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Saliendo de la rutina

Summary:

Peter B. Parker es un hombre casado con una hermosa mujer de cabello rojo y piel de porcelana, tiene una modesta casa en el barrio de Queens y es un respetable investigador en una de las empresas más destacadas del país, ALCHEMAX, muchos dirían que es una vida perfecta.
Es una pena que eso sea una mentira, todos los días es lo mismo, nada cambia y nada pasa. Atrapado en un matrimonio sin amor, una casa que nunca deseo, en un trabajo agotador. Al principio es así hasta que alguien logra sacudir la monotonía de su vida.

Notes:

(See the end of the work for notes.)

Chapter 1: Saliendo de la rutina

Chapter Text

El reloj marcó las cinco de la mañana, rompiendo el silencio de la habitación con su molesto pitido. Peter bostezó, frotándose los ojos con los nudillos. A su lado, Mary Jane dormía plácidamente, hasta que el escándalo del dispositivo, la hizo gruñir.

—Buenos días, cariño—saludó Peter, inclinándose para besarla.

Ella se giró, cubriéndose los oídos con la almohada.

— ¿Podrías apagar ese aparato del demonio?—murmuró irritada.

Peter cansado estiró el brazo y apagó el reloj, dejó las sabanas a un lado, se levantó y caminó en dirección al baño de la habitación.

Dentro de la ducha, dejó que el agua fría recorriera su cuerpo. Siempre lograba despertar todos sus sentidos y de paso, disipar su erección matutina, que desde hacía tiempo su esposa no ha mostrado interés en atender. Bajo la mirada hacia su pene rígido, solo pudo soltar un bufido de cansancio e ignoro la molestia que le causa y se concentró en terminar de asearse.

Con una toalla enredada en la cintura, salió del baño, abrió el armario y eligió su ropa; unos vaqueros azul marino y una camisa blanca de mangas largas.

Ya vestido, salió de la habitación, bajo hacia la cocina y se dispuso a preparar su desayuno: huevos revueltos con tocino, pan tostado y café, con la mesa puesta, encendió una pequeña televisión que está encima del frigorífico. No es alguien que disfrute del entretenimiento banal que aquel aparato suele ofrecer, pero cierto programa logró captar su atención.

En pantalla, Jonah Jameson, con su gran bigote y voz atronadora, gritaba:

— ¡El día de hoy, estimado público, me encuentro con alguien que, aunque no sea muy relevante, trata de hacer su trabajo de la forma más eficaz y casi manteniendo seguro al mayor transporte de esta ciudad! ¡Así es! Hablo de un simple guardia de seguridad del metro de New York, ¡Ken Barley!—gritó el presentador.

La audiencia, emocionada, aplaudió; las cámaras y los reflectores se enfocaron en un hombre que lleva un uniforme de guardia: pantalones de vestir negros con una camisa color negra de mangas largas y zapatos lustrados del mismo color. Poseyendo un cuerpo marcado por el ejercicio, de cabello rubio brillante, sonrisa amable y de ojos marrones.

—Gracias Jonah, pero mi nombre es Ben Reilly —el guardia corrigió de forma tímida.

—Sí, Jovencito, tu nombre no importa. ¡Lo que en verdad es relevante la terrible situación que está ocurriendo bajo nuestros pies! ¡Explícalo! —dijo el conductor con una mirada seria.

Ben, nervioso, tragó saliva y sintió cómo un sudor frío comenzaba a recorrer su frente. Sus ojos se movieron frenéticos entre el público, buscando una salida que no existía.

Las cámaras, despiadadas, se enfocaron en él, capturando cada matiz de su rostro tenso. Apretó los puños para calmar el leve temblor en sus manos, después de un instante de duda, respiró hondo y dejo a un lado su timidez, comenzó a hablar y, con una voz firme que no imagino que tuviera:

—Ciudadanos, estoy aquí para informales sobre una serie de encuentros de índole sexual que han comenzado a ocurrir dentro del metro de Nueva York, aunque desconocemos su origen, hemos logrado identificar el nombre de esta práctica: se le llama, ¨cruising¨—explico el rubio.

Las personas que están sentadas en el set, se miraron unas a otras, con ojos dudosos mientras los murmullos se propagaban por todo el set. Jameson lo interrumpió, indignado:

— ¡¿Cruising?! ¡Explícate, muchacho! No puedes esperar que nuestro público lea tu mente. ¡Date prisa, que siempre hay otras noticias que cubrir! — exclamó Jonah Jameson con su voz enérgica, casi gritona.

Ben, secándose el sudor de su frente, nervioso, explicó:

—El…Cruising es una práctica sexual que se ha reportado en estos últimos días. Consiste en que algunas personas tocan de forma obscena a otras dentro del vagón. Son roces que se realizan con las manos, la punta de los dedos, los codos e incluso con la entrepierna. Además…

— ¡DETENTE AHÍ! —Rugió Jonah— ¿Estás diciendo que, en este preciso instante, bajo nuestros pies hay gente teniendo SEXO? ¿En público? — preguntó con asco.

— No creo que están teniendo sexo, solo se han reportado roces y manoseos — replicó Ben, tosió levemente y aclaró su garganta.

Una vez más fue interrumpido por el escandaloso conductor.

Ahora, ninguna cámara ni reflector se fijó en Ben. Toda la atención recayó sobre el hombre del gran bigote.

— ¡DAMAS Y CABALLEROS! — Gritó — Acaban de escucharlo aquí y ahora a punto de las seis y media de la mañana. ¡Allá afuera hay gente enferma, que se deja llevar por sus bajos instintos y tienen sexo en público!

Con un salto hacia delante, Jonah pasó por encima de su escritorio. Caminó con paso lento y rostro serio, se colocó en el centro del set. Las cámaras y las luces lo seguían enfocándose solo en él.

— Ciudadanos que están aquí y que me miran desde la comodidad de sus hogares, trabajos o cualquier otra parte, ¿no se dan cuenta de lo que sucede? Estos enfermos están amenazando la normalidad en la que vivimos.

El conductor miró al público, dirigiéndose directo a una mujer que está en primera fila, continuó con su discurso.

— Hermosa dama, ¿es usted madre?

— Si… mis hijos, Julie de cuatro años y Noah de cinco, están con su abuela. Decidieron quedarse con ella esta semana— respondió nerviosa.

Jonah asintió.

— ¿Con qué frecuencia usa el metro? —preguntó.

La mujer desvió su mirada tratando de recordar.

—Casi todos los días ya que suelo dejar a mis hijos con mi madre por mi trabajo. Ella vive en Hoboken y yo en Queens.

Jonah guardó silencio por un momento, cerró los ojos y frunció el ceño, dando la impresión que se ha perdido dentro de sus pensamientos. Tomo una bocana de aire, tenso su cuerpo y grito.

— ¡COMO SE SENTIRÍAN, QUE DOS DESVIADOS ESTEN TENIENDO SEXO FRENTE A SUS HIJOS! ¡O PEOR QUE ESA GENTE TOCARA A SUS NIÑOS! ¡NUESTROS NIÑOS! ¡IMAGÍNESE QUE LLEGARAN A TOCAR AL PEQUEÑO NATHAN O LA PEQUEÑA JESSIE!

La audiencia estalló en murmullos.

En medio del ruido que provenía de la cocina, Mary Jane apareció, tomó una rebanada de tocino que yacía en un plato, la mordió y, con desdén, la tragó.

— ¿Desde cuándo ves el show de Jonah Jameson? —Preguntó adormilada—. Escuche que ahora lleva a cualquiera para levantar el rating, parece que ya nada le funciona, pobre tipo.

Peter encogió los hombros.

—No es un programa que me guste, enciendo la televisión para que me haga compañía en el desayuno—respondió—Ahora que lo noto, no es habitual en ti levantarte temprano.

MJ bostezó, sirviéndose café.

— Ya sabes que no suelo hacerlo. Llego tarde del trabajo, siempre estoy agotada.

Peter bajó la mirada, con tristeza.

— Lo se MJ. Pero yo también trabajo hasta tarde y aun así trato de salir lo más rápido posible… para poder estar contigo, pero cuando llego no estás en casa, mi salario es suficiente para mantenernos a ambos, no me gusta que salgas y me dejes solo…

Mary Jane volteó mirándolo con irritación, cruzando los brazos.

— ¿Disculpa? ¿Ahora resulta que tengo que pedirte permiso para trabajar? Sí, soy camarera en un bar de mala muerte y canto allí de vez en cuando, pero al menos es MI trabajo Peter y no uno tan pretencioso como el tuyo. No pienso quedarme todo el día encerrada esperándote como una esposa modelo.

Peter soltó un suspiró, conteniendo la molestia.

— No es eso, MJ. Nunca he menospreciado lo que haces. Solo digo que si quieres ganar más dinero, puedes trabajar en ALCHEMAX, desde hace tiempo te he dicho que puedo recomendarte, conozco bien a Tyler, puede darte un trabajo de recepcionista.

— No quiero estar en ese lugar lleno de gente estirada, me repugna verlos con sus trajes elegantes y corbatas brillantes—espetó ella, soltando un bufido antes de girar sobre sus talones y salir de la habitación sin mirarlo.

El silencio que quedó, pesó sobre Peter. Se sentó frente a su plato, comió sin ganas, apagó el televisor y lavó sus utensilios con la mente en blanco. Minutos después, tomó sus llaves y salió de casa rumbo a la estación de Forest Hills.

Daba pasos largos, con ojos cansados, miró su reloj de mano y repasó mentalmente su camino, un pequeño ejercicio que le ayuda a mantener su cabeza en orden y aleja los incómodos pensamientos que suelen invadir su cabeza.

—Seis cuarenta, y son cinco minutos hasta la estación, mientras espero deben ser otros diez minutos, estaré tomando el metro a las seis cincuenta y cinco, para llegar a mi trabajo son cerca cuarenta minutos, de caminata son otros cinco y en total son alrededor cuarenta cinco minutos. Llegaré a las siete con cuarenta, veinte minutos antes…—calculó, y esbozó una sonrisa satisfecha—. Todo en orden, como siempre.

Subió las escaleras de la estación y se dirigió a la taquilla para recargar el saldo de su tarjeta. En la fila, llamo su atención, una mujer que está delante de él, de hermosa caballera roja que caía como fuego sobre sus hombros. Delgada y finas curvas. Su falda de vestir negra que marca su bien formado y redondeado trasero, al igual que sus medias resalta sus piernas largas y el aroma de su perfume es casi hipnótico.

Peter no pudo evitar prestarle atención y su mirada descendía y subía admirando a aquella desconocida con morbosidad. Sin darse cuenta su pene se endureció y pudo sentir como su pantalón le apretaba, de forma discreta, miro hacia abajo pudo notar como su erección peligrosamente crecía, incluso comenzó a dolerle.

Desviarse le causaría un retraso que puede costarle tiempo valioso pero no había otra opción, tiene que hacerlo, es necesario.

Se apartó de la fila con el corazón acelerado y caminó con prisa, pero no era suficiente así que corrió hacia los baños de la estación, empujando la puerta del baño con urgencia, entró al último cubículo, el más alejado de la entrada y cerró la puerta tras de sí. Tomó asiento en el inodoro, intentando calmar su respiración.

La vergüenza lo quemaba, pero la necesidad es más fuerte: se masturbaba en aquel lugar o salía con una gran erección, que todos podrían notar.

Lamió la comisura de sus labios mientras observaba cómo su erección se marcaba con fuerza. Su pene ansiaba liberarse y la excitación era tan intensa que el pre-semen ya había humedecido su ropa interior. Con un gesto decidido, desabrochó el botón de sus pantalones y los bajó por completo.

Su pene está muy duro, tanto que le duele y con la punta brillando por el líquido pre seminal, que sale de su uretra.

Dejando de lado la poca cordura que a un le quedaba, se puso manos a la obra.

Sujeto su erección y comenzó con movimientos lentos, de arriba hacia abajo. Su pre semen lubrico el resto de su glande, facilitando el desliz de su mano.

El pequeño cubículo comenzó a sentirse más caluroso y sin darse cuenta, Peter empezó a emitir ligeros gemidos. Su ritmo se aceleró, sus manos trabajan con mayor intensidad y rapidez.

Cegado por el placer, no escucho cuando alguien más entro al baño. Un hombre entró, se acercó a los urinarios, dispuesto a hacer sus necesidades, pero antes de bajar su cremallera, un sonido lo detuvo, escuchó los gemidos apagados que provienen del último cubículo.

Curioso, avanzó sigiloso, se dirigió al cubículo de al lado, entró, subió al retrete y asomándose por encima de la separación, pudo ver a Peter masturbándose.

Con el rostro sonrojado; los ojos cerrados; con la frente cubierta de sudor. Su mano se movía con frenesí sujetando con firmeza su pene erecto, lubricado por su propio jugo, mordiendo su labio inferior luchando por silenciar sus gemidos, mientras se dejaba llevar por el placer. Aquel espectáculo despertó una fuerte excitación en el desconocido, cuyo pene también empezó a endurecerse.

Estaba a punto de bajar su cremallera, pero en ese momento, Peter abrió un poco sus ojos, sus miradas se cruzaron, rápidamente el hombre descendió del retrete y salió corriendo del cubículo, se escuchó el azote de la puerta, el desconocido salió del baño, dejando el lugar.

Ese encuentro esfumo toda la excitación de Peter, y su tan ansiado orgasmo no llegó; resignado subió sus pantalones, salió del cubículo, se dirigió al lavabo y abrió la llave, mojó sus manos y se las pasó por el rostro, humedeciendo.

Miró su reflejo en el espejo.

— Soy un idiota.

Sin más, salió del baño, retomando su camino hacia el vestíbulo, ahora no solo está frustrado sexualmente y humillado por haber intentado algo así. Aun peor, lo descubrieron.

Peter solo esperaba que aquel hombre, no hablase con nadie y con algo de suerte, no hubiese visto por completo su rostro, lo último que quiere son problemas.

Camino con lentitud, intentando olvidar el incómodo encuentro, vio con fastidio la gran cantidad de personas que esperan el tren, igual que él .

Durante la espera, Peter involuntariamente pudo escuchar las conversaciones a su alrededor. Todos hablaban de cierto programa de noticias conducido por un hombre que ama gritar y denigrar a los demás.

Delante de él, dos mujeres mayores, que lucen elegantes en sus vestidos de estrepitosos colores pastel, conversan alegres.

— Celia ¿Será cierto lo que dijo aquel hombre? Sobre aquellas personas que te manosean dentro de los vagones—pregunto una de ellas.

—No lo sé Marilyn, lo único de lo que estoy segura es que esta juventud anda fuera de control—respondió indignada.

—Por favor, tú no eres la más indicada para decir eso—rio Marilyn—. Yo recuerdo que, cuando éramos unas bellas jovencitas, cierta chica solía usar faldas muy cortas para provocar a los muchachos.

Celia se sonrojó, provocando nuevas risas en Marilyn y, de forma más discreta, en Peter, que intentaba que las mujeres no lo oyeran.

Escuchar conversaciones ajenas está mal pero no hay más que hacer, así que comenzó a escuchar otra plática, está vez el objetivo. Se trata de un trio de jovencitos, vestidos con su uniforme y mochilas listos, para asistir a la escuela.

—Hey, Miles, Penny, escuchen esto—dijo un chico travieso.

— ¿Qué quieres, Ned?—preguntó Miles adormilado.

—Mh —respondió Penny con desinterés, mientras hacía pequeñas bombas con su goma de mascar.

— ¿Escucharon las noticias? Sobre personas que tocan tus partes—dijo Ned.

—Si Ned—respondió Miles.

— ¿Creen que haya chicas lindas haciendo esta clase de cosas? —sugirió Ned con sonrisa perversa.

Penny movió a los lados su cabeza, abrió su mochila y saco sus audífonos, prefirió escuchar música a ser partícipe de tan incómoda conversación.

—Ned no creo que sea así, mi padre me dijo que quienes hacen eso, suelen ser hombres muy raros que tienen miedo de salir del clóset.

— ¿Miles, tu padre como sabe eso?

—Porque es policía.

—Eso quiere decir… ¿Qué no hay chicas involucradas?

—Cállate Ned—bufó Miles.

Peter también encontró un poco divertida esta conversación entre esos chicos.

— Parece que las hormonas ya están comenzando a despertar—pensó Peter.

El sonido chirriante del metal interrumpió sus pensamientos, lleno el andén avisando a todas las personas que el metro está por llegar, el conductor freno la maquinaria causando que el tren se detenga enfrente de los pasajeros, las puertas se abrieron y sin perder el tiempo, todos empezaron a empujarse tratando de conseguir un lugar.

Aunque Peter llevaba años haciendo lo mismo, sigue siendo algo torpe, la única manera en que logra subir al vagón, es gracias a las demás personas que lo empujan. Sin embargo, esta vez no fue así, la mayoría logró subir, pero Peter y otros pasajeros tuvieron que quedarse a esperar al siguiente tren.

Esto significa otro retraso, soltando un suspiro resignado decidió esperar como los demás. Peter logro notar a dos hombres que están a su lado, ambos de distinta edad. Uno fornido, de cabello gris y el otro más delgado, de cabello cobrizo, no quiso prestarles atención pero aunque ese par, tratara de ser discreto, sus voces lograban ser escuchadas y sin querer termino oyendo otra conversación.

— ¿Cooper, no lo sé, de verdad crees que podamos hacerlo?

