte de la familia aparecerse a lo loco rumbo a la aduana como si se evaporaran y lo único que atinó a hacer fue mirar a su madre con expresión de socorro. Emma parecía tan normal. Ante su mirada, lo único que hizo fue bajar los párpados y decir. — No estoy de servicio. — Marcus soltó aire por la nariz, pero Emma había ofrecido el brazo para que este se enganchase y aparecerse juntos. — Tira de tu hermano. — Eso hizo, y Lex, rescatado súbitamente de los poco ortodoxos halagos de Wendy y Ginny, se dejó arrastrar como un muñeco de trapo. — Creo que a tu novia se la han llevado ya. — ¿Cómo que s...? — Pero su frase se vio interrumpida, porque Emma se desapareció de allí y tiró con ello de los dos.

Aterrizó torpemente en el suelo de la aduana, lo que le valió una mirada de elegante desdén de Emma. Hoy no estaba ganando puntos con ella, desde luego. — Oh, usted otra vez. — Ah, genial. El guardia que le había revisado el baúl ahora había trasladado su guardia a la puerta. ¿Qué horario de trabajo tenían esas personas? ¿No debería estar ya en su casa? — ¿Viene a declarar más regalos de Navidad? — Pero, antes de poder responder a la burla, la alargada sombra de Emma se cernió sobre el hombre, haciendo que este empequeñeciera de repente. — Venimos a recoger a unos familiares. ¿Algún requisito para pasar? — El hombre se incomodó repentinamente. — No, señora. Pueden pasar. — Pero, por el rabillo del ojo, estaba viendo la llegada de los demás como una estampida de antílopes. — Solo... si puede, dígale a sus familiares que no armen mucho revuelo. — Lo intentaré. — Respondió ella sin mucho convencimiento, y se adentraron en la aduana de nuevo.

 

ALICE

El griterío estaba siendo tal, que la marabunta prácticamente la arrastró. ¿Cómo que si iban todos? ¿Marcus había dicho eso? Lo dudaba fuertemente, pero era lo que Pod estaba diciendo a voz en grito subido en una silla. — ¿Qué pasa, Amelia? — Preguntó Cletus en todo el jaleo. La mujer se apoyó rauda en su bastón. — Que nos vamos. — ¿A dónde? — A la aduana. — ¿Cómo? — Alice, hija. — La interpeló la mujer, enganchándose a su brazo. — Aparécenos tú. — Ah, pues nada, ya tenía cometido. Su novio había sido arrastrado por semejante marabunta familiar y, de hecho, había perdido rastro de casi todo su núcleo, Molly la primera, que parecía que estaba esperando a que le dieran permiso para salir volando a la aduana. Cletus se le enganchó del otro brazo. — ¿Tú qué tal apareces, hija? — ¿Yo? Estupendamente. Excepto cuando voy a La Provenza, que en la aduana de Calais siempre me como una mesa que hay ahí. — Bueno, en Galway como mucho nos comeremos a otro de nuestra familia o a algún irlandés comprensivo. — Contestó el tío. — Pues con el pobre Marcus no han sido muy comprensivos, la verdad… — Levantó el cuello como una tortuga buscando a Marcus, y ni se molestó en abrocharse el abrigo porque ya tenía asumida su llegada a la aduana. Pues nada, claramente iban todos, y su novio no con ella, más le valía aparecer lo mejor que pudiera a los tíos y rezar porque no hubiera tanta gente.

Hubiera gastado el rezo de haberlo hecho, porque aquello era un gentío tremendo. Vio a través de varias personas, algunas de su familia y otras no, a Marcus y Lex aparecerse. — A ver, por favor, déjennos un poco de sitio, que llevo dos personas mayores. — Empezó a decir con toda la cara para que la dejaran pasar y acercarse a los demás. — Os digo lo que vamos a hacer. — Estaba diciendo Andrew. — Voy a fabricar un letrero humeante luminoso y… — Señor, los hechizos que implican fuego están prohibidos en este recinto. — Soltó un guardia de repente por ahí. Andrew suspiró. — Es solo humo, es para ponerle luego luces y… — Señor. — Hijo, déjalo… — Instó Eddie. — Bueno, pues hacemos una cosa. Que la prima Emma haga un hechizo de luces y hacemos flotar a Brando con ellas, sobre las cabezas de todos, para que la familia sepa que les estamos esperando… — ¡Andrew, el niño no! — ¡Qué descerebrado puedes ser a veces! — No sé ni para qué lo traéis, si ya sabéis… — Contestó gran parte de la familia en oleada, lo que hizo que el chico pusiera un pucherito. — No sabéis más que meteros conmigo, pero no proponéis nada guay. — ¿Y si ponemos al primo Lex el primero delante de todos? Para que sepan que el miembro más importante de la familia les recibe con honores. — Dijo Nancy, todavía claramente enfebrecida y desconocida. Lawrence la miró parpadeando y con clara ofensa, pero no dijo nada. — Yo casi que mejor no… Que aún es un poco secreto… Que no me han anunciado ni nada… — Intentó salvar su cuñado, titubeante. — ¿Y si decimos algo así como “bienvenidos O’Donnells de América”? — Dijo Allison toda cuqui. — Cariño, que no son O’Donnell, son Lacey. — ¿Ah sí? — Sí, luego te lo explico, pero no es mala idea. — Mejor que las tuyas seguro. — Dijo Ginny entornando los ojos. — Vale, familia, esto es lo que hacemos. Que Alice y Marcus nos hagan un gesto cuando les vean aparecer y todos decimos “¡bienvenidos, Laceys!”, y Wendy y yo hacemos hechizos de estos de confeti y esas cosas, que en el pub los hacemos todo el tiempo. — ¡Ay, qué bien, qué bonito! — Dijo Amelia con ojos brillantes. — ¿A que sí, cuñada? Ay, yo ya estoy llorando. — Y, efectivamente, la abuela Molly estaba ya con el pañuelito.

Menos mal que tuvieron casi una hora para ponerse de acuerdo, porque allí no llegaba nadie. Alice desconectó un poco del jaleo para estar pendiente de ver llegar a los Lacey, y, tras un rato, por fin, distinguió la melena roja de Sophia, inconfundible. Hizo el gesto y todos saltaron. — ¡BIENVENIDOS, LACEYS! — Pero los Lacey parecían enfrascados en otros problemas. — ¡Ay, Fergus, que me has aplastadoooo! — ¿ES QUE POR QUÉ ME TIENE QUE TOCAR SIEMPRE CONTIGO? ¡ERES UN PELIGRO PÚBLICO APARECIÉNDOTE! — ¿TE QUIERES CALLAR, MOSQUITO? ¿Saoirse, estás bien? — Creo que Fergus me ha roto un dedito… — Mamá estaba supercabreada y os estaba gritando justo cuando nos aparecíamos, ya sabéis que se pone cardíaca si discutís antes de que Soph se aparezca… — ¿POR QUÉ SERÁ? — ¡ESO! ¿NO SERÁ PORQUE ERES UN PELIGRO…? — Y justo entonces, Alice pegó un grito y batió la mano. — ¡JUNIOR! ¡SOPHIA! — Y los cuatro se volvieron hacia ellos. — ¡Alice! ¡Marcus! — Se alegró Sophia con una gran sonrisa al verles. Junior asumió en un momento su papel de recibido con todos los honores y abrió los brazos, acercándose a ellos con una sonrisa encantadora. — ¡Pero si es nuestra enorme familia irlandesa! ¡Pero qué privilegio ser así recibidos! — ¡Madre mía, Cletus! ¿Has visto a esa chica? Debe ser nieta de Frankie porque es IGUAL que Molly, es como ver un fantasma del pasado, vaya… — Comentaba Amelia, mientras algunos de los demás saludaban animosamente. Sophia corrió con Saoirse de la mano para abrazarles y Junior también estaba ya muy cerca, cuando el mismo guardia que había parado a Marcus les paró a ellos. — Señorita, su visado y pasaporte, y el del señor, si son tan amables. — Ah sí, por supuesto. — Y ambos los sacaron. — ¿Son los responsables de estos menores? — Dijo señalando a Fergus y Saoirse. — ¡Oiga! ¿Qué le dice que soy menor? — El guardia les miró con evidencia. — ¿Lo son? — No, este es nuestro hermano y ella nuestra prima, es que somos demasiados y hemos tenido que aparecerles nosotros… — Pues no pueden entrar en Irlanda hasta que lleguen sus padres. — ¡OIGA, ME TIENE CANSADA HOY YA, EH! — Saltó la abuela de repente. — ¡DEJE ENTRAR A MIS SOBRINOS QUE HAN VENIDO DESDE AMÉRICA! ¡TODA LA VIDA ESPERANDO PARA QUE AHORA ME LOS PARE AHÍ, VAMOS! — ¡Molly, Molly, mujer! — La agarraba el abuelo. — ¡SOPHIA Y FERGUS LACEY! ¿QUÉ OS TENGO DICHO DE DISCUTIR ANTES DE APARECERSE? ¿QUERÉIS DESPARTIROS O QUÉ? — Sonó, atronadoramente por toda la aduana. Esa era Betty. — ¡PERO BUENO! ¡MIRA, CARIÑO!¡TODA ESA ES NUESTRA FAMILIA, ESTAMOS EN CASA! — ¡BIENVENIDOS, LACEYS! — Insistieron algunos, con los confetis y todo. — ¡OYOYOYOY! Tal como yo lo había soñado, ¿a qué es precioso? — Y ahí, sin duda, llegaba Jason, y por fin les daba a los O’Donnell la llegada que estaban esperando.

 

MARCUS

Empezaba a agobiarse porque no encontraba a Alice, pero al fin la vio aparecer con Cletus y Amelia, al pasito que ellos marcaban. Intentaba por medio de gesticulaciones de la cara comunicarse con ella en la distancia, pero con semejante escándalo y gente moviéndose era prácticamente imposible. Estoicas, como si estuvieran apoyadas en la valla de su granja contemplando el paisaje, se encontró a Martha y Cerys esperando ver venir a su nueva familia. — Qué rápido habéis llegado. — Se sorprendió Marcus a modo de saludo. Martha dijo con normalidad. — Tengo ganas de volver a ver a la prima Erin. Nos escribimos con relativa frecuencia. Guardo buenos recuerdos de ella de cuando éramos pequeñas. — Y es una magizoóloga de prestigio. — Completó Cerys. — Exacto. — Siguió Martha. — Puede darnos un muy buen punto de vista de los cuidados. — Y desde luego va a tener mucha información sobre criaturas que jamás hemos visto. Estamos realmente interesadas. — Y también estáis deseando ver a la otra pareja de mujeres a ver cómo lo lleva con la familia, pensó, pero se limitó a asentir con una sonrisa cortés a la versión de la información magizoológica.

Lo que casi le hace desmayarse (y desde luego le hizo buscar asustado con la mirada al guarda que ya le había interceptado dos veces ese día) fueron las ideas peregrinas de Andrew. — Oye. — Le susurró Lex. Ese sí que tenía aspecto de estar viviendo en una novela de terror. — Que hasta ahora me lo estaba tomando todo a risas y eso... pero no me jodas que va a ir en serio. — Marcus le miró como si intentara buscar las palabras que usar. — ¿Te pensabas que estábamos en un teatro o qué? — ¡No sé, tío! Me he dejado llevar por las risas y pensaba que era broma. — Lex miró de reojo a Emma. — Joder, que se lo ha pedido a mamá... Que lo mata ¿eh? — Algo me dice que mamá ha desconectado la cabeza. — Hipotetizó Marcus, mirándola también con reservas. Es que ni reaccionaba. Igual les mataba a todos mientras dormían. Se quedaron los dos en silencio espantado, uno junto al otro, hasta que Marcus volvió a susurrar a Lex. — ¿Y si llevas tú a Brando en brazos? Así lo protegemos. — Lex le miró. — ¿¿Yo?? ¿Por qué yo? Yo no cargo bebés. — Cargas con... — ¡No son quaffles! ¿Por qué no lo llevas tú? — Apartó la mirada con disimulo y murmuró. — No quiero que el pequeño Arnie se ponga celoso. — La cara de Lex era para verla. Se encogió de hombros. — ¿¿Qué?? — Que eso te pasa por hacerte el zalamero con todo el mundo. Menos mal que con las tías no eres así. — Disculpa, yo s... — A ver qué iba a decir. Ya estaba Lex mirándole con una ceja arqueada. — ¡Está bien! No cargues a Brando. — Se tiró de las solapas y se marchó de allí diciendo. — Y yo soy un hombre enamorado. — Pf, "con las tías"...

El karma llegó para vengarse de Lex por no aceptar su propuesta, porque Nancy ya quería poco menos que ofrecerle como sacrificio a lo druida, pero Marcus ya se estaba marchando hacia otro grupo con sonrisita de suficiencia. Por fin pudo reunirse con Alice al tiempo en que les sugerían hacer una señal, cometido que aceptó encantado. Miró a su novia, emocionado. — Esto... es una locura. — Rio levemente. — 2002 ha sido un año lleno de locuras. — Ya tocaría el momento de recapitular, pero... sin duda, el año más intenso de sus vidas. — Volvemos a ver a nuestra familia americana, mi amor. — Y se moría de ganas, por lo que apretó su mano con fuerza y esperó a verles aparecer.

Igual había pecado de aparentar normalidad y romanticismo novelesco antes de la cuenta, porque aquello seguía siendo un absoluto caos: la familia no paraba de gritar desordenada, los guardias no les quitaban ojo de encima, estaban llamando la atención de media aduana, Brando con tanto escándalo se había puesto a llorar, los gemelos por algún motivo se estaban peleando y, para colmo, cuando por fin aparecieron los primeros Lacey, ni pudo disfrutar del cosquilleo que le provocó en el pecho porque Sophia y Fergus también se estaban peleando a gritos en uno de los aterrizajes más aparatosos que había tenido la suerte de presenciar. Los guardias estaban a punto de echarse a llorar, esperaba que ese día cobraran más solo por lo soportado. Menos mal que el grito de Alice frenó la discusión de sus primos, y Marcus también saludó con la mano enérgicamente, viendo la emoción en sus caras y pudiendo emocionarse él también.

La entrada de Frankie le hizo reír a carcajadas como no podía ser de otra forma, y buscó a Lex con la mirada. Este es el de la tienda de escobas. Pégate a él cuando necesites desconectar del alboroto, le lanzó mentalmente, pero Lex no parecía del todo convencido, como si se planteara las posibilidades que tenía de entablar conversación relajada con quien entraba cual mesías por mitad de un montón de desconocidos. Bueno, no había planes perfectos, pero algo era algo. Igualmente, el paseo de Frankie se vio interrumpido... por un guardia otra vez. Marcus frunció los labios en descontento. Bueno, ya vale ¿no? Pensó. Que sí, que se había equivocado con lo del hechizo y que estaban haciendo mucho ruido, ¿pero no había más gente en la aduana a la que molestar? Puede que estuviera pecando del mismo sesgo que su abuela Molly.

Claro que los gritos no iban a menos, sino a más, y Marcus empezaba a hacerse visera con la mano y a mirar a los lados. Todo Galway mirando, por primera vez en su vida esperaba que nadie se quedara con su cara, porque por un momento un pensamiento aterrado cruzó su mente y le dibujó a sí mismo en un importante simposium de alquimistas y a alguien diciendo en mitad de la nada: "¿tú no eras el chico que iba con toda su familia gritando por la aduana de Galway?". Debía ser la tranquilidad de un estatus que ya no tenías que jugarte lo que tenía a su madre tan impávida. — Vienen conmigo. — Suspiró Betty al guardia, aunque el hombre ya algo debía haber intuido, y dicho esto, Jason abrió los brazos, los ojos y la boca en toda su capacidad y corrió hacia ellos con grandes risotadas, siendo recibido a saltos por el grupo y fundiéndose en un abrazo en el que Marcus no era capaz de distinguir quién estaba y quién no. — Ese niño grande también viene conmigo supuestamente. — Añadió Betty, sarcástica, y Marcus hizo amago de reír, pero de repente se vio levantado del suelo y estrujado. Los primeros gritos que recibió en su oreja ni los pudo identificar, conectó en mitad del discurso. — ¡¡...QUE YA ES ALQUIMISTA Y UN TÍO IMPORTANTE QUÉ GANAS TENÍA DE VERTE!! — Ojalá tuviera aire en el cuerpo para contestar, solo podía reír y rezar porque a Alice no le hiciera lo mismo, si no se lo había hecho ya, porque la dejaría como una tela arrugada de las que nunca recuperan de nuevo su forma.

— ¿Mamá? Que ya he... ¡MAMÁ! Sí, sí, soy yo. Que ya... ¿ME OYES? — Sandy se había aparecido directamente con el teléfono móvil en la oreja, y con una destreza sorprendente, se lo apoyó entre esta y el hombro, mientras una de sus manos sostenía la varita que levitaba baúles que Marcus no sabía dónde iban a caber, y con la otra sacaba el pasaporte y se lo tendía al guardia. Mira, premio a vuestro buen hacer, pensó sarcástico, porque vaya cara de bobos se les había quedado a todos mirándola. Y eso que la chica no les hacía ni caso. — Que ya he llegado. No, no, a la aduana. Sí, cl-¿ME OYES O NO? Mamá, no hay cobertura. ¡Claro que papá está aquí! ¿Dónde va a estar? Te dejo, que está la familia esperando. — Colgó, se metió el móvil en el bolsillo, tomó de las lánguidas manos del guarda atolondrado su pasaporte de vuelta y, de repente, dibujó la mejor de sus sonrisas en la cara. — Peeero si es mi familiaaaaa. — ¡¡BIENVENIDOS, LACEYS!! — Como tuvieran que gritar eso a cada persona que venía, no acababan nunca. — Uuuy, ¿y ese tan trajeado? — Oyó Marcus susurrar a Wendy con tonito. George, con su porte de señor de negocios elegante, se acercaba a ellos unos pasos detrás de su hija, que ya iba al trotecito y con los baúles levitando detrás. — Qué americano... — ¡Mira, no empecemos, eh! — Ginny le había dado un empujón que casi la tira al suelo, provocando que Wendy la mirara con cara de no entender a qué venía tanta hostilidad. — Que es tu primo. Y te dobla la edad. — Wendy hizo un pucherito, afiló los ojos volviendo a mirar a George y, unos segundos más tarde, añadió. — He oído que está divorciado... —

El siguiente en aparecer fue Daniel con el bebé y sus otras dos hijas. Como si se identificaran del mismo grupo, Brando aplaudió contento al ver a otro de su generación, aunque Arnie estaba un poco despistado y lloroso, probablemente buscando a su madre. Seguramente vendría con los mayores. — ¡¡MARCUS!! — Gritó Maeve Junior nada más verle, y salió corriendo hacia él. Marcus se arrodilló en el suelo, abriendo los brazos, y su prima se lanzó con tanta fuerza que cayeron de lado al suelo, entre risas. Su abuela estaba abiertamente llorando, aunque no perdió ocasión de decir. — ¡Y este hermano mío siempre el último, se lo está perdiendo! — Bueno, mujer, tú disfruta. Seguramente Shannon quisiera asegurarse de cerrar filas, visto lo visto. — Comentó Lawrence con ternura. — Qué ganas tenía de veros. — Le dijo Maeve, que también lloraba. Marcus le secó las lágrimas. — Pero no llores... — ¿Alice está aquí? ¿Y Dylan? — Dylan viene el día veintiséis. Pero... — Y alzó la vista para señalar a Alice desde el suelo. La niña se levantó de un salto y se lanzó hacia ella. Marcus tenía un fuerte nudo en la garganta. Se recompuso y se acercó a saludar a Dan. — Un viaje entretenido ¿eh? — El hombre ni pudo hablar, solo reír por no llorar. Pero Marcus ya sí que se hizo con el bebé. — ¡Por Merlín! Ya temía no volver a reconocerte cuando te viera. — Le dio un sonoro beso en la mejilla y el niño le echó los bracitos al cuello. Se limpió una lágrima. — Ahora sí, Marcus. Ahora estamos todos en casa. — Le dijo Dan, poniéndole una mano en el hombro, a lo que solo pudo asentir.

— ¡¡BIENVENIDOS, LACEYS!! — Oyó de nuevo, pero su familia se había precipitado. Porque no, las siguientes en aparecer no eran las familiares americanas que quedaban, sino... — ¡¡Prima Erin!! — Saludó Martha, más efusiva de lo que la hubiera visto hasta ahora, dando saltitos en su sitio y moviendo el brazo para que la viera entre la multitud. La cara de pánico de la aludida era para verla. — ¡¡Peeeeeeeero bueeeeeeeeeeeenooooo!! — No así Violet, que iba con un... despampanante podría ser una buena palabra para definirlo, vestido verde brillante que estaba seguro que a su tía ya debía traerla incómoda de base. Se acercó con los brazos abiertos y contoneándose. — ¡Pero no esperaba yo a esta familia que me recibe! — Hermana. — Oyó susurrar a Nora, confusa, en dirección a Eillish. — ¿Esta chica tan rubia... de quién es? Me he perdido. — Es la novia de la prima Erin. — Ooooh... — Se confidenciaron, pero la cara de la gente era para verla. Andrew estaba con la mandíbula en el suelo, y se había girado a Alice con los ojos como platos. — Dime que esta es tu tía. — ¡La misma, guapetón! A ver, las presentaciones de uno en uno. ¡Uy, cuantísima gente! ¡Er...! ¿Erin? — Erin estaba, literalmente, andando para atrás. Pero alguien se escabulló entre la multitud y corrió hacia ella, saltándose hasta los cordones de seguridad que su tía no había llegado a cruzar. Eso, siendo niño, qué miedo te dan los guardias, pensó, aunque ciertamente ya habían tirado la toalla con ellos. — ¡¡Prima Erin!! — Gritó Rosie, y se enganchó con fuerza a sus piernas. Cualquiera la soltaba. Erin estaba en shock. La niña se apartó y mostró al peluche. — ¡Este es mi unicornio! ¿Te gusta? Dice el primo Marcus que te gustan. — Al menos eso la enterneció. — Es precioso, cariño... y es la mejor bienvenida que podías darme. ¿Cómo se llama? — Arcoíris. Y yo Rosaline. Como mi mamá. Y como la abuela de mi mamá. — Qué bonito. Mi abuela también se llamaba Rosaline. — ¡Lo sé! Es de la misma familia que mi mamá. — Marcus compartió una mirada con Alice y se encogió de hombros. Bueno, algo era algo.

 

ALICE

Aquello fue un jaleo gigante en un momento. Estaba con Sophia y Fergus, saludando y encantada de la vida, y de repente, Jason le pasó por al lado como una flecha y se abalanzó sobre Marcus. Ella, prudentemente, se echó a un ladito para saludar a Betty, y se iba a acercar a Junior, cuando este ya estaba dándole la mano a Lex. — Es un auténtico placer conocerte, primo, casi siento que te conozco ya, realmente, porque Marcus me ha hablado tanto de ti… Para alguien que se dedica a las escobas como yo, es un hito conocer a alguien como tú. — Alice suspiró. Más encanto barato cuando puedas, Junior… — Anda, ¿te dedicas a las escobas? — ¿Cómo? ¿Nancy entrándole genuinamente al juego? Junior se volvió y la miró con su encantadora sonrisa. — No soy más que un humilde vendedor y un total admirador del quidditch de este lado del océano. Soy Francis Lacey. — Dijo ofreciéndole la mano. Ella se la estrechó. — Nancy Mulligan. — ¿Como la canción? — ¡Uy, mira, hija! Uno que se la sabe. — Saltó entusiasmado por detrás Arthur. — Hago lo que puedo por mantener el contacto con mis raíces. — Incluido ignorar a la única prima que conoces aquí. — Dijo ya ella, alzando una ceja. Vamos, cómo se los había metido en el bolsillo en un momento. — ¡Mi querida prima Alice! ¡Pero cómo te hemos echado de menos! — Ella le recibió en el abrazo. — Y que no os engañe. Francis Lacey es el que falta por llegar. Este es Junior. — ¡Y aquí está la otra Junior! — Oyó a su lado y vio a Maeve apareciendo por allí. — ¡Ay mi niña! ¿Pero cómo es posible que parezca dos años más mayor? ¡Mírate! Vas a ser tan alta como tu mamá. — Dijo estrechándola y llenándola de besos.

Sandy pasó por su lado y se paró un segundo. — Holitaaa, pri. Mua, mua. Qué bien te veo. — ¡Sandy!... Pensé que no venías. — Y no venía. — Contestaron los hermanos Lacey al unísono. — Mami me ha dejado tirada, una vez más. Cosas suyas de estas que si viene que si va… Bueno tú sabes. — Qué va, si no sé ni cómo se llama tu madre, se dijo Alice, mientras asentía a lo que iba diciendo. — Y yo: ¡papi! Sorpresi, paso la Navidad con toda la familia, y papi como: pues yo me iba a quedar aquí solo porque se van todos a Irlanda, así que mandó un mensaje urgente para ver si podíamos venir y tía Molly dijo: donde comen cinco, comen seis. — Aquí hay más del doble de cinco y seis, pensó Alice, y debió pensarlo tan fuerte que Lex se giró y se rio. — ¡Ay! ¿Tú eres el del quidditch? Yo soy Sandy, me muevo un montón en ese mundillo. — Lex estaba claramente recibiendo más atención de la deseada, aunque no tanto como la que, de golpe, recibió otra persona.

Alice suspiró y parpadeó. — ¿Qué pasa? — Preguntó Maeve al verla cambiar la cara. Luego miró a Andrew con su pregunta. — Si me dieran un knut por cada vez que me han preguntado eso con tu misma cara, sería millonaria. — Multimillonaria, le recordó su cabeza. — Hala, ¿en serio esa mujer es tu tía? — Dijo Maeve. — Sí, hija, sí… — Ohhhhhhh ¡mi sobri! Nadie podría mirarme con tanto hastío. Porque mi madre me miraría con odio directamente, pero esta me soporta y me quiere. — Y se fue a abrazarla. Alice la recibió y susurró. — ¿No había nada más discretito? ¿Y qué horas son estas? — Ambas cosas tienen una historia muy graciosa que, como buena maestra de ceremonias, me guardaré para la cena. — ¡Me gustas! Tienes que venir a nuestro pub. — Sí, nos encantan las maestras de ceremonias tan buenorras y graciosas. — Intervinieron Ginny y Wendy. Vivi les hizo un trazado de arriba abajo y sonrió. — Sois primas de mi novia ¿verdad? Qué lujo de familia política… — Sí, eso iba a pasar y todos lo sabían.

En medio de presentaciones estaban cuando, por fin, vio la cabeza de Shannon sobre la del resto de la gente, con sus padres a cada lado. — ¡Frankie! ¡FRANKIE! — Empezó a gritar la abuela. — ¡MOLLY! — Gritó el otro. Y ya ni el de la aduana tuvo cuerpo para parar al señor, que salió todo lo deprisa que pudo a abrazar a su hermana, mientras ambos lloraban. — Creía que nunca iba a volver a ver la isla, y a ti… Ay, hermana, cuánto te he echado de menos… — A todos les salió un “awwww” y había ya varias lágrimas, pero claro, Frankie tenía que verlos a todos y comprobar. — ¡No será cierto que ese es el soldado O’Donnell! ¡Estás hecho una vieja gloria! — ¡Pues anda que tú! ¡Ven aquí, esmirriado Lacey! — Vale, ahora ella estaba llorando al ver a Cletus y Frankie abrazarse. — Lo malo ahora va a ser movernos todos a Ballyknow… — Dijo Eillish por allí. Por fin un poco de cabeza Ravenclaw en el asunto. — Llevo toda la tarde intentando aparecerme en Ballyknow precisamente. Me he recorrido toda la costa de Irlanda occidental. — Dijo Erin, que tenía un unicornio en la mano. — ¡VES COMO ESTABA PERDIDA! — Saltó Larry. — ¡HIJA, QUE DESCASTADA ERES! — Saltó Molly, aún enganchada del brazo de Maeve. — A ver, por favor, ¿nos podemos centrar en ir apareciéndonos? — Insistieron varios.

 

MARCUS

— ¡Erin! — ¡Oh, Rosaline! — Se impactó su tía, y Marcus apostaba lo que quisieran a que no se había parado a pensar que la Rosaline a la que se referían todos que formaba parte tanto de los O'Donnell como de los Lacey era una chica que ella ya conocía. Se saludaron, su tía aún tratando de ubicarse y Rosaline con su amorosidad habitual, mientras Rosie miraba a una y a otra. Finalmente, la niña dijo. — Te pareces a mamá. — La madre verdadera soltó una risita cristalina. — ¿Vas a sustituirme, pillina? Ella sabe más de animalitos, ahí no puedo competir. — Rosie se quedó reflexionando. Finalmente, se giró a Erin y dijo. — ¿Sabes hacer natillas? — La risa de todos los que estaban por el entorno escuchando, Rosaline incluida, fue clamorosa. Erin enrojeció tímidamente y dijo entre risas. — Me temo que no se me da muy bien la cocina. — Rosie hizo una muequecita. Seguro que no pretendía ser ofensiva, pero que eso no le había convencido. — ¡Menos mal, Erin! Si no, realmente mi hija me cambia. — Bromeó la madre.

— ¿Preparado para conocer Irlanda? — Le preguntó a Dan, que aún seguía a su lado (y él con el bebé en brazos). El hombre rio levemente. — ¿Crees que no la conocía ya? Con... — No pudo escuchar el resto de la frase porque Jason había pasado por allí dando unos berridos que hacían temblar el suelo. Dan simplemente hizo un gesto clarificador, y Marcus rio. — Bueno, el país. — Eso sí. — Rieron los dos, y entonces, aparecieron Frankie y Maeve. Solo de ver el reencuentro se le cayeron las lágrimas otra vez. — Tío. — ¡Ay, Lex! — Se sobresaltó. — No empieces. — Las manías de su hermano de aparecer como un fantasma, le tenían con el corazón en la boca. — Ni tú tampoco. No te vayas a pasar las Navidades llorando. — ¿Puedo llegar aunque sea? ¿Puedo? ¿Puedo aterrizar en Irlanda al menos? ¿Lo ves posible? — Lex se fue antes de que iniciara una perorata sobre la lista de motivos que tenía para emocionarse, y en su lugar llegó su padre, que no venía menos emocionado. — ¿Este muchacho es el que me concede el honor de ser mi tocayo? — Y Marcus, sonriente, iba a contestar que sí, pero puso un mohín automático porque su padre, sin preguntar ni nada, le quitó al bebé de los brazos con su maravilloso instinto paternal que hizo que el niño brillara como un solecito solo con verle. — ¡Hola, americanito! Eres muy guapo, ¿te lo han dicho? ¿Sí? ¿O tu primo nuevo solo te dice que tienes cara de ser del equivalente a Ravenclaw de Ilvermorny? — Marcus le miró mal, pero su padre se puso a charlar con Dan poco menos que como si él no estuviera allí.

— ¡FAMILIA! — Hubo hasta gritos por el impacto, porque Ginny no había tenido mejor idea que usar el hechizo amplificador de voz para llamar la atención de todos. Se habían girado, literalmente, todas las familias presentes en la aduana de Galway (y los guardas). — ¿Veis como hacía falta? A gritos solo nadie iba a atender. — Justificó la chica a su madre, pero esta la miraba con cara de no haberle hecho ni pizca de gracia la maniobra. Deshizo el hechizo, porque ya tenía la atención de todos. — Venga, vamos a hacer caso a la tía Eillish, que para algo es la lista de la familia. — Lawrence tosió fuertemente. Ginny puso una sonrisa artificial y le señaló con ceremonia. — Salvando al tío Larry, claro. — ¿Disculpa? — Se indignó Nancy. — ¿No hay más listos? — ¡BUENO CON LAS ÁGUILAS OFENDIDAS! — Había hecho bien en cortar aquello, porque ya iba Marcus a saltar el siguiente. — ¡Que escuchéis a la tía, hombre ya! — A ver. — Trató de continuar la mujer algo que, al parecer, ya había iniciado, pero solo los más cercanos a ella habían oído. — Para empezar, vamos a salir de la aduana, que no tiene por qué enterarse todo el mundo de dónde dormimos y dónde dejamos de dormir. — Y la idea era buena, el problema es que parecían una manada de erumpents siendo tantos. Salieron como pudieron, generando un atasco tremendo en la entrada, y por el camino iba saludando a los que aún no había podido saludar mientras escuchaba conversaciones cruzadas. — Hola. — Saoirse pequeña (encima nombres repetidos, iban a ser divertidas esas navidades) se había colocado al lado de Emma y la miraba desde abajo con curiosidad. — ¿Eres la madre de Marcus? — La mujer sonrió. — Así es. — La niña parecía impresionada, pero no interpelada lo más mínimo. — Yo soy la hija de Shannon y Daniel. Mi padre es médico. — Lo sé. — La niña evaluó. Se acercó un poquito más mientras seguía caminando. — Creo que a mi madre le gustaba el padre de Marcus cuando eran jóvenes. ¿No te importa? — Marcus casi se desmaya (y Lex puso cara de querer morirse allí mismo), pero Emma soló una risita divertida. — Lo entiendo. A mí también me gustaba. — Marcus miró de reojo a Lex y pensó le ha faltado decir "y me lo quedé yo". A Lex le dio una carcajada nada discreta que trató de disimular con una tos. La niña sonrió y siguió caminando a su lado, mirándola y haciéndole preguntitas de vez en cuando, a cual más retorcida.

— Bien, nos vamos a organizar de la siguiente manera. — Empezó Eillish una vez fuera, con todos oyendo con sorprendente atención (Brando se había puesto a llorar a saber por qué, probablemente por el jaleo, pero por lo demás, había bastante atención en el ambiente). — La casa de mis padres es la más grande pero está bastante llena, así que vamos a hacer una reordenación: Andrew, Allison y Brando os vendréis a mi casa. — El chico hizo un gesto militar, sin rechistar pero con bastante guasa. — Siobhán se irá con las chicas a su piso. — Ginny, Wendy, Nancy y la mencionada se miraron con diversión. — Así que se quedarán dos habitaciones libres, para Jason y Betty y para George. — Eillish continuó. — Frankie, para que pueda estar usted con su hermana... — ¡Hija, por favor! Tutéame, que me siento viejo. — Dijo el hombre, y todos rieron. — Está bien, Frankie. Maeve y tú os iréis a casa de Molly y Lawrence. Allí están ya Arnold y Emma, y como también están Marcus y Alice pero me han comentado mis primos que se van a trasladar al desván con Lex para dejaros libre la habitación, los jóvenes pueden irs... — Hubo una interrupción por jolgorio generalizado de los jóvenes, del que Maeve dudaba de si participar o no, pero Saoirse se había incluido precipitadamente en el saco. — Es decir: Sandy, Frankie Junior, Sophia y Fergus. — ¡Toma! Soy mayor. — Celebró el último, y ahí Saoirse cayó en su exclusión y empezó a protestar, pero Shannon neutralizó para pedir escucha a la organizadora. — Mi Ruairi tiene mucho espacio en su granja y creo que a las chicas les va a encantar estar con mis nietos. — Dijo la mujer como herramienta para convencer a la niña dolida, y esta miró de soslayo a los dos gemelos, que la saludaban como si fueran un espejo distorsionado para mostrar el mismo gesto pero uno con expresión maliciosa y el otro con la versión buena. — Así que Shannon, si os parece bien, tú y tu familia podéis quedaros en casa de mi hijo. — Me encantará. Creo que somos de casas equivalentes. — ¿Eres Pukwudgie? — ¡Sí! — ¡Estupendo! — Ruairi y Niahm eran todo lo que la familia de Shannon necesitaba, definitivamente. — Y por último, Erin, cariño, igual querías quedarte en tu casa familiar... — No te preocupes. — Dijo ella rápidamente. Marcus se aguantó la risa. Su tía, cuanto más lejos, mejor. — Pero a Martha le hacía mucha ilusión que os quedarais en su granja. — ¿De verdad? ¿La granja? — ¡Sí! La tenemos preciosa. — ¿Está en los terrenos del primo Cillian? — ¡Allí mismo! — Yo creo que está contenta. — Dijo Arnold, levantando risillas alrededor. Violet susurró (aunque bastante audible) en dirección al grupito de chicas. — Yo si os sobra un futón aunque sea me escapo a vuestra comuna femenina. — Una hermana siempre va a ser bien aceptada. — Respondió rápidamente Siobhán. Sandy se acercó también a ellas, poniéndose un mechón de pelo tras la oreja. — Y... ¿decís que vivís todas juntas? — Uy, qué bien me lo voy a pasar con las dos rubias. — Rio Ginny. Nancy respondió educadamente. — Es una casita de tres plantas, alta pero estrecha, y Wendy, Ginny y yo vivimos cada una en una. Nos apañamos genial. Siobhán vive con sus padres, la vamos a acoger porque, aunque ella viviría encantada en la calle con todo su grupo reivindicativo, estaría feo dejarla morir de hipotermia en Navidad. — Aquí la señora lista se ha quedado dormida dentro de una cueva más de una vez y ha amanecido con una ardilla por sombrero. — Se picaron mutuamente, pero Sandy tenía esa sonrisilla configurada y esa mirada de cuando parecía estar tramando algo.

— Ay, hermano. — Suspiró Molly, agarrada al brazo de Frankie y limpiándose aún las lágrimas. — Si madre y padre nos vieran... Mira esto. Mira qué familia tan enorme y preciosa hemos montado. — Todos les miraban con ternura. — Y pensar que podría ser aún mayor de estar nuestro Arnold aquí. — A pesar de la emotividad del momento, Marcus se jugaba las dos manos y con ello su carrera de alquimista sin miedo a perderlas a que su madre se estaba tragando la crueldad hasta de pensar que menos mal, porque la cara que tenía entre tanta gente era para verla. Y eso que le había salido una fan. — ¡Pues familia, marchando! Agruparos los de fuera con gente del pueblo y nos aparecemos en casa de la tía Molly. — ¿Otra vez hay que aparecerse? ¿Pero cuánto falta para llegar? — Preguntó Saoirse, cansada. Shannon suspiró. — Ya estamos aquí, cariño, venga, solo una mas y descansamos. — La niña entornó los ojos, los dirigió hacia Emma y se puso a su lado. — ¿Me puedo aparecer contigo? — La mujer le dio elegantemente la mano. — Por supuesto. — Y, sin mirar a nadie más, desapareció. Marcus subió los brazos y los dejó caer. — Podría clasificarse de secuestro vengativo. — Se burló Lex entre dientes, pero Marcus entornó los ojos. — Ja, ja. Muy gracioso. Anda que se lo ha pensado para dejarnos tirados. — ¡Venga ya, no seas lastimero! Busca a alguno de tus nuevos primos favoritos y llévanos. — ¡Ah! ¿Te incluyes en el pack? — ¡Yo no sé aparecerme allí! — No, como lo de mamá no te ha parecido mal. — Mira... — Oyó un fuerte silbido que le sobresaltó, y al girarse, vio gritar a Fergus. — ¡Mira, hermanita! Los hay peores que nosotros. —

 

ALICE

Trató de prestar atención a la organización, porque era liosa. No obstante, estaba contentísima de poder tener otra Provenza, esta vez siendo ya más mayores, con sus primos de América y Lex… Era un escenario ideal, la verdad. Y aunque ahora estuviera todo un poco caótico, ella era una Gallia y el caos se le daba bien. Ada llegó corriendo y se le enganchó a la cintura. — Alice. — Hola, mi vida. — Me ha parecido entender que vamos a una granja. — Así es. — ¿Y hay diricawls? — Ya lo creo. — Entonces no me importa no estar con vosotros en casa. Hay niños también ¿no? — Sí, esos dos que son gemelos. — Ada, con su alegre conformismo habitual, asintió y siguió abrazada a su cintura, apoyándose en su vientre tranquilamente, mirando todo, como si fuera a quedarse allí. Supongo que yo te aparezco a ti, se dijo con una sonrisa. — Alice, ¿con quién me voy? — Preguntó Maeve, un poco tristona. — Que no me quedo con vosotros. — Ella le acarició la espalda. — No te preocupes, es solo para dormir, si algo he aprendido en Irlanda, es que aquí todo se hace en casa de todos. — ¿Como el tío Jason? — Exactamente como el tío Jason. — Vio a Emma aparecerse con Saoirse y miró a los lados buscando a Marcus. Claro, lo mejor era que ambos aparecieran a gente de la de América, pero es que llevaba un rato largo sin verlo, no sabía ni por dónde paraba.

De repente, a su lado, llegaron Cletus y Amelia. — Hija, ya podemos irnos. — Ah, vale, también os llevo a vosotros, a mí me eligen como taxi. — ¿Vosotros sois abuelos nuestros también? — Preguntó Ada. Amelia la miró con infinita ternura. — No, cariño, pero me puedes llamar tía Amelia y a él tío Cletus, porque aquí somos como familia. — La niña se encogió de hombros toda contenta y asintió. Pues nada, más amigos, la vida de Ada era fácil. — Vale, a ver, vamos a organizarnos. — Tendió un brazo a Amelia y otro a Cletus. — Vosotros a mis lados. Ada, agárrate bien a mi cintura, y Maeve, tienes que pegarte y agarrarte muy fuerte a Amelia. — Soldado O’Donnell, ¿le importa que se le pegue una francesita perdida? — Ay, su tía… — Tata, ¿no te parece que llevo suficiente ya? — ¡Nada, hija! ¡Ningún problema, no faltaba más! Un O’Donnell no puede ser descortés. — Sí, ya, ya veía cómo se habían abierto los ojos de Cletus. — ¿Esta quién es? — Preguntó Ada. — Mi tía. — Ah, también viene tu familia. Qué guay. — Vaya jaleo tenía la niña. Pero mejor se aparecían cuanto antes. — Todo el mundo bien agarrado, os lo pido por favor. — A ver si iba a empezar a actuar de enfermera antes de tiempo.

— ¿Nadie se ha despartido? — Preguntó en cuanto aparecieron en la plaza de Ballyknow. — ¡Todos bien! — ¡Sí, yo también! — ¡Hala! ¿Pero por qué es de noche? — Ya te lo expliqué, Ada, es el cambio horario. — Pero pensé que te referías a que empezamos el viaje dos horas más tarde de lo que dijeron y por eso la tía Betty estaba enfadada y papá sudando. — A todos les dio la risa, mientras iban apareciendo por allí los demás. — Aquí no van a sudar, hace muchísimo frío. — Pues vamos rápidamente hacia la casa de tu abuelo. — Dijo Amelia, con su dulzura habitual, tomando la mano de la niña. — ¿El abuelo tiene una casa aquí? — ¡Pues claro! Es la casa donde nació. — ¡Hala! ¿No nació en un hospital? — Antes la gente nacía en las casas, íbamos las enfermeras como yo a ayudar a las mamás y nacían en sus casas. — Ada y Maeve estaban enganchadas al discurso de Amelia y Cletus iba la mar de contento de charla con su tía, así que se quedó buscando a su novio.

Por supuesto, no iba a ser tan fácil, porque justo aparecieron Junior y Sophia, compitiendo por la atención de Nancy. — ¡Alice! ¿Has visto la de cosas que sabe Nancy sobre Irlanda? Bueno, y sobre todo en general. — Ella asintió. — Pues sí, resulta que vivimos aquí, con ella casi todo el tiempo. — Un privilegio del que creo que no eres del todo consciente. — Le dijo el chico. Inspiró y espiró profundamente. — Ay, el aire aquí es tan puro y diferente… — ¡Yo también lo he notado! — Vale, claramente no era su sitio ahí. Hizo por buscar a Marcus, pero se cruzó con los abuelos, y Molly la interceptó. — ¡No sabes lo que ha hecho Alice con el jardín de mamá! No vas a dar crédito, está como en sus mejores años. — Frankie iba temblando. — Madre mía, no sé si voy a poder resistirlo, estoy ya nervioso… — Y justo llegaron ante la casa, y Frankie y Maeve se quedaron sin palabras, con los ojos inundados. — Maeve… Mi amor, que estamos realmente en Ballyknow, que hemos vuelto a casa. — Bueno, ya estaban todos llorando, por supuesto, y ella buscó con la mirada a Marcus. Jason, George y Shannon se acercaron a él y se abrazaron. — Mis hijos vuelven a Irlanda, y todos mis nietos. Es más de lo que podría haberle pedido nunca a la vida. — Sophia y las niñas se acercaron también y entonces George dijo. — Las Navidades más felices de mi vida las he pasado aquí. Nunca olvidaré esa primera Navidad separados de mamá, que Cillian, Eillish y Nora nos acogieron como si fuéramos familia, sin conocernos de nada, y nos hicieron sentir en casa todo el tiempo. — ¡Ay, hijo! — Maeve lloraba a mares y Sandy también. — ¡Ay, papi, por favor, nunca te había oído hablar así! — Y ella por fin logró llegar hasta Marcus y se abrazó a él. — Este es el origen de verdad, Marcus. No hay más que verlo. Objetivo conseguido. — Dijo, emocionada y llorando, por fin, ella también. La tata llegó por detrás y la abrazó y le dio un beso, y Erin se puso por el lado de Marcus. — Vosotros habéis hecho esto, cerebritos. Esto también, quiero decir. Y es precioso. —

Notes:

¡Bueno, menuda locura familiar! No pudimos reírnos más escribiendo este capítulo, desde el lío de la aduana de Marcus hasta la multitudinaria llegada. Por favor, necesitamos saber vuestro momento favorito. ¿Seríais como los irlandeses queriendo ir a buscar a todos en familia o sois más Emma quedándonos a un ladito? Igual que a nuestras mágicas familias, os querremos decidáis lo que decidáis. ¡Que disfrutéis, lectores!

Chapter 62: Ireland meets America

Chapter Text

IRELAND MEETS AMERICA

(22 de diciembre de 2002)

 

MARCUS

Estaba viviendo un sueño (un sueño caótico y por momentos agobiante, pero un sueño). Miraba a los lados y no se lo podía creer. Había empezado a nevar poco después de que llegaran a casa, y los niños estaban fuera saltando y jugando con la nieve. Molly y Frankie no se soltaban el uno del brazo del otro, y no dejaban de reír y contar anécdotas a todos. Toda la familia de América estaba allí, después de tan malos momentos, viviendo por fin la felicidad que querían vivir con ellos. Frankie, Nancy y Lex estaban enfrascadísimos en una conversación infinita sobre quidditch en la que veía a su hermano realmente feliz; Martha escuchaba hablar a Erin como si fuera Newt Scamander revivido (¡y su tía estaba hablando tan tranquila en una reunión enorme!), mientras Ruairi y Niahm compartían impresiones con ella; Violet debía estar contándole chistes muy graciosos al tío Cletus porque el hombre estaba llorando de la risa, y la tía Amelia, Nora, Shannon y Alice estaban en otra conversación infinita sobre enfermería; su padre, el primo Eddie y el primo Arthur jugaban en el suelo con los pequeños Arnie y Brando (Marcus había estado un buen rato también con ellos), y Sophia parecía haber hecho especiales buenas migas con Eillish y con Siobhán. Bueno, en algún momento de la tarde, Ginny y Wendy salieron corriendo porque parecían haber olvidado que regentaban un negocio y que habían dejado a Ciarán a su cargo. Marcus fue participando un poco de cada conversación, encantado, pero de vez en cuando, simplemente se retiraba y miraba, emocionado.

Sintió cómo su madre se colocaba a su lado en un momento determinado y, en silencio, llenaba el pecho de aire y lo soltaba poco a poco. — Y pensar que durante toda tu vida creí que tenerte en contacto con tu familia era llevarte a casa Horner. — Se le entristeció el semblante. Se acercó a ella y apoyó la cabeza en su hombro. — Es tu familia, mamá. Y la mía. Yo me alegro de haber formado parte de ella. — Marcus, no mientas... — No miento. — Quitó la cabeza de su apoyo y la miró. — Ya sabes lo mucho que quiero al tío Phillip, a la tía Andrómeda y a Miranda y Lucas. — Se quedó en silencio. Emma le miró. — Haces bien en que te sobren los demás. — Chasqueó la lengua. — Siguen siendo mi familia. Después de todo lo ocurrido no quiero demasiado trato con ellos, pero no me arrepiento de haberlo tenido en el pasado. — La miró a los ojos. — Y ninguna persona de raíces irlandesas va a obligar a nadie a romper con su familia. — Emma soltó aire por la nariz, mirando al entorno. Bajó los párpados. — Aquí es donde teníamos que haber estado viniendo. — Bueno, aquí estamos. Es lo que importa. — La mujer le miró y sonrió levemente. Marcus le dio un toquecito con el hombro. — Y te guuuuuuuuusta, reconóóóóócelo. — Pero no pienso tener condescendencia con el próximo que me ponga en evidencia en una aduana. — Marcus soltó una carcajada, pero su madre no se reía. Carraspeó. — No volverá a ocurrir. — Ladeó la cabeza varias veces. — Por lo que a mí respecta. — Ya. Si en el fondo sé qué batallas tengo perdidas. — Ambos rieron. — Por cierto, veo que te ha salido una fan. — Añadió, señalando con un gesto de la mirada al exterior, donde Saoirse se escondía tras un muñeco de nieve esperando a darle un susto al primero que pasara por allí. Emma dijo con una sonrisilla. — Esa niña está hecha de la piel del diablo... Pero ha elegido bien. — Marcus volvió a reír a carcajadas. — Qué Slytherin eres, mamá... —

De repente se generó un revuelo que no sabría definir dónde se había originado, pero cuando se fue a dar cuenta, cada padre estaba recogiendo a sus polluelos y acordando ir a las diversas casas, aludiendo al frío, a las horas y al cansancio del viaje en el caso de los americanos. — ¡Bueno! — Dijo Andrew, frotándose las manos. — Llegó el momento de la juventud. — A este muchachote me lo voy a llevar yo. — Comentó Nora, cogiendo a un risueño Brando en brazos del suelo. — Porque sus papis aún están un poquito adolescentes y se les olvida que tienen que ser papis responsables que se acuestan temprano... — Mamá, la vida es muy larga, yo no puedo perderme la quedada con mis primos americanos. — Respondió el aludido sin darle mucha importancia, pero su madre estaba en modo pasivo-agresivo y mecía al bebé, hablándole a este en vez de a su hijo. — Luego los bebés crecen y echamos de menos el tiempo que no estamos achuchándolos en vez de estar bebiendo por ahí, ¿verdad que sí, lo más bonito de su abuela? — ¡En fin! — Recondujo Andrew, viendo que aquello era batalla perdida y que ninguno pensaba bajarse de su burro. — Mayores de edad, por favor, síganme. — A Fergus se le puso cara de perro abandonado, y empezó a mirar a su madre. Betty ya tenía mirada de "tú no eres mayor de edad así que ya sabes", pero Siobhán se le enganchó del hombro sin que el chico se lo viera venir, sin duda. Se puso colorado hasta las orejas, de hecho, pero por supuesto que la fachada de chulito de Ilvermorny no la iba a tirar tan fácilmente. — A ver, muchacho. Estoy dispuesta a conseguir que mi hermana haga la vista gorda contigo si respondes a las preguntas adecuadas. — El chico, tratando de disimular el tembleque, soltó un bufido de superioridad. — Por favor, prima. Soy Serpiente Cornuda, contestar preguntas bien es lo mío. — Cuidado, que lleva trampa. — Advirtió Nancy, provocando risillas alrededor, pero Marcus se perdió el interrogatorio porque tenía algo mejor que hacer.

— ¡Pajarito! — Le dijo a Alice, agarrándola de la cintura por la espalda y dejando un fuerte y furtivo beso en su mejilla. — Entre tanta gente, te me pierdes. — Señaló a sus primos con la cabeza. — Algo me dice que nos espera una noche bastante larga. Y divertida. — Se acercó y susurró, gracioso. — Venga, apuestas: ¿cuáles crees que van a ser las mejores combinaciones y quién ves más probable que no aguante a quién? —

 

ALICE

— Me parece terrible que las cosas estén así en América. Hija, si yo te contara cómo nos vendían Nueva York cuando yo era joven… Pasábamos tanta hambre, murió tanta gente en la guerra, que no nos quedaba de otra que creer que allí todo sería mejor, porque aquí no se veía esperanza. Por eso tu padre pensó en irse, pero ¿para qué? ¿Para que la gente no pueda ni ir al médico porque no lo pueden pagar? Aquí jamás habríamos permitido eso. — Shannon asintió tristemente al discurso de tía Amelia. — Ya solo nos quedan los pequeños gestos, y aun así, tanto Betty como Dan muchas veces aceptan colaborar con el hospital, como cuando el huracán, porque saben que es lo mejor para la mayoría, pero… — Ay, cariño, pues deberíais montar eso pero en Irlanda, yo lo veo. Os venís todos, con tus padres, los niños... — Nora, hija, no has cambiado nada desde niña, quieres tener a toda la familia junta. Esta gente tiene su vida ya hecha en América. — La mujer se encogió de hombros. — Pues yo los veo muy irlandeses. Mira cómo ha llamado Shannon a sus niños. — Todas rieron y la aludida asintió. — Es verdad… Mis padres siempre nos han tenido todo lo posible en contacto con Irlanda, y yo tengo muy buenos recuerdos de cuando vine aquí de pequeña. Pero sí, ya me temo que somos de allí… — Miró por la ventana y vio a sus hijas jugando con los chicos O’Donnell. — Aunque si esos bisnietos tuyos aguantan a mis hijas, Amelia, voy a tener que empezar a planteárselo, hacía mucho que no me sentía tan despreocupada, ¿dónde está mi bebé? — Con mi marido y mi cuñado. — Dijo Nora señalándoles. Era muy gracioso, porque Brando estaba esforzándose fuertemente por no dormirse y seguir riéndose y Arnie, que estaba en horario Estados Unidos todavía, estaba lleno de energía, viviendo su mejor vida.

Y precisamente energía le sobraba a Andrew, que cuando empezaban a recoger, ya empezó a insinuar la continuación de la fiesta. — Uy, yo creo que de esos ya no formamos parte. — Dijo Shannon estirándose y levantándose. — Pero las niñas están tan entretenidas que me da hasta pena irme. — Yo creo que tu marido no opina igual, querida, además, en la granja de Ruairi no les va a faltar entretenimiento tampoco. — Efectivamente, Dan miraba a los lados, como un niño que se ha perdido y necesita que alguien le oriente. Nora ya ni estaba escuchando, porque estaba regañando a Andrew, y Amelia suspiró. — Esta hija, últimamente se inventa problemas… — Todos necesitamos sentirnos útiles, tía. — Le recordó ella en voz bajita, con una sonrisa, mientras se levantaba porque, obviamente, ella asumía que se iba a donde fuera la joven marabunta. Y, por lo visto, Fergus se apuntaba también. Vio por el rabillo del ojo a Betty suspirar y se acercó a ella. — Tranquila, esto es Ballyknow. Tooooodos le van a incitar a que salga y llegue tarde, pero también todos van a estar pendientes de él y de que no haga tonterías. — Señaló a Siobhán y Nancy. — ¿Ves a esas dos? Son como madres con todos los demás. — La mujer sonrió y la rodeó con un brazo. —Si lo dice mi inglesa favorita, que también es la suya… — Alice rio. — Uy, yo creo que estoy perdiendo posiciones ahí, eh. — Le devolvió el abrazo. — Me alegro de poder vernos así. — Betty asintió. — Vienen unos días curiosos cuanto menos. — ¡NOS VAMOS LOS JÓVENES! — Declaró su tía. — No nos cabía duda. — Dijo ella. — ¿Pero los de cuarenta somos jóvenes también? — ¡NO FALTABA MÁS! Venga, Erinita, que estamos en tu pueblo, no fastidies. — No, allí nadie estaba cansado, desde luego.

Sintió cómo Marcus la encontraba cuando estaba aún abrigándose y respondió a su abrazo y su beso. — Ya te echaba de menos, afamado alquimista O’Donnell. — Le dio la mano y empezaron a caminar por la finísima capa de nieve que probablemente sirviera de base para colmatar la que cayera esa noche. Puso su sonrisita pilla a su pregunta y entornó los ojos cómicamente. — Yo diría que Nancy ya ha elegido a sus favoritos. — Señaló a los tres. — Lex para hablar de quidditch y Junior… En fin, parece hechizada por él, quién lo hubiera dicho. — Miró hacia atrás a su tía, Siobhán y Sophia, que iban hablando a gritos, con Erin, Martha y Cerys riéndose en bajito. — La tata se ha autoproclamado parte del grupo de las chicas jóvenes, y Erin tiene un club de fans que no había tenido nunca, y yo creo que Siobhán de momento está contenta, pero le doy un día y medio para que vea cuántos zapatos de piel tiene Sandy para que le dé ecoansiedad. — Rio con su novio, apoyándose en su hombro. — ¿Y tú qué ves? —

Charlando, llegaron al pub, causando un revuelo tremendo, porque eran muchísima gente, pero Ginny y Wendy les recibieron ilusionadas. — ¡Mira, Ciarán! ¡Todos estos son mi familia! — El chico parpadeó. — Wow, hola, hola… — Alice se acercó a él. — Me han dicho que ahora eres barman. — Él rio. — Verás cuando se entere mi hermana, siempre ha querido hacerme un hombre de provecho. — Oye, pues más provechoso que esto… — Si tenemos que dar de beber a toda esta gente, me temo que va a dejar de serlo. — Ginny se había subido en una mesa y les interrumpió con su hechizo amplificador de voz. — ¡BALLYKNOW! ¡Os presento a los Lacey de América! Bueno, y algún que otro O’Donnell y Gallia, pero para cuando preguntéis, son Lacey del mediano de la Rosie Lacey ¿vale? El que se fue a América. Para que no les acoséis a genealogías. Y a todos mis primos: ¡que corran las pintas y las patatas! Hay billar, hay dardos, y sobre todo, tengo varios juegos en la cabeza que podemos hacer. Mientras tanto ¡QUE NO PARE EL RITMO! — Y lanzó un hechizo a un gramófono que hizo que la música empezara a atronar.

 

MARCUS

Rio al tiempo que hacía una pedorreta. — Estos Ave del Trueno te venderían arena en el desierto. Increíble que mi prima la erudita se inhabilite de esta manera cuando se habla de quidditch. — Aunque era graciosísimo de ver. Lo de la ecoansiedad le tuvo un buen rato tapándose la mano con la boca para no ser tan descarado de ir riéndose a carcajadas, pero se le salían las lágrimas de aguantarse. Cuando pudo hablar de nuevo, dijo. — Coincido, y añado que el grupo Erin-Martha-Cerys va a establecer un perímetro de distancia con Jason que va a ocupar más hectáreas que su granja. — Arqueó las cejas. — ¡Ah! Y se ha producido una alianza que estoy por calificar de peligrosa entre la Saoirse americana y mi madre. Mi padre está pecando de pasar demasiado tiempo con los bebés y lo está malinterpretando. Yo estoy por hacer otro perímetro de hectáreas. — Hizo un gesto con la mano. — Bueno, y si crees que Frankie Junior se ha ganado a Nancy, es que no has visto cómo se reía el tío Cletus con tu tata. Esa tiene ya pase VIP en el pueblo. — Y, viendo lo diligente que iba, ya mismo lo iba a tener también en el bar.

Bien feliz, fue a acercarse junto a Alice a agradecer al pobre Ciarán que se quedara a cargo del bar para que Ginny y Wendy pudieran ir a la aduana (bueno, con la que habían liado, no sabía si "agradecer" era el verbo correcto), cuando se vio arrollado por el huracán Violet. — Mi guapísimo sobrino alquimista. — Le dio un beso tan fuerte en la mejilla que le dejó el pómulo dolorido y puede que varias uñas marcadas. — Qué calladito te tenías este pueblo tan molón. — Mi querida tía política, yo lo conocí hace un mes, no lo olvides. — Tunante. Eres un peligro, así tienes a mi sobrina. — Se le enganchó del brazo y miró al entorno. — Y ahora, hazme un buen análisis de tus familiares. — La miró con una ceja arqueada. — No sé qué quieres que te cuente que no sepas ya. — Oh, por favor, no he esperado a que te separes de la vigilancia de la prefecta Horner para que me vengas con esas. — Tú tienes buen ojo de sobra. Y mi tía ya te habrá contado. — Violet le miró con aburrimiento. — Sí, soy experta en todo el currículum animalesco de tus familiares adictos a los bichos. Ahora, dame la información que me interesa. — Marcus rio y señaló con la cabeza. — Ginny es básicamente tu yo irlandés. — Lo había imaginado. Me gusta, me la apunto. — Con Frankie Junior creo que puedes llevarte muy bien. Y bueno... con Sandy... depende. — Violet le miró con una sonrisa ladeada. — ¿Y las dos lesbianas que persiguen a mi novia? — Marcus frunció los labios y Violet soltó una fuerte carcajada. — ¡Tranquilo! Ya sé que tengo un historial lleno de armarios rotos, pero vengo aquí en son de paz. ¡Eh, pelirroja! — Erin se giró, aspaventada y siendo interrumpida en su conversación sin fin con Martha. — Perdona, bombón pelirrojo, mala elección de palabras. ¡La del bar, la que es como yo en pelirrojo! — ¡Esa soy yo! — Saltó Ginny desde la otra punta, con varias botellas sirviendo cócteles en el aire tras de sí. Sin ningún tacto, Violet se desenganchó de él, prácticamente empujándole a su paso, y se fue para la barra. — Tú y yo vamos a hacer un dúo guay. — ¡Venga! ¿Cuál es tu propuesta? — Nos vamos a llamar Champán y Guiness. — Ginny soltó una estruendosa carcajada. — ¡Hecho! —

Y sellado su pacto particular con Violet, Ginny se subió a la mesa e hizo que la música empezara a tronar. Se acercó a Alice y, llegando a ella, les cayó encima una de sus primas. — ¡¡ESTOY ENCANTADA DE ESTAR AQUÍ!! ¡¡SOY MÁS FELIZ QUE EN TODA MI VIDA!! — Marcus y Alice se miraron, con sonrisillas. Sophia siguió, hiperexcitada. — ¿¿HABÉIS VISTO CUÁNTOS PELIRROJOS?? ¿QUÉ PROBABILIDAD HABÍA? ESTADÍSTICAMENTE NO SOMOS TANTOS. — Prima, se te oye bien desde aquí. — Bromeó entre risas, porque con los gritos le iba a partir el tímpano. Sophia tenía cada brazo por encima de uno de ellos y daba saltos, suponía que siguiendo de alguna manera el ritmo de la música. — ¡ESTO ES GENIAL! ¡HOY NO VOY A DORMIR NADA! — Di que sí, guapa. — Apareció Allison por encima de su hombro, junto con un chupito volador. — Toma, otro, por ser la pelirroja más estadística que he conocido. — Y tú la amante de las escobas menos pesada que conozco. Dios, mi hermano es muy pesado. — Y dicho esto, se echó a reír de su propia broma y se tomó de un trago el chupito, haciendo a Allison reír también. Marcus, con cierta tensión, le dijo a la rubia. — ¿Ya estamos con la crema de whiskey? — Primito, nunca se deja de estar con la crema de whiskey. Salvo que estés preñada. — ¡NO ESTOY PREÑADAAAA! — Celebró Sophia con la alegría de quien clama que ha ganado un premio, seguida de una onomatopeya de victoria de Allison. Marcus miró a Alice. — Esta alianza se nos había pasado. —

 

ALICE

Desde luego, el sino de su vida era llegar a un sitio y que, si estaba su tía, se hiciera con él, y en Irlanda, eso estaba especialmente tirado, porque su tata era una apóstol del alcohol y la fiesta, y allí tenía varios acólitos dispuestos a seguirla. Martha, Cerys y Erin ya no estaban ni a la vista, se estarían escondiendo con razón, porque aquello empezaba a ser un pandemonio. De hecho, cuando estaba a punto de reunirse con Marcus porque, cómo no, ya les habían separado otra vez, una Sophia hiperexcitada por la presencia de pelirrojos le cayó encima. — Tú sigue así, yo creo que os adoptan a todos y al final no os vais ninguno. — Dijo, riéndose, porque realmente se alegraba de ver a Sophia tan integrada y feliz. La que estaba pelín feliz de más era Allison, pero cualquiera le decía nada, no lo hubiera escuchado tampoco. Y se estaba riendo por la reacción de ambas, pero había algo que le picaba en el fondo de su mente, algo de lo que habían dicho…

— ¡A ver, cuñadita! Cuidado con esa cremita que tenemos un menor por aquí. — Pero soy muy maduro para mi edad. — Siobhán y Fergus habían hecho acto de presencia, y le rompieron la concentración. — Mis perdones. ¿Tienes menos de diecisiete? — Dijo la chica, mirando a Fergus de arriba abajo. — Sí, pero él se cree que tiene más. — Contestó Sophia. — Mi querida hermanita se va por ahí de farra a Nueva York con los primos ingleses, acaba en la cama de un jugador de quidditch, y todavía tiene la cara de meterse conmigo. — Alice abrió mucho los ojos. — ¿A ti quién te ha contado esa historia? — La prima Sandy. — ¡Fue por preservar los genes pelirrojos! ¡Claramente hay escasez allá de donde venís! — Gritó Allison, recolgándose de Sophia. — Tú no lo entiendes, yo sí. ¿A que sí, cariño? — La aludida asintió sacando los morritos y abrazándose de vuelta a Allison. Y entonces aparecieron por allí Wendy y la mencionada Sandy, de la mano, riéndose como dos colegialas. — ¡Sandy está triunfando! ¡Ya hay por lo menos dos del pueblo y uno de Connemara que van detrás de ella como tontos! — Pero el tuyo no ¿no? — Preguntó Siobhán. — No, el mío no… ¡AY, PRIMA! Calla, que me lías. Que Ciarán es un amigo muy querido. — Especialmente querido en la noche de trivial. — Le picó Alice. Sandy abrió mucho los ojos y la boca. — ¿CÓÓÓÓMO? ¿Que ha pasado algo con Ciarán y no me lo has contado, zorri? — Sí, como si os conocierais de toda la vida, pensó Alice, entornando los ojos. Wendy rio ligeramente. — Ay, calla, calla, que esta gente tiene unas cosas… —

— ¡A VER! ¡QUE EMPEZAMOS CON EL PRIMER JUEGO! — Anunció Ginny, subiéndose al pequeño escenario que tenían, al que se había subido con Junior. — Como aún no nos conocemos mucho, esto va a estar entretenido, y además aquí suelen salir cosas que no les contamos ni a los más íntimos. El funcionamiento es muy sencillo: subís aquí y, con mi maravilloso hechizo altavoz, contáis dos historias, una es falsa y la otra no, tenemos que votar. Si la mayoría del público falla, el cuentacuentos se lleva un chupito de lo que quiera, pero si aciertan, es que muy bien no estaba planteada la historia y somos Wendy y yo las que elegimos qué tiene que beber y NO SOMOS BENEVOLENTES. Vivi es nuestra consejera, además. — Otras que ya estaban como hermanas. No le cabía duda tampoco. — El primero en ofrecerse ha sido este muchachote tan valiente, que es Ave de la Tormenta o como sea que os llaméis allí al otro lado del charco. Gryffindor, para entendernos. ¡A ver! ¿Dónde están mis otros pelirrojos? Ahí está tu hermana y el otro… Oye, tú no eres pelirrojo. De hecho, te pareces al primo Marcus. — Dijo mirando a Fergus, que levantó los brazos con falsa modestia y giró sobre sí mismo. — Me lo dicen mucho. — Bueno, vosotros, aunque lo sepáis no os chivéis ni deis pistas. — Se giró hacia el chico y dijo. — Todo tuyo, Junior. — Desde luego que todo suyo, porque Frankie era de las personas que mejor se sentía con toda la atención y el bastón de mando del mundo. — Buenas noches, Ballyknow. — Dijo con su mejor sonrisa encantadora, y escuchó varios suspiros femeninos. — Mis dos historias son de amor. La primera cuenta cómo en Ilvermony conocí a una chica que era canadiense y absolutamente preciosa. Era de antepasados irlandeses también, así que conectamos enseguida y yo solo quería verla sonreír a todas horas, pero ella echaba de menos su tierra y decía que quería volver a ver las cataratas del Niágara, así que creí que merecía la pena romper las normas por una vez… — Sophia rio con escepticismo, y Alice y Marcus no pudieron evitarlo también. — …Y me la llevé en escoba a verlas. Llegamos hasta allí, pasamos una tarde perfecta y… llegaron los tutores y nuestros padres a matarnos por habernos escapado, y nos cayó un castigo monumental, pero mereció la pena. — Los suspiros y “awwws” iban en aumento. Hasta Siobhán estaba con los ojitos brillantes. — Pero bueno, Siobhán… ¿Dónde queda tu odio a los príncipes azules? — La picó. — ¡Ah, por favor! Yo siempre voy a admirar un gesto bonito sin pretensiones… — Uy, sí, sin pretensiones mi hermano… — Dijo Sophia, volviendo a reírse. — Bueno, la segunda es de mi amor al quidditch. Siempre me ha gustado, por influencia de mi padre, pero claro, cuando era muy pequeño no podía jugar, así que ponía a mi hermana a lanzarme la pelota desde la ventana de nuestra casa y yo cogía una escoba nomaj y hacía como que volaba para cogerla… — Más “awwws” en la sala. Parecía que estaba echando un pulsito con Sandy a ver quién ligaba más. — Hasta que un día, me emocioné tanto que levité sin darme cuenta y no sabía qué hacer, porque en Nueva York está todo lleno de nomajs, y no se me ocurrió otra cosa que que pensaran que me había tirado de una ventana, dejándome caer y mi hermana y mi padre, que eran los que estaban en casa, tuvieron un pequeño lío con la poli nomaj hasta que apareció por allí un agente del MACUSA. —

 

MARCUS

La aparición de Fergus y Siobhán le tenía muerto de risa, aunque aspiró una exclamación, llevándose las manos a la boca y abriendo mucho los ojos como un niño sorprendido, cuando Fergus desveló por ahí las intimidades fiesteras de Sophia. Acto seguido, le señaló. — Y estos se llevaron a Dylan a la farra, y ese sí que es menor. — Menor se es o no se es. — Apuntó Siobhán, a lo que Fergus subió las manos. — Pero se puede ser menor, hipermenor como el bebé de la de la crema de whiskey, o bastante menor, como el hermano de Alice. Y ahí estaba, de fiesta. — Pero solo bebió zumos. Y la salida fue aprobada y asegurada precisamente por tu madre. — Se defendió Marcus, a lo que Fergus puso cara de ofensa. — ¡Y la mía también! — Pero casi no se oye el final de la frase porque todos fueron burlas y risas que ponían bastante en duda cuán aprobada estaba la salida de Fergus por parte de Betty.

Otras que parecían haber generado una curiosa alianza habían sido Wendy y Sandy, tanto que la segunda ya parecía tener fichados a todos los chicos del pueblo y a parte de los del pueblo de al lado, y ya veía a Ginny mirando con ojos entrecerrados a Wendy por dejar todas las tareas del bar en manos de ella por estar haciendo tonterías por ahí. Probablemente y en parte por eso (y también por evitar que se siguiera dando cuerda al tema de Ciarán, que revoloteaba por allí sin perder de vista a Wendy y de seguro iba a encantarle saber que estaban hablando de él), Ginny llamó la atención de todos con un juego. En lo que Ginny explicaba el juego con Frankie Junior al lado (por algún motivo que no tardaría en descubrir), Lex brotó a su lado, con una sonrisa que no estaba acostumbrado a verle entre tanta gente y caos. — ¡Hombre! Por un momento pensé que te había olvidado en Londres. — Lex se encogió de hombros como toda respuesta, atendiendo a Frankie y sin perder la sonrisa. — Te han quitado a tu compi de quidditch y te has venido en busca de tu hermano ¿eh? Segundo plato. Feísimo. — Ponte a la cola, bonito. — Ah, que tenía a Nancy agarrada del brazo contrario. Ni la había visto. — Que esta compi del quidditch no le ha abandonado para ganarse el favor del público. — Marcus puso cara de exagerada sorpresa y la señaló, aunque mirando a Lex. — Cuidado con esta, que te lía. Es la peor. — Nancy le soltó una sonora pedorreta que hizo a todos reír, pero atendieron a los del juego.

Rodó los ojos exageradamente, con una sonrisilla y mirando con complicidad a Alice, cuando Ginny dijo que Frankie se había ofrecido voluntario para ser protagonista, y aún le quedaba hacerlo otra vez con esa declaración al principio de las historias. Pero, en mitad, casi le da un infarto cuando dos voces gritaron al unísono detrás de él. — ¡¡DEL TRUENO!! — Movimiento que, del sobresalto, hizo que le salpicara la pinta en la camisa. Miró hacia atrás con reproche: al parecer, Martha y Erin habían considerado de extrema necesidad corregir la desidia gramatical de Ginny con respecto al ave representativa de la casa de Frankie. Batalla perdida, no se iba a molestar ni en decir nada.

Las historias eran para verlas, y se estaba conteniendo mucho de no abuchear por no interrumpir ni llevarse malas caras, porque claramente era de los pocos que no estaba siendo conquistado por aquel alarde de heroicidad no solo absurdo, sino, por supuesto... — ¡Esa es la falsa! — Clamó sobre la primera. Lex le miró entre risas. — No has escuchado la segunda. — Da igual. Esa es falsa. — Afirmó, y luego le miró con falsa gravedad. — Por el bien de mi salud mental, es falsa. No quiero imaginarme siendo prefecto de un alumno capaz de hacer una cosa así. — Lex y Nancy rieron a carcajadas, pero Siobhán pasó por su lado y, con una caída de ojos, dijo. — Y por eso hay que estar hecho de otra pasta para ser prefecto o prefecta de Gryffindor. No gobernando una casa de buenecitos que solo leen. — Mira, si yo te contara... — No, por Dios, la huelga no. — Suspiró Lex, pero estaba muerto de risa con Nancy. Mira, le merecían la pena las burlas por ver a su hermano así.

Se generó un debate intenso en torno a la veracidad de las historias que tenía a Marcus alucinando, porque él no concebía que no pudiera ser la segunda (y no por verídica, sino porque le parecía demasiado locura hasta para un Gryffindor la primera). De hecho, tenía las manos tapándole la cara solo de pensar en el jaleo que habrían ocasionado con la policía, se moría de pensarlo siquiera. — Ay, de verdad. — Dijo en un momento determinado Sandy, con un fuerte suspiro de desdén, cuando todo el corrillo de enamoradas (y algún que otro enamorado) que había generado Frankie en el bar la dejó intervenir. — ¿Os vais a creer lo de la novia canadiense? ¡Por Dios, es un clásico! — Se generó un silencio a su alrededor que la hizo suspirar de nuevo y la obligó a explicarse. — La "novia canadiense" es el típico recurso que usan los tíos cuando no quieren reconocer que están solteros, o que se comen menos roscas de las que alardean... — Eso último lo dijo con tonito y mirando a Frankie, aunque este estaba demasiado ocupado en ponerle sonrisitas conquistadoras a las que andaban por allí. — ...Para fingir que tienen novia. Pero es mentira. Es una excusa pasadísima. — Yo no he dicho que fuera mi novia, prima. He dicho que fue un gesto por amor... — ¡Mentiraaaaaaaaa buuuuuuuuuu! — Empezó a abuchear Andrew. — ¡Esa es mentira! ¡Me quedo con la de la poli! ¡EH, CARIÑO! Apúntate esa, que Brando tiene muchas papeletas de salirnos así, tal y como somos nosotros. — Prefiero no imaginarme a mi hijo haciendo ninguna de las dos PEEEEEEEERO... — Empezó la mencionada. — ...Me quedo yo también con la segunda. — ¡Claro que sí! ¡Chica lista! — Brindó Sophia con ella, pero ya empezó Wendy a hacer aspavientos. — ¡QUE NOOOOO! ¡Yo digo que la historia de las cataratas es la de verdad! — Yo conozco un rincón en la colina blanca desde el que se ven las estrellas. — Aportó Ciarán, así como quien no quiere la cosa, y en el gesto más de hacerse el interesante que tenía en el registro, dejó caer. — Y también sabría llegar con la escoba... — Pero el debate estaba tan encendido que nadie le hizo caso.

— ¡Bueno! Hay una descompensación en favor deeeeee... ¡La historia de las cataratas! — Todos los que habían votado la otra como verídica, incluido Marcus, protestaron enérgicamente, pero Ginny dio su veredicto. — Sácanos de dudas, chico Ave DEL TRUENO. — Enfatizó, mirando mal a Martha y Erin, pero estas ya habían desconectado y estaban en una mesa charlando como si nada. — Pues... lo cierto es que las dos tienen un punto de verdad, pero... — Atentas a la sorpresa: no había ninguna chica canadiense. — Dijo Sandy con retintín. Frankie recuperó la conversación. — ¡Sí que la había, lista! Pero... no en esta historia, lo siento. — Hubo un chasco generalizado, no por parte de los sensatos que habían votado por la otra, claro. — ¡Hala, a beber los erróneos! — Sí que me fui a las cataratas. — ¿Que cómo? — Preguntó Marcus, en pánico. Frankie asintió. — Pero no por una chica, sino porque perdí una apuesta. — No me lo puedo creer... — Suspiró, frotándose la cara. Si lo llega a saber, prefiere la primera versión, que al menos era romántica, y no solo estúpidamente negligente porque sí. — Pero la chica EXISTÍA. — Ay, por Dios. ¿Newman? — Preguntó Sandy casi con desprecio. — ¿Esa es "tu chica canadiense"? Mira, punto uno, no te hacía ni caso, y punto dos, era feísima... — Y no me la llevé a las cataratas, pero sí que me la llevé a... — NO LO QUEREMOS SABER. — Parapetaron Fergus y Sophia casi al unísono, lo que desencadenó las risas de medio bar.

— ¡Venga, va! — Cortó Frankie, después de un buen rato de protagonismo y risas. — Yo ya he abierto la veda, ahora le toca a un irlandés. — ¡Voy yo! — Se animó Nancy, y de varios saltitos se subió al escenario. — Atentos, que voy. — Se aclaró la garganta. — Una vez, de pequeña, había visto una fiesta que se hacía hace muchos años para celebrar el equinoccio de primavera. Tenía mucha base de mitología y eso... — Esa es la de verdad. — ¡Calla, tonta! — Cortó Nancy la interrupción de Allison, entre risas. — Pues resulta que salí al bosque y me entretuve yo haciéndome mi coronita de flores, y me puse flores por el vestido, e iba yo tan feliz paseando por el bosque y hablando sola, porque yo era mucho de hablar sola, cuando de repente me di cuenta de que los animales habían empezado a seguirme. Animalillos de bosque, vaya: conejitos, ardillas, unos mooncalfs que debían haberse salido de una granja... — Y vino una vieja malvada y te ofreció una manzana con veneno. — Se burló Fergus, y todos reían tanto que les dolían hasta los músculos. — Y yo seguía a lo mío, y me adentré tanto en el bosque que de repente me vi metida en una comuna de druidas, y es que había estado siguiendo su ruta sin darme cuenta. Bueno, probablemente algo antropológico dentro de mí llevara hasta allí mis pasos, pero eso no viene al caso. La cuestión es que, para cuando la familia me encontró, poco menos que yo ya estaba bautizada como futura ninfa de los bosques y los druidas iban a adoptarme bajo sus doctrinas. Menos mal que fue la tía Nora, que con sus disculpitas y su tonito suave se camela a cualquiera. — Todos reían a carcajadas. — La segunda historia es que esa celebración la intenté hacer en el primer año de Hogwarts. Hice unos panfletos preciosos con florecitas que se movían y los entregué por todo el colegio, y me puse a las orillas del lago, dispuesta a hacer un ritual fantástico. Lástima que uno de esos panfletos llegó a manos de los prefectos de Slytherin, que decidieron no fiarse de mis buenísimas intenciones, y cuando los profesores vinieron creían que estaba haciendo magia oscura o algo. Fue mi primera pérdida de puntos. Lloré mucho. — Hubo varios sonidos compasivos hasta que Ginny preguntó. — ¡Y bien! ¿Cuál es la verdadera? —

 

ALICE

Le dio la risa fuerte con la intervención de Sandy. — A ver, es que suena totalmente a fardada de Junior. — Aportó ella, recibiendo una mirada fugaz de Nancy. Pero bueno, lo que le faltaba por ver, ahora resulta que a la Ravenclaw más estudiosa del mundo le hacía tilín un tío como Junior… Vivir para ver. Se rio con lo de Andrew y se tapó la cara. — Por favor, no compréis nunca el faro. Quédate para siempre donde haya una cabeza pensante. — ¡Qué dices! No se me había ocurrido, pero ahí puede ser aún más divertido. — Contestó el primo, con sorna, claramente para poner nerviosos a los de alrededor. — ¡PERO QUÉ DICES AHORA! — Si es que habría que quitarle la custodia… — Intervinieron Nancy y Siobhán. Mientras, Ciarán intentaba hacer lo suyo, pero, como siempre, a destiempo y demasiado tímidamente para una Hufflepuff un poquito alocada, que claramente se habría rendido cual novia canadiense a semejante gesto. — Obviamente, me creo más que metieras a tu padre y a Sophie en problemas. — Dijo ella, emitiendo el voto con su varita mientras miraba a Frankie, que le devolvió una de sus sonrisas encantadoras. Aun así, no había nada que hacer. El encanto de Frankie era más grande que el sentido común, visto lo visto.

Y entonces, se giró para ver qué había votado Nancy, y resultó que había votado por la primera. — ¿Pero qué…? — Empezó a preguntar, pero no le dio tiempo, porque Nancy se fue de cabeza al escenario. Ahí no pudo evitar volverse a Marcus y decir. — ¿Tú conoces a esa tal Nancy? Porque yo, ahora mismo, de nada, vaya. Entre el quidditch, Frankie y esto… — Pero se paró a escuchar, porque creía conocer lo bastante a la chica como para adivinar la historia. Se rio mucho durante el transcurso de la primera historia, especialmente con la intervención de Fergus, y se enterneció con la segunda, sacando el labio inferior. — Pero pobrecita mía. Eso es tan Ravenclaw… — Dijo con las manos agarradas y voz adorable. — Ah, ya veo dónde está la vara de medir. Rituales paganos sí, escobas no. — Dijo Frankie. — ¡Eso, eso! — Jaleó Andrew. — Escobas en cataratas, no, has adivinado bien, genio. — Contestó ella, intentando darle un empujoncito, pero encontrándose con el muro de músculos que era el chico, haciendo que Lex se riera un poquito de ella. — Sois lo peor. — Replicó mirándoles a ambos, pero riéndose.

Al igual que los americanos, Alice creyó que la segunda historia era la verdadera, y, ante la sonrisa de superioridad de Nancy, abrió la boca. — ¿En serio la primera es la auténtica? — Bueno, bueno, yo ahí tengo que matizar. — Dijo Ginny. — Que ella era muy pequeña y lo tiene un poquito idealizado. — La peor mañana de mi vida. — Dijo Siobhán llevándose las manos a la cara. Wendy entornó los ojos. — Son todos un poquito exagerados. El que peor lo pasó fue el primo Ruairi, porque claro, era el hermano mayor por excelencia y la dichosa niña nunca hacía nada de eso, y él que presumía de que podía llevarla a todas partes, porque nunca hacía ninguna burrada, pues estaba desolado. Pero la niña estaba perfectamente, ya ves, como entiende gaélico desde bien pequeña, ahí estaba de charla. — Nancy la señaló. — Por eso hubo varias mujeres druidas muy dispuestas a acogerme, creían que era una princesa perdida. — Ginny entornó los ojos. — Bueno es que para ella todo fue muy bonito, pero lo más probable es que los animales simplemente estuvieran por ahí por el bosque, y ella fuera tan pequeña que ni la consideraran una amenaza. La suerte fue que no se la comiera un lobo o los druidas la echaran a un caldero como parte de un rito antes de que mi madre, que se crece en el caos, llegara y les hiciera entender que se la tenían que devolver de muy buenas maneras. — Alice estaba muerta de risa, especialmente con la indignación posterior de Nancy, pero entre risas sí dijo. — Oye, pues la otra era muy realista, yo me la he creído cien por cien. — Es que es medio verdad. — Dijo Andrew. — O sea ella hizo una presentación divina, muy Ravenclaw, con los cartelitos hechizados y todo… — Pero los prefectos me dijeron que nanai, que eso podía parecer que estaba invocando cosas que no debía y demás… — Se encogió de hombros y negó. — Siempre nos han tenido manía a los irlandeses. —

Estuvieron un rato más con el juego, en el que algunos, como Allison, resultaron ser muy malos, y otros sorprendentemente buenos, como Cerys, pero en un momento dado, alguien le pidió a su tata que subiera y lo hiciera, y ella, desde su asiento privilegiado, negó con un gesto de la mano. — No me creeríais. — Dijo simplemente. — Mi vida es tan apasionante que todas mis historias serían verdad, pero nadie las creería. No, yo no, pero… — Miró entre su grupito y señaló a Siobhán. — Chica activista. Seguro que tienes alguna buena. — Cuando se reía y se ponía tan colorada, Siobhán volvía a parecer una adolescente de risa contagiosa y ojos brillantes, y así se subió al escenario, con esa risilla incesante y un pelín borrachilla. — Bueno, pues… os cuento. Una vez en una sentada por los derechos de los duendes salvajes, conocí a un explorador americano… guapísimo. Estuvimos hablando de los derechos de las criaturas, de la necesidad de inclusión de los seres femeninos por los derechos especiales… — ¡Señoras y señores: mi hermana! El alma de la fiesta. — Interrumpió Ginny con cara de cansancio. — El caso es que yo no soy muy de eso, pero es que me tenía pilladísima, así que le pedí a la hermana que me acaba de interrumpir, que me dejara llevármelo a su piso y que ella durmiera con Wendy, pero no hizo falta, porque Nancy estaba de viaje, así que allí me lo llevé. — Que fuerte… — Dijo la aludida cruzándose de brazos y negando con la cabeza. — Y entonces, cuando entró en el piso, nos pusimos a lo nuestro, pero yo veía como que… se conocía la casa. Y yo estuve con toda esa sensación hasta el día siguiente, y cuando se va, se cruza con Wendy y dice: uy, ¿ya ha vuelto este tío? Si Nancy me dijo que no quería saber nada de él, porque realmente ni es un antropólogo ni nada, que solo se hace pasar por ello para ligar. Y claro, ahí lo entendí todo. El muy sinvergüenza ligaba así, haciéndose pasar por lo que le conviniera esa semana. No contaba con lo grande que es la familia O’Donnell, desde luego, y como no nos apellidamos igual, pues… — Alice rio, negando por la cabeza. — Mira, estoy por decir que esa es la verdadera, la verdad. Porque me lo esperaría de un tío. — La segunda es que, cuando era prefecta, yo hacía tutoría a los más pequeños de las cuatro casas de feminismo y concienciación, adaptado a su edad, y hacíamos una reuniones muy guais, pero un día, apareció por allí un niñatillo de primero de Slytherin, que se dedicó a meter bronca y decir barrabasadas, y cuando lo eché se me puso todo gallito de “mi madre es abogada del Ministerio, mi padre es médico en San Mungo, puedo decir que me has agredido y te cae una sanción que…” — Alice se giró hacia Marcus. ¿Por qué sonaba como a Percival muy fuertemente? — Pero lo que el señorito no se esperaba es que mis niñas de Gryffindor estaban muy bien entrenadas, y, a la salida, entre todas, lo hechizaron y lo metieron en un cuadro, con un señor muy pesado que se llama Sir Garrett, los de Hogwarts lo recordaréis. Yo lo descubrí al salir, y vi que el cuadro le estaba dando una turra brutal, así que… hice lo que no se debe, y pasé de largo, lo dejé allí, hice como que no lo había visto, para que aprendiera una lección. —

 

MARCUS

Muerto de risa, optó por votar esta vez en dirección opuesta a la de su novia, aunque fuera por seguir riéndose. — ¡Nancy ninfa de los bosques! — Jaleó, y volvió a acertar. Juntó las manos. — Dime que esa historia es cierta y que Albus quería adoptarte. — No lo conocía por entonces, pero lo hubiera hecho encantado, porque yo era bien bonita y bien lista. — Se enorgulleció la otra, ante lo que Siobhán fingió un exagerado escalofrío. — Nada turbio... — Créeme que es lo menos peligroso que te puedes encontrar. — Afirmó Marcus, dando acto seguido un sorbo a la bebida, y ante la mirada curiosa de Lex, al terminar de beber, respondió. — Ya te contaré. — Y atendió a los matices de Ginny, llorando de la risa solo de imaginarse la escena, aunque la puntualización sobre la segunda sí que le enterneció. — Oooooh. — Se conmovió, con una mano en el pecho. — Yo te hubiera dejado, prima. — La carcajada seca tan estruendosa que sonó en su oído le hizo mirar a Lex con una ceja arqueada. Su hermano, con la pinta cerca de los labios, dijo entre risas. — Ni de coña, vamos. ¿Un ritualito fuera de control con todos los niños en los terrenos? Sí, seguro... — Oye, ni hubiera renegado de mis raíces irlandesas... — Lex empezó con diversas pedorretas, pero él siguió. — ...Ni yo desprecio así como así una presentación bien hecha. — Gracias, prefecto primo Marcus. — Dijo Nancy, pasando un brazo por sus hombros y dándole un beso en la mejilla. Él, con superioridad, le pasó un brazo por la espalda y miró con altanería a Lex. — De nada, prima estudiosa amante de nuestras raíces irlandesas. — Y del quidditch. — Dijo el otro, dedicándole a la chica una sonrisita que, para indignación de Marcus, la hizo reír como una niña tonta. Su hermano en modo coqueteo y la erudita de la familia comportándose como salida del grupito de chicas de la mente enjambre. Lo que le quedaba por ver.

Después de varias historias más y diversos tira y afloja, y de muchas patatas y más pintas de las que estaban contabilizando, salió Siobhán al estrado. Le dolía el estómago de tanto reír con las intervenciones de Ginny, pero se le cortó la risa con el desenlace de la primera historia de Siobhán. — ESPERO que esa NO sea la verdadera. — Dijo entre indignado y asustado. Varias mujeres de la zona le miraron con cara de circunstancias. — Es que, ¿cómo va a tener alguien tan poca clase y vergüenza y empatía y de todo? — Ninguna inmutó la expresión. Se tensó. — ¡Bueno! Dejad de mirarme así. — Me encantaría vivir en el mundo imaginario de los hombres aunque fuera solo un día. — Suspiró Sophia, que seguía enganchada de Allison, la cual asintió enérgicamente. Siguió escuchando a Siobhán pero deseando realmente que la primera historia no fuera cierta... hasta que escuchó la segunda. Al principio no cayó, pero de repente su cerebro se iluminó como si le hubieran apuntado directamente con un foco de luz a los ojos, y sintió como si se le abriera un boquete de absoluto vacío en el pecho. Casi notaba la pinta y las patatas perturbarse peligrosamente en mitad del proceso de digestión.

Solo tuvo que hacer un cálculo rápido para confirmar que las fechas cuadraban, y ver a Alice girarse tan súbitamente hacia él se lo terminó de confirmar. — No me jodas... — Susurró Lex a su lado, que debía haber hecho la misma conexión. Al menos, su hermano se echó a reír con el final de la historia. — Ojalá, vaya. — Dijo, pero Marcus seguía en shock. — Hostia. ¿Fantasma del pasado o qué? — Se percató Fergus, y antes de poder responder, estaba llamando la atención del grupo. — ¡¡EH!! Una de dos, o al primo Marcus también lo metieron en un cuadro, o conoce al niño ese. — Marcus tragó saliva, pero Fergus fue un poco ignorado, porque la gente ya estaba postulando por ver cuál era la respuesta correcta. Discretamente, Alice, Lex y él se acercaron los unos a los otros y se miraron. Lex dijo. — Vale, estaba hablando de Percival ¿verdad? — Marcus asintió. — ¿Lo decimos? — Marcus se encogió de hombros. Le había pillado tan fuera de juego, y por qué no decirlo, un poco "contentillo", que no estaba dilucidando muy bien qué debía hacer.

— ¡A ver! Vosotros tres, ¿qué votáis? — Alice ya se había decantado por la primera historia mientras la contaba, pero Lex y Marcus se miraron. Al unísono y con tono visiblemente incómodo (aunque solo se dieron cuenta algunos, el resto también estaba afectado por el alcohol) dijeron. — La segunda. — Ginny se giró hacia Siobhán en modo maestra de ceremonias y la chica, con un suspiro resignado, dijo. — ¿De verdad me creéis a mí más capaz de dejar a un pobre chico, por estúpido que sea, encerrado en un cuadro, que el que un tipo sea TAN capullo? ¡Pues claro que era la primera! — Marcus alzó los brazos. — ¡¿Cómo que “pues claro”?! ¡Me parece increíble que alguien haga algo así! ¿No es ilegal eso? — Recibió bastantes risas que no le hicieron ninguna gracia. Entrecerró los ojos. — Luego llamadme caballero medieval y reíros de mí, pero jamás haría algo así. — Eso te honra, primo. Yo tampoco. Me gusta divertirme, pero siempre con la integridad por delante. — Corroboró Frankie, aunque miraba a las chicas en vez de a él. Andrew se les unió. — Eso, eso. O con un contrato de relación abierta de por medio, ¿verdad que sí, mi hada del whiskey? — Allison le lanzó un beso al aire como toda respuesta. Marcus suspiró. — Gracias, profesor de apoyo hippy y caballero de la orden de las Aves de la Tormenta. — Ironizó, y la última palabra le granjeó malas miradas por parte de Martha y Erin, quienes parecía que solo se activaban ante términos concretos. Tranquilidad, que es sarcasmo. Siobhán se encogió de hombros y, bajando del escenario, dijo. — Pues así de capullos son algunos. Para que veáis. Por eso, si no estáis de acuerdo, lo que tenéis que hacer es ser aliados. — Se puso las manos en jarra y, con orgullo, siguió. — Porque esta lucha no sirve de nada si todos y todas no nos ponemos... — BUENO y ahora la historia del crío ese. — Insistió Fergus, y señaló a Marcus y Lex. — Porque estos lo conocen. — HOOOOOOOOOOOOOSTIAS. — Bien, Violet acababa también de hacer los cálculos y ahora les miraba boquiabierta. Y eso solo podía ser antesala de una cosa.

Y ahí estaba: fortísimas carcajadas y el desvelamiento sin permiso de lo que realmente no era un secreto, pero aún no habían decidido si querían cortar. — ¡Eh, Simone de Beauvoir! ¿Por casualidad no te acordarás del nombre del niñatillo en cuestión? — La chica puso cara de hacer memoria, pero Violet, en lo que Marcus y Lex se tapaban la cara como si quisieran no ser vistos, no dio ni tiempo. — ¿No sería algo así como... Percival...? — ¡HORNER! — Saltó la chica, recordando de repente. — ¡PERCIVAL HORNER! — Erin había perdido el color de la cara y descolgado la mandíbula, aunque apenas segundos después, se tapó la boca y empezó a reír por lo bajo, ante la extrañada mirada de Martha y Cerys. Al resto ni les sonaba el nombre, aunque ya se había abierto la veda de la curiosidad, por las caras que tenían... Aunque sí que hubo una persona que recordó el apellido, y tras un par de segundos de pensar, dijo. — ¿Horner... no es tu madre, Marcus? — Preguntó Wendy, y abrió mucho los ojos acto seguido. — ¡Claro que es tu madre! Si su hermano es Phillip Horner, que me acuerdo yo. ¡Oh! El hombre MÁS GUAPO que he visto en mi vida. ¡EH, YO CUENTO HISTORIA! Primera: fui a una boda en la que... — Un momento, un momento. — Cortó Andrew, dejando a la pobre Wendy sin el inocente protagonismo que quería reclamar. Sandy también se les había acercado. — Ay. Mi. Madre. — Dijo. — ¿Decidme que no es...? — Es nuestro primo. — Confesó Lex. El entorno se quedó en silencio, con expresiones de impacto total que variaban entre las ganas de reír y las de llevarse las manos a la cabeza. — Es el hijo del hermano mayor de nuestra madre. Y es un capullo integral. Como sus padres, de hecho. — Miró a Siobhán. — Así que hubieras hecho bien en dejarle metido dentro del cuadro. — El ambiente se quedó unos cinco eternos segundos en silencio sepulcral, y tras estos, se provocó un fuerte estallido de carcajadas, y más de media familia, entre irlandeses y americanos, se les echaron encima. — ¡¡No me lo puedo creer!! — ¿¿Y de verdad es tan estúpido?? — ¿Y nunca contó nada de eso? — ¡Joder, tenéis que traéroslo! — ¡Qué dices! ¡Ni de coña! — ¡Pero si es para meternos con él! Le podemos dejar metido en otro cuadro, pero en la biblioteca. — ¡O le atamos a uno de los troncos de las afueras donde se ponen las activistas y que tenga que escuchar a Siobhán por horas! — La verdad es que se estaban echando tan buenas risas a costa de Percival que se alegró del descubrimiento.

— Iba a disculparme, pero... veo que no hace falta. — Dijo Siobhán, mientras se secaba las lágrimas de la risa. Marcus soltó un bufido. — Casi que nos tendríamos que disculpar nosotros, en todo caso. — ¡Venga! Ahora, el primo Lex. — ¿Eh? — A su hermano le había pillado absolutamente desprevenido (y con una nueva pinta en la mano) el señalamiento de Fergus, pero fue ser mencionado y varias manos tiraron de él hacia el escenario. Ya estaba viéndole la cara de pánico. Lex era cero creativo, se le iba a ver venir con la historia. Pero había algo peor: tenía... esa cara que Marcus sabía identificar... de cuando estaba a punto de soltar algo sin filtros. — Yo no... — Había empezado, pero se generó un coro bastante fuerte con el nombre de Lex que ya se había expandido incluso a gente del bar que no era ni de la familia y que andaban coreando porque sí, y Marcus empezaba a temerse... lo que pasó. — Soy legeremante. — Otro silencio impactado. Lex tragó saliva. — Esa es... la primera... y... la segunda... — Tragó saliva otra vez. — Es que... soy... licántropo. — Hubo varios arqueos de cejas, hasta que Martha dijo. — Pues si eso es así, vas a pasar una Nochebuena malísima. — Marcus miró a Lex con obviedad. Estaban a dos días de la luna llena, ¿cómo no se le había ocurrido nada mejor? Aunque claro, visto lo que acababa de soltar...

Por fortuna, la reacción fue parecida a cuando dijeron lo de Percival. Porque, de repente, toda la familia se le echó encima con gran entusiasmo. — ¿¿EN SERIO ERES LEGEREMANTE?? — ¡Hostia! ¡Mi mejor amigo en Ilvermorny también lo es, tío! — Eso para ligar tiene que estar guapísimo. — ¿Y tarda mucho en aprenderse? — ¿Y lo puedes controlar? — EY EY EY. — Siobhán, literalmente, tiró de él y se lo llevó. — Conozco una asociación BUENÍSIMA de legeremantes. Hacen unas actividades INCREÍBLES, y tienen hechizos especiales de control de la mente. — Ah... ¿sí? — Preguntó Lex, sobrepasado, y la chica asintió con energía. — Y que sepas que nos sabemos todas las lagunas legales contra legeremantes. NO pueden hacerte NADA en prácticamente NINGÚN oficio, está reconocido, pero sobre todo en quidditch. Lo van a usar contra ti ¿vale? Pero tú no te preocupes porque yo... — BUENO BUENO. — Interrumpió Ginny, y le plantó un enorme vaso en la mano a Lex que casi le mancha entero. — ¡A BEBER! Has dado una segunda opción muy mala. ¡Mírate! Si apenas tienes bigotillo, ¿cómo vas a ser hombre lobo? — ¡Eeh! Que la tía Molly le ha dicho "mira qué greñas", yo no lo descartaría. — Bromeó Andrew, provocando las risas de todos, pero Allison le pasó el brazo por los hombros y le tiró del moflete. — Pero también le ha dicho "y aún así estás guapo de todas formas", y es verdad, ¿A QUE SÍ? — Y, de nuevo, incluso gente del bar que no era ni de la familia, soltó un sonoro "SÍÍÍÍÍÍ" que hizo a Lex ponerse rojo entero y agachar la cabeza, pero Marcus compartió una mirada con él: estaba feliz. Sonreía. Su hermano había encontrado, por fin, la familia que ansiaba tener.

 

ALICE

Obviamente, tanto Lex como Marcus habían detectado que estaban hablando de Percival. Parecía cuadrar, y se les debió notar bastante, sobre todo para gente tan perceptiva como Fergus (y que no podía beber, claro). Ella hubiera votado por la del botarate mentiroso, no obstante, pero entre las borrachas y el público masculino, ganó la segunda, y el orgullo herido Gryffindor de Siobhán prácticamente llenó hasta el último rincón de la estancia. Ella se limitó a suspirar y negar con la cabeza. — Qué os voy a decir yo. Vale que me quedé con el mejor, pero me dio tiempo de ver a varios tíos hacer muchas tonterías. — Y simplemente sonrió ante el discurso de Siobhán.

No obstante, no pudieron evitarlo mucho más, porque Fergus insistió y su tata por fin aterrizó y ató cabos también. Dejó que fueran Marcus y Lex los que hablaran de su propia familia y ella se quedó en un discreto segundo plano. — No te molan mucho las familias sagradísimamente mágicas, ¿verdad, pri? — Dijo Ginny, poniéndose discretamente a su lado. — No, no son mi estilo, la verdad. — La chica asintió, con la mirada perdida, sin mirarla al hablar. — ¿Sabes? Reconozco esa mala cara y la palidez. Si a ese tal Percival hay que hacerle algo peor, tú solamente sacude el avispero de una familia grande irlandesa y… — Rio un poco y negó con la cabeza. — No tiene poder sobre nosotros… Mira esto. — Y señaló a los primos, que habían caído sobre los hermanos O’Donnell, muertos de risa, acosándoles a preguntas. — Esto es una familia de verdad, no ellos. Son como un boggart, dan mucho miedo, pero, a la hora de la verdad, no pueden hacer nada contra nuestra felicidad. — Ginny sonrió y la rodeó con un brazo pero, para sorpresa de todos, Fergus señaló a Lex, y la pelirroja tuvo que volver a su sitio.

Alice aprovechó para acercarse a su novio, engancharse a su brazo y decir. — Si me hacen jurarlo, no lo creo. — Admitió, pero con una sonrisita. Ya solo que la primera fuera que es legeremante la dejó con una sonrisa congelada, pero es que encima la otra es que era licántropo, con todas aquellas magizoólogas en la familia… Se rio, ocultando la cara en el hombro de su novio, pero entonces algo hizo clic definitivamente en su cabeza. ¿Cómo que quedaban dos días para la luna llena? Si la última luna llena estaban con lo de las reliquias y… Le dio un abismo en el estómago y tragó saliva. ¿Cuántos días exactamente llevaban en Irlanda? Pero los gritos de los primos la distrajeron un momento, y quiso darle una sonrisa de apoyo a Lex y Marcus, que bien lo merecían. Apretó la mano de Marcus y dijo. — Esto es lo que habéis merecido siempre, todos. Qué preciosidad es esto. — Y porque, gracias a su mágica familia, Marcus y Lex ya no estaban solos, podía dejarles a buen recaudo y pensar por un momento.

Con muchas excusas, se fue al baño, se metió en la cabina y se sentó a pensar. A ver… ¿Qué día era? ¿Veintidós? Venga, vale… ¿Y cuándo fue la última vez que tuvo la regla? ¿Tan descontrolada estaba? ¿Tanto hacía? Es que cuando estaba en Hogwarts, Hillary, Kyla, Donna y ella siempre sabían cuando le tenía que venir a las otras, era como un grupo de apoyo, se cuidaban, se hacían pociones, se excusaban… Y los últimos meses, con todo lo que le había pasado, pues simplemente le molestaba, así que no la controlaba, era un mal necesario. Pero llegó a Irlanda y… aquello era lo último que pensaba, vaya. Suspiró y se frotó la cara. A ver, estaba en un pub, había tenido un día eterno. Igual estaba exagerando y simplemente no había contado bien. Era momento de volver a la fiesta, intentar desconectar y no darle más vueltas hasta el día siguiente, que podría comprobarlo bien. Probablemente estaba exagerando tremendamente. Se lavó la cara y salió de nuevo.

***

— Es que… Tendría que darme clases. ¿Tú me quieres decir cómo se le puede gustar tanto a los hombres? — Se quejaba Wendy, mirando a Sandy bailar con uno del pueblo. El pub se estaba vaciando porque al día siguiente había muchos eventos, y algunos, como Martha, Cerys y Erin se habían excusado e ido. Su tata, por supuesto, seguía al pie del cañón, pero ya estaban sentados en un área de sofás, bastante aplatanados, y con Allison directamente dormida sobre Andrew con los pies estirados en el regazo de Fergus. Los únicos que seguían a tope eran Frankie y Nancy, que estaban bailando muertos de risa ridículamente, y Sandy con el mencionado cachas del pueblo. A ella le bailaban los ojos también, apoyada sobre Marcus y rodeada por su brazo. — Tú tienes a los hombres locos, Wen. — Aseguró Ciarán. — Ohhhhh, pero qué mono eres. — Contestó la chica agarrándole de las mejillas. — Te puedo acompañar a casa si quieres. He ganado a los dardos, yo creo que me lo he merecido. — ¡Eh! ¡Y yo al billar, y me va a tocar llevar a la madre de mi hijo levitando! Esta noche aquí no pilla nadie. — Replicó Andrew. — Oye, habla por ti, bonito. — Dijo su tía. Andrew rio. — Verás cuando llegues a la granja, ahí, en medio de la nada, con los ruidos del bosque y las vacas y la prima Erin en el sueño de los justos. — Ciertamente, estaban todos agotados, y encima habían jugado a todo lo jugable: dardos, ruleta de chupitos, billar… — Yo ya no puedo más. — Declaró Alice, levantándose. — Yo me voy. — Sophia hizo lo propio. — Sé que dije que no iba a dormir, pero debería estar descansada para mañana. — Lex se levantó también. — Yo creo que nos vamos todos… — Ehhhhhh, primis, jiji, un segundito. — Dijo Sandy acercándose a ellos. — ¿Veis factible que… me quede en la casa de las chicas? O sea, es que veo que tenéis un rollo así más… libre ¿no? Es que me da cosilla, ahí con los tíos y todo en casa… ¿Me captáis? — Wendy saltó y aplaudió. — ¡Ay, pues claro! ¡Te quedas conmigo sí o sí! ¡Como una pijamada! Nos lo vamos a pasar bomba. — Y ambas se cogieron de las manos y se pusieron a saltar. Siobhán y Nancy se miraron con estupor, y Ciarán parecía más bien desolado. — Te lo he dicho, tío, que hoy no pilla nadie. Ni la parejita de moda, que les han quitado el nido. — Dijo señalándoles. A Alice le salió una risa nerviosa. — Hoy todo el mundo a dormir. — Si es que me deja la cabeza, claro.

 

MARCUS

A pesar de lo subidos que estaban todos en la nube del entusiasmo, conforme fue cayendo la noche y el pub vaciándose, el cansancio empezaba a hacer mella. Pero, por imposible que pareciera, no tardaron en revitalizarse, porque cuando salieron del bar y empezaron a caminar hacia las casas, Lex dijo. — ¿No nos aparecemos? — Y a Marcus le dio tal ataque de risa absurdo que se lo contagió a la mitad de los que iban con él, su hermano incluido. Sí que eran dos mundos el pueblo y a lo que habían estado acostumbrados hasta ahora. Y menudo escándalo iban montando por la calle, quién se lo iba a decir, pero nadie salió a llamarles la atención, probablemente ya más que acostumbrados. A pesar de las llamadas a silencio nada convencidas porque todos reían, entraron en la casa a trompicones y entre risas. El momento de Sandy tratando de invocar sus baúles por la ventana para que estos bajaran levitando desde el desván, mientras Frankie los distraía y uno de los baúles cambiaba de ruta y otro se quedaba en el alféizar como si tuviera vértigo (porque, sí, Sandy había llevado más de dos baúles, y de tres, y de cuatro), fue un cuadro digno de ver.

Por fin los que quedaban por las calles se fueron yendo y todos los de casa subieron en tropel al desván. — Vaya traidora. — Comentó Sophia mientras subía por las escaleras haciendo eses, de tal forma que Marcus, que no dejaba de reír, iba detrás vigilante por miedo a que cayera rodando. — Anda que ha tardado mucho en dejarnos. — Hermana, ¿de verdad veías a Miss Americana durmiendo en plan comuna en un desván? — Se burló Fergus, que al contrario que todos los demás, subía los escalones de dos en dos y con la ligereza de quien está pleno de energía, como si no hubiera madrugado y cruzado varias aduanas, cambio horario incluido, en ese mismo día. — Da gracias a que nos ha cambiado por las primas guais y no por un tío. Por ahora. Y de que haya querido venir a Irlanda en vez de quedarse con mamá pijísima. — Frankie le dio una colleja a su hermano que claramente no se vio venir. — Respeta a tus familiares. — ¡No es mi familia! Y llevo años sin verla siquiera. Yo creo que no sabe ni quién soy. — No dejaban de reír a carcajadas, y nada más pisar el desván, Marcus cerró la puerta, alzó los brazos y delató. — ¡BIENVENIDOS! — Todos se quedaron impactados por el grito, viniendo de Marcus ni más ni menos, pero él, tras echarse a reír, dijo. — No, no me he vuelto loco. Emma O'Donnell ha estado aquí y... — Alzó la varita y provocó un ruido que sonó como un petardo, sobresaltando a todos. — Esta habitación está insonorizada a prueba de bombas. ¿Os creéis que se iba a aislar ella pudiendo aislarnos a nosotros? Os digo más, ¿os creéis que no sé identificar dónde ha echado mi madre un hechizo nada más pisar el sitio? — Bueno, bueno. — Dijo Lex entre risas y haciendo un gesto con la mano, dirigiéndose a los demás. — Os aseguro que, por algún motivo, nuestra madre QUERÍA que supiéramos que está insonorizado esto. Si algo sabe Emma O'Donnell es lanzar un hechizo y que no se entere nadie. — Eso es verdad. — Tuvo que reconocer Marcus. — Y deja de mencionarla, que a ver si la vamos a invocar. — Y todos estallaron en risas otra vez. Sí que estaban bastante contentillos.

No se había parado a pensar que, si iban a compartir desván, iba a tener que mostrarse poco menos que en público en pijama. Sin embargo, su cerebro borracho pensó: a ver, Marcus, Lex te lleva viendo en pijama toda la vida, los primos de América sabían que vivías y dormías con los abuelos y te han visto en circunstancias peores que en pijama, y Alice es que directamente te ha visto desnudo, así que disfruta porque aquí no hay problema. Le caía bien su yo borracho, al menos mientras lo estaba. Frankie directamente se había puesto a cambiarse en público, a pesar de las profusas quejas de Sophia y Fergus, alegando muchos argumentos en base tanto a la confianza en familia como a que en los vestuarios de quidditch se veían cosas peores, lo cual, para que Marcus no dejara de sorprenderse, Lex corroboró fuertemente (eso sí, se cambió con más discreción que Frankie). Marcus se rio mucho pero ni su yo borracho consentía no desvestirse a puerta cerrada. Hubo un momento de pánico de Fergus pensando que había olvidado el pantalón del pijama en el baúl de sus padres y mucho vacileo de que fuera a buscarlo en calzoncillos, así como apuestas de si era más probable que Betty le matara o que Jason le recibiera en calzoncillos también. Le faltaba el aire de tanto reír.

Total, que se habían espabilado de nuevo, y allí estaban, derretidos en los colchones del suelo (Fergus despatarrado ocupando dos, el suyo y el de Sandy), diciendo tonterías y muertos de risa. En un momento determinado, Frankie fue al baño y, nada más salir, a Lex le atacó una risilla tonta. Sophia puso cara de miedo. — Ay, Dios, ¿qué? — El chico alzó las manos. — No he dicho nada. — Nooo tío no jodas. — Se desesperó Fergus, dejándose caer dramáticamente en los colchones. Marcus miraba confuso. — Esa es la reacción de TOOOOODO el mundo cuando ven a Frankie ligar. — Yo no he dicho nada. — Repitió Lex, pero se estaba riendo bastante. Marcus rio también y le salió el cotilla que llevaba dentro y que casi nunca salía a relucir. — ¿Ha ligado? Qué habilidad, si acaba de llegar, ¿y con quién? — Y Lex más se reía por lo bajo, hasta que, carraspeando, comprobó que Frankie no venía e hizo un círculo como si barriera un área a su alrededor. — ¿No habéis notado... en torno a los fans del quidditch...? — Rio de nuevo. No estaba acostumbrado a esa faceta de Lex, ya no solo con varias pintas en el cuerpo, sino muy relajado. Alzó las manos de nuevo. — Solo digo que hay dos que han conectado muy bien. — Oh, por Dios. — Dijo Sophia, asqueada y frotándose la cara. Marcus seguía sin comprender, y ante la cara de confusión, Lex aclaró. — A ver, genio de la alquimia: solo éramos tres. Teniendo en cuenta que Frankie puede ser de los tíos más heteros que he conocido, y que yo soy gay y por tanto Nancy no me interesa... ¿Qué combinación te queda? — Pero la cara de Marcus era de estar planteándole el problema más complejo de su vida. Fergus suspiró, resignado. — Nada. Va a pasar. — No. — Negaba Sophia. — No. Me niego a creerlo. Nancy tiene que ser más inteligente que todo eso. — ¿Apostáis? — Sugirió Lex, y Marcus le miró súbitamente, preguntándose quién era ese y qué había hecho con su hosco, pasota y nada sociable hermano. Fergus dio un saltito. — ¡Apuesto! Diez dólares a que, antes de que acabe la Navidad, esos se lían. — ¿Dólares? — Preguntó Lex, pero Marcus hizo un gesto con la mano. Déjalo, causa perdida. — Que sean veinte, mocoso. — UUUUUUHHH. — Corearon, porque Sophia se había venido arriba. — Confío en la inteligencia de mi prima. — Hecho. — Confirmó Fergus, y cerraron el trato con un apretón de manos. Ahí Marcus pareció caer. — Un momento, estáis de coña ¿no? ¡Son primos! — Pero se tuvo que callar porque justo Frankie, bien sonriente y ajeno al tema, entró y se lanzó con un sonido de satisfacción al colchón, mientras los demás se miraban entre sí y se aguantaban las risas. Lo bueno es que dudaba que se diera cuenta con un mínimo que cambiaran de tema.

 

ALICE

El momento de los baúles de Sandy fue bastante surrealista, y entre las risas ahogadas que eso le había provocado, contestó a Sophia. — Ahora ella lo ve muy claro, porque Wendy es muy jiji jaja, pero espérate a que Siobhán se ponga intensa y Nancy se ponga simplemente Ravenclaw. — Yo la he visto una chica muy espontánea y desatada. — Comentó Frankie, que iba delante de ellas. Alice le miró con una ceja alzada. Vamos, ahí se estaban cociendo cosas más que interesantes.

Claro, estaba atendiendo tanto a otras cosas que, cuando su siempre correctísimo y elegante novio pegó un grito de la nada, la hizo saltar literalmente del susto, como un animalillo, abriendo mucho los ojos. Menos mal que especificó que no se había vuelto loco, porque ya iba a alertar a todas las unidades médicas de la familia. Efectivamente, aquello estaba insonorizado a prueba de bomba, y Marcus era más avezado que nadie para detectar los hechizos de su madre, pero le había parecido un movimiento más que arriesgado por parte de su novio. — Si no lo llega a estar, no quiero ni imaginar la cara que pondría después de oír semejante grito a semejantes horas. — Además que le valdría con la cara, no tendría ni que decir nada. — Aportó Lex, y entre eso y lo de dejar de mencionarla, le dio la misma risa floja que a los demás.

Obviamente, detectó la tensión de su novio de que le vieran en pijama, que no parecía que se le fuera a quitar ni con la vida irlandesa, pero Frankie poco menos que se hizo un integral, y entre eso y las risas con lo del pijama perdido de Fergus, hasta Marcus se relajó. La que no se relajaba era ella, que necesitaba mirar un calendario y rehacer sus pasos a como diera lugar, pero claro, si a semejantes horas se iba a por un calendario y se ponía a contar días y poner cara de filosofar pues sospechosa iba a ser un rato. Afortunadamente, al estar tanta gente, los eventos se sucedían aunque estuvieran ya para irse a dormir, y su cuñado sacó a la palestra el tema de Frankie y Nancy. Ella alzó una ceja mirando a Marcus, porque veía que empezaban a no salirle las cuentas y los parentescos familiares. A ella le salió una risita a la apuesta y le acarició el brazo a Marcus. — Mi amor, creo que estás idealizando un poquito a tu prima mayor. No sé si estabas por ahí cuando Siobhán ha contado cierta historia… — Y otra vez les daba la risa. — Al menos Sophia confía en Nancy tanto como tú, eso sí. — Dijo picándole. Lo cierto es que le encantaba aquel ambiente y ver a su novio tan tremendamente contento. — A ver, familia familia no son… — Te digo yo que al golfo de mi hermano eso no le pararía. Si es que es la misma historia una y otra vez… — Dijo Sophia suspirando y tirándose en su colchón. Y el golfo en cuestión, subió, tan sonriente como siempre. — ¿Qué me he perdido? — ¡HERMANO! — Saltó Fergus. — Eres el tío más encantador del mundo, tú podrías conquistar a cualquiera, ¿me oyes? CUAL-QUIE-RA. — El chico rio y puso su sonrisa de conquistar. — Gracias, hombre. — Mira, vamos a dormir, porque… — Dijo Sophia suspirando, pero se giró hacia Marcus y dijo bajito. — Yo mantengo la confianza en nuestra casa, primo. Quiero creer en Nancy. —

Por fin empezaron a echarse en los colchones, y ya sin las risas, Alice empezó a agitarse otra vez un poco, a pesar del cansancio. De repente, notó, mientras estaba apañando la manta, que Lex se acercaba a ella. — ¿Para qué quieres un calendario? — Le preguntó, bajito. Ella parpadeó. — Es que estabas pensando en uno muy fuerte pero no has dicho nada. — Eso la hizo sonreír. — Al menos has aprendido a distinguir cuando no queremos que un pensamiento se airee. — Él sonrió un poco y asintió, orgulloso. — Es solo por el estudio. Nos hemos lanzado a preparar la Navidad, ir de aquí para allá… y no hemos pensado en cómo vamos a recuperar los días. Pero ya lo pensaremos, es igual. — Lex soltó una risita seca y se dejó caer en el colchón. — Ravenclaws… — Ella le imitó y se pegó al colchón de Marcus y le susurró con una sonrisita. — ¿No te recuerda a La Provenza? — Le dio la mano a través de las sábanas y respiró hondamente. Aquella noche de tormenta, en la que sintió cosas tan intensas, también la mano de Marcus la calmó. Fuera lo que fuese, iba a tener la mano de Marcus sujetándola siempre, y eso le permitiría dormir y descansar, al menos esa noche.

Notes:

No hay nada mejor que irse de fiesta con todos tus primos y sacar en medio de un pub todos los trapos sucios e historias vergonzosas para estrechar lazos con tu familia del otro lado del océano. Con solo una noche así ya han logrado reírse muchísimo los unos con los otros y hasta sacar conexiones que no sabían que existían (¿qué nos decís de lo de Siobhán y Percival?). Queremos saber si acertasteis la historia auténtica de cada uno que la contó, y preparaos, porque esta triple alianza América-Irlanda-Inglaterra os va a dar muchas cosas esta Navidad.

Chapter 63: Bring the bells!

Chapter Text

BRING THE BELLS!

(23 de diciembre de 2002)

 

MARCUS

No estaba muy seguro de cómo había llegado ahí, pero eso era al fin y al cabo lo propio de los sueños: te encontrabas inmerso en ellos, pero no sabías cómo habías llegado, y se acababan también sin conclusión. Pero este se sentía diferente. No estaba pasando nada, no había algo así como un hilo conductor de una historia. Ni siquiera se sentía... real en sí mismo, en él mismo, en ser Marcus O'Donnell. Era como una visión, pero de un ser... extraño. Solo veía, como difuso y a lo lejos, en mitad de la oscuridad, lo que parecía ser la silueta de un pájaro. Un pájaro enorme que, a pesar de no poder identificar bien (¿era un cuervo? ¿Un águila?) sentía que le miraba. Sentía que clavaba en él sus penetrantes ojos amarillentos, y que esa mirada le dejaba inmovilizado en el sitio. Que no podía escapar de ella. De hecho... no parecía poder moverse. No se veía a sí mismo, solo percibía esa silueta lejana entre la penumbra. Pero sí notaba como si estuviera... ¿sentado? Tenía la sensación de estar sentado, pero no poderse levantar. Y notaba algo bajo los brazos, apoyados, que le impedía moverse, como si le atara. Y la silueta de ese extraño pájaro. Y su mirada. Y una sensación en su pecho que le inundaba la cabeza y...

Despertó con un leve sobresalto, pero no llegó a abrir los ojos. Necesitaba sentir que sus miembros le respondían, que la oscuridad en la que estaba era la propia de tener los ojos cerrados. Que estaba despierto, consciente, en el silencio de la noche y en su casa, antes de despegar los párpados y hacer frente a cualquier realidad que pudiera ser otra y no esa. Pero, afortunadamente, era esa. Sin moverse apenas, simplemente giró los ojos para reconocer su entorno: seguía siendo de noche, aunque debían haber pasado ya bastantes horas desde que se acostaron. Todos dormían, y la casa estaba en silencio. Su casa. Su novia, su hermano, sus primos. Él, Marcus O'Donnell. Tragó saliva y se notó la garganta reseca y un tanto irritada, como si acabara de proferir un grito. Si lo había hecho o no, desde luego, nadie parecía haberle escuchado. Al menos ya estaba ubicado y, más relajado, tomó aire, dejó que las sensaciones extrañas se le pasaran e intentó volver a dormir.

***

Miró con una sonrisita a su hermano, de reojo, mientras dejaba bien mulliditas las almohadas. — Te veo bien. — El otro, con una sonrisilla, se encogió de hombros. — Estoy bien. — Rieron levemente y siguieron haciendo la tarea encomendada. Había muchísimo trabajo que hacer y eran muchos, para lo bueno y para lo malo, así que habían sido diligentemente distribuidos en tareas en la casa y fuera de esta: a Marcus y a Lex les había tocado ordenar el desván y, en general, asegurarse de que estaba en orden toda la planta de arriba, y en ello estaban, a golpe de varita. Iba a ser una tarea poco satisfactoria teniendo en cuenta que, en cuanto la familia parara los órdenes y limpiezas y entrara en modo celebración otra vez, iba a ponerse de nuevo patas para arriba. Pero estaban tan contentos, y tenían tantos hechizos domésticos de ayuda (que Marcus estaba aprovechando para enseñar a Lex, ya que eran sus primeras vacaciones haciendo magia fuera de la escuela) que no les importaba.

— ¿Cómo es que... dijiste que eras legeremante? — Preguntó, prudente. Le había sorprendido muchísimo esa salida por parte de su hermano, y tanto si se había ido sin querer de la lengua como si lo había hecho consciente, tenía interés por saber qué pensaba ahora. El otro contestó con normalidad, mientras lidiaba con la manta que intentaba doblar levitando, y solo estaba haciendo un lío tremendo en el aire. — No quería empezar con mi nueva familia mintiendo. — Se encogió de hombros. De paso, tiró la toalla con doblar la manta a golpe de magia, se guardó la varita y empezó a doblarla con las manos mientras hablaba. — Desde lo del año pasado, todo Hogwarts lo sabe, y ya he aprendido a pasar de los comentarios malintencionados, y en verdad, a la mayoría de la gente o se le ha olvidado, o no le importa. — Dejó la manta en su sitio y siguió ordenando por otra parte. La naturalidad con la que hablaba tranquilizaba a Marcus. — Los Horner lo han sabido toda la vida. Si hay un grupo que no debía saberlo, eran ellos, y lo han sabido. Y también lo han usado contra mí. Esta gente, ni los irlandeses ni los americanos... No sé, no me parece el tipo de gente que lo vaya a usar contra mí. Y si alguno lo es, pues prefiero saberlo desde el primer día, en vez de estar aquí haciendo el tonto sin verlo venir. Ya con una traición familiar tuve suficiente. — Marcus rio con los labios cerrados. — Dudo que aquí te pase. — Por eso. No he considerado que perdiera nada diciéndolo. Además, hay que tener en cuenta que la abuela lo podría largar de un momento a otro. — Marcus soltó una carcajada. — ¿Sabes? Estoy casi seguro de que los mayores ya lo sabían, pero fíjate si han sido discretos que nadie ha dicho nada. Quizás Jason, Shannon y George no lo sabían, pero Cillian, Eillish y Nora... Y por supuesto los hermanos de nuestros abuelos. — Chasqueó la lengua, mientras dejaba perfectamente lisas las sábanas. — Piénsalo: se lo contaban todo por carta. Son supercariñosos, querían saber de nosotros, y realmente sí que nos conocieron cuando bebés... Imagino que... — Ya. — Dijo Lex. — Un bebé legeremante es un motivo de preocupación. "Pobrecitos, Emma y Arnold, lo que les ha caído en la vida". — Venga, hombre, no es eso. — Trató de desviar, pero... sí, era un poco eso. — Yo creo que has hecho bien diciéndolo. — Y, además, estoy obligado a decirlo si me federo en la liga de quidditch. — Marcus parpadeó. — Ah ¿sí? — Lex asintió resignado. — Pero ¡eh! Me ha molado eso de las lagunas legales que comentaba Siobhán. — Marcus rio a carcajadas. — Cuidado con meterte en muchas de esas, que te lía... — ¿Y tú? ¿En qué lío andas metido? — Marcus se extrañó, pero en el fondo... se sintió un poco delatado.

Girándose como quien sigue arreglando distraídamente por ahí, comentó. — No sé de qué me hablas. — Lex se había detenido y le miraba burlón. — Tú no estás solo estudiando para la licencia de Hielo. Tú estás investigando algo más. — Marcus se encogió de hombros, pero no devolvía la mirada. A Lex se le empezó a ir la comedia de la cara. — Vamos, no me jodas. ¿Me ocultas cosas? — ¡No te...! — Soltó aire por la boca, comprobó la puerta y se acercó, bajando la voz. — No te oculto nada... Estamos haciendo una investigación con Nancy. No es nada raro. — ¿Y por qué me lo estás contando como si hubieras abierto la cámara de Salazar Slytherin de Hogwarts? — Marcus rodó los ojos. — Porque la gente se pone muy paranoica con este tema. Investigamos la posible existencia de unas reliquias mitológicas irlandesas. Está muy relacionado con la magia ancestral, ya sabes que me gustan esas cosas, y a Nancy le venían bien nuestros conocimientos de alquimia para avanzar en la investigación. Nada más. — Lex le miraba sin entender. — Sabéis que generalmente "mitológico" significa que no existe ¿no? — Marcus le miró con circunstancias. — Tiene mucha base histórica real, aparte de la leyenda. Es... un poco largo de explicar. — Siguió con sus cosas y dijo sin importancia. — Estudios larguísimos sobre runas y libros y libros y textos y textos que hasta para mí son tediosos de leer, así que para ti va a ser aburridísimo. De verdad, si no he dicho nada es porque no hay nada que decir. Cuando lo haya, os lo contaré, parece que no me conoces. — Lex le miraba de reojo. — Me extraña de quien contaba hasta la línea y el párrafo por el que se había quedado estudiando en cada asignatura. — Marcus se encogió de hombros, pero seguía haciendo labores sin devolver la mirada. — Y ya me quedó claro que era un pesado. De verdad que no hay nada que contar. — O más bien no quería generar una alarma innecesaria con su familia en plenas Navidades. Y quería que el descubrimiento fuera una sorpresa. Pero, sobre todo... necesitaba, como le dijo a Nancy, dejar el tema estar.

 

ALICE

La parte buena de tener tanta gente por allí rondando era que no se fijaban demasiado en ella, y pudo, según se levantó, ir al taller. Era oficial: se le había retrasado por lo menos una semana la regla. El corazón le iba a mil por hora y las manos le sudaban. Bueno, una semana (y tres días) no era para tanto. Alarmante serían dos. Sí, el pánico debería esperar hasta las dos ¿no? Oyó la puerta y se giró de golpe. — Hija, ¿qué haces aquí? Ni has desayunado. — Claro, el abuelo huyendo de las hordas familiares. Era cuestión de tiempo que Emma preguntara por ella también, y esa no iba a ser tan fácil de disuadir. — Ay, abuelo, qué susto… — Lawrence se acercó a ella. — ¿Estás bien? — Su cara debía ser un poema, vamos. — Sí, sí… Es que… Me ha dado de estas paranoias de si puse bien las fechas de los viajes de Dylan… — El abuelo se acercó a ella con una sonrisa comprensiva y se apoyó en su hombro. — Hija… lo estás haciendo muy bien, todo. Olvídate aunque sea dos días de Dylan, está con vuestro padre y vuestra familia, no tienes que estar preocupada por ello, de verdad. Venga, quita esa carita que mi nieto se va a agobiar si te ve así. — En eso tenía toda la razón, desde luego. Asintió, sonrió y se fue hacia el comedor con el abuelo.

Por algún motivo, su tata estaba ya allí, y Shannon y Niamh, sin ningún niño (lo cual era sorprendente cuanto menos) y el desayuno iba y venía. — Tata, ¿qué haces aquí? — La mencionada suspiró muy dramáticamente y bebió café. — Tooooooda la vida una la trata como a hija propia y ella responde así si está recién levantada. ¿Para cuándo se me reconocerá mi papel fundamental en su vida? — Ella siguió un poco la broma, pero no podía dejar de pensar: ¿se lo cuento? Desde luego, si alguien tenía maestría lidiando con liadas de ese tipo, esa era su tía. También estaba Shannon, que, al fin y al cabo, era enfermera… — Me han llamado para recopilar al equipo función de Navidad. — Ah, mira tú. ¿Estoy yo en ese equipo? — No, señora, porque con esa cara, los leprechauns se van a echar a llorar. — No, cariño, te necesito aquí ayudando con la comida de hoy y dejando preparado lo que podamos para estos días. — Aclaró Molly. — Ya nos ha quedado claro que las demás solo somos pinches. — Dijo Niamh con retintín. — Que no, cariño, pero es que Alice ya está acostumbrada a mí. — ¿Y el resto? — Montando las estructuras para comer todos estos días en casa O’Donnell. — Respondió Shannon. — O controlando a los niños. — Añadió eso último con un deje de satisfacción que hizo reír a Alice, pero ella seguía rayada con lo suyo, aparentando por aparentar. — ¡MAAAAAAARCUS! ¡NOS VAMOS AL PABELLÓN! ¡ALIGERA! — Gritó su tata, cuando terminó de desayunar. — Violet, te agradecería que no llamases a berridos a mi hijo, que queda mucha Navidad por delante. — Tú también vienes, prefecta Horner, se requiere tu maestría para crear magia irlandesa con contenido festivo-infantil. — Bien, al menos le quitaban a Emma de encima. De momento estaba en el vestíbulo discutiendo con su tata, así que aprovechó y se puso al servicio de Molly antes de que ninguno de sus O’Donnells la interceptara.

El problema era que no terminaba de concentrarse, y al final se chocó con Sophia que, muy hábilmente, petrificó todo antes de que cayera. El griterío, las prisas y todo no estaban ayudando nada a su ansiedad. Trató de respirar mejor pero no le salía. — ¡Uy! Casi la liamos. — La chica estaba recogiendo todo, y ella ahí seguía, quieta como un palo, si es que no venía buena. Una semana y tres días. El plazo de dos semanas que se había dado para entrar en pánico no estaba funcionando mucho. — Alice, ¿me estás escuchando? — ¿Qué? Perdona, Soph, estoy… — ¿Hasta las narices de tener una manada de irlandeses americanizados extremadamente ruidosos en la casa donde estudias y trabajas? — Eso la hizo reír un poco. — Que no te oiga tu tía Molly. Aquí sois todos bendiciones. — Sophia resopló y entornó los ojos. — La pobre, debe estar perdiendo la cabeza ya. O será por lo Gryffindor. — Ambas se echaron a reír, y le había quitado un poco el peso de encima. Llevaba desde el día anterior con ratos en los que no podía dejar de pensar en el tema, y a ratos se decía: ¿Ves? Si es que te estás obsesionando y eso bueno tampoco es. — Voy a por las verduras al huerto. — Dijo, para quitarse de en medio. Sola, lo que necesitaba era estar sola y calmarse.

Ya fuera, en aquel frío húmedo que se metía hasta los huesos, se serenó un poco, cogiendo las verduras que hacían falta para la sopa en una gran cesta. No son ni dos semanas. No había tenido un retraso tan largo en su vida, cierto. Pero también era cierto que nunca en su vida se había ido a vivir lejos de Inglaterra, ni se había dedicado a comenzar un viaje por Irlanda buscando unas reliquias invocadoras. ¿Sería algo relacionado con eso? Igual era el… ¿poder de las reliquias? Podría preguntarle a Nancy… Ah, qué absurdo, no, no iba a quedar como una auténtica idiota ante una folclorista estudiosa como ella, qué va. A ver, Alice, céntrate, pensó mirando fijamente la cesta llena de verduras. ¿Puede ser? Sí, puede ser, por poder. O sea, no, en verdad no debería poder ser, porque tú te has tomado la poción contraceptiva perfectamente, como siempre, como llevas haciendo más de dos años, y nada, todo ha ido bien, ¿por qué iba a ser diferente? Pero podía ser. Para su desgracia, podía ser, existía la posibilidad. Maldito viaje y maldita Irlanda, era demasiado tranquila e invitadora… Vaya, como que ellos podían echarle la culpa a Irlanda de que… Ay, por Merlín, o por la Quintaesencia, o el Código Flamel, o por lo que sea a lo que pidan los alquimistas, por favor, que no esté embarazada… — ¿¿¿CÓMO??? — Ay, no.

 

MARCUS

— No recordaba haber visto una cara de ilusión así mirando una caja desde que mi Nancy era pequeña. — Marcus subió la mirada hacia Arthur, riendo ilusionado. — Pues esto es genial, primo Arthur. — Alzó varias cosas aleatorias en sus manos. — Aquí hay de todo. — ¡Y esto se puede poner en la esquina! — Aportó Maeve Junior, con un adorno en sus manos. Estaba sentada junto a él, revisando lo que había en la enorme caja de trastos. — Quedaría superbonito. — Hay que hacerle caso a ella. — Le dijo al hombre, señalando a la niña. — Va a ser la mejor arquitecta de Estados Unidos el día de mañana, así que nos conviene. — La niña rio, ruborizada. — Bueno... Solo creo que quedarían bien los adornitos... — Y yo brindo por ello. — Bromeó, alzando el vaso de refresco que tenía a un lado y bebiendo después.

— ¡A ver a veeeeeer! — Canturreó Eillish, llegando por allí con varios objetos levitando tras ella, y llamando la atención de todos los presentes con una voz suave pero firme. — ¡Vamos a organizarnos todos! — ¡Señora, sí, señora! — Tú menos tonterías o te echo. — Amenazó, y Andrew puso cara de ofensa inmediata. — ¡Ese no es el espíritu navideño que esperaba ver en mi adorada tía! — La mujer alzó la varita y una ceja y el chico optó por callar. — Bueno, vamos a... — Yo que vosotros haría caso. — Interrumpió el tío Cletus, que se había llevado al pabellón del pueblo su propia butaca y se mecía con las manos entrelazadas en el estómago y la sonrisa tranquila de quien ya no tiene que trabajar, solo mirar. — Que esta hija mía sabe lo que se hace. Y por experiencias previas: si no le hacéis caso, algo saldrá mal. — La mujer suspiró. — Lo dich... — A las Ravenclaw hay que escucharlas. — Volvió a interrumpir, y la mirada asesina de la mujer sirvió para que el hombre alzara ambas manos y se hiciera el gesto de la cremallera en la boca. — En fin. Empiezo. — Dijo Eillish ya con tonito.

En apenas unos minutos había dispuesto las tareas. Eran muchos para organizar la función, más otros tantos en casa haciendo preparaciones para las fiestas y otros cuantos en el bar, que también había mucho que hacer allí. A Marcus le habían encargado ayudar con magia a que los niños americanos decoraran el escenario, ya que Andrew estaba repasando el guion del teatro con los niños irlandeses. No todos estuvieron de acuerdo con las tareas encomendadas. Maeve no era una de ellas, claro: mientras la dejaran con Marcus, estaba feliz. — ¡Papi! ¿Cuál te gusta más? ¿El verde o el rojo? — Dan se acarició la barbilla. — Puedes poner el verde en la esquina, como si fueran hojas de muérdago, y el rojo... Hmmm... Ve poniendo el verde y ahora vemos. — ¡Vale! — Y la chica, subida en la escalera que Ruairi le sujetaba, empezó a colocar los adornos. — A eso hay que echarle más pegamento. — Aportó Cletus. Maeve, solicita, hizo lo que le decían. Y entonces Cletus se giró a él. — ¡Chico! Necesitas un hechizo de refuerzo ahí. — Marchando hechizo de refuerzo. — Lo hizo, pero en mitad del proceso, Cletus volvió a hablar. — No, no, ahí no. Mejor abajo. — Papá. — Apareció Eillish de nuevo. — ¿Por qué no revisas que...? — No no no, yo estoy aquí muy bien. — Desechó. Eillish soltó aire por la nariz. — Bueno, pero deja a los chicos tranquilos. — ¡Si yo no digo nada! Solo doy consejos para ayudar. Es que si lo hacen mal... — Marcus se tuvo que aguantar la risa (y aprovechó la distracción del hombre para lanzar el hechizo como quería).

Edward apareció por allí, acalorado y agobiado. — ¡Ruairi! ¿Has visto los tablones móviles? — ¿No los tenía Rosaline? ¿Le has preguntado? — El hombre alzó los brazos y se fue bufando. — ¡Cada año en una casa distinta! — Y se fue, y automáticamente fue sustituido por los gemelos, que llegaron allí corriendo y pisándose al hablar, con tanto estruendo que casi se tambalea la pobre Maeve, aun encima de las escaleras. — ¡¡HE DICHO QUE ES MI IDEA!! — ¡ES MÍA! — ¡TÚ NO TIENES IDEAS! — ¡TÚ DIJISTE QUE ERA MALA Y AHORA ME LA HAS ROBADO! — ¡SIEMPRE ESTÁS QUEJÁNDOTE! — ¡Y TÚ NO ME HACES CASO! — ¡Ey, ey! — Detuvo Ruairi, ceñudo. Dan se puso a sostener la escalera, porque empezaba a sospechar que su hija estaba en peligro en manos de un hombre al que no paraban de reclamar. — ¿A qué viene tantos gritos? — ¡Horacius me ha quitado mi idea! — ¡Mentira! ¡Fue idea mía! — ¡No! — ¿Qué idea? — Cortó el padre de los chicos. Lucius fue a hablar, pero Horacius dijo a toda velocidad. — ¡Meter a un rey de los Leprechauns! — ¡Que no es un rey! ¿Ves? ¡Lo cuentas mal! — ¡No lo cuento mal! ¡Es mi idea! — ¡Que era mía! — Marcus miraba la escena de reojo. Lucius se giró hacia Cleutus, que observaba el drama sin participar. — ¡Abuelo! Lo que yo he dicho es que tenía que haber un Leprechaun de honor y que fueras tú. — ¿Yo? Hijo, a mí se me quedó chico el traje hace años. — Dijo el hombre entre risas. — Pero me gusta eso del leprechaun honorífico. — Comentó, y sin darle opción a reaccionar, hizo un distraído gesto de la mano y le señaló. — Que lo haga él. — Marcus abrió mucho los ojos, y se quedó como un pasmarote, con la guirnalda en la mano y la varita entre los dedos. Como a cámara lenta, vio que todos le miraban. Ni tiempo le dio a hablar, de repente tenía a los dos gemelos encima gritándole ruegos a toda velocidad. Algo le decía que no iba a tener escapatoria.

 

ALICE

Se giró y vio a su cuñado, mirándola con los ojos que se iban a salir de las órbitas, con sendos sacos de patatas en los brazos. — ¡Lex! — ¿Crees que…? — Si lo dices te hechizo. — Dijo señalándole. — Te echo un Pallalingua sin pensarlo. — Vale, no lo digo. — Los dos se quedaron mirándose, allí, en la niebla, en el jardín. — Alice… Esto es… ¿Lo sabe…? — Nadie. No lo sabe nadie, porque no hay nada que saber. Es un… — Se acercó a él, mirándole a los ojos, muy seria y bajando la voz. — Es un retraso. — ¿De cuánto? — Ella le miró enarcando las cejas. — ¿Ahora eres experto? — Lex resopló. — Lo suficiente. ¿De cuánto? — No llega a dos semanas. Puede, es más, es probable, que no sea nada. — ¡Alice! — Exclamó el otro en un susurro agresivo que quería ser un grito. — Tienes que confirmarlo. Hazte una prueba. — Ella abrió mucho los ojos. — ¿Dónde, Lex? Por si no te has dado cuenta, es Nochebuena y hay O’Donnells y Laceys por todas partes, corriendo, entrando, saliendo y abriendo puertas. Tendría que sacarme sangre con la varita y preparar la poción reactiva… — Los muggles tienen una prueba que es más rápida que todo eso. — Alice le miró con las cejas más levantadas aún. — Que sí. A ver, no sé exactamente cómo funciona, pero lo he visto en la tele de casa de Darren. En las telenovelas que ve su abuela lo sacan permanentemente. Es un palito y hay una tirita en medio que si sale una raya es que no y si salen dos es que sí. — Ella frunció el ceño y se lo planteó durante un segundo, pero luego sacudió la cabeza. — A ver, no me marees. — Le miró seriamente a los ojos. — Alexander O’Donnell, no vas a decir ni una palabra de esto, ¿estamos? Nos vamos a olvidar los dos del asunto hasta, por lo menos, que pase la Navidad, y te voy a decir más, hasta que volvamos Marcus y yo de la visita a La Provenza. — ¡Eso es casi Nochevieja, Alice! — Ella asintió lentamente. — Veo que te has dado cuenta tú también. — ¿Y ahora tengo que guardar esto? No, no, yo no puedo, Alice, Marcus me lo nota todo y mi madre… — Lex, si tu madre se entera de esto, no va a hacer falta prueba porque me sacáis muerta de aquí, ¿me explico? — Vio como su cuñado tragaba saliva y paseaba la vista por el cielo nerviosamente. — Está bien, está bien… Joder, Alice, ¿no tomáis precauciones y esas cosas? — Ella resopló. — Pues sí, siempre, ya que te preocupa el asunto, pero hasta eso puede fallar ¿sabes? — Inspiró hondamente. — Ahora vamos a entrar y esta conversación no ha tenido lugar, ¿de acuerdo? — Lex se mordió los labios. — Joder, qué movida… Ni una Navidad tranquila, oye… —

— ¡Me mandan de casa O’Donnell por si hace falta ayuda por aquí! — Anunció Nancy entrando por la portezuela de la cocina. — ¡Ay, en qué buena hora, Nance! — Exclamó Molly, que daba la sensación de tener ocho brazos y estaba coloradísima, de todas las cacerolas que estaba manejando a la vez. — Mira, cariño, puedes ir al salón, que están sacando antiguas vajillas y ajuares para poner la mesa de esta noche, y yo creo que necesitan mano femenina ahí. — Indicó Shannon. Sophia y ella habían hechizado peladores y se dedicaban a cortar lo que iba saliendo pelado, y era un milagro que no se hubiera cortado todavía un dedo si contaba con lo distraidísima que estaba. — ¡ALICE! — Dio un salto en su sitio y levantó la mirada. — ¡Nancy! Joder, qué susto. — No lleva buena mañana esta pobre. — Dijo Sophia mirando a la chica, que entraba y se dirigía a ella como un toro. — Sí, eh, te veo mala cara, cariño. ¿Estás enferma? — Preguntaba Shannon, escrutándole la cara. — No, no, es… cansancio, he dormido fatal ¿sabes? El desván, los colchones...— Alice, necesito que vengas conmigo un momento. Emergencia de chicas que investigan juntas. — Insistió Nancy. — Vale, pero no puedo tardar mucho que… — No vas a tardar nada, de hecho, vamos. — Y tiró de ella inmisericordemente hacia las escaleras.

Subieron a su habitación y, al ver a Lex allí, ya vio lo que acababa de pasar. — ¡Lex! — ¿Qué? Es mi prima favorita, me lo ha visto en la cara. — ¿El qué, Lex? Joder, que no es nada. — Manda narices que el erizo de la familia solo necesitaba dos días con una prima fan para considerarla favorita, pensó con rabia. — Y bien que ha hecho. Alice, ¿hola? Tienes que saberlo cuanto antes. — Ella se llevó las manos a la cara. — Por favor, no me agobiéis más, os lo ruego. Es que encima como sigáis hablando de este tema se va a enterar todo el mundo. — ¿PASTELITO, ESTÁS AQUÍ? — Jason asomó la cabeza por la puerta. — ¡Uy! Perdonad, jóvenes, estaba buscando a Betty, que no la encontramos… Uh… ¿Pasa algo, Alice? — Genial, el más bocazas de la casa. — Que se le ha chafado uno de los regalos de Marcus, Jason. — Salvó Nancy. — Y está un poquito mosqueada y agobiada. — ¡Ay! No me digas. Pero seguro que tiene arreglo, yo… — No, no, mejor déjala, tito, que es que no… Está de mal humor, ya nos ocupamos nosotros. — Saltó Lex por detrás. — Oh, sí, nunca hay que ponerse en el camino de una mujer de Serpiente Cornuda enfadada, eso seguro. Venga tranquila, cielito, que se arregla seguro. — Y desapareció por la puerta. Alice señaló. — ¿Veis a qué me refiero? Si llega a ser tu madre… — Pero esa prueba que Lex dice… — Otra con la prueba muggle… Que no sabemos ni cómo funciona. — Nancy levantó las palmas de las manos. — Bueno, pero es mejor opción que estar así ¿no? — ¿Pero pretendéis que me vaya a por una a sabe Dios dónde? No sé ni qué pedir, y Marcus va a preguntar en cuanto no me vea… — La chica hizo un gesto con las manos. — Voy yo. Voy yo con Lex. Digo que tenemos que ir a casa O’Donnell un momento y me lo llevo a un pueblo muggle. Él sabe lo que pedir. — Bueno, a ver… Sí… Es una prueba de… — NO LO DIGAS. — Dijeron las dos a la vez. Alice resopló. — Mira sí, llévatelo, haced lo que os dé la gana, si así no vais a decir nada más. —

 

MARCUS

— ¡Hermana, que no, no seas pesada! — ¿¿Yo soy pesada?? — Marcus se quedó en la puerta de la zona, porque justo iba entrando, pero algo le decía que no llegó en buen momento. Estaba medio acostumbrado a ver a Siobhán mosqueada, pero nunca había visto a Andrew enfadado. — ¿¿Ni una mínima revisión se le puede hacer a la historia?? ¿Me estáis diciendo que ya no vale solo por no...? — ¡JODER, SIOBHÁN! ¿¿De verdad el día antes de Nochebuena te parece el momento de las revisiones históricas? — ¡Que no hay que cambiar tanto! — ¿¿Entonces por qué tanta insistencia?? — ¡¡Que a los niños hay que cambiarles los patrones para que no los repitan!! — ¿¿Sabes qué quieres cambiar?? ¡El guion! ¡El guion que YO me he currado que se aprendan! ¿Les vas a enseñar tú el nuevo? — ¡Lo haré encantada! — ¡ESTUPENDO! ¡De paso te enfrentas a Nancy y a por qué has cambiado su HISTORIA ANTROPOLÓGICAMENTE ENRIQUECEDORA PARA NUESTRO PUEBLO! — ¡UNA REVISIÓN QUE ELIMINE EL SEXISMO SIEMPRE ES BIEN RECIBIDA! — ¡QUE CAMBIA LA HISTORIA! — ¡¿NO DECÍAS QUE NO ERA PARA TANTO?! — Ya había oído suficiente y aquello no paraba, así que, definitivamente, se iba. Lástima que, girándose, se le cayó uno de los gorros de cascabeles que llevaba en el montón de cosas que cargaba, y el ruido alertó a los dos hermanos como dos suricatos. — ¡MARCUS! ¡Opina tú! — Y, si malo había sido que los dos gemelos se le echaran encima, no se había visto venir lo de Andrew y Siobhán.

Fue rescatado a lo justo, porque le estaban poniendo la cabeza como un bombo. — Pero cómo se te ocurre, hombre. — Bufó, una vez más, Edward, mientras se lo llevaba de allí. Marcus se encogió de hombros como una tortuga. — ¡Solo estaba de paso! Me dijo el tío Cletus... — El hombre soltó un hondo y resignado suspiro, pero Marcus siguió. — ...Que llevara los disfraces a la sala de almacenaje. — Para próximas fiestas: hay que moverse lo menos posible. Es un error de principiante. Y te lo dice uno que lleva sin parar... no recuerdo ya ni las horas. — Se secaba el sudor de la frente mientras decía eso. — Como te vean moverte, ya te van a meter en absolutamente todos los líos que puedan. ¿No has oído a mi cuñada? Cada uno en su puesto y sin salir de allí. ¿Pensabas que era mera organización? No, es un evitar males mayores. — Rodó los ojos. — Y mi suegro es experto en generar el caos mandando piezas de un lado para otro mientras él no se mueve. — Marcus suspiró, arqueando las cejas. — Tomo nota. — El hombre le quitó los disfraces de las manos. — Venga, ubícate donde te han mandado. Ya me encargo yo de esto. En otras palabras: sálvate tú, yo ya estoy perdido. — Marcus rio. — Gracias. Siempre es bueno tener un Gryffindor cerca dispuesto a sacrificarse por un bien mayor. — Ambos rieron y fueron a sus puestos.

Lo cierto era que el decorado estaba ya prácticamente terminado, y en su ida y venida, se había incorporado su tía Erin. Ella y Ruairi estaban haciendo un encantamiento precioso que simulaba un carrusel de animales y que tenía a Maeve encantada. Dan no estaba. — Creo que Arnold está un poco alterado por el cambio de horario. Anoche no durmió nada. — Explicó la niña. Marcus, sintiéndose un poco mal por desoír el buen consejo de Edward y arriesgándose a echar a perder su sacrificio, en vistas de que el decorado ya no necesitaba de su ayuda, se fue a buscar a Dan. — ¡Pero colega! ¿Qué te pasa? ¿Mucho ruido? — Le dijo al bebé, que le dirigió la mirada nada más verle aparecer, con un penoso pucherito. Dan suspiró. — Está muy desorientado por el cambio horario. Las niñas se han adaptado con una facilidad increíble, pero yo estoy por echarme a llorar también. — Marcus rio, sentándose a su lado. — ¿Por el cambio horario o por el jaleo? — Rieron ambos. — Así que leprechaun de honor. — No me lo recuerdes. No sé si quiero saber dónde me he metido. — Creo que dije esas palabras exactas la primera vez que me vi en casa Lacey en un intento por conquistar a Shannon que no sabía si me iba a salir bien. — Pero te salió bien. — Me salió bien. — Volvieron a reír. — Y a ti también te va a salir genial. — No le dio tiempo a darle las gracias, porque ya llegaron por allí los niños y le arrastraron.

— Vale, ¿qué tengo que hacer? — Preguntó, en mitad del corrillo de sus primos irlandeses. Los niños le miraron con obviedad. Lucius dijo. — ¡Tú eres el leprechaun de honor! Mandas tú. — ¿¿Yo?? — Preguntó, aspaventado. — Pero yo nunca he hecho este teatro. — Mira, primo, este es el guion. — Se acercó Pod, haciéndole un breve resumen. — Y Lucius pensó que sería buena idea meter una figura de autoridad... — ¿¿VES COMO LA IDEA ERA MÍA?? — Chilló el aludido, lo que desencadenó otra pelea de los gemelos que, afortunadamente, Marcus detuvo a tiempo. — Continúa, Pod. — Pues eso. El leprechaun de honor dirige a los demás, así que nosotros podemos hacer nuestro guion, pero tú apareces de vez en cuando y... — Como el abuelo Cletus. Sentado en la silla. — Dijo Seamus, y provocó las risas de todos los niños (y un poquito también la de Marcus). — Y además. — Siguió Pod cuando se pararon las risas. — Tú puedes hacer magia. Así que... puede ser la historia de cómo el leprechaun de honor hacía magia para los leprechauns pequeños. — Eso me gusta. — Yo quiero un arcoíris. — Solicitó Rosie, puestos a pedir hechizos concretos. Marcus la miró y puso una sonrisilla. — ¿Y qué os parece si...? — Tomó un puñado de las moneditas de oro falsas que tenían por allí para el escenario de los leprechauns y, con un gesto de la varita, estas se transformaron en galletitas diminutas. Los niños alucinaron. — ¿¿CÓMO HAS HECHO ESO?? — ¿¿SE PUEDEN COMER?? — ¡¡¡CÓMO MOLA!!! — ¡¡YO QUIERO UNICORNIOS!! — ¡¡YO QUIERO UN DRAGÓN GIGANTE!! — A ver, a ver. — Detuvo el torrente, entre risas. — ¿Y si... hacemos que el público participe de la función? — Los niños le miraban con ojos brillantes. — Se han transformado en galletitas porque están en mis manos, y a mí me encantan las galletitas. Pero podemos hacer que los leprechauns las lancen al público, como estaba pensado, y, cuando yo haga magia, se transformen en cosas que le gustan a quien las tiene en las manos. — Pero los leprechauns engañaban a la gente avariciosa. — Explicó Rosie con su vocecilla serena. — Y cuando la gente se creía que era rica porque tenía mucho oro, se desvanecía en las manos. — Pero para eso tenemos la moraleja de los leprechauns. — Apuntó él. — Vosotros la enseñaréis a los demás y, si ellos de corazón la creen, si tienen espíritu navideño, podrán quedarse con sus cosas, y si no, las perderán. — ¡¡SÍÍ!! — Corearon todos, y Marcus, contento, se puso uno de los ridículos gorros verdes con cascabeles, haciéndoles reír. — ¡Pues manos a la obra! —

 

ALICE

— Esto tiene que ser una broma. — Dijo ya bastante desesperada y resoplando, releyendo las instrucciones. — Yo creo que está bastante claro. — Aportó Nancy. Lex seguía dando vueltas por ahí. — Lex, último aviso, o bajas y estás comprobando que nadie me echa de menos o me voy a volver loca. — El chico resopló y se pasó las manos por la cara y el pelo. — ¿Y me quedo sin saberlo? — No, te quedas vigilando abajo. Tranquilo, salga lo que salga creo que lo gritaré bien alto mentalmente. — Lex suspiró hondamente, pero al final se fue hacia el salón. — Yo hago guardia en el baño. — Anunció Nancy. — Sí, hombre, más cantosa cuando puedas, tardarían un total de veinte segundos en preguntar qué haces. Por Dios, voy a echar ochenta Fermaportus al baño hasta que sepa lo que sale. — Suspiró mirando el papel otra vez y luego el palito. Se frotó los ojos. — Venga… Una es que no, dos es que sí ¿no? Es cincuenta-cincuenta… — Tragó saliva y se fue hacia el baño.

Si salía positivo, ¿qué iba a hacer? ¿Decírselo a Marcus un día antes de Nochebuena? ¿Con toda la familia allí? Ay, por Merlín, Janet Gallia parte dos… Como la uno no había traído suficientes problemas… Se sentó en el retrete y se apartó el pelo. Sí, Emma les iba a matar, y su abuela… Madre mía, no quería ni pensar en su abuela. ¿Y su padre? No se hablaba con su padre, e iba a volver a hablar para decir “¡por cierto, vas a ser abuelo!”. Lo bueno es que él ya la había liado de modo similar, así que al menos no criticaría… Pero no era así como se imaginaba tomando esa decisión. No en medio de una investigación y con varios exámenes de licencia por delante, viviendo en Irlanda… ¡A eso se refería ella siempre! ¿Qué iban a hacer? ¿Pararlo todo por eso? Bueno es que “eso” era bastante importante… Tragó saliva. No, siendo sinceros, no era el “eso” lo que le molestaba, lo que le agobiaba… era el cómo habían llegado a ello. Había llegado a desear esa vida que Marcus predicaba. Esa en la que tenían una casa enorme y un taller propio y… hacían Navidades como aquella, con movidas gigantes, mucha familia, y todas las ficcioncitas que hicieran falta como estaban haciendo para los niños… Hacerlas para un niño suyo. Sí, eso es lo que había llegado a desear. Hacer las cosas bien, como quería Marcus, crear una vida más perfecta que la que ella había tenido… Y ahora que se veía en la situación sabía que querría vivirla de otra forma, hacerlo bonito, significativo… Era un avance respecto a antes ¿no? Se levantó y miró la pantallita.

— Una, negativo. — Llenó sus pulmones de aire y se sentó en el retrete, deshaciendo el hechizo de la puerta. — ¿Qué? — Preguntó Nancy apareciendo por la puerta al instante. Ella negó y puso una sonrisilla, y la chica se inclinó a verlo con sus propios ojos, resoplando también. — Madre mía… — Estaban las dos sonriendo, cuando Sophia apareció en la puerta. — ¡Estáis aquí! Os está buscando todo el mundo, que quieren que vayamos saliendo para la función… ¿Eso es una prueba de embarazo? — Nancy y Alice se lanzaron a chistar y cerraron tras de ella. — Es negativa. — Se apresuró a decir ella. — Ya lo veo… ¿Creías que podías estarlo? ¡Ay Dios! ¿Por eso has estado tan rara toda la mañana? — Nancy abrió mucho los ojos. — Pero si esto es muggle, ¿cómo has sabido lo que era? — Ella se encogió de hombros. — En América las usan brujas y nomajs por igual. — Alice miró a Nancy y señaló a la otra chica. — Así todo el tiempo cuando estás allí. Otro mundo. — Se levantó y dejó salir profundamente el aire. — Bueno, solucionado. Ahora habrá que destruir esto, supongo, que la vertiente americana de la familia sí que puede saber lo que es. — Nancy suspiró y se frotó la cara y luego la miró. — Te veo aliviada, pero… ¿feliz? — Alice se encogió de hombros. — Creo que me he clarificado un par de cosas en los diez minutos que tardado la cosa esa en actuar. — Oyó unas pisadas a toda prisa por la escalera, pero mucho jaleo abajo, así que le mandó mentalmente a Lex: es negativo, no hay de qué preocuparse. Cuando salieron las tres del baño, Lex estaba respirando hondo. — ¿Pero cuánta gente lo sabía? — Susurró Sophia. — Mucha más de la que yo querría, créeme. — Contestó ella entre dientes. — ¿Pero qué hacéis? ¡Que no llegamos! — Instó Arnold, con la bufanda malamente echada por encima, como un niño chico lleno de excitación. — ¡Arnie, hijo! ¡No vayas de cualquier manera, hombre! Y por Merlín, que estás en un pueblo, que tardamos cinco minutos. — Replicó Larry, poniéndole bien el abrigo y la bufanda. Ella solo podía sonreír, la verdad, le encantaba ver a su suegro así, su mayor peso se había quitado de encima, y ahora solo tenía que disfrutar de la Navidad.

Llegando al pabellón, Rosaline y Siobhán se le echaron encima como dos niñas pequeñas. — ¡Ya verás! ¡Vas a flipar con la sorpresa! — ¿Qué sorpresa? — ¡NO PODEMOS DECIRLO ES UNA SORPRESA! — Su tata estaba riéndose con todo el mundo, con la cara pintada como por un iluminador verde (qué tía, hasta así era estilosa). — Ay, qué emoción, ¡hace tantos años que vi esta función por última vez! Patrick tendría la edad de su hijo, vaya. — Decía Arnold. Estaba realmente emocionado. — Tranquilo, primo, no ha cambiado mucho. — Replicó Siobhán con retintín. — ¿Qué habéis cambiado ya? — Protestó Nancy tras ella. — Naaaaaada, una cosa que ahora… — A ver, voy a ir entre bambalinas, pero veo que no se os puede dejar solos. Soph, ven conmigo, y Lex, tú también por si necesito fuerza bruta. — Y así, de golpe, se quedó sola (bueno, sola, rodeada de gente) y pudo, por fin, admirar las decoraciones, el ambiente de su propia familia y la gente del pueblo que empezaba a llegar. — Ven, que te han asignado un lugar de honor. — Dijo la voz de su suegra, suavemente a su espalda. — ¡Oh! ¿Qué tal todo? ¿Algún intento de asesinato a mi tía? — Emma rio y la condujo a unas butacas que estaban muy cerca del escenario. — Si te digo la verdad… estoy tan contenta que ni matarla he querido. — La mujer entornó los ojos. — Ya sé que no me pega, pero… — Sí que te pega. — Cortó Alice. — Eres una madre excelente. Y una esposa y nuera excelente. Y todos los implicados ahí están felices con todo esto, así que sí, te pega y mucho. — Y ambas se sentaron, con una sonrisa, porque las luces se apagaban y Ginny (¿de dónde habría salido Ginny?) empezaba a presentar la función.

 

MARCUS

— ¡Vale, vale, concentración! — Susurró, con los niños a corro a su alrededor. — Recordad el guion que os ha enseñado Andrew. Tenéis que decirlo muy bien, como siempre. Yo estaré... — En lo que hablaba, Rosie se había puesto de puntillas y le estaba recolocando el gorro. — Lo tenías torcido. — Apuntó. Marcus sonrió y le dejó una caricia en la barbilla, muerto de amor. — Gracias, prima. Venga, concentración. — Repasaron todo lo que tenían, brevemente el diálogo, las apariciones de cada uno, controlaron la hiperexcitación de Seamus para reducirla a caudales manejables, y esperaron a escuchar que el público estaba en su sitio para hacer su aparición.

Ciertamente, el teatro era el mismo de todos los años, pero ahora tenían los nervios y la presión de estar representándolo para más del doble de gente de la habitual. Además, se había insertado Marcus, y con él algunas florituras de las suyas. Cuando estuvieron preparados, el telón se abrió y él salió a escena. Ya estaba viendo caras de sorpresa entre el público, pero prefirió no centrarse mucho en las expresiones o se desconcentraría. — ¡DAMAS Y CABALLEROS! ¡NIÑOS Y NIÑAS! ¡IRLANDESES, AMERICANOS, INGLESES... Y FRANCESAS! — Eso último lo dijo mirando con una sonrisa encantadora a Alice, pero la que se dio por aludida en el acto fue Violet, que se giró a su sobrina con recochineo y dijo. — Que sepas que eso va por mí. Tú naciste en San Mungo. — Erin, con expresión extrañada, dijo. — Tú también. — Pero Marcus no podía entretenerse escuchando al público o se perdería con su escueto guion. — ¡Mi nombre es...! — Hizo una graciosa reverencia con el gorro, floritura incluida, y finalizó al erguirse. — ¡...Rowan El Verde! Y soy... ¡un leprechaun! — Ya oía risas en el entorno. — ¡Pero no uno cualquiera! ¡Porque soy Rowan El Verde! ¿Alguien de aquí me conoce? — Hizo como que miraba al público, fingiendo ofensa. — ¿¿No?? ¿¿Nadie?? ¡¡Cómo es posible!! Tendré que llamar a mis amigos a que cuenten nuestras aventuras. ¡Pues bien! ¡Mi nombre es Rowan El Verde, y soy un afamado leprechaun de los bosques! Aquí donde me veis... ¡soy un árbol! ¡Sí, un árbol! ¡Mis piernas son mis raíces, mis brazos son mis ramas! ¡Y estos que veis...! — Movió discretamente la varita, provocando un remolino de hojas a su alrededor. — ¡¡Mis ideas!! ¡Cuidado, que vuelan! — Y las hojas se movieron entre el público, provocando risas. — ¡Soy un árbol sabio y protector! ¡Todos los leprechauns acuden a mí! Pero como buen árbol, me mantengo inmóvil y silencioso, simplemente observando, y dando cobijo a quien me lo pide. Así que... ¡eso haré! — Dicho lo cual, dio unos pasos hacia atrás y adoptó una graciosa postura de árbol, en la que tenía que controlar la risa fuertemente, porque tenía que estar bastante ridículo con el traje de leprechaun y los brazos alzados, inmóvil. Pero confiaba en no ser el centro de atención.

Los niños fueron saliendo y diciendo su guion, solo que, en las partes en las que habitualmente solo fingían hacer magia, decían: "¡Oh, Rowan, si pudieras ayudarnos!", y Marcus lanzaba el hechizo correspondiente. Una de las veces, se fingió el despistado, obligando a los niños leprechauns a pedirle al público que le llamara a gritos, y ante el clamor, dio tal sobresalto cómico, que volvieron a salir hojas volando en todas direcciones. Las risas de su familia y las gentes del pueblo que había por allí tenía a los niños metidísimos en su papel, y a él encantado. — ¡Qué bonito es este pueblo! — Clamó Pod, en su interpretación. — ¡Yo creo, mis hermanos, que deberíamos darle un regalo! — ¡El oro de los leprechauns! — Gritó Horacius. — ¡Eso es lo que les daremos... si lo merecen! — Y ahí es donde venía la pequeña alteración. — Oh, pero hermanos. — Dijo Lucius. — ¿Y si les volvemos avariciosos? ¿Por qué no, en vez de oro, dar algo que realmente deseen? — ¡Oh, eso sería imposible! — Respondió Pod de nuevo. De verdad que los niños estaban tan entregados que le hacían muy difícil no morirse de risa (y empezaban a dolerle los brazos de la postura árbol). Tras un debate de los leprechauns en el que hicieron partícipe al público (que repetía insistentemente "sííííí") sobre si debían o no concederles sus deseos, los niños abrieron el cofre de las monedas, y ahí empezaba la parte complicada. — ¡ALTO, HERMANOS LEPRECHAUNS! — Se activó Marcus de su modo árbol. — ¡Cuidado con los humanos! ¡Que solo los dignos obtengan regalo! — Señaló al público. — ¡Humanos! ¿Creéis que podréis convencernos de que merecéis nuestro oro? — El público clamó "síííí" una vez más. Los niños tomaron el cofre y pasearon entre el público, dejando unas monedas en las manos de cada persona. Menos mal que había muchísimas. Cuando volvieron al escenario con el cofre vacío, Marcus habló de nuevo. — ¡Ahá! Así que queréis nuestro oro ¿no? ¡Pues espero que hayáis estado atentos! ¡TODOS EN PIE! ¡QUIERO OÍROS CANTAR LA CANCIÓN DE LOS LEPRECHAUNS! — Los niños habían entonado una cancioncilla, así que más le valía al público sabérsela. Hubo muchas risas y muchos irlandeses teniendo que enseñarle a los demás la canción, con los niños corrigiendo. Fue ciertamente divertido. Al cabo de cinco minutos, el público (más o menos al unísono) consiguió cantar todo de seguido, y ahí hizo Marcus su magia: agitó la varita y las monedas en manos del público se transformaron en dulces de azúcar con formas distintas. No había tenido demasiado tiempo para ponerse muy creativo así que la mayoría estaban repetidos, pero había conseguido confeccionarle unos pajaritos azules a Alice que también sirvieran para Ada, por ejemplo, y la niña ya estaba gritando. — ¡¡SON DIRICAWLS!! ¡¡MAMÁ, ME HAN TOCADO DIRICAWLS!! — Por supuesto, unicornios para su tía Erin, escobitas para Lex, Frankie y Nancy y otras tonterías similares.

Finalmente, y como cierre, volvieron a entonar todos juntos la canción y los niños dijeron su frase final, tras lo cual hicieron la reverencia de despedida y Marcus lanzó chispitas verdes por los aires. La aclamación fue generalizada. — ¡Wow! Primo Marcus, nunca nos habían aplaudido tanto. — Se sorprendió Lucius, aunque Horacius apuntó. — Nunca había habido tanta gente. — Pero luego se acercó a él y le chocó los cinco. — ¡Me tienes que enseñar a hacer cosas tan guais! De mayor, seré yo Rowan El Verde. — ¡¡Y yo quiero dulces!! — ¡Y yo! — Clamaron Rosie y Seamus, menos mal que tenían monedas de reserva para no irse ellos de vacío. Las estaba repartiendo cuando alguien le cayó encima sin miramientos. — ¡¡YO TE COMO!! ¡¡PERO QUÉ COSA MÁS BONITA ASÍ SE MANTIENE VIVO UN PUEBLO!! — ¡Nancy! ¡Por Merlín! — Dijo entre risas, porque tenía a la chica encima totalmente y dándole muchos besos. Horacius soltó una pedorreta. — Ya está la tía con sus cosas otra vez... — ¡¡Tita!! ¿Te ha gustado?? — Preguntó Lucius, con mucha más ilusión, y Nancy fue a continuación a por él, achuchándole. — ¡¡Mucho!! Cómo sabéis hacer feliz a vuestra tía. —

 

ALICE

Nada más empezar, ya le estaban brillando los ojos de pura felicidad. Estaba absolutamente encantador así vestido, y encima aquel tirito a ella… — Cállate. — Le dijo a su tía sin perder la sonrisa. Solo podía ver a su novio siendo el hombre más adorable de la Tierra, sentía cómo se le hinchaba el corazón y se sentía mucho más feliz a cada segundo que pasaba, estaba como los niños asistentes, y, de hecho, es que ni miraba alrededor, solo a su árbol favorito.

Cuando los niños salieron a dar las monedas, recibió la suya con ilusión, porque estaba segura de que ahí se venía el girito, porque tenía que haber un girito, era su Marcus. Con la moneda en la palma de la mano, miró a su novio, esperando el momentazo, y notó cómo la moneda cambiaba. El grito de Ada le hizo deducir que había más de un pajarito azul, pero aquello era para ella, estaba segura. Dio un besito a su pajarito y lo dejó allí, no pensaba comérselo sin Marcus, aunque, al final, tuvo que guardárselo en la chaqueta para poder aplaudir como una loca cuando todo terminó. Arnold estaba entre lágrimas y Molly también. — ¡Es lo más bonito que he visto en mi vida! — Es que mi nieto es perfecto, es el orgullo más grande que tenemos, hijo. — Se giró buscando la reacción de Lawrence y Emma a semejante afirmación, pero estaban igualmente emocionados (solo que lo demostraban menos). Ella quería ir y decirles que sí, que Marcus era maravilloso, que le había entrado la Navidad irlandesa por todos los poros, pero es que no le salían las palabras. Había pasado tantos nervios desde la noche anterior… que ahora le costaba hablar, solo se dejó llevar por la marabunta familiar hasta el exterior.

Una vez todos salieron y los padres estaban abrazando a sus pequeños leprechauns, no podía parar de reír mientras veía a Marcus todo de verde, con aquel gorro, junto al resto de tíos y Arnold, hacerle virguerías a los niños, dar monedas de chocolate y cantar en gaélico (bueno, igual no era ni gaélico, porque no entendía ni papa de lo que andaba diciendo). Cuando por fin Nancy pasó su arrebato, y tras un par de felicitaciones, corrió a sus brazos y le rodeó, saltando sobre él. — En todos los años desde que te conozco nunca te he visto ser tan extremadamente adorable. — Besó su frente y luego se quitó la pintura verde de los labios con una risa. — Oye, llevo toda la mañana… — Suspiró, pero sin quitar la sonrisa. — …Rayada. Dándole vueltas a un montón de cosas en la cabeza. Y la conclusión es que… — Acarició sus rizos. — …Te adoro. Adoro todo de ti, pero, sobre todo, adoro los sueños que me has hecho tener, abrazar como si fueran míos… Todos y cada uno de los planes que tienes. — Se mordió los labios por dentro. — Han sido unos meses muy malos, he estado muy muy cabezota, y muy borde a veces… — Bajó la mirada, un poco avergonzada. — Y me he dado cuenta de que… tienes razón en muchas cosas. — Tomó aire. — Te lo dije hace tiempo, yo necesito mi tiempo para crecer… Sacar una flor bonita. Pero lo haré. — Cerró los ojos un segundo. — No sé si estoy lista para perdonar a mi padre todavía, pero… lo haré. Como tantas otras cosas que forman parte de tus sueños, con tiempo y estando juntos, las conseguiremos… — Le miró con cara de circunstancias y rio. — Y ahora ve a quitarte esa pintura verde que no puedo besarte a gusto. — Parecía que les estaba quedando un momento romántico precioso, hasta que oyó unos pasitos que delataban la tormenta. — ¡MI NIÑO! ¡ERES EL ORGULLO DE IRLANDA, MI VIDA! ¡TU ABUELA ESTÁ MÁS ORGULLOSA QUE NUNCA! — Y prácticamente fue empujada por Molly para disfrutar del heredero de la cultura irlandesa. Ella, por su parte, fue asediada por las Parker y Allison con el bebé, enseñándole las moneditas que les habían tocado. — Marcus es genial. Podría haber sido actor si quisiera. — Dijo Maeve con los ojos brillantes y una sonrisa espléndida. También llegaron los no tan niños. — ¡Alice, mira! ¡Escobas! — Me alegro, Lex. — Buah, ¿tú te imaginabas a mi hermano así? — Ella rio. — A ver, me imaginaba que se le iba a dar genial, pero no este espectáculo. — ¡Y Darren se lo ha perdido! — Tendremos que repetirlo otro año, entonces. — Dijo Siobhán, apareciendo por allí también. — Decidme que hay comida hecha, por favor, estoy muerta de hambre. — Montones, ya lo sabes. — Confirmó Shannon. — De hecho, vamos tirando, y así se van sentando ya los niños. — Yo voy a esperar aquí a Rowan El Verde. — Dijo ella con una sonrisilla. — Decidido, nos llevamos a los niños. — Dijo Lex levantando a Ada por los aires moviéndola mientras la niña se reía y Saoirse corría también detrás de él.

 

MARCUS

Lo cierto es que esperaba que gustara, pero había sido un éxito absoluto, superando sus expectativas (teniendo en cuenta que hacía apenas dos horas estaba tan tranquilo haciendo decorados). Los niños estaban contentísimos, tanto los que habían participado como los que no. Por supuesto, los irlandeses querían que eso se repitiera ya para futuras ediciones, y los americanos querían unirse a la siguiente. Él estaba encantado, no dejaba de recibir felicitaciones y los veía a todos exultantes. Pero había alguien a cuya felicitación le tenía especiales ganas, y por supuesto se lo pusieron complicado para llegar el uno al otro. — ¿Te ha gustado? — Preguntó feliz a Alice, cuando por fin se encontraron, agarrándola fuerte después del salto que dio. Ahora el niño parecía él. — ¿No? Pues yo era un niño muy mono. — Bromeó, pero estaba que le brillaba la cara de ilusión con tanto cumplido (y tanta purpurina). Se desconcertó un poco con lo de que llevaba toda la mañana rayada. — Oh, ¿y eso? Haberme llamado, mi amor. — Y él por ahí haciendo tonterías, pero bueno, Alice continuó y la conclusión no pudo hacerle más feliz, debía vérsele en la cara. — Tú nunca eres borde, pajarito. — Le dijo con cariño y una caricia en su mejilla, pero bueno, sabía lo que quería decir. Era cierto que no habían sido los meses más fáciles, pero ahora se sentían tan lejanos. Ni le dio tiempo a parpadear con expectación ante eso de que tenía razón, porque el corazón le dio un buen salto. Sobre todo con la referencia a William. Ahí estaba: la promesa de que recuperarían la vida que tenían, la familia que tenían. Él nunca había perdido la esperanza, pero ahora esta era mucho más fuerte. Le bastaba para tener unas Navidades perfectas. — Lo conseguiremos. — Susurró también, y fue a besarla, pero el comentario le hizo reír a carcajadas. — ¡Vaya! Luego dirás que mi rama verde te gusta... — Bromeó, y no pudo seguir adelante con la broma porque ambos fueron arrollados por su abuela, solo que Alice simplemente quedó desplazada y a él le tomó como presa sin escapatoria.

— Ahora di la verdad. — Le comentaba Lex mientras masticaba su escoba de azúcar, de camino a casa. — ¿Cuántos dulces de estos te has comido mientras ensayabas? — Tengo muy mala prensa, y yo soy un hombre que se concentra y focaliza a más no poder, y que no se distrae. — ¿Cuántos? — ¿Te crees que salían bien a la primera? Ha habido que hacer muchas pruebas. Y no querrás que regale pájaros y escobas deformes ¿no? — Lex se rio a carcajadas. — ¡Es que lo sabía! — La próxima vez, en vez de una escoba, te doy el sucedáneo ese que me ha salido y que los gemelos han llamado algo así como fregona. Dicen que su abuela muggle, la madre de Niahm, tiene una. Yo no sé ni lo que es. — ¿Y cómo te ha salido si no sabes lo que es? — Porque Horacius me estaba distrayendo. Creo que lo ha hecho él por medio de mí, pero mejor no toquemos el tema, que es menor y no debería andar haciendo magia. — Lex lloraba de la risa y Marcus con él, contagiado. — Sigues teniendo la cara verde. — Chistó, pasándose los dedos por la frente, con las carcajadas de Lex de fondo. — ¿Te vas a meter mucho conmigo? — ¡Eh! Que lo de los dulces era para compartir contigo mi escobita si no los habías probado. — Qué buen hermano. — Dijo burlón y entre risas. — Pero no la iba a malgastar si te habías puesto hasta arriba, como así ha sido. — El mejor de los hermanos, insisto. — Y lo de la pintura era para que estuvieras impoluto para la cena, como a ti te gusta. — Marcus hizo un gesto con la mano. — Mejor me meto en la ducha directamente en cuanto llegue a casa. — ¡Sí, suerte con ello! No sabes lo difícil que es encontrar un baño libre. O peor, que no te abran cuando estés dentro. — Estás de broma ¿no? — Su hermano le dio un par de fuertes palmadas en el hombro con sonrisa burlona y dijo. — Bienvenido a Irlanda, hermanito. —

La advertencia de Lex se había agradecido, pero no le había preparado para lo que le esperaba. Inocente de él, subió al baño de la planta de arriba y simplemente cerró con el pestillo de la puerta. Error. Oyó un ruido sospechoso mientras se duchaba, pero ni tiempo le dio a reaccionar, cuando la cabecilla de Seamus asomó por la cortina. — Primo Marcus, ¿te estás duchando? — El salto que dio fue para verlo, y lo de taparse... Bueno, era una opción a lo justo. No le salían ni las palabras. Y aún podía ir a peor. — ¡¡Seamus!! ¡¿Qué te tengo dicho de abrir puertas?! ¡No hay postre! — La reacción de Seamus fue de exagerado dramatismo, tirado en el suelo y llorando. Y él que seguía en la ducha. — ¡Marcus, perdona, hijo! Ya nos vamos. — No-no p-pasa nada. — Esa era Rosaline. Estaba en el baño. Al otro lado de la cortina, sí, pero Rosaline estaba en el baño. Dentro de su baño. Mientras él se duchaba. Se quería morir. — ¡Ay! Ya que estoy aquí, voy a coger una cosa del mueble ¿vale? Que necesito unas toallas que... — Se frotó la cara con la mano que no estaba usando para taparse lo poco que le daba para taparse, porque encima el sonido del agua no favorecía escuchar bien, y estaba tan al borde del desmayo que ni había contemplado como opción cerrar el grifo y envolverse en la toalla. Es que no podía ni pensar (y encima estaba lleno de jabón aún). — ¡No miro! — Tranquila. — Dijo con la escasa voz que le salía del cuerpo. Realmente apenas fue un minuto (y tardó más porque, por lo que las siluetas detrás de la cortina representaban, tuvo que arrastrar del jersey a Seamus por el suelo porque se negaba a parar su drama), pero se le hizo de largo como todo lo que llevaba de vida hasta el momento. Cuando oyó la puerta cerrarse, casi temblando (se estaba quedando helado por haberse salido de debajo del agua) asomó lentamente la cabeza, verificando que no había nadie, y tratando de controlar el pánico de pensar que la puerta se abriera de golpe otra vez, se lanzó al lavabo, cogió la varita y lanzó lo menos quince Fermaportus a la puerta. Ni en sus encuentros con Alice había cerrado tan herméticamente.

— ¡Hola, primo Marcus! ¿Ya te has duchado? — Al menos a Seamus se le había pasado el drama mejor que a él el susto. Se limitó a revolverle el pelo, porque intentaba encontrar palabras todavía. Cuando entró en el desván para soltar sus cosas de aseo, se encontró a Frankie Junior y a Lex repantingados en los colchones. Ambos le miraron con inexpresiva normalidad. — Sigues teniendo purpurina. — Apuntó Lex, agudo. Marcus puso cara de circunstancias. — Gracias por la advertencia de lo del baño. Supongo que debía haberla tomado más en serio. — Generalmente deberías tomarme más en serio. — Respondió su hermano con sonrisa burlona, pero Frankie rio y dijo. — ¿Qué? ¿Se te ha metido una fan en la ducha para pedirte un autógrafo? — Ante la mala cara de Marcus, los dos se activaron. — No jodas que te han abierto la puerta. — Nuestro querido primo Seamus, al parecer, quería verificar que el agua moja. — Ironizó. — Y su querida madre, ya que entraba para llevárselo, ha encontrado buen momento para recolectar tesoros perdidos del baño. — Los dos acabaron en el suelo rodando de la risa, ignorando por completo la cara de quererles asesinar de Marcus. — Eh, alegra esa cara, hombre. — Dijo Frankie por fin, con la voz ahogada por las carcajadas. — Esa actitud no es muy propia de Rowan El Verde. — Y vuelta a reír los dos con estruendo. Marcus sacó la varita y les lanzó un calambre a cada uno, lo cual les hizo quejarse en el momento, pero no mitigó las risas todo lo que hubiera querido. — Os veo muy cómodos aquí teniendo en cuenta el jaleo que hay ahí abajo para la cena. — ¡Eh eh eh! — Alzó Frankie las palmas, y luego levantó una cosa sin forma definida de papel maché. — Que estamos terminando las guirnaldas para mañana. — Marcus puso cara de despreciativo desconcierto. — ¿Pero qué demonios es eso? — Oye, sin faltar. — Se sumó Lex, pero los dos seguían de absoluto cachondeo. — Que hacemos lo que podemos. — Rodó los ojos, suspiró y amenazó mientras salía. — Dejad de hablar de quidditch y poneos a hacer algo útil. Tenéis cinco minutos... — "O me chivo". — Le imitó Lex, y vuelta a reír. — ¿Siempre es así? — ¿Don prefecto de Ravenclaw? Se nota que le has conocido en condiciones adversas. — Ya son cuatro minutos. — Volvió a amenazar, y antes de seguir escuchando tonterías, se fue. A ver cómo se enfrentaba a Rosaline, qué vergüenza. Al menos, quería pensar, su actuación como Rowan seguiría siendo el centro de las conversaciones.

 

EMMA

Empezaba a valorar como absolutamente imposible hacer lo que quería hacer. No pensaba que fuera la gran proeza tener una conversación con su suegro a solas: claramente, no había valorado ni las cantidades de personas que iba a haber allí, ni su capacidad de invadirlo absolutamente todo. Hasta cuando entraba al baño no pasaban ni treinta segundos sin que alguien intentara abrir la puerta, con una ristra interminable de disculpas que se atenuaban a medida que se alejaban tras descubrir que estaba cerrada. Por momentos sentía hasta taquicardia. Sobre todo, sentía una presión en las sienes en forma de conversación pendiente con la que no querría volverse a Inglaterra. Y, a pesar de su gran capacidad para el disimule, alguien debió notárselo. 

― ¡Uy! ¡Perdona, cielo, que casi te atropello! ― No te preocupes. ― Respondió a Rosaline. Había perdido la cuenta de las veces que había visto a la mujer ir y venir con bandejas de comida en las manos, parecía una broma. Estaba convencida de que, la mitad de esas bandejas, ni había llegado a catarlas. ¿De dónde salía tanta comida? ¿Y dónde la llevaba continuamente? ― ¡Rosaline! ¿Has visto a Ada, por Dios? ― ¡Está con mi Pod! ― Shannon suspiró fuertemente. ― ¿Es posible que no haya visto prácticamente a mis hijas desde que pisara Irlanda? ― Al entrar en la cocina, reparó en su presencia. ― ¡Oh, Emma! ¡Hola! ¡Qué bien ha estado Marcus en la obra! ― ¡Ay, sí! ― Completó Rosaline. ― ¡Me he reído tantísimo! ¡Es un amor! ― El pobre, qué ganas tenía de verle reírse así, tiene una sonrisa tan bonita. ― ¡Sí que la tiene! ― Y lo pasaron tan mal en Nueva York. ― ¡Pobrecitos míos! ― Rosaline y Shannon debían considerar que estaban con ella en la conversación, pero lo cierto era que Emma solo atinaba a mirarlas, mantener la sonrisa y las manos entrecruzadas y pensar qué diría su madre si la viera en ese ambiente. Su madre, esa sombra que jamás dejaría de perseguirla, por mucho que intentara alejarse de ella. No la dejaba disfrutar de lo que tenía delante, era como una voz despreciativa insertando comentarios en su mente. Pero, si su hijo Lex era capaz de ignorar el tsunami de pensamientos que debía estar llegándole a la cabeza, ¿no era ella capaz de ignorar una voz falsa de una persona que solo la había dañado y defraudado?

― ¿Estás bien? ― Le preguntó Shannon, apoyando una afectuosa mano en su brazo. Emma trató de recomponer una sonrisa, negando. ― Sí, por supuesto. ― Estás agobiadilla ¿verdad? ― Aventuró Rosaline, comprensiva. ― No me extraña. Si es que somos muy escandalosos, no paramos, no damos paz, y tú eres… más… tranquila. Vamos, que digo, que no estás tan… acostumbrada… ― He entendido lo que quieres decir, pensó, pero mejor hablaba, o Rosaline no dejaría de intentarlo jamás. ― Venía a ver si podía prepararme un té. ― ¡Uy, claro que sí! ¡Yo te lo hago ahora mismo! ― Y la irlandesa se puso manos a la obra sin más. Pero Shannon se aproximó más a ella. ― Necesitas tiempo a solas con Arnold ¿verdad? ― Le susurró, dulce. En cierto modo… le recordaba a Janet. ― Sé detectar la cara de “por Dios, no encuentro un poco de paz para estar con mi marido”. ― Emma rio levemente. ― Me has pillado… Aunque, si te soy sincera, no es con Arnold con quien necesito un momento a solas, aunque no me vendría mal. Pero tendremos mucho de eso cuando volvamos a Inglaterra, supongo. ― Ay, el nido vacío, si es que se tiene que notar mucho. ― Participó Rosaline, que claramente tenía un oído en la conversación mientras preparaba el té. ― Querría tener una conversación con mi suegro para saber cómo está Marcus. ― ¡Ay, cómo se quieren! ― Volvió a decir la irlandesa. ― Te va a contar maravillas. ¡Qué buen niño! Normal que quieras hablar con él. ― Shannon asintió. ― Si quieres, le decimos que venga a la cocina y cerramos. ― Emma rio levemente. ― No sé si eso serviría. ― ¡Ay! ¿Eras tú la que estaba antes en el baño? Perdona, no sé cómo decirle a Seamus que no se enganche al pomo de la puerta. ― Emma suspiró. Había tirado la toalla ya con lo del baño. Afortunadamente, la nueva aportación de la mujer sí que le vino bien. ― Mi casa está vacía ahora. ¿Por qué no os aparecéis allí? ― Emma pareció confusa. La mujer, con tranquilidad, explicó. ― ¡No te sientas incómoda! Como si fuera tu casa, yo te doy el hechizo y entras. ― Pero… ― Hizo un gesto con la mano. ― Mira, en este pueblo, tener una conversación tranquila es casi imposible en días como este. Así que lo que hacemos es, si necesitamos hablar con alguien, nos aparecemos en una casa que sabemos que está vacía, hacemos lo que tengamos que hacer, y volvemos. ― ¿Seguro que solo lo usáis para hablar, Rosaline? ― Preguntó Shannon, traviesa, y a la mujer le dio una risa estruendosa y graciosa muy parecida a la de Molly, colorada y tapándose la boca. No pudo evitar que le hiciera gracia también. ― Ya sabes, Emma, por si quieres pensártelo e irte con Arnold y dejar la conversación para otro momento. ― ¡Apuesto a que más de uno de estos niños viene de conversaciones así! ― Dijeron la americana y la irlandesa respectivamente, y se echaron a reír. Emma, absolutamente discreta como era, jamás había hecho bromas de ese estilo, e incluso miró a la puerta, un poco azorada… pero se rio. Irlanda la relajaba, era un hecho.

― ¡Hecho el té! ― Celebró Rosaline, y salió por la puerta de la cocina diciendo. ― ¡Voy a por el tío Larry! ― Shannon suspiró. ― ¡Y yo a buscar a alguno de mis hijos, que parece que he venido sola! ― Se quejó, frustrada, y apenas segundos después apareció Rosaline con Lawrence. ― ¡Emma! Hija, casi no te he visto. ― Tío Larry, id a mi casa, que tu nuera quiere hablar contigo. ― Y, así de rápido, ya tenía organizada una cita privada con su suegro, té incluido. Ciertamente y tras un par de momentos que no eran de su estilo, pero había sido mucho más fácil de hallar de lo que esperaba.

El silencio le supo como si acabara de beber agua después de días sin beber. Se sentó en el sofá con un suspiro, y Lawrence sirvió el té. ― Bienvenida a Ballyknow. Ahora os meteréis menos conmigo cuando decía que no podía estudiar. ― Ambos rieron. ― Y, sin embargo, mi hijo parece más inspirado que nunca. ― Es cierto. Como hemos podido comprobar de la mano de Rowan El Verde, está hecho de otra pasta. ― Volvieron a reír, y tras calmarse con un par de sorbos de té, entró de lleno en el motivo de su conversación. ― Marcus lleva toda la vida deseando esto… Quería tomarme un momento para darte las gracias. ― Lawrence la miró con un punto sorprendido. ― Hija, por favor. No creía que hiciera falta decirte que no tenéis que darme las gracias por estar con mi nieto. ― No es solo estar con él. Es darle un futuro, una profesión, que viva esto en Irlanda, con su familia, su novia, y de la mano de una de las mentes más privilegiadas de la alquimia. ― El hombre hizo un gesto con la mano. ― Es mi nieto. Le adoro con todo mi corazón, y me ha hecho sentir vivo de nuevo. Todos bromeáis con lo del heredero, pero sentir que todo mi trabajo va a heredarlo alguien de verdad, que no va a morir conmigo… Es como darme una vida nueva. No hay piedra filosofal comparada con eso. ― Emma sonrió con suavidad, como siempre, pero congraciada: sabía que Lawrence no decía esto en vano, que iba totalmente en serio. Sabía lo que Lawrence significaba para Marcus, pero también lo que Marcus significaba para Lawrence. Le gustaba esa alianza, le parecía fuerte, regia y prometedora. Y desde luego, mucho más sana que cualquiera que hubiera podido establecer con ningún Horner.

Pero, si bien uno de sus objetivos era realmente darle las gracias al hombre, porque así lo sentía de corazón (en otras ocasiones, siendo Emma, habría sido una estrategia para llegar hasta otro punto, pero esta vez realmente lo había hecho solo porque así lo quería), no había favorecido ese encuentro solo para eso. ― Le veo feliz. ― Aseguró. Luego miró a Lawrence a los ojos. ― Pero veo algo más. ― Y, para sus temores, a Lawrence se le ensombreció la mirada. No entraría en pánico todavía: conocía a los O’Donnell, conocía a su suegro, podían montar un drama de algo que no era para tanto. Ella sabía de sobra lidiar con contextos peores. Pero… con Marcus había que tener muchísimo cuidado. Llevaba siete años fuera de su control, pero bajo el control de Hogwarts, por lo que no le había preocupado. Pero ahora estaba fuera, y lo primero que había tenido que hacer había sido enfrentarse a una sarta de embaucadores, a un desafío que, a pesar de lo bien que había salido, era de proporciones considerablemente mayores de las que él podía abarcar con esa edad y la experiencia de vida hasta el momento. Y, acto seguido, se había ido a muchos kilómetros de ella, a vivir por fin una de sus grandes pasiones: la ciencia más peligrosa jamás inventada. Marcus había vuelto a Inglaterra, a casa, hablando a gritos de la Navidad y siendo su Marcus de siempre. Pero había algo, su intuición se lo decía. La mirada perdida de Marcus cuando se descuidaban, cuando la conversación no iba con él y se quedaban en silencio, se lo decía. Y necesitaba verificarlo.

Antes de que pudiera preguntar, el hombre suspiró. ― Marcus… es ambicioso. De conocimientos, eminentemente, no de riqueza o influencia, no es tanto eso… ― Emma llenó el pecho de aire. ― No descartemos las ansias de poder. También es Horner. ― Hija, no temas. Sé que Marcus tendría madera de ser… todo lo que quisiera. ― De ser un mago oscuro, puedes decirlo, pensó, pero Lawrence antes se cortaba la lengua que hablar mal de su nieto. Se lo agradecía, pero eso no ocultaba la realidad. ― Pero es bueno. Nos tiene a todos nosotros y su crianza le ha marcado mucho para bien. Lo que pasa es que tiene… esa genialidad… esa mente que no deja de funcionar… y la juventud, la inexperiencia. Podría caer en la tentación de… entrar por caminos que no le convienen. Pero Marcus sabe diferenciar el bien del mal a la perfección. ― Lo sé. ― Dijo Emma. ― No es que quiera hacer el mal lo que me preocupa. Marcus no es destructor. Pero sí poderoso, y su poder no puede descontrolarse. ― Le miró, serena, pero con más intensidad. ― ¿Qué pasa, Lawrence? ― El hombre suspiró. ― Nancy, mi sobrina… es antropóloga, ya habrás oído de su investigación. Busca las reliquias de los dioses de Irlanda, y habló con los chicos sobre la utilización de la alquimia para… despertar ciertos poderes de la tierra. Es magia ancestral, al fin y al cabo. ― Emma estaba impertérrita. ― No me parece algo especialmente problemático de entrada. ― Lawrence la miró con los ojos entornados y cierto temor. ― Esas reliquias… existen, Emma. ― Parpadeó. Debió notársele, por sutil que pareciera, la confusión en el rostro, porque el hombre precisó. ― No tienen el poder que se les atribuye. No… con la interpretación mística que se les da. Pero están protegidas y cubiertas de mucha magia ancestral. Pertenecen a las comunas de druidas, y los druidas… No son gente peligrosa, pero sí muy inteligente y, sobre todo, territorial. Suspicaz. No quieren magos cerca de las que consideran sus reliquias, y las han protegido de manera que… pueden llegar a confundir a la gente. Creer lo que no es. ― Hizo una pausa. ― Tengo la sospecha de que puedan haber encontrado al menos una de ellas. ― Emma arqueó las cejas. ― Marcus no nos ha dicho nada. ― El hombre la miró y, tras una pausa, dijo. ― A mí tampoco. ― Eso sí que la preocupó.

Se quedaron unos segundos en silencio. ― ¿Por qué iba Marcus a ocultarnos un hecho así, tan importante para él, para la investigación de Nancy, si realmente no es peligroso? ― Preguntó. Lawrence no dejaba de ser una versión más sabia y mayor de Arnold, por lo que con él también podían salir a relucir sus vulnerabilidades. El hombre, pausado aunque preocupado, contestó. ― Creo que tú misma ya sabes la respuesta a esa pregunta. ― El corazón se le aceleró, y le recorrió un escalofrío por el cuerpo. Negó con la cabeza, pero Lawrence tomó sus manos. ― Emma, hija. No te preocupes. Marcus está bajo mi protección. ― ¿Qué está haciendo con esas reliquias, Lawrence? ¿Qué implican? ― No lo sé. Probablemente no sean nada, probablemente solo estén recubiertas de mucha leyenda y hechizos sensoriales. ― Emma alzó las cejas. ― Los dos sabemos lo que puede generar en la mente un hechizo sensorial. ― Y Marcus está más que advertido por mi parte de ello. Emma, confía en mí. ― La mujer rio espontáneamente. ― Lawrence, créeme: hay poca gente, con respecto a Marcus, en quien confíe más que en ti. ― Negó. ― Pero Marcus puede irse de las manos de cualquiera. ― En todos estos años has procurado que no se vaya de las vuestras. ― Apretó un poco sus manos. ― Emma… quieres a tu hijo, pero una parte de ti lleva toda la vida temiendo que descarrile. Confiemos en él. Nunca nos ha dado motivos para temer. Y tú misma lo has dicho: sabe perfectamente diferenciar el bien del mal. ― ¿Pero acaso las reliquias hacen el mal? ― No, solo hacen creer en… causas mitológicas, en el poder de la magia ancestral. ― ¡A eso me refiero! No es una cuestión de hacer el mal, eso no me preocuparía, Marcus no lo haría: es una cuestión de poder. De creación, de conocimiento y descubrimientos sin un final. De que pueda entrar en un camino del que luego no pueda salir. ― Hubo un silencio en el que los dos se miraban. Finalmente, el hombre dijo. ― Hija… eso… me temo que es una posibilidad con la que, con Marcus, todos tendremos que aprender a convivir. ― Intensificó la mirada. ― Y hay que hacérselo ver a Alice. ― Emma suspiró, y el hombre continuó. ― Alice es lo suficientemente sensata como para entender que hay que atar a Marcus en corto, pero ahora mismo, su enamoramiento y su juventud hacen que se obnubile por cada palabra que dice. Es Marcus, te vendería arena en el desierto, más a una chica tan joven enamorada de él. Y en esto están metidos los dos. ― Hizo una pausa. ― Pero Emma, aunque me deje los años de vida que me quedan en ello: Marcus y Alice son mis alumnos, son el futuro de la alquimia y el futuro que ya no tengo materializado en dos mentes despiertas y con ganas de aprender. Son un sueño para mí, Emma, son mi nueva oportunidad. No voy a permitir que se pierdan por unas leyendas. ― La mujer sonrió levemente, aunque aún temerosa. ― Lo sé… Lo sé. ―

Suspiró, y el hombre sonrió. ― Mírale hoy, vestido de duende ridículo y rodeado de niños. ― Eso la hizo reír, tanto que descargó un poco el peso de su pecho. ― Sí que estaba ridículo. ― El hombre rio fuertemente. ― Pero ciertamente divertido. La verdad es que no sé de quién lo ha sacado, porque hija, en tu familia no hay muchos cómicos… ― Emma rio genuinamente. ― …Y al soso de mi hijo no ha salido. ¡Ni a mí! Que soy más soso todavía. ― Bueno, veo a muchas personas alegres en esta familia. ― ¡Su abuela, sin ir más lejos! Ella sí era así. Toda la vida diciéndole al chico que era una copia de su padre y su abuelo… y va a resultar que ha sacado muchísimo de su abuela. ― La miró con cariño. ― Y de su madre. Ese liderazgo y ese carisma, indudablemente, lo han sacado de ti. ― Emma soltó aire por la nariz, con la mirada baja. ― Hay cosas que preferiría que no sacara de mi rama… ― Hablamos de ti, Emma, no del resto de los Horner. Ni tú tienes una maldición inevitable, ni Marcus tampoco. No hagas la de la profecía autocumplida. Te haces daño sin sentido. ― La mujer alzó la mirada, levemente emocionada, y sonrió. ― Nunca voy a agradecer lo suficiente estar rodeada de Ravenclaws. ― El hombre hizo otro gesto con la mano. ― Pues lo que te digo, hija: producto tuyo exclusivamente. Ahora podrías estar en una pomposa reunión con un empresario Slytherin… ― Se le escapó un gruñido asqueado que al hombre le provocó carcajadas. ― ¡Cualquiera que te conociera, hija, esperaría esa reacción de lo que tenemos ahí fuera! ― Emma negó. ― No… esta es la vida que he elegido. Y es verdad que a veces… me sobrepasa. No estoy acostumbrada. Pero es el mejor lugar en el que puedo estar. E, indudablemente, el mejor hogar que puedo darle a mis hijos. ― Lawrence sonrió, afable. ― Pues piensa, hija, que la vida no siempre sale como queremos. Pero que, en general, es más producto de nuestras obras que de nuestras… “maldiciones”, por así decirlo. Y que tú llevas toda la vida peleando con ellas. Y tienes recompensas. No temas tanto perderlas. Simplemente, disfrútalas. ― Devolvió la sonrisa y, tras unos segundos de silencio, se puso de pie y ofreció el brazo. ― Volvamos con la familia, Lawrence. Temo las consecuencias que pueda tener estar tanto rato aislados. ― Probablemente ya se hayan incendiado cuatro muebles y haya otro bebé nuevo. ― Ambos rieron a carcajadas. ― Hemos pasado demasiado tiempo sin ellos… no nos robemos ni un segundo más. ― Aseguró de corazón, y el hombre asintió y, tomando su brazo para salir y aparecerse de nuevo en casa, dijo. ― Pues tienes toda la razón. ―

Notes:

¡Lo divertida que puede llegar a ser una función de Navidad! Y qué inoportunos pueden ser algunos sustos como el de Alice. Nos encanta transmitir la sensación de lo que es reunirse con tanta gente y querer mantener las tradiciones. ¿Habéis visualizado a Rowan El Verde? ¿Lo habéis pasado igual de mal que Lex hasta que ha salido el resultado del test? ¡Os leemos por aquí!

Chapter 64: Ding! dong! Merrily on high

Notes:

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☼ Canción asociada a este capítulo: Pentatonix - 12 days of Christmas

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Chapter Text

DING! DONG! MERRILY ON HIGH

(24 de diciembre de 2002)

 

ALICE

No estaba sola, claro, había ya gente levantada, Molly y Maeve parloteaban en la cocina, pero había logrado escaquearse a la salita y acercarse al árbol. Allí estaban sus bolas mágicas que hicieron el año anterior, en la caja, esperando a que sus O’Donnell se levantaran, y cuando Dylan y Darren vinieran se las colocarían. Por unos minutos simplemente se sentó allí, junto al crepitar del fuego, mirando el árbol, disfrutando solamente de que fuera Navidad y estuviera en Ballyknow. — ¡Uy, hija! No me había dado cuenta de que estabas ahí. — Dijo Frankie, arrastrando las zapatillas. Luego oyó la afable risa del abuelo. — A esta señorita te la encuentras donde menos te lo esperes, cuando quiere es silenciosa como ella sola. — Ella les miró a los dos, sonriente. — Estaba viendo el árbol, disfrutando de la calma antes de la tormenta. — Ambos hombres rieron y Frankie se quedó mirando los muros llenos de libros.

— Habéis convertido esta casa en un hogar mucho más culto y acogedor del que fue. — Vuestra casa siempre fue encantadora, Frank. — El aludido chasqueó la lengua sin parar de mirar los libros. — Madre hacía lo que podía, desde luego, pero esta casa estaba en un estado lamentable. Mi padre, Dios le bendiga, era un muy buen hombre, pero era descuidado. Desde que era pequeño me decía que sería constructor para arreglarle la casa a mi madre, pero… prácticamente según salí de Hogwarts tuve que irme a América… Pero madre estaría orgullosísima de ver esto así. — Se mordió el labio inferior. — Fíjate… Cuánta comida y cuánta gente. Hubo años que éramos tan pobres que solo podíamos celebrar San Esteban con todo el pueblo, y en Nochebuena solo íbamos a entregar las coronas y madre nos contaba cuentos de Navidad, y mi hermano Arnold representaba como ayer lo hizo Marcus. — Larry rio con ganas. — Tu hermano era un mamarracho cuando quería en la función. Recuerdo cuando mi abuela transmutaba pintura verde y allá iba él el primero a que se la pusieran… — Alice les miró con adoración. La Navidad era eso exactamente, poder vivir cosas como esas. Larry se sumó a las anécdotas. — Recuerdo un año en el que se me cayó el trozo de pastel, con el poco pastel de Navidad que había en aquel entonces, y me salió un puchero, a puntito de llorar, y llegó tu padre y me dijo: “no no, ¿cómo se va a llorar por un pastel? Los pasteles son para sonreír”. Y me dio su trozo. — ¡QUÉ DICES! ¡CÓMO SE NOTA QUE HE SALIDO AL ABUELO JASON Y POR ESO LLEVO SU NOMBRE! — Dijo Jason desde la puerta, con los ojos ya anegados en lágrimas. — Qué bien hiciste poniéndomelo, papá. — A los míos no me dieron opción de elegirles el nombre. Por supuesto el niño se iba a llamar Arnold, y yo estaba de acuerdo, y con lo de la niña, suerte tuve de que no se pusiera bizarra la cosa y al final eligiera Erin… Pero Lawrence no le han puesto a ninguno de los nietos… — Dejó caer distraídamente el abuelo. Alice puso media sonrisa y desvió la mirada. — A mí no me mires, abuelo… — No, si ya, si ya… —

Justo entonces se oyó la puerta y una tromba de pies. — Sigo pensando que deberíamos haber llamado… — Ese era Dan. — Que no, hombre, si es que se quedarían mirando como si estuviéramos locos. — Oyó que contestaba Niamh. — ¡Hemos venido a traer el pavo de la cena! — Anunció la mujer. Las tres Parker, con Arnie y los gemelos, arramplaron en el salón. — ¡Hola, abuelo! — ¡Abuelo, he ordenado una vaca! — Será ordeñado, Ada. — Eso. ¡Hola, Alice! He ordeñado muy bien la vaca. — Sí, es verdad. — Corroboró Lucius. Alice cogió a Arnie y lo puso en su regazo. — ¡Qué guay! — ¿Y vosotros qué hacéis aquí en vez de desayunar? — Preguntó Maeve abuela, asomándose por la puerta. — Nosotros hemos desayunado la leche que yo he ordeñado. — Pero qué pesada es… — Se quejó Saoirse, tirándose hacia abajo de las mejillas.

Efectivamente, el jaleo de las chicas había alertado a los demás, que bajaron también a desayunar, teniendo que echar un hechizo alargador a la cocina-comedor, y a la mesa, y replicando rápidamente las sillas, con dudosa estabilidad para que todos pudieran sentarse y desayunar, mientras Molly y Niamh intentaban hacer sitio a los dos enormes pavos que habían traído. — ¡Bueno! Ahora que estáis todos, es buen momento de que os comente que a las abuelas nos haría mucha ilusión que cumplierais con una tradición que aquí en Irlanda se hace la mañana de Nochebuena. — Dijo Molly cuando, por fin, dejó colocados a los pavos. Sacó una caja verde oscura con adornos dorados, que tenía pinta de ser muy antigua, y quiso ponerla en medio de la mesa, para lo cual hizo falta la intervención del aritmántico reorganizando el espacio a punta de varita. Alice se escudó en tener al bebé sentado encima, picando miguitas de su plato, para no moverse ni un milímetro. Las niñas, con ayuda de las abuelas, abrieron la caja y retiraron un papel de seda que reveló una preciosa corona de ramitas de árbol que tenía prendidos unos adornos preciosos. — ¡Hala! — ¡Qué bonita, la quiero para nuestra casa, papá! — Esta corona es de la familia del abuelo, Saoirse. — Es su familia también después de todo. — Contestó, alegre, la abuela. — Es preciosa, tía Molly, parece una reliquia. — Comentó Junior, impresionado. — Lo es. Lleva en la familia casi cien años, y tenemos una más antigua, pero esa ya se queda solo de recuerdo. Con esta, me gustaría que cumplierais con la tradición. — ¿Y cuál es la tradición? — Preguntó Sophia, con los ojos brillantes. — Frankie, ¿se lo explicas a tu nieta? — Pues la mañana de Nochebuena, es costumbre que los jóvenes de las casas, en nuestra época los no casados, básicamente, llevaran la corona a casa de otra parte de la familia para decorar su puerta, y esa parte de la familia les recibía con chocolate, o bueno, lo que hubiera en realidad, y les cantaban villancicos para amenizar la preparación de la cena. — Alice sonrió a Marcus emocionada. Eso era una misión de las que aceptaban sin dudar. — Siempre que nos lo podíamos permitir, le añadíamos un adorno especial, pero podemos coger… — ¡YO TENGO UNO! — Saltó Alice. Dejó a Arnold en brazos de Frankie y salió disparada. Volvió a los pocos segundos con los pajaritos encantados de la feria. — ¡Son los pajaritos del villancico! Me los ganó Marcus en el juego de los doce días de Navidad. — Miró a Molly emocionada y dijo. — Sería un honor para mí que me dejaras ponerlos, abuela. — Pues nada, ya estaba media mesa llorando.

 

MARCUS

Arrastró la cara por la almohada y alargó el brazo... pero solo tocó colchón. Cuando abrió los ojos, Alice ya no estaba. Soltó aire por la nariz. ¿Qué hora era? Le parecía no estar solo en el desván. Pero bueno, era Nochebuena: que su Alice se hubiera levantado tan temprano y no hubiera podido parar quieta en la cama le parecía buena señal, señal de que estaba feliz e inquieta por lo que deparaba el día. Se giró sobre sí mismo hasta ponerse de costado y echó una visual a su alrededor: Frankie, Fergus y Lex dormían profundamente todavía. Pero había una persona más que, aunque en la cama, sí que estaba despierta.

Sonrió levemente, alargó la mano hasta la varita y lanzó un par de chispitas silenciosas, lo justo para que la chica levantara los ojos del libro y sonriera de vuelta. Con mímica, preguntó: "¿qué lees?", a lo que la chica alzó el libro. Marcus agudizó la vista: "Cumbres borrascosas". Puso graciosa cara de confusión, lo que hizo a Sophia tragarse una risa muda y, silenciosamente, levantarse y acercarse a su colchón. — Como buena americana... — Explicó entre susurros bajísimos para no despertar a los demás. — ...He aprovechado que venía a Irlanda para leerme algo que fuera con el entorno, metiendo insultantemente a Inglaterra y a Irlanda en el mismo saco. Porque para nosotros es lo mismo. — Ironizó, y los dos rieron. — Pero indudablemente esto es más parecido que Long Island. No digamos que Nueva York. — ¿Qué se te ha perdido en una novela muggle de romances tormentosos? — Bromeó Marcus, a lo que Sophia puso cara de sorprendida ofensa y le dio un empujoncito en el hombro. — ¡Hay que saber de todo, primo! Sobre todo de lo que NO hay que hacer. Tú como estás comprometido ya de por vida... — Y los dos volvieron a reír, pero como veían que iban a despertar a los otros tres, decidieron bajar.

— Madre mía. Y creía yo que la casa de mis abuelos era una locura. — Susurró Sophia al tiempo que bajaban juntos las escaleras e iban escuchando las cantidades de gente que, por las voces, debía haber allí. Marcus rio. — Yo no había vivido nada parecido hasta que os conocí. Y, como bien dices, esto es mucho más... intenso. — Sonrió. — Pero me encanta. — ¿Que te abran la puerta mientras te duchas también? — ¿¿Ya te lo ha contado Frankie?? — Sophia rio a carcajadas. — En verdad fue Lex. — A Marcus se le descolgó la mandíbula. — Jamás pensé que diría esto, pero le prefiero no sociable. — Gruñó, mientras su prima reía y se reunían con los demás en el salón.

Le dio el tiempo justo a saludar a su novia y lanzar un buenos días generalizado, porque empezaron a llegar más y más personas, hechizos alargadores de estancias, sillas volantes, Frankie en pijama, la abuela Maeve regañando a su nieto por presentarse ante tanta gente en pijama, el abuelo Larry con expresión de estar a punto de sufrir un ataque de ansiedad por exceso de gente, su padre con esa cara que ponía cuando hacía progresiones matemáticas en su cabeza (sí, en lo que calculas la progresión de esto, ya han salido y entrado cinco familiares más, pensó), y platos de comida para desayunar que pasaban ante sus narices, llenos en una dirección, vacíos en la contraria. Al menos consiguió hacerse con un pedazo de bizcocho al vuelo. — ¡Primo! Los mayores han preparado una sorpresa para vosotros. — Confesó Lucius, a lo que Marcus, con la boca llena de bizcocho, arqueó las cejas. — ¡No me digas! — Respondió cuando pudo tragar, y en ese momento empezó su abuela a explicarlo. Menos mal, si no, el niño le destripa la dicha sorpresa.

Disponer la caja que contenía la supuesta sorpresa, que resultó ser una tradición navideña que debían cumplir, ya fue costoso de entrada. La corona ciertamente era preciosa, y Marcus estaba deseando descubrir qué tenían que hacer con ella. Estaba absorto en la explicación, ilusionado solo de imaginar que harían eso, cuando su novia dio un salto y salió corriendo, y cuando volvió con los pajaritos sintió un pellizco de emoción. No pudo evitar mirar a todos lleno de orgullo. Sí, esa es mi novia, pensó, exultante. Cuando la emoción se hubo atenuado, Molly continuó explicando. — Como somos muchos, muchas casas y muchos chicos, hemos hecho equipos lo mejor distribuidos posibles para que todos tengamos nuestra corona. Cada grupo saldrá de una casa e irá a otras dos, con la corona de esa casa y otra más que sus propietarios hayan dejado allí. Aparte, habrá una corona honorífica, que en este caso será esta, por ser la más antigua, que todos llevaréis a la casa principal cuando hayáis terminado, y allí nos reuniremos todos. — ¡Esa es la casa del bisabuelo! — Clamó Lucius, contento. Molly rio. — Efectivamente, cariño. La corona honorífica, como no podía ser de otra forma, que para algo es el veterano del pueblo, es para Cletus y Amelia. — Dio un par de palmadas. — Y ahora, ¡la distribución! — Y, para sorpresa de Marcus, Molly miró a Ruairi y dijo. — ¡Hijo! ¡Llama a todos y que vengan! — ¡Marchando! — Y el chico se dispuso raudo a mandar patronus por todas partes, mientras Marcus calculaba mentalmente cómo lo iban a hacer para aclararse TODOS allí. Definitivamente, él lo habría organizado de otra manera. — Sí, con una misiva oficial en el ayuntamiento. — Bromeó Lex a su lado. Marcus le miró mal, y el otro se encogió de hombros. — ¿Sabes lo difícil que es controlar los pensamientos de tanta gente? Alguno me entra. Y tú eres un chillón mental, te lo tengo dicho. — Marcus le soltó una pedorreta. — Y tú un chivato, tanto que dices de mí. — Le tenía que devolver haberle contado a Sophia lo de Seamus y el baño, faltaría más.

Definitivamente, esa casa era demasiado pequeña para tantas personas. Menudo caos se montó en un segundo. Al menos no estaban la mayoría de los adultos, solo los que ya estaban allí, más todos los jóvenes y los niños, hablando unos por encima de otros. — ¡ATENCIÓÓÓÓÓÓN! — Gritó atronadora su abuela, provocando que temblaran hasta los cuadros. Soltó una risita y dijo. — ¡AY, GINNY, HIJA, SÍ QUE ES ÚTIL ESTE HECHIZO! — ¡Y tanto, tía Molly! Pero una cosa: apaga y enciende ¿vale? Y ya hablas alto de por sí, no hace falta gritar. — ¡SÍ, SÍ, ENTENDIDO! — Respondió, pero seguía gritando y sin "apagar y encender" por lo que eso de "entendido" era cuestionable. Juraría que Ginny le había graduado el hechizo sin que se diera cuenta, porque la voz de su abuela, si bien alta, empezó a sonar de un modo en que, al menos, no les partía los tímpanos. — El otro día, mientras algunos estaban de fiestecilla por ahí... — Dijo con tonito. — …Los niños y los mayores os organizamos la tradición. — ¡Qué bonito! A nuestras espaldas. — Se quejó Frankie Junior, pero lo cierto es que estaban ilusionados y expectantes. — ¡Pues sí, señoritos! Estábamos todos muy ofendidos de que nos consideraseis muy viejos o muy niños para no salir con vosotros, que os creéis los reyes del mundo, los jóvenes. ¿A que sí, mis tesoritos? — ¡SÍÍÍÍÍ! — Respondieron atronadores los niños, a lo que los jóvenes empezaron con abucheos burlones. Aquellas tonterías duraron un buen rato.

— ¡Bueno, que se nos va la mañana! — Recondujo Molly. — En esa bolsita de ahí vais a ver unas tarjetas blancas. Despacito y ordenadamente, que cada niño y cada joven coja una. — Lo de despacito y con orden era muy mejorable, pero tras un rato, cada uno tenía su tarjeta en la mano. — Estaréis divididos en tres equipos. Cuando yo lance el hechizo, vuestra tarjeta se teñirá de un color, a saber: dorado, rojo o verde, colores de la Navidad. También en cada tarjeta pondrá a que dos casas tenéis que ir a entregar las coronas. Cada grupo tendrá su punto de salida y, cuando terminéis, volveréis a este. Cuando todos los grupos hayan vuelto, iremos todos juntos a llevar la última corona a casa de Cletus y Amelia. ¿Alguna duda? — ¿Quién gana? — Preguntó Frankie, burlón. Molly movió la varita y un cascabel salió de ella para darle un golpetazo en la cabeza con un ruido seco y tintineante al mismo tiempo. — ¡Gana el espíritu de la Navidad! Esto no es una competición, es una tradición preciosa. — Vale, vale. — Dijo el otro, frotándose el pelo entre risas. — Pues... a la de tres... cuando tengáis vuestro color, buscad a los vuestros. ¡Una... dos... y...! — Y, en el momento en que terminó la cuenta, las tarjetas empezaron a adquirir un color en sus manos. A Marcus le tocó la verde. "Casa de Martha y casa de Ruairi", rezaba en su tarjeta, y de repente, se montó un tremendo jaleo de idas y venidas de gente buscando a los de su grupo. Entre muchas risas y choques, cuando se quiso dar cuenta, había tres grupos formados. — ¡Primo! ¡Estamos juntos! — Celebró Pod, y Maeve Junior, que también había caído con él, se le enganchó de la cintura. Alice y Lex también estaban con él. Y como representación de la juventud irlandesa, Wendy. Y también... — ¡¡Hola, primo Marcus!! — Seamus. A ese sí que no se lo quitaba de encima.

— ¡Bueno! Aunque no vaya de ganar, está claro cuál va a ser el mejor equipo. — Clamó Frankie desde su grupo, el de las tarjetas rojas. Hizo un gesto con la mano. — No por nada, sino porque hemos fichado a la antropóloga. — Y Nancy soltó una risilla tontísima que hizo a Marcus y Alice mirarse con las cejas arqueadas. — ¡Bueno! Resumen. — Anunció Molly. — Como veréis, hemos intentado que cada equipo tenga representación irlandesa, para explicar bien la tradición a los de fuera, y que los niños siempre estén acompañados. Y estos tesoritos míos... — Molly se dirigió primero a Brando, a quien cogió en brazos. — Van, uno de ellos, con sus padres. — ¡Vaya! Qué sorpresa. — Bromeó Andrew, recogiendo a su hijo en brazos. Molly tomó entonces a Arnie. — Y este otro... — Y, para ilusión de Marcus, su abuela dejó al bebé en sus brazos. — Con sus primos ingleses, que seguro que están encantados de llevarle. — Y tanto que sí. — Confirmó. Molly volvió a hablar. — Bien, ¡equipo dorado! — Los mencionados saltaron con emoción. — Sois: Andrew, Allison, Brando, Ginny, Sophia, Lucius, Ada y Rosie. ¿Correcto? — Confirmaron. — Vuestra casa principal es la casa de Patrick y Rosaline. Allí encontrareis las dos coronas que tenéis que llevar a las demás, que serán las de Eillish y Arthur y las de Cillian y Saoirse. — Continuó. — Equipo rojo: Frankie Junior, Nancy, Sandy, Fergus, Siobhán, Horacius y Saoirse Junior. Vosotros recogéis las coronas de casa de Ruairi y Niahm, y traeréis una aquí, y la otra la llevaréis a casa de Patrick y Rosaline. — El mencionado equipo estaba enfervorecido, y hacía mucha gracia verles. La verdad es que la combinación... Marcus prefería no imaginarse por dónde les podía salir. — Y equipo verde, que saldrá de esta casa con sus dos coronas: Marcus, Alice, Lex, Wendy, Maeve Junior, Seamus, Pod y Arnie. Tendréis que llevarlas a casa de Martha y Cerys y a casa de Ruairi y Niahm. ¿Alguna duda? — Se escuchó un clamoroso y entusiasta "NO", y su abuela dio una palmada en el aire. — ¡¡Pues que empiece la Nochebuena, familia!! —

 

ALICE

Alice atendió a la explicación emocionada como una niña. — ¡Sí, sí, sí! ¡Me parece precioso que al final vayamos todos a casa O’Donnell! — Dio un par de saltitos. — ¡Ay, ay, qué ilusión! — Y menos mal que estaba llena de energía hasta las trancas, si no, aquella macroreunión le habría costado más, empezando por el volumen de Molly, pasando por el pitorreíto, y el caos absoluto de los niños. Pero no, estaba a tope, desde que cogió la tarjeta, hasta que vio que estaba en el equipo de Marcus, imaginando las coronas que iban a llevar, cómo se iba a vestir… — ¿Nos da tiempo de arreglarnos un poquito? — Preguntó encantada de la vida. — Sí, de hecho… Maeve… ¡MAEVE! — Que sí cuñada, que ya llego, un segundo. — Dijo la mujer trabajosamente. — La tradición es que las chicas lleven diademas de acebo y los chicos un prendedor de lo mismo en la chaqueta. Venid a recogerlos, os vais a casa a ponéroslos, y luego os reunís en la casa de la que partís según equipo. — Arnold parpadeó. — Joe, mamá, la organización impecable, eh… — Molly le miró con profundo desdén. — ¿Qué te crees? ¿Que las tradiciones se mantienen solas o qué? — Oye… ¿Y mi hermana sabe que va para allá semejante comitiva? — ¡Yo de esa me lo espero todo! No sabe ni dónde está su pueblo, no pretendo que se acuerde de una mínima tradición… —

Alice se pegó hacia Marcus, ya con sus acebos en las manos. — ¡Estamos juntos, mi amor! ¡Qué ganas tengo…! — Seamus también tenía ganas de estar con ellos, por lo visto. Maeve Junior la miró desde el abrazo a Marcus que no soltaba. — Alice… ¿Me puedes pintar un poquito a mí también? — ¡Y a mí! — Pidió Sophia también. Alice miró a Dan, que seguía sobrepasado. — Dan, ¿puedo pintar a tu hija? — El hombre parpadeó y se encogió de hombros. — Creo que en Irlanda no existen las reglas. — ¿YO TAMBIÉN PUEDO? — Saoirse… — ¡Claro que sí! Tú te vienes con la prima Sandy y te arregla. — ¡TOMA! ¡Me voy con la prima, papá! — La cara de Dan era de pánico, claro, pero Niamh se apoyó en su hombro. — Déjalo salir, Dan, déjalo fluir. Vamos a la casa a preparar la corona para nuestros chicos… — No, si ya… — Dijo el hombre. — ¡Hasta luego, hijos! — ¡Adiós, papá! — Despachó Ada, que se había enganchado ya a Ginny. Las otras ni se molestaron, hasta Arnie estaba riéndose y mirando a otros lados.

Al son de Jingle Bells y con Arnie pasando de brazo en brazo, Alice pudo ponerse un vestido de lana roja muy navideño, maquillarse, ponerse la corona, y repetir el proceso con cuantas mujeres le pidieron que se lo hiciera. — ¡Uy! Qué grandes se me ven los ojos. — Dijo Maeve Junior mirándose. — Y me gusta el colorete. — Te queda genial, mi vida. No como a mí… Es que casi ni se me ven los frutitos del acebo. — Se quejó Sophia. — Ay, cariño, cosas del pelo rojo, ya lo echarás de menos, ya… — Le dijo entre risas Molly. En esas estaban cuando bajaron Lex, Marcus y Frankie. — ¡PERO MIRA QUÉ GALANES! ¡MÍRALOS, MOLLY! ¡Cuánta gallardía irlandesa! — El suspiro de Larry fue audible. Ella se acercó a Marcus y dejó un beso en su mejilla. — Estás increíble, mi alquimista. — Cogió el prendedor de acebo y lo puso en la solapa de su jersey. — Rowan El Verde no defrauda. — Frankie carraspeó a su lado, y tanto él como Lex se pusieron a poner poses. — ¿No estáis mayorcitos para que os tengan que cumplimentar? — Nop. Pero dame el prendedor ese que me lo van a poner. ¡Sophia! Andando que nos vamos. ¡Fergus! ¿Fergus? — Se ha ido del tirón con Sandy antes, ha dicho que le iba a poner guapo. — Señaló Arnold. — Verás… — Los hermanos Lacey salieron, y ellos, por su parte, empezaron a abrigarse y Molly les dio otras dos coronas. Una era doradita con detalles rojos y otra de adornos azules y plateados. Alice se entretuvo en mirarlas mientras las abuelas y sus suegros admiraban el grupo. — Qué bonito es esto… Esto es lo que quiero… — Iba a decir “que aprendan mis hijos”, pero reculó a tiempo. — …Vivir para siempre en Navidad. De verdad. — Molly ya estaba con los ojos llorosos. — ¡Ay, mi niña! — Molly la llenó de besos. — Venga, id saliendo, que disfrutéis mucho, hijos. — ¡Dejad a los O’Donnell ingleses bien arriba! — Dijo Larry desde dentro, antes de marcharse.

En la puerta se encontraron con Wendy, Seamus y Pod, esperando. — ¡Ay nos ha tocado la rojita y la azul! Claro, como el tío Larry y la tía Molly, Ravenclaw y Gryffindor. Qué preciosidad. — Exclamó Wendy, llena de energía. — ¿No nos aparecemos? — Preguntó Maeve. — No, vamos andando, y así repasamos villancicos. — Y efectivamente, fue una buena idea, porque tenían una curiosa laguna en aquel tema. Ya llegando, Wendy les recordó. — Y recordad, cuando abran, hay que decir: Nollaig Shona! Que es “feliz Navidad” en gaélico. Y ya ahí cantamos el primer villancico, luego cuando entremos ya cantamos Good king Wenceslas y eso… — Oía jaleíllo dentro de la casa, pero Wendy llamó como si nada.

La puerta se abrió, ellos gritaron (no muy coordinadamente) “Nollaig shona”, pero no vieron a nadie. Era porque la que había abierto era Saoirse y les miraba desde su altura, pero el panorama era… — ¡JUNIOR, YO TE MATO! — Llegó desde dentro. — Sandy, mujer, si es que te tomas las cosas… — ¡QUÍTAME A ESE BICHO DE ENCIMA! — ¡No, no! Sandy, no te preocupes, son inofensivos, solo tienen muy mal aspecto. — ¡Ruairi! ¡Coge a Crowley, que va detrás de Siobhán! Ay, cariñito, ¿cómo le dejas suelto? — Gritaba Niamh, mientras veía a Siobhán corriendo por detrás, con las dos coronas en los brazos, mientras el escárbato la perseguía. Claramente el grupo de esa casa aún no había salido y la granja de Ruairi estaba en el habitual caos. Cuando Niamh reparó en ellos, ya le había quitado el augurey de encima a Sandy. — ¡Ay, no, no! ¡Cerrad y ahora mismo cuando organicemos esto, hacemos borrón y cuenta nueva y volvéis a entrar! — ¡NIAMH, HAY OTRO DIRICAWL DEBAJO DE LA CAMA DE ADA! — Gritó Shannon desde arriba. Lo de organizar iba a tardar.

 

MARCUS

Ni tiempo le dio a celebrar que estaba en el mismo equipo que Alice, porque de repente la chica se vio rodeada de otras con ganas de ser maquilladas. — No me libro de ti. — Dijo Lex a su lado, y Marcus compuso una sonrisa artificial, con los ojos entrecerrados. — Yo también te quiero. — Hizo un gesto con la mano. — Pide cambio de grupo y te vas al rojo con tus dos amiguitos del quidditch. — Lex soltó una carcajada y, mientras se iba a cambiarse, dijo. — No, qué va, no quiero estar ahí... — Le extrañó el comentario, pero Sandy lo escuchó y, al pasar por su lado, dijo con tono meloso. — Si se quiere cambiar me vengo yo contigo, primo. — Marcus se llevó una mano al pecho. — Si es que siempre puedo confiar en ti. — Y la chica soltó una risita musical y se tocó el pelo con glamour, justo antes de llevarse a Saoirse Junior a su terreno para maquillarla. Si es que había personas que se lo ponían en bandeja para sus galanterías.

— Bueno, ¿qué me dices? ¿Nos vamos a ponernos guapos? — Le comentó a Arnie, en sus brazos, y el bebé rio a carcajadas. — Ya me ha sustituido por otro más mono que yo. — Comentó su padre, cómico, lo que le hizo reír y seguir haciendo como que hablaba con el bebé. — Uyyyyy qué celosoooo alguien teme que le quites protagonismo. — Esa batalla ya la he dado por perdida. — Y el bebé seguía riendo a carcajadas, como si entendiera algo de lo que se estaba diciendo. Shannon llegó con risitas y se apoyó en el hombro de Arnold. — Míralo. Se ha acostumbrado al jaleo mucho antes que mi marido. — Rieron y la mujer añadió. — Te dejo que le pongas adornitos siempre y cuando te asegures de que no son peligrosos si se los come. — ¡Hecho! — Y ya tenía pensadísimo qué iba a colocarle al bebé.

La verdad es que lo primero que hizo fue adornar al bebé, porque estaba siendo reclamado por todos y porque estaba viendo que no le iban a dejar vestirse si no. Le colocó en el peto que llevaba, bien enganchado y con un hechizo resbaladizo para que sus manitas no lo quitaran de su sitio, el broche que Alice le consiguió en la feria de Navidad: una bolita roja luminosa que simulaba la nariz de un reno, cuernos incluidos. En lo que no había caído era en que, al apretarla, sonaba la canción de los Doce días de Navidad. No había calculado bien cómo de buena idea sería eso teniendo en cuenta el ruido que ya de por sí iba con ellos. Se puso un bonito jersey verde con una bufanda roja que tenía reservadísimas para la Navidad y que le venía genial para la dinámica de los equipos y bajó al trote las escaleras, seguido de Lex y Frankie. — Gracias. — Respondió con sonrisa galante al comentario de Alice, viendo cómo le prendía la ramita de acebo en su solapa. — Tú estás preciosa. Como siempre, pero hoy estás preciosamente navideña. — Y apretó su mano con cariño, canalizando en el gesto el gran beso que le gustaría darle. Evidentemente, ni le iba a quitar el cuidado maquillaje, ni iba a dar un espectáculo delante de media Irlanda y parte de América, así que se controló.

Se abrigaron, se prepararon y tomaron las coronas, dedicándose palabras emocionadas con los abuelos y los padres y dando margen de tiempo al resto para salir, y cuando ya lo tuvieron todo, se pusieron rumbo a la primera parada: la granja de Ruairi y Niahm. En la puerta se encontraron con el resto del equipo verde. — ¡Qué ilusión! ¡Jo, estoy hasta emocionada, nunca habíamos hecho esto con tanta gente! — Wendy achuchó en un abrazo a Marcus y a Alice, mientras intentaba agarrar con la mano a Lex, porque ya los tres no cabían. — Muchas gracias, primos ingleses. — Gracias a ti por las mejores Navidades jamás escritas. — Afirmó Marcus, porque estaba convencido de que lo serían. Que Maeve preguntara si no se aparecían le obligó a controlarse fuertemente la risa. Esa pregunta iba a perseguir a todos los irlandeses con cada familiar de fuera que llegara. Fue tomando nota mental de todo lo que Wendy contaba, y entre todos se iban turnando para llevar a Arnie en brazos, hasta que por fin llegaron a su destino.

Lástima que el destino no estaba muy preparado aún para recibirles. Se le abrieron los ojos como platos solo de ver que su estudiadísima y elegante entrada no iba a poder ser ni ejecutada por el escándalo de personas y animales que se escuchaba dentro, y ya estaba temiendo el momento en que alguno le pasara por encima. Cerraron prácticamente en el acto, y Marcus y todos los demás (salvo Wendy, que parecía tan tranquila, y Seamus, a quien hubo que parapetar de no meterse de lleno en la casa) estaban con la respiración agitada. En el silencio, solo se escuchaba el sonido de los Doce días de Navidad reproducido desde el broche de Arnie, que debió toquetearlo y activarlo en algún momento. — Bueno. — Suspiró Wendy, encogiéndose de hombros y suspirando. — ¿Nos damos un paseo de mientras? — Marcus parpadeó. — Hace un poco de frío. Y vamos con las coronas. Y con un bebé. — Conociendo a mi familia, yo diría que van a tardar un bueeeeeen rato. — Apuntó Maeve, así que Marcus redirigió. — Vale, vamos entonces de mientras a la otra casa. Tenemos que ir a las dos de todas formas, y tampoco hay prisa, y este equipo ni ha salido. Allí seguro que no va a haber nadie. — Si es que tenían que haber empezado por allí, pero bueno, de toda experiencia se aprendía. 

De nuevo, no se aparecieron, sino que fueron andando, y tiraron por un sendero por el que "cortaban camino", pero lo único que hicieron fue desconcentrar a un rebaño de mooncalfs que se puso a seguirles, y enfadar a su correspondiente pastor, mientras Wendy soltaba excusas, se entretenía charlando con él, se quedaba atrás, los mooncalfs se volvían a descoordinar, Seamus se quería subir encima de uno, hubo que darle el bebé a Lex, Lex tenía miedo de tropezarse y que se le cayera, se lo quedó Alice, entonces Pod dijo que no podía pasar por cierto terreno sin estropearse los zapatos que estaba estrenando, por lo que ahora Lex cargaba con Pod, un mooncalf se encaprichó de Alice y Arnie, se puso a seguirles, Marcus se quedó con Arnie y Lex dejó a Pod en el suelo y se puso a quitarle a Alice el mooncalf de encima, Maeve se clavó una ortiga en un dedo que se le había enganchado en la ropa al quitársela, Alice se paró a curarla, Wendy se fue por otro camino... Iba a llegar a la granja de Martha y Cerys con una taquicardia. Eso otra, ¿¿por qué le habían tenido que tocar a él dos granjas?? Si su abuela lo había hecho a posta, no tenía ninguna gracia.

Encima el último tramo era cuesta arriba, y de llevar a Arnie en brazos estaba absolutamente ahogado. Se lo dio a Wendy hasta que llegaron, y un poco más recompuestos, se reunieron ante la puerta cerrada. — A la de tres. — Susurraron, y hecha la cuenta, llamaron a la puerta y gritaron cuando esta se abrió. — NOLLAIG SHONA! — Con todo su ímpeto (y esta vez un poco más coordinados, menos mal). Wendy, a golpe de varita, comenzó a hacer sonar las primeras notas de una melodía, pero antes de empezar a cantar, Marcus avanzó. — Permítanme, mis bellas damas, que les obsequiemos con un poco de espíritu navideño. — Y dicho esto, empezaron a cantar... apenas una palabra, porque Violet, en la puerta, les cortó. — Wow wow wow. Precioso esto, pero estoy yo sola. — Se les cortó el villancico de golpe y la expresión de las caras se les fue al suelo. — ¿Cómo que tú sola? — Sí, hijo, una pena que las tres pastoras lesbianas se hayan perdido tu alegato medieval, seguro que les hubiera encantado. — Ironizó, y con un gesto, les invitó a entrar, mientras ella se iba hacia el sofá y se tiraba en él poco orgánicamente. Entendió por qué enseguida. — Pasad, anda, que me pilláis pintándome las uñas. — De ahí que se moviera como un pato y descalza y que llevara las manos tan estiradas. — Son muy bonitas, Violet. Muy navideñas. — Gracias, majo. — Pod puso la sonrisita orgullosa de quien ha hecho la buena obra del día. Wendy dejó a Arnie en el suelo, que empezó a mirar todo su alrededor con curiosidad. — ¿¿Cómo que estás sola?? — Lo que oyes, ricura. Aquí me tienen de mujer florero. — Hizo un gesto con la mano. — Tu hermana se ha ido con mi chica, que me la tiene robadísima, a enseñarle yo que sé, mira, ni me he enterado, y su claramente no-novia anda por ahí con las ovejas. ¿Pero es que encima sabéis qué? Mira. — Señaló con un gesto a la cocina y Wendy exclamó una aspiración. — ¡¡Pero has encerrado a Pequitas!! — ¿¿Encerrado yo?? ¡Me tiene encerrada ella a mí! ¡Tú no sabes lo que es intentar preparar un desayuno con eso! — Uy, que no. — Contestó Wendy, y rápidamente sacó la varita e inhabilitó el hechizo de barrotes que Violet había lanzado para separar una estancia de la otra. La enorme vaca mugió con ganas. — ¿Por qué hay una vaca en la cocina? — Preguntó Lex, sin dar crédito. Violet dijo. — Esa es una excelente pregunta. —

Wendy ya tuvo suficiente. — ¡¡ES QUE NO SE PUEDE HACER ALGO BONITO EN ESTA FAMILIA!! ¡¡Y DELANTE DE LOS PRIMOS!! ¡¡QUÉ VERGÜENZA!! ¡Me va a oír mi hermana, vamos! — Y, rauda, salió de la casa. Marcus puso cara de desconcierto. — ¡Wen! ¡Espera! — ¡Ay! Que os dejáis a Arnie. — Se apuró Maeve, cogiendo al bebé en brazos, y todos salieron en tropel detrás de Wendy. — ¡¡WEN!! ¿Dónde vas? — ¡Le pienso cantar los villancicos en medio del prado si hace falta! — Respondió, mientras todos la seguían al trote. — ¡Alice! ¡Sobri! ¡Lánzame el hechizo de secado de uñas! ¡Que yo esto no me lo pierdo! ¡¡OYE, ESPERADME!! ¡Malditos seáis todos! ¡¡ALICE!! ¡¡QUE ME DEBES MEDIA VIDA!! — Gritaba Violet, que apenas podía pasar de la puerta con las uñas de los pies aún mojadas, por lo que Alice debió apiadarse y quedarse detrás en algún momento. — ¡Seamus! ¡Aquí! — Ordenó Marcus, porque estaba viendo al niño a carcajada limpia y pegando saltos por ahí, y ya lo que le faltaba era que se perdiera. — ¡Pero cómo corre! — Se sorprendió Lex, y no es que Wendy corriera tanto, es que definitivamente estaba mucho más acostumbrada a subir laderas que ellos.

— ¡¡MARTHA!! — Chilló Wendy, porque la divisó a lo lejos... Hizo mal. El chillido espantó lo que estaban viendo, y ahora tenían un nubarrón de billywigs desperdigados por ahí y haciendo un infernal sonido de zumbidos. Algunos se fueron hacia ellos, y Maeve, con un gritito, se lanzó al suelo para hacer de caparazón protector del bebé. — ¡Tranquilos! ¡No hacen nada! — Gritó Erin, yendo hacia ellos, mientras Martha, indignada, respondió a Wendy. — ¿¿Pero qué haces?? ¿Por qué gritas? ¿No ves que son muy sensibles? — ¿Dónde está Cerys? — ¡Con las cabras! — ¡¿Y POR QUÉ NO ESTÁIS EN CASA?! — ¡¡Porque alguien tiene que revisar el enjambre de billywigs y pastorear las cabras! — ¡¡ES QUE SIEMPRE ESTÁIS IGUAL!! — ¡¡VIVIMOS EN UNA GRANJA, WEN!! — ¡¡CABRITAS!! — Chilló Seamus, y cuando se quisieron dar cuenta, un rebaño de casi un centenar de cabras iba hacia ellos, con Cerys detrás, haciendo ruidos para reconducir que no estaban teniendo mucho éxito. — ¡Vamos para casa! — Ordenó Martha en mitad del caos, pero entonces llegó Violet corriendo. — ¿¿Vivi?? ¿Qué haces aquí? — Preguntó Erin. — Yo también me alegro de verte, preciosa... — ¡¡LA VACA!! — Precisó. — Ay, Dios. — Martha salió corriendo, y al girarse, vieron a Pequitas, desorientada, abandonar la casa sin rumbo fijo. — ¡¡NOOOO!! ¡¡NOOOO!! ¡¡¡EEEEPA, SOOOOO!!!  — ¡Erin! ¡Llama a Sparkles! — Pidió Cerys a gritos, y su tía se llevó los dedos a los labios y, con un fuerte silbido, a los pocos segundos, apareció un perro gigantesco por allí, ladrando y trotando y alborotando a las cabras, que empezaron a reordenarse. — Me estoy volviendo loco con eso. — Dijo entonces Lex, tenso, y cuando vio dónde señalaba su mirada pareció captar el ruido, que se había incorporado al caos y ni lo notaba: el broche de Arnie no había dejado de reproducir la musiquita enlatada de los Doce días de Navidad prácticamente desde que salieron de la casa. Lanzó un hechizo rápido y el broche enmudeció... pero Arnie puso un puchero instantáneo. Ay, no. — ¡Mira! ¡Cabritas! — Intentó distraer, pero al bebé no le había hecho ninguna gracia que boicotearan su juguete y empezó a llorar a pleno pulmón. — Noooo mi niñito precioso, ¿qué te han hecho? ¿Te han quitado la música? — Wendy tomó a Arnie de los brazos de Maeve y empezó a mecerlo... y a cantarle la canción. — "¡En el primer día de Navidad mi amor me entregó, una perdiz en un peral! ¡¡TRRUUUUMM!! ¡En el segundo día de Navidad mi amor me entregó...!" — Marcus y Lex se miraron. — Esto es peor. — Masculló su hermano. Marcus se encogió de hombros. — "¡TRRRUMPUMPUM! ¡En el tercer día de Navidad...!" —

— ¡¡BUENO A VER!! — Apareció Martha por allí. En algún momento y sin saber cómo, Erin había reconducido la nube de billywigs hasta un árbol cercano, y Cerys también se había hecho de nuevo con el control de las cabras. — Vamos a... ¡Wen, calla, por el amor de Eire! — Wendy enmudeció. A Marcus se le iba a salir el corazón por la boca. — Ya iba por el once... — Vamos a casa, anda. — Pidió la mujer, con un resoplido, y se encaminaron todos de vuelta a casa. Cerys fue la última en llegar, y todo el ruido pareció quedar mucho más silencioso. Marcus sentía que estaba ya para acostarse. — ¿Qué hacéis...? — Empezó Martha, y entonces reparó en las coronas que llevaban. Alzó los brazos y los dejó caer. — La tradición. Siempre se me olvida. — Jolín, hermana, qué poco entusiasmo. — Se quejó Wendy. Erin parpadeó. — ¿Se sigue haciendo lo de ir con las coronas a las casas? — Negó. — Me moría de la vergüenza haciéndolo... Siempre acababa escondida detrás de mi hermano. — Marcus se frotó la cara. — Yo ya no sé ni por dónde íbamos... — ¡Vale! Salimos, cerramos la puerta y empezamos de nuevo. — Propuso Wendy, al igual que había pasado en la otra casa. Nada, no lo había podido evitar. Violet rio con malicia y dijo. — Eso, sobrino, repite tu entrada triunfal, que les va a encantar. — Marcus la miró mal. A ver si le salía el feliz Navidad siquiera.

 

ALICE

La situación estaba, como mínimo, descontrolada, especialmente para los ingleses, porque los irlandeses parecían muy acostumbrados a ese caos y los americanos estaban encantados en general, especialmente Arnie, que menuda idea la de su novio de darle el brochecito con la canción. Finalmente, se impuso el sentido común, y decidieron irse hacia la otra granja. Lo malo es que los paseos por Ballyknow siempre acababan así, siendo más largos de lo debido, y ya si encima se ponía a perseguirla un mooncalf… — Es porque eres la luna, y les encanta. — Dijo Maeve con una sonrisa, aunque aún llorosa por la ortiga. Habría que ver cómo llegaban a la granja. Si es que llegaban, porque perder a Wendy ya era lo que les faltaba.

Parecía que el espíritu más o menos se mantenía (no así el resuello, al menos por parte de los no irlandeses, porque Seamus subió unas cuatro veces el camino, a base de correr hasta mucho por delante y tener que volver a donde estaban, para repetir el mismo proceso otra vez). Pero, cuando por fin pudieron llamar a la puerta y hacer las cosas bien, su tata les paró los pies. Ahí ya Alice suspiró. — Mira que lo ha dicho tu padre… — Le susurró a Marcus. Solo a Molly se le ocurría mandarles a casa de gente como Martha y Erin sin avisar. Y la otra pintándose las uñas, Maeve se reía por lo bajini y Pod no sabía ni dónde mirar de lo poco protocolario que era todo. Cuando dijo lo de Pequitas, Alice se imaginó por dónde iban los tiros. — Ay, por Merlín, tata… — Se pasó la mano con un suspiro por la cara. Claro que también, las otras, tener a la vaca por ahí… Vamos, que Wendy ni se lo pensó antes de quitarle el hechizo. Iba a suspirar tantas veces que se iba a desinflar.

Y, como siempre en Irlanda, antes de que pudiera darse cuenta, habían tomado una decisión todos, entre gritos, y habían salido corriendo. Se giró hacia Vivi y ya estalló. — ¡Ay, tata! Shhh calla ya. Qué escandalosa eres, ¿no te parece que tenemos suficiente? — ¿Pero me lo echas? — Con su enésimo suspiro del día, sacó la varita y, mientras encantaba las uñas de su tía, dijo. — Y córtate un poco con lo de las pastoras lesbianas y todo eso y… ¡AY, PEQUITAS, QUITA! — La vaca se le había asomado por el hombro y ella se sacudió mientras intentaba mantener el hechizo. Su tata se partía de risa. — Si me hacen jurar que algún día vería esta escena… — Alice la miró malamente. — Que te cortes con eso, porque Martha y Cerys nunca han dicho que sean pareja. Y a ti te costó lo tuyo serlo con Erin, así que haz el favor de… — Pero su tata la interrumpió una vez más, dándole en el brazo, y luego señalando a su espalda. Pod estaba sentadito con cara de pena en un escalón. — ¡Ay, mi niño! ¿Qué te pasa? — El niño sorbió un poquito y sacó un pucherito. — Yo quería que vosotros, que venís de fuera, pudierais disfrutar de una Navidad irlandesa completa, pero es que todos son un desastre, y ahora vuestra primera Navidad aquí está arruinada y el primo Marcus pensará… — ¡UY, CARIÑO! El primo Marcus se ha casado con los Gallia, el caos le po… Le chifla. — Intervino Vivi. Él la miró con los ojos brillosos. — ¿El primo Marcus se ha casado? — Es una forma de hablar. — Aclaró ella, mientras le pasaba el abrigo y las botas a su tata para ir a por los demás. — Pero la prima Alice es también muy ordenada y cumplida, sabe hacer todos los protocolos… — ¡UY SI YO TE CONTARA! Ven, ven con la tata Vivi, primor, que te voy a contar tropelías de esta… — Y sin más, se llevó a Pod para fuera, y no le quedó más remedio que seguirles.

El panorama en el exterior seguía fuera de control. Para cuando les vio, había una plaga de algo que no reconoció, por lo que Maeve estaba gritando, Arnie alterado, y cuando llegaron, y aquel enjambre estaba controlado, los gritos la acosaron de nuevo. — Ay, la dichosa vaca… — Dijo tapándose la cara de nuevo. — Tranquila, prima, nada que mi abuela no haya hecho mil veces, deja a los animales de la tita sueltos siempre. — La reconfortó Pod. Afortunadamente, los animales se disiparon y Martha pareció caer en su papel en todo eso. Ella, por su parte, se acercó a coger a Arnie para favorecer que Wendy dejara de berrear más que el bebé y, con gozo, se dio cuenta de que el renito había sido silenciado.

Por fin, y a pesar de la falta de entusiasmo de Martha y Erin, se acercaron a la puerta y, después de dejarles un par de minutos de preparación, llamaron. Esa vez acudieron todas, por las pisadas que se oían, y Vivi gritó. — ¡Ay! ¿Quién será en plena mañana de Nochebuena? ¡Menos mal que nos ha pillado aquí a todas! — Vivi, ya con el pitorreíto… — Se le oía a Erin. Abrieron la puerta y el Nollaig Shona salió perfecto y cantaron el primer villancico. — ¡Venga, pasad! A ver si os gusta la sorpresa. — Dijo Cerys con una sonrisa desde detrás. Pequitas había vuelto a su lugar, dentro de la cocina, y tenía espumillón puesto entre los cuernos y una estrella en medio, y le dio por mugir en el momento perfecto cuando entraron. — Feliz Navidad a ti también, guapa. — Dijo Wendy adorablemente, tirándole un beso al animal. — Anda, pasad, que tengo el chocolate haciéndose y hay pastel de tres leches. Agradecédselo a Pequitas. — Y ante la perspectiva de estar al fuego del hogar y tomando chocolate calentito, les mejoró el humor a todos. — Bueno, ¿qué corona os quedáis? Tenemos un villancico distinto para cada. — Informó Pod con tono de comercial. — A mí la roja siempre me ha gustado más. — Señaló Martha. — A mí también. Gryffindor, supongo. — Dijo Erin. — Yo voy con el pelo de mi señora. — Dijo su tata, señalando la roja también. Cerys chasqueó la lengua. — Me ganan por mayoría, pero el año que viene nadie me separa de la azulita… —

 

MARCUS

A pesar de estar con la ansiedad por las nubes, tras un ratito reorganizándose en la puerta, consiguieron hacer otra entrada estupenda. Resultó que las mujeres, en esos escasos minutos, habían preparado una sorpresa que resultó ser la vaca decorada de Navidad, y no pudo evitar reír a carcajadas. Igual se había vuelto loco de remate.

Eso sí, el chocolate calentito y la tarta le supieron a gloria, tanto que, después de un ratito sentados, riendo y comiendo, se puso en pie de un salto y dijo. — ¡Bueno! Hemos venido con un cometido ¿no? ¿Quién me ayuda a colocar esa corona en la puerta? — Pod, Seamus y Maeve se atropellaron con los "yoes", pero lo cierto es que fueron todos a la puerta. — ¡Ay, espera! ¡Que traigo la cámara! — Dijo Vivi, quien de un salto fue a buscarla y volvió con ella. — ¡Venga! Que hay que inmortalizar este momento. — Y, entre risas, intentaron recolocarse todos junto a la puerta, corona en mano, colocándola. — Gritad algo guay. — ¡EQUIPO VERDE! — Gritaron desincronizadamente, pero al menos todos estaban de acuerdo con la consigna. Menos mal que las fotos mágicas eran en movimiento, porque nadie se había estado quieto un segundo, no paraban de reír y de intentar sujetar la corona entre todos.

Ya puesta, volvieron al interior de la casa, y Lex se dirigió a Pequitas con Arnie en brazos y Seamus junto a él. El segundo le pidió que le montara a lomos de la vaca, y por supuesto al bebé se le antojó, por lo que hicieron más fotos, estas de Seamus sobre Pequitas y Arnie montado tras él, sujeto por Lex, felicísimo. — Qué bonito tener animales siempre por aquí. — Comentó Maeve, adorablemente. — En Long Island es muy difícil verlos. Nosotros estamos en una zona tranquila, pero aun así, solo hay casitas, no granjas. Nueva York no es mucho de eso. — Pod se sentó a su lado y le preguntó, contento. — ¿Cómo es Nueva York? — Es muy grande. Hay un poco de ruido, y los edificios son altísimos, y siempre hay luces por todas partes, incluso de noche parece de día. Y los magos y los nomajs estamos mezclados. — ¿Qué es nomaj? — Preguntó el niño. — Los que no hacen magia. Marcus y Alice les llaman muggles, creo. — ¡Ah, muggles! Sí, aquí les llamamos así. ¿Y estáis todos juntos? ¿Y qué pasa con el secreto mágico? — No sé muy bien cómo lo hacemos, pero nos las ingeniamos para que no se note. Bueno, yo ni siquiera hago magia, pero me refiero a que la gente... — Marcus estaba tan embobado escuchando a los dos niños hablar que no se dio cuenta de lo que estaba pasando hasta que sintió algo húmedo en su mano. Dio tal salto que lanzó el plato y lo poco que quedaba de tarta por los aires. — ¡Inmobilus! — Lanzó Cerys, bastante rápida. Erin y Martha le miraban inexpresivas. — ¿Qué haces? — Marcus estaba derretido en el sillón y con la mano en el pecho. Cuando pudo hablar, dijo. — ¡Se estaba comiendo mi tarta! — Pequitas se le había puesto al lado y, efectivamente, había pasado su enorme lengua por el plato, llevándose el trozo de tarta que, de hecho, se estaba comiendo. Ya no, claro. — Es que si la dejas desatendida... — Comentó Erin, a lo que abrió mucho los ojos. — ¡Estaba comiendo! ¡Solo he parado un segundo! — Escuchaba a Lex y a Violet doblados de la risa detrás de él.

— Lo que mi hermano quiere decir es que le encanta este sitio. — Bromeó Lex, provocando varias risas. Luego, mirando por la ventana, dijo. — A mí sí que me gusta. — Miró a las mujeres. — ¿Cuántos animales tenéis? — ¡Un montón! — Respondió Pod, contento. Martha, con una sonrisa, amplió la información. — La verdad es que tenemos hectáreas de campo, se juntan con las de mi padre. Tenemos a los animales por áreas, y después tenemos zonas de migración, de animales que van y vienen, no son propiamente nuestros, como la comuna de billywigs que les estaba enseñando a Erin. — Lex, Martha y Erin se embarcaron en una conversación sobre animales, así que Marcus se acercó a Violet. — ¿Qué tal la vida en la granja? — La mujer le miró con una sonrisa falsa que le hizo reír. — Lo cierto es que temía que mi tía estuviera incómoda con tantísima gente. — Continuó. — Pero parece que Martha y ella han conectado bien ¿no? — ¿Dos lesbianas obsesionadas con los bichos? No sé por qué lo dices. — Ironizó, y acto seguido dijo. — Que no me escuche mi sobrina decir eso, que ya se ha estrenado en regañarme hoy. — Se acercó a él y susurró. — ¿Les queda alguna vacante a las del pisito de solteras? Estoy planteando mudarme. — Me temo que Sandy se te ha adelantado. — ¿La pija de Long Island? ¿No se ha peleado ya con la feminista de la barricada? — Marcus se tuvo que tapar la cara con las manos para no reírse, justo en el momento en que Alice se incorporaba a la conversación. Le dijo, bromista. — Tu tía me está contando lo feliz que le hace compartir convivencia con Pequitas y otros animales. — Te odio. ¿Qué ves en él? — Le preguntó a Alice, pero él siguió riéndose.

 

ALICE

Al final, siempre sabían encender su corazoncito, y el momento de Marcus y los chicos colocando la corona y la foto de su tía, acabó por hacerla llorar discretamente. Menos mal que había estímulos de todos los lados, vaca incluida, que, por supuesto, quiso participar quitándole a Marcus la tarta. Merecía la pena por asistir a los chicos contándose cosas sobre sus distintos sitios. — Mira, no poder verse mucho es una lata, pero hay cosas geniales de ser de sitios tan distintos, como esto precisamente. Ahora ellos crecerán entendiendo un poco más a gente que vive mucho más lejos, mucho más distinta, pero escuchándoles con más atención. — Dijo Alice en bajito a Martha y Cerys, y la primera respondió. — Me encanta el pueblo, pero necesitan dejar entrar ideas que ellos nunca se hubieran planteado. — Las dos mujeres sonrieron, mirando a los chicos también. — Yo por eso creo que Ciarán está muy bien, porque es de Connemara, y quieras que no, puede traer ideas de ahí. — Ante la mirada de su hermana y Cerys, Wendy alzó las palmas con confusión. — ¿Qué? — Pero mira, mejor se reían.

Mientras los animalistas se enfrascaban en una conversación de las suyas, y su tata y Marcus se picaban como venía siendo costumbre desde que Marcus le perdió “miedo” como adulta de referencia, porque ni con cien años su tía sería tal cosa, Alice llamó a los niños para ir abrigándolos y preparándose para salir, a lo cual Wendy la ayudó. — Así que… Ciarán, eh… — Dejó caer. La chica rio un poco y meció distraídamente a Arnie en sus brazos. — Bueno, ya sabes… A ver, es que cuando hay química lo sabes ¿no? Tú lo supiste con Marcus ¿verdad? — Alice rio. — Creo que tardé un poco más en darme cuenta. — Bueno, Sandy dice que tengo que ir a tope, pero es que no sé a qué se refiere exactamente, luego le preguntaré mejor. — Sí, menuda ayuda. Ya tenía a todos los niños en solfa, así que se fue a darle brío a su novio. Se rio al comentario de Marcus. — Lo que tú no ves. — Y le guiñó un ojo. — ¡PERO QUÉ OSADA ES LA PELANDRUSCA ESTA! Es que luego tiene cara de venir aquí a decirme… — ¡Nos vamos! — Interrumpió ella. — Nos vemos a las doce y media en la plaza para ir a casa O’Donnell, ¿estamos? Que hay que ponerle la corona antigua a Cletus y Amelia. — ¡Ah, pero que esto sigue! — Se quejó Martha. — ¡Que te calles ya, descastada! Que esto acaba de empezar. Y prepara lo de la carrera del día de San Esteban. — Le recordó Wendy. Martha resopló y se dejó caer sobre el sofá, mientras Pequitas se le apoyaba en el hombro.

Ya de camino a casa de Ruairi, Pod la había cogido con Maeve, y ahora orbitaba a su lado como un satélite. — Pues la verdad es que es una tradición preciosa. En América todo el mundo habla de lo que se va a comprar y todo eso, pero a mí me gusta mucho más esto. — Yo te pido disculpas en nombre de mi familia, especialmente de mi tía, porque es que siempre tiene los animales por ahí, pero ya ves que aquí es lo que se estila. — Oye, yo no tengo animales por ahí. — Le picó Wendy. — No, pero el abuelo siempre dice “dile a tu hermana que recoja las bragas y los platos de diez días, que vamos para allá”, cuando vamos a tu casa. — La tía Martha lo que tiene son bollos. — Todos se quedaron mirando a Seamus. — Lo dice la rubia hermana de Alice todo el rato, lo de los bollos. — Es mi tía, Seamus. — Corrigió, tapándose y reteniendo la risa con una mano. Hizo un gesto de dejarlo pasar a los mayores y dijo en bajito. — Si nos metemos a corregirle ya se le va a quedar. Rezad porque no lo diga delante de los demás y continuemos. Es lo que hacíamos con Dylan de pequeño. —

Por fin llegaron a la granja de Ruairi y todo se sentía más tranquilo. El recibimiento salió a pedir de boca, y se fueron a la cocina, mientras Ruairi hacía el caldo y Niamh les ofrecía pastelitos. — Perdón por todo el jaleo de antes, muchos niños y animales por aquí. — Donde la tía Martha, Pequitas se ha comido la tarta de Marcus, pero ningún bollo. — Aportó Seamus. Niamh, en su línea, simplemente se rio. — Pero lo bueno es que, cuando he ido a encerrar a los diricawls, he encontrado esto justo en la linde. — Y trajo un revoltijo de mantas, del surgió una cabecita gris. — ¡Miau miau! — Exclamó alegre Arnie señalándolo. — ¡Eso es, Arnie! Es un bebé kneazle. — Pero los kneazles no son autóctonos de Irlanda. — Dijo Lex. — No, me temo que viene de un criadero ilegal. Lo habrán abandonado porque tendrá algún defectillo estético y ha venido hacia donde olía a otro kneazles, pensando que son los suyos. — ¿Os lo podéis quedar? — Preguntó Alice, apenada, mirando los ojitos del cachorrito. — Sí… Intentaremos que nuestros otros kneazles lo acepten y ya está… — Pobrecito. — Dijo ella apenada. — ¿Lo quieres coger? — Ofreció Niamh. Ella se lo pensó, pero antes de que se diera cuenta, lo tenía en sus manos, y se enterneció instantáneamente. — Miau miau. — Repitió Arnie, inclinándose sobre el animalito. En un gesto monísimo, pasó su manita con extremo cuidado por la cabeza del kneazle, que no apartaba la vista de él, y Alice sintió que se derretía. — Arnie sí que ha entendido lo que es la Navidad de verdad. Así empezó, de hecho. Dándole cariño a un bebé que no tenía nada al nacer. — ¡AY, POR NUADA! — Wendy estaba llorando profusamente, y Ruairi se había quedado tan embobado mirándoles que se le empezó a sobrar el caldo.

 

MARCUS

Se pavoneó un poco más delante de Violet, ya agarrado del brazo de Alice y listo para salir hacia la otra granja. — Darren va a flipar con todo esto. — Comentó Lex por el camino. — Te mueres de ganas de que venga ¿eh? — El otro rio. — La verdad es que sí. — Marcus le pasó un brazo por los hombros y, con una sonrisa, dijo. — Yo también. — Pero el momento fraternal se le atragantó de golpe cuando escuchó lo de Seamus. Lex, siendo absolutamente nada discreto, soltó una fuerte carcajada nasal y empezó a reírse con todas sus ganas. Pero, como sugirió Alice, era mejor no darle más pábulo al tema. Aunque no sabía si simplemente rezar porque no lo dijera delante de nadie era la estrategia que más le tranquilizaba.

Al menos pudieron hacer una entrada como los siete mandaban para Ruairi y la familia, que les recibieron felices y con los brazos abiertos. Ya hizo Seamus la primera mención a los bollos (Marcus tuvo que darle un codazo a Lex para que dejara de reírse), pero inserto en la conversación había quedado bastante disimulado. La sorpresa fue la criaturita que había encontrado Niahm, que hasta a Marcus, que no era especialmente fan de los animales, le hizo enternecerse y asomarse a mirar. — ¡Oh! ¿Es un gatito? — Lex le miró con aburrimiento. — ¿Pues no le ves las orejas? ¿La gata de Alice tiene esas orejas? — Creo que llevo un año sin ver a la gata de Alice. — Exageró, aunque realmente la Condesa era tan esquiva que no es como que tuvieran una relación muy estrecha. Probablemente solo la hubiera cogido en brazos el famoso día de las barcas, que fue donde se conocieron, de hecho. Pero la reacción de Arnie era adorable... Eso sí, por muy bebé que fuera, no le hacía gracia que tocara al kneazle, que si un gato era peligroso, un kneazle era la versión mágica y salvaje de un gato, y de los grandes. Chasqueó la lengua. No, no era fan de los animales, pero que la gente hiciera maldades con ellos le ponía enfermo. — Pobrecito. — Sí... — Concordó Maeve, enternecida, comentario que replicó Alice justo después. Pod añadió. — ¿Pueden no aceptarle? Pero si son kneazles como él, y solo es un bebé. — Ya, cielo, pero es que son muy territoriales. No les gusta mucho vivir en comunidad. — ¿Por qué? Si es mucho mejor. — Añadió el niño. Niahm rio un poco. — Hay animales sociales, como nosotros, o como los mooncalfs, que vamos siempre en manada, y hay animales territoriales, como los kneazles, que prefieren estar solos. — Acarició al minino. — Pero esperemos que el instinto protector con los bebés haga su magia con él. —

Con quien estaba haciendo su magia era con Arnie, que de repente había encontrado nuevo juguete. Marcus miró a Alice con una sonrisilla. — ¿Es como estar con la Condesa? — Preguntó, risueño. Esperaba que no se encariñara mucho de él, no se veía el día de mañana con un kneazle en casa. No fue el único que lo pensó. — Más vale que Darren no lo vea. Lo querría adoptar. — Comentó Lex, pasándole un índice por la cabecita al kneazle. — ¡Oh! ¿Te refieres a tu chico? Por lo que dices, sería muy buen cuidador. — Aportó Niahm, pero Lex puso una mueca. — Ya, pero tiene dos problemas: el principal, que vive en una barriada muggle. — Oh, entiendo. Un kneazle no pasa especialmente desapercibido. — Por eso. Y el segundo es que... tiene un puffskein. Y ya le cuesta que no se escape por ahí. — ¡Uh! Eso sí que es un peligro. Un kneazle se come a un puffskein de un bocado en cuanto te descuides. — Lex asintió. — Pero como hoy voy a escribirle, puedo pedirle que le traiga unas chuches. Las hace muy buenas. — ¿Hace chuches para criaturas? — Sí. — ¡Uy! Pues aquí tendría negocio asegurado. ¿Cómo las hace? — Y Lex se enfrascó en una conversación sobre el negocio de Darren con Niahm durante un rato.

En este, Marcus aprovechó para acercarse a Alice, aún con el animalillo. Arnie no dejaba de mirarlo. — Verás... Se va a encaprichar. — Vaticinó Maeve, pero ella también le acarició la cabecita. — Aunque la verdad es que es monísimo... Y como lo vea Ada... — ¡Miau miau! — Insistió el bebé, que cada vez estaba más encima de la cría. Shannon apareció por allí. — ¡Oh! ¿Habéis visto al bebé kneazel? — Se sentó con ellos. Maeve la miró. — Mamá, a Arnie le ha gustado... ¿nos lo podemos quedar? Es que aquí a lo mejor no le aceptan los otros kneazles. — Shannon puso una muequecita. — A ver, Maeve, cariño... Es que... un kneazle... — ¡¡Pooooorfiiiii!! ¡A lo mejor no se hace tan grande! — ¡Y por lo que ha dicho la prima Niahm, si está sin otros kneazels alrededor estará más contento, y según Maeve, allí no hay muchos animales! — Aportó Pod, que ya se había metido en el equipo de Maeve indiscutiblemente. Shannon se frotó la frente. — No sé, Maeve... Somos muchos ya en casa. Tú estás en Hogwarts, no lo vas a poder cuidar. — Pero no es para mí, es para Arnie. — ¿Y tú crees que Arnie lo puede cuidar? — Preguntó con evidencia. Ruairi se acercó. — Sin querer yo influir... pero lo cierto es que los kneazels, si tenéis un buen jardín, son bastante independientes. Un poco más agresivos que un gato, pero con una buena educación se pueden encauzar. — ¡¡Ves, mami!! ¡Se puede! — Sin embargo... — Y al hombre se le puso esa carilla de culpabilidad Hufflepuff de cuando han hecho lo que creían que era una buena obra pero para la que no han pedido permiso. — Yo... Iba a preguntaros cuando los chicos se fueran... — Se rascó la nuca. — A Ada le encantan los diricawls. Son... un poco revoltosos, pero más fáciles de cuidar que un kneazel, sin duda. Aunque también un poco menos independientes. Y... justo teníamos... varios huevos... Había pensado, siempre que os parezca bien, regalarle uno por Navidad. — Pod y Maeve aspiraron exclamaciones sorprendidas y felices. Marcus y Alice se miraron. A ver por dónde salía eso. — ¡¡Mamá!! ¡¡Di que sí!! ¡Son muy bonitos, y Ada se volvería loca! — Cariño, no podemos llevarnos un pájaro y un gato, los dos en formato gigante. — Dijo la mujer, soltando un resoplido. Justo en ese momento bajó Dan. Se giró hacia él. — Cariño, nos llevamos un animal a casa. Elige: ¿diricawl o kneazel? — El hombre puso cara de estupefacción y, cuando pudo reaccionar, se encogió de hombros con los brazos alzados. — ¡Pero si solo he subido a cambiarme! —

 

ALICE

Sonrió a Marcus y acarició la garganta y el cogote del kneazle, lo cual hizo que ronroneara, vibrando entero. — Qué va. Ella siempre ha mirado el mundo desde la superioridad, este se nota que está desesperado por cariñito. — De hecho, cada vez se hacía más bolita en sus brazos. La verdad es que le daba muchísima pena que lo hubieran abandonado, pero no se podían tener animales así cerca de un taller alquímico. Rio un poco a lo de Darren. — Por no hablar de esas dos bestias pardas con nombres raros que tiene por perros. — En verdad son muy tranquilos. — Dijo Lex completamente en serio. — Un kneazle sería mucho más jaleoso, y Muffin también, fíjate lo que te digo. — ¿Has oído, chiquitín? Te van a traer chucheeees. — Le dijo a la criatura, como si le pudiera comprender, pero es que le daba mucha penita y quería reconfortarle un poco aunque fuera.

En el momento perfecto, llegó Shannon, y como Maeve había autoprofetizado, la petición no tardó en llegar. La problemática asociada a kneazles y alquimia se podía argumentar para un consultorio, no terminaba Alice de verlo, por mucha ternurita que le estuviera dando Arnie. Y encima Ruairi sugiriendo lo del diricawl. Se miró con Marcus y dijo en bajito. — Con esta familia hay que tener ojísimo, eh, sobre todo con mi hermano y tu cuñado. Que nos convierten en un zoo. — El que claramente no había tenido ningún ojo había sido Dan, que bajó y, como debía llevarle pasando un par de días, se encontró una situación que no sabía gestionar. — Pero… ¿Lo de las coronas no era para decorar sin más la casa? — Ahí, Lex y Alice tuvieron más problemas para contenerse la risa esa vez. — A ver, mi vida, ya conoces a nuestros hijos. Y Ada está obsesionada con los diricawls, cuando nos la llevemos a América va a ser un drama. Pero el kneazle puede ser bueno para proteger a Arnie cuando está en el jardín solo. — ¿Dejas a Arnie en el jardín solo? — PAPÁ. — Cortó Maeve. — Es una forma de hablar. Si no eliges, nos los llevamos a los dos. — Bueno, yo no he dicho eso. — Rectificó Shannon, pero Dan ya estaba resoplando. Miró al bebé, todo mono, que miraba al kneazle como si fuera lo más bonito del mundo y se frotó la cara. — A estas edades olvidan los eventos no excesivamente traumáticos ¿no? — Ah, sí sí. Con esa edad, Lucius tiró a Horacius de la cuna sin querer y se sintió tan mal que se tiró detrás, y mira qué bien me han salido después. — Dijo Niamh tranquilamente. — Pues venga, el diricawl para Ada, que encima la pobrecita es tan buena que le hacemos menos caso, excepto cuando se pelea con Saoirse, se merece el regalo. — Maeve sonrió y cogió a Arnie disimuladamente. — ¡Arnie! ¡Vamos a darle la corona a mamá! ¿Verdad? — Ah, a mamá, estupendo… — Dijo Dan, ya derrotado por detrás. — Le acabas de dejar sin kneazle. Déjame a mí que lo gestione. — Le soltó Maeve, en un tono MUY adolescente que hasta ahora no le había oído poner. — Pero el kneazle se lo tiene que quedar alguien. — Señaló Lex. — Es verdad, no nos podemos arriesgar a que los otros no le quieran. — Apoyó Pod, claramente traumatizado. Y antes de que Alice pudiera darse cuenta, alguien se lo quitó de los brazos. — ¡Oh, por favor! Ven aquí con tu nueva mamá, preciosidad. — Gritó Wendy estrechando al animalito contra su mejilla. — Igual deberías preguntar a las chicas, Wen, porque mi hermana… — Empezó Ruairi. — ¡Ay, espera que te voy a hacer como una bolsita para llevarlo! — Aportó Niamh. Y, efectivamente, enrollando una tela al tronco de Wendy, hizo un receptáculo donde el kneazle se metió y sacó la cabecita por el borde de forma adorable. — ¡Bueno, pues bien está lo que bien acaba! ¡A ver cómo mi niño nos trae esa corona! — Concluyó Shannon. — ¿Están todos los escárbatos controlados? — Todos. — Pues a ver esa corona. —

Arnie, que con el jaleo parecía haberse olvidado del minino, le tendió, con ayuda de Maeve, la corona a su madre, y entre todos estuvieron hablando de la tradición, de lo que cada uno recordaba y, finalmente, la pusieron en la puerta, reforzada con hechizos repelentes de montón de tipos de patas, alas y aguijones, para que estuviera protegida el resto de la Navidad, y cantaron un par de villancicos, incluyendo el de los doce días, que Alice y Marcus traían fresquito de la feria, para animar a Arnie, que claramente tenía querencia por él, y pasaron un momento muy navideño y bonito.

—¡Ruairi! ¿Está ya ese caldo? — Sip. — Pues venga, vámonos para la plaza, que hemos quedado todos allí para lo del abuelo. — Dirigió Wendy. — Oye, ¿cómo lo llamo? Es un macho ¿no? — Preguntó mirando al kneazle, mientras Niamh y Ruairi le confirmaban su sexo. — Podría llamarte Nuada. O Lugh, Lugh era muy listo, como los kneazles. — Igual un poco más que los kneazles, ¿no crees? — Dijo Pod. — Podrías llamarle Caballero. Yo le llamaría así. — ¡No! Tiene que ser algo navideño, ha nacido en Navidad. — Aportó Maeve. — Villancico es un poco largo y en agosto igual no pega. — Aportó Ruairi. — ¿Y Ginger? — Dijo Lex, moviendo una de las galletitas de jengibre que habían cogido de la casa en su mano. — Además, los kneazles luego se ponen de ese color. — ¡SÍ! ¡SÍ! — Celebró Wendy, antes de correr hasta él y dejarle un beso en la mejilla. — ¡ERES GENIAL, PRIMO LEX! ¡HOLA, GINGER! ¡HOLA, PRECIOSO! — La llegada iba a ser espectacular, sin duda, pero habían cumplido con una tradición preciosa, y más bonita iba a quedar todavía cuando fueran todos a casa O’Donnell (con Ginger incluido).

 

MARCUS

La verdad es que el minino era toda una atracción, les tenía entretenidos y embobados, y no parecía nada agresivo, más bien estaba hecho una bolita de pelo adorable en brazos de Alice. Pero claro, las crías no se quedaban así de monas eternamente, y en cuestión de un par de meses sería probablemente tan alto como una oveja. Marcus puso ojos de evidencia a Alice. — Desde luego. — Vamos, no lo quería ni pensar. Él con su Elio (y con la Condesa cuando quería estar presente) tenía más que de sobra.

Se estaba divirtiendo mucho con el momento de los Parker cuando la anécdota de Niahm le hizo poner cara de espanto, pero la mujer la contó como si tal cosa. Marcus no terminaba de ver no solo tener un pajarraco de ese tamaño y ese espíritu revoltoso en una casa de Long Island, pero fundamentalmente, no sabía cómo iban a pasarlo por la aduana, cuestión en la que no parecían haber caído. Pero quién era él para meterse en una dinámica familiar que no le correspondía. Definitivamente, Irlanda le estaba haciendo mucho más tolerante al caos. — Ada va a alucinar con el regalo. — Aportó, sonriente. Porque, independientemente de que estuviera más o menos de acuerdo con la maniobra, eso era indudable.

Ya se iba a levantar para poner él también la corona (y para darle una palmadita de consuelo a Dan, que encima se había llevado exabrupto, con todo lo que no se había visto venir y lo que le quedaba) cuando Lex recordó que el kneazle seguía sin dueño. Le miró con una ceja arqueada. No se te ocurra ofrecerte, le lanzó, y afortunadamente, Lex le miró con cara de obviedad. Ni era una mascota permitida en Hogwarts, ni muchísimo menos Emma O'Donnell iba a consentir tener un tigre en miniatura en casa. Por no hablar de que en meses estaría rotando por el mundo, y a ver qué iba a hacer con él. Afortunadamente, apareció pronto una postulante. Se tapó la sonrisa con una mano. Estaba DESEANDO ver la reacción de Nancy, Ginny y Siobhán a la nueva incorporación, por no hablar de la cara que iba a poner Sandy de ver un bicho nuevo en su superpisito de chicas irlandesas.

Pasaron un momento estupendo entre villancicos, anécdotas y risas (y Marcus se tomó otra taza de chocolate porque estaba feo rechazarla, y con el frío que hacía fuera sentaba estupendamente). El debate sobre el nombre le hizo bastante gracia, y apurando el chocolate, bromeó. — Arnie tiene doce propuestas. — Sin embargo, Lex dio una sugerencia que gustó a todos, a él también. — Sí que le pega. — Dijo, mirando a la criatura con cariño. — Adelantaos vosotros, y ahora vamos. — Les dijo Ruairi, probablemente para darles un poco de protagonismo cuando llegaran, y el equipo verde se encaminó bien contento hacia la plaza. En el camino, se cruzaron con el equipo dorado, que para su sorpresa iba en dirección contraria. — ¿Pero dónde vais? — A la granja del tío Cillian. — Respondió Andrew, dicho lo cual se acercó a él, que llevaba a Arnie en brazos, para que los bebés socializaran. Pero Wendy preguntó. — ¿¿Todavía os falta una casa?? — Sophia resopló fuertemente. — ¿Conoces a mi padre de algo? No nos dejaba ir. Se ha venido arriba con los villancicos, ha llorado, se ha puesto a contar anécdotas, a repartir comida... No nos soltaba. — Sin embargo, nadie atendió a Sophia, porque en apenas un segundo se desencadenó otra situación: ante la pregunta de Wendy, Ginny entrecerró los ojos y se acercó a ella diciendo. — ¿Qué llevas ahí? — Y, acto seguido, todos los niños del equipo aspiraron una exclamación y se le echaron encima. — ¡¡ES UN GATITO!! — ¡NO! ¡ES UN KNEAZLE! — ¡PERO QUÉ MONADA! — ¡YO QUIERO COGERLO! ¿ME LO PRESTAS? — ¡¡LUEGO YO!! — Brando, desde los brazos de su padre, también demandaba acercarse, pero ya sus propios progenitores estaban emocionados de sobra. — ¡Ay, por favor, pero qué cosita! — Dijo Allison. Andrew miró a Wendy con los ojos brillantes. — ¿Te lo vas a quedar? — No creo. — Comentó Ginny entre risas, y afiló los ojos para decirle. — Porque mi primita es responsable y sabe que TIENE UN BAR y que NO ESTÁ BIEN llegar a un trabajo en el que SE SIRVE COMIDA llena de PELOS de kneazle y que VIVE CON DOS PERSONAS MÁS a las que NO ha pedido permiso. — Wendy se hizo la despistada y, con un gestito de la cabeza, dijo. — Bueeeeeeeeno... — Y, viendo la expresión que estaba componiendo Ginny, empezó la batería de disculpas. — ¡Es que míralo! ¿Cómo lo íbamos a dejar solito? — ¡¡Los kneazles son territoriales y no iban a querer ser sus amigos y se iba a quedar abandonado!! — Argumentó Pod, en defensa de su tía. Ginny se acercó dispuesta a llevárselo. — Trae. Lo llevo a la granja de tu padre, que segur... — ¡¡¡NOOOOOOOOOO!!! — Todos los niños, a excepción de los bebés, se le echaron encima. Ginny soltó aire por la nariz. — ¡No recojo ni una caca del bicho ese! ¡Avisada quedas! —

No entretuvieron más al equipo dorado porque no iban a terminar nunca, y a pesar de lo mucho que costó separar tanto a Ada, Rosie y Lucius del kneazle como a Brando y Arnie el uno del otro, continuaron hasta la plaza. Pero cuando llegaron no había nadie. — ¡Yo alucino! — Se quejó Wendy. — Luego tiene una fama de impuntual. — A decir verdad, no esperaba que el equipo rojo llegara antes que nosotros. — Comentó Marcus, y se tuvieron que reír entre todos. — Lo cierto es que no me imagino esa combinación. — Y, al comentario de Maeve, rieron más todavía. Cuando pararon, concluyeron. — ¿Y si volvemos a casa? De todas formas, la corona para Cletus y Amelia es la de la abuela Molly. — Propuso Marcus. — Así damos tiempo al resto de los equipos y venimos para acá junto con los mayores. — Puso cara orgullosa y añadió. — Y demostramos con creces que hemos sido los primeros en cumplir nuestra misión. — A pesar de todos los percances, que no han sido pocos. Los niños aprobaron su propuesta con entusiasmo, y se pusieron rumbo a la casa de nuevo.

 

ALICE

Si sabía ella que al final el kneazle se iba a robar la Nochebuena. Su cara cuando vio que al grupo de Allison y Andrew aún les faltaba una casa debió ser de estupefacción. — No te preocupes, prima, yo le he dicho a mi abuelo y a mi padre que les metieran prisa a los otros equipos, que no era de recibo tener esperando a los bisabuelos, por mucho que sea sorpresa. — Le dijo Pod por lo bajini, mientras Wendy y Ginny discutían sobre el felino. Bueno, nada que no se esperara. Miró a Ada, que estaba encantada con el animalito también, y luego a Marcus, imaginándose cómo sería su carita cuando viera el diricawl. Se rio con ganas a lo de Sophia, y ella la miró con cansancio. — Tú ríete, pero es que ha dicho unas ochenta veces que sigo siendo su niñita de dos años. — Entornó los ojos. — Lo veo y subo la apuesta: casi pierdo una vaca, y prefiero no contarte cómo estaba el panorama en casa de Ruairi. — Pero tenían que dejar ir a los otros, para desazón de Ginny y tristeza de los dos bebés, que empezaban a formar un binomio muy curioso cuyo amor no estaba segura de que Ginger pudiera soportar en días venideros.

Estuvo de acuerdo en lo de ir a casa de los abuelos, quería contarles cosas que habían vivido, porque un poco de eso tenía la tradición también, incluido el místico nacimiento del protagonista del día, cuando desde la puerta oyó. — ¡BIS, BIS! — Y un estruendo tremendo de personas cantando dentro que, efectivamente, repetían la estrofa de un villancico. — Eso no son solo los abuelos y papá cantando. — Dijo Lex. — ¿Quién está tocando el feedle? — Preguntó extrañada Wendy. La corona, al menos, estaba ya puesta, y le quería sonar que aquella era la segunda casa del grupo de Frankie. — ¡MÁS ALTO, HERMANITO! — La abuela Molly estaba muerta de risa, porque la oía desde la entrada.

Apiñados no sabía bien cómo, en el comedor, estaba el tercer equipo con los miembros de su casa y el tío Frankie tocando aquel instrumento irlandés. — ¿Abuelo? — Preguntó Maeve sorprendida. Pero los dos Frankies, Arnold, Nancy, Maeve y hasta el abuelo Larry, estaban cantando a pleno pulmón, acompañados de la abuela aporreando, como buenamente podía con la risa, una pandereta, y la tía Maeve raspaba una botella. — Pero bueno… — Dijo con una carcajada impresionada. — ¡Ay, hijos! Ya estáis aquí. — Venga, uniros al concierto. — Incitó Junior. — Resulta que el abuelo tocaba el feedle y la tía Molly tiene cuerda para todos. — Ya lo veo… — Dijo Alice mientras seguía riéndose. — ¿Qué tal, hijos? — ¿ESO ES UN KNEAZLE? — Exclamó Arnold. — Cariño, baja la voz. — Le instó Emma, muy tranquila, demasiado, si le preguntaban a ella. Comenzó la historia del hallazgo del animalito, y Alice aprovechó y le tomó del brazo a Marcus. — Ven conmigo. —

Se acercaron a la barra de la cocina, desde donde seguían teniendo vista del improvisado concierto, y donde estaba la corona antigua. — ¿Ponemos juntos el adorno? — Lo había dejado justo al lado de la corona, y cogió la misma para que Marcus lo pusiera. Se quedó mirándole, todo rojito por el frío, pero con esa cara preciosa, sus ojitos verdes y… — Tienes la sonrisa navideña más bonita que he visto nunca. — Rio y asintió. — Sí, tienes sonrisa navideña. Es especial, es esa… — Si no tuvieran detrás semejante reunión, le besaría con ganas, pero justo terminaron de cantar y dijo Fergus. — ¡AHORA JUNIOR Y MI HERMANA! Digo, Nancy… — Le puso una mirada pillina a la chica. — Es que yo ya te veo como una hermana. — ¡Sí sí! ¡Que canten la de los doce días! — Dijo Sandy con tonito también. Alice rio y se pasó la mano por la cara. — Yo siempre a favor de las tradiciones, pero si oigo esa canción otra vez, me desmayo, mi amor. —

 

MARCUS

Pues el equipo dorado no era el único que iba rezagado, tanto así que Marcus se empezó a plantear si habían pasado poco tiempo en las casas y habían terminado demasiado pronto. Entró en la suya con la boca abierta ante tal escandalera. Y además, el tío Frankie estaba tocando una especie de violín que resultó ser un instrumento propio de Irlanda, y que no debía tocar muy habitualmente porque Maeve era la primera sorprendida. Se tuvo que reír ante la escena, la verdad. — Yo mejor miro. — Comentó, porque él lo de cantar (y no digamos tocar instrumentos) no era su fuerte. Por supuesto, el animalillo llamó la atención de un grupo más, pero cuando empezaron a contar la historia, Alice tiró de él.

— Uf, no creía posible estar los dos solos. A ver cuánto nos dura. — Dijo con cierta ilusión cuando se vio con Alice en la cocina, sin poder evitar reír. — ¡Claro! — Clamó entusiasmado a su propuesta, y allá que fue, a colocar el adorno, cuando su novia al hacerlo le empezó a decir cosas preciosas. — ¿Sonrisa navideña? — Preguntó, y estaba seguro de que se le habían ruborizado las mejillas, como si tuviera doce años otra vez. Sonrió un poco más. — Será la Navidad... y el vivirla contigo. — Y ahora lo que más pegaba era besarse, pero claro, no estaban tan solos, solo todo lo solos que podían estar en esas circunstancias. La propuesta de Sandy le hizo rodar los ojos descaradamente mientras Alice hacía ese comentario, y se echó a reír por no llorar. — Y pensar que tenemos ahí las láminas de haber ganado un juego gracias a ella. — Bromeó, y les dio una risa tontísima durante un rato. Cuando se les fue paliando, miró de reojo el entorno y, viendo a todos distraídos, le dio un piquito rápido a Alice. — Te quiero. Lo siento, tengo que decírtelo por todas las veces que no te lo dije la otra Navidad. — Le guiñó un ojo divertido y tiró de su mano para volver con los demás.

— Es que claro. — Decía Frankie Junior, señalando a Nancy con ambas manos. — Con esta voz TAN BONITA, es que cualquier canción suena bien. — Va, va, no exageres. — Decía la otra, coloradísima. Molly dio varias palmadas. — ¡Bueno! Mis niños, ¡aligerando! Que hay que terminar la tradición. — ¡Pero tía Molly! ¿No quieres escuchar otra canción para que mi hermano vuelva a alabar la melodiosa voz de Nancy? — Pinchó Fergus, lo que le granjeó una colleja del susodicho hermano. — Me tienes hartito. — ¡Encima que te lo pongo en band...! — ¡Que te calles ya! — Oish, de verdad. ¿Me puedo cambiar de equipo ya? — Se quejó Sandy. Fergus dio entonces un salto y se colocó, con una sonrisilla barata, al lado de Siobhán. — Hola, preciosa. ¿Puedo ser tu caballero medieval? — Eeeem no. — Respondió la otra, con sonrisa artificial. — Igual deberíais tener otro objetivo que no sea buscar damiselas en apuros por la vida. — ¡Jolín! — Fergus alzó los brazos y los dejó caer. — ¡No vale! ¡Ninguna chica guapa me hace caso! — Lloriqueó falsamente, y luego se puso al lado de Wendy. — Hasta los gatitos tienen más éxito que yo. — Ooooh pobrecito, ¿ninguna chica te hace caso? — Ninguna, prima Wen. Nancy me ignora, Siobhán me hace proclamas raras, y a Sandy y a Saoirse las tengo ya vistísimas. — Tonto tú. — Respondió la niña, por alusiones. Wendy le acarició los rizos. — Pobrecito. Yo te hago caso si quieres. — Siobhán soltó un fortísimo suspiro, tras lo cual arreó ella también. — ¡Venga! Vamos para la plaza, que se nos hace tarde. — Y todos se dispusieron a ir hacia allí, pero antes, Horacius pasó por delante de ellos y dijo con malicia. — Os he visto dándoos un beso. —

 

ALICE

Nada, no iba a durar nada concretamente, pero benditos segundos aunque fuera, si les servía para reírse de la canción, para oír a Marcus que la quería y para ese piquito fugaz, que, igual que cuando estaban en Hogwarts, sabía a gloria. — ¿Te acuerdas de cuando decía que quería llevarte a una playa desierta en el Caribe? — Alice asintió a su propia pregunta, apretando los labios. — Agárrate fuerte a ese pensamiento, Marcus. Muy fuerte. Porque con este frío, tantísima gente y todo, creo que todas las noches voy a abrazarme a esa imagen. — Y se volvieron a reír, porque así eran ellos. — Yo también te quiero. Todas las navidades de mi vida. — Le dijo, mirándole embobada mientras le acariciaba la mejilla.

Conectó con el pitorreo que había en el otro extremo de la sala y entornó los ojos a la reacción de Nancy. — Vamos, a mí me la han cambiado, vaya. — A la que no iban a cambiar era a Siobhán, pero Fergus no se rendía, lo bueno era que Wendy, como se acababa de comprobar con el kneazle, adoptaba a todas las criaturas que veía perdidas, y ya lo llevaba de tren de cola. Poco a poco, todos se fueron poniendo en marcha (esperaba que estuvieran tardando lo suficiente para que los rezagados se pusieran las pilas) y la abuela Molly admiró muy profusamente el adorno, entre la risa residual y la emoción. — Ay, hijos, ya pensé que no volvería a vivir algo así… Que vosotros lo aprendáis y lo transmitáis… es muy importante para mí. — Los dos la abrazaron, cada uno por un lado, y fueron poniéndose en marcha, con Lawrence y Emma cerrando la comitiva. — ¿Qué es eso de un kneazle, Wen? — Preguntó Nancy. — ¡QUE TENEMOS UN KNEAZLE! Lo ha encontrado tu cuñada en la linde, estaba abandonadito… Mira qué cosita. — Y como si lo hubiera entrenado, Ginger asomó la cabecita y soltó un leve maullido. Nancy suspiró y agitó la cabeza, antes de seguir caminando sin conceder nada. — Definitivamente, me la han cambiado. Porque ni bronca se ha llevado la otra. — Está acostumbrada del hermano. — Dijo Siobhán, pasando por el lado. — No sabéis lo que era Ruairi de pequeño… A mí me parece una crueldad tener animales encerrados en pisos, pero bueno, no es mi casa, ellas sabrán. Eso es más parecido a un tigre que a un gato, y Wendy lo va a malcriar, y mi hermana lo va a usar para su beneficio de alguna forma… Pero bueno, hay tantos animalistas en la familia, que lo sabrán mantener. —

Al menos el resto de familias estaban ya en la plaza, y en la distancia se veía al otro grupo berreando que ya llegaban. — ¡Y ES QUE HA SIDO TAN PRECIOSO! Mi niña con su corona de acebo… ¡MAMÁ! — Saltó Jason, que estaba narrándoles a Patrick y Ruairi todo aquello, hasta que vio a su madre. — ¡AY, MAMÁ! ¡LO BONITO QUE HA SIDO! ¡TÚ NO TE IMAGINAS A MI NIÑA PEQUEÑITA CANTANDO EN GAÉLICO! — Hijo, pero si tú no entiendes gaélico. — Dijo Maeve, recibiéndole como podía. — ¡PERO ESTA MARAVILLOSA FAMILIA ME LO HA TRADUCIDO! — Se separó y les miró. — Hay que ver todo lo que sabe Eillish, eh. Qué barbaridad, yo creo que en verdad los Ravenclaws son más listos que los Serpientes porque… — Gracias por la parte que me toca, mi amor. — Dijo Betty desde su sitio. — ¡MAMI! ¿No somos nosotros también tus niños pequeñitos y adorables llenos de acebo? — Preguntó Frankie llegando a su posición y levantándola por los aires. — ¡AY, FRANCIS, POR DIOS! Qué cencerro eres, hijo, bájame, anda. — Hubo un poco más de caos con la llegada de los otros, los bebés, el kneazle, y los grandes esfuerzos de Alice y Marcus de proteger la caja de la corona de empujones, niños curiosos, animales… Pero por fin se pusieron de camino a casa de Cletus y Amelia.

La entrada en el jardín, siendo tantísima gente, discreta no estaba siendo, pero Cletus y Amelia estaban ya un poco sordos, lo cual sin duda jugaba en su favor. — He tenido una idea. — Dijo Eillish. — Arnold Lacey era el mejor amigo de papá, y este chiquitín lleva su nombre. — Dijo dándole en la naricita al bebé. — Y Brando es su bisnieto más joven. Podemos ponerles a los dos con la caja de la corona abierta en la mano, y como no la pueden sujetar… Frankie. — Dijo mirando al tío. — Ponte tú detrás y sujétala de verdad. — Molly y Maeve ya estaban llorando, y Frankie titubeaba. — Eillish, hija yo… — Miró a Larry y este le dio en el hombro. — Tranquilo. Si mi sobrina sabe que si mi hermano lo primero que ve es mi cara lo que hará será hacerme rabiar. — Todos rieron y, con los ojos acuosos, Frankie y las dos mamás de los bebés se colocaron. — ¿Tenemos todos claro que hay que gritar “Nollaig Shona”? — Ha costado, pero está dominado. — Aseguró Andrew. — Pues venga. — Eillish llamó, pero nadie acudió. — ¡NOOOOOORA! ¡LA PUERTA! — Gritó Cletus desde dentro. — ¡ABRE TÚ, PAPÁ, QUE TENGO COSAS EN EL FUEGO! — ¿Y TU MARIDO QUÉ? — ¡NO SÉ NI DÓNDE ESTÁ! — Evidentemente, Nora y Eddie estaban en el ajo. De hecho, el segundo se asomó a la ventana y les saludó emocionado, como un niño. — ¡AMELIA! ¡MUJER, LA PUERTA! — Pero Amelia ni contestaba, o lo hacía desde una parte de la casa que no podían escuchar. — ¿NADIE VA A ABRIR? Nada, todo lo tiene que hacer uno… — Se oía gruñir a Cletus mientras se arrastraba hacia la puerta. Abrió distraído, y casi se asustó con el grito de todos. Parpadeó un momento y recibió la corona, sin palabras. — Pero… Esta es la corona de vuestra familia. — Dijo mirando a Frankie y Molly. — De nuestra familia, cuñado, por Merlín, a estas alturas… — Señaló hacia atrás con todos. — ¿No te parece que tenemos suficiente gente reunida como para considerar que somos una gran familia irlandesa todos? — Brando, aprovechando el momento, le tiró un besito y Arnie, divertido, le imitó. Bueno, pues ya era oficial, estaba llorando como todos los demás.

 

MARCUS

Abrazó a su abuela, emocionado. Llevaba toda la vida escuchándola hablar de las maravillas de Irlanda, y se metían mucho con ella y su carácter, pero había que reconocer que a la pobre no le habían hecho caso. Y ahora estaban allí, tan felices, y todo les resultaba fabuloso. Vio que Lex no se había abrazado a la abuela, pero se había acercado a abrazar al abuelo, y Marcus sonrió. Lawrence y él siempre habían tenido una relación tan estrecha que a veces, Lex parecía dado de lado, pero abuelo y nieto se querían muchísimo. Le encantaba verles juntos. Todo era armónico hasta que llegó Jason, que con tanto escándalo les iba a romper la sorpresa, porque Cletus y Amelia les iban a escuchar desde donde estaban.

Se estaba riendo mucho hasta que vio que la caja empezaba a correr serio peligro, porque los niños (y Jason) estaban hiperexcitados, Frankie Junior no dejaba de levantar gente en volandas y los abuelos empezaban a dar pasos erráticos sin mirar por dónde iban. Por no hablar de las mascotas sueltas. Y él que se había dejado a su Elio tranquilito en casa, durmiendo, que era su hora. Ya lo sacaría para la noche, total, iba a tener compañía de sobra, visto lo visto.

Se planteó fuertemente que Nora hubiera insonorizado la casa, teniendo en cuenta la gran fanfarria con la que entraron por el jardín y los dueños ni se dieron cuenta. Tras un muy gracioso tira y afloja por parte del hombre, por fin abrió la puerta, y la emoción cargó por completo el ambiente. Apretó el brazo de Alice, al que estaba enganchado, emocionado, y buscó a su padre con la mirada. Se arrepintió, volviendo la vista al frente y suspirando, pero los dos bebés tirando besitos tampoco se lo ponían fácil. — Pues no. No se puede mirar a ninguna parte. — Dijo Lex por él, y al menos le hizo reír. Miró a Alice, con los ojos brillantes. — Nuestro comienzo. Nuestras raíces. — Y miró a los mayores, que se abrazaban entre sí, emocionados, y a los bebés contentos, y a los niños y los jóvenes americanos e irlandeses, juntos, riendo y empezando canciones. — América e Irlanda... e Inglaterra, por supuesto. Y un poquito de Francia. — Le dijo a la chica mientras pasaban todos al interior de la casa, y su mirada se posaba en todos los presentes allí. — Es todo nuestro inicio, nuestras raíces. — La miró. — No solo nosotros somos eternos. Nuestra familia también lo es. —

***

— ¡Las monedas de chocolate de madre! ¡No me digas que conservas la receta! — ¡Pues claro que la conservo, descastado! — Molly le dio con un trapo a Frankie. — Y no eran de madre, eran de la abuela Lacey. Pero ya sabes cómo era la época: padre no se iba a aprender una receta, así que la santa mujer se la enseñó a su nuera, y de ella pasó a mí. — Molly le miró. — Tendrías que haber visto cómo eran las monedas de la abuela. ¡Ay! Solo los verdaderos Gryffindor se las comían. — Señaló a Frankie. — ¿Este cobardica que ves ahí? Arnie las chuperreteaba, y cuando veía que no les salía nada malo, se las daba al hermano. — Y tú siempre andabas gritando: "¡qué asco, qué asco!" — ¡Es que a quién se le ocurre chupar las monedas! — Los dos hermanos reían, y Marcus les escuchaba encantado. — Claro que ahora tenemos un caldero entero de monedas, y en aquellos tiempos había dos por niño, y dando gracias. Y encima, algunas se transformaban en duendecillos. Y eran bastante más malévolos que los de ahora. — Pues tu receta es, abuela, tú sabrás por qué. — Porque una se ha hecho blanda con los años y no quiere que a sus nietos se les atraviese la lengua. Y porque no creo que tu madre lo aprobara por mucho que fuera una costumbre, dicho fuera de paso. — Rio. Frankie suspiró. — Y el bueno de Arnie cogía mis dos monedas y, para evitar que me tocara a mí el duende, las chupaba y, si veía que no salía duende, me las daba, y yo me las comía tranquilo. Luego se cogía las suyas. Casi siempre le tocaba duende, claro, pero no los dejaba ni reaccionar, se los comía antes. — Los dos rieron con un punto de melancolía, y cuando la risa se atenuó, se generó un breve silencio.

Se levantó de un salto. — ¡Abuela! Enséñame la receta. — La mujer le miró, sorprendida. — Pero cariño, siempre has querido que sea sorpresa. — Asintió. — Lo sé, pero tienes razón: al final, los hombres siempre estamos desvinculados de los legados culinarios familiares, y eso no puede ser. Y papá no se la sabe, así que... enséñamela a mí. — Miró a Frankie. — Y pregunta entre mis primos a ver quién quiere aprenderla también, para que la receta vaya para América. — ¡Eso está hecho! — Y el hombre salió raudo a buscar al heredero americano de las monedas de chocolate de los Lacey. Su abuela se acercó a él y le dio un fuerte beso en la mejilla, sin tantos aspavientos como hacía siempre, pero cargado de cariño. — Qué bonito eres para tu abuela. — ¿Solo para mi abuela? Vaya. — La mujer se echó a reír, encantada con sus tonterías. — ¡Bueno! Pues manos a la obra... — Oye. — Puntualizó, ilusionado. — ¿Y si... alguna parte de la receta... se puede...? — ¡No me empieces a meter alquimia en la comida! — Y ahora, el golpe de trapo se lo llevó él. — ¡Jo, abuela! Si era por aligerar. — Es que no puede ser. El heredero de Lawrence O'Donnell en mi cocina. No hay manera... —

 

ALICE

George volvió a menear la sartén y una gran llama se levantó, haciendo que todas las que estaban mirando abrieran mucho los ojos. — Si me hacen jurar que mi hermano hacía esto, os juro a todas que me niego en rotundo vaya. — Él puso una sonrisilla que no le había visto en ningún momento y se encogió de un hombro. — Y habrías cometido perjurio. — Eso es sin duda mucho mejor que el cocktail de gambas frío que hacemos todos los años de entrante. — Estaban Eillish, Shannon, Betty, Emma y Alice montando las bandejas de aperitivos en el cobertizo del jardín, donde Lawrence les había instalado una cocina auxiliar, porque la principal estaba tomada por Molly con las monedas de chocolate y Rosaline y Nora vigilando los asados. Alice se había ganado un buen reconocimiento y un secuestro a esa cocina, siendo separada de su Marcus una vez más, con una idea de canapés sacada de Francia. La cosa era que George se había ofrecido a ayudar y había acabado proponiendo un wok de gambas y verduras que le salía muy bien. Frente a las reticencias de Eillish, que para eso era una Ravenclaw con un menú ya organizado, había hecho uno de prueba e inmediatamente tras degustarlo, había sido aprobado. Claro que, para todos los que eran, había que hacer muchos woks, y ahí estaba George liado, con la camisa arremangada y el trapo en el hombro.

— Creo que no te he visto cocinar en casa nunca, cuñado. — Dijo Betty de corazón, mientras seguían montando canapés. — No es que cocine todos los días, pero cuando Farrah se marchó de casa, me di cuenta de que Sandy comía… guarrería, cuando estaba con ella. Todo cosas precocinadas y demás y… ahí me di cuenta de que mi hija, que es lo que más quiero en el mundo, no iba a tener una infancia ni parecida a la mía. No tiene hermanos, tiene primos, pero los iba a ver como máximo, cada dos fines de semana, no iba a tener un hogar lleno de cuidados, con comida caliente, hecha con mimo, todos los días en la mesa. — Hizo un gesto de tristeza. — Para entonces ya me di cuenta de que no me iban a salir las cosas como a papá y a Maeve, pero… podía intentarlo, al menos con la cocina. Pero ¡ay de mí! Que mi princesita quería cosas muy concretas, así que tuve que aprender a hacer cocina fusión asiática, delicias turcas… Todo muy útil, no mancha nada… — La verdad es que estaban partidas de risa, y George, para su sorpresa también. — Georgie, lo has hecho muy bien. La mayoría de los padres divorciados se limitan a pasar de sus hijos el tiempo que no están con ellos, y cuando les ven, les llevan a hacer un plan guay y poco más. Tú, teniendo en cuenta el trabajo que tienes, le has dado muchísimo tiempo e interés a Sandy. — Dijo Shannon con cariño. — Siempre me pregunto qué podría haber hecho diferente por mi niña… Pero supongo que seguir con su madre no era tampoco lo mejor para ella. ¿Sabéis que nos separamos el día que entró Dan a la familia? Con bronca y salidita dramática de mi exmujer de por medio. — Dijo mirando a las no americanas, mientras sacaba otra bandeja de wok y preparaba el siguiente. — ¡No! Dime que no… Pobre Dan. — Shannon suspiró y asintió sonriendo. — Bueno, di tú que Dan orbitaba por ahí de cuando en cuando… — Aportó Betty. — Pero sí, ese fue el día que eligió para debutar. Pero también fue el día que llegamos a casa con Sophia recién nacida, y fue precioso. — ¡Madre mía! ¿No había más eventos para el día? — Comentó su suegra, que se estaba riendo también. — Era Nochevieja. — Contestaron los tres, y eso les dio más risa todavía. — Por favor, cuéntaselo a mi marido, que le encanta exagerar con lo terrible que fue cuando pidió mi mano a mi padre. — Las americanas la miraron. — ¿Cómo que pedir tu mano? — Emma hizo como si apartara una mosca de enfrente. — Estupideces de una familia que no me representa. Pero así es vuestro primo, todo hay que hacerlo… — BIEN. — Dijeron Alice y ella a la vez, ante las risas de los otros.

— ¿Quién viene a la cocina con la tía Molly y conmigo para aprender la receta de las monedas de chocolate? — Salió diciendo Frankie por toda la casa. — ¡Ay yoooo! ¡Qué cuqui! — Aseguró Sandy encantada de la vida. — ¡Vamos, diablilla! ¡A cocinar! — Dijo Frankie levantando a Saoirse en brazos, por mucho que pataleara y se riera. Ada iba a sus pies también. — ¿Podemos nosotros también? — Preguntó Lucius por Pod y por él a Sophia, que también se levantaba. — ¡Claro que sí, cariño! Esos son mis caballeros de verdad, los que se implica en la cocina. — Animó Siobhán desde el sofá. George sonrió. — ¿Veis? Esto es lo que siempre he querido para ella. He tardado mucho en volver aquí… Irlanda me transforma. Quizás parecía huraño o callado, pero cuando venía aquí de pequeño… era sencillamente feliz. — Eillish le puso una mano en el hombro. — Eras un niño educadísimo y sensible. Créeme, sabemos lidiar también con ese tipo, aunque luego todo sea ruido a nuestro alrededor. — Yo también lo he pensado. — Dijo Emma. — Que teníamos que haberlos traído antes. Lex está irreconocible, para bien, Marcus y Alice parece que han crecido aquí… Y mi suegra, pues qué decir. — Alice rio. — No se lo digas que ya está bastante arriba, y más teniendo público para lo de las monedas. — Te apuesto lo que quieras a que tu novio es parte de ese público. — Dijo Rosaline, mirando a Alice y haciéndoles reír. — Pues espero que tenga más predisposición que Maeve a tener gente en la cocina, porque cuando llegué la primera vez con un wok como este, empezó: “¡Ay, Georgie! ¡Por Dios! ¡Falta tenemos de más trastos en esta cocina! Dedícate a las finanzas que aquí la que os alimenta soy yo.” — Lo mejor es que podía imaginarla. — En mi casa de Francia siempre ha sido un poco así, pero en los últimos años… Bueno, la cosa se desastró un poco y… echaba de menos una tarde de Nochebuena así. — Admitió con una sonrisa cálida. Lo cierto es que sí, era como si siempre hubiera sido de allí, y estaba feliz.

 

MARCUS

Descolgó la mandíbula, mirando a su abuela entre sorprendido y con esa ilusión de descubrir algo bueno. — ¿Así es como salen los duendes de las monedas? — La mujer soltó una risita. — Claro, cariño. ¿Cómo pensabas que se hacía? — Soltó una risa jadeada. — Si te soy sincero, debe ser de las poquísimas cosas en mi vida que jamás me pregunté profundamente. Prefería simplemente dejarme sorprender... Creer en la magia de mi abuela y ya está. — La mujer volvió a soltar una risita complacida. — Pues ya lo sabes... para que, algún día, tú también puedas hacer creer a otros en una magia inexplicable. — Marcus puso una sonrisita tierna y, contentísimo, siguió removiendo el chocolate.

— ¡Vengo con refuerzos! — Clamó Frankie, y Marcus miró contento a la puerta, esperando sorprenderse con quién de sus primos americanos había decidido quedarse el legado irlandés... y vaya si se sorprendió. Debió notársele en la cara contrariada. — ¡Ay, mis niños! ¡Qué alegría! — Claro, para una Gryffindor, cuanto más público, mejor, y el caos no le importaba tanto, sobre todo en una disciplina que dominaba de sobra. Pero Marcus acababa de ver entrar a Sandy, Sophia, Saoirse, Ada, Pod y Lucius en un espacio que no era tan grande, y los cuatro últimos, además, venían botando como puffskeins. — ¡Yo quiero hacer monedas! — ¡Yo también! — ¡Yo primero! — ¡Yo quiero las que le salen duendes! — ¿Tía Molly cómo se hacen? — ¿¿Puedo mezclar?? — ¿¿Y yo puedo mezclar?? — ¿Primo Marcus qué haces? — Estaba recibiendo más frases de las que podía responder. — ¡Bueno! — Dijo Molly, contenta, y rápidamente puso todos los bols a levitar, para evitar que los niños metieran las manos y las narices en ellos indiscriminadamente. — Voy a recuperar mi vena de profesora, ¡qué ilusión! Pero necesito a todos muy muy atentos. Lo primero: manitas limpias. — Y los niños se abalanzaron en tropel hacia el grifo. Sandy y Sophia se acercaron también para lavarse las manos. — Ahora... — Y varios delantales salieron volando, haciendo a todos reír. Marcus la miró, divertido. Sandy se hizo un moño en el pelo con elegancia, se colocó el delantal por el cuello y se le puso de espaldas. — Primo Marcus, hazme un lazo bonito, porfa. — Marchando lazo bonito. — Y le ató el delantal a la espalda, mientras Sophia les miraba con aburrimiento. Los niños también se ataron los delantales unos a otros, y Marcus se acercó a su otra prima. — Veeeenga, te hago un lazo bonito a ti también, mujer fuerte e independiente. — Me voy a meter menos contigo porque ciertamente has sido el primero en ofrecerse a cocinar. — Marcus rio.

— ¡Muy bien, Sandy! El pelo en la cocina, siempre recogido. — El resto de chicas hizo lo propio. — Y ahora, lo que vamos a hacer, es ponernos por parejas. Saoirse, cariño, ¿quieres ponerte con la tita Molly? — ¡¡Sí!! — No había que ser un genio para saber que su abuela se había quedado con la que podía dar más problemas, y que solo por el estatus de estar con la mandamás, iba a portarse mejor. — Pues venga, los otros tres jóvenes, con los mayores. — Marcus miró a Pod, porque el niño ya le estaba mirando, y le bastó arquearle rápidamente las cejas varias veces para que el niño saltara a su lado. De hecho, se abrazó a su cintura con cariño, y él le recibió derretido, porque los niños cariñosos podían con él. Ada se puso con Sophia y Lucius con Sandy, quien ya le estaba piropeando y poniéndole colorado y, por supuesto, a merced de lo que la chica le pidiera. — ¡Muy bien! Ahora hay que estar muuuuy atentos. Voy a ir dando instrucciones, y cada pareja se va a poner en su sitio de la cocina y solo en su sitio, y tenéis que hacerlo muy bien. Cualquier duda, me la preguntáis. — Y la teoría sonaba genial. La práctica fue otra cuestión.

Para empezar, el tío Frankie no paraba de entrar en la cocina a revisar con felicidad cómo iba la preparación, pero los niños se aspaventaban y hablaban a toda velocidad cada vez que lo hacía, por lo que la abuela no tardó en lanzarle un ladrido y no volvió más. Sandy estaba dirigiendo más que haciendo, pero como hablaba a Lucius con palabras tan bonitas, el niño estaba encantado. Sophia y Ada tenían diferentes criterios sobre cómo hacer las cosas, y Saoirse estaba sorprendentemente controlada, probablemente por la presencia de Molly. — ¿Y de ahí sale el duende? — Le preguntó Pod. Marcus negó. — Nop, este es el chocolate de las monedas normales. — Ah. — Y mira, ¿quieres ver una cosa? — Marcus revisó de reojo que su abuela estaba distraída y empezó a hacer formas en el chocolate que hicieron que a Pod le brillaran los ojos. Total, era el grupo más adelantado. — ¿Y podrías usar la alquimia para hacer chocolate? — Marcus pensó. — Bueno... crear chocolate no sé... pero... — Si podían hacerse minerales comestibles con alquimia, ¿por qué no, por ejemplo, bombones? Tenía que probar eso en algún momento.

Cuando se quisieron dar cuenta, llevaban dos horas con las monedas, pero habían conseguido llenar cuatro calderos. Jamás había visto tantas. El equipo de cocina estaba exultante de felicidad. — ¡Ay, por Dios! — Chilló Sandy al mirar su reloj, quitándose a toda velocidad el delantal. — ¡Que no me va a dar tiempo a arreglarme para la cena! — Y salió corriendo de allí, y al abrir la puerta, vio al tío Frankie intentando olisquear, pero sin atreverse a entrar. — ¡Tío Frankie! — Le llamó Marcus entre risas. El hombre asomó la cabeza. Molly suspiró. — Anda, pasa. Dime que no llevas ahí dos horas. — ¿Yo? No, no, solo ha coincidido que pasaba. Ya estaba extrañado de tanto tiempo de preparación. — Pero veía cómo los ojos le brillaban mirando los calderos. — Madre mía... Molly, qué barbaridad. — La mujer le miró con cariño y dijo. — Anda, cobardica. Te dejamos estrenarla. Si te atreves a coger una. — El hombre la miró. — Pero ¿no son para la noche? — Lo son, pero si alguien merece comerse la primera, eres tú, ¿a que sí? — Preguntó Marcus al grupo, y todos animaron fuertemente. El hombre tragó saliva, emocionado, y tras observar divertido el caldero, cogió con prudencia una moneda. Le quitó el envoltorio con cuidado y, tras pensárselo unos segundos, se la llevó a la boca. Estaban todos conteniendo el aliento, mirándole con una sonrisa. El hombre miró a su hermana, y los ojos se le llenaron de lágrimas. — Llevaba... sesenta años sin comerme una de estas monedas... y saben igual que entonces. — Molly, también con lágrimas en la mirada, se acercó a él. — Feliz Navidad, hermano. — Y se abrazaron. Sophia se secó las lágrimas. — Jo, pobre Sandy, se lo ha perdido. — Puntualizó Lucius. Pod se giró a Marcus. — Primo Marcus, ¿me revisas que no me falta nada? — El chico había ido tomando apuntes muy pulcramente. Marcus tragó saliva, conteniendo la fuerte emoción, y asintió. Al menos leyendo disiparía las lágrimas.

 

ALICE

— Cuando la gente empieza a faltar, siempre hay que modificar cosas. — Dijo Eillish. — Nora siempre ha sido una niña muy apegada a todo el mundo, y cuando se murió la abuela Martha, no quiso bajar aquella Navidad. Y tu marido… — Dijo señalando a Emma. — Inconsolable. La abuela le adoraba, siempre tan tranquilito con sus números… Y hubo cosas que dejamos de hacer. Luego los tíos dejaron de venir, nacieron muchos niños de golpe y había que cocinar otras cosas… — Le acarició el pelo a Alice y sonrió. — Y fíjate, aquí estamos todos otra vez, y siendo muchos más. Las cosas TIENEN que cambiar, pero eso solo para que sigamos aprendiendo a ser felices. — Miró a George y sacudió la cabeza. — A ver qué te crees que prefiere aquel: pasar la Navidad cocinando kilos de wok o con su exmujer otra vez. — El hombre simplemente rio y dejó toda la comida en las grandes bandejas. — Esto ya está, ¿le vais a hacer un hechizo de calor o cómo? — De eso se encargan los alquimistas. — Dijo Emma, alegre. — Ve a buscar a tu maestro y al otro alquimista. — Le dijo agarrándola de los hombros. — ¡Marchando! — Aseguró mientras se relamía los dedos del paté. Por todos los dioses, vamos a comer como dragones.

Salió al salón y vio cómo Cletus y el abuelo estaban muertos de risa con algo. — ¡Abuelo! Nos requieren para utilizar la alquimia en beneficio familiar. — Pero nada, los dos hombres seguían muertos de risa. — ¿Pero se puede saber qué os pasa? — Justo entonces vio pasar a Sandy como un rayo. — ¡TENGO QUE CAMBIARME! ¡AHORA VUELVO! — Ay, hija… La abuela que es que ha tenido al pobre Frankie castigado en la puerta como cuando eran chicos. — Más fuerte se reía Cletus. — ¡Y el tío se queda ahí! ¡Yo no sé con qué brío ha hecho a los cuatro chicos…! — ¡Pero tío Cletus! — El abuelo se levantó aún riéndose. — Anda, vamos, hija, vamos. — Y ya ahí reparó en la botellita de jerez que había en la mesita al lado de las butacas. — Anda que… Tú ahora no transmutas nada, eh… — Le susurró al abuelo. — Que no, hija, que no, yo soy muy responsable. — Sí, ya lo veo, ya… —

El pandemonio en la cocina era manifiesto, pero también estaban Frankie y la abuela llorando, en otro momento bonito, que Lawrence rompió diciendo. — ¡Mira! ¡Ya lo ha perdonado! — ¿Qué dices ahora? — Se quejó Molly. — Nada, abuela, que necesito otro alquimista para dejar la comida bien asentada y cuidada para poder irnos a vestir. — ¡A ver! ¡Todo el que no colabore en lo que falta por poner, que se vaya a su casa de referencia! — Gritó Rosaline desde atrás. — Mis niños, los gemelos, las americanas… Todos conmigo que vamos a arreglarnos. — ¡Mira, mami! ¡Esta es mi libreta! Marcus me la ha revisado. — Dijo Pod muy orgulloso, pasando por su lado. Ella se acercó a la encimera con una sonrisa, mirando a su novio. — ¿Son unas dos toneladas de monedas de chocolate hechas por mi alquimista? — Y no me darán una a mí, no… — Todos miraron extrañados a Lawrence y Alice se puso una mano al lado de la boca para vocalizar y susurrar “jerez”. — Por lo que sea, necesito un alquimista titulado que pueda tener la cabeza donde hay que tenerla. — ¿Y dónde hay que tenerla? Pues en la Isla Esmeralda, donde esté mi amada. — Exclamó Larry antes de lanzarse a abrazar a la abuela, que puso la risita del descaro. — ¡Uy, Lawrence, por Merlín…! — Entre risas, se llevó a Marcus de allí hacia el comedor, donde Eillish y los demás estaban ya emplazando los platos.

El comedor de los O’Donnell parecía más bien un palacio, lleno de sillas color oro viejo y una vajilla preciosa y que Alice estaba segura de que habían duplicado mediante hechizo. Había una mesa aparte para los niños, que tenía encantamientos adorables en el centro, no sabía obra de quién, y todo lo presidía un árbol de Navidad gigante que destellaba con luces y adornos preciosos y que mezclaban los tradicionales con los celtas. — ¡Vale, alquimistas! — Instó Shannon. — Necesitamos que creéis microclimas para que todo se quede a la temperatura adecuada en cada bandeja. Están perfectamente colocadas para que todo el mundo llegue a todo. — Alice y Marcus se afanaron en crear círculos seguros, que Emma iba sellando con hechizos cúpulas. Desde los fresquitos para los canapés y las bebidas, hasta los bastante calientes para el jamón glaseado y el pavo, todo fue quedando perfectamente colocado, y cuando les instaron a irse a casa a cambiarse, Alice se paró un momento y lo miró con Marcus, rodeándole la cintura por la espalda y recostándose sobre su pecho. — ¿Sabes? Creo que nunca nos habíamos implicado TANTO en una cena de Nochebuena… Y ahora entiendo esa satisfacción que siente la abuela o la tía Amelia. Es agotador, pero ver todo esto, las monedas, las coronas… saber que formamos parte de esto… es más mágico que lo que acabamos de hacer. —

 

MARCUS

Si normalmente se sobreexcitaba con la Nochebuena, lo del día de hoy iba a ser para verlo. Y, sin embargo, a pesar de su emoción, su sonrisa constante y su ir y venir (que no destacaba tanto porque se mezclaba con el ir y venir de los demás), se sentía... como en una extraña calma, tan extraña que no sabría si "calma" era el término exacto para definirlo. Probablemente, la cantidad de emociones que se le agolpaban hubieran hecho una amalgama indefinida y le habían dejado en un buen estado intermedio. La emoción de preparar con sus primos y su abuela todas esas monedas, lo divertido de ver a su abuelo Larry con un punto de divertimento a causa del alcohol más elevado de la cuenta, toda la familia reunida, la emoción en los ojos y las palabras de Alice, su noche favorita del año... En fin. Estaba exultante, tanto que querría llorar. Pero había optado por reír y, por supuesto, por hacer diligentemente todo lo que tenía que hacer, que no era poco.

Después de quedarse los segundos que se lo permitieron abrazado a su novia mientras observaban el hermoso comedor navideño de casa del tío Cletus, terminaron con los preparativos y fueron todos raudos a cambiarse. La tranquilidad con la que se colocaba cada rizo de pelo en el sitio que le correspondía se había quedado en Inglaterra, porque ahora compartía habitáculo con cinco personas más, y eso hablando solo del desván. Trató de colarse así como quien no quería la cosa en el dormitorio de sus padres para arreglarse tranquilo, pero estos también tenían que vestirse, así que su madre no tardó en echarle de allí previa mirada fulminante. Le hubiera encantado apuntarse cómo lo había hecho pero le era imposible definir una estrategia, porque de repente, se vio impecablemente vestido, como siempre, más rápido y menos errático de lo que había esperado estar. Supervivencia, suponía.

— Si tú no estuvieras ya felizmente cuasicasado... — Empezó Frankie Junior, señalándole a él. — ...Tú no fueras gay... — Señaló a Lex, que para sorpresa de Marcus, ahora se reía con todo. — ...Y tú no fueras un mocoso inaguantable. — Algún día te acordarás de esas palabras, hermanito. — Respondió Fergus por alusiones, ácido, pero el otro continuó. — Tendría mucho miedo de no ser capaz de ligar con absolutamente nadie hoy. ¡¡Qué hombres más elegantes!! — A ver con quién quieres ligar tú, fantasma. — Ironizó Sophia. — Que es Nochebuena. Es una noche de castidad y pureza y espíritu familiar. — La carcajada de Lex fue tan grande, y la mirada asesina de Marcus tan descarada, que los tres americanos sonrieron con malicia y el mayor de los hermanos dijo. — Me guardo esta estampa y la sacaré a relucir cuando ya os haya emborrachado. — Hizo una pronunciada reverencia y miró a Sophia y a Alice. — He empezado por los hombres porque me faltan palabras para calificar lo preciosas que estáis las damas. — Frankie, en serio, conmigo no. — Dijo Sophia casi asqueada, aunque riéndose, por lo que el chico se fue hacia Alice, le dejó un beso en la mano con miradita sinvergüenza incluida que hizo a Marcus negar con la cabeza con cara de circunstancia, y bajó al trote las escaleras.

Aprovechó que todos iban bajando para quedarse levemente rezagado con Alice. — Creo que nunca vas a dejar de sorprenderme. — La miró de arriba abajo con amor infinito. — Estás preciosa. — Hizo una graciosa pose. — ¿Y yo? ¿Estoy guapo? Dime que decente al menos. He quedado mejor de lo que pensaba, pero ni siquiera sé cómo me he vestido. Tengo la pesadilla despierto recurrente de que de repente me digan que me falta un zapato o algo así. No me extrañaría. Insisto: no sé cómo me he vestido, no lo recuerdo. — Bromeó, y ya sí, bajaron ambos las escaleras, se abrigaron debidamente y partieron juntos hacia la casa del tío Cletus.

El recibimiento allí fue alegre y cariñoso, como si llevaran sin verse meses, y todos se piropearon mucho por lo guapos y elegantes que estaban. Por supuesto, su núcleo familiar eran los primeros en llegar, por lo que Marcus aprovechó para hacer lo que se le había quedado pendiente antes. — ¡Tss! — Llamó en un susurro muy discreto. — ¡Tío Frankie! — El hombre se giró, y Marcus le hizo un gracioso gestito y le llevó al lugar donde esperaban los cuatro calderos de monedas de chocolate. Parecían dos niños haciendo una travesura por cómo verificaban que nadie más les estuviera viendo. — Me alegra haber vuelto a ser el niño protegido, si es que me has traído aquí para darme más monedas. — Marcus rio. — No exactamente. Es para darte algo mejor. — Verificó de nuevo que nadie les miraba y fue paseando sutilmente, como acariciándolas, los dedos por la superficie de las monedas. — Yo no soy tan Gryffindor como para buscar deliberadamente duendes sin miedo a que me muerdan a mí... Y me temo que aún no he aprendido a identificarlos. Pero... — Seguía acariciando las monedas y hablando con misterio. — Podemos hacer un pacto: yo me comprometo a poner en pausa por una noche mi estricto código normativo Ravenclaw, y tú prometes pedirle a tu corazón Hufflepuff engañar solo un poquito a la familia y aprovecharte de esta circunstancia. — Vamos, que nos pasemos a Slytherin por una noche. — Rieron. — Un poco sí, porque de hecho... buscamos... — Y ahí apareció, discreto, y Marcus, tras mirar de reojo una vez más que no le veían, hizo un gesto al hombre. Este miró, extrañado, y se sacó las gafas del bolsillo para ponérselas. Ahí se le iluminó la cara. — ¡Oh! ¿Es de las verdes? — Susurró, porque a una de las monedas, la que justo Marcus rozaba, le había salido una veta más oscura de la cuenta entre el dorado. — ¿La tienes localizada? — Preguntó Marcus. Frankie asintió, por lo que retiró la mano. — Cógela. Si la toco demasiado, voy a desvirtuarle el sabor, o a ponerla verde entera. —El hombre le miró un segundo, y después, riendo divertido y como un niño pequeño, tomó rápidamente la moneda. Empezó a volverse verde en su mano. — Para ti. Será nuestro secreto. — El hombre le miró con ojos emocionados y se guardó la moneda en el bolsillo. Después, se acercó a él y, pasando un brazo por sus hombros, le dejó un beso en la frente. No necesitaba que le dijera nada, ya lo sabía... Aunque sí que dijo algo cuando iban de vuelta. — Ya no me des más, que se me va a subir el azúcar. — Marcus rio. — ¡Pues queda toda la Navidad por delante, tío Frankie! — ¡Por eso mismo! — Y volvieron con los demás, entre risas, y esperando que de un momento a otro se les uniera el resto.

 

ALICE

— ¡Oy, por Merlín! ¡Maeve! ¡Que vamos a parecer unas viejas glorias! — Maeve reía fuertemente mientras Sophia la regañaba porque intentaba pintarle los labios. — ¡Oy! Yo no sé si es la isla o qué, pero yo me siento una chiquilla, Molls. No me pintaba desde la boda de Shannon yo creo. — ¡Pues eso no puede ser! ¡Ya te voy a pintar yo más de vuelta en casa, abuela! — Exclamó Sophia. Alice aprovechó que había terminado a Molly y se fue a echarse pintalabios y retocarse rápidamente. Ese año no era como el anterior, que parecía que estaba compitiendo consigo misma por ser más elegante y guapa, pero se puso su coronita de acebos de por la mañana y un vestido rojo oscuro al que le había hecho una flor dorada con alquimia, para ponérsela a modo de cinturón. Se puso los zapatos del año anterior y replicó también la coleta. Se miró al espejo y sintió que se veía mucho más mayor que tan solo un año respecto a la Alice del año pasado, y también era una Alice más realista y no concebía pegarse una noche como la del año anterior. Eso sí, besos iba a tener todos los que quisiera. Escondió su cajita de las joyas y salió con Sophia del cuarto de los abuelos donde las chicas (menos Emma, por supuesto), se habían estado arreglando.

Suspiró ante el comentario de Frankie y dijo. — Eso, tú dilo bien alto. Que la presencia de los abuelos y mis suegros no te impida expresar tus intenciones no muy ortodoxas. — El chico se tiró de las solapas y susurró. — Pero a ver, los O’Donnell no son primos primos. O sea, primos de corazón, pero… — Que sí, Francis, que hagas lo que te apetezca, de verdad, no te voy a dar yo una charla. — El chico rio fuertememnte y la señaló. — ¡Suenas igualita que mi madre! — Decidió ni responder a aquello y dedicarse a lo que más le gustaba: adorar a su novio. No esperaba menos de Marcus, de punta en blanco, perfectamente arreglado, haciéndola sonreír ampliamente. — Estás cada año más guapo. — Aunque se notaba que también él se había relajado en ese aspecto, y lo peor es que le sentaba aún mejor. Se echó a reír cuando dijo que no se acordaba de cómo se había vestido y se inclinó hacia su novio para decirle al oído. — Yo sabría desvestirlo… — Y se fue con una sonrisita. — ¡Mira! ¡Es que cuando pones esa cara, aunque no te oiga en mi cabeza, ya sé lo que estás pensando! — Se quejó su cuñado. Ella se acercó y le arregló la camisa, la chaqueta y la pajarita. — ¿Y este invento? — Dijo señalándola. — Cosas de Darren. Es suya, quería que llevara algo suyo para estar a mi lado y tal… — Ohhhhh, pero qué monada. — Lex torció una sonrisa y ella le dio dos golpecitos en el pecho. — Yo también sé lo que piensas tú, fiera. —

Bajando encontró a Arnold, que la recibió con la misma sonrisa amable que el año pasado. — Creo que mi mujer ha ido antes para asignar estratégicamente los sitios, pero quizá mi nuera tenga la bondad de acompañarme. Ahora que ya la puedo llamar así. — Ella sonrió y le arregló la corbata y el abrigo que ya tenía puesto. — Pues lo haría encantada, pero creo que tienes otros pretendientes. — Y dirigió la vista a Lex. — Yo creo que él te llevaría encantado. — Se inclinó hacia él y susurró. — Pregúntale por la pajarita, que verás qué contento le pones. — Arnold dejó un beso en su frente y sonrió. — Te lo digo mucho, pero pienso decírtelo todas las navidades… cada día te pareces más a Janet. En todo. Vamos, es que ha sido como si me hablara ella. — Ella sonrió y dijo. — Y más planeo parecerme. — Y dicho eso salieron para casa O'Donnell.

Ya llegados allí, hubo que organizar varias cosas y Marcus se le perdió en el proceso. Parecía que algo andaba tramando con Frankie, pero Molly había aparecido con un muy confuso Lawrence organizando el postre, y le llegaron ecos con informaciones. — ¡Vaya por Dios! ¿Y ahora quién anda tocando mis monedas? Si mi hermano y mi nieto están en ello mas asunto. — Ella aprovechó la coyuntura y acudió diciendo. — Necesito un caballero. — ¡Aquí tienes uno! — Exclamó Larry. — Gracias, abuelo. Guárdame un baile para después. — Me temo que no sé dónde tengo el carnet de baile. — En el siglo XIX te lo has dejado, anda tira… — Le regañó Molly. Ella por su parte, entre risas, tiró de Marcus con la intención de llevárselo a algún lugar tranquilo para tener un momento a solas. En la casa claramente no iba a ser, así que por qué no el jardín.

Una vez fuera y con una sonrisa, sin soltarle, empezó a decirle. — ¿Sabes una cosa? La Nochebuena pasada fue maravillosa. Y entonces supe que no quería nunca más otra Nochebuena que no fuera así. Ahora sé que lo tendré. El mejor regalo de mi vida. — Tiró de él, ya frente a la casa llena de luces y adornos, con suaves copos cayendo, y le puso frente a ella. Sacó la cajita y la puso en sus manos. — Un año más… ¿quieres terminar de hacer que sea perfecto y me pones las joyas de mi madre? — Con una sonrisa emocionada, se dio la vuelta y se apartó el pelo y el abrigo para que se lo atara, mientras se ponía los pendientes. Luego le ofreció la mano para que le pusiera el anillo con una sonrisa y susurró. — Para siempre. — ¡OYE! ¿ESO ES UNA PEDIDA? — ¿MARCUS LE HA PEDIDO MATRIMONIO A ALICE? — Creo que ha sido al revés. — ¿Lo ha hecho en francés? — En menos de veinte segundos había unas quince personas asomadas a las ventanas. Alice suspiró y dijo. — Empieza la Nochebuena, supongo. — Ya se dedicó a hacer el gesto de tranquilidad con las manos. — ¡Que solo son las joyas de mi madre! ¡A ver! ¿Está todo en orden o tengo que convocar a mi suegra? — Dijo mientras entraba al calorcito familiar y acogedor que siempre tenía aquella casa, y más tan llena de gente.

 

MARCUS

Le vino muy bien (como siempre) que Alice tirara de él hacia otra parte, así disimulaba el pequeño trato con Frankie sobre las monedas. El hombre no parecía haber tenido tanta suerte, porque ya estaba siendo preguntado por Cletus y Lawrence entre burlitas, así que a ver cuánto le duraba la entereza. Salió al jardín, feliz, recibiendo el clima helado con mucho gusto, porque el aire estaba impregnado de espíritu navideño, los copos de nieve caían románticamente sobre ellos y las luces de Navidad les iluminaban. Era su día favorito del año y estaba exultante, y Alice también.

Puso una sonrisa de oreja a oreja, y emocionado, tomó las joyas en su mano y empezó a ponérselas. Susurró en su oído mientras le enganchaba el colgante. — ¿Te he dicho alguna vez que soy el chico más afortunado del mundo? — Así se sentía en ese momento, desde luego. Tomó el anillo y, mirándola a los ojos, repitió. — Para siempre. — Soltó un poco de aire, sin perder la emoción. — Ahora puedo de... — Pero los chillidos de sus primos le hicieron sobresaltarse, como si hubiera olvidado su existencia, y le hicieron rodar los ojos. — Bueno, "puedo" es un concepto amplio. — Suerte intentando conseguir allí un poco de intimidad, pero él sabía a lo que se refería, y seguro que Alice también. Se encogió exageradamente de hombros, mirando a todas esas lechuzas que eran sus familiares pegados a las ventanas. — ¿¿De verdad creéis que voy a hacer una pedida así?? — Y ya le pareció oír la voz de su hermano por allí metiéndose con él. Rodó de nuevo los ojos, pero rio, se agarró a la mano de Alice y entraron de nuevo.

— ¡Haciendo manitas en la nieve con la familia aquí esperando! ¡Qué feo! — Se burló Andrew mientras mecía a un sonriente Brando en brazos. Marcus se fue flechado para el bebé. — Pero por favor quién es este galán tan guapo. — Gracias, primo. — Contestó Andrew. Marcus, quitándole a Brando de los brazos con cara de circunstancias, le dijo. — Me metes prisa por envidia, claramente, porque aún falta media familia por venir. — No he hecho los cálculos. — Dijo el otro como si nada, mientras se comía un canapé de por ahí. Eillish, que pasaba por allí, chistó. — No consigo que no haya gente metiendo las manos por la mesa antes de que estemos todos. — Ay, hija. — Suspiró Maeve, que transportaba una olla hacia alguna parte. — No comer por haber comido... — Eso hizo a Marcus reír. — Yo estoy de acuerdo, tía Maeve. — ¿Tú estás de acuerdo con una ruptura de protocolo, hijo? — Preguntó Arnold, burlón, y con Emma al lado con una sonrisilla divertida (para ser ella). Marcus alzó a Brando hasta ponerle delante de su cara, tapándose con él, con el bebé muerto de risa. — Es el espíritu de Irlanda, ¿qué te parece? — Sus padres rieron.

De repente empezó a sonar un cencerro, y cuando miraron a la puerta, por ahí entraba Violet, claramente con sus mejores galas navideñas (aunque mucho más rompedoras que las del resto de presentes). — ¡Atención, atención! ¡Que llega la granja más molona de Ballyknow! — Soltó una carcajada. — Por fin puedo usar este hechizo con propiedad real. — Vivi, por favor, que no es necesario. — Suspiró Erin, y algo le decía que no era la primera vez que se lo pedía. Cerys, tras ella, la miraba con ojos entornados, pero Martha, para su sorpresa, venía coloradita y con una risilla tonta. — ¡Feliz Navidad! — Proclamó al entrar, y Allison rio al verla. — ¿Qué, Cerys? ¿Ya le has hecho uno de tus clásicos ponches pastoriles? — Cada día tiene menos tolerancia al alcohol. — Suspiró la aludida, pero Martha alzó las manos. — ¡A ver si os aclaráis! No estoy borracha, me lo tomé hace dos horas ya. Estaba muy bueno. Es que se me sube un poquito. Pero solo estoy contenta. ¿No decís que estoy siempre seria? Pues hoy estoy contenta de estar con mi familia. — Apareció por allí la pequeña Rosie dando botecitos y se puso frente a Erin, diciendo sonriente. — ¡Mira, prima Erin! Mamá me ha dejado ponerme esto. — Y se señaló el cuerno de unicornio rosa con purpurinas que tenía en la frente, al que le había enredado una ramita de acebo. — Y le he puesto esto para que sea navideño y Pod no me diga que no pega. — ¡Pero qué bonito! — Alabó Erin, quien claramente había encontrado otra amiga en Ballyknow aparte de Martha.

— ¡A ver! ¿Dónde está el caballero de la casa? — Proclamó Violet, contoneándose, dejando una bandeja que traía en la primera superficie que encontró y yéndose flechada a Cletus. — ¡Peeeeeero bueno! ¡Qué galán! ¡Cómo se nota que es el patriarca! — Ay, hija, tú que me ves con buenos ojos... — ¡Amelia! No me quiero imaginar lo que sería de joven este soldado. ¡Te lo rifarían! — ¡Digo! Más de una del pueblo me lo hubiera querido quitar. — Y las dos se echaron a reír, mientras Cletus se esponjaba de orgullo y alabanzas como un algodón de azúcar gigante. Violet se giró, buscando con la mirada. — ¿Dónde están el resto de las solteras? — Esa me parece una excelente pregunta, Violet. — Respondió Frankie Junior, otro que ya estaba picando canapés. Y Marcus con las manos ocupadas sosteniendo al bebé. Ya iba a buscar dónde dejarlo, que le estaba rugiendo el estómago.

 

ALICE

El momento estaba siendo precioso independientemente de las intervenciones, indiscretas como siempre, de toda la familia de cotillas que tenían, y solo pudo sonreír con amor y susurrar. — Yo te he entendido. Y esta es nuestra fortuna, mi amor, la más grande que tenemos. — Y menos mal que se apresuró, porque ya estaban por allí Andrew y Allison, los tiritos, los bebés… En fin, la vida en Irlanda, vaya. Y ya que su novio estaba tan dispuesto a romper el protocolo, cogió ella un canapé y dijo. — Este es que es para la inventora francesa del canapé en cuestión. — ¿A QUE LOS HAS HECHO TÚ? ¡Lo sabía! — Dijo Saoirse abalanzándose sobre ella con Nora. — ¿Cuál es la clave para darle… francesidad? —

Pero su relato sobre canapés quedó ensombrecido por la llegada nunca discreta de su tata. — Un día le voy a partir la varita de mi tía en la cabeza a mi padre por hacerle ese hechizo… — Dijo con una sonrisa muy tensa. — ¡Uy! ¿Eso lo ha hecho tu padre? Qué creativo… — Señaló Saoirse, aparentemente encantada con el cencerro. — Sí, no lo sabes tú bien… — Pero no se iba ni a enfadar porque Martha venía graciosísima con el ponchecito encima (que, por supuesto, a su tía, que tenía champán en vez de sangre, no le habría hecho ni cosquillas) y Rosie estaba adorable con el cuernecito y era mejor disfrutar de todos aquellos estímulos.

La puerta volvió a abrirse pero no era quien Junior esperaba. En una adorable procesión, entraron las niñas de Shannon, Maeve con Arnie en brazos, los cuatro vestidos a juego, y Shannon y Dan, con vestido ella y jersey él a juego también. — ¡AY POR FAVOR ME ENCANTA! — Exclamó su tía. — Amo estas horteradas. — Añadió Saoirse. — ¡JOE MAMÁ! ¡TE DIJE QUE ERA HORTERA! — Se quejó rápidamente Maeve. — Que noooo, hija. Que no vamos a tener muchas más oportunidades de poder hacer esto. — Arnie parecía encantado, pataleando en el aire, feliz de la vida, y detrás entraban Ruairi y Niamh, que portaban una guirnalda claramente hecha por los niños, para colgarla por encima del comedor. — Shannon, ¿has visto a mi hija? — Preguntó George, extrañado. — Sí, espérate ahí, porque vienen las solteras con un pavo que no pueden con él… —

Efectivamente, Ginny abrió pocos segundos después y carraspeó, antes de ponerse su hechizo favorito y cerrar tras ella, para dar efectismo. — ¡QUERIDA FAMILIA! ¡TENGO EL PLACER DE ANUNCIAR EL DESFILE DE NOCHEBUENA DE BALLYKNOW! ¡ATENTOS TODOS QUE ESTO NO OS LO ESPERÁIS! Sobre todo porque se nos ha ocurrido de camino y venimos muertas de risa, la verdad. — Ya cuando tuvo a todos mirando, comenzó, abriendo. — En primer lugar: LA SEÑORITA WENDY O’DONNELL. Con un conjunto de niña buena que quiere asentar la cabeza en breves y abandonar a su prima en el pub. Lo detectarán por su peinado de señora casada y su vestido blanco, que es el color de las novias. — Wendy entró sacándole la lengua y dio una vuelta sobre sí misma con una gran sonrisa, ante los improvisados aplausos de los demás. — Siendo tremendamente original por ser Gryffindor, por luchar por los oprimidos, y venir a cenar en Nochebuena: ¡MI HERMANA, QUE NO HA APRENDIDO NADA DE MÍ: SIOBHÁN DOYLE, DE ROJO PASIÓN! — La mencionada entró, forzando mucho el caminar como si fuera una modelo, tirando muchos besos muy falsos a todos y con una boa de plumas que claramente no iba con el conjunto, pero que por qué no. — El color de los liados es el morado. — Criticó Seamus por ahí, ante las risas de su madre y la cara de pocos amigos de su padre. — Para sorpresa de todos y todas, se viene la benjamina de las chicas, o bueno, lo fue durante muchos años, aunque ya esté lo suficientemente mayorcita como para vestírsenos así. SEÑORAS Y SEÑORES PREPÁRENSE PARA LA INCREÍBLEMENTE SEXY: NANCY MULLIGAN. — A Junior, por supuesto, se le debía haber caído la mandíbula al suelo, pero es que al pobre Arthur iba a darle algo de ver a su niña con un vestido de terciopelo negro de palabra de honor, cortísimo, y unos tacones increíbles. Entró con la seguridad de quien sabe que lo está rompiendo. — Tú has visto a esa chica dialogar con un druida mientras se quitaba hojas y bichitos de encima ¿verdad? — Le susurró a Marcus. Lex suspiró a su lado. — Así en una escoba no se puede subir… — Alice rio. — Me alegro de ver que tienes las prioridades ordenadas, cuñadito. — Y por último, que no por ello la peor, porque ella misma ha querido serlo para cerrar con estilo: nuestra estrella americana ¡SANDY LACEY! — Y allá entró, saludando de veras como si fuera una estrella, tirando besos con gracia y otro vestido de infarto, dorado, que hizo que Alice se alegrara de no haber repetido el modelo del año pasado y no tener que aguantar el drama con Sandy. — ¡Y con ella terminamos este magnífico desfile! Gracias por siempre atender a cada gilipollez que se nos ocurre, por pequeña que sea. — Terminó Ginny con una exagerada reverencia. — ¡Creo que estamos todos! — Exclamó Eillish. — ¡Por fin! — Pues nada, empezaba la avalancha para encontrar sus asientos en aquel maremágnum.

 

MARCUS

La cara iluminada que puso Marcus al ver a Shannon y su familia entrar, y cómo giró lentamente la cabeza, con los ojos y la boca muy abiertos, para mirar a su madre, valieron para que Emma soltara un automático. — No. — Cambió la expresión por una altanera. — Pues algún día, lo haré para mi propia familia. — Incidió, y luego miró a Lex, quien no dejaba de reírse por lo bajo. — Y tú ríete. Pero como Darren vea esto, estás perdido. Que tenéis varias mascotas. — Lex tardó un par de segundos en dejar de reírse de él y, como quien acaba de procesar una noticia horrorosa, ensombrecérsele el rostro. Ahora era Marcus quien reía por lo bajo, mientras se acercaba a la familia. — ¡Me encanta! — Afirmó, lo que le valió la mirada de sentirse traicionado de Dan. — ¿Hortera? — Respondió Marcus a la queja de Maeve, soltando una única carcajada detrás. — En ese caso, soy el rey de los horteras. — Al fin lo reconoce. — Masculló Lex, pero había conseguido dejar a la niña más conforme. Por supuesto, se hizo con el bebé. — ¿Por qué eres tan adorable? ¿Eh? ¿No te han dicho que no se puede? Es broma, sí que se puede. — Tonteó mientras le balanceaba en los brazos y le hacía reír a carcajadas.

Shannon ya había adelantado que las chicas, las únicas que faltaban por llegar, iban ya de camino, pero no se imaginó cuán espectacular sería la entrada. Desde luego, le estaban dando lo que querían. Dejó a mini Arnie en brazos del Arnold grande para atender y vitorear como el que más. — Vaya, padre del año, ¿ya te has cansado? — Se burló su padre. — Tranquila, Emma, como podrás ver a continuación, seguimos teniendo a un adolescente de dieciocho años. De estas seguro que no les importa que no lleven jerséis horteras. — Marcus se limitó a hacer una pedorreta a los comentarios de su padre y las risas de suficiencia de su madre. Se colocó al lado de Alice, frotándose las manos. — Ya cuento con que superarte es imposible, pero estoy deseando ver esto. — Miró de soslayo a un lado y le susurró. — ¿A quién crees que pondrán más nervioso? ¿A Frankie, a Fergus o a Andrew? — Pero ya paró de reír, que empezaba el espectáculo.

Empezó a jalear y vitorear, aplaudiendo como si estuviera en un teatro, todas las entradas, muriéndose de risa en el proceso. Eso sí, con Nancy casi se atraganta. — Al final te has puesto nervioso tú. — Idiota. — Contestó en el momento a Lex, señalando a Nancy desde su posición y susurrándole agresivamente a su hermano, mientras esta desfilaba por ahí bajo las alabanzas impresionadas de los demás. —  Esa de ahí es toda una erudita. No la has visto sacando runas de las cuevas y hablando gaélico. Solo me ha llamado la atención. — A Frankie también. — Señaló el otro, pero Marcus ni miró, solo bufó a Lex. Afortunadamente, Alice hizo un matiz tan parecido al suyo que Marcus miró a su hermano con evidencia y recochineo, pero este cambió convenientemente de tema. Jaleó a Sandy, cuya ocurrencia de quedarse para la última le hizo mucha gracia (y le recordó a sus propias pamplinas, la verdad, porque él también era muy de darse autobombo). Eso sí, antes de sentarse, alzó los brazos. — ¡UN MOMENTO, UN MOMENTO! — Pidió, y ya tenía caras de alegre intriga por ver qué iba a decir (como las de Saoirse, Jason o las abuelas), otras de profundo hastío de quien lleva una hora queriendo sentarse y el momento no llega nunca (como su madre, Betty o Lex) y otras de absoluto pánico de pensar que pueda acontecer otra movida que no se vieron venir (como Dan). Marcus cambió de posición los dos brazos alzados y apuntó a Ginny. — ¿Es que la presentadora no merece un aplauso? ¡¡A VER ESAS LOAS POR LA DUEÑA DEL MEJOR PUB DE BALLYKNOW!! — Y, tras las carcajadas, todos le siguieron el rollo y aplaudieron con fervor. Y Ginny, por su parte, lejos de sobrecogerse por ser el foco de atención, se subió en una silla (provocando un microinfarto a Eillish y otro a Patrick) y empezó a hacer reverencias y tirar besos. — ¡Ven aquí, que te como! — Y, antes de que se pudiera librar, la tenía prácticamente encima dándole muchos besos y dejándole marcas de carmín rojo por toda la cara. Cuando fue a sentarse a la mesa con la sonrisa embobada y todo el carmín resaltando en su piel tan blanca, detectó la mirada de desdén de su madre. — Sí. Tranquilísima. — Fue lo único que dijo antes de irse con sonrisa de superioridad a sentarse en su sitio.

— Mi amor, esto ha sido un ataque inesperado. — Bromeó señalándose la cara, ya sentado junto a Alice. — ¿Me ayudas a ponerme decente de nuevo? — Preguntó entre risas, tendiéndole la servilleta. Lo de sentarse todos a la mesa fue otro jaleo monumental, muy pronto se había sentado él; aproximadamente el ochenta por ciento de la familia parecía tener dificultades para leer, comprender, procesar y asociar su nombre en el letrero a la silla en la que se tenía que sentar, pero no sería él quien se quejara por absurdo que le pareciera. Estaba encantado con el sitio que le había tocado: estaba en la esquina opuesta a la mesa infantil, que por lógica estaba junto a la de los adultos para que los niños tuvieran cerca a sus padres. Los más mayores estaban en el centro, entre ellos y los adultos, y en su ala estaban todos los jóvenes reunidos. Ginny, Violet, Erin, Martha y Cerys habían caído en el ala joven, y estaban junto a los más mayores, y también habían caído con ellos Fergus y Maeve. Unos por ser considerados por fin mayores y otras por ser aún jóvenes, pero todos estaban encantados con el sitio asignado.

Maeve Junior se achuchó a su brazo izquierdo, porque allí le había tocado sentarse, y él se inclinó cariñosamente hacia ella. — Hola, primo. — Saludó Fergus, sentado frente a Maeve y en su diagonal. — ¿Contento de tenernos aquí en Nochebuena? — Muchísimo. — Yo no me libro de esta pelma. — Señaló con la cabeza a Maeve, pero la chica, que estaba pletórica, se levantó, rodeó el extremo de la mesa y se le abrazó. — ¡¡AY!! ¿¿Ves?? Así está todo el día. — Yo también te quiero, primo Fergus. — Puso entonces expresión maliciosa y dijo mientras se volvía a su asiento. — Cuando vuelvas a Ilvermorny, le cuentas a tus amigos guais que toda la familia ha considerado que tu mejor sitio para Nochebuena era enfrente de mí. — Eso hizo a Fergus quejarse profusamente y rogar cambio de sitio, pero dado que todos parecían encantados con los suyos, nadie le hizo caso. — ¡Eh, cariño! — Dijo alegre Andrew. — No solo somos jóvenes, sino que somos... — Señaló al borde de la mesa, donde estaban sentados. — ...Extremadamente jóvenes. — Allison soltó una carcajada mientras se sentaba, tras lo cual dijo. — Qué chiste más malo, Andrew. — Va, chaval, no te quejes del sitio. — Dijo entonces Andrew a Fergus, justo al sentarse a su lado. — Que te ha tocado el tío más chistoso a tu lado para cenar. — Genial. Para no echar de menos a mi padre. — Todos rieron. Andrew y Allison estaban, efectivamente, en un extremo de la mesa, para poder tener la trona de Brando cerca. Maeve estaba junto a Allison y Fergus junto a Andrew, y al lado de Fergus, Lex. Su hermano quedaba frente por frente a él, que tenía a Maeve a un lado y a Alice al otro, así que estaba encantado con su sitio. Alice tenía a Sophia a su otro lado, y frente a ellas, junto a Lex, Nancy y Frankie Junior, para que pudieran tirarse toda la noche hablando de quidditch si así lo querían. Sandy y Wendy también habían caído juntas, y Violet estaba entre Ginny y Erin. Al lado de Erin estaba Lawrence, con Molly al otro lado, quien disfrutaba de poder tener a su derecha a su hermano Frankie después de tantísimos años. La tía Maeve estaba frente a su marido, y frente a los abuelos estaban Cletus y Amelia, claramente en lugar presidencial. Todos los adultos estaban una vez pasada la barrera de los más mayores. Desde luego, quien hubiera diseñado la organización lo había hecho a las mil maravillas, con todos los que eran.

Ya con todos ubicados, Cletus se puso en pie y dio unos toquecitos con el cubierto en la copa. Ya estaban todos en silencio, pero el hombre solo miraba a unos y a otros, con ojos emocionados, sin hablar. Abrió la boca... pero volvió a cerrarla. Empezaban a emocionarse todos, porque el silencio se alargaba, y Marcus tendió una mano a Alice y la otra, por encima de la mesa, a Lex. Maeve había apoyado la cabeza en su hombro y se limpiaba las lágrimas, y eso que aún no había dicho nadie nada. Cletus volvió a abrir la boca y, tras unos instantes de pensárselo, miró a Molly y a Frankie y dijo con voz quebrada. — El soldado Lacey tiene que estar siendo muy feliz allá donde esté. — Hubo risas, pero sobre todo, hubo lágrimas por todas partes, y Molly se puso de pie y abrazó a Cletus, emocionada, a pesar de la mesa que les separaba. Lex le apretaba la mano con más fuerza. Cuando deshicieron el abrazo, Cletus añadió. — Lo que tiene que tener es una envidia terrible de no estar siendo el centro de atención. — Ahí sí hubo más carcajadas, pero Amelia añadió con dulzura. — Bueno, estamos hablando de él, así que yo diría que lo ha conseguido. — Y vuelta a las lágrimas. Cletus sorbió y dio varias palmadas. — ¡Se acabaron los llantos! ¡A comer, que se enfría todo! — Y la comida empezó a distribuirse mágicamente por los platos. Todos se recompusieron y, una vez hubieron respirado hondo, Maeve le dio un empujoncito en el hombro y señaló a Fergus, diciéndole a este. — Ahora también tienes que decir en Ilvermorny que has llorado en Navidad. — ¡En serio! Quitádmela de aquí. —

 

ALICE

Desde luego, nervioso no sabía, pero que no habían dejado indiferente a nadie estaba claro. Por supuesto, su novio puso la guinda con Ginny, lo cual era muy mala idea, porque enseguida se venía arriba (literalmente). Se inclinó hacia Lex y dijo. — Mira que tiene cierta experiencia, pero aún le falta Vivi Gallia desatada que estudiar y cómo aplicarlo a su propia prima. — Dijo entre risas, mientras veían como le dejaban su adorada cara llena de besos rojos. Se acercó a él ya con lágrimas de tanto reírse y le ayudó a limpiárselos. — Siempre supe que acabaríamos así, mi amor, yo limpiándote los desenfrenados besos de otras mujeres porque te has pasado de galán. — Es que era demasiado cómico de ver. De premio, le dio un piquito rápido antes de empezar la aventura de sentarse.

Fue sin duda una aventura, pero Eillish y Emma habían hecho un trabajo increíble sentando a todos a la perfección, incluyendo a las tías solteras con los jóvenes para evitar el nacimiento de un conflicto innecesario, que ya se encargaron Maeve y Fergus de iniciar, aunque fuera en forma de adorabilidad extrema por parte de ella. Tiró una miguita de pan al chico para llamar su atención. — ¿Sabes también quiénes se llevaban a matar? Estos dos que ves aquí y aquel. — Dijo señalando a Lex. — Y ahora mira. No siembres vientos, que ya llegará el tiempo en el que no queráis estar separados. — Sophia suspiró y negó. — Maeve es demasiado buena y lista para aguantar a este penco toda la vida. — Fergus levantó las manos exageradamente y negó con la cabeza. — Nada, hasta la hermana de uno le ataca. — Afortunadamente, había mucho Hufflepuff por ahí para rebajar los dramas adolescentes, y ya solo se oían risas y sillas colocándose, con los niños alborotando al final de la mesa.

Pero cuando Cletus se levantó y se quedó en silencio, a todos se les encogió el corazón. Apretó la mano de Marcus cuando se la dio, parpadeando para evitar las lágrimas, pero cuando Cletus mencionó al difunto Arnold, ya ninguno pudo más, y el abrazo del tío y la abuela casi ni lo vio por las lágrimas. Afortunadamente, la comida empezó a repartirse, con un olor y una pinta espectacular. — ¡PAPI! ¡ESTO ES TUYO! — Exclamó Sandy encantada de la vida al ver el wok, tirándole un besito desde su sitio. — Mirad a Georgie. — Dijo ella, señalándole. — No hay transacción, estoy segura, por exitosa que sea, que le pueda hacer más feliz que esto que acaba de oír. — ¡Oye, esto está delicioso! ¿Qué es? — Dijo Lex probando otro plato. — Jamón asado glaseado, y ahí hay patatas. — Señaló ella. — Pero hay cinco fuentes. — ¡No preguntes por…! — Intentó advertirle. — ¡Pues verás, querido primo! — Dijo Nancy, pegando un giro digno del quidditch para cambiar de conversación con Frankie. — La patata es un ingrediente primordial en Irlanda, por tanto, hay cinco fuentes porque son cinco tipos distintos de aprovechamiento culinario de este alimento base… — Alice siguió comiendo de su jamón y simplemente pensó: intenté advertirte. Que disfrutes la clase magistral.

Cuando ya salió el pavo, y la hidromiel corría a raudales, Molly se puso el hechizo de altavoz (menudo peligro dándole aquello) y les llamó a todos. — Bueno, como todos estamos muy emocionales y contentos, he estado aquí consultando con el consejo de sabios, o más bien de viejas glorias… — Aquello levantó carcajadas entre todos los presentes. — Y nos gustaría pedir vuestra colaboración en una tradición más. Una que hace tanto que no hago que me siento avergonzada en mi irlandesidad, la verdad. — Carraspeó y miró emocionada al resto de los abuelos. — Hay una tradición druida en la que, en el solsticio de invierno, se encienden siete velas junto a la ventana de cada casa de una familia. — Uy, tía Molly, como hagamos eso, Ballyknow va a salir ardiendo, como aquí no hay casi familias… — Bromeó Andrew. — ¡Ay, hijo, no seas así! Deja hablar a tu tía. — Se quejó Nora. — Total, que cada una de las velas era para pedirle un deseo a un Tuatha Dan, a uno de nuestros dioses irlandeses. Pedir valentía para llevar a acabo una empresa a Nuada, o alegría para sus hijos a Banba… Así que, qué os parece si, aunque solo encendamos uno en esta casa, que siete voluntarios se ofrezcan a pedir algo para su familia. ¿Qué os parece? Lo vamos hablando durante la cena y a la hora de los postres, venís aquí con los abuelos y nos lo contáis. — Frankie asintió y dijo. — En su día, cuando pasábamos tanto miedo y hambre… Cuando comíamos dos monedas de chocolate o una pieza de pastel cada uno, encender aquellas velas nos hacía mantener la esperanza, así que pensad… — Alice se volvió inmediatamente a Marcus y dijo por lo bajo. — Yo quiero encender una. Y tengo muy claro cuál. — Miró a Lex y dijo. — ¿Os importa que lo pida yo por nuestros O’Donnells? —

 

MARCUS

— Alice, tengo un problema. — Dijo con un fingido tono muy serio. — Quiero probarlo todo y solo tengo dos manos. — Y una boca. Y un estómago. A ver si vas a explotar como las palomas. — Pinchó Lex, y luego puso expresión maliciosa. — O como cierto pájaro que... — Calla. — Amenazó, señalándole con el tenedor, pero riendo como podía teniendo en cuenta que ya tenía la boca llena. Frankie le dio un codazo a Nancy. — Apunta: que ahí hay anécdota. — Levantó las palmas. — Hay que tomar buena nota de según qué momentos para aprovecharlos cuando todos estéis borrachos. — Hizo un gesto de espera. — Y tranquilos, que ya sé que hoy es día familiar y todo eso. Pero aún nos quedan días en Irlanda. — Eso sí, en lo que Frankie hacía su perorata de experto en fiestas, Lex se cavó su propia tumba preguntando por las patatas, y ya sí que rio a carcajadas. — Están todas buenísimas. Es mi conclusión. — Aportó él.