— No seas aguafiestas, Ezekiel. En el último vagón casi no hay gente—respondió el joven con calma.

Peter, sin pensarlo, murmuró en voz baja:

—Lo que dijo Jonah es cierto.

Acción que no pasó desapercibida por ambos hombres notaron que el castaño está escuchándolos, lo miraron molestos, Peter al sentirse descubierto, agacho la mirada.

—Camarada, ¿nos estas escuchando?—preguntó Ezekiel.

Peter sintió un escalofrío recorriendo su espalda, no sabía que decir, así que no dijo nada.

—Vamos, no seas tímido. Si tienes curiosidad, podemos enseñarte—añadió Cooper con un tono cargado de insinuación.

Ambos lo miraban con interés que lo hizo sudar frío. Tragó saliva, esperando una respuesta positiva, Peter nunca había estado en una situación similar, incluso no estaba seguro el cómo debe sentirse, así que junto un poco de valor, alzo la mirada y la dirigió en dirección a ese par.

—Yo…yo agra…agradezco su interés… pero…pero ahora voy a mi… mi tra...trabajo, lo siento—dijo Peter nervioso.

Cooper encogiéndose de hombros.

—Una lástima. Hubiera sido divertido hacerlo con dos maduros.

—Quizás la próxima—añadió Ezekiel con una sonrisa.

—Aunque admito que los hombres trabajadores son muy atractivos—dijo Cooper mordiéndose el labio y mirando con lujuria a Peter.

Peter se sonrojó, incómodo, cuando Cooper lo miró con abierta lujuria, mordiéndose el labio. Apenas pudo balbucear un tímido “gracias” antes de que ellos retomaran su conversación.

Los minutos pasaron, y el andén comenzó a llenarse de nuevo. El sonido metálico del siguiente tren acercándose anunció su llegada, esta vez no tendría ningún problema, ya que hay poca gente, se colocó a dos vagones de distancia del último.

Pero justo cuando iba a entrar, varias manos lo sujetaron. Antes de reaccionar fue lanzado dentro del último vagón.

— ¡Oigan! ¿Qué hacen? —exclamó Peter, aturdido.

Se giró y vio, incrédulo a sus captores y eran los dos hombres que le coquetearon hace apenas unos minutos.

Cooper se rio en voz baja al ver la expresión del castaño.

—Nada personal amigo, pero ambos vimos que tienes curiosidad por saber si es cierto lo que pasa en este lugar déjate llevar—dijo Ezekiel con una sonrisa en su rostro.

—No, esperen, déjenme salir—pidió Peter, tratando de empujar a ambos.

Pero ellos lo bloquearon fácilmente. Su fuerza combinado bastó para mantenerlo dentro.

—Tranquilo, prometemos que no te pasara nada, solo disfruta, ¿sí?— dijo Ezekiel acariciando el rostro de Peter.

—Te prometemos que te divertirás—completo Cooper.

La voz metálica de la operadora anunció el cierre de puertas. Peter dio un paso atrás, igual que ellos. Los rostros confiados de Cooper y Ezekiel se alejaron justo antes de que la puerta se cerrara.

Ezekiel se despidió agitando su mano con suavidad; Cooper, con un beso lanzado al aire.

—No puedo creer que ahora tendremos que esperar otro tren—dijo Ezekiel un poco molesto.

—Sí, pero no podíamos negarnos a ayudar a Miguel— contestó Cooper.
—Espero que él y nuestro nuevo amigo se diviertan.

Entre risas ambos hombres continuaron charlando, para hacer más amena su espera, dejando a Peter atrapado en el vagón.

Una palmada repentina en su trasero lo hizo voltearse. Miró a su alrededor, pero no logró identificar quién lo había hecho. Todas las miradas están llenas de complicidad incluso podría ser de lujuria.

Nervioso se pegó a la esquina del vagón, con suerte pasaría desadvertido, tratando de regular su respiración.

—Muchos retrasos pero todavía llego a tiempo—susurró, mirando su reloj con ansiedad.

El viaje ocurrió con relativa calma, aunque algunos hombres merodearon a su alrededor, buscando alguna señal de interés aunque algunos fueron más directos. Peter desviaba la mirada con clara vergüenza, su gesto fue tomado como un rechazo y logro que poco a poco lo dejaran en paz.

Tuvo la oportunidad de bajar pero hacerlo implicaría esperar de nuevo y el día de hoy ya ha tenido muchos contratiempos, aunque no quisiera, quedarse abordo es lo mejor.

—Al menos todos han sido… educados—susurro, casi para sí.

El tren continuó su recorrido, hasta Queens Plaza. La estación estaba abarrotada y, una vez más, la gente se empujó para entrar. Peter se encontró apretado contra otros cuerpos, así que solo se resigne y esperó a que nada extraño pasara.

—Pensé que no entraría tanta gente—pensó Peter.

Peter, aunque estaba algo apretado, logró hacerse un poco de espacio para respirar. En ese momento, notó a un hombre mayor intentando subir. Le resultaba difícil abrirse paso entre la gente, y su mirada buscaba desesperada un lugar donde sentar.

El castaño dudó un momento, pero decidió ayudar. Con esfuerzo, hizo a un lado a algunos pasajeros, abriéndose camino entre cuerpos apretados. Logró guiar al anciano hasta un asiento libre. Varios hombres se apartaron, dándole espacio. El gesto fue bien recibido, y el hombre mayor le dedicó una leve sonrisa de gratitud antes de sentarse.

— ¿Qué hace un hombre mayor aquí? Probablemente se confundió—reflexiono Peter.

La voz de la operadora anunció el cierre de las puertas. Peter, con dificultad, regresó a su rincón y continúo el viaje. Ya estaba a mitad del trayecto, pero con cada estación, el vagón se llenaba más, arrinconándolo todavía más contra la pared.

—Parece que después de todo, no importa qué clase de rumores tenga este lugar la gente sigue subiendo. Todos necesitan llegara a sus trabajos—reflexionó con amargura.

Se perdió en sus pensamientos, repasando una y otra vez lo que debía hacer al llegar al laboratorio. Pero su tranquilidad, se quebró cuando sintió un leve roce en su trasero. Se sobresaltó pero descarto la posibilidad que alguien lo haya hecho apropósito.

—Hay demasiada gente, seguro fue un accidente— pensó Peter.

Sin embargo, el roce volvió. Y luego, otro.

Intentó convencerse de que solo era la agitación del vagón. Después de todo, están cruzando el río Este, es una de las secciones más largas y con más sacudidas.

Pero los toques no se detuvieron al contrario se intensificaron tanto que sintió un fuerte agarre en su trasero, intentó voltear y mirar quien es su pretendiente, pero el hombre lo empujó con violencia. El frío del acero le golpeó el rostro. Quedando de espaldas ante el sujeto, prácticamente inmovilizado.

De reojo, alcanzó a ver al hombre: Es alto, atlético, con la fuerza suficiente para reducirlo sin esfuerzo. No pudo poner gran resistencia, las manos apretaban sus nalgas con brutalidad. Peter sintió cómo los dedos del extraño intentaban colarse entre la tela de su pantalón e introducirlos dentro de él.

Hasta ahora, la ropa era lo único lo protegía, ante tal situación. Un escalofrío recorrió su espalda, él castaño se sintió indefenso. Sabía que la gente a su alrededor venía precisamente buscando este tipo de sucios juegos. Si pedía auxilio, solo confirmaría que está participando.

—Vamos…solo debo soportarlo…—pensó, tratando de mantener la calma—La siguiente estación es la 5 av. /53st. Puedo bajar ahí y tomar otro tren…

Sus pensamientos se interrumpieron cuando las manos del hombre rodearon su cintura pegándolo más a su cuerpo y abrazándolo con fuerza. Así que sin perder el tiempo, el desconocido comenzó a desabotonar su camisa.

—Espera… ¡espera! No hagas eso—suplicó Peter, intentando detener las manos que se movían sobre su cuerpo con mucha confianza.

Fue inútil. El hombre es demasiado fuerte. En segundos, la camisa quedó abierta, revelando su torso y pezones expuestos. No había duda: este tipo está decidido a ir más lejos. Restregó su bulto contra el trasero de Peter, frotándolo con descaro.

El castaño tembló. Lo último que Peter deseaba es que alguien más los viera. Eso sería una invitación para que otros se unieran. Con la poca movilidad que tiene, intento zafarse del agarre, pero el abrazo se hizo más férreo.

Con cada intento por liberarse, solo empeoraba la situación. Las manos del hombre subieron, atrapando sus pezones entre sus dedos gruesos y palmas callosas. Pellizcando y apretando. El castaño quiso replicar, pero las palabras murieron en su garganta, arrancándole un jadeo que no pudo contener.

El hombre se inclinó, apoyando la barbilla sobre el hombro de Peter. Su cálido aliento le acarició la oreja izquierda, seguido de suaves mordidas y delicados besos que estremecieron su cuerpo. Una risa grave y burlona escapó de sus labios.

Entre respiraciones agitadas, Peter logró murmurar.

— ¿Qu…qué… es…están gracioso?

El hombro soltó sus pezones de Peter, solo para sujetar su cuello con una mano firme, mientras la otra descendía hasta el bulto de Peter que se marcaba sobre su pantalón. Comenzó a masajearlo sin piedad, provocando un gemido involuntario en Peter.

Finalmente, el desconocido habló, con una voz calmada y cargada de burla:

— Perdona, pero parece que esta es la segunda vez que te asusto—dijo Miguel.

Peter sintió que la sangre se le helaba.

— ¿La…segunda? — preguntó, desconcertado. Apenas pudo girar el rostro, lo suficiente para ver los ojos del hombre.

Miguel lo miraba fijo, sonriendo con un brillo lascivo que erizaba la piel.

—Sí, la primera vez fue cuando te estabas masturbando solo en el baño—susurró.

Los ojos de Peter se abrieron de par en par. El rubor le quemó el rostro.

— ¡¿TU ERES ESE DESCO…

Antes de que pudiera terminar la frase, Miguel movió su mano del cuello de Peter hasta cubrirle la boca, silenciando su grito.

—Shhh…—susurró cerca de su oído con voz suave pero firme—. Por favor, no armes una escena. Llamarías la atención, y créeme no quiero que nadie más se entrometa. Esto es solo entre tú y yo.

Retiró la mano lentamente. Peter, tembloroso, asintió en silencio. Miguel sonrió con satisfacción y agregó:

—Sabes… me hubiera gustado darte una mano. Nadie debería masturbase solo en un baño, menos un hombre tan lindo como tú.

Peter estaba en shock. El hombre que ahora lo manoseaba era el mismo que lo había sorprendido masturbarse en aquel baño. Intentó hablar, y esta vez logró pronunciar algunas palabras:

— Espera, yo… no es lo que parece…—balbuceó, intentando justificar lo imposible.

Pero no pudo continuar. La mano firme de Miguel volvió a cubrirle la boca, callando cualquier intento de explicación. Al mismo tiempo, la otra mano, bajó una vez más hacia su entrepierna, presionándola con la palma en movimientos lentos y firmes que arrancaron un gemido ahogado al castaño.

Miguel se inclinó un poco más, murmurando en voz baja:

—Sé que esto debe ser complicado para ti, pero lo entiendo. He conocido a muchos hombres como tú—dijo, retirando su mano de la boca de Peter.

— ¿Cómo yo? — preguntó Peter con un hilo de voz, todavía confuso.

—Si, como tú — repitió Miguel, en un tono casi paternal, cargado de picardía—. Hombres con esposas ocupadas, que ya no quieren hacerse cargo de ellos. Hombres llenos de estrés por el trabajo… sin nadie que los consuele. Pero no tienes de que preocuparte, estoy aquí para ayudarte a relajarte. Claro… espero que me devuelvas el favor. ¿Sabes a lo que me refiero?

La erección de Miguel rozo suavemente el trasero de Peter, un acto lleno de complicidad, y ligeros suspiros escaparon de los labios del moreno. El castaño tragó saliva con dificultad.

Sintió entonces cómo sus pantalones descendieron hasta los muslos. Su ropa interior esta empapada. Miguel no perdió tiempo: sumergió su mano y tomó la erección del castaño con firmeza, comenzando a masturbarlo lentamente, recorriendo cada centímetro, desde la base hasta la punta, con un ritmo experto.

Una parte de Peter luchaba por mantener la compostura, pero otra se rendía al deseo que lo estaba consumiendo.

—Esto… no es correcto, debo… resistir—pensó Peter

Aunque cada caricia hacía que esa determinación se desmoronara.

Las sensaciones que el moreno le provocaba no se comparaban con nada que hubiera sentido antes. Sin embargo, un destello de lucidez cruzó su mente, y la imagen de su esposa apareció… con su sonrisa brillante.

—Tranquilo…nadie tiene porque enterarse, será nuestro pequeño secreto—murmuró Miguel, como si leyera sus pensamientos.

Aquella imagen se desvaneció por completo y fue remplazada por otra: la de una mujer que siempre está enfadada, irritada que nada parece ser suficiente para ella. Esa visión lo molesto, lo llenó de rabia.

Por primera vez en años, Peter no quiso ser el hombre bueno y complaciente. No quiso seguir poniendo sus necesidades al último. Esta vez, quiso ser egoísta. Mandó al demonio su cordura y se entregó al placer del momento.

Sin nada más que perder, con una mano temblorosa, buscó el bulto de Miguel y lo frotó. Al principio, el gesto desconcertó al moreno, pero enseguida lo recibió con una sonrisa lasciva.

—Parece que estás dispuesto a colaborar…— dijo con tono travieso—. Pero no es suficiente. ¿Por qué no me ayudas a desabrochar mi pantalón?

Peter dudó un instante, pero ya han llegado demasiado lejos. Con movimientos torpes, desabrochó el pantalón y lo dejó caer hasta los tobillos de Miguel.

El tamaño del pene de su acompañante no paso desapercibo. Sin pensar, Peter lo tomó con la mano. Es grande, pesado, cálido… y estaba babeando líquido pre seminal, húmedo por el juego previo.

Miguel volvió a cubrirle la boca, lo que Peter agradeció en silencio: no quería que el vagón escuchara sus gemidos.

A pesar de la incomodidad de su posición, Miguel comenzó a masturbarlo. Moviendo la mano en un ritmo constante. Cada jadeo que se escaba de sus labios quedaba sofocado bajo la mano del moreno, que ahora introducía sus dedos en la boca del castaño, follándola lentamente, haciéndolo babear.

Miguel presa de la excitación, cambió de táctica. Con la otra mano, formó un círculo con el índice y el pulgar, deslizándolos alrededor del pene de Peter.

— ¡Vaya! Estas tan mojado, que ni siquiera hizo falta que escupiera en mi mano— rio con malicia—. Dime… ¿te gusta cómo te toco? ¿Cómo te coges mi mano? Eres un desastre… y eso me encanta.

Sus palabras venían acompañadas de besos en el cuello y lamidas en la oreja, arrancándole escalofríos. En ese momento, a ninguno de los dos le importó el lugar en el que estaban.

A pesar de ser precavidos, el espectáculo no pasó desapercibido, pero los pasajeros que lo notaron, en lugar de intervenir, cubrieron a la pareja. Para evitar que algunos quisieran unirse sin invitación. Aunque eso solo era una falsa sensación de intimidad.

La intensidad creció. Los movimientos se volvieron más rápidos, más salvajes. El calor alcanzó su punto máximo. Peter no podía resistirlo más: su cuerpo se tensaba y la respiración se entrecortaba. Tras años de frustración y abstinencia, todo estaba a punto de estallar en un orgasmo arrollador.
.
Un espasmo recorrió su cuerpo. Su pene liberó con fuerza varios chorros de semen que mancharon la mano de Miguel y salpicaron el suelo. Aun con los dedos aún en su boca, gemía y babeaba sin control. Sus piernas temblaron, agotadas. Si no fuera por el abrazo firme del moreno, habría caído.

Miguel, al verlo desfallecer, sonrió satisfecho. Pero no había terminado. Él aún no había llegado.

—Esto…esto aún no ha terminado—jadeó Miguel con la voz entrecortada.

— ¿A qué…te refieres? — preguntó Peter, apenas recuperando el aliento.

—Voy a usar tu trasero—respondió Miguel con brutal honestidad.

Sin darle oportunidad de protestar, acomodó su miembro entre las nalgas de Peter, usando el semen que cubría su mano como lubricante, mezclado con su propio líquido pre seminal, alimentando el deseo que yace en su interior. Se masturbo con fuerza, aumentando el deseo que ardía. Incapaz de contenerse, mordió el cuello del castaño, para sofocar los gemidos que escapan de su garganta.

Unos segundos después, su cuerpo se sacudió con violencia. Miguel gruñó y, con un espasmo poderoso, eyaculó en potentes chorros que cubrieron las nalgas de Peter, algunos resbalando hasta rozar la entrada de su orificio.

Peter, lejos de incomodarse, sintió una oleada de calor recorrer su ser. Tal vez era la obscenidad del momento… pero haber pasado por todo eso, lo excitaba como nunca.

Miguel, con la frente perlada de sudor y la respiración agitada, bajó la mirada a la mezcla que tiene sobre su mano: semen blanco y espeso, de ambos. Sonrió, la levantó y se la mostró a Peter, como un trofeo.

El castaño no dijo nada. Solo la miró, notando cómo brillaba, testigo de su caída en la tentación.

—Vaya, lo necesitabas… pero no te preocupes, aquí estaré siempre que lo desees— dijo el moreno, llevando su mano a la boca. Lenta y deliberadamente lamió y chupó cada dedo, limpiándolos hasta dejarlos impecables.

Peter, sin apartar la mirada, contempló aquel espectáculo obsceno y, aunque deseó probar, se contuvo. Respiró agitadamente, tratando de dominarse. Se soltó del agarre, subió los pantalones y trató de acomodar la ropa, notando cómo el semen, aún fresco en su trasero, se extendía y se pegaba incómodamente a la tela.

—Demonios… debí haberme limpiado —pensó Peter.

El moreno soltó una risa contenida, lo que provocó en el castaño una mirada de fastidio. Luego, sacó un trozo de papel de su chaqueta y se lo tendió; aunque ya era algo tarde para eso. Peter, con cierta vergüenza, lo tomó. Miguel, por su parte, también puso en orden su ropa: se agachó, abrochó los pantalones y acomodó el resto de su vestimenta.

El castaño alzó la mirada para enfrentar a Miguel, pero una mano callosa lo jalo con fuerza. Antes de que pudiera reaccionar, unos labios gruesos y carnosos se apoderaron de los suyos.

Esto no ha terminado.

El beso es feroz, cargado de una pasión que roza lo obsceno. La lengua de Miguel invadió la boca de Peter con desenfreno; la saliva inundó su boca con un sabor amargo. Peter intentó apartarlo, pero el moreno sujetó con firmeza su nuca, profundizando el beso, su lengua experta juega, muerde y lo devora.

Jamás lo habían besado así. Es abrumador, casi celestial. La poca resistencia de Peter se desmoronó; se dejó llevar, aunque un poco nervioso. Sus manos se posaron sobre el pecho de Miguel, explorando sus imponentes pectorales. Miguel, sonriendo entre el beso, guio las manos para que los apretara con fuerza.

Se separaron jadeantes, dejando hilos de saliva que conectaban sus bocas. Peter, sonrojado, desvió la mirada, tratando de ocultar su vergüenza. Aquella reacción disgustó a Miguel, quien no tardó en envolverlo en un abrazo cálido y protector.

Sorprendido, Peter no se resistió; dejó que la calidez de Miguel lo envolviera, haciéndolo sentir seguro. Con algo de timidez, devolvió el abrazo, permitiendo que aquella sensación lo reconfortara.

Tras unos minutos, ambos se apartaron y se miraron en silencio.

Peter aprovechó para observarlo con detenimiento. Confirmó que se trataba de un hombre alto, que superaba fácilmente el metro noventa, de piel morena. Vestía un pantalón vaquero azul, unos tenis blancos y una gorra del mismo tono, bajo la cual se escapaban varios mechones de cabello castaño oscuro. Al dedicarle una leve sonrisa, Peter advirtió sus prominentes caninos, casi como colmillos, que le conferían un aire salvaje. Sobre su musculoso pecho reposaba una placa militar que brillaba tenuemente; intentó leer el nombre grabado, pero el ángulo no se lo permitió.

— ¿Será un soldado? — pensó, integrado.

Peter no podía apartar la mirada. Había algo hipnótico en aquel hombre. Se descubrió a sí mismo observándolo con una mezcla de temor y fascinación, como si estuviera frente a un depredador irresistible.

Entonces un escalofrío le recorrió el cuerpo. La realidad lo golpeó con brutalidad.
¿Cómo había llegado a esto?
¿Qué haría si alguien lo descubría?
Y lo peor… ¿Qué pasaría si su esposa se enteraba?

Había traicionado años de matrimonio por un instante de placer. La culpa lo invadió, oscureciendo su expresión.

Miguel notó la incertidumbre. Con suavidad, tomó el rostro de Peter entre sus manos. Ese gesto, de algún modo, calmó sus nervios. Peter colocó su mano sobre la de Miguel y lo miró con gentileza.

—Él es… es alguien muy lindo—pensó Peter.

El ambiente se alivió un poco y Miguel habló:

—Por cierto… si el beso tenía un sabor raro, es por el espectáculo que te di. Creí que sería divertido probar tu semen y compartirlo contigo. —Sonrió con picardía—Deberías cambiar tu dieta; no es normal que tu leche sepa así.

Peter se ruborizó aún más, incapaz de responder.

En ese momento, el tren se detuvo en la estación ¨7Av¨.

— Si te preocupa que alguien nos haya visto, no te angusties. Nadie dice nada sobre lo que sucede aquí—añadió Miguel con calma.

Peter, incrédulo, recorrió el vagón con la mirada. Notó algunas sonrisas cómplices… incluso la del hombre mayor al que había ayudado unas estaciones atrás.

— ¿Así que esto es el cruising?—recordó el segmento del programa de Jonah Jameson. .

La voz de la operadora anuncio la próxima estación. Las puertas se abrieron. Miguel, aprovechó para darle un beso rápido en los labios.

—Siento tener que irme, pero espero verte pronto. Me divertí mucho contigo—dijo lanzándole un beso al aire antes de bajar.

Peter quiso seguirlo, pero las puertas se cerraron y el tren avanzó. Desde la ventanilla, vio cómo la figura de aquel hombre se hacía más pequeña conforme se alejaba.

Quedó inmóvil, tratando de procesar lo que había pasado, hasta que una mano se posó en su hombro. Era un hombre bajito, algo corpulento y mayor.

—Oye, el hombre que está sentado por allá quiere hablar contigo—dijo, señalando a otro pasajero.

Peter miró al hombre indicado: era el mismo que le había ayudado a encontrar el asiento antes. A pesar de todo, el castaño no quiso ser descortés. Se dirigió hacia él, agradeció con un asentimiento y tomó asiento a su lado.

El hombre mayor, con cabello canoso y una sonrisa cómplice, lo miró con serenidad.

—Me alegra que hayas tenido un rato alegre. A veces es bueno salir de la rutina—comentó, divertido—Por cierto jovencito, soy Steve Ditko, un gusto conocerte.

Steve extendió su mano con gentiliza, en cambio Peter dudo por unos segundos pero al contemplar la confianza del hombre regreso el saludo, estrechando su mano con firmeza.

—Mucho gusto Señor Steve. Me llamo Peter.

Ambos rieron suavemente, y el ambiente se sintió más relajado.

—Bueno, jovencito, tuviste suerte de ser atendido por él. Es un poco famoso por estos lados; todos desean tenerlo, pero solo se divierte con aquellos que considera…cómo decirlo…”entretenidos”—explicó Steve, entrecerrando los ojos con picardía.

—Entiendo… eso quiere decir, señor Steve, ¿usted también participa en esto?

Steve soltó una risa ligera y negó con la cabeza.

—No, realmente, solo me gusta observar, mis tiempos ya pasaron muchacho.

Peter no pudo evitar reír.

—En fin, jovencito ya casi llego a mi destino. Fue un placer hablar contigo. Es posible que nos veamos después. Ese sujeto, cuando le pone el ojo a alguien, rara vez lo suelta. Así que tengo el presentimiento de que esto no será solo una vez. Aprovecha al máximo; muchos quisieran estar en tu lugar.

El tren llego a la siguiente estación, deteniéndose, y Steve salió del vagón con una despedida tranquila, dejando a Peter pensativo. Al alzar la mirada, notó varias miradas dirigidas hacia él; algunas llenas de complicidad y otras de celos.

— ¿En que se acaba de meter?—pensó Peter, mientras desviaba la mirada al suelo.

El resto del viaje lo paso en silencio, intentando ignorar la tensión. Deseó que nadie más intentara acercarse; ya había tenido suficiente por un día.

Mientras tanto, Miguel caminaba sin rumbo fijo tras salir de la estación. Aquel giro inesperado no formaba parte de sus planes; en realidad, debía visitar a una vieja amiga. Con cierta culpa, escribió un mensaje con el pretexto de atender otros asuntos. Durante un instante temió que Dana se molestara, pero la única respuesta fue un sencillo emoji sonriente. Miguel suspiró, aliviado.

Se colocó un par de tapones en los oídos, sacó sus lentes de sol del bolsillo trasero y sonrió mientras pensaba en su nuevo amante.

—Quizás debería desayunar algo… —murmuró para sí— Al fin y al cabo, no veré a Jess hasta la tarde, quizá en la noche. Además… —sonrió para sí mismo— tengo que contarle sobre mi nuevo amigo.

Entre pequeñas risas, Miguel continuó su camino.

Peter salió del tren y caminó un par de cuadras hasta llegar a su trabajo. Por un momento pensó que no le permitirían entrar por haber llegado tarde, pero fue justo lo contrario, el guardia le dejó pasar sin problemas.

—Parker, pensé que no llagarías. Siempre sueles estar antes de tiempo, ¿todo bien?—pregunto el guardia preocupado.

Peter rio y respondió animadamente:

—Sí, Eddie, solo pequeños contratiempos, pero todo bien. Listo para empezar el día.

Eddie asintió, sonriendo.

—Es bueno escuchar eso, Parker. Últimamente te he visto algo desanimado.

—Tranquilo, Eddie, solo he tenido mucho trabajo. Gracias por preocuparte.

— No hay de que Parker. Nos saludamos después.

—Sin problema Eddie, nos vemos.

Con un intercambio de sonrisas, Peter se dirigió a su laboratorio. El resto del día transcurrió con normalidad: muestras por aquí, análisis por allá, revisión de informes… La jornada se alargó como de costumbre; Peter solía quedarse hasta tarde entre tubos y papeles. Cuando por fin cayó la noche, comprendió que era hora de regresar a casa.

Peter al salir se despidió de Eddie y caminó hacia la estación. Espero su tren, pero esta vez tomo un vagón de en medio. Ya había tenido demasiada acción por un día, quizás incluso para el resto de la semana o…el resto de su vida.

Al llegar a su destino, descendió del vagón, salió de la estación Forest Hills y miro su reloj.

—Once y media de la noche—murmuró, suspirando.

Su hora de salida, es a las ocho de la noche pero siempre le ha gustado tomar horas extras, para aumentar sus ingresos y mantener el estilo de vida que él y Mary Jane tienen. Eso es algo que siempre suele decirse, aunque en el fondo sabe la verdad: le duele regresar a casa sabiendo que no hay nadie que lo esté esperando.

Su esposa nunca estaba, siempre encontraba motivos para quedarse hasta tarde.

Con pasos tranquilos, Peter caminó hacia su hogar. Al llegar, giró la llave y empujó la puerta. Subió directo al baño de su habitación y comenzó a desnudarse. Al bajar la ropa interior, se detuvo de golpe: la mancha aún seguía ahí, oscura y evidente.

Se quedó mirándola en silencio, con el corazón acelerado. Una parte de él sintió repulsión y vergüenza; otra, en cambio, no pudo evitar un extraño cosquilleo de fascinación, como si aquella prenda guardara un secreto prohibido.

—Demonios… ni me acordaba —mintió, entre vergüenza y un extraño cosquilleo que lo recorrió de nuevo.

Dejó la ropa a un lado, entró en la ducha y dejó que el agua lo envolviera, intentando borrar tanto la mancha como los pensamientos que lo perseguían. Después se vistió con ropa más cómoda, bajó a la cocina y notó una nota pegada en el refrigerador.

¨No me esperes¨.

—Nada nuevo, de seguro MJ seguía en el bar a atender a los clientes—dijo Peter.

Un pensamiento cruzo por la mente de Peter

—Quizás ese bar no es tan de mala muerte como ella dice—murmuró, dejando salir una risa amarga.

Decidió cenar un poco y, con el estómago lleno, fue a su cama a descansar. Antes de cerrar los ojos, su mente trajo los recuerdos de aquel hombre: sus manos fuertes, sus labios gruesos, su aliento cálido, su voz grave… y seguramente su gran miembro.

Tantos pensamientos causaron que el pene de Peter despertara, pero decidió ignorarlo.

—Soy tan estúpido—dijo, soltando una pequeña risa.

Apagó la luz de su habitación, se dio vuelta y cerró los ojos, intentando dejar atrás la incertidumbre de sus pensamientos. Se dispuso a dormir.

Al otro lado de la ciudad, Miguel está sentado en una banca del Washington Square Park, acompañado de una mujer de color con un gran cabello afro. Vistiendo ropa deportiva roja y unos tenis del mismo color, con agujetas blancas.

—Vaya, así que Gerald recibió una oferta para trabajar en ALCHEMAX. Bien por el—comentó Miguel.

—Sí, es un buen puesto. Estará en capacitación un par de semanas—respondió Jess.

Ambos se han reunido para conversar un rato, es una pequeña rutina que mantienen: una o dos veces a la semana realizan actividades juntas, platican, van por un café, contaban algún chisme o simplemente disfrutan del silencio.

— ¿No estás molesto? —preguntó ella.

— ¿Molesto? ¿De qué? ¿Por aquella vez que te comiste la última empanda que estaba en mi despensa? Jess, no te preocupes. Pensé que ya habíamos solucionado eso.

—No, tonto. Me refiero a que Gerald va a trabajar en la compañía de tu padre. Sé que tienes problemas con él y…

—Jess tranquila. El que trabajara para mi padre es tu esposo, no yo. Agradezco que pienses en mis sentimientos, pero no hace falta—dijo Miguel con una sonrisa despreocupada.

—De acuerdo, pero cambiando de tema… ¿has visto el programa de J.J?

— ¿J.J? ¿Qué ha dicho mí gritón favorito?—preguntó Miguel.

—Habló acerca de tu pequeño hobby—contestó Jess.

Miguel soltó una risa, lo que molestó a la morena.

— ¿Es en serio Miguel? ¿Te causa risa? Sabes que puedes terminar en prisión si te descubren, ¿verdad?

—Ash, lo dices como si fuera el único que lo hace.

—No, no eres el único, pero si eres uno de los más activos. Miguel, de verdad creo que ya es hora que dejes de hacer eso.

—Lo siento Jess, pero no puedo. Y menos ahora… porque conocí a un hombre bastante lindo…

Jess puso los ojos en blanco.

—No, no, no, y no. Miguel, la última vez que te encaprichaste con un hombre, el tipo se enamoró de ti, y eso no terminó bien… en especial porque era el mismísimo J.J—dijo, irritada.

—Ajá, no me recuerdes eso. Pero oye, déjame terminar. Veras, iba hacia los baños de la estación de Forest Hills…

— ¿Tú qué estabas haciendo en Queens? Eso está del otro lado de la ciudad.

—Tranquila, solo iba a visitar a Dana—explicó Miguel.

— ¡DANA! ¿Estás loco? Pensé que tú y ella ya no se hablaban, Miguel, te juro por Dios, que si fuiste a prestarle dinero para sus drogas, te voy a bofetear tan fuerte que no sentirás tus mejillas durante semanas—dijo molesta.

—Shhhhh, no me interrumpas. Y no fue para eso. Además, para tu información, lleva seis meses limpia y hasta va a la iglesia— dijo Miguel con un suspiro, retomando su historia—. Como te decía… entré a los baños para orinar, cuando escuché unos gemidos. Venían del último cubículo. Había un tipo masturbándose. Al principio pensé en asustarlo, pero después de verlo… digamos que quise unirme.

—Ajá, ¿y luego? —preguntó Jess, ya resignada.

—Nuestras miradas se cruzaron, me puse un poco nervioso y, al parecer él también. Así que salí corriendo… hasta olvide que iba a orinar— Miguel rio al recordarlo. Fui a orinar a otros baños, hice lo que tenía que hacer, y cuando vi salir a ese hombre… supe que no podía dejarlo así, con tanta energía.

»Envié un mensaje a Dana, le dije que me surgió una emergencia. Decidí seguirlo y me cole con él. Pero antes de eso, me encontré con un par de amigos míos, y les pedí que me ayuda. Aceptaron y bueno…en algún punto cuando el vagón se había llenado lo suficiente, me acerque a él y comencé…

—De acuerdo, entiendo. No necesito saber esos detalles—lo interrumpió Jess.

—Como quieras, pero te juro que sentí una conexión. Cuando nos besamos y abrazamos… realmente me sorprendió que un hombre que desprendía un aura tan deprimente, fuera tan apasionado. Fue mágico—dijo Miguel, con una sonrisa que no podía ocultar.

— Si tú lo dices... creo que tienes un fetiche por los hombres de aspecto miserable—bufó Jess con fastidio.

— Tal vez… uno que otro, pero deberías haberlo visto. Ese hombre realmente lo estaba disfrutando. Estuve a nada de comérmelo ahí mismo… pero no, Jess, las mejores cosas llevan tiempo.

—No puede ser, parece que tienes un favorito. Y como te dije antes, eso te mete en problemas. Dejas a un lado a los otros, con tal de concentrarte en tu nuevo juguete y hasta donde yo recuerdo, la última vez que pasó eso, Jonah Jameson se divorció de su esposa para ir en tu búsqueda—Jess suspiró.

— Si… no pensé que eso fuera a ocurrir—dijo Miguel, serio.

Jess solo movió su cabeza con desapruebo.

— ¿Y bien? ¿Qué piensas hacer ahora?

Miguel se quedó pensativo unos segundos y Jess solo lo miró con una ceja levantada.

—No lo sé. Ambos tuvimos química. Creo esperaré a encontrarlo de nuevo… y confiare en que toda fluya.