Fergus se tapó los oídos dramáticamente cuando su abuela se lanzó el hechizo altavoz en la garganta, y Marcus negó con la cabeza mientras su tenedor seguía seleccionando cosas que tardarían en meterse en su boca lo que tardara en terminar la frase. — Nunca pensé que diría esto, pero ese hechizo hay que prohibirlo. — Atendió a lo que decían los mayores, y la idea le pareció fabulosa y emotiva. Ya estaba pensando qué podían pedir cuando Alice se ofreció para hacerlo, y él la miró con una sonrisa emocionada. — Todo tuyo. — ¡EH, PREFECTA HORNER! Ya tienes a la voluntaria de tu casa. — Bramó Violet, de una esquina a la otra de la mesa. — ¡Que todos sabemos que tú estabas deseando hacerlo, pero tu nuera se te ha adelantado! — Marcus y Lex se miraron, aguantando las risas, oyendo carcajadas por ahí, pero cuando pudo tragar, se inclinó hacia Alice y Sophia, al lado de ella, y dijo. — Vamos a hacer un juego: para evitar que Violet lance más berridos que puedan acabar en asesinato en esta noche tan bonita... — Hubo más risas. — Pasémonos mensajes más discretamente. Empiezo yo. Tiene que llegar a Violet ¿vale? — Se inclinó hacia Alice y le susurró la frase que debía decirle a la otra. — “¿Sabes que mi madre es capaz de lanzar un hechizo silencioso a distancia sin que quienes hay entre vosotras se entere?” — Volvió a su plato y vio cómo Alice se lo decía a Sophia, esta a Siobhán, esta a Ginny y esta última, finalmente, a Violet, con varias risas de por medio. A saber qué llegaba por ahí. Por lo pronto, la mujer soltó un gritito entre sorprendido y alucinado, y, contrariamente al efecto que Marcus quería provocar, volvió a girarse hacia los adultos y a gritar. — ¡¡PREFECTA HORNER!! ¡Que dice tu hijo que me vas a lanzar una maldición a través de las cabezas de todos! — ¡¡Mentira!! — Se defendió Marcus, pero había ya tal griterío y carcajadas que nadie se estaba enterando de nada en general.

— ¡Me gusta este juego! — Aplaudió Martha, lo que le granjeó una mirada sorprendida de Cerys. — ¡Me toca! — Y, sin preguntar, se inclinó hacia la otra y le susurró algo. Mientras comían, vieron muertos de risa cómo el mensaje pasaba de aquella manera de Martha a Cerys, luego a Wendy (que pidió varias repeticiones porque con el ruido no se enteraba), a Sandy (que dijo "tía no te entiendo" como cinco veces), a Frankie (que se llevó una colleja de regalo de Sandy porque, mientras ella le hablaba, no paraba de reír y hacer el tonto con los demás y no la estaba atendiendo), a Nancy (que soltó una risita bobísima porque Frankie le estaba susurrando probablemente más cerca de lo normal), a Lex (que poco menos que dijo que no necesitaba tanta cercanía porque llevaba enterándose del mensaje desde que empezó), a Fergus (que gritó "¿QUÉ?" varias veces solo por provocar) y, por último, a Andrew. Este fue el que más serio recibió el mensaje, y eso, sin duda, era muy mala señal. Carraspeó con formalidad, se limpió muy cómicamente la boca con la servilleta y se puso de pie. — ¡¡FAMILIA!! ¡Martha quiere hacer un comunicado importante! — Martha reía por lo bajo, claramente bajo el efecto del alcohol, pero Cerys miraba preguntándose qué de importante tenía el mensaje que habían trasladado. — Atención: "Niahm duerme con los gemelos porque Ruairi ha metido a una marmota enferma en la cama." — ¿¿CÓMO?? — Eso no es... — La exclamación de Ruairi se vio interrumpida por la corrección que Cerys intentó hacer y que no se escuchó porque todos estaban doblados de la risa. Ruairi se había puesto de pie y movía mucho los brazos. — Que no, que no. Familia, ha habido un error... — Ay, hijo. — Suspiró Arthur. — Mira que echar a tu mujer... — ¡Que es mentira! — Se defendió. — ¡Cariño! ¡Di que es mentira! — Pero Niahm estaba al borde del atragantamiento y no paraba de reír. Ruairi se frustraba cada vez más. — ¡Mi mujer y yo dormimos en la misma cama! — ¡HALA, HALA! ¡Ruairi, por favor, que están tus hijos delante! — ¡¡Pero si has sido tú!! — La discusión a voces de esquina a esquina entre Ruairi y Andrew era ya lo que les faltaba. Le dolía el estómago mucho más de reírse que de comer.

— ¡¡Martha!! ¡¿Por qué has dicho eso?! — ¡Que yo no he dicho eso! — Exclamó la otra, pero muerta de risa, tanto que le corrían las lágrimas por la cara. — ¡Que yo he dicho que los mooncalfs de Ruairi se escapan y se vienen a mi granja! — ¿¿Ahí estaban?? — Se impactó el otro, subiendo los brazos y dejándolos caer. — ¿¿Y por qué no me lo has dicho?? ¡¡Me iba a volver loco buscándolos!! — ¿Cómo se ha convertido la frase en eso? — Se preguntó Cerys, y claro, a la primera que fue a mirar fue a Wendy, que se hizo pequeña en el acto. — ¡No entendí lo de los mooncalfs! Creía que eran marmotas. — ¡Tía! — La llamó Sandy. — ¡Me has dicho que estaban malas! — ¡No, tía! Que se le iban y que yo intuía que es que estarían enfermas o algo, pero la frase no era así. Es que yo que sé, ya me estaba liando. — ¿A que has sido tú el que ha metido la guarrada de la cama? — Señaló Fergus a Frankie, inclinándose en su asiento. El otro puso mirada interesante y dijo, mirando a Nancy. — Era para ponerle un toque picante. — Y la otra, para no dejar de sorprender a todos, se echó a reír. Ruairi volvió a subir las manos con agobio. — ¿¿Podéis confirmar a todos que es mentira?? — Que sí, pesado. — Saltó Andrew. — Que ya sabemos que tienes una perfectamente saludable vida sex... — Y ya todas las onomatopeyas le impidieron seguir, porque algunos adultos como Nora o Patrick casi saltan de su sitio para tirársele encima y que se calle. — AY, POR DIOS. — El grito de Violet les sobresaltó, en mitad de las risas que estaban, porque había pegado un salto en su sitio echando la silla hacia atrás. No se habían dado cuenta, en todo el jaleo, de que llevaba un rato sin parar de rascarse. — ¿¿Pero qué me pasa?? — Ay, cariño, no serías alérgica a algo ¿no? — Preguntó Eillish, preocupada, porque ciertamente se le estaba poniendo la piel colorada. — Con la de burradas que he comido en mi vida ya me habría muerto. ¡Parece que tengo pulgas, por Merlín! ¿Qué me pasa? — No te rasques. — Sugirió Erin, pero, de repente, Violet se detuvo, extrañada, mirándose los brazos y tocándose el cuello. La rojez de la piel se le estaba pasando. — Uy... Ya no me pica... — Se generaron unos segundos de silencio y extrañeza general, hasta que se oyó a Emma decir. — Supongo que una de las frases sí era verdad. — Y, con elegancia, se llevó la comida a la boca, y todos prorrumpieron en carcajadas. Todos menos Violet, claro, que tenía la mandíbula en el suelo. — Esto no es propio de una prefecta, que lo sepas. —

 

ALICE

Alice resopló y se tapó la cara ante los berridos de su tía. — Tata, ¿tienes SIEMPRE que hacer una de estas? — Vivi le respondió con una pedorreta. — Pensé que ya no tenías el miedo de nuera primeriza, pero veo que la sombra de la prefecta es alargada. — Erin se rio flojito por lo bajini y Alice la miró indignada. — ¡Erin! Que la que contrasta tienes que ser tú. — Y se rio un poquito más y se tapó muy torpemente la cara. Cerys levantó la copita de hidromiel. — A las primas O’Donnell no se les puede dar de beber, visto lo visto. — De hecho, Erin iba contentilla la primera vez que me… — ¡A VER EL JUEGO DEL PRIMO MARCUS! — Interrumpió Sophia, que, como buena Serpiente Cornuda, ya le había tomado la medida a su tata y sabía cuándo estaba a punto de soltar una barbaridad (otra).

El juego resultó ser el caos que se esperaba, y cuando su tía contestó, Alice la señaló. — Es mentira, pero tú sigue así, que lo convertimos en verdad. — El entusiasmo de Martha por el juego cortó las amenazas veladas, y se vino una nueva oleada de risas según se iba recibiendo el mensaje, y varios de ellos no eran capaces de entenderlo. Allison estaba ya muerta de risa cuando Andrew se levantó tan ceremoniosamente, y Brando, en el regazo de su madre, aplaudió intuyendo algo importante. Pero lo que a Alice le hizo reír hasta llorar fue la rapidísima asimilación de la frase por parte de todo el mundo, que vio plausible que eso hubiera ocurrido realmente. Lo mejor era que Niamh estaba muerta de risa, y Alice le dijo a Marcus y Sophia entre risas. — Sospecho que se ríe tanto porque tan disparatado no es. — Y no paraban de reír, desde luego, Andrew podía ser único para entretener fiestas.

Por si no habían tenido suficiente, resultó que el mensaje auténtico era importante y Alice levantó un dedo. — ¡Eh! Uno se ha enamorado de mí hoy, no me dejaba en paz. — Pero ese no era de Ruairi. — Intervinieron a la vez Martha, Cerys y Wendy. Ella parpadeó. — ¿Pero cómo lo sabéis? — Lex la miró y dijo. — No soy el único que aún no ha aprendido a no hacer ciertas preguntas. — Porque, efectivamente, después de eso, llegó un montón de información no requerida sobre las diferencias entre mooncalfs. De fondo, tenían el debate de Wendy y Sandy sobre la dicha frase, marmotas, y demás, y la confesión de Junior de que la había liado un poquito bastante a su estilo, y ya ni se asombraba de que Nancy (o esa persona que estaba en su lugar) le siguiera el rollito. Y en esas estaban cuando su tía empezó a rascarse como loca. Alice se levantó de golpe, preocupada, porque ya lo que les faltaba era acabar en el hospital, pero entonces, a su tía se le fue pasando y lo entendió todo. Lentamente se sentó, y con media risita siguió comiendo. — Hombre, tata… Tú creciste en Slytherin, no sé yo si te extraña que un prefecto pueda hacer eso y cosas peores. — Vivi puso una cara muy dramática, mirando al vacío. — Ah, sí… Cuando tienes razón, tienes razón. ¿Dónde está tu padre cuando hace falta para sacar trapos sucios de estas personas? — Emma se limpió con la servilleta muy elegantemente y dijo. — Donde esta familia no puede oírlo… — Y hasta Alice se tuvo que reír.

Jugaron un par de rondas más, una de ellas un intento fallido de Junior de echarle un piropo a Nancy que acabó diciendo, palabras textuales, “la prima Nancy anoche tenía ojos como de vaca”, y los postres empezaron a desfilar. Preciosos calderos repletos de monedas de chocolate que todos se apresuraron a reclamar como obra suya, amén de tres enormes tartas navideñas. — La tarta navideña lleva fruta escarchada por dentro y está recubierta de crema y azúcar. — Indicó Molly. — Antiguamente, se conservaba la fruta de temporada durante todo el año en azúcar para que cuando llegara la Navidad pudiésemos echárselo al pastel. — Bien remojada en whiskey. — Señaló Eillish. Molly espantó con la mano. — Bueno, por darle el toque. Yo solo le he echado un chorreoncito a la masa y fin. — Entonces se oyó una silla arrastrarse y el tío Frankie se levantó, rebajando los volúmenes de ruido para ver qué quería decir. — Bueno, todos me conocéis, sabéis que yo no doy muy bueno discursos, o propongo brindis, me pierdo al final… Pero sí había algo que quería decir. — Tomó aire. — Siempre se espera de nosotros, los patriarcas, los cabezas de familia, que hagamos un bonito discurso… pero eso no debería ser así. — Señaló a través de la mesa con la mano. — Esta familia está aquí gracias a las mujeres. Y no porque hayan sido las madres de lo que más queremos en el mundo, que ya es un trabajo indecible… — Miró a la tía Amelia. — Amelia, curaste a todos los heridos de Ballyknow en la guerra, incluido tu marido, prácticamente sola y con una devoción sin igual. Molly, hermana, ¿qué te voy a decir? Alfabetizaste y enseñaste la esencia de Irlanda a niños que hoy en día pasan ese conocimiento a sus nietos, haciendo que esta isla exista para siempre. Maeve, mi amor, hiciste de un puerto desconocido y temporal un hogar y sacaste adelante una familia contra todo pronóstico, y todo ello mientras trabajabas, soñando con volver. Shannon, mi vida, Eillish, Nora, Emma, Erin… Hay tantas mujeres en esta mesa que han llegado mucho más lejos que estas viejas glorias, y aun así, deciden cargar con el peso de la tradición, que propongo que, a partir de ahora, si hay que hacer un brindis, que lo hagan ellas. Y que todos los hombres de esta familia sigan el ejemplo de Marcus, que hoy ha dicho “ya está bien de que solo las mujeres aprendan y contribuyan. Es responsabilidad de todos”. — De nuevo, varios de la mesa, especialmente las mujeres, se emocionaron mucho, Amelia incluso se levantó y le dio un beso en la mejilla diciendo. — Siempre fuiste el niño más dulce del pueblo, Frank. — Y Lawrence, desde su sitio, con un brazo rodeando a Molly dijo. — ¿Sabes qué, cuñado? Que tienes razón. Ya que todos hemos admitido que son más cabales, que sean ellas las que pidan el deseo a los Tuatha Dan. Seguro que piden mejor y más inteligentemente que nosotros. —

 

MARCUS

— Alice, vuelvo a tener un problema. — Repitió, cómico, aunque esta vez considerablemente más retrepado en la silla. — Sigo teniendo dos manos para tantos postres. — Y un estómago. Repito. — Añadió Lex, y todos rieron, porque no podían parar de reír entre los juegos y los comentarios. Se llevó ambas manos al estómago y soltó un quejido lastimero. — ¡Por favor! Esto no ayuda a mi digestión. — Qué poco irlandés, primo. — Se burló Nancy, a lo que Sophia añadió. — ¡Eso, eso! Luego te hago el remedio casero de mi madre para después de las reuniones Lacey. — No te lo tomes, es malísimo. — Sophia soltó a Fergus una pedorreta. — Hago la misma receta que ella y me sale de fábula. — Compro. — Dijo con languidez, pero ya sí recuperó su modo normal de sentarse, que venían los postres.

Apenas había probado la deliciosa tarta que describía su abuela, mientras se lanzaba miraditas desafiantes con sus compañeros de mesa por ver quiénes iban a pillar las mejores monedas y quiénes los duendes, cuando el tío Frankie se levantó. Pensó que querría hacer un nuevo brindis, pero lo que hizo fue mucho mejor, tanto que se emocionó, abrazando la cintura de Alice por la espalda y mirando también a su madre, así como a todas las mujeres que mencionaba. A la mención a sí mismo, que para nada se vio venir, primero se ruborizó, pero luego miró con orgullo a los demás y vocalizó "la mejor moneda es mía", por lo que recibió burlitas, pero también miradas de cariño. No dejaba de pensar que estar allí era todo un sueño.

Oyó un carraspeo que seguro que era para aclarar la emoción de su garganta, y Nancy se puso de pie. — Pues, si me dejáis, empiezo yo. Cumplo con el requisito de ser del grupo de jóvenes... — Señaló graciosamente a Molly, por su propuesta de antes. — ...Y del de mujeres. — Señaló entonces al tío Frankie. — Y, además, soy la que más sabe de dioses de aquí, así que me lo merezco. — Hubo risas y burlas con las que se contoneó y pavoneó un poco, dentro de ese humor divertido del que todos estaban, pero cuando las voces se acallaron, habló de nuevo para todos. — Yo... quisiera pedirle mi deseo a la diosa Eire. — Solo de escuchar el nombre, Marcus sintió una fuerte sacudida. Pero pestañeó y se recentró, escuchando y sonriendo. Aunque, por un momento... era como si le hubiera dado un mareo. Igual sí que se estaba excediendo con tanto comer. — Eire es la madre de todos nosotros, los irlandeses. Es la diosa del hogar, la diosa de Irlanda, la que nos lleva a todos en el corazón. Hoy... tenemos aquí irlandeses de todo el mundo. Personas que no comparten nuestra sangre pero que, por amor, están aquí. — Dijo mirando a Violet, y claramente le había tocado el corazón, tanto a ella como a Erin, que la miró con profundo cariño y apretó su mano. Martha y Cerys también las miraban con ojos vidriosos, aunque sus expresiones eran ligeramente más tristes. — Personas que jamás habían venido, o pensaron que vendrían, pero que han llevado su pedacito de Irlanda siempre, como si la hubieran conocido. Como si hubieran nacido aquí. Y lo llevan por bandera. — Había puesto una mano en el hombro de Frankie y miraba con profundo cariño a Fergus y Maeve, cerca de ella. — Y si vosotros lo hacéis... es por vosotros. — Ahora miraba a los americanos adultos al otro extremo de la mesa. — Vosotros que tenéis vuestros mejores recuerdos aquí, a pesar de haber venido muy poco. Que nos llamáis familia aunque no lo seamos estrictamente, porque como bien decís, aquí os hemos acogido como tal. Porque es lo que Eire querría. — Miró entonces a Emma y a Arnold. — Los que están un poco más cerca pero que, a veces, han podido sentirse... lejos. — Eso iba para su madre, porque veía el cariño en los ojos de Nancy al decirlo, y la sonrisa de Emma. La chica miró entonces a Marcus y Alice y su sonrisa se iluminó. — Y han venido siendo los más irlandeses del mundo. Queriendo saber más, queriendo conocer sus orígenes. Siendo uno con Irlanda. Siendo los hijos de Irlanda. — Sonrió, pero el mareo fugaz le había atacado otra vez, como si fuera un fogonazo, como si por un microinstante todo se hubiera apagado y vuelto a encenderse. Pero lo disimuló. — Y que, nunca mejor dicho, van a volar muuuuy alto. — Y ahora puso la otra mano en el hombro de Lex, generando risitas alrededor. — Pido a Eire por mi propia familia. — Miró a sus primas, a sus hermanos y a sus padres. — Por ser... familia. Por recibir a todas estas personas con los brazos abiertos y una sonrisa. Por darme la fuerza para ser de esas personas que intentan que Irlanda y su corazón nunca muera. — Se limpió las lágrimas y se le quebró la voz. Se aclaró la garganta antes de seguir, con una gran sonrisa, mirando a los más mayores. — Y, por último... quienes han hecho posible que estemos aquí. Quienes han arrastrado aquí a toda su familia desde muy lejos. Quienes nunca han dejado de sentir Irlanda en la piel. Y quienes han abierto las puertas de su casa para recibirlos a todos como si apenas hiciera dos días que se hubieran ido. Gracias, gracias en mi nombre, y gracias en el nombre de Eire, que seguro que estaría muy orgullosa de nosotros. Ese es mi deseo: que Irlanda esté siempre en nosotros, estemos juntos o no, nos lleve la vida por los mismos o por diferentes caminos. Nos veamos más o menos, se pueda o no se pueda repetir esto. Pero que estemos unidos, aunque sea en nuestro interior. Y que seamos siempre un hogar los unos para los otros. —

 

ALICE

No se esperaba que Nancy se lanzara así, y menos que eligiera pedir a Eire, pero al oír su discurso, su corazón se encogió y agarró muy fuerte de la mano a Marcus. Cualquier otro año, ella pediría lo mismo, exactamente lo mismo. Miró aquella mesa llena de gente, todos sonrientes y emocionados, vio a los niños al fondo y en los brazos de sus madres, que irían creciendo, entendiendo y participando, aquella familia que, por circunstancias, no había podido estar tan unida, pero que en su corazón se sabían parte de un todo… — Es justo lo que la diosa Eire le enseñó a esta isla. — Afirmó Alice, limpiándose las lágrimas y asintió cuando dijo lo de volar muy alto, aunque ya no podía parar el llanto.

Molly cogió el candelabro de siete velas y le dio una a Nancy. — Toma, mi vida. Enciende rápido esa vela, y que Eire te lo conceda, por ti y por todos nosotros. — Con la ayuda de Eire, lo haremos para siempre. — Dijo Rosaline tirándole un besito. Los gemelos se levantaron y fueron a abrazarse uno a cada uno de Nancy. — De nosotros no te vas a librar nunca, tita. — Dijo Horacius. Ella rio y cogió la varita. — Venga, los dos conmigo. — Y juntos encendieron la primera vela. — A bandia Eire. — Dijeron a la vez en gaélico. Luego dejó un beso en la frente de cada uno y, dándoles unas monedas, les dijo. — Nollaigh Shona, diablillos. — Y ahí, Alice tragó saliva y se levantó.

— La verdad es que… quiero decirlo antes de que me quiten a la diosa a la que se lo quiero dedicar. — Andrew se rio. — Solo la tía Eillish podría quitarte a Folda. — Ella rio un poco y negó. — No es a Folda, aunque sea la mejor, a quien le quiero pedir. Es a Banba. — Ya tenía varias miradas sobre ella. — Estos días con Nancy hemos estudiado mucho, muchísimo… — Todos rieron. — …A los dioses. Y cada vez que leía sobre Banba… su música, sus artes… siempre la veía citada en torno a la alegría. Su ciudad con Taranis parece el lugar… más feliz del mundo. — Sonrió y les miró a todos. — Esa alegría, esa felicidad que sentís justo ahora, es volátil. No es un pensamiento muy navideño, pero sí lo es lo que le quiero pedir a Banba… Felicidad. Alegría. — Los ojos se le inundaron y miró a su tía. — Una vez tuvimos un rayo de felicidad, una Banba, y un poco Taranis también, que llenó nuestra vida de canciones y dulces. — Miró a Marcus y le apartó los rizos de la frente. — Sobre todo de dulces. — Le extendió la mano a Molly para que le diera el candelabro. — Diosa Banba, dale alegría a los míos. Mi gran familia irlandesa y americana, mis Gallia, mis O’Donnell ingleses… Música y dulces siempre que puedan. Alegría y felicidad para ser capaces de caminar por encima de la tristeza cuando venga. Porque es lo que quiero para todos nosotros. Porque es lo que Janet Gallia hubiera querido. — Volvió a mirar a Vivi y dijo. — Anda, ven aquí, tata. — Y juntas, de la mano encendieron la vela. — A bandia Banba. — Y se abrazaron, con la vela ya encendida. — Tú tampoco te vas a librar de mí. Y es imposible echar de menos a tu madre estando tú aquí, pajarito. — Le dijo su tía. Ella la abrazó más fuerte. — Joyeux Noëll, tata. — Sintió cómo más gente se le unía al abrazo, la que más fuerte la abuela Molly, seguida de Lex, y oyó al abuelo. — Solo una mujer realmente sabia sabe que eso es justo lo que hay que pedir. —

 

MARCUS

Si el discurso y el momento de Nancy encendiendo la vela con sus sobrinos había sido emotivo, ahora llegaba el discurso de Alice. La escuchó enternecido y, por supuesto, orgulloso de tener a la mejor novia del mundo. Al igual que Andrew, había pecado de pensar que elegiría a Folda, pero, muy sabiamente, como notó su abuelo después, eligió a Banba, haciendo con ello el discurso más bonito que podía hacerse para una Nochebuena. Sonrió como un niño cuando le miró y le apartó los rizos, y los ojos se le llenaron de lágrimas. Se las limpió para poder ver el momento en que ella y Violet encendieron su vela, y cuando volvió a sentarse, la abrazó con cariño. — Te quiero. — Susurró, con el corazón en la mano y apretándola contra sí. La quería con su vida. No podía decirle nada que no fuera eso. Ya sería más elocuente cuando estuviera menos emocionado.

— Voy yo. — Dijo, alegre y también emocionada, Siobhán. Se puso de pie y les miró a todos. — Os voy a sorprender, pero no voy a elegir a una diosa, sino a un dios. — ¡Milagro de la Navidad! — Clamó Andrew, y todos rieron, incluso la propia Siobhán. — Mi deseo va para Nuada. — Marcus se removió, pero atendió al discurso, aunque se notaba inquieto por dentro de nuevo. No le había pasado con el discurso de Alice, pero sí con los de Nancy y Siobhán... los de las peticiones a Eire y Nuada... Bueno, si eran recuerdos de las reliquias, ya no le pasaría con el resto, y tampoco había sido para tanto. — Para que nos dé valor. Porque, efectivamente, tenemos un hogar precioso, y tenemos alegría. Pero, como ha dicho la prima Alice, la alegría es efímera. El hogar vive en nuestros corazones, pero... no siempre podemos estar juntos. Y necesitaremos valor para afrontar los momentos más difíciles. Para mantenernos unidos, para buscarnos. Y que recordemos que no combatimos solos, porque Nuada era fuerte, sí, pero tenía a todos sus guerreros con él, a toda Irlanda, y a los dioses ayudándole. Valor para lo que tengamos que enfrentar, y humildad para aceptar la ayuda de los otros. — La chica miró a Nora. — Y si alguien entiende de todo lo que estamos diciendo aquí: de valentía, de humildad, de alegría, de familia y de Irlanda, es mi madre. — Le tendió la mano y la mujer fue como un globo de alegría junto a su hija. Tomó la vela y, juntas, la encendieron y dijeron. — A bandia Nuada. — Se abrazaron. — Te quiero, mami. Aspiro a ser como tú. — No iban a dejar de llorar en toda la noche. Nora se separó y puso las manos en su rostro con dulzura. — Pero, mi niña. Tú eres mucho más lista y fuerte que yo, vas a llegar tan lejos. — Siobhán sonrió y dijo. — Da igual dónde llegue. Siempre aspiraré a ser como tú. — Miró al tío Frankie y dijo. — ¡Ah! Y también pido a Nuada más valentía y humildad para los hombres, como la que ha demostrado Frankie. Que no nos tengan tanto miedo, que tenemos mucho que decir. — Sabía yo que un alegato caía... — Dijo Andrew, pero todos aplaudían mientras seguían secándose las lágrimas.

 

ALICE

Siobhán se ofreció a pedir a Nuada, que fue sorpresa, pero no tanto, y tuvo un precioso momento con su madre. Sí, Alice llevaba viendo eso años. Cada vez que mencionaba a Janet, la gente tenía necesidad de abrazar a su madre, y antes le molestaba un poco, pero de un tiempo a esta parte solo podía pensar que eso sería algo que a Janet le hubiera encantado, así que simplemente sonreía y admiraba el momento. Frankie tenía razón, las mujeres sabían estupendamente cómo superar cualquier escollo, demostrar amor y apoyándose las unas a las otras. — Sois una familia de valientes. Todos. Incluso los que creen que no lo son. — Dijo dándole en la barbilla a Marcus mientras le miraba con devoción.

Entonces, la tía Maeve se levantó con un quejidito e hizo un gesto para que le pasaran las velas. — Pues ya que los Ravenclaw me han dejado a Folda, voy a aprovechar. — Miró a sus hijos con los ojos brillantes. — Folda hizo que el conocimiento de Lugh no se perdiera gracias a la escritura y la historia. Ese era mi sueño mientras criaba a mis hijos en América, que nada se perdiera. Les hablaba de los dioses, las patatas, las canciones de la Isla Esmeralda… nunca sabiendo si algún día volveríamos todos juntos. Falta Tom, claro, pero él tiene su familia, es normal que no podamos arrastrarlo a todas partes como antaño. Pero, al final, he logrado traer a mis niños y a mis nietos conmigo a mi isla, y que todos vean de cerca lo que tantas veces intenté sembrar en su cabeza. — Miró las velas. — Así que le pido a Folda que ayude a mi familia a conservar y no olvidar este conocimiento, a pasárselo a sus hijos cuando los tengan. Que la isla viva siempre en sus corazones y su memoria aunque, como ha dicho Siobhán, no siempre podamos reunirnos aquí. — Cogió la varita y miró por la mesa. — Venid conmigo, mis niñas, como ha dicho vuestro abuelo. Todas y cada una de vosotras hacéis que nuestro legado viva. — Oye, nosotros… — Cállate, boquerón, no estropees el momento. — Regañó Junior a Fergus, mientras Sandy, Sophia, Maeve y las pequeñas iban a reunirse en torno a la abuela. — A ver, que yo oiga a todas mis niñas en gaélico a la vez. — ¡A BANDIA FOLDA! — Y el hechizo salió un poquito más fuerte de la cuenta e iluminó la habitación, pero al final no hubo desperfectos y todos rieron. Alice aprovechó y miró a Marcus, dándole un beso en la mano que agarraba. — Yo también documentaré todo lo que hagas, mi amor. Que nada de lo que estamos construyendo se olvide. —

 

MARCUS

El discurso de Maeve fue precioso y, de nuevo, conmovedor. Hasta ahora, exceptuando a Alice, solo habían hablado los irlandeses, y escuchar a Maeve, que siendo irlandesa llevaba tantos años viviendo en América y enseñando ese cariño a los suyos, como ella bien decía, era precioso. Le hizo gracia el intento de comentario de Fergus parapetado por Frankie, pero observó el momento sin dejar de tener los ojos llorosos ni de abrazarse a Alice. Susurró en su oído. — Cuando volvamos a Londres, vamos a ser los más pesados del mundo transmitiendo esto nosotros también. — Con un punto cómico, pero también emocionado. Y si hasta el propio Marcus estaba diciendo que iba a ponerse pesado...

Después del pequeño susto por la intensidad del hechizo, las palabras de Alice hicieron que la mirara con la ilusión de un niño. — Y yo lo que hagas tú. La mejor enfermera alquimista que verá la historia. — Y ya iba a ponerse grandilocuente con todos los tratados que cantarían sus alabanzas cuando una de las personas que estaba de pie aprovechó para tomar el testigo. — Pues ya que estoy aquí, gracias a mi abuela en todos los sentidos, si me dejáis, sigo yo. — Pidió Sophia. Las demás se sentaron y ella, emocionada, dijo. — Y, evidentemente, elijo al otro listo. — Hubo risas. Jason ya estaba llorando sonoramente, por lo que Betty le dio unas palmaditas en el hombro y dijo, condescendiente. — Venga, cariño, escucha a la niña. — Es que... es que... — Se limpió ruidosamente con la servilleta. — Y esta mañana... con su coronita... y ahora... y las velas... y es que... — Yaaa está, ya está. — Siguió su mujer, comprensiva. Sophia suspiró, aunque no perdió la sonrisa, y reanudó el discurso. — Mi abuela se ha encargado de darnos todo este conocimiento, y el deber de los jóvenes es... preservarlo. Como un tesoro, porque la inteligencia y el conocimiento son el mayor de los tesoros. Lugh tenía una llama blanca que preservaba la inteligencia y conocimiento eternos. — ¡Se lo sabe! — Gimoteó Jason escandalosamente, sollozando como si se hubiera muerto alguien. Nancy se inclinó para decir desde su extremo de la mesa. — ¡Se lo he enseñado yo, primo Jason! Es una excelente alumna. — Eso solo hizo que llorara más alto. Afortunadamente, con las palmaditas de los de alrededor, se calmó en unos segundos y Sophia pudo seguir. — Nosotros también lo legaremos a las próximas generaciones algún día, pero al fin y al cabo, tenemos que valorar que, si lo tenemos, si es eterno, es porque nos ha sido legarlo. Hay que saber mantenerlo: iniciar algo es fácil, mantenerlo es lo complicado. El conocimiento tiene un valor incalculable, y gracias a él, puede llevarnos a sitios, a situaciones... como esta. — Tomó la vela correspondiente. — Deseo que la llama del conocimiento nunca se apague. Sea la medicina, el quidditch, la alquimia, la historia, las criaturas, los hechizos, la aritmancia, la construcción, los negocios o la cocina. La enseñanza, por supuesto. Lo que sea. Que nunca se apague, que nos iluminemos los unos a los otros, que siempre queramos aprender los unos de los otros. — Encendió la vela diciendo. — A bandia Lugh. — Y todos disfrutaron, emocionados, del momento, y Marcus estaba ya esperando a que su prima se sentara para ponerla por las nubes por tal alegato al conocimiento eterno cuando Violet, limpiándose las lágrimas, dijo. — Te has olvidado del periodismo, pero te lo perdono. — Hizo un gesto con la mano. — Al fin y al cabo, seré yo la que coja los conocimientos de todos y los difunda sin compasión por ahí. — Y la familia volvió a echarse a reír.

 

ALICE

Sonrió en cuanto vio a Sophia levantarse. Aparte de la emoción (un pelín desbordada en el caso de Jason) que causaba el mero hecho de hacer aquel deseo, y más con Lugh, a Alice le emocionó especialmente ver a la chica hacerlo, porque el tiempo que pasaron en América no parecía especialmente inclinada hacia su procedencia irlandesa, y aunque los tíos no lo dijeran nunca, a ellos les hacía muy felices que sus descendientes conectaran con ese lado de ellos, aunque ya no fueran a moverse de Nueva York. Agarró la mano de la chica y la estrechó, emocionada, mientras Vivi servía a Jason un poquito más de hidromiel. — Venga, venga, rehidrata que te secas cada vez que ves a tu niña. — Y cuando se sentó, solo dijo. — Es un deseo tan Ravenclaw, que ahora me da mucha más rabia que no estuviera en Hogwarts con nosotros. Lo hubiésemos pasado TAN bien. — Los tres rieron y Sophia cogió su copa, para que brindaran los tres. — Por el águila y la serpiente, siempre hacen buena combinación, sea como sea. — Les dijo guiñándoles un ojo, y entre risas, bebieron. Se sentía más feliz que hacía mucho tiempo.

Mientras su tata debatía falsamente con Andrew y Cerys la importancia del periodismo más allá del chisme, oyó unas risitas y un arrastramiento de sillas un tanto atropellado. — ¡BUENO! ¡Shannon y yo tenemos un deseo! — Dijo Niamh. — Lo que habéis tenido es hidromiel de más. — Dijo Ginny entre risas. — Las madres pueden permitirse un poco de alegría, ¿no os parece? — Contestó la afectada, con las mejillas rojísimas, mientras Shannon no paraba de reírse y ocultar la cara como una colegiala. — Como solo quedan Taranis y Ogmios, y nosotras de Ogmios no tenemos nada, pues hemos pensado que eso, que le pedimos a Taranis. — Y otra vez les daba la risa floja, contagiándosela a los demás. — ¡A ver! ¡Que sabemos lo que queremos pedir! — Cortó Shannon, aunque ella seguía riéndose. — Sabéis que los Hufflepuff y los Pukwudgie no queremos acumular nada, así que sabréis entender cuando pidamos… abundancia. — Ruari le pasó el candelabro a su mujer y redirigió un poco su mano a la vela para que atinara. — ¿Cuántas veces no hemos oído a los abuelos y los tíos, y bueno, a todos, hablar de las penurias que tantas veces ha pasado la isla? Frankie, Maeve, ¿cómo os fuisteis a América hace ya tantos años? — Los mencionados parpadearon emocionados. — ¡Es por vosotros, papi, mami! — Exclamó Shannon, talmente como una niña chica. — ¡Abundancia para nuestros irlandeses! — El discurso no está siendo el más hilado del mundo, pero bueno, nunca había visto a la tía Shannon así tampoco. — Dijo Fergus, haciéndoles reír. — Taranis tenía un caldero… El caldero de… — Dagda, mamá. — Contestó uno de los gemelos, lo que tornó la expresión de Nancy del casi enfado al orgullo. — Ese caldero hacía que nunca faltara la comida en Irlanda. ¡Y mirad esta mesa! ¡Y cuántos se han ofrecido a prepararla y aprender sus recetas! ¡Que Taranis nos dé abundancia para todos los que nos sentamos a ella! Y los que estén por venir… — ¡Uy, calla! ¡Yo con cuatro me planto! — Intervino Shannon, haciendo que todos estallaran de risa. — ¡Que ya, mujer! ¡Pero otros igual quieren! ¿No? — Y más risas, y Ruairi casi tan rojo como su pelo. — ¡Bah, paso total de vosotros! — De nuevo, la mano de Niamh fue redirigida por su marido. — Por un caldero inagotable para esta familia. ¡A bandia Taranis! — Dijeron las dos a la vez, volviendo a tirarse a las sillas justo después, sin dejar de abrazarse y muertas de risa.

— Definitivamente, la tía Shannon necesitaba Irlanda para soltarse. — Bromearon Sophia y Frankie. — Ya era hora de que me hicieras hacer de hermano mayor gruñón que te prohíbe beber. — Bromeó George. — ¿Eh, Jason? — ¿Qué? — Respondió el otro, que estaba a lo suyo, poniéndole acebos de los de adorno de la mesa en el pelo a Betty. George se frotó la cara. — Si es que siempre he estado solo en este barco de hermano mayor vigilante y protector, entre que uno ni atiende y la otra, como salta a la vista, casi no probó ni el champán de su boda… — Y Maeve se rio tan fuerte que se echó a llorar, y George se apoyó sobre ella. — Ríete, ríete, Maeve, pero sabes que es cierto. Cuando Maeve se quedó embarazada la primera vez, le dije: “quiero que sea niña, quiero una hermanita, que ya tengo a Tom.” ¿Y qué me llevé? Un Jason. Y cuando por fin tengo la hermanita, la niña no me necesita para nada, no se porta mal jamás, y se casa con el médico más bondadoso de Nueva Jersey. Ni a amenazarle me dio lugar. No le dejan a uno. — ¡Awwwww, papi! — Saltó Sandy, pero todos estaban muertos de risa y adorabilidad, y Alice le susurró a Marcus. — Irlanda nos cambia a todos, eh… —

 

MARCUS

— ¡La mejor de las combinaciones! — Celebró junto a Alice y su prima, brindando y riendo con ellas, y luego dejó un beso en la mejilla de su novia, porque por qué no. Estaba feliz, estaba en el mejor de los escenarios posibles para él. También aprovechó para comerse otra moneda de chocolate. — Uyyy. — Dijo Lex, riéndose, y Marcus cayó entonces (ya cuando la estaba masticando) en que aún no había salido ningún duendecillo y las probabilidades de encontrarlo eran cada vez más altas. Menos mal que no lo había pensado al cogerla, no estaría disfrutando del chocolate tan tranquilo en ese momento.

Abrió mucho los ojos y compartió una mirada divertida con Alice cuando vio a Niahm y Shannon levantarse juntas con ese nivel de... "hidromiel de más", como decía Ginny. Las animó desde su sitio y rio con emoción por lo que estaba por venirse, pero de repente sintió una especie de abismo en el pecho muy fugaz que le hizo parpadear cuando mencionaron a los dos dioses que quedaban. Claro, quedaban dos velas... pero no había contado con Ogmios como uno de ellos, y al oírlo... En fin, él también llevaba encima hidromiel de más. Se centró en el discurso y estaba ciertamente entregado al mismo, tanto que, aunque rio por lo bajo, le lanzó una miga de pan a Fergus por meterse con su tía. Ahí había casi más riesgo de incendio que cuando pronunciaron el hechizo varias a la vez, porque el encargado de redirigir era Ruairi y tampoco es que fuera el más preciso del mundo, y las risitas de su mujer le tenían distraído. Eso sí, el discurso a él le pareció estupendo y aplaudió agradecido por el deseo, lo que hizo a Lex reír. — Gracias por pedir por comida infinita. Habéis hecho feliz a mi hermano. — Para que veas. No tendría sentido pedir por quidditch infinito. — Se burló de vuelta, aunque hizo reaccionar más a Frankie y Nancy que al propio Lex, que solo con picarle ya sentía su necesidad cubierta.

Hablando de hermanos, no pudo evitar que la reflexión de Georgie le produjera ternura y le hiciera gracia a partes iguales. La hidromiel haría lo suyo, pero es que sus parientes estaban especialmente divertidos esa noche (y todos dejándose llevar también un poquito por la hidromiel), por no hablar de lo feliz que estaba. — Desde luego. — Confirmó el comentario de Alice, pero poco después, se fue generando una especie de silencio expectante en el que todos se miraban con todos. Era como si nadie supiera muy bien qué estaba pasando pero, a la vez, todos supieran perfectamente a qué estaban esperando. — ¡Bueno! — Rompió el silencio el tío Cletus. — ¿Es que no hay ninguna voluntaria para pedirle el deseo a Ogmios? — Y entonces, volvió a sentir una sensación extraña en su cuerpo, esta vez como si la mente se le nublara, y le pareció percibir que todos los ojos le miraban a él. Parpadeó con fuerza y, al hacerlo, se dio cuenta de que no, de que las miradas seguían paseando entre unos y otros con risillas de fondo. ¿Por qué iban a mirarle a él? Había quedado claro que aquella tradición iban a hacerla las mujeres ese año, y él no lo era... En fin.

— Es que... — Empezó, pensativa y comprobando su alrededor, Nora. — Parece que ya ha salido una representante de cada casa ¿no? — Miraron a todas partes y, en plena comprobación, Saoirse mayor juntó las manos y dijo. — ¡Ay, no! Quedas tú, Erin, hija. — ¿Yo? — Se espantó la otra. Miraba a los lados pero no encontraba rescate. — Yo... no... Em... Ya ha salido Alice ¿no? — Pero Alice iba por la casa de Arnold y Emma. — ¿Y esa no es la mía también? O sea, quiero decir, la de mis padres. Y Vivi ha salido con ella. — Por el temblor con el que respondía, parecía que la estuvieran acusando de asesinato. Violet suspiró y se asomó por su lado. — Déjalo, Saoirse, le pediría a Ogmios no morir mientras da el discurso. — Erin chistó, dándole en la mano. — ¡Que no! Si yo... lo haría encantada... pero... — Amelia, podrías hacerlo tú. — Resolvió Cerys, con su tranquilidad habitual, pero con una sonrisa, saliendo al rescate de Erin, que ante la propuesta y sin saber aún si iba a ser aceptada la resolución, respiró tan aliviada que parecía un globo soltando el aire. — Ogmios era el padre de todos nosotros. — Una imagen apareció como un fogonazo en su cabeza, un microsegundo, menos que un parpadeo, pero le puso el corazón en la garganta. Eran unos ojos amarillos mirándole fijamente, como si estuvieran justo ante él, un pico amenazador entre ellos y brillantes plumas. No duró nada, pero lo suficiente para desconcertarle. Pero todos estaban escuchando a Cerys, por lo que su momento de desubicación no fue percibido por nadie. — ...A ti estamos aquí. Cletus ha hecho el de inicio, y tú puedes hacer el de cierre. Yo creo que sería perfecto. — Y todo el mundo se unió fervientemente a la moción de Cerys, de cuyo discurso Marcus estaba seguro de haberse perdido un fragmento.

— Uy... — Dijo la mujer mirando a todos con una risita, un tanto sobrepasada. — Yo no esperaba esto ¿eh? — Todos rieron, pero ella se levantó y tomó la vela que faltaba. — Bueno... Ay, no sé, no me lo había preparado ni nada. Ogmios es más Cletus, yo solo soy una humilde Hufflepuff. — Todos rieron de nuevo, Cletus más sonoramente, mientras su mujer le acariciaba la cara con cariño. — Pero bueno, lo intento. Gracias por el honor, Cerys, hija. Bueno, y a todos por estar aquí. Ogmios al final fue el más poderoso, Irlanda en una sola persona y todos los dioses y todos nosotros en él. Cuando una llega a ser... Bueno, como la persona de referencia de la familia, la mayor, la que tiene aquí a todos sus hijos... se siente un poco en la responsabilidad de estar siempre ahí para ellos, de no defraudar. Yo creo que Ogmios sentía ese peso sobre sus hombros. — Pero más hombre Slytherin y menos mujer Huffie. — Puntualizó Siobhán, a lo que tuvieron que darle la razón entre risas. — Sí, un poco sí, supongo. — Retomó Amelia mientras reía. — Pero... durante muchos años... Siempre os hemos tenido, pero también vivido con el miedo de... no volver a veros. — Dijo mirando a Molly, Lawrence, Frankie y Maeve. — Y... no estando nuestros hermanos ni nuestros padres... uno se siente a veces... un poco solo. — Alzó las manos. — ¡No estamos solos! Me refiero a... solos en la responsabilidad. Solos en esta generación. Solos en esta etapa de la vida que ya es la última, porque esta avanza y avanza, y vienen personas nuevas, y verlas es maravilloso... pero sabemos también que algún día avanzará sin nosotros. ¡No quiero ponerme triste! — Jolín, abuela, pues menos mal. — Dijo Ginny secándose las lágrimas y con voz de fastidio, y de paso señaló a Wendy, que estaba poniendo cara de niña pequeña con un puchero también. — Lo que quiero decir es que... esto es una responsabilidad, y llega un punto de la vida en que parece que es... como si la vieras desde otra parte, como si lo contemplaras todo. Como Ogmios nos contempa a nosotros. Así que lo que le pido es... — Encendió su vela. — Unión y continuidad. Que, estemos o no estemos, se asegure de que los sueños de los nuestros se cumplen, y que la familia sigue avanzando e incorporando cada vez más y más miembros. Y que aunque llegue un día en que, como a nosotros nos ha pasado, todos seáis poco a poco... el padre o la madre de todos, y veáis a vuestro grupo desde arriba, y podáis sentir esa soledad a veces... podáis sentiros como nos sentimos Cletus y yo también: felices. Orgullosos. De todos y cada uno de los miembros de la familia que hemos creado. — Prendió la vela. — ¡A bandia Ogmios! — Y, al estar las siete, las llamas refulgieron con más fuerza y una estela en espiral en forma del humo de las mismas se elevó e inundó la habitación, esfumándose en apenas segundos, pero dejándoles la esperanza de que todos sus deseos se cumplirían.

 

ALICE

Alice estaba escuchando a Amelia como si le fuera la vida en ello. Porque ella no se identificaba mucho con Ogmios, pero Amelia había logrado encontrar un punto en el que sí lo entendía. Esa soledad de la que hablaba, ese peso de cuando sientes que todo depende de ti. Alice lo conocía y lo conocía muy bien, y lo veía en los ojos, la sonrisa tranquilizadora y hasta las arrugas de cansancio de Amelia. Y sí, ella veía más nítido ese futuro que igual no era tan halagüeño como auguraba una Nochebuena tan feliz y llena de gente, pero con todo y con eso, ahí seguía, disfrutando de cada minuto, escogiendo su camino, el camino de disfrutar de lo que uno tiene y compartirlo con los demás. — Los tendremos, tía Amelia. — Dijo ella con un tono emocionado, ante la petición de la mujer. — Que Ogmios vele por ello. — Y con los ojos emborronados y acurrucada contra Marcus, observó el humo de las velas hacer su mágica reacción, confiando en el futuro que se habían prometido así. Eso había querido desde que conoció a Marcus, confiar en su futuro, y poco a poco, cada vez mejor, lo iban definiendo.

Los postres pasaron un poco más tranquilos, porque todos estaban un poco emocionados, pero enseguida los niños y los más fiesteros quisieron un poco más de jarana, empezaron a levantarse sin control, cambiarse los sitios, etc. Ginny puso música y Allison y ella se pusieron a hacer bailecitos con los niños, imitando animales, mientras Patrick, Rosaline, Saoirse y Cillian los iban adivinando. — ¡Bueno! ¡Empieza a faltar francesidad aquí! — Exclamó Vivi de repente. Y por allí aparecieron bailando unas botellas de champán que fueron muy celebradas. — ¡Por los O’Donnell-Lacey, sean de nombre o filiación! ¡Y por los siete! ¡Feliz Navidad! — Y Erin estaba tan contenta de estar ahí con su tata, claramente, que ni las imitaciones miraba. Se sumaron al canto de villancicos, y demostraciones varias de habilidades nada útiles en cualquier otro contexto que no fuera una cena de Nochebuena, como la habilidad de atrapar trozos de pastel en el aire, en la que Frankie y Andrew compitieron, o un hechizo que Emma no había comercializado pero que enseñó a todos que encantaba el champán para ordenarle cuánto echar a cada uno y que a su tía le pareció graciosísimo y quiso aprender inmediatamente. — Hoy hasta tu madre y la tata se van a llevar bien, eso sí que es un milagro de los siete. — Le susurró a Marcus.

Se lo estaba pasando divinamente así, y hasta volvió a imitar al joberknoll como en la noche del trivial, y el champán debía estar causando estragos en ella porque hasta contó la historia de cuando su padre la dejó en blanco y negro y su tata estaba muerta de risa. — Y la niña por ahí corriendo, porque es que no había quien la parara, sin color o con él, y mi cuñada: “¡NO DEJÉIS QUE LA VEA HELENA!”, porque es que se veía venir el drama de mi madre… Y esta tan tranquila, que quería irse al río y ni su primo André la cogía… — Y entre aquellas risas, oyó cómo la música cambiaba y Eillish y Cletus se iban a bailar al centro del salón, y Frank le imitó con una Shannon muy emocionada (de más, por la hidromiel). Ya estaba Jason haciendo un alegato lacrimógeno para instar a Sophia y Sandy a que bailaran con George y él, cuando Alice se levantó y fue hacia el abuelo y le extendió la mano. — Que no se pierdan las buenas costumbres. — El hombre rio. — En mis tiempos, los señores como yo, eran los que debían dar el paso de pedir. — Alice puso cara de superioridad. — Ya, ya, pero los tiempos han cambiado. ¿O esperabas tú tener una aprendiza? — Él rio y se levantó. — Toda la razón. — Y se fue a donde bailaban los otros a bailar con el abuelo. Cuando estuvieron ya en ello, Alice le miró y sonrió. — Prueba superada. — Él la miró extrañado. — Eso me dijiste el año pasado. Entonces no tenía nada claro, y ahora, gracias a ti, a la abuela, a los O’Donnell en general… Tengo claro que mi futuro está aquí con vosotros y que nunca me moveré de aquí. Ni de la alquimia. — El abuelo simplemente sonrió y dijo. — Pues menos mal, hija. Qué haría este anciano tonto sin su aprendiza. — Ella entornó los ojos. — Centrarse en su heredero. Pero a mí me gusta compartir. — Lawrence puso esa sonrisa sabia suya y dijo, misteriosamente. — Lo que Lugh sabe no sirve de nada sin Folda, hija. Que no se te olvide. —

 

MARCUS

Después de la comida y el momento emotivo, vino el inevitable jaleo que solo una familia tan grande y con tantas ganas de fiesta podía montar en Nochebuena. Estaba disfrutando y jaleando absolutamente a todo, y discretamente se hizo con una copa de champán voladora. — No tenía NI IDEA de que existía ese hechizo. — Respondió al comentario de Alice, quizás un poquito más alto y entusiasmado de lo que cabría esperar. — Ese lo ha tenido que crear con mi padre. Ahí hacen falta cálculos de volúmenes y demás. ¿Te imaginas? ¿Copas inteligentes? — Y se llevó la suya a los labios pero, para su desconcierto, por más que la inclinaba no le caía en los labios el líquido que creía que aún tenía. La miró extrañado y, al verla vacía, buscó a su madre con la mirada, que le devolvió una sonrisita de superioridad. Chistó y alzó los brazos. — ¡En Nochebuena no vale! — ¡¡TÍO!! Cuidado, hombre. — Clamó Andrew a su lado, con varias risas a su alrededor. Al parecer, al alzar los brazos, uno de ellos con la copa de champán, había rociado líquido a todo el mundo. Volvió a mirar extrañado. ¿¿Pero no estaba la copa vacía?? Emma se reía entre dientes en la distancia, así que la miró con inquina, soltó la copa en una superficie cercana y dijo con expresión de niño enfadón. — No me gusta este hechizo. —

— ¿Tú no imitas? — Le preguntó Sophia, muerta de risa, pero Marcus, que también estaba llorando desternillado con las imitaciones de los demás, negó con la cabeza. — Lo mío son los juegos mentales. Yo adivino. — Y más reían, y esas risas solo se intensificaron más y más cuando Alice empezó a contar la historia de que su padre la había dejado en blanco y negro. — Es un hechizo divertidísimo que usé para una fiesta de Halloween en Hogwarts y fue todo un éxito. Parecía un fantasma de verdad. — Pero entonces la música cambió, y Marcus observó emocionado cómo Alice y su abuelo bailaban juntos, y cómo, poco a poco, los más mayores se unían a los más jóvenes. De hecho, su padre había ido hacia una emocionadísima Molly para sacarla a bailar, aunque más que bailando el hombre intentaba moverse en el intenso achuchón que le daba su madre, como quien trata de zafarse de una boa constrictor, aunque se estaba riendo bastante.

Él ya tenía claro cuál iba a ser su siguiente paso, pero antes, se acercó a Lex, que también se había quedado un tanto solo entre tanta pareja de baile. — Voy a sacar a bailar a mamá. Cuando papá termine de bailar con la abuela, pídele que baile contigo. Le va a hacer ilusión. — Su hermano le miró poco menos que como si estuviera loco. Marcus respondió con obviedad. — ¿Qué? ¿Acaso no están Erin y Violet bailando juntas? — Erin y Violet son novias. Yo no soy novio de papá. — No seas mendrugo, Lex. ¿Y yo de mamá sí? — Se encogió de hombros. — Solo digo que los bailes no tienen por qué ser entre hombres y mujeres si las parejas tampoco tienen por qué serlo ¿no? Yo tengo novia, yo saco a mamá. Tú tienes novio, tú sacas a papá. Si Kyla bailó en la graduación con la señora Granger, tú puedes bailar con tu padre en Nochebuena. A ellos les va a gustar bailar con nosotros se lo pida quien se lo pida, y para nosotros... es lo más lógico, ¿o no? — Lex le miró unos instantes, pero luego soltó un suspiro de resignación y dijo. — Te aprovechas de que estoy contento y un poquito borracho. — Marcus asintió enérgicamente y con una sonrisita infantil, y allá que fue su hermano a hacerle caso. Bueno, o a revolotear cerca de su padre y Molly a esperar a que terminasen para hacerle caso.

Hizo una pomposísima reverencia que sabía que sería recibida con un suspiro por parte de su madre, pero los dos acabaron riendo y saliendo a bailar. — Ya habías bebido suficiente. — Dijo Emma nada más empezar, y Marcus puso una comiquísima expresión sorprendida. — ¡Emma O'Donnell dando explicaciones de su conducta sin que se lo pida nadie! — Es que es cuando me las piden cuando no me da la gana de darlas. — ¡Wow wow! No soy el único que ha bebido. — Su madre se echó a reír. Era elegante hasta cuando reía a carcajadas, y tenía una risa muy bonita, para los pocos afortunados que la hubieran oído en su plenitud. Él era uno de esos afortunados. La recordaba mucho reír cuando era pequeño, sus tonterías le hacían verdadera gracia y se reía mucho. De ahí que él no tuviera la imagen de casi terror que todos tenían de ella. Sonrió. — Te veo muy feliz en Irlanda. — La mujer no perdió la sonrisa pero arqueó una ceja. — Todos parecéis muy sorprendidos por ello. — A ver. — Expuso, entre risas. — Reconoce que el caos de asientos, la gente volando por los tejados para poner guirnaldas, los mooncalfs fugados y ese tipo de cosas, no son precisamente el estilo con el que se te asociaría. — La mujer hizo una caída de ojos y, con un suspiro, bromeó. — Lo único malo de todo esto es que ahora tengo que volverme a Inglaterra con un marido con un forzadísimo acento de pueblo irlandés. — Marcus soltó tal carcajada que hasta hizo girarse a los que les rodeaban, lo que provocó que Emma le mirara entre sorprendida y con reproche, y con las mejillas ruborizadas. — Wow, hola, Lex. — Te estás pasando de graciosillo. — Y ya sí que le dio tal risa que se dobló sobre sí mismo, por supuesto dejando de bailar, y lo mejor es que a su madre se le pegó el ataque. — ¡Vaya! Y yo perdiéndomelo. — Se quejó Arnold, pero fue pararse el hombre en su danza con Molly y Lex prácticamente se le lanzó encima. — ¡Papá! ¿Bailamos? — Molly soltó un gritito emocionado y empezaron a brotarle lágrimas como si aquello fuera un manantial, pero Arnold se había quedado de una pieza. — Pero sin llorar. — Requirió Lex, pareciendo el niño huraño de siempre. Eso no ayudaba al ataque de risa de Marcus y Emma.

Después de los bailes se volvieron a distribuir caóticamente entre sí. Marcus y Alice acabaron en un grupo bastante heterogéneo formado por Wendy, Edward, Arnold, las dos Maeve, Brando, Ada y Pod, jugando a un juego difícil de catalogar porque no tenía normas, era básicamente hacer muchas tonterías y rodar por el suelo (bueno, la tía Maeve se reía a carcajadas desde una silla, porque después de un rato en el suelo hubo que levantarla entre varios y sus hijos le prohibieron volver a descender tanto). De repente y sin verlo venir, Jason apareció con uno de los calderos de monedas de chocolate que ya tenía poco menos de la mitad y, en un exagerado tropiezo con la alfombra que Marcus apostaría su vida a que fue fingido, las lanzó todas por los aires, provocando una lluvia de monedas que dio como resultado cuatro monedas duende que, al contacto con la marabunta de manos en el suelo, salieron corriendo y gritando despavoridas. Uno de los duendes, confuso y enfadado, fue a darle un bocado a Georgie en el tobillo, mientras el hombre charlaba tranquilamente con Arthur cerca de allí. Se hubieran lamentado más de su suerte si no estuvieran tan ocupados en morirse de risa.

— ¿Dónde está Frankie? — Oyeron entonces preguntar a Ginny, que daba vueltas sobre sí misma con tres enormes copas en la mano que Marcus se preguntaba cómo estaba sosteniendo sin magia. — Estoy aquí, hija. — No, tío Frankie, cariño. Tu nieto Frankie Junior. — Apuntó. Todos empezaron a mirar a los lados, y Marcus frunció el ceño. — ¿Y Lex? — Su hermano tampoco estaba, pero Ginny seguía con su preocupación. — ¡Me tiene media hora dándome vueltas con el cóctel que quiere y ahora desaparece! — Pero, como invocados, aparecieron los dos muertos de risa por la puerta... y no venían solos. — ¡Hijo! ¿Qué haces aquí con todos los animales? — ¡FELIZ NAVIDAD! — Gritaron los dos, y tras ellos, Elio, Cordelia y Paracelso salieron volando e intentando buscar, en plena confusión por el paseo, a sus respectivos dueños. Noora iba recolgada del cuello de Lex como una bufanda, y tanto ella como Elio portaban sendas pajaritas rojas en sus cuellos que sus dueños le habían puesto mientras estaban en casa. Lánguidamente y como si aquello no le interesara lo más mínimo, se coló entre los pies de los chicos la Condesa, con unos cuernecitos de reno que, a juzgar por la expresión de su cara, no le agradaba mucho llevar puestos. — ¡Mírala! La alegría de la huerta, como su dueña cuando me ve. — Clamó Violet señalando a la gata. Marcus se reunió con su polluelo en el aire. — ¡MI ELIO! ¡FELIZ NAVIDAD! — Y le achuchó como un niño a un peluche. Sí, estaba un poquito bebido. — ¿Pero qué hacéis con los animales aquí? — Preguntó Betty, pero el efecto que originó en los niños fue el que cabía esperar, porque todos empezaron a saltar alrededor de Ruairi y Martha. — ¿¿PODEMOS TRAERNOS A LOS DEMÁS PORFA PORFA PORFA?? — Sí, hombre. — Contestó rápidamente Ruairi. — Las lechuzas y los gatos no duermen de noche. Como yo despierte a cualquiera de los míos... — ¡Wen! ¡Tráete a Ginger! — Clamó Lex, pasando por encima de todos los comentarios y haciendo que Marcus lo mirara anonadado. — ¡Voy! — Ni tiempo dio a parapetarla, la chica había salido ya corriendo. Ginny, aún cuajada en mitad de la sala, la miró salir sin dar crédito. — ¿¿Has dejado a la cría sola en casa?? — ¿Tú la ves aquí? — Respondió con obviedad Siobhán. — No, como tampoco nos veíais a nosotros pero no veo a nadie llamando a la policía mágica. — Se quejó Frankie, a lo que luego alzó los brazos con dramatismo. — ¿¿Cómo es que habéis tardado tanto en reparar en nuestra ausencia?? ¡Que hemos ido y vuelto de la casa andando! — Pero ya había tantos focos dispersos de conversaciones, más aún con el revuelo de los animales, que se tuvo que quedar con las ganas de recibir respuesta.

 

ALICE

Desvió la mirada hacia Marcus bailando con su madre, lo cual era un espectáculo de elegancia, parecía que habían nacido justo para ello. — Tendrías que haberla visto de novia. Era impecable. — Ese comentario del abuelo, mirando a Emma, hizo a Alice sonreír. — A veces me cuesta imaginarla. Es como si siempre hubiese sido una gran señora perfecta. — Larry rio. — Fue también una novia emocionada en su día. Pero muy distinta a tu madre, desde luego. — Ella le miró. — Ahora… bailaba contigo y me acordaba de ella. Cuando le pedí bailar en su boda, la pobre se echó a reír, porque decía que no podía bailar apropiadamente con aquella barriga, y justo ahí estabas tú… — Alice notó cómo las lágrimas acudían a sus ojos. — Qué feliz sería de verte así, Alice. — Ella ladeó la cabeza. — Lo será cuando haya logrado algo. — Ya lo has logrado. — Respondió el hombre muy rápido. — Desde el primer momento, Alice, ella quería que fueras feliz. No una alquimista, no una esposa, una enfermera famosa… Solo feliz. Y yo creo que lo eres. — Y con aquella sonrisa acuosa, Alice asintió, y siguieron bailando. Pero un gritito les sacó de la burbuja. — ¡AY MI NIÑO! ¡QUE VA A BAILAR CON SU PADRE! ¡Y LUEGO CON SU ABUELA, CLARO QUE SÍ! ¡PORQUE ES LO MÁS BONITO! ¡Y CON SU ABUELO! — ¿En qué me han metido? — Preguntó Lawrence confuso mientras veía a Marcus y Emma partirse de risa. — ¡MIRADLES! ¡MIRAD QUÉ BONITO! ¡LO MÁS BONITO! ¡VIVI, HIJA, UNA FOTO, UNA FOTO DE LAS TUYAS! — No se iba a arrepentir poco Lex.

Estaba metida de lleno en el juego con los niños y los abuelos, tirada por los suelos con las Maeves y con Brando tirándose encima de ella, cosa que parecía hacerle mucha gracia. Y tan metida estaba que no se enteró de que Frankie y Lex habían desaparecido hasta que aparecieron… con aquel pandemonio de animales. Iba a hacerle fiestas a Elio, que justo llegó a los brazos de Marcus, cuando reparó en que su Condesa estaba allí, y no solo había acompañado a Lex, sino que se había dejado poner unos cuernitos. — ¡Pero, Condesa! — Contestó con un leve maullido y, sin correr (ella nunca corría), se aproximó a ella y se colocó en sus brazos, al lado de Brando, que, como buen niño irlandés, ni se extrañó de compartir sitio con un animal. — ¿Cómo habéis logrado esto? — Preguntó mirando a Lex, que rascaba la cabecita de Noora. — Creo que ha valorado sus opciones y ha decidido que era más fácil dejarse. — Vivi levantó una ceja y fue a abrir la boca, cuando Erin tiró de ella y dijo. — ¡Cariño! — Y le dejó un pico justo después, que dejó a su tía fuera de juego. — Me está vacilando lo más grande esta ya. — Se vivieron momentos de tensión a cuenta de Ginger, primero por las reservas de Emma y Eillish a que una cría de kneazle anduviera entre tantos animales, y segundo por la alarma de que estuviera solo en la casa, pero al final se convirtió en el alma de la fiesta, aunque las aves prefirieron mirar desde lejos.

La fiesta se alargó, pero Alice estaba agotada, sobre todo emocionalmente, y terminó por recostarse en el pecho de Marcus, con Elio rebotando por allí entre ellos, mirando al fuego, y haciéndose cosquillitas por los brazos distraídamente. — El abuelo me ha recordado antes lo más importante. — Dijo en una voz un poco más baja, girando la cabeza para mirar a Marcus. — Que somos felices, que eso era justo lo que mi madre esperaba de mí. — Besó su mano y vio cómo algunos empezaban a retirarse. — Y más felices que vamos a ser, aún queda mucha Navidad por delante. — Se levantó, empezando a recoger lo que tenía alrededor, pero le tendió la muñeca, para que viera la pulsera que él le había regalado hacía un año. Ahora que se acababa la noche, lo veía mucho más claro. — Ahí empezó todo, mi amor. Al menos para mí, supe que yo nunca podría amar a alguien como te amaba a ti. — Le acarició la mejilla y siguió hasta los rizos. — Ahora sé que lo haré para siempre. — Miró el reloj, que justo daba las doce y se acercó a los labios de su novio brevemente. — Feliz Navidad, mi sol. —

 

MARCUS

Elio revoloteaba alrededor de su cabeza piando con la felicidad de quien ve a su querido dueño despierto en sus horas de vigilia, lo cual no era habitual. Marcus estaba recostado en el sofá con Alice apoyada en su pecho, y seguía entre risas a su mascota con la mirada. — ¡Lo más bonito de la Navidad! — Le lanzó cuando el bichillo hizo una de sus piruetas, y entonces cayó en lo que acababa de decir y miró desde su posición a su novia. — Eres tú, claro. — Recondujo a tiempo. Bueno, que Alice era lo más bonito de todas las facetas de la vida de Marcus se sabía de sobra, pero es que Elio tenía un pedacito de su corazón ganado.

Escuchó sus palabras y sonrió, apoyando la cabeza suavemente en la de ella. El caos de la familia iba remitiendo poco a poco, algunos niños se habían quedado ya dormidos, extenuados, y empezaban a aparecer las primeras retiradas. Ellos no tardarían en irse, pero quería alargar aquello un poco más: allí, en la pequeña burbuja que habían creado, frente al fuego. — Mi abuelo es un sabio. — Amplió la sonrisa. — Y tiene toda la razón. — Era lo que él también deseaba por encima de todas las cosas, que Alice fuera feliz, y estaba convencido de que también era lo que Janet quería. — Muchísima. — Confirmó entre risas, y le buscó la mirada. — ¿Preparada para afrontar el día de San Esteban? Si no lo estás, no te preocupes, aún tienes un día en medio. La mala noticia es que ese día es el de Navidad. — Bromeó.

Acarició su brazo. — Creo que no voy a poder superarme con respecto al regalo de Navidad del año anterior, pero espero que te guste. — Al menos este día de Navidad va a ser indiscutiblemente mejor que el anterior, ni punto de comparación con pasar la Navidad con los Horner como hacían siempre. — Pero es que el año pasado sentía que era mi última oportunidad de conquistarte. Tenía que currármelo mucho. — Siguió con tono bromista, aunque no iba exento de verdad. Besó la muñeca de Alice cuando la alzó para, precisamente, mostrar su regalo del año anterior. — Ahí empezó todo... La Nochebuena para nosotros siempre va a ser una fecha aún más especial. — Si ya había sido siempre (junto con su cumpleaños) su día favorito del año, desde el anterior había ganado tantos puntos que iba a ser muy difícil de superar. Justo habían dado las doce, así que correspondió su beso y amplió la sonrisa. — Feliz Navidad, mi luna. — Respondió a su caricia. — Y, a diferencia del año anterior, este sí puedo decírtelo. Este y todas las demás Nochebuenas y días de mi vida. — Sintió la emoción que había sentido en su pecho el año anterior, pero sin la quemazón de tener que guardárselo para sí, y lo dijo. — Te quiero, Alice. —

 

ALICE

La despedida había sido preciosa, la noche perfecta, pero, mientras se iban a casa, sabía que su noche no había terminado. Dejó que Marcus subiera con los demás. Tenía las manos heladas, porque solo Merlín sabía dónde había dejado los guantes, y se sentía absolutamente agotada, pero dentro de ella tenía la determinación de dejar lo que tenía en mente hecho. Era como una correa que tiraba de ella, como si fuera lo más importante que tenía que hacer.

Siempre se había preguntado a qué hora se levantaba su madre el día de Navidad para tener listas las galletas cuando se levantaban a abrir los regalos, y la respuesta claramente era: las dejaba listas el día anterior. Pero, cuando su madre las hacía, ella era muy pequeña y se iba a la cama corriendo según terminaba el jaleo de Nochebuena, deseando que llegara el día siguiente. Cuando su madre faltó, su abuela las hizo un par de veces, y ella alguna otra para Dylan, pero siempre se juntaban con la hora de comer, más bien, porque se ponían a hacerlas después de abrir los regalos y demás, o, como el año pasado, ella estaba en otras el día de Navidad. Pero este año, pensándolo, y tratando de calcular cómo aplicar la receta de las galletas de su madre para el triple de personas, llegó a la conclusión de que solo podían hacerse la noche antes.

Así que ella se hizo con los ingredientes, los escondió (para que nadie tirara de su harina o sus huevos si faltaban para la cena, y para que Molly no la atosigara, un poco también) y se hizo a la idea de que, cuando todos se metieran en la cama en Nochebuena, ella se iría a hacer las galletas. Y ahora estaba en la cocina, con solo la luz del horno y la campana encendidas, para lo llamar la atención, y el hechizo de su padre echado en toda la cocina-comedor, por si las moscas.

Realmente, hacer aquellas galletas tampoco tenía mucha ciencia, y ahí estaba ella, batiendo tranquilamente la mantequilla, cuando el olor de aquella mezcla le trajo ese recuerdo tan nítido de su madre haciendo aquello mismo y ella sentada en la encimera. Sonrió brevemente y susurró. — Tú deberías estar aquí. Encajarías como si nada, como si hubieras nacido en Ballyknow. Y con los americanos más, con el odio que le tienen a los Van Der Luyden… — Era la primera vez, en dos meses, que pensaba en aquella gente. No en Nueva York, en el dolor o el trauma de Dylan, no. En sus abuelos maternos, en Lucy McGrath, en Bethany, en ellos personalmente. Ni siquiera el ver a su familia americana le había hecho recordarlos, estaba tan ocupada con la investigación, Ballyknow, las comidas… Los Van Der Luyden no tenían cabida en un mundo feliz. — Así que esa era la clave. — Volvió a susurrar, como si hablara con su madre. — Son un boggart, se les mata con la felicidad. En un mundo en el que eres feliz… ellos no existen. Igual sus consecuencias sí, lo que han provocado… pero no ellos personalmente. Ya no existen… —

— Yo también hablo sola cuando estoy concentrada. — Dijo una voz desde el umbral. Alice pegó un salto y, al levantar la cabeza, vio a Emma allí. — Casi me matas del susto. — Ella le sonrió brevemente. — El año pasado estábamos en una situación parecida. O yo me tengo que anunciar mejor, o tú te tienes que acostumbrar a que yo aparezca así cuando te pones tan misteriosa. — Eso la hizo reír, mientras levitaba galletas recién hechas a bolsitas de tela rojas y doradas. — He creído prudente dejar esto hecho, porque tengo que hacer TANTÍSIMAS, que no hay otra manera. — Emma sonrió y se acercó, tomando el relevo de colocar las galletas ya hechas para que Alice pudiera meter más hornadas. — Deberías saber que la magia me despierta más que el ruido. — Le dijo su suegra. Ella rio. — Pues también es verdad. — Siguieron trabajando en las galletas, hasta que, para su sorpresa, Emma habló. — El año pasado estábamos en una situación relativamente parecida. — Alice asintió. — Y sin embargo, tantas cosas han cambiado… — Sé que lo hemos pasado todos muy mal. — Dijo ella. — Pero creo que, de corazón, empiezo a… ahuyentar la tristeza. De hecho, de un tiempo a esta parte, cuando entro en contacto con cosas que me recuerdan a mi madre, soy más feliz. Y antes… — Antes solo pensabas en cómo afectaría eso a tu padre. — Dijo Emma, tajante, pero sin dejar de trabajar. — Puede ser. Pero al final el recuerdo de mi madre me acerca a Dylan, me acerca a mi infancia, a la Navidad… Me acerca a ti. — Las dos se miraron. — ¿Sabes qué es lo más importante que ha cambiado del año pasado hasta ahora? — Preguntó Alice. — Olvídate de… el cambio de país, las cuarenta personas más con las que celebramos, o el hecho de que haya sido capaz de hacer esas bolsitas con alquimia… Por no hablar de que ya puedo llamarte suegra tranquilamente y todo eso… — Las dos se rieron. — Lo más importante es que, en este tiempo, he entendido que fuiste la amiga que más quiso mi madre. Y entiendo por qué. Y entiendo que, igual que el alma de mi hermano, las flores moradas o las galletas, tú me recuerdas muchísimo a ella. — Emma parpadeó, y aunque siguió trabajando con las galletas, vio sus ojos brillantes.

— Voy a traer a Cordelia. — Dijo de repente. Y desapareció en las sombras, para volver con su lechuza, que estaba bastante más grande que la última vez que la vio. Cogió una de las bolsitas y la ató a su cuello y, tras echarle una cantidad indefinida de hechizos protectores, le dijo en voz baja. — Ve hasta casa, descansa dos horas, seguro que queda comida en la lechucería del jardín, y sigue hasta Saint-Tropez. Ponte en la ventana de Dylan para cuando se levante. — La lechuza agachó la cabeza y Emma le dio una de las chuches de Darren. — Gracias, querida. — Y salió volando por la ventana. Ahora la que tenía los ojos brillantes era Alice. — Yo siempre voy a cuidar de lo que Janet dejó tras de sí. — Dijo Emma, sin dejar de mirar por la ventana. — Aunque ya sepas manejarte sola, y probablemente Dylan también… quiero que todas las Navidades penséis en ella, la honréis… La honremos. — Y cogió una galleta y le ofreció otra a Alice. Ella sonrió y las chocó. — Por las cocineras. —

Notes:

¿Os ha gustado nuestra tradición? Irlanda está llena de ellas, y sobre el papel siempre quedan emotivas y preciosas… pero a la hora de hacerlas nunca se cuenta con el caos de familias muy grandes llenas de niños y animales. ¿Cuál ha sido vuestra casa favorita? Nosotras no sabemos si quedarnos con la vaca suelta o la adopción forzosa del kneazle… ¿O sois más de la parte emotiva cuando le han dado al tío Cletus la corona antigua? Todo nos encanta y nos llena, así que os leemos, entre las risas y la emoción.

Por otro lado, sabéis que nos encanta la Nochebuena y no podemos evitar describirla con pelos y señales, y más esta que ha tenido tantísima gente reunida. En esta preciosa noche de emociones solo nos queda preguntaros por cuál de todas las tradiciones os decantáis. Nosotras, si pudiéramos, las implementaríamos todas en nuestras casas. Aunque sea veranito ¡Nollaigh Shona, lectores!

P.D: ¿quién ha notado el cambio en nuestro perfil? Ha sido sutil, pero que levante la mano el/la más observador/a por los comentarios.

Chapter 65: An Irish carol

Chapter Text

AN IRISH CAROL

(25 de diciembre de 2002)

 

MARCUS

Empezó a sonar una dulce campanita que, aún en el sueño, con los ojos cerrados y abrazado a Alice, le hizo sonreír. Pero lo que empezó como una dulce campanita fue intensificándose en sonido, cada vez más, y más, y más... hasta que, si bien seguía pretendiendo ser "dulce" en tonalidad, la intensidad era tan alta que todos los presentes en el desván botaron en sus colchones, y el sonido empezaba a sonar casi diabólico en el contraste con el susto que les estaba pegando el volumen para lo dulce que había empezado y pretendía ser. Era como un canto de sirena. — Hijos. Nuera. Sobrinos. Feliz Navidad. — Marcus tuvo que parpadear varias veces y con fuerza para que su cerebro entendiera que la que estaba en la puerta, con una sonrisa de suficiencia y la varita alzada (aunque ya había parado la campana), era Emma. No era el único descuadrado por la presencia.

— No te reconozco. — Se le escapó espontáneo, pero su madre simplemente amplió las comisuras y, con su rectitud habitual, dijo. — Me lo vais a agradecer en breves. — Hizo una caída de párpados. — Y sigue siendo más elegante que un cencerro. — Y apenas estaba terminando la frase cuando el suelo pareció que empezaba a temblar, como si viniera una estampida. Ni tiempo les dio a reaccionar, porque Emma, como un espíritu que se desvaneciera, suavemente se mimetizó con el umbral de la puerta y por ella entró el huracán Jason, gritando (como siempre) y detrás de una torre de regalos que, sin mirar siquiera (de hecho menos mal que Lex era un chico de rapidísimos reflejos y retiró a tiempo parte de su manta caída, porque hubiera generado un estropicio y estaba en el camino de pisarla) los lanzó de tal forma encima de sus hijos que uno de los paquetes pequeños le cayó a Sophia en la cabeza. — ¡¡PAPÁ!! ¡Qué vergüenza! — Se quejó Fergus, pero casi no se le escucha entre los gritos de júbilo del padre. — ¡¡MIS NIÑOS PEQUEÑOS FELIZ NAVIDAD COMO NO ME VOY A DESPERTAR YO PENSANDO EN MIS NIÑOS AY QUE HAN VENIDO LOS RENOS DE LA NAVIDAD MIRA CUÁNTOS REGALOS!! — ¿Y este cómo ha pasado todo eso por la aduana? Se sorprendió pensando Marcus, porque su cerebro dormido, por supuesto, lo primero que atinó a procesar fue una indignación a nivel personal.

Y aún no habían terminado. Claro, Jason tenía las piernas más largas para saltar de dos en dos los escalones y la vitalidad que los años de diferencia no concedían a Maeve, que fue la siguiente en entrar chillando como si quisiera que llegara a América la noticia. — ¡¡MIS NIETECITOS QUE LOS TENGO YO EN MI CASA HOY COMO CUANDO ERAN PEQUEÑITOS, FELIZ NAVIDAD!! — Se dedicó a darle muchos besos y, haciendo que a los tres les recorriera un escalofrío por el cuerpo, se giró a Lex, Marcus y Alice. — ¡¡Y MIS NUEVOS SOBRINOS QUÉ ALEGRÍA!! — Pero justo en el camino casi se choca con Molly, que había entrado detrás (claro, no se iba a quedar ella sin ser efusiva con la que su familia estaba liando), así que ahora tenían a dos señoras mayores peleándose por ver quién le hacía antes un agujero en la mejilla a base de besos. Intentaban atinar a responder a las felicitaciones cuando unas pompas de colores entraron flotando por la habitación, numeradas del uno al tres. Lex suspiró. — Alice, toca el uno. — Dijo con resignación, y cuando la chica lo hizo, la pompa explotó tímidamente y un paquetito cayó en sus manos. Marcus tocó el número dos, con idéntico resultado, y Lex el tres, porque claramente estaban ordenados por edad. — ¡Abridlo! — Se oyó la voz de Arnold desde el otro lado de la puerta. — El otro. Esto es un no parar. — Suspiró Lex, pero a Marcus empezaba a pegársele la ilusión navideña de semejante caos (y a agradecer, efectivamente, ser despertado por la sirenesca campana de su madre, porque le hubiera dado un infarto si se le cae Jason y su torre de regalos encima mientras duerme). Al abrir el paquetito, encontró en él una fotografía pequeña de él con su abuela Molly, riendo los dos, en la cocina, preparando el día anterior los calderos de monedas de chocolate. Su abuela se mostraba riendo a carcajadas, probablemente de alguna de sus ocurrencias, y él feliz, ayudándola con el chocolate.

Con una sonrisa emocionada en la cara, miró la fotografía de su hermano, y la expresión de cariño con la que este miraba la foto. En esta salía también muerto de risa junto a Frankie, que intentaba quitarle los cuernecitos a la Condesa de la cabeza y ponérselos a Arnie, y con Noora enredada en su cuello con una pajarita roja. — Quería que vuestro primer regalo esta Navidad fuera un recuerdo de la propia Navidad. — Dijo Arnold, entrando y acercándose a ellos. — Como entre tanto familiar divertido parece que estoy pasando bastante desapercibido... — Su comentario lastimero les hizo reír. — Os lancé una foto a cada uno mientras no os dabais cuenta. Tan felices. Para que siempre que la miréis, seáis felices otra vez. — Dejó un beso en la frente de cada uno y dijo. — Feliz Navidad, mis niños. —

 

ALICE

Estaba agotada. Si dijera que no, mentiría. Entre unas y otras se había acostado tardísimo, y ahora mismo se sentía en la gloria siendo abrazada por Marcus, solo podía desear que no les levantaran, que todo el mundo sintiera el mismo cansancio que ella y se quedaran una horita (o dos) más en la cama. Aún le quedaba para ser Janet Gallia, porque ella recordaba a su madre perfectamente levantada, con el gorro en la cabeza y una gran sonrisa cuando ella iba a ver los regalos. Sea como fuere, ese año, esa no iba a ser ella. El hechizo y la voz de Emma solo fueron suficientes para hacerla tener toda aquella reflexión, no para despertar sus neuronas, que solo hicieron su trabajo de verdad cuando Jason no le dejó otro remedio.

Estaba tan desorientada que ni las quejas de Fergus le llegaban bien, y solo devolvió en parte los cariños de las abuelas, mientras se frotaba los ojos y trataba de ubicarse. Antes de darse cuenta, había por allí flotando unas pompas con números y Lex tuvo que decirle a cuál darle, porque es que seguía atontadísima. — ¡Oh! ¡Esto tiene pinta de Arnie! — Noooo, han sido los renooooos. — Dijo la voz de su suegro, haciéndola reír. La pompita dejó caer en su regazo una foto enmarcada con Eillish, Shannon, Emma y George asomándose a ver el jamón glaseado, todos con los delantales, riéndose y con montón de encantamientos de cocina por detrás. — ¡Ohhhhh! ¡Pero qué detallazo, Arnie! — Dijo mientras miraba las de los chicos. El aludido ya se había apoyado en el marco de la puerta y mostró un gesto de falsa modestia. — Una fruslería, ya ves. — Qué mal se te da esto, querido. — Dijo Emma dejándole un beso en la mejilla con una sonrisa.

Justo entonces subieron despacito y con buena letra Frankie y Betty. — Madre mía, hacía unos cincuenta años que no subía a este sitio, Nuada bendito… — Rebufaba el hombre. — ¡Estas mujeres! Sube que te sube, y mi hijo, que es como un erumpent y arrasa con todo… — Entraron en el desván y preguntó apurado. — ¿Me he perdido lo de Sophia? — La aludida, que aun se estaba rascando el golpe, frunció el ceño. — ¿Qué mío? — Tu regalo lo hemos montado entre todos. A tu tío Dan le encantaría estar aquí, porque él ha sido el director de orquesta. Venga, ábrelo, cariño. — Reclamó Jason sobre ella prácticamente. Sophia lo abrió y salió, deshechizado para ser más pequeño, un maletín de doctora con muchísimas cosas. Los ojos no le cabían en la cara. — ¡Pero! ¡Pero aquí hay muchísimas cosas! — Claro, todo lo que una joven médica necesita. Cada uno ha puesto un instrumento, todos, tus hermanos, los abuelos, los tíos… Hasta el tío Tom y su familia mandaron los suyos de Seattle. — Alice corrió a verlo. — ¡Qué pasada! ¡Tía, vas a estar preparadísima! — ¡Es que no me lo puedo creer! — Insistía la chica, levantándose para abrazar a todos. — ¿Ahora puedo enseñar lo importante? — Dijo Junior. — ¡Tres trajes! ¡Tres! Y semejante colonia, es que lo voy a estrenar todo hoy mismo… — ¿En serio me habéis comprado una camisa igual que la de Junior pero tres tallas más pequeña? — Se quejaba Fergus, que a su vez, no soltaba ciertos libros y cuadernos, parecía que de enigmas mágicos, que le habían caído también. — Cariño, es que tu hermano con esos músculos es tres veces tú… — Decía Betty, conciliadora. Pero entonces Emma se acercó a ellos y carraspeó. — Los regalos de los O’Donnell están abajo, así que cuando queráis… —

Alice estaba deseando bajar al salón de Ballyknow y ver el árbol, aquel árbol antiguo y precioso, en aquel salón tan pequeño en comparación con el que tenían en Inglaterra, pero que tan bien les había acogido y tanto significaba para Molly y los demás, y… — ¿Son las galletas de Janet? — Dijo Lex en cuanto entraron en el salón y vio una bolsita encima de cada montón de regalos. Todos se giraron a mirarla y ella sonrió, más feliz de lo que se recordaba en mucho tiempo. — Y tengo dos cestas llenas para repartirlas a todos. — Dijo riéndose, y provocando las risas de los demás. — Esto sería el mejor regalo para Janet Gallia. Todos riéndonos en la mañana de Navidad. Y todo gracias a Emma, que ayer de madrugada se puso a ayudarme. — Dijo tendiéndole la mano. — ¿Y de dónde has sacado los ingredientes? Si no había tanta harina ni de lejos. — Reclamó Molly. Ella entornó los ojos. — El milagro de Yüle, supongo, abuela… — Contestó, con voz de niña buena, haciendo al abuelo casi atragantarse de la risa.

 

MARCUS

Más gente en el desván. Ya es que no se molestaba en quejarse ni mentalmente por estar siendo visto por medio pueblo y parte de América en pijama. Igualmente, estando abriéndose el regalo de Navidad de Sophia, no parecía que el foco de atención se fuera a centrar en la vestimenta de Marcus para la ocasión, así que se acercó a curiosear con ilusión infantil. — Cómo mola. — Suspiró viendo el maletín de Sophia, y ya iba a tomar buena nota de lo que había por allí por si algún día quería hacerle a Alice un regalo parecido. Estaba ojeando por encima de todas las cabezas cuando los comentarios de sus primos sobre sus respectivos regalos le hicieron reír. Se acercó a Fergus para mirar también ese libro de enigmas, pero su madre sugirió bajar, y lo cierto era que Marcus tenía tantas ganas del momento regalos que no puso ni media objeción a ello.

Había dispuesto milimétricamente los regalos, tratando de no mirar mucho el resto de cosas que había para llevarse la sorpresa de verlos todos juntos por la mañana. Con lo que no contó fue con la pequeña bolsita que había sobre estos, y ya iba a resaltar lo bien que olía en el salón sin pararse a pensar a qué se debía dicho olor cuando su hermano dio la clave. Abrió muchísimo los ojos. — ¿¿En serio?? — Y corrió hacia su bolsita, abriéndola para comprobar las galletas que estaban en su interior, y cerrando los ojos para aspirar el aroma dulce, que le hizo revivir recuerdos que le emocionaron en el acto. Con los ojos brillantes, miró a su novia, y sus palabras le emocionaron aún más. Apenas atinó a reírse con el comentario de su abuela, porque fue hacia Alice emocionado y le dio un tierno abrazo. — Es perfecto. Como tú. — Se separó de ella y volvió a oler las galletas, cerrando los ojos, notando humedecidas las pestañas. Alzó la vista al cielo y dijo con una sonrisita. — ¡Gracias, suegra! — Y ya si, le dio un besito a Alice. — Te quiero. Me alegro de que hayas hecho más, porque esta bolsita no me llega ni al desayuno. — Bromeó. Y, por supuesto, se quedó con la bolsita en la mano, como si fuera su tesoro más preciado.

— ¡Elio! ¡Feliz Navidad! — Dijo a su pájaro, que llegó revoloteando por allí y se le posó en el hombro, cotilla como era. — Tú deberías estar durmiendo. — Le picó Lex, pero Marcus rio. — Este no se pierde los regalos, y sabe que algo le va a caer, ya se irá a dormir luego. — Yo aquí lo que veo son muchísimas cosas. No me salen los cálculos. — Comentó su padre al aire, y fue decirlo y todas las miradas se fueron a Marcus, que estaba disimulando muy mal. No aguantó la presión ni dos segundos. — ¿Qué? — Hijo, ¿qué te tenemos dicho de pasarte con los regalos? — Preguntó Emma, a lo que Lex puso cara de obviedad. Marcus alzó las palmas. — Hay muchos bultos pero no son tantas cosas... — Luego tenemos problemas en la aduana. — Además... — Continuó, obviando la apreciación de su hermano. — Es el primer año que tengo un sueldo real. En qué mejor que invertirlo en mi fiesta favorita con mi amada familia y en un año tan especial como este. — Di que sí, cariño. — Menos mal que su abuela le reforzaba, aunque los demás no parecían muy convencidos, por lo que siguió excusándose. — Además, ha sido coyuntural. Cuando los veáis lo entenderéis. No iba a comprar tantos... — Pero los regalos se abalanzaron hacia ti y te amenazaron a punta de varita con que los compraras. — Bromeó su padre, levantando risillas crueles, pero él le miró mal y siguió, con tonito. — Pero ha surgido así. Podéis devolverlos si no los queréis. — Dijo muy digno, aunque estaba seguro de que eso no pasaría.

Se sentaron todos alrededor del árbol, ilusionados, mirando los paquetes por fuera intentando adivinar qué habría en su interior. Pero Marcus volvió a hacerse con el protagonismo. — Si me lo permitís... — Lex suspiró, pero él siguió a lo suyo. — Sé que lo mejor suele dejarse para el final, pero antes de que empecemos a abrir aleatoriamente regalos… — ¿Tienes que protocolizar hasta esto? — Cállate, que te quito el tuyo. Como decía, necesito dar ciertas explicaciones sobre los míos. — ¿Eso le dijiste a los guardas de la aduana? — Volvió a bromear Lex, pero se llevó un golpazo de su abuela en el brazo que seguro que le había dolido más a ella que a él. — ¡Deja hablar a tu hermano! — Gracias, abuela. Y para agradecértelo PRECISAMENTE Y COMO INTENTABA EXPLICAR. — Enfatizó. — El primer regalo va a ser para ti. — ¡¡OY!! — Y, oculto como se había esforzado en ponerlo, sacó una caja enorme de detrás de varios paquetes que causó revuelo y preguntas en el entorno. — Creo que te va a gustar. Y necesito que empieces tú antes que nadie. La mejor mujer de Ballyknow y gracias a la cual estamos hoy aquí. Feliz Navidad, abuela. — La mujer dio un gritito y un saltito en su sitio, y miraba la enorme caja con ojos ilusionados. La tuvo que arrastrar por el suelo para acercársela, porque una vez librada de los hechizos pesaba bastante. Molly rasgó el papel como si se estuviera deshaciendo de la maleza en mitad de la jungla, y la reacción fue, como Marcus imaginaba, de absoluta sorpresa.

— ¡¡¡AY NO ME LO PUEDO CREER!!! ¡¡¡ES IGUALITA A LA DE JUDITH!!! — ¿Qué es eso? — Preguntó extrañadísima Emma, observando la fotografía del cacharro que mostraba la caja. — Es un... — ¡¡¡AY MI NIÑO!!! — No se pudo explicar porque su abuela se le había lanzado encima y le iba a matar a besos y achuchones. Lex fue el que atinó a explicar. — ¡Un robot de cocina! ¡Qué fuerte, la abuela de Darren tiene uno! Eso hace de todo. Incluido un ruido que te quieres matar. — Y el chico cayó en algo de repente y le miró, con la mandíbula descolgada. — ¿¿A eso fuiste el otro día?? ¿Fuiste a la parte muggle de la ciudad? — ¡Sí! — Contestó casi enfadado, y librándose a lo justo del estrangulador abrazo de su abuela. — ¡Entre los guardias queriendo romper mis hechizos, vuestras preguntitas insistentes y TU CUÑADA, por poco me lo desveláis todo! — ¿Cómo que mi cuñada? — La mandíbula de Lex se descolgó aún más. — ¿¿Conociste a Eli?? — S... — Ni tiempo le dio a responder, porque Lex se cayó para atrás, deshecho en carcajadas. Marcus le miraba con inquina, pero al fin, su hermano consiguió decir. — Ahora entiendo que llegaras tan tarde. — Marcus soltó un gruñido, pero miró al resto y retomó su discurso. — Pues mis regalos sorpresa son un detallito de la parte muggle de la ciudad para cada uno. Solo que ya tenía comprados los vuestros, en teoría iba a por el de la abuela, que era el regalo potente. Pero la hermana de Darren me dio muy buenas ideas. — Y muy buena turra, imagino. — Siguió el otro, que seguía llorando de la risa. Suspiró. — En fin. Tenía muy claro tu regalo, abuela, y creo que la tía Maeve ha visto varios de estos en Nueva York, te enseñará a usarlo. Por lo que he visto en las instrucciones, puede batir, picar, sofreír... — ¡¡LO MÁS BONITO DE SU ABUELA!! — Y se le tiró encima otra vez. Mejor que continuara el siguiente.

 

ALICE

Por mucho que se imaginara las reacciones de su novio, siempre eran mejores. Ahora lo entendía mejor que nunca. Toda esa dedicación de su madre, tanto esfuerzo, todo merecía la pena por ver escenas como aquella que estaba viviendo. — ¡Lex, hijo! ¡Pero espérate un poco! — ¿FÉ? Ef fafa mí ¿no? — Contestó el chico ya con una galleta en la boca. Ella devolvió un beso a Marcus con una gran sonrisa y le acarició la mejilla. — Lo haré todas las Navidades si quieres, y haré más todavía. Espero que a todos les gusten tanto y sintamos a mi madre aquí. —

Elio se unió a la fiesta, justo a tiempo de darle apoyo emocional a un Marcus regañado por pasarse con los regalos. — Yo es que ya paso de intentar que modere los regalos, no lleva a ninguna parte. — Dijo rodeándole con amor por los hombros y meciéndose con él. — Ya le riñeron bastante en la aduana. — Y no pudo terminar de decir eso sin reírse. Y tuvo que aumentar cuando Arnold dijo lo de que los regalos se abalanzaron a él. A veces, ciertamente, lo parecía sin duda.

Alice no tenía ni la más remota idea de qué había comprado Marcus, así que se sentó y escuchó, porque siete años en Hogwarts le habían enseñado que, sí, Marcus O’Donnell hacía un protocolo y discurso introductorio para todo lo realmente bueno. Lex, siendo su hermano, aún no había pillado la onda, pero bueno, nadie es perfecto. Eso sí, cuando empezó el griterío de la abuela, hasta se asustó. — ¿Pero qué es? — Preguntaba confusa. Larry parecía más asustado aún que ella, negando con la cabeza. — No entiendo, nada… — Por fin, por encima de la siempre grandiosa reacción de Molly, Marcus y Lex (cuyo conocimiento en materia muggles empezaba a ser enciclopédico) explicaron lo que era aquello, y a Alice le costaba más todavía entender que un invento muggle pudiera hacer todas esas cosas sin estar hechizado ni nada. Cuando Lex dijo lo del ruido, ella se encogió de hombros. — A ver, si hace todo eso, qué menos. Y a las malas, un hechizo silenciador y… — ¡ES VERDAD! ¡PERO QUÉ LISTOS Y MARAVILLOSOS SON TODOS MIS NIÑOS! — Exclamó Molly dándole besos a ella también, ante la espantada mirada de Lawrence. Lo que no se esperaba es que, para todo eso, su perfectísimamente mago novio se hubiera ido a una barriada muggle y, ni más ni menos, se hubiera topado con la hermana de Darren. Conociendo a la parte que conocía de la familia, y por los comentarios que hizo Lex, lo que le sorprendía era que su novio hubiera salido vivo de aquel asalto, así que le recompensó con una caricia en los rizos. — Mi amor… Lo que no hagas por la Navidad… — Pero se tuvo que reír, porque Lex seguía partido de risa, y al final se lo contagiaba, y más estrambótica y charlatana se imaginaba a la tal Eli.

La abuela recibió un par de detallitos alquímicos del abuelo, por supuesto, y elegantes decoraciones para la casa, que discretamente Emma había notado que faltaban y que quedaban muy detallistas como regalo. Así que, cuando la abuela terminó, Arnold, que estaba secuestrado por el espíritu de la Navidad y de Irlanda, declaró. — ¡VOY A POR LO MÍO! — Lástima que no le estuvieran haciendo muchísimo caso, porque estaban demasiado intrigados con el artículo muggle. — Tienes que lograr que lo enchufemos a algún lado, Larry. — ¡Que no, mujer! Que ya lograremos los chicos y yo con una transmutación buena traer la… — ¿PUEDE ALGUIEN ATENDERME? — Bramó Arnie. — Yo te atiendo, querido. — Bueno, ya, pero es que voy a abrir un regalo muy grande, parece importante, que me atiendan los demás. — Con risitas contenidas, todos se volvieron hacia el hombre y sacó el regalo que Marcus y Alice habían comprado a medias. — ¡Oh! ¿Un ábaco? — No un ábaco cualquiera. Está hecho con madera de espino irlandés, el árbol de las hadas. — Dijo Alice guiñándole un ojo. — Aquí hay muchísima artesanía en madera, pero tu hijo y yo hemos decidido practicar la alquimia con vuestros regalos y este es especial. — Como tenga el hechizo calculador de tu padre me voy a enfadar. — Que noooo… Pídele números y dile en qué fila quieres que te los ponga. — Arnold levantó una ceja. — ¿De cuántas cifras? — Alice puso una sonrisilla de suficiencia y dijo. — Ábaco, ponme el 47852 en la primera fila. — Y el ábaco comenzó a moverse, para ponerse mucho más horizontal y fabricar muchas piececitas muy delgadas, ante el asombro de todos. — ¿Cómo lo hace para crearlas? — Preguntó el abuelo. — Porque las está transmutando ¿verdad? — Alice asintió. — Es madera maciza, y tiene círculos alquímicos cíclicos, que se activan con la voz y conectados al hechizo del número. Las piezas las hace con una lámina muy fina y hueca, y luego las reabsorbe a la estructura central. En verdad es un hechizo circuito muy sencillo. Se hace con escamas de camaleón. — Todos les miraron parpadeando confusos, menos Emma, que estaba más bien… sorprendida y un poco sospechosa. — No es que no creyera que sois capaces de cualquier cosa que os propongáis, pero… me dejáis de piedra, chicos, muchísimas gracias. — Declaró el regalado, antes de darles un abrazo doble.

— Bueno, entonces yo quiero ver el mío. — Dijo Emma, lanzándose a por el regalo de su montón que tenía el mismo papel que el de Arnold. — ¡OY QUÉ ELEGANTE! — Exclamó Molly en cuanto lo vio. — ¿Es un mueble expositor de varitas? — Preguntó la mujer con una gran sonrisa. Marcus y Alice asintieron. — Es de la misma madera que el ábaco de Arnold. Cada cajoncito tiene espacio para diez varitas, y están clasificados por materiales, porque en cada cajón hay un microclima alquímico idóneo para cada madera. — Todos la miraron y entornó los ojos. — Pueeeeede que esté trabajando en algo así para mi próxima licencia, pero ya me dirás qué tal funcionan. — Pero entonces abrió la parte de arriba, que era de cristal a modo de expositor. — Ese lo ha hecho tu hijo, y la idea de ese cajón fue de los dos. — En el último piso, y visibles, había hueco para ocho varitas. Y encima ponían los nombres de cada pareja de la familia. — Es para que puedas tener duplicados de nuestras varitas, por si nos quieres regalar o hacer hechizos, puedas probarlos con nuestras varitas. Porque Emma O'Donnell es eso: hechizos y familia. — La mujer les miró, emocionada, sin dejar de acariciar suavemente la superficie lisa del mueble. — No… no tengo palabras. — ¿Darren está también? — Preguntó Lex, con la voz tomada, mientras miraba por encima del hombro de su madre. — Pues claro, hijo. Aquí. — Señaló Emma. — Es parte de la familia O’Donnell, ¿dónde iba a estar? —

 

MARCUS

La paliza de su abuela al menos le dejó seguir poniendo carita de orgullo, y para dosificar un poco sus sorpresas, dieron paso a los regalos de otros. De su abuela, más bien, que era como una niña en Navidad, y siguió recibiendo regalitos con ilusión. Al menos hasta que Arnold se impacientó por hacerse con uno suyo. Estaba deseando que sus padres vieran lo que Alice y él se habían trabajado para ellos, porque le hacía muchísima ilusión, y con esa ilusión les miraba. — Me hacéis quedar fatal con cosas tan chulas. — Refunfuñó Lex, pero Marcus le puso una mano en el hombro. — Ya tendrás un sueldazo de deportista de élite y viajes por todo el mundo para compensar. —

No porque los hubieran hecho ellos, pero estaba convencido de que los regalos iban a ser un triunfo. Puso expresión orgullosa. — Y no preguntéis cómo lo hemos hecho. Un buen mago nunca revela sus trucos. — Encogió un hombro. — Es broma. Luego os lo cuento. — Lex le miraba con expresión obvia, como si en ningún momento se hubiera creído que no iba a dar una explicación larguísima que ensalzaba tanto sus virtudes como las de Alice pudiendo hacerlo. Las reacciones emocionadas de sus padres no se hicieron esperar, achuchón de Arnold incluido. No era por desmerecer a su padre y su cariño ni mucho menos, pero ver tan emocionada a Emma impactaba más. Era considerablemente significativo.

— Ya que estamos con vosotros... — ¿¿Y mis niños no van a tener ningún regalo?? — Se indignó su abuela con voz chillona, mirando a todos, como si acabara de darse cuenta de que los tres jóvenes eran los únicos que aún no habían recibido nada. Bueno, no eran los únicos. — Se ve que un viejo tampoco merece regalos de Navidad. — Bromeó su abuelo, aunque miraba a Molly con un punto ofendido, porque se veía que a su mujer le daba igual que a él no le cayera nada en comparación con sus pobres polluelos sin regalos de Navidad. Marcus rio. — Tranquila, abuela, si ya los tenemos localizados. — Y señaló con los ojos los paquetes que veía que tenían sus nombres. — Pero mi incursión en la barriada muggle dio para mucho, y aunque iba a por un regalo estrella... — Señaló a Molly. — Ya os dije que traía detallitos para todos. — Tomó uno de los paquetes y se lo dio a su padre. — Y creo que este va a combinar genial con el ábaco. — ¡Uh! — Exclamó el hombre, divertido y compartiendo una mirada pilla con todos, mientras desenvolvía.

Soltó una carcajada. — A ver, explícate. — Me explico. — Dijo él entre risas, porque su padre ya había abierto la calculadora, objeto muggle que conocía de sobra y, por supuesto, como todo lo que facilitaba los cálculos, no le gustaba. Pero esa le iba a gustar. — Te la he regalado, en primer lugar, porque Eli me la describió como un objeto prácticamente fabricado por los dioses. — Eso hizo a Lex reír. — Porque es una calculadora especial, ahora te cuento. En segundo lugar, es... un objeto de experimentación. — Se encogió de hombros y les miró a todos. — A ver, no hay nada que no podáis hacer con magia, pero creo que es interesante conocer otras formas de desenvolverse. Tomaos estos regalos como... una oportunidad de experimentar e intentar entrar en la mente de los muggles. — Esos extraños seres. — Calla, segundo aviso. Uno más y pierdes tu regalo. — Amenazó a Lex, aunque bromeando. Se acercó a su padre para explicar. — Es una calculadora científica y, atento, solar. — Arnold arqueó las cejas. — ¿Cómo que solar? — Marcus señaló con el dedo una pantallita diminuta en la esquina derecha. — ¿Ves esto? Según Eli, es una placa solar. Recoge la energía del sol y funciona con ella... aunque en las instrucciones recomienda no exponerla mucho rato a altas temperaturas... y Eli me dijo algo de unas cosas que se ponen en la parte de atrás por si no hay suficiente energía... En fin, es cuestión de probarla. — Todos reían. — Mejor me la llevo a La Provenza, porque aquí, poco sol va a tener. — ¡Y además! — Siguió Marcus, y empezó a señalar las funciones. Eso gustó a su padre. — Piénsalo como un juguete nuevo. ¿Será más rápido el ábaco alquímico o la calculadora? ¿Cuál es el límite de cada uno? ¿Y si puedes hacer operaciones combinadas? — Supongo que le he perdido para siempre. — Suspiró Emma, bromista, haciendo a todos reír. — Esto va a ser divertido. Gracias, hijo. — Marcus se encogió de hombros con una sonrisa.

— Bueno, y voy a dar uno más antes de que sigáis. — Rebuscó entre los paquetes y, sacándolo, Elio empezó a revolotear en anticipación. Soltó una carcajada. — ¿Eh? ¿Acaso sabes leer? ¿Pone aquí tu nombre? — Creo que ha olido lo que hay dentro. — Aventuró Lex, y efectivamente, Marcus sacó de la bolsa otra bolsita que hizo que Elio hiciera amago de meter la cabeza dentro. — ¡Eh! Con moderación ¿vale? — Sacó una chuche y le dio una. — Y no iba a dejarte a ti sin detallito muggle. — Y, del interior de la misma bolsa, sacó lo que parecía un spray pequeño. Lex miró con curiosidad, y Arnold suspiró. — ¿Qué fruslería le has comprado ahora a tu pájaro, Marcus? — Ah, la calculadora no es una fruslería, pero este maravilloso artículo recomendado por la hija de una veterinaria, sí. — Miró a Elio con dignidad. — Cierra los ojos. — Elio obedeció, y Marcus, con delicadeza, roció un poco de spray sobre él y le acarició las plumas. — ¿Le has comprado perfume al pájaro? — Preguntó Lex, y él suspiró como si tuviera que explicar una obviedad. — Es agua especial para plumas, las suaviza, como un champú para pájaros. Para que mi Elio esté siempre perfecto. — Ya estaba oyendo burlitas, así que, con una caída de ojos, alcanzó una bolsa idéntica y la sostuvo con dignidad entre los dedos. — Y tenía otro especial para pelo de hurón por si a Noora le gustaba, pero si es una tontería, me lo quedo... — Con los demás conteniendo risitas, Lex le miró con los ojos achicados. Unos segundos más tarde, dio un fuerte silbido y apareció Noora correteando por ahí, aún con la pajarita de la noche anterior. Marcus tendió la bolsita a su hermano, que miró el spray con cierto escepticismo unos segundos, y luego lo roció con cuidado sobre su mascota. Noora se retorció contenta bajo sus caricias y Lex ladeó la sonrisa y le miró. — Gracias. Presumido. — De nada. Puedes quitarle la pajarita a tu hurona cuando quieras. —

 

ALICE

Cuando Alice oyó lo de la calculadora, no terminó de verlo claro. Eso sí, lo de la energía solar la dejó en el sitio. — Pero es casi una transmutación ¿no? ¿Cómo va a transformar la luz en energía? ¿Y si no puede estar expuesta a altas temperaturas cómo lo hace? — Estoy oficialmente demasiado viejo. — Aportó el abuelo tras de sí. Lex suspiró. — Es que la ristra de preguntas Ravenclaw siempre lo tiene que arruinar todo, de verdad. — Pero lo que planteaba Marcus le pareció que, al menos con Arnold, era una idea magnífica. — Pues tu padre, como buen Ravenclaw que es, acepta un reto estupendamente, y tu hermano, también Ravenclaw, ha sabido regalarle. Simplemente el abuelo y yo necesitamos más datos. — Le contestó a su cuñado, sacándole la lengua.

Hizo un ruidito de adorabilidad cuando Elio recibió su regalo, tan avispado como siempre, aunque parpadeó un poco ante lo del spray. — Va a parecer un lord del siglo XVIII con todo rizado. — Dijo acariciándole la cabecita, mientras a la abuela le daba un ataque de risa solo de imaginarlo y Marcus y Lex se metían en uno de sus infinitos diálogos picajosos. Pero en medio de aquella escena, Molly cortó las risas y exclamó. — ¡BUENO YA ESTÁ! Las mascotas con regalo y mis niños sin abrir todavía los suyos. Hasta aquí hemos llegado, hombre ya. ¡LARRY! — Que sí, que sí mujer… — Y el abuelo les tendió un paquete enorme donde ponía su nombre y el de Marcus. — Es para los dos, por ser tan buenos nietos y buenos aprendices. — Se miró con su novio y lo abrieron entre los dos. Era un arcón precioso, tallado con símbolos alquímicos y patrones celtas. — ¡PERO ABRIDLO! — Apremió Molly. Dentro había lo que parecían varias piezas de tela, dos en tonos azules y uno en lila con estampaditos de plantas. — ¡Oh! ¿Son…? — ¡SON MANTELES ALQUÍMICOS! — Mamá… Deja que lo abran. — TIENEN UNA EXPLICACIÓN. ¡LARRY! — El abuelo se rio un poco y dijo. — Deja que terminen de abrirlos… — Porque debajo de los tres manteles había otro, uno blanco y precioso con unas ramitas de espino rodeadas de flores y pajaritos. — ¡Ohhhhh! ¡Es precioso, abuela! — Porque estaba segura de que lo había bordado Molly. — ¡LA EXPLICACIÓN! — Sí, dásela, por Merlín, que nos vamos a quedar sordos. — El abuelo carraspeó y puso la voz de discurso (¿a quién habría salido el nieto?). — Cuando fuisteis a por las cosas de madera para Arnold y Emma, la abuela y yo vimos, en el mismo taller, esta arca. Nos recordó mucho a las que se les regalaban a las novias con un ajuar dentro. — No es que estemos metiendo prisa, antes de que nos acuséis… — Intervino Molly. — Pero mi madre estuvo montando mi arca muchísimos años, y aun así fue muy exigua. Sé que en Francia también se hace, Alice, y yo le hice lo que pude a Emma en su día. Tú no tienes a tu madre para montar todo esto, pero nos tienes a nosotros. Y los tiempos han cambiado, ahora podríamos dártela en cuanto tengáis una casa y necesitéis todas las cosas que hacen falta para la misma. Y como sois dos alquimistas, qué mejor que una abuela irlandesa y un abuelo alquimista para conformar esta arca, de aquí en adelante en todas las ocasiones que podamos. — Alice parpadeó, emocionada, sin dejar de acariciar las telas y el arca. — Es… Es increíble. Yo… Hablé de esto con Emma hace tiempo, me acuerdo, y… No sé, es… Es tan precioso, detallista, de conocernos tan bien, que no tengo palabras. — Pero ahí no acaba todo. — Señaló Lawrence. — Son manteles repelentes a las manchas líquidas, que para algo son alquímicos, y el de los bordados es especial… — Alzó las cejas. — Tocadle con la varita, ya veréis. — Alice dejó que Marcus lo hiciera y vio como el mantel se volvía temático de Navidad, al segundo toque, de Pascua, de Halloween, de cumpleaños… La risa de una niña pequeña y emocionada la invadió. — Es… Es mil veces mejor que nada que yo pudiera imaginar. Gracias, de verdad. — Y se abrazaron a los abuelos emocionados.

— Pero no íbamos a dejar a mis otros niños sin regalos alquímicos. Porque esto nos dio ideas. — Dijo señalando a Lex. — El paquete es para Darren y para ti, pero si no lo abres, me voy a volver loca. Ya mañana le damos a Darren el suyo. — Lex rio y, un poco tímido, abrió el paquete. — ¿Son jerséis? — Preguntó. — ¡Qué bonitos, abuela! — ¡Pero mira bien! Tienen hechizos como el mantel de tu hermano. — A un toque de varita, en el jersey aparecían motivos de distintas fiestas, pero también se ponía del color de los Montrose, o lucía unos colores que Alice no conocía. — ¿SON DEL TOTTENHAM? — Molly asintió. — Judith me contó que su yerno era muy de ese equipo, así que se ponen así para cuando estéis en casa de los Millestone viendo partidos de eso que es como el quidditch pero corriendo y con una pelota sola. Y siempre iréis a juego. — Lex tenía los ojos brillantes, y, sin más palabras, se abalanzó sobre los abuelos, sin querer soltar su enorme abrazo.

 

MARCUS

Casi tira a Elio por los aires (menos mal que estaba acostumbrado a los sustos de su dueño y salía revoloteando cuando ocurrían) ante el grito indignado de su abuela por ver a sus nietos sin regalos. Abrió mucho los ojos, porque ahora que lo tenían en las manos, era un paquete bastante grande y, además, para los dos. — Uuh. — Dijo con curiosidad, mirando a Alice mientras abrían el regalo entre los dos. Aún estaba mirando con la boca abierta el impresionante arcón cuando su abuela les gritó otra vez, sobresaltándole una vez más. — ¡Abuela! Que aún me estoy despertando. — Bromeó (no exento de broma en su totalidad) y ambos abrieron el arcón. Volvió a dejar caer la mandíbula, y estaba a partes iguales emocionado y muerto de risa con la hiperactividad de Molly explicando los regalos.

— ¿Es... un ajuar? — Dijo, con los ojos brillantes, y Lex rio entre dientes. — Bueno... Ya has despertado al caballero medieval que lleva dentro. — Ni está tan dentro ni duerme nunca. — Respondió con burla a su hermano. Marcus era muy dado al protocolo, y ahora que tenía una familia gigantesca quería dar reuniones en su propia casa cuando la tuviera, y su abuela le habían enseñado las miles de cosas que eran útiles en una casa. Probablemente no fuera muy habitual que un chaval de dieciocho años se entusiasmara especialmente por unos manteles, pero Marcus tenía alma de señor victoriano. — Mil gracias, abuela. — Dijo con cariño por la explicación del ajuar, pero no se vio venir que aquello tuviera aún más explicación que el hecho de ayudarles a montar una casa. Tocó el mantel con la varita tal y como indicaron y ahí sí que dejó caer la mandíbula. — ¿¿Son temáticos?? — Casi lo había chillado, y ya le estaban viendo prácticamente coger aire para una retahíla (Lex hasta había dejado a Noora a un lado) y se avecinaban los suspiros. Por supuesto, nada le detuvo. — ¡Eso significan fiestas temáticas en nuestra casa en todos los eventos que queramos! — Se giró a su novia y casi la zarandeó de la emoción. — ¡¡ALICE!! ¡Las fiestas de los países! ¡Con las comidas típicas! ¡Y celebraremos Navidad en nuestra casa! ¡¡Y LAS PRÓXIMAS BÚSQUEDAS DE HUEVOS DE PASCUA...!! — Que aún no tienes la casa, cariño. — Parapetó Emma, provocando risillas en todos. — ¡Pero algún día la tendremos! Y ¡oh! Preparaos para MUCHOS eventos temáticos. — Qué pena que me vayan a pillar todos en el extranjero. — Se burló Lex, pero en realidad se le veía feliz solo de ver a Marcus tan entusiasmado.

Abrazaron a sus abuelos con cariño, y no fueron los únicos, porque cuando Lex recibió su regalo (y el de Darren por adelantado) hizo lo mismo. Marcus cotilleó los jerseys mientras Lex agradecía a los abuelos. — Cómo molan. ¡Eh, Lex! Te lo tienes que poner cuando haya partido de quidditch de Ravenclaw para animar a los míos en mi nombre. — Uy, sí, te echan muchísimo de menos en las gradas por tu gran acto de presencia allí. Dos veces al menos fuiste en siete años. — Se picaron, riendo uno con el otro. Marcus sacó de debajo del árbol otro de los regalos muggles. — Venga, venga. Ya que estamos contigo, te doy mi regalito recomendado por tu cuñada. Espero que te guste. — Lex le miró con intriga y una sonrisilla infantil y abrió el paquete. Todos miraban con curiosidad intentando averiguar qué era. Marcus esperaba poder explicarlo, porque no estaba muy seguro de haberse enterado. — ¿Es un reloj? ¿Como de goma? — Sí pero no. Más bien una pulsera... inteligente. Póntela. — Su hermano se enganchó la pulsera negra y gomosa en la muñeca, y Marcus se acercó a él. Se lo pensó un poco antes de darle a los diminutos botones, porque, lo dicho, no estaba demasiado seguro de haberse enterado él tampoco de cómo iba. — Se supone que es una pulsera para deportistas. Es resistente al agua así que puedes usarla para nadar... Eso dice Eli. No creo que sea un dato necesario para ti pero tampoco está de más. — Él lo decía, por si acaso. — La cuestión es que te mide datos que pueden ser de tu interés, como la frecuencia cardíaca, los pasos que has hecho en el día... — Sacó de la caja en la que venía la pulsera lo que parecía un manual de instrucciones. — Mide bastantes cosas. Dice Eli que las están mejorando y que es un producto que avanza cada día y que ya mismo esa se quedará obsoleta porque las habrá que midan mil cosas más, pero he pensado que no tienes nada que se le parezca y puede ser interesante. Para probar y, si te gusta y la tecnología avanza tanto como tu cuñada dice, te compras una mejor cuando seas un deportista profesional. — Lex ya estaba metido de lleno tanto en los botones como en el manual. Igual ni le había escuchado la perorata, pero desde luego que se le veía entusiasmadísimo. — Qué guapo. Me encanta. Gracias, Marcus. — Ahora fue Lex el que rebuscó por el árbol y sacó una cajita. — Yo también sé hacer "detallitos aparte de los regalos". Este es para ti. — Marcus abrió los ojos con ilusión y solo de tomar la caja en sus manos ya sabía lo que era. — Oh. Por los dioses. ¿Es lo que yo creo? — Y era, porque solo por el olor se lo imaginaba, pero nada más abrir la caja se dejó caer en el suelo teatralmente como derretido, provocando las risas de todo. — ¡Dulces de Honeyducks! Cómo los he echado de menos. — Surtido personalizado para ti. El tipo de la tienda te recordaba perfectamente. Y una cerveza de mantequilla de Las Tres Escobas, también. — Eres el mejor. —

 

ALICE

El que se acababa de despertar estaba a punto de dejarles a todos sordos al ver los manteles. Lo que era conocerle, vaya. Asintió a lo de las fiestas entre risas y a lo de las búsquedas de Pascua, y a lo que dijo Emma solo le dio la vuelta. — Podremos hacer un picnic y utilizarlo allí, que eso es muy de Pascua. — Si no llueve. — Apuntó Lex, a lo que ella le dirigió una mirada exageradamente asesina. — Joe, que no puede uno ni hablar del tiempo. — Dijo entornando mucho los ojos. — Cuidado con la pareja medieval. —

Lo bueno es que también tenía regalo muggle para Lex y Alice se asomó rápidamente por el hombro de aquel, para analizar lo que le daba su novio a su cuñado. — ¿Cómo dices? — Preguntó sorprendida ante la explicación de Marcus. — ¿Pero cómo va a medir su ritmo cardíaco si lo lleva de reloj? — Preguntó Lawrence, que ese día no levantaba cabeza con los objetos muggles. — Y no está enchufado, ¿eso cómo va a funcionar? — Aportó Arnold. — Con pilas, papá, lo mismo que tu calculadora. — ¡MI NIETO QUÉ LISTO ES PARA LAS COSAS MUGGLES! — Hoy no va a bajar los decibelios, así que id acostumbrándoos. — Advirtió el abuelo ante las miradas y sobresaltos de los demás de nuevo por los gritos de la abuela. — ¡AY MIS NIETOS CÓMO SE QUIEREN Y SE CONOCEN! — Reafirmó apenas segundos después, cuando Lex le dio a Marcus su regalo. Ella sonrió y pasó un brazo por los hombros (bueno, por un hombro y la mitad de la espalda de su cuñado) y dijo. — Sí que sabes cómo hacer detallitos, será que va en los O’Donnell-Horner. — Lo de la falta de autocontrol con los dulces es solo O’Donnell. — Dijo Emma con su tono cuchillo, mientras Arnold levantaba la cabeza, confuso, con media salamandra de jengibre en la boca. — ¿Qué? Mi hijo me ha ofrecido. — Sí, sí, a ti siempre te ofrecen… — Le picó Emma haciéndose la dura y haciendo reír a los demás.

Entonces, Lex se giró hacia ella y le tendió un paquete. — Bueno, y tengo también un detalle para ti, Alice… O sea, bueno, que igual no te gusta, porque no es de tu casa, y yo soy supertorpe para estas cosas, pero… Bueno, mira, te lo voy a dar y ya está, y si no te gusta pues tú me lo dices y… — ¡QUÉ DICES! — Interrumpió Alice cuando por fin descubrió lo que había dentro. — ¡AY QUÉ ES! — Exclamó Molly asomándose también. — ¡Es una pluma de cristal y la tinta verde más chula que he visto en la vida! — Dijo levantando la cajita donde venían encajadas. — ¿Y esto es una libreta? — Era una libreta preciosa, toda decorada con hojas de distintas plantas. — No es una libreta normal… O sea, es como para apuntar pociones e ingredientes… Y no es muy larga, pero he pensado que podrías utilizarla con la tinta esa para apuntar lo que aprendas aquí en Irlanda y así lo tendrás todo reunido en un sitio… — ¡PERO ESTO ES GENIAL! — Desde luego lleva el nombre de Alice. — Afirmó Arnold terminándose la salamandra. Ella se lanzó a abrazar a Lex, y casi le desequilibra por lo inesperado. — ¿Cómo no me iba a gustar algo así? — Su cuñado parecía falto de palabras. — No sé, es que como a mí todo el tema del orden y las tintas y las libretas se me da regular… — Es perfecto, lo que lo voy a usar… — Y en el subidón que le había dado, buscó su regalo a Lex y prácticamente se lo lanzó al regazo. — ¡Ahora quiero que veas el nuestro! — Sí, sí, de eso va la Navidad. — Comentó Lawrence entre risas. Lex, ciertamente ilusionado, se puso a abrir el paquete. Cuando el pequeño círculo azul turquesa con un tubo giratorio encima surgió, oyó varios tonos de desconcierto. — Espera… ¿es una vara climática predictiva? — ¿Una qué? — Dijo Molly extrañada. — Las varas climáticas son para invocar climas. — Cuestionó Arnold. — Esta no. — Contestó Alice con media sonrisita. — Esta lo que hace es darte parámetros útiles en el clima que detecte. Como en qué dirección y a qué velocidad da el viento, en que lado da el sol, a cuánto grados, si va a ponerse a llover… Esto lo usan los entrenadores de quidditch para adaptar el juego antes de salir. — Aseguró Lex a toda velocidad. — Esto es supertécnico. — Insistió. — Bueno, tú de momento eres jugador, pero, probablemente, vas a ir a sitios muy distinto entre sí, y puedes no controlar las circunstancias, así que puedes usarlo antes de salir. Siobhán me ha confirmado que está permitido. — Estaba emocionadísima con la reacción de Lex, pero dejó que Marcus también cogiera un poco de protagonismo, que para eso la habían hecho entre los dos y llevaba el sello perfeccionista de Marcus O’Donnell.

 

MARCUS

Estaba como Elio cuando metía la cabeza dentro del paquete de chuches, pero con su cajita de dulces de Honeyducks, cuando el grito de Alice le hizo alzar la mirada. Se sintió un poco avergonzado porque estaba tan metido en su glotoneo que Alice estaba recibiendo un regalo y ni se había dado cuenta, pero se le pasó en cuanto lo vio y empezó a curiosear. — Qué buen gusto, Lex. — Picó a su hermano, aunque lo decía totalmente en serio. — Y oye, a ella también le gusta mucho el verde. — Alzó las manos antes de que se iniciaran los comentarios burlones. — Es el color de las plantitas y de Irlanda. — ¡Claro que sí! Mi niña tiene muy buen gusto. — Y Marcus siempre podía contar con su abuela para defenderle a capa y espada como buena Gryffindor antes de que los que le miraban con burla empezaran a sacar otras hipótesis sobre el gusto de Alice por el verde.

Ya iba a aprovechar para darle uno de sus regalos a Alice, pero estaba abriendo la boca cuando su novia prácticamente le lanzó a Lex el regalo para que lo agarrara en el aire como si fuera una quaffle. Se aguantó la risa y atendió a su hermano mientras lo desenvolvía. Al comentario de su padre, Marcus chasqueó la lengua con chulería. — Sin duda somos prometedores, pero aún tenemos solo el rango de Piedra. No podemos hacer cosas que invoquen fenómenos atmosféricos. — Miró a su hermano. — Pero sí, un regalito recién horneado en nuestro taller. — Y Lex era todo entusiasmo mirándolo. Desde luego, nada como el quidditch o cualquier cosa que pudiera usar en él para despertar su curiosidad. Asintió a todo lo que él decía, así como al aporte de que, como confirmaba Siobhán, estaba permitido. — Faltaría más. — Insistió, y luego se acercó al chico para explicarle el funcionamiento. — Tiene algo así como memoria temporal, así que antes de usarlo tiene que registrar los climas. Cuantos más registre, más preciso será. Como probablemente aún te quede casi un año para empezar las competiciones, te va a dar tiempo de sobra de entrenarla. Para hacerlo solo tienes que dejarla en el exterior el mayor tiempo posible, y si puedes exponerla a diferentes climas, mejor. Como en las mazmorras de Hogwarts no vas a tener muchas opciones de tenerla en el exterior y sería un poco arriesgado dejarla sin vigilancia, si te parece bien, déjala en casa, que papá y mamá la tengan en el jardín, y nosotros podemos llevárnosla a La Provenza cuando vayamos. Así registra climas variados. — Le tendió un pergamino detallado que estaba en el interior del paquete pero que Lex, con la emoción, no había visto. — Esta es la leyenda para que puedas leer correctamente lo que indique. — Lex seguía mirando la vara con devoción, probablemente fantaseando en su cabeza con los mil cambios tácticos que iba a hacer en el momento según marcara un clima u otro. — Mil gracias. Es genial. —

— ¡Bueno! — Clamó Marcus, frotándose las manos y mirando lo que había bajo el árbol. — Aquí quedan aún muchas cosas. — ¡Pues sí!  — Respondió Molly, y no sabían si estaba más indignada por la presencia de regalos sin abrir (como si eso fuera que su usuario se quedaba sin ellos) o entusiasmada de que aquello aún no hubiera terminado. — Y yo me jugué la vida en la aduana y en el barrio muggle por traer fruslerías y aún faltan la mitad, así que... — Se acarició la barbilla pensativo. Miró a Alice. — Mi amor, iba a continuar contigo porque te va a venir muy bien mi regalo para complementar el de Lex. — Miró a Lawrence. — Pero hay una persona que se está llevando muy poca atención esta mañana. — ¡Menos mal que al menos alguien se da cuenta! — Se indignó el abuelo, provocando una fortísima carcajada en su mujer, que se inclinó hacia él para dejarle un beso en la mejilla. — ¡Pobrecito! Que como ya es todo un alquimista legendario no le caen regalos de Navidad. — Eso parece. — Siguió Larry con el teatro de la indignación. Marcus rio y le tendió el suyo. — Créeme que es el más raro de todos, no sé si te va a gustar... en el uso que tiene, por decirlo así. Pero, al igual que papá con la calculadora, puedes experimentar con ello si quieres. — Lawrence se extrañó, pero con ese brillo de la curiosidad Ravenclaw en los ojos, y bajo la expectación de todos abrió el regalo.

Sacó del paquete una caja con la fotografía de un objeto que hizo a todos pasarse un rato hipotetizando sobre qué sería, porque Marcus estratégicamente le había tapado la información escrita para generar precisamente el efecto que estaba consiguiendo. — Vale, mejor sácalo de la caja, pero dámelo a mí y os lo enseño. — Que tampoco es como que él fuera ningún experto, pero vio al chico de la tienda hacerlo ante sí y, después de que Eli le jurara y le perjurara que no era peligroso y él se planteara las posibles utilidades que su abuelo le podía dar, se animó y lo compró. Tomó el objeto en sus manos, se alejó de todos y, cuando se ubicó en un sitio seguro, pulsó el botón. La llamita azulada que salió de la boquilla, definitivamente, impactó a todos. — ¡Es un soplete culinario! Ya que la abuela tiene ahora un cacharro que hace muchísima comida, con esto puedes flambear postres. ¡Pero atento que en teoría no es fuego real! Bueno, sí, pero no, pero no es alquimia, porque es muggle, y quema, pero no quema en plan como el fuego, pero sí. ¡No tengo ni idea de cómo funciona! — Por la alegría con la que lo estaba diciendo, parecía enteramente que se hubiera vuelto loco. — Pero lo vi y pensé... — "Esto nos va a matar a todos". Si no pensaste eso, me voy a preocupar de si eres un impostor que ha suplantado a mi hermano y también come chuches a toneladas para disimular. — Todos rieron al comentario de Lex, Marcus incluido, pero cuando dejó de reír negó con la cabeza. — Vale que no me parece lo más seguro del mundo, pero como iba diciendo, al verlo pensé dos cosas: la primera, que esto nos iba a dar para MUCHA investigación. Porque si no es alquimia, por los dioses que venga un muggle y me explique cómo lo ha hecho para generar sin alquimia un fuego que no quema. — Que sí quema, melón. Solo que no es una llamarada y es azul. — ¡Y te parece poco! — ¡Que seguro que...! — Y se generó un debate innecesariamente largo entre Marcus y Lex que dejó a todos con las ganas de oír el segundo motivo de Marcus para comprar un soplete.

— ¡Bueno! A lo que iba. — Recondujo tras un rato en el que el soplete fue rodando de mano en mano negligentemente sin que él se diera por aludido. — Que creo que podemos investigar mucho con él e incluso crear aplicaciones con verdadera alquimia. Eso lo primero. Y lo segundo... — Puso expresión cómica. — Me encanta ver a mis abuelos juntos y felices y seguro que estarías encantado de ayudar a la abuela en la cocina con tu toque maestro. — ¡Hijo! ¿A estas alturas me...? — AY QUÉ BONITO QUÉ IDEA TAN BUENA. — Por supuesto, su propuesta había tenido reacciones diversas en los abuelos. Ya estaba Molly atiborrándole a besos otra vez, al menos Larry se reía. — Como le achicharre a tu abuela un postre con ese cacharro, el próximo achicharrado soy yo. Y el siguiente, tú. — ¡Eso no va a pasar porque mi niño nos ha hecho un regalo muy bonito! — La lógica Molly era para verla, pero al menos no dejaban de reír. — Ya aprovecho y termino de dar mis regalos muggles. — Se giró a Alice. — Esto es una tontería... pero lo vi y pensé que era la típica tontería que te podía encantar. — Se lo tendió a su novia. Del paquete salieron unos monísimos moldes con formas divertidas y navideñas, de distintos colores y tacto gomoso. — Son moldes para hacer postres navideños. He comprado esos en concreto porque, según Eli, "los de silicona son los mejores porque son comodísimos para lavarlos y los postres salen superbién sin necesidad de añadir grasa porque no se pegan". — Alzó las palmas. — Estoy reproduciendo textualmente lo que me dijo. — Porque él ni siquiera podría definir bien qué era la silicona sin meter procesos mágicos de por medio.

— Y además... — Eeeeeh ella tiene dos. — Pinchó Lex, levantando graciosas burlitas a su alrededor. Marcus se puso digno. — Pues claro que el amor de mi vida tiene dos detalles aparte de SU regalo. — Solo encendió más las burlas. — ¡A ver! Que yo iba solo a por el robot de la abuela, encima que os traigo cosas a todos... — No cesaron las bromas. — ¡Bueno, no iba a traerle a una mente tan brillante solo una cosa de pasteles que a saber el material ese que me ha vendido tu cuñada si de verdad funciona! Pero mira, menos mal que lo ha hecho, porque así vamos a poder tener también dulces temáticos en nuestras MARAVILLOSAS E INFINITAS FIESTAS CON MANTELES A JUEGO. — ¡Claro que sí, mi niño! — Lo dicho, una abuela Gryffindor de tu parte era un seguro contra burlas infinito. Volvió a mirar a su novia. — Esto va a ir genial con el de Lex. — Dejó que Alice lo abriera. Del envoltorio emergió un libro denominado "el herbario de las brujas". — No te lo vas a creer, pero esto está sacado de una librería completamente muggle. — Rio un poco. — Eli intentando razonarme por qué era una buena idea fue una estampa digna de ver. — Se arrastró por el suelo para sentarse al lado de su novia. — En realidad, lo que leí tenía mucho sentido, pero claro, contenido mágico ninguno. Yo lo habría titulado "el herbario de las enfermeras", pero en fin, los muggles y sus cosas. — La miró y sonrió. — No puedo ver algo de plantitas y no acordarme de ti. Y pensé que te gustaría saber qué entienden los muggles por hierbas de brujas, y tomar tus notas. Y fíjate, ahora tienes una nueva libreta para ello. —

Extendió la mano y sacó el último de los regalos muggles. — Y... hablando de libros y de brujas a las que puede interesarle saber qué piensan los muggles sobre su materia... — Le tendió el paquete a Emma, que puso una sonrisilla y arqueó las cejas con curiosidad. Lo desenvolvió y leyó el título en voz alta. — "El ojo mágico". — Hablan más de magia que nosotros. — Bromeó Arnold. Marcus se acercó a su madre, quien miraba extrañada las coloreadas y difusas páginas interiores del libro. — Tiene una introducción que lo explica, pero ¿sabes qué es? — La mujer (y todos por encima de su hombro) miraban con verdadera extrañeza. — La verdad es que no... No le veo mucho sentido a esto. — Porque no lo tiene. Es... sugestión pura y dura. — Su madre le miró, deseando saber. — Es un engaño sensorial, de la vista, para ser exacto. No, no tiene hechizo alguno, lo he comprobado. Resulta que los muggles tienen la teoría de que, según la persona atribuyendo a mil factores, si contemplan durante mucho rato cada una de las páginas podrán ver aparecer diferentes imágenes, desde animales hasta caras humanas, objetos o cuerpos celestes. Y, por supuesto, lo interpretan todo. Me pareció fascinante como han tratado de mezclar un engaño sensorial con una especie de adivinación, ¡y es todo sugestión! Claramente ahí no hay nada. — Puso expresión interesante. — Pero... ¿qué tal si se lo enseñas a quien tu quieras y sacas tus propias conclusiones de cómo se sugestiona visualmente la gente? Yo creo que podía darte para MUCHOS hechizos. — Ladeó varias veces la cabeza. — Intentemos que no de los peligrosos. — Emma soltó una musical carcajada que cualquier desconocido podría haber atribuido a la villanía, pero Marcus decidió que solo era curiosidad de bruja inteligente. — Más bien para saber qué hechizos podrían estar creando otros y con qué fin. — Sonrió. — Muy original, hijo. Gracias. — ¡Pues listo! — Dio una palmada en el aire. — Espero que mi incursión en el barrio muggle os haya gustado. —

 

ALICE

Alice sonrió satisfecha de que todos la conocieran tan bien e inflamaran sus gustos, y estaba orgullosa del trabajo que habían hecho con la vara climática, porque de los regalos había sido el más difícil, por equilibrarlo para que fuera lo más preciso posible, pero con Marcus siempre se podía contar para que fuera simplemente perfecto.

Se tuvo que reír ante la indignación del abuelo y levantó las cejas varias veces creando expectación, aunque realmente no tenía ni idea de qué habría podido Marcus encontrar entre los muggles. Y ni en sus sueños más bizarros habría encontrado algo así. — ¿Cómo que la llama es azul? ¿Y cómo que no quema? ¿Como la llama blanca de los cátaros? — No, si es que no salía de su asombro. Y Lex tan tranquilo, y la abuela por las nubes. Y el abuelo… pues confuso, pero la idea de que pasaran tiempo juntos era simplemente genial, la verdad. — Esto hay que investigarlo, abuelo. — Dijo mirando el objeto con el hombre, mientras Marcus y Lex debatían. — Empiezo a pensar que estoy mayor para todos los mundos, hija. Antes, si la magia me superaba, los muggles eran más sencillos, pero ahora… — Ella le dio un codazo flojito y sonrió. — Pero si Lawrence O’Donnell, alquimista carmesí, no puede resistirse a desgranar algo que no entiende a la primera. — Y el hombre acabó riendo también, dándole vueltas entre las manos con sumo cuidado al cacharro de la llama.

Entre las risas que estaba provocando las respuestas del abuelo, recibió ella su primer regalo muggle, que abrió con la ilusión de una niña pequeña. — ¡Oh! ¡Pero qué monos! — Dijo alegre, moviendo los moldes en sus manos. — ¡Si son perfectos! ¡Tan navideños! Y el material… — Lo maleó entre las manos. — Es raro, pero me gusta. — Sí que da la impresión de que no se le pegará nada… — Admitió Emma, mirándolos extrañada. — Bueno, bueno, eso habrá que verlo, porque luego no es verdad, hija, donde esté una buena mantequilla… — Afirmó la abuela, por su parte, escéptica. Alice los puso encima del baúl y dijo. — Pues más cositas para el ajuar, aunque estos podemos usarlos mañana mismo para preparar cositas para San Esteban. — Aunque su novio lo dijo de forma mucho más rimbombante y adornada.

Cuando abrió el segundo regalo, los ojos se le pusieron como platos y la boca se le abrió sin poder controlarla. — ¿Pero esto es muggle? ¡PERO QUÉ GUAY! ¿De verdad hablan de estas cosas? — Movió las páginas, mirando los preciosos dibujos y todas las informaciones. — Bueno, es que ya tengo lectura para lo que me resta de Irlanda, y podemos ir a los bosques a buscarlas, y encima pudiendo anotar todo lo que me interese. — Miró a Marcus y se inclinó a darle un piquito. — El tuyo… tendrá que esperar. — Le guiñó un ojo. — A La Provenza. Solo espero que Dylan no venga chivándose. — Uy, hija, guardar secretos con los Gallia es más complicado que conmigo. — Afirmó Molly. — Bueno, no exageres, mamá… — Pinchó Arnold, justo antes de que la abuela le diera con un trapo. — ¡Cuidado el descastado este! ¡A que te quedas sin postre! —

Así entre risas, le cayó a Emma su regalo muggle, el cual era el que más preocupaba a Alice, porque Emma y los muggles no casaban muy allá. Pero cuando lo vio, de nuevo el asombro se apoderó de toda ella. — ¿CÓMO? — Se apresuró a asomarse al libro y no dejó de parpadear mientras Marcus lo explicaba. Lo mejor es que Emma parecía igual de sorprendida. — Es hipnótico el patrón. — Dijo, sin dejar de mirarlo. — Es un truco sin más. — Aseguró Lex, pero Molly y Arnold ya se habían sumado al grupito que miraba el libro. — ¡UY, YO YA LO VEO! ¡SON RATONES! — Eso es el patrón, mamá. — ¿Y no es eso lo que hay que ver? — Que noooo, que tiene que ser como una imagen con volumen. — ¿Cómo va a tener volumen en un papel que es plano? — Y aquello se convirtió en gallinero en un momento.

Cuando por fin lograron ver aunque fuera una de las imágenes (bueno, no todos), se vieron capacitados para continuar con los regalos, y Alice le hizo un gesto a Marcus para que le brindaran el suyo al abuelo, que ese día claramente se sentía un poquillo desubicado. — Maestro, tenemos un regalo para ti de tus dos alumnos. — Dijo Alice arrastrándose a por el regalo, tendiéndoselo. — Sabemos que no te gusta considerarnos tus becarios, o que estamos a tu servicio, pero alguien tiene que ayudarte con tantos papeles y libros. Y como una de tus alumnas es hija de una secretaria, y el otro es un cerebro inquieto que sabe dar forma a cosas que ni me imaginaba… te hemos hecho eso. — Lawrence sacó de la caja un pajarito. Era más grande que el que Marcus le hiciera en su día a Alice, pero la esencia era la misma. — Hemos usado el color y la textura del cobalto para que parezca más regio, digno de un alquimista carmesí. — Lawrence rio sin dejar de simplemente de admirar la pieza. — Si le escribes una temática o una frase en el ala, volará buscando los libros que la contengan. Así no tendrás que preguntar mil veces “¿dónde estará el libro de equivalencias metálicas?” — Todos rieron, el primero Lawrence, que acariciaba el pajarito como si fuera de verdad. — Es un asistente. Sabemos que lo necesitas. — El abuelo les miró emocionado y suspiró. — Yo ya no necesito nada más en mi taller, teniendo a unos alumnos como vosotros. —

 

MARCUS

Se alegró de que a Alice le gustara tanto su libro, y aún le quedaba su regalo de Navidad bueno (porque él insistía en que esos habían sido coyunturales por su visita al barrio muggle). Cuando su novia le dijo que tendría que esperar a La Provenza para el suyo, arqueó las cejas. — ¡Uh! — Exclamó, sorprendido. — Entonces... ¿estoy sin regalito hasta La Provenza? ¿Y no puedo tener una pistita aunque sea? Venga, va, una pista, una chiquitita. — Por supuesto, empezaron a meterse con él. — ¡Es Navidad! Esta mente Ravenclaw se merece al menos una pista sobre su futuro regalo, ya que voy a esperar más que nadie. — Qué será para que tenga que generar tanta expectación. — Pinchó Lex, aunque también se le veía bastante curioso.

El buen rato que echaron ojeando el libro de su madre hizo que dejara de insistir con lo de la pista (por el momento). Como quería dejar su regalo para Alice para el último, aprovecharon para dárselo a su abuelo. Ese también le gustaba mucho, así que asistió con ilusión a las explicaciones de Alice, mirando el pajarito que ambos habían creado con ternura. — Va a sernos un asistente muy útil. — Aseguró, divertido. La frase de su abuelo le conmovió. — Eres el mejor maestro que podíamos pedir, abuelo. — Dijo con una sonrisa emocionada. Se oyó un carraspeo. — Creo que... este es el mejor momento para lo que quería daros. — Arnold estaba sacando algo de su bolsillo. Tendió el pequeño paquete rectangular hacia ellos. — Este es un regalo compartido para los dos, mi padre y mi hijo. Papá, sé que no eres muy partidario de poner adornos inútiles en el taller, pero creo que este te va a gustar. — Abuelo y nieto se miraron con intriga, y juntos desenvolvieron el paquete. En un marco precioso y muy discreto, apareció una foto en movimiento que entusiasmó a Marcus, pero que emocionó muchísimo a Lawrence. — ¡Me acuerdo de esta foto! Estaba en la casa. — Clamó, mirándola con cariño. Arnold especificó. — Esa fue la primera vez que entraste al taller de tu abuelo. Quise inmortalizar el momento, aparte de porque sabía lo importante que era para ti, papá, porque siempre supe que tu futuro estaría dentro de ese taller. — Se encogió de hombros. — O de este. Es para que la tengáis, como recuerdo de esa primera vez. — En la foto se veía un Marcus diminuto, de poco más de un año, exultantemente feliz, sentado sobre una de las encimeras del taller de Lawrence, con este tras él, riendo y sujetándole para que no perdiera el equilibrio sentado, ya que no dejaba de reír, sacudir los pies y tocar las palmas. — Es precioso, papá. — Habló él por los dos, porque su abuelo se había quedado sin palabras. Arnold miró a Alice con cariño. — Siento que tú no salgas en la foto. En vistas a lo que ocurrió la primera vez que entraste tú en uno, con diez años más, deduzco que mi hijo era menos peligroso en un taller de alquimia. — Bromeó el hombre. Marcus miró a Lawrence. — Abuelo, ¿te gusta? Podemos colgarlo en la pared. — El hombre casi no podía hablar, pero le miró con emoción y asintió. — Por supuesto que sí. —

Se oyó un hondísimo suspiro. — ¡¡BUENO!! Vamos a seguir. — Resolvió Molly, secándose las lágrimas. — Le voy a dar mis regalos a mis niños grandes, ya que mi Arnold ha tenido un gesto tan bonito. Atento, Larry. — Y Marcus aprovechó que su abuela estaba dándole los regalos a Arnold y Emma, y estos a su vez entre ellos, para acercarse a Alice, enseñarle la foto y simplemente disfrutar del momento a su lado. Aunque, de tanto en cuando, le decía. — Anda. ¿Una pistita? —

 

ALICE

Ya se veía ella venir la reacción de su novio, así que simplemente sonrió angelicalmente y se encogió de un hombro. — Piensa que va a merecer la pena, como dice tu hermano. — Aprovechó para chinchar un poquito a su novio. Pero toda broma se cortó con la intervención de Arnold, porque los ojos de Alice se inundaron inmediatamente al ver aquella foto. — ¡Por favor! ¡No puede ser! ¡Mira esa carita tan preciosa! — Miró a su novio. — Eras el niño más bonito del mundo. — Joder, ahora esta también… — Se quejó Lex exageradamente, frotándose los ojos. La emocionalidad estaba por las nubes, y tuvo que limpiarse un par de lágrimas antes de mirar a Arnold con falso enfado ante su comentario y decir. — Vaya, gracias, hombre. Siempre perseguida por el pasado Gallia. — Lawrence rio y dijo. — Desde luego que queda en el pasado. Tú no sabes lo que nos persigue esta mujer con ir recogiendo todo lo que vamos usando y dejarlo todo debidamente cerrado. — Alice se cruzó de brazos y miró a Arnold con cara de victoria. — Para que veas. — Y aquello levantó risas hasta en Emma, que dijo. — No se lo tengas en cuenta, Alice. Si en verdad lo que le pasa es que le encantaba tener a William renacido correteando a su alrededor. — Arnold chasqueó la lengua y la miró con cariño. — A William ya lo tengo cuando quiera. Ahora me alegro de poder ver a Janet siempre que quiero. — ¡AY POR NUADA! ¡QUE VAIS A ACABAR CONMIGO EH! — Exclamó la abuela antes de sonarse la nariz.

Para rebajar la emocionalidad, los mayores se pusieron a intercambiarse regalos, y ella se inclinó sobre Marcus cuando se acercó a ella y dejó una galleta en su boca, a modo de mordaza. — Que es lo más caro que te he regalado hasta ahora. Más que aquella dichosa pluma de faisán azul. Y eso es todo lo que puedo decir. — Le caminó con los dedos por el brazo, vacilándole. — Y usted, alquimista de piedra O’Donnell, se ha pasado tres pueblos con los regalitos muggles. Si es que claramente los Millestone son su debilidad. — Y se acurrucó en sus brazos entre risas. Y entonces, Emma y Arnold se giraron hacia ellos y dijeron. — Falta nuestro regalo para vosotros. De pareja a pareja. — Dijo el hombre, tendiéndoles un sobre. — Como ya sois mayores y estáis fuera del colegio podemos regalaros cosas… distintas. — Completó Emma con un toque de misterio. Abrieron el sobre y salió un precioso cartel mágico, con tonos otoñales que Alice reconoció inmediatamente. — ¿Es lo que creo que es? ¡Llevo queriendo ir toda la vida! — Emma asintió. — La ruta de los magos primigenios, Merlín y la tumba de Arturo en Glastonbury. Sabemos que os encanta celebrar Halloween con vuestros amigos, pero hemos creído que quizá queráis hacer un plan de parejas con estos vejestorios el año que viene, porque se puede hacer la ruta en cualquier momento… — PERO MIRAD CUANTÍSIMAS ACTIVIDADES ESPECIALES EN HALLOWEEEN. — Exclamó Alice. — ¡ME ENCANTA! ¡CLARO QUE VAMOS! — Y se levantó para abrazarles. — Recuerdo tu cara cuando le regalamos a Marcus la ruta de los Iluminati… Y siempre supe que, si estaba en mi mano, te llevaría a un viaje similar. — Le dijo Emma, y, de nuevo, la emoción agarró el corazón de Alice. — ¡Esto es mejor aún! ¡Es alucinante! — Igual sí que queda un poquito de Gallia en ella, me parece estar viendo a la Alice de doce años. — Dijo Arnold pellizcándole la mejilla, y Alice sonrió sinceramente. Si era así, solo podía alegrarse, sentirse la Alice de verdad otra vez, como les dijo a sus primos.

 

MARCUS

Si Alice creía que iba a desviar el tema de su regalo por darle una galleta... en parte, tenía razón. Es que a Marcus le chiflaban las galletas, y más las de la receta original de Janet, por lo que emitió un sonidito de gusto mientras la mordía y miraba como un niño goloso. De hecho, reconectó con lo del regalo al hablar Alice de nuevo, porque casi se le olvida de verdad. — ¿Caro? — Preguntó, porque realmente pensaba no haber oído bien. — ¿Cómo que eso es todo? ¡Ahora tengo más intriga todavía! — Por supuesto, Alice desvió el tema a lo que él había comprado. Chasqueó la lengua. — Yo iba solo a por el robot ese de la abuela, pero no dirás que lo que he comprado no merecía la pena. — Para él, cualquier excusa era buena. — Pero no me líes, ¿cómo qué...? — Pero nada, entre Alice dándole galletas para callarle, los arrumacos y risas que le distraían, las entregas de regalos que le hacían curiosear y los comentarios cruzados, ahí iba a quedarse toda su intriga.

Ni se había dado cuenta de que sus padres aún no les habían dado el regalo, así que puso cara de extrema felicidad, agarrando el sobre con intriga y abriéndolo junto a Alice. Se le descolgó la mandíbula nada más verlo, y le vino muy bien estar tardando en reaccionar para poder dejar a su madre explicar el regalo. Su novia reaccionó antes, él seguía en el sitio. — ¡¡Pero qué pasada!! ¿¿En serio vamos los cuatro?? — Y ya sí se levantó, riendo y abrazando a sus padres. — ¡¡Gracias!! ¡Es genial! — Aunque súbitamente y como si de una alarma interna se tratara, se detuvo, y antes de poder decir nada, habló el que claramente había leído su alarma mental. — No te rayes, tío, si a vosotros os encantan esas cosas. Tú nos la cuentas y ya la haremos en otra ocasión. — Comentó Lex, quitándole importancia. Sus padres no parecían ni medio preocupados, lo que solo podía significar que tenían un as bajo la manga. — No tenemos ni idea de la agenda laboral que va a tener nuestra prometedora estrella deportiva el año que viene. — Comentó jocoso Arnold. — Además... ya teníamos su regalo. Y le va a gustar muuuuuuuuuuuucho más. — Ya empezamos. — Porque es muuuuuuy bueno. — Papá, ya vale. — Y por eso lo estamos dejando para el finaaaaaaal. — Lex ya estaba resoplando, porque mucho meterse con Marcus pero él también se moría de intriga, y Emma suspiró. — Al final lo dices. — Yo no digo nada. — Es que tenemos una fama malísima, hijo. — Se metió Molly en el barco aunque nadie la llamara, lo que provocó que todos tuvieran que aguantarse la risa.

— Venga, abuela. Que no iba a tener todo el mundo más de un regalo y tú solo uno. — ¡¡OY!! — Tengo otra cosita para ti. — Anunció, tomando el regalo y dándoselo a Molly, que ya ponía cara de niña pequeña. Emma suspiró de nuevo. — Marcus, ¿no crees que te has pasado un poco con los regalos este año? — Gracias. — Apuntilló Lex, satisfecho de ver que por fin le daban la razón en sus quejas por los excesos de Marcus. — Mamá, la Navidad es mi fecha favorita del año, me encanta hacer regalos y este es por excelencia el día de los regalos, y es la primera vez que tengo un sueldo propiamente mío como alquimista. — De Piedra. No eres rico. — ¿En qué mejor que invertirlo en ver felices a mis seres queridos? — El siguió con su discurso, pasando por encima del comentario de su padre. Tanto este como Emma le pusieron mala cara, así que alzó las manos. — ¡Ha sido por ser el primer año! Prometo ser más comedido en los próximos. — Uy, sí. Prometes ser más comedido cuando realmente sí que estés cobrando una millonada de sueldo de alquimista. — Marcus le hizo a Lex una pedorreta y, sin entretenerse más, le dio a Molly su regalo. Nada más la mujer lo abrió, se le iluminaron los ojos, así que se acercó a ella para explicar. — Bueno, como su propio nombre indica, "Abuela, cuéntame tu historia" es una libreta especial para que... puedas contarnos tu historia. — Sonrió. — Yo me sé muchísimas, pero seguro que no todas. Estamos aquí gracias a ti y... quería que quedara todo registrado. Para siempre. Tiene muchas preguntas y estoy convencido de que hay datos de Margaret Lacey O'Donnell que aún no conocemos. Y a todos nos encantaría conocerlos. — Señaló a Lex con la cabeza. — Es de los dos. — El otro se ruborizó. La realidad era que el libro lo había visto y comprado él, pero puso al corriente a su hermano por carta. No es como que en Hogwarts tuviera mucha libertad de movimiento. Con su aceptación, Marcus tenía de sobra para meterle en el regalo.

Sin palabras, Molly simplemente le achuchó y le llenó de sonoros besos, y luego hizo lo mismo con Lex. — Si cuando digo que tengo los nietos más bonitos del mundo no exagero. — Suspiró, mirando el libro con cariño. — ¡Ay qué buenos ratos me voy a pasar escribiendo! — Pero tienes que esperar a que lo lean. Si lo vas contando mientras escribes, no tiene gracia. — Al menos el comentario de Lawrence había bajado la emocionalidad un poco. — ¡Qué hombre tonto! Sabré yo cómo rellenar una libreta. — Pero la mujer también reía.

Pues ya no quedaban muchos regalos. Marcus hizo un cálculo rápido y dedujo que solo quedaban los de Lex y el suyo para Alice. Ni había caído en que su hermano aún no le había dado el suyo, pero ya no podía esperar más. — Bueno, con vuestro permiso, ya termino. — Tomó el paquetito en sus manos y se lo tendió a Alice. — Este es tu verdadero regalo de Navidad. Los otros solo eran... cosas que me recuerdan a ti y quiero que tengas. Y, a pesar de todas las acusaciones sobre mi persona de falta de autocontrol, pocas cosas compro. — Lo último lo dijo con tono de recochineo y mirando a los demás. Volvió al modo romántico mirando a su novia. — En fin... Espero que te guste. — Cuando Alice desenvolvió el paquete, apareció una caja ornamentada sencilla pero elegante, en vetas azules y con diminutas flores blancas esparcidas por la madera. — Ábrela. — Al hacerlo, comenzó a sonar la musiquita de una de las canciones de Navidad irlandesa que Nancy les había cantado el día anterior, lo que provocó una exclamación en Molly. — La música es inteligente. Detecta tu ánimo y, en función de eso, reproducirá la canción que vaya mejor con él. Con la esencia que le estés trasmitiendo. — Miró de reojo a su madre y añadió. — Puede que me hayan ayudado un poquito con eso. — Emma puso una sonrisa satisfecha, mientras miraba a Alice con ternura, aunque sin reclamar protagonismo, para dejarles su momento. Además, aparecieron en el interior de la caja algunos recuerdos: el billete de metro que tomaron para ir a casa de Howard y Monica en Nueva York, la hoja de respuestas del trivial que hicieron en el pub hacía unos días, el papel en el que habían anotado las instrucciones que Sandy les dio sobre cómo usar el teléfono móvil, y un envoltorio de muffin que rezaba "Primrose Hill, 12 de junio de 2002" escrito con su letra. — Te encantaba guardar recuerdos en la caja de música de tu madre, y en el cumpleaños de Dylan se la regalaste a él. Esa caja guardaba recuerdos de la Alice de la que me enamoré, de la primera Alice... Pero, ahora que hemos empezado una vida fuera de Hogwarts... quería que tuvieras una caja hecha por mí en la que guardaras recuerdos de la Alice de ahora. — Sonrió. — Los materiales los he creado con alquimia, pero solo es una caja. Salvando el hechizo sensorial de la música, no le he puesto ningún tipo de magia, porque creo que la mayor magia es la que tú vas a crear con lo que guardes dentro. Es tu caja, la caja de Alice Gallia. Y cualquiera que vea lo que hay en su interior, sabrá quién eres tú. —

 

ALICE

La reacción de Marcus a lo de Glastonbury era lo que esperaba, y aunque le daba también un poco de pena de Lex, sabía que este no tenía una especial devoción por eventos así y Darren… A ver, ella adoraba a su amigo, pero era disperso y gritón, y no era el humor que necesitaba para ver algo TAN GUAY, pero tan erudito y venerado, como Glastonbury. Ya podrían hacer otras cosas en familia completa (como la que iban a hacer en apenas veinticuatro horas). Así que simplemente se rio ante las tonterías de Arnold y dijo. — Uhhhhh, ¿ahora a quién le piiiiiicaaaaaaan? —

No aportó nada al intento de regañina de Emma porque bien sabía que era inútil, y simplemente esperó un poco impaciente al siguiente regalo de la abuela, como un gato curioso y travieso. — AWWWWW. — Exclamó al verlo. Le pareció un regalo precioso, y los ojos se le iluminaron. — ¿Sabes a quién me gustaría regalarle esto? Al abuelo Robert. El pobre es como Dylan, habla tan poco que muchas veces no sabemos qué se le está pasando por la cabeza, y me gustaría que lo contara. — Dijo con ternura. Tenía ganas de ver a su abuelo y darle un abracito, así que, por lo pronto, se lo dio a Molly entre risas. — Va a ser interesantísimo, abuela, acabará en tu biblioteca, ya verás, eres historia de Ballyknow. — Oy, esta hija… — Se rio la mujer, intentando parecer humilde, pero hinchada como un pavo de orgullo.

Y entonces fue su turno, y dio un botecito en su sitio. — ¡Ay! ¡Qué nervios! ¡Los regalos de mi Marcus son los mejores! — Sííí, no nos cabía duda, es que ni competimos. — La picó Arnold, pero ella ni escuchó, porque estaba abriendo el papel como una niña chica hiperestimulada. Cuando tuvo la caja en sus manos, dio un gran suspiro de admiración. — Menos mal que me lo has especificado, porque ya creía que esto era el regalo. — Qué gusto tan exquisito tiene mi nieto. — Se vanaglorió Lawrence. Pero ella realmente ya no estaba pendiente, porque al abrir la caja, se quedó sin habla. La música, el ambiente que generó, la explicación palabra por palabra de Marcus. Acarició como si fueran piedras preciosas todos los objetos de dentro y le cayeron dos lágrimas. — Mi amor, yo… — Levantó la mirada y se lanzó a darle un beso, le daba todo igual. — Gracias, Marcus, gracias de verdad… Esto es… lo más bonito que podía recibir. — Se secó las lágrimas. — Adoraba la caja de mi madre, pero… forma parte de otra historia. Esto… — Sacudió un poco la caja. — No paro de pensar en todo lo que vamos a meter aquí. — Y se rio de la pura emoción, abrazándose a Marcus entre sonidos de adorabilidad de la familia. — Tú haces magia todos los días conmigo, me tienes hechizada. — Le susurró con la voz tomada.

— Pues, hablando de lo de crear historia y tal… — Lex se revolvió y le alargó un regalo a Marcus. — Voy a ahorrarme la intro, porque claramente no se me da bien, así que… ahí tienes. — En cuanto su novio lo sacó, vio que era un álbum de fotos. — ¡OHHHH, LEEEEEEX! — Exclamó Alice, que estaba muy emocionada en general. La primera página rezaba “momentos de hermanos” con un hechizo de caligrafía (bastante estético, eso igual no era de Lex, pero, a juzgar por la expresión de su suegra, era la primera vez que lo veía). Pero es que la segunda página era un Marcusito absolutamente PRECIOSO al lado de un Lex diminuto, con las ropitas blancas de los bebés recién nacidos. Encima ponía “la primera vez que nos vimos”. Pasando las páginas había momentos como “nuestro primer verano”, “el primer tren a Hogwarts” y demás. — La primera fiesta de la Orden de Merlín. — Señaló ella al ver su foto de la Pascua, rodeada de pequeños recortes muy de Pascua, incluso lacitos pegados de los que juraría que había en las cestas. — Me ha ayudado un montón de gente a hacerlo, dándome ideas de decoración y eso, pero la idea original fue mía… Mira, mira más adelante. — Marcus obedeció y en las siguientes páginas lo que vieron fue títulos aún sin colorear ni decoración, pero que rezaban “el primer viaje de la orden de merlín”, “nuestro primer restaurante muggle”, “nuestro primer partido de quidditch profesional” y Lex se ruborizó. — Te gustó tanto el talonario que le hice a Dylan… Y ahora que por fin vamos a estar fuera de Hogwarts, pues… podemos “prometernos” hacer todas esas cosas… de hermanos. — ¡AY, POR NUADA! ¡MAEEEEEVE! ¡FRANKIE! ¡BAJAD A VER CUÁNTO SE QUIEREN MIS NIETOS! ¡QUE COSA MÁS BONITA, POR FAVOR! —

 

MARCUS

Se puso como un tomate cuando Alice se lanzó a darle el beso y rápidamente miró a sus familiares con apuro, pero también se le escapó una risa tontísima, como si siguiera teniendo once años y Alice acabara de darle por primera vez un besito en la mejilla. Tampoco es como si ninguno de los presentes fuera a escandalizarse, y Marcus estaba encantado con que su regalo hubiera gustado tanto. — Me alegro de que te guste. — Dijo lleno de felicidad real. Ya había tirado la toalla con que Alice no llorara, al menos era por algo bueno. Y eso es lo que él quería por encima de todo, hacerla feliz.

Arqueó las cejas con curiosidad y una sonrisita cuando Lex intervino. ¡Faltaba el regalo de su hermano, ni se acordaba! — ¡¡Gracias!! — Dijo entusiasmado, aun sin haberlo abierto. Menos mal que lo hizo, porque se quedó sin habla cuando lo desenvolvió. De todas las cosas que hubiera esperado recibir de Lex, desde luego esa no era una de ellas. Con la mandíbula descolgada y sin ser consciente ni de todas las miradas curiosas que tenía sobre su regalo, fue pasando las páginas, sin despegar los ojos de estas, aunque bien atento a las palabras que el otro decía. Obedecía lo que le indicaba, mudo, e ignoró el grito de su abuela como si no lo hubiera oído. En su lugar, levantó lentamente una mirada llorosa hacia su hermano, y el labio le temblaba como a un bebé lloroso. — No. — Lex... — No vayas a llorar. Joder, no hagas que me arrepienta de... — Pero Marcus se lanzó a sus brazos, estrechándole con fuerza, lo que hizo que el otro se callara. Lex devolvió tímidamente el abrazo y Marcus simplemente dijo. — Gracias. — Y se quedó allí hasta que pudo contener lo suficiente las lágrimas como para no incomodar a Lex. Pero ya lloraría cuando su hermano estuviera en Hogwarts, o volando por ahí, y él mirara ese álbum una y otra vez.

Eso sí, no tardó en recuperarse. — ¡¡HAY QUE HACER LA PRIMERA FOTO HOY!! — Lex tenía una expresión de artificial sonrisa congelada en el rostro, como si le hubieran petrificado. — ¡¡BUENO!! Y antes de que empieces a trabajar hay que hacer un EVENTAZO. Mira. — Pasó las páginas. — ¡¡Aquí va a ir!! ¡Y aquí los dos cumpleaños, el tuyo y el mío! ¡¡TENEMOS QUE HACER UNA FIESTA EN LA CASA!! ¡¡PAPÁ, MAMÁ, MACRO FIESTA DE CUMPLEAÑOS!! ¡¡ALICE, LOS MANTELES!! — Que alguien lo pare. — Suplicó Lex. — Siento haber provocado esto. — No seas tonto, es genial, ¡ya mismo está lleno! — Tío, que la vida es muy larga, deja páginas. — ¡Qué dices! Hay que hacer uno por cada etapa vital. — Jodeeeeeeer yo para qué me meto en esto... — Y todos reían viendo cómo Marcus se venía más y más arriba y, proporcionalmente, Lex se agobiaba.

Un fuerte carraspeo de su padre, y las sonrisillas contenidas de este y Emma, vaticinaban lo que venía a continuación. — Nuestro hijo pequeño le ha hecho un regalo precioso a nuestro hijo mayor, y yo creo que ya está bien de hacerle esperar por los nuestros ¿no? Se va mereciendo ya tenerlo, que no quedan más. — Lex suspiró sonoramente. Claramente se moría de intriga pero no quería dejarlo traslucir. Estaban de risas cuando, de repente, una bola redonda salió de ninguna parte rápidamente en dirección a Lex y, para impacto de todos, su hermano la cogió con unos reflejos impresionantes. Ellos ni habían visto la bola y él ya había reaccionado lo suficientemente rápido como para atraparla en el aire. Definitivamente, había nacido para cazador de quidditch. Lex la miró confuso. — ¿Cómo se abre? — Arnold se encogió de hombros. — No sé... Prueba a darle una orden. — Lex parpadeó. Tardó unos segundos en caer hasta que soltó su primera hipótesis. — ¿Faerainn? — La bola poco a poco empezó a agrandarse, y a agrandarse, tanto que Lex abrió los ojos, se vio obligado a soltarla y todos los presentes tuvieron que apartarse. — ¿¿La tengo que parar?? — Tranquilo, se para sola. — Comentó Arnold entre risas, y la verdad es que Marcus también empezaba a plantearse si eso se paraba solo y si la bola en cuestión les aplastaría. Cuando quisieron darse cuenta, su tamaño empezó a cambiar, y para cuando obtuvo el definitivo, por la forma y a pesar de seguir empaquetada, ya era bastante evidente de qué se trataba.

Lex parecía no querer creérselo, no obstante, hasta que no la abriera. Con los ojos como platos, miró a sus padres, y rápidamente rasgó el papel, que ya sí se dejaba abrir. Los presentes vitorearon ante la aparición de la flamante escoba nueva, pero Lex estaba con el aliento absolutamente contenido. — Es... Es... — Marcus ojeó para ver la marca de la escoba, aunque se imaginaba que sería el último modelo, si bien tenía una forma bastante más... No sabía cómo definirlo, pero era diferente a las escobas que veía en la escuela. El mango era más largo y tenía una leve curvatura, además de ser menos cilíndrico y más achatado y fino. Era oscura y hacia la parte trasera del mango tenía un aro metálico que estaba convencido de que se convertiría en otra cosa a la orden de su dueño. — "Sinsonte dorada". Bonito nombre. — ¡Es una escoba de competición! — Alucinó Lex, sobresaltando a Marcus, que estaba tan tranquilo admirando lo bonita que era la escoba. — ¡¡Salió el mes pasado!! ¡Es hipernueva! ¿Pero... qué... cómo...? — Hijo, lo que tu madre no pueda conseguir. — Comentó Arnold, haciendo que Emma rodara los ojos con una sonrisilla e interviniera, por alusiones. — Ya está registrada en el reglamento y se puede utilizar, y por lo que me he informado, va a ser la escoba que más se utilice en los próximos campeonatos. Generalmente los equipos facilitan escobas a los jugadores, y... — Los Montrose las han comprado, pero pocas, solo para los titulares. — Continuó Lex. — Es decir, tú puedes llevar tu propia escoba. Ellos te las ofrecen, pero si tu prefieres la tuya, puedes llevarla. Y habían comprado un set para los jugadores titulares... yo... no contaba... O sea... Había dado por hecho que me quedaría con una de las escobas de los suplentes. — Pues ya es decisión tuya. — Comentó Emma. — Ya tienes una. Puedes usar las del equipo o esa, e igualmente puedes entrenar con ella, hacerte a ella, independientemente de la que uses en el partido o si te ceden una de estas. — Queríamos que tuvieras tu primera escoba profesional. — Añadió Arnold. Lex tenía los ojos brillantes. — Gracias... No... No sé qué decir... — Arnold sonrió y abrió los brazos, y eso fue lo único que fue necesario decir.

Sus padres aún estaban achuchando a su hijo pequeño cuando Molly reclamó su protagonismo. — ¡Bueno! ¿Puedo dar ya lo nuestro? — Y revolvió entre los paquetes ya desenvueltos para sacar el único que aún tenía envoltorio. Al ver otra cosa con forma de bola, Lex soltó una carcajada. — ¿Esta también tiene truco? — Me temo que no somos tan originales. — Comentó Lawrence entre risas, y cuando Lex desenvolvió, efectivamente, lo que salió fue una bola. Una quaffle, para ser exactos. — ¡Guau! — Lex la lanzó un par de veces un par de palmos, recogiéndola en el aire, presionándola con los dedos y haciendo diversas pruebas que solo él entendía. — ¡Es buena! Pero esto sí que no puedo llevármelo al partido, está prohibido que las pelotas no sean las de reglamento que facilita el campeonato. — Esta era para combinar esa pedazo de escoba y su entrenamiento. Es para ti. — Especificó Lawrence, y con un gesto ceremonioso, la señaló. — Marcus y Alice te han regalado una herramienta para controlar el clima. El conocimiento, si no va destinado a su correcta utilización, puede dejarnos un tanto desubicados. Esos datos que va a darte la vara deberían poder servirte para algo ¿no crees? — Se encogió de hombros. — No podíamos alterar la funcionalidad de la escoba por si la usas en un partido, porque eso sí que no sería legal. Pero, como bien dices, no puedes llevar quaffles de fuera. Esa es para que practiques en diferentes condiciones climáticas, para que experimentes. Está modificada con alquimia, evidentemente, porque es un regalo mío. — Rieron. — Puedes cambiar sus propiedades: volverla más resbaladiza para emular tiempo lluvioso, ralentizarla o acelerarla como si hubiera viento favorable o desfavorable... No te van a faltar condiciones con las que entrenar. — Lex tenía una sonrisa radiante. — Gracias, abuelo. Gracias, abuela. — ¿Te ha gustado, cariño? — Preguntó Molly. Lex asintió. — ¡Claro! Me encanta. — Menos mal, hijo. Yo lo que quería era hacerte otro ajuar. — ¿Perdona qué? — La reacción de Lex fue tan espontánea, como si se hubiera atragantado, que a Marcus casi le da un ataque de risa. — ¡¡No te lo he hecho porque sé que a Judith también le va a hacer ilusión...!! — ¿Cómo? — ¡¡...Y no quería yo pisarle la idea a la pobre mujer!! Pero vamos, si tú quieres otro arcón como el de tu hermano... — Yo no... — …Yo me estoy poniendo ya mismo en contacto con Judith y entre las dos os vamos a hacer unas cosas preciosas. — Eh, papá. — Intervino Arnold. — ¿Se puede alterar la quaffle para ver cómo podría cogerla un jugador al que está a punto de darle un desmayo? — Todos estallaron en risas. Lex resopló, negando con la cabeza, pero rio también. — Te lo agradezco, abuela. Pero por ahora prefiero cosas de estas. — Bueno. — Dijo la mujer, no muy conforme. — Ya lo hablaré con Darren. —

 

ALICE

Alice podía percibir a la perfección cómo Lex empezaba a arrepentirse muy fuertemente, porque Marcus estaba tan arriba con el regalo que la asustó hasta a ella con lo de los manteles, pero no podía contenerse una risita y una mirada de “tú te lo has buscado, la verdad” y los demás estaban tan emocionados que no le veían las desventajas. La risa se convirtió en carcajada en el momento que oyó lo de “cada etapa vital”.

Pero en cuanto Arnold empezó a preparar el terreno para el regalo de Lex, atendió como la buena niña que era. Cuando Lex cogió aquello al vuelo, no pudo evitar inclinarse hacia Marcus y decir. — En verdad podría ser lo que quisiera en el quidditch. Con lo alto que es, se lo rifarían de guardián. — Le hizo mucha gracia lo de la orden, pero estaba tan deseando verlo que empezaba a impacientarse, y en cuanto vio la forma definitiva del regalo casi se le escapa un “ES UNA ESCOBA”. Voy camino de convertirme antes en Molly que en mi propia abuela. Ahora, eso sí, nunca se imaginó que una escoba le tentara tanto que incluso deseara probarla. Era PRECIOSA. — Ya puedo verte jugando con esta escoba, vaya, vas a parecer un dios, vamos. — Dijo admirándola. — Y es superslytherin. — Tiene una elegancia inherente que, si bien no fue definitoria para su compra, es un valor añadido, sin duda. — Dijo Emma muy puesta. Sí, vaya, Slytherin. — Me gusta hasta el nombre. — Todos la miraron y ella se encogió de hombros. — Es un pájaro. Y además Ravenclaw. Si quieres, en casa Gallia empezamos a llamarte así. — Dijo picándole la mejilla a su cuñado.

El regalo del abuelo lo conocía, obviamente, y estaba segura de que le iba a encantar, además de que iba muy a la mano con el que habían hecho ellos. Mientras el abuelo explicaba todas las cualidades de la quaffle, ella se rio y le dijo a Lex. — Ni te imaginas cómo ha sido probarla. No sabes las que liamos en el taller para asegurarnos de cómo reaccionaba. Menos mal que existen los hechizos domésticos. Pero nos lo pasamos increíble. — Pero se vio cortada con Molly y su batería de preguntas sobre el ajuar, que dejó fuera de combate a ese chico de casi dos metros que acaba de parar un objeto volador que no sabía que iba hacia él, pero que ante la perspectiva de hablar de manteles y copas, se bloqueaba.

Ya no quedaban más regalos, y Alice esperaba quedarse tranquilamente admirando todo, pero entonces la puerta se abrió (sí, en Ballyknow nadie llamaba a las puertas) y escuchó un tremendo jaleo. — ¡Papá, mamá! ¡Estamos aquí! — ¡TENGO UN HUEVO! ¡UN HUEVO DE DIRICAWL! ¡ES MÍO! ¡LEX, TENGO UN HUEVO! — Claramente eran Shannon y su familia, entrando por la puerta, junto con Ruairi y la suya. — Al final han convencido a Dan. — ¿Cómo que un huevo? — Preguntó Lawrence confuso. — Ruairi, ¿puedo enseñárselo a Lex? — Preguntó Ada justo entrando por el salón con un barullo de mantas en brazos y cara de absoluta preocupación maternal. — ¡A verlo, Ada! — La incitó Lex. Ada fue delicadamente a su lado y sacó el reluciente huevo, acariciándolo como si fuera el objeto más preciado del mundo. Maeve saltaba buscándoles. — ¡Marcus! ¡Alice! ¡Me han regalado una mesa de dibujo portátil! Pero me han obligado a dejarla en casa, luego… — Bueno, vamos a hacer un buen desayuno para toda esta gente. — Dijo la abuela Molly. — Y un hechizo extensor a la mesa, claramente. — Añadió Emma yendo detrás de ella. Alice quería ir a ayudar y empezar a repartir galletas, pero se encontró con los otros Lacey bajando la escalera. — ¡DAN! ¡TITA! ¡SOIS LOS MÁS MEJORES DEL MUNDO ENTERO! — Gritó Sophia antes de tirarse sobre los dos. — ¡Uy! ¡Le ha gustado el maletín, me parece! — ¿ESO ES UNA SINSONTE DORADA? ¡NO SERÁ CIERTO! — ¡Cuidado con mi huevo! ¡No le estreséis! — Igual deberíamos haberlo dejado en casa… — ¡NO! — Contestaron Niamh, Ruairi y Ada al mismo tiempo a la sugerencia de Dan. — ¿Y SI ECLOSIONA Y ESTÁ SOLO? — Igual eclosiona de todas formas con tanto meneo… — Dijo Fergus mirando preocupado al dicho huevo. Justo entonces, sintió una corriente fría y vio que se abría la puerta principal. — ¡BUENOS DÍAS, FAMILIA! ¡TRAIGO GOF…! — Su tía se quedó cortada al ver tantísima gente. — Te dije que no serían suficientes. Sé que no lo parece, pero conozco a mi familia. — Afirmó Erin en voz bajita. Ah, sí. Eso sí era una Navidad de verdad.

 

MARCUS

Ahora llegaba el momento favorito de Marcus: quedarse un buen rato con su familia disfrutando entre todos de los regalos, compartiendo anécdotas, fantaseando con cómo los iban a utilizar... Bueno, quizás tendría que dejar el momento para más adelante. Se llevó un buen sobresalto cuando la puerta se abrió de par en par y apareció Ada gritando, ni se acordaba ya de lo del huevo de diricawl. Su segunda reacción tras el susto, fue reír. La tercera, temer que aquello eclosionara en mitad del salón con semejante caos que ya de por sí había. Y la cuarta recordar, una vez más, que estaba delante de un montón de gente en pijama.

— ¡No me digas! — Celebró alegremente la noticia de que a Maeve le habían regalado una mesa de dibujo, dejando de lado sus temores sobre el pijama y la posible eclosión (porque lo primero era una batalla perdida y para lo segundo ya había allí magizoólogos de sobra que se podían encargar). — Mira, vamos a enseñarte los nuestros. — ¡¡Sí!! — Saltó la niña con alegría, mientras él la reconducía con las manos en sus hombros hasta el árbol. Iba a tener su momento de disfrutar de los regalos de Navidad como que se llamaba Marcus O'Donnell... Bueno, pues tampoco. La llegada desde el desván de Jason y familia volvió a desbaratar todo el entorno, y ya no sabía si temía más por el huevo, por la escoba de su hermano, por su álbum de fotos que había dejado sin supervisión y ahora estaba en manos de Fergus y su mirada curiosa o por el aparataje muggle que andaba por ahí rociado y de cuya fragilidad no tenía pruebas empíricas.

— ¿Qué hay aquí dentro? — Saoirse tenía la cabeza metida en el arcón que le habían regalado sus abuelos como Elio tenía la suya en la bolsa de chucherías que, técnicamente, se tenía que administrar. Como primera medida, se lanzó casi en plancha a arrebatarle la bolsa a su pájaro, si no querían ver el nacimiento de un ser y la muerte de otro en el mismo día; después, cogió a Saoirse en brazos con su mejor sonrisa navideña para, de paso, separarla de esos delicados y mágicos manteles. — ¡Pero si es una duendecilla americana de la Navidad! ¿Qué te han regalado a ti? — ¡¡Me han comprado la Stacey Palm Pink Essential Christmas Edition Superstar!! — Marcus parpadeó, con la sonrisa congelada y la niña en brazos. — Es la muñeca de moda este año. — Precisó Maeve, que siempre tenía el don de aparecer a su lado cuando más la necesitaba. Ya con el dato pudo hacer fiestas más sinceras. — ¡Qué bien! — ¡Y la prima Sandy me dijo anoche que iba a traerme un vestido para estrenarlo en la comida de hoy! — ¡Anda! Has debido portarte muy bien este año. — Sí. — Respondió sin ningún atisbo de duda.

— ¡Venga! ¡A desayunar! — Llamó Molly, y todos se sentaron a la mesa prácticamente en tropel, entre risas, comentarios sobre regalos y algún que otro pique (como el de Violet, que empezó a molestarle por el hecho de que él le hubiera hecho un pomposísimo regalo a su sobrina mientras que esta le había dejado a él con la intriga hasta La Provenza). — ¡¡Feliz Navidaaaaaaaad!! — Aparecieron Andrew y Allison por la puerta, haciendo muchísimas fiestas, y con Brando con un gorrito monísimo y un peluche que no dudó en compartir con Arnie, que respondió feliz a la llegada de su compañero generacional. Tenía ya el estómago lleno de tanto desayuno (y quizás no había sido buena idea, era tardísimo y les esperaba otra comilona), le dolía la mandíbula de reír y sonreír y estaba en presencia de aproximadamente treinta personas en pijama, pero se encontraba absolutamente feliz. — ¿Te imaginaste que la Navidad sería así? — Le dijo a Alice entre risas, y dando un último sorbo a su zumo, añadió. — No deja de superar mis expectativas. —

 

SOPHIA

— Tía Molly, entro. — Oyó Sophia desde el desván, mientras terminaba de colocar su maletín. Había encontrado en Nancy la prima mayor que siempre había querido, aunque no fuera su prima realmente (y, en verdad, menos mal, porque, para variar, ya había tenido que llegar su hermano con sus miraditas y su encanto irresistible y ya había visto cómo acababa esa historia). Marcus y Alice eran geniales, y le encantaba estar con ellos, pero es que Nancy era… Pues como quería ser ella, para qué decir otra cosa. Sola, viviendo su vida, estudiando, siendo un referente para la familia en ese aspecto… Era demasiado genial. Así que ahora parecía su prima Maeve, porque si Nancy aparecía, ahí estaba Sophia para pegarse a ella y escuchar todo lo que tuviera que contar. Y su madre y tía Molly más contentas estaban, de que estuviera aprendiendo más cosas de Irlanda que en toda su vida.

— ¡Hola, Nance! — Ey, Soph, qué bien que estes aquí. — Marcus y Alice se han ido con casi todos para preparar la comida en casa O’Donnell, pero he oído que las abuelas querían montar algo contigo y he decidido quedarme, todo lo que cuentas es tan interesante… — Nancy rio. — Si hay O’Donnells implicados, y con todos los refuerzos que habéis traído de América, manos no les van a faltar. — Qué bien, Nancy aprobaba que se hubiera quedado. Genial, Sophia, acabas de cumplir siete años, se dijo, porque de verdad, no podía parecer tan niña chica delante de una intelectual como Nancy, por Dios. — Es que todo lo que cuentas es tan interesante… Me hace entender mejor de dónde vengo. — Y, siendo sincera, no era algo que le hubiera interesado mucho hasta entonces, y se sentía un poco culpable. Pero es que su padre era muy pesado y contaba las cosas gritando y atropelladamente, y los abuelos eran más dulces y agradables, pero se perdían, se atascaban en detalles, de repente volvían a algo que dentro del discurso ya no tenía tanto sentido… Y al final, Sophia, por una cosa o por otra, desconectaba. Pero Nancy lo contaba todo TAN bien, TAN interesante, que estaba aprendiendo tanto de Irlanda que empezaba a sentirse mucho más orgullosa de sus raíces.

Fueron al comedor y allí estaban la abuela Maeve y la tía Molly hablando. — ¿Dónde están los hombres de la casa? — El abuelo ha recordado así, como por arte de magia, que eran los hombres los que se encargaban del vino caliente en el festín de San Esteban, y ha entrado como una exhalación en el taller a comerle la oreja a Lawrence y al final han ido a por el pobre Arthur, porque es el único que sabe hacer el vino, y ya iban quejándose. — Sophia rio, porque había descubierto un abuelo distinto cuando se juntaba con Larry y Cletus, eran para verlos…

— Bueno, pero para esto no les necesitábamos. — Dijo la tía Molly moviendo la mano en el aire, como si espantara realmente a alguien. — Cariño, te he hecho venir porque Maeve se acordaba de la melodía del villancico de Aquella noche en Belén, y yo me acordaba de la mayor parte en gaélico, y ella algunas cosas en inglés, pero nos gustaría dejarlo escrito ¿sabes? — Nancy sonrió y se sentó al lado de Molly, y Sophia la imitó pero al lado de su abuela. — ¡Claro! Esas cosas hay que hacerlas. A ver, el principio veo que ya lo tenéis. — Si, las primeras estrofas están clarísimas. ¿Y de que te acordabas tú, Maeve? — Pero su abuela estaba muy callada y con los ojos brillantes. — De lo de después. “Los cielos brillan de alegría/ la tierra vestida de blanco se halla/ mirad a Jesús en la cuna / bebiendo del pecho de su madre”… — Nancy sonrió. — ¡Eso es! — Sophia hizo un ruidito de adorabilidad. — ¡Ohhhh abuela! Pero qué villancico tan bonito… Si es como una nana. — Molly también tenía los ojos brillantes. — Todas hemos soñado con cantarles esto a nuestros bebés una Navidad, es un villancico precioso, y lleno de ternura. — Pero entonces, la abuela Maeve se echó a llorar y todas pusieron caras de pánico. — ¿Pero qué pasa?  — ¡Ay, cuñada! Tú pasas de cero a cien, eh… — Le dijo Molly, preocupada, cogiéndola de las manos. — Es que… Recuerdo cuando estaba embarazada de Jason y pensé… mi hijo va a nacer en América. Mi bebé no va a ser irlandés… — Tragó saliva y se encogió de hombros. — Pero me dije: no pasa nada, yo le cantaré en gaélico, y pronto volveremos a Irlanda, y aprenderá a ser irlandés. — Sorbió. — Y Jason nació, y yo le canté y le hablé, y le di de comer todo lo irlandés que podía… Y luego me quedé embarazada de Shannon y otra que no iba a nacer en Irlanda… Pero bueno, me dije que ya había enseñado a uno, enseñaría a dos. — Negó con la cabeza. — Pero los años pasaron, y pasaron como pasa una tarde de verano: sabes que va a ser larga, pero aun así se te pasa demasiado rápido y con la sensación de que te quedaron cosas por hacer. — Sophia la rodeó por los hombros. — Pero, abuela, si nos has hecho a todos irlandeses, si habéis hecho una pequeña Irlanda en Long Island… — Maeve negó y se tapó la cara. — Pero es que se me ha olvidado el gaélico hasta en esta canción. ¿Cómo voy a mantener mis raíces en mi familia si no soy capaz ni de cantar las nanas con las que quería que mis hijos crecieran? — Sinceramente, Sophia no sabía ni qué hacer, pero se sentía, por algún motivo, tremendamente culpable.

Nancy se agachó frente a su abuela y cogió sus manos. — Maeve, escúchame. Eso que tú piensas no es cierto. — Le buscó la mirada con ternura y tranquilidad. — No es otra cosa más que la historia del pueblo irlandés. Estamos condenados a estar aquí y en todas partes. Ya no hay una isla hogar, ni existe vuestra Isla Esmeralda. Lo siento, sé que a veces duele oírlo, pero hay muchas cosas que en la historia se han perdido, y nuestra isla fue una de ellas. Irlanda ya no es una isla, sino muchas. Cada uno que se subió en un barco, que cogió un traslador y puso un pie en Ellis Island, en Escocia y hasta en China, es otra isla. Es la Irlanda de quien recuerda, de quien siente, de quien enseña, como tú has hecho. Y tú recuerdas una isla, una que ahora no está aquí, en Galway, si no ahí. — Dijo señalándole al corazón. — Y ahí. — Ahora señalaba a la cabeza. — No eres menos irlandesa por no recordar el gaélico, es un idioma complicado. — No le digáis a mi familia que lo he dicho, pero sí, es un idioma infernal. — Dijo Molly asintiendo gravemente, y Nancy sonrió. — Es más bonito tener muchas islas, repartidas por el mundo, que vivir mirando en dirección a la que se quedó atrás, preguntándote cómo estará, si estarán orgullosos de ti. — Nancy cogió el papel y lo señaló. — Mientras escribamos nuestros recuerdos para que ellos. — Dijo señalándola a ella. — Los puedan tener, Irlanda seguirá siendo lo que es. — Molly acarició las mejillas de la mujer y dijo. — Qué sabia es mi Ravenclaw. Igual que mi Sophia y mis niños. — Y luego tomó las manos de Maeve. — Cuñada, este villancico es el más antiguo de la historia de Irlanda, ¿de verdad creías que te ibas a cargar un villancico del siglo X por no acordarte de un idioma tan extremadamente complicado? — Y todas se rieron, incluso su abuela. — Venga, voy a escribírnoslo en gaélico y a por el arpa, y lo cantáis para que lo vea Sophia. —

Y mientras Nancy entonaba de forma preciosa, las abuelas empezaron, emocionadas, a entonar la canción. Y entonces, la que tuvo que limpiarse las lágrimas fue Sophia. Sus abuelos habían sido increíblemente fuertes y buenos, habían guardado un dolor así de grande dentro y habían logrado crear esas islas que Nancy decía en base a una familia feliz y consciente de dónde venían. Y se propuso, allí, en esa Isla Esmeralda de sus abuelos, que a partir de ahora, haría sentir siempre que pudiera a su abuela que sí, que ellos también tenían su isla, que nunca la olvidarían, que allá donde hubiera un Lacey, su isla seguiría viva.

Notes:

Este día de Navidad nos ha quedado emotivo, recordando villancicos y tradiciones, pero a la vez novedoso. ¿Y qué se hace en Navidad? Pues hablar de los regalos, así que contadnos, ¿qué regalo os habríais pedido vosotros? Las coautoras tienen sus favoritos, por supuesto. Y siguiendo con los regalos, ¿habéis reconocido los que eran muggles? Fue la parte en la que más nos reímos, nos encantan sus contactos con nuestro mundo.

Obviamente, no hemos terminado con la Navidad, ¿preparados para seguir? Veréis, veréis… que no os imagináis lo que se viene.

Chapter 66: Crazy noisy disco night

Notes:

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Lista de reproducción de Piedra
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☼ Canciones asociadas a este capítulo:
- The Wellermen - Nancy Mulligan
- Nathan Evans - Heather on the hill

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Chapter Text

CRAZY NOISY DISCO NIGHT

(25 de diciembre de 2002)

 

ALICE

Parecía increíble, pero sí, podían comer más. De hecho, QUEDABA COMIDA EN EL MUNDO y cocinas donde cocinarla para seguir alimentando tan profusamente a tanta gente. Solo esperaba que no tuvieran que cenar, y eso que ya hacía dos horas que habían comido, pero el estómago de Alice parecía estar pidiendo unas largas vacaciones. No obstante, estaba siendo un día delicioso. Lleno de ilusión, de compartir regalos, recuerdos, anécdotas, conversaciones interesantes, emociones… Miró a Marcus y tomó su mano, dejando un beso sobre ella. — Respecto a lo que me has preguntado antes: no, nadie puede imaginarse unos días tan perfectos y significativos. — Perdió la mirada y suspiró. — Hay más en el cielo y la tierra que lo tu filosofía pueda imaginar… — Miró a Marcus y sonrió un poco tristemente. — Es de Shakespeare. Y a mi padre le encanta esa frase… —

Empezaba la cosa a ponerse emocionalmente intensa, cuando los gritos interrumpieron su reflexión. — ¡Primo Lex! Enséñanos cómo funciona la Sinsonte. — ¡Sí! ¡Andrew y yo podemos ensayar pases contigo, como si fuera un partido, y Allison haría de guardiana. — Intervino Frankie. — Oye, Junior, que acabo de tener un bebé, no estoy justo yo para parar tantos de un cazador profesional… — Se quejó la chica. — ¡Yo haría de guardiana! Por tal de ver volar a la Sinsonte. — Añadía feliz Nancy. — Anda esta… Que se cree que puede pararle tantos a nuestro primo profesional… — Le picó Andrew. — Pero yo lo veo. Podemos ir detrás. — ¡SÍ! ¡PRIMO LEX, DI QUE SÍ! — Empezaron a chillar los gemelos. Lex, que de repente se veía imbuido por las masas, se levantó, con una cara de chulito que no le había visto en la vida, y dijo. — Venga… ¿queréis verla, entonces? — ¡SÍÍÍ! — A ver, hijo, que no es un juguete, eh… — Intentaba calmar Arnold. Y entonces llamaron al timbre y el incesante ruido de la sala se calmó. — ¡Es Flanagan! — Susurró Saoirse apartándose de la ventana de golpe. — ¡Vaya! Ya pensé que nos habíamos librado de ese… — Calla, Cletus. — Acortó Amelia. — Ya voy yo, anda… — Aseguró la mujer, levantándose. Alice miró a los que la rodeaban, confusa. — ¿Quién es Flanagan? — El cura… — Dijo Andrew en un suspiro. — Yo le echo de aquí, eh… — Amenazó Siobhán. — ¿Cómo que cura? ¿Un sacerdote cristiano? — Católico, para más señas. — Dijo Niamh con una risita. — ¿Y LO sabe? — Preguntó Alice haciendo hincapié. — No. — Recibió como respuesta de varios, entre le enfado y el apunto de echarse a reír.

— ¡Pero padre Flanagan! ¡Qué grata sorpresa! — ¡Mi querida señora O’Donnell, felices pascuas! — ¡Felices pascuas, padre! Ya creíamos que este año no venía. — Hay muchos pueblos de Galway a los que llevar la fe, señora, pero yo no podía marcharme sin pasar por Ballyknow. ¡Buenas tardes, familia, y felices pascuas! — Era un hombre de unos cincuenta años, pero de aspecto jovial, con sus gafitas y esa ropa negra que llevaban los sacerdotes católicos. — ¡Vaya, pero si veo caras nuevas por aquí! — Sí, padre. Son el hermano de mi marido y su familia, los O’Donnell de Inglaterra. — Los mencionados saludaron, confusos. — Y aquel es Francis Lacey, que es de aquí, pero emigró a Estados Unidos, y han vuelto para la Navidad. — Jejejeje Inglaterra y América, entonces igual compartimos árbol cristiano, pero no ramilla ¿eh? — ¿Era eso un chiste? Lo peor es que los americanos se rieron, pero a ellos les estaba pillando el erumpent de una manera espectacular. — ¡Uy! ¡Andrew, Allison! ¡Si no había visto yo a este pequeñín! ¿Cuándo le vamos a bautizar? — Dijo el hombre cambiando de tercio. — ¡Qué va, padre! Si ya hace tres meses lo bautizamos en mi pueblo. — Dijo Allison rápidamente. ¿BAUTIZAR? ¿Andrew y Allison a su hijo? El cura ladeó varias veces la cabeza. — Qué manía tenéis en esta familia con bautizarme a los niños por ahí siempre. — Uy, es que somos muy viajeros, padre. Mire mi hermano y Frankie sin ir más lejos. — Aportó Cletus. — ¡Ya lo veo! Pues mira, venía a dar mi sermón de Navidad, por si puedes avisar al resto de familias. ¿Seguís sin teléfono? — ¡Yo tengo uno, padre! — Dijo Sandy feliz, levantando su móvil. — ¡Ay, qué mona es! ¿Verdad? Sandy, de Nueva York, es la nieta de Frankie, ya sabe, vienen de la gran ciudad y no conciben que aquí nadie tenga teléfono. — Flanagan miró a Amelia. — La verdad, señora O’Donnell, que yo no soy de la gran ciudad y aún me sorprendo de la cantidad de pueblos en esta zona que no tienen teléfono. Aunque con la cantidad de búhos y lechuzas que hay por aquí, podrían usarlos para mandar mensajes más rápido. — La forzadísima carcajada que Eddie empezó, sobresaltó hasta a su propio nieto, que le miró delatoramente con el ceño fruncido. Alice se giró a hacia Nora, que también se reía nerviosamente y susurró. — O sea, que no lo sabe… — Qué va a saber… — Contestó Siobhán por su madre con muy mala cara.

— Bueno, pues me voy a esperar allí en el centro comunitario ¿no? Porque ya me imagino que la iglesia sigue cerrada. A ver si nos ponemos con eso. — Ya sabe que la gente es muy agarrada para donar el dinero que hace falta para las múltiples reparaciones. — Dijo Amelia con una muy fingida indignación. — ¿Hay iglesia en Ballyknow? — Preguntó Lex, bajito, pero el tal Flanagan le escuchó. — Pues de hecho sí, joven, pero veo que, como a mí, no se la han enseñado. — Su cuñado se quedó parpadeando y dijo. — Yo es que soy un poco bruto. Deportista, ya sabe. A mí no me enseñan nada. — ¡Oh! ¿Y qué deporte practicas? — Ya iban a intervenir Amelia, Molly, Shannon y sobre todo Emma, cuando Lex, muy tranquilo dijo. — Rugby. ¿Le gusta? — Todos parpadearon. ¿Qué demonios sería el rugby? — ¡Ah! Yo fui boxeador de joven, pero el rugby es un muy noble deporte que también me encanta. Seguiré sus pasos, joven. — ¡Uy! ¿Nos pegamos un poco antes del sermón, padre? — Dijo Andrew con sorna, provocando una carcajada de Frankie. Aun así, se llevó una colleja de Eillish, que le dijo entre dientes. — Ya vale con el pitorreo, que al final la liamos. — Bueno, les espero allí, voy llamando a las puertas que hagan falta. —

Y ante la estupefacción de los ingleses, tanto irlandeses como americanos empezaron a levantarse y ponerse los abrigos. — Espera, espera… ¿Vamos a ir a un sermón de verdad? — Preguntó Alice. — Eso mismo digo yo todos los años. — Dijo Siobhán con retintín. — Tómatelo como un acontecimiento antropológico, Alice. — Le instó Nancy, mientras ayudaba a abrigar a los gemelos. — Aquí en Irlanda es un mal necesario para mantener el secreto mágico. Quedaría muy raro que no hubiera NINGUNA familia católica en un pueblo. — Alice parpadeó. — Pero… ninguno sois creyentes ¿no? — ¡NAH! — Se oyó generalizadamente. — Si es solo por el secreto… — Alice miró a su familia, parpadeando incrédula. Solo alguien se estaba riendo. — ¡Uy! Yo voy a ir confesarme y veréis cómo espabilo al cardenal gafitas… — ¡TATA! — Alice suspiró. — Veeeeeenga, venga, que no es para tanto. Y luego seguimos EL FIESTÓN EN EL PUB. — Anunció Ginny. — No me creo que tú también pases por ese aro. — Ay, es que me rio mucho con las misas. — Admitió la pelirroja. — Si tienes miedo de aburrirte ponte con Wendy y conmigo, verás las risas. — ¿Me podré llevar a Ginger? Ahora parece un gatito… — Nada. Que se iban a misa.

 

MARCUS

Y pensar que cualquier otro año, a esa hora, estaría en casa de su abuela Anastasia, con ese silencio tenso rebotando por cada mármol de la mansión, sintiendo la tensión de Lex y sus padres y escondiéndose de Percival. Llevaban todo el día riendo, enseñándose unos a otros los regalos, yendo de una casa a otra y, sobre todo, comiendo sin parar. Estaba siendo un día precioso y, por lo visto, en su familia era tradición que los más jóvenes salieran de fiesta el veinticinco por la noche, por lo que aquella jornada estaba aún muy lejos de finalizar. Rebosaba de felicidad tanto que empezaba a tener la sensación de estar incluso más gordo... Probablemente, las ingentes cantidades de comida estuvieran ayudando a la felicidad a tales efectos.

Ya iba a arrastrar a todos los niños a donde quiera que fuera que su hermano pretendiera probar la escoba nueva, como si llevara una guardería ambulante, cuando llamaron a la puerta. Él no se dio ni medio por sorprendido, pero en el ambiente se originó un silencio sospechoso. Frunció el ceño extrañado, aunque sin diluir la cómica sonrisa. ¿Ahora os vais a extrañar de que llamen a la puerta? Aquí no deja de entrar y salir gente del pueblo que no conocemos de nada, pensó divertido, pero la alarma con la que dedujeron de quién se trataba le hizo sospechar que sería una visita non grata. Simplemente lo interpretó como que sería alguien del pueblo que no les agradaba por los motivos que fuese... No se vio venir lo que estaba a punto de vivir.

Alice se lo tomó en serio antes que él, que ante la revelación de que se trataba del cura soltó una carcajada, dando perfectamente por hecho que se trataba de una broma. — Espera. — Detuvo la conversación antes de que abrieran la puerta, con los residuos de la sonrisa aún en el rostro. — Es broma ¿no? — Ya no quedaba residuo alguno. La expresión divertida había desaparecido por completo para dar lugar al miedo, que le hizo mirar a cada uno de los presentes con los ojos desencajados, y presenciar como a cámara lenta el momento de la puerta abriéndose y cómo un cura, con todo el estereotipo de cura muggle cristiano que tenía en su cabeza, se les metía en una casa en la que, entre otras muchísimas cosas, había una escoba de competición expuesta y rodeada de niños. Tapa eso, TÁPALO, le gritó mentalmente a Lex, echándose tanto él como su hermano nada más captar el mensaje prácticamente en plancha encima de la escoba, y en el caso de Marcus, reptar ridículamente por el suelo para hacerle hueco debajo del sofá del salón mientras Lex la empujaba con mucha menos habilidad de la que tenía de normal. Menos mal que semejante cuadro ridículo solo fue visto por Lucius, que les miraba como si se hubieran dado un golpe en la cabeza. — Se te va a ensuc... — Ahí no hay nada. — Dijeron en un susurro urgente los dos casi a la vez. El niño empezaba a asustarse más de ellos que del cura.

Asistió atónito a la conversación con el cura como si nada, como si no acabaran de meter en casa a los que en su día quemaron a sus antepasados (e incluso a muggles aleatorios) por brujería. No ocurre desde hace años, no ocurre desde hace años... Empezó a repetirse Marcus en su cabeza, al menos hasta que Lex le propinó tal codazo que casi lo tira al suelo. Vale, no quemaban a gente, ¿pero no les contaron una vez William y su padre que un amigo común había acabado ingresado en un sanatorio mental muggle por irse de la lengua donde no debía? A ver, le sacaron en apenas un par de días, y los obliviadores hicieron su trabajo y eso... Con los muggles, porque al pobre hombre, la experiencia no se la iba a borrar nadie. Estaba en pánico. Jamás pensó que diría algo semejante, pero en esos momentos, preferiría estar en casa de su abuela Anastasia.

Ah, encima les presentó. El hombre parecía bonachón (sí, hasta que se entere de que haces alquimia y empiece a hablarte de herejía), así que saludó con un gesto de la mano y considerablemente más tenso y menos cortés de lo que era él habitualmente. Pareció hacer algo así como una broma a los americanos que a él le dejó absolutamente desubicado. — Luego te lo explico. — Susurró Sophia, apareciendo a su lado de repente. La miró sorprendido, y ella a él con reproche. — ¡Y quita esa cara! Que no te va a matar. — Ya. La historia está llena de curas que no han matado a magos. — No seas bobo, Marcus, que estamos en el siglo XXI. — Ya, pues... — Otro fuerte codazo de Lex. Ahora fue él quien le miró mal. — ¡Deja de hacer eso! Me vas a partir una costilla. — Pues tú deja de... — Un fuerte carraspeo de su madre cortó los susurritos en el acto. Ni la miraron, ya notaban su mirada gélida encima y con eso era suficiente. Mirar a un basilisco a los ojos nunca fue una buena idea.

Atendió de nuevo a lo justo para ver al cura haciéndole carantoñas a Brando, lo que le puso más tenso todavía. Si se había lanzado en plancha sobre la escoba, se llega a acercar un cura a un bebé suyo y no responde de sí. Pero Andrew y Allison estaban (como siempre) negligentemente tranquilos. Eso sí, la cara que se le quedó a Alice cuando escuchó la palabra "bautizar" debió ser muy parecida a la que se le quedó a él. De verdad que no sabía ya a quién mirar, de hito en hito, pero los únicos en pánico parecían ser ellos. Los americanos estaban acostumbrados a los muggles y, por algún motivo, un cura no les perturbaba; los irlandeses parecían conocer al hombre de sobra; Violet no se espantaba por nada, y Erin, por contra, se espantaba por todo; en cuanto a su madre, no pensaba mostrar ni media emoción delante de un desconocido, y su padre parecía recordar su pasado irlandés en esos momentos porque, aunque ligeramente tenso, también estaba actuando con bastante normalidad. Lo dicho: solo estaban en pánico Alice, Lex y él.

Eso sí, el comentario sobre los búhos le hizo frotarse la cara con una mano con los nervios carcomiéndole por dentro, y ahí a más de uno casi se le cae la compostura también. Buscó a Elio con la mirada, y cuando lo localizó, alzó los brazos y los dejó caer con frustración y los labios apretados en una mueca circunstancial. Ya estaba otra vez aprovechando su despiste para comer chucherías. Pero no era el momento de llamarle la atención, al menos estaba en la parte superior de las escaleras y, desde ahí, el cura no podía verle.

Después de tanto codazo, al final Lex acabó hablando y el cura escuchándole. Ahora fue su hermano el que se llevó su mala cara. Se ahorró hacer el mismo gesto de cara y brazos que acababa de hacer con Elio cuando dijo que era deportista. Sí, enséñale la Sinsonte, que le va a encantar, le lanzó mentalmente, pero su hermano le ignoró con conveniencia. En su lugar, dio una respuesta que le hizo arquear una ceja primero, y rodar los ojos después. Le daremos las gracias a tu novio muggle de que a ti te quemen el último. — Lo dicho, soy bruto y fuerte. — Apuntilló Lex. — Tanto que podría partir costillas. — Y eso lo dijo mirándole a él, a lo que Marcus respondió con una mueca infantil de recochineo. Menos mal que siempre se podía contar con Andrew para desviar la conversación, y poco después, el cura se fue y Marcus pudo respirar tranquilo.

Por poco tiempo, porque, al parecer, todos iban con él. — Es broma ¿no? — Repitió, porque aún conservaba la esperanza de que aquello fuera todo un numerito digno de Rowan el Verde. Nadie llegó a contestarle porque un malhumorado Lex se le parapetó delante. — ¿Tú eres tonto o qué? — De nada por intentar protegernos. — ¿¿Protegernos?? ¿A poner cara de culpable total le llamas tú proteger? — ¿Por qué no te pones tu nuevo jersey del Tottenham para la misa, jugador de rugby? — El Tottenham es un equipo de fútbol, imbécil. — Abrió la boca para contestar, pero profirió un grito de dolor en su lugar, y Lex otro. Ahora sí, miraron a su madre, varita en mano, con cara de terror. — No os va a tener que quemar el cura si os quemo yo primero. — Amenazó. — Espero no tener que pedir que se comporten a mis dos hijos mayores de edad cuando no tenía que decírselo con cinco años. — Tragó saliva, y los dos se guardaron mucho de dar ni media contestación más.

Optó por retirarse de Lex y arrimarse a Alice, al tiempo para observar atónito a Nancy decir que se lo tomaran poco menos que como una anécdota. — Ah, sí, por supuesto. — Respondió. — Oye, antropóloga, ¿has llegado al capítulo de la historia de la antropología en la que los muggles acusaban de brujería a cualquier mujer que encontraban mirando piedras aleatorias por los bosques? Te va a encantar. — Para su irritación, la respuesta de Nancy fue soltar una risita, apareciendo Frankie a su lado para decir. — Bueno, en ese caso, entre el primo Lex con la sinsonte y yo con mi labia con los muggles, te rescatamos. — Y más se rio Nancy, y la cara de Marcus era un cuadro. Se giró de nuevo a Alice, pero se llevó un buen susto por el grito que le lanzó a Violet, quien por supuesto ya estaba haciendo de las suyas. Soltó un resuello y se agarró a ella. — Esto es un callejón sin salida. Si van todos menos nosotros, va a ser rarísimo, pero no quiero ir. — La miró con terror. — ¿¿De verdad vamos a entrar en una iglesia que no es de los Illuminati a escuchar una misa?? — Se frotó la cara. — Nos estamos metiendo en la boca del lobo... — ¡¡FITZGERALD!! ¡¡AQUÍ!! — Oyeron bramar a Andrew, que saludaba fuertemente con el brazo. Marcus abrió los ojos con espanto viendo cómo el chico se acercaba a un muchacho de unos veinte años con una cruz en el cuello. Siobhán suspiró fuertemente. — El otro... — ¿¿Otro cura?? — La voz de Marcus había salido aguda solo del miedo. La chica rodó los ojos. — Peor. Un topo. Y de los insoportables. ¡GRACIAS POR EL AVISO! — Chilló en dirección al chico, y este le lanzó un beso en la distancia, mientras charlaba animadamente con Andrew. — Es un metamorfomago. Vamos, que es un mago, pero le encanta el rollito de hacerse pasar por monaguillo, y como le cambia el aspecto... — ¿Monaguillo? — Un tipo que se tira toda la vida de becario de un cura. En fin, que lleva desde niño yendo y viniendo de la iglesia. Para la familia es "quien nos filtra la información potencialmente peligrosa", y generalmente el que avisa de que viene el cura, pero hoy debía estar demasiado ocupado molestando a otros. — Marcus seguía con la sensación de no estar pudiendo respirar, y volvió a mirar a Alice para decir. — No estoy entendiendo nada. —

 

ALICE

Sí, claro, Marcus estaba al borde de ponerse a lanzar hechizos aturdidores. Lo de las catacumbas de Roma lo dejó traumatizado. Pero allí nadie lo planteaba como un problema, así que claramente eran ellos los que no terminaban de entender cómo funcionaba aquello. Cuando Marcus le hizo notar a Nancy el pasado de la Iglesia, ella se giró y le miró con una relajada sonrisa. — Sé que como buen Ravenclaw aceptarás un buen dato contrastado: querido primo, la Iglesia no perseguía a los magos. Los muggles lo hacían. Perseguir al diferente que tiene más poder que tú no es una cosa que haga solo la Iglesia cristiana, y si no mira el resto del mundo y cómo todo el mundo guarda el secreto mágico. La Iglesia solo fue su instrumento, y no uno tan efectivo como les gusta a ambas partes recalcar, los unos por triunfalismo y los otros por victimismo, ambos exacerbados. — La chica se agarró del brazo de Marcus y se apoyó en su hombro. — Y míralos ahora. Mendigando atención de pueblos minúsculos, las cifras de bautismos y sacramentos bajan en picado a cada año que pasa… — Les miró a ambos. — Las creencias vienen y van… Nuestro poder es nuestro, y no nos lo pueden quitar. —

Empezaba a convencerse de que no sería para tanto cuando apareció OTRO cura. Y ese encima era metamorfomago. Parpadeó confusa. El chico no debía ser mucho más mayor que ellos y tenía pinta de… No sabía cómo decirlo sin decir “pringado”. — Estás pensando: ¿ser metamorfomago para esto? Pues piensas bien. — Dijo Ginny haciendo una pedorreta. — Y aguántate que viene a por… — ¡Hola, Nancy! Feliz Navidad. — Dijo el chico en cuanto pudieron oírle. Nancy suspiró. — Fitzgerald… — ¡Qué pasa, tío! Te has dormido este año. — El chico abrió mucho los ojos. — ¿Se ha pispado de algo? — Ya sabes que no, mi abuela sabe manejar a los curas mejor que nadie. — ¿Qué tal la celebración, Nancy? — Andrew levantó un brazo y puso cara de incredulidad, que fue muy graciosamente copiada por su hijo por imitación. — Increíble. — Alice se miró con Marcus, confusa, pero justo el cura reclamó al pseudocura jovencito y volvió a irse, ante las risas de Ginny y Wendy. — ¿Me lo cuentas? — Frankie trató de hacerse el loco pero estaba más recto y serio de lo que nunca lo había visto. — No hay nada que contar, mi familia es tonta… — El pobre lleva toda la vida colgado de ella. No se puede ser más perdedor. — Nancy cogió a Brando de los brazos de Andrew y le tiró un hechizo de empujón que lo mandó varios metros atrás. — ¡NANCY! ¡MAMÁ! — Nora se giró con gesto cansado. — Ay, hijo, por favor, no molestes tanto, que este año no tengamos que llamar a los obliviadores… Y eso va también por vosotras, chicas. Ginny, Wendy, Siobhán… — ¡Hala! Toda la vida igual… Mis hermanos la lían y se la lleva la pelirroja. — ¡QUE YO NO HE DICHO NADA! — Se ofendió Siobhán. Claramente, todas las familias grandes acababan así en algún punto, y eso la hizo reír, imaginándose a Marcus y Lex llegando a ciertas edades pero siendo así tal cual. Miró a su novio y dijo. — No tengo palabras para contar lo que estoy viviendo. Verás cuando lleguemos a Saint-Tropez y lo contemos en casa Gallia. — Entonces sintió cómo Shannon la agarraba de los hombros y les hacía cosquillas. — Aaaaay mis magos inglesitos, sois tan graciosos y dogmáticos… — Tú también estás sorprendentemente tranquila. — Ay, Alice… Hay tantos enfermos que necesitan de la religión… Ya te acostumbrarás. ¡No hacen daño! — Y se alejó alegre con sus niñas. Nada, claramente estaban malentendiéndolo todo.

Se acercaron a la sala comunitaria, de la que alguien (el pringado probablemente) había tenido la delicadeza de desactivar los hechizos, y vio por allí a más familias del pueblo, considerablemente más populosas que días atrás. — ¿Da aquí el sermón? — Preguntó en bajito a Nancy. — Ya te digo, como que la iglesia es el laboratorio de pociones del pueblo… — ¡AH! ¡Entonces ya sé cuál es! — Sí, tiene un hechizo ilusorio de una cruz en el pico de la portada solo para los muggles, para disimular. Pero es un coñazo cambiarlo todo solo para que este dé el sermón, así que le decimos que es que tiene goteras y no hay dinero para arreglarla y que está cerrada. — Todo aquello sí que era ilusorio. El cura se subió al mismo escenario donde días antes Marcus había hecho de Rowan el Verde y se puso a hablar.

El discurso sorprendió a Alice porque sonaba… ¿Hufflepuff? Desde luego nada que se pareciera a lo que ella esperaba de la malvada Iglesia. Algunos hacían gestos según lo que decía el cura, pero los que mejor se lo sabían eran Niamh y los niños, así que tuvo que preguntar. — Tu cuñada y tus sobrinos están muy puestos en esto. — La madre de Niamh es muggle y muy creyente. Cuando están con ella van a misa. La mujer considera nuestros poderes un don del Señor. — Sí, hombre, yo siete años para sacarme la licencia para que sea cosa de Dios… pensó refunfuñada. Y de repente, el mago le dio una copa al cura y empezó a sacar como galletas… y algunos se fueron a comerlas. — Claro, no podría ser irlandés sin haber comida. — Le comentó a Marcus. La cosa es que empezaba a interesarle el asunto.

 

MARCUS

Puso cara de poquísimo convencimiento ante el discurso de Nancy, mirándola de reojo cuando esta se enganchó a su brazo y se apoyó en su hombro, tieso como un palo. — Una cuchara es un instrumento para comer. No tiene voluntad propia. La gente sí la tiene. Y esta gente "se hicieron los instrumentos" para evadir culpas. No me convence. — Él no se iba a bajar de su burro, ya por cabezonería, porque a Marcus le encantaba la historia y había estudiado muchísima, pero estaba a años luz de saber todo lo que Nancy sabía. En cualquier otro momento, lo más inteligente sería escucharla. Pero un Marcus asustado y receloso no era un Marcus receptivo al aprendizaje, y aún menos al cambio de opinión.

Más tenso se puso cuando el supuesto metamorfomago (al que miró de arriba abajo arrastrando los ojos con toda la sangre Horner que tenía) se acercó a ellos, pero claramente el muchacho no pensaba prestar atención a nadie que no fuera Nancy. Rodó los ojos. — "Nuestro poder es nuestro..." — Masculló con una burlita. Con razón defendía a la Iglesia, si tenía admiradores en ella, se jugaba una mano a que le venían de vicio para sus investigaciones (a ver, si él no le tuviera tanto recelo al contacto con los cristianos muggles, también utilizaría el recurso). Aunque ciertamente no parecía muy cómoda con las muestras de atención del chico, ni Siobhán con su sola presencia, ya que no hacía más que resoplar mirándole de reojo. Negó cuando Andrew explicó lo evidente, pero la cara que se le puso al ver a Nancy lanzando el hechizo fue de pánico absoluto, verificando que los dos curas, el verdadero y el de pega, estuvieran lo suficientemente lejos. — ¿¿Pero qué haces?? — Dijo con un susurro urgente. — ¿¿Por qué no lo gritas?? — Pero su indignación estaba siendo flagrantemente ignorada, lo que solo la hacía aumentar.

— Yo tampoco. — Respondió automáticamente al comentario de Alice, aunque indudablemente con menos alegría que ella. Rodó los ojos al comentario innecesariamente Hufflepuff de Shannon, pero a su última afirmación tuvo que responder. — Los enfermos necesitan de la medicina. Y de la enfermería. No de la religión. — Y soltó un bufido, pero la mujer ya se había marchado. Miró a Alice. — Luego me llaman clasista y esas cosas, ¿pero tú ves esto normal? — Negó. — No es porque sean muggles, ¡es porque son religiosos! ¡Y se han metido en la casa! ¡A hacer preguntas indiscretas! ¡A pedirle explicaciones a Andrew y Allison sobre qué hacen o dejan de hacer con el bebé! — Bufó de nuevo. — Me parece indignante. ¿Por qué lo consienten? Y si no son peligrosos, ¿por qué guardan con tanto celo el secreto mágico, eh? Lo siento, pero no me convencen. — Insistía, negando con la cabeza.

Cuando vio la cantidad de gente que había en la sala comunitaria, se le descolgó la mandíbula. — Esto es demencial. — Suspiró, alucinado, aunque no supo si alguien llegó a escucharle. Miró a Nancy con los ojos como platos. — ¿¿Esa es "la iglesia"?? — Alzó los brazos, sin dar crédito. — ¡Pero ahí están entrando y saliendo m...! — Bajó los brazos y echó aire por la nariz. — Muchas personas todos los días. — Recondujo, aunque con tonito evidente. Un peligro, una negligencia como no había visto otra en su vida, y mira que había visto cosas desde que llegara a Irlanda. Y que luego lo que consideren peligroso sea una búsqueda de reliquias. Y fue pensarlo y notó la mirada ceñuda de Lex encima. Esquivó la mirada. — Ya en serio, Marcus, relájate. A toda la familia de Darren la casó un cura. Un día, paseando por el barrio de Darren, Eli me soltó un discurso longitud Millestone sobre la iglesia que había elegido para cuando se casara y por qué el cura era "guay del Paraguay". — ¿Qué tiene que ver Paraguay ahora en esto? — Que te relajes. — Zanjó Lex, y Marcus se limitó a rodar los ojos por vigésima vez en la última media hora.

Suspiró y se colocó bien cerca de Alice, atendiendo al discurso, revisando todo su alrededor con sutiles movimientos de los ojos. El show que presenció fue para verlo: un discurso al que podría sacarle peros hasta que tuviera la licencia carmesí, gente replicando gestos y hablando a coro como si estuvieran haciendo una invocación de artes oscuras y, para colmo, vino y algo técnicamente comestible en mitad de todo aquello. El comentario de Alice le hizo negar con la cabeza con resignación. — Creía que la Navidad era tu época favorita del año. — Dijo Nancy con una sonrisilla, y después le miró, con esa mirada que pone una Ravenclaw cuando sabe que te va a poner en un callejón sin salida intelectual. — ¿Qué te crees que conmemora la fiesta? — A mí el por qué me da igual. — Se defendió, alzando luego las palmas. — Sé que es una fiesta de origen cristiano. Yo respeto, y acepto, y adapto tradiciones que considero bonitas, y esta lo es. ¿Celebrar con regalos y comida que ha nacido un bebé? Por favor, esa fiesta está hecha para mí. No es el origen de la fiesta lo que me preocupa, es... lo que hacen... sus seguidores. — Miraba al cura de reojo. Nancy suspiró. — Te puedo asegurar que lo más peligroso que puede hacer ese es echarte una chapa larguísima sobre la palabra de Dios. Poco más. — Más peligro tiene aquí don monaguillo. — Se asomó Andrew, bromista, y cuando miraron al chico, este se vio sorprendido mirando a Nancy e hizo como que estaba mirando a otra parte, pero fatal disimulado. La chica suspiró. — De verdad, qué pesado. No tengo yo otra cosa mejor que hacer. — Conocerías a la Iglesia desde dentro, sin duda. — Lanzó Marcus con una sonrisa de villana satisfacción y la barbilla alzada con superioridad. Tendría él que nacer de nuevo para no devolver un tirito.

— Hoy nuestra comunidad tiene el honor de acoger a unos nuevos hermanos. — Continuó el cura, y para su espanto, extendió el brazo y les señaló, con una sonrisa afable. De repente tenían todos los ojos del pueblo encima, y Marcus se sintió empequeñecer ante el señalamiento. Más aún Lex, que parecía haber perdido el doble de su tamaño. — Francis Lacey y su familia, el hijo de Rosaline Lacey que emigró a América, ha vuelto a su tierra por estas fechas tan señaladas. También lo ha hecho Lawrence O'Donnell y los suyos. La familia, la tierra, allá donde nació nuestra fe, siempre tira de nosotros. Siempre será el hogar que nos llama. Acojamos a nuestros hermanos. — Les miraba directamente, sin perder la sonrisa afable y con las manos juntas. — Sepan, hermanos, que siempre tendrán un lugar en nuestra Iglesia, que la casa de Dios es la casa de todos sus hijos. Les invito a formar parte de esta comunidad, a recibir a nuestro señor, alimentar nuestra alma... — Se estaba empezando a marear, pero tenía la sonrisa tensa congelada en el rostro y no quería mover ni una pestaña por miedo a que se le derrumbara todo. ¿Cómo lo hacía su madre para estar TAN tranquila? ¿Cómo podía la hija de Anastasia Horner pasar de estar un veinticinco de diciembre en su mansión familiar a estar en una sala comunitaria de un pueblo de Irlanda escuchando a un cura y tener exactamente la misma rectitud? De verdad que alucinaba con ello.

Y entonces, el cura se calló, pero no dejó de mirarles. ¿Les había hecho una preguntas? Oh, por Merlín, se le había ido la atención. — Muchas gracias, padre. — Habló Arnold. — Mis hijos, mi mujer y yo estamos muy felices de poder estar aquí. Agradecemos la... — Marcus estaba mirando a Arnold como si fuera otro, absolutamente alucinado. ¿¿Pero qué?? ¿¿Desde cuándo su padre hablaba con tanta naturalidad CON UN CURA?? ¿¿Y delante de todo el pueblo?? — ...No nos sentimos dignos de recibir al Señor sin haber recibido primero confesión. — Ahí sí que se le iban a salir los ojos de la cara. ¿¿Confesión?? ¿¿Confesar qué?? No me jodas, papá, para esto no hables. — ...Y por el respeto y aprecio que nos une al Padre Ashton... — ¿¿¿Quién es ese??? Su cerebro estaba ahora mismo más confuso que en toda su vida. — ...Preferimos que sea él quien nos confiese. — Lo comprendo, hijo, lo comprendo... — Pero nos sentimos muy honrados por vuestra acogida. — La casa de Dios es la casa de todos sus hijos. — Repitió el hombre, pero al menos pareció quedarse conforme, porque pasó a otra cosa. Arnold recuperó su asiento y Marcus vio cómo Emma, con esa expresión de orgullo inflado que se le ponía cuando uno de los suyos hacía una demostración de habilidad, le daba la mano y la apretaba sutilmente. Arnold puso toda la expresión chulesca que sabía poner y, mirándole con una caída de ojos, dijo. — Hay que tener habilidad para todo, señor alquimista. —

 

ALICE

Ciertamente, Marcus estaba extremadamente tenso con todo aquello. Ferguson hizo bien el trabajo de la caza de brujas, desde luego. De hecho, se había perseguido más históricamente a las mujeres, pero… Bueno, solo faltaba que le recordaran a su novio que ella corría más peligro que él, entonces ya sí que arruinaban la Navidad. Ella tampoco había entendido lo de Paraguay pero le tuvo que hacer gracia imaginarse a Lex recibiendo una conferencia sobre por qué casarse en tal o cual iglesia. Y al igual que su novio aún no tenía suficientes tablas con Eli, Nancy no tenía aún un master en Marcus O’Donnell con el radar de peligro activado, así que intentó seguir razonando con él, empezando ya la ceremonia. — Siendo justos, en el pueblo todo el mundo hace lo de meterse en casa ajena y hacer preguntas indiscretas, pero no he entendido lo del bebé, ¿qué se supone que deberían haberle hecho? — Contestó confusa a la intervención de su novio que, como ella imaginaba, no había sido aplacado por Nancy.

Y hablando de experiencia, a ella le faltaba toda con el rito cristiano, porque cuando se vio señalada, se sintió como en las clases del mencionado Ferguson cuando había estado haciendo el tonto con Poppy. Y, como le pasaba en aquellos tiempos, había un O’Donnell que sí sabía de lo que estaban hablando, aunque no el que ella se esperaba. Por un momento se preguntó quién era ese tal Ashton, pero eso fue antes de ver la sutil sonrisa de orgullo y satisfacción de Emma. De hecho, casi se ríe enfrente de todo el mundo, porque Arnold era la última persona a la que se hubiera imaginado hacer un quiebro tan veloz que ni la Sinsonte podría haber hecho.

La que se levantó a comerse la galleta esa, ni corta ni perezosa, fue su tía, que hasta hizo la señal esa que hacían también los que se enteraban del asunto. La miró parpadeando mientras Erin y Martha se tapaban la boca y Cerys entornaba los ojos y cuchicheaba con Siobhán con clara mala idea contra el cura. — Tata, ¿pero tú cómo sabes esas cosas? — No se lo digas que están todavía en la ceremonia… — Aportó Erin, al borde del ataque de risa. — ¡Sí! ¡Cuéntalo! — Susurró Ginny entusiasmada. — Cuando me abras ese pub tuyo, cuento lo que quieras. — Uf, el concurso de talentos familiar. Entre tanta comida y eventos aleatorios que no esperaba, casi se le había olvidado. Se agarró del brazo de Marcus y susurró. — Ya no debe quedar mucho. Concéntrate en la performance que vas a montar con tu hermano, que lo que llevamos Siobhán, Allison y yo es grandioso. Quería meter a Nancy y Sophia, pero ambas me dijeron que ya tenían otros compañeros. Miedo me dan. — Así despejaban un poco la mente y hacían pasar el rato más rápido.

El acto terminó y todo el mundo fue dispersándose, el cura despidiéndose de Cletus y Amelia, cuando Molly y Larry se acercaron a ellos. — Hijo, qué mala cara se te ha puesto. — Los curas en Irlanda son un mal menor, solo son extremadamente pesados. ¿Quién es tan dogmático de creer todo eso sin una sola prueba? — Aseguró Larry con su profunda voz. Molly se rio. — Ay, a mí este me hace mucha gracia. Tan gordito… Cómo se nota que lo acogen en casas irlandesas… — Hola, señora O’Donnell, alquimista O’Donnell. — Ay, Fitzgerald, hijo, tú siempre con esos estropajos negros… — Contestó la abuela a la nueva incursión del falso cura, probablemente refiriéndose a las ropas ceremoniales que vestía. — Alquimista O’Donnell. — Hola, muchacho. Iba a decirte que no has cambiado nada, pero sería un chiste malísimo por mi parte. — Me hubiera gustado acercarme a su casa para saludarles, pero he estado muy liado estos meses. — Y, claramente, para ver si se puede ganar a alguien de la familia de Nancy, pensó Alice. Wendy llegó por allí con Ginny, Andrew y Allison. — Hombre, sigues por aquí. — Saludó la primera. — Estaba saludando a vuestra familia, soy muy fan de vuestro tío, es una leyenda en el pueblo. — Buen intento, esquirol. — Dijo Ginny entornando los ojos. — ¿Vais a seguir de celebración ahora? — ¡Sí! ¡Vamos al pub a hacer el concurso de talentos navideño! — Contestó Allison, y se llevó dos empellones de su cuñada y Wendy, cada una por un lado. — ¡Au! Que me da pena… — Es solo para O’Donnells y Laceys. — Fitzgerald se giró y señaló a Frankie, que hablaba con Nancy, haciéndola reír tontísimamente. — ¿Él lo es? — ¡Pues claro, hijo! ¿No ves esa cabeza tan roja? Familia directa. Anda, deja tranquila a mi prima. — Si yo solo quería participar en el concurso… — Será otro año, joven. — Intervino el cura acercándose por ahí. — Hay que irse a dar el sermón a Connemara. — Sí, padre. — Les miró y agachó la cabeza. — Que lo paséis bien. — Feliz Navidad, O’Donnells, nos iremos viendo. — Se despidió el cura. Alice solo hizo un gesto afirmativo, y se quedó mirando cómo el cura y Fitzgerald se iban un coche muggle. — Sí que me da un poco penita. — Admitió. — Nancy ni le ve. — Ya, pues que se ponga a la cola. — Dijo Ginny entornando los ojos con pesadez antes de dirigirse a la familia y ponerse la varita en la garganta. — ¡A ver! ¡O’Donnells-Lacey! ¡Atiéndanme! ¡Tenéis diez minutos para ir a las casas a recoger lo que os haga falta para el concurso! ¡En quince minutos cierra el pub y el que no esté allí, se va a casa a dormir con el abuelo Cletus! —

 

MARCUS

— ¡Pero mujer! — Escuchó susurrar frustrado a Arnold, subiendo y bajando los brazos mientras veía a Violet ir a comerse lo que tenían los curas en las copas. Su familia le miró extrañado. — Me va a tirar abajo mi excusa de no confesarse. Porque... — Soltó una risa, negando. — Si alguien tiene que confes... — Emma le estaba mirando con una ceja arqueada. Vio cómo tragaba saliva. — Bueno, ya está terminando la misa. — Pues menos mal, porque a Marcus se le estaba haciendo larguísima. Suspiró al comentario de Alice. Para concentrarse estaba él, la verdad es que ya con terminar con aquella pantomima tenía de sobra. Se empezó a escuchar un llanto de bebé y, al girarse, vio al pequeño Arnie berreando en brazos de su padre. Arqueó las cejas con desdén. — Yo estoy a punto de hacer lo mismo. — Masculló.

Miró a su abuela con cara de circunstancias, pero sí señaló con evidencia las palabras de su abuelo. Aquello no tenía nada de científico. Se veía ya fuera del alcance del cura cuando una voz le puso recto como una vela una vez más. Marcus nunca había sido bueno mintiendo. Con la edad, a veces, había ocultado cierta información a conveniencia... Pero seguía sin dársele bien mentir u omitir información, sobre todo si no era simple información, sino toda su identidad. Al menos no era el cura muggle, sino el infiltrado. Sí que era un poco pesado, y su aspecto no le daba ninguna confianza. Por la reacción que vio en sus primas, no era muy bien recibido en el entorno en general. Solo le intentaban integrar Andrew y Allison, y su postura no era muy compartida. — Feliz Navidad. — Respondió con educación, sin quitarle la vista de encima hasta verle marchar. Cuando le dejó de ver, se giró lentamente hacia sus primas, con las cejas arqueadas y cara inexpresiva. — ¿Alguien me puede explicar por qué parece habérseos pasado este dato? — Parpadeó. — Llevamos aquí dos meses, nos habéis contado todas las tradiciones navideñas, ¿y justo esto no lo habéis considerado importante? — ¿Por qué querías saber que Fitzgerald va detrás de Nancy? — ¡Eso no, Wen! — Alzó los brazos al exclamar. — ¡Lo de que se te puede meter un cura en casa! — Bah, ese ya hasta la próxima Navidad no viene. — Comentó Ginny como si nada, mirando en la lejanía al cura muggle, que hablaba encantado con varias señoras mayores. Y, dicho eso, dio las instrucciones para ir a su pub.

Antes de volver a casa a por las cosas, tuvo que volver a la del tío Cletus y la tía Amelia porque se había dejado allí a Elio. Su pájaro no se lo vio venir, cuando se quiso dar cuenta, miraba con ojos aspaventados a un Marcus que se le había echado totalmente encima. — ¡Se acabaron las chuches! — Tras el susto inicial, Elio puso cara de pena. — ¡¡Te has comido diez!! ¿Quieres ponerte malo? — Se guardó las chuches en el bolsillo. — No hay más hasta nueva orden. — El pájaro empezó a piar enfadado, y Marcus a argumentar, y cuando se quisieron dar cuenta, Lex había agarrado al pobre animal y lo había metido dentro de su bolsa. — Se acabó la discusión. — Le miró. — Puedo meterte a ti también en una bolsa si se te ocurre protestar. ¡Que vamos a llegar tarde! — Y tiró de él en dirección a la casa. — Alice ya tiene que llevar allí un rato. Y nos va a pillar saliendo. Y va a ver nuestras cosas. — Apenas llevamos cosas, Lex. Vamos a pasearnos. Lo que tenemos que hacer lo podemos hacer prácticamente sin materiales. — Deja de chulear. Quiero que hagamos esto bien, que la gente se lo está currando un montón. — Marcus le miró. — ¿Sabes qué llevan los demás? — He escuchado a Wendy y a Sandy cuchichear de lo suyo, que no es muy difícil, pero no sé más. Pero vamos, que me da igual, lo que quiero es que lo hagamos bien nosotros. — Marcus puso una sonrisilla. — Alguien quiere impresionar a su famiiiiiii... — ¿Quieres acabar comiéndote tú las chuches del pájaro? Pues sigue hablando. — Y, riéndose, se fue hacia la casa a recoger los pocos materiales que necesitaban.

 

ALICE

Al menos el enfado de su novio no duraría mucho más. Tuvieron que separarse rápidamente, porque Lex estaba tomándose el asunto muy en serio, y así pudo desviarse con Siobhán y Allison, que empujaba a Andrew. — Que no me lo preguntes más, pesado, que no te lo voy a contar. — ¡Qué chiquillo! ¡Desde que nació! ¡Deja en paz a mi cuñada! ¡Y dame al niño! — Exigió Siobhán, empujando a su hermano después de quedarse al bebé. Brando se estaba riendo de lo lindo, con el día que llevaba de tanto traqueteo. La verdad es que el chiquitín era una parte fundamental de su actuación, así que se fueron las tres entre risas al piso de las solteras, donde habían estado guardando sus disfraces y materiales.

Siobhán subió a por ello mientras ellas esperaban en el rellano de la casa, y justo Allison se asomó por la ventanilla coloreada de la puerta. — ¡Alice! ¿Esos son Nancy y Frankie? — ¿CÓMO? — Gritó Sandy desde arriba, lanzándose escaleras abajo, a trompicones. — ¿Pero cómo te ha oído? — Preguntó Alice parpadeando. — Créeme cuando te digo que es mi trabajo. — Le contestó la aludida que ya estaba ahí pegada a la ventana. — Oh, cómo lo sabía… — Sophia y Wendy bajaron al trote por detrás. — ¡Ah! Así que una de mis Ravenclaws se había pasado al equipo de las divinas y la otra me ha dejado por un chico. — Sophia puso los ojos en blanco. — Por favor, dime que mi hermano no le ha puesto las manazas encima a la tía más guay de la familia. — Dijo con tono lastimero. — Vaya, gracias. — Le contestó Alice cruzándose de brazos. — Vaya que si se las está poniendo. Hay que fastidiarse, luego le dicen a una… — Informaba Sandy. De repente dio un salto para atrás. — ¡Uy! ¡Wen! ¡WEN WEN WEN WEN TÍA! ¡QUE KIKI HA VENIDO! ¡TÍA QUE TRAE FLORES Y UN REGALO! ¡QUÉ FUERTE! — ¿Quién es Kiki? — Preguntó Allison desconcertada antes los gritos de emoción de las dos. — Es Ciarán. Miss Americana no se lo aprendía y han empezado a llamarlo así. — Dijo Ginny cruzándose de brazos desde lo alto de la escalera. — Venga, dejad de ocuparme el recibidor con tanta hormona en el ambiente, tengo que irme a abrir mi pub y prepararlo para la familia. — ¡TÍA, GINNY! ¡QUE ESTÁN NANCY Y FRANKIE AHÍ! — Insistió Sandy, más emocionada que con los regalos de Navidad. Pero la pelirroja no se dio por aludida y suspiró. — Yo solo soy tía de este. — Y cogió a Brando de los brazos de su madre. — Y mi bichito y yo nos vamos al pub. — Fue verse en brazos de la mujer y el niño empezó a celebrar con risas y agitando piernecitas y brazos, como si supiera que le iban a llevar al lugar más maravilloso del mundo. — ¡Ginny! ¡Que lo necesitamos para el número! — Le gritó su hermana mientras terminaba de bajar, cargada como un camello desde lo alto de la escalera. — ¡Que ya, Siobhán! ¡Que no me lo llevo para secuestrarlo y empezar una nueva vida juntos! — Pasó justo por al lado de Ciarán y le señaló. — Eh, Connemara. — Hola Gin… — Ni una pedida en mi pub. Avisado estás. — Y siguió para adelante, frente a la actitud azoradísima y extremadamente sospechosa de Frankie y Nancy. — Anda que… Qué andarán haciendo. — Le comentó Alice en bajito a Allison, mientras cogían las cosas. La chica soltó una risilla traviesa que le hacía parecer aún más una hada del bosque. — Uy, Alice, si quieres te doy una pista, pero… — Es una forma de hablar, cuñada… — Siobhán suspiró y se quedó mirando un momento. — No son familia ¿no? De sangre, digo. Confirmado. — Alice suspiró y negó con la cabeza. — Eso a tu primo Marcus no va a haber quien se lo haga entender. — Vaticinó. Y Lex lo va a saber en preestreno.

La verdad es que Ginny cuidaba el pub como nadie y sabía crear ambientes con un arte que era de admirar. Arthur, como si nunca se hubiera jubilado, estaba sobreexcitado, con los ojos brillantes, dando voces a Ginny y recibiendo sus órdenes como si fuera un chaval, y George había decidido que él se ponía tras la barra y tenía entretenidas a las señoras con diferentes tipos de cóctel. En el pequeño escenario había unas telas por detrás de temática navideña y habían montado una mesa muy decorada también donde estaban los seis abuelos, claramente para ejercer de jueces y un montón de sillas delante del escenario. — El único camerino es la sala familiar, podréis acceder a ella mientras los anteriores a vosotros estén actuando, y, salvo casos excepcionales, ya os tenéis que quedar con lo que os pongáis el resto de la noche, porque somos muchísimos, no podemos atascar. — Les informó Ginny con presteza. Vivi estaba al lado de un tablón, también muy decorado, y, muy teatralmente, señalándolo, dijo. — Bienvenidos al concurso de talentos O’Donnell-Lacey. Aquí tienen su orden de actuación y en esa esquina encontrarán a la acomodadora de material. — Vio a Emma, que estaba mandando dibujar a algunos de los niños con tiza los espacios dedicados a cada uno para poner las cosas. — Vosotras no actuáis ¿verdad? — Preguntó, entendiéndolo todo de golpe. — Quién sabe. Pero no sería nada justo tenernos trabajando y hacernos actuar, ¿no te parece? — Contestó su tata tirándole un beso.

 

MARCUS

— ¿Ves como íbamos bien? — Dijo Marcus con tono paternal cuando cruzó con Lex el umbral del bar y eran casi de los primeros. — Me alucina lo pesado que has sido siempre con la puntualidad y lo tranquilo que estás hoy. — Acabo de sobrevivir a una misa católica y voy conociendo a mi familia. No tengo por qué correr. Prefiero guardar mis energías para el gran espectáculo que vamos a dar. Y tú también deberías. — Con su sonrisa más carismática, se acercó a la mesa de los jueces. — Holaaa... — ¡Tú, fuera! — Puso cara de espanto y se llevó una mano al pecho. — ¡Tía Maeve! — No no no no, nada de tía Maeve. Que nos lías. Nada de favoritismos. — Intensificó la expresión de sorpresa ofendida. — Solo venía a salud... — Pero ni le dejaron terminar, porque todos los abuelos se sumaron al pie de guerra de la tía Maeve y le echaron de allí. Lex iba muerto de risa. — Algún día te tenía que pasar. — ¡Encima que uno solo quiere ser educado! — Pues nada, ya no se acercaba a más nadie.

Poco a poco fueron llegando todos, saludó a Alice entre el gentío con una sonrisa y atendió a las instrucciones de Ginny, las cuales remató diciendo. — Y como yo no soy parte del jurado y soy la anfitriona... ¡Mi equipo abre esta velada! ¡Chicos, conmigo! — Y Horacius y Lucius botaron de sus asientos para ir corriendo detrás de su prima, generándose entre el público un corrillo de expectación, hipotetizando, riendo e intentando sonsacar a los demás qué iban a hacer. Minutos después, las luces bajaron y se escuchó un redoble de tambores. Una voz (la de Ginny modificada para parecer un programa de talentos, claramente) sonó amplificada por el local. — ¡Señoras y señores! ¡Irlandeses, americanos, ingleses y franceses! ¡Bienvenidos al concurso de talentos de la familia O'Donnell, este año con la colaboración especial de los Lacey y más gente que nunca! Demos un fuerte aplauso a los primeros competidores, cuyo espectáculo se titula "reconoce al gemelo, versión más difícil todavía". — Todos aplaudieron y jalearon, y el escenario enfocó la entrada de los dos gemelos, orgullosos y perfectamente trajeados, con pajaritas y brillo en las chaquetas como si fueran showmen. Ginny apareció tras ellos con una pajarita como la de ellos, pero solo enganchada al cuello, y un vestido de lentejuelas dorado espectacular. En algún momento, una barra de bar había aparecido en el escenario, llena de cócteles, vasos y demás utensilios. Además, había un atril con una especie de block de notas gigante, en cuyo título ponía "cóctel desafío". Sobre la cabeza de Ginny, un cronómetro mágico flotante estaba puesto en el cero, así como un contador de puntos.

— ¡Proponemos a nuestra prima Ginny un desafío! — Empezó a clamar Horacius con voz de maestro de ceremonias. — En estas tarjetas que tengo en mi mano, mi hermano y yo hemos elaborado una serie de preguntas sobre nosotros, que vamos a lanzar en batería durante dos minutos. — Señaló elegantemente a su hermano. — Mientras yo hago las preguntas, Horacius irá mostrando en esa libreta los cócteles que tiene que hacer. Cada cóctel realizado correctamente son veinte puntos. Cada pregunta respondida correctamente, diez puntos. Estos mismos puntos se restan si hay un error. — Intensificó la voz de concurso. — Nuestra concursante ha asegurado que es capaz de llegar... ¡A los doscientos puntos en dos minutos! — Hubo un murmullo impresionado generalizado, mientras Ginny se pavoneaba graciosamente. — ¿Será capaz de conseguirlo? — La mayoría de las voces del público gritaron "sí", pero algún que otro gracioso gritó "no". — ¡Vamos a comprobarlo! —

— Y el tiempo comienza... ¡YA! — Nada más decirlo, Lucius pasó la portada del block, y en la primera página apareció "San Francisco". Ginny, a una velocidad increíble, empezó a preparar el cóctel, pero no solo eso. Horacius empezaba a leer las tarjetas más rápido que la Sinsonte dorada en pleno vuelo, y con la misma rapidez contestaba Ginny, sin pestañear. — ¿Quién de nosotros tiró una vez de la cuna al otro sin querer? — Lucius. — Correcto. ¿Quién de nosotros se ha quedado más veces a dormir en casa de los abuelos? — Horacius. — Correcto. ¿Quién de nosotros le tiene miedo a los payasos? — Lucius. — Correcto. ¿Quién de nosotros querría entrar en la casa Hufflepuff? — Lucius. — Correcto. ¿Quién de nosotros odia las zanahorias? — Los dos. — ¡Muy bien! ¿Quién de nosotros...? — En lo que había hecho esas preguntas, Ginny había preparado ya dos cócteles e iba por el tercero. Lucius estaba al quite para pasar las páginas. — ¡Correcto! ¿Quién de nosotros soñó una vez que estaba federado en la liga por la protección del augurey salvaje? — Horacius. — ¡Correcto! ¿Quién de nosotros duerme con más peluches? — Lucius. — ¡¡Incorrecto!! — Sonó un sonido estruendoso y en el marcador de Ginny se restaron diez puntos, pero el ritmo vertiginoso no paró. — ¿Quién de nosotros ha probado ya la cerveza negra? — Lucius. — Correcto. ¿Quién de...? — ¡¡TIEMPOOOOO!! — Gritó Lucius, justo a tiempo de que Ginny cerrara la coctelera que tenía en las manos. La ovación fue enorme.

— Ahora, los jueces deben comprobar que los cócteles son correctos. — Le pasaron los siete cócteles (Marcus estaba impresionado) que Ginny había preparado mientras respondía preguntas a Lawrence, que mediante una separación rápida, comprobó que tenían los ingredientes correctos en todos ellos, por lo que no hubo penalización. Cletus habló como portavoz, leyendo sus documentos con las gafas en la nariz. — La concursante ha realizado bien un total de siete cócteles, a veinte puntos cada uno hacen un total de ciento cuarenta puntos. Además, ha respondido correctamente a quince preguntas sobre los gemelos, lo que son ciento cincuenta puntos, pero ha fallado una, por lo que pierde diez puntos. En total, otros ciento cuarenta puntos, que sumados a los anteriores hacen un total de... ¡Doscientos ochenta puntos! Por lo tanto, ¡DESAFÍO SUPERADO! — Todos aplaudieron y ovacionaron fuertemente, mientras Ginny hacía reverencias, y los tres se despedían alegres por el lado del escenario. Maeve hizo sonar una campanita para decir. — ¡Que pase el siguiente equipo! —

 

ALICE

Predicando con el ejemplo, la maestra de ceremonias fue la primera en anunciar su propio show, cortando el conato de drama que traían los O’Donnell provocado por Lex, por primera vez en la historia, tomándose algo exageradamente más en serio que su hermano.

La verdad es que motivos no le faltaban, porque el número inaugural era de escándalo, ya solo con el planteamiento y el vestuario. Aunque su vestuario iba a ser muy cuqui también, y tenían a Brando. Cuando oyó la apuesta de la propia Ginny en boca de Horacius, no pudo evitar entornar los ojos y suspirar. Miró a Siobhán y susurró. — Cuando los Gryffindor hacéis estas algaradas, ¿qué os mueve? — La chica se rio entre dientes, pero puso una sonrisa orgullosa y dijo. — Tú verás como sí que lo consigue. — Alice rio. — Ya, si no dudo de que hay posibilidades, ¿pero por qué venderlo tan alto? — Pero se callaron porque empezó la frenética y dificilísima ronda de preguntas, aunque no sabía si le parecían tan complicadas como mantener la velocidad y la precisión en los cócteles que estaba haciendo. Claramente tenía que abrir su mente Ravenclaw al abanico de “talentos” que podía ofrecer una persona. Cuando el tiempo acabó, se descubrió a sí misma preocupada por si Ginny alcanzaba los puntos y, como su hermana había predicho, lo logró y con buen margen, así que aplaudió y celebró como la que más.

Como bien había indicado la anfitriona, no había tiempo que perder, así que, sin llegar a quitarse el traje, presentó al siguiente grupo, que era uno que a Alice le generaba muchísima curiosidad, compuesto por Wendy, Sandy y Sophia. Las tres salieron vestidas con unos vestidos rojos, muy navideños pero bastante… ¿sosos? Eso iba a tener truco. Fue Sophia la que se adelantó para presentar el número con una sonrisa tierna y cierta expresión infantil. — Buenas tardes, familia. Para los que no os habéis criado con nosotros, quizá esta asociación no os parezca tan rara, pero para el que ha pasado más de dos días en la casa Lacey de Long Island, creerá que sus ojos no están dando crédito a lo que ven. — Se oyeron varias risas y ruidos afirmativos. — Mi prima Sandy y yo siempre hemos sido como el agua y el aceite, pero también hemos tenido momentos… Momentos en los que quizá buscábamos justo que nadie nos viera, y por eso nos veíamos la una a la otra, y sabíamos reconocer a otra mujer Lacey dispuesta a, por lo menos, no juzgar. — Carraspeó. — Este número surgió de un día en el que encontré a Sandy, escondida en la habitación de la tía Shannon, tratando de hacer dos invocaciones para tener compañeras de baile y yo me acabé ofreciendo y aportando una visión de Serpiente Cornuda al asunto. Cuando se lo contamos a Wendy el otro día, puso tanta emoción y entusiasmo al asunto que estamos seguras de que va a ser el número de nuestras vidas. Y ya os dejo, sin más dilación, con vosotros: ¡SWS! ¡Los Ángeles de Ballyknow! — Y se colocaron Wendy y Sophia a ambos lados de Sandy, bajaron las luces y empezó a sonar una música.

Era Jingle Bells, y las sombras comenzaron a moverse muy coordinadamente. Pero, al encender la luz, no fue el baile lo que más sorprendía, es que cada más o menos diez o veinte segundos, completamente en sincronía con la canción, el vestuario de las chicas cambiaba. El primer cambio fue en cuanto se encendieron las luces, que aparecieron vestidas de una versión muy sexy de Papá Noel, que escandalizó a Jason, dejó a Cillian sin palabras y la boca abierta, y a George con la misma sonrisa de padre amantísimo que llevaba luciendo toda la tarde. El siguiente fue una también muy atrevida versión de un atuendo leprechaun muy verde, pero la cosa fue evolucionando, porque llegado el estribillo llevaban las tres el mismo vestido plateado que, a medida que giraban sobre sí mismas en distintas posiciones, iban adquiriendo un degradado de color en cada una de ellas. Pasaron por las rayas blancas y negras, atuendos circenses, hawaianos e incluso de majorettes como las que había visto en carteles en América y trajes medievales irlandeses, y todo sin descuidar la coreografía y sin que Alice pudiera ver quién de las tres estaba lanzando el hechizo con tanta precisión. Parecía increíble que solo hubieran pasado tres minutos de coreografía, pero cuando terminaron, cada una con un outfit muy personal que te hacía pensar en ellas a diario, la ovación fue tremenda. Frankie silbó emocionado y Fergus gritaba. — ¡ESA ES MI HERMANA! — Los miembros del jurado también aplaudieron profusamente, y Lawrence aseguró. — Se valorará la originalidad, y más importante ¡la pericia hechicera! Enhorabuena, chicas. — Sí que se estaba poniendo difícil el concurso.

 

MARCUS

El tercer grupo era curioso cuanto menos, y Marcus miró a Alice con una sonrisilla divertida. Ya el combo Sophia-Sandy le hacía pensar en desastre, pero meter a Wendy en medio solo lo podía empeorar. Eso sí, estaba deseando, lo cual era muy raro en él, que le demostraran que no tenía razón, porque le apetecía muchísimo ver lo que esas tres en sintonía podían llegar a crear. Y afortunadamente, sí que estuvieron en sintonía, y tras el conmovedor discurso de Sophia, alucinó con el juego de hechizos de los trajes... Bueno, puede que entre el discurso y el juego de hechizos, él también se hubiera azorado un poquito con lo reveladores que eran los trajes. Pero Marcus estaba felizmente ennoviado con la mujer más guapa del mundo y esas eran sus primas, así que... — Sí, pero nervioso te has puesto igual. — Tú cállate y concéntrate que ya mismo tienes que actuar. — Y Lex rio por lo bajo al susurro agresivo y amenazante de Marcus, que por su parte se removió en el asiento para acercarse un poquito más a Alice y apretar su mano mientras disfrutaba del navideño espectáculo.

Aplaudieron y vitorearon la actuación, y los propios miembros del jurado (Maeve y Amelia sobre todo) tuvieron que llamarle la atención al tío Cletus, que no paraba de alabar a las chicas y empezaba a vislumbrarse que estaba perdiendo objetividad. Fue una escena ciertamente divertida de ver. — ¿Está preparado el siguiente equipo? — Preguntó la tía Maeve en voz alta, y por la dulzura que empleó en el tono intuía que era uno de los equipos infantiles. No se equivocó. — A continuación llega uno de los dúos de la noche. — Presentó Amelia, y con voz cantarina, dijo. — ¡Que pase "el cuentacuentos animado"! — Todos aplaudieron con ganas, y al escenario subieron, con sendas sonrisas radiantes, Pod y Maeve Junior, cogidos de la mano. Iban vestidos a juego, él con un jersey y un pantalón ancho y ella con un vestido, los dos de verde esmeralda pero ambos con un cinturón con la bandera americana. Pod también llevaba un gorrito con los colores americanos, y Maeve una cinta con una flor en el pelo. Provocaron una oleada de sonidos de adorabilidad en el público.

— Buenas noches, familia. — Empezó a clamar Pod, exultante. Cada uno llevaba un bloc en sus manos, pero Maeve, además, tenía una especie de estuche de lata. — Estamos muy contentos de poder mostraros nuestros humildes talentos esta noche. Antes de nada, queríamos dar las gracias a una persona que nos ha ayudado con un hechizo para que podáis disfrutar de nuestra obra mucho mejor. ¡Demos un aplauso a la acomodadora del concurso! — Y todos empezaron a aplaudir y a mirar a Emma, que sonreía orgullosa. Marcus también aplaudió, pero intercambió miradas con Alice y Lex sin disimular la sorpresa. ¡Vaya si se lo tenía callado su madre que andaba ayudando a los niños! Sí que se había integrado rápido en Irlanda. — En estos días, nuestra familia irlandesa y nuestra familia americana han compartido la Navidad, sus recuerdos, sus tradiciones... y un montón de comida. — Siguió Pod, y todos rieron. — Y Maeve y yo nos hemos compartido un montón de historias sobre nuestros sitios. Ella dice que ojalá saberse tantos cuentos e historias como me sé yo, y yo le digo que ojalá poder ver todos los sitios que conoce ella. Aunque coincidimos en que nos contamos las cosas tan bien que es como si las viviéramos... Y entonces, pensamos, ¿por qué no compartir ese conocimiento con mi familia? — El niño, sonriente, dio un amago de saltito en su sitio, con el bloc agarrado con las dos manos. — ¡Bienvenidos a un cuento de Irlanda y Nueva York! Escrito por Patrick O'Donnell, o sea yo, e interpretado por Maeve Lacey, o sea ella. — Menos mal que lo ha especificado. — Murmuró Lex, divertido, y Marcus se aguantó la risa.

Dicho esto, ambos hicieron una tierna reverencia y la chica se sentó en el suelo, abriendo el estuche de lata, que resultó contener multitud de lápices de todos los colores y tamaños, y puso cara de concentración. Cuando Pod la vio preparada, empezó a narrar. — "Érase una vez, un lugar muy muy lejano, tan lejano como nuestras fantasías. Los bosques poblaban el lugar..." — Al empezar esa frase, Maeve empezó a dibujar, y tras ellos, al fondo del escenario, se veía proyectada la imagen de lo que la chica estaba dibujando, por lo que todos podían ver el progreso. Ese debía ser el hechizo con el que Emma les había ayudado. — "...Pero entre los bosques, perdido solo para quienes no sabían encontrarlo, había unos edificios altos altos, tan altos como las nubes, ¡como si rascaran los cielos!" — Y Maeve seguía dibujando con total nitidez lo que Pod narraba. El chico había tenido la delicadeza de incluir frases que no era necesario dibujar en la historia e iba lento narrando, y aun así, Maeve dibujaba a toda velocidad, con una precisión que les dejaba a todos boquiabiertos. — "...Y la chica preguntó al diricawl..." — ¡Mira, mamá! ¡Un diricawl! — Oyó a Ada susurrar, feliz de ver al animalillo que dibujaba su hermana. Podían verle cada pluma desde allí. — "...¡Amigo diricawl! ¿Cómo sabré dónde se encuentra el leprechaun de La Isla de la Libertad? Y el diricawl le contestaba: ¡Dime, niña! ¿Qué camino tomarías si quisieras ser libre de verdad?" — Y los enormes senderos se abrían paso por el dibujo. El público hacía rato que estaba conteniendo el aliento.

Tras casi diez minutos, la historia fue llegando a su fin. — "Y así fue como el leprechaun conectó el verde de los árboles con los techos de los rascacielos, y la niña caminó sobre el arcoíris, y todos los animales dijeron: ¡no hay distancia que nos separe si somos libres! Y colorín colorado, este cuento ¡se ha acabado!" — Y dicha la frase final, Maeve se levantó de un salto y, exultante, mostró al público el bloc con toda la historia dibujada, y la reacción del público fue atronadora. Se pusieron en pie y aplaudieron con fervor. — ¡AY MI NIÑA! — Molly se había lanzado prácticamente encima de Maeve Junior cuando la pobre aún estaba bajando el último peldaño del escenario, y la estaba estrujando y llenando de besos. Frankie había abierto los brazos para recibir a Pod, y tanto él como Maeve y Amelia se secaban las lágrimas de emoción. Lawrence fue el que tuvo que hablar, porque más de medio jurado estaba inhabilitado. — Impresionante. Fabuloso. Narrar una historia que tenga a todo el mundo enganchado no es fácil, chico, y lo has hecho con una brillantez y una ternura infinitas. Y Maeve, tu capacidad para el dibujo, para materializar las palabras... es indescriptible. Habéis hecho magia. Enhorabuena. — Y los niños intentaron dar saltos de felicidad, pero Molly no les dejaba. Cletus dio una palmada. — ¡Bueno! ¿A esta no le decís que no está siendo objetiva? Y yo no pudiendo llamar a las niñas guapas... — Marcus estaba deseando que llegaran sus primos por allí para felicitarles, pero notó que Lex se removía a su lado. — Joder, estos vienen más preparados de lo que yo pensaba. — Marcus rio y le puso una mano en el hombro. — Pues vete relajando, hermanito, porque ya mismo nos toca. —

 

ALICE

Era el turno de Maeve y Pod, que resultaban adorables solo en su mera asociación. Qué bien iba a encajar su Dylan justo ahí, con ellos dos. Pero no estaba ella preparada para semejante adorabilidad. Cuando vio proyectado el dibujo de Maeve, entendiendo que obviamente su suegra tenía ahí algo que ver, se le llenaron los ojos de lágrimas de emoción. — Nuestro Pod es demasiado bueno para este mundo. — Dijo Allison, igualmente emocionada, limpiándose las lágrimas. — Y Maeve es una artista, va a poder ser lo que ella quiera. — Aseguró Siobhán. Pero el momento se cortó por un susurro agresivo que apareció por allí. — ¿Qué os he dicho que teníais que hacer cuando os tocara? — Preguntó Ginny cual sargento de hierro. — ¡Ay es verdad! — ¿Para qué hace una la lista de actuaciones y habilita una habitación? — Ay, ya está, pesada, ya vamos. — Dijo Siobhán tirando de ellas. Jo, le daba pena perderse en parte el talento más cuqui de esa noche.

Entraron a la sala del billar y se pusieron los trajes de hada basados en los que Alice se hizo en su día para el hada de los dulces y le echó el hechizo a alas y zapatitos. Vistieron a Brando, que claramente no se enteraba bien de lo que estaba pasando, pero se reía, como era habitual en él, y se dejaba poner todos los ornamentos para ser su pequeño duende del jabón. Cuando estuvieron listas, Maeve y Pod estaban terminando, ante la tremenda emoción de los abuelos, y prácticamente de todo el mundo, no era para menos. Alice aplaudió y silbó, sintiendo un tremendo orgullo en el pecho al ver cómo aquella familia tan distinta y distante era capaz de tender un puente en apenas tres días, como si nada, y hacerlo tan bonito, con la colaboración de un cachito de cada uno.

Pero llegaba su turno, y Allison subió al escenario con Brando en brazos y tomó el micrófono. — ¡Hola, familia! ¿Qué tal? — Es que la pobre era incapaz de no ser un amor, ni siquiera para hacer la ficcioncita de presentar. — Esta noche, Alice, Siobhán y yo vamos a convertirnos en las hadas del jabón y vamos a proveeros de las pompas más bonitas que hayáis visto nunca. Nuestro duende del jabón será mi niño, y la música se la debemos a Nancy, que nos ha seleccionado unas músicas muy de hadas, a pesar de ir en el equipo con Frankie. ¡Gracias, guapa! — Esa era Allison. Destripaba una sorpresa con tanto cariño, que no te podías ni enfadar. Alice subió roleando un poco el hada, dando saltitos y pasitos muy pequeños, con una cesta en la que llevaba su círculo de transmutación y sus materiales, que en realidad solo eran jabón, agua, goma y colores en polvo.

Instaló la tabla con el círculo en el suelo con los materiales, y la conectó por un cable de plata al pompero gigante que dejó en manos de Brando, al que Allison ya había sentado en su carrito transformado en un carrito digno de un duende con plantitas y flores enredadas por todas partes. En cuanto empezó la música, ella empezó a transmutar pompas de jabón de colores y más resistentes de lo habitual gracias a las propiedades de la goma, entonces Brando soplaba el pompero (a veces tenía que hacerlo Allison porque el pobre se distraía y era casi de su tamaño) y su madre echaba hechizos transformadores a las pompas para darles distintas formas, desde corazón a pajaritos y guirnaldas que habían ensayado. Siobhán, por su parte, se había montado en su escoba y volaba despacito por toda la sala, actuando muy bien su papel de hada, y conducía las pompas hacía todo el mundo, incluso les echaba hechizos iluminadores. Para culminar el número, Alice transmutó unas pompas especialmente resistentes y muy verdes, que Allison transformó en Leprechauns y Siobhán guio hasta la mesa del jurado, haciéndoles hacer una coreografía que quedó aún mejor que la primera vez que lo ensayaron. Tanto se emocionó Alice con el final que, mientras les aplaudían, transmutó un montón de burbujas de muchísimos colores y, levantándose de golpe desde el círculo, las hizo salir por los aires y que el pub se llenara de ellas. Y entonces, entre risas de Allison y Brando y los ruidos de impresión y divertimento del resto de la familia, por fin, volvió a sentirse ella, Alice Gallia, capaz de imaginar cosas así, de improvisar, y de sorprender y hacer reír a los demás.

 

MARCUS

Alice y él se habían guardado el uno al otro el secreto de lo que llevaban preparado para el concurso de talentos, así que la miró divertido marcharse con su equipo para los camerinos, expectante por ver qué llevaban. Solo con ver a Allison salir ya puso una sonrisa radiante. — Ese traje lo ha diseñado Alice. — Le dijo a Lex, codazo orgulloso incluido. — Es como el del año que se vistió para Halloween del hada de los dulces. — Nunca te lo podré agradecer lo suficiente, hermano. — Marcus se extrañó, mirándole con cara de confusión total. — ¿El qué? — Lex, con una expresión entre bromista y granuja, le miró de reojo y le dijo. — El que me des motivos sobrados para hacer control de la legeremancia. — Marcus soltó una fuerte pedorreta. — Eres idiota. —

El espectáculo no solo era adorable (Marcus estaba como un niño mirando a Alice hacer de hada, puede que los demás le estuvieran pasando un poco inadvertidos), sino talentoso, porque por supuesto, su novia usó la alquimia. Lex rio entre dientes. — No sé de qué me sorprende que vayáis a hacer lo mismo. — No vamos a hacer lo mismo. No tiene nada que ver. — Lex le volvió a mirar con aburrimiento, aunque esta vez arqueó una ceja. — ¿Sabes que la alquimia es vehículo para muchas cosas? Es como decir que dos comidas son idénticas porque las dos llevan tomate. Que la usemos como vehículo... — Oh, por Nuada, cállate un rato. Atiende a tu novia aunque sea. — Eh, los dos. — Les llamó Ginny. — Para estar peleando, id a cambiaros. — Y Lex se dispuso a levantarse, pero Marcus, por contra, se retrepó aún más en el asiento con chulería. Ambos le miraron con sendas cejas arqueadas, preguntándose qué hacía. — Yo no necesito cambiarme. Llevo el talento conmigo. — ¿Puedo hacer la prueba solo? — Adelante, míster Irlanda. Pídele a Nuada que te ayude. — Y ya se le iba a enzarzar Lex cuando las pompas con formas y colores empezaron a sobrevolarles y su absurda discusión se les olvidó. Aplaudió con ganas y agarró el pajarito en el aire, aferrándose a él como si fuera un peluche y dedicándole a su novia una mirada de amor en la distancia. En lo que seguían lanzando pompas, se giró a quienes tenía a su alrededor, mostrando la pompa transmutada. — ¿Habéis visto? Es como goma. Es perfecta. Totalmente clara, una ejecución que... — Voy a cambiarme. — Y Lex se fue, no sin antes lanzarle a la cabeza una de las pompas que había caído por allí. — Y tú, no tardes en venir a por la parte de tu talento que no llevas contigo. — Que sí. En cuanto termine. — Que no quería perderse nada.

Aplaudió con ganas, aunque poco tiempo, porque aprovechó la ovación para, tras lanzar un beso a su chica desde el público, escabullirse al camerino. Lex ya estaba perfectamente equipado. — ¡Que ya ten...! — Lex. — Le paró, poniéndole las manos en los hombros. — Relájate. Va a salir genial. — ¿¿Pero tú por qué estás tan tranquilo?? — Bufó. — Tío, nos hemos pasado. — Que no... — ¡Es demasiado laborioso! ¿¿Por qué no nos hemos limitado a hacer pompas como ha hecho tu novia?? — Oye, que las pompas las estaba transmutando en directo. ¿Y acaso quieres vestirte de hada? — ¡Y esto no es tan guay como hacer cócteles a toda hostia y dibujar un putísimo paisaje inventado entero a tiempo real! ¿¿Y si le hago daño a alguien?? — Ay, Lex, por favor. — Suspiró. — Sería la primera vez que eso pasa. — Sí porque... — Que te relajes. — Cortó, y ya le miró a los ojos. — Que yo voy a estar ahí y te voy a reconducir si hace falta. Es mi parte del show. Y a la familia le va a flipar. Hagas lo que hagas vas a quedar bien, ¿entendido? — Lex soltó aire por la boca y, aunque reticente, acabó asintiendo. — Pues vamos. Que nos esperan. —

Realmente salió él primero, también con una brillante pajarita a modo maestro de ceremonias, porque sería quien presentara y porque era parte del show. — Buenas noches, familia. Gracias por darnos la oportunidad de mostrar y de asistir a esta demostración de los talentos de todos. — Sonrió al público. — Mi hermano es un fantástico deportista, como bien sabéis, mientras que yo siempre he brillado más en lo académico. Lo suyo es el quidditch, más concretamente el puesto de cazador, mientras que mi especialidad es la alquimia. No obstante, siempre hemos querido ser... lo más multidisciplinares posible. Dominar otras áreas. Por eso, queremos demostrar que Lex podría jugar en cualquier posición, a saber: cazador, guardián, golpeador y buscador. Así mismo, demostraremos también que la alquimia no es lo único que yo puedo dominar, sino que también sé aplicar la historia a un evento, realizar encantamientos sensoriales e invocaciones y hacer transformaciones. — Entrelazó los dedos y se retiró unos pasos del micro, quedándose en silencio y mirando al público, dando intriga. Al cabo de unos segundos, dijo. — Oh, perdón. ¿Esperáis algo? — Chasqueó la lengua. — Supongo que estamos demasiado acostumbrados a la velocidad de las Nimbus y las Saetas. Hay que tener en cuenta que... — Y justo mientras hablaba, Lex salió volando en escoba del camerino, como si diera un paseo. — ...Las Barredoras fueron un gran avance en su momento. La Barredora 1 fue todo un hito en velocidad, pero en 1926 no estaban aún acostumbrados a las grandes escobas de competición. ¡Miradla! ¿No es toda una reliquia? — Y, cuando el público se fijó, Lex efectivamente iba montado sobre lo que parecía el primer modelo de escoba de competición del mercado.

Nancy se puso de pie para mirar bien. — ¿¿Es una Barredora 1 de verdad?? — Sí que lo es. Mira el mango, es inconfundible. — Señaló Allison, y ya tenía a todos con la atención en la escoba, por lo que sutilmente, movió su varita para convocar los diversos líquidos de las bebidas que había por allí. Este comenzó a abandonar el recipiente, formando un riachuelo que, obedientemente, iba hacia él. — ¡Era todo un espectáculo para la época ver la Barredora 1! Pero supongo que algunos presentes recordarán haber presenciado el nacimiento de la Nimbus 1000. — ¡Y tanto! — Clamó Cletus entre risas. Marcus sonrió hacia él. — ¿Te gustaría volver a ver una, tío Cletus? — Detuvo la silenciosa invocación de agua para alzar la varita hacia su hermano, que sobrevolaba por encima de sus cabezas. La escoba se transformó ante sus ojos en una réplica de la Nimbus 1000 que dejó a todos boquiabiertos. — Pero no podemos ignorar los contextos históricos entre ambas. Habían pasado casi cuarenta años. Años conflictivos. De ahí que inventaran escobas más rápidas, escobas dispuestas a soportar... — Movió rápidamente la varita, señalando al bolso de la tía Nora. — ¡Oppugno! — El bolso salió disparado amenazante hacia Lex, que lo cogió al vuelo. — ...Todo tipo de ataques imprevistos. — En lo que aplaudían, Lex sobrevoló y, cual héroe, devolvió el bolso a la mujer prácticamente en las manos, moviéndose con soltura y precisión entre el público aun encima de la escoba.

— Pero dejemos el pasado y vayamos al presente. — Y, una vez más, su varita transformó la escoba en la Sinsonte Dorada que Lex había recibido esa misma mañana. Lex se irguió, preparado. Claramente estaba mucho más cómodo con las prestaciones de esa escoba. — Eso, hermanito, ya basta de charla. ¿Me vas a dejar demostrar que soy algo más que un cazador de quidditch? — Marcus le siguió el rollo, haciéndose el interesante. — Más bien voy a demostrar toda la magia que soy capaz de hacer. Dudo que puedas seguirme el ritmo. — Ponme a prueba. — ¿Eso quieres? — Se chulearon mutuamente. Tras eso, Marcus movió la varita y empezó a escucharse el piar de un pajarito por toda la estancia. — Encuéntralo, si eres capaz. — Y, dicho esto, en la barra cercana empezó a levitar una de las cucharas de madera. — ¡Engorgio! — Lanzó al objeto, cuadruplicando su tamaño. — Creo que esto te va a hacer falta. — Lo lanzó hacia Lex, quien volvió a tomarlo en el acto. Nada más cogerlo y sin avisar, Marcus apuntó a una de las guirlandas del techo y clamó. — ¡Petrificus Totalus! — Por el peso, la bola ahora de piedra cayó, haciendo a quienes había sentados debajo contener el aliento. Pero Lex había volado a toda velocidad y, con la cuchara con forma de bate en la mano, dio un fuerte golpe a la piedra en dirección a Marcus. — ¡Inmobilus! — Lanzó antes de que llegara a él, y apenas llevaba segundos detenida cuando, antes de que volviera a caer por su propio peso, volvió a lanzar. — ¡Oppugno! — Y la bola volvió a toda velocidad hacia Lex, quien esta vez la derivó hacia la puerta de la sala, donde Marcus afinó el tiro para lanzar. — ¡Bombarda! — E inmediatamente después. — ¡Arresto momentum! — Apenas había dado tiempo a la explosión a producirse cuando las partículas empezaron a moverse lentamente, volando Lex hacia allá y recogiendo cada partícula en el aire. Con todas en las manos, sobrevoló sobre su cabeza y las dejó caer diciendo. — ¿Intentas matarme, hermanito? — ¡Protego! — Lanzó Marcus, y las piedrecitas cayeron a su alrededor, bordeando la cúpula que se había creado. Marcus rio. — Qué va. Solo te pongo a prueba. ¿Seguimos? —

Pero lo de que Lex le lanzara las piedras no había sido casual. Poco a poco y mientras todos estaban entretenidos en el resto de la exhibición, había formado un charco de agua a sus pies con el que estaba dibujando un círculo de transmutación justo donde habían caído las piedras. — No estás mal como golpeador, y lo de que cazas bien ya lo sabíamos. Pero sigues sin encontrar lo que buscas. — De hecho, el pajarito se oía piar en diferentes intensidades, como si estuviera sobrevolando por allí, pero nadie lo veía. — Ni me has demostrado que seas un buen guardián. — No tengo un aro que defender. — ¡Oh! ¿Así que era eso? Habérmelo dicho antes. — Se arrodilló y fue a juntar las manos, pero Lex le interrumpió. — ¡No voy a quedarme aquí flotando mientras tú trabajas! Venga, no hagas que me aburra. — ¿Eso quieres? — Soltó una carcajada. — Pues yo no puedo estar entreteniéndote todo el tiempo. Tendrás que vértelas con otro. — ¿Ah, sí? ¿Con quién? — Y entonces, esbozando una sonrisa maliciosa, Marcus alzó la varita. — ¡Especto Patronum! — El occamy empezó a emerger y a aumentar de tamaño, chirriando con tanta fuerza que hizo temblar todo el local, y tal como abandonó la varita, comenzó a perseguir a Lex por el aire. El vuelo de su hermano esquivando el hechizo era un espectáculo digno de ver, y entonces Marcus aprovechó para juntar las manos, y las piedras comenzaron a fundirse y a elevarse, alzándose poco a poco del suelo, formando un mástil que empezaba a adquirir metros de altura. — ¿Quieres librarte de él? — Bramó a su hermano, y entonces apuntó a una de las cocteleras de la barra, lanzándosela. Por supuesto, la cogió en el vuelo. El mástil del aro de quidditch seguía creciendo, ya adoptando su forma final. Marcus bajó corriendo del escenario, atravesó el público y se puso en el lado contrario de la sala.

— ¿Preparado? — Gritó. El aro estaba formado del todo, y Lex se puso frente a él, coctelera en mano. Movió la varita y, las telas tras el escenario y tras su hermano, comenzaron a ennegrecerse, a oscurecer el entorno y a adoptar una forma tétrica que activaron todas las alarmas del patronus, por lo que se lanzó de lleno en la dirección, pensando que eran dementores. Allí estaba Lex, coctelera en mano, y justo cuando el occamy se lanzaba veloz en su dirección, se puso en el camino y el animal entró de cabeza a la coctelera, reduciendo su tamaño al del espacio, tal y como era la propiedad de estos animales. Lex cerró y, al hacerlo, Marcus invocó. — ¡Accio coctelera! — Y esta voló hacia él, pero antes de llegar, lanzó de nuevo. — ¡Oppugno! — Y esta fue flechada hacia Lex, quien la atrapó con una precisión impresionante. La familia empezó a aplaudir con ganas. — ¡Un momento, un momento! — Cortó Marcus, y volvió al escenario al trote. Estaba con la respiración jadeante por tanto hechizo fugaz, y su hermano más aún. — Muy bien, eres muy buen cazador, muy buen golpeador y muy buen guardián. Pero no has demostrado que seas un buen buscador. No has encontrado lo que debías buscar. — Lex puso una impostada expresión de extrañeza y dijo. — ¿Te refieres a esto? — Y, al abrir la palma, volvió a escucharse el piar del pajarito, y el público pudo apreciar un pájaro absolutamente minúsculo de color dorado que ahora daba saltitos en la palma de Lex. La ovación fue generalizada. Marcus sonrió a su hermano, y este le devolvió la sonrisa, absolutamente feliz. Bajó de la escoba y se abrazaron, recuperando el aliento.

 

ALICE

Las risas y los aplausos hubieran sido suficiente para poner sus niveles de alegría por las nubes, pero aún faltaba el veredicto, aunque los hermanos Lacey estaban demasiado entretenidos con las pompas. — ¡Dale, Molly, dale! — ¡Es que no se rompen, eh! — Francis, Margaret, por el amor de Eire, que no sois niños. — Les llamó la atención Amelia, antes las risas de los cónyuges de ambos. — Hija, no soy objetivo, porque todo el mundo sabe que veros a ti y a mi nieto hacer alquimia es lo que más alegría me da en la vida, pero… — Lawrence abrió los brazos y señaló a todo el pub, que, como niños, corrían y saltaban detrás de las burbujas, reían, y alzaban a los más pequeños para que pudieran jugar con ellas. — …No hay nada que le guste más a un Ravenclaw que cuando todo indica que siempre tuvo razón. — Alice rio, feliz, y el abuelo se giró hacia las demás. — Chicas, habéis sido brillantes, qué vuelo tan grácil, Siobhán, y qué transformaciones tan bellas, Allison, enhorabuena de verdad. — Le dio en la naricita a Brando y terminó con una tierna sonrisa. — Y un fuerte aplauso para el duende más bonito del mundo. —

Alice estaba encantada y con un subidón de endorfinas tremendo, así que se fue corriendo al lado de su suegro, que estaba más o menos en el mismo estado que ella y al sentarse le agarró del brazo y dijo. — ¿Estás nervioso por ver lo que hacen tus niños? — Él palmeó su mano. — Estoy absolutamente feliz. Toda mi familia está reunida, mi Alice es feliz y mis hijos van a colaborar… No puedo pedir más. — Pero entonces vieron subir a Marcus al escenario y dejaron de parlotear para simplemente adorar a la persona que estaban viendo.

Su Marcus parecía haber nacido para aquello, claro, y Alice escuchaba y asistía al espectáculo con ojos brillantes y sintiéndose orgullosa del mucho quidditch que había aprendido en el último año, entre unos y otros. Nancy y Allison le estaban rivalizando en la emoción desde luego, aunque Alice estaba más pendiente del cruce de hechizos, que le parecía bastante más atrevido de lo que esperaba de los hermanos, por no hablar del pajarito, que le estaba rondando por la cabeza. No había visto nada todavía. Cuando empezó la demostración de las habilidades de Lex como jugador y de Marcus como hechicero y alquimista, y cuando soltó el Patronus no pudo evitar abrir la boca y lanzar un grito ahogado, siguiendo con los ojos al precioso occamy. Eso sí, no pudo evitar susurrarle a Arnold. — Luego me decían a mí del Club de Duelo, pero eso de la Bombarda en interior… — Su suegro rio y contestó. — Mira, si no fuera porque están haciendo una exhibición de gallardía y pericia mágica, por mucho que les quiera, les dejaría solos ante el peligro de responder ante su madre, pero creo que el problema va a ser bajarla del pedestal de orgullo Slytherin que tiene ahora mismo. — Y Alice tuvo que reír también. Obviamente, aplaudió como la que más, silbó y gritó “¡GUAPO! ¡GUAPO!” varias veces.

Mientras los mayores les daban el veredicto, ella trató de concentrarse y se fue a una esquinita. Tomó aire, puso la mano frente a ella y dijo. — Venga, Alice, las plantas son lo tuyo… ¡Orchideus! — Y un ramo de ciclámenes y dalias apareció en su mano. En cuanto pudo, se acercó entre la horda de fans familiares a los chicos y les dio el ramo y un besito a Marcus. — Enhorabuena, O’Donnells. Habéis demostrado que sois el mejor equipo posible. — Lex miró el ramo. — Ehhhh, Alice… Ehhhh… Las flores son… blancas y rosas. — Sí, hijo, sí. Son dalias y ciclámenes, las flores de Slytherin y Ravenclaw. — ¡Ahh! Entonces perfecto. ¿Te ha gustado? — Y entre risas y comentando sus respectivos números, se sentaron los tres con el ramo en medio.

Quedaban solo dos números de concurso (los demás serían fuera de valoración) y el que tocaba era el más numeroso. Básicamente Andrew con un montón de niños, así que prometía, por lo menos, ser divertido. De entrada, subió al escenario con una camiseta de la bandera de Estados Unidos y vaqueros, con Fergus, que llevaba una ropa normal pero una bandera irlandesa atada a modo de capa. — ¡Qué pasa, familia! ¡Feliz Navidad! — Este como su mujer, lo de presentar no es lo suyo. — Susurró Alice, socarrona. — Aquí estamos Fergus y yo a la cabeza de dos equipos de élite que se van a enfrentar. Nos hemos intercambiado las banderas para demostrar que todo esto es de buen rollo. — ¡BUUUUHHH! ¡Qué Hufflepuff! — Gritó Lex a su lado. No, desde luego que estaba integradísimo. — Como decía, Fergus y yo vamos a estar a la cabeza, y hemos sido los entrenadores, de dos equipos, el suyo es equipo América, con Ada y Saoirse, y el mío equipo Irlanda, con Rosie y Seamus. — E hizo un gesto para animar los aplausos. — Los dos hemos diseñado pruebas para el equipo contrario sobre el país propio, a ver si saben más los irlandeses de América o los americanos de Irlanda. En una nota especial… — Señaló a su espalda y la luz iluminó a Arnie, sonriente en una trona. — Nuestro juez de línea. Y, en la elaboración de comidas: ¡la prima Rosaline! Un aplauso para ella, por favor, es la mejor. — La mujer se puso roja mientras se acercaba con un carrito lleno de comida y sacudía la mano en dirección a Andrew. — Haremos tres pruebas cada uno, en caso de empate, desempatarán los jueces. ¿Estáis listos? — Se oyeron unos ligeros “sí”. — ¡NO OS OIGO! — El volumen subió. — ¿ESTÁIS SEGUROS? — Y ya el “sí” se acompañó de aplausos y griterío.

Con idénticos atuendos (bueno, Ada directamente se había pintado la cara con la bandera y llevaba tréboles prendidos, entre otras cosas) los chicos se unieron a sus entrenadores y el equipo América hizo su primera pregunta. — ¿Cómo se llama el Ministerio de Magia de América? — Seamus estaba completamente distraído, pero Rosie puso tanta cara de concentración que casi veía salir humito de su cabeza. — Mi.. Ma… Ma… — Resopló. — MA.. CU… ¡MACUSA! — ¡SÍÍÍÍ! ¡VIVA MI HADA PELIRROJA! — Celebró Andrew levantándola en brazos, pero enseguida volvió a su lugar. — Nombra a los siete Tuata Na Dahn. — Saoirse empezó a lanzar nombres al aire, pero al final Ada le dio un manotazo y, tras mandarla callar y también en máxima concentración, soltó los siete del tirón. — ¡TOMA! ¡TOMA! ¡Vas a ser Serpiente, Adie! ¡El primo Fergus está muy orgulloso de ti! — Tocaba la prueba de las comidas, y Seamus y Saoirse, con los ojos vendados, tuvieron que adivinar lo que estaban comiendo. En el primer caso, el niño adivinó al instante el perrito caliente y todo lo que llevaba, para devorarlo entero acto seguido. A Saoirse le costó más el pastel del pastor, porque no se sabía bien el nombre y hubo que ayudarla, pero al final lo sacó. — Bueno, es que en este caso, Irlanda se complica, eh… — Susurró Alice, mirando significativamente a Marcus y recordando su incursión en la truck food. La prueba final consistía en reconocer una canción y decir en qué ocasión se cantaba. Primero fue Fergus, que se quedó pensando. — Es la canción de año nuevo… Es… — ¡Auld Layne Sine! — Exclamó Ada. — ¡SÍ! ¡SÍ! ¡Toma! — Y cuando llegó el turno de Andrew, se quedó en blanco. — Vaaaaaale… Creo que esa canción se llama Amazing Grace… Y… Ni idea de cuando se canta, ¿chicos? — Seamus estaba dándole pastel del pastor a Arnie en la trona y Rosie tenía cara de seguir pensando con todas su fuerzas. — ¡Di algo, Andrew! ¡Suena a… a algo alegre! — Andrew parpadeó y dijo al final. — ¡Para los cumpleaños! — Se hizo un silencio y Amelia se levantó de la indignación. — ¡Hijo! ¿Hace cuánto que no prestas atención en Pascua? Si esa la cantamos aquí también… — ¿VES? ¡Era alegre! — Rosie parecía enfadada, pero Ada corrió a su lado y le cogió la mano. — ¡Pero hemos empatado! ¿A que sí, abuelos? Hemos ganado todos. — Lex se inclinó hacia adelante y les miró. — Uy sí, super Serpiente Cornuda va a ser. — El precioso gesto de Ada hizo que todos se levantaran y ovacionaran, incluidos Seamus y Arnie llenos de puré de patata, carne picada y guisantes. Alice sonrió y dijo. — Cada uno enseña lo que puede. Yo divierto, tú impresionas, y los huffies nos regalan corazón. —

 

MARCUS

Estaba absolutamente feliz y con la adrenalina por las nubes. Recibieron las ovaciones encantados (bueno, él más que Lex, que recuperaba rápidamente su timidez habitual) y bajaron del escenario para recibir el veredicto del jurado. Lawrence, hinchado de orgullo, había abierto la boca para hablar, pero su hermano le interrumpió. — A esto lo llamo yo una buena exhibición de dos hermanos Slytherin. — Clamó Cletus, haciendo que el otro cerrara la boca y le mirara con inquina infantil. Amelia soltó un jadeo impresionado. — ¡Qué maravilla! Es increíble lo talentosos que sois. — LUEGO ES QUE TIENE FAVORITISMO UNA. — Molly vivía con la indignación tras la oreja, pero al menos era para bien. La que soltó una risita fue Maeve. — ¿A que sí, Amelia? Si hubiera conocido una a estos buenos mozos irlandeses de joven... — ¡Mujer! — Se azoró Frankie, retirando discretamente del alcance de Maeve la pinta que ya estaba casi acabada, mientras Molly y Cletus se unían a las risas y Lawrence negaba con la cabeza. — Ha sido toda una exhibición de talento, chicos, y una demostración de que somos diversos y de que la habilidad se puede reflejar de muchas formas. Enhorabuena. — Recondujo su abuelo justo cuando Alice aparecía por allí con las flores. — ¡Gracias! Es precioso, mi amor. — Oliendo el aroma de las flores estaba cuando su hermano empezó a hablar y solo pudo reír. — Y por eso la exhibición no incluía demostrar conocimientos sobre herbología. — ¡Pues me parece fatal! ¡A ver si os voy a restar puntos! — Se indignó Molly, a lo que Lex puso cara espantada. — ¡Abuela! No vale, esto está ya fuera de concurso. — Pero ya se fueron a sentarse, que el concurso no había terminado.

No quería imaginarse en lo que podía desembocar el siguiente grupo, pero tenía que reconocer que había sido mucho menos caótico y estrafalario de lo que había predicho. Se rio muchísimo con la exhibición, aplaudió a todos los aciertos y, junto a Alice y Lex, intentaba por lo bajo acertar todas las preguntas. — Yo me hubiera llevado premio en los dos equipos. — Dijo cómicamente, orgulloso. Lo de Andrew equivocándose más que los niños le tenía muerto de risa, aunque temió el enfado de los de su equipo (de Rosie, más bien, porque Seamus estaba a otras cosas) si perdían. Menos mal que tenían a Ada allí. — ¡Oye! ¿Insinúas que los Ravenclaw, o los Serpiente Cornuda en ese caso, no pueden tener buen corazón y compartir sus premios? — Le dijo a Lex, quien le miró con los ojos entornados. Marcus se hizo el digno. — Que sepas que conozco Hufflepuffs muy competitivos. —

— Ha sido una maravilla poder veros a todos formando tan buenos equipos. — Valoró Frankie. — Y me gustaría dar una enhorabuena especial a los dos capitanes. — A pesar de que algunos no reconozcan las canciones de Pascua... — Lanzó Amelia el tirito, ante lo que Andrew se encogió de hombros, pero Frankie continuó. — Gracias a chicos como vosotros, los más pequeños tienen un referente. Enhorabuena. Y gracias, porque no sabéis lo importante que es para nosotros que nuestra familia sepa de nuestros dos hogares: el que nos vio nacer, y el que nos acogió. — Se notaba a la legua que Fergus trataba de contener la emoción, mientras los demás daban saltos de alegría y volvían a su sitio.

— ¡Última exhibición! — Clamó Maeve como voz anunciadora, y al escenario salieron, perfectamente conjuntados con unos preciosos trajes tradicionales irlandeses, Frankie Junior y Nancy. Fergus, que justo se estaba sentando, chistó con fastidio. — ¿¿Pero por qué le queda todo bien?? ¿Eso cuenta como talento? ¿Esa es la exhibición, simplemente salir ahí y posar? — Marcus, Lex y Alice rieron por lo bajo con la indignación del chico. — ¡Buenas noches, familia irlandesa y americana! — Saludó Frankie, y Nancy retomó la palabra. — Esta es una noche muy especial, llena de tradición. Como antropóloga, me emociona particularmente. Sabéis lo importante que las tradiciones son para mí, pero hay otra cosa que me encanta: la música. Desde hace siglos, cantar ha sido el mejor regalo que alguien que quería honrar y entretener a su familia o anfitriones podía dar. Ha sido una manera de contar historias, de transmitirlas, y de expresar cómo nos sentimos. — Miró con emoción a Eillish y Arthur. — Mis padres, aprovechando este apellido tan irlandés que tenemos, me pusieron Nancy como nombre, haciendo que toda la vida me sintiera como la protagonista de la canción irlandesa: Nancy Mulligan. No sé cuántas veces mi padre me la ha cantado y yo la he bailado, sintiéndome feliz, sintiéndome un personaje de una canción que mi pueblo ha cantado durante generaciones. En el fondo, ellos querían que fuera antropóloga. — Hubo risas emocionadas entre el público. — Quería regalaros esta canción, con todo mi corazón. Pero este año, además, cuento con un compañero excepcional. — Frankie sonrió ampliamente, sacó pecho y habló de nuevo. — Siempre me ha encantado la música, aunque no soy el mejor cantante del mundo, pero sé poner diferentes voces. Lo hacía mucho en el colegio y a la gente le encantaba. He oído tanto a la abuela Maeve y al abuelo Frankie cantar esta canción, que cuando llegué a Irlanda y conocí a Nancy, pensé: "¿¿Es esto cierto?? ¿Estoy ante Nancy Mulligan de verdad?" — Nancy soltó una risita, y Lex, lentamente y con la sorna dibujada en la sonrisa, se inclinó a ellos y les dijo. — Confirmo que fue eso lo primero que pensó. — Marcus le miró con sospecha, viendo cómo volvía a su sitio riendo entre dientes. Ya, era ironía. Prefería no saber más. — Así que, familia. — Continuó Frankie. — Esta es nuestra aportación para este concurso, y va dedicada, aprovechando que nos toca cerrar, a todos vosotros. Nollaig Shona! — Todos aplaudieron y una musiquita alegre comenzó a sonar. Daba gusto verles, y en apenas segundos todos estaban tocando las palmas al compás de la música, siguiendo la historia de la canción.

I was twenty-four years old

When I met the woman I would call my own

Twenty-two grand kids now growing old

In that house that your brother bought ya

Los abuelos se habían levantado de sus mesas y tocaban las palmas, bailando entre ellos, emocionados. Pronto, todo el público estaba de pie, los niños saltaban y algunos adultos seguían la letra de la canción. Marcus también estaba tocando las palmas, pero en un momento determinado, con mucha suavidad y cariño, Allison le tomó de las manos e hizo un bailecito con él, divertida, y sin duda bajándole el ritmo. No, su talento no era el oído, ya estaba él notando que la gente se le alejaba como quien no quería la cosa mientras tocaba las palmas. El estribillo fue coreado por todo el mundo, mientras los del dúo animaban a ello.

She and I went on the run

Don't care about religion

I'm gonna marry the woman I love

Down by the Wexford border

She was Nancy Mulligan

And I was William Sheeran

She took my name and then we were one

Down by the Wexford border

Y, llegado a cierto punto de la canción, Frankie empezó a hacer cambios de voces que le daban un toque distinto a la canción y que encantó en el público, porque las ovaciones subieron. Nancy movía su vestido, y a medida que avanzaba la canción se veían destellos verdes con cada movimiento de la tela, que fueron a más conforme esta iba llegando a su fin, convirtiéndose en una nube de brillos verdes al llegar el último estribillo. Cuando la canción terminó, el clamor popular hizo temblar el bar. Marcus estaba tan centrado en la emoción del momento y en lo que le encantaba la canción que pasó por alto las miraditas de coqueteo de los dos componentes de la pareja que, dicho fuera de paso, estaban cantando una canción de amor que traspasaba fronteras e impedimentos. Marcus, una vez más, no viendo lo que no estaba en sus narices simplemente porque no le interesaba hacerlo.

Nada más bajaron del escenario, todos los miembros del jurado fueron a abrazarles. — Ha sido absolutamente precioso. — Aseguró Maeve, emocionada. — Hija, qué bien te pusieron el nombre. — Insistió Cletus, porque seguro que esa no era la primera vez que hacía una afirmación similar. Frankie y Nancy fueron a sentarse y el jurado habló para todos. — ¡Bueno! Es el momento de las exhibiciones de talento fuera de concurso para aquellos que quieran seguir entreteniendo a la familia. Nosotros aprovecharemos el momento para la deliberación. —

 

ALICE

Como la abuela Molly recalcaba, sin favoritismos, pero Alice veía muy posible que Marcus y Lex ganaran con lo que habían hecho. Obviamente, Andrew y los chicos habían sido muy tiernos y entregados, pero… Pero nada, no había contado con la parejita de moda. Vamos, es que si le hacen jurarlo hace un mes, hubiera dicho que Nancy, la hija de las estrellas, la antropóloga, nunca hubiera caído en un tío como Frankie. Porque esa carita y esas sonrisas eran de haber caído. Y más con la canción que iban a cantar.

Y misteriosamente, la cantaron, no bien, espectacular. El vestido de Nancy parecía sacado de un sueño, y el deleite con el que Frankie la miraba y le cantaba lo hacía todo extremadamente encantador. Igual que los demás, no pudo evitar levantarse y ponerse a bailar, tirando de Lex, que estaba reticente, aunque tuvo que ponerse de puntillas para bailar con él. Cuando por fin Allison soltó a su novio, se volvió hacia él y se dejó caer entre sus brazos con una sonrisa, apoyándose en su pecho y mirándole. — Yo también me escaparía contigo a donde pudiéramos estar juntos para siempre. — Y dejó un besito en sus labios. Luego se acercó y susurró. — Me ha dado un poco de miedito eso que has hecho en la actuación, pero bueno, te lo voy a perdonar porque has estado tremendamente sexy. — Y ya se separó para escuchar lo que decían los abuelos.

La verdad es que había sido precioso y emotivo, y a esas alturas, Alice tenía claro que ellas no tenían ninguna posibilidad de ganar. Ginny se acercó a donde estaban y les tendió una pinta a Siobhán y a ella y dijo. — Brindemos, hermanas, por la no-victoria. — Alice se rio y Siobhán bebió, poniendo mal gesto. — Oye, podemos acceder a podio. — Y a mí me parece un talento increíble saber tanto de los gemelos y preparar cocteles a la vez. Tira la teoría del abuelo de que cuando estás en el taller hay que estar en el taller. — Le ofreció de su pinta a Marcus, porque siempre eran demasiado grandes para ella, mientras charlaban y comentaban las actuaciones. — Es que nuestro hermano vaya desastre, y dice que quiere tener un montón de niños y llenar el faro, y no puede ni controlar a Seamus y el bebé, no te lo pierdas. — Decía Ginny. — Hombre, pero ha estado tierno. — Apuntó Lex. — Tú calla, estrella internacional, deberían haberte prohibido volar si estás federado, no se vale. — Tú has hecho cócteles, prima. — Le respondió con una sonrisa Slytherin. — ¡Y no ganaré aun así! —

Ruairi y Niamh habían hecho una pequeña representación de ilusionismo en la que parecían que se robaban partes del cuerpo el uno al otro, que por lo visto habían patentado años atrás para entretener a los gemelos, y que había captado más al público infantil que a ellos, que seguían charlando, pero de repente se hizo un murmullo. — ¿Ya tienen el fallo? — Preguntó Ginny, como si le fuera la vida en ello. Pero no, Ciarán había subido al escenario con carita de corderito y carraspeó. — Hola, O’Donnells. Bueno, y Laceys, claro. Hola. — ¿Este quién es? — Oyó que preguntaba Cillian a Saoirse. — Soy Ciarán, y Wendy me ha invitado a venir… — Acabáramos… — Susurró el padre de la susodicha, llevándose la mano a la cara. — Pero no me había comentado que se podían hacer cosas fuera de concurso, y bueno, al ver a Nancy y Frankie me he inspirado y… Mi madre siempre me dijo que cuando conociera una buena chica, una chica que te gustaría que fuera tu mujer, le cantara Heather on the hill, así que allá voy. — Lex agarró a Ginny justo a tiempo de que no se levantara e hiciera una declaración, y se sentó a regañadientes, poniendo muchas caras como hacía ella. — Mira que tengo dicho que nada de proposiciones ni peticiones en mi pub. Oye, pues nada. ¿Querrá venir el Fitzgerald ahora a batirse en duelo con Junior o qué? Me tienen frita vamos, no saben divertirse sin dar un espectáculo romántico. — Justo llegaron Andrew y Allison, que habían desaparecido convenientemente dejando al bebé con Nora. — ¡Anda! ¿Ese no es Ciarán? Que va a cantar el tío. — ¡Aaaaay! Heather on the hill, qué romántico. — Ginny entornó los ojos y resopló. — Qué cansinos son… —

La letra ciertamente era preciosa (igual un poquito romanticona de más) pero el chico la estaba cantando con tanto sentimiento, que ella se limitó a apoyar la cabeza en el hombro de Marcus mientras bebían de la pinta y Ciarán cantaba

She is stunning, she is pretty, she's as warm as amber whisky

And as bonny as a heather on the hill

She was dancing by the fire as a piper played a tune

She wrapped her arms around me, and she asked, "Are you my groom?"

A dram of amber whisky and a twinkle in her eye

We danced beneath the Caledonia sky

Siobhán resopló también y se apoyó sobre su hermana. — De verdad, estas demostraciones públicas de amor en realidad son una medida de presión patriarcal disfrazadas de bomba de amor. — Alice sonrió. — En Hogwarts he visto barrabasadas muy públicas y un tanto absurdas… — Señaló a Wendy que estaba al borde del escenario, mirando a Ciarán con los ojazos abiertos a tope y las manos entrelazadas. — Lo que no había visto era a alguien tan entregado como tu prima al otro lado. — Y Siobhán tuvo que reírse y brindar. — A la salud de ese soldado, que igual esta noche hasta triunfa. —

 

MARCUS

Recogió a Alice en sus brazos y sonrió. — Y yo. — Aunque prefería no ponerse en el supuesto de que el padre de la chica a la que amaba dijera que no y tuvieran que huir, con lo protocolario que él era. Se buscaría las mañas para que le dieran el sí finalmente. Ante el susurro, puso sonrisa ladina, arqueó una ceja y afirmó. — Emoción controlada. Lo teníamos todo perfectamente atado. — Se acercó a su oído para decir con tono de confesión. — Si quieres, por ser tan buen hada del jabón, luego te cuento un secreto. —

Al finalizar las actuaciones se armó un pequeño barullo en el que los lugares se fueron intercambiando mientras todos comentaban con todos, por lo que Marcus aprovechó para acercarse por la espalda a Pod y a Maeve y hacerles cosquillas a ambos. — ¿Qué se siente cuando se tienen tantas papeletas para ser los futuros ganadores? — Ambos cortaron de golpe las carcajadas por las risas y le miraron como si se hubiera vuelto loco. — ¡Qué dices, Marcus! Lo vuestro ha sido impresionante, vais a ganar. — ¡Eso! Yo quiero saber tantos hechizos como tú. Aunque me daría miedo lanzárselos a alguien tan fuerte y rápido como Lex. — Dijeron Maeve y Pod respectivamente. Marcus hizo un gesto con la mano y dijo. — Ya veremos qué pasa. Pero que sepáis que sois mis ganadores. — Y ambos se ruborizaron e intercambiaron risitas.

Atendió a las exhibiciones fuera de concurso, disfrutando mucho, pero definitivamente no se vio venir lo de Ciáran. — Hermano. — Le dijo a Lex mientras se retrepaba como un señor en la silla, pinta en mano. — Empiezo a ver altamente probable que asistamos a una pedida antes de que acabe la Navidad. Vete preparando. — Te pareces a Cletus. — Le devolvió el otro, y en respuesta, Marcus miró a la mesa del jurado y esperó a cruzar la mirada con el mencionado para alzar la pinta, gesto que el hombre devolvió, y dar ambos un trago como si hubieran brindado en la distancia. — Para. Va a parecer que estamos comprando al jurado. — Nuestros abuelos están en el jurado, Lex. Esa sospecha ya pesa sobre nosotros. — Dijo con suficiencia, y ya sí, atendió al chico que acababa de subir al escenario. Dejó la superioridad a un lado cuando empezó la canción, porque atacó de lleno a su corazón romántico medieval. Se llevó una mano al pecho y miró a Alice. — Mi amor, de haberlo sabido, me hubiera declarado así. Aún estoy a tiempo de hacerlo para nuestro aniversario si quieres. — La afirmación iba medio en broma medio en serio, si Alice se lo pedía, lo hacía encantado y perfectamente convencido. Por supuesto, lo había dicho antes del alegato de Siobhán, el cual ignoró por completo porque estaba casi tan hipnotizado como Wendy por la canción. Miró a los demás genuinamente sorprendido. — ¡Pero qué bien canta! ¿Lo habéis oído? — Lo oímos, sí, lo oímos. — Respondió Ginny, toda resignación. Marcus alzó el brazo libre y lo dejó caer. — Si llega a estar dentro de concurso, gana. — Mira que eres pasteloso. Te tendría en el bote de ser una tía. — ¡Y a mucha honra! Es una canción de amor preciosa y que esconde sin duda muy buenos deseos... — Se empezaron a escuchar risas bastante maleducadas a su costa que ignoró para seguir con su discurso. — ...De amor sincero hacia la mujer a la que amas. — Que sí, Marcus. — ¡Se lo decía su madre! — Esgrimió como argumento irrefutable de buena voluntad. — Yo estoy con él. — Y empezó, digno, a tocar las palmas al son de la canción para dar su apoyo desde allí... Bueno, o lo que él consideraba el son de la canción, porque se volvió a generar una órbita vacía a su alrededor por la disonancia musical que debía estar provocando en los oídos de quienes le escuchaban.

Cuando acabó se levantó y animó con aplausos y vítores. Iba a dar al chico la enhorabuena, pero se quedó hablando con Wendy, y no sería él quien interrumpiera el inicio de una preciosa historia de amor que contar el día de mañana a los hijos de la pareja cuando repitieran una Nochebuena irlandesa. Para su sorpresa, los siguientes en salir fueron Emma y Arnold, y boquiabiertos e ilusionados asistieron a un espectáculo de elegancia y pericia mágica compenetrada por parte de ambos, con hechizos vistosos tanto para los más pequeños como para los adultos. Le dolían las manos de aplaudir. — ¡Familia! ¡Tenemos veredicto! — Y fue terminar la frase Lawrence y sonar, cómico y sobresaltando a todo el mundo por lo improvisto, una trompetilla en manos de un encantamiento de leprechaun que parecía celebrar una victoria antes de tiempo. El jurado miró estupefacto a Amelia, que rio traviesa. — Ay, es que me encanta hacerlo, es monísimo. — Maeve rio con ella, pero los demás suspiraron y volvieron a lo que estaban narrando. — Queremos que sepáis que ha sido una competición preciosa, y que nos emociona sobremanera ver todo el trabajo e ilusión que hay detrás. Nuestra más sincera enhorabuena a todos los participantes. Nos ha costado muchísimo decidir pero ahí va el podio de ganadores. — Dicho lo cual, emergió un pequeño podio verde esmeralda en el centro del escenario.

— Recordamos que el mínimo de puntos que puede obtenerse es de veinticuatro puntos, aunque no ha sido el caso de ninguno, insistimos que ha estado muy reñida la final; la puntuación máxima es de sesenta puntos. — Finalizó Lawrence, tras lo cual, Cletus se ajustó las gafas y tomó la palabra. — Por el impresionante desempeño de varias disciplinas mágicas de manera simultánea, la sincronía familiar que ambos han mostrado y, por qué no valorarlo también, el nivel de riesgo añadido perfectamente gestionado, concedemos el tercer puesto de este concurso, con una puntuación de cincuenta y un puntos, el equipo de los hermanos O'Donnell: Marcus y Lex. — Los mencionados se miraron impactados el uno al otro y, entre felices carcajadas, dieron un salto del asiento, se abrazaron y subieron entre ovaciones al escenario, colocándose en el tercer puesto (no sin que antes Marcus le diera mil besos a Alice en las manos). Tomó la palabra, ahora, Maeve. — Por haber demostrado también una compenetración perfecta a pesar de acabar de conocerse, demostrando que no hay fronteras para este hogar, que Irlanda se lleva en la piel y en el corazón, y despertando nuestros mejores recuerdos a quienes por amor hemos hecho lo necesario, el segundo puesto es, con un total de cincuenta y tres puntos, para el dúo musical formado por Frankie Junior y la famosísima protagonista de la canción, Nancy Mulligan. — Más aplausos y ovaciones y ambos, felices y sorprendidos (Frankie no tanto, parecía dar por hecho que estaría en un lugar entre los ganadores) subieron victoriosos, abrazándose a ellos cuando llegaron y colocándose en el segundo escalón.

— Se me ha concedido el honor de dar el nombre de los ganadores. — Dijo Molly, cargada de emoción pero con voz sosegada. — Como hemos dicho, todos habéis estado fantásticos, pero el jurado estaba bastante de acuerdo en quién debía llevarse el primer premio. Con un total de cincuenta y siete puntos, por haber demostrado que el talento tiene muchas versiones, que podemos ver más allá de lo que ven nuestros ojos, con los ojos del corazón, y con la claridad de la mente de un niño, solo por escuchar con interés al otro. Por tanta ternura y tanto talento, los ganadores de este concurso de Navidad son... ¡El cuentacuentos animado! ¡Pod y Maeve! — Todos se pusieron de pie, incluso los cuatro que ya estaban en el podio saltaron y ovacionaron. Pod no sabía ni dónde meterse, desconcertado, preguntándose si realmente era él el ganador, y Maeve estaba un poco igual, aunque ella tardó menos en captar la realidad y empezó a llorar, siendo abrazada por todos a su alrededor. Subieron entre aplausos y los cuatro de arriba les recibieron con abrazos, y Frankie Junior subió a Pod a hombros, que aplaudía y celebraba el triunfo de su vida. Frankie fue quien subió al escenario para dar un pequeño leprechaun de chocolate a los cuatro que habían quedado en los puestos segundo y tercero, y un leprechaun también de chocolate pero de tamaño enorme a cada uno de los ganadores. — Enhorabuena, chicos. Y gracias. —

 

ALICE

Sonrió con cariño a Marcus y le acarició la mejilla con una sonrisa tierna. — No, mi vida, si tú eres el rey de las declaraciones, seguro que se te ocurre otra cosa mejor. — Lex se empezó a partir de risa abiertamente, y Ginny y Siobhán estaban prácticamente escondidas detrás de las pintas. Allison se inclinó hacia delante, con un aspecto pensativo. — Mira, quizá la poesía, tienes pinta de recitar muy bien, Marcus. — Sí que le gusta la poesía. Si se la enseño yo. — Remató, dándole con el dedo en la mejilla y guiñándole un ojo. — ¿Ves, cariño? Te dije que los Ravenclaw ligan así. — Les picó Andrew. Llovieron unas cuantas burlas a Marcus, pero ella también puso carita de adorabilidad. — Ay, Gin, por favor, que el chico es todo cuqui. — Tú no conoces a mi prima. Es la pesada mayor del reino con el amor, de verdad, en Hogwarts era desesperante. — Está muy contaminada por el amor romántico de las novelas rosas y las cancioncitas como esta, y ella es tan tierna que al final… — Final o principio, allá va la otra. — Señaló Alice, justo antes de levantarse a aplaudir a los demás. Y ya sí, por fin, el jurado tenía el fallo.

Le encantaba ver a todos tan entregados (el espectáculo de sus suegros habría ganado de estar dentro de concurso, es que le parecía increíble que Emma se prestara a eso) y estaba entusiasmada por saber las puntuaciones, le recordaba a las gymkanas y los juegos de Hogwarts, y eso le hacía sentirse feliz y un poco más despreocupada de otros males. En cuanto oyó que Marcus y Lex estaban en el podio, saltó y aplaudió, antes de dejar que su novio la besuqueara mientras ella le gritaba que era el mejor. El segundo puesto se lo llevaron los tortolitos folclóricos, y no le extrañaba, porque habían emocionado a todo el mundo, los abuelos estaban completamente cautivados con ellos, y sabía Merlín cuándo volverían a juntarse después de que Frankie se fuera, dentro de seis días. Se inclinó hacia Allison y les señaló. — Eso va a ser una opereta italiana cuando los americanos se vuelvan. — La chica se encogió de hombros. — Bueno, o no. Quién sabe. Igual Frankie se queda por ella. — Alice alzó una ceja. — No lo creo. Así de la noche a la mañana… — Yo lo hice. — Contestó la chica con una sonrisilla. — Pues también es verdad… — Eso sí que iba a ser una campanada si pasaba.

Obviamente, los ganadores fueron Maeve y Pod. Lo que dos chicos tan pequeños, que se conocían de hacía tres días, pero que en ese tiempo habían sabido asimilar y transmitir la riqueza cultural de la familia, era digno de premio y admiración. — ¡Viva mi niña arquitecta! ¡Y mi niño cuentacuentos! — Gritó Alice, saludando a ambos ganadores y tirándoles besos. Luego se acercó a Arnie y le rodeó los hombros. — Bronce para tus niños. Y oro daría yo a mis suegros, no sabía que tenían tantos talentos ocultos. — Dijo mirando a Emma también, que puso una sonrisa de orgullo más expresiva que de costumbre. — ¡Vivi! Ponme seis cócteles de esos que me has hecho antes. — ¡Marchando un prefecta de Slytherin! — Contestó su tía desde la barra, donde se había metido probablemente por orden de su gemela irlandesa. Ah, era eso, que Emma llevaba, por lo menos, un cóctel encima. Llegó su tía con los cócteles verdes con una serpiente negra enroscada en el borde de la copa. — ¿Y este invento? — Es que la prefecta estaba un poco vacilante sobre si subir o no y la hemos animado. ¡Hombre! ¡Medallistas de bronce aquí con nosotros! Tomad, invita vuestra madre. — Y puso un cóctel en cada mano de los hermanos, que acababan de llegar. — ¿Para quién es el sexto? — Para ti. — Contestó Emma dando unas palmaditas a su tía sobre la cabeza como si fuera un perrillo ante la mirada atónita de todos. — Por creadora. ¡A ver! ¡Chin chin! ¡Por mis hijos, que han hecho un concurso espectacular, a la par que ciertamente peligroso, pero bueno! ¡Por mi marido que es un gran compañero para todo! ¡Y por mis Gallia, que hacen la vida más divertida! — Y tras semejante brindis, chocó la copa y ni se esperó a los demás para pegarle un trago. — ¡Pero mamá! ¡Que esto lleva alcohol! — ¡Ay, Alexander, hijo mío! Tú pruébalo, que no va a venir el entrenador al patio trasero de Irlanda el día Navidad a decirte nada. Sabe enteramente a Slytherin. — Vivi le dio un codazo a Emma. — Ostras, pues el cura sí que ha venido. Qué envarada te has puesto. — Y a las dos les dio una risa de colegiala que a Alice la dejó atónita. — Pues también es verdad, vaya papelón. — Y claro, ya se tuvieron que reír todos, porque para eso estaba aquella reunión, la Navidad e Irlanda.

 

MARCUS

Llegó feliz y contento hacia donde estaban Alice y sus padres, y Arnold le recibió con los brazos abiertos. Tras el abrazo con él, escuchó a Vivi bramar algo y se vio rápidamente con una copa muy elegante y con muy buena pinta en la mano. Iba a mirar azorado a su madre, pero resultaba que ella no solo tenía otra igual, sino que parecía bastante... ¿contenta? ¿Achispada? Un momento, ¿¿Emma O'Donnell achispada?? — Eemm... — Balbuceó, confuso, viendo a su madre tan confiada y divertida ni más ni menos que con Violet. Se intercambió una mirada con Lex, y mientras que él se aguantaba la risa, Lex parecía hasta asustado. — ¡Chin chin! — Contestó, alucinado y brindando, contemplando anonadado la escena. Casi se atraganta y lanza el trago por los aires ante la conversación entre Lex y su madre, y tuvo que taparse la boca para reír con ganas. — Estoy viendo visiones. — Dijo mientras se secaba las lágrimas de la risa, y solo de la cara que le devolvió su padre se rio aún más.

Tardó un buen rato en que se le pasara, transcurrido el cual se fueron dispersando de nuevo e intercambiando los grupos. Él aprovechó para apartarse un poco con su novia. — Hola, hada del jabón. Que sepas que he visto tu espectáculo entero, aunque te estoy viendo mucho menos de lo que querría. Al menos a solas. — Cortó un trocito del leprechaun de chocolate y se lo dio. — Para el hada más dulce que he visto. Lo cual tiene mérito teniendo en cuenta que competías con Brando en tu propio equipo. — Antes de que ella tomara el chocolate de su mano, lo retiró, divertido, para añadir. — ¡Hada del jabón! No hada de los dulces. Aunque dulce igualmente. — Rio, él también iba un poco achispadillo entre la pinta y el cóctel. Acercó el trocito de chocolate a ella para dárselo directamente en la boca, tras lo cual dejó un besito en su mejilla. — Oye ¿qué lleva el cóctel de tu tía? Da igual, no lo quiero saber. — Le dio otro sorbo, paladeó y lo miró, ceñudo. — Sabe a Slytherin. — Repitió sus acciones de forma idéntica. — Si le hiciera una separación, lo averiguaría. Pero supongo que eso no tendría gracia. Debería poder adivinarlo con el paladar. — Y fue a repetirse por tercera vez, pero antes de llevarse la copa a los labios, miró a Alice y alzó un índice. — Estoy investigando. — Y, ya sí, repitió. Tras el correspondiente paladeo, dijo. — Nada. No tengo ni idea. —

Igualmente seguía reflexivo, pero su reflexión se vio interrumpida por Sandy y Sophia viniendo contoneándose, cogidas de las manos y cantando (berreando, más bien) uno de los villancicos de la exhibición. Sus vestidos ya no cambiaban con tanta maestría como cuando salieron al escenario. — “¡¡Oooohhh me haces sentir en Navidaaaad!!” ¡¡Uuuuuuuhh!! ¡¡PRIMA ALIIIIIIIIIICE ÚNETEEEEE!! “¡¡DULCES CAMPANAS QUE SUENAN!!” — Y, claramente sin esperar el permiso de la aludida, empezaron a intentar hacerla bailar. Marcus las miraba y se sonreía hasta que algo parecido a unas pinzas de cangrejo gigante le pincharon las costillas y le hicieron retorcerse entero como si se le hubieran derretido las piernas. — ¡El tío que explota cosas en mitad del bar! — Le chilló Andrew, carcajeando, mientras Marcus recuperaba el resuello y la postura. — No le has visto la cara a mi hermana. No te has comido la Bombarda de puro milagro. — ¡Estaba todo contro...! — “NAVIDAAAAAAAAAAAAAAAD.” — Le chillaron Sandy y Sophia una a cada oreja, por la espalda, haciéndole dar un buen sobresalto. — ¡¡Oye!! ¡Dejad de darme sustos, habladme a la cara! — ¡Eso! Que si no os explota y el hermano os pega con un bate. — Bromeó Andrew. — “¡Mi amor en Navidad me regaló!” ¿Cómo era? ¡¡Dos perdices!! — Llegó Allison canturreando, con Brando en un brazo y Arnie en otro como quien porta dos sacos, con los niños desternillados y dando bailecitos y girando, y cantando otra canción distinta a la de las chicas (y cantándola mal, encima, porque esa letra no era). — Cuidado, que esa Arnie se la sabe, a ver si te va a corregir. — Bromeó Marcus.

 

ALICE

La mejor parte de que sus suegros y su tía estuvieran dándole a aquel cóctel era que podían despreocuparse (al menos de que empezaran a pelearse, aunque alguien debería controlar cuántas de esas bombas se bebían) y podían dedicarse a tontear, que era algo muy de ellos. — Hola, alquimista peligroso que tiene las emociones muy controladas. — Contestó, siguiéndole el rollo y agarrándose a su cintura. Se rio con el jueguecito del chocolate y puso una sonrisa traviesa. — Ya fui hada de los dulces una vez… Y esa vez me moría yo de ganas de besarte ¿sabes?... — Se comió el trocito pasando un poco los labios por los dedos de Marcus. Entornó los ojos a su pregunta. — ¿Y quién lo sabe? Ciertamente es mejor no tener detalles, ha conseguido un tono demasiado verde… — Eso sí, se rio fuertemente a lo de la separación. — Supongo que si ni siquiera estás en el taller, no hay que estar tan concentrado… — Luego bajó la voz y miró a los lados. — Que no me oiga el abuelo, eh. — Observó cómo su novio bebió de nuevo el cóctel y ella cogió la serpientilla, comiéndosela. — De entrada, se nota que llevan algo fuerte, porque, mi amor, tú justamente conoces muy bien el regaliz gracias a los gustos de tu hermano, y ni te lo has olido. — En el fondo, se había comido la serpiente por hacer la gracia y ni le gustaban los regalices, así que puso una cara un poco rara y bebió otro poquito. Uy, eso se subía con un peligro…

No tanto como el que traían las primas Lacey desde luego. Si se lo llegan a hacer jurar… No hubiera jurado tampoco que su suegra iba a beber con su tata, que Marcus haría una Bombarda en interior o que Nancy, la antropóloga, caería ante los encantos de un Gryffindor de manual, así que solo le salía decir “¿por qué no?”, y se unió al huracán de primas que la arrastró al baile frenético. Se hacían bailar entre las tres, cantando a pleno pulmón, bailando y disfrutando como locas. Le pareció que de fondo oía a alguien cantar los Doce días de Navidad, o igual es que ya le fallaba el cerebro y repetía las cosas, pero ahí estaba, de risas, con las primas, mientras Sandy decía. — ¿Creéis que Ginny nos dejará hacer un concurso de míster Galway? Y elegimos, como una barra libre. — Yo estoy cogida. — Pues tú de jueza, con las casadas, y nosotras eligiendo. — Aportó Sophia, haciéndola girar sobre sí misma.

Estaba a tope con el baile, cuando vio que los abuelos se subían al escenario. Esta vez fue Cletus el que se hizo el hechizo de voz, asistido por Amelia. — ¡Familia! ¡Un segundito! — Todos se giraron y el ruido se aplacó. — Primero todo. Id trayendo a los pequeñajos, que nosotros vamos a seguir la fiesta en casa. — Dijo guiñando muy descaradamente. Cómo sabía cómo ganarse a los niños, y a todo el mundo, porque era completamente Slytherin. — Y segundo… nos habéis hecho muy felices. Estos seis viejos solo pedían volver a estar juntos en su pueblo y ver que sus descendientes les superan en talentos. Gracias, chicos. — Los niños habían llegado ya, los bebés en brazos de las abuelas y los pequeños sobre el escenario, con Maeve y Pod de la mano en medio, orgullosos de su premio. Amelia los rodeó y se puso el hechizo. — Y ahora… para cerrar este concurso como Nuada manda… decid adiós, chicos. Y recordad que mañana tenemos un día de San Esteban así que… no os paséis. — Y entre una nube verde con estrellitas doradas y plateadas, todos desaparecieron. — ¡Qué le gusta a mamá el efectismo! — Comentó Cillian mientras se ponía el abrigo. — ¡Eh, eh, eh! ¡Tío Cillian! ¿Dónde crees que vas? — El hombre rio. — Ginny, hija, tú sabes que… — ¡Maaaaamiiiii! ¿A que tú sí que te quedas? — Saltó Martha de repente sobre Saoirse. — ¡Ay! ¡Pues sí! Claro, mi niña, si tú quieres. Que no es normal verte tan entregada. — Pero, mujer… — ¡Ni pero ni nada! — ¡Que nosotros ya somos abuelos! — ¡CILLIAN CILLIAN CILLIAN! — Animaban los chicos. Frankie fue hasta él y lo levantó. — ¡VAMOS, CILLIAN! ¡VAMOS PARA EL ESCENARIO A QUE CUENTES UNOS CUANTOS CHISTES! — Alice estaba coreando, pero aprovechó y se acercó a su Marcus, saltando sobre un barril cercano para estar sentada y a su altura y acarició su cara hasta su barbilla. — ¿Por qué querías tú verme a solas, alquimista? — Se acercó a su oído y susurró. — Por ahí estaban hablando de hacer un concurso de míster Galway, pero no les he querido decir que míster Galway ya está aquí y pillado, no quería amargar a las pobres. —

 

MARCUS

Chasqueó la lengua. — Lo del tono demasiado verde no es una pista relevante. Violet está profundamente enamorada de... — ¡¡YO ME VOY ESTA NOCHE CON LAS NIÑAS!! — Justo, en mitad de su alegato, pasó la mencionada por allí enganchada al tren de las que iban cantando, pero él hizo que no lo escuchaba y siguió. — ...Mi tía Erin, que es irlandesa de corazón. — Y menos mal que no se giró para ver la cara de repulsa absoluta que Erin estaba poniendo justo en ese momento después de darle un trago a una pinta. Entre la una y la otra le iban a tirar el argumento al suelo. — Así que se habrá inspirado en ella para invocar el verde del cóctel. — Se encogió de hombros. — Tú lo hiciste con el licor de espino de mis abuelos. Y era porque estabas enamorada de mí ¿no? Era por eso ¿no? Venga, di que era por eso. — Siguió tonteando, meloso. A la apreciación de Alice, volvió a hacer un chasqueo de la lengua, esta vez acompañado de un aspaviento exagerado. — ¡Pero eso no vale! La serpiente de regaliz la he visto, es un componente externo. — Él tenía su lógica mental perfectamente trazada.

Siguió paladeando el cóctel y bromeando con unos y otros mientras Alice bailaba con las chicas hasta que la aparición en el escenario de los abuelos una vez más hizo que la atención se centrara en ellos. — ¡Más premios! — Clamó Andrew, haciendo a Marcus y Lex desternillarse, pero lo que iban a decir provocó que los dos hermanos, que sin duda estaban ya bastante achispados, dijeran a coro un lastimero "nooooo" combinado con la risa que no cesaba. — Lo dicho, más premios. — Insistió Andrew, y Lex le dio un empujoncito de los suyos en el hombro que casi le desestabiliza. — Como que estás muy pendiente tú del niño, capullo. No lo has visto en toda la noche. — Pero sé que está aquí y mi yo responsable sufre de que le vaya a caer una pinta en la cara o algo. — Y nada, venga a reírse de una cosa que, de normal, escandalizaría a Marcus.

Hubiera querido despedirse de los que se iban, pero había mucha gente en medio que impedía el paso, y porque, de repente, desaparecieron en una nube estrellada que le hizo aplaudir y ovacionar fervorosamente. — ¡Reyes del concurso de talentos! — Proclamó. — No se me ocurre un cierre mejor. — Algunos es que se van sin menos efecto y claro... — Añadió Andrew, y Lex rio, pero Marcus, aunque también rio, más bien lo hizo por compromiso, porque no había pillado la broma. Se añadió otra sucesión de frases en torno a los brillos, los vestidos y las desapariciones que le pilló bebiendo y de la que no se enteró absolutamente de nada, estaba perdidísimo, y de repente oyó cómo coreaban a Cillian, por lo que se distrajo, y Andrew y Lex pararon la broma y siguieron el coreo aunque no fuera ni con ellos. Vale, se tenía que empezar a centrar, que iba a parecer tonto.

Y bien que se centró, pero en su Alice, que justo apareció por allí para colocarse en un barril a su lado, y ya sacó Marcus el galán que llevaba dentro a relucir para centrarse en ella y solo en ella. Parecía que el coreado Cillian estaba subiendo al escenario e iniciando una ronda de chistes, lo que le vino muy bien como distracción para los demás y él quedarse con su novia. — ¿Ah, sí? ¿Y dónde está? ¿Quién es? — Puso miradita interesante. — Yo creo que, si hicieran un míster Galway, lo suyo sería que hicieran miss Galway también. Aunque todos sepamos que ya hay ganadora de ese concurso. Igual te descalifican por competencia desleal. — Se encogió de hombros. — Lo siento, no podría hacer nada al respecto, soy muy legalista. — Hizo una floritura con la mano. — Sería más lógico que fueras... ninfa oficial del reino. Así como con una... — En el movimiento de la mano, se la había llevado al bolsillo y, con un movimiento por la espalda, lanzó el encantamiento que ya tenía resabido para hacer emerger una coronita de flores que se enroscó en la parte superior del pelo de Alice con delicadeza. — ...Ninfa de las flores de los bosques de Irlanda. Con sus espinos y todo. — Puso carita orgullosa. — No iba a ser el único en llevarme flores de premio. Qué bien te quedan. Qué guapa estás. — Así podía seguir toda la noche.

Entornó los ojos. Nadie estaba mirando, estaban la mayoría a los chistes de Cillian y otros bailando y bebiendo por ahí. — ¿Te ha parecido peligroso? — Preguntó, entornando los ojos, con una sonrisilla. Se acercó un poco. — ¿Te cuento un secreto? Pero no se lo digas a nadie. Y aquí hay mucha gente a la que poder decírselo. — Se acercó un poco más para decir con tono meloso y confidencial. — Parece que no escuchasteis bien mi introducción. Pasasteis algo por alto. — Chasqueó la lengua varias veces, negando. — No se puede ser tan poco atento, se os escapan las mejores... Dije que iba a mostrar mis habilidades en historia, invocaciones... hechizos sensoriales... — Puso exagerada cara confusa. — Un momento... No he llegado a hacer ningún hechizo sensorial ¿no? ¿O sí? ¿Podrías decir cuál ha sido? — Dejó el silencio flotante apenas un par de segundos y, tras estos, alzó la varita entre ellos y, con un movimiento sutil, empezó a sonar en sus oídos un piar de pajarito a un volumen muy bajo. Arqueó una ceja. — Antes de que me acuses de no confiar en los poderes de buscador de mi hermano. Sí que lo buscó y lo encontró, pero en la parte final del número, cuando todos estabais mirándome a mí al otro lado de la sala, distraídos. ¿Creías que iba a arriesgarme a que, con la cantidad de gente que hay aquí, alguien lo viera, lo señalara, y el número perdiera... su magia? Mejor haceros pensar que era tan veloz y diminuto (que lo era, ciertamente) que solo Lex había sido capaz de verlo. Pero que estar, estaba, porque lo estabais escuchando. — Se retiró un poco, guardando la varita y con la copa cerca de los labios, esbozados en una sonrisa ladina. — Ha estado muy bien el leprechaun de chocolate de premio. Aunque supongo que el cóctel Slytherin ha sido más apropiado. —

 

ALICE

Atendió, asintiendo despacio, al razonamiento de su novio, contestando al momento. — Claro, mi amor, yo solo podía pensar en tus ojos. Pero igual tu tía es el color y casa contraria al verde Slytherin, ¿no crees? — Vaya la risa tonta que traían, y con tanto acercamiento, caía algún piquito, algún besito… También le dio la risa con todo aquello de miss y míster Galway, sintiéndose como cuando tonteaban en las fiestas de Hogwarts.

Ahora, cuando hizo aquel hechizo de la coronita, abrió los ojos y la boca como una niña chica, incluso hizo un bailecito de alegría sin moverse del barril. — ¡Qué bonito, mi amor! ¡Cómo sabes que me gustan las flores! — Como si fueran las primeras que le hacían. Se dejó poner la coronita y dijo orgullosa. — Ahora soy tu princesa de la Navidad, ¿a que sí? — Pero es que su novio todavía podía ser más sexy. Le oiría hablar del número toda la noche, y a cada detalle que dejaba caer con aquella voz tan invitadora, ella iba poniendo caras, para que viera que tenía toda su atención. — Diablillo, me has engañado. A mí y a todos, como en un espectáculo de esos que hacen los muggles. — Se rio y le dio en la nariz y luego dejó un piquito en sus labios. — Yo estaba ciertamente distraída… Por míster Galway, que es demasiado guapo para ir por ahí suelto… —

— ¡SOOOOBRIIIII! — Exclamó su tía, interrumpiéndoles. — ¿Ahora qué? — ¡Nos han retado! — ¿Nos? — A los cuatro. — ¿Qué cuatro? — A Marcus, Erin, tú y yo. — Alice parpadeó, mientras Vivi les empujaba y les colocaba uno frente a otro en medio del pub. — Dicen que solo en Irlanda se bailan bailes tradicionales de verdad, y eso no es así. Claro, con los americanos no hay nada que hacer, pero tú y yo vamos a defender La Provenza. — ¿Y Marcus y Erin? — ¿Con quién quieres bailar la danza de los hilos si no? — Ah pues tenía sentido. Bueno, ya lo habían hecho más veces. Igual no con tanto alcohol, pero lo habían hecho. — ¿Y yo qué hago, Vivi? — Preguntó Erin en pánico. — Toma, sujeta esto. No te muevas y no dejes que me caiga. — Y la pelirroja se quedó recta como una estaca y con el hilo en un puño. En cuanto la música empezó a sonar ella empezó a hacer el baile, sonriendo a su Marcus, feliz, y sintiendo de golpe una nostalgia tremenda por su Saint-Tropez. Adoraba Irlanda, empezando a considerarla su segundo hogar, pero, quizá era el alcohol, o el frío, de repente, necesitaba volver a ver el mar desde el jardín de su casa.

Y fue terminando el baile cuando sintió un pinchazo en el vientre, seguido de otras sensaciones, que le hizo abrir mucho los ojos. En ese momento solo oía aplausos y a su tía decir. — ¡ESA ES MI PELIRROJA! ¡QUE NO ME HA DEJADO CAER! — ¡Siobhán! ¡Wendy! ¡Nancy! Todas a ponerse los zapatos de reel que se van a cagar. ¡Tita Eillish! ¡Tío Cillian! Vosotros también. Y tú también, tío Arthur, tú el que más. — Empezó a ordenar Ginny. — Si quieres, hija, yo… — No, papi, tú déjalo, que se trata de pegarles una paliza... — Yo también sé bailar reel. — Dijo Ciarán, al lado del pobre Eddie que se había quedado todo cortado. — Qué tío más pesado... Venga, baila, hijo, baila, peor que mis padres no lo harás... — Y aquello levantó unas risas que le permitieron centrarse en ellos. Había acabado enrollada en los brazos de Marcus, como siempre, así que se rio un poco y se giró para besarle. — Como siempre, para siempre, mi amor, atrapada por ti. —

Y en cuanto le dio el beso, se soltó y se fue al baño del pub. Y nunca había sentido un alivio similar al ver que llegaba la peor semana del mes. Tanto que casi se le olvida subirse las medias al salir, menos mal que le impedían andar bien y se paró a recolocarse. El reel había empezado ya, pero ella volvió a tirarse a los brazos de Marcus y le dio un gran beso, feliz. Luego se inclinó sobre su oreja. — Mi amor, tenemos que brindar. Por nosotros como mínimo. — Y tiró de su mano hacia la barra, donde cogió otra pinta y brindó con él. — Tú quedas en el podio, mi tía y tu madre se reconcilian y a mí me viene la regla. Grandísima esta noche de Navidad. —

 

MARCUS

— Mi princesa de Navidad. — Contestó meloso y mirándola con la cabeza torcida, desde su postura más baja, ya que ella seguía subida al barril. Rio tontamente a los coqueteos de su novia. — ¡Ah! ¿Distraída? Qué feo, princesa de la Navidad que se supone que es Ravenclaw. Hay que atender bien. Si no, no nos enteramos. — Siguió tonteando. — Si no me dejan suelto, no puedo hacer espectáculos bonitos, y su majestad los merece. Pero si no va a atender... —

Le hubiera encantado continuar con el flirteo, pero por supuesto, fueron interrumpidos. Parpadeó al comentario de Violet. ¿Cómo que retado? Bueno, que le dijeran lo que había que hacer, que seguro que sabía. Si Marcus de normal estaba seguro de sí mismo, con un poco de alcohol encima, más aún. Ya había enjaulado un toro con alquimia, no creía que pudiera ser peor. — ¡Esa me la sé! — Respondió con confianza, dando un nuevo sorbo a la copa, relajado, apoyado en el barril. Pero ya tuvieron que arrastrarle y casi le hacen tropezar, hasta ponerle con el hilo en las manos donde las mujeres consideraron. A duras penas consiguió dejar la copa levitando a su lado para no perderla de vista.

Rio y recibió a Alice en sus brazos, enredada en el hijo, pero su novia salió corriendo rápidamente, dejándole confuso, aunque parecía que solo necesitaba ir al baño. Se encogió de hombros, recogió su copa del aire y atendió al reel, riendo y aplaudiendo. Cuando volvió, de improvisto, le soltó un beso que volvió a confundirle. — Hola, princesa de la Navidad. — Comentó risueño. — Brindemos. — Confirmó, aunque el comentario le hizo parpadear. Chocó los vasos y bebió, pero al terminar dijo con expresión preocupada. — ¿La regla? ¿Ahora? Jo... Mi amor, lo siento. Pero ¿estás bien? ¿Quieres que nos vayamos a casa? ¿Te duele mucho? — Le puso la mano en la barriga con un gesto dramáticamente empático, y demostrando que seguía sin tener muy claro, anatómicamente hablando, dónde estaba la fuente del dolor. — Ojalá tener las propiedades de las piedras alquímicas que nos comimos en mi casa para poder curarte. Aunque, científicamente hablando, no sé si servía realmente o era solo sugestión mía. Pero si pudiera curarte, lo haría. — ¡OTRA PINTA! — Cayó (casi literalmente, porque se la encontró derramada en la barra detrás suya) Shannon. Reparó en su presencia. — ¡Marcus, Alice! Me ha encantado lo de las pompitas de jabón. Y lo tuyo. — Hola, prima Shannon. — Miró de reojo a Alice. A ver, no era él nadie para desvelar temas tan íntimos, pero ¿podría transmitirle a Alice lo que estaba pensando sin legeremancia? Se conocían muy bien, al fin y al cabo. Shannon es enfermera, igual ella tiene un remedio para el dolor, pensó, mirando intensamente a Alice, porque por intentarlo no perdía nada. Aunque luego miró a Shannon de reojo, que se había dado la vuelta y ahora apoyaba la espalda en la barra como quien se apoya en el borde de una piscina, y reía a saber de qué a la espera de que la pinta llegara. Torció el morro. No estaba muy seguro de que estuviera en su mejor punto para hacer enfermería, la verdad.

Se acercaron a la zona donde se bailaba el reel, les arrastraron a intentar bailar, siguieron bebiendo y, poco a poco, se intercambiaban en los grupos, otros se dispersaban y algunos adultos empezaron a marcharse. En un momento determinado y sin saber cómo, se encontró sentado en uno de los taburetes, con Wendy en otro junto a él, enganchada a su brazo y contándole una historia infinita. Era una sensación parecida a la de los sueños: sabía dónde estaba, aunque no estaba seguro de que tuviera sentido nada de lo que sucedía, pero no sabía cómo había llegado allí. Lo máximo a lo que atinaba era a parpadear para recentrarse y no dormirse, y a beber de vez en cuando. — Porque me entiendes ¿no? Y claro, yo le dije, tía, es que ya te lo he dicho, es que siempre la excusa de las ovejas no puede ser, porque yo también tengo vida ¿sabes? Es más, yo también tengo ovejas, o sea, mi hermana tiene ovejas, pero primo, sé sincero, ¿tú usarías de excusa las ovejas para NO escribirme en TRES MESES y que te cuente las cosas y no digas nada? — No, clar... — Que fue la boda de Lucy, y yo le dije, pero tía, es que Padme se ha encargado de las telas, y yo le hice la cesta de frutas, y Siobhán, no Sibohán la prima, Siobhán O'Brian, la de Ravenclaw, o sea la de Ravenclaw de mi promoción me refiero, pues esa hacía el discurso, y luego Nancy, pero no Nancy nuestra prima, Nancy Ronan, la de Hufflepuff, pero no de mi promoción, de la promoción de... — Se estaba mareando, así que se frotó la cara, y al hacerlo casi se desestabiliza y cae de la banqueta. Pero Wendy ni se dio cuenta y siguió. — ¡¡Y nos trae margaritas!! ¡¡¡Margaritas!!! O sea, ¡para Lucy! ¿Te lo puedes crees? — Aham... — ¡Sabiendo que Lucy AMA los tréboles y las campánulas! ¡¡Es que!! ¿¿Te lo puedes creer?? No, no, es que es de no estar atenta. Así que le dije, tía, margaritas no, y claro, ya me vino con el... — GUAPÍSIMO MÍO, ven un momento. — Interrumpió Vivi una vez más, aunque esta vez lo agradeció. No solo le sacó a él de las garras de Wendy, sino que directamente empujó a Ciarán encima de ella. — Ea, guapetón, que te dé a ti la turra, que eso es lo que te gusta. — Hola, Wen. — Se intentó desenvolver el otro, azorado, recuperándose del tropiezo. Vivi arrastró a Marcus.

— Hijo mío, muy listo para unas cosas, y de otras no te escaqueas eh. — No me estaba enterando de la mitad de la historia, te lo prometo. — Se sinceró. — Tu tía se ha ido y me ha dejado aquí sola y abandonada. ¿Qué te parece? — Marcus arqueó una ceja. — Para que veas. Luego tiene una la fama de put... — ¡Ya te hemos desalojado el cuarto, guapi! — Clamó Sandy, y enseguida tuvo al corro formado por ella, Ginny y Siobhán gritando a su alrededor. — NOCHE DE CHICAS, NOCHE DE CHICAS, NOCHE DE CHICAS. — Vivi rio incómodamente y luego miró a Marcus, que la seguía mirando como pidiendo aclaraciones. — ¡A ver! Yo le he propuesto venirse, pero ella ha preferido quedarse cuidando vacas. — Marcus suspiró. — He cubierto mi cupo de dramas esta noche. — Y se fue a buscar a su Alice.

 

ALICE

Claro, así sin mayores explicaciones, lo de que le había venido la regla podía resultar un poco aguafiestas, aunque en su caso era un alivio brutal, a pesar de haberse hecho la prueba muggle aquella que le había confirmado que no estaba embarazada. Igual no era el momento de explicar todo aquello, con el estado que llevaban los dos, y a su novio, otro día no, pero aquel, se le podía disuadir fácilmente. — Estoy perfectamente, mi vida. Sobreviviré. — Y dejó un besito en sus labios, enternecida por la empatía de su novio. No por sus conocimientos de anatomía, pero sí por su gran corazón. Otra que parecía que estaba de gran fiesta era Shannon, que claramente en América no se veía en estas oportunidades. — ¿Tú ves lo feliz que está de no tener responsabilidades en Merlín sabe cuánto tiempo? No le demos más la lata, la noche es joven y yo aún estoy bien. —

Y tan joven. Rondaron por todos los grupos posibles, y tras una escapada al baño de nuevo a ver que todo iba en orden, ya no tuvo Marcus al volver, porque había sido secuestrado por Wendy. Ella se puso a bailar con Sophia, recordándose cuánto se querían y la lata que era vivir en orillas opuestas del Atlántico, cuando se dieron cuenta de que Ciarán estaba en una esquina, solillo y cabizbajo y se acercaron a él. — ¡Cillian! ¿Qué te pasa, hombre? Con lo bien que has cantado. — Es Ciarán. — Corrigió Alice. — Ay, perdón. Es que aún no me acostumbro a los nombres irlandeses. — No, mujer, no te preocupes, si nadie me ve. Ni siquiera Wendy. — Sophia le pasó el brazo con los hombros. — ¡Que no! Andrew te tiene mucho cariño también, ¿dónde anda? — Se ha ido con su mujer. — Alice se rio traviesa. — Qué tíos, no paran, estos quieren llenar el faro de verdad. — ¿Eh? — Nada. Oye, Ciarán, escúchame, a ti te gusta mi prima Wendy ¿no? — El chico la miró con ojos brillantes. — Es la mujer más increíble que he conocido en mi vida. — Las dos chicas hicieron. — Aaaaawwwww. — Y Alice señaló hacia la chica. — Pues ve y díselo así tal cual. — Ya se lo he dicho. — ¡Pero lucha, Ciarán, lucha! ¡Los irlandeses sois fuertes y obstinados! — Le animó Sophia. El chico se cuadró, pero su cara aún reflejaba indecisión. Alice chasqueó la lengua. — Espera que tengo un arma secreta para estos casos. ¡TATA! — La nombrada apareció por allí como un resorte y el chico la miró parpadeando. — Tú eres la novia de Erin ¿no? — Esa es mi principal ocupación en la vida, sí, pero tengo otras. ¿Para qué se me requiere? — A Ciarán le está costando trabajillo acercarse a Wen, y creo que mi novio se desmayará de un momento a otro, ¿puedes hacer una intervención de las tuyas? — Su tía alargó la mano y cogió a Ciarán de los tirantes que llevaba. — Ven aquí, majo, que esta noche tú y yo nos vamos a cruzar en la casa de las solteras. — ¿Eh? — Pero su tata no le dio tiempo de reacción. — Sip. Esa es la vida con un Gallia. — Dijo Alice asintiendo lentamente mientras se alejaban.

Por fin su novio regresó a ella y se pusieron a intentar bailar el reel con Sophia, cuando Lex apareció, bailando al son de otra música, moviendo los brazos y dando vueltas sobre sí mismo. — I was William Sheeeeeeeraaaaaaan… Oye, ¿habéis visto a Frankie? Estaba felicitándole por su increíble actuación, y porque creo que esta noche va a triunfar, pero no le encuentro. — Sophia suspiró y se encogió de hombros. — Es que es un espíritu libre, pero yo bailo contigo, Lex. — Síííí que me han chivado por ahí que te gustan los jugadores de quidditch, eh… — Alice se recolgó del cuello de su novio y susurró. — Aquí todo el mundo va la mar de desorientado, ya, si me hacen jurar que iba a ver así a tu hermano… — Se rio y dejó un beso en sus labios. — Mi amor… Esto está entretenidísimo pero ahora sí que me siento un poco cansada, y mañana llegan Darren y mi hermano y quiero estar pendiente… ¿Me acompañas a casita? — Justo por allí, pasó Fergus también bailando muy estrambóticamente y dando vueltas sobre sí mismo. — Y a lo mejor nos llevamos a Fergus también, ¿o qué? —

 

MARCUS

Coreó a su hermano cuando llegó cantando y aplaudió a lo que él consideró que era el ritmo de esa canción, riendo. Total, no es como que bailar el reel se le estuviera dando mucho mejor. — Yo no sé dónde está casi nadie. — Contestó divertido. ¿Frankie? A saber, llevaba un buen rato sin verlo. Recogió a Alice entre risas en sus brazos, moviéndose y moviendo las caderas de ella tontamente, con las manos puestas en su cintura, pero entonces su chica propuso emprender la retirada. — Ooooh. — Dijo con carita de pena, pero entonces recordó que le había dicho lo de la regla. — Claro, mi amor. ¿Pero te encuentras mal? Sí, sí, ya nos vamos. — Y bien sabían los siete dioses irlandeses la pena que le daba irse, pero si su Alice no estaba a gusto, se iban ambos. Total, ya había disfrutado la fiesta pero bien, y mañana tenían más.

Asintió, tomó la mano de ella y empezó a decirle a Fergus. — Eh, colega. ¿Vamos? — Y en ese momento se giró y, al hacerlo, literalmente se comió a Wendy, tanto que, al echar el pie hacia atrás, empujó y pisó a Alice, y entre el improvisto, el aturdimiento por el mareo y el golpe primero con Wendy y luego con Alice, le dio la vuelta el bar entero. — ¡PRIMO NECESITO TU AYUDA! — La otra ni se había dado cuenta de que Marcus estaba intentando localizar el cielo y la tierra, como primera medida, y disculparse con su novia por el pisotón, como segunda. — Es que vamos, vas a flipar. Bueno, en verdad no vas a flipar, me vas a decir te lo dije porque en fin, si es que yo lo sé, si es que se veía venir. — Boqueó, pero Wendy le arrastró, dirigiéndose a Alice en vez de a él. — TE LO ROBO UN MOMENTITO UN SEGUNDO SOLO AHORA VIENE. — Pero... — Su prima ya le arrastraba, y él empezó a poner cara de pánico. — ¡Espera! Wen, que ya nos íbamos. — SOLO UN MOMENTO. — ¡Mi amor! — Gritó, siendo arrastrado. — ¡Te prometo que vuelvo ahora y nos vamos! — Dijo, por no gritar "socorro", que era lo que le apetecía. Esperaba poder cumplir su promesa.

— ¡Que va a venir a buscarme la tía! — Marcus parpadeó. No sabía de quién le estaba hablando. — Es que ¿ves como es una inoportuna? No escucha, primo, no escucha. Porque le dije: "tía, que voy a estar con mi familia", y ahora está en plan: "¿pues no dices que te tengo abandonada?", y claro, yo le había dicho "solo tienes que venir al bar o a la casa que ya sabes dónde encontrarme", y primo, claro, ahora va a... — Wen. — Interrumpió prudentemente. — Es que Alice quería irse y... — ¡¡Vale, vale, solo un segundito, porfi, porfi!! Es que tengo que confiar en ti porque tú eres el que se sabe ya toda mi movida con Selma, entonces... — ¿Pero quién es Selma? Esa debía ser la de las margaritas, o los tréboles, o algo de unas flores de una boda le quería sonar. O de unas ovejas. Pero de ahí a ser el mayor conocedor del tema del mundo... — ¿Tú puedes asomarte a mi casa a ver si está y decirle que es que me he ido con los abuelos y que mañana la veo? — Parpadeó. — Pero Wen. No la conozco. — Es una chavala pelirroja. — Marcus alzó los brazos. — ¡Gracias! Acabo de excluir por lo menos a cuatro chicas de Ballyknow. — ¡Ay, no seas tonto! — Y empezó a empujarle hacia la puerta del bar, para descuadre absoluto de él. — Que tú tienes mucha labia y te las ganas enseguida. — Oye que yo con ganarme a mi novia tengo de sobra. Y me está esperando. — ¡¡Por fiiiiiI!! Es que... — Dejó de empujarle y se acercó confidencialmente a él. — Bueno... También es... Aparte de que tú sabes más del tema y me entiendes y eso... — De verdad que creo que estás sacando conclusiones precipitadas, pensó. — ...Es que... Ciarán... En fin... Que querríamos estar... solillos un rato ¿sabes? — ¡Ah! — Se indignó. — Me pides que le mienta a una chica que no conozco de nada y que favorezca una escapada furtiva de índole... ¡Wen, que eres mi prima! No has elegido bien a tu objet... — ¡¡¡POOOOOOOOOOOOORFI!!! — ¡VALE! — Detuvo, porque eso iba a ser infinito. — Pero voy, me asomo, y como no haya nadie, me vengo y me voy con Alice. Que la he dejado tirada. — Wendy soltó un gritito infantil, le achuchó por el cuello dando saltitos y le dio las gracias mil veces antes de dejarle marchar.

Al menos en Ballyknow todo estaba cerca, ya se estaba acostumbrando a ir de un sitio a otro. En concreto, la casa de las chicas estaba prácticamente al lado del bar. Suspirando y frotándose las manos por el frío, se dirigió hacia allí y, para su espanto, sí que había alguien en la puerta, y una de las siluetas era femenina. La otra era un chico. ¿Tendría novio la susodicha? ¿O hermano? Esperaba que no fuera el típico tío violento, lo que le faltaba era meterse en un problema. Sin embargo, conforme se fue acercando, se relajó, porque las figuras que se distinguían no eran otras que las de Nancy y Frankie Junior. Suspiró aliviado y se acercó contento para preguntar a los chicos si habían visto a la amiga de Wendy, pero antes de ser detectado, detectó él algo que le dejó clavado en el sitio, con la mandíbula descolgada hasta el suelo: entre risas y en la puerta, como una pareja de amantes furtivos, vio a Nancy y a Frankie darse un buen beso en los labios. Si le hubieran echado un Petrificus Totalus no se habría quedado más de piedra. La chica le despidió entre risitas y, antes de someterse a un incomodísimo momento cruzándose con Frankie, se escondió. Pero el chico, en vez de ir de vuelta al bar, fue en dirección a la casa. Marcus le vio desaparecer (y Nancy también, desde la puerta, diciéndose moñerías en la distancia el uno al otro), y cuando el chico se hubo perdido de vista y la chica estaba por cerrar la puerta, se dejó ver.

Ella no se metió de nuevo en casa, sino que sí se disponía a volver al bar, por lo que apenas Marcus salió de su escondite, se toparon de frente. — ¡Marcus! — Dijo ella, cantarina y risueña, con las mejillas sonrosadas, aunque también con un deje de vergüenza, como si la hubiera pillado en algo y estuviera disimulando. — ¿Ya de vuelta? ¿Tan solito? — Venía... Wendy me ha pedido... ¿¿Ese era Frankie?? — Es que necesitaba aclarar lo que había visto. Nancy se mordió el labio, ocultando una sonrisita colegiala, miró de reojo al lugar por el que el otro se había perdido y respondió. — Puedeeeee... — Con una risita boba después. Marcus parpadeó. Ella rio más. No, no podía ser. — Llevabais un buen rato perdidos. — Pareció que caía en ese momento en la obviedad, como quien por fin tiene todas las pistas de un crimen y puede resolverlo. Ella solo soltaba risitas. Alzó las palmas, como tratando de calmarse a sí mismo, y soltó un comentario que claramente no pensó bien previamente. — Nancy... Dime que has ido a enseñarle una de tus cuevas. — La reacción inmediata de la chica fue soltar tal estruendosa carcajada que debían haberla oído en el bar, hasta se sobresaltó por el ruido. Marcus seguía patidifuso, esperando respuesta. — Ay, primo. — Dijo ella casi ahogada por la risa, limpiándose las lágrimas y poniendo una comprensiva mano en su hombro. — Por el cariño que te tengo y porque sé que has bebido y me das ternurita, no voy a incidir en la pedazo de guarrada que acabas de decir. — ¡¡POR DIOS, NANCY!! — Siguió él con su indignación particular, como si no hubiera oído nada. — ¡¡Os he visto besándoos!! ¡Dime que he visto mal! — Lo que has visto es poco. — ¡NAN...! — No pudo ni terminar, se llevó las manos a la cabeza, espantado y casi hiperventilando. La otra suspiró. — Por favor, no me puedo creer que puedas meterte en una comuna de elfos como quien entra en su casa y no hayas visto esto venir... — ¡¡Pensé que os llevabais bien por el quidditch!! Pero, pero... — A ver, el quidditch también nos gusta... — ¡¡QUE ES TU PRIMO!! — Bueno. — Matizó Nancy, alzando un índice. — Es primo tuyo. Por parte de tu abuela. Te recuerdo que yo soy tu prima por parte de tu abuelo. Entre él y yo no hay consanguineidad. — Ladeó varias veces la cabeza, pensativa. — A ver, los pueblos son tan endogámicos que las probabilidades de que la haya en generaciones previas es alta, pero... — ¡¡Sois primos!! — Él insistía. — ¡Sois familia! ¡Y tú le sacas seis años! — ¡Oye, guapito! — Respondió airada. — A ver si te espantabas tanto si fuera al revés. Me voy a tener que poner como Siobhán... — ¡Pues claro que sí! — Defendió, y Nancy rodó los ojos. — Lo peor es que sé que sí... — Antes de que Marcus pudiera seguir hiperventilando, ella le detuvo. — Primo, nos hemos conocido hace tres días. No somos familia. Nos llevamos bien, estamos solteros, nos hemos atraído, no hay compromiso. ¡Ya está! Una noche divertida y a continuar. Un regalito de Navidad. — Para. — Detuvo, agobiado. — No quiero saber más. — Se giró. — Me voy, que me espera mi novia. — ¡Pero oye! ¿Habías venido para algo? Espera, que voy contigo. — Y trotó hasta él. Marcus ya ni se acordaba de para qué había ido, sinceramente.

 

ALICE

Ya estaba ella despidiéndose de todo el mundo, cuando volvió a perder de vista a su novio, así que redirigió a Fergus con ella y se sentaron con los mayores, para tener a Fergus controlado, hasta que recibiera noticia de Marcus. — En verdad esto de los talentos lo podemos implementar también en América. Mi Shannon se lo está pasando de maravilla. — Comentó Dan, alegre, mientras señalaba a su mujer haciendo bailar a Cillian. — Tú lo que pasa es que has visto que a tu niña se le da bien y quieres que te ponga igual de orgulloso que antes. — Señaló Arthur. — La tuya no ha estado nada mal, perdona, se ha llevado la plata. — Los míos tienen talento para el mal. — Dijo Ruairi un poquito afectado ya. — Pero mi prima Ginny también, y los tres juntos hacen cosas muy chulas. ¡Mis niños ganadores! — Exclamó levantando la pinta.

Alice cada vez se encontraba peor, y Fergus parecía que había consumido sustancias estimulantes porque no había quien lo parara, así que empezó a impacientarse. Justo entonces vio a Erin ponerse el abrigo con Martha y Cerys y se acercó a ellas. — Oye, ¿habéis visto a Marcus? — Erin parpadeó y dijo. — Ehhhh se ha ido. — ¿Cómo que se ha ido? Si sabía que estaba en el baño. — Lo ha sacado mi hermana a empujones. — Dijo Martha suspirando. — ¿Wendy? ¿Pero por qué? — La mujer se encogió de hombros. — ¿Y quién lo sabe? Si es que siempre está liada en algo, y tu novio se deja liar… — ¿Mi sobrino? En todo lo que pueda. — ¿Vosotras os vais ya? ¿Y mi tata? — Erin se rio y señaló a su espalda. — Se la quedan las solteras hoy. Así no estoy presionándola para irnos y no se levanta entre animales, aunque sea por una noche. — Venid con nosotras y os acompañamos a este caballero tan alterado y a ti a casa O’Donnell. Probablemente, cuando Marcus haya terminado con lo de Wendy, irá para allá. — Determinó Cerys, y salieron los cinco por la puerta.

Echaron a andar, riéndose, porque Martha estaba borrachilla y recolgada de Erin y Cerys a turnos (y en actitudes bien diferenciadas) y al poco de estar andando oyeron voces, una de Marcus y otra femenina. Enseguida reconoció a Nancy y se quedó mirándoles, extrañada. — Pero ¿qué pasa? — Nancy resopló y dijo. — ¡Que ahora una no puede vivir la vida, vaya! — ¿De qué hablas? — La verdad es que su novio tenía muy mala cara. — No estará mi hermano por aquí ¿no? Que le he dicho que me iba a ir a casa hacer una hora. — Dijo Fergus. — ¿Por qué iba a estar tu hermano aquí? — El chico miraba a Nancy, Alice les miró a los dos, y a la cara de su novio de nuevo. — Ay, por Merlín… — Cerys abrió mucho los ojos y dijo. — ¿Pero no sois primos? — ¡Que no hay consanguineidad! Madre mía, no escucháis, eh, ni en las Ravenclaws puedes confiar ya… — Martha soltó una risa nasal, mirando a los lados, como si fuera una niña traviesa. — Qué fuerte, Nance, te has liado con el americano… — Y a Erin le dio el mismo tipo de risilla, lo que hizo que Cerys negara, aguantando la suya. — Venga, cada doxy a su hoyo, que bastante hemos tenido hoy. Antes de que venga Wendy y nos embrolle a todos en algo. — Yo creo que ella está ya embrollada en lo suyo… — Dejó caer Nancy. — Nancy Mulligan se vuelve al pub, señoras, buenas noches. — Y tarareando y dando saltitos, se alejó en dirección contraria, mientras Martha y Erin avanzaban muertas de risa.

Alice, entre risas, y dirigiendo a Fergus por delante de ellos, se cogió del brazo de Marcus, riéndose. — No le ha faltado de nada a esta Navidad. Cura católico, nuestras tías dando el espectáculo, nosotros haciendo alquimia… Ha habido hasta amoríos sorpresa. — Se rio y le dio un besito en la mejilla. — Lo superarás. Y ahora a casita conmigo, a cuidar de mí, que creo que me lo he ganado. — E hizo un ruidito como de pez con la boca y le dio un beso. — Por buena hada del jabón. —

 

ERIN

Llegaron a casa muertas de risa, pero no recordaba estar TAN cansada desde hacía… no sabía ni cuánto. ― Venga, poneos cómodas, que preparo un ponche para todas. ― Uuuuh, Erin, le has caído bien. No suele ser tan servicial. ― Se burló Martha del ofrecimiento de Cerys, a lo que la otra rodó los ojos y, con una sonrisa ladina, dijo. ― No me tires de la lengua… Y es ponche de buenas noches. Nada de alcohol. ― Contaba con ello. Preferiría no dar un numerito final ya a estas horas. ― Respondió Martha, y Erin no paraba de reír… pero había visto esa mirada de Cerys, y veía el brillo en los ojos de Martha. Pero no dijo nada, solo sonrió y se dirigió al sofá. ― ¡Yo voy a ponerme el pijama! ― Saltó Martha, y subió al trote las escaleras, dejando a Cerys boquiabierta. ― ¿¿Ahora?? ¡Que está casi listo esto! ― ¡No tardo nada! ― Se escuchó de fondo, a lo que Erin dijo. ― Pues yo me apunto. ― Cerys suspiró. ― Nada, dejo esto a mitad. No voy a ser la única en ropa de fiesta. Con lo poco que me gusta. ― 

Estaban ya con los pijamas puestos, sentadas en el sofá del salón, al calor de la chimenea y arrebujadas en las mantas, con los ponches en las manos. Pequitas estaba plácidamente tumbada haciendo de alfombra bajo los pies que todas tenían recogidos en el sofá. ― No pareces molesta porque Violet se haya decidido cambiar de casa. ― Comentó Cerys. Erin terminó el sorbo que estaba dando e hizo un gesto de quitar importancia. ― Si tuviera que molestarme por todos los arrebatos de independencia, de locura o de fiesta quinceañera de Violet… Bueno, no estaría con ella, definitivamente. ― Se encogió de hombros. ― Nos conocemos desde los… ¿nueve años? Nueve yo, siete ella. ― Ah, pensaba que erais de la misma edad. ― Por favor, dime que me has quitado años a mí, porque como le digas a Violet que le has puesto años, le das un disgusto. ― Las tres rieron, pero Cerys puntualizó. ― Definitivamente, te los había quitado a ti. Y bastantes. Me siento toda una señora mayor a vuestro lado. ― Eres un poquito señora mayor. ― Comentó Martha, y en un gesto que seguro que no se había pensado demasiado, le apartó el flequillo de la cara a Cerys. Las dos sonrieron suavemente, pero rápidamente hicieron como que no había pasado nada. Erin, que para la discreción era buenísima, también. 

― Lo dicho: nos conocemos ya muy bien, y tampoco me las voy a dar de entendida, hemos tenido nuestros más y nuestros menos. Muchísimas veces. De hecho, no llevamos ni un año de relación formal, después de toda la vida juntas…  Pero en el sentido de darnos espacio, siempre nos hemos entendido bien… Bueno, no siempre, pero por problemas de comunicación, ya sabéis. Pero me refiero a que siempre nos hemos dado espacio. Las dos tenemos trabajos que nos obligan a estar perdidas por el mundo con frecuencia. ― Se encogió de hombros. ― Jamás habíamos estado tan juntas como ahora, y bueno, sé que a Violet los animales no le apasionan, y la fiesta le apasiona MUCHO. ― Todas rieron. ― Ella se ha quedado en la granja por mí, porque sabe que este es mi elemento… Que se vaya con las chicas. No nos importa dormir separadas una o dos noches, vamos a volver juntas a Inglaterra, ya sí, por fin. Ella ha hecho esto por mí. Yo puedo hacer esto por ella. ― Alzó el ponche. ― Que teniendo en cuenta que no estoy sufriendo precisamente, tampoco me parece el gran sacrificio. ― Volvieron a reír, pero veía en las otras dos… un brillo especial cuando la miraban, como si por una parte se esperanzaran al oírla y, por otra… se metieran de lleno en un mar de dudas. Podía entenderlo perfectamente. Si estuviera Vivi allí, ya habría entrado a saco a hacer preguntas indiscretas. Pero Erin no diría nada si no le sacaban el tema primero. Y, ciertamente, estaban muy a gusto como para llenar el ambiente de conversaciones incómodas. 

Martha, que parecía venir todavía achispada de la fiesta y estaba especialmente feliz, dijo. ― ¡Pues hoy duermo contigo, prima! ― Se puso de rodillas en el sofá y empezó a rogar. ― ¡Anda, porfa, di que sí, como cuando éramos pequeñas! ― ¡No he dicho que no en ningún mom…! ― POOOORFAPORFAPORFAPORFA. ― Cerys se estaba riendo a carcajadas con la escena, y a Erin le dio la risa también. Cuando la dejó hablar, concedió el deseado permiso, y terminado el ponche, subieron a adecentar las habitaciones. Lo cierto era que habían ampliado un confortable sofá-cama para Violet y Erin en una de las salas de estar del piso superior, que tenía tres habitaciones: esa, la de Martha y la de Cerys. Mentiría si no dijera que le había sorprendido ver que dormían en habitaciones separadas, pero suponía que, con una familia que entraba y salía continuamente de su casa, si no querían oficializar nada, era mejor así. También se había fijado en lo dominado que tenían el hechizo de ampliación de colchón. Pero, de nuevo, la excusa de la familia que en cualquier momento podía quedárseles allí a dormir, venía muy a mano. 