— Ahg, no tienes remedio. En fin… antes de irme, recuerda que el próximo sábado habrá una pequeña reunión en mi casa para celebrar el retiro del Profesor Octavius. Además… deberías ir a las reuniones del grupo de apoyo, Miguel. Sabes que no seguir huyendo de tus problemas—dijo, Jess preocupada.

—No te preocupes, ahí estaré. Posiblemente lleve a mi nuevo amigo a la despedida del Profesor… si se da la oportunidad—dijo Miguel, ignorando el último comentario de la morena.

—Lo que sea… pero ya es algo tarde y tengo cosas que hacer. Descansa, Miguel. Y por favor, no te metas en problemas—Jess, se levantó, estiró las piernas y se alejó en dirección a su hogar.

En cambio, Miguel alzó el rostro, estiró su cuerpo y disfruto del viento frio que mueve con gentileza la copa de los árboles.

Se quedó contemplando el cielo nocturno, junto con las estrellas que brillan sobre él.

—Qué estúpido soy—pensó en voz alta.

Chapter 2: Recuerdo placentero

Summary:

Peter antes de iniciar su rutina recuerda aquel placentero encuentro que tuvo con aquel fornido desconocido. Esos sentimientos y sensaciones han comenzado a causar estragos en él, solo que aún no lo sabe.

Notes:

Este capítulo ha sido más corto a comparación del primero, puesto que tuve que acortarlo. En este momento Peter ha dado el primer paso para un autodescubrimiento.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

La alarma sonó, puntual, a las cinco de la mañana. Peter abrió los ojos con desgana y, al girarse, notó que la cama es más ligera. Miró hacia el otro lado y la respuesta fue obvia: su querida esposa no estaba. Deseó fingir sorpresa, pero no es algo nuevo. Mary Jane suele quedarse toda la noche en el bar, o incluso pasa algunos días fuera de casa, alegando que dormía en casa de sus amigas.

Al principio, Peter se preocupaba y la llamaba, pero eso solo provocaba discusiones y la mujer se la pasaba soltando frases como: “no es asunto suyo” o “es una noche de chicas”. Con el tiempo, dejó de preguntar. Ya no valía la pena.

Se incorporó lentamente, apartando las sábanas. Se desnudó y dejó la ropa en el cesto junto a la cama. Caminó desnudo hasta el baño y abrió la regadera, dejando que el agua tibia cayera sobre su piel. Aquella mañana, al despertar, no hubo alguna erección, algo que lleva días ocurriendo.

Peter pensó que, por fin, su libido dejaría de causarle problemas. Sonrió con alivio y se permitió relajarse.

Mientras enjabona su cuerpo, repasó mentalmente su rutina: Salir del baño, vestirse, desayunar un par de huevos con café y luego dirigirse a la estación para tomar el tren, esta vez, en un vagón del centro. Todo iba según lo planeado…hasta que un recuerdo interrumpió sus pensamientos.

Aquel encuentro.

La imagen irrumpió en su mente como un relámpago: el hombre del vagón. Piel morena, mirada intensa, sonrisa engreída, labios carnosos, colmillos que le daban un aire salvaje. Recordó su torso fornido, los pectorales firmes, su lengua experta y esos besos hambrientos que desbordan pasión. Un escalofrió le recorrió la espalda y, de inmediato, su cuerpo reaccionó.

Peter bajó la mirada, avergonzado contemplo su erección. Su pene yacía duro como una roca, exigiendo atención, el deseo aliviar la molestia que le provoca. Tragó saliva y, con manos torpes, empezó a tocarse. El agua caliente sensibilizaba su piel y el jabón actuaba como un lubricante perfecto. Cada roce arrancaba gemidos que se escapaban sin control.

Aunque aquello lo alivió momentáneamente pero no fue suficiente. Peter víctima de su propia lujuria, lo hizo desear más, necesitaba revivir la intensidad y placer de aquel día, así que sin perder el tiempo. Llevó una mano a su pecho, pellizcando suavemente un pezón, mientras que con la palma de su otra mano, froto su glande. La excitación creció hasta nublarle el juicio; los gemidos resonaban contra las paredes del baño.

Permitió que su pene recibiera la calidez del agua. Su cuerpo tembló y en su desesperación, cambió rápidamente la posición de las manos: ahora ambas palmas sujetaban su miembro. Lo tomo con firmeza y extasiado se masturbo.

En su mente apareció aquella figura: la silueta varonil recortada en su recuerdo, la sombra de una risa que parecía clavarse en su pecho. Sintió la presión de una mirada invisible, penetrante, que lo despojaba de todo pudor. Peter jadeó; fantasear con ser observado lo excitaba más de lo que quería admitir.

¿Qué pensaría ese hombre lo viera en esa posición? ¿Qué le diría?

Por un instante, Peter creyó escuchar su voz en el oído:

—Vaya parece que no tuviste suficiente. Vamos, sacude tu verga para mí… gime más fuerte. Sabes que en el fondo, deseas más. Y con gusto te lo daré”.

Peter no intento acallar sus gemidos, justo lo contrario, su voz se elevó cada vez más. Por fortuna, la casa está vacía, podría apostar que sus sollozos podrían escucharse por todos lados. Pronto acabaría, se aferró a su erección, y con la última sacudida, su cuerpo tembló, y el orgasmo se hizo presente, su semen salió disparado, manchando la pared, sus manos y el piso.

Peter se sintió exhausto y se apoyó contra la cerámica. Esta vez, el único sonido que salió de su boca fueron sus jadeos de cansancio. Bajó de nuevo la mirada: su miembro, ahora flácido, colgaba inofensivo.

Se enjuagó, intentando borrar el rastro de sus fantasías y con él cierto rastro de culpa. Terminó la ducha, se envolvió en una toalla en la cintura, y fue a vestirse Eligió unos jeans azules y camiseta sin mangas de color rojo.

Ya en la cocina, preparó su desayuno algo simple como siempre: huevos con algo de tocino, café y pan tostado. Mientras comía, encendió el televisor. Odiaba admitirlo, pero la curiosidad pudo más: quería escuchar el programa de Jonah Jameson. Tal vez hubiera alguna notifica sobre los acalorados “incidentes” en el metro.

La pantalla mostró a Jonah bajo los reflectores, sentado tras su escritorio, con una figura en sombras a su lado.

—Buenos días damas y caballeros—trono la voz del presentador—. Recordaran que hace unos días tuvimos en el set a un guardia del metro que nos dio noticias completamente perturbadoras, sobre depravados merodeando en el subterráneo, que acechan a los pobres e inocentes ciudadanos de nuestra ciudad, aguardando el menor descuido y saltar sobre ustedes.

La audiencia palideció ante tales palabras, y el presentador sonrió con satisfacción. Esa era la reacción que él esperaba.

—Hoy, para esclarecer esto, nos acompaña la jefa de seguridad. ¡Denle un caluroso aplauso a Ava Ayala!

Los aplausos retumbaron en el set. Las luces se iluminaron la silla vacía al lado de Jonah, revelando a una joven de piel oscura, de rastas largas que le llegan hasta el pecho, ojos grandes, nariz ovalada, labios carnosos y rostro hexagonal. Lleva el uniforme de seguridad: Un pantalón de vestir azul marino, con una camisa sin mangas del mismo color y botas policiacas negras.

El rostro de Jonah se iluminó primero con sorpresa al ver a aquella joven sentada en el lugar que, según él, debía ocupar Ava Ayala. Sin embargo, la sorpresa pronto se transformó en una clara molestia. De inmediato, llevó la mano al pequeño auricular oculto en su oído para dirigirse a su equipo de producción y exigir una explicación de lo que estaba ocurriendo.

— ¡Producción! ¿Qué clase de broma estúpida es esta? Ella no es la jefa de seguridad, es una mocosa. ¿Quieren que entreviste a esta niña?—bramó, fuera de sí.

Esperaba una respuesta del equipo, pero la voz que escucho en su oído lo dejó helado: era nada menos que el dueño de la cadena… y su jefe.

—Recibimos una llamada de la señora Ayala. Acaba de entrar en labor de parto, así que por lo cual envía a esa chica; es la segunda al mando—informó el hombre con voz firme.

— ¿Esperas que la entreviste a ella? ¡Es una chiquilla! ¿Qué va a saber? —gruñó Jonah.

— Estuviste molestando por una exclusiva con los jefes y ahora la tienes. Déjate de tonterías y haz tu trabajo, Jonah. Fin del asunto.

Jonah apretó la mandíbula, mascullando para sus adentro

—Maldito seas, King Ping.

El hombre del gran bigote bufó, señal de su clara molestia. Con una expresión de desagrado, miró a la joven, quien sonrió con incomodidad. Había escuchado aunque sea un poco, la discusión entre el presentador y su equipo.

—De acuerdo…—farfulló, clavando la mirada en la cámara—. Pero no tienes idea de cuánto detesto que hayas comprado mi programa, King ping—susurro, entre dientes.

Se frotó el puente de la nariz, exhaló hondo y en cuestión de segundos, transformó su molestia en una sonrisa hipócrita, cargada de falso entusiasmo.

—Damas y caballeros, les ofrezco una disculpa por estos pequeños inconvenientes. Mi equipo acaba de informarme que la directora Ayala está, justo ahora, en labor de parto. Así que toda la cadena le envía sus mejores deseos a la futura madre— al escuchar tal noticia el público aplaudió con emoción—Ante tal imprevisto nos enviaron… a su asistente— dijo Jonah con desdén hacia la joven.

Los reflectores se centraron en ella. Las luces la cegaron por un instante, tragó saliva y pudo sentir una gran presión sobre él pecho. Sintió la presión de decenas de ojos, juzgándola.

Jonah la escrutó con fastidio, percibiendo su nerviosismo. Rodó los ojos y habló con tono cortante.

— Muy bien, niña. Al menos preséntate, el público quiere saber quién eres y qué haces, no nos hagas perder el tiempo.

Margo maldijo por dentro. Aquello había sido improvisado: la directora Ayala la había llamado de repente — bueno, en realidad fue su esposo quien le explicó—sobre la entrevista, apenas tuvo tiempo de prepararse.

Nadie le mencionó que sería entrevistada por el mismísimo Jonah J. Jameson. Sabía de su reputación; había visto cómo humilló a su compañero Ben en directo. Le pareció repugnante…y ahora ella estaba en su lugar.

Respiró hondo, se secó el sudor de la frente y con la voz temblorosa, dijo:

— Yo… yo soy…— tosió un poco y se aclaró la garganta— Mi nombre es Margo Kess, soy la subdirectora de seguridad. Es… un gusto estar aquí.

Jonah rodó sus ojos con molestia; él siempre ha odiado tratar con gente joven: los ha considerado ingenuos, débiles, incapaces.

—Puedo hacerlo, puedo hacerlo, puedo hacerlo—se repetía Margo por dentro.

Había llegado lejos, más de lo que muchos creyeron posible. A sus veintisiete años, se abrió camino hasta el segundo puesto de mando, pese a las burlas, el machismo, racismo, incluso el desprecio de su propia familia, casi se da por vencida pero había luchado demasiado para dejarse pisotear por un viejo prepotente de bigote parecido a una brocha.

Debía ser clara, firme y honesta. No podía decepcionar a la directora Ayala. Ella misma la había nombrado segunda al mando porque supo reconocer sus talentos; equivocarse, por tanto, no era una opción.

Margo esperaba no tener que hablar demasiado, pero la actitud de Jonah comenzaba a molestarla. Incluso los maquillistas, mientras la preparaban, le habían advertido que él era un fastidio y que tuviera cuidado. Al principio pensó que sería sencillo lidiar con el presentador, pero pronto descubrió lo contrario: cada mirada, cada palabra que salía de su boca estaba cargada con la peor intención.

— Muy bien, chiquilla. Como parece que no sabes por dónde empezar, lo hare por ti. Estás aquí para explicar a nuestra audiencia acerca de las violaciones que han ocurrido en el metro de Nueva York.

Margo fue sacada de su trance, soltando una pequeña risa, empezó a hablar.

—Gracias por su…consideración señor Jonah—replicó con una sonrisa forzada—El día de hoy hablare acerca… ¡Espere un segundo! ¿Dijo violaciones? No ha ocurrido ninguna violación.

— ¿A quién quieres engañar niña? Mis fuentes me informan que el departamento de seguridad está tratando de encubrir toda porque esto se les salió de las manos—acusó Jonah, con la voz cargada de veneno.

—Eso no es cierto, señor. Estamos haciendo todo lo posible por…

—Todo lo posible no es suficiente, mocosa. Quedó más que claro cuando entrevisté a tu subordinado… ¿Bernardo?

—Su nombre es Ben—replicó, conteniendo la rabia. — Y lo que se ha reportado son avistamientos de personas…

—Violando gente—remató Jonah, sonriendo como un depredador ante el golpe bajo.

— ¿Qué? ¡NO! Solo se han reportado actos de exhibicionismo y tocamientos inapropiados dentro de los vagones, pero no ha ocurrido ninguna violación.

— Es lo mismo— dijo Jonah, despreocupado.

— ¡No es lo mismo!— Margo alzó la voz con molestia, provocando que el estudio quedara en silencio. Nerviosa, miró a Jonah el cual la observo con gran disgusto— Disculpe… no es lo mismo, señor Jameson. Durante los últimos días han aumentado los reportes de hostigamiento y, como ya dije antes, también exhibicionismo. Pero no ha ocurrido nada de lo que usted afirma- Hacemos lo que podemos.

—Deja las excusas baratas para otro día, obviamente todo esto es su culpa, se supone que cuidan a las personas y deben resolver esto, pero lo único que han hecho es holgazanear.

—Nos esforzamos pero en estos días, también hemos tenido que lidiar con un montón de denuncias falsas, eso obstaculiza nuestro trabajo, no es posible atender a tantas personas, es difícil saber qué es real y qué es inventado.

—Por favor niña. ¿Por qué la gente mentiría con algo así?

—No sé, cual sea la razón… pero parece que usted hace esto a propósito ¿Por qué miente?

— ¡Yo no estoy mintiendo, chiquilla tonta!

— ¡Deja de decirme de esa forma! — su voz tembló de rabia.

La joven subdirectora luchó por tranquilizarse, pero estaba demasiado molesta… y Jonah lo sabía. Después de todo, no había conseguido todo en su vida jugando limpio. Cualquier otro conductor responsable habría enviado la transmisión a un corte comercial, pero él no; al contrario, pensaba aprovecharse por completo de la rabia de su infortunada invitada.

Margo ha llegado a su límite, lo único que ha recibido por parte del presentador han sido faltas de respeto, no solo hacia ella, sino también a sus compañeros y el lugar donde trabaja, una palabra más y todo se ira al diablo.

—Te tengo justo donde quiero, estúpida mocosa—pensó Jonah, esbozando una ligera sonrisa cargada de malicia.

— Lo que digas mocosa, mis fuentes me han dicho que…

— ¿Sus fuentes? Eso es completamente falso. ¿Por qué está inventando todo esto? ¿Por qué quiere asustar a las personas?

—No los asusto. Mi deber como presentador y reportero es advertirles a las personas sobre lo que sucede bajo sus narices. A diferencia de ustedes… que no hacen nada. Y encima envían a una chiquilla a representarlos, cuando ni siquiera tiene la más remota idea sobre todo este problema—acusó Jonah con desprecio.

Aquellas palabras golpearon el orgullo de Margo como un martillo. En ese momento recordó el arduo trabajo de cada uno de sus compañeros: las noches en vela, los turnos dobles, los esfuerzos para mantener el orden dentro del metro.

Con la carga extra de exhicionismo y tocamientos, el resto de problemas tales como los robos, extorciones, suicidios, tráfico y venta de sustancias ilegales, no pudieron resolverse con eficacia y ahora agregando las denuncias falsas, todo eso requirió a cada persona del departamento.

Se habían mantenido positivos, pero después del fiasco que fue la entrevista de Ben, las llamadas de tocamientos se dispararon, imposibilitando atenderlas a todas. Como consecuencia: los robos aumentaron, las vías eran cerradas con más frecuencia porque alguien decidió arrojarse a ellas e incluso los jóvenes comenzaron a drogarse dentro de los vagones, en tan solo un par de días, todo se había vuelto un caos.

Margo notó la tranquilidad con la que Jonah la miraba. Eso la enfureció aún más.

Su mente formulo mil y un preguntas sobre toda esta situación: ¿Por qué este hombre estaba montando semejante escándalo? ¿Qué deseaba? ¿Qué pretende probar?

Durante toda su vida, Margo intentó actuar con prudencia: pensar antes de hablar, mantener la calma, no caer en provocaciones. Pero crecer en un hogar repleto de gritos y golpes hacía la difícil ignorar la rabia. Con cada gramo de decencia que aún le quedaba, apretó los dientes y cerró los puños con fuerza. No puede perder el control aquí. No ahora.

—Señor Jonah…sabemos que la gente está preocupada, pero…

— ¿Saber? Ustedes no saben nada, en especial tu pequeña tonta.

Margo sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Esa fue la última gota.

— ¡Si no me crees, podemos preguntarle a nuestro encantador público que está en vivo!— dijo Jonah con falso entusiasmo.

De inmediato, los reflectores se centraron en una joven de cabello castaño, piel blanca y pecas sobre la cara. Un asistente le pasó un micrófono.

—No creo que ustedes hagan todo lo posible. Hace unos días, regresaba de la universidad y noté cómo un par de hombres se drogaban en una esquina del vagón. No había ningún guardia para detenerlos.

Otra persona se levantó: una anciana de cabello blanco y ondulado, uno de los asistentes corrió hacia ella y le entregó otro micrófono.

—Jovencita, se supone que su trabajo es mantener seguras a las personas. Justo ayer estaba con mis nietos esperando en la estación cuando, de pronto, un hombre lleno de tatuajes les ofreció drogas a mis adorables niños.

Margo quiso responder, pero las palabras no salieron de su boca. Se sintió completamente abrumada.

Las quejas continuaron, incluso la poca calma que había en el estudio se desvaneció por completo y el resto del público empezó a gritar y discutir entre sí. Todos quieren hablar, todos quieren ser escuchados.

Jonah los observó con diversión. Se sentía orgulloso: había logrado su cometido. Su intención inicial era dejar mal parada a la directora Ayala, pero esto superaba sus expectativas. Ahora no solo exponía la supuesta incompetencia del departamento de seguridad, sino que enviaron a “una niña” como representante. Era la cereza del pastel.

—Qué estupidez—pensó Jonah con desprecio.

El público se descontroló. Varias personas se levantaron de sus asientos y se dirigieron hacia la joven subdirectora. Ningún asistente intentó de detenerlos. Ahora Margo estaba rodeada por una multitud que la bombardeaba con preguntas, gritos y quejas.

Intentó escuchar a todos, pero es imposible. Jonah, desde su lugar, luchaba por no reírse.

—Lo que esa chiquilla no sabe, es que más de la mitad del público fue comprado por mí para tirar un montón de mentiras, mi plan fue todo un éxito— pensó Jonah con alegría.

Margo trató de abrirse paso entre la gente, no quiso lastimarlas pero no iba a permitir que ese presentador de cuarta se salga con la suya. Reunió toda la fuerza que tenía y logró zafarse de la multitud.

—Ahora lo ven, mi querido público y los que nos sintonizan desde sus hogares—anunció Jonah, inflando el pecho— El departamento de seguridad ha fallado en mantenernos seguros. Les pido, por favor, que tengan cuidado cuando salgan de casa. Ahora no se sabe quién pueda estar al acecho: un ladrón, un violador, drogadictos o incluso esos locos suicidas. ¡Que Dios se apiade de nosotros!

Margo, jadeando, logró librarse del tumulto de gente enardecida. Gritó el nombre del presentador y se abalanzó sobre de él con toda la intención de golpearlo. Esta vez, todos los miembros del set se acercaron para tratar de detener a la joven, que, furiosa, le plantó un puñetazo en el rostro de Jonah, con tal fuerza que le hizo sangrar la nariz. Lo último que se escuchó antes que las cámaras se apagaran fue el grito de Jonah:

— ¡TE DEMANDARÉ, MOCOSA ESTÚPIDA!

Peter apagó el televisor con desdén, y se sintió asqueado, todo este ha escalado demasiado en tan poco tiempo. Por un momento, se sintió considero afortunado de que su propio encuentro hubiera sido… agradable, quizás demasiado agradable. De nuevo su mente se inundó de la imagen de aquel hombre de espalda ancha, brazos fuertes…

Sacudió la cabeza, tratando de pensar en otras cosas, después de todo tiene mejores cosas que hacer. Levantó los trastes, los colocó en el fregadero, tomó sus llaves y salió en dirección a la estación Forest Hills.
—Sera mejor que no piense en él.

Dentro de la estación, espero el tren.

—Esta vez iré en algún vagón de la parte media del tren—pensó Peter.

Aunque se sentía un poco más tranquilo, no lograba relajarse del todo. Durante el trayecto, se mantuvo alerta esperando que no tener otra experiencia similar o alguien intentara robarle, pero todo ocurrió con normalidad, cada persona del vagón se mantuvo ajena, inmersa en sus propios pensamientos y no ocurrió nada fuera de lo común.

Suspiró aliviado y repasó mentalmente su rutina… aunque, para su molestia, la imagen de aquel hombre, aparecía de nuevo dentro de su cabeza, provocándole una erección incómoda que lucho por disimular.

—Buenos días Parker, has llegado a tiempo—sonrió Eddie.

—Si Eddie, esta vez no huno contratiempos— respondió Peter.

—Me alegra oír eso, que tengas buen día—se despidió Eddie.

—Igualmente para ti Eddie, nos vemos más tarde.

Peter tomo el ascensor que está en el lobby y subió al primer piso, donde se encontraban las oficinas y vestidores para el personal. Camino tranquilamente hasta su oficina para recoger los reportes pendientes, luego salió en dirección a los vestidores. Abrió su casillero y se colocó la bata blanca.

Con el equipo adecuado, salió y se dirigió nuevamente al ascensor que lo llevaría al tercer piso, la zona destinada a la detección y análisis prenatal. Al llegar, Peter salió del ascensor saludo a sus compañeros, quienes, al igual a él, ya estaban listos para reanudar sus labores. Luego tomó asiento y dio comienzo a su día.

Mientras tanto, en las entrañas de la ciudad, los ciudadanos de Nueva York se amontan y golpean en los andenes del metro. El murmullo de las conversaciones se mezclaba con el crujir de las puertas automáticas y el rechinar metálico de los vagones al detenerse. Oficinistas con el café aún humeante en la mano se apresuraban a no perder el tren, mientras un grupo de jóvenes reía a carcajadas, ajenos al ajetreo de la mañana.

Entre esa multitud, Miguel avanzaba con paso tranquilo. Había tomado asiento en un rincón apartado, observando cómo la rutina de la ciudad lo envolvía, aunque en su mente las imágenes de su encuentro con aquel hombre de aura sombría pero de apasionantes besos lo mantenían encendido.

Para distraerse un poco permitió que qué un desconocido jugara con el…aunque sea un rato. Ya dentro el último vagón, con las luces parpadeantes reflejándose en el metal sucio del tren. El vaivén de los rieles apenas lograba distraerlo de la sensación cálida y húmeda de esa boca que se deslizaba por su erección. El hombre arrodillado frente a él se movía con ritmo experto, labios brillantes y saliva resbalando por su pene. El olor a sudor, metal y sexo se mezclaba en el aire viciado.

El hombre frente a él tenía su encanto: una mandíbula marcada, una mirada intensa y un cuerpo cuidado que a cualquiera podría seducir. Miguel lo había dejado acercarse porque, al menos a primera vista, tenía lo suficiente para entretenerlo. Y debía admitir que sabía usar la boca: su lengua se movía con destreza, sus labios apretaban en el punto exacto.

Pero faltaba algo. Una chispa, esa picardía juguetona que siempre lo enganchaba, brillaba por su ausencia. El placer estaba ahí, sí, pero vacío, mecánico, sin el fuego que lo hacía perder el control.

Debería sentirse bien. Debería estar disfrutándolo. Pero no. Maldita sea, ¿por qué ese hombre aparecía en su cabeza justo ahora? Cada vez que cerraba los ojos, no veía la boca que lo complacía, sino los labios tensos de un sujeto que le pareció lindo, los gestos cansados en su rostro, esas malditas manos llenas de torpeza pero al igual decididos. Pensar en él le provocaba rabia y deseo al mismo tiempo, y eso lo volvía loco.

Estaba al borde, a punto de llenar la boca de aquel sujeto con su semen; el calor se acumulaba en su abdomen, recorriéndolo con una urgencia imparable… cuando un chirrido metálico desgarró el aire. El tren se sacudió con violencia y se detuvo de golpe, arrancándolo de su trance

Miguel se estremeció al sentir un mordisco involuntario, producto del sacudón. La punzada de dolor le crispó el gesto y, sin pensarlo, apartó bruscamente al sujeto, empujándolo hacia atrás. El joven perdió el equilibrio y cayó al suelo, no solo por el movimiento violento del vagón, sino también por la fuerza con que Miguel lo había apartado de su miembro.

Los gritos de los pasajeros se mezclaron con el estruendo de los frenos, y el olor a metal y caucho quemado inundó el vagón. Miguel percibió, por el rabillo del ojo, un movimiento extraño a través de la ventana: un cuerpo había caído peligrosamente cerca de las vías. Alguien había intentado lanzarse. El conductor gritó órdenes por los altavoces, pero él no esperó. El instinto lo impulsó a moverse.

Se levantó con rapidez, con cuidado e ignorando el dolor punzante en su miembro y ajustándose los pantalones mientras empujaba suavemente a los pasajeros que se interponían en su camino y escuchando un “lo siento” detrás de él del hombre que lo mordió por accidente.

Ya afuera del vagón, todos se amontaron para echar un vistazo al sujeto que había decidido acabar con su vida, mientras todos están distraídos por el evento. Los ojos del moreno que están entrenados para leer la tensión, detectaron de inmediato a un chico de no más de quince años retrocedían mientras un hombre lo acorralaba contra la pared, siendo acosado por un vendedor de drogas. La adrenalina recorrió su cuerpo y su mente se enfocó en ellos.

El sujeto, con gorra y chamarra raída, sonreía mostrando dientes amarillos y sostenía una bolsita con polvo blanco. Se la ofrecía como si fuera un caramelo. El adolescente negaba con la cabeza aterrado.

—Coño… —escupió Miguel entre dientes.

Los murmullos del resto de los pasajeros parecían lejanos. Miguel caminó directo hacia la escena con los ojos fijos en el vendedor.

— ¿Todo bien por aquí?

El adolescente asintió rápido, como si esas pocas palabras fueran su salvación. El hombre de la gorra giró la cabeza con fastidio.

—No te metas, cabrón —gruñó, arrastrando las palabras.

Miguel sonrió. Fue una mueca lenta, sin rastro de humor. En un parpadeo, lo tomó por el cuello de la chamarra y lo estampó contra el suelo con un golpe seco que resonó en todo el pasillo. El vendedor lanzó un quejido ahogado mientras el aire se le escapaba de los pulmones.

— ¡Corre! —ordenó Miguel al chico, que salió disparado entre la multitud.

— ¡Hijo de puta! —bramó el hombre, sacando una navaja con la mano temblorosa.

— ¡Ay, Dios! ¡Tiene una navaja! —chilló una mujer.

El pánico se desató. Varias personas retrocedieron como pudieron, algunas corrieron lejos. Una señora tropezó y cayó de rodillas, mientras se escuchaban más gritos.

Miguel sujetó la muñeca del hombre armado, giró sobre su propio eje y torció el brazo hasta que el sonido de huesos crujió en el aire. La navaja cayó al suelo con un tintineo metálico. El agresor soltó un alarido, pero Miguel ya lo tenía boca abajo, con la rodilla presionándole la espalda y las manos inmovilizadas con su propio cinturón.

— ¡Todos atrás! —rugió Miguel, su voz retumbo. El tono, grave y autoritario, hizo que incluso los curiosos se apartaran.

Tomó al hombre por el cuello del abrigo y lo arrastró sin esfuerzo fuera del subterráneo. El sujeto se retorcía, escupiendo maldiciones y afuera, el caos era igual: policías corrían hacia el punto donde alguien había intentado lanzarse a las vías. Miguel entregó al agresor con un gesto frío.

—Este pendejo intentó venderle droga a un niño—informó, sin una pizca de duda.

Los oficiales lo esposaron de inmediato, y Miguel, ignorando las peticiones de los policías para interrogarlo se alejó sin mirar atrás y se perdió entre la multitud.

Mientras caminaba, su mandíbula estaba tensa. No solo se había frustrado su momento de diversión, sino que la imagen de ese castaño regresaba a su mente como una puñalada suave, constante. Ni siquiera sabía su nombre, y aun así, no podía dejar de pensar en él.

Pero sus pensamientos fueron interrumpidos por la vibración de su teléfono, lo sacó y un mensaje iluminaba la pantalla:

"Miguel, habrá una junta de apoyo en unas horas. Quiero que asistas."
Jess.

Miguel leyó el mensaje una vez, luego otra. Sus labios se curvaron en una mueca amarga.

Ignorar.

Pulsó el botón y apagó la pantalla sin contestar. No estaba de humor para sermones ni para hablar de problemas que prefiere enterrar.

Metió el teléfono en el bolsillo, sacó unos tapones para los oídos y se los puso. El poco ruido que ahora se filtra en su cabeza le da algo de paz, pero ni eso le quitó la sensación de vacío, ni la urgencia palpitante que sigue en su entrepierna, recordándole lo cerca que había estado.

La diversión se había ido a la mierda. Ni un orgasmo para relajarse, solo un poco de paz para tratar de apagar el incendio que le recorría las venas. Todo por ese maldito espectáculo… y por él.

—Maldito día de mierda… —susurró, lanzando un bufido.

Y por un instante pensó en volver al vagón, buscar al tipo que lo estaba atendiendo antes de todo el desastre, terminar lo que había empezado. Pero la idea le resultó asquerosa. No quería a ese desconocido. Quería al otro. Al castaño.

«¿Dónde estarás ahora?» pensó, mordiéndose la lengua para no soltar un gruñido.

Notes:

Una vez más agradezco que hayas venido, si hay errores pueden hacérmelo saber. Cuídense y fíjense de ambos lados al cruzar la calle

Chapter 3: Juguemos un rato

Summary:

Ha pasado un tiempo desde que actualice y esta vez es un Miguel x Ben, sorry not sorry, no se preocupen fans del PerHara solo sera por este capítulo, eh.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Esta vez la alarma no sonó. Después de todo, apenas son las cuatro de la mañana y Peter se encuentra dando de vueltas en la cama. Por fortuna Mary Jane no está y su ausencia no es motivo de su desvelo, alguien más ocupa ese lugar.

Peter decidió por segunda vez ponerse a él primero, se debatió si lo que hace es correcto pero cada noche escuchar a su esposa llegar ebria o nunca estar en casa sin nada más que le importe, fue el punto de quiebre.

Ya han pasado algunas semanas desde su plácido encuentro y no ha vuelto a ver a ese hombre. Esa idea lo deprime… un poco.

Varias veces intentó entrar al último vagón, pero cuando quiso dar ese paso se acobardó. Además, la situación en el metro no ayuda: redadas para atrapar a vendedores de drogas o salvarle la vida a las personas que intentaban lanzarse a las vías. Por eso empezó a usar el autobús.

Se levantó, apartando las sábanas, y caminó hacia su estudio: un pequeño refugio al final del pasillo del segundo piso. Allí solía perderse entre papeles y proyectos, manteniéndose ocupado para no pensar en la soledad que lo invadía cada vez que su esposa no estaba

Pero esta vez no buscaba distraerse.

Por mucho que le avergonzara admitirlo, aquel ardiente encuentro, había despertado en el algo que nunca había sentido. Una curiosidad que lo consume por dentro, un ansía de volver a ver aquel hombre de piel canela.

De momento, solo podía conformarse con migajas.

Al principio se limitó a búsquedas inocentes en internet: “¿Qué es el cruising?”, “¿Es normal sentir atracción hacia otros hombres?” Poco a poco se atrevió con más.

Encontró respuestas, relatos de hombres casados que compartían experiencias parecidas, consejos y confesiones. Pronto se topó también con información más explícita: guías sobre nuevas formas de masturbarse, videos que explicaban cómo la estimulación anal podía provocar orgasmos más intensos, casi trascendentes.

El castaño había aprovechado bien este tiempo. Aunque una parte de él insistía en que era poco probable que pueda volver a ver a aquel hombre que protagonizaba sus acaloradas fantasías, no descartaba del todo un reencuentro. Después de todo, Nueva York ofrecía más de un lugar donde podrían cruzarse… o al menos eso quería creer.

Encendió el ordenador de su escritorio y comenzó a buscar en su galería. Tras una breve búsqueda encontró el video que, por el momento, calmaría su desbordante deseo. Con un clic, la pantalla cobró vida: dos hombres que se miran con intensidad. Uno, de complexión musculosa y piel morena, comenzó a besar al otro, más delgado y de piel clara.

La excitación fue inmediata. Se despojó de la ropa y la dejó tirada en el suelo. Totalmente desnudo, pellizco sus pezones con ambos manos, arrancando de su garganta gemidos entre cortados.

En la pantalla, los protagonistas, también se desnudaban. El moreno tomó en brazos al otro y lo llevó a la cama; sin vacilar, abrió sus nalgas y hundió su lengua en su interior. La cámara enfoco su ano húmedo por la saliva, hasta que, con firmeza lo penetró de una sola embestida.

Peter se lamió un par de sus dedos y los guio hacia su culo. Con pequeños movimientos circulares comenzó a estimularse lentamente. Sus gemidos se sincronizaron con los protagonistas del video y su entrada cedió, ambos dedos se hundieron en su recto, moviéndose de dentro hacia afuera y al mismo tiempo su otra mano recorría su pene de arriba abajo, con creciente urgencia. Él está hecho un completo desastre.

Sin temor a ser descubierto, dejó que sus gimoteos resonaran por toda la casa. Por primera vez, no le molestaba estar solo en su hogar; incluso subió todo el volumen del dispositivo. Como si quisiera que sus voces se fundieran con las de la pantalla.

Ese video es su favorito.

El sudor se acumuló en su frente; algunas gotas descendían por su rostro hasta llegar al cuello. Incapaz de resistir más, dejo sonar un gran gemido cercano a un grito cuando alcanzó el orgasmo. Su cavidad apretó los dedos con fuerza mientras su pene eyaculaba varios chorros salieron disparados que mancharon su pecho incluso hasta su rostro.