Sí que le dio pena que Violet se perdiera el espectáculo que montaron en mitad de la noche cuando Martha decidió llevarse levitando su cama a la sala de estar, y cuando ya la estaba sacando de la habitación, de repente pensó que su habitación era más bonita que la sala de estar, así que mejor devolver el sofá-cama a su tamaño original y moverlo allí para que Erin durmiera en su estancia. Vuelta a levitar la cama a su sitio, dejarla con gran estruendo (menos mal que estaban en mitad de la nada) y, ahora, misma operación pero con el otro mueble, y levitado por medio del pasillo. Menos mal que la vaca no accedía a los pisos superiores, porque era para verlas, con la risa descontrolada como si fueran adolescentes bobas. Erin fue al baño a lavarse los dientes y asearse un poco antes de dormir. Así, al menos, les daba un poco de intimidad a las otras para las buenas noches. 

Un rato más tarde, estaban ambas en la habitación de Martha, cada una en su cama. ― Qué recuerdos. Casi había olvidado… no sé, casi todo lo que viví en Irlanda. Está volviendo aquí. ― Martha se giró para mirarla, con sonrisita pilla, y con la cabeza apoyada en su mano y el codo en el colchón, dijo. ― ¿Te acuerdas del día que el primo Ruairi metió la cabeza en el hormiguero? ― Erin casi dio un salto. ― ¡Sí! ¡Sí que me acuerdo! ― Martha rompió a reír. ― Recuerdo a la pobre tía Eillish sacudiéndole boca abajo. Le salían hormigas de todos los rincones del cuerpo. ― Martha estaba desternillada. ― Lo peor es que lo hizo más de una vez, pero esa fue la más dantesca de todas. Y te pilló delante. ― ¿Delante? La voz de alarma la dio mi hermano. De MUCHA alarma, siendo Arnold. ― Y las dos se murieron de risa una vez más. Cuando pudo hablar sin que le faltara el aire, limpiándose las lágrimas, dijo. ― ¿Sabes? Creo que fue de las primeras cosas que le conté a Vivi. Recuerdo perfectamente el día en que la conocí, vino a mi casa para una merienda, porque nuestros hermanos eran amigos del colegio. Y no se me ocurrió otra cosa que contarle que tenía un primo en Irlanda que comía hormigas. ― Y siguió riendo, pero la risa de Martha, si bien seguía ahí, se había atenuado un poco. 

Cuando se quiso dar cuenta, Martha estaba con una sonrisa residual, pero con la mirada perdida. Se le ponía una tierna expresión distraída cuando estaba simplemente así, que la hacía parecer mucho más joven y, sin duda, una mujer muy bonita. Había apoyado la cabeza en ambas manos como una niña soñadora, y al cabo de unos segundos, la miró y dijo. ― ¿Os fue muy difícil? Es decir… decírselo a la familia. Bueno… daros cuenta… para empezar. ― Erin la miró. ― ¿Darnos cuenta de que… nos queríamos? ― Martha asintió con la cabeza, casi con miedo, pero con los ojos brillantes. Erin miró al techo. ― No soy la mayor experta en amores del mundo. Mi hermano o mi sobrino te harían un alegato mucho más bonito. ― ¿Tu sobrino Lex? ― Preguntó, con un deje de esperanza, porque sabía por dónde iba. Pero Erin rio. ― No, Martha, por Merlín, mi sobrino Marcus. No me digas que no lo has visto ya en acción. ― Y volvieron a reír. Pero le había hecho una pregunta importante que esperaba respuesta. ― Es… No sé cómo definirlo. Yo nunca… he sentido especial… simpatía, por así decirlo, por nadie. Pasaba mucho tiempo sola. Tú guardas muy buen recuerdo de mí, pero era una niña huraña, tímida, y que se relacionaba mucho mejor con los animales que con las personas. Con Violet… simplemente, era diferente. ― Se encogió de hombros. ― Ella es de otra manera. Ella… ha tenido muchas más experiencias que yo, por así decirlo. Bueno, no es muy complicado, teniendo en cuenta que mi única experiencia ha sido ella. ― Rio levemente. Seguía con la mirada perdida. ― Pero… lo más difícil no fue saber que nos queríamos. Eso lo sabíamos, creo que lo hemos sabido siempre. Lo más difícil fue… aceptar… todo. Esto. Esto que ahora es maravilloso y que no entendemos cómo hemos podido dejarlo pasar. El… darnos espacio pero saber que estaríamos ahí, el miedo a… que nos rechacen. A perder lo que tenemos. A perdernos la una a la otra. ― Miró a Martha, que la miraba con los ojos muy abiertos, atentísima, sin perder la postura en la que estaba, como una niña a la que le están contando un cuento. ― La familia… parece haberos aceptado bien. ― Ahí sí, se aventuró a decir las cosas claras. ― A vosotras también os aceptarían, Martha. ― La mujer suspiró y se removió, esquivando la mirada. La había incomodado, pero bueno: ya estaba sacado el tema. 

― Prima. ― Se incorporó un poco en la cama, para mirarla mejor. ― ¿Conoces a tu familia? ¿No ves lo extremadamente buenos y cariñosos que son, lo mucho que os quieren? ― Enterneció la mirada. ― Ellos ya han aceptado a Cerys. ― Como mi amiga. ― Puntualizó Martha. ― Como la granjera que me ayuda con la granja. ― Martha, por favor. Sabes que eso no es cierto. En el fondo todo el mundo lo sabe. ― ¿Y por qué nadie nos trata como…? ¿Por qué nadie nos pregunta…? ― Porque no os quieren incomodar. ― Resolvió con obviedad. ― Porque si vosotras mismas no lo habéis dicho en todo este tiempo, si incluso fingís que dormís en habitaciones separadas… ― Martha se pasó un mechón de pelo tras la oreja, un tanto azorada, pero ella siguió. ― ¿Cómo os van a preguntar? ― La rubia suspiró. ― ¿Y qué pasa con el resto del pueblo? ¿Qué dirán? ― Todo el mundo en el pueblo lo sabe, Martha. Es un pueblo. ― Hay proveedores que dejarían de comprarnos leche. O de vendernos comida. ― Dijo más seria. La miró a los ojos. ― Lo he visto, Erin. He visto cómo se lo hacían a otros. A mi padre, sin ir más lejos, hay proveedores que le tienen vetado porque hace, ¿cuánto? ¿Cuarenta años? Dejó a una chavala embarazada y tiene un hijo fuera del matrimonio, un hijo que no vemos prácticamente nunca, de hecho. Y aún se lo recuerdan. ¿Qué le harían a dos lesbianas? ― Se frotó un brazo y bajó la mirada. ― Cerys ya viene huyendo de su pueblo… Le hacían la vida imposible allí, Erin. Aquí tiene una casa. No podría… No quiero arriesgarme a que tenga que huir de aquí también. Porque… eso sería perderla. ― Erin se levantó de su cama y se sentó al lado de su prima, tomándola de las manos. ― Tu familia no va a consentir eso, Martha. ― Le buscó la mirada. ― Y tu familia es más de medio pueblo. ― Eso hizo a la otra reír, pero al reírse se le resbaló una lágrima. Claro, si es que había bebido mucho, y el tema era sensible, así que se había venido abajo. Erin no era muy buena consolando… pero si de algo entendía, aparte de animales, era de amores complicados. Así que la acogió en sus brazos y le dejó un tiempo. 

Oyó que suspiraba y vio que se pasaba las manos por las mejillas, así que soltó su abrazo y volvieron a la posición inicial. Le buscó la mirada. ― ¿Tú la quieres? ― Martha la miró, con los ojos brillantes, y asintió en silencio. ― Y… ella a mí también. Se lo noto. Sé que me quiere. No quiero hacerle daño. ― Frunció los labios, comprensiva. ― Nosotras hemos pasado por ahí. Hemos tenido tanto miedo de hacernos daño… que nos lo hemos hecho sin querer. ― Le apretó la mano. ― No tenéis por qué actuar como no queráis. Pero tampoco tenéis por qué sufrir. Háblalo con ella. Tranquilamente, cuando pasen las fiestas y todo esté más calmado. Y, bueno… simplemente, actuad como el corazón os pida que actuéis. ― Martha sonrió, y Erin juraría estar viendo a la niña de apenas un añito que dejó en Irlanda cuando se fue a vivir a Londres definitivamente. Y no pudo evitar pensarlo: tú también eres mi favorita. 

Notes:

¿Qué os ha parecido esta tradición del concurso de talentos? Nosotras estamos deseando implantarla en nuestras fiestas, la verdad, si es tan divertido de hacer como de escribir. ¿Quién ha sido vuestro favorito?
¿Y esa misa inesperada? Nos lo pasamos genial juntando el mundo muggle y el mago, como siempre, y juntando también parejas inesperadas, que ha habido unas pocas: ¿quién creéis que tiene más futuro? ¿Ciarán y Wendy? ¿Nancy y Frankie? ¿O se atreverán por fin Martha y Cerys a contar lo suyo? ¡Os leemos como siempre! Y… ¡Feliz Navidad! (aunque aún sea veranito).

Chapter 67: La alegría de San Esteban

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LA ALEGRÍA DE SAN ESTEBAN

(26 de diciembre de 2002)

 

MARCUS

Apretó los párpados, se removió y se pegó un poco más a Alice, abrazándose a su espalda y achuchándola por la cintura como si fuera la almohada, con expresión dolorida. Podría parecer que estaba en la mejor situación del mundo, pero lo cierto era que estaba incomodísimo: le palpitaban las sienes como si le fueran a explotar, le dolían todos los músculos del cuerpo como si estuviera acostado sobre hierro candente, y se notaba el cuello tan rígido que bien pareciera que había estado durmiendo boca abajo. Del esófago le estaba subiendo una sensación bastante desagradable que, sin llegar a ser una fuerte náusea, le hacía sentir como si tuviera que dejar de comer para siempre. Y, encima, el corazón le latía casi como si estuviera enfadado con él, golpeándole el pecho tan a conciencia que le reverberaba en la espalda. Soltó un suspiro por la boca, sin abrir los ojos, como si quisiera expulsar todos los males por ahí, pero lo único que consiguió fue que le escocieran los pulmones. Vaya desastre.

Más que resaca (porque, sí, había bebido bastante, pero no se había pegado la borrachera de su vida) tenía el cuerpo revuelto por los diversos alcoholes mezclados, las cantidades ingentes de comida y dulces (se comió el leprechaun de chocolate de premio casi sin darse cuenta), los descontroles de horas de sueño, las emociones, los bailes y gritos que le tenían con la garganta destrozada y agujetas por todas partes, y las entradas y salidas del bar, sudando entre competiciones, saltos y congregación de personas, al frío helado del diciembre irlandés. Por no hablar de la perspectiva del día de San Esteban, el que no paraban de anunciar como día grande. Estaba destrozado, sentía que, como Alice simplemente se moviera, se iba a desintegrar por piezas. Iba a necesitar varias pociones para revitalizarse.

Alguien entró en el desván, alguien que llevaba comida, porque el olor le golpeó en la cara. Soltó un suspiro. — Si es que no sabéis, os tengo que enseñar. — Lo había dicho en un tono de voz perfectamente normal, pero entre el aturdimiento y el desván cerrado y silencioso desde hacía horas, sonó como si lo hubieran chillado las paredes. De hecho, todos los presentes se revolvieron perezosamente en sus colchones. Todos menos Frankie Junior, claro. Porque era él quien estaba en la puerta, con varias bandejas de desayuno flotando a su alrededor, y mirándoles a todos como si fueran una manada de cachorritos desvalidos.

Cerró la puerta tras de sí con cuidado y dijo. — La tía Molly os ha preparado el desayuno. — Ssssshhh. — Pidió Sophia, tapándose la cara con la mano, con expresión dolorida. — No grites tanto. — Pidió con voz aguardentosa. Frankie soltó un suspirito y empezó a tomar bandejas del aire para acercárselas con aspecto paternal. Mientras se agachaba frente a cada uno de los colchones, iba diciendo. — Vaya resaca me traéis. Este que está aquí, con toda esa fama de granuja que tiene, tiene un corazón de oro como solo las Ave del Trueno sabemos tenerlo, y en vistas de que ibais a ser todos unos tristes despojitos, he querido ejercer de hermano y primo mayor, he bajado, le he pedido a mamá que nos haga pociones para todos y a papá que se calle, y las abuelas nos han montado las bandejas para que desayunemos aquí tranquilos. Para cuando bajemos, estáis todos nuevos. — Señaló a Alice. — Que tú, además, tienes un hermano al que recibir. — Señaló luego a Lex. — Y tú un novio. — HOSTIA, DARREN. — Ese sí que gritó, dando un salto en la cama, haciendo que todos se taparan los oídos. — ME HE QUEDADO DORM... — Tranquilidad, que es temprano todavía. Y a unas malas, hay gente de sobra para ir a la aduana a buscarles. — De eso nada. — Se animó Marcus, y la voz le salió tan ronca que tuvo que carraspear fuertemente para aclarársela. — Vamos nosotros a por ellos. — Como queráis. Pero primero, esto. — Y, al pasar por su lado, le dio una palmadita en el hombro y puso gesto extrañado. Frankie se detuvo, le miró ceñudo y, para desconcierto de Marcus, empezó a tocarle el cuello y la cara. — Tío, estás ardiendo. A ver si vas a tener fiebre. — Estoy bien. — Dijo rápidamente. ¿Fiebre? No, ni de broma se perdía San Esteban por estar malo. Se tocó. — Estoy bien. — Claro, qué vas a decir tú, que te estás tocando con tu propia mano que está igual de ardiendo. Tú tienes fiebre. Pero vamos, va a ser fiebre resacosa. — Soltó una risa siseada. — Qué mala calidad, primo, si es que estás canijo. Anda, a comer. — ¿Y tú por qué estás tan fresco? — Se indignó Fergus, preguntando con mordacidad. — No preguntes. — Respondió resignada Sophia. Pues sí, sería mejor que desayunaran, y sobre todo, que se tomaran esas pociones. Necesitaba resucitar.

 

ALICE

Alice oyó, claro que oyó, las palabras que se estaban pronunciando en aquella habitación, pero moverse no le parecía una opción. No hasta que Lex, a su otro lado, saltó y gritó, y ella se acordó de por qué su cerebro no paraba de insistir en que no podía dormir hasta la hora que le diera la gana. Se estaba removiendo de entre las sábanas, cuando oyó que Frankie decía que Marcus estaba ardiendo. Se sentó como un resorte y cogió la varita. — ¡Temperaturs leger! — Dijo poniéndola en la sien de Marcus. — Buenos días a ti también, prima. — Le picó Frankie. Su varita se puso color naranja claro. — Décimas tienes. Igual es destemplanza por estar tanto al frío y todo lo de ayer, y la revitalizante te puede ayudar. Habrá que observar durante el día. — Sophia se acercó, tratando de controlar su melena pelirroja y cogiendo una poción. — Iba a emitir un diagnóstico pero veo que no me necesitáis. —

Alice bebió rápidamente la poción y se apresuró a echar algo en el estómago, ya estaba entrando en modo hermana mayor tutora, combinado con enfermera. — Eso sí, no deberías correr la carrera del reyezuelo. — Frankie y Fergus la miraron como si estuviera loca. — Creo que la prima está flipando. — Como tú, canijo. — Alice les ignoró. — Ni venir a la aduana. Reposo, bien abrigado y té con jengibre y naranja, hasta que llegue la comida. — ¿Qué es eso de una carrera? — Preguntó Lex con un gofre en la boca mientras se iba poniendo el jersey. — Lo del pájaro que hablaban ayer las abuelas. — Contestó Sophia, desganada. — La tradición celta dice que la persona a la que suelen llamar San Esteban era un príncipe druida al que un animago que se transformaba en reyezuelo delató ante los romanos. Luego los cristianos se lo apropiaron. Lo que se suele hacer es vestirse con los trajes druidas de entonces, una capa y sombrero de paja, y se perseguía a un reyezuelo de verdad, y el que, de esa guisa, lograra cazar a un pajarillo tan enano, se llevaba buena fortuna para el año siguiente. — Explicó Alice. — Pues pobre pajarillo, ¿lo van a matar? Ya no es el animago. — Dijo Frankie, ofendido. — No, ahora es un hechizo espectral que fabrica el alcalde y tienes que dar con el hechizo que lo desarma para ser proclamado ganador, y puedes ir en chándal. — El chico se puso de pie. — Vale, voy. — ¡Que no es aún, mendrugo! — Le gritó su hermana, sonido que se metió hasta lo más hondo del cerebro de Alice. Se terminó la tostada y se levantó para darse una ducha rápida. — No, es a las once, así que hay que darse prisa en ir a por los chicos, bueno, si es que llegan en hora. — ¡Eh! No dudes de Darren. — Le interpeló Lex. — No dudo de Darren, dudo de los Gallia y de las aduanas. — Dejó un besito en la frente de Marcus. — Vas a querer venir y a poner un montón de argumentos de por qué estás bien ¿verdad? — Acarició su mejilla y solo dijo. — Si lo haces, abrígate. — Pegó un último trago al café y le dejó a Frankie la taza en la cabeza. — Voy a ducharme. No tardo nada. —

 

MARCUS

Cuando se quiso dar cuenta, tenía una varita en la sien. Adoraba la faceta enfermera de Alice... pero no con él. — Estoy bien. — Insistió, después de rodar los ojos, en un gesto tan adolescente que le hacía parecerse a Fergus aún más de lo que ya se parecían. Con la tostada en la boca (porque aunque dolorido y con el estómago cerrado, estaba de acuerdo en que, cuanto antes comiera y se tomara la poción, mejor) soltó una risotada sarcástica de garganta, diciendo cuando pudo masticar y tragar. — No pensaba hacerlo de todas formas. — ¿Él? ¿Correr? ¿Detrás de un animal? Por supuesto. Definitivamente, el rol de Marcus O'Donnell en esa fiesta era otro. No necesitaba estar malo para no participar en la carrera.

Eso sí, lo de la aduana hizo que mirara a su novia con los ojos entornados. — Alice, estoy bien. ¿Cómo no voy a ir a recoger a mis dos cuñados, uno menor y el otro de familia muggle, que a saber si se ha aparecido internacionalmente alguna vez, la primera vez que vienen al país de mi familia? — Si en algo era experto Marcus, era en adornar mucho las frases para evidenciar lo ridículo que era cualquier planteamiento que no fuera el suyo. — Pero el té y las pociones te las acepto. — Concedió. — Estoy bien, mi amor. Es que he dormido poco. Y hoy hacía más frío ¿no? — Sophia ladeó varias veces la cabeza, como si no quisiera decir que no directamente pero tampoco que sí, y los demás estaban demasiado ocupados en comer para contestarle.

Aunque sobre la carrera le faltaba un dato que le hizo entrecerrar los ojos, mientras masticaba, concentrado. Miró a Alice para confirmar. — No me especificaron que no se tratara de un pájaro de verdad. — Cambió de posición, pensativo y con los ojos entrecerrados. — ¿Y hay que descubrir qué hechizo es? — De repente le han entrado ganas de participar. — Pinchó Lex, sarcástico. Marcus le miró de soslayo, con la dignidad que usaba Emma para justificar una retractación (las pocas veces que sucedía). — Es que no se me informó bien de en qué consistía, y el deporte no es lo mío. Pero los hechizos sí, y me gusta participar de las tradiciones de... — Que sí, Marcus. Que procures que se te pase la fiebre primero. — ¡Y dale! Que estoy bien. — Y volvió a tocarse la frente, y ahora hasta él se notó caliente. La verdad es que sentía mucho malestar, pero confiaba plenamente en las pociones de Betty. Estaría nuevo en menos de quince minutos.

Sonrió y respondió a los mimos de Alice, porque al menos su novia no le había prohibido ir, y tan pronto salió del desván, apuró la tostada y empezó a decir. — Ya habéis oído. No hay mucho tiempo así que vam... — Pero trató de ponerse en pie de un salto en lo que hablaba y le dio la vuelta el desván entero, tanto que se tambaleó y Lex, preocupado, se levantó y le sostuvo. — Tío, estás fatal. Quédate aquí, que... — Que no. — Marcus, joder, no empieces. No seas cabezota. — ¡Que ya se me va a pasar! — Se llevó la poción a la boca, a pesar de que el vaso ya estaba vació, y la escurrió todo lo que pudo como un beodo escurre una bota de vino. — Tú confía en los remedios de Betty. — Sí, y en tu negación de la realidad también confío. Anda, siéntate. — Su hermano le empujó de los hombros y cayó en el colchón como si no tuviera alma. — Quince minutos ahí, parado. Si en quince minutos no se te ha pasado la fiebre, vamos Alice y yo a la aduana. — ¿Es una amenaza? — Sí. — Marcus le miró como un niño enfadado. Sophia rio entre dientes y suspiró. — Haz caso, primo. Esa poción sin reposo hace magia pero no tanta. — Soltó aire por la nariz y se resignó, observando tumbado en el colchón y en pijama cómo todos recogían y se arreglaban. Parecía el fantasma de un enfermo viendo a los vivos hacer y deshacer.

Cuando Alice volvió, aún quedaban unos cinco minutos para que se cumpliera su condena. — Me tienen castigado. — Informó no sin grandes dosis de retintín. A los demás ya le había hecho efecto la poción más que de sobra, y él ahí, tirado en la cama. — ¿Ves esa alarma? — Señaló Lex un cronómetro en el aire. — Tiene prohibido levantarse hasta que llegue a cero, y cuando llegue a cero primero tenemos que confirmar que no tiene fiebre. Si no, se queda aquí. — Marcus rodó los ojos descaradamente de nuevo cuando su hermano terminó de informar a Alice. — Voy bajando, no sé si mamá y papá querrán venir también. — O Pod. — O Pod. — Concedió Lex al comentario de Fergus, y ambos rieron. — Yo voy a recoger el desayuno. — Se ofreció Frankie, y Sophia no perdió la oportunidad de burlarse. — Qué buen chico te has levantado. — Rio. — Yo voy al piso de las chicas, que quedé en ayudarlas para lo de hoy. — Y todos salieron, dejando a Marcus y a Alice solos allí. Miró el reloj en el aire. Aún quedaban tres minutos, así que, mimoso, extendió los brazos hacia ella, haciendo gestos para que se tumbara con él en el colchón. — Sí que estoy un poco malito. — Se acurrucó a su lado. — Pero no me voy a morir. Si en verdad ya se me está pasando. — Se encontraba mejor, pero bien bien, no estaba. Pero se negaba a perderse nada. — ¿Tú no eras la encargada de recordarme que no debía beber más? Pues no lo hiciste. — Bromeó, acurrucado junto a ella, y dejando que le acariciara los rizos. Aunque eso era un riesgo enorme de quedarse dormido... De hecho, por un momento se quedó un tanto traspuesto, pero abrió los ojos a lo justo para ver cómo el cronómetro llegaba a su fin. — Venga, hazme el hechizo ese de enfermera de la temperatura, verás como estoy fresquito como un trébol del campo. — Se encogió descaradamente de hombros. — ¿Ves lo cruel que sería dejar a un pobre irlandés como yo sin un día tan importante? Venga, comprueba que estoy perfectamente y me visto rápido. —

 

ALICE

La ducha logró terminar de convertirla en otra persona, una que se vistió como una hermana mayor responsable y escondió con cremas y maquillaje su mala cara provocada por el día anterior. Se tomó la poción para aplacar los dolores de regla al menos hasta la comida y ahora sí, ya se sentía capaz de afrontar ese día. Y ya el último de fiesta oficial hasta Nochevieja por lo menos.

Entró en la habitación secándose el pelo y visualizó a un poco menos que encarcelado Marcus, con una cara que, ahora lo veía con más claridad, era de enfermo total. Observó la alarma y asintió. — No voy ni a preguntar por qué habéis tenido que llegar a este punto. — Se rio a lo de Pod, y Frankie intervino raudo en los planes de su hermana. — Entonces voy yo también a ayudaros. Quizás necesitéis un Ave de Trueno fuerte. — Alice y Sophia entornaron, incrédulas, los ojos hacia Frankie. — Seguro que vas a eso. Si no sabías ni de qué estábamos hablando. — Yo me comprometo mucho con la historia de mi pueblo. Obviamente, no hay ni que preguntar para qué. Yo por una princesa irlandesa, hago lo que haga falta… — Dijo alejándose. — ¡No digas eso delante de Siobhán! — Le advirtió, esperando de corazón que le oyera.

Y ya solos, pudo dedicarse solo a su Marcus, y se tumbó a su lado, recibiéndole en sus brazos y haciendo que apoyara la cabeza en su pecho y acariciando sus rizos. — No lo hice, no, estaba demasiado contenta para prohibirte nada. — Dio varios besitos seguidos en su frente con ternura y notó cómo la respiración de su novio se hacía más pesada. Pero al poco se reactivó otra vez y se tuvo que reír, tomando las mejillas de su novio y mirándole con adorabilidad. — Irlandés de San Mungo tú, eh. — Suspiró, pero no perdió la sonrisa. — A ver, vamos a hacer una cosa. Pero no te acostumbres, eh. — Le cogió el brazo y puso la varita en su antebrazo. Mandó un pulso frío flojito a través de su torrente sanguíneo y sonrió. — Esto te quita la fiebre durante un rato. Completamente. Se suele usar en casos más graves, pero yo te lo he echado flojito. Aguantarás la aduana y la carrera, y luego en la comida puede que empieces a sentirte mal otra vez, pero ya entonces iremos viendo. Eso sí, quiero verte abrigado como en tu vida y ni una sola bebida fría hoy. — Le dio un besito rápido y dijo. — Venga, arréglate y te esperamos abajo. —

Al pie de la escalera estaba Emma cruzada de brazos. — No irás a dejarle ir a la aduana. — Alice suspiró y miró a Lex. Ya te vale. — No querrás tenerle tú aquí en casa montando un drama y recordándote durante días que no estuvo para recibir a sus cuñados la primera vez que vienen a Irlanda. — Yo he dicho lo mismo. — Dijo Arnold desde la cocina sin dejar de leer el periódico. Emma suspiró y la miró. — Dime la verdad, ¿cómo está? — Alice la miró extrañada. — Está bien, Emma, si solo es un enfriamiento. En un día normal, se quedaría en la cama o en el sofá siendo mimado y ya está, pero no quiere parar, así que le he echado un hechizo enfriador al torrente sanguíneo para que aguante más entero. Si su malestar persiste, la fiebre volverá, pero ya habrá pasado la parte fuerte del día y podremos convencerlo mejor. — La mujer se quedó mirando al suelo sin descruzarse de brazos. — Emma, ¿estás tú bien? — Ella la miró y asintió. — Sí, sí, perdona, no sé qué me pasa, es que… Yo qué sé, me he preocupado de más. — Venga, no te preocupes. — Justo entonces bajó Marcus y Emma se dedicó a atosigar antes de salir mientras Alice también se abrigaba.

Cuando salieron, un viento gélido y húmedo les azotó. El cielo pintaba fatal. — Madre mía, las gripes que voy a atender mañana después de la carrera. — ¿Tú crees que podrás aparecerte con este viento y Marcus hecho un ovillo de lana? — Alice se rio y dijo. — Oye, qué tensos estáis todos. Cualquiera diría que dependéis de la organización Gallia. Venga, agarraos a mí, a ver qué nos encontramos al llegar. —

 

MARCUS

Si en vez de Alice, a quien confiaría su vida, hubiera sido cualquier otra persona, el salto en dirección contraria que hubiera dado al ver esa varita apuntando directamente a su vena no hubiera habido fiebre que lo parase. Descolgó la mandíbula y la miró anonadado. — ¿Dónde has aprendido eso? — Preguntó genuinamente sorprendido, y acto seguido frunció el ceño, recordando. — ¿Y por qué la enfermera Durrell no me lo hizo el día que me perdí toda una jornada de clases por culpa de la fiebre? — Parecía bastante evidente que aún no lo había perdonado. Se miró y palpó a sí mismo, comprobando que, efectivamente, se le había bajado la temperatura. Seguía teniendo sensación de estar un tanto enfermo, pero entre eso y la poción de Betty se iba encontrando progresivamente mejor.

— A sus órdenes, enfermera Gallia. — Dijo sonriéndole, levantándose y comprobando, para su alivio, que ya no le daba vueltas toda la habitación cuando lo hacía. Eso le dio un revulsivo energético y le subió bastante el ánimo y las ganas. — Yo ya estoy curadísimo. — Afirmó, y empezó a arreglarse en lo que Alice bajaba. Se abrigó todo lo que pudo, que le convenía ser obediente si no quería perderse la fiesta, y bajó para ir a buscar a sus cuñados a la aduana. Bajó al trote y con una sonrisa, como si nada pasara, pero su madre se le lanzó encima y empezó a ajustarle la bufanda como si tuviera algo contra su persona. — Estoy perfectamente. Mira, tócame la frente. ¿Ves? Frío. Fresquito. Un trebolito del campo. — Por la cara de su madre, lo del trebolito del campo había sido mejor aceptado por Alice que por ella.

Casi se le cae la sonrisa al suelo cuando abrieron la puerta de la calle. Le recorrió un fuerte escalofrío por todo el cuerpo que le obligó a tensar todos los músculos para disimular. Discretamente, se subió la bufanda hasta la nariz y no habló hasta que se vio dentro de la aduana, a cubierto del frío. Se bajó entonces la bufanda de nuevo y recobró la sonrisa. — ¿Qué? ¿Nerviosos? — Dijo a los otros dos. Lex le miró y, con una sonrisilla torcida, dijo. — ¿Y tú? ¿Ganas de reencontrarte con tus amigos los guardas? — Ja, ja. — Rio sarcástico, pero hizo un barrido visual para comprobar si estaban o no. Para su suerte, debían de estar de día libre. No quería comprobar qué pasaría si le volvían a ver, que todavía le quedaba ir allí un par de veces antes de que acabaran las fiestas. — Joder, parece otro sitio del día que vinimos. — Marcus asintió al comentario de Lex. La aduana ese día estaba prácticamente vacía, porque claramente cada familia estaba ya ubicada en su hogar, no como el día que ellos llegaron, que parecía el momento oficial para los viajes. O ellos habían llegado justos de tiempo, o sus cuñados habían sido especialmente puntuales, porque apenas esperaron diez minutos y les vieron aparecer. — ¡¡HERMANA!! — Dylan, como era de esperar, salió corriendo y se lanzó encima de Alice, y Darren hizo lo propio con Lex. Por lo lacrimógeno del encuentro, cualquiera diría que venía de haber pasado los últimos tres años en la guerra.

Darren y Dylan parecieron ponerse de acuerdo para terminar los encuentros con sus respectivos encontradores y se fueron hacia él a la vez, por lo que se vio envuelto por dos Hufflepuffs animadísimos en un segundo. — ¡Ay, cuñadito! ¡Que estamos en Irlanda! Qué fuerte, no me lo puedo creer. ¡Puf! Qué mareo ¿eh? Nunca había hecho una aparición internacional, pero vamos, lo prefiero a los aviones. Solo con las coooooolas y coooooolas de los aeropuertos y ahora la puerta de embarque y ahora que si la maleta facturada y ahora que si te pita la cosa esa de los guardas y ahora que si el reloj fuera que si el cinturón fuera y que ahora aquí no es y que... — Marcus asentía conforme Darren hablaba y hablaba, pero lo cierto era que sentía que le estaba hablando en otro idioma. Dylan iba pegando saltitos junto a ellos. — ¿Están todos los americanos aquí? ¿Todos todos? ¿Y qué hay más, americanos o irlandeses? ¿Y a quiénes vamos a ver hoy? ¿En qué casa vamos a estar? ¿Y yo donde duermo? ¿¿¿Con vosotros??? ¿¿¿TODOS JUNTOS??? ¿¿Cuántas granjas dices que hay?? — Marcus intercambió una mirada con Alice y rio por lo bajo, volviendo a taparse con la bufanda. Desde luego que iba a poder resguardar su garganta, porque los otros dos ya tenían charla suficiente.

 

ALICE

— Nerviosa estoy, sí. — Admitió Alice, alargando el cuello como un avestruz a ver si veía más allá, y distinguía a su hermano. Afortunadamente, no había tanta gente y no llevaban ningún cargamento sospechoso. — Porque… está difícil fiarse de que mi familia haga todo como lo tiene que… — Pero el grito de Dylan llamándola la despejó y por un momento se olvidó de sus acompañantes, y entendió lo que movía a Molly los días anteriores, porque hubiera petrificado al guardia que se atreviera a impedirle a su patito la llegada. — ¡Patito! — Y le abrazó. — ¡Oy, pues mire! Ni el permiso hace falta ya porque aquí está la tutora. — Dijo Darren, alegre. Ciertamente, ese día prácticamente no controlaban nada.

Dylan se quedó agarrado a ella como una garrapata. — Nos llegaron las galletas que me hiciste, estaban buenísimas, y le di un montón de chuches a Cordelia. Eran del búho Marcus pero a él no le importaba, estaba dormido. Y papá lloró. Y la abuela dijo, que ya podías haber mandado más, y la prima le dijo que se callara, porque yo había ofrecido a todos compartir, y que eso es lo que mamá hubiera hecho. — Alice se rio, acariciando sus rizos, ante semejante lluvia de información. — Veo que todo está como siempre. — Sí, todo. Pero mejor, porque me han regalado montón de cosas, y papá estaba todo el rato conmigo, y André me ha dicho que puedo ir con vosotros a la fiesta de Nochevieja que van a hacer en casa de Jackie, en la nueva. — Alice ladeó la cabeza. — Ah, vaya. Ahora André es también tu tutor o qué. — Dylan se rio y dijo. — No, pero yo sé que tú me vas a dejar, hermana, porque es una fiesta tranquilita y menos salvaje que las de mi sala común. — Alice suspiró, y dejó que Dylan saludara a los demás y siguiera hablando sin parar.

— Hola, cuñadito, veo que soy tu última opción. — Picó a Darren. — ¡Ay, cuñadita, mi vida, que no! Ay, qué gloria tu familia, me han dado de todo en Calais. Llevó en la maleta calissons, tarta, champán…. — Alice se rio y dijo. — Pues mira qué espléndidos, toda comida es poca aquí. — Le dijo, dirigiéndose al punto de aparición. Se enganchó del brazo de Marcus y susurró. — Definitivamente está curado mi hermano. Al menos del mutismo. — Yo he traído un montón de chuches de animales, que me han dicho que están requeridas. — Ya te digo. A ver, organización. Lex, aparece a Darren en casa de los abuelos para que deje las cosas. — ¿Y yo que hago con las mías? — Alice se miró con Marcus y dijo. — ¡Oh! ¡Es verdad, cariño! ¿Qué hacemos con el patito? Yo no sé si hay sitio ya, eh… ¿Lo guardamos con los kneazles? — ¡Eso! Que ahora hay uno recién nacido. Con las solteras no, que menudo peligro. — Contribuyó Lex. — ¿Qué solteras? — Preguntó su hermano. — Lo dicho, peligro. — Alice rio e hizo a su hermano agarrarse fuerte para aparecerse.

El frío les golpeó, así como todos los sonidos de los animales. — ¿Tú no querías una granja? — ¿Aquí viven Molly y Larry? — Preguntó Dylan abriendo mucho los ojos. — No, aquí viven Ruairi y Niamh, los primos de Marcus, que llevan esta granja y tienen unos gemelos un poco más chicos que tú. Pero aquí también está… — ¡DYLAN! — ¡MAEVE! ¡ESTÁS AQUÍ! ¿VOY A DORMIR AQUÍ? ¡QUÉ GUAY! — Iba su hermano gritando mientras recorría el camino del jardín para abrazar a Maeve. Shannon miraba sonriente desde la puerta. — Todos nos alegramos de verte, Dylan. Pero veo que ya hay favoritismos. — ¡DYLAN, TENGO UN HUEVO! — ¡Hala, Ada! ¿De qué es? — ¡DE DIRICAWL! — ¡Y YO TENGO UN VESTIDO! — Oía gritar desde dentro a Saoirse. — ¡Eres el hermano de Alice! ¡Hola! — ¿Tú también eres Hufflepuff? — Hala, sí que son gemelos, son idénticos. — Comentó Dylan con una gran carcajada a la presentación de los gemelos. — Definitivamente, hemos elegido bien el sitio para que se quede. — Y dirigió a Marcus hacia dentro de la casa, aunque se había prometido que no lo haría, para no dejarse liar y acabar llegando tarde a la carrera. — ¿Y el resto de adultos? — Preguntó atravesando la puerta. — O montando la comida, o preparando la carrera, estoy sola en la leonera, ¿me echáis una mano? — Dijo señalando a Arnie, que estaba gateando, aún en pijama, como un loco, detrás de un juguete que andaba solo. — Dylan, sube tus cosas a tu cuarto y abrígate más, que tenemos que irnos. No os eternicéis. — Shannon entendió aquello como la ayuda que pedía y señaló a Saoirse. — Si la peinas, te lo voy a agradecer eternamente. —

 

MARCUS

Rio al comentario de Alice, confirmando. — Yo diría que sí. — Pero dejó de reír para hacer la continuación de las bromas más creíble. — Pero Alice, ¿no te acuerdas que le prometimos a Ruairi que sería él quien pastoreara a los mooncalfs? Pues tendrá que dormir con ellos. — Dylan le miró rodando los ojos, sacando al adolescente que ya sí llevaba dentro. — A ver si voy a preferir irme con los animales antes que aguantar vuestras bromitas infantiles, no me lo digáis dos veces. — Ya sí se tuvo que reír, y una vez organizados, se aparecieron en la mencionada casa de Ruairi.

Si tenían dudas sobre si a Dylan le gustaría la idea de dormir en esa casa en vez de con ellos en el desván, se le despejó de inmediato. Miró con expresión emocionada a su novia ante el reencuentro entre Dylan y Maeve, tan esperado para todos, y se acercaron al interior, a lo justo para ver el torrente de niños que se acercaban a recibirle, incluida Ada y su inseparable noticia de regalo de Navidad. Entró con Alice en la casa, y Marcus ya ni estaba escuchando ni a Shannon ni a su novia, porque salió a recibirle el niño que faltaba. — ¡Pero si es un americano superirlandés! — En realidad, Arnie no había ido a recibirle, sino que estaba jugando con algo, y cuando Marcus le interceptó para recogerle del suelo, la mirada del bebé se perdió junto con el juguete que continuó su camino. — ¡Pero qué bien te sienta el pijama, colega! Ojalá yo, aunque esta familia ya me está desensibilizarlo de exhibirlo en público. — Pues mira. — Apareció Shannon por allí, y al alzar la cabeza para mirarla, le cayó en la cara un bodi. — Como efectivamente no eres tú muy de pijamas, ¿qué tal si me lo vistes? — ¿Arreglar yo a este señor tan apuesto? ¡Qué honor! — Siguió la fanfarria, levantándose con el niño en brazos y agarrando el bodi. Shannon, bien contenta, señaló una ropa dispuesta en un aparador cercano. — Ahí tienes el resto. — Y muy seguro y contento que se fue él a hacer su labor, en lo que Alice peinaba a Saoirse y Shannon llamaba al resto de los chicos y les disponía para arreglarse.

Eso sí, cuando se vio delante de tantas prendas, cayó en el hecho de que él nunca había vestido a un bebé, y que no tenía ni idea de por dónde empezar. Ahí había muchas cosas, ¿dónde se colocaban tantas prendas en un cuerpo tan pequeño? — No sabes. — Pinchó Saoirse, maliciosa, desde su estática postura en la que permanecía siendo peinada por Alice. Marcus respondió con dignidad. — Sí sé. — Pero no sabía. Lanzó una mirada de auxilio a Alice mientras iba procediendo, disimulando, ya que Arnie solo le miraba con absoluta alegría y confianza en unas cualidades que dudaba tener. Su novia le fue indicando en la distancia, pero Saoirse habló de nuevo. — Que te chiven lo que tienes que hacer no es saber hacerlo. — Es virtud de un hombre sabio escuchar a quien tiene más conocimientos que uno sobre un campo que no es el suyo. — Siempre dices palabras muy raras cuando no tienes razón. — Marcus miró a la niña totalmente planchado, la cual se rio con malicia, y luego a Alice. ¡Lo que le faltaba, ya hasta sus primas chicas le decían esas cosas! Seguro que la había malinfluenciado Lex, se negaba a pensar que había salido de ella.

— ¿Estamos todos? — Preguntó Shannon, llegando con el resto del pelotón. Marcus se acercó con una sonrisa que pretendía ser orgullosa, pero que era más bien tensa, para presentar a Arnie a su madre, a ver si le daba su aprobación. — ¡Mi niño qué guapísimo le ha puesto su primo! — Dijo la mujer, relajando a Marcus y haciendo al bebé gorgojar con alegría. Le arregló el cuellito mientras seguía diciéndole monerías, y ya estaba Marcus dando por hecho su éxito cuando Shannon, con mucha dulzura, le puso una mano en el hombro y le dijo. — Le has puesto el pantalón al revés. — Marcus abrió mucho los ojos y alzó al bebé para comprobarlo, acto que hizo a la mujer soltar una risita. — Pero no te preocupes, si en cuanto salga de la casa va a haber que cambiarle el pañal, porque así es él. Me habéis ahorrado bastante trabajo de todas formas, así que gracias, chicos. ¡Vamos! Que no lleguemos los últimos por una vez, a ser posible. —

 

ALICE

Confiaba en que un genio como solo lo hay en unas cuantas generaciones como era Marcus, no tendría mayor problema en vestir a una cosa tan pequeñita como era Arnie, pero claramente se equivocaba. Alice con siete años se había convertido en experta en bebés gracias a Dylan, pero claramente no era esa la experiencia de su novio. No obstante, se calló, cosa que no hizo Saoirse, y a lo que ella respondió con un tirón un poco más tirante de la cuenta. — ¡Ay! — Uy, perdón, cariño, no veas si tenías nudos, hay que peinarse más. — Es que me aburre. — Pues espera a dar Historia de la magia, ¿dais Historia de la magia en Ilvermony? — No. — Ya. — ¿Por qué no me sorprende? Mientras seguía haciéndole unos moñitos muy graciosos a la niña, indicó. — Hay que empezar de dentro hacia afuera. El pañal ya está puesto. Ahora el body. — Y Arnie reía como si nada, completamente ajeno a la tensión de Marcus. — Ahora la camisetita. La camiseta, amor, no el jersey ¿dónde vas a poner la camiseta si no? ¡Saoirse! Para o al final te tiro otra vez. — ¿Abrigo al huevo? — Planteó Ada entrando, ajena a todo drama. Eso sí, el intercambio entre Saoirse y Marcus le hizo tener que aguantarse la risa.

Al final, con todo el caos, algo salió equivocado, pero bueno Shannon siempre le daba la vuelta apropiadamente a todo. — Siempre les ha encantado jugar a las casitas. — Soltó Dylan, muy interesante, al lado de Maeve, a lo que Alice contestó con un chorro de aire frío en toda su cara, levantándole los rizos de la frente. — Así casi gano al prefecto Jacobs. Y él era mejor duelando que tú. Así que cuidadito con las sobradas. — Pero aun así, entre risas, salieron hacia la carrera de San Esteban, aunque el augurey cariñoso intentó ir detrás de ellos, pero Shannon le parapetó. — ¿Dónde has aprendido ese hechizo? — Preguntó Alice, perpleja, a lo que la mujer se rio como si nada. — Uy, cariño, en esta casa lo aprendes enseguida. — Definitivamente, habían asignado bien los lugares de estancia de cada uno.

Según se acercaron a la plaza del crucero empezó a oír. — ¡Dylan! ¡Ya estás aquí! — ¡AY MI NIÑO! — ¡PERO CÓMO CRECE! ¿LE HAS VISTO, FRANKIE? — ¿Ese es el hermano de Alice? ¡Qué monada! — Y como su hermano ya hablaba, y se había pasado de chulito, le echó a los leones y simplemente se dirigió a ver los preparativos de la carrera en la línea de salida. Junior y Lex estaban dando saltitos y calentando el cuello. — Pero ¿qué hacéis? — Calla, tonta. — Le dijo Darren, enganchándose de su brazo un poco agresivamente. Los otros seguían entrenando. — Eso, que a nadie le hace daño que se lo tomen en serio. — Aportó Nancy, poniéndose al lado de su cuñado, cruzada de brazos y con una sonrisa que no le había visto nunca. — La prima Nancy está más caliente que el pico de una plancha, y motivos tiene… — Alice le dio un codazo. — Baja la voz, haz el favor… Y vosotros, ¿sabéis que va de cazar al pájaro falso con hechizos y no con fuerza bruta? — Lex suspiró y negó con la cabeza. — Pero si corremos más que los demás lo encontraremos antes, además, yo tengo el ojo entrenado de tener vigilada la snitch. — Iba a contestar, pero oyeron un estruendo detrás. Eddie hacia gestos tranquilizadores, encaramado a una escalera, con Andrew en igual posición en una farola al lado y Ruairi y Dan de pie frente a ellos. — Todo bien, no preocuparse, intentamos hacer un hechizo proyector tipo los de los partidos de quidditch para seguir la carrera en tiempo real. — Ah, como una pantalla. — Todos miraron a Darren confusos, y él se rio. — ¡Ay, qué divertido es esto! —

 

MARCUS

Lo que les faltaba era llevarse al pajarraco ese con ellos, ya iban a tener de sobra con todos los animales que estaba seguro de que se iba a encontrar en la fiesta. Por supuesto, Dylan fue la sensación del lugar, y eso que también habían llevado a Darren, y estaba seguro de que ver a un chico de familia muggle que es novio de otro chico que va a ser deportista de élite no era un evento que se diera mucho por allí. Menos mal que el chico se integraba con tanta naturalidad que ya parecía que llevaba toda la vida allí, porque, de hecho, cuando se acercaron a él, estaba prácticamente enganchado de Nancy, confabulando ambos con lo que veían. Alzó una ceja. — Veo que ya os conocéis. — Eso sí, el comentario de Darren, además de sorprenderle, le hizo recordar algo que su cerebro, resacoso y medio enfermo, se había empeñado en olvidar. Y casi se le olvida de nuevo del enorme sobresalto que le hizo dar el estruendo a su espalda, girándose con los ojos como platos. Soltó aire por la boca. Encima tendría que aguantar que le dijeran que "hay que ver cómo se le ocurría ir con fiebre". Su fiebre era lo menos peligroso del día.

Ya sí, se movió discretamente cual cangrejito y se colocó por el otro lado de Nancy. Carraspeó suavemente. — ¿Lo hacemos ya oficial? — Preguntó casi sin mover los labios, para que solo le oyera ella. Nancy le puso cara de circunstancias. — Por un momento había olvidado que nos viste anoche. — Ah, que también bebiste tanto como para olvidar. — Nancy soltó un sonoro suspiro, mirando al cielo como quien aúna paciencia. Él se giró para mirarla. — ¿En serio... tú... y Frankie...? — ¿Tuvimos sexo? — Si hubieran pegado otro petardazo no habría reaccionado más escandalosamente, porque se encogió y empezó a mirar a los lados como si huyera con un objeto robado. — Marcus, por favor, no te pega nada ser tan mojigato. — No sé por qué no me pega. Estáis todo el día llamándome caballero medieval... — Tu cuñado tiene bastante pinta de ser de los que sacan los trapos sucios encantado, así que no me provoques. — Le dio un empujoncito en el hombro, chistando. — ¡Y no me distraigas, hombre, que va a empezar la carrera! — ¡CUÑADITO! — Darren le saltó encima, recolgándose de sus hombros, cuando él apenas se había quedado boqueando una respuesta para Nancy. — He conocido a los abus americanos, y a esta prima tan molona y que seguro que cuando no hay un Gryffindor cachas cerca es mucho más Ravenclaw. Y a ese guapetón que está colgado de la farola, pero no me acuerdo de su nombre. — Andrew. ¿Cómo te ha dado tiempo ya de conocer a tanta gente? — Uuuuuy ¡lo que he conocido es a poca! — Empezó a tirar de su manga, mirando a los lados. — Anda, porfi, no me vayáis a dejar desubicadito todo el día, yo quiero nombres. — Te aseguro que, si algo vas a tener, son nombres. — ¡¡ATENCIÓN, PUEBLO DE BALLYKNOW!! — Bramó Eddie. — ¡Público a las líneas establecidas y corredores a sus puestos! ¡La carrera empieza en cinco minutos! — Y un torbellino de gente, entre el que se mezclaron, se movió para colocarse donde debían.

— Hola. — Tan pronto se habían colocado apareció por allí el que ya mucho estaba tardando en llegar. Darren miró hacia abajo, encontrándose a un muy sonriente y muy protocolario niño irlandés. — Hola, guapo. — El niño extendió la mano. — Soy Patrick O'Donnell, pero puedes llamarme Pod, porque mi padre también es Patrick O'Donnell. — ¡Ay, me muero, Marcus, si es como tú pero en rubio! — Bienvenido a Ballyknow. — Siguió el otro, a quien claramente Darren había interrumpido en mitad del discurso. — Eres Darren ¿verdad? El novio del primo Lex. Ah, soy primo de Lex, y de Marcus. Perdona, no me sé tu apellido. — Darren rio con ternura antes de contestar. — Millestone. Pero llámame Darren, Pod. — ¡Vale! Pues bienvenido. Nunca habíamos tenido a un novio de un chico de la familia aquí, así que si alguien te mira raro, no te preocupes, es por la falta de costumbre. Mi familia es muy acogedora. — El otro soltó una carcajada y le pasó un brazo por los hombros. — No te preocupes, cielo, me he visto en escenarios peores, pero gracias por el aviso. — Le puso delante suya. — Anda, ponte aquí, que te has ganado una primera fila para ver a tu primo Lex, que lo va a petar en la carrera. — Y entonces, pareció caer en algo. Frunció el ceño y miró a Marcus y Alice. — Por cierto, ¿de qué es la carrera? — Es la carrera del reyezuelo. — Dijo la vocecilla de Pod, orgulloso y alzando la cabeza para mirar a Darren desde su posición. — Los corredores... — Y empezó a explicar lo que Alice había explicado esa mañana, así que Marcus se permitió acercarse a su novia, mirando el entorno. — ¿Tienes la varita preparada? ¿Crees que tendremos que intervenir en un posible incendio? — Y señaló con un gesto de la cabeza a unos concentradísimos Andrew y Eddie, a quienes se habían sumado otros del pueblo, que no parecían dar con la tecla de lo que tenían que hacer.

 

ALICE

El poder de Darren de conocer a todo el mundo en veinte segundos e identificarles por sus rasgos perfectamente, por lo visto, era extensivo a todo Hufflepuff, porque su hermano estaba rodeado por todas las mujeres de la familia haciéndole preguntas y Maeve tras él con los ojos brillantes. — No he podido ni acercarme a él. — Le comentó Sophia, apareciendo por allí. — Pero se le ve feliz. Ni un signo de trauma. — Alice suspiró. — Tengo miedo de que esos signos simplemente no se vean. Pero, de momento, creo estar dándole la Navidad perfecta. — La chica la rodeó con un brazo por los hombros. — Lo estás haciendo. — Alice miró a su alrededor y parpadeó. — ¿Vas en chándal? — Hombre, ese pájaro se caza con intelecto y lo voy a demostrar. Y alguien tiene que estar ahí por si el tío Dan se derrumba. — ¿Que Dan también va a hacer la carrera? Madre mía… — Creo que quiere demostrar a la tía Shannon que hizo bien casándose con un americano, como está tan integrada aquí… — Alice se frotó la cara y suspiró. — Lo de estas Navidades… — Sí, díselo a tu alquimista, que está leyéndole la cartilla a la pobre Nance. — Ambas se rieron, pero enseguida les llamaron a filas, y Dan dejó su batalla contra la proyección de la carrera y se colocó, tembloroso, al lado de Sophia.

Alice se ubicó de nuevo junto a su novio, y Pod, siendo adorable como era, al lado de ambos, dándole de su charla a un público muy entregado como Darren. — Uh, quién sabe con esta gente, no sé cómo pretenden hacer lo de… — ¡HERMANA! ¡RÁPIDO! — Dylan le dio un susto de muerte y la hizo rebotar en su sitio. — ¡Ay, patito! — ¿Puedo hacer la carrera con Ginny? — ¿Con Ginny? — Preguntó extrañada y mirando a la chica, que estaba en la línea, y al niño. — Pero si no puedes hacer magia. — Pero puedo correr a su lado y darle indicaciones, seríamos un equipo. Hermana, rápido, por favor. — Alice suspiró y miró a Marcus y al niño de hito en hito. — La varita. — Hermana, por favor, que no voy a… — Dylan, tú verás. Si quieres hacer la carrera, vamos a evitar tentaciones. Dame la varita. — Y con un suspiro muy exagerado para su hermano, se la tendió. — Hala, ya puedes ir. Ve con tiento. — Y mientras se alejaba y guardaba la varita en el bolsillo miró a Marcus y dijo. — Anda este. Desde cuándo contestará así. Se cree que no me las sé todas con los Gallia. Anda, y Maeve con el padre, va a tener más cohorte que el rey de los druidas. — ¡CIUDADANOS DE BALLYKNOW! — Llamó un señor que se alzó en la plataforma de madera. — Bienvenidos a la carrera del reyezuelo de San Esteban. Un año más, recordamos a nuestro druida de referencia en Irlanda y laurearemos al que impida su martirio cazando al reyezuelo traidor, y luego lo celebraremos en nuestro banquete comunal. Recordad las normas: no se puede atacar a otros participantes y el reyezuelo debe ser cazado con el hechizo adecuado. Sobre el hechizo hay pistas por todo el pueblo, que NO se pueden alterar, y no está permitido el uso de transportes mágicos. Y dicho esto… ¡Que comience la carrera del reyezuelo! — Y soltó un petardazo con la varita y todos salieron corriendo. — ¿Es ese el alcalde? Ni le conozco. — Dijo Alice. — Yo hubiera dicho que la alcaldesa era vuestra abuela. — Dijo Darren mirando a Nancy, que se rio. — Y porque no conoces a mi madre. Llevo años diciéndole que se retire de la enseñanza y se presente a alcaldesa, pero no se fía de nadie para dejar el testigo… Y no quiere dejar la obra de tía Molly así como así. — Bueno está And… — ¡PRIMERA PISTA! — Rugió la voz de Frankie Junior, pero no en su oreja, sino de forma ambiental, como si viniera del cielo. Todos se giraron y resultó que del cielo no venía, sino de la famosa proyección. Ahora en medio de la plaza en un círculo flotante se veía (y se oía) a Frankie. — ¡Andrew, mi amor! — Gritó Allison. Del susto, parecía ser que Andrew se había caído y se había quedado recolgado de la farola por el pantalón. — Eddie, mi vida, ¿y si le ajustamos un poquito el sonido? — Sugirió Nora mientras hechizaba a su hijo prácticamente sin mirar para bajarlo de la farola, mientras Brando se reía al ver así a su padre. — El reemplazo es aquel. — Aclaró Nancy con un suspiro. — No me extraña que estemos como estamos. — Pero Alice señaló la pantalla y se agarró del brazo de Marcus. — Mira la pantalla ahora. — Salía Lex concentradísimo, aguzando la vista. — Esto va a ser así ya para mucho tiempo. Así le vamos a ver en tooooodos los partidos, cuando la proyección del campo enfoque al famoso cazador O’Donnell. —

 

MARCUS

Se llevó la mano al pecho ante el tremendo susto que les dio Dylan cuando apareció gritando por allí, y la cabeza le dio varias vueltas. Claro, no es que estuviera perfectamente sano, sino que la poción le mantenía artificialmente en buen estado. Igualmente, el desconcierto de Marcus venía por otros derroteros. — ¿Quién te ha presentado a Ginny? — La tía Nora. — Alzó los brazos y los dejó caer, con la risa de Darren de fondo. Desde luego que Dylan no necesitaba carta de presentación, si ya estaba hasta usando la nomenclatura familiar, como si llevara allí toda la vida.

Como Alice se estaba manejando excepcionalmente sola, se limitó a hacer un gesto de confirmación con los ojos cuando Dylan buscó ayuda en él, por lo que el chico acabó claudicando. Estaba mirando a Alice con orgullo, pero ya tuvo Darren que hablar. — Qué buenos padres sois. — Marcus le miró con los ojos entrecerrados. — Vienes tú muy subidito. — ¿Insinúas que yo, un chico Hufflepuff tremendamente familiar y que nació en San Patricio, estoy contento en un festival navideño irlandés lleno de comida al que me ha traído mi novio con toda su familia metiéndome, como os gusta decir a vosotros, en ella de cabeza oficialmente? No sé por qué iba a estarlo. — No te queda bien la ironía. — Pero Darren se limitó a reír. Pod apareció junto a Alice con carita de pena. — ¿Ese era tu hermano? No me he presentado. — Marcus le dio un par de palmaditas en el hombro. — No te preocupes, demasiada gente, pero ya has visto que no tiene problemas para integrarse. — Pod pareció quedarse conforme, así que se puso de nuevo junto a Darren, dándole conversación. — ¿De verdad naciste el día de San Patricio? Qué honor. —

La carrera fue a dar comienzo, y Marcus atendió al hombre que daba las indicaciones, enganchándose del brazo de su novia y mirándola con una sonrisilla. — Otra competición. Qué emocionante. — No daban abasto con tantos concursos y pruebas esa Navidad, y él encantado de la vida. Animó a los concursantes desde su lugar y, tras reír y asentir al comentario de Darren, se giró a Alice para decirle en confidencia. — Mi abuela me ha dicho que fue uno de sus alumnos cuando eran pequeños, y que estaba coladito por Eillish, pero que acabó medio liado con una de Gales en Hogwarts y levantó una polvareda tremenda, porque encima él es de Gryffindor y ella era de Slytherin, pero luego ella se fue con uno de Cork y la llamaban la cazairlandeses o algo de eso, y él se vino al pueblo, y que ya le daban por soltero, como al abuelo, y de repente apareció prometido con una del pueblo de toda la vida y pum, en dos semanas se casaron y en nueve meses justos les nació el hijo, y que claro, eran la comidilla del pueblo, pero que menos mal que el pueblo no es muy de hablar y acabó llegando a alcalde y todo, porque ciertamente es muy listo y quiere mucho a los suyos, que es lo que se le pide a un alcalde. — Lo había soltado todo de corrido y, cuando terminó, se quedó unos segundos con la mirada perdida y luego miró a Alice casi con ofensa, cuando ella ni siquiera había dicho nada. — ¿¿Qué?? Las monedas de chocolate tardan mucho en hacerse ¿vale? Era por charlar de algo. — Que nadie, ni su novia, le asociara con una persona dada a los cotilleos, que él no era nada de eso.

Después de sufrir otro amago de infarto por el grito de Frankie, rio a lo que dijo Nancy y aportó. — Sería un gran giro de la historia que al final fuera Eillish alcaldesa ¿no? — Sintió las miradas confusas encima y miró él a otra parte, pensando mejor ya no hablo más. ¿Qué tenía el pueblo que le estaba volviendo tan... pueblerino? Y hablando de sentirse sorprendido por la versión pueblerina de sí mismo. — ¿Habéis visto a mi madre? — Preguntó como si tal cosa, mirando a los lados, porque entre todas las cabezas no la veía (y Emma era bastante alta, se la distinguía bien), y era raro que no estuviera pendiente de Lex. Bueno, andaría preparando cualquier cosa para el banquete. En lo que Marcus buscaba a Emma con la mirada se había generado un caos a su alrededor bastante curioso, con Frankie proyectado a tamaño gigante y Andrew colgando de una farola. Pero lo que Alice le señaló le hizo sonreír de oreja a oreja. — ¡¡Es Lex!! — Aplaudió y vitoreó con fuerza, y aprovechando que tenía un entorno que ayudaría a la causa, empezó a clamar. — ¡LEX! ¡LEX! ¡LEX! ¡LEX! — Rítmicamente, siendo coreado rápidamente por Alice, Darren, Pod y Nancy. Estaba viendo a su hermano crecerse con cada vítore, pero no perder la concentración. — ¡Eh! — Apareció por allí Sophia, mirándoles como si acabaran de traicionarla. — ¿Y a mí quién me anima? — Buscó con la mirada al hermano que no participaba. — ¡Fergus! — Yo paso. — Resolvió rápidamente el otro, haciéndoles estallar en carcajadas. No a Sophia, claro. — ¡Serás ingrato! — Hermana, está feísimo que nos hagas elegir. Tengo a mis dos hermanos compitiendo. Soy el pequeño, ¿eres consciente de la huella psicológica que puede dejarme eso? — ¡FRAAAAANKIE FRAAAAAANKIE FRAAAAAANKIE! — Empezó a clamar, a otro ritmo, Nancy, detrás de ellos, y Marcus estaba ya llorando de la risa con la cara de indignación de Sophia. Para aumentar el descontrol, Darren empezó a gritar. — ¡¡DYYYYYYYYYYYLAN!! ¡¡¡DYYYYYYYYYYYLAN!! — Y Marcus decidió unirse, entre carcajadas, porque por qué no. Al final no se estaba enterando de nada de la prueba con tanta tontería.

 

ALICE

En cuanto su novio empezó a hablar sobre el alcalde con tanta soltura, parpadeó y le miró. No sabía si era capaz de citar tanta información de alguien de Hogwarts que no fueran sus amigos, ni hablar de un alcalde que ni siquiera sabía que existía hasta hace cinco minutos. — Cazairlandeses… Que no se entere Hillary que hablaban así de otra galesa. — Darren se rio y se tapó la boca mientras Marcus se defendía, y Nancy lo hacía abiertamente. — Si mamá se decide alguna vez a sacar la alcaldía adelante, pondremos de discurso a la tía Molly cocinando para que saque los trapos sucios de todo el mundo como forma de decir “cuidadito conmigo, que saco todo vuestro pasado”. — Y ahí ya sí se rieron todos y Alice no pudo evitar darle una ristra de besos cariñosos en la mejilla a su novio, y de paso, acariciar su frente para ver qué tal la temperatura.

Realmente, no era normal que Emma no estuviera a la vista y dándolo todo con su Lex, pero ya estaba tardando en necesitar un poco de distancia del jaleo irlandés, así que tampoco le extrañaba demasiado. Y lo que tampoco le extrañó fue la reacción de su novio animando a su hermano. Sonrió y le acarició la mejilla, mirándole con adorabilidad y una sonrisa brillante, y al poco se puso a corear también, y, por qué no decirlo, a afilar la vista a ver si veía al dichoso reyezuelo. Fue Darren, con su bocinazo, quien le recordó que su hermano estaba también participando y, ciertamente, hacía un rato que no lo veía, ni por alrededor ni en la proyección. Pero ahora mismo estaba ocupada con Frankie (mejor animado que Sophia por lo que parecía) dándole un tiento más fuerte de la cuenta a Lex con intención de avisarle de una pista y que a Alice le reafirmó que nunca entendería el proceder de los hombres y su violencia en los deportes, porque su cuñado lo interpretó como una señal perfectamente válida.

La carrera se iba desarrollando, y por fin pudo ver a Dylan entregadísimo con Ginny, señalando y corriendo, aunque ellos estaban más concentrados en unirse al coro de diversos villancicos que las abuelas estaban dirigiendo, a pesar de las quejas de Cletus, que se quejaba de que no podía comentar a gusto con su nieto Andrew la jugada en la proyección. Pero entonces se oyó un grito, y no tardaron en ver que era Shannon. Sus ojos se dirigían a una gran encina y Arnie estaba asustado en sus brazos, probablemente por notar la inquietud de su madre. — ¡DAN! ¡PERO QUÉ HACES AHÍ! — Le costó ver que, efectivamente, el mismísimo doctor Parker estaba encaramado en la encina, y ya por fin pudo distinguir que el reyezuelo estaba allí también. — ¡DAN, HIJO! ¡BAJA DE AHÍ! — Saltó alteradísima la tía Maeve. — ¡Mira, ese es mi tío! — Gritó Sandy repentinamente desde atrás. Alice se giró un momento y la vio rodeada de tres fornidos irlandeses que no tenía ni idea de dónde habían salido. Pero ahí seguía el tío, arrastrándose por la rama y, de repente, lanzó un hechizo, y el reyezuelo se paralizó y se volvió corpóreo, cayendo como un juguete. Y fue al ir a cogerlo en el aire cuando Dan perdió el equilibrio, y Shannon gritó, pero alguien lanzó con todas sus fuerzas. — ¡ARRESTO MOMENTUM! — Y lo ralentizó en el aire, para que cayera con suavidad. — Siempre ha sido su favorita. Yo soy la de mi papi y mis abuelos. — Explicó Sandy, porque, obviamente, la que había salvado a Dan de una noche curiosa con la poción crecehuesos era Sophia.

Cuando el hombre cayó suavemente en la hierba de debajo, Shannon dejó furiosamente a Arnie en brazos de Betty y fue corriendo a donde estaba su marido. — ¿TÚ ESTÁS LOCO O QUÉ? — Dan puso cara de niño bueno y levantó el reyezuelo. — Solo quería demostrarte que podía hacerlo con intelecto. — ¿ERES TONTO AHORA? ¡QUE SOY ENFERMERA EN TU CONSULTORIO, DANIEL! — Frankie y Lex llegaron jadeando. — ¡No me puedo creer que me haya ganado mi tío Dan! — ¡BUENO! JEJE… Que pase por aquí el ganador… — Pidió el alcalde. La gente del pueblo veía bastante normal lo que acababa de pasar, pero los O’Donnell-Lacey, entre el shock de que ganara un americano y lo poco común que era ver a Dan correr un riesgo así, estaban más apagados de lo que se esperaría.

El galardonado subió al escenario y el alcalde hizo el hechizo amplificador. — Bueno, muchacho ¿cómo te llamas? — Daniel Parker. — Uy, eso no suena muy de Galway. ¿De dónde eres? — De Nueva Jersey. — Contestó con una gran sonrisa, que no conjuntaba mucho con la confusión del público. — Mi familia política son los Lacey, mi suegro es Frankie Lacey. — Y entonces ya se oyó un murmullo general que sonaba a “ahhhhh” y a “el de Rosie de América”. — Bueno, pues Daniel Parker, eres el ganador de la carrera del reyezuelo, has salvado a San Esteban un año más. Te llevas esta cesta fantástica de comida de lujo del condado de Galway y el reconocimiento de presidir la mesa del banquete comunal con quien tú quieras. ¿Quién te va a acompañar? — Dan cogió la varita y se apuntó a sí mismo para hacer el altavoz. Carraspeó y miró entre la gente, buscando a Shannon, claramente. — Quería participar en esta carrera y ganarla para demostrar a mi mujer que yo también puedo ser parte de esta tierra que tanto ama. Porque mi Shannon no solo es la mejor enfermera con la que he trabajado, una madre entregada y perfecta y un rayo de sol Pukwudgie para su familia… Mi Shannon es Lacey, y lleva Irlanda en la piel y en sus ojos azul irlandés, y yo solo quería formar parte de ello también. Nuestros hijos, de hecho, ya es como si hubieran nacido aquí con lo integrados que están. — La familia estaba bastante más relajada, y hubo llantos de emoción y fuertes risas. — Pero creo que se lo voy a pedir a otra persona. — Giró la cabeza. — Mi sobrina Sophia llegó de manera oficial a la casa Lacey el mismo día que yo, y, aunque los dos existiéramos antes de eso, después de aquella Nochevieja no volvimos a ser los mismos. Es mi aprendiz y va a ser el orgullo de mi consultorio, y ha demostrado que sabe actuar ante las emergencias y me conoce perfectamente. Así que, mi querida Sophia Lacey, ¿puedes sentarte conmigo en el banquete? — Hubo aplausos y ahí sí que Shannon se echó a llorar y coreó los aplausos.

— No me creo que mi hermana me haya ganado a esto. O sea, me alío con el jugador profesional de quidditch y ni eso me sirve. — Oye, que hemos estado persiguiendo una pista falsa por tu gran intelecto. No me extraña que te haya ganado tu hermana. — Contestó Lex a Frankie, jadeando cuando aparecieron tras de ellos. Y no eran los únicos. — ¿QUE DAN HA GANADO? ¿UN RAVENCLAW? — Gritó Ginny con un tono de sorpresa que a Marcus no le iba a gustar nada. Alice se giró. — Dos Ravenclaws, porque Sophia… ¿PERO QUÉ OS HA PASADO? — Ginny y Dylan estaban completamente cubiertos de barro, parecían figuritas de chocolate. Su hermano estaba más callado que en un entierro, esperando la bronca. Ginny les miró de hito en hito. — Me he confundido de hechizo ¿vale? Es que el dichoso latín, mezclas una letra y… — Alice levantó las manos. — No quiero saberlo. A la ducha. Ya. — Hermana, que no sé llegar a la granja. — Pues pídele a uno de tus nuevos amigos irlandeses que te lleve, pero te quiero en media hora en el centro comunitario como un pincel para la comida. — Y, diligentemente, allá que se fue su hermano, y cuando estuvo lo suficientemente lejos, se miró con Marcus, Frankie y Lex y se echaron a reír fuertemente.

 

MARCUS

Intentaban seguir el hilo de la carrera, lo cual de por sí no era nada fácil, pero menos aún lo era si intentaban entonar los villancicos que las abuelas cambiaban cada dos versos, vitorear y no morir de risa en el intento. En reírse hasta tener que agarrarse el estómago de lo que le dolía estaba cuando Shannon dio un grito, al que en un inicio no dio mucha importancia. No al menos hasta que siguió la mirada de la mujer y se le cortó la risa de golpe. — ¡DAN! — Exclamó, pensando que no era nada buena idea que un hombre que probablemente tuviera la agilidad propia de un Ravenclaw (o sea, poca), o de un Serpiente Cornuda para el caso, fuera precisamente el único médico que podía curarle en caso de accidente. Menos mal que, si algo tenían en aquella familia, era enfermeras disponibles. Se intentó acercar al lugar, varita en mano, por si podía hacer algo, pero la gente agolpada dificultaba el avance, e igualmente hubo otra persona mucho más rápida que él en su actuación.

Había contenido el aliento al ver a Dan desequilibrarse, pero lo dicho, su reacción llegó tarde, y fue Sophia quien impidió que el hombre se diera un buen golpe contra el suelo. Ahora sí que la vitoreó con todas sus fuerzas, saltando en su sitio. — ¡¡VIVA SOPHIA LACEY!! ¡LA MEJOR FUTURA MÉDICA DE LONG ISLAND! — Clamó, animando a quienes le rodeaban para que se le unieran a la ovación. — ¡¡Es nuestra heroína!! — Añadió Pod. Al final, la chica había conseguido que la animaran, y con razón.

Observó con una sonrisa lo que había dado por hecho que sería un romántico encuentro entre Shannon y su esposo, pero la realidad no fue exactamente como esperaba. Hizo una mueca de dolor con la boca, un tanto encogido, empatizando con el pobre Dan ante la tremenda regañina de su mujer. Darren chistó. — Es que, pobre Shannon, menudo susto. — Marcus le miró con una intensísima mirada de no dar crédito. Darren se encogió de hombros. — Cómo se nota que estás tirando de compañerismo Hufflepuff. — ¡Casi se mata! — Y tú tienes un novio deportista de élite al que has visto hacer verdaderas locuras en el aire. — Pero porque sabe hacerlas. Dan, claramente, no. — Y te has pasado tres años metiéndote conmigo por dramático cuando Alice estaba en el Club de Duelo. — Darren soltó una risilla maliciosa y, con todo el descaro, respondió. — Es que eso es gracioso. — Marcus le devolvió una mirada rencorosa.

Ahora tocaba atender al momento de victoria de Dan, y Marcus, un tanto más recuperado del susto, se agarró de la cintura de Alice para disfrutar del momento. Compartió una mirada enamorada con Alice por el discurso de Dan (que estaba seguro de que tenía que haber bajado las defensas de Shannon, si no, él no entendía nada de romanticismo). Eso sí, el desenlace le encantó, y fue más que merecido para con Sophia (y siendo Shannon una Pukwudgie de corazón, seguro que ya sí que la conquistaba), así que volvió a aplaudir y vitorear con todas sus ganas. Eso sí, a las quejas de Frankie y Lex, respondió con una fuerte e hiriente carcajada. — Vaaaaaaaya vaya. Resulta que los deportistas de élite no son siempre los vencedores en una carrera. También pueden ganar los listos. Inesperado. — Ese listo por poco se parte la crisma por no saber subir en condiciones a un árbol. — Pero no se la ha partido. Gracias a otra lista. Y se ha llevado el reyezuelo. Y el premio. Y vosotros no. — Frankie y Lex le miraron con odio mientras él reía con malicia. Risa que volvió a cortársele ante el siguiente evento... aunque fue por poco. Más bien, lo que hizo fue disimularla fuertemente por respeto a Alice y a su indignación.

Dylan le miró pidiendo ayuda y Marcus, apretando fuertemente los labios para no echarse a reír, alzó las manos. — Lo siento, colega. No estoy yo en mi mejor día, no puedo separarme de mi enfermera de cabecera. — Dylan rodó los ojos exageradamente y se fue a buscar ayuda, y nada más desaparecer, estallaron en risas. — Vale, vale, vamos a hacer nuestro propio concurso. — Dijo entre risas, recuperando el resuello. — Ya sabemos quién es el ganador, quién es la de reflejos más rápidos y quién ha salido más sucio. Ahora: ¿quién ha ido más lejos a buscar el reyezuelo y dónde? Yo digo que alguien ha llegado hasta Connemara buscando. — Más rieron, y Darren añadió. — Vale, ahora yo: ¿quién ha perseguido más pájaros de verdad pensando que eran el reyezuelo? — Iban a caerse al suelo de la risa. Frankie y Lex no se reían tanto. — Sois muy graciosos. Qué divertida es la carrera cuando se ve desde fuera. — Pobrecito, que le obligaron a participar. — Se mofó Marcus de su hermano. Lex se puso muy digno y, alzando la cabeza, dijo. — Me voy con la abuela, que seguro que tiene un montón de alabanzas hacia su valiente nieto que ha seguido esta tradición tan ancestral. Ahí os quedáis. — Tras burlarse otro poco de él, se secó las lágrimas de la risa y le dijo a Alice. — Pues yo voy a buscar a mi madre, que me da que está escondida. Ahora vengo. — Y fue a intentar encontrarla, aún riéndose.

 

ALICE

Entornó los ojos y se puso un dedo sobre los labios, como si se estuviera pensando mucho la respuesta. — ¿Más lejos? Yo diría que tu tía Erin, que mira, está llegando por ahí. — Contestó señalándola, seguida de Siobhán, y las dos iban arañadas y llenas de ramitas. Obviamente, a la propuesta de Darren, no pudo evitar mirar a Frankie, y pocas personas pueden ofenderse más que un dúo Gryffindor-Slytherin que acaba de perder, lo cual no le quitó de echarse a reír nada más oír sus lamentos y la respuesta de Lex. — Sí, claro, qué carta más honorable, usar a tu abuela y las tradiciones… — Su cuñado se giró y levantó las manos. — Yo no soy Gryffindor. Mi abuela sí. — Y le guiñó un ojo. Alice negó con la cabeza y pasó una mano por la espalda de su novio. — Sí, ve por ella, y tómate algo calentito antes de venir al centro comunitario. Yo voy a ver en qué hace falta que vaya ayudando. — ¡AY, CUÑADITA! ¿Puedo ir contigo? — ¿No quieres ir con tu Lexito? — Darren se rio traviesamente. — Es que está un poco sudadillo y enfadado por perder, como en Hogwarts con el quidditch, vaya, y ya aprendí a quitarme de en medio en esos casos. — Bien visto. — Señaló Alice. — Venga, nos vemos allí. — Se despidió tirándole un beso a Marcus.

En el centro comunitario había mucho que hacer, porque cada casa traía un plato, entonces había que dividirlos en mesas de “entrantes”, “platos de cuchara”, “segundos” y “postres”, y para dos no irlandeses, era una cantidad de comida que no podían entender. — Ya verás como no sobra casi nada. — Aseguró Nora, mientras seguía distribuyendo platos alegremente, ante los recelos de Darren y Alice. — ¡Abuelo, más arriba! — Pedía Rosie en brazos de Cillian. — ¡Ay mi niña que quiere volar ya! ¡Súbela, Cillian! ¡Mira qué contenta! — Azuzaba Saoirse. Los gemelos, por su parte, andaban correteando por ahí con las dos pequeñas americanas, llevándole y trayéndole cosas a Niamh. — Ay, cuñadita, qué bonito es todo esto. — Alice sonrió. — Ya te digo. No cuesta nada acostumbrarse. — Darren la rodeó con un brazo y se apoyó en su hombro. — Me alegro de veros así, Gal. Es lo que necesitabais. — Eso parece, la verdad es que me siento otra persona… A ver qué tal se me da volver a La Provenza y todo eso… —

Oyeron un carraspeo a su espalda y se giraron a la vez. — ¡Oh! ¡Hola, tesoro! ¿Como tú por aquí? — Preguntó Nora, alegre y tierna. Claramente no se acordaba del nombre del chico que acababa de entrar. — Hola, Ciarán. — Dijo Alice, para darle la pista a la mujer. — Eh, hola… ¿Qué tal? — ¡Uy! ¿Tú eres primo también? Yo soy Darren, el novio de Lex. — Eh… No, no, yo soy… Ciarán, soy… — El chico carraspeó de nuevo y se cuadró. — ¡SEÑOR! — Dijo en voz muy alta, e hizo a todos rebotar un poco. Excepto al aludido, que estaba subiendo a Rosie en brazos para que colgara las luces y no estaba muy pendiente. — Querido, creo que el chico de Connemara te está hablando. — Le dijo Saoirse, en su tono habitual, nada ortodoxo con quien estuviera escuchando. Cillian bajó a Rosie y le miró. — ¡Ah! ¡Hola, muchacho! ¿Qué tal? ¿Te ha invitado Wendy a la comida de San Esteban? ¡Qué bien! — Pero fuera de su amabilidad habitual, la cara de Ciarán estaba rígida y bastante roja. — Señor, he venido a hablar con usted. — Cillian parpadeó confuso. — Pues nada, hijo, dime lo que quieras. — Quiero… Yo… A Wendy, la quiero. La quiero muchísimo. Soy muy trabajador, señor, la quiero con toda mi alma y voy a proveer por su felicidad toda la vida si ella me acepta. — Ay, cariño… — Dijo Nora con el tono de “pobre muchacho” y tapándose la boca con las dos manos. Darren se inclinó a susurrarle. — ¿Es el novio de Wendy? — Novio sería una palabra pelín exagerada. — Pues espérate para la que él pretende usar… — ¿Dónde estaban las mentes frías cuando se las necesitaban? Estaba rodeada de Gryffindors y Hufflepuffs, nadie iba a poner simple cordura en aquello. — Vaya, Ciarán, no me esperaba… Es decir… Os conocisteis hace apenas un mes, tengo entendido. — Sí, pero mi Ma me dijo que cuando encontrara una chica así, no la dejara escapar. Que soy muy parado, y todo me da miedo, y que por eso nunca iba a dar el paso que tenía que dar. Y yo lo voy a dar, señor, porque Wendy es la mujer más increíble que yo he conocido. Y quiero aprovechar la alegría de San Esteban para pedirle de corazón que sea mi mujer. — ¡Ay, Cillian! ¡Dale permiso! ¡Mira qué cosas dice de la niña! — Todos miraron a Saoirse con cara de circunstancias, y justo en ese momento llegó Niamh con los niños. — ¡Uy, Ciarán! Hola… ¿Qué os pasa a todos? — Mira, hijo… — Intentó retomar Cillian. — Creo que debieras esperar un poco, conoceros más, quizá convivencia, ya no somos gente antigua y… — ¡OH! De tiempo vas a hablar tú. ¿Le vas a negar a este pobre el permiso como te hizo mi padre? — Cuñada, yo creo que no es lo mismo lo que… — Intentó mediar Nora. — ¿Permiso para qué? ¿Quién es este? — Preguntó la Saoirse menor, que ya estaba metiendo la nariz. — Es amigo de la prima. — Más que amigo por lo que me parece estar entendiendo… — Aportó Niamh, confusa. — Señor, si usted no me da el permiso, yo se lo voy a pedir igual, pero lo haré más feliz con su bendición. Es usted un hombre irlandés admirable con una familia preciosa, es lo que yo aspiro a ser. — Nora entornó los ojos y Cillian la miró ofendido. — ¿Qué? — Nada, Cillian, nada… No he dicho nada. Oish, este ofendidito que tengo por hermano… Dale ya permiso al chico, que lo va a hacer de todos modos. — El hombre suspiró y Rosie le miró. — Abu, ¿vas a castigar al amigo de la tía Wendy? Se te ha puesto cara de castigar. — El hombre se llevó las manos a la cara y resopló. — Es que me estáis volviendo loco. Mira, Ciarán, hijo, yo me supongo que eres una buena persona, por lo que he tratado contigo. Me parece muy pronto, pero supongo que para esto no hay tiempos realmente establecidos, y si mi hija te acepta, pues obviamente te aceptaremos todos en la familia. Pero tómate el matrimonio como la institución seria que es. — Y ahí Nora bufó y se retiró. — Mira, no me lo puedo creer. Buena suerte, Ciarán, yo me voy. — ¿A dónde? — Preguntó Alice. — A buscar a mi hija Ginny y asegurarme que no se lanza a matar a este pobre. —

 

MARCUS

Bueno, ya fuera de bromas, su madre llevaba perdida bastante rato. Estaba muerto de risa con las tonterías de sus primos, pero encontró la excusa perfecta para escaquearse hasta la casa, porque juraría que estaba allí, y entre risas, entró llamándola.  ― ¿Mamá? ― Preguntó. Soltó un tanto el resuello, que había ido casi corriendo, y subió las escaleras diciendo. ― Emma O’Donnell, se la reclama una vez más en el evento navideño del día. ― Y, en lo que terminaba la frase, pasó por su habitación y vio por la vista periférica que estaba allí. Dio un cómico frenazo y entró. ― ¡Escondida! Qué feo. ― Pero su madre estaba mirando a otra parte, recta, y juraría que la había visto pasarse una mano por las mejillas.

Extrañado, entró. ― ¿Mamá? ― Estoy bien. Ahora voy. ― Contestó, y bien no estaba, podría asegurarlo ante un tribunal. Emma disimulaba muy bien, pero no tanto como para que su propio hijo no detectara que estaba fatal. ¿Tanto la habían agobiado las inacabables fiestas irlandesas? ― ¿Qué pasa? ― Y entonces, a pesar del movimiento con el que intentó esconderla, vio que tenía una carta en sus manos. ― ¿Qué es eso? ¿Ha pasado algo? ― No ha pasado nada, Marcus. De verdad, si no, te lo diría. No te preocupes. ― Ni siquiera sonaba enfadada, solo… como si estuviera nerviosa, o aguantando las ganas de llorar. ― Son solo felicitaciones de Navidad de mis compañeros. Cuando las conteste vuelvo. ― Pero a Marcus no le cuadraba nada de eso, no le cuadraban ni la expresión ni la forma de hablar. Intentó pensar a toda velocidad… y no tardó mucho en encontrar una hipótesis.

Se le escapó una carcajada aspirada y sarcástica, con una sonrisa que mezclaba la incredulidad con la, por el contrario, ninguna sorpresa, al igual que la decepción. La rabia puede que sí estuviera más clara. El gesto fue sutil, pero por supuesto, Emma se giró en el acto hacia él para mirarle. Justo en el momento en que Marcus, a su vez, se daba media vuelta y salía de la habitación. ― Marcus. ― Le llamó, pero él ya estaba buscando por todas las estancias. No le fue muy difícil de encontrar: estaba en la habitación de Maeve y Frankie.

Junto al alféizar de la ventana, reponiendo un poco de agua y picando casi despreciativamente la comida que Emma le hubiera puesto en el plato, estaba la imponente lechuza de los Horner. La que usaba su abuela para sus misivas oficiales, para ser más exactos. La había visto llevar noticias de defunciones y de bodas, comunicados que parecían de gobierno aunque solo fueran invitarte nada amablemente a ir a casa junto con todos los demás. No la había visto, sin embargo, traer felicitaciones de cumpleaños o, para el caso, de Navidad. Así que dudaba que hubiera traído una postal deseando unas felices fiestas. Y la cara de su madre se lo confirmaba.

Se acercó a ella y tendió la mano. ― Déjame verla. ― Emma estaba esquiva. ― Por favor. ― Insistió. La mujer llenó el pecho de aire y dijo. ― Marcus, vete a la fiesta. ― Mamá… ― No es necesario. Créeme que no es necesario. Solo es tu abuela diciendo lo que ya imaginarás que dice. Vete a la fiesta y en un rato voy yo. ― Pero Marcus no se movió de su sitio, al revés, solo estiró más el brazo. Se mantuvieron la mirada el uno al otro unos instantes… y, para sorpresa de cualquiera que conociera a Emma O’Donnell, la que dio su brazo a torcer finalmente fue ella. Con un punto dubitativo y casi temeroso, alargó la mano, y Marcus se hizo con la carta rápidamente, antes de que su madre se arrepintiera del gesto.

La misiva era para verla. De puño y letra de su abuela Anastasia, nada habitual, tenía ante él un despliegue de insultos que pretendían ser muy elegantes pero que eran un ataque frontal directo hacia Emma. Ni se molestaba en dirigirse a nadie más: ni a él, ni a Lex, ni a su padre, ni a sus abuelos, ni a Alice, ni muchísimo menos al resto de la familia. Bueno, realmente sí que estaban mencionados: suponía que “esos pueblerinos” por los que “había cambiado a su familia” les metía a todos ellos en el mismo saco. Básicamente, su abuela había esperado todo el día de Navidad a ver si su hija se pasaba por allí, a pesar de lo que ocurrió la última vez que fueron a su casa, y en vistas de que no habían hecho como si nada y se habían sometido a una nueva tortura, sino que habían decidido celebrar unas Navidades como debían ser celebradas, se había cebado con Emma por carta. Daba auténtica vergüenza leerla. Pero, sobre todo, daba muchísima rabia.

Había mantenido la respiración casi contenida mientras leía, y estaba seguro que, desde fuera, debería vérsele como si intentara asesinar a alguien con la mirada. Cuando terminó, la dobló en silencio y, lentamente, alzó la mirada hacia su madre. ― Voy a hacer algo que tú me enseñaste a hacer con las cosas que no deberían existir. ― A Emma ni le dio tiempo a extrañarse, o a evitar el movimiento, realmente estaba fuera de juego como nunca él la había visto. Marcus dejó caer la carta al suelo, sacó la varita y lanzó. ― ¡Incendio! ― La mujer apenas había boqueado cuando la carta estaba ya absolutamente calcinada. Resultaba impactante lo rápido que la había reducido a cenizas, tanto que la propia Emma le miraba con los ojos muy abiertos. Se guardó la varita mientras bromeaba, ácido. ― Aprenderé a hacerlo silencioso para próximas veces. ― Se dirigió a la ventana y la abrió. ― Fuera. ― Ordenó a la lechuza, que entendió la orden en el acto. Después de echarle una muy desafiante mirada y lanzar un picotazo al aire, desplegó las alas y salió de allí. Cerró la ventana. Emma le miraba un tanto atónita. ― No sé de dónde sale esta faceta cruel de mi hijo. ― No le digas a los animalistas que he mandado a una lechuza de vuelta a Inglaterra a menos de una hora de llegar y no tendré ningún problema. ― Hablo en serio, Marcus. ― Y yo también, mamá. ¿Yo soy cruel? ― Preguntó. ― Si le pasa algo a esa lechuza, que no la hubieran mandado. ― Ni siquiera he enviado una respuesta. ― Ni la vas a enviar. ― No sonó taxativo, sino más bien con un punto sorprendido. Se acercó a Emma. ― Mamá, ¿has visto lo que tienes ahí fuera? ― Para su sorpresa, Emma bajó la mirada. JAMÁS había visto a su madre mostrar tanta vulnerabilidad ante nadie, cuanto menos ante uno de sus hijos. No pensaba crecerse ni aprovecharse, entre otras cosas porque, si con alguien estaba dolido y enfadado, era con su abuela, no con ella. Pero no podía parar su actuación ahora que la había empezado.

― Mamá. ― Se acercó. Emma miraba a otra parte. ― Una madre que dice a su hija esas cosas, y que miente como ha mentido ella, no es una buena madre. No es familia. Y la Navidad hay que pasarla con la familia. ― Vio cómo se le humedecían los ojos pero tragaba fuertemente saliva, haciendo un gran esfuerzo por no llorar delante de él. ― Todo lo que dice es mentira. Dime que sabes que es mentira. ― Se lo pensó unos segundos, pero cuando terminó, asintió levemente con la cabeza. Fue a hablar otra vez, pero Emma simplemente dijo. ― Dile a tu padre que venga. ― Con la voz rota. Necesitaba a su marido, Marcus jamás había visto a su madre tan vulnerable, pero sí que sabía lo que necesitaba cuando estaba así. Asintió, pero antes de irse, se acercó a ella y dejó un beso en su mejilla. ― La familia que de verdad te quiere te espera… Pero tómate tu tiempo. Te vamos a recibir igual tardes lo que tardes. ― Afirmó con cariño. Emma no le devolvió la mirada, probablemente por no terminar de romperse ante él. Esbozó una sonrisa leve y salió de allí, directo a buscar a su padre. Y a olvidarse de que había leído aquella maldita carta. 

 

ALICE

Niamh, como buena Hufflepuff que era, puso una sonrisa dulce ante el silencio que la marcha de Nora había dejado allí. — ¡Bueno! Pues supongo que ahora está en manos de Wendy. ¿Cuándo se lo vas a pedir? — Ciarán titubeó, parpadeó, miró alrededor, y finalmente les enfocó como pidiendo auxilio. — La verdad es que… iba tan… tan… agobiado por hablar con el señor O’Donnell q-que… — La mujer puso una mano en su hombro. — No pasa nada. Tú eres Hufflepuff como yo ¿verdad? — El chico asintió. — Pues entonces te gustará echar una mano, ¿o no? Venga, vamos a terminar la tarea de la tía Nora, te distraes, y ya se te ocurrirá cómo hacerlo, o si hacerlo, que igual te lo piensas mejor y mira… — Mientras se alejaban, con Niamh parloteando sin parar y los niños alrededor poniendo la oreja, Cillian suspiró y negó. — Hay que ver en las que me lías, mujer. Tenía que haberme negado. No se conocen casi. — Saoirse se encogió de hombros. — Te negaras o no, ese chico se lo iba a pedir igualmente, y tu hija va a contestar lo que quiera, mejor que sepa que les diste libertad y no que le pusiste problemas. — Y dicho eso, se largó y les dejó a los tres ahí. Alice se acercó al hombre y le tomó del brazo. — He de admitirte que cuando he empezado a oír el discurso y visto por dónde iba, he entrado en pánico. — Cillian rio un poco y asintió. — Y he pensado: por favor, un Ravenclaw en la sala. Pero luego lo he pensado mejor y, la verdad, a veces la opción más simple es la mejor: Saoirse tiene razón, Cillian. Wendy ya es mayorcita, y le alegrará saber que estás de su parte pase lo que pase. — Él suspiró y siguió montando las sillas, a lo que Darren y Alice se unieron. — Se me van, Alice. Hasta mi niñita crece. Patrick y Martha siempre fueron muy independientes, ¿sabes? Y dentro de su independencia, los tengo encima todo el día, ya ves, mis nietos alrededor, mi hija con la granja… Parecía lo natural que no me necesitaran. Pero Wendy siempre ha sido distinta, se parece mucho a su madre, es más… alegre, dispersa… Y hay algo que me encanta en el hecho de que me llame para arreglarle cualquier cosilla o traerle cosas para el pub. Supongo que me he asustado. — Darren hizo un sonidito adorable. — Awwww, pero qué bonito, señor O’Donnell. — Llámame Cillian, chico, o primo, como veas. Menuda entrada. — Uy, si yo te contara, las he hecho mejores… —

Y hablando de entradas, aterrizó por allá un grupo de comadres pueblerinas, armadas de comida, menaje y guirnaldas, que al verles más ociosos que al resto, se acercaron. — ¡Ay, Cillian! Mira, a ti te quería preguntar, ¿quién es el muchacho que ha ganado? El de fuera. — Por el gesto del primo, dedujo que no le hacía mucha gracia aquel grupo. — Es Dan, el marido de Shannon, la nieta de Rosie Lacey. — ¿Ves? Si ya se lo estaba yo diciendo a Tilly, que tenía que ser ella, porque se parece muchísimo, ¿verdad? Y a tu nuera, tienen la vena O’Connor ahí, pero ¡fíjate! No es pelirroja. — No, no es pelirroja. — Confirmó Cillian cada vez más irritado. — Y tú eres la novia del alquimista ¿verdad? — Preguntó otra mirándola a ella. — Qué va. — Contestó bien rápida Alice. — Yo me llamo Alice, soy alquimista, Y ADEMÁS, soy la pareja de Marcus, sí. — Las mujeres rieron incómodas. — Eso, hija, eso. Pero que no eres de aquí, digo. Eras… ¿francesa? — Alice es una O’Donnell-Lacey, como todos los de la casa, así que por supuesto que es de aquí, haya nacido donde haya nacido. ¿Querías algo más, Aubree? — Contestó, contundente, Cillian. — Nada, nada, si era la duda… ¡Uy! ¿Y tú quién eres, tesoro? — Y su cuñado entró de cabeza. — Darren Millestone, señora, para servirla. — Dijo estrechándole la mano. — Uy, qué mono… Pero ese Millestone no me suena. — Porque es un apellido muggle. — Ahhhhh. — Hicieron todas a la vez. — Pero yo sí soy mago. — Claaaaaaro, claro… ¿Y qué eres? ¿Amigo de los O’Donnell? — Es el novio de Lex. — Dijo Cillian, dejando caer una silla al lado del grupo. — Ahhhhh, de Lex… ¿Lex? — El otro nieto de Larry y Molly. — Las mujeres se miraron entre ellas y al final una dijo. — Claro, claro. Que es… como tu hija ¿no? — Efectivamente. — Contestó el hombre asintiendo con la cabeza y extendiendo los manteles de papel festivo con ayuda de Darren. — Los dos se dedican a los animales. Mi hija los cría y Darren los alimenta, ¿no es así, hijo? — Es así, primo. Hago chuches. ¿Tienen ustedes lechuzas? Si me las traen allí a casa O’Donnell les hago un estudio y les doy unas muestrecitas gratis, que siempre llevo. — Las mujeres estaban en máxima confusión, hasta que al final una dijo. — Ay, pues muchas gracias, hijo. Igual sí, fíjate. Pero ahora a ayudar con el banquete, venga, hasta más ver. — Mientras se alejaban, Cillian resopló. — Cotorras aburridas. La que han liado solo para confirmar su chisme. — Alice se cruzó de brazos, molesta. — Como ves, no hay nada perfecto, y los pueblos tienen esto. — Darren se encogió de un hombro. — A mí todo me viene bien, me da igual. Y con respuestas de un Slytherin con corazón Gryffindor justiciero siempre todo se lleva mejor, ¿a que sí? —

Y estaban ellos riendo y comentando, cuando se oyó una especie de marabunta neandertal que de fondo llevaba oooootro villancico. Obviamente, aquella marabunta eran los hombres jóvenes de la familia que llegaban al centro manteando a Dan mientras emitían unos alaridos que pretendían ser loas al ganador de la carrera. Por detrás llegaban las abuelas, que les faltaba ponerse a saltar de la excitación que traían, y a las que hacer ocupar sus asientos iba a ser una odisea, y entre aquel maremagnum, distinguió a su hermano, muy integrado con las solteras, y a Marcus, que venía un poco solito, así que se acercó a él y dijo. — ¿Todo bien? ¿Cómo estás de la garganta? — Tocó su frente y vio que la fiebre, si bien no había vuelto del todo, empezaba a asomar un poco la patita, pero podrían mantenerla a raya, esperaba. — Aquí ha pasado un poco de todo, ya sabes: pueblos. Paras un momento y pasan ochenta cosas. ¿Dónde está tu madre? —

 

MARCUS

Le había costado no solo localizar a su padre entre tanta gente, sino poder sacarle un momento del tumulto para hablar a solas. Eso sí, fue empezar a decir "mamá" y Arnold casi sale corriendo en busca de su amada sin dejarle acabar la frase siquiera. Probablemente ya se estuviera oliendo el percal, y Emma se le hubiera despistado en los últimos minutos (que, con semejante caos, no era difícil), así que no tuvo que dar demasiadas explicaciones. Ahora, la parte dos del periplo iba a ser encontrar a Alice en semejante maremágnum.

— ¿¿ESTE ES TU NIETO?? — Oyó chillar a una señora mayor que, en el tiempo que él tardó en girarse para ver si se refería a él, se le había echado prácticamente encima junto con otras tres. — ¡MÍRALO, IGUALITO QUE LARRY DE JOVEN! — ¡PERO QUÉ HERMOSO ESTE CHICO! — ¡AY MOLLY TU NIETO POR FAVOR SI HACE NADA QUE ERA TU ARNIE UN BEBÉ Y MIRA YA CÓMO PASA EL TIEMPO! — ¡PERO MIRA QUÉ RIZOS, QUÉ OJAZOS! — ¿TÚ ERES EL ALQUIMISTA, CARIÑO? — ¡MOLLY, YO EN VERDAD LE VEO UN AIRE A TU PADRE! — Estaba considerablemente azorado porque no le daba tiempo a responder a semejante bombardeo de halagos de señoras que tenían prácticamente tapada a su abuela, y ya era difícil, porque estaba hinchadísima de orgullo. Esa sí que atinaba a responder uno a uno a todos los elogios, la fuerza de la costumbre. Cometió, no obstante, el error de hablar. — Un placer, señoras. — ¡¡AY POR FAVOR, PERO QUÉ MONERÍA...!! — Había desencadenado un griterío enfervorecido que no se vio venir. Eso duró lo menos quince minutos.

Hubiera durado mucho más si no hubiera aparecido por allí su rescatadora, o más bien, una víctima nueva del poder de fan de las mujeres de pueblo. En concreto, se trataba de una chica joven, que justo pasaba por allí cerca, como él, con cara de estar buscando algo o a alguien, y una de las señoras del grupo tiró bruscamente de ella del brazo, diciendo. — ¡Y ESTA ES MI NIETA! — ¿¿¿TU NIETA??? ¡¿¿LA DE PATRICK??! — ¡AY POR FAVOR QUÉ COSA TAN BONITA! — Y se lanzaron encima de la chica, quien las vio llegar con una mezcla entre el pánico y la resignación. Marcus aprovechó para escabullirse antes de que intentaran hacer un rito casamentero con los dos nietos pródigos, que ya se estaba viendo el modus operandi del pueblo cual era.

Ya no sabía si era la fiebre despistándole y aturdiéndole, la conversación con su madre o el momento alabanza de las señoras, pero no paraba de dar vueltas erráticas buscando a Alice. De repente, un jaleo provocado por un montón de hombres jóvenes (de su familia la mayoría) manteando a Dan le hizo girar la cabeza en esa dirección, reír con la escena y, por fortuna para él, vislumbrar por fin a Alice entre la gente. Se acercaron el uno al otro y él tomó sus manos, sonriente, como si hubiera temido no verla más. — Bien. Llevo en el bolsillo una de las pociones de Betty para tomármela justo cuando ella me ha indicado, ni un minuto antes ni un minuto después. — Comentó con una sonrisa tranquilizadora, si bien Alice ya estaba tocando su frente e iba a notar que no estaba tan fría como cabría esperar en el clima helador irlandés. Rio levemente a su comentario pero, cuando preguntó, paseó los ojos por el entorno para asegurarse de que estaban "solos" (tendría que conformarse con que los de alrededor estuvieran a sus cosas), y se acercó un poco más confidencialmente a ella, pero discreto, que como les vieran contarse secretitos, alguien se les echaba encima a husmear, seguro. — Mi abuela Anastasia ha mandado una carta directa a mi madre en un tono... Ya te entraré en detalles, pero en resumen: la he quemado y he espantado a la lechuza. Mi madre estaba... regular. Pero ya ha ido mi padre con ella. Supongo que antes de la comida estará de vuelta. — Había sido bastante conciso con la explicación, pero no estaba el ambiente para explayarse mucho, ya tendrían momento de profundizar en el asunto. Tampoco es como que quisiera darle más protagonismo a una señora amargada que estaba a kilómetros de allí pudiendo ser felices con su familia, así que hizo un gesto con la cabeza, como quitándole importancia, y cambió el foco. — ¿Qué ha pasado por aquí? — Le dio un toque gracioso en la nariz con una sonrisilla. — Porque tienes carita Gallia de haber presenciado algo muy gracioso, o muy sorprendente, o muy "algo", y yo lo quiero saber. —

 

ALICE

Alice sonrió, orgullosa. — Ese es mi niño. Ahora hay que no pasarse con la comida y nada de alcohol, y mañana estarás como nuevo. — Pero Marcus claramente tenía algo que contarle, y en cuanto oyó las noticias, sintió la rabia dentro de ella.

Nueva York le había cambiado en muchos sentidos, y uno de ellos era que, habiéndose enfrentado a los Van Der Luyden, no pensaba tolerar ni una tontería de gente que era mucho menos peligrosa, todo fachada y mucha tontería, como los Horner. Emma estaba, contra todo pronóstico, feliz en Irlanda, y que tuviera que llegar esa maldita señora a arruinarles otro día familiar bonito, hacía que la llevaran los demonios. Pero no lo iba a permitir. No, Anastasia Horner no estaba allí, ni estaría nunca. — Has hecho bien. Perfecto, diría yo. Y no hace falta que me amplíes, no se merece ni un minuto más en este día de San Esteban. Cuando tu madre llegue, sigamos como si nada, porque eso es lo que es Anastasia en nuestra vida: nada. — Le apretó la mano como queriendo decirle: no dejes ni siquiera que te enfade. Que no tenga ese poder.

El cambio de tema le vino bien, porque se le escapó la risilla al recordar el momentazo. — Es posible que hoy asistas a una pedida de mano. El padre de la novia ha sido ya consultado y todo. Te dejo que adivines cuál va a ser la potencialmente feliz pareja. — Y luego se acordó del otro momentazo. — Y cuando nos estábamos recuperando del impacto, ¿sabes quién es Aubree Legan? Esa cotillona que tu abuela odia y que siempre anda con un grupo de cinco o seis. Pues se nos ha acercado con la excusa más mala de la historia para preguntar por Darren, y Cillian le ha dado una guantada sin mano magistral. Porque, por supuesto, de paso, había intentado colarle algo por ahí de Martha a su padre. Y Darren como siempre: “uy, a su servicio señora”, “tráiganme sus bichos que los alimento”. Un show. — Frankie, Lex, Nancy y los demás jóvenes les empezaron a hacer gestos para acudir y Alice se enganchó a su brazo. — Pero no les demos ni un minuto más, y vamos a atacar a ese banquete de San Esteban. —

La verdad es que era una idea preciosa aquella del banquete. Lo de ir a las mesas a elegir entre un montón de platos era un sistema un tanto caótico, y siempre había el que intentaba levitarlo hasta su sitio, te cambiabas de silla quinientas veces, y los únicos que seguían impertérritos eran Dan y Sophia, presidiendo junto al alcalde, su mujer, Shannon y Arnie, al que se lo iban pasando de brazos en brazos y que estaba encantado de estar allí en lugar predominante. También les daba oportunidad de acercarse un poco a los jóvenes del pueblo, que con tantos primos no habían tenido oportunidad de tratar mucho con ellos. Los O’Hara en especial eran muy divertidos, y amigos de sus primas. — Están obsesionados con las algas. — Reía Siobhán mientras se bebía una cerveza. — ¡Esta mujer! Escúchame, francesita, prueba la tosta de queso con algas. Está en la mesa de entrantes. — Decía Keegan O’Hara, el hermano mayor, que tenía la edad de Siobhán. Alice se rio. — Venga, aunque no me atrae mucho. — ¡Que las algas son deliciosas! Ya verás, y después un chupito de ginebra para pasarlo todo. — Y más se reía Siobhán. De hecho, Lex se miró con ella y asintió. Sí, muy juntitos estaban, y la prima se reía con él como no la había visto antes, pero nadie parecía hablar del asunto. Alice compartió la dicha tostada con Lex y Marcus y, efectivamente, estaba sorprendentemente buena. — Nunca se me habría ocurrido comerme algas de este aspecto. — Admitió. Una de las O’Hara asintió con evidencia. — Son nuestra especialidad. Las hacemos con patatas guisadas… — Guau, eso sí que no me lo esperaba. — Dijo con sorna Frankie, porque lo de las patatas era ya de risa, estaban en el ochenta por ciento de los platos del banquete. — Hacemos también cerveza, esa que Siobhán se está bebiendo, las hacemos rebozadas… — Todo light. — Aportó Darren con una risita. — ¿Light? — Todos se quedaron mirándole y él movió la mano en el aire. — No me hagáis caso, es una tontería incluso para los muggles. — ¡Ahora a ver quién se atreve a probar los pinchitos ruleta rusa de la abuela O’Hara! — Exclamó Ginny llegando con un plato lleno de canapés pinchados con palillos. — ¿Qué son? — Preguntó Frankie. La hermana de Keegan puso cara de pillina. — Pimientos rellenos de bechamel. Algunos llevan gambitas, otros carne picada y… algunos llevan alga de Goa. — Alice se echó para atrás. — Eso suena indio. Indio suena picante. — Los O’Hara rieron. — Sí señora, es un alga roja de La India, picante, pero rebajadita por la bechamel, da gustito. — A esto ya hemos jugado, y luego se llora. — Advirtió Lex. Pero aun así se hizo con uno, y Frankie también, no faltaba más. Wendy, que estaba sentada en el regazo de Ciarán, se meció en él mientras le acariciaba el pelo. — ¿Tú no quieres uno, guapo? — El chico tenía una extraña mezcla entre los ojos brillantes de ilusión y la actitud más nerviosa que le hubiera visto. — Es que tengo el estómago cerrado. Yo creo que ya en el postre… — Al novio de tu prima hay que enseñarle las algas, que seguro que en Connemara solo las quitan de la playa como si no valieran nada. — Le dijo Keegan picando a Siobhán y haciéndola reír de nuevo. Ahí había algo fijo. Ella se acurrucó contra Marcus y susurró. — ¿Alguna idea de quién va a hacer la pedida? — Pero justo entonces, Andrew se subió en una escoba y empezó a volar por el centro. — ¡TRES HURRAS POR EL PRIMO DAN! ¡PRIMER AMERICANO EN GANAR LA CARRERA! — Y todos empezaron a lanzar confeti y petardos con las varitas y aquello se convirtió en un pandemonio de comida y ruido. Como Irlanda en general.

 

MARCUS

— Pues tienes toda la razón. — Dijo muy digno, bien reforzado por su novia. Devolvió el apretón de su mano y alzó la barbilla, en ese gesto automático que le salía a Marcus por dignidad. — No es nuestro problema que no sepan lo que es querer a la familia. — Ya le quedó muy claro eso la última vez que estuvo en casa Horner. Solo lo sentía por Phillip y Andrómeda, que de seguro habían estado allí el día anterior y habían tenido que comerse la ira de Anastasia.

Lo siguiente le pilló desprevenido, tanto que miró a Alice y parpadeó. — Bueno, lo más esperable debería ser que fueran Andrew y Allison, pero dado que ya tienen hasta un bebé no le veo mucho sentido a pedir bendiciones al padre. — Dijo no sin un toque sarcástico. Pensó. De repente sintió un vacío en el estómago. — Dime que el pretendiente en cuestión es de Ballyknow. — Y no, no estaba acordándose del pobre chico de Connemara, que de hecho cumplía con el criterio, sino que estaba temiendo la enorme locura que podría suponer que la declaración viniera por parte de Frankie Junior a Nancy. Su novia, para aumentar su intriga, siguió narrando por otro camino. Soltó una carcajada. — Ya, a esa y a sus amigas las odia, pero no odia a todas las señoras mayores del pueblo. Casi me secuestran ellas y sus amigas para todo lo que me queda de estancia aquí. Me han intercambiado por otra de las nietas del grupo. Me pregunto si habrá conseguido liberarse o seguirá allí con ellas. — Miró hacia arriba, rememorando. — Que por cierto, me suena su cara. Creo que estaba en quinto de... ¿Hufflepuff? Cuando nos fuimos. Espero que la liberen antes de que se acaben las vacaciones de Navidad. — Se rio y se indignó a partes iguales con la historia que Alice le contaba, negando. — Bien hecho por el primo Cillian. Se las tiene que conocer de sobra. — Y no se quería imaginar lo que las habría sufrido en propia piel, que Cillian tenía un hijo fuera del matrimonio y se había casado sin la aprobación del padre de la susodicha. Desde luego, si alguien iba a saber lidiar con las cotillas, iba a ser él. 

Lo de esperar un banquete al estilo que Marcus hubiera imaginado (muy medieval, por supuesto), con puestos asignados y platos diferentes para según qué comida, claramente, no era lo que tenían allí. Había tal locura de localizaciones que perdió el asiento lo menos cuatro veces, así como el vaso de su bebida, y cuando echaba el ojo a una comida, en lo que se llenaba el plato con otra, había sido sustituida por un menú diferente, y se volvía loco buscando lo anterior, para al final no obtener ni de lo primero ni de lo segundo. Había hasta mesas repletas de postres, y él que todavía sentía que estaba con los entrantes. — ¿Lo de comer menos iba en serio? — Le dijo a Alice con carita de pena, una de las veces que se reunió con ella, porque en el maremágnum de gente también se perdían el uno al otro. — ¿Pero al menos puedo probar un poquito de cada? Honestamente, y no seré yo quien cuestione tu saber sanitario, pero no sé qué tiene que ver comer con la fiebre. Todavía lo del alcohol lo entiendo, pero... — ¡¡Primo Marcus!! ¿¿Me echas pollo?? No llego. — Pidió Rosie, apareciendo por allí. Sonrió ampliamente. — Claro que sí... — ¿¿Y a mí me echas de esas patatas?? — ¿¿Y eso que es?? — ¿Y yo puedo comer de eso o tiene espinas? — ¿Y...? — Estaba rodeado de niños de repente y ni siquiera los conocía a todos. — Vale, vale, vamos a organizarnos. ¿Quién busca una mesa para todos? — ¡YO! — Gritaron varios, que salieron corriendo y colonizaron una mesa en la que estaba sentado un señor mayor que abrió la boca para quejarse pero, seguidamente, viendo que era clara minoría ante semejante estampida, optó por levantarse y dejar su silla disponible. — Vamos a ir poniendo aquí varios platos y compartís. — Y claro, él perdió el suyo, pero es que ya tiraba la toalla con eso del orden.

Dispuso como siete platos variados por la mesa y estuvo un rato sentado con los niños, riendo, y en un momento determinado, sintió un beso en la mejilla. Al girarse vio que Emma le dedicaba una sonrisa leve y pasaba de largo, para ir a sentarse junto a su abuelo Lawrence, que charlaba animadamente con Frankie y otros dos señores del pueblo. El hombre le dedicó una cálida y amable sonrisa a su nuera, mientras Frankie y uno de los señores rápidamente la agasajaban con una cesta de pan y un plato de guiso, y allí se quedó, tranquila, simplemente dejándose querer y disfrutando de la conversación. — ¡Primo Marcus! — Lucius le sacó del ensimismamiento. — Vamos a jugar a algo mientras comemos. — Es que Alice me está esperando. Y yo no he comido. — Algunos intentaron regatearle, pero otros, ante el temor de que su primo cayera desfallecido por falta de alimento, le animaron a ir a buscar un plato propio. Les enseñó un juego rapidito y los dejó entretenidos, haciéndose con otro plato y otro vaso, rellenando ambos y sentándose junto a Alice y los O'Hara. — ¿Algas? ¿A qué saben? — Pruébalas. Es como darle un mordisco a la arena de la playa. — Espero que con otra textura. — Bromeó, y aparte de compartir la tosta con Alice (que estaba buenísima, por cierto) probó otros platos. La conversación siguió, pero Fergus llegó por allí y se puso a susurrarle al oído. — Chaval, el tío Dan está ligando que flipas. — ¿En serio? — Joder, y tanto. Tiene a todas las tipas del pueblo alrededor diciéndole cosas. Y la tía Shannon se ríe, yo flipo, tío. — Marcus se echó a reír también, y ambos miraban a Dan en la lejanía, siendo adorado por una corte de señoras como si fuera un dios. No estaba atendiendo a la conversación de fondo hasta que uno de los O'Hara le habló. — ¡Eh, Marcus! ¿Un pimiento? — ¡Grac...! — Espeeeeeeeera. — Parapetó Lex. Le miró con reproche. — ¿Tú lo de llevarte cosas a la boca sin preguntar no lo piensas cambiar nunca? — ¡Es un pimiento, Lex! Ni que fuera veneno. — Algunos son picantes. — Marcus miró con los ojos entrecerrados al chico que se los había ofrecido, que reía por lo bajo. — Los pienso probar. Pero cuando termine lo que tengo en el plato. — Eso suena a excusa barata para luego decir que no puedes más. — Le picaron.

Alice se acurrucó con él, por lo que dejó la conversación sobre pimientos y atendió, mirando al entorno. No le duró mucho la investigación, porque Andrew, en un alarde de hacer de las suyas, apareció subido en la escoba. — Espero que ese no. — Bromeó, aunque ya se lo estaba viendo haciendo piruetas con forma de corazón en el aire. Efectivamente, no fue el caso, aunque el jolgorio que le siguió duró un buen rato. Con los niveles de ruido un poco más controlados, volvió a mirar al entorno y, ya sí, su mirada se cruzó con la escena de Wendy y Ciarán. Dejó caer la mandíbula y miró lentamente a Alice con los ojos muy abiertos. — Dime que no. — Susurró. — Pero ¿le ha preguntado a la chica en cuestión primero? Porque en fin. Hasta hace dos días no veía yo a Wendy muy convencida. Y temo que en su cabeza solo estén tonteando. — ¡PRIS! — Cayó Sandy por allí, metiendo la cabeza entre ambos y pasando un brazo por el cuello de Alice y otro por el de Marcus. — Decidme que Ciarín se va a declarar a Wen. — Marcus y Alice se miraron, y luego a Sandy. — ¿Cómo sabes tú eso? — La chica soltó un ruidito de emoción al tiempo que les estrujaba sin miramientos. — ¡Lo sabía! ¡¡QUÉ SUPERFUERTE!! — Sandy. — Paró. — ¿Tú estás segura... de que Wendy...? — Ay, Marcus. Sin ánimo de ofender, a mí me cae genial y es muy buena chica, pero es muy pueblerina ella, ¡está deseando casarse! Y ese muchacho es SUUUUPERCUQUI, ya solo le hace falta no desmayarse pidiéndolo. ¡AY QUE YA MISMO TENEMOS BODA! — Bueno, bueno. — Paró él. — Me encantaría ser tan optimista, pero no sé yo... — Mira, yo me conformo con que no le ate el anillo a ningún bicho que pueda salir corriendo por ahí, que me lo veo venir ya. — No sería el primero, pensó Marcus, desesperanzado. — ¡AY QUÉ CHACHI! ¿Sabéis cuándo va a ser? ¿Cómo? ¡Tengo que ir a por la cámara! ¡Hay que estar preparados! ¡¡QUE NO VAYA A PASAR NADA SIN MÍ!! — Y salió corriendo. — ¡Pero Sandy! — Nada, la chica ya corría en dirección a la casa y había enganchado a Allison a su paso y la llevaba a rastras.

 

ALICE

Por supuesto, Marcus estuvo requerido por los niños un buen rato, porque no podía parar, a no ser que le ofrecieran una comida que no conocía y oliera cotilleo, en cuyo caso podía recuperarle. Se rio al ver la escena de los dos hermanos, y deseó tener a su hermano por allí también, pero estaba riéndose, divertidísimo con Maeve, Pod y los hermanos de ambos, así que no quiso perturbarle, ya había pasado demasiado tiempo rodeado de adultos en su vida.

Obviamente, en cuanto su novio decidió fijarse en el entorno, enseguida detectó a la pareja que podía dar la campanada aquel día. Alzó una ceja y se encogió de un hombro. — Yo diría que no, que, si se decide, pretende hacerlo hoy, pero ahora mismo no puedo apostar nada por el resultado. Al menos el padre no se ha negado, ya es un paso. — Pero si su novio se había percatado, alguien más lo había hecho, y Sandy no les dio ni medio segundo de reacción. Lo peor es que tenía razón, y allí estaban aplicando todos mucho la lógica, y Wendy no era nada lógica, más bien era puro corazón, así que… Pero, sabedora de que portaba noticias, la chica se les escapaba. — ¡Sandy! ¡Espera! — Le instó, tratando de no alzar mucho la voz. Ella la miró confusa. — Por favor, discreción, que está muerto de nervios. — Sandy contestó tan solo con unos aplausitos y una risita y salió corriendo en dirección a George y los abuelos con Allison de rehén. Alice suspiró… — Veremos… Si es que se decide el muchacho, porque ya vamos a pasar a los postres y el café… — Rio un poquito y dijo. — Aunque la tía ha dado en el clavo hasta con lo del bicho de pedida. Ayer le dijo a Siobhán que enterarse de cosas era su trabajo y mira, cierto es. —

En ese momento, aparecieron por allí Maeve, Dylan, Pod y los hermanos pequeños de este, portando unos platos tapados. — ¡Vamos a haceros un concurso nosotros! — Declaró su hermano. — ¿Ah, sí? ¿De qué? — De que adivinéis los postres. — Alice hizo una pedorreta. — Gana Marcus. — No, pero tú cocinas más. — Contestó Rosie hiperexcitada. — Y a ti te vamos a dar los fáciles, y a Marcus los difíciles, los más ela… elbro… — Elaborados. — Completó su hermano mayor. — Así vemos si gana el gusto o el conocimiento de cocina. Y si empatáis, se lo damos a Lex. — Ambos rieron. — ¿Y cuál es el premio? — Todos se miraron y al final Maeve, más resuelta, dijo. — Le hago un dibujo al ganador. — Alice le tendió la mano a todos, que intentaron estrechársela a la vez. — Venga, dicho y hecho. — ¡Esperad! Tenéis que escribirlos aquí ¿vale? Para no darle pistas al otro. — Dijo Pod, entregándoles papeles para que escribieran. Dylan y Seamus les ataron (de aquella manera) unas vendas en los ojos y empezaron la degustación.

En el fondo, entre el ruido, las risitas de los niños y las falsas pistas de los O’Hara, Lex, Darren y demás que estaban asistiendo, no se le estaba haciendo fácil la cata, cuando, de repente, el ruido se fue calmando y solo se oía un murmullo. — ¡Eh! Pasadme el pud… El último postre otra vez, que… — Hermana, hermana, calla un poco. — Susurró Dylan. — ¡Oye! No nos hagáis un concurso si no… — Pero recibió varios chistidos, así que se desató la venda, justo a tiempo para ver cómo, con un plato de gelatina de grosellas en la mano, Ciarán estaba de rodillas y Wen tenía un anillo entre los dedos. — Wendy O’Donnell, eres más bella que los bosques de la Isla Esmeralda y más dulce que la gelatina que tanto te gusta. Yo… Yo… — Carraspeó y trató de continuar el hilo. — Yo sé que es pronto, pero creo que cuando uno encuentra el amor no debe esperar. — Ay, por Eire, ¿alguien se esperaba esto? — Pues casi se traga el anillo con la gracia, menos mal que se ha dado cuenta. — Jojojooooo. — Se oían muchos murmullos pero eso último había sido de su tía. — ¿Esa es mi hermana? — Preguntó Martha, que parecía acabar de percatarse. — ¡WENDY! — La repentina subida de tono de Ciarán sorprendió a todos, y algunos hasta dieron un respingo. — ¿Quieres casarte conmigo? —

 

MARCUS

Resopló, pero se le escapó una risa, mirando a lo lejos a Ciarán y Wendy. — Lo que no pase aquí... Y anda que ha elegido un día discreto para hacerlo. Luego dirán que a mí me gusta el público. — Miró a Alice con carilla pilla. — Pero a ver, Alice, ahora sinceramente. Como mujer. — Alzó las palmas. — Lo de ayer estuvo bien. Lo de la canción, digo. ¡Venga, di que sí! El chico cantó una canción preciosa, y lo hizo muy bien, y todo eso de que su madre le había dicho que la reservara para la mujer de su vida. ¡Vamos! Esas cosas os tienen que gustar. Venga. Reconócelo. Se lo va a pedir hoy porque sabe que ayer la conquistó con eso. ¿A que sí? Es por eso. Va sobre seguro. ¿A que sí? Va, reconoce que sí. — Menos mal que vinieron los niños interrumpiendo, porque no pensaba parar hasta tener su respuesta.

Puso cara de felicidad automática ante la propuesta y se giró hacia los chicos, aplaudiendo. — Me gusta este concurso. — Miró a Alice con suficiencia y declaró. — Me gusta saber que voy a ganar de sobra. — Uuuuhhh. — Dijeron Maeve y Dylan al unísono. ¿Cuánto tiempo pasaron juntos en Ilvermorny? Era increíble la sintonía que habían logrado en tan poco tiempo. Aunque probablemente al chico ese poco tiempo se le hiciera eterno, como a ellos. Aunque puso cara de cómica indignación cuando dijeron que le darían a él los difíciles. — Ah, ¿esas tenemos? Yo os proporciono una mesa y alimento y así me lo pagáis. — ¡La comida la ha hecho mamá! — Saltó (literalmente) Seamus, riendo como un diablillo, y Marcus le sacó la lengua. — ¿Un dibujo de la vigente campeona del concurso de talentos? Definitivamente, tengo que ganar esto. — Maeve soltó una risita y se ruborizó al completo, y Dylan rodó los ojos exageradamente. Les dieron los papeles para las respuestas y les vendaron los ojos, y entre risas y muchas tonterías, empezaron a probar los postres.

Se veía bastante bien encaminado, los postres eran relativamente fáciles, aunque realmente ¿qué más daba quién ganara? Ese dibujo de Maeve lo tendrían en la casa de ambos, entre sus recuerdos, en un lugar de honor. Lo importante era lo bien que lo estaban pasando (y lo ricos que estaban los postres). Hubo un momento en el que él, masticando, escuchó a Alice casi decir qué era lo último y contuvo a duras penas la risa. — Uh, mi amor, gracias por la pist... — SSSHHH. — Recibió por parte de varias voces, lo cual le extrañó y le hizo darse cuenta de que, de repente, todo el mundo estaba muy callado. Se quitó la venda prácticamente al mismo tiempo que Alice, confuso, y sus ojos, como si lo supieran, se posaron de inmediato sobre el motivo de tanto silencio. La mandíbula se le cayó hasta el suelo, no atinaba ni a balbucear, solo a observar ojiplático la escena, tal y como estaban todos los presentes. Ciarán se estaba declarando a Wendy. Delante de absolutamente TODO Ballyknow y gran parte del extranjero.

Miró a Alice, atónito. — ¿¿Le ha metido el anillo en una gelatina?? — Susurró, sin dar crédito. Volvió a mirar la escena... y, automáticamente, miró a Alice de nuevo. — No me vayas a hacer nunca una cosa parecida. Que soy capaz de comérmelo. — Qué riesgo innecesario. Se sobresaltó porque apenas había fijado de nuevo la vista y el chico alzó la voz, y entonces, ahí vino, la pregunta. Los segundos que la chica tardó en reaccionar debieron hacérsele eternos a todos los presentes. — Sí. — Musitó entonces, como en trance, pero fue decirlo y pareció romper la burbuja en la que estaba. Puso una sonrisa de oreja a oreja y empezó a dar saltitos. — ¡Sí! ¡Sí, sí, sí, claro que sí! — Qué fuerte. — Oyó a Lex, que estaba también atónito, mientras veían a Wendy lanzarse al cuello de Ciarán, y al chico apenas poder reaccionar, emocionado, feliz y con las lágrimas saltadas, abrazándola con todas sus fuerzas. — Te quiero, Wendy O'Donnell. Te voy a hacer la mujer más feliz del mundo, te lo prometo. — ¡BODABODABODABODA! — Empezó a chillar Seamus, subiéndose a la mesa y saltando incontrolablemente. Rosie salió corriendo hacia Wendy, diciendo. — YO QUIERO SER NIÑA DE LAS FLORES. — Pero fue parapetada prácticamente en el aire por Ruairi, que estaba en su camino. Se había montado un jolgorio generalizado impresionante, con risas, llantos de emoción, gritos, vítores, felicitaciones y gente echándose encima de los recién prometidos. — Ay, por Dios. — Marcus se giró y vio a Nora abanicándose con virulencia. — Tía Nora, ¿estás bien? — Estoy, hijo, estoy. Estoy bien. — Decía mientras no dejaba de abanicarse. — Esta chiquilla... De verdad, qué cabeza... — ¡MAMÁ! — Apareció Ginny por allí, a zancadas, rebufando como una tetera. — Yo la mato. La mato de verdad. — Ginny, cariño. Tu prima tiene derecho a hacer su vida... — ¡Díselo a tu abanico, que lo vas a partir! — Se lo quitó. — Por Nuada, mamá, que estamos a tres grados fuera. ¡Que hace dos semanas ni le veía cuando pasaba por delante! ¿¿Cómo le va a decir ahora que sí a casarse?? ¿¿Pero esta niña ha perdido la cabeza o qué le pasa?? — Bueno. — Suspiró la mujer, mientras se tocaba el cuello de la blusa. Claramente echaba en falta el abanico. — Se le ve buen muchacho... — ¡Oh, sí, desde luego, un santo, porque para aguantar a semejante atolondrada hay que serlo! Mamá, que esto se le va a pasar como lo del capricho del kneazel. MIRA, SÍ, QUE SE CASEN, Y LE LIMPIE ÉL LA ALFOMBRA DE CAGARRUTAS DE... — ¡Bueno! — Apareció Cillian por allí, contento ,aunque con expresión un tanto en shock. — Parece que voy a ser padrino en breves, hermana. ¿No te alegras por mí? — Nora puso expresión condescendiente. — Cariño, te tiembla la voz. — Soy un padre emocionado. — Ay, Cillian. ¿Tú estás seguro de que... tu hija...? — No pudo escuchar más, porque Ginny, presa de la desesperación, tomó bruscamente a él de una mano y a Alice de otra y les arrastró a otra parte.

— Vamos a ver vamos a ver vamos a ver. — Respiró hondo de manera exagerada, cerrando los ojos, subiendo las manos y volviéndolas a bajar. — ¿Vosotros tenéis más datos que yo? Decidme que tenéis más datos que yo. — Marcus y Alice se miraron de reojo y, no sin cierto miedo a la reacción, negaron con la cabeza. Ginny se llevó las manos a la suya. — ¡Pero por Dios! Claro, con un hermano haciéndole hijos a miss Hogar Perfecto y la otra persiguiendo nubes de mosquitos y criando vacas. ¡Yo de verdad! — A ver, Gin. — Trató de calmar Marcus. Por encima del hombro de la chica, los prometidos seguían recibiendo oleadas de felicitaciones con muchísima pompa. Hasta había ido el alcalde hacia ellos, dándoles un ramo de flores con gran fanfarria. — Se les ve... felices... — ¿Sabéis si han follado al menos? — POR DIOS. — Se escandalizó. — ¿Cómo vamos a saber nosotros eso? — Le preguntaré a la americana. — Es muy íntimo. — Es Wendy. — Respondió la otra con burla. — El día que perdió la virginidad se enteraron hasta en Beauxbatons. — Marcus resopló. No dejaba de incomodarle hablar de las intimidades de la gente. — Por el amor de los siete dioses. ¡El mes pasado se refería a él como "ese chico tan majo de Connemara que viene con el carro de queso de cabra”! ¿Se va a casar con él porque ayer le dedicó una canción? ¿¿Es que no tiene cabeza nadie en esta familia?? — Hola, hermana separada al nacer. — Apareció Violet por allí, pasando un brazo por los hombros de Ginny. — Uuuuuh qué caras más largas. ¿Qué me he perdido? — La otra arqueó una ceja. — ¿Una pedida que es una auténtica locura? — Violet asintió lentamente. — Aham... Lo siento, voy a necesitar más datos. —

 

ALICE

Marcus se estaba inclinando peligrosamente hacia el desenlace perfecto, porque el (quizá un poco excesivo) romanticismo de Ciarán le había conquistado, aunque fuera un poco. Y, para no tan sorpresa de todos, Wendy dijo que sí, tras unos tensos segundos en los que varios se parapetaron por si había que consolar a Ciarán, pero no fue así, y el ambiente se llenó de felicitaciones y alegría colectiva. Ella se enganchó del brazo de su novio y susurró. — Tranquilo, mi amor, nadie que te conozca barajaría la posibilidad de poner nada que quieran que conserves en algo que te puedas comer. — Alice se encogió de un hombro y negó con la cabeza. — Lo mejor es que a nadie le extraña. Una boda siempre les viene bien, mira a sus sobrinos. — De hecho, Pod había abandonado completamente a sus nuevos amigos y estaba delante de Ciarán, estrechándole la mano mientras decía. — Desconozco el protocolo en estas circunstancias, pero creo que ya puedo llamarte tío sin temor, pues la tía Wendy te ha dicho que sí, y me hace muy feliz que mi bella dama encuentre un caballero como tú. — ¿Ves? Todo en su sitio. Es la magia del caos. — Comentó con sorna.

Bueno, todo todo, no. Nora estaba alteradísima, Cillian parecía inseguro a pesar de su fachada, no así Saoirse, que estaba llenando de besos alternativamente las mejillas de su hija y su futuro yerno, pero, sobre todo, la que se iba a alterar y mucho, iba a ser Ginny. Y tal y como lo vio ella, lo vieron los demás, porque llegó gritando desaforada, y Nora, con su habitual ritmo, trató de calmarla sin mucho éxito. No le hizo falta pedirle que se retiraran porque ya les secuestró ella misma, y se alegraba. — ¿Nosotros? Pero si acabamos de llegar, eres tú la que vive con ella. Sois como gemelas, Ginny, tú la tienes que conocer mejor, y sabes cómo es… — Su novio intentó suavizar y se llevó una de esas contestaciones que le escandalizaban y Alice solo pudo rodar los ojos. — Bueno, pues procuremos que no se expanda más. ¿Sabes si se conocían en Hogwarts? — ¿PUES NO HAS OÍDO QUE NO SE SABÍA NI EL NOMBRE? Si es que ella iba de grupo en grupo, siempre feliz, y así debería seguir, no comprometerse con el primer pringando que le canta una canción. — Alice levantó los brazos y se encogió de hombros. — Oye, la abuela se casó con el abuelo después de… ¿tres meses? Y ahí están. Quiero decir, cada pareja tiene sus tiempos y… — Vamos, que ahora me los vas a defender, señorita Siete Años. — Ahí le dio por reír, porque Ginny ofendida era un poco divertida, pero, por supuesto, tuvo que llegar su tía a meter las narices. — VIVI, TÍA. QUE SE CASA. QUE LE HA PEDIDO MATRIMONIO Y VA LA TONTA DEL BOTE Y LE DICE QUE SÍ. — Bramó Ginny. — ¿Al de Connemara? Pero si se conocen de hace nada ¿no? — ¡A ver! ¡Las dos! — Llamó Alice su atención. — Bajad la voz. Que no os oiga Wendy, por favor. — Cogió las manos de ambas. — Para bien o para mal, Wendy ha dicho que sí. Y si ha dicho que sí, es porque se quiere casar, nos parezca lo que nos parezca. Si se equivoca… — YO VOY A TENER QUE RECOGERLO TODO. — Completó Ginny. — Y si tú lo hicieras, ella lo haría por ti, y lo sabes. Deja el tiempo correr, quédate a su lado, y que no te perciba como una enemiga. — Tú no sabes cómo me hace sentir esto, tengo una rabia… — Lo sé porque mi prima hizo una cosa parecida. — ¡UH! ¡CALLA CALLA! Tú no sabes cómo era ese, ven que te cuento, primor, vente con la tata y con la hermana de la novia, que está un poco conmocionada y siendo atendida por el tribunal bollo. — Intervino su tía, llevándose a Ginny del brazo.

Quería comentar con Marcus, pero no le dio mucho tiempo, porque ya aparecieron por ahí Andrew, Ruairi y Frankie. — ¡QUE VIVAN LOS NOVIOS! — ¡VIVAN! — Go maire an lánúin! — ¡ESO MISMO! — Alice tuvo que aguantarse la risa. — Que no te oiga tu hermana, Andrew. — ¿Cuál de ellas? Porque las dos van a estar hooooooras quejándose, y mi madre estará con esos agobios suyos de que se rompe la familia, PERO NOSOTROS TENEMOS BOOOOOOODAAAAA. — Andrew había probado demasiado licor de espino, y diría que Ruairi también. — Qué bonita fue mi boda, cómo lo echo de menos, me casaría todos los días. Y cuando nacieron mis niños. También los tendría todos los días. — Ya sé yo lo que tú quieres todos los días, picarón… QUE VIVAN LOS NOVIOOOOS. —

Justo entonces, aparecieron Dylan y Maeve por ahí. — Hermana, ¿es verdad que va a haber una boda? Yo no me he traído nada de boda. — Alice rio y acarició su cabeza. — Eso parece, pero será dentro de un tiempo, hay mucho que organizar. — ¿Sí? ¿El qué? Si la fiesta y la comida ya están hechas. — Y ayer vino un cura. Y si no quieren al cura, está aquí mismo el alcalde. — Aportó Maeve, lo cual les hizo estallar de risa. — A ver, depende de cómo la quieras hacer. — Papá y mamá se casaron en casa de los abuelos, y la prima Jackie iba a casarse en Pascua y lo decidió una semana antes. — Suspiró y negó con la cabeza. — Claramente no te hemos dado un buen ejemplo de lo que es una boda. — A mí me haría ilusión verla, nunca he ido a ninguna, en los Lacey todo el mundo está ya casado, y los primos no parecen tener intención. — Afirmó adorablemente la chica. — ¡HAY QUE HACER UNA DESPEDIDA DE SOLTERA ANTES DE IRNOS! — Gritó por ahí Sandy. — ¿Qué es una despedida de soltera? — Preguntaron los dos a la vez. Alice se frotó los ojos. Lo de ser tutora era complicado sin duda, y más batallando con la herencia Gallia y el caos irlandés.

 

MARCUS

Los intentos de Alice, lejos de dar resultado, solo estaban enfadando más a Ginny. Puso una mueca y negó con la cabeza en dirección a su novia. Mejor no decir mucho más si no querían cobrar ellos, pero su novia Gallia parecía encontrar muy divertida la circunstancia porque se puso a reírse. Menos mal que recondujo bien y, finalmente, Violet se llevó a una muy indignada Ginny a otra parte. Ni tiempo le dio a comentar con su novia, porque apareció un trío digno de un cuadro por allí celebrando las buenas nuevas. Marcus suspiró, frotándose la frente. — Estas reacciones tan dispares dentro de una misma familia me tienen sin saber cómo debería reaccionar. — ¡Primo! — Se le echó Andrew encima, apoyándose bruscamente en su espalda y sus hombros, con una pinta que zozobró peligrosamente por encima de su ropa. — De una boda sale otra boda eeeeeehhh. — Pues lo dirás por ti, que eres el que tiene ya hasta un bebé en el mundo. — Como diría Fitzgerald, vivo en pecado. El padre Flanagan no lo dice para no perder del todo a quienes ya considera sus ovejas descarriadas, pero lo piensa. — Andrew se giró a su primo. — ¡Eh, Ruairi! ¿Les decimos a los curas que casen a Wendy y Ciáran? Renovamos la iglesia por fin. — Espero que estéis de broma. — Se espantó Marcus, zafándose de Andrew, pero dadas las respuestas en forma de risa neandertal que recibió, determinó que sí, que era broma.

La aparición de Dylan y Maeve al menos sí que le hizo reír. — Qué ganas de fiesta tenéis vosotros dos ¿no? — Vamos, que querían organizar la boda ya. — Si queréis matar a Ginny, idles con esas propuestas. — Qué va, colega. Ya con la que hemos liado en la carrera con el barro tengo suficiente, no quiero que me coja más manía. — Siguió riendo, y más rio con la pregunta a coro sobre la despedida de soltera. En lo que Alice se las ingeniaba para contestar, se le adelantó alguien. — Uuuuuhhh la despedida de soltero que le van a hacer a ese sí que va a ser para verla, con lo tiernito que está. — Darren se rio de su propio chiste y dio otro sorbo a lo que llevaba en el vaso, que tenía pinta de que ni él mismo sabía lo que era. Llevaba a Fergus enganchado en el hombro como cuando Elio se ponía en el de Marcus. — Este tío es legal. Me gusta. Me cae bien. — Gracias, majo. — Respondió el otro, y vuelta a reír. Fergus miró muy serio a Lex y a Darren. — Tenéis una casa en Nueva York ¿eh? Tenéis una familia allí. Para lo que sea. Y a mis colegas. Lo que sea lo que sea. Pienso hablar de tu negocio de chuches. Cuenta con contactos allí. — Me encantan las serpientillas. — Celebró Darren. Fergus sonrió orgulloso. — Claro que sí, tío. Serpientes Cornudas siempre. — Ya, creo que no... es la misma analogía, pero bueno. — Intentó reconducir Lex. Darren, un tanto tambaleante, se acercó a ellos. — Cuñadito. Cuñadita. — Saludó, pretendiendo seriedad. Marcus se asomó al vaso. — Te veo contento... — Gracias por traerme. — Siguió el otro. — Este sitio es PEEEEEEEEEEEEEERFECTO. O sea, me quiero venir a vivir aquí YA. Hay un montón de huffies, y hasta los que no son huffies parecen huffies; mi Lexito está aquí como DIOOOOOSSS EN LA TIERRA porque es jugador profesional y además le sienta divino el frío, está más fuertote. — Marcus miró de reojo a Alice, aguantándose la risa, pero Darren seguía. — Hay animalitos POR TODAS PARTES, o sea, ¿tú sabes que yo aquí me haría de oro? Pero de oro ¿eh? Que no aspiro yo a ser rico ni nada, pero podría dar chuches a TAAAAAAAAAANTOS animales y hacer feliz a TAAAAAAAAAANTA gente; y bueno bueno, me he enterado ya de cotilleos, UUUUUUUUHHH he oído más cotilleos hoy que en los siete años de Hogwarts, ¡y sin tener que aguantar a Ethan! — Se rio a carcajadas él solo de su comentario. — Una gymkana, un montón de comida, y encima, ¡hasta una pedida! ¡Y TODOS ACEPTAN A LA COMUNIDAD GAY! — Bramó, alzando el vaso y lanzando líquido por ahí, provocando que se giraran a mirarle. Marcus carraspeó ligeramente. — Ya... Sí, es una familia acogedora, pero... — ¡Aaaaaay bueeeeeeeeno a quién le impoooooooooortan las cotillas de pueblo! ¡Aquí me han aceptado todos como a uno más! ¡Y me preguntan cosas! ¡Y también están las dos lesbianas...! — SSSSHHHH. — Paró. — Que no es oficial. — Susurró. Darren le miró confuso. — ¿Lo de tu tía Erin y Violet no es oficial? — ¡Ah! Sí, eso sí. — ¡¡Pues eso!! Y YA SOLO QUEDAN LAS DE LA GRANJA. — ¡Darren! — Si es que sabía que se lo iba a acabar tirando por ahí y la iba a liar. Darren, muerto de risa, se apoyó en su hombro. — Cuñadito, estoy viviendo mi mejor vida ahora mismo. Y yo que creía que San Patricio era quien me había visto nacer, ¡¡que viva San Esteban!! — Y ya sí, se tuvo que reír fuertemente. Cuando paró, le dijo a Alice. — Creo que va siendo hora de que me tome la segunda poción de Betty, que falta me hace. — La agarró de la cintura y, aún con la risa de fondo, dijo. — Feliz San Esteban, mi amor. —

 

DYLAN

Irlanda era como la sala común de Hufflepuff, pero con gente adulta y mucho más numerosa. La música estaba altísima, había tanta comida que podrían alimentar al castillo entero, y todo el mundo parecía feliz. Como excesivamente feliz, pero ya había aprendido que eso era por el alcohol. Eso era lo que él recordaba de los Gallia y los Sorel, sobre todo en Navidad, pero había cambiado. No es que se hubiera aburrido, pero el ambiente en Saint-Tropez no había sido exactamente como ese, ni como el de sus recuerdos, y sentía a todos contentos de verle, y muy emocionados, pero quizá es que ninguno estaba preparado para celebrar después de todo lo que había pasado. Ninguno menos él, claro, que tenía más ganas de fiesta que nadie e Irlanda se lo estaba dando ampliamente. 

Gran parte de la alegría se la estaban dando los Parker-Lacey, porque lo mejor que había sacado de Estados Unidos era Maeve, y la echaba mucho de menos en Hogwarts. Ahora no paraban de hablar de que hiciera un intercambio y se viniera a Inglaterra, porque quería que conociera a Olive, a Lex, hasta a Talik, que a veces era gracioso y a lo mejor hasta se relajaba con el carácter tan dulce de la chica. Quería compartirlo todo con ella, y ahora que veía que familia no le faltaba y que no iba a estar para nada sola, ya se veía teniéndola de compañera en Hogwarts. 

Pero lo mejor de todo es que la hermana estaba mucho mejor, lo sintió según la vio en el andén de Londres, y lo notó aún más nada más llegar a Irlanda, y por eso se había permitido despendolarse y apuntarse incluso a la carrera del reyezuelo. A ver, preocupada, más que de costumbre, y eso ya era decir, pero no era una preocupación angustiosa si no más… de madre. Y luego no quería que la llamara así. Pero encontrarla así, y a todos sus O’Donnell tan contentos, le había dado la tranquilidad que necesitaba y ahora estaba disfrutando de aquel ambiente, que era muy suyo. Ojalá conservaran la casa porque pensaba plantarse más de una vez por allí en cuanto aprendiera a aparecerse. Y por lo visto iba a haber una boda, solo esperaba que no le pillara en Hogwarts, que si montaban aquello solo para el veintiséis de diciembre, qué no harían para una boda. 

Y estaba planificando ya sus siguientes movimientos, cuando le llegó una sensación… distinta. Era como… ¿nervios? ¿Vergüenza? ¿Expectación? Era raro y quería ver de qué venía, así que usando su habilidad para no hacer ruido (aunque no hubiera hecho mucha falta en aquel ambiente) se fue dirigiendo entre las mesas hasta que dio con una conversación que parecía que era de la que emanaba la sensación. — Es que en el fondo no sé ni qué iba a hacer. Porque yo no puedo pedirte matrimonio. — Ni falta que hace. No sé ni por qué estás tan rayada, Martha. — Era una de las O’Donnell, la de la granja, y su novia. — Ya, pero… Mira lo que nos dijo mi prima Erin. Y mira qué feliz va. Y Lex con su novio, si ya forma parte de la familia y todo. — Y yo también, ¿o me vas a decir ahora que soy una extraña en los O’Donnell? — Pero nunca te he dado tu sitio. Ni tu nombre. — Me llamo Cerys y no te he pedido nunca nada más, Martha, porque no lo necesito. — Pero eres mi pareja. Lo eres desde hace más años que los que Patrick lleva casado con Rosaline, y aun así… — Dylan estaba un poco confuso. Igual es que él se había precipitado, pero había asumido totalmente que Martha y Cerys eran pareja, pero parecía un tema peliagudo, porque ahí estaban debatiendo. A ver, tenían edad de tener algo serio, desde luego, y vivían juntas… Estas iban a ser como su hermana y el colega, dándole vueltas innecesarias a las cosas. — Martha. — Sintió de golpe el amor con el que Cerys había pronunciado ese nombre. — No necesitamos una pedida. Ni un nombre. Nos necesitamos la una a la otra. Ya tenemos nuestro amor y el de nuestra familia. — Pero a veces las cosas si no se dicen a tiempo, luego no se pueden decir. Mira, yo iba a decirlo hoy delante de toda la familia y al final… algo ha pasado y no va a poder ser, y sin embargo… ese chico de Connemara… — Ciarán. Apréndete el nombre que va a ser tu cuñado. — Pues Ciarán, se ha llevado lo que quería. A la chica que quiere que sea su mujer. — Cerys tomó la cara de la mujer con ternura y susurró. — Tú ya te la llevaste hace muchos años. Deja que tu hermana tenga su día con la familia, y si algún día quieres cantarme canciones ñoñas y demás… asegúrate de que no va a haber pedidas. — Y ambas se rieron. Bueno, parecía que todo bajo control al final, y había aprendido una emoción nueva.

Ya se iba a volver con la hermana, cuando sintió una corriente de alegría tan fuerte que tuvo que seguirla, claro. Esta fue fácil de identificar, porque el hermano de Nancy, el pelirrojo, estaba con su mujer, cuchicheando y agarrados de la mano. Solo tuvo que sentarse cerca para enterarse. — Hay mucho tiempo para contarlo. — Pero esta ocasión era buena, está todo el pueblo, así se enterarían todos de una. Y es un día tan alegre… — Pero la pobre Wendy ha tenido lo que ha querido toda la vida, no le quitemos el protagonismo. — El hombre apoyó la cabeza en el hombro de su mujer. — Pues casi se me escapa delante de Andrew. — Yo creo que hay sospechas. Tu abuela, que tiene muy buen ojo para eso, Dan, porque es médico y lo tenemos en casa… — Igual Shannon se dio cuenta el otro día de que no estabas borracha de verdad y que solo fingías beber. — Ambos se rieron. — No lo creo, la verdad. Ella sí que iba tela de borracha. — Él la rodeó con los brazos. — Sea como sea se van a alegrar. Y si es niña ni te cuento. — Va a ser niña, ya verás, tengo un presentimiento. — Y ambos acariciaron el vientre de la mujer. Uh, así que eso era lo que ponía tan contenta a la gente, ser padres. Si tanta alegría daba, tendría que probarlo algún día, cuando fuera viejo como ellos. 

Fuera como fuese, la alegría estaba en todas partes, y se alegraba de sentirla como si fueran los suyos. Quizá esa era la magia de Irlanda de la que hablaba tanto la abuela Molly, y a Dylan no le importaría sentirla más a menudo. Así que como buen Hufflepuff, guardó la información, se alegró por ambas parejas y se fue a celebrar la vida silenciosamente, como había hecho durante tantos años, con los suyos, regocijándose en que, al fin, todo había salido como tenía que salir.

Notes:

Pues cuando creíamos que todo había pasado, resulta que el día de San Esteban no era solo para la carrera y el banquete sino para las grandes noticias (buenas y no tan buenas, como esa carta de Anastasia) ¿Qué noticia os ha pillado más desprevenidos? Somos como Aubree y su grupo de cotillas, queremos saberlo todo, así que dejadnos un comentario bonito por aquí abajo ¿no?

A partir de hoy, Marcus y Alice vendrán cada tres semanas con toda su fuerza irlandesa! O provenzal, porque aún quedan muchas y muy diversas Navidades. Nos vemos de nuevo el 2 de octubre!

Chapter 68: Todas las criaturas grandes y pequeñas

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TODAS LAS CRIATURAS GRANDES Y PEQUEÑAS

(28 de diciembre de 2002)

 

ALICE

De alguna manera, había acabado con el augurey enfermo en el hombro, que no tenía ninguna dimensión del peligro que eso suponía para él, ya que, además, tenía al kneazle, Ginger, en sus rodillas, y tras cuatro días siendo mimado por Wendy, tenía más ganas de vacilar de las que serían recomendables con pájaros alrededor. Pero bueno, ella estaba mejor que otros.

Había bastante gente en una resaca conjunta interesante, varias parejas que habían aprovechado ese veintiocho de diciembre para huir del tumulto y estar juntos, y un poco de envidia sí le daban, pero Darren y Dylan estaban allí, y lo cierto es que al día siguiente se iban a La Provenza, y allí sí tendrían momentos para estar solos, y pasear por la playa sin tanto frío, que menuda helada había caído esa noche… Lo cual no había impedido a Nancy irse con Frankie a sabe Nuada dónde, con el frío que hacía, ni a Wendy ir a conocer a los padres de Ciarán, que así había acabado Ginger en su regazo, porque Ginny había puesto el grito en el cielo cuando le habían planteado cuidarlo. Arnold y Emma se habían quedado bastante estratégicamente retrasados en el desayuno, y al llegar a la granja de Ruairi, para asombro de todos, solo estaban la familia de este, los Parker y Dylan, así que podían dedicarse al tour y alimentación de las criaturas en cierta tranquilidad.

Pero nunca había mucha tranquilidad en una casa de Ballyknow, y Saoirse, Dylan y Maeve reclamaban a Marcus continuamente y, como Alice ya imaginaba, eventualmente, aparecieron por allí Pod, Rosie y Seamus con Rosaline, y más niños reclamando a Marcus. La madre se sentó a su lado en el murete donde se había encaramado y tuvo a bien cogerle al kneazle un rato. — ¿Qué haces aquí tan solita? ¿Y qué hace Ada igual que tú ahí enfrente? — Alice rio. — Tiene miedo de que Ginger ataque al huevo. Y no la culpo. El que no parece tener ningún miedo es Botines, me ha cogido cariño desde que le curé la maldición. No sé hasta qué punto es un mal presagio que no me deje en paz. — La mujer se rio como lo hacía ella, con la boca muy abierta y muy escandalosamente, lo que la hacía parecer aún más una madre irlandesa adorable. — Vamos, Alice, que ni los supersticiosos irlandeses pensamos ya que un augurey tenga culpa de nada. — Señaló a Dylan, que había agarrado al vuelo a Seamus para que no abriera la jaula de los escarbatos. — A tu hermano Irlanda le sienta como un guante. — Alice asintió. — Es su ambiente completamente, está acostumbrado al caos, y como siente las emociones y aquí hay tanta alegría… — ¡Ay sí! Es que todo son buenas noticias. No para de venir familia, ahora mi cuñada se casa… — Sí, bueno, ese había sido el tema más candente en las reuniones de desván.

Como Marcus había estado pachucho, habían montado en el desván una especie de cuartel general de los jóvenes de la familia allí, pero en cuanto Wendy desaparecía, el tema de conversación giraba en torno a ella. Pero bueno, también había habido competiciones de snaps explosivos, chocolatada con las abuelas y cuenta cuentos de historias irlandesas, así que Darren y Dylan se habían llevado una buena muestra. — ¡Marcus, no seas tonto, te lo pido, eh! ¡Que no pasa nada porque la niña se monte en el abraxan, que están cegados, no pueden salir volando! — Oyó bramar a Lex, que tendía los brazos a una Rosie que Marcus retenía en volandas. Rosaline volvió a reír. — ¡Déjala, cariño! Si se sube cada vez que viene… — Claramente aquel no era el ambiente de su novio, agobiado por todas las criaturas y sus potenciales peligros, ni el de Dan y Sophia, que trataban inútilmente de convencer a Niamh por otro lado de echar una serie de hechizos higienizadores que para ellos eran básicos.

 

MARCUS

Aguantó a lo justo lo que quedaba de día de San Esteban, y al día siguiente estaba absolutamente destruido. Su preciosa, maravillosa y perfecta familia, al verle, decidió hacer comuna de amor (que no le oyera Olympia) alrededor de él y pasar juntos prácticamente todo el día, lo que le llevó a emocionarse varias veces (Jason también se emocionó profusamente cuando descubrió por qué estaban todos allí, con tanto lloro iba a parecer que estaba moribundo) y, a pesar del mal estado de su cuerpo, disfrutar mucho del día. Puede que tuviera bastante que ver el hecho de que la gran mayoría de los presentes tenía una resaca de campeonato y los tres días de fiesta consecutiva estaban haciendo que sus cuerpos les pidieran piedad y descanso. Pero él prefería quedarse con la versión de los hechos relativa al hermanamiento entre todos y los cuidados que le dieron.

Ese día se encontraba ya mucho mejor, aunque cuando le dijeron que el plan era ir a la granja de Ruairi a estar con los animales, casi finge estar enfermo de nuevo. Él pensaba que iban a hacer un recorrido histórico por Ballyknow y a enseñar a Darren y Dylan la biblioteca de Molly, pero por lo visto eso ocurrió en algún punto del día de San Esteban y él se lo perdió. No disimuló su indignación de no ser llevado a la antiquísima y maravillosa biblioteca de Margaret Lacey en la que dio comienzo la historia de todas sus vidas. Pero suponía que aún no había recuperado suficientes fuerzas como para ponerse a discutir.

Cuando cruzó la puerta de la casa y vio que, EN LA CASA, estaba todo lleno de animales sueltos, casi se echa a llorar. De repente no tenía tantas ganas de estar con los niños, porque todos querían estar permanentemente con los animales, y él no era muy de eso. Pero estaba solo en ese barco, claramente, porque hasta su Elio estaba voleteando feliz por ahí. Si querías estar en presencia de animales manteniendo la distancia interpersonal entre vosotros, tenías que haberte quedado con la Condesa y Cordelia en la casa, se dijo a sí mismo. Al menos, dentro del aparente caos, las criaturas estaban bastante acostumbradas a la presencia humana y sus dueños lo tenían todo controlado, por lo que les hicieron un bonito recorrido por la granja que acabó resultándole bastante agradable.

— Venga, a ver quién ha estado más atento. — Empezó a decir a los niños, llevándose la quedada a su terreno: el del aprendizaje. — ¿Qué criatura tiene...? — Yo quiero subirme al abraxan. — Interrumpió Saoirse, mirando a Rosie con un mohín y los brazos cruzados. La niña le miró. — Primero los tienes que conocer, para que te cojan confianza. — ¿Y tú los conoces a todos o qué? — Sí. — Rosie no parecía verle el problema a la cuestión. Marcus hizo amago de reconducir, pero continuaron. — No te creo. — ¡Que sí! ¡Mira! — Y la pelirroja salió corriendo, y Marcus puso cara de pánico, y se levantó todo lo rápido que pudo, tropezando con todas sus extremidades. — ¡Rosie! ¡Rosie! ¡Un momento! — Y la cogió prácticamente en el aire. Para colmo, su hermano, que justo estaba al lado del inmensísimo caballo alado, empezó a meterse con él. — ¿Y si se cae? — Pero hasta su propia madre dio luz verde, así que, a regañadientes, dejó a la niña en brazos de Lex y este la colocó en el caballo. La cara de Rosie era de absoluta felicidad, pero ahora Saoirse estaba más molesta todavía. Dio una patada en el suelo y le miró con reproche y los puños cerrados. — ¡Yo también quiero! — Saoirse. — Shannon había aparecido por allí y su tono era implacable. — O lo pides por favor y con cariño y aceptas un no por respuesta si te lo dan, o no hay caprichos que valgan. — ¡No me he podido montar en todo el tiempo que llevo aquí! — Venga, venga, yo te ayudo. — Apareció Ruairi por allí, y con toda la ternura, tomó a la niña en brazos y se acercó al abraxan. — Pero son unos caballos muy sensibles, tienen que notar que eres de corazón noble. Puedes montarte con la prima Rosie, ¿a que a ti no te importa, Rosie? — La mencionada receló un poco, pero finalmente se echó un poco hacia delante. — Venga, te pones detrás de ella y te agarras bien ¿vale? Y vamos a dar un paseo. — Y eso hicieron.

Shannon suspiró. — Qué caprichosa. Yo no sé a quién ha salido. — Marcus se encogió de hombros. — Bueno, mira lo que ha dicho Ruairi, en el fondo es noble. — Shannon puso expresión circunstancial. — Podría serlo también en la superficie. — Le miró y le dedicó una cariñosa caricia en la frente. — ¿Tú estás mejor, cariño? — Totalmente recuperado. Las pociones de Betty son milagrosas. — Eso es verdad. ¡Uy, hablando de pociones milagrosas! ¡Darren! Cariño, ¿tendrías otra de esas...? — Y se fue. El reguero de niños no tardó en aparecer tras él. — ¿Cómo seguía la pregunta, Marcus? — Preguntó Pod con ilusión. Él no se acordaba ya ni a lo que estaban jugando.

 

ALICE

No solo Rosie se salió con la suya, si no que Saoirse también, y ahora tenían a un abraxan controlado solo por Ruairi por ahí con las dos niñas. La pesadilla de Marcus. Se acercó a él y lo condujo hacia donde estaba el resto de los Ravenclaw, mientras Pod decía. — A mí me gustan mucho tus preguntas. Yo habría preguntado cuál era la criatura más rápida, o cuál era la más vieja... Yo sabría contestarlas. La segunda al menos. — Lex también se les pegó, porque justamente volvía Darren. — Qué lujo es todo esto, Niamh, aquí me haría de oro. — Comentó el Hufflepuff. — Y me estimula la creatividad mucho más que mi barrio muggle, obviamente. Ya se me han ocurrido veinte chuches distintas. — La mujer rio. — Pues esta es tu casa siempre que quieras, ya ves que aquí tenemos sitio para todo el mundo. Donde caben dos, caben tres, más vale. — Y todos rieron, pero Dan se quedó mirando un poco intensamente a Niamh, como si estuviera deduciendo algo. — ¡Hermana! ¿Esa no es la tata? — Alice se giró, y entonces oyó unos gritos distintivos. — ¡CERYS! ¡PÁRALA! ¡AY, MI PELIRROJA! — ¿Qué pasa? — Todos salieron corriendo hacia el límite de la granja, donde se oía gritar a Vivi.

La imagen era para verla. Un bicornio (o bicornia, porque justo se fijó Alice en que llevaba un lacito) enorme estaba arrastrando a Erin por todo el camino que iba hacia la granja, y Ruairi por ahí con las niñas y el abraxan. — ¡NIAMH, CANTA! — Gritó Cerys a la desesperada, desde donde estaba. — In Dubliiiiiiiiiiiin's fair city/ Where the girls are so pretty/I first set my eyes on sweet Moooooooolly Maloooooooone! — Empezó a cantar Niamh a voz en grito. Alice se quitó de en medio y tiró de Marcus y Darren, porque no veía claro lo de cantarle a semejante bestia y se lo veía venir encima. Pero para su absoluto desconcierto, Cerys y Shannon se pusieron a corear la canción también, y, de repente, el bicornio se fue parando y acabó cayendo con todo su peso de cara, dormido como un tronco. — No me lo puedo creer. — ¿CÓMO LO HABÉIS HECHO? — Preguntó Lex alucinando. — Es condicionamiento clásico. Con los bicornios funciona muy bien, acordamos en la familia enseñarles a dormirse con Molly Malone, y así si se nos escapa o cuando hay que esquilarles los cuernos, pues simplemente les cantamos y ya. — Dijo Niamh tan contenta, con su sonrisa de siempre. — Ohhhh pobre Danjo, ¿qué le ha pasado? — Exclamó Lucius, apareciendo de repente. Alice aún se estaba recuperando del susto de ver al bicornio venir directo hacia ellos, aunque en general no se compartía su sensación, porque Arnie estaba muerto de risa en brazos de su madre.

Para su aún más grande sorpresa, Erin se levantó sonriente y llena de barro y ramitas en el pelo. — ¡Es increíble! ¡Le hemos dado tu potenciador de esencia, Darren! ¡Funciona genial! ¡ERES UN GENIO! — Exclamó la mujer, que estaba tan arriba que se acercó a Darren y le estampó un beso en la mejilla. — ¿Eso explica por qué te has rebozado y dejado arrastrar? — Preguntó Sophia preocupada. — No, eso es porque la tía se ha agarrado a la brida del bicornio con toda intención en cuanto le ha dado la chuche al animal. — Contestó su tía en el tono más ofendido que le había oído jamás usar con Erin, mientras le quitaba ramitas. — A ver… Vamos a revisar que no hay signos de contusión, prima. — Dijo Shannon, acercándose a comprobarlo, pero sin parar de reírse. — Ha sido lo más alucinante que he visto en Irlanda. — Gracias por la parte que le toca a mi gesta épica con el reyezuelo. — Se quejó Dan. — Pero ¿alguien puede explicarme la utilidad de esa chuche? — ¿Tú has visto el tamaño de ese bicornio? La única forma de hacerle ir a un sitio sin hechizarlo es darle una chuche que hace que se potencie su percepción de la esencia de la hembra, eso le hace ir a donde esté ella con mucha urgencia. — Los Ravenclaw parpadearon confusos. — ¿También ella es lesbiana? — Sonó la voz de su hermano de repente. — ¡Dylan! — No, Danjo es macho. Es que no creemos en los roles de género, como diría Siobhán. Eso y que nos pide que le pongamos el lazo, nos persigue hasta que se lo atamos. — Jadeó Cerys, que llegaba en ese momento. — Erin… Estás como una regadera, te lo digo de verdad. — ¡Mola muchísimo! ¡Ahora hay que probarlo con otro! —

 

MARCUS

Soltó aire por la boca y se dijo a sí mismo que las niñas estaban en buenas manos, porque ciertamente lo estaban, pero la frase de Pod le hizo derretirse. Le movió los rizos. — Ah ¿sí? ¿Y cuál es? — Pod señaló, feliz, uno de los árboles. — Ese flwooper de ahí. — Marcus aguzó la vista. En una de las ramas, había un pajarillo diminuto, más o menos del tamaño de su Elio, y realmente parecido, solo que no era una lechuza corriente sino una mágica. Tenía las antenas propias de su especie un poco caídas, como flores marchitas. En otros tiempos probablemente hubiera tenido un intenso color naranja chillón, pero ahora las plumas tiraban a un bonito amarillo, claramente descoloridas. Parecía dormido y su respiración era pesada. — Es de la prima Niahm. Se lo regalaron sus abuelos paternos cuando nació, para que tuviera contacto con las criaturas mágicas desde pequeña, porque su madre es muggle, pero su padre es mago. Así que tiene... — Pod pensó, levantando los ojos. — Treinta y ocho años. — Marcus abrió mucho los ojos, parpadeó y miró al animalillo. — Guau. — Es muy mayor hasta para su especie, pero es que aquí vive muy tranquilito. Aunque ya se le ve viejito... — Sí que se le veía viejito, y ya era un mérito que estuviera ahí dormido con tanto jaleo. — Pero es muy bonito que lleve con la prima desde que nació, ¿a que sí? — Marcus sonrió. — Sí que es bonito. — Se llama Mandarina. Se lo puso su madre. — Eso le hizo reír.

Lo que pasó después no habría podido narrárselo a nadie porque no supo muy bien qué pasó, pero, de repente, su tía Erin venía arrastrada por un bicornio, Cerys y Niahm estaban cantando la canción tradicional irlandesa de Molly Malone y Alice había tirado de él para apartarle del camino, y él de Pod al mismo tiempo, porque el chico se había quedado tan impactado con la escena como él. Vio con la boca abierta cómo, de repente, el enorme caballo de dos cuernos caía de bruces al suelo, profundamente dormido, y encima había explicación científica para ello. Y él que estaba aún que no podía ni hablar. — ¿Qué acaba de pasar? — Y entonces, le dieron un motivo a lo que acababa de pasar.

Miró incrédulo a Darren. — ¿Tú has provocado que se ponga así? — El chico, hasta ahora laureado por todo el entorno, se encogió de repente. — A ver. Les da energía... — Pero su tía estaba arribísima con ello, cuando Marcus solo veía riesgo de muerte por todas partes. Soltó aire por la nariz y se acercó a Darren, asistiendo a cómo Erin seguía saltando de alegría por haber sido arrastrada por un caballo gigante. — Sé que estás acostumbrado a la tranquilidad Slytherin y la racionalidad Ravenclaw en tu entorno próximo. — Acentuó la mirada. — Pero mi tía es Gryffindor. Y con los animales no filtra. ¿Cómo le das una cosa de esas? — Que conste que avisé de que era un producto en fase de prueba. — La cara de alucine de Marcus daba cuenta de que no lo estaba arreglando. — Pero se las ve contentas... — Hazle pruebas de peligrosidad a tus chuches antes de empezar a hacer negocio con ellas, anda. — El otro hizo una graciosa caída de ojos y añadió. — Pues que sepas que gracias a uno de los accidentes de mis chuches conocí a tu novia. — ¡Darren, va en serio! — ¡Que ya, que sí, jolín! —

— ¡Hola, familia! — Andrew entró por la puerta como si tal cosa, con Brando en brazos y un muchacho tras él al que no conocían, pero que tenía pinta de ser mayor de la edad que aparentaba. — ¡¡Connor!! — Celebró Ruairi, acercándose al chico y dándole un abrazo. — ¿Cuándo has llegado? ¡Cuánto tiempo! — He venido para pasar el fin de año. — ¿Has llegado hoy? ¿Te has perdido la Navidad? — Llegué ayer, en realidad. Muy liado de trabajo. Pero bueno, ya sabes que yo no soy muy de tumultos y eso... — Dijo con una risita tímida. Luego se fijó en la cantidad de presentes desconocido y, levemente ruborizado y con una sonrisa tensa, asintió cortésmente con la cabeza. — Iba a decir "mirad a quién os he traído", pero mi primo se me ha adelantado. ¡Connor Murray, señoras y señores! — Va, Andrew... — Susurró el otro por lo bajo, avergonzado. Niahm chistó, poniendo una mano en el hombro del chico. — Andrew, no seas así. Connor, qué alegría verte. — No quisiera causar molestia... — ¡Qué va! Ya sabes que esta casa es un no parar de gente. — Se giró hacia ellos. — Te presento a... — Y fue haciendo un barrido por todos ellos, parentesco incluido. El hombre, con la boina en las manos, asentía con cortesía, pero se le notaba la mirada más agobiada a medida que no dejaba de salir gente nueva y las conexiones familiares y sentimentales estaban cada vez menos claras.

— Me preguntaba si estorbábamos para comer. — Dijo Andrew con total naturalidad, depositando a Brando en el suelo junto a Arnie. Los bebés se abrazaron mutuamente, ignorando por completo a los adultos y disfrutando de su mundo particular. — ¡Claro! Lo dicho, donde caben dos... — Contestó Niahm, pero el tal Connor le miró con espanto. — Bueno, yo... Si solo nos hemos cruzado paseando. No quiero molestar. — ¡Jah! Paseando. A ver, ¿cuánto llevas paseando? — El otro se encogió de hombros, y Ruairi, para descuadre del susodicho, que chistó y retrocedió, le puso el dorso de la mano en la mejilla. — Estás congelado. Venga, que voy poniendo la olla a calentar... — El otro suspiró fuertemente, pero empezó a ver que no había forma de negarse.

— ¿Eres de aquí, Connor? — Preguntó dulcemente Shannon, por sacar conversación, ya que el chico no parecía muy hablador. Puso una sonrisa humilde y asintió, sin soltar la boina. — Soy de aquí, sí. Soy el hijo de Caoimhe Murray, la geóloga. Si sois familia de Lawrence O'Donnell, la conoceréis. — Bueno, nosotros es que venimos de América. Somos un poco nuevos. — Dijo con una risilla. Saorise, que ya se había bajado del abraxan, se colocó de un saltito delante de él. — Hola. — Dijo con su vocecilla. — Hola. — Respondió él, educado y sonriente pero tímido. — ¿Cómo se escribe "Kuiva"? — El hombre (y todos los presentes) rieron. Sí, la pronunciación de los nombres irlandeses era complicada, y la niña había oído un nombre raro y, viendo cómo se movían por allí, quería contrastar. — C-A-O-I-M-H-E. — ¿Es tu madre o tu padre? — Saoirse. — Llamó Dan la atención, pero el otro reía. — Mi madre. Caoimhe es nombre de mujer. — Es raro. Mi nombre donde vivo también es un poco raro. — El chico reía, pero con tanta timidez que Marcus empezó a pensar que se le iba a acabar la cuerda rápido. Tenía experiencia con tímidos. — Hola de nuevo. Perdona, mi abuelo es Lawrence O'Donnell. ¿Tu madre es Caoimhe Murray? Sí que me suena que me haya hablado de ella, por el uso de las piedras. — Miró a Alice. — Nosotros también somos alquimistas. — Y al hombre, de repente, se le iluminaron los ojos. — ¿Y... Lawrence sigue...? — Sí, sigue en activo. — Dijo contento, y el otro puso inmediata expresión relajada. Probablemente su pregunta era si seguía vivo, pero evidentemente, una cosa implicaba la otra. — ¡Qué bien! Yo... Me interesa la alquimia. Bueno, mis conocimientos se limitan a la asignatura que di en el colegio, pero he trabajado con alquimistas. Le dais un uso increíble a la piedra, sacáis cosas que parecían invisibles a los ojos... — Bueeeeeno bueno, Ravenclaws hablando entre sí. — Ruairi apareció con un enorme plato de guiso y lo plantó en la mesa. — Siéntese usted. — De verdad que no... — Nos conocimos el primer día en la ceremonia de selección. — Clamó Ruairi de repente, mirándoles. — Se subió al taburete del sombrero temblando, y cuando dijo "Ravenclaw", se quedó allí, y se puso a llorar. No porque no quisiera Ravenclaw, sino porque "estaba todo el mundo mirándole". Como ahora. — El tal Connor le miraba mal. — O te sientas a comer, o sigo provocando que seas el centro de atención. — El otro alzó las palmas y se sentó. Ruairi puso sonrisa complacida y, antes de volver a la cocina, dijo. — Marchando el resto de los platos para los demás invitados, así que id sentándoos. —

 

ALICE

Alice entornó los ojos y miró a Darren. — La culpa es del señor Kowalsky por perdonarnos aquel castigo. Ni Ethan dejó de meterse en las camas que no debía, ni yo de experimentar al borde de la ley, ni tú empezaste a hacer chuches más seguras. — Su cuñado, por supuesto, se rio. — Ay, Galita, pero ¿y lo bien que nos ha ido después? — Marcus, su tía, y los sanitarios de la familia no estaban muy de acuerdo. — Simplemente no se los des a probar a los Gryffindor. — Señaló Alice. — Se lo he dado de probar al bicornio, no me lo he comido yo, pobre Danjo. — Refunfuñó la aludida, dando un abrazo al bicho. — Tu tía está como una niña chica aquí en Irlanda. — Susurró a su novio. — Aunque eso se puede decir de la mía en casi todas partes, así que supongo que todo bien. —

Por supuesto, llegó también Andrew, con el bebé y una persona más que Alice no conocía. Era un no parar lo de ese pueblo. Por lo visto era muy buen amigo de los primos, pero le recordaba a Erin justamente cuando veía lo que ella consideraba un tumulto de personas. Sonrió y saludó desde la distancia, para darle espacio al chaval. Espacio que ni Ruairi ni Andrew le daban. — ¿Dónde te has dejado a Allison? — El chico arrugó la cara y levantó las manos. — Mi madre y ella nos han echado, dicen que la casa estaba hecha un pantanal después de todas las fiestas y que solo estorbábamos. Ya ves, no sé qué han hecho con los demás, pero ya que Brando se ha echado un amigo, pues me he dejado caer por aquí, y tengo un radar para detectar a Connor y a mi prima Nancy, cuando se perdían, me llamaban a mí. — Pero ya especificó el nuevo que es que estaba paseando, aunque, en su experiencia, era inútil intentar disuadir a un Hufflepuff de un talento que firmemente cree tener.

La verdad es que agradeció entrar, porque hacía bastante frío, y también agradeció que la niña preguntara lo que ella, por cortesía, no iba a preguntar, pero no pudo evitar que se le abrieran mucho los ojos al oír la grafía. — Tú y yo vimos ese nombre en el libro aquel, ¿te acuerdas? — Le dijo a Marcus. — Aquel día en el patio sur, que dijiste que si hubiera sido niña tu abuela querría llamarte así. — Por lo visto, les habían asignado al tímido de la sala, porque le gustaba hablar de Lawrence y de alquimia, así que asumió su papel y se inclinó junto a Marcus para hablar con el hombre. Caray, sí que es guapo, pensó al verlo de cerca, pero ya se centró en la conversación. — Nos estamos preparando el examen de Hielo aquí, porque acabamos de sacar Piedra. La verdad es que todo esto es tremendamente inspirador. — Añadió. Pero Ruairi estaba en otras. La historia era adorable y le hizo mirar a ambos. — No puedo ni imaginaros tan pequeñitos, qué adorables. Marcus también estaba de los nervios, yo iba más a mi aire, estaba como muy segura de que iba a ser Ravenclaw, y si no, Hufflepuff como mi madre, así que… —

Y estaban entre risas y recuerdos, cuando la puerta se volvió a abrir. — Holaaaaa, venimos de Connemara. — Era la voz de la abuela Molly. — ¿Pero a qué habéis ido vosotros a Connemara? — Preguntó Shannon a sus padres, que también llegaban. — A comprar queso. — Contestó Maeve tranquilamente. — A espiar a Wendy y Ciarán, ¿a que sí? — Dijo Alice con tono de obviedad. Molly se llevó una mano al pecho. — Encima que os traemos queso, membrillo, anchoas y salazones de Connemara e íbamos a proponer un aperitivo, una tiene que aguantar… — ¡PERO CONNOR, MUCHACHO! — Hola, Lawrence. — Contestó el hombre, claramente abrumado. — ¿Ya has conocido a mis alumnos? Este chico es un experto en piedras mágicas, un fuera de serie, igual que su madre, pero no hay quien le pille de congreso en congreso. Tenéis que contarle lo de Nancy. — ¿Qué de Nancy? — Preguntó confuso. Marcus y Alice se miraron con cara de circunstancias. — ¿Este de quién es? — Dijo Frankie en un tono que él creería que era bajito, mientras Molly no paraba de sacar cosas de las bolsas a golpe de varita. — El de Caoimhe, la geóloga. — ¡Ah! ¡La del niño solo! — Creo que soy ese niño. — Señaló Connor. — ¡Perdona, hijo! Cuando me fui de aquí, tu madre era más joven que tú ahora ¿sabes? Vamos, debía tener la edad de Alice… — ¿Hay comida para todos, mamá? — Preguntó Shannon preocupada. — ¿Y dónde está mi hija mayor? — De risas en el salón con Dylan y Vivi, déjala, que está entretenida, están haciendo un juego. — ¿Y la…? — ¡¡¡¡¡MI HUEVOOOOO!!!! ¡RUAIRI EL HUEVO ESTÁ VIBRANDO! — Y se levantaron todos en tropel a buscar a Ada, pero Ruairi, como si fuera un gigante, levantó los brazos. — ¡QUE NADIE SE ACERQUE! ¡TIENE QUE VER A ADA PRIMERO! ¡NO OS ACERQUÉIS! ¡QUE ALGUIEN AGARRE A SAOIRSE! — Alice suspiró y miró a Connor. — Debes de estar flipando. — ¿Quién yo? Ruairi es mi mejor amigo de toda la vida, he vivido esto cieeeeentos de veces. La familia ya era enorme y ruidosa antes de que llegarais los de fuera. —

 

MARCUS

Marcus rio. — ¡Es verdad! — Respondió divertido a Alice, discretamente para que el muchacho nuevo, que estaba en diatriba sobre si comer allí o no, no les escuchara debatir sobre el nombre de su madre. — Era uno de los nombres elegido por mi abuela si tenía una nieta, efectivamente. Cuando me dijo que se pronunciaba "Kuiva" pensé que se lo estaba inventando para tomarnos el pelo, pero nunca fui lo suficientemente valiente como para decírselo. Y claramente hice bien, porque sí que se pronuncia así. — Como Arnold se limitaba a decir que para qué discutirlo si igualmente solo tenían varones y Emma ponía su impertérrita cara de estar dándote la oportunidad de no estar vacilándola, no había tenido forma de comprobar hasta el momento si era un nombre común en Irlanda o no.

Miró a Alice con adoración y una sonrisa radiante, tomando su mano. — Nos conocimos en las barcas. — Otra vez la historia que nunca han contado a nadie. — Bromeó Violet, que claramente ya se había recuperado del susto que le había dado su novia. — Y sí, ella estaba muy segura de que entraría en Ravenclaw, su madre también lo estaba. Yo estuve muy seguro hasta las barcas, que me entró el pánico de última hora al verme allí solito. — El pobre temía entrar en Gryffindor, era tan probable. — Bromeó Lex, haciendo a Darren reír a carcajadas, y a los demás reír también aunque con más discreción. — Qué chistoso. Sé de uno que quería que le pusieran una casa especial para él en los terrenos. — Erin contuvo una exclamación alegre como si llevara toda la vida deseando la confirmación de que eso se podía hacer y aún tuviera opción de probarlo, pero Lex se encogió de hombros. — Total, para lo que hago en las mazmorras... — Si queréis saber cómo era este de pequeño. — Empezó Andrew, señalando con el pulgar a Ruairi. — Solo tenéis que imaginaros algo así como un puffskein pelirrojo y pecoso con hormigas por todas partes. — El aludido fue a responder, pero la carcajada de Niahm hizo que la mirara indignado. — Perdona, mi amor. Es que ha sido una definición muy acertada. — Y, teniendo en cuenta que el tal Connor estaba escondiendo la sonrisilla detrás de la cuchara, parecía que sí que era acertada.

Aparecieron los abuelos por allí, y Marcus enseguida se creyó la excusa. — ¡Queso! — Dijo ilusionado, prácticamente metiendo la cabeza en la bolsa. Elio fue tras él a hacer lo mismo. La sacó para mirar a su novia con una ceja arqueada por su planteamiento, girando después la mirada a los mayores. El silencio culpable le hizo chistar. — Eso está muy feo. — Y, dejada clara su postura, volvió a husmear en la bolsa de queso. Había sacado un pedacito de membrillo y estaba poniendo su mejor expresión de nieto adorable para pedirle permiso a su abuela para probarlo cuando Lawrence les mencionó junto con Nancy... y el cerebro de Marcus parecía haber anulado por completo la información, porque ni sabía a lo que se refería. Pero Alice le miró, y Marcus supo que esa mirada significaba algo, pero era como si su cabeza hubiera considerado que no era el momento de sacarlo a relucir. — Estamos investigando mucho de cara a la licencia. Nancy es un pozo sin fondo de sabiduría. — Contestó con normalidad, dicho lo cual se llevó el membrillo a la boca.

Casi se atraganta por el grito que soltó Ada. Abrió mucho los ojos. Oh, por Nuada, el huevo eclosionando. Allí, con tantísima gente. Ruairi se lanzó a prevenir que todos fueran en tropel, cosa que, de haber sido todos como Marcus o el tal Connor, no hubiera hecho falta, porque no habían movido un solo músculo de su sitio. No como su tía Erin, que antes de que acabara la frase ya estaba allí con un montón de toallas que a saber de dónde había sacado. — ¿Pero esto es como un parto normal? — Preguntó Dan con voz aterrada, pero Cerys le tranquilizó. — Es para prevenir un choque térmico. Los pájaros nacen desplumados y hace mucho frío. — Vio que el hombre respiraba aliviado. Marcus es que prefería no saber ni de lo que estaban hablando, por el bien de su salud mental.

— Ay. Ay si lo llego a saber. Ay, por Dios. — Darren rebuscaba en su bolsa, tan caóticamente que estaba regando chuches por todas partes, al borde de las lágrimas. — Tranquilo, Darren. Ya ha ido Niahm a la despensa. — ¡Pero yo tengo chuches especiales para recién nacidos! ¿Cuánto tiempo tenía ese huevo? ¿Y si es prematuro? Ay, por Dios, ¿me dará tiempo a ir a Londres y volver? — ¡Tengo la jeringuilla! — Apareció Niahm por allí, y en lo que la mujer corría hacia el pájaro, Lex intentaba consolar a Darren con que ya estaba todo bajo control. Ada puso cara de absoluto pánico. — ¿¿¿LE VAS A PINCHAR??? — Nooo cariño, es una jeringuilla de líquido. Para dárselo en el piquito y que pueda beber, que es muy pequeño. — La niña asintió, pero se retorcía las manos y miraba el huevo, preocupada. Ruairi le frotó los hombros. — ¡Qué emocionante! Vas a ser su mamá. — ¿Y si es muy pronto? ¿Y si al salir se cae o se clava una cáscara? — Tranquila, va a salir todo bien, y nosotros estamos aquí, ya verás. — ¿¿Qué pasa?? — Llegaron Maeve y Dylan, con los ojos como platos. Marcus parapetó para que se quedaran con los demás. Parecían una trinchera, mirando todos en la distancia a Ada y el huevo en primer plano, y a Niahm y Ruairi un poco más retirados. — ¡El huevo se va a abrir! — Clamó Lucius, contento. — ¡Qué emocionante! — Exclamó Molly. — ¿¿Veis?? ¡Y por eso hay que venir más a Irlanda! Estas cosas solo pasan aquí. — ¡Vuevo! — Clamó Arnie, señalando en la distancia a su hermana. Shannon junto las manos. — Oooh mi niño. ¿Has dicho huevo, tú? ¿Tú quieres un huevito también? — Emmm. — Dan en pánico otra vez. Shannon chistó. — Es una forma de hablar. Le damos uno de chocolate mismo. —

— ¡Ya viene! — Gritó Ada, y todos mantuvieron la respiración. El cascarón pasó unos eternos segundos resquebrajándose y moviéndose, y ahogaron una exclamación cuando vieron el piquito partir la cáscara. Lentamente, una cabecilla pelona de enormes ojos saltones apareció en la hendidura. Ada puso las manos en cuenco cerca del huevo con timidez y, haciéndose paso entre el cascarón, el polluelo dio un torpe saltito hacia estas. — ¡Es un diricawl! — Clamó emocionada, con el pajarillo temblón recogido en sus manos y los ojos llenos de lágrimas. Todos aplaudieron contentos. — Vamos, lo que me hubiera faltado es que hubiera salido un ashwinder. — Bromeó Vivi, haciéndoles reír, pero Erin la miró muy seria. — Los huevos de ashwinder no son... — Ya, pelirroja, ya. —

 

ALICE

Fuera o no como un parto normal, el ambiente que se había generado en la planta de abajo de la granja era ese sin duda, pero, afortunadamente, estaban en compañía de expertos en criaturas. — He mandado un patronus a mi cuñada, enseguida estará aquí. — Anunció Rosaline. Alice parpadeó. — ¿Lo considerabas necesario? — La mujer la miró con evidencia. — Pues claro, si Martha se llega a perder un nacimiento que hemos visto todos se molestaría muchísimo. — Sí, pues la pedida de su hermana le pilló de nuevas… dijo Alice para sus adentros.

Darren y Niamh, por distintos motivos, estaban generando bastante caos a su alrededor, y no recordaba haber visto a su cuñado ponerse en esos términos jamás. — O sea, cuando metieron estornudo del diablo a riesgo de que yo o cualquiera nos drogáramos sin querer entre las plantas de Herbología no entraste en pánico, y ahora sí. — ¡Ay, Gal! Supéralo ya, no te fue tan mal… — ¿Qué has dicho, Alice? — Preguntó la voz grave del abuelo tras de ella. — Nada, cosas del grupo de Herbología, y de tu nieto político, que no le había visto así en la vida. — El abuelo rio un poco. — Bueno, es normal, es un nacimiento. — Alice bajó la voz y dijo. — De un diricawl. Otro, quiero decir. — Lawrence rodeó sus hombros. — Aprendiz Gallia, ese nacimiento es lo único que como alquimistas nunca vamos a poder lograr. La alquimia de vida. Es un corazón que está empezando a latir y unos pulmones que empiezan a respirar el aire de esta tierra por primera vez. Un cachito de Irlanda que adorará a los Parker, y que se llevarán para que viva y le cuiden cuanto dure. Una amalgama de células y química que somos incapaces de replicar. Como tú. Como mi nieto. Como mi hermano y sus bisnietos, pasando por todos los de en medio. — Alice tragó saliva y los ojos se le inundaron. — Jolín, maestro. — Él señaló a la abuela, que aprovechaba para hacer su publicidad habitual de su tierra. — Si en el fondo mi mujer tiene razón. Hay que ablandar el corazón y sentir un poquito más Irlanda. — Y aprovechó, le miró y dijo. — Dale un poco de ese corazón ablandado a tu nieto. Que casi no habéis hablado estas fiestas y… Bueno, no hace falta que yo te diga lo que ya te repite mucho la abuela. Solo quiere aprender y tú eres su maestro… así que enséñale. Dale tus recursos. — Lawrence asintió, mientras miraba ausente, de hito en hito, al corrillo del huevo y a Marcus.

Cuando vio la feísima cara del diricawl, sintió que se emocionaba aún más, y la reacción de Ada les tomó a todos desprevenidos, había lágrimas y suspiros por todas partes. Dylan llegó a su lado y la abrazó. — ¿Cuando yo nací fue así también? — Alice acarició sus rizos y se dio cuenta de que es que su hermano nunca había tenido bebés como tal cerca (hasta su búho les llegó gigante), y todo aquello le debía parecer una tremenda novedad. — No lo sé, si te soy sincera. Yo estaba en Francia cuando tú naciste, mi vida, y te conocí ya con más de un mes. — Se acercó a él y susurró. — Pero tú eras infinitamente más bonito. Con un pelito tan rubio que era casi blanco, y una carita que brillaba como el sol, eras absolutamente adorable. — Y dejó un beso en su frente.

Martha entró de golpe por la puerta. — ¿Me lo he perdido? — Un poco. — Le dijo Cerys, melosa, acariciando su espalda, mientras señalaba el momento en el que Ada ponía sus manitas temblorosas en cuenco y recogía al pacífico pollito que se enrollaba sobre sí mismo, mirándola con adoración y piando. — ¡Qué bonito, Ada! Está sanísimo. — Exclamó la mujer, abriéndose paso hacia él, mientras Niamh le daba agua con la jeringuilla, y Ruairi y Erin envolvían al pollo en una toalla. Ada lloraba de alegría y Shannon ya no podía más con la emoción. — ¿Cómo lo vas a llamar, mi vida? — La niña parpadeó, confusa. — ¿Sabemos si es macho o hembra? — Ruairi suspiró. — Es demasiado pequeñito para saberlo. — Entonces tiene que ser un nombre neutro… — Connor lo es. — Dijo el portador del nombre. Su amigo rio y le miró. — Vaya, no quisiste que se lo pusiéramos a uno de los gemelos, ¿y ahora al pollo sí? — El hombre levantó las manos con su expresión pacífica. — Solo he dicho que Connor es neutro. — ¡Tía Molly! — Llamó la niña. — Dime, tesoro. — ¿Cómo se dice azul en gaélico? — La mujer se llevó las manos a la boca y dio saltitos de alegría. — ¡GORM! ¡SE DICE GORM! ¿LE VAS A PONER GORM? — Quería ponerle uno de los nombres de los dioses de los que habla Nancy, pero no sé si es chico o chica, ni su personalidad. Sé que va a ser azul, y que ha nacido en Irlanda así que… Gorm. — Shannon y Dan se miraron y luego rodearon a Ada. — ¿No va a ser un poquito difícil de pronunciar? — Eso te dije yo de Saoirse y aquí estamos… — Reprochó Dan. — Pues nada, Gorm será. — Remató la madre.

Niamh entonces se echó a llorar profusamente. Y Ruairi la abrazó, dejándolos a todos un poco confusos. — ¿Llora porque Mandarina igual se muere pronto y Ada se ha llevado un pollo? — Preguntó Rosie en bajito a su tía Martha, que la había levantado para que viera bien al recién nacido. Justo entonces, entraron Arnold y Emma. — Pero ¿qué ha pasado aquí? Traíamos mermeladas para el queso que han ido los abuelos a comprar a Connemara. — Niamh levantó la cabeza y miró a Ruairi. — Yo si no lo dices tú lo voy a decir ya porque no puedo más. —

 

MARCUS

A ver, la criatura era feísima, pero era un bebé, y Marcus tenía debilidad por los bebés, aunque fueran de animales. Con absoluta felicidad y los ojos brillantes, se fue hacia Alice, abrazando su cintura cuando su hermano ya se hubo soltado de ella. — No nos va a quedar nada por vivir en Irlanda. — Dijo con emoción contenida. Violet le miró de reojo con malicia y dijo. — Creo que Martha tiene una burra que también está a punto de parir, por si queréis. — A Marcus se le puso cara de asco instantánea. La otra fingió un suspiro y dijo. — Que lááááástima que nosotras nos lo vamos a perder, porque está para después de las fiestas... pero a vosotros os pilla aquí. — No cantes victoria que tu novia es capaz de hacerte venir para el evento, pensó, pero mejor no decía nada, que con Violet era altamente probable que saliera perdiendo.

Los expertos en animales (Martha incluida, que había aparecido por allí como invocada... Probablemente alguien la hubiera invocado, conociendo a la familia) se acercaron con cautela y curiosidad al animal, pero Marcus prefirió mantenerse por el momento en un segundo plano. Se tuvo que aguantar la risa con el diálogo entre Ruairi y su amigo, pero puso expresión alegre ante el nombre elegido. — ¡Qué gran nombre, Ada! Es precioso. — ¡Sí! ¡Porque él es precioso! ¿A que lo es? — Clamó feliz, alzando al pollito en sus manos... Era espantoso, así que todos le dijeron que por supuesto que sí, pero con sonrisas tensas.

Y, de repente, Niahm se puso a llorar, y no parecía que fuera de emoción. Miró a Alice con confusión. ¿Le habría visto algo malo al pollito? Se le generó un vacío en el estómago. ¿Y si era eso? Ada iba a llevarse un palo enorme como al pollito le pasara algo. Llegaron sus padres, y cómo de preocupado estaría con la escena que ni atendió a la sugerencia de la mermelada, con lo que le gustaba a él el queso con mermelada. — ¿Qué pasa? — Preguntó Rosaline, y las caras de todos empezaban a reflejar la preocupación. Ruairi suspiró, aunque con una sonrisilla, y miró a su mujer. — Hubiéramos preferido que estuvieran todos... Y mira que es más difícil que no haya gente a que sí... — Niahm seguía enjugándose las lágrimas, y todos los demás en tensión. — ¿Lo dices tú, mi amor? — Preguntó Ruairi, y ya estaban todos a punto de chillar que lo que fuera lo dijeran ya, cuando Niahm sonrió y anunció. — Estoy embarazada. — Hubo una exclamación contenida unánime, y un estallido de júbilo justo después, y todos lanzándose encima de la pareja. — Lo sabía. Si es que detecto a las embarazadas a lo lejos. — Afirmó Dan, y Shannon le miró con ternura y un punto condescendiente. Dylan se acercó a Marcus. — En verdad yo sí lo sabía. — Le susurró, y ante la cara de sorpresa de Marcus, se encogió de hombros. — Les escuché ayer hablar. Fue sin querer. —

— Ay, Ada, cielo. — Niahm seguía sorbiendo y limpiándose las lágrimas, aunque ya reía de pura felicidad. — Sentimos haber eclipsado tu momento. — ¡Qué va! ¡Es su primera buena noticia! ¿A que estás contento, Gorm? — El pajarillo pio, pero probablemente no tuviera nada que ver con una respuesta afirmativa, sino más bien con que tuviera hambre. Poco a poco fueron felicitando a la pareja, Erin y Martha ayudaron a Ada con Gorm, y se fueron sentando a comer, que al final sí que se les iba a enfriar la comida, y Connor llevaba un buen rato delante de su plato sin meter la cuchara dentro con tanto evento. — ¡Va a ser otro niño! — Clamó Horacius feliz, ya terminando los postres. Lucius le miró mal. — ¡No! Va a ser una niña. ¿Para qué quieres otro hermano? Ya me tienes a mí. — Horacius pensó un momento y se encogió de hombros. — Eso es verdad. — Rieron, y luego saltó Pod. — ¡Oye, Maeve! ¿Le hacemos una historia del día de hoy con un dibujo a nuestro futuro primo o prima? Ha sido un día muy especial. — ¡¡Síí!! — Y fueron corriendo a ello, mientras las conversaciones se distribuían en diferentes grupos, como solía pasar. — Sí que está siendo un día especial, quién lo iba a decir. — Dijo Lawrence a su lado. Marcus le miró, y el hombre puso una mano en su hombro. — Hijo... Me gustaría... pasear un momento. Hablar de abuelo a nieto. Que con tanto jaleo, apenas nos vemos. —

 

ALICE

Casi se le escapa una carcajada con la salida de su tía, y ella se dio cuenta y no pudo evitar poner una sonrisa orgullosa. — ¿Ves? Aún soy capaz de hacer reír a la seriota esta. — Le dio un codazo suavecito y ambas se rieron en bajito. — Nos va a pillar de viaje de investigación seguro, te lo garantizo, que no veo yo a mi alquimista de partera. — Y de nuevo les dio la risa que intentaban controlar a las dos. Tuvieron que calmarse para asegurar a Ada, de la forma más convincente posible, que el pobre pollo era realmente precioso. Hacía falta seriedad cuanto menos para esa afirmación.

Lo que no se vio venir fue la confusión que se creó en el momento del llanto de Niamh, y que se resolvió en un momento. Alice abrió mucho los ojos y se puso a dar saltitos de alegría. — ¡Pero qué notición! — ¡Más niños! — Exclamó Arnold aplaudiendo, ante la ceja levantada de su mujer, que aun así se estaba riendo. — Niñas, por favor. — Aportó Rosaline antes de tirarse al suelo a abrazar a Niamh. Los gemelos también tenían sus pensamientos sobre lo de si tenía que ser niña o niño, y mientras, Ada, como buena huffie, celebraba las buenas noticias. — Ay, Lexito, mi amor, que ese bebé ya me va a conocer a mí dentro de la familia, ¿te das cuenta? Qué bonito… — Y Lex simplemente sonrió y le dio un beso en la frente. — Lo es. Y yo digo que va a ser niño también, venga, ¿quién está conmigo? — ¡Yo! A mí me encantó tener tres niños, aunque amo a mi Shannon. Yo entendía a mis chicos. — La vida es equilibrio, Francis. Mírame a mí: uno y otra. Cincuenta, cincuenta. — Aportó Molly. — Yo estoy con Rosaline, aquí falta poder femenino. — Soltó su tata. — ¿Un poquito de champán para celebrarlo, familia? — ¿Cómo hace para tener siempre champán? — Preguntó Sophia, con genuina curiosidad. — ¡O sea, que no estabas borracha el otro día! — Exclamó Shannon. Y las dos se echaron a reír sin parar, mientras se abrazaban. — Cómo me alegro por ti, amiga, vais a ser tan felices… Tres es el número bueno. — Esperemos que no sean otros gemelos. — Todos se giraron hacia Connor, que había hecho la afirmación. — A ver, es que es probable, en la comunidad mágica son muy comunes, porque somos muy endógamos y eso va en los genes. — Pero Niamh y Ruairi estaban tan contentos (y debían estar acostumbrados a Connor) que siguieron riéndose con ganas.

Llevaba un rato atendiendo a la conversación de Shannon, Niamh y Rosaline sobre embarazos, aunque ella no pegaba tanto justamente ahí, cuando vio que Marcus se iba a hablar con el abuelo. Sonrió y les guiñó un ojo, satisfecha con su obra del día, y fue a sentarse con Emma, Arnold y su tata. — Si hace un año me dicen que iba a ver esto, hubiera dicho que no, que inviable. — Las dos mujeres entornaron los ojos. — Qué mala fama tiene una, ¿eh, prefecta? — Yo no tengo problema en sentarme con alguien que es de mi familia. — Pero Arnold se rio mientras se comía un pastelito de nata de los que habían traído de Connemara. — Lo que yo no me había imaginado es que los americanos nos iban a robar al niño por segunda vez. — Dijo señalando a Dylan, que estaba con las hermanas Parker y los gemelos, simplemente adorando al pollo. Los tres rieron y Alice suspiró con alivio. — Le veo tranquilo y feliz, es todo lo que pedíamos. — Se hizo un silencio un tanto culpable entre los tres presentes y ella les miró inquisitiva. — ¿Ahora qué? — ¡Nada! Si nadie ha dicho nada, Alice… — Empezó su tía. — ¿Es porque sigo sin hablar con papá? — Emma directamente tenía la mirada perdida en otro lado, claramente no compartía la opinión de lo que los otros dos querían decirle. Vivi miraba a Arnold y Alice volvió a suspirar. — Siempre que crees que me voy a enfadar le pides a Arnold que hable conmigo… ¿Qué pasa ahora y por qué tanto dramita silencioso? —

 

MARCUS

Lawrence suspiró, ajustándose la bufanda. Había sugerido pasear y allá que iban, entre los árboles que bordeaban la granja. — La creación de la vida siempre me fascina. Es una magia inexplicable. Los alquimistas creamos muchas cosas, pero lo único que no podemos crear, es vida. — Marcus le miró con una sonrisa suave. Tras unos instantes paseando en silencio, dijo. — ¿No tienes frío, abuelo? — El hombre le miró con los ojos entornados. — Hijo, yo SÍ soy irlandés. — Puso cara de falsa ofensa, aunque se le notaba la risa de fondo. — Wow. Gracias. — Aquí se abona todo el mundo a la irlandesidad pero uno sigue siendo el díscolo que renegaba del pueblo. — A ver, un poquito sí que reniegas... — En vez de preocuparte porque este viejo coja una pulmonía, debería de preocuparte que me dé un infarto con tanta gente y tanto sobresalto. — ¿Pues no te fascinaba ver vida nueva? — También vamos a ver muerte nueva, porque eso de la pedida de Wendy no sé yo en qué va a acabar. — Rieron juntos a carcajadas mientras seguían paseando, hasta que la risa fue diluyéndose poco a poco.

Marcus y Lawrence nunca habían tenido silencios incómodos entre sí, pero desde la fuerte discusión que tuvieran hacía ya un mes, los había. Era como si hubiera una tensión flotante entre ambos. — Hijo... — El hombre tomó aire y le miró. — Siento la emboscada cuando llegasteis de la investigación con Nancy. — Marcus le miró. Había enterrado ese momento bajo tierra y se había forzado a olvidar lo ocurrido. Notaba la tensión, pero en una de sus clásicas estrategias de negación, y con esa fuerza con la que decidió poner el tema de las reliquias en pausa hasta pasado su aniversario con Alice, era como si supiera que estaba, pero no a qué venía. — Nunca voy a poner trabas a que quieras conocer y saber más, Marcus. Nunca. Soy tu mentor, y la persona que más interés ha tenido en la vida en que sepas más. Y... confío en ti, hijo. — Marcus agachó la cabeza, se mojó los labios y meditó antes de decir. — No... No te disculpes conmigo, abuelo. Me muero de vergüenza. — El hombre le miró extrañado. — ¿Por qué? — Porque fui yo quien te habló mal. No debería haberte hablado así... Lo siento. — Negó, y notó cómo le entraba calor por el cuello y las mejillas, como si toda la vergüenza que no había salido a relucir hasta el momento hubiera emergido ahora con toda su fuerza. — No... Estaba enfadado, pero no sé por qué, tampoco me dijiste nada. Y estar enfadado no justifica mi comportamiento. — Se giró a él, aunque con la mirada esquiva. — Abuelo, perdóname, yo nunca jamás querría haberte hablado así, yo no... — Hijo, hijo. — Le paró, poniendo las manos en sus hombros y buscándole la mirada. — Nadie me ha dado en mi vida más alegrías que tú. No te voy a tener un tropiezo en cuenta. — Se le inundaron los ojos, pero sonrió levemente y asintió.

La verdad era que se había quitado un peso de encima, así que soltó aire por la boca, notando cómo volvía un poco a su ser, y siguió paseando. Pensaba que la conversación, el motivo del paseo, era ese... pero lo hablado era solo la introducción de lo que realmente le quería decir. — Marcus, como he dicho antes... nunca voy a poner trabas a tu conocimiento. Pero, como tu abuelo, como tu maestro y mentor... me siento en el deber moral de redirigirlo. De asegurarme de que no descarrila. Al menos mientras seas joven y estés dando tus primeros pasos. — Marcus le miró, expectante. — Llegará un punto en el que no me necesites para nada... — Yo voy a necesitarte siempre, abuelo. — Interrumpió, muy seguro de lo que decía. No quería contemplar ningún escenario en el que él pudiera no necesitar (o peor, no tener) a Lawrence, así que prefería atajar eso rápido. — Bueno. — Dijo el hombre, haciendo un gesto de quitar importancia con la mano. Le conocía lo suficientemente bien como para saber que discutir eso era discutir en balde. — La cuestión es que eres muy listo, ambicioso y con ganas de conocer más, pero aún eres joven. Y la juventud va de la mano con la inexperiencia. No es malo, simplemente un hecho: nadie nace sabiendo, ni aprende en cabeza ajena. Y yo... sé que peco de viejo sentimental, que no quiero que a mi nieto le roce ni el aire. Solo quiero... evitar que tu aprendizaje venga de experiencias malas o, incluso, peligrosas. En la medida de lo que pueda. — Marcus asintió. Él a Lawrence nunca le chistaba. — Pero creo que hay ciertas cosas que no soy yo quien puede enseñártelas. — Frunció el ceño. — Tú puedes enseñarme lo que quieras, abuelo. — El hombre puso una sonrisa tan triste como enigmática y dijo. — No. Créeme, esto, por mucho que te lo cuente, no puedo enseñártelo yo. —

 

ALICE

Vivi iba a apresurarse a negar, pero Alice le quitó atención para mirar de reojo a Dylan. La felicidad por el pollito y la cantidad de gente que tenía alrededor parecía ejercer de barrera contra la tensión que se estaba generando entre ese grupo. — Violet solo quiere saber cómo te ves para ir a La Provenza. Todos te vemos mejor, pero no nos gustaría forzar una situación que te haga empeorar otra vez. — Explicó Arnold con aquel tono de padre comprensivo que le salía como a nadie. Alice soltó una risa sarcástica. — Gracias por hacer como si la que estuviera enferma fuera yo. Yo estaba harta y cansada, el que está enfermo es otro. — Vivi suspiró, Emma no movió ni una pestaña y Arnold no varió la expresión comprensiva y la mirada dulce. — Nadie ha dicho eso, Alice. Pero fuiste tú misma la que te expresaste en términos parecidos. Y solo queremos saber si realmente estás dispuesta a todo lo que es celebrar estas fiestas en La Provenza. — Miró al resto de la habitación. No sabía cuándo volvería a ver a toda la familia americana. Tenían un lugar muy especial en su corazón y ahora los tenía a todos allí, en aquel lugar seguro… Qué tentación tan grande decir “¿sabes qué? Tienes razón. Deshaced las maletas. Ya volveré a La Provenza en otro momento de mi vida”. Se mordió los labios. — Yo hago lo que es mejor para mi familia siempre que puedo y me veo con fuerzas, y ahora mismo las tengo. Y lo mejor para mi familia es que Dylan, la tata, Erin, Marcus y todos estemos en La Provenza. — Los tres adultos se miraron, como evaluando sus palabras. Bueno, no esperaríais otra cosa. — Si os dijera que me muero de ganas de ir, sabríais que estoy mintiendo. — Volvieron a mirarse con evidencia.

— Vale, pues como lo tienes tan claro, ¿cómo vas a afrontar la relación con tu padre cuando estés allí? — Volvió a preguntar Arnold. Alice se encogió de hombros. — Mi padre no es mi enemigo juramentado, ni yo soy muy dada a los espectáculos, y menos delante de mi hermano y mi familia O'Donnell. — Vivi soltó una risa seca y dijo. — Mira, Emma, has tenido una niña por fin. — No ha dicho ninguna tontería. — Replicó la otra, que seguía tiesa en su sitio. — ¿Entonces? — Insistió su suegro. — ¿Qué quieres que te diga, Arnold? ¿Un guion de lo que voy a decir? — ¿Vas a hablar con él? — Lo justo y necesario. — Respondió tranquila. — Simplemente yo ya no quiero tener nada que ver con él. Pero no quiero que nadie le dé la espalda ni que no podamos seguir con nuestra vida en familia. Solo que yo no tendré ni cercanía ni confianza con él. — Su tía la miró como un perrito apaleado. — Pero ¿no piensas perdonarle? — Alice se encogió de hombros. — Cuando vea que me quiere en su vida para ser su hija y no su cuidadora y la que va arreglando sus desastres detrás de él, puede que me lo plantee. Pero no voy a volver a coger esa responsabilidad, y mientras yo no vea que puede valerse sin mí, la única forma de conseguir lo que me propongo es esta. — Nuevamente, los adultos se quedaron mirándose, como evaluando por dónde iban los tiros.

— ¿Y con Robert y Helena? — Preguntó Emma. — Al abuelo tengo muchas ganas de verlo. Y memé no creo que sea más difícil de tratar que todos estos años atrás. Parece que tenéis la concepción de que yo estoy en una especie de guerra con los Gallia, y no es así. Es que he intentado librarme de todo lo que intentaban echarme encima y, como no lo logré, pues tuve que alejarme. Pero ahora que saben que no pueden contar conmigo, puedo llegar por ahí como la tata o André, pasármelo bien y celebrar mi Nochevieja. — De nuevo, silencio y miradas cruzadas. Alice volvió a mirar a Dylan, que ahora tenía a Brando sentado en el regazo, mientras Maeve sujetaba a Arnie y les hacían reír a los dos. — Supongo que este silencio y esta tensión se debe a que vais a pedirme alguna responsabilidad. Os sugiero que os deis prisita en decírmela porque Dylan ahora mismo está entretenido, pero si se percata de toda esta tensión, me voy a enfadar de verdad. —

 

MARCUS

— Me consta que sabes que la alquimia reglada, la alquimia tal y como la conocemos nosotros y la enseñan en la escuela, no es la única alquimia que existe. — Marcus asintió, y Lawrence, mirando al frente mientras paseaba con las manos agarradas tras la espalda, se encogió de hombros. — No podemos ser tan soberbios, y tan inmaduros, de pensar que nuestra forma de hacer magia es la única que existe. La nuestra es la reglada y la aceptada por la sociedad, siendo honestos, porque es la que da más beneficios económicos, y la que goza de dotaciones gubernamentales para la investigación, de lo cual nos beneficiamos todos. Pero no es la única. — Respiró hondo y siguió. — La alquimia nace de la magia ancestral. Y me consta que ya has tenido contacto con la magia ancestral gracias a Nancy y las reliquias. — La última palabra le provocó un escalofrío. — Bueno... No... No hemos visto... — Marcus... No quiero que me cuentes nada ahora. — Y a Marcus le estaba pasando desapercibido, pero ese "ahora" hacía pensar que Lawrence tenía en mente enterarse tarde o temprano de lo que había ocurrido con las reliquias. Probablemente cuando Marcus empezara a reconocer su magnitud y dejara de desdibujar lo ocurrido.

— Supongo que habrás oído hablar de los albináuricos. — Marcus se extrañó, pero asintió. Luego ladeó varias veces la cabeza. — Bueno... Sé que tienen su base en Asia, y que se dedican eminentemente a la curación. Pero... ¿es alquimia realmente? — Lawrence rio con los labios cerrados. — Cuánto me alegro de estar haciendo esta introducción antes de que conozcas a quien quiero que conozcas. Sí, los albináuricos son alquimistas. Y son alquimistas reglados, tienen sus rangos, como tú y como yo. Solo que no se dedican a la investigación, tienen efectivamente su base en Asia y usan una magia... diferente a la que usamos nosotros. Pero eso no les hace menos alquimistas, aunque claramente gente como Longbridge no opina lo mismo. — Le miró con los ojos entornados y una sonrisilla. — No seas como Longbridge. — Marcus negó con la cabeza rápidamente. No, por Merlín, no quería ser tan obtuso.

— ¿Quieres que lleve a Alice a conocer a los albináuricos? — Hipotetizó, con la ilusión ya asomando por su rostro. Eran sanadores, quizás quería que su novia les conociera. Lawrence respiró hondo antes de responder. — No. — Marcus parpadeó. — Estoy seguro de que tarde o temprano, les conocerá. Pero no voy por ahí. — Hizo una pausa. — Los albináuricos utilizan magia ancestral, tienen magias... que se escapan de lo que nosotros podemos crear con las varitas. No voy a mandarte a Asia a conocerles, pero sí quiero que hables con una persona. Ya he hablado con ella. Te espera en París, supongo que podrás sacar un hueco en tus próximas vacaciones a La Provenza. — Le miraba con los ojos abiertísimos, porque no se había visto nada de eso venir. El corazón le latía con violencia. — ¿Un... albináurico? ¿Y voy a ir... yo solo? — Lawrence asintió. — Tú solo. No quiero que vayas tras mi falda y que pases a un segundo plano por ir conmigo. Tampoco que vayas con Alice, porque como bien dices, el tema podría desviarse hacia la magia curativa, y ya habrá tiempo de eso. Además... no es muy sociable, por decirlo así. Mejor que las visitas sean de uno en uno. — Le miró. — Y por cierto, no es un albináurico, sino una albináurica. Irma Monad. — Seguía confuso, pero el nombre... Ya había oído ese nombre antes... — No la conoces. — Atajó Lawrence, lo que le hizo parpadear de nuevo. — Simplemente quiero que vayas con esa premisa: la de conocer a una mujer que es una auténtica eminencia en lo suyo, con un ingenio como he visto en pocas personas, y tú eres una de ellas: sois raras avis, Irma y tú, cada uno en lo vuestro. Simplemente... háblale y deja que te hable. Analiza el entorno en el que vas a estar, quédate con todo lo que puedas y llévatelo para ti. Estoy seguro de que será un encuentro que merezca la pena. — Marcus no sabía qué responder, así que, tras una pausa, Lawrence añadió. — La magia ancestral es eso de lo que siempre oímos hablar, pero cuya magnitud no somos capaces de ver hasta que la tenemos delante. Irma puede darte una buena perspectiva en ese sentido. — Sonrió enigmáticamente y, girando sobre sus talones, dijo. — Volvamos a casa. —

 

ALICE

Su tata se inclinó hacia delante. — Estos meses… Hemos estado yendo todos a hablar con la psicóloga de tu padre. Memé incluida. — Esa información no se la esperaba, pero simplemente se apoyó con los brazos en el respaldo de la silla y alzó las cejas. — Pobre psicóloga. — Alice… — No, si razón no le falta, mamá en buena lid no fue, precisamente. — Vivi tomó aire de nuevo. — Lo que a tu padre le pasa… Al final nos afecta a todos, y el duelo de tu madre también. Mafalda está avanzando un montón con él, pero lo que a él le ocurre, se trata mucho mejor con el entorno, ahora mismo es necesario que todos arrimemos el hombro. — Alice soltó una risa sarcástica. — Sí, sí, ya sé. Si siempre hace falta que yo haga algo. — Su tía se dejó caer sobre la silla y Arnold tomó el relevo. — Alice, nadie te va a obligar. Ella misma le ha dicho a todo el mundo que no te presionen para ir, solo te están exponiendo lo que están haciendo y por qué podrías hacerlo tú también. — Claro, y yo voy a ir y mágicamente papá se va a poner bien ¿verdad? — Los ojos se le inundaron de lágrimas. — Ya me dijeron una vez que mi madre iría a un muy buen médico, que en cuanto volviera estaría mejor. Y ya sabemos todos cómo acabó. Las cosas no funcionan así. — Miró a Emma. — Lo siento por tu hermano. Es un gran médico, aunque sea una persona horrible. Aquí me estoy refiriendo a las promesas que se apresuran los Gallia y tu marido en hacer. — Emma levantó levemente una mano como quitándole importancia. Ciertamente, la veía un poco agotada.

— Hoy hemos decidido hablar el idioma de la crudeza por lo que veo… — Dijo Arnold dejando caer las manos sobre las rodillas, pero sin perder su expresión dulce. Alice se desarmaba un poco con tanta ternura, la verdad. — No quiero discutir contigo, Arnold. Pero sabes perfectamente que mi padre puede y debe curarse solo. Ya está bien de meterme a mí en la ecuación. — Te agradezco la referencia matemática. — Contestó ampliando la sonrisa y haciéndola inevitablemente sonreír también. — Y ahora permíteme que apele a la gran parte de tu cerebro que es Ravenclaw. ¿De verdad no quieres saber qué le pasa a tu padre? ¿Cómo se está tratando? ¿Cómo es la profesional que lo está encaminando? — Alice se quedó callada y pensativa. Se había dicho mil veces a sí misma que no era su problema, pero sí que se había preguntado cómo podría nadie ayudar a su padre. Entendía cosas que Theo le había contado, pero… Tenía que aprender a decir que no en lo que a su padre respectaba. — Y ahora que tengo tu atención. — Continuó su suegro. — Permíteme que apele a esa parte que era de tu madre, que sé que la tienes y cada vez más. — Se inclinó hacia ella. — Ve allí y vacía tu corazón y tu cabeza. No lo haces con nadie, ni siquiera con mi hijo, que es lo que más quieres en el mundo. Sé que esa bondad y esa obsesión por el bienestar de los demás te insta a no hablar, a cerrarte. — Vaya estigma tiene una. — Resopló. — Sí, lo vas arreglando, pero creo que hablar con una profesional y vaciar tu conciencia y tu curiosidad respecto a lo que sea que esté haciendo tu padre va a ser muy bueno para ti. Y, por supuesto, si tú crees que no, no se habla más del asunto, celebramos Nochevieja sin más, y se acabó. — Alice miró a Emma y ya esta sintió que tenía que decir algo. — Alice… si mi familia estuviera dispuesta… a hablar, entre todos, con una profesional, aunque la pobre saliera traumatizada del proceso… yo lo haría. Es más fácil, aunque parezca que no, que acarrear esto toda la vida. — Tomó aire y miró a través de la habitación. — ¿Dylan lo sabe? ¿Queréis que vaya? — Vivi asintió de brazos cruzados. — Querían que le lleváramos antes de Navidad, pero tu padre y yo nos negamos y dijimos que tú eres su tutora, tú decides. —

Alice parpadeó y se quedó unos segundos mirando a la nada. Clarificando su mente. Luego se giró y llamó a Dylan, que estaba muerto de risa, pero en cuanto la enfocó se puso serio y fue corriendo. — ¿Qué pasa? — Preguntó directamente. — ¿Tú sabes lo de la sanadora mental de papá? — Dylan miró tenso a Vivi y finalmente asintió. — Me lo dijeron los abuelos. — Alice asintió. — ¿Tú quieres que yo vaya? — Él se encogió de hombros. — Hermana, tú siempre sabes lo que hacer. Si vas o no, seguro que es la decisión correcta. — Adoraba a su patito, pero cuando depositaba tanta confianza en ella, la hacía temblar. — ¿Y tú quieres ir? — Entornó los ojos y se encogió de hombros. — Si tú vas… me puedes contar y decirme si crees que debo ir. — Ella terminó de asentir y frotó su espalda. — Está bien. Lo haremos así, entonces. — Miró a su tía. — Más vale que le pidas una cita bien rápido, no vamos a estar tantos días en Francia, y no voy a gestionarlo yo. —

 

MARCUS

Su abuelo se refugió inmediatamente en el calor del interior de la granja, pero Marcus se permitió observar desde la puerta unos segundos, sonriente, la preciosa y alegre familia que tenían. Alice estaba con Dylan, Violet y sus padres, y mientras Marcus paseaba la mirada por el resto del entorno, vio que Ruairi también estaba en una esquina, simplemente observando a los demás con una sonrisa, como él. — Enhorabuena. — Repitió, recibiendo una sonrisa agradecida. Ya se la había dado, pero junto al tropel de familiares. No era habitual hablar con alguno a solas, tenía que aprovechar. — Te veo feliz. — Ruairi asintió. — Estoy feliz. Muy feliz. — Suspiró, con ese toque tímido y adorable que le hacía parecer siempre ruborizado, y añadió. — También estoy rezando porque sea una niña. — Los dos rieron. — No me malinterpretes, que quiero muchísimo a mis hijos. — Te he entendido... — Pero es que hasta en la granja tengo exceso de machos. Estoy casi seguro de que el polluelo de Ada es macho también. Somos una plaga, necesitamos que esto se equilibre. — Siguieron riendo, y Marcus señaló con la cabeza a una de las escenas que tenían ante sí. — Al menos si es niña ya va a tener a dos profesoras dispuestas. — Rosie y Saoirse habían vuelto a su duelo particular sobre quién merecía montar al abraxan, pero esta vez trataban de convencer al tío Frankie, cuyo buenísmo Hufflepuff sobre a saber qué cuestión no estaba convenciendo a ninguna de las dos, a juzgar por sus caras. — ¿Sabes? Tengo un absurdo miedo de que al nuevo bebé le pase algo entre tanta gente, tanto niño y tantos animales. No recuerdo haberlo tenido con los gemelos. Ni siquiera recuerdo haber sentido nada que no fuera absoluta alegría, incluso cuando nos enteramos de que eran gemelos. Y ahora estoy atacado, ni que fuera nuevo en esto. — Le miró de reojo, con una sonrisa pilla. — Sé lo que estás pensando, pero no me lo vayas a decir ¿eh? No me vayas a decir que estoy haciéndome viejo. — Yo no he dicho nada. — Se excusó el otro, pero los dos siguieron riendo.

Miró a su alrededor. — Para que no se diga que no me aclimato a la granja. — Se acercó confidencialmente a él. — ¿Tendrías algún animalillo dispuesto a mandar un mensaje? — Alzó un índice. — Nada de escarbatos. — Oye, que si no se les da joyas no hay de qué preocuparse. — Se defendió Ruairi, pero rápidamente vino con un flwooper color verde lima. — ¡Oh! No sabía que teníais otro aparte de Mandarina. — Tenemos cinco, solo que Mandarina es el más veterano. Este se llama Calipo. — Marcus se extrañó y Ruairi se encogió de hombros. — Se lo puso uno de los sobrinos muggles de Niahm. Al parecer hay una marca de helado que les recordó por el color. — Riendo por la ocurrencia, sacó un trozo de pergamino y una pluma de su bolsillo y comenzó a escribir. — ¿Vas con eso a todas partes? — Ruairi soltó una carcajada resignada. — Aquí cada vez que necesitamos un papel nos pasamos buscándolo media hora... — Terminó de escribir. — Cuesta encontrar momentos de paz a solas ¿eh? — El hombre le había adivinado el pensamiento, y Marcus se encogió de hombros. — La verdad es que sí, se echa de menos. Pero estas Navidades están siendo geniales, y en La Provenza encontraremos un poco más de tiempo para nosotros. Quién nos iba a decir hace nada que diríamos eso. — Rieron, le dio el trocito de pergamino al pajarillo y este voló hasta posarse sobre el hombro de Alice. Cuando la chica leyó el papel y le buscó con la mirada, le dedicó un saludo con la mano y una sonrisilla. Y, tal y como indicaba en la nota, se reunieron en la puerta por si "le apetecía dar un paseo con este agradable fresco irlandés".

Ya fuera, apretó su mano y le dio un leve beso en los labios. — Echo de menos el tiempo a solas con mi Alice. — Pasearon. — Sabía yo que veíamos el huevo abrirse... — Rio. — He estado hablando con mi abuelo. Tengo una... buena noticia. Creo. — Dijo con los ojos muy abiertos. Ladeó varias veces la cabeza. — Mi abuelo Larry no es muy dado a las trampas, pero no sé por qué me da que esto tiene un poco de trampa... — Se encogió de hombros. — Bueno. Sea como fuere, me ha concertado una cita con una alquimista francesa que está asentada en París, mientras estemos en La Provenza. Y atenta, porque esto no te lo vas a ver venir, porque yo tampoco: pertenece a los albináuricos. Lo sé, sabemos de los albináuricos... poco o nada. Va a ser un buen momento para conocer a una. Pero atenta otra vez: quiere que vaya yo solo. — Se acercó a ella y le susurró, cómico. — ¿Crees que quiere venderme al mejor postor? Siempre fui un niño muy bueno, cualquiera me querría. — Rio, pero tras la risa, puso expresión extrañada. — Es verdad que no he terminado de clarificarme con mi próximo examen, tú estás más orientada. Quizás no quiere que un mundo tan... ¿raro? ¿Extravagante? ¿Desconocido? No sé cómo clasificarlo. Bueno, no quiere que un agente externo pueda contaminar tu idea. No lo sé... — La miró con intriga y añadió. — Supongo que tendremos que esperar a que vuelva de la dicha entrevista para entender de qué se trataba. —

 

ALICE

Empezaba a pensar que se le había puesto cara de palo. ¿Qué pájaro se le había encaramado ahora? La verdad es que este le resultó gracioso. — Hola, Calipo. — Saludó Dylan. Ella le miró extrañada. — ¿Te conoces a todos los bichos de aquí? — Ada sí, y a todos los llama por el nombre. Al final se te quedan. — Leyó la nota y miró hacia fuera. Su Marcus parecía contento, y es verdad que necesitaban ese ratito… — Ve. Todos estamos aprovechando el día de hoy. — Le dijo Arnold con media sonrisilla. Dylan asintió. — Que sí, hermana, si yo con quien quiero estar es con los primos de aquí. — Negó con la cabeza riéndose. — La sinceridad Hufflepuff siempre apreciada. — Eso es Gallia. — Dijo su tía tirándose sobre Dylan como si fuera un monstruo. — Y AHORA, COMO BUENA GALLIA, VOY A DARLE UNA DOSIS DE VERGÜENZA AJENA DELANTE DE SUS AMIGAAAAAAS. — Y entre risas, se alejaron.

Se reunió con su novio muy mimosa y se abrazó a él, también como estrategia contra el frío. — Estaba claro, si Ada no dejaba de agitarlo por ahí, el pobre pollo solo quiere descanso. — Contestó, divertida. Luego le miró con ternura. Por como hablaba del abuelo, habían hecho las paces pero bien hechas. Alzó una ceja. — No creo que sea una trampa como tal. Conociendo a nuestro maestro será una “ancestral prueba de conocimiento y madurez”. — Respondió rimbombante. Alzó las cejas a lo de la alquimista y se emocionó de inmediato. — ¿UnA alquimista? ¿Quién es? — Y cuando mencionó a los albináuricos, parpadeó. No sabía prácticamente nada de ellos, pero su curiosidad Ravenclaw gritaba de cuando en cuando en su cerebro preguntando por qué no los investigaban más. — ¡Pero eso es genial, mi amor! Me muero de ganas de que vayas, seguro que ves cosas… — Y mientras buscaba la palabra, Marcus ofreció la teoría de por qué no debían ir juntos. Alice tenía otra, pero simplemente le miró con una sonrisa. — Mi amor, tú y yo somos muy buenos, pero el abuelo sigue sacándonos varios rangos. Si él cree que eres tú el que debe ir… razón no le faltará. — Le acarició la mejilla y suspiró. — Reconforta poder delegar en alguien las decisiones, de hecho… — Pero su discurso se vio interrumpido por una comitiva digna de verse.

Jason y Betty, acompañados de Fergus, Eillish, Nora, Allison, Ginny y Siobhán, avanzaban, todos vestidos con batas de médicos y atributos de los mismos a modo de disfraz, agachados junto al muro de la granja. Detrás, portando una tarta con velas y una comitiva de hechizos de leprechauns, con su arcoíris y todo, iban Arthur y Eddie. — ¿Pero qué hacéis agachados? — Preguntó con una risa. Se llevó una chistada colectiva. — Sois semejante comitiva, si Sophia estuviera pendiente os habría visto ya. Pero es que hay mucha expectación ahí dentro. El pollo ya ha salido y más cosas han pasado. — ¡No fastidies! Yo quería verlo. — Se quejó Jason, que estaba especialmente cómico en el disfraz pero con aquella expresión. — ¡Ohhhh! ¿Y qué ha sido? — Preguntó Eddie con ojos brillantes. — Ha sido Gorm. — ¡Oh, azul! Qué bien, nada de géneros predefinidos. — Señaló Siobhán. Alice reprimió una risa. — Esto es por su cumple ¿no? — Sí, es mañana, pero queríamos darle una sorpresilla antes de que os vayáis. — Explicó Betty, mirando de lado a lado como en una historia de espías. Marcus y Alice se miraron, felices, porque verse envueltos en esas cosas les encantaba. — Venga, hacemos una cosa, entramos nosotros y preparamos un poco el terreno. — Ofreció. — No se lo espera pero para nada… — Aseguró. De hecho ahí la veía, hablando con Connor, Niamh y Dan, como si la cosa no fuera con ella. Cuando viera todo aquello, iba a alucinar. — Eso sí, lo de los leprechauns no va a caer bien. — Advirtió. — Ya se lo hemos dicho, pero nada, chica. — Aseguró Eillish. — ¡ES QUE SON TAN GRACIOSOS! — Ahora la chistada se la llevó Jason. — Venga, no esperemos más, que algo se va a caer o estropear, lo veo venir. —

 

MARCUS

Se tuvo que reír con los comentarios de Alice tanto sobre el pobre pollo recién nacido, como sobre su abuelo, aunque puso expresión apenada al ver su entusiasmo. — Mi amor... me da pena ir solo. Claramente te ha gustado la idea. Le puedo preguntar a mi abuelo si podemos ir los dos. — Ladeó varias veces la cabeza. — Aunque algo me dice que no depende tanto de lo que opine él como de lo que opine la alquimista. Igual es de estas ermitañas que solo quieren ver a la gente de una en una... Me ha extrañado que viva en París, de hecho, hacía a los albináuricos en Asia... — Todo lo que rodeaba a la tal Irma Monad le parecía una incógnita, pero bueno, no tardaría en salir de dudas.

Y en mitad de su conversación, apareció más gente. Suspiró con resignación antes siquiera de poder extrañarse por el cuadro que tenía delante: no, definitivamente, no iban a estar ni dos minutos solos. Cuando pudo procesar mentalmente lo que veía, tuvo que aguantarse la risa. — Me da que alguien quiere darle una sorpresa de cumpleaños adelantada a Sophia. — Susurró a Alice. — ¿De qué se disfrazarían si nos la hicieran a nosotros? ¿De círculo de transmutación? — Pero ya les estaban pidiendo silencio y discreción, así que se calló. Se llevó la mano al pecho cuando habló Betty. — Oh, gracias. Me daba mucha pena perdérmelo. — De hecho ya se había disculpado quince veces con Sophia por la descortesía de irse de viaje justo en su cumpleaños. Rio levemente. — Bueno, confiemos en que el gesto rebaje el impacto por los leprechauns. — Porque claramente no iban a disuadir a un corazón Gryffindor (Ave del Trueno para el caso) de lo que él consideraba una idea excelente.

Entraron y se dirigieron a ella, y Marcus, sacando pecho, dijo. — Sophia. — La chica le miró, ligeramente extrañada por tanta solemnidad. — Queríamos ofrecerte nuestras más sinceras disculpas por la inconveniencia de nuestro viaje justo en el día de tu cumpleaños. — Ay, Marcus, por Dios. — Suspiró aliviada de que solo fuera eso, rodando los ojos. — Otra vez con esas... — Pero, como imaginarás por mi insistencia, no nos lo podíamos perder. — Mira que la tontería. Que ya te he dicho que... — Pero, en lo que Sophia se quejaba sin más, Marcus y Alice se separaron, colocándose cada uno a un lado y dejando a la vista de Sophia el pasillo abierto, por el que aparecieron sus familiares, que empezaron a cantar el cumpleaños feliz nada más aparecer por la vista. Connor prácticamente reptó del sofá para irse a un lugar más discreto que no fuera el pleno foco de atención, porque le había pillado al lado de la cumpleañera, y todos los demás se unieron al canto inmediatamente como si aquello estuviera programadísimo (probablemente algunos lo supieran y otros no, pero en apariencia no podían diferenciarse ambos grupos). Algunos animales se alteraron levemente, y de hecho, terminando la canción, vieron cómo Ruairi se lanzaba en plancha tras Jason, agarrando en el aire a un escarbato que se le estaba subiendo por el pantalón, y segundos más tarde, con los aplausos de la canción, salieron los leprechauns volando y lanzando ilusiones que parecían monedas de oro y reflejos de arcoíris. Uno salió magullado y a destiempo, probablemente por el amago de secuestro del escarbato.

— Pero... esto... — Sophia estaba sin palabras, y se le empezaban a llenar los ojos de lágrimas. Dejaron la tarta levitando por ahí (y a los leprechauns negligentemente desatendidos, ya había un porlock persiguiendo a varios de ellos) y fueron todos a abrazar a Sophia en masa. — ¡Voy a llamar a los demás! — Clamó Andrew, varita en mano, saliendo a la puerta para invocar su patronus. Cuando le llegó el turno a Marcus, la chica sollozó en su hombro. — No quiero pensar en el tiempo que falta para vernos de nuevo. — El apretó el abrazo. — No lo pienses. Solo disfruta de tu cumpleaños. Ya te lo he dicho: no me lo podía perder. — Y trató de contener él también las lágrimas, y de no pensarlo demasiado. Ese año que estaba a punto de acabar le había regalado una familia preciosa que no sabía que tenía. Y, por lejos que estuvieran, siempre se sentiría con ellos.

 

NANCY

La tormenta de nieve había pasado, y no solo eso, sino que había dejado tras de sí un sol magnífico, brillante, con un cielo prístino y un aroma divino en el campo, que goteaba y se derretía. Un ambiente que invitaba a pasear, a aprovechar un poco la vida. Y ¿quién mejor que un Gryffindor (o un Ave de Trueno, para el caso) para tal menester? Frankie iba como loco a todo lo que ella le propusiera, y si se quedaba callada o absorta en algo, simplemente esperaba a su lado, incansable, tratando muy fuertemente de no cansarla, de no llamar su atención, por si en cualquier momento lo mandaba a paseo con un puntapié. Pero estaba segura de que, aunque lo hiciera, Frankie volvería al rato pidiendo cariño. 

Aun así, Nancy se había levantado inquieta ese día. Tan inquieta, que incluso había preocupado a sus padres al decir que no quería participar en el taller de bromas mágicas que se hacía ese día, día de los Inocentes (católicos, por cierto, pero no era cuestión de quitarles la ilusión a los del pueblo). No era su ámbito favorito, no había sido ella nunca una niña de muchas bromas, y era bastante asustadiza incluso con sus veintiséis años, así que prefería dejar la tradición a otros. Pero no estaba inquieta por eso precisamente. Los pasos le habían llevado hasta la dichosa cueva, y no le extrañaba, porque no podía parar de pensar en lo que allí había. ¿Se habrán estropeado con la humedad de la nieve? Qué estupidez, Nancy Mulligan, son unos de los objetos más mágicos y poderosos del mundo, y tú preocupada de que se dañen las fibras de una manta con la que prácticamente coronaron a tu primo… Y eso era lo que la perseguía. Realmente… ¿Entendía la profundidad de haber metido a Marcus y Alice en aquella caza? ¿Qué iban a hacer con todo aquello? Sus primos parecían tranquilos, contentos de simplemente estar celebrando la Navidad… Pero ella recordaba la mirada de Marcus aquel día en Connacht, no podía olvidarla. Y el evento con los elfos… ¿Realmente había ocurrido? Menuda locura… ¿Era ella, una chica de Ballyknow que había leído demasiados libros, la artífice de haber liberado aquellas fuerzas? ¿Había alterado el curso de un destino que estaba escrito incluso en las runas? 

— ¡Ehhhh! Una estalagmita, qué guapo. — Nancy sonrió y miró a Frankie, que rodeaba una rama como un niño pequeño y emocionado. — Estalactita. Si cuelga, es estalactita. — Él la miró confuso. — ¿Entonces no existe estalagmita? — Sí, pero esas son las que van desde el suelo hacia arriba. — ¿No hay nada que no sepas, cerebrito irlandesa? — Le tentó el chico, y antes de que pudiera darse cuenta, la había rodeado la cintura y besado entre risas. — ¿En Nueva York no tenéis o qué? — Frankie rio y se separó, dándole la mano para seguir andando. — Sí, pero se ven… grises y sucias. Hay tantas luces y edificios que no te lo imaginarías… Es tan… estimulante, que no ves lo demás. — Nancy asintió con un suspiro, ausente. Quizá era eso lo que le pasaba, que estaba leyendo demasiado en todo aquello, que no era para tanto… — ¿Te gustaría verlo? — Parpadeó y miró a Frankie, saliendo de sus pensamientos. — ¿El qué? — Nueva York. — ¡Ah! — Rio un poco y enfocó distraídamente sus pies. — Igual es demasiado para una pueblerina como yo. — El chico bufó. — Pueblerina tú… — Más de lo que crees. He viajado mucho, pero solo por trabajo, y mi trabajo suele dirigirse a zonas rurales y poco pobladas, casi siempre alejadas de los muggles… Y allí estáis todos tan… mezclados. Parecería una lunática. — Frankie se encogió de hombros y sacudió la cabeza. — Pues yo creo que eres la mujer más inteligente que he conocido. — Pues yo creo que tu madre, tu hermana, tu tía Shannon… son mujeres MUY inteligentes, y deberías reconocerlas más. — Puede que gracias a ti lo haga. — Nancy rio de vuelta y siguieron caminando, en silencio, distraídos. 

Pero, en un momento dado, Frankie se paró y se sentó sobre una roca, y tiró de ella para ponerle frente a él, abrazándola por la cintura. — No, pero ahora en serio, Nancy… ¿Querrías? — Ella parpadeó. — ¿Ir a Nueva York? Pues… a ver, no es mi primer plan a corto plazo, pero sí, podría conocer… — Digo conmigo. — Vale, Frankie no estaba de broma, y parecía que le estaba costando expresarse. — Es que… Es casi Nochevieja ya, nos iremos el día dos… — Aún queda para eso. — Dijo jugueteando con su pelo. — No, Nancy. No queda mucho si cuentas con que luego puede que no te vuelva a ver… — Vale, se le quitó la sonrisa, porque detectó que Frankie estaba serio. — Vamos, Frankie… No seas dramático. Seguro que volvéis, y no descarto para nada que mi familia ahora quiera hacer lo mismo allí y… — No me refiero a eso y espero que lo sepas. — El chico no se reía para nada, y ya Nancy tuvo que recuperar el tono serio y la cara de Ravenclaw que no se anda con bromas. Pero le daba demasiada pena, no sabía cómo decirle. — Ni siquiera te lo planteas ¿verdad? — Nancy se mordió los labios y Frankie negó con la cabeza. — Conozco esa cara, la he puesto muchas veces. Pero esto es diferente, Nancy, al menos para mí. Esto ha sido… Nunca había conectado tan de golpe con nadie, es que estoy… completamente obnubilado por ti, y ni siquiera tenía palabra para eso, pero le pregunté a Andrew, porque fui a hablar con él, porque sé que es tu mejor amigo, y me dijo que así estaba yo, obnubilado. — No pudo evitar sonreír con ternura y acariciar las mejillas de aquel chico, pero eso solo le hizo suspirar. — ¿Y si funcionara? Puedes probar. Sé que tu madre cuenta contigo para la escuela, pero también te vas a veces a investigar a otro lado. Seguro que hay cosas que investigar en América, aunque sea de los indios. Y yo ahora vivo con mis padres pero tenemos el piso del centro, que mi padre ya no lo usa nunca, y es superpequeño, pero está en Manhattan, cerca del océano, y podríamos quedarnos allí un par de meses, y ver si funciona… — Nancy volvió a suspirar y puso sus manos sobre el pecho del chico. — Frankie, escúchame. Yo no… soy así. — Bajó la mirada y se encogió de hombros. — Es que yo no quiero vivir con nadie. Me encanta compartir un piso de una casa con mis primas, o vivir a diez minutos de mis padres y mi hermano, pero… sola. — Pero yo puedo darte espacio. O te quedas tú en el piso y yo voy a verte… — Frankie. — Insistió con una sonrisa triste. — Es que me gusta ser así. Es que no voy a querer otra cosa. — Él la miró con cara de perrito apaleado. — ¿Nunca? — Ella se encogió de hombros. — No lo sé. Lo estoy averiguando. Pero quiero averiguarlo sola. — Negó con la cabeza. — Y yo… soy de aquí ¿sabes? Tengo esa enfermedad de casi todos los irlandeses de no poder dejar de pensar en mi isla si me separo de ella. Sé que me pierdo… sitios increíbles, como será tu Nueva York, o como las cosas que cuentan la prima Erin y Vivi, pero… esta es mi vida, Frankie. — Tenía un nudo muy fuerte en la garganta. — Y es la que quiero. — El chico se mordió el labio inferior. — Y supongo que si ahora te digo que yo me quedo aquí contigo me llamarás dramático o algo de eso. Si tengo una madre Serpiente Cornuda. — Eso la hizo reír. — No, me parece loable y precioso. Pero ya te he dicho que no es lo que quiero. Ni lo que quieres tú, tú eres de otro mundo, Frankie, ¿qué harías sin todas esas cosas de las que no paras de hablar? No, de verdad… — Rodeó su cuello con sus brazos. — Disfrutemos de lo que queda ¿vale? A tope, así se vive la vida con más intensidad, ¿no crees? — Frankie cerró los ojos y suspiró, pero sonrió. — La verdad es que sí. — Se separó de ella y besó sus manos. — ¿Volvemos? — Nancy asintió. — Ahora te alcanzo, voy a coger bayas para los mooncalfs de mi hermano, que Niamh me lo va a agradecer. —

En cuanto se quedó sola, Nancy se sentó sobre la roca y se echó a llorar. ¿Qué le pasaba? Ella no estaba enamorada de Frankie, ¿a qué venía esa llorera? Pero es que… Si lo viera desde fuera diría… ¿qué hace esa chica? Es joven, es lista, tiene a un chico estupendo loco por ella. ¿Qué pretende hacer toda la vida en Irlanda? Allí ya no hay nada nuevo, todo es aferrarse a piedras antiguas. ¿Y su lucha? ¿Por unas reliquias que ni siquiera la eligieron a ella sino a su primo recién llegado? Entonces notó que alguien se sentaba a su lado. — Albus entiende. — Le dijo aquella vocecilla que tan bien conocía. — El invierno también pone triste al pobre Albus. Las plantas se mueren, no hay casi hojas para taparse, esa maldita nieve… Todo son desventajas. — Sonrió un poco y le miró. — Igual es que el invierno soy yo, Albus, y no dejo que llegue la primavera. — ¡Qué sinsentido! — Exclamó el hombrecillo riéndose. — Nancy es la ninfa hechicera, los dioses la eligieron. — Tomó su mano y la miró con los ojos llenos de brillo. — La hija de las estrellas. Los dioses la pusieron en mi camino y en el de los hechiceros para guiarnos a todos. El nexo. Como la hija de las estrellas del cuento. Esa es usted, señorita ninfa. — Nancy sonrió entre las lágrimas. Esa era ella, eso la identificaba, y, como le había dicho a Frankie, era la vida que siempre había querido para ella: vagar buscando el nexo entre dos mundos, que nadie más entendía, pero que eran el motivo de su existencia.

 

ERIN

― Lo último que pensé ver en mi cumpleaños era el nacimiento de un pollo. ― Decía Sophia entre risas, y todos a su alrededor rieron con ella. ― ¡Casi compartís cumple, prima Soph! ― Ahora me quitará protagonismo. ― Bienvenida al barco de a los que se les quita protagonismo con un nacimiento, sobrina. ― ¡Tío Dan! ― Siguieron riendo a carcajadas, Sophia, Dan y Ada, y Erin con ellos, escuchándoles. Tenía al polluelo en las manos envuelto en una toalla, y tiritaba un poco. ― Ada, me voy a cambiar de sitio para que le lleguen los rayos de sol. Estoy justo ahí ¿vale? ― Y la niña, que era todo excitación y alegría, asintió, y Erin se movió al sofá del otro lado, por donde justo entraba una luz solar que iba a venirle estupenda a la criatura.

― Bueno. Parece que me llevo literalmente a un irlandés o irlandesa a casa, prima. ― Shannon se había acercado a ella por la espalda, se sentó a su lado y apoyó con ternura la cabeza en su hombro, haciéndola reír. ― Te he echado de menos. Se acostumbra una a la distancia, pero han sido tantísimos años sin vernos. ― Erin sonrió. ― Es verdad. Demasiado tiempo. ― Entornó los ojos, pilla. ― Aunque siempre fuiste más de Arnold que de mí, reconócelo. ― Shannon rio, escondiendo la cara en su postura. ― Me tenía coladita. ― ¡Lo reconoces! ― Le he puesto su nombre a mi hijo, Erin, por favor. ― Las dos rieron a carcajadas. ― Es que era tan buen niño, y muy guapo y caballeroso. ― Y te has ido a casar con su versión americana. ― Volvieron a reír.

― ¿Sabes? ― Shannon volvió a poner la cabeza recta y miró al frente con expresión filosófica, sin perder la sonrisa. ― Nunca viví aquí, solo veníamos de visita. Tenía Irlanda en el corazón, pero no la vivía como un hogar perdido, mi hogar siempre fue Long Island. Y de adolescente… le tomé un poco de manía, incluso. Porque mis padres siempre la lloraban, y yo decía: ¿acaso no os gusta donde vivimos? ¿No os gusta que seamos americanos, o qué? Bueno, ya sabes, el carácter que se tiene con dieciséis años. ― Rieron una vez más, y Shannon la miró, curiosa. ― ¿Cómo lo llevaste tú? Irte de Irlanda a Inglaterra. Aquí se te ve muy feliz. Nunca te pregunté. ― Erin se encogió de hombros. ― Bueno, éramos muy pequeñas y nos veíamos poco. ― Respondió a lo último, como excusándola, pero Shannon aún la miraba, con esa mirada clara y esa sonrisa de madre amorosa que llevaba teniendo toda la vida. Le tocaba responder a lo demás.

― Cuando me fui a Inglaterra tenía ocho años. ― ¡Uy! Entonces yo solo tenía tres, sí que era pequeña. ― Erin le dio un empujoncito. ― No hace falta que me lo recuerdes cada vez que hablemos de edades. ― Las dos rieron de nuevo, pero retomó el hilo. ― Irlanda… había dado por hecho que sería donde viviría siempre. El campo, el pueblo. La verdad es que me agobiaba… la gente. En general. Tener todo el día gente entrando y saliendo de mi casa, las reuniones tan grandes, y por supuesto, ya sabes, con los niños todo es “ay, ¿tú eras la de Rosaline Lacey? ¡Pero qué mayor! ¡Pero qué guapa! ¿Eres la nieta de Martha O’Donnell? ¿También vas a ser aritmántica? ¿Alquimista?”. ― Rodó los ojos. ― No sabía contestar a nada, me escondía tras las piernas de mi madre, o dejaba a Arnold hablar por mí, y simplemente me quedaba mirando al suelo y poco más. En ese sentido, vivir en Inglaterra fue mucho más tranquilo. ― Llenó el pecho de aire, contemplando al polluelo en sus brazos, y alzó la cabeza al entorno. ― Pero pensé que Inglaterra tendría la tranquilidad social pero los mismos animales… y no fue así. El cambio fue… demasiado drástico. Teníamos un jardín, pero para mí eso era una mala imitación de la naturaleza que yo conocía. Me metí en una casa frente a una carretera, donde no había prados, ni acantilados, ni por supuesto un solo animal. Y eso para mí… fue muy duro. ― Se encogió de hombros. ― Realmente, los tres primeros años fueron los peores. No solo cambió eso, sino que Arnold entró en Hogwarts, y mi padre estaba más en casa, porque esa era la idea de instalarnos en Inglaterra, pero igualmente viajaba mucho. Pasaba la mayor parte del tiempo sola con mi madre… y ella trataba de disimular por mí, pero la escuché llorar muchas veces. Se sentía sola, echaba Irlanda de menos. Para ella sí fue un verdadero duelo, no tener el trasiego del pueblo y la familia a diario. Mi madre es puro corazón Gryffindor que necesita estar en continuo movimiento, y su vida se detuvo de golpe. También es puro corazón Gryffindor de los que se reponen rápido. ― Dijo con una risa. ― Pero… sé que no era lo que quería. Así que al final, estaba sola con mi madre, que estaba eminentemente triste, sin mi hermano, con mi padre a ratos, y también eché de menos a esa gente que echaba aquí de más. Y, sobre todo, aislada de la naturaleza. ― Shannon la miraba con tristeza. ― ¿Y no te has planteado volver? ― Erin sonrió dulcemente y negó. ― Mi vida no está instalada en ninguna parte. Quiero tener una residencia fija ahora que estoy con Violet, pero solo por cuestiones prácticas. Y, de hecho, estamos en una barriada muggle, eso te dará una idea de nuestras ganas de privacidad. ― Negó. ― Yo ya tengo la vida que quería con mis animales. No necesito… Es decir, no me malinterpretes, me encanta estar aquí, compartir mi pasión con mi familia, no sentirme tan rara. Pero yo no necesito ya Irlanda. De pequeña la necesité, pero ya… ― ¿Y no se lo dijiste a tus padres? ― Interrumpió Shannon. Ella sonrió con tristeza. ― Yo prácticamente no hablaba, Shannon. Mucho menos sobre lo que necesitaba. ―

Se generó un pequeño silencio. Erin seguía mirando al pollito, comprobando que entraba en calor, sin darse cuenta de que la expresión de Shannon se había entristecido. ― Mis hijas son felices aquí. ― Erin la miró. Al cabo de un par de segundos, lo que tardó en procesarlo, arqueó las cejas. ― No estarás pensando en mudaros a Ir… ― No, no. ― Interrumpió la otra rápidamente, entre risas, aunque suspiró. ― Esa es la cosa… Creo que nunca las había visto tan felices e integradas. Bueno, a Ada y a Maeve. Saoirse es distinta. Ella va a encajar mejor en Long Island, o donde le encarte, es desenvuelta, y cuadra mucho con el estilo de Nueva York. Pero… ― Miró a Erin. ― ¿Llegaste a conocer a Janet? La madre de Alice. ― Asintió. ― Claro. ― Cayó. Dejó caer la mandíbula. ― ¿¿Tú la conociste?? Claro, ella iba a Pukwudgie. ― Shannon sonrió tristemente. ― Y estaba siempre tan sola… Maeve tiene sus amigas, pero sé que… no termina de encajar. A veces trato de imaginarla en el colegio y no quiero pensar que está así, pero ella solo dice “estoy bien”. Para Maeve, todo siempre “está bien”. Pero mira qué bien encaja con Dylan. Y Ada… Algo me dice que le va a pasar lo mismo. Tú no se lo dijiste a tus padres, ¿y si ellas necesitan esto pero nunca me lo dicen? ¿Y si Arnie también es así? ¿Y si su sitio es este? Porque yo… no nos veo aquí, Erin. Ni a Dan ni a mí. Tenemos nuestra vida montada allí, esto es precioso, pero no me veo residiendo en este pueblo, nos ahogaríamos, con las vacaciones tenemos suficiente y así quiero que siga siendo. Pero ¿cómo va a ser volver? ― La miró a los ojos. ― ¿Tú… culpas a tus padres de… iros a Inglaterra? ― Erin se lo pensó, y luego se encogió de hombros. ― A ver, yo no tenía poder de decisión ahí. Fue idea de ellos, pero no diría “culpa”. De niño todo se ve muy fácil y parece una pataleta de los padres, pero mis padres tomaron la decisión más sensata para la vida que tenían. Sensata, que no la más deseada… Bueno, por mi padre quizás sí, nunca estuvo muy cómodo en el pueblo. Lo hicieron por nosotros en el fondo aunque no lo viéramos así. ― Puso expresión obvia. ― Y Shannon, tanto tú como yo sabemos que tus hijos van a tener muchas más oportunidades en Long Island que en Ballyknow. ― Ya… pero no quiero que se pierdan estos años… ― No se lo van a perder. Ya conocéis esto. Y te digo más. ― Tomó la mano de ella. ― Tienes cuatro hijos, y son niños, no tienen por qué saber qué es lo mejor para ellos, ni los adultos lo sabemos a veces. Si algún día os lo echan en cara, ya se darán cuenta, con el tiempo, de por qué hicisteis lo que hicisteis. Y cuando sean mayores, ya tomarán el camino que quieran. Yo quería animales, y quería independencia, y eso tengo: me paso el día rodeada de bichos, como dice mi madre, y en lugares tan remotos que gente, lo que se dice gente, no tengo mucha alrededor que digamos. Fue la vida que elegí, y tampoco te creas que todo fueron beneficios en eso… Me retrasó mucho mi vida con Violet, pero bueno, eso es otra cuestión. Y me he perdido cumpleaños y de todo. El nacimiento de Lex me pilló incomunicada en mitad de una jungla, cuando me enteré, el niño ya tenía una semana. Tuvieron que asistirme en la aduana porque no paraba de llorar y creían que me pasaba algo, y con este don que tengo para la palabra, no atinaba a explicarme. ― Oh, pobre. ― Se compadeció Shannon. ― Yo… no soy quién para dar consejos de maternidad, pero creo que sabrán trazar el camino que quieran. Confía en ellos. ― Se acercó para añadir. ― Y no os van a echar nada en cara. Os adoran. ― Shannon sonrió, y volvió a mirar a sus hijas. ― Me estoy viendo que Maeve me va a pedir un curso de intercambio en Hogwarts en cuanto volvamos. ― Mira, pues eso es muy buena opción intermedia. ― Ahora tendré que trabajarme yo el pánico que me va a dar tener a mi niña pequeña al otro lado del charco. ― Ambas rieron, y entonces, Erin puso a Gorm en brazos de Shannon. ― Toma. Ahora tienes también un bebé irlandés, este de verdad. Mejor que te vayas haciendo a él. ―

 

LEX

(29 de diciembre de 2002)

Nunca había sido de los que dormían profundamente: Marcus, desde pequeño, caía en la cama como un saco, y tenías que lanzarle un hechizo a la cara prácticamente para despertarlo. Él, no. Tenía el sueño ligero, y además, no necesitaba demasiadas horas para sentirse descansado. Su hermano y él bromeaban con intercambiarse las características, porque mientras Lex se quedaba simplemente mirando el techo, muerto de aburrimiento, Marcus estaría aprovechando ese tiempo para leer. Él no es como que pudiera aprovecharlo para ponerse a lanzar quaffles si no quería acabar con una en el estómago por obra y gracia de su madre.

Aunque sí había algo bueno en estar despierto por las noches: el silencio. No el del entorno, sino el de su cabeza. Por algún motivo al que no le encontraba una explicación científica razonable (aunque lo agradecía, eso sí) podía percibir los pensamientos de los demás, pero no lo que estaban soñando. Estaría en otra zona de la cabeza o vete a saber qué. La cuestión era que podía permitirse el lujo de estar, simplemente, mirando a la nada sin percibir pensamientos y sin esfuerzo alguno por su parte. Solo centrado en los suyos propios, y no era de los que tuviera una maquinaria de pensar a toda marcha como Marcus o Alice, no tenía muchos ni entraba en grandes complejidades normalmente. Y tenía otra ventaja: si alguien en casa se despertaba, era el primero en enterarse. Le servía para hacerse el dormido sin que le pillaran. O, si estaba hasta los huevos de estar despierto, irse a molestar al otro despierto, como hacía de pequeño a veces.

Desde luego que en esa casa, las probabilidades de que hubiera otro despierto eran altas, porque cada vez eran más. Como eran pocos en el desván, ahora también se les había sumado Darren, al menos a Dylan lo habían dejado en la granja de Ruairi. Miró su reloj: las cuatro de la mañana, joder, como para que no estuvieran todos dormidos. Suspiró para sí, cerró los ojos y se giró, intentando conciliar el sueño. Y entonces, como una lucecita que se enciende en la cabeza, alguien se despertó. Empezó a oírla pensar. Abrió los ojos y entornó la puerta. La verdad… es que, a riesgo de parecer de nuevo un niño pequeño, tenía ganas de estar con ella. Y todos parecían lo suficientemente dormidos como para no escucharle salir. Sin pensárselo más, se levantó y salió del desván, bajando al salón, donde su don le indicaba, como si hubiera ido tirando miguitas de pan, el recorrido de la persona despierta.

Cuando entró sigilosamente en el salón, su abuela, en la esquina del sofá junto a la lamparita, le miró con una sonrisa y una taza de té en la mano. ― ¡Mi niño! ¿No puedes dormir? ― Lex se acercó con una sonrisa tranquila y, mientras se sentaba, preguntó con la vista en la taza. ― ¿Ya te ha dado tiempo a hacerte un té? ― Me lo he hecho desde la cama. Esta abuela no es tonta, he bajado cuando sabía que estaba ya preparado. ― Lex rio, sin perder los susurros en los que hablaban para no despertar a los demás. ― O sea que lo que va diciendo Marcus por ahí de que se puede cocinar desde la cama es verdad. ― ¡Pues claro que es verdad! Y a ti te convendría aprender, que vas a pasar mucho tiempo fuera cuando empieces a trabajar y a ese cuerpo tan grandote hay que meterle energía, si no, te me vas a caer de la escoba. ― Volvió a reír.

Se fijó entonces en una caja que había en la zona baja del mueble frente a él, pero Molly habló de nuevo. ― ¿Nervioso por el viaje de mañana? ― Lex parpadeó, saliendo de su pompa, y negó levemente. ― No… Bueno, un poco. Pero no por los Millestone, me llevo bien con ellos. Pero es raro, creo. Nunca he estado tantos días sin mis padres en Navidad. Pero bien. He superado la avalancha de familiares nuevos aquí, así que bien. ― Claro que sí, cariño. ― Pero él había vuelto a poner los ojos en la caja. ― ¿Qué es aquello? ― Molly miró y, al detectar el objetivo, sonrió. ― Fotos antiguas. ¿Quieres verlas? ― Lex asintió. ¿Que si quería ponerse a ver fotos antiquísimas con su abuela a las cuatro de la mañana? Pues la verdad era que… no se le ocurría un plan mejor. Sí que le apetecía, sí.

― Mira tu abuelo. Norita le traía de cabeza. ¿Ves eso del zapato? Tarta de limón. Está tieso como un palo porque la niña le había tirado la tarta encima justo antes de la foto. Míralo, míralo. Cualquiera diría que es una foto mágica, ni se mueve. ― Lex estaba teniendo que taparse fuertemente la boca para que no se le escuchara reírse muy fuerte. Vio a alguien que le hizo abrir muchísimo los ojos. ― ¿¿Esa es Saoirse?? ¿Pero y esas pintas? ― ¡No! ― Respondió Molly, riendo. ― No es Saoirse, cariño, es Edith. Es su hermana gemela. ― ¡Hostia! ― Sí, ella siempre fue… distinta. Estrafalaria, vamos. ― Volvió a reírse lo más flojo que podía. ― Pero es muy buena persona. Ya has visto cómo tiene la biblioteca, una maravilla. ― ¿A Marcus no le dieron tres infartos cuando vio cómo pide los libros? ― ¡Quéééé va! Si por poco lo tenemos que sacar de allí a rastras porque NECESITABA como el aire que respiraba ese hechizo. ― Siguieron riendo.

Y, entonces, apareció una foto de un muchacho que no conocía. Ya había visto a varios, ligues del pueblo, primos de primos, conocidos, gente del pueblo de al lado… Con la sonrisa aún residual, preguntó. ― ¿Y quién es ese? ― Molly miraba la foto con ternura, pero también con una sonrisa triste. ― Mi hermano. Mi hermano Arnie. ― La sonrisa de Lex se desdibujó, y puso la mirada en la foto. El muchacho no parecía tener más de diecisiete años, y Molly no tardó en confirmarlo. ― Le hicieron esa foto nada más terminar en Hogwarts. Qué contento estaba, y qué orgullosos estaban mis padres de él. Y nosotros. Era el primero. ― Movió varias veces la cabeza. ― Y, sinceramente, era un poco como mi Frankie Junior. Que de tonto no tenía ni un pelo, pero estaba a otras cosas, y mi madre suspiraba: “veremos a ver el niño con los estudios si termina”. Y terminó, tenía carisma el tío hasta para los profesores. Y qué contento venía. ― Pasó la foto y apareció otra. El mismo chico, el mismo día, pero a cada lado tenía a dos personas más. Un chico delgaducho y con rostro esmirriado, casi enfermizo, pero que portaba una sonrisa feliz, enganchado fuertemente a la cintura del otro por su izquierda. Y, a su derecha, una niña con el pelo por los hombros y sonrisa divertida, que le agarraba de la mano y no dejaba de mirarle con los ojos llenos de admiración. ― A estos sí los conoces, espero. ― Dijo su abuela con una risita divertida, pero no perdía la tristeza subyacente. Lex la miró apenado. ― ¿Sois el tío Frankie y tú? ― La mujer asintió. ― Si es que lo teníamos endiosadito al tío, así estaba de orgulloso. Cuánto nos quería a los dos y nos mimaba. ― Molly suspiró y pasó la foto. ― ¡Mira! Marthita de pequeña. Ay que ver esta niña, siempre encima de un animal. La subieron a la vaca porque ella quería el toro, pero… ― Lex solo estaba escuchando a su abuela de fondo. Había dejado la foto en el montón de las pasadas mientras contaba la historia de Martha, y sus ojos no podían despegarse de ella.

Su abuela le miró. Sin mirarla, preguntó, con la voz tomada. ― ¿Cómo se supera algo así? ― Molly suspiró en silencio, con la mirada en las fotos. ― No se supera, cariño. Solo aprendes a vivir con ello, porque no te queda más remedio. ― Lex tragó saliva. Se quedaron los dos quietos, en silencio. Le empezaba a inundar una pena que no era capaz de controlar. Poco a poco, subió las piernas al sofá, se inclinó y reposó la cabeza en el regazo de su abuela, hecho un ovillo, como si volviera a ser un niño. Dejó que las lágrimas salieran mientras ella le acariciaba el pelo, sin preguntar.

Se quedaron en silencio. Molly sabía que preguntar a Lex insistentemente lo que le pasaba solo le cerraba en banda e incluso podía hacer que huyera, así que se quedaron sin decir nada. Al cabo de un rato, se pasó el puño por los ojos, y Molly, desde su posición, se asomó para buscarle la mirada. ― Cariño, solo estás nervioso. Han sido muchas emociones en pocos días. ― Siguió acariciándole. ― Pero hasta la tristeza que más duele puede ser bonita. Quiere decir que te importa. Ojalá pudiera decirte: “no llores, mi vida, a Marcus no le va a pasar nada”. Es menos probable que en mis tiempos, claro, no estamos en guerra. Pero no es algo que podamos garantizar, no tenemos control sobre nuestra hora, imagina sobre la de los demás. ¿Pero ganas algo sufriendo por ello? Cuando queremos tanto a alguien, tenemos que disfrutarle, y no pensar tanto en cuándo no le tendremos o si le dejaremos de tener algún día. Ya llegará, si no nos vamos nosotros antes, y cuando llegue, se afrontará. Entiendo cómo te sientes, cariño. Si es que no son horas. ― Eso último le hizo reír, limpiándose las lágrimas. ― Pero sabes tan bien como yo que no viene a cuento de nada. ― Respiró hondo y habló. ― No es solo por Marcus. O por… los demás, mis padres, vosotros, Darren, toda esta familia… ― Se incorporó tras terminar de limpiarse la cara y miró a su abuela a los ojos. ― Eso me horroriza. Con Janet fue y sigue siendo terrible. Pero no es… eso. Solo. O sea, eso también, pero… ― Tragó saliva, con la mirada baja. ― Abuela… Lo siento mucho. Me he equivocado toda la vida. ― La miró, lloroso. ― ¿Me perdonas? ― Molly parpadeó, ciertamente confusa. ― Mi vida, no sé a qué te refieres. ― Lex hizo un puchero, mirándola arrepentido. ― Creía que si alguien me entendía en el mundo era mi abuela Anastasia. Creía que era la abuela a la que debía estar unido de verdad. Pero yo te quiero mucho, abuela. ― Ay, si yo lo sé… ― Pero es que, es… ― Se detuvo. Miró a su abuela con los ojos entornados. ― ¿Tú… sabes…? ― Me lo contó tu madre, sí. ― Suspiró. ― Mira, es tu abuela, y no me parece bonito ni me corresponde a mí como abuela hablarle a un nieto mal de la otra. Pero… vaya telita, hijo. ― Es que si no lo decía reventaba, pero suspiró y negó. ― Cariño, es normal. Ella… no lo usó bien, pero sí que podía entenderte de una manera que yo no, es comprensible que te refugiaras en ella. ― Pero tú eres la que me ha dado cariño de verdad. La que me has dado todo lo que tengo. La que lleva… toda la vida… ― Volvió a mirar la foto y a sentir el nudo en su garganta. ― Tú… tu vida ha sido… tan distinta y… Me confundí, pensaba que el ejemplo era ella, tenía que haber aprendido de ti, si desde el principio hubiera venido… ― Lex… ― Si te hubiera escuchado como te escuchaba Marcus. ― Alexander. ― Le tomó de las mejillas y le miró a los ojos. Eso solo le hizo llorar más. ― Tú eres mi niño, el más pequeñito que tengo además. Porque lo sigues siendo, si no, mira lo bien que te has acurrucado, tan grandote como eres. ― Sonrió, enternecido, y ella siguió. ― Estás aquí. Y eres feliz. Irlanda acoge a los suyos siempre, lleguen antes o después. Irlanda entiende de corazones malheridos y de personas que no están donde deberían, de mandar señales para reunir a la familia y construir la que de verdad importa. Eres muy joven, Lex, no has cometido errores irreparables. Esto nunca fue culpa tuya. ― Le limpió las lágrimas, a pesar de que seguían cayendo. ― Y ya has visto lo que te queremos todos. Tal y como eres. Porque este es el verdadero tú, el que está dejándose ver en esta isla. ― La mujer le sonrió. ― Y yo siempre voy a ser tu abuela y voy a quererte con locura, seas como seas. ― Tomó la foto de Arnold, Frankie y ella de niños y se la dio. Lex negó. ― No… ― Quédatela. Solo con una condición: no llores cuando la veas. Mira qué niños más felices. ― Volvió a mirarla. Sí que se les veía felices. ― Llevaba años sin ver esta foto, ni lo necesito, porque yo viví este momento, está en mi recuerdo. Quédatela. Quédatela como muestra de tu verdadero origen, de tu familia. De que ni la muerte es irreparable, porque mi hermano lleva tantos años sin estar con nosotros que prefiero ni contarlo y, sin embargo, seguimos hablando de él. Sigue presente. Frankie y yo volvemos a estar juntos, toda una generación que ha venido detrás de nosotros está con nosotros. Y no hay nada más fuerte que eso, y harían falta muchas Anastasias para intentar siquiera destruirlo. ― Tomó su mano y la llevó, junto a la foto, a su pecho. ― Es un símbolo. Y es tu esencia, como diría tu hermano. Que siempre vaya contigo. ―

Notes:

¡Qué bonita es la vida en el campo! Al menos cuando nacen pollitos y señoras magizoólogas no se dejan arrastrar por la tierra, pero también hemos tenido momentos para las lágrimas, sea por despedidas o por recuperar recuerdos que no sabían que se tenían. Ha sido un día sin duda muy entretenido, pero contadnos, ¿quién os crea más curiosidad? ¿La alquimista misteriosa, el geólogo del pueblo o la psicóloga que estamos a punto de conocer? ¿Os ha dado más penita Nancy o sois más de ese momentazo abuela-nieto de Molly y Lex, que ya les tocaba uno? Os leemos por aquí, como siempre, gracias por acompañarnos incluso a la granja.

¡Y también hemos actualizado el índice y el directorio! Para que estéis al día de todo.

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LA FORTUNA

(29 de diciembre de 2002)

 

ALICE

Iba con el pecho encogido, y más después de la salida que se había llevado el de la aduana de Calais. Pero es que estaba cansada ya de las aduanas en Navidad, y de los modales de los bretones también. Ya se había llevado una mirada significativa de su familia cuando había asegurado en un francés a la velocidad del rayo que “fuera de Irlanda parece que se ha perdido toda educación y respeto por las familias que simplemente quieren pasar las fiestas juntas”. Pues sí, se parecería a la abuela Molly y a mucha honra. Que aprendieran un poquito los franceses. — Y estoy oxidada con el idioma. — Había terminado muy digna. A ver, estaba crispada, ya está, que no le tocaran mucho las narices y todo iría bien. Pero claro, mover a su tía, la despistada de Erin, Arnold agobiándose y Marcus tratando de mantener la paz común, se alejaba mucho de no tocarle las narices.

Llegaron a la calle de Saint-Tropez y sintió de golpe el cambio brusco de temperatura, el olor del Mediterráneo y el sol de la tarde. Primero se apareció ella con Dylan, y apenas un segundo después, Marcus con Emma a su lado, faltaban Arnold y Vivi, aparecidos por Erin. — ¿Dónde se ha metido ahora tu tía? — Suspiró Emma. — Espero que no en el campo de lavandas otra vez. Si es que yo no sé por qué no los aparece mi tata y ya está… — ¡MEMÉ! ¡ABUELO! —  Chilló Dylan agitando mucho los brazos. Luego corrió a verlos. — ¡Os he traído un montón de cosas! La abuela Molly me ha dado montón de comida, pero el tío Frankie y la tía Maeve también trajeron cosas de América y… — Ahora mismo, su hermano era lo más parecido a un perrillo excitado por volver a ver a sus dueños. De hecho, su abuelo le acarició la cabeza para calmarle y lo dejó en brazos de la abuela y corrió a estrecharla a ella. — ¡Hija! ¡Has llegado! ¡Estás aquí! ¡Mi Alice! — Ella le abrazó como pudo con todo el abrigo que empezaba a sobrarle. — Hola, abuelo. — ¡Ay, que ha llegado mi niña! Te he comprado croissants de crema para que meriendes, de los que te gustan, y he hechizado a André dos veces para que no intentara comérselos. — Lo ha hecho de veras. — Aseguró Helena, acercándose a ella y dándole un abrazo. — Bienvenida a casa, cariño. — Bueno, más cariñosa de lo que esperaba.

Oyó de fondo unas risas y vio a su tata y Arnold bajando la cuesta, manchados de harina, aunque no tanto como Erin, que es que venía blanca entera y muy malhumorada. — Ay, Merlín… — Susurró su suegra. — Es que es pisar La Provenza y descumple años… — Ciertamente, Arnold y Vivi venían muertos de risa como dos adolescentes en pleno pavo. — ¡Pero Vivi! ¿Qué ha pasado? — Preguntó su abuelo. Su tata abrió mucho los ojos. — ¿Encima Vivi? — Respondió la aludida, señalándose. — ¡Que Erin se ha aparecido en la panadería! Pero no en la puerta normal, sino en la de atrás, donde están todos los sacos. — Y otra vez las risas. La verdad es que estaban muy graciosos. — ¿Y papá? — Bien, ya lo había preguntado su hermano. — En el jardín ayudando a la tía Simone, y sabes cómo se pone con sus plantas. — ¿Están Jackie y André? — Preguntó ella. — Ehhh, sí, o sea, ahora no… Han ido a algún lado. — Dijo su abuelo. Ella asintió lentamente. — Ya. A algún lado… — Hechizó los baúles y dijo. — ¿Os importa si Marcus y yo vamos a dar una vueltecita? Volvemos en un ratito. — Sus suegros saltaron al momento. — Claro, seguro que os sienta genial. — Y hace una tarde tan bonita… — Pero nada de lavadero que nos conocemos. — Picó su tata. Alice entornó los ojos y tiró de la mano de Marcus mientras susurraba. — Me gustó la idea ayer, pero ni con esas tuvimos un rato solos y no terminé de contarte… cosas. — Miró hacia la playa, pero luego reculó y dijo. — ¿Y si vamos hacia el pueblo? Por ahí seguro que no nos buscan. Nos asocian demasiado al lavadero. —

 

MARCUS

Su padre le miró de reojo. Estaban los dos más callados que en un entierro. Arnold volvió la mirada al frente y, en susurro, comentó. — Qué callado te veo. — Él, sin virar la mirada del frente también, alzó una ceja y respondió. — ¿Y tú me lo dices? No soy tonto. — Si alguien sabía de no molestar a su mujer cuando estaba enfadada era Arnold, así que no debería extrañarse de que Marcus hubiera optado por la retirada discreta al ver a Alice tan alterada. Sabía que solo el hecho de volver a La Provenza y estar con su familia la pondría tensa, y las aduanas (y las malas formas de los guardas de Calais, dicho fuera de paso) no estaban ayudando. Ya había hecho por mantener la paz y sus intentos no habían sido bien recibidos, así que, después del aspaviento en francés del que no entendió el mensaje, pero sí la forma, se movió a un discreto segundo plano y se llevó a su padre con él, que sus agobios no iban a mejorar las cosas, más bien al contrario.

Se distribuyeron en las distintas apariciones y Alice se fue con Dylan en primer lugar. Cuando fue a engancharse a su madre, esta dio un tirón más firme de la cuenta. — No tengáis tanto miedo. Que no mordemos a nadie. — Puso cara de sorpresa. — ¡No he dicho nad...! — Pero en lo que se excusaba, desaparecieron de la aduana y aparecieron en Saint-Tropez. Aterrizó con el mohín enfadado de quien se ha visto interrumpido en su defensa después de ser interpelado por su madre, desde su punto de vista, sin motivo alguno. Mejor no replicaba más nada, porque las dos "que no mordían" se estaban ya quejando de que Erin no estuviera allí con el resto de la comitiva (si bien él tampoco entendía por qué la dejaban pilotar a ella, cuando los otros dos sabrían aparecerse mucho mejor. Su padre tenía ganas de chistes esa mañana al parecer). Al menos la entrada de los abuelos parecía haber calmado los ánimos, y Marcus saludó con una sonrisa, sin interrumpir el recibimiento a los nietos. Si bien no pudo evitar otear el entorno en busca de William, a quien no veía por ninguna parte.

— ¡Hijo! Qué alegría verte. — Lo mismo digo, Robert. — Y el hombre le abrazó, y en el abrazo susurró. — ¿Cómo está mi niña? ¿Tú cómo la ves? — Se separó del abrazo para mirarle al responder. — Está feliz. Está mejor. Pero hay cosas que la siguen poniendo tensa, es normal. — Dijo con una sonrisa tranquila, y el hombre asintió, queriendo creer sus palabras. Y, antes de poder saludar a Helena, vio el semejante cuadro que bajaba por la cuesta. Primero, puso una mueca de quien teme que les caiga la bronca del siglo por parte de varias personas, pero luego tuvo que contener muy fuertemente la risa en base a apretar los labios. Vio que a Helena se le estaba dibujando una mala cara importante, así que salió al rescate. — ¡Helena! Feliz Navidad. — La mujer pareció aterrizar de nuevo, recabando en su presencia, y al menos hizo por sonreír y quitar la cara de mosqueo que le había puesto la nueva ocurrencia de su hija. — ¡Marcus, cielo! Feliz Navidad. Tan guapo como siempre. — Es que tengo que mantener el listón que ya de por sí tiene puesto esta familia. — La mujer rio. Bueno, tendría que sacar sus artimañas conquistadoras de Slytherin a relucir si querían que las vacaciones provenzales no empezaran con mal pie.

Se incorporó a la conversación cuando ya habían explicado el relato, lo que amortiguó un poco la ira de Helena. Rápidamente, Alice propuso dar una vuelta, y él trató de disimular la mirada de ilusión, aunque no mucho. ¡Por fin un rato a solas! No se lo iba a creer hasta que no lo tuviera, ciertamente. Mientras se alejaban, miró atrás y a Alice alternativamente, con expresión entre ilusionada e incrédula. — ¿Un paseo con mi novia a más de un grado de temperatura y sin ser molestados? Permíteme que me muestre escéptico a tal benevolencia del destino. — Bromeó rimbombante. Arqueó las cejas. — ¿Cosas? — Preguntó intrigado. Después de la fiestecita a Sophia, todo había sido un no parar marca Irlanda y había caído rendido en la cama, con la presión añadida de tener que madrugar al día siguiente para dejar a Lex y Darren en la aduana de vuelta a Inglaterra antes de irse ellos a La Provenza, y el cansancio tras el torrente emocional por la despedida hasta nueva orden de la familia americana. Ni tiempo habían tenido de hablar más, por lo que la propuesta de su abuelo se quedó en el aire, y si Alice tenía algo que decirle, no llegó a tocarse el tema. Claramente sí, sí que tenía algo que contarle, y ahora estaba doblemente intrigado. — Donde quieras ir me parecerá bien. — Y tras caminar unos pasos, en un acto poco habitual en él, vislumbró una pequeña callejuela vacía y tiró de ella, solo para tomar sus mejillas y besarla, emocionado. — Por Merlín, nos quejábamos de Hogwarts. Ni un segundo a solas. Cuantísimo te estoy echando de menos. — Soltó aire por la boca. — Y que no se entere mi abuela de que he dicho esto, pero se agradece este clima. Delante de ella sigo siendo un trebolito del campo, pero la realidad es que vuelvo a notar músculos que creía que se me habían dormido para siempre. — Exageró, y tras esto volvió a sus labios. Un movimiento en su vista periférica que resultó ser una señora con unas bolsas de la compra hizo que tomara de nuevo su mano y se reincorporaran al camino, con una sonrisilla. — Que no me manden de vuelta al frío helador por escándalo público. — Bromeó entre risas, y balanceando sus manos entrelazadas en un gesto infantil, preguntó. — Y bien, ¿qué cosas son esas? —

 

ALICE

Le salió una carcajada involuntaria y tremendamente real cuando su novio dijo lo de “a más de un grado”, y entre las risas, admitió. — Creo que no me he dado cuenta de cuánto frío he pasado hasta que hemos llegado aquí. — Y así, entre risas, se dirigieron hacia el pueblo.

Lo que no se vio venir fue ese arranque de su siempre protocolario novio, pero no pudo decir que no lo disfrutara, exactamente igual que cuando estaban en Hogwarts y se colaban por los pasillos para robarse besos. Se agarró al cuello de Marcus y siguió el beso con pasión, aprovechando aquellos segundos. Sentía que hacía media vida que no podían hacer aquello. Cuando se separaron, se quedó agarrada a las solapas de su abrigo, como si quisiera retenerle para siempre así, contra ella. — Han sido unas Navidades irlandesas preciosas, pero hay que darle una vuelta a lo de no tener habitación propia. — Coincidió con su novio. Volvió a reírse con ganas al comentario y le dio en la nariz. — Estás sembrado hoy, eh. O será que a más grados y menos gente nos escuchamos mejor y podemos simplemente reírnos el uno con el otro. — Y ya estaba ella emocionada de que volvían a las andadas, pero Saint-Tropez no era Ballyknow, y una señora pasó enseguida por ahí. — Castigado fregando platos lo que resta de Navidad. — Le aseguró con tono exagerado, mientras salían cogidos de la mano de nuevo a pasear por las calles del pueblo, disfrutando de la luz invernal que caía sobre aquellas casitas preciosas de Saint-Tropez, balanceándose de las manos como los dos niños que bailaban por ahí en la noche de San Lorenzo.

La verdad es que el ambiente era tan tranquilo e invitador que lo que tenía que decir (y hacer) le pesaba menos. — Mi familia me ha pedido que vaya a Marsella a hablar con la sanadora mental de mi padre. — Escrutó el rostro de Marcus en busca de reacción. — Siendo justos, me lo pidieron mi tata y tus padres, pero el sentir general de la familia es de que tengo que ir. Y bueno, no estoy del todo en desacuerdo… Creo. — Apretó la mano de Marcus y le dirigió hacia un mirador, para poder disfrutar de la bahía y las buenas vistas. — Al principio me enfadó que me lo pidieran. Sobre todo mi tata. Porque a ver… Una vez más, si yo no participo, hay algo fundamental que no pasa… — Se apoyó en la barandilla e inspiró la brisa marina, cerrando los ojos y dejando que el sol y la sal despejaran su mente y su enfado. — No tengo claro que sea tan fundamental que yo vaya para que se cure mi padre. Mi varita no tiene el poder de tocar a alguien y curarle. Ojalá. Pero no es así. — Negó con la cabeza, con la vista perdida en las aguas turquesa. — Pero… Bueno, quiero que Dylan tenga un padre, quiero darle la mejor vida que pueda, y esa es con nuestro padre curado. Y para saber si se está curando de verdad, y cómo lo hace y demás… tengo que ir. Así que… eso es todo. — Se giró hacia él y se apoyó en su pecho. — Irlanda me había aislado de todo esto, pero empiezo a ver que mi familia no pretende funcionar sin mí y… — Se separó y miró alrededor. — Echo de menos Saint-Tropez, a mis primos, y aún no te he dado tu regalo de Navidad… Que tiene que ver con este sitio. — Acarició su rostro con las manos en cuenco. — Aquí fue nuestra noche de San Lorenzo, y algunos de los recuerdos más felices que tenemos. No quiero alejarme más de todo esto… — Tragó saliva. — Pero es tan difícil lidiar con todo lo que aún me duele… — Inspiró de nuevo y se frotó la cara. — Pero supongo que lo haré igualmente. Aunque sea llorando. —

 

MARCUS

— Por favor. — Respondió con los ojos muy abiertos a lo de la habitación. Puso expresión pensativa. — ¿Ves? Otro de esos momentos en los que me vendría genial un giratiempo. Porque la experiencia de compartir desván con mi hermano y los primos era genial, pero estar sin ti... No, definitivamente, necesito un giratiempo. No quiero perderme nada. — Él tenía que ser la salsa de todos los platos, evidentemente. Hizo un gesto con las manos como si tuviera dos enormes hojas en la cabeza y tonteó. — Sembrado como un trébol. — Riendo con su novia. — No lo descarto. Entre la temperatura y el ruido continuo. Por no hablar de mi miedo a no sobrevivir entre tantos bichos. — De repente volvía a saber lo que era la vida sin animales yendo y viniendo por todas partes.

Aspiró una exclamación exagerada. — ¿¿Sin comer?? — Puso de su cosecha, y luego rio y dijo. — Subestimas mi capacidad para los hechizos domésticos. Ya verás, Gallia, ya, cuando estemos viviendo juntos y no veas una mota de polvo donde no corresponde gracias a mi buen hacer. — Esperaba no estar vendiéndose muy caro en eso, que no es como que Marcus estuviera todo el día limpiando casas. Siguieron paseando y, de repente, Alice le soltó lo que había hablado con Violet y sus padres. La miró, parpadeando, genuinamente sorprendido. No sabía bien cómo reaccionar. Además de impactarle la información, porque no se la había visto venir para nada, necesitaba más datos sobre cómo se había tomado Alice eso. Porque se le ocurrían todo tipo de reacciones.

"No estoy del todo en desacuerdo, creo" no le sonaba a la frase más convencida y convincente del mundo, más viniendo de Alice, que solía tener sus ideas bastante claras. Demasiado intrincada y llena de negaciones como para saber si le gustaba la idea o no, aunque se decantaba más por lo segundo. Cuando dijo que no consideraba que su aportación fuera fundamental, ladeó varias veces la cabeza, pensativo. — Estoy de acuerdo. A medias. Quiero decir... Creo que tu padre puede, y tiene, que curarse por su propia voluntad. Que es él quien tiene que hacer la terapia, al fin y al cabo. Pero también pienso que... Como buenos investigadores que somos, sabemos que, cuantas más fuentes tengamos para contrastar la información, mejor. Y si en tu familia hay una persona que puede dar una información fiable sobre tu padre, esa eres tú. — De eso último estaba totalmente convencido. — Entonces... No sé si ha sido idea de tu familia o de la sanadora, pero si ha sido idea de la sanadora, supongo que, más que para que le cures tú, te habrá solicitado ir para recabar más información con la que poder curarle ella. — Meditó, apoyado en la barandilla y mirando al mar. — Theo me dijo eso una vez. Que le parecía muy interesante tener cuantas más informaciones de familiares, mejor, porque a veces los pacientes pueden no contarlo todo, o contar las cosas desde su punto de vista, que no necesariamente puede corresponderse del todo con la realidad... No sé si será el caso de tu padre, pero de cualquier forma... creo que el que tú vayas, en lo relativo a su curación, solo puede aportar para bien. Lo peor que puede pasar es que no sirva para nada. — La miró e hizo una mueca comprensiva con los labios. — Aunque entiendo que... no te apetezca nada. — Tenía que ser... incómodo ir a hablar de tu padre con una sanadora mental. Por no hablar de que Alice no estaba ni mucho menos en su mejor momento con los Gallia, y que le siguieran pidiendo cosas no le parecía la mejor estrategia para que mejorara su ánimo al respecto.

Asintió. — Eso es otro beneficio de ir: saber realmente cómo le va. — Y eso podía ser un arma de doble filo, porque como Alice detectara que William estaba peor o estancado... Sonrió levemente cuando dijo que echaba de menos Saint-Tropez. — Yo también lo echaba de menos. Aquí tenemos algunos de nuestros mejores recuerdos, al fin y al cabo. — Lo del regalo le hizo arquear las cejas. — Es verdad, me falta cierto regalo de Navidad... Llevo desde entonces sin dormir pensando qué será. — Con lo cansado que había acabado todos los días, lo de sin dormir no se lo creía nadie, pero se entendía el concepto. La miró a los ojos y llevó las manos a las de ella, apoyadas en su rostro, dejando un beso en estas y diciendo. — Es normal... Desde que volvimos de Nueva York... Bueno, tomémoslo como el momento que hacía falta para romper el hielo después de todo lo ocurrido. Pero lo dicho: aquí tenemos recuerdos muy felices. Nunca nos alejaremos de ello. Yo haré lo que esté en mi mano por que este sitio siga siendo para ti un lugar de felicidad. Y estoy seguro de que, poco a poco, volverá a serlo. —

 

ALICE

Sí, veía la confusión y un poco de desesperación en la expresión de su novio. El pobre dejándole espacio, ayudándola a sanar, y era entrar los Gallia en juego y lo ponían todo el peligro. Sí, esa ha sido mi vida, además de las barbacoas y la playita, pensó. Pero asintió y suspiró. — Si lo sé. Es lo que me ha llevado a decir que sí, pero… no deja de costarme. — Asintió a lo de Theo, perdiendo la mirada. — La lógica Ravenclaw a ese respecto me dicta que sí, efectivamente, cuanta más información, mejor para la sanadora. Y sí, soy la mejor, porque han ido memé, mi abuelo Robert y la tata, que yo sepa, así que imagínate el cuadro que tendrá la pobre mujer: memé en plan “yo dije desde el principio que mi niño tenía que haberse casado con una maga de posición y hacerme caso a mí”; mi tía sacando la varita para defender a toda costa a su hermano, que no ha cometido ni una falta en la vida; y mi abuelo que hasta se metería en la consulta que no es. — Suspiró y rio un poco, frotándose las cejas. Miró a su novio con dulzura por su comprensión y le sonrió. — Nop, no me apetece ni un poquito. Pero me alegro de que todos lo veáis. Con eso me vale. — Negó con la cabeza. — No quiero medallas, solo que se tome en consideración, y ya está. —

Alzó una ceja a lo del regalo de Navidad y dijo. — Yo creo que has dormido bastante bien, especialmente cuando estabas malo. — Se rio y le miró con devoción cuando le dijo lo de Nueva York y dejó un beso en sus labios. — Hay un lugar que me hace especialmente feliz. — Entornó los ojos y cogió su mano. — Uno al que se puede llegar adivinando plantitas, en bicicleta… — Rio y tiró de la mano de Marcus. — Vamos, yo sé que quieres volver al lavadero y al campo de lavandas. Ahora mismo no hay flores, pero la mata huele, y hoy hace un sol precioso, y desde luego, va a haber menos animales por ahí para atormentarte que en Irlanda. — Y así, de la mano, Alice les dirigió hacia el campo de lavandas.

No pudo evitar sonreír cuando vio que las hierbas mediterráneas aguantaban el invierno en las orillas del camino. — Vamos a coger de estas. Al abuelo siempre le vienen bien para hacer las aceitunas. Debe estar a punto de ponerlas a macerar, para tenerlas listas para el verano. — Fue cortando ramitas con la varita, y le hacía cosquillas con ellas en la cara, entre risas, admirando ese rostro divino que tenía bajo la luz del sol. — Cómo te brillan los ojos con la luz. Me había acostumbrado a ese Marcus más oscuro bajo las nubes de Irlanda. — Se reía y le daba besitos, mientras seguían avanzando y parándose a cortar hierbas provenzales. Estaba tan relajada y en paz que, como siempre que estaba así, las ideas empezaron a fluirle. — ¿Cómo de difícil sería una transmutación que captara la esencia de… esto? Este sol, las plantas, los aromas… — Inspiró y cerró los ojos. — Pero la verdad es que echo de menos la frescura y lo verde de las plantas de Irlanda. Esa esencia también sería importante atraparla… — Se paró y se puso a la altura de Marcus. — ¿Crees que habría una… digamos… caja, en el mundo, capaz de captar la esencia de La Provenza, la de Irlanda, la de una selva china…? — Ató con un hechizo las hierbecitas. — Para que si Cerys quisiera estas hierbas para sus animales, solo tuviera que abrirla, cambiar la esencia y conseguirlas. — Ladeó la sonrisa y movió la cabeza. — Lo sé, lo sé… Es un poco irrealizable, marca Gallia, pero… ¿No sería increíble? — Rio un poco. — Quizá por eso el abuelo no me deja ir a ver a la albináurica, no quiere que le cuente estas ideas peregrinas. — Pateó unas piedrecitas distraídamente y preguntó. — ¿Qué le vas a contar tú? —

 

MARCUS

Siseó levemente. Pues sí, el cuadro no parecía el más halagüeño para recabar información, como quiera que fuese que se hacía eso en esa materia. La verdad es que Marcus, con lo mal que llevaba que supieran lo que estaba pensando, no se veía en una consulta de sanador mental. Probablemente le impusiera bastante. La miró. — ¿Quieres que te acompañe? Es decir, yo probablemente no pueda entrar, porque tengáis que estar solas hablando de... lo que haga falta y eso. — Se encogió de hombros. — Pero puedo ir contigo y esperarte fuera y si hace falta que entre para estar contigo o algo... — A ver, Marcus, que no la van a operar, pensó, pero es que era una de esas situaciones en las que le encantaría quitarle a Alice todo lo que pudiera afectarle y no tenía en su mano hacerlo. Al menos ya llevaba la frustración un poco mejor... por lo menos por fuera.

Puso expresión pilla cuando fue mencionando el lugar. — ¿En bicicleta? No me suena de nada... — Rio. — Mira, jamás pensé que diría esto, pero prefiero volver a montar en bici a que haya animales por allí. Me has comprado con eso, definitivamente. — La tomó de la cintura. — Aunque ¿cómo es eso de que no hay flores? Yo creo que en cuanto tú pases por allí, todo se va a lanzar a florecer. — Cambió la expresión a una cómicamente sorprendida. — ¡Ah, no! Que tú eras un pajarito. Entonces las flores dirán: "¡escondeos, que viene el pajarito Gallia y nos va a picotear a todas!" — Tonteó un rato, riendo y zarandeándola suavemente de la cintura, antes de darse la mano y caminar hasta allí.

Sonrió cuando vio a Alice cogiendo hierbas. — ¿Sabes? Estas Navidades ya he aprendido a hacer las monedas de chocolate de la abuela Molly. ¿Y si le decimos a tu abuelo que nos enseñe cómo se hacen las aceitunas? A mí todo conocimiento me interesa. — Reía a las cosquillas y se hacían moñerías mutuas, como tanto habían echado de menos esos días. — Uh, Irlanda saca mi yo más oscuro. — Dejó una caricia en su rostro. — Tú siempre tienes los ojos de un precioso azul Ravenclaw, más aún cerca del mar, pero eso es algo que tenemos tanto en Irlanda como aquí. Salgo ganando en cuanto a paisaje para ver. — Y entonces, Alice empezó a dejar su creatividad fluir, y era una de las cosas que más le gustaba de ella. — Eso sería fantástico. Poder llevar contigo la esencia de cada recuerdo... En el fondo es lo que hacemos cuando guardamos recuerdos, como tú con la caja, pero si pudiéramos hacerlo... más... ¿tangible? ¿Observable? ¿Mágico? — Arqueó las cejas. — Podría ser nuestra transmutación libre, aunque quizás si la presentamos en la licencia de Hielo nos dicen que nos dan directamente la de Carmesí. — Bromeó, aunque ya estaba fantaseando con un proyecto desmesuradamente ambicioso, como solía hacer él.

Pensó. — Hmmm... Claro que tendría que ser una caja que permitiera a alguien no alquimista cambiar fácilmente las esencias... Alquimia para todos los públicos. La haría más accesible, menos temible y misteriosa. Podría ser un arma de doble filo... pero me gusta. — Aunque le quitaba la exclusividad que a él le encantaba tener, pero bueno, facilitaría mucho la vida a la gente y daría mucho más su ciencia a conocer, y eso le gustaba. Rio. — Sí que es un poco marca Gallia... pero esta Gallia ya me ha demostrado que en el mundo hay muy pocas cosas irrealizables. Yo, contigo, creo en lo que haga falta. — Y dejó un besito en su nariz, con ternura, y volvieron a pasear. La pregunta le puso una mueca pensativa en la boca, y tuvo que meditarla para contestar. — Lo cierto es que... no lo sé. — Vaya respuesta meditada, Marcus. — Es decir... No... No me he visto venir esta cita. Siempre he pensado, en mi cabeza, he imaginado la escena de estar hablando con alquimistas de prestigio y... Ya sabes que yo con eso no tengo problema, me suelo crecer ante esas cosas. Incluso en el examen, que me estaba jugando la licencia, lo hice. Pero es una albináurica. No tengo ni idea de qué hacen, de por qué son un colectivo aparte dentro de la alquimia, son muy criticados, están como dados de lado... No me he informado lo suficiente, y algo me dice que ella va a ser... cómo decirlo... — Se lo pensó, para acabar diciendo. — Rara. — Se encogió de hombros. — Así que no tengo ni idea de a lo que me enfrento, y ya sabes que no llevo bien planificar algo de lo que no sé nada. Creo que va a ser más inteligente... dejarme inspirar por lo que vea y que ella me hable. Le preguntaré... por su escuela profesional. Quizás de ahí saque una inspiración que pueda combinar con la alquimia reglada. Porque como me pregunte qué hago allí... no creo que "me ha mandado mi abuelo" sea la respuesta que un alquimista que pretende ser de renombre tenga que dar, ciertamente. —

 

ALICE

Asintió contenta a lo de su abuelo. — Tú mismo. Casi nunca le hacen caso al pobre, así que estará encantado de contárselo a alguien. Mira, puedes hacerlo con Dylan también, así no estará simplemente asalvajado como le dejan estar aquí. — Rio y le miró. — A ver, tú y yo también estábamos asalvajados aquí, y sin mucha vigilancia, pero de otra manera. No dejábamos de leer. — Se rio de su propio argumento. — A veces demasiado. Ciertos poemas. — Dijo picándole en las costillas entre risas.

Escuchó a su novio hablar de aquella caja que ahora iba a vivir en su cabeza esperando a ser realizada de alguna forma y exclamó. — ¡Exacto! Así. Pero no siendo “solo” para los recuerdos, sino siendo útil, logrando que la gente de Irlanda tenga algo que puede llegar a necesitar con cierta urgencia. Y si tuvieras varias, podrías tener varios climas y… — Suspiró. — Recuerdo la primera vez que vi las campanas climáticas de tu abuelo, cómo pensé en la de utilidades que eso tendría… — Le apretó la mano y amplió su sonrisa. — Sin tu apoyo nunca me habría creído capaz de hacer cosas así con alquimia, la verdad. — Y dejó un beso en su mano antes de reírse de los aires de grandeza de su novio. — Claro, para que la rubia esa te persiga por toda la faz de la tierra porque te han dado todos los rangos de golpe y ella sigue en Plata. —

Ciertamente, era difícil acercarse a la filosofía albináurica. — Me recuerda un poco a lo que hablaban los cátaros en el castillo, ¿recuerdas? Pero yo tampoco sé muy bien a qué se dedican, y lo que más me extraña es que haya sido el abuelo el que te ha mandado a verla, porque eso quiere decir que la conoce lo suficiente como para decir: “oye, que va de mi parte”. — Estaba muerta de curiosidad. Notaba cómo su cerebro empezaba a teorizar con lo que esa mujer podía enseñarle a Marcus. — ¿Escuela? ¿Tienen una escuela? Realmente nos falta mucha información de esa gente. La impresión que me habían dado era más de… secta. Pero a juzgar por lo limitante que puede ser la información en el mundo de la alquimia profesional, una no puede evitar preguntarse si la secta somos nosotros, porque resulta que todo lo que intentamos conocer es desconocido. — Ella sola se paró y se rio, mirando a Marcus de reojo. — Y supongo que ahí está la razón por la que el abuelo prefiere que yo no vaya. Soy demasiado heterodoxa, me desvío del camino con mucha facilidad. — Y dicho aquello, tiró de Marcus y lo metió por medio del campo de lavandas entre risas.

Aquel lugar le traía tan buenos recuerdos que sentía que no caminaba, sino que volaba entre las plantas, hasta que llegaron a la zona del lavadero, y se llevó a Marcus a la parte de la pared, donde aquel día de verano se echaron a leer. Como no tenía ya tanto frío como para el que venía abrigada, echó su chaquetón al suelo y se sentaron sobre él, Marcus sentado entre sus piernas, con la espalda en su pecho, y ella aprovechando la postura para dejar besitos en su cuello y sus mejillas y acariciar sus rizos. — ¿Sabes? En Nueva York oí mucho la palabra “fortuna”, refiriéndose, por supuesto, al dinero de Bethany Levinson. Pero yo no sentía que esa fortuna y sentirse afortunada tuvieran que ver. Más bien al contrario. — Llenó el pecho de aire y perdió la vista en el campo de lavandas. Desde ahí se adivinaba al final el laboratorio estatal, y era una de las vistas más bonitas que había tenido en su vida. — Mi fortuna es esto. Y quiero que lo sea para siempre. Tú, yo, la alquimia, las plantas… La Provenza. — Dejó un beso en su sien. — Sois mi fortuna. —

 

MARCUS

Se llevó una mano al pecho. — ¿Yo asalvajado? Habla por ti, señorita montar en bicicleta. Señorita trepar a los árboles. Señorita echar agua inmisericordemente a tu amigo que va inmaculadamente vestido. — Devolvió el pique, haciendo él también cosquillas a ella. — Y yo leía divulgación, tú me metiste en ese mundo de los poemas. — Chinchó, aunque se acercó a ella y susurró. — Aunque de eso no me quejo. — Y de lo otro tampoco, honestamente.

— Esas campanas climáticas son lo mejor. Nosotros también tendremos en nuestro taller. — Aseguró ilusionado, y la miró con ternura cuando habló de su apoyo. — Tú haces que yo vuele aún más alto. Es un perfecto trabajo en equipo. — Aunque a lo siguiente rodó los ojos. — Ni me hables de ella. Si se siente interpelada porque yo saque un diez y ella suspenda, que estudie más. ¡Tsé! Lo que hay que aguantar. Algunas se creen que con el apellido se llega a todas partes. ¡Algunas que enarbolan tanto el apellido, cuando no les sale, se creen que es que uno ha usado el suyo! Ahora resulta que yo uso el O'Donnell, o el Horner, pero ella no usa el Gaunt, o cualquiera que sea el de la madre, que apuesto lo que quieras a que es otra de esas familias puristas. Espero no volver a encontrármela. Que se dedique a otra cosa, no conviene hacer alquimia tan indignadita. — Como le tiraran de la lengua con ese tema podría no parar nunca, pero es que después del shock inicial tras el examen, le había subido la indignación. ¿Cómo se podía tener tan mala sangre y tanta envidia? En fin.

Pensó, con el ceño fruncido. — Sí que es raro que mi abuelo tenga esa confianza con una albináurica... — Se encogió de hombros. — Aunque conoce a tantísima gente que ni me extrañó de inicio... Pero es verdad que con lo reglado que es él... — Lo dicho: no saldría de dudas hasta que no fuera, y casi que prefería no darle más vueltas, porque solo podía confundirse más. Si bien tuvo que señalar y asentir al comentario de Alice. — ¡Secta! Yo también lo pensaba, por eso no les prestaba mucha atención. ¿Pero va mi abuelo a mandarme a conocer a una alquimista que pertenece a una secta? — Rio sarcástico y alzó las palmas. — ¡Bueno! Nuestra alquimia es reglada. Eso no es ser una secta. — Tocarle a Marcus la normativa vigente no era buena idea. Esperaba que la albináurica no le saliera también por ahí.

Tumbado apoyado en Alice en esa hierba que tan buenos recuerdos le traía se permitió cerrar los ojos, sonreír y dejarse acariciar, como si estuviera en el paraíso. La reflexión de Alice amplió su sonrisa aún más. Abrió los ojos cuando terminó, mirándola. — Es que esta es la verdadera fortuna. — Se incorporó para acercar su rostro al de ella. — Tú eres mi fortuna. Todo lo que tenemos, lo que hemos construido y lo que nos queda por construir. La capacidad que tenemos de volar juntos y de imaginar lo inimaginable... Simplemente pasear por un campo cambiando el mundo, y saber que podemos al menos intentarlo, y disfrutar del camino. Esa es mi fortuna. Nuestra fortuna. — Y ya sí, se deleitó en besarla, en la soledad y la tranquilidad de aquel lugar, que tanto habían anhelado en Irlanda.

 

ALICE

Cómo estaría su novio de cariñoso y necesitado de intimidad con ella, que ni se enfadó cuando insinuó lo de la secta. Pero es que ya relativizaba todo. Lo que nunca relativizaría serían esos momentos, esa paz, ese sol, la cercanía, y esas palabras de Marcus. Sonrió a lo de la fortuna. Rio un poco, sabedora de su regalo misterioso, y rozó su nariz con la del chico. — No tienes tú idea de todo lo que nos queda por construir. — Y entre risas, le besó. Pero el resto de sus palabras hicieron que el estómago le saltara y los ojos se le humedecieran. — Oh, mi amor… — Acarició sus mejillas, con amor, y, a falta de mejores palabras se entregó a sus besos.

Algo tenía aquel lugar que les revolucionaba. Obviamente, la última semana había sido una auténtica locura, pero es que aquel campo, el lavadero y todo lo demás siempre les había despertado algo, les arrojaba a los brazos del otro y a buscarse, acariciarse y besarse. Le rodeó con los brazos y las piernas y lo pegó a ella. En un punto, entre besos, se separó lo justo para susurrar. — ¿Cómo es que siempre consigo llevarme al prefecto O’Donnell al suelo? — Y tiró de él sobre ella y el abrigo. A ver, les estaban esperando en casa, era plena tarde (aunque en un par de horas sería de noche, porque así era el invierno) pero necesitaba disfrutar un momento de esos instantes en los que solo estaban Marcus y ella.

Levantó la mano, acariciando su mejilla y se rio al recordar. — ¿Te acuerdas de cuando le di muchísimo infierno a André para que me llevara a tu casa como por estas fechas? Tú y yo teníamos un reto del milenio que cumplir. — Rio de nuevo y volvió a besarle lentamente. — Toda mi esperanza era acabar así. — Negó con la cabeza. — Y míranos ahora. Alquimistas, mayores de edad, y seguimos teniendo que escaparnos al campo de lavandas… — Volvió a apretarle contra ella, agarrándose a sus rizos, como le encantaba hacer. — ¿Voy a seguir gustándote tanto cuando me tengas a tiro en una playa paradisíaca del Caribe? —

 

MARCUS

Aquel lugar era especial, sacaba sus instintos a relucir, como aquellas primeras veces que se escaparon para robarse unos besos. Esta vez, además, después de tan poco tiempo a solas y tanto jaleo familiar, aquello fue como un oasis en mitad del desierto. Rio levemente a su comentario. — Yo también me lo pregunto... Ya he dejado de pelear contra ello. — La besó de nuevo y se separó para susurrar. — Porque en el fondo me encanta. — Volvió a besarla, y a añadir, jocoso. — Y ya sabemos que aquí el prefecto O'Donnell no está de servicio. — Y volvió a los besos, con una sonrisa.

Ni el prefecto O'Donnell ni Marcus en general estaban de servicio, porque claramente se le estaba yendo el santo al cielo. Pero es que la echaba tanto de menos... — Como para no acordarme. — Comentó entre risas, y acariciando su mejilla, dijo. — Mi pajarito cantor. — A lo siguiente soltó un gruñido entre los besos. — No me hagas frustrarme justo ahora, Gallia. Qué tristeza. Y yo que veía el mundo a nuestros pies cuando saliéramos de Hogwarts. — Dramatizó, aunque riendo de nuevo, y luego la miró a los ojos. — Pero pagaría todo el oro del mundo por seguir pudiendo escaparme contigo. Al campo o a donde sea. — La besó brevemente y añadió. — Aunque preferiblemente por elección, no por obligación. — Siguieron besándose.

Eso sí, la siguiente frase le arrancó una carcajada sarcástica, y la miró con una ceja arqueada. — Me vas a gustar aún más. — Rozó su nariz con la de ella y dijo. — No me hagas decirte los planes que tengo para cuando llegue ese momento... — Siguieron un buen rato más entre besos, más apasionados. — ¿Y tú? ¿Te hartarás de mí? ¿Perderá la gracia tener tan accesible al prefecto aburrido, sin meterlo en un lío ni ponerle de los nervios? — Chistó. — Espero que no... Entra en conflicto con dichos planes. —

 

ALICE

Se estaba enredando y se daba cuenta, pero es que no pararle los pies a Marcus y no pararse a sí misma, era demasiado tentador. Total, estaban en medio del campo, era invierno, y no se oía ni un alma, ¿hacía cuánto que no tenían eso? Se rio a lo de escaparse, pero su mente ya se estaba nublado demasiado para responder con la mente fría. De hecho, ninguna parte de ella estaba fría ya.

Fue decir lo de los planes y sintió un escalofrío que la recorrió entera, y luego una oleada de calor que le venía de dentro. Oh, la voz de Marcus, en realidad podría convencerla de lo que quisiera, cómo le gustaba aquella voz. Pero empezaba a írsele de las manos, y ya no era el tiempo entre quinto y sexto, pleno verano y tenía que aprovechar cada momento que tuviera a Marcus a tiro. Así que le mordió muy suavemente el labio inferior y susurró. — Pues ya que te queda esa duda… — Giró al chico para que acabara de espaldas contra el suelo y se puso sobre él, entrelazando sus manos. — Pienso sacarte de este lío marca desastre Gallia en el que te he metido y te voy a dejar que me hagas… dichos planes, esta noche, en una camita, ahora que por fin nos hemos ganado una. — Dejó un piquito sobre sus labios. — A ver, mi amor, que sé con quién me he comprometido de por vida. Y empieza a hacer frío. Ya que por fin vamos a tener nuestro momento después de tantos días, mejor que sea en un entorno más cómodo. — Volvió a inclinarse para besarle. — Pero agárrate a ese pensamiento del Caribe y tus planes. Me ha gustado. — Y ya sí se levantó y le ayudó a levantarse a él también.

Como ya se conocían el percal, se chequearon el uno al otro para limpiarse hojitas, hierbitas y cualquier minusculez que su tía Violet pudiera utilizar en su contra y se aparecieron directamente en la casa. Allí empezaba a correr un viento frío de la costa que no se parecía a las brisitas de verano, aunque no tenía nada que hacer con el de Irlanda, desde luego. No obstante, de la casa salía humo de la chimenea y un olor que reconoció al instante. — ¡Oh! Están haciendo ratatouille para cenar. No es Navidad si no hay ratatouille… — Dijo contenta, entrando del brazo de su novio.

La casa de Saint-Tropez se ponía muy bonita en Navidad, a Alice le traía recuerdos preciosos, y la última vez que estuvo allí en Navidad… Mejor olvidarla, así que le venía muy bien hacer nuevos recuerdos, y más cuando visualizó a los O’Donnell, sonrientes, incluso Emma, con su tata, Erin, y sus tíos. — ¡Pero bueno! ¡Si son los alquimistas de Piedra! — ¡Hola, tío Marc! ¡Joyeux Noël! — El hombre la estrechó entre sus brazos. — Eres un orgullo para los Gallia, Alice, es increíble lo que has conseguido. — Se separó y rio. — Bueno y feliz Navidad, claro. — Luego se dirigió a Marcus y ella abrazó a Susanne. — Eres una campeona. Solo con esto ya nos tienes a todos impresionados. Tienes que contarnos todo de Irlanda. — Asintió y se acercó a los sofás. Claro, también estaba allí su padre, al lado del árbol de Navidad, con su hermano. Dylan la estaba mirando con una gran sonrisa y ojos brillantes de ilusión, así que se acercó a su padre y le dio un beso. — Hola, papá. Feliz Navidad. — Hola, pajarito. Qué guapa estás, qué bien te sienta Irlanda. — Más gorda es lo que estoy. Qué cantidad de comida me he echado encima estas fiestas. — Emma se rio y la picó en una costilla. — No pasa nada tampoco, se te ve más repuesta. — Uhhhh aquí cuando te dicen lo de repuesta, mal asunto. — Dijo Susanne. Ya iba ella a alejarse, cuando su hermano exclamó. — ¡Hermana! ¡Tenemos que abrir nuestros regalos! ¡Y tú darle al colega el suyo! — Tomó aire, pero asintió con una sonrisa. — ¡Cierto! ¿Y mis primos? — Están en una cena con los de Beauxbatons, si no se les alarga el asunto, igual hasta les ves, pero ya les conoces… — Contestó su tío. Pues nada. Al lío con los regalos, y al menos pensaría en la felicidad que le daría a su novio cuando viera el suyo.

 

MARCUS

Ni el hecho de que el campo estuviera mucho menos frondoso de lo que estaba en verano, ni el frío, ni el saber que toda la familia estaba esperándoles, estaba persuadiéndole de no fantasear con lo que podía ocurrir en breves instantes si seguían con el tonteo. Había necesitado demasiado estar a solas con su novia, así que cuando le puso de espaldas en el suelo se mordió el labio, mirándola con una sonrisilla pilla, aventurando lo que se avecinaba... Pero Alice cambió de planes. Se le debió poner cara de pena instantánea. — Ni al Caribe has esperado para abandonarme por estar tan accesible... — Dramatizó. Se acercó a ella y susurró, tentativo. — Parece que se han girado las tornas: la díscola Gallia buscando camitas cómodas, y el prefecto que se quedaría aquí enredado con ella por tiempo indefinido... — Se retiró, chasqueando la lengua. — Cómo es la vida... Pero me apunto lo de los planes. —

Tras el necesario chequeo, se aparecieron en la casa, e instantáneamente cerró los ojos y lanzó un sonido de gusto. — Ratatouille. Qué recuerdos. Me muero por comerlo otra vez, una sola no fue suficiente. — Aquella última Navidad de Janet, la que celebraron en casa de Alice, lo probó y le pareció un manjar, así que estaba deseando comerlo de nuevo. Nada más cruzar el umbral detectó a Marc y Susanne, a quienes saludó con alegría. — ¡Feliz Navidad! — ¡Feliz Navidad, cielo! ¿Listo para una Navidad a la provenzal? Normalmente vienes cuando hace calorcito, no habías conocido La Provenza con frío. — Tranquila, vengo de Irlanda, esto sigue siendo calorcito. — Rio junto a la mujer, saludando al hombre justo después. Pero fue saludar a Marc y vio a alguien más.

Tragó saliva y buscó a Arnold con la mirada, quien automáticamente parecía haberla querido cruzar también con él. Sí, estaban todos tensos por la reacción de Alice con su padre y viceversa, pero estaba haciendo grandes esfuerzos por aparentar normalidad y que ella no lo notara. Afortunadamente, todo fue bastante cordial e incluso con un toque divertido. Se acercó entonces él. — Hola, William. Feliz Navidad. — El hombre le miró emocionado y le extendió los brazos, así que le abrazó. — Feliz Navidad, hijo. Me hace muy feliz teneros aquí. — Le dijo en el abrazo, y a Marcus se le cayó el alma a los pies. William era uno de sus puntos débiles. Cuando se separó, de hecho, Dylan le estaba mirando con los ojos brillantes. — ¡Oh, regalos! — Exclamó, tratando de disipar la emoción contenida y dando una palmada en el aire. — Empezamos nosotros. — Se ofreció Arnold, y Marcus puso una mueca sorprendida muy exagerada. — ¡Os habéis colado! — ¿Colado? Da gracias a que os hemos esperado por cortesía, amantes paseantes. — Le sacó la lengua a su padre, que le había contestado mientras rebuscaba en sus pertenencias, y justo se giraba con una cesta enorme que generó exclamaciones colectivas. Emma suspiró. — Nada, y no la plegó para traerla... — ¡Que se iba a romper toda, cariño! Y es una pena. ¡Bueno! Cortesía de los O'Donnell de Irlanda, un regalo colectivo de la familia para la familia. — ¡¡Las monedas de la abuela Molly!! — Exclamó Dylan, y los presentes se arremolinaron en torno a la enorme cesta de viandas irlandesas, que traía desde quesos y mermeladas, hasta pasteles de carne y dulces varios. — ¡Qué detalle, Arnold! — Exclamó Susanne, feliz. — Dale las gracias a tu familia de nuestra parte. Vaya festín nos vamos a dar. — Y tras varias risas y comentarios sobre las cosas, Dylan dio un salto, emocionado, y dijo. — ¡¡Voy a por los míos!! — ¿Los tuyos? — Preguntó William. El niño, corriendo de espaldas, respondió sonriente. — ¡Claro! No voy solo a recibir ¿no? Tenía que hacer regalos este año, pero quería que la hermana estuviera. — Dicho lo cual, se perdió escaleras arriba. Todos se quedaron con sonrisas residuales... pero también en un silencio tenso. Marcus se mojó los labios. — Nosotros... — Empezó, mirando a Alice. — ...Tenemos los nuestros también en el baúl ¿no? — Ya está en vuestro cuarto. Por si queréis aprovechar para ir a por ellos. — Reaccionó Arnold a continuación, claramente para facilitarle las cosas. Miró a Alice y dijo. — ¿Vamos a por ellos? — Y al menos, en lo que subían y bajaban, se preparaban mentalmente para el momento.

 

ALICE

Apreciaba el esfuerzo de todos por estar remando a favor, así que ella no iba a ser menos, y amplió la sonrisa al ver las monedas. — Cuánta comida habría que ha llegado hasta aquí, habiendo la gente que había allá. — Y me hice amigo de todos. Todos me conocían, hasta los irlandeses, y todos los de América se acordaban de mí. — Todos rieron y se pusieron a comentar la comida, porque de repente memé y la tía Simone habían aparecido por ahí y tenían mucha curiosidad por saber qué era todo aquello. Lo que le sorprendió fue la intervención de su hermano. — ¿Cómo que tienes regalos? ¡Oy, mi patito! — Exclamó echándose a darle muchos besos muy sonoros. — ¡Ay, hermana! No hagas que me arrepienta. — Asintió a su novio, entre risas, mientras se levantaban, pero no pudo evitar captar la sonrisa pillina de Arnold antes de decir. — No quieres que lo diga, pero cada vez eres más una madre irlandesa. — Alice le sacó la lengua y se fue de la mano de su novio.

No le apetecía mucho dar regalos a su padre, pero tenía también cosas para los demás, y estaba el regalo de Marcus (aunque se lo había encargado a André, esperaba que lo hubiera dejado por ahí) así que tiró de las manos de su novio hacia dentro de la habitación y le dio un breve beso, con una sonrisa. — Estoy bien. Estoy contenta de estar en Saint-Tropez otra vez para Nochevieja, con nuestras tradiciones, y eso incluye regalos. Para todos, yo no soy cruel. — Dejó otro besito en sus labios y le dio los regalos de los abuelos. — Toma. El perfume de espino para memé y los zapatos de leprechaun para el abuelo, dáselos tú, y yo me ocupo de los tíos. El de mi padre se lo damos al patito que seguro que le hace mucha ilusión que se lo dé él. — Y aparte Alice podía no ser cruel, pero tampoco estaba para aquella movidita. Antes de salir de nuevo, eso sí, le guiñó un ojo a Marcus. — Dejaré lo mejor para el final. —

Al bajar, se aseguró de darle el de su padre a Dylan, con instrucciones de dejarlo hasta que terminaran los demás, y se acercó a la tía Simone primero. — Bueno, tía, como la experiencia es un grado, empezamos por ti. — Voy a obviar que me has llamado vieja, chérie. — Todos rieron, pero Alice negó. — No, no, no, una vieja no necesitaría esto. — Y cuando vio lo que era abrió mucho los ojos. — ¡Oh! No sabía que se podía hacer crema con algas. — Los O’Hara hacen lo que sea con algas. — Aportó Dylan. — De verdad, no saben hablar de otra cosa. — Alice asintió entre risas. — Así es, y es muy buena para curar efectos de plantas mágicas o caídas accidentales de pociones. Sé que tú nunca paras con las plantas del jardín y toda clase de tónicos así que de vieja nada. — La mujer rio también y se lo agradeció emocionada.

— Pues sigamos con los Gallia franceses. — Dijo entregándoles dos paquetitos rectangulares y alargados. — ¡Esto es madera para las varitas! ¡La siento desde ya! — Adivinó el tío Marc. — ¿Es importada de Irlanda? — A ver, que el regalo es vuestro, con abrirlo ya lo sabréis. — Apuntó Arnold, que estaba chistoso. — ¡Espino blanco! — ¡Serbal! — Cómo saben estos chicos que no hay nada como la madera importada directamente. — Pero directo, vaya, os la conseguimos en Connacht. Justo estaban montando las cosas de Navidad y pensamos en vosotros. — Connacht es famosísimo, mucha magia por allá. Habéis estado en un montón de sitios importantes, hijos. — Admiró Robert. Ella le sonrió con dulzura. — Son muy bonitos, abuelo, tenéis que venir cuando haga mejor tiempo. — El hombre le sonrió pero se quedó un poco con la mirada perdida. — Anda, atiende, que tienen cosas para ti. — Y aprovechando el despiste de cuando Marcus les estaba dando el regaló, se acercó a su tía y dijo, en francés, por precaución. — Tu hijo no te habrá dejado una cosita para mí que le pedí ¿verdad? — Sí, cariño, en la entrada está, en el segundo cajón, con un hechizo camuflaje para tu varita. — Puso cara de niña entusiasmada. — Le va a encantar, eh, estoy deseando. —

 

MARCUS

Asintió a la afirmación de Alice. Ciertamente la veía bien (no pletórica pero sí mejor de lo que esperaba), así que se conformaría. Tomó los regalos de los abuelos sin chistar: ella lo había distribuido así, él acataba. Salvo que fuera algo muy sangrante y lo dudaba, no pensaba llevarle la contraria en nada que ella decidiera hacer en aquel viaje. Había accedido a ir, qué menos que remar a favor todo lo posible.

Por eso siguió las precisas instrucciones y, con mucha pompa y una gran sonrisa, se dirigió a los abuelos en cuanto Alice terminó con el regalo a los tíos. — Para la dama. — Entregó el suyo a Helena con una reverencia, y la mujer lo tomó como si realmente la ficcioncita fuera una realidad. — ¡Oh! Cómo huele, qué aroma más maravilloso. ¿Lo has destilado tú, cariño? — Se mojó los labios. — Los dos. Más Alice que yo, en realidad. Para las plantas es única. — La mujer asintió con una sonrisa y dedicó una mirada de soslayo a su nieta, que estaba entretenida con Marc y Susanne. Le pareció ver un velo de tristeza en sus ojos, pero una Slytherin no iba a reconocer tan fácilmente que, quizás, Alice no le daba el regalo en mano porque ella se lo había ganado a pulso, pero aun así se lo había fabricado ella. — Y esto para un gran corazón Hufflepuff Gallia. — Ya no soy el mayor corazón Hufflepuff, el puesto se lo ha quedado muy merecidamente mi nieto. — Robert y él rieron, y el hombre puso expresión de ilusión al ver los zapatos. — ¡Pero qué cosa tan divertida! — Por favor, no salgas con ellos a la calle. — Dijo Helena casi con miedo, pero el hombre rio. — Pues creo que me los pondré en Nochevieja. — A mí me parece una idea excelente. — Reforzó él, y la mujer al menos se ahorró los comentarios por lo amable que estaba siendo Marcus. Probablemente no hubiera sido igual con su nieta así que, sí, había sido buena idea que los diera él.

— ¿Puedo empezar con los míos? — Saltó Dylan, emocionado. Hubo risillas y asentimientos, y Dylan sacó un cuadernito pequeño y fino del bolsillo, envuelto en un lazo de raso azul, mientras decía. — Vale, pues voy a empezar por el colega. — Vaya, alguien tiene favoritismo. — Se burló Arnold, y Marcus no atinaba a contestar, porque le había pillado por sorpresa lo de empezar primero. Dylan, con toda la dignidad Hufflepuff de la que podía hacer gala, se giró y dijo. — Precisamente mi colega, que es muy bueno en cuestiones de protocolo y fiestas, me enseñó que hay que empezar con algo muy bueno para captar la atención, y dejarte lo mejor para el final, así que eso voy a hacer. — El comentario desató una oleada de "wows" y de risas, y Marcus, riendo aunque también emocionado, se llevó una mano al pecho. — Que digas eso ya es un regalo, colega. Aunque por tu afirmación deduzco que el mejor no es el mío, pero te lo perdono. — Bromeó, si bien Dylan dijo por encima de las risas, con tremendo tono de obviedad. — A ver, el mejor es el de la hermana, EVIDENTEMENTE. — ¡Evidentemente! — Saltaron varias voces, pero Marcus miró a Alice con felicidad. Pues sí, el mejor debía ser el de Alice, así que se alegraba mil veces más de que así fuera que si hubiera sido el suyo.

Tomó el cuaderno y le quitó el lazo con delicadeza. Era de pergamino envejecido, muy bonito, y se notaba que estaba cosido por manos poco expertas, pero con muy buena intención, así que intuía que lo había cosido el propio Dylan. — Bueno, no lo mires mucho por fuera. — Dijo el chico, adelantándose a sus pensamientos. — Es que intenté coserlo con un hechizo, pero no salió muy bien, así que Olive intentó arreglarlo con otro, pero se descosió, así que lo cosimos a mano como pudimos. — Para mí está perfecto. — Afirmó de corazón, y ya sí lo abrió, con mucho cuidadito para que no se descosiera de nuevo (ya lo reforzaría). La primera página tenía muchas frases escritas con diferentes letras. — ¡Lee algo en voz alta! — Animó Dylan. Marcus, parpadeando y aún sin saber muy bien qué era, comenzó a leer. — “Querido prefecto O'Donnell, en Ravenclaw te echamos mucho de menos. Todavía tengo el envoltorio de la rana de chocolate que me diste cuando salí llorando de la clase de Pociones. Estoy seguro de que serás el mejor alquimista del mundo. Con cariño, Robert Pinkman”. — Estaba a cuadros. Ese niño entró en primero el año anterior, era del curso de Dylan, pero de Ravenclaw. — Están por orden de... bueno, contacto contigo. — Marcus seguía aturdido. Pasó varias páginas, y solo de ver el nombre le salió una risa y casi se le cae una lágrima. — “Querido Marcus. Como ya sabía, has sido el mejor prefecto del mundo, porque la gente aquí sigue hablando de ti. Yo puedo decir muy orgullosa que fui una reina coronada por el prefecto O'Donnell”. — ¿Qué parte de esta historia nos hemos perdido? — Preguntó Arnold, cómico, y todos rieron, Marcus incluido, aunque la emoción se lo ponía muy difícil. Susanne, con una carcajada musical, añadió. — ¡Qué completo, cariño! Coronas y todo, como para no hacerte dedicatorias. ¿Y quién es la afortunada? — Beverly Duvall. — Contestó sin dudar, porque sabía quién era sin necesidad de llegar al nombre. Terminó de leer, emocionado, y pasó a otros. Había dedicatorias de muchísima gente: Coraline, el grupito de estudio de Hufflepuff, los prefectos más jóvenes que compartieron cargo con él... Amber, Creevey por supuesto (esa sí que no iba a leerla en voz alta), y, tal y como había indicado Dylan, los mejores estaban al final. — Venga, resuelve el misterio: ¿quiénes son los últimos? — Animó Marc. Pasó la página y solo ver su letra elegante y esmerada y el gran párrafo que le había dedicado, se le encogió el corazón. — Colin. El chico que tiene ahora el puesto que yo dejé. — Lo leyó por encima, porque estaba al borde de las lágrimas. — ¿Y quién máááás? — Pinchó Dylan, que parecía estar disfrutando con su emoción contenida. Pasó la página y miró a Alice, con una carcajada suspirada. — Donna. — Se mordió el labio. Dylan señaló. — Esa huella es de Nick Carter, que se puso a pasearse por la página mientras escribía, pero me pareció bonito. — Rio, emocionado. Detrás, obviamente, había más dedicatorias. — ¡Tachán! — Volvió a reír. — Por qué no me sorprende que Olive y tú os hayáis dejado para los últimos. — ¡Evidentemente! Pero no somos los últimos. — Giró la página, y al hacerlo, vio la letra de su hermano. Arnold estaba oficialmente llorando.

Dylan le puso una comprensiva mano en el hombro y le dijo. — Mejor léela tranquilo en otro momento. No quiero que eches por tierra el esfuerzo que estás haciendo por no llorar. — Al menos con eso le sacó una fuerte carcajada, y le revolvió los rizos. — Y aún no ha terminado. — ¿¿Más?? Pues no se me ocurre quién hay en Hogwarts que sea más cercano a mí que mi hermano. — Bueno... Esa no está la última por cercanía, sino por importancia. — Y, con intriga, giró la página. Se le descolgó la mandíbula. — ¡Lee, lee! — Azuzó Marc, que estaba entusiasmadísimo con el cuaderno. Tragó saliva y leyó en voz alta. — “Estimado Marcus, siempre he sabido que no perderíamos el contacto, aunque ciertamente no se me había ocurrido esta forma tan original de volver a hablarte. Tenemos que reconocerlo: el ingenio Hufflepuff supera con creces al mayor de los intelectuales.” — Rieron. — “Me consta que los primeros meses después de la salida de Hogwarts no han sido lo que esperabas, y que han venido más dificultosos de lo que estaba previsto. También me consta que has superado los obstáculos, como es propio de ti, con matrícula de honor. No dejes de volar alto, Marcus, has dejado tras de ti un nido de águilas orgullosas que, como habrás podido comprobar por estas páginas, aún te recuerdan. Y recuerda que en la vida existen tropiezos que no podemos controlar, pero que nos llenan de sabiduría de la que no se lee ni en los libros ni en las estrellas. Tengo que reconocerlo: aquí se te echa de menos, yo especialmente, eras una buena (y muy aduladora, que nunca está de más) mano derecha. Aunque también tuviste muy buen ojo con tus sucesores. La casa Ravenclaw está en buenas manos y no solo por lo que a mí respecta. Te deseo lo mejor, y dale un fuerte abrazo a Alice Gallia de mi parte. Sed felices, Arabella.” — Ahora sí que había lágrimas por todas partes, y le dolía la garganta de contener el fuerte nudo que se le había apretado en ella. Bajó el cuaderno, mirando a Dylan, emocionado. Dejó su regalo a un lado y se acercó al chico, dándole un fuerte abrazo silencioso y un beso en la mejilla. — Eres el mejor. — Dijo con la voz llena de emoción cuando pudo separarse. Dylan, con una sonrisita, negó graciosamente con la cabeza y señaló con el índice el cuaderno. — Tú eres el mejor. — Tuvo que apretar fuertemente los labios, y acabó chistando y diciendo. — Para. Que al final me haces llorar. — Aunque por lo quebrado de su voz y sus ojos llorosos, igual ya era tarde para eso.

 

ALICE

Oía a sus abuelos de fondo y se rio por lo bajini. En verdad también echaba de menos eso, de pequeña pasaba mucho tiempo con ellos y se partía de risa con sus dinámicas, y aunque ya había cruzado demasiados puentes con ellos, no dejaba de enternecerse por ciertas cosas. Pero para ternura, la que le dio su hermano, dándole a Marcus un cuaderno envuelto con un lazo azul, que obviamente no podía ser para nadie más. Se rio y se señaló a sí misma. — Esa soy yo. Lo siento, eh, voy a tener el mejor regalo. — Azuzó, aunque ya notaba la emoción ahí en la garganta.

Sacó un pucherito de adorabilidad ante la historia de los hechizos al cuaderno y tuvo que contenerse de no coger y estrujar a besos a su patito, pero estaba explicando su regalo, y quería darle ese espacio. Y en cuanto se dio cuenta de lo que era, se le inundaron los ojos. No solo porque su patito conociera tan bien a Marcus que supiera perfectamente cuál era una de las cosas más importantes para él en Hogwarts, también porque se hubiera dedicado a recopilar todo aquello. Se rio a lo de Beverly y dijo. — Cualquiera no la coronaba, no sabéis los arrestos que tiene esa niña. — Y por supuesto, con mi hijo era un corderito. — Admiradora hasta más no poder. — Le confirmó a Arnold, que también estaba emocionado. Su familia parecía entregada también, y aprovechó para agarrar la mano de Dylan y acariciarla, emocionada como estaba mientras contaba lo de Donna y Nick Carter. — Y por eso el corazón de mi Dylan es tan grande, tiene hueco hasta para el bichillo de Donna. — Y ya no pudo contener las lágrimas cuando vio que Lex también había escrito. Para lo que no estaba preparada, desde luego, era para las palabras de la jefa Granger. Acarició la espalda de su novio y dejó un beso en su frente. — Sabía yo que la impronta del prefecto O’Donnell iba a quedarse en Hogwarts. Eres imposible de olvidar. Eres un orgullo para Ravenclaw. — Y para todos, mi niño. — Vamos, hasta Emma estaba emocionada, como para no, debía estar hinchada como un pavo de puro orgullo. — Y tú también, Dylan. La bondad es lo más bonito que queda en el mundo, y lo único que hace de este un lugar mejor cada día. — Dijo mirándole con cariño. — Tu madre ahora mismo no cabría en sí de contenta. — Ahora ya hasta sus tíos estaban llorando. Dylan le dio su mano libre a Emma y le dijo. — Lo sé. Y tú también. Lo noto. — Sí, Dylan, todos lo estamos. — Le iba a costar no llorar a su suegra, pero si alguien podía conseguirlo, claramente era su patito. — Bueno, ¿y esto cómo se supera? — Preguntó su muy Slytherin tía Simone, mientras se limpiaba distraídamente un ojo. — Bueno, de momento voy a darle el mío a las tías. — Dictaminó su hermano.

Se acercó a las tías con otro libro y Alice no pudo evitar decir. — Qué Ravenclaw estás últimamente tú. — Su hermano se encogió de hombros. — Bueno, si tú lo dices. — Las tías abrieron lo que parecía un álbum personalizado por el propio Dylan. — ¡Pero qué bonito es esto! ¿Lo has hecho tú? — Preguntó Erin. — Sip. Como se os olvida mucho escribir, y a veces estáis en sitios peligrosos o muy lejanos donde Morgana no llega, he pensado que puedo daros esto para que lo rellenéis en cada viaje, y, por si no estáis muy inspiradas, os he puesto las preguntas que a mí siempre se me ocurren y la información que quiero saber. También he dejado huecos para las fotos de la tata o para cositas que queráis pegar, como plumas de los animales que estudia la tía Erin. Así cuando volváis, podemos leerlo juntos y me entero mejor de todo lo que habéis vivido— Las tías se miraron sonriendo y Vivi dijo. — ¿A la de tres? — Erin asintió. — Una, dos… — Y se abalanzaron las dos para comerse a Dylan a besos, y no era para menos. Qué habilidad para los regalos tenía su patito.

 

MARCUS

Tuvo que suspirar fuertemente, y agradecería más las palabras de su madre y Alice si no fuera porque le derrumbaban sus esfuerzos por no llorar. — Va, va, que queda mucha gente. — Dijo entre risas y mientras se pasaba un par de dedos por los párpados, mojándoselos delatoramente. — Mil gracias, colega. Es el regalo más bonito que podías hacerme, lo voy a guardar como un tesoro. — Y Dylan estaba orgullosísimo con la buena acogida de su regalo y las palabras que le dedicaron. Se merecía todas y cada una de ellas.

El regalo a las tías fue precioso, y Marcus no pudo evitar acercarse a Alice y susurrarle. — Sí que está muy Ravenclaw, pero el toque huffie no lo pierde. — Porque el regalo tenía un trasfondo de indudable buen corazón, marca Dylan totalmente. La carcajada fuerte vino cuando las dos se echaron encima de él. — ¡Ay, fuf! — Se quejó el otro cuando pudo zafarse de tanto achuchón, lo que solo provocó risas más fuertes. — Y eso es un adolescente. Pensábamos que con Dylan no se vería, pero también. — Bromeó Marc. Dylan chistó. — Es que por qué sois tan exageradas... — Colega. — Marcus le puso una mano en el hombro. — Lo que pasa es que has hecho unos regalos TAN buenos, porque un buen regalo define la personalidad del regalador y se ajusta a la del regalado, que no podemos gestionar tantas emociones positivas hacia ti. — Sí, sí, ya lo noto. — Dijo con retintín, pero en el fondo le había gustado el halago. — ¡Pues sigo! ¡Papá, te toca! — ¡Anda! ¿Yo también tengo? — Preguntó William, tratando de mostrar su tono divertido habitual, pero con el aura de tensión que le rodeaba desde lo de Nueva York. Dylan soltó una pedorreta de evidencia como toda respuesta y fue a por los regalos.

— Yo creo que este cumple con... eso que ha dicho el colega. — Ya mejor se aguantaba la risa o Dylan iba a pensar que se estaba burlando. Dylan le tendió una cajita a su padre. Al abrirla, aparecieron un tarro vacío, varios saquitos pequeños y un pergamino. Dylan sonrió y, señalando cada elemento, comenzó a explicar. — Esa lista tiene hechizos tuyos, o no tuyos, pero que te he visto usar, y que quiero que me enseñes antes de que acabe Hogwarts, para poder ponerlos en práctica allí. Así tenemos una actividad para hacer juntos en vacaciones y puedo poner en práctica cosas de mi padre cuando no te veo. — Las lágrimas de los presentes estaban volviendo a aparecer. — Esos saquitos tienen arenas de colores. Cada vez que aprenda uno, se echa arena de un color en el tarro, y cuando acabe Hogwarts, vemos de cuántos colores se compone el tarro, y así sabremos todo lo que he aprendido contigo. — William le miraba emocionado. Abrió los brazos y le recogió en estos. — Yo sí que no dejo de aprender nunca contigo. Gracis, mi patito, es un regalo perfecto. — Marcus trataba de contener la emoción, pero para distender el ambiente, volvió a inclinarse hacia Alice y a susurrar. — Lo dicho, no pierde el toque Hufflepuff, aunque es verdad que se le está pegando lo Ravenclaw de nosotros. —

— Y ya que estoy te doy el de la hermana y el colega. Puedo ¿no? — Claro, claro. — Respondió él, convencido de que Alice le había dado instrucciones precisas a su hermano pero que este quería disimular que estaba siendo algo improvisado, para evitar tensiones innecesarias. Dylan le tendió el pesado paquete, que William desenvolvió con cuidado. — ¡Guau! Qué elegancia. — ¡Yo lo explico! — Dylan estaba venidísimo arriba con el tema de los regalos ese año, y a ellos les había venido de lujo para, lo dicho, disimular una potencial situación incómoda. De hecho, todos los presentes parecían haberlo interpretado como Dylan siendo presa del entusiasmo y ellos cediéndole el puesto, y no como cualquier otra cosa. — Es madera mágica irlandesa. Es un tablero de múltiples juegos: ajedrez, damas, backgammon. Puedes invocar el juego que quieras, ¡y además! Tiene una función para que puedas jugar tú solo, vamos, contra ti mismo, o sea, contra el tablero. Como que el tablero es inteligente y eso y mueve las piezas como si fuera un rival imaginario y así tú puedes practicar... Yo personalmente no entiendo qué gracia tiene un juego de mesa si es para jugar tú solo en vez de con amigos, pero bueno, supongo que os gusta eso de darle mil vueltas a cómo entrenar las jugadas antes de ponerlas en práctica en público. — Volvieron a sucederse las risas y, mirando con obviedad a su novia, Marcus volvió a susurrarle. — Confirmamos Hufflepuff. —

 

ALICE

Sintió un abismo en su estómago al ver el regalo de Dylan a su padre. No podía evitar pensar en cuando ella fue Dylan. Y además lo había sido mucho más entregada, por su mente Ravenclaw, su curiosidad insaciable, sus ganas inacabables de escuchar a su padre… No habría habido arena en el mundo para llenar todas las botellas que Alice quiso llenar con conocimiento de su padre. Y le daba mucho abismo ahora simplemente no sentir eso, tener un bloqueo total en cuanto a lo que quería de su padre, era como si todo aquello lo hubiera vivido con otra persona, y ese señor que estaba allí con su hermano fuera un conocido que le caía mal y que estaba deseando que se fuera. Suspiró. Igual sí que necesitaba ir a la sanadora mental de su padre. Sonrió al susurro de Marcus, tratando de volver a tierra, y asintió. — Pero patito es patito. Probablemente está haciendo esto solo porque sabe que mi padre también es Ravenclaw y le encanta. Es todo corazón, como su madre, y como ha señalado tu madre, ella estaría tremendamente orgullosa. — Y se apoyó en el hombro de Marcus intentando que se le pasara el nudo de la garganta.

Lo siguiente que fue pasando, solo reafirmó la impresión de que el corazón de su hermano era demasiado grande y amarillito. No pudo más que sonreír, agradeciendo que un Gallia sí remara siempre a su favor. Por algo siempre había sido y siempre sería su patito. — ¿Y eso cómo funciona? — Intervino su memé, asomándose por el hombro de su padre como un gato curioso. — La verdad es que cuando me lo enseñaron en Irlanda yo también me rompí un poco la cabeza. — Admitió Emma. — Es un hechizo algorítmico. — Respondió Alice señalando a Arnold, que se estiró. — Yo ya lo sabía. Aunque se le ocurrió a Alice, y mi hijo lo llevó a cabo, me pidieron que lo revisara. — Hizo como si se ajustara una corbata invisible. — Impecable, por supuesto, por eso es hijo mío. — Y no porque sea idéntico a ti con esa edad. — Le pinchó William. Arnold hizo un gesto al aire. — Ya me hubiera gustado a mí ser tan brillante. Pero sí, no puede negar que es mío. — Terminó guiñándole un ojo. La afirmación de Dylan les hizo a todos reír, pero su padre estaba acariciando el tablero de juegos y le miró. — “Hay más cosas en el cielo y la tierra que las que tu filosofía pueda jamás imaginar.” — Dijo, y a Alice le salió del alma responder, porque durante mucho tiempo había leído aquella escena teatral una y otra vez, sintiendo que encajaba con su pensamiento tantísimo que podría vivir por esa máxima. — “Y hay una divinidad que labra nuestros designios, por muy toscamente que los desbastemos.” — Todos se quedaron mirándoles. — Muggles. Shakespeare, más concretamente. Siempre viene a la mano para los Ravenclaws, y si no que se lo digan a mi alquimista favorito, que alguien le regaló un poema de ese señor por San Valentín una vez. — Aquello sirvió de desvío eficaz, y todos rieron y se pusieron a hablar de nuevo. — Gracias, hijos. Es… Es increíble cómo vosotros también me habéis superado a mí, en todo. — Dylan se fue a abrazarle y Alice le dedicó una sonrisa cortés.

Lo que vino después fue un agasajo a Dylan muy curioso, y hubo que convencerle de que cortara por un momento su tormenta regaladora para que él recibiera los de los demás, incluyendo los de los tíos, ropa que Jackie le había hecho a medida, unas revistas muggles que André le había traído y que el pobre Dylan tuvo que acabar enseñando, muerto de vergüenza de que todo el mundo pensara que tenían contenido inapropiado, además de los regalos de los abuelos, y cosas que le habían traído las tías, también de su barrio muggle. — No sé qué manía habéis cogido con traerle al niño cosas muggles. — Mujer, en el pasado, los Gallia servimos a los reyes de Inglaterra, nuestro nieto honra esa tradición. — Su abuela bufó. — Toda la vida con el Jean Gallia. — Yo fui a ver su estatua varias veces de pequeña. Y también lo busqué en los libros de historia de la magia. — Señaló Alice. Su tía Susanne suspiró. — Sí, tu primo André también… — Mejor dejemos la memoria de Jean Gallia como la transmitimos en esta casa. — Instó Simone, poniendo esa cara de abuela Slytherin de “hasta aquí ha llegado este tema”.

Por supuesto, su padre también tenía regalos para ellos, que consistían en un par de atriles flotantes que te seguían y que protegían todo lo que tuvieran encima de las inclemencias del tiempo. El de Alice tenía grabado el mismo dibujo que el cabecero de su cama antigua, la que tuvo desde niña. — Qué bonito. — Dijo acariciándolo. — Gracias, papá. — Pero su padre estaba desatado con la reafirmación positiva y no se iba a quedar ahí. — Porque pensé: madre mía, con lo que llueve en Irlanda, y si conozco de algo a mi niña, va a estar todo el día por ahí estudiando plantas, y mi yerno estudiando runas, con lo que le gustan a él, por fin puede poner en práctica todos esos años de Hogwarts, pero al final, cuando estás investigando no te quieres ir del campo de estudio, y yo sé que Marcus siempre lleva sus papelitos encima, pero esto tiene que ser más práctico por fuerza, y nunca se me olvidará esa mirada iluminada a sus doce años cuando le regalamos el escritorio y dijo “es superpráctico”. — Y hala, todos a reírse. Alice, no seas así, disfruta del momento. Pero le costaba, le costaba. Al final el encanto de su padre cautivaba a todos, en cuanto estaba lo suficientemente centrado para ejercerlo, y ella demasiado enfadada en su interior para apreciarlo. — Voy a ir a por una cosita que necesito para cierto regalo. Enseguida vengo, vosotros seguid. — Aseguró con una sonrisa, levantándose de un saltito, y se fue a buscar la dichosa carpeta que André le había dejado escondida en algún lugar de la entradita y a ver si así respiraba un poco y volvía con otra visión.

 

MARCUS

Marcus se parecía mucho a su padre, pero la vena Slytherin de su madre le dotaba de un carisma que... bueno, podría decirse que Arnold era más gracioso que impresionante cuando fardaba de algo. Rio, porque a él siempre le halagaba que le compararan con su padre y lo llevaba por bandera, respondiendo. — Claro que sí, papá. Así me presento yo siempre, como hijo tuyo. — De la excelsa estirpe O'Donnell. — Exactamente. — Corroboró a la pomposa burlita de Violet. El ambiente, por fortuna, estaba cada vez menos tenso y más cargado de felicidad navideña. Menos mal, ahora solo había que saber mantenerlo.

Y entonces vino el dúo poético entre William y su hija, y si Marcus conocía a Alice de algo, a ella le había salido del corazón responder, automático y sin pensar. Sonrió levemente y pensó para sí, orgulloso, a este pajarito le queda menos para volver a su nido de lo que todos piensan, pero se ahorró la delatora mirada de reojo a William y simplemente respondió. — Un gran literato. Uno siempre está dispuesto a conocer mentes brillantes. — Tras eso empezaron a dar algunos regalos a Dylan, para ir intercalando, y Marcus se dedicó a vitorearlos como el que más y, por supuesto, a poner al niño en vergüenza un poquito. Después les llegó el turno a ellos, porque William les tenía un regalo preparado. — ¡Me encanta! — Aseguró, mirando el atril flotante con interés y escuchando la consiguiente explicación. Rio. — Sí que voy siempre con mis papelitos encima. Ahora también puedo ir con mis papelitos detrás de mí. — Bromeó. — ¡Eh! Para lo que os burláis de mi comentario, bien que lo sacáis a la luz cada vez que podéis. Siempre fui muy agradecido. —

Alice, para su sorpresa, se fue a buscar algo, y que él supiera no tenían más regalos que entregar, así que era probable que fuera su misterioso regalo que tanto se estaba haciendo de rogar. Se quedó mirando con una sonrisilla intrigada el lugar que había abandonado su novia, mientras la escena a su alrededor seguía aparentemente sin él. — ¡Me encanta! Y combina genial con los regalos de los abuelos. — Reconectó. Arnold y Emma le habían dado a Dylan una bonita chaqueta para cuando tuviera algo que celebrar, que efectivamente combinaba muy bien con el conjunto de guantes y bufanda que le había tejido Molly, así como una carpeta de clasificación inteligente de apuntes, que últimamente estaba muy de moda entre los estudiantes, y que harían un pack perfecto con la pluma transmutada de Lawrence que cambiaba de color según la asignatura. Dylan puso carita de pena. — Se me olvidó con las prisas llevarme mi regalo para los abuelos y me di cuenta allí y dije ahora como diga algo le voy a destripar a los demás que tengo regalos para todos. — Eso levantó risas tiernas. — Bueno, nosotros se lo damos de tu parte y seguro que les encanta y te escriben dándote las gracias. — Pues mira, mejor, así guardo la carta de recuerdo. A Lex se lo di en Hogwarts, pero le dije que no dijera nada, que con Lex eso es fácil. — Marcus intercambió una mirada con Susanne de manera automática y ambos se encogieron de hombros con una sonrisilla. Dylan era tan fácil de contentar.

— ¡Vale, voy a seguir! — El chico entregó una bolsita que tintineaba peligrosamente, por lo que la movía con cuidado, a Arnold y Emma. Salieron de ella dos botellas de cristal muy bonitas de cerveza de mantequilla. — Una vez estábamos hablando y Arnold le dijo a Emma "¿te acuerdas de nuestra primera cita en Las Tres Escobas?", y me fijé en la mirada y os vi muy enamorados, y luego Emma dijo "ni me acuerdo de la última vez que me tomé una cerveza de mantequilla", así que os he traído una a cada uno embotellada y le pedí a la dueña que si podía grabarme con un hechizo vuestros nombres en el vidrio. — Señaló las botellas y, efectivamente, estaban los nombres grabados. — Para un día que os apetezca tener otra cita romántica y por si queréis guardarla de recuerdo. — Emma estaba sin palabras, pero Arnold, por supuesto, siempre efusivo, se lanzó a achucharle y a darle mil gracias. Cuando le dejó libre, Emma se agachó delante de él y le tomó las mejillas. — El solo hecho de que escuches tan bien y te acuerdes de un detalle tan pequeño es uno de los regalos más bonitos que me han hecho en la vida. — Y le abrazó, y a Marcus por poco se le saltan las lágrimas otra vez. Cuando se separaron, el chico continuó con su tanda de regalos personal a quienes faltaban, y una vez terminó, miró ceñudo al entorno. — ¿Y la hermana? ¡Que ya solo me queda el de ella! — Era todo ternura hasta que de repente le aparecía un mal carácter impropio de él y que hacía a todos contener la risa. Pero Marcus también se preguntaba dónde se había metido su novia, que ellos también tenían que entregarle su regalo al pobre Dylan.

 

ALICE

Escuchó desde lejos a Dylan hablar de los regalos, y miró desde el arco de entrada al salón, enternecida, con la carpeta entre las manos. Se había traído una que había fabricado ella transmutado papel de carta. Al abuelo le había gustado tanto que le dijo que tendría que haberlo usado en algún examen. Rio por lo bajini y se acercó a Marcus poniendo una mano en su hombro. — Patito. — Llamó a su hermano. — Como no dudamos de que tu regalo para mí es el mejor… — Miró a su novio. — Y tu colega y yo tenemos también uno muy chulo que darte… Creo que voy a darle el mío a Marcus, y dejamos los otros para la traca final. Además, justo está atardeciendo, y quiero que lo vea con algo de luz. — Los mayores y sus tíos ya sabían lo que era, pero los demás la miraron confusos. Ella tiró de la mano de Marcus para levantarle y le guio hacia el jardín. — Venga, venid todos. —

Les llevó hasta el final del jardín, viendo el mar, con la playa bañada por completo por la luz naranja del crepúsculo, y se puso junto a la valla con Marcus, con todos detrás, mirando en corrillo. Desde allí, se veía la casa de Jackie, ya bastante avanzada, y entre medias, dos casas muy pequeñas y el terreno de los juncos al lado de casa de sus abuelos. — Mi amor, antes hablábamos de lo que es la fortuna. Tú y yo lo tenemos muy claro, y siempre hemos pedido un tipo muy concreto de fortuna. La de estar juntos para siempre, poder disfrutar con nuestras familias y hacer toda la alquimia que podamos. — Tomó aire y notó cómo los ojos se le llenaban de lágrimas. — Hace dos meses, todo el mundo aseguraba que yo había recibido una fortuna, y yo solo podía pensar que era una condena, un don que no quería, tu hermano entiende muy bien lo que es eso, y sé que tú has trabajado mucho por entenderlo. — Suspiró y sonrió. — Pero yo tengo una ventaja que él no tiene. Yo soy alquimista. Yo puedo transmutar hasta su propia esencia algo que odio, que no me gusta, en algo bueno. Y créeme, aquí hay esencia para rato, y es un porcentaje muy pequeño el que he utilizado para esta transmutación. — Le dio la carpeta y trató de contener la emoción. — Mira bien este terreno de aquí porque, si todo va bien, va a ser la última vez que lo veas así. —

Se mordió el labio inferior, emocionada. — He hecho la mejor transmutación de mi vida. He convertido parte de una fortuna que nunca quise, en uno de tus sueños, y es lo que quiero seguir haciendo el resto de días de mi vida. — La voz se le quebró, pero no paraba de sonreír. — Ahí dentro solo hay mucha fórmula legal, y nuestros nombres y todo eso… Pero es la esencia de lo que será el taller con el que soñaste. Nuestro taller en Francia, al lado de un laboratorio estatal, de nuestra playa, nuestro cielo, nuestra familia y todos nuestros nuevos recuerdos. — Se inclinó para besarle entre lágrimas y solo dijo. — Te amo, mi amor. Feliz Navidad. —

 

MARCUS

— ¡Mira! Aquí está tu hermana. — Se adelantó Marcus nada más notar la mano de Alice en su hombro, pero para su asombro, Alice dijo que le iba a dar primero el regalo a él. Parpadeó, y un cosquilleo de nervios le recorrió. Después de tantos días de expectación, no se había visto venir el momento. Todavía se preguntaba por qué era necesario darlo en La Provenza, y eso solo aumentaba más y más su intriga. "Quiero que lo vea con algo de luz", dijo Alice. ¿¿Pero qué es?? Pensó a gritos su cabeza, pero ya iba a salir de dudas, así que, con una sonrisa boba, se fue tras su chica, tan nervioso que quería ponerse a saltar.

Salieron al exterior, donde las vistas eran preciosas, y Alice se detuvo en la valla, junto a él, con todos detrás. Estaba más confuso a más segundos pasaban, pero trató de escuchar con toda su atención a pesar de los nervios para no perderse nada. Fue asintiendo a lo que decía, para que quedara claro que estaba escuchando, porque tenía que tener una cara de alelado curiosa en ese momento. Cuando mencionó lo de la fortuna recibida y la analogía con su hermano también sintió que se emocionaba, pero no era capaz ni por asomo de conectarlo con nada, le parecía un tiro al aire, una analogía bonita pero que no podía tener que ver con su regalo porque no se le ocurría nada, pero claro, conocía a Alice, nunca decía las cosas porque sí, total, que estaba más liado todavía.

Y entonces dijo lo de la alquimia y el que "había usado un porcentaje de la esencia" para crear, intuía, su regalo; y ahí estaba, el genio Marcus O'Donnell, primero de su promoción, tan absolutamente perdido que no podría ahora ni deletrear su apellido sin equivocarse. Y entonces le dio una carpeta y, acto seguido, señaló un terreno, diciendo que "sería la última vez que lo vería así". Parpadeó. Y, ya sí, abrió la carpeta, donde intuía que estaría la clave para salir de dudas.

Frunció el ceño, tratando de comprender lo que tenía ante sus ojos. Eran... ¿unas escrituras? Pero el sello era el del Estatuto Nacional de Alquimistas, es decir, no eran unas simples escrituras para un terrero, eran... — Son las escrituras para edificar un taller. — Susurró, atónito, mientras leía. Y ahí estaban: sus nombres escritos, juntos, "Alice Gallia" y "Marcus O'Donnell". Acarició el papel. Sus nombres escritos, por primera vez, juntos en un documento oficial. Los había visto tantas veces en tarjetas de felicitación, en trabajos de clase... pero nunca en un documento oficial. Y ahí estaban. Y el texto era claro: escrituras para la edificación de un taller de alquimia. Alzó la cabeza. Era el enclave de sus sueños, literalmente. Era donde soñó, la primera vez que fue a La Provenza, que tendría un taller de alquimia, frente al mar y rodeado de flores.

Debía seguir teniendo cara de estar a cuadros mientras Alice hablaba, solo que ahora tenía los ojos rebosantes de lágrimas. — ¿Es... esto es real? ¿Es en serio? — Preguntó casi sin voz, y se le derramó una lágrima al hacerlo. Alice terminó de explicarse y le besó, y eso pareció el pistoletazo de salida para, por fin, poder reaccionar y sonreír. — ¿Es nuestro taller? ¿Nuestro primer taller? — La propia emoción había elevado el tono de su voz, y fue decir la frase y lanzarse a abrazar a su novia, entre risas, absolutamente feliz. — ¡No me lo puedo creer! — Clamaba mientras le daba vueltas en el aire, abrazándola con fuerza. Esperaba no estar arrugando los papeles que le había dado, que los sujetaba a duras penas con la mano mientras saltaba, giraba y abrazaba a su novia. La soltó por fin, recuperó el resuello y la miró a los ojos. — Dime que no estoy soñando. — Y entonces cayó en que, si no estaba soñando, aquello era real, y en todas las implicaciones que tenía: ¿cuánto costaba eso? ¿Cuánto dinero se había gastado Alice en su regalo de Navidad? Bueno, realmente era su proyecto, pero... — Alice... es... — De repente, puso una expresión y una voz que le hacían parecer un niño de ocho años y dijo. — Pero yo solo te he regalado una caja. — Su declaración desató carcajadas en su entorno.

Entorno que, rápidamente, se fue a abrazarles, ya considerando que habían tenido su momento, y a darles la enhorabuena. Entre las idas y venidas, Arnold achuchó con fuerza a Alice, y Emma se fue hacia él. — No es ni más ni menos que lo que te mereces. — Marcus seguía sin palabras. — Pero... — Emma le detuvo. — Alice ha transmutado una esencia maligna en algo precioso y ha hecho, literalmente, tu sueño realidad. Es un idioma que esa carroña no habla. No solo han tenido que claudicar y darle el dinero que le corresponde, sino que lo ha usado para el bien. Se van a estar revolviendo con ello hasta después de muertos. — Y una parte del ser de Marcus pareció despertarse de repente en su interior e imbuirse de la satisfacción de la venganza realizada. Sonrió, sopesando las palabras de su madre, con la mirada perdida, pero ella le trajo de nuevo a la tierra. — Y recuerda que es su dinero, y que ella puede hacer con él lo que quiera. Y no se me ocurre un lugar mejor en el que invertirlo. Tarde o temprano lo ibais a tener, mejor temprano... así tiene otro motivo para querer venir aquí y un lugar en el que refugiarse. — Pues en eso también tenía razón. Su madre le estaba espabilando a base de bien, como siempre. — Y ahora. — Dijo con una amplia sonrisa. — Ve a seguir dándole las gracias. — Se giró a los demás y dijo. — ¿Y si vamos entrando? — Y todos, en pleno jolgorio, volvieron a entrar, pero ellos se quedaron atrás, solos, frente al paisaje de su futuro sueño hecho realidad.

La tomó de las manos. — Alice... Estoy absolutamente sin palabras. — Dijo entre risas. — He dicho tantas veces que haces mis sueños realidad... Pero lo has hecho literalmente. Yo... Recuerdo perfectamente ese día y... recuerdo que te lo conté... más para chincharte por haberme despertado y por ser tan caótica, lo reconozco. — Volvió a decir riendo. — Y recuerdo perfectamente que te lo conté desde la inconsciencia, como si cualquier cosa, y tú... tú me hiciste pensar que podía ser un sueño real, que podía ser algo que consiguiéramos... Y lo has hecho... — Pero no pudo evitar acercarse y susurrar. — ¿De verdad... esto no te ha supuesto...? — Se mordió el labio, pero cambió la dirección de lo que preguntaba. — Pero no se me ocurre mejor forma de invertir ese dinero que en cumplir sueños, en hacer felices a los que te queremos y, sobre todo, en ser una mujer con futuro, con inteligencia, con las armas que se deben tener, y no las que tienen ellos. Eres perfecta, Alice Gallia. — La besó y dijo. — Y te amo con toda mi alma. — Se abrazó a su cintura por la espalda y contemplaron juntos el lugar. Notaba que se emocionaba de nuevo. — Gracias. Aunque ellos nunca lo entiendan... la verdadera esencia de las cosas, y esta felicidad... no hay dinero que pueda pagarla. –

 

ALICE

Su sonrisa llegó a unos límites inconcebibles cuando Marcus acarició sus nombres. Para ella también era algo indescriptible. Asintió entre lágrimas. — El taller de tus sueños, mi amor. Lleno de flores, junto al mar, como lo queríamos. — Rio y negó. — No estás soñando, ya no, aunque todo empezara con un sueño. — Y claro, tuvo que partirse de risa con lo de la caja. — Si eso fuera cierto, yo solo te habría regalado el juncal de al lado de casa de mis abuelos, pero ambos entendemos un poquito más allá de eso. —

Recibió los abrazos de todos y las felicitaciones. Arnold, por supuesto, estaba llorando. — Es tan bonito… Todo lo que podría haber pedido a los siete para vosotros… — Qué creyente se ha vuelto en Irlanda. — Le vaciló Erin. — ¡Qué ilusión, hija! ¡Madre mía! Hay que ponerse a delinear, mirar planos, eso tu prima Jackie te puede ayudar un montón, pero yo aprendí cantidad de cosas… — Alice tragó saliva mirando a su padre y solo dijo. — Bueno, tranquilidad, aún no hemos empezado nada, y la licencia de Hielo va primero. Ahí ya empezaremos. — Buscó a Dylan con la mirada y le vio un poco serio. — Eh, patito, ¿qué pasa? — Su hermano se mordió los labios. — Mi regalo va a ser una birria comparado con esto. — Alice chasqueó la lengua y le abrazó. — ¡Anda ya! Qué patito eres todavía… — Le miró y rascó sus rizos. — Dylan, el regalo más grande lo tengo cuando veo cuánto me quieres. Si fuera un terreno, o una caja, o una pluma… daría igual. Es tu regalo. Si me lo haces tú, lo convierte en el más grande. — Eso pareció contentar a su niño, que la estrecho y dijo. — En verdad ya era hora de que lo tuvierais. Estabais todo el día hablando de ello. — Se rio y le hizo un poco de cosquillas antes de acercarse a Marcus, mientras los demás entraban.

Mirándole bajo esa luz del atardecer, se enternecía más todavía, porque era TAN guapo, y se le veía tan entregado, que le parecía ver al Marcus de once años contándole su sueño. Se rio al recordar el momento. — Ay, mi vida… Tus sueños son mis sueños, literalmente. Solo nos hago más felices a los dos al cumplirlos. — Asintió a lo siguiente que dijo y ella le tomó de las mejillas. — Porque yo creo en todo lo que digas, Marcus. Incondicionalmente. Tú eres la mente que ha alumbrado mi camino siempre. Aquel día… estaba muerta de miedo con la tormenta, y cada vez que he tenido miedo desde que te conocí, tú me has dado una luz a la que seguir, un motivo por el que continuar. — Dejó un beso en sus labios. — Esto no es nada. —

Se rio ante su pregunta. — Mi amor… si algo tenía Bethany Levinson… era dinero. Créeme… — Rio un poco más y se encogió de hombros. — Ahora mismo, como ya he dicho, solo te he regalado el juncal de al lado de casa de mis abuelos, y el permiso de la comisión internacional para hacer un taller… Ahora hay que… — Exageró su reacción como si le diera mucho miedo y hablara un fantasma moviendo los dedos ante su cara. — Cooooonstruirlooooo. — Y se echó a reír, dejándose abrazar. — Habrá que llamar al señor McKenzie, para que vea a ver qué se puede hacer aquí, instalar unas sillas para los abuelos, que se dedicarán a criticar todo lo que vean… — Pero se calló para escuchar a su novio, mirando al mar. — Te apuesto lo que quieras a que ni a ellos se les habría ocurrido qué se podría hacer con ese dinero. No saben lo que es cumplir sueños como este… — Se giró y le salió una carcajada sarcástica. — Mira qué rápido puede irse el dinero. Mientras que nuestro sueño… ha vivido en nosotros siete años antes de poder hacerse realidad y luego será… eterno. — Le besó de nuevo y susurró. — Yo también te amo. Vamos para dentro. Hay que darle un regalo a cierto patito. —

— William, no es una mascota, es un taller, no hay que ponerle nombre. — Pues yo estoy de acuerdo con él. — Cariño, justamente una magizoóloga en este asunto… — Escuchó nada más entrar. — Veo que estamos todos muy arriba con el taller. — Comentó, graciosa. — Pero quedan los dos mejores regalos. — Su tía se dejó caer sobre el sofá. — No sé si puedo aguantarlo. — Ven aquí, patito. — Llamó a su hermano, y Marcus y ella se sentaron junto a él ante la chimenea. — Dinos, ¿cuántas veces nos has echado de menos en Hogwarts, o hubieras deseado que estuviéramos cerca? — Dylan se rio. — A ver, hermana, que le he pedido a la señora Granger, con el miedo que da, que escribiera algo para Marcus, imagínate. — Todos rieron y Alice le acarició los rizos, pasándole un sobre. Su hermano lo abrió y le dio varias vueltas. — Solo es una palabra. — Alice suspiró. — Antes de que vuelvas a Hogwarts hay que ponerse con Encantamientos… — ¡Ah! ¡Es un hechizo! — Alice asintió lentamente y cogió una libreta color dorado oscuro, de terciopelo y Marcus sacó la que tenían igual, pero en azul. — No hace mucho, usabas mucho las libretas para hablar. Escribe cualquier cosa aquí. — Su hermano escribió “¿de qué va todo esto?”. Alice puso la punta de la varita sobre la página y pronunció. — ¡Mittere! — Y las letras aparecieron en la libreta que tenía Marcus. Dylan abrió mucho los ojos. — ¡QUÉ DICES! ¡PERO SI ESO ES INMEDIATO! ¿Es para hablar con vosotros? — Ambos rieron y le miraron. — A ver, calma. Es difícil de usar, y no está del todo optimizado. — Estamos trabajando para mejorarlo. — Confirmó Emma. — De hecho, aún no está comercializado, pero además de tenerlo en primicia, vas a colaborar a que lo mejoremos, Dylan. — Lo importante es que escribas mensajes cortos. Si tienes una pregunta específica, una emergencia, o algo así y no quieres esperar a la carta. Nosotros estaremos pendientes de ello, pero a veces puede pasar que no se transmitan las palabras completas. En fin, que estamos aprendiendo. — ¿Cómo se os ocurren estas cosas? — Preguntó su tata. Alice se encogió de hombros. — Con el móvil. — ¿El aparato muggle? — Sí. Arnold dijo que, si lo llegamos a tener en Hogwarts, Marcus lo hubiera colapsado, y lo hablamos con Emma, para rediseñarlo un poco, también Darren nos habló de una cosa que se llama mensajes de texto y no sé qué… Pero vamos, nos servía, porque eso era lo que necesitábamos… — Así que mi empresa ha desarrollado esto, y creen que podemos sacarle un buenísimo pellizco. — Alice rodeó a su hermano y le sentó en su regazo, aunque ya no fuera para nada pequeño. — Quiero que nos tengas siempre que nos necesites, patito. Mi suerte es la tuya, siempre. —

 

MARCUS

Arqueó las cejas y dijo, divertido. — ¡Solo! — Rio enternecido. — Mi amor, has puesto los cimientos para este sueño. Has encontrado el lugar perfecto, has pedido los permisos, y eso sabes que conmigo siempre gana... — Bromeó. — Y, evidentemente, has puesto el dinero que cuesta la escritura. Has hecho lo tedioso: ahora es cuando viene lo bueno. — Rio con su burla y fingió sorpresa. — ¡Wow! El señor McKenzie, con arquitecto de nivel y todo. Me gusta. — Él también ahogó una carcajada sarcástica. — Y tanto que no lo saben, ni lo sabrán nunca. Y nosotros tendremos sueños toda la vida, y en el caso de este, la prueba de que se pueden hacer realidad. — Y, un poco a regañadientes, accedió a volver a entrar, porque estaba tan emocionado y aún en shock por lo que acababa de ocurrir, que preferiría quedarse allí con su novia hablando de sus proyectos de futuro.

Por supuesto el tema de conversación era el nuevo taller, y él se hubiera enredado en él encantado si no fuera porque faltaba que le dieran su regalo a Dylan, y este a su vez a Alice. Ciertamente, estaba deseando también ese momento, aunque en su cabeza se hubiera eclipsado un poco por su propio regalo, porque estaba seguro de que a Dylan le iba a encantar. Por eso permaneció feliz y atendiendo a las palabras de Alice, sentados ambos junto a él frente a la chimenea. Soltó una carcajada. — Y gracias a eso habrás comprobado que es una fantástica mujer que no tiene por qué imponerte miedo, sino admiración profunda. — Dylan le miró con aburrimiento y los ojos entornados, y en un breve gesto, puso la mirada en Emma y en él otra vez. Parecía oírle pensar "claro, teniendo a la madre que tienes, no me extraña que a ti no te imponga".

La respuesta le hizo suspirar. — No me defraudes, colega. — Ya sí cayó en que era un hechizo y, al pronunciarlo, el efecto del regalo se materializó. La reacción del chico no se hizo esperar. Rio. — ¿A que no te viste venir que pudiéramos sacar una innovación mágica tan potente de un aparato muggle? — ¿Quién no se lo vio venir? — Preguntó burlona Violet, pero no contestó. Sí, Marcus era escéptico, pero eso había pasado por mucha magia al fin y al cabo. Dylan estaba sin palabras, y cuando Alice terminó de hablar, se lanzó a abrazarla. — Mi suerte es la tuya, hermana. Qué suerte tengo de teneros. Porque tú eres la mejor hermana del mundo. — La soltó y agarró a Marcus. — Y tú un tío tan listo que al final me voy a aprovechar de todas las cosas chulas que crees. — El estallido de risas fue generalizado, aunque él apretó el abrazo del chico. — ¿En eso he quedado? ¿En tío listo que te proporciona inventos guais? — A ver, ¿es una suerte o no? — Y siguieron riendo. Dylan volvió a mirar con adoración su diario. — Me encanta... — Levantó la vista y le miró emocionado. — Con la de veces que os he echado de menos. Cuando vosotros estabais en Hogwarts y yo en casa, o cuando estuve en América, o en Ilvermorny, o ahora... — Apretó el cuaderno contra su pecho. — Esto va a ser como teneros conmigo. — Marcus sonrió y le dijo. — Nosotros siempre estamos contigo, Dylan. Aunque no estemos, estamos. — Y miró a Alice, sabiendo lo que todo eso significaba para ellos.

— ¡Bueno! — Violet se estaba limpiando discretamente las lágrimas, de ahí la brusca interrupción. — ¡A ver el niño con las expectativas de regalos! — Dylan puso una mueca. — Sí, jo, igual lo he vendido demasiado alto... Se me olvidó las cosas tan chulas que hacéis los demás... — Pero todos empezaron a jalearle y animarle y, finalmente, Dylan chistó y se giró a su hermana. — Mi suerte es la tuya, hermana, siempre lo decimos... y bueno... quería representarlo de alguna forma. O sea, de otra forma, una más divertida, porque en el fondo siempre que lo dices estás triste, y a mí me resulta una frase muy bonita pero tú la dices triste, así que... quiero que a partir de ahora sea divertida también. Tu suerte, la mía. Espero que lo pilles. — Y le tendió un cuadernito como el de Marcus. Para chincharle, se fijó y dijo. — ¡Eh! Ese sí está bien cosido. — Ya, es que probamos primero con el tuyo, y no iba a entregarle el de la prueba a la hermana, iba a estar feo. — Ah ¿y a mí sí puedes? Me parece fatal... — Dylan se encogió de hombros con normalidad mientras todos reían de fondo y Marcus se aguantaba su propia risa para seguir aparentando indignación.

Cuando Alice abrió el cuaderno, aparecieron diversas fotos. Las primeras tenían un título que rezaba "primero de Hogwarts", y en la mitad de ellas se veía a Alice con once años: a la entrada del expreso de Hogwarts, sonriente en mitad del pasillo abrazada a unos libros, sentada en el invernadero y hasta arriba de tierra, pero muerta de risa, admirando la estatua de Rowana Ravenclaw. Al lado de cada una, una idéntica de Dylan en las mismas posturas (salvo que, en vez de mirar la estatua de Rowena, miraba la de Helga Hufflepuff). Estaban repartidas por diversas páginas y todos fueron comentándolas entre risas y ternura, y la comparativa con Dylan era muy graciosa. Después pasaron a las de "segundo de Hogwarts", y allí estaba una Alice ligeramente más mayor haciendo el tonto con la varita en ristre, sentada en las escaleras con una sonrisa radiante y su vestido para la fiesta de Navidad, y con un pergamino que mostraba un enorme diez en un examen de Pociones. Esa última foto era la única que no tenía otra de Dylan al lado. — Bueno, la idea era sacar un diez en Pociones antes de dártelo, pero... aún no se ha dado el caso PEEEERO se dará, es mi compromiso para este año, y entonces, me haré otra igual. — Dylan miró a su hermana. — Siempre han dicho que somos muy distintos, pero yo veo muchas cosas que nos hacen parecidos, y además, el que yo siga tus pasos e intente ser como tú, hace que nuestra suerte sea compartida también por mis esfuerzos, y no solo por los tuyos. Y esto... Pues eso, quería darle un toque divertido, pero, sobre todo, quería que supieras que trabajo mucho todos los días por ser como tú. — No iban a dejar de llorar ese día, claramente, y Dylan ni siquiera había terminado. Ahora le miró a él. — Colega, saca tu cuaderno. — Marcus se extrañó, pero obedeció. — Cerradlo y apuntadlo con la varita. Tiene una cosita más que revelaros. — Marcus y Alice se miraron, e intrigados, dijeron al unísono. — ¡Revelio! — En la portada, como una acuarela que emergía a cámara lenta, se dibujó un precioso pajarito azul en el cuaderno de Alice, y un frondoso espino blanco en la de Marcus. — El pájaro y el espino. Así sabéis cuál es la de cada uno. — Los dos le miraron anonadados, Marcus con los ojos llenos de lágrimas otra vez. Dylan se encogió de hombros con obviedad. — A ver, no iba a daros un cuaderno sin portada. —

 

ALICE

Tuvo que tragar saliva cuando Marcus dijo aquella frase, que tan significativa había sido siempre para ellos, así que tomó su mano y asintió. Se la habían dicho muchas veces después, pero la primera vez fue cuando se fue a despedirse de su madre, y habían llegado tan lejos desde entonces. Ahora estaban todos juntos en La Provenza, Dylan era feliz, y su padre estaba controlado. Era todo lo que le podía haber pedido a la vida, la verdad, en ese año, y todo lo que su madre hubiera querido (bueno, ahí había algún matiz, pero Janet también sabía conformarse, ella entendería).

— Seguro que es genial, si Dylan siempre nos deja a todos llorando. — Eso es verdad, chaval. — Dijo Erin. — Es que es abrir la boca tú, y todos abren el grifo, una cosa loca. Te voy a empezar a llamar el Manguera. — Y entre esas risas y lo de que su cuaderno sí que estaba bien cosido, trató de atender a lo que le decía Dylan. — ¡Ay, mira mi Alice con sus coletas! Cómo se las ponía siempre. — Exclamó, enternecido, su abuelo. — Qué bonita, ahí con su Rowena. — Alice seguía pasando las páginas, dejando fluir las lágrimas. — Es como si William y Janet hubieran ido a Hogwarts, míralos. — Dijo su tata, con una gran sonrisa, pasándole un brazo por los hombros. Pero Alice seguía sin ser capaz de articular ni una palabra. Se rio cuando dijo lo de Pociones, mientras Susanne y Vivi picaban a su hermano. — Uuuuuuy sí… — Ya me sé yo lo de “este trimestre me voy a aplicar”. — ¡A ver! ¡Que mi niño es muy bueno y muy aplicado! — Puso orden su abuela. Sí, mira, mejor no le contaba ciertas cositas… Pero estaba tan emocionada, que ni en eso pensaba. Miró a su hermano y acarició su cara, pero no era capaz de articular palabra. — Tranquila, hermana. Me he pasado muchos años comunicándome sin hablar, no lo necesito. — Eso le hizo reír entre las lágrimas.

Finalmente, consiguió recuperar su voz, aunque rota, y dijo. — Yo sí lo veo, Dylan. Yo veo cada cosa que consigues desde naciste. Yo podía mirarte durante horas en tu cunita junto a la ventana. Y claro que nos parecemos, mi vida. Tú te pareces a mí en cada cosa buena que yo tenga, y yo también aprendo de ti todos los días, cada vez más, mi patito. Ven aquí. — Y se quedaron abrazados varios segundos. — Tenías razón, era el mejor regalo, estamos todos de acuerdo ¿no? — Su tata hizo una pedorreta. — Ya te digo, menos mal que has hecho caso al señor Protocolos y lo has dejado para el final, porque si no, a ver qué hacíamos los demás. — Alice acariciaba el pajarito de la portada, todavía obnubilada y sin muchas palabras, cuando Dylan se agachó para pedirle el álbum. — Quiero que papá lo vea. — Claro, patito, toma. — Y se quedó así, observándoles, mientras los demás ponían ya la mesa y su patito decía. — ¿Te gusta, papi? — Es precioso, hijo. Es lo más bonito que he visto en la vida. Sois un auténtico tesoro. — Le agarró de la nariz y empezó a hacerle cosquillas. — Sí que te parece a mí, eh, condenado, fíjate, vas a ser el terror de Hogwarts en cuanto nos despistemos. — Arnold le dio en el hombro. — ¿Cenamos, Gallias? — Yo no sé si a mi me cabe ni una miga de pan más en el cuerpo después de Irlanda. — Pues tendrá que caber, que no comisteis Ratatouille el día veinticinco. — Riñó Simone. — Uy sí, y las memés no dejaron que lo comiéramos sin vosotros. — Dijo Marc. — Nadie lloró, comimos entrecot al roquefort. — Tranquilizó el abuelo.

Y así, entre risas, se sentaron y se pusieron a servir el ratatouille y Alice miró a su alrededor. Aspiró el olor a ratatouille, a pan de la boulangerie del pueblo, tenía a Marcus a su lado, sus suegros enfrente, su patito de bromas con las tías, y se dirigió a todos. — Joyeux Noël, famille. He echado esto de menos mucho más de lo que creía. Gracias por estar aquí cuando he vuelto. —

 

MARCUS

Había conseguido sus ansiados momentos a solas con Alice, porque la ocasión lo merecía, pero lo habían tenido que pelear (para no variar cuando estás tan rodeado de gente). Después de la comilona y otras tantas visitas de familiares, además del tiempo disfrutando de los diversos regalos de Navidad, vino una cena ligera (cuando venías de Irlanda ya todo lo considerabas ligero), pasada la cual, Marcus insistió en salir a la playa. Les daba igual el frío (repetía, viniendo de Irlanda...), por lo que se arrebujaron en una buena manta y se sentaron en la arena, bajo su cielo estrellado, a contemplar lo que aún era un solar vacío, pero en el que ya podían imaginar a la perfección su futuro taller. Allí pasaron al menos dos horas, simplemente fantaseando, divagando y dando ideas. Como llevaban haciendo desde pequeños.

Pero la noche había caído considerablemente, y las luces de casa Gallia a lo lejos empezaban a apagarse progresivamente. Tomaron el camino de vuelta, felices y de la mano, y se desprendieron de la manta nada más cruzar la puerta y adentrarse en el calor hogareño que aún emanaba de la chimenea. Sin hacer mucho ruido, subieron al dormitorio. Y ahí sí, por fin, después de muchos días: estaban solos.

Despacito y con mucho cuidado, como si temiera despertar a alguien, cerró la puerta y pasó sutilmente la varita por la misma, lanzando los consabidos hechizos. Se giró y soltó aire por la boca. — ¿Puedo dejar de fingir ya? — Bromeó, pero apenas había terminado la frase y se lanzó en zancadas hacia ella, diciendo. — Cómo te he echado de menos. — La besó con toda la necesidad que traía acumulada, que no era poca. No cambiaría sus noches en el desván con su hermano y sus primos por nada del mundo... salvo por, al menos durante un ratito, un momento a solas con Alice.

 

ALICE

La visita a la playa, como aquella noche de San Lorenzo, pero ya siendo alquimistas, planificando ni más ni menos cómo sería su taller, envueltos en aquella manta, sin dejar de tocarse, fuera con las manos, los hombros, apoyando la cabeza… Estaban tan felices que no podían separarse ni cinco centímetros el uno del otro, mientras hablaban de estancias, materiales, ventanas que miraran al mar, y proyectos.

Estaba allí feliz, pero en cuanto empezó a ver que las luces de su casa decaían, no pudo por menos que sonreír pícaramente. Ni que decir tiene que sus primos ni habían aparecido ni se les esperaba hasta mucho más tarde, eso si no volvían al día siguiente, lo que dejaba a Marcus y Alice cumplidos con la familia y con toda una noche y una habitación para ellos solos. Y quizá para otros no era para tanto, pero ellos tenían comprobado que la intimidad y una puerta cerrada no estaban tan garantizadas. Sí, en Irlanda tenían su propio cuarto cuando no estaba medio Long Island allí, pero siempre tenías que contar con una contingencia de última hora, alguien llamando desde la calle, la abuela levantándose para algo… En eso, sus Gallia eran bastante más independientes, y en puerta cerrada no entraban moscas, así que cuando por fin vio a Marcus cerrando y echando los hechizos, no se lo podía creer.

Le recibió con gozo, besando sus labios con ansias y palpando con sus manos desde sus rizos hasta su costado, pasando por su cuello. — Creo que nunca voy a estar satisfecha del todo con esto de no poder tenerte veinticuatro horas al día para mí. — Contestó ella. Se separó un momento y le miró con una sonrisa pilla, mordiéndose el labio inferior. — Fíjate que me parece… que hasta se me ha olvidado cómo eres… — Se acercó lentamente. — Sin ropa… — Agarró su jersey y se lo quitó lentamente. Luego pasó sus manos por sus brazos y su torso, aspirando y acariciando su piel. — Tengo que ir descubriéndote otra vez… — Acercó sus labios a su cuello, degustando su piel con ellos mientras bajaba las manos por su vientre. — De momento me encanta lo que veo, ¿sabes? —

 

MARCUS

Alice le echaba de menos tanto como él a ella, se notaba por la forma en la que había recibido y correspondido su beso, y por cómo le tocaba. — Yo tampoco. — Suspiró, ya casi sin aliento, porque se había acelerado en un segundo, como si todo el tiempo de espera hubiera sido preludio suficiente ya. Cuando se le separó, casi se va con ella como si llevara un hilo atado a sus labios, pero abrió pesadamente los ojos para contemplar esa mirada que ya sabía de sobra qué presagiaba.

Arqueó una ceja, con la sonrisa ladina. — Ah ¿sí? — Ladeó la cabeza. — Fíjate que yo creo que a mí también me está fallando la memoria... — Y Alice ya estaba quitándole el jersey, por si estaba ya poco acelerado, para acelerarle más. Se mordió el labio y cerró los ojos ante las caricias. — Qué pena... — Siguió el juego. — Me alegro... Yo también quiero. — Volvió a arquear la ceja. — ¿Cómo era eso de ir siempre de la mano en el conocimiento? — Lentamente, deslizó los dedos por debajo del jersey de ella y fue levantándolo, hasta librarse de él. — Creo que, si vamos a refrescarnos la memoria y redescubrirnos, deberíamos hacerlo equitativamente. Es lo acordado. — Acarició su pecho hasta el borde del sujetador. — No es mi culpa que tú tengas más prendas que yo. Tenemos que quedarnos en igualdad, entiéndelo. — Y, mientras besaba su cuello, desabrochó el sujetador, dejándolo caer y pasando sus labios por toda la piel de su torso, deteniéndose en su pecho, donde pensaba quedarse hasta que Alice decidiera lo contrario.

 

ALICE

Rio entre los labios y la piel de Marcus según le iba encajando con sus movimientos. — Siempre tan correcto… — Ya iba sacándole suspiros con aquella entrega. Cómo entraba de cabeza a sus juegos. — Uf, me encanta cuando mezclas ese cerebrito tuyo con esto… — Susurró mientras deslizaba la mano hacia su entrepierna, por encima del pantalón aún. — Siempre de la mano, siempre equitativo. — Y siguió con los besos, porque ya que podía hacer dos cosas a la vez, quería tenerlo todo.

Entre risas, se dejó desnudar de cintura para arriba, y no pudo evitar que se le escapara un gemido en cuanto sintió a Marcus en sus pechos, y se agarró a sus rizos, cerrando los ojos muy fuerte para poder disfrutar del momento. Todo su cuerpo estaba reaccionando a Marcus, como siempre, y la verdad, le hubiera dejado ahí toda la noche, pero ella era traviesa y quería seguir jugando. — ¿Encuentras algo que te guste por ahí? — Preguntó entre jadeos. Se apartó un poco y aprovechó que estaban de pie. — Ya que estamos investigando… — Le desabrochó los pantalones sin dejar de acariciarle. — No quiero dejarme ningún sitio… — Se fue agachando hasta quedarse de rodillas delante de él. — Ni ningún ángulo. Mmmm este es muy interesante… — Y aprovechando su posición, y con media sonrisa, se puso a trabajar con su boca y su lengua como ella sabía para volver todo lo loco que pudiera a su novio.

 

MARCUS

— Mi cerebrito no descansa. — Se pavoneó, de lo cual se iba a arrepentir en cuanto ese cerebrito del que acabara de presumir se enfriara y Alice empezara a usarle esas frases fuera de contexto. Siguió con los besos, pero arqueó una ceja y la miró desde su postura ante esa pregunta. — Algo sería quedarse muuuuuy corto. — Arrastró las sílabas, y continuó con su tarea, deleitándose en ella tanto como lo había hecho con la frase.

La miró, pillo, cuando volvió a apartarse, sabiendo que el juego continuaba y que la pelota estaba ahora en el tejado de Alice. Y vaya si aprovechó bien su turno, tanto que estaba nublándose peligrosamente, así que a ver cómo devolvía la jugada ahora. Cerró los ojos para sentir con aún más intensidad, soltando aire por la boca lentamente, como si fuera una estrategia para regular su cuerpo antes de que se le fuera de las manos. Pero se permitió dejar que Alice prolongara ese momento todo lo que quisiera.

Bueno, quizás no todo, a ver si iba a acabar aquello antes de tiempo. Se separó, dejando un suspiro escapar, junto con una pequeña risa. — Me toca. — Tomó su mano para ayudarla a levantarse, un poco bruscamente, para favorecer que cayera sobre él y poder agarrar su cintura. Besó sus labios de nuevo, antes de decir. — Así que... es una buena perspectiva. — Sacó un poco el labio inferior. — Pues lo dicho: yo también quiero comprobarlo. — Dicho lo cual se arrodilló, desabrochó poco a poco su pantalón y emuló la actividad de la chica, esperando que con un resultado al menos tan satisfactorio como el que estaba teniendo en él.

 

ALICE

Cómo le gustaba volver tan loco a su novio. No podía parar de mirarle y eso solo la excitaba más y más, y aumentaba o bajaba el ritmo solo por ver los cambios en su respiración. Pero si le conocía de algo, iba a pararla en breve, y ese día no pensaba quejarse, porque lo quería todo de él, y podía tenerlo, desde luego. Borracha de placer se dejó caer en los brazos de su novio, sin poder parar de sonreír, respondiendo a sus besos. — De las mejores que se pueden tener. — Y se rio mientras veía las intenciones de su novio. — Siempre tienes que llegar después que yo, eh. — Le picó.

Pero se le quitó pronto la tontería, porque tenía algo mucho mejor en lo que concentrarse. Lo malo de esa postura (lo único malo, de hecho) era que le temblaba el cuerpo entero y necesitaba agarrarse a algo para canalizar todo aquel placer que estaba sintiendo. Al principio lo hizo de los rizos de Marcus, pero no quería hacerle daño, así que se agarró del cabecero y confió en la magia de los hechizos de su novio para dejarse gemir a gusto. Las piernas le temblaban, y el cerebro se le nublaba, pero justo entonces tuvo una idea fantástica.

Costosamente, se separó de Marcus y tiró de él. — Creo que me has despertado los recuerdos, amén de otras cosas mucho mejores, y de repente me he acordado de cuántas veces lo hemos hecho en una cama. — Se sentó de un salto en la mesa que había junto a la ventana y separó las piernas para rodearle con ellas. Se puso a juguetear con sus rizos, sin dejar de mirarle y vacilando un poco, y se inclinó hacia su oído, susurrando con su voz más sensual. — Hazlo despacio, que quiero sentirlo todo, después de tanta espera. — Se reclinó agarrándose de su cuello y culminó con un. — Te estoy esperando. —

 

MARCUS

Lo bueno de estar tan conectados es que solo con verla sentir el placer de esa forma, el suyo aumentaba. Lo bueno o lo malo, según se mirara, porque si lo que quería era darse una tregua, en encuentros con Alice no había tregua que valiera. Vio la forma en que buscaba aferrarse a algo y eso le hizo venirse más arriba, aferrarse a sus piernas con más fuerza y buscar la forma de que sus sensaciones fueran a más.

Puso una fingida expresión de disconformidad cuando le detuvo, pero la realidad era que todo le venía bien, tanto seguir como pasar a otra cosa, así era siempre con ella, y por eso lo disfrutaban tanto y lo había echado tanto de menos. Arqueó las cejas. — Oh, ¿y ya te has aburrido entonces? ¿No vas a querer hacerlo en una cama nunca más? — Chasqueó la lengua. — Qué pronto te has cansado de mí... — Sabía que con eso solo la estaba provocando, era justo lo que quería.

La miró mordiéndose el labio, encajándose entre sus piernas. — Las vistas que vamos a tener en nuestro futuro taller son preciosas... — Comentó mientras acariciaba su piel y la miraba de arriba abajo. — Pero estas son insuperables. Y son solo para mí. — El comentario le puso todos los pelos de punta, y él también se inclinó sobre la piel de su cuello para susurrar. — Despacio... Quiero recuperar todo el tiempo que no nos han dado. — Y, mientras dejaba besos en ella, se fue acercando poco a poco hasta sentirse dentro. Jamás iba a dejar de sorprenderse por esa sensación, sobre todo cuando la había echado tanto en falta.

 

ALICE

Estaba a punto de seguirle el rollo con lo de la cama, pero se contuvo, porque ahora sí que estaba concentrada, sí que quería sentirlo todo sin dejar lugar ni siquiera a los pensamientos. — Oh, estoy de acuerdo con las vistas. — Dijo mirándole de arriba abajo, a la luz de la ventana, acercándose a ella y a su cuerpo. Asintió mientras ella también se mordía el labio y susurró. — Cómo te gusta hacer uso de un privilegio. —

Marcus, como siempre, la obedeció en su petición y notó cómo entraba poco a poco en ella. Solo eso le arrancó un temblor por todo el cuerpo, porque ya venía sensible y estimulada de antes, y sus manos buscaron aferrarse a alguna parte de Marcus, para poder canalizar ese placer. Una vez agarrada a su espalda, se movió lentamente para sentirle, rozando cada centímetro que podía de su piel, perdiendo la línea de cuáles eran sus sensaciones y cuáles las de Marcus. — Tócame, acaríciame. — Pedía, ansiosa. — Ahora mismo es como si fuéramos uno, Marcus. Hazme sentir el Todo. — Jadeó mientras paseaba sus labios por su cuello, como si se lo pudiese beber, mientras le apretaba más con sus muslos y gemía con cada movimiento.

 

MARCUS

— Será mi vena Slytherin. — Susurró a lo del privilegio, antes de centrarse solo en ella, en las sensaciones que le provocaba y en el movimiento de ambos. Esa posición sí que era un privilegio maravilloso. Como siempre, Alice tenía muy buenas ideas, y dejarse llevar por estas solo le traía beneficios.

No era la única petición que pensaba seguir. — A la orden. — Susurró con picardía, dedicándose justo después precisamente a eso, a besarla y acariciarla, con necesidad y con deseo, y con la sensación de que le faltaban manos para tocar todo lo que le gustaría. El ritmo empezó a acelerarse y sentía el calor invadiendo todo su cuerpo, pero aquello le encantaba y no lo pensaba parar tan fácilmente.

No al menos hasta que temió que pudiera perder el control, así que se separó, con objeto de prolongarlo un poquito más, lo mínimo necesario para salir de ella y mirarla con deseo. — Siento si la cama te parece aburrida. — La alzó en sus brazos para que se aferrara con sus piernas a su cintura. — Pero necesito un cambio de aires. Me vuelves demasiado loco, Gallia. — Añadió con ella aún en sus brazos, dirigiéndola luego a la cama. La tumbó primero a ella y luego se deslizó sobre su cuerpo, dejando besos por su piel en el camino, hasta mirarla a los ojos. — Si pudiera jugar con el tiempo... siempre habría una parte de mí que estaría aquí. Justo aquí, así. — Y entró en ella de nuevo, suspirando, besando sus labios y añadiendo. — Siempre. —

 

ALICE

Le arrancó otro suspiro cuando dijo lo de la vena Slytherin y se aferró aún más a él. — Cómo sabes que me encanta… — Igual que le encantaban sus manos, le gustaron desde antes de que supiera cómo se sentían sobre su piel, pero ahora, mientras le hacía todo eso, se sentía completamente a su merced, a lo que él quisiera de ella.

Y así fue. Estaba tan concentrada en sentirle, que cuando la movió de sitio, solo pudo engancharse a él, como si estuviera muerta de miedo de que se separaran. Cayó en la cama con una risita y pegó las caderas a las suyas. — Quiero más. Siempre quiero más. — Y se agarró a las sábanas, arqueando el cuerpo, cuando Marcus volvió a la carga. — ¿Me lo juras…? — Cogió su cara y le hizo mirarle a los ojos. — Júramelo, Marcus. Si alguna vez controlas el tiempo, si tienes todo el poder del mundo… — Se dio la vuelta y se situó sobre él, inclinada sobre todo su cuerpo, juntando cada centímetro que podía. — Será para que nada pueda separarnos. Para estar juntos para siempre, para disfrutarnos sin cesar... — Y comenzó a moverse, manteniendo el ritmo enlentecido que traían, pero sin dejar de mirarle. Deslizó las manos por sus brazos y entrelazó sus dedos. — Quiero sentir esto hasta el último día de mi vida. — Terminó con un gemido profundo.

 

MARCUS

Cuando Alice le decía esas cosas... le encendía, y mucho. En todos los sentidos, en todas las circunstancias: Alice dándole poder infinito era demasiado para él. Sacaba su vena más ambiciosa, invencible e inmortal. — Te lo juro. — Aseguró, mirándola a los ojos con fiereza, y con el corazón en la mano. — Si tuviera todo el poder del mundo, te lo entregaría a ti. Todo lo que hiciera sería para ti. Para nosotros. Para ser eternos e invencibles. — Y el ritmo se aceleraba con sus palabras, y su respiración se agitaba más y más y su mente se nublaba.

Además, Alice se había girado, y esa postura terminaba de enloquecerle del todo. Cerró los ojos, arqueándose con el escalofrío que le provocaba su movimiento, aferrando cada vez más los dedos a su piel y dejando que su garganta expresara el placer que sentía (o una parte, porque no habría expresión que lo materializara realmente). Abrió los ojos de nuevo para enfocar su mirada en la de ella. — Eres mi fortuna, la mayor que tengo y tendré nunca. — Sonrió, y acto seguido se estremeció, sintiendo que el final de aquello estaba bastante cerca. — Tenerte a ti sí que es ser rico. Soy la persona más afortunada del mundo. — Y no pudo decir nada más, salvo susurrar su nombre casi inconscientemente, antes de que todo lo que sentía, todo el placer, toda la sensación de poder y todo su deseo, explotaran dentro de él.

 

ALICE

Ese “te lo juro” le había cortado la respiración un momento, y debió dejarla con una cara de pez curiosa. No porque no se lo esperara, pero es que aquella intensidad… era demasiada hasta para el aire que entraba en sus pulmones. — Sí… — Gimió a su afirmación, y su mente dibujó un millón de escenarios en los que Marcus usaba toda su habilidad para concentrar el poder en aquello, en la danza de sus cuerpos, en su profundo placer.

Dejó que su concentración viajara a las manos de Marcus clavándose en ella, a sentirlo en su interior y solo fue capaz de gemir, moverse más rápido y sintiendo que el clímax de Marcus llegaba dijo entre jadeos. — No hay mayor fortuna que esta. — Pensaba que lo tenía controlado, que estaba jugando con el placer de Marcus, pero justo al sentirle a él, el éxtasis la sorprendió de golpe, tanto que cayó, casi sin poder ni gritar, sobre el pecho de Marcus, hasta que pudo volver a coger aire y soltar los gritos residuales que no había podido hasta hora.

Se dejó caer al lado de su novio, apartando las sábanas, muerta de calor, recuperando la respiración. — ¿Tú te acuerdas de cómo era la vida antes de que nos acostáramos por primera vez? — Soltó una risa. — Yo sí… Yo recuerdo la primera noche que deseé que me tocaras todo el cuerpo, que me besaras y me quitaras el calor que me acosaba… — Se giró y acarició sus rizos, bajando la mano por su torso. — Y ni en ese entonces imaginé que sería TAN genial. —

 

MARCUS

Cuando pudo recuperar medianamente el sentido y vio a Alice rendida también, cayendo a su lado en el colchón, se le escapó una risa de pura felicidad. Se frotó los rizos, con los ojos cerrados y recuperando dificultosamente el aliento, y suspiró. — Guau. — Era todo lo elocuente que era capaz de ser en un momento así.

La miró divertido y jadeante todavía, y a esa pregunta, después de reír, respondió. — Ahora mismo me acuerdo de mi nombre y a duras penas. — Rio de nuevo, mirando al techo. — La verdad es que no. No se me ocurre una vida en la que esto no exista. Es... Es un poco raro. Es como si lo hubiera tenido siempre, como si fuera imposible que no hubiera vivido conmigo todo el tiempo, y a la vez, cada vez que lo hacemos, me sorprendo. Me digo a mí mismo: wow, esto es MUY genial, ¿cómo no lo había probado antes? Y eso es absolutamente contradictorio con el precepto anterior. — Y al terminar la perorata, rio de nuevo y se frotó la cara con ambas manos, diciendo. — Alice, no me pidas disertaciones en estos momentos, que digo muchas tonterías. — Y se echó a reír otra vez, esta vez con más aire y, por tanto, con más ganas. Tenía muchas ganas de reír.

Se giró para mirarla él también, de costado, acariciando su pelo mientras ella hacía lo mismo con él. — Me temo que mis recuerdos no son tan divertidos. No los vivía así en el momento. — Arqueó las cejas. — Ya sabes que siempre he tenido un código ético muy férreo y no estaba bien pensar así de una amiga. — Acarició su rostro. — Qué tonto... Pensar que no estábamos hechos precisamente para esto. — Rodó los ojos. — Pero ese primer día en el pasillo... Qué vergüenza pasé más enorme. ¿Te puedes creer que, cuando lo pienso, me sigue atacando la vergüenza? Como si no hubiéramos ya... — Rio otra vez y negó con la cabeza. — Pero pensaba que te espantaría. — Le dio un par de toquecitos en la frente con el índice. — No sabía yo lo que andaba fantaseando esta cabecita. —

 

ALICE

Se rio a lo de que no se acordaba de su nombre, y acercó su rostro al de él. — Marcus… Marcus… Marcus… Alquimista de Piedra O’Donnell… — Rio. — Marcus es mi palabra favorita… A mí no se me olvidaría jamás. — Rio de nuevo y rodó contra el costado de Marcus, sin dejar de acariciar su cuerpo. — Mi amor, a veces los elementos son contradictorios y hacen las mejores transmutaciones… — Inspiró y dejó caer los ojos. — Y funcionan tan bien como funcionamos nosotros en la cama… — Rio un poco, mirando al techo. — O en la vida… — Alzó una mano para seguir acariciando su mejilla sin moverse, recuperando poco a poco la respiración, aunque estaba difícil, porque claramente tenían muchas ganas de reír.

Dejó que le acariciara el pelo mientras le daba una risa incontrolable. — Lo que hay que oír… — Negó con la cabeza. — Pero yo no era mejor. Siempre pensaba que cada vez que estábamos juntos iba a ser la última… Qué tonta, qué vergüenza para Ravenclaw. — Hizo un sonidito de adorabilidad, enroscándose en el cuerpo de Marcus. — Mi tía… me había explicado en esta misma casa, ahí en esa habitación donde ahora mismo están durmiendo tus padres, lo que les pasaba a los hombres cuando las cosas se ponían intensas. Así explicado, no me pareció muy atrayente, pero cuando estábamos en aquel pasillo… Jojojo… Pensé: “yo he provocado eso”... Era mi confirmación de que tú también querías estar haciendo eso, y yo me sentía taaaaaan desatada. — Terminó inclinándose sobre Marcus mientras le besaba lentamente. — Cada vez que dudemos de algo en la vida… siempre podemos volver a esto. Esto siempre funciona, mi vida, y no me refiero solo al sexo, aunque, por supuesto, podemos recurrir muuuucho a él. — Le vaciló riéndose de nuevo. — No, pero en serio. Tú y yo siempre vamos a funcionar, como los buenos contrarios transmutados. Somos capaces de taaaantas cosas, amor mío. — Le volvió a besar. — Voy a ir a la sanadora de mi padre, y tú vas a aprender muchísimo de la alquimista Monad, y con ese conocimiento, y toda la fortuna que somos capaces de alcanzar haciendo esto… Vamos a construir un taller que va a ser la envidia del mundo. Eso te lo juro. —

 

MARCUS

Sonrió embobado. — Alice Gallia, alquimista de Piedra. Alice es mi palabra favorita. — Y dejó un beso en sus labios, lentamente. — Hmm. — Reflexionó con una sonrisilla. — Así que elementos contrarios ¿eh? Si funcionan tan bien... igual debería usarlos para mi siguiente licencia. — Arqueó varias veces las cejas, divertido. No solo se amaban y se compenetraban perfectamente, sino que también podían hacer bromas sobre su profesión e investigaciones porque la compartían. Era de esos momentos en que sentía que el corazón le iba a estallar de tanto quererla.

Rio fuertemente y le hizo cosquillas. — Vergüenza sobre la casa de Rowena. — Siguió riendo. — Tendremos que llevarnos este secreto a la tumba, Gallia: yo también lo pensaba. Qué deshonra. El futuro matrimonio O'Donnell-Gallia, las mentes brillantes Ravenclaw, con un oscuro secreto: haber sido tontos en Hogwarts. Nadie puede saberlo jamás. — Bromeó, sin parar de reír y de abrazarla. Cuantísimo había echado de menos esos momentos, entre besos y caricias, piel con piel, riendo y simplemente diciendo cosas que solo ellos entendían.

Hizo gestos para detener con la mano, separándose. — No. No vuelvas a contarme eso, por favor te lo pido. — Decía sin poder evitar seguir riendo. — Si llego a saber que encima SABÍAS, científicamente, lo que me estaba pasando... me hubiera metido debajo de una manta y no habría salido en treinta años por lo menos. — Puso cara de sorpresa exagerada. — ¡Ah! ¿Te enorgullecías? — Volvió a las cosquillas. — Eres mala, Gallia, eres cruel con el pobre prefecto recién iniciado. Yo que era todo inocencia. — Pero dejó de reír para recogerla en sus brazos, mirándola enamorado, con una sonrisa en los labios. — Podemos. Y debemos. — Confirmó a lo del sexo, riendo con ella. — Lo conseguiremos. Todo lo que nos propongamos. — La acercó a sí para seguir besándola. — Nuestro taller... Nuestro futuro... Nuestra fortuna. — Dejó otra caricia en su rostro. — Te amo. Somos imparables. —

Notes:

Por fin La Provenza de nuevo, anda que no había ganas de volver a Saint-Tropez. A ver esos ávidos lectores, ¿quién se vio venir el regalo de Alice a Marcus? ¿Quién tiene ganas de ver cómo avanza esa construcción? Estas coautoras se mueren de ganas de ir completando los sueños que sus niños tuvieron hace ya tanto tiempo, y esperamos que os haga tanta ilusión como a nosotras. Y además, ya hemos pasado el ecuador de Piedra, así que contadnos qué os está pareciendo, antes de que este 2002 se acabe.

Chapter 70: From the ground up

Notes:

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☼ Johnny Hallyday - Un jour viendra

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Chapter Text

FROM THE GROUND UP

(31 de diciembre de 2002)

 

ALICE

— Y hubo una carrera, y Ginny, una de las O’Donnell, me dijo que podía ir con ella, en plan porque yo no puedo hacer magia, y acabamos llenos de barro, como la hermana ahora. — Contaba Dylan entusiasmado. Alice se giró desde su agujero en el suelo, que aún le permitía tener la cabeza por fuera estando de pie. — Yo no estoy llena de barro, y mucho menos como tú ese día. Arnold, ¿tiras el hechizo? — Desde otro agujero, Arnold usó un soporte para echar el hechizo de la forma más precisa posible, y Emma, desde fuera, echó un estabilizador, para trazar una línea perfecta entre los dos. — A mí me da que faltan datos ahí. ¿Qué quiere decir “una de las O’Donnell”, Dylan? ¿No te he enseñado yo a cómo se habla de las mujeres? — Tú siempre dices que no se habla de lo que uno hace o deja de hacer con las mujeres. — Nonononono no. No. — Discutía su primo André, como si fuera un asunto de estado. — Uno no cuenta las intimidades, pero si vas a hablar de una mujer hay que describirla apropiadamente y con mucho cariño. — Dylan se encogió de hombros. — Es que hay muchas allí. — Su primo se llevó las manos a la cara. — ¡Sacre Bleu! ¡Cuando ya había conseguido el traslado a Londres! ¡Y ahora resulta que todas las mujeres estaban en un pueblo perdido de Irlanda! — Jackie chistó. — Seguro que has estado en sequía total en Londres, vaya. — ¿Estáis a gusto ahí cómodos y sentaditos? — Les increpó Alice con las manos en las caderas. — Cariño, estamos ejerciendo la sana costumbre mediterránea de mantener la proporción de “uno trabajando y tres mirando”. — Y opinando. — Completó su tío Marc a las palabras de su tata.

Estaban en el nuevo terreno de su propiedad, delimitando lo que sería el área del taller, para llevar cuantas más cosas pensadas mejor cuando se reunieran con Alexander McKenzie. Tenían que determinar la profundidad máxima, que no era mucha por estar al lado de la playa, a la que aparecía el nivel freático del agua, y allí estaban, Arnold, Erin, Alice y Marcus, cada uno en un hoyo, y Emma y su padre tratando de trazar límites con hechizos luminosos para dejar las marcas de longitud y profundidad hechas. Mientras tanto, sus tíos, sus primos, Dylan, la tata y el abuelo, se habían acercado las sillas de playa y observaban mientras charlaban tranquilamente, como si ellos fueran una puesta de sol o algo. — Yo con terminar esa de ahí estaré contenta, he tenido obra de sobra, y solo se te ocurre a ti ponerte justo ahora a hacer un taller. — Es que los alquimistas también necesitamos uno, fíjate. — Contestó a Jackie. — Primita, estás muy gruñona. Disfruta de la vida y de este precioso juncal que me has hecho poner a vuestro nombre, y déjame hablar de mujeres con mi primo, que yo llevo toda la vida aguantándoos a vosotras y al inglesito cobarde, y ahora por fin puedo hablar de hombre a hombre con mi Dylan. — Conmigo podías hablar, hijo. — Dijo su tío Marc. — Déjalo, cheri. Si no lo quieres saber tú tampoco. — Miró a Marcus y rio, negando con la cabeza. Estaba a gusto con aquello. Ese par de días habían paseado por la playa, comido superbién, cogido mucho solecito, y ahora no podían parar de hacer planes sobre el taller. Esa misma noche era ya Nochevieja, pero había decidido dejar los preparativos en manos de todos los demás, — Entonces, ¿todavía no sois suficientemente alquimistas como para… cómo decirlo… levantar el taller… sin más? — Preguntó su tata. Alice le sacó la lengua y André se inclinó hacia ella. — Contéstame, prima, porque no quiero empezar a preocuparme seriamente. ¿Pretendes seguir siendo una Gallia y presentarte en la cena de Nochevieja con esas pintas? Igual en Irlanda te dejan, pero esto es Francia, madmoiselle… — Había hecho una bola de barro y se la había lanzado, cuando de repente, Jackie dejó de balancearse en su silla y le dio un tortazo a su hermano en el brazo, y allí impactó también el barro de Alice. — ¡TÚ Y YO TENEMOS QUE ESTAR EN OTRA PARTE! — Yo no. — ¡ANDRÉ! — Dijo significativamente. Y de repente su primo pareció caer. — ¡Ahora volvemos! ¡No os mováis! — Se miró de nuevo con Marcus y suspiró. — Veremos. A ver, amor, tírame tú el hechizo, que ya tenemos esto casi trazado. —

 

MARCUS

Había llegado el último día del año. Si el año anterior, que estaba en su casa haciendo el tonto absolutamente con su tía Erin, Lex y Alice, le hubieran dicho que justo un año más tarde iba a estar en La Provenza construyendo el taller de sus sueños como regalo de Navidad y proyecto de futuro con la misma chica con la que se empeñaba ese día en afirmar que solo tenían una amistad, probablemente le hubiera dado tal ataque de risa que le duraría hasta ese preciso día. Siguió tirando hechizos, mirando a unos y a otros con una sonrisa en silencio, en su boquete asignado. A la que tenía más cerca era a Erin, que también parecía muy concentrada en lo suyo. Al menos hasta que, de repente y en un comentario que solo oyó él, le salió del alma. — Y pensar que no hablaba... — Y a Marcus se le escapó una risa nasal que le obligó a taparse la boca y disimular, y como todos estaban tan en lo suyo nadie pareció darse cuenta. Eso y que el discurso de Dylan no había quien lo interrumpiera.

Alzó simplemente los ojos mientras ponía las manos en la tierra, palpando el mejor lugar para echar el hechizo. — ¿A quién llamas cobarde? — Uuuuuuh. — Se oyó por ahí, y Marcus sonrió ladino, mientras André le miraba con los ojos entrecerrados. — Cuidado con el inglesito, que ya le ha agarrado los... hombros a más de un ricachón al otro lado del charco. — Puntualizó Vivi, y tendrían que agradecerle la censura para todos los públicos. André se reclinó en el asiento. — Tío, no voy a dejar de preguntármelo: cómo tienes tanto valor para enfrentarte a la gente más chunga y luego con una tontería del tío William te echas a temblar. — ¿Quién me llama? — Contestó el aludido desde la otra punta, pero Marcus siguió mirando a André, sin dejar de sonreír. — ¿Con gente chunga te refieres a ti mismo enfadado? Creí que también contaba como familia. — UUUUUUUHHHHH. — André soltó una carcajada, le señaló y dijo. — Touché. — Movió la mano. — Pero te vas a quedar con inglesito cobarde toda la vida, lo siento. El primo mayor es el que manda. — Rio y, negando, siguió a lo suyo. Después del momento incómodo que habían tenido en su casa, André se había desecho en disculpas e intentos de compensación, pero Marcus no quería nada de eso. Realmente entendía el enfado de André. Así que, en vez de hacer como si no hubiera pasado nada, cosa que ninguno de los dos se creía, o como que realmente era una afrenta que merecía ser compensada, cosa que no sentía, prefirió tomar la vía Slytherin de vacilarse mutuamente con ello desde la cordialidad. Lo dicho: tenía la suficiente vena y los suficientes familiares Slytherin como para saber perfectamente lidiar con uno.

Compartió miradas cómplices con Alice, rio y, al comentario de Violet, la miró diciendo. — Precisamente para eso queremos este taller. Para aprender a construir cosas solo con chasquear los dedos. Nos quedan muchos rangos todavía, al fin y al cabo. — Emma le miró de reojo y, señalando con un gesto de la cabeza el hoyo en el que estaba, dijo. — Déjate de cosas que se pueden hacer chasqueando los dedos y termina con eso. — Alzó las manos en señal de desarme y siguió. A su madre a veces no había quien la entendiera: o se hinchaba de orgullo por sus algaradas sobre lo poderoso que era, o le cortaba el rollo en el acto, como si no quisiera que se viniera demasiado arriba. En fin. Fue entonces cuando Jackie y André se pusieron un poco raros, vamos, que claramente tramaban algo, a lo que Marcus les miró con una sonrisilla y el ceño fruncido mientras huían de allí. Rio levemente y, mientras hacía lo que le pedía su novia, comentó. — Los reyes del disimulo ¿eh? — A saber de qué se habían acordado.

Desde luego, ni por asomo esperaba que eso que tramaban tuviera que ver en alguna medida con ellos. Estaba concentrado en su tarea, dando y recibiendo órdenes con unos y otros, cuando oyó una voz inconfundible a su espalda. — A ver qué se te ha perdido en un hoyo de la playa, O'Donnell. Ver para creer. — Apenas llevaba dos palabras cuando Marcus había dado un salto como un resorte de su ubicación y se había girado para comprobar que sus oídos no le engañaban, y que la voz era, efectivamente, de quien era. — Hills. — Respondió impactado, y entonces vio quién la acompañaba. — Sean. — Su amigo abrió los brazos, con una sonrisa radiante, y Marcus pegó un salto, todo brazos y piernas, y salió corriendo para abrazarse con fuerza a él, mientras Hillary iba en busca de Alice. — ¡Feliz Navidad, tío! Estás aún más blanco, ¿te ha nevado mucho en Irlanda o qué? — ¿¿Pero qué hacéis aquí?? — Respondió emocionado, sin soltarle, y luego se separó, mirándole como si necesitara creérselo, con los ojos vidriosos. — Pero... — Nos hemos hecho una escapadita para pasar la Nochevieja con vosotros. Si es que la fiesta exclusiva de los alquimistas de Piedra lo permite. — Y estaba tan sin palabras que solo pudo reír y volverle a abrazar. — Cuantísimo os hemos echado de menos. — Dijo. El otro le separó de un empujón segundos después. — No empecemos ¿eh? No me traigas al Mediterráneo a llorar, cabrón. — Rio a carcajadas, y ya sí, volvió Hillary. — Ya me ha llenado tu novia de barro, así que... — Y le abrió los brazos también, como antes había hecho Sean, y él se abrazó a su amiga. No cabía en sí de gozo.

 

ALICE

Se había reconcentrado tanto en el trabajo de construcción, participando en lo que Emma calificó no de discusión sino de acalorado debate con su propio marido sobre las proporciones del lado sur de la delineación del taller, que cuando oyó aquella voz tan familiar, dio hasta un respingo. — ¡HILLS! — Nadie dice nunca “Sean” primero. — Se quejó el otro. Alice salió de un salto del hoyo, teniendo que agitar un poco los pies en el aire, y, sin pensar en si la mancharía o no, se lanzó a los brazos de su amiga. — Solo los siete saben cuánto os he echado de menos. — Mírala, ya habla como toda una irlandesa. — ¡Hola, Sean! — Exclamó su hermano, antes de que ella pudiera siquiera acercarse. — ¡Hola, tío! Me alegro de verte. — Contestó su amigo ofreciéndole la mano para chocar. Su hermano respondió, pero añadió. — ¿Ya se puede saludar a Hillary? — Sean soltó un suspiro y Alice se encogió de hombros. — Admítelo, siempre fueron ellos los populares y nosotros los pringados. — Le dijo antes de abrazarse entre risas.

Jackie se acercó con saltitos de niña pequeña. — ¿A que os ha gustado mi sorpresita? La idea era traer también a Theo, pero sus padres han planificado no se qué en Bali… Por lo visto allí hacen una movida tremenda, y querían que los niños la vieran y eso. Así que dije: hay que traer a alguien para que anime… la primera fiesta de la casa. — Terminó su prima bailando y dándole con la cadera a Sean. Alice abrió mucho los ojos. — ¿Vamos a hacer la celebración en tu casa? ¡Pero qué guay! — Y Sean y Hillary van a dormir ahí. Antes que yo por lo que se ve. — Tú has hecho otras cosas ahí. — André… Vamos a tener la fiesta en paz. Bastante mosqueadas están ya las abuelas con lo de que la celebración de Nochevieja sea en la casa nueva. — Le riñó Susanne. Hillary frunció el ceño. — ¿Por qué? Es la casa más bonita de Saint-Tropez. — Y es perfecta porque aún no tiene cosas valiosas. — Apuntó André. Hillary le dio un empujoncito en el brazo. — Mira el experto en fiestas. — La experiencia es un grado, sin duda. Yo es que me he jubilado ya. — Apuntó Vivi desde su sitio. Su padre se acercó a saludar y añadió. — Hillary, aunque tienes experiencia Gallia con mi hija, aún te falta con mi madre y mi tía. Los cambios no les simpatizan para nada. Da igual lo bonita que sea la casa. — Jackie se encogió de hombros. — Pues que se simpaticen. La fiesta será ahí, y después de las campanadas, son libres de irse, cuando lleguen nuestros amigos y celebremos como Merlín manda. He dicho. — Sí, hija, nadie duda que si lo has dicho así se hará. — Dijo Marc levantándose. — Anda, id a cambiaros, yo termino aquí con mi buen amigo Arnold. — Gracias, Marc. ¿A que yo tenía razón con las proporciones? — No lo sé, colega, yo hago varitas, vengo solo a corregir esta variación del hechizo que se veía desde ahí. — Alice estrechó las manos de su amiga y subió corriendo a cambiarse.

Estaba tan contenta que se permitió un poquito de tonteo con Marcus mientras se probaban ropa para la comida, pero para cuando bajaron, sus primos y sus amigos les esperaban en la puerta. — Han tardado menos de lo que creía. — Igual hasta han ido a cambiarse de verdad. — Si hubieran hecho otra cosa, el inglesito me decepcionaría. — Alice empujó a su primo y preguntó. — ¿Vamos a salir o algo? — Tenemos reserva en Chez-Citron, hay mucho que contar, por todas las partes. Y queremos a nuestros adultos, pero todos sabemos que no vamos a hablar igual de a gusto con ellos. — Aseguró su prima. Echó un vistazo alrededor, para ver si Dylan quería ir con ellos, pero lo vio fuera, riéndose con las tías, y la verdad, tenía muchas ganas de estar con sus amigos y sus primos sin preocupaciones, así que se enganchó del brazo de Hillary y se dejó conducir, paseando, al restaurante, porque quería saber de todo lo que quisieran contarle.

 

MARCUS

Esperó a que Jackie terminara por no contar su entusiasmo, mordiéndose el labio con la emoción, pero en cuanto le dio espacio, se lanzó y la levantó en el aire, provocando un gritito. — Francesilla traicionera, es la mejor sorpresa que nos has dado. — ¡Ay, bájame, inglesito cobarde! — Respondió entre risas. — Te dejo porque he oído fiesta y quiero saber más. — Y el plan sonaba espectacular desde luego. El comentario de André le hizo reír, pero convirtió la risa en una mueca de dolor cuando Susanne dijo que las abuelas estarían enfadadas. Compartió una mirada cómplice con Alice y los demás. A ver... no necesitaban más tensiones de las que ya tenían de por sí... pero a Alice le iba a venir de lujo estar en casa de Jackie con Sean y Hillary. Lo sentía, pero él ponía el bienestar de Alice por encima del de cualquier otro.

Dejaron a su padre con sus proporciones y, en general, a todos a sus cosas, y fueron entusiasmados a cambiarse. Estaba exultante de alegría, y Alice también. — Estoy muy contento a pesar de que tengamos de nuevo a gente esperándonos. — Dijo con una sonrisilla de tonteo mientras bajaban, y fue decirlo y vinieron los subsiguientes comentarios. Rodó los ojos, pero sin perder la sonrisa. Había echado tanto de menos a sus amigos que ni se espantaba de esas palabras ya. Asintió al plan disimulando muchísimo el suspiro de alivio que había dado internamente: adoraba a los Gallia y a sus padres, pero estar solo rodeado de jóvenes con los que poder hablar con tranquilidad le parecía la mejor manera de cerrar el año, y algo que a todos les hacía mucha falta.

— Bueno, me he trasladado hasta Francia para pasar la Nochevieja con vosotros así que me voy a permitir el lujo de ser directa. — Dijo Hillary tan pronto estuvieron sentados y con las bebidas pedidas. Marcus arqueó una ceja. — Ah, ¿que habitualmente no lo eras? — La chica le hizo una muequita, pero disparó igualmente. — ¿Cómo estás? — Le preguntó directamente a Alice. — Me gusta verte aquí y tan entusiasmada. Pero quería saber qué tal os está sentando Irlanda, si os está ayudando a... despejar. — Marcus compartió una mirada con Alice, y antes de que ella respondiera, decidió allanar un poco el terreno. — Lo cierto es que es un ambiente muy distinto. Estoy deseando que conozcáis a mi familia, son muy acogedores, y hemos podido volver a estar con la familia americana, que no sabíamos cuándo podríamos verles. Pero sobre todo estamos muy volcados en la licencia de Hielo, y eso ayuda mucho a despejar. Estamos avanzando bastante y conociendo muchas cosas interesantes. — La chica asentía lentamente, mirándole, y cuando detectó que había terminado, respiró hondo y dijo. — Gracias por soltar toda la paja, Marcus. Así puede ir Alice al grano. — ¡Oye! — Se ofendió, alzando los brazos. Hillary mostró las palmas. — Que sí, cariño, pero es que ya sabía que me ibas a contestar eso. No me has dicho nada que no sepa. Pero lo de que te agradezco que hayas dicho toda la morralla introductoria que claramente me hubiera soltado ella para desviar el tema iba en serio. — Rodó los ojos exageradamente, mientras Jackie se aguantaba la risa y André se retrepaba en el asiento, con su sonrisa seductora habitual, mirándola con admiración. — Cada día más convencido de que hubieras sido una magnífica Slytherin, pero que el sombrero no quería hacerle una putada a una hija de madre muggle. — Hillary se encogió de hombros con una caída de ojos. — Es probable. — Miró entonces a Alice e insistió. — Lo dicho. —

 

ALICE

No dudaba nada que Hillary iba a entrar a degüello, por no hablar de que sus primos estaban deseando saber también, pero aún se andaban con pies de plomo con ella, así que les venía genial la sinceridad directa de su amiga. No obstante, dejó que Marcus hiciera la introducción, porque se le daba mejor, y quizá ella no era capaz de sacar todo el brillo de la situación, e igual sonaba como que no apreciaba o valoraba todo lo que tenía en Irlanda. Rio y acarició los rizos de su novio. — Todo lo que ha dicho es muy cierto. No sabéis lo mucho que ayuda a nuestra situación tener una familia tan grande, que siempre tiene comida disponible, una casa donde quedarte, algo que hacer si quieres distraerte… En fin, no es relleno, es la verdad. — Dio un traguito a la bebida y suspiró, dándole la mano a Hillary. — De entrada, estoy mucho mejor. He recargado fuerzas, he descansado, he engordado por primera vez en mi vida, creo, me siento realmente yo, porque ya vuelvo a tener ganas de trabajar, de imaginar cosas… — ¿Pero? — Incidió directamente su amiga. Alice ladeó la cabeza. — Pero… ahora tengo que hacerme a la idea de que el sistema de soporte de Ballyknow no lo voy a tener para siempre. — Bueno, eso es justo lo que le pasa a la gente de los pueblos ¿no? Que luego se sienten solos cuando se van. — Señaló Sean, y Alice asintió. — Efectivamente. La red de apoyo es tan fuerte que pensar en deshacerte de ella es complicado, y queremos tener más encaminados… — A ver cómo hablaba de las reliquias sin hablar de las reliquias. — …Proyectos de investigación que solo podemos llevar a cabo en Irlanda. — Jackie entornó los ojos. — Ya están con los misterios. — Ella respondió con una pedorreta. — Pues acostumbraos. El mundo de la alquimia es así, hay cosas de las que no podemos hablar, al menos no hasta que las terminemos. — Levantó el vaso y dijo. — Pero de momento brindemos porque volvemos a estar juntos y porque las cosas están mejorando. — Y con las sonrisas de todos chocaron sus vasos.

— Y ahora contadme los demás, ¿qué se cuece en el Ministerio? — André y Hillary se miraron de reojo y Alice se llevó las manos a la cabeza. — ¡Es verdad! ¡Que ahora trabajáis en el mismo sitio! — Sean asintió lentamente. — Esa también fue mi reacción al principio. Pero ya ves, a todo se acostumbra uno. — André alargó el brazo y se puso a molestar a Sean. — ¿Tenías tú miedo del primo André, pequeño Sean? ¿Iba yo a quitarte a la Hills? — Su amigo se apartó chistando. — Con lo pesado que eres, mi novia no te aguanta ni diez minutos, vaya. — Hillary asintió lentamente. — Pero está muy bien tener un infiltrado en comercio, ahí no teníamos a nadie. — Bueno, tenéis a Ky, que es la mismísima hija del ministro. — Señaló Jackie, pero Hillary suspiró y negó con la cabeza. — Me temo que eso, últimamente, no está sirviendo para mucho. — Alice arrugó el ceño. — ¿Por qué? — Las cosas en el Ministerio están tensitas ahora mismo. — Afirmó su primo.

Alice nunca había estado muy conectada a la política mágica. Ella tenía sus ideas, claro, pero no terminaba de ver cómo ella podía realmente hacer una diferencia en cómo se hacían las cosas, sobre todo porque lo que había visto es que estaba todo en manos de los mismos y que había pocas voces que pudieran llevar la contraria, así que lo que pasara en el Ministerio le pillaba bastante de nuevas. — El señor Farmiga empieza a tener detractores por todos lados. — Alice se encogió de hombros mientras empezaba a repartir la comida de los distintos platos que habían pedido. — Creo que su propia hija no es extremadamente fan de él. — Precisamente. Farmiga ha querido jugar la carta del tibio, y eso no se puede en la vida, y menos en política. — Señaló Hillary. — Mi pequeña radical. — Le dijo Sean con cariño. — No, tiene toda la razón. No se ha posicionado donde debía muchas veces ya, por ejemplo, en las leyes de aceptación de la comunidad homosexual en el mundo mágico. Y por eso está perdiendo el apoyo de la gente más progresista. — Dijo André. Alice se encogió de hombros. — Bueno, pero así quizá se presente un candidato más progresista y no que ahora estamos dándole el voto a alguien que no va a cumplir con lo que queremos para nuestra sociedad. — Su primo ladeó la cabeza. — Estaría de acuerdo, si no fuera porque también están empezando a asomar la cabeza otros. — ¿Qué otros? — Hillary la miró con un poco de pesar. — Los que te puedas imaginar. Los Hughes, Gaunts… Esa gente que se pone radical con ciertas cosas como la gente como yo. — Pues eso también lo ha permitido Farmiga. — Los ha parapetado más de lo que parece. — La corrigió André. Alice parpadeó confusa. La verdad es que todo eso le pillaba de nuevas totalmente.

 

MARCUS

Asintió a las palabras de Alice, solo que una parte de su discurso hizo que la mirara extrañado. — ¿Por qué no? — Negó. — No creo que la familia deje de ser nunca un soporte para nosotros por lejos que estemos. Y somos magos. Yo no soy como mis padres que parece que les cuesta aparecerse, pienso ir cada vez que me sea necesario. De hecho, siendo alquimistas, más nos vale hacernos a la idea de que vamos a viajar mucho. — ¿Desvincularse ahora de su familia irlandesa cuando por fin la tenía? Comprendía que acceder a la americana era complicado y tedioso, muchas horas, aduanas y cambios horarios. Pero Irlanda estaba a un salto de ellos. Y su Alice no iba a sentirse desamparada jamás si él podía impedirlo... Llevaba el gen de familia irlandesa mucho más interiorizado de lo que pensaba.

— Exacto. — Confirmó la afirmación de Alice sobre la alquimia, y como llevaba haciendo todo el mes, su cerebro había bloqueado nada relacionado con las reliquias. Por lo que a Marcus respectaba, estaban hablando sobre la futura licencia de Hielo. — ¡Brindemos! — Celebró él también, feliz ante la perspectiva de Nochevieja que se les presentaba. Y con dicho brindis realizado y asentadas las bases sobre cómo se encontraban ellos, llegó la puesta al día de sus amigos. El Ministerio de Magia era una fuente de novedades permanente, lo que no esperaba escuchar era lo que estaban a punto de narrarle.

Lo de los detractores del señor Farmiga no se lo vio venir: llevaba muchísimos años siendo Ministro (mínimo desde que él entró en Hogwarts) y gozaba de buena opinión, de ahí que siempre saliera reelegido. Escuchó con atención, hasta que un dato activó su instinto y cambió su expresión radicalmente. Elevó ligeramente el labio superior en una muestra de absoluto desprecio, negando mientras pinchaba distraídamente la comida de su plato. Se llevó un trozo a la boca, masticando mientras pensaba, y en cuanto hubo un leve hueco en la conversación, miró a Hillary y preguntó directamente. — ¿Qué está haciendo Percival? — Porque entre "esa gente", ese tipo de familias, estaba la suya, los Horner. Linda y Percival trabajaban en el Ministerio, solo que Linda siempre había hecho mucho trabajo en las sombras, de ahí que para Dorcas fuera la nuera ideal. Percival era mucho más llamativo, pretendía serlo de hecho. André se removió en el asiento, carraspeando mudamente y adoptando un tono serio para contestar. — Bueno... En estos momentos... — Tu primo es gilipollas, Marcus. — Atajó Hillary. Marcus soltó una muda carcajada sarcástica con los labios cerrados. — Dime algo que no sepa. — Me refiero a que no es lo suficientemente inteligente para trazar una estrategia de nada. Lo único que hace es ponerles sonrisas idiotas a los mandamases, tratar de ligarse a quien cree que le puede beneficiar y ladrar muy alto a los progresistas, pero poco más. — André negó, entre resignado y molesto. — De hecho, ya ha pillado por banda a esa estúpida de Cornell. — Mira, no me lo recuerdes. — Bufó Hillary. Marcus demandaba explicaciones con los ojos. — Cornell es una enchufada de uno de los partidos que se hacen ver como progresistas pero son otros tibios del mismo corte que Farmiga, solo que de otra facción. Vamos, más de lo mismo, de los que dicen que se van a mojar, pero luego nada. Estos son los más peligrosos, los que van de "mediadores" y "centristas", porque es facilísimos mandarlos a un extremo u otro. Y esa tía es lela, de verdad te lo digo. Tu primo está intentando camelársela, si no lo ha hecho ya, así que ya mismo será una bomba interna en los partidos que "no se quieren mojar" para que acaben tirando por el bando que no deben. — Marcus rodó los ojos y negó. Lo dicho, ojalá le sorprendiera.

— Y... ¿cree que... si ganan esos que son... más...? — Empezó Jackie, mirando con apuro a Hillary. — ¿Si querrán cortarme la cabeza a mí? — Preguntó, e hizo un gesto con la mano. — Te lo garantizo, aunque no soy el mayor de sus problemas, solo soy una recién llegada. Pero sí, se inventarían algo para rescindirme el contrato y quitarme de en medio rápido... Aunque eso no me preocupa. — Porque tiene una buena madrina. — Dijo Sean con satisfacción, y a Hillary se le escapó una sonrisilla. Marcus arqueó las cejas. — Te veo muy segura de la protección de Kyla teniendo en cuenta cómo están las cosas. — No me refiero a Kyla. Me refiero a otra Horner. — Respondió, y Marcus arqueó las cejas más todavía. — ¿Mi madre? — Ella encogió un hombro e hizo una caída de ojos. — Digamos que nos hemos hecho amigas. — Dejó escapar una carcajada entre sarcástica y satisfecha. — Pues te doy mi enhorabuena. Cuando Emma Horner amadrina a alguien, esa persona se vuelve intocable. No es broma, es muy buen salvoconducto estar bajo su protección. — Yo no estaría tan seguro. — Aportó André, con un punto temeroso. — No desconfío en absoluto de la influencia de tu madre, Marcus, pero si esto escala... ella también va a entrar en la lista negra. Todo el que lleve un apellido de esta categoría y se posicione en el bando contrario, pasa a ser un traidor. — Marcus le quitó importancia con un gesto. — Mi madre no se mete en política. Y por favor, André: ¿mi madre pasa por una persona radical y progresista? — No es por lo que pase o no, es por cómo se comporte y con quién se junte. — Hillary suspiró. — Entre los muchos ladridos de Percival, ha dejado dicho que tu abuela Anastasia os ha desheredado a todos. — Marcus parpadeó, pero la chica alzó las manos. — No tiene ninguna prueba. — Me daría igual que... — Escúchame, no estamos hablando de eso. Todo el mundo sabe que Percival se inventa las cosas. El problema es que los rumores se propagan como el fuego, y que basta una chispa para que prenda. Y cuando algo prende, por pronto que lo apagues, siempre quedan marcas. — Negó. — Igualmente esa no es la cuestión. — La cuestión más bien es... — Retomó André. — Que tu madre tiene un hijo abiertamente homosexual que no solo tiene una relación ya pública con un hombre, sino que ese hombre es hijo de muggles; que acaba de amadrinar a la hija de muggles con ideas progresistas que acaba de llegar. — En eso último señaló a Hillary con la cabeza. — Que tiene a la hija de Farmiga, otra homosexual, en su círculo cercano, porque es amiga íntima de su hijo mayor; y hablando de su hijo mayor, por él tiene ya un parentesco oficial con los Gallia. Y el tío William... no goza de la mejor prensa en el Ministerio. Lo siento, prima. — Dijo mirando a Alice, y luego siguió. — Hasta ahora William estaba en sus vidas porque "no le quedaba más remedio", por ser su compañero de trabajo, pero ahora es familia. Está cada vez más desvinculada de los Horner y su entorno y ha llegado a ponerse abiertamente en contra de Fenwick, porque sí, el juicio a Hughes trascendió, y la opinión de tu madre quedó clara. — Vamos, lo que me faltaba... — Masculló Sean. — Esto se va a ir poniendo peor a cada día que pase. — Qué catastrofista, hijo. — Suspiró Jackie. — Vamos a ver, ¿tú te crees que esta gente estúpida es la primera vez que da por culo en el Ministerio? Todo su ocio se basa en eso. — Hillary hizo una mueca de sopesar con la cara. — En eso tiene razón... — No entres en pánico tan pronto, André, que acabas de llegar. Pareces que no conoces a un buen Slytherin. — Esto no son riñas de colegio, Jackie. Esta gente es peligrosa. — Esta gente lleva siendo peligrosa siglos. — Y la han liado muchas veces. — Pero no todas las que podían haberla liado. Solo saben de farfullar. — Yo estoy con Jackie. — Apuntó Sean. — Y mira que yo soy el cagueta oficial del grupo, pero no creo que lleguen a ninguna parte. Solo quieren hacer ruido y aunar poder, pero poco más. — Soltó una risa. — Y suerte intentando derribar a la madre de Marcus, vamos. Y estoy seguro que no es la única de su posición que también está de este bando, mira a Jacobs. — A mí me tranquiliza... — Continuó Hillary, mirándole. — ...Que tu madre parece bastante segura de que Percival no va a llegar a ninguna parte. Es el más mindundi de entre los mindundis. Otros... no lo son tanto. Pero esperemos que quede en agua de borrajas. —

 

ALICE

Sonrió y acarició la mano de Marcus. — Claro que no. Para nosotros Irlanda será ahora como La Provenza, parte de nuestra vida. Quiero decir que estos meses me he apoyado al cien por cien en esa red de apoyo, no he tenido que hacer nada más que estudiar y comer, ir al pub, merendar con la abuela y las tías… Cuando hemos viajado o hecho lo que sea, nos han guiado… Ahora mismo siento que me he dejado caer completamente en sus brazos, y ojo, estoy encantada con ello. Nunca lo había hecho. — Y venías del drama padre de todos los dramas, así que si había un momento para hacerlo, era este. — Le aportó Sean. Ella asintió. — El “pero” es que ahora mismo no me siento capaz de dejar esa red de apoyo tan grande para volver a vivir en Inglaterra, con mi padre, ocupándome de todo… Estoy estudiando como nunca, las ideas fluyen que da gusto, tenemos al abuelo, nada más que hacer en Ballyknow, si no queremos… Ahora mismo no me veo capaz de hacer nada por mi cuenta. Y lo seré, lo sé, pero ahora mismo… necesito toda esa red irlandesa de apoyo incondicional y problemas más sencillos, como que haya un bicornio que quiere lacitos o que nazca un diricawl. — Y todos se rieron de tener aquella imagen en el cerebro.

Y menos mal, porque el asunto se puso intenso, y ella simplemente se dedicó a masticar con desgana la comida y a desmigar el pan nerviosamente. ¿De qué infiernos estaban hablando? ¿Cómo podían hablar de “peligroso” o no? Rio un poco nerviosamente a lo de Percival. — Me alegro de que todo el mundo se haya dado cuenta ya. — Pero ya no recibió tantas risas. Entornó los ojos a lo de Cornell. — Pues habría que ser tonta para no ver venir a Percival, vaya. Al menos en política. — André negó. — Dudo que no se lo vea venir, tonta no es. Pero es de esas personas que nunca sabes bien lo que está pensando ¿sabes? Y si le conviene, no confrontará a Percival y a todos los que son como él. —

Alice resopló ante las palabras de su amiga. — Ya no estamos en el siglo XVIII, por favor. Irían en contra de la propia Ley Mágica, y tú eres bruja. Y ellos también, y los nacidos de muggles que hacen magia también, y no pueden ir en contra de todos, porque si se miraran a sí mismos, seguro que encontrarían gente de su familia liada con muggles, así que no hay mucho más que hablar. — Sonrió a lo de que Hillary y Emma se habían hecho amigas, y se sintió un poco más tranquila. — Desde luego que, bajo el ala de Emma, no hay nada que temer. ¿Quién tendría redaños para confrontarla? La Cornell esa seguro que no. — Pero entonces André se puso a enumerar las cosas que a Emma ahora se le empezaban a venir encima y se cruzó de brazos. — Oye, pero el Ministerio es Hogwarts parte dos, ¿o qué? — Más o menos. — Sacudió la cabeza. — Mira, no me puedo creer que el hecho de quiénes sean las parejas de sus hijos o los dramas que tenga con su madre influyan en nada para considerar a una bruja como ella. — Depende de quién seas. — Alice hizo un gesto con la mano. — Por lo visto no, si se meten también con mi padre. Los Gallia no somos nada. — Somos una familia de sangre pura. No quieren que nosotros o los Horner nos juntemos con los que ellos consideran sus contrarios, o que demos mala imagen, como dicen que da tu padre. — Volvió a entornar los ojos con hastío, y entonces cayó. — Oye, no te habrán puesto problemas por él ¿no? — André se encogió de hombros y bebió de su cerveza. — Paso de lo que digan algunos. Yo sé lo que sé, y también sé cuántos de esos le ponen los cuernos a sus mujeres, cuántos van a casinos muggles a hacer trampas… En fin, no me afecta. — Lo de Hughes le hizo bajar la mirada. No se arrepentía, para nada, pero ¿cómo había podido traer tanta cola hacer simplemente lo correcto?

Suspiró al ver la actitud de André y Hillary ante aquella gente, pero si Sean y Jackie no lo veían para tanto, sentía que la cuestión estaba equilibrada. — Quizá estáis más tensos con ellos por tener que aguantarlos desde dentro, pero en perspectiva no son para tanto. — Eso querría yo. Pero me temo que tenemos de esta gentuza para rato. — Y encima no paran de reproducirse, ¿os habéis enterado de la boda del año? — Desvió Hillary, poniendo una sonrisita pilla. Alice parpadeó. — Dime que alguien ha cazado al soltero de oro Jacobs. — Sean soltó una carcajada sarcástica. — Seguro. — No, no, nooooo, en absoluto. — Puso cara traviesilla y dijo. — Nuestra querida Eunice y Phoebus Gaunt. Se habló largo y tendido sobre si se acabarían casando, después de todo el jaleo de Hughes, pero como están en plena avanzadilla de intereses, les interesa juntar a los McKinley y a los Gaunt. — Alice suspiró y negó con la cabeza. — Mira que les vi en la feria de Navidad. Y el tío tiene malísima pinta, no me gustó nada cómo la trató. — André se encogió de hombros. — Que con su pan se lo coma. Yo he invitado a la prima a la fiesta de esta noche. — Alice abrió mucho los ojos. — ¿A ALECTA? — Su primo frunció el ceño. — No, pero quiero más información sobre semejante salida. He invitado a Phedra. Me gusta tela, y quiero impresionarla. — Con mi casa a medio terminar. — Le afeó Jackie. — ¿Pero qué te pasa con la tal Alecta Gaunt? —

 

MARCUS

Marcus pensaba como Alice, pero por desgracia, había visto cómo funcionaban esas familias desde dentro: podían hundirte si querían, fuera justo o no, fuera lógico o no, tuvieran ellos más o menos trapos sucios. Lo habían vivido en propia piel con los Van Der Luyden, de hecho. Y no sería que a él no era al primero que le costaba asumir algo así, y que le llevaban los demonios cuando se enteraba. Pero era consciente de que pasar, podía pasar perfectamente. No con su madre, ahí no lo veía tan claro, Emma no era tan fácil de derribar, y ya no solo Emma, todo su entorno que estaba de su parte, porque desprestigiar a un alquimista carmesí como su abuelo no iba a ser tarea fácil. Así que al menos le aliviaba saber a Hillary bajo su protección.

Marcus asintió a las palabras de André. Alice tenía un concepto muy malo de los Gallia pero el chico tenía razón: era una familia de sangre pura. No eran ricos, es cierto, pero eran sangre pura. — Hay un término medio que a veces se nos olvida. — Le dijo a su novia. — Los Horner, los Gaunt, los Hughes, los Fenwick, son familias que, además de ser de sangre pura, son de un linaje en su mayoría o incluso en su totalidad de Slytherin, y de una posición económica muy elevada. Pero hay familias mágicas de sangre pura que, sin tener esa posición social, también son familias de sangre pura y solo por eso están más considerada que las mestizas en la comunidad mágica, y los Gallia son una de esas familias. — Soltó aire por la nariz y, mientras pinchaba con la comida, comentó. — Y nosotros somos parte de eso también, Alice. — La miró de reojo con las cejas arqueadas. — Los dos venimos de linajes puros. Los dos tenemos un progenitor de familia de alto nivel, aunque con tu madre pasara lo que pasó y con los Horner esté pasando esto, pero ahí está la sangre. Los dos somos sangre pura, por lo tanto, sin querer, seguimos perpetuando todo esto. — Volvió a mirar al plato y se encogió de hombros. — Nosotros no pensamos en esas cosas, pero por desgracia, no es lo habitual. — Y se llevó la comida a la boca, pensativo. La comunidad mágica era retrógrada, y ellos intentarían no serlo, pero tenían que convivir con la realidad.

El comentario sobre la boda del año le hizo levantar la mirada de nuevo, ceñudo, porque algo le decía que la noticia no iba a ser para celebrar precisamente. Casi se le cae de la boca lo que estaba masticando. — Dime que no es cierto. — Dijo cuando pudo reaccionar. Sean le dedicó una burlita. — ¿Qué? ¿Haciendo el duelo por una de tus compis prefectas que ya no te va a tirar más los tejos? — Uuuuuhhh. — Provocó Jackie entre risas. Hillary soltó un bufido. — Seguro que un anillo le impide seguir siendo una... Me callo. — Marcus, en ese ir y venir de comentarios, estaba limpiándose con la servilleta como estrategia para poder aclararse mentalmente. — Ese tipo es varios años mayor que ella, y cuando digo varios me refiero a seis o siete o así. Ni siquiera llegamos a cruzarnos con él en Hogwarts. — Sus amigos pusieron cara de estar calculando fechas. — Los Gaunt no son cualquiera, son una familia no solo influyente y rica, sino peligrosa. Dejarían a los Van Der Luyden temblando, no te digo a los McKinley o a los Horner. — Dejó la servilleta a un lado con un gesto indignado. — ¿Enrollan a Eunice con un maltratador y le cambian por otro? — Bueno, yo creo que con Hughes se enrolló ella solita. — Contradijo Hillary. — Phoebus es mil veces peor que Hughes, solo con verle se le nota. Hughes era un imbécil, pero Phoebus es su versión taimada. — Soltó aire por la nariz, mirando a otra parte. — Mirad, Eunice no me caía bien, e hizo cosas muy feas en los últimos momentos de Hogwarts. Pero casarse con Phoebus... Además, solo tiene dieciocho años aún, diecinueve como mucho cuando se case. ¿Lo veis normal? ¿Cuánto creéis que va a tardar en quedarse embarazada? Eunice era capitana del equipo de quidditch, prefecta y una chica inteligente y con un expediente bastante bueno. La van a dejar encerrada en casa para los restos a este paso, teniendo hijos del tipo ese y siendo poco más que un florero. ¿Cómo puede alegraros esto? — Hubo un silencio en la mesa. — No lo había considerado tanto. — Dijo Hillary con la boca pequeña, un tanto avergonzada.

— A ver, tío. — Aportó Sean con tono tranquilo. — No nos alegramos. Si no creemos que eso llegue muy lejos. — Claro. Solo estamos cotilleando. Y yo por mi parte estoy bastante segura de que eso va a acabar en divorcio en ¿cuánto? ¿Un año? ¿Dos, como muchísimo? Por lo que he oído del tema. — Añadió Jackie. Marcus soltó otra carcajada muda. — No estaría yo tan seguro. A Eunice le costó desprenderse de un novio en el colegio, divorciarse no es tan fácil en estas familias. Menos aún si ya tienes hijos. — ¿Por qué ves a Eunice embarazada tan pronto? Creo que ya por Hughes sabe lo que es un anticonceptivo. — Se limitó a encogerse de hombros y mostrar las palmas porque prefería no entrar en detalles, pero estaba bastante seguro de que Phoebus no pensaba sobre la descendencia lo mismo que un Hughes adolescente en el colegio, que tenía ya veintitantos. Y esa alianza no era por nada.

Pero el tema se había desviado. Resopló sonoramente. — Me vais a hacer que me siente mal la comida. — Miró a André con reproche. — ¿¿Has invitado a una Gaunt?? — ¿Pero se puede saber qué os pasa a los dos? — Preguntó André con gran interrogante, ciertamente impactado por la actitud. — La habéis cogido con las familias puras como si, como bien ha dicho Marcus, vosotros no fuerais pertenecientes a ellas. — No es con las familias puras, es con cierta gente. Y de los Gaunt en concreto se salvan pocos o ninguno. — Bueno pues Phedra es distinta. — Jackie soltó una fuerte carcajada. André la miró mal. — Me refiero a que es buena gente. — Cuidado, a ver si te van a embarazar a ti también, chico de alta cuna. — El comentario al menos sirvió para distender el ambiente y que hubiera risitas. — Venga, al grano: Alecta. — De verdad que no quieres sacar este tema. — Advirtió Sean, que al haber estado después de que salieran del examen, ya se conocía el percal. Marcus volvió a resoplar por la nariz. — Como sabes, los ricos tienen caprichitos, y esta se ha encaprichado con ser alquimista aun no teniendo buenas facultades para ello. — Tengo que reconocer. — Interrumpió Jackie, retrepándose en su asiento. — Que esta historia mejora a cada vez que oigo una versión de ella. — La miraron y ella se encogió de hombros. — Vosotros ya me lo habíais contado, mi Hills me lo había cotilleado también y mi Theo no tiene secretos para mí. Y también se lo oí al tío William, que le debió llegar la onda por alguien. Vamos, que con esta ya van como seis o siete veces que oigo esta historia. Pero no me importa. — Bueno. — Recondujo Marcus. — Que tuvimos un mal encuentro con ella después del examen de la licencia porque nosotros sacamos las mejores notas y ella suspendió su examen de Plata, evidentemente, por no ir bien preparada y pensar que al comité de alquimistas también se le podía comprar por el apellido. — Y por lo visto le faltó echarle un mal de ojo a la salida. — Rio Sean. André, divertido, miró a Alice. — Estoy deseando conocer la opinión de mi primita sobre todo este asunto. —

 

ALICE

Atendió a lo que decía Marcus, y a ver, era verdad, pero para Alice nunca habían sido del mismo tipo, y no se consideraba más que en el grupo de gente que puede hacer magia, como Hillary, como Darren o como cualquier Horner, y lo que les diferenciaba era el dinero y la posición. No solía pararse a pensar en todo aquello de la sangre y demás, no como lo estaban planteando ahí. Se miró con Marcus y dijo. — Bueno, claramente no te elegí por nada de eso, y los Gallia serán lo que sean, pero nadie nos tiene en una consideración como la de los Gaunt o los Hughes. — Se apoyó en su propia mano, pensativa. — Y bien pensado, no es tan difícil juntarse entre magos ¿no? Quiero decir, con todo esto del secreto, estamos todos juntos, vamos a Hogwarts, vivimos en nuestros pueblos… O sea, podría haber conocido a alguien por ahí, un muggle, pero era mucho más fácil que acabara con alguien de Hogwarts o del entorno mágico. — Igual por eso el señor ese que me hizo se juntó con mi madre. — Dijo Hillary. — Igual estaba harto de toda esa vorágine y se fue a buscar a una muggle que no supiera quién eran ni él ni su familia. Que el procedimiento fuera un chasco ya es otro cantar. — Jackie asintió con expresión seria. — A veces lo pienso de la familia de Theo. Que ojalá no tuviéramos que juntarlos con los Gallia nunca, que es refrescante tener gente que no sabe nada de magia y anda a sus cosas. — Alice también había pensado a veces que preferiría que no todo el mundo prácticamente supiera los dires y diretes de su familia desde el siglo XVII, pero tampoco se había planteado nunca una vida muggle, y quizá eso le daba la razón a Marcus de que no era tan distinta a esa gente de la alta sociedad mágica. Pero ella nunca discriminaría a nadie por su procedencia ni por su orientación sexual, quizá ahí estaba la diferencia.

El tema de la boda iba a traer cola, quizá porque Marcus estaba más sensibilizado con el asunto, y, de hecho, a Alice empezaron a entrarle escalofríos solo de pensarlo. — Tiene razón, no me gustó nada la pinta de ese tío y le habló de muy mala manera a Eunice. — Y asintió a todo lo que dijo de ella. — Tía, no le saques tú también la cara, después de todo lo que te ha hecho. — La increpó Hillary. — No es nada comparado a lo que se hace a sí misma. — Algo sacará también de todo ello, créeme. — Alice se encogió de hombros. — Mi tía Lucy, la madre de Aaron, tuvo un matrimonio parecido y no le sacó nada más que disgustos. Y Bethany Levinson, la tía de mi madre, tanto dinero y mira… Ella misma admitió que lo que tenían era miedo, y Eunice tiene el ejemplo de ostracismo a Ethan literalmente al lado, porque imagino que a la boda no le habrán invitado. — Sean negó con la cabeza. — Lo último que supimos de él es que estaba en Milán, haciendo no se qué pruebas. No nos ha dicho nada de que vaya a venir a la boda o de que se hable para nada con el resto de McKinleys. —

Pero Marcus tenía razón, y sus amigos, afortunadamente, claramente no habían estado cerca de gente como los McKinley. — ¿Para qué crees que quieren que se casen si no? — Suspiró. — Ahora no puedo parar de pensar en el día aquel de la pelea con Hughes, con Lex y todo eso. A nosotros nos llevaron con Kowalsky, y allí estábamos todos: Darren, Creevey… y Eunice también. Empezamos a hablar, muy a lo Hufflepuff, de por qué había pasado todo, y vi a Eunice realmente… atormentada, por su propia idea. Ahí vi que no odiaba a Darren, que realmente creía que es que estaba haciendo algo que ella no podía aprobar, como lo que ha dicho antes André de hacer trampas a los muggles o cosas así. Era algo que le habían metido en la cabeza que estaba realmente mal. Y Kowalsky nos contó que en su época joven decían que los magos se extinguían, que estaban en peligro… Y quizá es lo que le han dicho a toda esta gente, aunque la lógica nos dicte que es muy sencillo que la estirpe mágica se mantenga. — Gal, lo que la política se pierde contigo no lo sabe nadie. — Le dijo su primo, y ella le sacó la lengua. — No me vaciles. —

Pero el tema le dio oportunidad de devolvérsela a André. — Ah sí, distinta, como taaaaaaaantas otras. — Alarga la “a”. Taaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaantas. — Respondió su prima y ambas se echaron a reír. Más se rio cuando se enteró de cuántas veces había viajado ya la historia con Alecta. — Tiene que estar que trina la compañera. Ahora todo el mundo sabe que Marcus fue muy superior a ella. — Se rio también de la contestación de Marcus y se apoyó en su hombro. — Como veis, a mi superaguililla no le sentó muy bien la salida de la rubia. — Y volvió a reírse. — Mi amor, pobrecita, ir detrás de ti es muy duro. — Se señaló cuando André la mencionó. — ¿Mi opinión? Ya ves. Yo creo que Marcus es el mejor alquimista en muchas generaciones, y esa chavala será mejor o peor, pero se habría preparado el examen, realmente tuvo MUY mala suerte. — Se encogió de hombros. — Y da igual lo que ella diga. Marcus es el mejor, y si quiere patalear y quedar así… pues que lo haga. ¿Qué dice tu Gaunt especial y diferente de ella? — André levantó las manos. — Ni sabía que tenía una hermana, no es muy reveladora con nada de su vida. — Alice entornó los ojos y se dirigió a Hillary. — ¿Cómo lleva Ky todo esto? Me siento una amiga de mierda, he hablado poquísimo con ella. —

 

MARCUS

Por supuesto que Alice no le había elegido por nada de eso, ni él a ella, pero bien que tenía grabadas a fuego en su mente las ofensas tanto de los Horner como de los Van Der Luyden a ese respecto. Marcus no perdonaba nada que tuviera que ver con Alice, no se le iba a olvidar tan fácilmente, pero prefirió no verbalizarlo o le herviría aún más la sangre. Lo siguiente que dijo le hizo reflexionar: era cierto que estaban... "aislados". Para él era su mundo, lo normal, pero a medida que se relacionaba más con el entorno muggle, y sobre todo desde que vio cómo vivían en Nueva York, se dio cuenta de lo desconectados que estaban. Siempre había dado por sentado que se casaría con una bruja, pero no por clasismo, sino porque era... lo normal. Ni se había planteado por qué era tan normal, y en parte era por ese aislamiento. Y claramente así le habían criado, porque esa sensación "refrescante" que Jackie refería en contacto con los muggles, él no la sentía para nada: siempre estaba tensísimo de pensar que se desvelara el secreto mágico, que les pusiera en peligro sin querer, o ellos a él, por no hablar de la cantidad de cachivaches que tenían en sustitución de la magia y que le resultaban absurdamente complicados. Y además, sus muggles más cercanos eran los familiares de Darren, y como todos hablaran tanto como la hermana y la abuela...

Asintió con obviedad a las palabras de Alice. Justo en Lucy McGrath estaba pensando con la historia de Eunice, y no sería porque a Marcus le hubiera conmovido lo más mínimo esa mujer. — Alguien puede caerte fatal y que aún así pienses que todo lo que le han organizado para su vida ha sido un error. — Afirmó, convencido, a lo que Jackie dijo. — En eso tienes toda la razón. — Pero Marcus aún podía indignarse más. — ¿¿Que Ethan no va a ir a la boda?? — Preguntó mirando a Alice, y luego a Sean, por confirmarlo. — No podéis estar hablando en serio. — Marcus, ¿de verdad crees que los McKinley se van a arriesgar a que Ethan se ponga hasta arriba de alcohol y haga una proclama gay delante de los Gaunt y sabe Merlín cuántos ricos más con ese lenguaje que él tiene? — Evidenció Hillary, pero Marcus solo sabía de abrir los ojos como platos y hacer aspavientos con las manos. — ¡¡Pero es su hermana!! — Marcus, sé lógico. — Soy lógico. Y hablo con conocimiento de causa. — Estaba realmente ofendido por la circunstancia. — Somos alquimistas, los dos, y mi familia es Horner, ¿te crees que no va a haber ricos en mi boda? ¿Gente de la élite mágica? — Vaya, señor importante, mejor me voy mirando ya el esmoquin, ¿hay algún código de vestimenta? — Bromeó André, pero Marcus continuó su alegato. — Y mi hermano es homosexual, con pareja. Bajo ningún concepto dejaría a mi hermano fuera de mi boda. — Dudo que Lex se pusiera a decir obscenidades borracho encima de una mesa. — Quizás Darren sí. — Dijeron Hillary y Jackie respectivamente, la última entre risas traviesas. André añadió. — ¿Sabes quién sí que lo podría hacer? Vivi. — Exacto. — Confirmó Marcus, ajeno al tono jocoso. — Y también estará en mi boda. E Ethan también. A la mía está invitado. — ¿Tenemos ya fecha? — Más risas, pero Marcus soltó aire por la nariz. Sean, que detectó que se le estaban poniendo malos humos, hizo un gesto de calma con las manos. — Tío, todos estamos contigo. Aquí nadie aprueba eso. Si es todo una mierda injusta. Y me da pena Ethan, seguro que ha tenido que dolerle un montón, aunque lo exprese... como lo expresa. — Cuenta con todo mi apoyo desde luego. — Sentenció.

Al menos, meterse con André a cuenta de su nueva conquista le hizo reír, aunque maldita la gracia que le hacía tener a una Gaunt en la fiesta. Pasó instintivamente el brazo por la cintura de su novia cuando esta se apoyó en su hombro, pero el comentario hizo que la mirara ceñudo. — ¿Pobrecita? ¿Mala suerte? — Chistó. — Alice, parece que no estás tú misma hinchándote de investigar para la licencia DE HIELO, no te digo cómo será prepararse la de Plata. Si quería aprobar, que hubiera estudiado. — Fue decirlo y André empezó a hacer ruidos de águila y a mover los brazos como si fueran alas, lo cual sacó las carcajadas de Jackie, y una risilla escondida de Hillary, pero ofendió de rebote a Sean. — ¡Eh! Marcus tiene razón, ya vale con la suerte y la no suerte, que le quitan el mérito a uno, que se pasa la vida estudiando. — Que sí, que sí. — Resolvió el otro, riendo.

Soltó una carcajada muda una vez más. — Una Gaunt misteriosa. Apenas indicativo de peligro. — Ironizó, pero el tema, afortunadamente, cambió de foco. — Pues... quiere aparentar que lo lleva bien, pero creo que por dentro no mucho. Tener al lado a Oly, desde luego, no es la mejor estrategia de disimule posible: está todo el tiempo hablando de sus "vibritas" tristes y negativas. — Se encogió de hombros. — Pero le hace mucho bien, la ayuda a relativizar, eso también es verdad. Si te quieres sentir menos mal, tampoco hablo mucho yo con ella del tema, sé más por Oly. Ya sabes que Kyla, cuando se agobia, se vuelve bastante hermética y huraña. — Nos hemos llevado varios cortes. — Añadió Sean, y André siseó. — Y a mí ni me conoce, así que imagínate: la primera vez que la vi casi me muerde. Luego se enteró de que era tu primo y se disculpó, y se la veía sincera en la disculpa, pero creo que la he pillado en mal momento para conocernos porque sigue sin agradarle mucho mi presencia que digamos. — Te aseguro que no es por ti, una Kyla agobiada es una Kyla antipática. Pregúntale a Marcus. — Confirmo cien por cien. — Respondió. — En las reuniones de prefectos había veces que era mejor ni hablarle. — Hizo una mueca, pensando. — Kyla agradece el espacio... pero sí que es verdad que no sabemos nada de ella. — Miró a Alice. — Podríamos invitarlas a ambas a Irlanda a pasar un par de días... — Ahórratelo. — Resumió Hillary. — Le vendría genial salir de allí y despejarse, pero está muy paranoica con todo lo que pasa, no creo que la desconexión absoluta ayude a que esté menos ansiosa, creo que lo empeoraría. — Sean volvió a tratar de tranquilizar. — Bueno, es una mala racha. Se pasará, seguro. Las Navidades es que son fechas convulsas en el Ministerio. — Eso es verdad. — Aseguró Hills. — Todo es un tormento burocrático porque hay mucha gente de vacaciones y los que están, están dispersos. Y la gente con mala idea aprovecha el desconcierto para liarla más. Yo creo que, cuando pasen las fiestas, se irá relajando... —

Estaban ya terminando de comer cuando le sugirieron los postres. Por supuesto, Marcus dijo que sí, y para su sorpresa, fue el único. — Tío. — Advirtió André. — Esta noche nos vamos a poner morados, tú no sabes lo que tienen mi abuela y mi tía preparado. Yo que tú me guardaba algo. — Tarde, acababan de traerle una copa de chocolate blanco cremosa con frutos rojos y ya la estaba devorando. — Queda muchísimo para la cena. — Respondió, interpelado. Hillary suspiró. — Déjalo, es caso perdido. — Además. — Siguió. — Venimos de Irlanda. Tenemos los estómagos más que preparados para las cantidades de comida. — Tú ya venías preparado de fábrica. — Se rio Sean, y luego acercó la cuchara. — Anda, dame un poquito... — ¡De eso nada! Mucho meteros con Marcus el glotón, pero ahora todos queréis probar. — ¡¡Eh!! Que yo no he dicho nada, ¡de hecho te he defendido! — Y entre piques siguieron riendo, tratando de frenar a Marcus de querer repetir postre y charlando de cosas más banales. El año estaba a punto de acabar y querían aprovechar esos últimos minutos antes de entrar de lleno en la cena y la fiesta.

 

ALICE

Era difícil convivir con todo aquello. Marcus tenía razón, no se podía asumir tan fácilmente que se tratara a la familia de aquella manera, y menos por las razones que lo estaban haciendo, pero se temía que realmente gente como ellos no tenían nada que decir en aquello, aunque se lo gritaran, esa gente simplemente se daría la vuelta y les ignorarían (amén de insultarles y amenazarles, pero eso le daba más igual), pero, obviamente, su sentido de la bondad y la justicia le impedían pensar que eso simplemente iba a ser así para siempre.

Se rio a las reacciones de su novio, tanto sobre Alecta con toda su indignación, como sobre la comida, y acarició sus rizos. — Creo que, si alguien tuviera que embotellar a Marcus O’Donnell, podría haber puesto los últimos diez minutos en ella y nadie podría decir que no te define. — Todos rieron, pero Sean levantó las manos con las palmas abiertas. — Pues vuestro amigo más detallista no está de acuerdo con eso. — JOJOJO. — Exclamó André, rellenándole el vaso a Sean con algo, que Alice ni había probado. — Ilumínanos, oh, Gran Señor del Detalle. — Sean dio un golpe con el vaso en la mesa y puso una cara de chulo un poco imitada de su primo y que no le terminaba de salir bien y señaló con un dedo a Marcus. — No ha dicho por lo menos cinco veces “Alice”, y eso no puede ser. No sería mi Marcus. — ¡OHHHHHHH! ¡QUÉ CURSI! Me encanta. — Exclamó Jackie. Hillary estaba partida de risa. — ¡Es que es verdad! ¡Es que no puede ser! — E iba a quejarse. Pero no. No lo haría. Era imposible quejarse de algo así.

***

— Tía, ¿te puedo hacer una pregunta así rarilla? — Soltó Jackie. Estaban las tías, Hillary, Jackie y ella arreglándose en el desván. Habían dejado a los chicos a su suerte para que se arreglaran, y William, Marc y Arnold habían asegurado que ellos se encargaban de organizar la cena, así que Emma y Susanne habían aprovechado para tener un momento para sí mismas, cada una por su lado, que buena falta les hacía. Pero en su bando de chicas, se lo estaban pasando de lujo, arreglándose, vacilando a Erin con el maquillaje, y echando un rato magnífico, cuando de repente, Jackie saltó con aquello. — Dale, tienes un rímel a medio centímetro de mi ojo, creo que no puedo decirte que no. — Contestó Hillary. — ¿De verdad no quieres saber quién es tu padre? — Erin y Vivi se quedaron mirándola con cara de circunstancias, pero Alice siguió peinando a la primera como si nada, porque sabía que su amiga podía contestar sin problema. — Yo no tengo padre. Me persiguió la… angustia, vamos a decir, por mi madre, por lo que vivió y que tuviera una vida tan difícil solo por tenerme a mí, pelearse con mi abuelo… Todas esas cosas. Pero, en todo eso, no me agobiaba saber quién era él. Mi madre me ha ofrecido muchas veces contármelo, pero no… no forma parte de mí, y quiero que siga siendo así. — Claro que sí, rubi. Las mujeres somos las que criamos. — Dijo su tata, dejándole un beso con el pintalabios en la mejilla. — Será que tú has criado mucho, tata. — Le recriminó Jackie. — Yo sí he criado muchas crías de muchas especies, y no es que yo sea especialmente buena con eso, pero veo que, en general, los machos solo sirven para la concepción. — Todas se quedaron mirando a Erin. — Por si querías la opinión de una magizoóloga. — Jackie parpadeó. — Graaaaaacias, tita Erin. Pero me refería a que… ¿Y si trabaja en el Ministerio y te lo estás cruzando todos los días? ¿Y si tiene hijos y fuiste con ellos a Hogwarts? ¿Te imaginas que Sean fuera tu hermano? — Ahora el foco de las miradas cayó sobre la chica, que apretó los ojos y sacudió la cabeza. — Vale, acabo de darme cuenta. Pero bueno, sabes a lo que me refiero. — Hillary se levantó y rodeó a Jackie con un brazo por los hombros. — Te agradezco la preocupación, cariño, pero mira todo lo que he conseguido sin él. No lo quiero liado en esto tan tremendamente guay. Cuando tenía doce años pensaba que quería ser abogada, viajar a sitios guais, tener a mi lado a mi Gal, que me invitaran a las mejores fiestas y que la tata Vivi me considerara guay. Y mírame. Tengo aún más cosas. Y todo eso sin ese señor. — Ambas rieron. — No, ahora en serio, si trabajara en el Ministerio… yo no podría estar a gusto con él. Él sí sabe mi apellido, y ha sabido dónde estaba mi madre todo este tiempo… Y si no ha hecho nada, es que es un tipo de mierda. — Y de esos ya hay de sobra. — Alice se pegó a las dos y las tías las rodearon también. — Estamos divinas, reinas. ¿Listas para bajar e impresionar a los chicos? — ¡SÍÍÍ! — Exclamaron ellas. — ¡EL RESTO DE MIS CHICAS! ¡Vamos a invertir los roles y esperamos a los chicos abajo de las escaleras! — Vociferó su tía. Emma salió del cuarto con un leve suspiro y perfectamente lista, y Susanne a trompicones, poniéndose los pendientes y con el vestido sin atar. — A ver, Jackie, hija, ayúdame y hacemos eso que habéis dicho. — Y entre risas bajaron las escaleras, mientras Vivi les gritaba a los chicos el desfile de modelos que esperaba que hicieran, Dylan incluido. Emma aprovechó y le acarició el pelo, mirándola de arriba abajo. — Así se despide el año, te veo brillante. — Ella sonrió. — Y mejor aún que el año pasado. Tú siempre lo estás. — Emma se puso a su lado y le dio con el codo. — Y de más gorda nada. Ninguna de las dos. Al próximo que lo diga le hechizo. — Susurró, haciendo que se rieran las dos.

 

MARCUS

— Ya estamos. — Suspiró Sean, alzando los brazos y dejándolos caer, nada más Marcus apareció por la puerta. Él miró para atrás, desconcertado. — ¿Qué? — ¿¿Tú por qué no estás más gordo, a ver?? — Marcus se sintió interpelado. Al cabo de un par de segundos de boquear como un besugo y de mirarse a sí mismo, resolvió. — Bueno, pues igual un poco más gordo sí que estoy. — Recibió una pedorreta como toda respuesta. André apareció de detrás de un biombo solo ataviado con sus calzoncillos. — Tranquilidad, caballeros. — Marcus apartó la mirada, pero el otro siguió como si nada. — Si no tenéis nada que hacer ante un galán francés en su territorio. — Le señaló. — ¿Y a ti qué te pasa? ¿No has visto nunca un tío en calzoncillos o qué? — No veo ninguna necesidad de no poder cambiarnos cada uno en la intimidad. — Gracias. — Reforzó Sean. André les miraba con aburrimiento. — Tú calla, que luego te quejas de que aquel siempre esté más elegante que tú, pero ¿en cuánto tiempo te has vestido? Cuando he entrado en el biombo estabas con la ropa de la comida y ya tienes la de la cena puesta. — Precisamente, temía que salieras tan rápido como has salido. — Tenéis un problema serio con la desnudez humana, de verdad os lo digo. — Insistió André, y luego les señaló. — Las tías se están todas desnudando delante las unas de las otras y míralas, tan contentas, se las escucha desde aquí reírse. ¡Todas cambiándose! Jackie, Hillary, Alice, Erin, Violet... — No insertes imágenes innecesarias en mi cabeza. — Respondió Sean, a lo que Marcus le miró con absoluta confusión. — ¡Y vosotros ahí con cara de imbéciles! — Refunfuñó una vez más, y ya sí, se puso los pantalones.

— ¡Colega, que no te encontraba! — Entró Dylan. André aprovechó para seguir su discurso. — ¡Dylan! ¿A que a ti no te importa verme en calzoncillos? — Qué va, te he visto ya muchas veces. — Marcus rodó los ojos. — Pero eso es tramp... — Y la antigua prefecta Oly se paseaba mucho en sujetador por la sala común. — ¿¿Cómo?? — Así que ya no me sorprende nada. — Dylan entró como si tal cosa, pero Marcus estaba al borde del ataque de pánico. Ahora Sean estaba desternillado de risa, ya no le agobiaban tanto los desnudos. — ¿Qué pajarita me pongo? Había pensado pedirle a papá que me echara el hechizo multicolor porque no me decido, pero es que ya he tirado mucho de él y no quiero abusar. Hoy quiero ir por lo clásico. — Se aguantaron la risa, porque el chico hablaba muy serio y no le querían hundir la moral. — Tengo esta dorada. Es la que menos me convence, porque es que sieeeeempre voy de amarillo porque mira qué Hufflepuff y patito esto y patito lo otro, así que esta fuera. — Y la echó aún lado. Ahí estaban los otros tres, cuya opinión en teoría había sido solicitada pero no estaban teniendo mucho margen de opinar. — Esta negra es sobria. Me gusta. Si hoy quiero ser clásico, creo que el negro siempre es un acierto. — ¿Desde cuándo habla como tú? — Se preguntó André, y Sean soltó una carcajada. — Llegas tarde a eso, tío... — Pero también tengo esta. Es... berma... bermu... broma... — Bermellón. — Le chivó Marcus. Dylan se puso muy puesto. — ¡Eso! Bermellón. — ¿Qué? Eso es rosa oscuro. — Pinchó Sean. André seguía confuso. — ¿Rosa? Es rojo. Rojo claro. — Y precisamente por eso tiene un nombre homologado. — Intervino Marcus. — Y ese nombre es bermellón. — Te lo acabas de inventar. — Insistió André, pero Dylan siguió a lo suyo. — Bueno, total, que este no es tan clásico, al revés, es atrevido, y me gusta cómo me queda, pero igual es demasiado atrevido, pero quiero ver si le gusta a Erin y... — Eso último se le había escapado, y de repente los tres le miraron de golpe, y a Dylan se le puso la cara tan bermellón como la pajarita. — ¿A Erin? — Dijo lentamente Sean. Marcus se mojó los labios y, escondiendo una sonrisilla, preguntó. — ¿Por qué concretamente quieres impresionar a mi tía, colega? — El niño no sabía dónde meterse. — No, yo, a ver, a todas, las chicas, quiero que me vean guapo, en plan, no patito, sino, o sea, quiero que me deis consejos... — Recapitulemos. — Interrumpió André, mirándoles a los demás. — ¿Qué tiene Erin en concreto de entre las mujeres de la casa que no tengan las demás? — Sean alzó una mano para empezar a enumerar con los dedos. — Pues veamos: pelirroja... amante de los animales y la naturaleza... — Miró con malicia a Dylan y añadió. — Gryffindor... — ¡Que he dicho Erin porque tenía que empezar por una pero me refería a todas! — Pero ya empezaron todos a reírse y a hacerle cosquillas, aumentando el enfado de Dylan. — ¡Sois idiotas! — ¡Bermellón, con color nuevo y todo, para impresionar a la Gryffindor de la familia! — Eso es lo que quiere, ¡que haya DOS Gryffindor en la familia! — ¡Primito primito! ¡Qué peligro, qué callado te lo tenías! — ¡¡Dejadme ya!! —

Se desprendió y los dejó a todos riéndose, pero Marcus se apiadó y se acercó a él, aunque Dylan estaba reacio como un puercoespín. — Colega, yo te entiendo. Elige el bermellón. No ha habido un solo día que yo no haya pensado en tu hermana cuando me ponía mis mejores galas. — Dylan hizo un mohín digno muy gracioso. — Yo también voto por esa. — Comentó André mientras se terminaba de abotonar la camisa. — Hay que arriesgarse en la vida. — Pues a mí me gustaba la dorada. — Dylan miró a Sean con profundo hastío. Alguien llamó a la puerta y esta se abrió poco a poco. La cabeza de Robert asomó por allí. — Perdón... Quería ver cómo se arreglan los jóvenes. — ¡Pero bueno, tío Robert! Pasa, pasa. — El hombre entró y, cuando lo vieron, exageraron las loas. — ¡Pero qué elegancia! — ¡Esto sí que es un ejemplo de caballero! — ¿Dónde hay que firmar para cumplir los años así? — El hombre rio avergonzado. — Iba a ponerme los zapatos que me habéis traído, Marcus, pero Helena decía que parecía un fantoche. — Robert, es IMPOSIBLE que parezcas un fantoche. — Estoy de acuerdo, tío Robert. Tú no te preocupes que eso lo arreglamos a lo largo de la noche. —

— Bueno, pues nada... Solo quería saber cómo ibais... — ¡No, no, tío Robert, quédate! Los caballeros también pueden arreglarse todos juntos, como las mujeres. — Resolvió André, haciendo que el hombre terminara de entrar en la habitación y cerrando tras él. Sean le miró sin entender. — ¿Qué te ha dado a ti con las chicas arreglándose? — ¡Que no es justo, tío! Nosotros también podemos tener algo así. — Ay, hijo, yo estoy ya muy mayor en comparación con vosotros... — ¡Bobadas! — Afirmó Marcus. — Estamos aquí para darnos el toque maestro. — El hombre rio mientras Marcus sacaba el perfume. — Por muy guapos que vayamos, es FUNDAMENTAL un buen perfume. — ¡Yo quiero del tuyo, colega! — Se apresuró Dylan, y Marcus le echó un poco de su perfume. Miró a los lados. — ¿Dónde está mi Elio? Él no sale a una fiesta sin su perfume. — Ya está con el pájaro... — Se burló Sean. André puso las manos en los hombros de Robert y le condujo al espejo. — Venga, tío Robert. Vamos a darnos los toques finales como buenos caballeros. — Quién me ha visto y quién me ve. Yo ni de joven hacía esto, pero tú eres igualito que mi hermano... Él sí que sabía... — Aaaaay tío Robert, nada de charla melancólica en Nochevieja. — Este ha sido un año muy malo... — ¡Pues ya está, a celebrarlo por todo lo alto, con más razón! Este tiene que ser un cierre de año como Merlín manda. — Y siguieron riendo, usando perfumes y terminando de retocarse la ropa y los complementos. — ¿Cómo estoy? — Le preguntó Dylan, pero antes de que Marcus pudiera responder, André saltó. — Oye ¿tú por qué le preguntas tanto a ese, que no es ni sangre de tu sangre, en vez de a tu querido primo? — Dylan le miró y parpadeó con desgana. — André, cuando he entrado, tú estabas en calzoncillos y Marcus impoluto. Lo siento, pero me fío más de sus criterios de elegancia. — Todos los presentes, excepto André por razones obvias, estallaron en fuertes carcajadas. — ¡Di que sí, colega! — ¡Capullo! ¡Que soy tu primo mayor! ¡Un respeto! — Y siguieron muertos de risa.

— Ay, había olvidado deciros. — Anda, que venías con un mensaje. — Respondió André a Robert, pero seguían sin parar de reír. — Que dice mi hija que hoy ellas os esperan abajo para que desfiléis. — ¿Cómo que desfilemos? — Preguntó Sean. Algo le decía que ese mensaje venía un poco distorsionado, pero bueno. — Pues no las hagamos esperar más. — Resolvió Marcus, y salieron todos de la habitación. Ya iba Robert para la escalera cuando André le detuvo. — ¡Eh! Vamos a darle expectación ¿no? ¡¡EH, CHICAS!! ¿¿Estáis listas?? — Les llegó un sonoro "sí" desde debajo de las escaleras que les hizo reír. Dylan dio un saltito. — ¡Qué guay! Vale, colega, entonces lo mejor para el final ¿no? Abuelo, entonces tú el último. — ¿¿Yo?? — ¡Eso, tío Robert! Que te demos todos los vítores, así entras al nuevo año así. — E hizo gestos de orgullo hinchado. — El primero también tiene que llamar mucho la atención. Marcus, empieza tú. — ¡Esto es insultante! — Se quejó André una vez más. Sean se encogió de hombros. — Yo ya estoy acostumbrado a ser el desapercibido. — ¿Pues sabes qué? Hoy vas a empezar tú. — Afirmó Marcus, y todos empezaron a azuzar a Sean hasta que bajó las escaleras. Los sonidos entusiastas de las chicas les tenían muertos de risa, aunque empezaban a tomárselo tan en serio que casi se pusieron nerviosos. — ¡Que voy! — Anunció André, y eso hizo, continuar él. Cuando ya hubo bajado, animó a Dylan. — Va, colega, continua. — Y Dylan bajó, hecho un flan, pero recibiendo bastantes ovaciones en el proceso. Marcus miró a Robert. — El último, como los mejores. — Robert le miró emocionado. — La verdad es que... con vosotros se siente uno joven otra vez. — Marcus le quitó importancia con un gesto de la mano. — Tú eres muy joven, Robert. — El hombre le miraba emocionado, pero él ya estaba para bajar. — Que voy. Deséame suerte. ¡Y cierra este desfile como Merlín manda! — Robert le respondió con una risa y Marcus bajó las escaleras.

 

ALICE

Hubo risas contenidas en cuanto vieron aparecer a Sean que, por supuesto, se ofendió. — ¡Si sabía yo que no tenía que ser el primero! — Sean, hijo, es que con ese garbo… — Amor, has bajado con cara de entrar a una fosa de colacuernos. — Erróneamente se suele pensar que los colacuernos son los dragones más violentos, pero la realidad es que pueden llegar a ser hasta dependientes del afecto que desarrollan a… — De nuevo, todos mirando a Erin, que se quedó unos segundos en silencio, como si su cerebro estuviera forzosamente generando una respuesta, y luego miró al chico y dijo. — Estás genial, Sean. Si tuviera que abrir yo un desfile, directamente no habría bajado. — Y eso hizo reír hasta al chico. — A ver, Sean, si me permites. — Dijo Emma, subiendo los escalones hasta ponerse a su altura. La mirada de pánico de su amigo no tenía desperdicio. — Claro, claro, señora… — La espalda más recta, si no, se hace arruga en la chaqueta. Este cuello más impecable, así. Barbilla arriba, la mano delicadamente sobre la barandilla, no vas agarrado, tirándote, lentamente, pero seguro de tu paso. — Le tocó medio milímetro la corbata y sonrió. — Así. Mucho mejor para abrir un desfile. ¡A ver ese entusiasmo del público! — Y cualquiera no demostraba un entusiasmado fanatismo después de semejante intervención de su suegra, con silbidos, hurras, gritos y de todo.

Oleada que André aprovechó, bajando con la actitud más opuesta posible a Sean, saludando como si fuera una estrella, su impecable sonrisa siempre puesta y besando la mano de su madre, que, por supuesto, casi se desmaya. — ¡Pero qué guapo es mi hijo! ¡Por Merlín! ¿De quién lo has sacado tú, eh? Yo no te he enseñado a ser tan canalla. — André le guiñó un ojo. — Pero en el corazón de todo canalla hay un sitio de honor intocable para su mamá, y eso nos hace irresistibles. — Jackie y Alice entornaron los ojos, pero se sorprendió oyendo una risita astuta de Emma. Que conocía el juego ya lo sabía, pero… ¿le hacía gracia? Lo último vaya.

Se agolparon todas en la escalera en cuanto Dylan apareció. — ¿Pero quién es ese galán? — ¡ESE ES MI SOBRINO! — Rompieron el hielo, cómo no, Jackie y Violet. — Estás muy elegante, Dylan. — ¡Ay mi niño! Tan mayor. Parece que estoy viendo a tu padre vamos. — William no habría llevado esa pajarita tan bien puesta. — Aportó su suegra, tras el tierno comentario de Susanne. Pero Alice miró a su hermano, con esa mirada de “por favor no me avergoncéis” y dijo. — El Gallia más elegante de todos. — Vaya por Dios, hoy no cojo una… — Se quejó André. Pero luego señaló a Dylan de arriba abajo. — Pero es que con semejante competencia, y no sabéis lo que está por bajar… — Su hermano rio alegremente, pero en vez de quedarse a su lado, se fue a situarse entre las tías, y casi que lo entendió, cuando Erin le dio en la pajarita y le dijo. — Qué genial, Dylan. Muy Gryffindor. — Y él respondió poniéndose rojísimo. Ya, contra eso no podía competir.

Por fin, bajó su Marcus, con su seguridad habitual, sin derrochar, como André, con más presencia que Sean, un traje que le sentaba como un guante y… — Está pensando que es perfecto. Mirad, soy yo también legeremante. — Le afeó Jackie. — ¡Cállate! Mi alquimista es perfecto, sí, lo siento. Es mío. — Se acercó a él y le tomó de las manos. — Estás increíble. — Y Emma hizo un leve asentimiento, pero con la sonrisa más orgullosa del mundo.

Y entonces, vieron bajar al abuelo, con una tímida sonrisa, y la reacción no se hizo esperar. La ovación que se llevó Robert dejó temblando a la de Sean y veía cómo su abuelo iba viniéndose arriba, sintiéndose querido y feliz. Era tan discreto que muchas veces quedaba en la sombra, y nadie sabía cómo hacerle feliz o qué necesitaba. Pero ahora mismo lo veía con los ojos brillantes y la sonrisa más grande que podía poner. — Estás increíble, abuelo. Un auténtico galán. — Robert negó y rio, estrechando la mano de Alice. — Calla, calla, ese muchacho tuyo me ha hecho bajar... — Y muy bien que ha hecho. — Su abuelo le sonrió emocionado y dijo. — Qué bonito es esto, hija. De verdad. — ¡A ver! ¡Apártense todas, señoras! ¡Que es mi padre y me lleva a mí del brazo! — Su abuelo rio, ofreciéndole el brazo. — Claro que sí. Pero tengo dos brazos, ponme a la otra hija por el otro. — La cara de Erin primero fue de confusión (debía estar contando mentalmente cuantas hijas tenía Robert Gallia), pero cuando entendió, vio una sonrisa sincera y ciertamente emocionada, que claramente no sabía cómo expresar en palabras. Alice miró a Marcus y dijo. — Yo creo que tú también puedes llevar dos señoras ¿no? — Y Emma y ella se engancharon a él, y salieron caminando hacia la casa de Jackie.

No había estado allí desde el verano, y entre eso y cómo la habían decorado los señores de la familia, se quedó alucinada. — ¡Tía! ¡Este salón es una maravilla! — Aún no había muebles como tal, pero habían colocado una mesa gigante, encendido la chimenea y luces indirectas muy hogareñas y puesto decoraciones doradas y negras preciosas. — ¡Lo sé! — Exclamó Jackie, que venía del brazo de Dylan. — Es todo abierto, salón, cocina y comedor, para que cuando montemos estas cosas podamos estar todos juntos. — Vio la sonrisa satisfecha de su prima y sonrió también. — Este año nos ha dejado unas cosas preciosas. — Luego miró a los demás y dijo. — No querría estar en otro lado en este momento. —

 

MARCUS

Bajó con la sonrisa de seguridad en sí mismo que siempre llevaba en esas situaciones, y no tardó en recibir los halagos. Le dio a Jackie un toque en la nariz con el índice. — La envidia hace que salgan arrugas. — Tomó a Alice de las manos y se echó unos pasos hacia atrás para verla bien. — Guau, como siempre. Estás preciosa. — Hizo como si se tirara de las solapas. — ¿Estoy guapo, entonces? Me alegro. Hoy es un día muy grande para celebrar. — Y sí que lo era, porque 2002 le había dado el inicio de relación con el amor de su vida, su graduación de Hogwarts con su ansiado premio extraordinario, su primer rango de alquimista, sus primeros viajes con Alice al extranjero, su encuentro con familiares que ya formaban parte de su vida, sus escrituras para su taller en La Provenza y, de rebote, la felicidad de su hermano en forma de contrato con un equipo de quidditch. También había sido uno de los años con más sinsabores: el pavor ante todo lo ocurrido con William, la pelea con los Horner y el descubrimiento de la legeremancia de su abuela Anastasia, el juicio con Hughes y todos los malos ratos que pasaron por esto, el incendio de la Torre Gryffindor y, por si fuera poco, el secuestro de Dylan por los Van Der Luyden y toda esa vorágine legal con la que tuvieron que lidiar. Indudablemente, el año más intenso de su vida. Esperaba que los próximos fueran un poquito más tranquilos.

Además, iban a celebrar la Nochevieja en La Provenza, en su caso por primera vez, con sus padres y con sus amigos, así que no podía estar más feliz. Vitoreó fuertemente a Robert, viendo como el hombre se sobrepasaba por tanta efusividad, lo cual era bastante tierno. — ¡Sí que he hecho bien! Porque ha sido sin duda el mejor en desfilar, es cierto que solo he visto uno pero igualmente no me cabe duda. ¿A que sí? — Y todos asintieron con convicción. Rio al verle del brazo de Erin y Violet, y luego miró a Sean y a Hillary salir acaramelados y, mientras se enganchaba él también, muy orgulloso, de su novia y su madre, pensó que esas dos uniones también eran algo muy bueno que les había dado ese año.

— ¿Sabes? — Le dijo a su novia, inclinándose un poco de más, mientras masticaba la deliciosa carne. Lo de "un poco de más" podría venir, probablemente, por el vino francés que ya llevaba un rato corriendo por la mesa. Todos estaban prácticamente exhaustos de comer, a la espera de los postres y preguntándose si tendrían hueco para ello, pero él seguía dando cuenta de la comida. — Todas estas cosas... me dan ideas. — El tono era de experto estudioso en el asunto, de estar seriamente reflexionando sobre ello. La ocasión festiva y el tono ligeramente perjudicado por el vino no jugaban en su favor. — Siempre he tenido una cocina separada, pero este espacio abierto para las fiestas viene genial. Porque tenemos fiestas temáticas apalabradas, Gallia, espero que no se te haya olvidado. Y ADEMÁS, manteles. Tenemos manteles. Temáticos. — Se llevó un dedo a la sien. — Está todo aquí registrado. — Volvió a llevarse un trozo a la boca. — Podríamos tener... una casa a dos ambientes. Para la vida diaria, salón y cocina separados PEEEERO luego tenemos otro sitio que tenga un espacio abierto para fiestas. Y recepciones. ¡Somos gente importante! Los alquimistas van a recepciones, y alguien tiene que darlas. Pues ya tenemos espacio para ello. — Si total, soñar era gratis.

El tintineo de un cubierto en una copa llamó la atención de todos, y vieron a Robert de pie. — Antes... — Al hablar se le quebró la voz, por lo que carraspeó fuertemente. Les miró a todos lentamente. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Cuando pudo, habló de nuevo. — Es... Perdonadme, el de los brindis era mi hermano. — Venga, tío Robert, siempre dices lo mismo, pero en verdad das unos brindis geniales. Y más hoy, que vas tan galán. — Animó André, y todos se unieron a los ánimos. El hombre rio levemente y, cuando callaron las voces, retomó. — Solo pensaba... — Y una vez más les miró a todos, emocionado. — En... todas las veces que este año... he pensado que no podría... veros así más. — Marcus tragó saliva para deshacer el nudo que empezaba a formarse en su garganta, y dirigió la mirada donde el hombre la posaba. Dylan podría estar con los Van Der Luyden; William... mejor ni pensar dónde podría estar, o cómo, o si estaría, y en todo caso, había habido riesgos reales de no poder ver a Alice y a William en la misma estancia, o a William y a Emma, después de lo ocurrido con el giratiempo; Jackie también había estado a punto de desvincularse de su familia, así habría sido si la historia con Noel hubiera salido adelante; y las relaciones entre Helena y Violet siempre fueron tensas, pero cuando dijo que estaba enamorada de Erin, se corrieron muchos riesgos en la misma. El hombre tenía motivos para emocionarse viéndoles a todos juntos: ese año, desde luego, se habían jugado muchas papeletas para que no fuera así.

— Este ha sido un año... duro. — Todos se quedaron en un silencio espeso. — Triste y lleno de sinsabores... Y honestamente, deseaba con todas mis fuerzas que se terminase. Soy Hufflepuff, soy un hombre positivo, y siempre he pensado que un año que termina se lleva todo lo que tuvo con él, y el que empieza es un nuevo punto de partida, para lo bueno y para lo malo. Y creo... que todos necesitamos cerrar el año que se va. — Sonrió. — Lo bueno es cómo empieza. Todos juntos. Con personas que, aunque ya considerábamos familia, ahora podemos llamarles como tal. — Miró a Erin alzando la copa, y luego le miró a él. Ambos respondieron con miradas emocionadas. — Y no solo son familia porque lo diga un título que nosotros mismos hemos puesto, sino porque... hay ciertas cosas que, si las haces por uno, es que eres su familia, lo diga la sangre o no, lo digan los títulos o no. Aquí solo veo familia. — Miró entonces a Sean y Hillary. — Vosotros también sois familia, por lo que acabo de decir. — Marcus alargó la mano hacia Sean, que era a quien tenía más cerca, y apretó su hombro con cariño. — Y cerrar este año, después de tanta turbulencia, rodeado de familia, en esta casa tan bonita, con tanto futuro en sus paredes... le deja a uno... tranquilo. Y feliz. — Alzó la copa. — Solo pido eso. Que no se rompa esta familia. Que siempre tengamos un hueco para celebrar juntos. Y para la felicidad. Que sea así en el año que entra, y en los venideros. —

 

ALICE

Qué rico estaba el vino. ¿Cuál era ese? Cabernet algo… Qué bien iba con las carnes, y esas verduritas al horno, tan sabrosas… Aquí podía comer mucho menos sin que le dieran la tabarra, y el vino le empachaba bastante menos que las pintas, así que se notaba que ya estaba coloradita, y mareadita, y mucho más contenta y relajada que en mucho tiempo. Escuchaba a Marcus mirándole como una boba mientras hablaba del salón, y le hubiera dicho que sí a todo, la verdad. — Yo lo veo, mi amor. — Asintió lentamente, sacando los morritos. — Sí, sí, vamos acumulando ya, desde que saquemos Hielo, los galeones contantes y sonantes para la mansión que vamos a necesitar para eso. De hecho, mansión y media. La mansión entera para vivirla, y la media solo para las fiestas. Un poco como aquí. Pero sin segunda planta. Y más amueblada. — Y le dio una risilla tontísima. Volvió a asentir muy gravemente (no debía estar saliéndole una expresión muy grave, en realidad) y dijo. — Manteles. UF. Hay que ponerlos en práctica… — Se quedó mirando a la nada. — ¿Se dice así? —

Y, de repente, oyó la copa tintinear y miró a su abuelo. Sabía que a su abuelo le costaba horrores hacer lo que hacía el tío Martin, y, realmente no podían parecerse menos, no físicamente, sino en presencia, voz… Le encantaba aquella Nochevieja, estaba feliz, pero sintió un abismo al pensar en cómo era la Nochevieja cuando su tío Martin hacía los brindis y… Puf, qué abismo. Pero se centró en su abuelo. Sorprendentemente, de repente, como si tirara de un hilo de Ariadna, enlazó un discurso, y se quedó impresionada por sus palabras. Ciertamente, hubiera sido mucho más fácil no tener aquella celebración tan bonita que sí tenerla, así que todo aquel discurso le conmovió y las lágrimas no tardaron en aparecer en sus ojos. Erin, Sean y Hillary, los O’Donnell… Echaba de menos muchísimo a los que faltaban, pero… La vida le estaba dando cosas extremadamente buenas, y solo podía aplaudir y celebrar, como hicieron los demás. Y para su sorpresa, su abuela agarró la mano libre de su abuelo y dejó un beso en ella. Su abuela no era para nada cariñosa, pero tenía los ojos brillantes, y debía estar muy emocionada, porque dijo. — Eres un buen hombre, Robert Gallia. Y te haces querer mucho mucho. — A su abuelo no es que le brillaran los ojos es que estaba llorando totalmente. — Helena… — Tu hermano se habría quedado sin palabras, Robert. Le habrías hecho muy feliz. — Dijo la tía Simone, palmeando su espalda. — ¡Bueno bueno! ¡Papá! ¿Pero esto qué es? Primero todo maqueadito y ahora con dos señoras, una a cada lado… — Saltó su tata. — A ver si hemos echado toda la vida muy tranquilitos y justo antes de 2003 nos van a dar un espectáculo. — Dijo su padre, también en tono socarrón, haciendo reír a todos. — ¡Sois idiotas! ¡Y no os merecéis la cena que os he hecho! — Gritaba su abuela, ya azorada. — ¿Los abuelos se besan? — Preguntó Dylan, anonadado. Esos sí eran sus Gallias. Rio y levantó la copa mirando a su abuelo. — Para mí siempre has dado los mejores brindis del mundo, abuelo. — Y se miraron con una gran y emocionada sonrisa.

De repente sonó una profunda campana que alteró a todos. — ¿Pero ya son las doce? — ¿Cómo que las doce? Imposible, y ni hemos puesto el muérdago ni… — ¡Perdón! ¡Perdón! — Saltó su padre. Arnold y Marc pusieron cara de circunstancias. — William, te he dicho que no era una buena idea… — ¡Es un encantamiento de campana que he programado para las once y media! Para que empezáramos a prepararnos. — ¿Y no podía tener otro sonido, alma de cántaro? — Le riñó Vivi. — ¡A ver! Lo quería en tema. ¿Cómo se está más en tema en Nochevieja que con una buena campana? — Se oyeron suspiros, pero también risitas. Se fueron levantando y se acercaron a la chimenea donde estaban puestas las bandas que ponían “feliz año nuevo” y otras decoraciones de Navidad. — Sé que es tentador lo de quedarse aquí con el fueguito, y podríamos colgar aquí el muérdago de la suerte, que es parte de las celebraciones de año nuevo… pero hemos pensado otra cosa. — Anunció Marc. Susanne entornó los ojos. — A ver… — En Francia, nos besamos bajo el muérdago, o le mandamos un beso a quien no está con nosotros, para desearnos suerte en el año nuevo. Y aquí hay muchos que pueden besarse, pero tenemos también a los que no. Así que hemos pensado, que en vez de besarnos, cuando den las doce campanadas, apuntamos con la varita al cielo y mandamos una luz con un deseo para 2003. Y ya luego si eso, quien se quiera besar…. — Explicó William. Alice suspiró un poco, porque no entendía por qué había que cambiar tradiciones justo ahora que ella sí que tenía a quien besar, pero vio que tenía buena acogida y no quiso ser aguafiestas. — ¡Pues venga! Todo el mundo a coger sus abrigos. — ¿Y Dylan? — Preguntó con hastío. — ¡Papá me ha dado una bengala! ¡Yo la tiro! — Contestó, entusiasmado, su hermano. Vale, no iba a acabar el semejante año que había tenido, enfadada. — Perfecto, entonces. — Concéntrate en el deseo. No será por cosas que quieres.

 

MARCUS

En la nube emotiva que estaban, la campana de William sonó como si se la hubieran estampado en la cabeza, por lo que saltó en la silla como un gato asustado, no solo por el estruendo, sino de pensar que eran las doce y se les había pasado la hora. Ya iba a lanzarse en plancha a hacer todos los rituales propios de la cuenta atrás para 2003, y quizás no quedara muy ortodoxo lanzarse a besar a Alice prácticamente desde su silla así sin avisar ni nada. — Con tu suegro más te vale tener el corazón a prueba de bombas. — Se rio Sean a su lado, si bien él también estaba recuperándose del susto. Marcus seguía con la mano en el pecho. — Desde luego. — Dylan se incorporó y miró a su padre. — Papi, son muy exagerados. Yo creo que has sido muy previsor avisando con media hora y que el sonido de la Nochevieja tenía que ser una campana, ¿cuál si no? — Gracias, hijo. — Dijo el aludido de corazón. Estaba seguro de que Dylan había actuado con la mejor de sus intenciones en vistas de que todos los presentes estaban rechinando los dientes.

Se acercaron a la chimenea, y tanto Marcus y Alice como Sean y Hillary iban acaramelados, de la mano y lanzándose miraditas, deseando su primera cuenta atrás para el Año Nuevo como pareja, poder dedicarse ese primer beso del año bajo el muérdago... y justo había sido el año elegido para cambiar la tradición. Marcus, que en los eventos familiares solía estar a tope con todo, no pudo evitar fruncir el ceño. Al menos dejaba la puerta abierta a que quien quisiera podía besarse igualmente (vamos, se había escurrido debajo de una mesa en la Nochevieja anterior para besar a Alice, como para impedirle hacerlo esa noche que sí eran novios oficiales). Y ciertamente, lo de pedir un deseo le había gustado.

Ya iban a salir cuando notaron que Dylan había sido agasajado con una bengala, y Marcus miró a Alice de reojo. Sabía captar sus microexpresiones de desacuerdo, y no quería que acabara el año enfurruñada, así que sonrió y la achuchó entre sus brazos mientras caminaban hacia la puerta. — Fíjate si eres mala influencia, Gallia... — Empezó con su tonito de tonteo habitual. — ...Que por ti me atrevo a desobedecer deliberadamente una directriz de un adulto. Porque, lo siento, pero pienso besarte. Pienso besarte dos veces, además: en 2002 y en 2003. Para cerrar el año y para empezarlo. ¿Qué te parece? — Dejó un beso en su mejilla. — Un avance. Y no me pienso cortar ¿eh? Voy directo a darte un beso en cuanto corresponda. No dirás que no avisé. — Y ya sí, bromeando, salieron al exterior.

— ¡Cinco minutos! — Anunció Erin, y todos empezaron a excitarse, a hablar entre ellos, a reír y a dar grititos de emoción. — Qué año... — Suspiró Sean a su lado, con una amplia sonrisa, mirando al cielo. Hillary, emocionada, asintió. — Un año... muy intenso. — Marcus les miró con cariño y, apretando la mano de Alice, dijo. — Un año más que estamos juntos. Y todos los que nos quedan. — Sus dos amigos le miraron y él soltó a Alice un momento para abrir los brazos y abrazarles a los dos a la vez. — Gracias por venir... Gracias por todo este 2002, de principio a fin. Os quiero muchísimo, chicos. — Sin Sean y Hillary, su comienzo con Alice, el juicio a Hughes, el drama del incendio, graduarse, los finales, lo de América, las fiestas, el verano en La Provenza... Todo habría sido muy distinto. Tenía los mejores amigos que podía pedir. — Joder, tío. — Sean se separó limpiándose de la cara las lágrimas que se le caían a mares. — Para esto he dejado yo a mi abuela en Liverpool. — La frase les hizo estallar en carcajadas. — ¡¡Un minuto!! — ¡¡YA ESTÁ AQUÍ!! — Las exclamaciones entusiasmadas se elevaron, y antes de que empezara la cuenta atrás, Marcus se giró a Alice y la tomó de las mejillas. — 2002 habrá sido como haya sido, pero para mí, siempre será el año en el que tomé la mejor decisión de mi vida. — Y juntó sus labios con los de ella, sintiendo la energía que fluía entre ellos, la emoción de saber que era el último beso de ese año tan lleno de emociones, y que ahora por fin, podían hacerlo ante todos, como novios. Empezaba un año en el que eran uno de principio a fin. — ¡¡Empieza la cuenta atrás!! — ¡¡DIEZ!! ¡¡NUEVE!!... — Aferró su mano, contando hacia atrás junto con todos, y pasó la mano libre por encima de los hombros de Sean. — ¡¡CINCO!! ¡¡CUATRO!! ¡¡TRES!! ¡¡DOS!! ¡¡UNO!! — La bengala de Dylan echó a volar, y salieron cohetes de varios puntos del pueblo que podían ver desde allí. — ¡¡FELIZ 2003!! — Y todos exclamaron y celebraron, abrazándose y dándose besos. Y, por supuesto, el primero de Marcus fue para Alice, tal y como prometió. — Feliz 2003, mi novia. — Le dijo, exultante. — ¡Varitas arriba! — Exclamó Marc, y todos hicieron lo propio. Marcus tenía su deseo clarísimo, y antes de que las chispas salieran de su varita, lo pensó con claridad: Que toda la familia esté unida. Todos nosotros, los que realmente somos una familia. Estemos donde estemos.

 

ALICE

Menos mal que tenía a su Marcus, que la conocía mejor que nadie en el mundo, para sacarle una sonrisa. Tuvo que reírse con lo de los besos, y se apoyó en su hombro. — No se me ocurre mejor manera de celebrarlo. Y visto que las tradiciones aquí se pueden cambiar de momento, podemos instaurar la de empezar y terminar todos los años así. — Estaba mimosona de más, y recibió el beso en la mejilla con una risilla de niña chica, pero mejor eso que cabrearse en los últimos minutos del año.

Se quedó en corrillo con Marcus y sus amigos, escuchando lo que decía su novio y admirando las estrellas de Saint-Tropez, que tantas veces habían amparado momentos importantes de su historia, pensando en aquel 2002 que se les iba. Y se descubrió pensando: por fin. Dentro de unos años, miraría a 2002 y sería el año en el que empezó con Marcus, terminó Hogwarts y se convirtió en alquimista, y eso conservaría, pero ahora mismo, necesitaba empezar de cero de verdad, un nuevo camino en el que Marcus siempre estaría a su lado, en el que abrazaba las responsabilidades que quería como algo de ella y no una carga impuesta por los demás… De momento, reconectó y se abrazó a sus amigos, uniéndose al discurso de Marcus. — Vosotros sois parte de esta familia, y la familia celebra todo lo que puede junta. — Rio, como los demás, a la salida de Sean.

Ya sí se veía lista para recibir el año, pero su novio, siempre capaz de hacerla explorar hasta el último límite de sí misma, incluso en los instantes finales del año, le dijo aquello y la dejó sin palabras. Otra vez sintió que era esa niña pequeña enamorada, la chica que le dijo a Marcus que estaba enamorada de él sin estar segura de cuál iba a ser la respuesta, la que no podía evitar admirarlo como el hombre más increíble del mundo. La cuenta atrás vino justo después, mientras se recuperaba de aquel beso y se preparaba para el siguiente. — ¡Feliz 2003! — Exclamó antes de dejarse besar, esta vez con una gran sonrisa, por Marcus, y celebrar así que sí, lo habían conseguido, allí estaban. — Y esta vez sin mesas de por medio, novio. Y así serán el resto de Nocheviejas de nuestra vida. — Le dio otro beso y susurró. — 2003 lo construiremos como nuestro taller: juntos, desde los cimientos. —

Repartió abrazos y buenos deseos, y se encontró con Dylan que ya había tirado su bengala y estaba enganchado a su cintura, y los O’Donnell, abrazados cual adolescentes, tras ella. Miró a Marcus y se dio cuenta de que no le quedaba otra más que pensar rápidamente en un deseo. Pero llegó enseguida a su mente. Levantó la varita, mirando a las estrellas e inspiró. Siempre pedía por los demás. Por estar juntos y cuidarse. Pero ahora iba a pedir por ella, porque era ella quien más lo necesitaba. Solo quiero reconciliarme con el pasado. Aprender de verdad a que me complete, me haga más feliz y que no me pese.

Por supuesto, la intensidad se fue al traste con la tata y André haciendo toda clase de ruidos estruendosos de celebración con las varitas, a los que Erin aportó también un barritar de erumpent, y su padre, por supuesto, fue de cabeza. Dylan, que no la había soltado, rodeó a Marcus también y dijo. — Feliz 2003, hermana, colega. Mi deseo es para vosotros, pero no os lo puedo decir, porque no se cumple. Y el beso se lo he mandado a mamá, que le habría encantado. — Alice sonrió y le acarició los rizos. — Así me gusta, patito. Eres el mejor. — Justo el timbre sonó en la puerta delantera, y todos entraron del jardín para recibir a los Sorel y a los amigos que Jackie y André habían invitado. Su tía, por supuesto, descorchó un champán muy sonoramente y puso media sonrisa. — Ahora sí que empieza la fiesta. —

 

MARCUS

Alzó la mano de Alice, sin dejar de moverse ni de reír, para que diera la vuelta. — Ya podemos bailar hablándonos claro delante de todo el mundo, novia. — Movió varias veces la cabeza. — No voy a negar que tenía su punto eso de... tontear... pensar cuál será el próximo movimiento... — Chasqueó la lengua, juntándose con ella, siguiendo el ritmo animado de la música. — A quién quiero engañar: odio la incertidumbre. Prefiero saber con total claridad que nos amamos muchísimo y que esto es una relación consolidada, sólida y debidamente anunciada a la vista pública. — Pégate mááááás. — Jackie había aparecido por detrás y, en lo que decía una frase que Marcus, en su burbuja de tonteo, no había pensado que fuera para él, había puesto una mano en su espalda y otra en el trasero de Alice y les había estrujado como quien estruja un sándwich. — Que ahora se baila más pegadito, que no estamos en un baile de la realeza medievaaaaaaaaaal. — ¡Jackie! — Se revolvió con incomodidad, a lo que esta respondió con una fuerte carcajada. — Qué alelados estáis. Si estuviera aquí mi Theo os ibais a enterar. ¡Bueno, espera! Que os hago una demostración. ¡SEAN! Ven aquí, bombón. — Marcus miró a Alice aguantando la risa y dijo. — Mira, esta no me la pierdo. — Y menos mal, porque Sean se vio sin esperárselo asaltado por Jackie, que de repente empezó a bailar de una forma muy sugerente y tan pegada que casi se estaba restregando con él, y su expresión era de auténtico pavor. No así la de Hillary, que reía tanto que estaba casi en el suelo ya.

Debían ser cerca de las dos de la madrugada, y los más mayores ya se habían retirado, aunque habían tenido un momento muy divertido en el que Robert se había marcado un baile con los zapatos de leprechaun, y la tía Simone se había animado a cantar por María Callas junto con una de las señoras Sorell. Sus padres, Marc, Susanne y William seguían por allí, charlando animadamente con unos y otros, pero bastante retirados del jolgorio de jóvenes. Se había ido llenando la casa de tal manera que, llegados a cierto punto, habían dejado de saludar a gente, porque eran más desconocidos que conocidos y no atinaban a tanto, simplemente se movían de grupo en grupo por momentos.

De hecho, pasado un rato de estar bailando con Alice, fue arrastrado de un lado a otro hasta que quedó charlando con Sean junto a la mesa de las bebidas. — Por nosotros. — Comentó con una sonrisa ladina, vertiendo con el cazo el contenido en el vaso de su amigo. Sean rio. — O’Donnell sirviendo ponche alcohólico con un cazo en una fiesta. Esto sí que no pensaba verlo yo en vida. — Me tenéis por lo que no soy. — ¿Eres un animador de fiestas? — Oye, pues sí, yo he animado muchas fiestas. — Sean soltó una carcajada. — Tío, por favor, que te conozco desde los once años. — Y antes de los once años también animaba fiestas. — Volvieron a reír y chocaron los vasos para brindar, delante de la mesa con el ponche, de espaldas al resto. Fue desde allí desde donde les llegó la voz de André.

— ¡Eh, chicos! — Se giraron al unísono, como si tal cosa, y entonces vieron que detrás de André venía una chica que no conocían. —  Os presento a… — Marcus O’Donnell. — Dijo la chica, y Marcus se tensó en el acto, pero solo en su interior, por fuera no mostró nada. La muchacha había pasado elegantemente por el lado de André, adelantándose a su presentación, y le miraba con una sonrisa ladina. Rubia, tono serpenteante, sonrisa de superioridad y sin necesidad de carta de presentación. Marcus ya sabía quién era. — Enhorabuena. — Le dijo directamente. Marcus, que también sabía poner sonrisas interesantes y ladinas (no como Sean, que ahora mismo miraba a todos de hito en hito como si estuviera en un desconcertante partido de quidditch), dijo, levemente apoyado en la mesa y con el vaso de ponche en la mano. — ¿Puedo saber el porqué de la felicitación? — La chica alzó ambas palmas hacia arriba a la altura de los codos. — He oído que has hecho uno de los mejores exámenes de licencia de Piedra de los últimos tiempos. No se me ocurre otra cosa que pueda tener tan desquiciada a mi hermana. — Él asintió, con un rictus de sonrisa sarcástico y la mirada en otra parte. Phedra Gaunt, si es que lo dicho, no necesitaba ni que se la presentaran para verla venir.

— Me encantaría darte la enhorabuena también por eso, pero me temo que tener a Alecta en contra es más motivo para que te dé el pésame o te pida disculpas, lo que prefieras. — Marcus se limitó a hacer una leve caída de ojos sin comprometerse a nada y a dar un sorbo a su copa. Oía a André aguantarse una risa alucinada y sentía la mirada desencajada de Sean encima. Se había generado un silencio pesado, en el que Marcus fingía magistralmente no estar corpóreamente allí mientras Phedra le taladraba con la mirada sin inmutar un ápice la sonrisa. — Yo soy Sean Hastings. — Se presentó el otro, en un intento o bien por romper el hielo o bien por hacer notar que él también existía (o ambas). Ella le miró y le dijo con cortesía, aunque sin mucho entusiasmo. — Un placer. — Y volvió a mirar a Marcus antes de decir. — Yo soy Phedra Gaunt. Aunque deduzco que tu amigo ya me conoce. — No te creas que me relaciono mucho con los Gaunt. — Atajó, pero sin variar el tono de fiesta distendida, aunque el helor se notaba como si hubiera pasado un dementor por allí. — Raro viniendo de un Horner. — Marcus puso expresión pensativa, mirando hacia arriba. — Creía que sabías que mi apellido era O’Donnell. Me has reconocido bastante bien. — Phedra rio entre dientes, de brazos cruzados. — También eres Horner. El día de mañana, mis hijos serán Gaunt, por mucho que lleven el apellido de otro. — Marcus amplió las comisuras. — Touché. — Respondió con desgana y dio otro sorbo al ponche.

— Tranquilo, que no vengo a picarte, aguililla, aunque me está quedando claro que eres bastante más serpiente que yo. — Sean estaba empezando a rascarse y frotarse los brazos y la nuca, como hacía cuando estaba incómodo, pero a André le faltaban las palomitas para disfrutar del espectáculo. Marcus se quedó mirándola impasible mientras la chica sentía la clara necesidad de hacer su espectaculito de cobra a la que le tocan la flauta. — Nadie elige la familia en la que nace. Y tú eres de los buenos. — Eso le pilló levemente desprevenido. Ladeó la cabeza. — ¿Cómo estás tan segura? — Porque nada lleva más al histerismo a gente como los Gaunt, los Horner o tantos otros que encontrarse a alguien tan genuinamente bueno que no necesita el apellido como carta de presentación para que le consideren. Por eso sé que tu examen fue brillante: Alecta vino calificándote de tramposo. — A Marcus se le escapó una risa bufada y sarcástica. Phedra aclaró. — Tramposo es el término que utilizan para todo aquel que no lo es. Paradójico. Ya sabes, cree el ladrón que todos son de su condición. Ellos se mueven con trampas, y a los que se mueven también con trampas les llaman otras cosas, pero tramposos, no. Acusan de hacer trampa al que ha ganado limpiamente, fíjate qué curioso. Pero yo ya me sé su idioma. Tú eres ya el tramposo oficial para Alecta, es decir, un rival que sabe que no puede batir con artimañas, que no juega su juego. — Se encogió de un hombro. No perdía la sonrisita leve. — Por eso sé que haces las cosas como las tienes que hacer. — Se descruzó de brazos y miró a André. — En fin. — Les miró de nuevo. — Os dejo tranquilos. Solo quería que supieras que no todo van a ser enemigos para ti en los Gaunt. — Se giró de costado, sin dejar de mirarles, y antes de marcharse, añadió. — Me alegra conocerte. — Le guiñó un ojo y ya sí, se fue, seguida de André, que parecía encantadísimo con el espectáculo que acababa de presenciar.

Marcus dejó escapar un suspiro resignado mientras recolectaba frutos secos con la mano, llevándoselos a la boca. Sean le miraba desencajado. — ¿Hola? — Marcus, masticando desganadamente, le miró como si nada. — Te ha guiñado un ojo. — Ya lo he visto. — ¡Tío! — Sean, créeme, sé lidiar con una Slytherin elitista. — ¿Seguro? Yo creo que esa no andaba pensando en el apellido precisamente. — Marcus negó, de nuevo con un suspiro cansado, como si aquello le aburriera tremendamente. Ambos se apoyaron, con gesto parecido, en la mesa, mirando la fiesta ante ellos. — A ver si el primo le presenta a Alice pronto. O mejor, a Hillary. Que conociéndola, es capaz de lanzarse a degüello antes incluso que tu propia novia. —

 

ALICE

— Si me hacen jurar que tu abuelo Robert podía realizar simplemente la acción de bailar, digo con contundencia que no. — Se rio fuertemente al comentario de Hillary, y Jackie contestó. — Más que tu novio baila. Sacre bleu, nunca había visto a un hombre ponerme semejante cara de miedo cuando le bailo. — Estaban las tres sentadas entre una parte de la mesa y un par de sillas, con Lucille, la más joven de las primas Sorel, y Remy, el mejor amigo de Jackie, con el que había cortado relación cuando Noel, pero con el que Theo le había ayudado a reconectar. Habían perdido a Marcus y Sean, pero tampoco le importaba mucho, que se merecían tiempo juntos también.

— Jackie, ¿qué hace aquí Marine? — Preguntó Remy de repente. Todos miraron como gatos curiosos a la vez cómo efectivamente Marine entraba, acompañada además por un maromo altísimo de larga melena rubia. — Si no fuera un tío, diría que es una veela. — Dijo Hillary alucinada, lo que provocó las risas de los otros. Jackie se encogió de hombros. — La habrá invitado mi hermano, claro. O sea, la habría invitado yo encantada, pero no sabía en qué términos estaba con André. — Pues a eso mismo me refiero. Y ha venido con ese… muchacho. ¿Será el novio? — Aportó Lucille, que parecía que se iba a subir en la mesa con ella para ver mejor. — No seáis metiches. Marine y André con así. — Les riñó. — Ya, si él también ha venido con la inglesa esa… Que por cierto, prima, está con tu chico… — Alice se giró y vio desde donde estaba el duelo de miradas y sonrisas Slytherin que se estaba llevando a cabo. Nada que no esperara. — Todo controlado, según veo desde aquí. Tenían un tema pendiente, mejor resolverlo ya. — Lucille y Remy se miraron y dijeron. — Simplemente Gallias, da igual si de Francia o Inglaterra. — ¡HOLA, MARINE! — Exclamó Hillary de repente. La chica se acercaba a ellos con su habitual sonrisa, encantada de la vida. — ¡Mis chéries inglesas! Sabía que Alice iba a estar, pero Hillary es una sorpresa. — Se abrazaron y saludaron, pero no podían evitar mirar al chico todos. — Ah, este es Magnus. Con vosotras igual se entiende, solo habla danés e inglés. — Hola, Magnus. — Saludaron todos a coro, como si lo hubieran ensayado. Y así como si nada, se pusieron a hablar de todo un poco, pero Remy se puso a su lado para susurrar. — Ellos dirán lo que quieran, pero a mí me parece que esto de pasearse cada vez con un acompañante más sexy delante del otro y hacer como si nada es un show que nos ofrecen para evitar el miedo que ambos tienen a que el compromiso los vuelva feos y aburridos. — Casi escupe la bebida de la risa. — Qué mala leche tienes, te he echado de menos en la vida de mi prima, sois tal para cual. — Si a mí me fueran las tías, me habría casado con ella antes de que ese cabrón de Noel me la quitara, pero su inglesito cuqui me cae bien. A ver, demasiado cuqui para mí, pero para ella es muy bueno. — Hillary, que por supuesto estaba poniendo la oreja, dijo. — Hay que presentarle a Ethan. O quizá no, qué peligro. — Acto seguido tiró de ella y dijo. — Remy, perdona, voy a llevar a Gal a marcar territorio. — Alice entornó los ojos y resopló. — Ya estaba tardando… — Ninguna clasista mágica ronda tan de cerca a Marcus O’Donnell y yo lo permito. — Y así, con Alice riéndose y Hillary como un bicornio enfurecido, se dirigieron hacia donde estaban André y la Gaunt.

— ¡Primita! ¿Dónde andabas? — Se la había puesto botando. La rubia le tenía despistado, claramente. — Con Marine. Ha venido con un vikingo de dos metros. — Su primo puso media sonrisa y se encogió de un hombro. — A ese no le invité, fíjate. Bueno, ahora voy a investigar. — Puso muy caballerosamente una mano en la espalda de la chica. — Esta es Phedra Gaunt, compañera mía en el Ministerio. Esta es mi prima, Alice Gallia. — Ya me imaginaba que erais familia. — La chica la miró de arriba abajo y le tendió la mano. — Un placer conocer a una mujer con tanto poder. — Alice parpadeó mientras se la estrechaba. Qué mal se le daban los jueguecitos de esta gente. — Ahora mismo lo que tengo es ponche. — Dijo levantando el vaso. Phedra rio ligeramente, entornando los ojos. — Humildad, no suelo tratarla. La mujer que rompió el corazón del auror Jacobs, enamoró al más prometedor alquimista de nuestro tiempo, hundió al cretino del hijo de los Hughes y cabreó al tonto de Longbridge por ser más creativa y lista que él, tiene poder. — Parpadeó y se miró con Hillary. — Pues… encantada, Phedra. ¿Conoces a… toda esa gente? — La chica volvió a entornar los ojos, con dejadez. — Solo a Hasan. Somos… amigos. — Dijo cambiando un poco el tono y la sonrisa. — Creo que es mi Marine particular. — Aportó, antes de mirar de reojo a su primo, que, para variar, lo aprovechó para arrimarse más. — A Longbridge es imposible no conocerle por las quejas incesantes de mi hermana, colega tuya, rubia, agresiva, seguro que te suena. — De poco rato. — Admitió. — Al hijo de Hughes le conoce todo el mundo, de ser una vergüenza para la sangre mágica, y a tu novio lo acabo de conocer. — Alice asintió lentamente. — Pues nada, un placer, bienvenida a La Provenza, espero que disfrutes de la fiesta. — Vaughan, ven conmigo que vamos a hablar de negocios, así André gestiona las cositas que no ha gestionado antes de que yo llegue. — Y de repente, se quedó sola, porque su amiga, de buenas a primeras, desapareció en las garras de la Gaunt, así que se redirigió a sí misma hacia su novio y Sean, abrazándose a él por la espalda y asomándose por el costado. — Acabo de tener una experiencia casi exploratoria con Phedra Gaunt. — No me hables del tema. — Dijo Sean suspirando, lo cual le hizo reír por su penosidad. — Y Marine se ha presentado aquí con un danés altísimo. Ahí hay tensión. — Dejó un beso en la mejilla de su novio. — ¿Vosotros qué tal? —

 

MARCUS

— ¿Sabes una de las cosas que más me alucina de ti? — Comentó Sean, reflexivo pero con ese tono de absoluta sinceridad, de hablar desde el corazón, que ponía a veces. Estaba apoyado como quien no quería la cosa en la mesa del ponche y había soltado aquello tras unos segundos de silencio, así que Marcus no dudaba de su sinceridad, pero tampoco de que no estuviera siendo producto del alcohol. — Tu capacidad para lidiar con ese tipo de gente como quien no quiere las cosas. No te digo con Slytherins como concepto, porque hay muchos, vamos, con Ethan te pones de los nervios sin ir más lejos... — Creo que pretendías hacer un piropo. — Pero con gente como esa. — Continuó Sean, ignorando su puntualización. — Te mueves como pez en el agua. Es que no te tiembla un músculo. Yo alucino, tío. — Marcus rio entre dientes. — ¿Por qué te sorprende tanto? Soy hijo de mi madre, y nieto de mi abuela Anastasia muy a mi pesar. Y siendo prefecto he hablado con el castillo entero. — Porque tú no eres así. — Respondió el otro rápidamente. Le dejó callado. — Tú eres buena persona, Marcus. Te conozco desde los once años, he dormido contigo un total de nueve meses por año, o sea sesenta y tres meses, que redondeando serían unos mil novecientos días, aunque no tengo el cálculo exacto. — Eso... es... — Se quedó balbuceando, porque él tampoco estaba muy lúcido entre el vino y el ponche, pero es que no se había visto venir la bomba de números (inexacta, ya que se ponía, pero es que también era hijo de aritmántico, y su padre se habría puesto nervioso con esa aseveración). — Sé cómo eres. Sé cómo eres con tus amigos, con tu novia, con los profesores, con los alumnos pequeños que te pedían ayuda e incluso con los mayores, porque con dos huevos empezaste la prefectura en quinto cuando había un montón de gente en el castillo que te sacaba dos años. O más, que tú eres de junio. — Esperaba que no le calculara también los meses exactos que se llevaba con el más veterano de Hogwarts. — Tú no eres así. Tú TE COMPORTAS así a elección, o sea que podrías ser así si quisieras, pero no es lo que te sale de natural. Y tío... eso es admirable. — Hizo un gesto de encogimiento como si no hubiera dicho nada del otro mundo. — Ya está, solo quería dejar constancia. — A Marcus le dejó sin saber qué decir, desde luego. — Joder, Sean... Es precioso para entrar el año. — Lo sé, no te he preparado mentalmente para esta declaración afectiva, pero tampoco lo estabas para enfrentarte a una Gaunt así que pensé que no podía ser peor. — Marcus arrugó los labios y le puso una mano en el hombro. — Eres un gran amigo. — Tragó saliva. — El mejor que podía pedir para compartir mil novecientas noches juntos. — El otro le miró. — Joder, para qué te diré nada, ahora me vas a hacer llorar. — Has empezado tú. Y con el cálculo también. Ahora necesito saber cuántas horas de clase hemos compartido. — ¡Sí hombre! Que muchas de esas estabas con otra gente sentado, ¿te crees que estoy loco? Me llevaría la vida contabilizarlo. — Tengo los calendarios de todos los años. Lo podríamos sacar. — ¡Que no! — ¡Hostia! Se lo pido a mi padre. — Sean le miró en silencio. Al cabo de unos segundos, dijo. — ¿Crees que podría sacarlo? — ¡Sí! — ¡Hostia! En verdad estaría guapo. —

Y ahí llegó Alice, menos mal, porque aquello estaba escalando hacia lo ridículo de una forma espectacular. Lástima que lo hiciera sacando el tema de Phedra Gaunt otra vez, reactivando con ello la paranoia de su amigo. Rodó los ojos y suspiró, mientras colocaba románticamente la mano sobre el brazo de Alice con el que le rodeaba. — He visto encuentros muchísimo peores. — Taladró a Sean con la mirada antes de que empezara a soltar su teoría de la insinuación. — En todos los sentidos. — Vamos, si su amigo hubiera estado presente en ciertas reuniones de prefectos y hubiera visto lo que Eunice le dedicaba...

Lo de Marine le extrañó, pero antes de buscarla con la mirada, recibió el besito de Alice, sonrió y alzó la copa. — Bebiendo ponche. — Miró a Sean. — Y diciéndonos cosas bonitas. — ¡Es que no me digas que no tiene un don para tratar con gente así! — Marcus rio levemente, se giró a Alice y le dijo. — Sean ha calculado aproximadamente mil novecientos días que hemos compartido dormitorio, así que por extensión tú debes haber tenido los mismos con Hi... — JOOOODER. — Se giraron ambos a Sean, que tenía la mandíbula en el suelo. Su amigo miró impactado a Alice. — ¿¿Ese tío es novio de Marine?? — Vale, ya sí quería curiosear. Estiró el cuello y, al localizar a la chica, vio también a su acompañante. Arqueó las cejas. — Wow. — ¿Pero de dónde ha salido semejante puto dios nórdico? — Sean estaba escandalizado, y acto seguido dijo. — ¿Y dónde está Hillary, por cierto? — Marcus también la buscó con la mirada, y al encontrarla tuvo que aguantarse una risa. — La respuesta a eso tampoco te va a gustar. — Sean también la vio. Parpadeó y miró a Alice. — Emmm... ¿Sabes si el tono en el que están hablando... Hillary y la Gaunt...? Es decir... ¿Cómo lo has visto de hostil? — Si es que tienes que tener cuidado con lo que deseas, Hasting. — Se burló.

 

ALICE

Se rio ante la respuesta de su novio y dejó otro besito en su mejilla. — No me cabía duda de que habías sabido manejar la situación. — Levantó su propio vaso y dijo. — Eso, que no le falten piropos al que, según Phedra Gaunt, ni más ni menos, es el alquimista más prometedor de nuestro tiempo. — Vaciló un poquito a Marcus. — De mí me imagino que no habrá dicho nada. — ¿No lo prefieres así? — La verdad es que sí. — Intercambió con su amigo. Ante el dato de las noches, abrió mucho los ojos. — ¡Por los siete! ¿Es eso cierto? No veas si me queda a mí para llegar a ese número… Habrá que ponerse a ello. — Y le hizo cosquillitas a su novio. Luego entornó los ojos a la pregunta del chico. — Con los sangre pura nunca se sabe. ¿Solo son etéreos o verdaderos psicópatas? Quizá tus labores de caballero medieval se necesitan más que nunca. — Sean pareció evaluar la situación y al final se fue hacia donde estaba Hillary, y Alice rodeó a su novio y se enganchó a su cuello. — Por fin juntos, alquimista. Transmútame un poquito este ponche en pasos prohibidos de baile. — Y le arrastró a bailar al ritmo de la música, como les gustaba a ellos.

Al poco de estar bailando, Jackie les dio un caderazo, porque solo podía ser ella, y la tata apareció regando de champán al pobre danés de Marine, que estaba muerta de risa por ahí, mientras Remy también tiraba de Sean y Hillary para hacer una conga. La cara de Phedra era para verla, y aunque André estaba susurrándole cosas al oído, Alice la veía cortadilla y casi asustadiza (aunque no pretendiera para nada demostrarlo). — Vamos a usar mi carácter Gallia y tu labia para hacer que una Gaunt se lo pase bien por una vez en su vida. — Y se acercó a ellos. — Phedra, no osaría yo darte consejos en el ámbito del Ministerio, o de una fiesta de la alta sociedad. Pero esto es La Provenza. Aquí nadie sabe quién eres excepto nosotros, y creo que estamos de acuerdo en que mi primo no te ha invitado por tu apellido precisamente. — ¡Oye! ¿Qué insinúas? — Contestó ofendido André, aunque ella lo ignoró. — Si quieres mi consejo, como Gallia que sabe pasárselo bien y disfrutar del sur de Francia, suéltate, aprovecha, nadie va a juzgarte o hacerte una foto, nosotros no somos así. Y si quieres la confirmación de uno de los tuyos… ¿te vale la de un Horner? — Dijo señalando a Marcus con la cabeza. Phedra pareció pensárselo y luego señaló a Vivi con la cabeza. — Es tu tía ¿no? Es famosa en mis círculos por convertir a un gilipollas en cerdo y fotografiarle como tal por meterse con… — Pareció pensar y luego señaló a Marcus. — Tu madre, precisamente. Luego diréis que no estáis bien conectados. — Alice parpadeó, pero hizo un gesto de ligereza. — Esa justo no me la sé, pero suena muy plausible. No cabrees a nadie, por si acaso, pero yo diría que ahora mismo no está servicio. — De hecho, estaba jaleando al tal Magnus y a Erin a echar un pulso. No quería saber. André sonrió y le ofreció la mano a Phedra. — ¿Me concede este baile, madmoiselle? — La chica rio un poco e hizo un gesto con la cabeza. Su primo, por su parte, hizo un gesto con la varita y se puso otra canción, que Alice reconoció al instante. — Esta te la debía. — Susurró el chico pasando por su lado, y haciéndola sonreír.

Un jour viendrá era su canción con Marcus, y más en La Provenza, así que se dedicó a llevarle, lentamente, balanceándose, para bailarla. — Cómo hemos mejorado bailando desde aquel San Lorenzo. — Se inclinó para besarle. — Je t’aime. Je t’aimaré. — Le susurró en el oído. — Estaba pensando en el pasado, en que no quiero que me defina negativamente. — Le siguió hablando, muy cerca. — Quiero recordar que fui lo bastante valiente aquella noche como para bailar contigo, para besarte en aquella playa. Que soy más valiente que gente tan inteligente y poderosa como las Gaunt, porque corro sin descanso en la dirección que quiero y lo cojo. Es lo que voy a hacer este año. Correr de tu mano en dirección a todo lo que queramos atrapar, mi amor. —

 

MARCUS

Rodó los ojos. — Alice, la literatura está llena de serpientes embaucadoras, Slytherin no tiene el blasón así de forma aleatoria. No me creo nada de lo que diga un Gaunt. — Y no necesitaba una Gaunt para decirle que era un alquimista con proyección, eso ya lo sabía. Lo siguiente le gustó más y le hizo reír. — Pues sí. Estaría feísimo que nos superara Sean. — Es que ya hasta me meten en sus guarradas. — Se quejó el otro. Al menos Alice consiguió un espacio para ellos, y el comentario sobre la transmutación le hizo arquear una ceja. — Puedo transmutarte lo que me pidas, ¿acaso no soy, cómo era, "el alquimista más prometedor de nuestro tiempo"? — Y, tonteando, se fueron a bailar de nuevo.

Entre el baile con Alice, el ponche y la cantidad de eventos que había por allí, no paraba de reír, se lo estaba pasando en grande y, por supuesto, le pilló desprevenido el movimiento de su novia. — ¿Qué? — Preguntó entre risas como si nada, dejándose arrastrar... hasta que se dio cuenta de dónde le llevaba. — ¿Qué? No. Alice. — Intentó detener con susurros tensos y frenándose, pero ya era demasiado tarde. Tuvo que recomponerse rápidamente para volver a mostrar seguridad y estoicismo, porque su novia ya se había plantado delante de la Gaunt y le hablaba con ese aplomo que sacaba cuando veía algo perfectamente lógico. Y entonces le mencionó a él. La mirada de sorpresa e incredulidad que le lanzó a Alice duró menos de una fracción de segundo, porque evitarla por completo era mucho pedir, pero se recolocó rápido. — Confirmo al cien por cien. Así es como se lleva una vida normal. — Eso arrancó una muda carcajada sarcástica con los labios cerrados por parte de la otra. Se le daría genial y todo lo que Sean quisiera decirle, pero odiaba interrelacionarse con gente así, no en balde había estado toda la vida incómodo en casa de su abuela Anastasia. Que supiera hacerlo no quería decir que le gustara.

La otra cambió rápido de tema, solo aparentemente, porque en el fondo seguía evaluando el entorno. Se ahorró suspirar. Lo que no se vio venir fue el dato que soltó sobre su madre, y ahí sí que no disimuló el ceño fruncido de sorpresa. — No sé de qué me hablas. — Y Alice tampoco, y además no parecía importarle, porque lo que quería era hacer entender a Phedra que en ese entorno se podía relajar. Suerte con eso. De todas formas, si alguien tenía allí interés en divertir a la Gaunt era André, por lo que se la llevó a bailar, y de paso les dejó un regalo que le hizo sonreír agradecido.

— ¿Mademoiselle? — Se ofreció hacia Alice, emulando el tonito de galán de André de forma divertida. Se tomaron de las manos y bailaron juntos, y el comentario de su novia le sacó una leve risa. — Ya te digo. Yo me sentía muy seguro de mí, no obstante... Bueno, digamos más o menos seguro. Aunque no querría verme desde fuera, con lo desgarbado que estaba en aquella época. — Rio de nuevo. — Hace un año también estábamos bailando esta canción... Y yo diría que también hemos mejorado bastante desde entonces. — Correspondió a su beso, susurrando él también. — Je t'aime. — Sus siguientes palabras le hicieron mirarla a los ojos y notar que el corazón se le aceleraba. Sonrió. — Eres la persona más valiente que he conocido jamás, Alice. Sabes que te lo digo desde que te conocí. — Acentuó la mirada. — Y yo voy a estar contigo. Siempre. De tu mano. Para que no tengas que ser valiente sola. Siendo una luz, como te dije aquel día en la playa. Tú lo eres para mí. — Se permitió besarla, lentamente, y a sentir que estaban por un momento solos en aquel salón.

— ¿Vosotros sabíais...? — Hillary se les había enganchado a ambos pasando cada brazo por sus cuellos, y hablando con tono de investigación policial, pero en su oreja, lo que provocó que los dos dieran un sobresalto, saliendo de su burbuja personal. — ¿...Que tu tía...? — Dijo mirando a Alice. — ¿...Metió en un follón tremendo a un pez gordo gilipollas que estaba acosando a tu madre? — Ahora miró a Marcus, y la noticia le hizo parpadear. Hillary detectó, por sus caras, que la respuesta a esa pregunta era "no". — ¡Qué fuerte! Escuchad. — Hillary directamente les separó y se metió en medio, emocionadísima de poder contar un chisme. Jackie también había aparecido por allí y le faltaba tener las orejas levantadas como los perrillos curiosos. No sabían qué había sido de Sean. — Resulta que en una de estas cenas pomposas a la que estaban invitados los Horner, los Gaunt y toda esta gente, fue tu madre, jovencísima, porque no estaba ni casada, tu padre no, por supuesto, y ahora verás por qué, y estaba un imbécil al que por lo visto tu abuelo quería casar con tu madre, una movida vamos. — Qué fuerte. — Apuntó Jackie, emocionada. — Total, que adivina qué becaria recién salidita de Hogwarts estaba allí cubriendo el evento como periodista explotada. — ¡Me encanta! — Al menos Jackie daba feedback, porque Marcus y Alice no habían tenido tino ni para abrir la boca. — Total que por lo visto el tío fue un capullo integral y ya no sé qué pasó pero Violet le sacó unas fotos jodidísimas y las publicó. Las hicieron desaparecer, pero ya tarde, toda la comunidad mágica lo había visto. — Me encanta. Momentazo de sororidad entre Violet y Emma, hubiera pagado por verlo. — Añadió Jackie, y luego le dio un tortazo a Hillary en el brazo. — ¡Sí que os habéis hecho amiguitas, que ya te cuenta cosas de su vida y todo! — Eso no lo sabes por mi madre. — Dijo Marcus con total seguridad, mirando a Hillary con el ceño fruncido. — ¿Quién te lo ha contado? — Hillary rodó los ojos con malísimo disimule hacia arriba, enredando un dedo en un mechón de pelo. No necesitaba más datos. Bufó fuertemente. — ¡Dejad de creeros testimonios de la Gaunt! — ¡Esto es verdad! Me ha dicho el nombre del tipo y es verdad que está canceladísimo en el Ministerio. — Pero qué mala suerte que no hay fotos que lo demuestren. Y seguro que un tío así no ha dado más motivos que no son un chismorreo entre, qué casualidad, mi madre y la tía de mi novia. — Hizo una pedorreta. — En serio, alejaos de los Gaunt. — ¡Oy, chico! Ni que fueran portadores de la Peste. — Son peor que eso. — ¡Qué exagerado! — Yo mientras el chisme sea bueno me conformo. — Resolvió Jackie como si nada, y luego se encogió de hombros. — Y gracias a que mi hermano quiere tirársela tenemos a semejante regalo para la vista. — Señaló con ambas manos al supuesto ligue de Marine, que ahora hacía una exhibición de, al parecer, tragar cerveza como si llevara cuarenta años vagando por el desierto. Marcus rodó los ojos y suspiró, pero antes de decir nada, Hillary le dijo. — Tú haz la prueba y le preguntas a tu madre. Y con lo que saques me cuentas. — Hizo un gesto con la mano. — Otro día. — Desvió, y luego miró a Alice. — Hoy tengo otros planes. — IUGH. — Dijo descaradamente Hillary, con tonito infantil, y ella y Jackie se fueron a otra zona de la fiesta. Marcus miró a su novia con una sonrisilla. — Perdona, alguien me había pedido antes cierta transmutación. —

 

ALICE

Estaba acariciando los rizos de su nuca, aprovechando la postura, y haciendo cosquillas con su nariz en la de él, en esa nube romántica en la que se metían, embriagada por sus palabras, sus halagos… Cuando Hillary y, por supuesto, su prima (por Merlín, como no estaba Theo estaba descontrolada) se les metieron por medio hablando de no sé qué chisme. Parpadeó. — A ver si es que no os habéis enterado bien con la música y todo… — La cosa es que se parecía a lo que acaba de contar Phedra ¿no? Trató de reconectar. Ah, la historia del prometido de Emma la había oído flotar por ahí alguna vez. No debían conocer a la misma Emma que ella si intentaron casarla con alguien que ella no había elegido. Parpadeó de nuevo con lo de las fotos. — Lo peor es que suena a algo que haría la tata al cien por cien. — Su novio, por supuesto, saltó con lo de la Gaunt, porque claramente le había pillado torcidísimo, pero Hillary y Jackie ya estaban en otra, más concretamente en la escena del danés bebiendo sin piedad. Desde luego, si Phedra no se relajaba ahí, no lo iba a hacer en ninguna parte.

La invitación de su novio le gustó y le puso una sonrisita muy pilla, que venía a invitarle a largarse de allí y celebrar la llegada del año como solo ellos sabían, pero entonces la música se paró y su tía se subió a una mesa. — A ver, a petición popular, se me ha pedido que cuente cierta historia… Así que quien quiera, que se venga. — Miró a Marcus. — Se vienen malas palabras a tu familia materna, te advierto, y la tata lleva ya un número indeterminado de copitas de champán. — Erin estaba sentada a sus pies, muerta de risa y sin perderla de vista, como una fan. — Yo siempre quise ser reportera. Bueno, no, quería viajar por todo el mundo, y me dijeron que si hacía buenas fotos podía serlo y eso hice. Y yo estaba haciendo las prácticas en Corazón de Bruja, y me mandaron a una fiesta muuuuuuuuucho más aburrida que esta, a cubrir lo que entonces se llamaba “crónica de sociedad”. Y allí estaba, muerta de asco, cuando vi a la prometida de mi buen amigo Arnold, y exprefecta que me había castigado más veces de las que podía imaginar, con toda su familia, que siempre me han parecido regalices, así oscuros y muy estirados. Menos Phillip, Phillip es la nube en ese cuenco de chuches. — Ahí se le escapó una carcajada, no lo pudo evitar. — Total, que me quedo cotilleando sin más y aparece por ahí un tío que… Todos sabéis de qué tipo de tío hablo ¿no? Rico, gilipollas, de traje, que lleva de lejos muchas más copas y sustancias de las que debería llevar… Pues ese tío. Le veo que está vacilando a Emma, y yo esperando a que le soltara una de las suyas, y la tía se queda callada. Y el padre burlándose de mis O’Donnell, y una pareja al lado riéndose, que resultó que eran regalices también, y un hermano y cuñada DE MIERDA, si queréis mi opinión… Y mira, no pude más. Es que odio a esa gente y habían bloqueado a mi prefecta, eso está muy mal, niños. Así que le transformé en cerdo y le hice unas fotos, como lo que era. Y ya está, el final fue feliz. ¡Y ME ECHARON! ¡BIEN! — E hizo una reverencia, mientras todos aplaudían.

Obviamente, Alice tuvo que girarse, anonadada, hacia Marcus. — ¿Realmente esto pasó? No doy crédito. — Se mordió el labio inferior. — Tu madre está hecha de una materia que debería ser transmutable. Increíble oye. Hay que enterarse mejor de esto. — ¡PONED MUSICOTE EN HONOR DEL SEÑOR CERDO! — Gritaron por ahí, y en un momento, la fiesta se reactivó y se pusieron a bailar y desenfrenar un rato más. Pero a Alice no se le olvidaba cierta miradita y promesa, y aprovechando que la marea humana les arrimaba más los unos a los otros, se acercó al oído de Marcus y dijo. — Yo había oído algo de planes… para esta noche. — Dejó un besito en su mejilla. — ¿Quieres recibir el año nuevo como no nos dejaron el año pasado? Te dejo que me subas en brazos a casa. —

 

MARCUS

Estaba ya haciendo uso de sonrisitas ladinas y miradas de las que le encantaban a Alice cuando la música se paró de golpe. Le pilló de espaldas, pero ya sabía perfectamente a qué se debía. — No, por Merlín. — Suspiró, pero para su desgracia había acertado, porque fue terminar de lanzar su plegaria cuando la voz de Violet empezó a tronar en el ambiente. Se giró para mirar con cara de absoluta resignación. Esto no le va a gustar nada a mi madre, pensó, y agradeció que Emma no estuviera ya por allí, aunque no dudaba ni por un instante que se acabaría enterando y volvería a su ya trillada costumbre de asesinar mentalmente a Violet.

Al comentario de Alice respondió con un gesto lánguido de la mano, porque no podía darle más igual lo que escuchara de los Horner (probablemente todo verdad, y con casi total seguridad las exageraciones de Violet se quedarían cortas o serían demasiado fantasiosas para lo que él conocía), le preocupaba más la reacción de Emma cuando se enterase, solo esperaba que la historia no pretendiera dejarla muy mal. Soltó una carcajada. — ¿Ves? — Dijo a Alice como si ella hubiera estado presente en su última línea de pensamiento. — Ojalá fueran regalices. Al menos le gustarían a Lex. — Bromeó con amargura. Él se había enterado hacía poco de que existía tal cosa como un prometido amañado para su madre, pero no pudo evitar investigar un poco sobre él una vez lo supo, y era de lo peor: de hecho había acabado en la cárcel por a saber qué chanchullo, porque se jugaba una mano y no la perdía a que no saltó a la prensa todo lo que hizo, sino una versión muy edulcorada. De nuevo dándole la razón a su hilo mental, "gilipollas con traje" se quedaba bastante corto.

Lo que nunca iba a dejar de sorprenderle, eso sí, era lo pequeña que Emma O'Donnell, la Emma que él y todos conocían, se hacía delante de Dorcas Horner, su padre, claro que él no vivió demasiado esos tiempos. No era ninguna sorpresa, por el contrario, que Finneas y Linda estuvieran por allí molestando. Estaba temiendo qué clase de fotos y en qué circunstancias sería, porque podría ser absolutamente de todo, cuando resultó que Violet le había convertido en cerdo, y eso eliminó por completo su expresión de hastío tenso y le hizo abrir mucho los ojos. Acto seguido, estalló en una carcajada, tanto que algunos se volvieron para mirar. Alzó el ponche y dijo. — Tres hurras por el hermanamiento Slytherin, para que luego digan que no existe tal cosa. — Sonaron los tres hurras y, tras reír escandalosamente, Violet le dijo a gritos desde su sitio. — Eso no le va a gustar nada a tu madre, prefectillo. — Me temo que a eso ya llegamos tarde. —

Dio un sorbo y respondió a Alice. — Si te soy sincero, esperaba una historia mucho peor. — Volvió a su sonrisita ladina y se acercó a ella. — Yo sé de dos que también están hechos de materias muy transmutables. Harían una conjunción magnífica. — Se le escapó una risa absurda y dijo. — Perdón, creo que he bebido demasiado ponche. Y que se me ha bajado la tensión con la historia. — Y volvió a reír, pero esta vez de felicidad y agarrado a su cintura. Bailaron un rato y luego vino el susurro y la propuesta de Alice, al que Marcus respondió arqueando una ceja. — ¿Sabes? Siempre me has sacado tú de los sitios de una manera espectacular... Pero no sería la primera vez que te saco yo a ti de una fiesta desenfrenada ¿no? — Se mordió el labio, tiró de su mano y fue haciéndose camino entre la gente para salir de la fiesta. Cuando llegaron a un claro, se giró a ella y le dijo. — Pero esta vez sin apariciones, ¿sabes por qué? — Se acercó a ella para rozar su nariz y sus labios al hablar, diciendo de corazón. — Porque este año nos ha enseñado a los dos que se acabó esconderse; porque quiero que nos vean ser felices, porque ya no me da vergüenza lo que piensen o lo que digan, primero porque todo lo que hago lo hago de corazón, y segundo porque en esta fiesta hay dos tipos de personas: gente que nos quiere de verdad, que nos quiere bien, y gente a la que no conocemos de nada. Los primeros sé que no nos van a juzgar, y que van a ser felices si nosotros somos felices; los segundos me da absolutamente igual lo que piensen. Y por si esto fuera poco, quiero irme andando porque no tengo ninguna prisa, porque esta es una noche larga y de celebración y yo no tengo nada mejor que hacer que estar contigo, que pasear por este lugar que tan buenos recuerdos me ha dado y lo que nos queda; y porque no sería la primera vez que me escapo contigo de una fiesta aquí, y esta vez quiero que sea sin secretos y sin correr. — Sonrió, satisfecho, retirándose un poco. — Y ahora. — Se agachó y la alzó en sus brazos, tal y como le había pedido. — Vamos a dar la bienvenida a 2003. —

Notes:

¡Echábamos de menos a Sean y Hills! Una buena fiesta para cerrar este año y un ratito de reflexión siempre es necesario. 2002 puede que sea uno de los años más importantes en la vida de nuestros niños, así que, como buenos fans que sois, y como a estas autoras les encanta un buen top, ¿nos hacéis un top 3 de los momentazos de este 2002 en El Pájaro en El Espino? ¡Mirad que ha sido muy largo! ¡Pensadlo bien! Y agarraos, que se viene un 2003 cargadísimo.

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CONTRARIOS

(2 de enero de 2003)

 

MARCUS

Tomó aire y se miró en el espejo de la entrada. No era el espejo más favorecedor del mundo, estaba un poco… turbio, quién sabe cuánto tiempo llevaría ahí, y los Gallia no tenían tanto en cuenta el aspecto exterior… No tanto al menos como un O’Donnell que iba a conocer a una gran alquimista de la talla de la señora Monad. Pero… ¿lo era realmente? Los reportes que le llegaban de ella eran… confusos. Nadie parecía dudar de sus extraordinarias capacidades alquímicas, pero… No en vano, no la llamaban jamás para formar parte de los tribunales, y estuvo en una especie de… ¿exilio? Del cuerpo nacional de alquimistas de Francia. Pero su abuelo la conocía, y Lawrence era uno de los pocos alquimistas con los que Irma Monad consentía hablar. Por supuesto, lo de tener aprendices, ni pensarlo. Pero su abuelo había logrado que quisiera recibirle así que él no iba a perder una oportunidad semejante, sobre todo si le ayudaba con su transmutación libre de cara al examen de Hielo, que puede que aún faltara casi un año para el examen, pero le angustiaba no tenerla más definida, y después de su contacto con la magia ancestral sin un maestro al que poder mirar… Bueno, toda guía era poca. 

Fuera como fuese, ya estaba dándole vueltas de más al traje que se había puesto, y ahora empezaba a rayarse con el abrigo que debía llevar, porque en París haría más frío, y tampoco sabía cómo avisar a los Gallia respecto a si iba a comer o no, porque no sabía si debía invitar a comer a la señora, o si estaría fuera de lugar, ah, si tan solo su abuelo le hubiera dejado más clara la etiqueta… — ¿Ya estás rayándote por cuestiones de etiqueta? — La voz de su tía Erin le sobresaltó, y eso debió hacerle gracia a la mujer. — ¡Qué chistosa, querida tía! — Contestó un poco malhumorado. — Creí que todo el mundo estaría durmiendo tan temprano. Y no, no es que esté rayado, solo quiero que todo vaya bien, es una alquimista importante. — Erin suspiró y se cruzó de brazos. — No es la primera con la que te reúnes, tengo entendido. — Marcus alzó las cejas y entornó los ojos. — Pero Penrose fue distinto. Iba a verle para pedirle un favor de parte del abuelo para Alice, no… No de alquimista a alquimista exactamente. — Dejó salir el aire por la nariz y la señaló con la barbilla. — ¿Y tú qué haces levantada? — Erin suspiró e imitó su expresión. — Vivi está de los nervios y no me deja dormir. Tiene que llevar a Alice a Marsella a las once y está como si… — Negó con la cabeza. — Iba a decir “se examinara de Aritmancia”, pero no la he visto tan nerviosa por un examen jamás, y dudo que cursara Aritmancia. — Ambos rieron. En el fondo su tía, cuando quería usar la vis Gryffindor, sabía distender los ánimos y poner un toque de humor. Finalmente, sonrió y suspiró. Alice yendo a hablar con la psicóloga de William, él enfrentándose a una alquimista de reputación particular y legendario carácter, su madre sola entre Gallias, especialmente William, que probablemente se iba a poner de los nervios… Si no fuera él quien era, y si no necesitara de verdad una guía en la magia ancestral, lo cancelaba todo y se quedaba pendiente de toda aquella situación. Pero era Marcus O’Donnell, quería hacer un examen aún más brillante que su debut, y para eso tenía que aprender a concentrarse y afrontar situaciones como aquella. Así que se estiró el traje y abrió los brazos. — ¿Cómo estoy? — Erin rio y meneó la cabeza. — Como todo un pretencioso y joven alquimista. — Viniendo de ti, me lo tomaré como un máximo cumplido. ¿No crees que se me arrugará en el traslador comunitario? — Su tía chasqueó la lengua y rio un poco. — ¿De verdad creías que iba a dejar que Vivi quede como la tía del año y yo no lleve a mi sobrino a París a verse con una alquimista legendaria que, mira tú por dónde, yo conozco? — Marcus parpadeó. — ¿Conoces a Irma Monad? — Pues sí. Venga, coge todo lo que te haga falta y te voy contando de camino cómo coincidí con ella. —

Menos mal que el espíritu absurdamente competitivo Gryffindor de su tía la había llevado a aparecerle en el París mágico y a ayudarle a llegar al distrito donde trabajaba la maestra Monad. La capital francesa era realmente cautivadora, pero era una auténtica amalgama de calles laberínticas, llenas de gente que no parecía tener ni el más mínimo decoro ni educación, y por supuesto, ninguna intención de ayudarle. Casi pierde todo su porte de alquimista de Piedra cuando su tía se despidió de él, dejándole a la entrada del distrito y volviéndose a casa. Hacía muchísimo frío, el cielo era plomizo, y todo le invitaba a encogerse en su abrigo y llegar con las mejillas y la nariz sonrosaditas del aire cortante, como un niño pequeño, pero solo tuvo que caminar por el distrito de los alquimistas para recuperar el espíritu. Tiendas dedicadas solo a círculos y objetos de transmutación, talleres a la visita, alquimistas de plantas, de vajillas, joyas, juguetes… Oh, por Merlín, ¿dónde había estado eso toda su vida?

Casi se emociona tanto que se pasa la casa de la maestra Monad. Era un edificio de tan solo tres plantas y parecía… ¿asiático? Tenía un tejado al estilo de los templos chinos y, tras la capa de hojas de hiedra que tapaba la fachada entera, se adivinaban marcos y ventanas también de ese mismo estilo, en un tono rojo precioso, aunque ciertamente astillados y envejecidos. Aprovechó entonces para cuadrarse, retocarse el abrigo y los rizos, y llamar a la puerta. Pero ésta estaba abierta. Marcus parpadeó, confuso. Le parecía una descortesía entrar sin ser siquiera anunciado, pero… — ¿Hola? Buenos días, soy Marcus O’Donnell, ¿puedo…? — Pero nadie contestaba. Es más, toda la planta baja parecía un taller abandonado y polvoriento. Avanzó un poco, con mucha cautela para no mancharse entero. ¿Se habría equivocado de edificio? No le extrañaría nada, ese barrio era una locura… Hasta que oyó. — Aquí arriba, en la tercera planta. — Era una voz de mujer, pero no tenía garantías de que fuera la maestra Monad, y aquel sitio daba miedo. En cualquier otra circunstancia, se habría ido, pero si era la maestra Monad realmente y él la había dejado plantada, se iba a arrepentir y lo sabía. Así que tragó saliva, y, sacando una valentía que no tenía, subió a la tercera planta. 

A medida que subía, le pareció detectar olor a incienso, especias y… algo más, algo floral, pero que no sabía identificar, además de un ruido de cacharrerío que venía de la puerta entreabierta que vislumbraba al final de las empinadas escaleras. Al final se iba a presentar ante semejante alquimista sin respiración, con cara de susto y el abrigo en el brazo. Con cautela, volvió a llamar a la puerta y dijo, en bajo. — Buenos días, estoy bus… — ¡Oh! Eres el nieto de Lawrence O’Donnell sin ninguna duda. ¿Cuántas puertas tienes que ver abiertas para sentir que puedes pasar, dime? — Un tanto bloqueado, abrió la puerta y dio un pasito hacia la estancia. Efectivamente, no se había equivocado, allí había muebles de inspiración asiática, un gong, una mesa llena a rebosar de cosas y… — ¿Son cerezos? — ¿Había, literalmente, árboles plantados allí dentro? — Aaham. Chico listo. — Contestó la mujer, sin dejar de trabajar por allí, ni hacer amago de mirarle. Y menos mal, así le daba tiempo a procesar. Se había imaginado a Irma Monad como una mujer… mayor. Poco menos que una sabia anciana, venerable y lenta, que estuviera tranquila y rodeada de libros… No a una mujer altísima, imponente, con un vestido dorado y… ciertamente muy guapa. Por Dios, Marcus, qué pensamientos. ¡Pero es que le había impactado! A ver, su novia era alquimista, y era la mujer más guapa del mundo, no es que no supiera que podía haber mujeres alquimistas hermosas, es que… Y no era solo eso. Es que tenía tatuajes dorados, en una escritura que desconocía, en su propia cara, lo cual, de alguna forma, acentuaba sus rasgos y la hacía… única, hipnótica. Carraspeó. — Sí, disculpe. ¿Es usted la alquimista Monad? — Ella rio y le miró de refilón. Sonriendo daba un poquito de miedo. — ¿Ves a alguien más aquí, chico listo? — Se paró y se acercó a él, achicando los ojos. — Sí puedo ver el parecido de Lawrence en ti… Pero no creo que seáis tan iguales como dicen por ahí, he sentido una turbación en la energía desde que has entrado por la puerta. — Le rodeó, escudriñándole. — ¿Cuántos años tienes? No pueden ser más de veinte, y sin embargo emites la fuerza y la ambición de cientos de años… — Rio. — Me gusta. Sí, soy Irma Monad, pero déjate de alquimista. Me quitaron el rango por algo, y luego me lo devolvieron, pero a quién le importa. Maestra Monad mejor, es lo que soy en mi orden. — Disculpe, ¿orden? — Ella le miró con evidencia. — Albináuricos, de la Academia de Ragia Lucaria. Supongo que tu abuelo no te ha hablado de ellos, a juzgar por tu cara de sorpresa. — Se señaló en círculos la cara, sin perder la sonrisa. — ¿Has conocido a mucha gente con estos tatuajes? — Marcus tragó saliva y negó. — Ya lo veo. Bueno, házmelo que yo lo vea. — Él parpadeó. No es que no estuviera prestando atención, pero es que necesitaba dejar el abrigo y el maletín en algún sitio, y no veía ningún sitio apropiado donde dejarlos, no había contestado a la pregunta de los años, y ahora encima tenía que hacer algo que él desconocía y que no le habían informado que debiera hacer. — Dis… Disculpe alq… Maestra Monad, es que… — Ella resopló. — Oh, por la Luz… El chico que dejó sin palabras a Flora Dellal sacando agua del musgo no puede ser que se bloquee así. — Y entonces cogió una fina y larga vara dorada y apuntó hacia él. Su abrigo y su maletín se fueron solos y se colocaron muy obedientemente entre varios armarios llenos de papeles y frascos. — Hazlo, transmuta el agua del musgo. En la cara norte, junto al namban, hay rocas llenas. Coge un poco y enséñame cómo extraes agua potable de él. Y si me impacta a mí también… hablaremos de magia ancestral, como me ha pedido tu abuelo. —

Impactado estaba él. Vamos a ver, Marcus O’Donnell, tú eres mucho de pensar, pero esta mujer, esta maestra, claramente, no, así que ponte a ello. ¿De verdad tiene namban aquí dentro? Si son gigantes… Sí, sí tenía namban allí, de hecho, solo se veía una parte del tronco, que venía de un piso más bajo (del suelo, probablemente) y salía por el techo. A Alice le encantaría ver esto… Concentración, Marcus. Ahora tenía que replicar una transmutación dificilísima y perfeccionada durante… bueno, un mes, y se suponía que ahora hacía cosas más complicadas, pero eso era muy… delicado que saliera, y él ya lo había dado todo en el examen… Era inútil intentar explicárselo, aquella mujer era tan legendaria como temida, podía echarle sin haber hablado ni una palabra de alquimia, así que más le valía espabilarse y hacer lo que le pedía. Al final del día, la alquimia era el campo de juego en el que mejor se movía, así que, una vez encontró una tabla limpia donde poder hacer el círculo y los recipientes, entre las mil cosas que tenía la enorme mesa de cobre enverdecido de la maestra Monad, se puso a ello y, de nuevo, se sintió como en el examen, todo salía, todo discurría, con la alquimia siempre le pasaba eso. 

Cuando levantó la cabeza y el vaso con el agua cristalina, vio que la mujer se había sentado, mezclando algo en un bol, y aún le miraba con esa sonrisilla enigmática. Asintió lentamente y dijo. — A ver dámela. — Hubiera preferido probarla primero para asegurarse de que era potable cien por cien, pero no se atrevía a llevarle la contraria a la maestra. Ella la echó en una tetera que puso en un fuego, (¿es que había fuego allí? ¿Pero que clase de taller era aquel?). — Solo estoy dispuesta a mantener conversaciones con gente que beba té. En China y Japón es una ceremonia entera, que relaja completamente los sentidos y que hace que las ideas fluyan mucho más libremente. — Explicó, mientras le señalaba una banqueta alta, para sentarse al nivel de la mesa (de verdad, ¿de dónde salían las cosas en ese taller?). — Cuéntame, chico listo, ¿cómo se te ocurrió llamar inútiles en la cara a los miembros del tribunal? — Casi se cae de la banqueta. No voy a asentar este cuerpo larguirucho y temblón en esta banqueta ni aunque pase aquí tres horas. En cualquier caso, la maestra me echará antes seguro. — Yo… No… No… No llamé inútil a nadie, y menos a tan grandes alq… — Grandes estúpidos, eso es lo que son. Longbridge ni siquiera debería ser alquimista. — Se levantó a por la tetera, que claramente era alquímica y decorada con motivos orientales y se puso a echar el agua hirviendo en el cuenco que antes había estado preparando. — Verás, Longbridge serviría como mucho para funcionario triste que firma papeles, pero es tenaz y se cree más listo que los demás, y por eso tenía que ir esgrimiendo que es alquimista. Y la ciencia anda tan mal, y ni siquiera se preguntan el por qué, que admiten a cualquiera que engrose sus menguados cuerpos nacionales. Por eso me perdonaron a mí y me devolvieron el rango. Delicadeza que no tuvieron con mi marido, que, aunque pudiera, no volvería a ser alquimista. — Marcus parpadeó. Ni siquiera sabía que aquella señora estaba casada. — En cuanto a Beren, jamás, en toda su existencia, habría soñado siquiera con innovar tantísimo y atreverse a algo así. — Entornó los ojos. — Y no me hagas hablar de Suger. Conozco a mi antiguo maestro mejor que nadie, mucha vidriera y mucha estética, pero no sabe oponer ni un poquito de resistencia a la autoridad. No, pero tú sí, pillín, tú no les dejaste más remedio que hacerles declarar que eres un genio, si no, tendrían que reconocer que son mediocres. Pero yo no me siento mediocre así que… — Cogió los dos bonitos vasos lacados donde había vertido el té y le tendió uno. — Chin chin. — Y se lo bebió de un trago. Marcus si hubiera intentado mover la mano, hubiera temblado tanto que hubiera tirado el apreciado té. Pero Irma sonrió ampliamente y le miró. — Deliciosa. Serías muy apreciado en Ragia Lucaria, allí todas las curaciones se hacen con agua. — Se moría de ganas de saber de qué estaba hablando, pero es que aquella mujer le tenía completamente desconcertado. — Pero bebe, hombre, que la taza es alquímica y ajusta automáticamente la temperatura. — Marcus se la llevó a los labios y… así era. El té era fuerte pero estaba muy bueno y… No se lo podía creer, pero, efectivamente, le estaba despejando las ideas y disipando su tensión. — Es… increíble, y muy útil. ¿Puedo preguntarle qué ha usado como precio? — Mercurio. — Tuvo que contenerse más que en toda su vida por no toser y escupir escandalosamente, pero Irma se lo debió notar en la cara. — ¡Oh, por favor! ¿No has transmutado mercurio aún? Solo usé su propiedad reguladora de las temperaturas. Es una propiedad como cualquier otra… — Suspiró y negó. — Anda que como te dé tanto miedo transmutar elementos venenosos, te vas a quedar bien pronto como Longbride. — 

La maestra se levantó y fue a por una cesta de bayas de goyi correteadoras. Dividió la mitad y se las dio a Marcus. — Anda, ayúdame a sacarles el jugo, lo necesito, y cuanto antes termine aquí en París, antes podré volver a Ragia Lucaria. — Marcus obedeció. No manipulaba ingredientes desde quinto, pero siempre había sido muy metódico y meticuloso, no creía que le costara ponerse con ello. — Los budistas sostienen que las tareas mecánicas y productivas son una forma de meditación, y para mí es la única que tolero. Ahora, después del té y con una tarea mecánica y meticulosa, ya podemos hablar de lo importante. — Levantó brevemente los ojos y se encontró con los de ella. — Tú ya has tocado magia ancestral. ¿Qué has tocado? — Marcus tragó saliva y notó cómo se le perlaba la frente de sudor. — No intentes negarlo. — Cogió con la mano izquierda la vara y la hizo girar en su mano para acabar apuntándole, lo que le hizo removerse en la banqueta y sentir que perdía el equilibrio, salvándolo como pudo. — ¿Lo notas? — ¿EL QUÉ? ¿EL ERROR QUE HE COMETIDO VINIENDO AQUÍ? Se preguntó a gritos mentalmente. Pero entonces oyó un zumbido muy flojito, pero que se intensificó al acercarse prudentemente a la vara que la mujer aun sostenía. — Es de oro inmaculado. ¿Sabes lo que es? — El Ravenclaw que tenía dentro salió en su auxilio. — Oro transmutado con quintaesencia, con energía pura de la tierra. — Irma asintió y retiró la vara. — Pues la magia ancestral usa SOLO quintaesencia. La vara te detecta como parte de sí misma, y por eso vibra. Así que dime. ¿Qué magia ancestral has tocado? — El té, el susto y todo parecían ir despejándole la mente. — Magia druida. — La mujer asintió, mientras volvía a las bayas. — Conozco a varios druidas. Una estudió con nosotros… Tenía una maldición que no sabíamos por dónde iba a salir y le ofrecimos varios remedios que rechazó… — Suspiró perdiendo la vista. — Bueno, ¿y qué te pareció la magia ancestral? — Marcus parpadeó y se quedó mirando a la nada, pensando. — Corta. — Le ordenó Irma, y él, obedientemente, volvió a cortar. 

Misteriosamente, las palabras le fueron saliendo con más facilidad a medida que manipulaba las bayas. — Poderosa, voluble, incomprensible, y por todo ello, demasiado abrumadora. — Irma asintió, sin dejar de cortar. — Muy buena definición. Pero sospecho que no del todo honesta. — De repente soltó una fuerte carcajada. — ¡Cómo me recuerdas a Romeo cuando le conocí! Éramos dos críos de tu edad más o menos… Con ganas de saberlo todo… — Suspiró y perdió la mirada un segundo antes de seguir cortando y extrayendo jugos. — Y si te parece tan peligrosa… ¿Por qué quieres saber más de ella? — El corte de una nueva baya pareció darle la respuesta. — Porque creo que nada es tan poderoso como para no ser aprendido y utilizado, si se hace bien y de forma segura. — ¡AJÁ! — Saltó la maestra. — Eso ya es más sincero. Y, por supuesto, quieres ser tú quien lo aprenda. Bien. ¿Y qué quieres hacer con la magia ancestral? — Esa se la pensó menos. — Ayudar a la gente. Usarla para todo lo que pueda usarse. — Irma chasqueó la lengua varias veces y negó con la cabeza. — Piénsalo mejor, Marcus… ¿Qué quieres de la magia ancestral? — Inspiró y pensó. Igual esa vara suya detectaba más cosas, no tenía mucho caso no expresar sus pensamientos con aquella mujer. — Quiero ver hasta dónde llegan los límites reales de la alquimia. Quiero aunar todo lo recogido hasta ahora y lo que se ha ignorado, mejorar lo que lleva más de mil años haciéndose igual, y creo que la única forma de hacerlo es entender la forma más pura de magia, la que manipula y utiliza de otra manera la quintaesencia. — Irma asintió de nuevo y se puso a recoger sus restos de bayas, porque ya había terminado. — ¿Y quieres presentar magia ancestral en el examen? — Él asintió con la cabeza, a lo que Irma rio profundamente. — Qué osado, Marcus O’Donnell… — Se levantó y empezó a caminar por el taller. 

— ¿Conoces la alquimia asiática? — Marcus conocía un poco de todo sobre la alquimia, porque así lo intentaba, pero no aseguraría que la conocía. — Algo he leído. — Irma rio. — Pues lo que menos hay que hacer es leerla. Renkin, así la llaman. Y, literalmente, significa “contrarios”. Entienden la alquimia como la capacidad de combinar elementos que son contrarios. El fuego y el agua, la tierra y el aire… — Se deslizó por el cuarto y tocó una campana que había ahí y que, para su sorpresa, hizo un agradable ruido, nada estridente, muy relajante. — ¿Dirías que eso ha sido un sonido? — Marcus parpadeó. — Bueno… Sí ¿no? No uno muy normal, pero… — Es un sonido que, por un momento, crea silencio de todo lo demás en tus oídos, por eso es tan agradable. Es una campana alquímica japonesa, crea sonidos silenciosos. Combinación de contrarios. — Se apoyó al otro extremo de la mesa y le miró. — Si lo que intentas es hacer, con magia ancestral, una transmutación que harías con alquimia reglada, no lo vas a conseguir. Te saldrá algo mediocre, te felicitarán por el intento y te convertirás en un Beren, un Suger… o en tu abuelo. Le respeto muchísimo, pero su mente nunca ha sabido expandirse… — Comentó, acercándose a la ventana de la buhardilla y mirando por ella, perdiendo la mirada. 

Marcus fue terminando con las bayas y recogiendo los restos, tal como había hecho ella, y al final, sin saber muy bien por qué, se lanzó a hablar. — Quiero crear una alquimia más perfecta. Que explore más aristas y pueda ayudar mejor a la gente, que haga avanzar a la magia y a la ciencia. — Irma rio con cierta tristeza, sin mirarle, frotándose los dedos de una mano. — Quieres cambiar el mundo. Romeo también quería. — Achicó los ojos. — El mundo no se merece ser cambiado, Marcus. La alquimia se merece perecer bajo sus férreos y repetitivos preceptos… — Hablaba como ida, había perdido su tono fiero, y Marcus se sintió crecer por dentro, más seguro de repente, atreviéndose a utilizar, por fin, la información que sí tenía. — Con todo el respeto, maestra, usted no piensa así. — Irma le miró, confusa, y volvía a dar un poquito de miedo, pero siguió. — Mi tía Erin me ha contado cómo la conoció. — Eso la hizo volver a reír. — Erin O’Donnell, claro… No os parecéis mucho, la verdad. — Él rio un poco y entornó los ojos de forma encantadora. — Digamos que somos distintos tipos de O’Donnell… — Recuperó el tono más serio. — Mi tía me ha contado cómo reconstruyó, bajo el monzón, la presa de Shenzhen. Usted salvó a miles de personas y, lo que le importaba a mi tía, de dragones que no habían podido hacer la migración por ser demasiado viejos o débiles, de morir ahogados. Usted sola, contra los elementos, en el peor escenario posible. Si creyera lo que me acaba de decir, no habría hecho aquello. Mi tía dice que ni siquiera se lo agradecieron como debían. — La mujer soltó una risa sarcástica y se acercó de nuevo a la mesa. — No lo hice por el reconocimiento. Lo hice por el equilibrio. La renkin te enseña que la clave de todo está en el equilibro, y es el equilibrio de fuerzas lo que más se usa para sanar en Ragia Lucaria. En Shenzhen, el agua estaba exageradamente desequilibrada, había que poner orden. — Se acercó a él y se apoyó a su lado en la mesa. — Está bien, Marcus. Tu equilibrio, digo. Sabes perfectamente combinar contrarios, puedo notarlo solo por cómo cortas las bayas o cómo mides cada uno de tus pasos, pero te dejas llevar por lo que tu mente va diseñando sobre la marcha. — No estaba seguro de estar haciendo eso, pero si iba a servir para que le hablara de magia antigua, bienvenido fuera. — Háblame de combinaciones de contrarios que has hecho. — Ahí hasta carraspeó de nervios. Es que claro, él no era consciente de haber transmutado nunca… — No tiene por qué ser con alquimia. Háblame de cómo has equilibrado contrarios en tu vida. — Eso no era nada científico, pero… — Mi novia… Mi, bueno… Alice… Ella es alquimista también. Su carácter es… como el viento. Siempre piensa en volar, y yo pensaba que eso haría ella, pero al final… se ancló a mí. A mi carácter que es más como la tierra. Y funciona. Funciona muy bien. — Irma sonrió y le señaló. — Así me gusta, sigue. — He… He usado la bondad contra el mal… y he ayudado a convertir un legado maldito en… una oportunidad. — Dijo pensando en el dinero de los Van Der Luyden. — He conseguido poner cabeza y ciencia en leyendas… Hacerlas tangibles… He creado un nido que no es una jaula, pero del que un pajarito no quiera salir. He escondido algo enorme a plena vista, pero a la vez lo he hecho invisible. — Irma sonrió y sacó algo de alguno de los cientos de cajones que tenía la mesa debajo, dejándolo con un golpe seco en la superficie. ¿Era su roca verde del examen? — No es la tuya. — Contestó ella. Esperaba, por todos los dioses, que no fuera legeremante. — En cuanto Flora me contó tu examen quise hacer una igual. — Se la puso en las manos. — Tienes las ideas, Marcus. Tienes los medios. Crea un escondite tan perfecto que no pueda ser encantado, y una jaula tan perfecta que ni la magia druida más poderosa quiera abandonar… por si algún día quieres proteger… algo así como una leyenda. — Le guiñó un ojo y le ofreció la vara. — Cógela. Te dejo a solas con ella. Puedes manipularla, tocarla, moverla… Quédate con todos sus detalles para entender cómo es un objeto realizado con magia ancestral. — Le dio unas palmaditas en el hombro. — Y después te vas, que ya es mucho tiempo haciendo parecer que tengo un aprendiz, y no tengo el más mínimo interés en eso. — Marcus sonrió y dio las gracias muy protocolariamente, pero, antes de que Irma se fuera, y aún con la vara en las manos, no pudo evitar fijarse en la mujer a quien, en la otra punta del taller, le dio un ataque de tos. Iba a preguntarle si estaba bien, pero justo la vio beber de una copa y llevarse la mano el vientre, haciendo ciertos gestos con los dedos. Prefirió no decir nada, pero, para alguien tan observador como Marcus, era imposible no darse cuenta de que había dejado un rastro de sangre en el borde de la copa.

 

ALICE

Suspiró. Al final había accedido, y Merlín sabía lo poco que le apetecía. De hecho, no sabía ni qué hacía allí: probablemente su parte Hufflepuff de corazón y su mente práctica Ravenclaw le habían impedido decir que no. La primera, por compasión, porque era lo que llevaba años deseando, la recuperación de su padre y la responsabilidad de su tata; la segunda, porque si le decían que era lo más operativo y que agilizaría las cosas, era absurdo negarse. Seguirían pidiéndoselo, y aunque no lo hicieran, retrasaría el proceso. Alice no era tan orgullosa: solo estaba tremendamente hastiada y había tomado una determinación. Pero no era cruel. Iría allí, contestaría a las preguntas que le hicieran y, al menos, ya no podrían echarle en cara que no hubiera colaborado.

Llevaba al menos una hora paseando por Marsella: necesitaba estar consigo misma, pensar, sentir el viento frío del primer día del año en la cara y serenarse. Miró su reloj y esperó a la hora exacta para entrar en el edificio, como si le hubiera poseído Marcus. Por ella hubiera entrado mucho antes, porque en el último cuarto de hora ya se la comían los nervios y deseaba acabar, pero tampoco le apetecía esperar en una sala de espera, prefería hacerlo al aire libre. El bloque se encontraba adosado a la pared del hospital mágico Pierre Bonaccord de Marsella, como si fuera un área aparte, y apenas tenía un par de pisos de altura y emanaba cierta aura de tranquilidad. Tenía unas bonitas enredaderas en las paredes, que seguro que se llenaban de diminutas flores llegada la primavera, y una balaustrada en las ventanas. La consulta de la sanadora mental Mafalda Dubois estaba en el segundo piso. Subió, tomó aire y lo soltó lentamente, delante de la puerta. Llamó al timbre, y apenas segundos más tarde, esta se abrió. ― ¡Buenas! ¿Alice? ― Asintió, con una sonrisa, y la psicóloga abrió la puerta de par en par. La mujer parecía más joven que su padre. ― Soy Mafalda. Encantada. ― Igualmente. ― ¡Pasa! Bienvenida. ― Gracias. ― Respondió educadamente. Se retorció un poco los dedos y miró de reojo la sala de espera, pero la mujer dijo. ― Podemos pasar si quieres, no había nadie antes de ti. ― Tenía una sonrisa amplia y parecía despreocupada, no con la familiaridad de dos amigas que han quedado para un café, pero sí hacía que se sintiera… cómoda, en su presencia. Y no sería porque no iba reticente a aquella cita.

― Me alegro mucho de conocerte. ― Dijo Mafalda, cerrando la puerta tras ella e invitándola con un gesto a que se sentara en una de las sillas que había frente a la que debía ser la suya, separadas por una mesa. ― ¿Qué tal el viaje? Me han comentado que estabas en Irlanda. ― Ah, sí. ― Respondió. No es que no la estuviera escuchando, pero tenía la cabeza a mil por hora y sentía que iba retrasada respondiendo. Y eso que hasta el momento solo había tenido opción de saludar. Hubo un leve silencio en lo que la mujer se sentaba en su asiento y la miraba con una sonrisa que, por algún motivo, se vio obligada a rellenar. ― Volvemos esta tarde. ― Me imagino que debe ser muy cansado estar yendo y viniendo de tantos países distintos. ― Bueno, las aduanas tienen sus cosas, sus protocolos y eso, pero realmente lo bueno de aparecerse es que no tardamos mucho. ― ¡Sí que es bueno aparecerse! Las personas que conozco de entornos muggles tienen que liar una para viajar, ¡madre mía! ― Sí. ― Contestó ella con una risa aún un poco tensa. ― Imagino que tiene que hacer un frío de muerte en Irlanda. ― Bastante. ― Respondió. ― Aunque es muy tranquila. Y muy mágica. Es justo lo que necesito. ― La mujer, sin perder la sonrisa serena, asintió. ― La tranquilidad se agradece. ― Alice también asintió. Se retorció los dedos otra vez. Lo cierto era que los silencios no duraban más de dos segundos, y la psicóloga no parecía ni mínimamente incómoda por ello. Era como una versión muy tranquila y sonriente de Emma, que hacía del silencio su elemento. Pero Alice no era así en absoluto, y menos en un lugar en el que, de haber podido elegir, no estaría.

― Te agradezco mucho que hayas venido, Alice. Estaba muy interesada en conocer tu opinión. ― Le dijo la mujer, lo que provocó que Alice levantara la mirada hacia ella. Parecía hablar con el corazón en la mano. ― Si le soy sincera, doctora, no tenía ningún interés en venir. ― Había sonado un poco cortante con eso. No era su intención, la mujer era bastante amable, pero es que… estaba harta de ese tema. No quería saber nada. La mujer hizo un gesto con la mano. ― Llámame Mafalda, por favor, siempre prefiero que nos tuteemos. ― Juntó las manos. ― Lo comprendo. La verdad es que ha sido una grata sorpresa que vinieras, no esperaba que lo hicieras. Estarías en todo tu derecho de no hacerlo, de hecho. ― Eso la pilló fuera de juego. Debió notársele en la cara, pero la mujer no incidió en ello. Solo veía cómo su vuelapluma, discretamente, tomaba notas mientras ella no perdía el contacto visual. Eso sí que debió detectarlo la psicóloga, su leve mirada de reojo. ― Antes de nada: quiero que sepas que todo, absolutamente todo lo que hablemos aquí, es confidencial. Nada va a salir de aquí. ― Señaló la vuelapluma. ― Esas anotaciones son para mí. Sois muchos, necesito apuntar cosas o no me acordaría de todo. ― Añadió con una risita. ― Pero de aquí solo se contará lo que tú quieras contar. Yo no voy a contar nada. Y si en algún momento deseas leer mis anotaciones, puedes hacerlo sin problema. ― Alice asintió de nuevo.

― ¿Puedo preguntarte de quién ha sido la idea de que vinieras? ― Alice tragó saliva. ― De mi tía Violet, la hermana de mi padre. ― La mujer asintió. ― ¿Te pareció bien? Me has comentado que no te apetecía venir, sin embargo, aquí estás. ― Alice meditó unos instantes. Se encogió de hombros. ― Mi tía me dijo que ust… Que tenías interés en verme. ― Así es. Cuantas más personas del entorno de mis pacientes puedan venir, mejor, más información tenemos y más integral puede ser la ayuda que les demos. Pero, evidentemente, la última palabra es de la persona, si quiere venir o no. ― Puso las palmas en la mesa y amplió una sonrisa comprensiva. ― Alice, mira, vamos a ser sinceras: aquí no estás por ti. Me explico: si tú necesitas de mi ayuda, si quieres venir porque quieres para ti, yo estaré encantada de atenderte, faltaría más. Me refiero a que quiero que tengas la tranquilidad de que no voy a hacer preguntas para ir a pillarte, y que ni muchísimo menos te voy a juzgar. Ese no es mi papel: soy psicóloga, no jueza. Hoy estás aquí porque te han pedido que vengas para que puedas darme tu punto de vista sobre tu padre. Reitero que agradezco mucho que estés aquí, dice mucho de ti. ― Ya estaba notando que se le apretaba un nudo en la garganta, pero intentó mantener la compostura. Aunque no sabía cuánto le duraría. ― Puedes hablar con la tranquilidad de que, en primer lugar, no va a salir de aquí lo que digas, como ya hemos hablado, y en segundo, que no voy a juzgarte. Puedes expresar lo que quieras, y puedes venir solo hoy y ya está o puedes llamarme siempre que lo necesites. ― Alice asintió.

Esta vez, no dejó que el silencio durara más de dos segundos. Había ido allí a hablar de su padre ¿no? No era necesario alargarlo más. ― ¿Cómo está mi padre? Sinceramente, ¿cómo le ves? ― La mujer meditó unos instantes. ― ¿Cómo le ves tú? ― Yo no le veo. ― Respondió, un tanto tajante de nuevo. ― No sé si te lo ha contado, pero mi relación con él es bastante escasa. He terminado con él, de hecho. Si seguimos manteniendo contacto y trato, es por Dylan. ― La mujer asentía con comprensión a sus palabras. ― Entonces, sinceramente, me da igual si está mejor o no. Quiero que lo esté por Dylan, y porque no le deseo ningún mal. Pero conmigo no tiene nada que hacer. ― Lo había dicho prácticamente de corrido. Agachó levemente la cabeza y se retorció los dedos de nuevo. ― Siento si te suena muy duro. ― Bueno, es duro. ― Vio por la vista periférica cómo la mujer ladeaba la cabeza. ― Pero es legítimo. En tus circunstancias, tienes derecho a sentirte así. ― Aunque no había levantado la cabeza, los ojos se le inundaron. Sabía que todos a su alrededor habían decidido comprenderla y darle tiempo… pero a nadie le parecía bien que no hablara con William. No era tonta. Nadie se había puesto taxativamente en su favor en aquello, todos sentían pena por él.

― Y, sin embargo, aquí estoy, como tú dices. ― Dijo con amargura. Se limpió rápidamente y con cierta rabia una lágrima que se le había caído. ― Porque a pesar de haber dicho que no quiero saber nada de mi padre, que mi relación se centra estrictamente en Dylan y que ya hemos acabado, siguen pidiendo más de mí. Sigue “siendo bueno que haga esto por él”. ― Hizo unas agresivas comillas en el aire. Ya sí miraba directamente a la psicóloga. ― Y sin embargo, soy la mala. ¿Has tenido aquí a mi abuela Helena? Disfrutarías mucho oyéndola hablar de mí. Soy lo peor y soy la hija más cruel del mundo. Pero aquí estoy. ― ¿Sientes que no están respetando tu decisión? ― ¡No! ― Respondió, frustrada, puede que incluso antes de dejar a la mujer acabar su frase. ― ¡Claro que no respetan mi decisión! ¿Cuándo lo han hecho? Siempre tienen una frase que decirme que acaba por chantajearme emocionalmente. “Ya sabes cómo somos los Gallia, un desastre”. ¿Sí? Pues yo también soy Gallia y no se me permite ser un desastre. No se me permite tener errores, porque cuando los tengo, las consecuencias son catastróficas. ― ¿A qué error te refieres? ― Alice soltó una sarcástica carcajada, entre lágrimas. ― Claramente al de dejar a mi padre ejercer de padre. Se llevaron a Dylan, se lo llevaron unos torturadores a miles de kilómetros de su casa, y he arrastrado a Marcus y embarcado en un periplo a todos los O’Donnell por recuperarle mientras mi padre solo lloraba, mi abuela me criticaba y el resto de Gallias estaban en pánico. Mafalda, me he cansado. No quiero ayudar a mi padre. Mi padre no ha estado para ayudarme a mí, solo para darme más problemas, y estoy cansada de tener que hacerme cargo de los problemas de mi familia, una familia llena de adultos que parece que no puede dar un paso sin que yo intervenga. Porque sí, aquí estoy, efectivamente, a pesar de haber dicho que no, saltándome mi decisión, y siendo la mala. Y cargando con la culpa por mis errores. ― Soltó aire por la boca. Sentía que había corrido una maratón.

La mujer entrecerró los ojos, pensativa. ― Vale… Ahora hablamos de eso último, de tu familia y cómo te sientes con respecto a ello. Pero en referencia a lo primero, ¿cuál es ahí tu error? Se te planteó un problema e hiciste lo posible por resolverlo, y por lo que tengo entendido, lo resolviste muy bien. ― Alice bajó los hombros, con un sollozo frustrado. ― Es que estoy harta de resolver cosas. Y la verdad… no termino de sentir que lo hiciera bien. No siento que fuera suficiente. ― Empezó a aportar más datos: la herencia de los Van der Luyden y el desacuerdo inicial de Marcus, Emma y su abuela en que lo devolviera, y después el de su padre en que la aceptara; su estancia con los Lacey; la movilización de medio MACUSA, de Monica y Howard y de parte de la familia de Marcus por su caso, el miedo a haberles metido en algún problema después de ellos irse del que no se haya enterado; y, por supuesto, las posibles secuelas psicológicas en Dylan. A todo esto la mujer atendió en silencio, sin dejar de mirarla con la mayor atención y comprensión, y sin que su vuelapluma dejara de tomar notas.

― Alice, ¿cuáles eran las alternativas a todas esas decisiones que has tomado? ― Eso la dejó boqueando y tardando en responder. ― Pues no sé… Era una situación crítica. No estaba como para buscar alternativas. ― Mafalda hizo un gesto de evidencia con las manos. ― Opinar, puede opinar todo el mundo, pero la que estaba ahí para tomar decisiones eras tú. Como bien dices, depositaron en ti la responsabilidad, y se trataba de tu hermano. Y el final ha sido bueno. ¿Cuál es el problema? ― Hizo un gesto para detenerla antes de que empezara. ― Sí, ha sufrido gente por el camino, se han tomado muchas molestias. ¿Y tú? ¿Cuánto has sufrido tú? ¿Cuántas molestias te has tomado tú? ― Se quedó mirándola, derramando lágrimas en silencio. Al cabo de unos segundos, contestó… ― Pero es que… ― Era lo que tenía que hacer. Como si fuera legeremante, aunque estaba segura de que no era así, la mujer alzó una ceja. ― ¿Vas a decirme que era tu responsabilidad, pero no la de los demás? ― Tragó saliva, bajó la cabeza y se permitió llorar unos instantes. Mafalda no dijo nada, solo le dio su espacio para que lo hiciera. Y un poco de agua, que dicho fuera de paso, no le vino mal.

― Alice. ― La llamó tras unos instantes. ― Cuando no nos ponemos límites a nosotras mismas ni a los demás, a lo que nos exigimos, corremos el riesgo de que, el día que estallemos y queramos ponerlos, estos límites sean excesivos, porque no estamos acostumbradas a ponerlos y, por lo tanto, no tenemos calibrada la intensidad, por así decirlo. ― Negó suavemente. ― Con esto no te estoy diciendo que no tengas tus motivos si lo que quieres es no saber nada de tu padre. Solo que, y corrígeme si me equivoco, por favor, porque estas son mis impresiones y no tiene por qué ser así, me da la sensación de que, cuando decides no tener más trato con él, lo que habla por ti es el cansancio y la rabia, y la impotencia de no saber qué hacer para parar este tren de responsabilidades que sientes que te atropella y te viene grande. Que, quizás, la solución esté en, directamente, ni siquiera hablarle. ― Meditó, ladeando la cabeza varias veces. ― Y no te digo que no. Es una solución. Si rompes lazos con tu padre, hay más posibilidades (no absolutas, pero más) de que no te salpique nada que tenga que ver con él. Sé que no quieres una vida de sufrimiento como la que has llevado estos últimos años, sobre todo estos últimos meses. Pero cortar con una persona tan vinculante como un padre, por mucho que haya podido perjudicarnos su actitud, existiendo el afecto mutuo que sé que existe entre ambos, porque eso sí puedo afirmar que lo veo tanto en ti como en él… ― Se le derramó otra lágrima. ― …Tendrá sus beneficios, pero también tiene muchos costes. Y tienes que evaluar muy bien si estás dispuesta a semejantes renuncias. Si esa es la vida que quieres. ― Esa última frase la golpeó en el pecho con tanta fuerza que la hizo sollozar. Se dio unos segundos antes de decir. ― Mi madre… siempre decía que tuvo la vida que quiso. ― Mafalda puso una sonrisa comprensiva. ― Y me consta que tuvo muchos costes por ello. ― Alice asintió entre lágrimas. ― Alice, si yo considerara que tu padre es una persona peligrosa para ti, sería la primera en sugerirte, incluso incitarte a ello si el caso fuera extremo, que te apartaras de él. No creo que estemos ante esta situación, aunque como ya he dicho, es una decisión que eres libre de tomar. ― Hizo una pausa leve. ― Cuando una toma una decisión, no puede pretender que esta sea perfecta, porque no existe la decisión perfecta: al final, hacemos lo que creemos que va a compensar en cuanto a costes y beneficios. Tomamos la decisión que, a la larga, cuando miremos hacia atrás, nos haga sentir orgullosas, independientemente de las consecuencias que haya tenido. ¿Tú te sientes orgullosa de tus decisiones, Alice? ― Dejó una pausa, pero asintió lentamente. ― ¿Crees que las otras alternativas eran mejores? ― Misma pausa, y tras ella, negó con la cabeza. Mafalda sonrió. ― Pues eso es lo que tienes que repetirte una y otra vez en tu cabeza. Porque también sé que eres Ravenclaw y cómo funciona tu cabeza. ― El comentario la hizo reír. ― Y con la misma fuerza con la que te repites mensajes como “mi familia no es capaz de dar un paso sin mí”, o “no he podido evitar el sufrimiento de Dylan”, tienes que insertar esto. Atenta, que voy. ― Rio de nuevo, y la mujer hizo un cartel en el aire con las manos. ― “Lo he hecho lo mejor que he podido”. ― Llenó el pecho de aire, notando cómo este le escocía. ― Y espera, que tengo otra más: “estoy orgullosa de mis decisiones”. ― Lo soltó, limpiándose las lágrimas. ― ¿Qué te parecen? ¿Crees que son frases que puedes repetirte? ― Alice sonrió con un leve puchero en los labios, pero asintió.

Aún podía desahogarse un poco más sobre lo que sentía, y así lo hizo: la presión que a veces notaba que los Gallia ponían sobre sus hombros, el listón que creía que los O’Donnell (y todos en general) tenían con ella a pesar de que ya le hubieran dicho que no era así… ― Y quiero que quede clara una cosa. ― Añadió. ― Valoraré… todo lo que me has dicho, porque creo que… tienes razón. Aunque… bueno, no sé… ― Ahora tienes la cabeza a punto de estallar. ― Comentó la mujer, lo cual hizo que ambas rieran levemente y Alice asintiera. ― Sí. Bastante. ― Una sesión de psicología es como si yo cogiera una cuchara, abriera tu cabecita y empezara a remover, y ahora hay un remolino ahí dentro que, hasta que no se pare, no vas a saber distinguir con claridad. ― Alice arqueó las cejas. ― Creo que es exactamente como me siento. ― Suspiró. ― Lo que quería decir y dejar claro es que, si estoy aquí, es por Dylan. Si tengo interés en que mi padre mejore, es porque Dylan sí quiere y necesita un padre presente. No sé… si conmigo ya es demasiado tarde. Pero no quiero que lo sea con él. ― La mujer frunció los labios, asintiendo. ― Es comprensible. ― Se acercó para mirarla un poco más cerca. ― Pero valora lo que hemos hablado aquí. Y luego, por supuesto, la decisión será absolutamente tuya. Pero tenlo en cuenta. ― Alice asintió. ― Lo haré. ―

Sin saber muy bien cómo, se había pasado la hora, y tampoco sin saber cómo, habían pasado de estar en plena intensidad emocional a hablar de trivialidades otra vez. Al menos le sirvió para sentir que se aligeraba un poco el peso de su pecho. ― Me encanta Saint-Tropez, pero soy un peligro en una tienda de productos de lavanda. Me los llevaría todos. ― No me extraña. ― Completó Alice. La mujer alzó las manos. ― ¡Menos mal que soy sanadora! Porque si fuera alquimista, no serviría para nada mi trabajo, porque me la pasaría transmutando lavandas en jabones, e inundaría mi casa de jabones. Porque eso se puede ¿no? ― Alice rio de nuevo. ― Sí que se puede, sí. Y me parece buena idea. ― Tendría que montar una tiendecita de jabones y confiar en que alguna loca de la lavanda como yo venga a comprar. ― Rieron juntas y Alice soltó aire por la boca, sintiendo que un gran peso se iba con ello. La mujer la acompañó a la puerta. ― Buen viaje de vuelta a Irlanda, Alice. Y mucha suerte con esa licencia de Hielo. ― Gracias, Mafalda. ― Sonrió afablemente y añadió. ― Y aquí estoy. Para lo que necesites. ― Alice amplió la sonrisa también. ― Gracias… Por todo. ― Se despidieron y se marchó. Ahora tenía una sensación extraña en el interior de su cabeza, como si todo eso que se hubiera removido le hiciera ver la realidad diferente. La mujer tenía razón: habría que esperar a que ese torbellino se serenase, y a que cada pensamiento se posase en el lugar que le correspondía. Antes de tomar decisiones. Y de valorar sus costes.

Notes:

Puf, qué intensidad ¿no? Han sido dos visitas muy contrarias pero con resultados muy iluminadores, ¿no creéis? Estamos como locas con estas dos nuevas profesionales, muy distintas entre ellas pero con tantísima personalidad. Pero este capítulo no se llama “Contrarios” solo por eso, ¿habéis notado algo diferente en nuestros niños? Si es así, contadnos por aquí, y en la pregunta del próximo capítulo resolvemos el misterio. ¡Os leemos, alquimistas!

Chapter 72: Lo mejor de los dos mundos

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LO MEJOR DE LOS DOS MUNDOS

(2 de enero de 2003)

 

ALICE

— Ahora mismo bajo. — Aseguró, dejando un beso sobre la frente de su novio. — ¿Puedes comprobar que el patito no se deja nada? Esto va a ser un caos para trasladarse. — Sonrió y en cuanto se quedó sola en la habitación, se sentó y respiró. Se notaba agotada. La visita con Mafalda había sido… intensa, Marcus había vuelto con un montón de información, quería intentar colaborar con la independencia de su padre… y todo se le estaba haciendo un poco bola. Y no quería desandar camino, no quería rechazar la invitación de los Millestone por la que estaban a punto de volverse a Inglaterra… pero es que se notaba al borde de un ataque de ansiedad, y acababan de empezar el año. Suspiró y se tapó la cara con las manos. Luego inspiró de nuevo y notó hasta cómo se le revolvía el estómago. ¿A quién se le había ocurrido lo de viajar después de comer? ¿Y si le pedía a Marcus y sus suegros que fueran ellos a casa de los Millestone? De verdad que no quería hacerle un feo a Darren, y su madre se había portado genial con ellos cuando todo el lío de Dylan, y la abuela Adami era un encanto de mujer, pero es que…

La puerta sonó, y como si ella estuviera estupendamente, contestó. — Adelante. — Y Emma entró y cerró inmediatamente detrás de ella. — ¿Estás teniendo dudas? — Alice parpadeó. — ¿Dudas? — Su suegra se sentó en la cama a su lado. — De ir a casa de los Millestone. — Ella carraspeó y bebió un poco de agua de la botella que tenía ahí. — No, es que… Me ha sentado fatal la comida, ¿sabes? Y no sé cómo está la casa de Guildford, y vete a saber, no quiero dejar a Dylan ahí sin más, y… — Le he dicho a Violet y Erin que se vayan con tu padre y Dylan a la feria. — Cortó Emma. Alice parpadeó de nuevo. Definitivamente el cerebro le iba regular. — Ah, eh… No lo había pensado… Gracias. — Es en mi propio beneficio. Bueno, y en el de Dylan, por supuesto. Es que no podía tenerte ausente. Lo siento, la adulta soy yo y bastante te piden los demás, pero es que me juego mucho en esto. — La cara de Alice debía ser de tanta confusión, que si Emma sabía lo que se hacía, se replantearía sus alianzas. La mujer bajó la mirada y negó rápidamente. — No me mentes a mi marido, porque ya he ido con él a esa casa, e igual que le pasa aquí y en Irlanda, se mete de cabeza en el ambiente. Y en esas ocasiones me da más igual, porque yo hallo la manera de adaptarme, pero es que con los muggles no sé. Directamente. — La miró a los ojos. — Y no puedo hacer creer a mi hijo que no le apoyo sinceramente en todo esto. No quiero ser esa suegra mágica estirada que era mi madre. Otro regaliz. — Alice suspiró y la miró con cara de circunstancias. — ¿Ya has estado hablando con mi tata? — Emma agitó la mano. — Eso ahora da igual. No quiero. Y necesito a alguien que no esté atacado de los nervios y la preocupación como va a estar Lex o una superestrella como va a ser Marcus, que va a sacar el despliegue completo para que su hermano y su cuñado sean felices. Y esa persona eres tú, tú no te aturullas al verme nerviosa, ni te desconciertan los muggles. — Bueno… — No como a nosotros. Y si tú me dices que estás mal, no te hago pasar por esto, eh. De hecho, me quedo contigo, y ya iré en otra ocasión, aunque a mi hijo le duela, pero prefiero eso que meter la pata estrepitosamente. —

Y entonces, se le apareció aquella Emma que se hacía pequeña ante las críticas de su familia, ese Dorcas juzgador y la Anastasia mentirosa y manipuladora. Puso una mano sobre las de su suegra y tomó aire cerrando los ojos. — Vamos a hacer dos cosas. La primera es que me vas a escuchar y me vas a creer en lo que yo te diga. La segunda, es que nos voy a hacer una poción relajante antes de irnos. — Pero nos tenemos que aparecer. — Que nos aparezcan los chicos que bien pueden. Sé que a Arnold no le encanta, pero por una vez no va a pasar nada, y Marcus ya puede aparecerse en casa de Darren, ha ido varias veces. — Ahora fue ella quien la miró a los ojos. — Vale, vamos con la primera parte. Emma, yo voy contigo, yo te doy apoyo y yo estoy pendiente de lo que tú me pidas. — Notó cómo hasta la postura de su suegra se relajaba. — Pero nadie espera que tú te mezcles a la perfección con los muggles. O que directamente hagas nada que no sea ser tú. Creo que Lex se sentiría más incómodo si agarraras una pandereta y te pusieras a bailar la conga con la madre de Darren, que si simplemente te sientas y respondes como una señora elegante, porque sabría que tú lo estás pasando mal. Tus hijos te adoran. Tu yerno te adora. Nada tiene por qué salir mal y nadie está evaluándote. — Emma asintió firmemente, pero se quedó con la mirada perdida. — Estoy un poco sensible de más desde Irlanda. Creo que soy una familia política poco deseable. — Eso no es verdad. Mira qué bien has estado estos días aquí. — Sí, pero con tu padre… — Con mi padre tenemos problemas casi todos, y los que no lo dicen es porque no quieren admitirlo. — Emma la miró asintiendo. — Ya, también es verdad. — Y tú no tienes problemas con los Millestone. No son tu estilo, ya, pero Irlanda tampoco y mira qué bien te adaptaste. — Apretó sus manos. — Yo confío al cien por cien en ti. Hazlo tú también. — Emma asintió y se puso de pie. — Voy a comprobar que todo está bien en el equipaje. — Pues supongo que eso despeja mi diatriba de si ir o no, se dijo a sí misma, y se bajó a la cocina.

En la entrada estaba media familia ya reunida para despedirles, que alucinó un poco cuando se metió a hacer una poción. — ¿Ahora? — Preguntó extrañada su tata. — Sí, ahora. Vosotros podéis marcharos ya si queréis, solo tienen que esperarme Arnold y Marcus. — ¿Pero estás bien? — Preguntó Erin. — Perfectamente. Solo voy a hacernos una poción a Emma y a mí para el mareo de las apariciones. — ¿Desde cuando os mareáis? — Preguntó, aún más confuso, Arnold. — No nos encontramos bien ninguna de las dos del estómago y nos parece lo más prudente. Y Marcus y tú nos tenéis que aparecer. — ¿YOOO? — Pero entre su tono y la lúgubre y silenciosa aparición de su suegra, todos decidieron que era mejor no preguntar más y aceptar la realidad.

 

MARCUS

— Claro. — Respondió con su mejor sonrisa tranquilizador a la petición de Alice, pero era absolutamente impostada, porque estaba tenso como la cuerda de un violín. La visita con la alquimista Monad le había dejado como si la mujer le hubiera metido una colmena debajo de los pulmones, porque tenía una sensación de inquietud que no se le iba, como si tuviera un motor interno que hacía que le faltara el aire, le escocieran los ojos y tuviera una sensación de mareo permanente, como si tuviera la vista desenfocada o su cerebro pesara varios kilos más de lo normal. La visita a casa de Darren le pareció una idea fantástica y sobraba decir la ilusión que le hacía a alguien tan familiar como Marcus. Al menos así fue hasta que cayó en todos los posibles factores de estrés que podía tener: en primer lugar, muggles, como concepto. Temía hacer o decir algo inapropiado, que les asustase y les hiciera plantearse si era buena idea que su hijo se metiera de lleno en una familia mágica pura como ellos. Su madre, además, se tensaba mucho en esas situaciones, Lex se tensaba en general ante las situaciones sociales y Alice se tensaba de pensar que dejaba a Dylan y William juntos y solos en su casa natal. Además, al padre de Darren no lo conocían aún, y quería pensar que, haciendo extensiva la personalidad de quienes sí conocía, sería buena persona, pero de entrada era un desconocido. A las que sí conocía era a la abuela y a la hermana. Y a los perros. Y a los diversos pájaros. Se estaba poniendo taquicárdico solo de pensarlo.

Entró en la habitación de Dylan arrastrando los pies, y al parecer, porque lo hizo de manera absolutamente inconsciente, dio un hondo suspiro, que hizo que el niño se girara hacia él con los ojos muy abiertos. — Vaya, colega. — Marcus pareció salir de su ensimismamiento y parpadeó mirándole. De verdad que había suspirado tan automáticamente que la sorpresa de Dylan también le pilló por sorpresa a él. — La visita con la señora esa te ha dejado tocado. ¿O estás agobiado porque Darren tiene muchos animales y su hermana y su abuela hablan mucho? Tú también hablas mucho. — Marcus hizo un gesto con las cejas. — No a ese nivel. — Movió la mano despreocupadamente. — Estoy bien. — Qué va. Estás un montón de agobiado, te sale el agobio por la cabeza con forma de símbolos raros. — Lo de que Oly haya sido tu prefecta es un problema. — Dylan rio un poquito y se puso de puntillas para ponerle una afectuosa mano en el hombro. — Colega, que te conozco, que sé cómo te sientes. Aunque seamos tan contrarios. — La última palabra le activó algo que le provocó un escalofrío. — ¡Bien! He descifrado uno de tus símbolos raros. — Para. — Atajó. No quería seguir dándole vueltas a la conversación con la albináurica. La dejaría parada hasta que pudiera volver a Irlanda y hablar con su abuelo. Hoy tenía que estar a otras cosas. — ¿Lo llevas todo? — Sí. — Respondió demasiado rápido para su gusto. Se mojó los labios con expresión resignada, sacó la varita del bolsillo y pronunció. — ¡Tracciatus! — De su varita salieron tres haces de luz: uno se coló por debajo de la cama, otro se dirigió hacia algo pisado por un libro sobre la mesa y el otro salió de la habitación. Marcus arqueó una ceja. Dylan, con expresión de haber sido pillado por completo, se agachó y sacó algo de debajo de la cama. — Solo es un calcetín. — Hubieras llegado a Hogwarts con un calcetín menos. — Bueno, pero es un fallito. — ¿Y eso de la mesa? — Dylan sacó la hoja. Se encogió de hombros. — Cosas en sucio sobre unas cuentas de Aritmancia. — Marcus asintió. — Y hay algo más tuyo fuera de la habitación. Mínimo una cosa. — Dylan puso cara de pensar, y de repente dio un salto. — ¡El cepillo de dientes! — Y salió corriendo a por él.

Al poco de bajar lo hicieron su madre primero y Alice después, y se fueron del tirón a prepararse una poción relajante. Ya iba a pedirse él otra cuando Alice dijo que les aparecerían ellos. Bueno, realmente él había ido ya varias veces a casa de Darren, más que Alice de hecho, así que era lógico. Venga, Marcus, lo dicho: conversación aparcada hasta la vuelta de Irlanda. — ¡Dylan! — Simone se acercó al chico, colocado al lado de él con la maleta supuestamente lista, y le dio un libro. — A ver cómo ibas a sacar tu prometido diez en Pociones sin esto. — No, no un libro, EL libro de Pociones de segundo. Marcus se giró lentamente hacia él con una ceja alzada. El niño se encogió. — ¡Es que el haz de luz ese tuyo solo era uno! — Que claramente se bifurcó al salir de la habitación. — Sacó la varita, dispuesto a lanzarlo de nuevo, pero él se defendió. — ¡Vale, vale! Repaso otra vez. — Y se puso a recorrerse la casa de nuevo. Marcus miró hacia la cocina y le instó en un susurro urgente. — No tardes, que nos tenemos que ir. — No quería que Alice, con lo tensa que estaba, le reprendiera por no haber hecho lo único que le había pedido. Malditos huffies.

— Nos vamos. — Dictaminó Emma, dicho lo cual comenzaron las despedidas, agradecimientos por la estancia y deseos de verse pronto. Se distribuyeron como habían acordado y, antes de aparecerse, miró a su novia con una sonrisilla y le dijo. — Espero que esa poción tenga el efecto de bajarle las revoluciones también al resto. Nos va a hacer falta. — Rio levemente, se agarró fuerte a ella y les apareció a ambos en el consabido callejón junto a la casa de los Millestone.

Fue acercarse a la misma y vio un revuelo en la ventana, que, a pesar de la rapidez, no tardó en identificar como las caras de los dos hermanos Millestone, que salieron corriendo a una velocidad parecida a la de sus perros (por Merlín, a puerta cerrada y ya los escuchaba ladrar) probablemente a pelearse por ver quién abría la puerta. El que la abrió, no obstante, fue Lex, a quien vio acercarse a ellos con una sonrisa radiante que no estaba nada acostumbrado a verle, recto y a grandes zancadas, con los brazos abiertos, y por supuesto a Arnold le faltó tiempo para recibirle calurosamente. Solo de ver a Lex así, sintió que se relajaba de golpe... Le duró poco. — ¡GANDALF! ¡RUDOLF! — Los perros se habían puesto a dar saltos de euforia, nada más y nada menos, que alrededor de su madre. Marcus sentía que su espíritu había abandonado su cuerpo para no volver. — MIS CUÑIIIIIIIIIIIIIS. — Y Darren, por supuesto, pasando de largo para ir a abrazarles a ellos. — AY QUE ALEGRÍA. — ¡¡VENGA!! VOLVED AQUÍ. Ay, por Dios. ¡JEROME! — ¡Bienvenidos, O'Donnells! Qué ganas de... — ¡JEROME! LOS PERROS. — ¡AH, SÍ! — El padre de Darren parecía tan ajeno como su hijo a que los dos perros seguían rodeando a su madre y ladrando mientras saltaban, y que ella estaba como si la hubieran clavado en el suelo. — ¡Venga, chicos, no seáis pesados! ¡Para dentro, que SÍÍÍÍÍÍ PODÉIS PASAAAAAR! — Darren y Lex se echaron a reír a carcajadas. Marcus no estaba entendiendo nada.

— ¡Hola, Marcus! — Saludó Eli, que se había quedado, sorpresivamente, en un discreto segundo plano, pero que les miraba con los ojos llenos de ilusión como si hubiera visto a gente famosa. Al parecer, Darren le estaba tapando a Alice de la vista, porque de repente la vio y aspiró una exagerada exclamación. — Qué guaaaaaapa. — Se acercó a ellos y, ni corta ni perezosa, le dio un fuerte abrazo a Alice. — ¡Soy Eli, la hermana de Darren! Me llamo Elizabetta, es italiano, como mi abuelo, pero puedes llamarme Eli, que es más cortito y más moderno y eso y mola más. ¡MARCUS! — Todavía no había dejado de estrujar a Alice y estaba haciendo lo mismo con él. — ¡Cuánto tiempo sin verte! — Solo nos hemos visto una vez, pensó, y en lo que había pensado eso Eli había lanzado como cien frases más. — ¡Ay, Arnold, hijo! — Hola, Jud... — ¡No me digas que no ha venido tu madre! Ay, qué disgusto, yo la esperaba. — Ya se lo dije, suegra. — El padre de Darren había vuelto por allí, solo se había ausentado para encasquetarle los perros a su pobre mujer, que se los llevó para dentro entre suspiros resignados. — Que están los señores en Irlanda. ¿Verdad? Era en Irlanda ¿no? ¿En Ballyknow, era? — Ay, hijo, pues yo quería que viniera, porque verás, he comprado otra marca de chocolate para fundir, pero ese pone que hay que hacerlo con agua, y ayer lo hice, pero mira, me quedó líquido líquido, y yo pensé, Molly seguro que tiene alguna cosilla mágica para espesarlo, porque en verdad con agua es más sano que con leche, claro, no más sano, menos pesado, porque hijo, yo a mi edad la leche ya es que me sienta muy mal, la otra noche es que no paré de levantarme para ir al baño, y mira, ni cenar ni nada, porque está una... — Mamá. — Llamó Tessa desde la puerta, tensa. — Vamos a dejar pasar a esta familia, por favor. Que aún no han salido del jardín. —

 

ALICE

Si sabría ella que hacía falta un Marcus ahí. Y querían que dejara a su padre encargarse de todo eso, cuando su padre estaba tranquilamente esperando en la puerta, con esa frase tan de hombre de “yo ya estoy listo” refiriéndose a su persona y nada más… No era su problema. Se bebió la poción y suspiró. — Hermana, te juro que no me hubiera ido sin… — Háblalo con papá. — Cortó. — Yo tengo que irme ahora, y él sigue siendo tu padre. Y si te dejas algo, gestionadlo entre los dos. Él es un genio y tu muy dispuesto, seguro que podéis hacer algo. — Se generó un silencio. — Pero no estás enfadada ¿no? — Ella abrazó a su hermano. — No. Venga, pasadlo bien en la feria. — ¿Sabes si esta noche vendrás a casa? — Preguntó su padre. Su impulso, por supuesto, fue decir “no” inmediatamente. Pero no pisaba su casa desde hacía meses, y estaba en Inglaterra, no tenía excusa. Por otro lado, probablemente debiera ir avisándolo, porque tendrían que adecentar la casa. Pero, como persona que se había autoimpuesto no echarse más piedras en su mochila, y haciendo gala de la confianza que había depositado en su padre y de su edad, dijo. — No lo sé. Si no voy, te lo hago saber. — Y que se dieran con un canto en los dientes. Se agarró a Marcus y se rio. — Mira, no puedo esperar a averiguarlo. —

El barrio de Darren era muy cuco y tranquilito, y, de hecho, lo primero que se le pasó a Alice por la cabeza fue ¿no llamará esta gente demasiado la atención por aquí?. Luego se dio cuenta de que es que la casa, por el bien de todos, estaba bien insonorizada, como fuera que insonorizaran los muggles, porque fue abrir la puerta de la casa, y el caos les sobrevino. Primero, lo último que se esperaba, que era el Lex más sonriente y relajado literalmente que había visto nunca. Igual había tanto ruido fuera de las cabezas, que el de los pensamientos ni le molestaba. Por supuesto, con Lex salieron aquellas dos bestias que los Millestone consentían en tener rondando por allí como si tal cosa, pero a Darren le dio igual, porque se lanzó a abrazarlos. Alice sonrió y le devolvió el abrazo, pero se apresuró a recomendar que paralizaran a aquellos perros de alguna forma si no querían que Emma hiciera una aparición exprés en Australia por lo menos. Para variar, otro miembro se le adelantó pidiendo que ataran a los perros y solo le dio lugar de decir. — Feliz Navidad, cuñadito. —

No estaba ella preparada para lo que se le vino encima. No contaba entre sus opciones con que otra persona la abrazara, pero allá que fue la hermana de Darren. Le devolvió el abrazo y sonrió. — ¡Hola, Eli! — Se separó un momento y la miró con ternura. — No sabes la de fotos de cuando eras más pequeñita que he visto. Tu hermano te presumía mucho. — ¿AY SÍ? Es que es el más mejor hermanito mayor. Siempre le dábamos un montón de fotos para que se llevara, y le mandábamos también de los perros. Porque es que los perros crecen en nada ¿eh? Y claro, yo le echaba un montón de menos. Pero también nos hablaba de vosotros. De ti y de Oly sobre todo, y yo le decía “Oly y Gal son tus nooooviaaaaaas”, pero luego ya nos dimos cuenta de que no, en verdad nada de eso. Y luego ya vino Lex, y mira, es que estamos emocionadísimos de poder tener a toda la familia mágica en Navidad al completo… — Solo podía ir parpadeando y asintiendo a lo que la chica iba diciendo, mientras intentaba pasar hacia la puerta y no perdía de vista a Emma, que con los perros controlados, había recuperado un poco de su compostura. Algo habría hecho la poción. Lo malo es que igual ahora estaba tan confusa como ella, porque ni había saludado al padre de Darren y la abuela ya se había metido por medio. A una velocidad encomiable, les relató una serie de problemas que la aquejaban, y, en su lentitud mental, cometió el error de decir. — Yo la puedo ayudar, señora Adami. Se me dan bien los hechizos de cocina. — ¡AY, PERO QUÉ BONITA ESTA NIÑA! ¡VEN, VEN, QUE ASÍ DEJAMOS ESO HECHO! — Al menos le estaría quitando a la abuela de encima a Emma.

Fue conducida a una cocina que era lo más parecido a una zona de guerra que había visto en su vida. Porque, de hecho, no es que estuviera sucia, es que había cosas por todas partes. — ¿Quiere que la ayude con esto? — Preguntó, consternada. — ¡No! ¡No molesta! Luego limpiamos, no te vas a poner ahora a fregar. — No, si con un hechizo puedo hacer que los cacharros se frieguen solos. — Judy abrió mucho los ojos. — ¿De veras? — ¿No se lo ha enseñado Darren? — La mujer rio mientras ponía milagrosamente una cacerola en el fuego. — Hija, mi Darren es más bueno que el pan, pero desgraciadamente, y en eso tengo yo también culpa, no tiene ni idea de cosas de la casa, ni se lo habrá planteado. — ¡Mamá! ¡Mira cómo tienes la cocina! Y has pasado a Alice aquí… — Hola, señora Millestone, feliz Navidad. — Saludó Alice con ternura mientras echaba hechizos aquí y allá. — ¡Uy! ¡Pero qué útiles esos hechizos! — Se sorprendió la mujer. — ¿Cómo estás, cariño? ¿Y tu hermanito? Darren me contó que ya está de vuelta en Hogwarts y todo. — Ella asintió, contenta. — Está mucho mejor. Estamos aún trabajando un poquito en dejar salir los miedos y demás, pero está mucho mejor de lo que yo podía imaginar. — ¡AY, THERESA! No me la distraigas, que ya va a echar a hervir esto. — ¿Otra vez con lo del chocolate con agua? ¿Por qué no lo haces con leche como todo hijo de vecino? — ¡Que me sienta mal, Tessa! Coge la bandeja de dulces y bájame la chocolatera y ahora vamos nosotras al salón, tú déjanos. — La madre de Darren entornó los ojos y suspiró, mientras se llevaba una bandeja que Alice no tenía claro dónde estaba antes. — Claro, lo que le sienta mal es la leche y no los tres pastelitos antes de dormir… — Alice tuvo que aguantarse la risa, mientras Tessa se llevaba los pastelitos y ella levitaba la chocolatera hasta donde estaban. — ¡OYYYYYY! Yo te necesito en esta casa, niña. ¡Qué inventiva! — ¿Cómo la baja usted? — La mujer rio a carcajadas y le recordó muchísimo a cuando Darren se reía así también. — Con una escalera, hija, ¿cómo si no? Aunque mi yerno ya no me deja subirme. — ¡Ay! No me he presentado al señor Millestone. — La mujer hizo como que espantaba moscas. — ¡Verás! Ahora te hará una ristra de bromas al respecto, pero tú no te lo tomes en serio. ¿A ver, qué estás haciendo ahí? ¡OYYY! Está quedando perfecto. ¿Las varitas esas se pueden comprar? — Alice la miró un poco en pánico. — ¡Que es broma, mujer! Ay, no vas a durar nada cuerda con Jerome. Venga, vamos a llevar ese chocolatito, que está perfecto, ¡y qué rápido! —

 

MARCUS

Mientras intentaba procesar la cantidad de datos por minuto que soltaban la hermana y la abuela de Darren, los ladridos ya al menos intermitentes de los perros (aunque esa incertidumbre de cuándo sería el próximo era peor), el miedo a que su madre saliera corriendo de allí y la presencia del padre de Darren, que ya le pinchaba de pensar que no se había presentado ante él como Merlín mandaba, le robaron a Alice. Vio como un niño abandonado cómo se la llevaban para la cocina y se imaginó una realidad en la que todos estarían divididos en diferentes frentes dentro de esa casa, lo que solo les pondría en desventaja.

Estaba mirando de reojo a los perros, porque aunque ya los tuvieran sujetos él no se terminaba de fiar. ¿Se supone que tengo que cruzar el umbral de la puerta con ellos ahí? Porque la madre de Darren, tranquila y sonriente, los tenía agarrados pero no se había movido de la entrada. Mientras él miraba a los perros, notaba cómo Eli le miraba a él, como si fuera una especie de famoso. — ¡Buah! Es que en mi vida pensé que tendría tantos magos en mi casa. — Marcus le dedicó una sonrisa tensa, no tanto por la chica como por todos los estímulos estresantes a su alrededor. Aunque Eli, inmediatamente, sí dijo algo que le supuso un enorme factor de estrés. — Van a flipar mis amigas cuando se lo cuente. — La cara debió ser tan para verla que la chica se dobló en carcajadas. — ¡¡Es broma!! Tu hermano puso la misma cara, ¡es que sois igualitos! — Rio nervioso. Sí, igualitos eran Lex y él, todo el mundo se lo decía. Anda que...

Hablando de Lex, su hermano finalmente se acercó a él. — ¡Hermanito! — Le dio un fuerte abrazo. Se sintió mal por haberse quedado un poco tieso, pero es que su cerebro empezaba a procesar muy lentamente. — Darren me ha recomendado un sitio que te va a flipar para que vayamos mañana. — Parpadeó. Lo dicho, iba muy lento. — ¿Se te ha olvidado? — El velo triste de Lex en la voz fue lo que necesitaba para reactivarse. — ¿Nuestra quedada de hermanos? Sí, hombre, ¿cómo iba yo a olvidar el mejor evento de esta Navidad? — Y Lex, aliviado, volvió a lucir una sonrisa radiante a la que, definitivamente, no estaban nada acostumbrados. Sonrió él también y miró hacia la puerta, donde esperaban los perros. Cruzar el umbral de casa Horner era mucho más peligroso y lo has estado cruzando toda la vida. Y, desde luego, por ver a Lex así, cruzaba todas las reservas de animales que hicieran falta.

— ¡Bienvenidos a nuestra humilde morada! — Celebró el padre de Darren. No iba a estar cómodo del todo hasta que no se presentase, y encima el hombre parecía querer hacer un recibimiento y Alice no estaba. A su corazón iba a pasarle factura todo aquel caos. — Os enseñaría las habitaciones, pero hay alguna que después de toda una noche de juergas y juegos no está para visitas. ¿Verdad, cariño? — La mujer chistó y abrió mucho los ojos, y a Marcus le pareció ver que señalaba discretamente a Emma con la cabeza. Darren no fue tan disimulado. — Papá. — Dijo con una risilla nerviosa y los dientes apretados. — Venga, vamos a cambiar de colorcito los chistes. ¿Pasamos al comedor, O'Donnells? — Pasaron al comedor, sí, pero Marcus ya estaba haciendo un gran esfuerzo por aguantarse la risa.

Por supuesto, como no podría ser de otra forma, no pasaron ordenadamente: Eli había salido corriendo diciendo que iba a "presentarles a alguien" y el cerebro de Marcus había optado por bloquear esa información por su bien; Tessa se había marchado a la cocina, probablemente para rescatar a Alice de las garras de la abuela, y Arnold, como buen hombre irlandés que hubiera reconectado recientemente con su espíritu, se había ofrecido, la mujer se había negado y estaban entre el pasillo y el comedor debatiendo hacia dónde iría cada uno; por último, Lex y Darren habían rodeado a Emma como previamente hubieran hecho los dos perros, y la estaban bombardeando con a saber qué información. La parte buena de todo eso es que le dejaban vía libre para presentarse al padre de Darren, que en esos momentos colocaba un mantel en la mesa de una forma tiernamente cómica mientras canturreaba por lo bajo. — Señor Millestone... — ¡Oh! Nada de señor, llámame Jerome. — No empezaba bien si le interrumpían, pero bueno, el hombre era amable y parecía bondadoso, simplemente iba por libre. Nada que no supiera de Darren. ¿Es que en esa casa eran todos Hufflepuff? — Soy Marcus, el hermano de Lex. Disculpe, no he podido presentarme antes. — ¡Ay, claro, perdona, hijo! Es que te he visto en tantas fotos que yo también había dado por hecho que te conocía. — Y fue a estrecharle la mano y se sorprendió con un abrazo coleguero. — ¡Bienvenido a casa! Tu hermano habla maravillas de ti. Eras químico ¿no? — Rio levemente. — Casi. Alquimista. — ¿Eso no es como químico? — Bueno, es... Es parecido, ¡sí! — ¡Genial! Pues a ver si puede comentarte mi mujer una investigación que están haciendo los de su laboratorio, una cosa de aislar una enzima para prevenir la rabia en monos, seguro que tú la sabes. ¡Es que la traen loca! — Estaba absolutamente desconcertado. El otro siguió, diciéndole en tono de confidencia. — No te ofendas, pero es que los que llevan mucho en laboratorios metidos se vuelven un poco... especialitos. — Rio de nuevo como podía. Nota mental: idiomática de muggles, si es que eso existe, la próxima vez que vengas.

— ¡Voy a presentarme a tu chica, que tampoco la conozco! — Y salió de la estancia, pero apenas en el pasillo escuchó. — ¡KABUMBA! — ¡OISH, ESTE HOMBRE! ¡Casi tiramos el chocolate, con el trabajo que ha costado hacerlo! — Puso una mueca con la boca. No quería saber. — Sentaos, por favor, estáis en vuestra casa. — Indicó Tessa con una sonrisa tranquila. Ciertamente era la persona que más le intrigaba de esa familia, porque mantener esa afable tranquilidad todo el tiempo en semejante entorno le parecía digno de estudio. Eli apareció de nuevo por allí, con una gran sonrisa. — ¡SORPRESA! Mirad qué grande esta Muffin. — Y lo sacó de tras su espalda y lo mostró, solo que el bichillo, automáticamente, dio un salto al regazo de Darren. — ¡¡MI MUFFINCITO MI COSITA BOLITA PRECIOSA DE PELITOS!! — Hijo. — Llamó Tessa. — Animales peludos en la mesa... — Ya, ya. — Que luego a los perros les da envidia. — Y de hecho por allí estaban, mirando con carita de pena la mesa como si supieran que ellos no estaban invitados. Vamos, ESPERABA que no estuvieran invitados. — ¡Cuñadita! Mira qué grande está Muffin. — Decía Darren mientras se levantaba, y en vez de depositarlo donde fuera, se lo encasquetó a Alice. — ¿¿Te acuerdas de Alice?? ¿¿Sí?? ¿¿Te acuerdas de Alice tú?? ¡¡Aaay Marcus, tenías que haberte traído a Elio, se me olvidó decírtelo! — Sí, claro, más animales. — Bueno, a la próxima, ya sabes que a esta hora aún anda dormitando. — Me encantan las lechuzas. Son preciosas. — Aportó Tessa, y luego miró a Emma. Claramente quería conectar con ella. — La verdad es que eso de que todos tengáis vuestra propia lechuza me da muchísima envidia, Emma. Tú tienes una también ¿no? — Sí, Cordelia. Es pequeña, aunque no tanto como Elio, son de razas distintas. — ¡Oh, sí! Una maorí, nunca había visto una en persona hasta que conocí a Elio. Y una pregunta, con fines de mandar cartas, ¿los búhos también os sirven? — Claro. El hermano de Alice, sin ir más lejos, tiene un búho. — ¡Qué curioso! ¿Y cómo...? — Alice se le sentó a su lado en ese momento. La miró y sonrió, sin decir nada, como si pudieran entenderse con la mirada y acordar que, si bien no sobrevivían a aquel caos, al menos sería divertido.

Y entonces Eli se les sentó delante, mirándoles entusiasmada. Bueno, pues si quería formar parte de ninguna otra conversación, ya no iba a poder ser. Pero de repente ocurrió algo con lo que no contaba y que podía ser su tabla de salvación. — ¿Me vais a contar toooooooooodo lo de Irlanda? — Y la chica, con los ojos muy abiertos, se inclinó hacia delante con la cabeza apoyada en las manos. Marcus compartió una mirada con Alice. Esta es la nuestra. — Por supuesto. Con pelos y señales. — Y a Eli se le iluminó la cara, y eso sí que fue por arte de magia, se quedó callada, simplemente mirándoles. Así que esa era la forma de neutralizar a Eli: hablarle como quien le cuenta un cuento. Pues ahí Marcus tenía las de ganar. Iba empezando a adquirir herramientas para lidiar con los Millestone.

 

ALICE

— ¡OOOOYOYOYOY! Mira, mira, qué gloria esto. — Solo había levitado un canal de chocolate de la olla a la chocolatera, pero Judy no salía de su asombro. — Bueno, el mejor chocolate que he hecho nunca, te voy a traer en cada merienda que haga. Ay, cómo hubiera dicho mi marido: “che bella!”. — Ya se tuvo hasta que reír, y dejó que Judy fuera toda ceremoniosa ella con la chocolatera. Y menos mal. En toda su vida, y mira que había convivido mucho con Hufflepuffs y Gallias, y rodeada de fantasmas en Hogwarts, le habían dado un susto similar.

Notó cómo un pulso de adrenalina la invadía, le entraba un calor incomparable y todos sus instintos de alarma de respuesta automática la asaltaban. Todo para luego bajarse de golpe, al darse cuenta de que “solo” era el padre de Darren, que no había tenido otra idea que gritar en su oído un sonido parecido al apocalipsis. Por suerte, la abuela Judy era claramente inmune y siguió transportando la chocolatera muy tranquila, mientras el cuerpo de Alice tenía una reacción muy particular, al acabar de pegar un petardazo a su corazón cuando llevaba encima una poción que supuestamente bajaba las revoluciones. Sintió las sienes y los dedos temblar, y no pudo articular ni un sonido. — ¡Ay! ¡Jerome! ¡Mira qué mala cara se le ha puesto a la chiquilla! Ay, la pobre… — Alice negó rápidamente con la cabeza. — No, no, es que no me lo esperaba… — Jerome le estrechó la mano. — ¡Ay! Perdona, Alison… — Alice. — Alice, Alice… Es que me gustan mucho las bromas, pero en realidad yo solo quería presentarme… Encantado, jovencita, puedes llamarme Jerome, o Jemmy, o JM… — Ahora el pobre hombre parecía un poco preocupado, así que Alice intentó sonreír mientras recuperaba la respiración. — Sí… Claro. JM me gusta. — ¡MAGNÍFICO! — Y eso le hizo dar un saltito hacia atrás, y encima los perros se alteraron otra vez. Ojalá no estuviera absolutamente abotargada por la poción, porque es que ni siquiera estaba siendo capaz de quedar bien, y el pobre Jerome también parecía bastante confuso. — Pero… ¿Estás bien? — Sí, sí, claro. — ¿Necesitas la varita para algo? — Y se dio cuenta de que tenía la varita agarrada tan fuerte que tenía hasta los nudillos blancos. Emma confiando en mí y yo que no sé ni cómo avanzar.

Afortunadamente, en verdad, en aquel comedor todo era un poco como en casa Gallia, y reconocía los esfuerzos de Tessa por caerle bien a Emma, y sabía que ella se iba a dar cuenta también, y lo iba a valorar. De nuevo la pillaron un poco fuera de juego con Muffin, pero intentó reaccionar a tiempo. — ¡Hombre! Pero si es el señor Tomate, vaya ojazos estás sacando… — Pero Muffin rápidamente perdió interés en ella, y casi que respiró aliviada. Pasó cerca de Tessa y Emma, que estaban hablando de pájaros, así que todo bien en esa área. Logró sentarse con su Marcus y sonrió. Lex estaba más feliz que nunca, Arnold integrado, y Eli deseando oír cosas sobre Irlanda, así que todo en orden.

Llevaban un rato explicándole a Eli lo que era una runa y por qué eran importantes para hacer magia, cuando la abuela irrumpió gritando. — ¡Bueno tanta charla! ¡A ver que sirvan esos chocolates! Ha quedado perfecto, eh. — Levantó la chocolatera y dijo. — Esto nos lo regalaron al babbo y a mí cuando nos casamos, regalo de bodas, y justo entonces estábamos en posguerra y el chocolate escaseaba, por eso a él le encantaba sacarla en Navidad, para celebrar que teníamos chocolate. Y a él le hubiera encantado conocer magos, porque siempre decía que hacía magia para que no nos faltara de nada. Y ahora fíjate. — Se fue a donde estaba la madre de Darren y le puso la chocolatera delante. — Repártelo tú, Tessa, mi vida, que eres la que nos endulza a todos. Como haría tuo papa. — La mujer sonrió ampliamente y sus ojos brillaron como estrellas. — ¡Ay, mamá! Qué ilusión, a ver, traed esas tazas. — Todos admiraron la espesura del chocolate, y eso llevó a otra disertación sobre si con agua o con leche, en la cual Jerome pidió la opinión de los químicos, con Lex teniendo que aclarar que se refería a alquimistas, pero al final Tessa dijo. — ¡A ver! Para hacer esto bien, y porque queremos hacer esto divertido para nuestra familia mágica, vamos a hacer un juego. — Cogió la bandeja de dulces, que estaba tapada por un trapo muy navideño y bien planchadito. — Los magos tenéis que coger un dulce a ciegas, con los ojos cerrados, y probarlo. Darren me ha confirmado que no son dulces que tengáis en vuestro mundo, así que serán sorpresas. Hay italianos, ingleses, y alguna que otra especialidad de la abuela Judy, así que… ¿Quién quiere empezar? — Su cuñado puso cara pillina y Tessa le señaló. — Nooooo, no, no, Lex, tú no vales que ya te los sabes todos. — Y soltaron unas risas tan cómplices, que hizo que hasta Alice se relajara y observara la escena con ternura. Increíble lo bien que encajaba Lex allí.

 

MARCUS

Definitivamente, empezar a hablarle a Eli de Irlanda había sido un gran acierto. Notaba la mirada un tanto tensa de Emma sobre ellos, probablemente porque darle tantos detalles sobre lo que era una runa a una muggle (teniendo en cuenta que tampoco era el tema favorito de Emma entre los magos) no le estuviera terminando de parecer buena idea. Marcus, que solía ser bastante asustón con eso, sabía detectar a una alumna absolutamente perdida en lo que se estaba narrando cuando la veía, que había estado tres años de prefecto. Y Eli estaba muy interesaba, pero dudaba muchísimo de que se estuviera quedando con ni la quinta parte de la información.

El grito de la abuela le hizo botar en el sitio (y, por supuesto, los perros se pusieron otra vez a ladrar). Sin embargo, sacó la mejor de sus sonrisas. — ¡Cuánto le agradezco que haya hecho chocolate a la taza, señora Adami! Es mi tipo de chocolate favorito. — ¡No me digas! — Ya estaba viendo a Lex chismorrear con Darren y a los dos riendo por lo bajo. Su hermano se aclaró la garganta y le preguntó, pinchón. — Oye, hermano, ¿tu chocolate favorito no eran las monedas de chocolate de la abuela Molly? — Ni se molestó en azorarse, porque tenía una respuesta perfectamente válida para eso. — Las monedas de chocolate de la abuela Molly son un dulce complejo y elaborado y dicha elaboración incluye magia. Cuando digo que el chocolate a la taza es mi favorito, hablo en términos generales sobre los chocolates convencionales. — Ay, qué majo es este muchacho. — Comentó la abuela mientras repartía servilletas nuevas, como si tal cosa, como si no hubiera entendido ni una sola palabra de lo que hubiera dicho pero por el tono hubiera interpretado que era bueno.

Fue muy emotivo el gesto hacia su hija, y Marcus miró a Arnold y Emma, quienes le devolvieron la mirada. Lex había ido a dar con una familia cariñosa, amorosa y que tenía muy buenos recuerdos y anécdotas que compartirían con él. En ese sentido, solo podían estar felices. Sí que pareció romperse un poco el momento cuando tuvieron que explicarle a Jerome repetidas veces que no eran exactamente químicos (no para Arnold, que se estaba riendo mucho con ello), aunque Marcus tenía que reconocer que no estaba ayudando con sus aportaciones, ya que se le ocurrió decir que sí que se podría usar el chocolate en transmutaciones, metió por medio la ya mencionada magia de las monedas de su abuela y lo único que generó fue un debate lleno de confusión en el que Eli intentó aportar preguntando si las runas jugaban algún papel en todo eso. Definitivamente, iban a necesitar muchas quedadas para entenderse.

Ante lo del juego, dio una palmada y se frotó las manos. — ¡Señora Millestone! Soy su hombre para esto, le aseguro que no voy a fallar. — La mujer soltó una risita. — Ay, por favor, Marcus, llámame Tessa. — ¿También eres adivino? — Preguntó Eli con una expresión que claramente esperaba que la respuesta fuera "sí". Lex soltó una carcajada. — Ni se lo menciones siquiera, que se lleva fatal con los adivinos. Lo que es es un glotón. — ¡Mi hijo dio Adivinación! ¿A que sí, hijo? — Saltó Jerome. Darren asintió, contento. — Pero no consentí que me dijera si era verdad que el horóscopo de mi mujer y el mío no son compatibles. — Darren suspiró fuertemente. — Papáááá que ya te he dicho mil veces que los magos no miran el horóóóóóscopo. — El mío es compatible con el de Darryl. — Comentó Eli enredando un dedo en el tirabuzón de su pelo y con expresión risueña. Lex la miró con una ceja arqueada. — Al Darryl ese me lo vas a tener que presentar... — Si estoy preparado, hijo. — Insistió Jerome con dramatismo. — Estoy preparado para escuchar lo que tengas que decirme. — Jerome... — Si total, solo sería un motivo más para que tu madre me dejara, y aquí sigue la mujer. — Tessa volvió a llamarle la atención, pero ya riéndose abiertamente. La verdad es que el hombre era una caja de bromas constante y ella se las reía todas, así que dudaba que eso fuera incompatible de ninguna forma. — ¡Venga, el juego! ¿Empiezas tú, Marcus? — ¡Claro! — ¡Yo te cierro los ojos! — Se ofreció Eli, que dio un saltito, pero se frenó de golpe al pasar por al lado de Alice. La miró preocupada y le preguntó. — ¿Puedo? ¿Te importa? — Lex y Darren rieron fuertemente. — Le han hecho cosas peores y no se ha quejado. — ¡Oye! — Se quejó Marcus. Luego miró a la chica. — No te preocupes, nuestra relación se basa en un amor puro que... — ¡VALE! — Y le puso las manos en la cara. Oía a todos reírse por la neutralización absoluta a la que había sido sometido.

Le pusieron la bandejita por delante y, al azar, tocó algo y se lo llevó a la boca, pero antes lo palpó para llevarse datos también desde el tacto. Parecía como una galleta, pero con poco que la presionó le dio la sensación de que estaba casi hueca por dentro y se podía romper, así que no tocó más y, al morder, comprobó que efectivamente era quebradiza, aunque sí que tenía cosas dentro. — ¡Mmm! Qué rico. Es... Hm, lleva canela, eso seguro. Y... ¿eso son cerezas? ¡No! Higos, son higos. — ¡Sí que es adivino! Darren, no engañes a tu padre. — ¡Y dale! — Reía Darren. — Que Marcus tiene un paladar increíble, os juro que no tiene nada que ver con la adivinación. ¿A que no, cuñado? — Y lleva mermelada. Buah, ¡qué rica! Pero no sé qué es esto para nada, solo sé que parece como una galleta rellena, pero nunca la he probado. — Eli le destapó los ojos. — Jolín, lo has acertado todo. Qué flipe. — Tessa rio un poquito. — Has ido a elegir la más difícil. — ¡Y mi favorita! Pero mi Adolfo no la quería en casa ni en pintura, porque ya sabes, una galleta siciliana, con lo que era él, ¡un Toscano de corazón! Y él decía: ¡con las cosas que hay en La Toscana vamos a traer nada de Sicilia! Pero vamos una vez fuimos a casa de mi cuñada y se las puso y bien que se... — Mamá, vamos a decirle lo que es. — Paró tiernamente Tessa. — Se llaman buccellati siciliani, que significa algo así como... algo crujiente, o que se muerde. Y efectivamente es una galleta de masa quebrada rellena con higos, frutos secos y mermelada, y que lleva canela y cardamomo. ¡Muy bien, Marcus! — Él puso cara orgullosa. — Se me han pasado los frutos secos, estaba tan crujiente que los he perdido, pero reconozco que el cardamomo no lo hubiera reconocido nunca. — ¡Pero está genial para ser la primera vez que la prueba! — ¡BUCCELLATI SICILIANI! ¡MAMMA MIA! — Exageró Jerome con un forzadísimo acento italiano. Lex y Darren empezaron a reír. — ¡SUEGRA MIA! ¡MI SUEGRO SE REVUELVE NELLA SUA TUMBA! — ¡Ay, calla! Vamos, lo que me faltaba, que me las impidiera comer también ahora. — Y se llevó una de las galletas a la boca con tanta brusquedad que Marcus temió que se atragantara.

— ¡Emma! Sigue tú. — Dijo Tessa entusiasmada, y su madre, antes de poder negarse, ya tenía la bandeja de dulces delante. — ¡VOY! — Eli dio un saltito y, una vez más, no dejaron a Emma reaccionar antes de que le tapara los ojos. Arnold se inclinó hacia la chica. — Oye, a mí no me has pedido permiso. — Eli soltó una risita, mientras Emma tomaba lo que parecía un bizcocho con pasas y frutos secos. — Muy rico, tiene un sabor muy suave. De textura... es... — Sí, no es muy fino. — Se excusó Tessa como si lo hubiera hecho ella. —  Pero de sabor está delicioso. Parece un bizcocho con pasas, y ¿eso son nueces? — ¡Sí! Ya sabemos de quién ha sacado Marcus el paladar. Y también lleva arándanos secos. — Marcus miró a Alice. — Mira, ese te va a gustar. — Eli destapó los ojos de Emma y casi le chilló al oído. — ¡QUÉ BIEN! ¡ES UN PANETTONE! A mí me encanta. ¿Le ha gustado, señora O'Donnell? ¿Quiere que le compre uno? Conozco una pastelería que los hace buenísimos. — Gracias, cariño, pero temo explotar como siga comiendo dulces después de los días en Irlanda. — Respondió la mujer con tono afable. Eli exclamó una aspiración. — ¡Pero si tiene usted un cuerpo espectacular! Así delgada y alta y toda elegante, ¡ya quisiera yo estar así el día de mañana! — Gracias, Elizabetta. — ¡AY, HA DICHO MI NOMBRE BIEN, QUÉ ILUSIÓN! ¡PUES ESO ES PANETTONE! — Seguro que mi madre esperaba tener hoy clases de italiano. — Le susurró a Alice, y se echaron a reír por lo bajo.

 

ALICE

Sonrió tiernamente a la reacción de su Marcus al chocolate. Emma no se equivocaba, y ella también lo tenía claro: siempre era un acierto contar con Marcus para las ocasiones familiares, aunque fueran tan caóticas como aquella. Y Lex estaba tan contento que podían hacer ese binomio de hermanos perfecto, que hacía reír a todo el mundo, quién iba a decirlo si los hubiera visto hacía dos años. Pero ahora estaban allí todos juntos, en una casa muggle, compartiendo todo lo que les hacía felices… De hecho, estaba tan contenta, que hasta se le había olvidado que su hermano estaba por ahí con su padre.

No sabía qué se esperaba de la familia de Darren pero tenía que haber sido totalmente eso. Hablando de adivinación, a gritos, risitas… Observó a Emma de refilón y vio que removía el chocolate con muchísima elegancia y su perfecta sonrisa. Chocolate no sabía, pero las pociones se le daban de lujo. Alzó la ceja con lo de Darryl y se tapó la boca exageradamente. — Uy, Eli, pillina con todo lo que hablas tú, no has dicho nada de Darryl. — La chica se tapó la cara y le tiró una miguita a Lex. — ¡Tú calla! ¡Eres el único que dices esas cosas aquí! Mira papá, ni sabe de lo que estamos hablando. — Yo ya te he dicho que si no recita poesía o canta o aunque sea te trae dulces, no merece la pena. El babbo… — Y, paralelamente al discurso de Jerome y el del resto de la mesa, la abuela Adami empezó el suyo.

El juego de los dulces le gustó, era algo que se le podía haber ocurrido a cualquiera de sus dos familias. — Por supuesto, mi novio se ofrece el primero. — Dijo acariciando su nuca y sus rizos, mientras sacudía la mano en el aire ante la pregunta de Eli. — Todo tuyo, guapa. — Y claro, tuvo que partirse de risa con la respuesta, porque ahí no había lugar para discurso ninguno, los Millestone estaban por encima. Parpadeó, con una sonrisa incrédula (un poquito forzada) mientras Marcus iba narrando los ingredientes de la galleta aparentemente más complicada del mundo. Se rio de la intervención de la abuela Adami, que se movía de un discurso a otro sin problema ninguno, y se apoyó en el hombro de Marcus. — Mira, mi amor, no voy a tener que esperar a que te mueras para comer nada, tú no pones ninguna traba a nada. — Y cogió un trocito de la galleta y parpadeó, esta vez de forma genuina. — Esto no tiene más sabores porque no se puede. No sé ni cómo lo has sacado. — Y en esa reflexión estaba ella, cuando Jerome le dio OTRO susto más, aunque no tan grande como el que se había llevado en la cocina, y se asomó a mirarle entre los demás. — Fíjese que Darren no ha sacado su gusto por los sustos, eh. — ¿Sustos? Pero si yo no asusto nada. — Es que hablas un poco alto, papá. — Le dijo su hijo. — Bueno sí, pero no para asustar, solo para enfatizar. ¿VERDAD, ALICE? — Ella sonrió y asintió, dándolo por imposible.

Tessa estaba muy por la labor de contentar a Emma, y esta muy en la labor de colaborar, así que eligió dulce. Solo el olor ya le atrajo y se quedó muy atenta a ver qué decía Emma y cuál era el dulce, mientras los Millestones dejaban caer todas sus alabanzas sobre su suegra y su magnífico paladar. A lo de los arándanos señaló a Marcus y cogió un trozo el panettone. — Ese era justo el dato que necesitaba. — Y mojó el bollo en el chocolate. Se deleitó con él, haciendo un ruido de gustito. — Bueno, bueno, bueno. Ya está, yo no juego, dejadme todo el panettone. — Lo que nunca pensé que le oiría a decir a Alice Gallia, la chica que si había cordero o calabacín ya no comía. — Le afeó Darren, a lo que ella sacó la lengua. — Porque no me daban panettone. Además, Irlanda me ha ensanchado el estómago. — ¡CLARO QUE SÍ, BELLA! ¡LA ABUELA JUDITH TE VA A HACER PANETTONE A TI! Si total luego lanzas un hechizo y lo limpias todo. — Nunca pensó que pudiera gritarse más que en el Irish Rover hasta que entró en esa casa.

Llegó el turno de Arnold con los dulces, y estaba haciendo una actuación bastante payasa intentando adivinar de forma muy patosa lo que estaba comiendo, haciendo reír a Emma y captando la atención de todos, por lo que Alice aprovechó para moverse al lado de Tessa. — ¡Ay! Hola, cariño, qué alegría. — Como estaba muy cerca de la puerta, uno de los perros se acercó y le puso la cabeza en el regazo. — ¡Gandalf! Deja a Alice en paz… — No, está bien, está tranquilito, ¿a que sí? — El perro, más callado que en un juicio, ponía ojazos brillantes y movía la cola dócilmente mientras Alice le rascaba la cabeza. — Es porque hueles a Muffin. A Muffin nuestro puffskein, no a uno de verdad, quiero decir… Darren no les deja jugar con él, porque claro, tiene miedo de que le hagan daño sin querer… — La mujer suspiró y Alice puso una mano sobre las suyas. — Tessa. Está todo bien. — Dijo bajando la voz y con un tono tranquilo. La mujer rio y apoyó la cabeza sobre su mano. — ¿Tanto se me nota que quiero que todo vaya rodado? — Alice ladeó la cabeza. — Igual un poquito. Pero ¿sabes por qué lo sé? — La mujer la miró curiosa. — Porque yo también he intentado impresionarla. Todos hemos intentado impresionarla. ¿Sabes quién no lo hizo? — Y señaló a Arnold, que estaba lanzando trocitos del bizcocho al aire para atraparlos con la boca con la animación de Jerome. — Y lo eligió de compañero de por vida. Tranquila. — Se acercó y susurró. — ¿Y sabes qué? — La señaló y susurró. — Ella estaba igual. Solo queréis que todos estemos felices y los chicos se sientan a gusto. Solo puede salir bien. —

Antes de poder volver a su sitio, la bandeja apareció debajo de su nariz. — ¡ALICE! — Empezaba a acostumbrarse. No así Gandalf, que ya se puso a ladrar. — DE ESTA NO TE LIBRAS. ¡VENGA! — Vio la cara de ilusión de Tessa, y Eli que venía a taparle los ojos, y entre eso y el efecto tranquilizador de la poción, simplemente se dejó y cogió un dulce una vez tuvo los ojos vendados. Era duro y cilíndrico pero, al manipularlo, se manchó de crema. — Ese es difícil comerlo con los ojos cerrados. — Comentó Eli, y razón no le faltaba. Morderlo era complicado, porque era duro pero cremoso por dentro, y se deshizo un poco al hacerlo, pero mereció la pena, porque el sabor era incomparable. — Esto está… delicioso. La masa es casi salada, y lo de dentro es crema pastelera, pero más ligera, así que llevará leche, harina, canela… ¿Y puede que claras al punto de nieve para hacerla así? Rellenarlo tiene que ser un calvario… — ¡PERO QUÉ LISTA ES! — ¡Qué tía! — Un puntazo lo de las claras, con eso te ganas a la abuela. — Se destapó los ojos y examinó lo que quedaba del dulce. — Qué curioso. Pero está buenísimo, pruébalo, mi amor. — Se llama canoli. También es del sur, pero está tan bueno que con este pasan la mano. — Alice se puso a picar de los trocitos que quedaban en el plato, y tan a gusto debía de estar que Emma bromeó y dijo. — Señora Adami, que no se entere mi suegra de que esta niña está rabañando un plato. Se muere si se entera de que ha pasado con usted. —

 

MARCUS

— ¡Atentos, porque esta escena jamás pensasteis presenciarla ninguno de los presentes! — Llamó la atención, cómico, tras lo cual se giró hacia Alice y le dijo. — Mi amor, ¿me das un trocito? Que lo pruebe al menos. — Y todos rieron. Ver a Alice disfrutar comiendo sí que le hacía feliz, y sabiendo que el panettone ese le había encantado, ya iba él a tener toneladas en casa todas las navidades. Llegó el turno de su padre, que empezó a hacer tonterías y desató las risas de todos, más aún cuando uno de los perros (¿dónde estaba el otro? Ah, cerca de Alice, pero controlado al parecer) empezó a saltar a su alrededor, contagiado de su motivación, a ver si tenía suerte y le caía algo de dulce a él. Todo estaba siendo muy divertido hasta que a su padre se le cayó uno de los trozos que intentaba llevarse a la boca y, al caer al suelo a un trecho de donde estaban, el perro fue corriendo a por él. — ¡RUDOLF! ¡NO! ¡CACA, ESO PARA TI CACA! — Darren se había lanzado tan en plancha que había tirado su silla, generando un gran estrépito, aunque solo parecieron sobresaltados los O'Donnell (excluyendo a Lex). Arnold hizo una mueca. — Perdón. — Emma le miraba con cara de circunstancias, pero Jerome no entendía de qué se estaba disculpando. — Ni que fuera tu culpa que un animal que no puede comer azúcar insista en su autodestrucción. A no ser que le hayas pedido perdón a la silla que ha tirado mi hijo. —

Plantaron seguidamente la bandeja delante de Alice, que fue a hacerse con un dulce que, si bien tenía muy buena pinta, parecía el más complicado de comer con los ojos cerrados. A Marcus se le estaba haciendo la boca agua solo de verlo, la verdad, y lo cierto era que ese le sonaba... ¡Y tanto que le sonaba! — ¡Eh! ¡Ese lo comimos en Italia! — ¡Es verdad, que estuvisteis en Roma! Lex nos lo ha contado. — Se alegró Tessa, pero Judith soltó un bufidito agudo. — Todo el mundo va a Roma, pero nadie visita Lucca. ¡Bien bonito que era el pueblo de mi Adolfo! Él se quejaba siempre de eso, y razón tenía... — Menos mal que el dato sobre el punto de nieve de las claras de huevo no solo había gustado a Marcus, sino también a Judith, que paró su indignación para alabarla. Probó el trozo que Alice le dio y cerró los ojos exageradamente, como hacía siempre que comía algo que le gustaba... O sea, la mayoría de las veces. — ¡Canoli! Eso. Pero definitivamente, el nuestro no tenía crema. — Tendría ricotta, se hace mucho con eso también. — Y pistachos. — Aportó Arnold. — Me acuerdo porque me encantan los pistachos. — Hay una variante... — Y se inició una larguísima disertación sobre dulces y comida italiana y sus variantes mientras devoraban los dulces entre todos.

— Debo tener un porcentaje italiano, definitivamente, señora Adami. — Oy, cariño, llámame abuela Judith. — Arnold rio. — Mi hijo, el que toda la vida pregonó que había nacido en San Mungo, empieza a ser de todo menos inglés: irlandés, francés, italiano... — Y justo fue a contestar pero vio a Lex y Darren cuchichear peligrosamente, para que el segundo dijera. — Yo creo que el porcentaje de dramático italiano lo cumple bastante. — Y ya estaba abriendo mucho los ojos a ver si podía advertir mentalmente a su hermano el legeremante que NI SE LES OCURRIERA ponerle en ridículo con la maldita cancioncita italiana, cuando Tessa, que se había quedado con otro dato, cambió el rumbo de la conversación. — Oh, es cierto, los magos tenéis un hospital. Mi hijo me lo ha contado. — Puso expresión tierna. — Darren y Elizabetta nacieron en el Hospital St. Mary's. — No pareció encontrar complicidad en ninguno de sus interlocutores, que no sabían de qué hospital estaba hablando, así que se aclaró un poquito la garganta y continuó. — Está en Paddington... Nos atendieron muy bien. — Todos asentían en silencio. — ¿Solo tenéis un hospital los magos? — Bueno, San Mungo acoge a bastante población mágica de Londres, sí, pero hay más hospitales repartidos por Inglaterra. Pero San Mungo es el que cuenta con más equipos especializados. — A Tessa y Jerome se les notaba en la cara que querían preguntar cosas, pero no sabían cómo formularlas sin parecer indiscretos. Ya se les adelantó Eli. — Pero en plan, si te rompes un brazo también puedes ir ¿no? — Arnold rio levemente. — Claro. — Bueno, em... — Tessa parecía disimular que estaba un poco azorada. — Nosotros es que no... lo sabíamos, bueno, no... sabemos dónde está y eso. Darren se fracturó el meñique, una tontería, fue jugando con Rudolf. — Bueno, tan tontería no fue, me dolió un montón. — Contestó el chico por alusiones, ofendido. — Y fuimos... en fin, al St. Mary's, aunque es verdad que cuando nos escribió el director Potter y... Bueno, vino aquí, fue muy amable, para explicarnos cómo era el mundo de la magia y tal, porque nosotros no... Con Darren fue la primera noticia. Pero se nos olvidó y... — ¿No sabéis dónde está San Mungo? — Atajó Emma. Tessa se mordió el labio y Jerome miró a su mujer. Darren se aclaró la garganta. — Bueno, es que... en verdad no me ha hecho falta ni nada, afortunadamente. Soy como un roblecito. Iba a decir un bambú, pero en verdad no soy tan flexible, mira lo del meñique... — Darren, ¿cómo no me has dicho que no sabéis dónde está San Mungo? ¿Y si un día tenéis una emergencia? — Preguntó Lex, que estaba recibiendo la información al tiempo que los demás. Darren se encogió un poco.

— Bueno, que no cunda el pánico. — Dijo suavemente Arnold, antes de que el ambiente se tensara más. Fue a abrir la boca, pero Eli volvió a la carga. — ¿Y hay, en plan, fiebres raras que solo tengáis los magos, o también podéis ir a los hospitales normales? — Elizabetta. — Intervino Jerome, echándole una mirada de cejas arqueadas. La chica se extrañó. — ¿Qué? — No seas indiscreta, hija. — Susurró Tessa. Había llegado el momento de Emma de intervenir. — Darren, ¿tienes tu tarjeta sanitaria mágica? — Se generó un silencio. Emma arqueó una ceja. — A los magos de familias mágicas se la dan al nacer en San Mungo, pero me consta que a los magos hijos de muggles se la dan el día que entran a Hogwarts, después del primer reconocimiento de la enfermería. Deberías tenerla. — De repente todos los ojos se posaron en Darren, que se hizo aún más pequeño. — Eeeh... Pues... — Hijo, ¿te dieron una tarjeta sanitaria y no nos la diste? — Jerome alzó los brazos. — ¡Y nosotros pagando el seguro de cinco! Suegra, ya no hace falta que se muera, se va a quedar una vacante. — Pero la broma de Jerome no caló en su mujer, que endureció la expresión. — Tiene que estar... por ahí... — Seguro que la tiene. — Acudió Marcus al rescate, levantándose en el acto. — Darren, vamos los tres y te la encontramos en un rato. Soy un experto buscador, y mi hermano demostró en Irlanda que también. — Bromeó, y pensó vamos a dejar que mamá arregle esto y a sacar a tu novio de aquí antes de que su madre lo mate, frase que Lex pilló en el acto. Miró a Alice y siguió bromeando. — Cronometra, mi amor, verás que no tardamos nada de nada. — Y entre Lex y él se llevaron a un Darren con expresión de extrema culpabilidad hacia su dormitorio.

 

ALICE

Parecía que su novio estaba acostumbrándose al caos, porque mira que aquella merienda no paraba de parecerse cada vez más a un circo, pero ahí estaba él, disfrutando de los dulces, charlando… Y Alice estaba bien a gusto también. Al menos hasta que de repente el tema empezó a virar, y los Millestone no parecían saber cómo abordar el tema de la… ¿medicina mágica? Se incorporó un poco, porque estaba repantigada parcialmente sobre Marcus, y miró a los padres de Darren. Menos mal que no sería por palabras en esa familia. — ¡Claro! Tenemos pociones crecehuesos para eso. — ¡QUÉ DICES! — Saltó la chica abriendo mucho los ojos. — Eso es mil veces mejor que una escayola. — Alice rio un poco y se encogió de brazos. — Duele bastante, pero es rápida, eso seguro… — Pero no iba por ahí el asunto, y Alice no lo estaba comprendiendo. Eso sí, miró a Darren y frunció el ceño. — Ya te vale, con lo fácil que se cura un dedo con magia. — Si te lo llego a decir hubieras querido practicar conmigo. — Ella levantó las palmas de las manos. — ¡Pues sí! Por algún sitio tendré que empezar. — Respondió de vuelta. — Será que no os he cerrado heridas y quitado espinas… — Pero Lex parecía más ofendido y sorprendido que ella. — ¿Cómo no va a saber dónde está San Mungo? — Dijo con una risa incrédula. Pero sí, eso era justo lo que parecía, así que mejor se calló porque se avecinaba un buen choque ahí.

Intentando quitarle hierro al asunto Alice se dirigió a Eli, con una sonrisa tranquilizadora. — Solo las reacciones a elementos que están más alejados de los muggles, algunas enfermedades que pueden transmitir los dragones, por ejemplo, o reacciones a plantas mágicas, intoxicaciones por pociones… — De las maldiciones hablamos otro día, se dijo a sí misma. Pero Emma hizo la pregunta clave, seguida de una broma bastante negra de Jerome que estaba segura de que había tensado medio centímetro más por lo menos a Emma. Afortunadamente, Marcus no tardó en cazar la tensión al vuelo y decidió quitar a Darren y Lex de la circulación. Era la opción más inteligente, desde luego, pero Alice se acercó a Emma más tiesa que una palmera y pensó espero que podamos encargarnos de esto con la poción encima. — Hecho. Empiezo, eh… — Intentó seguir el rollito de Marcus. Igual no le había salido muy bien.

Tessa resopló y se rascó la frente. — De verdad, no quiero que parezca que es que queremos aprovecharnos ni… — Theresa, escúchame. — Dijo Emma. — Tu hijo es un mago. La sanidad mágica es un derecho, no es aprovecharse de nada. — Jerome se encogió de hombros. — A ver, pero es que aquí nosotros pagamos impuestos para tener la nuestra. No sabemos cómo va allí. ¡A ver si me los han estado cobrando todo este tiempo! — Jerome. — Dijo simplemente Tessa, en un tono firme, pero sin levantar la voz, y el hombre cambió también de expresión. La mujer se mordió los labios y tragó saliva. — Cuando se llevaron a Darren, cuando accedimos a cambiar toda la vida que nos habíamos imaginado, fue porque todo parecía muy fácil. Él iba a Hogwarts, desarrollaba una habilidad que ninguno de nosotros tenía, y eso le daba acceso a un mundo mejor. Pero ahora ha salido del colegio y no sabemos qué puede hacer y qué no. Dónde encajamos nosotros en esa vida y hasta dónde podemos llegar y dónde puede llegar él. —

Por primera vez se hizo un silencio pesado en aquella habitación, pero entonces, Arnold se sentó al otro lado de la mujer. — A ver, Tessa… Yo también soy un padre muy preocuposo por sus bebés. Porque para nosotros siempre son bebés, ¿a que sí? — Tessa asintió con ternura, relajando los hombros. Su suegro para eso era único. — Hay muchos nacidos de muggles que combinan su vida original con la que desarrollan, sin ningún problema. Quizá Darren ha estado un poco despistadillo, al final son adolescentes, pero por si él no os lo ha dejado claro: él tiene los mismos derechos que cualquier otro mago, los mismos que yo mismo, sin ir más lejos… ¿Verdad, cariño? — Pues claro. — Dijo Emma con una tranquilidad tremenda. — Es posible que a veces los magos demos por hecho demasiado rápido que conocéis nuestro mundo y sus normas, pero no tenemos problema en explicaros lo que haga falta. — Jerome tomó la mano de su mujer. — A ella lo que le da miedo es que nuestro Darren cada vez esté más allí y menos aquí. — Ya no hay aquí y allí. — Se le escapó a Alice, y todos la miraron. — No hay exactamente aquí y allí. Lex está comodísimo con vosotros, nosotros venimos encantados, y Emma acaba de invitaros a nuestro mundo… Igual no podéis empuñar una varita, pero a todos los efectos es como cuando alguien se va a vivir a otro país. No le pierdes, y menos hoy en día, es solo que tú no puedes usar ciertas cosas de ese otro país porque no hablas el idioma, no estás en su administración. — ¿Y si empieza a vivir allí y quiere volver aquí? — ¡Eli! — Le riñó su madre. — ¡Perdón! Es que yo soy tan indecisa, que igual un tiempo elegiría vivir allí y luego… — Es una duda natural, y me alegro de que la plantees, Elizabetta. — Dijo Emma, levantando levemente la mano para calmar al matrimonio. — Tenemos personal en el Ministerio que se encarga de tramitar documentación muggle si es necesario. Tenemos aurores que se dedican a ser funcionarios muggles para poder ayudar con la mezcla de ambos mundos. — Y hay magos que simplemente se fueron a vivir entre los muggles. — Remató Arnold. Tessa suspiró, pero parecía más tranquila. — ¿Por qué iba a preferir un médico que no tiene crecehuesos? — La vida no es blanco o negro. — Volvió a saltar Alice, sin controlar muy bien el flujo de su discurso. — Mi madre era la hija de una familia MUY maga. Muy poderosa. Cuando era un bebé, se enfermó, y los médicos magos le dijeron que no había cura para ella. Pero su tía, que tenía muchísimo dinero, se lanzó a pagar un médico muggle, por agotar las opciones. Y la salvaron. Temporalmente ¿no? Pero sin un médico muggle yo no estaría aquí. — Se encogió de un hombro. — Se trata de intentar tener lo mejor de los dos mundos, y Darren y Lex pueden tenerlo gracias a todos nosotros. Sin dejar de lado lo uno o lo otro. — Emma la miró y sonrió de medio lado. — Porque quiere ser enfermera alquimista, pero como política sería impagable. — Bromeó Arnold, haciendo asentir a los otros y consiguiendo que se rieran. Esperaba que a Marcus le fuera bien también.

 

MARCUS

Esperó a estar fuera del alcance del oído de los demás, ya en la planta de arriba, para mirar a Darren como si hubiera perdido la cabeza. — ¿¿No le diste la cartilla sanitaria a tus padres en su día?? — El otro entró en el cuarto, diciendo. — Sí, a ver, si es que tiene que estar por aquí, si no hace falta que os molestéis... — Mientras miraba y desplazaba cosas erráticamente. Lex, con el ceño fruncido, se cruzó de brazos. — No tienes ni idea de dónde está. — ¡Oye! Me prometiste que nada de leerme la mente. — No hace falta leerte la mente para saber eso, solo conocerte un poco. — Darren bufó y siguió haciendo como que buscaba. — Que sí, jolín, qué tontería, si estará por aquí... — ¿Por qué no usas el hechizo invocador y ya está? — El otro soltó una risa nerviosa, sin mirarles. — A ver si voy a convocar las vuestras. — Sabes perfectamente cómo... — ¡Bueno, que ya aparecerá! — Ambos hermanos arquearon las cejas. Afortunadamente, Darren no tardó en sentirse presionado (aunque apenas llevaran allí minuto y medio) y confesar.

Se dejó caer en la cama con derrota y dijo. — La perdí en Hogwarts. — A Marcus se le iban a salir los ojos de las cuencas, pero Lex suspiró. — ¿Cuándo? Igual sigue en objetos perdidos... — Fue en primero. — Más se espantó Marcus. — ¿¿Llevas sin cartilla desde primero?? ¿Qué hiciste con ella? — ¡No lo sé! — ¿Nadie te la devolvió? ¿No fuiste a objetos perdidos? — Es que creo que fue en el bosque prohibido. — ¿¿FUISTE AL BOQUE PROHIB...?? — Darren, ¿por qué en todo este tiempo no la pediste? — Atajó Lex antes de que el infarto de Marcus fuera a más. — Tampoco la he necesitado... — ¿Cómo que no? Te fracturaste un dedo, ¿eso no fue en el verano entre segundo y tercero? — Y me curaron en la sanidad muggle. — ¿Y si te hubiera pasado otra cosa? — El otro se encogió de hombros. Lex y Marcus pusieron expresiones demandantes, y Darren se empezó a agobiar. — ¿¿Qué queríais que hiciera?? — No sé, quizás decirles a tus prefectos o a tu jefe de casa en cuanto perdiste la tarjeta que la habías perdido y que te dieran otra, por ejemplo. — Aportó Marcus, sarcástico. Darren se desinfló. — No llevaba en Hogwarts ni dos meses. Al salir de la enfermería con la cartilla en la mano, el tercer día de estar allí, había en la puerta un grupito de Slytherin esperando que empezaron a insultarnos y a decirnos que nuestro cuerpo de muggle no estaba hecho para aguantar la magia, y que no iba a haber sanidad que nos salvara, y que solo queríamos aprovecharnos de sus cosas. Me guardé la tarjeta en el bolsillo y me fui corriendo a mi cuarto, y me olvidé de ella. A saber cuántas veces mandé el pantalón a la lavandería con la tarjeta dentro, de vez en cuando me metía la mano en el bolsillo y allí estaba, y siempre pensaba "la tengo que guardar", y se me olvidaba. Un día fui al bosque prohibido, ¡pero cerquita, por la linde! Iba persiguiendo a unos murtlaps con un par de chicos de mi casa, porque era divertido, y me entretuve viendo lo que había por allí, y en un descuido, uno de los murtlaps se me enganchó al pantalón y me lo rajó. Partió la tela y entre otras cosas, aparte de que se me viera el culito por ahí, rompió el bolsillo. Estoy casi seguro de que la tarjeta se cayó por allí, o se la comieron, a saber. Y ahora, teniendo en cuenta lo que ya pensaban de mí, ¿cómo iba yo, recién llegado a Hogwarts, con el estigma de ser hijo de muggles, y decía que había ido a un bosque que lleva la palabra "prohibido" en su nombre porque estoy persiguiendo a una rata con tentáculos porque "jiji qué graciosa" porque nunca había visto una, cuando los magos los echan a patadas de sus casas, y pedía que me hicieran OTRA tarjeta, cuando ya sentía que prácticamente me habían hecho un favor dándome una? — Se encogió de hombros. — Aún no había estudiado las enfermedades mágicas, así que dije, bueno, pues ya está, voy al hospital de todo el mundo y fin. — ¿Y cuando estudiaste las enfermedades mágicas? — Preguntó Lex. Darren se rascó la nuca. — Supongo que... pensaba que me harían un interrogatorio de dónde la había perdido y me daba más vergüenza reconocer que no la tenía a más tiempo pasaba. —

Marcus suspiró. — Tienes que ir al Ministerio a solicitar que te hagan otra. — Darren le miró como si le hubiera dicho que tenía que pasar por un tribunal inquisitorial. — Es solo un trámite, Darren. — Me investigarán... — ¿Y van a descubrir que te mordió el culo un murtlap en primero? — Ironizó Lex. — Venga ya, Darren, por favor. ¿De qué te van a investigar? No es un delito perder una tarjeta. — No quiero someterme al comentario hiriente de turno, Lex. Lo siento. Ya tuve suficiente con la que me cayó ese día al salir de la enfermería. — Y eso lo había dicho bastante más en serio, aunque sin perder el toque triste. Marcus soltó aire por la nariz. — Mi madre podr... Vale, vale, nada de meter en esto a mi madre. — Recalculó, porque Darren había vuelto a poner cara de quererse morir. Se sentó junto a él en la cama. — ¿Quieres que te acompañe a pedirla? — Darren rodó los ojos. — Uy, sí, eso me encantaría, retrasar tu vuelta a Irlanda porque soy un niño pequeño que necesita que le lleven de la mano a pedir SU tarjeta sanitaria porque no tardó ni dos meses en perderla entre los dientes de una rata con tentáculos... — Yo prefiero decir que tengo más experiencia yendo al Ministerio que tú. — Dulcificó. Le dio un toque con el hombro. — Ya voy a llevar de la manita a mi hermanito pequeño al andén. — Le guiñó un ojo a Lex, quien le sacó la lengua de vuelta. — No me importa, cuando terminemos, pasarme contigo por el Ministerio y solicitar la tarjeta. Y después nos vamos para Irlanda. No tenemos prisa, como si nos vamos al día siguiente. Así descansan un poco más nuestros estómagos, que mi abuela nos espera para seguir cebándonos. — Darren rio. — Gracias... Y ahora ¿cómo se lo digo a mis padres? — De repente, Darren se puso como un tomate, mirando a Lex. — Y a los tuyos... — Yo tengo una idea. — Se giró para mirarle. — La tarjeta sanitaria, de hecho, hay que renovarla a los dieciocho. La que todos los magos tenemos por defecto de nacimiento, o en tu caso la que te dieron en Hogwarts, está vigente hasta un año después de abandonar la escuela, es decir, igualmente tendríamos que haberla renovado en junio. Podemos decir que no la encuentras y que, como de todas formas en unos meses la tendrías que renovar Y ADEMÁS solicitar una especial que tenga cobertura internacional, porque con Lex vas a viajar bastante, que prefieres ser precavido y vas a iniciar ya los trámites. — Hizo un gesto con la mano y una caída de ojos. — Para colmo, vas a quedar mejor. — Darren soltó un suspiro de alivio. — Jo, gracias, cuñi. Ojalá haber sido un Ravenclaw listísimo. — Eso que acaba de hacer es de ser astuto como una serpiente. ¿Tú desde cuando aprovechas las lagunas legales? — Disculpa, pero no he aprovechado ninguna laguna legal. — Alzó un índice. — Lo que he hecho ha sido conocer a la perfección la normativa, tanto que puedo aprovecharla en mi beneficio. Como bien sabríais si alguna de las veces que he hablado sobre normativa y leyes me hubierais escuchado en vez de reíros de mí. — Le dio con el dorso de la mano a Darren en el hombro y se levantó de la cama. — Andando, que tienes un plan que ejecutar. —

Darren bajó las escaleras muy contento, pero se fue desinflando a medida que se acercaba al comedor, y para cuando estuvo en el campo de visión de los demás tenía una cara de culpable que no podía con ella. Todos le miraron en silencio al aparecer, lo cual solo empeoró las cosas. Marcus, sin embargo, estaba a su lado con una sonrisa tranquilizadora, como queriendo transmitirle que él podía hacer eso perfectamente... No sirvió. Darren abrió la boca y, error, cruzó la mirada con Emma, y lo demás ocurrió sin que nadie lo pudiera evitar. — Perdí la tarjeta en primero. Ni dos meses me duró. Creo. No, no creo, estoy bastante seguro. De hecho estoy bastante seguro de que se la comió un murtlap. — La cara de Tessa era, talmente, la de la madre de un niño de once años que acaba de confesar una auténtica barrabasada, pero Jerome puso cara de confusión total. — ¿Un qué? — Emma soltó un suspiro, y Marcus agachó la cabeza. Mejor se sentaba en su sitio, total, no es como que hubiera servido para mucho su intervención... Se equivocó una vez más. — Pero dice Marcus que puedo fingir que no ha pasado nada aprovechando un vacío legal. — ¡Yo no he dicho eso! — Exclamó al borde de un sofoco, alzando los brazos. Ahora el que dio un profundo suspiro de desesperación, echando el cuello hacia atrás como quien pide fuerzas a los dioses, fue Lex. — A ver, Darren, jo...lín, no creía que nadie se pudiera expresar peor que yo. — Ni que lo digas, yo no me he enterado de nada. — Aportó Eli, y para arreglarlo, Judith miró a Tessa y demandó. — ¿Qué es eso de que el niño está haciendo algo ilegal? — Marcus empezó a hacer aspavientos con las manos, ya en colapso, pero Lex detuvo y explicó. — Tessa, a los dieciocho años hay que renovar la tarjeta porque la cobertura solo dura hasta un año después de Hogwarts, y además, Darren necesita la internacional si va a ir mucho de viaje, así que el lunes Marcus le va a acompañar al Ministerio a hacer los trámites, y como tiene que tener registro allí como ciudadano mago, la tarjeta antigua probablemente no se la pidan. Y sí, la perdió, y no cayó en pedir otra porque vive en las nubes, pero eso no hace falta que te lo diga yo. — Darren se encogió con carita de santo, y Lex continuó. — Pero vaya, que tiene arreglo. Y para cuando la tenga, excursión a San Mungo para que sepáis dónde está, aunque seguramente vosotros veáis otra cosa porque tendrá algún hechizo y eso, pero vamos, que os lleve. Ea. — Y se sentó. Tessa miró con reproche a Darren y, para no darle más vueltas al tema, se limitó a decir. — Vaya tela, hijo... —

 

ALICE

Tessa dejó escapar un suspiro de alivio y su madre le frotó un brazo. — ¿Ves, tonta? Y tú toda nerviosa por si a tu familia mágica les parecíamos intolerables. — Todos se giraron hacia ella de golpe y casi sin respirar. — Ay, ¿qué he dicho ahora? — El silencio se mantuvo. — ¿No era evidente? — Y entonces Darren apareció por allí con cara de muerto y Alice suspiró fuertemente. No, esto no estaba saliendo bien, intentar tener un plan con los Millestone era más que absurdo. Cuando la madre de Darren se giró, vio lo mismo que estaba viendo ella y empezó a decir. — Y ahor… — Pero su cuñado no le dio tiempo a terminar y soltó lo que había pasado. Bueno, para ser sincera no le sorprendía tampoco mucho.

Tampoco le sorprendió la acusación traicionera, aunque claramente no malintencionada, de Darren hacia Marcus, porque estaba bastante claro por la reacción de su novio y por las propias palabras de Darren que eso no era exactamente así. Pero el que la sorprendió completamente fue Lex. Primero, cómo se frenó con el taco, no conocía esa faceta de su cuñado, y tuvo que asentir en reconocimiento. Y luego, que realmente lograra poner tranquilamente toda la información sobre la mesa sin mayor problema. Solo pudo asentir y decir. — A saber a cuántos les ha pasado. — Jerome levantó los brazos. — ¡Si es que somos de naturaleza despistada! Yo una vez me llevé a otra niña que no era Eli. Se había subido en su carrito y fíjate, menudo jaleo luego con la policía. — Tessa se tapó la cara con las manos y se apoyó en la mesa. Y entonces Emma carraspeó, y hasta los perros entendieron que había que guardar silencio. — A ver. Veo que, por algún motivo, todos hemos venido nerviosos hasta la raíz a este encuentro, y quien no lo estaba, se ha puesto después de un rato y de los distintos rumbos que ha tomado esta conversación. — Tomó un trago de un vasito de agua que tenía enfrente y se encogió de hombros. — Y, la verdad, ahora no entiendo por qué. Yo creo a veces que la gente va a pensar que… soy distante, o borde, o doy miedo. Y vosotros, por lo que veo, teníais miedo de lo que pudiera significar la magia en vuestra vida o de que nosotros os juzgáramos, pero… no hay nada que juzgar. Sois una familia perfectamente funcional, si bien distinta a nosotros. — Perfectamente funcional, en lenguaje de mi mujer, quiere decir “muy bonita”. — Dijo Arnold con una risita. Todos rieron un poco y Tessa sonrió agradecida. — No, si a mí me parece lo más bonito que se me puede decir, porque en lo que más trabajamos es en intentar ser funcionales. — Todos lo hacemos. — Intervino Alice, alargando la mano a Marcus y dejando un beso sobre ella. — Yo por mi parte estoy nerviosa porque he dejado a mi hermano con mi padre. Y en el fondo, sé que va a estar bien, pero no puedo evitar pensar que me estoy equivocando permanentemente en algo. — Pues ya que estamos de confesiones. — Saltó la abuela. — Creo que aquel chocolate que me sentó mal por culpa de la leche… estaba bien. Pero puede, a ver, igual, no lo tengo claro, eh… Pero creo que la leche estaba caducadillla. — Ay, abu es que las gafas… Hay que revisártelas. — La pobre abuela, y nosotros burlándonos. — Saltaron los dos nietos automáticamente yendo a abrazarla, y ella poniendo cara de víctima de una tristeza feroz. Tessa les miró con cara de circunstancias y dijo. — Está peor educada que los perros, como podéis comprobar. — Y les dio la risa, claro, porque la escena era genial

— Y respecto al miedo que ambos mundos parecemos creer que el otro tiene… — Dijo Arnold con tono juguetón. — Solucionémoslo. Somos dos familias que les gusta hablar y hacer juegos. — Bueno, papá, yo ya he hablado bastante hoy, si te soy sincero. — Trató de frenarlo Lex. — Vamos, vamos, escobillo, no vayas en contra. — El aludido le miró parpadeando. — ¿Escobillo? — ¡Esa me ha gustado! ¡Y lo podemos pasar al italiano! ¿Eh, Tess? ¡ESCOBELLO! — Arnold rio con ganas a la broma de Jerome, pero hizo un gesto con las manos. — A ver, me explico. Qué tal si cada uno dice una asunción que había hecho sobre los magos o los muggles, sabiendo que lo decimos por completo sin malos rollos, y así derribamos mitos, o los explicamos en lo que significa para cada uno de nosotros. —

 

MARCUS

Iba a acabar con un amago de infarto después de esa quedada, porque entre las luces de Darren y la confesión de Jerome sobre haberse llevado un día a otra niña que no era la suya (por ende, a saber dónde había dejado a la suya) … Pidió inútilmente a los dioses que esa historia no fuera cierta por el bien de su cabeza. Menos mal que su madre decidió hacer un alto antes de que aquello desbarrara más. Realmente, Marcus también había ido un poco nervioso a aquella cita, pero más por la presencia de múltiples animales (no, no venía curado de espanto de Irlanda), por el bienestar de Lex (aunque solo al llegar había comprobado que era absurdo preocuparse por eso), por no saber lidiar con la cantidad de conversación de Elizabetta y Judith o por cómo reaccionaría su madre. No eran pocos motivos, pero había dejado de lado los posibles choques culturales: por lo que Lex le había contado y él había presenciado, era una familia comprensiva y abierta de mente, y solo había que conocer a Darren para saber que no podía venir de un entorno hostil.

Sonrió a su novia, y él prefirió no confesar, porque no le parecía muy educado decir "yo estaba nervioso por los perros y los pájaros sueltos por ahí". Igualmente, Judith no dio mucho margen, y aunque al principio se estaba aguantando la risa con la confesión, tuvo que abrir los ojos exageradamente cuando dijo lo de la leche caducada. Miró de reojo a Lex y pensó pero eso es peligrosísimo, sobre todo para gente que no tiene pociones purgativas, pero Lex se limitó a encogerse de hombros con expresión resignada.

Muy al caso con la línea de pensamiento de Marcus sobre cómo solucionarían los muggles ese tipo de problemas, su padre propuso un juego. A Marcus por un lado le pareció una idea fabulosa: serviría para que aprendieran los unos de los otros. Pero por otro, una parte de su siempre educado y protocolario ser temía ofender a esa gente tan buena, porque... Bueno, él no se consideraba un clasista mágico, pero... Vale, tal vez un poco sí. Pero no con las personas, nunca con las personas. Simplemente... le parecía bastante obvio que los magos eran... superiores a los muggles, por el poder que tenían. Pero no como personas, sino como... Bueno, no sabía explicarlo, simplemente no quería decir algo que pudiera ofender. — ¡¡Yo empiezo!! — Se adelantó Eli, feliz. Carraspeó y miró hacia arriba, pensando, y luego empezó a decir. — Yo nunca... he... Mmm... — Darren y Lex la miraron con tensión, y Tessa con el ceño fruncido. Darren carraspeó. — Hermanita, no es... así como... se formula la frase. — ¿No es el...? — Y Darren negó rápidamente con los ojos muy abiertos. Más fruncía el ceño Tessa. — Aaahh... queeee... La frase se dice... — Fingió la chica muy artificialmente, como intentando arreglarlo en base a hacerse la tonta. Claramente se había equivocado de juego. Marcus miró a sus padres de reojo: Arnold se aguantaba una risilla, aunque también miraba con cierta preocupación a Tessa; Emma estaba fingiendo no estar allí, lo cual era mala señal, porque quería decir que había pillado por qué Eli se había confundido de juego y sabía qué juego era, pero no le hacía gracia.

— Con razón me estaba costando, la he dicho al revés, jeje. — Y Darren y Lex rieron con ella muy forzosamente. Marcus miró a su hermano. Parad, que está quedando más forzado todavía, y Lex paró discretamente y le dio un toque por debajo de la mesa a Darren para que hiciera lo mismo. — Pues yo pensaba de los magos... — Recondujo la chica por fin. — ...Que ibais todos vestidos con túnicas con estrellitas y las brujas así de negro y con gorros de pico. — Eso levantó varias risas y Marcus dijo. — Ya nos dimos cuenta en Halloween de que ese era el imaginario colectivo. — Aunque, señora O'Donnell, yo creo que a usted un gorrito de pico le quedaría fantástico. — Al menos eso hizo a su madre reír. — Gracias, puedes llamarme Emma, por cierto. — ¡Guay! — Y tiene sombreros. — Delató Arnold, a lo que la chica abrió mucho los ojos y aspiró una fuerte exclamación. — ¿¿¿DE VERDAD?? — Emma rodó los ojos con una sonrisilla y su marido siguió. — Creo que no son al cien por cien como vosotros imagináis, pero sí que hay muchos magos y brujas que llevan esos sombreros, solo que no son todos iguales, hay muchos estilos. Y os aseguro que mi padre viviría dentro de una túnica con estrellitas si mi madre le dejase. — Eso hizo reír a todos. Marcus se animó. — A mí me encantan las túnicas, las hay muy elegantes. — Mi hijo es que es un señor importante antiguo. Yo soy más moderno. — Bromeó Arnold, y luego señaló a Lex. — Y aquel ha salido a mí. — Es verdad, yo odio las túnicas. — ¡Jolín! Entonces tú me tenías engañada. — Eli le dio un empujoncito a Lex. — Yo creía que nadie las llevaba porque tú siempre vas vestido normal. — ¡Pero si yo tengo las túnicas del uniforme! — Dijo Darren, pero su hermana se encogió de hombros. — Ya, pero es que eso es un uniforme, no vale. Y no tienes gorrito con pico. — Emma la miró. — Tengo un gorro de cuando era adolescente, muy bonito y escandalosamente caro, porque así era mi familia, pero que ya para mi gusto es muy juvenil y nunca me pongo. Te lo regalo, si quieres. El próximo día que nos veamos te lo doy. — Eli puso cara de absoluta ilusión. — ¿¿De verdad?? — Pero si es caro, Emma... — Se apuró Tessa, pero la mujer hizo un gesto con la mano. — Es de esas cosas innecesariamente opulentas que hacía mi familia. Estaba de moda en los setenta, ya no, y además es de adolescente, no me queda bien, y no tengo hijas. Y me da que no es del estilo de mi hija adoptiva. — Dijo con un gesto hacia Alice, haciendo a todos reír. — Dudo que Eli lo quiera para ir al instituto. Lo puede guardar de recuerdo de su familia mágica, como una reliquia. — Su madre había querido tener un gesto bonito con la familia, un puente para dejar claro que había unidad, pero Marcus estaba convencido de que un gran porcentaje de la decisión lo había marcado las ganas que tenía de deshacerse del dichoso gorro.

— Venga, voy a confesar yo. — Se animó él. — Reconozco que siempre pensé que la vida muggle era mucho más rudimentaria que la nuestra, más difícil al no tener magia. — ¡Uy, hijo! Te digo yo que recoger la cocina sin una varita como las vuestras es mucho más difícil, que tu novia lo ha limpiado todo en un segundito. — Afirmó Judith, y todos rieron. — Me refiero a que recuerdo cuando de pequeño fui por primera vez a un barrio muggle y a una tienda. Claro que creo que no pasamos por la parte electrónica, estoy convenido, porque me acordaría. Pero vi que las escobas se usaban para barrer... — Hubo una risa generalizada entre el sector muggle de la familia. — Perdona, cariño. — Dijo Tessa. — Pero es que lo de usar las escobas para volar es algo que, aun teniendo ya un jugador de quidditch en la familia, todavía no nos cabe en la cabeza. — ¡Ay, mi suegra, que Dios la tenga en descanso, si hubiera visto eso! Me acuerdo yo de jovencita de verla darle de escobazos en el trasero a mi Adolfo por meterle una cabra en casa un día y llenárselo todo de barro. ¡Cómo daba con la escoba la señora! Si hubiera podido volar con ella, no se hubiera librado nadie en Lucca de un golpe suyo. — Volvieron a reír. Marcus se vino arriba. — ¡Es que es un choque! Y veía tanto aparataje para cosas que nosotros simplemente hacemos con magia... — Puede que eso sea un poquito verdad. — Dijo Tessa, mientras todos reían. — ¡Ay! ¿Le gustó a tu abuela el robot? — ¡Le encantó! — Respondió a Eli. — Mira, adjudicado: un día, Lex nos hace una clase de cómo se monta uno en una escoba, y nosotros a vosotros una de cómo se barre. — Propuso Jerome, y ahí sí que se echaron todos a reír.

 

ALICE

Daba gusto proponer cualquier cosa en casa Millestone, aunque, para variar, no podías fiarte demasiado de que no la liaran en el último momento. Tuvo que guardarse una risa, y vio a Lex negar con la cabeza ante la situación que había planteado Eli sin querer, mientras que Darren, una vez corregida la chica, se quedaba expectante por si tenía que intervenir. A ver, en la sala común de Hufflepuff jugaban al “yo nunca” el martes más aburrido del año a la hora del té, no estaba familiarizado con cómo reencauzar la situación delante de nada más y nada menos que tres exprefectos, y ninguno de Hufflepuff.

Pero Eli, como seguía a lo suyo, siguió con su percepción, toda divertida, hablando de lo que claramente le interesaba a ella que era la moda, y a Alice le hizo reír mucho. — Yo me disfracé de ese tipo de bruja en Halloween cuando fuimos a Shoreditch. — ¡AYYY! Yo cuando era pequeña también me disfracé así una vez, qué genial. — Eli te hacía fiestas de lo que hiciera falta. Pero la conversación viró hacia Emma, y a Alice cada vez le costaba más aguantarse la risa. Vamos es que le parecía estar viendo el dicho sombrero. Se inclinó hacia su novio y susurró. — Imagínate la cara que pondría Anastasia Horner si se enterase de dónde ha acabado su sombrerito impuesto. — Y tuvo que contenerse una vez más. Pero es que no quería romper el momento, ni hacer creer a Tessa que se reía de ella, aunque tenía una actitud muy graciosa respecto a lo del sombrero. — Nuestro profe de Historia antigua iba así. — ¡Ay, por Merlín! — Dijo Lex llevándose las manos a la cara. — Qué clases hemos pasado tú, Poppy y yo con Ferguson, Galita mía… — ¿Y Marcus no? — Preguntó su suegro. Darren se mordió el labio inferior y se encogió de hombros. — Él estaba allí, sin duda, pero él era muy cumplido y atendía siempre. — ¿Y Alice no? — Ella levantó las palmas. — A veces sí y a veces no. Ferguson podía ser la persona menos didáctica del mundo. — Lo era ya de joven… — Le sorprendió Emma. Todos la miraron alucinados. — Que conste que yo siempre estaba calladita y atenta. Pero era insoportable. —

Marcus se animó y ella se quedó mirándole sonriente. Qué orgullosa se sentía de la actitud de su novio. Y lo de las escobas le pareció supertierno y, como siempre que estaba con muggles, se echaron a reír con lo de las escobas para limpiar. Pero se adelantó a negar a lo de Jerome. — Lo de barrer pase, pero de montarse en la escoba nada. Este verano sin ir más lejos, fuimos al museo del quidditch y Marcus y yo casi acabamos boca abajo colgados del palo. — Tú sin el casi. No hagas caso, JM, yo te enseño, y tú tenías moto de joven, verás como se te da bien. — Intervino Lex. — ¿Qué es moto? — Preguntó Emma, un poco envarada. Apostaba que esas maneras de dirigirse a un suegro no le acababan de parecer correctas. Los muggles se miraron. — Es difícil de explicar, pero si habéis paseado por Londres, las habrás visto. — Yo las odio. Cuando Tessa empezó con este, mi Adolfo le prohibió salir con él si iba a montarse en la moto. — Es un vehículo. — Retomó una colorada Tessa. — De dos ruedas, y que no tiene puertas, se maneja con un manillar. Ciertamente, la forma de montarse y la estabilidad es un poco la de una escoba. — Jerome suspiró y se llevó una mano al pecho. — Ah… Un motero nunca muere. Ahí la tengo en el garaje. Pero reconozco que son peligrosas, sí, por eso me alejé de ello. —

— Pues… ya que estamos… — Tessa inspiró. — Cuando nos explicaron lo del secreto mágico… a mí me dio la sensación de que tenéis un miedo que ya… se pasó en la Edad Media. Bueno, quizá no tan atrás, pero… El mundo está cambiando para cosas que mi madre ni imaginaría cuando era joven… ¿Por qué no hacer un acercamiento? Me parece que nos tenéis mucho más miedo del necesario. —  Emma se quedó callada y Arnold estaba un poco atascado, a juzgar con su cara, así que intervino Alice. — Controlar nuestros poderes es muy complicado. Para nosotros mismos. Vivimos intentando controlar y entender las fuerzas oscuras que pueden arrastrar, ni siquiera conocemos bien nuestros límites… Y los muggles sois muuuuuchos más. Tenéis gobiernos más grandes y poderes más importantes. Ya no nos quemarían en la hoguera, ya, pero… ¿para qué querrían usar nuestros poderes? ¿No te da… un poco de miedo? — Tessa la miró con tristeza. — En Nueva York, los Lacey nos contaron qué pasó en el 11-S, vimos el sitio desde el Empire State… ¿Cómo sería todo ese conflicto si encima estuvieran implicados poderes como los nuestros? — La mujer asintió y les miró. — Tenéis razón. Realmente, con que queráis mezclaros con nosotros, tendré suficiente. —

Alice aprovechó el tirón de la conversación. — A mí hay algo que nunca me queda claro. — Les miró a todos muy seria. — ¿Lo que hay en la tele es real o no? — Y todos los muggles estallaron en risas. — ¡Ay, cariño, qué pregunta más buena! — La respuesta es casi nada. — Contestó el matrimonio. — ¡Menos las noticias de la BBC! — Y los realities de MTV. — Añadieron la abuela y Eli. — Eli, hasta yo sé que de realidad no tienen nada. — Dijo Lex. — ¿Y los conciertos de los Back Street Boys grabados tampoco? — De hecho, los editan, peque. — Le indicó Darren. — Vais a tener que explicarme toda esta jerga. — Pidió Arnold. — Y los anuncios también son de cosas de verdad. — La abuela seguía a lo suyo. — ¡Ay, mamá! Esa es la mentira más grande de todas. —

 

MARCUS

Se tuvo que tapar la boca para disimular la risa por el comentario de su novia. Revisando que los demás estaban a lo suyo, se inclinó a ella y respondió. — De repente me han entrado muchas ganas de ir a casa de mi abuela. — Y se aguantó la risa otra vez. Oh, desde luego que iría a la puerta de los Horner solo para enseñarle a Anastasia, en su lustroso sillón, una foto de Eli en la caótica casa Millestone portando el ridículamente caro gorro que le había impuesto a su hija.

Miró a Lex con advertencia. — No creo que sea necesario el experimento. — Ya le daban a él mismo, que era mago y llevaba desde los cinco años montando en escoba, verse subido en una, como para intentar subir a muggles. Las motos sí que las identificó de su recuerdo, en Nueva York las había por miles, y aparte de absurdamente ruidosas, le parecieron tan peligrosas como las escobas... O sea que ya mismo iba a estar su hermano queriendo subirse a una.

Le tocó el turno a Tessa, y puso una mueca con los labios, porque tenía que reconocer que ahí le había pillado de lleno. Marcus se había relacionado con muchos hijos de muggles en Hogwarts, pero en el ambiente muggle no terminaba de sentirse cómodo: los Millestone eran geniales, pero estaba convencido, en su fuero interno, de que eran la excepción, y ni que decir tenía cómo se había puesto de tenso cuando apareció el cura ese en Irlanda. Todos se quedaron muy callados, sin saber bien qué decir. No es que no se le ocurrieran motivos, pero... estaba pensando cómo los podía formular sin ser ofensivo. Alice se le adelantó, y la explicación no pudo ser más acertada, no solo porque decía toda la verdad, sino porque lo había dicho desde un punto de vista respetuoso. Eso sí, lo de para qué podrían usarles hizo que le recorriera un escalofrío. — Os aseguro que si todos fueran como vosotros, no habría división alguna. — Dijo de corazón, y eso gustó a la familia, pero sobre todo, por la expresión de su rostro, al que más gustó fue a Lex.

Eso sí, el debate que originó Alice con la televisión le interesaba, y Darren se estaba riendo solo con verle la cara de miedo. — Marcus va a agradecer esta aclaración. — Yo NECESITO que se me explique cómo se hace si realmente es falso. — Se giró hacia ellos. — Verán, un día pasando por una tienda muggle... — Otra vez la misma anécdota. — Suspiró Lex entre risas, y mirando a los demás, se hizo sin permiso con el relevo de la conversación. — Vio la película de Náufrago y se creyó que era de verdad. — Notó, ofendido, cómo todos habían hecho amago de partirse de risa pero se habían contenido porque no pareciera que se burlaban de él. Marcus echó aire por la nariz, necesitaba defenderse. — Me dicen que eso está grabado, pero ese hombre claramente estaba solo, y MUY desmejorado. ¿De verdad me están diciendo que le están viendo así de escuálido y quemado por el sol y los que supuestamente graban, y digo supuestamente porque insisto en que allí no había nadie, no hicieron nada? — Todo era maquillaje, cariño. Bueno, el actor sí que perdió mucho peso de verdad, pero es parte de su trabajo. — Explicó Tessa con dulzura, pero Marcus acababa de encontrar una laguna que pensaba aprovechar. — ¡Ah! Sé que todo lo que usáis va por electricidad, y que las cámaras esas, porque he investigado... — Incidió, mirando a Lex y Darren, como si alguien dudara de que Marcus investigara todo aquello con lo que se iba topando en su vida. — ...Van con un cable enchufadas a la electricidad. Si realmente eso era mentira, ¿dónde estaba enchufada la cámara? Porque eso era una playa, no, os digo más, una isla diminuta. ¿Me estáis diciendo que en una isla en mitad del océano hay enchufes? ¿Dónde? ¿En las palmeras? — Eli le miraba boquiabierta y con las manos en las mejillas. — Jolín, sí que no saben nada de nada de la tele. — Marcus, que seguía demandando respuesta, sacudió la cabeza, desconcertado, pero Jerome se levantó dando una palmada. — ¡Marchando una sesión de tele! Hay que poner a esta familia al día. — ¿¿Pero qué hay de lo de la isla y la electricidad?? — Insistió él, que ya veía a todo el mundo levantarse y sin que nadie le diera una explicación. Judith, con una risita, se había acercado a él y se le agarró del brazo, como si fuera necesario ir agarrados del comedor al salón. — Es un plató de televisión, hermoso. A mí tampoco me cabe en la cabeza, en mis tiempos se estaba prácticamente creando la Metro Goldwyn Meyer, y eso era, ¡oh! Qué maravilla, y ahora lo ves y los jóvenes dicen que se ve muy artificial, pero para nosotros, ¡eso sí que era magia! ¡Cómo le gustaba a mi Adolfo el spaghetti western! Lo veíamos tooooodas las tardes. A mí el que me gustaba era Rock Hudson, pero él era más de Burt Reynolds, y además... — Si el objetivo de Judith era aclararle, le estaba liando más. Y seguían sin hablarle del náufrago.

Cuando se quisieron dar cuenta, llevaban más de una hora delante de la tele, que tenía muchos canales, por cierto, y al parecer era una especie de hobby saltar de uno a otro (lo habían llamado "zapping"). Después de un rato de "zapping" en el que vieron tantas cosas distintas que iban a necesitar mucho tiempo para explicárselas (entre ellas lo que parecía un reportaje sobre lobos que a su tía Erin le habría encantado pero que no hizo ninguna gracia a los perros, a juzgar por la reacción), se detuvieron en un canal porque Eli pegó un bote en el sofá, y Darren otro, emocionados como si hubieran visto a un famoso. — Y eso es Temptation Island. — ¿¿Más islas?? — Escucha. Es estadounidense, y es... — Otra película. — Interrumpió Darren, mirando de reojo a Lex. Marcus le miró confuso. — Sí, vas a ver. Es otra película en una isla, como la de Náufrago, solo que esta es una comedia así como romántica y picante. — Pues no sabía si quería ver algo "picante" con sus padres delante, la verdad. Los Millestone ocultaban risitas, y la abuela también parecía perdida. — Ay, hijo, yo estas cosas de los jóvenes... — Mira, esa es Holiday. Es una lianta, va a por todos los tíos con novia. Qué fuerte, vaya. — Eli estaba metidísima en la trama. Marcus vio de repente lo que le interesaba. — ¡¡Mira!! ¡Ahí sí se ven las cámaras! ¡Pero en la otra película no se veían! — Es que esta es muy mala. Está mal hecha, por eso se ven las cámaras. — Dijo Lex, pero algo le decía a Marcus que ocultaban información. Darren chistó. — Que no, que no es mala, lo que pasa es que es un falso documental. Es un estilo artístico de la televisión. Te ponen las cámaras a posta. — Esto es mucho más complejo de lo que creía. — Reconoció Arnold. Ni que lo dijeran, estaba perdidísimo.

— ¡Uf! ¡UF! ¡DANIEL! — ¡OH, POR DIOS! — ¡Es que no lo aguanto! ¿Eh? ¡Que lo echen ya! — Eli y Darren se habían metido en un acalorado debate. De repente, el chico aspiró una exclamación. — ¡¡Que se está magreando con esa tía!! — Hijo, por favor, usa un vocabulario más adecuado. — Interrumpió Jerome, añadiendo. — Se dice "esa señorita". — Qué fuerte, vamos. — Eli pasó por alto la broma mala de su padre. Debía estar más que acostumbrada. — Veo yo a mi novio hacer algo así... — ¿Pero esa no es su novia? — Preguntó Marcus. Negaron. — Esa es Betty, que la pobre es que está pilladísima, no sé de qué, porque vamos, vaya capullo. Él está con Britney. — Con Britney H, no con Britney B. Britney B es del grupo de las solteras. — Vale, era caótico, pero poco a poco lo iba pillando. — ¿Y a quién se le ha ocurrido un guion tan enrevesado? — Pero los hermanos estaban tan entusiasmados dándoles explicaciones que se dejó contagiar. Y a ver, la película, o el documental o lo que fuera, le parecía de... mal gusto, ciertamente. Chistó. — Eso no enseña unos buenos valores. ¿Es que no hay ni una sola pareja que se quiera? — ¡Menos mal que el muchacho lo ha dicho! — Se indignó Judith. Tessa puso una mueca de desaprobación. — La verdad es que no me gusta lo que transmite este programa, chicos, ni que lo veáis... — ¡¡QUE VA CASSEY QUE VA QUE VA!! — Jerome se había apoderado de un bol de frutos secos y estaba enganchadísimo, y su llamada invocó a los hermanos de nuevo, que empezaron a soltar chillidos de motivación mientras la tal Cassey se acercaba como un miura a otra chica y directamente la agarraba del pelo y tiraba, para espanto de Marcus, que se tapó la boca con las manos. Se montó una pelea espectacular, con todo tipo de gritos. — ¿¿Pero a quién se le ha ocurrido esto?? — Alucinó, y Tessa bufó fuertemente. — ¡Chicos! Basta ya, decídselo ya. — Miró confuso. — ¿Decirme el qué? — Es un reality, memo. — Respondió Lex, con Darren y Eli debatiéndose entre morirse de risa y no perder puntada de lo que decían los demás. — ¿Un qué? — ¡Que viene la hoguera de la confrontación! ¡Callaos todos! — Pidió Eli. Atendieron a un espectáculo ridículamente dramático de un chico llorándole a mares a, supuestamente, su novia, cuando en otra imagen (Arnold no entendía cómo iba lo de editar vídeos y él tampoco) se le había visto en actitud considerablemente obscena con una a la que, según decían, había conocido apenas el día anterior. Cuando acabó, como si fuera un entendido, bufó. — Ese actor no me ha convencido nada, la verdad. Era bastante malo. — Y más risas. Tessa chistó. — ¡Ya basta! Marcus, cariño, no es una película. Es un concurso. — Parpadeó. — ¿Un concurso de qué? — Porque él no había visto ninguna pregunta y respuesta, ni acertijos ni pruebas, solo gente bailando, besándose y toqueteándose, y luego llorando y peleándose por ello. La mujer suspiró. — Un concurso de todo lo que no debería transmitirse en televisión. — Son parejas que van a poner a prueba su relación. — Especificó Eli. — Y entonces se mezclan con solteros para... — Y lo que vino a continuación sí que le pareció el guion de una película, pero de terror.

— ¿Me estáis diciendo... que eso... que esa gente...? — No, no son actores; no, no es mentira, supuestamente es verdad; sí, lo que ves es una cámara grabando a gente real. — Se le cayó la mandíbula al suelo. Darren rio. — Apuesto a que hubiera preferido que fuera verdad lo del náufrago... — ¿¿¡¡Pero cómo emiten eso en televisión!!?? — Se escandalizó, hasta se puso colorado y le entró calor. ¿De verdad habían estado viendo a gente REAL toquetearse DE VERDAD y ser infieles a sus parejas DE VERDAD y estaban ahí RIÉNDOSE?? ¿¿Pero acaso habían perdido el juicio?? — ¿¿Y cómo que "poner a prueba su relación"?? ¿¿Pero cómo...?? — Es que ni atinaba a reaccionar, eso sí, los demás estaban atinando mucho a reír.

 

ALICE

No, si sabía ella que lo de la televisión daba para debate. Le llamó demasiado la atención durante su estancia con Hillary en tercero, y no lo había olvidado, ella tenía que explorar, ¿y qué mejor momento? Además, así Marcus se quedaba tranquilo con que aquello no era verdad. Y claramente se estaban perdiendo muchos datos, porque hasta Eli, que no debía estar en su prime de concentración por su edad y su despiste natural, se daba cuenta de cosas que ellos no. — A mí no se me había ocurrido ni lo de enchufar las cámaras. — Admitió. Qué complicado todo.

Obviamente, la acción se movió hacia la tele, aunque Alice estaba cada vez más confusa con las informaciones, porque eso del plató la había dejado a cuadros, y la abuela Judith soltaba datos así al aire, aunque nada era comparable al zapping. El cerebro le daba vueltas, e internamente estaba rezando al poder más grande del mundo porque ningún Gallia pusiera las manos sobre la televisión, porque esa sobreestimulación acabaría con la psique de su familia.

Finalmente, se decidieron por otra movida de islas, pero en cuanto vio las pintas de los integrantes, supo que ese producto no iba a caer bien en los O’Donnell (a excepción de Lex, Lex se lo estaba pasando en grande). Y siendo todo eso cierto, sí que parecía una lianta esa Holiday. Aunque había una cosa que le llamaba… — Qué cuerpo más raro… — Dijo, a falta de una expresión no ofensiva. — Es porque está operada. — Dijo Tessa, con pesar. — ¿Cómo lo sabes? — Preguntó ella con genuina curiosidad. — ¿Ves sus…? — ¡SÍ! — Dijo demasiado entusiasmada. Es que era justo la parte que más le había llamado la atención. — Pues ya ves que no son normales. Es que se las ha rellenado, para que se vean más grandes y… tiesas, a falta de una palabra mejor. — ¿Cómo rellenado? — Preguntó Arnold horrorizado. — Sí… Con silicona. — ¿Y no es tóxico? — ¡Qué va! Y también se la ponen en los labios y el culo. — ¡Eli! Esa boca… — Eli podía estar a varios frentes, no podía también cuidar el vocabulario. Además, ahora mismo era lo que menos les importaba. — ¿Pero es permanente? — Preguntó ella. — A ver, se pueden quitar, pero es otra operación. La mayoría se los deja, aunque es una cosa bastante nueva, quién sabe si en unos años se los estarán quitando todas. — Contestó Tessa, sin cambiar la expresión de desesperanza. Alice parpadeó. — No entiendo nada. — Eli se giró. — A ver, tía, ¿estás viendo eso? ¿Tú estarías segura saliendo con esos bikinis en la tele? — Negó rápidamente. — No me pondría ese bikini ni en una playa privada. — Bueno, igual ahí sí, pero no es el caso. — ¡Pues eso! Tienen que ponerse buenorras. Anda, atiende que no te enteras de qué va el programa. — La película… — Insistió Darren.

La cosa es que algo en el formato le hacía pensar que… era definitivamente distinto a las películas que había visto con Hillary, incluso distinto a las telenovelas. Pero bueno, quizá de eso iba el asunto, de que había muchos tipos de películas. Y este en concreto levantaba pasiones entre los hermanos Millestone, aunque no podía decir lo mismo de Emma, a quien prácticamente veía rechinar los dientes, ni de Arnold, que estaba aún horrorizado con las dichas operaciones, ni de Tessa y la abuela, que claramente no aprobaban aquel contenido. Desde luego, sería para escandalizar a los magos muy magos sangre pura, o más bien para enseñarles que, al menos, los muggles hacían esas cosas delante de todo el mundo y no de tapadillo. — Pero eso será porque ya no se quieren. — Concluyó ella. — Y como guion, me parece pobre. — Oía risillas contenidas por ahí, así que se cruzó de brazos indignada. — Es que me parece hacer sufrir a otra persona porque sí. Y encima con esas tías tan raras, que además de las operaciones, parece que han estado al sol muchas más horas de lo que es recomendable. — Es bronceador artificial. — Alice dejó caer las manos, desesperada. — ¿Es que no tienen nada de verdad? — Casi nada. — Confirmó Lex, entre risas. — Pues vaya argumento… —

Lo que no se vio venir fue el agarrón entre las chicas, y hasta Emma profirió un grito ahogado de indignación. Pero menos aún se vio venir que eso era… ¿un concurso real? — ¿Pero como va a ser real? ¿Quién se prestaría a eso? — Conozco un par del Ministerio que estarían interesados en las operaciones de la tal Holiday. — ¡Pero Emma! — Contestó Arnold escandalizado. — Es claramente un contenido soez y centrado en la heteronormatividad de hombres y mujeres irreales. De eso hay también en el Ministerio, solo que no lo van enseñando. — Claramente ninguno salía de su asombro, y Marcus menos que ninguno, que había visto su mito del amor de pareja completamente derribado en aquella circunstancia. — ¡Bueno! ¡Se acabó! ¡Eli! Trae mis películas. — Mamá, que esas duran una barbaridad. — Cállate, Theresa, que voy a enseñarles cuando, en el Mago de Oz, Dorothy llega a Oz y conoce brujas que hacen magia, como ellos, y cantan “Somewhere over the rainbow”, eso sí que es bonito. Todo sea que esta buena gente ahora se lleve la imagen de que la tele solo es esa basura. La Metro hizo esta película, y fue la primera en tecnicolor, y bien bonita se veía la carretera amarilla, y la ciudad Esmeralda, y las trenzas de Judy Garland. — Todos miraron a Emma, que suspiró y se acomodó en el sofá. — Pero luego nos vamos. Al menos tendremos una imagen más bonita que todo ese horror. — Mamá. — Dijo Lex, haciendo que todos le miraran. Y para su sorpresa, puso media sonrisita traviesa y dijo. — A ti te ha gustado la tele. —

 

MARCUS

La cara con la que Marcus miraba a Tessa y a Alice durante su conversación sobre el cuerpo de la chica (sí que era un poco... ¿excesivo? Como si tuviera más acentuadas de la cuenta... las... distintas partes que lo componen) como quien presencia un accidente: con expresión de terror. De repente, su maldito cerebro siempre en funcionamiento y conectado con la alquimia empezó a mandarle imágenes y preguntas sobre si eso podría hacerse con... Se tuvo hasta que frotar la cara, avergonzado del mismo pensamiento y de lo incomodísima de la visualización. — Por todos los dragones. — Suspiró azorado, mientras su hermano se moría de risa a su costa. Probablemente él SÍ hubiera visto lo mismo que él en su cabeza. Al final hasta le tendría que agradecer que no lo hubiera soltado por ahí.

Solo hubo un comentario que le sacó del azoramiento y le hizo saltar como un resorte. — ¡Eh! ¡Mi Alice en bikini está mucho m... — Se había precipitado MUCHÍSIMO, y de repente todos le miraban (bueno, Jerome no, él estaba enganchadísimo al programa), y Marcus se puso rojo como un tomate y escondió el cuello como si pretendiera convertirse en tortuga. — No me gusta ese formato de televisión. — Verbalizó en voz baja y con expresión mosqueada mientras se hacía pequeño detrás de un cojín, en la esquina del sofá. Eso sí, desde su indignación y su vergüenza iba asintiendo a todas las frases de Alice sobre que todos parecían absolutamente artificiales, hasta que poco a poco pudo participar cuando su momento vergonzoso se fue diluyendo.

Menos mal que todos los magos presentes (excepto su hermano, que jugaba con ventaja) parecieron tan sorprendidos como él de que aquello fuera una simulación de la realidad (se negaba a aceptar que fuera realidad sin más), en vez de un teatro en televisión (le iba quedando claro que más o menos eso eran las películas, aunque su realismo seguía confundiéndole). Lo que no se vio venir, ni él ni nadie, fue el comentario de su madre. Volvió a ponerse colorado ante la clara alusión al Ministerio, y volvió a poner la vista en la tele... y, de repente, tuvo que apretar fuertemente los labios por no soltar una carcajada. Pero lo que solo se había quedado en su pensamiento, por motivos obvios, había llegado a alguien más: Lex soltó una risotada tan fuerte que, sin poderlo aguantar más, se echó a reír él también. Todos le miraron confusos. — ¿Qué pasa? — Preguntó Arnold, tenso y escéptico, ya que tampoco parecía estar viendo apropiado lo que se presentaba la televisión. Lex, limpiándose las lágrimas, dijo. — Imaginaos a Percival balbuceando excusas en una hoguera de esas. — Y la risa fue ya escandalosa, tanto que hasta Emma rio por lo bajo, para más asombro todavía de Arnold.

La abuela Judith también había tenido más que suficiente al parecer, y como Marcus con las abuelas se llevaba genial (y ya había pasado suficientes incomodidades con el programa ese), se sentó a su lado y dijo. — Yo estaría encantado de ver sus películas. — ¡Oy! — Rio la mujer con un rubor muy gracioso. Marcus quería pensar, por los datos que había ido captando de aquí y allá, que el avance en los medios haría que las películas antiguas le fueran más fáciles de procesar y entender, no sería mal comienzo para un no asiduo a la televisión. — ¿Ha dicho mago? — Preguntó curioso, y la mujer expresó un poco más de la historia de la dicha película. Miró a Alice. — Eso de ciudad Esmeralda me suena bastante a Irlanda. — Y, una vez la mujer acabó, las miradas se posaron inmediatamente en Emma. Cuando dio su visto bueno, vitoreó. — ¡Marchando esa película sobre magos de su cine, abuela Judith! — ¡Oy, mi cine dice! — La señora estaba encantada, y Eli había salido de un salto a por la película. Tessa suspiró. — No os sintáis obligados. Que las películas... — ¿Cuánto dura? — Preguntó Emma. Eli apareció por allí, leyendo la información de lo que traía en la mano. — Una hora y cuarenta y tres minutos. — Todos miraron a Emma de nuevo. Esta, sin embargo, puso sus ojos en la otra mujer. — Es vuestra casa, lo que la familia disponga... — ¡Oh, no, por favor! Vosotros aquí estáis más que invitadísimos, por nosotros como si os queréis quedar a dormir. Tengo pijamas de sobra. — Yo creo que en mi pijama caben, aproximadamente, dos Arnolds, tres Marcuses y medio y cinco Alices. — Bromeó Jerome. Emma soltó una risita agradecida. — Eres muy amable, pero ya hemos abusado suficiente de vuestra hospitalidad. Aunque supongo que podemos quedarnos a ver la película entera. — Y el recibimiento de la idea fue considerablemente entusiasta.

Vaya si se engancharon a la película. Era entretenida, menos impactante, por así decirlo, para su cerebro que la del pobre náufrago, y se veía claramente que era una película porque el león era obviamente de mentira, un señor con un disfraz, como en el teatro. Rieron mucho con los Millestone cantando todas las canciones, que se las sabían de memoria, y con Jerome poniendo voces. — Yo lo que no entiendo es por qué ponen a la bruja verde. — Dijo Arnold, para acto seguido poner una mano cariñosa en la barbilla de su mujer y decir. — ¿En qué se parece esa bruja a esta mujer tan preciosa, que de verde solo tiene la vena Slytherin que corre por sus venas? — Emma chistó, pero puso una sonrisilla. Ya tenía que estar cómoda, que no era precisamente la persona más tolerante del mundo a las muestras de afecto públicas. — La verdad es que, si ese es el imaginario de las brujas, no me extraña que os den miedo. — Comentó Lex. Marcus se encogió de hombros. — Yo lo que no entiendo es una cosa: ¿qué hacía el mago, entonces? Porque no me parece que haga nada. — Miró a los Millestone, indignado. — O sea, que la bruja es mala y fea y el mago es un inútil. ¡Vaya imagen de nosotros! — Pero los otros solo reían a carcajadas, y tenía que reconocer que las canciones y los colores eran llamativos. Solo hacía falta no tomarse muy en serio que los magos y las brujas fuesen así. — ¿Y a que no sabes qué es también importante en esta película? — Apuntó Darren y, con un gesto muy florido, saltó y se puso de pie en el sofá. — ¡Es la película gay por excelencia! ¡VIVA! — ¡¡VIVAAAA!! — Chilló Eli, y el otro se dejó caer en el sofá de nuevo, riendo con su hermana y enganchado a Lex, que parecía tan sorprendido como el resto. Marcus intentaba entender. — ¿Y eso? ¿Qué pareja gay hay? No la he visto. — Darren se encogió de hombros. — La verdad es que no sé por qué es. Por lo de ser tú mismo, supongo... O por lo del arcoíris. — Había muchas caras confusas. Darren intentó explicar. — Ya sabéis, la bandera... — Silencio. Y, tras unos instantes de silencio, todos se miraron con todos y, sin saber por qué, se echaron a reír. — Familia. — Se levantó Jerome, alzando la copa que se había echado en algún momento de la película, hablando por encima de las risas. — Si algo me ha quedado claro en esta velada tan bonita es una cosa: que hay que juntar más a menudo estos dos mundos. ¡Por...! — ¡LA ORDEN DE MERLÍN! — Gritaron Lex y Darren al unísono, dejando al pobre hombre descuadrado, y echándose acto seguido a reír también. Jerome se encogió de hombros y, antes de llevarse la copa a los labios, dijo sonriente. — ¡Pues sea! —

Notes:

Sabemos que os encantan los choques de nuestros niños con nuestro mundo, y qué mejor que con los Millestone en Navidad. Además, todos necesitaban poder expresar lo que les preocupaba del mundo de los otros. ¿Cuál ha sido vuestro momento favorito? Nosotras lo tenemos claro: ¡los sustos de Jerome (o JM)!

Chapter Text

BROTHERHOOD

 

MARCUS

(4 de enero de 2003)

Dio otro enorme bocado a la hamburguesa y se dejó caer en la silla, una vez más, con los ojos cerrados y exagerando la reacción, bajo las risas de Lex, emitiendo evidentes sonidos de gusto. — Tío, deja de gemir ya, se está volviendo obsceno. — Buah. Este es el mejor sitio en el que he comido en mi vida. — No le digas eso a la abuela Molly. — Esto está increíble. — Le voy a decir a Alice que la estás engañando con una hamburguesa. No quieres saber cómo la miras. — No había terminado un bocado y ya estaba dando el siguiente, y al mismo tiempo reía con los comentarios de su hermano y volvía a la exageración. Marcus perdía todo el protocolo comiendo: rebañaba los platos, se chupaba los dedos y lamía el queso que chorreaba de la hamburguesa como si llevara siglos sin comer. Pero es que estaba realmente deliciosa. Tanto como para que ni siquiera le importara estar rodeado de muggles, porque sí, al ser una recomendación de Darren, era un establecimiento muggle en un barrio muggle. Le daba igual, pensaba ir más veces.

— ¡Tienen postres! — Lex casi se atraganta. — Tío, hace dos horas te has comido un bol de ganchitos y un batido y te acabas de zampar una hamburguesa gigante como patatas. ¿Cómo puedes pensar en el postre? — ¡Brownie! — Dijo con ilusión. Lex hizo un gesto con la mano. — Mira, has dicho que invitas tú, así que tú te pagas tu propia indigestión. — ¿Para qué quiere uno el sueldo de alquimista si no? — Comentó feliz mientras llamaba a la camarera para solicitar su postre. Había pasado una tarde espectacular con su hermano: Lex no era muy creativo en cuanto a planes y a Marcus, con todo el trasiego, no le había dado tiempo a organizar nada, pero Darren les había creado una cita a lo muggle que no había podido salirles mejor. La entrada de Lex proponiéndole ir a hacer algo que sonaba a deporte casi hace que empiecen con mal pie, pero había resultado bastante divertido. La bolera había demostrado que, aparte de tener poquísima fuerza para cargar con las bolas (se planteó seriamente que su hermano estuviera tomándole el pelo, pero por la cantidad de gente que veía haciendo lo mismo, simplemente pensó que los muggles eran raros en sus opciones de ocio), su puntería era penosa. Lex le había dado una paliza espectacular, aunque, como bien había señalado, él había cumplido con lo que técnicamente era una tradición del lugar: comer ganchitos y beber batido. Le había compensado.

Durante toda la tarde se habían puesto al día de todo, y habían aprovechado que estaban solos para… criticar, siendo honestos. Criticar a los Van Der Luyden, criticar a la sala común de Slytherin, criticar a los Horner, a los Gaunt y a todos los que le ponían piedras en el camino. Por el contrario, los Millestone y las familias tanto irlandesa como americana se habían llevado bastantes alabanzas, así como los compañeros del equipo de quidditch de Hogwarts de Lex y algunos alumnos de los que Marcus necesitaba puesta al día. — Te veo feliz. — Confesó Marcus a su hermano, retrepado en la silla después de la enorme comilona. — Me gusta verte así, Lex. — El otro se encogió de hombros. — Creo que al final de mis estudios voy a subir la media, ¿qué te parece? — Que eres una serpiente astuta. Hay que hacer trabajo continuo, no subir la nota en los EXTASIS. — Son las notas de los EXTASIS las que aparecen en el expediente, no las de primero. — Ay, calla, que me va a sentar mal la comida. — Dijo quejoso, a lo que Lex respondió con una carcajada. — Seguro que es mi comentario el que hace que te siente mal la comida y no haber metido una bomba en tu estómago. — Rieron.

— La verdad es que… pensé que iba a ser el año más jodido. Y a veces lo paso mal: no estáis ni Darren ni tú, y eso es una mierda. Pero… a ver si lo sé explicar… No sé, como he tenido siempre tantos problemas para relacionarme, a veces sentía como… presión si estando tú allí no estábamos juntos o algo. Bah, es una bobada. Te echo de menos, la verdad. Pero mola ser del último curso. Aunque hay gente en sexto que tiene la misma edad que yo casi desde que empezamos, pero bueno. — Marcus sonrió, escuchándole. — Y Eunice en los últimos meses estaba siendo una capitana pésima, y una prefecta peor. La prefecta de ahora no está mal, y el capitán soy yo, y eso mola. Tengo un buen equipo. Aunque voy a matar a Creevey un día, no veas si da por culo. — Bienvenido a tener que lidiar con él desde un puesto de autoridad. — Joder, ya te digo, y eso que no lo tengo en mi dormitorio, hostia, me tiro de la escoba, vamos. — Siguieron riendo, y Marcus añadió algo. — Y los días con los Millestone… — Ha sido genial. — Que Lex interrumpiera con entusiasmo, desde luego, era muy buena señal. — Son acogedores, y… piensan… distinto. De escuchar a los Horner a escucharlos a ellos, joder, qué cambio. Por no hablar de que Eli se parece a cualquier tía de la sala común de Slytherin de su misma edad lo que una snitch a un pastel del pastor. — Eso te ha quedado tremendamente irlandés. — Se removió un poco en el asiento. — Me alegro mucho, Lex. Te veo realmente contento. — Y su hermano le sonrió… pero también pareció tener un velo de otra emoción que Marcus no lograba identificar.

Se mantuvo unos segundos callado antes de desvelar su pensamiento. — Marcus… Emmm… Una pregunta. — Esperó a la pausa de su hermano, que claramente buscaba las palabras, expectante. — Es una curiosidad, vamos… ¿Tú has…? ¿Cómo vas con la oclumancia? — Se extrañó, pero también se tensó casi imperceptiblemente. — ¿La oclumancia? — Lex intentó aparentar normalidad. — Sí, bueno. Sé que siempre te ha interesado y tal… Y me dijiste que te habías encontrado con Blyth en América y eso… Por saber. — Ah. — Hizo un gesto con la mano. — Qué va. No me ha dado tiempo. No paramos entre planes con la familia y estudiar la licencia de Hielo. Pff, ya sabes la concentración que necesita eso. Y la verdad es que… me he relajado mucho con el tema, ya no me importa tanto. Lo tengo aparcado. — Y sonrió, pero la sonrisa era levemente artificial. No quería tocar ese tema, no con el día tan bueno que llevaba con su hermano. Lex sonrió de vuelta, aunque le miraba con cierto recelo. — Vale… Está bien. O sea, que estés más tranquilo y eso. — Asintió, sin perder la sonrisa de seguridad. Se había generado un ambiente levemente tenso. Decidió cortarlo. — ¡Voy a pagar! ¿Vienes y ya salimos? — Claro. — Se levantaron y, antes de caminar hacia el mostrador, le dijo a su hermano. — Voy a echarte de menos estos meses, Lex. Tenemos que repetir esto en Pascua. — Le dio con el índice en el hombro. — Y a ver si es verdad esa bravuconada de las notazas en los EXTASIS. Pienso comprobarlo. — Rieron y abandonaron su mesa.

 

ALICE

Las habitaciones vacías daban muy mala sensación siempre, pero en invierno más. La casa debería estar entera templada por el hechizo calefactor, o así se hacía siempre… Hacía años. Quizá ya simplemente su padre ya no se preocupaba de algo así, aunque su habitación y la de Dylan estaban bien… Suspiró y dio la luz, que solo le devolvió una habitación vacía, con las paredes recién pintadas sin que les hubiera rozado ni el aire. Ahí seguían los cubos de pintura y la mesa de caballete cubierta solo a medias por una tela. No había ni polvo. No quería ni acercarse a las ventanas, le recordaban demasiado a ese día. Suspiró y entró, escuchando el eco de sus pasos. Quizá deberían irse de esa casa. Ya nada bueno les quedaba allí, solo malos recuerdos que todos intentaban evitar… — ¿Hermana? — Se giró y miró a Dylan en la puerta. — Me he asustado. Pensé que había entrado alguien. Papá y tú no entráis nunca aquí. — Ella asintió. — Es verdad. Pero yo qué sé, he pasado por delante de la puerta y… — Se encogió de hombros. Dylan fue hasta donde estaba ella. — Yo sí entro. — Alice frunció el ceño. — ¿Ah sí? — Su hermano asintió, mirando alrededor. — ¿Por qué? — Él la miró con la inocencia más grande del mundo. — Porque era la habitación de papá y mamá. — 

Dylan pasó, claramente cómodo, y se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas, y se quedó mirándola, claramente esperando a que ella hiciera lo mismo. Lo hizo justo enfrente de él. — ¿Y qué haces aquí? — Su hermano se encogió de hombros. — Me acuerdo de cosas. Me acuerdo de cuando venía a despertar a papá y mamá y se reían mucho y me daban cariñito. Y de cuando mamá se arreglaba en la habitación y papá intentaba subirle la cremallera de algunos vestidos, y ella empezaba “ay, William, por Dios, no, que parezco un taco demasiado relleno, déjalo estar”. — Y a los dos les dio la risa. Alice se acordaba de aquella vez, estaban los dos sentados en la cama viendo a su madre arreglarse, y se partían de risa. — Aquí mamá te enseñó a maquillarte los ojos, delante del espejo. Decía que sus dos hijos teníamos los ojos más bonitos del mundo, más que los de papá incluso. — Eso la hizo sonreír todavía más. 

Se quedaron en silencio unos segundos y luego Dylan dijo. — Pero desde que volví en Navidad… entro aquí a imaginar. — Ella le miró con ternura. — ¿El qué? — Qué hubieras hecho con esta habitación si ese día no me hubieran llevado a América. Si Marcus y tú estaríais aquí en vez de en Irlanda… — Alice le tomó de las manos y se frenó a sí misma. Ella le diría que no pensara eso, detendría esa corriente, pero no era ese el camino. — ¿Y eso te gustaría más? — Su hermano sonrió y se encogió de hombros. — Hombre, hubiera preferido ahorrarme América. Pero luego pienso que no habría conocido a Maeve, que no habríamos cerrado ese capítulo con esa gente, y a ver, que tendríamos menos dinero… — Alice rio y asintió. — A mí el dinero no me importa mucho, pero, la verdad, era de mamá. Bethany quiso que lo tuviera, y era lo mínimo que podía hacer después de todo, así que mira, eso que ganamos. Pero, sobre todo, reunimos a la familia de Irlanda. Eso vale más que nada, y eso a mamá le hubiera encantado. — Volvió a asentir y no pudo por menos que decirle. — Siempre me ha encantado cómo ves el mundo. Pero también es verdad que imaginar mundos posibles puede hacernos daño. — Dylan cerró los ojos y apretó sus manos. — A mí no. — 

Alice se quedó un poco confusa, pero viendo que su hermano no abría los ojos ni la soltaba, le imitó. Y ahí empezó a hablar. — Yo me imagino lo que haremos en Pascua. El festival de las luces, y si volverá Theo a La Provenza. Me encanta cuando está Theo. — Seguro que sí, Jackie casi se vuelve loca estas Navidades. — Es verdad. También imagino… qué le haré a Olive este San Valentín, ahora que Darren no está para tener buenas ideas, Lex es pésimo. — Ahí se le escapó una carcajada. — Y Donna es muy lista y buena, pero de verdad, qué sosa puede ser a veces. — ¡Oye! — Es la verdad, hermana, no te enfades conmigo solo por decirla. — Yo tengo que regalarle algo guay a Marcus por nuestro aniversario también… — No me cuentes esas cosas. — Lo digo en serio. — Y yo. — Eres tonto… — Pero no paraban de reírse. — También imagino… lo que será llevar a Oli por primera vez a La Provenza. Me acuerdo de cuando Marcus y tú paseabais hoooooooras. — No era tanto. — Y hoooooooooras por la playa… Y a mí me dejabais solo… Olive y yo no seremos tan imprudentes al menos. — Y otra vez les atacó la risa. 