Peter con fatiga, observó su cuerpo cubierto por su propia esencia. Fue una experiencia placentera; desde que descubrió la estimulación anal, sus orgasmos son más intensos, lo que solo aumentaba su curiosidad por imaginar cómo se sentiría tener dentro el miembro del moreno.

Con la mano limpió parte del semen de su pecho y la observó con intriga.

—Me preguntó… ¿qué tan gruesos serán sus dedos?—murmuró, recordando las firmes manos de ese hombre.

Ante ese recuerdo, su pene volvió a endurecerse. Avergonzado, aparto la mirada. Abrió uno de los cajones de su escritorio, tomó un poco de papel para limpiarse, apagó el ordenador y se dirigió a su habitación, ignorando por completo su erección.

En cuanto entró, la alarma sonó. El castaño, con desdén, la apagó y dio inicio a su rutina diaria. Se ducho, se vistió, desayunó y fue directo a la parada de autobús. Esta vez no se molestó en ver el programa de J.J: las noticias se habían vuelto exageradas y el Departamento de Seguridad intentaba mantener un perfil bajo en los medios.

El autobús no tardó en llegar. Peter subió y se sentó junto a la ventanilla. Aunque el trayecto es más largo, prefirió eso a que algún desconocido le robara la cartera o le ofreciera droga. Pero en el fondo esperaba que la situación se resolviera pronto: echaba de menos a su travieso amigo

Al otro lado de la ciudad, en East Village, dentro de un modesto apartamento, un hombre maduro se contempla frente al espejo. De gran altura, complexión fuerte y apariencia ruda —que podía resultar intimidante—pero contrastaba por completo con su carácter servicial y cálido. Su rostro, enmarcado por una barba bien definida y su cabello, peinado hacia atrás con un toque desordenado, le daba un aire desenfadado pero elegante.

El hombre luchaba por acomodarse la corbata que adorna su cuello, que combina con su traje azul marino.

— ¡Gerald, ya es hora de desayunar!—gritó una voz femenina desde la cocina.

— ¡Ya voy, Jess!

El hombre salió del dormitorio y se dirigió al comedor. Allí estaba su bella esposa, luciendo una bata de dormir roja y su característico afro algo despeinado, de pie frente la estufa, mientras preparaba panqueques.

Al verla, Gerald se acercó y la abrazo por la espalda, depositando pequeños besos en su cuello, provocando algunas risas de la mujer.

—Basta, querido, me haces cosquillas. Vas a hacer que me queme—dijo apagando la estufa y girándose para abrazarlo y darle un par de besos en los labios.

—Perdona, cariño, ¡pero estoy emocionado! Todavía no puedo creer que me hayan aceptado en ALCHEMAX.

—Tardaron solo un mes en confirmar el día de tu presentación—comentó Jess colocando los panqueques sobre la mesa.

—Ya sabes, amor, los asuntos corporativos llevan tiempo— respondió Gerald sirviéndose en su plato.

—Lo sé y por eso haz lo mejor que puedas y demuéstrales de lo que eres capaz.

—Gracias Jess… ¿qué hice para merecerte?

—Cállate, tontito—dijo Jess, con un ligero rubor en sus mejillas.

Gerald rió ante la tierna reacción de su esposa.

Ese mismo día, en el laboratorio de ALCHEMAX, Peter ya había comenzado con sus tareas. Está encorvado, con la mirada fija en los oculares del microscopio. Con la mano izquierda manipula la perilla de ajuste y con la derecha escribe sus hallazgos.

Después de un rato, despegó la vista del microscopio, estiró los brazos hacia arriba y soltó un suspiro cansado. Decidió salir por la parte trasera del edificio en busca de aire fresco. Aunque ningún trabajador tiene permitido salir durante horas laborales, Peter cuenta con ciertos beneficios al ser uno de los científicos más destacados de ALCHEMAX, además de su relación cercana con Tyler Stone. Siempre que podía, se aprovechaba de ello.

El jardín de descanso, un lugar amplio y bien cuidado. Altos árboles que cubren del sol, recibiendo a todo aquel que quería relajarse con una linda sombre y brisa ligera.

El propio Señor Stone mandó a construir aquel espacio.

Peter tomó asiento en una banca a la sombra, deseando un momento para sí mismo. Miró hacia el cielo azul y se dejó acariciar por la suave brisa. El día es muy agradable, es una pena que él no pueda sentirse de la misma manera.

Ama su trabajo, pero con el tiempo se ha vuelto cada vez más estresante. Y su vida marital tampoco le ofrece un respiro. Desde aquel fortuito encuentro en el vagón, su estoica rutina se tambaleó. Despertaron en él deseos que jamás se había permitido imaginar: un hombre casado, masturbándose casi diario, pensando en que otro hombre lo toca… o que introduzca sus dedos dentro de él.

Tan solo con recordar aquellos besos apasionados, esa lengua juguetona y las caricias que fueron dadas por aquellas manos repleta de callos y brazos fuertes que recorrieron su cuerpo con firmeza, erizaban su piel logrando que su pene despertara, pidiendo atención.

Peter notó como su erección crecía, apretándole sus pantalones.

—Maldición…tengo que pensar en otra cosa. Este no es lugar para pensar en él— susurro desesperado.

Se obligó a centrarse en algo distinto: el trabajo, colegas, incluso sus pacientes o su propio jefe. Lo que fuera, antes que aquel hombre de piel morena.

Con dificultad, logró evocar la imagen a Mary Jane, su querida esposa. Su mente se llenó de recuerdos sobre ella: su largo cabello rojo y sedoso, su piel blanca casi perfecta y suave al tacto, una sonrisa rebosante de alegría y esa mirada cálida que siempre lo había reconfortado. Peter sonrió con nostalgia. Pero esa imagen pronto se torció en el de una mujer de mirada vacía, cansada, harta. Siempre molesta.

Ante tal visión, su erección desapareció, al igual que él poco animo que aún le quedaba. Se preguntó: ¿dónde quedo aquella hermosa musa con la que se casó? ¿Fue él quien la decepciono? ¿O el tiempo simplemente los cambió?

Si el siempre procuró su felicidad por encima de la suya… no tiene sentido.

Sumido en esas preguntas, no notó que alguien grita su nombre desde lejos. La voz se acercó hasta arrancarlo de su ensimismamiento. Al girarse, vio a Gwen Stacy acercándose con paso decidido.

—Buenos días, Peter. Interrumpo tu tiempo a solas, pero Lyla me envió a buscarte…

—Buenos días, Gwen. ¿Lyla me busca? ¿Pasa algo?

— Algo así. Me pidió que te preguntara si leíste su correo—dijo, acercándose al hombre.

— ¿Qué correo?

—El que te envió alrededor de las cinco de la mañana

—Lo…olvidé.

Peter se maldijo por dentro. Claro que lo pasó por alto: había iniciado el día con una acalorada cesión entre él y sus fantasías.

—Sigues siendo igual de despistado que en la secundaria… —rió Gwen, antes de cambiar de tono —El correo era para decirte que hoy alguien se une a tu equipo de trabajo.

—Gwen no tengo un equipo, trabajo solo.

—Precisamente por eso. Es una buena oportunidad para ti, de conocer gente nueva— dijo sonriente.

—Me basta con la gente que ya conozco— dijo él, con desdén.

—No seas negativo, Vamos, volvamos a tu laboratorio; Lyla nos está esperando; será ella quien te presente a tu nuevo asistente. Y no querrás hacerla enojar.

Peter quiso resistirse, pero la rubia lo tomó del brazo y, con un enérgico tirón, lo levantó de la banca, llevándolo casi arrastras de regreso al edificio.

En el laboratorio, Lyla aguardaba junto a un hombre. Mirando con impaciencia su reloj de pulsera.

—Tiene suerte de ser el favorito del jefe… de lo contrario, ya estaría despedido—comentó Lyla, sin rodeos.

— ¿Ocurre algo, señorita? —preguntó el hombre.

—No es nada, Gerald. Solo que odio hacer esperar a la gente—respondió Lyla, suavizando la expresión con una sonrisa impecable, gesto que incomodo al hombre.

La puerta corrediza se abrió: Gwen entró radiante, en contraste con el aire apagado de Peter.

—Ya era hora —soltó Lyla, molesta.

—Lo sentimos Lyla—dijeron ambos.

Peter levantó la vista y se detuvo al ver al desconocido. Su presencia imponía: complexión fuerte, hombros anchos, barba espesa y bien cuidada que enmarcaba un rostro anguloso, cabello castaño claro con un peinado voluminoso y algo desordenado. Tenía un aire rudo y a la vez desenfadado.

— ¿Él… en verdad será mi nuevo compañero?—pensó Peter, tragando saliva.

—Tienes suerte de ser el consentido del jefe. De lo contrario… ¿Qué haces fuera de tu zona de trabajo? —pregunto Lyla.

Peter desvió la mirada evitando contestar, en cambio Gwen, incómoda por la tensión se apresuró a despedirse. Ya que, aunque le agradaba Lyla, siempre se pone nerviosa cuando se pone seria.

—De acuerdo… me retiro a mi zona de trabajo. Nos vemos— se despidió Gwen, casi huyendo del lugar— ¡Oh, casi lo olvido! Suerte en tu primer día Gerald.

—Gracias, señorita Stacy—respondió Gerald, educadamente.

Peter rió con amargura, Gwen ya lo había abandono. Siempre es un desafío lidiar con el humor cambiante de la secretaria del jefe.

— ¿Y bien? ¿Qué hacías fuera de tu zona de trabajo?— insistió Lyla, visiblemente molesta.

El castaño tragó saliva, y con voz apenas audible respondió:

—Solo…Salí a respirar un poco de aire fresco.

—Sabes que tienes que avisarme a mí o al jefe, si vas a salir para evitar este tipo de retrasos.

—Sí…lo siento Lyla.

—En fin, ya no perdemos más tiempo. Él es tu nuevo compañero.

—Gerald Drew, es un gusto conocerlo— saludo el hombre, extendiendo la mano.

—Peter Parker, el gusto es mío—respondió Peter, devolviendo el gesto.

El apretón de Gerald es firme, sólido. Lejos de resultarle molesto, le trajo a Peter un recuerdo demasiado vívido de su fortachón amante. Y, sin darse cuenta, mantuvo la mano del hombre por más tiempo del necesario.

El recién llegado carraspeó, incómodo. Peter reaccionó tarde, soltando el apretón y apartando la mirada, mientras sentía el calor subirle al rostro.

— ¡Peter!— llamó Lyla, con tono firme—. Deja de tontear, estás incomodando al nuevo.

—Lo siento… es solo que… eres muy fuerte, Gerald.

—Gracias… supongo. Me lo dicen mucho—respondió, algo nervioso.

Peter soltó una risa nerviosa. Al ver que la conversación no llevaba a ninguna parte, Lyla intervino con su estilo directo.

—La fuerza de Gerald se debe a que perteneció a las fuerzas armadas—explico, dándole una palmada en el pecho— ¿No es así, grandulón?

—Así es, señorita. Durante algunos años fui parte de los Navy Seals, antes de retirarme y seguir mi verdadera vocación: la genética— explico Gerald con orgullo.

—Eso sí que es impresionante Gerald—admitió Peter con sinceridad.

Gerald sonrió y acepto el cumplido con modestia.

—Bueno, Peter, Gerald, eso sería todo. Tengo otras cosas que atender, así que…

— ¡ESPERA LYLA! —grito Peter de repente, la mujer se detuvo en seco y miro extrañada al castaño—Antes de que te vayas, ¿podemos hablar en privado?

—Que sea rápido—replicó con desgana—.Gerald, quédate aquí, pero por favor no rompas nada.

Gerald asintió, y los observó salir del pasillo.

— ¿Qué pasa ahora? —preguntó Lyla, cruzándose de brazos.

— ¿Por qué nadie me dijo que tendría que capacitaría a alguien?

—Se te envió un correo explicando la situación—contesto con tono seco.

—Bueno… mi computadora ha estado fallando estos días—mintió Peter.

Lyla lo observó fijamente. Siempre había tenido talento para detectar mentiras, ya fuera por su experiencia como secretaria o por su pasado como agente del gobierno. Decidió no presionarlo, solo porque le haría perder tiempo.

—Verás, Takuya era la persona que debía capacitarlo, pero sufrió un pequeño accidente. El señor Stone me pidió que te lo asignara a ti.

— ¿¡Takuya tuvo un accidente!?— exclamó Peter alarmado.

El grito atravesó la puerta, sobresaltando a Gerald, quien salió casi disparado del laboratorio.

— ¿¡Todo en orden?!— preguntó, tenso.

—Tranquilo, Gerald, estamos bien— respondió Lyla con voz calmada.

El hombre miró a Peter de reojo, quien asintió en silencio. Al asegurarse de que no pasaba nada grave, volvió al laboratorio, cerrando la puerta tras de sí.

— ¿Era necesario gritar? —bufó Lyla, exasperada.

—Lo siento…pero, ¿Takuya está bien?

—Sí. En realidad, Takuya no tuvo el accidente, fue su padre, por eso pidió permiso para volver a Japón.

—De acuerdo, si son órdenes de Tyler—suspiro Peter— no tengo elección.

—Vaya, lo aceptaste bastante rápido. Pensé que, siendo el favorito del Jefe, irías con él para quejarte.

—Bueno, no estoy tan por encima de Tyler como tú crees— respondió con ironía.

—Además—añadió Lyla, con entusiasmo forzado— tener un compañero será beneficiosos para ti, después de todo uno de las principales misiones de ALCHEMAX es fomentar la unión entre compañeros, ¿recuerdas?

Ante tales palabras, Peter apenas logró esforzar una sonrisa. Desde la secundaria, siempre había preferido trabajar solo, la soledad le daba el espacio que necesita para resolver sus propios problemas.

Ambos regresaron al laboratorio, Lyla tratando de mantener un aire positivo, mientras Peter conserva una actitud deprimente.

— Muy bien, Gerald. A partir de ahora estarás bajo el cargo de Peter, si tienes dudas, no temas en preguntar; es un buen maestro, paciente y amable—comentó Lyla despidiéndose con una sonrisa.

Gerald asintió, y Lyla se marchó, dejando a ambos hombres solos.

Peter miro de reojo a Gerald. No pudo evitar sentirse extraño en su presencia: es alto, musculoso, atractivo…cualidades que le recordaban a aquel hombre al que deseaba volver a ver desde hacía tiempo. El recuerdo de una aventura fugaz, convertida en protagonista de sus fantasías más íntimas.

El Navy, que percibió la mirada del castaño, se tensó por un instante. Sin embargo, recuperó su postura, y con firmeza, tomó la iniciativa.

— ¿Cuál es su primer orden, señor?

Peter salió de sus pensamientos y esbozó una ligera sonrisa.

—No es necesario que me llames “señor”. Seremos compañeros, así que puedes llamarme por mi nombre.

—Lo siento, señor, pero usted es mi superior. No puedo llamarlo por su nombre a secas; sería una falta de respeto.

—Entonces, si lo prefieres, puedes decirme “señor Parker” suena menos rígido—accedió Peter— ¿Te parece si comenzamos con algo sencillo?

—Como ordene, señor… quiero decir, señor Parker—corrigió Gerald, algo torpe.

—Empezaremos con algunas determinaciones de la hormona HCG en sangre—explicó Peter— ¿Sabes a que me refiero, Gerald?

No quería parecer arrogante, pero debía determinar el nivel de conocimientos de su nuevo compañero, antes de asignarle tareas más complejas.

—Sí, señor Parker, la HCG es la gonadotropina coriónica humana, una hormona producida durante el embarazo.

—Bien contestado, Gerald. Después de esto, pasaremos a examinar varias muestras de biopsias de vellosidades coriónicas. Es para determinar posibles anomalías fetales. Tu labor será registrar todo lo que indique; si surge una duda, te responderé con gusto— dijo el castaño.

—Agradezco su amabilidad, señor Parker.

Peter asintió y tras unos segundos añadió:

—Por cierto, suelo quedar a hacer horas extras. Me gusta terminar lo pendiente antes de irme a casa. Tú no tienes que hacerlo, así que puedes marcharte—explicó Peter.

—No tengo ningún problema en quedarme con usted, señor Parker.

— ¿Seguro? Puede ser agotador.

—Señor Parker, fui un Navy. Estoy acostumbrado al trabajo duro.

Peter sonrió de lado, resignado:

—Muy bien, entonces comencemos con nuestro trabajo.

— ¡A la orden señor!—exclamó Gerald, firme.

No está del todo contento con estos cambios. No basta con que su vida personal se tambalease; ahora también lo hacía su vida laboral.

—Será una semana larga—pensó con amargura.

Mientras tanto, al otro lado de la ciudad, en la estación 57 ST, un guardia de seguridad de cabello rubio y mirada vigilante observa atento a las personas que suben y bajan de los vagones. Su tarea es clara asegurándose de que no hubiese ninguna actividad sospechosa. Desde su fatídica entrevista, la seguridad en el metro de Nueva York se ha complicado.

—Nada fuera de lo común—se dijo así mismo—Por ahora.

En ese momento, Ben se permitió perderse en sus pensamientos y recordó aquel terrible día en él que fue contactado por el equipo del “mejor” entrevistador de todo Nueva York: J. Jonah Jameson.

Después de recibir múltiples quejas de los pasajeros y regaños de su jefa, finalmente ese agotador día terminó y pudo llegar a su cálido hogar, una modesta casa situada en el barrio de Brooklyn Heights.