Y entonces oyeron la puerta y abrieron los ojos de golpe para ver a su padre allí. — ¡Mis hijos riéndose en una habitación en mi casa! Eso sí que es un regalo de Navidad. — Alice tragó saliva. No había ido directamente a casa Gallia, antes había quedado con Hillary para comer y comprar ropa para su amiga. Lo necesitaba antes de meterse en aquella casa. Al llegar, no había avisado a William, había subido directamente a ver a Dylan, habían estado haciendo los deberes de Encantamientos y abordando las partes más difíciles, había vuelto a bajar para hacer la merienda, y solo cuando había vuelto de recoger los platos, había sido cuando se le había ocurrido mirar en la habitación. Su padre podría perfectamente echárselo en cara, aunque dudaba que Dylan no hubiera caído ya por sí mismo. — Esto está helado. — Y echó el hechizo calefactor. Si sabía ella. Entró y se sentó entre ellos. — ¿Qué hacéis aquí? — Imaginar. — Respondió tranquilamente su hermano. — Como aquí no hay nada, es muy fácil. — Ah, ¿y en qué estabais? — En cómo será cuando me lleve a Olive a La Provenza. — Su padre asintió ampliamente, alzando los ojos. — Oh, eso es importante. Muy importante. Que se lo digan a tu hermana. — Alice entornó los ojos, pero no perdió la sonrisa. — Veo que ninguno se quedó en la fiesta de Nochevieja y vio el aterrizaje del nuevo interés amoroso de André en nuestra tierra. — Es una Gaunt ¿no? — Preguntó Dylan. — No sé qué hace el primo con ella. — Su padre alzó las manos. — Te sorprenderías. — Que a mí me guste Olive no es sorprendente para nada. — Tanto Alice como su padre negaron. — No. — Cero sorpresas en el frente, la verdad. — Dylan tomó la mano de su padre. — Venga, papá, imagina tú algo. — Ese es justo mi trabajo. — Y cerró muy fuerte los ojos, haciendo reír a su hermano. Ella también se rio alguna vez de las chorradas de su padre, aunque es verdad que hacía mucho que no lo hacía. — Me imagino cómo el padre de Oli vendrá todo preocupado porque no hagas el loco con su hija. Cómo iré con mi amigo Arnold a la feria de San Lorenzo, a tomarme una cerveza en honor a nuestros niños, que habrán sacado ya la licencia de Hielo. Y me imaginó cómo estará el jardín en primavera. — Y ahí le miró en un resorte. Su padre NUNCA hablaba del jardín. Nunca salía, si podía evitarlo, al jardín. — Si los díctamos de Alice y Marcus habrán crecido, si las wisterias habrán florecido y habrán llenado el jardín de morado… — Vio cómo su padre se frenó a sí mismo antes de mencionar a su madre. — Voy a imaginarme también… qué cocinará mi madre en Pascua, o qué hará Theo si le da por pasar las pruebas para Jackie, lo tengo hablado con Marc y Arnie, hay que darle un buen infierno al muchacho. — Dylan volvió a partirse de risa, y Alice se hizo la ofendida. — Anda, los tres mosqueteros, vaya ideítas… — A ver, que la prima es muy guapa, tiene oficio y futuro y la casa más bonita de Saint-Tropez. — Ella negó. — Esa va a ser mi taller. — Un taller es un taller, hija, no una casa. — Me da igual, va a ser el más bonito igualmente. — A mí no. Semántica, Alice. — Eso, hermana. — Sois tontos. — Se levantó y dijo. — Voy a dejaros la cena hecha antes de irme. — Yo estoy aprendiendo a cocinar, eh. Ya hago ensaladas. — Alice enarcó una ceja mirando a su hermano. — ¿Ah sí? ¿De qué? — De maíz. Y zanahoria. Y quesito. — Se quedó callada, esperando a que siguiera, pero al final tuvo que decir. — ¿Y ya está? — La estamos perfilando. — Se excusó William. Ella suspiró y bajó a la cocina después de decir, señalándoles. — Tú, termina Encantamientos, y tú, ayúdale. — 

Una vez en la cocina, hizo una serie de profundas respiraciones. Mientras iba moviéndose por aquella cocina, no podía evitar pensar en el día en que se arriesgó a la expulsión de Hogwarts apuntando a su padre. A cuando se cortó la mano con el retrato de bodas y se echó a llorar. Pero mientras iba oliendo a comida, limpiando y cortando, se acordó de su madre allí haciendo eso mismo. De lo que le contaron Vivi y Erin de cuando se escondió en la parte de arriba de los armarios de pequeña. Y se dio cuenta de que la vida sería eso ya para siempre. Que las cosas no dejarían de pasar simplemente por dejar de estar a su alrededor. ¿No le pasaría lo mismo a Molly en su casa de Ballyknow, que sentiría a sus padres y su hermano allí? Para bien y para mal. ¿No recordaría la guerra y a la vez las Navidades o los cumpleaños? ¿A su madre enferma y a la vez a sus niños recién naciditos al lado de la chimenea? Salió de la cocina y miró al jardín desde allí. No se veía casi, era de noche, pero… Volveré en primavera. A ver cómo está el jardín. Y entonces tomaré una decisión. Le parecía un tiempo lógico y prudencial. Y Alice cumplía siempre un horario hecho con cabeza y lógica.

 

LEX

(5 de enero de 2003)

Ya sentía el típico dolor en el corazón ante la separación inminente. Al día siguiente volvía a Hogwarts, y había pasado todo el día con Marcus, Alice y sus padres, pero a última hora Darren había ido a verle para echar juntos la tarde. Ya iban a verse igualmente al día siguiente, en lo que probablemente sería una lacrimógena despedida en King’s Cross presenciada por toda su familia al completo, Alice, Dylan y probablemente William incluidos. Marcus y Alice habían aprovechado para ir a pasear, y sus padres estaban a sus cosas, por lo que les habían dado un poco de intimidad en la sala de estar. Estaban simplemente acurrucados en el sofá frente a la chimenea, con Darren en modo parlanchín y Lex bastante más taciturno. Tendría que nacer de nuevo para que no se le enturbiara el humor en ciertos momentos, y la antesala a una despedida larga era uno de ellos.

No solo estaba dándole vueltas a la cabeza a eso. Había algo que no quería verbalizar, no quería decírselo a nadie, pero no dejaba de darle vueltas. De contárselo a alguien, quería que fuera a Darren: le serviría para desahogarse y no generaría una alarma innecesaria en su familia. Darren, a pesar de como era, le había demostrado que, en asuntos importantes, podía ser bastante discreto y guardar un secreto, además de una persona bastante tranquilizadora. Sí, probablemente le tranquilizara. Decidido, se lo iba a decir… Pero ¿cómo?

— …Y la clave está en echarle una pizca de sal. ¿Quién lo iba a decir? ¡Sal! ¡A un dulce! Bueno, mi abuela puso el grito en el cielo. — Lex seguía dándole vueltas a cómo abordar la conversación, acariciando distraídamente el pelo de su novio, que estaba tumbado en su regazo, mientras este hablaba sin parar. — Pero luego lo probó y tuvo que reconocer que estaba bueno, pero vamos, que siguió poniendo el grito en el cielo. Porque claro, a los postres no les pega la sal, lo que sí les pega es una buena piel de serpiente tostadita, así con todas sus escamas, sobre todo si es piel de serpiente que juega al quidditch. — Lex tenía la mirada perdida en la chimenea cuando un chasquido de los dedos delante de su nariz le hizo dar un bote en el sitio. — ¡¡Lexito!! ¡¡Míralo, ignorando al pobre tejón muggle!! — Te estoy escuchando. — ¿Ah sí? ¿De qué estaba hablando? — De… eemmm… De que a tu madre le ha llegado una iguana con una pata rota y… — ¡Eso te lo conté hace diez minutos! ¡Ahora estaba hablando de postres! — ¿Cómo has pasado de la iguana a los postres? — Pero la respuesta de Darren fue subir la mano y envolverle la cara, lo que hizo al otro bufar. — ¿En qué piensas tú, serpientilla taciturna? ¿Piensas en lo mucho que vas a echar de menos a tu querido novio, al cual tienes aquí y en vez de darle besitos y disfrutar de su presencia estás ignorando? — Lex suspiró. — No, no es eso. — Jolín, qué te costaba decir que sí… — Pero Lex seguía con la mirada perdida. Darren se incorporó en su sitio.

— Eso es cara de pasarte algo feíllo. — Lex chasqueó la lengua. — No… No tiene por qué ser nada, igual estoy exagerando. — Darren estaba pegado a él mirándole con ojos demandantes. Lex comprobó la puerta: sus padres no parecían estar ni siquiera en ese piso, sino en el de arriba. Bajó la voz igualmente. — Creo que… Marcus me está mintiendo. — Darren frunció el ceño. — ¿Mintiendo en qué? ¿A ti en concreto? — No, eso es lo peor. Creo que… está mintiendo. Que oculta algo. A todo el mundo. — Darren se pensó lo que iba a decir. — ¿Porque… se lo has…? — Eso es lo que me preocupa. — Dijo con voz taciturna, mirando el fuego. — No puedo leérselo. No puedo oírselo. — Darren parecía extrañado. — Entonces… no le has oído nada en su cabeza. — Lex negó. — ¿Y por qué piensas que te oculta algo? A ver si yo me estoy liando: si Marcus estuviera no contando algo, sí lo pensaría al menos, es decir, tú sabrías que lo oculta porque lo piensa pero no lo dice. — Lex se mordió el labio. Tras unos segundos, miró hacia Darren, pero con la vista baja, no directamente a él. — Hay un apartado de su cabeza que está cerrado. — Notaba al otro parpadear aun no estando mirándole directamente. — El otro día le pregunté si había seguido practicando la oclumancia y me dijo que no… pero… creo que no es verdad. No es como… No sé explicarlo, pero sé cuándo alguien simplemente no está pensando algo y cuando… Sé detectar a un oclumante. — Ahora sí le miró. — Y Marcus tiene mucho más dominio de su cabeza del que parece. ¿Te acuerdas de Blyth? — Darren rodó los ojos. — Algo… — Blyth es oclumante. — Continuó él, ignorando el desagrado de Darren. — Y lo que vi fue un cerebro vacío. No me llegó información, por eso sabía que era oclumante, es como una caja vacía. En el caso de Marcus no es eso. Me llega todo, pero de repente hay… como… un área restringida. Es como entrar en una habitación llena de cosas y ver un arcón cerrado con llave. Un arcón en el que él insiste que no hay nada, no, de hecho, él finge que ese arcón no existe. Pero está ahí, lo estoy viendo, y estoy viendo que está cerrado. — Frunció el ceño, preocupado, mirando a la nada. — Creo que… Marcus nos está ocultando algo… — Lexito. — Darren le acarició el rostro y le hizo mirarle. — Estás muy nervioso por Hogwarts, y le vas a echar de menos. — Darren, sé de lo que hablo. — Ya, cari, si no te digo que no. Pero es que es Marcus. Su cabeza es un misterio. ¿Por qué iba a querer ocultarte algo? Porque sería para ti en concreto, no hay más legeremantes cerca vuestra. Bueno, tu abuela Anastasia, pero lleváis mil años sin verla. — Lex seguía sin estar convencido, así que el otro siguió. — Vale, igual sí que es así, pero ¿sabes qué es lo más probable que haya en ese arcón? Cosas de alquimista que él considere superguays y peligrosas. Es Marcus. Yo le quiero mucho pero es un poquito paranoico… — He visto cómo le flotan los datos sobre alquimia en la cabeza. Y si fuera eso me habría reconocido que está practicando la oclumancia para guardar la información. — Igual le sale ya tan automático que ni se da cuenta. — Soltó una carcajada amarga. — Marcus no hace nada sin darse cuenta. — A Darren empezaban a acabársele los argumentos, y Lex se lo notó. — ¿Qué insinúas entonces, Lex? — Le miró a los ojos, con cierto miedo. — ¿Y si está metido en algo peligroso? — Darren se quedó mirándole apenado unos segundos, pero luego chistó. — ¡Lex! Es Marcus, lo más peligroso que ha hecho deliberadamente en su vida es enfrentarse borracho a un espectro de toro en un bar de mentira. — Volvió a acariciarle y a buscarle la mirada. — Te cuesta estar separado de él, ¿verdad que sí? — Al cabo de una pausa, habló. — He visto muchas cosas en su cabeza durante toda su vida, Darren. Él no tiene la maldad de un Horner, pero podría ser muy poderoso. Y sus ideas no tienen límites. — Marcus ni es peligroso ni va a hacer nada peligroso. ¿Sabes qué es peligroso? — Se acercó a él y buscó su cintura por debajo de la manta. — Que toda tu familia haya dejado a un traviesillo como yo solo con un jugador de quidditch tan guapo. — Lex chistó, pero el otro empezó a hacerle cosquillas y arrumacos hasta que se tuvo que reír. Quizás Darren tuviera razón, quizás solo eran sus miedos. Estaba más unido a su hermano que nunca, al fin y al cabo… Mejor confiar en él.

 

ARNOLD

(8 de enero de 2003)

Su mujer le miraba con ojos entornados mientras se colocaba los guantes. Trató de ignorarla, porque empezaba a mosquearle tanta burlita de todos a su costa. ¿Qué pasaba? ¿No podía ser uno un padre sentimental que disfrutaba de la Navidad y echaba de menos a sus polluelos, y a sus padres, y que pensaba en lo bonito que sería estar ahora en casa de su prima Nora tomando un chocolate con los tíos y los pequeños en vez de poniéndose los zapatos para ir a trabajar? No solo a trabajar, sino a una reunión del departamento de numerología, que acababan poniéndole siempre la cabeza como un bombo. Siguió atándose los cordones deliberadamente despacio para no cruzar la mirada, pero Emma acabó soltando el comentario. — ¿Puedo irme tranquila de que dejo a mi esposo en un buen estado de ánimo? — Ya sí levantó una mirada absolutamente circunstancial, que hizo a la mujer reír entre dientes con malicia. — Te veo muy graciosa desde que volviste de las vacaciones para meterte tanto con mi estado de ánimo después de las mismas. — Y Emma fue a abrir la boca para responder, pero el timbre de la puerta les interrumpió. Quizás fuera algún vecino del barrio que quisiera preguntarles algo, porque no esperaban visita a esas horas, justo antes de irse a trabajar.

Pero la hipótesis de que fuera un vecino con algo cotidiano se iba desvaneciendo a medida que bajaba las escaleras, o más bien, pensó, debía de tratarse de una emergencia, porque la persona al otro lado era bastante insistente. Aceleró el paso, dispuesto a simplemente abrir y ver qué pasaba, pero por encima del hombro le pasó un hechizo revelador de su mujer. Estaba rodando los ojos y pensando siempre tan desconfiada, mientras seguramente ella, a quien claramente se le había activado el radar de peligro, pensaba de él todo lo contrario, cuando vio por medio de la magia la silueta de quien estaba al otro lado. El desconcierto provocó que se detuviera una fracción de segundo bajando el último escalón, parpadeara y se dirigiera igualmente a la puerta. Pero Emma le paró desde su espalda. — Ya abro yo. — Se detuvo y la dejó pasar, pero fue con ella a recibirle.

De hecho, cuando se abrió la puerta y se desveló el ya no tan misterio de quién estaba al otro lado, no pudo evitar avanzar con expresión preocupada. — ¿Phillip? ¿Te encuentras bien? — Tendría que poner él la nota de empatía, ya que solo había que ver a Phillip para saber que estaba de todo menos bien, porque Emma se había quedado como un bloque de hielo muy altivo y despreciativo delante de él y sin soltar la mano del pomo de la puerta. Eso sí, al acercarse se dio cuenta de que su aspecto no era simplemente el de un hombre que no se encontraba bien por muchos motivos: sino de un hombre visiblemente enfadado.

— Feliz Navidad, hermanita, ya estás de vuelta, ya era hora. ¿Qué tal los viajes por los pueblos del mundo? — Eso no iba a hacer que Emma fuera más agradable, más bien al revés. Arnold no había visto a Phillip nunca así: estaba agarrado al marco de la puerta como si llevara caminando tres días seguidos, llevaba la ropa desarreglada como si hubiera dormido con ella puesta y tenía la respiración agitada. Se aclaró la garganta. — Qué tal si pasamos y… — Ah ¿puedo pasar? ¿Está un Horner invitado a vuestro maravilloso mundo? — Ironizó. Emma le miró de arriba abajo. — Estás borracho. — Qué aguda. — No son ni las nueve de la mañana. — Arnold alzó las palmas de nuevo. — Vale, vamos a pasar… — ¡Yo no tengo nada que hacer ahí dentro! — Phillip amenazaba con un índice. — Lo que vengo a decirte puedo… — Pero, antes de que pudiera seguir, el cuerpo del hombre se introdujo como tirado por un hilo invisible en el interior de la casa, haciéndole tropezar por el imprevisto, y la puerta se cerró. Arnold tuvo que apartarse del camino para que no se chocaran. Emma se giró hacia él. — No vas a venir a dar un espectáculo en mi puerta. — Señaló con un gesto seco de la cabeza al interior del salón. — Puedes pasar y sentarte tú por tu propio pie, o puedo hacer yo que te sientes. Lo que tengas que decir no va a ser teniéndome de pie en el pasillo. — Arnold tragó saliva. Phillip, que venía muy subido pero a quien el tono y la intervención de Emma parecían haberle vuelto bastante más dócil, obedeció a regañadientes.

Ahora Phillip estaba sentado pero se frotaba las piernas y la nuca, incómodo, como si hubiera sido atacado por una urticaria. Emma había conseguido arrastrarle a su terreno, es decir, meterle en su casa, sentarle en su salón y prolongar un silencio en el que solo ella estaba cómoda, porque los otros dos presentes estaban tensísimos. Eso, sin duda, le iba a bajar los humos. Tras prácticamente un minuto entero en silencio, con Phillip en estado de alerta y visiblemente incómodo, el hombre se levantó bruscamente mascullando. — Ha sido absurdo venir… — Pero, antes de que pudiera siquiera girar sobre sus talones, Emma atajó. — No nos vas a hacer llegar a mi marido y a mí tarde al trabajo para ahora irte sin decir lo que has venido a decir. Siéntate. — Y sonó tajante como si se lo hubiera dicho a uno de sus hijos. De hecho, Arnold, como padre de los hijos de Emma, no recordaba ninguna situación en la que le hubiera hablado así a ninguno de ellos. Probablemente porque nunca le hubieran dado un motivo tan obvio.

Emma se había criado en un entorno nada afectivo (los pocos afectos que tenía, de hecho, le llegaban de la parte de su familia que estaba ahora montando una escena en su salón), hostil y, había quedado ya demostrado, de maltrato psicológico, y eso había hecho que tuviera que trabajar su dureza y su fachada de hierro mucho a lo largo de los años. Le había dado un aspecto que algunos clasificaban de imponente o incluso terrorífico, y la había dotado de unas herramientas para la coacción que, si bien prácticamente ya no sentía la necesidad de utilizar, ahí estaban, y podía emplearlas a conveniencia, como se estaba demostrando. Emma había sido una mujer creada para ser hostil que, con el tiempo, se había dulcificado, pero que no olvidaba su historia. Arnold la amaba en todas sus facetas, pero verla así le ponía tenso. Marcus había heredado la capacidad de ser Horner de su madre, solo que él era todo lo contrario: un chico criado en un entorno amoroso que podía ser hostil a conveniencia, y no al revés. Tampoco le gustaba ver esa faceta de su hijo. Reconocía la utilidad pero… no le gustaba. Lo dicho, preferiría estar tomando chocolate en casa de su prima hablando del queso que dan las cabras.

— ¿Qué haces aquí y por qué has venido a espaldas de tu mujer? — La segunda parte de la pregunta hizo que Phillip mirara a Emma casi con terror, impactado por su capacidad de adivinación. La mujer alzó una ceja con inexpresividad. — Hace una hora que se incorporó a su puesto de trabajo, me parece muy conveniente que vengas justo ahora. Dudo muchísimo que ella apruebe esta actitud. — Mi mujer… — Si tu mujer se entera de que has venido a estas horas de la mañana, borracho y en semejante estado y actitud, a pedirle cuentas a la única persona que apostó porque hoy estéis casados y con dos hijos, te puedo asegurar que el menor de tus problemas sería haber dormido en el sofá esta noche. — Phillip volvió a poner cara de espanto. Arnold se ahorró rodar los ojos. No, no es legeremante, solo muy rápida sacando una conclusión que podría haber sacado cualquiera solo con verte. Porque no era una inferencia muy difícil de hacer, solo que Emma era sorprendentemente veloz en sus acertadas conclusiones. — ¿Qué quieres? — Exigió de nuevo, con un tono que podría haber perforado el alma de Phillip y dejarla fría como si hubiera pasado un dementor por la estancia. El hombre se hacía cada vez más pequeño, y reinaba un silencio pesado en la habitación.

— ¿Por qué no viniste a casa de mamá en Navidad? — No había que ser un lince para saber que iban por ahí los tiros. Emma no movió ni un músculo. — ¿Es una pregunta curiosa o estás pidiéndome explicaciones? No hace falta que te pienses mucho la respuesta: ninguna de las dos deja a tu inteligencia en buen lugar. — ¿Sabes? Papá tenía razón. — El enfado de Phillip había vuelto a activarse, así como su dedo índice acusador. — Eres una egoísta. — Emma seguía como esculpida en piedra, pero Arnold se removió, e intentó poner paz de nuevo antes de que llegara la sangre al río. — Phillip, esto podemos… — Mira, Arnold, yo te aprecio, y no voy a culparte a ti de esto porque sé que tú no tienes nada que ver, que ella hace siempre lo que quiere, te digo más, os ha utilizado a tu familia y a ti para hacerle daño a la mía. — Phillip, eso no es así. Vamos a tranquilizarnos mejor… — ¡A ver qué pinta mi hermana en Irlanda, que no ha ido NUNCA, y tiene que estar allí EL ÚNICO DÍA DEL AÑO que tenemos TRADICIÓN de estar en NUESTRA CASA! — Voy a darte una serie de datos para que organices mejor tu discurso a partir de ahora, Phillip. — Intervino Emma de nuevo, con un tono tan impertérrito que daba más miedo aún el que no estuviera afectada ni siquiera por la ira que Arnold podría jurar que sentía. — En primer lugar, una familia que debe verse por obligación impuesta un día concreto del calendario y no necesitar hacerlo ninguno más, dice mucho del valor que da a la familia; en segundo lugar, no confundas “tradición” con “imposición”. Las tradiciones se llevan a cabo a placer, y si las circunstancias no lo permiten, se dejan para otro momento y no pasa nada. Cuando es una imposición, se echa en cara, y pasan cosas como la que está pasando ahora mismo; en tercer lugar, siento comunicarte que mi vida no gira en torno a vosotros: no he estado en Irlanda porque haya querido utilizar a nadie, sino porque mi hijo, mis suegros y mi nuera están viviendo ahora allí, y si quería pasar con ellos la Navidad, era donde tenía que estar; y en cuarto lugar, esa casa dejó de ser mía ni de ninguna persona de mi familia el día en que me enteré de que mi hijo menor había estado sometido a maltrato continuado por parte de mi propia madre, la que, por cierto, nos había ocultado su condición de legeremante y la había estado utilizando en nuestra contra absolutamente a todos los miembros de la familia excepto a mi hijo por razones obvias, motivo por el cual lo ha tenido dieciséis años coaccionado. — Hizo una pausa en la que Phillip solo la miraba con la respiración agitada, pretendiendo ser hostil, pero notándose más bien asustado. — Espero que estas explicaciones que sin duda no tenía por qué darte respondan a tus acusaciones, que no preguntas, sobre lo que hago o dejo de hacer con mi vida. — No eres consciente de lo que pasó el día de Navidad en casa ¿verdad? — Phillip soltó aire por la nariz como un toro enfurecido. — Mis hijos tuvieron que presenciar un festival de insultos por parte de su abuela, sus tíos y su primo a los tíos y los primos que no estaban, sin ningún tipo de filtro. Mi hija Miranda se pasó todo el día llorando, y el día siguiente, porque a su abuela no se le ocurrió otra cosa que decirle que “su primo Marcus y esa puta que le ha lavado el cerebro ya no la quieren, porque no la han querido nunca, solo la usaban por estar aquí”. Mi mujer salió a defenderos y recibió más insultos aún. — ¿Y qué hiciste tú mientras tu mujer nos defendía y tu hija era maltratada por su abuela? — Phillip, que claramente había cogido carrerilla y pensaba seguir, se quedó con la palabra en la boca y sin saber qué decir. Emma remató el golpe. — ¿Qué papel estabas jugando tú ahí, Phillip? ¿Estabas junto a Finneas poniéndote hasta las cejas del whiskey de papá viendo cómo la casa ardía sin que tú hicieras nada? — ¿¿Y qué querías que hiciera?? ¡La verdad era que teníais que haber estado allí y no fuisteis y ni siquiera disteis un aviso ni una explicación! — ¿Qué aviso y qué explicación recibimos nosotros sobre todos los actos de desprecio y los ultrajes que hemos estado recibiendo en esa casa? ¿Qué aviso recibió Alice de que Percival se le iba a echar encima en la cocina? ¿Qué aviso recibí yo de que mi hijo Lex estaba siendo utilizado por mi madre? ¿De que esta es legeremante? ¿¿Qué aviso recibí cuando salí de Hogwarts un cuatro de junio de 1972 y me encontré en mi casa a un tipo cinco años mayor que yo, borracho como tú estás ahora, que aseguraba que se casaría conmigo, cuando yo ya tenía un novio en el colegio?? ¿Sabes lo que hizo mamá conmigo cuando me negué a aceptarlo? — Phillip había retirado la mirada, pero ahora sí, Emma estaba furiosa. — ¡Mírame, Phillip! — Hasta Arnold se sobresaltó, y por supuesto, el aludido también. Los ojos de la mujer estaban llenos de lágrimas de ira. — Me encerró en mi habitación con un hechizo de oscuridad absoluta. Me dejó ahí encerrada hasta el día siguiente. Acababa. De salir. Del colegio. Y me dejó encerrada. A oscuras e insonorizada. Y ahora sé que ninguno podía escucharme llorar, pero ella podía escucharme PENSAR, y SUFRIR, y me dejó allí, encerrada, hasta que cambiara de idea. Y como no lo hice, me hizo pasar el peor verano de mi vida, y papá también, y con Finneas y Linda apoyándoles en su decisión y diciendo que me lo merecía. ¿Dónde estabas tú, Phillip? ¿Dónde estuviste ese día y ese verano? — El hombre parecía temer la respuesta. — Porque si mal no recuerdo, te fuiste de ruta por Centroeuropa, pagada por papá y mamá, para tus tesis sobre historia mágica del siglo catorce, desde mayo hasta octubre, y en tus cartas solo hablabas de ti, y no recibí ni una sola pregunta por mi estado. Y te supliqué que vinieras, pero no me tomaste en serio. Cosa que, a la vista de lo que tengo delante, sigues haciendo: no tomar mis peticiones y decisiones en serio. — Se acercó a él, mostrando la varita tan amenazadoramente que el otro se echó atrás. — Antes me cortaría una mano que hacerle a ninguno de mis hijos lo que mi madre me hizo, o de permitir que otro lo hiciera. Y si alguien delante de mí hubiera hablado de ti, de Andrómeda, de Miranda o de Lucas como sé, como estás confesando, que han hablado de nosotros delante de ti, le hubiera dejado la lengua pegada al paladar hasta la Navidad del año que viene. ¿Qué hiciste tú? — Y la estancia volvió a quedarse en silencio, con Emma taladrando a Phillip con la mirada, él devolviéndosela con temor, y Arnold en un segundo plano, sintiendo que podía oír los latidos de los corazones de los tres presentes.

Phillip tragó saliva y, con la voz quebrada, dijo. — No tienes ni idea de lo que mamá… — ¿No tengo ni idea? — Interrumpió Emma. Phillip tragó saliva otra vez, viendo que a la mujer se le dibujaba una sonrisa terrorífica en el rostro. — ¿Quieres volver a oír la historia de 1972, Phillip, o prefieres otra? Tengo muchas. También tengo la historia de la carta que me llegó a Irlanda escrita de puño y letra de Anastasia Horner el día veintiséis, y deduzco que podrás imaginar el tono, para que mi hijo Marcus la destruyera con un hechizo incendiario y me impidiera contestar. — A Phillip empezaron a caérsele las lágrimas. — No quiero estar solo en esa casa, Emma. No puedes no estar allí. — A su mujer se le escapó un bufido. Arnold se frotó los ojos. Esta estrategia no es buena, Phillip… — Sois la única familia de verdad que tengo. Odio a Finneas, a Linda y a Percival, no les quiero cerca de mis hijos. Temo que Andrómeda se harte de esta situación y me deje… — De eso último solo tendrías culpa tú, Phillip. Y me temo que estás… — ¡Emma, por favor! — El hombre empezaba a adoptar un tono suplicante. — La Navidad fue un infierno. Mamá intenta robarme a Miranda, la quiere bajo su protección, y no quiero que le haga lo que le hizo a Lex. — Emma soltó una risa sarcástica, pero el otro siguió. — No puedo estar con ella, no sé enfrentarme a ella. — Andrómeda, Miranda y Lucas se merecen una familia, y si está en mi mano, la van a encontrar en nosotros. — El hombre se relajó por un momento, rompiendo a llorar, y ya iba a darle las gracias cuando Emma impuso su segunda condición. — Pero ninguno de nosotros va a volver a esa casa. Y son ellos quienes merecen nuestro afecto, no tú. — La expresión de Phillip era la de alguien que acababa de ser condenado a cadena perpetua. — Demuestras lo egoísta y cobarde que eres cada día. Creo que ni siquiera te has pensado qué implicaba venir aquí y hablarme así. Así que vete a tu casa y piensa. Y procura que tus hijos, donde quiera que sea que les has dejado… — Les dejó Andrómeda con mis suegros esta mañana… — No te vean así. — Continuó. — Y, como primera medida, nada más tu mujer entre por la puerta vas a contarle lo que ha pasado aquí. — Se aterró. — ¿Y si me…? — Atente por una vez en tu vida a las consecuencias de tus actos, Phillip. Empieza a llevar la vida que tú mismo te hayas labrado. — Emma se puso de pie y, reajustándose los guantes, dijo. — Ahora, si me disculpas, llegamos tarde al trabajo. — Phillip, mirándola desde abajo como un perrillo abandonado, asintió, lloroso, y se levantó dirigiéndose cabizbajo a la puerta.

Arnold continuaba en silencio, y ambos le siguieron hasta la entrada. Una vez en ella, el hombre se giró. — Espero que algún día puedas perdonarme, Emma. — Ella, altiva, respondió. — Yo no quiero palabras, Phillip. Yo me baso en los hechos. — Él tragó saliva, se giró y se marchó, desapareciendo del jardín justo después. Emma cerró la puerta y se quedó apoyada con la espalda en ella. Arnold se le acercó. Ella habló antes de que él dijera nada. — Todos los movimientos que he hecho esta Navidad solo han sido una sucesión de buenas decisiones. Estoy segura de ello. Solo quiero que sepas que estoy segura de ello. — Él sonrió y asintió, y no añadió nada, simplemente la recogió en sus brazos y la abrazó en silencio. El trabajo podía esperar.

Notes:

Hermanos ¿eh? Relaciones complejas sin duda. Pueden preocuparnos, hacernos reflexionar, o simplemente enfadarnos. Las Navidades sacan todo eso a flote sin duda, así que contadnos: ¿con quién habrías lidiado mejor? ¿Con el cuqui de Dylan, haciéndoos reflexionar? ¿Phillip siendo un desastre? ¿Mejor Lex curioseando o Marcus misterioso? Os leemos por aquí, lectores, y mil gracias por otro año juntos en El Pájaro en el Espino.

Chapter 74: Once upon a year

Chapter Text

ONCE UPON A YEAR

 (16 de enero de 2002)

 

ALICE

Volvió a asomarse por la ventana para otear. — Traaaaaaanquila. Ya te he dicho que hasta que se dé cuenta de que esa seta no existe aquí va a llevar un rato. — Dijo la abuela Molly. Alice volvió a picar en montón de ajo que tenía delante. — Y deja eso ya, que al final vas a tener polvo de ajo. — Alice inspiró, y fue mala idea, porque había cebolla por ahí y le hizo toser y llorar. — ¿Tú estás segura de que no quieres que te ayude? Mira que esto son años de experiencia. — Ella sonrió. — Es que es mi regalo, quiero hacerlo yo. Y, además, ya has hecho bastante. Me has conseguido los libros de recetas, y no estaba fácil… — Esa atolondrada de Edith. Me gusta que lleve mi biblioteca, pero yo la tenía mucho más organizada. Y con menos jaleos de hechizos. — Alice rio y siguió con uno de los platos, atendiendo a los hechizos. — Y además, te has inventado la excusa, y me has ayudado con muchas más cosas. — La abuela hizo un sonidito de gusto y puso una sonrisilla, mientras se hundía un poquito más en el sofá, tejiendo. — Yo nunca celebré aniversario de novios con el abuelo, ¿sabes? Nos casamos a los meses de empezar… Y con aquel otro… Pues hija, entre la guerra y cómo eran las cosas antes… Algo celebrábamos, pero nada tan bonito como esto. — Alice ladeó una sonrisita. — No creas que soy tan ingenua de pensar que él no me está preparando nada. — Molly se encogió de hombros sin perder la sonrisita. — Yo solo estoy muy contenta de teneros de vuelta, y de notaros tan felices con todo… Os he echado mucho de menos, y cuando volvisteis, hala, todo el día en el taller con el abuelo o estudiando… Vais a caer malos. — Ella rio y negó con la cabeza. — Había que recuperar el ritmo. Pero yo también estoy muy contenta de estar de vuelta. —

De pronto, la puerta se abrió, y las dos pegaron un salto. — ¡Soy yooo! — Dijo una voz de mujer, y Alice pudo volver a respirar. — Ay, Siobhán, mi vida, ¿no te han dicho nunca que tienes la mismita voz que tu madre? Así sin verte, pensé que eras Nora. — La chica se rio y dejó un paquete en la mesa. — Sí, me lo dicen bastante, mis hermanos sobre todo, cuando les llamo la atención. Como ahora, que he mandado a Andrew a casa con el niño. Está el día terrible, un viento frío, un cielo… Yo creo que mañana nieva. — Alice puso cara culpable. — Y nosotras hemos mandado a los chicos para allá como si nada… — Siobhán hizo un gesto con la mano. — Una de las cosas que venía a decirte era que mi madre y mi cuñada han ido a llevarles chocolate calentito y galletas. Tranquila, también han ido Nancy y el tío Arthur. — Suspiró. Al final en ese pueblo todo el mundo se enteraba de todo, daba igual cómo. — Al final Marcus se va a percatar de que la seta esa no existe. — ¿Qué seta? — Preguntó la chica. — Nada, vete a saber cuántas vueltas ha dado ya la historia. — Comentó la abuela entre risas, cotilleando ya el paquete. — Y lo otro era esto, me lo ha dado mi hermana. Me pidió que te buscara maíz en Dublín, acabo de volver, estaba allí en una conferencia. — Anda, ¿y lo has encontrado? ¿Dónde? — Preguntó curiosa. — En un mercado muggle, estos que son enormes, con luces muy brillantes. — Qué maravilla. — Admiró la abuela, sacando las mazorcas. — Y se lo llevé al pub, pensando que era para ella, y me dio todas estas especias, y Cerys estaba allí y también me ha dado tomillo y tomates, me dijo que eres la primera en probarlos. — Alice sonrió. — Me alegro de que la transmutación bioma funcionara, esto me va a venir muy bien. Y en unos años tendréis un cachito de la Toscana para todos, ya verás. — ¿Se puede saber qué infierno estás montando para ese aniversario supersecreto? — Ella rio y siguió echando hechizos de cocina, lavado y picado. — Aquí nada es supersecreto. — Para el implicado sí, te lo aseguro. — Insistió la abuela, y Alice puso sonrisa pillina. — Si sobra, os daré a probar. Anda, si podéis, ayudadme a guardar lo que ya está hecho y a echarles hechizos de camuflaje, que Marcus es capaz de arrasar con la nevera cuando llegue. —

*** Al día siguiente***

Le despertó la ausencia de Marcus, claro. El fuego crepitaba, tenía sábana, manta, edredón y cobertor encima, pero sentía ese frío especial de no sentir a su novio a su lado. Se giró, mirando por si estuviera en el escritorio o mirando algo por la habitación, pero no. Lo que sí oyó fue el papel arrugándose con su peso. Ah, si es que lo sabía. Lo desdobló y vio aquella preciosa letra de su novio.

A mi princesa, mi alquimista, mi reina de Ravenclaw,

  Feliz primer aniversario, mi amor. Espero que me perdones el que, pudiendo tener la oportunidad, no nos hayamos despertado juntos, pero... en fin, ya sabes cómo soy, tenía que hacer una de las mías. Quiero que tengas el día que mereces, un día lleno de sorpresas y cosas bonitas. Pero, como a mí también me da pena desaprovechar esta oportunidad, te propongo el primero de los juegos: cuando hayas leído esta carta, cierra los ojos y finge seguir durmiendo, y yo vuelvo a tumbarme junto a ti y hacemos como si nada. Ese va a ser el primero de los retos, ¿te apuntas? Te advierto que quedan otros muchos en este día...

  Si hace un año me hubieran dicho que despertaría junto a ti... me habría echado a llorar, sinceramente, aparte de no habérmelo creído. Hay pocos recuerdos que tenga más bonitos en mi vida que tu imagen diciéndome que estabas enamorada de mí. Y lo cierto es que, en cuanto a los demás, estás presente en la inmensa mayoría. Ha sido una suerte despertar juntos en nuestro primer aniversario, un sueño con el que no contábamos. Con lo que sí cuento es con todos los aniversarios que quedan por venir despertando a tu lado.

  Te quiero, mi pajarito azul. Este es mi primer regalo (sí, también me conoces y sabes que soy un excesivo, lo siento, ya era así cuando te enamoraste de mí), espero que te haya gustado. Irás descubriendo el resto a lo largo del día, esto es solo el principio. Y ahora... cierra los ojos, que vuelvo junto a ti.

Pues por ella perfecto. Se arrebujó entre las mantas y se hizo un bollito hasta que volviera su novio, con idea de estar descansada y a gustísimo para celebrar su amor durante todo el día.

 

MARCUS

Se levantó discretísimamente de la cama, y escandalosamente temprano, a hurtadillas y con una sonrisilla de felicidad, sin hacer el menor ruido. A riesgo de ser descubierto, como vio que su novia estaba profundamente dormida (y no era tan fácil despertarla cuando estaba así) dejó un tierno beso en su mejilla antes de dejar la carta en su lado de la cama, hecho lo cual abandonó la cálida habitación, envuelto en un enorme albornoz, al frío pasillo de la casa. La luz del salón ya se dejaba ver desde la planta de arriba.

Su abuela le recibió con una sonrisa de absoluta entrega. — Digno nieto mío: seguro que no has pegado ni un ojo. — Negó con la cabeza, moviendo los rizos, con una sonrisa radiante. Su abuela dejó la taza de té en la mesa, se levantó y se acercó a él, tomándole de las mejillas y poniéndose de puntillas para dejar un beso cariñoso en su frente. — Yo no me he llegado ni a acostar, para qué. — Soltó una risita tierna. — Qué nerviosito está mi niño. — Mucho. — Dijo contento, frotándose las manos. Soltó aire por la boca. — Y menos mal que llevo con esto perfectamente programado... no sé, empecé antes de Navidad, así que mucho. Porque vaya si me vino mal la búsqueda de la dichosa seta ayer por la tarde. Llego a no haber terminado y me da un infarto. — La mujer soltó una risita una vez más. — Y en eso digno nieto de tu abuelo. — Marcus la miró con los ojos entornados y una sonrisilla. — Lo de la seta era mentira ¿verdad? Estás liada en los regalos de los dos. — La mujer se encogió de hombros con carita traviesa. — Te conozco tanto, cariño, que sabía que no te iba a hacer ningún fastidio mandándote fuera unas horas. Si no, ya me hubiera inventado otra cosa. — Dio un par de palmaditas silenciosas y le apremió. — Vamos, andando, que al final se nos va la hora. —

Por supuesto que terminó tempranísimo, como era de esperar, por exagerado. Le dio a su abuela las gracias y le pidió a la mujer por favor que se volviera a la cama, que se sentía culpable de haberla tenido toda la noche despierta (aparte de dejarle caer con mucha sutileza que, aunque fuera injusto que, a pesar de su participación, no tuviera derecho a presenciarlo, cortaba un poco el rollo tener a la abuela del novio mirando cuando apareciera con su gesto romántico). A las siete de la mañana, Molly estaba en su dormitorio y Marcus echándose una siesta en el sofá, porque si se volvía a la cama, su carta no tendría sentido. ¿Para qué diantres se había levantado tan temprano? Menos mal que su círculo de calor iba a mantener el desayuno calentito. — A ver, Elio, esto es importante. — Le susurró a su pájaro, tumbado en el sofá, mientras le acariciaba las plumitas. — ¿Ves dónde está la manecilla? — Señaló el reloj, cuyos brazos apuntaban a las siete y cinco. — Cuando ese palito esté en el ocho, y ese otro esté en el seis. — Explicaba mientras señalaba, y su lechuza atendía con los ojos muy abiertos. — Me tienes que despertar ¿vale? — Se arrebujó, y Elio se arrellanó feliz con él. — Hacía tiempo que no dormíamos juntitos ¿eh? Bueno, o que finges que duermes, que sé que tú a esta hora mucho sueño no tienes. — Elio pio, feliz, viéndose beneficiado de la situación. Marcus le acarició, con una sonrisa y mirada de profundo cariño. — Eres el mejor pájaro del mundo ¿lo sabías? — Y su Elio le miró con adoración, y bajo esa mirada, se echó a dormir.

Obediente, llegadas las ocho y media recibió un par de picotacitos del pájaro en la mejilla, con suavidad, pero lo suficientemente insistentes como para despertarle. Se frotó los ojos y se desperezó, mirando con una sonrisa a Elio. — Buenos días. — Buenos días. — Dio un bote en el sofá, aún tumbado. Giró la cabeza. — ¡Abuelo! — Susurró alterado. El hombre leía el periódico, tan tranquilo, en su sillón, a su espalda, donde él no podía verle. — Es increíble lo bien entrenado que lo tienes, hijo. Por tal de despertarte a la hora que le has dicho, creo que ha ido a perseguir al repartidor. Jamás me habían traído tan temprano el periódico. — Marcus se incorporó, recuperándose del susto. — Menos mal que me ha despertado él, porque es por ti y me dejas dormido. — Su abuelo alzó las palmas. — Yo no había recibido instrucción alguna. — Pidió que bajara la voz, a ver si al final iba a desvelarle a su novia donde estaba, y se levantó del sofá listo a emprender la primera parte de su plan de aniversario.

Con la bandeja flotando tras él y una pizarra y tiza en las manos, salió de la cocina rumbo a la planta de arriba. — ¿Cuál es tu plan ahora? — Marcus le miró inexpresivo. — Trasladar el círculo de calor a la puerta y quedarme allí sentado hasta que Alice se despierte. — Reconoció. No era lo más elegante del mundo, pero era lo que tenía. Era un novio aprendiz. Su abuelo rio con los labios cerrados, volviendo la vista al periódico. — Qué bonito el amor adolescente. — Elio se había puesto en el respaldo del sillón. Lawrence lo miró. — ¿Te has quedado sin cometido y vienes a leer? — Pero el pájaro cerró los ojos y su respiración se hizo pausada, y Marcus rio entre dientes. — Me da que va a dormir. — El hombre suspiró cómicamente y enderezó el periódico. — Todos dormidos a mi alrededor. Más me vale administrarme la lectura. —

Efectivamente, cuando abrió la puerta de la habitación y vio que Alice estaba dormida, se sentó en el suelo y preparó el dispositivo allí. Primero tenía que leer la nota, si no, no tendría gracia. Justo cuando estaba preparándolo la vio removerse, y con una sonrisa de enamorado absoluto, comprobó por la rendija de la puerta entreabierta cómo su novia leía su nota, sonreía y, feliz, se arrebujaba de nuevo en la cama. Miró el reloj. Con que esperara diez minutos, Alice estaría dormida otra vez, y él podría entrar y dejarlo todo preparado. Siguiendo sus planes, pasado ese tiempo, entró tan despacio como había salido, dejó el círculo de calor en la mesita de noche con el desayuno encima y se metió en la cama, abrazándose a ella. Qué calentito se estaba allí, no se había dado cuenta de que tenía la piel de la cara helada, esperaba no despertarla con el frío. Tras un rato en el que temió quedarse dormido de nuevo, la sintió removerse, y cuando abrió los ojos, sonrió con felicidad. — Feliz aniversario, princesa. — Besó sus labios, estrechándola en sus brazos. El corazón le iba a mil. — ¿Te ha costado mucho el primer reto? Bueno, por la buena ejecución, te mereces un primer regalito. — Se apartó un poco para que Alice pudiera ver. — Tortitas, pero están mucho más buenas que las de Hogwarts, sin desmerecer a los elfos. Llevan sirope de arce y, mi gran adquisición en el mercado mientras tú no mirabas, mermelada de arándanos. Como lo oyes. Encontré también yogurt de arándanos totalmente ecológico, abalado por Cerys, dice que conoce a los granjeros que lo producen. Un platito con varios quesos, también de calidad abalada por Cerys, con panecillos tostados hechos en el obrador del pueblo, y de beber, un café que compré el día que salí con mi hermano que es recomendación de Darren, que a su vez es recomendación de su abuela, que dice que su abuelo siempre lo compraba y que es buenísimo porque "un buen italiano sabe mucho de cafés", y una taza de chocolate caliente recién hecho... Bueno, no recién recién, hace unas horas, pero he hecho un círculo de calor para que se conserve todo a la temperatura perfecta. — Se encogió un poquito, como un niño ruborizado, y dijo. — Espero que te guste. —

 

ALICE

Realmente se había quedado solo dormida a medias, porque su curiosidad natural le impedía caer dormida del todo, pero su afán de disfrutar a tope con su novio y no romper la sorpresa era más grande, así que, en cuanto oyó movimiento en la habitación, dejó caer los párpados y se perdió en su propia cabeza y sus expectativas del día, y justo cuando notó que Marcus se metía en la cama, se relajó tanto que sí que debió caer en el sueño, aunque fuera un poquito. Pero cuando abrió los ojos de verdad, prácticamente saltó de la emoción para girarse entre los brazos de su novio. — Feliz aniversario, mi amor. — Besó sus labios con ternura y le miró emocionada, dejándole presentarle el desayuno, que claramente solo era un prólogo.

En ese año (y todos los que habían sido amigos, claro) Marcus parecía haber entendido que había que dimensionar las comidas. Eso y que el estómago de Alice se había alargado claramente gracias a Irlanda y los O’Donnell-Lacey. Así que se sentó en la cama y miró todo, cogiendo cachitos y cucharadas de todo lo que iba diciendo. — Uf, sí que están más buenas. — Dijo en relación a las tortitas. — Y esa mermelada hay que conservarla cual quintaesencia embotellada. — Estaba hasta relamiéndose. Eso sí, tuvo que reírse de lo del yogur ecológico. — Oficialmente has pasado demasiado tiempo con las alegres lesbianas granjeras, mi vida, ¿será que se complicó lo de la búsqueda de las setas? — Se rio traviesa y echó un poco de la mermelada en el yogur. — Oh, sí, aún mejor. — Atendió a lo del café y rápidamente dio un sorbo, con un gemidito de gusto después. — Me encantan estas cositas, y la abuela Adami tiene razón, los italianos saben hacer mejor el café que los ingleses, eso es así. — Aspiró de nuevo el aroma de la taza y bebió, arrellanándose en su sitio y pegándose a Marcus. — ¿Que si me gusta? Estoy por pedirte que eches un hechizo en esta puerta y dedicarnos a comer cosas ricas metidos en la cama todo el día… — Miró a su novio de arriba abajo. — Igual con menos ropa… Pero esencialmente eso. — Rio y le dio muchos besitos por la cara y el cuello. — Pero si te conozco de algo, sé que vas a querer hacer más cosas. —

Mientras seguía probando un poco de todo, suspiró y sonrió, mirando a su guapísimo novio y sintiendo una ola de agradecimiento y calor por toda ello. — Hace un año, a estas horas, pensaba que nunca estaríamos juntos. Que esto no tenía solución. Y ahora míranos. Mira esta preciosidad de habitación, nuestra cama, nuestra chimenea, siendo alquimistas… — Los ojos se le pusieron brillantes y se inclinó y besó a su novio una vez más. — El dieciséis de enero me cambió la vida, y solo puedo celebrarlo lo que me queda en la tierra como el día más importante para mí. —

 

MARCUS

Ver a Alice disfrutar comiendo le ponía automáticamente contento (¿cómo no se había dado cuenta hasta ahora de lo irlandés que podía llegar a ser?), y él se sirvió su propio desayuno también, que por supuesto era más grande. Y no, no era ni por egoísmo ni porque por fin hubiera entendido que Alice y él tenían capacidades de comer diferentes: su abuela le había regañado cinco veces y vertido comida del plato de Alice al de él porque "no podía ser tan exagerado, que parecía que no la conocía, y la comida no se desperdiciaba así como así". Por supuesto que había dejado sobras en la cocina "para que sus abuelos las probaran", o más bien para poder salir corriendo a por más en el hipotético caso de que Alice quedara tan maravillada por sus recetas que quisiera repetir. En su cabeza era una posibilidad real.

Chistó al calificativo "alegres lesbianas granjeras", porque él se había imbuido del secreto a voces que era la relación de Cerys y Martha, pero tuvo que reír por lo bajo también. Al menos hasta la mención de las setas, que le hizo arquear una ceja. — Eres muy graciosa, Gallia. — Le picó una única vez en el costado. — ¿Has pensado que podías haberte quedado sin regalo? — Cambió de mano y la picó de nuevo. — ¿Eh? — Empezó varios picoteos seguidos, haciéndole cosquillas, mientras decía. — ¿Qué hubiera sido de este aniversario si no llego a ser un novio previsor que lo tenía ya todo listo de antes? ¿Eh? ¿Y si lo hubiera dejado para la última tarde y tú me lanzas por ahí? ¿O si me hubiera agarrado un buen resfriado, con el frío que hace en Irlanda en enero? ¿Eh? ¿Eh? ¿O si me pilla Albus por banda y me da tal turra que no me suelta, y me tengo que quedar a dormir en el bosque? ¿Y si buscando tus dichosas setas me hubiera picado un bicho y me hubiera convertido en hombre bicho? Ahora tendrías un novio con la cara cubierta de musgo. Igual eso te gustaría, un novio con la cabeza llena de flores. — Seguía haciéndole cosquillas inmisericordemente, y a más tonterías decía más se reía.

Se arrellanaron uno junto al otro mientras tomaban su desayuno. — Hmm... me gusta ese plan. — Y recibió entre risas la oleada de besitos. Cuando acabó, ladeó varias veces la cabeza. — Aunque me vas a hacer creer que no quieres saber el resto de cosas que tengo preparadas, entre esto y tu ideíta de las setas... Y yo que tú querría saberlo. — Puso sonrisilla maliciosa. — ¿Qué ha sido de tu curiosidad Gallia? ¿De verdad la cambias por quedarte aquí encerrada conmigo? — Se acercó un poco a ella y susurró. — Creía que me tendrías ya muy visto... — Con ese tono que, desde luego, no invitaba a querer abandonar el lugar precisamente, alejándose después y llevándose un trozo de tortita a la boca con superioridad, arqueando cómicamente las cejas.

Sonrió emocionado a sus palabras, inclinándose para besarla y quedándose recostado junto a ella. — Mejor no te digo lo que yo pensaba hace un año a esta hora. Era lo más parecido a un dementor que puede ser un humano. — Miró hacia arriba, recordando, llenando el pecho de aire y soltándolo por la nariz. — En realidad... a esta hora ya tenía decidido que tenía que hablar contigo y decirte lo que sentía. Y ya me había dicho tanta gente que tú sentías algo por mí que empezaba a creérmelo, quería creérmelo... Pero ni pensé que sintieras lo mismo, porque yo me moría de amor por ti y no creía que nadie pudiera sentir algo parecido, ni el hecho de que sintieras algo me garantizaba que quisieras estar conmigo como pareja. O sea que... había reunido el valor para decírtelo, supongo, pero no tenía nada claro que fuera a dar este resultado. — Soltó una risa amarga. — En absoluto imaginé este resultado, vamos. Ni en mis mejores sueños. — Sonrió, juntándose aún más con ella. — Pero ahora no concibo otra cosa. Y cuando pienso en esas dudas... se me pone la piel de gallina, y pienso: realmente, ¿cómo lo hice? Es decir, ¿cómo conseguí que esta chica tan lista, divertida, guapa, y en definitiva perfecta, me quisiera tanto? Tanto como para aguantar mis bobadas y que le haga... — Y volvió a las cosquillas, entre risas. Cuando paró, chistó y señaló con un lánguido gesto de la mano el desayuno. — Claro que después veo semejantes manjares que soy capaz de preparar y traer a la cama y digo, claro, ahora lo entiendo. — Bromeó, riendo de nuevo y abrazándola, rozando su nariz con la de ella. — Soy muy feliz, Alice. Soy muy feliz contigo. Me haces el chico más afortunado y feliz del mundo... Espero que lo sepas. Pero, por si acaso no, espero mucho más aniversarios como este, con sus trescientos sesenta y cuatro días intermedios, sesenta y cinco los bisiestos, para poder decírtelo. —

 

ALICE

Alice masticó una de las tortitas, entornando los ojos. — Mi amor, si el regalo eres tú, me parece un poquito dramático decir que casi no te tengo por buscar una seta que tu abuela con mucha necesidad te mandó a buscar. — En el fondo tenía que aguantarse la risa porque estaba siendo de chiste. Y pudo sacar la risa porque su novio se dedicó a hacerle cosquillas y mil preguntas a la vez, así que optó por reírse y dejar salir solo esa carcajada, sin necesidad de responder a más cosas, solo a disfrutar, como llevaba ya un año haciendo.

Recuperando un poco la respiración, negó con la cabeza. — Para nada, me muero de ganas de verlo. Pero es que tampoco me canso de estar en camas contigo, ¿qué te puedo decir? — Le repasó de arriba abajo, como si fuera la primera vez que lo viera, y luego le miró a los ojos. — No. La respuesta es no. Nunca suficientemente visto, O’Donnell. Eso también es afán descubridor. Yo aún puedo sacarte mucha investigación exhaustiva. —

Se rio a lo del dementor, porque su novio siendo dramático era muy gracioso, y le puso un poco de mermelada con el dedo en la nariz. Aunque al oír las palabras de su novio, se puso tierna, recordando aquellos días tan malos, y cómo todo fue indicando que habían cometido el error más grande de sus vidas, y cómo lo solucionaron. — Pues imagínate lo que pensaba yo, que llevaba años sintiendo todo esto, segura de que no me ibas a corresponder. Pero entonces nuestra Olive me dijo que, cuando nos mirábamos, iluminábamos el castillo entero y… Tenía tanta razón. Me sentí tan poco Ravenclaw de que una niña Gryffindor me tuviera que hacer ver lo que yo no era capaz ni de empezar a entender… — Negó con la cabeza y se apoyó sobre Marcus. Le dio la risa con su nueva intervención y esta vez fue ella la que le hizo cosquillas. — Todo un cocinero estas hecho tú, eh. Bueno, y encima lo subes escaleras arriba, ¿qué clase de honor es este? — Pero se dejó abrazar y mimar después, porque su novio era demasiado dulce y adorable. — Lo sé, mi amor, pero he de admitir que oírtelo decir es música para mis oídos. — Se inclinó un poco sobre él y le siguió besando. — ¿Te acuerdas de lo que decía mi madre? Estaba escrito. Y a ti y a mí nos encanta que todo esté planeado. — Rio un poco. — Como este desayuno, como nuestros regalos para hoy… — Le dio otro beso. — Mi amado es mío y yo soy suya. Para siempre. Y vas a tener muuuuuuchos aniversarios para decírmelo una y otra vez. —

 

 

MARCUS

Arqueó las cejas, picándola. — ¡Vaya! Yo creía que las camas ya te parecían aburridas. — Marcus era idóneo tergiversando a su conveniencia, desde luego, y si era para bromear con Alice, mejor aún le salía. Ante esa mirada y sus subsiguientes comentarios, se llevó una mano al pecho con exagerada afectuosidad. — Señorita Gallia, por favor. No me mire así, que solo estamos en el desayuno. Un poco de decoro. — Se giró, abrió la boca para llevarse un trozo de tortita a la misma, y rápidamente se giró y dejó un leve mordisco en el hombro de Alice, pillándola desprevenida. — ¡Oh! ¡Mira lo que has conseguido! Ayer debí ser mordido por la pervertida seta mordedora y estos son sus efectos, ¡y tú serás la primera víctima! — Y se lanzó hacia ella, haciendo ruidos monstruosos y fingiendo que la mordía mientras volvía a las cosquillas. A ese paso no terminaban de desayunar en la vida, pero ¿quién tenía prisa?

Igual él sí debería tener un poco de prisa, que su plan estaba en marcha y, como se retrasase, igual empezaban a caérsele las piezas como si fuera un camino de dominó. Volvió a la expresión cómicamente indignada cuando le manchó la nariz, intentando después tontamente llegar con la lengua, pero se tuvo que derretir ante sus palabras. Chasqueó la lengua y perdió la mirada. — Nuestra Olive... Este año no podremos celebrarle su cumple. Realmente faltan muchos años hasta que podamos celebrar con ella su cumple, y quizás cuando salga no quiera celebrarlo con nosotros, le pareceremos unos viejos... — Parecía un padre nostálgico hablando así. De hecho, es talmente como hubiera hablado Arnold si los cumpleaños de sus hijos hubieran caído en periodo lectivo. Rio. — Los Gryffindor tienen otro tipo de sabiduría. —

Se echó a reír a las cosquillas y se defendió ante los comentarios. — ¡Me dirás que no está todo riquísimo! Y Alice, por favor, estás ante uno de los magos más prometedores de este tiempo, ¿no voy a saber levitar una bandeja por unas escaleras? Me ofendes. — Se abrazaron y sonrió. — Estaba escrito. — Rozó su nariz con la de ella. — Mi amada es mía y yo soy suyo. — Repitió, tras lo cual vino un buen rato de besos, abrazos y mimos. Menos mal que había hecho el círculo de calor, porque se les hubiera quedado todo frío.

Pero ya sí que tuvo que hacer por que apuraran el desayuno, mirando el reloj. — Princesa, sé que estás disfrutando mucho de... mí. — Le guiñó un ojo. — Y de este espectacular desayuno que parece preparado por el propio Taranis en su caldero, pero si quieres más regalitos, deberíamos continuar. — Una vez apurada la comida, dio un gracioso saltito de la cama y le tendió la mano. — Si me lo permite... — La iba conduciendo de la mano hacia la puerta de la habitación mientras le decía. — ¿Sabes qué debería tener una princesa para sí misma? Un vestidor. Y como tod... — ¡BUENOS DÍAS, CARIÑO MÍO, FELIZ ANIVERSARIO, QUÉ BONITOS SON MIS NIÑOS! — Se le habían puesto las tortitas botando en el estómago y formando una tormenta marítima con el café y el chocolate. Echó aire por la nariz y se ahorró decirle a su abuela que menudo susto, porque le estaba haciendo un gran favor. Al menos no se lo dijo verbalmente, sí con los ojos. — Perdona, cariño. Era ahora, ¿no? — Trató de poner su mejor sonrisa, aunque salió un poco artificial porque seguía recuperándose del amago de infarto. — Como decía... Toda una princesa que se precie merece una corte y, por supuesto, un vestido a su altura. — ¡TOMA, CARIÑO, AY, QUÉ IDEA MÁS BONITA! — Marcus miró con cara de circunstancias a Molly. Abuela, la intensidad, por favor. — Bueno, yo ya me voy. — Dijo con una sonrisita adorable, y se fue de allí, soltando comentarios sobre lo preciosos que eran sus niños. La escuchaban ya en el salón describiéndole a Larry con todo lujo de detalles por qué tenía a los mejores nietos del mundo.

— Bueno pues... este es mi primer regalo para ti. He tenido ayuda, pero toda era poca para lo que te mereces. — Y le mostró lo que Molly le había dado, aunque lo llevaba realmente como si fuera la dama de compañía de una princesa. Tirando de contactos, había conseguido hacerse con uno de los antiguos uniformes de Hogwarts de Alice, que estaba abandonado en su casa, y entre Lawrence y él lo habían transmutado para convertirlo en un conjunto entre negro, blanco y gris, como solían llevar, con reflejos azules por el color de su casa y el escudo de Ravenclaw inamovible en la solapa. Su abuela había terminado de darle los remates de costura. — Yo tengo otro igual. — Se encogió de hombros. — No son las ropas más elegantes, pero es una versión... digamos "adulta" de lo que llevábamos puesto ese primer día. — Tomó sus manos. — Hoy quiero rememorar ese primer día. — Se puso pomposo. — Por eso, la princ... — Apretó los labios, rodó los ojos y, disimulando una vez más una artificial sonrisa, estiró el cuello, mirando por las escaleras, y carraspeó fuertemente. — ¡Ay, sí, voy, voy! — Se escucharon los pasitos veloces de su abuela subiendo otra vez. — ¡Perdón! Ay, hijo, que se me había pasado, claro, si es que no está una en lo que está, yo por dejaros solos. Ay, mi vida ¿te ha gustado? — Como decía. — Retomó su accidentado discurso. — Que la princesa pase a su vestidor, con su dama de la corte que la va a poner aún más preciosa si se puede... — ¡Claro que sí, mi vida! Guapísima te voy a vestir. — Y yo aguardaré aquí, como su fiel príncipe, para sorprenderme cuando salga. —

Entró de nuevo en la habitación para vestirse rápidamente, con el traje que se había confeccionado para sí mismo en base también a una vieja túnica transmutada. Se echó tanta colonia como pudo y se volvió a peinar cada rizo, que con tanto tonteo en el desayuno se había despeinado entero. Cuando estuvo listo, salió y esperó en la puerta, con una sonrisa impecable, a que saliera su novia. Un cansado pero tierno suspiro le hizo mirar a las escaleras. — De quién habrás heredado tanta farándula, hijo. — Se puso muy digno. — Abuelo, cuando el amor es tan profundo como el mío, cualquier gesto es solo una mínima parte... — Si es que vaya tela más mala le ponen a los uniformes. — Lawrence no le estaba escuchando, estaba pasando los dedos por su traje transmutado y mirándolo con ojos analíticos. — Si no hubieras sido tan cabezota y hubiéramos elegido otra... — Chistó, apartándose con exagerado malhumor. — ¡Que tenía que ser una túnica, abuelo! Jolín, no es tan difícil de entender. — No te pongas así que te va a ver tu novia muy feo. — Le miró con los ojos entrecerrados, y acto seguido se giró muy digno, poniéndose de canto. Cuando su abuelo se fue entre risas bajas, murmuró. — Yo no soy feo... —

Cuando salió, se deshizo en loas, como no podía ser de otra forma. Al terminar la perorata, remató tomando sus manos y diciendo de corazón. — En serio. Estás preciosa. — Porque era el mejor y más honesto resumen que podía hacer. Dejando a su abuela llorando de fondo como si les estuviera viendo dirigirse al día de su boda (desde luego, mucho mejor público para sus ficcioncitas que su abuelo) bajaron las escaleras. Con una sonrisa radiante, fue a dirigirse a Alice para soltar otro de sus discursos sobre la siguiente parada, cuando la puerta se abrió y, como quien entra en su casa, pasó Wendy, cargada de cajas y con una maleta en el hombro. — Holaaa. — Dijo con voz monocorde. Dejó caer la caja en mitad del pasillo y se frotó la frente con un resoplido de esfuerzo. — Hola, tío Larry. ¡Puf! No hay manera de venir a esta casa sin que mi padre me mande con quince kilos de verduras. Dejo esto por aquí. ¿Cuál va a ser mi hab...? — Marcus abrió mucho los ojos, deseando por primera vez en su vida que alguien fuera legeremante a ver si podían leerle en la cabeza que se callara, cuando Wendy les miró lentamente, y tras unos instantes de ridículo silencio, juntó las palmas y dijo con tono artificial. — ¡Primis! ¡Feliz aniversario! — Y se fue para ellos, dándole un abrazo a cada uno. — Qué bonito, jo. Yo también hago mi aniversario ya mismo. Bueno, en diez días. Y no es aniversario, es mesario. En verdad es mesario de pedida. — En lo que decía eso fingía (mal) esconder el bolso que llevaba al hombro. — En fin... Voy a ver a la tía Molly, ¡os dejo! — Y se fue de allí, correteando escaleras arriba, aunque por el gritito sorpresivo doble debieron casi chocarse en mitad de trayecto. Marcus se aclaró la garganta, hizo como si nada y abrió la puerta de la calle. — ¿Me concede este paseo? —

 

ALICE

Rebañó con un trocito de tortita lo que quedaba de mermelada y asintió lentamente. — Claro, mi amor, si yo solo lo pongo en valor. — Y simplemente se echó a reír con lo de la seta. Lo prefería haciendo falso drama, eso sí, que drama de verdad con lo de Olive. Se ponía a hacer cuentas y no le salían la cantidad de años que les quedaban para celebrarlo juntos. — Tú piensa que nos quedan unos años un poquito convulsos, entre exámenes, estancias fuera y demás. Cuando salga dentro de cinco años, estaremos más tranquilos y podremos celebrarlo bien. — Hizo un sonidito adorable y acarició los rizos de Marcus. — ¡Ohhhh, mi amor! ¿Cómo no va a querer? Oli nos adora, ¿y crees que va a ir a ninguna parte lejos del patito? Nos queda mucho de esos dos, en calidad de lo que sea… — Y rio otro poquito. — Eso debían pensar de nosotros y mira ahora… —

Se dejó conducir entre risas, porque estaba encantada con la comparación con Taranis, y deseando ver qué tenía su novio preparado, y tuvo que contenerse para no caerse de rodillas de la propia risa cuando Molly hizo acto de presencia. — ¡Buenos días, abuela! — Y se le escapó un poquillo de la risa, porque es que toda la situación era demasiado genial. Eso sí, recibió su paquete solemnemente y con una inclinación de cabeza. — Mil gracias. Deseando ver mi vestido de princesa. — Y, desde luego, no se lo esperaba. Abrió mucho los ojos, admirando el elegante conjunto de jersey y falda. — ¡Pero! ¡Ha quedado precioso! ¿Y esto está hecho con el uniforme? — Preguntó, reconociendo el tacto del tejido. — ¡Es genial, mi amor! — Sacó el labio inferior con adorabilidad. — Ohhhh, estoy deseando… — Pero la función seguía sin ella, así que se dejó llevar por la abuela. Le dio tiempo a hacer una reverencia rápida. — Como mi príncipe ordene. Saldré todo a lo conjunto con su belleza que pueda. — ¡DE ESO YA ME ENCARGO YO! — Insistió la abuela. Lo de actuar no era lo suyo, de todas maneras.

Al entrar en la habitación de los abuelos, le sorprendió el calor que hacía, con lo frío que estaba el día. — Madre mía, qué calor hace aquí. — Hija es que te tenías que cambiar, y te tengo que arreglar, y claro, no quería que pasaras frío… — Rio un poco y le acarició la espalda a la abuela. — Te lo agradezco, sí que soy friolera. — Aunque nadie con el poder de exagerar como una Gryffindor, esto parece el cuarto círculo del infierno. — Pero te agradecería que, cuando Marcus se meta a la habitación, me dejes abandonar la fachada de princesa en su vestidor y pueda ir al baño a lavarme los dientes, la cara, necesidades varias. Yo luego vuelvo a tope con todo. — ¡Ay, sí sí! Claro, mi vida, si es que no contamos con estas cosas. — No tardo nada. — Y con mucho tiento, se escapó al baño.

Diez minutos después, estaba ya vestida y sentada frente al tocador de la abuela. — Y entonces he pensado en cómo podíamos hacer una versión de las coletas con los lazos azules, y mira, si te cogemos el pelo así… — Y le hizo un semirecogido que parecía medieval, con las cintas entremetidas en el pelo y con el que se vio favorecidísima. — ¡Pero bueno! Además de las tradiciones, canciones, sistemas de biblioteca y platos deliciosos, ¿también sabes peluquería? — Molly rio y sacudió la mano en el aire. — ¡Oy! ¡Qué cosas dices! No, tonta, si es que yo, hace ya siglos, claro, también tuve una melena así como la tuya, pero roja como la de mi Sophia, igualita, y me encantaba hacerme estas cosas, y si yo hubiera tenido un novio como el tuyo, querría sentirme una princesa de verdad, con todo el ornamento. Lo que me recuerda. — Sacó dos pendientes que parecían… — ¿Son zafiros? — ¡Pues claro! Me los regaló Cëlik por la boda. — ¿El alquimista? — Preguntó Alice, sin salir de su asombro, mientras la abuela se los ponía. — El mismo. Creo que vino a la boda solo para asegurarse de que el abuelo se casaba y que cuando volviera de la luna de miel iba a estar más concentradito. Pero fue muy buen hombre, y era un alquimista de cristal maravilloso, hacía locuras con piedras preciosas. — Esto va a ser demasiado… — ¡Tonterías! ¿Cuántos años llevarán ahí? Yo ya casi no llevo joyas así, mi vida. Es hora de darles mejor uso. —

Desde luego, cuando bajó las escaleras, se sintió talmente una princesa, sonriendo a Marcus y extendiendo las manos hacia él. — Esto es genial. Estás superelegante, como un buen príncipe. — Pero la escena de cuento tuvo una intrusa inesperada, que le hizo parpadear. — Hola, Wen, gracias. — La miró de arriba abajo y contuvo, una vez más, la risa. Pero esta vez le salió mejor, porque solo pudo unir los puntos y pensar: ¿vamos a tener un piso para nosotros? Trató de contener su entusiasmo y asintió a la conversación de la chica. — ¡Es verdad! Qué bonito. Seguro que le preparas algo bonito a Ciarán para celebrarlo. — Wendy parpadeó y la señaló. — ¡Exacto! Mira, me pongo ahora mismo con ello, seguro que los tíos me dan ideas. — ¡Hala! ¡Más aniversarios! ¡Yo no transmuto nada más! — Se quejó Lawrence desde el salón. Alice entornó los ojos y susurró. — El frío le pone de malísimo humor. — Y tuvo que volver a reírse antes de salir al oír el gritito de la abuela y Wendy. Se enganchó del brazo de Marcus y dijo. — Siempre dispuesta, mi príncipe. Desde el primer día. —

 

MARCUS

Mejor salían ya de la casa porque, entre unos y otros, al final le arruinaban las sorpresas. Se enganchó del brazo de Alice y comenzó a pasear, diciendo como quien no quiere la cosa. — Pues nada. Simplemente quería llevarla de paseo en esta apacible mañana de enero. — Sobre todo apacible, teniendo en cuenta que estaban a seis grados. Y dando gracias, habían llegado a estar a menos tres. — He pensado que aún no conocemos el pueblo lo suficiente ¿no te parece? Y que necesitamos un respiro. Así que... ¿por qué no pasear? — No había que ser un lince para saber que tramaba algo, pero aun así, prolongó varias calles el paseo, comentando artificialmente lo bonito que estaba el día, lo mucho que florecerían en primavera las plantas y lo tranquilas que estaban las calles.

Hasta que se toparon con su primera parada. O, más bien, su primera parada se topó con ellos. — ¡Alto! ¡Alto! ¡Majestades, alto en nombre del pueblo, necesitamos vuestra ayuda! — Los gemelos corrieron hacia ellos, y Marcus, que debía fingirse sorprendido, tuvo que apretar fuertemente los labios para aguantarse la risa. Se habían metido tanto en la ficcioncita que les había pedido preparar que iban vestidos... Era difícil definir la vestimenta, porque habían cogido lo que claramente eran retales de disfraces de la fiesta de Navidad y estaban hechos un auténtico cuadro. Debían ser algo parecido a pastores, técnicamente. — ¡Altezas! Somos unos humildes campesinos que necesitan de su bondad, ¡porque todos sabemos que sois muy bondadosa! — Dijo Lucius, perfectamente estudiado su papel, en dirección a Alice. Horacius era el que llevaba el rol del escéptico. — Hermano, pierdes el tiempo. ¡Los príncipes y las princesas nunca ayudan a su pueblo! — ¡Yo confío en la bondad de la princesa más buena del mundo! — Rebatió Lucius. Marcus estaba pensando cuánto dinero sería lógico gastarse en chucherías para esos niños, porque ahora mismo querría darles suministro para toda su vida.

Les dejó debatir un buen rato hasta que decidió acortar la actuación. — A ver, decidnos de qué se trata, seguro que podemos ayudar. — ¡Viene la princesa del pueblo vecino, y no sabemos qué hacer para asajalarla! — Horacius dio un codazo a Lucius y le susurró por lo bajo. — Se dice ajalasarla. — De verdad que le estaba costando mucho no reírse. Con la mayor sutileza que pudo, intervino él. — ¿Y como os gustaría agasajarla? — Eso. — Susurró Horacius por lo bajo, chistando como si se hubiera defraudado consigo mismo por corregir mal. Lucius respondió. — Dicen que es una gran fan de las historias, y que va por los pueblos queriendo que le cuenten la historia del pueblo. ¡Pero hemos perdido a nuestro trovador! ¡Se fue! — El nivel de dramatismo era para partirse, pero no quería cohibir. — ¡Y nosotros somos simples pastores! ¡No sabemos narrar una historia como ella quiere! ¡Se enfadará! Y dicen que, cuando se enfada, ¡roba niños! ¿¿Qué vamos a hacer?? ¿Cómo vamos a impedirlo, si...? — ¿...ni siquiera sabemos decir ajasalar? — Murmuró Horacius por lo bajo, quien no estaba disimulando demasiado la gracia que le hacía el dramatismo de su hermano, y ahora fue él quien se llevó un malhumorado manotazo de este. — ¿Qué podemos hacer nosotros? — Intervino Marcus, y los chicos se lanzaron hacia Alice. — ¡Hemos oído que sois una princesa tan lista que sabría narrar una historia, y a la vez tan intrépida y curiosa que seguro encontráis a nuestro perdido trovador! Y tan buena que ayudaríais a estos pobres aldeanos. ¿¿Verdad que lo haríais?? — Marcus suspiró sonoramente, mirando a Alice. — Sé que estamos de aniversario, mi amor, pero no sé... Lo dejo en tu mano, lo que quieras hacer... — ¡Por favor, princesa! ¡Eres la única que puede salvarnos! — ¡¡O la princesa extranjera nos sacará los ojos!! — Marcus miró con cara de circunstancias a Horacius. Excesivo. El otro, como si se lo hubiera leído, se encogió de hombros. — O se los sacará a los niños. En verdad no nos importaría que se llevara a Seamus un ratito... — ¡Es la princesa! ¡Ahí viene! — Y, efectivamente, por ahí venía.

A Marcus casi se le escapa una carcajada y varios aplausos, porque eso no lo había programado él, pero alguien debió enterarse de su plan y aliñó la historia. Rosie venía montada en un diminuto y gracioso poni, perfecto para su tamaño, al que habían adornado... pues también con retales de la Navidad. — ¡Soy la princesa del Reino de al lado! ¡Muy lejano! — ¿Está lejano o está al lado? — Lucius empujó a Horacius otra vez por la ironía, pero rápidamente se hizo con la función de nuevo. — ¡Oh, princesa! ¿En qué podemos serviros? — ¡Quiero una historia de este pueblo! ¿Quién me la va a dar? — Les señaló con un dramatismo muy gracioso. — ¿Y quienes son esos? — Marcus dio un paso adelante. — Majestad, somos la realeza de este reino. Permitid que solucionemos esto. Mientras tanto, podéis pasear por estas bellas tierras. — Rosie se quedó procesando la frase, demasiado pomposa para el limitado lenguaje de su edad. Al cabo de unos segundos, su vocecilla dijo. — Vale. — Marcus hizo una pronunciada reverencia y tomó el brazo de Alice, marchándose de allí. Fue a abrir la boca, pero sintió al poni ponerse a su altura. Ambos miraron a Rosie. — ¿Puedo ir con vosotros? — Lucius chistó, acercándose. — ¡No, Rosie! Lo demás viene después, ahora se tienen que ir. — Que están de aniversario, tienen que ir a hacer... — Intervino Horacius, y empezó a soltar ridículos besitos en el aire. Marcus movió la mano de la varita y, en mitad de los besitos, Horacius soltó un balido que le desconcertó e hizo a los otros dos desternillarse a su costa. — Un respeto a tu príncipe. — Miró a Alice, sonrió y aceleró el paso, huyendo de allí a la carrera entre risas. — Pues tú me dirás, princesa. Al parecer, si queremos un aniversario tranquilo y sin altercados, debemos localizar a cierto trovador. ¿Por dónde empezamos? —

 

ALICE

Se tuvo que reír con lo del paseo, claro, porque el aire que corría era helado, y suerte de que no lo era más. — Es que situamos muy estratégicamente nuestro aniversario para calentar el ambiente con nuestro amor. — Dijo dejando un besito sobre su mejilla y dejándose conducir. Asintió profusamente a lo de conocer el pueblo y dijo. — Es lo que tiene una gran urbe como esta, mi amor, nunca la conoces lo suficiente. — Lo mejor de que hiciera tanto frío es que no había nadie en la calle y podían reírse a gritos de sus propias bromas, y menos mal, porque su novio estaba sembrado aquel día.

Obviamente, sabía que algo había esperándola, y no se sorprendió de ver a los pequeños, porque adoraban a Marcus y se entregaban a todo ese tipo de movidas. Ella reaccionó llevándose la mano al pecho. — ¡Pero bueno! ¿Habéis visto esto, mi príncipe? ¿Quiénes son estos jóvenes? — Lo preguntaba en serio, porque por la indumentaria, no se imaginaba exactamente por dónde iba la ficcioncita. Ella se agachó y tomó las manos de Lucius. — Pues por haber sido tan bueno y haber confiado en mí, mi buen campesino, esta princesa os ayudará en cuanto esté en su mano. — Estaba disfrutando de lo lindo con aquello. Estos sí te han entendido. — ¿VEIS? Os dije que la princesa era buena. — Horacius cogió una de sus manos. — ¿A ti te parece que esta princesa trabaja mucho? ¡Mira qué manos más lisas! ¡Compáralas con las de nuestra pobre madre! — Estaba haciendo un gran esfuerzo por no echarse a reír. — Pero es porque ella es muy poderosa y no necesita hacer trabajo manual, todo es con la varita. — Si sabrás tú nada de trabajar con la varita… —

La situación era genial, pero Marcus intervino, como buen director, y le vino bien, porque de verdad que no se aguantaba la risa con los niños. De hecho, con lo del trovador se llevó la mano a la boca para contener la expresión, pero que pareciera de gran preocupación. Recibió a los niños, cada uno en un brazo y asintió gravemente. — Nuestro aniversario no importa ahora. Lo mínimo que podemos hacer es regalar unas buenas historias a la princesa, por supuesto, y honrar al pueblo, que sus habitantes se lo merecen. —

Y menos mal que apareció la princesa, porque ya no iba a poder contenerse la risa e iba a romper toda la ficción, aunque ahora lo que casi la rompe fue la adorabilidad. Se llevó las manos a la cara intentando contener un gritito de cuquidad al ver a Rosie en aquel poni tan precioso, toda puesta ella, pero se contuvo para hacer una reverencia. — Alteza. — Cuando se levantó extendió su mano hacia ella, porque la pobre parecía que se había quedado medio rayada con la movidita, y dijo. — De princesa a princesa, pienso traeros la historia más bella de este pueblo. — La niña sintió, recuperando su porte real, y contestó. — Así me gusta. —

Así que, entre risas por la salida de Horacius que había acabado balando, y encantada por el plan, se enganchó de nuevo a su novio y dijo. — Cuando el deber llama, es lo que hay. — Se apoyó en su hombro y dijo. — Me encanta este plan, estoy a tope. Y oye, felicita a Rowan el Verde de mi parte, su compañía de teatro cada vez actúa mejor. Igual dentro de nada hay presupuesto para vestuario. Incluido el del noble corcel de la princesa. — Dicho aquello, señaló en dirección a la plaza. — Tengo una teoría sobre dónde encontrar a nuestro trovador perdido. — Y entre risas, tiró de Marcus hacia la biblioteca. — ¡Hola, Edith! Buenos días. — Saludó al entrar. — ¡Oh! ¡Hola jóvenes! — ¿No tendrás un trovador perdido por aquí? — La mujer parpadeó y mantuvo su sonrisa. — Qué forma tan curiosa de pedirme poesía medieval. ¡Me gusta! —

 

MARCUS

Lo bueno de hacerle ese tipo de ficcioncitas a su Alice era que entraba a todas de cabeza. Disfrutó conteniendo lo máximo posible el entusiasmo por fuera, pero sintiendo que rebotaba por dentro, de la interacción de su novia con sus primos, y en cuanto esta terminó, partieron hacia el destino que ella había elegido. Que, por supuesto, era el correcto, pero tenía que seguir haciendo como que todo aquello le pillaba por sorpresa a él también. — ¿Eso de que... nuestro aniversario ahora no importa...? — Preguntó con una sonrisilla escondida y voz de falsa ofensa. — A ver si me voy a encelar de un grupito de niños. — Se llevó una dramática mano al pecho y suspiró. — Sustituido por un reto. Si es que debí vérmelo venir, las señales eran claras desde los once años... —

Soltó una carcajada mientras él también apoyaba cariñosamente la cabeza sobre la de ella, en su hombro. — Se lo diré. Aunque no sé por qué has dado por hecho que esto es obra de Rowan el Verde, yo no he hallado pistas concluyentes al respecto... Pero sí, siendo un árbol milenario de los bosques originales de Irlanda, cabe esperar que sea obra suya de alguna manera. — Aspiró una exclamación. — ¿Teatro? ¿Insinúas que nada de esto es cierto? ¿Que son meros impostores? — Y ya sí que se tuvo que echar a reír, pero recuperó rápido la compostura. — Princesa Gallia, por favor, no sea despectiva ni con el pueblo ni con la realeza vecina. — Sabía que le iba a gustar eso, pero no que fuera a ser tan divertido.

Por supuesto que había metido a Edith en el ajo. Pero por supuesto que la mujer no se acordaba. Su abuelo se lo advirtió: es dispersa. Pero claro, ¿cómo iba a hacer un plan en la biblioteca sin contar con la bibliotecaria? Al menos lo tenía que intentar. ¿Qué era lo peor que podía pasar? ¿Que se le olvidara? Sería como no decírselo, entonces. — ¡Ah, Marcus! — La mujer recabó en su presencia y, con una sonrisa y un delatador estiramiento del brazo y señalamiento con el índice, añadió. — Justo ahí he puesto lo que me pediste el otro día. — Ni todos los gestos que hizo con la cara fueron suficientes para parar ese tren. Pues no, lo peor que podía pasar no era que se le olvidara: era que recordara lo pedido, pero no el hecho de que fuera una sorpresa. Tenía que salvarlo. — ¿Te refieres a las viandas para mi abuela? — La mujer soltó una carcajada. — ¡Sí, para viandas estoy yo, lo que m...! — POR FIN le vio la cara, pero claro, la frenada exagerada en el discurso tampoco era muy discreta. — ¡Eso! Por favor, dile que se lleve ya esas... lechugas, que solo traen bichos y se comen mis libros. — Y dicho lo cual, entrelazó las manos y empezó a mirar al techo como si fuera la primera vez que lo viera. Marcus suspiró internamente. Muy discreta. Los niños habían resultado mucho mejores compinches.

Marcus carraspeó ligeramente. — Entonces... no te suena haber visto ningún trovador por aquí ¿no? — La mujer alzó las palmas. — No tengo constancia. Pero sí tengo entendido, por lo que los libros medievales me han enseñado, que los trovadores que huyen se suelen refugiar en el bosque. Aunque, si son hombres muy letrados, igual no sepan desenvolverse en lo salvaje. Quizás deberíais daros prisa antes de que se lo coma un lobo. — Marcus fingió la expresión costernada y miró a Alice. — ¡Parece que, efectivamente, se había fugado! Pero, ¿en mitad del bosque? — Miró a la mujer. — ¿Segura, Edith? — Ella se encogió de hombros. — A ver, si pretende esconderse, no creo que esté en la plaza púb... — ¡Un momento! ¿Qué es eso? — "Eso" era, básicamente, uno de los papeles que Marcus había PEDIDO a la mujer que repartiera por la biblioteca y que ahora tenía hecho un montón, junto con el resultado final, en la mesa de dos estantes más a la izquierda fingiendo ser lechuga. En un momento de distracción entre diálogos, había movido discretamente la varita para colocarlo en el suelo relativamente cerca de ellos. Suponía que no le quedaría más remedio que hacer eso mismo con los demás. — ¿Nos acercamos? — Invitó a Alice, aumentando la intriga, y tomaron del suelo la tarjeta, que rezaba lo siguiente:

“¡Oh, qué pena de este pobre trovador! Si acaso las historias que escriba no puedan ser escuchadas, ¿de qué servirá que las narre? ¡Ojalá los cantares se recogieran en libros! ¡Me esperanzaría tanto saber que así fuera!"

Marcus miró a Alice y arqueó las cejas. Edith, sibilinamente, había desaparecido en pos de hacer precisamente lo que él le había pedido que hiciera hacía una semana. Sí que lo había entendido, al parecer, pensó sarcástico, pero ante su novia continuó a lo suyo. — ¿Qué habrá querido decir? Yo diría que la pista sigue en esta biblioteca, pero... No sabría por dónde empezar... —

 

  ALICE

Si le había costado contenerse la risa con los niños, con Edith tuvo que mantenerla por el respeto reverencial que como Ravenclaw le tenía a las bibliotecas, pero, si no hubiera sido por eso, ni se habría molestado. De hecho, tuvo que taparse la boca para contenerse. — Lechugas. — Dijo mirando a Marcus, en una sonrisa que por muy poquito no se convertía en carcajada de milagro. Y más difícil se puso el asunto cuando vio realmente una lechuga hecha de papeles. Esto tiene que ser una broma, pensó, tapándose la cara para contenerse. Lo mejor es que Edith seguía a lo suyo. — Gracias por los consejos, Edith. Voy ya mismito a buscarlo. — La mujer claramente hacía lo que podía, aunque no la iban a contratar en la compañía de teatro, pero qué menos que agradecerle.

Ya más calmada, aunque aún con ganas de partirse de risa, cogió la nota y la leyó, llevándosela al pecho. — Ay, este pobre trovador. ¿Cómo voy a salvarlo? Viene violentillo el aniversario, eh. Y eso si no se lo come un lobo, como han sugerido por ahí. — Pero tuvo que mirar a Marcus con una ceja alzada. — ¿Cómo que no? ¿A que me ofendo yo? — Dijo con falsa ofensa, como si su novio no hubiera preparado su prueba. — ¿Cuál es el cantar por excelencia? Si hasta su propio título lo dice. — Y con una sonrisa, y sintiéndose como si volara, como si volviera a ser una adolescente por los pasillos de la biblioteca de Hogwarts, incluso dio un par de vueltas sobre sí misma en dirección a la literatura bíblica.

Alargó la mano hacia el Cantar de los Cantares como si hubiera sabido toda la vida dónde estaba y lo abrió casi exactamente por la página que buscaba, lo cual hizo que se cayera la siguiente pista. — ¡Oh! ¡Más mensajes del trovador! Preocupada me tiene… — Levantó el papel a la altura de su cara y leyó, en voz baja. —“¡Quién pudiera alcanzar la pureza de los lirios! ¡Y la brillantez del sol! ¿Acaso hay alguna ciencia capaz de hallar la manera de destilar las cualidades de todo lo más bello? Tanto más quisiera un trovador que poder conseguirlo. He de buscar pues a quien identifica sin sombra todos estos elementos, desde lo más brillante del sol a la pureza de la luna, solo así podré ser un trovador más grande”. — Ladeó una sonrisa y miró el pasaje justo del libro. — Mmmmm qué cosas tan bonitas del amado, así da gusto… ¡Oh! Veo aquí lirios que lleva el amado… Mientras sale el sol, justamente… — Bajó el libro con expresión suspicaz. — ¿No serán los lirios y el sol el símbolo de algún personaje que nosotros relacionamos mucho con nuestra disciplina, por casualidad? — Amplió su sonrisa y besó los labios de Marcus, antes de dejar el libro en su sitio, y de decir. — Estás muy eclesiástico tú, con lo mal que te llevas con los curas. — Y entre risitas salió corriendo al siguiente libro.

San Francisco y su canto de las criaturas le llevaron a Romeo y Julieta, siguiendo la estela amorosa del trovador, y casi tuvo que pelearse con una señora por los cuentos de Beddle el Bardo. Afortunadamente, en la sección de literatura medieval trovadoresca no había nadie y pudo aprovechar para ponerse contra la estantería y coger a su novio y ponerlo frente a ella. — A ver, dime, en esta bonita historia en la que todos acaban muertos… ¿Quién eres tú? ¿Tristán o Isolda? Porque, verás, Isolda era la irlandesa, y Tristán el inglés… Aunque Isolda era la curandera… — Le besó y le hizo cosquillas al mismo tiempo. — Dime, dime tú, que eres el más listo de los dos, como lo era Isolda… ¿Voy a tener que enfrentarme a un dragón para probarte mi valía y así invertimos los roles de género? A Siobhán le va a encantar esta historia. — Y volvió a reírse en bajito, enredada entre los brazos de su novio. Como pudo, desdobló el papelito de la pista, y leyó. — “Fue la noble princesa Isolda la que dio relevancia a la preciosa Isla Esmeralda. ¿No debería un trovador de dicha isla conocer un poco más de historias como la de su querida princesa? ¿Dónde podría yo hallar tal conocimiento?" — Se escurrió de los brazos de su novio y levantó las manos. — Supongo que habrá que ir a la sección de folklore. —

Pero se adelantó un poco, porque al llegar, había cientos de libros, casi todos con el lomo en distintos tonos de verde, así que se cruzó de brazos y miró a su novio. — Ahora sí que me he perdido. Voy a necesitar ayuda de un príncipe irlandés y Ravenclaw, como Isolda, que me ayude a elegir entre tanto título. —

 

  MARCUS

Solo por ver lo que Alice disfrutaba de esas cosas, cómo parecía ir flotando por la biblioteca, merecía los diversos rechinar de dientes que Edith le había provocado. Si había algo obvio era que Marcus iba a meter en una gymkana el Cantar de los Cantares y un libro de alquimia, y ahí estaban, siendo las dos primeras pistas evidentes. — Qué listo es este trovador, cómo ha sabido que íbamos a seguir sus pasos... — Dejó caer con teatralidad, mientras se aguantaba una sonrisilla y disfrutaba de lo lindo de las miradas entornadas de su novia. Estaba embobado viéndola razonar sus respuestas cuando le cayó un beso de regalo, que le hizo poner cara atontada, y tal fue su embobamiento que Alice prácticamente ya se había ido cuando atinó a reaccionar a su comentario. — ¿¿Yo?? A mí no me mires, estos son cosas de trovadores de pueblos. Aquí al parecer es moda llevarse bien con los curas... — Si no tiraba el tirito de vez en cuando, explotaba. Y eso que, sí, las tarjetas las había hecho él, pero ni muerto reconocería que tenía algo que ver con nada teológico ni que se le pareciera levemente. Solo... le venían bien las analogías.

Tuvieron un momento un poco violento con una señora por los cuentos de Beedle el Bardo. De hecho, Marcus estuvo a punto de cambiar de libro, porque total, Edith NO los había puesto donde los tenía que poner, y la señora parecía no querer deshacerse de él. Encima, mientras Marcus intentaba colocar la notita levitándola disimuladamente hacia su lugar, la mujer soltó un "¡y tú deja de revolotear papeluchos!" y fue abrir la boca y el dicho papelucho salió huyendo como si llevara vida propia y él casi se esconde detrás de una estantería. Pero cualquiera arrancaba a una Ravenclaw decidida como Alice del libro seleccionado. Todavía estaba resoplando angustiado, cuando su novia hizo una de las suyas, y a ver, estaban de aniversario y en una biblioteca prácticamente deshabitada. En peores condiciones se había dejado llevar. — Gallia, por favor. — Susurró con una sonrisa ladina y una leve carcajada de superioridad de fondo. — Yo no pertenezco a ninguna de esas novelas. Ni tú tampoco. Tú y yo nacimos para tener nuestra propia historia, y desde luego, para algo mejor que simplemente acabar muertos. Tú y yo somos inmortales. — Volvió a besarla él también, con más deleite, pero sin detenerse demasiado, que seguían en una biblioteca y... bueno, no le iba a venir nada mal para el resto de los planes que tenía para ese día dejarla con la miel en los labios. Rio levemente, separándose de ella. — Ni loco te dejo enfrentarte a un dragón, Siobhán tendrá que esperar a que invirtamos los roles de género con otra cosa. Total, no es como que yo sí pensara enfrentarme a uno. —

— A folklore, pues. — Dijo entre risas, siguiendo sus pasos después de que su pajarillo se escabullera. Eso sí, tuvo que contener una fuerte carcajada que hubiera sonado atronadora en tan silencioso lugar ante la cara que puso Alice cuando vio todas las posibles gamas cromáticas de verde, pero solo verde, en la sección. — Así que... se ha perdido usted. — Chasqueó la lengua y comenzó a dar lánguidas zancadas por la zona, con las manos cruzadas tras la espalda. — Qué pena... que no tengas cerca a un príncipe irlandés... Ah, Gallia, Gallia, me partes el corazón. Y yo que creía que tú sabías perfectamente cuál era el verde Irlanda. O eso decías. Hiciste un muy bonito licor de espino de un verde que, según tú... tomaste de una buena fuente de inspiración... — Se giró hacia ella, con una sonrisilla. — Quizás haya tantos verdes aquí que... se te haya olvidado cuál es ese... Hummm... — Ahora sí empezó a hacer el tonto, a moverse de lado como los cangrejos y agacharse y estirarse para poner su cara al lado de diversos libros. — ¿Será este? O seráááá... ¿este? ¿Cuál será el verde? — Pretendía poner sus ojos a la altura del libro correcto para que Alice lo detectara en comparación, porque sí, el libro en cuestión tenía el mismo tono de vede... Puede que le hubiera manipulado un poquito el color, pero en fin, ya era verde de base. Le venía bien cambiarle el tono. Alice dio finalmente con él y la nota rezaba lo siguiente:

"¡Decidido, me marcho! He recorrido todos los libros y mundos posibles y solo he conseguido aumentar la pena de mi desgracia, ¡tantas historias bellas y yo no tengo nadie a quien narrárselas! Me marcharé de esta tierra, por donde escapan las hadas, donde se pierden los mitos y la historia termina, o empieza, según quien la mire. ¿Acaso hay algún lugar mejor en el que este trovador pueda perderse?"

Miró a Alice y arqueó las cejas. — Princesa Gallia, espero que tengas la llave de este acertijo, o perderemos al trovador para siempre. — Tomó su mano. — Claramente ya no hay más pistas, así que vamos, ¡no hay tiempo que perder! — Y, para continuar con la ficción, se dirigió donde estaba Edith y, adelantándose a Alice unos pasos para que no le viera la cara y abriendo mucho los ojos, a ver si así captaba el mensaje, dijo. — Edith, ¿podemos sacar este libro de la biblioteca? Es de vital importancia. — La mujer se recolocó las gafas y alargó la mano diciendo. — Claro, cariño, deja que apunt... Ah per... — Más abrió él los ojos, y ya tenía a Alice al lado. Tardó, pero lo pilló. — Uuuuuuuuuuyyyyyyy qué libro más bueeeeeeeeeno, sí, sí, importantísimo. Toma, toma, cariño, cuidadlo bien ¿eh? Que es un libro mío, de aquí, de esta biblioteca, muy muy importante para aquí, para mí. — Podía oír en su cabeza la voz de su abuelo diciendo "te lo dije", pero como el caballeroso bien queda que era, se adelantó a Edith, tomó su mano y dejó un pomposo beso en esta que dejó a la mujer con ojos espaventados y un rubor en las mejillas. — Qué haríamos sin ti. Mil gracias, el conocimiento de Ballyknow está en las mejores manos. — La mujer rio un poquito. — Oish, qué cosas dices... — Y se fueron, antes de que la mujer le destripara más sorpresas.

 

ALICE

Ya le daba igual reírse porque la biblioteca de Edith no era la más ortodoxa del mundo, y su novio poniendo la cara al lado de los libros es que le daba pura felicidad. — No creo que pueda haber un color más bonito que el de los ojos de mi amor. — Dijo de corazón. — Cualquiera de estos es incomparable, pero me esforzaré. — Dijo siguiéndole el rollo de la teatralidad, mientras se acercaba a él para acariciarle la cara. Y a ver, veía lo que estaba haciendo, le estaba señalando el libro y, realmente, era verdad que se parecían mucho en color (o eso empezaba a parecerle a ella), pero por quedarse mirándole un ratito tampoco iba a pasar nada. Si es que le embobaba. — Hay que ver cuánto me desciende la capacidad intelectual cuando estás por aquí cerca… — Dijo acercándose a él. — Y no puede ser eso… Porque hoy estoy muy liada… — Se quedó muy cerca de su rostro. — Tengo que salvar a un trovador, contentar a una princesa y que aún me quede tiempo de celebrar mi aniversario… Así que si no te importa… — Le apartó con un besito y cogió el libro, haciéndolo girar en su mano y poniendo morritos. — Nah… — Lo puso a la altura de los ojos de Marcus. — Es imposible replicar ese color tan perfecto. —

Entre risas, y apoyándose en el pecho de su novio, leyó la nota. — Uy, el trovador este, está ya muy desengañado con el mundo, eh… — Asintió con gravedad a su aseveración y dijo. — Tengo varias opciones, porque las hadas están por todas partes en Irlanda… — Pero antes de que pudiera seguir con su actuación, Marcus prácticamente le quitó el libro de la mano y le pidió a Edith que les dejara llevárselo. Alice se rio ante la reacción de la mujer y se preguntó a ver qué más secretos tendría su novio aquel día que necesitaban llevarse un libro de la biblioteca, pero a ver, eran Ravenclaws, un libro de la biblioteca siempre viene bien. — ¡Muchas gracias, Edith! Te lo cuidaremos. — Uy sí, sí, que como he dicho es importantííííísimo. ¡Y feliz aniversario, tortolitos! — Vaya, por fin parece haberse enterado.

Aún más feliz que cuando había entrado, se reunió con su novio y le dio la mano, jugueteando un poco y haciendo que giraran sobre sí mismos. — Veamos… ¿Por dónde huyen las hadas en Ballyknow? ¿Serááá por el faro abandanonado? Hay hadas que se esconden en acantilados… — Dijo señalando en esa dirección. — ¿O será cerca de nuestro mejor amigo Albus? Él las conoce bien… — A eso tuvo hasta que reírse. — O, siendo una criatura folklórica, no me extrañaría nada que Nancy tuviera una en un bote en su despacho… — Rio, y parando de dar vueltas, en una dirección concreta, dijo. — ¡Nooooo! ¡Ya sé! — Y tiró de él, empezando a correr. — ¡Vamos, príncipe que no podemos perder más tiempo! —

El túnel de las hadas de Ballyknow era uno de los sitios más románticos y bonitos del pueblo, con su forma circular, siempre lleno de hiedras y plantas trepadoras, fuera cual fuera la época del año. Casi parecía realmente cosa de hadas. Tanto que era hasta un poco cliché para las parejitas, y si no hubiera sido un día de enero en el que hacía tantísimo frío, alguna habría estado ahí, y si no, padres con niños contándoles bonitas historias y corriendo de un lado para otro del túnel. Tomó las dos manos de su novio y dijo. — Fíjate qué bien elegimos el aniversario, que no hay nadie aquí, para que podamos estar románticamente solos… — Se soltó, como si se acordara de algo de golpe, llevándose las manos a la cabeza. — ¡Pero si no hemos venido a eso! ¡Ay, que casi se me olvida! — Tuvo que contenerse la risa, por si Pod estaba por ahí, que no pensara que no se lo estaba tomando en serio. — ¡Hay que buscar al trovador! ¿TROVADOOOOOR? ¿ESTÁS POR AQUÍ? Soy yo, la princesa Alice, no tienes que tener miedo, vengo a ayudarteeeee. — Empezó a gritar recorriendo el túnel a saltitos, y dando hasta vueltas sobre sí misma, de lo bien que se lo estaba pasando.

 

MARCUS

Rio mientras caminaba con ella y la escuchaba confabular. — No está mal como hipótesis. — Respondió a lo de los acantilados, aunque evidentemente no fuera allí, pero por darle intriga. Si bien a lo de Albus estuvo a punto de saltar con un indignado "ya he sido lo suficientemente tonto como para liar a Edith, ¿crees que me arriesgaría con Albus?", pero se contuvo y simplemente mantuvo una sonrisa que no le comprometía a nada y el silencio en el aire. Menos mal que ni Alice se había tomado eso como una opción real, y no tardó nada en echar a correr hacia el sitio correcto.

Sonrió embobado. — Es verdad. Es un sitio ideal para un paseo romántico. — Y por un momento se le había olvidado que no estaban solos (esperaba, no quería más lagunas en su plan), y se maldijo a sí mismo por hacer tantas ficcioncitas en vez de simplemente pasear por donde corresponde pasear a dos enamorados. — ¡Oh, por Nuada, nuestro pobre trovador! — Siguió el rollo al despiste de Alice, aguantándose la risa. — ¿Dónde estará? — Se preguntó en voz alta. Mientras Alice le llamaba a gritos, él fue por otro lado, haciendo lo mismo. — ¡¡TROVADOOOR!! No te vayas, ¡queremos oír tus historias! ¡Este pueblo no sería lo mismo sin ti! — Y, después de hacerles un poco de rogar, un arbusto se removió cerca de por donde Alice estaba, y emergió Pod. Casi se derrite y se muere de risa al mismo tiempo al verlo: llevaba un sombrero con un par de plumitas de colores y, al hombro, un palo con un mantel enrollado con cosas dentro, como los que huyen en los cuentos. Le daría las gracias a Rosaline por el detalle de mejorar el disfraz. — ¿Quiénes sois? ¿Por qué me...? ¡Oh, pero si es la princesa! — Hizo una graciosa reverencia que casi le desequilibra la bolsa atada al palo. — Qué honor teneros aquí. ¿Por qué me buscáis? — Marcus trotó hasta él. — Trovador, la princesa del reino vecino quiere oír vuestras historias. — Pod hizo una dramática caída de ojos y dijo. — Nadie quiere oírlas... — ¡No! Por favor, Ballyknow perdería mucho si os marcháis, ¿verdad, mi amor? — Pod siguió haciéndose el herido. — ¿Cómo sé que de verdad estáis interesados? Seguro que, en cuanto empiece a narrar, os marcháis. — Marcus miró a Alice. — Mi amor, enséñale todas las pistas que hemos recabado para encontrarle. —

Lo hizo y ahora Pod se fingió sorprendido. — ¡Oh, pero cuánto interés por encontrarme! ¡Qué alegría! — Era muy gracioso lo metido que estaba en el papel. — ¡Decidido! ¡Me vuelvo a Ballyknow! — ¡Es él, es él, le han encontrado! — Marcus respiró con cierto alivio, porque ahora necesitaba que el resto de los niños apareciera para rematar la función, y por allí llegaban todos, poni incluido. — ¡Es el trovador! ¡Os dije que le encontrarían! — Gritaba Lucius. Pod se llevó una mano al pecho. — ¿De verdad me buscabais? — Quiero una historia, porque soy la princesa y no me iré hasta que no tenga una. Quiero ver si esa princesa de verdad ha salvado a vuestro reino o no. — Rosie había recuperado una graciosa y altiva dignidad. Pod volvió a hacer una pomposa reverencia. — En ese caso, acomódaos. Justo el otro día escribí un precioso relato de amor que creo que os va a gustar. — Marcus miró a Alice y arqueó las cejas varias veces, y todos (excepto Rosie, que estaba muy bien en su poni), se sentaron en el suelo ante Pod, que sacó unos pergaminos de su alforja, se aclaró la garganta y comenzó a relatar. — "Érase una cálida noche de finales del verano. Un niño, ilusionado y asustado, recogía todas sus cosas para bajar del tren que le llevaría a su nuevo hogar; una niña, al mismo tiempo, quería descubrirlo todo, y conocerlo todo, por lo que analizaba el propio tren que les había llevado hasta allí. El destino quiso que la última barca fuera para ambos." — Marcus miraba a Alice de reojo, escondiendo una sonrisa. Pod les leyó un precioso cuento durante casi quince minutos, la historia de ellos vista desde su punto de vista: Marcus se lo había contado todo, incluyendo los pasajes más bonitos (y blanqueando los que pudieran no ser aptos para niños) y le había pedido que creara un relato con él, y el niño lo había hecho de forma magistral. Estaba al borde de las lágrimas. — ">>¡Serán tablas, pues!<< Dijo el gallardo caballero verde. >>¡No!<< Respondió la chica pájaro. >>¡Prefiero perder a que me regalen la victoria!<<" — Qué valiente. — Oyó murmurar a Rosie, mirando a Alice. Horacius también estaba entregadísimo a esa parte del relato, pero por supuesto estaba lejos de terminar. — "Y justo cuando la Nochebuena llegaba a su fin, el chico espino abrió las manos y de ella brotó una hermosa flor, de espino, como su nombre, y enganchándola a la muñeca de la chica pájaro, le dijo: >>Para que siempre recuerdes esta noche y lleves conmigo mi esencia<<, y ella alzó la varita y creó una ilusión de cielo estrellado, como la de la feria de San Lorenzo, y dijo: >>para que siempre que mires arriba y pronuncies este hechizo, recuerdes la noche que bailamos juntos<<." — Lo dicho, muy blanqueado el relato. Según Pod ni siquiera estaban en una habitación.

Marcus había pasado muy por encima de la pelea, pero sí dejó caer que pasaron una muy mala semana antes de empezar, y para su gran asombro, Pod había hecho maravillas con eso: metió a los personajes en un laberinto lleno de monstruos, hechizos terroríficos que les cambiaban la manera de pensar, y mientras ellos batallaban, sus amigos entraban como un auténtico ejército a salvarles, hasta que se reencontraron al final de dicho laberinto en "una sala que les mostraba un resumen de todos sus años juntos", magia que se había producido porque la chica, al quedarse en un callejón sin salida, había gritado que le quería, y eso había roto todos los hechizos malos. Marcus estaba alucinando con la inventiva del niño y cómo le había dado la vuelta a uno de los peores pasajes de su historia juntos. De hecho, si Alice le miraba le vería con la mandíbula en el suelo, porque esa no se la vio venir ni él. — "Y desde ese día nunca volvieron a separarse, y con el tiempo se convirtieron en príncipe y princesa, y reinaron juntos con amor y justicia. Y colorín colorado, este cuento..." — ¡SE HA ACABADO! — Corearon todos los niños. Marcus no podía corear porque estaba demasiado ocupado en intentar deshacer el nudo de su garganta. Pod hizo varias reverencias, pero él se levantó y le abrazó con fuerza. — Ha sido precioso. — El niño, al separar el abrazo, le miró con ojos brillantes. — ¿Te ha gustado? ¿Ha sido lo que tú querías? — Ha sido mil veces mejor. Eres un excelente cuentacuentos. — Pod amplió una sonrisa iluminadísima y Marcus dejó que fuera a abrazar y ser felicitado por Alice. Además, el relato era para ella, qué menos que dejar que el niño se lo diera. Mientras tanto, se acercó disimuladamente a Rosie, y cuando Alice terminó con Pod, ella dijo. — Muchas gracias por encontrar al trovador, princesa, me ha encantado la historia. Y como soy una princesa a la que le gustan mucho las historias, este libro es para ti. — Rosie le tendió a Alice el libro sobre folklore irlandés que habían "sacado" de la biblioteca. — Ya podemos irnos. Adiós. — Frunció los labios para aguantarse la risa, porque la niña claramente había terminado, así que dio media vuelta y se fue, llevándose a su comitiva con ella (y con Horacius haciendo burlitas). Marcus se giró a su novia y se encogió de hombros. — Supongo que el libro no era de Edith exactamente. — Sonrió ampliamente. — Enhorabuena, princesa. Has salvado a un pueblo, a su trovador... y a nuestra historia. —

 

ALICE

Tuvo que taparse la boca como si fuera gran sorpresa para ocultar el alarido de adorabilidad que le provocó ver a Pod tan puesto con sus plumas y metido en el papel del todo. — No os imagináis, trovador, lo que el mundo se perdería sin vuestras historias. Me he enamorado de todas y cada una de vuestras palabras a través de las pistas. — Aseguró llevándose una mano al pecho y con tono tierno.

Cuando anunció su vuelta a Ballyknow, Alice alzó los brazos y dio saltitos. — ¡SÍ! ¡Lo hemos conseguido! ¡Me encantan los finales felices! — ¡A MÍ TAMBIÉN! — Exclamó Lucius feliz de la vida mientras aparecía por allí, como si fuera un desfile con todos los demás. En todo aquel alboroto, miró a Marcus, con una gran sonrisa y los ojos brillantes, vocalizando “gracias”. Le parecía la forma perfecta y muy irlandesa de celebrar aquel primer aniversario. Pero había más, por supuesto, así que Alice se acomodó, con genuina curiosidad por aquella historia final que parecía que el trovador iba a ofrecerles a todos. Y en cuanto escuchó las primeras frases, notó cómo se le hacía un nudo en la garganta de la emoción. El trabajo de contención que tuvo que hacer fue titánico para no llorar, o tirarse a los brazos de Marcus, o cubrir de besos a Pod, eran demasiadas emociones juntas. Alice era muy consciente de su propia historia, le encantaba, pero oírla así la hacía realmente un cuento, un cuento precioso pero realista, con sus tropiezos, sus mejores momentos, lleno de amor y comprensión, un lugar seguro al que recurrir, mucho mejor que aquellos cuentos fantasiosos de su infancia, o aquellas novelas dramáticas que tanto le habían gustado. Era una historia que cualquiera podría haber vivido, pero a la vez, tan bonita, que nadie que la oyera pudiera decir que no le emocionaba, que no le llenaba de alegría. Se rio con ganas de algunos episodios (y, obviamente, notó la no presencia de algunos otros), pero especialmente con lo de las tablas. Asintió muy gravemente y se cruzó de brazos. — Estoy segura de que fue exactamente así, y es como lo pienso difundir a partir de ahora. — Pero lo de la pulsera fue demasiado para ella, y notó cómo los ojos se le llenaban de lágrimas. ¿Cómo no lo vio? ¿Cómo no fue evidente cuando estaban en aquel laberinto que Pod estaba narrando que estaban hechos el uno para el otro? Extendió la mano y apretó la de Marcus. Qué tranquilidad saber que eso era para siempre, que no tendrían más preguntas que hacerse.

Cuando Pod acabó, a Alice no le daban las manos para aplaudir más. — ¡Eres el trovador más increíble que he oído! Y lo digo totalmente en serio. — Le levantó un poco el sombrerito y le dio con el dedo en el centro de la frente. — Esta mente es maravillosa, vas a hacer cosas preciosas con ella. — Bajó la voz y se acercó como fuera a decirle un secreto. — Y como se lo cuentes a la tía Molly, te va a coger de depositario de leyendas de referencia, la vas a hacer feliz. — Y terminó guiñándole un ojo. Pod se sonrojó y le miró con cara angelical. — Gracias, princesa. Es un honor. —

Tan obnubilada estaba, que no se vio venir a Rosie con un libro. Se quedó un poco perdida un segundo, casi le explica a la niña que el libro era de la biblioteca… Y entonces entendió, y se rio de su propia estupidez, mirando a Marcus. — Muchísimas gracias. De princesa a princesa. Así da gusto hacer misiones. — Afortunadamente, su alteza cortó pronto, porque dio el espectáculo por terminado y, en apenas segundos, se había quedado a solas con Marcus, en un entorno precioso. Rio y le dio a Marcus con el libro suavecito en la frente. — ¿Qué me has hecho, Marcus O’Donnell que ni cuenta me he dado de la que me estabas preparando? Vamos, ya iba yo a devolder el libro a la biblioteca como una buena Ravenclaw. — Rio y abrazó el libro antes de besarle. — Me ha encantado la aventura. No podía haber pedido nada mejor para un aniversario en Irlanda: leyendas, naturaleza, familia… ¿Cómo lo haces siempre para saber PERFECTAMENTE qué hacer? — Rio y le dio otro beso. — Pero ahora dime que el aniversario va a consistir en que leamos este libro del color de los ojos de mi amado al lado de un fuego donde deje de salirme vaho al hablar. — Volvió a besarle, esta vez más detenidamente.

 

MARCUS

Se encogió de hombros con una sonrisita adorable, como si nada. — No sé a qué te refieres. Yo solo salía a pasear con mi amada y la aventura de este mágico lugar se topó con nosotros. — La rodeó con los brazos. — Espero que te haya gustado. Los niños se enteraron del aniversario y no paraban de perseguirme con qué íbamos a hacer, qué te iba a regalar... — Señaló el libro con la cabeza. — Y uno de los días que estaba con Nancy me habló de ese libro, me gustó, y pensé... creo que puedo adornar un poquito el regalo. — Arqueó las cejas. — Ya te dije en la carta que sería un día lleno de sorpresas... Aún queda alguna que otra. —

Su siguiente comentario le hizo soltar una fuerte carcajada. — ¡Vaya! ¡Pero si la próxima parada eran los acantilados, donde sopla ese viento que tanto te gusta, una agradable brisa marina de mediados de enero en Irlanda! — Rio y, tomándola de la cintura, caminaron. — Puede que la próxima parada sea un lugar de interior, sí... A ver, ¿dice algo ese libro de una próxima parada o algo así? — Y fueron ojeándolo por el camino mientras reían y Marcus dirigía a Alice a su próxima parada prácticamente sin que se diera cuenta.

— ¡Ay! ¡Hola, cielitos! — Por supuesto que no iban a pasearse así como así por el pueblo sin toparse con un familiar por el camino. Marcus sonrió ampliamente. — Hola, prima Nora. — Qué ilusión, de primer aniversario. — Dijo acercándose a ellos, con varias bolsas llenas de viandas siguiéndola. — ¿Qué... cómo va... el día? — Marcus señaló con ambas manos el libro que Alice tenía en las suyas y Nora se llevó una mano al pecho y suspiró. — Ay, menos mal, ya tenía yo miedo de estar destripando la sorpresa. — Si supieras cómo ha sido la etapa Edith de la gymkana, pensó. — Ya hemos resuelto el misterio del trovador y recuperado la paz del pueblo. — Claro, claro. — Vale, no controla tantos datos, volvió a pensar en vistas de que la mujer, al parecer, solo quería evitar destripar el hecho de que los niños iban a hacerles una gymkana, fuera cual fuese el argumento. — ¡Oh! Qué libro más bonito, estoy segura de que mi sobrina Nancy ha tenido algo que ver. — Comentó mientras se asomaba a verlo. Marcus rio. — Así es. — ¿Te ha gustado, cariño? Se lo diré, como la tengo hoy en mi casa, más contentos que están los abuelos de que la nieta se les... — Reparó en la cara de circunstancias de Marcus. Esto sí lo estás destripando, pero en fin, empezaba a desarrollar bastante tolerancia a su familia siendo bocazas, no es como que Wendy no hubiera entrado por la casa a primera hora de la mañana pregonándolo. Con razón decía su abuela que eran todos muy exagerados con ella.

— Bueno... — Soltó una risita y se pasó un mechón de pelo tras la oreja, consciente de que ahora sí había hablado de más. — Yo me voy ya. Es que... Tiene una excursión de las suyas, y claro, aquí una tiene fama de hacer muy buenas comidas y... En fin, que voy a prepararle las cosas a mi Nancy, que esa luego se va por ahí sin comer... — Empezaba a aturullarse con su propia excusa, y hasta las bolsas comenzaban a no saber para dónde tirar. — Felicidades, parejita, ¡pasadlo muy bien! — La despidieron con cariño y la mujer (y sus bolsas) huyó de allí rápidamente. Marcus tendió el brazo a Alice. — En fin... Qué bien no tener la vigilancia e interrupciones de Hogwarts ¿eh? — Optó por la ironía y por reírse. Estaba muy feliz, y tenía la seguridad de que a Alice le encantaría todo. Irlanda sacaba su lado más relajado, claramente. — Vayamos a ese lugar supersecreto que estoy convencido de que ni te imaginas y que cumple con el criterio requerido de estar resguardados del frío. —

— Hmmm... ¿Qué es esto? — Se hizo, una vez más, el que no sabía nada. Habían llegado donde técnicamente estaba la casa de Nancy, Wendy y Ginny, pero en su lugar, había una ilusión que simulaba una cueva mágica. — ¡Qué lugar más extraño! — Se giró a Alice, con el ceño fruncido. — Por casualidad no pondrá algo en ese libro tuyo relacionado con un sitio así ¿verdad? Lo cierto, Gallia, es que me has pegado la curiosidad, y ahora quiero entrar. — Alzó la mirada. — Aunque esto parece un encantamiento de ocultación, realmente... si tan solo supiéramos... en qué leyenda está inspirado para poder neutralizarlo... — Bajó la mirada de reojo a Alice, rio y se lanzó a hacerle cosquillas. — ¿Sabes qué, Gallia? Para mí también es un misterio esto. Nuestra querida prima Nancy nos lo ha hecho y me dijo que, a cambio de la idea del libro, lo teníamos que resolver. Así que bienvenida de nuevo al Club de Misterios. ¿Investigamos? — Rio y se apoyaron en uno de los bancos cercanos, abriendo el libro y husmeando por ahí, hipotetizando, hasta que dieron con la clave. — Hm, con que tres. Quizás es que hay tres misterios, en ese caso no perdemos nada por probar por si este es el primero. — Señaló con ambas manos. — Todo tuyo. — Cedió el honor de lanzar el hechizo, y una vez hecho, la cueva se desvaneció y apareció la casa de las chicas. Se acercaron a la puerta. — Vale, está cerrada. ¿Será el hechizo de la puerta la segunda clave? — Era, evidentemente, y ya sabía lo que iba a desvelar la tercera.

Pasaron al interior y cerraron tras ellos. — Lo siento, pero no puedo aguantarme la intriga. — Comentó entre risas mientras se dirigían al salón. — Lanza el tercero, a ver qué pasa. — Y, tal y como imaginaba, en la mesa de comedor se materializó una comida que emulaba a la perfección la de un día cualquiera en Hogwarts. Hasta la mantelería había intentado que estuviera lo más lograda posible. — Bueno, pues... esta es otra de las sorpresas. — Se acercó a ella. — Esa fue nuestra primera cena como novios: el menú que había en Hogwarts el día que empezamos a salir. Porque Marcus O'Donnell tiene muy buena memoria para la comida. — Se encogió de hombros. — No es nada del otro mundo, y lo he trasladado al almuerzo porque me da en la nariz que alguien tiene planes para la cena. — Rio levemente. — Pero quería homenajear esa primera vez que comimos ya sabiendo a ciencia cierta lo que sentíamos el uno por el otro. — Hizo una pausa, con expresión interesante. — Ah, y por cierto... y por si las diversas pistas no te han hecho imaginarlo ya... — Se acercó a ella y puso la frente en la suya. — Da las gracias a tus nuevas primas por este regalo, porque tenemos la casa para nosotros hasta mañana por la mañana. Ahora solo tenemos que confiar en que nadie nos moleste. —

 

ALICE

Recogió la cara de Marcus con las manos y le miró enternecida. — Me ha encantado. Dentro de nada serán demasiado mayores y no querrán ayudarnos con estas cosas, o quizá ya no estemos en Irlanda… Es un aniversario único, y no solo por ser el primero. — Miró el libro y se rio. — Me la has colado entera con esto, eh, hay que ver… — Se lo llevó al pecho y sonrió como una niña aplicada y buena. — Pero me encanta. Me temo que va a acabar sobadísimo de tanto que lo voy a consultar. Pero esos son los buenos libros. — Y alzó una ceja con una sonrisilla. — ¿MÁÁÁS sorpresas? — Y le siguió el rollo a la bromita, dejándose llevar, y sin soltar su adorado librito.

Sonrió ampliamente y agradeció la felicitación de Nora, aunque debía admitir que no tenía mucha idea de lo que estaba oyendo hablar, porque se le mezclaban mensajes, Nora parecía que sabía pero no, y salió Nancy por la ecuación. Lo que fuera sería bienvenido, así que simplemente dijo. — Es precioso. A mí me encanta el folklore y las leyendas, así que lo voy a disfrutar. — Y se dejó arrastrar por su novio, muerta de risa. — Parece mentira que en un pueblo tan pequeño estemos tardando tanto en llegar a nuestra supersorpresa. Y que tanta gente sepa que estamos de aniversario. —

Nuevamente, se quedó un segundo pillada hasta que entendió lo que estaba viendo. El pueblo era enano, y en esos meses, precisamente se había quedado muy bien con la localización de la casa de las primas, pero… Un hechizo, por supuesto. Tuvo que reírse un poco y negó con la cabeza. — Hoy me estás pillando con la guardia baja, ehhh. — Rio un poco y volvió a mirar. — Creí que estaba flipando. — Levantó el libro y puso una cara cómicamente seria. — Observemos dichas pistas. — Y le siguió hasta el banco. Hubiera agradecido un interior para eso, pero bueno, no se iba a quejar porque esa era justo la gracia del juego.

— Esta es fácil. — Dijo en cuanto reconoció el simbolito de entrada. — Eso es un trisquel. — Buscó rápidamente en el libro. — Es un símbolo druida que posee tres brazos en forma de espiral unidos en el centro. El número tres es sagrado en la cultura celta, y representa perfección y equilibrio. — Miró a Marcus y asintió. — Yo diría que sí, el tres le pega a este día mucho en cuanto a perfección y equilibrio. — Asintió, pensativa. — Hmmm fíjate que yo diría que aquí va un… ¡Aparecium! — Y, cuando la casa de las chicas se materializó, no pudo evitar morderse el labio y decir. — Como sea lo que me estoy imaginando voy a llorar de felicidad. — Luego alzó las cejas y levantó las manos. — Pero bueno, si luego están dentro todos los niños, y los abuelos, y hay algún juego de pub que hacer entre veinte personas, tampoco me quejaré, eh. — Aunque algo le decía que por fin iban a poder disfrutar de un poco de quietud aunque fuera.

Echó el Alohomora más rápido de su vida y sintió cómo el calorcito de la chimenea y los hechizos aislantes le devolvían a la vida, y podía pensar más rápido. — Pero que todavía hay más… — Miró a su alrededor y dijo. — Algo me dice que todo está montado ya solo que no puedo verlo así que… ¡Revelio! — Y tuvo que parpadear porque, por enésima vez aquel día, ni sabía qué era lo que le había aparecido ante sí. Se tuvo que echar a reír. — Si llega a depende mi vida de ello, me muero, te lo aseguro. ¿Cómo has podido montar esto? — Volvió reír y a rodearle con los brazos. — Es una recreación perfecta de todo, y fue el día más feliz de mi vida hasta la fecha, así que no has podido hacerme más feliz. — Le besó y luego entornó los ojos. — ¿HASTA MAÑANA? ¿ESTÁS DE BROMA? ¿Pero qué regalo es este, por Merlín? ¿Estar solos veinticuatro horas? Me siento hasta mal por el lujo, mi vida. — Volvió a besarle mientras se reía y luego negó con la cabeza. — No, lo cierto es que no me siento mal. — Arrastró a Marcus hacia el centro de la habitación y se quitó las botas y el abrigo.

— ¿Sabes qué no tuvimos en nuestro primer día? Justo lo que me has dado hoy: tiempo. Me hubiera quedado en aquella sala de los menesteres para toda la vida, pero no pudo ser. Hoy al menos tendremos veinticuatro horas. Yyyyy para celebrar que aún es temprano para comer y que estamos solos… Voy a darte la primera parte de mi regalito. — Sacó del bolsillo del abrigo una bolsita. — Aaaaaquí hay cositas que se me ocurrió que podíamos hacer en nuestro aniversario. Hay muchas y de diversa duración porque no sabía cómo lo íbamos a tener para poder hacerlas. Al menos hasta la hora de cenar… Sea lo que sea que va a pasar entonces. — Se rio, guiñándole un ojo. — Saque usted, prefecto O’Donnell, ya que lo has montado todo para que volvamos a Hogwarts. — El papelito ponía “te dan un masaje” — ¡Oh! Qué afortunado. Veo imperativo que para esto te quites la camiseta y te sientes ahí, prefecto. — Dijo empujándole hacia el sofá. — Luego me toca sacar a mí, eh. Pero, de mientras, relájate. —

 

MARCUS

Soltó una carcajada, y luego otra más, y otra aún más fuerte a las diversas reacciones de Alice ante la noticia de estar allí solos hasta el día siguiente. — Me alegro de que finalmente no te sientas mal, porque es justo tooooodo lo contrario de lo que pretendía con este regalo. — Dijo con expresión pilla. — Y definitivamente se acabaron los juegos que involucran a la familia, dejémoslo para las fiestas calendarizadas. Al menos calendarizadas por ahora, esta lo será tarde o temprano. — La besó él también y se dejó arrastrar hasta el salón, donde aprovechó para ponerse cómodo al igual que ella.

— Oooh. — Dijo abriendo los ojos ante la premisa de un regalo dividido por partes, mirando lo que Alice sacaba con curiosidad. Arqueó varias veces las cejas. — ¿Qué será lo que está reservado para la cena? — Intrigó en voz alta, tras lo cual se frotó las manos y revoloteó los dedos por encima de la bolsita antes de sacar un papelito. Eso sí que le hizo arquear las cejas. — ¡Anda! ¿Y este privilegio? — Comentó divertido y un tanto azorado en lo que Alice le dirigía al sofá, y se puso ridículamente colorado, risita incluida, con lo de la camiseta. — Vaya... sí que vamos a empezar rápido. — La miró entornando el cuello y los ojos hacia atrás, donde ella estaba. — Que no es que me queje ni mucho menos. — Y en lo que no paraba de hablar, Alice le quitó la camiseta. La estancia era cálida, pero hacía tantísimo frío que notó la piel de gallina al quedarse tan desprotegido. Menos mal que se le iba a pasar pronto.

Se le fue pasando conforme su novia iba masajeándole, aunque el roce de las manos de Alice en su piel le hacía concentrarse más en otras sensaciones que no eran las del relax. Volvió a mirar para atrás, con una sonrisita ladina y los ojos entornados. — Gallia... — Dejó caer, arrastrando las sílabas, entre divertido y tentativo. — Sin ánimo de ofender, pero... cada vez te curras menos las excusas para quitarme la camiseta. — Rio entre dientes, mientras cerraba los ojos para disfrutar del masaje. — ¿Y luego no puedo darte yo uno a ti? ¿O eso está en otro papelito? — Y ya si optó por callarse y disfrutar.

Un minuto por lo menos. Se dio la vuelta y la miró, travieso. — Quiero ver qué más cosas hay ahí. — Dijo curioso. — Pero antes... quiero un beso. — Y se acercó a ella, abrazándola y besando sus labios con la tranquilidad de que estaban solos y de que tenían por delante casi veinticuatro horas. — Ups, perdón. — Paró el beso al cabo de un rato, sonando cero convincente en la disculpa. — No quiero que parezca que he parado el masaje porque tenía curiosidad por el resto de papeles, pero en verdad lo que quería era besarte. Aunque haya sido exactamente eso lo que ha pasado. — Tonteó, dejando un nuevo beso entre risas, y ya sí sacando otro papel.

— Uh, verdad o reto versión parejas. — La miró con una sonrisilla maliciosa. — Algo me dice que esto me va a poner mucho menos incómodo que cuando jugamos con nuestros amigos... y que me lo voy a pasar MUUUUY bien. — Rio, se mordió el labio y miró hacia arriba, pensando. Se había dejado quitada la camiseta, al parecer ya no tenía tanto frío. — Vale... La verdad es la siguiente: ¿cuándo fue la última vez que... fantaseaste con...? — Hizo una pose chulesca, señalándose y con una caída de ojos. — ¿...Este al que has tenido la desfachatez de desnudar en el primer minuto en plena ola de frío? ¡Pero! Como te conozco y me vas a decir "pues hace cinco minutos", la verdad tiene que incluir el siguiente criterio: que estuviéramos en una situación en la que NO estábamos solos, cuándo fue, qué estaba pasando y con quién o quiénes estábamos. — Puso expresión interesante. — Y si no quieres admitir dicha verdad, pues... el reto es... — Se miró las uñas, prolongando la incertidumbre. — Hmmm... Creo que a ese puré de patatas que está ahí le sentarían divinas ciertas setas que yo no pude conseguir ayer... Aunque sería una pena que desperdiciáramos nuestro valioso y escaso tiempo juntos en que te fueras por ahí con el frío a buscarlas... —

 

ALICE

Se encogió de hombros con carita de niña buena cuando Marcus se preguntó qué habría para la cena, no comprometiéndose a nada, todo fuera que se le escapara algo. Casi tan inocente como su novio cuando se le puso hasta colorado, haciéndola reír. — ¿Estamos tan a tope con lo de recrear primeras veces que también nos van a dar esos nervios? — Se sentó detrás de su novio y se puso a masajearle. — Hmmm a ver que compruebe. Hay una chimenea, un sofá… Marcus O’Donnell sin camiseta… — Dejó un ligero beso en su nuca. — Solo que aquella vez no teníamos veinticuatro horas ni tanta seguridad… Así que se puede decir que en año y medio hemos mejorado bastante la táctica. — Dejó otro beso en su piel y susurró. — Y la técnica. —

Marcus pronunciando así “Gallia” le hacía sentir cosas, pero se mantuvo fuerte ante semejante acusación. — Podría no currármelas nada. Podría simplemente ir a ti y quitártela cada vez que quisiera tocar tu piel… Porque mi amado es mío y yo soy suya, y eso es así… — Dijo deslizando las manos hacia delante para acariciar su pecho. — Pero tú tienes tus códigos y yo los respeto. Pero solo porque te quiero, no por falta de ganas o de posibilidad… — Comentó con un tono entre picón y sensual. — Tú puedes darme lo que quieras, mi amor. Pero hay muchas cositas en esa bolsa, que, de hecho, podemos guardar para San Valentín, porque no nos dará tiempo a todas. Ya que te he pegado el espíritu descubridor… Mejor probar más variedad. —

Lo que desde luego era mejor probar eran los besos y los brazos de su amado, que le hicieron sentir una oleada de deseo en todo el cuerpo, pero que decidió estirar, porque claramente había logrado picar la curiosidad de Marcus y todavía podían usar más papelitos. Asintió gravemente sacando los labios. — Oh, por supuesto. Ese secreto permanecerá entre nosotros, mi amor. — Y luego se echó a reír.

Asintió a lo de los amigos. — Hace mucho que no echamos uno de esos. Pero por supuesto que lo prefiero aquí, antes que con Ethan y Hills pensando maldades, u Oly siendo demasiado específica. — Se tumbó entre risitas, dejando las piernas por encima del regazo de Marcus y jugueteando con las caricias a sus brazos y su espalda, mientras escuchaba la pregunta. — Siempre tan específico y lleno de condiciones, O’Donnell, terrible lo tuyo. — Se puso a juguetear con su pelo, mirando al techo. — Es difícil porque… Verás, yo vivo así, y creo que ya lo descubriste con el aceite de navarryl. Pero… Nadie quiere ir a por setas en plena ola de frío. — Puso una sonrisita pilla y se incorporó para sentarse en el regazo de su novio, acercando mucho su rostro al de él. — Cuando estábamos volviendo a Irlanda la semana pasada… En la aduana… — Deslizó suavemente los dedos por su garganta hacia su pecho. — No venía nadie más con nosotros, pero estábamos rodeados de gente y… Pensé “uf, si viera a mi novio, con lo guapísimo que es, en una aduana, sin saber quién es siquiera, me acercaría a hablar con él” y luego pensé… A hablar no. Me acercaría a intentar seducirle… Y me lo intentaría llevar a la cafetería a que me invitara a un café, aunque fuera… — Se removió un poco en su posición. — E intentaría rozarle… — Dijo bajando su tacto hacia la mano de Marcus y acariciándole fugazmente. — Luego haría como que voy a contarle un secreto… — Se inclinó hacia su oído y susurró. — Y le diría: me has vuelto loca desde que te he visto… — Se separó y sonrió, acariciando su cara. — Y rezaría por haberle vuelto loco a él también. — Entornó los ojos. — Aunque la conclusión era que quería meterte tras la primera puerta que hubiera y hacerlo de pie aunque fuera. — Terminó riendo y se encogió de hombros. — Y luego nada más llegar ¡hala! Medio pueblo aquí. — Le rodeó con los brazos y le besó. — Pero ahora, gracias a mi querido novio, puedo tenerlo. — Y después de besarlo, cogió la bolsita y sacó otro papel. — ¡Oh! Trivia íntimo… Qué te gusta más, menos, y tienes que contar un secretito de índole privada. — Dejó un besito en su cuello. — Y luego lo cuento yo. —

 

MARCUS

Abrió mucho los ojos y la boca. — ¿Que no nos va a dar tiempo a todas? ¿Pretendes dejarme con la intriga un mes? No es justo, tú sí las sabes. — Se encogió de hombros con una caída de ojos. — Y no me importa repetir. — Mejor para él, que ya iría sobresabido y con cosas previamente planeadas, tal y como a él le gustaba. Puso una amplia y graciosa sonrisa a lo de que siempre era específico y lleno de condiciones, asintiendo como un niño bueno y esperando la respuesta. Chasqueó la lengua. — Es verdad, no sería tan cruel de enviarte a por setas en plena ola de frío. — Remarcó. Iba a tener pullitas a eso para media vida, pero no podía evitar reír con ello. Si era por la felicidad de ambos y en pos de una sorpresa de aniversario, se iba a buscar lo que hiciera falta y hasta el fin del mundo si era preciso.

Alice siempre lograba sorprenderle con sus relatos, y lo cierto era que, mientras la escuchaba, notaba el escalofrío por su piel y cómo la miraba se le enturbiaba de deseo, esbozando una boba sonrisa inconsciente. — Uh... Directa a intentar seducir a un desconocido en una aduana... Sí que causo impresión en ti... — Ladeó una sonrisa. — Te invitaría a un café encantado. Aunque no sé si me saldrían las palabras si una chica tan guapa se me acerca así. — Y ya tuvo que soltar el aire lentamente, cerrando los ojos, porque Alice conseguía activar todos sus sentidos como quien pulsa un botón. — Sin duda lo habrías hecho. — Confirmó en un susurro, entornando los ojos hacia ella con evidente deseo. Si bien la conclusión a la que llegó era mucho más evidente que sus miradas, y le hizo abrir mucho los ojos y echarse él también a reír (y volverse a ruborizar). — ¡Pero bueno! Qué falta de protocolo con un desconocido y en un lugar tan lleno de restricciones y estrés. — Bromeó. Al menos Alice era capaz de verbalizar lo que él, a estas alturas del partido, aún no se atrevía a decir por miedo a sonar demasiado indecoroso.

Hizo un dramático aspaviento. — ¡El golpe de realidad! — Porque, efectivamente, nunca imaginaron que en un lugar tan tranquilo como Ballyknow estuvieran TAN rodeados de gente permanentemente. Y se quejaban de Hogwarts. — Uh, trivial. Me gusta. — Arqueó varias veces las cejas y atendió a las premisas. Fue a abrir la boca para lanzar una propuesta, pero Alice se le adelantó, lo cual le hizo reír. — Vale, justo eso quería, reciprocidad: si yo me mojo, tú también. — Alzó ambas palmas. — Aunque me niego a decir lo que menos me gusta, no por nada, sino porque no existe. A mí de Alice Gallia me gusta absolutamente todo. — Se reacomodó en el sofá y miró hacia arriba, con los ojos entrecerrados y mojándose los labios, en exagerada expresión de pensar. — Lo que más... Lo que menos... Y un secreto íntimo... Supongo que "todo", "nada" y "yo no tengo secretos para mi amor" no son respuestas válidas. — Se acarició la barbilla y prolongó unos instantes en silencio, haciendo cómicos ruiditos de pensador. — Lo que más me gusta... Hmmm... — Sonrió de lado. — Creo que lo tengo. — Se incorporó ligeramente para acercarse un poco a ella, y empezó a paladear cada una de las palabras. — Lo que más me gusta de ti es que... eres aire, es decir, eres libre. Y siendo libre, has elegido estar conmigo. Me gusta saber que no te tengo enjaulada, sino que, en tu libertad, eliges estar conmigo. Tengo alma de Slytherin, y eso es un privilegio que me encanta tener. — Se acercó mucho más. — Lo que menos me gusta es los líos en los que me metes a veces. — Dijo con una sonrisa ladina. — No me dejas ni pensar, y yo soy muy de pensar. Tiras de mí y no puedo reaccionar, y odio no tenerlo todo bajo control. — Se acercó más, hasta empezar a inclinarse sobre ella. — ¿Mi secreto más íntimo? — Susurró tentativo, inclinándose más. — Yo creo que tú ya lo sabes o lo sospechas... pero no se lo digas a nadie... — Se mojó los labios. — Resulta que... a este prefecto tan mandón y que le gusta tanto liderar... — Ladeó la cabeza. — Parece que le pone un poquito que no le hagas ningún caso. — Entrecerró los ojos. — No, un poquito no. Me pone muchísimo lo que, supuestamente, es lo peor de ti. Ese es mi secreto. Que no solo eres aire, eres fuego. Y que voy por la vida de asustón y controlador, y nada me pone más que el que me descontroles, y quemarme contigo. — Fue a besarla y, en el último momento, echó ligeramente el cuello hacia atrás con una sonrisa ladina, tentando. — Te toca. —

 

ALICE

Agarró las mejillas de su novio y movió suavemente su cara. — Pobrecito, lo que te hacen sufrir entre las setas y las bolsas con sugerencias eróticas… — Dejó un besito en sus labios. — Ya te compensaré tremendo daño. — Y se echó a reír con su respuesta a su fantasía. — Ohhhh estoy SEGURA de que te saldrían, mi amor… Tú conoces perfectamente tu labia. — Luego movió la cabeza de lado a lado. — Pues precisamente por el estrés y todo eso… ¿No crees que cogerías la espera mucho más tranquilo? Ni te enfadarías con los pobres funcionarios… — Y se echó a reír mientras le acariciaba los rizos. — Me encanta mi protocolario prefecto. —

Puso media sonrisa, porque cuando hizo aquella pregunta ya se imaginaba ella lo que su Marcus iba a decir, pero, afortunadamente, él también se lo imaginaba, así que contestó algo más peculiar. Ladeó la cabeza con un sonidito adorable cuando le dijo lo del aire. — Sí que lo soy. Y te he elegido siempre. Desde que te vi en una barca, que no es una aduana, pero no es tan distinto. — Dijo con una risita tierna. A lo que no le gustaba, entornó los ojos. — Menos mal que era “nada”. Culpable del cargo, señoría, pero no pienso pedir perdón. — Contestó juguetona, negando con la cabeza. — Y no pudo evitar una risilla satisfactoria al secreto, mientras disfrutaba de la cercanía, agarrándose a sus rizos. — Ajá… Fíjate que lo sospechaba… — Le besó y le mordió el labio inferior, siguiendo lo que él había empezado, pero se separó. Culpa suya por haber accedido a hacerlo ella también.

— Veamos… Esa respuesta ha sido demasiado bonita como para no cambiar la respuesta picante y un poco burda que iba a dar yo así que… — Hizo como que se ponía pensativa. — Lo que más me gusta de ti es cómo ese cerebro privilegiado tuyo es capaz de hacer esas metáforas, meter la alquimia, nuestras historias, el folklore y todo… En nuestro amor. Haces que mi vida sea un cuento de hadas real, especialmente en días señalados, donde eres capaz de movilizar a todos los niños de nuestra familia y que nos dejen una casa completamente vacía… — Dejó un beso en su frente. — Sin tu mente… No seríamos nada. Y con ella somos el todo. — Pasando los brazos por su cuello y echándose para atrás, continuó. — Lo que menos… Pues tendría que decir, en contestación a lo tuyo, es lo que me cuesta arrastrarte, sobre todo a hacer guarrerías de las que se me ocurren… Con tu “Alice, por favor…” — Dijo imitando el tono de angustia que ponía su novio siempre que ella empezaba con una de sus travesuras. Le dio en la nariz. — Pero al final cedes… Así que no me voy a quejar. Acabo corrompiéndote, que es lo que importa. — Rio otro poco y bajó las manos acariciando su pecho. — Y mi secreto… Que yo creo que no lo es tanto… — Bajó la voz y fijó la vista en él, juntando sus frentes. — Es que me pone muchísimo cuando muestras tu poder, cuando sacas ese carácter mandón y dominante… — Se mordió el labio inferior. — Cuando recuerdo las veces que lo has dejado salir… — Se miró significativamente el brazo, que se había puesto con piel de gallina. — No te puedo ni describir lo que siento. — Inspiró y cerró los ojos, para concentrarse en hacer como que no había dicho nada, y se separó para coger la bolsa y ponerla delante de su novio. — Su turno, señor O’Donnell. —

 

MARCUS

— ¿Cómo que burda? — Se espantó cómicamente, echándose a reír. Estaba siendo ciertamente divertido aquello. Se había retirado ligeramente después de esos besos que estuvieron a punto de dar por finalizada la dinámica para empezar con otra también bastante divertida. — Eso es precioso. Lo haría, y lo haré, todos los días de mi vida. — Se enterneció. — ¡Alice, por favor! — La parafraseó, riendo una vez más. — Sí que me corrompes... Te parecerá bonito. — Se quejó falsamente, mirándola de reojo. Al juntar su frente a la de ella, la miró directamente a los ojos. Acarició el brazo que acababa de mostrarle. — Me alegro de que te guste... Puedo hacerlo todas las veces que quieras. — Arqueó una ceja. — Y ciertamente, creo que combina bastante bien con el mío. Una simbiosis perfecta. — Añadió, besándola de nuevo.

Movió los dedos por encima de la bolsa, dándole intriga una vez más, y robó uno de los papelitos. — Uuuh, a esto ya hemos jugado. Aunque algo me dice que... es una versión distinta. — Se mojó los labios, leyendo el papelito. — Dos verdades y una mentira. Hay que decir dos cosas que son verdad y una que es mentira, y el otro tiene que adivinarla... Y con un toque picante. Uf, esto me va a costar. ¿Por qué me pones en estos bretes, Gallia? — Dijo riéndose. Se frotó la cara, sin dejar de reír, y empezando a ponerse colorado. — Tener que decir estas cosas en voz alta... — Rio un poco más y, finalmente, miró hacia arriba y suspiró sonoramente. — Está bien, está bien... Para que luego se me acuse de ser soso. — Meditó unos segundos. — Allá voy. Primer estamento: una vez, soñé que hacía un trío contigo y otra persona; segundo estamento: le pedí un consejo sexual a Olympia una vez; tercer estamento: el día que expusiste el hechizo Deprimo en Defensa Contra las Artes Oscuras... tuve... digamos... — Se señaló a sí mismo de arriba abajo, sin perder el rubor intenso de las mejillas. — Un pequeño contratiempo anatómico, que me obligó a hacer profundas respiraciones durante un rato y... a bajarme el libro al regazo para disimular. Por suerte, yo ya había expuesto ese día, porque hubiera sido un problema tener que salir después. — Alzó las palmas, aguantando la risilla de vergüenza. — Vale, antes de dar tu veredicto, tienes que decir tú las tres tuyas. Y luego lanzas tu hipótesis sobre la mía y por qué crees que es esa la falsa. —

 

ALICE

Estaba muerta de risa, de esa risa tontona que le salía cuando estaba en ese modo con Marcus y se ponían a hacer el payaso peligrosamente cerca de hacer otras cosas. — Sí que somos una simbiosis perfecta. —

Enseguida detectó cuál era el papel. — A mí también me encanta, pero tú eres mejor que yo en ello, he de decir. — Y tuvo que entornar los ojos y mover la cabeza. — ¿Ves todo lo que tengo que trabajar para que me acabes siguiendo? — Dijo con tono exagerado, que paró de golpe para mirarle. — Y ese eres tú cada vez que te pones a dramear. Venga, dale, si vas a ganar tú. — Y volvió a reírse, porque así estaba tan a gusto… Como ella había predicho, las tres cosas de su novio eran lo suficientemente inverosímiles para hacerte dudar, pero también lo suficientemente posibles para que pudieran ser simplemente un secretillo que ella no sabía. — Me lanzaría de cabeza al trío porque mi rubia y tú siempre habéis tenido ahí un rollito… — Se llevó un dedo a los labios y le salió una carcajada. — No me imagino, de verdad, que le pidieras a Oly nada relacionado con esto, pero es verdad que tú le pasas mucho más la mano a ella que a nadie, con lo del buen corazón… — Volvió a reírse. — Y el tercero… ¿Deprimo? ¿En serio? — Frotó su nariz con la de él, juguetona.

Asintió a su planteamiento. — Bien, pues allá voy. La primera: Hillary y yo nos hemos besado una vez, para echarle leña a lo del trío, porque le daba cosa no haber besado nunca a nadie y hacerlo mal la primera vez, así que de besó conmigo para practicar. Segunda: una vez, a principios de séptimo, después de todo aquello del aula de pociones, que estábamos superarriba, me fui sin ropa interior a clase con la esperanza de que en la hora libre nos quedáramos solos y me metieras mano y te llevaras la sorpresa, pero no pasó, y vinieron Poppy, Oly, Theo, Ethan… Vamos, no faltaba nadie, y yo sin saber ya cómo cruzar las piernas. — Se rio fuertemente con la cara de Marcus. — Y la última… Los consejos de cómo hacer bien cierta cosa que te hago con la boca… Me los dio Monica Fender. No porque me lo contara a mí, si no porque escuché como se lo contaba a la prefecta que se lo hacía Howard. — Levantó las cejas y se apartó el pelo. — Bien, prefecto, yo creo una verdad es la del Deprimo. Porque, con lo controlador que eres tú, eso no lo podías controlar para nada, y me parece bastante realista. Y la ooootraaaa...— Rio traviesa. — Quiero pensar que es la Oly. Por favor dime que es la Oly y el consejo que te dio. Siento que sea falsa la del trío, pero es solo porque me gustan más las otras dos. —

 

MARCUS

Bajó los brazos con expresión de indignada incredulidad. — ¡Y te harás la ofendida! — Respondió, tan picajoso lo que siempre, pero su novia para no variar solo estaba bromeando, así que le sacó la lengua con burla. — Yo no hablo así. — Si no lo decía estallaba, pero por dentro estaba muerto de risa. Tuvo que apretar los labios y limitarse a encogerse de hombros para no delatar nada con sus reacciones a las hipótesis planteadas, mientras esperaba a escuchar lo que Alice tenía que decir.

Y si llega a saber lo que venía a continuación, para el juego. Ya empezó a mirarla con los ojos entornados en señal de "detecto un inminente peligro y no me gusta" mezclado con "ahora es cuando dices que todo es una broma" solo desde la primera frase, y conforme avanzaba iba a peor. A muchísimo peor. — Alice... — Advirtió, temiendo lo que iba a continuación. — Eso no... Eso no es ¿no? No. Tú no te irías así a clase. Eso no... — Seguía diciendo, mirándola como un conejillo cauteloso que no se fía del depredador. — ¿Q...? — Es que ni pudo avanzar, porque Alice empezó a recitar gente que, supuestamente, pasó por allí. — Nooo, no, no, no, eso no pasó. Nop, eso no pasó, no señor... — Ya le daba igual cual fuera la tercera situación: esa, en la cabeza de Marcus, no había pasado y punto.

Tenía que haberse esperado. Ya solo el inicio le hizo saltar en el sofá, y la mirada entornada se fue al traste, directamente tenía los ojos muy abiertos. — No lo digas. — No tenía ni idea de lo que venía a continuación, pero no lo quería saber. — No. — Saltó, literalmente porque con la sílaba subió los pies al sofá del brinco, y el "no" sonó como un latigazo. Monica Fender no podía haberle dicho... ¡Oh, por Merlín! Y, una vez más, Alice ni siquiera había terminado. — NOOOOOOOOO, no, no, no, no, no, no. — Se había levantado y bordeado el sofá, ridículamente, tapándose los oídos y con la estampa que portaba teniendo en cuenta que seguía sin camiseta. — No, no, no, no, ALICE. ¿¿Cóm... Qu... Cóm...?? ¡DICES ESO! — Es que ni le salían frases coherentes. Le había entrado calor, así que ahora se abanicaba con la mano como una señora acalorada.

Su novia tan tranquila, como si no acabara de lanzar un sacrilegio sobre tres de las personas más sagradas de su vida. — Yo ya ni sé lo que te he dicho. — Mareado estaba. Se volvió al sofá. — Espera que recapitule y me concentre... Me niego a asumir que es cierta ninguna de esas tres cosas. Bueno, la primera me cuadra, conociendo vuestras ideítas. — Dijo con retintín. — Pero... — Bueno, ciertamente la segunda también podía ser una ideíta descabellada marca Alice. Soltó aire. — Te escucho. Total, no creo que pueda oír ya nada peor. — Determinó, y oyó las hipótesis de su novia.

Suspiró y tuvo que reír. — Pues eres muy lista. Es correcto: esas dos son las verdaderas. — La miró ladino. — Mi corazón, y claramente también mi subconsciente, pertenecen exclusivamente a ti. — Eso no era del todo verdad, porque había tenido sueños que no eran con Alice y que no pensaba reconocer en voz alta. Pero nada de tríos. — Pero las otros dos son ciertas. Verás: el día del Deprimo, lo que estaba siendo deprimente era la clase. Para que hasta yo estuviera a punto de dormirme... Fue en quinto, la profesora Antares había dividido las exposiciones de hechizos básicos en turnos ¿recuerdas? Y en el segundo trimestre, todos los días, dábamos cuarenta y cinco minutos de clase y los otros quince eran de exposición. Pues bien, ese día te tocaba a ti, yo había expuesto ya otro día. En esa clase siempre estaba sentado con Sean. La lección había sido tan extremadamente aburrida que creo que estaba dormido todo el mundo, y el primero en exponer fue Vincent, que es otro que aburre hasta a los girasoles. Detrás ibas tú, con la exposición del Deprimo, y pasaste al frente, con ese ambiente de sobremesa que había, y soltaste un poderoso "PROFESORA ANTARES", que de entrada hizo a todo el mundo reaccionar como ardillas a un paquete de galletas. — Rio. Acto seguido suspiró. — Creo que hasta la profesora estaba un poco dormida, porque puso cara de desconcierto total. Y detrás de esa llamada al orden, empezaste una exposición impecable no solo del hechizo, sino de las implicaciones y el por qué un hechizo de fisura podía ser un enorme peligro, sobre todo, y cito textualmente, "en un área llena de personas en las que, por algún motivo, estén todas bajas de guardia". Y ese tirito... — Siseó. — Digamos que me sentó muy bien. Por si fuera poco, sacaste la varita como quien desenvaina una espada y practicaste una fisura perfecta en el suelo, y fue soltarla y... — Alzó las palmas, con una mueca de resignación. — No soy de piedra, Gallia, y mezclaste mis dos venas: la del conocimiento y la de la demostración de poder. De repente empecé a... darme cuenta de cómo estaba y de que se me había ido totalmente de las manos y me quería morir de vergüenza. Me hice pequeño en el asiento y me tapé disimuladamente con el libro, colorado hasta las orejas y queriéndome morir. He de decir que nuestro momentito en el Club de Duelo había tenido lugar apenas días antes, así que estaba... sensible. — Rio avergonzado. — Sean, nuestro amigo experto en detalles, se dio cuenta. Afortunadamente también tiene corazón de Gryffindor leal, por lo que lejos de burlarse, o por supuesto delatarme, o hacer como si nada, dijo: "tranquilo, he estado en tu situación". Y no dijo nada más. Cuando acabó la clase, sacó un cuaderno y lo puso delante mía, haciendo como que quería repasar algo de la lección para que saliéramos más tarde y me diera tiempo a... recuperarme. Hizo como si nada todo el día, pero a la noche, ya en la habitación, le di las gracias. Se encogió de hombros y me dijo que le había pasado lo mismo con Hillary una vez, y que fue en tercero y ella estaba rebatiéndole enérgicamente a Fenwick y sentada al lado de él, por lo que la situación era mil veces peor, y en ese momento hubiera querido que su compañero de pupitre fuera yo, porque sabe que hubiera actuado como lo hizo él. — Miró hacia arriba, con gesto emotivo. — Es el mejor amigo que uno puede pedir... —

Ahora veía lo más avergonzante: lo de Olympia. — Maldita la hora en la que lo hice, no sabes la de veces que me ha venido con preguntas después, es un milagro que no lo haya hecho delante tuya. — Alzó las palmas. — En mi defensa, aunque lo podrás imaginar, no fui a preguntarle directamente. No soy tonto. — Se frotó la cara, suspirando. — Fue en séptimo, a principio de curso. Layne estaba aún en el puesto de prefecto así que te puedes imaginar el show. Alrededor de octubre se suele tener una reunión con los jefes de casa y con la dirección del colegio para revisar el calendario curricular y hacer propuestas, así como establecer la recogida de sugerencia de los alumnos, repasar nuestras competencias... En fin, un formalismo, aunque yo me lo tomaba muy en serio, no como Layne e Eunice, o los prefectos de Gryffindor, que solían estar viendo el tiempo correr... El caso es que Oly ese día venía... con las auras revueltas, lo llamó ella. Yo no sé qué le pasaba, pero tenía ganas de guerra. La cuestión fue que propuso educación sexual, petición que evidentemente se acogió con un rotundo “no”... Salvo por parte de Kowalsky y de nuestra jefa, la señora Granger. Ella dio un sí, él se abstuvo, y casi convencen a Silver, pero Fenwick y Potter estaban radicalmente en contra, y los prefectos tampoco andaban muy por la labor, Layne mofándose, Kyla agobiada, yo me agobié un poco también... pero quise escuchar qué proponía. Y como venía guerrera, pues esa dulzura mística habitual en ella no estaba, y nos regaló un discurso nada ortodoxo de las malísimas prácticas sexuales entre adolescentes. Y el Marcus habitual habría salido traumatizado de aquella reunión... — Hizo una pausa, ladeando varias veces la cabeza. — Pero el Marcus que estaba allí había tenido una exclusiva experiencia de relación sexual completa tras la cual creyó que había perdido a la chica para siempre, con todo un verano rayándose y pensando que quizás lo había hecho todo mal. Así que, una vez más, con cara de conejo asustado, pero... atendí con interés. Claro que Oly no es la persona más ortodoxa hablando y encima ese día, insisto, venía enfadada. Al quinto “no” que le dijeron, enfadando ya también a los adultos, soltó la siguiente frase épica: "así solo vais a conseguir que los hombres piensen que esto es un mete y saca y ya está". Yo sentí que mi alma abandonaba mi cuerpo ante semejante declaración delante de, enumero de nuevo. — Hizo un énfasis muy cómico, contando con los dedos. — SU jefe de casa; NUESTRA jefa de casa; EL OTRO jefe de casa y, ya me ha quedado claro, profesor más guapo del colegio porque no paráis de decirlo; EL DIRECTOR y FENWICK. FEN-WICK. — Volvía a sentir la vergüenza de aquel día. — Kyla al borde del ataque de pánico, los prefectos de Gryffindor despertando para decirle mil veces "joer, Oly, te has pasado". — Imitó con voz absurda. — Layne e Eunice riéndose a su costa y, en el caso del primero, haciendo gestos obscenos, su compañero prefecto de Hufflepuff intentando la del "yo creo que lo que la prefecta Lewyn quiere decir" y la prefecta Lewyn gritando "SÉ MUY BIEN LO QUE QUIERO DECIR". — Se frotó la cara. — Y yo quería llorar, y encima me lo estaba llevando a lo personal, lo que me faltaba. — Soltó aire por la boca. — Y el director Potter automáticamente dio la reunión por terminada. No pasó al siguiente punto, no: terminada. Y apercibieron a Olympia por no aceptar un no de autoridad como respuesta, y nos obligaron a repetir la reunión, esta vez, en nuestro tiempo libre. ¿Recuerdas que tuve que volver a ir el sábado? Bueno, no entré en detalles, pero por eso fue. Imagina los humos y las caras de los demás, para que se fueran todos mirando mal a Olympia, la Hufflepuff por excelencia. ¿Y quién se quedó allí intentando consolarla y se llevó otra clase magistral sobre sexualidad desde el enfado y luego un tsunami de lágrimas porque "mira qué miraditas y qué auras más feas que me venían como flechitas"? — Se señaló. — Bingo. — Se encogió de hombros. — Y como la vi tan derrotada, y sé lo que es intentar exponer algo y que no te tomen en serio... y yo tenía mi rayada particular... le pregunté... "Oye y... ¿eso del mete saca...?" — Negó, colorado. — Por Merlín, que vergüenza... En fin, me dio una serie de tips muy ilustrativos, yo me aguanté las ganas de llorar y de querer que me tragara la tierra, le di las gracias, ella me pidió un abracito, me dijo OTRA VEZ que haríamos muy buena pareja sexual y me fui a mi maldita habitación a respirar hondo porque en fin, vaya tarde. — Al menos contándolo se tuvo que reír.

— Vale... — Respiró hondo cómicamente. — Ahora, por el bien de mi salud mental, voy a decir que la falsa es la última. ME NIEGO a pensar que... Bueno, sí, Monica es descarada, pero... QUE NO. Esa es mentira, te lo estás inventando para ponerme de los nervios. — La señaló. — Eres malísima conmigo. — Negó. — La de Hillary es que no me sorprendería nada, porque tenéis esas ideas, pero en fin, me cabe tanto en la cabeza como que lo hubiera hecho yo con Sean. ¡UGH! Por favor, qué cosas tenéis... Y la segunda, es que tú tienes esas ideas también, Gallia. Pero dime por el amor de Eire que nadie se dio cuenta, o quizás no salga vivo de este juego. —

 

ALICE

Ya sabía ella que el impacto en Marcus iba a ser mayúsculo, pero no iba a darle ni una pista. A él se le daba bien ese juego, pero a ella se le daban mejor esas lides… Tuvo hasta que poner cierta expresión de victoria y contuvo la risa con lo de “no sé ni lo que te he dicho”. Pero no pudo resistir su alegría al oír que había acertado. — ¡Sí! ¡Toma! Pero admite que aunque sea un flash de trío puede que se te haya pasado por la cabeza. Una cosa pequeñita… — Dijo haciendo el gesto con los dedos mientras le hacía cosquillas.

Pero se asentó para oír las historias, porque eso merecía toda su atención. — Cómo sería el día que ni me acuerdo… — Pero cuando contó lo del grito que pegó ya localizó el día. Lo que le dejaba de piedra es que eso le gustara tanto a su novio. — Ooooye, que si eso tiene un efecto tan inmediato en ti… Yo lo hago más. — Se rio y se inclinó a besarle. — Te entiendo, a mí también me pasaba cuando te escuchaba exponer tan clarito o lanzar hechizos perfectos. — Asintió lentamente a lo de que acababa de ser el duelo. — Ah sí… Fueron días duros. Yo no daba una en el Club de Duelo, tenías que oír a Jacobs… Qué pesadilla, oye. — Pero la risa enorme le dio con lo de Sean. — ¡Cuidado con tu hermano en armas! Sí que es un corazón Gryffindor, eh… ¡Ay, madre! ¡Y lo de Hills! No, no, no, es que este hombre es un caso de estudio. Pero me alegro de que alguien te echara una mano, la verdad… — Le acarició la cara con las dos manos. — Mi pobre y protocolario prefecto. —

Pero llegaba la historia que quería oír ella más que nada. Daría todo lo que había ganado con la licencia solo por conocer aquello. Fuera de que su novio se perdiera en describir todo el protocolo prefectil posible, empezaba a verse venir por dónde iba a salir, y no se equivocó. — Pocas veces en la vida he deseado haber sido prefecta, pero claramente hoy es una de ellas. — Ya no sabía qué le hacía más gracia, y estaba literalmente llorando sin ser capaz de articular ni palabra. — No sé que es mejor. Si imaginarme la cara de Fenwick, la de Kyla, o lo de que tu alma abandonó tu cuerpo. No, definitivamente lo de que dieron la reunión por terminada. Claramente temían que Oly se pusiera más gráfica. — Y volvió a caerse de la risa, le dolían hasta las costillas. Y claro, Marcus, como ella había señalado, siempre le pasaba la mano a Oly más de lo que lo haría con cualquiera, y se había arriesgado a ir a consolarla. — Lo mejor de todo. — Dijo tomando aire entre risas. — Es que ella también te trata diferente. Porque a otro le hubiera plantado un morreazo o metido mano. — Volvió a echarse a reír mientras asentía. — Uy sí, seríais una pareja sexual loca… — Y más le atacaban las carcajadas, es que no podía parar. Tomó la cara de su novio y le dejó un besito. — Qué locura, mi amor, me ha encantado, esto es demasiado. Ay, hacía mucho que no me reía tanto. —

Carraspeó y se reasentó, escuchando las pesquisas de su novio, y mantuvo una silenciosa sonrisa hasta que terminó. — Puede que vaya a ser LA PRIMERA VEZ que te gano a esto. — Acarició sus rizos y sacó un pucherito. — Lo siento, mi amor, lo oí. Y lo recordé. Pero deja que te tranquilice un poco al respecto. Ah, y respecto a lo de la ropa interior: creo que ni Ethan se dio cuenta. Básicamente porque lo habría gritado a los cuatro vientos, pero empiezo por lo otro. — Tomó aire y trató de contener las risas. — Como yo era un gatillo curioso en segundo, siempre estaba ojo avizor a lo que hacían las mayores, y me di cuenta de que se iban dos veces por semana a la habitación de Anne y Monica un grupo como de cinco o seis y que, si una salía al baño o lo que fuera, dejaban la puerta entornada hasta que volviera. Así que una noche, me quedé despierta y me comí una de las chuches invisibilizadoras que tocaron en los crackers de Navidad, y me acerqué a curiosear. Yo, como buena Ravenclaw, creía que hacían alquimia y leían libros prohibidos, e iba yo toda directa a meterme en medio y exigir mismo trato, pero no, resulta que solo cotilleaban y jugaban a verdad o atrevimiento y se contaban sus cosillas. Bueno, pues yo justo vi cuando le retaron a Monica a decir cuál era su secreto para volver tan loco a Howard. Y ella describió lo que le hacía, y yo, que tenía doce años, no lo entendí. Porque no lo describió TAN bien, si no con eufemismos y tal. Pero claro, yo me quedé ahí renque renque, porque a ver, si volvía loco al prefecto… Para la tranquilidad de tu espíritu, Anne la llamó de todo, le suplicó que no lo contara y hasta se tapó los oídos, lo cual no detuvo a Monica de contarlo. La cosa es que año y medio después, mi tata mantuvo conmigo una mucho más gráfica conversación que me hizo entender y recordar lo que Monica había relatado. Y al principio me horroricé, porque tú y yo nos habíamos tocado como mucho una mano al besarnos en la playa, pero… Luego llegó sexto y uf… Yo no podía olvidarme, y como quería volverte loco… Pues lo hice. Gran éxito como regalo de cumpleaños si me preguntan… — Se había puesto roja hasta ella de acordarse. Negó con la cabeza y levantó las palmas de las manos, inocente. — Y lo de la ropa interior, de verdad, me arrepentí de hacerlo. Acabábamos de acostarnos otra vez en el pasillo, estaba… Como poseída. Me acuerdo que un par de días antes te enseñé el escote detrás de una columna solo para que vieras el sujetador, o sea… Solo quería provocarte todo lo que pudiera y vivir el momento, y ya está, no lo pensé bien, quedó claro… — Se rio de sí misma y se frotó la cara. — Yo estaba incomodísima, pero si me levantaba y me iba al cuarto todo el mundo se iba a poner a preguntar, y si no llego a estar tan avergonzada se me hubieran ocurrido mil excusas, pero… Nada, aguanté hasta el cambio de clase, subí corriendo a ponerme lo que correspondía y llegué solo un pelín tarde a Pociones, aunque tu hermano en armas, por supuesto, hizo unas mil preguntas de “¿cómo has podido llegar tarde si estábamos juntos en el aula de estudio hace quince minutos, y se tardan cinco en bajar aquí y…?” — Entornó los ojos. — Simplemente Sean. — Ladeó la cabeza. — Y lo de Hillary no ibas desencaminado… Porque, verás, la idea existió. Pero atiende, porque ahí estábamos, las dos solas, en nuestro cuarto, Donna por ahí. Muy puestas, tomamos aire, nos miramos… Y a mí me da una arcada y a Hillary la risa. Y ahí murió el intento. Ni por la ciencia ni por la práctica podíamos. Es como mi hermana, somos incapaces. — Inspiró y se dejó caer en brazos de su novio. — Ha sido una gran idea contarte estas cosas. ¿Quieres sacar otro papelito o empezamos a comer para quitarte este disgusto? —

 

MARCUS

Alice le estaba contagiando la risa. — Mira, me alegro de que mis malos ratos hayan servido para algo: para hacerte reír. — Comentó riendo él también, pero mirando cómo Alice se desternillaba con los ojos brillantes. Había pocas cosas que le gustaran más en la vida y le llenaran más el corazón que ver a Alice feliz. Si la iba a ver reírse así, aguantaría todas las reacciones inoportunas de su cuerpo y, lo que era peor, todos los desacertados comentarios de Olympia.

Ya iba a hacer un comentario cómico a eso de que Alice hubiera ganado... cuando cayó en las implicaciones que eso tenía, y se le descuadró la cara. — No. — Suplicó como si acabaran de darle la peor de las noticias. — NO escuchaste eso de ellos. Me niego a creerlo. — Se llevó una mano al pecho con dramatismo y los ojos desencajados mientras Alice intentaba hacer un prólogo. — Pues sí. Más vale que me tranquilices, aunque no sé cómo. — Veía pocas formas de tranquilizarse con semejante información, pero escuchó, y desde luego que empezando por decir que estaba en segundo estaba muy lejos de estar más tranquilo. Abrió mucho los ojos. — ¿¿Te invisibilizaste para espiar?? ¡Eso está prohibido! ¿De verdad pretendes tranquilizarme? — Porque no lo estaba arreglando. Cuando llegó a la parte de Monica se tapó la cara con espanto, porque no quería ni imaginarse la escena, y entendió a la perfección la actitud de Anne (y eso sí le tranquilizó, al menos no se le caía un mito a ese respecto). Soltó aire por la boca. — Hmm... — Respondió a regañadientes a lo del regalo de cumpleaños, porque sí, había sido muy exitoso, pero sin duda hubiera preferido no tener esa información. — Por lo que a mí respecta, esos caramelos podían haberte sentado mal y generarte una confusión que, al comértelos justo antes de dormir, hicieran que soñaras eso y pensaras que era un recuerdo real. — Se diría eso a sí mismo y así se quedaba más tranquilo de verdad.

Se hubiera indignado más por lo de la ropa interior, pero en lo que apretaba los labios con falsa ofensa, se le escapó una carcajada nasal, seguida de una de verdad. — ¿Sabes qué, Gallia? Que merecido te lo tienes, por traviesa. ¿Cómo se te ocurre? Te digo más, ¿cómo se te ocurre ya no solo acudir así a clase, lo cual no es nada protocolario, sino pretender arrastrar en tu imprudencia a un compañero, NO, a un amigoNO, A UN PREFECTO? — Y se echó a reír, limpiándose las lágrimas. — Perdón, perdón, me muero de vergüenza de imaginarlo, pero es que por un momento he imaginado tu momento de darte cuenta de lo que estabas haciendo y... — Y ahora era él quien rodaba del sofá al suelo de la risa. Con lo de Sean directamente le iba a dar algo. — Mira, esto compensa el mal rato que me has hecho pasar con la otra declaración. — Eso sí, lo de Hillary le dejó de una pieza. — ¿¿Una arcada?? — Volvió a reír fuertemente. — ¿Y Hillary no te mató en ese preciso instante? — Pasó otro buen rato riéndose hasta que pudo decir. — Pobre Hills... Si es que solo a vosotras se os ocurre... —

Cuando pudo recuperar el aliento, miró con cierto reproche a Alice. — ¿Tú crees que yo puedo comer después de lo que me has contado? Se me ha cortado el hambre. — Recriminó, si bien en ningún planeta a Marcus se le quitaba el hambre por graves que fueran las declaraciones. — Venga, uno más y comemos. — Concedió, tomando otro papel de la bolsa. Lo sacó, lo leyó, y dejó caer el papel en su mano mirando a Alice con cara de circunstancias. — No me gusta este juego. — Se quejó otra vez, monocorde. — Doy ya mis respuestas: Alice, Alice, y cualquiera menos Alice. ¡Es que no me fio de ti! — Pero rio de nuevo, suspirando y desvelando el juego. — "Sexo, matrimonio o asesinato". Hay que elegir. Y supuestamente yo tengo que darte a tres personas y tú tienes que elegir entre ellas. Veamos... Voy a ponértelo difícil, porque sé que tú vas a hacer lo mismo conmigo, así que eso es lo que hay, Gallia, y si no, no haber hecho este juego. — Rio y pensó unos instantes. — Venga, lo tengo... Mis tres candidatos son, y evidentemente familiaridades aparte, ya que en tu caso no hay consanguineidad así que nos lo podemos permitir: mi primo Frankie, mi primo Andrew y nuestro querido abogado, Edward Rylance. — Dicho lo cual se cruzó de brazos con sonrisilla de superioridad, esperando la respuesta.

 

ALICE

Levantó las manos y luego se te pasó la boca haciéndose la sorprendida. — ¡No me digas, prefecto O’Donnell! ¿Y si ahora me echan? ¿Qué hará esta pobre alquimista con su futuro? — Y fingió desmayarse hacia atrás con mucho drama. Pero claro, tuvo que volver a darle la risa con lo de los caramelos, demasiado para las tiernas orejas de su sonrojado amado. Al menos le dio la risa fuerte con la segunda anécdota, a lo que ella solo pudo asentir. — Sí… Ese día la vida fue cruel con Alice Gallia. — Y reírse así con lo de Hillary, hizo que jugueteara haciéndole cosquillas. — ¡Pues que sepas que se lo tomó como un halago! Porque la quiero como a una hermana… — Y le sacó la lengua, aunque se lo estaba pasando de lujo.

Asintió al dramatismo de su novio. — Claaaaaro, claro. No me cabe duda. Tendré que comérmelo yo todo… — Dijo levantando las cejas y mirando a la mesa del comedor. Al oír las respuestas de su novio, mientras se tumbaba de lado en el sofá y se apoyaba en su propia mano, ya supo qué era lo que había salido. — Sabes que esas tres respuestas no me van a valer. — Contestó tranquilamente, mientras jugueteaba con los pies. — No señor, aquí no se va a comer mientras no contestemos los dos. — Espero diligentemente a los candidatos y dio un grito ahogado ofendido. — Qué fuerte que estés dispuesto a que mate a uno de esos tres. Qué malicia. — Se quedó pensativa, mirando al fuego con el ceño fruncido, como si se estuviera estrujando mucho el cerebro. — Obviamente me casaría con Rylance. Buena posición, buena persona, es supermono y… Un pelín aburrido, pero bueno, seguro que se han apañado matrimonios peores en las familias mágicas. Respecto a lo otro… Me lo pones muy difícil. Porque verás, por una u otra, acabaría matando a cualquiera de los dos: Frankie por alguna de sus Gryffindoradas y Andrew… Ay, por Erin, si yo fuera Allison me viene con lo de que quiere restaurar el faro y criar al niño ahí y lo asesino. — Ladeó la cabeza varias veces. — Pero es que los tíos del estilo de Frankie no me van nada, así que lo del sexo está descartado. Lo mataría a él y tendría una relación sentimentalmente abierta de parejas sexuales no exclusivas con Andrew. — Se echó a reír y le toco a Marcus en la nariz. — Me toca. — Se mordió los labios y achicó los ojos. — Kyla, Nikkie y Blyth. — Alzó las cejas tres veces seguidas. — Si es que me encanta este juego. —

 

MARCUS

— No sé por qué tendrían que no valerte, si son la pura verdad. — Respondió muy digno, y esperó divertido a lo que Alice respondiera. Rio. — No soy yo quien ha fabricado el juego. ¡Que por cierto! ¿Te indignas por tener que matar a otro? ¿Me estás diciendo que lo de casarte y acostarte va bien? Recuerdas que soy tu novio ¿verdad? — Se indignó falsamente, haciéndole cosquillas y riendo. — Me parece una opción inteligente la de Rylance, no dirás que te lo he puesto difícil ahí. Pero ¿cómo que aburrido? No me hagas ofenderme, es un Ravenclaw como los dioses mandan. — Chasqueó la lengua y miró hacia arriba. — Ahora que lo pienso, este juego está mal planteado, porque con quien te cases en teoría también te vas a acostar... — Filosofó antes de seguir atendiendo a su novia. Soltó una carcajada a lo del faro. — Tendrías fácil para matarlo allí, desde luego. — Siguió riendo. — Me da que no todas piensan como tú en cuanto a Frankie, pero me parece una decisión inteligente. Andrew es claramente la persona perfecta para ese tipo de relaciones. — Puso sonrisilla ladina. — Y ya que sois tan abiertos... espero que en tu hipotética relación abierta con Andrew guardaras un momento para venirte conmigo... Aunque sea un gran escándalo estar con dos primos a la vez. —

La señaló como si estuviera en un juicio cuando le dijo los nombres. — ¡Impugno tu propuesta! Kyla es lesbiana, así que me pones en la tesitura de tener que no respetar sus decisiones, de lo contrario solo podría matarla. — Hizo un gesto con la mano. — Porque desde luego que me dejó bien clarito que no me tocaría ni con la varita, antes de confesarme su orientación sexual, dicho sea de paso, lo cual me causó una gran ofensa. Yo no soy Hillary, mi orgullo no se recupera tan fácilmente del asco ajeno. — Bromeó. — Vale, a ver... A pesar de que no soy nada partidario de no respetar los deseos de los demás, como no indica qué tipo de matrimonio sería y ya has hablado de transacciones entre familias mágicas, creo que Kyla sería una buena socia para ello: es inteligente, de buena posición, con muchos contactos en política, entre los dos estaríamos bien situados económicamente, y no levantaría sospechas en cuanto a linaje. Lo de los hijos iba a estar más complicado, y tendría que renunciar a mis correctos principios y... verme a escondidas con mi verdadero amor. — La miró de soslayo. — Un día más obligándome a hacer cosas prohibidas. — Valoró las dos opciones que le quedaban. — Y me temo que me lo has puesto bastante fácil. No conozco apenas a Blyth, y al igual que Frankie, demasiado Gryffindor, o Ave del Trueno en este caso, para mi gusto, así que supongo que la mataría a ella. — Y dejó el silencio estar, con una expresión de disimule digna del peor actor que jamás hubiera existido. Al cabo de unos instantes de soportar la demandante mirada de Alice, chistó. — ¡Oh, venga ya! ¿Me vas a hacer decirlo? Sabes que cualquiera con dos ojos en la cara elegiría a Nicole para... En fin, que me lo has puesto en bandeja, graciosilla. — Es que Nikkie era una mujer MUY atractiva. Pero no le daba la gana de reconocer que la primera vez que la vio le temblaron hasta las pestañas, porque estaba seguro de que su novia ya lo sabía y por eso la había puesto entre las opciones.

Dio una palmada. — Y tras estas bonitas declaraciones nada adaptadas a un caballero medieval como yo: a comer. Antes de que me des más disgustos. — Se levantó y tomó de nuevo el jersey. — Y lo siento, pero en esta comida especial por nuestro aniversario quiero estar bien ataviado... No quieras correr tanto, Gallia. — Dejó caer, guiñándole un ojo, tras lo cual se sentaron a la mesa. — Sabes que aún no he terminado con mis regalitos ¿verdad? — Arqueó varias veces las cejas mientras servía las bebidas de ambos. — Pero quiero darle un poco más de intriga. — Alzó su copa. — Pero antes... Por nosotros. Por el primero de muchos aniversarios. — Brindaron, bebió y comenzó a echarse puré de patatas en su plato. — Ya que estamos con juegos y rankings, te propongo otro, esta vez por nuestro primer aniversario. — Ladeó la sonrisa. — ¿Cuáles han sido, para ti, los tres mejores momentos de este año? Sé que nuestra historia es más larga, pero en honor a este día, contemos solo lo ocurrido entre el dieciséis de enero de dos mil dos y hoy. —

 

  ALICE

Alice entornó los ojos con evidencia. — A ver, mi amor, para ellos CREO que sería menos terrible si me acostara o casara que si los matara. CONFÍRMAMELO TÚ, VAYA. — Siguió con la broma exagerada de su novio. Ladeó la cabeza a la apreciación de la trampa del juego. — Depende del matrimonio, pero vamos creo que se refieren a con quién solamente te acostarías y con quién querrías estar para siempre, o crees que os soportaríais… Aunque, ahora que lo dices, no sé si el bueno de Eddie me aguantaría a mí. Mucho infarto seguido para su aburrida vida. — Tomó la cara de Marcus entre sus manos. — Por eso solo soy para ti, mi amor. Eres el único que sabe que emoción controlada es lo mejor. — Entornó los ojos con cansancio a lo de Frankie, pero tuvo que morirse de amor después. — Ohhhh, mi amor. No funcionaría porque yo, al final, me escaparía todas las noches para que me dijeras cosas alquímicas y metafóricas en voz bajita y sin camiseta… ¡Anda! Justo como estas ahora. —

Sí, algo tendría que impugnar, claro. Le dejó hablar mientras iba asintiendo a su solo razonamiento con una sonrisa. — En tu defensa, el asco de Kyla no creo que fuera tan sentido y cariñoso como el mío. — Señaló con evidencia a su razonamiento. — Claro, mi amor. No seríais los primeros ni los últimos. Que se lo digan a Eunice. — Sacó los morritos a lo de Blyth. — Pues es una preciosidad de muchacha, te van mayorcitas, eh… — Le dio un empujoncito en el hombro. — Era un poco trampa, mi amor, lo admito. Hasta a mí me dejó en el sitio cuando la vi. Y el pobre Wren que debe estar ya curado de verla todos los días, como si nada al lado de semejante mujer. — Le dio con el dedo en la nariz. — Además, a ella claramente le van los modositos Ravenclaw. —

Hizo un sonidito de pena a lo del jersey y suspiró muy hondamente. — Tendré que hacer el sacrificio, pero solo porque quiero probar esa comida. Me tienes sorprendida con las habilidades culinarias. — Eso sí, achicó los ojos con malicia a lo de los regalos. — Hmmmm y me has dejado hacer la tontería de los retitos cuando más regalos me esperan, eh… —

El brindis le hizo enternecerse. — Feliz aniversario, mi amor. Pienso celebrar por todo lo alto cada año que sigas amándome. Yo sé que lo haré mientras viva. — Bebió y se quedó revolviendo, enamorada y pensativa su plato, un poco como estaba aquel dieciséis de enero de hacía un año. — Mis tres momentos… — Suspiró. — Voy a tardar dos horas en comer solo pensando… — Rio y negó. — Que no, mi amor, que ya mismo selecciono, si yo soy de mente rápida. — Comió distráidamente y dijo. — Uno de ellos, sin duda, fue en el despacho de Hagen, cuando por fin firmamos aquellos papeles. Sé que no hablamos de Nueva York, pero… Ese día sentí cómo habíamos derrotado a una adversidad que ni siquiera conocíamos y cómo habíamos salido más fuertes… Y todo lo que vino después… Cuando fuimos a Ilvermony, la barbacoa, la salida… Todo. Sentí que habíamos ganado a la muerte misma, a nuestros mayores miedos. Y lo vi en tus ojos. Esos ojos que tanto amo… — Acarició su rostro. — Otro, obviamente, sería cuando salimos del examen de la licencia. La alquimia ha sido tanto tiempo un sueño para nosotros que verlo cumplido fue… Casi no me lo podía creer. — Tomó su mano y la estrechó. — El tercero siempre es el más difícil, ¿sabes? Porque elegiría mil momentos solos, en el campo de lavandas, cuando nos despedimos de Hogwarts o cuando grabamos nuestros nombres en el pasillo. Quizá cuando bajé con el vestido de mi madre las escaleras y te vi abajo esperándome… Pero no hay nada en nuestra vida como construir nuevos sueños… Y eso lo sentí el otro día cuando te di las escrituras del taller. — Besó su mano y rio. — Y no me pidas esto más que parece que hago de menos a los otros momentazos. Te toca. —

 

MARCUS

Le gustaron los momentos elegidos por Alice, entre otras cosas porque podrían ser perfectamente los tuyos. La escuchó con una sonrisa, asintiendo a todo. Lo cierto y verdad era que, el momento en el despacho de Hagen, él lo tenía en el top de momentos satisfactorios de su vida por algo menos Hufflepuff y más Slytherin de lo que planteaba su novia, a pesar del sabor agridulce por haber cedido en parte a los caprichos de esa gente. Pero a grandes rasgos, dos chicos de dieciocho años con muchísima menos influencia habían ganado a unos ricos poderosos al otro lado del océano, por lo que por supuesto había sido un hito en su vida. Con los otros dos se enterneció, pero cuando terminó, chasqueó la lengua. — Hay que ver, Gallia, ahora me has dejado a mí sin opciones, porque me las has quitado. — Rio y acarició su mano. — Es imposible hacer de menos a ningún momento juntos. Yo tenía en mente esos dos últimos también: la licencia, como uno de los más felices de mi vida en general de hecho, y cuando me diste las escrituras del taller, porque literalmente haces mis sueños realidad. El tercero en el que estaba pensando era cuando nos graduamos, de la mano, como prometimos desde primero. — Encogió un hombro. — Pero como va a parecer que te he copiado, voy a decir algo más original. —

Dio un bocado a la comida antes de seguir. — Si algo disfruto contigo es el día a día, así que... voy a hacer un podium de los momentos cotidianos que más valoro. Porque algo cambió el día que empezamos a salir, y aunque nuestro día a día seguía siendo el mismo... las cosas eran diferentes. Si tuviera que hacer un top de momentos juntos dentro de lo cotidiano, sería, y esto va a sonar profundamente Ravenclaw, estar contigo en clases siendo novios. Quiero decir... seguíamos con nuestro mismo horario, y en algunas clases nos sentábamos juntos y en otras no, pero... cuando me sentaba contigo, o cuando me iba a otra clase, siempre había de fondo un velo de inseguridad. Un "¿y si esto solo lo siento yo?", un "claramente es solo mi amiga, nunca verá nada más". Eso desapareció. Y, cuando estábamos en la misma clase, pero sentados separados... recuerdo mirarte en la distancia y que solo con verte se me dibujara una sonrisa en la cara, y te sentía... tan inaccesible. Como si solo pudiera hacer eso: admirarte de lejos. — Se encogió de hombros. — Me iba muy tranquilo a sentarme con Sean sabiendo que iba a besarte en cuanto acabara la clase. Siempre me sentaba muy contento en mi pupitre, y Sean me miraba así. — Puso una muy exagerada expresión de hastío que hizo a ambos reír.

— Otro momento diría que es, simplemente, estar con la familia. Siempre lo hemos estado, pero cuando estábamos con los tuyos, yo estaba tenso de que pensaran de mí que llevaba intenciones más allá de la amistad, ya sabes que siempre fui muy correcto. Y con los míos... Lex y yo hemos tenido bastantes idas y venidas, y si creía que yo mismo, siendo su hermano, le caía mal, evidentemente pensaba que eso era extensible a ti; con mi padre no había problema, aunque no sabía cómo se tomaría que me hiciera novio de la hija de su mejor amigo... Una inseguridad absurda, porque claramente le encantó la idea; y con mi madre... Bueno, creo que no hace falta que te hable del engranaje Horner y como funciona, y estaba plenamente convencido de que no iba a aprobar nuestro... digamos, poco protocolario inicio. — Rio avergonzado. — Cuando nos vi como novios dentro de ambas familias, siendo acogidos como uno más, cuando he conocido a mi familia americana e irlandesa y te han tratado como a una prima... Eso me ha hecho muy feliz. — Rodó los ojos cómicamente. — Aunque ya no sé si juntarte con Andrew viendo lo que piensas de él y su estilo de relaciones... — Bromeó.

— La última... — Comió un poco, ladeando una sonrisilla, y se limpió con la servilleta mientras decía. — Mira, te voy a dar un regalo, que sé que te gusta oírme hablar de esas cosas de las que no me gusta nada hablar. — Dejó la servilleta a un lado, bajó el tono y la miró a los ojos. — Hacer el amor contigo. Todas las veces. Sin miedo a pensar que me estoy excediendo, que esto no es lo que debería hacerse, que solo puedo aspirar a esto, que no es respetuoso o cualquiera de las pamplinas que he llegado a pensar en los seis años previos. Y, por supuesto, sin que me dé una rayada tan grande que me haga tomar decisiones desesperadas como pedirle consejo a Olympia. — Rio, pero luego tomó su mano y dejó un beso en esta. — Te quiero. Como compañera de pupitre, como miembro de mi familia, como amante, como chica graduada, como mujer que se enfrenta al peligro y como alquimista licenciada. En todas tus facetas. —

Se echó hacia atrás en el asiento de nuevo. — Hmm... Y hablando de eso último... — Miró la mesa y suspiró. — Ojalá la alquimia sirviera para multiplicar la comida ¿no? Nos ahorraría mucho trabajo. Tanto tiempo de preparación para que se acabe tan rápido... A veces no son proporcionales las cantidades con el tiempo de trabajo... ni las cosas salen igual de bien según los materiales, mi abuela habla mucho de eso... — La miró pillo, con los ojos entornados. — ¿Quieres tu regalo o no? — Dio por hecho que sí, por lo que alzó la varita, y en apenas segundos tenía un paquete en su mano. Se estaba acomodando ya mucho a lanzar hechizos silenciosos, los más básicos al menos ya los tenía controlados, y el hechizo convocador no iba a ser menos. — Y aún queda otro, pero ese me lo guardo para más adelante en el día. — Le tendió el regalo y esperó a que lo abriera. Del paquete salió un aparato de cobre un poco más grande que la palma de una mano, con tres círculos concéntricos y medidas en todos ellos. Cada uno tenía suspendida una aguja como si fueran manecillas de un reloj: una tenía una especie de estrella, otra un sol y otra una luna. — No pensarás que iba a pasear por París y no te iba a traer algo de la ciudad con más tiendas de alquimia del mundo. Lo compré el día que tuve la reunión con la alquimista Monad. — Se acercó para explicarle. — Es un medidor de esencias, pero sujeto a condiciones, en concreto a la hora del día, la época del año y el ciclo lunar. La aguja del sol, además de moverse alrededor de su círculo, se aleja o acerca del mismo en función de la estación, cuando el sol está más cerca o más lejos de la tierra. Se mueve alrededor del círculo en función de la hora del día que sea. La de la luna, como intuirás, se mueve en función de la fase del ciclo lunar. Esa cosa que parece una estrella mide la esencia. Es un aparato que sigue la teoría de la alquimia astronómica, de que las transmutaciones tienen variaciones en función del ciclo lunar, la hora del día y la cercanía al sol. No son variaciones sustanciales, pero podría explicar, por ejemplo, que un componente esté más ácido o menos, o más o menos concentrado o sólido. Un poco lo que insiste mi abuela Molly sobre las patatas irlandesas y las inglesas y su influencia en los guisos. — Rio. — Pones lo que quieras transmutar en el centro y la estrella te indicará la cantidad de esencia necesaria, claro que habrá que adaptarlo a la transmutación. Lo he comprado más a nivel investigador, por si queremos hacer comprobaciones en esa teoría, que a nivel práctico para hacer realmente variaciones. Quiero que veamos cuánto de cierto tiene la teoría, y si vemos que sí, compramos otro más avanzado para ese flamante taller nuevo que mi novia me ha regalado. — Puso una sonrisita y añadió. — Así también te quiero: como el sol a la luna. —

 

ALICE

Ladeó la cabeza con ternura y dijo. — Ohhhhh, mi amor, a mí también me encanta la cotidianeidad contigo. Es lo que más me está gustando de Irlanda, de hecho, el poder levantarnos juntos, desayunar, saber que simplemente iremos al taller, pondremos la mesa para comer… Es genial. — Y acarició sus rizos de puro amor, mientras escuchaba el podium de esos momentos. — Uf, reconozco esos pensamientos… Y fue un peso tan grande quitármelos… Que definitivamente tenían que estar el podio los momentos. — Negó con la cabeza. — Anda que… Mirándome de lejos… — Y se inclinó para besarle, porque no lo quería lejos ningún segundo si era posible y quería demostrárselo.

Asintió y suspiró un poquito con lo de la familia, porque ella sentía exactamente lo mismo con los O’Donnell. — Para mí con los Gallia era distinto, simplemente sentía que sabían que yo no era para ti, al fin y al cabo… Mi abuela fue la que dijo toda segura la infame frasecita… Y lo que hacía era malinterpretar lo que todos pensaban que era que tarde o temprano íbamos a estar juntos. — Suspiró y puso cara de evidencia. — Y por eso hay que decir las cosas, siempre es mejor, porque estas dos cabezas… Viajan solas. — Dijo señalándose su frente y luego la de su novio. Pero se tuvo que reír con lo de la familia de Irlanda. — Es tan bonito… He sentido que estaba en mi hogar desde que llegué… La verdad es que entiendes a la abuela. Irlanda se siente casa, y nadie podría hacerme cambiar de opinión. — Se echó a reír a lo de Andrew. — Recuerda que también te dije que lo empujaría desde lo alto del faro. Suerte tiene de que su mujer no lo haga, y veremos si no lo acaban haciendo sus hermanas. —

Tuvo que alzar la ceja ante lo que dijo y abrió la boca de la sorpresa. — Esa sí que no me la vi venir. — Alzó una ceja. — Aunque… No puedo decir que no lo comparta, lo que pasa que no te lo digo mucho porque te saco los colorcitos con ello. — Dijo pellizcándole el moflete un poquito. Cada palabra la puso más mimosa, y más se pegó a su novio. — Pues claro que está bien, está genial, es de lo mejor que hago en mi vida. Y es instinto puro, todo me sale tan… Como lo que debería ser. — Le miró de más cerca, acurrucada contra él. — Alice. Para ti no soy todo eso. Para ti siempre he sido Alice, incluso cuando yo no quería serlo, y te adoro por eso, porque tú siempre has sabido verme a mí, entera, mejor que nadie. —

Levantó las manos, sorprendida. — ¿Pero cuántos regalos tienes, O’Donnell? ¿Te sacaste la licencia de Cristal y no me lo dijiste y estás cobrando más que yo o qué? — Preguntó muy dramática. Pero tampoco se detuvo demasiado en hacer el tonto, porque ya quería abrirlo. Por unos segundos, se quedó sin palabras y con la boca abierta. Parpadeó y le miró. — Ahora soy yo la que quiere el giratiempo, para ir a París contigo y ver a la alquimista Monad y poder ver las tiendas donde venden cosas como estas. — Escuchó la explicación, mientras acariciaba el artefacto con los dedos. — Es extremadamente preciso. El abuelo nos lo va a robar, porque no para de quejarse de cómo todo lo que tiene aquí está anticuadísimo, y sin embargo mira esto… Es… — Resopló y rio. — Estoy teniendo tantas ideas ahora mismo que necesitaría con urgencia un pensadero. — Se giró a mirarle y puso media sonrisilla. — ¿No te estarás acercando un poquito aunque sea a la teoría albináurica, verdad? ¿Te gustó lo que viste en el laboratorio de la alquimista Monad? — Rio un poco y le acarició. — Me gusta mucho la analogía con las patatas. Es muy real, y lo vamos a usar con mucha sabiduría. — Le besó. — Y yo a ti como la luna al sol que la ilumina. Eso haces tú conmigo. —

Tiró de su novio de nuevo hacia el sofá y le hizo tirarse sobre él, el uno al lado del otro. — Mi regalo es para la cena, lo has adivinado antes… Pero lo importante es que está construido sobre nuestros sueños. — Acarició sus rizos y le miró con devoción. — Ya hemos repasado nuestros mejores momentos… Creo que es hora de que nos digamos nuestros sueños para el futuro, porque una de las cosas que más me han gustado de estar juntos es que ahora sé que mi futuro es a tu lado. — Puso una sonrisa pícara y bajó la voz. — Y por cada sueño… Le quitamos una prenda al otro… ¿Qué me dices, prefecto? —

 

MARCUS

Alzó las manos, riendo y excusándose. — En mi defensa... — Empezó con énfasis. — ...Mi regalo era el que aún no te he dado, ese lo tenía muy claro, y esta comida, aunque evidentemente quería regalarte otra cosa. Cuando Nancy me recomendó el libro ya era demasiado tarde para regalártelo para Navidad, así que me vino muy bien para añadirlo a los regalos. Luego, hablando con las chicas empezaron a picarme con el aniversario, y una cosa llevó a la otra... y aquí estamos, con veinticuatro horas libres. Lo de los niños ya te lo he dicho, me perseguían, ¿qué le voy a hacer? Ah, y este, pues claro, no iba a desperdiciar la oportunidad estando en París, pero ese fue improvisado, te lo hubiera comprado igualmente aun no habiendo aniversario de por medio, no dirás que no merecía la pena. — Y si hubiera tenido más días hubiera comprado más cosas, porque así era él.

Siseó y ladeó varias veces la cabeza. — Algo me dice que el abuelo no es muy de esa corriente, pero lo podemos intentar. — Volvió a reír, porque de verdad que estaba extremadamente feliz. Aunque la pregunta de Alice le hizo abrir mucho los ojos. — ¿Albináurico yo? ¿Me conoces de algo? — Bufó. — Tú no sabes la tensión que pasé en ese sitio. No voy a negar que fue interesante conocerla, pero si puedo no volver a verla más, no lloraré. No sé si me hacen gracia... Parecen un poco... sectarios. — Pero le dio buenas ideas. Aún tenía que darles forma, pero podía sacar un buen material de aquel encuentro. Alzó un índice. — Cuando tengamos un momento libre, tenemos que investigar la alquimia culinaria. No es una broma, yo creo que hay potencial. — No era la primera vez que lo dejaba caer.

Se dejó arrastrar por su novia y puso expresión interesante. — Uhhh... Todo lo que tiene que ver contigo está construido sobre mis sueños, pero si encima lo resaltas... — Puso expresión mimosa mientras le acariciaba y la escuchaba. — Hmm... Me gusta. — Arqueó las cejas cuando terminó. — Eso me gusta aún más. — Apuntó. Se mordió el labio y se recolocó para mirarla. — Bien... Pues empiezo... — Comenzó, acariciando su pierna hacia arriba. — Voy a ir... de menos a más ambicioso... — Se mojó los labios una vez más. — Sueño con... poder desayunar contigo cara mañana. Despertarme, verte, darte un beso de buenos días y desayunar juntos. Que seamos lo primero que veamos al despertar, y lo último antes de dormir. — Y la mano que la acariciaba había llegado al límite de su jersey, el cual levantó poco a poco hasta quitárselo. Había una camiseta debajo, lo que le hizo reír entre dientes. — Vaya, esto van a ser muchos sueños. —

 

ALICE

— Pues tengo varias cosas que agradecerle a Nancy, porque uno de tus regalos también me lo ha proporcionado ella, y con el otro me he dejado ayudar por mucha gente… Al final van a ser más buenos guardando secretos de lo que parece. — Le dio muchos besitos chiquititos. — Merece la pena todo lo me das, mi amor. Me mimas demasiado. —

Le picó en las costillas mientras se reía. — Albináurico tú, sí señor. O no hubieras comprado esto… — Levantó la mirada, soñadora, hacia el techo. — Me encantaría ver su taller, todo eso que tú viste, oírla hablar de sus cosas… — Volvió a enfocar los ojos de Marcus. — ¿No te mata por dentro pensar que ellos saben que cosas que nosotros no? Solo por eso no podría dejarla escapar. — Y terminó mordiéndose el labio, dejando volar la imaginación. Alzó las cejas a la afirmación de su novio y le acarició la cara, pero sin dejar de imaginar. — Sí, bueno, para eso también, pero yo estaba tirando más por… Cristales inteligentes, ya te lo explicaré. —

Suspiró con el tacto de su novio por su pierna y rio, dejándose quitar el jersey. — Me encanta ese sueño. No me parece pequeño, es todo un privilegio, y pienso disfrutarlo y hacer porque se cumpla. — Pasó sus manos por la cintura de su novio, debajo del jersey. — Yo ya me había abierto este camino, pero… Allá va… — Se acercó a su rostro. — Sueño… Con el día en el que vengan alquimistas internacionales a buscarte a nuestra puerta, como hizo Cëlik con tu abuelo, y que me cuentes todo lo que descubres, que lo probemos en nuestro taller y pasemos noches enteras estudiando y descubriendo, llegando a donde nadie ha estado antes. — Le quitó el jersey y acarició todo su torso. — No es pequeño, pero es que me regalas instrumentos alquímicos y esto es lo que hay. —

 

MARCUS

— Sí que es un privilegio. Me gustan los privilegios. — Comentó, acariciando su piel levemente. Entrecerró los ojos. — Y ya me explicarás qué es eso de los cristales... en otro momento... no quisiera interrumpir esta dinámica, ya sabes que soy un chico ordenado. — Le gustaban las innovaciones alquímicas, pero las innovaciones de Alice le gustaban mucho más. Chasqueó la lengua. — Eres tú muy rápida... Yo diría que fue un poco de trampa... — La picó.

Ese sueño le activaba en todos los sentidos y Alice lo sabía. Se dejó quitar el jersey, soltando aire por la nariz. — Vaya. Eso es empezar fuerte. — Ladeó la cabeza, más cerca de ella. — Casi haces que me arrepienta de haber decidido ir de menos a más. — Se mojó los labios y pensó con qué iba a continuar. En relación al sueño, claro, la prenda la tenía clarísima. — Hablando de momentos cotidianos... y de despertar y dormir juntos... Algo parecido y algo que es coherente soñar, puesto que lo he resaltado en lo mejor de este año. — Se mojó los labios. — Sueño con que podamos estar solos todas las veces que queramos. Que el tener una casa para nosotros no sea un lujo de tan solo veinticuatro horas. Sueño con... — Paseó los dedos por debajo de su camiseta. — Seguir pudiendo hacer estos juegos, pero que no haga falta establecer tantas estrategias para poder disfrutar el uno del otro... simplemente... — Se acercó más y susurró. — Irme a la cama sabiendo que tú estarás allí. — Levantó su camiseta hasta deshacerse de ella, conteniendo mucho el impulso de besarla, porque sabía que como empezara, se acababa el jueguecito ahí. — Tu turno. —

ALICE

Alice encogió un hombro, sacando los morritos. — Es que yo siempre quiero más. — Pero tuvo que soltar hasta un suspiro de gusto y ansia cuando expresó su sueño. — Y en silencio, con veinte hechizos en las puertas, y… Oh… — Rodó para ponerse sobre él, mientras la idea se abría paso en su cabeza, y bajaba las manos para ir desabrochando el pantalón. — Ya sé cuál es mi sueño. Quiero una cama GIGANTE. Llena de cojines y mantas, donde podamos pasarnos tooooodo el día porque va a ser la cama más cómoda del mundo. Para todo. — Siguió bajando su pantalón. — Y puestos a pedir… Pediría… Un baño como el de los prefectos. Con los grifos y la espuma y todo eso… Para que los días de invierno… No pasáramos frío estando desnudos. — Y se lanzó a besarle con voracidad, porque el tacto piel con piel de Marcus siempre era demasiado para ella y sus sentidos.

 

MARCUS

Le iba a costar mucho llevar ese juego a término sin desenfrenarse, y no era el único por lo que veía. Alice ya se había colocado sobre él y empezaba a quitarle el pantalón. La miró con una sonrisa ladina. — Luego soy yo el astuto, pero tú has comenzado este juego a sabiendas de que yo tenía menos prendas de las que desprenderme. — Tampoco iba a quejarse demasiado, menos aún con semejantes propuestas. — Uff, hay que proponer a los creadores de hechizos que consigan que el hechizo convocador convoque cosas que desees, y no solo las que tienes. — Porque quería esa cama ya, la necesitaba como el aire.

A lo del baño solo atinó a comenzar una risa entre dientes, porque su novia atacó sus labios y él se dejó llevar, apretando su cuerpo contra el de ella y acariciando su espalda. Se separó al cabo de un rato porque, tal y como predijo, ya se estaba descontrolando y no habían terminado. — Me toca. — La dejó en el sofá para poder besar su cuello y su vientre y comenzar él también a levantar su falda, y no sería porque el sujetador no le estaba pidiendo a gritos ser quitado. — Tengo que reconocer que se me ha olvidado lo que iba a decir. — Rio levemente y dejó un beso en su piel, mientras seguía desabrochando, y luego quitando la prenda poco a poco. — Sueño con... la casa más grande que podamos soñar. Llena de habitaciones enormes con todo lo que deseemos, materiales de alquimia, libros y cosas bonitas. Y, sobre todo... mucho espacio para poder hacer lo que vamos a hacer ahora... en todos los sitios posibles. — Se dejó caer sobre su cuerpo y volvió a besarla con necesidad.

 

ALICE

Asintió a la afirmación de su novio. — Lo sabía, lo sabía. — Besó su cuello. — No puedo negárselo al prefecto más inteligente, deductivo y afilado de Hogwarts. — Empezaba a notar el deseo fuera de control y hasta se arrepentía de haber empezado aquella tontería de juego. Por mucho que le gustara soñar con Marcus, ahora no estaba pensando en eso precisamente.

Se dejó tirar en el sofá y ronroneó como un gato cuando notó a Marcus manejar su ropa. — Uffff… ¿Y hacerlo en cada una de las habitaciones? Yo lo veo, eh… — Se rio y, por un momento también se imaginó esa casa, muy azul, seguro, hogareña, con chimeneas, libro y plantas… Ah, sí… Se separó del beso, aunque no movió la posición, para acabar de quitarle la ropa interior. — Ya que tú has hablado de la casa… Soñaré yo con las vacaciones. Amo La Provenza, sí, pero sueño…. Con el Caribeeee… Con una playa desierta… — Aprovechó la exposición y se puso a acariciarle. — Donde puedas hacerme tuya uuuuuna y oooootra vez, al lado del mar, con el calorcito del sol… — Le besó. — Aunque estoy por jurar que mi mayor sueño ahora es que me lo hagas ahora mismo y sin esperar más. —

 

MARCUS

— Justo para eso. — Susurró, besándola sin detenerse, respondiendo a lo de hacerlo en cada habitación. A él solo le quedaba ya una prenda de la que Alice no tardó en deshacerse, y ahí tuvo que respirar profundo para no dejarse arrastrar de manera definitiva. Al fin y al cabo, al jueguecito le quedaba muy poco, y ya que habían empezado... — Esa playa del Caribe... y tú en ella... ocupan mis pensamientos desde más tiempo del que estoy dispuesto a reconocer. — Empezó como una tontería infantil y había ido derivando, pero en el fondo llevaba desde que la conoció deseando estar a solas con ella, alejados de todo lo demás.

— No quisiera contradecirte, Gallia. — Bajó los labios para susurrar en su oído. — Pero no me hace falta irme tan lejos para hacer eso. — Ya se estaba viniendo muy arriba, así que mejor rematar. — Me toca... y ya que soy ese prefecto tan excelso que describes... y tú has hecho un poco de trampa, porque a mí ya no me quedan prendas y a ti aún te quedan dos... — Dibujó una sonrisa maliciosa. — Me voy a permitir que este sueño tan ambicioso valga por las dos. — Y, antes de nada, comenzó a desabrochar su sujetador. — Sueño con... que calles muchas, muchísimas bocas. Todas las que se atrevieron a cuestionarte. — Ya le estaba saliendo la mirada del Slytherin que llevaba dentro. Quitó el sujetador y empezó a besar su cuerpo, pero siguió añadiendo datos. — Sueño con que seas poderosa. La mejor enfermera alquimista que haya habido jamás. Que la gente tenga que arrodillarse a tu paso. — Clavó la mirada en ella mientras bajaba los dedos por su cuerpo hasta llegar a la ropa interior. — Y que hagamos historia. Los alquimistas. La sanadora. — Bajó la prenda y acercó el rostro al de ella para terminar de decir. — En mi vida ya has hecho historia. Pero te queda mucha, mucha historia que hacer, alquimista Gallia. — Y, ahora sí, se podía dejar llevar.

 

ALICE

Miró a ambos lados asomando la cabeza por la puerta, pero, realmente, no hacía falta. Ya había anochecido, y el viento era ensordecedor en sus guturales silbidos, el mar sonaba embravecido allá en los acantilados y ni siquiera las cotillas del pueblo se atrevían a salir a hacer lo suyo. Volvió hacia dentro para ver a su novio terminar de abrigarse. — Confirmado. Tenemos la fecha de aniversario con más saña de la historia. Creo que es el peor día que hemos vivido aquí. — Se acercó a él y le dio un beso. — Pero va a merecer la pena, mi amor, ya lo verás. — Sacó entonces un pañuelo azul y vendó los ojos de Marcus. — Tenemos vía libre, hace mucho frío, así que no creo que pase nada por que te dejes llevar. Lo vas hasta agradecer, y ahora deja que el sensual sonido de mi voz te guíe. —

Lo de la voz iba a estar complicado, porque el viento lo imposibilitaba todo mucho, iba agarrada a la mano de su novio como si le fuera la vida en ello, y solo podía rezar a todos los dioses porque a la hora a la que había pedido que le llevaran la comida al sitio en su cesta alquímica (que había puesto de muy buen humor al abuelo como ensayo para su transmutación de hielo) Nancy no hubiera tenido que sufrir esto mismo. Y si lo había hecho, ya podía pensar un buen regalo para ella también.

Por fin llegaron a la entrada y sintió el calor y las luces emanando del interior. — Ya estamos aquí, mi amor. Ahora atento, que el terreno es pedregoso y te voy a ir avisando para que agaches la cabeza. No se puede ser tan palmera. — Dijo entre risas. La travesía por el túnel de roca fue lenta, pero cuando por fin llegaron, supo que había merecido la pena. Se fue detrás de su novio y le quitó la venda. — Tu primer regalo. Tú siempre calientas mi corazón cuando todo alrededor es frío e inestable. Qué menos que hacerlo yo por ti. — Señaló las pozas que tenían un color azul luminoso muy atrayente. — Son de agua calentita, un poco como el baño de prefectos, pero sin las burbujas. — Empezó a quitarse todas las capas que llevaba encima porque allí directamente hacía calor, y se dirigió a por la gran cesta. — Esto es un ensayo para mi transmutación de Hielo, PERO hoy sirve para varios propósitos. Aquí dentro, entre otras cosas están dos toallas y dos mudas, y como es una cesta de temperatura estable, están calentitas. Y… — Dio una palmadita en el lomo de la cesta y obligó a Marcus a sentarse en un repecho de las rocas, cerca del agua, que parecían un asiento y que le iba a hacer un muy buen apaño mientras estuvieran ahí. — Aquí hay también unos regalos inspirados en ciertos sueños que llevamos muuuuuchos años compartiendo. De ahí mi propuesta de esta tarde respecto a los sueños, que luego se nos ha diluido un poquillo. — Dejó escapar una risita. — Dime, mi amor… ¿A dónde me decías siempre que me ibas a llevar? —

 

MARCUS

Después de la sesión que habían tenido con el jueguecito, y con el mal tiempo que hacía y lo bien que se estaba en la casa, se hubiera acurrucado junto al cuerpo de Alice y no se hubiera levantado de allí hasta que le echaran. Sin embargo, el regalo de su novia incluía salir, y lo cierto era que se moría de curiosidad (y, ciertamente, habiéndola paseado por todo Ballynow esa mañana buscando a un trovador de pega, no se sentía en condiciones de oponerse a otro paseo). Por supuesto y a pesar de que él estaba pensando en lo poco conveniente del clima, se hizo el ofendido ante la aseveración de Alice. — A mí me parece un día precioso, y, siendo ingleses y, en mi caso, de ascendencia irlandesa, lo que más compete es que sea un día de frío y, por supuesto, durante el curso escolar, que es cuando nos conocimos. — Se negaba a decir nada malo de su aniversario, aunque echando la vista atrás a su historia bien podían haber empezado el uno de septiembre, cuando se conocieron en las barcas, y tendrían un aniversario con un clima más benévolo.

Sonrió y le recorrió un escalofrío de anticipación cuando su novia le vendó los ojos, riendo levemente al comentario. — Seguiría el sensual sonido de tu voz hasta el mismísimo infierno... No te creas que no me apetece, seguro que se está más calentito que aquí. — Y a pesar de la bromita, ciertamente le costaba seguirla, no porque le faltara interés ni mucho menos, pero el tiempo estaba espantoso aquella noche. Se le escapó una risa en un momento determinado después de haberle preguntado "¿QUÉ?" cinco veces a la misma indicación. — Algún día, cuando nuestros aniversarios sean calentitos y familiares en casa, contaremos esto a nuestros nietos y nos reiremos. — Probablemente, con tanto ruido de viento huracanado, a Alice no le hubiera llegado ni la mitad de la frase, pero él se hizo mucha gracia a sí mismo.

En un momento determinado el viento se detuvo casi de golpe, lo que le hizo pensar que habían entrado en alguna parte, y se filtraba una tenue luz a través de la tela de la venda. Pero, sobre todo, la temperatura estaba subiendo. — ¿Me has traído de verdad al infierno, Gallia? Que lo agradezco ¿eh? Me estaba quedando ya helado. — Bromeó, y fue terminar la broma y se chocó en la frente con algo duro y rugoso. Menos mal que iba andando despacito. — ¡Au! Oye que lo del infierno era broma. — Porque empezaba a intuir que aquello era una cueva, pero ¿caliente? Ahora sí que estaba intrigado de verdad. Puso una sonrisa falsa con el aviso de Alice. — Gracias, mi amor. — Un poco tarde, pero bueno, le atacó la risa de nuevo a pesar de lo tenso que iba pisando por ese terreno tan irregular. Definitivamente, era una especie de cueva, aunque las que habían visto en días anteriores no eran tan peligrosas... No, su novia no podía haberle regalado una aventura peligrosa, eso tenía que tener algún tipo de explicación. Falto del sentido de la visión, agudizó los demás. El ambiente no solo era cálido, sino húmedo, y le pareció oír... ¿agua?

A pesar de que podía haber ido intuyéndolo por el camino, la sorpresa fue mayúscula. Miró primero el entorno con la boca y los ojos muy abiertos, y luego se giró a Alice. — ¿En serio? ¿Cómo has conocido esto? No sabía que existía. — La señaló. — Ah, claro, el libro de folclore. Eres tan lista que has elaborado esto en las escasas horas que hace que lo tienes. — Rio, tenía muchas ganas de bromas, pero lo cierto es que no podía dejar de mirar alucinado el entorno. — Guau... Esto es espectacular. — Y qué a gustito se estaba allí. Miró a la entrada. — ¿Cuántos metros he recorrido a ciegas? — Rio, y agradeció haberlo hecho a ciegas, porque ni de broma se hubiera adentrado tan profundo de haberlo visto por su cuenta. Tomó a Alice por la cintura y se acercó para besarla, diciendo antes. — Qué bien sabes darme emoción controlada. — Después del beso, añadió. — Y eso que has dicho es precioso. Te amo. — Cada vez que pensaba que no podía querer más a esa chica, se sorprendía a sí mismo.

Arqueó las cejas. — Uh, ¿vamos a ensayar para la licencia en este sitio tan idílico? — Rio, porque obviamente ese no era el regalo, y alzó las palmas. — ¡Eh! Que si así hubiera sido, me hubiera encantado. Un regalo extremadamente Ravenclaw. — Aunque obviamente le gustaba más el regalo real. Se dejó sentar, mirando intrigado e ilusionado la cesta, la cual no pudo evitar tocar con curiosidad. — Sí que tienen temperatura estable. Me encanta. — Un poquito de su yo Ravenclaw siempre salía ante una innovación alquímica, por mucho que estuviera de aniversario. — Yo diría que ha sido una disolución perfecta. — Comentó tentativo y valiéndose del chistecito alquímico, pero volvió a mirar la bolsa con interés. — Uuuhh... Pues quiero llevarte a muchos sitios, pero si tengo que decir uno en primera instancia, diría... — Imitándose a sí mismo con doce años, alzó los brazos e hizo un cómico bailecito con el tronco. — Al Cariiiiibe. —

 

ALICE

El plan estaba bien hecho, pero no contó, claro, con que entre la sordera del viento y los ojos vendados, su pobre novio pasó un ratillo regular, pero todo aquello se lo iba a compensar (esperaba). — Enseguida va a ser el cielo, tiene todo lo que te gusta. — Le afirmó muy segura. Y la cara de su novio habló por sí sola. Dio unos saltitos de alegría. — Fue Nance. Le pregunté si había algo así como un balneario o algún sitio por el estilo en Connacht… Pero me dijo que había algo más cerca y me trajo aquí. Así que ayer lo dejé todo listo y explicado para que lo trajera hoy. Le debemos un regalito por lo genial que lo ha montado y habérmelo enseñado. — Le echó los brazos al cuello con expresión angelical. — Unos cuantos. Si quieres te tapo los ojos para salir y dejamos esto en un precioso recuerdo de, como dices, emoción controlada. — Sí, se veía venir que su novio no hubiera recorrido todo ese camino por voluntad propia, pero… — Debes admitir que suelen esperarnos cosas geniales al final de pasillos inexplorados. — Y volvió a dejarle un beso.

Puso expresión de estar valorando lo de ensayar. — Hubiera sido muy nosotros. Pero, de hecho, quería plantear este aniversario como un descanso solo para los dos entre las navidades y lo que se viene con la licencia. Pero me alegro de que te guste el experimento, y además es superpráctico, con lo que nos gusta a nosotros eso. — Dijo picándole un poquito. Pero se tuvo que reír con el bailecito, como hacía siempre. — Aaaasí es. — Y sacó el recipiente de la cesta. — Como aún no podemos ir a esos sitios… He decidido transportarte allí a través de lo que más te gusta, después de un libro: la comida. Cómo no, has empezado adivinando el plato principal. — Lo abrió y un humillo delicioso ascendió hacia ellos. — Esto es sancocho. Es un guiso caribeño de carne de ternera y… Unas mil cosas más, la última me la trajo Siobhán ayer, de un mercado muggle, por cierto, porque no había forma de encontrarla. Así que este plato se lo tienes que agradecer a la abuela, que me ayudó a prepararlo mientras buscabais cierta seta y a Siobhán por traérmelo de ese tal Sainsbury’s de Dublin. — Hizo un gesto con la mano para pararle. — Pero antes de esto… Tendrás que sacar el entrante, ¿no? Es verdad que ahí ya hemos estado por separado… Pero ahora tenemos que ir juntos. — Dijo guiñándole el ojo mientras sacaba los platos, el mantel y dos copas para ir tendiéndolo en el suelo de la mejor manera posible.

 

MARCUS

— Ya es el cielo. — Respondió, atrayéndola hacia sí para besarla. — Ya tiene todo lo que me gusta. — Tenía un lugar misterioso y precioso, calorcito en mitad del invierno, a su Alice (potencialmente desnuda, que era un plus), comida y una innovación alquímica. No podía pedir más. — Definitivamente, tenemos que hacerle a Nancy un regalo de agradecimiento. — Comentó, y a lo siguiente chasqueó la lengua. — Lo cierto es que, a pesar de mis reservas mientras recorría lo que parecía un largo pasillo, me estaba acordando precisamente del que dejamos en el cuarto piso, y cómo lo conocimos gracias a tu curiosidad. Siempre tienes razón, mi amor. —

Hizo un gesto de triunfo ante el acierto como si fuera algo que no se esperaba, y olisqueó lo que su novia tenía que sacar de la cesta. — Uh, varios platos. Qué hambre. — Como si no se hubiera pegado un pedazo de desayuno, una comilona después y hubiera caído alguna que otra chuchería que había llevado consigo para endulzar la tarde. Puso expresión de interés. — Nunca había oído hablar de él, pero eso de guiso con mil cosas suena a algo que me gusta. — Rio levemente. — Espero que la abuela no supiera que uno de los ingredientes venía de Dublín o se habría negado a cocinar. — Bromeó. — Se lo agradeceré a ambas. — Y ya iba a meter la cuchara cuando Alice le dijo que tenía que sacar el entrante. Dobló cómicamente el tronco y la cabeza. — Esto empieza a oler rico, me ruge el estómago, Alice, no me tortures, a ver si va a parecer el infierno de verdad. — Se frotó las manos. — Hmmm... Un sitio en el que ambos hemos estado por separado, pero no juntos... No hay tantos que cumplan los criterios. Veamos... ¿Podría estar relacionado con cierto regalo que te he dado hoy? — Arqueó una ceja. — ¿Podría ser... París? —

 

ALICE

— Ohhhh, pero mira cómo me da la razón y me mima… — Y dejó otro besito en los labios de su novio, encantada con verle tan a gusto en aquel lugar. También le dio la risa cuando le vio hacer tanto drama. — Noooo te quejes tanto, que lo vas a agradecer. — Siguió el razonamiento, mientras iba asintiendo y tirando de su novio para que se sentaran a ambos lados del mantel y encendía otro par de velas. — Muy bien deducido, sí señor… — Y sacó de la cesta un plato de distintos quesos, algunos simplemente cortados, otros untados y gratinados en pan y frutos secos y frutita alrededor. — Directo desde la capital francesa: el entrante. Yyyy… la bebida. — Y le sirvió un vino blanco espumoso, que traía su propio hechizo para mantenerse frío. — Por tooooodo lo que vamos a aprender en París, porque vamos a ir juntos, y vamos a ir a aprender. — Levantó la copa y la chocó con la de él. — Esto es todo cosecha mía. Compré los quesos en Saint—Tropez y por ahí empecé. Iba a ser una meriendita sencilla… Y al final se me convirtió en esta cena. — Bebió el vino y cogió uno de los panes. — Pero es que tú me has enseñado a disfrutar de la comida, así que… Apropiado. — Tocó su nariz y sonrió contenta. — Yo también te amo, mi vida. Tú das alas para que este pajarito vuele. — Señaló lo que tenían delante. — ¿Quieres adivinar el postre o necesitas combustible para el cerebro? —

 

MARCUS

Volvió a frotarse las manos cuando Alice confirmó que había acertado, esperando a ver qué sacaba de la cesta. — MMMMM. — Exageró, porque los quesos franceses le encantaban, y su novia lo sabía. — Tú también me mimas mucho a mí, a la vista está. — Aseguró, mirando goloso todos los entrantes. Cuando vio la bebida, miró con carita graciosa a Alice. — ¿Me quiere emborrachar, señorita Gallia? — Alzó ambas manos. — Si es para hacer lo que creo que quieres hacer a pesar de que lo acabamos de hacer, para eso no hace falta que me emborraches, creo que ya te lo he demostrado. En la comida solo teníamos zumo de calabaza. — Alzó el también la copa, chocándola con la de ella. — Por nosotros. Por una vida de ilimitado e insaciable... conocimiento. — Tonteó, guiñándole un ojo.

Rio, asintiendo. — ¿Ves? A mí me pasa eso de que empiezo por una cosita y sin querer se vuelve más grande, pero siempre me llamáis exagerado. ¿A que no es tan fácil comedirse cuando el amor es tan profundo? — Y rozó su nariz con la de ella con comicidad. A lo siguiente, se llevó dramáticamente las dos manos al pecho. — Repite eso, por favor. ¡Te he enseñado a disfrutar de la comida! Ya está, ya puedo morir tranquilo, mi misión en esta vida está cumplida. — Rio, añadiendo. — ¡Y lo he conseguido antes que mi abuela Molly! ¡Bien! ¡Digno sucesor Lacey! — Siguió riendo.

Acarició su rostro y sonrió. — Y tú das flores a esta sosa rama de espino. Ahora soy... un bonito arbusto. — Se sacudió un poco, volviendo a reír, porque Alice sacaba su lado más payaso. — ¿Puedo elegir ambas? — Hizo una mueca con la boca. — Yo siempre en pos del conocimiento, mi amor, y tú lo sabes, y valoro mucho el juego este, pero es que esos quesos me están mirando. Y necesito comprobar tu innovación térmica viendo si ese... no recuerdo el nombre, lo siento, se ha mantenido calentito a pesar del temporal que hace. — Revoloteó con la mano por encima de los entrantes. — ¿Puedo? — Preguntó con carita de bueno, y atacó los diversos manjares que había por allí, con exagerados sonidos de gusto como hacía siempre. — Lo siento, no aguanto la intriga. — Quedaban aún entrantes, pero necesitaba probar ese guiso caribeño. Los sonidos exagerados volvieron. — ¡Qué bueno! ¿Qué es esto? Es como un guiso de carne, pero tiene un toque... ¿dulce? Oh, y qué bien sienta. — Dio otra cucharada y miró a Alice, especificando. — Por el frío. Ya sé que no llevo tres años sin comer. — Se defendió a pesar de no haber sido atacado, pero es que siempre se llevaba la misma burlita. — ¿Cómo decías que se llamaba? ¿Conchoso? ¿Sanchoncho? Vale, cuando termine con el francés, el gaélico y el italiano, me tienes que enseñar español. — Dio otra cucharada. — Ah, y... ¿pista del postre? —

 

  ALICE

Asintió a lo de los regalos. — Sí, mi vida, es lo más Lacey que tienes, pero siendo mucho más metódico y optimizando mejor recursos y tiempo, lo que hace que te queden cosas tan grandiosas como la de hoy. — Y se lanzó a darle muchos besitos por la cara. — Pues más me gusta comerte a ti, y hacerte la comidita, y ver esa carita que se te pone cuando la ves… — Le encantaba estar así. Ah, necesitaba esa casa, con cama gigante o no, eso iba a ser lo de menos.

Y aún con la risa y la copita de vino entre las manos, le vio deleitarse con la comida, mientras ella picoteaba de los quesos aquí y allá y probaba un poco del guiso. — Se llama sancocho. — Contestó entre risas. — Y es como si hubieran cogido todas las verduras de la isla y lo hubieran echado a la cazuela con la carne más sabrosa. No es que tenga mucha ciencia, pero al final hay que hacer que engorde y demás… Y conseguir todo lo que lleva tiene su aquel, especias incluidas. Pero mmmm cómo te transporta… — Alargó un pie hacia el agua calentita. — Ah, ya es como si sintiera la playa mismo. Aunque ni con playa y sancocho sé cómo pretendes que te enseñe yo español. Donna igual. O tu amigo Peter, ¿le recuerdas? ¡OLE TORO! — Dijo rememorando su graduación.

Hizo un pequeño bailecito con los hombros, mientras tomaba otro sorbito de vino (cuidado con aquel vino que entraba como si fuera un refresquito y ya la estaba nublando un poco) antes de contestar a lo del postre. — Mmmm veamos. Es mi parte favorita del menú de hoy, eso para empezar. Para seguir… Es del país donde se originó la alquimia… Así que he intentado que tenga algo de alquímico. — Y tras el acierto de su novio, sacó una baklava, que en vez de tener la tradicional forma rectangular, era redonda, y con miel y frutos secos picados, había simulado un círculo alquímico encima. — Quintaesencia. Que nos dure para siempre. — Dijo, con las mejillas rojitas y los ojos brillantes, deseando hincarle el diente.

 

MARCUS

Puso carita de bueno cuando Alice hizo referencia a su expresión con la comida, pero después le arqueó las cejas. — Me dejo comer encantado. — Se acercó un poco a ella. — Y espero que tú también me dejes... Ya sabes que tengo mucha hambre. — Dejó un muy leve mordisco en su cuello y volvió a su sitio.

Asintió. — Sancocho. Apuntado. — Le había costado, pero se había quedado con el nombre... por el momento, puede que se le olvidara en unas horas. — Sí que te transporta, y eso que yo no querría estar ahora en ninguna otra parte, solo aquí. — Dio otra cucharada. — Uf, está buenísimo. — Apoyó el codo en la rodilla, mirándola más cerca, con una sonrisilla. — Somos una buena pareja gastronómica: mis desayunos y tus cenas, y nos turnamos el almuerzo. Y las meriendas. Y los picoteos. — Soltó una carcajada. — No me recuerdes lo del toro, por favor, y peor, a Peter hablando español. ¡Pero yo soy un gran aprendiz de idiomas! No digas que no. — Siguió comiendo, y bebiendo, y ya estaba viendo a Alice coloradita y achispada. Él (aún) no lo estaba tanto, porque estaba metiendo en su cuerpo mucha más cantidad de comida y compensaba, claro, pero no iba a tardar en subírsele.

Atendió a las pistas sobre el postre y no tardó en deducir el lugar. — Siria. Un postre sirio, eso sí que me da curiosidad. — Cuando vio la baklava se relamió, pero lo del círculo le ganó del todo. Miró derretido a su novia. — ¿Por qué eres tan perfecta? — Preguntó de corazón, con un profundo tono dramático, como era él. No daba a basto para terminar de comer todas las delicias que quedaban y autocontrolarse para no meter el postre de por medio. — Está todo buenísimo, mi amor. Gracias, es un regalazo. — Miró a su alrededor. — Y esto también. — Dio un sorbo al vino. — Y... aunque parezca que contradigo lo que he dicho en la comida... — Se quitó el jersey. — Lo siento, pero es que me está entrando mucho calor. — Y no iba a tardar en quitarse más cosas.

 

ALICE

Ahogó un grito al mordisquito y contestó con una risita. — Yo, de hecho, me estoy dejando hueco, que quiero probar otras cosas… Además de mi postre. — Vaya cómo la estaba soltando el vino, no se iba a quejar. — Yo tampoco querría estar en ningún otro lugar. Tú eres mi lugar. Y, ¡fíjate! Estás aquí. — Y se rio y picó a su novio, porque le hacía gracia todas las comidas que se le ocurrían, y lo dramático que se ponía al recordar a Bradley… Ah, si es que su novio era un sueño en sí mismo.

Le tuvo que mirar hipnotizada cuando le dijo lo de que era perfecta. — Para hacerte juego a ti… — Se inclinó sobre él y siguió besándole. — Me tienes taaaaaan enamorada… Tanto que eso me emborracha más que ese vino. — Aseguró, mientras pasaba la lengua por sus labios. Y claro, ya Alice en verdad no veía mucho más, ni comida ni nada. Ella solo quería Marcus, quería llenarse de Marcus, no ver otra cosa… Así que, mientras su novio le agradecía y se quitaba la camiseta, ni corta ni perezosa, se puso sobre su regazo. — ¿Y cómo me lo vas a agradecer? — Se inclinó a su oído. — Yo quiero agradecerte muchas cosas, mi alquimista… — Pasó la mano por los rizos de su nuca y se movió sobre su regazo. Luego buscó sus labios. — No hay ningún sabor del mundo que se compare a tus besos… — Volvió a su boca, besándole con fiereza. — Quiero sentirlos… Y que me sientas… — Se quitó el sujetador lentamente. — Quiero endulzarte como la miel… Quiero ser tuya toda la noche… Y no volver a pensar en lo que hay fuera en horas… —

 

MARCUS

— ¿Otra cosa? — Preguntó con una ceja arqueada y tono travieso, porque ya se estaba viendo los derroteros que tomaba su novia, y que el postre iba a tener que esperar. Una vez más: no pensaba quejarse. Sus frases le hicieron reír. — ¡Vaya! ¡Sí que estoy aquí! Y eso que el sitio está poco accesible, qué suerte hemos tenido de encontrarnos. — Se acercó a ella y susurró con voz de enamorado. — Fue una suerte encontrarte. — El vino empezaba a hacer estragos en él también.

Tal y como preveía, empezaron a llegar los besos, y a descontrolarse, y él lo dejó todo de lado por recoger a su novia en sus brazos y corresponderla como deseaba hacerlo. — No más que yo de ti. Te amo, te amo tanto que llenaría toda esta cueva y nos acabarían pillando porque se saldrían las vibraciones fuera... Oh, maldita Oly. — Se quejó, porque eso le había salido demasiado espontáneo para ser él, pero no atendió mucho a su propia queja porque los besos de Alice le tenían la atención robada. Mucho más cuando se subió en su regazo y comenzó a desnudarse. — ¿Estoy soñando? — Susurró, con la respiración ya agitada, mirándola a los ojos. — Porque he dicho que mi sueño es tenerte así en todo momento, y hoy no para de suceder. — Se acercó más a ella y susurró. — Y seguimos teniendo la casa hasta mañana. — Definitivamente, debía estar soñando.

— El mundo fuera no existe, solo tú y yo. — Y se deleitó en besarla, mucho más desenfrenado. Pero antes de perderse por completo, se detuvo y sonrió de lado. — Aunque digo yo... que ya que hemos venido a este sitio tan bonito... — Miró por encima del hombro de Alice descaradamente, y luego a ella otra vez. — Antes de beber, había querido dar por hecho, inútilmente porque sabía que no lo habrías hecho, que traías bañador, y ya tenía en la cabeza el momento en que me dijeras que ni bañador ni nada, y yo me espantara porque no dejamos de estar en un lugar en el que podría entrar cualquiera sin ningún tipo de ropa y haciendo lo que pensamos hacer. — Se acercó más a sus labios y susurró. — Pero yo también he bebido vino. — La besó. — Y te conozco. — Volvió a besarla. — Y conozco lo que haces con mi voluntad. — La besó una vez más. — Así que... ¿por qué no seguimos en esas aguas tan mágicas que has buscado para mí, ya que estamos aquí? —

 

ALICE

A pesar de estar muy acelerada, tuvo que reírse a lo de Oly. — Uf, ahora es un deber sacar esas vibraciones. — Tomó su cara entre las manos y le hizo mirarla. — No debemos creer en la suerte. Tú y yo estamos por encima de la suerte. — Le besó con intensidad. — Te encontraría en cualquier parte. — Volvió a besarle. — Y no es un sueño, yo haría todos tus sueños realidad, yo existo en cada plano que quieras. — Besó su cuello. — Alquimista, novia formal, amante… Alice siempre para ti, en todo lo que quieras de ella. —

Se dejó arrastrar por esa noción de que solo estaban ellos dos en el mundo, pero le dio la risa cuando mencionó lo del bañador. — Qué bien me conoce mi novio. Y sin beber. — Y con una risita muy pilla, decidió hacerle caso y terminó de quitarse lo que le quedaba y, cuando Marcus hubo hecho lo mismo, tiró de él hacia el agua.

La sensación fue muy gustosa porque el agua estaba realmente calentita. Metió la cabeza y salió como un pececillo para reencontrarse con su novio. — No sabía cuánto necesitaba esto hasta que me he metido. — Admitió, justo antes de tirarse sobre él rodeando su torso con las piernas y su cuello con los brazos. — Me encanta atraparte. Eres mío y no te me vas a escapar. Ni siquiera en el agua. — Y volvió a besarle con pasión, ahora en un entorno aún más invitador como era aquel agua dulce, tan particular, que les daba más calor del que sentían. — Si cierras los ojos, te puedes imaginar que estamos en nuestra playa desierta del Caribe. —

 

MARCUS

— Sí que haces mis sueños realidad. — Dijo en un susurro, sin separarse de ella. — En todos los universos posibles y por toda la eternidad. — Y entre los besos, rio levemente. — Puede que haya bebido un poquito. Pero sí, te conozco muy bien. —

La sensación de soledad que le invadía cuando Alice se separaba de su cuerpo, compensaba por ver que era para algo mucho mejor, porque empezó a desnudarse, y él no se lo pensó para hacer lo mismo. — Un día más arrastrándome a tus locuras, princesa. — Porque si le hubieran dicho que iba a meterse en una cueva sabe Merlín como de profunda en pleno temporal, en plena noche, en otro país y a desnudarse para bañarse en unas aguas naturales y, claramente, a hacer lo que iban a hacer, se hubiera reído en la cara del que fuera. Pero allí estaba, sin pensárselo dos veces, como si Alice tirara de él con un hilo invisible.

Realmente tiró de él sin necesidad de hilo, y casi resbala, lo que me hizo reír y lanzarse del todo, conteniendo la respiración por la impresión al contacto con el agua, aunque estaba tan calentita que era tremendamente agradable. La recogió en sus brazos, riendo. — Fui yo quien se comprometió a no soltarte nunca en el agua, ¿recuerdas? — La apretó contra su cuerpo, besándola como si hiciera meses que no probaba sus labios. Aunque cerró los ojos a su sugerencia, suspirando. — Sí que puedo sentirlo… El agua, el calor… el sabor del sanquecho… — Rio. No se iba a aprender el nombre con tanta facilidad. — Y, sobre todo, algo que no podía faltar allí… — Abrió los ojos y paseó las manos por su cuerpo. — Alice Gallia… desnuda… y los dos solos… — Y comenzó a besar su piel resbaladiza por el agua, por su cuello y por todo lo que sus labios pudieran rozar.

 

ALICE

— Si yo te contara los sueños que tengo… — Dijo esa voz que se le ponía solo cuando quería llevar a Marcus lo más cerca posible de la locura. La locura casi se convierte en un resbalón, pero su novio lo salvó con cierta elegancia y lo importante fue que acabó dentro del agua con ella, siguiéndole el rollo.

Ya en sus brazos, rio y asintió. — Cuántas veces he podido imaginarme lo que sería que me tocaras… — Descendió la mano para empezar a acariciar su miembro. — Y tocarte yo… Por debajo del agua, sin que pudieran vernos… Viendo el placer en tus ojos, sin que me sueltes… — Contuvo un suspiro ahogado y se aferró más a él. — En el Caribe también me moriría de ganas de ver esos ojos. — Le besó sin parar de acariciarle. — Me encanta verlos cuando estás disfrutando… Y soy yo quien te está haciendo disfrutar así… — Rio un poco y ladeó la cabeza. — Es mi propio privilegio… —

 

MARCUS

Solo la voz de Alice ya le hacía sentir escalofríos por todo el cuerpo. — Cuéntamelos... Yo quiero saberlos... — Puso expresión pícara. — Yo diría que me has contado cosas peores... — Se mordió el labio, admirándola a través del agua. — Y yo quiero el privilegio de todo el conocimiento que pueda poseer. —

Por el momento, prefería centrarse en el placer que sentía por sus caricias, el que le hacía cerrar los ojos de manera inconsciente, y abrirlo solo para que Alice pudiera ver lo que le hacía sentir, tal y como pedía. Rio entre dientes, sin apenas sonido, aunque ya empezaba a suspirar. — Ese es un buen privilegio... Yo también lo quiero. No es ser envidioso, solo tener la ambición necesaria. — Descendió una de sus manos por su cuerpo hasta dejar las caricias entre sus piernas, mirándola a los ojos. Él también quería ver lo que le hacía sentir. — Hablas mucho de lo que haremos en el Caribe... — Acarició levemente sus labios con su lengua. — Porque supongo que el resto de viajes serán... pura... y exclusivamente... dedicados al conocimiento académico... y que no habrá tiempo para... nada... nada más... —

 

ALICE

Oír a Marcus hablar así activaba todos los nervios de su cuerpo, haciendo que se pegara a él, revolviendo todo el agua de alrededor. — Sueño que me exploras centímetro a centímetro, mientras yo puedo admirarte, acariciarte… Sueño con que descubrimos formas de placer cada día, siempre un poquito más, haciendo temblar la tierra como un terremoto… O en este caso como un tsunami… — Y rio un poco, aunque en realidad estaba ya jadeando.

No pudo evitar un gemido cuando notó su mano, y le miró, para que él también pudiera tener el dicho privilegio. — Conocimiento, sí… Centímetro a centímetro. Exhaustivo. — Metió la mano en sus rizos, ya húmedos y la bajó muy lentamente por su oreja y luego su cuello. — Y no solo con el tacto. — Se acercó y lamió con deleite su cuello. — Hay muchos centímetros que estudiar por aquí. — Se echó para atrás contra la pared de la poza y atrajo a Marcus entre sus piernas. Luego cogió su mano y le hizo pasársela por el pelo. — Tienes que estudiar, alquimista O’Donnell. — La bajó hasta sus labios y lamió sus yemas. — Cada parte. — Y cogió la otra mano también, bajándolas por su propio cuello hacia sus pechos. — Creo que ya te lo estoy explicando demasiado… Y sabes hacerlo solito. — Y su propia frase se cortó porque había llegado a la zona más sensible de sus pechos descendiendo las manos.

 

MARCUS

Se mordió el labio, mirándola con deseo, conteniendo el acelere de su respiración. — Pues yo soy la tierra. Y soy el agua. — Se acercó a su oído para susurrar. — Yo decido si hay terremotos y cómo de fuertes son. — Pasó rozando con su nariz la piel de su rostro hasta poner sus labios sobre los de ella. — Aunque puedo dejarme llevar... y que seas tú la que decida sobre ello... — Besó sus labios, aunque ya los gemidos de ambos se entrecortaban entre los besos.

Se dejó arrastrar hasta la otra pared, y el sentirse entre sus piernas le hacía ya perder hasta la noción de sí mismo. Sabía que prolongar el juego con Alice siempre le daba beneficios, así que dejó que condujera sus manos por donde ella quisiera, y una vez en sus pechos, le dedicó una sonrisa ladina y descendió los labios a la piel de su cuello, bajando los besos sin dejar de acariciarla, cubriendo como ella decía centímetro a centímetro su piel. Cuando sus labios llegaron a su pecho, una de sus manos volvió a bajar por su cuerpo, colocándose donde antes hubiera estado haciéndola sentir ese placer que sabía que le provocaba, y decidiendo quedarse allí hasta que sintió que su novia empezaba a perder poco a poco el control.

Ahora era cuando podía aprovechar esa privilegiada posición en la que se encontraba. Volvió a besar sus labios y se aferró a su cintura. — Espero que la investigación haya sido de su agrado. — Dijo con voz tentativa. — Ahora... me gustaría profundizar un poco más, si te parece bien. — Se introdujo en ella poco a poco, pero el desenfreno ya le golpeaba el pecho, por lo que apenas hubo empezado ese baile entre ambos, agarró su muslo para alzar un poco una de sus piernas, apoyándola en su cadera, ahogando un profundo gemido en sus labios.

 

  ALICE

Terremoto el que estaba sintiendo ella por dentro. — Cómo sabes cómo hablarme, bandido… — Respondió entre los besos y los jadeos, porque realmente Marcus sabía volverla completamente loca. Y lo demostró también con la forma en la que tomó el control. Si Alice lo sabía, solo había que iniciarle en el camino y lo que venía… Oh, lo que venía después era glorioso. El placer que le estaba dando Marcus en dos focos la cegó por unos segundos y simplemente se concentró en su tacto y en su lengua, dejando que su cuerpo se estremeciera a él.

Casi no le dio tiempo a recuperarse cuando notó que por fin entraba en ella, y se recompuso en un momento para facilitarlo y sentirlo más fuerte, aferrándose a su piel, estrechándole con las piernas. — Qué pronto aprendiste que esto me gustaba. — Dijo bajando un segundo la mirada a su pierna levantada, y moviéndose un poco al compás de Marcus. Pero no iba a dejárselo todo a él, claro. — Siéntate. — Le dijo. Marcus era lo suficientemente alto para que el agua le llegara por la clavícula sentado, y ella lo tenía perfecto para ponerse encima. — ¿Te acuerdas de aquel día en el lavadero? Cuando me dijiste que quizá no te podías controlar… Ese día, nos visualicé así, en aquel agua mucho más helada que esta. — Le besó y, mientras lo hacía, volvió recolocarse, estremeciéndose por la sensación. Y mientras se movía lentamente, aumentando el ritmo gradualmente, hizo que la mirara, tomándolo de la barbilla. — Quiero mi privilegio. Quiero que tomes el control y vea el placer en tus ojos. Solo para mí. —

 

MARCUS

Había llegado al punto de estar cegado por ella, por las sensaciones, y de que pensar y hablar fueran tareas que costaban mucho más trabajo de ejecutar correctamente. No obstante, podía seguir sacando su sonrisa chulesca a relucir. — Siempre aprendí rápido. — Aquello le encantaba, le volvía absolutamente loco, daba igual cuántas veces lo hiciera o que tan solo hubieran pasado un par de horas desde la última. No cambiaría esas sensaciones por nada del mundo.

Se dejó llevar por Alice una vez más, y eso sí que era un privilegio, porque sentarse con ella en su regazo era una postura perfecta por tantos motivos que no acabaría nunca de enumerar. — Yo no. — Susurró tras el beso, con los ojos entrecerrados, y se acercó a ella para añadir. — Porque, si lo hubiera hecho, ahora no sería solo una fantasía. Yo no dejo a la imaginación nada que no pueda llevar a cabo, Gallia. — Jadeó, propiciando el movimiento, acercándose más y más a ella.

La miró con fiereza cuando tomó su barbilla, porque estaba despertando esa faceta de Marcus una vez más. — Todo lo que soy es solo para ti. — Dijo, pero había adoptado ese tono susurrado y profundo que usaba cuando, como le pedía su novia, quería tomar el control. — ¿Esto es lo que vas a querer hacerme cuando estemos en el Caribe? — Puso una mano tras su espalda y se apretó contra ella, conteniendo un gemido por la intensidad. — Me parece... poco ambicioso. — Detuvo ahí la frase, a la espera de la reacción de ella, pero antes de que pudiera decir nada, retomó. — ¿Crees que un águila como yo se va a conformar con hacerlo contigo en muchas habitaciones de una casa? — Se acercó a su oído y susurró. — Quiero que me digas en cuántos lugares del mundo vamos a hacer el amor. — Movió el rostro lentamente para mirarla a los ojos. — Llevamos cinco, si no me fallan las cuentas, princesa. Dime, ¿cuántos más quieres que sean? —

 

ALICE

Y tan rápido aprendía el condenado. Pero no se iba a quejar, lo estaba pasando divinamente con ello, la verdad. — ¿Ah sí? — Contestó a lo de la fantasía. — ¿Y qué más ideas quieres hacer realidad? — Pero por el momento, le hizo gemir con esa intensificación de la suya, y se dejó estremecer en el contacto de sus cuerpos.

Rio un poco, porque esa faceta de Marcus le encantaba, y, sin dejar de moverse, juntó su frente a la de él. — En una buhardilla de París. — Mordió su labio inferior. — En una villa en la Toscana… — Se rio y aumentó el ritmo. — Bajo las estrellas del desierto en Damasco… — Ahora mismo se había venido muy arriba y quería más. — En cada sitio que visite contigo, quiero tener este recuerdo… — Se inclinó sobre su oído y dijo. — Y antes de que termine, mi amor… Dime tú… O mejor enséñamelo, cómo querrías hacérmelo. No te lo dejes en la fantasía. — Y porque le gustaba juguetear, se separó y le esperó a unos centímetros en el agua, de rodillas, y sin dejar de mirarle con esa mirada animal que se le ponía cuando quería más de Marcus.

 

MARCUS

Puso expresión interesante. — Eso me lo guardo... No quieras llegar tan rápido a la meta, deja alguna sorpresa. — Se mojó los labios, aprovechando para respirar profundamente, porque notaba que empezaba a descontrolarse y que ya mismo no lo podría parar. — Quiero no dejar de sorprenderte nunca... Así que, me guardaré algunos misterios. — Entonces Alice empezó a narrar contestar a su pregunta con lugares muy concretos que hicieron que su imaginación volara allí directamente, y eso que no querría estar en ningún otro lugar que no fuera ese. Cerró los ojos y lo visualizó, con la respiración acelerada, sintiendo las sensaciones multiplicadas, como si estuviera pasando todo al mismo tiempo.

Alice se apartó, retándole una vez más, y él rio entre dientes, sin dejar de mirarla con expresión de deseo. — Pero solo un pequeño avance... — Dijo, desplazándose lentamente hasta ella. — Lo dicho... para dejar algo para la sorpresa... y para que puedas seguir alimentando esa imaginación tuya... — Y dicho esto, se sumergió en el agua, buceando rápidamente (ya que ni había tanta distancia ni Alice se había ido muy lejos) hasta colocarse a su espalda. Salió del agua apoyando las manos en su cintura, pasándolas por su cuerpo hasta subir a su pecho, y susurró en su oído. — Para empezar... puedo llegar hasta ti por mucho que te escapes. — No dijo nada más, sino que movió su cuerpo para que pegara la espalda en su pecho, colocándola en su regazo de nuevo para entrar en ella, como hicieran en el baño de prefectos, y solo el contacto hizo que se estremeciera por completo.

 

ALICE

— ¿No querías que fuera más lenta? — Le picó desde su posición, moviendo los hombros. — Puedo quedarme aquí esperándote. — Luego achicó los ojos y puso expresión misteriosa. — Oh… ¿No vas a decírmelo? — Se llevó una mano al pecho. — ¿Ni a enseñármelo? Estoy desconsolada… —

Pero por supuesto que había avance, eso estaba ella segura. Lo que pasa es que aún estaba enlentecida, y le pilló un poco desprevenida que le saliera Marcus por detrás, y soltó un gemido solo de notar su agarre. — Yo no me escapo, es solo para que me caces… — Y entonces le sintió dentro una vez más, y su gemido retumbó en todas las rocas de la cueva. Poseída por su propio placer se movió frenéticamente y ya solo pudo suplicar entre gemidos. — No me sueltes. Agárrate a mi piel, llega más dentro, dámelo todo, Marcus. — Y la sacudida a la que a su cuerpo con la cúspide de su placer fue tan intensa que después solo pudo quedarse con la nuca apoyada en el hombro de Marcus, jadeando y agarrada a sus brazos como si hubiera puesto el mundo boca abajo.

 

MARCUS

— Me encanta cazarte... pajarito... — Susurró en su oído, ya que la postura se lo permitía a la perfección. La intensidad de la posición y del movimiento ya le estaban cegando, pero las palabras de Alice terminaron por enloquecerle. — No voy a soltarte. Nunca, nunca, jamás. — Suspiró, sintiendo el desenfreno invadiendo su cuerpo, intensificando el ritmo y aferrando los dedos a su piel.

Le hubiera encantado simplemente dejarse caer como si fuera mantequilla derretida, pero estar en el agua le obligaba, mínimamente, a dejar la cabeza a flote. Alice estaba apoyada en su pecho, y él reposó también la cabeza, recuperando la respiración, en el hombro de ella. Se permitieron estar unos instantes simplemente así, sincronizando su ritmo hasta que poco a poco este se relajara. Sintiendo que hacía el mismo esfuerzo que si estuviera levantando cualquiera de las enormes piedras de la cueva, flotó un poco hasta ponerse frente a Alice, y dejó un suave beso en sus labios. — Te amo. Esto es increíble. — Acarició su rostro, con una sonrisa. — Esto no tiene hora límite, ¿no? — Rio. — Mínimo tendremos que secarnos. No podemos salir mojados con este frío... — Y según terminaba la frase, se acordó de algo, y se le dibujó una graciosa expresión de niño ilusionado en la cara. — ¡La baklava! — De un salto dio una brazada hacia donde estaba la comida (eso no le costó tanto trabajo), y, con mucho cuidado, la cogió y se la llevó contento (y con los brazos en alto para que no se mojara) donde estaba Alice. — Toma. Creo que la ha hecho una chica alquimista con muy buen gusto, así que seguro que está buenísima. —

 

ALICE

Cerró la puerta entre risas tras de sí. El vino la estaba afectando definitivamente, y entre eso y el viento ensordecedor, que si pasabas más de dos minutos a su merced era muy probable que acabaras completamente loco, amén de todas las sensaciones que había sentido en las cuevas, se sentía en otra dimensión. — Yyyyyy el premio para mi explorador. — Dijo levantando un trocito de baklava con el que llevaba tentándole desde la salida de la cueva (como si no se hubiera comido el setenta por ciento de la baklava él) y dejándolo en boca de su novio. Se quitó el abrigo y lo dejó tirado por medio, porque ya lo recogería al día siguiente, esta noche estaba hedonista y solo quería disfrutar.

Agarró de la pechera a Marcus y le dio un beso. — Te voy a decir primero lo que quiero. — Le dio otro besito. — Quiero que vayamos a la cama de Ginny, que es la más grande y la que tiene chimenea en la habitación, la cual he dejado encendida antes de irnos. — Ladeó la cabeza. — Y quiero que nos demos muuuuuuchos mimos, y caricias y amorcito dentro de la cama. Y que nos terminemos el vinito que traemos ahí. — Suspiró y se dejó caer en el pecho de su novio. — Y ahora voy a decirte mi problema. — Echó los brazos por el cuello de su novio. — La cama está en la segunda planta, ni más ni menos. Y me has dejado las piernas temblando. — Puso cara de angelito. — ¿Tu querrías rematar este aniversario subiéndome en brazos a la camita, mi amor? —

 

MARCUS

Cuando salió de la cueva casi se echa a llorar y vuelve dentro. Lo que le motivó a volverse a casa fue el hecho de tener una casa, toda una noche, para los dos solos, cosa que nunca había ocurrido (bueno, sí, el día del piso de Jason, pero no estaban en muy buenas condiciones), y que le quedaba aún su regalo especial para Alice. Su novia debió verle la cara de haberse arrepentido de salir del agua calentita y el contacto piel con piel con ella y, de premio, le regaló el trozo de baklava que quedaba. Lo recibió como un perrillo recibe su premio.

Iba a hacer lo mismo con el abrigo, pero Alice se le adelantó, agarrándole de él. Se dejó arrastrar con una risilla entre dientes. — ¿Aham? — Ladeó varias veces la cabeza. — Me parece bien. — Acarició la botella cuando la mencionó. — Me parece muuuuy bien. — El problema le hizo reír. — Diría que tú también me has dejado a mí temblando... pero ya sabes que no puedo negarte nada. — Y, tras quitarse el abrigo y dejarlo también por ahí, la subió en sus brazos, riendo, emprendiendo camino por las escaleras. — ¿Sabes? Estoy aumentando mucho mi tolerancia al alcohol. Y tú estás teniendo bastante influencia en ello. Alguien me dio a probar el licor de espino por primera vez... — Y, entre risas, llegaron a la habitación de arriba, besándola y haciéndose cosquillas cuando la dejó en el suelo, hasta que llegaron a la habitación.

— Alice. — La llamó en un susurro, tomando su mano, mirándola sonriente. Hizo una pausa y arqueó ambas cejas. — Cierra los ojos. — Esperó a que lo hiciera, tras lo cual se separó levemente, abrió el cajón de la mesita y sacó su regalo. Se acercó de nuevo, tomó su mano y enganchó en ella la pulsera. — Ábrelos. — Le mostró la muñeca. — Es una pulsera de plata, lleva la misma transmutación que la cadena de nuestro reloj de alquimista. Pero... eso no es lo que la hace especial. — De la caja en la que la tenía guardada, sacó una pieza pequeña, la cual enganchó en uno de los eslabones. — Cada vez que obtengamos una licencia... te haré uno de estos. Será tu propia cadena de alquimista, solo tuya, la que tenga la esencia de ambos. — Le mostró el pequeño objeto. Era una cápsula de vidrio tintado, con reflejos de diversos colores, y dentro de la misma, un poco de musco en las paredes, como si fuera un microclima en miniatura, y unas gotas de agua dulce. — Estas fueron las dos transmutaciones que nos dieron la licencia de Piedra, la tuya y la mía, combinadas. Para que siempre lleves la esencia de cada rango contigo. — Ladeó la sonrisa. — Lleva en el cajón de esa mesita todo el día. Porque este espino sabía perfectamente qué habitación ibas a elegir. —

 

ALICE

Sabía que se iba a resistir un poquito, pero antes de lo que se esperaba ya estaba en sus brazos. — Qué tío más fuerte… Eso es porque te alimentan bien. — Y siguió riendo y con el jueguecito. — Y no estás como yo porque tuviste una buena maestra con ese licor de espino… — Y volvió a reírse. Estaba muy relajada y feliz, la verdad.

Estaba haciendo un poco el gusano en la cama, enrollándose con las mantas, cuando Marcus la llamó, con esa voz tan tierna y preciosa, y dejó de hacer el tonto y se quedó mirándole, embobada, hasta que le dijo que cerrara los ojos, lo cual hizo con una gran sonrisa. — Ahhhh, mi regalo misterioso. — Notó algo en la muñeca, y se enterneció aún más al recordar aquella Nochebuena en la que consiguió la pulsera que llevaba en la otra muñeca. Abrió los ojos y miró. — ¡Ohhh! Es preciosa… — Pero se quedó sin palabras cuando vio los abalorios, solo podía abrir la boca como un pez. — ¿Cómo puedes imaginar cosas tan hermosas? Y encima que va a durar para siempre, porque nunca dejaremos de investigar...— Se inclinó y le besó, con los ojos brillantes. — Hay muchas más cosas en tu imaginación y tus sueños que en todo el mundo, mi alquimista. — Se mordió el labio sin quitar los ojos de él. — La pulsera es preciosa, esta y la primera que me hiciste. — Tocó su colgante. — Este corazón es especial. Pero lo más bonito que tenemos es nuestro amor y mi gran suerte es compartirlo contigo desde hace un año. — Le volvió a besar y se tuvo que reír a lo de la habitación. — Y encima eso, no tengo ni que calentarme la cabeza, porque me conoces tan bien que adivinas mi pensamiento. — Y tiró de él sobre ella, quitándole la ropa. — ¿Adivinas en qué estoy pensando ahora, alquimista? —

Notes:

¡Guau! ¿Quién hubiera dicho que ha pasado solo un año, eh? Menudo añito este. Para celebrar el primer aniversario oficial de los niños, este 16 de enero, dejadnos por aquí cuál ha sido vuestro momento favorito de este año tan turbulento y precioso, así es nuestra historia, al fin y al cabo. Muchas gracias por alimentar el amor y la historia de nuestros niños, por muchos aniversarios todos juntos.

Chapter 75: On the way to desperation

Chapter Text

ON THE WAY TO DESPERATION

(19 de enero de 2002)

 

MARCUS

Se había dicho a sí mismo que, en cuanto pasara el aniversario, tenían que retomar el tema de las reliquias. Bueno, a sí mismo y a Nancy, que seguro que estaba esperándoles como quien mira tras una cortina. Como los dioses le habían bendecido con el don de la concentración bajo cualquier circunstancia, había dado un gran avance para contentarse a sí mismo y a su abuelo con la licencia de Hielo, y así poder centrarse exclusivamente en su aniversario el día dieciséis y empezar a investigar de nuevo sobre las reliquias en cuanto pasase. Pero había otras dos cosas ciertas: la primera, que el diecisiete, Marcus y Alice habían despertado solos en una casa y metidos en una pompa amorosa más potente de lo habitual que aún les duraba, por lo que el tema seguía apartado; la segunda, que Marcus había decidido, en ese mes desde la última incursión, olvidar todos los elementos potencialmente peligrosos o controvertidos, y estaba como si ese fuera el primer contacto con reliquias que fuera a tener. Al menos, una vez más, eso se decía a sí mismo y a los demás.

Los domingos solían tomarlos de descanso, pero entre las Navidades y el aniversario habían tenido tantas fiestas que, si bien no estaban a tope, llevaban en el taller toda la mañana mirando cosas aquí y allá. Más bien experimentando con la nueva adquisición en París y con el regalito que querían hacerle a Nancy por todo lo que estaba haciendo por ellos desde que habían llegado. Justo salían del taller para volver a casa a comer, cuando vieron a la chica pasar calle abajo. Marcus se giró a Alice, divertido, y se puso un dedo en los labios en señal de silencio misterioso. A hurtadillas, se acercaron hasta ella, acelerando él la marcha en el último momento para taparle los ojos con las manos. — Veo, veo, a una antropóloga pensando en sus cosas, que ahora mismo no ve nada porque va por la calle, lo dicho, pensando en sus cosas. — Nancy rio y, antes de apartarle las manos, dijo. — Yo oigo, oigo, al premio enero de 2003 al charlatán del pueblo, y ya tiene mérito estando Andrew. — Rieron ambos y Marcus le retiró las manos. Se abrazaron. — Cuánto tiempo, tortolitos. Me hubiera encantado daros el encuentro el día que dejasteis mi casa, pero estaba ocupada y, además, prefería no arriesgarme a encontraros en un estado en el que no quisierais ser vistos. — Ja, ja, muy graciosa. Parece que no sabes lo correcto, respetuoso y protocolario que puedo llegar a ser. — Sí, y seguro que os pasasteis el día en casa haciendo alquimia. — Marcus se mantuvo en su postura, pero en un silencio tan culpable que hizo que Nancy tuviera que apretar fuertemente los labios para no reírse en su cara. — Parece que no sabes lo correcto, respetuoso y protocolario que puedo llegar a ser. — Repitió, delatándose como le pasaba siempre, y provocando el estallido de carcajadas de la otra.

— ¿Vas a alguna parte? — Nancy hizo un gesto con la mano. — A casa, quería que me diera tiempo a coci... — No tardamos nada. — La interrumpió, y la tomó de la mano para arrastrarla al taller. — ¡Marcus! Que hoy me toca a mí la cocina. Ginny me va a poner la cacerola por sombrero como no llegue antes de que tenga que abrir el bar. — ¡Solo un segundito! — Y allá que fueron los tres, Marcus y Alice correteando y Nancy siendo arrastrada por ellos. Una vez en el taller, Marcus soltó una perorata más larga del escueto momento prometido sobre el nuevo medidor astronómico de esencias y las diferentes transmutaciones que hicieron en el examen de Piedra, como si de esto último Nancy no supiera nada. La chica suspiró. — Marcus, que tengo prisa... — Espera, que esta información era necesaria para lo que viene a continuación. — Compartió una mirada cómplice con Alice, y colocó una piedra en la mesa que entregó a su novia, a la espera de que esta hiciera su transmutación. La piedra mantuvo su composición pero bastante alterada, adoptando un aspecto similar al vidrio, con destellos en verde. — Wow, ¿cómo se...? — Pero Marcus pidió a Nancy que se detuviera con un gesto de la mano y una sonrisa ladina, y entonces llegó su turno. Al transmutarla, la piedra se aplanó en un círculo casi perfecto, y de ella salieron los grabados de las reliquias de los dioses tal y como mostraban las runas de los libros que habían leído. La piedra seguía mostrando los reflejos del vidrio, pero en el caso de las runas de las reliquias de Nuada y Eire, el verde que las subrayaba era más intenso. Nancy estaba alucinada.

— Queríamos darte esto para dos cosas. — Dijo Marcus, entregándole a Nancy la piedra. — En primer lugar, para darte las gracias. Nos ayudaste mucho a ambos con el aniversario. — La chica encogió un hombro con modestia, sin decir nada. — En segundo, como declaración de intenciones... Si tú quieres, volvemos a investigar sobre las reliquias. Tenemos toda la tarde libre, por si quieres que nos reunamos y nos cuentes tus planes. Y que esto sirva para iluminarlas cada vez que encontremos una. Porque estamos dispuestos a ayudarte a encontrarlas todas. —

 

ALICE

Si su vida se tratara de pasar las mañanas en el taller sin presiones, tal como estaban ahora, simplemente probando, calibrando, metidos en aquel raíl de pensamiento en el que pasaban de una materia a otra como si tal cosa, firmaría por tenerla siempre. Era increíble cómo Marcus y ella caminaban por la alquimia como si fueran nubes, y antes de que se dieran cuenta ya era la hora de comer, y les esperaba el comedor calentito y acogedor, con un montón de comida en la mesa… Nunca se había sentido más completa, la verdad.

Pero ese día en concreto se iban a entretener, porque en cuanto vieron a Nancy subir la calle, supo lo que su novio quería hacer. Y, la verdad, el regalo le quemaba en las manos. Por supuesto, Nancy opuso su resistencia, y trató de hacerles sentir vergüenza. — Perdona, tú no puedes hablar de tortolitos después del espectáculo de estas Navidades, querida. — Le picó ella de vuelta. — Lo único que te hubieras encontrado hubiera sido los abrigos tirados porque me dio pereza recogerlos cuando volvimos de las cuevas. — Dijo muy digna ella. Sabía salir mejor del paso que Marcus, pero estaban determinados a darle su regalo a Nancy, así que la condujeron al taller a pesar de sus objeciones.

Obviamente, la docta introducción de Marcus no fue muy del gusto de una Nancy con prisa y temerosa del temperamento Gryffindor de su prima mayor, pero Alice no intentó ni intervenir, y solo la miraba con una sonrisa de satisfacción y los brazos cruzados como quien dice “venía en el pack de genio, lo acabarás agradeciendo”. Sí se comportó más como una niña ilusionada cuando Marcus le pasó la piedra para transmutación y tomó aire. Estaba DESEANDO saber cómo iba a quedarle aquello que tanto habían ensayado. Había tenido que revertir la transmutación un par de veces, pero los dos últimos intentos habían salido bien, así que trató de concentrarse y actuar con seguridad. — ¡Sí! ¡Perfecta! — Exclamó cuando por fin le salió, y tuvo que aguantar las ganas de rebotar en torno a Marcus como una niña chica cuando le tocó hacer su parte, incluso miraba a Nancy y la transmutación de hito en hito para no perderse su reacción.

Obviamente, Nancy se quedó sin palabras durante unos instantes, y acabó por llevarse la piedra al pecho, emocionada. — Chicos… Sois increíbles, de verdad. Creáis cosas que yo no sería capaz de imaginar, solo de estudiarlas y maravillarme. — Volvió a mirar la piedra, ensimismada. — No me extraña que estéis consiguiendo encontrar reliquias milenarias. Tenéis un poder excepcional. — Volvió a mirarlas y corrió a abrazar a cada uno con un brazo. — Y estoy muy contenta de que lo retomemos. — Al separarse, los ojos le brillaban. — He estado haciendo estudios exhaustivos todo este tiempo, pero no quería agobiarnos. — Cerró los puños de emoción y miró hacia atrás, a la casa. — Vamos a hacer lo siguiente. — Dijo bajando la voz. — Esta tarde Ginny está en el pub, y Wendy se ha ido a Connemara todo el día y quién sabe si la noche, así que venid a mi casa, que ahí tengo todo el material y podemos hablar con tranquilidad ¿vale? — Dio un saltito en su sitio y un besito a la piedra. — ¡Os quiero, mis pequeños genios! — Dijo saliendo por la valla, justo cuando el abuelo se asomaba por la puerta. — ¡Nancy! Dice tu tía que si no te quedas a comer. — ¡Igual me quedo a cenar si Ginny me echa de la casa! ¡Tengo que ir corriendo a cocinar! — Y se alejó calle arriba con una gran sonrisa. Pero el abuelo ya estaba sospechoso.

— ¿Qué? ¿Le ha gustado el regalo a la prima? — Preguntó Molly, tan alegre como siempre, mientras servía los platos — ¡Como para no! El instrumento que me trajo Marcus es increíble, ha quedado precioso. — Bueno, ese cacharro está aún por demostrar que funciona de verdad. Espero que no os lo llevéis al examen, la verdad. — Contestó, seco, el abuelo, mientras se servía un poco de vino. Eso solo lo hacía cuando estaba de mal humor y quería hacer como de jefe de la casa. Molly lo notó también, y suspiró fuertemente. — Si tan poco te gustan los albináuricos, no hubieras ido al juicio de Irma cuando lo hiciste. No vale jugarte tu prestigio hace unos años y luego darles el día a los chicos por usar instrumentos de su cuerda. — Alice abrió mucho los ojos. — ¿Qué pasó con la alquimista Monad? — Lawrence suspiró más profundo aún. — Nada que creo que a ella le gustara que discutiera con vosotros. Pero me sirve para ilustrar lo que digo: no tonteéis con los albináuricos. — Miró de reojo a Marcus. — Ni con otras cosas. — Y Alice miró a su novio, como queriendo decir igual es mejor que vayamos planteando que en breve nos iremos a algún lugar de Irlanda a seguir buscando ciertas cosas.

 

MARCUS

— Hay muchas formas de imaginar la grandeza. — Contestó Marcus a su prima, guiñándole un ojo. Recibió el abrazo y asintió a su propuesta, mirando a Alice, contento. Lástima que su abuelo no tardó en aparecer por allí con cara de sospecha. Hablar con Lawrence sobre las reliquias siempre era tenso, Marcus no había querido tocar demasiado el tema y Lawrence había querido decirse a sí mismo que habían dejado el tema estar... Los dos sabían que acabaría volviendo.

Por eso optó por el aspecto distendido. — No te preocupes, abuelo, no vamos a dejar al azar planetario nada en el examen. — Compartió una mirada cómplice con Alice y continuó, ya sentado a la mesa. — Solo somos unas mentes despiertas con ganas de investigar. Lo peor que puede pasar es que no encontremos nada. — Matizo: que no encontréis nada y hayáis perdido un valiosísimo tiempo en el camino. — Molly se limitó a suspirar y a sentarse a comer. Eso era mala señal... para su abuelo. La mujer solía decirle cosas del tipo "este hombre cascarrabias" cuando no consideraba que fuera un tema de importancia, y si pensara que los chicos eran los equivocados, habría adoptado un tono solemne y lo habría dicho. Si simplemente suspiraba y se ponía a comer, era que a su abuelo le iba a caer una buena charla en cuanto se levantaran de la comida.

Pero claro, su abuela tendría que nacer de nuevo para simplemente callarse, por lo que aportó un dato que Marcus desconocía e hizo que mirara a Lawrence con ambas cejas arqueadas. Pero claramente no iba a concederles información y tenían un tema más urgente e importante entre manos. Se limpió un poco con la servilleta en una estrategia para ordenar las palabras antes de decirlas. — Abuelo, me consta que si has llegado tan lejos ha sido por la investigación ardua, y no por experimentar a lo loco. Todos sabemos que la alquimia no funciona así: que es mucho de leer, de conocer y de adentrarse en la esencia de las cosas. — Me estás intentando manipular para llevarme a tu terreno. — Dijo el hombre, entrelazando los dedos. Molly llenó el pecho de aire y lo soltó poco a poco, pero siguió comiendo. — Para nada, abuelo, hablo totalmente en serio. — Respondió, sereno. Las zalamerías no le iban a llevar a ninguna parte, le había quedado claro. — La verdad, Nancy nos ha ayudado mucho con el aniversario, es la prima con la que mejor nos llevamos, una persona superinteresante y que, por el campo de estudio que ha elegido, no tiene mucho equipo con el que trabajar, está un poco sola con su búsqueda. Si los alquimistas somos pocos, los antropólogos son aún menos. Ayudarla también nos va a dar un beneficio, porque esas reliquias tienen mucha magia... — Lawrence abrió la boca para protestar, pero Molly puso una mano sobre la de él con tranquilidad. — ¿Qué queréis hacer? — Preguntó. Marcus respondió con la verdad. — Nos ha dicho que le gustaría contarnos lo que ha avanzado este último mes y hemos quedado con ella esta tarde. — Se encogió de hombros. — Quizás en los próximos días vayamos a donde ella nos diga. — Lawrence bufó. — Os vais a desconcentrar... — Abuelo, tienes razón. — Admitió, alzando las manos. Ambos mayores le miraron conteniendo la expectación que le habían generado sus palabras. — No podemos centrarnos tanto en esto porque tenemos una licencia a la vuelta de la esquina. Creo que me he ganado a lo largo de toda mi vida el crédito no solo de ser un amante de la alquimia y estar deseando conocer todo lo posible de esta ciencia, sino el de ser un estudiante brillante que no deja nada a última hora ni va a un examen sin estar extremadamente preparado. — Juntó las manos. — Establezcamos una proporción: doscientos a veinte. — Su abuelo entrecerró los ojos y él se explicó. — Por cada veinte horas que dediquemos a las reliquias, dedicaremos doscientas a la alquimia. Es como si dedicáramos diez horas al día al estudio y nos centráramos en él durante veinte días sin descanso, y a cambio, dos días a las reliquias. En veintidós días, podríamos haber avanzado con las dos disciplinas considerablemente. — Su abuelo le miró con los ojos entornados. — Está por verse que dediquéis diez horas durante veinte días seguidos... — Déjales, Lawrence. — Dijo Molly. — Tu nieto te ha ofrecido un trato. ¿Tú no eres más mayor y más sabio y él podría descarrilar por su juventud? — Hizo un gesto de la mano. — Solo tendrás que esperar veintidós días. Si no lo cumple, podrás ponerle límites, pero tu nieto tiene razón: no te ha dado motivos para desconfiar. Son veintidós días, creo que más se perdió en la guerra, la verdad. —

 

ALICE

Ahora tenía la casa de Nancy asociada a San Valentín, pero bueno, iba tan emocionada por volver a las reliquias que no les costaría tanto concentrarse. Estaba un poco disgustada por la reacción del abuelo, porque al final ella también era una Ravenclaw aplicada y no le gustaba que la llamaran a capítulo por desconcentrada, pero no tenía sentido enfadarse con su maestro, así que trató de aplacarlo sacando de nuevo los cristales y pidiéndole (aunque no hacía falta) que revisara la consistencia de los mismos, y la transparencia y demás, mientras Marcus cogía los libros de runas que se habían traído de Londres y su nuevo libro de folklore. Al menos le había dejado pensando en eso y no en qué se traían con las reliquias o por qué la alquimia iba a ser imprecisa por tratarse demasiado con los albináuricos.

Nancy, por su parte, había dispuesto la mesa del comedor con un mapa y muchísimos papeles, traducciones, antiguos grabados y demás. — Acabo de volver de Tara. — Dijo entusiasmada en cuanto se sentaron. Alice se sorprendió. — ¿Te ha dado tiempo de cocinar, comer, ir a Tara y volver? — No. — Respondió la otra como si fuera obvio. — Le he hecho un sándwich y patatas fritas a Ginny y me he ido del tirón. Ya comeré. — Reconocía a una Ravenclaw concentrada. — Lo importante. — Señaló uno de los dibujos. — Hice este dibujo el día del eclipse en la cueva cuando me quedé allí con Albus. Logré entonces hallar el resto de runas que se iluminaban, aunque no tuvieran a Rinceoir encima. Así sabía qué palabras teníamos que buscar. No hay sorpresas en el frente. — Cogió otro papel con la lista de las runas. — “Caldera”, “lira”, “lanza” y "objeto para escribir", que no tiene una traducción directa, pero sería algo así como la pluma de Folda. Las cuatro reliquias que nos faltan. — Sí, efectivamente, no era nada nuevo. — Lo malo es que no sabemos cuándo es el momento de ir. Porque el día que Marcus hizo la transmutación en Tara, solo se iluminó la piedra que decía “Falias”, así que supongo que si las otras no decían nada es que no era buen momento o adecuado para ir a buscar las reliquias. — Nancy se dejó caer en la silla con una sonrisa. — Cierto. Pero eso se solucionaba dejando una transmutación en la roca de Fáil otra vez y viendo qué roca se iluminaba. — Alice abrió mucho los ojos. — ¿Has hecho alquimia? — Yo no. Vosotros. — Y se sacó el regalo que le acababan de hacer del bolsillo. — No sabía si funcionaría, por eso quise ir rápido, y no funcionó tan bien como cuando Marcus la hizo allí, pero se iluminó lo suficiente para que yo supiera cuál era la siguiente ciudad. — Ante las miradas de las dos lechuzas demandantes que debían parecer, Nancy suspiró. — Tengo dudas al respecto. — Cogió un libro gigante y pesado con aspecto de muy antiguo y lo abrió. — La palabra es “Murias”. Es la ciudad de Taranis, efectivamente, pero, obviamente, hoy en día no se sabe a qué corresponde. — ¿Le has preguntado a Albus? — Nancy asintió. — Al norte de Tara, hacia el fin de la tierra, fue su respuesta. — Señaló un mapa muy antiguo de lo que claramente parecía Irlanda. — Ni rastro de Murias ni nada que se le parezca. La cosa es que… — Señaló una ciudad. — …Armagh es una ciudad muy famosa del norte, por ser donde estaba el santuario de los profetas druidas… Y aquí… — Cogió otro libro. — …En esta canción celta, se dice que “y bendijeron con el futuro a Taranis por haberles acogido cuando nadie más los quiso”. Y también deja ver que Banba alegraba a los oscuros y grises profetas con la lira. Lo cual me lleva a pensar que Armagh pudiera ser Murias. — ¿Y por qué no vamos allí? — Nancy se cruzó de brazos. — Porque Taranis vivía con los enanos, que son fundamentalmente mineros, y tenía su escuela y hospital bajo tierra. Y Armagh es el sitio más plano que yo he visto en la vida, ni una colina, ni un lago, nada, es como una alfombra verde… — Alice se apoyó distraídamente en la mesa y de repente preguntó. — ¿Por qué nadie más quiso a los profetas? — Pero se encontró con el silencio. — ¿Qué pasa? ¿Qué he preguntado? —

 

MARCUS

Estaba emocionado con la reunión, y Marcus era un Ravenclaw orgulloso... pero también nieto de su abuela. — ¿Cómo que no has comido? — Se espantó, pero ninguna de las dos chicas hizo caso de su indignación. Esperaría a que Nancy acabara de exponer para sacar el tema. Atendió, pero Alice tenía razón: no sabían cuándo sería el momento idóneo para ir. Pensaba iniciar una investigación teórica en primera instancia para ir a lo seguro... pero claro, si fuera tan sencillo, ya lo habría hecho otra gente antes.

No se vio venir la ingeniosa estrategia de Nancy, y tras la expresión sorprendida inicial, esbozó una sonrisa de orgullo. Así que la reliquia de Taranis había sido la siguiente en activarse... Sintió un escalofrío, y de repente una imagen cruzó su mente como un flash. Pero fue tan veloz que no atinó ni a dilucidar qué había querido decirle.

Se cruzó de brazos, pensando en silencio mientras su prima narraba. — Lo de Armagh tiene bastante sentido. Yo también he escuchado muchas historias sobre esa ciudad. — Tenía sentido al menos hasta que Nancy dijo que era una tierra absolutamente plana. Hizo una mueca, con el ceño fruncido y la mirada perdida, pensando. Se quedaron así unos instantes, meditando... hasta que Alice lanzó su pregunta. Marcus, por no adentrarse en un terreno que nunca le había gustado, chasqueó la lengua y le quitó importancia. — A mí tampoco me gustaría estar rodeado de adivinos... — No es por eso. — Suspiró Nancy, mirándole con cara de circunstancias, como si no quisiera que se bromeara con el tema. La chica miró a Alice y dijo. — Los profetas hablaban de lo que veían. Tenían, o así se creía, el don de ver lo que iba a ocurrir... — Marcus se hizo con un libro y empezó a ojearlo. No es que quisiera ignorar a Nancy, pero ese tema no le gustaba. Ella continuó hablando, en lo que él buscaba información interesante aquí y allá, forzándose en no oír. — Tanto lo bueno como lo malo. Los profetas han predicho nacimientos, cosechas abundantes y reyes grandiosos, pero también miserias, guerras y vaticinios catastróficos. El fin de los días, el fin de las eras... La muerte de los propios dioses y la fe que les acompaña. — Marcus pasó ruidosamente una de las páginas. No era su intención hacer ruido, le había salido solo. — Por eso a nadie le gusta tener a los profetas cerca. Sí, suena genial eso de que te digan "oh, el año que viene te va a venir una inesperada cantidad de dinero", "el amor te espera a la vuelta de la esquina", "tendrás tres preciosos bebés, todos fuertes y sanos". Pero cuando el vaticinio era de muerte, de enfermedad o de terribles finales, nadie quería oír. Y un profeta te cuenta lo que ve, te guste o no... — He encontrado algo. — Interrumpió, señalando el libro que tenía en el regazo, con los ojos muy abiertos. Estaba en su propia búsqueda, no pretendía interrumpir... Bueno, sí, ya estaba bien del temita de los profetas, le incomodaba.

— He encontrado la población minera más cercana a Armagh. — Marcus puso un dedo indicador en la página y los tres miraron el libro. — Las minas de Glendalough. Quizás el núcleo de la sociedad minera de esos enanos esté en Armagh, pero no necesariamente tendría que estar ahí la entrada. Podría entrarse por aquí y que el acceso subterráneo llevara allí. — No es mala hipótesis. — Concedió su prima, y acto seguido, con cierta resignación y un toque de obviedad, señaló. — Pero está a ciento veintitrés millas. Eso son como dos días andando. — Marcus hizo una mueca. Podría ser un dato en contra, pero... algo le había atraído hacia ese nombre... — No digo que sea imposible. De hecho, me parecería una prueba de voluntad muy grande hacerte caminar durante más de dos días, y eso sin contar descansos, desde la entrada de la mina hasta el núcleo poblacional, todo a otras tantas millas por debajo del suelo. — Se dejó caer en su asiento. — Pero algo me dice que los dioses no pondrían pruebas tan burdas, y menos los dioses de la bondad y la salud, porque luego te tienes que volver, llegarías a la superficie medio muerto, suena a algo bastante peligroso. Ni Nuada tenía una prueba así. — Encogió un hombro. — Por no hablar de que los muggles tienen bastante maquinaria para recorrer minas por dentro. Si estuviera conectada de manera directa, eso podría... — Los contrarios... — Susurró Marcus, que seguía mirando el lugar en el que había visto el nombre, como si esperara inspiración. La obtuvo. — Son contrarios... El equilibrio de contrarios... — Nancy le miraba extrañada. — Vas a tener que explicarte. — Igual se estaba dejando influir demasiado por su conversación con la alquimista Monad, la última vez que tuvo una conversación directa sobre magia antigua. Pero algo había hecho click en su cabeza y no era tan fácil de ignorar.

Alzó la mirada y la dirigió a su prima. — Dime, ¿qué es lo contrario de un enano? — Nancy alzó una ceja. — Bueno, eeh... No es exactamente... Son razas. Pero sí, supongo que lo contrario de un ser enano, por así decirlo, es un ser gigante. — Los gigantes. — Confirmó Marcus, y volvió a señalar el libro. — Glendalough Mines. Más conocida como... — La calzada de los gigantes. — Terminó ella, conteniendo el aliento. Le miró, con los ojos brillantes. — ¿Y si fuera...? Podría ser. Es una mina, y es... — Notaba cómo su cerebro intentaba procesarlo a toda velocidad. Y entonces, se desinfló. — ¿Eso quiere decir que realmente esa es la entrada a la mina y tendríamos que caminar DOS DÍAS? — Miró al frente, con la vista perdida, y comenzó a negar. — No... No, no cuadra nada con mis investigaciones. Tiene que ser otra cosa. — Créeme que el primero que no tiene intención de pasarse dos días caminando, solo para la ida, a saber Eire cuántas millas por debajo del nivel del suelo, soy yo. Entre otras cosas porque he hecho un pacto con mi abuelo y dos días es lo que tengo para dedicarle a esto, no los puedo gastar todos en andar. Es capaz de materializarse justo en el núcleo mism... — ESO. — Interrumpió Nancy, con los ojos muy abiertos y botando hasta mirarle, haciéndole botar a él también del susto. — Es un viaje de dos días. Tiene que tener etapas por encima de la tierra y cada una tendrá una pista, y eso hará que te materialices dentro... ¿no? — Puso expresión de pena. — ¿O estoy alucinando? — Marcus torció los labios en una mueca graciosa y se encogió de hombros. — Lo que sea, hasta que no vayamos, no lo descubriremos. —

 

ALICE

(22 de enero de 2003)

— Muchas gracias, Keegan, no había forma de encontrar a nadie que nos trajera a Glendalough. — Dijo Nancy en cuanto se aparecieron en medio del campo. Hacía un sol cegador, lo que hacía parecer que estaban dentro de una burbuja verde, de lo que refulgía el campo. Había tantos tonos que Alice se preguntó si alguna vez había apreciado el verde de verdad hasta entonces.

Llegar hasta allí había sido un viaje más complicado de lo que ninguno esperaba. El transporte a Armagh era relativamente sencillo, pero no parecía haber casi opciones a Glendalough, y ninguno había estado nunca, así que aparecerse estaba descartado. Se pusieron a preparar la excursión pensando en resolverlo poco a poco, y lograron armarse de todo lo necesario lidiando con la curiosidad (un poco pesada) de toda la familia y pegados de Ballyknow. Todo para que cuando parecía que lo tenían encaminado y llegaron a su primer destino, se toparan con que Nancy se quedó retenida en aduana para llegar siquiera a Armagh, por ser ciudadana irlandesa y aquello estar en Irlanda del Norte, que era parte de Gran Bretaña.

En medio de un discurso unionista que hizo a los dos jóvenes ingleses de dieciocho años, que iban con quien lo proclamaba, temblar en vistas de una crisis geopolítica, apareció, como si lo hubiera mandado el mismísimo Taranis, Keegan O’Hara. Él habló con los funcionarios y se ofreció a aparecerles en Glendalough, y ahí estaban ahora, tres días después de decidir ir, y con un montón de problemas de por medio, sin saber ni por dónde empezar. — Aún no sé qué haces tan lejos de las algas. — Le picó Nancy. El chico levantó las manos. — Mis hermanos las recogen, mi madre y mis hermanas las procesan y yo me dedico a venderlas. Podría llevaros a casi cualquier pueblo de esta isla, y estoy acostumbrado a tratar con los funcionarios de aduanas. Lo que me hace recomendarte, Nance, que abandones el discurso unionista a ser posible. — Ya, ya, me ha quedado claro… Oye, ¿no sabrás por casualidad por dónde queda la entrada a las minas? — Keegan frunció el ceño. — Las minas están cerradas. — Tenemos que encontrar la Calzada de los Gigantes. Cosas de los textos medievales. — Ah, vale… Pues yo no he estado nunca, pero si subís a las ruinas del santuario, allí veréis la entrada y ya vais viendo lo que os conviene. — Alice sonrió, agradecida, y le palmeó el hombro. — Muchas gracias, Keegan. Que vendas muchas algas. — ¡Igualmente! Bueno que… encontréis… lo que sea que alquimistas y antropólogos vais buscando. — Y echaron a andar hacia el santuario.

La subida en sí era una preciosidad, y Alice se sintió sobrecogida al ver aquel edificio de altísimos arcos con hueco para enormes vidrieras que ahora era solo una especie de esqueleto. Y fue llegar al edificio propiamente dicho y notar una especie de… desasosiego brutal. Las columnas estaban talladas enteras con dibujos y runas, y también lo que quedaba de paredes, no parecía que quedara ni un centímetro sin grabar. Nancy no parecía muy afectada por el aura del sitio, porque se fue al extremo oeste del mismo, aprovechando la altura y utilizando sus prismáticos. — Vaya. Sí que atraían el mal fario, el sitio da escalofríos. — Sí, cuanto antes nos vayamos, mejor. — Señaló con el dedo un gran arco cegado de piedra que se metía en una colina, cubierto de vegetación. — Esa es la entrada a la mina. — De todas formas, Keegan ha dicho que no se puede entrar. — Ya, no íbamos a hacer dos días de camino por debajo de la tierra de todas maneras. — Nancy se quitó la mochila de extensión indetectable y sacó su escoba. — Habrá que sobrevolar para localizar pistas. — Alice y Marcus se miraron con pavor, mientras veían que sacaba otras dos. — Venga, no me fastidiéis, no es jugar un partido de quidditch, es sobrevolar el camino a Armagh, tranquilitos y con este pedazo de día que los dioses nos han mandado. — Ante la falta de respuesta de los chicos, pinchó. — Por algún sitio hay que empezar. Y ya estamos en alto, con mantener la altura, estaremos bien. — Alice suspiró y tomó la escoba. — Lo que sea por salir de aquí. ¿Ya sabías que íbamos a hacer esto? — Nancy se encogió de hombros. — Era mi plan para llegar a Glendalough desde Armagh hasta que apareció Keegan. — Suerte que no has tenido que pelearte con tu primo por eso y que tiene ganas de encontrar las reliquias.

 

MARCUS

Las aduanas iban a acabar con él en Irlanda. No era ajeno a las rencillas geopolíticas irlandesas porque su abuela hablaba bastante de ello, pero, como solía pasarle a Marcus, en primer lugar, pensó que no sería para tanto solo por el hecho de ser algo muggle, y, en segundo lugar, que no les afectaría a ellos por idéntico motivo. Estaba muy equivocado. E iba siendo hora de que se revisara su automático pensamiento de superioridad mágica, que no era la primera vez que le jugaba una mala pasada.

Si no llega a ser por Keegan, uno de los muchos primos de la vertiente O'Hara de la familia, no hubieran llegado en la vida a Glendalough. Al aparecerse allí iba a respirar aliviado y, con una sonrisa, agradecerle al chico las molestias, pero la realidad fue distinta. La sonrisa que ya empezaba a emerger se le congeló en el rostro nada más poner un pie en el lugar, y sintió como si un fantasma le atravesara el pecho, lo cual le provocó una sensación ciertamente desagradable. Parpadeó fuertemente, aturdido, sin siquiera atender demasiado a la conversación de las chicas con Keegan. Entre los parpadeos volvieron a acudir fogonazos de imágenes difusas a su cabeza. Se frotó los ojos y, cuando el chico se despidió, disimuló rápidamente y le dedicó una sonrisa cortés, pero nada más. Le costaba sacar las palabras. Parecía que el viaje no le había sentado muy bien.

Subir al santuario no mejoró su estado, más bien todo lo contrario. La cuesta se le hizo empinada e interminable, y como a mitad de camino le entraron unas fuertes ganas de llorar de frustración que contuvo y disimuló lo máximo posible. ¿Qué demonios le pasaba? Estaba entusiasmado por aquel viaje, y sí, el lío con las aduanas había sido tenso, pero tampoco como para encontrarse tan... mal. Se frotó los brazos, porque notaba el frío calado en los huesos, y siguió subiendo mientras echaba vaho por la boca con cada respiración. Ni siquiera estaba disfrutando del paisaje. No le estaba echando cuenta alguna al paisaje, en realidad.

A medida que subía se encontraba cada vez peor, y tuvo que frotarse los ojos otra vez. Por lo que comentaban las chicas, no era el único que se encontraba mal, aunque le daba la sensación de que él estaba aún peor. Se quedó con la mirada perdida, ceñudo, abrazándose a sí mismo, mirando la entrada a la mina. — No saldríamos de ahí... — Musitó, taciturno. Veía absolutamente inviable recorrer ni dos pasos a pie del subsuelo de esa mina. Nancy tenía una idea mejor. A Marcus no le entusiasmaba nada volar, y además, después de la subida, se sentía muy falto de fuerzas. Pero por tal de irse de allí y de no adentrarse en las profundidades de la tierra, le venía bien, si bien compartió una mirada con su novia. Soltó aire por la nariz, resignado, y tomó la escoba sin decir palabra.

— Armagh está al norte, podemos cortar camino por ahí, pero si nos desviamos ligeramente hacia el este podemos pasar por encima de Annamoe. — Comentaba Nancy mientras alzaban el vuelo. — Tengo muchos datos de ese lugar, quizás no encontremos nada, pero tampoco se desvía tanto del camino, y si algunas leyendas... — Marcus comenzó a avanzar, dejándola ligeramente atrás. Necesitaba irse de allí. — ¡Espera! — Le detuvo Nancy a su espalda. Rodó los ojos y se giró. — Antes hay que sobrevolar la entrada a la mina. Puede que hallemos algo aquí. — Eso hicieron, pero no había nada, o al menos él no vio nada. Aquel viaje iba a ser inútil, lo estaba viendo. Las manos que se asían al mango de la escoba le temblaban de frío y le dolían, y el suelo a sus pies daba vértigo. La caída era... grande. Y, por un momento, lo visualizó: ¿qué ocurriría si se cayera? ¿Y si, después de toda una vida construida y por construir, su final era caerse de una escoba en una ciudad en la que no había estado en su vida y que era prácticamente una ruina? — Podemos avanzar por allí. — Sacudió la cabeza, y con ella los pensamientos, al ser interrumpido por la voz de Nancy otra vez. — Por esos montículos no se puede acceder andando. Desde luego, es un buen sitio para ocultar lo que quieras ocultar. —

Continuaron por el camino que Nancy decía, oteando el suelo bajo sus pies, en busca de alguna pista. — ¡AHÍ! ¡MIRAD ESO! — Nancy descendió y Marcus la miró con espanto. — ¡Es una colina escarpada, Nancy! — ¡No voy a pisar el suelo! ¡Solo quiero verlo más cerca! — Él no había visto nada, solo sentía un desasosiego en el pecho que aumentaban sus ganas de querer llorar. Fue bajando poco a poco hasta que lo vio: los desniveles del terreno formaban un dibujo que solo podía verse desde el aire. — Es una runa. — Haciendo equilibrio sobre la escoba, Nancy sacó el pergamino y comenzó a dibujar. Marcus soltó un jadeo, mirando a su prima. Se notaba temblando. — ¿Estas son las pistas? ¿Se supone que tenemos que buscar runas desde el aire? — Le tembló el labio inferior. — Nancy estos son DOSCIENTAS MILLAS DE VIAJE. ¿¿Y si no están en la dirección que vamos?? — Tenemos que intentarlo. — Y avanzó en el vuelo. Marcus compartió una mirada con Alice. No lo veía nada claro.

La vio alejarse, y la desesperación empezaba a apoderarse de él. La respiración se le había agitado. En un tiro a la desesperada, gritó. — ¡NANCY! — La chica se giró, sorprendida. — Tenemos que bajar. — Marcus, tú mismo has dicho... — Esto no es simplemente buscar runas, Nancy. Hay que hacer algo con ellas. Tiene que haber algo allí. Cuando hallemos cómo entrar... necesitaremos una prueba de que hemos pasado por aquí. — ¿Te parece poca prueba haber desvelado...? — Pero empezó a descender en picado, en un vuelo poco florido y más bien inestable, como si estuviera en primero y aprendiendo a volar. — ¡Marcus! — ¿QUÉ? — Respondió, girándose en el vuelo, lo que casi le tambalea de nuevo. Había sonado un tanto agresivo. — Baja con cuidado, por favor. — Gracias. No tenía pensado matarme hoy. — Y volvió a bajar, pero mientras giraba sobre sí para descender, susurró. — Me está llamando... —

 

ALICE

Por mucho que hubiera intentado hacer como que no, Alice se acordaba perfectamente de la reacción y los extraños comportamientos de su novio cuando estuvieron en Connacht con las reliquias de Nuada y Eire. Y la expresión de Marcus ahora, no dejaba lugar a dudas. El problema es que tenían un día de muy pocas horas de luz por delante, y ya la otra vez había comprobado que insistirle a Marcus en qué le pasa en el momento era peor, así que ahora mismo no podía pararlo todo.

Aunque por poco estuvo a punto de hacerlo, porque Nancy y él diferían en criterios de actuación, y el plan no estaba muy bien diseñado de inicio, así que tener aquellos debates sobre escobas, teniendo en cuenta lo mal que se les daba a ellos dos volar, no le hacía ninguna gracia. Efectivamente, ella también había pensado en lo de la entrada de la mina, pero eso quizá era demasiado evidente, y al final no encontraron nada.

Claramente, ella estaba menos hecha para buscar runas, porque ni se le había ocurrido que podían ver una desde el aire. — ¿Tenían escobas ya en aquel entonces? — Preguntó, desconcertada, pero entonces lo entendió… Los ojos de un gigante estarían a gran altura, así que sí, iba en línea con lo que estaban buscando. Pero en lo que ella conectaba, su novio, en un movimiento muy impropio de él, había descendido de forma un poco abrupta y no muy bien medida al suelo. Con casi la misma gracia, Alice fue detrás, preocupada, y el aterrizaje no fue el más cómodo del mundo, porque el terreno era imposible. Aun así, corrió hacia donde estaba su novio. — Las escobas no son lo nuestro. — Dijo intentando romper el hielo. Cogió sus manos y las frotó. — Con las manos tan heladas es muy difícil dirigirlas. — Nancy aterrizó a su lado y se puso a buscar como un perro que rastrea algo. — ¿Veis algo? — Alice miró a su alrededor. Marcus tenía razón, tendrían que hacer algo, pero no le parecía el terreno más inspirador del mundo. Por no ver, no veía ni la forma de moverse por ahí. — ¿Cuál es la runa? — Por empezar teniendo una pista. — “Rasgar”, y parece que tiene unas líneas horizontales en la parte superior derecha, que podría indicar “orden”. — O sea, un imperativo. “Rasga”. — Pensó Alice en voz alta. — El problema es que como esto es un terreno, no se si son líneas intencionales o solo una formación natural… — Alice se encogió de hombros. — Sea lo que sea, va de rasgar. Lo cual me pega mucho con la lira de Banba. — Miró el entorno. — Lo malo es que aquí solo veo rocas. — Connor estaría en desacuerdo contigo. — Dijo Nancy con una sonrisita. — De hecho… son todas distintas… — Alice agudizó la vista. — No… No todas. — Y se puso a hacer montoncitos levitando con la varita, para no arriesgarse a un esguince tonto. Las clasificó rápidamente por color y textura y fue apilándolas para tener una visión completa, en fila. — Son diez tipos. Pero no ha pasado nada, y no sé en qué nos puede ayudar saber que son diez. —

 

MARCUS

Aterrizó, dejando la escoba a un lado, y trastabillando un poco, pero no dio importancia a nada de esto porque tenía la mirada fija en el terreno, con la desesperación que tendría si supiera que ahí estaba la última fuente de agua del planeta. — ¿Dónde está? ¿Dónde está? — Susurraba mientras buscaba. Al tomar Alice sus manos y hablarle directamente, volvió a sentir esa extraña sensación de que, sin darse cuenta, había estado metido en una pompa paralela con mucho ruido denso en su cerebro y hubiera salido a la realidad abruptamente.

— Lo es... ¿Ves algo? — Había contestado a Alice por salir del paso y vuelta a su objetivo, pero esta vez metiendo a su novia en él. Por un momento se había desconectado, como si estuviera solo en aquella búsqueda, pero eran tres, así que mejor buscar entre los tres. Nancy llegó poco después haciendo la misma pregunta. Marcus miraba insistentemente, pero las prisas por encontrar algo le estaban jugando una mala pasada, porque al igual que dijo Alice, solo veía rocas. Sin embargo, su novia no tardó en dar con la clave.

La miró con los ojos muy abiertos, y tardó unos instantes en reaccionar, hasta que se fue hacia ella, la tomó de las mejillas y dejó un breve pero abrupto beso en sus labios. — Eso es, eso es, eres brillante. — Se giró hacia los montones de piedras. — La lira irlandesa tiene diez cuerdas ¿no? — Así es. — Confirmó Nancy, poniéndose junto a ellos. Se quedaron los tres mirando los montículos por unos instantes. — ¿Habrá que rasgarlas como si fueran las cuerdas? ¿Se supone que tenemos que hacer música con ellas? — Se encogieron de hombros ante las reflexiones de la antropóloga. Y, dado que no tenían nada mejor, se agacharon junto a las rocas y empezaron a probar.

Pero no ocurría nada. Rasgaron con las uñas, con las varitas, con palos, las chocaron entre sí, les lanzaron hechizos de sonoridad, las reagruparon en otro orden e hicieron lo mismo. Nada. Marcus se sentó en el suelo al cabo de al menos una hora de intentos, derrotado, soltando un jadeo. — Nunca se me dio bien la música. — Pues no, Marcus O'Donnell no era perfecto, la música nunca se le había dado bien, pero ¿quién pensó que eso serviría para algo? Ahora servía para obtener una reliquia, o al menos para acercarse a ella, y estaba demostrando ser un absoluto inútil. Se frotó el pelo y la cara, desesperado y con ganas de llorar. ¿Así quería alcanzar la grandeza? ¿Con un escollo a la primera de cambio insalvable? Había infravalorado una de las artes más ancestrales y ahora se le estaba volviendo en contra por soberbio. De nuevo le habían atacado las ganas de llorar.

— Chicos... Deberíamos seguir. — Marcus alzó súbitamente la cabeza a la propuesta derrotada de Nancy. — Estamos perdiendo el tiempo aquí... — Esto es una pista. — Quizás estemos equiv... — ¿Te parece coincidencia los diez tipos de rocas apilados formando cuerdas cuando intentamos buscar una lira? — Pero igual no haya que hacer nada. Quizás solo tengamos que resolver esto como un puzle y nada más. — ¿Y a qué viene el rasgar entonces? — Puede ser simplemente una pista más para orientarte hacia la li... — Doscientas millas, Nancy. ¿Tienes idea de hacia dónde...? — ¡Pues iremos en la dirección del viento, Marcus! — Se hartó, y señaló. — El viento sopla en esa dirección. Y de hecho es un viento muy concreto, suena diferente al de Ballyknow. En Irlanda todos los vientos suenan diferentes. — Marcus puso cara de confusión total. — ¿Qué? — Que vamos a intentar buscar la siguiente. — Nancy ya se estaba montando en la escoba cuando lanzó la sentencia, y no tardó en rematarla. — Aquí no hacemos nada. — Y alzó el vuelo. Marcus apretó los labios y soltó aire por la nariz, molesto, y con un movimiento seco de su varita, la escoba voló inmediatamente hacia su mano. Miró a Alice. — No pienso volar de noche. Igualmente, no vamos a ver nada. — Él también podía hacer sentencias.

El vuelo de Nancy y de Marcus, sin ser a gran velocidad (seguían buscando runas aéreas) parecía el de dos personas compitiendo por ver quién llegaba antes, manteniendo una tensa distancia entre sí y adelantándose el uno al otro cada pocos metros. No quería enfadarse con su prima... al fin y al cabo, ese estudio y esa búsqueda eran de ellas, él solo iba a ayudar, aunque estuviera demostrando ser un completo inútil. Debía estar pensando que era insoportable trabajar con él, y a saber si no paralizaba la búsqueda y le mandaba a paseo. Y él que había llegado a pensar que podía ser alguien en eso... — Ha cambiado el viento. — Dijo súbitamente Nancy, deteniendo el vuelo en el aire, tanto así que Marcus la rebasó sobradamente y tuvo que darse media vuelta cuando habló. Nancy miraba a los lados. — Este viento no es el mismo de antes... — Miraron hacia abajo. Justo tenían un banco de nubes bajo sus pies, y con el pique mutuo que llevaban parecían haber perdido de vista que estaban buscando runas, y que como estas estuvieran bajo las nubes (se habían elevado más de lo necesario en altura también sin darse cuenta, claramente), estarían volando en balde. La chica miró entonces hacia abajo. — Voy a atravesar esas nubes. — Te vas a mojar. — Quiero comprobar una cosa. — Y descendió, y al cabo de unos segundos la oyeron gritar. — ¡¡ESTÁ AQUÍ!! — Marcus y Alice se miraron, y rápidamente descendieron a tierra.

— "Aire". — Proclamó Nancy, conteniendo la excitación, cuando sus pies aún estaban tocando el suelo. Se acercó a la enorme runa que todos habían visto desde el suelo. — Esta la tengo clarísima: aire, uno de los cuatro elementos. — Se giró hacia ellos. — ¿Habrá que encontrar los cuatro elementos? Pero entonces, el "rasgar"... — No. — Dijo Marcus, pensativo. Estaba empezando a tener una idea. — No era "rasgar", era una orden. "Rasga". "Rasga"... "aire"... — Alzó la vista a Nancy de nuevo, ceñudo. — "Rasga el aire". — Se quedaron unos instantes en silencio, tras los cuales, Nancy subió los brazos y los dejó caer, molesta. — ¡Pues eso es exactamente lo que estamos haciendo montando en escoba! Rasgar el aire. — Le dio un puntapié a una piedra cercana, que atravesó un pequeño banco de bruma que rodeaba la runa. El efecto del lanzamiento dejó un siseo misterioso que hizo que Marcus se quedara pensativo. — No puede ser tan simple. — Estoy de acuerdo. — Musitó casi para sí, mientras Nancy se quejaba. — Las runas definitivamente NO pueden decirnos que tenemos que hacer algo que es justo lo que estamos haciendo para encontrarlas. ¡Es un contrasentido! ¡Es absurdo! — Bufó fuertemente, dando vueltas sobre sí. — Y empezamos a quedarnos sin tiempo. ¡DIOS! No hemos hecho NADA. Y todo por culpa de esos MALDITOS límites geopolíticos, ¡DE VERDAD! Como puede ser tan ABSURDO este... — Sin mediar palabra, Marcus, que llevaba callado y pensante todo el rato que habían durado las quejas de Nancy, se agachó, tomó un canto del suelo y lo lanzó con todas sus fuerzas en una dirección diferente de donde Nancy había lanzado su piedra, haciendo que las dos chicas le miraran como si se hubiera vuelto loco. Pero él había conseguido comprobar su teoría.

— ¿Habéis oído eso? — Preguntó, con la respiración agitada. No recibió respuesta, por lo que cogió otra piedra. — Prestad atención. — La lanzó en una tercera dirección diferente. Nancy abrió mucho los ojos. — ¡Son notas! — Se miraron todos, conteniendo el aliento. — ¡El aire! ¡El viento suena! — Me he quedado pensándolo cuando lo has dicho antes, en la otra runa. Has dicho: es un tipo de viento muy concreto, suena diferente al de Ballyknow. — Miró a su alrededor, al cielo. — Estamos pasando por diferentes ciudades... poblados... — ¿Insinúas que cada viento...? — Tú misma lo has dicho: cada viento suena diferente. ¿Y si necesitamos... diez vientos? Cada cuerda de una lira suena con una entonación distinta. Quizás se refiera a eso. — Nancy se llevó las manos a la cabeza, con la mirada perdida. — Eso... Eso podría llevarnos años, Marcus. — Se le llenaron los ojos de lágrimas, y cuando le miró, a él también le dieron ganas de llorar. — Son diez vientos. DIEZ. Y no tenemos ni idea de qué diez vientos son, ni a qué cuerda corresponde cada uno, ni qué quiere decir rasgar. No creo que tengamos que llevarnos todas las piedras a ese sitio y tirarlas ¿no? Y además, en cada dirección suena de una forma y... — Marcus se acercó a ella y la abrazó, y la chica se echó a llorar. — No puedo respirar... — Puedes respirar, esto está lleno de aire, Nancy. — Se acercó a su oído y susurró, con una voz ronca que salía de su interior. — Son ellas, Nance. Son las reliquias. Están jugando con nuestra mente. — La chica dejó de sollozar, y lentamente se apartó de él y le miró a los ojos. — Me siento tan... desesperanzada... — Miró a su alrededor. — Es la tierra de los profetas... son las runas... — Y en lo que su prima trataba de entenderse a sí misma y lo que ocurría, Marcus le quitó la mochila, sacó un mapa y se lo dio a Alice. — Intenta que se recupere. Buscad diez lugares. Mirad en los libros, mirad lo que sea. Pero buscadlos. — Y él, por su parte, empezó a sacar las botellas de agua que llevaban. Se fue a un lado y empezó a vaciarlas. Nancy ahogó una exclamación. — ¡MARCUS! ¡¿QUÉ HACES?! ¡ES NUESTRA AGUA! — Ese viento hay que embotellarlo, Nancy. Y no tenemos diez botellas, pero de eso me encargo yo. — La miró. — Soy el que sacó agua potable de una piedra en su licencia de alquimista. Y aquí hay mucho material del que puedo conseguirla. —

 

ALICE

El beso la dejó impactada (aunque no se iba a quejar, claro), porque no estaba muy segura de lo que había conseguido, pero acabó por no ser nada. Y conocía suficiente a los O’Donnell estudiosos como para sentir las vibraciones de frustración que había a su alrededor. Y ella no le frustraba tanto no tener una respuesta de las rocas, sino más bien la sensación de que no sabían en qué dirección continuar, además literalmente. Y, por supuesto, la tensión estalló entre los primos. — Amor. — Llamó ella a Marcus, tomándole del brazo. — Ya sabemos que esto está aquí, podemos volver, pero estamos atascados. — Y a ver, ella tampoco entendía lo del viento, y eso que justamente el viento le gustaba, pero ahora mismo estaba más preocupada por que nada saliera de aquella excursión y que Marcus y Nancy se metieran en una espiral de frustración aún peor. Ya estaban allí, no perdían nada por seguir investigando.

Ni se molestó en entrar en la especie de competición que se había creado en aquellos dos, habiendo decidido que no iba a funcionar nada de lo que dijera, y que al menos así se desahogaran un poquito. Lo malo fue para ella, que no se sentía cómoda volando a esas velocidades, y menos tan arriba, pero hubo un momento en el que se contentó con no perderlos de vista y volar más a ras de las nubes de lo que ellos iban, aunque se mojara las botas, eran buenas. Y ella también notó lo del viento, desde hacía unos metros, pero no le había dado importancia, solo Eire sabía cuánto llevaban volando. Casi no le dio tiempo a asimilar que habían encontrado otra runa.

Cuando descendieron y lo confirmó, casi quiso subirse a aquella teoría que había surgido antes de que quizá solo había que encontrar las runas y ya está, pero no, ahora ellos veían un montón de cosas que a Alice no le daban ni tiempo de procesar, porque ahora mismo no entendía ni cómo se rasgaba el aire. — ¡A ver! Vamos a calmarnos, porque estamos centrados en una visión… — Y un canto pasó al lado de Nancy y ella, y obviamente Marcus había tenido que lanzarlo. Se giró, atónita, porque vale, no quería agobiar, pero ponerse a lanzar piedras tampoco le parecía de recibo. Tan solo parpadeó a la pregunta de su novio, porque ya empezaba a pensar que aquello les estaba empezando a afectar al cerebro, cuando Nancy dijo lo de las notas. Y entonces las piezas les fueron encajando. Pero encajando para, una vez más, acabar peor, porque ella también sintió un abismo en el estómago. En todo aquel rato solo habían sentido dos vientos… Y necesitaban diez…

Claro, Nancy se agobió muchísimo, e iba a reñir a Marcus por la contestación, cuando se dio cuenta de que estaba intentando ayudar también, solo que dentro de esa espiral que le ponía… así. Se agachó junto a Nancy y le tomó las manos. — Mírame a mí. ¿Sientes nuestras manos? — Nancy asintió. En aquel proceso, tuvieron una pequeña recaída, pero Alice tiró de ella. — Déjale, sabe lo que hace, y si sale mal, podemos aparecernos en Ballyknow, volver a casa, descansar, no pasa nada. Ahora mírame a mí y siente nuestras manos. Eso es. Cierra los ojos e inspira. Bien… Suelta el aire y ahora vamos a intentar hacerlo más despacito… — Cuando Nancy pareció estar mejor, Alice le sonrió y se sentó en el suelo. — Vale, quédate ahí un poquito, que ya es hora de que yo también diga algo. — Cogió la mochila de la chica y abrió la suya también. Se puso a sacar bolsas de distintos tipos, en las que llevaban cosas compartimentadas y fue tirándoselas a Marcus. — Servirán, con un hechizo sellador. El aire llena cualquier lugar, pero luego se marcha igual, solamente hay que sellarlas una vez las hayamos llenado con el viento. — Dijo con media sonrisilla. — Tú sabes atrapar el viento. — Tenían en total ocho recipientes en el momento. Cogió las dos fiambreras que llevaban y repartió su contenido entre Nancy y Marcus. — Para el cerebro. Pensaremos mejor. Y ya tenemos los diez. Y mientras… — Cogió el libro de folklore y un mapa de la mochila de Nancy, además de su libreta. — Estamos aquí en Roundwood. Es normal que el viento haya cambiado desde Glendalough, porque hemos subido por las montañas. Luego viene la planicie, ahí hay muchísimos vientos, y en el mar también, no lo tenemos nada lejos. — Rodeó ambas áreas con colores distintos. — Quizá en el lado occidental de las montañas también tengamos otro tipo de vientos. — Y creó tres columnas en su libreta. — Y ahora, Nancy, por favor, búscame qué lugares tenían santuarios a Taranis y Banba, empezaremos con ellos, por empezar por algún sitio. Ya tenemos un viento, solo nos quedan nueve, con encontrar tres en cada área, sería suficiente. Si no funciona, o nos faltan vientos, volveremos a pensar. — No, pero me parece buena idea. — Y se hizo con el libro, pasando las páginas rápidamente. — Apunta: en área marítima: Bré, Skerries… — Y así, en una hora, tenían al menos una hoja de ruta. Y si no servía para nada de las reliquias, al menos habría servido para que Marcus y Nancy creyeran que estaban haciendo algo.

Empezaron por el área marítima, con idea de seguir por el norte, llegando hasta Armagh como tope, y terminar por el lado oeste de las montañas, tratando de ganarle minutos a la luz del día. Cazar los vientos, además de ser difícil sobre el equilibrio de una escoba, se convirtió en un acto de fe al que Alice ayudó bastante a ambos primos, que no terminaban de fiarse de que así es el viento, haciéndoles ver no iban a lograr una prueba fehaciente de que estaba dentro de los recipientes, más allá de que los que eran de tela y plástico se hinchaban. La zona marítima fue complicada porque había que rodear Dublín y los lugares muggles siempre eran un problema, y eso retrasó y enfadó al grupo. Ya en la zona de Armagh, hacía tanto frío que Alice se sentía desfallecer cada vez que tenían que tomar un giro, pero mereció la pena, porque encima de Glenanne (el nombre daba bastante pista de que estaban en el lugar correcto) encontraron la tercera runa. — ¡“Siente”! — Exclamó Nancy tan pronto como bajaron. — ¿Cómo que "siente"? ¿Qué quiere decir ahora con siente? No hemos venido a sentir. — Se llevó las manos con frustración a la cara. — Como todo esto no haya servido para nada… — Entiéndelo como una subordinada. — Sugirió Alice. — ¿Qué? — Que es una oración subordinada. “Rasga el aire, siente…” es decir, es la primera parte de lo siguiente que tenemos que hacer, después de rasgar el aire. — Las piernas le dolían más que en toda su vida, pero tendió una mano a Nancy y rodeó a Marcus como si estuviera fresca como una rosa. — Vamos. Solo tres vientos más. — ¿Y luego qué hacemos? — Dijo Nancy con voz quejosa, como una niña pequeña. Alice se montó en la escoba. — Volver a la primera runa y hacer sonar el aire allí. — ¿Y si perdemos el viento? — No pienses en eso ahora. — Instó ella, a punto de perder cada ápice de paciencia que le quedaba en el cuerpo.

Volaron más rápido de lo que ella hubiera estado nunca dispuesta, ganándole minutos al día como pudieron, pero para cuando volvieron a la primera runa, apenas sí veía ya, porque la luz del cielo era mortecina y azulada. Cuando aterrizaron, Alice cayó con una rodilla en tierra porque estaba agotada, pero lo disimuló como si estuviera viendo las rocas de cerca. — Te toca, mi amor. Llevamos medio Irlanda en vientos justo aquí. — Dijo con una sonrisa. Solo esperaba que de algo sirviera, de lo que fuera, mientras se sentaba contra otra roca, repasando anotaciones de la libreta y combinaciones de las dichosas runas que ya tenían.

 

MARCUS

Estaba empeñado en obtener diez recipientes con obstinación, y fue un poco brusco al quitárselos a Alice de las manos cuando se los ofrecía, comprobando si servían o no, mientras daba vueltas por allí como una fiera enjaulada. Aquello podría no tener solución no solo en el día presente, sino en años, como Nancy comentaba. Se negaba a creerlo. Se negaba a pensar que había llegado allí para hacer el tonto y darse media vuelta. Él era Marcus O'Donnell, había nacido para la alquimia, una de las ciencias más ancestrales de la creación. No era un cualquiera que se rindiera a la adversidad a la primera de cambio.

Pero la euforia se le pasó pronto, y en cuanto se asomó a mirar el mapa, las mismas letras de las ciudades se le antojaban borrosas y le hacían frotarse la cara con desesperación. ¿Cuántas horas de vuelo iba a ser eso? Solo en mirar el mapa ya llevaban perdida una entera. Al menos estaba comiendo, por tal de dejar recipientes vacíos, pero de muy mala gana. No había sufrido tantas alteraciones emocionales en tan poco tiempo en toda su vida, y le estaban dejando el cuerpo como si le estuvieran dando una paliza. La comida le había caído en el estómago como una bola de plomo, y desde luego no le había preparado para lo frustrante que sería el viaje que estaban a punto de emprender. Hubo un momento en que de la propia frustración estuvo a punto de lanzar una de las fiambreras al vacío, gruñido de rabia incluido, pero se limitó a apretarla con tanta fuerza que estaba haciendo que el material se venciera. Se limitó a flotar unos instantes para tomar aire y tratar de serenarse, pero ver cómo el cielo estaba cada vez más oscuro no ayudaba en absoluto.

Tuvo otro amago de discusión con Nancy en pleno vuelo por Dublín, ya que Marcus tenía cosas mucho más importantes entre manos que dejarse o no ver por muggles, y si él podía gestionar la búsqueda de una reliquia milenaria, un muggle podría gestionar ver volar una escoba, no podía andar perdiendo el tiempo con tonterías. El contacto con las reliquias, o simplemente el camino hacia ellas, sacaba una parte de sí mismo oculta y... diferente. Oscura, diría, y solo de pensarlo sintió un abismo en el pecho. ¿Y si ese era él de verdad? ¿Y si era un tirano despótico? Otra vez más, no sabía cuántas llevaba ya ese día, la tristeza le cayó en la cabeza como una losa, y la sintió casi literalmente, porque por un instante se desestabilizó y su escoba descendió casi un metro hasta que pudo volver a ponerla en ruta. Estaba cansado y se notaba los músculos entumecidos. Empezaba a valorar la posibilidad de, como no encontraran nada, acabar dejándose caer en picado, totalmente derrotado por los dioses, por ser indigno de ellos. Ya le advirtieron que no debería haber jugado con fuego. Y Marcus siempre había asumido de forma responsable las consecuencias de sus actos.

Encontraron la tercera runa y, mientras las chicas debatían su significado, se dejó caer de rodillas en la tierra. — No puedo... No sirvo para esto... — Musitó, derrotado y con la respiración jadeante, porque si la runa quería hacerle "sentir" más de lo que llevaba ya sentido ese día, si según la runa eso estaba aún por comenzar, él no iba a poder soportarlo. — "En ese caso no deberías haber empezado". — Soltó un jadeo. — Lo sé... — Reconoció, casi en un sollozo, y al hacerlo abrió los ojos y se puso de pie de golpe, mirando a los lados. ¿Quién le había hablado? ¿A quién le había contestado? — Alice... — Llamó, mirando alerta su alrededor, con la voz temblorosa. Pero su novia seguía en pleno debate con Nancy... y allí no había nadie más que ellos tres. Tragó saliva. Marcus, céntrate. Había oído una voz, diría que una voz masculina, con tanta nitidez como si estuviera allí. Miró el suelo y lo palpó con el pie. Sería un hechizo sensorial... Sí, eso, un hechizo sensorial. Sería la voz de los antiguos profetas que habitaban por allí, se habría activado al estar tan en contacto con la tierra y le había afectado. Solo tenía que centrarse. Eso era. Centrarse y ser consciente que no era más que un hechizo de una de las tierras más mágicas del mundo, Irlanda. Teniendo esto claro no le afectaría.

Más o menos había recuperado la compostura cuando Alice se acercó a él de nuevo, llevando a Nancy consigo, así que se forzó a sonreír (gesto que se le antojó artificial y extraño, ¿cuántas horas hacía que no sonreía?) y montó de nuevo en la escoba, aunque al pasar la pierna por el otro lado del mástil apretó los puños en torno a este, y también los dientes con fuerza, reprimiendo gritar de frustración. Le dolía TODO, estaba AGOTADO y muerto de frío. No quería volver a la maldita primera runa, solo de pensarlo le entraban ganas de llorar y patalear como un niño pequeño. No tenía la sensación de haber sentido una frustración más invasiva en toda su vida.

El aterrizaje fue aparatoso por parte de los tres, de hecho, cuando recuperó la estabilidad, vio que Nancy no había aterrizado mucho mejor y tuvo la sensación de que Alice incluso se había caído, pero cuando fue a acercarse a ella le pareció verla investigando el terreno, por lo que quizás había interpretado mal. Se sentía tenso con las chicas, como si fueran un equipo que no se lleva bien, como si necesitaran irremediablemente de los conocimientos y herramientas de los otros, pero cada uno fuera por libre, y no le gustaba esa sensación ni en general, ni muchísimo menos tratándose de su familia y la mujer de su vida. Esta última parecía ser la que llevaba mejor todo aquello, y su frase de aliento le provocó un alivio doloroso. La estoy decepcionando, pensó. Él, que se las daba de gran alquimista y expediente brillante, correría a los brazos de su madre a ser acunado si pudiera sin pensárselo dos veces. Las dos chicas presentes le daban quinientas vueltas... Y ahí estaba otra vez la inmanejable frustración. Maldecía aquella tierra profética con todas sus fuerzas y esperaba no volver a pisarla en su vida en cuanto se fueran de allí.

Se plantaron los tres ante las piedras, en silencio. Tras unos instantes, Nancy miró arriba y suspiró secamente. — Se nos hace de noche. — Estoy pensando. — Respondió tajante. Cerró los ojos y respiró hondo, intentando arreglar el exabrupto. — No creo que esto sea simplemente abrir los recipientes encima de las piedras, en primer lugar, porque desconocemos el orden, y en segundo lugar, porque... habrá que hacer algo con los vientos, seguro. — Se mordió el labio. En lo que él había hablado y se había frustrado, Nancy se había hecho de mala gana con los libros, y pasaba las hojas demandando explicaciones... y las encontró. — Sol. — Señaló con el dedo encima de la ciudad de Bré. — Es la ciudad costera, la de playa, donde más brilla el sol. — Les miró. — ¡Sol! ¡La nota! — Pasó rápidamente las páginas. — Y la que menos sol tiene, por contra... ¡¡Aquí está!! "Los árboles sostienen el sol". ¡Crone Woods! La arboleda hace que esté prácticamente siempre a la sombra. — Se la notaba entusiasmada. — Tenemos dos notas. — Vas a tener que explicarlo. — Pidió Marcus, y Nancy habló mientras pasaba frenéticamente las páginas. — Una lira irlandesa tiene diez notas, pero la escala solo es de cinco: Re, Mi, Sol, La y Si. Las otras cinco son su versión sostenida. Cada cuerda equivale a una nota. — Señaló. — Esa cuerda es la de sol, y esa la de sol sostenido. El viento de Bré iría sobre la cuerda de sol, y el de Crone Woods sobre la de sol sostenido. — ¿Cómo sabes que estás orientando la lira correctamente? — Porque es más estrecha por debajo y más ancha por arriba, como las rocas. Las de arriba son más anchas ¿ves? Id a toda la información que podáis de los sitios en los que hemos estado. Tenemos que encontrar pistas que nos lleven a las siguientes notas. —

Eso le llevó tanto rato que, cuando se quisieron dar cuenta, se estaban iluminando con las varitas, sin ser conscientes de lo que eso implicaba para el resto del viaje. A Marcus el corazón se le iba a salir del pecho: habían encontrado pistas que indicaban las notas según los lugares, pero estas le parecían difusas, algunas incluso aleatorias, y el que las notas se repitieran no le daba ninguna seguridad. Si aquello hubiera dependido de él y su conocimiento musical habría sido un absoluto desastre. Menos mal que Nancy estaba bastante más orientada. — Bien... Tenemos la combinación. — Dijo la chica, una vez dispusieron los recipientes en su correspondiente lugar. Ahí tomaron conciencia de la oscuridad a su alrededor. — No... No, ahora no... — Se lamentó. Le miró. — Marcus, tienes que hacer algo. — ¿¿Pero qué quieres que haga?? — Se frustró. Notaba las lágrimas incipientes en sus ojos, y estos le escocían. — ¡¡No sé transmutar aire, Nancy!! ¡No he llegado a ese nivel todavía, y ella tampoco! — Dijo señalando a Alice. No tenían esa pericia alquímica. Se frotó la cara. — Pero algo tiene que... — ¡SOLO SOMOS PIEDRA, NANCY! ¡PIEDRA! — Gritó, frustrado, y escuchó el eco de su propia voz retumbar por toda la colina... y al verbalizarlo, obtuvo la clave.

— La piedra... La piedra... — Se frotó el pelo y la cara de nuevo, desesperado. Piensa, Marcus, piensa. Lo tienes ahí, solo tienes que verlo. — La esencia está ahí, solo hay que saber encontrarla. — Murmuró para sí, como en trance, mientras daba vueltas sobre sí mismo. Soltó un gemido lastimero. — Ayúdame, Alice, no puedo solo... — Se quejó, aunque ni siquiera miraba a su novia directamente. Una idea empezaba a formarse en su cabeza... Tomó la mano de su novia y tiró de ella, y se arrodilló ante las piedras, provocando que ella hiciera lo mismo. Puso ambas manos en la piedra. — Hay que generarlo. Hay que generar aire sin transmutar aire. — La miró. — Una espiral. El símbolo del aire infinito, una espiral. — Jadeó. — Hazlo conmigo. — Suplicó, porque ahí había muchísimas piedras y se sentía agotado. No creía que pudiera con todo.

Poco a poco, entre ambos, fueron transmutando las piedras hasta darles forma de espiral. La idea era que, al volcar el viento sobre ellas, este girara sobre sí mismo y provocara el efecto que... ¿Qué efecto estaban buscando? ¿Qué estaba haciendo? Ya era plena noche y tenía la sensación de que eso iba a ser un fracaso absoluto, y empezaba a quedarse sin una gota de energía, ni física, ni emocional, ni mágica. Cuando hubieron terminado, se pusieron de pie, mirando la supuesta lira de frente. Nancy estaba con ellos, y los recipientes, ordenados por su cuerda y a sus pies. Sacó la varita. — Tenemos que sacar el viento en el orden correcto. — Y siguiendo el compás. — Apuntó Nancy. Marcus puso cara de pánico. — ¿¿Compás?? — Hizo un gesto con los dedos en el aire, como si rasgara las cuerdas de una lira. — Esto. Esta es la forma de sacar una melodía si se tocan todas las cuerdas. Dos notas cada segundo, medio segundo cada nota. Tenemos que abrir los recipientes por orden y con medio segundo de separación entre ellos. Empiezas tú, Marcus, luego Alice, luego yo, luego tú otra vez y así hasta que los tengamos todos. Recordad: medio segundo entre uno y otro, si no, si es que hay una melodía que generar, no saldrá bien. — Y contando con que hayamos hecho el orden correcto, pensó, pero no dijo nada, sino que enfiló las piedras, asiendo con la mayor firmeza que pudo su varita. — Está bien. — Las miró, contó hasta tres y lanzó el hechizo contra el primer recipiente, abriéndolo abruptamente y lanzando este su aire contra las piedras. Algo estaba ocurriendo: no debían haber visto nada, pero vieron perfectamente el viento danzar hacia las espirales, transformarse y bailar suspendido sobre las piedras. En cinco segundos habían abierto todos los recipientes, uno detrás de otro, sin vacilar y al compás marcado... y sonó. Sonó una melodía perfecta, la que debía sonar en el caso de rasgar una lira. — Rasga el aire. — Dijo Nancy sin aliento al oírlo, con los ojos brillantes. — ¡Lo hemos hecho! ¡LO HEMOS HECHO! — Y, en ese momento, Marcus cayó de rodillas al suelo y rompió a llorar con desconsuelo. Nancy se agachó con él inmediatamente, y Alice también. Estaba tan centrado en su llanto desconsolado que no sabía cómo estaban las otras dos. — No me veía capaz... Creía que no habría servido para nada... Solo de pensar... que nos hubiéramos equivocado... No tenía energías para empezar otra vez, no puedo, no puedo más, no puedo seguir... — Y no era el único invadido por la fuerza de la tristeza, porque ahí se quedaron los tres un buen rato, abrazados, envueltos por los vientos que ya habían cumplido su función y partían hacia la oscuridad de la noche.

Cuando se calmaron los llantos se hizo el silencio, y solo se escuchaban las hojas rasgadas por el aire, los grillos lejanos y el ulular de los búhos. Se secó las lágrimas y miró en derredor. — Se nos ha hecho de noche. — Dijo, temeroso del propio hecho. Miró a las chicas. — Volemos a Armagh. Nos hemos recorrido millas y millas y solo hemos encontrado una runa más. A cada minuto va a estar más oscuro así que igualmente hoy no vamos a poder hacer nada. Volemos allí y veamos si la runa que queda, si es que la hay y la encontramos, tiene sentido con lo que llevamos. No tenemos ni idea de cuántas son, quizás sean solo cuatro o quizás sean más, porque si es una subordinada como dice Alice, nos falta mínimo una runa. Volemos allí y veamos qué hay. — Y tras eso no les iba a quedar de otra que rendirse a la evidencia: tendrían que continuar otro día.

 

ALICE

Cada vez que Nancy o Marcus salían con una idea, ella sentía que su cerebro no estaba funcionando a su capacidad normal, la verdad, porque la mayor parte de las veces le costaba seguir su torrente de pensamiento. Lo del sol le costó especialmente, y, teniendo en cuenta que no sabía nada de liras irlandesas, lo de “sostenido” predijo que le iba a dar bastantes problemas. No obstante, trató de seguirles el ritmo, aunque ya no sintiera ni los dedos pasando páginas y escribiendo a como daba lugar. El problema es que, para cuando lo tuvieron todo, la noche les había alcanzado por completo, y el derrotismo era mucho más fácil de alcanzar.

Estaba pensando en cómo podían iluminar el entorno, cuando Marcus tiró de ella. Una vez más, tras unos segundos, entendió, y para alejar esa sensación de inutilidad que le había generado una vez más no estar enterándose de hacia dónde iban, se concentró en transmutar una espiral de piedra, que eso al menos le hacía sentir segura. ¿De dónde vendría esa desazón? Desazón que se acentuó con lo del compás. Para compases estaba ella, ¿y cómo sabían si era siquiera el correcto? Pero bueno, ella lo que quería era irse a meterse en el agua más caliente que pudiera encontrar y dormir doce horas, así que simplemente siguió las instrucciones de la forma más milimétrica posible, a ver si podía ser que terminaran pronto.

Pero no pudo negar que, al ver con sus propios ojos aquel viento volverse visible y circular por esas piedras que ellos habían transmutado, los ojos se le anegaron en lágrimas. La melodía le pareció preciosa y mágica, la más bonita que había oído en su vida, y, cuando se acabó, en aquella semioscuridad helada de la campiña irlandesa, soltó el suspiro de alivio más hondo que recordaba. Y entonces el pobre Marcus dejó salir todo lo que llevaba encima, y ella solo pudo abrazarse a él y a Nancy, mientras susurraba palabras tiernas en voz baja, que después ni recordaría, pero que intentaban calentar aquella fría desesperación que habían vivido.

Obviamente, había sido ella misma la que había propuesto volar a Armagh, pero se arrepintió muchísimo, más cuándo llegaron allí y no sabían ni a dónde dirigirse. Nancy y Marcus parecían igual de apagados que ella, así que dijo. — Vamos al santuario de Taranis, antes he visto que había uno aquí. Por ahí podremos empezar, quizá desde allí se vean cosas que nos den pistas. — Aunque con esta noche negra no sé cómo va a ser eso.

El santuario estaba a las afueras de la ciudad, y muy cerca de la antigua escuela de profetas, lo cual no le hizo ninguna gracia porque ya había tenido suficiente. El camino estaba iluminado, aunque no había nadie, y, al final del mismo, había una pérgola blanca y dorada muy bonita. — Allí es. — Señaló Nancy. — Ruairi y Niamh me trajeron una vez de pequeña. La gente deja sus instrumentos o sus partituras para pedirle suerte a Taranis… — Alice sonrió con tristeza. — Es bonito. — Pero ya estaban casi en la pérgola y ni rastro de otra runa, y los alrededores se veían muy oscuros como para distinguir nada. Estaba sin ideas y agotada, así que se puso a deambular entre los instrumentos, admirando la pérgola en sí, que le había atraído desde que la vio, mientras pensaba en qué demonios podía querer decir ese “siente”, para saber lo que tenía que buscar… cuando vio unas marquitas en el suelo. Al principio pensó que eran del tiempo, simples rasguños… Hasta que vio uno muy redondeado. Corrió a por papel y se puso a probar combinaciones de trazos, hasta que Nancy llegó a su lado. — ¿Qué haces? — Esas rayas. ¿No pueden formar una o varias runas? — La chica miró por encima de su hombro. — Nada de lo que has dibujado es una runa. — Bueno, pues míralo tú a ver si puede salir alguna. — Dijo ya un poco brusca. A ver, que ella no había dado runas y estaba intentando ayudar. Y, efectivamente, en unos segundos, Nancy había sacado una runa perfecta. — “Debajo”. — La chica parpadeó con la mirada perdida. — “Rasga el aire, siente debajo”… No me dice nada. O sea, nada que pueda deducir ahora… — Alice se frotó la cara, y comenzó un debate a tres de las implicaciones de “debajo” que se estaba alargando más de lo que pretendía. — Pero es que implica, no que esté en una parte baja, sino que tenga algo encima. — Insistía ella. — Alice, en rúnico no siempre… — Y entonces un pensamiento cruzó su cabeza tan potentemente que saltó la valla de la pérgola y corrió para recorrerla. Y, efectivamente, en uno de los lados, encontró unas escaleras. A trompicones, y casi dándose contra los cimientos de piedra de la pérgola, gritó con todas sus fuerzas. — ¡LUMOS MÁXIMA! — Y como si fuera solo para ella, ahí salió una runa grabada en toda la pared, justo en el momento en el que llegaban Nancy y Marcus. — Está sí la conozco. Es “música”. “Rasga el aire, siente la música”. — ¿Y cómo infiernos se siente la música? — Oyéndola. — Contestó sin pensarlo. — Antes cuando he oído la melodía del viento lo he sentido, me ha hecho sentir tanta felicidad… — Estaba hasta jadeando. — Nancy, cántala… Tú cantas muy bien. Canta. —

 

MARCUS

Llegar a Armagh le supo como agotar la última reserva de energía que le quedaba, y al llegar y verse tan desubicado, tanto él como las dos chicas, sintió que se iba a desfallecer. ¿Cómo encontraron las otras reliquias? Por un momento se frotó los ojos, intentando recordar... y solo veía flashes borrosos. ¿Se le había olvidado? No podía ser, debía ser el cansancio impidiendo que su cerebro funcionara correctamente. La propuesta de Alice le hizo conectar de nuevo con la realidad, pero casi le despierta de nuevo las ganas de llorar solo de pensar en volver a moverse. Pero no les quedaba de otra.

Cuando llegaron al santuario, además del cansancio, una fuerte sensación de desasosiego se le metió en el pecho, tanto que tomó aire exageradamente como si se estuviera quedando sin él. Nancy y Alice se encaminaban y él se había quedado rezagado, pero las luces le dolían en los ojos, a pesar de que, cuando las miraba, ni siquiera le parecían exageradamente brillantes, más bien sombrías... Era como sí... — Es esa sensación... — Musitó, cayendo de repente. ¿Cómo había podido estar tan ciego? Miró a los lados, buscándolos, pero no los había, y sin embargo la sensación era idéntica: era como si el lugar estuviera lleno de dementores. El desasosiego, la tristeza, la sensación de que le faltaban las fuerzas y de que se quería morir. Era un lugar con las propiedades mágicas de los dementores. Sacó la varita y se quedó mirándola. ¿Serviría un Patronus allí? No había dementores, así que ¿contra qué iba a lanzarlo? Igualmente, cuando fue a intentar evocar un momento feliz, la sensación de agotamiento mental hizo que el efecto fuera muy parecido a cuando intentó recordar qué había pasado con las otras reliquias: como si no se acordara de nada. — "Ve familiarizándote con eso". — Se giró sobre sí mismo, sobresaltado y varita en ristre. Le había pillado más despierto la aparición de esa voz, y ahora podía decir que era la voz profunda de un hombre y que no la había escuchado en su vida. Debía ser otro efecto de las reliquias, o de ese lugar. Soltó aire por la nariz y, con los dientes apretados, murmuró. — Cállate, quien quiera que seas. — Se giró y alcanzó a las chicas.

Llegó junto a las chicas y soltó aire por la boca. — Ya estamos sintiendo, sí, ¿ahora qué? — Dijo, malhumorado. Sí, estaba sintiendo y de sobra, maldito fuera el efecto de toda aquella ruta. Quería terminar cuanto antes (jamás pensó que tendría esa actitud ante un trabajo de investigación de esa índole), y su cansancio y su mal humor le estaban impidiendo pensar con nitidez y mirar bien. Hasta que Alice encontró algo. Se acercó a ella rápidamente, pero cuando llegó Nancy ya había determinado que no era nada. Iba a irse, frustrado, cuando encontró una traducción... que tampoco decía nada. Se frotó la cara, desesperado, y girándose de nuevo para irse de allí mientras decía sarcástico. — Genial, ya sabemos que las minas están debajo de la tierra. — Se giró de nuevo. — ¿Segura que pone debajo? — ¿Qué crees tú que pone? — Pues no sé, algo con más sentido. — Esto no es cuestión del sentido que quieras que tenga sino de lo que pone. — Pero es que también podría ser... — Y se metió en un tedioso debate con Nancy de los que no arreglaban absolutamente nada la situación que tenían por delante.

Alice salió entonces corriendo, y Marcus la siguió con la mirada, al menos hasta que lanzó el hechizo. Tuvo que taparse la cara con el brazo, porque el fogonazo de luz había sido doloroso, pero cuando pudo parpadear, aunque aún protegiéndose del fulgor, se acercó rápidamente a ella. Y eso sí tenía sentido. — Rasga el aire, siente la música. — Hizo con los dedos el gesto que Nancy había hecho. — No hay dudas de que esto conduce a la lira de Banba. — Miró a Nancy, con mirada casi suplicante. — Tienes que reproducir la melodía. — Y esperaba que pudiera, era la esperanza que tenían, porque Marcus eso sí que no sabía hacerlo... No quería tener que empezar otra vez.

Pero Nancy respiró hondo, se aclaró la garganta y entonó las notas que habían oído a la perfección. Antes de poder reaccionar, sintió como si se transportara a otro sitio: veía con total nitidez, como si estuviera allí, el momento en el que dos enanos, con sumo cuidado, portaban la lira de Banba, y esta refulgía, y él sentía un irrefrenable deseo de tocarla, de agarrarla, de tenerla con él, como si fuera la llave de la felicidad. Se echó hacia delante como si quisiera agarrarla antes de que se la quitaran... y dio con las rodillas y ambas manos en el suelo, volviendo en sí. Alzó la mirada. — ¿Lo habéis visto? — Nancy se masajeaba las sienes. — Ha sido un flash... ¿Lo has visto tú también? — ¿Qué has visto? — Insistió él. — Una imagen muy breve de la lira, solo un segundo, y me ha vuelto a sonar la melodía en la cabeza como si viniera de ella. — Vale, eso no era lo que él había visto. Lo suyo parecía... como una visión... algo profético.

— Por lo demás... aquí no hay nada. — Dijo Nancy, mirando a los lados con resignación. Los otros dos hicieron lo mismo. Solo había oscuridad, el leve ulular del viento, frío y noche... pero ni una sola otra señal. — Claramente no estamos en el sitio correcto. — Marcus soltó un jadeo. — Hoy no podemos, Nancy. No podemos más, esto... va a acabar con nosotros si seguimos forzándonos. — Tragó saliva. — Necesito que salgamos de aquí. — O la tristeza y la desesperanza iban a acabar con él, sentía como si se le achicara el corazón poco a poco. La chica asintió, frotándose los ojos. — Iba a decir que basta de escobas, pero no creo que sea buena idea aparecernos en este estado... Volemos al centro de la ciudad. Keegan me dijo que había hablado con los de la posada de la calle principal y que tenían hueco para nosotros. Vayamos allí, comamos algo y... durmamos. — Soltó aire por la nariz. — Y mañana será otro día. —

Notes:

Vuelven las reliquias y lo hacen con fuerza. Estamos encantadas y entregadas con esta trama y estamos deseando que veáis cómo continúa. ¿Cómo creéis que lo hará? ¿Y quién es esa voz que nuestro Marcus oye? ¡Contadnos, si lo estáis viviendo tanto como nosotras!

Chapter 76: Give us happines, give us light

Notes:

Directorio de personajes
Árboles genealógicos
Índice Piedra
Lista de reproducción de Piedra
Galería
☼ Canción asociada a este capítulo: Karliene - Noble Maiden Fair

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

GIVE US HAPPINESS, GIVE US LIGHT

(23 de enero de 2003)

 

ALICE

Suspiró, mirando por la ventana. Todo estaba helado, porque las temperaturas habían bajado muchísimo esa noche. Desde ahí veía el camino que llevaba a la pérgola, apenas iluminado porque casi ni había amanecido, pero no sabían cuánto podía llevarles la investigación ese día. ¿Tenían algo? Tenían. Claramente habían desbloqueado… algo, lo que fuera. Y la visión de Marcus… Se acercó al borde de la cama y le observó dormir mientras le acariciaba el antebrazo. ¿Por qué le sentaban así las reliquias? Sin duda eran poderosas e importantes, pero… Bueno, no lograba entender por qué tenían tanto efecto en Marcus, le ponían… así. Y luego se agotaba y se quedaba en aquel sueño tan pesado como preocupante. Notó que se removía un poco y le tomó la mano, acariciándola. — Buenos días. — Le dijo suavemente. Pasó los dedos por su pelo y le sonrió tiernamente. — Ayer hiciste un trabajo increíble, y nos pegamos una paliza mortal, puedes retrasar el desayuno un poquito si quieres y… — Pero un toque en la puerta les sobresaltó. Alice fue a abrir y se encontró con una Nancy ya vestida ya brigada, con la cara enrojecida y jadeando. — ¿De dónde vienes? — Tenéis que venir. Ya. —

— A eso de las seis y media me he desvelado, y he pensado que qué hacía yo en una habitación de grande como un armario sin poder dormir, y me he vestido y me he venido, por si se me ocurría algo más de la runa o algo así. — Iba relatando Nancy en una nube de vaho mientras avanzaban a paso rápido por el camino. — Y menos mal, porque si llega a venir alguien antes no sé qué hubiera sido de nosotros. — Se habían tenido que vestir a toda prisa y coger algo de la cafetería del sitio para comérselo por el camino, porque Nancy estaba como loca con que fueran a la pérgola. Iba a demandar más explicaciones, pero por fin habían llegado y pudo verlo.

Al pie de las escaleras, donde el día anterior había cantado Nancy la melodía, frente a la pared, había dos montones sobre dos telas. Uno eran joyas relucientes, con piedras y metales preciosos, y otra una serie de alimentos muy irlandeses. — ¿Los has tocado? — Sip. — Dijo Nancy muy segura. — Puedo cogerlos incluso. Lo que no puedo es echarles un hechizo protector ni disfrazador. Entonces he pensado que, como canté yo, quizá solo yo podía verlos, pero veo que no. Intenta tocarlos. — Alice se dirigió lentamente, cautelosa, y tocó la lisa y brillante superficie de una manzana roja. — Sí que puedo. — La cogió y la olió. — Parece de verdad. Pero supongo que no es para que nos lo comamos o nos pongamos encima. — Nancy negó con la cabeza. — Y no tengo ni idea de qué significa ni de qué hacer con ello. — Como aún tenía la manzana en la mano derecha, con la izquierda trató de coger una de las joyas, pero fue como atravesar el aire, haciéndole dar un grito ahogado. — Hay que elegir. No sé por qué. — Dejó la manzana y cogió un collar de perlas y el efecto fue el mismo pero al contrario. — Joyas o comida. — ¡Las joyas! — Exclamó Nancy. — Los enanos son mineros, de la mina salen estas joyas. — Alice negó y volvió a mirar la comida. — Es de Taranis de quien estamos hablando. No creo que le interesen las joyas. — Pero son los enanos los que le sirven, si vamos a llevarles un presente más vale que sean joyas. — Alice volvió a negar. — Yo creo que no. Creo que tenemos que llevarnos la comida. —

 

MARCUS

Se había empeñado en negarlo, pero ese sueño había aparecido en su mente en varias ocasiones desde el contacto con las reliquias. Era más nítido antes, justo después del contacto con ellas, y poco a poco se había hecho difuso, aunque la esencia era la misma: él mismo en una silla, un águila en su hombro y los ojos de un intenso color verde. Esa noche había vuelto a aparecer, como una estampa inamovible y angustiosa de la que no podía liberarse, ocupando toda su mente, y él paralizado, sin poder dejar de verla. Hasta que Alice le despertó.

Si hubiera podido verbalizarlo en vez de estar tan aturdido, le habría dado las gracias por lo que se había sentido como si le rescataran, a pesar de que desde fuera podría haber parecido que le había despertado abruptamente por la sacudida que había dado. Apenas había logrado asentir con la cabeza a lo que Alice le iba diciendo cuando sonó la puerta, y antes de darse cuenta, iba al trote por la calle sin saber ni a dónde se dirigía, y con la imagen que le había atormentado toda la noche persiguiéndole a cada parpadeo. Llevaba el café en las manos y se le iba a quedar helado, porque no atinaba a darle ni un sorbo, solo a utilizar la parte justa del cerebro que le permitía caminar y mirar de tanto en cuando a Nancy como si le estuviera perdonando la vida. Marcus no solía tener mal despertar, pero es que ese día había tenido mal dormir, y mejor no hablar de todo lo que había estado mal el día anterior.

Eso sí, cuando llegó frunció el ceño, desconcertado, y se acercó con grandes zancadas a los montones. — Esto no estaba aquí ayer. — Consiguió articular, pensativo y con la voz ronca de quien aún no la ha estrenado en lo que va de día. Nancy dijo que ya las había tocado. Porque no estaba yo delante, pensó, porque él, de entrada, había pensado que podía tratarse de una trampa, o sea que quizás tocarlo era peligroso. No parecía el caso. Se acarició la barbilla, mirando los montones y pensando. Aquello tenía truco, y de hecho, Alice confirmó que había que elegir una u otra. — No creo que sea una simple prueba de intelecto. Creo que está poniéndonos a pruebas a nosotros, si somos dignos o no. — Se mojó los labios, y en esas, las chicas comenzaron a debatir. Se tomó su rato de reflexión y, echando aire por la nariz, dijo. — Yo creo que la respuesta es bastante obvia. — Miró a Nancy. — Es la comida. — Volvió la vista a los montones y se acercó a ellos, acuclillándose y tomando él también una de las manzanas. — En primer lugar, siguiendo tu razonamiento, no me parece idóneo llevar como presente a alguien algo de lo que dispone a raudales. Los enanos sacan joyas de la piedra, literalmente. Pero las piedras no dan comida. Carecen de comida, esas son sus verdaderas joyas. — Olió la manzana. Sí, era de verdad, no parecía una ilusión. — En segundo lugar, como dice Alice, Taranis era cocinero, y Banba la diosa de la fiesta y la música. En ambos casos, la comida parece un elemento más útil que las joyas. — Se giró a las chicas. — Y, en tercer lugar, la historia de Irlanda está plagada de fábulas en contra de la ambición por riquezas. Los mismos leprechauns crean ilusiones de oro para que los más avariciosos caigan y se convierta en ceniza en sus manos. ¿Has visto alguna vez a un leprechaun crear comida? Y no será porque a Irlanda no le ha hecho falta la comida en su historia muchas veces, pero es la mayor prueba de bondad, de inteligencia y de humildad: la comida antes que los tesoros. — Se puso de pie y volvió a mirar las ofrendas. — Lo que no sé es hasta qué punto es simplemente... llevárselos. ¿Dónde? — Nancy puso los brazos en jarra, pensativa. — ¿A los enanos? — Pero seguimos sin saber dónde está la entrada a la cueva. — Una ráfaga de aire frío hizo que los tres se estremecieran. Nancy se frotó las manos. — Vale, volvamos al hostal y pensemos. Mi urgencia era porque no me fiaba de que alguien más viera esto... La cuestión es qué ocurrirá con las joyas cuando nos hayamos llevado la comida. ¿Se desvanecerán sin más? — Marcus, serio y pensativo, tras unos instantes de reflexión, llegó a una conclusión. — De eso supongo que tendrá que ocuparse el que las haya puesto aquí. —

Había bastante comida, por lo que llenaron las tres mochilas y, aun así, tuvieron que llevar algunas cosas en las manos. — Me preocupa que haya aparecido esto pero no la entrada... Hemos recorrido mucho camino, podría estar en cualquier parte. De Armagh o de todo el trayecto, o incluso en otra parte. — Comentaba Nancy mientras volvían a la ciudad. En un momento determinado, Marcus notó la presencia de alguien que se había percatado de su paseo y, tras mirarles pasar, comenzaba a seguirles. Miró de reojo, pero no parecía más que un niño. — Además... sigue siendo técnicamente una mina, y esto, una llanura. Empezamos por Glendalough precisamente porque aquello sí es una población minera, pero al final estamos... — Baja la voz. — Pidió discretamente a su prima, y cuando esta le miró extrañada, él hizo un simple gesto con los ojos. El niño les seguía, y probablemente no fuera más que un niño que paseaba por allí y estaba persiguiéndoles por puro aburrimiento (parecía pobre, por su aspecto, no descartaría que viviera en la calle), pero Marcus nunca había sido amigo de que los demás, por inofensivos que pudieran parecer, supieran sus planes. Nancy se giró, para comprobar si realmente les seguía y de quién se trataba, y en lo que parecía una estrategia para decirle al chico "te hemos pillado, vete". Pero, lejos de avergonzarse o amedrentarse, el chico trotó hacia ellos. — ¿Eso son manzanas? ¿Me dais una? — Nancy les miró con cierto pánico. No tenían ninguna seguridad de la salubridad real de esa comida, o de si la necesitaban al completo para acceder a las reliquias (que no pareciera que se la hubieran comido ellos). Marcus negó levemente con la cabeza y siguió caminando. Adoraba a los niños y en otras circunstancias no lo habría dudado. Pero hoy tenía que hacer una excepción.

 

ALICE

Se alegró de contar con el apoyo de Marcus, porque, de verdad, creía que esa prueba podía ser muy importante, y no se veía capaz de hacerlo todo otra vez, así que no podían fallar. — Además de verdad. — Añadió a lo de la comida. Vamos, en lo que llevaba en Irlanda, había visto mil tipos distintos de comida y muy pocas joyas. — Por no hablar de las hambrunas. La comida es un tesoro aquí. — Al fin, Nancy parecía convencida, pero era verdad que hacía muchísimo frío, aún estaba amaneciendo, y necesitaban pensar con cierta comodidad después del día anterior.

Pero no todo iba a ser tan fácil. Estaba siguiendo el tren de pensamiento de Nancy, acordándose del mapa que el día anterior se habían trabajado de arriba abajo, cuando oyó la advertencia de Marcus. Iba a decirle que a esas horas y con ese frío no había nadie que pudiera escucharles, pero entonces vio al niño. Eso no era PARA NADA normal. Y menos que el niño les pidiera comida así sin más. Estaba intentando darle sentido al asunto, cuando Marcus le negó la comida, y entonces empezó a pensar algo. — Por favor, es que tengo mucha hambre, y me encantan las manzanas. Y lleváis unas tan rojas y bonitas… — No, definitivamente, eso no era casualidad, y un par de rasgos físicos le dieron la clave. Alice no paró de andar, pero sacó el mapa y la pluma. No sabía si el niño, si es que realmente lo era, podía leer inglés, además de hablarlo, pero francés casi seguro que no. Solo esperaba que Marcus sí. — Amor, ¿y si vamos aquí después? — Dijo parando a Marcus y señalando lo que había escrito en el mapa. “Eso no es un niño. Ojos amarillos. Polvo dorado en las pisadas. Sígueme el rollo, por favor”. Le sonrió con normalidad y dijo. — Díselo a Nancy a ver qué le parece. —

Se giró para mirar al niño, agachándose a su altura. — ¿Quieres una manzana entonces? — El niño asintió con una gran sonrisa y ella cogió una de las de Marcus. — Pero déjame comprobar que está buena, a ver si va a tener gusanitos y te sientan mal a la tripa. — A ver si la prueba era que la comida estaba envenenada y ahora iban a matar a un niño-no-niño encima de todo. Había leído ese hechizo en libros de enfermería, se usaba para los análisis de sangre, porque hacía aflorar las toxinas, aunque no las quitaba. Si las tenía… pues obviamente no le daría la manzana, y ya vería qué se inventaba. Pero la manzana salió limpia como una patena, a excepción de las típicas bacterias de la piel, pegadas por el toqueteo, lo cual le vino bien, porque así sabía que el hechizo había funcionado. Le echó un Aguamenti a la fruta y se la tendió al niño. — Lista. Que la disfrutes. — Éste dio un saltito y pegó un gran mordisco a la misma. — ¡Qué bien! Si hubiera sido un rubí no hubiera podido comérmelo. — Alice se giró para mirar a los otros dos con una sonrisa de satisfacción, porque esa frase no era baladí. Pero entonces sintió que alguien tiraba de su mano y salía corriendo. — ¡Venid conmigo! — Gritó el niño, sin soltarse de su mano. Viendo que no podía dejarlo escapar, hizo un gesto con la cabeza a Marcus y Nancy para que les siguieran y trató de mantenerle el ritmo.

Al principio iba orientándose, pero, a medida que recorrían más y más camino, se empezó a sentir perdida, sin saber bien a dónde podían estar yendo. Menos mal que estaban en campo abierto, aunque había tanto verde que como para hallarse. Por fin, el niño paró y señaló el suelo. — Esta es la entrada a mi casa. — Nancy y Marcus llegaron justo detrás y los dos miraron la piedra sobre la que estaban. Era lisa y redonda, grande para albergarlos a los cuatro, así que eso no era cualquier cosa. — ¿Y qué hacemos? ¿Llamamos? — Le preguntó Alice directamente al niño. Él se rio. — Ahí debajo todos somos alegres y trabajadores. Así que necesitamos comida y música. ¿Sabes bailar? — ¿Yo? — El niño asintió. — Pues… sí. — Pues baila conmigo, y con eso y que traigáis comida a la fiesta, será suficiente. — Claramente, tenían que dejar la comida ahí encima, así que se quitó la mochila y se la dejó a los otros dos para que fueran poniendo la comida mientras ella tomaba las manos del niño y se ponía a bailar un poco por instinto y sin música.

 

MARCUS

La parte de él que le encantaban los niños y estaba siempre dispuesto a ayudar a uno empezaba a pincharle en el pecho, pero el miedo y la desconfianza eran más fuertes. No habían visto ni a un solo niño pobre solo por la calle en todo el día anterior (cierto era que habían estado por llanuras y colinas solitarias, pero también volaron a la ciudad para hospedarse), ni en Irlanda en general, y le parecía sospechosamente conveniente que apareciera uno pidiéndoles la comida que llevaban, y que sin duda había aparecido tras intentar invocar el acceso a las reliquias. No, eso no era un niño normal y olía a trampa que echaba para atrás.

Apenas lo miró de reojo y siguió caminando, tirando mentalmente de las dos chicas, porque Nancy parecía debatirse y dolerle ignorarle tan flagrantemente como estaba haciéndolo él. En cuanto a Alice, debió pensar como él, porque ignoró tan abiertamente al niño que se puso a escribir y a hablar sobre el mapa. Al menos, eso creía él hasta que leyó lo que le había escrito. Primero miró a Alice con el ceño fruncido, porque su nivel de francés era muy muy limitado, pero apenas tardó un segundo en comprender que no quería que lo entendiera nadie más que él. Hubo un par de palabras desconocidas para él, pero captó el mensaje general: no era un niño, y Alice le estaba pidiendo que la siguiera en lo que fuera a hacer. Pero ¿y si era peligroso? Siguió mirándola ceñudo y con expresión demandante, negando levemente. No le parecía buena idea... pero la iba a hacer igualmente, si la conocía de algo.

Nancy le miró con cara interrogante y, en lo que Alice se acercaba al supuesto niño, le murmuró. — No es un niño. Podría estar poniéndonos a prueba. — Y ahí, los dos se detuvieron para escudriñar a la criatura y comprobaron una de las cosas que Alice le había dicho: tenía los ojos amarillentos. No pudo evitar sonreír de medio lado a la ingeniosa prueba de su novia para comprobar el estado de la manzana, y a pesar de su mágica aparición, parecía perfectamente. Eso sí, la frase de los rubíes provocó que mirara súbitamente a sus dos compañeras, y cuando se quiso dar cuenta, el niño tiraba de Alice. Ahogó una exclamación. — No parece peligroso, ¡pero vamos, rápido! — Azuzó Nancy, aunque no hacía falta, porque Marcus ya había salido rápidamente detrás, y asía la varita, listo por si tenía que intervenir de urgencia.

Llegó al trote poco después de que se hubieran detenido, y oyó al supuesto niño decir que por ahí se entraba a su casa. Habían dado tantas vueltas por el bosque que les hubiera resultado imposible encontrarlo ellos por su cuenta, por no hablar de que no había señalización alguna de la dicha entrada, más que por el hecho de ser una piedra grande con una forma muy concreta. Conforme el chico hablaba notaba el entusiasmo de Nancy saliendo de ella como chispas. Comida y fiesta, esas eran las marcas personales de Taranis y Banba. Marcus miró a Nancy cuando Alice se puso a bailar, y entre los dos colocaron rápidamente la comida sobre la piedra. — No puede ser casualidad, Marcus, no puede ser casualidad... — Mantén la calma. — Le murmuró a su prima con cierta urgencia. — Si realmente estamos a punto de entrar a la mina, esto va a ser solo el principio. — El niño brincaba, saltaba y reía con Alice, mientras Nancy y Marcus colocaban la comida y no les quitaban ojo de encima. — Son los dioses más alegres de nuestra creación... — Pero no creo que esto sea solo montar una fiesta. Yo no bajaría la guardia. — Contradijo, y para muestra el estado en el que se encontraba desde el día anterior, y que de nuevo le afloraba en el pecho: una pesadez de corazón y un embotamiento mental que le hacían sentirse absolutamente deprimido y desesperado. Una reliquia no era algo ahí puesto para que cualquiera se lo llevaba, y tenía que estar rodeado de trampas por todas partes, estaba clarísimo.

Dejando la última pieza de comida en la roca, empezaron a sentir un temblor bajo la tierra. Nancy y Marcus se apartaron dando pasos hacia atrás, con los ojos en la pesada roca, y Alice y el niño frenaron el baile, aunque este último dio un par de alegres botecitos. La piedra comenzó a deslizarse por el suelo, provocando que toda la comida fuera rodando hacia el interior (con un eco de caída que se perdía en la lejanía), dejando abierta la apertura a un lugar subterráneo: al igual que las que hubieran visto en el altar de Taranis, unas escaleras descendentes se alargaban a tal profundidad que sus ojos no alcanzaban a ver el final. Marcus sintió cómo desde ya le faltaba el aire. — ¿Venís? — Se miraron. Pues sí, tendrían que ir, ya sabían que iban a una mina, aquello no debería sorprenderle. El niño les miró con una sonrisita. — Hemos sentido vuestra llamada, y el que eligierais la comida, la compartierais conmigo, y luego la trajerais aquí, quiere decir que sois dignos de entrar en nuestra casa y conocerla. — Miró entonces a Alice. — Y lo del baile no hacía falta, pero quería ver si picabas. — Nancy apretó los labios para aguantarse la risa, mirando a Alice de reojo, pero Marcus estaba demasiado tenso para reírse. — ¡Venga, vamos! — Azuzó el niño, contento, y comenzó a bajar los peldaños. Prudentes, avanzaron ellos también. Las escaleras eran tan interminables que ni se veían y todo estaba oscuro más adelante. El niño pareció leerles la mirada y encendió un farolillo. Al hacerlo, se fijaron bien en sus rasgos, y estos habían cambiado ligeramente al traspasar el umbral de la mina. — No os asustéis, los enanos vivimos aquí y no somos tan diferentes a vosotros. — Trató de tranquilizarles. — No miréis arriba, seguidme y veréis qué bonita es nuestra casa. — Y comenzó a bajar, llevándose con él el único haz de luz que tenían por el momento, así que, si querían continuar adelante con aquello, mejor era seguirle. Y no mirar arriba, aunque hubieran escuchado tras ellos el sonido de la piedra cerrándose de nuevo, haciendo la oscuridad aún más profunda.

 

ALICE

Intentó sonreír y pasárselo bien bailando porque se veía venir que eso era una prueba en sí misma, pero miraba de reojo lo que iba pasando a su alrededor mientras tanto, preparada para todo. Y menos mal, porque el suelo a sus pies tembló, y tuvo que apartarse rápidamente. El abismo oscuro que se presentaba ante ella daba mucho miedo, aunque el niño no parecía tener ninguno. No creía que tuvieran muchas más oportunidades de alcanzar la famosa mina, sin el niño no habrían acabado allí ni en mil años. — Gracias, nos encantaría. — Contestó ella, como si todo aquello fuera lo más normal. Eso sí, tuvo que alzar una ceja y poner media sonrisa cuando dijo lo del baile, pero se rio un poquito e hizo una pequeña reverencia. — Por suerte para ti, siempre estoy dispuesta a bailar. — Ya no le quedaba claro qué era una prueba y que no, así que ella iba a ser todo amabilidad. Aunque un enano infante se hubiera reído en su cara.

La bajada a la oscuridad no le hacía ninguna gracia, pero bajaba mentalizándose todo el rato de que ese era el camino que tenían que seguir. No se atrevía a sacar la varita por si ofendía a los enanos, y tampoco sabía cuánta gente la estaba observando, así que trató de simplemente mantener el ritmo tras la luz que el niño, que ya no parecía tan niño, llevaba guiándoles.

Por fin, empezaron a ver resplandores y a oír jaleo al final de las escaleras, y, antes de lo que esperaban, habían llegado a una ciudad subterránea con todas las letras. Si la de los duendes de Erin le había parecido una miniatura monísima, ese complejo no tenía ni rastro de nada en miniatura. — No me extraña que hayamos tenido que bajar tanto… — Susurró Nancy. El techo estaba altísimo, todo estaba tremendamente iluminado y cálido. Un ruido la sobresaltó, hasta que se dio cuenta de que tenían un sistema de raíles y vagonetas parecido al de las cámaras de Gringotts. Parpadeó porque no daba crédito, pero más le valía espabilarse, porque había literalmente un comité esperándoles.

Un enano de larga barba trenzada y tremenda barriga se acercó con una gran sonrisa hacia ellos. — ¡BIENVENIDOS! ¡BIENVENIDOS A MURIAS! — ¿Murias? ¿Quería eso decir que…? — La ciudad de nuestro señor Taranis y su esposa Banba. — Pues eso resolvía su duda. — Yo soy Thrain Pearler, el gobernante de la ciudad desde hace ciento setenta años. — Alice abrió mucho los ojos mientras tomaba la mano que le tendía. — ¿Ciento setenta? — El enano rio. — ¡Un hito tener a alguien tan joven! ¡Lo sé! Me siento muy afortunado. — Ella trató de asentir y sonreír como si nada. — Alice Gallia. — Encantado, señorita Gallia. — Nancy Mulligan. — Contestó su prima. — ¡UNA MULLIGAN! ¡Gente! Conocemos Mulligans ¿no? — Y los casi cincuenta enanos que debía haber ahí crearon un murmullo de asentimiento, porque se pusieron a hablar todos a la vez. — ¡Bueno, bueno! Pasad, por favor. Si Taranis y Banba os invocaron ayer noche, quiere decir que tenemos que haceros una fiesta. Mi familia se encarga de todo. Estas son mis nueve hijas. — Alice abrió de nuevo mucho los ojos. Porque las nueve hijas del señor tenían todas unas melenas preciosas y unas pobladas y peinadas barbas. — Todas se llaman Thraina. Pero las distinguimos llamándolas “Primera” “Segunda” y así. Y a mi muchacho ya le conocéis. Lo has hecho muy bien, hijo. — El niño-no-niño resultó ser el único varón del gobernante. — ¿Tú también te llamas Thrain? — Preguntó Alice, siguiendo la lógica del señor. — No, yo Durik, como mi abuelo. — Ah, pues nada, claramente no entiendo de lógica enana.

Iban por las calles del sitio como celebridades, con los ruidosos enanos vociferando con alegría entre ellos, hasta que llegaron a un edificio altísimo. — Esto es lo que llamamos la morada de Taranis. Nuestro señor la construyó en la era mágica, y será su casa si algún día tiene a bien regresar, o si el rey de los celtas lo hace. Pero, mientras tanto, es nuestro edificio más bonito, la oficina central de las minas y donde hacemos nuestras fiestas y reuniones. — Entraron y lo más llamativo era el oro incrustado en preciosas formas geométricas en las paredes de liso y brillante basalto negro. — Estaremos encantados de empezar a planear la fiesta en cuanto dejemos gestionados un par de problemas que nos atribulan en esta mañana de la temporada de Rivros. — Alice recordó que así llamaban a la época entre el solsticio y el uno de febrero. Se miró con Marcus y Nancy. Seguía sintiéndose a prueba, y a lo mejor era demasiado evidente, pero quizá era mejor proceder con lo más cortés que supieran. — ¿Podemos ayudar en algo? — Una de las hijas de Thrain dio una palmada en el aire. — ¡Ay! ¡Qué considerado por su parte! Ciertamente necesitamos ayuda. — Pues si está en nuestra mano… — Ofreció Nancy. — Necesitamos ayuda con los más necesitados. Las bajas temperaturas nos han dejado un gran número de enanos enfermos y desplazados en nuestro hospicio. No sería justo ponernos a hacer una fiesta antes de dejarlos a todos atendidos. — Alice asintió mientras se quitaba el abrigo. — Pues dinos tú en lo que podemos ayudar… — Soy Cuarta. Y vosotras Alice y Nancy, si mal no recuerdo. — Bueno, pues dicho queda, llévatelas, Cuarta. Tercera y Sexta se van contigo también, a Novena déjamela aquí que temo que se enferme. — Y Thrain se acercó a Marcus y apoyó una mano en su hombro. — Yo me llevo a este joven mago a que conozca la morada de Taranis. —

 

MARCUS

La bajada le resultó angustiosa, y no solo por la profundidad a la que estaban descendiendo y que prefería no calcular, o sus deseos de volver a la tierra que conocía y su conocimiento de cuán lejos estaba le harían salir corriendo; la opresión en el pecho era cada vez mayor, de nuevo un sentimiento de desolación y desesperanza que en un momento dado le hizo llenar el pecho de aire, notando cómo le escocía y no se le llenaba tanto como sentía que necesitaba, y soltarlo en un mudo y hondo suspiro. ¿Qué estoy haciendo? Empezaba a plantearse que podrían no salir vivos de allí, y ese pensamiento le provocaba más tristeza que miedo.

Casi repentinamente llegaron a la ciudad oculta, y se obligó a parpadear varias veces, abriendo mucho los ojos por el asombro, mirando a todas partes. — “Y te creías que lo sabías todo.” — Se giró lentamente, aunque sabía que tras él no había nadie, porque cerraba la marcha. Apretó los dientes. Ojalá esa voz que le perseguía desde ayer estuviera en el interior de esa mina y al fin pudiera ponerle cara, pero algo le decía que no iba a ser así. Miró de nuevo al frente para atender a quienes sí estaban, pero no pudo evitar pensar claramente hay muchas cosas que no sé. Y eso le provocaba una sensación de abismo en el estómago y una herida en su orgullo.

El corazón le golpeó con violencia el pecho ante la bienvenida. Estaban en Murias, estaban en la ciudad de los dioses. Soltó un jadeo espontáneo, como si se le fuera el alma en cada suspiro. ¿Por qué se sentía cada vez más desazonado? Debería estar dando saltos de alegría, y casi quería arrodillarse llorando, pidiendo perdón por la intromisión, y suplicar que le dejaran volver arriba con su familia. Sí, eso quería: irse al salón de su casa, con su madre y su padre leyéndole cuentos, a ser de nuevo un niño despreocupado y protegido y no un mago en busca de reliquias peligrosas. Parpadeó y se recentró, porque el enano se presentaba y las chicas atendían y él estaba metido en una nube dramática. Buscó a su alrededor por si hubiera dementores, pero era absurdo solo de pensarlo: aquel lugar era la antítesis de uno en el que pudiera siquiera pasar un dementor ni mínimamente cerca.

Después del jolgorio general ante el apellido de su prima (no era la primera vez), estrechó él también su mano. — Marcus O'Donnell. — Pero, antes de poder retirarla, el gobernador la envolvió entre las suyas con cariño. — O'Donnell también suena a alguien de los nuestros. La casa de Banba no es lugar para la tristeza, O'Donnell, puedes estar tranquilo. — Tragó saliva y sintió un fuerte nudo en la garganta. ¿Tanto se le notaba? El hombre no se demoró más en invitarles a pasar y asegurar que tenían que hacer una fiesta en su honor. Lo de las hijas le dejó más descolocado por el hecho de que pensaba que lo de las enanas barbudas era un mito, pero claramente no, casi le descolocaba más que todas se llamaran igual. Se presentó con un gesto cortés y siguió al gobernador.

Los vítores de la gente le hacían sentirse un impostor, como si estuviera siendo injustamente acogido, como si fuera indigno de estar allí. Como si les debiera algo y, de no hacerlo, fuera la peor persona del mundo. Se sentía absolutamente miserable y estaba empezando a enfadarse, porque no sabía de dónde venía aquella sensación, y podía apostarse una mano a que tenía que ver con la magia de las reliquias. Verse dominado de una manera tan flagrante por un poder mágico que no sabía ni de dónde venía ni poderlo controlar le ponía de los nervios. En esa divagación estaba cuando su mirada se cruzó con un edificio, y el fogonazo que recibió en su mente fue tan fuerte como si le hubieran lanzado un hechizo directamente a los ojos, tanto que se tambaleó. Unas fuertes manos le agarraron. — ¿Estás bien? — Una de las Thraina le miraba con preocupación. Asintió y ella chasqueó la lengua con dulzura maternal. — Tiene que ser de estar a tantos pies de distancia de vuestra tierra. Te habrás mareado un poquito. — No había sido eso. Había sido la maldita imagen mental del trono y el águila que llevaba persiguiéndole meses, y que se le había echado encima como una blugder directa a la cara al cruzar su mirada con el edificio.

Cuando entró, no había oído nada de la conversación del resto. Se aclaró la garganta y sobrepasó un poco a Nancy. — Deja que me ponga más... — No quería ir tan atrás, básicamente, porque no solo se lo estaba perdiendo todo, sino que se sentía desvalido. Nancy le miró como si no entendiera por qué especificaba dónde se iba a colocar. Menos mal que las dos chicas estaban más despiertas, pero antes de que él viera el cielo abierto con un cometido concreto que le despejara la mente, el gobernador se interpuso. Asintió, y esperaba que no se le hubiera visto tan dubitativo como se sentía. — Será un honor. — El hombre rio para sus adentros y lo recondujo, y Marcus lanzó una última mirada a las chicas. Los estaban separando. No le parecía la mejor idea, pero en esos momentos no se le ocurría otra.

— Este edificio es una auténtica belleza ¿verdad? — Marcus tragó saliva, mirando a su alrededor. Era como si hubiera perdido toda su labia y sus habilidades comunicativas. — Sí que lo es. — El hombre hinchó la barriga con orgullo, caminando. — No traemos aquí a cualquiera. Los enanos somos celosos de nuestros recursos porque estos son valiosísimos, y bueno... digamos que tenemos tendencia a sufrir robos. De aquellos que conocen nuestras moradas, claro. — Marcus le miraba de soslayo, y el hombre, al darse cuenta, soltó una estruendosa carcajada. — ¡Tranquilo, Marcus O'Donnell! No es ninguna clase de indirecta, solo trato de hacer conversación distendida. Durik, ese hijo mío, tiene buen ojo para las almas rastreras, y no os hubiera metido aquí a ninguno de los tres de sospechar algo. — Caminaron unos instantes en silencio, hasta que se hubieron alejado ligeramente de los oídos del resto. — Ahora dime... — Comenzó Thrain de nuevo, adoptando un tono serio y confidencial. Le miró. — ¿Por qué te persigue Phádin? — Marcus frunció el ceño automáticamente en una muy espontánea mueca de extrañeza. — No sé quién es Phádin. — Todo en esa frase le había desconcertado: ni había oído tal nombre en su vida, ni era conocedor de que nadie le persiguiera (y eso era como para ponerse alerta), ni sabía de dónde había sacado Thrain la información y por qué le alejaba de todos para sacar el tema, de una forma tan directa, además. Pero el gobernador parecía mucho más un padre preocupado que un guardián de reliquias amenazante, y desde luego la respuesta de Marcus le hizo adoptar un gesto aún más condescendiente. — Me ha parecido verte dialogando con él en las escaleras. — A Marcus le dio otro fuerte golpetazo el corazón en el pecho, y sintió que empezaba a temblar. — Meterse en diálogo con Phádin es un error, sieeeeeeempre es un error, así que será mejor que lo ignores por mucho que te hable. Sé que es desagradable que una voz te persiga, pero no le hagas el menor caso. — ¿Le oía usted también? — ¿Yoo? Bah, yo no tengo nada que hablar con ese esmirriado. — Desde luego que la desdramatización del asunto por parte de Thrain podría ayudar si Marcus no estuviera tan confuso. — Pero sé perfectamente cuando le ha dado por alguien. — Hizo un gesto de quitar importancia con la mano. — No es más que un druida gruñón. Pero si ha visto un rival en ti... será por algo. — Eso no le tranquilizaba en absoluto. ¿Le estaba persiguiendo un druida con poderes telequinésicos? Qué bien. Justo lo que le faltaba por gestionar en el día de hoy.

— ¡¡TE VOY A CONTAR UN ACERTIJO!! — Casi se le sale el corazón por la boca ante semejante bramido, porque la voz del gobernador era profunda como la propia mina. — A ver si lo aciertas. ¡A mis chiquillos les encantan los acertijos! — Marcus dobló una sonrisita. — A mí también. Soy Ravenclaw. — ¡Oh! Jamás había oído hablar de semejante raza de humanos. — No, no es una... — ¡ATENTO! — Apretó los labios. Mejor dejar al gobernador hablar y no aburrirle con explicaciones que probablemente no le interesaran nada. — ¿Qué es aquello que, a más hay, menos hay, que a más miras, menos ves, que a más grande es, menos lo ves? ¿Aquello que a menos presentas, más presente se hace? — Marcus pensó durante un par de segundos. — La oscuridad. — El hombre abrió mucho los ojos y dio una palmada que sonó como un trueno. — ¡¡MUY BIEN!! Eres un humano listo. — Ahora la fuerte palmada se la llevó su hombro. Eso le iba a estar doliendo varios días. Thrain se llevó las manos a la espalda y caminó, erguido y orgulloso. — Hay cosas que se invocan con solo mencionarlas, como el miedo y la oscuridad que lo acompañan, como la tristeza... No tendría sentido la alegría y la fiesta si no hubiera tristeza, la luz si no hubiera oscuridad, el bien si no existiera el mal, o la bondad sin la maldad. Es... — Equilibro de contrarios. — Remató Marcus, sereno. Al decirlo, el resplandor del oro que les rodeaba tintineó, y ambos miraron a su alrededor, estudiando el efecto. Lentamente, Thrain le miró a él. — Así es... Cuidado con las cosas que se hacen más grandes y envolventes a más las tengas presentes. Como la oscuridad... podrían consumirte. — Marcus le miraba con atención, notando la tensión en cada centímetro de su cuerpo. El hombre le devolvió una sonrisa afable. — Pero estamos en la morada de Taranis. Nuestro dios era muy consciente de dónde se hallaba la bondad y la maldad de los hombres. Si eres de los buenos, Marcus O'Donnell, aquí nada podrá hacerte daño. —

 

ALICE

— La comunidad enana sufre de bastantes males, la mayor parte de ellos de vivir bajo tierra, claro. — Iba explicando Cuarta. — Pero ha habido una sección de los enanos que ha sufrido especialmente. Es… un mal desagradable, y aún no sabemos cómo curarlo. — Alice parpadeó. A ver si había vendido muy rápidamente sus habilidades. — Bueno, yo realmente soy alquimista. Estoy estudiando para ser enfermera, pero… — Tercera suspiró. — Los hechiceros tenéis más poder mágico que los enanos de todas formas, nos vendrá bien. — ¿Y los druidas? ¿No os ayudan? Vosotros les proporcionáis muchas cosas. — Sexta rebotó hacia ellas. Parecía más joven que Alice, pero viendo cómo envejecía esa gente, tendría treinta años. — Mejor no pedirles nada. Son unos estirados y siempre nos miran por encima del hombro. — Por eso nunca compartimos nuestra comida con ellos. Y no seas cotilla, Sexta. — Le riñó Cuarta. Se apuntó mentalmente lo de la comida, porque tratándose de la reliquia de Taranis, mucho le extrañaría que la comida no estuviera metida en el proceso de conseguir el famoso caldero.

El olor era inconfundible de que se estaban acercando a una enfermería, una que estaba bajo tierra, además. Lo primero que pensó es que los enfermos necesitan que les dé la luz del sol y, sobre todo, el aire, y ahí ni lo uno ni lo otro. La pobre Nancy se echó para atrás antes de la puerta, porque el olor era demasiado fuerte. — Sé que puede ser abrumador, no todo el mundo lo aguanta. — Dijo Cuarta. Alice se concentró y simplemente dijo. — Yo creo que puedo. Vamos dentro. —

Los enanos que había allí dentro parecían tener todos el mismo mal. — ¿Es contagioso? — Preguntó Alice rápidamente. — No lo parece. Mis hermanas y yo les atendemos todos los días y no hemos contraído nada. — ¿Se enfermaron todos a la vez? — Más o menos. Fue después de una prospección. Ya abajo empezaron dos o tres a ponerse malos, los subieron, y una vez a este nivel, fueron cayendo todos en pocos días. — Alice asintió y se acercó a uno de ellos. Dedos ennegrecidos y manchas del mismo color alrededor de la boca. — Es muy difícil darles de comer, porque tienen los dientes muy flojos y las encías irritadas. — Eso la hizo saltar. — ¿Cómo dices? — Miró alrededor. — ¿Quién fue el responsable de la comida? — Sexta señaló rápidamente. — Kilna. Es la mujer del capataz, también está enferma. — Alice se volvió a Cuarta. — ¿Puedo hablar con ella? Prometo no turbarla, pero necesito saber ciertas cosas. — La enana parpadeó, pero luego dijo. — Adelante, cualquier cosa que creas que es de ayuda… —

La pobre Kilna estaba afectada, pero como buena señora de su posición, se la veía inquieta en la cama, siempre a medio cuerpo de incorporarse. — Buenos días, doña Kilna. Me llamo Alice Gallia, soy hechicera y estoy intentando ayudar con esta enfermedad. — Pues que Taranis la bendiga, hija, porque no levantamos cabeza. — Ella asintió, comprensiva. El aire estaba cargado, pero se notaba que la Thrainas tenían el sitio impoluto y las sábanas bien mantenidas. — Dígame, ¿fue usted la que preparó la comida para la expedición de prospección? — Sí, señora, es mi trabajo. Yo bajo con los prospectores y me encargo de mantenerles mientras estamos ahí. No se puede estar bajando y subiendo todo el tiempo. — Claro. Y cuénteme, ¿qué comida fue? — No estará pensando que yo les he envenenado. — ¡No, por los siete! Claro que no. Pero si conozco qué tipo de comida comieron, puedo intentar localizar algún agente maligno que se colara sin permiso. — La cara de Kilna se vino abajo. — Ya veo. Uno nunca sabe qué se puede sacar de las prospecciones, ¿sabe? — Alice asintió, comprensiva. — Así que cuénteme, ¿qué suele usted preparar? — Pues básicamente, cecina de buey y cerveza. También bajamos pan, pero dura solo los primeros días, y luego todo son salazones y embutidos. — ¿Algo de fruta escarchada? ¿Verdura encurtida, quizás? — No, demasiado difícil de comer, tenga en cuenta que tienen que ser cosas rápidas y fáciles de transportar. — Alice asintió y palmeó suavemente el brazo de Kilna. — Muchas gracias, señora. A ver si podemos trabajar en algo para que se sientan mejor. — Y le hizo un gesto a Cuarta para que salieran.

Lucía una sonrisa un poco disonante en cuanto salieron, que dejó a todas un poco impactadas. — ¡Es escorbuto! — ¿Escorbuto? — Preguntó Tercera. — Suena grave, no sé por qué sonríes. — Es grave, pero TAN fácilmente tratable que es una buenísima noticia. — ¿Cómo lo sabes? — Solo es falta de vitaminas. No os da el sol mucho, así que partís de mala base en cuanto a reserva vitamínica se refiere, pero claramente la dieta no ayudó. — Todos comemos lo mismo. — Replicó Cuarta. — No, no es lo mismo. Lleváis una dieta muy proteínica, quizás en exceso, pero seguro que coméis patatas y champiñones, ¿a que sí? — Las tres asintieron. — Y he visto fruta escarchada en el palacio. — Eso es solo para grandes celebraciones. La fruta cuesta mucho bajarla. — Pues eso es justo lo que necesitan. Vitaminas, muchas. Con zumos de cítricos se pondrán bien en cuestión de horas. — Las enanas se miraron. — Vale, pues… ¿Estás segura? — Completamente. — Ciertamente, parecía saber de qué hablaba desde que mencioné los síntomas. — Reconoció Cuarta. — ¿Cómo es que no nos ha dado antes? — Insistió Tercera, suspicaz. — Quizá sí ha dado a más gente, pero complicado con otras cosas, el paciente no aguanta tanto, o quizá también, al principio de sufrirlo, tomó algo de verdura o fruta y se le pasó. — Esta prospección fue más larga que ninguna otra… — Pensó Tercera en voz alta. — Está bien. Señorita Mulligan. — Dígame. — ¿Puede ayudarme en la cocina? Hay que hacer zumos de limón y una buena sopa jardinera para todos. — Alice sonrió y dijo. — Yo me quedo. Necesito alcohol puro para tratar las petequias. Los puntitos negros, y que no se necrosen. — ¿Tú sola? — Vaya, si me queréis ayudar... ¿Tenéis un delantal? — Estaba MUY arriba, de verdad que en cuanto tenía posibilidad de ser enfermera, disfrutaba, a pesar de la cara de Nancy, que claramente quería aparecerse arriba, y las de las enanas, que no debían ver mucho ese entusiasmo por eliminar petequias.

 

MARCUS

— ¿Sabes? — Comentó el enano, mientras seguían paseando por el edificio. Le había estado enseñando las piedras talladas de las paredes y los lugares del mismo de los que más orgullosos estaban los enanos, que llevaban siglos de construcción a sus espaldas, con la esperanza de que su dios bajara y se sintiera como en casa. — Me han llegado noticias de que un grupo de hechiceros consiguió las reliquias de Eire y Nuada hace un par de meses. — Marcus le miró, y el enano le devolvió la mirada. — Hablaban de uno de ellos como el hijo de Ogmios. — La sola mención proyectó la imagen en su mente otra vez, esta vez tan nítida que por un momento era como si hubiera dejado de estar allí para estar en otra parte. En cambio, esta vez pareció no notarse tanto desde fuera, pues lo único que hizo fue cerrar los ojos apenas unos instantes y volverlos a abrir. — Ese soy yo. — Contestó, y al hacerlo tuvo una sensación extraña: ¿había dicho él eso? ¿En qué momento le había mandado su cerebro la orden de pronunciar esas palabras? Es como si otro hubiera tomado la decisión por él, y eso le dejó traspuesto. Pero, una vez más, no dejó que se notara desde fuera.

Thrain miró al frente. — Lo imaginaba. — Le miró de soslayo de nuevo. — Y me alegro. Varios grupos de hechiceros compitiendo por la magia antigua solo desencadenaría una guerra, y de esas ya hemos tenido unas cuantas. — Miró de nuevo al frente y siguió caminando. — El rumor sobre los elfos, las corrientes de aire extrañas que se sienten en la superficie desde ayer, vuestra aparición hoy y el hecho de que Phádin te persiga. No había que ser un lince, a él también ha tenido que llegarle el rumor... — Le miró de nuevo, como si le escudriñara. — Y ya tienes que ser poderos para tu edad. No pareces un humano muy viejo. ¿Cuántos años tienes? ¿Cincuenta? — Esa apreciación hizo a Marcus sonreír. — Me temo que los años humanos son diferentes a los vuestros. Tengo dieciocho. — El gobernador adoptó una cómica pose escandalizada. — ¡¡Por las nueve gemas!! ¡¡Mi nieto el menor tiene dieciocho años y aún está dejando los pañales!! — Eso hizo a Marcus reír levemente, pero su mente iba por otro derrotero. — Vivís en lugares recónditos. ¿Cómo os pasáis la información entre vosotros? ¿Cómo es que... los elfos os han hablado de nosotros? — Thrain volvió a adoptar una pose solemne y a caminar. — Los guardianes de las reliquias tenemos una misión importante, un cometido que dura por siglos, y que, a mi muerte, continuarán mis hijos. Si alguien intenta hacerse con ellas, debemos saberlo, o las consecuencias podrían ser catastróficas. — Marcus soltó aire por la nariz. — Solo queremos conocer la magia ancestral. Nosotros... — El hombre le detuvo con un gesto de la mano. — Créeme: nuestros dioses no quieren saber vuestras intenciones. Taranis solo quiere que vuestro corazón y vuestras intenciones sean loables, y eso es algo que se detecta. Él confió en la bondad de todos los seres a los que cuidaba. Y muchos le traicionaron, no todos fueron agradecidos. Lo sabe. Pero él no quiere el caldero por su propia riqueza, ni busca que lo tenga alguien digno: él quiere que sea fuente de vida para todos, para sus hijos e hijas, que son los irlandeses, de todas las razas y lugares. Si puedes favorecer que así sea... le dará igual que lo tengas. Y a nosotros dártelo. El caldero de la abundancia acaba volviendo a su hogar si deja de ser usado como es debido. Tarde o temprano, regresa. — Hizo una pausa. — Lo mismo ocurre con la lira de Banba. Ella es felicidad y alegría. Los corazones crueles carecen de estas virtudes. La lira les huiría, simplemente. No se celebra una buena fiesta desde la avaricia, sino desde el querer que todos seamos ricos. —

El gobernante siguió paseando y comentándole las cosas de su ciudad, pero Marcus tenía la mente en otra parte. Parecía bastante claro los poderes que representaba cada dios: Nuada y Eire habían sido la vertiente Gryffindor, para la que habían necesitado mucha valentía, y con Taranis y Banba tendrían que sacar su lado más Hufflepuff. ¿Sería esa desazón que sentía una prueba? Vale, y siendo así, ¿cómo se hacía para sentirse simplemente contento? Porque no le parecía tan sencillo, ¿y qué estaban haciendo mientras tanto Alice y Nancy? Por otro lado, parecía bastante obvio que Lugh y Folda serían los dioses Ravenclaw, así que cabría esperar que sus pruebas requerirían de mucho ingenio. Y Ogmios... era el Slytherin, el del poder absoluto. Estaba claro cuál era la prueba con él, si es que había tal cosa: no corromperse por el poder. Y Marcus ya estaba siendo invadido por una serie de imágenes perturbadoras y aún prácticamente no habían empezado.

— ¡Padre! ¡Padre! — Una de las hijas iba corriendo hacia ellos, con una sonrisa de oreja a oreja. — ¡Se están recuperando! ¡Los ha salvado! — ¿Qué? ¿Quién lo ha hecho, Octava? Estaban... — ¡¡Estaban moribundos y ahora viven!! ¡Ha sido ella, la sanadora! — Y la chica, presa del entusiasmo, tomó de una mano a su padre y de la otra a Marcus para tirar de ellos. — ¡Mulligan los ha alimentado y la sanadora los ha curado! — Una vez más, la visión golpeando su mente, pero esta vez no era la de él en el trono con el águila. No llegó a atisbarla bien, pero era otra persona, y no había trono alguno, solo un halo envolvente. — ¡Ahora sí que tenemos que hacer una buena fiesta! —

 

ALICE

— Esto es digno del mismísimo infierno. — Y encima ahora agua lavada de sopa. Ni una gallina le han echado. — ¡El zumo hace daño en los dientes! — ¡A VER SI VOY A TENER QUE PONER ORDEN Y NO LO VOY A HACER DE BUENAS! — Contestaba Kilna a las quejas de los enanos, que se estaban recuperando lo suficiente como para no parar de proferir maldiciones sobre el zumo de limón y la sopa que Nancy seguía cocinando. — Rebájamelo con agua o algo, por Taranis. — Suplicaba el marido de Kilna, a quien Tercera intentaba hacer beber el zumo. — ¡Sí, hombre! ¡Y que te tires aquí dos semanas holgazaneando! ¡QUE TIENES YA CIENTO OCHENTA AÑOS, ZÁNGANO! ¡PUEDES CON UN POCO DE ZUMITO! — Seguía azuzando Kilna desde su cama, mucho más recuperada, mientras ella misma se trataba las petequias delante de un espejo. Alice rio un poco mientras hacía fluir el aire con un hechizo por los conductos de ventilación. — Oye Fráin, yo creo que hueles peor ahora que antes. — Tú eres tonto. Es que la sanadora está haciendo circular el aire. — Y sí, ciertamente ahora quizá eran más conscientes del olor, pero en breve aquella sala estaría mejor.

Con todo, su actuación había atraído muchas miradas. No solo el zumo, que entre Cuarta y Nancy estaban sacando hasta la última gota de los limones que tenían de reserva en las minas, aunque ya habían mandado a una partida a por más a la superficie, es que sus hechizos, sus pociones y sus indicaciones habían atraído a media Murias, mientras la pobre Nancy no tenía ni un respiro en las cocinas. — ¿Y entonces para qué dices que sirve la cúrruma esa? — Cúrcuma. Y el jengibre. Ayudarán con vuestras digestiones y la hinchazón. Entiendo que vuestra dieta está limitada, pero hay que plantear actuaciones para que no vuelva a pasar esto. — A mi padre no se le deshincha la barriga ni con diez onzas de eso. — Bromeó Séptima, que ya había aparecido por ahí también. — ¿Y cómo es eso que haces con el palito? — Señaló Durik, que también se había materializado por ahí. — Hago magia, igual que tú. — Los humanos hacen la magia con las manos. — Los druidas, quieres decir. — Durik se encogió de hombros. — Pensé que los humanos o eran druidas o eran sinluz. — ¿Sinluz? — Sí, así les llaman ellos. Son los hijos de Irlanda que no tienen poderes. Tienen otras muchas cosas, pero son… perversos. — Alice suspiró. Estaban allí por una misión, y no podía desviarse, pero había tantos rincones del mundo mágico que el Ministerio no estaba contemplando y tenía abandonados, que le daban ganas de ir a la sede de Londres y arrastrar de la oreja hasta allí a los de sanidad. Y a los responsables de educación y de todo… Pero se limitó a sonreír y simplemente contestar a sus preguntas.

La llegada de Marcus, Thrain y la mayoría de los hombres la pilló en los baños termales, lavándose y echándose unos Tergeos para al menos estar presentable y superar el día. De hecho, estaba en tirantes, con la camiseta interior y los leggins, mientras limpiaba el resto de su ropa, cuando oyó un jaleo a su espalda, y se quedó un tanto apocada ante la presencia de tanta gente. — ¡Sanadora! ¡Así la aclaman ya por aquí, señorita! — Vaya, gracias… — Dijo, aún un poco en shock. — ¡Increíble lo que ha logrado! ¿Qué hubiera pasado si no llegamos a tenerla? — Thrain les miró a Marcus y a ella. — No cabe duda de que Taranis y Banba os han puesto en nuestro camino. Voy a ver a los enfermos, pero en cuanto salgamos, vamos a ver a Mulligan, que me han dicho que ha hecho un gran trabajo. —

Alice se acercó a Marcus y le tomó de las manos. — ¡Mi amor! ¡He podido diagnosticarlos y ayudarles! ¡Es increíble! Lo vi enseguida, eh, escorbuto, qué claro estaba… Y escúchame, aquí hace falta acción del gobierno mágico porque… — Iba a seguir hablando, pero ahora el enfermo parecía su novio. Acarició su rostro. — Marcus… ¿Estás bien? — Aprovechó y se puso un par de capas más de ropa, antes de hacerle sentarse al borde de una de las aguas termales y refrescarle el rostro. — Estar bajo tierra es complicado, y encima el día de ayer fue agotador… Pero yo creo que estamos muy cerca de… — ¡Hechiceros! ¡Vamos a ver a esa joven Mulligan, que tenemos un banquete que encargarle! — Alice rio un poco y le tendió una mano a Marcus, mientras susurraba. — Confía en mí, creo que estamos cerca. —

Nancy estaba MUY liada, con el moño medio deshecho y muerta de calor, atendiendo a mil cosas en la cocina, así que no se tomó demasiado a bien la petición de hacer un banquete para más de cien personas. — No os preocupéis, viene mucha gente a ayudaros. — Aseguró Thrain. Alice y Marcus se dirigieron a ayudar en lo que pudieran, pero el gobernador cogió a Marcus del brazo. — Él viene conmigo. Hay que decorar el gran salón como se merece. — Ambos se miraron, pero tampoco quedaban muchas más opciones que aceptar lo que les mandara Thrain. — ¡Ah, sanadora, Mulligan! Si necesitáis ayuda, podéis usar los utensilios de esa despensa, la he abierto para las dos. — En un principio, Alice solo echó un vistazo a la puerta a la que Thrain señalaba, mientras echaba una mano a Nancy, pero al cabo de unos minutos, cuando ya se habían ido, Tercera dijo. — Yo de vosotras miraría primero donde ha dicho mi padre. — Nancy y Alice se miraron y se acercaron a la despensa.

No hizo falta casi ni abrirla, las manos hasta le picaban de tanto poder mágico que detectaban. Efectivamente, solo había una cosa dentro. — ¿Y qué se supone que hacemos? ¿Lo cogemos sin más? — Preguntó la prima, mirando el lustroso caldero ante ellas. Alice suspiró y acercó la mano. — Puedo tocarlo. — Asió el mango. — Y moverlo. Supongo que ahora tenemos que ganarnos lo de poder llevárnoslo. — ¿Y eso cómo lo hacemos? — Alice se encogió de hombros. — ¿Hacemos las mejores patatas guisadas del mundo? — Nancy suspiró. — Pues tendrá que ser… —

 

MARCUS

Ni siquiera sabía que había lo que parecía un hospital de campaña en aquella mina, y el impacto al entrar le dejó parado en la puerta. El ambiente, sin embargo, lejos de ser de profunda desolación ante la dantesca estampa que ofrecía, era de jolgorio y euforia. La gente clamaba por la sanadora y celebraba que estaban vivos. Marcus miraba por todas partes, pero no encontraba ni a Alice ni a su prima, y tenía el cerebro tan embotado que no le cuadraba nada de lo que veía. Y ya no era solo embotado por la artificial tristeza que se había apoderado de él desde ayer: era como si tuviera una lucha entre dos fuerzas internas en su cabeza, la del Marcus real y una que no sabía definir, pero que tenía mucho poder. Tanto que era la que iba ganando.

Fue reconducido por la corte de gente con la que iban el gobernador y él y, en las aguas termales, dieron con Alice. La primera imagen que cruzó la mente de Marcus podría fácilmente haberse confundido con una de sus exageraciones románticas de caballero medieval, pero estaba muy lejos de ser eso: había tenido que parpadear para distinguir a la Alice de siempre de aquella visión que le había nublado la mente al verla, y que se acercaba a la de una divinidad, parecida a la imagen más reciente que había ido a acosarle. Tragó fuertemente saliva. Empezaba a sentir un malestar terrible que solo iba a más, náuseas y escalofríos, como si él también se estuviera enfermando, pero estaba convencido de que no era nada físico. Tienes que dominar esto, Marcus. No te dejes vencer tan pronto.

Asintió intentando sonreír con cortesía a las palabras de Thrain, y cuando Alice se acercó a él, trató de escuchar sus palabras, pero sentía que se iba a desmayar. Alice, en mitad de su euforia, se lo notó, pero estaba tan entusiasmada y él iba tan enlentecido que apenas pudo abrir la boca para responder, en lo que ella iba y venía, volvía a vestirse y le sentaba al borde de las aguas. — Alice... — Empezó con un hilo de voz. — Estoy... — Pero les interrumpieron, y un torrente de alegría enana les sacó de allí, justo cuando había reunido fuerzas para confesar a su novia, por primera vez desde que le ocurriera al primer contacto con las reliquias, hacía más de un mes, que estaba teniendo visiones, y que creía que podrían ser proféticas. Y eso le asustaba. Le asustaba el hecho de verlo... y le asustaba el pensar las repercusiones que podría tener en él.

Al fin localizaron a su prima, metida en las cocinas, lo cual le pareció que tenía todo el sentido. Haciendo un esfuerzo por dejar su malestar a un lado, fue a acercarse a ella para animarla a continuar, porque por las palabras que había tenido el gobernador intuía que era precisamente lo que tenían que hacer, pero este volvió a interceptarle. En ese momento, Thrain señaló una puerta... y Marcus sintió que las piernas no le podían sostener, como si le hubieran golpeado con una bola de demolición. En menos de una milésima de segundo, las rodillas se le doblaron, Thrain le agarró con firmeza para impedir que callera y le susurró con gravedad. — Mantente en pie, hijo de Ogmios. — Y tiró de él, sacándole de allí. Sentía el pecho contraído y le faltaba el aire. Era como si estuviera metido en una pesadilla paradójica, en la que todo el mundo reía y celebraba y él estaba muerto de angustia y pavor.

Saliendo de las cocinas, soltó un jadeo que parecía un sollozo, y Thrain tiró de él, le llevó a un lugar aparte y le zarandeó de los hombros. — Mírame bien, Marcus O'Donnell, porque esto que voy a decirte es muy serio. — Marcus aguantó las ganas de llorar y le miró. — El miedo asesina la mente. Tienes que controlarla, o el miedo y la oscuridad podrán contigo. Has empezado un camino del que ya no te puedes volver, solo continuar, tienes a Phádin a tus espaldas. Si estás aquí es porque los dioses te han elegido, y a los dioses no les gusta sentir que se han equivocado en sus designios. Así que tienes que avanzar, ¿me oyes? — ¿Por qué me siento así? — Gimió, seguía sintiendo que le faltaba el aire. — ¿Por qué siento que estoy a punto de morirme o de volverme loco? Ellas no están así. — A ellas no las están poniendo a prueba como a ti. Y si tienes tantas dudas, quizás no seas digno. Tendrías que haberlo pensado antes de empezar. — Creo que esto no está pasando. — Dio un paso atrás para que Thrain lo soltara. — Quiero que me digas esto con ellas delante. Quiero comprobar que no me lo estoy imaginando. — El hombre le miró muy serio, y finalmente, dijo. — Eres un humano listo. Demasiado para tu propio bien. —

— ¿Hola? — Dio un sobresalto y miró a los lados. Estaba en el suelo, y tenía tres cabezas mirándole: la del gobernador, la de una de sus hijas y la de uno de los enanos que iban y venían con ellos. Estaba absolutamente desconcertado. — Quinta, trae el vial verde. — Ordenó Thrain, y la mujer salió corriendo. — De pie, chico. — Dijo tendiéndole la mano, y tirando de él para que se levantara. — Parece que la presión del subsuelo te está sentando fatal. — ¿Me he desmayado? — Thrain hizo un gesto con la mano. — Te has desfallecido, pero no has llegado a quedarte inconsciente, solo un poco ido. — ¿Cuánto he tardado en contestar? — Mmm un par de segundos, no ha sido grave. Pero, desde luego, necesitas reponerte. — Quinta apareció con el vial. Era un líquido verde brillante. — Toma. Puedes usar tu varita para hacer el hechizo ese que mi hijo Durik me ha dicho que la sanadora le ha hecho a la manzana, por si quieres comprobar que en la casa de Taranis no estamos para matar a nadie. — Soltó una profunda carcajada, divertido con su propio chiste. — Venga, bebe. Te ayudará con el mareo. — Estaba tan angustiado que se lo bebió, y efectivamente parecía simplemente una poción para el mareo. — Con suerte saca a ese maldito druida de tu cabeza. Como me entere de que me está usando para sus fechorías... — Masculló Thrain mientras avanzaba y le instaba a seguirle, tanto a él como al otro enano, que recogió su vial vacío. Pues sí, tenía pinta de que alguien estaba jugando con su mente... y empezaba a enfadarse con el asunto. Ya iba a pasar de estar asustado a enfadado. Y eso iba a ser muy mala noticia para el tal Phádin.

Habían conseguido ponerse con las labores de decoración, el vial le había ayudado a perder las náuseas y la conmoción, si bien no la desazón... pero ahora estaba enfadado, y el enfado sacaba su vena más Slytherin a flote. Los enanos y el gobernador eran muy amables y trabajaban incansablemente codo con codo, así que Marcus decidió que se iba a poner una máscara de sonrisa y de carisma (total, la labia la tenía bien trabajada, no iba a resultarle difícil fingir) mientras por dentro estaba con la guardia alerta por si su cabeza le jugaba otra mala pasada, porque ya se iba a encargar él de impedirlo. Cuando volvieron donde estaban las chicas, la mesa estaba llena de manjares, y no pudo evitar abrir mucho los ojos y acercarse a ambas. — ¿Habéis hecho todo esto en este rato? — Nancy suspiró, y al mirarle dio un sobresalto. — Marcus, estás muy ojeroso. — He tenido un pequeño mareo por la presión del subsuelo, pero me han dado una poción y estoy mejor. — Le quitó importancia, pero Nancy siguió escudriñándole un poco, y Alice también le miraba mucho. Igualmente, continuaron como si nada. — Es... — La chica miró de reojo y se acercó para bajar la voz. — Es el caldero de Taranis. Multiplica la comida. Las cantidades no se agotan, salen más y más, hasta que se completan las raciones para todos los que hay e incluso sobrantes. Mira todo esto. — Señaló las mesas repletas. — Aquí hay como cien veces las comidas de Navidad, y esas tardamos tres días en hacerlas. Hubiera sido imposible sacarlo sin ese caldero. — ¡MI QUERIDO PUEBLO DE MURIAS! — Vociferó el gobernador, llamando la atención de todos. — ¡Nuestro padre Taranis y nuestra madre Banba han querido que estos hechiceros se crucen en nuestro camino, que traigan nuevas del exterior, viandas y curación! ¡Hoy nos han mandado otra señal de su presencia, y eso hace que sintamos que están un poco con nosotros aquí! ¡Celebremos con una gran fiesta en su honor! — Y todos los enanos corearon con una especie de grito de júbilo en un idioma desconocido para ellos, sentándose todos a la mesa e invitándoles a hacer lo mismo.

Alice se sentó a su lado, con la expresión demandante de quien se había quedado con la duda de lo que tenía que decirle. Pero el ambiente era distendido, había demasiada gente a su alrededor, jolgorio y comida yendo y viniendo. No le parecía el mejor momento. — Estoy un poco mareado. Era lo que quería decirte. — Soltó aire por la boca. — No puedo lidiar con esta tristeza, pero creo que viene de las reliquias. Así que supongo que se me pasará cuando salgamos de aquí. — Se frotó la cara y se sirvió comida en el plato, tratando de sonreír y participar de las conversaciones con los demás. Solo de llevarse el primer bocado a la boca se quedó impactado. — Esto está delicioso. — Nancy y Alice parecían igual de sorprendidas. Su prima, de hecho, miró a su novia. — En mi vida había probado algo así. — Vio como tragaba con dificultad y decía. — Por Taranis... estamos literalmente comiendo comida de los dioses. — Marcus sentía que también se iba a atragantar. Ahora la tristeza le atacaba a partes iguales, en primer lugar, por no estar disfrutando de esa comida como merecía, algo insólito que probablemente nunca volviera a probar, y en segundo, precisamente por este hecho, por el de saber que jamás nada que probara llegaría a la altura de aquello.

Junto con la comida empezó a correr el vino, y pronto los enanos empezaron a tocar instrumentos, cantar y bailar, aplaudir y celebrar con gran jolgorio todo. Nancy y Alice reían, animadas, y él lo intentaba, pero sentía una placa en el pecho que le oprimía, y como si su visión estuviera enturbiada por un velo oscuro. — ¡Traigan más vino! — ¡¡MÁS VINO!! — Corearon varios las palabras del gobernante, riendo sin parar. — ¡¡Y AHORA, LA DANZA DE LAS DOCE JARRAS!! — Y un grupo de enanos se subió a las mesas y empezó una especie de baile mezclado con malabares, que hizo que todos rieran a carcajadas. Al cabo de un rato, empezaron a incorporarse los que claramente habían sido los enfermos, y cruzaron las puertas del enorme comedor señalando a Alice con el dedo. — ¡La sanadora nos ha salvado! — ¡¡LA SANADORA!! ¡¡LA SANADORA!! — El corazón empezó a desbocársele en el pecho, mientras varios enanos subieron a Alice en volandas y empezaron a pasearla por allí, mientras todos aplaudían y se divertían. Marcus miraba y no era capaz de seguir el hilo de la celebración: él, que hubiera proclamado a Alice orgulloso en cualquier otra circunstancia, ahora estaba aturdido y con la visión nublada, y cada vez que la enfocaba en ella, las imágenes en su cabeza se le distorsionaban. — ¡Que suene la música de la madre Banba! — Gritó Thrain, extasiado, y entonces Marcus sintió como si todo el aire a su alrededor pesara, como si cayeran como una losa a plomo sobre su cabeza, y su mirada se dirigió por instinto a un lugar concreto.

El corazón se le desbocó, porque ahora sí, de verdad, estaba viviendo algo que ya había visto: la visión que tuvo el día anterior en el templo de Taranis, literal, estaba sucediendo ahora ante sus ojos. Dos enanos portaban con sumo cuidado la lira de Banba y, felices y entre vítores y jaleos, se acercaban donde estaban todos los demás para depositarla sobre una de las mesas, a relativa poca distancia de donde ellos se encontraban. Marcus percibió la reliquia emanando una luz cual si fuera el mismo sol, una luz casi cegadora, y sintió un abismo en el pecho y una necesidad de lanzarse hacia ella, como si llevara tres días vagando por el desierto y acabara de ver un estanque de agua cristalina. — “Ahí tienes la llave de tu felicidad. ¿A qué esperas para cogerla?” — Dijo la voz en su cabeza, al tiempo que sentía cómo su cuerpo se inclinaba hacia ella... y automáticamente se aferró a la silla en la que estaba, apretando los dedos a la madera con tanta fuerza que los tenía blancos. Apretó también los dientes y tomó aire lentamente, y no respondió a la voz. Era la voz que le perseguía desde el día anterior, la voz con la que había oído hablarle a Thrain en el momento en que perdió la noción de sí mismo, y la voz que le estaba tendiendo una trampa. Soltó poco a poco por la nariz el aire y sonrió levemente, y con lentitud, aflojó los dedos y se reclinó hacia atrás en su asiento. Colocó ambas manos sobre los reposabrazos y se quedó, erguido y tranquilo, mirando la lira de soslayo. Ahora ya sabía de dónde venía su desazón, y sabía cuál era el arma para quitársela. — ¿Querrías tocarla, Marcus? — Le sugirió el gobernador, alegre, desde su sitio. Él simplemente, con un leve gesto de la cabeza, dijo. — Los hijos de Banba son más dignos de tocarla en su honor, y estoy disfrutando enormemente de esta fiesta. No tengo ninguna prisa. —

 

ALICE

La preocupación que sentía por su novio ocupaba gran parte de su cabeza, pero no podía despistarse, porque cada vez que rozaba siquiera el caldero, se mareaba y sentía que no era dueña de sus movimientos. A cada ingrediente que echaban, aquello olía mejor, y parecía multiplicarse. Las primeras veces que pasó, simplemente creían que era un efecto óptico, pero llegados a un punto, Nancy y ella se pusieron muy conscientemente a contar las patatas que echaban y confirmaron que se multiplicaban en un número ciertamente incontable. Claro que, para un buen Ravenclaw, no hay tal cosa como algo incontable, y la chica se entretuvo en echar cálculos a toda velocidad, basados en su buen ojo para los calderos, mientras Alice se intentaba dedicar a terminar el pan para todos, tirando de círculos de fermentación alquímicos, lo cual le ganó todavía más ojos curiosos y todo eso empezaba a acabar con su frágil estabilidad emocional, entre sentirse perseguida, poco ayudada y preocupada por Marcus.

Finalmente, fueron sacando las cosas al comedor, y nadie parecía especialmente sorprendido de que hubieran conseguido todo aquello en apenas media hora. Nadie menos Marcus, claro, que fue lo primero que preguntó cuando llegó. Estaba tan liada colocando cosas que no se había dado la vuelta siquiera, pero cuando Nancy comentó su mal estado, lo hizo con ese brío de las madres cuando están a punto de decir “¿VES? LO SABÍA YO”. — ¿Cómo que te han dado una poción? ¿Qué ha pas…? — Pero se quedó mirando sus ojos. En principio, más allá de que tenía mala cara, estaban normales, pero algo tenían que… A ver, conozco esos ojos mejor que los míos. ¿Qué hay ahí que me está inquietando? Se preguntó, ya hasta preocupada. Nancy estaba contándole lo de la reliquia, pero la preocupación de Alice no paraba de crecer. ¿Será posible que sean… de otro verde? Se preguntó, después de estrujarse los sesos por encima de sus posibilidades. Eso no tenían ningún sentido… Se estaba dejando llevar un poco por toda la situación. Atendió al discurso de Thrain, pero estaba deseando que terminara para sentarse con Marcus y preguntarle.

Pero, por supuesto, su novio tomó la tangente. — Es normal, son muchas cosas, y no estamos acostumbrados al aire tan viciado. — Le acarició la nuca. — Pero antes parecía que estabas… agobiado por algo. Sea lo que sea, me lo puedes contar, mi amor, no han sido los días más fáciles y… — Pero entonces, Marcus empezó a comer, y Alice ni había probado bocado, pero algo en su tono le decía que no era la clásica alabanza de Marcus a la comida. Cogió una cucharada del guiso y parpadeó. Era una sensación parecida a cuando probó el ponche ese que sabía a lo que más te gusta en el mundo… pero más refinado, de alguna manera. Y efectivamente. Era la comida de los dioses. Y ella la estaba comiendo. Le costaba tanto asimilarlo que no sabía si podía seguir comiéndola, porque no sabía si es que debería comer como siempre.

Desde luego, los enanos sabían disfrutar de la vida, y aquella comida absolutamente deliciosa les parecía lo normal en una fiesta, y la regaban con abundante vino y fiesta, así que se limitó a tratar de seguir el humor de la habitación, a pesar de las mil preguntas que se le pasaban por la cabeza. De hecho, tan absorta estaba, que se dio un gran susto cuando de repente sintió cómo la levantaban en volandas. Pegó un grito, porque no entendía qué estaba ocurriendo y trató de agarrarse a alguien, pero nada. Afortunadamente, los enanos no eran muy altos y sí muy fuertes, así que simplemente saludó y sonrió, un poco tensa, pero intentando cumplir con su nuevo papel. — ¡ERES NUESTRA SANADORA! ¡TARANIS TE ENVIÓ! ¡TÚ ERES SU MANO! — Alice tragaba saliva y sonreía. No le dejaban explicar que solo era medicina, ciencia, y se sentía un poco impostora, pero es que ni siquiera le preguntaban, solo hablaban.

Finalmente, la depositaron en el mismo sitio que antes, y Segunda se acercó y le tomó de la mano y le susurró, inclinándose al oído. — Relájate, sanadora. Esta gente solo quiere celebrar, y ya has demostrado ser más que válida ante los dioses. Celébrate y celebra al hijo de Ogmios. — ¿El hijo de Ogmios? — Él. Tu compañero. Como Taranis y Banba. — Y señaló a Marcus. Y entonces le enfocó de nuevo y frunció el ceño. Tenía una cara muy rara, o sea, rara no, a ella le encantaba cuando se ponía en modo Slytherin, pero estaba con los brazos en los reposabrazos así… muy poco natural, si parecía una estatua… Y entonces se dio cuenta de que le estaban ofreciendo la lira. La maldita lira, tenía que ser esa. Y había rechazado tocarla. ¿Qué estás haciendo? — ¿Sanadora? — Preguntó Thrain, señalando la lira. — Oh, no, no, por favor. No soy digna, yo no soy irlandesa, y la música dista de ser mi mayor virtud. — Thrain rio profundamente. — ¡Mejor! Todo el mundo prefiere que cuando está enfermo le trate una sanadora hábil con la curación que una hábil con la lira. — Alice rio también, pero fue por cortesía, porque lo que le preocupaba era cómo se conseguía esa lira. — ¡Padre! Me haría tanta ilusión que alguien tocara la Noble y Preciosa Doncella. A ver si encuentro alguna por esta fiesta. — Dijo Durik, animado. — Hmmm una bella canción irlandesa, atribuida a nuestra madre Banba, y que tiene partes en gaélico, excelente elección, hijo. — Se hizo un silencio incómodo, porque parecía bastante evidente que nadie iba a tocarla, pero Nancy carraspeó. — Yo… me ofrezco a cantarla. No soy digna de tocar la lira de nuestra señora Banba… pero seguro que alguno de sus hijos enanos podrá acompañarme… — Hizo un gesto hacia el enano. — ¿Gobernador Thrain? — Sería un honor para mí, señorita Mulligan. — Pues parecía que eso era exactamente lo que había que hacer.

Lo que Alice sintió a continuación, en cuanto las primeras notas sonaron, era algo inusitado. En su vida había sentido algo tan reconfortante y brillante, tan invasor de todo su cuerpo. Qué felicidad tan plena. Nancy se puso a cantar, y la letra trajo lágrimas a sus ojos.

Mi pequeña, oye mi voz

A tu lado, oh mi bella doncella

Joven dama, crece y mira

Tu tierra, tu verdadera tierra ante ti

Sol y luna, guiadnos

Al momento de la gloria y el honor

Mi pequeña, mi joven dama

Nuestra noble y bella doncella.

Estaba segura de que era un efecto de la lira, un truco de su cerebro, pero Alice oyó todo aquello cantado por la voz de su madre, y las lágrimas de felicidad rebosaron sus ojos, arrasando su cara mientras se tapaba la boca para intentar contener la emoción.

 

MARCUS

Ahora sabía dónde estaba la fuente de la felicidad, y solo tenía que encapsular esa tristeza desesperada y artificial que trataba de devorarle desde el día anterior, contenerla como una fiera enjaulada y ser paciente. Estaban tocando las reliquias con la punta de los dedos y ahora no convenía dar un paso en falso, o se irían de vuelta de esas minas de manos vacías. Se mantuvo en su posición, erguido y sereno, con la sonrisa ladina y segura plantada en su rostro y una lucha interna que nadie podría adivinar desde fuera, y los enanos intentaron hacer entonces sus ofrecimientos a Alice y a Nancy.

Pero ambas la rechazaron con mucha cortesía, asegurando no ser dignas, y eso parecía ser justo lo que había que hacer, pero sin paralizar la fiesta. En el momento en que Nancy se ofreció a cantar, pero no a tocar, haciéndose el propio gobernador con la lira, supo que acababan de ganar la partida. Su sonrisa se pronunció ligeramente con la expresión de triunfo... y entonces empezó a sonar la canción, y la tristeza agarrada a su pecho empezó a derretirse como un terrón de azúcar en un vaso de agua. Soltó poco a poco aire por la nariz y cerró los ojos... y la visión ahora era nítida, serena, no perturbadora como hasta el momento. Estaban en un inmenso prado de un verde brillante, de fondo sonaban las olas chocando contra los acantilados, y la visión que antes se había confundido con la imagen de Alice era bastante más nítida ahora: era ella, con un vaporoso vestido con reflejos blancos y verdes, flores en el pelo y enredadas en sus brazos, y manos de la que emanaba un poder que podría sanar todos los males del mundo. Ella era la que cantaba la canción, con la lira a sus pies reproduciendo sola las notas. Y él estaba en ese trono en el que se había visto varias veces, en la misma posición que ahora adoptaba. Y sabía que tenían todas las reliquias. Y la tranquilidad de poseer un poder mágico que les hacía... imparables.

Abrió los ojos al sonar la última nota de la canción, lentamente. Y de su boca, en mitad del silencio que se había generado, brotaron solas las palabras. — Danos la felicidad, danos la luz. — Musitó en el silencio, notando cómo las miradas se dirigían hacia él. El gobernador tomó aire y, solemne, le dijo. — No hay luz sin oscuridad. — Marcus, en idéntico tono, respondió. — En ese caso, que los dioses padres me impidan ser consumido por ella. — Thrain sonrió levemente y añadió. — Que así sea. — Se puso de pie, con la lira en la mano, y la extendió hacia Nancy, que estaba junto a él. — La lira de la madre Banba es vuestra. Cuidadla, y procurad que vuelva a su casa sana y salva. La necesitaremos para hacer una fiesta en su honor el día que decida volver. — Nancy estaba sin palabras, con los ojos llenos de lágrimas, y tomó la lira con manos temblorosas y sumo cuidado, mientras se inclinaba reverencialmente para dar las gracias. Al mismo tiempo, varios enanos tiraban del caldero y lo arrastraban hacia ellos. — Taranis solo quería un pueblo sano al que nunca le faltara el cuidado y el alimento. Lo quería para todos por igual, fueran cuales fueran sus intenciones. — Continuó Thrain, una vez los enanos hubieran colocado el caldero a los pies de Marcus y Alice. — Sanar y cuidar de unos desconocidos como si fueran tus propios hijos es algo que nuestro padre habría hecho. — Le dijo a Alice, y luego le miró a él para añadir. — Pero tampoco dejaría morirse de hambre a sus enemigos. — Ladeó una sonrisa. — No tardarás en vértelas cara a cara con Phádin, Marcus O'Donnell. Demuestra por qué el padre Taranis te ha elegido a ti y no a él. Demuestra por qué te llaman el hijo de Ogmios. — Inclinó respetuosamente la cabeza, con una sonrisa ladina. Así lo haría, indudablemente. La tristeza que le embargaba había desaparecido. Ahora, en su lugar, sentía una satisfactoria sensación de poder.

 

ALICE

— La señorita hechicera parece cansada. — Alice suspiró, mientras jugueteaba con ramitas. — Más que en toda mi vida, Albus. — Se había manchado de barro por sentarse ahí, pero no aguantaba ni un segundo más de pie. Podía vigilar sentada. Y, además, Albus sí tenía energía, y su ambiente natural era el barro del bosque, así que no paraba de rondar a su alrededor y de levantar el pescuezo todo fuera que apareciera alguien. Alice lo dudaba, estaba anocheciendo y hacía un frío húmedo de mil demonios, pero tampoco tenía fuerzas para meterse en la cueva con Marcus, así que dejó a Nancy que lo hiciera.

Técnicamente, el caldero lo había llevado ella, pero, la verdad, también estaba deseando perderlo de vista. No por la reliquia en sí, sino por el tremendo agobio que había sido cargar con él. Cuando Thrain y los enanos celebraron todo lo que quisieron que habían ganado las reliquias, habían tenido una breve reunión de emergencia los tres. ¿Cómo iban a llevar todo aquello y cómo iban a pasarlo por la aduana? La respuesta venía a ser obvia: no podían pasarlo por aduanas. Ya habían tenido un encontronazo muy reciente. — ¿Y cómo vamos a pasar la frontera? ¿Andando? — No, volando. — Había contestado Nancy, con una sonrisa victoriosa y fulgurante. — Vaya pedazo de hueco en la ley mágica. — Comentó Alice. — Pues sí, pero vamos a usarlo en nuestro favor. A veces hay patrullas voladoras, eso sí. — ¿Y si nos las encontramos? — Pues les decimos que el caldero es muy delicado y no podemos aparecerlo, que se lo llevamos a mi abuela, que le hacía mucha ilusión. No saben cuáles son las reliquias, no dirán nada. — Alice no lo veía tan claro pero, afortunadamente, no se habían encontrado con nadie.

Una vez resuelto el asunto de la aduana, surgía la pregunta de cómo llevarlo. Como era ella la que lo había tocado y manipulado todo el rato, decidieron que era mejor que lo llevara también, pero pesaba una barbaridad, no iba a poder sola. Obviamente, necesitó ayudarse de un hechizo burbuja que la siguiera, pero Alice no tenía tanto poder mágico como para aguantarlo hasta la superficie del tirón, así que tuvieron que ir parando en plena subida, lo cual había sido extenuante, y hacía que le invadieran pensamientos tremendamente oscuros tales como que, por haberle echado un hechizo, ya no iban a poder sacarlo de la mina. Cuando aquello estuvo más que superado, quedó la cuestión de volar y mantener el hechizo a la vez, y el nuevo pánico de que se le cayera e hiciera trizas una reliquia de inusitado poder milenario. Pero finalmente, pasaron la frontera, y cuando Nancy les apareció en el bosque, solo pudo decir “yo vigilo”.

Ahora tenía que aprender a vivir con el nuevo pensamiento de que tenían ni más ni menos que cuatro de siete reliquias, más de la mitad, vasijas de magia ancestral, cuidadas por sus hechizos y, por supuesto, Albus. Pero había algo más que la preocupaba, y ese era Marcus. Le había visto pasar por todo el espectro de su personalidad en aquellas escasas cuarenta y ocho horas. Ahora estaba en el lado bueno: feliz, eufórico… pero le había visto realmente mal. Y Alice conocía a Marcus: le estaba ocultando algo. El qué y por qué no lo sabía, pero algo atribulaba la cabeza de su novio, y no tenía ninguna duda de ello. Pero si se lo estaba ocultando… bueno no podía ser. — ¡LISTOS! — Gritó Nancy a sus espaldas. Otra que estaba muy feliz. — Ay, me ha costado soltar la lira, eh. Es como un gatito o un bebé, parece que se te acurruca y no quieres dejarla. Pero ya está todo en orden. — Ella trató de sonreír. — Estoy extenuada. Vámonos a casa, por favor. — Nancy dio más saltitos y les abrazó. — Esto ha sido gigante, chicos. No me puedo creer que esté saliendo. Voy a dar tantas conferencias que podré hasta regalarle a Andrew el dichoso faro. Gracias, gracias, gracias. Vamos a hacer historia. — Y volvió a abrazarles.

De camino, Alice no quería ser aguafiestas, pero antes de entrar en la casa, justo frente a la valla, dijo. — Propongo que dejemos estar la búsqueda otro poco. No tanto como la otra vez, pero… necesitamos estudiar, y esto es tan cansado… Necesitamos un poco de tiempo. — Tomó la mano de Marcus y le miró, estaba hablando por los dos, pero esperaba que, con su mirada, su novio entendiera LO NECESITAMOS. MUCHO. — Claro, claro… Tenéis razón, vosotros ahora os tenéis que centrar en ser alquimistas, no faltaba más… — Nancy inspiró y sonrió, ausente. — Voy a aprovechar para hacer una búsqueda mucho más exhaustiva de las reliquias de Lugh y Folda… Esta vez no nos van a pillar desprevenidos. — Alice sonrió de vuelta y tiró de Marcus hacia la casa. Necesitaba dormir tres días seguidos, pero sabía que no iba a ser así.

— ¡Hijos! Recibimos la palomita. Qué ingeniosa, hija. — Gracias, abuela. — Molly, por supuesto, se había materializado junto a la puerta en cuanto habían entrado. — ¿Os lo habéis pasado bien? — Alice sonrió. — El trabajo de campo es duro… Pero, oye, hemos conocido enanos. — ¡NO ME DIGAS! Yo una vez conocí a una familia, los llamaron para hacer las escaleras esas que bajan a la playa donde… — Pero Alice ya no escuchaba. Había comido comida de dioses. Había sanado enfermos. Había escuchado el canto de su madre. Y había visto a su novio convertido en un dios por un momento, con los ojos verdes brillantes y en un trono. Y ahora tenía que discernir qué era real y cómo afrontarlo. Danos felicidad. Danos luz. Es como si solo pudiera oír eso en su cabeza.

Notes:

Cuánta magia en un solo capítulo ¿no? ¡Y qué intensidad! ¿Qué es lo que más os ha llamado la atención de esta aventura? ¿Las pruebas? ¿La actuación de la sanadora? ¿O las turbulentas visiones de Marcus y ese tal Phádin? Contadnos, porque las reliquias no han dicho su última palabra, y estamos deseando seguir con esta aventura tan irlandesa.

Chapter Text

GEMINI

(24 de enero de 2003)

 

MARCUS

— Tío esto es una mierda ¿eh? Lo veo totalmente innecesario. — ¡Venga ya, Sean! Deja de quejarte. — Respondía a su amigo, muerto de risa por los pasillos de Hogwarts. El otro resopló. — Estoy muerto de los nervios. — Pero que solo es un trámite, Sean. — ¿¿Y por qué hay que hacerlo?? ¿¿No aprobamos los EXTASIS ya?? — Que no te van a quitar la licencia mágica. — Se moría de risa con los agobios de Sean, negando con la cabeza, de camino al aula de Defensa Contra las Artes Oscuras. Todos los años, los magos que ya habían salido del castillo tenían que volver a pasar por un examen de refresco de las asignaturas, para comprobar que no se les habían olvidado los conocimientos, los primeros cinco años. A partir de entonces, era cada cinco años, y a partir de los cuarenta, cada diez. Sean estaba como si se estuviera examinando en pleno curso, pero Marcus lo vivía como lo que era: un mero trámite, unas preguntas fáciles y genéricas sobre sus años en Hogwarts, a las que un mago experimentado y ya con su profesión encaminada no tenían nada que temer.

Suspiró. — Mira, me fastidia más estar aquí por estar perdiendo el tiempo de hacer cosas más importantes. — Miró a los lados. — ¿Y dónde está Alice, por cierto? No la veo. — Ella no se presenta. — Marcus miró atónito a Sean. — ¿Cómo que no se presenta? — Dice que no tiene ganas de pasar por esta prueba. — ¡Ah, que es optativo! — Dijo alzando los brazos, entre la risa y la indignación. — ¿Y qué hago yo aquí entonces? — Entonces, alguien pasó por su lado dándole un deliberado empujoncito en el hombro. — Venga ya, Géminis, deja de quejarte. — Hillary le pasó de largo, riendo como una diablilla, y caminando hacia atrás. Marcus la señaló con el dedo, divertido. — Te estoy vigilando, Vaughan. — No me cabe duda, Géminis. — Y rio otra vez. — ¿Por qué no ha venido Alice? — No quiere pasar esta prueba. — ¿Pero por qué? — Las sanadoras pueden elegir no hacerla. — Frunció el ceño. Eso no tenía mucho sentido, por ningún lado que lo mirara... Pero se sentía confiado y contento, así que no le dio más vueltas. Hillary siguió caminando ante ellos, riéndose y azuzándoles. — ¡Venga, Hastings! ¡Venga, Géminis! — Y él la seguía, riendo despreocupado, hasta que Sean dijo. — Oye, ¿por qué le llamas Géminis? — Eso, Vaughan, qué mote menos currado. — Se burló él. Sean añadió. — ¿Por su horóscopo? — Marcus rio. — Pues claro que es por eso, ¿por qué va a ser? — Pero Hillary, que ya había llegado a la puerta del aula, se giró con una sonrisa y negó con la cabeza. — No es por eso. Es porque tienes dos caras. —

Inmediatamente después estaba con la varita en la mano, en el aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, y era su turno. A cada uno le había tocado salir a exponer una parte del temario, y cuando él fue a salir, el profesor... Un momento, ¿un hombre? No le había visto la cara, simplemente sabía que el docente era un hombre, ¿acaso se había ido la profesora Antares del colegio? Se recentró, que tenía que examinarse, y el profesor le había dicho que ese examen lo haría junto con otro compañero, así que le había dejado pasar a un aula contigua para prepararse con él. Cuando llegó, su compañero ya estaba dentro, de espaldas a él. — ¿Qué tema nos toca? — Preguntó nada más entrar, desenfadado. El otro, sin girarse, contestó. — Géminis. — Y Marcus rio ante la ocurrencia. — Ese soy yo. — El compañero se giró entonces, y al verle, Marcus se puso en guardia, apuntándole con la varita, con el corazón en la garganta. Tenía frente a sí mismo a... él. A otro Marcus, con los ojos de un verde brillante y una sonrisa malévola en la cara. — Eres un boggart. — No. Solo soy tu otra cara. — El otro Marcus se encogió de hombros. — Deberías ir empezando a acostumbrarte a trabajar conmigo. En equipo. Yo soy tú, y tú eres... — No. — Zanjó. No le iba a convencer con el discurso. Dio pasos para atrás hasta dar con la espalda en la puerta, tanteando el pomo con la mano. Pero estaba cerrada. — ¿Huyes? — Preguntó el otro, lacónico. — ¿Y a dónde piensas ir? ¿Dónde se supone que va quien huye de sí mismo? — Tú no eres yo. — ¿Entonces quién soy? — El Marcus frente a él se cruzó de brazos. — Pareces bastante convencido de que soy un boggart y has intentado huir. ¿De qué tienes miedo? ¿De mí? — Había agudizado hasta lo ridículo la última frase, y con una sonrisa malvada, añadió. — ¿De ti? — Hizo un gesto hacia la puerta. — Venías riéndote mucho por el pasillo. ¿Ya no te parece tan divertido? — Alzó la barbilla. — Si crees que soy un boggart, lánzame un Riddikulus, a ver qué ocurre. — Marcus apretó los dientes y la varita, tomó aire y la alzó con decisión... pero no dijo nada. El otro torció la sonrisa y, con una muda carcajada maliciosa, dijo. — Así me gusta. Hijo de Ogmios. —

***

Cuando despertó se notaba todos los músculos tensos, y demasiada claridad entrando por la ventana, tanta que los ojos le escocían. Frotó la cara contra la almohada y, a duras penas, despegó los párpados y tanteó el reloj de su mesilla con la mano. Las diez de la mañana. Alzó el cuello, aún con los ojos entrecerrados, y miró a su lado. Alice no estaba. Sentía que había caído en un sueño tan pesado que más bien parecía haberse quedado inconsciente, y quizás por eso Alice habría preferido no despertarle, o no había podido. Soltó aire por la boca, intentó ubicarse (estaba un poco trastornado), se vistió y bajó a desayunar.

Cuando lo hizo, fue a saltitos por las escaleras, como si fuera un hombre nuevo, como si el sueño tan vívido que acababa de tener se le hubiera olvidado por completo o no le hubiera dado la menor importancia. Al bajar ya estaban todos a la mesa. — Perdón, se me han pegado las sábanas. ¡Buenos días! — Hola, mi cielito. — Respondió su abuela, cariñosa, así que el primer besito en la mejilla se lo llevó ella. Luego dejó un piquito en los labios de su novia y, por último, otro cariñoso beso en la mejilla de su abuelo, a quien aprovechó para darle un pequeño achuchón en los hombros. El hombre le miró de reojo. — Qué contento vienes. — Es la felicidad de un hombre que cumple su palabra. — Dijo pomposo, sentándose a la mesa y colocándose la servilleta en el regazo como quien está en una ceremonia oficial. Se sirvió café mientras decía. — Dos días para las reliquias. Diviso en el horizonte los próximos veinte dedicados en exclusiva a la alquimia. — Espero que eso sea verdad. — Dejó la cafetera en la mesa y se puso una mano en el pecho. — De corazón lo digo. — Miró a Alice, divertido, y le guiñó un ojo, comenzando a servirse en su plato lo que iba a desayunar.

 

ALICE

El despertador sonó, pero Marcus estaba totalmente fuera de combate. Normal. El día anterior le había costado lo indecible despertarle, y justo cuando había intentado que se volviera a dormir, había aparecido Nancy como una tromba. Lo mejor era dejarle dormir. Acarició su frente, apartándole los rizos y dejando un beso en ella, antes de levantarse y dejarle ahí.

— ¡Oy, pero que malita cara tiene mi niña! — La sinceridad siempre era apreciada. — Estoy aún molida, ha sido un viaje agotador. — La abuela Molly te va a hacer unas tostaditas de queso cottage con miel, ¿cómo ves eso? Y un buen café, sí señora, uno que te dé un chutazo de energía… — Iba a objetar, pero no tenía mucho sentido, así que simplemente se sentó, hundida en sus pensamientos. Estaba muy preocupada por Marcus. Una vez con las reliquias en sus manos, necesitaba saber qué se le estaba pasando a su novio por la cabeza, a qué venía ese extraño rango de comportamientos que parecían acosarle cada vez que emprendían ese viaje. Le afectaba mucho más que a Nancy y ella, y eso de hijo de Ogmios que le dijo la hija de Thrain… No, simplemente no le cuadraba, y sabía que había algo que… El sonido del periódico sacudiéndose la devolvió a la realidad. — No sabía que la disciplina antropológica era tan física. Yo más bien les hubiera llamado ratas de fuera de la biblioteca, pero ratillas al fin y al cabo, no jamelgos. — El abuelo, por supuesto, compartía un porcentaje de su inquietud. Ella se encogió de hombros. — Es todo lo física que tú quieras que sea. Nancy es joven y nosotros también, si hay que tirarse al suelo, arrastrarse por una cueva o volar para no tener problemas en la frontera, pues lo hacemos. Merece la pena, estamos aprendiendo un montón. — ¿De qué exactamente? — El café llegó ante ella y lo agradeció, porque pudo dar un sorbo (abrasándose la boca, pero eso no lo iba a admitir) teniendo unos segundos para pensar. — De Irlanda. Y de la magia ancestral. Hay tantas comunidades aquí de criaturas mágicas con las que nadie nos pone en contacto… Tienen tanta sabiduría. — Iletrados en su mayoría. — Atacó de vuelta el abuelo. Alice carraspeó. — Bueno, nadie ha dicho que escriban novelas, pero los enanos saben muchísimo de metales. Todo es potencialmente aplicable a la alquimia. — Primero trabaja en esos vidrios inteligentes, señorita, y ya hablaremos de metales… — Alice asintió y mordió la tostada. Estaba ocupada comiendo y ya había contestado, esperaba que con eso fuera suficiente.

Afortunadamente, al abuelo se le podía distraer relativamente dándole la vuelta número ochocientos a los dichosos vidrios, y de eso estaban hablando, con Alice tomando notas, cuando Marcus bajó. Lo agradecía, no solo por ver a su novio, sino para que el abuelo dejara de levantar la cabeza cada cinco minutos, mirando a las escaleras, diciendo “esto normal no es”. Devolvió el piquito a su novio, pero seguía pensativa de cómo abordar el tema. Y más ese día, con el abuelo escamado y Marcus en ese humor tan… raro. Y entonces sonó la puerta. — ¿Y quién es ahora? — Profirió el abuelo. — Alguien de la familia no. No llaman nunca. — Le salió a Alice del corazón. Molly corrió con sus pasitos cortos y abrió. — ¡Anda, Lance! ¿Qué haces aquí, hijo? — Tengo que ver al señor O’Donnell. — Pasa, pasa. — ¿Quién es Lance? — Preguntó Alice en bajito. El abuelo resopló. — Mi representante. Y el vuestro, ya que sois mis alumnos. — Pues primera noticia. Entonces apreció un joven, con su gabardina y varios maletines siguiéndole. Si le hacen jurarlo, hubiera dicho que era hermano de Rylance por la pinta. — Señor O’Donnell, buenos días, que aproveche. — Hola. — Dijo Alice un poco confusa. — Dime, muchacho, ¿qué es tan urgente que te trae a Irlanda? — El hombre dejó caer los hombros. — Es que se lo he dicho por carta varias veces, pero no me contesta. — El abuelo alzó las manos. — Estoy liado, muchacho. Tú que representas alquimistas debes saber lo duro que es tener dos aprendices de Piedra. — Alice se miró con Marcus con los ojos muy abiertos. — Pero es que esto es del alto consejo. Ya sabe que tiene la obligación de comparecer. — ¡Estoy harto de evaluaciones anuales! Tanta evaluación anual y nunca me llaman para los exámenes. — Pero es que está implícito en su licencia. A no ser que ya no quiera ejercer más. — El abuelo se levantó gruñendo. — ¿Tengo que ir a Londres? — Sería lo más conveniente. Pero he localizado oficina de alquimistas en Dublín. — ¡Uh! ¡Dublín! Pues yo no voy. — Comentó la abuela poniéndose detrás de la lumbre y poniendo un gran perolo al fuego, como señal inequívoca de que no iba a ningún lado. Larry suspiró. — ¿Y las enseñanzas de hoy de estos chicos? — Yo creo que nos va a venir hasta bien. — Repuso Alice. — Así trabajamos todo el día sin distracciones, y cuando llegues te actualizamos progresos. — Larry suspiró. — No me queda otra, supongo. Vaya panorama… —

Tuvo que contenerse mucho para no meter prisa a Marcus con el desayuno, y hacer como que se vestían y se iban al taller como si nada, aunque sí insistió a la abuela, estando a solas, que no les interrumpiera ni para comer, que dejara algo preparado y ya saldrían ellos a cogerlo. Molly, como siempre, se lo tomó como una misión de estado, y, cuando finalmente cerró la puerta del taller, sintió que por fin estaban realmente solos. En voz bajita, echó el hechizo silenciador de su padre, y se sentó junto a la mesa con Marcus. Tomó sus manos y sonrió. — ¿Cómo ha dormido mi alquimista? — Le acarició un poco. — Ayer fue todo una locura y no hemos tenido ni un minuto para pararnos a hablar de todo lo que está pasando. — Se sentía como cuando hablaba con Dylan, con todo el tiento del mundo por si decidía encerrarse como un caracol. — ¿Cómo te encuentras? Ayer me preocupaste un poco, y no sé ni qué te contó Thrain mientras yo estaba en la enfermería. —

 

MARCUS

Apenas se había sentado cuando alguien llamó a la puerta. La verdad era que ni había caído en lo del representante, aunque sabía de su existencia porque Marcus lo sabía prácticamente todo sobre la obra práctica de Lawrence. Lo que no se había parado a pensar era en que ellos también tendrían representante ahora, y que sería el mismo (habían sido un poco convulsos esos meses como para recabar en algo tan meramente burocrático). Se levantó con su seguridad habitual y estrechó la mano del hombre. — Marcus O'Donnell, un placer. — Y, como Alice parecía un tanto desubicada, puso una mano en su hombro mientras decía. — Y Alice Gallia, pronto la mejor alquimista y sanadora del mundo. — Miró a su novia, le guiñó un ojo y se sentó de nuevo. Pero en lo que daba un bocado a la tostada, el hombre mencionó la evaluación anual y un flash del sueño que había tratado de olvidar, de ese Marcus de ojos verde brillante y sonrisa malvada, acudió a su cabeza y le dejó congelado en el sitio y un tanto mareado. Parpadeó fuertemente y esperó que no se le hubiera notado nada por fuera, y se limitó a seguir comiendo aparentando absoluta normalidad.

Alice parecía haber vuelto del viaje con muchas ganas de retomar el estudio, y él estaba de un humor excelente por miles de motivos, así que aceptó de muy buena gana lo de meterse en el taller sin ser interrumpidos. Lo dispuso todo y, cuando vio que su novia cerraba e insonorizaba el taller, la miró con una ceja arqueada. — Vaya, Gallia... ¿Alguna intención oculta ahora que el abuelo no está y le has dicho a mi abuela que no nos interrumpa? He de reconocer que no dejas de pillarme por sorpresa. — Porque en ese humor eufórico que estaba, había interpretado las señales en una dirección clara (que, siendo Alice, ciertamente, no era nada de extrañar). Al parecer, no estaba muy bien encaminado. — Estupendamente. — Respondió a lo de dormir. — Como un lirón. Energía más que recuperada para lo que sea que se me requiera. — Siguió tentando. Pero, definitivamente, Alice no iba en esa línea.

Se encogió de hombros. — Bien. — Respondió, pero era tal su esfuerzo por aparentar normalidad que casi sonó a la defensiva. ¿Acaso no se notaba que estaba mejor y más contento que nunca? No sabía a qué venía esa pregunta, aunque intuía que por su malestar del día anterior, al hilo de lo que añadió Alice después. Hizo un gesto de quitar importancia con la mano y contestó mientras seguía recolocando los materiales. — Bueno, ya sabes, lo de estar como a cuatro kilómetros por debajo del nivel de la tierra me tenía un poco mareado. — Rio levemente de su propia broma, mientras repasaba las pizarras de los círculos para dejarlas perfectas. — Uf, lo de la enfermería debió ser duro. Perdona, mi amor, ni siquiera te he preguntado. — Rodó los ojos, frotándose la frente. — Es verdad que llegué mareadísimo y ni hemos hablado de nada. — Se acercó a ella, con un susurro cómico, y dijo. — Espero que puedas perdonarme. — Dejando un besito en su cuello y volviendo al trabajo. — Creo que el gobernador me vio la misma mala cara que tú y me sacó de la enfermería antes de que tuvieras que curarme a mí también. — Rio. — Que no se entere mi abuela, que al final va a ser verdad que soy un enclenque. Pero no sé si doy abasto para comer más de lo que ya como. –

 

ALICE

Definitivamente su novio estaba bastante arriba y dispuesto a venderse magníficamente. Desde la presentación al pobre representante, que estaba un poco agobiado, hasta la propuesta cuando cerró la puerta, Alice podía reconocer a un Marcus eufórico en cualquier lugar. Y más ahí, estando solos. Asintió a sus muchas formas de decir que estaba bien, dejándole simplemente hablar.

Hizo un gesto con la mano a lo de la enfermería. — Me gusta ese tipo de trabajo, y era un caso mucho más simple de lo que parecía. Solo era desagradable, y a una enfermera eso no le debe afectar. — Contestó sin más, aunque cortando ahí el tema, porque ya veía que el otro se le intentaba salir por la tangente. Y, de hecho, no se separó del beso en el cuello porque Alice jamás se retiraría de un beso de Marcus, pero se quedó lo justo para acariciarle la mejilla y ya dejar la mano ahí y obligarle a mirarla. — No hay nada que perdonar. Pero, de hecho, es verdad, no hemos hablado. De nada. Al menos de nada que concierna a las reliquias. — Bajó las manos y volvió a agarrar las de Marcus. Prefería ir de frente. — Quizá ahora te sientas bien y eufórico, y me alegro muchísimo de ello, pero has estado pasándolo regular cada vez que hemos estado cerca de las reliquias. — Suspiró, tratando de sonar lo más calmada posible. — Sé que… las reliquias tienen mucho poder mágico, es normal que te afecte… Pero te pones MUY raro cuando están las reliquias cerca o cuando hemos estado trabajando por encontrarlas. Solo quiero saber qué sientes, qué te afecta… para poder ayudarte. — Apretó sus manos. — Solo quiero que vivamos todo esto juntos, que reflexionemos qué significa todo esto y cómo vamos a manejarlo. Y para eso necesito saber todo, incluido si te indispone. —

 

MARCUS

Soltó una carcajada muda con los labios cerrado. — Eres increíble, mi amor. — La miró con orgullo. — Primera intervención, y con las circunstancias que teníamos, y no solo diagnosticaste a la primera, sino que no te tembló el pulso. — Se llevó la mano a la frente e hizo una floritura reverencial. — Yo me quito el sombrero ante ti. — Lo decía totalmente en serio, pero por algún motivo Alice no parecía hoy tan receptiva como de costumbre a sus halagos.

La miró, de cerca como estaban, y puso una sonrisita encantadora con un encogimiento de hombros. — Bueno. Pues ahora estamos hablando. — Rozó su nariz con la mejilla de ella. — Ya se ha encargado mi enfermera alquimista de dejar esto bien cerradito y sin interrupciones para hablar todo lo que haga falta. — No era tonto, Alice quería sacarle información, pero él se había fabricado el mensaje mental de que no estaba ocultando nada y pensaba defenderlo. No tanto por mentir a Alice como por creérselo él mismo.

Alice tomó sus manos. No iba a poder escapar de esa conversación salvo que sonara extremadamente creíble... así que lo mejor sería conceder algunas verdades. — Tienes razón. No tiene sentido que intente engañar a alguien con tan buen ojo sanitario. — Se encogió de hombros. — No sé qué decirte, Alice. Probablemente fuera el poder de los profetas, ya sabes que nunca me llevé bien con los adivinos. Ni con volar. Ni con los lugares desconocidos y con riesgo. No es como que la situación de ayer reuniera muchas características que me gustan. — Rio un poco.

Su novia insistía, y él empezaba a ponerse tenso, pero no quería que le notara a la defensiva. Echó un poco de aire por la nariz. — Estoy concentrado. — Por ahí sabía que no iba a colar, si a algo estaba acostumbrada Alice era a verle concentrado. — Estoy bien. — Dijo con normalidad, encogiéndose de hombros de nuevo. — No sé a qué te refieres, Alice. ¿Raro? Pues... — Y otra vez se encogió de hombros, esta vez retirando las manos con las que su novia le agarraba, sin ser brusco, pero necesitando poner la vista en otra parte. Se armó de nuevo de la pizarra de los círculos y siguió limpiándola. — Lo estamos viviendo juntos. Si es porque no estuve contigo en la enfermería, Thrain me separó de donde estabais, créeme que hubiera preferido quedarme. — Comentó con normalidad, como quien habla de si fue a la biblioteca o al patio en el último cambio de clase. — Y bueno, manejarlo... Esto es el trabajo de Nancy. Solo la estamos ayudando. No sé. ¿Es que quieres que hagamos algo con ello? No me lo había planteado. —

 

ALICE

— Gracias. Pero ya te digo que no fue para tanto. — De verdad que no quería ser desagradable con Marcus, pero es que le conocía, y le estaba dando circunloquios. Y de nuevo, inspiró y esperó a que su novio dejara de tontear para mirarle de nuevo. — Sí. Y cuando hablamos nos contamos cosas y las reflexionamos. — Dijo, ya un poco más tensa.

Y ya sí, a lo del ojo sanitario tuvo que alzar la ceja. O se estaba pitorreando, y Alice no tenía cuerpo para el humor esa mañana, o se estaba esforzando demasiado en ocultar algo, y no le estaba quedando excesivamente bien. Asintió a todo lo que dijo. — Sí, tienes razón. — Y dejó pasar unos segundos. — ¿Y en Connacht? Porque no hemos hablado de Connacht. Y allí no había adivinos, ni hubo que bajar cuatro kilómetros bajo tierra. Por no hablar de que nosotras tuvimos que hacer lo mismo, y no nos afectó igual. —

Y seguía evitando el tema como si fueran bludgers que le perseguían sin piedad. — Me refiero a cuando te quedas pillado mirando a la nada. Cuando duermes con pesadillas y luego no eres capaz de levantarte. Me refiero a cuando pusiste una pose de estatua en la mina y hablaste con una voz que no parecía ni la tuya. Al mal talante que tuviste hasta que sacaron la lira en la comida, y no era solo por no estar encontrando las reliquias. Me refiero también a cómo dejas que te aclamen criaturas que viven fuera de la sociedad mágica, como si supieras por qué lo hacen. — Se cruzó de brazos y se reasentó en la suya. — No, eso no tiene nada que ver con todo esto. Tú no tienes conocimientos de enfermería, no habrías podido hacer nada allí. — Ladeó la cabeza. — ¿Y por qué habrías preferido quedarte? ¿Qué te dijo Thrain, que preferirías tratar pacientes con una patología tan desagradable? —

Soltó el aire y se apoyó con ambos codos en la mesa. — Marcus. Si de verdad me estás diciendo que no has pensado en el poder mágico que tienen las reliquias y en las consecuencias que pueda tener liberarlo, o quién y para qué lo va a manejar solo veo dos opciones: o me estás mintiendo o realmente estás perdiendo la cabeza. Y las dos me preocupan enormemente. — Le cogió suavemente del codo para hacer que la mirara. — Esto es muy gordo, y te está afectando. Esa es la realidad. Ahora… Puedo entender, en parte, que no sepas transmitírmelo. O que te dé miedo. — Encajó la mandíbula y volvió a tomar aire, manteniendo el tono tranquilo. — Puedes… pensarte cómo contármelo. Puedo dejarte solo, si quieres, porque excusas para ir al campo tengo mil. Pero me lo tienes que contar. O se acabó mi participación en las reliquias. Porque no voy a enfrentarme a un poder que no conozco sin tener toda la información. — Y desde luego no voy a dejar que tú lo hagas, pero si decía eso sí que se lo iba a poner en contra.

 

MARCUS

La salida por Connatch no se la vio venir, y ciertamente le dejó sin argumentos. Entre otras cosas porque había encerrado el episodio en una parte tan profunda de su cabeza que, por un momento, sintió que no se acordaba de nada, que iba a tener que hacer un gran esfuerzo por recordar qué era eso tan malo que había pasado. Solo le activó espontáneamente, sin que él pudiera sujetarlo a su voluntad, esa frase que hizo que en el acto dijera. — Bueno... — Y justo refrenara a tiempo. ¿Qué iba a decir? Y lo más importante, ¿iba a decirlo él? ¿Iba él en serio a recriminarle a Alice que él y ellas no hicieron lo mismo en Connatch? Pero la frase había atravesado como una flecha algo en su interior de lo que no fue consciente hasta que la primera palabra no salió por su boca. Esperó haberlo detenido a tiempo.

Ni opción le dio a despegar los labios con la siguiente descripción de Alice, tan acertada que le estaba haciendo tomar conciencia de algo de lo que él, con mucho esmero, trataba de huir. Y no le gustaba que le desmontaran sus esfuerzos. Poco a poco fue cerrando los labios de nuevo y su expresión se fue endureciendo, dejando ya pocos atisbos del buen humor con el que se había levantado. Se iba a tener que agarrar con pinzas a lo poco que podía contestar con seguridad si no quería entrar en ciertos temas. — Lo que prefería era que no nos separásemos en un territorio desconocido, pero no sé si esta respuesta satisface a tu interrogatorio, porque claramente esperas respuestas que no son las que te estoy dando. — Hizo una caída de párpados con dignidad antes de volver a mirarla y seguir. — ¿Que por qué dejo que me aclamen criaturas de fuera de la sociedad? Porque hemos ido a conseguir unas reliquias enfundadas en mitología y claramente eso es lo que se espera que ocurra, viene bastante clarito en los libros de folclore. Como bien dices, están fuera de la sociedad, por lo que no es como que en mi vida diaria vaya a jugar ningún papel. Lo que sí va a resultar es en llevarnos las reliquias. No se la van a dar a gente que repite una y otra vez "no soy digna de tal cosa", sino a quien demuestra ser un líder y guardián de ellas. — ¿Se estaba enfadando? No era consciente de estar enfadándose, pero era como si la defensa le saliera sola.

Y cuando bajó el tono para hablarle, él apartó la mirada. No iba a mentir a Alice a la cara... El problema era que tampoco consideraba estar mintiendo. Simplemente él y su cabeza se entendían, y no le gustaba que viniera alguien a interpelarle de esa forma. Pero cuando Alice le planteó la diatriba entre mentir y haber perdido la cabeza, se le escapó una muda carcajada entre los labios cerrados, sarcástico. — Si esas son tus dos opciones, no hace falta que me preguntes, solo elige la que más te cuadre. — La miró cuando le tomó del codo, con desidia en los ojos. Cuando terminó, arqueó una ceja. — Quizás debías habértelo pensado antes enfrentarte a un poder desconocido sin tener toda la información. Es precisamente lo que estamos haciendo, y eso se sabía desde el principio, no es cosa mía. — Apartó la mirada. — Yo no tengo nada más que decir, así que no quiero seguir con esta conversación. — Hizo una pausa y, con la vista aún retirada y expresión ofendida, añadió. — Y sí, quiero estar solo. —

 

ALICE

Por fin veía temblar esa máscara. Lo malo es que sabía que eso le iba a enfadar, como, de hecho, pasó, aunque no gritara ni lo demostrara excesivamente, solo estaba formando sus defensas, pero eso era que había algo que defender. Fue asintiendo lentamente a todo lo que le iba diciendo, aceptando su versión, porque si no aceptaba esa versión, no iban a llegar nunca a la auténtica.

Le dolió un poco esa condescendencia por parte de su novio, pero se limitó a asentir. — Es verdad, debí haberlo pensado mejor. Pero, sinceramente, aunque sabía que no conocíamos bien a lo que nos enfrentábamos, yo pensaba que, fuera lo que fuera, lo haríamos juntos, contándonos todo, como siempre, de la mano. — Se levantó y acarició su brazo, asintiendo. — Te dejo solo. Ya le digo yo a Nancy que me retiro de la búsqueda. Y si quieres hablar de esto, en cualquier momento, ya sabes lo que tienes que hacer. — Y cogió sus instrumentos de alquimia y lo que necesitaba, y salió, cerrando suavemente tras de ella y escabulléndose por la valla, para que la abuela no le viera irse ni hiciera muchas preguntas.

***

— Igual hoy no llueve. — Le dijo Cerys, mientras ella revisaba una poinsetia, para ver por dónde podaba ya que, efectivamente, no estaba lloviendo, y no podía hacer lo que había ido a hacer. — Sería un milagro, en pleno enero en Irlanda. — Contestó ella sin apartar la vista. La mujer rio. — Sí, desde luego… Pero basta con que una quiera que pase una cosa, para que justo no pase. — Ella había dado la conversación por extinguida, pero Cerys insistió. — ¿Sigues enfadada por lo de las pinzas? — Alice miró todo el dispositivo que habían montado fuera del invernadero de Cerys, con objeto de probar los vidrios de su proyecto. Les había llevado un rato largo instalar los soportes que agarraran lo mínimo el cristal, para que el experimento saliera bien, pero a Alice seguía pareciéndole que las pinzas de tensión ocupaban demasiada superficie. Martha, Cerys y el abuelo le habían convencido de que, si no usaba pinzas de al menos ese tamaño, los cristales se le caerían, y ahí sí que se acababa el experimento. — ¿Conoces la historia de Aquiles? — Un señor que era bisexual y pegaba muy bien hace mucho tiempo ¿no? — Alice se rio un poco. — Algo así. Pegaba tan bien porque no temía a la muerte. Y no la temía porque cuando nació, su madre, que era una bruja, recibió una premonición. Que su hijo moriría joven, entre glorias. Ella no quiso negarle la gloria, así que se aseguró de que fuera inmortal metiéndolo en el lago Estigia. Pero tenía que agarrarlo de algún sitio, y lo hizo del talón, siendo esa la única parte que no se mojó. Veinte años después, en la guerra de Troya, el príncipe de allí le pegó un flechazo en el talón, y lo mató. La misma noche que Aquiles estaba ganando la guerra. —

Cerys se apoyó en el cristal. — ¿Entonces tienes miedo que uno de los alquimistas que te evalúa le dé un flechazo a tu cristal justo por donde estaba la pinza? — Eso la hizo reír otro poco. — Nunca se sabe, los alquimistas no estamos del todo bien de la cabeza. Y ya hay gente a la que le caigo mal… Pero van por ahí los tiros. Simplemente quiero que tenga los menores puntos flacos posibles. — La mujer asintió, comprensiva y, de nuevo, se quedaron en silencio. — ¿Qué hubiera pasado si le hubiera soltado? — ¿Hmm? — Se había despistado y la pregunta le había pillado desprevenida. — ¿Quién? — La madre de Aquiles. ¿Qué le hubiera pasado al bebé? — Alice tragó saliva. — Que el Estigia se lo hubiera tragado. Se lo habría llevado al mundo de los muertos. — Cerys sacó el labio inferior. — La mitología griega siempre es deliciosa. — Ambas rieron. — Así que… soltarlo hubiera sido peor, estamos de acuerdo. — Pues sí… — No podía soltar aquel cristal. Ni a Marcus ante lo desconocido tampoco. — Igual simplemente es que… estoy aspirando demasiado alto… como la madre de Aquiles. Igual simplemente no está en mi mano, como la… — ¡ALICE! ¡ALICE! — Llamó una voz desde el exterior. Martha había llegado corriendo hasta el perímetro del experimento, con Rosie y sus dos perros pastores, todos saltando de alegría, con los brazos hacia el cielo. — ¡LA LLUVIA! — Cerys alzó una ceja. — No, no puedes controlar la lluvia. Pero puedes esperar que acabe llegando. — Alice sonrió, y la mujer tiró de ella hacia fuera. Estaban tan contentas por ella… Miraban el cristal como si fuera a ser la solución a todos sus problemas. Y Alice aprovechó la lluvia para disimular las lágrimas que llevaba queriendo soltar toda la tarde. Pero sí, podía esperar, como había esperado para la lluvia.

 

MARCUS

(28 de enero de 2003)

"Ya le digo yo a Nancy que me retiro de la búsqueda". Pues era un hecho, Alice se retiraba de la búsqueda de las reliquias, y ahora tenía dos opciones: retirarse él también o continuar solo. Con los ojos entornados, vio cómo abandonaba el taller, cerraba la puerta tras ella y el hechizo que había lanzado se desvanecía. Apretó los dientes, con la mirada puesta en la puerta cerrada. No, no tenía dos opciones, tenía una: no pensaba abandonar ahora que había empezado. Se negaba, no encontraba un motivo de peso para ello. Que Alice hubiera abandonado tan pronto era algo que no se había visto venir y que le decepcionaba profundamente. Pero si ella había tomado la decisión unilateralmente, él también: continuaría solo.

Y entonces, la voz le habló otra vez. — “Has hecho lo que tenías que hacer.” — Cerró lentamente los ojos, soltó aire por la nariz y le ignoró completamente, comenzando a trabajar. El ambiente a su alrededor se había vuelto denso, pesado y frío, pero también lo ignoró, y simplemente siguió trabajando. La mesa estaba repleta de los vidrios y cristales que habían estado usando, así que comenzó a ordenar los materiales... pero la sensación era rara. Conforme movía las manos, el movimiento se reflejaba en las superficies reflectantes, y eso provocaba un efecto extraño y permanente que le mareaba. Lo ignoró una vez más. Hasta que, en una de esas, echó el tronco hacia delante para alcanzar algo al fondo de la mesa y pasó por encima de uno de los vidrios, dejando en él su reflejo... y juraría que lo que había visto no era lo que él había proyectado, sino otra cosa.

Pero no volvió a mirar, porque la sensación que le había producido había sido tremendamente desagradable, por lo que se quedó sentado. Tomó aire para calmarse. El ambiente era cada vez más tenso y empezaba a sentir un escalofrío por el cuerpo muy similar al miedo, como si se sintiera vigilado o como si hubiera una amenaza que se cernía sobre él y podía atacarle en cualquier momento. Le temblaban las manos, por lo que se forzó en relajarse de nuevo y seguir ordenando. Fue entonces cuando, al agarrar uno de los vidrios para cambiarlo de sitio, este estalló en sus manos, haciéndole dar tal salto hacia atrás que se levantó del asiento. Se miró las manos, pero no tenía ningún corte ni señal del estallido. — “Hijo de Ogmios.” — Volvió a sobresaltarse, dando pasos hacia atrás y mirando a todas partes, con el corazón acelerado. No era la voz de siempre, era un susurro que había sonado por todas partes a la vez, pero no sabía de dónde venía, ni quién lo emitía. Tras el estallido del vidrio, el susurro y sus violentos movimientos, todo el taller volvió a quedarse en un silencio sepulcral.

Mejor salir de allí y volver a casa, pero estaba tan desconcertado que no atinaba con qué paso dar o dónde moverse. Por la vista periférica vio un movimiento, cerca de la ventana, que le hizo sobresaltarse de nuevo, aspirando una exclamación y girándose para mirar. Atinó a ver algo pasar a toda velocidad por la ventana, lo que parecía un pájaro enorme y oscuro. No veía luz más allá, como si fuera de noche. ¿Qué hora era? ¿No era de día cuando había entrado? Los pensamientos se agolpaban en su cabeza antes de poder procesarlos y lo único que sabía era que tenía que salir de allí, por lo que, con pasos erráticos, se dirigió hacia la puerta... pero esta estaba cerrada.

— Parece que tu sanadora te ha encerrado. — Se giró. Había alguien al fondo del taller, pero era como si este se hubiera alargado y no pudiera ver el final. Solo veía una silueta recortada, sentada en un sillón con los brazos en los mangos, erguido y seguro. No le veía la cara, pero sabía que la voz salía de allí. — Qué rápido se ha rendido. Pero eso ya lo sabíamos. Tú nunca estuviste al nivel de los demás... — Déjame salir. — La frase, lejos de parecer una orden, sonó como una súplica. La silueta no se movió. — Sería más fácil que vinieras tú aquí. — Necesitaba salir de allí a toda costa, así que fue a echar mano de la varita... pero no la tenía. — Tú no necesitas varita para usar tus poderes. Tienes el poder en tus manos. — ¡CÁLLATE! — Bramó, enfadado. El corazón se le iba a salir del pecho. Tengo que salir de aquí. Tengo que salir de aquí. Otro fuerte aleteo pasando por las ventanas desvió su vista hacia allí, pero solo veía sombras y oscuridad. Fue un error quitar la vista del frente.

Aspiró una exclamación tan fuerte que sintió que se moría allí mismo. Volvía estar ante una versión de sí mismo que le miraba como si estuviera a punto de matarle. — ¿No es esto lo que querías? — Dio un paso hacia él, y él no podía dar más pasos hacia atrás. Tenía la espalda pegada a la puerta cerrada. — Poder ilimitado, un taller propio... estar solo... — Tanteó el pomo con la mano una vez más. Su otro yo se hizo a un lado ligeramente y señaló al fondo de la sala. — Tuyo es. — Al fondo, el enorme sillón, más bien un trono, y una enorme águila negra posada sobre él, mirándole. — Solo tienes que tomarlo. Está al alcance de tu mano. — Pero estaba paralizado. Quería decir que no pero no le salían las palabras. Solo atinó a pasar los ojos hacia esa versión de sí mismo y sostenerse la mirada el uno al otro durante unos eternos segundos... Hasta que el otro perdió la paciencia, convirtió su expresión en una mueca de ira y echó las dos manos hacia él, agarrándole con fuerza.

El sobresalto fue tan fuerte que se quedó sentado en la cama, y no sabía si había gritado o no, pero tenía la garganta irritada y había intentado tomar una bocanada de aire que había resultado en un alarido ahogado, y ahora hiperventilaba como si se estuviera quedando sin oxígeno. Se arrastró por la cama hasta dar con la espalda en el cabecero, desconcertado, sin ver nada por la oscuridad de la noche que le envolvía y desprendiéndose de todo lo que sentía que le estorbaba: las sábanas, las mantas y... Sentía que seguían intentando agarrarle y se debatía por soltarse con desesperación. Tardó largos instantes en darse cuenta de que las manos que sentía no eran las de ese ser intentando agarrarle, sino las de Alice tratando de calmarle, porque las llamadas de ella tampoco las procesó hasta un rato después de estar tratando de salir de esa pesadilla. Ahora miraba a todas partes fuera de sí. — Está aquí. — Sollozó, aterrado. — Está aquí, me persigue. — Tenía la cara bañada en lágrimas y seguía jadeando, histérico. — No me dejes solo. —

 

ALICE

Estaba como un búho. De hecho, Elio estaba en su palo, torsionando su cabeza de manera imposible para buscar su mirada. Sí, todos estaban preocupados. Bueno, igual todos no, el abuelo estaba encantado de que hablaran tan poco y se dedicaran solo a estudiar, pero cada persona que había pasado por ahí en los últimos días se daba cuenta de que no estaban como siempre. La Condesa se había escondido bajo la cómoda de la habitación como quien espera a que las cosas se arreglen cuando no está presente, y Elio les miraba con preocupación. Y claro, Alice estaba igual, y simplemente no podía dormir. Pero había tomado una determinación, ya había puesto las cartas sobre la mesa, si Marcus no las cogía, y ella presionaba más, en algo que ya había dejado bien clarito, no creía que fueran a llegar a ninguna parte. No hacía nada despierta y dando vueltas en la cama, así que se levantó, dispuesta a ponerse una bata, coger un libro y echarse a leer en el salón hasta que el cansancio mismo la venciera.

Y justo, cuando estaba en este proceso, Elio empezó a hacer ruidos. — Shhhh, que le vas a despertar. Ven si quieres conmigo. — Y entonces oyó bufar a la Condesa, que salió disparada de su escondite, con el lomo completamente erizado, y se revolvió en sus pies. Elio empezó a aletear y piar, y por fin, entre tanto jaleo, vio que Marcus estaba revolviéndose en la cama. Rápidamente, echó un hechizo insonorizador, porque no necesitaba a más seres sentientes en pánico porque su novio tuviera una pesadilla, y Elio ya estaba picándole en el hombro. — Que ya, que ya… Tranquilo, solo es una pesadilla. —

La verdad es que Marcus tenía pinta de estar pasándolo mal y ella ni se planteó delicadezas y le zarandeó. — Marcus… Marcus, despierta. ¡Marcus! — No quería chillar, pero es que no se despertaba. — ¡Marcus! ¡Escúchame! ¡Marcus, despierta! — Y de repente, se incorporó, sentándose, y Alice creía que se había despertado, pero entonces empezó a moverse violentamente. — ¡Marcus! — Movió la mano ante sus ojos, pero claramente no la estaba viendo. Más fuerte le dieron entonces los aspavientos, y ella intentó agarrarle las manos, pero se llevó un arañazo, y no fue más porque reaccionó rápido. Vale, tocar no. — Marcus. Escúchame. Escúchame a mí… — Pero nada… Los ruidos agudos y estruendosos despiertan más rápido a los humanos… Gracias a esa información que no sabía de dónde había sacado, cogió el vaso de agua de la mesilla de noche y lo tiró con todas sus fuerzas al suelo. Y ahí sí reconoció la mirada de su Marcus. — Tranquilo… Tranquilo, mi amor. Estoy aquí. Soy yo… — Ahí sí, pudo abrazarle y hacer que apoyara la cabeza en su pecho. — Marcus, aquí no hay nadie, no te preocupes, mi amor. Solo ha sido un mal sueño… Te lo prometo, mi amor, solo estamos tú y yo… Tranquilo… — Lanzó un reparo al vaso y le echó un aguamenti. — Bebe un poquito. — Dijo pasándoselo. — Y ahora respira conmigo. — Dijo mirándole a los ojos. — Es solo una pesadilla… No te pasa nada, Marcus, y yo estoy aquí. —

 

MARCUS

No podría identificar en qué momento había pasado de la pesadilla a la realidad, ni de estar dormido a estar despierto, o si estaba en una fase intermedia entre ambos estados. Solo sabía que estaba aterrorizado, y que su cerebro tardó un buen rato en procesar que estaba en su habitación, que era un día diferente al día en que tuvo la conversación con Alice, que aquello que creía haber vivido no había sido tal cosa (¿pero todo había sido irreal o solo una parte?) y que estaba en su cama, con su novia, y a salvo. Esto último, de hecho, no lo tenía nada claro, de ahí que siguiera sintiendo un incontrolable pavor.

Se abrazó en absoluta tensión a su novia cuando le recogió en sus brazos, agarrándose a ella artificialmente porque seguía en alerta por si necesitaba salir huyendo a saber dónde, y llorando sin consuelo. Ni siquiera le respondían los músculos para apartarse cuando le entregó el vaso, y apenas le dio un sorbo y lo rechazó, sin dejar de mirar a todas partes. Ni siquiera podía seguir las instrucciones de Alice. — Enciende la luz. — Pidió, sin dejar de mirar a su alrededor, porque necesitaba ver todo lo que allí había y comprobar que no existía amenaza alguna, que esa versión de él no estaba allí acosándole.  

Lo pudo comprobar tan pronto se hizo la luz en la estancia, y después de recorrerla varias veces con la mirada y constatar que no había nadie, trató de relajarse... pero seguía tan tenso que Elio sobrevoló hacia él y él dio otro bote en la cama, ahogando otro grito de miedo, y el pobre pájaro voló en dirección contraria y se quedó a una distancia prudencial, sobre uno de los muebles, mirándole apenado por su reacción. Se le iba a salir el corazón del pecho y se reanudó su llanto. — No me dejes solo, Alice. — Volvió a pedir, abrazándose a ella. — Tengo miedo. —

 

ALICE

Nunca había visto a Marcus tan presa del pánico. Asustado, sí, pero no con ese miedo animal que estaba demostrando en ese momento. Encendió la luz de la mesilla rápidamente, y no se atrevió a levantarse para dar la luz, así que simplemente alargó el brazo, porque Marcus seguía aferrado a ella, mientras con el que le quedaba libre, le rodeaba y acariciaba su espalda. — Ya está, mi amor. Estamos bien, estás a salvo, mi vida. — Pero temblaba y lloraba como un niño, como quien ha visto algo horroroso.

Hasta Elio trató de acercarse y se llevó un susto de regalo. Ella rodeó más todavía a Marcus. — No, claro que no te dejo solo. — Respondió con voz calma. — Marcus, mírame un segundo. — Le dijo, intentando separarle de ella, pero agarrándole las manos, para que notara que seguía ahí. — No me voy a ningún lado, pero escúchame. — Le limpió las lágrimas con una mano, como pudo. — Yo estaba despierta, no podía dormir, estaba a tu lado y no había nada, te lo juro. He estado aquí todo el rato, he intentado despertarte, pero era un sueño muy profundo… — Acarició su cara con las dos manos y dejó un beso en su frente. — Pero ahora todo está bien. — Trató de taparle un poco, para que no cogiera frío y le volvió a tender el vaso de agua. — Venga, bebe un poquito, mi vida. — Tragó saliva mientras le veía beber y apretó su mano. — ¿De qué tienes miedo, mi amor? Cuéntamelo, verás que no es real. —

 

MARCUS

No se veía capaz de dominar ni el miedo ni el llanto, tenía la terrible sensación de que no saldría de ese estado en la vida. Pero cuando Alice le obligó a mirarle y pudo centrarse en sus palabras, poco a poco fue tomando conciencia de la realidad, de la habitación y de la calma, y aunque seguía tenso y con el miedo en el cuerpo, su respiración se fue acompasando y su llanto paliando. — Estabas aquí. — Repitió automáticamente, como si su cerebro necesitara que lo dijera él mismo para terminar de asumir el mensaje. — ¿No te has ido? ¿No has cerrado la puerta? — Eso ya sí eran preguntas reales, un tiro a la desesperada, porque sabía la respuesta, ya sí sabía que solo había sido una pesadilla mezclada con el recuerdo de días anteriores. Pero necesitaba reafirmación.

Soltó aire por la boca lentamente, pero ni a cerrar los ojos se atrevía por miedo a ver otra vez esa imagen de sí mismo que empezaba a aterrarle. Se dejó acomodar, aunque seguía con tanta sensación de incomodidad que no sabía ni cómo ponerse, y bebió un poco de agua. Fue entonces cuando detectó a Elio. Se le escapó un sollozo arrepentido y triste y, con un gesto de la mano, llamó a su pájaro, que rápidamente voló hacia él. Le abrazó ligeramente y dejó un besito de disculpa en su cabecita, devolviéndole a la mesita de noche, donde se quedó paciente y expectante como si quisiera ver a su dueño feliz y contento de un segundo para otro. Dudaba que eso fuera a ocurrir.

Se le seguían derramando lágrimas furtivas, pero había bajado considerablemente el nivel de pánico. Tardó unos segundos en responder a Alice, porque estaba haciendo un gran esfuerzo mental por ordenar los datos en su cabeza. — No sé... Creo que sí es real, Alice. Me da pánico que lo sea. — Le atacó un sollozo otra vez, pero respiró hondo. — No sé qué me pasa... No sé si soy... No sé quién soy, no sé por qué veo esto. Y... Y quiero que no sea así, pero... — Se estaba explicando fatal. La miró a los ojos. — ¿Qué has visto cuando... nos hemos acercado a las reliquias? ¿Qué has visto de mí? ¿A quién viste? —

 

ALICE

Asintió a las preguntas de comprobación de su novio, sin dejar de mirarle a los ojos y acariciar sus manos. Seguía viéndole inquieto, y quería hacerle una poción, pero ahora mismo dejarle solo no parecía una opción. — No. Estaba tumbada a tu lado, no podía dormir y me había levantado solo a por un libro. — Para irme después, pero eso no era el momento de decirlo.

Al menos pudo calmar a Elio y volvía a parecerse en detallitos a su Marcus. Pero… por algún motivo estaba empeñado en que su pesadilla era real. Y entonces empezó a hablar, y Alice no pudo por menos que fruncir el ceño, mientras recogía la cara del chico entre sus manos, escuchándole. — Mi amor, eres Marcus O’Donnell. Eres el amor de mi vida, eres bueno, inteligente… — Ahora se sentía mal por la conversación del otro día… y parecía que por ahí iba el asunto. Tragó saliva y se recolocó en la cama. — ¿Cómo que qué he visto? — Frunció el ceño pensando. — Pues… he visto… lo que había delante de mí, ni más ni menos. — Le acarició la mejilla. — Claro que te he visto a ti. Sí es verdad que… te has comportado como… Bueno, como si ya supieras… cosas que yo no sé. Y que te cambia el humor. Pero, mi vida… si las reliquias te están afectando, seguro que encontramos una solución. — Suspiró. — ¿Cómo ves que bajemos juntos a la cocina para que yo pueda hacerte una poción relajante? Seguro que te sienta bien para calmar los nervios y… lo que sea que te preocupe me lo vas a contar mejor. — Si Marcus no se relajaba, y a esas altas horas de la noche, no iban a conseguir nada, y aunque su preocupación no dejaba de crecer, había que ordenar las prioridades.

 

MARCUS

Las palabras de Alice le hicieron arrugar los labios y derramar lágrimas de nuevo. Llevaba toda la vida tan seguro de sí mismo, ¿cómo en apenas una noche se había venido todo abajo? No, no había sido una noche, había sido el contacto con las reliquias. Era una sombra que le estaba persiguiendo desde hacía meses y la había querido ignorar, y sentía que se le había ido de las manos.

Y que ahora era Alice la que no estaba siendo del todo sincera con él, pero ni siquiera sabía cómo empezar a narrar, ni cómo abordar la conversación, y en el estado en que estaba, casi prefería no saber lo que tuviera que decirle su novia. Se frotó la cara con la mención a las reliquias, desesperado. Ojalá fuera solo que le afectaban más de la cuenta, y no que estaban poniendo su cabeza patas arriba. La propuesta de bajar la negó con la cabeza inmediatamente, pero no atinaba a hablar; se le agolpaban demasiados pensamientos en la cabeza. Respiró hondo para reprimir otro sollozo y cayó en el que le parecía el mayor de los problemas de salir de la habitación. — Mis abuelos no pueden verme así. — La miró, suplicante. — Mis abuelos no pueden enterarse de esto. Ni mis padres. Nos devolverían inmediatamente a Inglaterra. — Estaba entrando en desesperación otra vez, y desde fuera parecía bastante ilógico tanto ocultismo por una pesadilla. Tenía que encontrar la forma de explicarse.

— No sé... No sé cómo explicártelo, Alice. No sé qué ocurre. — Se llevó sus manos a los labios, suspirando con tristeza. — Te juro que no quiero mentirte, te lo juro, por favor, necesito que me creas, por favor. — La miró, con los ojos llenos de lágrimas. — No me dejes solo con esto. Si tú te retiras de la búsqueda, yo no puedo continuar. — Se limpió las lágrimas. Sí que le iba a venir bien una poción relajante. Respiró hondo y asintió. Iría con ella a la cocina y rezaría porque los abuelos estuvieran dormidos, porque desde luego, lo último que quería era quedarse solo en ninguna parte.

 

ALICE

Volvió a fruncir el ceño y, ciertamente, empezaba a asustarse. — Pero, mi amor… — Intentó mantener la calma. — ¿Cómo van a hacernos volver? No, no, mi vida… — Se inclinó y le abrazó para tratar de hacerle sentir seguro. Se quedó ahí unos segundos, notando cómo el pulso de Marcus iba a mil por hora y sin tener mucha idea de cómo calmarle, ni de por qué Marcus estaba tan seguro de que una pesadilla, por fuerte que fuera, pudiera tener tantas consecuencias.

Se separó para dejarle hablar y le tranquilizó — Vale… Lo entiendo, mi amor. Ya te dije que lo entendía, sé que las reliquias son… algo que nos cuesta controlar. — Soltó el aire y se permitió cerrar los ojos un momento, mientras Marcus besaba sus manos. — Ahora no es el momento de hablar de esto. Estás asustado por la pesadilla y es plena noche… — Tiró suavemente de él para levantarle. — Vamos a por esa poción, los abuelos están profundamente dormidos, y solo has tenido una pesadilla, si se despiertan, es eso lo que diremos y ya está. —

Le dio mucha ternura ir llevando a Marcus pegado a ella como si fuera un niño pequeño, y seguía temblando y asustado, así que hizo la poción lo suficientemente cargadita como para que durmiera como un lirón y ni posibilidad de pesadillas cupiera. Una vez de vuelta, se tumbó a su lado e hizo que apoyara la cabeza en su pecho de nuevo, mientras acariciaba suavemente sus rizos. — No voy a dejarte solo. Si me cuentas lo que está pasando, sea lo que sea, yo siempre voy a estar a tu lado. Te amo, Marcus, te amo, estoy aquí… — Y se quedó despierta mucho más rato que Marcus, sin dejar de acariciarle, susurrando de cuando en cuando palabras de amor y cariño, esperando que, de alguna manera, aliviaran su cerebro y su corazón.

 

MARCUS

La bajada a la cocina la vivió con el miedo renovado, como si estuviera caminando por una casa extraña, pero tomarse esa poción fue lo mejor que pudo hacer. Recordaba estar tomándola en la misma cocina y, después de eso, apenas volviendo al dormitorio y nada más. Había caído en un sueño tan profundo que era como si simplemente hubiera parpadeado y, al abrir de nuevo los ojos, ya fuera de día. Alice estaba junto a él cuando despertó, pero al parecer ya había bajado previamente y dispuesto un operativo perfecto para que pudieran hablar con tranquilidad.

— Qué malita cara tiene mi niño, con lo bonito que es. — Por supuesto, librarse de su abuela antes de salir no iba a ser tan fácil. — Ay esa pesadilla fea, que venga que le voy a decir unas cuantas cosas yo. — Eso le hizo reír, mientras su abuela hacía la de la defensa a ultranza Gryffindor y le daba muchos besos en la mejilla. A la vista pública, simplemente había dormido mal por tener pesadillas, causadas por la copiosa cena mal digerida de la noche anterior. Esa baza, con Marcus, siempre era factible de ser usada. — Ya verás mis niñas el desayuno tan bueno que os tienen. — Porque resultaba que, en agradecimiento por no sabía qué arreglo con las plantas que Alice le había hecho a Martha y a Cerys, estas les habían prometido obsequiarles con un desayuno, que Alice había encontrado oportuno utilizar en el día de hoy. A esas horas, las mujeres estarían pastoreando el ganado y haciendo gestiones con los productos de la granja, por lo que la casa estaría vacía durante al menos un par de horas. Podrían desayunar tranquilos y en un sitio relajado y calentito.

— Gracias. — Le dijo a Alice, apretando su mano, cuando ya estaban cómodos en el sofá de sus primas, con la taza de café humeante en las manos y varias tostadas con queso y miel, así como un buen plato de alubias con huevo y puré de patatas por delante. Bajó la mirada, dio un sorbo al café y calibró sus palabras. — No sé por dónde empezar, Alice... — Soltó aire por la nariz. — No quiero que pienses que te oculto cosas. Es solo que... No sé... No sé exactamente qué pasa. Es como si... Es como si en el momento fuera lo que tiene que ser, fuera lo más normal del mundo, y luego volviera a mi vida y eso quedara apartado como si hubiera sido un sueño, algo que no he vivido realmente. Pero empieza a mezclarse lo que sueño con la realidad y... no sé diferenciarlo. Y eso me está dando miedo. —

 

ALICE

Cuando era pequeña, admiraba la capacidad de su madre de siempre poder redirigir las situaciones como si siempre hubiera tenido un plan. Ahora que era más consciente de la personalidad de su madre y de la vida, sabía que la clave no era precisamente tenerlo todo planificado, sino saber reaccionar más rápido que los demás y parecer que ese era su plan desde el principio. No había llegado al nivel de Janet Gallia, pero ya empezaba a destacar, al menos por encima de un Marcus asustado y unos abuelos que no tenían ni idea de qué estaba pasando y ya no se hacían tantas preguntas.

Obviamente, en cuanto volvió de la granja, había tenido que explicarles por qué había salido, pero bueno, al final era solo una pesadilla… Quería creer. La bronca entre los abuelos surgida de Lawrence criticándole a Molly que les cebara como a cerdos llegando septiembre, comparación que ella se tomó muy mal, hizo que también se distrajeran de la cuestión. Fuera como fuese, a Marcus le iba a venir muy bien alejarse un poco de la casa. Solo el aire fresco al llegar a la granja y luego el acogedor salón, le harían sentirse a gusto, pero ya el desayuno lo remataba todo, y la expresión de su novio se veía mucho más relajada.

Apretó su mano de vuelta y sonrió. — No me las des a mí. Además, quiero facilitarte esto todo lo que pueda. Está claro que no es nada fácil. — Asintió a lo de que no sabía qué le pasaba. — Lo entiendo. Pero entonces lo que hay que hacer es decir “me pasa algo pero no sé cómo explicarlo” tal como acabas de hacer, y no “no me pasa nada”. Sé que no quieres mentirme, pero te pusiste muy a la defensiva en cuanto te pregunté, y de ahí mi preocupación. Pero sea lo que sea, te ayudaré a expresarlo y solucionarlo si está en mi mano. Y si no, estaré a tu lado para cuando nos pongamos a averiguarlo. — Y escuchó lo que Marcus iba contando, que ahora mismo no tenía mucho sentido.

Cuando se quedó en que le estaba dando miedo, Alice trató de naturalizar la conversación y le ofreció una tostada, mientras ella picaba algo de todo aquello, que oye, estaba delicioso, y mira, eso que les ayudaba. — Vale, claramente te hacen… sentir, o ver, cosas que no te habían pasado antes, y que, por lo visto, te resultan… oníricas al pensar en ellas. Vamos por partes. ¿Cuándo las sentiste por primera vez? Y trata de explicarme qué fue: una sensación en… la piel, o las manos, o una alucinación visual, auditiva… Inténtalo, y nos acercamos poco a poco a ello. —

 

MARCUS

Agachó la cabeza. — Lo siento. — Negó. — Pero... no era consciente de estar haciendo eso. Te lo prometo, Alice, eso es lo que me asusta... Me he puesto a la defensiva y he asegurado que no me pasaba nada porque lo creía realmente así. Como si... lo hubiera integrado todo a mi realidad y no supiera diferenciarlo. Como si me estuvierais acusando de algo de forma gratuita. — Apretó los labios. — También me pasó con mi abuelo cuando conseguimos las primeras reliquias. Se dirigió a mí y me sentí absolutamente atacado... Y el otro día, cuando me insististe en qué me pasaba, sentí algo parecido. Como si de repente todos hubierais decidido que me tenía que pasar algo necesariamente y nada más lejos de la realidad, y no tuviera forma de convenceros de lo contrario... — Se frotó la cara. — No sé... No sé por qué lo veía así de claro entonces y por qué ahora lo veo distinto. Es como si no tuviera el control de mi propia cabeza de repente. — Y eso le asustaba, pero también le enfadaba.

Sintió un escalofrío. Alice se lo estaba poniendo en bandeja para poder ir por partes, así que mejor se concentraba todo lo posible para poder desgranar bien esa conversación. — No estoy seguro, ha sido paulatino, solo que ha escalado muy rápido... Pero claramente empezó todo cuando fuimos a Connacht, con los primeros contactos con las reliquias. Es... — Negó de nuevo. — Hay muchas cosas diferentes. Por un lado es... Me siento mucho más poderoso, y no solo es que lo sienta, es que lo soy. Quedó demostrado. — La miró. — En la cueva de los elfos hice una magia que no había hecho nunca y que me consumió mucha energía. No sé de dónde salió ese poder, no sé si me lo dieron las reliquias o vive conmigo y simplemente no suele salir... — Bajó la mirada otra vez. — Eso último es lo que está llevando a uno de estos problemas precisamente. — Soltó aire por la boca. — Cuando empezaron a... tratarme así, a llamarme Hijo de Ogmios... por un lado lo tomé por lo que te dije: la estrategia a seguir para obtener las reliquias. Si era el papel que tenía que interpretar, lo haría, no era más que mitología, no podía hacernos daño, y ciertamente éramos quienes habíamos llegado así de lejos, si era lo que ellos creían, que así fuera... Pero otra parte de mí... era como si siempre hubiera sabido que merecía... ese reconocimiento, que era algo solo para mí... Te juro que no es consciente, no sé, no sé explicarla, simplemente está ahí y, cuando me quiero dar cuenta, me ha robado el protagonismo... y temo que me robe también la voluntad de actuar. Temo que se apodere de mis actos y ya sea esa parte de mí la que lo controle todo. — La miró, temeroso y con los ojos brillantes. — Me dijiste que... mi actitud te había parecido extraña... ¿Qué viste de mí, Alice? —

 

ALICE

Asintió, comprensiva. Si en el fondo lo entendía, pero no había podido dejar de hacerlo, por mucho que Marcus se hubiera asustado la noche anterior. Al menos había servido para que empezara a tomar conciencia de lo que estaba pasando y podrían abordarlo. — Cuando se nos altera la realidad… es difícil percibirlo como tal. Para ti es la realidad, no ha cambiado, y nosotros simplemente no la estamos entendiendo, y eso es frustrante. Es como si te digo que el cielo es verde, te insisto mucho en ello, y al final tú te mosqueas porque dices “MIRA ES AZUL Y ESO ES ASÍ”. — Dijo poniéndole aquel ejemplo. Por desgracia, sabía bastante de realidades alteradas.

Efectivamente, ella lo detectó por primera vez en Connacht, y eso le confirmaba que todo aquello tenía que ver con las reliquias. Pero eso de más poderoso le dio cierto abismo en el estómago. Sí, era verdad que lo era, y aunque en parte lo había percibido… no tanto como para que Marcus fuera tan consciente de ser tan poderoso. Parpadeó y tomó aire. En principio no tenía por qué ser malo, solo… desconocido, por el momento. Se apartó el pelo y pensó en lo de Hijo de Ogmios… A ver, tal como lo planteaba… Sí tenía sentido, claro. Es solo que le daba… abismo.

Tomó sus manos y negó con la cabeza. — Es normal. Te han repetido mucho que eres un genio, que eres recto, fantástico… Cuando encima sientes poder y más gente te… aclama, pues al final te tienes que sentir digno de ello, nada te lo impide. Pero no… Mi amor, no creo que haya una parte oscura ni nada que se le parezca. El hecho de que te lo plantees tanto señala que quieres controlarlo, así que… no te preocupes por tu voluntad. — Ladeó la cabeza. — Está claro que las reliquias tienen un inmenso poder mágico y que este te invade y… no tenemos ni idea de cómo controlarlo. Pero mientras seamos conscientes de esto último y no nos dejemos tentar, por así decirlo, por ese poder… no creo que pase nada. —

Frunció el ceño y le acarició la mejilla ante su pregunta. — Vi… Primero que se te pone muy mal humor. Estás enfadado, hosco… Luego que se te absorbe la energía, duermes superprofundo, te mareas, dolores de cabeza… y todo muy repentinamente. Pero lo que más me preocupa es cuando parece que estás… perdido, con la mirada a lo lejos, y cuando vuelves es cuando te pones… así, en modo Hijo de Ogmios por así decirlo. — Se acercó a él, estrechándole más las manos. — Mi amor… ¿qué pasaba en tu pesadilla anoche para estar tan asustado? —

 

MARCUS

Fue escuchar eso de "parte oscura" y el escalofrío que le recorrió casi le hace sollozar de nuevo, pero tragó saliva, cerrando los ojos e intentando contener la mala sensación. A pesar del terror de la noche anterior, de lo vivido y sentido en los últimos días... era como si de repente se hubiera esfumado. Como si hubiera estado metido en una pompa de jabón desde que pisó Connacht, que se había hecho más y más densa, y de repente, al despertarle Alice anoche de la pesadilla, la hubiera pinchado y no quedara rastro de ella. Dudaba que todo eso se hubiera ido tan fácilmente, lo cual también le ponía en alerta: ¿en qué momento atacaría de nuevo? ¿Y cómo? ¿Le pillaría con la guardia baja? ¿Podía simplemente disfrutar de que esa sensación se hubiera ido y hacer vida normal sin temor a que volviera? Porque no era solo esa otra parte de él que le acosaba... supuestamente, según Thrain y la voz en su cabeza, había un druida con telequinesis siguiendo sus pasos. Otra cosa que tenía que abordar con su novia...

Trató de recordar y visualizar lo vivido conforme Alice lo iba describiendo, y los recuerdos le hacían sentirse confuso, como si estuviera viendo algo que no formaba parte de la realidad, como si se tratara de la historia de otra persona y no de él. Y entonces vino la pregunta, que sabía que tendría que contestar. Cerró los ojos y controló el temblor, respirando hondo. — ¿Recuerdas... la última vez que nos enfrentamos a un boggart? Cuando intentamos ayudar a Creevey... — La miró, temeroso de nuevo de lo que iba a contar. — ¿Recuerdas... mi boggart? — Tragó saliva. — Esa visión de mí... Solo que tú no estabas. Era solo... yo contra esa versión de mí mismo. —

Pero el sueño no tenía sentido sin explicar antes otras cosas. — Me preguntaste qué había hablado con Thrain. — Hizo una pausa. — Hubo un momento, no recuerdo exactamente en cuál, mientras intentábamos desbloquear la entrada a las minas y volábamos de un lado a otro... Aquella tierra me hacía sentir como si hubiera dementores cerca, pero lo atribuí al poder de la tierra profética y las reliquias... pero me estaba consumiendo por dentro. En un momento determinado, me desesperé, me caí al suelo de rodillas y dije que no iba a poder con eso... y oí claramente cómo alguien me respondía: "en ese caso no deberías haber empezado". Lo oí nítidamente como si estuviera allí, y respondí "lo sé"... Y al hacerlo, me di cuenta de que no sabía con quién estaba hablando, porque era una voz de hombre, y las dos únicas personas que estabais allí conmigo erais mujeres. Intenté saber de dónde había salido la voz, pero allí no había nadie... y yo la oía dentro de mi cabeza. Sabía que estaba en mi cabeza. Pero no era ni mi voz ni la de nadie que conociera. — Se mojó los labios. — Durante el día le oí varias veces, pero precisamente ese mal humor me hizo decidir ignorarle... como si fuera lo más normal, como si simplemente fuera un moscardón molesto. — Soltó un jadeo frustrado. — ¡En esos momentos todo me parece normal, me parece lo que debe de ser, y ahora...! ¡Ahora es demencial y no sé cómo no he dado la voz de alarma antes! — Se frotó la cara. — Al bajar a la mina volvió a hablarme... y Thrain lo detectó. Cuando me separó de vosotras, directamente me preguntó "¿por qué te persigue Phádin?" — Se encogió de hombros y negó, mirándola a los ojos. — ¡No sé quién es ese Phádin! Pero de repente parece que alguien me persigue y yo... Alice, todo esto me pilla tan de nuevas como a ti, pero es como si todo el mundo diera por hecho que es mi cometido, y en esos momentos estoy tan... imbuido por todo el poder de las reliquias... que solo puedo ir hacia delante, ¡y luego las cosas salen bien y esa sensación solo se refuerza y crece! — Volvió a frotarse la cara y el pelo y a darse una pausa en el discurso antes de seguir.

— Según Thrain, hay un druida que "ha visto en mí a un rival" e intenta neutralizarme a base de volverme loco. Debe tener poderes telequinésicos y por eso le oigo. — Soltó aire por la nariz, frustrado. — Pero ni sé quién es ni por qué la ha tomado conmigo en concreto, y tampoco sé... por qué soy idiota. — Se quejó. — Porque he dado por hecho que era lo más normal y simplemente he continuado para adelante como los burros, y ahora no sé pararlo. He tenido... flashes, visiones que no sé descifrar y que me perturbaban, y ya no sé si es el tal Phádin, si vienen de mí, si estoy soñando, si estoy mareado, si son las reliquias o qué demonios es. Cuando se abrió la puerta del caldero, de repente me vi arrastrado por Thrain y cómo este me decía cosas que no cuadraban, y cuando me quise dar cuenta, había perdido el conocimiento y resultaba que nada de eso había pasado, sino que el tal Phádin lo había insertado en mi cabeza... Eso dejó de ocurrir nada más abandonamos la mina... pero entonces, vinieron las pesadillas. — Negó. — Llevaba un par de noches soñando con... esa versión de mí mismo que trata de convencerme de que soy poderoso. Puedo verle ante mí como te veo a ti ahora mismo, y es... agresivo. Si intento huir o niego querer comportarme así, ataca. Me hace sentir una desesperación que no controlo. Y no sé combatirlo.  — Hizo una pausa. — Después de nuestra conversación, te fuiste del taller diciendo que te retirabas de las reliquias... y era como si ese yo poderoso hubiera tomado el control y decidido que no necesitaba a nadie, que podía perfectamente solo... pero mi cabeza se quedó clavada en ese momento. Anoche... — Soltó aire por la boca, controlando el escalofrío. — Anoche... el sueño empezaba en ese momento. Tú te ibas y yo me quedaba en el taller... y de repente, empezaba a... ver reflejos, ver cosas... el lugar se volvía un sitio peligroso y hostil del que tenía que salir, volvía a oír la voz de Phádin en mi cabeza, los susurros de los enanos y los elfos llamándome Hijo de Ogmios... Y ese otro yo aparecía, de la nada, sentado en un trono, y me instaba a ser como él. Apareció ante mí como un espectro y... cuando intenté huir... — Se le cayó una lágrima, incontenible, y negó. — Siento que va a apoderarse de mí, Alice. Y que no voy a poder pararlo. —

 

ALICE

Como para olvidarse del dichoso boggart… A todos les afectaban sus propios boggarts, era muy difícil desprenderse de ellos, para eso eran sus peores miedos. Era normal que fuera el protagonista de sus pesadillas, especialmente con todo aquello de aclamarle como Hijo de Ogmios y la falta de control en algunos momentos. Le miró con pena. — Es horrible soñar con tu boggart. Por eso es nuestro mayor miedo, y no me extraña que estuvieras en pánico. — Acarició sus manos. — Pero tienes que recordar que no es real, Marcus. Tu mente lo genera y solo en tu mente vive. Y tu mente es tuya, aunque haya partes de ella que no te gusten o quieras reprimir, tú puedes controlarla, aunque ahora parezca que no. No es real. —

La verdad es que esa tierra profética era agotadora y triste, pero a Alice no le había afectado tanto, ni de lejos, y no salía de su asombro con todo lo que Marcus le estaba confesando. — ¿Cómo que una voz? — Ojalá no estuviera tan familiarizada con las alucinaciones. Ojalá, de hecho, solo fuera una alucinación y no alguien con poderes de telequinesis. — ¿Que Thrain lo detectó? ¿Cómo? — Estaba confusa y alarmada, cada vez más, porque eso le dejaba solo con la segunda opción. Asintió y le hizo un gesto de calma. — Tienes razón. Y Nancy y yo también nos hemos apoyado mucho en ti, pero es que… parece que sabes tan bien lo que haces… Y es cierto que todo esto… claramente te llega más a ti que a los demás. Pero tienes razón, no lo voy a asumir más, tendría que haberte ayudado a repartir todo esto de alguna manera. — Y dejó un beso en su mano. — Tú y yo siempre de la mano, ¿estamos? — Y ahora a ver qué era ese Phádin.

Parecía que Thrain lo tenía bastante claro, y lo cierto era que… — Es que lo peor es que ese nombre me suena, ¿sabes? Pero no sé de qué… — Se frotó la cara. — No eres idiota, esto es nuevo… Solo es que no hemos sabido manejarlo, ninguno. Ya está, es magia ancestral, Marcus, es difícil de controlar. — Tragó saliva y le miró. — No creo que las visiones sean de eso. Yo también tuve una visión de Nuada en Connacht cuando saqué la reliquia. Claramente están asociadas a ellas… Pero si ese Phádin puede meterse en tu cabeza para hablarte… probablemente quiera manipularte. — Perdió la mirada. — La verdad es que un par de veces me he preguntado… ¿por qué nosotros? Y también ¿y si alguien más las quiere? ¿Y para qué? — Volvió a mirarle. — Es posible que Phádin las quiera, ¿no crees? —

Sintió muchísima pena cuando le relató la pesadilla, y se lanzó a abrazarle, reconfortándole entre sus brazos. — Las pesadillas no son reales, mi amor. No estás solo, no eres malo, no existe esa versión de ti, solo es el miedo. — Se separó y le miró. — Entiendo que lo tengas, todo esto es demasiado… Pero, Marcus, tú no eres malvado. Nada va a apoderarse de ti, eso es lo que dice la gente que envidia tu grandeza y tu poder. — Besó su frente. — Yo confío en ti, en tu rectísimo código de hijo de Emma y Arnold O’Donnell… — Dejó escapar el aire. — Entiendo que ahora mismo no quieras que se enteren… Pero tenemos que enterarnos bien de quién es Phádin y hay que estudiar las reliquias. Tenemos que ver qué efectos tienen, qué hacen… Y tienes que mantenerme al tanto todo el rato. Las voces, las visiones… Todo, ¿me has entendido? — Le abrazó y acarició los rizos mientras susurraba. — Eres bueno, eres genial, y no estás solo, estás conmigo para siempre. —

 

MARCUS

Agachó la cabeza, negando apenado. — Se siente muy real, Alice. Fue real en los días que estuvimos con las reliquias... cuando las tengamos todas... — Prefería no pensarlo. ¿Y si se retiraban? No quería hacerlo, además... tenía ciertos planes para la licencia de Hielo que querría relacionar con la magia antigua, y ahora estaba más inseguro de lo que hubiera estado nunca. Era consciente de que la estaba asustando con su relato (no era para menos), pero cuando le dijo que siempre irían de la mano la miró, emocionado, y volvió a dejar un beso en sus manos, rozando su mejilla con estas como a veces hacía Elio con él. Alice era su anclaje en la tierra. Estaría perdido sin ella.

Hizo una pausa, pero respondió a Alice. — Yo quiero controlarla. — La miró de nuevo. — Quizás ese sea el problema. Quiero controlarla... y creo que podría conseguirlo. Y temo estar equivocándome muchísimo... pero ahora que hemos empezado... no querría echarme atrás. Pero no sé cómo hacerlo para que no acabe conmigo. — Estaba pensando en voz alta, pero era un miedo que no había sido capaz de reconocer hasta ese momento. Puso la mirada en ninguna parte. — Yo también me lo pregunto... O al menos, ahora. En esos momentos... siento que estábamos destinados para ello. — Ese era el punto: en esos momentos, realmente sentía que él era la persona a la que aclamaban. Quizás después de los últimos sustos y de esa conversación, la cosa cambiaba y se hacía más consciente de las consecuencias... Esperaba.

El abrazo le hizo soltar aire por la boca y, con el gesto, se escaparon varias lágrimas y el peso que presionaba su pecho. — Tengo miedo, Alice... Siento que tengo dos caras, y que esa otra está a la vuelta de la esquina, sujeta de un hilo muy fino que puede romperse en cualquier momento. — Reconoció, dejando escapar varias lágrimas más cuando ella besó su frente. Aunque lo del código de honor le sacó una leve risa acuosa. A la propuesta, agachó la mirada. — Lo cierto es... que preferiría que volviéramos a pausarlo. Igualmente, le prometí a mi abuelo dedicarnos en exclusiva a la licencia durante al menos veinte días, y siento que estos últimos los he perdido por desconcentración... Preferiría dejarlo apartado por el momento... Al menos hasta que no me sienta tan asustado. — La miró de nuevo. — Pero sí. Lo haremos. — Se dejó acariciar y abrazar de nuevo y, con un enorme peso quitado de encima y su mente más clara, se permitió calmar su llanto, sin soltar su abrazo. — Te quiero, Alice. Nadie como tú sabe sanarme. —

Notes:

Estábamos todos de acuerdo en que Marcus no estaba normal ¿verdad? ¿Os ha parecido bien cómo lo ha llevado Alice? ¿Qué creéis que le ocurre a nuestro alquimista? Y la gran duda que todos tenemos: ¿quién es Phádin?

Chapter 78: La inesperada

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LA INESPERADA

(31 de enero de 2003)

 

ALICE

— Es que no sé si va a volver a nevar este invierno. — Bueno, pues vas a donde sí nieve. Tus cristales tienen que aguantar todo lo posible, Alice, siempre hay que plantear las cosas por lo alto. — Alice hundió la cabeza entre sus brazos. ¿Por qué, señor, por qué se me ocurriría hacer esta transmutación? ¿Por qué no una carretilla ultrarresistente o un espejito mono? Se preguntaba amargamente. Con todo, estaba contenta. Después de tanto agobio tras la vuelta de Murias, dejar las reliquias de lado había resultado ser un acierto, una vez más, y llevaban unos días muy muy productivos a nivel de estudio, adelantando sus transmutaciones, perfeccionando cosas y simplemente estando juntos, en casa, leyendo en el salón con los abuelos o yendo a la noche de juegos del pub como mucho. Lo necesitaba, la verdad. Y cuando se frustraba por su experimento, tener a Marcus al lado, ayudándole con ello (y con el abuelo) era lo mejor de todo.

Eso sí, no se le escapaba a nadie que estaban un poquito enclaustrados y que no comían o cenaban en una casa distinta cada día, ni siquiera salían a las granjas o al bosque, así que cada vez que algún familiar pasaba por su casa, les hacía una pequeña visitilla, por ver que no estaban criando raíces y seguían de buen ánimo. Por eso, no se sorprendió cuando con Allison apareció en la puerta del taller con Brando en brazos. — Hoooooliiii primiiiiis. — Dijo con voz aniñada, moviendo el brazo del bebé, que se reía. — Como sé que no es bueno tener pequeños Hufflepuffs rondando por aquí sin control, y con eso me refiero a mí, os hablo desde la puerta. — Eso la hizo reír, y estaba de tan buen humor que se acercó y cogió al nene. — Pues tú no eres un Hufflepuff sin control, ¿a que no? ¿A que tú vas a ser Ravenclaw, como dice el primo Marcus? — Y se puso a hacerle pedorretas al bebé. — ¡Ay, me alegro de que estéis bien! — Eso solía decir la familia, como si por quedarse en casa, sospecharan que ambos podían estar al borde de la muerte. — Qué bien, así tu amiga no se preocupará por ti. — ¿Mi amiga? — Preguntó Alice, extrañada. — Sí, una que nos hemos encontrado en la plaza. — Alice frunció el ceño. — Yo no tengo amigas en Ballyknow… — ¡Ya! Es tu amiga de Inglaterra. Una rubia, así como yo, pero que grita mucho, mucho genio y que tiene acento de Gales. — Alice se miró con Marcus, abriendo mucho los ojos. — ¿Hillary? — ¡Eso ha dicho! ¡Hillary Algo! — El abuelo también parecía sorprendido. — ¿Te dijo que venía? — Para nada. Igual es algo urgente. — Allison se encogió de hombros. — No, solo parecía molesta con las aduanas y la aparición y demás… Andrew se la encontró, le llamó la atención una extranjera por el pueblo y se acercó a ver, ya luego os nombró a vosotros y se la trajo a casa porque estaba muy mal abrigada, y nada, Nora y la abuela Amelia la han acogido y la he dejado ahí con té y bizcocho para venir a buscaros. — Alice ya estaba abrigándose para salir, mientras la chica terminaba de hablar porque lo último que se esperaba ese día era eso.

 

MARCUS

Miró a Alice con expresión divertida, arqueando las cejas. Ya sabes, próximo viaje romántico a Alaska, bromeó internamente, porque le estaba viendo a su novia la cara de "yo por qué no habré elegido algo más fácil", aunque ambos sabían que se aburrirían enormemente sin un reto por delante. Eso sí, se estaba llevando la satisfacción personal de demostrar que había sacado otra matrícula de honor en una asignatura que no todo el mundo lleva bien: la de aguantar a su abuelo Larry en modo alquimista de prestigio. Llevaba toda la vida de experiencia... y eran ciertamente parecidos, porque el día de mañana, cuando él fuera alquimista carmesí y tuviera sus propios alumnos en su taller, iba a ser prácticamente igual.

Giró la cabeza a la puerta y saludó con una sonrisa radiante a Allison, pero estaba con las manos ocupadas, y eso hizo que Alice se adelantara en tomar al bebé. — Pues claro que va a ser Ravenclaw. — Dijo contento, acercándose al niño cuando hubo terminado con su tarea, y agarrándole la manita para zarandearle tontamente. — ¿Qué iba a hacer un señor de su edad en un taller de alquimia si no es porque tiene grandes inquietudes académicas? — Y el niño rio a carcajadas, en una risa muy de sus dos padres, como si se estuviera riendo a lo Huffie de su ocurrencia en toda su cara. Marcus se sentía feliz: había temido caer en un pozo de desesperación y pánico y, desde aquella mañana de conversación en la granja, desde aquella fatídica pesadilla y el momento en que Alice llegó a rescatarle como si le sacara de una casa en llamas, todo eso se había desvanecido para volver a dar paso a su vida normal, tal y como la conocía. Dejando todos esos miedos y eventos traumáticos en un pasado que se antojaba lejano e irreal.

Lo que no se vio venir fue el mensaje de Allison. Se quedó descolocado, porque supo de quien hablaba nada más empezar, pero no podía imaginarse qué hacía allí. — ¿Hillary? — Repitió él también, después de Alice, y al igual que su novia, se abrigó rápidamente para ir a buscarla. — ¡Gracias! — Le dijo a Allison, y salieron los dos pitando, tanto que el abuelo alzó los brazos. — ¡Veo que dejáis el taller desatendido, abierto y con personas sin conocimiento alquímico dentro, infantes incluidos, a la mínima emergencia! — Lo hemos dejado en tus manos, abuelo. — Respondió con obviedad y un guiñito carismático, y solo se llevó un gruñido por respuesta. Lo cual, viniendo de Lawrence en esa circunstancia, podía interpretarse como un éxito.

— ¿Qué hace Hillary aquí? — Se preguntó en voz alta, mirando a Alice, mientras los dos iban a paso velocísimo por las calles de Ballyknow en dirección a la casa de los tíos. Cuando llegaron, Andrew estaba en la puerta, con la expresión brillante de quien está viviendo una auténtica novedad y ese va a ser un día para marcar en el calendario del pueblo. — ¡Ey! ¡Ha venido a veros una amiga! — Marcus le devolvió una mirada obvia, como si quisiera decir "qué te crees que hacemos aquí". El otro soltó una carcajada. — Qué carácter. Y qué lástima que no me haya pillado en la época poliamorosa, nos hubiéramos llevado muuuuuy... — ¿Está aquí? — Interrumpió Marcus, a lo que el otro respondió con un simple gesto de la mano que indicaba que sí, que estaba dentro, y siguió. — Y teniendo en cuenta que no viene muy satisfecha con el que tiene, ni mal le habría venido. — Marcus y Alice se miraron. Al parecer, la urgencia tenía que ver con Sean, si hacían caso a las tonterías de Andrew, claro. Pero ¿qué magnitud tenía el problema como para que la chica se hubiera cruzado varias aduanas por verles?

Cuando giraron la esquina hacia el salón, la primera imagen fue la de una Hillary mucho más desahogada, apoyada en el sofá de espaldas a la puerta con una taza de vino caliente en las manos (ah, genial, le habéis dado alcohol caliente, esto va a facilitar mucho las cosas, pensó sarcástico), y charlando infinitamente con Nora, Amelia y, por algún motivo estaba allí, Wendy. Ah, y una señora que no conocían más que de vista de las fiestas del pueblo, también muy entregada a la conversación. A Hillary no debía haberle extrañado nada porque, para ella, todas eran desconocidas, pero a Marcus solo le desconcertaba más la imagen a cada fracción de segundo que su cerebro pasaba procesándola. — Hola. — Cortó el hielo, con un jadeo por la carrera, y la chica botó en el asiento y se giró para mirarles. — ¡Alice! ¡Marcus! — Se levantó, dejando la taza en la mesa y con un sollozo un poco forzado (porque claramente se había relajado desde que llegó, pero tenía que justificar semejante circunstancia), y se abrazó a los dos a la vez, fuertemente. — Qué ganas de veros. Necesito vuestra ayuda, NECESITO hablar con vosotros, de verdad que sí. — Marcus la separó y la miró preocupado. — Pero ¿estás bien? ¿Ha pasado algo? — Hillary soltó aire por la boca. — Es que no sé ni por dónde empezar, la verdad. Es que... Tengo la cabeza... Es que no... — Vale, tranquila. — Detuvo, con un gesto tranquilizador de las manos. — Cuéntanos poco a poco, a ver qué podemos hacer. — La chica asintió... y se generó un silencio tenso. Marcus miró por encima de su hombro. Las cuatro mujeres presentes, echadas hacia delante en su asiento, miraban con una sonrisita cotilla y ojos demandantes la escena, sin decir nada ni darse por aludidas, como si estuvieran en el teatro. Marcus carraspeó silenciosamente. — Podemos ir a un sitio más tranquilo... — Mismo silencio tenso, miradas expectantes y Hillary tan sobrepasada que la toma de decisiones no iba muy rápido. En esas, entró Andrew con tranquilidad, se dejó caer violentamente en el sofá con un suspiro de satisfacción y palmeó el asiento a su lado. — Siéntate, mujer, que tienes el vino a mitad todavía. — Sí. Y sigue habiendo bizcocho. — Ofreció Nora, feliz. — Comed un poquito de bizcocho, cielos. — Les ofreció a ellos, y Marcus iba a declinar con cortesía, pero Hillary se dirigió al sofá diciendo. — Mira, si total, ya han visto el drama llegar y les he contado la mitad de la película. — Y se sentó, ante la alucinada mirada de los otros dos. La señora del pueblo habló. — Además vas a coger una pulmonía como salgas así, hija, que no se puede venir tan poco abrigada a este pueblo. — Señora, ¿usted quién es? Pensó, mirándola descuadrado. Ahora habló Wendy, llevándose una mano al pecho con un suspiro. — Yo necesito saber cómo acaba esta historia. Menos mal que mi Ciarán y yo... — Se llevó un chistido y un golpe de trapo por parte de Nora en la rodilla, y acto seguido, volvió a mirar a Hillary con la expresión más amorosa (y cotilla) que tenía en el registro y dijo. — Tú sigue, cariño, que estás en tu casa. — Marcus miró a Alice, alucinado. Tendremos que sentarnos, supongo. Porque seguían de pie en el salón, pero claramente eso iba para largo.

 

ALICE

Parpadeó a la afirmación de Andrew, pero estaba demasiado preocupada por su amiga. Erróneamente, visto lo visto, porque parecía que la misma urgencia que le había traído hasta otro país, se le estaba pasando con un vinito y un dulce. Encima con público… ¿Y quién es esa señora? ¿Es tía también? — Hills… — Su amiga, desde luego, parecía más que bien rodeada, pero se lanzó a ellos como agua en el desierto, quizá un poco demasiado. Aunque bueno, se había venido desde Inglaterra solo para hablar con ellos, en el fondo agradecía que estuviese ahí, y poder pasar tiempo con su amiga. Y la pobre parecía que daba bandazos entre estar realmente agobiada y solo necesitar que la mimaran.

Desde luego, la parte de los mimos la tenía cubierta, y ya sabía ella que había una intención intrínseca a tanto cuidado, además de la hospitalidad irlandesa, de tener algo de lo que hablar en pleno invierno cuando ya se habían pasado las fiestas. Y se temía que no iba a poder quitarse de encima a las que ya estaban allí, ni Hillary, de momento iba a querer irse a otro sitio. — Wen, ¿no tienes que ir al pub? — Ahora en un rato. — Pues nada, eso sellaba la cuestión, suponía. La señora extraña estaba claramente implicada en la historia, así que o se sentaban o se iban sin su amiga. Y ella parecía bien cómoda allí, así que Alice se sentó frente a ella y tomó sus manos.

— A ver, últimamente Sean y yo no nos hemos visto mucho. Diciembre fue un mes loquísimo de cosas que hacer e hicimos una cena de Navidad de los amigos que estábamos en Londres, pero justo Sean no pudo ir, y ya empezó a mosquearse. — Era mágico cómo todas las mujeres asentían al unísono, con una especie de ruido de fondo que no se había acordado, pero claramente no hacía falta ensayar. — Pero bueno, luego vino La Provenza, ahí estábamos contentos, o eso creía yo, pero a la vuelta me vino con “es que parece que me estabas evitando”. Y yo como “mira, no”, es que estamos con más gente, no era un viaje romántico, era para estar con nuestros amigos. — El tono ya empezaba a ser más Hillary. — Pero es que, si diciembre fue loco, enero ni te cuento. No sabéis todo lo que hay que hacer en el Ministerio, es el mes en el que se prepara todo. Y él venga a insistir en quedar, y yo pues intentando cuadrar, pero es que a más me insistía más me agobiaba yo. — Alice asintió. — ¿Y le dijiste eso? — ¡SÍ! ¡Mil veces, tía! Y yo hago lo que puedo para moverme, pero es que tengo una oportunidad gigante en el Ministerio, y tengo una familia y además de todo, tengo que dormir y descansar ¿sabes? — Claro, cariño, es muy importante priorizarse, que a veces con el trabajo se nos olvida. — Dijo Nora palmeándole el brazo. — Es cierto, pero entiendo un poco el punto de Sean, Hills, porque para mí el contacto continuado en una relación también es importante. — ¡Y para mí! Pero ya me cuesta bastante lidiar con todo, no necesito sus penas también. Bueno, el caso es que me dieron estos días libres, y en cuanto me los dieron le dije, venga, vámonos a algún sitio, aunque sea a un hotel en Londres, pero a estar solos y tranquilos. ¿Y cuál te crees que es su primera respuesta? “¿EN PLENO ENERO?” — Qué fuerte. — Es que hombres, eh… — Jaleaban las otras. Lo peor es que Alice lo había oído con la voz de Sean, y eso le hizo entornar los ojos. — A ver, no es la mejor fecha del año para irse, pero claro, también es lo que tenemos. — Pero espera. Que le digo eso mismo y me dice: “es que yo estaba pensando algo para San Valentín, no me puedo creer que no hayas pensado en San Valentín, con lo importante que es para nosotros, patatín patatán”. Y yo le digo: pues mira, te lo agradezco, y seguro que nos viene bien, pero en San Valentín no sé cómo voy a estar, tú prepara lo que quieras que no implique viajar o varios días, y las minivacaciones que nos tomemos que sean estas. Y mira, dijo que sí con la boca pequeña. — De nuevo, parecía que le estaba viendo la cara. — Total, que con el poco tiempo que tenía, aun así, intenté planificar algo, y le dije: pues nos vamos a España, que hace mejor tiempo. Pues a todo lo que le proponía era: “¿ahí no hay toros? ¿No es una ciudad solo muggle? ¿La aduana cómo va?” y ya reventé y le dije mira, déjalo, quedamos en Liverpool y nos vemos en cafeterías y restaurantes esos días y ya está. Y VA EL TÍO Y ME SUELTA “ES QUE ESO ES LO QUE YO HABÍA PLANEADO PARA SAN VALENTÍN”. — De nuevo, sonido colectivo de indignación. — O sea, después de todo su discursito, todo lo que tenía pensado era que nos viéramos en su maldito barrio. — Resopló y se cruzó de brazos, dejándose caer en el respaldo del sofá.

— Gal, tía, yo no sé hacer esto, de verdad. Yo no he nacido romántica ni resiliente a esta clase de comportamientos, y sinceramente, no sabía a dónde acudir. Adoro a Kyla pero todo lo soluciona pasando del asunto y suspirando con superioridad, Theo en modo sanador mental hablándome de los tres pilares de una relación y mi madre… Mira, es que mejor no la menciono, porque no. — Oyó unos pasos atropellados por la escalera y por allí apareció Siobhán. Hala, otra opinión. — Perdón que me meta, soy la hija de Nora, y la prima de esta gente, vivo aquí, y mira, la sociedad te ha hecho creer que solo es válido un modelo de relación, y que si no lo quieres así, pues es que te vas a quedar solterona y eso no es así. — Visto que si no intervenía no la iban a dejar hablar, se adelantó. — En parte estoy de acuerdo con lo que dice Siobhán. Tú eres la que sabe con qué está cómoda o no, pero es que tienes que hacérselo saber a Sean, Hills. — ¡Tía, pero es que me agota tener que explicarlo todo! — Alice alzó las manos. — Y lo entiendo, cariño, pero es que Sean justamente adivino no es, y si no hay comunicación no hacemos nada. — Dices lo mismito que Theo… —

 

MARCUS

Se sentaron, porque el pueblo irlandés como concepto era un enemigo imposible de batallar, y ahí empezó Hills a narrar mientras las señoras removían el café y todo su público atendía como en la mejor obra de teatro jamás vista las vicisitudes de su amiga. A Marcus le alivió ver que no se trataba de una emergencia mayor y que, de hecho, la Hillary que conoció en Hogwarts hubiera tenido una reacción mucho peor a lo que contaba... pero Sean, claramente, seguía siendo el mismo. Había perdido la cuenta de las veces que había suspirado internamente por lo penoso que podía llegar a ser su amigo durante la exposición del relato, y una cosa era que no le sorprendiera nada de lo que oía, y otra que no le resultara desesperante. Si lo tuviera delante, ya le habría dado un buen calambrazo con la varita, a ver si así espabilaba.

Cuando vio a Siobhán entrar en acción, se temió lo peor, y miró de reojo a Alice. Si conocía de algo a su prima, ese relato no le iba a hacer ninguna gracia... No se equivocó. Asintió a la propuesta de comunicación de Alice... pero esta tampoco fue muy bien acogida. — Perdona, Alice. — Siobhán estaba sacando el modo Gryffindor a relucir. Esto se va a poner tenso. — Yo estoy con Hillary. — A la que conoces desde hace la friolera de medio minuto, pensó mientras se frotaba a la cara por quinta vez desde que empezó la escena. — ¿Cuántos años tiene Sean? ¿Seis? No es un niño pequeño, no hay por qué estar diciéndole obviedades. — Hay que ser comprensiva, hija. — Dijo Nora, condescendiente y tierna como siempre. Antes de que pudiera añadir nada más, Amelia saltó. — Y tener más paciencia. Y sí, los hombres pueden ser desesperantes, pero una sabrá si quiere ciertas cosas en su vida, tendrá que decirlas más claras. — Pues yo si mi novio no sabe lo que quiero, ya no lo quiero. — Se dignó Wendy, cruzándose de brazos, a lo que Siobhán reaccionó con una carcajada seca y ofensiva. — ¡Muy sano, Wen! Lo que hay que oír... — Yo estoy contigo, hija, que se entere. — Se enarboló la señora cuyo nombre seguían sin conocer. — Que yo con mi difunto Kelsey no tenía manera de decirle las cosas y que me hiciera caso. Ni mi Kelsey junior tampoco, es que no les entra, hija, por mucho que se lo digas. — Sí, menudo patán... — Oyó murmurar a Siobhán y la miró con los ojos muy abiertos, porque no se había cortado un pelo por si la madre del tal Kelsey la escuchaba. Pero la señora siguió. — No como mi Alona, que ella está pendiente de todo, todo lo tiene en la cabeza, es que tiene que andar detrás del hermano... — ¿¿Veis?? — Señaló Siobhán. — Fomentadísimo. — Pero hija... — Se generó un debate a todas las bandas posibles entre las mujeres presentes (Andrew, en algún momento de la conversación, había salido reptando de allí, como si pudiera verse venir lo que iba a pasar a continuación), mientras Marcus miraba atónito el cruce de opiniones, unas más sensatas, otras disparatadas, pero todas muy vehementes. Y, de repente y como si lo hubieran ensayado, todas pararon en seco de hablar y le miraron. Marcus se encogió en el sitio. — Hijo... — Empezó Nora, y Wendy, mucho menos sutil, disparó. — Marcus: tú eres hombre. — Ohj, por los dioses... — Suspiró Siobhán, tremendamente asqueada y rodando los ojos con exageración. — Dinos qué piensa y siente Sean. — ¿¿Yo cómo voy a saber eso?? — Igual por hombre no, pero por ser su amigo desde los once años... — Soltó Hills con tonito. Siobhán bufó fuertemente en lo que él solo atinaba a boquear como un pez fuera del agua. — Oye, ¿no os parece un poco antiguo lo del concepto "cerebro de hombre, cerebro de mujer"? Repito que todo es un constructo social, ¿y sabéis qué? — Pasó un dedo índice acusador por todos los presentes. — Esto se fomenta con este tipo de actitudes y comentarios. ¡INCLUIDO EL QUE HA HUIDO COMO UN COBARDE DE ESTA CONVERSACIÓN! — ¡No te oigo! — Se escuchó la voz de Andrew muy de fondo. Marcus se frotó la cara y ordenó las palabras en su cabeza antes de hablar.

Pero antes de que pudiera decir nada, una voz irrumpió. — Yo también soy hombre y nadie me está preguntando. — Hubo un sobresalto generalizado por parte de los no irlandeses en la sala. En un sillón apartado, ni habían recabado en su presencia, estaba el tío Cletus escondido tras un periódico, que dobló en un gesto muy estudiado para dejar su rostro visible. Siobhán cambió el peso de una pierna a la otra, con los brazos cruzados. — Que sepas, abuelo, que tú también estás reforzando todo este constructo. Porque aquí están todas las mujeres cotilleando y tú ahí, como si este tema ni te tocara. — El hombre se encogió de hombros, alzando las palmas en señal de obviedad. — ¡Es que no me toca! ¡No me puede importar menos! — Miró a Hillary. — Lo siento, chiquita, pareces una mujer encantadora, pero es que no te conozco de nada. Y esto pasa en mi casa prácticamente todos los días. — ¿Entonces para qué quieres que te preguntemos opinión, señor gruñón, que tienes que ser el protagonista hasta de lo que no te interesa? — Preguntó su esposa. El hombre volvió a erguir el periódico, tapándose con él mientras decía. — Yo mientras a la hora de siempre estemos comiendo, me da igual. — Hubo un rodar de ojos generalizado entre las mujeres de la familia. Total, que la intrusión no había servido para nada.

— A ver, Hills. — Trató de decir con el mayor cariño y tranquilidad posibles. — Yo no te voy a decir que no tengas razón ni mucho menos, porque efectivamente Sean es así de penoso. No entiendo en qué está pensando, pero no me extraña nada esa actitud, porque llevo durmiendo en la cama de al lado suya nueve años. Lo único que puedo decirte es que... no se pone tan inseguro ni temeroso con nada que no le importe, y a ti te quiere a rabiar. — Se encogió de hombros. — Y sé que no es excusa, y créeme, si yo estuviera delante, ya le habría dicho cuatro cosas para que dejara de hacer tonterías. Y también sé que no es tan fácil como decírselo y ya está, sus miedos van por delante... — ¿Y qué hago, entonces? ¿Me limito al "él es así"? No puedo vivir con estas angustias toda la vida, Marcus. — Lo sé, lo sé, si tienes razón... No sé... ¿Querrías que hablara con él? — Hillary soltó un bufido suspirado, frustrada. — ¿Y decirle qué, Marcus? ¿Que he venido aquí a chivarme de él para que monte un drama aún más grande? — A ver, la otra opción es que se lo digas tú directamente... Pero puedo intentar sondear el terreno yo primero a ver qué narices le pasa. — Lo que le pasa es que quiere estar conmigo las veinticuatro horas del día. — Y no le culpo. — Atajó, y parece que Hills no esperaba esa contestación. Marcus puso expresión obvia. — Yo estaría cada segundo de mi vida con Alice. Es lo que uno quiere cuando está tan enamorado. Y sí, evidentemente hay momentos que necesitamos pensar, o descansar, o concentrarnos, o simplemente nos apetece un poco de soledad, pero... cuando el tiempo con la otra persona es tan limitado... solo quieres verla a toda costa. Y Sean y las habilidades sociales... van por días, ya lo sabes. — Hillary rio un poquito. — Eso es verdad... — Suspiró, agobiada. — Si es que tienes razón... pero no sé qué hacer... — Se generó un silencio, y tras varios instantes de sostener dicho silencio en el aire, Siobhán soltó una ironía. — Bueno. Supongo que el hombre de la casa ha hablado. — ¡Siobhán! — Riñó Nora. — Si vas a ayudar a esta chica, te quedas, si no... — E hizo un gesto con la mano que indicaba que podía largarse. La otra, con mucha dignidad y sin descruzar los brazos, se lo pensó un poco y, tras unos instantes, se sentó, aunque recta como un palo. — Si una mujer necesita mi ayuda, no puedo quedarme tan tranquila. — Recibió varias miradas inquisitorias. — ¡Que vale! Escucho. —

 

ALICE

Trató de no cambiar la expresión y que su respiración pasara desapercibida. Le tenía mucho cariño a Siobhán, pero no necesitaba su corazón Gryffindor alimentando el fuego de su amiga, que se encendía con nada. Pero nada le preparó para lo que se venía, todo el mundo opinando, hasta que, finalmente, las caras se volvieron a Marcus. Alice, directamente, levantó las palmas de las manos como diciendo “ni sé qué decir”, así que optó por reírse de las intervenciones de Andrew y el tío Cletus, porque eso ya empezaba a ser una obra de teatro de enredo. Ahora, lo de comer a la hora estaba aún por verse.

No se sorprendió cuando el alegato de su novio se convirtió en el que más cabeza y templanza ponía en todo aquel asunto, especialmente como compañero que había sido de Sean, y probablemente la persona que más le conocía en el mundo. Tuvo que señalar a Hillary cuando comentó lo de hablar con él. — Pues no es mala idea. Varias veces vosotros servisteis de intermediarios entre nosotros, e igual que tú has venido a desahogarte, quizás viene bien que él le llore a alguien y ya luego podáis hablar. — Es que todo el rato estamos asumiendo que Sean tiene que llorar, hacer dramita. — Se quejó Siobhán. Bueno, para drama el de mi amiga cruzándose un país para que le den palmaditas en la espalda y dulces. — Bueno, es lo que ha dicho Marcus, las habilidades emocionales no son su fuerte, y todos tenemos nuestras cosas, y merecemos ayuda. — Y una colleja además se iba a llevar también, pero tenía que hacer lo que pudiera por contener las aguas.

Siobhán no estaba por la paz, pero, de todas formas, su amiga la necesitaba y ella se inclinó para mirarla y tomarla de las manos de nuevo. — A ver, Hills, la relación es tuya, y más no te podemos decir. Tienes la opinión de Amelia que es la experiencia; Nora, la paciencia; Siobhán, la revolución; y Marcus, el conocimiento. — ¿Y tú quién eres? — Le preguntó mirándola. Alice suspiró. — Yo la que hace la pregunta difícil. ¿Qué quieres tú de esta relación? — Ahora la que suspiró fue Hillary. — Sean es la persona a la que más he querido. Desde mucho antes de estar juntos… Pero no sé si… puedo tener una relación. No así. Es que no quiero… tener que dedicarme así. ¿De verdad hay que hacer todo esto? Es que me parece injusto, yo con mis amigas no necesito tanta “comunicación”. — Dijo haciendo muchas comillas con los dedos. — Me agobia tener que estar pendiente de esto, y siento que no debería agobiarme, porque a vosotros os sale solo… — Hillary las miró a todas. — ¿Será que no le quiero? ¿Que no sé querer? — Y se llevó las manos a la cara y se echó a llorar, haciendo que todas se abalanzasen a consolarla. — No me abracéis tanto y contestadme. — Dijo entre lágrimas. — Pues claro que sabes querer. Es solo que no llevas bien la dependencia, y eres muy independiente. — ¿Tata? Se preguntó. No, su versión irlandesa. — ¡Ginny, hija! ¿Has venido a hacer la comida? — Preguntó Cletus. — ¿Y cuándo ha entrado? — Preguntó Andrew a lo lejos. — Es que estabais muy ocupados todos. Y no, abuelo, pero si tanto interés tienes en comer, el tío Arthur está haciendo albóndigas en el pub, así que ya sabes. Allison y el niño ya han asumido que mejor comer ahí. — Eso se les estaba yendo de las manos. La chica se abrió paso entre todos. — Querida, igual que mis primos son MUUUUUY comprensivos con tu novio, tú tienes que ser más comprensiva contigo misma. Tú, por la circunstancia que sea, eres avispada e independiente, que arrime el hombro y lo entienda. — Ya, pero es que no soy detallista, ni especialmente cariñosa, me cuesta. — A él también. — Dijo Alice. De nuevo, vino una oleada de opiniones, y miró a su novio y dijo en voz baja. — Las múltiples voces nos están perjudicando. Voto por empezar maniobra de evacuación. —

 

MARCUS

Alice intentó poner más sensatez en aquel guirigay, que para algo ellos dos eran quienes conocían a Hillary sobradamente (y a Sean, para el caso), pero tener a cada vez más gente del pueblo poniendo la oreja no ayudaba. Las palabras de su amiga le cogieron el corazón: no quería que esa relación acabara así, sabía que se querían muchísimo, pero era cierto que Sean podía ser extremadamente dramático e intenso, y eso podía chocar mucho con la independencia y las barreras de Hillary. — Estoy seguro de que podéis encontrar un punto intermedio que os satisfaga a ambos. Las cosas no siempre salen rodadas a la primera. Los alquimistas sabemos mucho de probar mil veces hasta que algo salga bien... — Lo último intentaba dar un halo de esperanza y un toque distendido al asunto. No dio mucho resultado.

Soltó un bufido de obviedad y empezó a decir. — ¿Cómo no le vas a querer? — Pero apenas termina la última palabra, porque la chica se echó a llorar. Chistó y fue a abrazarla... pero se le echaron encima todas las señoras presentes, dejándole a él de lado y con una ceja alzada, y a punto de iniciar el modo ultraje por semejante desplazamiento cuando era SU amiga. Menos mal que Hillary no era de consuelo fácil, aunque ni por esas pudo contestar. La que faltaba, pensó. Se jugaba una mano a que Ginny había ido a llevarse a Wendy de los pelos al trabajo, pero ya que estaba se apuntaba al chisme, no faltaba más.

Aquello no había forma de encauzarlo por más que Alice y él lo intentasen, y pronto su novia verbalizó lo que él estaba pensando. Asintió, se mojó los labios y se intentó comunicar con su amiga, entre tanta gente. — Hills, ¿por qué no damos un paseo...? — ¡AY, MI NIÑA! ¡QUE NO ME PODÍA YO CREER QUE ESTABAS AQUÍ! — ¡Abuela Molly! — Hillary se levantó de un salto y se fundió en un lacrimógeno abrazo de nieta dolida con abuela protectora. Marcus bajó los brazos, frunció los labios y miró a Alice con desesperación. Las señoras presentes miraban la escena absolutamente conmovidas y con lágrimas en los ojos (excepto Siobhán y Ginny, con expresión de ponerse en pie de guerra contra Sean si mágicamente cruzara el umbral de la puerta). Marcus se frotó la frente. Menudo drama absolutamente innecesario. Como a alguno de sus dos amigos se le ocurriera hacer ni media broma u aspaviento en recuerdo a la semana que pasó peleado con Alice después de semejante espectáculo, le iban a escuchar.

Cuando Molly ya se hubo deshecho en besos y carantoñas hacia "su niña" Hillary, se giró a Marcus. — Hijo, que ha llegado esa lechuza tan grande y desplumada directa a tu habitación, de cháchara con Elio estaba. — ¿Willow? — ¿Willow? — Preguntaron, desacompasada y respectivamente, Hillary y Marcus, sin dar crédito, pero su abuela ya le estaba tendiendo la carta. — Toma. — Marcus, que tenía los ojos como platos, extendió una mano temblorosa para comprobar lo obvio: era una carta de Sean. — Ay. Por. Los dioses. — Exclamó Wendy con la respiración contenida. — Marcus. ¿Me estás diciendo que justo ahora te ha llegado una carta de Sean? — Preguntó Hillary, y la exclamación contenida en el salón fue generalizada. — Guapísimo. — Se escuchó la voz de Andrew, que comía avellanas apoyado en el quicio de la puerta. Con un quejido forzado de señor mayor, Cletus se levantó de su sillón lentamente. — Yo con vuestro permiso, me voy al bar. Que estoy viendo que se complica la comida. — Se acercó a Hillary, le tomó la mano e hizo una leve reverencia cortés. — Un placer, señorita, espero que su amado la corresponda como se merece. — Hillary puso una sonrisita agradecida y Cletus se marchó, dejando a Nora negando con un mohín. — Qué morro tiene... — Y nada más el hombre desapareció de la instancia, todos los ojos se posaron en él. — Bueno ¿qué? ¿La vas a abrir hoy o mañana? — Le instó Ginny, y Marcus la miró con ofensa. — ¿Pretendes que la abra delante de todo el mundo? Esto es correspondencia privada. — ¡Uy, mira lo que dice! ¡No habré leído yo cartas de mi Kelsey! — Marcus miró a la señora sin dar crédito de que siguiera opinando en sus asuntos. — No veo yo mucha privacidad en este tema en general. ¿Por qué íbamos a tenerla con él si no la estamos teniendo con la pobre Hillary? — Argumentó Siobhán, a lo que Marcus la miró con una ceja arqueada. — ¿Porque Hillary ha venido aquí a contarlo por voluntad propia y Sean no tiene ni idea de que se ha montado semejante cónclave? — Para qué dijo nada. Solo recibió un tsunami de bufidos, quejas y alusiones a corporativismo. Alzó las manos y se puso de pie. — Mirad, me voy a leer la carta a un lugar privado. Ahora vengo. — La habitación de Siobhán está libre, cielo. — Sugirió Nora, tan dulce como siempre, pero la aludida soltó un gritito indignado y después le apuntó con el dedo. — Como escuche el mínimo ataque machista, saco las orejas extensibles que tengo por las paredes y te ataco con ellas. — No tiene nada de eso. — Tranquilizó Nora con voz maternal, como si Marcus no supiera que se trataba de una amenaza vacía. Soltó aire por la nariz y, al pasar por al lado de Alice, le susurró. — En cuanto acabe de leer, nos vamos. —

 

ALICE

Dio un bote en su sitio en cuanto oyó la voz de la abuela. Vamos, la que faltaba, y lo único que hacía era alimentar el drama de su amiga, claro. Y encima trayendo noticias, para qué querían más. Estaba a punto de soltar un “cómo se te ocurre”, pero claro, muy ingenua tenía que ser como para creer que la abuela no sabía perfectamente lo que acababa de hacer. De hecho la miró, cruzada de brazos, pero finalmente no dijo nada. Enero estaba siendo muy aburrido para quien no buscaba reliquias ni preparaba una licencia de alquimista. Eso sí, ahí había que poner orden. — Bueno, obviamente que no la va a leer en voz alta, como dice Marcus, él no sabe esto. No seáis así, si fuera al revés, todas lo entenderíais, y Sean no tiene este consejo de sabias para aconsejarle. Lo de leer correspondencia ajena sin premiso vamos a hacer todos que no lo hemos oído porque esta señorita de aquí es abogada. — Dijo señalando a Hillary, e intentando asustar un poco a la señora anónima.

Afortunadamente, su novio también tenía bastante cabeza, y su resolución le pareció la mejor. — Es posible que necesitéis este tiempo. Estás trabajando muchísimo, y Sean es muy inseguro. — Ya, pero es que yo no puedo estar cargando con sus inseguridades siempre. — Y tienes toda la razón, pero ahora es momento de dejar este tema estar aunque sea brevemente. Estás en Irlanda, los O’Donnell, ya ves, te han acogido antes incluso de que llegáramos nosotros… — Intuyo que estás enfocando esto a parar el cotilleo, y creo que los dichos O’Donnell no estamos de acuerdo. — Miró a Andrew con carga asesina, y este levantó las manos. — Creo que al final elegí a la mujer de mi vida en base a que no me mirara con odio. Tooooodas igual: mis hermanas, mis primas… — Señaló a su amiga. — Hillary, toma mi consejo, al final todo cae en su lugar, pero no te lleves este sofocón. Si al final os arregláis, no habrá servido para nada, y si no, es que no lo merecía… — ¿PERO QUÉ MIERDA DE CONSEJO ES ESE? — ¡MIRA! Cállate, Andrew, cállate, porque… — Saltaron Siobhán y Wendy. — Mamá, te dije que había que abandonarlo en la playa cuando nació, pero nada, que papá quería un niño y… mira, mira lo que tienes ahora. — ¡Genevieve! No digas esas cosas ni en broma. — Y la autora del comentario se llevó un trapazo como el que se había llevado su prima. — La conclusión, cariño, es que estos días eres de la familia y te vamos a cuidar muy mucho, y vas a descansar de esas tundas que os dais en el Ministerio, que eso ni normal es. — Dictaminó Molly. Pues sí, iba a ser lo mejor. — Mira, te he traído un abrigo de Alice, para que te abrigues bien, y ahora mis niños te enseñan un poquito nuestro Ballyknow y luego vas a comer comidita rica de la abuela Molly. — Que hablando de eso, habrá que comer, ¿o qué? — Dijo Amelia. — Yo tengo que irme al turno, mamá. — Dijo Nora, que de repente se acordó de que era enfermera. — Yo tengo que irme a la guardia del colegio. — Vente al pub, abuela, si al final vamos a acabar todos allí. — Dijo Ginny. Y en un momento, como quien no quería la cosa, todos se habían levantado y estaban esperando a Marcus en la puerta. Cuando bajó, Alice le tendió sus cosas y se encogió de hombros. — La abuela ha sugerido, más bien establecido, un paseíto por Ballyknow de los tres antes de ir a comer. Así que nada, cuéntanos lo que consideres, y así Hills nos pone al día de la vida en Inglaterra y nosotros le contamos alguna cosilla de la licencia y nos despejamos todos un poco. — La rubia rio y señaló con la cabeza a los que se iban para el pub. — Me encanta tu familia, O’Donnell, son un show. — No sabes cuánto. — Respondió Alice, conduciéndola por los hombros hacia el centro del pueblo.

 

MARCUS

Entró en el dormitorio de Siobhán resoplando como si pudiera exhalar la angustia e inhalar paciencia cuando volviera a respirar, sentándose en la cama y diciendo en voz alta. — A ver qué me cuentas tú ahora. — Como si su amigo estuviera allí. Abrió la carta y comenzó a leer, y no llevaba ni dos líneas y ya se estaba frotando la frente con los dedos y, una vez más, rogando a los dioses por paciencia. Las dos páginas completas que componían la carta de su amigo eran un dramático recorrido por la, en su cabeza, decadencia absoluta de su historia de amor, que estaba al borde del inevitable fracaso y de cuyo duelo no sería capaz de recuperarse en la vida. Lo bueno: contaba lo mismo que Hillary, solo que desde su punto de vista, por lo que no podía decirse que ninguno de los dos estuviera mintiendo, solo percibiéndolo a su manera; lo malo: era de un dramatismo inaguantable que ponía su defensa extremadamente difícil. Pero conociendo como conocía a Sean, sabía leer entre líneas, y lo que tenía era añoranza de tiempos en los que compartía todos los minutos del día con Hillary y pánico a que esta le abandonase por ser él insuficiente. Y aburrimiento, porque claramente los estudios como pocionista de laboratorio iban mucho más lentos que las movidas de Hillary en el Ministerio.

Cuando terminó, levantó la cabeza de la carta y, cerrando los ojos, tomó una fuerte respiración que dejó salir con un suspiro de hartazgo. Al abrir de nuevo los ojos, se fijó en el entorno, porque no había llegado a entrar en la habitación de Siobhán (Alice sí, para ver unos libros que la chica quería enseñarle, pero no había estado invitado a esa conversación en concreto): tenía unas bonitas cortinas moradas y las paredes llenas de carteles de asambleas, fotos en movimiento en las que salía en manifestaciones y un escudo de Gryffindor con su insignia de prefecta sobre la mesa del escritorio, que le hizo sonreír con ternura. Él también conservaba su insignia con mucho cariño. Una de las fotos llamó su atención y se acercó a mirar: en ella salía Edward, con quien intuía que era una pequeñísima Siobhán en brazos, ambos con corazones morados pintados en las mejillas y unas sonrisas radiantes. Parecían estar en una manifestación, y con la mano que no sostenía a la pequeña, el hombre levantaba un cartel que rezaba "ella tendrá los mismos derechos que yo". Debajo de la foto había un trocito de pergamino escrito con la que reconoció como la letra de Siobhán, en el que decía "los verdaderos aliados hablan menos y demuestran más".

Se había quedado absorto mirando la felicidad de ese padre e hija Gryffindor con ternura, cuando conectó de nuevo con su realidad al escuchar el murmullo incesante que venía del piso de abajo. Suspiró una vez más y bajó las escaleras, donde, para su sorpresa, se encontró a toda la familia en la puerta de la casa, esperándole. Se dirigió a Alice con expresión de necesitar una actualización de lo ocurrido y ya fue debidamente informado de que, un día más, las señoras del pueblo (su abuela en ese caso) estaban generando una hoja de ruta para él sin consultarle. Miró con circunstancia a Hillary por su comentario y se limitó a hacer un gesto con la cabeza para que fueran saliendo. Siobhán se había quedado atrás para cerrar la puerta de la casa tras ellos, así que se giró hacia su prima y le dijo. — Me gusta tu cuarto. — La otra le miró como si evaluara si iba en serio o se estaba burlando, así que añadió. — Me encantará conocer todas esas historias que tienes colgadas por las paredes. Y un Ravenclaw siempre está dispuesto aprender. Y a ser la mejor versión de sí mismo. — La chica sonrió y añadió. — Estaré encantada. —

Parecía que no llegaría el momento, pero por fin estaban los tres solos, aunque pasear por el centro del pueblo atraía muchísimas miradas vecinales (sobre todo si se trataba de una auténtica desconocida con la parejita que llevaba apenas meses viviendo allí, que eran alquimistas y uno de ellos nieto de los dos que se fueron del pueblo hacía cuarenta años). Hillary, volviendo a su modo habitual, se cruzó de brazos y dijo muy digna y dispuesta a ponerse a la defensiva. — ¿Qué dice tu amigo? Me habrá puesto verde, imagino. — Marcus la miró con los ojos entornados. — Sean se cortaría una mano antes de ponerte verde. — Ella mantuvo una mirada digna y esquiva, pero no contestó. Marcus suspiró, deteniendo su paseo y mirándola de frente. — Hills, ¿sabes lo más gracioso de todo esto? Que estáis hablando exactamente de lo mismo. — Ella arqueó una ceja, pero se la notaba más confusa de lo que quería demostrar. — ¿Cómo que de lo mismo? — Que contáis exactamente los mismos pasajes, pero claramente tenéis puntos de vista. Y sinceramente, no me parece nada que no podáis arreglar con una conversación. — Hillary soltó un bufido exasperado. — ¿Te crees que no se lo he dicho ya mil veces, Marcus? — ¿Qué le has dicho? ¿"No me eches tanto de menos"? — Obviamente no le he dicho eso. — Bueno pero es lo que le has intentado transmitir. — Se encogió de hombros. — Hills, Sean es muy intenso, ya lo sé, y tendrá que aprender a ser menos intenso. Pero no puedes pedirle a una persona que no se sienta como se siente. Él... te quiere mucho y simplemente te echa de menos. Y aparte tiene sus tonterías e inseguridades, e insisto, puedo hablar yo con él y decirle que deje de hacer el tonto si quiere. Pero en el fondo... solo quiere pasar tiempo contigo. Y claramente no lo está manejando bien. — Negó. — Pero ni pienso que tú no sepas querer, ni que no vayáis a ninguna parte. Creo que tenéis que intentar adaptaros a la forma de querer del otro. Y llevo siete años viéndoos todos los días. Sé que lo haréis. —

 

ALICE

Aprovechando que ya no tenían al frente de defensa de Hillary, suspiró y entornó los ojos. — Vamos, tía, por favor, sabes perfectamente que Sean no hablaría mal de ti. Puede lloriquear de más, pero criticarte, vamos… Antes se echa un Pallalingua. — Su amiga contestó con un mohín de la cara, pero es que todos sabían que Marcus y Alice tenían razón. De hecho, en el paseo, su novio le confirmó lo que ella ya sospechaba, y dejó que Marcus se expresara sobre la relación, porque sabía hacerlo muy bien, y Hillary tenía que quemar todavía un poco más de combustible. Obviamente, ya tenían a medio pueblo mirando, pero a Hillary no parecía importarle demasiado.

Encaminaron sus pasos hacia los acantilados, porque la vista era preciosa y el viento impactaba en sus caras, y mientras lo hacía, mantuvieron un silencio cómodo, dejando que las palabras de Marcus calaran en su amiga, mientras el paisaje les acogía. Hasta que la chica empezó a hablar. — Nunca he visto una pareja. No sé cómo funcionan. Mi abuelo murió cuando yo era muy pequeña, y vosotros… — Rio y les miró, de lado en lado, apoyada en la barandilla del mirador. — Sin ofender, pero solo lleváis un año, y todo lo demás ha sido… — Ellos rieron también, pero Hillary negó. — Cuando os veía antes de estar juntos, con todos esos quebraderos de cabeza, yo sabía que os queríais y que teníais que estar juntos, pero siempre pensaba… — Suspiró. — Yo no podría. No aguantaría toda esta incertidumbre, simplemente… lo dejaría pasar. — Negó con la cabeza. — No sé hacer otra cosa. — Miró a Marcus. — Tienes razón, nos queremos, pero es que no sé si quiero esto en la vida. — Resopló y se frotó la cara. — Me estoy dejando la piel ¿sabéis? Estoy dándolo todo, no es fácil ser bastarda, mujer y mestiza en mi profesión, pero me encanta. Cada vez que consigo lo más mínimo y me felicitan siento un subidón… Y cuando no, cuando se hace cuesta arriba, lo único que quiero es luchar más fuerte. Y sé que a Kyla también le pasa, lo hemos hablado. Pero cuando se trata de Sean… Siento que cuando tenemos un problema, quiero abandonar, y cuando estamos bien… solo se siente natural, bien, por supuesto, pero no siento ese… — Rio y les miró. — He convivido con vosotros el tiempo suficiente como para saber que vosotros no os sentís así, sentís mucho más. — Encogió un hombro. — ¿Y si Sean no es intenso? ¿Y si simplemente me quiere más, o quiere más una relación, de lo que yo la quiero? — Alice acarició su espalda. — Yyyyy eso es una Ravenclaw dándole demasiadas vueltas a la cabeza. — Dejó un beso en su frente. — Hills, tú misma has dado con la clave: te estás dejando la piel en tu trabajo, estás hasta arriba, simplemente estás más centrada en otra cosa, no tomes decisiones o hagas evaluaciones estando así, no te hagas eso. No es justo, y para Sean tampoco. — Tomó su brazo. — Vamos a dejar el tema unas horas, vamos a disfrutar de Irlanda y a aprovechar que por fin nos vemos. —

Los tres estaban de risas, pero entonces, Hillary señaló una formación de nubes casi negras que venía del océano. — ¿Eso también lo vamos a disfrutar? — Alice rio y le palmeó la mano. — ¿Sabes qué te digo? Que reces porque esas nubes traigan nieve. Hace un frío tremendo, y si esas nubes traen precipitación, puede que yo pueda continuar con mi investigación. — Pero de mientras vamos a darnos la vuelta y ponernos a salvo. — Sí, mejor. Y cuéntanos qué se cuece por ahí. —

 

MARCUS

Iba a hacer su clásica ofensa ante la posibilidad de que Hillary criticara su idílica relación, pero solo pudo reír y negar, perdiendo la vista en el paisaje y dejando que el viento les despejara a todos las ideas. Esperaron a que Hillary se desahogara, y Alice empezó con lo que él también estaba pensando: le estaba dando demasiadas vueltas a la cabeza. — ¿Y sabes lo bueno? — Añadió a las palabras de su novia, con una sonrisa tranquilizadora. — Que nosotros también somos dos Ravenclaw que le damos muchas vueltas a la cabeza. Ahí podemos entenderte. — Se giró y apoyó la espalda y los antebrazos en el mirador. — Hills, como persona que ama muchísimo la alquimia desde que nació, pero que también ama con locura a su novia, no es incompatible dejarte la piel en tu trabajo y querer a una persona a rabiar, dar lo mejor de ti para tu pareja. Y si no me crees a mí... — Hizo un gesto gracioso con la cabeza hacia Alice. — Tienes la suerte de tener aquí a mi pareja y a mi compañera de trabajo, que me corrija si miento. — Miró de frente a su amiga. — Por tu parte, tendrás que aprender a equilibrar ambas cosas, y por la de Sean, tendrá que entender que no puedes dedicarte a él exclusivamente, y que no va en detrimento suyo querer ser la mejor en tu trabajo. Y te lo digo de corazón: los dos que estamos aquí te entendemos perfectamente. — Eso hizo que Hillary le mirara con una sonrisa emocionada, aunque no añadiera nada más.

Lo mejor, tal y como Alice había sugerido, era dejar el tema reposar un rato, cambiarlo y que su amiga hablara de otra cosa. Entre eso, el viaje, el paseo y sus opiniones, estaba seguro de que podría relajarse y ver las cosas de otra manera en apenas unas horas. Pasaron un rato entre risas, comentando anécdotas de Irlanda, hasta que una de dichas anécdotas empezó a acercarse peligrosamente en forma de nube negra. — Sí, vámonos. — Coincidió él con una risa por los comentarios de Alice y Hillary. En el camino de vuelta, la chica les fue poniendo al día. — El Ministerio es el típico sitio en el que, a nivel micro, no dejan de pasar cosas cada cinco minutos, pero a nivel macro, todo sigue exactamente igual. Es decir, es una turbulencia permanente, pero en verdad, siempre pasan las mismas cosas una y otra vez: destituciones de los mismos, cambios de cargos, leyes que no se aprueban eternamente "por culpa de la burocracia" pero en verdad es por intereses internos, peleas entre partidos, peleas dentro de los partidos... Podría entraros en detalles, pero para los de fuera todo es más de lo mismo. — Se frotó la frente. — Me preocupa Kyla. El ministro Farmiga tiene cada vez más detractores y parece bastante evidente que las próximas elecciones las va a perder, y no hay una alternativa fuerte. Esto que quede entre nosotros, por favor, que es top secret: la herramienta que piensa usar el partido es que, antes de las elecciones, Farmiga dimita en favor de otra persona. Barajan tres nombres, a cual peor: uno, Frank Becker, su mano derecha, que lleva con él toda la vida, por lo tanto sería como cambiar a Farmiga por su clon, así que de cara a los que están decepcionados con él, es lo mismo o peor, porque es poner a alguien del mismo corte con el que encima no están familiarizados; la segunda opción es Margaret Lebowsky, una vieja gloria del partido, es una señora MUY mayor así que ponerla sería para una legislatura, y además siempre ha sido un bastión en las sombras, nadie la conoce y no creen que tenga madera de liderazgo... — Se detuvo. Marcus preguntó. — ¿Y la tercera opción? — Hillary les miró. — Kyla. — Marcus y Alice se pararon en seco. Él habló. — ¿¿¿Están planteándose poner a Kyla como candidata a ministra??? — Es una locura. Es un suicidio político. — Marcus solo atinaba a balbucear. — No... A ver... Se lo merece, pero... — Kyla no puede ser ministra en la próxima legislatura, Marcus. Es demasiado joven, no está preparada, y siquiera proponerla va a hacer que todo el mundo acuse al ministro de nepotismo y los votos van a caer al subsuelo. Arrasaría con sus posibilidades no te digo para las próximas elecciones, para siempre, y Kyla no se merece eso, es mejor que no la propongan por ahora y que, cuando salga, sea por méritos propios y con una preparación en condiciones. — Hillary suspiró fuertemente. — Y mientras tanto, suben los radicales sangre pura. Y ahí entra mi lucha: en demostrar permanentemente que no soy "una marca publicitaria para que el partido de gobierno lave su imagen" sino una persona que merece estar ahí. — Marcus bufó, negando. — Qué absurdo... — Pues así todos los días... —

Hubo un breve silencio. — Ahora que estoy aquí... — La chica lo dejó en el aire y, un par de segundos después, soltó un resoplido. — Esto va a sonar completamente contradictorio con lo que acabo de decir, pero qué pereza me da volver. Aquí se está bien: charlando, con mis amigos y con la mente despejada. Me gusta pelear, pero a veces... — Hizo otra pausa, que Marcus completó antes de que ella lo hiciera. — Cansa. — Ella le miró con expresión, efectivamente, cansada, y asintió lentamente con la cabeza. La rodeó con un brazo. — Te hago una propuesta. — Dijo con cariño. — Es viernes. Quédate aquí en el fin de semana. — No le vayas a decir a Sean que estoy aquí. Tienes que contestar esa carta, y como le... — Marcus hizo un gesto con la mano para interrumpirla. — Relaja y déjame terminar un momento, letrada Vaughan, que no es de recibo interrumpir. — Esta la hizo una burlita, pero en el fondo se estaba riendo. — Quédate hasta el domingo. Te vendrá bien para despejarte, en casa de los abuelos hay sitio de sobra, y si no lo hubiera, habrás comprobado que hay medio pueblo dispuesto a acogerte. — Eso la hizo reír. — Aprovecha el fin de semana para conocer el pueblo, a mi familia, vamos al pub por las noches, te enseñamos la biblioteca de la abuela, nuestro taller... Puedes levantarte tarde y ponerte hasta arriba de comida. Y, cuando vuelvas el domingo, te vas a ver a Sean y le cuentas todas las cosas que le vamos a enseñar a él en cuanto vengáis juntos. — Ella ladeó la cabeza y él arqueó las cejas. — Y no le voy a decir yo a Sean que has venido. Se lo vas a decir tú. — Hillary chistó, rodó los ojos y fue a protestar, pero él se adelantó. — Mira, nosotros ni somos expertos en relaciones ni te vamos a decir qué y cómo tienes que hacer las cosas, pero si algo tenemos clarísimo que no ayuda nada es mentir. Dile simplemente que te has agobiado por el trabajo al salir del Ministerio, querías un cambio de aires y nos echabas de menos, y te has salido directa y te has aparecido aquí. Y ya, ya lo sé, ya sé que Sean va a saltar con el drama de "te sobro": ya de eso me encargo yo en mi carta. Pero no voy a responderle hasta que le escribas tú primero. De hecho, ya que Willow está aquí, puede llevar las dos cartas en el sobre. Así que no me voy a chivar porque tú se lo vas a decir antes, pero tampoco voy a ser cómplice de una mentira. — Hillary rodó ahora los ojos hacia el otro lado. — Slytherin... —

 

ALICE

— Vamos, es que si me hacen jurarlo… — Decía Hillary, antes de darle un trago a su pinta. Su amiga se asustaba bastante menos del alcohol que ella, desde luego, y después de un día muy tranquilito en la casa, comiendo a la irlandesa, la reunión familiar en el pub se les antojaba como el mejor plan posible. — ¿De verdad? Ay, pues yo veo a Marcus muy niñero, no me extraña nada. — Contestó alegre Allison. — ¿No era así en el colegio? — Alice alzó un dedo, mientras terminaba de beber de su copa. — No, permite que te ilustre, Ally. A lo que mi querida Hillary se refiere es que no veía a Marcus sentado en una silla de plástico de colorines que aparenta haber visto varias generaciones de O’Donnells pasar, con las rodillas prácticamente en la frente, en un pub, haciendo como que se echa té de una tetera que es de grande como su pulgar, arriesgándose a dar con el culo en el suelo del pub con todo lo que ello conlleva. — A ver qué dices tú de mi suelo. — Dijo Ginny, sentándose de un salto en la barra. — Sí, ciertamente, a eso me refería justo. — Señaló Hilary a lo que estaba ella diciendo. — Mi prefecto, tal como yo lo recuerdo, el suelo solo lo pisaba o lo limpiaba, si no alcanzaba los niveles adecuados para él. — Alice dio un trago a su vaso con una sonrisita y pensó eso no es del todo correcto, pero no iba a iniciar ESE debate. — Uy, aquí le he visto hasta pastorear mooncalfs y billywigs. — Aportó Martha.

— Me alegro de verte tan contenta por aquí, galesa. Esta mañana tenías una pinta espantosa. — Dijo Ginny, apoyándose en el hombro de Hillary. — Sí… Se me está complicando un poco la cosa con el Ministerio, la pareja, la familia… — Señaló a todo el mundo. — Problema que vosotros no tenéis. Esto de cerrar un pub solo para la familia, ¿no os arruina un poco el negocio? — Todas se echaron a reír. — Tendría que cerrar doscientos días al año para que en Irlanda un pub no fuera rentable. Además, nos importa más poder estar todos juntos, aunque sea solo un día a la semana, o ni siquiera un día, una noche. Sin tener que estar pendientes de atender, de cobrar… Solo todos juntos. — Contestó, orgullosa, la dueña. — Pero en todo lo demás te entendemos, incluso en lo del Ministerio, yo estoy todo el día tratando con la gente de allí, y te aseguro que los activistas les caemos fatal. — Aseguró Siobhán, haciendo reír y asentir a Hillary. — Ya te digo. Y las mujeres. Y los nacidos de muggles, si es que hay pocas cosas que les gusten. — Al decir eso, Alice pensó en su Kyla. Presionada por el partido, pero amenazada de perder su sueño. Otra cosa que no caía bien en el Ministerio eran las personas homosexuales, y cuando se enteraran de que Kyla lo era, con lo celosa que había sido siempre de su privacidad… Suspiró. Pensaba que la vida fuera de Hogwarts iba a ser diferente y, en menos de un año, la propia vida le había demostrado que no iba a ser para nada como ella lo había imaginado y estructurado en su cabeza. — Pero al menos tenéis esta familia y os va a bien en el amor. — Uy no toques el tema, porque… — Empezó Ginny. — ¿Es por Wen? Parece muy contenta con el chico de Connemara. — Eso te parece porque llevas aquí solo una tarde, y porque mi hermana lo vende como la historia de amor del siglo, pero veremos cómo acabamos. — Dijo Martha. — Y aquí las cosas pueden parecer más sencillas que en una ciudad, pero muchas veces, el pueblo las hace más complicadas… — Aportó Cerys, y Alice se dio cuenta de que, con la mano que tenía en el respaldo de la silla de Martha, la estaba acariciando un poco. — Ya ves… — Suspiró Siobhán. — ¡AY, POR NUADA! No te metas en ese saco, hermanita, porque tú no estás con Keegan porque no quieres. — ¡Vaya, hombre! Ahora tengo que estar yo en una pareja también, solamente decía que… — ¡BFFFFFKSKS! Toda la vida así, que tía más pelma… — Alice rio y le dio un codacito a Hillary. — Familia ¿eh? — Y aprovechó y tiró de ella hacia donde estaban los dardos.

— Venga, vamos a desahogarnos. Pensemos que cada dardo que clavamos está reventando un problema. Como si pudiéramos meter el problema en un globo y reventarlo con el dardo. — Soy malísima a los dardos. — Adujo su amiga. — ¿Y qué? No tienes que darle en el centro siempre, piensa que cada dardo que clavas, revienta un problema, una preocupación, el que sea. — La chica se rio cogiendo los dardos. — Pareces tu amigo Theo. — Alice se encogió de hombros. — Pienso mucho. Demasiado. Pero a veces se me ocurren estas cositas. — Señaló con la barbilla a Marcus. — A ver si eres tan osada de rescatar a Lord Marcus de la reunión social y te lo traes. —

 

MARCUS

— ...Pero a Kitty no le gusta estar con Tadhg, porque Tadhg se junta con Seamus, y no le cae bien Seamus. — Aham... Oye, ¿cómo se escribe Tadhg? — No sé, ya me enteraré, yo lo digo como lo oigo... — Ahm... Bueno, ya somos dos... — Entonces Seamus se viene y Kitty se va, y cada vez que Kitty se va, Aine B. se enfada. — ¿Y eso? — Porque Aine B. se hizo amiga nuestra por Kitty, y ahora Kitty se va y ella se queda como sola. — Pero está con vosotras. — Ya, pero es que Aine R. dice que Aine B. en verdad solo está con nosotras por Kitty, entonces luego Aine B. se siente incómoda porque Aine R. dice "es que solo estás por Kitty", y Aine B. dice que eso no es verdad, pero luego Kitty se va y Aine B. se enfada, y Tadhg también se enfada, porque se ha ido por Seamus... — Hizo como que se rellenaba la mini taza vacía de té ficticio con una diminuta tetera también de juguete porque aquella historia iba para largo, y encima tenía nombres repetidos. — Y además, Seamus ha dicho que la próxima vez que su hermana venga llorando, se va a chivar a la madre de Tadhg. — Pero espera, ¿Tadhg no era la que llevaba a Seamus? — Nooo el otro Seamus, es que el hermano de Aine B. también se llama Seamus, es Seamus B. el otro es Seamus Callum O'Brian, es que tiene un nombre muy largo así que le llamamos solo Seamus. — Tiene sentido... — Lo que tenía era ya un lío tremendo, pero a Rosie no parecía importarle.

Y, por detrás de la niña y a cierta distancia, tenía a Horacius haciéndole gestos. Se había sentado en la diminuta mesita del té y, mientras Rosie fingía hacer repostería (también falsa) para él, le estaba contando todos los chismes de los niños del pueblo. Por algún motivo, uno de los gemelos parecía muy interesado en la información, y en vez de preguntarle a su prima directamente, le había mandado a él de espía. — Y lo que pasa es que a Fiona le gusta Seamus, y por eso Tadhg se lo lleva, pero Kitty no quiere que venga con nosotras. — Será que no le gusta para su amiga. — Dijo, totalmente integrado en el chisme, y llevándose la taza a los labios mientras pensaba, como el señor mayor de espíritu que era, que los niños empezaban con los males de amores muy temprano. Y no estaba preparado para lo que iba a escuchar a continuación. — Es porque vio a Seamus darle a Deirdre un beso en la boca. — Si la taza hubiera tenido té de verdad, lo hubiera escupido, pero el gesto automático lo hizo igualmente. — ¿¿Pero qué edades tienen?? — Pues la mía. — ¡¡Pero eso está fatal!! — Pues sí, porque si le gusta a Fiona no debería de darle besos en la boca a otra. — P... — Ni atinaba a responder, porque Rosie lo contaba con total naturalidad y a él le estaban saltando todas las alarmas. — ¿Y sabes de qué me he enterado también? — Le dijo en confidencia, y bajando la voz. No sabía si quería seguir sabiendo, pero la niña se lo iba a decir de todas formas. — De que a Horacius le gusta Fiona. — ¡¡No es verdad!! — El aludido se había lanzado como un cometa hacia ellos, y Marcus no sabía ni cómo les estaba escuchando a tanta distancia y con el jaleo que había en el pub. Rosie le miró con un mohín. — ¡Eso te pasa por espiarnos! — ¡No me gusta Fiona! Pero es que no me fio del Seamus ese yo tampoco. — ¡Pues habla con Tadhg! O mejor, con Aine B., que sois muy amiguitos... — Es que es la única que tiene un poco de cerebro en ese grupo. — ¡A la que le cae mal Seamus es a Kitty! — ¡Kitty es tonta! — ¡Pues si los dos pensáis lo mismo! — Menudo follón de dinastías se le había montado en un rato. Mejor intervenir. — ¡Qué pinta tienen esas galletitas! ¿Por qué no nos...? — Cuando estemos en Hogwarts, Aine B. no os va a volver a hablar. — A ver si la que te gusta al final es ellaaaaa... — ¡Tú también eres tonta! ¿Es que no ves que a Aine B. le pasa con Kitty como a la tía Martha con Cerys? — ¡Oh, wow! — O sea que daría igual que me gustara porque a ella no le gustan los niños... — ¡A mí tampoco me gustáis los niños porque sois todos idiotas! — Se le estaba yendo la meriendita ficticia MUCHO de las manos.

— Veo que el prefecto se ha pasado al grado infantil. — Miró a Hillary como si le pidiera socorro, y la chica soltó una risita entre dientes, miró a los niños y dijo. — Hola, ricos, ¿me dejáis que me lleve a vuestro primo? — Y que sepas que a mis amigas les cae mucho mejor Lucius que tú. — Eso dice todo el mundo, pero luego soy yo el que conoce a más gente. — ¡Conocer no es caerte bien! — Lo tomaré por un sí. — Se respondió Hillary sola, cogiendo a Marcus del brazo para levantarlo de allí (con bastante dificultad, porque el taburete era enano) y arrastrarlo a otra parte. Tuvo que aguantar carcajadas crueles por el camino. — Que sepas que, gracias a mi don con los niños, estaba recabando una información muy valiosa sobre sus interacciones sociales. — ¿Y quién te cae mejor? ¿Andy B. o Andy Z.? — Se dice Aine, chica galesa, y no hay ninguna Z. Te has enterado fatal. — Pero nada, su amiga seguía desternillada a su costa, y él llegó junto a Alice suspirando. — Mi amor, hay niños de muy tiernas edades haciendo actividades que no les corresponden. Me voy a dar a la bebida... — Veo que eres exactamente el mismo O'Donnell pero rodeado de acantilados. ¡Ay, por qué no habré venido antes! Mira por dónde ahora sí que me apetece traerme a Sean. — Decía la otra mientras se limpiaba las lágrimas de la risa.

 

ALICE

Rodeó a Marcus de la cintura y se rio con ganas a su afirmación. — Para nada has sonado como tu padre cuando nos veía jugar en la playa de Saint-Tropez. — Dejó un beso en sus labios entre risas y señaló a los dardos. — A ver, cada vez que clavemos un dardo, estaremos reventando un agobio, ¿de acuerdo? Empiezo yo. — Cogió el dardo y apuntó, clavándolo bastante bien. — Que no nieve más este invierno y mi transmutación no sirva para nada. — Hillary rio y asintió con la cabeza. — Que todo este trabajo no esté sirviendo para nada. — Y lo clavó casi en el centro. Poco a poco, iban diciendo cosas y se iban riendo más, acabando por atraer a parte de los primos, que celebraban cada dardo como si les estuvieran quitando un peso de encima a ellos, y los niños, también casi sin entender del todo lo que ocurría, se alegraban y celebraban. — Que esto se acabe. Que llegue ya la licencia de Hielo y tengamos que enfrentarnos al mundo de ahí fuera. — Dijo Alice, después de un rato, con los ojos brillantes. — AWWW, pero si os podéis quedar aquí para siempre. — Contestó, siempre alegre, Ally. — Creo que no es el plan, cariño. — Le dijo Niamh apretando su hombro. — Pero saben que esta será su casa siempre que quieran. Y la tuya también, Hillary. — Alice lanzó el dardo con la consabida celebración y su amiga jugueteó con el dardo entre los dedos. — Tengo miedo de que… a pesar de esta seguridad mía tan notable… me esté equivocando en todo. — Y lo lanzó con tanta potencia e inesperadamente, que fue directo al centro. — ¡PARA QUE VEAS! — ¡Qué miedo ni miedo! ¡Mira esa tía! — Todos estaban celebrando como si hubieran derrotado a un titán, y Alice se sentía feliz y completa.

— Esta muchacha me ha inspirado, y este año tenemos que celebrar un buen San Valentín en el pub. Con música, actividades, decoraciones... — Saltó Ginny. — ¡SÍ! ¡PORQUE UNA DE LAS DUEÑAS SE CASAAAA! — No, tonta. Bueno, no solo por eso. Quiero hacer un San Valentín para todos: los que están casados, prometidos, felices, los que están genial solteros y hasta los que están en problemas pero quieren celebrar algo. — ¡ME ENCANTA, CUÑI! ¡YO LO VEO! — Gracias, Ally, siempre se puede contar contigo. — Y justo estaban jaleando la idea cuando la puerta se abrió dramáticamente. — ¡ALICE! — Reconoció la voz atronadora. — ¿Abuelo? — Se asustó por esa llegada tan repentina. — ¡ESTÁ NEVANDO! — ¡QUÉ TÍA! ¡LE HA VUELTO A PASAR! — Jaleó Cerys. — ¡Me voy a trabajar! — Dijo cogiendo rápidamente su abrigo. — ¡Que no pare la fiesta! ¡Vuelvo en cuanto acabe! — Pero Hillary la estaba mirando con un dardo en la mano. — Ha funcionado. — Alice se rio un poco. — Es sesgo de confirmación, Hills. — ¡SESGO NI SESGO! ¡HA FUNCIONADO! ¡TE ADORO! — Y la abrazó muy fuerte.

Notes:

¡Bueno bueno! ¿Quién echaba de menos un buen drama adolescente como los de Hogwarts? A quien seguro que echábamos en falta era a nuestra Hillary, y divertido ha sido un rato. ¿Creéis que se arreglará con Sean? ¿Qué os han parecido todos estos chismes de nuestros amigos ingleses? Cotillead con nosotros por aquí.

Chapter 79: Todos los tipos de amor

Chapter Text

TODOS LOS TIPOS DE AMOR

 

MARCUS

(9 de febrero de 2003)

Menudo filón había encontrado con lo de mezclar alquimia con comida. Era algo que no se le había ocurrido hasta el momento, y no sabía por qué, porque sus abuelos le habían contado anécdotas al respecto (empezando por la afamada cerveza sin alcohol que inició su romance). Marcus era tan prudente, miedoso y protocolario que no se había atrevido a hacer una innovación tan arriesgada hasta tener, al menos, la primera licencia. Y ciertamente, tampoco era algo tan arriesgado: solo estaba separando algunos elementos, combinando colores y dándoles formas bonitas a las cosas. Después de ayudar con las monedas de chocolate a su abuela Molly, se le ocurrió la idea de que podía hacer bombones para San Valentín con alquimia, pero claro, eso llevaba una serie de pruebas consigo, que estaban siendo bastante divertidas. ¿Y hacía algo malo relajándose mientras aprendía? Él creía que no. Llevaban en Irlanda ya muchísimos meses, estaban descubriendo infinidad de cosas. ¿Tan malo era ponerle un poquito de dulce a sus investigaciones?

Al parecer, sí. Su abuelo no paraba de quejarse, y Alice empezaba a desaprobar que “invirtiera tanto tiempo en una fruslería para ella”. ¡¡Lo que tenía que oír!! ¡Él, Marcus O’Donnell, premio extraordinario de su promoción, siendo acusado de poner por delante la diversión o la superficialidad a la obligación! Tenía que estar entrando en el taller a escondidas con su abuela como si fuera un criminal. Absurdo.

― Mira esto. ― Le enseñó a su abuela, entre susurros, sacándose el trozo de madera del bolsillo. ― Corteza de limonero. ― La mujer aspiró una exclamación. ― Si separo la salvia para quitarle la toxicidad, puedo transmutarlo en esencia de limón, con un toque amaderado. Imagínate: un bombón cítrico que venga directamente de un árbol, en el momento en el que combinemos esto con tu chocolate. ― ¡¡Qué maravilla!! ― Exclamó la mujer. Hablaban en voz baja porque habían hecho creer a los otros dos que habían salido a hacer unas compras, y no que estaban en el taller. Lo dicho, como si estuvieran cometiendo un crimen. 

― Y sabes qué otra cosa he pensado. ― Dijo con ilusión y ese tono que se le teñía de ambición cuando soñaba a lo grande. Molly le miraba con la emoción de una niña. ― Pedirle a Martha un poco de lana de sus ovejas. Aunque solo sea una pequeña borla… Con los sabores adecuados… ― ¡Un bombón suave como una nube! ― ¡¡Eso!! ― Molly aplaudió. ― ¡Ya verás qué espectáculo de San Valentín! Cómo va a disfrutar la familia, hijo… ― ¡Lo sabía! ― Molly y Marcus dieron un salto y miraron a la puerta, tapando lo que tenían en el mostrador. Allí estaba su abuelo, con cara de profesor enfadado. Y Alice junto a él. 

― ¡Esto es lo que me quedaba por ver! ¡Mi propio nieto! ¡Sabía que no estabais comprando! ― Oh, por favor, ¿cómo se puede ser tan gruñón y dramático? ― Suspiró su abuela con toque indignado, evidenciando lo ridículo que le parecía. Pero Marcus, que aún se estaba recuperando de la pillada, miró ceñudo a Alice. ― ¿¿Te has chivado?? ― ¡Esta mujer…! ― Proclamó su abuelo, verdaderamente ofendido, señalando a Alice. ― ¡…Está demostrando no solo ser una verdadera Ravenclaw que no se cree una cutre engañifa sobre ir a un mercado que está a dos calles de la casa y tardar una hora en volver, sino ser la alumna interesada por la licencia que se presupone a cualquier alquimista que se precie! ― ¡¡Esto es alquimia, abuelo!! ― Se defendió. ― ¡No sé por qué os molesta tanto! ― ¡¡Estás gastando recursos!! ― ¡¿Qué recursos?! ― Intervino Molly. ― ¡¡Será que no hay limoneros en el planeta!! ― ¿¿Para eso estás usando la madera?? ¿Para hacer bombones? ― Marcus soltó aire por la nariz y miró a su abuela. Hubiera preferido dejarlo al factor sorpresa.

Hizo un gesto de calma e intentó aportar serenidad. ― A ver. ― Soltó aire por la boca. ― Quiero recordar a todos los presentes que me saqué la licencia de Piedra transmutando agua potable de un elemento de la naturaleza. No sé por qué os parece tan descabellado esto ahora. ― Se encogió de hombros. ― ¡Y no digo que vaya a hacerlo! ¡Solo estoy investigando! ― ¡¡Te traigo a Irlanda!! ― Nada, Lawrence no estaba por la labor de bajarse del carro de la indignación. ― ¡A mis raíces! ― Oh, lo que me faltaba… ― Suspiró Molly. ― ¡Rehabilito el taller, intento aportarte todo lo que sé! ¡Y así me lo pagas! ― Esto también es prueba de conocimiento, abuelo, y comer tenemos que comer todos los días, si puede sacarse de recursos y, además, hacerlo bonito y divertido… ― El hombre achicó los ojos. ― Eres igual que tu abuela. ― ¡¡Oh!! ― Exclamó Molly, ofendida. ― ¡Resulta que el señor lleva toda la vida proclamando a los cuatro vientos que el nieto es suyo y solo suyo, y ahora que se parezca a su abuela es un problema! ― ¡No he traído aquí a quien he vendido como el futuro de la alquimia para que se ponga a hacer bombones! ― ¡Pues nada! ― Se indignó Marcus. Hasta ahí aguantaba su orgullo siendo machacado sin piedad. 

― Que sepáis… ― Comenzó, alzando un índice y mirando a su abuelo y Alice. ― …Que no se le pueden poner fronteras ni pesquisas al conocimiento. ― Su abuelo farfulló, pero él continuó con su discurso. ― ¡Y que algún día, esto será una gran innovación del alquimista O’Donnell, quién sabe si no haré historia! ― Ahora resulta que quieres ser chef. ― Siguió su abuelo, y su abuela se cruzó de brazos. ― Oh, disculpe el erudito, que todo lo que no sea crear meteoritos y joyas que ni siquiera existen no es de su consideración. Pues que sepas que las rocas no se comen, y que el ser humano necesita antes comer para mantenerse que llevar piedrecitas. ― ¡No he dicho nada de…! ¡Mujer, no me pongas a nuestro nieto en mi contra! ― Tranquilo, eso ya lo intentan otras. ― Dijo con tonito, mirando a Alice. ¿Cómo había podido chivarse? ¡Encima que quería hacerle bombones para San Valentín! ¡Ni él se había chivado de ella en Hogwarts siendo prefecto! …Bueno, no hacía falta porque él mismo la regañaba, ¡pero que estaba ya mayorcito para que le leyeran la cartilla a estas alturas! Se sentiría ridículo en otro momento, ahora tenía una ofensa que mantener a flote. 

― Buenaaaaaaaaas familiaaaaa. ― Andrew abrió el taller tan contento y entró, pero se quedó en la puerta, mirándoles, perdiendo la sonrisa al darse cuenta de que no estaba el ambiente para tonterías. Ni caso a lo de que por el taller no se podía entrar con tanta alegría, que podía ser peligroso. Ese concepto no calaba en su familia. ― Oh… Traía… En fin, vuelvo en otro momento. Te dejo aquí las coles que me pediste, tía Molly. ― ¿El reparto llegaba directo al taller? ― Preguntó Lawrence, irónico, con una ceja arqueada. Andrew señaló con prudencia a Marcus. ― Era por… el primo quería… No importa, yo me iba ya. ― Y, dicho y hecho, desapareció tras la puerta. Lawrence alzó los brazos. ― ¡Coles! ― ¡Son material de investigación! ― Se defendió, pero estaba en una verdadera ratonera a esas alturas. Resopló fuertemente. ― ¿Sabéis lo que os digo? ― Empezó a recoger todo lo que tenía por allí, mientras les miraba con los ojos muy abiertos en expresión de dignidad y recochineo. ― Ni uno. Ni uno solo vais a probar. Ya que sois tan listos y mucho más responsables que yo, mucho más Ravenclaw, mucho más cercanos a la licencia, mis investigaciones no sirven de nada… ― Sí que se parecía a su abuela, pero no solo en el buen comer, sino en lo rápido que se picaba. ― …Pues todos estos productos lo van a probar aquellos que hayan confiado ciegamente en mi labor. ― Barrió con la mano todas las muestras de ensayo de bombones y las hizo caer a una cajita, mirándoles incisivo. ― ¿Sabes a quién le encantaría seguro todo esto? ― Señaló a Alice. ― A tu padre. ¡Porque ahora resulta que ni yo soy suficientemente O’Donnell ni tú suficientemente Gallia! ― Jovencito, te me estás saliendo del camino. ― Advirtió su abuelo, pero Marcus se irguió. ― Marcus O’Donnell es muy capaz de trazar su propio camino. ― Dijo con toda la épica que podía ponerle a una frase teniendo en cuenta que llevaba un montón de cachivaches en el brazo y una caja de trozos de chocolate en una mano. Su abuela se le enganchó del brazo libre y puso también la cabeza muy alta. ― Vámonos, cariño, no nos entienden. ― Y salieron del taller con toda su dignidad y sin mirar atrás. Ya vería cómo lo arreglaba en otro momento. 

***

(14 de febrero de 2003)

Ya se le había pasado su indignación tras el incidente chocolatero en el taller y había vuelto a las andadas, porque él tenía una hoja de ruta en su cabeza y su abuelo gruñendo y Alice rechazando comida (rarísimo hecho por ambas partes) no se la iban a quitar. Ya que Ginny había organizado una fiesta para toda la familia en el pub, y que fabricar bombones con alquimia había resultado ridícula y peligrosamente fácil, quería llevar una muestra para todos, y también mandarles unos poquitos de regalo a sus padres, a Darren, a Sean, a Hillary y a Lex, Dylan, Olive y Donna en Hogwarts... Sí que se había pasado haciendo bombones, pero ya estaban hechos, no los iba a tirar.

— Feliz San Valentín, colega. — Le había dicho a Elio justo al caer la noche anterior, obsequiándole con unas chuches especiales que tenía guardadas de la última vez que estuvieron con Darren. Preparó las cajitas de bombones para los diferentes destinatarios, con cuatro unidades para cada uno, les lanzó un hechizo de reducción de peso para que no sobrecargaran a Elio y le envió a dejar el regalito en cada ventana. Para cuando se hiciera de día ya estaría de vuelta y podría dormir, que no le gustaba alterarle los horarios, y también podría tenerle para el resto del día con él.

Con la de bombones que había mandado, el primer envío que recibió no fue de una de las personas agraciadas, y si bien había tomado las mismas precauciones que él enviando a su mensajero de noche, ni este había recibido la orden de no molestar ni, desde luego, el paquete era como para que no molestara. En mitad de la noche, cuando todos dormían, se coló por su ventana, o por la puerta, o a saber por dónde porque todo estaba cerrado, un pájaro enorme que tardaron en identificar, cuyo graznido perturbó un poco el sueño de Marcus, pero no llegó a despertarle, solo a hacer que se removiera. Ojalá le hubiera despertado. El animal soltó el paquete en el suelo y este se abrió con un estallido, empezando a reproducir una música a todo volumen que hizo tanto a Marcus como a Alice dar el bote de su vida en la cama. Dicha explosión, además de música, soltó una humareda rosa con brillos que, en mitad de ese proceso en el que estaban medio dormidos, confundieron poco menos que con un ataque terrorista en su habitación, al menos hasta que empezaron a ver corazoncitos voladores, algunos de los cuales bastante pegajosos, que se fueron directamente a su cara con sonidos de besitos (aumentando tanto el desconcierto como el miedo). Segundos después, toda la casa se inundó del vozarrón de su amiga Olympia, proveniente de uno de los dos paquetes que había portado el pájaro, en versión howler. — ¡¡FELIZ DÍA DEL AMOR, MARCUSITO!! ¡EN ESTE PRECIOSO DÍA EN EL QUE LAS ENERGÍAS AMOROSAS...! — Y, en lo que el howler amoroso gritaba su larga proclama, se abrió el otro, y ahora eran dos reproduciéndose a la vez, formando una ininteligible cacofonía. — ¡¡FELIZ DÍA DEL AMOR, MI GALITA!! ¡¡EN ESTE PRECIOSO DÍA EN EL QUE LAS ENERGÍAS AMOROSAS...! — Se tiró de la cama prácticamente rodando, no atinando ni a procesar lo que ocurría, pero solo quería que esa cosa dejara de chillar. Que no sabía qué hora era, pero dudaba que pasaran de las cuatro de la madrugada.

— ¡¿QUÉ PASA?! ¡¿QUÉ PASA?! — Molly, como buena Gryffindor, había irrumpido como un torrente en la habitación, varita en ristre, dispuesta a dejar en el sitio a cualquiera que osara poner un dedo encima de su nieto. Semejante intrusión provocó que el pájaro se aspaventara y empezara a volar violentamente, en toda su envergadura (¿¿de dónde había salido un búho tan grande??) por toda la habitación, provocando caídas de objetos y un gran revuelo, y la proclama no se había callado ni los corazones y nubes rosas dejado de inundarlo todo. — ¡PETRIFICUS TOTALUS! — Lanzó Molly, y el pájaro cayó al suelo de golpe, lo que hizo a Marcus aspirar una exclamación y dar un bote en su sitio. — ¡¡ABUELA!! ¡La lechuza de Oly! — ¡Eso no es una lechuza, hijo! — Y, por fin, la mujer encendió la luz. La imagen hizo a Marcus parpadear y plantearse seriamente si estaba soñando. — Dile a tu amiga que no se usan gaviotas como pájaros mensajeros. ¡Ni se mandan mensajes tan ruidosos a las cuatro de la mañana! — ¡¡Y FELIZ SAN VALENTIN!! — Y otro estallido de corazones, porque, a pesar de que era un ruido difícil de ignorar, el mensaje del sobre todavía no había terminado. Ni el de Marcus, ni el de Alice, por lo que primero recibieron un estallido más de corazones que no sabían de dónde venía, y resultó ser el final de la carta de Marcus, y luego pudieron adivinar el origen al poder escuchar el final del de Alice. Marcus soltó aire por la boca, recuperándose del impacto.

— ¿¿Pero qué sucede?? — Entró su abuelo, jadeando e impactado. Molly le miró de reojo. — Estamos salvados contigo... — Nunca dije que fuera un guerrero. ¿¿De dónde sale tanta...?? — Y empezó a hacer aspavientos con las manos para describir el cuadro que tenían delante: residuos de humo rosa, corazones voladores cayendo poco a poco inertes al suelo, el mentado suelo regado de confeti y restos de la explosión, un par de cajas rojas destrozadas por dicha explosión, los howlers ya callados y tirados por ahí, Marcus en el suelo con la mano en el pecho y una gaviota petrificada. Decidió reseñar eso último. — Esos bichos son traicioneros. Allanan casas. — Me he dado cuenta. — Respondió Marcus como pudo. Se frotó la cara. — Es una felicitación de Olympia. — ¿¿Y qué os felicita?? ¿¿La organización de nuestro funeral conjunto?? ¡¡Porque nos va a matar de un infarto si sigue haciendo esas cosas!! — Marcus miró a su abuela con los ojos entornados, y luego a la gaviota. Solo podía alegrarse porque no hubiera coincidido con Elio. Molly hizo un gesto de la mano. — Bueno, parece que todo está en orden, al fin y al cabo. A dormir todo el mundo. — ¿¿Cómo pretendes que me eche a dormir con semejante susto, mujer?? — ¡Pues durmiendo! ¿O quieres ponerte a limpiar? — Contestó sin más, dicho lo cual se fue, y su abuelo tras ella, gruñendo. Marcus miró a Alice, rodó dramáticamente los ojos y se dejó caer al suelo, con brazos y piernas estiradas como una estrella de mar. — Empezamos bien el día. —

 

ALICE

Se sentía un poco culpable por haberse comportado como una niña pequeña. Pero es que ella quería ese limonero, vaya que lo quería, le venía ideal para la prueba de humedad y calor y… hala, como al nieto guapo y alegre le había dado por hacer comiditas, a Molly no le faltó más. Y se sintió, lo dicho, una niña pequeña, porque sabía que, si se quejaba, Marcus, legítimamente, le iba a decir “no habías dicho que el limonero tuviera que ser tuyo”, y ella solo iba a hinchar las mejillas de rabia y a cruzar de brazos. Pero después de haber perseguido hasta a la nieve, le daba mucha rabia tener que esperar a otro limonero. Así que hizo lo que jamás había hecho: chivarse. Bueno, no lo hizo así, se fue al sofá a leer delante del abuelo, hasta que él la increpó con que por qué no estaba haciendo el experimento de la madera y ella se hizo la loca, diciendo: “ah, pensé que le habías dado el limonero a Marcus y estaba esperando a que llegara otro”, y ya lo demás salió solo. Pero bueno, ya se habían perdonado, llegó otro limonero, y su novio estaba contento con llenar de bombones a media Inglaterra.

Lo que obviamente no se esperaba fue semejante estruendo en medio de la noche. Estaba con el sueño ligero, porque quería sorprender a Marcus con galletas de Janet para desayunar, tuneadas para San Valentín, y quería levantarse temprano para hornearlas, así que tampoco estaba profundamente dormida. Oyó un torpe aleteo, pero dedujo que podría ser el búho de Dylan, cansado de volar, o Willow, o Nuada sabía qué. Lo que no se esperaba, bajo ningún concepto, era lo que cayó allí.

La reciente pesadilla de Marcus la tenía un poco tensa de más, y las voces la alteraron, pero cuando los corazones empezaron a acosarla se puso a intentar quitárselos como si fueran babosas y parecía una loca. El pájaro la estaba tensando muchísimo y oía a la Condesa bufar y hacer ruidos de peligro desde alguna esquina. Sí, me he dado cuenta yo también, pensó. Por fin, la abuela puso algo de orden, aunque le preocupó un poco lo a plomo que había caído la gaviota (¿en qué infiernos estaba pensando Oly al mandar una gaviota?). También le preocupaba su ritmo cardíaco a esas alturas.

Para hacerlo todo más romántico, los abuelos empezaron a gruñirse, y Alice suspiró, sentada en el borde de la cama, mientras intentaba igualar su respiración. — Menos suspiros, a ver qué habríais hecho sin mí. — Sentenció Molly. — Gracias, abuela. Buenas noches. — Y péinate un poco, hija, que parece que te has pegado con una banshee. Y aún te quedan corazoncitos de esos por ahí. — Gracias, abuelo. — A ver si alguien más tenía algo que apuntar. En cuanto cerraron la puerta, se deslizó sobre su novio y se sentó con una pierna a cada lado de él. — Un año, mi padre le hizo un corazón flotante perfumado a mi madre para que fuera a buscarla a la cama, y resultó en que acabamos en San Mungo con una intoxicación respiratoria. Y ese fue uno tranquilito. — Le dio un beso y dijo. — Soy una Gallia. Si no me despierto un San Valentín con un poquito de caos no estoy en mi ambiente. — Le dio un beso, deleitándose en él. — Vamos a la cama y hagamos que esto no ha pasado. Verás mañana cuando te levantes. — Y estaba ella así cariñosa, cuando oyó otro bufido a su espalda. — Ay, ya, Condesa, que quieres dormir, lo he pillado. —

***

Se levantó la primera y preparó las galletas con forma de corazón y frutitos rojos y los gofres. Cortó todo frutas rojas y rosas, y preparó un chocolate blanco fácil de teñir. Estaba ella muy tranquila y orgullosa, cuando la puerta de la calle se abrió y oyó un jaleo. — ¡Marcus! ¡Primo! — Ese era Seamus. — ¿Hola? ¿Hay alguien despierto? — Dijo la voz de Rosaline. La respuesta a eso podría haber sido no, pero bueno. — ¡Aquí! Lo siento, el primo Marcus aún está en la cama y los abuelos estarán al caer. — Rosaline traía a sus tres niños y a los gemelos. — Querían daros sus tarjetas antes de ir al cole. — Pero esperamos aquí al primo sin ningún problema. — Concluyó Pod, y todos se sentaron a la mesa, tan tranquilos, mirando con curiosidad todo y picoteando. Rosaline incluso sacó servilletas para todos. Más gofres, supongo, se dijo. Nunca volvería a poner en duda las cantidades de cocina de la abuela. — Prima, ¿por qué tienes corazones pegados? — Preguntó Lucius. — Es… una larga historia. Pero básicamente una amiga de Inglaterra que no sabe hacer regalos. —

 

MARCUS

Se frotó los ojos y, cuando tomó conciencia de estar despierto, dio un sobresalto. ¿¿Qué hora era?? ¡Por Nuada, no se le podían pegar las sábanas el día de San Valentín! Se apresuró a tomar el reloj de la mesilla, no sin antes rascarse de la cara uno de esos malditos corazones pegajosos que le habían recordado a la noche anterior (bueno, el desastre montado en el suelo de su dormitorio también le recordaba a la noche anterior). Al menos y para su tranquilidad, no era tan tarde como pensó. Probablemente hubiera llegado a esta conclusión porque lo que le había despertado había sido oír voces en el piso de abajo. Pero claramente, la presencia de O'Donnells irlandeses en su casa era totalmente independiente de la hora.

Se arregló rápidamente, aunque se acicaló como solo Marcus podía hacerlo en un día tan señalado como San Valentín, y bajó al trote los escalones oliendo a perfume y con una sonrisa brillante, además de la mano escondida tras la espalda. Porque, sí, había reconocido las voces, y si Marcus tenía un as en la manga siempre en Hogwarts y para todo el mundo, con la apretada agenda tanto académica como de prefectura que tenía, sería buena idea temer lo que podía hacer con mucho más tiempo libre y rodeado de familia. — ¡HOLA, PRIMO! — ¡PRIMO! — ¡BUENOS DÍAS, PRIMO! — Le asaltaron como cacatúas algunos de sus primos, pero hizo un gesto de pedir silencio con el dedo en sus labios y una sonrisilla, y se acercó hasta Alice. Hizo un pomposísimo gesto para decir. — Feliz San Valentín, mi amor, este es un obsequio de amor verdadero. — Y de detrás de la espalda sacó una brillante rosa roja. Acto seguido, él mismo puso cara de confusión y dijo. — Oh... Oh, espera... Tú... ¡Ah, maldita sea! ¿Cómo he estado tan despistado? ¡A ti no te gustan las rosas!... O será que... — Miró a los niños con sorpresa. — Un momento... La rosa me está hablando... — Ya los tenía a todos atentos. Puso la oreja. — ¿Qué me dices? ¿Una transformación? ¿La verdadera destinataria? ¿Será...? — Y, de repente, la rosa se transformó en un precioso carnero rojo brillante, que se fue trotando y volando hacia Rosaline. La mujer reaccionó con sorpresa, sin vérselo venir, y tan pronto el carnerito llegó a ella, se acurrucó en sus manos y se transformó en la brillante rosa roja de nuevo. Marcus retomó el gesto pomposo. — Supongo que me había confundido de destinataria, entre tanta bella flor. — ¿¿ES PARA MÍ?? — Chilló la mujer, ilusionada. Sí que era como una versión muy joven de su abuela. — ¡¡PERO QUÉ DETALLE TAN BONITO!! ¡¡AY, A MÍ SÍ ME ENCANTAN LAS ROSAS, GRACIAS, MARCUS!! ALICE ¿¿NO TE GUSTAN?? ¡A MÍ ME ENCANTAN! ¡Y EL CARNERO ES MI PATRONUS! ¿SABES? MARCUS ¿LO SABÍAS? ¿CÓMO LO SABÍAS? — Él, en lo que la mujer recorría la distancia entre el sofá y donde él estaba para abrazarle, se giró a Alice y le guiñó un ojo. Para su novia tenía otras cosas, evidentemente, pero él tenía que quedar bien de entrada.

— Qué pelota. — Fue el comentario de Horacius. Marcus le revolvió el pelo. — ¿Y vosotros qué hacéis aquí? — ¡¡OS HEMOS HECHO POSTALES DE SAN VALENTÍN!! — Y tanto él como Alice recibieron un bombardeo de cartas que les hicieron reír y morirse de amor. Su abuela no tardó en bajar. — ¡¡Y LO MÁS BONITO DE BALLYKNOW QUÉ ALEGRÍA TENERLO EN MI CASA!! — ¡TÍA MOLLY OS HEMOS HECHO POSTALES! — ¡AY MIS NIÑOS YO ME LOS COMO QUÉ COSA MÁS BONITA! — Y, cuando se quisieron dar cuenta, el nivel de decibelios correspondiente a las horas del día había vuelto a ser superado, tras el episodio de las cuatro de la mañana.

Su abuelo bajó suspirando, probablemente por la intromisión del jaleo en su sueño, y ya iba Molly a girarse para protestar cuando él la detuvo. — Antes de meterte conmigo, mujer... que este año tenía yo pensado algo bonito, solo que no contaba una vez más con... — Lo dejó en el aire, pero Marcus sabía que se refería al pueblo como concepto. La señaló. — De hecho... lo tienes tú. — Molly se extrañó, pero siguiendo la dirección del dedo de su marido, se llevó la mano al bolsillo interior de su bata, el que justo llevaba sobre el pecho. La expresión de sorpresa les dijo a todos que, efectivamente, ahí había algo. Cuando lo sacó, se descubrió una esmeralda tallada, brillante, con forma de rosa. Todos se acercaron a mirar. La talla era exquisita, y el brillo solo podía ser de algo tallado con alquimia. — Para la rosa de Galway. Para que sepas que, aunque ni cuando sepas que la llevas, la llevas cerca de tu corazón. — Todos prorrumpieron en exclamaciones de ternura, pero Molly se había quedado mirándole con los ojos llenos de lágrimas. — Gracias... Por estas cosas me enamoré de ti. — Y fue hacia él y le dio un beso y un estrecho abrazo, emocionada, mientras todos seguían jaleando. Marcus miró a Alice con una sonrisa... y, entonces, captó el estímulo olfativo en el que no había tenido aún tiempo de procesar y abrió mucho los ojos. — ¿Eso son galletas? — Volvió a olisquear como un perrillo. — ¿¿Y gofres?? — Ya tenía la boca hecha agua. La estrechó por la cintura y le dijo. — Feliz San Valentín. Te quiero. Y espero que sepas que voy a inundarte de fruslerías, solo estoy esperando a que se despeje un poco el ambiente. —

 

ALICE

Por supuesto, cuando Marcus entró, entró también el mesías y la luz de la vida de los niños, porque el foco se desplazó a él, haciéndola sonreír desde su posición. No, si os entiendo, pensó. Y en cuanto le vio ir hacia ella, también pensó que acaba de entrar de figurante de una función para la familia que allí se hallaba, así que puso su mejor sonrisa y dijo. — Feliz San Valentín, mi amor. — Y exageró una contenida cara de incomodidad que hizo reír mucho a los niños, incluso hizo llevarse las manos a la cabeza a Pod, que respiró aliviado cuando, al fin, la rosa se convirtió en un carnero y llegó hasta su propia madre con gran alborozo de esta, lo que hizo que los ojos de Pod brillaran como diamantes y mirara a Marcus como si fuera un dios. Alice asintió y se puso a servir los gofres. Pues sí, todo estaba en su sitio.

Menos mal que había terminado de repartir platos (y se había vuelto a meter tras la barra de la cocina, porque obviamente había que hacer más) cuando la abuela llegó, porque habría pegado otro bote del susto con el griterío que se formó allí. Si quedaba alguien dormido, podían estar seguros de que ya no. De hecho, eso mismo debió pensar el abuelo, que bajó todo gruñón. — Ya sabemos de quién ha sacado el romanticismo el nieto. — Susurró Alice pasando por al lado de Rosaline y Molly, sirviendo a todos los comensales que se iban sentando. Pero lo cierto es que, esa vez, se había superado, al menos a su manera, mucho menos llamativa que la de su nieto, pero preciosa también. Qué forma de tallar joyas. Algún día sería un tercio de buena que Lawrence. — ¡AY QUE YO YA PENSABA QUE ESTAS COSAS ERAN DE JÓVENES! ¡NI EDAD TENEMOS YA PARA JOYAS! — Añadió la abuela después del tierno agradecimiento a Lawrence, mientras se ponía el colgante. — ¡Uy, tía, qué tontería! — Dijo Rosaline mientras jugueteaba con su rosa. — Mira, pareces una reina, vaya. — Es la reina de esta casa. — Afirmó el abuelo, haciendo que todos se murieran de amor.

Puso una sonrisita pilla a su novio y se dejó agarrar, aprovechando que estaban detrás de la barra para tontear un poquito. — No me cabía duda. — Le dio un piquito. — Yo también he preparado algo para tiiiiii… — ¡PRIMO! ¿A QUE LEES MI CARTA PRIMERO? — ¡NO, LA MÍA! — ¡YO SOY UNA DAMA, LA MÍA PRIMERO! — ¡LA MÍA QUE LA LEA ALICE! — Alice, hija, a mí hazme unas gachitas, que yo ya no estoy para estas colaciones… — Suspiró pero mantuvo la sonrisa. — Luego, supongo. — Le dijo a su novio y se puso a terminar lo que estaba haciendo, a ver si podía desayunar en algún momento.

— Y entonces, le eché purpurina plateada, porque la roja se había acabado. — Le explicaba Lucius muy detenidamente, cuando ya llevaban un rato todos desayunando y viendo las postales. Obviamente Marcus y Molly tenían más fans que ella, pero estaba muy entretenida con el chico. — De hecho, la rosa también, pero porque le hicimos a mamá un postal para el bebé, porque queremos que sea niña, y entonces, estábamos en casa de la bisa, y bajó Siobhán y nos dijo que no hay que poner colores al género, y entonces se la hicimos morada, así que al final perdimos toda la rosa para nada. — Alice se rio mientras masticaba una galleta. — Era el color favorito de mi madre ¿sabes? La que hacía estas galletas. — Uf, menos mal… ¿Tú dirías que el morado es de género de chicas? Es que yo quiero que el bebé sea una chica, porque Horacius me tiene más harto… — Y entonces, oyeron un ruidito en la ventana. — Uy, alguien está llamando. — Dijo Alice, sin moverse de su sitio, mientras se seguía comiendo la galleta. — Alguno debería abrir. — Todos los niños corrieron hacia allí. — ¡ES UN PAJARITO! — ¡NOOO, TONTA! No es de verdad, es un hechizo. — Dijo Horacius con muy buen ojo. — ¡Y trae algo en el pico! — Efectivamente, abrieron la ventana y el pajarito voló hasta Marcus, dejando caer la cajita en su regazo. Era una monería, de rayitas rosas y blancas, con un lacito brillante. — ¿QUÉ ES? — La abrió y la abuela dijo volando. — ¡Anda! Pistachos molidos. ¿Y para qué quiere Marcus pistachos molidos? — No son solo eso. Son pistachos molidos de Túnez, tostados como los hacen allí, seleccionados, delicatessen vaya. — Eso tiene que valer un ojo de la cara. — Dijo Rosaline. — Al por mayor desde luego. — Concedió ella. — Pero esto no se puede comer bien. — No es para que coma. — Dijo ella con una sonrisita traviesa. — Pero ya lo iremos descubriendo al final del día… Claramente faltan… ingredientes. — Y alzó una ceja y puso una sonrisita pícara.

 

MARCUS

— Ah ¿s...? — Ni tiempo le dio a tontear con su novia, porque una vez acostumbrados a la presencia de los abuelos, los niños volvieron a la carga con sus tarjetas amorosas. Le guiñó un ojo a Alice con una risita antes de girarse a los niños. — ¡Uf! Yo quiero verlas todas a la vez. A ver... quizás mejor que decida... ¡El corazón encantado! — Y, llevándose a su terreno el susto de infarto que se había llevado esa madrugada, invocó uno de los corazones de Oly que debía andar por el suelo para que llegara volando y se pegara al primero que considerase, que en ese caso fue Pod, para agrado del mismo. Tan buena noticia se llevó que aseguró que se llevaría el corazón pegado a la mejilla al colegio.

— Primo Marcus, entonces. — Había retomado el susodicho elegido cuando ya hubieron visto todos la totalidad de las postales, y ahora había comenzado el turno de ruegos y preguntas. — ¿Qué aspectos de mejora le ves? Agradezco que me digas que es preciosa y que te has emocionado, pero yo quiero aprender a ser mejor y mejor cada día. — Cualidades de un buen Ravenclaw, sin duda. — Apreció contento. Pod le miró con los ojos entornados. — No te ofendas, primo, pero como ya he señalado en numerosas ocasiones, creo que las probabilidades de que entre en Ravenclaw son bajísimas... — Este qué va a ser Ravenclaw. Va a ser Hufflepuff. — Se burló Horacius. Pod se puso muy buen puesto. — Pues quizás. O Gryffindor. Lo que está claro es que la probabilidad más baja es que sea Slytherin, como vas a ser tú. — Y a mucha honra. Como el bisabuelo, que para eso es el capataz de esta familia. — Dijo el otro, orgulloso, haciendo un bailecito de superioridad en la silla mientras seguía comiendo gofres. Pod se acercó a Marcus y le susurró. — Él pobre no sabe que la que manda es la bisa Amelia. — Eso le hizo reír. — A ver, aspectos de mejora... Ciertamente es cuestión de gustos, es muy elegante, aunque siendo San Valentín la fiesta de la explosión de amor, le habría dado un toque más vibrante. Y le falta el componente mágico. — Pod asintió a lo primero, pero en lo segundo le miró con expresión obvia. — Pero yo no puedo hacer magia aún. Ni controlo mis poderes todavía. — Marcus le dio un toquecito en la frente. — Y es virtud tanto de un buen Hufflepuff como de un buen Gryffindor, rodearse de las personas que puedan brindarle la ayuda que necesitan. Eso también es inteligente: pedir ayuda en caso de necesidad. Así que... — Le arqueó las cejas. — Quiero ver cómo lo pones en práctica. — Pod puso una sonrisilla. — Primo Marcus, ¿me ayudas a ponerle magia a mi postal? — ¡Faltaría más! ¿Qué necesitas? — ¡Quiero unos colores más vibrantes y mágicos! — ¡Marchando! — Sacó la varita con una floritura y apuntó a la postal. El enorme corazón central y las estrellas que lo rodeaban adquirieron un toque iridiscente precioso, que cambiaban según les reflejaba la luz. Se levantó un gran jolgorio en la mesa.

Se frenó en el acto con los golpecitos en la ventana, solo para reactivarse con revuelo al ir todos los niños en tropel a mirar. No le extrañaba que fuera un pájaro, cualquier mensajería para la casa, pero cuando hipotetizaron que pudiera ser un hechizo, frunció el ceño para, acto seguido, mirar a Alice con expresión entre curiosa y pilla. ¿Qué andas tramando? Se preguntó, ya con el corazón acelerado y deseando ver, porque algo le decía que eso era para él, sobre todo para la artificial normalidad que aparentaba su novia. No se equivocó, porque el pajarito voló hasta él, que recibió el paquetito con ojos brillantes y mirando a Alice con ilusión infantil, sin decir nada. Abrió. — ¡Oh! — Ya iba a clamar que le gustaban los pistachos, pero efectivamente, estaban molidos, y eso no podía ser un mero tentempié. Miró a Alice con los ojos entornados, preguntándose qué tramaba una vez más. Apretó los labios en una sonrisa de emoción contenida. — ¿Y ni una pistita me vas a dar, Gallia? — Y se generó un murmullito de grupito de adolescentes en la sala, con risitas y piques, pero la abuela lo atajó. — ¡Bueno! Yo querría a mis niños aquí todo el día, pero imagino que tendrán clase. — ¡AY, SÍ! Niños, nos vamos, que llegamos tarde. — Rosaline claramente pensaba quedarse allí toda la mañana, y también algunos de los niños, que se quejaron profusamente del hecho de tener que irse, mientras otros tenían mucha curiosidad por saber qué les deparaba el día de San Valentín en la escuela.

Cuando se fueron, empezaron a recoger, y Marcus se acercó a Alice de nuevo, aprovechando la nada frecuente y muy efímera soledad que les concedía estar "recogiendo" en el comedor mientras sus abuelos estaban en la cocina. — ¿Qué tramas, "mujer"? — Lo último lo dijo imitando el tono gruñón de su abuelo y echándose a reír. La apretó por la cintura. — ¿De dónde has sacado esos pistachos? ¿Y para qué? Anda, porfa, dame alguna pista... — Empezó a hacerle carantoñas, rozando su nariz con la mejilla de ella. — Una, una aunque sea, porfa... — Se separó y la miró con una ceja arqueada. — Yo también tengo para ti... — EJEM EJEM. — Dio un saltito hacia atrás. Su abuelo, con sus pasos pausados, se dirigió a la mesa. — Con permiso. — Tomó varias cosas y se las llevó. Marcus le miró irse con cara de aburrimiento y luego la miró a ella. — Podría haberlas invocado y ya está. — Claramente le hacía gracia interrumpirles. Acto seguido, se hizo el sorprendido y dijo. — Hablando de invocaciones... ¡Casi se me olvida! Claro, con tanto jaleo... — Teatralizó, alzó la varita e hizo venir algo del dormitorio, que se dirigió a la mano que tenía tras la espalda. — También tenía una hermosa flor para ti... y esta te va a gustar. — Descubrió la mano. Salió de ella un ramo de cinco lavandas, aunque claramente no eran lavandas normales sino simulaciones transmutadas con alquimia, atadas con un lacito morado, y se las tendió. — Para la que activa mis cinco sentidos... — Fue pasando un dedo con delicadeza por cada ramita para señalar. — Esta es una lavanda de gominola, para el gusto; esta, al frotarla, se transforma en jabón, para el tacto; esta es una lavanda normal, pero con el aroma potenciado, para el olfato; esta es una lavanda iridiscente, de adorno, para la vista; y esta última... — La tomó y se la acercó a la oreja. — Para los recuerdos que evocan ciertos sonidos. — La frotó ligeramente con los dedos y, al acercarse a ella, sonaba como las lavandas de los inmensos campos provenzales movidas por el viento. Se acercó a su oído y susurró. — "Mi amada es mía y yo soy suyo..." — EJEM. — Se separó otra vez, esta vez más violentamente, porque lo que estaba haciendo era menos decoroso que lo anterior. Su abuelo simplemente pasó de largo, pero le veía la sonrisilla traviesa escondida. Marcus rodó los ojos y miró a Alice con estos entornados. — Pienso seguir en otro momento. —

 

ALICE

Obviamente, había que ser la abuela Molly para saber amar el pueblo pero manejarlo de aquella forma tan magistral. Se despidió con besos, abrazos y agradecimientos de todos, pero agradeció infinito cuando se quedaron milagrosamente solos, y pudo seguir con la bromita a su novio. Le cogió de las mejillas con una mano y le movió la cara suavecito, como hacía Molly, y usando el mismo tono que ella dijo. — OISH, este hombre… — Y le dio un besito mientras se reían. — Los pistachos los he sacado de Túnez, ya te lo he dicho. Tostados por manitas expertas en los mercados de la capital, al sol abrasador del norte de África… — Dijo poniendo tono soñador muy exagerado y luego se rio tentadora. — No sé, ¿qué se te ocurre que se puede hacer con unos pistachos de tan excelentísima calidad? Mira que son muy poquitos… — Estaba riéndose, traviesilla, con los mimos de Marcus, cuando se tuvo que parar a sí misma porque, por supuesto, por allí tuvo que aparecer alguien. El abuelo, claro. Entornó los ojos y dijo. — Sí, hombre, ¿estás loco tú? Seguro que son cosas extremadamente sensibles y megaimportantes, es que estos jóvenes no saben valorar… —

Sabía, estaba casi segura, de que Marcus estaba a punto de darle alguno de sus regalitos, y no pudo evitar sonreír como una niña pequeña cuando vio las lavandas. — ¡Oh! Ya la estoy probando. — Cogió la de gominola, mientras investigaba las demás. — ¡MMMM! Sabe realmente a lavanda, pero es superagradable… Me encanta, mi amor. Uh, a esa lavanda iridiscente hay que buscarle un sitio de honor. No podemos olvidar aquel día en la cueva de las medusas... — Con la sonrisa de una chiquilla ilusionada, y la de una persona que no para de evocar cosas preciosas, que además se activaban más por el olor y el sabor, cerró los ojos y se deleitó al escuchar ese suave sonido de los campos de lavanda y suspiró. — Todo esto solo me evoca felicidad pura. — Que no le duró mucho, porque, una vez más, el abuelo tuvo que pasearse. Abrió los ojos y miró a su novio. — Creo que es su manera de decirnos que vayamos al taller. — Se giró y gritó, para que el abuelo la oyera en el salón. — ¡Abuelo! ¿Le echas un vistazo a las nuevas cristaleras? Ya están listas. — Ah, claro, hija, si quieres, vamos ahora mismo al taller. — Contestó, como al que le pilla de sorpresa. — Mi vida, ¿me ayudas a bajarlas, no quiero hechizar tantos cristales, y los tengo en la habitación? — Dijo con una sonrisita, y se subieron a la habitación.

Nada más abrir la puerta, a Alice le dio la risa, porque la Condesa estaba sentada muy recta, mirando a las afueras de la ventana y dándoles la espalda a ellos, y ni se giró para verles. — Está ofendida porque cree que lo de esta noche hemos sido nosotros, no te lo vayas a perder. — Y, al ver que pretendían entrar, la Condesa se marchó, con la cabeza bien alta, porque no toleraba ni compartir espacio con ellos. Mejor, más Marcus para ella. — Creo que con la risita de la gata no te has fijado en la cama… — Sobre la colcha, había una botellita de cristal ambarino tallado con un lacito rosa y un “je t’aime” escrito en la cinta. Dejó que su novio — Se llama Cointreau, y mira, huélelo. — Dejó que lo destapara y lo aspiró. — Qué peligro para mí, licor de melocotón, me emborracharía en un segundo. — Se rio y cogió delicadamente la botellita, para dejarla en la mesilla. — También es carillo. — Dijo con una risita. — ¿Y sabes qué está también muy caro? Medio minuto solos. — Se puso a besarle y se apretó contra su cuerpo. — Déjame aunque sea un minutito de Marcus O’Donnell, que es San Valentín y es mío. — Pasó las manos por debajo de su ropa y empezó a acariciar su piel, sin dejar de besarle. — Yo no necesito delicatessen, ya tengo mucho de ti. — Y se dejó caer contra la pared sin dejar de besarle. Se acercó a su oído y susurró. — Dímelo, je t'aime. Me encanta oírtelo. —

 

MARCUS

Miró a Alice un tanto perplejo por lo rápido que propuso ir al taller por congraciar al abuelo, porque él pensaba seguir de tonteo. Pero no tardó en ver lo que su novia tramaba, porque le había propuesto convenientemente ir a la habitación. Esbozó una sonrisilla y, mirándola a los ojos, inclinó la cabeza en un gesto cortés. — Faltaría más. —

Arqueó una ceja ante la indignación de la gata, y de rebote se indignó él. — ¡Eh! Yo me tiré al suelo para intentar pararlo, tú te limitaste a bufar. — Le respondió, como si el animal le hubiera dicho algo. Nada más lejos, le ignoraba con amplísima dignidad. Ahora fue él quien bufó cuando la vio salir con semejante altanería, pero su novia recondujo rápidamente su atención. — ¡Oh! — Se acercó a la cama como un niño ilusionado, aunque antes de coger lo que había en ella, miró a su novia con pillería. — ¿Es esto alguna clase de indirecta romántica, Gallia? — Bajó la voz y dijo tentativo. — ¿Me quieres emborrachar? — Pero ya sí se giró para mirar qué era. Aspiró el aroma, cerrando los ojos y exagerando sus clásicos soniditos de gusto ante las comidas. La miró. — Cosas caras y exclusivas. Eso es muy yo. — Se pavoneo, feliz de ser tan mimado. Y solo se le ocurría una hipótesis para tantos ingredientes exclusivos en bajas proporciones: poder hacer más bombones con ellos en el taller. Pero Alice no parecía muy entusiasmada con la idea, y eso tumbaba su única hipótesis. O quizás tramaba algo romántico con todo ello como ingredientes...

Soltó una risita. — Estoy MUY de acuerdo. — Enfatizó, acercándose a ella. Sí, quedarse un minuto solos se había encarecido mucho en los últimos tiempos, así que se dedicó a aprovecharlo todo lo que podía, besándola y pegándose a ella. Rio entre los besos. — Soy una delicatessen... En formato stick. — Se rio de su propia broma y siguió besándola, parando solo para susurrar en su oído tal y como se lo había pedido. — Je t'aime, Alice... — Y bajó los besos por su cuello, acariciándola y aprovechando ese caro minuto a solas, y dando gracias por ser San Valentin.

Pero unos golpes no tardaron en interrumpir su encuentro (eso sí, había durado más de un minuto y de dos, de lo cual no se pensaba quejar), aunque no fue su abuelo llamando a la puerta; más bien, Elio llamando a la ventana. — ¡Anda! Mira quién está de vuelta. — Elio entró piando feliz nada más le abrió, aunque pasó los ojos por el caos de corazones pegajosos y papeles destruidos de la habitación. No preguntes. — ¡Oh! Traes una cosita. — Dijo, feliz, al ver que su pájaro llevaba un paquetito con una carta atada. En lo que la desataba preguntó, como si Elio le pudiera contestar. — ¿Es absoluta sorpresa, o uno de los beneficiarios de los bombones ha estado especialmente rápido en su respuesta? — Había resultado ser la segunda opción, aunque eso no evitó la sorpresa ni mucho menos.

Querido hermano mayor más empalagoso del mundo entero,

¿En serio el abuelo te deja usar el taller para hacer bombones? Hostia, no quisiera estar ahí para aguantar la chapa que te estará echando por ello. O en verdad sí, porque lo del abuelo regañándote jamás se ha visto, a su excelso nieto alquimista. He pillado a Elio en la ventana porque le reconozco al vuelo (¿cómo te quedas? No eres el único que sabe hacer juegos de palabras), así que he aprovechado para mandarte lo mío con él (sí, yo también tenía algo para ti, entre Darren y tú me estáis empeorando). Que por cierto, manda huevos que me haya llegado antes lo tuyo que lo de mi novio, pero bueno.

Feliz San Valentín, prefectucho, que sepas que he tenido que sobornar a los elfos de las cocinas para obtener unos pocos de estos, ahora que tú no me lo podías impedir. Pero como buen Slytherin encubierto que eres, te los habías camelado en su día y ahora te vas a beneficiar por ilegal que sea. Compártelos con tu novia, anda, que va uno de arándanos.

Te quiere, tu hermano,

Lex

Felicísimo y emocionado con la carta, abrió la cajita y aparecieron cuatro muffins de diferentes sabores, todos con corazoncitos y glaseados en tonos pastel. Pasó el dedo discretamente por uno de ellos y se lo llevó a la boca, replicando los sonidos de gusto tan exageradamente que cayó derretido en la cama, riendo. — Mejor que te hagas con el tuyo rápido, Gallia. Hoy no soy hombre que se piense contener. —

 

ALICE

Le encantaba reírse entre besos con Marcus, aunque más le gustaba que siguiera besándola, o susurrando con aquella voz que tenía un efecto tremendo en ella, aunque quizá eran los besos por el cuello… ¿Por qué empezaría aquellos jueguecitos si luego no podía pararlos? Pero vaya, lo bueno de Irlanda es que ya los pararía alguien, Elio por ejemplo. Se quejaría, pero mejor que algo les sacara de la burbuja, porque si no, se liaban.

Se rio con la conversación de Marcus y Elio, y tomó al pajarito en su dedo, mientras le acariciaba la espalda con primor. — Menos mal que no estuviste ayer. Se te ponen todas las plumas erizadas cuando te alteras y no hubieras ido hoy tan guapísimo a repartir alegría en forma de chocolate. — Y Elio hizo ruiditos mimosos, acurrucándose en sus manos. Ciertamente, no había ningún animal que pudiera haberse parecido más a Marcus que aquel. Se sentó, echando un ojo a la caja. — ¡Anda! ¡Mira quién me ha cogido el testigo con los muffins! — Comentó, cogiendo su muffin. Encontró una tarjetita pegada a la base, escrita con una letra horrible. — “Kramer no se olvida de la señorita Gallia. No los ha probado, pero sabe que son excelentes. Se le echa de menos.” ¡OHHHHH! — Se llevó la tarjeta al pecho. — Debe ser de los pocos elfos que sabe escribir, ha tenido que ser un esfuerzo para él. — Dio un bocado al muffin y puso los ojos en blanco. — Insuperables, es la receta de Anne… A ver quién sigue ahora con la tradición, porque Amber es un pelín cuadriculada para las cosas así más cuquis… — Suspiró mientras masticaba. — Ahora lo echo un poquito más de menos que de costumbre, supongo. — ¡A VER ESOS CRISTALES! — Alice suspiró y se tumbó junto a Marcus, con Elio dando saltitos del vientre del uno al del otro, encantado con el movimiento. — Aquí está todo el mundo con muchas ganas de hacer cosas… Con nosotros, claro. — Le dio un besito en la frente. — Era lo que queríamos ¿no? Ser grandes magos imprescindibles para la sociedad. — Suspiró y se incorporó. — Coge la caja y vamos a llevársela al abuelo también, que está gruñoncillo. —

Cuando bajaron, efectivamente, el abuelo estaba con cara de cansancio y el hechizo de una alegre calandria en el hombro. — ¿Van a estar llegando los paquetitos estos todo el día? — Efectivamente, había un paquetito de rafia con la bandera de Colombia pintada. — ¡Anda! ¿Al taller también han llegado? Hay que ver qué bien. — Le tendió uno de los muffins. — Mira, de naranja y chocolate, como a ti te gusta. Ahora deja que Marcus descubra lo que hay. — Un azúcar que parece pasada. — Contestó el hombre mientras examinaba los cristales que habían traído. Alice suspiró y se cruzó de brazos, enfurruñada. — Es panela. Y no está pasada. Es más dulce ya la vez más fina y menos industrial que el azúcar. — Entornó los ojos hacia su novio y dejó un beso en su mejilla. — Para que cierto alquimista siga pensando en qué hacer con ello. — ¿Vamos a trabajar o no? — Ella volvió a resoplar. — Solo hasta la hora de la comida. Y sin discusión. Que seguro que la abuela te tiene algo preparado y no le vas a hacer el feo. — Eran tres Ravenclaws, al fin y al cabo, aunque fuera San Valentín.

 

MARCUS

— Pistachos molidos, cointreau, panela... Me tienes intrigadísimo, Gallia. — Dijo mientras salía con ella de casa, cogido del brazo. Ya habían quedado en que el almuerzo corría de su cuenta, que iba a llevarla a comer a un sitio sorpresa, así que se había puesto sus mejores galas y esperado a que Alice lo hiciera y, listos los dos, se dirigían hacia su destino. — Casi diría que pretendes darme nuevos ingredientes para mis bombones... Pero lo dudo, porque tú quieres que sea un poderoso y prestigioso alquimista, no un mero chef. — Eso último lo dijo imitando el tono de Lawrence y riendo después.

— ¡Bueno! ¿Alguna idea de hacia dónde vamos? — Encogió un hombro. — Tengo curiosidad por ver si me conoces tan bien que eso me dificulta cada vez más sorprenderte, o si sigo teniendo ases en la manga. — La miró con una ancha sonrisa. — Solo puedo decirte que es un sitio muy bonito. A tu altura, en definitiva. Y... — Miró al frente e hizo un gesto con la cabeza para señalar. — Que vamos a necesitar que nos lleven. — Con una sonrisa de conquistador amplísima, Keegan O'Hara se acercó a alegres zancadas hacia ellos. — Feliz San Valentín, parejita de moda del pueblo. — El chico miró a Alice. — ¿Has visto lo prestigioso que es tu novio? Con cochero mágico y todo. — Lo miró a él, divertido, y añadió. — Al menos no me ha puesto flores en las crines como si fuera su noble corcel. — El chico se removió el pelo y acto seguido se rio de su propia broma, haciendo a Marcus mirarle con expresión sarcástica. — Que sepas que te he traído un detallito para agradecértelo. — ¡Anda! Terrones de azúcar, lo que a todo caballo le gusta. — ¿A que no te lo doy? — Se picó, y menos mal que el otro se puso a carcajearse, porque se había puesto delatoramente colorado. No, no eran terrones de azúcar, pero eran bombones, y para el caso sí que parecía que estaba dándole premios al caballo.

El otro se acercó a ellos, y Marcus fue a agarrarse, pero el chico se acercó con una sonrisilla y dijo. — Venga, va, ¿qué me has traído? No soy un caballo, pero sí un comercial, y a los comerciales nos encanta el merchandasing. Y estoy seguro de que es merchandising alquímico. — Marcus le miró con los ojos entrecerrados, pero sacó el paquetito de bombones del bolsillo. El chico lo abrió y, para rebajar su orgullo herido e inflárselo un poco, se deshizo en loas. — ¡Tienen forma de peces! Cómo mola. Qué detalle, tío, gracias. Lo habría hecho gratis. Pero bueno, lo dicho, comercial. — Se comió uno. — ¡¡MMMM!! Qué buenos. ¿Necesitas que te lleve a más sitios? — Bromeó, y acto seguido pareció caer en otra broma más y, por supuesto, no se reprimió en soltarla. — ¡¡Oye!! Al final he dado dos de dos: era azúcar y era merchandising alquímico. — ¿Se tarda mucho en...? — Yaaa ya, ya nos vamos. Tranquilo, que no pierdes la reserva. — Rio otro poco y ofreció ambos brazos. — ¡Agarraos bien, que nos vamos! — Y, dicho y hecho, desaparecieron de allí.

No habían tenido oportunidad aún de conocer Cork, de ahí que necesitara que Keegan les llevase, además del asesoramiento sobre restaurantes. Habían aterrizado en una de las calles totalmente mágicas de la ciudad, y estaba engalanada con corazones flotantes por San Valentín. En los alrededores del restaurante habían colocado una alfombra rosa, globos y un arco con flores. — Qué discreto. — Dijo el chico, aunque sonrió y suspiró. — Disfrutadlo, chicos. La vida de comercial claramente no está hecha para el amor. — Marcus le miró con obviedad. — ¿Sabes? Si me gustara apostar, que no es el caso, apostaría a que el año que viene vas a tener con quién celebrar San Valentín. — Vaya con el profeta. — No me hables de profetas, pensó, pero se limitó a reír mientras el otro añadía. — Si conoces ya a la susodicha, será mejor que me la presentes, porque yo, no. — Y ahora el que rio fue él, entre dientes y con malicia, mirando a Alice de reojo. Pero no concedió nada. — Gracias por traernos. — De nada, tortolitos. ¡A disfrutar! — Y se desapareció tan pronto como les había aparecido. Marcus sonrió a Alice y le tendió el brazo. — ¿Entramos? —

 

ALICE

Estaba un poco distraída, acercándose al cuello de su novio, deleitándose con oler su colonia y disfrutando de lo que le provocaba, mientras intentaba que el salvaje viento de la isla no despeinara su cuidado arreglo del pelo suelto, trabajado pero natural. Ya le había sugerido la abuela una setenta veces un moño, pero bueno, no había escuchado, ya para otra lo sabía. Por todo eso, no hizo mucho caso del tirito de su novio. — Tú puedes hacer lo que quieras con ello, ten en cuenta que no han terminado de llegar aún… — Se sentía feliz y completa, tanto que le apetecía dar saltitos de alegría. — Seguro que a algún sitio digno de los grandiosos alquimistas que somos ya. — Bajó la voz y se acercó a su oído. — Más sofisticado que un pasillo polvoriento. — En el fondo, daría lo que fuera por volver y sentirse como entonces, aquel pasillo era lo mejor que le había pasado nunca.

Se sorprendió al ver allí a Keegan. Le caía muy bien el muchacho y, al parecer igual que su novio, creía que hacía una pareja ideal con Siobhán. — ¡Uh! Pececitos. Esos los ha hecho solo para ti. Valóralo, que si el abuelo le llega a pillar le monta un pollo. — Pinchó Alice. Y cuando dijo lo de la candidata, le pinchó de verdad en las costillas y dijo. — Yooooo sí sé uuuuunaaaaa. — Keegan le sacó la lengua y dijo. — Cuando tengáis mi edad veréis… — Alice se la sacó de vuelta y siguió el camino que Marcus había comenzado. — Vale, abuelo algas. Creo que una Doyle está en Dublín hoy. Y no es Ginny, que está en el pub. — Puede ser Allison. — Alice negó con la cabeza. — No tiene el apellido y no está en Dublín. Lo digo porque esta noche, la Doyle mayor da una fiesta en el pub, para todos los tipos de amor. Y digo yo que si resultara que tú tienes negocios en Dublín podrías encontrártela y llevarla a la fiesta esta noche. Pero vamos, que estoy pensando en voz alta. — Keegan rio y negó con la cabeza. — Adiós. No hagáis nada que yo no hiciera. — Alice hizo una pedorreta y se despidió del chico antes de agarrarse del brazo de Marcus.

El restaurante hasta olía a San Valentín. Si lo de fuera no hubiera sido suficiente, toda la decoración estaba en tonos de rosa, había encantamientos de cupido por todas partes y cada una de las áreas del restaurante se llamaba como una de las características del amor, tipo “confianza”, “cariño”, “pasión”, “lealtad”. — ¿Cómo lo tendrán el resto del año? — Preguntó Alice en voz baja. — Lo vamos cambiando según la estación, es nuestra especialidad, sassenach. — Se dio la vuelta y vio a un fantasma vestido de camarero muy antiguo, muy repeinado. — Soy Kieffer Sunderly, el dueño de La Balsa de Cork, bienvenidos. Llevo regentando este lugar desde el siglo XVIII, he visto guerras mundiales, civiles, y nunca nadie ha podido con mi entusiasmo por las estaciones. — Alice asintió. — Encantada, señor Sunderly. Disculpe… ¿qué me ha llamado? — Extranjera. Sassenach. — Ella sonrió. — ¡Oh! Ya veo. — Es que mi restaurante es legendario en Irlanda, así que solo podía usted ser sassenach. — No quería reírse en la cara del pobre fantasma, pero se imaginó lo que debía ser para los trabajadores tenerle ahí todo el día y le parecía muy cómico. — Le felicito pues por todo el entorno. — ¿Marcus y Alice O’Donnell? — Preguntó, mirando el libro de reservas. Estuvo a punto de corregirle el error, pero al final prefirió no decir nada, porque se acordaba de las ideas de Sir Garret y quería comer a una hora decente, no empezar un debate. — Síganme, si son tan amables. —

Cuando estuvieron sentados en la mesa, que estaba cubierta de siemprevivas y con unas velitas monísimas en el centro, extendió la mano por la mesa y dijo. — Pues me has sorprendido, una vez más. Ni me imaginaba que existía un sitio así en Irlanda. — Besó su mano y dijo. — Y encima nos ha tocado en “confianza”, que es la que más me gusta, y tiene siemprevivas, y no pétalos de rosa, que hubiera sido lo más típico. — Sonrió mucho y le miró, iluminado a la luz de las velas, tan guapísimo. — Es perfecto. Siempre lo es. Y encima nos puede dar ideas para utilizar los manteles temáticos. —

 

MARCUS

Miró el restaurante por dentro con ojos brillantes. Cumplía mucho con sus expectativas de ser siempre el más extra del mundo por San Valentín. A ver, él había hecho su estudio para localizar el mejor restaurante por esas fechas, y al ser en Cork, ciudad que aún no habían llegado a visitar, se garantizaba que Alice no lo conociera. También se dio cuenta de que la mayoría de las parejitas sentadas en mesas rondaban su edad, por lo que sintió que había dado de pleno con el sitio al que ir.

Fue a hablar a la pregunta de Alice, pero el encargado apareció tras ellos. Marcus le dedicó una espléndida sonrisa y una inclinación cortés. — Es un placer conoceros en persona, señor Sunderly. Me encantó poder hacer esta reserva por correspondencia con usted. — ¡Oh! Ya le identifico. — Le señaló, mirando a Alice, y añadió. — Quedan pocos caballeros así. — Y Marcus miró a Alice y arqueó varias veces las cejas, orgulloso de ser, en palabras de un señor del siglo XVIII, de los pocos caballeros así que quedan. Porque claramente los caballeros medievales ya hacía unos cuantos años que habían muerto.

Y por si estaba aún poco contento, el hombre les llamó por el mismo apellido en la reserva. Le siguieron, con él pletórico, y le agradeció profusamente el acompañamiento a la mesa. Pero una vez sentado, recapituló lo ocurrido y alzó las manos. — Te juro que yo no le dije que éramos O'Donnell los dos. — Aunque, reflexionó, quizás tampoco dijo que Alice tenía otro apellido. Él pidió una reserva a nombre de Marcus O'Donnell (con toda la reseña posterior de los escasos títulos que poseía), para dos personas, para celebrar el amor con su amada Alice... Pero él nunca hablaría en formalismo como Alice a secas. Debía haber puesto su apellido. — Un refrigerio para comenzar. — Se acercó el fantasma de nuevo, dejándoles un sorbete de fresa frente a cada uno. Luego miró a Alice y le dijo. — Estaré encantado de que me ponga al día sobre el estado actual de la Galia, señorita. — Soltó una carcajada de adoración, como quien mira a dos cachorritos. — Un irlandés y una francesa. ¡Qué tiempos corren! — Marcus frunció los labios y miró a Alice, en lo que el fantasma se reverenciaba y se iba. Bueno, al menos ya había detectado dónde estaba el error, que era básicamente interactuar con un señor que les sacaba tres siglos de diferencia.

— Ahora a ver cómo le decimos que ni yo soy irlandés, ni tú francesa. — Le susurró, cómico. Tomó la mano que ella le tendía. — Me alegro. Mi plan de vida es no dejar de sorprenderte nunca, así que por ahora parece que voy bien. — Arqueó una ceja. — Me alegro de que te guste "confianza". — Se acercó a ella y volvió a susurrar. — Pero a mí no me engañas. Esa es la característica que dices que te gusta cuando estamos en público... — La picó, porque Alice era fácil de encender, y estando en un sitio así no le quedaba de otra que controlarse. Además, estaban en el restaurante más romántico del país, en San Valentín, así que si había un momento para el tonteo, era ese. Hubiera seguido por esa línea si Alice no hubiera mencionado los manteles temáticos. — ¡Es verdad! — Soltó la mano de ella porque alzó ambas para darle énfasis a su ya en absoluto susurrada argumentación. — ¡Buah! Esto lo vamos a montar igual cuando tengamos nuestra casa. Mira, se me ha ocurrido que... — Y empezó un buen discurso sobre sus ideas para fiestas temáticas en una casa que a saber cuándo tendrían como si se estuviera organizando de cara a la próxima semana, y que afortunadamente fue interrumpido por el camarero viniendo a tomarles nota. Si no, no acaban nunca.

— Bueno. — Cambió de tercio tras la interrupción, alzando la copita de sorbete. — Por nosotros. Por nuestro amor. Y por el amor en todas sus formas, como hemos empezado el día según Oly y lo vamos a acabar según Ginny. — Rio y chocó la copa con la de Alice, bebiendo después. Estaba delicioso, ya se desharía en loas pertinentemente con el amabilísimo y tricentenario dueño del local. — Antes de que venga la comida. — Arqueó de nuevo las cejas varias veces y se llevó la mano a la chaqueta, sacando un bonito corazón redondeado y del tamaño de la palma de su mano. Hizo hueco en la mesa y lo puso en ella. — Sin ánimo de romper la sorpresa, pero esto va a tomar más volumen del que parece, y no quiero accidentes. — Rio, mientras despejaba el entorno. — Ahora... Puede ser que eso oculte un regalito... y que solo pueda ser desvelado si le dices... nuestras dos palabras favoritas, seguidas de la fecha en la que inventamos ese juego. — Hizo una mueca con la boca. — Lo siento por romper la sorpresa otra vez, pero es que son palabras que usamos mucho, tenía que complicarlo o se me habría abierto varias veces en el bolsillo. — Y volvió a reír. Se sentía inmensamente feliz.

Al decir Alice la clave, el corazón se transformó en el regalo. Estaba envuelto en un papel de rafia con reflejos rosados, y del envoltorio salió una edición preciosa e ilustrada de "Romeo y Julieta". — Creo recordar que te gustaba Shakespeare. — Dejó caer. — Sin duda confío en que tengamos mejor final que ese, al menos nuestras familias se llevan mejor. — Rio. — Pero quería regalártelo por varios motivos: por ser la historia romántica más famosa de la literatura, y estamos celebrando San Valentín; porque la edición es única, y me encanta que tengas cosas bonitas; porque creo que es una pieza indispensable en una biblioteca; y, además, porque con la licencia me he dado cuenta de que solo leemos divulgación últimamente. Bueno, yo siempre he sido más de divulgación que de novelas, ya sabes... pero, cuando estábamos en Hogwarts, solíamos leernos cosas juntos, así que... — Hizo un gesto con la cabeza para que Alice abriera el libro. En la primera página, aparecieron enganchados dos marcadores metálicos, claramente transmutados con alquimia. El cuerpo era azul salpicado de estrellas, pero estaban rematados de manera diferente: uno de ellos con un dorado sol, y el otro con una luna plateada. — He pensado que podemos leerlo a la vez, así lo comentamos. Y tenemos cada uno su marcador, para saber por dónde vamos. — Sonrió. — Feliz San Valentín, mi amor. —

 

ALICE

Alice alzó una ceja y levantó las manos a lo del apellido. — No estaba el señor Sunderly como para debatir. — Ladeó una sonrisa. — Me gusta cómo suena. — Y ya apareció el mentado por allí y ella solo pudo asentir. — Yo es que soy del sur, de La Provenza. Sol, buenos quesos y mucho libertinaje descontrolado. — El fantasma suspiró y asintió. — Sí… Veo que en trescientos años no cambia la cosa… — Y, en cuanto se fue, se rieron por lo bajini. — Somos un poco un irlandés y una francesa, y así nos han visto siempre en Hogwarts. Y ahora podemos tener de los dos sitios, además. — Levantó el sorbete y lo chocó con el suyo. — Y por esas raíces que hemos encontrado. — Le miró a los ojos. — Te amo, Marcus O’Donnell. — Estiró la pierna y le rozó con el pie. — Y sí, me encanta la pasión, pero creía que un caballero como tú no la practicaba en público. — Se inclinó un poco sobre la mesa y susurró. — Pero si cambias de opinión… házmelo saber. —

Aprovechó el caos que había desatado con los manteles para hechizar dos cosas que llevaba en su bolso, reducidas, para que volvieran a su tamaño normal y fueran despacito por debajo de la mesa hasta donde estaba Marcus, sin dejar de asentir a lo que le iba diciendo. Pero tuvo que pararlas, porque no se vio venir que le diera el regalo tan pronto, y los pobres botes se quedaron parados justo bajo sus pies. Se mordió el labio inferior, sonriendo de las ganas de ver qué era aquel corazón. Rio un poquito. — Definitivamente decimos mucho… Alice… Marcus… catorce de febrero de 1998. — Y, mientras cogía el precioso paquete, lo acarició y dijo. — Te he amado ya tanto tiempo… He soñado tantas veces con estas cosas… — Cerró los ojos y recordó a aquella Alice. — Me has hecho tan feliz. — Y estrechó la mano de su novio, antes de abrir el precioso libro. — ¡Claro que me encanta Shakespeare! Es el genio de las letras en nuestro idioma, aquel poema que te mandé del día de verano era suyo… — Le miró, con los ojos vidriosos. — Nuestra historia va a ser preciosa, pero me encantaría compartir esta lectura contigo. — Acarició los marcapáginas, embelesada. — ¿No te parece precioso que cada vez que veamos algo tan cotidiano como el sol y la luna pensemos en ti y en mí? Nuestra vida es mágica… — Apretó su mano. — Es precioso, mi amor. Me estoy convirtiendo en una malcriada de los regalos, pero no me voy a quejar. —

Justo entonces, llegó su primer plato. Por lo visto, según les explicó una camarera monísima que llevaba corazoncitos y puños en alto flotando alrededor de su cabeza (sería por lo de la confianza), dependiendo del área en que te sentaran, los platos eran los que eran según el menú conformado, así que allí llegó su entrante. — Esto es una hogaza de pan artesanal, dado que en Roma los contrayentes de un matrimonio compartían un pan para su ceremonia. Sirve de recipiente de este queso fundido con frutos rojos y frutos secos, conocido por ser vigorizantes y, por tanto, infundir confianza. Que los disfruten. — La verdad es que tenía un aspecto delicioso, pero tenía aún tres botellitas de cristal esperándola debajo de la mesa, así que señaló a la espalda de Marcus y dijo. — ¡Uy! Yo creo que ahí va a haber una pedida de matrimonio. — Su novio, obviamente, se volvió y ella invocó las tres botellas para que se pusieran delante de él. Cuando las vio, se encogió de un hombro y cogió un trocito del pan, que venía cómodamente ya cortado. — Hubiera sido muy cursi pedirlo en San Valentín, ¿no te parece? — Rio y señaló las botellas. — Leche de vaca alpina suiza, leche de yak del Himalaya y leche de jirafa… — Guiñó un ojo y preguntó. — ¿Sigues sin saber para qué es? — Rio un poco y volvió a tomar su mano. — Yo siempre voy a apoyar tus ideas, mi amor. De verdad. Pero, si solo tenemos un taller, no me lo acapares todo el rato, y menos con la abuela por ahí, que tú sabes lo escandalosa que es. — Besó su mano. — Siento haberte echado al abuelo encima. —

 

MARCUS

— Te amo, Alice Gallia. — Dijo de todo corazón, mirándola a los ojos y brindando con ella. Aunque chistó cuando ella le dio con el pie e hizo ese comentario (que había provocado totalmente), eso sí, sin perder la sonrisilla, mirando discretamente a su alrededor con un breve rubor. — Reservo mis dotes amorosas para mi amada y solo para mi amada, sin público. — Alzó las cejas. — Eso me hace más misterioso. — Y rio con ella, feliz, en su nubecita de tonteo particular.

Besó la mano de su novia cuando estrechó la suya y le dijo esas palabras, mirándola con devoción, pero no añadió nada más porque la reacción al regalo no se hizo esperar. Sonrió ampliamente. — Me alegro de que te guste. — Era como si se alimentara de la felicidad que Alice le transmitía. Que Alice sea siempre feliz, pensó, recordando su deseo a las estrellas. Lo recordaba cada vez que veía esa sonrisa y entusiasmo por cualquier cosa que ocurría o, sobre todo, que él hacía y lograba ponerla así. Asintió. — Ese poema también fue de un San Valentín... Me parecía un necesario homenaje. — Ese año había intentado hacer una fruslería para Maggie que quedó totalmente frustrada, y cuando llegó a su habitación, encontró ese poema de Shakespeare enviado por Alice. El cómo no había salido en ese momento corriendo a besarla y declararle amor eterno era algo que nunca iba a entender. — Lo es. — Asintió a lo de la luna y el sol, agradeciendo que, a pesar de haber desperdiciado muchos momentos como ese, pudieran estar ahora como estaban. Lo de los regalos le hizo reír. — He nacido para consentirte, mi amor, así que puedes estar tranquila. Tus caprichos están a salvo conmigo. — Bromeó.

Agradeció profusamente a la camarera tanto la explicación como el entrante, ya con la boca hecha agua solo mientras lo describía. — Tengo que decir en mi favor... — Comenzó después de degustar el pan con queso, como si alguien le hubiera preguntado. — ...Que me he tirado a la piscina y me he arriesgado por mi amada, para que veas. Porque elegí "confianza" porque me gustó y nos define, pero cuando me preguntaron si quería conocer los diferentes menús y elegir en base a ello, dije que no. Que iba a hacer precisamente un ejercicio de confianza. Así que yo también voy de nuevas. — Marcus tomaba tan escasos riesgos que reseñaba mucho los pocos que hacía. Pero fue interrumpido en su autoalabanza por una posible pedida de matrimonio. Miró a Alice con los ojos muy abiertos y justo después, mucho menos discretamente de lo que probablemente pretendía y creía haber sido, se giró para mirar... Pero no encontró pedida alguna, o esta estaba siendo tan discreta que él no la veía. Se giró, extrañado, pero antes de poder preguntar a su novia, se encontró con más cosas en la mesa. La miró con una sonrisita pilla y la cabeza ladeada. — Gallia... No traiciones mi confianza en la mesa de la confianza y con el pan de la confianza presente. Eso está feo. — Abrió la boca, cómicamente sorprendido a la declaración. — ¡Vaya! Tomo nota de que te parecen cursis las declaraciones en San Valentín. — Se centró por fin en las botellas, mirando a Alice sorprendido cuando le dijo de qué eran. — ¿Pero de dónde has sacado cosas tan específicas? — Dijo entre risas, tomando las botellas y observándolas minuciosamente. — Me lo tengo que creer porque no sabría distinguirlas a primera vista... Pero me parece impresionante que hayas logrado cosas así. —

Asomó la cabeza entre la botella que sujetaba para volver a mirarla con esta ladeada y una sonrisilla cuando Alice le preguntó si seguía sin saber para qué era. — Pues no se me ocurren muchas alternativas. — Ella tomó su mano y él la miró con adoración. Negó. — No tienes que sentir nada. No tendría que haberme ido a escondidas, y menos involucrando a una Gryffindor. En mis años de Hogwarts ya debería haber aprendido que escabullirse con una Gryffindor solo trae consecuencias negativas. — Bromeó, y luego se mordió el labio, mirando las botellas. — Ya estoy pensando las variedades que pueden salir de esto... — Miró a Alice. — Gracias. Por los ingredientes de lujo, por supuesto, porque yo nací para ser exquisito. — Arqueó varias veces las cejas de nuevo. — Pero sobre todo por... la confianza. Confías en todo lo que hago. Eso no tiene precio. Y me encanta. — Dejó las botellas a un lado y tomó sus manos. — Vale, me gustan los retos: ¿qué quieres que haga con cada cosa? ¿O quieres que haga algo usando TODAS las cosas? Voy a inundarte en bombones, Gallia. De hecho, tengo que ampliar horizontes, no solo bombones, que me has regalado muchas cosas. Además... — Y el discurso sobre lo que podría hacer con todo eso se derramó hasta la llegada del segundo plato.

 

ALICE

Le dio en la nariz cuando explicó con lo de la confianza. — Siempre tan coherente, mi niño. Ha sido un acierto. — Cogió otro trocito del pan y dijo. — No, no me gustan las pedidas en San Valentín, pudiendo tener San Valentín Y pedida. — Le dio el trocito de pan en la boca y le miró con una sonrisa ladeada. — Y además, alguien ya me ha ganado en ciertas pruebas provenzales para ganar a su novia… Y… ¡Oh! Pero si acabo de compartir el pan con él. — Y abrió la boca, inclinándose para que él hiciera lo mismo. — Más bonito y menos cursi, ¿no crees? — Y se echó a reír, mientras masticaba y disfrutaba de la comida.

No le cabía duda de que el movimiento correcto había sido abrazar la nueva faceta de chocolatero de su novio, y simplemente se reía, hacía bromas con ello y le escuchaba hablar, porque eso siempre le había gustado, durante el resto de la comida. Ya en el postre, mientras degustaban una maravilla de pastas rellenas de varias cremas, estaba tan contenta y relajada que dijo. — Estaba pensando en la fiesta de esta noche, lo de todos los tipos de amor… Que nosotros, en realidad siempre lo hemos celebrado así, nos regalábamos cosas entre amigos, hacíamos cosas todos juntos… Tú hasta le regalaste a la señora Granger… — Se comió otra pastita, pensativa. — Como la familia es tan grande, pensemos, un regalo tú y otro yo, que le haríamos a un miembro de los O’Donnell. — Se dio flojito en los labios, y acariciando su pierna con el pie como estaba haciendo antes. — Las chicas son una opción muy fácil, el tío Cletus y el abuelo, de las más difíciles… Pero, creo, que yo le haría un regalo a la tía Amelia. Porque ahora es la abuela y bisabuela ideal, su casa es el centro de reunión… Pero para eso hay que ser madre, y antes de madre, ella fue enfermera. Y de soldados que venían de la guerra, ni más ni menos. Y nunca habla de eso, yo sigo presumiendo de cosas que he logrado en clase, pero ella jamás saca a relucir cuántas vidas salvó y cambió. Y no dudo de que adora todas sus facetas, así que me gustaría hacerle algo, una cosita aunque fuera, porque también existe el amor a tu trabajo, y el amor que le tuvo a todos aquellos soldados que habían vivido lo peor de sus vidas y ella ayudó a recuperarse. — Apoyó la barbilla sobre sus dos manos y miró a su novio. — A ver qué te parece esto. Como no vamos a estar solos hasta… — Entornó los ojos. — Medianoche por lo menos, y el abuelo quiere que practiquemos, como siempre… ¿Por qué no piensas tú en otro alguien a quien regalar y nos metemos al taller a hacer dos regalitos conjuntos más? —

 

MARCUS

La comida estaba deliciosa, se estaba pegando un buen festín, y eso que no paraba de tontear con Alice y de hablar y hablar sobre las alternativas en el campo de los bombones alquímicos. Tanta conversación hacía que el servicio se retrasara y que más de una comida acabaran comiéndosela fría, pero estaba tan feliz que le daba igual (y, ciertamente, la mayoría de las parejas estaban igual, así que los pobres camareros simplemente aguardaban a verles terminar el plato de una vez por todas, con cara de aburrimiento, para sacar el siguiente). — ¡Pues claro! ¿Cómo no iba a regalarle a nuestra jefa un bonito obsequio en el día que podía hacerlo sin parecer excesivo por ello? — Porque, en la cabeza de Marcus, San Valentín era campo libre para inundar al primero que pasaba por allí de regalos sin que ello le hiciera parecer excesivo. A lo siguiente, puso una evidente expresión pensativa, mientras saboreaba la pastita. — Hmmm... Sí, la familia es muy grande... Es una pregunta difícil. — La señaló. — Y tú has elegido a una muy buena opción. No vale proponer un reto y empezar, eso es trampa. — Bromeó.

Antes de dar respuesta, porque seguía pensando, se vio en la obligación de confesar algo. Se limpió de manera solemne con la servilleta. — A ver... — Carraspeó. — Hay algo que no sabes... Es que... — Se mojó los labios, hizo una pausa innecesariamente larga y dramática y disparó. — He hecho bombones para todos. O sea, yo ya tengo regalo. — Alzó las palmas. — No te lo he dicho, ni a ti ni a nadie, porque a mi abuela se le iba a escapar, mi abuelo iba a acusarme injusta e inmerecidamente de perder mi esfuerzo y creatividad en fruslerías, y tú... Bueno, no parecías tampoco muy convencida con los bombones, pero pensé, cuando vea lo feliz que hago a todo el mundo y lo buenos que están, cambiará de idea y pondrá esa sonrisa tan bonita que ¿te he dicho que me encanta cuando me miras así? — Lo último lo dijo en un tono muy meloso. Chistó. — Perdón. ¡He traicionado tu confianza! — Dramatizó. — Pero había hecho tantas pruebas que habían salido bien que eran demasiados bombones hasta para mí, y a mi abuela tampoco le venía bien comer tanta azúcar, y las rocas alquímicas comestibles que compramos en Navidad me dieron la idea... Así que he hecho bombones para todos, iba a darlos en la fiesta. Solo una muestrecita... — Puso carita de disculpa y dijo con vocecilla. — ¡Sorpresa! —

— Te hago una contraoferta. — Propuso, alzando las cejas con expresión pilla. — Ese discurso sobre Amelia es imposible de rebatir, y realmente creo que se merece un buen regalo. Yo ya iba a reclamar bastante protagonismo con los bombones, así que... creo que eso justo que tú tengas tu parte. Vamos al taller, y juntos trabajamos en algo para ella, y tú te quedas el crédito por ello, que al fin y al cabo ha sido tu idea. — Tomó sus manos con una sonrisita. — Si pienso en los San Valentín previos... no se me ocurre mejor plan que practicar alquimia juntos en el taller, los dos solos... hasta medianoche. — Guiñó un ojo y dejó un beso en sus manos. El año anterior se había planteado mucho cómo serían sus siguientes San Valentín: si harían algo especial, si podrían verse todo lo que quisieran, qué sería. Nunca habría imaginado vivirlo allí, así. Todo lo que viniera ese día le haría tremendamente feliz.

 

ALICE

— ¡OYOYOYOY! ¡OY QUE YO NUNCA ME HABÍA VESTIDO DE ROSA! — Sí, ya se ha enterado todo el pueblo. — Iban diciendo los abuelos por delante de ellos, camino del pub. — ¡Pues bien de ilusión que me hace! Toda la vida mi madre y mis tías diciéndome: “nooo las pelirrojas no se pueden poner de rosa, les sienta mal”, pero mira, no había caído yo que con las canas da igual. — Y se rio sonoramente, antes de darle en el brazo al abuelo. — ¡Y tú ya podías haberte quejado menos! — No me ponía el traje granate desde hace veinticinco años, y menos con una camisa rosa, vaya. — Pero es que es el código de vestimenta, abuelo. — ¡En el pueblo va a haber código de vestimenta! Mañana, vaya… — Alice y Marcus, por su parte, estaban como dos agapornis, dándose cariñitos en la nariz, risitas, y llevando el regalo de Amelia bajo el brazo. Ella se inclinó sobre sus brazos entrelazados y susurró. — ¿Sabes que a veces me pregunto si serás como el abuelo, así con esas neuras, cuando tengamos esa edad? — Se rio un poquito y añadió. — Pero al menos sé que problemas por ir con el código de vestimenta establecido no me vas a poner. — Y les daba una risa adolescente.

Del pub salía ya música y la luz de las ventanas era rosa. Había dos grandes columnas de globos en forma de corazón, una a cada lado de la puerta, y según entraron, a un lado estaban Nora y Pod y al otro Allison con Brando en la mochilita del pecho, vestido de cupido. — ¡PERO SI ES ESTE EL CUPIDO MÁS BONITO DEL MUNDO ENTERO! ¿SE LO COME SU TÍA MOLLY? — Y el bebé agitó las piernas, riendo con felicidad y moviendo la flecha que apretaba en el puñito. — ¡Somos los heraldos de la fiesta de los amores! — Exclamó Allison, bailando y haciendo moverse al bebé. — Y estamos aquí para poneros la pegatina del tipo de amor que celebráis. — ¿Se puede más de una? — Preguntó Alice, entusiasmada. — ¡Claro! Aquí las tenemos todas. — Contestó Nora levantando la hoja con las pegatinas. — ¡Yo quiero la del amor por tu pareja! — ¡Esa seguro! — Dijo Nora poniéndosela en la pechera del vestido granate al que le había echado un hechizo de flores rosas encima. — ¿Qué más hay? — Amor propio, amor a tu padre, a tu madre, a tu mascota, amor de compromiso… — A mí ponme la de la pareja y ya está. — Dijo el abuelo, aunque la abuela se estaba dejando poner todas las del mundo por la mano de Brando guiada por Allison. — Tío Lawrence, ¿no quieres la de “el amor por tu hermano” con el bisabuelo? — Ahí, hasta el cascarrabias tuvo que sonreír, arrepintiéndose un poco de ser tan quejica y, enternecido, extendió la mano hacia Pod. — Pues claro. Con todo, el bisabuelo y yo nos queremos mucho también. — ¡Venga, pasad! —

En el escenario estaban Wendy y Ciarán cantando, y le pareció ver a los padres de aquel hablando con Cillian. De hecho, Saoirse se acercó a ellos. — ¡Hooooolaaaaa, parejita! ¿Os gusta esto? La sobri es única dando fiestas. — Alice señaló con la barbilla hacia los demás. — ¿No te quedas a la reunión familiar? — Me han dicho que no, que la lío mucho hablando. Así que me he puesto las pegatinas del amor a todos los parientes posibles, menos a los hijos, porque menuda descastada. — Dijo señalando hacia atrás entre risas. — Me voy con las liberales. — Y ahí estaban Ginny y Nancy poniendo cócteles en la barra, y Arthur hechizándolos para darles colores y formas, muertos de risa. — Uy, mira quién se ha animado a venir. — También detrás de la barra estaba Keegan, poniendo canapés (seguramente de algas) con Siobhán al lado, con esa risa que parecía guardar solo para él. — Me encanta esta celebración de los tipos de amor. ¿Podemos hacerla todos los años? — Luego vio unas cajas y trofeos que Niamh y Eillish estaban preparando. — Uhhhh y va a haber juegos. Definitivamente vamos a venir más. — Me han liado hasta a mí. — Dijo una voz a su espalda. — ¡Connor! Qué bien volver a verte. — Saludó Alice al girarse. — Es que Ruairi decía que quería llevar "el amor por tus amigos". Y nada. Aquí estoy. —

 

MARCUS

— ¡Qué elegancia! ¡Qué porte digno de...! — Se había deshecho en exageradas alabanzas hacia sus abuelos, primero porque él era así, y segundo porque a ambos les venía bien: a su abuela porque se ponía de un humor excelente y se venía muchísimo arriba con los piropos, y a su abuelo porque el outfit no le tenía nada convencido. Se giró hacia Alice con mucho melodramatismo. — Mi amor, sé lo que estás pensando: ¿seremos así algún día? Lo sé, lo sé. Hoy al menos no podemos dejar pasar la oportunidad de vernos con... — Se giró de nuevo hacia ellos y gesticuló ampliamente. — ...Semejantes personalidades e ilustres y venerables... — Para ya, Marcus. — ¡Alquimista de semejante talla! — Volvió a mirar a su novia. — Alice, no me ofenderé en absoluto si quieres ser vista del brazo del abuelo durante la fiesta, o concederle un baile. ¡Yo lo haría! De hecho... — Se acercó a su abuela y se enganchó de su brazo. — Mi lady. — ¡OY! — ¿Y no le han dicho nunca lo bien que queda el rosa con el cabello de plata? — Oy, de plata dice, las cosas de mi niño... — Mi amada sabrá disculparme, pero uno tiene una sangre Slytherin que le hace ser exquisito, y yo quiero ser el que diga: mirad, mi abuela es la flor más bella de Galway, y que me vean del brazo de ella. — Y Molly se derretía, mientras su novia aguantaba la risa y el abuelo ponía cara de estar harto de tonterías ya a esas alturas de la noche.

— Ser como el abuelo sería para mí un gran honor. — Tonteó con su novia, ya de camino al pub, aunque puso una cómica cara de ofensa mientras reía. — ¡Eh! ¿Quién tiene neuras aquí? Créeme que soy una persona muy relajada y que su modo natural es simplemente dejarse fluir por las circunstancias. — Y se troncharon de risa los dos de lo absurdo del comentario. El sitio estaba decorado casi tanto como el restaurante, pero lo primero que llamó su atención, por supuesto, fue el bebé. Ni tiempo le dio a acercarse porque "la flor más bella de Galway" acaparó todo el protagonismo, y a él no le quedó más remedio que ser coherente con sus múltiples zalamerías y quedarse (por el momento) en segundo plano. Lo de las pegatinas le entusiasmó a él también. — Prima Nora, por favor. — Dijo, entregando él también su pechera para que le pusiera la pegatina del amor por la pareja. Hecho el gesto, apuntó a la misma con su varita y la agrandó, mirando a Alice y sonriendo ampliamente. — Que se note que mi amor por mi amada abarca la dimensión de este pub. — Te echo ¿eh? — Le espetó Ginny a modo de advertencia, pasando por allí. Marcus alzó los brazos. — ¡Tú has organizado la fiesta en tu negocio! — Ni me lo recuerdes. — Le dijo ya prácticamente a lo lejos. Se ahorró suspirar y se giró a Nora de nuevo. — Me gustaría también tener... Bueno, diría que todas menos la de los hijos. Yo tengo mucho amor para todo el mundo. — Y acarició las plumitas de su Elio, que por supuesto estaba en su hombro posado, ataviado con su mejor pajarita rosa chicle. — ¿Amor por tu dueño no hay? — La prima Siobhán las ha prohibido. Decía que sonaban muy patriarcales. — Dijo la vocecilla de Pod, que no había tardado nada en materializarse ahí. Eso dejó a Marcus boqueando y sin saber qué decir. Menos mal que el chico tenía recursos. — Pero si es para Elio, ¡hemos hecho esto para mascotas! — Y sacó un lacito que ponía "bola de amor" y que le hizo soltar una carcajada. — Mucho mejor, así no se le pegan las plumas. — Ya estaba Elio puestísimo para que le colocaran su broche honorífico que le proclamaba como ser que amaba y era amado.

Se tuvo que contener la risa por el comentario de Saoirse, pero se compadeció de ella. — Con nosotros puedes quedarte hablando, Saoirse. — Pero la mujer prefirió irse a la barra, y él pudo reírse a gusto con Alice. Siguió la mirada de su novia y soltó un bufido. — No lo dudé ni por un segundo. — A lo siguiente la miró entusiasmado. — ¡Sí! Yo lo celebraría absolutamente todo, ya lo sabes. Ya estoy visualizando las macrofiestas del amor en nuestra casa... — Hizo una pausa. — No, no diré esto delante de Oly. Ni de Ethan. — Hasta él mismo empezaba ya a conocer tanto el humor de estos que captaba sus propias frases malinterpretables. La voz de Connor le sorprendió y le hizo sonreír. — ¡Me alegro de verte! Y menos mal que has venido, porque había hecho esto para ti. — El chico le miró con fuerte extrañeza a pesar de su rostro habitualmente inexpresivo. Marcus sacó un paquetito de su bolsillo. — Espero que me guardes la sorpresa para cuando se lo dé a los demás. — Y le entregó una bolsita. El chico la abrió con curiosidad, ceñudo, pero sus cejas se arquearon cuando vio el interior. — ¿Son piedras? — Marcus sonrió ampliamente. — Son bombones. — Se agarró las manos tras la espalda, en expresión orgullosa. — En Navidad, encontramos unas piedras comestibles en un puesto que por supuesto estaban hechas con alquimia. Eso me inspiró para innovar en mis ratos libres. — ¿Haces alquimia también en tus ratos libres? — Preguntó el otro con una sonrisilla, aún con la bolsa abierta y alzando los ojos para mirarle. — Luego dicen de mí... — Es lo que nos diferencia a los amantes de nuestro trabajo. ¡Eh! Tampoco tienen la pegatina de amor por tu trabajo. — Yo también me he quejado de eso. — Marcus chasqueó la lengua, pero prosiguió. — La cuestión es que me inspiró, y esta celebración es una ocasión muy buena para regalar bombones. Esas rocas comestibles tenían propiedades y te daban resultados alterados en función de tu horóscopo. — ¡Impresionante! — Lo es, yo no tengo un nivel tan alto, pero en un perfil más bajo, ¡por ahora, por supuesto! Pensé: puedo hacer bombones con la esencia de los minerales asociados al horóscopo de cada uno y regalarlos por San Valentín. — Me parece una idea brillante. — Gracias. No ha sido con la colaboración de mi abuelo, desde luego. — Connor pareció sorprendido. — ¿El alquimista Lawrence O'Donnell no aprueba que intentes descubrir nuevos horizontes alquímicos? — En el ámbito culinario, no mucho. Dice que no lleva instruyéndome toda la vida en esta ciencia ancestral para que me haga chef. — Comprendo. — La solemnidad con la que ambos hablaban sobre bombones era muy graciosa de ver. — La cuestión es que tuve que hacer varias pruebas antes de dar con los definitivo, y lo que me quedaron fueron... bombones con forma de roca y la esencia de diversos minerales en diferentes proporciones. Por supuesto ninguno es tóxico, pero pensé... ¿a quién puede interesarle unas rocas de chocolate con esencias de minerales diversos? — El hombre esbozó una sonrisa agradecida. — Gracias. Es muy amable por tu parte que te acuerdes de mí. — Volvió a mirar la bolsa. — A mamá le hubieran encantado... — Se generó una pausa cargada de emotividad, y Marcus se acercó a él para aliviarla diciendo cómicamente. — Piensa que habéis salvado a mi abuela de sufrir un coma por azúcar, porque estaba bien dispuesta a sacrificarse comiéndose las pruebas. — Y los tres rieron.

El pub se fue llenando de gente y todos se iban saludando unos a otros y mostrando sus pegatinas, entre risas. Marcus tomó la mano de Alice. — Yo digo que vayamos a husmear eso de los premios. — Susurró, pero al girarse con ella se topó de bruces con Andrew y varios chicos amigos suyos, que corearon un vocerío. — ¡MARCUUUUUS ALICEEEEE! ¡CERVEZA NEGRA-ROSA MARCHANDO! — Y le colocaron en las manos (casi se le cae) a cada uno una pinta enorme que, ciertamente, tenía toda la pinta de ser cerveza negra, si no fuera porque estaba teñida de rosa. Su primo le dio un par de palmadas en el hombro. — Me han dicho que has estado en el epítome de los restaurantes para adolescentes acaramelados de toda Irlanda. — Le miró con superioridad. — La comida y el servicio eran de categoría superior. — Para el criterio de un adolescente. — ¡Oh, calla ya, charlatán! — Se interpuso Niahm, con una risita. — Que tu primer San Valentín oficial con Allison te la llevaste a comer un cocido a casa de tu madre. — ¡Es su comida favorita! — Pero Marcus ya no pudo escuchar la defensa de Andrew porque estaba riéndose cruelmente de él. — Qué romántico... — No me hagas hablar... — Bueno, chicos. — Niahm les arrastró. — Venid que os cuente lo que tenemos planeado. –

 

ALICE

Tuvo que reírse internamente, porque ella nunca alcanzaría un nivel de aprovechamiento de la oportunidad para quedar divinamente como el que tenía su novio. Afortunadamente, le tenía a él y, como lo que a ella se le daba bien era seguir el rollo, solo tenía que hacer tal cosa. Asintió a lo de la pegatina del trabajo. — Te apuesto lo que quieras a que es una autoimposición de la dueña, porque en esta familia lo de tomarse muy en serio su profesión va en la sangre, y hoy va de disfrutar del amor, el trabajo ya lo tenemos el resto de los días. — Las caras de Connor y Marcus eran de “no sé de qué me hablas”, pero bueno, tampoco esperaba otra cosa de esos dos, y cada uno por lo suyo, estaban entregados a los bombones piedrecitas. Y era muy gracioso ver cómo Connor se tomaba tan en serio todo lo que Marcus contaba. Sonrió a lo de su madre y tan solo dijo. — Es precioso que pienses en ella. Yo lo hago también con la mía. — Señaló la pegatina. — A ella habría que haberle puesto amor al morado. Y a las plantitas. — Connor le sonrió de vuelta. — Entonces te pareces a ella. Martha y Cerys me han contado las maravillas que haces en los invernaderos, estaban como locas. — Alice amplió aún más su sonrisa. — Más cada día, me parece. —

Siguió a Marcus hacia donde estaba Niamh, pero claro, había alguien más ruidoso y con más presencia. Alice se cruzó de brazos y le sacó la lengua al principio, pero luego fingió una gran indignación con la primera cita que Niamh narró. — Algún día podrías llevarla tú allí en vez de ponerla a quitar telarañas del faro. — Andrew se encogió de hombros. — ¡Pero si es que le gusta el cocido! ¡Bah! No espero que lo entendáis. — Pero ya estaba tirando de ellos para las actividades. — Veréis, es una serie de juegos rápidos que requieren la colaboración de dos personas. Como una gymkana. Construir una pirámide de treinta y seis vasos de plástico; luego ese de los globos a mi me gusta llamarlo “desafiar la gravedad” porque entre los dos tenéis que mantener los globos en el aire treinta segundos, es más difícil de lo que parece… La torre de knuts, que es que en treinta segundos tenéis que construir una torre más alta que los anteriores que han ido antes que vosotros. Si se les ha caído, pues eso que os lleváis. Ah, la de los palillos, que tenéis que coger objetos de esa caja con los palillos y transferirlos a la caja vacía, y, de nuevo, tenéis que hacer más que los anteriores. Y por último el beer pong, conseguís tantos puntos como pelotitas metáis en los distintos vasos, y si falláis, traguito de cerveza. Luego, los jueces, que habrán estado viendo, harán una lista de los mejores, aunque todos recibiréis un alguillo de premio. — Alice dio un saltito en su sitio. — ¡Me encanta! ¿Quiénes son los jueces? — Los mayores, la embarazada y la del bebé, básicamente. — Dijo Niamh acariciándose el vientre, aunque aún no se le notaba casi. — ¿Y los que no tienen pareja oficial? — Pues justo ahora tenían que estar arrejuntándose, porque competimos contra las parejitas oficiales. — Dijo Andrew señalándoles. — El orden de la gymkana es, de hecho, pareja amorosa, pareja distinta, y así sucesivamente. ¡Eh, Ginny! ¡Convoca a las parejas distintas! — Desde la barra, la chica asintió y se subió a la misma, con el hechizo amplificador. — ¡A ver por favor! ¡Los que no tienen pareja amorosa que vengan, que hay que juntarles! — ¿Y quién lo elige? — Preguntó Ruairi. — Pues yo, para eso soy la dueña. Ruairi, tú con Andrew, que necesito a vuestras mujeres. Mi hermana con Keegan, eso lo saben hasta en Belfast. — ¡Oye! — Calla ya. Martha y Cerys, otro clásico. — ¿Puede ser chica y chica? — Preguntó Horacius. — ¡Y chico y chico! ¡De hecho, tú con Pod! — ¿Y yo? — Preguntó Lucius. — Conmigo, caballerito mío, que mi Brando aún es muy chico para su tita. ¡Ah! Nancy y Connor. — ¿Cómo? — Preguntó Nancy a los pies de Ginny en la barra, y luego soltó una risita nerviosa. — Pero ¿por qué? Igual mi hermano… — Porque lo digo yo. ¿A que sí, Connor? — El aludido estaba al fondo del todo, con una cerveza en la mano y los bombones en la otra, parpadeando. — ¿Qué? — Eso es. — Marcus y Alice estaban con una risita traviesa bastante fuerte, y Nancy se puso a hacerles morisquetas desde la barra, las cuales ellos devolvían, mientras Ginny terminaba de emparejar a los sobrantes. Mientras, Siobhán había estado apuntando en una lista el orden de las parejas, y en cuanto lo consultaron, vieron que iban justo detrás de Nancy y Connor, así que iban a ser sus rivales directos. Alice hizo una pedorreta y miró a la chica. — Bueno, es que esto va a estar tirado. — Nancy se cruzó de brazos. — Pues que sepáis que Connor y yo nos conocemos de toda la vida y nos llevamos divinamente. — Ya, ya… Marcus y yo también. — La picó otro poquito antes de beber un sorbo de cerveza. — Vamos a ganar, mi vidaaaa. — Dijo recolgándose del cuello de su novio, encantada de la vida de estar celebrando así San Valentín.

 

MARCUS

La descripción de "juegos rápidos que requerían la colaboración de dos personas" le hizo mirar a Alice y guiñarle un ojo con una sonrisilla ladina. Estaba tan seguro de sí mismo y de su novia que ni se planteaba que tuvieran rival en un juego conjunto. Lástima que la gymkana no incluyera ningún juego intelectual, más bien todos eran de agilidad, y eso no era el fuerte de ninguno de los dos (sobre todo el suyo). Se le debió notar ligeramente en la cara. — Mira, Lawrence O'Donnell junior pensando a toda velocidad cómo convertir alguno de esos juegos en un test de cultura general. — Bromeó Andrew, picándole en la mejilla y levantando varias risitas. Le miró con burla. — Que sepas que, si hubiera algún juego de trepar a lugares altos con suma maestría... — Pasó un brazo por los hombros de su novia y dijo. — ...Ella os barrería a todos mientras yo soy su gran apoyo moral desde las raíces. — Eso levantó varias pedorretas y más risas. Puso expresión digna. — Yo soy la tierra a mucha honra. La tierra que va a tener que aguantar la caída de más de uno, tal y como va... — Porque Andrew estaba ya prácticamente que rodaba por el suelo y aún ni habían empezado.

Lo de las parejas distintas sí que estaba deseando verlo, de hecho fue motivo de considerables risas (con un poco de superioridad por su parte por ser de la categoría de parejas oficiales, no se escondía). Se inclinó a su novia y bromeó. — Si llegamos a hacer esto hace dos años y en Hogwarts, me toca con Oly. — Desde luego que las parejas conformadas eran para verlas, si bien, como decía Ginny, algunas eran muy obvias. Encima les había tocado en competición directa con Connor y Nancy. Soltó una carcajada e intensificó las celebraciones cuando Alice se enganchó de su cuello. — ¡Somos imparables! — Alguien está vendiendo la piel del yeti antes de cazarlo. — Tú simplemente admira. — Se pavoneó, y tras terminar la organización, la gymkana dio su pistoletazo de salida.

— ¡Primer juego! ¡Desafiando la gravedad! — Niahm se fue con un contoneo más infantil que sexy como si fuera una azafata de fiestas a explicar la prueba. — Esta es la línea que hay que recorrer, bien cortita. La cuestión es que cada pareja deberá soplar un globo para mantenerlo en el aire, mínimo treinta segundos y hasta completar el recorrido. — ¿Pero no era una cosa u otra? — Se quejó Eillish. Los adultos formaban un grupo muy serio y atento que hacía a los jóvenes contener la risa. — Normalmente es o aguantarlo en el aire treinta segundos, o recorrer una distancia sin que se caiga... — Eso sería en Ravenclaw, tía Eillish, aquí hay que ponerlo MÁS DIFÍCIL TODAVÍA. — Respondió Ginny entusiasmada, confraternizando con Lucius, su compañero, y chocando los cinco con él en el aire. La aludida arqueó una ceja. — Que tengáis suerte en la prueba, sobrina. — La otra aspiró una exagerada exclamación ofendida. — ¿¿Insinúas que la diferencia de altura puede ser un hándicap?? Qué feo, tía Eillish. — Qué feo, abuela Eillish. — No me esperaba esto de ti. — No me esperaba esto de ti. — Jugando sucio contra tu propio nieto. — Jugando sucio contra... — ¡VALE YA! Deja de convertir a Lucius en un loro, Ginny. — Paró la atacada, mientras los otros dos se morían de risa.

— ¡Lo dicho! — Retomó Niahm, felicísima. — Por parejas, treinta segundos de mantener el globo en el aire y, aparte, cruzar la línea. Si se han completado ambos objetivos, ganará el que más tiempo mantenga el globo en el aire hasta que uno de los dos se caiga. ¡Primera pareja! — Y de cuatro en cuatro salieron a competir, mientras los demás jaleaban y animaban. Efectivamente, a ellos les tocó salir con Connor y Nancy, ella muy decidida, él con una cara que presagiaba lo que iba a ocurrir. Marcus y Alice se dieron ánimos para venirse arriba el uno al otro mientras los otros hacían como que también, pero esa confianza de toda la vida que decían tener parecía estar jugando en su contra, porque fue dar al tiempo y no parecían estar muy cómodos con eso de tener que acercarse tanto y soplar los dos el mismo globo, lo que ponía sus cuerpos y sus bocas peligrosamente cerca y generaba movimientos que, en un descuido, rompían la barrera del espacio interpersonal. La incomodidad hizo que no duraran ni diez segundos con el globo en el aire y que apenas se movieran de su sitio, por lo que, por supuesto, no tuvieron rival. Marcus y Alice celebraron su victoria y esperaron a que acabara la primera eliminatoria para ver con quién les tocaba.

No sabía si era una muy buena o una muy mala noticia competir contra Andrew y Ruairi. No se fiaba ni un pelo del primero, pero quizás la borrachera jugara en su contra. Nada más dar la señal, ellos dos continuaron con su estrategia, pero Ruairi se chocaba continuamente con Alice y ponía la estabilidad del globo en juego, y Marcus, en un momento determinado, se dio cuenta de que esos choques venían provocados porque Andrew hacía que su hermano se metiera deliberadamente en su carril. — ¡Perdón! — ¡No hables! ¡Sopla! — ¡No me empujes! — ¡Que FFFFFFF QUE SOP-FFFFFFF SOPLA! — ¡¡QUE VOY!! — ¡¡HACE TRAMPA!! — Delató Marcus. Craso error. El delatamiento provocó que Andrew forzara un cambio de posición con Ruairi y, en un momento determinado, le pegara un soplido al globo de ellos dos en lugar de al suyo. Marcus y Alice tuvieron que tirarse en dirección contraria para que no se cayera, ventaja que aprovecharon los otros para cruzar la línea de meta. — ¡La pareja ganadora es Ruairi y Andrew! — ¡¡NO VALE!! — Se quejó él, ya dejando atrás el globo, a su novia y los vítores por los ganadores. — ¡Ha contravenido las normas! — Un poco sí, Andrew. — Nada como un Hufflepuff con la conciencia intranquila, lástima que Andrew era de los Hufflepuff competitivos, traviesos y convincentes, y consiguió que el jurado (compuesto casualmente por las dos mujeres y los abuelos de ambos) dictaminara que la victoria era legal. Marcus, viéndose falto de apoyos, miró a los dos miembros del jurado que podían barrer en su favor. — ¡ABUELOS! — Llamó la atención, pero Lawrence estaba entretenido con las piedras junto con un Connor ya descalificado (vaya, ahora sí te interesa), y Molly estaba al borde del ataque de risa y no veía ni quién era su nieto y quien no.

De todas formas, los dos tramposos no tardaron en caer eliminados contra la justiciera Siobhán y un Keegan que también tenía sus propias artimañas. De hecho, esta pareja llegó a la final, en duelo con Martha y Cerys, que habían escalado muy discretamente hasta el puesto. Fue una disputa reñidísima y que mantuvo la tensión todo el tiempo, pero pasados casi dos minutos de estar manteniendo el globo en el aire, Keegan empezó a distraerse con la apacible habilidad de las otras dos y Siobhán a ponerse nerviosa por dichas distracciones, mientras que Martha y Cerys parecían dos fuentes de aire clavadas en el suelo tras la línea de meta, con el globo en posición y flotamiento constantes. Por supuesto, acabaron ganando estas últimas, llevándose como premio un globo flotante con forma de corazón cada una. Lo cierto fue que, por tal de ver la mirada y la sonrisa que se dedicaron mutualmente, cada una con su globito en la mano, había merecido la pena la derrota.

 

ALICE

No sabía si le hacía más gracia el hecho absolutamente cierto de que Marcus estuviera intentando convertir alguna prueba en intelectual, o el hecho de que fuera igual de cierto lo que dijo de Oly, y casi pudiera verla trepando la espalda de Marcus, chillando y proponiendo cosas demasiado heterodoxas para su cumplidísimo novio.

Obviamente, los O’Donnell no tenían intención de hacer un juego tranquilito e infantil, y los Ravenclaw ya estaban arrepintiéndose de participar, pero ahí eran minoría, así que tendrían que aguantarse. Al menos Nancy tenía tantas ganas de ganarles que levantaría el ánimo y las ganas a Connor, que tenía pinta de estar a punto de huir. Y no era para menos. Hasta que no estuvo en el tema, no se dio cuenta de por qué esa prueba era tan apropiada para San Valentín, y se limitó a disfrutarla con su novio, muy pendiente de los erráticos y poco naturales movimientos de su pareja competidora. — Eh, Connor, la confianza da asco ¿eh? — Le picó al terminar. — ¿Perdón? — No hagas caso que están muy subiditos. Verás la siguiente. — Contestó Nancy, toda metida en el pique. No tuvieron tanta suerte con Andrew y Ruairi, pero no debería sorprenderle, porque aquellos dos tenía un total de cero límites, y el roce, e incluso el hacer trampas, ni les importaba por tal de participar y hacer el tonto. Afortunadamente, les tocó enfrentarse a una Gryffindor, que no tenía problema en aplastar a su hermano pequeño ni en acercarse de más al musculitos de Keegan, que, por supuestísimo, solo era su amigo. Pero el amor se impuso, y aplaudió como la que más a la victoria de Martha y Cerys. Se enganchó al brazo de su novio y dijo. — Mira qué bonito… — Dejó la cabeza sobre su hombro y dijo. — Quiero uno, mi amor. Tenemos que ganar. — ¿Pero hay que seguir? — Preguntó Connor, confuso, por detrás. — Vaaaamos, vamos, muchacho, no te quejarás de estar con mi sobrina, ¿no? Hasta las ratas de laboratorio nos hemos divertido en el pueblo alguna vez. — Aseguró el abuelo. Alice se giró para comprobar su teoría y susurró. — El alquimista O’Donnell ya está con el jerez y el hermano. Vaya alianza. —

— ¡Muy bien! ¡Siguiente! ¡Torre de knuts! Nada de magia, que nos conocemos. Amor, estoy vigilando esa varita. — Anunció Allison, cantarina, con un pataleador Brando, muerto de risa. — No quisiera ser yo quien le acostara esta noche. — Le dijo Alice. — ¡Ah! Cuando estaba dentro era igual, estoy acostumbrada. — Me encanta esta conversación. — Dijo Andrew, de brazos cruzados, alzando una ceja. — Qué guarro eres, es que mi hermano tenía que ser... ¡Y tú no te rías! — Riñó Siobhán a Keegan. Alice aprovechó y se frotó las manos. — Mi amor, esta es la nuestra. —

Pues Nancy y Connor estuvieron a punto de ganarles, porque el segundo, con esa habilidad para las obsesiones, tenía un pulso firme y una actitud más tranquila que la suya, y avanzaban más deprisa, pero una de las veces, cuando Connor terminaba su turno y Nancy ponía la siguiente moneda, sus manos se rozaron, y la chica tiró la torre entera. Se guardó sus ganas de saltar de alegría y usaron aquel turno para practicar tranquilos para el siguiente. Y parecía que les iba a ir bien, porque Ginny y Lucius perdieron también, Martha y Cerys estaban ya distraídas y a Rosaline le dio una risa incontrolable y Patrick se rindió. La victoria estaba a un paso. No contó con la tranquilidad de Eillish y Arthur y la coordinación que conceden cuarenta años de matrimonio. — ¡Por cinco monedas! ¡Amor, jolín! ¡Cinco! — Se quejó, dándole un trago a la cerveza con carita triste, lo que provocó las risas e imitaciones de alrededor. Se enganchó del cuello de su novio y susurró. — Verán en el beer pong. Esta puntería no es famosa en el Club de Duelo para nada. — Dejó un besito justo en su mandíbula. — Sé que te gusta cuando me pongo competitiva. —

 

MARCUS

Faltaba que su Alice dijera que quisiera algo para que él estuviera dispuesto a cruzar una ciudad en llamas por conseguirlo... Nunca tan contento de no tener a Lex delante, o ya estaría vociferando con tono de burla su pensamiento. — Lo conseguiremos, mi amor. — Aseguró mezclando épica con dramatismo, aunque definitivamente no fue en la siguiente prueba que hicieron. Habían tenido la victoria tremendamente cerca, y chistó con fastidio. — ¡Cinco! — Se quejó a juego con su novia, pero de reojo miró a Eillish y Arthur y sonrió. Se les veía tan compenetrados y felices... Miró a Alice de nuevo y, sin que nadie le viera para seguir manteniendo su careta indignada, le susurró. — En el fondo es como si hubiéramos ganado... porque solo somos una versión más joven de ellos. — Y les señaló con la cabeza, con los ojos llenos de admiración, mientras el hombre ponía las manos en cuenco para recibir el puñado de knuts de chocolate premio de esa prueba y se los ofrecía a su mujer, que ya estaba desenvolviendo uno con la ilusión de una niña.

Rio al comentario de Alice. — Me encanta. Y estoy convencido de que ese va a ser nuestro juego. — Giró la cabeza para comprobar si era la siguiente prueba, pero no, había una en medio. Chasqueó la lengua. — Tendremos que esperar un turno... O eso, o llevarnos dos victorias seguidas. — Arqueó varias veces las cejas, y justo Niahm retomó la explicación con la siguiente prueba. — ¡Continuamos con el equilibrio! Torre de vasos de plástico. — Hizo un reverencial gesto, y Allison otro, solo que nada sincronizadas, así que lo que pretendían ser dos alegres azafatas quedó como una coreografía sin mucho sentido. — Treinta y seis vasos... — ¿Por qué no treinta y siente? — Porque son treinta y seis. — Pero tendría que ser impares para que quede uno arriba ¿no? — Ya lo ha calculado el tío Larry, Andrew. — Pero yo digo que si hay uno arriba... — ¡¡QUE SON TREINTA Y SEIS!! — Ladró un coro de voces a la vez, estas sí mucho más sincronizadas y sin necesidad de ensayo, que a pesar del salto en el sitio que hicieron dar a Marcus por lo imprevisto, le provocaron crueles risas a costa del pesado de Andrew. Lástima que, al parecer, le habían dado lo que querían, porque el primero en reírse de la reacción conjunta era él.

Ganaron a Nancy y Connor una vez más, porque al parecer el chico solo sabía trabajar con objetos con cierta masa, y un vaso hueco de plástico no pesaba lo suficiente para sus estándares y no lo sabía manejar. A la chica, por su parte, empezaba a jugarle una mala pasada la frustración de no parar de perder. Marcus y Alice pasaron un par de rondas, pero cayeron ante una pareja tan impresionantemente rápida que les tenía a todos desconcentrados, porque en apenas diez segundos habían hecho la torre a la perfección contra absolutamente todos sus competidores. Por supuesto, ganaron ellos. — ¡¡ESE ES MI MUCHACHOTE!! — Bramó Ginny, saltando con un Lucius exultante por una victoria que no se había visto venir. Todos seguían demasiado sorprendidos. — Yo no sé de qué os sorprendéis tanto. — Dijo Wendy. — Mi hermana, todo lo que sea material de cóctel, lo apila. Es como una urraca. — BOOOM HACE LA DINAMITA. — La otra seguía celebrando, interpretando el comentario como lo que era: un don con el que nadie contaba. Ruairi miraba a Lucius con extrañeza. — Lo que me sorprende es que mi hijo de diez años se maneje tan bien con los vasos teniendo en cuenta que no trabaja tras la barra de un bar. — El chico se encogió de hombros. — Papi, cuando Horacius o los animales la lían y me pongo nervioso, me relajo ordenando cositas. Al menos así, aunque estéis estresados, luego volvéis y está todo ordenado. — Ruairi y Niahm se miraron los dos súbitamente y se hicieron la misma pregunta, al unísono. — ¿¿No eras tú quien recogía?? — Connor les miró con las cejas arqueadas. — ¿Os sorprende? ¿Estaba la granja recogida antes de que Lucius supiera usar las manos? — Pero cariño... — La mujer pasó de largo del comentario y fue a abrazar a su cachorro. — ¿Por qué no nos dijiste que eras tú el que ordenaba la casa? — El chico parecía extrañado. — Pero si lo hago por mí en verdad... — Ahora resulta que ser un maniático te da puntos. — Se quejó el gemelo, cruzado de brazos. Pod le miró. — Si tú fueras un poquito como tu hermano igual no se nos habrían caído todos los vasos... — Igual si no hubieras dicho "ay que se cae, ay que se cae" a cada uno que ponía no se me hubieran caído... — ¡¡BUENO!! ¡Victoria para el equipo de Ginny y Lucius! — ¡ESO! Que aquí con el trauma del niño nos estamos liando, ¿dónde está mi premio? — Saltó la mujer, y los abuelos les regalaron una enorme jarra de un líquido color rosado hecho de chucherías y pétalos de rosa y un par de vasos conmemorativos que Marcus detectó que estaban hechos con alquimia, seguramente por su abuelo (vaya, estas fruslerías sí está bien hacerlas...). — ¡Chin chin! — Se dijeron mutuamente, chocando los vasos y brindando por su victoria.

 

ALICE

Le estaban gustando demasiado todas aquellas pruebas aunque fuera solo por las risas de ver a Connor intentando lidiar con todo, las reverencias no muy ensayadas de las azafatas, y, sobre todo, por el momentazo de Ruairi y Niamh al descubrir que el que organizaba la granja era Lucius. Le encantaba estar así, le recordaba mucho a Hogwarts y las fiestas que organizaban, y tener un pique con algo que no fuera la alquimia y sí misma, le venían increíble. Rodeó los hombros de Lucius. — Yo te entiendo, colega. Yo frustro los nervios con las plantas, los de mi alrededor dicen que tengo muy mal carácter, pero las plantitas hasta lo agradecen. — Horacius la miró, ofendido. — Oye, que yo también hago cosas. Tengo iniciativa para ganar, y eso es bueno también. Sobre todo cuando Pod se atasca. — ¡Oye! Yo no me atasco. Es que tengo que repasar las normas… — Ya, ya… — Alice entornó los ojos. — Venga, venga. Lucius, échale un poco de eso a tu hermano y a Pod, y tengamos la fiesta en paz. No se puede ganar siempre, Horacius… — El niño alzó una ceja mientras bebía del vaso de su hermano. — Se puede intentar… — Dijo después, con un tono de señor mayor que hizo reír de nuevo a Alice.

— ¡Bueno! ¡Que estamos ya en la recta final! — Anunció Niamh, y Allison bailó a su alrededor. — ¡Y algunos no han ganado aún! Nuestros respectivos, por ejemplo. — ¡Oye, que es culpa de mi primo! — Se quejó Andrew. — Ni los vasos sabe poner, lo tiene que hacer su hijo… — Veremos en qué te supera el tuyo en cuanto pueda bajarse de la mochilita… — Se picó Ruairi. — ¡Este te gusta, cari! Beer pong. — Informó Allison, alegre. Alice se giró hacia Marcus. — Escúchame, amor. Tú confía en mí. Tú sujetas el vaso, pero esto es importante: no te muevas. Aunque creas que no voy a acertar, tu confía. — Le besó en los labios. — ¿A que confías? — Y no le dio tiempo ni de contestar, porque se puso a estirar las cervicales y los brazos. — Vaya flipada. — Dijo Andrew. — Buah, ya te digo. — Picó Ginny. — Yo la he visto hacer cosas muy guays en los dardos. Y con los animales de Martha. — Gracias, Ciarán. Ni caso a estos. — Mi Ciarán es lo más bueno del mundo. — Aportó Wendy, besuqueando a su novio. Alice suspiró. — Tendríais que haber estado ahí cuando gané a un ruso en el Club de Duelo. Bueno, incluso cuando el prefecto Jacobs me ganó, tiritando, en una espectacular caída en la que perdí la varita por haber hecho un escudo demasiado fuerte. Nada, no lo entenderíais. — Vaya, a alguien se le ha subido la alquimia a la cabeza… — Siguió Andrew burlándose, y Pod la miró confuso. — ¿La alquimia puede subirse a la cabeza? — Ni caso, cariño. Deja al farero con sus cosas. — Contestó antes de sacarle la lengua al otro. — A mí me habría gustado verte ganar. — Aseguró Horacius.

Finalmente, se situaron y Alice se acordó, a pesar del mareo, de cuando tuvo que ayudar a Poppy a ganar en el día San Patricio y cumpleaños de Darren, visualizaba el vaso, la pelotita y, lanzamiento tras lanzamiento, iba logrando colar la pelotita. — ¡Eh, no vale que siempre lance el mismo! — Se quejó Andrew. — Parece poco justo. — Coincidió Pod. — ¡Oye! Pensé que estabas de mi parte. — Yo estoy de parte de las normas, prima. — ¡Abuelos! — Hija, es verdad, deja tirar a Marcus. — Suspiró y dejó caer los brazos. Bueno, ella sí podía mover el vaso más rápido y de forma más útil. Así, mientras oía gritos de “pero no lo subas”, “a la izquierda, no, a mi izquierda” por ahí, ella logró no dejar escapar ni una de las pelotas que su novio lanzó divinamente y, por fin, tras derrotar a Wendy y Ciarán, se alzaron con la victoria. — ¡Sí! ¡Sí! ¡VICTORIA ALQUIMISTA! — Y se echó encima de su novio para que la cogiera en brazos, encantada de la vida. — Sus premios, señores. — Y eran una flecha de caramelo de cereza y un corazón de algodón de azúcar, que podían atravesarse para combinar ambos sabores y texturas. Alice miró a Marcus. — Definitivamente, el abuelo se ha aficionado a la dulcería alquímica. —

Lo malo iba a ser concentrarse ahora para el último juego. De hecho, no hubo por dónde cogerlo. Entre el caramelo que les quedaba en las manos, las risas, la euforia de haber ganado, la cerveza rosa que llevaban encima, y que Marcus y ella no habían nacido para lo de los palillos, se les caía todo, y Nancy hasta se picó porque no se lo estaban tomando en serio. Sobre todo, porque ellos dos sí. Y por fin, la tranquilidad de Connor jugó en su favor, y no solo les eliminaron a la primera, si no que acabaron ganando, con reacciones de distinto calibre en él y ella, al recibir un pack para hacer sushi. — Nunca lo he comido. — Dijo simplemente Connor. — Pues que te lo cocine mi prima. — Dijo Wendy dándole un codazo. — Si, hombre, y que lo envenene sin querer… — Soltó Ginny. — ¡Oye! ¡Pues ahora a ti no te lo voy a hacer! — Se quejó Nancy. — ¿Y a mí sí? — Preguntó Connor con tono neutro. Nancy se puso roja. — A ver… O sea, sí, si quieres vaya… — Alice, por su parte estaba sentada sobre el regazo de Marcus, mordisqueando la flecha. — ¿Soy yo… o ahí hay algo que es claramente la razón por la cual Junior no prosperó? — Negó con la cabeza. — Parecerse, no se parecen en nada, pero igual soy yo, que solo tengo un tipo y es Marcus O'Donnell. — Dijo tonteándole y dándole muchos besitos por la cara.

 

MARCUS

Estaba riéndose con unos y otros cuando, de repente, Alice entró en modo competitivo. — Claro, claro. — Respondió algo aturdido, pero dispuesto a seguir cualquier orden que le diera. — No me muevo. — Repitió como un loro. — Yo confío. — A ver cómo le explicaba Alice, si por lo que fuera se movía, que no iba a ser por falta de confianza, sino por alguna treta de algunos de sus competidores o por los efectos de tanta cerveza rosa. — Confío. — Repitió tras el beso, pero Alice ya estaba calentando. A lo que sí pudo sumarse fue a las loas a su novia con respecto al Club de Duelo. — Espectador de primera fila. Y siempre siempre confiando en sus posibilidades. — Menos mal que Alice estaba calentando y que no había nadie de Hogwarts allí.

Tal y como predijo, la estratagema de sus contrincantes llegó, en concreto en forma de pedirle a él que apuntara. Apretó los dientes y se irguió. Él no era experto en duelo, pero sí en venirse arriba cuando le cuestionaban. — No te preocupes, mi amor. — Dijo con seguridad y mirando a todos por encima del hombro, lo cual levantó más risas que reacciones intimidadas. Se cortaron pronto, porque finalmente ganaron ellos, y lo celebraron con vítores, saltos y abrazos. Cuando dejó de dar vueltas a su novia en el aire, recibieron los premios. Soltó una carcajada, admirando la comida. — Se lo pienso recordar eternamente. — Con la que le había dado con los bombones...

Le dio tal ataque de risa con el juego de los palillos que no pasaron ni de la primera ronda, pero le dio igual, y se quedó bien contento como espectador, tonteando con su novia, comiendo caramelo y bebiendo cerveza, riendo con el espectáculo. Casi se atraganta con el comentario de su novia. — Lo de Junior no prosperó porque son primos. — Él insistía. — Aunque... — Hizo un gesto para señalar con la cabeza. — ...Eso también me parece una buena hipótesis. — Y rio entre dientes, tras lo cual tonteó con su novia. — Oh, qué suerte. Porque yo también tengo solo un tipo y es Alice Gallia... ¿no te parece una estupenda casualidad? — Rieron y se quedaron un buen rato dándose besitos y mimos.

Tanto que la fiesta estaba llegando a su fin y los mayores a amenazar con retirarse, y él aún no había dado sus regalos. — ¡Esperad! — Saltó, y casi tira a Alice del asiento. Puede que estuvieran ya un poquito perjudicados por la cerveza rosa los dos. — Como hoy celebramos todos los tipos de amor, ¡tengo un regalo para todos! — Y solo con decirlo generó una ovación generalizada, aunque nadie sabía aún de qué se trataba. Se subió a una de las sillas, como hacía en la sala común de Ravenclaw cuando quería hacerse oír. Se aclaró la garganta. — Hemos descubierto, a base de mucha investigación con materiales avanzados... — Miró intensamente a su abuelo, que rodaba los ojos y suspiraba. Evidentemente, tenía que dejar patente que era algo serio, y no una fruslería. — ...Que pueden lograrse con alquimia... — Y soltó una perorata demasiado larga para el lugar, las horas y el ambiente, y al principio todos le escuchaban entusiasmados, pero poco a poco la atención se fue diluyendo. Decidió resumir. — ¡Así que he hecho...! — Sacó varios saquitos de muestra de su maletín. — ¡...bombones! — Eso les reactivó. — ¿¿Algún piscis en la sala?? — ¡YOOOOOO! — Saltó y gritó Pod. Marcus sonrió. — Los piscis son... soñadores. — Le dio su saquito de bombones y el niño miró los pececitos de chocolate con ilusión. — Estos bombones te darán unos muy dulces sueños. Mañana quedamos y me cuentas qué has soñado, colega. — Buah, trucazo para que los niños se quieran ir a dormir. — Comentó Patrick, haciendo a todos reír. — ¿Aries? ¿Aries en la sala? — ¡Esa es la mía! — Clamó Ginny. Marcus lanzó el saquito y ella lo cogió al vuelo. — Cuando quieras sentirte más valiente, un bombón y tendrás el empujoncito que necesitas. — ¿Cómo están hechos, Marcus? — Preguntó Eillish desde la mesa al lado de su silla, curiosa. Él se agachó y le dio su saquito. — Cangrejitos para la dama. — La mujer le dedicó una sonrisita. — Los cáncer son empáticos y comprensivos. Si en algún momento necesitas tener una conversación delicada con alguien, esto te ayudará a llevarla mucho mejor. — Se apoyó en la mesa. — Los he hecho bajo la regencia de ciertas estrellas utilizando uno de los instrumentos del taller, y sintetizando la esencia de las frutas y minerales asociados a los horóscopos. Si ha salido bien, debería potenciar las características de ellos. Y si no... — Se encogió de hombros, con una sonrisilla, y dijo en tono confidencial. — Tendrá la misma funcionalidad que el horóscopo: la de ser un placebo. Al menos el chocolate estará rico. — La mujer soltó una risita. — Gracias, es todo un detalle. — Le dedicó una caricia en la mejilla, mirándole con cariño. — ¿Sabes? De niña, miraba a tus abuelos viendo en ellos a dos personas a las que... admiraba tanto. Inteligentes, buenos, sensibles... Te veo en ellos. No hay una versión del amor más bonita. — Sonrió, agradecido. — Gracias, prima Eillish. — Y, contento y orgulloso de su obra, se dedicó a repartir los bombones entre los suyos.

 

ALICE

La verdad es que ella siempre había sido la mayor fan del prefecto O’Donnell, y hacía mucho tiempo que no habían tenido ocasión de que su amado hiciera gala de sus discursos y grandes gestos, como sí pasaba en Hogwarts. Así que simplemente se sentó y observó cómo repartía los bombones, levantando alegría y pasiones, como siempre, y aprovechó y se deslizó hacia donde estaba el abuelo, justo cuando Marcus hablaba de lo del horóscopo, y le dio un codacito. — Veo esa cara. Veo todo lo que hay detrás de los gruñidos. — Ladeó la sonrisa. — Sé que para ti no hay nadie como él. — El abuelo la miró y suspiró, pero la sonrisa no se le quitaba. — Me encanta que demuestre ser mejor que yo en todo. Nunca habría sabido dar un discurso así a su edad, pensar tantos detalles… — La miró. — Pero tú también eres mi aprendiz predilecta. Os estuve esperando a los dos desde la primera vez que me pediste que transmutara una cuchara a través de tus manos con doce años. — Notó sus ojos inundarse. — Te lo agradezco, pero tranquilo, soy familiar con la sensación de que solo existe él. — Y ambos rieron. — Pero espero que esto que voy a hacer, también te haga sentir orgulloso. — Y fue a coger el paquete que habían traído.

Se subió al escenario y se hizo el hechizo en la garganta. — Sé que no puedo competir con el otro alquimista chocolatero de la sala. Además, él es un O’Donnell y ha demostrado ser más trebolito que nadie. Y me ha ayudado a hacer este regalo, además, porque es el mejor compañero de laboratorio y de vida posible. —Le tiró un beso a Marcus e inspiró. — Todos más o menos sabéis que, cuando llegué a Irlanda en noviembre, no tenía muchas ganas de hablar del amor de la familia. Estaba dolida, con heridas recién hechas, abiertas, y no sabía cómo cerrarlas. La respuesta era obvia pero, en ese momento, no era capaz de verlo. Se curaba con familia. — Les miró a todos. — Así que hoy puedo celebrar el amor por la familia igual que todos los demás. Y quería agradecerlo de alguna manera, quería resaltar el trabajo de alguien, y todos habéis hecho mucho por mí, desde ese bebé de Ruairi y Niamh que todavía no ha nacido, al tío Cletus. Pero pensando me dije… hay una persona experta en curar cosas que parecen incurables aquí. Y es lo que yo aspiro a ser: una enfermera feroz, una mujer a la que su familia mira con amor y admiración. Una O’Donnell por matrimonio, pero de pleno derecho. Alguien que ha sido capaz de vivir y ser feliz a pesar de ver de lo peor del ser humano. — Se giró a mirarla y se acercó a ella. — Tía Amelia. Por todo el mundo que te ha tenido todos los tipos de amor, te lo mereces más que nadie. — La ola de llantos fue abrumadora, la primera la de la homenajeada, que le temblaban tanto las manos que le tuvieron que ayudar a abrir el regalo. — Es una camelia… ¿de cristal? — Es de hielo, en realidad, aún no sé transmutar cristal bien, al menos no para darle forma, pero puedo transmutar el hielo con las propiedades de la piedra y darle color, como hice en mi examen. — Amelia tomó su cara entre sus manos. — Pero, mi vida… ¿cómo lo has sabido? — Alice sonrió. — Has impactado en muchas vidas. En la de tu sobrino Arnold sin ir más lejos. Él me contó que llevabas las flores a las tumbas de tus soldados, son tu sello. Quería que tuvieras una para siempre. — La mujer la abrazó entre llantos y de repente oyó a Molly. — ¡COMO NO VA A SER UNA O’DONNELL! ¡Y UNA LACEY SI QUIERE ELLA! ¡LO MÁS BONITO DE MI CASA ES! — Y notó cómo se sumaban al abrazo más personas. — ¿Ves, tonta? A esto me refería con que hay que celebrar todos los tipos de amor. — Oyó por ahí la voz de Ginny. Y sonrió para sí, porque sentía que por fin lo había conseguido.

No las tenía todas consigo de que la llegada a casa no fuera a ser pelín accidentada y Marcus no cayera cuan largo era sobre la última parte y más importante de su regalo. — ¡Mi amor! No puede ser tan difícil, a ver, intenta seguir mi ritmo. — Y ella daba palmadas muy marcadas. — Los acentos tienen que ir en la palmada: “Step we gaily, on we GO, Heel for heel and toe for TOE, Arm in arm and row in ROW.” — Y nada, a su novio no le salía la canción irlandesa más fácil de la historia, y a ella le parecía simplemente perfecto por ello. — Me encanta cómo te brillan los ojos… Y las mejillas rojitas por el frío… Te lo diría todos los días, pero hoy más todavía. — Se puso de puntillas para besarle brevemente mientras entraban por la puerta, no sin dificultad. — A ver prefecto, mírame. — Susurró. — Necesito que hagas gala de ese famoso porte tuyo hasta que entremos a la habitación ¿vale? Y que no te dejes caer por el efecto de la cerveza en nuestra cama. — Alzó una ceja y subió sinuosamente la escalera. — Ya verás por qué… —

Y aunque sí, también tenía esos planes, pero primero quería ver la cara de Marcus al ver cuatro tipos de chocolate en saquitos, cada uno con su casa de Hogwarts asignada, en la cama puestos. Cuando entró tras él, emocionada, explicó rápidamente. — El chocolate belga negro es Gryffindor: fuerte, inconfundible, solo para valientes. El blanco es huffie, mucho más suavecito y dulce, apto para todo el mundo, y que resulta encantador. El extraño y exclusivo chocolate trinitario, que encima es verde, obviamente, Slytherin. Y el chocolate alpino suizo, de las alturas, conocido por todos, pero elaborado a la perfección, con precisión y pulcritud, es el Ravenclaw. — Se abrazó a su cintura. — ¿Te gusta? —

 

MARCUS

El reparto de bombones duró un buen rato, y cuando terminó, cedió el testigo a Alice para que tuviera también su momento con su propia idea. Era de los pocos que, en lugar de estar deshecho en lágrimas, lo que estaba era hinchado como un pavo y con la sonrisa de oreja a oreja por el orgullo. Cuando Amelia soltó a Alice, se fue hacia él, achuchándole y dándole muchos besos emocionados. Rio. — Tía Amelia, no me lo agradezcas a mí. He sido un mero colaborador y muy testimonial. Esto es obra de su ingenio, su ejecución, su cariño y su gran corazón. — ¡¡QUÉ BONITOS SOIS!! — Bueno, a la mujer la palabrería le sobraba para sus fines, definitivamente, pero no pudo evitar seguir riendo con cariño.

Con tanto regalo y emoción, prologaron la fiesta por un rato más: exactamente, por un brindis con cerveza rosa más. Él ya empezaba a estar un poco tocado y ese último vaso no mejoró ni su lucidez ni su equilibrio, por lo que pedirle encima que cantara una canción, siendo el sentido del ritmo el menos desarrollado en su persona con diferencia, no podía dar resultado en absoluto. Intentaba ponerse muy serio pero, cada dos segundos, estallaba en risas. — ¡Es muy difícil! — Se quejó, sin dejar de reír. — ¡Y estás cambiando las palmadas cada vez que lo haces! No me hagas trampa, Gallia. — Y así llegaron hasta la casa, donde ambos sabían que la noche ni mucho menos había terminado, pero sí pensaba que los regalos habían concluido.

Se equivocó, aunque fue una muy grata equivocación. Se tenía que aguantar la risa cuando Alice le dio explicaciones en la puerta. — Te miro. Yo te miro mientras viva... — Se irguió. — ¿Insinúas que he perdido el porte regio? Una cosa es el ritmo, y otra... — Rio otra vez y subió las escaleras. — Vale, vale... Qué andarás tramando... — La miró con picardía. — Alice... Tú sabes que yo soy fiel servidor... pero no sé si estoy para muchos equilibrios esta noche. Pero me dejo guiar. — No iba tan en broma el comentario como pudiera parecer, que ni se fiaba de las ideítas de su novia, ni de cómo pudieran acabar si las intentaban dado su estado.

Al entrar y ver los saquitos, compuso una genuina expresión de sorpresa. — ¡Oh! ¡Bombones! ¿También había para mí? — Dijo entre risas, pero la explicación de Alice le aclaró las ideas. Los examinó uno a uno y luego la miró, con los ojos brillantes. — Me encanta. Es perfecto. Por Nuada, tienes que decirme cómo has conseguido todas estas cosas. — Volvió a mirar el chocolate con sumo interés, como si quisiera desgranar cada una de las características que ella había dicho solo con mirarlos. — Puedo hacer tantas cosas con esto... — Luego la miró, alzó un dedo y puso una sonrisilla. — Si creías que justo a ti y a mí nos iba a dejar sin unos... — Abrió su mesita de noche y sacó dos paquetitos: uno con bombones con forma de carnero, y otro simulando dos personitas. — Puede que estos en específico vayan para... despertar el lado más apasionado de aries. — Le dio uno de los bombones que correspondían a su novia, directamente en la boca. — En cuando a los géminis... dicen que somos muy imaginativos, así que potenciarán esa cualidad. — La miró con picardía y añadió. — Supongo que... — Alzó la varita y cerró e insonorizó la habitación. Tomó un bombón entre los dedos y, antes de llevárselo a la boca, añadió. — ...Puedo poner la imaginación al servicio de lo que mi apasionada aries me pida. —

 

ALICE

De repente, su habitación olía a chocolate entera, y le daban hasta ganas de comérselo, así que se le iluminaron los ojos cuando su novio sacó unos bombones para ellos. Y claro, la Alice sexy tomó su lugar y se acercó lentamente a él. — Mmmm qué ganas. — Y abrió la boca despacio, dejando que le diera el bombón y acariciando sus dedos con los labios. Mientras masticaba, le miró, literalmente relamiéndose al imaginar todas esas cosas creativas que se le podían ocurrir, después de semejantes movimientos. — Ya sabes que yo me pierdo con el horóscopo. Pero sí soy muy pasional. — Y le abrió del tirón la camisa, quitándosela. — Y también me gusta llevar la iniciativa. — Y ahora sí le empujó sobre la cama. — Cierra los ojos y espérame. —

Rápidamente, se deshizo de su ropa y se quedó en una de sus bonitas combinaciones francesas y cogió un par de bombones, escondiéndolos en los pliegues y costuras que podía (que no eran muchos) y se sentó sobre él con una pierna a cada lado. Se inclinó sobre su oído mientras susurraba. — Lo cierto es que lo mío me ha costado encontrar todas estas pijaditas para que mi amado alquimista chocolatero haga los bombones más exclusivos y delicatessen el mundo. Así que te toca buscar a ti… — Y deslizó sus dedos por sus labios y su garganta. — Mientras se te ocurren esas cosas taaaaaan creativas de géminis… busca tus bombones y… si los encuentras… te los puedes comer. — Y con una risita, se dispuso a celebrar San Valentín como más les gustaba.

Notes:

¡Queríamos un poquito de amor, y aquí lo tenemos! ¿Qué nos decís de ese Marcus chocolatero? Nosotras lo amamos, y precisamente ese Marcus salió de una inspiración muy directa, a ver si nos sabéis decir de dónde… ¿Os acordáis de quién lo interpreta? Mientras tanto, disfrutad de este San Valentín y de Irlanda igual que nosotras. ¡Contadnos vuestro momento favorito y si habéis pillado la referencia!

Chapter 80: With a heavy heart

Chapter Text

WITH A HEAVY HEART

(26 de febrero de 2003)

 

MARCUS

— Va a ser absolutamente genial. — Terminó de explicar, entusiasmado como un niño. Al otro lado del espejo bidireccional, Arnold rio, mientras su madre le miraba con ternura y tranquilidad. — El pueblo tal y como lo recordaba: de fiesta en fiesta. — ¡No estamos todo el día de fiesta! — Hijo, apenas ha pasado San Valentín y ya estáis con San Patricio. Por no hablar de todas las comidas domingueras... — De San Valentín ya hace casi dos semanas. — ¡Oh, por Los Siete, dos semanas sin una fiesta! ¡Mi pobre hijo se va a morir de encerramiento! — Qué gracioso. Me refiero a que hace dos semanas de San Valentín y para San Patricio todavía quedan casi veinte días. A ver qué te crees que hacemos en medio sino estudiar. — Se encogió de hombros. — Sabemos organizarnos. Hay tiempo para todo... — Sí, me consta que tampoco te perdías una fiesta en Hogwarts por lo que he oído. — ¡Oye! ¡Te quejarás de mis notas! — ¡Si eso es lo que me sorprende, me parece un don poder hacerlo todo a la perfección, hasta estar en fiestas! — Su padre seguía riendo, y le contagiaba la risa a él.

— Cielo. — Intervino su madre. — Tú padre y yo estábamos pensando ir a verte. — ¡SÍ! — Saltó. Con sus padres volvía a ser un niño otra vez. — ¿Cuándo? — Te lo dije, cariño: no iba a agradarle nada la idea. — Bromeó Arnold otra vez, que estaba muy chistoso, pero Marcus se reía mucho con las tonterías de su padre. Emma dijo. — El próximo fin de semana. Por verte, que no te vemos desde Navidad. — ¡Genial! — Puso expresión dubitativa de repente. — Pero vendréis igualmente a San Patricio ¿no? — Emma suspiró. — Cae en lunes... — TENÉIS QUE VENIR. Además, Ginny... — Ya, ya, hijo, ya nos has contado todo lo que vais a liar. Pero... — POOOOOOOOORFA. — Lo iremos viendo. — Atajó Emma, y Marcus puso carita angelical, tratando de convertir esa duda en un sí con la presión justa.

Sin embargo, conocía a su madre (y a su padre, que de repente había cortado el tono bromista), y tenía la sensación de que eso solo había sido una introducción a otro tema. No se equivocó. — Marcus. — Empezó Emma. — ¿Has hablado con Alice sobre su padre? No hemos tocado el tema desde que se vieron en Navidad. — Marcus tragó saliva. Le había prometido a William conseguir que su pajarito volviera al nido, y a Alice darle espacio... Se había pasado con el espacio, porque entre el aniversario, San Valentín, la licencia y todo lo ocurrido con las reliquias, el tema había quedado absolutamente abandonado. No era muy difícil deducir lo que había ocurrido, por su expresión de culpabilidad y su silencio. — Esta situación no se puede prolongar eternamente. — Lo sé... Pero vosotros también me dijisteis que tenía que darle espacio. — Y está teniendo espacio. Pero William se encuentra considerablemente mejor. Y sabes perfectamente que yo no soy sospechosa de querer encubrirle precisamente. — Marcus hizo un asentimiento. No, desde luego que Emma no diría algo así de no ser cierto. — Respeto el hartazgo de Alice, pero creo que hay cosas de las que hablar, y que podrían explotar cuando volváis a Inglaterra. Porque en algún momento, más pronto que tarde, volveréis... — Bueno... — Marcus, no vais a quedaros a vivir en un pueblo. Las fiestecitas están muy bien, pero se os va a quedar corto en breves, y tenéis una carrera en la alquimia que se tiene que desarrollar. Cuando volváis, ¿qué va a hacer Alice? ¿Comprarse una casa? ¿No dirigirle la palabra a su padre viviendo bajo el mismo techo? Yo puedo acogerla en casa si lo necesita, pero no me parece bien fomentar un distanciamiento cuando una de las partes no está haciendo por acercarse. — Marcus bufó. — Mamá, tú dijiste... — Sé lo que dije, pero también sé que tu novia se está escondiendo y tú lo estás fomentando. — ¡Me dijisteis que le diera espacio! — Marcus... — Vale, vale. — Se defendió. Soltó aire por la boca. — ¿Y qué hago? ¿Me pongo a hablarle de William a bocajarro? No ha salido muy bien las veces anteriores que lo he hecho. — Cayó en algo de repente y miró a sus padres con los ojos muy abiertos. — ¿No habríais pensado presentaros con él en el fin de semana? — Solo si previamente Alice daba su consentimiento. Pero no puede darlo sobre un tema del que no se habla. — Marcus se frotó la cara. Se avecinaba discusión, se lo estaba viendo venir.

— Mamá, ¿te crees que yo no quiero que se reconcilien? Yo adoro a William. Y además, Alice está ahora con toda mi familia, siendo una más, y me gustaría que estuviéramos así con la suya. Pero cada vez que lo hablamos, acabamos discutiendo, o ella acaba llorando y mal, y yo no quiero estar así. Ahora está todo tranquilo, centrados en la licencia, pasándonoslo bien... — Eso es huir del problema, Marcus. — ¡No es eso! Queríais espacio para que se relajara, ¡pues espacio está teniendo! — Alice lleva meses sin hablar con su padre. Y Marcus, no os queda tanto para volver a Inglaterra. — No sé por qué estás tan segura, no tenemos fecha... — ¿Os vais a presentar a la licencia de Hielo desde allí? — Se quedó con la boca entreabierta. Le había pillado. — Tenéis que hablar de esto, Marcus. Sé que es un tema delicado, hijo, pero si no lo hablas tú con ella, lo haré yo cuando vaya. Y voy a ir el próximo fin de semana. — Se cruzó de brazos. — Gracias por la amenaza. — Solo te estoy diciendo que quizás prefiráis, tanto tú como ella, que seas tú quien dé la antesala. — Se mordió el labio, en silencio. — La verdad es que sería genial que William viera San Patricio... Le encantaría... — Pues en tu mano está. — Soltó una risa seca. — Confías demasiado en mis posibilidades. — Confío en el amor que le tienes a Alice y el aprecio que le tienes a William. Y en que siempre has sido un chico inteligente y sensato. — Ya. — Detuvo con un rodar de ojos. — Lo voy a hacer igual, no me lo vendas. — Sus padres rieron entre dientes. — A mí no me hace gracia... — Ánimo con ello, hijo. Ya nos contarás. — Ah, ahí la llevo ¿no? — No seas lastimero. ¡Nos vemos en una semana! — ¿¿Os vais?? — ¡Te queremos! — ¡Un beso, cielo! — Y, efectivamente, cortaron de súbito la comunicación. Marcus soltó un resoplido, se frotó el pelo y, con un suspiro, se levantó del asiento. Y, justo al girarse, se abrió la puerta del dormitorio y apareció su novia allí. — ¡Ey! Mi amor. — Le había pillado desprevenido. ¿Llevaría mucho tiempo allí? Esperaba que hubiera sido coincidencia que llegara en ese momento. De lo contrario...

 

ALICE

Le dio un codacito a la abuela y ladeó una sonrisa. — Lo estás disfrutando. — Molly se encogió de hombros, con un suspiro muy dramático. — Yo lo que disfrute mi familia, lo disfruto yo. — Alice rio entre dientes. — No te hagas tanto la digna. San Patricio es lo más irlandés del mundo. — No, mi vida, no. San Patricio se celebraba de toda la vida EN DUBLÍN. Es un santo cristiano. — Tú sabes que era un druida. — Lo que yo sepa da igual. Este espectáculo no es para nada lo que debería ser, e insisto, es de ELLOS. — Alice suspiró y se puso a echar hechizos limpiadores en la cocina, mientras la abuela metía mini pasteles del pastor en el horno. — Sois una isla considerablemente pequeña y bastante despoblada, no podéis estar enfadados todos con todos. — ¡Uy, ya te digo yo a ti que sí! — Alice la tomó por los hombros y dijo. — Pero tú imagínate a Brando y a todos los nenes vestiditos de verde, con un hechizo de arco iris y cantando todas esas canciones que tanto te gustan. Y va a ser la oficialización del compromiso de Wendy y Ciarán… ¡Pasan cosas en tu pueblo! — La mujer sonrió más aún. — Eso sí. Eso me encanta. — Ella hizo un gesto como de un letrero en el aire. — ¿Y qué te parece si traigo a tu nieto, que es extremadamente extra para estas cosas, y que te decore los pastelitos con arcoíris, y le dé brillito a las monedas y todas esas cosas? Y mira que esto es solo para la merienda del comité organizador, tú no sabes la que te puede montar para el día en sí... — Molly se echó a reír y le dio con un trapo. — Tú quieres al abuelo y el laboratorio para ti, diablilla. — Alice levantó las manos con inocencia. — Juro por el druida Páitrisch que no. Marcus está hablando por el espejo y el abuelo está con el tío Cletus, por lo del homenaje a los soldados, están montando algo especial. — La abuela dio una palmada. — ¡Es verdad! Ay, que yo tengo que hacer cosas de eso… — Y la dejó con sus pasitos rápidos por la planta baja.

Lo cierto es que hacía tiempo que no hablaba con Emma y Arnold, y no le importaría ponerles al día de todo lo que un sobreexcitado Marcus no hubiera hecho ya. Pero lo oyó desde el principio del pasillo. “Yo adoro a William”, “sería genial que viniera en San Patricio”. ¿Cómo? Sintió su corazón dispararse. ¿Era eso una encerrona o solo se lo parecía a ella? ¿Su padre en Irlanda? ¿Es que no va a quedar ni un solo lugar en el mundo que sea solo mío o qué? Se cruzó de brazos y dejó que terminara, pero en cuanto notó el silencio, abrió la puerta. Se quedó apoyada en el quicio de la puerta con los brazos cruzados. — Hola, mi amor. — Dijo con tono neutro y sin quitar la expresión absolutamente seria. — Creo que tienes que tener una conversación conmigo ¿no? Supongo que las tres personas que no son hijas de William Gallia y no han hablado con su psicóloga quieren ser parte activa de mis decisiones. — Encajó la mandíbula y miró al techo un momento. — ¿Por qué tengo que hacer esto? ¿No puedo haber tomado una decisión y haberla tomado de verdad? ¿Sin que estéis todos esperando a que cambie de opinión y os dé la razón? — No estaba levantando el tono, no quería discutir, pero estaba dolida, por ver que, realmente, ninguno se había tomado su decisión en serio si no un “ya se le pasará”. Y cada vez que se lo recordaban, todo el recorrido le parecía absurdo, se sentía tonta y cuestionada, y volcaba su rabia contra su padre y sus penoserías.

 

MARCUS

Sus peores temores se confirmaban: había escuchado la conversación. Al menos una parte de ella. Suspiró con resignación, agachando la cabeza. — Lo siento. — Dijo de entrada. ¿Qué iba a decir? Había estado hablando de ella a sus espaldas sobre un tema que le implicaba directamente, y él tampoco estaba al cien por cien de acuerdo con el planteamiento de sus padres. No es como que tuviera muchos argumentos con los que defenderse. — ¿Hablamos? — Intentó decir con suavidad, acercándose a ella, tomando sus manos y llevándoles a ambos a sentarse.

— No sé cuánto has oído de la conversación, pero siento que nos hayas escuchado hablando de esto. No quiero echar balones fuera, te lo prometo, pero la conversación me ha pillado tan desprevenido como a ti. Yo estaba hablando de otras cosas... Te lo cuento todo ¿vale? — Intentó usar el tono más relajado posible, a ver si, con un poco de suerte, no llegaba la sangre al río. — Yo estaba poniendo a mis padres al día y hablándoles de San Patricio, como te he dicho. Pero mi madre me ha preguntado si nos venía bien que vinieran a vernos el próximo fin de semana, y yo le he dicho que sí... Y entonces, me han preguntado que si había hablado contigo sobre tu padre. Y les he dicho la verdad: que no, que no lo hemos hablado, que hemos estado a otras cosas. — Soltó aire por la boca. — Mi madre dice que tu padre está mucho mejor, y ya sabes que mi madre no es precisamente una persona de la que podamos sospechar que le esté encubriendo. Y... bueno, quería saber cómo estabas... — Se mojó los labios y la miró directamente, tomando sus manos. — Alice, no quiero que pienses ni que no respaldo tu decisión ni nada que se le parezca... Pero pedías un cambio en tu padre, y parece que lo está habiendo. Está con su terapia, y cuando mis padres dicen esto es porque ven una intención de cambio real. Ya hace... meses que no tenemos trato con él... ¿No estás... al menos... un poco más...? ¿No te gustaría ver cómo está, aunque sea? —

 

ALICE

No respondió al “lo siento”, porque bien podía sentirlo, pero entró y cerró tras de sí, porque sí, mejor hablar, aunque para lo que le servía a ella… Se dejó llevar a la cama y miró a Marcus mientras le relataba toda la conversación. Sí, ya se imaginaba ella que no había salido de su novio: primero, porque la última vez que lo intentó, no le salió muy bien; y segundo, porque Marcus se metía rapidísimo en una burbuja, e Irlanda lo estaba siendo. Y claro, eso a Emma no debía gustarle ni un pelo, pero no tenía por qué pagar ella con su relación o falta de ella con su padre, por las preocupaciones cosmopolitas y de grandeza de Emma para su hijo.