Abrió la puerta, lanzó las llaves sobre una pequeña mesa que está a un lado. El único sonido que se escuchaba dentro de la solitaria casa era el pitido de la contestadora, anunciando que la bandeja está llena de mensajes, la dejo en automático y se dirigió a la cocina para comer algo.

Nada nuevo en las llamadas recibidas: saludos de su madre, reclamos de su padre, lamentos de su terapeuta, ánimos de sus amigos que hizo durante su estadía en la C.I.A o invitaciones de algunos compañeros de trabajo para salir a almorzar o su fastidioso jefe exigiéndole más de lo necesario.

No les presto mucha atención. Después de todo, está cansado; lo único que desea en este momento es calmar su hambre, tomar una ducha y dormir. Se preparó un sándwich con lo que aún quedaba en el refrigerador y la alacena. No fue hasta que sonó la voz de una mujer desconocida, que captó su atención. Dejo que el mensaje se reprodujera y escuchó con atención.

—Estimado Ben Reilly, permítame presentarme mi nombre es Anna María Marconi, soy secretaria del reportero y conductor del programa de noticias matutinas J. Jonah Jameson. El motivo de mi llamada es para saber si sería posible que asistiese a nuestro programa, específicamente en el segmento de “Behind the Mustache”, con el propósito de exponer una situación en específico que consideramos no ha recibido la atención suficiente: el acoso sexual dentro del Metro de Nueva York. Sabemos que es repentino, pero esperamos su pronta respuesta. Hasta luego.

Ben interrumpió su cena, se dirigió a la contestadora y la reviso, esperando que el número de aquella mujer hubiese quedado registrado.

Presiono un botón en la contestadora y la voz de una mujer respondió: Número guardado.

—Que inesperado.

Su mente se llenó de preguntas. ¿Por qué él? Hay otros compañeros más preparados, solo revisa las cámaras, atiende llamadas y, de vez en cuando sale de su cubículo para entrar en acción. Estuvo tentado a devolver la llamada, pero ya era tarde. Lo mejor que podía hacer en este momento es retomar su rutina, mañana podrá dar una mejor respuesta a esta propuesta

A la mañana siguiente, como siempre, se levantó, se duchó, cepilló sus dientes, peinó su perfecto cabello, vistió su uniforme, desayunó…. pero antes de salir a trabajar, registró el número de teléfono de aquella mujer en su móvil. Más tarde se pondría en contacto con ella.

Los días pasaron y Ben no estaba seguro de si debía aceptar. ¿Tendría que consultar a su jefa, no?

No. Esta es una buena oportunidad de dar a conocer el gran trabajo que se hace dentro del departamento de seguridad y poder darse a conocer, aunque sea un poco. En ese momento se llenó de valor y llamó a Anna María.

—Joven Ben, es un placer recibir su llamada, ¿A qué debo el gusto?

La voz de aquella mujer estaba llena de alegría, se podía sentir la calidez que transmite.

—Es…es para decirle que me gustaría participar en el programa—dijo nervioso.

—Por supuesto. Informare al señor Jameson y le diré qué día puede presentarse en el estudio. Agradezco que haya aceptado. Le deseo excelente día.

La llamada terminó, demasiado rápido para el gusto de Ben, se quedó con mil y un preguntas, decidió no darle más vueltas al asunto, ahora solo debía esperar y preparse.

El tan esperado día llegó. Para poder asistir, tuvo que pedir permiso en el trabajo. Llamó a su jefa informándole que no podía ir por un problema estomacal. Al principio no pareció creerle, pero, de mala gana, aceptó.

Llegó al set de grabación. Fue recibido por el “gran” J. Jonah Jameson. Ben quiso agradecerle la oportunidad, pero solo recibió una mirada de fastidio.

Eso le sorprendió. Sabía que él hombre tenía fama de ser severo y escandaloso, pero no imaginó que también fuese descortés. Antes de poder decir algo más, fue interceptado por el equipo de maquillaje, que lo llevó directo a un pequeño camerino.

Escuchó las conversaciones nerviosas de los miembros del equipo. Le advirtieron que no contradiga al presentador, que no lo mirase a los ojos, no tartamudee… y otras advertencias que eran mucho peores que las anteriores.

Terminado el trabajo, lo lanzaron fuera de la pequeña habitación y fue recibido por la singular sonrisa de oreja a oreja que la secretaria Anna, que parecía llevarla siempre plasmada en el rostro.

—Joven Ben, me alegra saber que ya está listo, por favor sígame.

El guardia solo siguió a la extraña secretaria sin hacer ruido alguno. Mientras avanzaba, pudo escuchar los murmullos de las personas que pasaban a su alrededor. Todos están agitados; parecía que trabajar con J. Jonah Jameson es complicado.

Ben solo pudo bajar su mirada, y nervioso, se preguntó a sí mismo: ¿En qué me he metido?

Todo fue un completo desastre, el presentador solo escupió información falsa, exageró datos y lo puso en ridículo.

El equipo de producción, hipócritamente, elogio a Jonah. Ben, parado en una esquina, no supo qué hacer, lo único que quería hacer es salir de ese lugar y ya no saber nada de aquel hombre.

Miró a todos con desprecio y, decepcionado, salió del estudio en silencio. Su teléfono comenzó a sonar; recibiendo mensajes de sus padres, amigos, conocidos, incluso de la persona que menos quería responderle: su jefe. Apagó el dispositivo, regreso a casa deprimido y se dejó caer en su cama, en ese momento solo deseaba desaparecer.

Al día siguiente se presentó a su trabajo, todos en el departamento de seguridad lo recibieron con miradas de disgusto. Estaba seguro que todos querían golpearlo pero nadie se atrevió, le dejarían tal tarea a la jefa.

Ben camino en silencio hacia la oficina de la Director. Contemplo con desdén aquella puerta de madera oscura adornada con letras doradas. Con temor, tomó el pomo y entró, observo aquella mujer vestida con su uniforme, mirando hacia la ventana, no hubo ruido alguno dentro del lugar, pero se sentía una presión casi asfixiante.

—Sabes Ben, no sabía que tenías un segundo trabajo—dijo la mujer con tranquilidad.

—No… no lo tengo, directora —murmuró Ben, nervioso.
— ¿En serio? —La voz de Ava Ayala retumbó en la oficina mientras golpeaba la mesa con la palma abierta— ¡Porque ayer actuaste como un jodido payaso frente a miles de personas! ¿Qué demonios tenías en la cabeza?

—Directora, yo solo… permítame explicar…

— ¡No quiero excusas, Reilly! —lo cortó, su mirada encendida—. ¿Tienes idea del daño que le hiciste al departamento? Nos has convertido en el chiste de toda la ciudad.

Ben bajó la cabeza, tragando saliva. Sabía que tenía razón.

Ava exhaló con fuerza, masajeándose las sienes.

—Te juro que debería despedirte aquí mismo. Todo el personal vino a exigirme tu cabeza. Y créeme, lo mereces.

El silencio se apoderó de la sala.

—Pero no lo haré —añadió ella con un tono más frío—. Tenemos demasiados reportes de acoso en el metro después de esa maldita entrevista. Necesito a todo el personal disponible, y sería una pérdida de tiempo capacitar a alguien nuevo en tu lugar. Además también es un favor hacia quien te recomendó. Ya que fue porque Reed Richards me pidió personalmente que te aceptara tras tu salida de la C.I.A.

Ben levantó la mirada, sorprendido y con un dejo de vergüenza.

—Lo sé… y se lo agradezco, directora. No volveré a fallar.

Ava lo observó con ojos agudos, midiendo cada reacción.

— ¿Has vuelto con tu psiquiatra, Ben? —preguntó de golpe, como una bala certera.

El rubio parpadeó, nervioso.

—N-no… estoy bien. De verdad. No necesito eso ahora.

—No me mientas. —Su tono fue firme, casi maternal—. Si te da otro ataque en el campo, no solo pones en riesgo tu vida… también la de los demás.

—Lo sé —dijo Ben, apretando los puños—. Haré lo necesario.

Ava lo observó unos segundos más, antes de volver a su escritorio.

—Pero no te hagas ilusiones, Reilly. No saldrás impune. Desde hoy dejarás tu cómodo cubículo y patrullarás directamente el campo. Quiero que estés cara a cara con los ciudadanos, atendiendo denuncias y manteniendo el orden en las estaciones.

Ben sabía que no podía protestar, esto es una prueba de fuego y debe superarla.

Ava se incorporó y se acercó a la ventana. La luz de la mañana delineaba su silueta.

—Además… debo informarte algo. Dentro de unos días me ausentaré por completo. Mi hijo está por nacer, y en mi estado no puedo seguir cargando con todo este departamento.

Ben la miró, confundido.

— ¿Y quién se hará cargo, directora?

Ella giró lentamente, esbozando una media sonrisa.
—Mi padre. Héctor Ayala. Volverá de su retiro para tomar las riendas del departamento mientras yo esté fuera. Créeme, si piensas que yo soy dura… no has visto nada todavía.

El silencio volvió a la oficina. Ben tragó saliva otra vez.

—Ahora vete, Reilly. Y empieza a demostrar que no eres un error para esta unidad.

Desde aquel día, todo había transcurrido sin sobresaltos y, por un momento, Ben se permitió creer que sería una jornada tranquila. Desde que Héctor se convirtió en director los crímenes han disminuido y lleva un tiempo así, y esperaba que continuara igual.

Aunque por su parte, desde hacía semanas había dejado de asistir a las sesiones con su psiquiatra. Estaba cansado de repetir lo mismo, de poner en palabras sentimientos que ni él mismo lograba entender.

Y su paz se quebró con un grito:

— ¡Jovencito, emergencia!

Ben giró la cabeza. Dos señoras mayores, vestidas con atuendos llamativos y cargadas de perfume, lo miran agitadas. Una lleva un vestido rosa con sombrero blanco y bolso a juego; la otra, un conjunto azul de idéntico estilo.

— ¿Qué ocurre, señoras? ¿Están bien?—preguntó, esbozando una sonrisa falsa.

— Si, pero… vimos algo realmente indecente—respondió la mujer rosa, llevándose la mano al pecho.

—Estábamos esperando el tren y…—la de azul bajó la voz sonrojada—había un hombre en cuclillas… bajándole el pantalón a otro.

— Exacto. Puede que ya no tengamos la vista de antes, pero no estamos ciegas, oficial—añadió la de rosa, indignada.

Ben cerró los ojos un segundo. Maldición…creí que hoy me libraría.

—De acuerdo señoras. Iré a revisar la situación. No se preocupen—respondió esforzándose por sonar seguro.

—Gracias, jovencito—agradecieron ambas mujeres.

Él ya estaba a punto de marcharse cuando se detuvo.

—Ah, antes de irme… ¿me dan sus nombres? Necesito incluirlos en mi reporte.

— Por supuesto, jovencito. Yo soy Marylin Hannah, mucho gusto—dijo en tono dulce la anciana color de rosa.

—Y yo, Celia Lieber. Es un placer, joven uniformado—añadió la de azul, inclinando la cabeza.

—Se los agradezco. Ahora, con su permiso.

Ben camino con prisa y en ese momento, la voz de la operadora anunció por los altavoces:

—Atención, estimados pasajeros. El convoy se detendrá unos minutos. Más adelante se están llevando a cabo procedimientos policiales por un incidente de acoso y un robo en la línea. Les pedimos paciencia.

Ben al escuchar el avisó suspiro, eso le dará el tiempo necesario para llegar, así que se alejó sin siquiera preguntar en que vagón. No hacía falta: sabía que sería en el último. Desde la distancia alcanzó a ver la silueta de un hombre en cuclillas… y una mano descansando sobre su nuca.

— Si fallo otra vez, me despiden. ¿Cómo voy a pagar las cuentas? ¿Y si la C.I.A. me obliga a volver?

Tomó aire, apretó la mandíbula y entró al vagón. De inmediato, todos los pasajeros contuvieron la respiración. Incluso los dos hombres al fondo se detuvieron en seco. El de cuclillas se incorporó de golpe y el otro se subió la cremallera, fingiendo normalidad.

Ben ser acercó con paso firme al mayor, un hombre canoso, trajeado de negro con una camisa verdosa arrugada. Lo tomó del hombro y lo obligó a girarse hacia él.

—Señor, ¿sabe que lo está haciendo es un delito?—preguntó Ben, con una molestia ensayada.

—Hey, jovencito, lo estás malinterpretando. No estamos haciendo nada malo, mi amigo solo… me estaba ayudando a quitarme una… mancha de mis zapatos—balbuceó el hombre, nervioso.

Ben arqueó una ceja y desvió la mirada hacia el otro: un joven con shorts de mezclillas y camiseta rosa corta que dejaba el ombligo al aire. Este cruzó los brazos, molesto.

— ¿No piensa decir nada? —insistió el guardia.

— Ugh, es obvio que no sabes de lo que hablas, así que…mejor vete— respondió el chico con fastidio.

Ben tragó saliva. En realidad, quería irse. Poco le importaba lo que hicieran esos dos. Pero sabía que, si Héctor se enteraba de que los había dejado pasar, no solo lo despedirían… la C.I.A vendría por él.

—De acuerdo. Entonces denme sus nombres—ordenó, firme, intentando disimular el temblor en su voz.

Ninguno respondió.

—Deben darme sus nombres; si no, lo tomaré con una actitud sospechosa y los llevaré a la comisaría—mintió Ben.

Solo intentaba intimidarlos. Podía hacerles firmar una declaración o anotar en el informe que huyeron; asunto resuelto.

—Chico, no puedes hacer eso—replicó el hombre de cabello plateado.

—Puede que no, pero si no cooperan, tendrán problemas—insistió Ben.

Con fastidió, el primero en hablar fue el hombre de cabello plateado:

—No creo que sea una buena idea, jovencito—dijo cansado.

— ¿Y tú?— preguntó Ben, mirando al otro.

—Primero un café—contestó él, claramente molesto.

—Como sea—cortó Ben—. Ahora ambos me acompañan afuera… cuando las puertas se abran.

En realidad, no pensaba llevarlos a ningún sitio, salvo fuera del vagón. Con una señal o un susurro les diría que se marcharan. Lo último que deseaba era armar un escándalo entre los viajeros.

—Hey, espera, hombre…no puedes hacernos esto—suplicó Ezekiel—.Soy un hombre casado; si mi mujer se entera, estoy muerto.

—Espera, espera…si me llevas, me meteré en problemas—rogó Cooper—. Mis padres no pueden saber que hago esto.

—Debieron ser más cuidadosos— respondió Ben.

—Vamos, cooperen un poco. Después podrán irse—se dijo Ben en voz baja, intentando razonar con ellos.

Ambos hombres se negaron. Ben intentó forzarlos, pero chocó contra algo o alguien que le impidió el paso. Se dio la vuelta y se topó con una presencia imponente: un hombre alto, fuerte y de piel morena. Cruzaron la mirada y un escalofrío le recorrió la espalda.

—Tranquilo, compañero—dijo el moreno con tono despreocupado—.No tienes por qué exaltarte. Mis amigos ya te dijeron que no estaban haciendo nada malo.

— Solo les pedí que me acompañen afuera—replicó Ben, tratando de mantener la voz firme.

El moreno miró a Ben con ligera intriga, luego a sus compañeros. Con apenas un movimiento de cabeza y una mirada suplicante, ellos le pidieron ayuda sin pronunciar palabra.

Miguel rio en voz baja y sujetó a Ben por los hombros.

—Espera… ¿Qué haces?—preguntó Ben.

En ese momento, la voz del conductor resonó por el altavoz, más seria que de costumbre:

—Atención, por cuestiones de seguridad se cierran todas las puertas. Tenemos reporte de un pasajero intoxicado y desorientado en la siguiente estación, potencialmente violento. Nadie debe descender hasta nuevo aviso.

Ben tragó saliva.

—Maldición… —pensó—. Solo debían acompañarme afuera del vagón y ahora estoy atrapado aquí con ellos.

Se plantó firme, y logro notar las miradas de los pasajeros algunas molestas: Si querían pelea, la tendrían, aunque esperaba evitarla. Después de todo un oficial golpeando civiles no se vería bien en su curriculum si es que lo llegan a despedir.

El rubio sintió un escalofrío, la mirada inquisitiva del moreno y no retrocedió; lo enfrentó con la misma expresión desafiante.

A Miguel le gustó esa actitud. Creyó que el guardia sería fácil de intimidar, pero ahora deberá cambiar de planes.

—Parece que tendré que intentar otra cosa contigo—dijo con una media sonrisa.

Antes de que Ben pudiera reaccionar, los labios de Miguel se posaron sobre los suyos. El beso lo tomó por sorpresa, trató de apartarlo, pero el castaño lo rodeó con firmeza y profundizó el contacto.

—Rayos, es bueno besando—pensó Ben.

Ben forcejeó un segundo, pero pronto sintió cómo su lengua era invadida con maestría. Su juicio se nubló: Miguel era demasiado hábil, cada movimiento lo hacía retroceder. Una corriente eléctrica recorrió su cuerpo cuando las manos fuertes del moreno acariciaron su espalda y descendieron con descaro hasta su trasero, apretándolo con decisión.

Los gemidos y jadeos comenzaron a resonar en el vagón, atrayendo la atención de algunos pasajeros curiosos, que miraban discretamente o se acercaban, contagiados por la atmósfera cargada de deseo. Algunos comenzaron a jugar entre ellos, frotando sus entrepiernas aun cubiertas por sus pantalones.