Dejó que le cogiera las manos, pero se mantuvo seria, de hecho, se sentía completamente apática y desganada. — Yo no pedí un cambio en mi padre para perdonarle. Yo nunca he garantizado a nadie que vaya a perdonarle, e insisto, hablad vosotros también con su psicóloga. Yo pedí un cambio en mi padre por Dylan y por sí mismo, y en lo que toca a mí, por dejar de arreglar sus desavíos. Pero yo no tengo por qué perdonar a mi padre, esté como esté. — Ladeó la cabeza, manteniendo el tono neutro. — ¿Creéis que no lo pienso todos los días? Cuando veo a los padres de aquí con sus hijas. ¿Creéis que no echo de menos la relación con él? — Se soltó las manos. — Pero es que te digo más. ¿Creéis que, si le perdonara, podría olvidar todo lo que nos ha pasado? — Negó con la cabeza. — ¿Puedo mirar a los ojos del hombre que dejó las manos caídas cuando se llevaron a Dylan en nuestras narices? — Frunció el ceño. — ¿Puedes tú mirar a quien estaba dispuesto a cometer el tabú universal? — Se encogió de hombros y puso una mirada de desprecio. — No ha habido ni un solo ámbito de mi vida que mi padre con sus decisiones no haya contaminado. Y me he cansado. — Levantó las manos y las dejó caer. — Para saber cómo está me lo pueden decir mi tata, o tu madre, o mi abuela si me dirigiera la palabra. Porque sí, la gente a él le comprende y a mí me juzgan, así están las cosas. — Se cruzó de brazos. — Y entiendo que tú no has empezado esta conversación, pero, en el fondo, la apoyas, o habrías cortado el discurso y no habrías dicho “me encantaría que William viniera”. —

 

MARCUS

Frunció los labios y bajó la cabeza. Si es que habían hablado ya de eso treinta veces, y le fastidiaba que sus padres le mandaran hacerlo una treinta y una, porque ya sabía cómo acababa. Y sí: Alice no había pedido un cambio como condición para perdonarle, a esa conclusión habían llegado los demás solos. Marcus incluido. Al menos al principio, porque, insistía, ya habían tenido muchas conversaciones sobre el tema y Alice siempre repetía lo mismo, le había quedado claro. Lo que nadie parecía entender, ni los que le mandaban a hacer dichas gestiones ni la propia Alice, era lo mucho que a él le dolía esa situación: los primeros pensaban que le daba igual cómo estuvieran, y Alice al parecer pensaba que podía simplemente extirpar sus emociones y guardarlas en una tarrina en un baúl, que si estaba así era porque quería. No era tan sencillo.

Suspiró para sus adentros. — Imagino que echarás de menos la relación con él. — Asintió. — Por eso podría ser un buen momento para intentar un acercamiento. Y no, no digo que lo borres todo, simplemente... que veas cómo te sientes con él. — Ya se había soltado de sus manos y Marcus dio por hecho que, una vez más, había perdido una batalla que ni siquiera quería batallar, y empezaba a cansarse. Estaba harto de estar en mitad de un fuego cruzado entre dos puntos tan equidistantes y ninguno dispuesto a dar su brazo a torcer, y que le obligaran a él a mediar. O, más bien, a convencer al otro de que está equivocado. ¿Tan difícil les era a todos entender que pudiera comprender a las dos partes? ¿Por qué tenía que ser un monstruo para ambos por hacerlo?

Al final se iba a enfadar él también, como siempre, si es que no fallaba que esa conversación acabara mal solo por el hecho de aparecer, de ahí su impotencia de que diera igual cómo tocara el tema. La mención al tabú universal le dio escalofríos, y prefirió callarse, porque la respuesta no iba a gustar nada a Alice. Porque si ella no se movía de sus argumentos, él de los suyos, tampoco: no, no puedo justificarle, pero puedo entenderle. ¿Podría llegar él al punto de locura de William en su situación? Probablemente, y a cada día que pasaba lo tenía más claro, pudiera ser incluso peor que él. Pero esa era una línea argumental que no podía traspasar con Alice, así que mejor se callaba.

Al menos ya sabía desde qué punto estuvo Alice escuchando la conversación. — ¿Y qué quieres que diga, Alice? ¿Que no quiero ver a William en lo que me resta de vida? ¿Que le odio? — Negó. — Sería mentir. Lo siento. Yo no te juzgo, ni estoy de acuerdo con que, a la hora de poner una balanza, se vayan con él en vez de contigo, con todo lo que ha pasado. Aunque creas que no, estoy mucho más de tu parte de lo que crees, y considero haberlo demostrado. — Al decir esa última frase notó que empezaba a alterarse, así que se dio una pausa para no descarrilar. — Si tanto has oído de la conversación, habrás escuchado que mis padres me han encasquetado hablar de un tema del que no quería hablar contigo, porque sé cómo acaba, y no me apetece. ¿He dicho que me encantaría tener a William en una fiesta? Pues sí, porque es la verdad. Pero ¿he propuesto yo, personalmente, traerme a tu padre a escondidas tuya y obligarte a estar con él? Rotundamente no. — Se encogió de hombros. — Alice, no puedo elegir lo que siento, no puedo elegir odiar a tu padre, ni siquiera sentir indiferencia por él. Pero eso no quiere decir que no te entienda. Y sí, me encantaría que estuviéramos todos unidos, como también me encantaría que mi hermano no fuera legeremante para que no sufriera tanto, o que mi abuela Anastasia no fuera una psicópata y pudiera tener una familia unida también por parte de madre, pero sé cuándo no hay posibilidades de que algo ocurra. Y la diferencia entre esos dos ejemplos y tu relación con tu padre es que las posibilidades de cambio en los primeros son cero; en lo último, están en tu mano. — Negó. — Pero yo no te voy a obligar a nada. Sin embargo, tampoco puedo controlar sentirme como me siento. —

 

ALICE

— Ya vi cómo me siento con él en Navidad, y es mal. Lo aguanto por los demás. — Contestó, cortante.  Suspiró a lo de que estaba de su parte. — Sí, pero intentas todo el rato que cambie de opinión. Y al final haces lo que hacen los demás, poner esto en mí, en que le perdone. — Y soltó otro suspiro exasperado. — Que ya sé que no ha sido idea tuya, que lo que quiero es que, si tan de mi parte estás, te plantes y digas lo que diría yo: NO. Pero claro, en el fondo, quieres a William Gallia aquí y una familia feliz que no podemos ser. — Se rio sarcásticamente y se levantó. — No voy a quedarme mientras comparas lo de tu abuela con esto. Perdonar a mi padre está igual en mi mano que en la de tu madre perdonarla a ella, así que… — Negó con la cabeza. Notaba una placa en el pecho terrible, y Marcus lo había hecho bien, en realidad, quería hablar, pero es que ella estaba harta de todo aquello, sentía que todos pensaban en su relación con su padre a sus espaldas, y todos tenían una opinión, y ella no tenía nada clara la suya. — Querría dar marcha atrás… — Dijo, caminando como un animal enjaulado. — ¿Pero hasta cuándo? ¿Cómo se sale de ahí? ¿Cómo borrar todo lo que hay que borrar? ¿Cómo simplemente encontrar el hueco de mi mente en el que pudiera todo volver a ser como antes? Todos queréis que haga algo que no sé hacer y que creo que vosotros no sabríais si fuera yo… — Bueno, hasta ahí había llegado. Necesitaba aire, se sentía encerrada, así que salió corriendo escaleras abajo y cogió su abrigo. — ¡Alice! ¡Alice! ¿Dónde vas? — Le gritó Molly, pero no se paró, no podía. Necesitaba el viento, como siempre.

Cuando llevaba unos minutos en la colina del faro, oyó el resoplido inconfundible de Molly subiendo la colina y se giró. — Oy, hija, qué rapidilla eres, cómo se notan los años… — Ella sonrió un poco y bajó hasta donde estaba la abuela. — Necesitaba despejarme, y me gusta que desde esta colina se vea tan bien el mar y los acantilados. ¿Me necesitabas? Es que no estaba ni para pararme. — Ahora que estaban a la misma altura, Molly trató de recuperar el resuello y se enganchó a su brazo. — Bueno, es que no me gusta que te vayas así… Ni que te pelees con mi Marcus, sufro cuando os veo así, con la pareja tan preciosa y sólida que sois. — Alice suspiró y dejó salir el aire. — Es que… Abuela, no me entiende, no me quiere entender. Y pasa por encima de mis deseos, de lo que le he pedido que haga… — Molly palmeó su brazo. — Ya lo sé, hija, ya… No digo que esté bien… Pero es que ya has visto lo unida que está esta familia, la importancia que le damos a los lazos… — La miró a los ojos significativamente. — Y adora a tu padre, es su debilidad, desde mucho antes de que lo fueras tú. — Ya, si eso ella lo sabía, pero… Ya no le quedaba nada que admirar. — Yo misma adoraba a mi padre, abuela, pero… — No le salían las palabras. No le había perdonado, pero eso no quería decir que no le doliera el corazón cada vez que pensaba en él, y por eso mismo le dolía tanto que los demás asumieran cosas por ella. Que fuera la mala que no quiere perdonar y no la que simplemente no se ve capaz de hacerlo.

— ¿Vienes conmigo a un sitio? — Ella asintió. No se veía capaz de decirle que no a nada a Molly, con aquel buen talante que tenía siempre. Pasearon un rato, mirando las flores, señalando aquella planta o la otra, y con Molly contándole pequeñas historias de todas las familias cuyas casas pasaban. Así, como quien no quería la cosa, se le había bajado considerablemente el cabreo. Para cuando se quiso dar cuenta, estaban en el cementerio. En todos esos meses, no se había parado a pensar que allí habría un cementerio y que los familiares tanto O’Donnell como Lacey debían estar allí. — ¿Venimos a ver a tus padres? — Preguntó Alice. — Y a más gente. Especialmente a mi hermano Arnie. — Declaró, muy risueña, Molly.

Era un cementerio muy muy bonito, lleno de tumbas celtas de piedra gris oscura y enredaderas con pequeñas flores blancas y color pastel y algunas tenían hechizos que las hacían refulgir con suaves luces o tenían símbolos que se movían. Los caminos de piedra estaban muy invadidos por la hierba verde esmeralda, nadie podía dudar que estaban en Irlanda. Molly la condujo a una hilera de lápidas, todas seguidas y muy parecidas, mucho más sobrias que las del resto del cementerio. — Este es el muro de los caídos durante la Segunda Guerra Mundial. A mí me hubiera gustado que mis padres y Arnie descansaran juntos, pero no iba a quitarles a mi padre y mi hermano el honor de que les recordaran como héroes de guerra. — Soltó una risita. — Menudo era Arnie para eso… — Señaló al otro lado del sendero. — Así que enterré a mi madre justo enfrente, mirándoles, orgullosa, como buena madre Gryffindor. — Molly subió los ojos y la miró con ternura. — De ella lo aprendí todo, Alice. A ser una buena madre, a amar a mis hijos políticos. Hijas, en mi caso. — Dijo con otra risita. — Y aprendí… a perdonar. — Le hizo girarse hacia la tumba de los soldados de nuevo. — ¿Crees que las familias de todos estos no estaban enfadadas con ellos? Al menos un poco. Yo con Arnie lo estaba mucho. El día que me despedí de él sobre todo, porque no paraba de reírse y reírse… Y yo sabía que la situación era grave, y era como: “¿por qué no puedes tomarte esto en serio?” — Alice rio y miró la lápida. — La de veces que le he podido decir eso a mi padre yo… —

Y entonces se fijó en la fecha que había tanto bajo el nombre del cabo Arnold Lacey como del cabo Jason Lacey. — Abuela… ¿Cuántos años tenías cuando murieron? — Molly suspiró, pero sin perder la sonrisa. — Dieciséis cuando mi padre, en pleno curso de Hogwarts, y diecisiete recién cumplidos cuando Arnie. — Alice se quedó mirándola, con una mezcla entre sorpresa y pena. — ¿No sabías que mi padre y mi hermano murieron en la guerra? — Sí, sí… Pero nunca me había planteado que tú… eras tan joven. — Ella siempre se había llevado a las mil maravillas con Molly, pero nunca se había planteado que ella… podía entender su dolor mucho mejor que los demás, aunque no se jactara de ello ni se lo recordara. — Pues sí, soy un vejestorio, como diría mi marido, pero me alegro de que no me lo hayas considerado hasta ahora, hija. — Cómo eres… — Contestó Alice con media risita. Molly suspiró. — Sí, Alice… Yo sé lo que es sufrir la pérdida tan pronto. Yo sé lo que es la dualidad de pensar: “¿cómo te atreves a dejarme tan sola en el mundo?” y echar tantísimo de menos que sientes que te quedas sin aire. — Alice posó su mano sobre la de ella y se quedaron mirando aquellas piedras durante un largo rato.

— ¿Cómo le perdonaste, abuela? — Y ahí Molly no levantó la vista. — En un momento dado, entendí que no estaba de broma. Que era su manera de cuidar de mí. Sonreír mucho, tomarse a broma todo, porque yo estaba destruida de pensar que lo dejaba marchar a la guerra. — Se giró hacia Alice. — ¿Estaba bien tomarse a broma el hecho de salir a pelear a la guerra? No, y así acabó. Pero él confiaba en protegerme haciéndolo. — Molly se soltó y la miró. — Alice, lo que tu padre hizo no estuvo bien. Robar el giratiempo no estuvo bien. Pero si no os hubiese adorado con todo su corazón, no lo habría hecho, te lo aseguro. — Los ojos de ambas se inundaron de lágrimas. — Lo bueno de que yo sea un vejestorio, es que puedo decirte: perdónale antes de lo que perdoné yo a Arnie. Y mírame ahora. Soy muchísimo más mayor de lo que mi hermano, e incluso mi padre y mi madre, fueron, pero solo puedo pensar que no sabemos cuánto tiempo nos queda aquí, así que no arruines tus momentos felices de esta manera, ¿de acuerdo? — Y ya Alice dejó salir las lágrimas y se dejó abrazar por Molly. — Vamos, llora, hija. Llora conmigo, que sé reconocer cuándo una piedra celta, fuerte durante miles de años, teme derrumbarse. — Negó con la cabeza y se separó. — No. Te lo agradezco, pero… le debo esto a Marcus. — Tragó saliva y miró al horizonte. — ¿Puedes… pedirle que venga a la cuna de los gigantes? —

 

MARCUS

— ¿Va a ser así siempre? ¿Siempre que lo hablemos se va a enfadar? — Preguntó, penoso, con la cabeza apoyada en el hombro de su abuelo. Molly había salido detrás de Alice y él había bajado de la habitación, cabizbajo y triste, y se había sentado en el salón. Su abuelo estaba en el sillón, pero dado que Marcus era su debilidad, se había trasladado al sofá con él y ahora Marcus estaba acurrucado a su lado como cuando era un niño pequeño. — No le va a perdonar nunca... — Ten paciencia, hijo: Alice va a acabar perdonando a su padre tarde o temprano. Solo necesita tiempo. — Pues eso díselo a mis padres, que de repente tienen prisa. — Refunfuñó. — No me gusta que se enfade conmigo, ni me gusta ponerla triste... ni que piense que no la entiendo. Pero si no le suelto un "no" taxativo a mi madre, ella ya piensa que estoy pasando de su voluntad. Claro, como a Emma O'Donnell es tan fácil decirle que no y ya está... — Lawrence rio entre dientes, mientras le acariciaba los rizos. — Quién sabe, igual tu abuela habla con ella y ahora lo piensa de otra forma. — Marcus soltó un bufido. — Le deseo suerte... —

Lawrence tiró de la estrategia que mejor sabía usar con Marcus: sugerirle ir al taller para distraerse, después de un buen rato de lamentos. Se hizo el remolón y el penoso, pero acabó arrastrado al taller... Lástima que allí todo le recordara a Alice, y eso le pusiera triste de nuevo. En un momento determinado, Lawrence le estaba exponiendo sobre un material nuclear cuya esencia era imposible sintetizar con los conocimientos que tenían hasta el momento, y Marcus, lacónico, se quedó mirándolo y filosofó, en voz alta. — Supongo que como Alice con William ahora mismo... — El abuelo suspiró sonoramente. — Marcus, hijo... — Es que ¿tengo que hacerme a la idea de que esto va a ser así toda la vida? — Y vuelta al tema.

Afortunadamente, Marcus tenía muchas piruetas dialécticas, pero su abuelo tenía muchos años y mucha experiencia lidiando con él, y acabó reconduciéndole, una vez más y aparentemente de manera definitiva, hacia el examen de la licencia. Al rato de estar a ello entró Molly, y a Marcus le faltó tiempo para poner expresión de absoluta confusión por no ver a Alice con ella. — ¿Cómo está mi niñito precioso? — Puso una sonrisa, pero tensa. — ¿Y Alice? — Le faltó tiempo para preguntar, como si temiera que la respuesta fuera "ha huido a un país en la otra punta del globo y no vais a volver a veros más". La mujer puso expresión dulce y, dejándole una caricia en la mejilla, dijo. — En la cuna de los gigantes, esperando a que vayas a buscarla. Ya sabes cómo es mi niña con el viento. — Le miró a los ojos y añadió. — Ten tacto con ella, ¿vale, cariño? Y escúchala. — Marcus asintió y le faltó tiempo para salir del taller y aparecerse directamente en la cuna de los gigantes.

Sabía perfectamente en el punto en el que estaría, y allí la encontró. El rugido del viento probablemente hubiera disimulado su aparición, y se encontraba de espaldas, mirando al mar. No quería asustarla, así que se acercó lentamente y, cuando estuvo a una distancia prudencial, dijo. — Alice. — Y ella se giró, y él trató de esbozar una sonrisa tranquilizadora. A la espera de lo que tuviera que decirle.

 

ALICE

Ese día ni el viento iba a aclararle las ideas, claramente. Al menos le permitía no sentirse encerrada, aunque tenía que sujetarse un poco a la roca porque su fuerza era violentísima. Cuando Marcus la llamó, se giró y suspiró, acercándose a él. — Odio discutir contigo. — Dejó caer los brazos y tragó saliva. — Y sé que odias verme llorar, pero… — Se mordió los labios y se dejó caer de rodillas. — No sé qué otra cosa hacer. — Trató de limpiarse las lágrimas. — Estoy TAN incómoda con esto. Quiero que se acabe. Estoy harta de sentir todas estas cosas. Echo TANTO de menos la vida de mi familia… Mis padres riéndose, mi hermano jugando… Cada vez están más lejos. Se me olvidan cosas. —

Se dejó llorar por unos segundos, y luego negó con la cabeza y le miró. — No quiero decirte que no tienes razón, Marcus. Yo miraba a mi padre como a ninguna otra persona del mundo. Y si pienso en los días más felices de mi infancia allí estaba él. Él me enseñó lo que es un matrimonio feliz… Gracias a él conozco el amor… — Levantó las manos para que viera cómo le temblaban. — Pero cuando pienso en cuánto miedo he pasado a… amarte a ti. El miedo a que el amor fuera tan doloroso como lo era para él. A tener hijos y no saber cuidarlos, como le pasó a él… — Se dejó caer llorando sobre su hombro. — No puedo olvidarlo, no puedo, lo intento, te lo juro… Pero no puedo. Y más lo intento, más me enfado con él, y llegan los malos recuerdos como una cascada… Pienso en el día de las pruebas en La Provenza… Pienso en lo que él estaba pensando y se me revuelve el estómago. Recuerdo cada segundo en el que me confesó su plan… — Dejó que el llanto saliera sin control y se agarró con fuerza al abrigo de Marcus. — ¿Cómo lo hago? Dímelo y te haré caso, te lo juro. Yo no quiero estar así, pero no puedo más con él “perdónale”. Mafalda no me lo dijo, tu madre no me lo dice, ni siquiera la abuela… — Se separó y le miró. — Soy una Ravenclaw, puedo aprender, pero te lo suplico, dime cómo… — La respiración se le entrecortó, como a una niña pequeña, y de hecho se le salió el labio inferior en un puchero. — Aunque sea teniendo que verlo… Pero dime en qué pensar, en cómo olvidar cuando lo tenga delante… — Tomó sus manos y negó con la cabeza. — Sé que estoy poniendo mucha responsabilidad en ti, pero ya no sé qué más hacer. — Le miró a los ojos. — Tú me hiciste replantearme el amor, el futuro y las responsabilidades. Tú cambiaste mi vida de arriba abajo… Ya sólo me queda preguntarte a ti. ¿Qué crees que puedo hacer para perdonarle? ¿Para encontrar eso en mí? Da igual si funciona o no… Al menos no seguiré sintiendo que es un fracaso mío como siempre, como todo lo que intento. Confío en ti para todo lo demás, mi sol... Ayúdame con esto, si de verdad crees que tengo que hacerlo. —

 

MARCUS

— Yo también. — Aseguró con tristeza, y su impulso fue ir a abrazarla, pero Alice necesitaba expresarse y resonó la voz de su abuela en su cabeza diciéndole "déjala hablar". Por un momento le pareció que ese hartazgo que definía fue buena señal... hasta que describió una situación que ya no podía volver a darse, y dijo que empezaba a olvidarse de las cosas. Eso le partió el corazón. Cuando lo pensaba... se daba cuenta de que ya hacía cuatro años que no tenían a Janet, y no podía creerse que esa persona a la que añoraban cada día llevara tanto tiempo sin estar con ellos. Cada día era un día más sin ella y sin esa vida que Alice describía, y podrían intentar tener algo parecido, pero nunca sería lo mismo. Solo les quedaba no olvidar lo que vivieron, pero si ese olvido también empezaba a convertirse en una realidad...

Mientras lloraba, se acercó a ella y la abrazó, dejándola desahogarse en silencio, hasta que volvió a hablar. Su discurso hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas y se le apretara un nudo en la garganta. No sabía qué decirle, no decía nada que no fuera totalmente cierto... No tenía ni idea de por dónde tirar, porque lo que quería era que esa situación simplemente no existiera, y eso no podía ser. La súplica sobre cómo perdonarle le oprimía el pecho cada vez que la oía, y solo se le ocurría boquear y mirarla absolutamente triste. ¿Que cómo se hacía? No tenía ni idea. Intentaba pensar en cómo lo había hecho él y... Marcus no es que le hubiera perdonado, es que no se había planteado que William hubiera hecho una ofensa deliberada. A cualquier otra persona que hubiera hecho sentir a Alice así se lo habría guardado de por vida, ¿por qué a William no? ¿Tan reflejado se veía en él si estuviera en su situación? ¿Se perdonaría él a sí mismo si le hiciera eso a sus hijos? Porque bajo ningún concepto él se veía identificado en tanta negligencia, más con lo paternal que era. Era tan complejo que no sabía ni por dónde empezar a indagar.

— Alice... Yo... — Lo que le pedía era el examen más difícil que le habían planteado en la vida. — Puede que... Quizás lo que voy a decir es una tontería, pero... — Se mordió el labio. — Te pasaste años pensando que tú y yo éramos demasiado diferentes para congeniar; te pasaste años oyendo a otras personas decir que "las chicas como Alice" y no sé qué tonterías más; hice cosas que te hirieron, que no te gustaron, que no entendiste, tú hiciste cosas que pensabas que yo no entendería, o que no aceptaría; me escuchaste hablar de lo que sentía por otra chica, me escuchaste fardar de lo que hice con otra chica. — Se encogió de hombros. — ¿Qué pensaste, qué te planteaste, qué pregunta te hiciste a ti misma, para decidir intentarlo conmigo? — Frunció los labios. — Alice... ¿Tú me quieres? ¿Cuánto me quieres? — Soltó una risa leve. — No quiero pecar de absurdamente romántico, pero bueno, sabes que bastante romántico sí soy... Pero creo que... lo que hizo que todo eso pasara a un segundo plano, no tuviera validez, o sí que estuviera ahí pero no fuera ni mucho menos tan importante, fue... mirar para dentro de ti y ver lo que sentías por mí. Y no me refiero solo al amor: al cariño, a la admiración, a todo lo que piensas que soy y que hace que te compense estar conmigo, tenerme en tu vida. — Agarró sus manos. — Mírame a los ojos y dime que no te queda absolutamente ni un rescoldo de eso que puedas pensar hacia tu padre. Y sé lo que me vas a decir: que no es lo mismo, que yo no tenía contigo la responsabilidad que tenía él y que no te he hecho ese daño. También he hecho cosas que no te han gustado, Alice, y lo sabes. Sin ir más lejos, sabía de sus intenciones y no te lo dije. — Soltó un bufido. — Y que me parta un rayo si me apetece lo más mínimo volver a sacar esto a la luz, porque no me siento nada orgulloso de aquello y sé lo mucho que te dolió. Pero creo, corrígeme si me equivoco, que me perdonaste. Me perdonaste porque el amor que me tenías pesaba más; me perdonaste porque, sin aprobar lo que hice, entendiste por qué lo hice, aunque tú hubieras hecho otra cosa. Me perdonaste porque me diste la oportunidad de resarcir mi error con otros actos, y lo hice; me perdonaste porque te compensaba más perdonar y seguir teniéndome en tu vida que perderme. — La miró más intensamente a los ojos. — Me perdonaste porque sabías que, si no me perdonabas, me estarías castigando a mí, pero sobre todo te estarías condenando a ti a una vida que no era la que querías tener. — Negó con la cabeza. — Sabes perdonar mucho mejor de lo que crees, y eres una persona inteligente y que sabe lo que le conviene. Y estoy convencido de que a él también podrías perdonarle. —

 

ALICE

Asintió, tratando de deshacer el nudo en su garganta a todo lo que le fue diciendo que pensaba. Se encogió de hombros mientras le miraba. — Supongo que todas esas cosas me dolieron, pero tú me demostrabas… con tus actos, con… todo, que me querías a mí. — Rio con él y le miró con todo el cariño del mundo. — Claro que te he perdonado. Te perdoné en ese momento. Por eso me cuesta tanto llegar a ese punto, porque yo no quiero decir “te perdono” y luego sentir que, en el fondo, las cosas no se han arreglado. Si lo digo es porque es de verdad y realmente puedo poner punto y aparte. — Se mordió los labios por dentro y le acarició la cara. — Pues claro que no querría esa vida. — Y se inclinó le besó en los labios.

Exhaló un suspiró y tragó saliva, antes de volver a mirarle y asentir. — Está bien. — Volvió a inspirar, tratando de acompasar su respiración. — Está bien. No prometo nada, y esto que quede bien claro. Pero es cierto que no me he dado la oportunidad ni a mí misma de saber si realmente esta es la vida que quiero. Así que… que venga. Que venga y me recuerde por qué podría hacer todo ese proceso que has dicho, pero con él. — Se llevó las manos a la cara y suspiró. — Tú dices que sé perdonar… pero te estoy diciendo que sí… — Le miró a los ojos y rio un poco. — …Porque nunca he sabido decirte que no cuando me pides algo. — Se limpió un par de lágrimas y miró a su alrededor. — Este fue el primer sitio al que llegamos en Irlanda. — Tomó su mano y le invitó a tumbarse en la hierba, en medio de aquellas gigantescas piedras. — Si las piedras celtas han aguantado miles de años… quizá nosotros también podamos aguantar vientos y tempestades. —

Y allí estaban, en silencio, disfrutando del viento y de la inmensidad que inspiraba aquel lugar cuando Alice sintió una especie de cambio en el aire. Se levantó y miró alrededor, y tuvo de dar un salto del susto que se dio. Al lado de una de las rocas había un hombre delgadísimo y altísimo con una capa verde oscuro y unas… especie de pulseras y botas que brillaban, que les estaba mirando. Agarró a Marcus del brazo, sin decir nada y sin perder el contacto visual con el hombre, mientras con la otra mano sacaba la varita, bien agarrada, sin levantarla. — Suelta tu arma, hechicera. — Dijo el hombre, con un acento extraño. Alice frunció el ceño, pero esa forma de llamarla… — ¿Eres un druida? — El hombre asintió, en silencio. — ¿Qué haces aquí? — Buscaba a los guardianes de las reliquias. De parte de ellas, al menos. — No se había soltado de Marcus, pero no sabía qué movimiento hacer. — Soy la espada juramentada del príncipe Phádin. Mi nombre es Bedwyr. La roca de Tara me trajo aquí. Sois el que clama ser Hijo de Ogmios y la Sanadora ¿verdad? —

 

MARCUS

Asintió. — Lo entiendo. — Encogió un hombro, pensativo. — Quizás... hay que enfocarlo más como un proceso que como un momento concreto. Esperar a que esa sensación de perdón llegue... poco a poco, con el día a día, y no sentirlo en un momento determinado. — Porque eso sí lo tenía claro: que William, desde que Alice aceptara volver a perdonarle, iba a tener que trabajarse ese perdón. Y ese "está bien" de Alice se sintió como si se encendiera una luz en una habitación agobiantemente oscura. Sonrió, y fue asintiendo a sus palabras y tomando nota de no presionar, pero al menos la chica había aceptado dar ese importante primer paso.

Rio levemente cuando le dijo que no sabía decirle que no y la abrazó. — Soy hijo de Slytherin: sé aprovechar mis privilegios. — La miró, dejando una caricia en su mejilla. — No te pediría algo que sé que no puedes hacer. Confío en ti al cien por cien y lo sabes. Y no, no vas a defraudarme bajo ninguna circunstancia. — Dejó un beso en su frente y luego miró a su alrededor, recordando ese primer momento en que llegaron allí, tumbándose junto a ella en la hierba. La miró. — Nosotros somos imparables, Alice. — Y tomó su mano, disfrutando de aquel momento y sintiendo el viento del lugar.

Había cerrado los ojos con una sonrisa, cuando súbitamente sintió algo que se percibió como si se cerniera una amenaza sobre ambos. Abrió los ojos automáticamente y la sonrisa se le borró, pero no se movió en primera instancia. Alice se incorporó y él hizo lo mismo, aunque de forma más cauta y con sospecha. Pero la chica tenía los ojos puestos en un punto determinado y él siguió su mirada, y allí vio a una persona que parecía dirigirse hacia ellos. Se puso de pie, sin mostrarse especialmente en guardia porque no parecía en disposición de atacarles, pero muy precavido. Una sola frase le hizo falta para confirmar la pregunta que Alice lanzó justo después, y eso solo le hizo tensarse más, apretando los dientes. Y aquello no había hecho más que empezar.

Desde que tuvo aquel sueño aterrador y se abrió con Alice, no había vuelto a tener visiones, ni sueños extraños, ni el tal Phádin había hecho por comunicarse con él de ninguna manera. Era como si todo se hubiera acabado de golpe. No era tan ingenuo como para creerlo por mucho que lo deseara, y de hecho, allí había un emisario (porque, por supuesto y por lo que sea, no te atreves a ponerte delante de mí directamente, solo a intentar volverme loco y a mandar espadas juramentadas en tu nombre). — Nosotros no clamamos nada. —Respondió, serio pero sereno. — Es vuestro pueblo quien nos ha clamado así. — El hombre esbozó una sonrisa ladina y soltó una casi muda risa con los labios cerrados. — Lo tomaré como un sí. Esa soberbia es inconfundible. Y os advierto que no va a gustar nada a nuestro príncipe. — Marcus ladeó levemente la cabeza. — Podríamos decir que no hemos iniciado con muy buen pie, vuestro príncipe y yo. — El hombre simplemente le sostuvo unos instantes la mirada, sin mutar la expresión, y acto seguido se descubrió levemente una solapa de su túnica y un orbe envuelto en un halo verdoso salió de él, volando lentamente hacia ellos. Marcus lo escudriñó en lo que se aproximaba, pero el tal Bedwyr habló mientras tanto. — Nuestro príncipe y toda nuestra comunidad estará encantada de tener a los guardianes de las reliquias en nuestra celebración de Beltaine. — Marcus le miró con un leve arqueamiento de ceja, porque por más que lo intentó, fue muy difícil disimular la enorme sorpresa que le produjo la afirmación. El orbe finalmente había alcanzado las manos de Alice, y Marcus se asomó para mirar: escrito en runas, brillaban en su interior con un verde brillante unos números. Parecían una fecha, pero no de su calendario, sino del calendario druida. — Nuestro príncipe se sentirá muy ofendido si rechazáis su invitación. — Entenderéis, como espada juramentada que sois... — Empezó él, porque estaba viendo que el hombre se iba a ir tan rápido como había llegado soltándoles ahí esa bomba, así que dejó la deducción sobre la fecha para otro momento. — ...Que no perteneciendo nosotros a vuestra comunidad, ni conociéndola, ni habiendo sentido yo, si me lo permitís, un trato muy acogedor por parte de vuestro príncipe en nuestros escasos y unilaterales por su parte contactos, necesitamos una garantía de seguridad para acudir. — El hombre se cuadró, pero con expresión tranquila y superior. — Conocemos el discurrir violento de los hechiceros, así que nos imaginábamos que detectaríais cualquier ofrenda de paz como un peligro. — Marcus se ahorró la risotada sarcástica en su cara. Tu príncipe no te ha contado lo que me ha hecho solo por tocar una reliquia y sin estar presente ¿verdad? — En ese orbe que la Sanadora tiene en sus manos no solo encontraréis la fecha y el lugar del evento, sino la garantía que pedís. — Bedwyr miraba a Alice con solemnidad. — Aquella que puede dar vida también puede arrebatarla. El orbe os ha elegido a vos. Si sufrís algún daño, uno de los nuestros lo pagará con su vida. — La afirmación les dejó a ambos descolocados, pero el guerrero, tras decirla, se limitó a realizar una mínima reverencia de cortesía con la cabeza, girarse, caminar un par de pasos y desaparecer.

Marcus y Alice se quedaron mirando en silencio y absoluto descuadre el lugar en el que había desaparecido. Se miraron, sin hablar, y luego, como sincronizados, bajaron la vista al orbe, que seguía flotando en las manos de Alice. Marcus miró más detenidamente la fecha. — Es el 21 de marzo. Entiendo que Beltaine es, por la fecha, la celebración del equinoccio de primavera. Desde luego que es algo muy druida... pero investigaremos. — Apretó los dientes, sin quitar la mirada del orbe. — Y ahora... guarda eso. A buen recaudo, a ser posible. — Mejor que se fueran de cabeza al taller a hacer algún sistema que lo protegiese.

 

ALICE

Peor ya no puede ir, se dijo. Porque Marcus no iba a usar la varita para enfrentarse a un druida, eso lo tenía claro, y también estaba bastante segura de que el poder de una varita era mucho más rápido que el de invocar la magia ancestral, así que ahora mismo, ninguno de los tres iba a hacer nada. Espada juramentada… Menuda ideíta… Se dijo, mirándole de arriba abajo. Y claro, ahora Marcus no iba a callarse que no se llevaba bien con dicho príncipe…

Pero sus cavilaciones cesaron al ver aquel orbe dirigiéndose hacia ella, y no pudo evitar poner las manos para recibirlo. No estaba ni frío ni caliente, no sabría describirlo, y no entendía de qué forma había llegado a ella, pero no podía dejar de mirarlo. — Beltaine… — Susurró. Y le salió mucho más emocionada de lo que debería. Pero había hablado con Nancy de las fiestas del fuego, y Beltaine era probablemente la más grande. ¿Tenía miedo? Sí. Pero ver algo así, encima en la corte druida… Por supuesto, había cedido a Marcus el testigo de negociar con el druida, pero casi se le cae el orbe cuando dijo lo de las vidas. — Yo no creo que eso sea… — Pero no pudo ni terminar, porque los dos hombres estaban a lo suyo, y ella tenía que asimilar bien que eso no era una fiesta. Quizá tampoco la guerra. Es que no tenía muy claro en lo que se acababan de meter, de hecho.

Se miró con Marcus, con aquella absoluta confusión y fascinación que sentía en ese momento, y asintió. — Sí… Sí… Nancy lo sabe todo sobre los festivales de… — Entonces balbuceó un momento y sacudió la cabeza. — ¡Nancy! ¡Marcus, tu prima! Bedwyr no la ha mencionado pero… Tiene que saberlo, tenemos que… — Tomó aire y lo soltó, rodeando el orbe con sus manos. — Marcus… ¿Tú te das cuenta de que…? Llegamos a este mismo sitio antes que a ninguno y… Yo no quería hablar con mi padre y no sabíamos qué eran los druidas… — Le miró a los ojos y negó, incrédula. — Y ahora… mi padre viene, y los druidas nos han invitado a su ceremonia sagrada de la primavera. — Soltó todo el aire y se aferró a la bola. — Hay que ir a por Nancy. Hay que hablar con tus padres, hay que… — Se mordió los labios y le miró, sonriendo después. — Seguir viviendo. — Cerró los ojos y dos lágrimas se le cayeron. — Cuando me despedí de mis primos, ¿sabes qué dije? — Rio un poco, mirando al cielo gris. — Que hasta que no sintiera otra vez esa ansia por ir más allá… no volvería a ser yo, y te juro que… acabo de sentirlo todo de golpe. — Se puso de puntillas y dejó un beso sobre sus labios. — Y ahora vamos a hablar con Nancy, que nos hace mucha mucha falta. — Juntó su frente con la de él, como de pequeños. — Podemos con todo, mi amor. Beltaine y lo que sea… — Le miró a los ojos y sonrió. — Ahora sí que siento que somos imparables. — Ladeó la sonrisa y susurró. — Eres invencible, hijo de Ogmios. —

 

MARCUS

Alice estaba mucho más entusiasmada que él. A Marcus le entusiasmaría más la idea si le hubiera parecido una invitación pacífica, pero estaba convencido de que el tal Phádin solo quería estudiarle de cerca. Además, el que se presentara su espada juramentada llamándoles "los que se claman Hijo de Ogmios y la Sanadora" no era la alabanza que podía parecer, más bien todo lo contrario. Como le había respondido, ellos no se habían autoproclamado nada, las etiquetas les habían caído encima. Y cuando se fue a Irlanda a estudiar no tenía entre sus planes meterse en una guerra civil con unos magos con complejo de superioridad que viven al margen de las normas convencionales. Con los Horner, los Van der Luyden y gente orbitando como los Hughes y los Gaunt en su vida tenía más que suficiente.

Alice había entrado en un torrente de pensamiento y él intentaba ordenar el suyo, y quería pararla, pero en lo que pensaba cómo hacerlo, ella dijo "hay que seguir viviendo", y él la miró a los ojos. Tras una pausa, dijo. — Alice... No sé... Esto tiene mucha más envergadura de lo que parece. — Cerró los ojos, respiró hondo y volvió a abrirlos. — Vamos a buscar a Nancy y a decidir sobre esto... y esta noche, o mañana, cuando hayamos cerrado este tema, hablamos con mis padres. Necesito... — Se acarició las sienes con los dedos, pensando. — Necesito que vayamos por partes. — Lo de William le entusiasmaba, y eso que ya de por sí podría traer tensiones y turbulencias en su familia. Pero lo de los druidas... Le daba mala espina y le obligaba a ponerse en un modo que le traía malos recuerdos, y que hacían que esas imágenes, esos ojos verdes de sí mismo que le miraban como si tuviera todo el poder del mundo en sus manos, volvieran a su cabeza. Y quería haber dejado eso atrás para siempre. No iba a ser tan sencillo, a la vista estaba.

Volvió en sí y encontró a su novia llorando, y atendió a sus palabras. Se sentía desubicado y necesitaba tocar la realidad otra vez. Ella le besó y después juntó su frente con la de él, y él cerró los ojos. "Somos imparables", le dijo. "Eres invencible, hijo de Ogmios". Abrió los ojos y la miró. — No quiero dejar de ser la tierra, Alice. — Dijo, espontáneamente. — Prométeme que siempre me vas a recordar quién soy. Y que siempre iremos de la mano. — No quería perderse. No quería... convertirse en esa versión de sí mismo que habitaba dentro de él, por mucho que Alice dijera que no. Él sabía que estaba ahí, y que estaba muy al alcance de la mano. Se había batido en un duelo dialéctico con la espada juramentada de un príncipe druida sin pensarlo siquiera. Tenía esa versión de sí mismo DEMASIADO a la mano.

Tragó saliva y asintió, separándose de nuevo. — Vamos a buscar a Nancy. — Se tomaron de la mano y, en un parpadeo, desaparecieron ambos de la cuna de los gigantes, para aparecer directamente en la puerta de la casa de las chicas. La encontraron abierta. Miró a Alice, pero tampoco era tan raro que una de las casas del pueblo tuviera la puerta abierta, y al asomarse escuchó bastante ruido desde el interior de la cocina, así que por más que preguntó si se podía pasar, nadie le contestaba. Apenas estaban en el pasillo y oyeron las zancadas apresuradas de alguien que atravesaba la casa. Se detuvo al verles, aunque claramente esperaba otra persona, y soltó un resoplido. — Ah, sois vosotros. — Dijo Ginny, y siguió con sus carreras de un lado a otro. — Mira, si venís a ayudarme con la comida, no os lo voy a rechazar. Me tienen contenta... — En realidad, venimos a ver a Nancy. Con cierta urgencia. — No quería sonar alarmista, pero sí que tenía urgencia. La otra soltó una carcajada sarcástica y, moviendo cosas de un lado a otro a punta de varita y sin dejar de ir de acá para allá, contestó. — ¿A Blancanieves? La han reclamado los amiguitos del bosque. Y como está asalvajada, se ha dejado hasta la puerta abierta, y esta que está aquí ha pensado, oye mira, a ver si así al menos le da por volver, le llegan las vibraciones de su prima desquiciada porque entra a trabajar en diez minutos o algo, pero no ha habido suerte, no... — ¿Sabes dónde está? — Ginny se paró, mirándole con los ojos muy abiertos, e hizo un aspaviento. — ¡Recolectando bellotas! ¡Yo qué sé! ¿Se sabe dónde está esta mujer en algún momento? — Volvió a bufar y a recorrerse la casa, con Marcus y Alice detrás como patos. — Estaba haciendo la comida cuando de repente ha aparecido aquí una comunidad de animales como si esto fuera un cuento de los hermanos Grimm o algo y ha salido pitando. Si tengo que apostar, yo creo que el loco centenario ese que es amigo suyo que vive en pleno bosque la habrá mandado llamar con a saber qué. O eso o ha perdido por completo la cabeza. — Marcus había mirado a Alice súbitamente. Si eso era cierto, le parecía mucha coincidencia que Albus hubiera mandado llamar a Nancy. Miró a Ginny. — Gracias. — Y tiró de Alice, saliendo de la casa. La otra les miró como si no diera crédito. — ¿¿Me puede alguien traducir al humano el idioma este?? Bueno, pues nada, ya me las apaño yo ¿eh? — Bufó. — Luego que los Gryffindor les tenemos manía a los Ravenclaw... —

Se aparecieron en el claro de bosque en el que solían aparecerse, y corriendo se adentraron hasta el lugar de la cueva. Estaban escuchando los berridos de Albus desde allí. — ¡¡¡VIENEEEN!!! ¡¡VIENEN LOS HECHICEROS, SEÑORITA NINFA, HAN VENIDO!! ¡¡¡LOS PLANETAS...!!! — ¡Albus, relájate, por favor te lo pido! ¡Marcus, Alice! — Nancy trotó hasta ellos, jadeando, y con un Albus desquiciado haciendo aspavientos por detrás. — No os vais a creer... — ¿Por qué estás aquí? — Interrumpió Marcus, más brusco de lo que pretendía, dejando a la chica un poco cortada. — Albus me ha mandado llamar... Escucha, todo está bajo control... — Pero Marcus ya no estaba escuchando. Si ese matón había ido a ver a Albus, y el anciano estaba tan alarmado, quizás hubiera descubierto el paradero de las reliquias.

Fue hacia la cueva a zancadas, con los otros a remolque detrás. Pero todo estaba como lo dejaron. — ¡¡SEÑOR HECHICERO!! — Albus se le lanzó a los pies, arrodillado e implorando. — ¡¡HE SIDO UN BUEN GUARDIÁN, LO JURO!! ¡¡Juro que no han sospechado nada!! ¡¡No me mate!! — Marcus soltó aire por la boca y se agachó con él. — Albus, te lo he dicho ya mil veces: que no te voy a matar, hombre, que yo no mato gente. — El otro suspiró aliviado, como si fuera la primera vez que oía tal afirmación. Marcus se sentó en el suelo, frotándose la cara. Necesitaba sentarse, porque pensar que habían tocado las reliquias y el alivio al ver que todo estaba como lo dejaron había hecho que se le bajara la tensión a los pies. — Albus, ¿qué ha pasado? — Nancy y Alice ya habían llegado a la altura de ambos. — ¡Ha venido el guerrero del príncipe Phádin! Preguntaba por la ninfa Nancy y por los hechiceros. Os ha llamado hijo de Ogmios. — Le brillaron los ojos y volvió a hacer un aspaviento, derritiéndose en el suelo. — ¡¡OH, HIJO DEL TODOPODEROSO, Y YO SIN SABERLO!! ¿¿CÓMO NO ME LO DIJISTEIS...?? — Yo solo soy hijo de mis padres, Albus, no hagas caso a eso. Por los siete... — Suspiró, frotándose la cara otra vez. Empezaba a estar bastante harto del dichoso apelativo. — Albus, ¿te importa que hable con mis primos a solas un momento? — Pidió Nancy. El hombre sorbió, se secó las lágrimas con la manga llena de hojarasca, y se levantó. — Claro que sí. Voy a por un poco de agua de río. — Y se fue de allí, murmurando a saber qué.

Nancy les miró. — Phádin es el príncipe de los druidas. — Lo sé. — Respondió Marcus. Nancy le miró confusa. — ¿Cómo lo sabes? No es como que haya mucho escrito sobre ellos. — Marcus le miró sombrío, y luego miró a Alice de reojo. Su prima puso expresión inquisitoria. — ¿Qué me estás ocultando, Marcus? Me pedisteis un nuevo distanciamiento de las reliquias y lo entendí, pero intuía que había algo más. ¿Y cómo sabíais que estábamos aquí? ¿Por qué has ido tan directo a comprobar si las reliquias estaban bien? — Marcus volvió a mirar a Alice de reojo, y antes de que su prima se enfadara más por su silencio, respondió. — La espada juramentada ha venido a buscarnos directamente en nombre de Phádin. — La expresión de Nancy era de asombro absoluto, pero también de recelo. — ¿Cómo? — Sacudió la cabeza. — ¿Cómo le ha llegado esa información? A mí no me ha localizado, el mensaje se lo ha dado a Albus para que me lo traslade. ¿Por qué sí sabía dónde estabais vosotros? — Marcus, resignado, respondió. — Tengo que contarte por qué he querido distanciarme de las reliquias. —

Fue lo más conciso que pudo, pero Nancy tuvo que sentarse en una de las rocas, y ahora intentaba asimilar la información, con la cabeza apoyada en las manos. — Te prometo que estoy bien... — Marcus, ¿por qué no me has dicho esto? — Tenía los ojos llenos de lágrimas. — Te he metido en un peligro... — Estoy. Bien. — Insistió, mirándola a los ojos. — Pero por algún motivo... — No sabemos nada del tal Phádin. — Cortó Nancy, agobiada. — Es un príncipe druida, Marcus. Los druidas de por sí son hostiles, y este... este tiene pinta de hostil y de ambicioso. — Suspiró. — Albus me avisó, Albus llevaba tiempo diciéndome que el principado estaba convulso. Fue bajo el mandato de Phádin cuando se le expulsó de manera definitiva, pero como Albus es... así... nunca le tomé en serio. Por Nuada, qué desconectados estamos de esa comunidad... — ¿Por qué nos quieren en Beltaine? — ¡No lo sé! Marcus, Beltaine es solo una celebración druida, no es una fiesta peligrosa. Quiero decir... Es como si nosotros les invitáramos a ellos, yo qué sé, a San Patricio, o a San Valentín. No es un ritual peligroso ni mucho menos, solo es una de sus fiestas. ¿Que está prohibido que nos ataquen? No como tal, en fin, sería como si hubiera una reyerta en pleno San Patricio o San Valentín, no es como que sea cien por cien improbable pero tampoco va de eso la fiesta, no sé si me explico... — Suspiró. — Y yo llevo toda la vida queriendo ver eso... — Y Phádin no parece la típica persona que acepte un no por respuesta. — Siguió él. — Nancy... quiero seguir con las reliquias. — Ella le miró con los ojos llenos de lágrimas. — ¿Estás...? — ¿Seguro? No. Estoy más asustado que en toda mi vida. Pero esta investigación es importante para ti, y para nosotros es una oportunidad única... — Hizo una pausa. — Y yo quiero hacerlo. Voy a usar magia ancestral para mi licencia de Hielo. Quiero saber más de eso, quiero que sea mi campo de estudio el día de mañana. Son mis raíces, es lo que soy, y lo siento si sueno prepotente con lo que voy a decir, pero soy uno de los magos más preparados de mi generación y la alquimia necesita expandir sus límites. Quiero hacer esto. Quiero ser alguien en esta ciencia, y por este camino lo puedo conseguir. — Se sinceró. — Pero me aterra. Y sin embargo, un príncipe druida no creo que sea el mayor obstáculo con el que vaya a encontrarme. Más me vale ir preparándome para enfrentarme a cosas así y peores. — Miró a Alice y apretó su mano. — Y todo lo que tengamos que descubrir, lo vamos a descubrir juntos. Ella me enseñó a ver más allá. — Volvió su mirada a Nancy de nuevo. — Si quieren que vayamos, allí estaremos. — Ladeó una sonrisa. — Tengo curiosidad por ponerle cara al que tanto miedo me tiene. Ya que él a mí parece que me tiene bastante visto. —

Notes:

¿Quién no ansiaba esta reconciliación? ¿O erais más como Alice y no veis posible esta reunión? Pero lo más importante de todo… ¿Quién tiene MUCHAS ganas de ver un festival druida? Os leemos, lectores, contádnoslo todo.

Chapter 81: I can fix this

Notes:

Directorio de personajes
Árboles genealógicos
Índice Piedra
Lista de reproducción de Piedra
Galería
☼ Canción asociada a este capítulo: Saurom - El pozo de Arán

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Chapter Text

I CAN FIX THIS

(8 de marzo de 2003)

 

ALICE

El trueno pareció retumbar hasta dentro de ella. Estaba siendo bastante representativo de cómo se sentía. — Yo también creo que no tiene caso que vayáis a Galway con esta tormenta. — Declaró la abuela mientras le ponía por delante unos bollos que no se iba a comer. — ¿A que sí, Lawrence? — El abuelo bajo el periódico. — ¿Qué? — Que no tiene caso que los niños vayan a la aduana a por los padres. Emma sabe llegar perfectamente, vamos, qué te voy a decir, que las tormentas aquí… — Que sí, que sí, mujer, que los niños no van a salir, que no es a mí a quien tienes que convencer. — Y ambos miraron de reojo a Marcus, que se sentaba entre los dos.

Realmente, no había tenido mucho tiempo de plantearse si había sido una buena idea o no lo de invitar a su padre a Irlanda. En el momento, estaba en la balanza de que no, pero sabía que todo el mundo esperaba que lo hiciera, y que sí, ella no había nacido para complacer a los demás, pero ya había evitado el tema suficiente, y no veía que fueran a cambiar de opinión. Marcus le dio un discurso precioso y unas razones de peso, y ahí estaban, esperando que llegara en cualquier momento. Pero es que, encima, ese mismo día, había pasado lo de los druidas, y Nancy y ellos no dejaban de darle vueltas al asunto, investigando, hablando mucho con Albus… Estaban intrigados, inquietos y confusos, y todo eso mientras intentaban seguir estudiando para la licencia.

Y Marcus, que era la razón principal por la que había dicho que sí a lo de su padre, estaba preocupado. “No quiero dejar de ser la tierra, Alice” le había dicho. Y Alice maldecía internamente a todas y cada una de las personas que habían alimentado esos temores en Marcus, ahora que las reliquias le enseñaban cosas y él lo relacionaba todo con que iba a convertirse en una especie de tirano mágico druida. Tomó su mano en un impulso, como si quisiera decirle algo, pero al final solo dijo. — ¿Te importa que esperemos aquí? Yo creo que tu madre no tendrá problema en aparecer a los padres, y con este tiempo de perros… — ¡PUES LO QUE YO DIGO! Anda, anda, voy a ponerme a hacer la comida. — Pero si son las ocho y media de la mañana. — Se quejó Lawrence. — ¡UNA BUENA COMIDA LLENA SUS BUENAS TRES HORAS DEL DÍA! — Seguirán siendo las once. — ¡LAWRENCE O’DONNELL! — Ya me callo, ya… — Además, sabe Eire cómo comerá esa criatura solo en la casa, que los hombres… — Miró de reojo a Alice. — Ay, que no quiero preocuparte, cariño, que me refiero a los hombres en general, que este comería piedras trasmutadas si le dejo solo. — Hala, y he recibido otra vez. — Carraspeó y se levantó. — Venga, hijo, vamos tú y yo a la aduana, antes de que acabemos más escaldados. — Los tres le miraron extrañados. — ¿Qué pasa? ¿Que este vejestorio no puede aparecerse o qué? ¡Vamos! — Se dirigió hacia la entrada y la miró desde ahí, mientras cogía el abrigo y el sombrero. — Les contaremos a todos cómo has querido quedarte ayudando a la abuela a preparar la comida de cinco horas más deliciosa que se ha visto en la Isla Esmeralda en los últimos años. —

 

MARCUS

Cuando abrió los ojos y escuchó la tormenta de fondo, se dijo a sí mismo que era lo que faltaba para rematar el día. A Alice le daban miedo las tormentas, y en general solían poner bastante tensa a la gente, por no hablar de lo que involucraban las apariciones en tormentas, y que las aduanas se ponían especialmente estresantes. Resoplaba internamente para que no se le notara el agobio por fuera y transmitir a su novia la mayor tranquilidad posible, mientras de reojo miraba por la ventana con la esperanza de ver un sol radiante aparecer de un momento a otro. Como si el sol hubiera hecho mucho acto de presencia en Ballyknow en los cinco meses que llevaban allí.

Su abuela insistía en no ir a la aduana, y él se limitaba a callar y mirar de reojo a Alice. Conocía a su novia y sabía ver cuándo estaba cavilando qué decisión tomar, y su aportación solo iba a sumar más datos de los que intentaba recapitular. Finalmente, le miró y optó por quedarse, y él sonrió con tranquilidad y asintió. — Yo también creo que es lo mejor. — Y el posterior bocinazo de su abuela con consiguiente discusión del matrimonio lo ignoró por completo. A él le parecía mala opción ir a la aduana incluso sin tormenta: Marcus era muy protocolario con las bienvenidas, pero William en una aduana, tras un viaje y con una perspectiva positiva con respecto a su hija en mente, podría llegar a ser un elefante en una cacharrería, y lo último que querían era a Alice de malas desde el minuto cero. Que fueran solo sus abuelos sería raro, y más raro aún que fuera él por separado de Alice, por no hablar de que no le parecía buena idea, con esos nervios, dejarla sola. Iba a ser tenso e innecesario, pudiendo traerle sus padres directamente a casa. Pero prefería que las decisiones las tomara su novia, y él acatar lo que dijera.

Claramente, sus abuelos no pensaban como él, ya que les dispusieron como piezas sin preguntar. Miró a su abuelo, tratando de disimular (a duras penas) lo atónito que le había dejado su dirección. — Eemm... — Miró a Alice de reojo y luego de nuevo a él. — Yo creo que mi madre sí que puede... — Pero su abuelo insistía. Miró a Alice. — Cariño... Si quieres que me quede... — Ni loca dejo a tu abuelo irse solo, para que se me mate por ahí. — ¡Ahora resulta que un alquimista carmesí que se ha recorrido hasta los lugares más inexplorados de la África profunda no puede ir a la aduana de su propia ciudad! — Sí, experto en safaris eres tú, lo más parecido a un león que has visto en tu vida soy yo. — ¡No hay leones en Galway, mujer! — ¡Entonces para qué dices nada de África! — Marcus miró a su chica con pánico. Ahora resultaba que sus abuelos TAMBIÉN estaban bastante nerviosos ese día, pues lo que faltaba. De nuevo, no le dio tiempo a hablar, porque su abuela prácticamente le empujó hacia la puerta. — Venga, no sé yo cuidar de una chica de dieciocho años ahora, vaya por Dios... — ¡Abuela, el abrigo! — Que le estaba lanzando a la calle sin dejarle cogerlo siquiera. El margen justo le dio para alargar la mano hasta el perchero y cerrarle la puerta en las narices.

Prefirió no hablar y más bien centrarse en lo que iba a decir, además de que, con su abuelo en modo cascarrabias, tampoco se podía hablar mucho. Llegaron a la aduana y quedaron a la espera en un silencio nada habitual en ellos, hasta que Lawrence lo rompió. — No hemos hablado del tema de los druidas. — Esa no se la vio venir. No ahí. No le parecía para nada el mejor momento. — Solo quería decirte que agradezco que me lo contaras. — Esa tampoco se la vio venir. — Abuelo, ¿cómo no te lo iba a contar? — El hombre le miró con los ojos entornados. — No he sido la persona más receptiva con este tema desde que lo empezaste. Y, si te soy sincero, no me termina de agradar, pero sé que es una experiencia. Yo también tuve contacto con algún que otro druida en su día, solo que no congeniábamos bien y decidí no continuar por ahí. Pero te conozco como si fueras parte de mí mismo, y sé leer entre líneas tus preguntas: quieres enfocar tu campo de estudio hacia la magia antigua. — Le miró directamente. — Es un campo de estudio interesante e infinito, pero también es muy peligroso, Marcus. Y muy teórico. Pensé que querrías aplicaciones más prácticas, aunque no negaré que te pega bastante. — Precisamente eso quiero, abuelo: dar una aplicación práctica a día de hoy. — Eso es como si un lingüista dijera que quiere estudiar latín para intentar darle aplicación práctica hoy. Espero que sepas convivir con la frustración. — Marcus rodó los ojos. — Sabes perfectamente que no es lo mismo. — Es más peligroso aún. — Pero ¿por qué iba a ser peligroso? — Preguntó, genuinamente intrigado. Sí, ya se había dado cuenta de que los druidas no eran los más tratables, pero fuera de eso, solo era magia como otra cualquiera. ¿Qué peligro podía tener usarla? Es que no entendía tanta alerta.

— No es el día para hablar de esto. — Pues tú has sacado el tema, pensó, y como si le hubiera leído la mente, su abuelo añadió. — Pero prefería hablar de esto a que estuvieras dándole vueltas a qué decirle a William cuando llegue. Que, de hecho, ahí están. — Descolocado por la maniobra, sacudió la cabeza y buscó con la mirada a los visitantes. Efectivamente, sus padres y William estaban terminando de hacer el chequeo de la aduana, y no tardarían en verles. — Y otra cosa más, Marcus. — El tono de su abuelo se había vuelto muy serio. Le miró. — Tienes que contárselo a tus padres. — Marcus boqueó. — A ver... — Si es parte de tu investigación, que ya sé qué es lo que me vas a decir, no tiene sentido ocultarla. — No es que la oculte, es... — ¿Que no te parece lo suficientemente importante como para contarlo? ¿Que no le entras a tus padres en todos los detalles de los que haces? Los dos sabemos las respuestas a esas preguntas y no van en tu favor. Si no se lo cuentas a tus padres, me hace pensar que ocultas algo, o que temes que su respuesta sea desfavorable. Y yo no voy a ser cómplice de eso. Alice va a tener mucho tiempo para hablar con su padre a solas. Aprovecha tú el tuyo. — Le miró con severidad. — No me hagas a estas alturas de la película tener que interceder, y no precisamente para favorecerte a ti. — Agachó la cabeza. Un trueno retumbó de fondo, y los tres adultos empezaron a acercarse a ellos. Iba a estar movidito el día.

 

ALICE

Claramente, no tenía muchas cosas bajo su control en su vida, porque no le dio lugar ni a contestar a Marcus, y la abuela directamente le empujó fuera, dándole solo la oportunidad de decir. — ¡Tened cuidado! ¡Te quiero! — Y encima, la abuela la enganchó de los brazos y tiró de ella. — Venga, venga, que no se va a la guerra. — Pero si no querías que se fueran… — Antes era antes y ahora es ahora, venga a cocinar… — Y no podía ni rechistar, ya está. Así que allí se puso a amasar masa de empanada, al menos era una tarea mecánica.

— Cariño, ¿estás bien? — Preguntó la abuela al rato. — Es que te veo en otra parte. — No me gustan las tormentas. No estoy muy contenta, no. — Molly suspiró. — ¿Es por lo de tu padre? Alice, nadie espera que… — Sí, sí que esperan. — Dijo ella un poco cortante. — Todo el mundo espera. Si no, no me habrían insistido en el asunto. Si nadie esperara que le perdonara e hiciera como si nada hubiera pasado, no me habrían prácticamente obligado a recibirle aquí, mi hasta ahora lugar seguro, para que obrara el milagro. Pero ya está, ya lo he entendido, tengo que obrarlo. Pues nada, ya lo haré otra vez. Nuada libre a mi padre de que no se le conceda lo que quiere y necesita, no como los demás, que malamente podemos jugar con las cartas que nos echan. — Cuando terminó de soltar todo eso, suspiró, y la abuela tiró de ella y la abrazó. — Has dicho que Ballyknow es tu lugar seguro y has jurado por Nuada. Qué bonito es eso, mi vida. — Volvió a suspirar y Molly se separó. — Cariño, sé que ahora no lo entiendes. Y eres una mujer inteligentísima y mucho más madura de lo que le correspondería… Pero aún hay cosas para las que te falta la perspectiva del tiempo. Verás que es mejor para ti, confía en nosotros. — Alice asintió. — No, si yo confiar, confío. Pero no sé cómo voy a llevar a cabo todo esto. — Se frotó un ojo con la muñeca y dijo. — Anda, vamos a seguir con esto. —

Pero obviamente, Molly no podía aguantar mucho el silencio. — Oye, hija… ¿Y lo de los druidas…? — Sí, de eso tampoco estaba muy enterada. Sabía poco, y lo poco que sabía, era difícil de contar y gestionar. — Es que no sé nada, abuela. Claramente hemos tocado algo, no sé el qué, que les ha activado. Pero yo no me creería ningún cuento truculento sobre lo que pueden llegar a hacer. — La abuela levantó una mano. — Ah, no me preocupan, hija. Pobre gente. Mi suegra, que en paz descanse, les ayudó mucho durante las hambrunas, y sé que en el fondo viven asustados y refugiados como conejos, y lo único que tienen para hacerse valer es toda esa pompa antigua que le ponen a la vida… — Se giró y la miró. — Pero me gustaría saber qué tienen con vosotros. Por qué os quieren allí. — Alice se encogió de hombros. — Creo que nosotros, como buenos Ravenclaw, hacemos de todo un aprendizaje. Y hay cosas de ellos y su magia que queremos aprender, y eso es justo lo que haremos. — Molly se acercó y le tomó de las manos. — Hija. — Dijo muy seria, mirándola a los ojos. — Yo lo que quiero es que me digas qué cocinan para Beltaine, porque te juro que me muero de la curiosidad y ya pensé que me iba a morir sin saberlo. — Y sería por toda la tensión acumulada o lo que fuera, pero le asaltó una risa incontenible, y a la abuela también, mirándose como dos tontas. — Yo le pido la receta a la princesa misma si hace falta. — Y ahí seguían de risas.

— ¡Cómo me gusta entrar a casa y que el fuego esté encendido, huela a comida y oiga risas! — Ese era Arnold. — Cómo se nota que estoy en Irlanda. — ¡Mira mi niño! ¡Más irlandés que nadie! — Celebró Molly, yendo corriendo a besarle. — Sí, eso he descubierto, después de más de veinte años casados. — Comentó Emma, mientras se quitaba el impermeable. — Hola, querida, me alegro de verte. — La saludó. Alice le devolvió el beso en la mejilla y sonrió. — Y yo. Se os echa de menos. — Y justo detrás, entre Marcus y el abuelo, estaba William. — Hola, papá. — Y le dio un abrazo, que pretendía ser rápido, pero que su padre retuvo. — Mi pajarito… Qué feliz soy de estar aquí en Irlanda. Es todo tan precioso… — El tiempo sobre todo. — Comentó Emma de fondo. — ¡MI WILLIAM! ¡MÍRALO QUE ESTÁ AQUÍ! Bienvenido a mi casa, mi niño. Mira qué bien te han acogido. — Un trueno enorme hizo que la casa retumbara. — La gente al menos. Pero pasad, pasad, que te enseño nuestra casita. No es muy grande, pero es muy acogedora. — Alice se retranqueó un poco y se quedó a la altura de Marcus. — ¿Cómo ha ido? — Preguntó. Pero en realidad quería preguntar otra cosa, y lo hizo entre susurros. — ¿Qué hago ahora? — Porque no sabía si sentarse todos juntos en modo familia feliz era la mejor idea. — Molly, igual deberíamos dejar que William y Alice hablen. — Ah, pues ya decidía Emma, todo bien. — Dar una vuelta sería precioso, pero tal y como está el tiempo… — Pareció excusar su padre al ver su cara. — Seguro que podéis subir a la habitación de Marcus y Alice y estar bien a gusto allí. — Que vale, que lo he entendido, se dijo a sí misma, e hizo un gesto con la cabeza a su padre para que subieran. ¿No decía que quería que le dijeran cómo hacerlo? Pues nada, a obedecer.

 

MARCUS

Se le tenía que notar la sonrisa tensísima, y cuando Marcus se ponía así, se empequeñecía, parecía que tenía diez años menos. Lawrence fue a recibir a William, así que él se dejó acoger por sus padres, saludándoles con cariño, y ellos con besos y abrazos. Luego tocó el turno de cambiarse, y nada más Lawrence se apartó para saludar a su hijo y su nuera, dejó visible a William. Se miraron unos segundos y, finalmente, esbozó una sonrisa leve, se acercó a él y se abrazaron en silencio. — Gracias. Siempre has sido como mi hijo. — Esto no me ayuda, pensó, ya a riesgo de que se le agarrara un nudo en la garganta. Se separó y dijo de corazón. — No he hecho nada... — Pero William le miró con ternura y dijo. — Estoy seguro de que sí. — Genial. Lo que necesitaba para sentirse aún peor. Como aquello saliera mal...

Su padre, al parecer, cuando William no era la pandereta que era habitualmente, trataba de tomar él dicho rol. Miró la entrada de los tres invitados como si fuera un fantasma que viera la acción desde fuera, y en cuanto todos hubieron saludado a Alice, hizo una discreta pero efectiva maniobra para pegarse a ella como un imán a un hierro, simplemente para mirarla con una sonrisita tranquila, tratando de estudiar sutilmente su rostro para ver cómo estaba. Su silencio lo aprovechó ella para preguntar. Asintió con normalidad. — Bien, bien. — A ver, mal no había ido, solo estaban todos tensos. Lástima que a la segunda pregunta no le dio tiempo a responder, porque una vez más, los adultos habían dispuesto por ellos. Lo cierto era que agradecía que le fueran llevando de un lado para otro, porque no se sentía muy resolutivo con tanta tensión.

Tuvo la oportunidad de apretar levemente la mano de Alice y dedicarle una sonrisa, antes de que ella subiera con su padre a la habitación. Los de abajo se quedaron en un tenso silencio, el cual, por supuesto, rompió su abuela. — ¡Bueno! Que no se ha muerto nadie. — Dio una palmada y se dirigió a sus padres. — ¿Qué se cuentan mis niños? — Pues mira, ayer justo descubrimos una progresión... — Hijo. — Interrumpió Lawrence, con la solemne presencia que dan los años de sabiduría, pero con un poco de destiempo, porque si lo que quería era sacar un tema, acababa de interrumpir a su primogénito en su intento de ello. — Has avanzado mucho en tus investigaciones y tienes muy buenas ideas que dijiste que querías enseñar a tus padres en persona. ¿Por qué no aprovechas y les llevas al taller? Además, está más protegido para la tormenta que esta casa, de hecho. — Bromeó, pero la sugerencia estaba clara y no era muy sugerida, dicho fuera de paso. Arnold miró a su padre con expresión resignada. — Supongo que los avances en mi ciencia también milenaria que no tiene tantos descubrimientos habitualmente puede esperar. — Ironizó, pero Emma le dio una palmadita en el hombro que pareció hacer a su marido entender: en efecto, Lawrence quería que hablaran a solas. Solo había sido una maniobra más sutil que la de Molly de redirigir al otro polluelo a su nido.

Para que pareciera que lo de ir al taller era con el objetivo que Lawrence había planteado (que en parte, sí) se puso efectivamente a enseñar a sus padres sus innovaciones, quienes se mostraron orgullosos e interesados, pero también expectantes por de qué sería eso antesala. Emma pareció llegar al punto de considerar que el prólogo se estaba alargando innecesariamente y cortó como solo ella sabía cortar. — ¿Qué quiere tu abuelo que nos cuentes? — Marcus se quedó descuadrado, y Arnold suspiró fuertemente. — Cariño, que el pobre intentaba explicar su proyecto. Se nota que a ti no te cortan... — Si conozco de algo a mi hijo y a mi suegro, hay algo que deberíamos saber hace tiempo y aún no sabemos. — Comentó ella con normalidad, y Arnold pasó inmediatamente de pensar que su mujer estaba siendo innecesariamente borde, a mirar a Marcus como si temiera que hubiera una bomba a punto de estallar. Marcus soltó aire por la nariz. — El abuelo quiere que os cuente mis intenciones para la licencia, y eso estaba haciendo. — Emma no se inmutó, pero Arnold se cruzó lentamente de brazos, ceñudo. Vale, ya no había vuelta atrás, le habían pillado intentando disimular y alargar el asunto.

 

ALICE

No cruzaron palabra en las escaleras. Dejó salir a Elio y la Condesa de la habitación, por si la cosa se ponía fea, y cerró tras de sí, aunque no echó hechizo silenciador. No quería ni levantar la mirada. Se sentó en el borde de la cama, y él en la esquina. Adoraba la luz de su chimenea, de aquel cuartito que Marcus y ella habían levantado literalmente el primer día que llegaron a Ballyknow. Lo adoraba porque era de ellos, lo primero que habían construido desde que salieron de Hogwarts, y casi nadie entraba allí. Era su refugio, y todo en él rezumaba seguridad e intimidad. Y ahora su padre, justamente su padre, estaba allí, mirándola con su cara de pena de siempre, y ella ya no podía huir. Ni siquiera en su cuartito inexpugnable de Ballyknow.

Pero no iba a obligarla a hablar a ella. Si quería decirle algo, que lo dijera, pero, ahora mismo, solo en el silencio se sentía segura. — Emma te ha enseñado bien a manejar el silencio. — Levantó mínimamente la mirada para encontrarla con la de él. — Espero que sea eso, y no que ya no te queda nada que decirme o no pretendes hablarme. — Encajó la mandíbula y siguió sin decir nada. Su padre juntó las manos y perdió la mirada en el frente. — ¿Sabes? Desde que solucionaste lo de Dylan… he tenido mucho tiempo para pensar. De hecho, los deberes que me manda Mafalda suelen ser de pensar. Y he pensado muuuuuuuucho en ti y en mí. Porque sí, hablamos mucho de ti, espero que no te importe. — Alice simplemente suspiró. — No voy a traerte una historia emotiva de cómo me sentí cuando tu madre me dijo que estaba embarazada, o de lo que fue tenerte, toda pequeñita en mis brazos… Ni lo que fue ver tu inteligencia crecer, tu curiosidad, esa que yo tenía y que veía tantas veces en tus ojos cuando pedías “más”. — Inspiró y soltó el aire muy lentamente, como Alice no le había visto hacerlo nunca. — Después de tu madre, y con permiso de tu hermano, que también es mi vida… eres la persona que más he adorado nunca. Eres todo de lo que estoy orgulloso en la vida, y nada, absolutamente nada de lo que haya hecho, es peor que llevarte al estado al que te he llevado. Y no es un alegato penoso, es la verdad. Es algo con lo que tendré que aprender a convivir, y me va a costar, no tanto como a ti recuperarte del daño, supongo, pero el mero hecho de pensar que una persona a la que he adorado tanto, sufra por mi culpa… —

Se giró hacia ella, apoyando una rodilla en la cama. — Una de las veces que estaba pensando en cosas que me pedía Mafalda me acordé… de una noche, cuando estabas en primero, en Navidad… Me preguntaste. — Si Larry podía curar a mamá. — Tenía la voz ronca de llevar tanto rato callada y angustiada. — Si podías pedirle a Larry que hiciera alquimia con sus pulmones. — Su padre asintió. — Y tú me preguntaste que si era inimaginable. — El silencio volvió a asentarse entre los dos. Cuando su padre comprendió que no tenía intención de hablar, le dijo. — Y yo te dije que eras mi hija, que para ti no había nada inimaginable. — Pues cambié. Desde entonces, no pararon de pasarme cosas inimaginables. — Le dijo con la voz rota.

No quería llorar, pero no podía resistirlo. — Una vez, en cuarto, me fui sola al lago. Me fui por un pasadizo que me enseñó Ethan… y llegó una tormenta, una terrible. Yo me había quedado dormida, sola, después de haber estado practicando hechizos… porque no quería que nadie me buscara, ni preguntara por mí, ni nada que se le pareciera, y allí podía descansar. Llovía muchísimo, yo estaba empapada, confusa y muerta de frío. Corrí al pasadizo y se había inundado, así que tenía que volver al castillo andando, subiendo… — Negó con la cabeza, mirando hacia arriba, como aquel día. — Y no podía. No tenía ni fuerzas ni habilidad… Los rayos caían, yo cada vez estaba más mojada y pensé… ¿Y si simplemente me dejo caer? Es más fácil caer solo un poco menos que nadar hacia arriba… Yo ni siquiera sé nadar… — Le salió un sollozo. — Tú crees que no puedes superar el daño que me has hecho, pero es que no conoces ni un poco del sufrimiento por el que he pasado. Porque tu pena lo invadía todo. Y yo salí adelante sola… Y cada vez que sacaba la cabeza, había algo inimaginable esperándome. Y entendí que… todos tus cuentos eran mentira. Que el mundo no era un lugar donde querer llegar siempre más alto, donde podías crear todo lo que quisieras… Todo eso es mentira. Así que supongo que estabas equivocado, por lo visto había muchas cosas inimaginables para mí. La muerte de mi madre, la presión social, el acoso sexual, la maldad de mi propia familia, la intrincada historia por la cual una tía millonaria quería dejárselo todo a mamá y eso hizo que nos quitaran al pobre Dylan… Tu locura que tuve que manejar yo sola… Que quisieras usar la ciencia, MI ciencia, MI santuario mental, para hacer algo horrible… — Negó y enterró la cara en las manos sollozando libremente. — Hay tantas cosas que por mucho que pienses, para ti también son inimaginables… —

Claramente, había dejado fuera de combate a su padre, porque, mientras ella lloraba, también se había quedado callado, hasta que por fin dijo. — Esta vez no voy a pedirte perdón, no porque no lo sienta, pero… el mundo que te hice imaginar… era el que quería para ti. Amaba tanto, tantísimo, a tu madre, que me aferré a cada segundo de esperanza que hubo, así que nunca esperé que conocieras algo así. Cuando te enseñé todo eso… realmente pensaba que serías una bruja brillante y feliz, con Marcus a tu lado… Yo sí me imaginé muchas cosas, hija, y eran las que quería para ti, para mi pajarito. — Se levantó y se dirigió hacia la puerta. — Pero entiendo que ahora todo es diferente y el perdón sea inimaginable, como tantas otras cosas. De verdad que lo entiendo y… no insistiré más. —

 

MARCUS

Se mojó los labios. Vale, Marcus, son tus investigaciones, tienen sentido y estás orgulloso de ellas, y a tus padres siempre se lo has contado todo, se dijo, para darle normalidad al asunto a tratar y que le saliera fluido. Lástima que la expresión entre desconcertada y severa de su padre y... su madre, siendo su madre, no ayudaran a relajarse. — Como sabéis, el abuelo me consiguió una entrevista con la alquimista Monad, y me habló del equilibro de contrarios. Eso me inspiró. También me ha interesado siempre mucho la historia, ¡bueno, que llevo desde los seis años leyéndome los libros del tío Phillip! — Rio un poco. No fue secundado. Siguió. — Bueno, que en mis asignaturas de Hogwarts me he especializado mucho en la parte histórica y teórica de la magia, más que en la ejecutiva, que también, y eso me ha hecho pensar que debería de enfocar mi carrera en la alquimia hacia esa dirección. Irlanda también es una tierra muy impregnada de magia ancestral y que se nutre mucho de la antropología y las leyendas y todo eso tiene una base, y hablando con Nancy me ha dado mucha información antropológica muy buena, y conocido muchos sitios llenos de magia de la que en Londres no se ve. Aún no tengo decidida cuál va a ser mi presentación en el examen pero sí voy a orientar la licencia de Hielo hacia ahí. — Se hizo un silencio. Miró a sus dos padres. Sus dos padres le miraron a él.

— Me parece estupendo. — Empezó Arnold. — Es coherente, es interesante y tienes cabeza de sobra para ello. Y no te vamos a decir nosotros hacia dónde debes orientarte o no, eso es cosa tuya. — Empezó, y antes de que pudiera seguir, Marcus replicó, con una risa que en teoría pretendía descargar tensiones, pero que funcionó más bien para todo lo contrario. — Pues cualquiera lo diría por la cara con la que me estáis mirando... — Dichas caras se pusieron peor. Tragó saliva. — ¿No os gusta? — Preguntó con profunda humildad, como si fuera un niño enseñando el dibujo que acaba de hacer. — ¿Preferíais otra salida para mí? — Marcus, por favor, no te hagas el tonto. — No se vio venir que Arnold estuviera tan tenso. Frunció el ceño. — No estoy entendiendo muy bien vuestra reacción. ¿Qué pasa? ¿Qué he dicho? ¿Es que el abuelo os ha hablado mal de mi trabajo? — Arnold fue a hablar, pero Emma hizo un gesto de detención con la mano. Genial: lo estaba empeorando.

— Lo que cuentas suena muy bien. Suena excelente, de hecho, y suena a que puedes tener una carrera prometedora de cara a la sociedad y satisfactoria e interesante para ti. — Comenzó su madre, dejando una irritante pausa justo después. Marcus sacudió la cabeza, en un gesto de sarcasmo y desconcierto. — ¿Entonces? — Que nos sorprende que no nos lo hayas contado. — Marcus alzó los brazos. — ¿¿Estáis ofendidos?? ¡Vivimos en otro país! ¡Me parece muy fuerte que os hayáis tirado toda la adolescencia metiéndoos conmigo porque os contaba hasta el párrafo por el que iba leyendo en cada asignatura y ahora os enfadéis porque he preferido entraros en detalles sobre mi profesión cuando nos hemos visto en persona! — Sus padres no inmutaron la expresión. — Sabes perfectamente que lo estás enfocando mal. Esto no es un ataque de celos por nuestra parte, Marcus. — Su padre recompuso la pose y retomó el testigo. — Nos preguntamos por qué algo de ese calibre, de lo que, conociéndote, deberías estar hablando a gritos y contándonoslo minuto a minuto, no solo no nos hayas dicho nada, sino que prácticamente tu abuelo te haya empujado a contárnoslo. ¿Sabes lo que nos hace pensar? — Marcus tragó saliva. — Nos estás ocultando algo, Marcus. — Sentenció Emma. Vaya con la mente de genio, que de verdad creyó que no iban a pillarle de lleno con eso.

Bajó la cabeza y soltó aire por la boca en modo de resoplido. — No es... De verdad que no estoy haciendo nada... — ¿Qué iba a decir? ¿Que no estaba haciendo nada peligroso? No estaba tan seguro. — No quería alarmaros. — ¿Deberíamos alarmarnos? — Preguntó Arnold. Les miró. — Esta historia es... un poco larga. — Se excusó. — Pero necesito enmarcarla para que la entendáis bien. — Somos todo oídos. — Contestó su padre, ácido, así que les invitó a sentarse, porque aquello iba para largo, y contó lo más resumidamente que pudo, pero con los detalles que consideró necesarios, la leyenda de las reliquias y la investigación de Nancy. Sus padres atendieron, pero la expresión de interés se convirtió, en el caso de Arnold, en una de desconcierto y casi miedo, y en el de Emma, en el de peligrosa tensión, cuando se metió a sí mismo en la historia. — Antes de Navidad... conseguimos las reliquias de Nuada y de Eire. — Silencio tenso. Su padre incluso se incorporó en el asiento. — ¿Cómo que conseguisteis? — Tomó aire y relató la consecución de las mismas, lo que habían tenido que hacer... aunque no habló de lo poderoso que se sintió cuando invocó la varita, de cómo le colocaron la manta sobre los hombros y le clamaron Hijo de Ogmios. No hizo falta, porque Arnold estaba sobrepasado de información. — ¿¿Elfos?? Marcus, ¿¿te has metido en una comunidad de elfos y no nos lo has dicho?? — ¡Era una investigación delicada! — ¿No nos lo has dicho por ser delicada o porque nos ibas a matar de miedo con ello? O peor, porque crees que lo tienes todo bajo control y pensabas darnos ya los resultados. — Yo... No... No lo he pensado... Estábamos... — Marcus, te hemos dejado venirte A UN TALLER, a ESTUDIAR, a CASA DE TUS ABUELOS con TU FAMILIA, no a meterte en comunidades al margen de la sociedad. — ¡¡No me he metido...!! ¡Solo he entrado a por una cosa y he salido! — ¡No es una tienda, Marcus! ¿¿Y dónde tenéis las reliquias?? — Se retorció los dedos. — Protegidas. — Por todos los... — Suspiró Arnold, frotándose la cara. — Marcus... No sé... No sé ni cómo reaccionar. — ¿Cuántos detalles de esta historia tiene tu abuelo? — Interrumpió Emma. Marcus la miró, avergonzado. — Solo... que hemos conseguido las reliquias y que están protegidas... Pero no sabe... lo de los elfos... — Arnold resopló, Emma se quedó peligrosamente impasible. Se excusó rápidamente. — Él tampoco quiere saber mucho del tema. — Emma le detuvo. — ¿Tenéis más reliquias? — Tragó saliva. — Sí. — Arnold se levantó del asiento y dio varias vueltas. — ¡Pero no las tenemos todas! — ¡AH, MENOS MAL! — Exclamó. — No me puedo creer que no nos lo hayas dicho... — Lo que yo no me puedo creer es que hayáis conseguido esto en tan poco tiempo. — Recortó Emma, y notó incredulidad genuina en el tono, pero también tensión y miedo. — Termina de contarlo. Intentemos no interrumpir. — Dijo mirando a su marido, al que le faltaba ya tirarse de los pelos. Volvió a mirarle a él. — Y todo lo que nos cuentes, se lo vas a contar a tu abuelo. Y quiero que sepas una cosa, Marcus. — Le miró a los ojos. — Sé que estás omitiendo información. — Notó que la sangre se le helaba y se le dilataban las pupilas, porque igual de un príncipe druida podía escapar, pero de una sentencia de Emma como esa, no. Arnold les había mirado súbitamente, de hito en hito. — Y espero que encuentres el momento para contárnoslo antes de que nos volvamos a Inglaterra. Si no lo haces, no me voy a ir tranquila. Y sí me iré muy decepcionada. — Eso sí que fue el peor golpe que pudo recibir.

 

ALICE

Se quedaron en silencio durante unos segundos, y entonces, casi sin darse cuenta, el nudo de su garganta se hizo tan grande que casi le hizo ahogarse, quiso toser, y lo que le salió fue un llanto quejumbroso, con unas lágrimas incontrolables, como aquel maldito día que había mentado antes en la cuesta del lago. Y trató de pararlo pero no podía, era como si hubiera abierto un sumidero y toda el agua estuviera yéndose por ahí y no pudiera encontrar el tapón. De repente todos los recuerdos de ella de pequeña en el regazo de su padre, que entonces le parecía enorme, preguntando, viéndole hacer magia, los cuentos, las cartas cuando estaba en Hogwarts, que siempre traían algún hechizo, las tardes en La Provenza, cuando su padre no sabía dar consejos y simplemente se sentaba con ella, haciéndole ver que estaba ahí… No solo echaba de menos a su madre, es que había asumido que ese nunca volvería a ser su padre, pero él estaba vivo, y le odiaba por haberle quitado eso, no solo por lo de Dylan, lo odiaba porque echaba de menos a una de las personas que más quería en el mundo, y no lo tenía porque él mismo se lo había quitado. Solo era una niña llorando para que su padre la cogiera en brazos otra vez.

Y como si le hubiera leído el pensamiento, su padre la abrazó, la rodeó entera y ella se apoyó en su pecho. — Cuando eras un bebé no llorabas desconsoladamente. Chillabas, mucho, cuando querías algo, pero aprendimos enseguida de los distintos lloros y sabíamos consolarte en medio segundo. — La estrechó más. — Siento no haber sabido lo que necesitabas, siento mucho no haber podido abrazarte así aquel día en el lago y todos los que vinieron detrás. Pero ahora estoy aquí, y puedes llorar mucho y muy fuerte, y yo te voy a abrazar hasta que se te pase, por todas las horas que no tuve que hacerlo cuando eras un bebé. — Y eso hizo, llorar, agarrándose a su padre, durante un buen rato.

Cuando notó que se le iba pasando un poco, se separó y le miró. Ni una lágrima, solo esa sonrisa tranquilizadora, esa misma que le ponía cuando a Alice le daban agobios con Marcus, y trató de hablar. — Es la primera vez… la primera… en no sé cuánto tiempo, que siento que puedo confiar en ti. Que puedo apoyarme… en ti. Que puedo llorar de verdad… — William se mordió los labios, claramente tratando de contener la emoción. — No te voy a engañar. Yo siempre voy a ser un mamarracho un poco tocado de la cabeza. Así que mejor no voy a prometer nada que no sepa que voy a poder hacer. — Eso la hizo reír entre las lágrimas. — Pero voy a trabajar porque… si alguna vez necesitas solo llorar y que yo te proteja, o que te saque una sonrisa como esa… cuentes conmigo. Siempre he sabido hacerte sonreír, y esas risas tan sinceras que te salían conmigo, me hacían sentir mucho más orgulloso que mis hechizos. Y tu madre tenía una risa preciosa y todo el mundo lo decía… Pero para mí no hay ninguna como la tuya. — Y con esas mismas lágrimas se mezcló de nuevo la risa, mientras asentía.

Poco a poco se fue calmando, ya separada de su padre, pero sentada a su lado, y él le tomó la mano. — Quiero que sepas que estoy orgulloso e impresionado por todo lo que has logrado. Da igual lo que yo hiciera en América, más allá de traerme a tu madre. Nada se compara a lo que has logrado tú en la alquimia con la edad que tienes, y me muero porque me lo cuentes todo, cuando tú lo consideres. — Hemos encontrado unas reliquias de dioses irlandeses. — Dijo sin pensar. Su padre asintió, mirándola con interés. — Oh… ¿y de qué tipo? ¿Bolas de poder, bastones…? — Papá. — Alice le miró a los ojos. — Reliquias. De dioses. — Sí, pajarito, te he oído, sí. Que te pregunto que de qué tipo. — Ella parpadeó, pero él continuó. — ¿Tan raras que no las podéis clasificar? — Tuvo que negar con la cabeza. — No… No… ¿No te parece… raro, peligroso? — Su padre se encogió de hombros. — A ver, hija, pues me parece también peligroso que manipules los materiales como lo haces y haya riesgo de que te transmutes una mano. — ¿Y no te sorprende que te esté hablando de dioses? — Su padre alzó las palmas y se encogió de hombros. — Es que había dioses en Irlanda. Si dejaron algo, pues supongo que se podrá encontrar. Dudo que Marcus haya dejado que te pongas en peligro. — Eso la hizo suspirar. — Creo que ninguno de los dos sabemos muy bien si realmente es peligroso. Creemos que no, y hacemos todo lo que podemos para ser cautos, pero… — William asintió. — Bueno, ya era hora de que no lo tuvierais todo medidísimo y calculado. — Ladeó la cabeza. — ¿Lo sabe Emma? — Alice suspiró. — Creo que no, o no todo, al menos. — No le va a gustar. — No. — Los dos se quedaron mirando al fuego. — Si quieres seguimos perdonándonos toda la mañana y así evitamos un poco la explosión. — Y por fin, se rio sin llorar, notando ese bienestar que su padre había sabido darle tiempo atrás.

 

MARCUS

Se armó de valor e hizo acopio de tranquilidad para, después de semejante sentencia de su madre, seguir narrando. Por supuesto, la incursión en una mina de enanos que estaba a un indecible número de kilómetros bajo tierra no relajó los ánimos de su padre, más bien todo lo contrario; Emma, no obstante, se mantenía como estaba, pues habiendo cruzado el umbral de la consecución de más de una reliquia milenaria y dando por sentado que omitía información, pocos datos nuevos los consideraría suficientemente relevantes. — Nos quedan dos y... queremos seguir... pero habíamos querido darnos una pausa. — Tragó saliva y, sin mirar a ninguno de frente, sino con la vista baja, añadió. — Para no desviarnos demasiado del camino de la licencia. — Su lenguaje no verbal revelaba claramente que por ahí podía estar una de los puntos de información que se estaba saltando. Era listo, pero aún sus padres (sobre todo su madre) le daban mil vueltas en esas lides, donde de hecho se desenvolvía con bastante torpeza.

— Hay... algo más... — Arnold dejó de dar vueltas erráticas y se detuvo para mirarle con una ceja arqueada. Emma seguía como una estatua: debía saber que ese algo más significaba estrictamente lo que decía, que era algo más, no que fuera uno de esos datos misteriosos que Marcus ocultaba con tanto celo. — Esta... búsqueda... ha llegado a oído de los druidas. Y... hemos recibido una invitación... para asistir a Beltaine. — ¿Eso qué es? — Atajó su madre como un cuchillo afilado y preciso, sin aspavientos, pero sin ninguna gana de acertijos. — Es solo una fiesta. La celebración del equinoccio de primavera. Es como San Patricio o cualquier otra fiesta nuestra. — Solo que en una comunidad al margen de la sociedad. — Ironizó Arnold. — ¿Por qué os han invitado? ¿Cómo saben que existís? — Y ahí se quedó como un conejo asustado, mirando a su padre con ojos temblorosos, y lo único que se le ocurrió fue agachar la cabeza y decir con un hilo de voz nada convincente. — No lo sé. — Arnold estaba tan sobrepasado con la información que pareció creérselo, pero Emma hinchó el pecho de aire. Pilladísimo. Si es que era cuestión de tiempo que su madre detectara donde estaba la fisura.

— Espero que no penséis ir. — Marcus le miró atónito. — ¿Cómo no vamos a ir? Es una oportunidad única. — ¡Ah, es verdad, perdona! Claro, para alguien que ya ha confraternizado con elfos y enanos, los druidas tienen que ser como una reunión más en el aula de al lado. — Papá, respóndeme en serio: ¿tú no irías? — Yo desde luego aquí pinto poco, porque no habría hecho absolutamente nada de lo que me has contado. — ¡Bueno pues yo sí! — Respondió, ofendido. — ¡Yo tengo aspiraciones! — No sabía que tus aspiraciones fueran en una dirección tan peligrosa. — ¡Llevo diciendo lo de la alquimia toda la vida! — ¡Y siempre te he apoyado, Marcus, pero esto no es alquimia! Y sigo intentando entender por qué no nos lo has contado, y estoy convencido de que tu madre tiene razón: nos ocultas algo, y solo de pensarlo se me parte el alma. — ¿¿Por qué ahora pensáis que quiero engañaros?? — Su ofensa iba a más. — ¿Cuándo os he engañado? Me parece una acusación muy injusta. Lex lleva toda la vida callándoselo todo y entendiéndole y a mí me la estáis liando a la primera que tardo más tiempo de la cuenta en contaros algo. — ¿¿Algo?? Esto no es "algo", Marcus, y sinceramente, meter de por medio a tu hermano me parece demagogia. — ¿Por qué tu hermano no lo sabe? — Interceptó Emma. Mierda. Joder, genio O'Donnell, ¿no podrías haber tenido la maldita boca cerrada? El silencio de Marcus era bastante delator, así que su madre repitió. — Dices que empezasteis con esto antes de Navidad. Estuviste con él. No me parece algo que puedas no ir chillando mentalmente. ¿Cómo es que Lex no sabe nada? Porque tengo bastante claro que, de haberlo sabido, lo hubiéramos notado. — O eso o resulta que no conocemos a ninguno de nuestros dos hijos. — Dramatizó sarcásticamente Arnold. Pero Marcus no sabía ni qué responder, y la respuesta llegó sola. — Estuviste practicando oclumancia. Lo has ocultado deliberadamente para que Lex no lo lea. — Lo de Emma nunca eran preguntas, eran afirmaciones, porque ya sabía las respuestas. Pero a Arnold todo le pillaba de nuevas. — ¿Has hecho eso, Marcus? — Quería poder tener la libertad de contarlo yo cuando considerase, y Lex, como bien decís, lo iba a llevar escrito en la cara. — Se defendió, aunque con la boca pequeña, pero no sirvió de nada, porque tan pronto empezó la frase quedó reconocida la culpa, y Arnold volvió a las vueltas erráticas, y el rostro de Emma se ensombreció aún más.

— Esto no me lo esperaba... — Murmuró Arnold, y a Marcus empezaron a entrarle unas desesperadas ganas de llorar. Lo último que quería en el mundo era decepcionar a sus padres. Nunca había visto a Arnold así con él. Fue a hablar, pero Emma intervino de nuevo. — Querido, ¿por qué no vas a refrescarte un poco, y de paso verificas cómo van Alice y William? — El hombre miró a su mujer como si quisiera evaluar si hablaba en serio o se estaba quedando con él. — Yo diría que tengo bastantes motivos y derechos para estar en esta conversación. — Emma le miró con cara de circunstancia. — Créeme, querido: dudo que a Marcus le falten muchos datos de la historia por contar. — Le miró. — ¿Me equivoco? — El chico negó rápidamente con la cabeza. Emma miró a su marido de nuevo. — Lo que aún no ha dicho dudo que tenga pensado reconocerlo cuando te vayas. — Pullita recibida, pensó. — Y si lo hace, no te preocupes que seré la primera en instarle a que te lo cuente a la mayor brevedad posible. — Hizo una pausa. — Te estás alterando, querido, y entiendo que te alteres, pero no vamos a llegar a ninguna parte y nuestra misión en este viaje era otra y nos tenemos que centrar. Sal, relájate y Marcus hablará contigo cuando estéis los dos más tranquilos. Yo me encargo de finalizar esta conversación. — Marcus en esos momentos parecía haber reducido su tamaño a una tercera parte en el asiento. Arnold se lo pensó unos instantes, le dedicó una mirada triste que se clavó en el corazón de su hijo y concluyó. — Sí, será lo mejor. — Saliendo acto seguido del taller, y dejándole con la sensación de estar solo ante el peligro.

Cuando la puerta se cerró y la mirada de Emma le cayó de nuevo encima, se sentía hasta temblar. — No sé por qué un mago que maneja alquimia y que se ha enterrado en el subsuelo, en un poblado de seres al margen de la sociedad tal y como la conocemos, para hacerse con dos reliquias milenarias y protegerlas, tiene tanto miedo de su madre. — Marcus soltó una espontánea carcajada seca. — Créeme: bastante más miedo. — Pues no sé por qué, insisto. No creo haberte dado motivos para temerme tanto. ¿O sí? — Marcus soltó aire por la nariz, miró a otra parte con una expresión entre la tensión y el hartazgo y se frotó los brazos. — Yo no soy mi madre, Marcus. — Eso hizo que la mirara súbitamente. — Pues claro que no eres como ella, mamá. — Afirmó con total sinceridad, pero se le cayó un poco el alma a los pies. — ¿Te he hecho sentir así? Lo siento... — Agachó la cabeza otra vez y se mojó los labios. Cerró los ojos. — Últimamente siento que lo estoy haciendo todo mal... — Emma arqueó una ceja, aunque como él seguía con los ojos cerrados y la cabeza gacha no pudo verla. — Dudo muchísimo que lo estés haciendo todo mal. — Abrió los ojos, con las pestañas mojadas, y alzó la cabeza para resoplar lentamente. Es que ya no sabía ni cómo seguir esa conversación.

— Desde que salí de Hogwarts creyéndome el rey del mundo, me tuve que ir a otro país prácticamente con lo puesto y, cuando recuerdo palabras que le dediqué a... esa señora, o a la madre de Aaron, me siento poco menos que un matón y no me reconozco; volví y me presenté precipitadamente al examen de la licencia, y sí, saqué matrícula, pero no era como yo quería hacer las cosas, no como lo tenía pensado, y luego me vine aquí, y la sensación es más de la misma. Me vine prometiéndole a William que haría que Alice volviera a perdonarle y poco menos que se me había olvidado el tema hasta que me lo recordasteis. Y de repente me he visto... inmerso en... una cosa que, de haberla sabido hace tan solo meses, me habría parecido la oportunidad de mi vida... y ahora... — Tragó saliva. Los ojos se le humedecieron aún más. — Os he ocultado información a vosotros, a los abuelos, a Lex. Me he enfadado con el abuelo de hecho. YO. — Es que lo decía y se moría de vergüenza. — Y... no... — No podía decirlo. Su madre le iba a pillar tarde o temprano, pero no sentía que tuviera palabras para... reconocer... algo que le resultaba tan grave, en ese momento. — No sé si sé manejar esto. Me siento un crío con una bomba en las manos. Pero lo pienso y no puedo dejarlo pasar, no quiero dejarlo pasar. Quiero hacerlo... pero temo... estar abocándome a... — ¿A qué? — Marcus la miró, con los ojos vidriosos y asustados. — A algo terrible. — ¿Qué es algo terrible? — Tragó saliva otra vez. — No... sé... Simplemente tengo miedo. — Emma le sostuvo la mirada, pero él no pudo. Agachó la cabeza otra vez.

Su madre se levantó y se agachó frente a él, diciendo con la voz más suave. — Marcus. Mírame. — Marcus alzó una mirada llena de lágrimas que no terminaban de derramarse. — ¿Quieres que te ayude? — Marcus tragó saliva y luego asintió. — Por favor. — Y se echó a llorar, y Emma le recogió en sus brazos. — No podría estar decepcionada contigo ni aunque quisiera, Marcus. — Eso solo le hizo llorar más todavía. Ahora se sentía tremendamente culpable. — Cariño, escúchame. — Le dijo cuando le dejó desahogarse, apartándole para mirarle a la cara. — Hablas de miedo, y te conozco: mi niño pequeño asustadizo sigue ahí dentro y puedo verlo. — Le acarició la cara, limpiándole las lágrimas. — Creo que puedo conseguir... mover mis hilos, y ver la manera de ayudarte. ¿Confías en mí? ¿Quieres que lo haga? — Marcus le miraba implorante, pero tenía real curiosidad por saber a qué se refería su madre con tanta intriga. Ella pareció leer su inquietud. — Mis métodos son los métodos de una Slytherin. Creo que eso ya lo sabes. Pero me mataría antes de hacerte daño, espero que eso lo des por hecho. — Lo sé. — Emma asintió. — Puedo intentar hacer lo que esté en mi mano para ayudarte, solo si tú quieres. — Marcus se mojó los labios. — ¿Qué tengo que hacer? — Venir a Inglaterra el día que yo te diga. Tú solo. Vienes por la mañana, pasas la noche en casa y te vuelves al día siguiente. Intentaré conseguirlo para antes de esa celebración druida que tenéis, aunque dadas las fechas me parece ya un poco precipitado, pero lo puedo intentar. — Marcus asintió.

Su madre dejó un beso en su frente. Poco a poco se sintió más calmado. — Marcus, por muy grande que sea tu miedo, nunca nos ocultes algo así. Sé que sabes diferenciar el bien del mal. — Arrugó los labios ante eso último, y fue a bajar la mirada y Emma recogió su rostro entre sus manos, obligándole a subirla. — Sabes perfectamente diferenciar entre el bien y el mal. — Tragó saliva otra vez. Si en el fondo no sabía por qué se molestaba en ocultarle a Emma nada, si debía saber lo que le pasaba perfectamente. — Si ocultas las cosas porque temes que las juzguemos, que no las comprendamos o que resulten un abismo insalvable entre tú y el resto de la humanidad, ese no es el camino correcto y lo sabes tan bien como todos nosotros. Es el primer paso para llegar allá donde no quieres ir. Es de lo que tienes que huir. Recuérdalo para próximas veces. — Asintió. Emma le acarició la cara maternalmente. — Vamos a dejar esta conversación aquí. Te avisaré cuando tenga lo que necesito para que vengas. Y ahora, vamos a centrarnos en William y Alice, que es para lo que hemos venido. — Se levantó. — Ve tú también a lavarte la cara y relajarte, yo entraré y te excusaré para que no te vean hasta que estés más tranquilo. Y busca un momento para hablar con tu padre a lo largo del día. Todo lo que has visto no es más que preocupación, solo que ya sabes que él y yo la manifestamos de manera diferente. — Se dirigió a la puerta, pero antes dijo. — Recuerda que te queremos muchísimo. — Se guardó volver a llorar de nuevo y, con una sonrisa leve aunque culpable, respondió. — Y yo a vosotros. —

 

ALICE

— ¿CÓMO HAS PODIDO OCULTARME ALGO ASÍ? — ¡No me levantes la voz, Arnold, que estás en mi casa y ya no eres un adolescente! — Esos dos gritos les llegaron de golpe, porque no habían sentido nada de los de abajo hasta ese momento. Alice y William se miraron. — Ahí está la reacción. — Vamos. — Y Alice casi se lanzó escaleras abajo. — ¡Los dos! ¡Ya está bien! ¡No ha pasado nada! — ¡No me digas eso, mamá! ¡Porque no sé si es que no te han contado todo o que estás tan ciega como papá! — El único ciego que hay aquí eres tú. — No era nada propio de Lawrence y Arnold pelearse, y menos en medio de la entrada de la casa. La abuela miraba desde la puerta de la cocina, y Alice y William llegaron justo por el medio. Arnold estaba hasta rojo del enfado, y el abuelo parecía un cuadro o una estatua de la pura seriedad, con los brazos cruzados. — Voy a pasarte todo esto porque estás preocupado por tu hijo, y lo entiendo. Pero no me culpes a mí. — ¡Claro que te culpo! ¡Te lo he dejado a ti! ¡Lo he separado de mí OTRA VEZ! ¡Y LLEGO Y ME ENCUENTRO ESTO! — ¿Qué? ¿Qué te has encontrado? — ¡MI HIJO ME MIENTE! — Todos mentimos alguna vez. Igual es que sabía que te lo ibas a tomar así. — Le afeó Molly. — A mí también me mintió. — Replicó el abuelo. — No es un tema fácil de contar ni de abordar, aún está midiendo cómo lidiar con ello. — ¡TÚ LE MANDASTE A CASA DE IRMA MONAD! ¡UNA MUJER ACUSADA DEL TABÚ QUE VIVE EN OTRA SECTA! — Alice abrió mucho los ojos y se le escapó un grito ahogado, lo cual hizo que los dos la miraran. El abuelo levantó las manos en gesto de calma. — Irma fue declarada inocente. — ¡Por ti! — Señaló de nuevo Arnold. — ¿No se lo has contado? — Preguntó, a la vista de la reacción de Alice. El abuelo suspiró. — Pues no. Irma era inocente, y no espero que lo entiendas, Arnold, porque fue un caso muy complejo que se me escapaba hasta a mí, pero lo era. — El abuelo la miró. — Y no se lo conté a los chicos, primero, porque, como ya he remarcado, al ser ella inocente, es algo que le corresponde a ella contar si así lo quiere. Y segundo porque… Alice estaba… y Marcus también… sensibles al tema de… — Culpa mía. — Dijo su padre, levantando la mano, como si fuera un niño travieso en Hogwarts. — Papá, el registro, por favor… — Pidió, cerrando los ojos y suspirando. — Supongo que es que mentir se ha convertido en la nueva moda de esta familia y yo no lo sabía. —

Aprovechando que se había quedado un silencio abierto, Alice se acercó a Arnold y le tomó de un brazo, mirándole. — Cuando Marcus fue a ver a la alquimista Monad ya habíamos encontrado dos reliquias. No es culpa del abuelo ni de ella. — ¿Y a ti no se te ocurrió decir “vamos a parar”? ¿Igual unas reliquias de dioses son demasiado para dos niños? — Alice ladeó la cabeza y trató de mantener un tono tierno. — Arnie… no teníamos ni idea de que eran reales… Pero… es una magia tan… — Ancestral, si ya, si tu novio lo ha dejado muy clarito. ¿Os parece bien a todos o qué? — Preguntó girándose. — Hijo, creo que no eres consciente de que los chicos han podido obtener las reliquias, y eso no es nada fácil, hay que ser un gran mago para ello. — Arnold miró a William. — Y a ti te parece genial, claro. — Su padre se encogió de hombros. — Si no fueran capaces de obtenerlas, no las habrían obtenido, Larry tiene razón. No sé cómo de peligrosa puede llegar a ser una reliquia. — Mucho. — Concedió el abuelo. — Pero están trabajando en ello, y, de nuevo, ellos las obtuvieron. — ¿No vas a parar nunca? Siempre igual con el “el niño es un genio”, “deja que se desarrolle completamente”. ¡QUE TENGA LA HABILIDAD NO QUIERE DECIR QUE PUEDA UTILIZARLA PARA ALGO QUE LE PONE EN PELIGRO Y QUE NO ENTENDEMOS! — ¿Y cómo crees que se avanza en la vida, eh? ¿Y en la ciencia? — ¡Oh, perdone, gran alquimista! ¡Siempre la ciencia! ¡No me importa tu ciencia, me importa mi hijo! Y pensaba que a ti también… — ¡ARNOLD O’DONNELL! ¡YA BASTA! — Interrumpió la abuela. — Ya está bien, hombre. No eres tú mismo. Vámonos tú y yo a dar una vuelta a que te despejes. — Y sin más palabra, se llevó a Arnold tirándole del brazo por la puerta.

Cuando esta se cerró, Alice se acercó al abuelo. — Lo siento. — Él suspiró y le acarició la espalda. — No, no… Es que… Arnold y yo siempre hemos diferido en tantas cosas… — Él siempre siente que no es suficiente para ti. — Le dijo William. — Lo lleva sintiendo toda la vida. — ¿Y cómo yo le he hecho pensar eso? — Preguntó el abuelo. Su padre se encogió de hombros. — Yo no lo sé, Larry, soy un desastre emocional. Pero sé que se siente así, y le preocupa Marcus, sabe que tiene mucho potencial, pero que el potencial a veces descarrila. — Pues ya está bien de decirle eso. — Dijo Alice un poco cortante. — Perdón, es que… — Se mordió el labio. — Eso también le asusta a él, y le condiciona ¿sabes? — El abuelo suspiró. — No hay forma fácil de abordar esto. — Les miró y les señaló. — Pero más difícil parecía esto y mira… —

 

MARCUS

Su madre entró y le permitió escabullirse al baño, tomando ella protagonismo en la sala para que ni le vieran a él entrar. Se lavó la cara y respiró profundamente hasta que se sintió más relajado. ¿Cómo no le había dicho nada a sus padres? ¿Qué le había llevado a pensar que ese era el camino más natural a tomar? De hecho, por mucho que lo tiñera de que "no había surgido", había usado la oclumancia para ocultárselo deliberadamente a su hermano. Lo había hecho y se había visto metido en ese bucle y no había sabido salir. Y ahora no sabía qué excusa poner para repararlo.

Pero mejor poner eso en pausa, porque lo importante en esa cita era cómo estarían William y Alice. Más tranquilo, salió al salón, con una sonrisa leve, expectante por lo que iba a encontrarse... y lo que encontró fue que su padre no estaba, ni su abuela, y su abuelo tenía muy mala cara. Frunció el ceño, pero entonces se dio cuenta de que, por el contrario, Alice y William parecían... ¿unidos? — ¿Qué tal? — Preguntó como si pasara por allí, en un alarde de elocuencia. William se guardó las manos en los bolsillos y se balanceó. — Inesperadamente mejor que otros padres de la sala. Quién lo iba a decir. — Recibió la fulminante mirada de Emma y se encogió. — Ya, el registro. Perdón. — ¡Buenaaaas! — Era cuestión de tiempo que apareciera un familiar por allí, por supuesto. Esta vez fue Niahm.

— ¡Emma! ¡Qué alegría verte! — Se fue hacia ella y le dio un afectuoso beso en la mejilla, y luego miró a William. — ¿Eres el padre de Alice? — Y la mujer miró a la chica con los ojos brillantes. Aunque no tenían detalles, se había corrido la voz de que Alice y su padre no estaban bien, y verle allí le había dado la oportunidad de ser portadora de buenas noticias. — Pues eso dicen. — ¡Ay! No hay duda, ahora veo que Dylan es igualito. — Eso dicen también... — Comentó el otro entre risas. — ¡Pues un placer conocerte, bienvenido a Ballyknow! — ¡Muchas gracias! — Y se generó un silencio levemente tenso. Niahm rodó los ojos a cada uno con una sonrisilla, notándolo. — Bueno eeem... Venía a traeros esto. — Y dejó un paquetito en la mesa. Marcus se acercó. — ¡Ah, las cáscaras de huevo de augurey! Muchas gracias. — ¡De nada! Si será por cáscaras... — La mujer miró a William. — Hacen cosas interesantísimas... — Es que las plumas de augurey repelen la tinta. Queremos probar transmutaciones con las cáscaras de huevo a ver si tienen la propiedad estos también, o solo el animal ya formado. — ¡Interesantísimas! — Enfatizó la mujer. Luego miró a Marcus. — ¿Se lo has contado ya a tu padre? Lo he visto paseando, pero no he querido interrumpir, que parecía que estaba hablando de un tema importante con la tía Molly... — Se volvió a generar cierta tensión en el ambiente, pero la mujer no pareció notarlo. Marcus se rascó la nuca. — Pues... no... ¿Y por dónde dices que estaban? — Se estaban acercando a la vereda del río por detrás de la casa de los Wallsh. — Marcus miró de reojo a Emma. La mujer dijo. — Quizás deberías ir a decirle que estamos a punto de empezar a comer. — Perfecto, era la confirmación que necesitaba. Se acercó a Alice, con cierta culpabilidad por no estar ocupándose de su tema, le dejó un beso en la mejilla y dijo. — Vuelvo rapidísimo. — Y salió de la casa para buscar a su padre.

 

ALICE

Cuando Emma salió, todos la miraron como perros asustados, pero ella solo suspiró. — ¿Y Arnold? — Se hizo el silencio, y la expresión de su suegra se volvió de hastío. — No me ha hecho caso en lo de lavarse la cara y relajarse ¿no? — Pues no. — Dijo Larry dejando caer los brazos. — Emma, ¿yo le he hecho sentir a Arnold que es una decepción para mí? — Ella cerró los ojos con impaciencia y volvió a suspirar. — ¿Te ha dicho eso? — No exactamente, pero ha dejado caer lo que piensa de mi ciencia y de las aspiraciones, y luego William ha completado la información. — La mirada que Emma le echó a su padre fue digna de un condenado a muerte, pero él ni se alteró. Nunca había conocido a nadie más inmune a las amenazas, verbales y no verbales, de Emma que su padre. — Eso no es exactamente así, Larry. — Se pellizcó el puente de la nariz. — Ahora no puedo atender a esto. — Por supuesto… — Y justo Marcus salió.

Quiso ponerle un poco al día, pero, Ballyknow siendo como era, hizo que apareciera Niamh por ahí. Menos mal que ha sido ella y ha sido ahora. Ni tiempo le dio a Alice a procesar la reacción de su padre, las cáscaras de augurey y el hecho de que Marcus desapareciera otra vez. — Claro, claro. — Le dio tiempo de decir mientras estrechaba sus manos. Y allí volvían a estar los cuatro. — ¿Podemos sentarnos? — Pidió Emma, y todos asintieron y pasaron al salón. Y otra vez, sentados, volvió el tenso silencio. Y esta vez fue Alice la que lo rompió, como si fuera su padre, inquieta. — Emma… lo siento… Cuando empezamos con esto no creí que… llegaríamos a algo así, pero ahora no podemos pararlo. No podemos saber que eso está ahí y no… — La mujer levantó la mano. — No tienes que explicarte, Alice. Pero ¿tenías miedo de contármelo tú también? — Eso la pilló desprevenida y se mordió los labios. — No miedo… — ¿No? — Solo quería ir a una con Marcus. Él es quien está haciendo casi todo. Él y Nancy hablan gaélico y leen runas, yo tan solo… estoy ahí, y aporto lo que se me ocurre o hago que no decaiga el espíritu. Pero es Marcus, Emma. Es como si hubiera nacido para esto… — Su suegra se quedó mirando a la nada, con la mirada perdida. — ¿Ha usado alguna de las reliquias? — Alice frunció el ceño. — ¿Usado? — Podrán usarse ¿no? Son receptáculos de poder. — Alice negó. — Solo las hemos encontrado. Bueno o nos las han… dado, a veces. Los elfos y los enanos. La espada sí la encontramos. Obviamente Marcus no ha usado una espada. — Dijo, tratando de hacer una broma, pero Emma solo asintió. — ¿Y le notas distinto? En el día a día. — Alice suspiró y trató de hacer un relato coherente. — Hombre, es muy importante haber encontrado esto, para él especialmente que, como te digo, ha sido la parte más activa de todo. Sé que está asustado por sus propias habilidades y lo que está consiguiendo... Y las reliquias son… agotadoras. Te enseñan cosas que no conocías, como las minas o la ciudad de los elfos, a veces dan hasta visiones. — ¿Visiones? — Preguntó el abuelo. — A mí la espada de Nuada me enseñó una visión de un guerrero con melena roja y tatuajes en plena batalla cuando la toqué. Y Marcus oyó a su cuerva, la que llevaba siempre en el hombro. Son segundos, pero a veces hacen cosas de esas. Por eso normal normal tampoco es que estemos, pero es parte de todo esto. — Apuesto lo que quieras a que no era un vikingo gordo y despeinado, eh, pajarito. — Dijo su padre, dándole con el codo. — William, te lo pido por favor, que ya tengo bastante de ti en la oficina. — Le afeó Emma, pero eso le hizo dar un respingo.

— ¿En la oficina? ¿Has vuelto a trabajar? — Y su padre levantó las manos, con una sonrisa satisfecha. — No es encontrar unas reliquias milenarias de dioses, pero algo es algo, ¿no crees, cariño? — Y miró a Emma de nuevo. Esta vez, ella estaba sonriendo levemente. — Estamos encantados. — Alice no pudo evitar reír un poco. — Con razón estás mejor. Trabajar siempre te sienta muy bien. ¿Qué tal tus hechizos? — Lo tengo en el departamento de investigación, de momento. — Ella abrió mucho los ojos. — ¿Eres su jefa ahora? — ¡Ya te digo! — Contestó su padre con tono exagerado. — Volverá a desarrollo, pero mientras tanto, va a aprender lo que es una fecha límite, una evaluación de seguridad y un montón de cosas que ni le sonaban. — Su padre asintió, con una sonrisa de niño y las manos en las rodillas, pareciéndose muchísimo a Dylan en ese momento. — Estoy en el cole. — Y suspendiendo de momento. — Emma suspiró y dijo. — Bueno, veo que al menos os habláis, que era el objetivo principal de venir aquí. — Miró al abuelo. — Larry… Arnold solo está asustado. Y es verdad que tú siempre has estado tan encima de Marcus con la alquimia… — Empezáis a hacerme creer que no debería haberlo hecho. — No es eso… — Explicó, tranquila, pero invitando a Larry a que rebajara la emocionalidad. — Él no pudo seguir la carrera de la alquimia. Y siempre muestras tanto interés en Marcus… que es normal que piense que tienes esa espina con él. Y también es normal que tenga miedo de la alquimia, es peligrosa. — El abuelo bufó. — Yo no necesitaba que mi descendencia fuera alquimista. Vamos, listo iba con los dos, no lo esperaba de ellos, ni lo quería, vamos. Pero él quiso probarla, luego no quiso seguir, y ya está, si es aritmántico como lo eran mis padres, no puedo estar más de acuerdo. — Pero no logra grandes cosas tampoco. — Ni tiene por qué. Yo no exijo la grandeza, Emma. Otra cosa es que tenga la grandeza delante de mí y la ignore. — Suspiró y se inclinó hacia ella. — Voy a admitir que a mí también se me ha escapado el tema de las reliquias, pero no se puede tener un poder como el de mi nieto y dejarlo descansando. Es un desperdicio, y me da igual cómo lo pongáis, Marcus no va a ser un auror pocionista, que muy bien por ellos, pero todo ese torrente mental y mágico hay que invertirlo, no se puede dejar pasar algo así. — Emma se reclinó en el sofá. — Como todos los torrentes… hay que controlarlo y dirigirlo… Y además, no creo que Marcus quisiera dejarlo pasar tampoco. — Tomó la mano de Larry. — Sabes que se va a sentir fatal por haberte hablado así ¿verdad? — El abuelo asintió. — Y yo por haberle hecho sentir que… quería algo de él que no… En fin… — Emma se levantó y dijo. — Bueno, vamos a vigilar la comida de Molly. Volverán y no quiero el cuarto drama del día porque se ha pegado el potaje. — Y eso sí les hizo reír, porque todos fueron conscientes de la escena con claridad.

 

MARCUS

Vivir en Ballyknow te acostumbraba a ir a todas partes andando, cosa que les pareció muy cómica cuando llegaron, pero al final habían asimilado con una naturalidad pasmosa, por lo que salió de la casa a toda prisa. Apenas llevaba dos calles cuando se dijo a sí mismo Marcus, ¿qué narices haces corriendo pudiendo aparecerte? Resopló y, acto seguido, se apareció en el lugar que Niahm había indicado. Se encontró con que apenas se había aparecido a dos árboles de distancia de por donde paseaban su abuela y su padre, que iban en la dirección en la que él estaba, y al verle aparecer se detuvieron en seco, no poco sorprendidos. Se quedaron unos instantes mirándose en la distancia, Marcus frunciendo los labios con tristeza, y su abuela evaluando las reacciones. Arnold había retirado la mirada.

Se acercó hasta ellos, pero se mantuvo en silencio. Lo rompió segundos después. — Papá... querría hablar contigo... — Arnold estaba visiblemente dolido, así que tragó saliva y fue al grano. — Lo siento. No tenía que... haberos asustado así, ni omitido tanta información. No me quiero justificar, pero me gustaría explicarme. — Molly, viendo que él estaba siendo humilde, miró inquisitiva a su hijo. Arnold parecía estar tardando en encontrar las palabras, así que la mujer echó aire por la nariz. — Me encantaría concederos privacidad, pero ¿sabéis qué? No lo voy a hacer. — Los dos la miraron casi asustados. — Sí, me voy a inmiscuir, y lo voy a hacer porque aquí hay muchas cosas absurdas que no se están diciendo, y deberían, para que dejemos de pensarlas. Y créeme que no tienen nada que ver ni con druidas ni con mitología ni con nada que se le parezca. — Les miró de hito en hito. — Puedo estar simplemente callada y mirando como si no estuviera aquí si simplemente la conversación sigue buen curso, pero no pienso permitiros que la terminéis sin haber puesto todas las cartas sobre la mesa. — Sacó la varita, se giró a una de las grandes piedras que había por allí y dijo. — ¡Engorgio! — Esta adoptó el tamaño suficiente para que los tres se pudieran sentar, y allá se dirigió, bien digna, mientras decía. — Ya la devolveré a su estado natural cuando terminemos. Que aún recuerdo la reprimenda que me echó Caoimhe Murray cuando me vio hacerlo de joven... —

Marcus soltó aire por la nariz y empezó. — Papá... No quiero que pienses que no os lo he contado por... — Se mordió el labio. — No sé por qué no lo he contado. — ¿Y entiendes que eso me preocupe, Marcus? — Lo entiendo. — Reconoció. — Pero... ha sido algo... Yo tampoco sabía gestionarlo. No sabía bien... Nos vimos metidos en algo más grande de lo que habíamos calculado de inicio, y sentía que... — Hizo un gesto con sus manos cerca de su cabeza. — ¡Me consumía mucha energía! Y tenía que concentrarme muchísimo y... Ya me conoces, yo tengo mucha capacidad para concentrarme, y tengo la misma para dejar algo a un lado para poder simplemente centrarme en otra cosa, porque si no, no puedo con todo. Lex lo dice, que mi cabeza está siempre dando vueltas a mucha velocidad, y por eso hay cosas que necesito simplemente... guardar en un cajoncito mental hasta que pueda ponerme con ellas. No sé explicarlo pero es mi manera de... lidiar con... todo lo que tengo en ella. — Arnold le escuchaba con atención, y Molly con serenidad, en silencio. — Lo de las reliquias ha sido algo muy... fuerte, que me ha demandado mucho. Y me estoy jugando la licencia de Hielo, ¿crees que lo he dejado de lado? Para nada, la alquimia sigue siendo mi pasión y lo que llevo toda la vida deseando hacer. Por eso, cuando no estaba con lo de las reliquias... simplemente lo tenía guardado en un cajón, como si estuviera bajo llave. Si estuviera simplemente dando vueltas por mi cabeza, me sería imposible concentrarme para estudiar. Y al estar tan encerrado... me decía a mí mismo que ese tema no existía. Y cuando lo liberaba era para enfrentarme a ello, y en esos momentos... era tan intenso, y estábamos tan centrados en ello, y todo iba tan rápido... — Se giró a Molly. — Abuela, dile cuánto le dedicábamos a las reliquias. Cuando nos poníamos, eran apenas dos o tres días, y volvíamos a la normalidad. — La mujer simplemente asintió, y él se giró a su padre. — Sé que es raro de entender... En mi cabeza tiene mucho sentido, pero de verdad, papá... no os lo contaba porque, simplemente, cuando no estaba con ese tema, el tema no existía. Era un contrasentido hablarlo porque era hablar sobre algo que no existe. Y cuando me ponía... no me quedaba energía ni... — Se mojó los labios. — Yo tampoco sé... darle forma a todo lo que está pasando. A mí mismo me cuesta creérmelo, y era como que... estaba esperando a... comprenderlo mejor, a ponerlo en pie, a darle un sentido uniforme para poder ir y deciros: mirad, papá, mamá, esto es lo que he hecho, esto es lo que he logrado, empezó así, continuó de esta forma y el resultado es este. Y como no podía hacer eso... Como se trata de algo tan diferente a todo lo que he hecho antes... simplemente no sabía contarlo, no podía hacerlo porque era como hablar de algo escrito en otra lengua que yo no sabía traducir. — Le miró apenado. — Pero no quiero que pienses que no confío en vosotros, o que temía vuestra reacción o... — Bajó la mirada. — Lo siento. Espero que puedas perdonarme. — Arnold casi ni le dejó terminar la frase. Simplemente se acercó a él en el asiento y le abrazó con ternura, y Marcus se dejó abrazar durante un buen rato.

Al separarse, su padre le dijo. — No tengo nada que perdonarte, Marcus. Tu mente es tan amplia que, sí, lo que dices tiene sentido, pero me cuesta entender que alguien tenga... semejante capacidad. Te lo digo desde mi más sincera admiración. — Le acarició los rizos. — Estoy convencido de que la has sacado de tu madre, y un Ravenclaw siempre se enamora de la inteligencia. — Marcus sonrió enternecido. — Disculpa esta reacción que he tenido, pero Marcus... lo que siento no es enfado ni decepción. Siento mucho miedo. — Marcus tragó saliva. — Todavía no sé muy bien la envergadura que tiene esto, y me da pánico en lo que pueda desembocar. Eres mi hijo, y tienes una mente privilegiada, y a veces temo que... lo sea demasiado. — Le miró a los ojos. — Prométeme que no vas a ponerte en riesgo. Siempre has sabido bien dónde estaba el peligro. — Marcus asintió.

Tras unos instantes de silencio, Molly echó aire por la nariz. — Los dos estáis omitiendo información. — Miró a su padre. — Pero personalmente, creo que si alguien tiene que revelar su parte, eres tú, Arnold. — El hombre la miró con ojos entornados. — No me mires así. Tu hijo es mayorcito ya, y si le pides tanta sinceridad, igual deberías empezar a ser sincero tú también. — Arnold suspiró. — No sé qué quieres que le diga. — Podrías empezar por la reacción que has tenido tú con tu propio padre después de un encontronazo con tu hijo. — Marcus le miró extrañado. ¿Encontronazo? Se le ocurrió una teoría que le hizo poner expresión asustada. — No, no, papá. El abuelo no tiene NADA que ver aquí, te lo aseguro. AL REVÉS. Todo el rato nos ha estado intentando convencer de que no lo hiciéramos, y que nos centráramos en la licencia, y previniendo de... — Ya, eso me ha dicho. — Paró el otro, pero Molly seguía teniendo aportaciones que dar. — Te lo ha dicho, pero no te lo has creído. — Arnold rodó los ojos y suspiró. Ahora parecía él también un adolescente. — Marcus... Es que decirlo en voz alta me hace sentir estúpido. — Igual es porque es una estupidez. — Gracias, mamá. — Respondió, ácido. — ¿Ves? Estas son las cosas que hacen que me sienta así. — Molly rebajó. — Tienes razón, hijo. No tenía que haber dicho que tus sentimientos son una estupidez, lo siento. — Hizo a continuación un gesto hacia Marcus, que seguía confuso. Arnold suspiró una vez más y decidió confesarse.

— Siempre he pensado que el abuelo... bueno, no estaba del todo orgulloso de mí. — Marcus parpadeó. Eso sí que no se lo esperaba. — Y Marcus, tú eres todo lo que él hubiera soñado en un hijo. — Veía a Molly negar con la cabeza por la vista periférica, pero Arnold siguió. — No solo por tu inteligencia, tu inquietud hacia la alquimia y tu labia y capacidad para darle justo lo que quería, sino por ese punto ambicioso que te hará llegar donde desees. — Hizo un gesto con las manos. — Hijo, por favor, no pienses que esto es un ataque de celos, te lo suplico, porque no es así. Simplemente... me he asustado y... Tú te has ido con tu abuelo, y de repente me ha dado por pensar... que él pudiera estar dándote tantas alas para la grandeza que no mida, y que puedas meterte en algo muy serio y peligroso, solo por satisfacer contigo lo que no pudo satisfacer conmigo. — Pero ¿de verdad piensas que el abuelo piensa eso de ti? — Preguntó, descuadrado. Miró a su padre más de frente. — Papá, desde que hemos llegado a Irlanda, si el abuelo no ha contado un millón de veces anécdotas tuyas de pequeño con sus padres, de cómo la abuela Martha te hacía cuentas, de cómo le resolviste una vez una progresión al abuelo Horacius, de la vez aquella que le resolviste un cálculo con el que estaba atascado porque te colaste en su taller y viste unas cuentas y las resolviste y apenas tenías siete años... — Estaba viendo los ojos vidriosos de su padre, pero también que esas anécdotas no se las había visto venir. — Papá... Esto que voy a decir va a sonar feo, pero... A mí el abuelo me quiere mucho, y está orgulloso de mí... Pero, seamos sinceros, me pasea un poco como a un trofeo. — Rio, y escuchó a su abuela reírse por lo bajo también, y a Arnold se le escapó una sonrisilla. — Pero si de alguien está orgulloso... es de ti. Yo soy una copia de él, sería muy ególatra quererme más a mí que a ti. En ti ve a sus padres, y lo que él ni supo ni quiso hacer. ¿O no te has dado cuenta de que la historia es exactamente la misma contigo que conmigo? — Arnold le miraba sin saber qué decir, y rápidamente se limpió una lágrima furtiva. — No lo había pensado así. — Marcus frunció los labios. — Ha estado muy feo no dejarte contar lo de la progresión. — Arnold, que estaba emocionado, puso expresión confusa. — ¿Qué progresión? — Marcus le miró con obviedad. — Jolín, ahora me siento aún peor, papá. ¡Tu progresión nueva! La que habéis descubierto estos días. — Arnold puso expresión de que, realmente, se le había olvidado y acababa de caer. — Has empezado a contarlo y el abuelo te ha interrumpido para mandarnos al taller a que yo te contara lo mío... Y ahora que lo dices... sí que ha parecido que lo mío importaba más que lo tuyo. — Negó. — Pero créeme que no ha sido por eso. El abuelo me estaba dando la lata hasta el infinito con que vosotros debíais saberlo, con que nadie podía asesorarme mejor que vosotros y con que os debía respeto. Sé que ha podido no parecerlo, pero... sí que te estaba priorizando más a ti que a mí con ese corte. — Se encogió de hombros. — Pero en fin, es el abuelo. El don de palabra, más que nos pese a todos, lo heredé de los Horner. — Arnold soltó una carcajada, Marcus se rio con él, y de repente, a los dos le llegaron dos calambrazos que le hicieron dar un salto en la piedra. — ¡Bueno ya está bien de meteros con mi Larry, que es un alquimista de reputación y vosotros dos mocosos! — ¡Abuela! — ¡Mamá! — ¡Que ya vale he dicho! — Se guardó la varita, sorbiendo, y acto seguido les estrujó a los dos en un abrazo. — Mis niños. Lo que yo os quiero no lo sabe nadie. — Y Marcus y Arnold se miraron, estrangulados por el abrazo, y se aguantaron una risa. Cuando se separaron, Arnold dijo. — Venga, volvamos a casa y... dejemos ya esto estar. Y centrémonos en lo de William, que para eso hemos venido. —

 

ALICE

— ¡PRIMA ALICE! — El grito de Seamus prácticamente en su oreja la sobresaltó en la silla. — ¡TU PADRE MOLA MOGOLLÓN! ¡ES GENIAL! ¡Y EL MEJOR LIADO! — Y como vino se fue, lleno de estrellitas y corazones morados flotando a su alrededor. Sí, era el sentir general, que su padre era genial. Después de una comida un poco… No iba a decir incómoda, pero desde luego no alegre y distendida, se habían reunido en la plaza para un mitin que Siobhán quería darles a todos. Y les había venido muy bien, porque, por supuesto, la familia estaba entregadísima, Siobhán y Edith Hannigan se habían currado unas actividades chulísimas por el día de la mujer (que se le había olvidado por completo que era tal cosa) y ahí su padre se había visto en su ambiente y no había parado de hacer hechizos aquí y allá a las cosas, convirtiendo aquello en una auténtica feria, tanto que, al final, Arnold y Emma tuvieron que reñirle. Y cuando ya estaban recogiendo, vino una tromba de agua como la de por la mañana, pero Cletus se opuso en redondo a que volvieran a casa y allí estaban todos, en casa O’Donnell, como si fuera Navidad.

Por supuesto, los niños iban detrás de su padre como los vagones con una locomotora, siendo uno de esos vagones Marcus, pero no le iba a negar eso después de lo mucho que le habría echado de menos, y, ciertamente, ese día era mejor dejar a Emma y Arnold tranquilos, que se les olvidara un poco el mal rato. Bueno, Emma, Arnold y Larry, porque, después de haber hecho las paces, parecía que aquellos dos iban a recuperar todo el tiempo de su vida aquella noche. Ella simplemente necesitaba reposar la cabeza y el corazón, pero no iba a ser una aguafiestas.

Amelia llamó su atención y sonrió, mirando por la ventana junto a la que se sentaba Alice, mientras bebía de su taza de té, cómo Marcus y su padre jugaban con Brando, Seamus y Rosie en el jardín, aprovechando las últimas luces. — Hay un placer en la vida que solo se te concede cuando ya tienes una edad, que es disfrutar de la felicidad a base de vivirla de forma vicaria en tus nietos, y no te digo ya nada si tienes bisnietos. — Alice le sonrió y se sirvió té también. — Molly está viviendo mucha felicidad a través de ti ahora que has perdonado a tu padre. — Tuvo que asentir, pero suspiró un poquito. — Sí, una vez más, todo estaba sobre mis hombros. Le perdono y ya se arreglan todos los problemas de golpe. — Amelia negó y la miró de lado. — No son así las cosas y lo sabes, Alice. Sé que has sentido mucha presión con este tema, pero tú vas a ser enfermera, sabes que todos queremos que las enfermedades se curen. Y es innegable que parte del proceso de curación de tu padre era reparar, poco a poco, y de forma que todos pudieran verlo, vuestra relación. — Ella se abrazó las piernas sin dejar de mirar por la ventana. — Pues yo tengo miedo de que crean que la carrera acaba aquí. Que todos piensen que ya está, mi padre está curado. Que toda la atención y el apoyo que ha recibido ahora se acaben porque yo vuelvo, y Alice puede con todo. — Se quedaron en silencio unos segundos, cuando Amelia dijo, con la voz rota. — Vi a muchos hombres con esa mirada. Muchos a los que les curé las heridas, a los que salvé la vida… Para siempre con un abismo en la mirada. — Hizo un gesto con la cabeza. — El padre de Saoirse y Edith, sin ir más lejos. No soy su mejor amiga ni muchísimo menos, pero era una mirada que guardaba un dolor sinigual. — Se inclinó hacia ella y le tomó la mano. — Con esto no estoy quitándote dolor a ti. Es solo que tú lo has manifestado y manejado de maneras diferentes. Y tu padre… — Se abrazó a sí misma. — Tendrá esa mirada… probablemente mientras viva. — Alice le imitó el gesto, acariciándose el jersey. — Sí, algún día encontrarán curas para esas enfermedades que dicen que son eternas… —

Amelia se había quedado callada y pensativa, pero Alice creía que simplemente estaba recordando momentos, hasta que la vio removerse y mirar a ambos lados, como si quisiera asegurarse de que no había nadie. Luego se inclinó y empezó a hablar en voz baja. — Cuando di a luz a Cillian le tuve aquí en casa, era lo que se hacía en aquellas épocas, ya sabes… Y la primera noche, estaba yo durmiendo y algo me despertó. Vi a mi suegra, a la madre de Cletus y Larry, asomada a la cuna de mi niño, pasándole la varita iluminada por delante de la cara, y claro, imagínate mi estupefacción. — Se removió un poco más y los ojos se le pusieron brillantes. — Entonces, mi suegra vino a mi cama y me pidió perdón llorando y me contó algo que me dijo que ni Cletus y ni Lawrence sabían. — Alice frunció el ceño. — ¿No estaba el tío allí contigo? — Amelia hizo un gesto con la mano y cara de cansancio. — Eso es ahora, hija. Cuando yo tuve a mis hijos, allá por la edad de piedra, se mandaba a los hombres a cualquier lugar donde no molestaran, al menos los primeros días. — Ambas rieron un poco, y Amelia volvió a mirar a los lados, antes de tomarla de la mano.

— Lo que mi suegra me contó fue que Cletus, al nacer, era ciego. — Alice parpadeó y luego abrió mucho los ojos. — La pobre estaba muerta de miedo de que sus hijos nacieran ciegos también, y cuando tuvimos a Eillish y Nora, para ser sincera, yo también, aunque no sé hasta qué punto todo esto era cierto, pero claro, ya a una le metían el miedo en el cuerpo… El caso es que, cuando Cletus nació, ellos se habían ido a vivir a Dublín a trabajar en la cámara de comercio, y los médicos de allí les dijeron que sería ciego toda la vida, que eso era todo. El caso es que en aquel entonces había otra guerra… Qué historia la nuestra, hija… Y mis suegros volvieron aquí con el bebé, era más seguro. Y mi suegra, como es normal, estaba desesperada por su bebé, claro. Todo lo que quería era encontrar una cura, Horacius se había resignado un poco más porque, si era lo que los médicos decían… Y entonces, mi suegra cuenta que vino una druida a verla. — ¿Una druida? ¿Como Albus? — Eso me contó. Me dijo que en aquellos entonces, ellos ayudaron, desde la cámara de comercio, a hacer llegar semillas, patatas y demás a las colonias druidas, que lo estaban pasando francamente mal con la hambruna. De la comuna de aquí cerca se encargó ella, y por eso vino la druida a buscarla. Aquella druida le dijo que sabía que ella era una portadora de un visionario de la tierra, porque cuando fue a la comuna estaba embarazada. — Alice volvió a parpadear. — No estoy dando crédito con todo esto. — Ya lo sé yo, imagíname a mí, recién parida, enterándome de esta movida, como dice mi nieto Andrew. — Eso la hizo reír un poco. — El caso es que la druida le dijo que, para ellos, la ceguera es un don de madre Eire, que les hace ver de otra manera, ver a través de la tierra, y como es un don, un regalo, puedes simplemente rechazarlo. Martha estaba tan desesperada que le preguntó cómo, y la druida contestó que tenía que bañarlo en el pozo de Aran, y darle las gracias a Eire de corazón, y, con humildad, ofrecerle de vuelta el don para alguien que supiera usarlo, y una vez hecho todo, hiciera mirar al niño hacia el amanecer, cuando el sol saliera por la costa de Irlanda, que es la tierra de la madre, y ella se llevara así la oscuridad y trajera la luz a los ojos del niño. — ¿Y lo hizo? — Hasta le latía el corazón rapidísimo, y eso que se negaba a creer a pies juntillas todo aquello. — Vaya que si lo hizo. Mi suegro era reticente a ello, pero Martha estaba tan desesperada que allá se fueron. Pasaron la noche entera en Aran, al lado del pozo, rezándole a Eire, y apenas diez minutos antes del amanecer, metieron a Cletus entero en el agua del pozo, y esperaron. Y… al salir el sol, el niño empezó a reírse y a alargar las manitas hacia la luz… Nunca lo había hecho antes. — Tanto Alice como Amelia tenían las lágrimas a punto a salir y notaban un nudo de emoción en la garganta.

— ¿Por qué no se lo contaron nunca a Cletus? — Amelia se encogió de hombros. — ¿Por miedo a romper el hechizo? No tengo ni idea, la verdad. Cuando Lawrence nació, estaba perfectamente, y decidieron criarle como si nada hubiera pasado, que nunca tuviera ni una sombra de duda en su capacidad de ver. También es que mis suegros eran gente de ciencia, no creo que quisieran esparcir el conocimiento de algo así… — ¿Y tú te lo crees? — Preguntó Alice con tono de incredulidad. Amelia suspiró y se dejó caer sobre su butaca. — La cabeza me dice que no, Alice, por supuesto. Yo soy enfermera mágica, he trabajado desde la nada, he curado heridas con mis propias manos sin tener que rezarle a ningún poder… Y te juro que, si creyera que hubiera servido de algo, habría rezado por salvar piernas, brazos, muchachos enteros, demasiados jóvenes para la guerra que llegaban ya perdidos a mis manos, pero… — Se mordió el labio inferior. — Pero mi suegra no me mentía esa noche, Alice. Y ella no quería que Cletus lo supiera, y yo nunca lo he mencionado a nadie. Porque bueno, yo qué sé, ¿y si simplemente no le diagnosticaron debidamente y ellos ya habían asumido la ceguera del niño, aunque no la tuviera? O quizá nació con un defecto y luego se fue curando, estamos hablando de principios del siglo XX con una terrible hambruna y una guerra en Irlanda… No lo sé, hija, pero… — Miró hacia fuera de nuevo. Ella siguió su mirada y parpadeó incrédula.

— ¿Qué me estás diciendo, tía? ¿Qué haga un ritualito con mi padre de cero base científica? — Amelia suspiró y sacudió la cabeza. — A ver, hija, la que ha hablado con druidas eres tú… — ¡Para otras cosas! Quiero decir, hay cosas de su poder y su medicina que… Bueno, eso ahora de igual. — Dijo apretando los ojos y sacudiendo las manos. A ver si iba a hablar de más. — La enfermedad de mi padre es mental. No es un bebé ciego. El agua… El agua de un pozo no cura lo que mi padre tiene. — La tía se rascaba la mejilla, pensativa. — Puede, pero… cuando miraba a tu padre, cuando se queda callado y deja salir la mirada… Tu padre está ciego en cierto modo. No puede ver la felicidad. — Mi padre se va a tratar con su psicóloga que es magnífica. — Dijo, tajante. No quería ser desagradecida con Amelia, pero ya había tenido bastantes consejos en su vida sobre su padre. Se quedaron en un tenso silencio unos segundos y Amelia volvió a tomar sus manos. — Claro que sí, mi vida. Tu padre ha encontrado una profesional estupenda, y le has perdonado porque ha mejorado. Y seguirá mejorando. Y mira, puede que no quieras hacer el ritual que hizo Martha, por supuesto, pero… ¿por qué no aprovechas la fiesta de Ostara? El equinoccio de primavera, y… marcáis un antes y un después. — Alice sintió cómo las lágrimas le resbalaban por la cara. Ella había tenido su oportunidad de cerrar y empezar de cero. Fuera en Aran o en otro sitio… le debía a su padre esa oportunidad.

 

MARCUS

El mítin de Siobhán y todas las delirantes ideas de William le habían despertado las ganas de hacer una especie de concurso de preguntas y respuestas para los niños... pero no era el experto en "cosas del día de la mujer" que le hubiera gustado ser, había llegado poco preparado a la fecha, y se había quedado especialmente con uno de los puntos de su prima: que en ese día, los hombres deberían no quitar el protagonismo a las mujeres. Así que le dio la vuelta y, en un alarde de improvisación porque, lo dicho, no llevaba nada preparado, dejó la batuta a Rosie cuando William y él se quedaron solos con los niños. Seamus era el que menos caso hacía a su hermana, pero en honor a la verdad, Seamus no hacía caso a nadie. — Esa pregunta es para Marcus. — Dictaminó, y le entregó una de las pegatinas de corazón a William. — Pero como la respuesta no la sé yo, seguro que la sabes tú, porque haces hechizos y eres mayor. — Gracias por el halago de los hechizos... — Si la dice bien, le das una pegatina, y si no, se la queda Brando. — Marcus miró a William con complicidad y se encogió de hombros, como diciendo pues si esas son las normas, que así sea. Rosie hizo como que leía la pregunta en el papelito que tenía en la mano. — ¡Atención! Yo tengo una tetera, y quiero jugar al té, y tengo té en la tetera, pero entonces, a mi merienda de té vienen siete mayores, y yo tenía mi tetera con té para tres niños, y han venido siete mayores. ¿Cómo lo arreglo con hechizos? — Marcus siseó, mirando a William. — Uff... Esta es difícil ¿eh? — ¡Muy difícil! — Porque hay que contentar a todos. — Hizo como que pensaba fuertemente. — A ver a ver... Qué se me ocurre... Hmmm... Podría... ¡Hacerle un Engorgio a la tetera! Así es más grande. — Señaló a William con obviedad. — Aunque, ¡claro! Se agranda la tetera, pero el agua es la misma. — ¡Efectivamente! Muy bien, Marcus O'Donnell, muy despierto. — Gracias. A ver que pueda pensar... — Rosie atendía, formalita y callada, mientras Brando seguía apilando bloques y Seamus yendo y viniendo por ahí. — Podría echarle un Aquamenti a la tetera y así tendría más agua. — ¡Pero es té! ¡El agua tiene que estar muy caliente! — ¡¡Es verdad, qué cabeza la mía!! Qué difícil... — Piensa, Marcus, piensa... — ¡William, me vas a tener que ayudar, no sé cómo calentar agua con la varita! — ¿Seguro que necesitas la varita? — William miró a Rosie y susurró. — Con lo cerca que lo tiene y no ha caído... — ¡Ya sé! ¡Con alquimia! — Dio una palmada y miró a la chica. — ¡Lo tengo! Engorgio a la tetera, Aquamenti para que haya más agua y, después, un círculo de calor para calentarla. Et voilá! Té para todos. — ¡Muy bien! — Celebró William, y ya le iba a dar el corazón cuando Rosie interrumpió. — Pues no, eso no es lo que había que hacer. — La miraron, entre divertidos y extrañados. La niña dijo con obviedad. — ¡Son mayores, no niños! ¡No quieren té, quieren cerveza! — William se cayó para atrás de la carcajada, haciendo que Rosie le mirara como si creyera que era tonto. Marcus se contuvo, aunque por dentro estaba muerto de risa también. — Me temo que transformar té en cerveza sí que se escapa de mis competencias. —

Empezaba a caer la luz y a hacer cada vez más frío, por lo que Rosaline se llevó a los dos niños a casa, no sin antes meter a Brando dentro para que no se resfriara. Marcus fue a entrar también, pero William le detuvo. — Eh, yerno... ¿Te apetece un paseo? O darle la vuelta a la casa, porque creo que no llegaríamos muy lejos igualmente con todos los que hay aquí. — Marcus sonrió y asintió. — Claro. — Reconozco que ya no sé si eres el partido que quiero para mi hija teniendo en cuenta que no puedes convertir té en cerveza, pero te lo perdonaré. — Eso le hizo reír, y comenzó a caminar junto a William. Espontáneamente, dijo lo que sentía en ese momento. — Te he echado de menos. — Lo dicho, le salió espontáneo, sin pensarlo. El hombre le miró emocionado y pasó un brazo por sus hombros. — Mi chico... Ni en mis mejores sueños pensé que sí que acabaríamos siendo familia. — Marcus sonrió, agradecido.

— Marcus... creo que a ti también te debo una disculpa. — Le miró, parpadeando. — ¿Por qué? — Tardaría un buen rato en enumerar los motivos, y sé que tú no quieres oírlos. Pero... es parte de mi proceso de mejora, y mi hija tiene razón: basta de perdones vacíos. — Suspiró. — Sé que Alice es la persona que más te importa, y no solo la he hecho sufrir, sino que te he obligado a soportar ese sufrimiento dejándote sin herramientas para hacer nada, ha debido ser muy frustrante; te coloqué en una posición muy complicada con respecto a... tus padres. No ha debido ser agradable para ti ver a tu madre obligada a intervenir para pararle los pies a tu suegro; por si todo esto fuera poco, lo del viaje a Nueva York... para ti fue peligroso, desagradable y, desde luego, algo a lo que no deberías enfrentarte, ni te tocaba por edad ni por responsabilidad, y aun así lo hiciste, con las repercusiones que eso tenía; intenté utilizarte para obtener información sobre alquimia... puede que sea de lo que más me avergüence de todo. — El hombre tragó saliva y le miró. — Y... sé cómo me has mirado toda la vida, lo mucho que me has querido y admirado... y he tirado esa imagen por los suelos... Me avergüenza muchísimo. — Marcus le había dejado hablar por educación, pero cuando detectó que había terminado, negó rápidamente. — No has tirado ninguna imagen. No tienes que... — Marcus. — El hombre le puso una mano en el hombro, hablando con más serenidad de la que nunca le hubiera visto. — Sé lo que estás haciendo. Sé que te niegas a ver esa parte de mí, por el cariño que me tienes y por, precisamente, no enturbiar esa imagen... Pero, si realmente quieres hacerme un favor... prefiero que sí que aceptes esto que te digo, y que decidas si quieres perdonarlo o no. Entendería que no lo hicieras, aunque si te conozco de algo, lo harás. Prefiero escucharte decir que me perdonas, a que sigas negando que esto ha ocurrido. — Marcus le miró apenado. — ¿Eso te ayudaría más? — William asintió, con una sonrisa tranquila. Marcus tragó saliva y, costándole horrores, lo dijo. — Te perdono. — Vio cómo la sonrisa del hombre se ensanchaba y los ojos se le iluminaban, pero él se sentía fatal, así que se lanzó a abrazarle y él le respondió, diciendo. — Nunca has dejado de ser el mismo niño cariñoso de siempre. —

Se separó, conteniendo la emoción, pero entristecido. — Te prometí que haría a Alice volver, pero siento que no he hecho nada... — Hijo, si no fuera por ti, por tus padres, y por tus abuelos... prefiero no pensar dónde estaríamos los Gallia ahora. Todos nosotros. Hasta tu tía Erin ha encarrilado a mi hermana. — Eso le hizo reír levemente. — No hablemos de eso: cuéntame qué planes tienes para la licencia, que aún no he tenido la opción. ¡Ah! Y tienes que hacerme esa pedazo de exhibición de examen que hiciste en Piedra, que tenías a todos fascinados. Con suerte, le das ganas a mi hija de hacerla también, que la suya tampoco la he visto. — Pues verás... — Se pasó un buen rato hablando de sus avances, tanto que echaron a andar y perdieron la cuenta de por dónde iban paseando. Cuando se quiso dar cuenta, estaban cerca de casa de los abuelos, y eso le hizo recordar algo. — ¡Dame un segundo! ¡Vuelvo enseguida! — Salió corriendo, entró al taller y rebuscó lo que quería. Fue al trote a buscar a William de nuevo, que le esperaba con una sonrisilla curiosa. — Los hice para toda la familia y para los amigos y... Las cosas aún no estaban arregladas, pero cuando supe que ibas a venir, te hice unos... — William miró el saquito, intrigado, y nada más verlos, exclamó. — ¡Sé lo que son! ¡Tus bombones con propiedades! — Soltó una carcajada. — Dylan me habló de ellos durante aproximadamente dos pergaminos y medio. — Eso le hizo reír.

Cerró la bolsa y le miró. — Marcus, confío al cien por cien en lo que estáis haciendo con las reliquias. — Eso le pilló desprevenido. — Te lo digo en serio. Sé que a tus padres les habrás causado... una impresión. Pero el hecho de que las hayáis encontrado me hace pensar que podéis manejarlas correctamente. — Marcus agachó la cabeza. — No estoy seguro, William. — Marcus, eres capaz de hacer cosas maravillosas... — Esto no es hacer bombones. — Interrumpió. — Esto es... Esto es algo que... temo que se me vaya de las manos. — El hombre le miró con ternura. — Marcus, eres el hijo de las dos personas con la cabeza más centrada que he conocido en mi vida, además de inteligentes y poderosas. Has sacado lo mejor de los dos. Y mi hija... ¿qué te voy a decir de ella? Mi hija, a mis ojos, es perfecta, porque ha sacado las pocas cosas buenas que tengo yo, como la curiosidad infinita y la inteligencia, y todo lo bueno que tenía su madre, que era muchísimo, porque Janet era infinitamente más capaz de lo que ella misma creía de sí y de lo que pudo demostrar, por desgracia. Si alguien puede haber de írsete las cosas de las manos, soy yo... y no creo que a vosotros os pase. — Se llevó una mano al pecho y dijo. — Palabra de chalado. — Marcus chistó, pero también se echó a reír. El hombre hizo un gesto con la cabeza. — Venga, volvamos de nuevo a casa de tu tío. Yo todavía hay muchas cosas de este pueblo que necesito conocer. —

Notes:

¡POR FIN LLEGÓ! Cómo hemos penado por esa reconciliación Alice-William, teníamos TANTAS ganas… Que hasta hemos llorado un poquito, ¿vosotros no? Y bueno… Casi por descuidarnos, generamos un drama familiar en los O’Donnell. ¿Os visteis venir esto? ¿Cómo creéis que van a solucionarlo? Ya conocemos a Emma, siempre tiene un plan. Pero seguid, seguid… Que esta semana os cae ración doble.

Chapter 82: Mírame a los ojos

Notes:

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Árboles genealógicos
Índice Piedra
Lista de reproducción de Piedra
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☼ Canción asociada a este capítulo: Saurom - El pozo de Arán

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MÍRAME A LOS OJOS

(13 de marzo de 2003)

 

ALICE

— Oye, pajarito, ¿y esto andando no se podía haber hecho? — Te dije que era una caminata. — Sí, sí, pero no mencionaste lo de que sería de madrugada. — Sí, sí lo hice. Dije que antes del amanecer. — Claro, y yo pensando que sería como diez minutos antes. — No queda tanto. — ¿Se había creído la historia de la tía Amelia? No, no mucho. A ver, no creía que ella mintiera, pero era más fan de la teoría más científica de que Cletus no había sido bien diagnosticado. Y con todo y con eso… le había dado una idea. 

No quería enturbiar el regreso de su padre al trabajo, pero Emma le aseguró que podía arreglarlo para que su padre pudiera quedarse hasta el día trece por la tarde. Luego se enteró de que Emma quería llevarse a Marcus a Inglaterra ese mismo día… No se veía autorizada a comentar aquello. Se imaginaba que tenía algo que ver con el desarrollo del tema de las reliquias, pero… En fin, no la tranquilizaba en absoluto, pero, de nuevo, no quería enfurecer a los O’Donnell. Y ella tenía que cerrar cierto tema con su padre. 

Por supuesto, William estaba tan predispuesto a darle todo lo que quería que había dicho que sí y ni había escuchado el plan detenidamente, y de ahí que estuviera quejándose de estar caminando a las cinco y diez de la mañana por la isla grande de Aran, que no era el terreno más difícil del mundo, pero tampoco un sendero de vacas recto y liso. — ¿Te has preguntado en todo este rato por qué hemos venido aquí? — Su padre levantó las manos. — Yo me dejo llevar. — Alice rio un poco. — Ya veo… Pues estamos aquí por los druidas. — ¿Me los vas a presentar? — Eso también le hizo gracia. — Solo conozco dos. Uno de ellos es… especial. Creo que si te lo presento os vais a llevar bien. Es un pobre ermitaño, los druidas le dieron de lado, pero es un amor. — Suena como un buen colega para mí, sin duda. ¿Y el otro? — El otro es el matón del príncipe de los druidas. — Su padre hizo un gesto muy exagerado. — ¿Príncipe? Qué muggle suena. — Eso le hizo soltar una carcajada. — Prefiero no saber qué te harían si te oyeran decir eso. — Es que un príncipe que necesita matones… — Espada juramentada, pero tú me entiendes. — Su padre adelantó un poco para ponerse a su altura. — ¿Y me llevas con ellos? — No, pero te llevo a un sitio druida. — Suspiró. — ¿Sabes qué? Me interesa mucho cómo curan los druidas. Hay muchas cosas que nosotros podemos curar y ellos no, pero también hay algunos casos en los que ocurre lo contrario. — Tragó saliva y miró a las estrellas. — Y también… creen en la sanación de… nuestra relación con la tierra, con la vida. — Caramba, pajarito, sí que estás esotérica. — Ella encogió un hombro. — Creo que si se enfoca de una forma un poco más figurada… puede venir bien. Y tú y yo vamos a beneficiarnos de ello. — Yo lo que tú me digas, cariño. —

Por fin llegaron, siguiendo las indicaciones de la abuela, al pozo. Estaba rodeado de esas misteriosas estructuras de piedra fina y negra que había siempre en los santuarios antiguos de los druidas, y que a esa hora, cuando por fin empezaba a clarear, pero el sol no había salido, daban un poquito de miedo. — Guaaaau, impresionan… ¿Todo esto lo hicieron ellos? ¿Hace cuánto? — Alice asintió. — Más o menos cuando se construían las pirámides. Lo druidas no son… unos neandertales ni nada por el estilo. — Acarició las piedras, sintiendo ese vibrar particular tan característico de los sitios impregnados por la magia ancestral. — Ya lo sé, hija, no soy Larry. Si yo siempre he pensado que a mí me iría mejor con ellos. — Ella negó. — Seguro… Con la de normas que tienen. — Pues para eso me necesitan, para ver que no son tan importantes. — Alice suspiró y se acercó al pozo. — Anda, ven aquí, y escúchame que te voy a hablar en serio. —

Por fin podían mirarse más o menos a las caras sin la luz de las varitas, y Alice hundió las manos en el pozo hasta tocar el agua con los dedos. — Los druidas creen que este pozo es mágico y que cura la ceguera. Para ellos la ceguera es un don, porque te permite ver… otras cosas, que alguien con vista normal no puede percibir. Pero aun así, si te quieres quitar ese don, puedes venir aquí, darle las gracias a Eire por él, pero rechazarlo. — Su padre atendía muy serio, asintiendo. — Tú y yo hemos estado ciegos de alguna manera. — Alargó las manos mojadas para tomar las de su padre. — ¿Te acuerdas de lo que te dijo mamá justo antes de morir? — Se le quebró la voz. Su padre suspiró. — Que no se arrepentía de nada. — Alice negó. — No, me refiero a justo antes. — Estaba alucinando. Creía que estábamos en Utah, en el desierto. — Ella volvió a negar. — Yo creo que no. Mamá te conocía mejor que nadie, papá. Sabía que eres como Ícaro, y que te podías quemar. ¿Y te acuerdas de lo que me dijo a mí? — Que fueras libre. Siempre libre. — Dos lágrimas brotaron de sus ojos. — Ninguno de los dos le hemos hecho caso del todo. Tú te dejaste cegar y hasta quemar por el sol. Y cuando no estabas ahí, simplemente no estabas. Y yo… — Tú sí que has sido libre, pajarito. — Ella negó. — Pero me he dejado atar a… el rencor, los malos recuerdos, me escondí en Irlanda… Uno no puede ser libre con todas las cosas que yo traía dentro, papá. — Él la miró y asintió entre lágrimas, apretando sus manos. — Tú y yo tenemos una relación estrecha y a veces complicada con el sol. Y dentro de una semana voy a enfrentarme a los druidas en el equinoccio solar, quiero hacerlo segura de mí misma, de mis alianzas, de quién me apoya en el mundo… — Hizo un gesto hacia el horizonte. — ¿Ves lo que hay ahí? Es la línea entre cielo y el mar. — Siempre te has preguntado que había más allá. — Ella asintió con una risa. — Y la respuesta siempre fue la misma: mi futuro. Y dentro de unos minutos, el sol. — 

Tiró de su padre para colocarse uno a cada lado del pozo. — Papá, ¿a ti qué te parece lo de dentro? — Su padre se quedó unos segundos pensando y luego la miró. — Agua, pero supongo que eso no es una respuesta para una alquimista. — Lo es, pero déjame que te diga: ¿puedes ver algo diferente en esta agua? — Él negó. — ¿Puedes ver nuestras heridas? Esas que nos han cegado, nos han separado, nos han dado los peores momentos de nuestras vidas. — William sonrió un poco y negó. — Entonces, consideremos que esta agua que no tiene nada que la diferencia a la vista, es la que puede ayudarnos a curar las heridas que no podemos ver, junto con el compromiso, el perdón renovado, la terapia… ¿Te parece? — Su padre la miró travieso. — Va a estar fría ¿eh? — Bueno, solo nos las echamos en la cara ¿vale? — Señaló hacia el este. — En cuanto vaya a salir el sol, nos la echamos con los ojos cerrados, y, cuando los abramos, que sea mirando hacia el nuevo amanecer, hacia el sol. Porque todo lo bueno de nuestra vida ha sido el sol: el que brillaba en el desierto para mamá y para ti, el sol que es Marcus para mí, y sol como el que tiene nuestro patito en el pelo. Y vamos a decirles a Lugh y Folda, que son los dioses de la inteligencia, que gracias por el don de ver cosas donde nadie más las imagina, y por el creer que puedes cargar con todo gracias a tu inteligencia, pero que lo que tú y yo queremos es ser felices, ¿vale? — William se limpió dos lágrimas y se situó. — Estoy listo, Alice. — 

Justo cuando vio el primer brillo despuntar, Alice hizo un gesto con las manos y lo llenó de aquella agua helada. Y sería agua normal, pero se sintió vigorizada y renovada al notarla en su cara, resbalando entre sus dedos, chapoteando al caer de nuevo al pozo. E incluso con los ojos cerrados, sintió la luz que la iluminaba poco a poco. Cuando los abrió, se miró con su padre, goteando aún por la cara, y, espontáneamente, volvieron a darse las manos, llorando. — Es el amanecer más bonito que he visto en mi vida. — Besó sus manos y le miró emocionado. — Los druidas y los alquimistas deberían envidiar a mi niña. Mucho más lista que su padre, y tan buena como su madre. Tú les vas a llevar a todos ellos muy lejos, mi pajarito. Si has conseguido que estemos los dos aquí, así… Si has tenido un corazón tan grande como para perdonarme… — Alice rio un poco y asintió. Se sentía… diferente. ¿Había recuperado la vista? No exactamente, pero… Algo había cambiado en ellos, y ahora podía mirar a los ojos al resto de su vida, a lo que le esperara, sabiendo que había hecho todo lo que estaba en su mano por sanar sus heridas.

 

MARCUS

Su madre no había llegado a decirle dónde iba a llevarle, o para qué, probablemente para que no fuera antepuesto, y él se limitó a dejarse llevar: no solo es que confiara plenamente en ella, es que sabía perfectamente que, si Emma guardaba tanto misterio, era porque conocer la información con antelación probablemente trajera más consecuencias negativas que no saberla. Lo único que sabía era que debía estar en su casa lo más temprano posible en la mañana, que pasaría el día y la noche allí y que, al día siguiente, aprovechando que era viernes, viajarían los tres juntos de nuevo a Ballyknow para celebrar San Patricio. Es decir, que lo que fuera que iban a hacer cubría el plazo de un día. Ni más, ni menos.

Se había despedido de Alice en casa, si bien su intención era no despertarla por ser escandalosamente temprano, pero su novia también tenía un plan que hacer con su padre que implicaba madrugar. El tiempo era frío y ventoso (un día más), y por eso se ofreció a irse solo a la aduana, pero su abuelo se empeñó en acompañarle, le daban igual la hora y el frío. No pudo evitar reír levemente al despedirse de él. — Abuelo, que voy a casa de mis padres, no al patíbulo. — El hombre hizo amago de sonreír, pero seguía sombrío, asintiendo lentamente. — Ya, hijo, ya… Si dónde mejor ibas a estar… — Marcus le puso cara pillina. — ¿Te ha chivado mi madre algo? Me extrañaría… — No sé nada, no. — Rio levemente otra vez. — Venga, abuelo, anima esa cara, que lo que quiera que sea, siendo su hijo, no será mortal. Si fuera otro no lo afirmaría con tanta ligereza, pero no va a sacrificar a su primogénito antes de que haya dado beneficios. — El hombre suspiró, intentando tomárselo tan a broma como él, y minutos más tarde se despidieron. Fue cuando se apareció en su casa y vio que Arnold ya estaba en el trabajo y Emma perfectamente preparada, esperándole para salir donde quisiera que fueran, cuando empezó a ponerse tenso.

Se aparecieron en una de las zonas del Londres mágico a la que Marcus no acostumbraba a ir, porque estaba llena de edificios de oficina y otras sedes relacionadas con el Ministerio, pero no era exactamente el mismo lugar en el que estaba el Ministerio. De hecho, por su tía Andrómeda creía que por allí había varias sedes de obliviadores, aparte de otras de los aurores secretos, detectives mágicos y… en fin, en general, sedes de trabajo de la parte más oscura, dentro de la legalidad, del mundo mágico. Miró a su madre y trató de bromear. — Si tirara aquí una aguja, se pincharían quince Slytherins. — Su madre le miró con los ojos entornados y una sonrisa de lado. — Me alegra ver que te lo estás tomando de una forma tan distendida. — Le he dicho al abuelo que no ibas a matarte. Espero no haberme equivocado. — Emma chistó, rodando los ojos. — Qué cosas tienes… — Vaya. No has dicho que no. — Marcus, por favor, hoy te pido seriedad. — Hizo un gesto de cremallera en los labios y se mantuvo en silencio. El problema era que, viéndose dónde estaba y sin saber dónde iba, si no estaba diciendo tonterías se ponía progresivamente más y más tenso.

Llegaron a un edificio que no había visto en la vida y que le hubiera pasado absolutamente desapercibido aunque pasara por esa calle a diario. Una vez en el interior, Emma les identificó a ambos una decena de veces y pasaron por más controles de seguridad de los que podría asegurar que tuviera todo el Ministerio junto, y Marcus solo podía mirar de reojo a su madre y preguntarse dónde diablos le llevaba. ¿Acaso había una comunidad druida escondida en Londres y estaban accediendo a ella de forma privilegiada? Porque tanto requerimiento y misterio no lo podía explicar de otra forma. Como si le hubiera leído el pensamiento (otra vez), en lo que recorrían un largo pasillo con puertas a los lados situado en un tercer piso subterráneo, Emma dijo. — Entenderás cuando lleguemos que no son cosas que se puedan tener en lugares que no estén lo suficientemente regulados y protegidos, no porque sean especialmente peligrosas per se, pero por lo que podrían generar a nivel de confusión si se filtraran lo más mínimo. — Decirle eso y no decirle nada, para su estado de confusión, venía a ser más o menos lo mismo. Finalmente, Emma se detuvo ante la puerta que les habían indicado. Para aumentar su ya instauradísima confusión y su creciente tensión, simplemente se detuvo ante ella, sin abrirla, y le miró en silencio. Tras una pausa que seguro que fue más breve de como él la sintió, dijo. — Esto es algo a lo que necesitas enfrentarte, Marcus, y sé que puedes hacerlo. Lo has hecho otras veces en otros momentos de tu vida, muchas más de lo que crees. — Empiezo a asustarme en serio, pensó, pero no lo dijo por miedo a que Emma interpretara que seguía de broma. — No te traería si no estuviera segura de que puedes. Y de que lo necesitas. — Frunció levemente el ceño. Tanta ceremonia le tenía MUY extrañado. Dicho esto, Emma dio un paso atrás, en un gesto que indicaba que quería que fuera él quien abriera la puerta. La miró como si quisiera, por última vez, descifrar algo antes de verlo, pero finalmente tomó el pomo y abrió.

Apenas había abierto para descubrir el interior, pero ya había visto suficiente. Un fuerte escalofrío le recorrió todo el cuerpo, y bruscamente dio un paso atrás, cerrando la puerta en el gesto. — No. — Marcus… — No, no, mamá. No puedes pedirme que haga esto. — Escúchame… — No estoy preparado. — Llevas preparado para esto desde los trece años, por eso Hogwarts lo… — No. — Insistía, negando con la cabeza y dando pasos hacia atrás, y empezaba a sentir que las emociones desagradables tomaban dominio de él. — No puedo… No puedo, lo siento. — Marcus, hijo. — Emma le detuvo, poniendo las manos en sus hombros, porque de verdad que estaba dispuesto a desandar lo andado y marcharse. — Está bajo control. — No lo está, esa cosa nunca lo está… — Yo estoy contigo, y sé que puedes vencerlo. Lo has hecho otras veces. — No, no ha sido así. Siempre me paraliza. — Marcus. — Le miró a los ojos. — Solo es un boggart. Es un ente informe, te muestra lo que ya tienes en tu cabeza. Es la mejor forma de derrotarlo. — ¿Es que no recuerdas lo que pasó la primera vez que vi uno? — Se separó de sus manos. — Mamá, es la primera y única vez que una profesora ha tenido que intervenir conmigo, me quedé paralizado, me bloqueó, me dejó trastocado varios días. — Y al final lo venciste. — Porque vino Alice a ayudarme. — Pues hoy estoy yo. Y me dijo tu hermano que te enfrentaste a otro boggart en séptimo por ayudar a un compañero. — Iba en otra posición diferente a la de hoy… — Marcus, no me hagas rogarte por una cosa así. Te lo pido por favor. — Soltó aire por la boca. Emma no solía adoptar actitud de súplica (y, de hecho, seguía bastante serena, en su línea, aunque mucho menos de lo que solía estarlo, porque a ella tampoco debía agradarle nada aquella situación). — No te habría traído si no considerara que lo necesitas. Y que lo puedes hacer. — Él tenía hasta ganas de llorar de pensar a lo que tenía que enfrentarse, y la sala que había visto solo le había mostrado un armario cerrado. Negó otra vez, tembloroso. — No puedo… — Emma se acercó a él. — Podemos. Con esto y con más. — Afirmó, y lentamente y sin dejar de mirarle, tomándole de la mano, se acercó a la puerta y volvió a abrirla.

La puerta tras ellos debía tener activado uno de los millones de sistemas de seguridad del edificio que no alcanzaba a comprender, porque se cerró automáticamente tras ellos, dándole sensación de no tener escapatoria, pero Emma hizo un gesto tranquilizador para decirle que todo seguía bajo control. Miró hacia el armario: ahí estaba, cerrado, inmóvil cuando lo vieron desde la puerta, pero ante su presencia había empezado a agitarse. Tragó saliva. — ¿Y qué se supone que tengo que hacer? ¿Abrirlo, ver qué sale, tirarle un Ridikkulus e irme, como si esto fuera otra prueba de Hogwarts? — Emma le miró. — Enfrentarte a tu mayor miedo no es la minucia que estás dibujando. — Hizo un gesto hacia el armario. — Y esto es un boggart de verdad, de los restringidos y custodiados por el gobierno. No es uno de los boggats destinados al alumnado. — ¡Ah, me estás diciendo que este es PEOR! — Exclamó, y fue a añadir otro sarcasmo cuando empezó a detectar lo que le pareció una especie de vaho verdoso saliendo del armario. Se le pusieron todos los pelos del cuerpo de punta, y volvió a negar con la cabeza y a dar pasos para atrás. — No, no. Mamá, por favor, deja que me vaya. — Marcus. — ¡¡No puedo enfrentarme a esto!! ¡No estoy preparado, me va a…! — Se llevó las manos a la cabeza y soltó un gemido lastimero. — No voy a poder pararlo. — Cariño, mírame a los ojos. — Le bajó las manos y le hizo mirarla, y poco a poco fue bajando con él hasta quedar los dos sentados en el suelo. — Nos vamos a quedar aquí, un ratito, hasta que nos relajemos. — ¿Cómo voy a relajarme…? — El boggart no puede salir del armario hasta que no lo liberes. — Marcus miró de reojo. El humillo verde seguía saliendo. — Está detectando tu presencia y lo asustado que estás. — Y aún está encerrado. ¿Qué hará cuando salga? — Asustarte. Esa es su función. Pero hoy vas a mirarlo a la cara, vas a ponerle nombre a ese miedo y lo vas a derrotar. Y yo voy a estar aquí contigo. Tenemos todo el tiempo del mundo, igual que aquel día intervino la profesora, hoy intervendré yo si es necesario. — Le tomó las manos, sin dejar de mirarle. — No voy a dejar que te pase nada malo. Estás conmigo, mi niño. — Tragó saliva, y aunque seguía mirando el armario con inseguridad, se quedó allí con su madre, hasta que consiguió relajarse lo suficiente.

Como era evidente, el boggart en el armario no hacía absolutamente nada, y de hecho el humo verde prácticamente se había disipado por completo cuando llegó a relajarse, si bien de vez en cuando el ente se sacudía. Eso le dio más sensación de control… pero seguía inseguro. — Ya estás más tranquilo. — Le dijo su madre, tierna pero también afirmativa, nada de dejar margen a la duda haciendo una pregunta. — ¿Estás preparado? — La miró, temeroso. La respuesta seguía siendo no, pero no iba a salir de ahí hasta que no lo hiciera, y al menos ahora podía decirse a sí mismo que no era más que un bicho que solo podía hacer cosas si le abrían una puerta, y que aun haciéndolo, le iba a mostrar algo que estaba en su cabeza de todas formas. Si lo razonaba, no podía ser tan malo ni tan difícil de vencer… pero la perspectiva de lo que sabía que podía encontrarse le aterraba tanto que se sentía paralizado por dentro.

Tras pensárselo unos segundos, asintió. Ambos se pusieron de pie y Emma le acompañó hasta ponerse frente al armario, a una distancia prudencial del mismo, con la varita preparada para abrir. Su madre se quedó retirada unos pasos, como hacía la profesora, mostrándole que estaba ahí pero dejándole a él su protagonismo. Respiró hondo fuertemente y se sintió temblar, pero cerró los ojos, pensó en Alice, en su familia, en sus amigos, en todo lo bueno y querido que tenía en su vida. Se dijo que debía enfrentar ese miedo por sí mismo, pero también por ellos y por la vida que tenía por delante. Abrió los ojos y, mentalizado, ordenó a su varita que abriera la puerta.

Las puertas se abrieron lenta y ceremoniosamente, con un tétrico chirrido, dejando ver un interior… vacío. Disimuló el desconcierto de ver que de allí no salía absolutamente nada, y tragó saliva, sin bajar la mano de la varita. Una exclamación ahogada de su madre le hizo girarse en el acto, y se vio obligado a procesar demasiadas cosas en apenas una fracción de segundo: Emma se había retirado a un lado, porque ella tampoco se había esperado ese movimiento por parte del boggart… porque ahí estaba, justo al lado de ella. Una imagen idéntica a la que a Marcus le devolvía el espejo cada día, era él, tal cual era, solo que con los ojos de un verde mucho más intenso, y una expresión sombría y, al mismo tiempo, villanesca, con una sonrisa ladina y soberbia, y que emanaba la seguridad de quien sabe que tiene el mundo a sus pies, y la verdad absoluta en su mente. — Perdona, madre, no era mi intención asustarte. Ni que esto fuera contigo ni nada ¿no? — Marcus no se acostumbraba a verse a sí mismo de esa forma, escuchar su voz con ese tono maquiavélico y tener que enfrentarse de frente a… él. El otro Marcus ahora le miraba, dando pasos hacia el lado y obligándole a moverse en círculos para no perderle de vista, como si estuvieran en un duelo. — ¿De verdad creías que iba a salir por esa puerta como si nada? Un mago tan poderoso no haría un movimiento tan previsible. — Marcus tragó saliva, pero no respondió. Sus esfuerzos se iban en taladrarle con la mirada, como si quisiera analizar su punto débil, ver por dónde era más inteligente derrotarle. Era una maniobra absurda, en primer lugar, porque era un boggart y solo había una forma de vencerle, pero el mismo ente era tan realista que lograba que se te olvidara; en segundo, porque el otro Marcus le miraba como si para él todo eso no fuera más que un juego de niños, y le hacía sentirse ridículo por estar gastando tanta energía en algo en lo que no tenía la más mínima posibilidad.

— Me alegra que vengas a verme. — El Marcus boggart se mojó los labios con una expresión de satisfacción, y el gesto le resultó preocupantemente familiar. — Ya habrás llegado tú solito a la conclusión de que soy el único que puede ayudarte con Phádin. — Apretó los dientes, porque sintió la mirada de su madre, extrañada, sobre él. El boggart también se dio cuenta y ahora se dirigía a ella. — ¿No te lo ha contado? — Chasqueó los labios. — Qué despiste… Pero le ha venido muy bien esta estrategia tuya para saber lo que tiene que hacer para enfrentarse a sus enemigos. — Habla conmigo. — Le espetó. El boggart le devolvió una mirada que, una vez más y para su mayor irritación, parecía satisfecha. — Es a mí a quien te estás enfrentando, no a ella. — Como desee… — Empezó a hacer una pomposa reverencia, mientras decía. — …Su majestad… — Ya inclinado, alzó los ojos para mirarle y decirle. — …El Hijo de Ogmios. — El boggart se irguió de nuevo. Le parecía como una versión de sí mismo aún más alta. Hizo un gesto lánguido con la mano tras él para señalar. — ¿Por qué no tomamos asiento? Así dialogaremos más cómodamente. — Al mirar, vio el enorme trono. Retiró la mirada inmediatamente, tembloroso. No dialogues con él. Es un boggart, no se puede dialogar, no cometas ese error, te llevará a su terreno, pensó, y fue a abrir la boca para lanzar el hechizo, cuando el otro, que le miraba con descarada expresión de aburrimiento, dijo. — Vamos, Marcus O’Donnell. ¿De verdad vas a perder el tiempo con técnicas vacías de colegio? “No dialogues, no merece la pena…” Tú eres mucho más que eso. Tú eres poderoso. Podrías doblegarme con un solo pestañeo. — Sonrió de nuevo, dando un paso hacia él. — Mírame a los ojos. — Y cometió el error de hacerlo, y rápidamente bajó la mirada. Se había sentido como mirar a un basilisco pero sin llegar a morir por ello, y ahora sí que temblaba de arriba abajo. — Marcus, lanza el hechizo. — Le instó su madre. — Solo tiene palabrería. — Con lo que te gusta a ti mi palabrería, madre. De dónde la habré sacado. — Respondió el boggart, y Marcus volvió a mirarle. El boggart miraba a Emma con los ojos entornados, pero tan pronto Marcus le miraba, se dirigía de nuevo a él de una forma que helaba la sangre.

— ¿Cuándo vas a reconocer que no es miedo lo que me tienes? ¿Cuándo vas a reconocer que esto es a lo que aspiras? — Jamás. — Murmuró, lleno de ira y miedo. — Yo no soy como tú. — ¿Como yo? Tú eres yo. Eres exactamente así. — Volvió a caminar hacia él. — Tú tienes este poder. — El boggart apenas había hecho nada, y del suelo empezaron a levantarse lascas de piedra, a levitar a su alrededor, bajo su atónita mirada. — Tú eres la tierra. — Sintió que las pupilas se le dilataban y la mano de su varita empezaba a temblar. Estaba perdiendo el control de la situación. — Tú eres magia ancestral. Todo el poder en tus manos. Esos druidas… Gente sin tus conocimientos, anclada al pasado. ¿Los del Ministerio? Funcionarios aburridos sin perspectiva de la historia, de la vida, de los dioses. Tú lo tienes todo, lo de ambos mundos. El equilibro de los contrarios. ¿Qué no podrías llegar a conseguir? — Marcus, lanza el hechizo ahora. — La orden de su madre le llegó, como diría Lex, como una quaffle cuando te pilla fuera de guardia… y por eso no pudo ejecutar bien ni la recepción de la misma, ni el posterior lanzamiento. Temblando como estaba, y sin ningún tipo de convencimiento, lanzó. — ¡Ridikkulus! — Y el boggart, en el mismo instante en el que el hechizo fue pronunciado, estiró el brazo, y su mano pareció atraer el haz de luz, y con un movimiento tajante como un cuchillo, lo estiró hacia el costado, lanzando la magia hacia la ventana a su derecha. El hechizo impactó como una bola de demolición sobre los cristales, haciéndolos añicos con gran estruendo. Marcus dio un paso atrás, atemorizado, y al mirar al boggart, este dibujó una sonrisa malévola en los labios. — Imagina poder hacer esto con cualquier ataque. — Bajó el brazo, y una vez más, dio un paso hacia él. — Imagina ser absolutamente invulnerable. — Abrió la mano. Un haz de luz verde flotaba sobre ella. — Solo tienes que potenciar el poder que ya tienes. — Extendió la mano hacia él. — Ya lo has hecho otras veces… Sabes hacer magia solo con el poder de tu mente. — Tenía la mirada puesta en la mano, en el haz de luz verde brillante, pero el boggart le interrumpió con una voz profunda que pareció resonar dentro de sí mismo. — Mírame a los ojos. — Le miró inmediatamente, como presa de una maldición Imperius. — Qué podrías hacer con la mente de otros cuando osen hacerlo contigo… — ¡¡Ridikkulus!! — El hechizo había salido de detrás de él, pronunciado por su madre, e impactó de lleno en el otro Marcus. El boggart giró sobre sí mismo como una peonza, y cuando volvió a su posición, iba ataviado con un pomposísimo y ridículo vestido rosa lleno de volantes, sacado de un salón de baile del siglo XIX, con gran sombrero de plumas y flecos incluido. El Marcus boggart tenía ahora una risita absurda y afectada, y movía el pañuelito de su mano mientras decía con una voz preparada para sonar burlonamente femenina. — ¡Ay, caballero! ¡Ayúdeme! ¡Soy muy delicada! — Emma empezó a reírse exageradamente… pero Marcus, no. Porque el boggart había entrado en su cabeza demasiado, y todo lo que debería estar interpretando ahora como ridículo, lo estaba traduciendo a todo lo contrario.

— Marcus, ríete. — Le pidió su madre en un momento determinado, sin dejar de forzarse ella misma en reír, mientras el boggart hacía reverencias y se movía tontamente con el vestido de acá para allá. Pero el Marcus real se le había quedado mirando, con los ojos chispeantes de odio y la varita aún alzada.  — ¿Dónde habrá aquí un mago lo suficientemente poderoso para mí? — Decía el boggart con voz de pito, y sus frases habrían desatado las carcajadas de cualquiera, pero a Marcus se le había instaurado el obsesivo pensamiento de que ese boggart seguía en acción, porque el hechizo no lo había lanzado él. Y que, cada cosa que decía, podía ser interpretada en su contra. — ¡Oh! ¿Me estás apuntando con la varita? ¿Vas a hacerme daño? — Le dijo, y Marcus apretó aún más los dientes. Me está retando, pensaba, una y otra vez. — Marcus, tienes que reírte. — Pero él más clavaba la mirada en el boggart. — ¿Me vas a hacer daño? — Me está vacilando. Apretaba la varita con tanta fuerza que tenía los dedos blancos. — No podrías ¿verdad? No harías daño a… alguien como… yo… — Lo quiero matar. No me basta con ridiculizarlo. Quiero destruirlo. Temblaba más y más, y en su cabeza el boggart era de todos menos ridículo. — Creía que era todo lo que un caballero como tú querría… — Marcus. Ríete, Marcus. — Marcus no escuchaba a su madre, solo odiaba al boggart cada vez más y más. Y sin él darse cuenta, el hechizo empezó a flaquear, y los ropajes rosas empezaron a diluirse. — ¡Marcus! — ¿No es así, Marcus O’Donnell? — La voz empezaba a ser cada vez menos aguda, y una última frase chirrió en su cabeza. — ¿No soy yo todo a lo que aspiras? — Se llenó de odio como si de un chispazo se tratara, afianzó el brazo de la varita y, con todas sus fuerzas, lanzó. — ¡SECTUM…! — ¡EXPELLIARMUS! — Su varita voló de sus manos a las de su madre, movimiento que no se vio venir en absoluto. La mirada de odio se dirigió a ella ahora de forma fulminante, por haberle pillado desprevenido.

Emma respiraba agitadamente y le miraba preocupada. — Dame la varita. — Ordenó con voz grave, extendiendo la mano hacia su madre. Ella dio un paso atrás, y tratando de mantener la templanza, dijo. — No es así como se vence a un boggart. Tienes que lanzar su hechiz… — Dame la varita. — Ordenó de nuevo. Emma le miraba temerosa. Negó con la cabeza. — No hasta que no me asegure de que vas a usarla correctamente. — ¡NO PUEDES DESARMARME! — Gritó, provocando en Emma un paso atrás verdaderamente asustado. Él también estaba fuera de sí, el propio miedo estaba hablando por él. El miedo y esa otra voz.

— ¿Buscas esto? — Al mirarle, la mano del boggart le mostraba su varita. Parpadeó, incrédulo, y Emma, a la desesperada, dio un paso adelante de nuevo. — Esa no es tu varita, Marcus. ¡Mírala! — La mostró. — La tengo yo. — Como que un mago como tú necesita varita. Ya has demostrado varias veces que tu poder va más allá. — Intervino el otro Marcus de nuevo. Con una sonrisa ladina, le invitó a actuar. — Vamos. Puedes quitárnosla a cualquiera de los dos, sabes que puedes perfectamente. — Hizo una caída de párpados. — ¿Cuántas veces habías pensado que no podías gritarle a tu madre y lo acabas de hacer? Has hecho cosas mucho más complicadas… — Marcus, mírame a mí. — Le pidió Emma. Tenía los ojos llenos de lágrimas. — Voy a devolverte tu varita, pero tienes que usar… — ¿Ahora te va a dar miedo que explote todo mi poder? — El boggart había vuelto a hablar a Emma, y esta le miró. — Es lo que has querido toda la vida, mami… — ¡CÁLLATE! — Le escupió. — ¡TÚ NO ERES MI HIJO! — Marcus la miró súbitamente, y entonces entendió ese temblor y ese miedo que su madre lucía en la cara. Este también es tu boggart. Al mirarlo, el otro Marcus le estaba lanzando un beso al aire, chulesco. Eso sí que jamás lo haría él. Y el boggart, por avaricioso, por querer asustar a los dos al mismo tiempo, acababa de abrir una fisura por la que se pensaba colar.

— Enfréntate a mí. Es la última vez que te lo digo. — Retó al ente. Este le miró, respondiendo inflado de orgullo. — Así me gusta. Doblegando a cualquier ser a su paso. — Cállate y vete por donde has venido. No eres más que una mala parodia de mí. — No te oigo reírte para ser yo tan parodiante. — Endureció la mirada y dijo, otra vez. — Mírame a los ojos. — Marcus apartó la mirada, y el boggart pareció hacerse más audible, en su cabeza y en toda la sala. — Así que eres capaz de mirar a los ojos de cualquier otro que te lo pide pero no de mirarte a ti mismo. — Apretó los dientes… y alzó la mirada, clavándola en él. Los ojos verdes brillaban con un fulgor peligroso. — No hay comunidad mágica que pueda contigo. — Dejó al boggart hablar, mientras le devolvía la mirada a los ojos. El boggart se acercaba a él, y él caminaba hacia atrás, haciendo como que se retiraba… pero se estaba acercando a su madre. Tenía su propio plan. — Eres la tierra. Eres poder. Tienes la magia ancestral en tus manos. — Se seguía acercando a él, pero Marcus había llegado a toparse con Emma. Discretamente, en lo que el boggart hablaba y no lo percibía, tomó la mano libre de su madre e hizo que le abrazara la cintura por la espalda, dejando su propia mano en la de ella. En la otra, la mujer tenía ambas varitas, la suya y la de él. El boggart notó el movimiento, y soltó una cruel carcajada. — ¡Oh, qué tierno! ¿Crees que puedes vencerme usando el poder del amor, como si fuera un villano cualquiera? — Negó. — No seas ridículo, Marcus: ¿crees que yo, que soy tú, no sé lo que es para ti el amor? El amor es el poder más fuerte que tienes. — Le estaba ganando terreno otra vez, y su nueva risa era de quien piensa que está ganando la partida, porque Marcus había vuelto a temblar. Sabía perfectamente el camino que estaba tomando. — Las personas que quieres te llenan de poder. Piensa todo lo que podrías hacer junto a ellas… por ellas… Podrías volverlas inmortales. — Se sintió flaquear, y su madre lo notó. — Marcus… — A mi señal. — Le susurró de vuelta, volviendo en sí, a su plan. Mientras el boggart hablaba, discretamente, tomó la mano de su madre que aferraba las varitas. — Todo tu poder infundido de tu conocimiento, de la magia ancestral y del amor. Seríais inmortales. Seríais… — Le miró fijamente, sonrió y añadió. — Imparables. — Y esa fue la señal que él mismo necesitaba para actuar. Apretó la mano libre de su madre y ambos, en sincronía, estiraron los brazos que sostenían sus varitas y lanzaron a la vez. — ¡¡RIDIKKULUS!! — El haz de luz salió propulsado y brillante, con tanta fuerza que les hizo dar pasos hacia atrás y tan iluminado que les cegó. Cuando pudieron ver, el boggart se había dividido en un Marcus y una Emma vestidos con las ropas más pueblerinas y absurdas que nunca habían visto, y él intentaba tocar una pandereta y una caja al mismo tiempo, mientras Emma trataba de seguir el ritmo de lo que parecía un baile regional, sin dar ni una y tropezándose con todo a la vez. Escupió una espontánea carcajada, él primero, y los dos prorrumpieron en crueles e incontrolables risas justo después, hasta que el boggart se dio por lo suficientemente humillado y se escabulló al armario, donde quedó encerrado bajo llave de nuevo.

Al verse a salvo, Marcus cayó al suelo de rodillas, y de la propia tensión empezó a llorar, y Emma se lanzó a abrazarle, llorando también. — Mi niño… Mi pobre niño… — Lo siento, mamá. No quería que vieras esto… — Los dos lloraban, pero cuando pudo hablar, la miró. — Mamá… este… este también era tu boggart. ¿Piensas esto de mí? ¿Crees que puedo volverme así? — Emma le acarició la cara. — Me aterroriza pensar que te he llevado a esto. — Marcus sacudió la cabeza, confuso. — ¿Tú? — Negó. — Cómo vas a llevarme tú a esto. Tú me alejas de esto, mamá. — Tragó saliva y le apretó las manos. — ¿Sabes para lo que más me ha servido esto? Para confirmar una teoría de la que ahora estoy absolutamente convencido. — Soltó aire por la boca. — No puedo vencer a esto solo. Te necesito. Os necesito a papá, a Alice, a Lex, a los abuelos y a ti. Necesito que estéis conmigo. — Se abrazó a ella. — No me dejéis solo con esto, por favor. Tenías razón: no contároslo es el camino del que debo huir. No me dejéis solo… — Emma le apartó, diciéndole. — Marcus, mírame a los ojos. — Él le hizo caso. Qué paz sentía mirando esos ojos color miel, después de haber visto lo que acababa de ver. — Sé quién es mi hijo. Ese monstruo estaba muy lejos de ser tú. — Le sonrió, entre lágrimas. — Y ese verde tuyo es mucho más precioso así, al natural. — Rio levemente y volvió a abrazarse a ella. Era un miedo con el que tenía que vivir y aprender a combatir día a día. Pero no estaba solo.

Notes:

¿Es posible que hayáis pasado un poquito de miedito? ¿Sí? Si sois fans de la saga, sabéis que la historia de Marcus y Alice con los boggarts es complicada, pero… ¿creéis que era necesario? ¿Y ese pozo mágico para William? ¿Creéis que alguna de las dos escenas tendrá repercusiones reales en el futuro? Nos morimos por saber lo que pensáis. Os leemos por aquí, gracias por vivir momentos tan emotivos con nosotras cada semana.

Chapter 83: The reuniting glass

Notes:

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☼ Canción asociada a este capítulo: The high kings - The parting glass

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Chapter Text

THE REUNITING GLASS

(17 de marzo de 2003)

 

ALICE

No quería despertar a Marcus por nada del mundo, que el día de San Patricio era muy largo, y su novio había vuelto de Londres… distinto. No podía decir que mal, él atendía a todo, estudiaba, estaba cariñoso… Pero si a ella le había cambiado el pozo de Arán, a Marcus, lo que fuera que hiciera en Londres, también lo había hecho. Y Alice se moría de ganas de saber qué había sido, pero no quería presionar, así que entre eso y lo que se les venía encima, estaba especialmente mimosa con su novio.

Muy despacito, salió de la cama y se puso ropa cómoda, porque les quedaba mucho trabajo por delante, y ella se había montado un conjunto elegante y muy de Saint Patrick que ponerse con la capa verde oscura reglamentaria que todos llevarían al memorial y el desfile, pero no se quería arriesgar a estropearla con todo lo que le quedaba por cocinar y organizar. El pasillo era un concierto de ronquidos de señor, y ya no distinguía si eran Arnold, su padre, o el abuelo, pero eso le hacía un poquito más feliz. Bajó a pasitos suaves por las escaleras, pero se sorprendió al ver la luz de la cocina. Entró chasqueando la lengua. — Abuela, no tienes rem… ¿Abuelo? — ¡Hija! Hazme el favor y ayúdame. — Larry tenía un cazo, una lechera, una hervidora y una cafetera hechizados, haciendo mucho escándalo, y ni uno en el fuego. La hervidora se puso un poco pesada con Alice dándole en el hombro. — ¿Qué quieres? — ¡Un café! ¡Un café nada más! ¡Pero es que solo obedecen a Molly! — O que tú no sabes usarlos, se dijo, pero ya tenía bastante con los cacharros en barricada.

Diez minutos después, estaban los dos con un café por delante, mientras Alice empezaba a preparar las cosas. — Bueno, ¿y qué haces levantado? — El abuelo permaneció callado unos segundos, tomando su café. — Yo… Bueno, es que… Estoy nervioso. — A ella le salió una risa involuntaria. — ¿Por San Patricio? — Él hizo un gesto desdeñoso. — No… Es… Lo del homenaje a los caídos… — Alice se giró. — Me parece muy bonito que te hayan pedido que representes a los alquimistas de fuego. — Larry suspiró. — Yo nunca lo fui. Ni quería serlo… — Eso es normal. Es extremadamente loco, si me preguntan. — Pero dejé que… me protegieran. En mi laboratorio de Glastonbury. Yo hacía alquimia, toda la que era necesaria entonces, que era mucha, mientras ellos cerraban filas a nuestro alrededor… dispuestos a caer por protegernos. — Tragó saliva y le miró. — ¿Os atacaron alguna vez? — Larry negó. — No, no conmigo dentro… Pero hubo muchos, muchos alquimistas en el frente, en la primera línea. — Se sentó frente a él, dejando los utensilios un momento. — ¿Y eso te persigue? — Él volvió a suspirar, moviendo la taza ausentemente. — Ese es el problema. Que no. Lo asumí tanto como parte del mundo… Parte de mi vida. Nunca tuve mucha conciencia sobre los caídos, yo hacía lo que podía, pero hasta que no hirieron a mi hermano y mataron a Arnold Lacey… no fui del todo consciente de lo que había. Y luego… volví a olvidarlo. Para cuando me casé con Molly ya habían pasado tantos años… Todos queríamos un mundo distinto y más alegre. Nunca me paré en homenajes ni recuerdos lacrimógenos, historias de héroes… Yo solo recuerdo horas destilando agua, transmutando vendas, sábanas, tela de uniformes… botas para las trincheras… — Negó con la cabeza. — No sé qué represento en ese homenaje. — Alice le agarró las manos. — Representas el esfuerzo de guerra del que menos se habla: la intendencia. Tía Amelia, tu hermano, todos esos soldados… No habrían podido seguir adelante sin todo lo que tú hiciste. Tú estás aquí en nombre de todos los alquimistas, y ya está. — El abuelo sonrió débilmente y señaló con la cabeza el uniforme de gala de alquimista nacional, con su abrigo azul celeste con borlones dorados. No había duda de por qué lo dejaban solo para las galas. — Llevo setenta años siendo alquimista… y me lo he puesto muy poco. — Alice ladeó la sonrisa. — Pues a mí me gusta. Y cuando Marcus lo vea…  se va a volver loco. — El abuelo se rio un poco. — Ya se lo darán en unos meses… y a ti también. Y entonces quizá sí que sienta un orgullo por él. — Alice se levantó. — Pues hasta entonces… haz sentir orgullosos al tío Cletus y la abuela… Para ellos sí que eres un héroe alquimista. — ¡AY QUE SE HAN LEVANTADO ANTES QUE YO! — Por supuesto, Molly estaba en la puerta, en bata. — Yo es que ya no podía más en la cama, no me vayáis a reñir, y vamos a preparar toda la comida del almuerzo del memorial, que luego hay que hacer el desayuno, que hay mucha gente en la casa. ¡AY, CÓMO ME GUSTA ESTO! — El abuelo se levantó con un quejido. — A ver, mujer, ¿qué quieres que haga? —

 

MARCUS

Marcus solía tener sueños complejos, pero desde su episodio con el boggart, sus sueños estaban siendo... simples, tranquilos, o escasos, o quizás es que no llegaba a recordarlos. Estaba muy removido por dentro, y tenía muchas cosas que procesar, pero por otro lado... tenía la paradójica sensación de haberse quitado un peso de encima y, al mismo tiempo, tener que aprender a vivir con una realidad nueva que había venido para instaurarse. Empezaba a quedarle bastante clarito que no era él el único que temía a esa versión ambiciosa y poderosísima de él, y sí, parecía que estaba latente en su interior; lo que tenía era que aprender a vivir con ella, a que fuera él quien la controlara y no al contrario. ¿No se suponía que era tan poderoso? Bien, pues usaría su poder para eso, en dicho caso.

A saber cuánto tiempo llevaba en un sueño estático, simple, pero se sentía como en una nube: estaba en el sofá de su casa, acurrucado en el sofá simplemente siendo abrazado por su madre, que tenía un libro en el regazo. Ni hablaban de nada, ni era consciente de la edad que tenía, ni de cuándo era, ni sabía de qué iba el libro. Solo estaba con una sensación de paz y sosiego en la que podría haberse quedado eternamente... hasta que alguien le despertó. Pero lo hizo con delicadeza, acariciándole la cara y los rizos, por lo que se sintió como si el sueño simplemente se fuera diluyendo poco a poco hasta dejar paso a la realidad. — Marcus. — Le llamó la mujer, ¿había llegado a despertarse o era parte del sueño todavía? Seguía con los ojos cerrados y confuso. — Cariño, ya están todos despiertos. — Se frotó un ojo con el puño. Sí, se filtraba luz en la estancia, empezaba a ser consciente de la realidad que le rodeaba. Abrió con dificultad los ojos y distinguió a su madre sentada en la cama. Marcus estaba más cariñoso con ella desde lo del boggart, pero Emma con él, también. — Y no querrás perderte ninguna conversación, seguro. Ni el desayuno. — Parpadeó y tomó más conciencia, incorporándose, pero aún somnoliento. De hecho, se permitió el lujo de ser un niño pequeño por un ratito, seguir en el sueño, y soltó un gruñidito y dejó caer la cabeza lánguidamente en el hombro de Emma, lo que hizo a la mujer reír. Estaba de broma solo a medias, perfectamente podía haberse quedado dormido de nuevo.

— Venga, cariño, hay que levantarse. El abuelo está nervioso por lo del memorial. — El memorial... — Parpadeó fuertemente, recentrándose en la realidad. Empezaba a recordar. — Y seguro que tu presencia le viene bien. Y se te va a enfriar el café. — Asintió. Emma dejó un beso en su frente y salió de la habitación para dejar que se adecentase un poco. De repente cayó en que no estaba en su casa, por lo tanto... Alice se había levantado, sí, no estaba en la cama. A Emma le había venido estupendo para ir a despertar a su primogénito, no tenía cara de haber puesto ninguna queja para hacerlo. Se levantó, se cambió el pijama por otra ropa y bajó al trote las escaleras.

— ¡Buenos días! — ¿Cómo está mi yerno favorito? — Preguntó William, alegre, con una tostada flotante untando mermelada sobre su plato. Palmeó la silla a su lado y dijo. — Este es tu sitio. Siento haberme puesto entre mi pajarito y tú, estoy falto de cariño. — Marcus rio de la ocurrencia porque, efectivamente, Alice estaba a un lado de William, pero el sitio vacío no estaba junto a ella sino en el otro lado de él. Se acercó a su abuelo por la espalda, le rodeó cariñosamente el cuello con los brazos y dejó un beso en su mejilla. — Buenos días, abuelo. — Buenos días, hijo. — Vio de reojo la mirada cómplice de sus padres. A ver, el favoritismo de su abuelo no era en balde, él se lo ganaba con sus actos a diario. Su madre había dicho que estaba nervioso, qué menos que darle un poco de cariño.

Tras dar los buenos días a los demás, se sentó junto a William y miró a su madre, diciendo con picardía. — ¿Puedo? — Emma se limitó a esconder una sonrisilla y a dejar los párpados caer. Arnold sí rio en voz alta. — Miedo me da lo que tendrás en mente cuando pides permiso... — ¡Feliz San Patricio! — Y, a un movimiento de su varita, todos los alimentos de la mesa cambiaron de color a diferentes gamas de verde. Molly soltó un chillido de quinceañera entusiasmada y empezó a aplaudir con gran jolgorio. — ¡¡PERO QUÉ PRECIOSIDAD!! ¡¡LAS COSAS QUE HACE MI NIÑO!! — Miró a Alice (sorteando a William entre ellos) y le guiñó un ojo, divertido, mientras Arnold y Lawrence negaban con la cabeza y reían por lo bajo, Emma se enorgullecía en silencio y William, tras maravillarse por la sorpresa y recoger su flotante tostada para mirar de cerca el verde oscuro del pan y el verde brillante de la mermelada, le dio una sacudida que casi lo tira de la silla. — ¡Y POR ESO LE SIENTO A MI LADO! Si es que hay que saber de quién rodearse. —

 

ALICE

Sonrió y simplemente se tomó el café tranquilamente, observando la escena. Estaba tan feliz, tan tranquila… Y a la vez… sentía que estaba viendo el final de aquella etapa en Irlanda. No quería, pero… admitía que se había metido en aquella burbuja para evitar todo lo demás, y ahora que tenía la licencia de Hielo encaminada, que las familias estaban bien… no podían seguir viviendo allí. Era hora de volver a la vida de verdad, y afrontar un futuro realista y no uno en Ballyknow, al margen de todo lo que conocían. Pero les quedaban dos cosas grandes que vivir, y una de ellas era ese día de San Patricio, así que se tragaría esas reflexiones y disfrutaría de aquel día que era un privilegio poder celebrar así. — Papá, qué poco exigente. Si estuvieras en el comité de licencias habrías aprobado hasta a Alecta Gaunt. — ¿Esa es la puritana que se enfadó con Marcus al salir del examen? Tu tía Vivi se lio con su tía. — Alice soltó un suspiro y soltó el cuchillo en el plato, mientras Molly se partía risa y seguía examinando todos los alimentos verdes. — ¿Qué, pajarito? — Cuidadito con lo que dices, que André trae algo con la hermana. — Ya lo sé, ¿quién crees que me contó lo del examen? — Emma negó con la cabeza. — Por una vez, ojalá lo dijera bien alto delante de toda la familia. Necesitan bajarse dos tonos a sí mismos. — ¿Ves, pajarito? Si es que me regañas mucho… Molly, ¿me regañan mucho o no? — La abuela volvía a partirse de risa. — Hijo, la carrera de cotilla profesional que hemos perdido contigo en este pueblo. — Su padre negó. — No, no, ni lo intentes, ayer decepcioné a mucha gente en el pub porque Nora y Allison me habían puesto al día de ciertos cotilleos la última vez, y había olvidado quién era quién para esta vez. — Sí, pues como para acordarse del historial de la tata… — Pinchó ella, mientras todos volvían a reírse.

Estaban terminando de desayunar cuando Emma carraspeó. — Creo que deberíamos dejar a los abuelos tranquilos un momento, Molly para que prepare lo que queda de la comida y Larry para que se ponga su uniforme para el memorial. — Mensaje recibido, pensó Alice, mientras se levantaba y recogía. — Yo tengo una sorpresa para vosotros. — Alice abrió los ojos y puso una sonrisilla satisfecha. Le encantaba que Emma pensara sorpresas, siempre eran buenas.

Subieron todos juntos a la habitación de sus suegros (pulcramente ordenada como si nadie hubiera dormido allí, por supuesto. Ni mirar quería en la de su padre) y vio el espejo de dos direcciones allí. — ¿Os habéis traído el espejo? ¿Para qué? — Es el vuestro. — Contestó Arnold con voz de niño travieso. — El nuestro está en otro lado. — Y entonces Emma miró a su padre y los dos batieron sus varitas y el entorno que abarcaba el espejo se llenó de confeti, banderines y decoraciones festivas, tras lo cual, Arnold giró el espejo. Tardó un segundo en escuchar una voz inconfundible. — ¿Hola? ¿A dónde miro? No tengo ni idea. — ¡DARREN! — Gritaron Marcus y ella a la vez. En el centro del espejo apareció su cuñado con un gorrito de cumpleaños, y detrás podía verse a sus padres, la abuela sentada en un sillón y los perros pasando por el plano de un lado para otro. — ¡CUÑADITOS! ¡AY YA OS VEO! — ¡¡¡¡OOOOYYYYY, PERO SI TE HAN HECHO UNA FIESTA ALLÍ!!!!! — Mamá, es que es San Patricio… — ¡FELCIDADES, DARREN! — Dijo Alice emocionada. Desde que se conocían como amigos, Alice y Darren habían celebrado sus cumpleaños juntos, y aquel era el primero que no lo iban a hacer, justo ahora que eran cuñados y podían juntar a todas las familias… Miró a Emma con cariño y susurró, mientras los padres y Marcus felicitaban muy ruidosamente a Darren. — Luego no vayas a decir que tú no sabes hacer estas cosas. Es precioso. Gracias. — Y su suegra le devolvió una sonrisa cariñosa.

—¡Contádmelo todo! ¿Qué se hace allí? — Preguntó Darren. — Pues un poco de todo. Comer mucho, eso siempre. Pero vamos a empezar con un memorial de las víctimas y los que sirvieron en la Segunda Guerra Mundial. El tío Cletus y el abuelo van a ir de uniforme, y la tía Amelia también, Eillish le ha hecho un uniforme de enfermera como era el suyo, pero a su medida y todos llevamos capas verdes. Luego hay un desfile de San Patricio, y luego comida en el centro comunal, como cuando estuviste tú. — Qué bonito y emocionante tiene que ser. — Dijo Tessa con dulzura. El padre de Darren hizo sonar una cornetilla que hizo saltar un poco a Emma y a ella. — Me alegro mucho de verle ahí, señor Gallia, eso sí que es un regalo. — Su padre se llevó una mano al corazón. — Gracias, muchacho. Los Hufflepuffs siempre sois los mejores. — Pero cuéntanos qué vas a hacer tú, que eres el cumpleañero. — Animó Emma, con un tono quizá más cercano a cariñoso que el que solía usar.

 

MARCUS

Marcus ya portaba su sonrisita de niño orgulloso de los halagos y, de repente, sin vérselo venir en semejante ambiente festivo y familiar, su propia novia sacó a relucir a la innombrable. La miró con los ojos entrecerrados, pero ni tiempo le dio a contestar porque William, por supuesto, soltó el comentario inadecuado de la mañana antes de que Marcus hubiera procesado siquiera que estaban hablando de lo que estaban hablando. Sacudió la cabeza, soltó aire por la nariz y empezó a comer. Aunque tuvo que reconocer, a regañadientes, que acabó riéndose con la deriva de la conversación.

Al terminar de desayunar, su madre colocó a cada persona en su puesto como solía hacer. Lo que no se había visto venir había sido lo de la sorpresa, por lo que miró a Alice divertido y curioso. — ¿Qué es? — Picó a Emma con tonito infantil. Esta le miró de reojo, con una sonrisilla. — ¿Qué es, mami, qué es? — No seas crío, Marcus. — Rio por lo bajo. Qué fácil era colmar la escasa paciencia que dedicaba a tonterías. Al entrar en la habitación de sus padres, atendió al debate sobre lo que estaba ocurriendo, expectante e ilusionado, y reaccionó como un niño cuando vio el espejo transformarse en una versión mucho más festiva de sí mismo. La sorpresa de ver a Darren fue mayúscula (aunque no le sorprendió tanto verle absolutamente despistado con el funcionamiento del espejo). — ¡FELIZ CUMPLEAÑOS, CUÑADO! — Exclamó feliz, después de que lo hiciera Alice. Se sentó frente al espejo para ver y que se le viera mejor, junto a su novia. — ¡Hola, familia Millestone! — ¡Pero qué bien se ve eso! — Exclamó la abuela, y acto seguido le dio un golpetazo absolutamente gratuito a su yerno. — ¡Y luego me dices que es normal que la novela se me vaya cada dos por tres! ¡Estos no tienen interferencia! — ¡A ver, señora, que eso es magia, yo a tanto no llego! ¡Hola, familia de Irlanda! ¡Felicidades por vuestro santo! ¿Vais a ir a misa? — Darren soltó varias carcajadas, divertido con la broma de su padre, pero a Marcus se le habían puesto los pelos de punta de pensarlo. Con una risa incómoda pero educadamente, contestó. — No, no. Los magos mejor no nos metemos mucho en eso... — La misa sería ayer, que era domingo. ¿Verdad, cariño? — Aportó la abuela, y Marcus miró a Alice de reojo, pero se limitó a asentir con educación. Esa conversación era demasiado larga.

Alice explicó lo que iba a hacerse ese día, mientras él disfrutaba de eso, miraba a su madre con agradecimiento y a Darren con felicidad. La corneta le hizo botar en el sitio, y respirar internamente mientras miraba al señor Millestone con una sonrisa educada, pero por dentro pensaba cosas poco educadas, por decirlo así. — Pues mi abuela me tiene preparada una comilona gigantesca. — ¡Así se celebran los cumpleaños en Italia, como decía mi Adolfo! — Eso. Y mi hermana viene a comer, así que comeremos todos juntos, y esta tarde vamos a probar un juego de mesa que me han regalado mis padres. Y por la noche he quedado con los demás para celebrarlo. ¡Vamos a un pub irlandés! ¡Por vosotros! — Marcus rio y sonrió. — Dales un abrazo a todos de nuestra parte. Nos encantaría estar. — Dijo de corazón. — Lo del pub es para ir calentando, luego nos pegamos la buena fiest... — Darren se detuvo, con esa cara que ponía de cuando se sentía un bocazas. Miró a Emma de reojo y dijo. — Fiesta de cumple. Creo que me iban a comprar una tarta. — Marcus frunció los labios para aguantarse la risa y asintió.

Charlaron un poco más, poniéndose al día de sus respectivas vidas, pero antes de despedirse, Marcus dijo con cariño. — Darren, me ha hecho muchísima ilusión que nos veamos por aquí. Llevo todo el día acordándome de ti. Anoche a las doce estaba aún despierto, y pensé: ya es el cumpleaños de Darren. Estuve a punto de mandarte a Elio, pero me contuve, porque luego me dice Lex que soy un protagonista y siempre quiero ir primero. — Rio, y los demás presentes también. Pero Darren estaba muy callado. De hecho, se generó un instante de silencio, y Marcus, por romperlo, dijo. — Pero vamos, que va para allá con nuestra carta y un regalito. Tiene que estar a punto de llegar. — Otro silencio. Este apenas duró un segundo, porque de repente, Darren hizo un puchero, alzó los brazos y los dejó caer contra las piernas. Había empezado a llorar como una fuente, de cero a cien, sin vérselo nadie venir. — ¡EA, YA ESTÁ! SI SABÍA YO QUE ACABABA LLORANDO. — Marcus se asustó, haciendo aspavientos con las manos. — No, pero, yo... ¿He dicho...? ¡Lo siento...! — No te preocupes, cariño. — Tessa le tranquilizó, mientras consolaba a su hijo discretamente, abrazándole por detrás. Darren se refugiaba en su madre como si estuviera viviendo el mayor drama de su vida en ese instante. — Si es que él siempre se pone sensible este día. Raro es el año que no le falta alguien... — ¡EL AÑO PASADO ESTABA CON MI LEXITO Y CON VOSOTROS! Bueno, con vosotros mis suegris no, ni con William, que yo también me alegro de verle, señor Gallia. — ¡Gracias, muchacho! — William a lo suyo, mientras Darren se enjugaba las lágrimas. — Pero es que es tan bonito que os acordéis de mí así. — Claro que nos acordamos, Darren... — Pero que tú ya eres un alquimista importante con cosas en las que pensar y el memorial de tu abuelo y todo eso y... a las doce... y te acuerdas de mí... — Y vuelta a llorar. Marcus miró a Alice. ¿Cómo se para este tren?

 

ALICE

Rio a lo del cumpleaños con gran comilona. — Eso es una frase que se podía haber escuchado aquí sin ningún problema. — Mi Adolfo siempre decía que el Mediterráneo es un país e Irlanda su hijo adoptivo. — Es completamente cierto. — Y seguían riendo, observando la estampa familiar, y, de alguna manera, todo caía en su sitio, todo era como debía ser. Y notó cómo le picaba un poco que todos se vieran, que celebraran… Amaba Irlanda, pero echaba de menos a sus amigos, la vida que tanto habían ansiado… Pero se le partía el corazón a la vez de pensar que podía ser una de sus últimas celebraciones en el pueblo.

Se había quedado cavilando demasiado tiempo, y volvió en sí cuando Darren se echó a llorar amargamente. Miró un poco alterada a los demás, pero se recordó a sí misma que estaban hablando de su amigo, y, como bien señaló Tessa, siempre le faltaba alguien, porque el corazón de ese muchacho abarcaba demasiadas áreas. — ¡Ay, Darren! — ¡GALITA TÚ ME ENTIENDES! ¿A QUE SÍ? — Suspiró y sonrió a Marcus, que se le había puesto la misma cara de socorro que a Emma. — Pues claro que sí, pero los Hufflepuffs sois felices, y más en su cumple. El año que viene puede que ya nos tengas a todos juntos. — Entre las lágrimas, sonrió. — ¿Lo prometes? — Bueno, prometo que lo intentaré. — Rio a toda la retahíla de Darren y acarició a Marcus en la mejilla. — Tú eres más importante para este alquimista. ¿Y sabes qué? Que es porque él adora a su hermano, y su hermano a lo que más quiere es a ti. — Darren sollozó un poco y dijo. — Qué suerte tengo. — Eso es verdad, ¿ves tú? Mira cuánta gente te quiere. — Aportó Arnold. — Y ahora a disfrutar de tu día, y algo especial haremos cuando todos podamos estar juntos. — Remató Emma. Darren asintió y les mando muchos besos al aire. — Mandadle todo eso a los abuelos, recibiré todo lo que me mandéis y daré muchas chuches a todos para celebrar. Os quiero muchísimo. Lo mejor de este año es que ya puedo llamaros familia. —

Cuando cerraron el espejo, las cosas avanzaron rápidamente, y en diez minutos, y tras varios gritos de ayuda para arreglarse de los padres, que fueron atendidos con hondos suspiros de Emma, estaban ya para irse. Alice y Marcus se echaron el uno al otro hechizos calentadores en las prendas y se pusieron sus capas verdes reglamentarias. Alice le miró en aquel segundo de paz y le dio un besito. — Mi amor, míranos. — Sonrió. — Lo has conseguido. Las familias unidas, los honores, el comienzo… — Le agarró de las manos. — Este es el camino correcto, Marcus. Y tú nos unes a todos nosotros. — Hizo un gesto con la cabeza. — Y ahora vamos a darle todo el apoyo a los mayores, que también nos unen. — Le miró de arriba abajo. — Verás cuando te vea la abuela. —

— ¡AY MI NIETO IRLANDÉS COMO ES ÉL! ¡CON SU CAPA VERDE! — La que no le gustaba Saint Patricks… — Susurró Arnold. — Verás cuando veas a tu abuelo… — Por supuesto, Molly estaba con las lágrimas saltadas cuando Lawrence salió con su uniforme. Lo cierto es que Alice nunca había sentido nada especial por los uniformes, pero cuando vio al abuelo con aquellos colores, su reloj colgado, y tan alto que parecía que llenaba la habitación, sintió cierto pellizco en el pecho, que trató de controlar. — No soy yo muy fan de los uniformes, pero… — El abuelo les tomó de los hombros a ambos. — Voy a admitir que, antes de morirme, me gustaría vernos a los tres con él. — Pues claro que sí, abuelo. — Contestó Alice, temblorosa. — Anda, vamos antes de que me inundéis. Que ya deben estar esperando. — Determinó Emma, que parecía muy airada, pero que Alice vio mirarse, con orgullo, en el reflejo del espejo de la entrada, al pasar, con su elegante capa verde con sombrero a juego.

Efectivamente, había ya mucha gente en la plaza, entre ellos el tío Cletus y gran parte de los O’Donnell. El tío portaba la bandera de su regimiento, la tía Amelia la de la Cruz Roja, y Ciarán estaba sujetando una horizontalmente. — Señor O’Donnell, su hermano me ha dicho que esto es para usted. — Dijo el chico, acercándose rápidamente al abuelo. Larry la miró de reojo y Alice se acercó a él. — Deja de preguntarte si mereces hacer esto, abuelo. Ya no se trata de lo que tú merezcas, sino de recordar lo que todos esos alquimistas hicieron. — Larry suspiró e izó la bandera, poniéndose al lado de Cletus, con la abuela a su lado también, porque ella iba a representar, junto a otros, a las familias de los caídos.

Los demás fueron a colocarse cerca de Ruairi y Niamh, que estaban solos, porque Eillish y Allison estaban con los niños de la escuela, y Andrew y Patrick estaban en el coro, el primero con la gaita y el segundo para cantar. — No me puedo creer que haya venido. — Susurró Ruairi de pronto, dirigiendo la mirada a un hombre mayor en silla de ruedas. — ¿Quién es? — Preguntó Emma. — Es el padre de la prima Saoirse ¿no? — Reconoció Arnold. — El mismo. Y de Edith. No se habla con sus hijas desde hace años. — A Alice le dio un poco de pena, tan torsionado, con su uniforme mal arreglado, mirando alrededor desorientado. Sabía que no se había portado bien con sus hijas, pero… ahora parecía solo desvalido y confuso.

El alcalde presentó brevemente el evento y llamó al estrado a la tía Eillish. — Ballyknow fue un pueblo herido desde el siglo XIX por diversas causas. Guerras, hambrunas, migración… Pero seguimos aquí, como las piedras celtas, como nuestros acantilados. Y todos y cada uno de nosotros, somos piedras como esas. Nos moldearemos, nos lloverá y soplará el viento, pero podremos permanecer, de alguna manera, aquí, para contar una historia. Hoy contamos la historia de otras piedras, para que, por lo menos, nuestros guijarritos… — Dijo señalando a los niños. — …No la olviden, y puedan seguir contándola, porque así es como se forma el pueblo irlandés. Pero permitidme que no solo recordemos a los soldados, los alquimistas, los magizoólogos y a las enfermeras. Recordemos a los que tuvieron que dejar su hogar, porque ellos también fueron héroes. Y recordemos a esas madres irlandesas que batallaron contra el hambre hasta la última fibra de su ser, para que a sus guijarros no les faltara nunca la comida. Porque todos ellos merecen ser recordados hoy también. — Carraspeó y señaló hacia el coro. — Ahora escucharemos The Parting Glass tocada por el coro del pueblo y luego oiremos a mi tío Lawrence O’Donnell, alquimista carmesí, hablar por sus compañeros alquimistas de fuego, que es algo que no solemos escuchar, y a mi tía Molly O’Donnell, que es un pilar de esta comunidad, y no podemos estar más contentos de tenerlos aquí este año. —

 

MARCUS

Soltó aire por la boca y sonrió, orgulloso. Terminada la sorpresiva y emotiva conversación con Darren, habían iniciado una carrera contrarreloj para arreglarse. Ya terminados e impecables, se miró a sí mismo y a su novia, tan perfectamente ataviados, y si faltaba una guinda para hacer que la tarta fuera perfecta, la propia Alice la puso con sus palabras. — No se me ocurre tomar un camino que no sea este. — Dijo de corazón. Que ella le dijera que les unía a todos, y verse así, juntos, en un acto tan importante y solemne como aquel, le hacía sentirse lleno de orgullo.

Tan en una nube iba que, por mucho que se lo viera venir, dio un buen salto con el grito de su abuela. No obstante, se recompuso rápido para poner su mejor pose orgullosa. Eso sí, se sintió un niño disfrazado ante la visión de su abuelo con el uniforme. Debía tener los ojos brillantes de admiración. — Estás impecable, abuelo. — El hombre le puso una mano en el hombro. — Tú también, hijo. — Y sonrió con un amago de rubor, lo dicho, como si volviera a ser el nieto pequeño deseoso de una palabra reforzadora de su ídolo. Menos mal que su madre les recondujo rápido, porque el intercambio emocionado amenazaba con hacerles llorar a todos antes siquiera de que empezara el homenaje.

Su abuela le había dicho el día antes, tomando un té después de la cena, que en este tipo de eventos en los pueblos siempre acababa ocurriendo algo que activaba los murmullos y comentarios de la gente. Apenas habían llegado y ya lo tenían ahí: el padre de Saoirse y Edith. A Marcus le impactó verle... así. Los relatos de la familia hablaban de un hombre duro y autoritario, y él estaba viendo a un señor muy mayor y vulnerable. No era de extrañar, siendo un veterano de guerra, que estuviera allí, pero claramente iba a dar que hablar. Intercambió una mirada con su abuela a lo lejos y ella hizo uno de esos gestitos tan suyos de "si lo sabré yo". Se ahorró reírse, que aquello era un acto solemne.

Tras la apertura del alcalde, la tía Eillish se encargó de dar las primeras palabras del evento. Atendió con solemnidad, pasando la mirada por todos los presentes. Veía la emoción en sus rostros de diferentes maneras: en forma de orgullo por los suyos, en forma de tristeza por los recuerdos, en forma de cansancio por los años caídos encima, en forma de ganas por mantener vivo el recuerdo. Las palabras de la mujer llegaron al alma, y la canción interpretada justo después hizo que se derramaran las primeras lágrimas. Marcus tragó saliva y, llegado el momento, vieron subir al abuelo a la tarima para el discurso. El hombre, en una pausa, les miró a todos, con una sonrisa ligeramente triste. Luego bajó la mirada a sus papeles, los cuales, si Marcus le conocía de algo, iban a ser más usados para darle seguridad, como si fueran una muleta, que porque los fuera a leer. Efectivamente, una vez levantó la mirada para hablar, ya no la volvió a bajar.

— Mentiría si dijera que, en estos últimos días, me he planteado muchas veces si soy digno de ser yo quien de este discurso, representando a los alquimistas de fuego. Sería una mentira porque no es algo que me haya planteado en los últimos días, sino prácticamente cada uno de ellos desde que finalizó la guerra. — Hizo una pausa. — Lo que no cuentan nunca de la guerra es que, quienes la vivimos, éramos personas absolutamente normales: ancianos terminando sus días, padres y madres de familia, adultos con profesiones que amaban y les había costado mucho conseguir y mantener. Jóvenes empezando sus proyectos, muchachos en plena formación a todos los niveles, que empezaban a conocer el mundo, la vida y los primeros amores y amistades y solo querían centrarse en eso. Niños que querían jugar y ser amados por sus familias y bebés que apenas eran conscientes del mundo en el que estaban. Éramos... seres humanos exactamente iguales que los que vivimos en esta situación que ahora llamamos... paz. — Pasaba la mirada por el público. — Yo era del grupo de los jóvenes que acababan de terminar el colegio. Demasiado centrado en mis proyectos, en la vida que quería construir. Demasiado, me dije muchas veces, porque eso me alejaba de la realidad... — En ese momento, le miró directamente a él, y Marcus sintió un fuerte nudo de emoción en la garganta que solo se apretó más con lo que Lawrence dijo a continuación. — Pero he tenido la suerte de ver a muchos jóvenes venir detrás de mí, querer hacer su vida, sus proyectos. Y no creo que "demasiado" sea un adverbio justo para usar. Es lo que debería todo joven de hacer. — Ladeó la cabeza. — Bueno, eso y estar organizando fiestas y pensando en amoríos, pero creo que a nadie a estas alturas sorprende ya saber que yo era el rarito del pueblo, así que dejémoslo en que estaba a mis proyectos. — Hubo varias risas tenues que se agradecieron para aliviar un poco el ambiente.

— La cuestión es, que si pude hacerlo... es porque hubo otros que se sacrificaron por ello. Y no me refiero solo a los jóvenes y no tan jóvenes que vieron su vida parada para siempre por la guerra, que murieron para que nosotros pudiéramos vivir. Me refiero a aquellos cuyo trabajo era... protegernos. Hubo muchos en mi gremio que enfocaron su potencial y su magia en hacernos de escudos para que yo, como todos los compañeros de mi generación de alquimistas, pudiéramos seguir investigando nuestra ciencia y llegar a estar hoy aquí. Creo que todos ellos estarían de acuerdo conmigo. — Suspiró. — Por eso he decidido... replantearme mi papel en este discurso. Me sentía indigno de darlo por no haber sido de los que apostaron su vida y su carrera por la protección, haciendo cosas... tan peligrosas... y tan invisibles a la vista pública... que no podríais ni imaginar, y que no se hacía por galardones o fama, porque nadie se llegaba a enterar ni de la mitad. Mientras ellos hacían eso, yo leía libros como un loco. "¿Qué utilidad tuvo eso para la guerra?", me he preguntado miles de veces. "¿Qué clase de honor tenía?". — Se detuvo. — El honor de haber... intentado ser un joven normal. El de trabajar pensando en que la paz llegaría, y que hubiera algo en este mundo que no fueran solo los reductos de la guerra. El de hacer que el trabajo de ellos, tan duro, fuera por algo, por alguien. Que mereciera la pena. Por eso no hablo en nombre de ellos, hablo en el mío y en el de todos los que seguimos siendo jóvenes con proyectos mientras ellos entregaban los suyos a la guerra de otros. Y hablo en nuestro nombre para darles las gracias. Fueron héroes invisibles, a día de hoy lo siguen siendo. Y si no fuera por ellos... este mundo habría sido muy, muy diferente. Pero, sobre todo, las vidas de cada uno de nosotros, si es que hubiéramos podido conservarlas, habrían sido muy diferentes. — Juntó lentamente las manos y, al separarlas, salió de entre ellas una pequeña llama, que se elevó lentamente bajo la mirada atónita de todos y se perdió en el cielo, donde acabó fundiéndose tenuemente y esparciendo pequeñas chispas sobre ellos, que no quemaban. Que apenas se percibían. Que sabían que existían solo porque se habían parado a mirarlas, si no, no habrían sentido nada. — Por ellos. Y por todo aquello que hicieron por nosotros. —

 

ALICE

Mentiría ella también si dijera que no estaba preocupada por el pobre abuelo. En el fondo, Erin había sacado su timidez y retraimiento de Larry, y aunque él había desarrollado mucho la capacidad de hablar en público y dar discursos, no estaba seguro del asunto hasta esa misma mañana, y el sentimiento de hablar de los héroes de guerra en el pueblo era muy delicado. Pero se le pasó todo mientras escuchaba el discurso, y sus ojos se volvían brillantes, de orgullo y emoción. Desde niña le había encantado escuchar a Larry hablar, y le oía con la misma cara que tenía ahora, con la misma atención que luego aprendió a poner cada vez que mencionaba la alquimia. El abuelo rara vez hablaba de sí mismo, o incluso de la familia, en el pasado. De alquimia todo lo que quisieras, sí, pero a veces te hacía olvidar que había vivido experiencias como la que estaba describiendo. Encima hacía humor inteligente. — Vamos a tener que aprender también la habilidad de dar discursos insuperables, eh. — Le susurró a Marcus. Y apretó su mano cuando habló de la utilidad de estar leyendo libros. Es una pregunta que todo los Ravenclaw se han hecho alguna vez, y dicho así, tal como lo planteaba el abuelo, te validaba, te daba sentido a todo lo que perseguías.

Pero el remate de todo fue cuando el abuelo transmutó aquella llama… ¿Como la de los cátaros? No quemaba, solo alumbraba… Por recordar a aquellos héroes alquimistas, a aquellos que iluminaron el mundo protegiendo a los que trabajaban por ello. Alzó las manos para tocar las llamas, tratando de averiguar algo aunque fuera así, y sintió la mirada de su padre sobre ella. Se miraron y él sonrió. — Me encanta ver esa expresión en tus ojos. Ahora mismo, nada podría hacerme más feliz. — Ella le miró enternecida y acercó una llama a su mano. — Pues investiga tú también. Ahora ya soy lo suficientemente mayor y estudiada para que podamos ser compañeros de investigación. —

Justo al terminar el discurso, la abuela fue trotando hasta el estrado y se abrazó a la cintura del abuelo, apoyando la cabeza en su pecho, para acto seguido, separarse y ponerse a pegarle en el brazo. — ¿TÚ TE CREES? ¡AHORA TODO EL PUEBLO LLORANDO! — Se acercó al atril y dijo. — Es mi marido. Medio siglo ya casi casados, me encanta. — Aseguró, como si no fueran conocidos en el pueblo por haber sido el eterno soltero y la novia a la fuga. El abuelo rio y dejó un beso en su frente antes de dirigirse al pueblo y decir. — Aquí os la dejo. Ahora es toda vuestra. — Y todos rieron.

El atril le quedaba un poco alto a la abuela, pero ella empezó a hablar del tirón, porque si algo tenía, era seguridad. — ¡Ay, este hombre! Cómo me ha dejado, eh… — Carraspeó. — Bueno, yo estoy encantada de estar en mi pueblo, y más para hablar, por una vez, como representante de las familias de los caídos. — Suspiró, pero sonrió. — Mi hermano mayor, Arnold, era imposible de olvidar para quien lo conociera. Era fiero, gracioso, demasiado intrépido… Pero como él había tantos en este pueblo… ¿Qué me decís de Gavin O’Hara? ¿Y Jude McClare? ¡Bueno y no me hagáis hablar de James Stanford!… — Se oyeron murmullos y risas, incluso algún suspiro entre el público. — Y eso solo hablando de los jóvenes… Si nos pusiéramos a recordar a los padres, pienso en el mío, y sé que ver todo esto le habría sacado auténticas cascadas de lágrimas… — Miró a Eillish. — Pero como mi siempre inteligentísima sobrina y exalumna ha dicho, en Irlanda somos expertos en recordar. Así que me vais a permitir que hoy le haga un sitio en el recuerdo a esas personas que quizá no solemos recordar tanto pero que, por culpa de la guerra, tampoco están hoy aquí: los emigrados. — El silencio se volvió más espeso, doloroso. — Sé que los que nos quedamos tuvimos que sobrevivir con muy poco, que tuvimos que arrancar hasta la última patata de la tierra helada, pero que no se nos olvide que al menos estábamos en casa, juntos, ayudándonos, protegidos. — Molly miró al monumento, con un aire triste. — Muchas veces me pregunto si Sue McClare, Gillis Stanford, o mi propio hermano Frank… No fueron también víctimas silenciosas de una guerra que estuvo a punto de matarnos de hambre a todos, si su sufrimiento por la posibilidad de no poder volver a ver la Isla Esmeralda no fue comparable al sacrificio de nuestros jóvenes, si nuestras madres no sufrieron una doble pérdida con ello… Así que permitidme que mi discurso vaya dirigido a todo aquel que alguna vez sintió ese dolor insuperable en el pecho que se siente cuando lo único que podría curarte sería la vista de nuestras costas, un buen pastel del pastor o una canción de cuna en gaélico. Porque la guerra nos quitó tantas cosas que aún estamos haciendo cuentas de cuántas fueron. — Las lágrimas y los sollozos ya corrían libremente por el grupo, y por la propia abuela. — ¡Bueno! Y como sabía que nos íbamos a poner muy tristes, he hecho licor de espino para todos. ¡Que es verde esmeralda! Como el que hacía mi suegra, y así me lo enseñó. He hecho sin alcohol para jóvenes y embarazadas también. — Y unos vasitos, dirigidos por Ginny y Arthur, que tenían mucha experiencia en eso, se dirigieron hacia ellos, levitando. Cuando todo el mundo tuvo el suyo, Molly lo levantó y dijo. — Porque nuestra isla nunca olvide y todos podamos disfrutarla el mayor tiempo posible. — Y Alice, entre lágrimas, alzó el vaso, y tras un traguito, le susurró a Marcus. — Irnos de aquí me va a costar casi lo mismo que de Hogwarts. Nunca pensé que esta tierra pudiera meterse tanto en las venas. —

 

MARCUS

Estaba inflado de orgullo pero muy, muy emocionado con el discurso de su abuelo, además de alucinado con lo de la llama, con el cerebro a toda velocidad cavilando cómo había podido hacerlo. Todo ese cóctel emocional lo dinamitó su abuela en cuanto subió al estrado de esa forma, y se tuvo que aguantar mucho de no reír. Total, para emocionarle aún más si cabía con el discurso que dio después. Apretó la mano de Alice y la miró, sonriendo: eran muy afortunados de que les hubiera tocado vivir en tiempos de paz. Al pensarlo, también miró a sus padres, sonrió y se pegó a ellos, y cada uno puso una mano en uno de sus hombros. Se sentía protegido, feliz, querido y con una vida plena por delante. Todas esas personas de las que hablaba la abuela no habían podido decir lo mismo, y eso hacía que se le partiera el alma. Y que fuera consciente de lo afortunado que era.

Tomó el vasito de licor de espino que le llegó, lo alzó, brindó por ellos (deshaciendo el nudo de su garganta con el trago) y miró a Alice, sonriendo. — Creo que por eso tienen tan presente el licor de espino: porque sus flores alivian los males del corazón. E irse de aquí, desde luego, lo daña. — Apretó su mano. — Pero no nos iremos del todo. La abuela siempre dice que ella llevaba Irlanda consigo, y nosotros también lo haremos. Y vendremos más que ellos, eso te lo aseguro. — Coronó con una risa. — ¡Ciudadanos de Ballyknow! — Clamó de nuevo el alcalde. — Gracias por vuestra presencia, y a Lawrence y Molly O'Donnell por sus discursos llenos de sabiduría y cariño por nuestro pueblo. Y ahora sí... ¡Que dé comienzo el día de San Patricio! —

Algunos se quedaron en el lugar del homenaje para diferentes ofrendas, seguir recordando a los suyos o hablar entre ellos, pero la mayoría se dirigieron cual rebaño hacia el lugar del desfile. Se colocaron lo suficientemente cerca del inicio del mismo como para ser de los primeros en disfrutarlo, y lo suficientemente lejos para poder verlo venir. La familia tenía ya el punto exacto estudiadísimo. — Hubo un año... — Le iba contando Pod, que daba botecitos mientras trotaba a su lado hacia el lugar. — En el que tiraron unas bolas de peluche que se transformaban en lo que tú querías. Lo que tú querías de peluche. — Se rio con lo más parecido a una risita de diablillo que tenía y dijo. — Muchos adultos que pillaron para ellos acabaron con un peluche con forma de moneda de oro. Qué tontos, se pensarían que iba a transformarse en dinero de verdad. — Marcus rio también. — Eso les pasa por avariciosos. — Mi peluche se transformó en un barquito de vela. Es que por esa época me dio por los barquitos porque papá me había comprado uno que podía echarse por el río y nos íbamos juntos a ver hasta dónde llegaba, y decía que de mayor iba a tener mi propio barco para navegar yo el río. — Se encogió de hombros. — Así que lo primero que se me ocurrió fue eso y ahora tengo un peluche de un barco. Es que de pequeño era un poco simple. — A mí me parece un peluche muy original. — Sí, pero no es muy útil para el agua... Horacius me dijo que un peluche de un barco no tenía sentido si no puede usarse de barco. Pero él pidió un peluche de erumpent y tampoco tiene mucho sentido un peluche de un animal al que le estalla el cuerno si el cuerno de peluche no estalla. — Marcus asintió. — Me parece un buen razonamiento. —

Estaban riendo a carcajadas, montando un tremendo escándalo parados esperando para el desfile, cuando empezaron a ver movimiento y a oír música, y todo el ambiente se alborotó con gran jolgorio. — ¡Que ya viene! — Iban anunciando, y cuando se quiso dar cuenta, Seamus apareció por allí y empezó a tirarle de la manga. — ¡¡PRIMO MARCUS PRIMO MARCUS SÚBEME SÚBEME QUE NO VEO!! — ¡Claro que sí! — Aupó al niño (con dificultad porque se puso a removerse, victorioso, en el aire) y se lo colocó en los hombros. — ¿Ves bien? — ¡SÍ! — Botó, tirándole de los rizos como si fueran las crines de un caballo, riendo excitadísimo. Como el desfile aún estaba llegando, el niño aprovechó para bajar la cara hasta acercarla a la de él y decirle en traviesa confidencia. — Papá es más alto que tú, pero se me ha adelantado Rosie. — La sinceridad siempre es bien apreciada. Efectivamente, la niña estaba a hombros de su padre. Desde el metro noventa casi que medía Patrick debía ver bastante bien. — También se lo podías haber pedido a tu abuelo. — Le dijo Cillian, como autoaludido abuelo, al niño, entre risas. Seamus se encogió de hombros. — Es que sois igual de altos y tú luego te quejas de que te duelen cosas. — Marcus tuvo que apretar fuertemente los labios, pero el hombre se echó a reír. — Un granujilla es lo que estás hecho tú. Atiende, anda, a ver si te van a dar un caramelazo de tan alto que estás y te vas a quedar... — ¡Mareado como una vaca! ¡CLOONK! — Y los dos se echaron fuertemente a reír. Marcus rio un poco también por no sentirse fuera, pero claramente era algún tipo de broma interna que no entendía.

En primer lugar aparecieron bailarines y bailarinas haciendo un precioso y colorido show, todos vestidos de verde brillante, lanzando chispas mágicas, y sobre ellos había leprechauns haciendo piruetas y lanzando tréboles que se derretían en el aire como nubes de algodón. Después empezaron a verse las tres carrozas: la primera representaba el mundo de los leprechauns, con calderos rebosantes de monedas de oro, arcoíris y cascadas brillantes; la segunda tenía un corte más mitológico, con representaciones simbólicas de los dioses y mucho simbolismo irlandés; la tercera era la de San Patricio en sí, con un enorme monigote haciendo las veces del homenajeado. Todas las carrozas lanzaban caramelos, pero la que tenía el regalo sorpresa era la de San Patricio. Ese año habían resultado ser figuritas de San Patricio de chocolate. Cogieron varias al vuelo, entre risas. Resultó que, en lo que todos se mataban por reunir cuantas más, mejor, así como caramelos, y en gritar y vitorear las carrozas sin perderse nada, Arthur se había hecho con una chocolatina en el aire discretamente, la había desenvuelto y se la había comido mientras observaba el caos de su familia. De repente, escucharon un gritito ahogado de Nora, seguido de una risa a carcajadas. Todos se giraron, miraron a Arthur y empezaron a reír. El aludido parpadeó, con desconcierto. — ¿Qué? — ¡Cuñado! — Seguía riendo Nora, a la que inconscientemente habían dejado encargada de dar la noticia por haber sido la primera en verle. — ¡Te favorece el verde brillante en la nariz! — El hombre se llevó la mano a la nariz, y al hacerlo, se vio sus propios dedos. No pudo reaccionar cuando escucharon. — ¡¡Mami!! — Con voz asustada. Horacius se había llevado el San Patricio a la boca sin miramientos, y empezaba a ponerse verde brillante progresivamente. Niahm se llevó las manos a la boca, para no faltar el respeto a su hijo con la risa, se dio unos segundos para contestar y dijo. — Ay, cariño... Pareces una ranita venenosa. — Eso hizo a todos estallar en risas, justo cuando pasaba el alcalde volando en escoba tras la carroza y diciendo con la voz amplificada por la varita. — ¡Los efectos se pasan! ¡Solo es una pequeña sorpresita de San Patricio para sentirnos muy irlandeses! — A Marcus se le caían los lagrimones de la risa, y de fondo, el alcalde seguía. — ¡Que no cunda el pánico! ¡Solo es una pequeña sorpresita de San Patricio! ¡Los efectos se pasan! ¡Querido pueblo, estáis muy guapos de verde! ¡Atención, solo es una...! — Mejor dejaba al niño en el suelo porque se iba a caer de la risa, y su familia empezaba a comerse el chocolate y a teñirse entera de verde brillante.

 

ALICE

Miró a Marcus, como le miraba cuando demostraba que era más listo y romántico que nadie en el colegio. — Mi amor… — Se le inundaron los ojos. — De repente me he acordado de ese licor de espino que destilé… en el Club de Pociones contigo. — Cogió su mano y la besó, antes de levantar el vaso. — No tenía este color porque era del color de los ojos de la persona a la que amaba… — Y se inclinó para besarle brevemente antes de beber. — Ya lo creo que la llevaremos. —

Obviamente, el día de San Patricio era precioso para hacer el homenaje, pero también había que dar lugar a la diversión, y para eso los irlandeses eran únicos. Se retrasó un poco con los padres, mientras cedía el protagonismo a Marcus con Pod, que era su mayor fan. — El abuelo me ha emocionado. — Lo ha hecho con todos. — Contestó Emma, muy hinchada de orgullo también. — ¿El abuelo Robert no fue a la guerra? — Preguntó a su padre, que negó. — Los abuelos son más jóvenes que Larry y Molly, para cuando le hubiera tocado, la guerra estaba terminando y ya no querían matar más chiquillos, pero sí que recuerdan haber pasado mucha hambre, bueno y la ruina familiar y todo eso… — Emma rio. — Y todo eso… — Su padre se encogió de hombros. — Es que yo no he conocido ninguna supuesta bonanza familiar en la que somos importantísimos y no sé qué. Tengo una casa genial en Saint-Tropez, eso sí. — Al menos no la volaron. — Apostilló Arnold. — Yo casi la vuelo una vez. Pero fue una falsa alarma. — Emma suspiró fuertemente. — Pues hubiera tenido más motivos para odiarte. Vamos, ahora que por fin tenemos una casa en la playa… — Y los tres siguieron argumentando sus cosas, pero Alice tuvo que tragar saliva para no llorar. Emma acababa de considerar Saint-Tropez su casa, y eso ya no se le iba a olvidar. A ella y a aquella niña asustada porque su suegra nunca iba a quererla.

Por fin se colocaron, con Niamh, Ruairi y los gemelos por ahí rebotando. — Ya estamos un poco mayores para que nos suban como a Seamus ¿no? — No seas animal, mamá está embarazada, no puede cargar peso. — ¡Pero qué chico más responsable! — Exclamó su padre al escuchar a Lucius. — Sí, no sé de quién lo saca… — Comentó la propia Niamh, mirando a lo lejos de la cabalgata, emocionada, sin darle mucha importancia. — De los abuelos. — Contestó, igual de ausente Ruairi, sin ninguna duda. — ¡Pero un chico así se merece un lugar privilegiado! — Y su padre echó a los gemelos un Atabraqium modificado y los elevó a la altura de los adultos. — William… — Advirtió Emma. — ¿Qué? Si no han hecho nada más que crecer, ¿a que sí, muchachos? — Pero los gemelos ni comentaban porque estaban entre muertos de risa y disfrutando del espectáculo.

Y había mucho que disfrutar. Cantidades tremendas de arcoíris, verde, monedas… Ya casi podía oír a la abuela solo con verle la cara, pero se acercó a ella y le susurró. — Tu discurso ha sido precioso. — Molly la cogió del brazo. — Gracias, mi vida. — Piensa en toda esa gente de la que hablaste… — Y señaló la cabalgata. — Tú siempre dices que todo esto es estereotípico, pero piensa en lo que deben sentir los de fuera, abuela, cuando ven todo esto. Cómo les transporta a casa, y le enseña a todo el mundo que Irlanda vive, y vivirá siempre. — Molly la miró, con los ojos brillantes. — Tienes razón, mi niña. Toda la razón. Ay, si es que por eso eres el amor de mi Marcus. — Y le dio una serie de sonoros besos en la mejilla. — ¡Mío! ¡Mío! — Gritaba su padre, lanzando hechizos a los dulces que caían. — ¡Ay, William! ¿Todo lo tienes que hacer con la varita? — Se quejaba Arnie. — Uf, me pones en un compromiso con esa pregunta, viejo amigo, verás, no quisiera yo presumir de varita… — Si es que se las pones en bandeja. — Bufó Emma.

Y de pronto, las risas se intensificaron por el lado de Marcus y Seamus y todos se giraron, justo a tiempo para ver a Arthur ponerse verde. — El pobre hombre que no da un ruido y va y se come una chocolatina y se pone así. — Dijo Niamh, congraciándose con su suegro. — ¡MAMI NO LO COMAS! ¡A VER SI EL BEBÉ SALE VERDE! — Se tiró en plancha Lucius, al ver el efecto en su hermano. Claramente el “pánico” se había extendido y Alice le dio en la nariz a Marcus. — Si fuera azul ya estaba mi prefecto comiéndosela. — ¡PAJARITO YO TE LA PONGO AZUL! — Alice rio, a punto de hacerle un gesto a su padre, pero… — Venga, que haya una representación Ravenclaw aquí. — Y cogió uno de los chocolates que su padre le ofrecía y echó para adelante la cabeza, dejándose hechizar. — Ya me quitaste el color una vez, y al final, mira… — ¡ALICE! ¡ESTÁS AZUL! — Exclamó Wendy, que llegaba, haciéndola reír. — Aquí mi padre, que siempre está muy imaginativo. — ¡NO ME DIGAS! ¿Yo puedo rosa? Y Ciarán en algún fucsia a juego… — ¡Por supuesto! — Bueno, yo… — Pero la protesta de Ciarán no llegó porque Wendy le metió un trozo de chocolate en la boca. Alice se acercó entre risas, mientras a su padre le llovían peticiones de colores. — ¿Te gusto un poquito más así? — Volvió a besarle y se escuchó por arriba. — PPPPPUAAAAAAJJJJ se besan, qué asco. — Alice subió una mano y pinchó a Seamus en el costado. — Oye, señorito, no dirás lo mismo cuando una de tus señoritas de nombre impronunciable te haga caso. — ¡Que no! ¡Que no es a mí el que…! — ¡FAMILIA, VAMOS YENDO AL CENTRO A COGER LA MESA! — Vociferó Eddie, y, por algún motivo, Andrew tocó la gaita estruendosamente. Alice tragó saliva. Quedaban cuatro días para el equinoccio, pero era muy probable que aquella fuera su última gran comida así… Al menos hasta que volvieran otra Navidad o la boda de Wendy… Pero le dolía igualmente.

 

MARCUS

Cuando Lucius gritó la posibilidad de que el bebé de Niahm saliera verde, a Marcus le dio tal ataque de risa que casi tira a Seamus de donde estaba subido, lo que le granjeó un buen tirón de los rizos. Entre lágrimas de risa, fue a contestar a Alice que iba a comerse la chocolatina de todas formas, cuando William se adelantó con una de las suyas. La transformación de Alice le hizo reír más aún y aplaudir, fascinado como con todo lo que William hacía. — ¡Ahora yo! — ¿Tú no prefieres quedarte verde? — Bromeó su suegro, y luego alzó las manos. — Por lo de irlandés, no digo que seas Slytherin ni nada... — Yo siempre he sido un Ravenclaw de corazón. — Aseguró, con el pecho hinchado. Seamus dio un bote sobre sus hombros que casi le clava varios metros en el suelo como un martillo a un clavo. — ¡Los dos de azul a la vez! — ¡Hecho! — Y, en lo que todos empezaban a pedirle colores a William como si aquello fuera una tómbola, Marcus partió una de las chocolatinas en dos, subió el brazo para dársela al niño y la entrechocó con la de él, diciendo. — Chin chin. — Rieron, se comieron la chocolatina y bromearon un rato sobre lo verde brillantes que se iban poniendo. Fue entonces cuando Alice se acercó a él, pero su tonteo y su beso se vieron interrumpidos por las bromas del niño. — Cuidado de enfadar al caballo que te lleva a hombros. — Bromeó de vuelta, dando saltitos en el sitio que hicieron al niño morirse de risa mientras botaba. Como empezaban a meter prisa para irse a comer, localizaron a William para que finiquitara su promesa de volverles azules.

— ¡MAMI MIRA MAMI SOY AZUL MAMI MAMI MAMI MAMI! — Espera, colega, que te bajo. — Propuso, que se iba a quedar sin hombros a ese paso. Alzó al niño por la cintura y, tan pronto lo dejó en el suelo, salió volando a buscar a su madre, momento que Marcus aprovechó para acercarse a Alice. — Hola, chica azul. Creo que vamos combinados. — El golpe de gaita les hizo sobresaltarse, pero luego miró a Alice, rio y la abrazó por la cintura. — ¿Por qué? No, en serio. Exijo una respuesta. — Puso cara de falsa indignación y desconcierto. — ¿Cómo que "por qué, qué"? — Se respondió él solo. — Señorita Gallia, sabe perfectamente a qué me refiero. Sí, sí que lo sabe. Que por qué está absoluta y arrebatadoramente preciosa en todos los colores que ofrece la naturaleza y los que no. Porque me da que ni el verde ni el azul brillante son muy naturales. — Dejó un beso en su mejilla y caminaron hacia el lugar de la comida. — Me pregunto cuánto dura el efecto de esto. Ahora que lo pienso... no sé si pega mucho el verde oscuro de la capa con el azul. — Comentó, mirándose las manos. Al final sí que hubiera preferido quedarse en distintos tonos de verde.

— Una vez. — De repente, Keegan se le había enganchado del hombro, justo cuando localizaban un lugar donde sentarse. — Nos encontramos en la lonja un pescado con el mismo, el mismo mismo, igualito tono de azul brillante que tienes tú ahora. — Marcus le miró con cara de aburrimiento. El otro se encogió de hombros. — Lo tiramos. No nos pareció apropiado para consumo humano. — Le dio un par de palmaditas en el hombro. — Esa suerte que vas a tener, que nadie va a querer comerte hoy. — Qué gracioso. Deduzco que no has pillado chocolatina. — ¿Matarme entre la multitud por una chocolatina pisada cuando soy amigo del proveedor principal? Amigo, tengo todas las chocolatinas de esas que quiera... — Fanfarronear no es atractivo. — Pasó Siobhán por allí, dedicándole una sonrisita pilla, y automáticamente Marcus dejó de ser el foco de atención del otro, que entró de cabeza al juego. — ¿Eso qué puntuación de atractivo me deja? — Devolvió, pero la otra ya se iba, dándole la espalda. Marcus y Alice compartieron una mirada. Keegan les ignoró flagrantemente para irse detrás. — ¿Eh? ¿Quieres decir que soy atractivo así sin más? ¿O que...? — Y le perdieron la pista entre la gente. Se miraron de nuevo, se echaron a reír y buscaron dónde se podían ubicar.

 

ALICE

Si no temiera que Seamus acabara pulverizando a su novio, abogaría más por esa unión, porque le hacía muchísima gracia que Marcus tuviera una especie de diablillo aportando a todo lo que decía, pero, obviamente, no fue sostenible durante mucho más rato y dejaron al pequeño volar, con su carita ya perfectamente azul. — Hola, chico azul. — Y ya estaba haciéndola reír con sus peroratas. — ¿Y eso por qué? — Disfrutaba tanto cuando se ponía en ese plan. Sentía que estaban otra vez con aquel rollito que solo entendían ellos dos, con sus bromas y sus tonterías. — Mi amor, el verde y el azul siempre te han sentado taaaaaan bien. — Dijo abrazándose a su cintura mientras andaban, mientras continuaban con sus cosquillitas y jugueteos.

Por supuesto ya tuvo que aparecer Keegan por allí, picando a su novio con el aspecto azul. — Te tomas muchas molestias para mosquear a mi novio, señor O’Hara. — Y chistó a lo de comer. No le iba a decir lo que se le había pasado por la cabeza porque a Marcus no le iba a hacer gracia. Y de hecho, iba a contestarle a lo del proveedor también, pero ya se encargó Siobhán. — Uy cómo se te bajan los humitos, hombre alga de negocios. — Comentó mientras pasaban por su lado, dejándoles con sus disensiones. — ¿No te alegras de ya no estar así? ¿Solo diciéndonos moñerías y siendo azules juntos? —

Llegaron a las mesas y se sentaron con su grupito habitual de jóvenes, aunque en la otra hilera estaban los padres, poniendo el toque nuevo. Por supuesto, los niños no paraban de aparecer por allí, iban y venían de sus mesas, se levantaban para fotos, comían pastel del pastor. — Las Navidades fueron más o menos así. — Le dijo Alice a su padre. — Pero añádele una caza del reyezuelo. — Uf y las coronas. — Resopló Ginny. Cerys se llevó las manos a la cabeza. — Ay, por Eire, cómo fue aquello. — ¿Qué pasó? — Tu hermana encerró a una vaca y la mía la soltó. — Resumió Martha. — Hombre, ahí faltan detalles. Manadas de mooncalfs, el otro Arnie llorando a pleno pulmón, ortigas… Vamos, no faltó un perejil. — Protestó Wendy. Pero estaban ya todos muertos de risa, menos Ruairi y Nancy, que parecían estar en otra parte.

— Ey, ¿qué pasa? — Preguntó Alice en cuanto se dio cuenta. Ruairi sonrió un poco. — Estaba pensando en que en las próximas Navidades ya tendremos a nuestro nuevo bebé aquí… — Les miró. — Pero a vosotros no, probablemente. Y… quizá tampoco estéis aquí para cuando nazca ¿verdad? — No digas tonterías, claro que estarán. — Declaró Ginny, mientras se comía una chuche. Pero Marcus y Alice solo se miraron. Se generó un silencio y de repente todos empezaron. — ¿Os vais? — ¿Pero por qué? — Si estáis superbién integrados… — Alice dejó escapar aire y dijo. — Aún no estamos seguros de cuándo, pero… pronto. — Apretó la mano de Marcus y miró a los demás. — Somos muy felices aquí, pero… tenemos una carrera que sacar adelante. Esto se nos quedará pequeño en breves. — Niamh les miró con una sonrisa tierna. — Eso es del todo verdad. Sois demasiado brillantes, tenéis que brillar. — Pero tenéis que volver para contárnoslo. — Intervino Cerys. — No hay nada de malo en quedarse aquí. — Se quejó Ginny. — Pero tampoco en irse. No se lo hagas más difícil. — Le respondió Nancy, tristona. — Como tú te vayas, te encadenaré. — Declaró muy segura. — Pero podemos volver a conocer a vuestro bebé. — Aseguró, mirando a Marcus. — Y muchas veces. — Claro que sí. — Aseguró Niamh. — ¡Ya sé qué vamos a hacer! — Exclamó Allison, asustándoles a todos, incluido a su bebé. — Vamos a decir cómo queremos que sea la próxima vez que nos veamos, después de que os vayáis. Así cogeremos ideas ¿sí? — Todos rieron con un poco de tristeza, pero era imposible con el espíritu de Ally. — Yo quiero que sea… en una barbacoa en el jardín del faro, con las brisas, las vistas, los niños corriendo… — ¿Pero con el interior reformado o no? Porque eso cambia las cosas. — Picó Ginny. — Yo soy buenísimo con las obras. Y con las sorpresas, déjame al cargo. — Saltó su padre. Alice se rio. — Yo quiero que sea en la granja, con el bebé pasando de brazos, y algún cachorrito también dentro de la casa, para recordar que somos todos familia. — Continuó Niamh. Iba a ser difícil no llorar. — Pues yo quiero que sea en Londres. — Aportó Arnie. — Porque Londres y Ballyknow son las dos partes de mi vida, y también de la de nuestra, y quiero que mi familia irlandesa la pueda vivir también. — Emma le miró con ternura. — Eso es precioso, cariño. No sé dónde los meteremos, pero es precioso. —

 

MARCUS

Marcus también se llevó las manos a la cabeza con el recuerdo de las coronas, pero se tuvo que echar a reír. — ¿Y cómo sobrevivió mi yerno a ese caos? — Preguntó William entre risas, y Marcus le miró con fingida resignación. — No sobreviví, William. Lo que ves es mi fantasma que vaga en busca de unas Navidades tranquilas. — Y todos rieron, aunque Ginny le picó las costillas fuertemente, haciéndole saltar entre quejas y carcajadas. — ¡Te quejarás de Navidades, señor trébol nacido en San Mungo! — Y estaban muertos de risa cuando Alice detectó algunas caras mustias, y no tardó en desvelarse el motivo.

Lo cierto es que Marcus... no lo había pensado. Es decir, se había marcado un autoengaño al más puro estilo Marcus O'Donnell: veía futuras Navidades en su casa con Alice pero no se había planteado que eso podía ser excluyente de estar en Irlanda. En su cabeza, ya todas las Navidades de su vida iban a ser así aunque vivieran en Londres, familia americana incluida. ¿Lo creía firmemente? No, pero había preferido no pensar lo contrario porque aún faltaba mucho y no quería ponerse triste innecesariamente. Como le estaba pasando ahora. Se mordió el labio y bajó la mirada, pero la subió de súbito para responder a Ruairi. — ¡Por supuesto que vendremos cuando nazca el bebé! — Y ese "vendremos" respondía solo a la cuestión de que, sí, en breves se marcharían. No sabían cuándo, pero si tenían que "volver" para el nacimiento del bebé, quería decir que allí podían quedarle como mucho meses. Y la realidad, como le había dejado ya ver su madre, es que estando la licencia de Hielo a la vuelta de la esquina, ese futuro era bastante próximo.

Se le estaba haciendo un nudo en la garganta, pero se forzó en sonreír. — Como bien decís todos, soy nieto tanto de Lawrence O'Donnell como de Molly Lacey. — Les miró. — De mi abuelo he heredado la pasión por la alquimia, pero él... no estaba tan integrado en el pueblo. Creo que no cuento nada nuevo. — Todos asintieron. — Pero mi abuela, sí. Ella siempre fue la más familiar y a mí me encanta estar con mi familia. Es cierto que... estaremos muy ocupados, y que nuestra vida está en Londres, y que probablemente tengamos que viajar bastante, más la estancia en el extranjero... — En verdad esto es el extranjero. Para un londinense, quiero decir. — Propuso Wendy con carita ilusionada. Marcus rio. — Tienes toda la razón. — Se mojó los labios, y se esperaba un "pero" o un "de hecho sí" por su parte, algo, pero solo hubo un silencio que ni él mismo sabía rellenar. Ya lo hizo Nancy por él. — Pero Marcus va a ir a Francia. — Él la miró, parpadeando. Ni él había elegido destino, no sabía cómo Nancy lo tenía tan claro. Su prima sonrió con cariño y dijo. — No va a perder la oportunidad de que le enseñe alquimia Nicolás Flamel. — Hubo una serie de exclamaciones aspiradas de admiración en el entorno, pero Marcus alzó las manos. — Bueno, eso son palabras mayores. Ya veremos... — Pero, evidentemente, sí. Si tenía la oportunidad de trabajar con el eterno Flamel, evidentemente no iba a desaprovecharla. Ni Alice tampoco.

La propuesta de Allison (después del sobresalto) le hizo mirarla con ojos curiosos y una sonrisilla, expectante por lo que tuviera que decir. Le encantó la propuesta, pero el nudo de su garganta se hacía más fuerte, y mientras todos lanzaban ideas, miró a Alice, apretó su mano y notó cómo le brillaban los ojos. Su tiempo en Irlanda empezaba a llegar a su fin, y le parecía mentira que, aun no haciendo ni un año de que marcharon de Hogwarts, hubieran tenido ya una importante travesía en dos países diferentes. Habían pasado tantas cosas... Entonces, Arnold propuso verse en Londres y Marcus reconectó, mirando a su padre con cierta sorpresa e ilusión, porque a él no se le había ocurrido. — Ya sé cuándo vais a venir a Londres. — Dijo entonces, y todos le miraron. Se le escapó una risa y él miró a Alice y a sus padres, los que mejor iban a entender lo que iba a decir a continuación. — Para esto sí que no he pedido permiso y quizás sean mis últimas palabras, pero las voy a decir igualmente. — Miró entonces a la familia. — Quiero que vengáis cuando Lex juegue su primer partido en los Mont... — SÍ. — Gritó Nancy, que hasta se puso en pie de un salto y les pegó otro susto a todos. — SÍ. ACEPTO. — Se dice "sí, quiero" y este no es al Ravenclaw al que se lo tienes que decir. — Picó Martha y todos se lanzaron a reír (menos Nancy, que le lanzó una patata, pero estaba tan emocionada por lo del quidditch que le hizo poco caso). — Bueno. — Suspiró Emma, aguantándose la risa. — Al menos un estadio de quidditch es más grande que nuestra casa para que entren todos... — Pero coincido en que tu hermano te va a matar, hijo. — Rio Arnold. Marcus se encogió de hombros. — Si alguien me ha faltado aquí todo este tiempo ha sido Lex. Se merece tener a su familia apoyándole. — Si no es que se lo merezca, es que igual no quiere. — Puntualizó Arnold entre risas otra vez. Nancy volvió a cortar. — ¿CÓMO QUE NO? ¿Es porque le avergonzamos? Ya, bueno, sí, en verdad tiene sentido. PROHIBIDO DESCONCENTRARLE. ¡YA SÉ! INVENTAMOS UN SISTEMA DE INVISIBILIDAD Y NOS METEMOS TODOS DETRÁS Y ASÍ MANDAMOS NUESTRA ENERGÍA POSITIVA FAMILIAR PERO NO LE MOLESTAMOS. — Qué esotérico. — Di que sí, prima. — La primera en responder fue Cerys, pero Andrew pasó por encima con la burlita. — Un sistema para invisibilizar a treinta personas. Seguro que a nadie en la historia del mundo mágico se le había ocurrido antes. Y a nivel seguridad, el culmen... — ¡Ay, cállate! Tú ponte a arreglar el faro que según tu novia, nuestra próxima quedada DESPUÉS DEL PARTIDO va a ser allí. — Todos se echaron a reír.

Marcus se acercó a Niahm. — ¿Cuándo está estimado que nazca? — Preguntó discreto aunque ilusionado (y tenía varias orejas pendientes de ellos a pesar de la discreción). — Finales de agosto o principios de septiembre. — Marcus sonrió. — ¡Anda! Quizás coincide con el cumpleaños de Lex. — La mujer soltó una risita musical. — Qué bonito es que quieras tanto a tu hermano. Ojalá mis niños... — Se tocó la barriga, dejando la frase en el aire. — ¿Bromeas? Lucius casi hace un placaje al alcalde de pensar que su futura hermana, porque está convencido de que es una niña y yo lo secundo, se iba a poner verde. — Niahm se echó a reír, pero la conversación no fue a más porque le cayó Wendy encima. — O sea que os vais a ir antes del verano. — Y de nuevo se reanudó la conversación de cuándo se irían. Suspiró, mirando a Alice. — A ver, no tenemos fecha, pero... — El examen de Hielo es en octubre. — Saltó Pod. Marcus le miró con las cejas arqueadas. — Mira qué controlado lo tienes. — ¡Pues sí! Porque yo empiezo Hogwarts el uno de septiembre y sé que voy a estar allí cuando lo hagas. — Hubo varios sonidos tiernos, pero Ruairi se puso aún más triste. — ¡Cariño! Los gemelos... — Les dejarán salir para el nacimiento si se retrasa, cielo. — Pero a Pod no. — ¿¿NO VOY A VER A LA PRIMA?? — Aquello empezaba a irse de las manos. Emma entró en acción. — Familia... esta unión que se ha creado no es tan fácil de destruir. Y en el homenaje de hoy nos ha quedado claro que no hay distancia que separe a un irlandés de su tierra. — Sonrió. — No os preocupéis, que por lo que a mí respecta, me comprometo a que esta familia se mantenga siempre unida. —

 

ALICE

Sí era verdad que Marcus se parecía tanto a Lawrence que a veces todos se perdían en ese parecido, y no pensaban que Marcus tenía mucho de sus dos abuelos también. Sonrió ante el comentario tan cuqui de Wendy, sintiéndose muy querida por ellos, acogida, viendo que no querían que se fuera. Eso sí, lo de Nancy le hizo reír. — ¿Quién necesita papeleos y solicitudes cuando tiene una prima que ya le ha emplazado en el taller de Flamel ni más ni menos? — Había risas, pero eran risas contenidas, para alejar un poco la tristeza que les daba pensar en aquella separación.

¿Cómo no se le había ocurrido lo de ir a un partido de Lex? Todavía no tenía nada asimilado que iba a ser jugador de quidditch de verdad, y que tendrían muchas ocasiones de esas. La que lo tenía superasimilado era Nancy, que ya estaba aceptando todo. Su padre se inclinó para susurrarle. — Hasta yo me he dado cuenta de que aquí hay algo con otro Ravenclaw implicado. ¿Del pueblo? — Alice rio. — Papá, si no te acuerdas de la mitad de los nombres, por favor. — Pero lo hay. — Alice se miró con él y chocó el vaso de pinta con el de su padre. — Siempre lo hay, ¿o no, Don Juan de Hogwarts que usa mucho la varita? — Y su padre se echó a reír fuertemente.

Asistió a la conversación del pobre Pod y trató de animarle. — Yo no conocí a Dylan cuando nació ¿sabes? — Dijo alargándole la mano. — Él nació el nueve de julio, y a mí me habían dejado en La Provenza con mi abuelo y la tata. Bueno y la tía Erin. — Ruairi se rio. — Debió ser muy divertido. — Sí, bueno… El abuelo discrepa. — Volvió a girarse a Pod. — El asunto es que, cuando mi madre ya estaba más recuperada, me llevaron a casa, y Dylan ya tenía casi dos meses… — Sonrió con ternura. — Y eso no ha hecho que nos adoremos menos. — Además de verdad, amigo. Mi hijo nunca ha mirado a nadie con los ojos que mira a su hermana mayor. — Alice le miró con una sonrisa triste, sintiendo que se le inundaban los ojos. Niamh se tocó la tripa. — Igual que este o esta. Os va a adorar a los tres: sus hermanos y su primo mayores, Los Mosqueteros. — ¡Brando! ¡Ve ahí con el primo Pod a achucharle mucho! — Y Ally le echó encima al bebé y Pod se derritió, igual que todos.

Una tarde en familia que no acababa hasta las ocho, le parecía la forma más irlandesa de celebrar aquel país que había aprendido a querer con toda su alma. Iban caminando, ya de noche, hacia la cuna de los gigantes, con Arnold, Emma y William, cogidos de la mano, esperando ver el espectáculo de fuegos artificiales que prometía ser impresionante. — Entonces… y sin querer presionar… ¿habéis pensado ya en… una fecha de vuelta? — Dejó caer Arnie. Emma le palmeó un poco el brazo, pero Alice contestó con naturalidad. — No lo hemos hablado. — Miró a Marcus. — Pero… soy consciente de que la licencia de Hielo está ahí y… — Tragó saliva y miró a su padre. — Ahora puedo volver a Guildford, al menos hasta que seamos unos alquimistas con sueldo de verdad. Pero… — Miró a Marcus. — A mí me gustaría esperar a… — Miró a los padres. — Bueno… Quiero… — Quieres intentar encontrar las reliquias que os quedan. — Dijo Emma, siempre al punto, siempre certera. Alice suspiró. — A ver… Ya hemos empezado ¿no? Podemos aunque sea… ir a Beltaine y ver… si podemos hallar las últimas. — Miró a Arnie. — Y te juro que si veo que es muy difícil, volvemos a Inglaterra, nos centramos en Hielo y ya volveremos. —

 

MARCUS

— Siempre acabamos volviendo aquí. — Le dijo a Alice con una sonrisa, yendo de su mano hacia la cuna de los gigantes. Aunque la última vez que estuvieron se fueron de allí turbados tras la conversación con Bedwyr... y ahora que lo pensaba... podría ser también un buen sitio para despedirse antes de marchar de vuelta a Londres. Pero prefería no pensar en despedidas por el momento, sino centrarse en San Patricio, que era un día alegre.

No iba a ser tan fácil, porque su padre, sin presiones por supuesto, ya estaba preguntando por una fecha. Marcus soltó aire por la nariz y dijo intentando mantenerse sereno. — Como ya ha reseñado mi secretario personal, el examen es en octubre. — Encogió un hombro. — Antes del examen, seguro. — Y con eso no se comprometía a demasiado, pero solo con intercambiar la mirada con Alice, supieron ambos que no iba a ser en octubre, ni en septiembre. Iba a ser muchísimo antes.

Alice lo dijo con más dulzura, pero al final, acabó llegando al mismo derrotero que estaba pensando él, y los padres no tardaron en pillarlo. Habían empezado una andadura en Irlanda que no quería dejar a medias, y evidentemente su prioridad era su carrera, pero... no iba a dejar la investigación de las reliquias simplemente así como así. — Al menos querríamos intentarlo. — Reforzó lo que dijo Alice, pero él miraba a su madre. Emma y él habían visto su boggart, lo que Marcus más temía. Eso no era simple ansia investigadora: era una cuestión personal. — Me parece bien. — Sentenció su madre, dicho lo cual cambió el foco de su mirada y caminó hacia el lugar en el que serían los fuegos. Arnold hizo una mueca que parecía disconforme, y Marcus se imaginaba lo que estaba pensando: que como su mujer había dado la conversación por zanjada a pesar de la vaga información que habían obtenido, por cerrada la tenía que dar él también. Marcus sonrió un poco y se acercó a su padre, dándole hombro con hombro. — ¿Tanto me echas de menos? — Su padre le miró divertido y le revolvió los rizos. — Mucho. Aunque hemos tenido el privilegio de tener siempre a nuestros dos hijos en el día de su cumpleaños, cosas de la vida... cuando te fuiste a Hogwarts, me agarré a la absurda ilusión de que serían siete años y que, después, volverías... Como que no ibas a salir de Hogwarts hecho ya un adulto con vida propia... — Marcus chistó, sin perder la sonrisa. — Qué melancólico... — Miró al horizonte. — La verdad es que, conociendo esto... me haría ilusión celebrar mi cumpleaños con la familia... — Se encogió de hombros. — Pero siempre podemos ir y volver, no tenemos por qué... en fin, estar aquí viviendo... — Miró a su padre. — Solo queremos aprovechar el tiempo que nos queda aquí. Sé que ya no es demasiado. — Arnold sonrió de vuelta. — Y haces muy bien... No hagas caso a este viejo melancólico, estáis viviendo una experiencia estupenda. — Lo del viejo melancólico le hizo reír, pero agradeció lo que vino detrás.

— ¡Que empiezan, que empiezan! — Todos se sentaron en las piedras, muy juntos, mirando al cielo con ilusión, y pronto comenzaron a estallar fuegos artificiales en diferentes tonos de verdes, con brillos, estrellas, monedas de oro que se desvanecían en el aire y formas graciosas. Empezó a sonar un encantamiento musical como si fueran gaitas y todos los niños entonaron una cancioncilla infantil en gaélico, coronada por Eillish y Nora, que tocaban ilusionadas las palmas, y por su abuela Molly, que reía con ganas, y ellos reían de pura alegría al verles a todos. — ¿Qué dice? — Preguntó William, divertido, y Emma hizo un gesto de la mano. — Algo de San Patricio. Bueno, del druida que se llamaba así. — ¿No sabes ya gaélico a estas alturas, consuegra? Estás perdiendo facultades, con lo que tú eras... — Emma le miró con desdén y dijo. — No me llames consuegra. — Perdón, jefa O'Donnell, olvidaba que ahora oficialmente tienes rango superior... — Su madre chistó, rodó los ojos y suspiró al mismo tiempo, mientras Arnold se echaba a reír. Marcus les miraba, y luego cambió la vista a los niños que cantaban y tocaban las palmas. Frunció los labios, apretó la mano de Alice y la miró. — En el fondo... echábamos de menos nuestra vida de Londres. — Apoyó la cabeza en su hombro y miraron juntos los fuegos artificiales. — Este año, por circunstancias que... no esperábamos... nuestra familia ha crecido muchísimo. — Llenó el pecho de aire. — Hemos ganado, Alice. Nosotros siempre ganamos. — Y le quedaba aún mucho por ganar de esa tierra. Aunque estuvieran empezando a despedirse de ella, pero lo que Irlanda te daba, ya nunca más se perdía.

Notes:

¡Guau! ¿Es vuestro primer San Patricio irlandés? El nuestro también, pero nos lo hemos pasado increíble. Contadnos qué os ha parecido, qué no esperabais y qué habéis echado en falta en ese fiestón muy verde. ¡Nos vemos pronto con un capítulo MUY MUY especial!

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REBORN

(21 de marzo de 2003)

 

ALICE

¿Qué se ponía una para Beltaine? Era una cuestión. Ni Nancy estaba segura de si lo celebrarían en exterior, interior o ambos. Y sí, precioso lo de la fiesta de la primavera, pero en Irlanda seguía haciendo un frío tremendo, y ninguno estaba seguro de nada, más que de que había que ir a la Cuna de los Gigantes. No conocían el protocolo, no sabían cuándo iban a volver, no sabían absolutamente nada… Pero su miedo no tenía cabida ahí. Su puerta sonó y la abuela asomó la cabeza. — Mi nieto se va a deshacer de nervios e impaciencia si no bajas. — Alice apuntó a un montón de ropa y le echó un hechizo reductor para meterla en la mochila. — Perdón. Yo también. — Hija, una cosa solo… — Llevo el recetario, para apuntar todo lo que pueda. — Ay, eres más maja que un knut, pero no quería decir eso. — Se metió la mano en el bolsillo. — He tenido que rebuscar pero… —Sacó un broche con una curiosísima forma geométrica intrincada. — Se lo regalaron a mi suegra, Martha, cuando ayudó en la hambruna de 1923 a los druidas… — Se acercó y se lo prendió en el jersey. — Me dijo que era una especie de bendición, un regalo… Que estos druidas sepan que nosotros sí que estuvimos de su parte. — Alice sonrió y asintió. Falta nos va a hacer. 

Se despidieron de los abuelos y se encontraron con Nancy en el monumento. — ¿Qué traes ahí? — Cuestionó la chica, que localizó el broche inmediatamente. — Me lo ha dado la abuela. Por lo visto era de vuestra bisabuela. Es de protección. Bastante ha costado convencerles de que no vinieran, y no descarto que estén detrás de un arbusto aun así. — Nancy suspiró. — Preferiría no jugármela pero… — ¡SANADORA! ¡HA SIDO BENDECIDA POR LA MORRIGAN! — Saltó gritando, de alguna parte, Albus. Ella miró significativamente a la prima. — Parece que es bueno. — Mira, no cojas el criterio de Albus para lo que te conviene, que está muy pesado. — Tengo que presentarle mis respetos al enviado real. — ¿Pero no te habían echado? — Sí, pero Phádin es mi príncipe, señorita Sanadora. ¡Es que qué tremendo honor para un druida! Yo aquí, con la Sanadora, la Ninfa, el Hi… — Hemos quedado que nada de decir ese nombre. — Cortó Nancy, haciendo que el hombrecillo se encogiera. Luego miró a Alice. — He hecho una selección de mis mejores levaduras, para ofrecérselas al enviado que venga a buscarles. Con ellas se hacen los panecillos de Beltaine… — Pero un círculo verde que apareció repentinamente en una de las piedras les calló a todos.

Por aquel círculo, salieron Bedwyr, dos hombres y una mujer, adornados con unas telas exquisitas. ¿Qué tenían que hacer? ¿Cómo se saludaba en druida? — ​​Beannachtaí. — Dijo Nancy agachando la cabeza. Pues así, por lo visto. Alice imitó el gesto. — ¡OH GRAN MAESTRE BEDWYR! ¡PIADOSA Y SIEMPRE SABIA SHABRIREE! — Gritó Albus echándose a sus pies. La mujer frunció el ceño pero no movió la cabeza, siguió mirando hacia delante. — ¿Albus? ¿Albus Fraoch Glas? — ¡EL MISMO, MI SIEMPRE SABIA PROFETA! — Es ciega, cayó Alice. Por eso no movía la mirada, no es que despreciara a Albus o no se hallara, simplemente no les veía. — Apártate de la señora. — Amenazó uno de los guardias. — ¡Mi sabia profeta! ¡Mi gran maestre! ¿Tomaríais esta ofrenda para mi príncipe? — Bedwyr chascó la lengua y suspiró. — Lo haremos. — Dijo la mujer bajando la mano con delicadeza. — Eso no está hablado con el príncipe, mi señora. — Solo es levadura, Bedwyr, puedo olerla desde aquí. Los druidas nunca rechazan un regalo de la tierra, ni siquiera de un proscrito. — Y, llenándola de parabienes, Albus lo depositó en su mano. — Igual tendríamos que haber traído algo. — Susurró Alice a Marcus. Pero claro, ¿qué podrían esperar?

Entonces, la mujer levantó la mano hacia ellos. — Ni siquiera yo pude pronosticar vuestra llegada, dama Mulligan, Sanadora y, por supuesto… Hijo de Ogmios. — Cerró los ojos y agachó la cabeza. — Soy Shabriree Ceann Bán. — La blanca. Eso sí lo había entendido. Cruel si me preguntan. — Bedwyr, nuestros guardias reales y yo estamos aquí para llevaros a la corte druida. ¿Tenéis alguna pregunta o ruego antes de partir? —

 

MARCUS

Soltó aire lentamente por la boca, una vez más, con las manos apoyadas en el lavabo y mirándose a sí mismo, reflejado en el espejo del baño. — Mi nombre es Marcus O'Donnell. — Susurró, lo justo para oírse a sí mismo con la suficiente claridad, pero para que no se le oyera fuera. — Soy hijo de Arnold y Emma O'Donnell. Nací en Londres. Soy mago, soy alquimista. Soy la tierra. — Cerró los ojos. Llenó lentamente el pecho de aire y volvió a repetir en voz musitada. — Mi nombre es Marcus O'Donnell. Soy hijo de Arnold y Emma O'Donnell. Nací en Londres. Soy mago, soy alquimista. Soy la tierra. — Nada de Géminis. Nada de ser Hijo de Ogmios. Nada de heredar Irlanda, de ser el todopoderoso mago que controlaría la magia ancestral. Nada de elevarse por encima de donde sus pies pudieran tocar el suelo. Abrió los ojos y volvió a reconocerse en el espejo. Tenía que salir, pero se lo dijo a sí mismo una vez más. — Mi nombre es Marcus O'Donnell. Soy hijo de Arnold y Emma O'Donnell. Nací en Londres. Soy mago, soy alquimista. Soy la tierra. — Que se quedara grabado en su mente.

Cuando bajó, Alice aún seguía arriba. Tragó saliva y se dijo a sí mismo que iban bien de tiempo... pero se le escapó decir en voz alta. — Sería mejor que nos fuéramos ya. — Como si el pensamiento le hubiera salido por su boca sin permiso. Se dio cuenta de que su abuela, sin decir nada, se había girado y subido a la planta de arriba. Se limitó a hacer como que se arreglaba el atuendo en el espejo de la entrada, aunque solo estaba tratando de calmar sus nervios. Su abuelo se acercó con prudencia. — Hijo... — Se hizo una pausa en la que Marcus seguía haciendo como que se retocaba la ropa ante el espejo y su abuelo tenía la mirada agachada. — Vivid la experiencia. Nadie puede quitaros esta oportunidad. Pero... — Tranquilo, abuelo. — Le miró y sonrió levemente. — Un águila siempre sabe volver por donde ha venido, por alto que vuele. — El hombre esbozó una sonrisa ladina y triste y asintió. Marcus lo había dicho con la seguridad de quien cree firmemente lo que está diciendo. Ahora tenía que no solo parecerlo, sino serlo.

Interpretó el broche en la solapa de Alice como un gesto de acercamiento a los druidas, y se limitó a sonreír, pero no dijo nada. Conocía la historia de ese broche, evidentemente. Le parecía bien que se mostraran en son de paz de entrada, pero no pensaba mostrarse doblegado: Phádin había iniciado un ataque bastante agresivo y tomado ciertas decisiones que les incumbían de manera totalmente unilateral. Le daba igual el rango gubernamental que tuviera en una comunidad que, dicho fuera de paso, no era la suya. Él podría ser solo un chico de dieciocho años, pero jamás usaría su poder para intentar doblegar por las malas y de forma tan cobarde a alguien que teóricamente está por debajo y en una posición de indefensión. Eso era rastrero. No tenía por qué entrar con buen pie con alguien así, pero tampoco era tonto, así que sí, mejor que pareciera que iban en son de paz, aunque no pensara bajar la guardia un instante.

Se mantuvo callado todo el trayecto, simplemente manteniendo la serenidad, pensativo. No ayudaba ni a un fin ni al otro el griterío de Albus, apareciendo de ninguna parte. Se limitó a alzar la mirada y respirar hondo, echando lenta y silenciosamente el aire por la nariz, en lo que Alice y Nancy seguían debatiendo entre ellas. Se estaba guardando toda la serenidad posible, así como las energías (que no descartaba tener que usarlas), por cómo pudieran desarrollarse los acontecimientos. Al menos Nancy había cortado en seco a Albus antes de que le calificara de Hijo de Ogmios otra vez. Aunque me temo que esa batalla con los druidas va a estar perdida.

Y apenas terminando de formarse dicho pensamiento, se personaron por un portal tres druidas, de los cuales reconocieron entre ellos a Bedwyr. Se agarró las manos frente al regazo en gesto tranquilo y solemne, expectante, y saludó con respeto y una leve inclinación de cabeza. Al parecer usó el gesto correcto, si bien Nancy añadió un término desconocido para él y que se ahorró utilizar. Iba a mantener un perfil muy bajo durante el tiempo que pudiera emplearlo. Miró primero a Albus de reojo cuando oyó el apellido, y luego reparó en la mujer druida, mirándola analítico. ¿Era ciega? Seguía mirándola mientras el otro guardia salía en defensa y Albus hacía un nuevo acercamiento. ¿Quién era esa mujer? ¿Qué posición tendría en la comunidad, para ir tan escoltada y ser reconocida por Albus? El hombre la había llamado profeta, y Marcus había oído muchas historias sobre profetas ciegos, por lo que bien podría ser. Mejor no decía la mala espina que le daba que fuera a buscarles una profeta ni más ni menos.

Oyó el susurro de Alice sin retirar la mirada de los druidas. Lo sopesó, dejando una pausa unos instantes, pero luego dijo. — Lo habrían tomado como una ofensa. — Los druidas se creían muy superiores a ellos, pero también se sentían dejados de lado (y lo estaban, la cuestión era por obra de quién). Cualquier ofrenda que ellos hubieran hecho, de ser "de la tierra", seguro que no estaba a la altura de lo que ellos manejaban, y de no serlo, lo considerarían artificial, antinatural e incluso peligroso. Total, que no les hubiera venido bien nada, a saber si no lo hubieran interpretado como una muestra de poder y, lo dicho, se hubieran ofendido. Si el tal Phádin era lo más parecido a un Slytherin, si alguien sabía cómo procesaban era Marcus.

Entonces la mujer se acercó a ellos y Marcus sintió dos escalofríos, uno detrás de otro: el primero al dirigírseles, y el segundo, al pronunciar ella Hijo de Ogmios refiriéndose a él. La profeta también lo piensa. Apretó los dientes y tragó saliva. Mi nombre es Marcus O'Donnell. Hijo de Arnold O'Donnell y Emma O'Donnell. No dijo nada, solo inclinó la cabeza a modo de respeto, aunque justo después cayó en que la mujer no podría verle. Se le acababa de caer con todo el equipo la estrategia que estaba utilizando: mantenerse en pose serena y firme, protocolario como él sabía ser, pero calladito. Con una ciega eso no valía, y no se había planteado una traducción del lenguaje no verbal al verbal (y al verbal gaélico, encima). Pero acababa de lanzarles una pregunta. Miró a Nancy y vio en su cara que no tenía una, tenía un millón de preguntas en su cabeza pugnando por salir. Su prima fue a abrir la boca, pero algo dentro de él le impulsó a adelantarse. — Sería muy desconsiderado para con vuestra invitación, e insensato dadas las circunstancias, no tenerlas. — Dijo con serenidad. Bedwyr le miró con desprecio (no le sorprendía), y el otro guardia con una mezcla paradójica entre indiferencia y curiosidad. La mujer había girado levemente el rostro hacia él, la fuente del sonido. Ladeó la cabeza tras una pausa. — Razonable. — Marcus tomó la contestación como una invitación a concluir. — No creo que haya pregunta que podamos hacer que no lleve a otra, y luego a otra, y luego a otra más. La cuestión es cuánto tiempo sería lógico permanecer aquí preguntando, sin que eso crispe unos ánimos que no sabemos de entrada cuánto de crispados están ya. — La mujer sonrió de lado y ahogó una muda risa. — Es como hablar con una esfinge. — Lo tomaré como un piropo, pensó, y oyó a su lado a Nancy carraspear tímidamente. — Nos gustaría saber qué se espera de nosotros. Jamás hemos estado en la corte druida y en un evento tan significativo, para nosotros es un honor y ante todo no quisiéramos ofender ya que hemos sido invitados. — Me temo que llegamos tarde a eso, pensó de nuevo Marcus, sarcástico. Algo le decía que a Phádin le ofendía su mera existencia. — Por eso no debéis de preocuparos. — Dijo Shabriree. — Cuando tienes invitados a tu casa, esperas que la respeten, por supuesto, pero también aceptas aquello con lo que ellos quieran venir. — Hizo un gesto de la mano hacia Bedwyr y dijo. — Podemos marchar, pues. —

 

ALICE

Y por eso hay que dejarle hablar, pensó para sí. Porque ella tenía una buena ristra de preguntas, que a ella le parecían muy lógicas, pero que, como ya había señalado Marcus, eran claramente interpretables por aquella gente como una ofensa mortal, y prefería no pensarlo. Le hizo gracia lo de la esfinge, porque era MUY Marcus, de hecho ya había vencido a una. Te va a gustar mi novio, y eso que no lo puedes ni ver, pensó Alice, viendo que Shabriree parecía congeniar mejor con Marcus que los otros druidas. Asintió a la explicación de la mujer, porque tampoco tenían mucha más opción, y se adelantó a seguir a los druidas. — Dama Mulligan, Dagda os acompaña. Sanadora, si permitís, tomad mi mano, y el Hijo de Ogmios, que tome de la mano a la señora Shabriree. — Alice se giró hacia ella, y vio cómo el otro guardia restante le daba a su vez la mano a la mujer. Tragó saliva y se acercó a Bedwyr. Antes de irse, Nancy se giró para ver a Albus. — Deja de llorar, Albus, está todo bien. Cuídate hasta que volvamos y no te metas en líos. — Las estrellas la cuidan, señorita ninfa. Usted es su hija. — Y, para espanto de Alice, el tal Dagda condujo a Nancy a través del círculo de la piedra.

Inconscientemente, se agarró más fuerte a la mano de Bedwyr, viéndose ya despartida al otro lado. Mientras se acercaban, sintió un zumbido muy intenso que iba a más cuanto más avanzaban, y una especie de ventosa en todo el cuerpo en cuanto entró en contacto con el círculo. Una sacudida, cerrar los ojos, y, así como si nada, sintió un azote del viento marino bestial. Al abrirlos, dio un respingo para atrás y se agarró a Bedwyr como si le conociera de toda la vida, porque sintió que se caía por un escarpado acantilado al océano. Sentía el corazón en las sienes, pero Bedwyr la agarró con delicadeza de los brazos. — Tranquila, Sanadora. No puedes caer. — Yo creo que sí. — Le salió del alma. — Hemos hecho este camino incontables veces. Yo te sujeto. Tranquila. — Su siguiente pensamiento fue buscar con la mirada a los demás. Nancy estaba parecida a ella, pero aún buscando un apoyo, y Marcus pasó de la mano de Shabriree, que, para no ver nada, ni dudó el camino a seguir. Y ese era rocas abajo.

Dagda se había agachado junto a uno de los bordes y, según posó la mano en el suelo, el suelo tembló y las rocas crujieron. Por lo visto allí había una tremenda escalera esculpida en la piedra. Si los padres y los abuelos se enteran alguna vez de que hemos bajado por aquí, les dará un infarto con efecto retroactivo, pensó. Miraba a Marcus todo el rato, pero él mantenía el porte de digno hijo de Emma O’Donnell. Pero aquella escalera parecía hundirse en el agua. Hacía frío. No quería mojarse. Ah no, no acababa en el agua, menos mal. Estaba hasta mareada. Giraron en una pequeña plataforma de piedra, de cara al acantilado y entonces… lo vio todo.

Era como entrar por una pequeña puerta al mundo de las hadas. Aquel lugar, dentro de la piedra, con grandes aperturas en el techo, parecía esculpido por unas hadas primorosas y amantes del lujo, entrecruzando arcos y grabados en la pared con preciosas aperturas a las simas que hacían que entrara la luz. Cierto era que había musgo verde cubriéndolo todo, pero lo hacía parecer aún más hermoso. Los rugidos de las cuevas y aperturas submarinas eran sobrecogedores, y Alice no podía dejar de admirar todo lo que iban viendo, y el hecho de que Shabriree caminara por ahí con aquella seguridad. Se le ocurrió mirar a Nancy, y parecía que estaba en trance, con dos lágrimas surcándole la cara. Los hombres se habían dado ya cuenta, pero entonces sorbió y la mujer se giró. — ¿Lloráis, Dama Mulligan? — Nancy no dejaba de mirar a su alrededor. — Toda mi vida he querido ver esto… Es… Es más maravilloso que nada que hubiera podido imaginar… — Yo también. — Tanto Alice como Nancy tragaron saliva, porque estaba claro que la chica no había querido ser cruel, pero… — Mi señora tiene un humor particular respecto a su vista. — Explicó el druida que la había llevado de la mano y que permanecía a su lado. — Ella sabe que el don de la adivinación le fue concedido por los dioses para guiar al príncipe en su camino en este mundo. — Dijo Bedwyr, severo. Así que Shabriree era importante para el príncipe. Sería su adivina oficial o algo así.

En todo aquel camino por las galerías, había grupos de gente igual de alta y elegante que el resto de druidas que había conocido, todos en silencio, mirándoles sorprendidos y casi sobrecogidos. Tras unos cuantos minutos, cruzaron el umbral de un gran arco de piedra adornado de runas en la pared y pasaron a un edificio mucho más seco y caliente, excavado completamente en la roca. — Esta es la antesala del trono. Os dejamos para que os adecentéis antes de presentaros ante la corte. Una vez hayáis conocido a la familia real, os enseñaremos los pasos a seguir. — Comentó la mujer, con su tono suave. — Podéis usar vuestras armas para secaros o lo que necesitéis ahora, pero debéis entregarla antes de entrar a la sala del trono. — Sentenció Bedwyr, antes de que todos desaparecieran por otra puerta, y el arco se oscureciera. ¿Cómo harían todo eso sin varita?

Entre los tres, se echaron hechizos secadores, y Alice y Nancy se retocaron un poco el pelo y la ropa la una a la otra. — ¿Cómo pretenderán que vayamos vestidos? — Se preguntó Nancy, en voz baja, mientras se cambiaba las botas de monte que solía llevar por unos zapatos que parecían de un traje tradicional. Alice se ciñó una cinta a la frente que era muy festiva y folclórica, temiendo estar demasiado vestida y a la vez casi nada para la ocasión. — Yo voy a hacerle caso a Shabriree. Bedwyr la respeta y parece que está a sus órdenes, y voy a comportarme como si fuera a celebrar Navidad en casa ajena. — Tomó aire y se acercó a Marcus, acariciando sus brazos. — No es mi primera vez al fin y al cabo. — Lo atrajo hacia sí y juntó su frente con la de él. — El cielo nos ha dado las claras estrellas, hermano sol, hermana luna… — Susurró dulcemente. — Tú eres la tierra y yo el aire. Tú el agua para mi fuego… Somos imparables, mi alquimista. — Eso eran. Amantes, alquimistas, Marcus y Alice siempre. — Cuando estés listo, nosotras también. —

 

MARCUS

Había dado por sentado como una tremenda obviedad que la dama acompañaría o a Nancy o a Alice, y que él sería escoltado con casi total seguridad por Bedwyr. Se había equivocado de cabo a rabo y tuvo que esforzarse por disimular la sorpresa. Siguió con la mirada a Bedwyr tomando la mano de Alice y se repitió a sí mismo que su novia tenía un orbe en el bolsillo que garantizaba el pago por la vida de un druida si les pasaba algo... Lástima que, si le pasaba algo a Alice, a él ya le daban igual cuántos daños se causaran. — Qué sencillo es ver la vulnerabilidad de un hombre y qué poco sabéis usar este conocimiento por listos que seáis. — Parpadeó. La mujer se había puesto a su lado y le tendía la mano. Él ofreció su brazo y caminaron juntos.

Asumió que iban de camino a un portal que les conduciría a un sitio al que los humanos no tienen acceso por sus propios medios, y que podía estar lleno de peligros. Esa circunstancia era inevitable, así que mejor que invirtiera sus energías en salir lo más airoso posible de ella en cuanto a intelecto se refería, porque dudaba que los druidas fueran a lanzarles por el acantilado (precioso paisaje, pensó irónico nada más aterrizar del portal, sintiendo el corazón palpitándole en las sienes y sus pupilas más dilatadas). Más probable era que sus posibles respuestas condujeran a un camino u a otro. En lo que recorrían semejante terreno, tan espectacular como peligroso, la mujer volvió a hablar. — Me reiría de toda esta situación si no fuera porque los hombres vulnerables son también los más peligrosos. Y eso te incluye. — Tragó saliva. Se le agolpaban varias respuestas posibles que decir pero ninguna le parecía lo suficientemente buena, así que mejor callarse. Total, Shabriree iba a seguir hablando, y puede que eso le facilitara dar con la respuesta correcta en algún momento. — ¿Por qué no te gusta que te llamen Hijo de Ogmios? Es todo un honor. — Marcus, mirando al frente, respondió. — Mi señora, si me lo permite, no me hace sentir seguro que invadan mi mente sin mi permiso. — La mujer soltó una muy leve risa muda, con los labios cerrados. — Esas cuentas arréglalas con Phádin, yo tampoco estoy de acuerdo. — Claramente, no se había dado por aludida. Lo procesó inmediatamente después. — Si te refieres a mí, soy profeta. Los dioses me concedieron el don de ver lo que otros no pueden ver, a cambio de no ver lo superficial, aquello que habitualmente distrae a la gente de lo importante. Y a ti... es fácil verte. Eres un libro abierto, por mucho que intentes ocultarte. Phádin... está tan ciego, mucho más ciego de lo que yo lo estaré jamás, que solo ve lo que tiene delante. Con lo fácil que es leerte. — Estaban llegando casi al final de las escaleras. — Ahora dime, ¿por qué rechazas tal honor? — Porque es un honor que no me corresponde, señora. — Ella giró la cara hacia él lentamente, en gesto sorprendido. — ¿Insinúas que aquellos que llevan años esperando al mesías, guardando los tesoros de los dioses y conociendo el movimiento de cada gota de rocío y la posición de cada grano de arena, están errados? — Marcus se mantuvo en silencio. Shabriree volvió a focalizar sus ojos sin visión en el centro. — En eso Phádin tenía razón: eres soberbio. Solo que no como él cree. — Tragó saliva de nuevo. Mi nombre es Marcus O'Donnell. Soy hijo de Arnold y Emma O'Donnell. Nací en Londres. Soy mago, soy alquimista. Soy la tierra. Se repitió con firmeza. No pienso creer ninguna otra cosa.

Si el acantilado le había dejado impactado, la entrada a la corte le dejó sin aliento. Pase lo que pase, Marcus, disfruta de esto: jamás pensaste que verías algo igual. Se había visto a sí mismo en el Ministerio, en los talleres de los mejores alquimistas del mundo, en París, en Damasco y en el Caribe con Alice. Pero no se había visto a sí mismo en una corte druida en pleno corazón de Irlanda. Eso sí que no entraba en sus cálculos, y si ahora le hicieran una pregunta, no sabría ni cómo se articulaba una palabra para contestar. Nancy estaba llorando y Marcus, por un instante, se permitió intercambiar una mirada con Alice. Espero que puedas ver ahora mismo al niño ilusionado que conociste, feliz de poder compartir esto contigo. Porque ese niño seguía viviendo con él. Lástima que tuviera que tenerlo guardado a buen recaudo porque, insistía, dudaba que eso fuera una invitación amigable.

Sintió cómo el corazón le latía con una fuerza inusitada al cruzar el umbral del último edificio al que accedieron, como si intuyera peligro, como si estuviera detectando alguna fuerza superior. Paseaba la mirada por todo su entorno, sereno, hasta que le dieron las instrucciones. Entregar la varita no le hacía ninguna gracia, pero Marcus tenía poder en sus propias manos, se dedicaba profesionalmente a eso básicamente. Y ya había demostrado tenerlo. Solo esperaba no tener que recurrir a ello. Miró los cambios en el entorno, empapándose de todo. Estaba en un sitio lleno de magia ancestral, toda información que pudiera captar era bienvenida. Si supierais que encima me estáis haciendo un favor con la licencia...

Se secaron y las chicas comenzaron a arreglarse rápidamente, pero él se dedicó a contemplar un momento el entorno, pasando lentamente por la estancia y mirándolo todo. Había varias túnicas preciosas y elegantes, de las cuales, intuía, debía elegir una. Pasó los dedos por la tela, pensativo. ¿Se estaba volviendo paranoico de más, o cada una que eligiera podía llevar intrínseco un mensaje? Soltó aire lentamente por la nariz. Justo en lo que pensaba, le pareció ver algo en las túnicas... Pero Alice se acercó a él, y Marcus sintió que se calmaba automáticamente. — Mi luna. — Susurró, acariciando su mejilla y con una sonrisa. Soberbio será quien de verdad crea que puede apagar el sol, por mucha naturaleza que controle, pensó con un ramalazo de furia, pero lo contuvo y simplemente sonrió a Alice y le dijo. — Estoy listo en un segundo. —

Se giró a las túnicas. Tenían algo y no tardó en verlo: runas ocultas. Sonrió de lado. Tendré sangre Slytherin, Phádin, pero ante todo soy Ravenclaw. Suerte intentando que se le escapara un enigma tan simplón como una runa tallada. Una vez vistas todas, con una sonrisa astuta, eligió la que tenía reflejos entre azul cielo y azul casi negro, con lo que parecían plumas de ganso cosidas en el borde de las mangas y dibujos intrincados de madera y plumaje a lo largo de todo el cuerpo. Tenía destellos de un blanco plateado salpicados por todo el conjunto, pero el fondo de la tela era apergaminado. Se la recolocó y se miró en el espejo... Tomó aire profundamente, mirando el reflejo que le devolvía, en silencio unos segundos. Entonces, habló. — Mi nombre es Marcus O'Donnell. Soy hijo de. — Y se calló súbitamente, y lo vio. Esbozó una inevitable sonrisa de victoria, y se esforzó por retener en su interior toda la ira que amenazaba con desbordársele ante lo que a todas luces era otro ataque contra su psique, desprevenido una vez más y, esta vez, estando de invitado en su territorio. Pero en cuanto cerró la boca vio cómo, automáticamente, lo que parecía ser su reflejo en el espejo terminaba la frase de forma automática, y sus labios parecían pronunciar la palabra "Ogmios". Yo también sé tender trampas, príncipe Phádin.

— Si tenéis dudas con cómo vestirnos... — Empezó como si nada, girándose hacia las chicas mientras se recolocaba su túnica. — ...Podéis preguntarle al mismísimo príncipe si queréis. — Al notar la mirada de las otras dos sobre él, las miró e hizo un gesto lánguido hacia el espejo. — Nos está observando desde ahí. — Y la prueba era que él se había retirado y el Marcus que miraba de frente seguía en el espejo. El falso reflejo esbozó una sonrisa maliciosa y se desvaneció, dejando el reflejo real tras de sí. Ahora sí era un espejo de verdad, aunque Nancy, en un acto reflejo tras la afirmación, había dado un salto con un gesto automático de cerrarse la camisa en torno al pecho como si hubiera estado desnuda en algún momento (pero claramente se había planteado quitarse sus ropas para ponerse unas nuevas y lo de estar siendo vigilada le había borrado la idea de la cabeza). Marcus las miró a las dos con un punto de hastío en la mirada. Espero que ya sí seáis conscientes de que no venimos solo a celebrar la primavera.

 

ALICE

Marcus estaba examinando las túnicas, así que habría detectado algo, o a lo mejor no había nada, y solo querían hacerles creer que sí. Suspiró, y estaba intentando organizar sus cosas de nuevo en la mochila, cuando Marcus dijo algo que no entendió. Frunciendo el ceño, se acercó al espejo, y dio un respingo cuando el reflejo de Marcus tomó vida propia, y no cualquiera. Era absolutamente siniestro. Cuando por fin el ente, que su novio había identificado como Phádin, pareció abandonar el espejo, trató de inspirar profundamente, controlando sus latidos y el temblor de los miembros de su cuerpo. — Era evidente que no estábamos solos. — Miró a Nancy a los ojos. — Da igual, ¿me oyes? Es un truco. Nosotros también sabemos hacerlos, aunque no tenemos tan mal gusto como para espiar a gente mientras se cambia de ropa. — DESDE LUEGO. — Dijo Nancy, ofendida, sin quitarse aún las manos del pecho.

Alice siguió tratando de mantener la compostura, y se puso a alisar la túnica de Marcus, aunque no hacía falta, y dijo. — Elige la mía, mi amor. Sé que tú sabrás hacerlo. — Dijo, bien clarito. Le daba igual qué había visto su novio. — Fíjate, Nance, mira qué túnica tan apropiada para Marcus. Sabe mandar mensajes, como los buenos Ravenclaws. — Iba a meterse en un berenjenal, pero Marcus, Nancy y ella habían pasado mucho tiempo juntos ya, y esperaba que entendieran su mensaje velado. Ya que no iba a ser posible hablar con libertad, usaría las metáforas para dejar claros sus pensamientos y advertencias. — ¿Te has dado cuenta de que tiene reflejos plateados? Pero tiene también tintes negros, qué curioso. ¿Sabéis que la plata se ennegrece con el veneno? — Nancy se acercó, admirando la túnica también. — ¡No! Pero es muy bueno saberlo. Aunque, en un sitio en el que sabes a ciencia cierta que no te van a envenenar, tampoco te hace falta. — Bien, Nancy la había captado: si nos dan a elegir metales, no elijáis plata, transmitirá desconfianza y suspicacia, y se pueden ofender. — Alice, yo creo que deberías ponerte la túnica rosa ¿verdad? — Dijo la chica. — Aunque Marcus y yo llevemos azules… El tono más neutral del rosa te sienta bien. Y si te es incómoda, te vienes aquí y te cambias. — Vale, perfecto. Si hay que separarse, me separo yo, porque soy un poco más neutral, y Nancy se queda cuidando de Marcus. Si siento peligro, vuelvo aquí. Tendría que pensar en un sistema para saber volver sola, pero eso sería cosa de otro momento. Se acercó a Marcus. — ¿Te parece que me sienta bien? — Si este plan no te gusta, lo puedes decir, estaba diciendo realmente. Acarició sus brazos. — Llevas plumitas, como las de tu pajarito. Así siempre me llevarás encima. — Aunque no esté, estoy. Dejó un beso en sus labios, y justo después una puerta se abrió, y entraron Bedwyr y Shabriree.

— ¿Estáis listos? — Preguntó la mujer. — Eso creemos. — Contestó Nancy amablemente. — Dejad vuestras pertenencias aquí y entregadme las varitas, se os devolverán cuando no estéis en presencia del príncipe. — Ordenó Bedwyr. Shabriree se acercó a ellos. — Es mi deber contaros ciertas normas de protocolo básico de la corte druida. Os referiréis a Phádin como su alteza, y, si habláis de él, debéis llamarle “el príncipe”. Lo mismo para su hermana, la princesa Litha, que también está aquí. En cuanto a mí, con que me llaméis Lady Shabriree está bien. — Alice frunció el ceño. — ¿A vos? — La mujer asintió y, tras un breve instante, sonrió. — Algún día seré la princesa, cuando me case con Phádin, pero nuestro enlace aún no se ha celebrado. — Alice abrió mucho los ojos, pero se calló. — Ahora, tendrá lugar una recepción, y más adelante, os daremos instrucciones para la celebración de Beltaine. — Los tres se reunieron ante la puerta, y Shabriree, un poco más adelantada, dijo. — Cuando entréis recordad arrodillaros ante Phádin. Sé que no sois sus súbditos, pero sí sus invitados, él sabrá mostraros respeto de vuelta. — Alice, que se había quedado en medio de los primos, tomó a cada uno con la mano, respirando profundamente antes de que abrieran la puerta. — Somos Ravenclaw. Somos inteligentes. Somos familia. No pueden con nosotros. — Susurró a los otros dos, justo antes de que se abrieran las puertas.

 

MARCUS

En lo que terminaban de prepararse, su cabeza iba a mil por hora. ¿Les estaba espiando Phádin realmente o solo era un mero truco para jugar con su cabeza, para hacerle pensar que sí y ponerle nervioso, demostrarle que podía seguir teniendo control sobre él? No descartaba lo primero, pero algo le decía que era lo segundo. Igualmente, Alice y Nancy mandaban mensajes crípticos al aire dando por buena la primera de las opciones, y a Marcus le pareció bien, por si acaso. Aunque no sabía hasta qué punto podían realmente ocultar información a un druida con poderes telequinésicos.

Dobló media sonrisa a la mención de su novia a la plata, mientras seguía haciendo como quien terminaba de adecentarse. No, él tampoco creía que les fueran a envenenar, esperaba al menos. Empezaba a pensar que Phádin tenía la suficiente información sobre él como para no arriesgarse a la muerte de tres magos jóvenes que, a la vista del mundo mágico, no han hecho absolutamente nada malo, y teniendo dichos magos las conexiones que tenían. Otra cosa era las consecuencias que pudiera tener haber ido.

El mensaje velado de Nancy no le gustó tanto, e hizo que la mirara tratando de dilucidar a qué se debía. No le hacía gracia tener que separarse, pero desde luego que fuera Alice la que se separara de ellos dos, menos todavía. Sin embargo, cuando Alice le preguntó si le sentaba bien, no se le ocurrió cómo contrarrestar la oferta sin desvelar que estaban trazando un plan. Miró a Nancy y esta le devolvió una mirada que empezaba a temer que Marcus lo destapara todo. Miró de nuevo a Alice, esbozó una sonrisa cordial y dijo. — Reconozco que el rosa no es mi color favorito, pero… creo que te favorece. A ti todo te sienta bien. — No, no me gusta el plan, pero confío en que, si hay que hacerlo, Alice sabrá salir airosa de ello. — Además… venimos a celebrar la primavera, y el rosa es un color muy primaveral. Creo que vas a triunfar con él. — ¿Has oído eso, Phádin? Mi novia viene en son de paz y a ofreceros lo mejor de ella, así que espero que se lo valores correctamente.

Tan pronto correspondió su beso, y sus palabras con una mirada afirmativa, entraron Shabriree y Bedwyr de nuevo allí. Miró al hombre de soslayo y pensó tenéis mucho miedo para ser tan pacíficos, si necesitáis ir con escolta a todas partes. La orden, por supuesto, no le hizo ninguna gracia, pero no le quedaba otra que claudicar. Se la entregó mientras se miraban fijamente el uno al otro, y en lo que estaba dejando la varita en su mano, ladeó una sonrisa y dijo. — Cuidado. No es bueno manejar armas si se desconocen. — El otro soltó una muda carcajada. — No necesitamos vuestros palos para atacar. — Marcus agachó la cabeza pero, antes de girarse, bajó la voz y dijo solo para que el otro le oyera. — Ni nosotros para defendernos. — No quería alertar a la otra druida ni a sus acompañantes, pero estaba ya harto de que le trataran como si fuera el enemigo. Si alguien sabía usar la dialéctica para dejar claro que con él no se jugaba, era Marcus.

Se ahorró la reacción de sorpresa a saber que Shabriree era la prometida de Phádin, pero no pudo evitar pensar que vaya mal negocio había hecho. Recabó toda la información en silencio, tomó la mano que Alice le ofrecía y caminaron juntos tras los dos druidas. Allá se dirigieron, en silencio, Marcus con porte altivo: cualquiera que le viera pensaría que emanaba seguridad en sí mismo, pero por dentro estaba temblando. Su niño interior, si pudiera, chillaría y saldría corriendo de allí, llorando despavorido. ¿Era así como se sentía Emma mientras por fuera parecía imperturbable?

Las enormes y pesadas puertas se abrieron lentamente, y en lo que se abrían, cuando aún apenas podían atisbar el interior, escucharon proclamar. — La dama Mulligan, hechicera antropóloga, y aquellos que claman ser la Sanadora y el Hijo de Ogmios. — Llenó el pecho de aire, esperando a que se terminaran de abrir las puertas. Mal empezamos, pensó. ¿En qué idioma había que decirle a esa gente que ellos no habían clamado nada? El único título que le parecía correcto era el de Nancy y tampoco creía que fuera casualidad. Las puertas terminaron de abrirse, dejando ante sí un largo pasillo alfombrado de floreciente vegetación, con druidas a cada lado que esperaban curiosos verles pasar. Al fondo, un trono alto y enorme, incrustado en el tronco de un nervudo árbol, rodeado de hojas de colores vibrantes. Y una figura esbelta, recta, sentada en él y mirándoles desde allí.

Caminaron hacia el lugar, con la cabeza alta en su caso… pero miró de reojo el suelo, porque algo no le estaba pasando desapercibido. Las flores y hojas se movían, serpenteaban ligeramente como insectos curiosos, algunas acercándose por donde pasaban sus pies, y otras se alejaban. Era un movimiento discreto, lo justo como para que no te dieras cuenta si ibas despistado, pero Marcus tenía todos los sentidos activos. No era, en cambio, momento de mirar al suelo: quería mirar a Phádin de frente, ahora que lo tenían cada vez más cerca. Al verle, reconoció en él a lo que parecía un hombre de mediana edad, probablemente más joven que su padre. Espigado y serio, les miraba desde la altura de su trono, con una expresión que Marcus calificaría de recelosa y, desde luego, no tan hospitalaria como Shabriree les había querido vender. ¿De quién habría sido la idea de invitarles? Si no había sido de él, ¿de quién y por qué, y cómo es que había accedido? Si lo había sido, ¿qué esperaba encontrar?

Llegados al punto de estar frente a él, Nancy y Alice se arrodillaron… y Marcus se tomó un par de segundos para hacerlo. Le miró directamente a los ojos, altivo. Y justo cuando empezaba a ver la ira chispeando en los de él, sonrió muy levemente y se arrodilló también, agachando la cabeza con la mera cortesía, pero mirándole directamente una vez terminó el gesto. Yo no tengo ningún problema en mirarte a ti de frente, espero que puedas decir lo mismo. Lo cierto es que Phádin era bastante imponente: muy alto, muy serio, ataviado con las mayores riquezas y desprendiendo un aura mágica muy poderosa. Pero Marcus no perdonaba tan fácilmente que jugaran con su cabeza.

Lentamente, el hombre se levantó y descendió por los tres escalones hechos de corteza que había bajo su trono, aunque siguió quedando en una posición elevada con respecto a ellos. Miró a Nancy y dijo. — Dama Mulligan. — Pasó la vista a Alice, la dejó en ella un par de segundos… y la pasó a Marcus, sin decirle nada. Marcus sonrió para sí. Eso había sido un gesto de desprecio tan evidente que Phádin quedaba con él más o menos a la altura de su prima Miranda Horner. Al mirarle a él, alzó la barbilla y dijo. — Marcus O’Donnell. — Hizo una pausa. — Descendiente de irlandeses, deduzco. — Con una caída de párpados, pasó la mirada por los tres de nuevo. — No me refiero a nadie por un título que no considere legítimo. Y desconozco los apelativos que os habéis impuesto a qué obedecen, y por ende, no los usaré. — Hizo un gesto con la mano. — Podéis levantaros. — Los tres se irguieron y Marcus respondió. — En eso estamos de acuerdo, alteza. Tampoco me gusta que se utilicen títulos cuya procedencia y leyes que lo rigen desconozco. O cuyo propietario no se merezca el condebido respeto. — El hombre pasó la mirada de arriba abajo por él, pero Marcus continuó. — De ahí que esos títulos que nos atribuyen no sean autoproclamados, deberá preguntarle a su pueblo de dónde vienen. Me alegro de que al menos vos, y deduzco que también vuestro pueblo, sí estéis de acuerdo con lo de ser llamado y tratado de príncipe. — Hizo un nuevo gesto de inclinación con la cabeza y añadió. — Y me alegro también de poder conoceros yo a vos, al fin. Me gusta que los tratos sean recíprocos. — El hombre volvió a lanzarle una mirada despreciativa, y esta se mantuvo unos instantes.

El silencio y la tensión reinantes eran palpables, y entonces, Phádin ladeó la sonrisa, mirándole una vez más de arriba abajo, como si quisiera hacerle sentir inseguro o insignificante. — Historia. — Dijo. Cambió de postura para erguirse aún más, sin perder la sonrisa suficiente. — ¿Es lo que pretendes hacer, Marcus O’Donnell? ¿Has venido a este mundo a hacer historia? — Él sonrió también, con el ceño fruncido en expresión curiosa, como si acabaran de iniciar un debate. — ¿Acaso ese era el objetivo que perseguía nuestra diosa Folda? — Phádin hizo un leve movimiento con la mano y la runa oculta en la túnica de Marcus brilló. — “Historia”. Es la túnica que has elegido. — He elegido la túnica de Folda. Estoy convencido de que un príncipe druida de vuestra altura ha sabido identificarla. — Estiró un poco los brazos para enseñar bien la túnica. — Plumas de ganso, con ellas se escribe; tela de pergamino, la base sobre la que se escribe; azul tinta, el material con el que se fabrican las letras. La historia puede hacerse, sí, pero, sobre todo, la historia se trasmite. Hacer historia no sirve de nada si no hay alguien que la trasmita, y sin Folda, todo lo que los dioses hicieron por Irlanda sería ahora mero misterio, porque no tendríamos el testimonio recogido. — Phádin le miró fingiendo interés. — ¿Intentas transmitir con tu elección, Marcus O’Donnell, que piensas transmitir todo cuanto veas? ¿Que aquello que vivas aquí será plasmado en un pergamino usando una de tus plumas tan pronto salgas de aquí? — Marcus dejó unos segundos en el aire, con expresión pensativa y el labio inferior ligeramente sacado, y respondió. — Sí. — Phádin se tensó, y Marcus aprovechó la coyuntura. — Soy un hombre sincero. Y transparente. Y me gusta reconocer mis intenciones independientemente de cómo vayan a ser interpretadas. — Lo siento, príncipe, no voy a dejar de lanzarte tiritos, para esto tampoco necesito la varita. — Soy un hombre de estudio, y el conocimiento debe ser compartido. Guardarlo para uno no sirve para nada, porque una vez me fuera a la tumba moriría conmigo. No concibo un acto más egoísta que ese. — Volvió a despegar los brazos de sí y a bajarlos de nuevo. — Esto es lo que soy. Esta es mi intención. Espero no haberle desengañado con ella, quizás hubiera sido de más de su gusto otra. — En ese caso deberían llamarte hijo de Folda. — Phádin. — La voz de Shabriree rompió el ambiente, con tono aleccionador. — He dado una imagen de ti a nuestros invitados de ser un príncipe que acoge y respeta. No me dejes por mentirosa. Los profetas no llevamos nada bien que nos digan que nos equivocamos. — Marcus sonrió malicioso, aprovechando el toque de humor de la mujer para que pareciera que sonreía por ello, pero mirando a Phádin. El hombre parecía al borde del enfurecimiento por la humillación, así que Marcus, con voz suave, añadió. — Yo estoy de acuerdo con vos sobre dicho apelativo. — Y ya cerró la boca, pero sintió que, al menos esa batalla, la había ganado él.

Tras otros largos instantes de silencio en los que Phádin paseaba una mirada despreciativa por ellos y por su entorno en general, centró su foco en Alice. — ¿Cómo debo llamaros entonces a vos? ¿Y por qué consideráis que hago bien en tener en Beltaine a una no irlandesa? —

 

ALICE

Mira que Alice había clamado cosas en su vida, pero de esos dos títulos no tenía ni la más remota idea de cómo habían acabado sobre sus cabezas. Bueno, ella sanó a los enanos, pero vaya, la enfermera Durrell lo habría hecho mejor y más rápido. Aunque todo se le olvidó al ver la sala del trono. Por un segundo, la niña curiosa tomó el timón y se dejó impresionar por aquella vegetación, esas hojas que parecían perseguirles. ¿Serían plantas de verdad? ¿Cómo harían que se movieran? Porque se estaban moviendo, Alice podría no ser “La Sanadora”, pero tenía un ojo tremendo para las plantas, y ahora necesitaba saber por qué sentía tanta vida en aquel sitio.

Desde luego, no le estaba llegando desde los ojos de Phádin. El príncipe era todo lo que ella podría esperar de un druida: desconfiado, enfadado, alargado, en ese trono que realmente parecía el del rey de un bosque. Uno que no quería tenerles allí, claramente. Se arrodilló tal y como había indicado Shabriree, y esperó que alguien que no fuera ella dijera algo, porque ya no podía quitarse la sensación de que cualquier cosa que dijera podría ser utilizada en su contra. Afortunadamente, Phádin ni la nombró. Ah, pues nada, me voy con las plantitas, a mí no me quieres ni ver. Claramente, Nancy entendía mejor la forma de pensar de los druidas que ella, porque ya había previsto que quizá Alice pudiera separarse de ellos.

Y vuelta a los titulitos. Menos mal que estaba Marcus para llevar la conversación, porque a Alice ya le habría salido la Vivi que llevaba dentro y le hubiera soltado una bordería muy poco protocolaria. Sí, pues no le tienes nada contento, yo prefería enfrentarme a una Alice deslenguada que a un Marcus enfadado, pensó, mientras atendía al duelo dialéctico de ambos.

Entendió entonces lo de la túnica de Marcus y sonrió para sus adentros, pensando en qué significaría la que ella se había puesto, pero como Phádin ni la veía… Buena cosa le has dicho, pensó con lo de “Hijo de Folda”, y Marcus se defendió como tal. Uh, y esa salida, Shabriree… ¿Problemas en el paraíso, príncipe? No le arrendaba la ganancia a la chica, la verdad… Y entonces, se hizo un silencio. Alice frunció el ceño y miró a Nancy y Marcus, y, por último, a Phádin. Todos la miraban. Ah, que la pregunta era a ella… Esto ya le había pasado en Hogwarts… Inspiró, parpadeó y miró al príncipe. — Mi madre me llamó Alice antes de nacer incluso, pero en vuestra lengua se dice Firínne, así que lo dejo a vuestro criterio. — Ladeó la cabeza a la segunda pregunta. — Respecto a eso, preguntadle a vuestra espada juramentada. — Se hizo un murmullo y Bedwyr puso cara de confusión. Phádin frunció el ceño. — ¿A qué os referís? — Alice se encogió de hombros. — Ah, es que dado que vos no parecéis tener razones para tenerme aquí, he deducido que fue cosa de Bedwyr, que vino a buscarnos sin conocernos de nada y me dio esto. A la no irlandesa. — Dijo sacando la esfera, que al liberarla de su agarre, flotó sobre su mano, haciendo que muchos dieran un grito ahogado. — No tengo ninguna intención de usarla, pero es la prueba de que lo que digo es cierto. — Phádin la miró con rabia. — Veo que la soberbia es común entre los de vuestra clase. — A los de mi clase les han llamado muchas cosas, pero justamente soberbios no es lo que más. — Aseguró Alice, tranquila. No le impresionaba un hombre que necesitaba hablar desde un trono para imponer.

— ¿Cómo supiste curar a los enanos? — Lo había dicho una voz de mujer, así que giró la cabeza. Al otro lado de Phádin surgió otra mujer, que parecía mucho más joven y preciosa. — Soy la princesa Litha, Alice. Encantada de conoceros, y a vosotros también. — Ella agachó la cabeza a modo de saludo. — Les curé con vitamina C, alteza. Tan solo sufrían de escorbuto, un mal muy común en gente que no recibe luz solar y llevan una dieta muy basada en las proteínas y carbohidratos. — Hubo un murmullo general. — De modo que sí que os consideráis la Sanadora. — Insistió Phádin. Casi le resopla en la cara. — Quiero ser sanadora, sí. De profesión, cuando haya estudiado lo suficiente para ello. No obstante, he leído mucho, y he ejercido cuando ha hecho falta, como con los enanos. Pero no lo tomo como un título exclusivo hacia mi persona. — ¿Por qué fuisteis al Pozo de Arán? — Y eso le drenó la sangre de la cara y le dio un abismo en el estómago que no podría describir. Se quedó en silencio unos segundos, pero notaba que querían una respuesta. — Vuestro padre no era un profeta ¿no? Conservaba su visión terrenal. ¿Para qué fuisteis al pozo entonces? — El corazón le retumbaba en las sienes, pero se armó de valor. — Porque sus visiones son distintas. Él no veía el futuro, pero sí veía cosas que nadie más podía ver. — Eso es un don. — Intervino Litha. — No para él, alteza. Hay dones que no se piden, que son condenas, y el de mi padre lo era. — Notó cómo Shabriree se estremecía y trataba de mantenerse en su sitio. — No sé si alguien que no entiende un don puede ser sanadora. — Soltó Phádin. — Puede que para los druidas no, pero una sanadora siempre ayuda a quien lo necesita, como mejor sepa. — Trató de zanjar. A ver si es que ahora iba a pasar un tribunal allí también. — Sea como fuere, aquí estáis, en una de nuestras celebraciones sagradas. Así que, al menos, tendremos derecho a saber cómo robasteis las reliquias de nuestros dioses y dónde las escondéis. — No se andaba con rodeos el príncipe.

 

MARCUS

Que le pusiera mucho más tenso que Phádin interaccionara con Alice a que lo hiciera con él era, como bien le había señalado Shabriree, mostrar su vulnerabilidad a pecho descubierto. De hecho, en lo que Alice hablaba, Phádin le miraba a él de reojo. Se limitó a mostrar seguridad, con la cabeza bien alta, las manos ante el regazo y una leve sonrisa.

Eso sí, tuvo que hacer un gran esfuerzo porque la tenue sonrisa no se convirtiera en una sonora carcajada cuando Alice dejó vendido a Bedwyr de semejante manera, si bien la posibilidad de que aquello no hubiera sido idea de Phádin no le agradaba demasiado: en teoría era su certificado de seguridad, pero si no había sido emitido por el príncipe sino que había sido una de las ideas peregrinas de su espada juramentada... Se quedó con la duda, porque Phádin no concedió ni un sí ni un no, solo un ataque más, que parecía ser su forma de comunicarse. Por desgracia para el príncipe, su propio pueblo, o lo que era peor, su propia hermana, parecía estar deseando saber a qué se debía llamar a Alice, "la no irlandesa", la Sanadora, y Marcus no despegaba la mirada del imponente druida: no quería perderse ni una sola de sus reacciones.

La pregunta sobre el Pozo de Arán le hizo llenar el pecho de aire y soltarlo lentamente por la nariz, porque aquello era a todas luces un interrogatorio. Había visto por el rabillo del ojo removerse a Shabriree, probablemente disgustada por la actuación de quien, como ella misma había reconocido, había vendido como un líder hospitalario y respetuoso con quienes le muestran respeto. Y ojalá Phádin se hubiera conformado con interpelarles con lo dicho hasta el momento, pero continuó, y tocó la tecla equivocada. No por él, que sabía perfectamente lo que era un Slytherin privilegiado disparando a discreción. Sino por... — ¿¿Robar?? — Nancy. No debía haberle hecho ninguna gracia ni la terminología ni el escarnio a sus primos, y su vaso acababa de colmarse. La miró discretamente y notó cómo, tan pronto lo había dicho, se había arrepentido, porque ahora se mostraba ruborizada y apurada, mientras todos los ojos presentes en la sala se colocaban sobre ella. Hizo una especie de leve reverencia mientras decía. — Con el debido respeto, alteza, nosotros no hemos robado ninguna reliquia. Como bien sabrá, las reliquias no permiten ser robadas. Solo pueden adquirirse si eres digno de ello. — Marcus no pudo evitar que las comisuras de sus labios se elevaran levemente de nuevo, porque miraba a Phádin de reojo y veía la tensión que se había producido en él. ¿Qué pasa? ¿Lo intentaste y no fuiste digno? ¿Mandaste a tu espada juramentada y volvió con las manos vacías? — Solo... usamos nuestros conocimientos y la magia que había en nosotros para hallarlas y ser dignos de ellas. — ¿Insinúas que vuestros libros de texto tienen más verdad que el conocimiento ancestral de los druidas? — Preguntó Phádin, burlón y con una ceja arqueada. Nancy negó. — En absoluto, de ahí que sea un honor para nosotros estar hoy aquí. — Yo hubiera dicho que sí, pensó Marcus, ácido. — Pero amo esta tierra, su historia y su mitología, lo que hay de verdad en el poder más mágico que entraña. Llevo toda la vida dedicada a estudiar estos misterios y pienso seguir haciéndolo. Y... sabía que solo podíamos alcanzarlo con magia ancestral, y por eso Marcus y Alice me han ayudado a ello. — La ceja del príncipe se arqueó aún más, mirándoles. — ¿Unos hechiceros usando magia ancestral? — La alquimia es una magia ancestral, alteza. — Respondió Marcus, y le miró a los ojos cuando le dijo. — Si pudierais estar por un instante en nuestro taller, veríais todo el poder mágico que somos capaces de crear. — Casi podía sentir cómo el príncipe apretaba los dientes. Podía dar gracias de que no soltara delante de todo el pueblo que se había metido en su cabeza, adentrado en su lugar más privado. Phádin, en cierta manera, había estado con él en el taller, sabía perfectamente que manejaban la alquimia. Que dejara de hacerse el tonto y el interesante.

Phádin tomó aire, seguro que para seguir indagando sobre el cómo se habían hecho con las reliquias, pero Litha dio entonces un paso más hacia delante, sonriendo con dulzura. Miró primero a Alice y dijo. — Puedo ver por qué te llaman la Sanadora. — Le miró entonces a él y, sin perder la sonrisa, añadió. — Igual que puedo ver por qué a ti te llaman Hijo de Ogmios. — Suficiente. — Cortó Phádin. — La madre Primavera no merece que la dejemos esperando por una conversación trivial. Beltaine debe dar comienzo. — Hizo un par de gestos con la mano, sin mirarles a ellos sino a sus súbditos. — Disponedlo todo. — Dicho lo cual, y como si no estuvieran allí, giró sobre sí mismo, avanzó hacia el trono y, tras él, se perdió entre el tronco del árbol.

 

ALICE

Claro, si es que el dichoso príncipe no dejaba de pincharles, y era lógico que Nancy se molestara, pero Phádin parecía que no se daba cuenta de que solo empeoraba las hostilidades, y que no tenía sentido seguir en la misma habitación mucho más tiempo, pero nada, él parecía empeñado. Y encima no paraba de quedar mal, porque ahí estaba la clave, las reliquias les habían elegido, y claramente, a él no.

Tuvo que sonreírse ante la sorpresa de Phádin por la alquimia. Es que nos estás subestimando todo el rato, y eso es muy peligroso. Tanto miedo que tenían del mundo exterior, y ahora resulta que con ellos no dejaba de columpiarse. — Y también la usan las sanadoras. Las muchas que hay entre “los de mi clase” como vos decís. La magia siempre puede usarse para hacer cosas buenas. — Aportó tras la frase de Marcus, contribuyendo al clarísimo malestar del príncipe.

Agradeció con una sonrisa lo que Litha le dijo. Claramente, Phádin estaba rodeado de mujeres mucho más inteligentes y amables que él. — En eso tiene razón el príncipe. Hay que celebrar la llegada de la morrigan Ostara. — Litha dio un paso adelante, mientras Phádin se perdía tras el trono. — ¡Los días oscuros han llegado a su fin, hijos de Eire! ¡Celebrémoslo, y celebremos a los elegidos por los dioses! — La gente la vitoreó y, por un momento, el aura de la sala se descargó y se sintió cierta alegría. — ¡Subid al prado y montad la estaca! En breves, los hechiceros y la familia real se os unirá. — Y la gente empezó a irse. — ¿Tú has visto algún prado? — Preguntó Alice a Nancy por lo bajini. — Sí, donde hemos llegado es una pradera, aunque hemos aterrizado muy cerca del borde. Se parece un poco a los acantilados de Galway, sospecho que estarán subiendo allí. En la tradicional celebración de Beltaine se solía subir a las colinas, y dado que ellos tienen el prado arriba, es una buena analogía. — Ciertamente poseéis un buen grado de conocimientos, Dama Mulligan. — Dijo la voz de Shabriree a sus espaldas, qué silenciosa era. — Seguro que también sabéis en qué consiste el primer ritual. — Nancy se puso roja como una colegiala, y hasta pareció hacerse más pequeñita. — Supongo que las doncellas bailarán las cintas en las estacas. — La mujer sonrió. — Es correcto. Me preguntaba si vos querríais bailar también. — ¿Yo? — La chica rio nerviosa. — Y vos también, Sanadora. — Alice abrió mucho los ojos. — Yo no sé si soy doncella. — Sí, sí lo es, porque no está casada aún con Marcus. — Se adelantó Nancy, antes de que ella metiera la pata. Shabriree amplió su sonrisa y se agarró las manos. — Entonces como yo. — ¿Cuándo va a celebrarse vuestro enlace? — Preguntó Nancy con tono cortés. Shabriree no varió la expresión. — Los hados aún no lo han determinado. Necesitamos que los dioses manden los signos propicios. Nadie quiere que su matrimonio empiece bajo malos auspicios ¿verdad? — Alice y Nancy se miraron en silencio, sin saber bien qué decir. ¿No debería ser ella quien viera, o invocara, o lo que fuera, los indicios? — Tengo entendido que en vuestra tierra no se espera a los auspicios. — Nancy ladeó la cabeza. — No. Más bien a que haya un sitio disponible para celebrarlo. — Justo entonces apareció Litha y se enganchó del brazo de la mujer. — ¿Has oído, Shabriree? Imagina un pueblo tan grande que no tuvieras dónde meter a los invitados de tu boda real. — Y soltó una carcajada musical preciosa. — Venga, acompañadnos a las cocinas, hay que comprobar que está todo listo. — Y salieron andando, las dos mujeres, tres guardias y ellos tres, hacia otra sala, seguidos por las plantas por el suelo. ¿Las siguen a ellas? A ellas no… A ella. Una de las hiedras se enredó en el tobillo de Litha, y ella, en vez de pisada o cortarla, la llamó con la mano y la hiedra soltó el agarre del pie y se impulsó hasta su muñeca, como un animalito de compañía.

La última vez que habían estado en una cocina así, habían comido manjares de los dioses, y esta vez bien podía estar ocurriendo lo mismo, porque en las cocinas olía de maravilla. — Dame esa levadura que has traído, Shabriree. — Pidió Litha. — Quiero ver a los hechiceros hacer la magia ancestral que dicen que hacen. — De alguna forma, Litha conseguía que aquello no sonara como una prueba, sino más bien como un juego. Sus ojos brillantes y su sonrisa hacían que quisieras participar. Cogió un panecillo recubierto de una azúcar muy pesada y se lo enseñó. — Esto es el cailleach, los panecillos que comemos en honor de Ostara. Me gustaría que los panecillos de la familia real y los guardias los hiciéramos con la levadura de Albus. Pobrecillo, seguro que le hace ilusión. — Temo que se desmaye cuando se lo cuente, alteza. — Dijo Nancy. Litha cogió un cuenco con el engrudo de harina. — Pues mirad, a este solo le falta la levadura. Pero tenemos que subir en unos minutos… Con nuestra magia ancestral podríamos hacerla leudar. Igual que podríamos encender las hogueras de la noche… — Esto es una pista, pensó Alice de inmediato. Phádin pretendía ponerles a prueba, y Litha, y probablemente Shabriree, estaban intentando advertirles. — Claro. — Dijo ella. De momento, una transmutación fermentativa podía hacer. Lo de la ígnea, ya iba a ser más difícil. — ¿Me dejas esta a mí? — Preguntó mirando a Marcus. Litha dio un saltito de alegría. — ¡Ay! Me muero por verlo. — Alice se acercó a la mesa y echó harina en la superficie, extendiéndola para dibujar el círculo de transmutación sobre ella, y puso la mezcla encima. Al juntar las manos, la harina salió en una nube, dándole un aire efectista que no había pretendido, pero que contribuyó a la sorpresa de los druidas presentes, en cuanto la masa leudó en forma de un precioso pan. — ¡Increíble! ¡Mira, Bree! — Celebró Litha, cogiendo la mano de la mujer y llevándola a la superficie del pan. Aquellas dos debían haber pasado mucho tiempo juntas, como para que Litha hiciera y deshiciera con la pobre mujer sin asustarla. La ciega sonrió. — Vais a hacerlo muy bien. — ¿El qué? — Preguntó Nancy. — Marcus, si no te importa que te llame así, sube conmigo a la pradera, por favor. Si no es molestia para ti, Alice. — Desvió la pregunta la mujer. — No, no, en absoluto. — Litha, vamos a la estaca que se hace tarde. — ¡Sí! Por favor, aseguraos de que ese cailleach es el que se sirve en la mesa real. — Pidió musicalmente a los empleados de la cocina, antes de agarrarse de los brazos de Nancy y Alice. — Es muy fácil, solo hay que ir dando vueltas y evitar que la cinta se enganche en nadie. — En mi pueblo se bailan cosas parecidas. — Dijo Alice. — ¡Oh, de veras! ¿De dónde sois? — Bueno yo nací en Inglaterra, pero mi familia es francesa. — ¿Está muy lejos Francesa? ¿Allí se leudan así los panes, como tú has hecho? — Alice se quedó un poco pillada mirándola. Esa chica era demasiado adorable en general, y claramente no sabía nada de lo que había fuera de las rocas. Pero ahora tenía que concentrarse en hacer un baile. Y en cómo iban a hacer una transmutación ígnea cuando llegara el momento.

 

MARCUS

El ambiente en la sala del trono se volvió totalmente distinto al marcharse Phádin, y Marcus pudo soltar poco a poco todo el aire y la tensión acumulados en su pecho. Preferiría no tener que vérselas con el príncipe nunca más, pero algo le decía que no iba a ser así. Por mucho que sintiera que había salido bastante airoso del encuentro, no olvidaba ni que estaba en sus territorios ni lo que era capaz de hacer. Menos mal que el resto de los druidas, incluidas su hermana y su prometida, no parecían tan hostiles hacia ellos.

Atendió a Nancy y también a las palabras de Shabriree cuando se unió a ellos, y no pudo evitar sonreír levemente. Sí que parecía un festival primaveral bastante inocuo de ser así, y ahora tenía bastante curiosidad por verlo, por lo que intercambió una mirada con Alice. Apenas la había retirado, más relajado, cuando su novia estuvo a punto de soltar una de sus clásicas respuestas que claramente no había pensado bien. Se limitó a mojarse lentamente los labios, tras lo cual la miró de reojo. Porque vengo de enfrentarme a momentos mucho peores, pero vaya tela, cariño, pensó. ¿Cómo se le ocurría decir algo así? Desde luego que a veces no cabía ninguna duda de que era hija de William Gallia.

Se había entretenido intentando dilucidar qué clase de poder mágico tenía Litha para poder manejar a las plantas de esa forma, y no pudo evitar mirar a Alice y comprobar que su novia también estaba fascinada por ello. Por un momento pensó que era un poder que a su chica le iba como anillo al dedo, y fantaseó con que pudiera llegar a dominarlo. La imagen le hizo sonreír e irse a su mundo por un instante, pero verse metido en esas cocinas le hizo conectar de nuevo con la realidad. En concreto, el hecho de que Litha les pidiera usar alquimia. — Por supuesto. — Respondió cortés, aunque miró a Alice de reojo. ¿Sería una prueba? Por la amabilidad de la princesa, no lo parecía, más bien curiosidad. Dejó en manos de ella elevar la levadura, pero por supuesto no le pasó por alto la referencia a la hoguera. Marcus había hecho círculos de calor otras veces, y en las pruebas de La Provenza consiguió controlar un pequeño fuego con uno de ellos. Más le valía ir acumulando potencial mágico, porque algo le decía que iba a tener que usar sus poderes esa noche.

Fue entonces cuando Shabriree sugirió ir con él a la pradera. Intercambió una mirada con las chicas: en caso de separarse, no habían acordado que fuera él quien lo hiciera, pero ambas parecían tranquilas. Sonrió a la mujer y entregó su brazo. — Con mucho gusto. Espero poder ayudar en lo que sea necesario. — Ella simplemente sonrió y caminó a su lado, en dirección a la pradera. Nada más salir del edificio se extendía ante ellos un vasto terreno de hierba fresca, limitando con los acantilados, con el embravecido mar de fondo. Apenas habían comenzado a caminar, con la brisa soplando en sus rostros, cuando Shabriree comenzó a hablar. — Disculpa a Phádin. Es un buen líder y príncipe para su pueblo, pero su carácter tiene la fuerza de la madre tierra. — Marcus no contestó, simplemente avanzaron en el paseo unos segundos más hasta que ella añadió. — Se suele pensar que lo difícil es llegar a ser príncipe, pero lo realmente complicado es mantenerse en el puesto. Hay fuerzas que no comprendemos que nos acechan permanentemente, y Phádin es... susceptible a esos temores. Anhela ante todo ser considerado alguien digno, no es habitual ser príncipe tan joven. Ciento treinta y cinco años para un puesto de tanta responsabilidad... Los ancianos le consideran impetuoso y demasiado joven para saber manejar los poderes que los dioses nos conceden. — Marcus había alzado las cejas a la mención de la edad, pero la mujer lo había comentado como si tal cosa. Al instaurarse otro silencio, Marcus decidió ir al grano. — ¿Por qué me considera un rival? ¿Por qué a mí? — Negó. — Yo no me considero el Hijo de Ogmios, me lo dijeron los elfos, y el rumor parece haberse expandido. No soy nacido en Irlanda, apenas llevo aquí unos meses, y en cuanto a la alquimia, por bueno que sea, apenas tengo aún la primera licencia. Phádin es príncipe y... ¿ciento treinta y cinco años? Yo solo tengo dieciocho, de verdad que no puede sentirse amenazado por alguien tan joven. — A eso, Shabriree soltó una risita entre los labios. — Tienes la madurez de un druida de cincuenta y cuatro, que sería el equivalente. Nos regimos por la fuerza del triskel sobre nosotros, de ahí que cada año vuestro equivalga a tres nuestros. Un druida de tu edad, para vosotros, apenas sería un niño de seis años. — Igualmente sigo siendo muy joven para alguien que... por esas cuentas, tendría unos cuarenta y cinco años. — Literalmente tenía un año menos que su padre. Le parecía absurdo que alguien así le tuviera tantísima inquina sin conocerle de nada.

La mujer caminaba apaciblemente, con una sonrisa serena. Redirigió la conversación con tono de condescendencia. — Los hechiceros solo veis aquello que podéis cuantificar, pero todo esto va más allá. Los pueblos originarios, como los elfos y los enanos, no son tan primitivos e incultos como creéis: de hecho, no se suelen equivocar. — Perdió levemente la sonrisa y su semblante se ensombreció. — Me acompaña desde mi nacimiento una profecía. — Hizo una pausa y pronunció. — "Aquel que solo es uno cambiará tu destino cuando con tu edad le hayas invocado. Uno será, tres veces uno, su poder triplicado por tu mano. Con los ojos de los dioses verle podrás, tres fuerzas colisionarán. Uno, uno, uno... " — Calló. Marcus no había entendido absolutamente nada. — Es este año, el año de la profecía. El año en que yo cumplía ciento once años. Uno, uno, uno. — Soltó aire por la nariz, reprimiendo un escalofrío. Y por eso no le gustaban los profetas, vivían condicionados por lemas rocambolescos que les hacían ver fantasmas donde no los había. — ¿Qué tiene eso que ver con Phádin? — Y conmigo, pensó. Ella, aún ensombrecida, maduró la respuesta antes de darla. — Fijó nuestra boda para este año. Dijo que esa sería la fuerza que cambiaría mi vida, que el uno era él. Yo solo podía pensar... que el triskel, el hecho de que ese uno se repitiera tres veces, tenía algo que ver. La profecía lo dejaba bien claro. Y entonces... — Giró el rostro hacia él, con los ojos mirando a ninguna parte. — Apareciste tú. — Marcus parpadeó. — Fui yo quien te vio. Apareciste en mis visiones la noche en que cumplí ciento once años, el mismo día y a la misma hora de mi nacimiento. — Eso formuló automáticamente una pregunta en la mente de Marcus, y sus labios decidieron lanzarla aun no teniendo muy claro si quería conocer la respuesta. — ¿Cuándo fue? — Y rezó para que no fuera cuando él pensaba... no sirvió de nada. — El once de diciembre, a las once y doce de la noche. — Marcus se sintió temblar por dentro y todo en su cabeza empezó a darle vueltas. No puede ser... — Las señales son claras. — Siguió ella, mientras Marcus sentía que su cabeza se llenaba de niebla. — "Once del doce de mil ochocientos noventa y uno, a las once y doce de la noche. Ese día y a esa hora nacería la profeta que viera llegar al Ser Único." Si sumas todos los números entre sí, el resultado es uno. — Marcus tragó saliva. Mi nombre es Marcus O'Donnell. Soy hijo de Arnold y Emma O'Donnell... — ¿Sabes qué estaba ocurriendo justo en ese momento, Marcus? ¿Sabes qué imagen me mostraron los dioses en el instante exacto en que cumplí la edad que llevaba marcando la profecía desde el día de mi nacimiento? — La miró tembloroso, aunque ella no pudiera verle. Se plantó ante él. — Te vi a ti. Vi cómo te arrodillabas ante el rey de los elfos y te colocaban la manta de Eire sobre los hombros. Fue el momento exacto, el minuto exacto, en el que el pueblo empezó a clamar al Hijo de Ogmios. — No. — Negó. — Eso... Sí, fue el once de diciembre, es cierto, no tengo recuerdo de la hora, pero sé que era de noche, así que puede ser que fuera a esa hora, tampoco lo niego. Pero solo fue una coincidencia, Shabriree. — ¿Tú crees? — Negó. — Un hombre tan conectado a la magia como dices serlo tú, a la magia ancestral, sabe que no existen coincidencias de ese calibre. — Se acercó a él. — Phádin estaba conmigo en ese momento, y me negué a mostrarle la visión. Él esperaba ser él quien apareciera, y cuando me negué a enseñársela... — Agachó la cabeza. Marcus completó la frase por ella. — La leyó él sin tu permiso. — Shabriree asintió. Marcus tomó sus manos. — No te cases con él. — Ella soltó una carcajada que pretendía sonar humorística. — Si quieres que te odie aún más, solo tenías que robarle a la prometida. — No es... — Soltó aire por la boca, pero se dio cuenta de que la mujer, evidentemente, estaba bromeando. — Soy un poco mayor para ti. — La miró con cara de circunstancias, y ella soltó una risita, porque debía estar imaginándole.

— Perdón, no soy quién para tomarme tantas licencias ni para recomendar nada. Pero... Phádin parece utilizar a la gente para conseguir grandeza, y tú no mereces ser una más de tus piezas. — Negó otra vez. — Y yo no soy ese ser único que estáis buscando. No soy ningún mesías, Shabriree. Solo soy un mago de dieciocho años que lo más alto que ha llegado en un rango por el momento es a ser prefecto en la escuela... — Marcus. — Le puso las manos en los hombros. — Nunca niegues lo que eres. — ¡No soy hijo de ningún dios! — Bramó, y la mujer dio un paso atrás. Él mismo se asustó de la proclama. Miró a los lados: había varios druidas yendo y viniendo, preparando la fiesta, que se les quedaron mirando. Agachó la cabeza. — Lo siento... Lo siento, perdóname... — No te diré de dónde creo que sacas esa fuerza porque algo me dice que no te va a gustar. — Marcus soltó aire por la nariz. — Pero escúchame, Marcus O'Donnell... Esto no va solo de quien seas o no, o de quien creas ser o no. Por mucho que no seas una amenaza, por más o menos poder que tengas, la vida la condicionan más lo que otros vean de ti que lo que veas tú mismo. Te lo dice una ciega. — Sonrió de lado. — Phádin ve en ti una amenaza, y Phádin... tiene mucho poder. Y una meta a alcanzar que no va a permitir que le roben. — Se acercó a él de nuevo. — Toda la comunidad esperaba mi visión de ese día, y fuiste tú quien apareció en ella. Los elfos te llamaban Hijo de Ogmios, el ser único, y además no estabas solo: tú, tu sanadora y la dama Mulligan, tres, el triskel. Las piezas encajan a la perfección y eso es lo que Phádin ve, lo que le obsesiona. Yo no creo que sea una coincidencia, pero lo sea o no, Phádin tampoco lo cree, por muy escéptico que se muestre. — Bajó la voz. — Solo te pido que tengas cuidado, Marcus O'Donnell. No tenéis ni idea de la fuerza que Phádin puede llegar a manejar. —

 

ALICE

Si tenía que elegir, sin duda elegía a Litha para ser su druida acompañante, porque siempre parecía en máxima alegría, y Marcus estaba con Shabriree mejor que con ninguna otra persona de por allí. — Mi fiesta favorita es Beltaine, aunque debería ser Lughnadash, porque yo me llamo Litha, que es la morrigan del verano, pero es que en Beltaine tengo ocasión de sacar mis flores a pasear. Nunca valoran mis flores tanto como en esta fiesta. — Ya que la veía en buena lid, le preguntó. — Oye, ¿cómo…? ¿Cómo hacéis eso con las plantas? — ¿El qué? ¿Hacerlas crecer? Me cuesta mucho… — No, ya. Digo lo de que os sigan y se quieran pegar a vos. — La mujer volvió a soltar su musical risa. — ¡Ah! Eso lo hacen porque quieren ellas. Me quieren mucho, yo soy la encargada de cuidarlas, así que vienen conmigo siempre, son como mis bebés. — Te aseguro que yo he cuidado muchísimas plantas, y mi madre más, y nunca nos han seguido. — ¿No? Anda… Pues es que igual en Francesa las plantas son más antipáticas. — Eso hizo reír a Nancy y, fuera de tomárselo mal, Litha rio más y la señaló. — ¿Ves? Suena a que sí. — En Francesa hay hasta gente antipática. — Aseguró Nancy, entre risas. Alice abrió la boca para quejarse, pero acabó riéndose. — Ni caso, alteza. Y es Francia, el sitio. Franceses o francesas son la gente de allí. — ¡Ahhhh! Perdón, eh, que no quería ofender. — No, no, no os preocupéis. El caso es que allí tenemos un baile en el que el amado sujeta una cinta y la amada baila y se enrolla en ella. — ¡Ay, qué bonito! Pero nuestra estaca también lo es, todo es de colores, y todos llevan mis flores de adorno. El resto del año solo quieren saber de patatas, zanahorias o pimientos, o como mucho de plantas curativas, pero mis flores… siempre se olvidan. — Estaban ya llegando a la pradera, y Litha se soltó de ellas, para ir corriendo hacia unas mujeres con unas cestas.

— ¿Cómo crees que está yendo? — Le preguntó a Nancy, mientras miraba alrededor intentando ubicarse. — Raro. — Sí, pienso lo mismo. No sé si lo esperaba peor o mejor. No sé, es que no sé qué esperaba de Phádin, pero en mis apuestas no entraba ni de lejos tener a dos mujeres tan amables hablando con nosotros. Y esos poderes de Litha… — Nancy rio. — Ya no la vas a soltar hasta que te diga cómo tener hiedras como mascota. — Alice sonrió y se encogió de hombros. — Tampoco parece ella saber cómo… — Y entonces oyó un grito de Marcus, y se giró, para verle disculparse inmediatamente con Shabriree, por lo que se acercaron, sin prisa, pero preocupadas. — Tu sanadora viene al rescate. — Dijo la mujer, que no había variado la expresión. — Está todo bien, queridas. Me temo que a tu compañero no le gustan las profecías. — No. — Admitió Alice, acercándose y dándole la mano. — Pero estáis aquí para ayudarnos a todos, también a vosotros mismos, precisamente por profecías. No tienen por qué ser malas. No sabéis cuánto tiempo lleva mi pueblo esperando que ciertas cosas se cumplan. — Se acercó un poco más a ellos y susurró. — Yo no soy vuestra enemiga. Recurrid a mí si lo necesitáis. Llevo toda mi vida teniendo visiones, solo quiero ayudar. — ¡DONCELLAS! ¡TODAS A COGER SU CORONA Y ASIGNAR SU CINTA! — Voceó Litha. Tomó las manos de Marcus y dijo. — ¿Estás bien? — Se miraron a los ojos y le sonrió. — Eres mi sol. Eres mi tierra. Todo va a ir bien. — Y, tras un apretón de manos, se fue hacia Litha y Nancy.

La mujer le puso una corona de flores y le tendió una cinta. — ¿Te gusta el azul? — Me encanta el azul. — Contestó con una sonrisa. — Pues tú tienes que bailar en esa dirección. Cuando te cruces con otra doncella, levantas la cinta así, por encima de ella. La idea es que todas las cintas acaben enrolladas en la estaca. — Alice asintió. Y justo antes de empezar se congeló, porque vio que Marcus se había sentado en una estrada con sillas, donde Phádin estaba en medio y Marcus en una fila por debajo, pero suponía que se podían hablar y escuchar. — ¡Pueblo druida! — Dijo el príncipe levantándose. — Ostara ha vuelto a visitarnos un año más, y le ofrecemos su primer regalo, el baile de las doncellas que trae los colores de las flores que le ofreceremos, junto con el banquete consecuente, porque somos su pueblo, el pueblo de los Tuatha DaNann, y así seguiremos, bajo su mirada y las costumbres que ellos nos enseñaron. ¡Que empiecen los festejos de Beltaine! — La música empezó a sonar y Alice se obligó a empezar el bailecito, porque la verdad es que el chiste del baile era que, como una se equivocara, aquello parecería un tren descarrilando.

Ciertamente, el baile ese tenía algo de… catártico. Correr descalzas por la hierba, el cómo los colores bailaban antes sus ojos como luces, con la música de fondo, con el aire fresco que olía a mar y a bosque… era la representación de la primavera en sí misma. Cuando terminaron, la estaca estaba preciosa, Alice jadeando y con ganas de reír, mientras las mujeres aplaudían y se abrazaban, y ella se abrazó con Nancy, antes de caer de nuevo a la realidad, y mirar rápidamente de nuevo hacia donde estaba Marcus. — Hola, mi amor. — Dijo al llegar a su posición, conciliadora y tierna. — Vamos a sentarnos al banquete, no perdamos tiempo. — Intervino Bedwyr, y de la misma, los dos se levantaron, y Alice se agarró bien fuerte de la mano de Marcus, para ir a reunirse con Nancy. — ¿Tenéis el recetario de la tía Molly a mano? — Preguntó ella. — Siempre. — Pues disfrutemos de la experiencia antropológica, cojamos recetas y… recemos para que solo quisieran conocernos. De momento no va ni tan mal. — Y se dirigieron a su mesa, en tensión pero con extrema curiosidad como llevaban todo el día.

 

MARCUS

Seguía turbado por las palabras de Shabriree cuando la mujer evidenció que Alice estaba allí. Estaba tan aturdido que hasta una ciega se había dado cuenta de que estaba su novia allí antes que él. Miró a la profeta de soslayo cuando se acercó para susurrarles que no era una enemiga y que podían contar con ella. Tragó saliva y asintió levemente, sin devolverle del todo la mirada, y poco a poco empezaron todos a removerse a su alrededor ante la llamada a las doncellas. La pregunta de Alice volvió a pillarle desubicado, por lo que sacudió un poco la cabeza, le devolvió la mirada y fue a asentir... y se arrepintió del gesto a mitad de camino. No, no estaba bien, quería marcharse de allí. Pero las palabras de Alice le hicieron cerrar los ojos lentamente, respirar hondo, soltar el aire y volverlos a abrir, serenándose. — No sé si seré quien dicen que soy o no... — Dejó una caricia en su mejilla y afirmó de corazón. — ...Pero sí sé que no hay nada que tú no puedas sanar. — Apretaron sus manos y Alice se volvió para ir con las mujeres, y él se quedó mirándola... y algo que vio en ella le hizo parpadear, desconcertado. ¿Eran esas las flores y hiedras que había visto antes moverse, entrelazándose alrededor de las piernas y los brazos de Alice? Se quedó mirando la imagen, atónito, y al volver a parpadear fuertemente... las plantas no estaban. Alice caminaba con normalidad junto al resto de las mujeres, sin planta alguna por ningún lugar de su cuerpo. Sacudió la cabeza y la giró hacia su espalda... y allí estaba. Phádin entraba a la pradera junto a su comitiva y le miraba a lo lejos, con una sonrisa torcida. Apretó los dientes... y cerró los ojos, recordándose sus lecciones de oclumancia. Dejó la mente cerrada por completo, los volvió a abrir y devolvió la mirada y la sonrisa en la distancia al príncipe. Entra ahora, si es que puedes.

Llegó a las gradas dispuestas para ver el baile y el príncipe, desde su sillón presidencial, señaló hacia abajo, como un rico déspota señala la suciedad al servicio. — Ese es vuestro sitio. — Le miró, altivo. — Consideradlo un honor. Justo debajo de mí. — Marcus ladeó la sonrisa e inclinó la cabeza. — Faltaría más. Por debajo de su alteza, pero muy, muy cerca. — Paladeó, sibilino. — Todo un honor. — Y se sentó, con la cabeza bien alta, aunque igual no debería de estar tan seguro de que Phádin no le cortara el cuello, que lo tenía justo a la espalda y acababa de desafiarle (otra vez). Atendió al baile no sin cierta tensión, y reconocía que estaba más concentrado en la oclumancia que en lo que estaba viendo. En un momento determinado, miró de reojo y se encontró a Bedwyr mirándole de reojo también, como si le vigilara o le analizara, aunque el guarda posó también la vista en el baile, muy serio y sin soltar su espada. Marcus miró al frente también, tomando aire por la nariz y soltándolo de nuevo. El ejercicio de paciencia que estaba haciendo no lo sabía nadie, claramente a Shabriree no se lo habían mostrado sus profecías.

Alice llegó y él le dedicó la mejor de sus sonrisas, tomó su mano y se la llevó a sus labios. — Un baile precioso, mi amor. Podría mirarte bailar horas y horas y para celebrar todas las estaciones... No sabes cuánto me despeja la mente. — Y, más ancho que largo, se fue con ella a disponerse en el banquete, de nuevo con su parte más Slytherin deseando vengarse de Phádin todo lo que pudiera, mientras su yo Ravenclaw le recordaba que no debería jugársela tanto. Rio levemente al comentario de Nancy. — Por supuesto que pienso apuntarlo todo para mi abuela, lo mío es la transmisión de conocimientos. — Revisó de reojo que no había druidas demasiado cerca, se acercó a su prima y le susurró. — ¿No has oído que ahora soy hijo de Folda? — Nancy revisó su entorno también con cierta alerta, miró a su primo y chistó. — Marcus, será mejor que dejes de medirte con Phádin. — ¿Yo me estoy midiendo? — No le entres al trapo. — Lo que no voy a consentir es que me avasallen sin... — ¡Sásta teacht Ostara! — Nancy y Marcus callaron de golpe y sonrieron a Litha, que llegaba con lo que parecía una bandeja de galletas. — Las primeras, para nuestros invitados. — Marcus le dedicó un gesto cortés de los suyos y respondió. — Muchas gracias, alteza. Esto sí que es un verdadero honor. — Y, claramente, la casa real tenía disparidad de opiniones sobre tenerles allí.

El banquete avanzó, tenía que reconocer, con bastante normalidad. Toda la comida estaba deliciosa, hablaron con muchos druidas contentos de tenerles allí sobre las recetas y las fiestas de Beltaine y les chivaron que, para finalizar, encenderían una hoguera de buenos deseos ya entrada la noche. Eso de la noche le hizo intercambiar miradas con sus dos acompañantes: no estaba seguro de querer estar allí en plena noche, pero no parecía que hubiera mucho remedio. Poco a poco se fue cerniendo sobre ellos la oscuridad, y a las primeras luces del ocaso empezaron a sobrevolar a su alrededor luciérnagas que les iluminaban. Mientras Marcus las admiraba, notó la presencia de un niño que se le había colocado al lado. — ¿Te gustan? Son luciérnagas. — Marcus sonrió. — Son preciosas. — El niño puso una sonrisa iluminada. — ¡Gracias! Las controlo yo. — Puso expresión de interés y se agachó con él. — ¿En serio? — ¡Sí! Me dijo que podía empezar a controlarlas cuando cumpliera veinte años. ¡Pero es mi primera fiesta! ¿Han quedado bonitas? — Han quedado sublimes. — Respondió, mientras hacía un cálculo rápido y llegaba a la conclusión de que ese niño, si fuera un humano, tendría poco más de seis años. Era realmente pequeño. Empezaban muy pronto a dominar la magia ancestral y con una responsabilidad alta. — ¿Cómo te llamas? — Réalta Dorchadais, pero todos me llaman Réa. — Se balanceó en el asiento, feliz. — Encantado, Réa. Yo soy Marcus. Oye, ¿y qué significa tu nombre? — “Lucero de la oscuridad”. Mamá y papá siempre cuentan que, cuando nací, fue una noche muy oscura, y un día muy malo, porque decían que atravesábamos tiempos oscuros. Habían llegado unas noticias tan tan malas a la comunidad que mamá, del disgusto, se puso de parto. Pensaron que sería un buen nombre para mí, que mi nacimiento era una señal y que yo daría luz a la oscuridad. — Puso una sonrisita orgullosa. — A la gente le da mucho miedo la oscuridad, pero siempre hay una luz aunque no la veas. Las estrellas, por ejemplo, son luces, y si no hay oscuridad, no se pueden ver. — Se encogió de hombros. — A mí también me pasa un poco, me gusta más hacer cosas de noche. — Eres como una estrellita, entonces. — Rio con él, y el niño asintió. Marcus se le acercó. — Estoy totalmente de acuerdo contigo en eso. De hecho, Alice es mi novia ¿sabes? Y nos encanta mirar las estrellas, y pedirles deseos... — A las perseidas. Lo sé. — Parpadeó. El niño rio, travieso. — Puedo verlos. Los deseos de las estrellas. Las veo pasar y, cuando alguien les ha pedido un deseo, me lo susurran. La gente pide muchas cosas, muchos deseos bonitos. Lo que pasa es que son muchos, no los recuerdo todos... pero me sonaban vuestras voces de llegarme por las estrellas. — Sonrió, enternecido. Señaló a Nancy con la cabeza. — ¿Sabes? Un druida al que nosotros conocemos, la llama la hija de las estrellas. Cuéntale tu historia, que le va a encantar. — El niño, al decirle eso, se había mordido el labio y le miraba de reojo. Se quedó unos instantes callado, como si estuviera evaluando cómo hacerle una pregunta. Se la hizo finalmente. — ¿Y es verdad que tú eres el Hijo de Ogmios? — Marcus se mojó los labios, pero el niño se le acercó y le dijo, confidencial. — Muchos druidas le piden a las estrellas que llegue el Hijo de Ogmios. Yo los oigo. — Puso cara de pena. — Y algunos quieren que Phádin se vaya. A mamá y a papá no les cae bien... — ¡Pueblo druida! — Proclamó la voz del príncipe. El niño se envaró, se acercó a él y le susurró. — No se lo digas a nadie. Ni a las estrellas, ¿me lo prometes? — Marcus asintió y susurró de vuelta. — Te lo prometo. — El niño sonrió y salió corriendo de allí para no perderse las palabras de su líder.

— Ha llegado el momento de prender esta hoguera, la hoguera del fuego de la tierra. La luz que Ostara enciende para iluminar el oscuro camino del invierno. Hoy... — Les miró. Vale, aquí viene la trampa. — Tenemos entre nosotros a unos invitados muy especiales, y me encantaría ver... cómo unos magos avanzados, de fuera de nuestra comunidad, invocan el poder de la tierra. — Le miró directamente. — Marcus O'Donnell, has defendido ser capaz de usar la magia ancestral, de no necesitar la varita para reclamar el poder de la tierra. — Señaló la leña dispuesta. — Por favor... este pueblo y su príncipe desean ver una demostración de vuestro poder. — Notaba la mirada de Nancy con pánico sobre él. Era alquimia ígnea, de las más difíciles: invocar fuego. No sabía hacer eso, pero se estaba viendo venir que se lo iban a pedir. Tenía un as en la manga, pero un as muy arriesgado. No tenía ninguna seguridad de que le fuera a salir y podía estar a punto de servirle en bandeja a ese príncipe pedante dejarle en ridículo, y "demostrar" su teoría de que los druidas eran muy superiores a ellos. Aunque, por otro lado, alejaría de sí la posibilidad de ser el llamado Hijo de Ogmios... No parecía que el escarnio público fuera tan mala opción, después de todo.

Hizo una inclinación de cabeza, tomó una de las jarras de vino caliente que tenía a su lado y avanzó. La comunidad se había dispuesto en círculo, a una distancia bastante prudencial de la que sería la hoguera, y ahora él estaba junto a esta, en el centro de cientos de ojos que le miraban. Marcus se crecía ante el público y las situaciones que le retaban, así que simplemente llenó el pecho de aire, se arrodilló en el suelo y comenzó a verter el vino poco a poco, con la mayor precisión que pudo, hasta dibujar un círculo de transmutación en el suelo. El silencio era pesado, tenso y expectante, pero de vez en cuando se oía algún murmullo lejano. Dejó la jarra a un lado. Se sacó de las dos mangas lo que había escondido: un trozo de pan y unas cuantas hojas. Dispuso las hojas en el perímetro del círculo y el pan en el centro. Soltó aire por la boca, bajando las manos y cerrando los ojos. Necesitaba, antes de empezar, unos instantes de concentración... Y entonces, los murmullos empezaron a elevarse, y sintió un zumbido intenso cerca de sí. Abrió los ojos y, al hacerlo, sintió mucha más luz a su alrededor de la que tenía antes. Miró a los lados: estaba rodeado de luciérnagas por todas partes. Al poner la vista en el frente, le vio: el niño le miraba, discreto, temeroso, pero escondiendo una sonrisilla traviesa. Había dos personas con él: la mujer rodeaba los hombros del muchacho, como si estuviera esperando a que alguien le atacara de repente para sacarlo de allí de golpe, y tanto ella como el hombre a su lado le miraban, serenos y rectos como quien espera un veredicto, pero con esperanza y expectación en los ojos. Marcus tragó saliva y volvió a su círculo para no delatarles. Tienes detractores, Phádin. Quizás él no tenía tanto poder, pero sí había otros dispuestos a ponerlo a su servicio. Eso era otra forma de poder, al fin y al cabo. Y, desde fuera, daba igual si a esas luciérnagas las había invocado Marcus u otros, porque sea como fuere, el poder de la tierra allí estaba, a su lado.

Le temblaba todo el cuerpo y eso no iba a jugar en su favor, desde luego. Tragó saliva y se concentró una vez más, y cuando se notó centrado, juntó las manos e inició el proceso. Había hecho un círculo de separación dentro de uno de calor. Las hojas estaban colocadas en el de calor, y el pan, en el de separación. Si conseguía separar del pan todo el calor que había acumulado mientras se horneaba y del propio vino caliente que había usado para dibujar el círculo, y dicho calor aumentaba lo suficiente la temperatura, esperaba que pudiera llegar a prender la hojarasca. Pero eso no era generar fuego, sino calor. No las tenía todas consigo. Cerró los ojos con fuerza. El calor subía y subía y notaba el sudor bajar por su frente. — Mi nombre es Marcus O'Donnell. — Susurró para sí, como si fuera un mantra, como si lo necesitara para concentrarse. — Soy alquimista. Soy la tierra. — Hacía mucho calor. Se notaba sudar y se notaba temblar, porque estaba usando demasiado poder mágico. Pero solo estaba consiguiendo generar calor, no fuego. — Mi nombre es Marcus O'Donnell. — Repitió, con los ojos apretados. — Soy alquimista. Soy la tierra. Soy alquimista. — Se le escapó un jadeo. Empezaban a agotársele las fuerzas. Notaba la tensión de todos los que miraban, vio sus expresiones expectantes cuando abrió los ojos de nuevo. Cada vez hacía más calor. Las luciérnagas zumbaban cada vez más fuerte y emitían una luz más intensa. Empezaba a notarse mareado, los ojos se le llenaron de lágrimas y se notaba temblar. — Mi nombre es Marcus O'Donnell. — ¡BASTA! — Oyó gritar a Nancy, de fondo. — ¡Alteza, por favor! Se está agotando, déjele que pare. — Soy alquimista... Soy la tierra... Mi nombre es... — Dijo que podía manejar la magia ancestral. — Bramó Phádin a su espalda. — ...Marcus O'Donnell... — Si es un farsante, que se rinda. — Soy alquimista... Soy... — Ese no es el hombre que fue coronado con la manta de Eire por los elfos. — Abrió los ojos de golpe. Eso era. Su poder no era solo alquimia. Ese día hizo una invocación sin varita, y no era la primera vez. Bajó la mirada y, en el círculo, había varias piedras. Debió haber caído antes: se le estaban clavando en las rodillas. Soltó otro jadeo y movió las manos hacia ellas. — Soy la tierra. — Susurró. Puso toda su concentración en ello, y las piedras empezaron a temblar dentro del círculo. Se juntaron entre ellas, como si estuvieran en un recipiente que alguien moviera, hasta llegar al centro. Se detuvo. Estas también se detuvieron. Sonrió. — Mi nombre es Marcus O'Donnell. — Juntó las manos. — Soy alquimista. — Empezó a frotar sus manos, mirando las piedras. Estas imitaron su movimiento. — Soy. La. Tierra. — Frotó una palma contra la otra con violencia y las piedras le imitaron, escupiendo una pequeña llamarada. La suficiente para que toda la hojarasca de alrededor se prendiera y recorriera el perímetro del círculo a toda velocidad. Escuchó las exclamaciones aspiradas a su alrededor. Con las palmas de las manos, empujó el aire, y el fuego salió despedido hasta la leña, prendiendo la hoguera de golpe.

Las aclamaciones y los vítores llenaron todo el lugar. Se notaba el corazón desbocado. Trató de calmar la respiración entrecortada, mirando el fuego ante él. Lo había conseguido. Había hecho prender la hoguera. Se puso de pie y se giró lentamente, para mirar de frente a Phádin. Soltó un jadeo satisfecho con una sonrisa e hizo una reverencia, y al erguirse de nuevo, con la cabeza bien alta, dijo. — Su hoguera de Ostara, alteza. —

 

ALICE

El banquete transcurrió con normalidad, alegre, al fin y al cabo los druidas eran irlandeses. Más o menos podía meter a la mayoría de los druidas que conocieron en casas de Hogwarts, de forma bastante evidente, pudo anotar ciertas recetas, y algunos de los asistentes se pegaban por decirle trucos para cocinar, para las medicinas con plantas, y estaban muy intrigados por lo que era la vitamina C y de dónde venía.

En un momento de la noche, Marcus, cómo no, se puso a hablar con un niño, y Alice no pudo evitar quedarse mirando. — ¿Quieres uno? — Dijo la voz de Shabriree, llegando tan silenciosa como siempre y sentándose a su lado. No llevaba nada, así que Alice frunció el ceño. — ¿Un qué? — Un niño. Estás mirando a Marcus con el niño ¿no? — Alice rio. — Creo que soy más joven que ese niño, precisamente. — Sí, tiene veinte años. — Pues eso, soy muy joven. — Es verdad… Pero aquí todo el mundo quiere niños. — Alice la miró de reojo. — Justo… en eso estaba pensando. Hay muy pocos niños. — Shabriree miró a lo lejos. — Así es… Nuestro pueblo se marchita. Vivimos muchos años, pero no somos capaces de dejar nada detrás de nosotros, y en unos años seremos tan pocos que no tendrán forma de… simplemente seguir adelante. — Alice oteó el horizonte en silencio. Era muy triste pensar que realmente, quizá no en veinte años, pero sí en cien, podía no quedar absolutamente nada de todo eso. — Phádin no parece muy preocupado por los problemas de fertilidad. — A Phádin le preocupa todo. — Marcus sobre todo, pensó con retintín. — Hay problemas de fertilidad que no tienen solución, ciertamente… pero hay bastantes que sí. Nosotros los curamos. — Los druidas solo nos sanamos con la tierra. — Alice frunció el ceño y se giró hacia ella. — ¿Y la tierra no quiere cuidar de vuestra supervivencia? — Shabriree rio. — Vuestra medicina siempre es un poquito soberbia. — Es cambiante. Es retadora, se supera a sí misma cada día, y aun así todos sabemos que no es todopoderosa. — ¿Tú lo sabes? Te veo muy inclinada a que puedes curar muchas cosas, no hay duda de por qué te llaman la Sanadora. — Alice dejó salir el aire por la nariz. — Solo quiero intentarlo, o hacer todo lo posible. Mejorar la vida de las personas. — Tragó saliva, intentando controlar sus emociones y opiniones, para no ofender. — No hay por qué conformarse. He conocido hoy a muchas mujeres que parecen encantadoras y que podrían ser buenas madres. No es justo que se resignen, que vuestra sociedad se pierda, ¿por qué querría la tierra eso? Dime. — La mujer suspiró lentamente, mirando al fondo. — Porque nos hemos escondido. Como una planta en la oscuridad. Casi no vemos la luz, y no será una muerte rápida… pero acabaremos muriendo. — Pues será porque queréis, se dijo a sí misma, con rabia contenida.

Y entonces, algo le dio y no pudo controlar su lengua. — Sé que puedes ver luces y sombras. — Y ahí sí, Shabriree dio un respingo y la miró. — He estudiado sobre tipos de ceguera, es una de las cosas que más se curan con alquimia médica. Nuestra magia ancestral. — Eso no lo sabes. — Sí lo sé. He observado cómo te mueves y tus reacciones involuntarias. Probablemente no puedas ver más que borrones en blanco y negro, a veces gris, ¿me equivoco? — El silencio de la mujer fue elocuente. — No estás ciega. Tienes agnosia. Es un defecto de la vista, que no manda correctamente la información de la luz que entra por tus ojos al cerebro, por lo que no das sentido correctamente a lo que puedes ver. Es un defecto en el nervio, como un cabo suelto. Si se regenera con alquimia… y mucho trabajo de recuperación, para empezar a entender lo que tus ojos ven, puedes ver como una persona normal. — ¿Cómo lo sabes? ¿Cómo has podido averiguarlo? — Como ya te he dicho, estudio mucho, son muchos años de libros de alquimia médica buscando lo que podría haber salvado a mi madre. — La expresión de Shabriree se dulcificó. — Lo siento… — Como ves, no he podido curar todo ni de lejos. Y, con todo lo que he leído, a día de hoy, tampoco sería capaz de salvarla. El caso es que la tía de Marcus me contó que su tío era ciego al nacer, y aquel santuario de profetas… Muchos ciegos para una isla tan pequeña. Pero ahí estaba la clave. Es un defecto genético, que, en una isla, con muchísima población endogámica, solo se multiplica generación tras generación. — Shabriree se había quedado callada, mirando a la nada, y Alice tomó su mano muy suavemente. — No tienes por qué querer cambiar. Quizá tu vida está bien así. Pero quizá, en lo más profundo de ti, querrías poder mirar a un hijo tuyo a la cara, en tus brazos. Y si es así, no va a haber hechicero que te niegue la ayuda, si de mí depende. — Pero entonces, Phádin empezó a hablar, y Alice tenía otra cosa de la que preocuparse. La transmutación ígnea. Nancy llegó a su lado, más nerviosa aún que ella. — Estoy preocupada por él. — Yo no. — Mintió. Sí, claro que estaba preocupadísima, pero Marcus no necesitaba a mucha gente preocupada por él. Ningún resultado era malo, ella sabía hasta dónde podía llegar, y si no lo lograba, se irían para siempre, y fin.

En principio, ella también había pensado en un círculo de calor, pero no las tenía todas consigo en que fuera suficiente calor el del vino y el pan para prender la llama. No tenían tanto poder aún, no eran capaces de convocar… Bueno, Marcus sí. Marcus ya lo había hecho. Inspiró y cruzó una mirada de seguridad con él. Confío en lo que estás haciendo, quería decir.

Lo de las luciérnagas dejó a medio pueblo druida pasmado en el sitio. Pero era difícil, era muy muy difícil, y Marcus se estaba estirando demasiado. — Cállate, Nancy. — Le salió del fondo de su corazón. No quería ser brusca, pero es que no podían verles temblar, especialmente con Phádin burlándose. Cogió la mano de Nancy y dijo. — No podemos mostrar debilidad ahora. Marcus sabe lo que hace. — ¿Y si no lo sabe? — Actuaremos entonces. Pero ahora hay que dejarle hacer lo que sabe. — Y entonces, las piedras acudieron a él, como habían hecho las luciérnagas, levantando exclamaciones de todo el mundo, hasta de Nancy. Cuando la chispa saltó, el murmullo se convirtió en un grito generalizado, y la luz de la hoguera se tornó abrumadora. Ya no había quien lo parara. — ¡Hijo de Ogmios! — ¡Lo ha logrado! — ¡Ha usado la magia ancestral! — ¡Mamá, mis luciérnagas! ¡Él las eligió! — Alice corrió hacia Marcus y le agarró de las manos. — Lo has logrado, mi alquimista. Mírame, eso es lo que eres, alquimista… — ¡FARSANTE! — Gritó Phádin desencajado. — ¡SI NO LO DICES TÚ, LO DIRÉ YO! — ¡Phádin, basta! — Intervino Litha. — ¡CÁLLATE! Está dejando que todos piensen que es el Hijo de Ogmios ¿no? — El hombre estaba jadeando, con una ira en la expresión terrible. — ¡Ni siquiera tiene todas las reliquias! ¿O me equivoco? — Nunca hemos dicho lo contrario. — Se defendió Alice, abrazándose a Marcus. — Pues le preguntaremos al fuego… A ver si es verdad que él hará bajar el trono de Irlanda con todas las reliquias… — Dijo sibilinamente. — O si solo sois una banda de farsantes engañando a la gente como tantos otros. —

 

MARCUS

Hijo de Ogmios. Hijo de Ogmios. Oía los gritos de la gente y retumbaban en su cabeza, pero él estaba ahí parado, desafiante, mirando a Phádin a los ojos. El ritmo cardíaco le iba desorbitado y notaba las piernas temblarle, pero apretó los dientes y se quedó allí. Cuando Alice llegó, sintió una extraña conexión con la realidad, como si hubiera estado en otro mundo, y al mirarla toda la contención que le permitía mantenerse en pie estuvo a punto de desmoronarse. No lo impidió otra cosa sino Phádin acusándole de nuevo, de forma directa, de ser un farsante. Dio un paso al frente, furioso. — ¿Es que no oyes a tu pueblo, Phádin? — Bedwyr se envaró y puso la mano en la empuñadura de su espada, como si por Marcus tutear a su príncipe hubiera rebasado alguna línea que no hubiera rebasado con creces él antes. — ¡ES TU PUEBLO EL QUE GRITA! — Señaló a quienes le rodeaban. — ¡Son ellos los que aclaman la llegada de alguien! No soy yo quien me puso ese nombre, ¡HAN SIDO ELLOS! — Dio otro paso al frente. — Y no seré yo el Hijo de Ogmios. Pero tú, tampoco. — Lo vio en la expresión del hombre. Vio que, si antes sin hacerle nada estaba dispuesto a hacerle daño, ahora con más motivo.

Phádin extendió los brazos y, al hacerlo, el fuego de la hoguera generó una fuerte explosión de llamas que hizo que Alice y él se giraran y dieran unos pasos hacia atrás, y que Nancy corriera hacia ellos. Su prima tiraba de ellos hacia atrás, pero las llamas estaban mostrando algo que tenía a Marcus hipnotizado. — Tú, que te crees descendiente de Folda... Mira lo que te depara el destino. No sois tan listos como nuestros dioses. Jamás tendréis sus reliquias. — En lo que Phádin hablaba, Marcus ya había puesto su mirada en el fuego. Este, entre las llamas, le devolvía la imagen de sí mismo, como si fuera su reflejo en un espejo, idéntico. Ni siquiera era esa versión malévola que le hubiera mostrado otras veces, sino que parecía... asustado y vulnerable, más de lo que se sentía, ¿insinuaba Phádin que eso era lo que se veía de él? ¿A un chico joven, asustado y vulnerable?

— ¡¡MARCUS!! — El alarido le hizo sobresaltarse y girar la mirada a su prima inmediatamente. Era su voz, acababa de oírla chillar su nombre. Pero Nancy le abrazó e intentó apartarle del fuego. — Marcus, estoy bien, esa no es mi voz. Solo es una visión, vámonos... — ¡¡MARCUS!! — No. — Suspiró él. No pensaba amedrentarse por un truco a los sentidos. — Quiero verlo. — No había quitado la vista del fuego, y este desdibujó su visión y mostró, con tanta nitidez como si lo tuviera delante, la imagen de Nancy corriendo, asustada, por un bosque inmenso. Chillaba y le llamaba, pidiendo auxilio, mientras las hiedras bajo sus pies intentaban atarla para tenderle una trampa, y las plantas cobraban vida para perseguirla, los árboles se hacían más altos y aquello se convertía en una jaula de hojas sin escapatoria. — ¡¡MARCUS!! — Apretó los dientes con fuerza porque los chillidos le taladraban la cabeza, y solo quería taparse los oídos y dejar de oír. Pero tenía que aguantar. Solo intentaba manipularle. — Estoy aquí, Marcus. No es real, no es real... — Escuchaba a Nancy susurrar, abrazada a su espalda con fuerza. Los tres estaban abrazados entre sí, hecho un nudo de abrazo, mientras aquella visión les nublaba la cabeza. Pero el nudo se deshizo de golpe cuando notó que algo en las muñecas le quemaba. Soltó un quejido y se miró las mangas: las plumas de ganso quemaban en la piel, pero no estaban ardiendo. Un nuevo sonido se sumó a las visiones: en lo que Nancy gritaba e intentaba huir, se oyeron de fondo unos gansos, cada vez más y más cerca. El fuego no lo mostraba, pero su mente sabía lo que iba a pasar, y empezaba a dominarle el pánico y la desesperación.

Sintió cómo Nancy le agarraba con fuerza: sin darse cuenta, había hecho amago de correr hacia el fuego. Entonces la visión se alejó para mostrar ese inmenso bosque, hectáreas de árboles en los que sería imposible encontrar a Nancy... y un lago. Un lago de agua cristalina, bajo el cual se mostraba algo que no atisbaba a ver. Un sonido de chapoteo desesperado, de respiración casi ahogada, en lo que la imagen del fuego, poco a poco, se acercaba al agua. Empezó a sentir pánico. Se aferró a Alice con desesperación y empezó a murmurar en su oído. — Yo soy la tierra. Yo soy el agua. Estoy contigo, estoy contigo. — Cerró los ojos con fuerza. No quería verlo. Sabía lo que iba a mostrarle esa visión y se negaba a verlo, no iba a pasar. — Un hijo de los dioses que teme a su destino. — Oyó la voz de Phádin. Temblando y con los ojos llenos de lágrimas, los abrió de nuevo... pero no vio a Alice. Solo agua, masas de agua calmada. Un silencio atronador. Volvió a apretarla. — No voy a soltarte. Nunca, nunca, jamás, lo prometo. No voy a soltarte... — Y entonces, volvió a verse a sí mismo. Estaba... ¿debajo del lago? Miraba a los lados y caminaba, desubicado, por lo que parecía un enorme laberinto. Había mesas alargadas... No, altares, con símbolos, con runas. Giraba sobre sí mismo, y las paredes tenían hiedras, y runas, y espejos que le reflejaban una imagen de sí que se movía con voluntad propia. Y estaba solo. — El Hijo de Ogmios... solo puede acabar como su padre... — Dijo Phádin tras él. A Marcus se le desbocó el corazón. Ogmios acabó solo, y así se estaba viendo a sí mismo en la visión: solo.

Y entonces, la veía. La lanza, al final de un camino. Era una trampa, hasta él podía verlo. Pero el Marcus del reflejo fue corriendo hacia ella, y al ir a tomarla, esta se desvaneció en sus manos. Se oyó un silbido, pero apenas le dio tiempo de girarse: como si viniera de algún lugar tras ellos, la lanza apareció, directa hacia su corazón. El fuego engulló la visión antes de que pudieran ver cómo le atravesaba. — La codicia acabará contigo. — Dijo Phádin tras él, mientras Marcus seguía paralizado, mirando al fuego, que ya no mostraba visión alguna, solo una masa de llamas. Y entonces, añadió. — Estoy muy decepcionado contigo. — Marcus alzó una mirada llorosa, con las pupilas dilatadas, y se giró lentamente. Esa no había sido la voz de Phádin. Esa voz la llevaba oyendo toda la vida y podría reconocerla perdido en el laberinto más recóndito, del bosque más inmenso, y hasta debajo de un lago.

En el lugar en el que estaba el príncipe, esbelto, alto e imponente en toda su altura, bajando los escalones del trono, ataviado con las mismas ropas del druida, estaba Lawrence O'Donnell, su abuelo. Le miraba con una severidad con la que no le había mirado nunca, e imponía sobre él una fuerza que le hacía querer doblegarse, arrodillarse y llorar suplicando. Le temblaron las rodillas... Es mentira, se dijo. Como la visión, como las voces en su cabeza, como las pesadillas. No era más que una argucia. Se desprendió del agarre de Alice y de Nancy y caminó hacia él, con el rostro lleno de rabia. Bedwyr volvió a acercarse, alerta. Arrastrando cada palabra y lleno de veneno, dijo lentamente. — No llegas a Lawrence O'Donnell ni a la suela de los zapatos. — Su falso abuelo dibujó en su rostro una mueca de desagrado impropia de él. Marcus le dio la espalda y miró a los druidas. — ¡Vuestro príncipe lleva entrando en mi mente desde el once de diciembre, sin mi permiso, para manipularla! — Se oyeron varios murmullos alterados, y Shabriree se tensó en su sitio. Esa fecha debió ser todo un evento en aquella comunidad, dudaba que pasara desapercibida. — Ha jugado con mi mente, me ha provocado pesadillas, me ha hecho hablar por una voz que no era la mía. Ha intentado manipularme donde más me dolía. Y esa visión... — Señaló al fuego y se giró al príncipe otra vez. Ya no era su abuelo, había recuperado su forma. Probablemente nunca la hubiera perdido realmente, era un engaño visual solo para él. — ...Eso... Eso no es más que una fantasía. ¡Esa visión es falsa! — Se le puso de frente otra vez, aunque sin perder la distancia que les separaba. — ¡Tú no tienes ese poder! ¡No eres profeta! ¡Solo usas estratagemas para engañar y confundir a los sentidos! Y eso no te hace digno ni de los dioses, ni de la tierra. — Los ojos de Phádin chispeaban de ira, y tras unos segundos de eterno silencio, sentenció. — Apresadles. —

Bedwyr, al escucharle, desenvainó la espada y dio un paso al frente, pero antes de que pudieran reaccionar, alguien corrió para ponerse ante ellos. — ¡¡NO!! — La mujer extendió los brazos delante de los tres, haciendo de escudo humano. Bedwyr se detuvo, pero no guardó la espada. Miró a la mujer y dijo con dureza. — Apártate, Saol. — La mujer negó con la cabeza. A pesar de no verle la cara, Marcus la identificó: era la madre de Réa. — Diste a la Sanadora un orbe de vida: hacedles daño y lo pagaremos con la vida de uno de los nuestros. — Aun estando a su espalda, veía la respiración acelerada de la mujer, cómo su pecho subía y bajaba sin perder la seguridad en su tono. — Que sea la mía. — ¡Mami! — Chilló el niño al fondo, pero su padre le echó hacia atrás, y entre otros druidas se lo llevaron de allí. Bedwyr miraba a la mujer sin saber cómo proceder. — Mi nombre es vida, sobre ella tengo dominio. Quítamela. Hazlo, espada juramentada. Asesina a una mujer desarmada, joven y sana que os ha dado a uno de los pocos niños que tiene la comunidad y podría daros más. Comete semejante crimen en nombre de tu príncipe. — Phádin alzó una mano. Saol calló, y Bedwyr no se movió, esperando órdenes. El príncipe volvió a hacer un gesto con la mano y su espada juramentada se echó a un lado. Le vieron descender los escalones que le quedaban, acercarse a ellos lentamente, mirándoles con severidad. Puso los ojos en Saol y esta le desafió con la mirada unos instantes, pero finalmente, acabó apartándose, y él dedicándole una mirada desdeñosa. Luego miró a Marcus y, lleno de ira, dijo. — Espero... que Folda te dé las alas que deseas para transcribir todo lo que hayas vivido... No vayas a arrepentirte de no haberlo hecho. — Se sintió como si les hubiera lanzado veneno, pero dicho eso, se retiró y dijo, con tono bajo pero afilado como un cuchillo. — Fuera de mi comunidad. No os quiero volver a ver por aquí. —

 

ALICE

No pudo evitar mirar con ojos brillantes a Marcus, gritándole de aquella manera a Phádin. Ver cómo aquel pueblo le aclamaba, le esperaba… ¿Quiénes eran ellos para ir en contra de eso? Claramente estaban cansados de aquel déspota… Alguien tendría que ponerle las cartas sobre la mesa. Casi no le dio tiempo a pensar cuando el fuego salió disparado. No sabía cuántas cosas más podía depararle ese día en su mente.

Aquel grito le heló la sangre, y lo reconoció al segundo. Alargó la mano y agarró el brazo de Nancy, para comprobar que estaba bien. Por su parte, la chica intentaba anclar a Marcus a la realidad. Pero Alice conocía esa mirada, estaba concentrado en el fuego y no iban a poder separar su atención de ello. De repente se intentó desprender de ellas, y Alice le miró con pánico. — ¡Marcus! ¡Mi amor! ¿Qué te pasa? — Se giró y miró a Phádin con toda la ira del mundo. — ¿Qué le has hecho? — El hombre la miró y soltó una suave risa. — Yo nada. Pero el fuego lo revela todo. Atiende, Sanadora, que ahora te toca a ti… — Al principio no entendió nada, solo veía un lago en la visión del fuego… Y entonces… El miedo se agarró a su estómago, como siempre que había visto una superficie acuática en la que había movimiento o no hacía pie. Esas toses, le recordaba al boggart… La piel se le puso de gallina y le dieron ganas de llorar. — Lo sé… — Acarició la mano de Marcus y dirigió una mirada a Phádin, diciendo llena de ira. — Nos está mintiendo. —

Y como si le hubiera querido servir aquel engaño en bandeja, oyó la voz del abuelo. Sí, le puso los pelos de punta, pero en cuanto lo enfocó, supo que eso era imposible. Lawrence O’Donnell no había mirado con esa superioridad barata y absurda a nadie nunca. — El único farsante aquí es él. — Dijo, con rabia contenida, mientras Marcus iba a encarársele. No iba a ser ella quien lo parara, ya habían aguantado suficiente. O quizá sí, porque fueron muy dispuestos a apresarles a la orden del príncipe. Maldita sea, las varitas. Alice y Nancy corrieron hacia Marcus, dándose las espaldas entre los tres para cubrir más terreno. Y entonces alguien se metió en medio. Le costó reconocer a la mujer, pero la intervención del niño la sacó de dudas. Ella pensaba que a veces era impulsiva, pero siempre se podía contar con una Gryffindor que no medía bien. Maldito orbe, lo hubiera roto si no temiera que sería peor.

Ciertamente, la mujer tenía un punto muy fuerte, y hasta Phádin se dio cuenta, no sin antes una última amenaza. En el agarre de su mano, sintió a Marcus temblar y le miró. Estaba pálido, con el pelo pegado del sudor, y su agarre se hacía más débil, tenían que irse. — Nancy no sueltes a Marcus. — Le susurró antes de acercarse a Bedwyr. — Las varitas. — El hombre rio. — Lárgate de aquí, hechicera. — DANOS. NUESTRAS. VARITAS. — Phádin se rio. — ¿Qué pasa? ¿No sabéis hacer nada sin vuestros palitos? — Se acercó con lágrimas hacia Phádin y le miró con rabia, mientras Bedwyr la paraba con el brazo. — No me dais miedo, alteza. — Se mordió el labio y con un tono bajo pero agresivo dijo. — ¿Creéis que sois la criatura más cruel con la que me he cruzado? No tenéis ni idea. — Le sostuvo la mirada y, sin elevar el tono, exigió. — Las varitas. — Phádin hizo un gesto desdeñoso. — Dáselas. Un auténtico Hijo de Ogmios no las necesitaría. — Bedwyr le puso las tres varitas en el pecho con un golpe y ella las cogió sin dejar de mirar a Phádin. Dio unos pasos para atrás y simplemente sentenció. — Alejaos de él. De su mente y sus sueños. Volved a la madriguera, valiente príncipe druida. — Miró a Shabriree y la llamó. — Mi lady, abridme el portal. — El silencio era sepulcral. — Por favor. Ya tengo la varita. No quiero enemistarme con una comunidad que me ha recibido y tratado bien solo por miedo a su déspota gobernante. — Shabriree avanzó al lugar donde se abría el portal, y Alice, antes de irse, se paró ante la mujer. — Saol, Réa, no os olvidaremos. — Se quitó el pin de la morrigan y se lo dio al niño. — Guárdalo para devolvérmelo cuando volvamos con el resto de las reliquias. — Os hemos esperado mucho tiempo. Os esperaremos el que haga falta, ahora que os conocemos. — Respondió la madre.

Corrió hacia el portal, donde Nancy y Marcus esperaban, para cruzar de la mano de Shabriree. Su novio cada vez estaba más débil, cuando por fin se vieron en la Cuna de los Gigantes. — Marchaos. Y tened mucho cuidado. — Dijo la mujer. — ¡Shabriree! — La llamó antes de que cruzara de vuelta. — No te olvides de nuestra conversación. No estás ciega, y creo de verdad que podrías ser madre. Solo búscame, sé que sabrás cómo. — La mujer suspiró y agachó la cabeza a modo de despedida antes de cruzar el portal.

Justo entonces, sintió las fuerzas de Marcus flaquear del todo. — Tranquilo, tranquilo, mi amor. — Miró a Nancy. — ¿Crees que puedes aparecernos a los tres en casa de los abuelos? — Apartó los rizos de la cara de Marcus y volvió a mirarla. — Está deshidratado. Necesita descansar. Por favor, Nancy hay que intentarlo. — Miró a Marcus. — Mi amor, una aparición más. Una. Y estarás mejor, solo es deshidratación. —

 

MARCUS

Alzó la barbilla para devolver una mirada altiva a Phádin, pero la vista empezaba a nublársele, y por un momento sintió que se iba a tambalear. No llegó a hacerlo, pero sus energías estaban ya muy mermadas, y le estaba manteniendo en pie la rabia y la firmeza de que el príncipe no llegara a verle flaquear. Al ver a Alice encararse con los druidas fue a dar un paso al frente, pero Nancy le agarró, con una mano por la cintura y otra en su brazo. — No le van a hacer nada. — Le dijo con tono tranquilizador. — Ya has dicho todo lo que tenías que decir, Marcus. No merecen que les digas nada más. — Nancy trataba de sonar convincente, pero Marcus no quitaba una mirada llena de ira de Phádin, alerta por si se atrevían a tocarle a Alice un solo pelo, porque incluso con las pocas fuerzas que tenía pensaba lanzarse al cuello si hacía falta.

Pero no la hizo, porque les devolvieron las varitas a Alice y se dispusieron a marcharse, aunque vio a la familia de rebeldes dedicarles unas últimas palabras en lo que avanzaba con su prima. Intercambió la mirada con el niño y este le dedicó una sonrisa, mientras se tocaba el pin en el pecho que le había dado Alice. Empezaba a tener la vista nublada y a fallarle las fuerzas para caminar, cada vez que cambiaba el foco de atención, todo parecía difuminarse. Se mantuvo estoico lo suficiente hasta saberse fuera de la vista del príncipe y los suyos, pero tan pronto se acercaron al portal, agradeció tener a Nancy agarrándole, porque sentía que no podría dar un paso más si no fuera por su agarre.

Atravesar el portal fue un esfuerzo que empezaba a superar sus capacidades, y cuando tocaron la cuna de los gigantes hubiera caído al suelo si las chicas no le hubieran sujetado. Notaba la ropa y el pelo pegados a la piel por el sudor, y después de haber estado junto a una fuente de calor tan insoportable y pasar a aquella zona de viento gélido, empezó a temblar de frío. Lo que había hecho había agotado su potencial mágico: la varita canalizaba mucho mejor su magia, y había hecho algo que ni siquiera sabía que era capaz de hacer sin necesidad de ella. ¿Y si se había agotado para siempre? ¿Y si aquello era peligroso para su salud a largo plazo? ¿Qué le había querido decir Phádin con lo de dejar cosas escritas? ¿Se iba a morir?

Tomó una bocanada de aire que le resultó insuficiente. Se sentía talmente así, como si la vida estuviera abandonando poco a poco su cuerpo, como si hubiera estirado demasiado lo que era capaz de hacer. Alice le habló e intentó mirarla a los ojos, e hizo amago de negar con la cabeza. ¿Aparecerse? Apenas podía hablar, pestañear o respirar, no estaba para aparecerse. Pero, al parecer, las dos chicas sí podían aparecerle a él, porque sin saber cómo, se vio en la puerta de casa de sus abuelos. Tenía la vista totalmente desenfocada, y vio cómo Alice corría a la puerta para abrirla mientras su prima le agarraba. Abrió la boca para llamarla, pero la voz no le salía del cuerpo. Solo le pareció verla girarse hacia él de nuevo, y la silueta de su abuelo llegando a la puerta, antes de perder el conocimiento.

 

ALICE

Marcus tenía la respiración agitadísima, y como se le subiera más el pulso, el choque iba a ser demasiado. Corrió a la puerta y la abrió, para poder meterle entre las dos. — ¿QUÉ HA PASADO? — Gritó Lawrence, saliendo desaforado. Alice se giró y vio a Marcus ya en el suelo. — Abuelo. — Dijo con tono firme. — Solución salina treinta por ciento, ya. Solo está deshidratado. — Fue corriendo y cogió a Marcus de brazos de Nancy. — Ve a controlar a la abuela, no necesito más agobios. — Nancy asintió, y corrió a, justamente, parapetar a la abuela. Lawrence llegó de nuevo con una botella. — La tengo. — ¿Me ayudas a levitarlo hasta la cama? — ¡MI NIÑO! ¿QUÉ LE HAN HECHO? — Tía, baja la voz, por favor. — Le decía Nancy, mirando a los lados. Ya iban a tener ahí a medio pueblo.

Entre Larry y Alice, levitaron a Marcus a la cama, y una vez allí, Alice corrió a lavarse las manos, y luego a ponerle con el hechizo pinchazo la solución salina a Marcus. — ¿Vas a explicarnos algo? — Exigió Molly. — Déjala un momento, mujer, está atendiendo a Marcus. No la presiones. — Alice simplemente cogió una toalla mojada y la pasó por la cara de su novio. — Solo está deshidratado. Ha transmutado un círculo de calor lo suficientemente grande como para encender la hoguera de Ostara. — Qué temeridad. — Se quejó Lawrence, sentándose en la esquina de la cama. Elio piaba lastimeramente desde la mesilla, mirando a su dueño. — Relájate. Está dormido. — Le dijo Alice con tono bajo y tranquilo, y Elio le miró con ojitos de pena, pero se calló. — Pues temeridad o no, tampoco sabíamos las consecuencias si no lo hacía, y ha dejado bien calladito al príncipe. — ¿Al príncipe? ¿Habéis conocido al príncipe de los druidas? — Preguntó Molly. — Y a la princesa, su hermana. Y a un montón de gente… con distintos resultados. — ¿Entonces ese príncipe no le ha hecho nada? — Insistió la mujer. — Solo nos ha retado a hacer alquimia. Marcus lo ha hecho muy bien, pero… ha sido intenso. — Molly se acercó a ella y le rodeó los hombros. — Perdona, cariño, no quería asustarte ni agobiarte. — No, no… Si yo entiendo que ha sido un susto. — Bueno, pero habéis… ¿descubierto algo? — Preguntó el abuelo. Alice se miró con Nancy. — No estoy segura. Nos enseñaron una visión en el fuego, pero… — Las visiones son interpretables y manipulables. — Alice tragó saliva, recordando el ahogamiento, los alaridos de Nancy… — Eso creemos nosotros, pero… tampoco podemos ignorar todo lo que vimos… —

Y justo, mientras hacía esa reflexión, Marcus abrió los ojos y empezó a moverse. — Hoooola, alquimista. — Susurró ella, acariciando sus manos para que no se moviera mucho muy bruscamente. — Estás en casa, en Ballyknow. Estás bien. Pero no te muevas muy bruscamente, tú como un caballero, como siempre, con elegancia. — Le dijo con una risita, para crear un entorno amable. Le pasó la toalla por la cara. — Te has deshidratado un poco, normal, también. Pero estamos todos bien y a salvo. Ya tiene la abuela órdenes de solo decir “mi niño” cincuenta veces y no agobiar. — Y todos se rieron un poco. No iba a obligarle a contarle nada que él no quisiera contar a los abuelos, desde luego no esa noche. — Tu carita preciosa está intacta y eh, he hecho mi primer pinchazo a alguien que no fuéramos la enfermera Durrell y yo, limpio, perfecto. Tenía que ser a ti. —

 

MARCUS

No había caído en un sueño ni plácido ni pesado, porque no se había quedado dormido, sino que su cabeza había desconectado como si hubieran pulsado un botón. De repente, empezó a tomar conciencia de su cuerpo, aún con los ojos cerrados, y un pensamiento le atacó. ¿Dónde estás? A toda velocidad, esa pregunta, mezclada con la orden de apresarle de Phádin y con las imágenes del fuego. Empezó a latirle el corazón con alarma, pero aún no había conseguido fuerzas suficientes para abrir los ojos.

Finalmente los abrió de repente, mareado, y la visión ante sí tardó en procesarla. No sabría decir qué esperaba, probablemente no le hubiera dado tiempo a elaborar nada concreto que poder esperar. Solo quería ver para salir de dudas. Tenía la respiración acelerada, pero empezaron a llegarle las palabras de Alice: que no se moviera bruscamente. Alarma otra vez: ¿le había pasado algo? Parpadeó varias veces y reconoció el entorno. No, no tenía pinta de que le hubiera pasado nada más allá de desmayarse, y estaba en casa, con sus abuelos, su novia y su prima. Acarició las sábanas y sintió el tacto de la toalla húmeda en la frente: era real, no era otra estratagema de Phádin ni estaba soñando. Soltó aire por la boca lentamente y se sintió mareado otra vez. Estaba a salvo, podía relajarse.

Enfocó a Alice, viéndola poco a poco más nítida y empezando a entender mejor lo que le decía. Soltó una risita cansada, dirigió la mirada a su brazo y la volvió a mirar. — Qué buena enfermera... — Rio con poco aire. — Me alegro de no haberme enterado del pinchazo no obstante... — Y oyó risas a su alrededor que hasta en su estado detectó como más exageradas de lo que deberían haberlo sido. Estaban o bien fingiendo que algo que no estaba bien sí lo estaba, o bien recuperándose de un buen susto. No tenía fuerzas para averiguar de qué se trataba. No hoy.

Miró a Nancy y su prima le sonrió. — ¿Está todo bien? — Porque sus abuelos debían tener poca información y su novia estaba en pos de tranquilizarle, así que solo le quedaba su prima. Vio que la chica sonreía, pero que los ojos le brillaban, como si hiciera un esfuerzo por contener las lágrimas. Le tomó una mano y se la frotó con cariño. — Todo está perfectamente. Ha sido una experiencia alucinante y eres un mago magnífico, Marcus. — Soltó aire por la boca. Todo estaba en orden. Se sentía al borde de desfallecer otra vez. — ¿Qué hora es? — Un dato más y podría descansar: cuánto tiempo llevaba inconsciente. — Las diez y cuarto. — Respondió su abuela, que se acercó a él y le dio con un índice en la nariz. — La hora mágica a la que mis niños se van a dormir. ¿Recuerdas? — Eso siempre se lo decía su abuela cuando se quedaban Lex y él en su casa. Bueno, solía ser a las diez y media, porque lo estiraban todo cuando podían. Rio un poco y dijo. — Faltan quince minutos... — Y eso fue lo último que iba a poder recordar a la mañana siguiente. Querría haber seguido hablando, bromeando, saber que no estaba en peligro… Pero se quedó dormido.

 

LEX

— ¡Vamos, vamos, vamos, VAMOS, VAMOS! — Acompasaba cada palabra con una palmada, encima de la escoba. Sus compañeros pasaban a toda velocidad a su lado. — Más arriba. ¡Más arriba! — Hizo gestos. — ¡Courtney! ¡MÁS ARRIBA HE DICHO, JODER! — ¡Así no puedo marcar! — ¡Lanza en parábola, no lances recto! — Eh, O’Donnell. — Stanley se le puso al lado, burlón, y pasándole la mano tras la oreja, dijo. — Tienes una cosa por aquí. — Y le enseñó la snitch, echándose a reír después. — ¿Quieres dejar de hacer el mandril y entrenar en condiciones? — ¡Pero si tengo la snitch en la…! — ¡RONALD! ABRE LOS BRAZOS, ME CAGO EN LOS SIETE. — ¿Qué siete? — Resopló como un caballo. Empezaba a hacerse de noche y el entrenamiento había ido fatal, o así lo percibía él al menos. — Se acabó. — ¿¿Qué?? — QUE FIN DEL ENTRENAMIENTO. — Oyó varias quejas tras él. Normalmente las ignoraría, pero estaba de muy mal humor ese día. — Si queríais terminar bien el entrenamiento, haber estado más concentrados. De noche no vamos a entrenar una mierda. — El partido es mañ… — El partido de mañana no lo va a dictaminar lo que hagamos hoy, y de ser así, repito: haberlo hecho mejor. — Se giró en la escoba, rodó los ojos con desdén y dijo. — Y es contra Ravenclaw en plenos parciales. Más os vale ganarlo. —

Prácticamente comenzó a caminar hacia los vestuarios nada más tocó tierra, quitándose bruscamente las coderas. — ¡Eh! ¡Lex! ¡Tío, no corras! — Stanley trotó hasta él. — Tío, ¿estás bien? Joder, vaya entrenamiento… — No contestó, solo siguió avanzando. Su amigo decidió no presionar, ya debería haber aprendido que no tenía mucho sentido hacerlo. Llegó al vestuario y empezó a cambiarse, pero de repente sintió un fuerte dolor de cabeza que le obligó a sentarse en uno de los bancos, agachado, con la cabeza entre las piernas y las manos sujetándosela. Era como si tuviera un clavo que le atravesaba. — ¿Estás bien? — Stanley acababa de descubrirle así. No podía ni contestar. Se agachó delante de él. — Tío, me estás asustando. ¿Te llevo a la enferme…? — No. — Negó. Se le había paliado lo justo para poder enderezarse de nuevo, respirar hondo y negar con la cabeza. — No. Me… Voy a cenar algo y… — Venga, vamos. — Stanley se había autoinvitado, y lo cierto era que Lex se encontraba… No sabía decir cómo se encontraba, pero llevaba todo el día con sensación de inquietud. Estaban con los parciales preparatorios para los EXTASIS, tenían partido al día siguiente y sentía mucha presión porque él era el capitán (su primer y único año en ese puesto) y el anterior partido lo habían perdido, hacía unos días había sido el cumpleaños de Darren y ya empezaba a hacérsele cuesta arriba tanto tiempo separados… No estaba teniendo un buen día, solo eso. Puede que lo hubiera pagado con el equipo con ese humor de perros, pero ya lo que le faltaba era ese maldito dolor de cabeza. Llegaba a los viernes agotado, era un día de la semana que le sobraba totalmente porque los sábados solían ser días de partido y siempre lo pasaba harto de las clases y nervioso en anticipación. En fin. Solo quería cenar algo y acostarse.

Pero conforme se acercaban al castillo, comenzó a sentirse cada vez peor. El cuello del jersey le estaba agobiando y empezó a darse tirones, y sintió que le entraba mucho calor. Stanley iba abrigado hasta las cejas, ¿por qué él tenía tanto calor? Su mala leche solo iba en aumento, y su dolor de cabeza, también. Lex no era bueno con las emociones, y solo sabía que se sentía… mal. Llevaba todo el día sintiendo algo que le producía mucho desagrado, mucho malestar, y no sabía qué era. Pero algo le decía que no tenía que ver ni con los exámenes, ni con el partido, ni con echar de menos a Darren. Pero no tenía ni puta idea de qué era, y las sensaciones solo iban a peor. Era como si estuviera vaticinando una catástrofe.

Al llegar a la puerta del comedor sintió una fuerte sacudida en el pecho que le hizo agarrarse al quicio de la puerta. Stanley se giró con los ojos muy abiertos, y se acercó rápidamente a él. — Estoy bien. — Dijo rápidamente, con la mirada esquiva. El otro parpadeó. — Tío, qué vas a estar bien. Estás blanco. — No tengo hambre. — Se giró y comenzó a caminar hacia las mazmorras. Quería acostarse. Quería estar solo. Se estaba encontrando mal, muy mal, no sabía qué era. Solo sabía que quería irse. — ¡¡Lex!! — Le llamó, pero Stanley ya había aprendido que a Lex era mejor no perseguirle, sobre todo cuando emprendía una huida así.

Empezaba a notar la visión nublada. La gente iba en dirección contraria a él: era la hora de la cena, todos se dirigían al Gran Comedor, mientras él iba hacia los dormitorios. Era consciente de que, si realmente le pasaba algo malo, era una temeridad aislarse, debería hacer todo lo contrario, pedir ayuda. Pero en ese estado no iba a poder tener control sobre su mente y no necesitaba un millón de mensajes de gente rondando por una cabeza que le dolía como si le fuera a estallar. Se metería en la cama, se acurrucaría con Noora y se le pasaría, estaba seguro.  

Mientras atravesaba la sala común y subía a los dormitorios, empezó a sentir cierto alivio. El calor se le había pasado un poco y esa sensación de que se iba a morir de un momento a otro, en cierto modo, también. Pero ahora se notaba muy cansado. No le extrañó: llevaba despierto desde las seis de la mañana, había hecho un parcial, acudido a varias clases y pasado más de media tarde entrenando, y no había cenado nada. Entró en su habitación y se dejó caer en la cama, porque necesitaba tumbarse a toda costa. Ya se levantaría cuando tuviera más fuerzas para ponerse el pijama, o para comerse algo de lo que tuviera por su baúl. No pretendía dormirse, solo descansar… pero era tanto su nivel de agotamiento que, sin darse cuenta, cayó en un sopor extraño apenas segundos después de tumbarse.

Farsante. Sentía el cuerpo paralizado mientras su mente estaba metida en una neblina en la que no podía ver nada. Era como si hubiera perdido la capacidad de ver las formas, y solo viera humo, luces y sombras. Le preguntaremos al fuego. Sintió un escalofrío, pero no podía moverse. El corazón le latía con alerta. La cabeza le pesaba, sentía como si su mente se estuviera contrayendo sobre sí misma. Hijo de Ogmios. Su cuerpo empezaba a sudar, a tensarse, pero no respondía a su orden de despertarse. No sabía lo que estaba viendo, no sabía cómo salir de ahí. Pero sentía… Sentía que no era un sueño. Sentía que era… un aviso. No vayas a arrepentirte de no haberlo hecho. 

Despertó con una exclamación ahogada, como si le faltara el aire, y empezó a hiperventilar. — Eh, Lex. Tranquilo. — Había alguien a su lado, a saber cuánto tiempo llevaba ahí intentando despertarle. Pero ese alguien no era lo suficientemente fuerte como para poder con él, porque Lex había empezado a agitarse con desesperación, y se hubiera ido a Irlanda andando de haber podido. — Es una maldición… — Lex, tío, escúchame. — Era Cedric Greengrass el que le hablaba, el prefecto de su casa. Stanley debió alertarle y se iría tras él. Había llegado a lo justo para verle despertar de lo que, desde fuera, parecía una pesadilla, pero él estaba convencido de que no lo era. — Es una maldición… — Lex, tranquilo, solo has… — Marcus. ¿Dónde está Marcus? — Hiperventilaba cada vez más fuerte e intentó levantarse y zafarse, pero ahí apareció Stanley. Ese sí que le pudo placar. — Lex, eh, mírame. Es una pesadilla. — ¡¡Han maldecido a mi hermano!! ¿¿Dónde está?? ¿¿Dónde está mi hermano?? — Cálmate, Lex. Estabas soñando. — No, no, no. Mi hermano… — Se agarró la cabeza de nuevo, porque el dolor iba a hacer que le estallara. No podía soportarlo. Empezó a sollozar, desesperado. — ¡¡Una maldición, una maldición!! — Stanley, trae el vial que hay camuflado tras mi cabecero. — Stanley fue corriendo a la habitación del prefecto. Cedric seguía intentando dar palabras de consuelo. — Lex, tienes que escucharme. — No, no… Marcus… Le han maldecido… — Es una pesadilla. Tienes que relajarte. — Stanley llegó corriendo con el vial. Cedric lo abrió y se lo acercó a la boca. — Bebe. — No. — Lex, solo es para relaj… — ¡¡LE HAN ECHADO UNA MALDICIÓN A MI HERMANO!! ¡NECESITO…! — ¡Atabraquium! — El hechizo de Stanley le impactó en los brazos, atándoselos al cabecero. Lex se removía fuera de sí con tanta fuerza que podría haberlo arrancado de cuajo. Cedric se subió a la cama. — Abre la boca. — ¡¡SOLTADME!! — Lex, te lo pido por favor. Estás muy nervioso. — No podía parar de llorar. — Marcus está en peligro. Tenéis que creerme. — Te creo, pero necesito que me lo cuentes tranquilo. Bébete esto. — Y con esas pareció convencerle lo suficiente como para que, al menos, abriera la boca y el líquido callera en esta. Poco a poco se fue notando más y más sosegado, hasta que dejó de revolverse, y solo se quedó sollozando con impotencia.

Cedric miró a Stanley con reproche. — Desátale. — El chico obedeció, aunque dijo. — Lo del vial está genial si te lo quieres tomar, pero a ver cómo parabas a ese toro. — El prefecto echó aire por la nariz, en lo que Lex se masajeaba las muñecas sin dejar de llorar. — Lex… Eh, tío, mírame. — Lo han maldecido… — Lex, solo ha sido una pesadilla. — Claro que sí, tío. — Corroboró su amigo. — Llevas un día malísimo. Si es que no te tenías que haber acostado sin comer. ¿Te traigo algo? — Se va a dormir en cinco minutos. — Dijo Cedric con resignación. Le puso una mano en el hombro. — Eh, mañana en cuanto te levantes, antes del partido, escribimos a tu hermano. Ya verás que está perfectamente. — Lex negó con la cabeza, llorando. — He podido sentirlo… Marcus está en peligro… — Venga, acuéstate. — Cedric le hizo tumbarse de nuevo y le arropó como si fuera un niño pequeño. — Mañana escribes a tu hermano. Verás que está perfectamente. — Y, poco a poco, Lex sintió cómo el tranquilizante empezaba a hacerle efecto y se le caían los párpados. Pero él sabía que no había sido una pesadilla. Los legeremantes podían sentir en su mente cuando alguien con quien tenían un fuerte vínculo emocional estaba en peligro, sobre todo con un hermano: era una conexión mental que no se tenía con nadie más. Quería ordenarle a su cuerpo que se levantara, mandarle a Marcus un patronus, algo, saber de él. Saber que no estaba en peligro como le decía su cabeza… Pero se quedó dormido.  

Notes:

¡Feliz Beltaine! Bueno, puede que nos hayamos pasado un poco de fecha, pero no nos negaréis que lo hemos celebrado por todo lo alto, vamos. ¿Os esperabais esa sociedad paralela de los druidas? ¿A personajes como Phádin, Shabriree o Litha? Pasaos por el directorio para ponerles cara y luego contadnos… ¿Qué creéis que va a pasar con Marcus y Phádin? ¿Qué se vio en el fuego? ¿HACIA DÓNDE VA ESTO?

Admitimos que toda la trama de Irlanda estuvo pensada para traernos a este momento, y estábamos deseando que lo vierais. Nos encanta saber vuestra opinión. ¡Volveremos con más historias de nuestros niños y el pueblo druida!

Chapter 85: To cross some bridges

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TO CROSS SOME BRIDGES

(22 de marzo de 2003)

 

ALICE

Dejó la bandeja flotando sobre el centro de la cama, pasando por encima de Marcus, y la petrificó para que no se moviera, antes de dejarse caer a su lado sobre la colcha. — Hoy, en selecciones del chef: tabla de quesos, meigas fritas, macedonia de frutas y dos buenos trozos de bizcocho de crema y frutos secos de la abuela. Y te preguntarás: ¿no es demasiado para comer? Y yo te diré: no. Porque necesitas reponerte, y sabía que el quesito y las meigas te iban a recordar a La Provenza, y la fruta es muy buena para todo. El pastel es solo para mimarte. —

Le había costado convencer a los abuelos de que salieran a echar el día por Galway con Amelia y Cletus, pero era para mejor. Iban a estar demasiado encima de Marcus, y él necesitaba espacio y recuperación, sobre todo después de que se hubiera quedado como un bloque la noche anterior. Y ella quería tiempo a solas con él, para poder centrarse, anclar los pies en la tierra y no dejarse llevar demasiado por lo que habían vivido. Así que se había puesto en modo enfermera con su novio y le había obligado a quedarse en la habitación todo el día, incluyendo el momento despedida de los abuelos, que parecía que se iban a la guerra y dejaban a un nieto tísico en la cama. Le había llevado libros, apuntes, habían estado desconectando todo lo posible, y ahora, le había subido la comida, en un intento de lograr que no saliera de ahí.

Le tendió cubiertos y una servilleta a su novio y sonrió. — Estás siendo muy buen paciente y para esta noche vas a estar recuperadísimo. — Suspiró, pero no perdió la expresión de ternura. — Pero quiero aprovechar que los abuelos no están y, extrañamente, tenemos un día de paz, para que comentemos todo lo que vivimos ayer. — Extendió la mano con una meiga y la movió cómicamente. — Ni confirmo ni desmiento que también son para hacerte pasar mejor el mal trago, pero creo que necesitamos analizar… qué vivimos, cómo lo vamos a afrontar, qué le vamos a hacer. — Elio voló al hombro de su dueño y se puso a mirarle con los ojos muy abiertos, como observando que comía con normalidad.

 

MARCUS

Querido hermano,

¿Qué tal? O sea ¿cómo estás? ¿Cómo van las cosas por Irlanda? ¿Y con el taller y eso? Oye ¿cuándo decías que era el examen de Hielo? Y bien ¿no? ¿No había como una Gaunt que te había mirado mal y eso? No la has vuelto a ver ¿no? ¿Y por Irlanda? ¿Bien todo?

Yo estoy bien, bueno, ayer eché como un día raro ¿sabes? Pero bueno, dice Stanley (joder desde que os habéis ido no me lo quito de encima al tío, pero bueno me hace compañía, aunque ya podía haber estado en los cursos anteriores, ese lo que pasa es que quiere ser capitán cuando yo me vaya, como está en sexto) que era el estrés de los parciales (sí, estoy estudiando) y el de los partidos. Hoy tenemos partido. Contra Ravenclaw. Pero bueno, ese partido está ganado porque es contra Ravenclaw y en fin, estamos con parciales. A ver, no te ofendas. Pero sí. Bueno, más me vale ganarlo, la verdad, si no me va a ir regular como capitán.

Bueno eso, que me cuentes tú, que yo no tengo novedades, salvo que para cuando reciba tu carta ya habremos ganado a tus compañeros aguiluchos, más me vale. ¿Todo bien entonces? Ah y Alice y los abuelos y la familia y eso bien también ¿no? Pero ¿tú cómo estás?

Tengo ganas de verte. Ya falta menos para Pascua.

Un abrazo fuerte de tu hermano,

Lex

Releyó la carta que le había llegado esa mañana en lo que Alice salía de la habitación. Su novia, en su empeño por hacer de su vida un lugar lleno de felicidad y nubes de algodón, le había quitado importancia, pero la carta de Lex era sospechosamente repetitiva hasta para ser de él, e insistía demasiado en saber cómo estaba. Y la mención a que el día anterior lo había pasado mal no podía ser casualidad. Mención aparte la multitud de tachones que tenía la carta, pero eso no era tan raro (un "ey qué pasa" donde después había puesto "querido hermano", borrones ininteligibles en el primero de los párrafos y diversas blasfemias y palabras malsonantes donde había acabado por decantarse por "me va a ir regular como capitán"). O se estaba volviendo tremendamente paranoico, o Lex sabía algo de lo que había pasado. La cuestión era cómo.

Guardó la carta debajo de la almohada cuando vio a Alice entrar y la recibió con una sonrisa dulce aunque cansada. Se notaba absolutamente destruido del día anterior, había dormido toda la noche como un tronco y se había despertado tarde, pero aun así seguía con la sensación de haber recibido una paliza. Empezaba a notar que su poder mágico estaba bastante recuperado, pero seguía notándose cansadísimo. Alice había insistido en que se pasara el día en la cama. Él no lo veía para tanto: vale que no estaba para trabajar en el taller, pero podía hacer vida normal. Como se notaba agotado, tampoco lo había discutido mucho: un día de vacaciones y mimos antes de volver a la carga al día siguiente. Necesitaba volver a lo suyo, de lo contrario solo podría darle vueltas a la cabeza.

Rio y la miró amoroso. — Alice, si algún día me quejo de semejantes manjares o te digo que esto es demasiada comida para mí, llévame al hospital. Estaré verdaderamente grave. — Dejó un besito en su hombro. — Gracias. Intento entender a qué se deben tantos mimos. — Al fin y al cabo, vale, sí, él había hecho la hoguera, pero los dos habían estado en el mismo sitio, pasado por lo mismo y siendo enfilados por Phádin igual... Quizás no igual, pero en fin, tampoco el príncipe le tenía mucho aprecio a Alice. En lo que empezaba a picotear, miró a Alice de soslayo con una sonrisita y dijo. — En el fondo estoy ya bastante recuperado. Con esta enfermera tan buena... — Pero esa frase de su novia solo había sido una avanzadilla para el motivo real de la conversación. Bajó la mirada y respiró hondo mientras masticaba. Eso sí, lo de la meiga le hizo reír con ternura.

Elio se apoyó en su hombro y él le dedicó unas caricias y un mimo con la cabeza, que el animalillo respondió. — A mí no me engañas: tú quieres picar algo. — Partió un trocito de queso y se lo dio en el pico. — Repón fuerzas tú también, que en un ratito te voy a mandar con un recado. — Lex estaba angustiado, y además ese "para cuando reciba tu carta ya habré ganado el partido" sonaba a indirecta para que le respondiera lo antes posible, así que en cuanto terminara de comer, se pondría a ello. La cuestión era qué iba a contarle... Pero bueno, ya pediría consejo a Alice cuando terminaran el primer tema que había planteado. Volvió a tomar aire, miró la bandeja, masticó otro trozo de queso, dándose una pausa, y finalmente dijo. — Vamos a ir a por las reliquias de Lugh y Folda. — Alzó la vista a la chica. — No ahora. No sé cuándo. Hablaremos con Nancy y nos dejaremos guiar por ella. — Negó. — Pero no me voy a dejar amedrentar por una persona con tanto complejo de inferioridad, porque es lo que me pareció. Muy poderoso, sí, pero temeroso de lo que para él debería ser un bebé con mucho menos conocimiento y poder mágico. — Se llevó un trozo de bizcocho a la boca. — Phádin tiene detractores. Muchos. — Negó de nuevo. — Y, sinceramente, eso es lo que menos me importa: no aspiro a su trono, ni a su pueblo, ni a ser hijo de nadie que no sean mis padres. — Apretó los dientes y bajó la mirada. — Alice, yo no soy ningún mesías. Estoy harto de eso. Yo soy un buen mago, un alquimista, sé mi potencial y por eso quiero aprovecharlo en conocer la magia antigua y darle una aplicación desde mi ciencia. Nada más. No soy un peligro real para él. — Hizo una pausa. — Pero también sé lo que alguien que se siente intimidado por otro puede hacer con la influencia o el poder necesarios. Ya he conocido un Percival, una Anastasia, un Hughes y varios Van Der Luyden. Ninguno de ellos era un príncipe druida, pero todos eran inútiles que se sintieron amenazados por otros, otros que a priori tenían menos poder que ellos, pero estaban dispuestos a hacerles daño por si acaso no fuera así. — Lo había lanzado con bastante odio contenido. Soltó aire por la nariz. — Eso reconozco que sí me da miedo. — Y era contradictorio con lo que había dicho antes de que Phádin no le iba a parar. Se frotó la cara y se apoyó en la almohada de nuevo. — No lo sé. Estoy hecho un lío, Alice. —

 

ALICE

La afirmación tan rotunda de su novio la sorprendió, pero no mucho. Es decir, ella sabía perfectamente que no iban a dejar el trabajo sin terminar, especialmente metidos hasta el cuello como estaban, pero tampoco se esperaba que la mañana siguiente a la tremenda experiencia que habían tenido, Marcus estuviera tan determinado, tanto como para considerarlo el próximo paso a dar. Alice asintió a todo y extendió la mano para dársela. — Estoy de acuerdo. Hemos empezado, las hemos conseguido, y no vamos a parar porque Phádin quiera. No tiene poder de decisión aquí. —

Escuchó lo de los detractores de Phádin y rio un poco. — Ya me he dado cuenta. Muy fervientes. — Y escuchó lo que decía del mesías, dejándole hablar, porque Marcus tenía un plan y ella quería escucharlo. La sonrió con orgullo. — Sí que te has enfrentado a gente igual o peor que él. Y yo también, por eso me encaré y le dije que no me daba miedo. Y no me lo da, no mucho, al menos. Es un pobre pueblo que agoniza, no creo que Phádin tenga tanto poder como él cree. — Apretó su mano con lo de que estaba hecho un lío, y se retrepó hacia él, apoyando la cabeza en su hombro y quedándose así unos segundos, simplemente dándole tranquilidad.

— Es normal que no sepas bien qué hacer. Yo tampoco lo sé. — Se levantó de nuevo para mirarle de frente. — Y me alegro que tengas tan claro quién eres, me hace ver lo que yo siempre he sabido de ti, cero sorpresas ahí. — Dijo acariciándole la mejilla. — Pero no podemos ignorar dos cosas: la primera, que hay gente que claramente lo cree, tanto como para ofrecer su vida por la tuya; la segunda, que no sabemos qué va a pasar cuando juntemos todas las reliquias. — Tomó aire y se puso pensativa, recapitulando lo que sabían. — Según Nancy, cuando alguien reúna todas las reliquias, tiene que llevarlas a la piedra de Tara y se le revelará el trono de Ogmios. — Alice le miró y se encogió de un hombro. — Sé que no eres un mesías, pero si se aparece el trono, ¿qué hacemos? ¿Mirarlo y decir “venga, gracias, hasta luego”? ¿Nos quedamos las reliquias? — Se mordió los labios y dijo. — No quiero agobiarte, pero nosotros somos gente que miramos a la vida a la cara y no dejamos nada que podamos evitar al azar, y si de verdad pasa eso, tenemos que saber qué vamos a hacer. — Cogió las manos de Marcus. — Yo sé que tú tienes claro quién eres, pero va a haber gente que requiera una respuesta de ti, aunque tú no te consideres el mesías. Y son justamente los detractores de Phádin. — Negó con la cabeza. — Aún no les debemos mucho, pero si Saol no se hubiera puesto frente a ellos… — Tragó saliva y se sinceró. — Creo que podría hacer mucho por ellos. Creo que… Shabriree no está ciega, es un defecto genético, pero podría curarse con alquimia médica. ¿Y el problema de fertilidad? Es probable que también pudiera solucionarse… — Se mordió el labio. — Pero admito que me da miedo que me identifiquen como la Sanadora… Cuando lo dice Phádin parece hasta algo malo. —

 

MARCUS

Sonrió cuando le dijo que tenía claro quién era, pero... no estaba tan seguro. En ciertas situaciones, como la de la hoguera, sacaba una parte de sí que no sabía que era capaz de sacar. Era como si realmente habitaran dos personas dentro de él... Prefería no seguir por ahí. Bloqueó el pensamiento y se centró en atender a su novia, justo para oírla decir que había gente dispuesta a dar la vida por él. No pudo evitar retirar la mirada y negar con la cabeza, como si con ello negara también una realidad. — Alice, no digas eso. — Musitó. Él siempre había querido ser reconocido, había ansiado fama, gloria y reconocimiento, pero desde luego no así. No de esa forma. Él era un erudito, y como le dijo a Phádin, se identificaba más con Folda que con Ogmios. No, de hecho, no. No se identificaba con ningún dios. Él se identificaba con su abuelo, con su madre, con su padre. No con dioses. ¡Él solo quería estudiar y trabajar y ser reconocido por ello, por Merlín! ¡Que la gente le estudiara, no que se matara por él!

Se recentró en escuchar de nuevo, aunque ya más turbado. Sentía que le había caído de nuevo el peso del cansancio encima. Y entonces Alice lanzó ciertas preguntas y él se encogió de hombros, casi asustado. — No lo sé. — Se frotó la cara. — Alice... No sé... Yo no soy... ¿Por qué me aclaman a mí? ¿Por qué no a ti? ¿Por qué no eres tú la hija de Ogmios, o Nancy? ¿Por qué tengo que serlo yo? — ¿Y por qué siento que hay mucha más gente de la que debería pendiente de qué decisiones tomo con algo que hace cuatro meses ni conocía? — ¿Quieres mi opinión sincera? O, al menos, la opinión sincera que tenía antes de que todo esto empezara a descarrilar, porque es lo que siento, que está descarrilando por todas partes y no sé cómo pararlo. — Tomó aire. — Honestamente... no pensé que fuera a ocurrir nada en la piedra de Tara. Es decir, puede que se revelen algunas runas, algún escrito antiguo, o que la magia se potencie. Todo cosas manejables y, sobre todo y lo que tanto a Nancy, como a mí, como a ti me imagino, nos interesaba, estudiables. No esperaba que apareciera trono alguno. La propia Nancy ha reconocido que la piedra de Tara en sí misma podría ser el trono al que se refieren, que no haya más. — Se mojó los labios. — Por tanto, mi idea era ir, ver qué ocurría pero contando con que sería solo un avance de investigación más, recabar todos los datos y... sí, guardar las reliquias en un lugar seguro para seguir estudiándolas todo lo que podamos, y luego, devolverlas. — La miró con cara de circunstancias. — Porque no son nuestras. No me las he ganado por magia divina: Alice, seamos sensatos, esos pueblos viven alrededor de una fantasía. Hemos llegado con el conocimiento suficiente como para hacernos con ellas y todo lo demás es un relato que no entiendo por qué se está montando... La cuestión es que prometí, prometimos, que las cuidaríamos y las devolveríamos. Piénsalo como... un libro, o una obra de arte, que nos han prestado para que las estudiemos, y tenemos que cuidarlas y devolverlas cuando terminemos. — No se le olvidaban las palabras del rey de los elfos: que no sería él quien la devolviera, pero que volvería. — Quizás... nos lleve toda la vida hacerlo... — ¿Se refería a eso? ¿A que la investigación sería tan larga, que las reliquias las devolverían sus descendientes?

Soltó aire por la boca. — Sea como fuere... no deberíamos de perder de vista que lo que estamos haciendo es investigar. — Se lo estaba repitiendo demasiado a sí mismo, y en parte era para anclar sus pies (y los de Alice, por si acaso) al suelo. No se habían visto venir el poder y la trascendencia de lo que estaban haciendo, pero el objetivo con el que empezaron fue de investigación; no deberían de salirse de ahí. Lástima que Alice, una vez conocido a los druidas, ya no pudiera simplemente pensar en eso. La miró no sin cierto miedo en los ojos. — ¿Una respuesta? — Soltó una carcajada muda y nerviosa. — ¿Y qué quieres que les diga? Alice... — Tragó saliva. — Soy el mismo Marcus de siempre. ¿En qué asignatura de Hogwarts nos enseñaron qué se le respondía a un pueblo de rebeldes druidas en contra de su príncipe que creen en la llegada de un mesías y, por carambolas del destino, piensan que eres tú cuando no lo eres? — Negó. — Yo... Yo no puedo responsabilizarme de algo así. — Y empezaba a parecerle injusto. Esa comunidad había tomado muchas decisiones de manera unilateral, y ahora él, un chaval de dieciocho años que ni siquiera era de allí, no tenía por qué solucionarles la papeleta solo porque se había cruzado en su camino mientras investigaba algo que, de hecho, era el objeto de estudio de otra persona. Es que no tenía ningún tipo de sentido.

Se mordió los labios, mientras escuchaba a Alice, y lo último que dijo le sacó una carcajada sarcástica y espontánea, junto con un comentario en el mismo tono. — No como cuando a mí me llaman mesías... — Se dio cuenta en el acto de cómo había sonado. Cerró los ojos y negó. — Lo siento... Perdón, no tenía que haber sido tan brusco. — Al abrirlos, se notó las pestañas húmedas. Alzó la mirada y resopló. — No puedo con esto... No sé si quiero poder con esto. — Se mordió el labio de nuevo. — Y me parece injusto. Tú has demostrado poderes para curar a la gente, no por ser una divinidad, sino por tus conocimientos. Tú puedes curar a la gente, por eso es normal que te llamen sanadora. ¿En qué momento he demostrado ser yo un mesías? ¿Porque puedo hacer alquimia y he usado mis conocimientos para hacer algo más difícil de la cuenta? — Puso expresión irónica y dijo. — ¿Te acuerdas aquel día, en primero, que usé dos encantamientos diferentes en combinación para levitar un objeto sin usar el de levitación? Antes de que Silver me felicitara, Hughes y Caleb me tiraron dos bolas de pergamino a la cabeza. Y sí, Silver les castigó, pero los bolazos me los llevé igualmente. Fíjate: eso es hacer algo complicado y guay. ¡Atenta al mesías, todos a por él! ¡Pero no temáis, se llevarán consecuencias! — Ironizó. Se llevó las manos al pelo otra vez. — Lo siento por los druidas, pero no voy a sacrificar mi vida por una causa que es solo de ellos. —

 

ALICE

Escuchó la interpretación de Marcus y asintió, manteniendo la calma. — Pues es una posibilidad. Y si es así será mejor para nosotros. Es que yo no tengo ni idea de qué va a pasar, así que prefiero imaginarme unos cuantos escenarios, para que no me pille de nuevas. — Asintió a todo lo que dijo de las reliquias. — Me parece la mejor respuesta posible, mi amor, y deseo que así sea. Al final… son eso, objetos que podemos estudiar y devolver. — Pues una cosa más tachada de la lista. Se encogió de hombros. — Esa es de las cosas que no podemos prever. Haremos lo que podamos, como siempre, y seguro que siempre en el camino correcto. — Aseguró.

Negó con la cabeza a lo de las respuestas. — Pues entonces contéstales eso. Pero hay que tenerlo claro, por eso te lo planteo, para que cuando te pidan una respuesta no te quedes en blanco, sino que hayas contemplado justo eso, que no eres ningún mesías. Que eres un Ravenclaw aplicado y ya está. — Le dijo con ternura, apartando los rizos de su frente. — Creen que eres el hijo de Ogmios porque eres excepcional, Marcus. Porque creen que alguien con tu poder, tu inteligencia, tu oratoria y tu presencia debe ser la respuesta a todas sus plegarias, porque no han conocido a nadie así. Y Nancy sabrá mucho sobre la comunidad druida, pero le falta todo lo demás, y yo qué te voy a decir, ni siquiera soy enfermera aún, y aunque lo fuera, no es la cualidad para guiar un pueblo. Las tuyas, sí. Pero, aun sabiendo eso, la única razón válida para que tomaras ese papel es que tú quisieras. Pero entonces debemos enfocarnos, en el camino que nos queda, a alejar esa idea. Para que, cuando termine y nosotros volvamos a nuestras vidas, el golpe no sea tan fuerte. —

Asintió también a su salida y, aún con tono comprensivo, dijo. — No hay nada que sentir, es solo que no has entendido por qué te lo he dicho. — Acarició su mano. — Es para que veas que no soy ajena a lo que debes estar sintiendo, y con todo, sé que no me puedo llegar a imaginar el agobio que puede resultar. — Rio un poco al recordar a aquel pequeño Marcus, y le pinchó un poco el odio a Hughes y Caleb. — Sí, fue una injusticia. Hemos vivido varias de esas, ciertamente, porque a la gente o le admira o le asusta la genialidad. Pero ¿cuál ha sido la realidad años más tarde? Tú has ganado. Tú eres mejor. ¿Te lo han puesto difícil? Sin duda. Pero es que siempre nos lo van a poner difícil. — Dirigió su rostro y juntó su frente con la de él. — Pues claro que no vas a sacrificar tu vida. Estamos bien, estaremos bien. Solo necesitamos poner las cosas claras y agarrarnos a ellas. Sin sueños, visiones, ni Phádin que valga. Yo estoy contigo en todo lo venga, en los parones, la continuación y las dudas. Mientras nos las contemos, ya está. — Dejó un suave beso en sus labios. — Solo quería dejarlo todo sobre la mesa. Siempre te lo digo, eres más fuerte y valiente de lo que te crees. —

 

MARCUS

Querido Lex,

Más te vale haber ganado ese partido, sí, porque, en fin, el equipo de quidditch de Ravenclaw en plenos parciales puede ser el rival más fácil a batir. Pero si al final no ha sido así, no pasa nada: para mí vas a seguir siendo el mejor jugador de quidditch del mundo... solo que no dejas de ser una serpientilla, y nadie vuela más alto que un águila, jeje.

Estoy bien, aunque es verdad que han sido unos días agitados estos últimos. Tengo muchas ganas de verte en Pascua, hay un montón de cosas sobre las que ponernos al día. Irlanda está dando para mucho, y me temo que en Navidad no te lo conté todo. Ya sabes, por no saturar, estábamos con la familia y eso y prioricé hablarte de la licencia o que tú me hablaras de Hogwarts. Pero tienes mi palabra de que sacaremos un día de tu semana de vacaciones para una quedada de hermanos, los dos solos. Solo quiero que sepas que no es nada de lo que tengas que preocuparte. Solo son cosas de este Ravenclaw demasiado venido arriba con muchas ganas de hablar y quedar bien con mucha gente, nada que no te suene del colegio.

Todos estamos bien y, como prueba de confianza, te mando a Elio para que pase la noche haciéndote compañía, así te desestresa (o te estresas más impidiendo que se dé un atracón a escondidas tuya, pero bueno, al menos te tendrá distraído). Mañana me lo mandas de vuelta después de su siesta matutina, a ser posible con el resultado del partido y un saco de detalles técnicos de esos que te encanta contar aunque yo no me entere de nada. Así veo lo que se siente cuando te doy chapas infinitas sobre alquimia.

Yo también tengo ganas de verte. Te echo de menos y te quiero mucho, hermano

Un abrazo de tu prefecto favorito (saluda a Greengrass de mi parte),

Marcus

Lo de mandar a Elio a pasar la noche allí, claramente, había sido una decisión unilateral por su parte, porque el pájaro se negaba a irse de su lado. — Por todos los dioses, Elio, venga, que no me voy a morir. Y vas a poder ser mimadísimo por gente que está deseando verte y darte chuches. — Había mencionado la palabra clave para hacerle claudicar: chuches. La conversación con Alice le había dejado más tranquilo, y después de la comilona que le había preparado su novia sintió que su reserva de energía mermaba otra vez, pero no podía quitarse de la cabeza el hecho de que su hermano parecía preocupado y esperando respuesta. Escribió la carta con el tono más distendido posible, la envió y, con la misión cumplida, volvió a meterse en la cama y se quedó dormido de nuevo.

Se despertó un tanto desorientado, porque Marcus no solía dormir de día en absoluto. Se frotó un ojo miró el reloj: las dos y media de la tarde. Se desperezó, y al mirar en su costado, vio una cartita con la inconfundible letra de Alice, con muchos mimos y cariños por escrito y el mensaje de que iba a estar un rato fuera de casa, por si se despertaba antes de que ella volviera que no se extrañara. Se revolvió como un gato perezoso: no estaba Alice, no estaban sus abuelos, no estaba Elio y había recibido la orden de no hacer nada productivo en todo el día. Menos mal que estaba el ejemplar de Romeo y Julieta que le regalase a Alice por San Valentín en la mesilla. Al menos podría entretenerse leyendo.

Se encontraba enfrascado en la lectura cuando alguien llamó a la puerta, y una cabeza de ondas rubias y despeinadas y ojos chispeantes asomó por allí. — Buenaaas primo... ¿Se puede? — Preguntó muy bajito, como si hubiera un bebé dormido en la sala. Marcus sonrió. — Si hubieras venido hace diez minutos, me pillas dormido, pero sí, se puede. — Contestó, bromista e incorporándose un poco en la cama. Nancy pasó, sonriente. Llevaba una cesta desproporcionadamente grande llena de frutas, tanto que Marcus abrió los ojos como platos y se le escapó una risa. — Pero ¿qué es eso? Dime que le has lanzado un Engorgio, temo que no quepa en el cuarto. —  Nancy rio y la dejó en el suelo, porque era tan grande que ni en la mesa ni en ninguna silla cabía. — A los enfermitos se les trae fruta. — No estoy enfermito. Solo cansadito. — Bueno, lo que sea, primito. — Rieron los dos, y Marcus se asomó. — Cuántas cosas. — Miró a su prima. — Gracias. — Ella se encogió de hombros y se sentó al borde de la cama, sin perder la sonrisilla.

Arqueó las cejas al ver el libro. — Romeo y Julieta. Iba a decir que no sabía que eras todo un romántico, pero sí lo sabía. Más bien te tenía por un hombre que solo lee divulgación. — Debería extrañarte más no verme poniendo el grito en el cielo porque me estés viendo en pijama a semejantes horas del día. Irlanda me ha hecho traspasar ciertas barreras. — Nancy rio levemente, pero le vio un gesto raro en la cara. Marcus se extrañó, pero antes de poder preguntar, Nancy se adelantó. — ¿Cómo estás? — Ya no sonaba tan risueña, sino dubitativa, casi temerosa, y la voz se le había quebrado un poco. Marcus le quitó importancia. — Siendo tratado como un sultán, la verdad. — Rio, y luego se encogió de hombros. — Bien. Me levanté un poco mareado y cansado, pero llevo... no sé cuántas horas durmiendo, y Alice me ha dado mucha comida, y puede que este esté siendo el día más tranquilo desde que tengo memoria así que... — Siguió con el tono de broma, y veía cómo Nancy intentaba mantener una sonrisa que parecía una cuerda tensada de forma precaria... y que no tardó en convertirse en unos labios temblorosos. Tan pronto su sonrisa se desvaneció, la chica agachó la cabeza y se puso a derramar lágrimas silenciosas.

Marcus se incorporó en su asiento, acercándose a ella. — ¡Ey! ¿Qué...? — Lo siento mucho, Marcus. — Dijo entre el llanto, y se abrazó a él, añadiendo. — Perdóname, por favor. — En el mismo abrazo no pudo evitar sacudir la cabeza con absoluto desconcierto. No entendía nada. — Perdóname, Marcus... — ¿Qué tengo que perdonarte, Nancy? — La chica se separó. Apenas le miraba, pero se veía que tenía la cara llena de lágrimas. — Yo os he metido en esto... Ha sido peligroso, podrían haberte hecho daño... — P... — No, Marcus. — Le cortó, sollozando como una niña pequeña. — Ayer pasé muchísimo miedo. Creí que iban a acabar con tus fuerzas, te vi allí y no supe pararlo. Yo... Yo soy una Ravenclaw teórica, Marcus, y sé que tú también. Eres... — Sollozó un par de veces, con la respiración agitada. — Recuerdo... Me acuerdo de... cuando cumpliste tu primer año. La tía Molly nos envió una carta con una foto, y mi madre me la enseñó. "Mira, Nancy, es tu primito pequeño. Se llama Marcus y vive en Inglaterra. Es el hijo de Arnie, el del tío Larry y la tía Molly". En mi familia hablaban siempre de la tuya para que, a pesar de la distancia, no os olvidáramos. — Marcus tragó saliva. — Yo tenía seis años. Lo recuerdo perfectamente, porque vi la foto y chillé de alegría, contentísima de tener un primo nuevo, e insistí tanto con que vinierais, con ir yo... Me acuerdo como si fuera ayer, Marcus. Yo no te conocí hace cinco meses, yo te conocí ese día. Y hasta que te vi en persona, para mí seguías siendo ese bebé en mi cabeza. — Le miró a los ojos, sollozando de nuevo. — Ayer... Ayer Alice me pidió que te sujetara y... te caíste en mis brazos. Y pasé mucho, muchísimo miedo. Creí que te perdía, Marcus. Creí que te había hecho yo ese daño. — Nancy. — La paró, agarrando sus manos. Él también se notaba los ojos húmedos. — Tú no me has hecho ningún daño. — Te he metido en esto. — No. Me he metido yo solo porque he querido. — Arqueó las cejas. — ¿Me ves lanzando hechizos para arreglar esa locura de faro con el que está obsesionado Andrew? — En mitad de la tensión, probablemente por lo inesperado del ejemplo, a Nancy se le escapó una carcajada, y Marcus, aunque se le pegó la risa también, siguió con su argumentación. — ¡Y no será porque no me ha insistido! ¿O me has visto pastorearle las cabras a Martha? No, espera, ¿sabes qué me han propuesto también? Tener empollando los huevos de diricawl en el taller. Sí, tu hermano es otro con grandes ideas. Vamos, lo que me faltaba. — Para, idiota... — Lo digo totalmente en serio. — Pero, al menos, había conseguido que a Nancy se le mezclaran las lágrimas de tristeza con las de risa.

Se acercó más a ella. — A lo que voy es a que tú me hablaste de tu investigación, y yo entré en ella porque quise. Busqué esas reliquias porque quise, y fui a la invitación a Beltaine porque quise. Si no hubiera querido, no lo hubiera hecho. — Nancy volvió a mirarle, con un puchero en los labios. — Siento que os he utilizado para mis propósitos. — ¿Qué Slytherin te ha metido esa idea en la cabeza? — Hablo en serio, Marcus. Yo no hubiera llegado ni a la mitad del camino si no fuera por vuestra alquimia, y en concreto por las cosas que has logrado tú. Y ahora... estás en mitad de una guerra civil druida. Y solo porque a mí me parecía interesante. — Negó. — Te veo aquí en la cama y se me parte el alma. — No te preocupes que mañana estoy levantado, no me he quedado inválido de por vida. — Me da igual. Sé lo que has sufrido, a nivel físico y mental, por esto. — ¿Y sabes lo que he ganado? Nancy, puedo hacer historia con este examen de licencia. Hay alquimistas carmesí que no manejan la magia ancestral y yo voy a presentar un proyecto para Hielo. — Nancy no le miraba, seguía con la cabeza agachada y los labios fruncidos. Marcus tenía la sensación de que había cosas que no le estaba contando. — ¿Qué? — La chica vaciló, pero acabó reconociéndolo. — La familia no me va a perdonar que te haya hecho daño por mis investigaciones. — Marcus abrió los ojos como platos. — ¿Pero qué dices, Nance? — ¡Sé lo que piensan de esto! No me lo dicen porque me quieren, pero sé que piensan que debería de estar tomando... otras decisiones con mi vida. No me dedico ni a un trabajo remunerado, ni a tener una familia. Solo a leer y leer sobre cosas a las que no le encuentran aplicación práctica. — Vaya, yo sé de otro al que le pasó algo parecido. ¿Un tal Lawrence O'Donnell te suena? — Sí, y hasta día de hoy todavía se lo están recordando y llamándole "el rarito del pueblo", no hagas como que no lo sabes. Y hablamos de un erudito con una licencia carmesí y, por si no has caído en ese pequeño detalle, un hombre. No es lo mismo. Si quieres le digo a Siobhán que te lo explique. — Vale, Nancy, escúchame. — Detuvo, porque si no, se iban a meter en un debate interminable. — Estoy perfectamente. No me has hecho ningún daño, no ha pasado nada grave. En esta investigación me he metido porque he querido. Así que nadie ¿me oyes? Absolutamente nadie, ni familiar ni no familiar, puede recriminarte NADA de esto. Lo he hecho porque he querido y estoy bien. — Va a ser muy sospechoso que ahora os vayáis a Inglaterra... — Nancy: ignora a la gente del pueblo. La familia va a saber la verdad. Y tú... — Volvió a tomar sus manos. — ...Eres una erudita también. Estás haciendo un avance gigante con tu investigación. Y el que no sepa verlo, es quien tiene el problema. —

Se quedaron unos segundos en silencio, Nancy valorando sus palabras. — ¿Puedo hacerte una pregunta, Marcus? — Dijo al fin. Él asintió. — ¿Qué... piensas de...? — Se mordió el labio. — Te llaman Hijo de Ogmios. — Marcus tragó saliva. Rebotó la pregunta. — ¿Qué piensas tú? — No me hagas contestarte a eso. — Negó. — No... Te he preguntado yo primero. — Marcus soltó aire por la nariz. — Nancy... ¿De verdad crees que soy un mesías? — Nancy le miró con los ojos entornados. — Sé sincera. Por favor. — La chica tragó saliva, sin dejar de mirarle de reojo. Vaciló unos instantes. — No he visto en nadie el potencial mágico que tienes tú, y eres convincente al hablar, astuto e inteligente. — Se mordió el labio de nuevo, haciendo una pausa. — Pero los mesías no existen. Los druidas son una comunidad muy supersticiosa. Yo... soy persona de ciencia. Una cosa es que me encanten los mitos, que los estudie y que vea su impacto en la vida actual... y otra que me los crea. — Marcus asintió. — Pues estamos de acuerdo. — Ella volvió a mirarle con cautela. — Marcus... — No, Nancy, no me creo ningún mesías. — Aclaró, por si había dudas. — De hecho, estoy bastante harto de ese tema. Mira... sigamos investigando. — No quiero obligarte... — Repito: no me obligas. Quiero hacer esto. Un druida supersticioso, como bien dices, no va a parar en lo que podría ser la labor de nuestras vidas, tanto la tuya como la mía. — ¿Qué pasa con sus detractores? — Que tendrán que solucionar solitos sus problemas como lo llevan haciendo todo este tiempo. ¿No dicen que "los hechiceros" somos inferiores? Pues que no pretendan que les saquemos ahora las castañas del fuego. — Nancy sonrió. — Hubieras hecho un buen Slytherin. — No le hagas la pelota a tu abuelo Cletus, que no está delante. — La chica rio y le dio un empujón en el hombro. Luego le miró y apoyó la cabeza en él. — Me quedo mucho más tranquila. — Él sonrió y se apoyó también en ella. — Nunca podré agradecerte esto lo suficiente... prima mayor. — Soltaron risitas felices, antes de que Marcus la picara un poco más. — Y me debes una foto tuya de bebé. —

 

SIOBHÁN

(24 de marzo de 2003)

— Recuérdame por qué no estás trabajando un lunes. — Keegan se estiró en el banco, apoyando ambos brazos en el respaldo, y ella rodó los ojos, suspirando exageradamente. Esa sonrisa chulesca y encantadora, ese cuerpo esculpido del que era tan consciente en cada movimiento; es que cómo odiaba servirle en bandeja sus chulerías. — Soy un partidazo. Cobro bien y libro cuando quiero, incluyendo los lunes. — ¡Genial! — Respondió, sarcástica. — Me alegro mucho por la que te consiga. — ¿Estás celosa? — No vayas por ahí conmigo, que sabes que no… — ¡Me callo! — Respondió alzando las palmas y riéndose. — Anda, vamos a… — Igual cobra más que tú. — Le dijo, con expresión de pique infantil. — ¿Te lo has planteado? ¿Te has planteado la posibilidad de que la que sea un buen partido sea ella? — Me encanta cómo arrugas la nariz cuando quieres hacerme rabiar. — No me hagas luz de gas. — ¡No hago nada bien! — Volvió a exclamar, entre risas, lo que hizo que ella rodara los ojos de nuevo. Se levantó de un salto. — Anda, vamos a dar un paseo, que me estoy quedando helado. —

En lo que caminaba, se puso a rebuscar en las carpetas de la bolsa que llevaba. No estaba buscando nada en concreto, solo… en fin, ocupando sus manos y su pensamiento. La estaba poniendo nerviosa con tanta miradita y esa sonrisita permanente. — ¿Un mes ajetreado? — Lo cierto es que sí. — Le miró con altivez. — Marzo es un mes importante para el activismo por nuestros derechos. No, no solo es el ocho de marzo, es marzo entero. “¿Tanto?” Dirás, y yo te digo: ¿un mes de los doce que tiene el calendario te parecen muchos para la mitad exacta de la población? — Hizo un gesto de autoreafirmación. — Esto no puede ser una moda de un día y pasarse. — Conforme iba hablando, se dio cuenta de que Keegan estaba distraído. Fingió no darse cuenta, no enfadarse tan pronto, y siguió con lo suyo, a ver si con suerte reconectaba. — No es un día para regalarnos florecitas y felicitar a “la creación más bella y delicada”. Durante todo este mes, y antes de que acabe, debemos… Oye ¿me estás escuchando? — El chico reconectó, con una sacudida de la cabeza muy delatora. No, no estaba escuchando.

Sin embargo, en vez de indignarse, su reacción le confundió. Parecía como si… tratara de ocultar algo. De hecho, se puso sospechosamente nervioso. — ¿Y si vamos mejor por allí? — Dijo de repente, señalando el camino contrario, y antes de que pudiera responder, la tomó de la cintura, puso una sonrisa nerviosísima y giró. — Venga, vam… — ¿Qué pasa? — Se zafó. Parecía que se acabara de topar con su amante o algo… Ah, ¿era eso? Le dio un pinchazo el corazón. Bueno, no es como que tuvieran… nada serio… Pero pensar que pudiera…

Sin embargo, en lo que divagaba, se dio cuenta de lo que pasaba. Y sí, tenía que ver con mujeres, pero no, ni de lejos con una amante. — …Un robo. Qué barbaridad… — Si es que esa familia siempre fue… tú sabes… — Pues cuando se entere la madre. ¿La habéis visto? — Vamos que si la hemos visto. — Una señorona… Dicen que está emparentada con descendientes de Slytherin y todo. — Por Nuada. — Y el hijo robando… — Con eso te ganas una maldición bien pronto. — La ira que le brotó de repente fue inmediata, de cero a cien. Y la cara con la que Keegan la estaba mirando, como quien acaba de descubrir un explosivo cuando ya es demasiado tarde para huir o pararlo, parecía vaticinar cuál iba a ser su reacción.

— Bueno ya está bien. — No, Siobhán. — Intentó pararla, de hecho, hizo por agarrarla del brazo, pero ella se escurrió como una lagartija y se fue con paso decidido hacia el corrillo de cotorras que estaban echando injurias encima de Marcus. Porque, sí, estaba convencida de lo que estaban hablando. Era la comidilla del pueblo en los últimos días. — Siob… ¡Eh, no! — Susurraba con urgencia el otro, trotando detrás de ella, pero sin alcanzarla. Para cuando Keegan llegó a su altura, Siobhán estaba ya plantada en mitad de la cumbre del cotilleo del pueblo. Más de una señora dio un respingo, porque había aparecido tan pronto que no la habían visto venir. — ¿Os parece decente lo que estáis haciendo? — La miraron, parpadeando. Claramente sí, debía parecérselo. — ¿Qué tenéis que decir sobre mi primo? — Ahí se envararon con dignidad, mirándola con párpados caídos y desdeñosos. — Se nota que su abuelo se fue del pueblo con buena gana, porque el nieto ha venido sin tener ni idea de… — ¡¿Y qué idea tenéis vosotras de nada?! — Espetó, alterada. Keegan se acercó a ella, pero fue intentar tocarla y se apartó como si quemara, porque Siobhán soltó otro grito en el acto. — ¡¿Es que no tenéis nada mejor que hacer en vuestra vida que cotillear sobre la vida de otros?! — Ese que tú llamas tu primo… — ES mi primo. — …Llegó el otro día a la casa echando espuma por la boca. — ¿¿Pero de qué habláis?? ¡Que no tenéis ni idea, que solo sabéis inventar cosas! — ¡Yo lo vi! — Respondió una muy digna. Siobhán se cruzó de brazos. — Ah ¿sí? ¿Y viste la dicha espuma? ¿Y qué más tenía? ¿Cola de demonio, por ejemplo? — Bueno no echaría espuma, pero caído estaba. Que salió el de las O’Donoghue diciendo que lo había visto muerto. — Sí, sí, YA HE OÍDO YO A ESE MENDRUGO DE LAS O’DONOGHUE. — Siobhán… Venga… — Los intentos de Keegan de tranquilizar eran infructuosos. — QUE NO HACE NADA CON SU VIDA, SE PASA EL DÍA TOCÁNDOSE… — E hizo un gesto bastante clarificador a la par que obsceno, que hizo a todas las señoras soltar exclamaciones de indignación. — PARA VENIR A DECIR NADA DE MI FAMILIA, QUE CADA UNO DE ELLOS LE DA MIL VUELTAS. — Las señaló. — ¡Y debería daros vergüenza hablar de esa forma! ¡MI SOBRINO OS ESCUCHÓ EL OTRO DÍA! — Chilló. — Y LLEGÓ A LA CASA LLORANDO A MARES PORQUE HABÍA ESCUCHADO DECIR QUE SU PRIMO SE HABÍA MUERTO. ¿¿OS PARECE NORMAL?? — La culpa la tiene la Nancy. — Saltó otra. — Yo no digo nada del muchacho, pero esa mujer debería ya centrarse. — ¿¿PERDONA?? — Bueno, a ver. — Se metió Keegan por medio, como quien trata de mediar entre fieras. — Vamos a dejar ya de faltar a la gente… — Si fuera una mujer de bien, estaría ya con su casa y su familia y no persiguiendo druidas y metiendo en semejantes líos a unos ingleses. — La novia del O’Donnell no es ni inglesa siquiera… — Siobhán estaba roja de ira. — Antes de hablar de mis primos OS LAVÁIS LA BOCA. ¿¿ME ESTÁIS OYENDO?? — Siobhán, déjalo… — LO QUE OS PASA ES QUE SOIS UNAS AMARGADAS. — ¡Eso lo serás tú! ¡Que con tanta manifestación no hay quien se te acerque! — QUE SOLO ENTENDÉIS DE UNA MUJER SI SE PONE A PARIR COMO UNA CONEJA, SI NO LA TIRÁIS POR LOS SUELOS. — A esta lo que le pasa es que no hay quien la aguante. — En tu casa con un marido deberías estar tú también. — ¡Bueno ya está bien! — Irrumpió Keegan, ya por fin, visiblemente enfadado.

— Se acabó aquí la ronda de insultos y de injurias. — Miró a las mujeres, en lo que Siobhán daba vueltas sobre sí misma y se mordía los labios de pura rabia. — Esos chicos son personas buenas que JAMÁS robarían nada, que os he oído. — Eso díselo a los druidas. — Pero señora ¿¿usted qué sabrá?? — Respondió el chico, llevándose un dedo a la sien y con un tono ofensivamente burlón. — ¿Ha estado usted allí acaso? Cállese mejor, anda. Y dejen a Nancy tranquila, que es una buena chica que hace mucho bien al pueblo, y ya quisierais saber la mitad de lo que sabe ella. — Sí, todo el día con el loco del pueblo ahí tirada en el bosque. — ¡Bueno! ¿Y a usted qué le importa dónde esté?! — Esa de buena no tiene nada. — Saltó una, con veneno en la boca. — Esa se está aprovechando de vivir de los padres, de las primas y ahora se ha aprovechado de esos chiquillos y a saber dónde los ha met… — QUE NO HABLE DE MI PRIMA DE ESA FORMA. — Y ya sí que Siobhán se salió de sí, y casi atropella a Keegan, que se giró a lo justo para agarrarla en el aire. — ¡NO, SIOBHÁN! — ¡SE LAVAN LA BOCA! — ¡Qué vergüenza! — ¡Asalvajada está! — ¡A MÍ NO ME INCREPAS, CRÍA ESTÚPIDA! — SEÑORA SIN INSULTAR. — ¡¡¿¿A QUIÉN LLAMA ESTÚPIDA, VIEJ…??!! — ¡EY EY EY! — Alguien se había puesto en medio y, con una agilidad pasmosa, había echado hacia atrás a Siobhán (y a Keegan con ella, ya que la seguía agarrando) y puesto bastante distancia con las señoras. — ¡Venga, cada una para su casa y los Siete en la de todas! — El otro… — Ni un hijo casado… ni uno… y este con bastardo… — Buenooo señora ya está bien. — Despachó Andrew. — Que con mi Brando solo me meto yo. ¡A dejar ya el temita! — Se giró a Siobhán. — Y tú, rampando para casa de papá y mamá. — QUE NO LAS OIGA… — ¡Que tires para casa, hostia! — Empujó el chico, y Siobhán obedeció a regañadientes, con Keegan a la zaga.

— ¿¿Pero tú eres tonta o bebes matalobos sin ser licántropa?? ¿¿Pero cómo se te ocurre enfrentarte a semejante aquelarre?? — ¡Que estaban diciendo…! — ¡Ya sé lo que estaban diciendo, Siobhán, joder! ¡Que yo estaba delante cuando vino Lucius con el drama! — Soltó un resoplido. — ¿Pero dónde te crees que estás? ¿En los bajos del callejón Knockturn? ¡No te puedes enzarpar así con las viejas cascarrabias del pueblo! — Siobhán les miró a uno y a otro, asqueada, y les espetó. — Así defendéis a vuestra familia. Que HOMBRES VALIENTES. — Y se fue a zancadas. Andrew le gritó. — ¡Si no llego a entrar…! — Pero ahí dejó la frase, aunque le escuchó afearle a Keegan. — ¡Y a ti ya te vale! — ¿Qué hago? ¿Me la llevo a cuestas? — Siobhán miró de reojo hacia atrás, indignada, a lo justo para ver a Andrew mirando al otro con expresión circunstancial y negando. — Mejor que vayas practicando porque… En fin. — Mira, mejor avanzaba, porque hoy iba a cometer un asesinato a ese paso.

***

En un alarde de su familia por NO impartir justicia ni porque los maten, le había caído una buena bronca por encararse con las señoras del pueblo. Para empezar, habían levantado una polvareda tremenda, porque su madre estaba trabajando y el que estaba en casa era su padre, que de entrada se hubiera puesto de su parte, pero los dos CHIVATOS que tenía por acompañantes la habían dejado en absoluta evidencia, y ahora Edward se llevaba las manos a la cabeza de pensar las repercusiones que eso tendría para ella y su familia en el pueblo durante meses por lo menos. Y ojalá eso fuera lo peor. La abuela se había ido con su madre, y el otro que estaba en casa era el abuelo. Se tuvo que tragar un discurso digno del siglo XVII por parte del octogenario de la familia diciendo que Nancy se lo estaba buscando con su actitud, lo que hizo a Siobhán gritar más todavía, a su padre decirle que no gritara, eso la enfadó más, de repente llegó Allison, empezó a preguntar “pero qué pasa” tantas veces que acabó gritándole también a ella, Brando se echó a llorar, Andrew se enfadó, le dijo que era insoportable, el abuelo VOLVIÓ A APORTAR en contra de las mujeres no-madres de la familia POR SUPUESTO, llegaron por fin su madre y su abuela, la abuela se enfadó porque ya le había llegado la onda por las señoras del pueblo y dijo que “eso no era la actitud que se esperaba de gente de bien como era su familia”, y otra vez mil anécdotas de su lucha en la guerra. Nora estaba sospechosamente callada, y cuando habló, por fin, consiguió lo que no había conseguido nadie: calmar las aguas.

— A ver si es posible que lo pongamos todo en… — ¡Hola! He venido en cuanto me he enterado. — Nora rodó los ojos, se oyeron varios suspiros, Allison soltó un pequeño sollozo (seguía llorando por el grito de Siobhán y posterior duelo entre Andrew y su hermana) y Cletus empezó, una vez más, a mascullar cosas que nadie entendía. Ruairi venía tan colorado como su pelo, claramente había venido corriendo. — ¿Estás bien, prima? — Le preguntó directamente a ella. Siobhán abrió mucho los ojos y alzó los brazos. — ¡GRACIAS! — Ya empezamos otra vez… — Al menos ALGUIEN de la familia ve que yo PODRIA, PUDIERA O PUDIESE HABERLO PASADO MAL CON ESTO. GRACIAS, PRIMO, GRACIAS. — Ya veo… — Suspiró el chico. — Pero ¿qué ha pasado? — Nora le hizo un gesto para que se sentara. — Creo que ya sabes lo que ha pasado, y yo me disponía a poner un poco de orden, así que por favor, a ver si fuera posible. — Aunque tenso, finalmente se generó un silencio. — A ver por dónde empiezo… — Suspiró, aunando paciencia. — En primer lugar: ¿alguien ha hablado de lo que ocurrió el otro día con Nancy, con Marcus o con Alice? — Silencio. Ruairi levantó tímidamente la mano. — Pues menos mal que has venido. — Siobhán pulverizó con la mirada a Andrew. — Pues sí, al menos tenemos un testimonio fehaciente. — Tú tampoco lo tienes. — ¡CHST! — Calló Nora a sus dos hijos. Miró a Ruairi y le invitó a hablar. — Mi hermana nos dijo el día antes de ir que tenían una celebración de Beltaine con los druidas. Al día siguiente de ese… — Suspiró. — Habíamos mandado a Lucius a por pienso a la plaza. De repente volvió a casa llorando y chillando desesperado, diciendo que había escuchado en el pueblo que el primo Marcus había muerto. — Por los Siete… — Mi pobre niño… — Si es que… — Se oyeron murmullos indignados. Siobhán apretaba tanto los dientes que se los iba a partir, porque por desgracia ya se conocía el dato, pero no por eso molestaba menos. — Niahm salió corriendo inmediatamente a casa de la tía Molly y el tío Larry, y cuando llegó, Marcus y Alice seguían dormidos. Era bastante temprano aún y al parecer habían llegado tarde y cansados, pero estaban bien. Fue a buscar a Nancy y a ella sí la encontró despierta, así que la trajo a casa para que ella le dijera en persona a Lucius que no había pasado nada. — El hombre se rascó los rizos de la nuca. — Y mientras conversábamos con ella, se nos escapó Horacius y se encaró a una de las señoras. — Sí, si es que no es la primera vez que intervengo. — Se quejó Andrew. — A ver si puede ser que no criemos pirañas en esta familia. — Igual el niño quería defender el honor de sus primos y el de su hermano, porque la criatura se había llevado un sofocón innecesario. — Sí, algo así dijo. — Corroboró Ruairi la versión de Siobhán.

— Bueno, ¿y qué dijo Nancy? — Atajó Nora. — Que habían estado en Beltaine y le habían propuesto a Marcus una prueba con alquimia que consumía mucha energía mágica, algo de un círculo de calor, y que se fueron un poco rápido de la fiesta y no se dieron cuenta de que se había deshidratado con el calor, y cuando se aparecieron, se desmayó. Pero que estaba perfectamente, le subieron a la cama y en unos minutos recuperó la consciencia y todo estaba en orden. — Se quedó un silencio en la estancia. — ¿Y tú de verdad crees que a esa historia no le faltan datos? — Preguntó Eddie, que estaba bastante estresado. Nora hizo un gesto con la mano. — Nos da igual los datos que falten. La cuestión es que este pueblo de chismosos ha aprovechado una circunstancia confusa para soltar un montón de rumores, y es normal que estemos tensos y molestos. — Miró a Siobhán. — Pero, hija, no puedes ponerte así con señoras mayores en plena plaza. — ¡Le dieron un susto de muerte a Lucius! Y a sus padres, si no me equivoco. — Lo cierto es que sí… — Y no sabes las cosas que les he oído… — Me las imagino. — Atajó Nora. — Pero son mentira. — Yo he construido con mucho esfuerzo esta familia. — Volvió Cletus a la queja. — Para que ahora se esté blasfemando por ahí. — Papá, ya está, que no estamos en la Edad Media. — A esa sobrina tuya hay que reencauzarla. — Siobhán resopló sonoramente, pero Nora no dejaba más margen a quejas. — Se acabó decir eso, papá. Nancy tiene derecho a hacer su vida, y si alguien tiene algo que decirle serán sus padres, no ninguno de nosotros. ¡Y no hay más que hablar! — ¡Los druidas! — ¡Que no son asesinos a sueldo, papá! ¡Sí, los druidas! ¿Y qué pasa? Nos puede parecer mejor o peor idea esto, más o menos cuestionable. — Nora les miró a todos. — ¿Pero os parece normal ponernos como hienas a pegarnos dentelladas en plena plaza, montar semejante drama sin preguntar primero o empezar con honores y todas esas tonterías? — Tonterías… — ¡Pues sí, tonterías! Que si malditos, que si muertos. ¿Pero os estáis escuchando? — Volvió a mirarles a todos, que empezaban a sentirse avergonzados. — ¡Se acabó echar más leña al fuego de los rumores! ¡Por los Siete, parece que no conocéis el pueblo, que en cuanto los vean a los tres ir y venir con normalidad tres días seguidos se van a callar! — Negó. — Se acabó dar más bola a esto. Dudas que tengáis, las preguntáis. Si les escucháis hablar, o les ignoráis o, con mucho respeto, os acercáis y pedís por favor que dejen a esas personas tranquilas. ¡Y se acabó! — Mamá, estamos hartos de oír cosas hirientes sobre nuestra familia. — Puntualizó Andrew. — Ya lo sé, cariño. Pero no controlamos lo que dicen. Podemos actuar bien, y hablar en base a eso: a nuestra buena actuación. — Poner la otra mejilla. — Ironizó Siobhán. Nora la miró. — No. Ser más listos. — Les miró a todos de nuevo. — ¿Queréis defender el honor de nuestros tres Ravenclaw? ¿Pues sabéis la mejor manera en que lo podemos hacer? — Hizo una pausa. — Siendo listos. — Se oyó una risilla y todas las miradas se fueron del tirón al autor de la misma. Keegan carraspeó. — Perdón… Es que no hay ni un solo Ravenclaw en la sala y… me ha hecho gracia. — Hubo varios ojos rodados. Nora suspiró y le dijo con dulzura. — Cielo, ni un té te he ofrecido. — Se levantó y dijo. — Voy a hervir varias teteras. Vaya en el lío en el que te hemos metido. —

 

ALICE

(26 de marzo de 2003)

Alice tenía varios recipientes de cristal en la mesa de la cocina, junto con especias y algunas hierbas. Por supuesto, Martha y Cerys estaban allí, porque habían decidido tomarse el proyecto de su transmutación de Hielo como algo personal, y cada paso que podían presenciar, lo presenciaban. Pero si había alguien ahí que se estaba tomando su papel en la transmutación en serio, era Molly.

Marcus se había encerrado con el abuelo en el taller a intentar canalizar la magia ancestral, y aunque a Alice le había parecido una idea fantástica, la insistencia del abuelo en que no se les distrajera ni molestara había acabado ofendiendo a la abuela. Así que, para calmar las aguas, Alice le dijo que le echara una mano con la investigación de propiedades de las especias que podía incorporar a los cristales inteligentes. Y bueno, había sido una lluvia de ingredientes y de implicación. ¿Quizá un poco excesiva? Bueno, es que ya no había marcha atrás, y se lo estaba pasando bien. — Vale, las picantes las tenemos apartadas para mantener el calor, yo creo que con lo que tenemos vamos bien. Pero seguimos teniendo problemas con el frío. — Con la lluvia será fácil también, acuáticas hay miles. — Dijo Cerys. — Claro, pero la gracia es que sean lo más potentes posibles en sus esencias y así no me agote transmutándolas. — ¡Ay, se me ha ocurrido una para el viento! — Dijo Martha de repente. — Tía Molly, ¿tienes caléndula? — Sí, hija, en el jardín, salimos y cogemos unas pocas. Afortunadamente está en el de delante, así no molestamos a SEÑORES IMPORTANTÍSIMOS. — Martha y Alice rieron antes de salir, mientras Cerys intentaba distraerla otra vez, pensando en plantas acuáticas.

En cuanto salió, supo que algo le estaba chirriando. Había un corrillo de señoras en torno a una mujer. — Hija, en esa familia todos decís que sois franceses, pero no tenéis nada de acento al hablar inglés. — Y eres altísima, con lo bajita que es ella… — Reconoció esa melenaza pelirroja como una llama. — Bueno, pero en los ojos sí sois igualitas, eh. — Ay, Nuada… — Susurró, antes de salir corriendo. — Al… — Carraspeó. Sospechaba que Litha, la princesa de los druidas, estaba allí absolutamente de incógnito— ¡Hola! ¿Qué haces aquí? — Litha se dio la vuelta con su radiante sonrisa. — ¡Prima Alice! Qué bien que has salido. Tus amables vecinas me han indicado cómo llegar a tu casa, que, como yo soy francesa, no sabía. — En la Cuna de los Gigantes ha aparecido la pobre. Ya te vale, Alice, podías haberle dado aunque fuera indicaciones. — Dijo una de esas señoras pesadas. — Sí… Es que es una sorpresa que no me esperaba. Alors, cousin, vamos a casa de la abuela… — Litha sonrió y se despidió alegremente con la mano, mientras Alice la arrastraba por el jardín. La cara de Martha era un poema. — Alice… ¿Esa mujer es una druida? — Susurró, impactada. La aludida parecía encantada. — ¡Sí! ¡Qué buen ojo tenéis, Dama…! — Chssss, dentro dentro. — Urgió Alice.

Una vez cerraron tras ellas, la abuela se asomó por la puerta del salón. — Hija, que hemos pensado que… — Se quedó impactada mirando a Litha. — ¿Y esta muchacha tan maja quién es? — Ella hizo una reverencia cortita. — Litha, princesa de los druidas, buena dama. Deduzco que sois del clan O’Donnell, como Marcus. — ¡AY! — Exclamó la abuela. — Hija, ¿esto es verdad, no es una broma? — Alice suspiró y negó. — ¿Y CÓMO SE SIRVE A UNA PRINCESA? — Oh, no, por Eire, no quiero causar ningún revuelo. — Tarde, estaban todas las comadres ahí ya… — Dijo Martha. — ¡Ay, por Nuada…! — Litha levantó las manos. — De verdad, solo estoy aquí para hablar con Marcus y Alice… — Yo voy a avisarle. — Dijo Cerys. — A ver si una princesa druida es suficiente para molestar a los señoritos… — Apostilló la abuela antes de decir. — Bueno… alteza, ¿alteza, verdad? Bueno, que paséis… a mi comedor, supongo. — Litha lo miraba todo con una sonrisa. — Qué de cosas poseéis, parece un lugar cálido y acogedor… — Alice suspiró y se frotó los ojos. Es que esto no estaba en sus cartas para nada.

 

MARCUS

Se estaban produciendo muchas miradas sostenidas en silencio en esa conversación. Marcus intentaba poner en pie, con la mayor serenidad posible, su idea para la licencia, o al menos la que tenía hasta ahora: para eso quería explicársela bien al abuelo, para que le asesorara. Lawrence, por su parte, intentaba también escuchar con la mayor tranquilidad posible, como si Marcus no fuera su nieto sino un igual con un proyecto muy interesante entre manos, para poder hablar desde la objetividad absoluta. El ambiente era, paradójicamente, tenso y tranquilo al mismo tiempo. — Buscas crear algo, o transformar algo ya existente, para que tenga la capacidad de albergar magia ancestral. — Resumió el abuelo. Marcus asintió. Tras una pausa, el hombre añadió. — ¿Solo albergarla, o también canalizarla? — Marcus meditó la respuesta. — Para empezar, albergarla. Según cómo lo vea de viable, me plantearía que fuera también para canalizarla. En este examen, quiero decir. El objetivo final, sí, efectivamente, es crear un canalizador también, pero no sé si será algo demasiado ambicioso para Hielo. — Lawrence asintió. Permanecieron otros instantes simplemente mirándose.

— ¿Cómo crees que puede hacerse eso? — Le preguntó. Marcus respiró hondo. — Por el principio de equilibrio de contrarios. La idea sería proteger la magia ancestral del exterior, y al exterior de la magia ancestral. — Ese es el principio por el que te riges. Pero ¿los medios? — Ahí es donde necesito tu ayuda. — Lawrence entrecruzó los dedos. — ¿Lo has intentado previamente? — Marcus ladeó la cabeza. — ¿El proyecto... o usarme a mí mismo de receptáculo? — Hubo otra pausa tensa. — Creo que sabes a cuál de las dos preguntas me refiero. — Marcus le sostuvo la mirada. — Y yo creo que tú sabes la respuesta a esa pregunta. — Lawrence respiró hondo, sin dejar de mirarle, echándose lentamente hacia atrás en la silla. Tras unos instantes de silencio, dijo. — Muéstramelo. — Marcus arqueó una ceja discretamente, pero su abuelo lo detectó. — Necesito ver hasta qué punto eres receptáculo y canalizador, y tú necesitas también valorarlo para poder materializar tu idea. Ahora mismo, es como si me hubieras dicho "quiero escribir un libro", con la mente puesta en ver dicho objeto con tu nombre en las librerías y las casas de la gente, pero no tienes ni tema, ni desarrollo, ni título. No nos vale solo con saber el objetivo, tenemos que conocer, sobre todo, el camino que vamos a seguir para lograrlo. — Le hizo un gesto con la mano. — Me gustaría ver cuál ha sido tu fuente de inspiración. —

Marcus agachó la mirada y se mojó los labios, pensando. Las veces anteriores había invocado magia sin varita en condiciones de emociones muy extremas y bajo presión. Ahora estaba tranquilo, en el taller. No sabía si era capaz... pero lo podía intentar. Soltó aire por la nariz. Se agachó hasta tocar el suelo con los dedos e hizo rodar su varita por el mismo hasta la otra punta del taller. Se colocó en su sitio de nuevo, lentamente. Respiró hondo, con la mirada puesta en la varita. Se concentró... pero nada. Miró de reojo al abuelo. No perdía su vista de encima. Sentía que acababa de hacer una tontería inmensa, ¿qué hacía mandando la varita rodando por el suelo a la pared de enfrente? ¿Qué clase de demostración de poder era esa? Sí, un mesías soy...

Lawrence seguía mirándole, en silencio, como si tuviera infinitos tiempo y paciencia. Pero Marcus se sentía terriblemente desconcentrado. Al cabo de unos minutos de mirar la varita, estático, el abuelo dijo. — Esto no es un proyecto firme. — Marcus le miró súbitamente. — No puedes presentarte a una licencia de Hielo con una utopía, basada en un dicho popular, solo porque un día te salió algo que parece más bien fruto del azar. — ¿Perdón? — Preguntó, sin disimular la indignación. — ¿El equilibro de contrarios te parece "un dicho popular"? ¿Una...? — No vayas a repetir frase por frase lo que he dicho. — Cortó Lawrence, sin perder un ápice del tono tranquilo. De repente sentía que tenía ante sí a un alquimista carmesí aleccionándole en pleno tribunal... Humillándole como si hubiera planteado algo digno de un niño de primer curso. — No me parece que esto que has hecho sea de alguien que se toma en serio lo que estamos haciendo. — Abrió mucho los ojos, y se disponía a contestar, pero Lawrence no dejó pie. — Empiezo a pensar que me estás tomando el pelo. — Más aún abrió los ojos, y ya la indignación de su cara era notable, rozando lo pasivo agresivo. Tras el descuadre inicial, se le escapó una carcajada sarcástica. — Te he dicho miles de veces que aquí no se puede venir con mitología. Que todo tiene que tener una base científica. — Qué fuerte... — Y sinceramente, esto no me parece la tesis de quien se autoprograma el mejor de su promoción. — ¿¿Auto?? — Y una promesa en el mundo de la alquimia. Pensé que venir a Irlanda te aclararía las ideas, pero veo que solo ha servido para esparcírtelas más. — ¿¿Más?? — Es que no estaba dando crédito, y solo atinaba a pillar palabras sueltas y soltarlas con desconcierto puro.

Pero Lawrence no paraba. — Sinceramente, Marcus, desde que saliste de Hogwarts has estado muy desconcentrado. No me parece que te estés tomando esto como hay que tomárselo. — Se le iban a salir los ojos de las órbitas. — Saqué agua potable de... — Te lo estás tomando como un juego, como si siguieras siendo un niño en el taller. — Se estaba enfadando y mucho. Apretaba los dientes y miraba a Lawrence con los ojos chispeando rabia. — ¿Y estos trucos de mago barato para muggles? ¿Tirar la varita? ¿En serio? — El hombre negó, con aspecto decepcionado. — El nieto que yo creía tener no se hubiera separado de ella ni porque le cortaran la mano. — Ya estaba harto. Estiró el brazo e, inmediatamente, la dicha varita voló con un siseo desde el extremo que la había lanzado hacia su mano. Con los labios apretados de rabia, una vez la tuvo en su mano, la dejó con un golpe seco en la mesa, alzando la barbilla con superioridad... El abuelo se quedó igual... Y Marcus tardó apenas cinco segundos en darse cuenta de lo que acababa de hacer.

De hecho, fue arquear Lawrence las cejas y dibujar una apenas perceptible sonrisa, y Marcus se puso colorado hasta las orejas. Le había tendido una trampa. Y había caído como un estúpido. — Veo que ya te has dado cuenta de lo que acabo de hacer. — Apoyó los codos en la mesa, se tapó la cara con las manos y resopló entre los dedos. — Espero que sepas que lo que he dicho solo ha sido una estrategia para provocarte y que no pienso nada de eso de verdad. — Lo sé. — Dijo con voz grave, sin descubrirse la cara. Menudo ridículo espantoso. ¿Cómo podía haber caído en un truco tan burdo? — Pero ¿eres consciente de lo que pasa, Marcus? — Separó los dedos y miró a Larry a través de estos. Ahora sí que parecía un adolescente resignado. — Canalizas mejor la magia cuando estás enfadado. Me atrevería a decir que, por el momento, solo la canalizas cuando estás enfadado, o sometido a un gran estrés. Y el problema es que, así, es fácil que se descontrole. — Lawrence cruzó de nuevo los dedos y se echó hacia delante. — Hijo, tienes un poder fantástico. Y tu idea también lo es. Pero va sin control, y creo que ese debe ser el primer paso a dar: hay que acotarla. — Por eso he dicho que primero tiene que ser un almacén, y ya dejaré para más adelante lo de canalizar. — Si te estás poniendo a ti mismo de ejemplo, en el sentido estricto de la palabra, todos somos un almacén de energía. Eso ya está hecho: tendrás que darle otra forma si quieres que luzca. Pero tiene que ser una forma controlada. No sirv... — Perdón. — Lawrence levantó la cabeza y Marcus se giró, ya que estaba de espaldas a la puerta. Cerys estaba en la misma, con expresión de no querer interrumpir, pero de tener algo urgente que decir.

— Emm... Perdón. — Repitió, y luego miró a Marcus. — Tienes visita. — Parpadeó. La mujer puntualizó. — Importante. — Ambos hombres fruncieron el ceño. Dio más datos. — De la realeza. — Casi se le para el corazón, y el abuelo también se puso muy serio. La mujer mostró las palmas. — Pero parece buena chica. — No es Phádin, el pensamiento fue inmediato, y su alivio también. Igualmente, parecía que una druida se acababa de plantar en su casa.

 

ALICE

Litha se sentó muy contenta en el sofá, y la vio afilar los ojos para mirar las fotografías que había por el salón. — ¿Tenéis personas chiquititas ahí? ¡Se mueven! — Las tres mujeres se miraron. A ver cómo le explicaban las fotos. — ¿Dibujáis los druidas, alteza? — Ella asintió. — Pues esto es como un dibujo, pero… lo hace una máquina. E imita la realidad. — Alice le tendió una foto que había ahí del cumpleaños de Erin, cuando su madre aún estaba viva, con los niños y Erin cubiertos de agua. Probablemente la sacó la tata. — ¿Veis? Somos Marcus y yo. Solo que hemos crecido un poco. — ¡OH! ¡PERO SI SOIS INFANTES! Qué ternura. — Se mordió el labio y les miró. — Realmente tenéis cosas increíbles. Me encantaría poder verme de pequeña así, y recordarme… — Señaló a Janet. — Es tu madre ¿verdad? — Alice asintió. — Sois MUY parecidas, sin duda. Lo que daría yo por poder volver a ver a mis padres así… Es imposible olvidar con estas cosas. ¿Cómo se llaman? — Fotografías. Mi tía se dedica a hacerlas. — Es fascinante. — ¡ALTEZA! — Irrumpió Molly. — Os he preparado té de hierbas aromáticas, y tenía bizcocho de frutos rojos de esta mañana, y he hecho unas galletas de fruta confitada, pero no sé si los druidas tomáis fruta confitada… — Litha abrió mucho los ojos y Martha suspiró. — ¡Pero cuánta molestia! ¡Por la Tierra, lo probaré todo, qué menos! — Tomó la taza y empezó a comerse el bizcocho como si no hubiera un mañana. — ¿Toda esta comida os sobra? ¿Y me la dais a mí? — Hablaba hasta con la boca llena. Molly parpadeaba sin dar crédito. — ¿Fruta confitada? ¿Qué es eso? — Seguía preguntando Litha, pero justo aparecieron Lawrence y Marcus.

La cara del abuelo era un poema, y, al igual que la abuela, Alice vio cómo barajaba que todo aquello fuera una broma. Litha se levantó de golpe e hizo una reverencia. — Vos debéis ser el cabeza del clan O’Donnell. Un honor, señor. — Luego dirigió su mirada al chico, mientras la abuela le daba un trapazo al abuelo para que saludara de vuelta. — Me alegro de volver a verte, y en perfecto estado, además, Marcus. — Miró al exterior y preguntó. — Supongo que estabas practicando tu magia, no quería molestar… pero quería hablar con vosotros. — Alice y Marcus se miraron, un poco preocupados. Cerys se adelantó. — Martha, vamos a hacer evaluación de… señoras. A ver hasta dónde ha llegado esto. — Hizo una especie de reverencia. — Encantada, alteza. — ¡Ay, esperad! ¿Hay algo que pueda hacer por vosotras? Habéis sido muy amables y no me habéis delatado… — Miró alrededor y cogió las semillas de cayena que había en la mesa, cerró el puño y, cuando lo abrió, de él salió un esqueje de la planta en sí, ya crecida, lo cual provocó un grito ahogado entre los presentes. — ¿Cómo…? — Es mi don. Me lo dieron los dioses. Por favor, aceptadla, no sé cuáles son vuestras normas de hospitalidad, pero qué menos. — Cerys y Martha se miraron. — Si queréis plantarla, seguro que os dará unas… vainitas rojas secas muy… apetitosas. — Alteza, no os toquéis la cara, que eso pica como el infierno. — Advirtió Alice, aguantándose una risa. — Pues… Gracias, gracias y… no os preocupéis por nosotras… Sabemos muy bien guardar un secreto. —

Cuando las primas se fueron, Litha se acercó a Marcus y sacó un tarrito lleno de luciérnagas. — Rea me ha pedido que te traiga esto. No sé cómo ha sabido que venía, pero me vio antes de irme por el portal y las convocó para ti. — Litha miró a los abuelos. — Hay druidas que realmente adoran a su nieto y a la Sanadora. — Lawrence asintió lentamente. — La Sanadora… — Litha amplió la sonrisa y hasta ahogó un grito de emoción, juntando las palmas de las manos. — Shabriree me dijo lo que le contaste… Que podrías curar nuestro problema con la tierra. — ¿Eso dijiste? — Inquirió el abuelo. — No. — Contestó rápidamente Alice. — Y no sé a qué te refieres. — En lo que contestaba, Litha había vuelto a comer como un vagabundo. — A lo de que nuestras semillas no nazcan. — Contestó con la boca llena mientras Molly le servía más té. — Ah, lo de la infertilidad. — Los abuelos la miraron. — Los druidas tienen un grave problema de natalidad. — No se sabe nada de eso aquí. — Dijo la abuela. — Eso complacerá a mi hermano, sin duda. — Reflexionó Litha, mientras mordisqueaba una galleta. — Hablé con… Bueno, con Shabriree, quien ella ha mencionado, que podía ser un problema de endogamia y que, de haber tratamiento, muchas mujeres, si compartían el problema, podrían encontrar cura. Pero eso fue lo que dije, no que lo fuera a hacer yo, ni aseguré nada. — Litha se encogió de hombros. — Si alguien puede es una sanadora… — Cogió una pasa que había sacado de la galleta en la mano y volvió a cerrarla, para tener una uva redonda y perfecta en la mano cuando la abrió. — ¿Qué es? — Alquimia revertida… — Susurró el abuelo impactado. Litha arrugó el ceño y se comió la uva. — Un nombre un poco enrevesado para una cosita tan pequeña, pero me gusta mucho. Está dulce y refrescante. — Se sacudió las manos y se giró hacia ellos antes de que la pudieran corregir. — Bueno, he venido a hablar de cosas serias con vosotros, pero no sé si queréis a los líderes aquí. Por mí no hay problema. — Alice miró a Marcus. Podía ver la cara de los abuelos de no querer perderse un minuto de aquello, pero no respaldaría nada que le hiciera sentir incómodo.

 

MARCUS

De entrada, no estaba entre sus opciones para el día de hoy encontrarse a un druida en su casa; menos aún, que esa druida en cuestión fuera de la realeza de la comunidad. Pero lo que no imaginaba en absoluto era entrar al salón y encontrársela comiendo como si estuviera llevara un mes sin hacerlo. Se quedó plantado en la puerta, con los ojos como platos, mirando primero a Litha y luego al resto de presentes. Debía tener hasta la mandíbula descolgada.

Tragó saliva y se recompuso para corresponder al saludo con un gesto cortés de la cabeza. — El placer es mío, alteza. — Mentira, si fuera por él no se volvería a cruzar con un miembro de esa comunidad en la vida, pero al menos le había tocado la más suave. Compartió una mirada con Alice, y rápidamente Martha y Cerys se borraron del escenario. No como sus abuelos, claro, que si ya tenían interés en saber todo lo posible del tema, desde luego tener a esa mujer en casa acababa de concederles el derecho que ya de por sí consideraban merecer de enterarse de absolutamente todo. Antes de que las mujeres se fueran, no obstante, Marcus vio con sus propios ojos cómo Litha hacía brotar una planta de su propia mano. No pudo evitar acercarse rápidamente para mirar, como si temiera que sus ojos le engañaran. Miró al abuelo. ¿Acaba de hacer una fermentación acelerada en un segundo? El abuelo parecía tener las mismas preguntas que él, y claramente no iba a ser el momento de responderlas.

Ver el tarro de luciérnagas casi hace que se maree, literalmente, porque las imágenes de lo ocurrido en Beltaine acudieron a él a tanta velocidad que acrecentaron su angustia casi tan rápido como Litha había hecho crecer la planta. Ni siquiera pudo tomar el bote en sus manos, simplemente tragó saliva, asintió y señaló con un gesto muy sutil y casi inconsciente la mesa, pero la chica, que estaba tan normal y tan contenta, simplemente dejó el tarro en el lugar indicado como si ese fuera su sitio innato y siguió hablando. Marcus se había quedado con la mirada perdida en el tarro de luciérnagas, como en trance, con la mente tan embotada que, si le preguntaran en qué estaba pensando, diría que la tenía en blanco, porque no sabría separar un pensamiento de otro. Tan en una pompa estaba que se perdió prácticamente toda la conversación a su alrededor.

Conectó de nuevo al oír la voz de su abuelo decir "alquimia revertida". Sacudió la cabeza, buscó con la mirada la fuente de esa conclusión y la detectó a lo justo para ver a Litha llevarse una uva a la boca. Pero no había ninguna uva entre su comida, lo que había eran pasas. Descolgó la mandíbula de nuevo, y en ese momento vio por la vista periférica un gesto muy leve de su abuelo: tenía la mano ante él, como si quisiera pararle, evitar que se lanzara en plancha a hacer todo tipo de preguntas y rogar que le enseñaran a hacer eso. Se había obnubilado por una magia tan potente, por semejante uso de su ciencia más querida, y por supuesto Lawrence se había dado cuenta.

La mujer no había ido allí para enseñarles a hacer brotar plantas, no obstante, sino para "hablar de cosas serias". Marcus se obligó a centrarse, y notó todos los ojos sobre él, como si fuera quien tenía que decidir si los abuelos se quedaban o no. Respondió, mirando a Litha. — No tenemos secretos entre la familia. — Prefería a sus abuelos cerca, dadas las circunstancias. Aquello estaba empezando a ser una locura que temía que se le fuera de las manos y le iba a venir bien una visión sensata y experimentada, ya que la druida se les había plantado en casa. En vez de tener que traducir y aguantar él en primera persona el interrogatorio, que saliera de la boca de la propia Litha toda la información que sus abuelos tuvieran que recibir.

La mujer se aclaró la garganta con corrección y agachó la cabeza. — En primer lugar... espero que podáis aceptar mis disculpas en nombre de la familia real. — Esa sí que no se la esperaba, tanto que arqueó las cejas y compartió una mirada fugaz con Alice, antes de dirigirse a Litha de nuevo. — Nos gustaría saber qué debemos disculparos. — La mujer le miró con cierto toque circunstancial. — Mi hermano no fue el líder hospitalario que debía ser con vosotros. No solemos recibir personas en nuestra comunidad, pero estuvimos muy felices de teneros, y yo personalmente pienso que podéis aportar cosas muy buenas, y no soy la única. Pero Phádin... es desconfiado, teme... en fin, que pueda haber problemas dentro de nuestra comunidad. — Ya los hay, pensó Marcus, pero se ahorró decirlo. — No estuvo bien someterte a esa prueba sin haberte avisado, Marcus. Pero, desde luego, no estuvo bien que actuara así después de que la superaras con creces. — Se retorció los dedos. — Lamento que tuvierais que ver semejante relato en el fuego. — A Marcus no le pasó desapercibido el término elegido. — ¿Relato? — Preguntó, sin esconder el tono interrogante. La mujer le miró un tanto perpleja, tardando en responder unos segundos, denotando que intentaba buscar las palabras. — Sois... conocedores de que... solo era un relato ¿verdad? — Negó. — Phádin no tiene poderes proféticos. Lo que visteis no es real. — Se generó un silencio a su alrededor. Litha les miró a todos, sin perder el desconcierto ante las caras de dudas. Volvió a mirarle a él. — ¿De verdad crees que nuestros dioses cometerían un acto tan despiadado con unos hijos de Irlanda? ¿Contra quien ha demostrado ser Hij...? — No sigas. — Detuvo, con cierta brusquedad, lo que le granjeó las miradas de todos (sus abuelos más desconcertados que Alice, por razones obvias). Litha cerró la boca en el acto. Miró a los presentes. — Perdón... Siento que... ¿Puede ser que no nos estemos entendiendo muy bien? —

 

ALICE

Disculpas. Alice apreciaba el gesto, y era consciente de por qué era importante para Litha decirles aquello, pero no estaba preparada para hablar del mal que había traído Phádin a la búsqueda de las reliquias. — No solo es desconfiado, es ofensivo. — Y no dijo agresivo por no asustar a los abuelos. — Y no deberíais estar disculpándoos por él, alteza. Vos fuisteis buena con nosotros, amable, acogedora. Las disculpas son para enmendar lo que uno ha hecho, y si no las pide precisamente el artífice… —

Pero entonces dijo lo del fuego, y Alice frunció el ceño. La palabra era un poco específica, y tenía unas connotaciones claras, pero Litha generalmente hablaba en gaélico, quizá la había usado a falta de un término mejor. Pero no. Bien claro se lo dejó. Claro, como buenos desconocedores que eran de los druidas (y más sabían que la mayoría de la gente) y viendo los tremendos poderes que había en aquella comunidad, pues no es que se lo hubieran creído al dedillo, pero… Marcus se había tensado, claro, y hasta Litha estaba desconcertada. — A ver, alteza, para que no nos confundamos más. — Alice se sentó frente a ella. — ¿Nos estáis diciendo que lo que vimos en el fuego es mentira? — Litha se encogió de hombros. — Es lo que Phádin cree. Mi hermano tiene más poderes que los demás, por eso es nuestro príncipe, y uno de ellos es proyectar pensamientos, sea en la mente de los demás o en otros medios. — Levantó las manos en gesto de paz. — Él sabe mucho de las reliquias, para eso las ha buscado incesantemente. — Marcus y Alice se miraron. Así que no era más que eso, pura envidia, porque él no las había conseguido. — Y alguna idea debe de tener de las pruebas que hay que pasar para conseguirlas y demás, pero… hasta yo sé que no puede saber lo que va a pasar. — Alice tragó saliva. Se sentía un poco más tranquila, no lo podía negar.

Litha, comprensiva, miró a Marcus. — Sé que los dioses te quieren, Marcus O’Donnell. Te dieron inteligencia, poder y confianza para cuidar sus reliquias. No son dioses malos, y tú no eres para nada su enemigo, nunca te harían daño. — Luego la miró a ella. — Y tú sanas a la gente, Alice. Que cuiden de su pueblo complace a todos los dioses. No olvidarán lo que hiciste por los enanos, y si lograras solucionar nuestro problema… — Yo no puedo, alteza, ya os lo he dicho. — Cortó el discurso. Suspiró. — La única posibilidad es que algunas mujeres se presten a ser vistas por nuestros médicos, especialistas, y que ellos vean si es un problema común y tratable. — Litha rio un poco. — Dudo que mi hermano lo permitiera. — ¿Es que puede impedirlo eternamente? — Los abuelos la miraron con un poco de impresión por haberle hablado tan directamente, y Litha se quedó con la mirada baja. — Es el príncipe. Supongo que puede, así ha sido siempre. —Que algo haya sido siempre así no quiere decir que tenga que permanecer, y menos cuando está haciendo daño a la comunidad. — Tomó aire y lo soltó lentamente. — Es solo mi opinión, alteza, nada más. — Litha miró alrededor. — La verdad es que… nunca había estado fuera de las comunidades, había visto vuestras casas de lejos. Pero es todo tan bonito y curioso… Es verdad que no parecéis conectados con la naturaleza, pero toda esta comida… vuestros muebles tan acogedores… No sé qué esperaba, pero no esto. —

La princesa volvió a mirar a Marcus. — Quizá, si consigues las reliquias y Ogmios te concede su poder, haya cosas que cambien. Como ha dicho Alice, quizás tengáis poder real para cambiar las cosas… — Se mordió el labio. — No os rindáis, por favor. Solo os faltan dos. Junto con la dama Mulligan, formáis el trío más inteligente que conozco. Y a los druidas nos encanta el tres. — Terminó con una sonrisa ilusionada.

 

MARCUS

Alice le preguntó directamente a Litha lo que Marcus estaba deseando saber: ¿acaso había sido todo una mentira? En estos días había intentado no atormentarse pensando en ello, centrarse en otras cosas. Pero lo cierto es que, cuando acudía a su mente el recuerdo, se debatía en un extraño limbo en el cual ni había dado por sentado que aquello era profético (no en balde llevaba toda la vida diciendo que no creía en la adivinación) pero tampoco se había planteado que fuera una simple mentira. Era una sensación extraña en la que no había querido ahondar, pero tener ante sí la respuesta tan clara como si fuera obvia se había sentido como despertar de una ensoñación porque alguien ha dado una fuerte palmada delante de tus narices.

Intercambió una mirada con Alice. ¿Cómo no habían podido ver algo TAN obvio? Phádin había intentado hacerse con las reliquias y había fracasado, por lo que debía estar familiarizado con la localización y el modo de conseguirlas: eso le daba el toque realista a lo que vieron. No obstante, no tenía la capacidad de ver el futuro. Y luego estaba la cuestión más teológica planteada por Litha: los dioses no pretenden matar, y menos a gente que ha demostrado ser digna. No era el argumento más científico en el que basarse, pero ahora que lo pensaba, veía poco probable que las pruebas pudieran conllevar lo que claramente era una muerte bastante cruel, ni que se desencadenara la serie de catástrofes que podrían acabar en ella contando con un altísimo porcentaje de mala suerte y aun peores praxis. Definitivamente, Phádin se había basado en un escenario real para hacerles creer algo que no tenía ningún sentido... Y ahora Marcus, de repente, se sentía infundido de una valentía y unas ganas de lanzarse a la aventura de seguir poco propias de él.

Por si fuera poco, Litha le miró y le dijo que los dioses le querían. Apretó los dientes, en silencio, notando una mezcla de emociones dentro de sí demasiado intensa y que le era muy difícil catalogar. La ausencia de palabras que le había gobernado a él no era compartida por Alice, que por contra habló a la princesa bastante clarito, tanto que él la miró con cierta sorpresa. Alice, un día más, le estaba dando un carácter mucho más natural y práctico a toda aquella locura que estaban viviendo, mientras él luchaba por no perder la cabeza en el proceso.

Una parte de él se enterneció por cómo describía su forma de vida, pero estaba mucho más gobernado por la rabia hacia Phádin, y por como él y sus predecesores habían aislado durante siglos a esas personas. Miró a su abuelo de reojo y le vio sereno, con semblante seguro. Parecía escuchar lo que estaba pensando: esa gente vive aislada del progreso, y lo decía Lawrence O'Donnell, que no era el hombre más moderno de su tiempo. Su abuelo, también un día más, había resultado tener razón. Y una parte de él quería reventar todo ese sistema y darle una vida nueva a gente con tanto poder como los druidas; otra era consciente de que no solo era utópico, sino peligroso. Estaba hecho un tremendo lío una vez más cuando la mujer le habló, y ella también parecía estar oyéndole pensar. ¿Qué se respondía a eso? Tragó saliva, sonrió levemente a la referencia al tres y respondió con todo el respeto que pudo. — Lo intentaremos. Lo prometo, alteza, no me iré de Irlanda sin intentarlo. Pero quiero serle verdaderamente franco. — Hizo una leve pausa para ordenar mentalmente su discurso, mientras la mujer le miraba con ojos expectantes. — Los motivos que nos llevaron desde un inicio a la búsqueda de estas reliquias, y que nos siguen manteniendo en el camino de conseguirlas... no tienen nada que ver con la salvación de vuestro pueblo, lo siento. — Alice le devolvió una mirada que debía ser muy parecida a la que le dedicó él cuando ella cortó el discurso de Litha; su abuela también le miró con una sorpresa mucho más evidente y un punto de indignación Gryffindor, como si acabara de reconocer que estaría dispuesto a dejar caer a alguien por un acantilado teniendo las manos libres para agarrarle; su abuelo se mantuvo imperturbable. Y esa última era la dirección que quería seguir. — Nosotros somos estudiosos, y era lo que queríamos y seguimos queriendo: estudiar. Ahora que os hemos conocido, evidentemente, haremos todo lo que esté en nuestra mano para ayudaros. — Su abuela le miraba con recelo, alerta a una posible traición a esa pobre chica que tanto había alabado su comida, proveniente de una de las personas que más loaba en el mundo que era su nieto. Parecía la más confusa de los tres interlocutores, porque el semblante de Litha empezaba a mostrar una apenada comprensión. — Pero quería dejar esto claro por tres motivos: el primero y fundamental, ni pretendía, ni pretendo, ni pretenderé, hacer ningún tipo de sombra a Phádin. Aunque a su ego le moleste, y lo siento por hablar así de vuestro hermano, ni sabía de su existencia hasta que optó por meterse en mi cabeza sin permiso. — ¿Tu cabeza? — Preguntó Litha. Ahora sí que tenía las miradas interrogantes de sus abuelos encima. — ¿Lo ha hecho contigo? ¿Otra vez? — Lamento oír que no soy el primero, un hombre así no debería de ser líder de ninguna comunidad, y menos de una con un poder tan fantástico como la vuestra. Pero sí. Phádin ha intentado perturbar mi mente en varias ocasiones cuando aún no había tenido el gusto de conocerle. — Eso ya sí que no se lo esperaba su abuela. — ¿¿Por qué no nos lo has...?? — Empezó, con voz chillona, pero Lawrence la detuvo con un gesto de la mano. Sí, ya habría tiempo para eso cuando Litha se fuera. Al menos ya no me vas a considerar tan despiadado, no pudo evitar pensar con sarcasmo. O quizás con más motivo querría ensalzarle como líder de la liberación.

— Esto me lleva al segundo motivo. — Se mojó los labios y miró a la druida a los ojos. — No soy ningún mesías, Litha. — Detuvo sutilmente con las palmas, porque ya la estaba viendo queriendo contestar. — Respeto perfectamente tus creencias: yo también creo en los poderes ancestrales. Pero no creo que Alice ni yo estemos bendecidos por ningún dios. Y repito: me halaga muchísimo que lo pienses y lo respeto perfectamente. Y reconozco que yo también he llegado a pensar muchas veces que Alice es una divinidad. — Bromeó, por descargar un poco el asunto. — Pero hablo en serio: pensar así coloca una responsabilidad sobre nuestros hombros que ni podemos abarcar, ni nos merecemos. Apenas somos unos magos de dieciocho años, vosotros sois todo un pueblo. — Siempre me abruma lo pequeños que sois los humanos... — Suspiró Litha. Marcus volvió a su discurso. — No podemos hacer esto, y vuelvo a ser honesto, tampoco queremos. Os podemos ayudar en lo que necesitéis desde nuestra postura, pero no somos estandarte de nada: solo somos dos magos. — Se encogió de hombros con las palmas hacia arriba, de nuevo intentando quitar hierro con un toque de humor. — Dos magos muy buenos, pero dos magos al fin y al cabo. — Bajó las manos y suspiró en silencio. — Y en tercer y último lugar, y para resumir los dos puntos anteriores: somos estudiosos. Venimos a estudiar y nuestro contacto con las reliquias ha sido, es y será puramente académico. Cuando las hayamos investigado, serán devueltas. Es por esto que Ogmios no me debe nada, ni él ni ningún otro de los dioses. Ni Alice, ni Nancy, ni yo, buscamos poder en las reliquias; solo conocimiento. Solo aprender más, divulgar, que el mundo conozca esta historia, poder aplicar esta magia. Pero aplicar la magia es trasladar estos poderes al mundo real, a nuestro mundo real. No es ser hijo de dioses, derrocar gobiernos o cambiar el curso del mundo. Lo siento... no creo que podamos hacerlo, pero en todo caso, tampoco queremos. — Se hizo un silencio leve. Litha le miró con una sonrisa triste y, finalmente, se acercó y le tomó de las manos. — No estamos de acuerdo en muchas cosas, Marcus O'Donnell. — Se le cayó el alma a los pies de pura frustración. Era como hablarle a una pared. Y, por supuesto, hubiera hecho una muy buena Hufflepuff: con mucha dulzura y cariño, pero te mandaba a freír espárragos igualmente y ni le temblaba el pulso. No obstante, la mujer ensanchó la sonrisa y dijo. — Has dicho cosas muy sensatas para un hechicero, pero ese es un lenguaje que los druidas no alcanzamos a entender. ¿Sabes de qué sí entendemos? — Arqueó una ceja, pillina. — Del poder del tres. Podrías haber hecho tu argumentación de mil maneras. Plantéate, Marcus O'Donnell, aquel que solo estudia pero en nada es influido por los dioses, por qué has estructurado todo tu discurso siguiendo el poder del tres. Yo no creo en las casualidades. Y tú tampoco deberías. —

 

ALICE

Hace unos días se había sentido un poco culpable por haber presionado a Marcus a ponerse en todos los escenarios posibles, pero oyéndole hablar así, se dio cuenta de que había hecho lo correcto. La forma, siempre caballerosa y muy muy serena (al menos por fuera, porque estaba segura de que por dentro estaba estresadísimo con aquella situación) de Marcus de explicarle a la princesa quiénes eran, qué querían y qué podían esperar de ellos huía del paternalismo tan malo que solía haber en los discursos de los magos a los druidas. Alice tomó su mano y le sonrió con calidez, con todo el orgullo que era capaz de transmitir sin cortar ese discurso tan genial.

Se tuvo que reír con la alusión que hizo a ella y entornó los ojos. Eso sí, a Litha no había quien la convenciera de sus ideas, ella veía señales en todas partes, y Alice tenía amigos que creían en la adivinación, sabía que, cuando alguien quiere ver algo, acaba viéndolo como sea. Apretó la mano de Marcus, como dándole apoyo en aquella incomprensión, y tomó el relevo. — Ninguno está aquí para cambiar las creencias del otro, alteza. Pero ya tenéis nuestra respuesta, y agradecemos y aceptamos vuestras disculpas. En lo que a vos respecta, claro está. — No voy a aceptar las disculpas de alguien que ni está aquí ni admite haber hecho algo mal. Litha suspiró y sonrió con cierta tristeza. — Muchos de nosotros anhelamos el día en el que podamos vivir todos juntos y en paz. De verdad os lo digo. — Se levantó y agachó la cabeza en señal de agradecimiento. — Gracias por tratarme tan bien y darme tanta comida. Vuestro pueblo y vuestras casas son preciosos, y de verdad que me gustaría aprender un poco de todos vosotros. — Igual que muchos aquí querrían aprender cosas que vos sabéis hacer. ¿O no abuelo? — A ver si se creía que no le había visto la cara cada vez que la princesa usaba sus poderes. El hombre sonrió un poco y asintió lentamente. — Un buen Ravenclaw siempre sabe apreciar el conocimiento. — Eso hizo reír a Litha. — Qué líder de clan tan pacífico y sabio parecéis. De verdad que me llevo muy buena impresión de todos vosotros. — Claro, la pobre no sabe lo que es un líder con esas características, se dijo Alice. — Os acompaño a la Cuna de los Gigantes. — Ella levantó una mano. — No es necesario. Voy a visitar a Albus, pobrecillo, hace como veinte años que no le veo. — Una princesa visitando a Albus… — Susurró Molly, con incredulidad y un poco de escepticismo. — Y aprovecharé para visitar a otras comunidades druidas. Así, si mi hermano va preguntando, todos podrán decir que, en efecto, fui a visitarlos. — Ella asintió, deseando que las cosas fueran distintas para aquella gente. — Seríais una buena regente, alteza. — Eso hizo reír más a Litha. — No, no, por la Tierra, no me mandaron los dioses aquí para eso. — Se puso la capucha y se despidió con la mano. — Cuidaos, clan O’Donnell, en esta princesa siempre tendréis una aliada y amiga. —

El ambiente, obviamente, se quedó raro, hasta que Lawrence suspiró profundamente y dijo. — Bueno. ¿Nos vais a contar lo de meterse en la mente y algo más que debamos saber? — Alice les miró y se sentó. — Podríamos, abuelo. Pero, sinceramente, dime una cosa. — Le miró a los ojos. — ¿Tú les contaste a tus padres y al tío Cletus lo que pasaba en el laboratorio de Glastonbury todos los días? ¿El miedo, las bombas, los alquimistas de fuego? Ni siquiera nos lo habías contado a nosotros. — Miró a Molly. — Y tú, abuela, ¿le contabas a tu madre todo lo que hacías para conseguir comida en la posguerra? No ¿verdad? — Ella se encogió de hombros. — Hay cosas que uno no quiere revivir, que prefiere no contar por no causar pesadillas innecesarias, porque no sabes cómo se lo tomará la gente que se preocupa por ti. Si la cosa se pone mínimamente grave, os lo haremos saber. — Miró a Marcus y sonrió. — Pero ya habéis visto que nuestro prefecto lo tiene todo bajo control. Sabe quién es, cuánto sabe y lo que quiere. — Tomó su mano y la besó. — Y ahora, sabemos que podemos intentar enfrentarnos a esas reliquias de Lugh y Folda antes de irnos. — Molly se acercó y les besó en las coronillas a los dos. — Sabía que erais inteligentes y cautelosos. Estamos orgullosos de vosotros. — Se quedó un poco pillada mirando a la nada y finalmente dijo. — Eso sí, nadie me dijo que una princesa podía comer como un bracero al final del día en el comedor de mi casa, vaya. —

 

MARCUS

(28 de marzo de 2003)

Nancy tenía la mesa llena de papeles y mapas, de libros y de apuntes, y hablaba y hablaba sin parar. Alice estaba dando mucho más feedback que él: estaba sentado en el sofá, con expresión serena, inclinado hacia delante con los antebrazos en las rodillas y las manos entrelazadas. Se notaba que estaba escuchando... pero su rostro no mostraba ninguna emoción, ni tampoco estaba su habitual ceño fruncido cuando estaba concentrado, ni se mojaba los labios pensativo, ni hacía gesto alguno con los ojos. Ni decía nada. Simplemente estaba recapitulando la información, pero con un perfil muy bajo.

Nancy le miró de reojo. Marcus seguía con la vista en los papeles. La chica se mordió un poco el labio y, tras unos segundos, dijo. — Marcus. — Él alzó la mirada hacia ella con total normalidad. — ¿Te... parece bien? — Él, como si le acabaran de preguntar si le apetece almorzar guiso, sacó un poco el labio inferior y, con un leve encogimiento de hombros, respondió con apabullante normalidad. — Sí, claro. Me parece perfecto. — Nancy le miraba con los ojos entornados. — ¿Seguro? — Él reafirmó el gesto como si tal cosa. — Sí, sí. Me parece bien. — Nancy miró ahora a Alice de reojo. Marcus no era ningún tonto: le extrañaba verle tan tranquilo, lo dicho, como si hablaran de llegarse al pub un rato después de comer. Pero él tenía sus motivos para estar así.

Y antes de que su novia parara todas las rotativas y le obligara a confesarlo (porque Alice le conocía demasiado bien, y si a Nancy le estaba extrañando su actitud, la otra Ravenclaw directamente debía tener ya varias teorías en su cabeza), suspiró levemente, se echó hacia atrás en el sofá y mostró las palmas. — Simplemente veo que lo tienes todo bajo control, estoy de acuerdo con todo lo que estás diciendo y me parece bien. — Marcus, he soltado como mil conjeturas. ¿Cómo que "bajo control"? — Quiero decir que tenemos un lugar bastante más localizado que las veces anteriores. Porque lo tenemos. — Bueno, eso de que lo tenemos... Ha sido mi conclusión. — Y me parece una conclusión acertada. — Nancy hizo amago de desesperarse pero claramente se contuvo. Marcus volvió a encogerse de hombros, como si no entendiera por qué su aplastante tono sereno y el hecho de que le diera la razón en todo la estaban poniendo tan nerviosa. — ¿Qué pasa? — Marcus, de verdad. — Nancy se llevó las manos al pecho. — No quiero obligarte... — Ya hemos hablado de esto, Nancy: no me obligas. De hecho... — Se le escapó una carcajada sarcástica y ahora sí le salió el tono más envenenado. — Te puedo asegurar que, después de la conversación con Litha, tengo MUCHAS ganas de ir. — Pues no lo parece. — Marcus soltó aire por la nariz como método de autocontrol. No quería ponerse borde con su prima. — A ver, Nance... El primer viaje lo viví como un reto, con mucha ilusión, como algo desconocido. Para el segundo estaba... turbado, asustado. Quería continuar, quería ver qué había, no quería echarme atrás. Pero no estaba bien. Y siento no haber sido más sincero con vosotras, fue un error, tenía que haber sido más claro. Pero algo me cambió y trastocó mi mente en el primer viaje y fui rodando con ello al segundo y debí hacéroslo saber. — Volvió a mostrar las palmas. — Las circunstancias han cambiado. La consecución de las segundas reliquias ha sido uno de los episodios más traumáticos que recuerdo. — Vio el velo de culpabilidad en la expresión de Nancy, pero continuó. — Pero cuando me puse de frente a Phádin... Cuando vi cómo actuaba, lo inferior que se siente en el fondo, y todo lo que me ha hecho pasar, nos ha hecho pasar, solo por ambición cuando me duele ya la boca de decir que solo quiero estudiar... Lo siento, pero ahora lo que estoy es enfadado. Y obstinado. Voy a ir a por esas reliquias, y en este viaje o en el próximo, las voy a conseguir. Y Phádin lo va a tener que ver y aguantarse. — Alzó los brazos y los dejó caer. — ¡Y cuando acabe las devolveré! He puesto los pies en el suelo, Nancy: ya no siento que se me vaya la vida en esto ni que vaya a cambiar el curso de nada. — Pues... — Pues tengo a un pueblo druida detrás clamándome como mesías. Ya me he enterado. — Nancy se tensó. — No quería decir eso... — No pasa nada, Nancy. Lo he oído ya demasiadas veces y, sinceramente, prefiero no hacer como que no existe. No me ha ido bien hasta ahora con eso. Sé que es lo que quieren, pero yo sé que están buscando un imposible. — Hizo un gesto con la mano hacia los papeles. — Así que me estoy tomando esto como un reto académico más. Una colaboración con una investigadora como tantas que me quedan por hacer en mi vida. Ni más, ni menos. —

 

ALICE

Llevaba viendo la cara y las miradas de reojo de Nancy prácticamente desde el principio, y Alice sabía distinguir perfectamente cuando alguien tenía la atención dividida (en fin, su padre) y cuando algo estaba estorbando en su concentración. Y Nancy estaba completamente afectada por el silencio de Marcus. Siendo sincera, era raro. Pero también era raro que le consideraran un mesías o que estuvieran a dos reliquias de juntar seis objetos de dioses en sus manos y ver qué pasaba, así que su tolerancia a lo raro había subido. Entendía, no obstante, que aquello tensara a la chica, así que intentó participar. Pero claro, era obvio que sus aportaciones no eran lo mismo. Suspiró y les dejó hablar, mientras repasaba los mapas.

Se inclinó sobre el respaldo de la silla, cruzándose de brazos. — En parte, entiendo lo que dice Marcus. — Le señaló. — Todo lo que dice de Phádin es cierto. Y sinceramente, cuando empezamos teníamos mucha menos información, íbamos a ciegas, y si me hubieras preguntado, te hubiera dicho que era imposible que unos elfos nos guiaran al interior de su ciudad. Y Marcus tiene la ventaja. La ventaja de que no depende su reputación como gobernante de esto, y que no tiene tantos recelos. — Nancy la miró con cara de circunstancias. — He dicho “tantos”. Tiene los recelos propios del peligro que puede conllevar esto. — Volvió a inclinarse hacia delante, juntando las palmas sobre la mesa. — Que es justo lo que no sé si estáis considerando. —

Señaló los mapas y dijo. — De acuerdo, el área es más acotada que las otras que hemos trabajado. Gracias por la pista, Phádin, supongo. — Apuntó con el dedo. — ¿El bosque? Hechísimo, solo hay que ser Ravenclaws, usar mucho la cabeza y estar dispuestos a resolver muchas cosas. Pero no sé si estáis contando con esto. — Y señaló al lago. — Yo no puedo bajar ahí, si es que realmente hay que bajar. — Nancy frunció el ceño. — Yo no sé nadar. — La chica parpadeó y sacudió la cabeza. — ¿Cómo no vas a saber nadar con dieciocho años? — Alice se encogió de hombros. — Apenas sé flotar y porque Marcus me enseñó el verano pasado. Y justamente creo que la idea no es flotar. — Bueno, a ver, yo he propuesto las branquiálgas y… — Nancy, que no puedo bajar, no sé bucear ni patalear para impulsarme. Ese lago parece oscurísimo, no sabría hallarme. — Levantó las manos. — Así que no, no es que esté especialmente preocupada, pero me estoy temiendo que en este reto no voy a poder ayudaros. No si hay que bajar ahí para algo. Lo lógico para ahorrar tiempo sería que me quedara en el bosque, trabajando en lo que haya que trabajar ahí, pero tampoco sé si es buena idea separarnos. — Entornó los ojos. — Es un bucle, y siento meteros en él, pero prefiero que lo llevemos pensado. — Últimamente repito eso mucho, al menos sé que lo estoy diciendo delante de dos que sí me van a hacer caso.

 

MARCUS

Escuchó lo que decía su novia con la mirada puesta en ninguna parte. Tenía una extraña sensación entre determinación y pasotismo, entre el "voy a hacer esto porque lo digo yo" y el "es que ya me da exactamente igual lo que pase". Ni él mismo era capaz de determinar bien cómo se sentía, pero en ese estado se encontraba, y no iba a ser tan fácil hacerle salir.

La miró sin abandonar la expresión indiferente para responder a lo del peligro. — Yo siempre considero los focos de peligro. — Aseguró. — Si algo tengo claro es que no voy a correr ningún riesgo innecesario, y ya lo que hicimos en veces anteriores me lo parecen, por lo tanto la línea está ahí. Si eso conlleva que no podemos hacernos con ellas... — Arqueó las cejas, metió la mano en un cuenco de nueces que tenían junto a los papeles y terminó por lo bajo. — ...No seré tan mesías como dicen. — Y se las llevó a la boca hoscamente.

Ese comentario sarcástico de Alice sobre Phádin le sacó una sonrisa ladina y cruel. Lo del bosque le hizo ladear la cabeza, porque él no lo veía tan sencillo, pero sin duda estaba de acuerdo en que lo peor iba a ser el lago. Esperó a que las dos terminaran su debate, pensando, con la mirada perdida. Se generó un leve silencio tras la última frase de Alice, prolongándose la pausa varios segundos, hasta que Marcus dijo. — No creo que tengamos ni que mojarnos los zapatos. — Nancy le miró con una ceja arqueada y mirada escéptica. Marcus devolvió la mirada a su prima. — Son las pruebas de Lugh y Folda. Nadar, bucear, flotar, buscar en la oscuridad mientras nadas... todo eso son cualidades físicas. ¿Sabes que tu primo Lex va a ganar la liga gracias a que su partido contra Ravenclaw fue en plenos parciales? — Marcus, no estamos para bromas. — Yo tampoco. Lugh y Folda no tienen ninguna relación, en ningún mito que hayamos visto, con cualidades que tengan que ver con el físico. — Lugh tiene una lanza. — Ni con el agua. — Puntualizó. — No creo que haya que nadar, bucear o cualquier cosa que se le parezca. Habrá que usar el ingenio. — Nancy pensó. Parecía verle sentido solo a medias. — Ya, pues no creo que un hechizo convocador sirva. — Un poquitín más de ingenio. — Siseó Marcus, sarcástico. — No tengo ni idea de cómo será, tendremos que verlo allí. Pero algo me dice que no accederemos a la reliquia nadando. Quizás fue lo que Phádin intentó y por eso fracasó. — Y por eso mostró la visión que mostró, la de Alice luchando por no ahogarse. ¿Quién no podría ahogarse en un lago oscuro porque la ira de un dios cuya reliquia se encuentra en el fondo considera que no eres digno? Era un argumento tan fácilmente predecible que no sabía ni cómo había llegado a asustarse de entrada. Porque era evidente que era falso.

Nancy suspiró, mirando los apuntes de nuevo. — Vale... tenemos un área acotada bastante localizable y probable de que sea esa. Indicios de que la pluma de Folda está en un bosque que dispondrá una serie de pruebas de ingenio que habrá que pasar, y que la lanza de Lugh está al fondo de un lago... que... — Se encogió de hombros. — Pues lo mismo. Más pruebas de ingenio. — Alzó la cabeza y les miró de hito en hito, con expresión resignada. — Chicos... No sé... Lo veo como muy... ¿obvio? ¿Fácil? Todo lo demás nos ha dado más quebraderos de cabeza. — Marcus sacó el labio inferior. — No hemos empezado, solo tenemos pistas, y siendo totalmente honestos, el propio Phádin nos puso bastante sobre esta, si no, quizás no nos hubiera costado tan poco trabajo. Eso para empezar. Para continuar, solo estamos haciendo la investigación previa, otra cosa es lo que nos encontremos allí, que no sabemos cómo de difícil va a ser. Y en tercer lugar... — Hizo una caída de ojos. — Sería muy Ravenclaw poner algo que no fuera innecesariamente laborioso o rebuscado, sino que fuera de lógica aplastante. La capacidad de ver lo obvio también es un rasgo de la inteligencia. Y Folda quería transmitir su legado, no esconderlo. Quizás que no esté inaccesible va bastante con ella. — Nancy le miró de reojo y dibujó una sonrisilla. — Cómo se nota que es tu favorita. — Marcus se encogió de hombros. — No me escondo. — Miró a Alice. — Yo nunca escondo a mis favoritas. — Y dicho eso, con lo obvio que resultaba que fuera por Alice, giró la vista a Nancy y sonrió. A ella le brillaron los ojos y sonrió también. Se quedó un momento en silencio y vio que buscaba las palabras... pero Marcus no quería más culpabilidad, inseguridad, disculpas o tensiones. Estaba cansado de eso. Así que hizo un gesto de la mano y dijo. — Y hasta aquí por hoy. — Se puso de pie y dijo. — Que me muero de hambre. A ver si os creéis que este mesías se alimenta solo de nueces. — Nancy soltó una carcajada, cogió un par de nueces y se las lanzó por la espalda, mientras él se reía y las esquivaba, y los tres se fueron entre risas de la habitación.

Notes:

¡Cómo nos gusta un buen capítulo resumen de varios días! ¿Y a vosotros? Contadnos con cual de los días os quedáis. Nosotras tenemos el corazón dividido por las risas ¿Siobhán contra las señoras del pueblo? ¿O Litha siendo Litha pero en casa O’Donnell? ¡Os leemos por aquí!

Chapter 86: Que perdure en el tiempo

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QUE PERDURE EN EL TIEMPO

(31 de marzo de 2003)

 

ALICE

Sin duda, Lugh y Folda eran los dioses de la inteligencia. Lough Rea era el sitio más bonito que sus ojos habían visto en Irlanda. No solo tenía el distintivo color verde de toda la isla alrededor, es que el pueblo era un auténtico encanto. Sus edificios que recordaban a las estructuras druidas, hechos de piedra gris oscura, con profundas vegetaciones mezclándose en hiedras enredaderas floreadas que se unían a sus muros, y por supuesto, el lago. Era enorme, y el fuerte (e inusual) sol de ese día hacía que su superficie pareciera hecha de piedras preciosas. Lo malo era que, por lo visto, mucha gente en Irlanda pensaba igual que ellos.

La ciudad estaba mucho más llena de turistas que ninguna que hubieran visto hasta el momento en la isla, y, aunque no llegaba para nada al nivel de Londres, eso podía dificultarles las cosas. Ya llevaban un rato paseando de acá para allá en los márgenes del río, por el precioso paseo lleno de mesitas y sillas con sombrillas, un encanto, pero nada les daba pistas exactas. Nancy se había quedado parada mirando un cartel. — Igual lo del lago se refiere a los baños termales. — Dijo con media sonrisita. — Eh, yo lo veo. Empecemos a buscar por ahí. — Le siguió Alice la broma. — De hecho, te digo más. Que empiece el mesías y nosotras exploramos ese área de… maaaasaaaaajes. — Continuó Nancy, haciéndoles reír a las dos. Luego la chica suspiró. — Se me había olvidado toda esta movida de los baños termales y el lago. No contaba yo con este despliegue, por no hablar del bosque, que va a estar hasta arriba de domingueros senderistas. Aunque sea lunes. — Eso hizo reír de nuevo a Alice, que se dejó caer un poco sobre su novio. — Igual hay que esperar a que se haga de noche y toda esta gente se disperse… No sé, por probar. — Y mientras nos tomamos un brunch en esas sillitas tan monas mirando al lago... Deseó.

Y ahí estaban, al solecito, pensando por dónde empezar sin tampoco llamar muchísimo la atención, pero no mucho ni muy rápido, influenciados por el ambiente de relax, cuando Alice se fijó en una estatua que había por allí cerca. Frunció el ceño y preguntó. — ¿Por qué hay una cierva ahí? — Nancy se giró. — Será una de las cuatro ciervas de Folda. Eran sus emisarias y guardianas. Siempre se la representa con ellas. — ¿Y dónde están las otras tres? — La chica frunció el ceño y buscó, un poco afectada por la luz del sol. — Supongo que en los otros extremos del lago, como esta. — Oye, pues podemos empezar por acercarnos a ellas. — Dijo, ya dirigiéndose a ver qué ponía debajo de la estatua. — Aine. Ese parece el nombre de la cierva ¿no? — Sí. — Confirmó Nancy. — Decían que, si la veías, era un presagio de que la primavera y el calor llegarían antes. — Alice asintió y sonrió a la estatua. — Me gusta. Parece amigable, y me da una sensación… no sé, de cercanía. — Sí, ella es la cierva del este del bosque. Luego estaba Morrigan al norte, que lo que traía era el cambio; Aberdeen, la del oeste, que te visitaba cuando llegabas a la senectud, para asegurarse de que no la pasaras sola, y Druantia, la del sur, que perseguía a aquellos que destruían la cultura y las tradiciones. No les hacía nada, solo los seguía insistentemente, para recordarles su culpa. — Alice soltó una carcajada. — Me gusta esa. — Miró a su alrededor. — ¿Y si vamos a mirar las demás? Por hacer algo, empezar por algún sitio. Si eran las ciervas de Folda nos pueden dar alguna pista. — Nancy suspiró. — ¿Vamos a empezar desde ya andando? — Alice levantó un dedo. — ¡No! Ahí hay barcas, nos alquilamos una y damos vueltecitas por el lago, cómodamente sentados. — Se quitó el anorak, de a gusto que estaba, y dio un besito a su novio. — ¿Quieres revivir nuestro primer encuentro, mi amor? —

 

MARCUS

La casualidad había querido (o quizás no era casualidad, a saber) que volviera a tener sueños extraños esa noche. Afortunadamente no parecían obra de Phádin, ni su versión malévola hacía acto de presencia. Pero intentaban hacerse con las reliquias, paseaban por la vereda del lago y se adentraban en el bosque. Solo se veía a sí mismo, a Alice y a Nancy caminar y caminar, conjeturar, investigar y hablar entre ellos, pero no podía oír lo que decían. En su lugar, solo una voz repetitiva que lo inundaba todo, como un eco constante: “usa la lógica, debe tener sentido, las señales están claras, las debes ver”. Cerrando el círculo de esas piezas inconexas, una conclusión, una voz que resonaba por encima de las otras: “no es hoy”.

Debía reconocer que eso le hacía ir al viaje un poco mosqueado. De por sí, seguía estando en ese estado intermedio entre la desdramatización y el empecinamiento, y como había optado por el modo irónico, sus dos compañeras lo habían interpretado como un trampolín para bromear. Tampoco le veía mucho sentido a tanto buen humor de las dos después de todo lo vivido. No tiene sentido. Se frotó los ojos. No empecemos, Marcus. Otra vez, no, se dijo a sí mismo. No podía entrar ya tan sugestionado, solo había sido un sueño y con casi total probabilidad, no significaría nada. Darle vueltas a de quién sería la voz que oía, por qué justo hoy y qué quería decir solo le iba a desconcentrar de lo que estaba haciendo. Y él no creía en las profecías, menos aún si venían de un sueño y... en fin, de él, que ni era profeta de nada ni creía en eso.

Pero por más que intentaba esquivar el pensamiento, toda señal que le llegaba le chirriaba en la cabeza. Cuando bajó de su habitación, lo primero que oyó fue una queja de su abuela: "¿Os podéis creer que no he podido pegar ojo con este calor? ¡No es normal un día así en marzo!". Se quedó clavado en el sitio, pero sacudió la cabeza y siguió con lo suyo. Lo peor es que solo con abrir la puerta de la calle, el bofetón de temperatura impropia de Irlanda en aquel mes le devolvió a su rayada particular, y, por si fuera poco, en su destino hacía el mismo clima. El sol le obligaba a hacerse visera sobre los ojos y los reflejos que provocaba sobre el lago producían hasta ceguera por momentos. Las señales están claras, las debes ver. Apretó los dientes. Con este sol no veo ni lo que tengo delante, pensó, molesto, solo para maldecirse a sí mismo acto seguido por estar haciendo justo lo que dijo que no iba a hacer: darle más vueltas.

El sol, el humor de sus acompañantes y las cantidades de gente que había por el lugar, que no había visto aún en todos los meses que llevaban allí en Irlanda, y que le resultaban absolutamente incompatibles con no una, sino dos reliquias milenarias ocultas. Iba siguiendo a Alice y Nancy como en trance, pensando. Se estaba obsesionando con que nada de aquello tenía sentido, y por más que intentaba batallar el pensamiento, más cosas ocurrían que se lo reforzaban. Ni siquiera escuchó la broma de su prima, solo las risitas de las dos, lo que hizo que las mirara de reojo, tratando de disimular la incredulidad. Volvió en sí a notar a Alice echarse sobre él. Hizo esfuerzo por sonreír al comentario. — Puede ser. — No, no puede ser. El sendero de la inteligencia es el de la luz. No puede ser que tengamos que esperar precisamente a que sea de noche. ¿Tenía sentido? Ya no sabía lo que tenía sentido y lo que no.

¿¿Qué estamos haciendo?? Pensó con impaciencia, mientras se mantenía con la mirada perdida en ninguna parte, con el abrigo quitado, bajo un sol de justicia con el que desde luego no contaba en absoluto. Estaban ahí simplemente plantados como girasoles, ¿iban a esperar de verdad a que se hiciera de noche? Pero no sabía ni por dónde empezar, ni quería alertarlas con algo tan poco convincente como "he soñado que hoy no es el día y todo lo que veo me está rayando así que mejor vámonos a casa y pensemos otra estrategia". Decidió escuchar la historia de las ciervas que Nancy contaba, pero cuando dijo lo de la primavera y el calor, miró a su prima súbitamente. — Eso no puede ser casualidad. — Notó las miradas de ambas sobre él. Claro, llevaba demasiado tiempo callado y ahora se estrenaba con eso. — Quiero decir, que siendo cuatro, qué oportuno que hayamos ido a encontrarnos con ella justamente el día de más calor de Irlanda desde que estamos aquí. — Nancy soltó una risita. — ¡Es verdad! Qué curioso. — Marcus parpadeó. ¿¿No lo ve?? ¿Por qué de repente parecía que estaba con Wendy en vez de con Nancy? No tiene lógica. Y otra vez al bucle.

Volvió otra vez a conectar con el mundo real cuando Alice le dio un beso, porque toda la conversación entre ellas le estaba dejando a cuadros. ¿Paseíto en barca? ¿Nancy quejándose de andar? ¿Ninguna de las dos estaba sacando una lectura de aquello? Se aclaró la garganta, miró a Alice y sonrió. — Eso es precioso, mi amor. — Alzó un índice. — Pero... igual antes... deberíamos llevar algo pensado. Dadme un momento. — Volvió a la mesa. Las chicas fueron tras él (menos mal, se llegan a quedar, a saber, recogiendo flores, y ya se tira al agua de cabeza de la locura). — Vale... Este es el lago. — Señaló en el mapa que llevaban. Fue trazando con la pluma. — Nosotros estamos aquí. El sur... está aquí, deduzco. — Alzó la vista a Nancy. — ¿Sabemos qué hay al sur? — La chica sacó el labio inferior y se encogió de hombros. Genial, muy bien informada. Tiene mucho sentido también. Dejó el sarcasmo mental de lado y siguió. — Voy a lanzar una teoría, total, no perdemos nada. — Igual lo de dejar el sarcasmo iba a ser solo a medias. — Voy a decir que al sur hay algo especialmente llamativo y que Phádin, o quien sea que vino en su nombre, empezó por ahí. Se encontró con la cierva que se enfada cuando le rompes las tradiciones y eso. — No sabía expresarlo de otra manera mejor... ¿Desde cuándo yo no sé expresarme mejor? Sacudió la cabeza. — Vale, antes de subirnos a las barcas... Qué tal si... — Miró a la cierva. Su cabeza estaba girada hacia la izquierda. Trazó una raya recta desde la mirada de la cierva hacia la otra orilla. — Vamos a este punto. Veamos si la cierva del oeste está justo aquí, y si es así... si señala a alguna parte. El lago mide kilómetros. Es un sitio por el que empezar. — Si es que esto tiene algún tipo de sentido.

 

ALICE

Pues ahora que lo decía… — ¡Es verdad! ¿Qué crees que pasará si vamos a las otras? Definitivamente tenemos que ir a las otras. — Qué le gustaba cuando sus planes salían. Lo que no entendía era por qué Marcus parecía reticente a las barcas. — Mi amor, que tenemos que coger una barca te digo. — Insistió mientras veía como Marcus señalaba el mapa. Nancy parecía un poco perdida, por lo tanto, una barca era una buena idea para no perder el tiempo, pero… no era capaz de expresarlo sin que pareciera que quería… echarse una mañana de crucero, vaya. A ver, esto no me ha pasado en la vida… — Marcus. — Le llamó, como forma de intentar poner sus pensamientos en orden. — Sí. — Eso no es lo que quería decir. — Es decir: sí, buena idea. Eso hay que hacer. — Bien, buen punto el mío. — Pero el lago es enorme. El oeste está allí. — Señaló al otro lado del lago. — Porque el este está aquí, porque la cierva del verano está aquí. — Dijo señalando a sus pies. Puf, cada vez más brillante. Empezó a hacer círculos con el brazo. — Si intentamos llegar por la orilla, vamos a tardar un montón. — Y enfatizó el círculo que seguía dibujando en el aire, y, de repente, lo paró de golpe. — Si CRUZAMOS el lago. — E hizo un gesto recto y brusco. — Llegamos antes. — Por Nuada, ¿desde cuándo le costaba tanto hablar?

Se dirigió a un mapa turístico que había allí, en un expositor, y señaló. — Mira, aquí está la cierva del oeste. Al lado de ese pedazo de castillo. Quién tuviera uno… — Podrían vivir todos los O’Donnell-Lacey ahí. — Aseguró Nancy, apareciendo a su lado, tranquilamente. Alice sacudió la cabeza. — Hay que copiar y memorizar dónde están las estatuas. Y llegar con la barca. Por el tiempo. — Y sacó pergamino y lápiz. Pero le estaba costando la propia vida concentrarse en apuntar. ¿Así se sentía la gente cuando decía “es que yo no me concentro”? Pero al final sacó una cuenta más o menos y abrió su mochila. — Como esperaba estar en un entorno… — Suspiró. Qué le estaba costando hablar. — En el que me hiciera falta para contar y medir, me he traído esto. — ¿Qué es? — Preguntó Nancy cogiendo el cilindro de plástico con ruedas de números. — Es de mi padre, se lo pedí. Cuenta cosas sobre la marcha. — Se sentiría mal de describirlo tan mala si no fuera porque su padre lo habría descrito igual. — Podemos contar los metros con él y así no perdernos. — Suspiró y agachó la cabeza. — No sé si me he explicado, no sé lo que me pasa, pero os juro que tiene sentido. — Y ahora había sonado como una niña pequeña llorona.

Un poco arrastrando su peso, se acercó y habló con el barquero como pudo, además de hechizar los remos, porque todo tuviera ella tan claro como que no iba a remar en semejante día precioso. ¿Qué estoy pensando? Mientras entraban a la barca, dijo. — Mi amor, confía en mí. Iremos más rápido. Será mejor. — Le salió, por decir algo. Dejó el artefacto en manos de su novio y remató. — Tú estás más despejado, tú vas contando. A ver si nos despejamos un poco al ver a la otra cierva. — Esperaba, porque en ese estado no iba a encontrar las reliquias en la vida.

 

MARCUS

Se quedó mirando a Alice. Su novia no estaba bien, hablaba como... ¿drogada? Tragó saliva y miró discretamente a su alrededor, mientras Alice hacía por encontrar las palabras para explicarse, aunque nada de lo que decía tenía sentido, y Nancy también estaba claramente en otro plano. Sacó la varita y, como ya tenía práctica con los hechizos silenciosos, lanzó un Revelio... pero no vio nada. No había ningún hechizo, maldición o ser en el aire o alrededores que diera pistas de lo que estaba pasando. Pero claramente, estaban teniendo dificultades para comunicarse, para transmitirse lo que querían decir... Eso hizo click en su cabeza. No podemos transmitirnos la información. La diosa de la transmisión de información, Folda. Su reliquia estaba en el bosque circundante. Estamos en plena prueba.

Se puso de pie de golpe, con las manos en la mesa, mirando discreta y analíticamente a los lados. Las dos chicas estaban a lo suyo, pasando de él, intentando aclararse por sí mismas. Se sentía embotado y las palabras del sueño le martilleaban en la cabeza. No es hoy... No tiene sentido... No iban lo suficientemente preparados para eso, no se lo habían visto venir. En lo que intentaba poner en orden sus pensamientos, vio a Alice acercarse al barquero. Abrió los ojos y se acercó a ella rápidamente. Sentía que, a cada minuto que pasaba, mermaban las capacidades cognitivas de los tres, y temía que su novia acabara de cabeza en el agua y Nancy simplemente se quedara mirando. Cuando se quiso dar cuenta, Alice le había arrastrado al interior de la barca. ¿Qué estamos haciendo? Era como si su mente estuviera enjaulada en el cuerpo de otro y no lo pudiera controlar. Se dejaba arrastrar por dos personas que probablemente estuvieran como él. En esa misión no había nadie a los mandos.

Marcus, piensa rápido. Tenía un remo en una mano y a Alice y Nancy bastante idas esperando a que él remara. Ni loco se iba a poner a navegar en ese lago inmenso estando los tres como estaban, era peligrosísimo. Pero ¿qué otra cosa se podía hacer? Era como si aquel lugar invitara apenas a echar el día e irte a casa, a admirar lo bonito que era, embelesarte por ello y no profundizar... No profundizar, reflexionó. Quedarte en la superficie... No vale con la superficie, hay que profundizar. Ya sabían que la reliquia de Lugh estaba en el fondo del lago... Por los siete, los conceptos en su cabeza no tenían ningún tipo de sentido y, a la vez, le parecían de una lógica aplastante y absurda. — ¡Yo me sé una canción! — Saltó Nancy, y empezó a tocar las palmas y a cantar en gaélico una cancioncilla infantil, que hizo a Alice reírse. Marcus buscaba con la mirada cómo salir de ahí, y entonces vio algo: se habían dejado todos los papeles en la mesa. Dio un salto y cayó de pie en la orilla, levantando un chapoteo de agua y sorprendiendo a las dos mujeres. — ¡Hala! ¿Qué haces? — ¡Los papeles! — Contestó a Nancy, pero la poca lucidez que le quedaba le dio para sacar la varita y hacer. — ¡Petrificus totalus! — Convirtiendo la barca y los remos en una piedra dura que iba a ser muy difícil de mover. Salió de la orilla, con los bajos del pantalón y los zapatos encharcados, y se dirigió a la mesa a coger los papeles.

Cayó sobre esta y empezó a apuntar como loco. "Este-primavera; Oeste-senectud; Norte-cambio; Sur-tradición", vomitó sobre el papel, para evitar a toda costa que se le olvidara. Lo recogió todo caóticamente, y mientras lo hacía, escuchó. — ¡Si es que tú y tu manía de despistarte del grupo! — ¡Ahora va a ser mi culpa! — Levantó la cabeza, en lo que acumulaba los papeles a toda velocidad en sus manos. — ¡Pues habrá que cogerse un taxi! — ¿Un taxi a dónde, mujer, si no conocemos nada? — Se le ocurrió una idea disparatada, pero era lo único que tenía. Se fue corriendo a la barca y empezó a forzar una risa absurda y, dando patadas en la orilla, empezó a salpicar agua a mansalva a Nancy y a Alice. — ¡¡Eh!! ¿No teníais calor? — ¡¡AAAH MARCUS!! ¿¿QUÉ HACES?? — ¡Agüita fresca! — ¡¡QUE TIENES AHÍ LOS MAPAS QUE LOS VAS A MOJAR!! — ¡Pues salid de la barca! — ¡AY, POR LOS SIETE! — Nancy salió a trompicones. Marcus dejó de salpicar. — ¡TRAE! Por los dioses, ¡mira qué desorden! — ¡Encima que os los habéis olvidado! — ¡Joder, Marcus, me has arrugado el mapa! — Pues ea, ordenadlo vosotras. — Señaló a la pareja de ancianos y dijo. — Voy a ver qué les pasa, que parece que se han perdido. — Y se alejó de allí, acercándose al matrimonio que discutía.

— ¡Hola! — Se metió por medio de la conversación. Los dos ancianos le miraron. — ¿Os puedo ayudar? ¿Os habéis perdido? — No, gracias. — Contestó el hombre, huraño. La mujer miró mal a su marido y luego le miró a él. — ¿Eres de aquí? — No. — Dijo él encogiéndose de hombros. El hombre resopló y volvió a su mapa. — Pero he venido con mi novia y mi prima y también nos hemos perdido. Estábamos intentando cruzar el lago en barca, pero nada, pesa un montón y no sabemos y he dicho, mira, paso, que se nos va a volcar esto. — Sí, ya te he visto cómo estabas intentando lo de la barca. — Le gruñó el señor, y Marcus respondió con una risa gamberra. — ¡Es una bromilla! Es que estaban muy pesadas con lo de la barca, pudiendo ir en... coche. — ¿Acababa de soltar lo que acababa de soltar? ¿Marcus se acababa de ofrecer a ir en vehículo muggle a ninguna parte? En la ida hacia allí había visto varias carreteras, y aunque por las cercanías a la orilla no pasaba ninguna, se divisaban relativamente cerca.

Pareció tocar la tecla correcta. — ¡Pues eso! Un taxi que nos lleve. — Vale, estaba familiarizado con el concepto, eso era un coche que trasportaba gente por dinero, como el autobús, pero privado. La mujer empezó a contarle su vida, cosa que a su marido no parecía agradarle. — Es que estamos en una asociación de la tercera edad ¿sabes? Somos de Escocia. — ¡Anda, qué bonito! Yo soy de Londres. — ¡Anda! Pues eso, entonces... — A Marcus se le escapó una risilla que, en condiciones normales, JAMÁS habría soltado, pero es que la señora había pasado olímpicamente de su frase. Tampoco es como que pretendiera que se hicieran amigos así que... — Nos ha dejado el autobús en un sitio y ahora no sabemos volver. Todo porque este hombre... — Señaló al marido. — ...Se creía más listo que todos los demás y tenía que ir él con su mapa y sabía volver seguro. — Lo que pasa es que ellos se han ido de donde estaban. — ¡Claro, si te parece se van a venir todos desde Escocia para quedarse en la puerta del autobús esperándote a ti! — Marcus soltó una carcajada y los dos le miraron. No se reconocía.

— Pues si queréis, cogemos un taxi y compartimos gastos. — MARCUS QUÉ HACES NO TIENES DINERO MUGGLE, le chilló la cabeza. Aunque... un hechizo camuflador... No sería ni el primer ni el último mago que lo usa. — Nosotros queremos ir... — Se giró, haciéndose el despistado, y señaló con el brazo estirado la otra orilla del lago. — Allí. — ¡Ay, Eck! ¡Sí, allí es donde está el sitio ese que yo quería ir! — Y dale con lo de las plumas... — Marcus abrió los ojos y dibujó una sonrisa tensa. — ¿Plumas? — Sí, plumas. — Respondió el hombre con resignación. Parecía empezar a acostumbrarse a su presencia. — Es que nuestro yerno tiene una obsesión con las plumas. Ya sabes, así de cristal y como para escribir así más... ¡Que se gasta unos dinerales en esas cosas...! — ¡Pues qué pasa si yo le quiero llevar a mi yerno una pluma! Este hombre cascarrabias. — La mujer miró a Marcus. — Es que nos dijo la guía que las tiendas de souvenirs estaban allí, y yo le pregunté si tenían plumas, porque es que hemos venido aquí por mi yerno ¿sabes? Que él me dijo que conocía este sitio porque vendían plumas, y mi hija lo vio y dijo ¡oy, pero si es bien bonito! Y cuando se votó en el grupo dónde ir, pues dijimos que aquí y la gente dijo que sí y aquí estamos. — Se giró a su marido. — Eck, vamos allí. — ¿Y el grupo? — Pues el grupo seguro que va allí que es el sitio de los turistas, y ya está, ya los encontraremos. — ¡Hola! — Nancy y Alice acababan de aparecer por allí. Su prima hizo un saludo cordial a los señores y luego le miró. — Encantada, soy Nancy. Marcus, ¿nos vamos? — ¡Sí! ¡En taxi! — Dijo, fingiendo tremenda alegría. Las dos chicas le miraron con desconcierto inicial. — Mucho más seguro que el barco y llevamos a estos dos señores, que son de Escocia y también se han perdido, a la otra orilla. — Miró incisivamente a su prima. — Tienen plumas. — Intensificó la mirada. — Y yo creo que es un sitio que les puede gustar mucho. — Vamos, Nancy, necesito que lo pilles. Toda la situación no tenía ningún sentido, pero empezaba a captar que tendría que encontrar la lógica y la funcionalidad por desconcertante que fuera la circunstancia. — Si nos vamos, que sea ya. Que a ver si se nos va a ir el autobús. — Presionó el hombre, y Marcus abrió los ojos y miró a ambas, haciendo un gesto con la cabeza. Tenían que decidirse ya.

 

ALICE

Cuando ella ya tenía su plan de acción, fue Marcus y se volvió a bajar, atropelladamente, balanceando la barca, y petrificándola de golpe. Ay, por Eire, ¿qué narices está pasando? Y Nancy parecía aún más atontada por lo que fuera que estaba flotando en el ambiente. — Nancy, Nancy… — La llamó, acercándose a ella. — Escúchame… Pasa algo. — Más no era capaz de expresar. — Marcus está más… atento. ¿Me entiendes? — Nancy parpadeó. Era mejor que un encogimiento de hombros. — Hay que escuchar. — Concluyó, lo mejor que pudo.

Y antes de que pudiera darse cuenta, Marcus estaba mojándoles y la vida empezaba a carecer de mucho sentido. Esto es como uno de esos sueños en los que todo va pasando pero no puedes explicar nada, pensó mientras intentaba quitarse el agua de encima. El sol sobre la superficie del lago la cegaba y empezaba hasta a dolerle la cabeza. ¿Dónde estaba Marcus ahora? Se puso la mano de visera y lo vio hablando con un matrimonio. Mala idea, no podemos ni hablar bien entre nosotros… — ¿Qué hace mi primo? — Alice suspiró. — No sé, pero vamos. En la barca visto está que no se va a subir. — Ayudó a salir a Nancy y estaba recogiendo las cosas cuando la chica se le escapó y se fue del tirón con Marcus. Ese día iba a ser complicado.

Para cuando llegó, su novio estaba segurísimo de que se iban a subir en un taxi. Muggle. Alice recordaba perfectamente la primera vez que se subió en un coche y cómo no paraba de pensar que a Marcus le saltarían todos los plomos con cada cosa que descubría del mismo, y no le apetecía que eso pasara en un vehículo público, con más muggles desconocidos. Pero ella había dicho que había que confiar en él, así que más le valía espabilar y ponerse con ello. — Hola. — Saludó con una sonrisa. — Soy su novia. — ¡Ay qué monos! Mira Eck, ¿no te recuerdan a nosotros? — El hombre puso una cara indescriptible. — No recuerdo yo haberme parecido a ese muchacho en la vida. — ¿Era ella o estaban todos que no controlaban bien lo que decían? — ¡Oh! ¡Mira! Ahí hay un taxi de estos furgoneta, y ahí cabemos todos. — Alice tuvo que espabilarse todo lo que pudo y decir. — ¡Ay qué bien! ¡Cójanlo, que vamos a ver que no nos dejamos nada! — Y reunió a los dos. — Acordaos: cinturón. Se ata así. — Hizo el gesto. — Y se mete la hebilla en el cajoncito que hay en el asiento. Ni una palabra de todo lo que flipéis, para ellos es normal. — Sacó un galeón e hizo una transformación rápida en un billete de veinte libras. De hecho, tuvo que recordarse que en Irlanda lo que se usaban eran euros, y esos no los controlaba tanto, así que tuvo que concentrarse un poco más y sacarlo de nuevo. — Eso no está bien. — Dijo Nancy. — No, pero la tata dice que en los bancos saben cambiarlo. Habrá que coger su palabra. — Y corrieron hacia el taxi, porque el amable matrimonio escocés ya les estaba llamando.

Como ella se consideraba la más cercana a los asuntos muggles de los tres, se sentó con la señora, mientras el tal Eck se sentaba con el conductor y Marcus y Nancy en la última fila. Eso les dio espacio a ellos para flipar un poco sin llamar demasiado la atención y a ella la posibilidad de distraer a los muggles, aunque la señora no necesitaba mucha distracción, porque ella sola le relató a Alice toda la relación de su hija con un anticuario coleccionista de miles de cosas, entre otras, plumas. — Y mira, es más mayor que mi Gilly, pero yo siempre le digo a Eck que, si nos hubiéramos opuesto, ahora ella estaría en nuestra contra, y mira, es apuesto, trabajador y un poco rarito, pero todos somos raritos, y el hombre solo quiere plumas de… — La conversación se interrumpió por un exabrupto de su novio, que sobresaltó a todos, incluido al taxista, que frenó en el lado de la carretera, tan solo unos metros más hacia delante de la cierva. — ¡Ay, hijo, menos mal que te has dado cuenta! ¡ECK! ¿PARA QUÉ TE PONES DELANTE SI NO IBAS ATENTO? — Bueno, ya está, mujer… — Marcus salió disparatado del coche y ella se inclinó hacia delante tendiendo el billete, dobladito al señor. — Solo tengo uno de veinte. — ¡Ay, gracias, muchacha! Me viene bien, yo te lo cambio. — Alice recibió una serie de monedas por las cuales se sintió un poco culpable y se limitó a sonreír y agradecer.

— Oye, pues nos ha salido muy bien el negocio. — Comentó Eck. — ¡Mira, ya están ahí los de la excursión! — Estaba tan centrada en la cierva, que no se había percatado del magnífico palacio que se alzaba allí. Y, de hecho, como bien había visto la mujer, su grupo estaba por allí a punto de entrar al mismo. Eck se fue a hacerles saber que ya estaban allí, y la señora se quedó con ellos, porque ya veía que no se les iba a despegar. — Uy, cómo refresca en esta orilla, no veas. — Es verdad que la temperatura había dado un bajón considerable. Estaba poniéndose el abrigo de nuevo cuando el matrimonio ya estaba dirigiéndose a la cierva. — ¡Fíjate qué bonita! De esas se veían en primavera en Leoch, ¿te acuerdas, querido? — ¡Vaya si me acuerdo! Ahí llevaban a los cervatillos detrás. — Esta parece más majestuosa, mírala… — Nancy se acercó a ellos y, bastante más centrada que en la otra orilla, les contó. — Es la cierva de la diosa Folda, una de las cuatro que tiene. Esta representa la senectud, la sabiduría, y te visita cuando ya estás en esa etapa, para acompañarte. — ¡Anda, Eck! Voy a pedirte una. — Y la señora se partía de risa, y hasta el marido se rio un poco por lo bajo. En verdad eran bastante adorables. — Oye, muchachos, el tour empieza en diez minutos. ¿Les decimos que si os pueden incluir? Somos un montón de vejestorios, pero el castillo parece precioso. — Alice sonrió. — Como tenemos una experta aquí, nos esperaremos y entraremos los tres solos. — Igual eso es hasta cierto. Se despidieron afablemente del matrimonio, al que prometieron reunirse en la tienda del castillo para ver plumas de cristal (por Nuada, ni se acordaba de dónde salía eso de las plumas de cristal) y se llevaron una invitación a Escocia por la cara. Y ahora, por fin, podían pararse a mirar bien la cierva, que para satisfacción de todos, miraba en otra dirección, dándoles una nueva pista, a la que solo tenían que dar sentido.

 

MARCUS

El coche que señalaron le pareció todavía más monstruoso que los que había visto anteriormente. Empezó a agobiarse: ¿de verdad eso era mejor opción que una barca? Ni siquiera conocía al conductor, intentó vislumbrarlo a través de la ventana pero solo vio a un señor con cara de estar harto de llevar y traer gente de una punta a la otra del lago. Se centró en Alice y lo que le decía. Cinturón. Caja de enganche. ¿Enganche? Pero los cinturones se ponían en torno a la cintura. ¿Se tenía que atar al coche? ¿Por qué? Así no iba a poder salir si le pasaba algo. Sentía el corazón latiéndole en las sienes.

— No me sé canciones sobre coches, solo sobre barcos. — Le susurró Nancy apurada, como si ese fuera el mayor de sus problemas, mientras Marcus se peleaba con el supuesto cinturón (sus cinturones no se parecían nada a eso) y la cajetilla para engancharlo. — Marcus. — ¿Qué? — Respondió un poco hostil a la llamada de Nancy. Intentaba pensar y su prima no le dejaba. — ¿Intentas llevar a unos ancianos hacia la cierva de la senectud? — Él hizo un gesto de burlona obviedad, y dio un golpe brusco a la caja del cinturón. — Tiene que hacer click. — Le instó el conductor desde dos asientos más adelante. Marcus le fulminó con la mirada, pero en un momento determinado sí, consiguió que hiciera click, y el coche echó a andar. — Yo ya me había montado. Una vez. — Marcus rodó los ojos. — Me alegro por ti. — Jolín, primo, qué borde estás. — Marcus se frotó la cara fuertemente. Por los siete, esa cosa iba muy rápido, se estaba mareando. Mejor no miraba. — ¿No te notas... como extraño? Yo me siento extraña. Y Alice también. — Hoy no es. — Le salió un suspiro espontáneo, sin pensar que lo decía en voz alta, destapándose la cara y resoplando con fuerza. Resopló. — Joder... Me voy a cagar en los Siete. — Nancy le miró completamente estupefacta. Marcus parpadeó, como si acabara de tomar conciencia de lo que él mismo había dicho. — Jovencito. — La señora se había vuelto para mirarle. — Un muchacho tan joven y tan guapo como tú no debería hablar tan mal. — Nancy no salía del shock, y Marcus se puso colorado hasta las orejas. Que le llamaran la atención por hablar mal A ÉL. ¿¿Pero qué demonios le estaba pasando?? — Y somos seis. Esas matemáticas. — Remató la señora. Tragó saliva y se encogió en el asiento. Lo bueno de que el coche se estrelle y me mate ahora es que al menos dejaré de pasar esta vergüenza, pensó. Estaba tan tenso en todos los sentidos que quería llorar.

Se dedicó a ir con la frente pegada en el cristal y los ojos muy abiertos, para no perder a la cierva de vista. Y de repente la vio, y era tanta la desesperación y las ganas de salir de ahí que gritó. — ¡¡PARE!! — Asustando a todos los presentes y provocando un fuerte frenazo que les hubiera hecho salir volando si no fuera por... Ah, era para esto. Abrió la puerta y fue a tirarse de cabeza, pero efectivamente seguía atado al coche, y no sabía cómo desatarse. Se puso a darse tirones como un loco y a intentar colar la cabeza y las piernas por otro lado, pero solo se estaba enredando más. — ¡Ay, Marcus, déjame que te lo quit...! — No hay tiempo. — Sacó discretamente la varita y, con hechizos silenciosos, hizo los cortes necesarios para poder liberarse, y de la misma salió corriendo sin más explicaciones. Ni era la primera vez que usaba ese hechizo en silencio, ni creía que le hubieran visto. Esperaba que le pagaran otros al taxista, porque él estaba ya con los mapas desplegados delante de la cierva.

Trazó las líneas hacia la otra orilla que consideró necesarias y vio que... no se cruzaban con las de la otra. — No puede ser. — Murmuró desesperado, pasándose los dedos por los rizos, inclinado sobre el mapa como si llevara horas estudiando una materia imposible. Los ancianos aparecieron por allí y Marcus dio un sobresalto. ¡Claro! Que les llevaba para eso. Igual la cierva hacía algo por presentar a unos ancianos ante ella... Ya, pues no. Después de quedarse mirándola con expectación durante más de un minuto, con la charla de los abuelos de fondo, la estatua no hizo absolutamente nada. Dejó caer los hombros con decepción. Tenía un cansancio mental como si llevara intentando resolver el mismo acertijo una semana sin descanso, cuando la realidad era que no debían llevar allí ni una hora y media.

Se despidió como pudo del matrimonio, pero estaba tan embotado (y avergonzado) que estaba seguro de no estar quedando tan bien como a él le gustaba quedar. Cuando las chicas se pusieron a analizar dónde señalaba la cierva, portó la mala noticia de la mañana. — No confluye con la otra línea. — Miró al mapa, frotándose la cabeza otra vez. — Igual entre las cuatro hacen un cuadrado y... — ¡ESO! — Saltó Nancy. — ¡Qué listo eres! Claro, falta otra línea aquí y otra aquí. — Señaló en el mapa con un dedo. — Y en medio se va a quedar un cuadradito, y ahí estará la lanza de Lugh. ¡Ya lo tenemos! — Marcus alzó lentamente la mirada para posarla en su prima. Se quedó como en trance, viendo cómo ella celebraba que ya lo tenían, y hablaba con Alice de cómo llegar hasta la siguiente. No es hoy, pensó. Estaban dando palos de ciego. Se les estaba nublando la mente como si estuvieran en una sala tóxica y solo iban a ir a peor. Se tenían que ir de allí.

— ¿Sabéis qué os digo? — Las dos se giraron cuando habló. — ¡Que tengo una idea! Emmm... — Piensa, Marcus. Invéntate cualquier tontería, se la van a creer. — ¡La cierva de las tradiciones! Igual tenemos que hacer... una tradición de los dioses... ¡Y Nuada era fuerte! — Sacó músculo (bueno, sacó el brazo, músculo no tenía mucho). — Y Eire... ¡era familia! — Se llevó las manos al pecho. — Quizás... si hacemos algo de los dos... nos lleve al camino. — Abrió los brazos. — ¡Vosotras sois mi familia! ¡Dadme un abrazo fuerte y... voy a intentar levantaros, como Nuada! ¡Levantar a la familia! — Nancy fue del tirón, convencidísima, y Alice también. Cuando tuvo a una en cada brazo, les dijo. — Agarraos a mi cintura, que voy a apretaros fuerte fuerte ¿eh? — Y al seguir las chicas su consejo, las agarró con fuerza y se desapareció de allí.

El movimiento había sido bastante traidor por su parte, pero no se le ocurría otra cosa. Nancy y Alice aterrizaron bruscamente en la puerta de la casa de los abuelos, y las miradas demandantes no tardaron en llegar. — ¡MARCUS! — Chilló su prima, separándose de él, indignada. — ¿¿Es una broma?? ¿¿Eres tonto o qué?? — Tú no te estás oyendo, Nancy. — Respondió antipático, soltándolas y adelantándose hasta abrir la puerta. Su prima le persiguió. — ¿¿Qué demonios hacemos aquí?? — ¡Tengo hambre, no te jode! — Claramente seguía bajo los efectos de lo que fuera que le pasaba. La cara de sus abuelos al verles cruzar la puerta no solo tan pronto sino así era un poema: habían pillado a Molly justo saliendo de la cocina con algo en la mano, y se quedó mirándoles cual estatua. Su abuelo estaba al fondo de la estancia, de cara a la puerta, leyendo el periódico en el sillón. Tenían una mezcla entre inexpresividad y desconcierto que Marcus ignoró flagrantemente.

— ¿Ya... habéis terminado? — Preguntó la abuela, suave, tanteando un poco el terreno. Marcus, en lugar de contestar, se giró a las chicas. — ¿De verdad no os estabais dando cuenta? — Se encontró con dos miradas de lechuza. — Vale, veo que ya SÍ empezáis a daros cuenta. — Soltó aire por la boca. — Aquel sitio tiene algo que nos estaba mermando las capacidades cognitivas. — Sus abuelos, silenciosamente, se acercaron a ellos para enterarse mejor, mientras Marcus seguía su alegato. — Hemos ido pensando que era como las otras veces: ir, resolver lo que fuera y afrontarlo. Pero desde que hemos llegado no somos nosotros. Estamos... distintos. Dispersos. No podemos comunicarnos, no podemos pensar con claridad. Tenéis que decirme que no soy el único que lo ha notado. — Nancy se estaba masajeando las sienes. Era como si poco a poco fuera tomando conciencia. — Es... No era capaz de conectar... lo que veía con la información que tenía. — Marcus la señaló con ambas manos. — No podemos volver hasta que no sepamos cómo enfrentarlo. — Nancy le miró súbitamente. — ¿Cómo? ¿Planteas que lo resolvamos desde aquí? — Tampoco podemos resolverlo allí. — Hemos encontrado a las ciervas. — No estaban escondidas, Nancy. Solo hemos ido a visitar dos y, sinceramente, ¿qué hemos sacado? Literalmente una raya en el agua. En el agua del mapa, a más señas. — Suspiró fuertemente, cerrando los ojos, templándose. No tenían absolutamente nada. Habían ido para nada.

Se quedaron unos instantes en silencio los cinco, sus abuelos sin querer presionar, y ellos tres claramente volviendo a su ser poco a poco. Y entonces, de repente, se escuchó una carcajada nasal, y Marcus abrió los ojos de nuevo. Nancy había hecho un estallido de risa, tras el cual dijo. — Marcus se ha cagado en los Siete delante de una señora muggle. — Y rompió en estruendosas carcajadas, prácticamente llorando de la risa. Sus abuelos volvieron a mirarle con las cejas arqueadas, pero mientras su abuelo estaba tan desconcertado que no atinaba ni a reaccionar, su abuela estaba apretando fuertemente los labios para evitar reírse ella también. Marcus puso cara de absoluta indignación, asesinando a Nancy con la mirada. — Voy a echarme agua en la cara. — Y se fue al baño a grandes zancadas. No iban a consentir que se rieran en su cara, encima que había sido él quien había salvado la situación.

 

ALICE

Como no habían llamado suficiente la atención con la salida dramática del coche de Marcus, estaban actuando auténticamente como tres lunáticos, pero ya iban por esa cuesta y no creía que fueran a poder desviarse a comportarse de una forma más normal. Era el sitio, sin duda. Parpadeó y se acercó a la cierva, intentando entender algo. La mirada, la situación de las otras tres… Nancy tenía el mapa que Marcus había traído con ellos, y Alice veía las líneas, y sabía que algún sentido tenían que tener, pero no era capaz de verlo… Era como si le picaran los ojos, o el cerebro directamente.

Marcus hoy tenía el día de darle sustos. Con lo de la idea que acababa de tener, la hizo aterrizar, pero no se enteró bien del plan, aunque eso no era novedad en aquella dichosa mañana. — Marcus… Nuada y Eire… — NO SON LOS QUE ESTAMOS BUSCANDO, gritó su cabeza, pero no fue capaz de verbalizar. Como nublada, se fue hacia Marcus y casi se cae encima de él, cuando notó que la rodeaba con fuerza, e iba a quejarse, a intentar poner las cosas sobre la mesa, cuando de un tirón aparecieron de nuevo en Ballyknow. Ah, pues nada, se dijo a sí misma. Claramente, el plan que no había entendido era volver a casa. Bueno, y lo que le faltaba era que su novio y Nancy se pusieran a pelearse, ella como una niña pequeña y él… — ¡Marcus! — Le llamó la atención por la contestación. Los abuelos, obviamente, estaba flipando también, y como nadie entendía nada, pero allí por lo menos estaba en casa, simplemente entró, se quitó el abrigo y fue a lavarse las manos y a ayudar con la comida.

Por supuesto, la tranquilidad le había durado a Marcus el total de una mañana haciendo una prueba. Sí, sí se estaba dando cuenta, pero no tenía herramientas para combatirlo y se había dejado llevar. — Efectivamente. — Dijo tranquila. — Pero no era capaz de ponerlo en pie, solo quería intentarlo. — ¿Pero qué os ha pasado exactamente? — Preguntaba el abuelo. — Pues que no podíamos expresarnos. Por ejemplo, yo quería que atravesáramos el lago en barca, pero cuando lo decía, parecía que lo que quería era irme de vacaciones navegantes. — Ahora has sonado talmente a tu padre, cariño. — Dijo Molly con una risita. — Sí, sí, así más o menos me sentía. — Pero Nancy y Marcus seguían a lo suyo. — A ver, Nance, no me he sentido más espesa en mi vida, necesitaremos un poco de calma para pensar ¿no? Antes de volver. — ¿Y qué vamos a hacer? ¿Tomarnos una poción de listeza o qué? — ¿Era ella la única que no estaba alterada? Igual es que seguía nublada…

Y para no quedarse sin sorpresas ese día, de repente a Nancy le dio un ataque de risa y dijo lo de Marcus. Alice soltó una pequeña risa incrédula, muy puesta ella sobre la barra de la cocina, como quien dice “sí, hombre, ¿y qué más?” pero, ante la reacción de su novio, Alice parpadeó, confusa. ¿En qué momento había hecho eso Marcus? No, si es que no estaba ella… Claro, su novio se ofendió, y ella se tuvo que cruzar de brazos. — Anda que ya os vale. — Molly ya se rio abiertamente. — Hija, si es que lo más gordo que le he oído decir yo en la vida es recórcholis, y que de ahí pase a blasfemar delante de muggles. — El abuelo solo sonrió y se rascó la frente. — Estoy aquí dándole vueltas a lo que os ha pasado… — Sí, ya puedes dárselas. — Dijo Alice antes de salir, dejando a la abuela y a Nancy muertas de risa.

— Mi amor. — Le llamó a través de la puerta. — Venga, no te enfades, mi vida. Si es que estamos todos muy liados. — Cuando le abrió le miró a los ojos y dijo. — Admite que es que nadie se esperaba esa salida. Es un poco gracioso. — Le dijo con media sonrisilla. Se inclinó y le acarició los rizos. — Todos saben que eres el único que te has dado cuenta de lo que nos pasaba, bueno, yo me daba cuenta de algo, pero tampoco he sabido ponerlo en pie. — Le acarició un poco más y dijo. — Venga, vamos a intentar poner orden, que somos Ravenclaw, es lo nuestro. —

Pero casi no les deja ni entrar el abuelo en el salón. — ¡Una idiomática! — ¿Qué, abuelo? — ¿Habrían traído el efecto de perder el juicio hasta allí? Claramente, el hombre se había quedado pensando. — Tenéis que beberos una idiomática. — Yo creo que da igual el idioma, abuelo. — No señora, no. Creo que es un hechizo que la diosa, o quien vigila sus reliquias, echó para premiar a quien sabe comunicarse de cuantas más maneras mejor, pero solo lo extendió al inglés y al gaélico. — Pero si los tres hablamos lo mismo, va a dar igual la idiomática que nos tomemos. — El abuelo amplió la sonrisa. — Creo, querida, que se te olvida que tú sí hablas otro idioma. Tú podrías hablar sin ella, y Marcus y Nancy simplemente seguirte la corriente. — Alice parpadeó. — Dudo que sea tan fácil. — Hija, para los angloparlantes, el hecho de hablar cualquier otro idioma es difícil. — Aseguró la abuela. Alice se sentó delante del mapa. — Bueno, bien, apuntamos la idea. ¿Habéis tenido alguna otra brillante iluminación? —

 

MARCUS

No debería estar tan enfadado, pero sentía como si el cerebro le pesara en la cabeza, las ideas le salían a trompicones y una rabia infantil y absurda hablaba por él, como si fuera un bebé y solo pudiera comunicarse chillando. Por si esto fuera poco, Alice estaba como ida y Nancy no paraba de decir tonterías, y eso aumentaba su sensación de impotencia. Se echó agua en la cara y en la nuca y sintió un escalofrío: el agua estaba helada y seguía siendo marzo en Irlanda, a pesar del engaño primaveral del lago. Se estaba secando la piel con una toalla cuando oyó la llamada a la puerta.

Era Alice, pero ese tonito de consolar a un niño pequeño le hizo rodar los ojos y suspirar antes de abrir. La miró con cara de circunstancias cuando abrió la puerta y no tuvo otra cosa que decirle que debía admitir que había sido gracioso. Al menos el reconocimiento le hizo soltar aire por la boca, frustrado. — No ha servido de mucho. No sé qué estaba pasando, ni el hecho de darme cuenta de que pasaba algo ha evitado que yo caiga en ello también. — Negó con la cabeza. — Hoy no es, Alice... — Insistió, meditabundo. Empezaba a contemplarlo como una posibilidad mucho más allá de su posible sugestión con el sueño. Aun así, asintió a lo de poner orden y bajó con ella.

El abuelo les esperaba con una alternativa en la puerta del salón, y Marcus hizo todos los esfuerzos posibles por pensar, que ese día le estaba costando. La fue procesando conforme el abuelo la explicaba y todos se sentaban en torno al mapa. — No me parece una opción descabellada... y sí, cumple con la idea de Folda de poder transmitir lo más universalmente posible. — Hizo una mueca. — Pero... algo no me acaba de convencer. No te ofendas, abuelo, pero... en primer lugar, ¿por qué iban los dioses de Irlanda a premiar a un no irlandés? — Un no irlandés que adora la cultura de nuestros ancestros es uno de los nuestros. — Recitó Nancy, como en trance. Molly asintió, pero también añadió. — Y no te ofendas, trebolito mío, pero tú no eres irlandés, y aquí estamos. — Marcus miró a su abuela con aburrimiento. — Pero soy angloparlante, como bien has señalado tú misma, y el abuelo está hablando de idiomas, no de procedencias. Pero hay una realidad que es que, si lo que vas a premiar es hablar en otro idioma, estás dando una ventaja base a una persona que no sea angloparlante. — Pero que conozca los mitos. — Señaló Lawrence, a lo que Nancy asintió. — Debe reunir las dos condiciones, y quizás Folda piense que, si alguien de fuera de Irlanda e incluso del habla inglesa conoce tan bien su mito, es que la información ha sido transmitida como ella desearía. — Igualmente, ¿cuál es el segundo motivo por el que no te convence? — Preguntó Nancy, que seguía masajeándose una sien. Al menos ya parecía más centrada. — Que me parece demasiado... obvio. — Conforme lo iba diciendo notaba que perdía peso el argumento. — Como ir a la otra orilla en coche... o llevar a ancianos a la cierva de la senectud... — Le miraban mientras parecía pensar en voz alta. — ¿Y si es eso? ¿Y si solo hay que seguir una lógica aplastante? — Dicen que el sentido común es el menos común de los sentidos. — Reflexionó Lawrence, encogiéndose de hombros. — Y Lugh era un estratega también, al fin y al cabo. Que fuera una prueba difícil no tenía por qué significar que fuera... técnicamente difícil. Podría ser que lo difícil fuera... simplemente aplicar la lógica y la sensatez. No es algo tan habitual. — Y desde luego alguien como Phádin pierde los estribos antes de tener un arranque de sensatez tranquila. — Añadió Marcus, con la mirada perdida. Ya sí notaba que el cerebro se le iba restaurando y podía pensar a velocidad normal. — Igualmente... hay algo que... no veo. — Se mordió el labio. No. Hoy no va a ser.

 

ALICE

Iba siguiendo la línea de pensamiento de Marcus, pero ciertamente, los abuelos tenían bastante razón, y lo de los idiomas y el conocimiento de los mitos era algo muy específico. — Si algo tenemos en Ravenclaw es distintos tipos de conocimiento, y no hay nada más que ver a nuestros padres, que no pueden ser más diferentes, y no te digo nada de compararlos con Sean, y no me hagas hablar de Creevey. Realmente, alguien digno de una reliquia de los dioses más inteligentes es alguien que puede atender a todos los tipos de conocimiento, y no me extrañaría que la primera barrera fuera lingüística, porque creo que es la barrera más evidente y primera para acceder a cualquier conocimiento. — Menos mal que las cosas empezaban a volver a tener sentido en su cabeza, se había asustado de verdad.

Volvió a conectar con el razonamiento y, aunque Lawrence tenía razón, ella tampoco lo veía. — Sí, pero a la gente inteligente no nos gustan las cosas obvias y lo sabes, abuelo. De hecho nos enfada un poco, cuando algo es demasiado obvio y no le han dado más vueltas. — Molly hizo una pedorreta. — Sí, sois un poquito pesados con eso. Todos vosotros. — Hubo un suspiro Ravenclaw en la sala, pero sí, estaban todos de acuerdo en que lo fácil y obvio tampoco les simpatizaba. Se le escapó una risa con lo de Phádin, porque se lo imaginó tal cual, y le dio la mano a Marcus. — Pues si tú no lo ves… no es hoy. — Todos la miraron a ella. — ¿Qué hace alguien inteligente cuando no puede enfrentarse a un reto? Parar, informarse como es debido en un lugar seguro y retirarse antes de que la pueda liar más grande. — Mira, ya se le está quitando el William con el que ha llegado. — Dijo la abuela, que entre lo del trebolito y eso, estaba especialmente chistosa ese día. — Y también es de primero de táctica militar que una retirada a tiempo es siempre mejor que una victoria pírrica. —

Miró a Nancy, que tenía un poco expresión de perrito apaleado, y dijo. — Escúchame, Nance. Tú eres la más irlandesa de los tres. Sabes que una comida de una abuela irlandesa es insuperable, y que alimenta el cerebro, y que tenemos a un alquimista del más alto rango y a una experta en Irlanda aquí. Sabes que lo inteligente es comer tranquilos, poner sobre la mesa todo lo que sabemos y ver qué podemos sacar en claro. — La chica suspiró y asintió. — Es verdad. Es cierto. Lo que pasa es que no sé por dónde empezar. — Yo por poner la mesa e ir sirviendo, pero estoy atenta a todo lo que vayáis diciendo. — Dijo la abuela, levantándose. Alice sacó un pergamino y se puso a apuntar. — Siempre se organizan más las cosas cuando las escribes primero. — Se puso a hacer guioncitos. — Primero: tareas evidentes que podemos llevar a cabo solo con lo que hemos visto. Esas, seguramente, nos llevarán a otras. — Localizar todas las ciervas. — Dijo Nancy del tirón. — Eso sin duda. Por lo menos para saber dónde están en caso de que las necesitemos. — Segundo: problemas evidentes que se nos presentan, de lo que hemos visto. — Salvar las distancias del lago. — Dijo el abuelo. — El tema de la comunicación, cojáis mi solución o no. — Bueno y de que no podemos pensar allí, o eso parece, así que tenemos que intentar ir muy preparados de aquí. — Molly ya había puesto un plato de guiso con mil cosas por delante que olía al cielo. — Bien, pues vamos con propuestas. — Comió un poco y siguió, en plena concentración. — La mía es que localicemos a las ciervas, hagamos una lista de barreras de conocimiento que nos podamos encontrar y, aquí, dejemos visto donde pueden ir asignadas. — Miró a Marcus, que por supuesto estaba comiendo vorazmente. — ¿Qué te parece? —

 

MARCUS

El razonamiento de Alice tenía sentido, sí, como el de su abuelo, como los que habían intentado dar hasta ahora... Pero simplemente no lo veía. Algo había que no le cuadraba, que no le terminaba de convencer. ¿Tan sugestionado estaba por el sueño? ¿Sería que seguía afectado por lo que hubiera en aquel lugar? Igual se estaba equivocando aquellas teorías eran correctas, ya que el único que parecía no verlo era él. Pero le iba a costar mucho trabajo acometer algo con lo que no estaba convencido.

Suspiró. — Yo también creo que es lo mejor. — Respondió con resignación a la propuesta de Alice de quedarse, comer algo y poner las cartas sobre la mesa, al fin y al cabo, para eso se había vuelto. No creía que ganaran nada volviéndose tal y como estaban, porque solo tenían una idea más que cuando habían llegado y, lo dicho, tampoco le resultaba la más convincente del mundo. Miró con una sonrisa cansada y agradecida a su abuela cuando le puso el plato por delante y esta le dio un beso cariñoso en los rizos, en lo que Alice se hacía con papel y pluma y empezaba a tomar notas. Fue atendiendo al orden de su novia en silencio, mientras comía. Asintió a la pregunta de Alice. — Me parece bien. Añadiría qué demostración de habilidad pueden querer estos dioses. — Se llevó una cucharada a la boca y, en lo que tragaba, se inclinó hacia delante para exponer. — Nuada pedía una demostración de valentía; Eire, de ser acogido en una familia; Taranis, de dar lo mejor de ti al más necesitado, de bondad; y Banba de hallar la luz y la felicidad en los momentos de más desesperación. — Miró a los presentes. — ¿Qué pueden querer Lugh y Folda? Las respuestas evidentes serían una demostración de inteligencia y de ser capaz de transmitir... pero creo que tiene truco. Creo que va más allá. Insisto en que no puede ser tan sencillo. — No es tan sencillo hacer una demostración de inteligencia. De hecho, ni siquiera sabemos qué o dónde nos están evaluando. Inteligencias hay muchas. — Repuso Nancy. Marcus perdió la mirada, volviendo a meter la cuchara en el plato, y dijo. — Pues quizás habría que empezar por tener ese punto claro. —

Cuando se quisieron dar cuenta, llevaban tres horas aportando ideas de todo tipo pero, sobre todo, estrujándose los sesos en silencio. Ya no era solo una cuestión de ellos tres, sus abuelos también habían entrado en escena, pero a nadie se le ocurría nada. De hecho, Amelia y Eillish pasaron por allí de visita, les vieron concentrados y no quisieron molestar. Había que tener en cuenta que nadie fuera de esa casa sabía que habían llegado a obtener las reliquias, porque Nancy no quería que el rumor se expandiera por el pueblo, por lo que a ojos de los demás solo estaban obsesionados con un proyecto antropológico por alguna razón que no alcanzaban a entender. Aun así las mujeres, antes de irse, intentaron aportar sus ideas. Nada que les valiese, nada que no hubieran dicho antes, nada que no fuera extremadamente obvio. Nada, sin querer ser cruel, que mereciera ser tomado en serio, porque como Nancy solía quejarse, su familia no solía tomarse su investigación en serio. Nada... salvo las palabras que usó Amelia para despedirse de ellos. — Bueno, cariño. — Le dijo a Nancy, dejando una caricia de consuelo en su mejilla. — Piensa que lo que estás haciendo por la cultura de nuestro país es precioso, Folda estaría muy orgullosa de como has transmitido la mitología a tus primos. — La mujer sonrió y añadió. — Lo consigáis o no, habrás conseguido que nuestra mitología perdure en el tiempo. — Y eso sí, por fin y por primera vez en el día, pareció activar una luz en la cabeza de Marcus.

— Chicos. — Dijo Nancy por fin, presa del agotamiento, poniendo las palmas de las manos en la mesa. — Lo siento, pero aquí no estamos haciendo nada. — Marcus soltó aire por la boca, frotándose los ojos, pero Nancy siguió. — Tenemos que volver allí. Llevo a mis espaldas demasiadas horas de simplemente estudiar en casa, y como habréis podido comprobar, llega un punto en que es un callejón sin salida. No vamos a conseguir nada más hasta que no podamos ver ciertas cosas con nuestros propios ojos. — Pero hija. — Trató de poner temple Lawrence. — El problema de ese sitio parece que está en que merma vuestras capacidades. Es bueno llevar una base... — Y ya la llevamos. — Aseguró ella, tratando de sonar convincente. — Tú mismo nos has sugerido lo de la idiomática, tío Larry. — Yo la hago en un periquete. — Se ofreció Molly, a lo que Nancy asintió y añadió. — Y tenemos... Hemos hecho una buena lluvia de ideas sobre posibles frases que podemos decir en diversos idiomas y que suenen a transmisión de conocimientos. Y en cuanto a la prueba de Lugh, si es un acertijo, tendremos que resolverlo allí, no aquí. — Marcus se mojaba los labios, mirando a la nada. — Yo estoy de acuerdo con mi sobrina. — Afirmó Molly. — Ya aquí no hacéis nada. — Se levantó. — Os voy a hacer las idiomáticas. Lo único que necesito es que me digáis si venís a cenar. — Marcus seguía con la mirada perdida, como si le hubieran robado el alma. Veía a Nancy y Alice mirarse dubitativas, hasta que la primera resolvió. — Bueno, emm... Sí. Yo diría que sí. — Miró su reloj. — No creo que hoy nos dé tiempo a terminar... Pero al menos podemos ir y ver si vamos por el buen camino. No tardaremos tanto. — Que no os pille la noche, no vaya a ser peligroso. — Pidió Larry. Nancy quitó importancia con un gesto de la mano. — Ya anochece a las ocho, tío. Estaremos aquí de sobra. — Algo le decía a Marcus que no iban a ir tan sobrados de tiempo.

Efectivamente, no tardaron en tener las idiomáticas listas, y como se había quedado bien con el punto exacto, volvieron a aparecerse en el lugar del que se desaparecieran hacía horas. El grupo de la excursión no estaba. Nancy dio una palmada nada más llegar. — ¡Maldita sea! Había olvidado lo de la tienda de plumas... Tranquilos, no creo que la pluma de Folda esté en una tienda. Pero tampoco creo que sea casualidad. — Yo tampoco. — Concedió Marcus. Se quedaron pensativos los tres. Bien, ¿ahora qué? — Emm... Vale, nos queda la cierva del cambio y la de la tradición... ¿Creéis que tiene algún sentido bebernos la poción ante una cierva concreta, o dará igual? — Les preguntó. No recibió respuesta. En su lugar y tras una larga pausa, Marcus rompió el silencio. — Esto no nos vale. — Dijo con voz trémula. Nancy soltó aire por la nariz pacientemente, mirándole. — ¿Por qué? — Marcus siguió con la mirada perdida, mordiéndose los labios por dentro. Tras otra pausa, contestó. — Porque tiene que ser algo que perdure en el tiempo. — Alzó la mirada a su prima. — De nada sirve transmitir algo que no va a perdurar, que se va a perder. Todo lo que estamos planteando hacer es... hablar. Decir palabras que se las va a llevar el viento. Nada de esto va a perdurar, lo que hicimos por las otras cuatro reliquias fue mucho más trascendental que todo esto. — Negó, bajando la mirada otra vez. — Así no lo vamos a conseguir. —

 

ALICE

Alice anotó todo, pero sí, los dioses de la inteligencia no iban a dejar sus reliquias al primero que dijera “mira, soy listo”. A más pensaba en los distintos tipos de inteligencia, más se agobiaba. Y quedó demostrado cuando Amelia y Eillish pasaron por ahí, y, sin parecerlo, les dieron otra clave más. Más inteligencias, posibilidades que quizá ni estaban contemplando. Que perdure en el tiempo… No es nada difícil eso… Pensó, frustrada.

Nancy aquel día había agotado claramente toda su paciencia previa y solo quería resolver el asunto, y Alice se hallaba en medio. Estaba segura de que en cuanto llegaran se iban a liar otra vez, volvería la neblina, los cabreos… Pero, ciertamente, allí estaban, sentados, apuntando muchas cosas, pero sin poder confirmar ninguna. El eterno dilema de un Ravenclaw, por otro lado. Pero Marcus no batalló más a Nancy, así que Alice simplemente fue con la corriente. No, ella tampoco quería quedarse allí en la noche, pero no se veía tan sobrada de tiempo en ningún caso. Pero como tampoco podía proponer nada mejor, se puso a recoger mientras seguía dándole vueltas a la cabeza.

Ni se acordaba de la pobre pareja escocesa hasta que Nancy señaló lo de la pluma al aparecerse allí. Lo de la bruma mental era una cosa… Qué mal lo llevaba. Y peor llevaba los giros bruscos de guion, en los cuales ella estaba ya dispuestísima y centradísima a ponerse a hablar en francés, con las pociones en la mano, y de repente: “esto no vale”. Soltó un suspirito y rodó los ojos. Hacía mucho que no hacía eso, era más de cuando tenía catorce o quince años, y su padre y su tía la ponían de los nervios… Bueno, es que un poco así se sentía ahora… Sí, ahí iba a estar de acuerdo. No hacían más que hablar. Se había cruzado de brazos sin darse ni cuenta, pero es que estaba mirando el sol, y no estaba tan alto, el plan que tenían se acababa de cancelar, y empezaba a cogerle manía a esa cierva, por algún motivo. — Vale… — Suspiró y se frotó la cara. — Vamos a donde las otras ciervas… A ver si al menos yo qué sé, de camino podemos pensar en algo. — ¿Y cómo vamos? — Preguntó Nancy en un tono que no le gustó nada a Alice. — ¡Pues andando! — Contestó, más alto de lo que debería. — Porque Marcus no quiere ir en barco. — ¡Eso! ¡Como con quince años que no te puedes aparecer! —

Esa última frase, por algún motivo, se había quedado en el cerebro de Alice flotando, mientras caminaban por delante del castillo, en dirección a la cierva del norte, pateando el camino para controlar la frustración. Se quedó en su cabeza porque ella había pensado algo parecido antes. — Voy a decir una cosa rara. — Encima seguía sin poder expresarse excesivamente bien. — ¿No os sentís… como si fuerais muy adolescentes otra vez? — Nancy parpadeó y se quedó pensativa. — Puede. ¿Por qué? — Porque he empezado a hacer cosas que llevaba años sin hacer, llevada por impulsos. Es raro, ya no me pasa. — Nancy de repente se dio cuenta de que estaba mordiéndose la uña del dedo pulgar y se la retiró de golpe. — Llevaba años sin morderme las uñas. — Esto es algo. — Hoy estoy yo para escribir un libro, pensó Alice de sí misma. Pero estaba segura de que habían llegado a algo.

El viento empezó a soplar muy frío cuando por fin visualizaron a la cierva del norte. — Aine. — Dijo Nancy, acercándose. — La cierva de la senectud. — Alice frunció el ceño. No, la de la senectud es la de ahí atrás. — Sí, esta justo es. — ¿POR QUÉ HE DICHO ESO? Alice y Nancy se miraron. — No estoy teniendo ningún problema para decir lo que sé. — Dijo Nancy con tono desesperado. — ¡No me digas! No me había dado cuenta. — Le salió a ella, también desesperadamente. ¿CÓMO SE PARA ESTO? Pensó Alice angustiada, temiendo decir nada más. Miró a Marcus, desesperada. Lo bien que les vendría la legeremancia ahora. Sacó corriendo un papel, para escribir lo que le estaba pasando, pero en la escritura lo que salió fue: “¿Verdad que está todo bien?”. Morrigan, la maldita cierva del cambio. No podía odiarlas más ahora mismo. No iban a avanzar en la vida.

 

MARCUS

Estaba aún en su divagación mental cuando Alice le soltó un bramido a Nancy. La miró súbitamente, impactado, y no pudo evitar mirarla con ojos analíticos. Su novia estaba molesta. ¿Era por las idas y venidas? Algo le decía que tenía que ver con el sitio y sus efectos de nuevo, y sin embargo... le recorrió un temor absurdo por todo el cuerpo. ¿Sería por él? ¿Estaría enfadada con él? La verdad es que llevaban todo el día como muy... ¿distantes? Concentrados, Marcus, no distantes, se dijo, pero ellos habían sido compañeros siete años y habían podido estar concentrados y unidos al mismo tiempo. En cambio ese día... Ah, el tirito de las barcas fue la confirmación que necesitaba: Alice estaba enfadada con él.

Tragó saliva. Ahora sí que le iba a costar trabajo concentrarse, si le rondaba encima la preocupación de que su novia le odiara de repente. Comenzó a caminar y se metió las manos en los bolsillos, cabizbajo y mirando a Alice de reojo, como si fuera una bomba que temiera que explotase de un momento a otro. A más tiempo pasaba en silencio, más vueltas le daba a la cabeza, más dramática veía la resolución de aquello y más ganas de llorar le entraban. Miró melancólico hacia el lago... ¡Marcus, espabila! Sacudió la cabeza. Maldita sea, estamos bajo los efectos de esto otra vez. Se frotó la cara, pero antes de poder clamar en voz alta que alertaran de cualquier pensamiento o sensación rara que sintieran, Alice se adelantó. Y no, no fue para afirmar lo mucho que odiaba a su novio de repente, sino para dar con una especie de clave. Se detuvo en seco. — Sí. — Se acercó a ella casi con un jadeo y, presa de la emoción, la tomó por los hombros y le dio una sacudida involuntaria. — ¡SÍ! — Dicho lo cual, le zampó un beso en los labios que Alice no se vio venir, pero Nancy tampoco, porque frunció los labios y se giró para darles la espalda con un resorte, como si se avergonzara de lo que veía. — Eres brillante, Alice. ¿Te he dicho alguna vez que lo eres? — Tragó saliva. — Sabes que te quiero muchísimo ¿verdad? Y que me parece genial todo lo que dices porque eres gen... — ¿Qué haces, Marcus? Le soltó los hombros, dio un paso atrás, giró sobre sí mismo y se agarró los rizos, soltando un gruñido de frustración. — ¡NO ME LO PUEDO CREER! — Nancy había vuelto a mirarle, pero ahora como si se hubiera vuelto loco de remate. Las miró de nuevo. — ¡¡Esto es ese maldito encantamiento o lo que sea OTRA VEZ!! — Dio una patada en el suelo. — ¡Joder! — Si eso era una regresión a la adolescencia o algo así, desde luego Marcus nunca había sido tan impulsivo de adolescente. Lo estaba soltando todo ahora.

Soltó un jadeo y las miró de nuevo. — No sé si será ser adolescente o qué. — Señaló a Nancy. — Pero tú te comportas como una niña. — Señaló a Alice. — Tú estabas absurdamente irritada. Te conozco, Alice, estabas cabreada. — Afirmó, y luego se señaló a él con un exagerado gesto de frustración. — Y yo creía que estabas enfadada conmigo y ya estaba a punto de generar una escenita al más puro drama adolescente. ¡GENIAL! De repente nos hemos convertido en Sean y Hillary, ¿qué te parece? — Ironizó. Estaba ya cansado de sentir sus facultades mermadas. — Vamos a seguir. — Mejor llegar a la maldita cierva de una maldita vez aunque no fuera para dar con una maldita clave en todo ese maldito día.

Cuando llegaron y Nancy se equivocó de cierva y Alice se picó con ella automáticamente, se apoyó con la frente en el tronco de un árbol y empezó a darse leves cabezazos con él, porque su otra opción era aparecerse solo en casa de sus abuelos y no saber nada más ni de aquellas reliquias ni de sus dos acompañantes hasta que se le pasara la desesperación. Al girarse de nuevo, vio a Alice mirándole como si le suplicara que hiciera algo, y él solo pudo encogerse agresivamente de hombros. ¡No era el solucionador de problemas del grupo! ¿Estaban en Hogwarts otra vez, donde todos los trabajos grupales con gente que no conocía de nada acababan recayendo en que él lo hiciera todo y los demás le miraran como lechuzas aturdidas? Cuando se acercó a leer lo que Alice había escrito, no pudo evitar mirar a su novia como si intentara evaluar que le estaba vacilando. Y, de repente, Nancy se sentó en el suelo y se echó a llorar. — ¡No! ¡No está bien! ¡Nada está bien! — Sollozaba como si le acabaran de dar la peor noticia de su vida. Marcus la miraba atónito y molesto. No estaba en su momento más empático. — ¡No valgo para esto! — Gimoteó Nancy. — Creo que... debería... Estoy harta de la antropología. Me voy a dedicar a otra cosa. — Sorbió y se limpió las lágrimas con la manga. — Me iré a la granja... con mi hermano... Mejor que me dedique al campo y... — ¿¿Puedes dejar de decir sandeces?? — Espetó Marcus. Nancy le miró impactada y llorosa. Le estás gritando a tu prima mientras llora. Tú no eres así... Por más que lo pensara, algo le impedía parar ese tren. — ¿¿Pastora?? ¿¿Eres tonta?? — Marcus, no me grites... — ¡¡PUES DEJA DE DECIR TONTERÍAS Y HAZ ALGO!! — Le iba el corazón a mil por hora y la cabeza le iba a estallar de la presión que sentía en las sienes. Hasta le pitaban los oídos. ¿Qué me pasa?... — Y TÚ. — Ahora miraba a Alice. — ¿¿BIEN?? ¿EN SERIO? — Tienes que parar. Cambia, Marcus, cambia. — Ya estoy harto. — Se giró y se fue a grandes zancadas. Nancy se había puesto de pie de un salto. — ¡AL MENOS LOS ANIMALES NO SON UNOS IMPERTINENTES COMO TÚ! — ¡DÉJAME EN PAZ! — Bramó de vuelta, girándose solo para soltar el improperio, tras lo cual echó a correr y se perdió por el bosque, en busca de la otra cierva, o de tranquilidad, o de a saber qué.

 

ALICE

Bueno, claramente lo último que se esperaba era aquella reacción de Marcus, abalanzándose a darle un beso. Se quedó un poco impactada, parpadeó, y no le dio tiempo a contestar, y ya había cambiado otra vez de opinión y volvía a estar mosqueado. Suspiró. Lo dicho, adolescentes. Y, de hecho, como dos primos de esa edad, empezaron Nancy y él a pelearse otra vez, pero por supuesto, le acabó cayendo a ella. — ¿YO? ¿YO ESTOY CABREADA? ¿TE ESTÁS OYENDO? — Notó cómo la indignación se apoderaba de ella y le subía como una especie de calor interno de puritita ira por dentro.

Todo empeoró con la confusión de palabras, porque claro, un Marcus confuso siempre empeoraba todo, y Nancy, que caía en barrena con una facilidad pasmosa, le daba un toque de irrealidad a todo aquello. Alice se sentó en el camino, con la cabeza entre las manos, como si pudiera hacer que pensara mejor por estrujarla, pero la pelea entre Nancy y Marcus fue a más, si es que eso era posible. Y ni siquiera estamos teniendo en cuenta que lo que decimos es justo lo contrario a lo que queremos decir. Pero no podía decirlo, qué galimatías. Y más gritos. — ¡BUENO, YA ESTÁ BIEN! ¡MARCUS! — Se levantó y se puso frente a él. — ¿QUÉ ESTÁS HACIENDO? — Le increpó, desesperada y relativamente segura de que esa frase no era tan fácil de cambiar. Pero dio igual. En toda su cara, Marcus se dio la vuelta y se piró al bosque. Ni adiós, ni ven conmigo, ni ahora vengo… — ¡Hala! ¡PUES VETE! — Le chilló. — Y ni te molestes en hablarme, ¡TÚ TRANQUILO! ¡TÚ TODO LO HACES BIEN! — Uf, esa ira que la consumía… — ¡ESO! No veas el mesías… — Chilló Nancy a su lado.

Cuando Marcus desapareció, su enfado no lo hizo, porque a cada minuto que no volvía, peor se ponía. ¿En serio la había dejado ahí? ¿Por decir exactamente qué? ¿Ahora leía el pensamiento o qué? — Me tiene harta. — Dijo Nancy sentándose a su lado. — Todos lo hacemos todo mal ¿sabes? Pero mucho sabe mucho sabe, pero aquí estamos, sin reliquia y sin nada… — A Alice se le llenaron los ojos de lágrimas. — Y encima me dice que YO estoy enfadada. ENCIMA. — Nancy le tomó la mano y dijo. — Los hombres son un asco. Por eso no estoy con Connor. — ¿Connor? — Preguntó Alice entre lágrimas. — Da igual… — ¡PUES SÍ! ¡ESO ES LO QUE PASA! ¡QUE LE DOY IGUAL! — Se levantó de golpe, sin parar de llorar. — Pues si yo le doy igual, me voy sin él. Ea, toda la reliquia para él. — Le tendió la mano a Nancy. — ¿Nos vamos? — La chica se levantó, y le agarró la mano. — Nos vamos. —

Cuando se apareció en el jardín, aún estaba llorando. — ¿Alice? ¿Qué pasa? — Dijo la abuela saliendo corriendo. — ¿Dónde está Marcus? — Preguntó el abuelo, saliendo detrás. — ¡Ea! ¡Siempre Marcus, oye…! — Se quejó Nancy. Pero Alice sintió un vacío en el estómago repentino. ¿Dónde estaba Marcus? — ¡Alice! ¡Mírame! ¿Qué ha pasado? — Ella intentó respirar y se quitó el abrigo, para que el frío la espabilara. Maldita sea, se estaba haciendo ya de noche, no debían de quedar más de dos horas de luz. — Es… Cuando estamos allí es como si volviéramos a ser adolescentes. Hemos tenido una pelea a tres completamente… hormonal y tontísima. Y él se ha ido, y yo sentí que me había abandonado y por eso vinimos… — Se pasó las manos por la cara. — No pensé que se hubiera ido al bosque de verdad… — ¿Qué bosque? — Preguntó el abuelo con urgencia. — Larry, quítate de ahí, déjala respirar. Es un bosque, por amor de Nuada, no la selva amazónica, déjala pensar. — Nancy empezaba a aterrizar también, y se le puso cara de miedo absoluto. Alice levantó la mano. — Vale, vale, dadme un momento. — Y entró corriendo a la casa.

Subió a toda prisa a la habitación y cogió el cepillo del pelo. Joe, qué pelo más fuerte tiene el condenado, pensó, tratando de coger uno de los pocos rizos que se quedaban al fondo. Al final, lo levitó con la varita, para no contaminarle mucho, y bajó al taller. Por allí estaba ya el abuelo. — Alice, me voy a volver loco. — Abuelo, ¿dónde está mi palomita transmutada? — ¿La del examen? Pues por aquí, en tus estanterías. — Levítamela hasta aquí. — Y señaló un círculo. — Hija, ¿vas a alterar tu primera transmutación? — Luego hago una separación. No tenemos tiempo que perder, que se va la luz. — Y en cuanto aterrizó en el círculo, la transmutó con el pelo. — Ahora tiene la esencia de Marcus, y es dura como para viajar a nueve mil metros de altitud. Solo tengo que soltarla en el bosque. — Se la tendió. — Hechízale un trazo luminoso, para que pueda seguirla vaya donde vaya. — Y salió corriendo de nuevo a la habitación. Tenía que pensar todo lo que pudiera allí. Cogió cosas del botiquín y les puso papelitos de qué era cada cosa. Se dirigió a las pociones, y, entre otras, cogió una sedante. Lo siento, amor, sé que lo odias, pero si te pones muy burro no me quedará de otra, y no confío en un Confundus mío en ese sitio.

Una vez lo tuvo todo, bajó, otra vez a la carrera, y los tres se fueron tras ella como si fueran a ir. — Todos quietos aquí. Bastante tenemos ya. Marcus va a estar que muerde, y ese sitio confunde a todo el mundo. — Alice yo voy. — Nancy, se ha peleado contigo, y cuando vamos allí nos transformamos. — Bueno, pues me quedo más atrás, pero alguien tiene que estar en el terreno, no puedes ir sola. — Hija, sí, déjala ir, por si hay que avisar. — La abuela sonaba realmente preocupada, y no quería seguir discutiendo (ya preveía que bastante iba a discutir con Marcus). De hecho… — Un momento. — Cogió un papel y escribió: “Mi amor, este sitio está jugando con nuestra cabeza. Realmente no estamos enfadados. Ven conmigo, vámonos a casa.” — Vale, vamos. —

Si se aparecía una vez más en ese idílico lago, iba a cogerle una manía tremenda. No perdió ni un minuto y soltó a la palomita a volar, que ni dudó, al sentir relativamente cerca la esencia. — ¡ME VOY! ¡ESPERA AQUÍ! — Gritó Alice mientras echaba a correr. — ¡SI ME PIERDO TIRARE CHISPAS ROJAS CON LA VARITA! ¡SI NO HE VUELTO EN UNA HORA PIDE AYUDA! — Y poco más pudo decir, porque tenía que concentrarse en seguir a la palomita que iba a toda velocidad.

 

MARCUS

Oía los gritos de las chicas tras él pero ya no atendía a razones. De hecho, lo que hubiera deseado hacer con todas sus fuerzas era ir hacia ellas y volver a casa, y en su lugar, corría más y más rápido a más lo pensaba, pero en dirección contraria. Cuando se quiso dar cuenta, solo veía frondosos árboles a su alrededor.

Se detuvo, jadeando, recuperando el resuello con las manos en las rodillas. ¿Qué estaba haciendo? ¿A qué había venido meterse en el bosque? ¿Qué pretendía? Miró a su alrededor pero solo había árboles. Apretó los dientes, enfadado, y en un gesto que ni él alcanzaba a comprender, miró hacia arriba e increpó. — ¡SI TAN HIJO TUYO SOY, MÁNDAME UNA AYUDA! ¡MANDA UNA SEÑAL O ALGO! — Apretó los puños y dio una patada en el suelo, gritando aún más fuerte. — ¡¡TRAE A MÍ ESAS MALDITAS RELIQUIAS!! ¿¿QUÉ MÁS QUERÉIS QUE HAGA?? — Evidentemente, no recibió respuesta. — ¡¡AQUÍ ESTOY!! ¡¡SOLO!! ¡¡COMO TÚ!! — Y entonces, oyó el graznido de varias aves que sobrevolaban por allí. Se sobresaltó y dio varios pasos hacia atrás, asustado, como si le hubieran graznado a él directamente. Silencio sepulcral. Miró a los lados. Oyó un fuerte aleteo a su espalda que le hizo girarse de golpe, varita en ristre, aunque tenía la sensación de que no sabría echar un solo hechizo. No vio nada. Solo se hizo un pesado silencio a su alrededor otra vez.

El lugar en el que estaba era tan frondoso que no se colaba ni el viento, era como verse metido en un paisaje estático. La luz era cada vez más tenue, empezaba a caer el sol, y la altura de los árboles ya no favorecía que se viera bien: en pocos minutos, en ese sitio sería como si fuera noche cerrada. ¿Dónde estaba? ¿Y cómo se salía de ahí? — ¡Lumos! — Su varita se iluminó, y se sintió talmente como un niño de once años que pronuncia el único hechizo que se sabe. Empezó a avanzar, pero estaba totalmente desorientado. Él no solía adentrarse en los bosques, por lo que no tenía ni idea de dónde tirar, para él todos los lados eran iguales. Empezaba a agobiarse cada vez más. ¿No había algo... sobre el musgo en los árboles, el norte...? Sí, los árboles tenían un poco de musgo, ¿sería porque el lago estaba cerca? ¿O era la humedad del ambiente? ¿Y qué quería eso decir? ¿Dónde estaba el musgo era el norte, o el norte era la dirección contraria? Pero él quería volver donde la cierva del cambio, y esa estaba... Había olvidado en qué punto cardinal estaba. — ¿¿Alice?? — Llamó, con voz temblorosa, y al oír el nombre de su novia salir de sus labios se dio cuenta de que no tenía sentido llamarla. Estaba totalmente perdido. Ella estaba enfadada con él, igual hasta se había ido y le había dejado allí. Estaba en la espesura de un bosque al que su novia tampoco tendría acceso. No iba a escucharle por más que gritara.

Cada vez que se movía, hacía crujir una rama que le sobresaltaba. La luz era cada vez menor, las hojas de los árboles se movían sin saber muy bien impulsadas por qué, hacía mucho frío y los búhos empezaban a ulular, y los cuervos a batir ruidosamente sus alas, donde él no podía verles, soltando graznidos espeluznantes. Empezaba a apoderarse el terror de él. — ¿¿Alice?? ¿¿Nancy?? — Volvió a llamar, porque a pesar del sinsentido, era lo único que podía hacer. Su voz empezaba a quebrarse, la respiración le salía entrecortada y las ganas de llorar se estaban volviendo incontrolables. — ¿¿Me oís?? ¿¿Hola?? — Un paso en falso le hizo pisar algo que salió rebotado de la tierra y que le hizo correr en dirección contraria, aun sin haber comprobado si tan solo era una hoja o un pequeño insecto. Pero el miedo estaba apoderándose de él. — ¡¡ALICE!! — Chilló, desesperado. Había empezado a sollozar como un niño. — ¡¡ALICE!! ¡¡NANCY!! — Y al pronunciar el nombre de su prima, las imágenes de la hoguera acudieron a su cabeza. ¿Y si esos pájaros que atacaban a Nancy en la visión, no la atacaban a ella, sino a él? Otro batir de alas le hizo sobresaltarse tanto que dio con la espalda en el tronco de un árbol, golpeándose la espalda y dejando caer la varita, que se enterró entre la hojarasca y se apagó. Sintió tal estremecimiento que se dejó caer, sentándose en el suelo.

Marcus, reacciona. Recupera el control. Trataba de decirse, pero el llanto se le había descontrolado y ahora estaba agazapado sobre la hierba, con la cabeza entre las manos. Sabías que no era hoy. No debiste haberlo intentado. — “No debiste haber empezado siquiera.” — Esa voz. Se apretó las manos contra la cabeza. — “No estabas a la altura de esto, falso hijo de Ogmios.” — ¡CÁLLATE! — Gritó. — NO ESTÁS AQUÍ. — De hecho, dudaba que fuera siquiera la voz de Phádin, como lo había intentado otras veces. O quizás sí. Quizás intentaba volverle loco. Se sentía al borde de la locura, de hecho, pero estaba tan asustado que ese era el menor de sus problemas, solo quería salir de allí. Que alguien fuera a rescatarse. Rezar porque su novia y su prima no estuvieran tan dolidas con él como para dejarle allí tirado.

Y entonces, algo se chocó contra él, y su reacción fue ahogar un grito y dar manotazos al aire, como si un pájaro le estuviera atacando. Pero no era un pájaro, no uno de verdad al menos, sino uno que podía reconocer perfectamente. Abrió mucho los ojos y, como si fuera agua y llevara tres días en el desierto, lo recogió de entre las hojas en las que había caído y leyó la nota. Soltó un sollozo y se puso de pie. — ¡¡ALICE!! — Gritó. — ¡¡ALICE!! ¡¡ALICE!! — Era lo único que podía decir, una y otra vez, entre lágrimas. Ni siquiera atinaba a moverse de su sitio, temía perderse más... pero su novia le encontró. Se lanzó hacia ella y la abrazó con fuerza. No le salían las palabras, solo repetir. — Sácame de aquí. Sácame de aquí, tengo miedo. — Alice le recondujo, diligente (ahora temía que se perdieran los dos, pero Alice debía tener algún mecanismo para saber volver, y él simplemente se dejó llevar), pero apenas llevaban unos pasos cuando dijo. — ¡MI VARITA! Se me ha caído. — Pero su novia la tenía en la mano. No sabía cómo había llegado a manos de Alice, quizás estuviera a sus pies cuando le encontró. Es que ya ni veía ni era capaz de pensar. Salieron de allí a la carrera, con la negrura de la noche cerniéndose sobre ellos, y cuando vio aparecer de nuevo el lago lloró de puro alivio. Más aún cuando vio a su prima correr hacia ellos. — ¡¡Nancy!! — Parecía que había estado un mes secuestrado y lo acabaran de rescatar. Entre Alice y Nancy le agarraron con fuerza, ya que él no podía dejar de llorar con desesperación, y escuchó a la mayor decir. — Volvamos a casa. — Y en un parpadeo, habían dejado el lago y el bosque atrás, esperaba que por última vez ese día.

 

ALICE

Vio a Marcus agazapado y murmurando a lo lejos, pero la palomita llegó antes que ella, e hizo que Marcus se levantara de golpe. — ¡Marcus! — Le llamó, sin gritar mucho para evitar asustarle aún más. — ¡Mi vida! — Le abrazó cuando se encontraron, y le notaba a la vez temblar y agarrarse a ella como si fuera un monito bebé con miedo de caerse. — Ya estás conmigo, vámonos a casa. — Como pudo, convocó la varita de Marcus y, agarrándole de la mano, deshizo el camino que había hecho para ir. — No te preocupes por nada. Ahora te la doy. Está todo bien. — En cuanto salieron de la espesura, Alice pudo suspirar, y dejó a Marcus que fuera corriendo con Nancy. Antes de reunirse con ellos miró hacia atrás, en una especie de instinto, para tener una última vista del bosque, y casi se arrepintió, porque sintió cómo se le ponía toda la piel de gallina. Que perdure en el tiempo… Resonó en su cabeza, como un susurro de una mujer. ¿Quién había dicho eso? Tiempo. Volvió a oír. Inspiró, sacudió la cabeza, y corrió de vuelta con Nancy y Marcus para aparecerse en casa.

Por supuesto, aunque a Marcus no le gustaba lo de ser un mesías, los abuelos actuaron a su llegada como tal. — Casi nos matas del susto, hijo. Si vais a seguir haciendo esto no podéis separaros con tanta facilidad. — Déjale, abuelo. — Dijo Alice, con voz cansada. — En esa zona es muy complicado mantener la mente en su sitio. — El abuelo suspiró. — Es verdad… tiene que ser horrible no ser capaz de usar la mente… — ¡Bueno, ya está! Lágrimas de Ravenclaw. ¿Sabéis cómo se soluciona esto? Con una cena de la abuela. — Realmente, así lo arreglaba todo, y más no podía hacer, así que siguió a la abuela para entrar en la casa.

Pero se dieron cuenta de que Nancy se quedaba en la puerta, muy pálida, quieta. — Nancy, ¿qué te pasa? — Que… Que… — Se le cayeron dos lágrimas. —Nunca pensé que pasarían tantas cosas y… Marcus solo… Los druidas… — Se le salieron más lágrimas y Molly se acercó a ella. — Ya está, ya está, mi vida. Te has asustado ¿verdad? — La rodeó y Nancy se echó a llorar. — Venga, vamos dentro, el fuego y la comida te van a hacer sentir mejor. — Como si fueran unos cachorritos temblones, se sentaron los tres en el fuego y esperaron a que la abuela volviera, aunque el abuelo se había perdido de camino. — A ver, mis niños han tenido un día complicado. — Dijo Molly sentándose en la butaca de al lado. — Mejor quédate aquí, Nancy, cariño, ¿sí? Entre vosotros os vais a entender y proteger como nadie. Y ahora vamos a cenar y a poner todo sobre la mesa, porque estáis asustados en exceso. — Alice tomó la mano de Marcus y miró a Nancy, susurrando mientras la abuela empezaba a cacharrear. — No ha pasado nada ¿vale? Todo era irreal. Son los dioses de la inteligencia, juegan con nuestro cerebro, y nos hacen creer cosas. O comportarnos… como sea. — Apretó las manos de ambos. — Ya está. Ahora descansaremos. No pasa nada. No estamos enfadados. De hecho, hemos sido un poco graciosos. Solo tenemos que andarnos con un poco más de cuidado. — Y sonrió cálidamente, esperando que eso ayudara un poco a su causa.

 

MARCUS

Cuando vio su casa y a sus abuelos aún le duraba el miedo en el cuerpo, pero tan pronto se iba haciendo patente la realidad le iba embargando un alivio que casi le mareaba. Había llegado aún llorando como un niño, con la respiración agitada, pero el llanto se le fue calmando solo a medida que reconocía lo que estaba pasando. Dejó paulatinamente de llorar y se secó las lágrimas de la cara con las manos, mirando a su novia y a su prima. Su abuela ya había entrado del tirón a la cocina y ellos iban detrás. — Lo siento... No quería irme al bosque... — Musitó, confuso. Realmente no quería irse al bosque, pero era como si su cabeza fuera por un lado y sus pies por otro. La sensación era de extrema confusión, porque recordaba perfectamente la cadena de acontecimientos, pero no reconocía a las tres personas que veía participando en ellos.

Nancy debió sentir algo parecido, porque cuando se quisieron dar cuenta, se había quedado atrás y ahora era ella la que lloraba desconsolada. Marcus estaba todavía demasiado aturdido para reaccionar, así que Molly recogió a Nancy y ellos simplemente fueron a remolque donde la abuela les dirigía. Al sentarse, tomó lentamente una de las mantas que había por allí para echársela por encima, porque sentía el cuerpo cortado. Alice agarró su mano y la de Nancy, y él la miró con una sonrisa cálida, pero seguía sin poder hablar. Asintió a sus palabras, y luego miró a su prima, que seguía con los ojos brillantes. Sintió un pinchazo de culpabilidad en el pecho: si es que no tenían que haber ido, llevaba todo el día sin verlo claro, sin sentirse preparado, y todo había sido un rosario de locuras que no había sabido parar. Apretó los labios, soltó lentamente a su novia y se arrastró hacia Nancy, dándose un cálido abrazo mutuo. Su prima volvió a llorar. — Prométeme que no estás pensando que esto es tu culpa. — Le susurró, pero la chica siguió llorando y no contestó. La separó y la miró a los ojos. — Estábamos los tres en la misma circunstancia. Hacemos esto porque queremos. Nadie dijo que fuese una prueba fácil. — Intensificó la mirada. — ¿Sí? — Ella hizo un puchero, se secó las lágrimas y asintió. Marcus sonrió levemente, tomó de nuevo la manta y se la puso por encima, abriéndola en los brazos como si fueran unas alas gigantes, en un gesto gracioso, para desestresar. — Seamos tres polluelos de Ravenclaw lloricas juntos. — Rieron y se arrebujaron los tres en la manta.

Cuando Molly les puso la comida por delante, al principio picotearon como si efectivamente fueran pollitos, pero no tardaron en ser conscientes del hambre que tenían y acabaron devorándolo todo, para gran satisfacción de la abuela. Estaban ya retrepados entre las mantas, en un sopor provocado por la comilona y el calor de la hoguera, a cuál con más cara de sueño, cuando Lawrence apareció de nuevo por allí. Le miraron desde abajo, con toda su altura, y por un momento Marcus tuvo que parpadear, porque le parecía estar viendo a su propio padre: traía el rostro tan iluminado que casi parecía más joven, y con una sonrisa, dijo. — Igual estos niños deberían irse a dormir al desván, que van a estar más cómodos. — Se miraron, curiosos, porque eso sonaba a que tramaba algo. Cuando fueron al desván, se quedaron boquiabiertos en la puerta. Marcus se giró hacia él. — ¡Pero abuelo! — Y se le abrazó de la cintura, como si fuera un niño de nuevo. Había dispuesto tres enormes colchones en el suelo y todo estaba lleno de encantamientos de luciérnagas y estrellas, como si fuera una fantasiosa y preciosa habitación infantil. Había hecho un círculo de calor protegido para que también tuvieran lumbre allí arriba, y en el centro había varios cuencos llenos de chucherías. — Tío Larry, ¿de dónde has sacado tantas chuches? — Preguntó Nancy, divertida. El hombre hizo un gesto de la mano. — Este pueblo va de fiesta en fiesta y siempre regalan todo tipo de porquerías, me vine con un saco lleno de San Patricio. — Pues sí que las tenías escondidas. — Se quejó Marcus, a lo que el hombre le revolvió los rizos y dijo. — Será porque tengo un nieto tan glotón como intelectualmente ambicioso y sabía que tarde o temprano las iba a tener que usar, como así ha sido. — Marcus hizo una burlita en lo que los demás se reían de la gracia.

A pesar del sueño que tenía, podían llevar ya perfectamente una hora ahí tirados, poniéndose hasta arriba de gominolas y riéndose de sí mismos. — Me has llamado impertinente. — Señaló Marcus a Nancy, que estaba rodando de risa por el suelo ya a esas alturas. — No, de hecho, cito textualmente: has dicho algo así como que los animales no son tan impertinentes como yo. — Eso no es citar textualmente, señor erudito. — ¿Quién es la impertinente ahora? — Le tiró una gominola, a lo que Nancy reaccionó con una fuerte carcajada. Se puso de rodillas de un salto. — ¿Te has curado ya, Romeo? Casi veo un dramático suicidio en el lago porque tu novia estaba enfadada contigo solo Nuada sabe por qué. — ¡Idiota! — Respondió Marcus, riéndose, y luego miró a Alice. — Estabas enfadada, mi amor. Venga, reconócelo. No te ofendas, pero se te pone malísima cara. — Y Nancy volvió a rodar entre carcajadas. Poco a poco, estas se fueron diluyendo y les venció el cansancio. — Sí que nos hemos puesto tontísimos. — Dijo la chica. Marcus suspiró. — Algo me dice que vamos a tener que llevarlo mucho mejor preparado de casa... Y buscar alguna que otra estrategia. — Se estiró, bostezando. Alice y él estaban ya abrazados y a punto de dormirse. — Pero será otro día... — Nancy les miraba, y tras una pausa, serpenteó hasta ellos. — Sin querer desmerecer yo estos enormes colchones del tío Larry... ni querer interrumpir a los tortolitos... Per... — Antes de que terminara, Marcus y Alice le habían echado la manta por encima de la cabeza, lo que hizo a la chica ahogar un gritito y reírse. Sí, podían dormir juntos. Lo necesitaban.

Notes:

No esperaríais que los dioses de la inteligencia hubieran dejado sus reliquias desprotegidas ante cualquiera ¿verdad? Ni siquiera nuestros tres Ravenclaws son lo suficientemente listos para los dioses. ¿Qué creéis que les está pasando? ¿Se os ocurre una solución? ¡Dejádnoslo por aquí, que a los chicos les va a venir muy bien!

Chapter 87: La pieza perdida

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LA PIEZA PERDIDA

(2 de abril de 2003)

 

ALICE

La luz anaranjada empezó a iluminar la página que estaba leyendo y se frotó los ojos. Eso era el amanecer, y con la primera luz del amanecer oyó los pasitos y el ruidito de la bata de la abuela, dispuestísima a hacer un nutritivo desayuno a sus niños que iban a buscar reliquias. Sí, lo había dicho con el tono de la abuela en su cabeza. — Buenos días, abuela. — Dijo un poco alto, para no ser acusada de asustar a la señora. Dio igual, porque puso una cara de estupefacción profunda— Hija, ¿acabas de saludarme en gaélico? — Alice se dio en la frente. — ¡Ah, sí! La idiomática. Perdón. Me entiendes ¿verdad? — Sí, claro, no te voy a entender… ¿Pero por qué estás hablando así? — Alice señaló la mesa del comedor. — He estado tomando un montón de notas de las leyendas de los Tuatha, especialmente de las canciones épicas antiguas, y mejor si las leo en la fuente original… — Molly suspiró y le acarició el pelo. — Ay, cariño… Nunca pensé que iba a decir esto, pero os va a venir bien que volvamos a Inglaterra y os separéis un poco de esto, eh… — Alice sonrió y se puso a cortar pan para las tostadas. — Bueno, es un pequeñito esfuerzo final. Ayer caí derrengada, con las chuches y tan contentos ahí arriba… Pero a las cinco y media me he desvelado y he pensado que mejor adelantaba trabajo. — Molly rio. — Ya, si ya sé lo que es vivir con un Ravenclaw, ya… —

En apenas quince minutos, ya se había levantado todo el mundo, y Nancy y Marcus localizaron todos los papelotes en un momento. Afortunadamente, se le había pasado la idiomática ya. — ¿Has averiguado algo? — Preguntó Nancy, echándose café. — Nada especial. Pero he estado pensando y tengo varias propuestas. — Se sentó también, bajo la atenta mirada de los tres (de la abuela no, ella seguía a lo suyo con el desayuno). — Lugh siempre confiaba en Folda para narrar sus batallas, es decir, no sabríamos tanto o nada de él si no fuera por ella, así que creo que solo podemos llegara a Lugh a través de Folda. — Pues con lo bien que se nos dio Folda… — Se quejó Nancy. — Lo mismo pensé yo. Entonces me dije: tenemos que ir por turnos. Cuando anoche fuimos a por Marcus se nos dio muy bien. Estando allí no nos funciona el cerebro, pero cuando acabamos de llegar aún no nos ha contaminado mucho, y en cuanto volvemos aquí logramos ubicarnos. — ¿Pretendes que nos estemos cambiando todo el rato? — Alice suspiró y torció la mano. — Bueno, es que si lo dices así… Claro está que los tres juntos tampoco llegamos a mucho. — De hecho… Si hubiera una forma de que os comunicarais… Que uno se quedara aquí y pudiera hablar rápidamente con el otro sin presentarse allí, guiando, pudiendo recurrir a toda la información… — Dijo el abuelo. Alice suspiró. — Ya. Pero mi palomita no es tan rápida, y habría que escribir y todo… — Negó. — A ver, que solo estaba proponiendo cosas… Demasiadas canciones épicas de madrugada. — Y bebió café. Nada parecía funcionar con esas reliquias.

 

MARCUS

Cuando se despertó, Alice ya no estaba, pero era consciente de que seguía siendo bastante temprano. Se negó a levantarse y se empeñó en dormir: necesitaba descansar. Necesitaban, los tres, descansar. Pero la cabeza no le dejaba tranquilo: estaba convencido de que su novia se había levantado para seguir investigando, notaba a Nancy dar una y otra vuelta en la cama, probablemente también despierta y pensando sin parar, y él, igual. Aquello iba a acabar con la cordura y las fuerzas de todos... y, quizás, para Nancy fuera toda su vida. Pero Marcus y Alice tenían otros proyectos. Empezaba a ponerse cada vez más de parte de su abuelo en aquello.

Cuando se hartó de forzarse sin éxito a dormir y de que Nancy tampoco hiciera por levantarse, se levantó él... y ella detrás. — Buenos días. — Le dijo como si tal cosa, como si no llevara un rato esperando a que él diera el pistoletazo de salida a eso de bajar. La chica se levantó y empezó a recopilar papeles. — Mejor me lo llevo para abajo, ahora que estamos frescos... — Puso una sonrisa tensa y la ayudó a recoger los papeles, sin decir nada. Pero él estaba de todo menos fresco. No había empezado el día con buen pie, y si se conocía de algo, lo iba a llevar arrastrando mínimo unas cuantas horas. Hoy tampoco es...

Desayunar tranquilo tampoco iba a ser posible. Atendió a Alice por respeto y porque sabía que, hasta que no lo soltara, no se lo iba a quitar de la cabeza (lo sabía porque él era igual). Se quedó pensando mientras masticaba, y cuando acabó el debate, tras un breve silencio, habló. — Honestamente, me parece la única opción factible. — Se limpió con la servilleta. — Los tres allí no podemos estar sin empezar a hacer y decir tonterías. Alguien tiene que ser la cabeza pensante, y desde luego no puede serlo allí. Necesitamos un centinela mientras los otros dos operan... — Hizo una pausa, reflexionando. — Pero, efectivamente, eso implica dos cosas: apariciones constantes, porque no creo que a los dos que estén allí les favorezca pasar allí mucho tiempo, y un medio de comunicación veloz. — Se mordió el labio y se quedó callado, con la mirada perdida. Se había vuelto a generar un silencio pesado. El abuelo carraspeó. — Podríamos mejorar el material de la palomita... Quizás favorecer que sea más veloz. — No, abuelo. — Suspiró, negando con voz resignada, con la vista en el café que removía con la cucharilla. — Seguiría sin ser operativa... hay que escribir mucho, lo que escriban los dos de allí podría estar sesgado... Y modificarla requeriría varios procesos alquímicos. — O lo que era lo mismo: tiempo, mucho. No, no podían invertir tanto tiempo solo en el uno por ciento de la consecución de parte de las reliquias. Quizás se había llevado una impresión errónea sobre la tardanza con las otras cuatro, pero ahora no estaba dispuesto a malgastar más capacidad ni mental ni temporal en una posibilidad que ni siquiera sabían si sería o no factible.

De la mesa del desayuno se trasladaron a la del salón, y la lluvia de ideas consiguiente empezó a traer consigo una serie de propuestas a cuál más peregrina e inverosímil. Marcus lo veía menos claro a cada minuto que pasaba, y continuamente se estaba retroalimentando en la idea de la pérdida de tiempo. Miró el reloj y se espantó al ver la hora: deberían estar estudiando. No tenía la prueba final de Hielo preparada todavía, y eso empezó a producirle una presión en el pecho. Ya se había presentado al primer examen de licencia con una preparación atropellada, ¿iba a hacer lo mismo con todos, cuando no era por una cosa era por otra? ¿Y si de aquí al examen les surgía un imprevisto que les quitaba mucho tiempo de verdad? — Creo que estamos un poco en barrena. — Afirmó Nancy. Era la oportunidad de Marcus. — ¿Y si... hacemos una pausa? — Entrelazó los dedos. — Somos Ravenclaw, reflexionar nos viene bien. Propongo que nos pongamos una fecha, y que mientras tanto, pensemos en esto cada uno para sí. Solos, por nuestra cuenta, y lo ponemos en común entonces. Soltando ideas al azar en voz alta, claramente, no estamos llegando a nada. Quizás nos venga bien estar por nuestra cuenta. — Nancy asintió. — ¿El viernes? Tres días. Y así, si sacamos alguna conclusión, podemos aprovechar el fin de semana para volver a intentarlo. — Marcus asintió y Alice también. Nancy suspiró y se levantó. — Pues creo que voy a volver a casa. Mis primas querrán saber si sigo viva o si me ha devorado un cervatillo, como se empeña en decir Ginny que será mi destino. — Marcus rio levemente y Nancy añadió. — Iré dando un paseo, a ver si el aire fresco me despeja las ideas. —

Cuando su prima se hubo ido, Marcus miró a Alice. — Quizás a nosotros también nos venga bien un paseo, ¿te apetece? — Tomó su mano y le dijo más confidencialmente. — Necesito un rato los dos solos. Para variar. — Y su mirada lo dejaba claro: necesitaba hablar sin influencia de nadie más, volcar sus preocupaciones y sus reflexiones en su novia, y solo tener la opinión de ella y punto. Se asomó a la cocina. — ¡Abuela! Alice y yo vamos a ir a dar un paseo. ¿Necesitas algo del mer...? — ¡AY HIJO PUES LLÉGATE AL MERCADO! Mira, necesito que me traigas unas coles, pero de las que son solo hojas no, mira que tengan buena... — Se arrepintió de preguntar. Diez minutos después seguía recibiendo información en la puerta de la cocina. — ¡Y TRÁETE ALGO DE PESCADO, QUE HOY ES MARTES, ESTÁ FRESCO! — ¿Algo de pescado qué es, abuela? — ¡PUES HIJO! Lo que veas más fresco. — Molly debió verle la cara de pescado, nunca mejor dicho, a Marcus, y se llevó de regalo otro alegato sobre por qué los jóvenes de hoy en día en general y los hombres también en general no sabían ni lo que se metían en la boca y si por ellos fuera se morirían de inanición. Esperaba que Alice se estuviera quedando con el recado mejor que él, que ya de por sí estaba embotado, ahora aún más.

 

ALICE

Notaba a Marcus hastiado, y eso era raro, porque su novio era siempre el primero en subirse a un barco, y más con lo que implicaba este, pero también le conocía cuando se frustraba y cómo se ponía. El problema es que hacía apenas unos días le estaba diciendo a Nancy que todo bien, que qué tranquilo estaba y ahora… Si es que todo eso era demasiado confuso, y estaba segura de que era parte de la prueba, de que hacía falta una… inteligencia especial para ello, una que quizá se les estaba escapando. Y sí, no se le ocurría nada para mejorar la comunicación, encima no era capaz de proponer una mejora en nada de lo que ella misma había puesto sobre la mesa.

Como la cosa no mejoró demasiado después del desayuno, asintió a lo que dijo Marcus. Estaba tan bloqueada y enfurruñada con su propia cabeza, que tres días se le antojaban a la vez tres años, porque quería resolver eso en el terreno, con sus propios ojos, y a la vez tres segundos, porque no se notaba preparada en absoluto. En fin, tenía la cabeza hecha un auténtico lío. Se rio de lo de Nancy y dijo. — Deja que te saquen por ahí. O ve al pub. Y a ver a tu hermano. Hemos estado muy perdidos con esto, yo creo que movernos entre los demás magos normales nos va a venir muy bien. —

Agarró la mano de Marcus y sonrió. — Sí, por favor. — Susurró. La falta que le hacía no la sabía nadie. Eso sí, no se iba a librar de los encargos. Casi dio un bote cuando la abuela empezó a bramar por pescado. — ¿Rodaballo te parece? — Le dijo con una sonrisa tierna. — ¡PERO ENTONCES TRAE DOS QUE CON UNO NO DA PARA NADA, TODO SON ESPINAS EN CUANTO TE DESCUIDAS! — ¡Ay, mujer, no grites tanto! Alice, hija, te encargo que me traigas de estas tintas. — Dijo tendiéndole una lista. Dos tipos de persona sin duda. — Y necesito también un nuevo sextante para el seguimiento celestial. Si no hay de mis tintas o de esa marca de sextante, no me traigas otros, me los encargas. — Ella sonrió. — Entendido, abuelo. ¿Queréis algo más? — Nada, hija, y si se os ocurre algo, os lo traéis también. — Soltó Molly mientras se iba a la cocina. Ah, estupendo, pensó, aguantándose la risa.

Nada más salir, entre risas, empezó a ponerse mimosa, del brazo de su novio, cuando se encontraron con algunas señoras del pueblo. — ¿Ya estás mejor, chico? Mira que el otro día llegaste con mala cara eh… A ver por dónde os lleva la Nancy que luego uno se marea apareciendo. — Es que estudiamos mucho, es lo que tiene ser alquimistas. — Repuso Alice, con una sonrisa tensa. — ¡Ay! Igualito que el abuelo, eh… Vamos, el abuelo estaba para soltero del pueblo, pero claro, cuando la Molly plantó al escocés… — Pues Molly precisamente nos manda al mercado, así que les dejamos ¿eh? — ¡Oye! ¿Y tu prima la alta? Qué maja, eh, ¿se ha ido ya? — Sí, sí, les manda saludos. — Contestó mientras se alejaban. Resopló y dejó caer la cabeza sobre el hombro de Marcus. — Terrible esto, no vamos a estar solos en la vida. — Sacó la varita y sonrió. — Vamos a hacerlo a la antigua usanza. —

Les apareció en lo alto de una de las colinas donde Martha y Cerys solían sacar a las reses, pero que ese día estaba desierta. — Uf, me la he jugado, eh. Pero confié en que nuestras alegres bolleras hoy estuvieran en otro lado. — Inspiró, cerró los ojos y rodeó a su novio con los brazos. — Vamos, por unos segundos, a recordar que tenemos dieciocho años, un rango alquímico, que no tenemos TANTAS preocupaciones y que vivimos juntos, al menos aquí en Irlanda, y que somos muuuuuuy felices. — Dejó un beso en sus labios. — Nos hemos visto en días peores. Y además no llueve, hace vientecito y estamos solos, incluyendo en eso la no presencia ni de personas ni de cabezas de ganado. Yo diría que hay que alegrarse. —

 

MARCUS

Soltó aire por la nariz, empezando a impacientarse. ¿Para qué preguntaría él si querían que les trajeran algún encargo? A ese paso no se iban a ir nunca, y la conversación que quería tener con Alice empezaba a quemarle en la boca y en la cabeza. Sintió un alivio artificial cuando por fin pudieron salir de casa y Alice y él volvieron a ser un poco los de siempre, pero no duró ni cinco segundos, por no hablar de que la tensión por la conversación no se le había pasado del todo. Respondió con una sonrisa un tanto forzada a las señoras, sin perder la educación que le caracterizaba, pero emanando vibraciones de querer salir corriendo. — Estoy perfectamente, señora, gracias por preguntar. — Y con eso esperaba haber dado la conversación por zanjada... Nunca era tan rápido tratándose del pueblo. Hoy no era el día que mejor se le diera fingir cortesía o disimular la tensión, y por eso prefirió no decir nada, pero el comentario sobre sus abuelos de repente le sonó ridículo y ofensivo. ¿Cuántos años hacía de eso, por los Siete? ¿Todavía lo estaban comentando? ¿Un hombre que había llegado a alquimista carmesí y una mujer que había dado una educación a todos los niños del pueblo y mantenido viva la biblioteca en tiempos de guerra, y que tenían dos hijos adultos, y dos nietos, y todos ellos demostrando en lo suyo un desempeño brillante, seguían siendo "el soltero" y "la que dio plantón"? ¿En serio? ¿De verdad eso era lo más reseñable que tenían que decir de ellos?

— Sí, mejor será. — Respondió a Alice cuando propuso aparecerse, y así lo hicieron. Al llegar a su destino, no pudo evitar resoplar de hastío, por verse por fin fuera de las habladurías del pueblo y solos... y eso le hizo tomar conciencia de lo necesaria que era la conversación que iban a tener. Sonrió a las palabras de Alice y su comentario final le hizo reír. — Pues sí. Supongo que tenemos que dar las gracias. — Juntó su frente con la suya y se permitió cerrar los ojos, sintiendo la brisa suave, la cercanía de la chica y la tranquilidad. Por fin. — No hay día que no dé las gracias por tenerte a ti. — Se mantuvo unos segundos en esa postura, en silencio. Lo necesitaba antes de soltar todo lo que necesitaba soltar.

Se sentaron en uno de los remansos de vegetación de la colina, tranquilos, en silencio y de la mano. Al cabo de unos instantes, tomó aire. — Alice... — Se mordió el labio, con la vista baja, eligiendo las palabras. No se le ocurría mejor forma de decir aquello que directamente, así que la miró a los ojos y se sinceró. — Creo que... ha llegado el momento de que volvamos a casa. — Respiró hondo. — Honestamente, lo de los tres días con Nancy ha sido porque, si para el viernes no hemos dado con una forma de hacernos con las reliquias... yo preferiría parar aquí. No de manera permanente, por supuesto que quiero seguir con esto: es muy valioso para nosotros y ya nos hemos comprometido con mi prima. Pero necesito parar. — Negó y volvió a bajar la mirada. — He intentado... que no me obsesione. He intentado poder llevar las dos cosas a la vez, pero lo cierto es que no puedo. Y sí, sé que me vas a decir que estoy estudiando para Hielo, que yo siempre lo llevo todo bien, y que probablemente pudiera hacer un examen estupendo y todo lo que me quieras decir... pero yo no lo siento así. Mi cabeza está en las reliquias, y ya sabes cuál es la primera norma del taller de alquimia: hay que estar en el taller. — La miró de nuevo, apenado. — Y yo no estoy en el taller, Alice. —

Tragó saliva. — Tengo la intuición de que estas reliquias no las vamos a poder conseguir ahora, que esto nos va a demandar mucho esfuerzo, mucha magia, mucha capacidad, mucha paciencia. Y puede incluso que requiera cosas con las que aún no contamos... No es ahora, Alice. Y yo no puedo llevarlo como si fuera una asignatura más y simplemente dejarlo estar. Además... — Soltó aire por la boca. — Me duele decir esto, pero... el pueblo empieza a ahogarme. Ahora entiendo a mi abuelo. El taller es muy bueno, pero tenemos más recursos en Londres. De todas formas eso es lo de menos. Adoro a mi familia, pero... no podemos concentrarnos cuando no para de entrar y salir gente, cuando cada comida es un evento que se prolonga por dos horas, cuando hay fiesta noche sí y noche también. Cada vez que pisamos la calle nos hacen un interrogatorio. Y, sinceramente... empieza a molestarme ser el nieto del "solterón" y "la que plantó al novio". Me parece absurdo. — Se llevó una mano al pecho. — Y ya me conoces, siempre me ha encantado ser el nieto de Lawrence, el hijo de Arnold, el hijo de Emma... pero es que... hay algo en la manera en que el pueblo me relaciona con los míos que suena como... ¿mal? — Negó. — Es como ser observados permanentemente. Y puntualmente me hace gracia, pero empieza a agobiarme. — Soltó aire por la boca y miró a Alice. — Lo siento... Quiero saber qué piensas tú, pero... — Quizás no había dejado mucho margen de maniobra a su novia. Pero se sentía verdaderamente agotado, y si iban a quedarse, iba a necesitar que le ayudara a afrontarlo.

 

ALICE

Cuando su novio decía su nombre así era porque había estado guardándose algo, y eso solía darle miedo, pero esta vez se lo veía venir. Tomó sus manos y le dejó hablar, y cuando notó que había soltado todo, se puso de puntillas y dejó un beso en su frente antes de susurrar. — Vale. — Parecía una respuesta un poco corta para cosas tan importantes, pero quería quitarle, antes de nada, el peso de encima. Acarició su mejilla y sonrió. — Y ahora que ya lo has dicho y yo te he dicho que estoy de acuerdo, vamos a respirar, a disfrutar un poco del aire y el silencio antes de seguir generándonos ruido. — Y dejaron, por unos segundos que el aire les rodeara, inspirando fuertemente.

Abrió los ojos y apretó las manos de su novio. — Tienes razón. El único problema de estas mentes nuestras es que muchas veces no son capaces de parar de acaparar, queremos saberlo todo, entenderlo y descubrirlo, y la realidad es que no podemos. No ahora. Hemos vivido muchas cosas, pero la licencia es mucho más importante. Las reliquias han esperado miles de años, no pasa nada si reposan un poco más hasta que encontremos un mejor momento y estemos más preparados. —

Sonrió de nuevo y se le escapó una risita. — Y en cuanto al pueblo… No puedo decir que no lo entienda. Sé lo que es sentir que hay algo simplemente malo en ser la hija de quien eres, lo he vivido toda mi vida desde bastantes ángulos de la comunidad mágica, y hasta de mi propia abuela. Lo bueno de esto es que se corta al irse del pueblo. Y, seamos sinceros, vinimos aquí porque yo necesitaba sanar y coger distancia, pero este es solo nuestro inicio. Si uno se queda en el inicio no avanza nada, y yo ya me siento muchísimo mejor. Ha sido un capítulo de inicio precioso, y muy verde, y nos ha dado una familia que no sabíamos ni que teníamos y que podemos amar y cuidar como lo hacemos con la mía de La Provenza. — Cogió sus manos y las besó. — Siempre sabes tomar las decisiones con sabiduría. — Alzó una ceja. — Pero voy a decirte dos cosas que no te van a gustar. Una, que el de la sangre irlandesa eres tú, así que tú se lo vas a decir a la familia. Dos: buscar casa en las áreas mágicas de Inglaterra es un suplicio, ¿y por qué refiero este hecho? Porque yo me habré perdonado con mi padre, pero yo ahora no puedo volver como si nada a vivir cada uno en su casa y estar apareciéndonos todas las mañanas y viéndonos solo en el taller del abuelo. No. No tengo todo ese dinero de los Van Der Luyden para seguir durmiendo en la misma habitación que he tenido desde que nací. — Ladeó la cabeza. — ¿Preparado para meterte en la vida adulta en cuanto saquemos la licencia de Hielo? —

Rio un poco y tiró de su mano. — Y verás que después de tomar esta decisión sientes que hacer estas cosas de pueblo, como ir al mercado, saludar a todo el mundo y todo eso, se te hace menos cuesta arriba. — Sacó la varita y le guiñó un ojo. — ¿Listo para ir a por rodaballos y tintas? —

 

MARCUS

Lo había soltado todo de corrido, y lo cierto era que, a pesar de conocer muy bien a Alice, no tenía ni idea de por dónde le podía salir con su respuesta. Entre otras cosas porque ni el propio Marcus se había visto venir su propia petición, como para saber lo que su novia le iba a responder. Por eso, cuando ella simplemente dejó un beso en su frente y dijo ese claro y conciso "vale", él alzó la mirada a sus ojos, ligeramente sorprendido, parpadeando... y sintió un alivio inmediato y la sensación de que se quitaba kilos de peso de encima.

El momento de serenidad le vino como agua en el desierto. Cerró los ojos y apoyó la cabeza en el hombro de Alice, respirando tranquilo. Tenía un ligero zumbido en su cabeza, ahora que la marcha era una realidad inminente, sobre cómo iba a plantearlo en su familia y reubicar su vida a la vuelta, pero la sensación general era en su mayoría de gran alivio. Tras la pausa se retomó la conversación, y Marcus simplemente asintió en silencio a las palabras de la chica. Soltó un breve bufido a lo de las habladurías. — Y, personalmente, nunca he entendido qué hay de malo en ser hija de quienes eres: uno de los magos más brillantes de su generación y la mujer más bondadosa que nadie que tuviera la suerte de conocerla se haya topado jamás. — Él no iba a dejar de repetirlo, así como de obviar el hecho del embarazo fuera del matrimonio, la fuga de ella, la diferencia de edad y la decadencia posterior de William. Le parecían cosas irrelevantes en comparación.

Sonrió. — Tienes toda la razón. — Dejó una caricia en su mejilla. — Como siempre. — Ese había sido su inicio, como habían dicho con tanto cariño y en tantas ocasiones... pero, efectivamente, del inicio también hay que moverse para avanzar. Lástima que la sonrisa se le tensó cuando le anunció que habría cosas que no le iban a gustar. Con lo primero, suspiró, mirando levemente hacia arriba. — Tranquila, lo había dado por hecho... Ya estaba pensando en ello. — Vaya palo. Evidentemente le correspondía a él, pero a ver cómo lo planteaba. Entre otras cosas porque, con sus grandes habilidades para el disimule, mínimo su abuela se lo iba a leer en la cara nada más entrara por la puerta de la casa, así que no iba a tener mucho tiempo para prepararse el discurso.

Eso sí, con el segundo punto se quedó absolutamente callado, simplemente mirando a Alice y dejándola terminar. Ella formuló la pregunta y él, muy serio, se removió en su sitio, poniéndose ante ella de rodillas en lugar de sentado como estaba antes, y dijo. — Alice Gallia. — La sonrisilla le empezó a asomar, y los ojos le brillaron con delatora ilusión. — ¿Me estás pidiendo irnos a vivir juntos? — Se acercó a ella y susurró. — ¿Insinúas como si fuera un castigo que me informe obsesivamente, haciendo una comparativa, una extensiva búsqueda y eligiendo la mejor de las opciones, contando con el dinero de esos miserables como aval, sobre la mejor casa para empezar mi vida contigo? — Se mojó los labios, pero la sonrisa era ya incontenible. — ¿Y dónde dices que tengo que firmar? — Se echó a reír y se lanzó a abrazarla, besando sus labios justo después. — No quisiera ser desagradecido con esta tierra que tanto nos ha dado, pero acabas de darme un muy buen motivo para tener aún más ganas de irme. — Rio y se levantó cuando ella tiró de él. — Contigo iría a cualquier parte, Alice Gallia. Ya me he cruzado el océano, me has hecho entrar en secciones prohibidas de la biblioteca, en el baño de prefectos sin autorización, a no sé cuántos metros bajo tierra a una comunidad enana, y a otra élfica, y a unos acantilados druidas. Me quedan París, Damasco y el Caribe, entre otros. Pero sí. — Se pegó a ella. — Supongo que puedo ir a buscar casas. Y al mercado, también, como primera medida. —

 

(3 de abril de 2003)

Volvió de la cocina con una sonrisilla, se dejó caer en el sofá cómicamente al lado de su novia (puede que empujándola deliberadamente para llamar su atención), y le puso el cuenco que traía debajo de la nariz. — ¿Un arándano? — Esperó a que ella picara del cuenco y se lo puso él en el regazo, cogiéndolos de un puñado. — Tengo que mejorar cómo quedan con los bombones. No me convence, no están lo suficientemente dulces, y la textura es extraña. — Se llevó otros pocos a la boca, masticándolos con pereza y echando la cabeza hacia atrás como una gaviota tragando peces. — Están mejor así por el momento. — Giró el cuello para mirar a la chica con una ceja alzada. — ¡Ah! Ya sé cómo voy a hacer los bombones con el champán que me regalaste. — Se recolocó para mirarla de frente, dándole a ella el cuenco (si no, se acababa los arándanos, Alice no le seguía el ritmo comiendo). — Gotas de chocolate, que al metértelas en la boca... explotan en el líquido. He conseguido solidificar las gotas, tengo que buscar la mejor textura y ver cómo bañarlas en chocolate sin que se rompan y quedando perfectas. Mira, con el cuentagotas, si las pones en un círculo de... — ¡¡Familiaaaaaaaaaaaa!! — Sonó cantarinamente desde la puerta, y por el salón asomó Nancy con una gran sonrisa y dando botecitos. Y no venía sola.

Debía reconocer dos cosas: que no se había alegrado de verla tanto como debería, y que probablemente su buenísimo humor de esa noche tuviera que ver precisamente con este hecho. Habían pactado darse hasta el viernes para llegar a una conclusión y ya era jueves por la noche, y si bien habían asegurado que no hablarían del tema hasta el viernes, le daba en la nariz que Alice no había llegado a ningún punto, y creía que Nancy tampoco iba a hacerlo. Por su parte... había una tercera cosa que reconocer: que no lo había intentado siquiera. Después de la conversación con Alice, volvieron a casa, habló con los abuelos (Larry se mostró muy comprensivo, y Molly también, pero se la veía más apenada) y decidieron invertir el resto de la tarde en hacer "cosas de pueblo" (ir un rato al pub, visitar a tío Cletus y tía Amelia, ir a la granja con los niños...). El miércoles, Marcus se levantó especialmente inspirado, y se pasó el día probando cosas en el taller, muy concentrado, muy entusiasmado, y cuando su abuelo les dejaba solos, su monotema era cómo había pensado que podría ser su casa, en qué distrito, cómo sería la fiesta de inauguración cuando la tuvieran, qué cosas iban a hacer cuando vivieran juntos, qué cosas quería llevarse de la suya, que quería una habitación a modo de estudio, y por supuesto otra con camas para sus invitados, y cómo sería el taller, y cuál sería la primera plantita que pondrían en el jardín, que tendría que ser grande, por si su hermano no encontraba sitio para entrenar en el planeta y necesitaba de su territorio para ello (toda la vida quejándose de los pelotazos de Lex para ahora quererle entrenarlo en el jardín, pero defendería los motivos para ello con su vida). Ese ritmo se hizo extensivo al jueves. No, no estaba en las reliquias. Y viéndose a jueves por la noche, había dado por hecho que ese tema se había quedado cerrado. Se precipitó.

— ¿Qué pasa, alquimistas? — Keegan se dirigió hacia ellos, sonriente y carismático, y con esa sonrisa que auguraba que tenía algo en lo que ellos no habían recabado y él sí, y que ese algo solucionaría todos sus problemas pasados, presentes y futuros. Dejó un galante beso en la mano de Molly que la hizo reírse como una quinceañera, alabó la elegancia de la ropa que llevaba puesta Lawrence (venga ya, lleva una chaqueta de punto de andar por casa, pensó Marcus, la persona más zalamera sobre el planeta, mirando con aburrimiento al chico O'Hara por semejante piropo sin venir al caso), robó dos de los tres arándanos que quedaban en el cuenco en manos de Alice (Marcus le miró como si le hubiera quitado su última fuente de sustento, a pesar de que él se había comido medio kilo) y le dio una fuerte palmada en el hombro que le hundió un par de centímetros en los mullidos cojines del sofá. — Lo tenemos. — Dijo Nancy, con emoción contenida. — Tenemos la forma de comunicarnos. — Marcus dibujó una sonrisa ácida, arqueó las cejas y miró a Keegan. — Vaya, Hermes, mensajero del Olimpo, ¿nos vas a hacer de lechuza? No sabía que llegaban a tal extremo tus ganas de aparecerte por negocios. — No he entendido ni media. — Respondió el otro, terminando de llevarse los arándanos a la boca. — Solo sé que, genios milenarios, no se os había ocurrido la solución más obvia. Pero tranquilos, que ya llega tito Keegan a resolver la papeleta. — Querrás decir primo. — Le picó Nancy, a lo que él la miró de reojo y ella rio un poquito. Vaya, con esto no haces bromas, pensó el lado más Slytherin de Marcus, que no dudaría en usarlo en su beneficio como le molestara mucho.

Sacó dos cacharros rectangulares que a Marcus le resultaron peligrosamente familiares, y de repente lo comprendió. Se le cayó el alma a los pies y ni atendió a decir nada antes de que Keegan comenzara a explicar. — Esto que veis en mi mano es un Nokia 3310, el último grito en telefonía móvil. Hablo en serio, están recién saliditos del horno. — Le lanzó uno a Nancy, que lo cogió en el aire, y otro a Marcus, cuya recepción no fue tan exitosa y el aparato acabó en el suelo, para espanto de los presentes. — Tranquilo, ese bicho es indestructible. Me juego una mano a que dentro de veinte años van a seguir funcionando. — Lo recogió del suelo y lo miró. Cuando usaron uno en Nueva York era distinto a ese, pero intuía que el funcionamiento sería parecido. — Nancy, pulsa el uno. Ahora, dale al telefonito verde. — La chica obedeció, e inmediatamente después, el teléfono en manos de Marcus empezó a vibrar, sonar e iluminarse. — Et voilá! Comunicación automática. — Y discreta. — Masculló entre dientes, pero el parecer general del entorno era de bastante entusiasmo, por lo que nadie pareció oírle. — Dale al rojo, Nancy. — Ella obedeció. Luego pidió a Marcus las mismas instrucciones, haciendo sonar el de ella, pero esta vez le pidió descolgar. Efectivamente, la voz se oía nítida. Si por desgracia para él no era el primero que usaba...

— Con esto podéis estar en comunicación continua. Sin límite, además, totalmente gratuito. — Se les acercó y susurró, como si dijera una confidencia. — Lo he hechizado para ello. Una trampilla de nada. — Se irguió, orgulloso. — Y si queréis ser más modernos, puedo enseñar a mandar SMS. — ¡Mensajes escritos! — Descifró Nancy, entusiasmada. Keegan rio y empezó. — Tenéis hasta un jueguecito de una serpiente por si os aburrís. Mira, si le das a ese botón... — ¿Estamos seguros de esto? — Interrumpió Marcus, alzando las palmas. — ¿De verdad creemos que un instrumento muggle es lo que nos va a dar el camino a las reliquias? — Hubo un breve silencio en el entorno, hasta que su abuelo habló. — Hijo... Folda quiere que la información se transmita. Y esto es un transmisor de la información estupendo. Venga de donde venga, es un hecho. — Tragó saliva y bajó los hombros. Pues sí, al parecer era un hecho. Retomaban la búsqueda de las reliquias.

 

ALICE

Desde luego, había pocas personas que conociera que les sentara peor guardarse algo que a su novio. El personaje entristecido, cenizo y esquivo de los últimos días había sido muerto, enterrado y sustituido por un Marcus risueño, concentrado y lleno de proyectos, que tenía muchísimas ganas de hacer cosas. Cosas que no tuvieran que ver con las reliquias, claro. Era una lluvia de ideas para la licencia, actividades para despedirse del pueblo y, sobre todo, de la futura casa. Y eso a Alice le hacía sencillamente feliz. ¿Creía que los deseos de Marcus eran un poco faraónicos de más? Sí, ¿pero qué daño hacía? Ya se tendrían que conformar con la realidad cuando llegara.

Sonrió y empezó a picotear arándanos. — Uffff me gusta cómo suena. Es más, veo un mercado ahí para las lunas de miel. De hecho, usa eso de que te explota en la boca. — Y se echó a reír, picándole en las costillas. Poco les duró la cháchara. No podía decir que no se hubiera visto venir que Nancy volvería, era lo que tenía que hacer, porque habían quedado en ello, y no solo eso, es que aquella investigación era la vida Nancy, y era normal que quisiera seguir con ella, como buena Ravenclaw que era. El problema era que… no habían pensado mucho en ella. Necesitaban esa desconexión y… realmente, Alice había llegado a estar muy preocupada por Marcus, y entre eso y planificar mentalmente todo lo que iba a ser la vuelta a Inglaterra, no había pensado para nada en aquello. Pero claramente, la chica sí. Y no solo la chica por lo que veía. Si se traía a Keegan es que tenía ya hasta un plan definido para el que le necesitaba.

En cuanto Keegan sacó los objetos, supo que eran móviles. A Alice le parecían la mar de útiles, y, aunque se le hacía raro, se preguntaba por qué los magos no los usaban más. Pero claramente no había amantes de ellos en la comunidad mágica, y probablemente el mayor detractor de ellos era el que había elegido ella como compañero de vida. De hecho, hasta se le había caído. Ciertamente, sonaba como un ladrillo. — Nadie podría dudar de su durabilidad, desde luego. — Dijo Alice, mirándolo por encima. Keegan seguía a lo suyo, y ella intentaba quedarse con el concepto, mirando en silencio. — A ver, ¿a qué vienen los ojos de cordera? — Dijo el chico con cansinería. — Nada, si es que ahora soy yo la que se ha perdido. — Especialmente con lo de la serpiente. ¿Habría uno de cada casa? Pero si eran muggles… No obstante, ya llegó Nancy a expresar su idea.

Si se abstraía un poco del caos reinante… podía ver a qué se referían, y el abuelo por lo visto también. — Ciertamente… los Tuata diseñaron todo esto pensando en su tiempo… y de eso hace mucho ya. Hay cosas que nunca cambian, pero hay otras que sí, y no sé cómo podría intervenir Folda en algo que ni nosotros mismos sabemos cómo se usa. — A ver, tenía que ser sincera consigo misma, se había emocionado pensando en cómo de útil podía ser aquello, que realmente tenían una oportunidad, al menos de descubrir cómo funcionaba la reliquia de Folda… Pero miró a Marcus, y vio cómo había recuperado esa expresión de angustia que habían logrado que le abandonara en los últimos días.

— Vale. Vamos por partes. Keegan, mil gracias por los móviles, ya nos dirás cuánto te debemos. — Él sonrió y ladeó la cabeza. — Lo pensaré. Venga, que sé que tenéis que hablar de cosas de gente lista. — Te dejo el piso cuando quieras, ¡guapo! — Dijo Nancy, estampándole un beso en la mejilla. — ¡Anda, anda! Un placer como siempre, familia. — ¡Ay, hijo, espera! ¡Que he hecho mantequilla de hierbas y una empanada con algas de las vuestras, no te vayas con las manos vacías! — Y, bastante más cargado que como había llegado, Keegan fue dejado marchar por la abuela. Ahora sí podían hablar en serio. — Nancy, es una muy buena idea, de verdad. — La chica suspiró y la miró. — ¿Pero? — Alice se mordió los labios. — Pero estamos agotados. — ¡Pero es una oportunidad! ¡Dijimos que en tres días…! — Alice levantó la mano. — Y porque lo dijimos… — Miró a Marcus. — Podemos intentarlo. Pero es la última vez. Y esta vez por un buen tiempo. Necesitamos estudiar esto mucho mejor, necesitamos centrarnos en la licencia… Lo entiendes ¿verdad? — Nancy se quedó unos segundos en silencio y, al final, suspiró y dijo. — Si hubiera algo parecido a las licencias en antropología… yo me sentiría igual. Así que sí, lo entiendo. Tenéis razón, es solo que me he cegado… Lo hemos tenido tan cerca… Pero no es nada Ravenclaw precipitarse, así que sí, haremos eso. — Molly le apretó el hombro y sonrió. — Estoy muy orgullosa de mis niños. Estáis haciendo lo que hay que hacer. — Alice sonrió y miró a Marcus. — Y tengo una propuesta. Quiero que empecemos Nancy y yo sobre el terreno y tú desde aquí. — Le miró a los ojos. — Tú eres el que mejores ideas tiene de los tres y lo sabemos, ¿verdad, Nance? — La chica asintió. — Es tu cerebro el que tenemos que utilizar. Y tú siempre has sabido qué decirme para calmarme y hacerme entrar en razón. Puede estar el abuelo aquí contigo además, ayudándote. Sé que no te gustan los móviles, pero esto es lo mejor para ti, y además así te ahorras efectos indeseados de las reliquias. Si ves que alguna de las dos entra mucho en barrena, siempre te puedes aparecer. Establezcamos un punto seguro, para que podamos volver siempre y… hagamos lo que podamos. — Besó la mano de Marcus. — Confía en mí. Una última vez, y a partir de aquí todo será licencia, descubramos lo que descubramos. —

 

MARCUS

(4 de abril de 2003)

Había dormido fatal esa noche, y llevaba ya más de una hora despierto, simplemente dando vueltas en la cama, pensativo. Cuando la luz empezó a filtrarse por la ventana, se quedó mirando a Alice dormir, y no pudo disimular su inquietud cuando ella despertó. Se habían quedado simplemente mirándose y abrazados, diciéndose alguna que otra palabra y acariciándose, pero empezaba a ser hora de levantarse y afrontar el día que les esperaba por delante. — Prométeme... — Susurró, mirándola y acariciando su pelo y su mejilla. — …Que si detectas que estás en peligro, o que se te va de las manos... os volveréis inmediatamente. Y que no vas a cortar la comunicación. Por favor. — Separarse y tener que depender de un artilugio muggle podría ser de los peores escenarios que podían plantearle para la consecución de las últimas reliquias. Había entrado en barrena con esa búsqueda y solo veía potenciales fracasos por todas partes.

Su abuela le tocó los rizos con cariño. — Estás muy callado, mi niño. — Sonrió levemente. No dejaba de darle vueltas a la tostada en las manos. — Estoy concentrado. — La mujer encogió un hombro. — Eso está bien, que estés concentrado. — Molly volvió a su café, añadiendo. — De todas formas, aquí nos tienes a los dos por si necesitas lo que sea. — Soltó aire por la boca lentamente, valorando cómo decir lo que tenía que decir. — Había pensado que... es mejor que lo haga solo. — Notó la mirada de Lawrence encima, y Molly también hizo amago de contestar inmediatamente, pero ella misma se contuvo y redirigió. — Bueno... la verdad es que solos estabais en las otras y lo hicisteis bien. — Marcus asintió. No estaba tampoco firmemente seguro de lo que decía, más bien pensaba en voz alta. — Creo que es mejor que el centro de operaciones, por así decirlo, esté en el taller. Que la persona que esté aquí esté dentro del taller, así hay más tranquilidad y menos interrupciones. — Miró un momento a Alice y, como si ella le hubiera dado su conformidad mental, añadió. — De todas formas, os tenemos en cuenta y os avisaremos si lo necesitamos. Prometido. Pero necesitamos tranquilidad y pensar. — Los abuelos se miraron, pero finalmente, concedieron. — Nos conformamos con que, si hay el más mínimo peligro, nos informéis inmediatamente. — Marcus y Alice asintieron. Era mejor tener conformes a todas las partes.

Nancy llegó poco después y se reunieron en el salón... pero no había plan de acción más allá de ir y explorar, aunque ya sí teniendo en cuenta lo que había. Marcus simplemente se mantuvo callado mientras las chicas hacían su lluvia de ideas, pensativo y retorciéndose los dedos. Probaron el móvil para ver que funcionaba y... no había más que hacer, salvo irse. Pero cuando iban a cruzar la puerta, las detuvo. — Tengamos un código de emergencia. — Le miraron. — Una palabra clave. Algo que... podamos decir como símbolo de pedir ayuda, por si acaso se nos dificulta el lenguaje, o lo que sea que pueda ocurrir. Si los tres lo conocemos, con que uno de nosotros lo diga, ya sea porque se encuentra mal o porque ve mal a los demás, captaremos la señal. — Las miró con intensidad. — Y tenemos que hacer el firme compromiso de reunirnos aquí ipso facto nada más uno de nosotros lo pronuncie, aunque no estemos de acuerdo. ¿Entendido? — ¿Pero y si justo nos pilla...? — Nancy. — Interrumpió. — No quiero ni medio riesgo. Estamos en el mismo equipo, así que nadie va a boicotear algo porque sí. Si nos pilla en mitad de algo, lo retomaremos. Si alguien ha lanzado el código es por algo. — Su prima suspiró y asintió. — De acuerdo... Pues necesitamos una palabra lo suficientemente sencilla pero no demasiado utilizable, para que no la vayamos a decir sin querer y genere confusión. — Marcus asintió. — Tengo una: Atenea. — Nancy arqueó una ceja. — He estado leyendo sobre otras mitologías, y la que más se parece a Lugh es Atenea en la mitología griega. — Totalmente de acuerdo. — Corroboró Nancy, y luego esbozó una sonrisilla. — Serías un buen antropólogo, primo. Si no te interrumpieran tanto con dádivas mesiánicas y eso... — Marcus la miró con cara de no hacerle ninguna gracia el chiste y la chica rio, tomando a Alice del brazo. — Venga, estate tranquilo, que lo tenemos más controlado de lo que parece. —

 

ALICE

No podía alegrarse más ni estar más segura de que irse de Irlanda era la opción correcta, porque cada vez que las reliquias amenazaban con volver, Marcus volvía a estar inquieto y sombrío, y aquello ya no tenía mucho más caso. Acariciaba sus manos, buscaba su mirada, le sonreía y susurraba, pero sabía que era inútil, hasta que no pasara todo aquello, Marcus no iba a poder descansar y estar tranquilo. — Te lo juro, Marcus. Desde aquella vez, en cuarto, que se inundó el pasadizo y te vi tan asustado… me dije que nunca te volvería a hacer sufrir así. No sería tan imprudente, o te tendría en la inopia sobre mi estado. Y ahora encima tenemos el teléfono, es todo mucho más fácil. — Dejó un besito en su frente. Por favor, que pase rápido, que sirva para algo.

El ambiente estaba tan tenso que, si cerrara el puño, el aire crujiría. No le entraba nada en el estómago, así que se tomó leche con bien de miel, para que no le faltara azúcar y poco más. No aportó nada a la conversación, porque obviamente, iba a apoyar que Marcus se pusiera donde él quisiera, y aunque le convenía tener gente alrededor cuando se ponía miedoso o agobiado, en esta situación creía que realmente nada le iba a ayudar, y solo podía llevar a que no les escuchara bien por el móvil o que la abuela no callara y acabara discutiendo por todos los frentes.

Cuando llegó Nancy, trató de estar un poco más comunicativa, mientras montaban las tarjetas en los teléfonos y oteaban el mapa. Y entonces Marcus salió de su silencio para pedir lo de la palabra de seguridad. — Me parece una palabra perfecta, mi amor. — Dijo con una sonrisa. — Nos vendrá muy bien tenerla, fácil y rápido. ¿A que sí? — Le insistió a Nancy. Sabía que le iba a costar, pero no les quedaba otra. Y ella misma tuvo que admitir que les convenía, así que, para no dejarla tristona, aportó. — Tú sí que eres una buena antropóloga, y por eso vamos a ir a buscar la estatua de Druantia, la cierva del sur, que es la guardiana de las tradiciones. Estaba al lado del palacio, y fue cuando estábamos con los muggles y todo eso, no pudimos hacer apenas nada, ni investigar, así que dime: ¿qué tradición podríamos hacer para honrar a Folda? — Se giró a Molly. — Piensa tú también, abuela, y abuelo, tú eres Ravenclaw, seguro que se nos ocurren formas de honrar a Folda. — Luego miró a Marcus. — Y tú, mi amor, lo más importante… piensa en qué guías nos vas a dar cuando nos veas perdidas. Recuerda, no necesitamos respuestas, necesitaremos más bien una persona que sepa guiarnos a ser nosotras, a no perdernos del camino, y que diremos cosas que… mira, igual hasta te echas unas risas. — Nancy rio también, mientras ojeaba un libro, aunque sus esfuerzos de relajar el ambiente no fueran lo más fructífero del mundo.

Y de repente, en medio de la reflexión, la abuela hizo uno de esos movimientos suyos que hizo saltar a todos del susto. — ¡Ya lo tengo! ¡Tenéis que llevarle tinta! — Todos la miraron parpadeando, menos el abuelo, que se le puso cara de hombre sabio un poquito condescendiente. — Querida, es un loable pensamiento, pero una diosa de la transmisión y la inteligencia requiere de algo más… — ¡Calla, fósil! Tú nunca venías. — Salió a la despensa y volvió con una especie de bayas secas que dejó en la mesa. — Tía… — Empezó, no muy segura, Nancy, pero Alice acabó por reconocerlas. — ¿Son agallas de roble? — ¡Gracias, hija! Sí, son agallas de roble. En otoño, por Samhain, las mujeres iban a recogerlas para hacer tinta. — ¿TINTA? — Preguntaron los tres jóvenes sorprendidos. — Sí, señores. Si se maceran, dan una tinta negra fantástica. — ¿Y no es más fácil comprar tinta de verdad? — Preguntó Nancy. — Pues sí, pero en la posguerra, con los racionamientos y el bloqueo, la tinta china era prohibitiva, y, sin embargo, las agallas nos daban un muy buen resultado. ¿Por qué os digo esto? Porque cuando las mujeres íbamos a recogerlas, cantábamos una canción en gaélico a Fodla. Eso es una tradición muy relacionada con ella, y específica, y además mayoritariamente relacionada CON MUJERES. — Recalcó, mirando a Lawrence, que ya estaba suspirando. — Así le demostráis que sabéis hacer las cosas según la tradición, confiando en ella para transmitir lo que sea a través de la tinta. — Alice sonrió y dijo. — Es buen sitio para empezar. — ¿Cuál es la canción, tía? — A mí apuntádmela, con pronunciación a poder ser, mientras voy recogiendo y dejando todo listo para salir. — Acarició la cara a Marcus. — Tenemos un objetivo, tenemos límite, palabra de seguridad, y una mente privilegiada en nuestra oreja. — Le dejó un beso en la mejilla y susurró. — Va a ir bien. —

En quince minutos, se habían hecho una estrategia y aparecido en el lugar del día anterior, tras una de las casetas de turistas, que aquel día había más aún. Cogió el teléfono y llamó a Marcus, comprobando aliviada que lo cogió enseguida. — Repaso el plan. En cuanto se quiten los turistas muggles de las fotos, nos vamos a ponernos delante de la cierva, le paso a Nancy el teléfono y, mientras ella canta, yo preparo las agallas como si fuera a ponerlas a macerar, a ver si ocurre algo. Si no ocurre nada, pasamos al plan B, la cierva del norte. Si nos desviamos, recuérdanos, despacito, todo esto, tienes la lista con los pasos de las agallas y la canción delante. — Y dicho aquello, se acercaron a la cierva y dejaron el teléfono en el modo aquel que se oía todo.

Alice empezó a pelar las agallas, aunque le temblaban las manos. Esto es nuevo, pensó. — Marcus, ¿cuál era el segundo paso? — Le preguntó, para sentirse segura, para no descender por la neblina. Continuó, con sus indicaciones, mientras Nancy cantaba. — ¿Ahora es cuando se remojan? — Iba preguntando con prudencia. Pero no llegó a poder terminar, porque algo cambió en el pedestal. ¿Estaba… brillando? — ¡Marcus! ¡El pedestal! ¡El de la cierva! — Nancy también se inclinó hacia delante y dejó de cantar. — ¡Es cierto! Está… ay, no sé describirlo. — Brilla. Luz. — ¿Qué hacemos? — Tenía que aprovechar que Marcus sí estaba lúcido y seguro en otra parte.

 

MARCUS

Asintió, verdaderamente concentrado en creerse eso. Efectivamente, era muy probable que las chicas no necesitaran respuestas a preguntas o grandes claves, sino simplemente poner los pies en la tierra y saber volver en sí. Era lo mismo que él iba a necesitar cuando le tocara su turno, así que debían tenerlo muy presente mientras se comunicaban. Ladeó una sonrisilla a lo de echarse unas risas. Lo dudaba, pero bueno, mejor afrontarlo con buen humor que con tanta tensión.

Y entonces su abuela soltó un bramido que le descolocó del todo, pero sin duda dio una aportación magnífica. La miró con los ojos brillantes. — Es fantástico, abuela. — Y no tenemos nada que se parezca siquiera mínimamente para las otras tres, no pudo evitar pensar, pero él mismo se dio cuenta de su propia cenicidad, sacudió la cabeza y se recentró, asintiendo a las palabras de Alice con la mayor convicción posible. Cuando las chicas desaparecieron, en cambio, los nervios se le agolparon en el pecho, y la mano del teléfono le temblaba. — Venga, cariño, vete al taller y estate tranquilo. Que ya mismo te llaman. — Le dijo su abuela, y él asintió, pero antes de irse, se acercó a ella y le dio un cariñoso beso en la mejilla, a modo de agradecimiento y a falta de palabras.

Fue al taller, respiró hondo y se sentó, mirando el artilugio como si temiera que fuera a perder la oportunidad de responder si por caso le pillaba mirando a otra parte. Nada más sonar, descolgó. — ...¿Hola? — Preguntó, dudoso, pero Alice respondió con normalidad al otro lado, así que se limitó una vez más a respirar y concentrarse en lo que decía. — De acuerdo. — Respondió a la estructura del plan. Escuchaba de fondo el ruido de ellas moviéndose, pero le resultaba tremendamente incómodo e ilógico. ¿Cómo iba a poder oír algo que estaba tan lejos sin poder verlo? De hecho, la sensación de escuchar sin ver le hacía sentirse como si estuviera ciego, y sentir que perdía muchísima información. Tenía que controlar la impotencia que se apoderaba de él y el darle vueltas continuamente al hecho de estar oyendo sin poder ver nada, y de si estaría interpretando correctamente o no los sonidos.

— “Asegurarse de que no ha quedado ni una lasca.” — Recitó a Alice cuando le preguntó por el segundo paso, y con ella fue cotejando el resto de las instrucciones. No sabía si interpretar las preguntas de ella como manera de estar en contacto, como autoafirmación o como que empezaba a sentir los confusos efectos de estar allí, pero su exclamación repentina le hizo aferrar el teléfono con fuerza y tensarse. — ¿Qué pasa? — Preguntó en absoluta tensión. — ¿Está brillando? ¿El pedestal de la cierva está brillando? — Corroboró, porque las chicas empezaban a comunicarse de manera errática. Vale, Marcus, es momento de mantener la calma. — ¿Qué veis? ¿Cómo es la luz? — Pueees... Emmm... Luz. — Dijo Nancy. Marcus pensó. — ¿Dónde tenéis la tinta? — ¿Qué tinta? — La de las agallas. — Alice, ¿tienes la tinta? — Se frotó la cara. Oía a Alice como de fondo, pero no tan nítida como a Nancy. Debía ser que su prima tenía el teléfono más cerca... o al menos, lo tuvo, porque de repente las escuchó de lejos a las dos. — Chicas, no os oigo bien. — Dijo, pero por un momento imaginó su voz sonando sola en a saber dónde, mientras su prima y su novia estaban enfrascadas en su propia conversación. Cerró los ojos y respiró lentamente. Ya sabía que aquello iba a ser un ejercicio de paciencia, no podía perderla tan pronto.

— ¿Me oís? — Nada. Seguían hablando entre sí. — ¡EH! — ¡Perdona, perdona, Marcus! Es que estábamos mirando... — ¿Qué veis? — Luz. — Suspiró sonoramente. — Oye, no te pongas así. Si no, ven tú y lo compruebas. — Me encantaría. — Dijo, sarcástico. No entres al juego. Mantente sereno. — Vale, eemm... ¿Habéis conseguido la tinta? — Un poquito. — ¿Sigue brillando el pedestal? — Sí. — ¿Y veis algo? Alguna letra, runa... alguna pista... — Un momento. — Y otra vez ruidos de fondo y poca comunicación hacia él. Era como estar escuchando a un perro escarbando en el jardín. — Nada. Solo el pedestal que brilla. ¿Canto otra vez? — Vale, inténtalo. — Y apenas terminó de decirlo, tuvo que apartarse el teléfono de la oreja porque Nancy empezó a chillar en gaélico al lado del artefacto, lo que casi le perfora el tímpano. Miró al móvil como si se preguntara cómo no tenía filtros para semejantes sonidos. Lo que estaba claro era que Nancy empezaba a pegar palos de ciego, y del estado de su novia prácticamente no tenía datos. Más le valía aligerar.

— Nada. Ningún cambio. — Lo raro es que no se haya apagado, pensó. — Vale, quizás la canción fue la que hizo que brillara... Emmm... ¿Me habéis dicho que habéis terminado con la tinta? — ¡Que sí, pesado! ¿Qué pasa que no nos crees? — Se frotó la frente. — Quizás para que muestre más pista necesita... más interacción con la otra tradición. — Se mojó los labios. — ¿Alice? ¿Me oyes? Vamos a probar algo. En primer lugar, acercaos al pedestal y comprobad que no quema ni hace daño al tocarlo. Probad con una rama o... — ¡Está frío! — Chilló Nancy, y casi podía verla con la palma de la mano pegada directamente en el pedestal. Se quedaría con el hecho de que no había pasado nada en vez de con lo que podía haber pasado. — Vale, perfecto. Alice, moja tu mano en la tinta que has sacado y p... — Dice que no hay tanta, que no te flipes. — Saltó Nancy. Se rascó la frente otra vez. Piensa, Marcus. Y piensa rápido. — Vale, emm... Alice, vas a seguir mis pasos ¿vale? ¿Hay alguna rama por ahí? — Esperó a la confirmación y, cuando lo hizo, dijo. — Bien, pues vas a usarla para dibujar un círculo de transmutación en el suelo. Magia ancestral, siempre ha funcionado con esto... Ya, ya, tranquila, yo te guio. — ¿Estaba seguro de pedirle a su novia que transmutara algo en ese estado? Parecía habérsele olvidado cómo se hacía, pero confiaría en que no. — Imagina que estoy allí... Imagíname agarrando tus manos... — ¿Podéis dejar las guarradas para otro momento? Gracias. — Miró para arriba, rogando paciencia. Nancy ya estaba alcanzando niveles insufribles, pero trataría de ignorarla.

Fue guiando poco a poco a Alice para que dibujara el círculo, pusiera la tinta en este y juntara suavemente las palmas hasta diluir la mezcla con el agua que llevaban en la cantimplora de manera que multiplicara su tamaño considerablemente, sin perder su esencia ni consistencia. Afortunadamente era un círculo muy sencillo que conllevaba muy pocos riesgos, estaría por jurar que sería de los primeros círculos de transmutación que se hacen en el primer mes que estás estudiando alquimia. — Ahora sí: moja tu mano en la tinta y pásala por el pedestal. — Esperó a que su novia lo hiciera y, al cabo de unos segundos, oyó a Nancy gritar. — ¡Ahí! ¡Eso es algo! Espera, mancha más a la derecha... ¡¡Es una runa!! ¡Sigue! — No se podía creer que de verdad hubiera funcionado. Tenemos algo. Se quedó expectante, escuchando cómo Alice seguía manchando el pedestal de tinta hasta dibujar la runa entera, significado que Nancy clamó a los cuatro vientos. — ¡"SENECTUD"! ¡DICE "SENECTUD"! TOMAAAAAAAAAAAAAAAA CÓMO TE QUEDAS, LISTILLO. Lo he adivinado antes que tú. — Mejor no responderle que él ni siquiera tenía la runa delante, porque tal y como Alice había predicho, ya hasta le hacía gracia el nivel de tontería que estaba alcanzando Nancy. Rio levemente y dijo. — Chicas... tenemos la primera pista. —

 

ALICE

Demasiadas preguntas. No sabía ni contestar “sí” o “no”. Claro, era una luz, era… No era nada, solo sabía que antes estaba y ahora no. — ¿Qué forma tiene? — Preguntó Alice al aire. Pero Marcus no debía haberla oído, y al parecer Nancy tampoco, porque se quedaron callados los tres y ellas mirando la luz como si fueran dos moscas atontadas. ¿Qué se hacía con una luz? Es que no tenía ni la más rematada idea… Y encima Marcus y Nancy discutiendo. — ¡YA! — Supo decir, porque tampoco le salía mucho más elaborado. Claramente, para resarcirse, la chica decidió cantar a voces. Así a lo mejor la piedra la oye. Eso no tenía ningún sentido, su mente estaba ya de lleno desbarrando.

Por fin, Nancy se calló y Marcus propuso algo. — No. — Contestó. ¿Por qué no lo hacía? Ella sabía que no era solo por llamar la atención, era… No quería pelear es que… Bueno, Nancy lo expresó, no como ella había querido, pero al final lo dejó claro, que era lo que quería. Pero su Marcus la llamó, y ella se concentró en su voz. — ¿Magia ancestral? ¿Alquimia? — Se asustó de golpe. El abuelo siempre decía que había que estar en el taller, y ella estaba de todo menos en el taller. Bueno, ella se entendía. Pero Marcus confiaba en ello, y ella le había dado su confianza ciega. — Vale. — Contestó con voz temblona. No muy convincente por tu parte, se dijo a sí misma. — Cállate. — Le soltó a Nancy, porque ya se le estaba agotando la paciencia. Tomó aire profundamente y dijo. — Te escucho, Marcus. — Y cerrando los ojos y concentrándose en su voz, siguió los pasos que le iba diciendo. Se sentía mareada, pero podía confiar en sus sentidos, en el sonido de la voz de Marcus y del agua en el cuenco, en el tacto de sus palmas tocándose. Recordaba cómo las consistencias de la tinta y el agua se sienten distintas, y justo entonces, la energía fluyó por sus manos. Suspiró de alivio cuando terminó, y de inmediato, metió la mano en el cuenco y la pasó por el pedestal. Tuvo que ignorar el cabreo instantáneo que la invadió cuando vio que eran runas. Estoy hasta la coronilla de las runas, no puedo más con las malditas runas del infierno, QUE ESCRIBAN NORMAL. Uf, su mente empezaba a jugársela demasiado fuerte. — ¡SENECTUD! ¡HAY UNA CIERVA! ¡VAMOS ALLÍ! — Y se puso de pie de golpe.

Pero ya estaba varita en mano para aparecerse, cuando Nancy se le acercó berreando. — ¡AY POR TODOS LOS DIOSES NANCY, CÁLLATE YA! ¡NO PODEMOS PENSAR ASÍ! — Y algo se activó en lo más interno de su cerebro. — Atenea. — Dijo mirándola. — Estoy… bien, pero no podemos pensar. Hay que irse. Ahora volvemos. ¿Me entendéis? — Esperó a que Marcus le contestara y colgó el móvil. Tenían que descansar y hacer relevo. Nancy, que parecía al borde del llanto, de repente, parpadeó y asintió. — Vamos a casa. —

En un momento estaban en el jardín y pudo volver a respirar, sintiendo cómo la neblina se disipaba de su cerebro. — Esto ha sido una buena idea. — Exclamó Nancy. — ¡Tenemos una pista! ¡Lo hemos hecho funcionar! — ¿HA SIDO CON LA CANCIÓN? — Saltó Molly, apareciendo por la puerta. — ¿QUÉ DECÍA? — Preguntó alterado el abuelo. Alice rio y miró a Marcus con una sonrisa cansada. — No sé qué necesita Folda, pero yo necesito que no me chillen en un ratito. — Se apoyó en su pecho, abrazándole con necesidad y cerrando los ojos. — Me has ayudado muchísimo, y tenemos una pista, pero ya estaba desbarrando. — Les miró a todos. — Hay que ir al oeste, la cierva de la senectud. — Nancy asintió. — Aberdeen. — Exacto. — Sonrió. — Tenemos pista, Nance. Ahora solo necesitamos un plan. —

Pasaron todos a la casa y la abuela les puso por delante un despliegue de té, galletas y magdalenas como si llevaran una vida en el desierto. — Si es la cierva de la senectud, hay que llevar al abuelo. — Sabes que solo eres dos años menor que yo ¿verdad? — Se picaban Molly y Larry. — No, ahora en serio, no tengo ni idea de qué tenemos que hacer. — Quizá… haya una canción, o un símbolo o algo que nos ayude… — Sugirió Alice, y todos se quedaron pensando. — Nancy, los Tuatha “fundaron” Irlanda ¿verdad? — La chica asintió. — Lo más antiguo que hay en Irlanda son ellos ¿no? Podemos llevar… lo más antiguo que se conozca de todos. Un medallón con su símbolo, canciones, poemas que podamos leer en voz alta… ¿Cómo lo veis? —

 

MARCUS

Oyó un jaleo al otro lado del teléfono que le dio de todo menos tranquilidad. Lo que sí le pareció oír con la suficiente nitidez fue la palabra de seguridad. — De acuerdo. — Corroboró al teléfono antes de que Alice colgara, y cuando lo hizo, soltó aire por la boca, se frotó la cara para relajarse de semejante vaivén emocional y salió del taller.

— ¿¿Cómo ha ido?? — Preguntó la abuela, porque por supuesto, estaba con los ojos puestos en la puerta del taller a la espera de que saliera para lanzarse de cabeza a él. No le dio tiempo a contestar porque las chicas aparecieron rápidamente en el jardín. Abrazó a Alice en silencio, recogiéndola, y se ahorró decir lo que estaba pensando: cada vez hay menos tiempo de reacción. O bien no habían tomado tanta conciencia la primera vez, o bien cada vez tardaban menos en perder la cabeza en ese sitio. El pensamiento pesimista no le iba a llevar muy lejos, desde luego, así que tendría que quedarse con lo positivo: efectivamente, tenían la primera pista.

Ya sentados y con comida por delante, más centradas y relajadas, las chicas comenzaron a proponer cosas. Alice propuso, para ser más exactos, porque Nancy solo estaba en modo valoración. Marcus... seguía sin verlo claro, pero empezaba a pensar que no veía claro nada relacionado con esa reliquia ya. Siendo honesto consigo mismo, tampoco veía lo de la canción y la tinta, pero al final había funcionado, aunque le daba la sensación de que había sido por pura casualidad. Miró su reloj. No perdemos nada, supongo. Aún era temprano y ya habían resuelto la clave de una de las ciervas. Por probar... — Me parece bien. — Dijo, tratando de sonar lo más convincente posible. Pensó a toda velocidad. — Si os parece bien, podemos ir Alice y yo y que Nancy se quede al teléfono. Ella es la antropóloga, sabrá localizar más cosas antiguas que nosotros. Y así puedes recuperarte bien para hacer el tercer viaje. — Miró a Alice. — ¿Te parece bien, mi amor? ¿Te sientes bien como para volver a ir? — Vaya papelón se acababa de marcar. En primer lugar, no dejaba de pensar que "antigüedad" no era sinónimo de "senectud", y que para cosas antiguas ya habían usado a la otra cierva; en segundo, no, no creía que Alice estuviera cien por cien lista, pero sí parecía más espabilada que Nancy, y en lo que se preparaban para irse, su prima se recentraría, conectaría con sus cosas de antropóloga y sería mejor opción que ir con ella y dejar a Alice con una idea sacada de la nada, en casa, pegando palos de ciego; y en tercer lugar... estaba hasta las narices del móvil. Quería no tener que cogerlo en un rato, no al menos en ceguera total. Que lo llevara Alice, que ya tenía experiencia.

Habían recolectado diversos objetos por casa, así como un libro de poemas antiguos, y Nancy aseguraba tener más recursos en su casa. Iban con la mochila extensible hasta arriba de cachivaches. — Para una primera toma de contacto, servirá. — Afirmó su prima. — Ya sabes, Alice, mismo modus operandi de antes. Marcus, ya has visto que cuando hablamos lejos del móvil no se oye al otro lado, así que intentemos evitarlo. — Asintió varias veces, aunque la estaba oyendo un poco como quien oye llover. Para su desgracia, estaba demasiado convencido de que esa misión iba a ser un fracaso, y un Marcus autoconvencido de algo era un Marcus poco receptivo. En apenas segundos, Alice y Marcus desaparecieron de allí, para volver a aparecer delante de la cierva de la senectud, como hubieran hecho el día antes.

Pensó que nada más ver el entorno se iba a mosquear porque no quería estar allí. En cambio, la sensación que tuvo fue... extraña. No era desagradable, sentía que no la tenía del todo localizada, ¿o sí? ¿Y eso había sido una punzada de culpabilidad? Como si la sensación no correspondiera a las circunstancias. Pero había sido muy leve... En general se sentía... ¿bien? Pero algo le removía por dentro como si estuviera ansioso, pero sin estarlo. Estaba en su propia pompa cuando escuchó a Alice hablar, y la voz de Nancy al otro lado del teléfono. Miró a su novia... Vale, sensación detectada. ¿Cómo había podido estar TAN desconectado de sí mismo y de ella? ¿Cómo llevaba tanto tiempo, horas, días, sin ser consciente de lo absolutamente preciosa que era? Él, Marcus O'Donnell, el caballero medieval por excelencia que siempre está diciendo a su amada lo afortunado que es de tenerla por una ristra de motivos, entre los que se encuentra su belleza. En lo que llevaban de día parecía estar teniendo a su lado a una compañera de clase cualquiera, y no a la razón de su existencia. Así la miraba. Qué vergüenza. Ahora estaba furioso consigo mismo y con las reliquias. Con respecto a Alice... sentía otra cosa bien distinta. Miró a los lados, ignorando por completo las indicaciones de Nancy y lo que Alice estaba haciendo. En su cabeza, estaba trazando otro plan. Iba a ponerle remedio a eso bien pronto.

Se había dicho a sí mismo de aparecerse allí centrado, de ir de cabeza a gestionar la reliquia para no desviarse. Pero lo que sentía y pensaba ahora no tenía nada que ver con los efectos del lugar, estaba muy convencido de ello. Estaba harto de esa misión y de no poder disfrutar de su novia como debían hacerlo. Se mojó los labios, dibujó una sutil sonrisa ladina y se acercó a ella. — ¿Cómo vais? — Preguntó, pero al hacerlo usó una voz suave, y se había acercado a Alice por detrás, como quien no quiere la cosa, pero poniéndose tan cerca de ella que sus cuerpos se tocaban. Sintió un escalofrío que le recorrió entero, lo que solo provocó que su plan mental se hiciera más sólido y urgente. En lo que Alice iba narrando, se hizo el estudiante interesado y aplicado (no le costaba ningún trabajo interpretar ese papel), pero le lanzaba miradas intensas, clavando sus ojos en los de ella mientras hablaba, pasando sutilmente la mirada a sus labios de forma que sabía que ella iba a detectar. Pero sin decir nada. Quería tentarla y hacerse el inocente. Ese papel tampoco le costaba ningún esfuerzo interpretarlo.

— Entonces... nada por ahora ¿no? — Volvió a decir, arrastrando las palabras, y dejando una caricia por el pedestal, pasando lentamente sus dedos por él. Chistó. — Será que hay que... practicar más. — Eso lo dijo lo suficientemente susurrado, mirando a Alice de soslayo, para que su prima no pudiera oírle. Se mojó los labios. — Nance, ¿me oyes? — Claro. — Dijo ella al otro lado. Marcus cambió una mirada cómplice con Alice. — Es que estaba pensando... ¿sabes qué es viejo también? — Hizo una pausa interesante. — El bosque. — Tomó a Alice de la mano y comenzó a caminar de espaldas, mirándola, y atrayéndola hacia el bosque. — Marcus, a ver si os vais a perder... — Noooo no, tranquila. Es que estaba pensando... — Siguió. — Que la casa nuestra es bastaaaante vieja. — Enfatizó. Nancy debía estar detectándole que el tono le había cambiado, pero en su cabeza sonaba espectacular. — Y también son bastante viejos mis abuelos. No les digas que he dicho esto. — Hizo una caída de ojos y encogió los hombros, sin dejar de dirigirse al bosque. — Pero es la verdad. — Se mordió el labio, mirando a Alice. — ¿Y si... te vas a la casa, Nance, y le pides a mi abuelo que cuente la historia más vieja que se conozca? Y nosotros la escuchamos desde el bosque y... a ver si pasa algo. Sería una persona vieja, desde una casa vieja, contando una historia vieja, en un sitio viejo. Yo diría que es brillante. — Nancy suspiró. — A ver... Voy. — Llámanos cuando lo tengas. — Y colgó, hecho lo cual dejó caer el móvil en un remanso de hierba mullida cerca de sus pies y recondujo a Alice ágilmente hasta que la espalda de la chica dio contra el tronco de un árbol.

— Hola, Gallia. — Susurró, acercando su cuerpo al de ella. — Oye... ¿no te parece que... nuestro cerebro Ravenclaw siempre ha funcionado mejor cuando le hemos dado... un pequeño respiro? — Se acercó a su rostro, rozó su nariz con la de ella, tentativo, pero en lugar de besarla, bajó hasta su cuello y susurró. — Creo que nos estamos desviando del foco principal... El de vivirlo todo, sentirlo todo... ¿Cómo era eso que me decías... de que no me ibas a soltar ni de día ni de noche...? — Empezó a dejar besos por su piel, pero por la vista periférica vio el móvil iluminado. Nancy les estaba llamando de nuevo. Seguramente tuviera ya la tremenda chorrada que le había pedido. Bueno, podían gestionar eso rápido, ya le pondría una excusa. Para su desgracia, Alice también se había dado cuenta de que les estaban llamando. — Puede esperar. — Susurró, besando sus labios. Pero no, claramente Nancy no podía esperar, porque insistía e insistía, y estaba desconcentrándole a Alice. Se ahorró gruñir, pero paró de besarla para decir. — Pienso trucar ese cacharro para que parezca que seguimos hablando pero sin que haya nadie. — Afirmó con mucha seguridad, dejando de lado que se estaba desbloqueando un nuevo miedo a sí mismo en lo referente al uso del móvil. Se acercó de nuevo a ella y susurró. — No sería la primera vez que pongo mi inteligencia al servicio del placer. —

 

ALICE

Agradeció infinito que Marcus se propusiera a sí mismo. No quería pensar que le estaba cogiendo manía a Nancy, pero de verdad que no se veía con ella otra vez en ese sitio. Quería abandonar, pero, al mismo tiempo, era el día que más habían logrado, no tenía sentido dejarlo justo ahora. Asintió corriendo y con la boca llena. — Claro que sí. — Se sacudió las manos, antes de que Nancy se arrepintiera. — Además Nance sabe mucho mejor las cosas, ella lo va a ver más claro. — Necesito irme con alguien que no me chille o esté sobreexcitado, le dijo con la mirada. Que luego allí igual acababan igual, pero en ese caso, Alice le daría el teléfono a Molly y dejaría a los irlandeses de verdad en manos de sus dioses y se iría a dormir.

Cargados como mulas y con las instrucciones bien claras, Alice les apareció de nuevo en el lago. Increíble cómo la primera vez le pareció un lugar paradisíaco y ahora le tenía una tirria tremenda. Sacó el móvil y se giró para hablar con Marcus. — Voy a llamar ¿vale? — Advirtió, porque capaz de espantarse cuando pusiera el manos libres (sí, ya se había aprendido el nombre). — ¿Chicos? — Sí, Nance, aquí estamos. — Se giró otra vez para ver a Marcus y la estaba… ¿mirando? Pronto empezaba si ya estaba ido. — Nos situamos en un segundo. — Marcus seguía mirándola, como si no la conociera de nada prácticamente y estuviera analizando a alguien nuevo y… Ay, qué sensación tan bonita mirar a tu novio y, como si fuera el primer día, pensar: qué guapísimo es, qué ojos verdes… — ¿Alice? ¿Tienes el poema? — Sí, sí. — La mochila se le cayó y se sonrojó, haciéndole una sonrisita a su novio que venía a decir deja de mirarme así, que me pongo tontorrona.

Nancy se puso a darle instrucciones y ella, bastante enlentecida por semejantes pensamientos. — Alice, ¿estás centrada? — Sí, sí, Nancy… Es que necesito… Un momento, que ya sabes que aquí… — Venga, hay que centrarse, imagínate qué diría Marcus si, con toda la angustia que hemos pasado con esto, ahora vas y piensas en lo que estás pensando. Rodeó la cierva, buscando algo en el pedestal parecido a lo que habían visto antes. — No veo nada que indique que sea el lado bueno, por así decirlo. — Léelo en la parte de delante, mirándola, y ya está. — ¿Tú crees que…? — Y entonces, notó a Marcus tras de sí, y todo su cuerpo reaccionó a eso y a su voz… ¿Sería el sitio que le estaba haciendo notar a Marcus… juguetón? — Eh, a ver… Eh… Estamos mirando a ver si hay alguna marc…a. — Marcus le estaba mirando a los labios. Le conocía. Habían tonteado clandestinamente demasiadas veces como para no reconocer esa mirada. De repente tenía quince años otra vez y estaban en la biblioteca. Vale, ahora ya no era un cosquilleo, ahora era lo que era… — Y bueno, que Nancy dice que vayamos… a…hí. — Alice, ¿estás bien? — Uf, qué cortarrollos. — Sí, sí, es que… necesito tiempo, Nance, sé comprensiva. — Marcus quería algo, vaya que si lo quería, lo conocería ella.

Se le escapó un suspiro profundo cuando Marcus dijo lo de practicar y clavó los ojos sobre él. Estaban en un sitio engañoso, un sitio que te llevaba a comportamientos que podían ser un poco peligrosos… Pero Marcus siempre era el de la emoción controlada ¿no? Si a él le parecía que podían jugar un ratito… podían. Y él debió pensar lo mismo, porque empezó a contarle un cuento a Nancy que Alice, hechizada como se sentía y todo, no se creyó ni de refilón. De hecho casi se le escapa una risita. — Claro. — Fue capaz de aportar. Tenía todo perfecto sentido.

Desde que dejó el móvil en la hierba, no se vio capaz de hacer otra cosa más que seguir el hechizo de Marcus. Su mano, dirigiéndole hacia el bosque, la hizo sonreír de puro placer. Cómo le gustaba, cómo la atraía, le hubiera seguido a cualquier parte, encima por fin solos… — Hola, irlandés. — Respondió juguetona. Rio un poquito cuando no la besó y no pudo evitar subir la mano para acariciar sus rizos mientras él susurraba sobre su piel. — Te ataría a mí ahora mismo si pudiera. — Dijo, terminando casi con un gemido. Estaba muerta de calor por sus besos, así que se quitó el abrigo, y, al hacerlo, vio el móvil brillando. Sí, podía esperar, claro, pero… — ¿Y si Nancy se preocupa y se aparece aquí y nos pilla de lleno? — Se dejó llevar por sus besos, porque, por todos los dioses, aquellos besos, apretándose a su cuerpo…

Estaba oficialmente perdida ya por Marcus, cuando encima dijo aquello, y eso la hizo activarse del todo e ir ella a besar su cuello y rodear su tronco con los brazos. — ¿De verdad? — Preguntó, deleitosa. Luego volvió a apoyar su frente con la de él, para decir, con esa voz que ella sabía que le encantaba. — Quiero verlo… Todo. —

 

MARCUS

La miró con una ceja arqueada y esa expresión que se le ponía cuando el cerebro le iba hacia una dirección muy concreta, y Alice era la locomotora. — No me des ideas, Gallia. — Amenazó con voz susurrada, porque vaya imágenes acababan de formarse en su cabeza. No ayudaban nada a su autocontrol, pero para ser honestos, no estaba en pos de controlarse.

Alice se quitó el chaquetón y él hizo lo mismo, porque le entró tanto calor como si estuviera encerrado en una sauna. — No nos va a pillar. — Aseveró, sin soportarse en ninguna prueba para ello, dicho fuera de paso. Se lanzó a sus labios con deseo puro, con desesperación. En condiciones normales habría maldecido ese trozo de bosque, teniendo una cama flamante en casa... pero algo le excitaba de todo aquello. El riesgo, el saltarse lo establecido, esa sensación de fuga, de que nadie debía imaginar lo que estaban haciendo. Se sentía como si estuviera descubriendo todo aquello, el cuerpo de Alice, sus sensaciones, sus besos, por primera vez. Tanto que ni era consciente de estar al aire libre, porque solo podía pensar y verla a ella.

Y esa frase. Eso no era la primera vez que se lo decía, estaba en su registro mental y le activaba por completo, y aun así, seguía presente esa sensación de excitación desenfrenada. Era... como cuando se quedaron encerrados en el pasillo, solo que con más experiencia, con más seguridad. Sí, quizás como la segunda vez del pasillo o... Bueno, qué más daba. Estaba siendo absolutamente alucinante y ya no pensaba parar.

Nancy no opinaba como él, sin duda, porque el teléfono seguía interrumpiendo. Brillaba y sonaba con una música espantosa e irritante que se le metía en el último rincón del cerebro. Le daban ganas de aplastar ese cacharro de un pisotón, si no fuera porque prefería directamente no hacerle ni caso... Pero, una vez más, distrajo a Alice. Vio cómo su novia miraba el teléfono. Le estaba costando mucho ignorarlo él como para que aquello se fuera al traste porque ella había sucumbido a la dichosa llamada. Puso las manos en sus mejillas y la redirigió con firmeza. — Mírame a mí. — Susurró. — Me da igual el resto. Me da igual todo. — Ya fuera Irlanda, las reliquias, su familia llamando o ese cacharro del infierno. Alice era lo único que ocupaba todo su pensamiento y su cuerpo en esos momentos y quería que así fuera. Llevaba años sin sentirse así y era una sensación impagable, una sensación que por nada del mundo quería que se desvaneciera. Y antes de lanzarse de nuevo a sus labios con ansia devoradora, sentenció. — Quiero sentirte. A ti. Quiero esto. Y si el mundo se cae a pedazos me da exactamente igual. No tengo por qué salvarlo. —

 

ALICE

Nancy y los abuelos debían estar en alerta máxima. El teléfono no dejaba de sonar, pero sentía como si hubiera algo dentro de ella que la enganchaba a Marcus como si fuera su último día en la tierra. No podía desaprovechar una situación así, con su novio tan apasionado y descontrolado, que luego siempre estaban rodeados de gente y escaparse era complicado. ¿Qué iba a hacer ella si a él le daba igual todo? — Y yo a ti. — Mordió suavemente su labio inferior, porque ella también lo sentía, ella quería a Marcus así, tal como estaba ahora… Bueno quizá con menos cosas encima ¿no?

Siempre había sido ella la que tenía esos arranques y esos pensamientos, y sentir que su novio no quería preocuparse de nada, que por fin no se sentía el salvador de todo y el perfecto prefecto que podría desnudarla en medio del bosque de Folda… Se aferró a él, besándole con ansia mientras el maldito teléfono no dejaba de sonar, pero de verdad, tenía que aprovechar que su novio estuviera tan fuera de control para… Un momento… Dijo algo en su cerebro. Fuera de control. No, no estaba controlando PARA NADA todo eso. Marcus se solía dejar llevar por sus locuras, pero es que esta ni se le había ocurrido a ella, y además, cuando hacían eso no solía ser peligroso, siempre tomaban precauciones de hechizos, de estar en sitio en los que se sintieran seguros, por mucho calentón que tuvieran, y de no preocupar a nadie, y no estaban haciendo nada de todo eso. Se moría de ganas, pero empezaba a pensar que incluso ese sentimiento tan suyo tampoco era real.

— Marcus… — No quería pararle, ni hacerle sentir mal, pero empezaba a asustarse de sus propias cábalas. — Mi amor, escucha… — Estaba irresistible y necesitaba pararle, y estaba complicada la cosa, así que recurrió a lo único que le vino a la cabeza en ese momento. — Atenea. — Y tuvo el efecto deseado. Qué buenas ideas tenía su novio. Cómo le iba a costar volver sin más, habiéndole parado. — Marcus, creo que esto es otro efecto de este sitio. Yo te deseo siempre, y sé que tú a mí también, pero nunca así, nunca a lo loco, dejando preocupados a los demás y en un bosque del que no conocemos los peligros. — Trató de recuperar su respiración jadeante y luego dejó un beso en sus labios. — Lo siento. Voy a coger el móvil. —

Por supuesto, el chillido que se llevó en la oreja fue mayúsculo. — ¿SE PUEDE SABER QUE ESTABAIS HACIENDO? — Nos hemos liado… buscando una pista, y ni oíamos el teléfono… Creo que estamos un poco afectados, no encontramos nada y… — Miró a Marcus con pena, y sabía que eso era probablemente el final de su aventura con las reliquias de sus dioses favoritos, pero no quedaba otra. — Quizás deberíamos volver. —

 

MARCUS

Escuchaba la voz de Alice como un susurro de fondo, entre los besos. Creía estar recibiendo palabra por palabra cada suspiro, pero se dio cuenta de que no era así de repente. Atenea, resonó por su cabeza, y se detuvo en el acto, mirándola aturdido, como si hubiera estado hipnotizado y acabaran de despertarle en un lugar completamente diferente al que estaba cuando se durmió. El resto de la explicación de Alice la oyó, pero con la sensación de estar metido dentro de una pecera. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué estaban haciendo? ¿Cómo había llegado a esa situación?

Recibió el beso sin poder ni responder, y vio a Alice ir a por el móvil mientras él se quedaba simplemente parado como un pasmarote. Se frotó los ojos, casi mareado. Bendita la hora en que había decidido utilizar una palabra de seguridad, algo se le había activado en la cabeza de golpe. Solo que ahora sentía que su cuerpo y su cabeza estaban en dos sitios totalmente diferentes, y la sensación era muy desagradable. Escuchó de boca de Alice lo que él quería decir: debían volver. Asintió, se acercó a ella y agarró su brazo. — Vámonos de aquí. — Dijo con un hilo de voz y tono casi suplicante. Colgaron el teléfono y desaparecieron del bosque.

Cuando reaparecieron en el jardín, los tres habitantes de la casa les estaban esperando. Nancy estaba con el ceño fruncido y cara de confusión y enfado, pero apenas había separado los labios para abroncarles cuando vio la cara de Marcus y la expresión de ella se desvaneció de inmediato. — ¿Estáis...? — Voy al baño. — Cortó, sin notar la voz del cuerpo. A su espalda oyó a su abuelo. — Hijo, ¿estás bien? — Pero no contestó, sino que avanzó por la casa a grandes zancadas, subió las escaleras, se encerró en el baño y echó un hechizo silenciador. Sacó la varita y apuntó contra una cajita llena de artículos de baño, y de la energía que lanzó por esta salió todo volando con estruendo. Tiró la varita al suelo con un sollozo de rabia, apretó los dientes y se llevó las manos al pelo, soltando un gruñido de frustración. En el bosque había sentido una excitación súbita y que, ahora en la distancia, no sentía ni suya, y nada más escuchar la palabra de seguridad todo eso se había transformado en pura rabia destructora. Se soltó los rizos y gritó al aire. — DEJA DE JUGAR CON MI CABEZA. — Lo odiaba, era algo que nunca había podido soportar. Se había pasado la infancia discutiendo con su hermano solo porque este leyera lo que pensaba, cuando Lex no lo podía evitar, y durante muchos años su boggart fue alguien que podía meterse en su cabeza y manipular la información y a él. Ahora tenía un rey druida con semejantes poderes pisándole los talones, y ojalá fuera ese el mayor de sus problemas: esa búsqueda de las reliquias iba a acabar con su salud mental, los dioses de la inteligencia habían resultado usar sus armas para volverle absolutamente loco, y no sabía si era peor poder conseguirlo o no, porque de hacerlo, tenía un alter ego difícil de controlar que también había optado por manipularle mentalmente. Estaba harto. Hasta ahí había llegado.

Se limpió las lágrimas de rabia y respiró hondo. Menos mal que había silenciado el baño, no quería crisis fuera cuando saliera, aunque a decir verdad oía voces de fondo que discutían y algo le decía que no tenían nada que ver con él. Esperó a recuperar la compostura, tomó de nuevo la varita y arregló el desaguisado de toallas y otros productos que había generado con el hechizo anterior, dejándolo todo pulcramente como estaba. Ya más repuesto, salió y bajó las escaleras hasta el salón. — Una vez más. Por favor. No podemos rendirnos tan rápido. — Rogaba Nancy. Molly intentaba calmar las aguas, pero Larry estaba visiblemente nervioso. O al menos hasta que le vio aparecer, que pareció actuar con efecto tranquilizador inmediato. Nancy también le detectó. — ¿Estás bien? — Asintió con la cabeza. Nancy suspiró. — Por favor, una vez más. Una última. Voy yo, y me comprometo a no separarme del móvil en ningún momento... — Estando allí da igual a lo que te comprometas aquí. — Dijo con voz trémula, mirando a su prima con los ojos entornados. Nancy empezaba a quedarse sin argumentos. — Pero hemos encontrado una pista... — No sabemos dónde lleva. — ¡Sí lo sabemos! Lleva a la cierva de la senectud. Y algo habréis vist... — No hemos visto nada. — Cortó. Se generó un silencio, en el que Nancy y él se miraban directamente. Insistió. — No hemos visto nada, Nancy. Fue pisar el bosque y que la cabeza se nos diera la vuelta otra vez. No ha servido de nada y cada vez sirve menos. — Nancy bajó los hombros. Fue entonces cuando Marcus miró a Alice. Si a alguien le consentía saber lo que estaba pensando, era a ella, así que esperaba que captara su mensaje. — Pero está bien. Vamos una vez más. — La sorpresa en el entorno fue palpable, porque por mucho que intentaron disimular, Nancy se estiró y se le iluminaron los ojos, como un perrillo oyendo un tarro de galletas, y sus abuelos se giraron para mirarle con visible sorpresa. — Tú y yo. Alice se queda aquí con el móvil, ya ha ido dos veces seguidas. — Hijo, ¿estás seguro de que estás para ir otra vez? — Preguntó su abuelo. No, pensó, pero no iba a por más pistas. Iba a llevarse a Nancy y a decirle, in situ, que su viaje con las reliquias acababa ahí. Pero prefería guardarse ese as en la manga por el momento. — Se hará lo que se pueda. —

 

ALICE

Si conocía de algo a Marcus, ahora mismo estaba impactado y enfadado, así que no le sorprendió para nada que se fuera al baño del tirón, y mejor le parecía, porque como abriera la boca ahora delante de Nancy, iban a acabar a hechizos. Alice suspiró y se empezó a quitar el abrigo y dejar la mochila. — ¿TÚ TE DAS CUENTA DEL SUSTO? — ¡Alice, no podéis hacer esto si vais a ir, es peligrosísimo! — ¡Y YO AQUÍ TENIENDO QUE LIDIAR CON TODO! ¡PENSANDO QUE OS HA PASADO ALGO! — Ni contestó, dejó que Nancy y el abuelo siguieran con lo suyo y fue a por agua. No iba a admitirlo en voz alta, pero claro, se había quedado con un calentón épico, necesitaba por lo menos beber agua y calmarse, aunque no se lo estaban poniendo muy fácil. — ¿SE PUEDE SABER QUÉ ESTABAIS HACIENDO? — No. — Contestó simplemente, antes de dar otro trago de agua. — Nancy, para. — Le dijo la abuela. — Están agobiados, ya sabes cómo es ese sitio, todos nos hemos asustado, incluidos ellos, pero no la agobies más. — El rictus de la cara de la chica se relajó un poco. — Es que habíamos establecido un sistema muy bueno, y a la segunda vez que lo usamos lo ignoráis. — Se quejó, ya con un tono más rebajado. Alice volvió a suspirar. — No podemos volver. — Y el silencio se hizo.

Tras unos segundos, Nancy empezó a negar. — No, a ver, Alice, escucha… — Alice, ¿ha pasado algo? — Interrumpió el abuelo. Ella se encogió de hombros. — Lo de siempre, ese sitio se ha metido en nuestras cabezas, y hemos hecho… En fin, no éramos nosotros mismos. Y estamos ya al límite. — Claro, y por eso hay que cambiarse… — ¡Nancy, ya está bien! — La cortó Alice, y los abuelos la miraron sorprendidos. — ¿No ves que no damos para más? No sabemos qué más hacer, estamos al límite, ni cambiándose ni nada. — El abuelo avanzó hacia ella. — Pero, Alice, ¿Marcus está bien? ¿Está herido? Es que… — Alice se llevó las manos a la cara y resopló. — ¡Lawrence, ya está bien tú también! La estáis poniendo peor de lo que ya viene. — Pero es que necesito saber si Marcus está bien. — Y yo que me escuchen, porque esto no está perdido… — Alice cerró los puños y encajó la mandíbula, aguantándose todo lo que quería soltar. — No. La respuesta simple, a todo eso, es “no”. — Miró al abuelo. — No está bien, sabes que odia perder el control de la mente. Y no, nadie nos ha agredido, ni secuestrado mentalmente, es el sitio, es la barrera de Folda y Lugh que no sabemos pasar, ni más ni menos. Te lo puedes tomar con más o menos gravedad, pero es la realidad. — Cambió a Nancy. — Y no a ti también. No vamos a volver. Lo siento, Nancy, pero se acabó. — La chica negó frenéticamente. — No… No podéis hacerme esto, estamos ahí mismo… Y… — Nancy, tiene que primar vuestro bienestar, no puedes… — Y el abuelo fue interrumpido de nuevo por la chica y, justo después, por Marcus bajando.

Dejó que su novio expresara su deseo y lo que habían vivido (o parte de ello), y agradeciendo que él supiera explicar mejor las cosas y con más autoridad, pero entonces la miró significativamente. Si no fuera a decir algo desconcertante, no se tomaría la molestia de mirarla así. Y desde luego que fue desconcertante. Después de que Alice se enfrentara a Nancy frontalmente, ahora Marcus decía que iban. Se mordió los carrillos por dentro y, cuando todos se giraron a mirarla, lo que le apetecía decir era: “mira, traigo un calentón épico, estoy harta de los abuelos preocupados, de los acertijos y los lagos que te cambian la personalidad y te vuelven tonto. Pero sobre todo estoy absolutamente harta de que mi novio esté atormentado y de mal humor cada vez que está cerca de una reliquia, quiero irme a Inglaterra en este preciso segundo y empezar a pintar las paredes de mi casa nueva, que voy a encontrar en el total de una tarde, porque estoy cansada de todo lo demás. Y allí se me van a pasar todos los calentones a la vez.” Pero en vez de eso, dijo. — Venga. — ¿Qué más daba ya? Ella confiaba en Marcus, al menos cuando estaba relativamente segura de que su mente no estaba secuestrada por algún hechizo, y estaba cansada de discutir.

El abuelo la miró como exigiendo una explicación (sí, vaya, y a ver quién no exigía) cuando, para estupefacción de todos, la abuela dijo. — Creo que debería ir yo con vosotros. — Y lo de “creo” era claramente una cortesía, porque ya estaba cogiendo el abrigo y el bolso. El abuelo soltó un bufido. — ¡Pero vamos a ver! ¡No digas tonterías, eh! ¿Cómo vas a ir a un sitio peligroso? — La abuela se encogió de hombros. — Soy vieja e irlandesa, según yo lo veo, pego mucho ahí. — ¡Esta mujer! ¿Tú estás mal de la cabeza? — La abuela ya tenía el abrigo puesto. — Tenéis el cacharro, y ninguno de los dos va a dejar que me pase nada. — ¡MARGARET NO SEAS ABSURDA! — ¡DÉJAME EN PAZ, PREFECTO O’DONNELL! Hijos, ¿a que puedo ir? — Alice miraba de hito en hito a los abuelos y a Marcus y, a pesar de la tensión, tuvo que llevarse la mano a la boca para taparse la risilla que amenazaba con escaparse.

 

MARCUS

Miró a su abuela con los ojos entornados, pero no puso objeción alguna al hecho de que fuese. Lo "peor", por decirlo así, que podía pasar yendo Molly, era que algo se activara en la cierva de la senectud y Nancy volviera a insistir, pero Marcus pensaba esperar los escasos minutos que tardaba en hacer efecto el hechizo de Folda para lanzar su sólido argumento de que, con semejante lío mental, era imposible hacer nada.

Se generó un silencio incómodo tras la pregunta de la abuela en el que nadie decía nada. Marcus estaba harto de sentir que recaían las decisiones de más peso sobre él, pero pensaba usarlo en su favor. — Vamos. — Ya que nadie hace una propuesta en firme, se hará lo que yo quiera entonces. Se agarró a su abuela y a Nancy y, sin tiempo para despedidas ni ceremonias, hizo a los tres aparecerse en el sitio exacto.

Nancy aterrizó más aturdida que la abuela, probablemente por el escaso aviso de Marcus sobre la aparición (tampoco había avisado a Molly, pero la dignidad Gryffindor te hacía disimular muy bien). Mientras la mujer miraba todo a su alrededor con ojos brillantes y se cortaba de hacer comentarios sobre la belleza del sitio que claramente hubiera hecho en otra situación, Marcus aprovechó para llamar. — Pongo el altavoz. — Dijo, escueto, a sus dos interlocutores al otro lado del teléfono. Nancy se fue tras Molly, que ya estaba ante la cierva. Y, por supuesto... no ocurrió nada, para gran defraude de Nancy y para absoluta falta de sorpresa de Marcus.

Se fue hacia la cierva, puso el teléfono en el pedestal para que se les oyera y, colocándose frente a su prima, la tomó de los hombros y la giró para que le mirase. — Antes de que esto empiece a afectarnos: Nancy, tenemos que parar. — Su prima estaba un tanto bloqueada, con los ojos llorosos. — Pero... Igual si la tía Molly hace... — ¿Qué? ¿Que se ponga a cantar una canción irlandesa? — Soltó a Nancy, miró a la mujer tras ella y le dijo. — Abuela, canta. — La tomó un tanto por sorpresa, pero rápidamente se aclaró la garganta y entonó un par de estrofas de una antigua canción en gaélico. No ocurrió absolutamente nada.

Marcus soltó aire por la boca. — Nancy, estamos en un punto muerto... — ¡No! — Dio una patada en el suelo, lloriqueando. — ¡Lo que pasa es que me habéis engañado y no queréis hacerme...! — ¡¡TE ESTÁS COMPORTANDO COMO UNA CRÍA!! — Bramó. Nancy se calló en el acto y su abuela le miró, sorprendida. — ¿¿VES COMO TE ESTOY HABLANDO?? ¿¿ME HAS VISTO HABLARLE ASÍ A ALGUIEN DE MI FAMILIA ALGUNA VEZ?? — La señaló con un índice acusador. — Pues por insistir, ahora te voy a decir A GRITOS lo que podría haberte dicho con mejores palabras en la casa. — Hizo un radical gesto con los brazos para ilustrar su siguiente frase. — ¡SE ACABÓ! Lo que hemos conseguido en la cierva de la tradición ha sido UNA PARTÍCULA en comparación con todo lo que tenemos que hacer, QUE NO TENEMOS NI IDEA. ODIO que jueguen con mi cabeza, y no podemos tomar NI UNA decisión coherente aquí porque es imposible. — Pero... — CÁLLATE, NANCY. — La chica tembló y se encogió, como una niña pequeña, y su abuela avanzó hacia él. — Hijo, cálmate... — NO PUEDO CALMARME PORQUE NO SOY DUEÑO DE MÍ NI DE NADA DE LO QUE HAGO AQUÍ. Ni yo, ni Alice, NI TÚ TAMPOCO. — Señaló de nuevo a Nancy, acusador. — ¿¿Sabes qué estábamos haciendo?? ¿¿Sabes porque no atendíamos al teléfono?? — Señaló al bosque. — PORQUE ESTABA AHÍ DENTRO DÁNDOME EL LOTE CON MI NOVIA. Sí, yo, el EDUCADÍSIMO y PROTOCOLARIO y PRUDENTE Marcus O'Donnell. ¿Sabes de quién ha sido la idea? MÍA. YO, YO HE SIDO EL DEL CALENTÓN, EL QUE HA ARRASTRADO A ALICE AL BOSQUE, TE HA MENTIDO, TE HA COLGADO EL TELÉFONO Y LA HA MANIPULADO A ELLA PARA QUE NO LO ATENDIERA. YO. Y si no fuera por la palabra de seguridad, ahora mismo estaríamos allí Y NO QUIERES SABER CÓMO. — Nancy estaba simplemente petrificada escuchando, con los ojos llenos de lágrimas. Molly, afortunadamente fuera de la vista de su nieto, se estaba escondiendo una sonrisilla. Desde luego que no era muy habitual ver a Marcus sincerándose tanto en ese aspecto.

Trató de rebajar el tono, aunque estaba embotado de rabia. — No podemos más. — Y al decirlo, se desinfló y se le saltaron las lágrimas. — No puedo más. No me merece la pena esto, Nancy, no ahora. Lo siento... Se acabó. Esto me va a volver loco. Creo que aún no soy lo suficientemente maduro para afrontarlo. — Y justo al decir esas palabras, sopló una sospechosa ráfaga de aire que les pilló sorprendidos, levantó un montón de hojarasca e hizo que perdieran un poco el foco de la conversación... Pero no había sido más que eso. Una ráfaga de aire. Y se notaba agotado e incapaz de dar más significado a nada. Miró de nuevo a su prima, y ya con las lágrimas cayendo por sus mejillas, pidió. — Volvamos a casa. —

 

ALICE

La casa se quedó en silencio en cuanto se fueron y el abuelo lo respetó, en parte por no presionar y, probablemente, en parte porque estaba muerto de miedo con la abuela. — No va a pasarle nada, abuelo. No hay monstruos ni nada… Es solo que… hace cosas con tu mente. Ya sabes que eso a los Ravenclaw nos molesta una barbaridad, pero probablemente la abuela lidie mejor con ello. — El abuelo se quedó mirándola unos segundos y puso su mano sobre la de ella. — Habéis hecho lo que habéis podido. Habéis encontrado cuatro reliquias que nadie había visto desde hace más de mil años, Alice. Que esto no os quite perspectiva. — Y justo entonces, sonó el teléfono, asustándoles a los dos.

El tono de Marcus no auguraba nada bueno, y Alice estaba demasiado agotada para mediar, así que básicamente fue chequeando cosas que tenía Nancy apuntadas que había que hacer, pero ella estaba segura de que no iba a funcionar, después de haber estado allí. Y claro, empezaron a desesperarse, y a chillarse, y de hecho, el momento en el que Marcus le pidió cantar a la abuela tensó tanto al abuelo como a ella. Y ya cuando se puso a chillar a Nancy, el abuelo le susurró. — Alice, di algo, que está descontrolado. — Y Alice negó. — Nancy necesita que le abran los ojos, abuelo. Hemos ido con demasiado tiento en esto, y tiene que aterrizar. — Lawrence suspiró y miró con pena el teléfono, como si mirara a su sobrina.

Eso sí, cuando hizo la pregunta retórica de “¿sabes qué estaba haciendo?”, casi cuelga, aunque no lo hizo porque habría sido inútil, la abuela lo hubiera oído igualmente y habría acabado rulando por toda la familia. Se tapó la cara con vergüenza, y el abuelo al principio no entendía, pero Marcus tardó tres segundos en sacarle de dudas. A ello siguió un carraspeo incómodo y que el abuelo se revolviera en la silla, para al final acabar diciendo. — Muy buena idea lo de la palabra de seguridad. — Sí, sí. — Por eso… justo somos Ravenclaw. Está bien. Muy bien. Es decir… Somos humanos ¿sabes? Solo que hacemos lo que el resto de los humanos, pero con más cabeza. Tenéis mucha cabeza. — Si volvía a decir “cabeza” o “bien”, Alice se iba, no a su cuarto, a Inglaterra.

Se le rompió un poco el corazón al oír a Marcus llorar, y vio que al abuelo también. Esperaba que eso le abriera los ojos a Nancy de una vez por todas, porque estaban realmente al límite. Oyeron la aparición en el jardín, y los jóvenes entraron entre lágrimas, pero la abuela parecía serena. Lawrence corrió a por ella. — ¿Estás bien? ¿Te notas mareada? Anda, ven, siéntate. — Molly se echó a reír. — ¡Oy! ¿Tú te crees a estas alturas de la vida, con lo viejos que estamos? ¡Ay, Lawrence, por Nuada…! — Y más se reía. El abuelo la miró. — Esa risa parece un poco nerviosa, puede que siga afectada. — ¡Me río de ti! ¡Afectado estarás tú! Yo no he notado nada raro, el sitio es precioso, pero tampoco he visto ninguna reacción de nada, me temo. — No estaba el ambiente para bromas. Alice se acercó a Nancy y Marcus, que estaban sentados en el sofá y se agachó frente a ellos. — Chicos, miradme los dos. — Y puso una mano sobre la rodilla de cada uno. — Hemos encontrado cuatro reliquias milenarias. Hemos asistido a banquetes de dioses, a celebraciones druidas y hemos visto cosas que generaciones de magos irlandeses han muerto deseando conocer. Y todo en meses. Esto no es el final, solo es una parada, pero hay que hacerla. — Nancy se echó a llorar, asintiendo, y Alice se lanzó para que los tres se fundieran en un abrazo. — Folda y Lugh estarían orgullosos de que queramos estudiar más y prepararnos mejor para lo suyo. —

Notes:

¡Bueno, bueno! ¿Os esperabais que esto se nos hiciera tan cuesta arriba? ¿Habíais visto a Marcus y Alice rendirse alguna vez con algo? Será porque, a medida que crecemos, los retos a los que nos enfrentamos son cada vez más grandes, y, por lo tanto, también hay que saber rendirse. ¿Alguna teoría sobre dónde está el error? ¡Contadnos, queridos lectores, que Irlanda se nos acaba y queremos teorías!

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