El calor aumentó, los ánimos se avivaron. Miguel, incapaz de ocultar su excitación evidente en el bulto que sobresale de su pantalón—incluso su ropa comenzó a parecerle molesta. Ben lo notó y casi sin pensarlo, guio sus manos hacia aquella dureza, masajeándola con torpeza, compartiendo ambos gemidos ahogados.

Justo cuando el deseo estaba a punto de desbordarse, Miguel se separó con suavidad, dejando a Ben sin aliento. Sus miradas se encontraron; los rostros, aún enrojecidos por la pasión, parecían arder.

—Eres lindo… pero alguien más ya capto mi atención—susurró Miguel, acariciando los labios del guardia con ternura.

Antes de que Ben pudiera reaccionar, sintió unos brazos rodeándolo por la espada. Una voz suave le susurró al oído:

— ¿Qué te parece si olvidamos todo este teatro y nos divertimos?—propuso Cooper.

Ezekiel, que observaba con una sonrisa maliciosa, se acercó. Cooper atrapó los labios de Ben en un beso intenso, mientras Ezekiel, más atrevido, la desabrochaba los pantalones y los dejaba caer junto con la ropa interior. El miembro del rubio quedó expuesto, liberando gotas de presemen que resbalaron hasta el suelo, prueba de su creciente excitación.

Cooper interrumpió el beso justo cuando Ezekiel le sujetó la nuca con firmeza y lo guio hacia abajo, obligándolo a arrodillarse.

— Abre esa boca— ordeno Ezekiel.

El rubio se estremeció y abrió su boca sacando la lengua, ante tal imagen tan obscena Ezekiel bajo su cremallera dejando al aire su miembro completamente duro Copper sonrió y empujo la cabeza del guardia dentro de la verga del otro hombre. Ben lucho por separarse, pero Ezekiel no se lo permitió.

— Vamos, sé que puedes tragarla. Se nota que tienes experiencia en esto—se burló Cooper.

Ben relajo la garganta y comenzó a succionar con decisión, de arriba— abajo, atendiendo cada rincón, desde la punta hasta la base, incluso comenzó a masturbarse. Ezekiel gimió con placer, hundiendo de nuevo sus manos en la nuca del guardia para follarle la boca sin compasión.

— Mírame. Quiero que me mires mientras te tragas mi pene—ordenó entre jadeos.

El rubio obedeció. Alzó la vista, sus ojos brillando con lágrimas contenidas, el rostro enrojecido por el esfuerzo. Esa mirada encendió aún más el deseo en ambos hombres, que lo contemplaban con hambre.

El sonido húmedo de la succión se propagó por todo el vagón, llenándolo de un eco obsceno. Ninguno de los tres parecía dispuesto a detenerse. En el fondo, Ben lo deseaba: anhelaba que aquel hombre canoso terminara por descargar todo su semen caliente en su boca. No iba a huir; al contrario, se quedaría hasta el final.

De pronto, recuerdos de su juventud lo asaltaron. Las tardes en la secundaria, los primeros besos robados tras los entrenamientos, la emoción de un amor prohibido. Todo aquello se lo habían arrebatado el día en que sus padres lo descubrieron y lo obligaron a endurecerse, primero enviándolo al ejército y después arrastrándolo a la C.I.A.

Ezekiel jadeaba con fuerza. Su tamaño solía ser un problema para muchos, pero no para ese guardia que lo recibía como un experto. Cuando sus miradas volvieron a cruzarse, vio reflejada en esos ojos una lujuria pura, intensa, que lo hizo gemir con más fuerza.

—Qué lindo es…—pensaron ambos hombres.

Miguel, algo apartado, observaba en silencio, atrapado en sus propios recuerdos. En su mente apareció la imagen de aquel hombre de cabello castaño y mirada cansada. Recordó cómo, a pesar de su torpeza inicial, sus besos se habían vuelto intensos, adaptándose con rapidez a la pasión que compartían.

Su memoria evocaba cuerpos dominados por la lujuria, estremeciéndose con la más mínima caricia. Apenas lo había tocado y ya estaba completamente erecto; el pre-semen resbalaba tanto que sirvió como lubricante improvisado cuando intentó introducirle los dedos en aquel orificio estrecho. Era obvio que estaba apretado, intocado, esperando con ansias que alguien lo llenara por completo. La sola idea lo había excitado como pocas veces antes.

Sonriendo con una mezcla de melancolía y deseo, Miguel suspiró, dejándose arrastrar por esa sensación.

— Me pregunto que estará haciendo ahora…

El momento se rompió cuando Ezekiel, jadeando, apartó con brusquedad a Ben de su verga. El guardia detuvo su propia mano, respirando con dificultad, y lo miró con sorpresa.

—Todavía no…—susurro Ezekiel.

— Eres bueno chico—dijo Copper, relamiéndose los labios con perversión.

Ezekiel bajó la mirada y, en la camisa desalineada, pudo ver una pequeña barra metálica adherida a la prenda, donde leía un nombre: “Ben Reilly”.

—Hace unos momentos nos pediste nuestros nombres—dijo Ezekiel con una sonrisa traviesa—Te lo diré solo porque has sido un buen chico. Es un placer conocerte Ben. Yo soy Ezekiel, y mi amigo aquí es Copper.

Miguel giró la cabeza hacia los lados, divertido por la escena. No tardó en darse cuenta que el espectáculo había tenido más impacto del que esperaba: varios pasajeros, encendidos por la atmósfera, se acercaron al guardia. Lo levantaron del piso y lo sujetaron entre risas, acariciándolo con descaro, como si se trata de un trofeo compartido.

—Admito que fue divertido… pero en cuanto abran estar puertas me iré. Así que no sean demasiado rudos con él. —dijo Miguel con una sonrisa ladeada

— ¿Qué? ¿No te vas a quedar con nosotros? —protestó Copper.

— ¿En serio te irás cuando la verdadera diversión apenas comienza?—añadió Ezekiel.

—Lo siento—replicó Miguel, con un guiño cómplice—Me estoy guardando para alguien especial.

Ezekiel y Cooper intercambiaron una mirada intrigada. Fue Cooper quien primero ató cabos.

— ¿Se trata del tipo del otro día? —preguntó.

— ¿El de los ojos tristes? — completó Ezekiel.

—Ese mismo—confirmó Miguel, sin borrar la sonrisa.

—Bueno, debo admitir que tiene su encanto—reconoció Ezekiel, divertido.

En el fondo, Ben quiso replicar, pero las palabras murieron en su garganta. Solo pudo sentir cómo múltiples manos lo despojaban de su ropa, dejando expuesto su cuerpo.

—Tranquilo, chico… nosotros nos ocuparemos de ti— dijo Ezekiel, antes de besarlo apasionadamente.

—Sí, vamos a asegurarnos de que te diviertas mucho—añadió Copper, dejándose caer de rodillas, acariciando el bulto prominente en los pantalones de Ben y subiendo con besos húmedos por su abdomen.

El resto de pasajeros, con sonrisas encendidas, no parecían dispuestos a perder la oportunidad de desatar sus deseos sobre aquel hombre rubio de cuerpo atlético.

—Estimados pasajeros, la situación ha logrado ser controlada, las puertas se abrirán, bajen con cuidado y tengan excelente día—hablo la operadora con ánimo.

—De acuerdo, muchachos ese es mi señal—dijo Miguel al despedirse, dándoles una última mirada— No llamen mucho la atención, espero que ninguno se meta en problemas.

—No te preocupes, Miguel, tendremos cuidado—aseguró Ezekiel, pellizcando con suavidad los pezones del guardia.

—Haremos que se relaje por completo— añadió Cooper, lamiendo con lentitud la oreja de Ben.

Miguel salió del vagón sonriendo, aunque no tardó en sentir la incomodidad de su propia erección. Suspiró con resignación y se dirigió al baño más cercano, sabiendo que acabaría vaciándose en el desagüe…cuando lo único que deseaba era liberar su semen sobre los labios de aquel hombre que ocupa sus pensamientos.

—Han pasado un tiempo desde la última vez que lo vi… me pregunto si lo volveré a ver—susurró con un dejó de nostalgia—Quizá debería pasarme un día de estos por la estación Forest Hills, con algo de suerte, volveré a verlo.

Al otro lado de la Ciudad, en un laboratorio de ALCHEMAX, la fría luz blanca iluminaba los instrumentos de trabajo. Peter se apartó bruscamente del microscopio y estornudó con fuerza.

— ¿Se encuentra bien, señor Parker?— pregunto Gerald, acercándose con preocupación.

—Sí, estoy bien Gerald…estoy bien—respondió Peter, frotándose la nariz con cierta confusión—.Pero…tengo la sensación de que alguien está hablando de mí.

Notes:

Gracias por leer trataré de no tardar tanto la próxima vez.

Chapter 4: Incertidumbre

Summary:

Tiempo sin leerlos, este capítulo ha sido uno de los más complicados, les prometo que los siguientes capítulos ya habrá más interacciones entre Miguel y Peter, quise sentar las bases para ellos comiencen a verse más seguido y a su vez ambos desarrollen quimica, que no solo sea fisico.
No tienen idea de cuanto me costo escribir esto, de verdad ha sido el capitulo que ha tenido más correciones de las que alguna vez hice pero en fin prometo no tardar tanto.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Una vez más, la alarma sonó a las cinco de la mañana. Peter abrió los ojos y miró hacia un lado. La cama estaba vacía. Frunció el ceño: el espacio donde debería estar su esposa se sentía más frío que las sábanas mismas.

Incluso después de casarse, nunca le impuso reglas a Mary Jane.

—De seguro estuvo con sus amigas bebiendo toda la noche—murmuró para sí.

Bostezó, apartó las sábanas y se levantó con pesadez. Caminó hacia el baño, se desvistió y abrió la ducha. El agua caliente cayó sobre su cuerpo, recorriéndolo hasta erizarle la piel.

—Parece que hoy estás tranquilo— dijo mirando hacia abajo, a su pene que yacía flácido entre sus piernas—. Espero que no me causes problemas otra vez, es un lío andar por ahí con una erección sin motivo.

Dejó escapar una risa breve, casi hueca.

Terminó de ducharse, se secó con la toalla y abrió el armario. Escogió una camiseta blanca sin mangas, unos jeans azules y un par de tenis.

Ya vestido, bajó hacia la cocina. El menú no cambiaba: huevos cocidos, un poco de tocino, pan tostado y café. Preparó todo con la rutina de quien ha hecho lo mismo miles de veces, sin pensar demasiado.

Con la mesa puesta y el desayuno servido, tomó el control remoto y encendió el televisor. El sonido del electrodoméstico lleno toda la habitación, reproduciendo la melodía de las "noticias " mañaneras del presentador "favorito" de toda Nueva York, J. Jonah Jasón.

Peter siente un poco de disgusto al fijar su mirada en el presentador, su programa nunca ha sido de su agrado, pero hasta ahora es el único que hablaba sin rodeos sobre la creciente ola de delitos en el metro. Los demás preferían mirar hacia otro lado.

La música de fondo dejo de sonar. El público en vivo guardo silencio y las luces se centraron en el hombre del bigote.

— Buenos días, estimados neoyorquinos—saludó Jameson con su tono más cordial—Lamento informarles que, una vez más, nuestro departamento de seguridad ha demostrado ser incapaz de mantenernos a salvo.

El murmullo del público fue inmediato. Jameson levantó ambas manos pidiendo calma.

—Como escucharon, mis televidentes, ustedes mismos han sido testigos de su incompetencia. El personal entrevistado no sabe lo que hace, y en consecuencia, la venta de drogas, los robos y el acoso solo van en aumento. Nuestro equipo habló directamente con el Directo Ayala. Jackson, te paso la cámara—dijo Jonah.

La imagen cambió al rostro de un hombre de unos cuarenta años, cabello castaño perfectamente peinado, tez clara, ojos verdes y una sonrisa impecable que mostraba dientes tan blancos como perlas. Su traje negro resaltaba bajo la luz del estacionamiento.

—Buenos días, Nueva York, les habla su confiable reportero Jackson Wheeler—dijo con micrófono en mano—. En este momento nos encontramos a las fuera del Departamento de seguridad, precisamente en el estacionamiento, estamos esperando al Director Ayala, no debe de tardar en salir, ya que de acuerdo a nuestras fuentes, hoy ira a visitar a su hija y nieta.

La cámara enfoca la salida del edificio. Tal como mencionó el reportero, el director salió en dirección hacia su auto. La imagen se tambaleó mientras el camarógrafo cambia el enfoque al pavimento, ambos sujetos corren, en el estudio se escucharon sus jadeos y el golpeteo de los pasos.

— ¡Date prisa, Wirtham! ¡Si no lo alcanzamos, se nos va!— gritó el reportero.

— ¡Ya voy, ya voy Jackson!— se quejó el camarógrafo.

— ¡Director Ayala! ¡Director Ayala!—insistió Wheeler.

La cámara se detuvo, enfocando de lleno el rostro del director, quien al principio mostro sorpresa pero enseguida cambió su expresión a una mezcla de fastidio y cansancio.

—No grites muchacho—reprochó el director con ceño fruncido—. Estás a dos centímetros de mi cara, puedo escucharte perfectamente. Además, ¿Quién los dejó pasar? Esto es propiedad privada.

— Director, ¿qué tiene que decir sobre el aumento en la venta de drogas en el metro?— pregunta Wheeler, ignorando la advertencia.

Ayala lo miró con desprecio, pero contuvo el impulso de responder con furia. Una mala reacción sería un festín mediático.

—Averiguaré quien los dejo entrar—dijo con tono seco—.Pero ya que no se moverán hasta que responda… Bien, lo haré. Mis oficiales están haciendo todo lo posible para detenerlo. Ahora, si me disculpan, tengo otros asuntos que atender.

Intentó alejarse, pero los periodistas lo siguieron.

— ¿Y qué hay del aumento de robos, Director? —insistió Wheeler.

Héctor apretó los labios, ignorando la pregunta.

—Vamos Wirtham, apóyame en esto.

—Sí y ¿Qué hay… y que hay de los tocamientos? también han ido en aumento— agregó el camarógrafo nervioso.

—Hablo en serio, tengo asuntos más importantes que atender—respondió Héctor, molesto.

Finalmente, llego a su auto. Sacó las llaves del bolsillo de su pantalón, abrió la puerta, entró y encendió el motor.

Wheeler entro en pánico. No podía permitir que su oportunidad para un jugoso ascenso se le escapara. Sin más opción, tuvo que usar el as que tiene bajo la manga. Jonah le había advertido que hiciera lo necesario o lo despediría.

— ¿Qué tiene que decir respecto a que un elemento de su departamento fue encontrado en el último vagón? De acuerdo con nuestras fuentes, estaba drogado, semi-desnudo y cubierto de varios fluid…

Antes de que Wheeler terminara la pregunta. Héctor abrió la puerta de su auto y salió furioso. Lo miró con desprecio, y al ver esos afilados ojos, el reportero no pudo pronunciar palabra alguna. Wheeler tragó saliva; una parte de él gritaba que abrir la boca había sido un gran error.

— Eso es completamente falso— dijo Héctor

Nadie habló. Un silencio sepulcral se apoderó del lugar. El tono de voz de Héctor, carente de toda emoción, inquieto a ambos hombres.

— ¿Y bien? ¿Ninguno piensa decir algo? — Pregunto Héctor con voz calmada.

El reportero intentó hablar, pero la tensión en el ambiente es casi palpable. Ninguno de ellos tenía idea de que estaban jugando con fuego… hasta que fue demasiado tarde. El valor que sintieron al principio se desvaneció.

Héctor bajó la mirada, colocó sus manos en su cadera y movió su cabeza de un lado a otro. No era suficiente con las quejas ciudadanas por la inseguridad — un asunto que lo mantenía ocupado todo el día—, ahora también debía soportar esto. Lo único que quería después de un día agotador era ir a ver su hija y nieta. Aquello terminó con su paciencia.

—Ambos me cansaron— dijo Héctor. Empujo al reportero que cayó al piso— ¡Tú dame esa maldita cámara! —gritó, lanzándose sobre el camarógrafo.

— ¡No! La gente necesitaba saber la verdad—gritó Wheeler, tratando de levantarse ¡No dejes de grabar!

La cámara enfoco al Héctor. Está furioso; su rostro y postura lo reflejaban. Luego, pavimento fue lo único que se vio. Se escuchó la respiración agitada del camarógrafo junto con los grito de Wheeler llenaron el estudio, antes que la transmisión se cortara.

— ¿Lo ven? Tenía toda la razón—dijo el presentador con orgullo.

El estudio guardó silencio una vez más.

—Amados ciudadanos, lo mejor que pueden hacer ahora es mantenerse fuera del metro. Recomiendo otras opciones de transporte, como el autobús, un taxi o incluso desempolven sus viejas bicicletas, que quizá estén en sus polvorientas cocheras o aterradores áticos—en ese momento comenzó a sonar música de jazz y los reflectores se fijaron en un punto detrás del escenario—. Sin nada más que agregar… ¡DÉMOSLE LA BIENVENIDA A NUESTRO PATROCINADOR DEL DÍA DE HOY!

Varias mujeres rubias, de grandes sonrisa blancas y vestidas con ropa deportiva de un rosa intenso, entraron al estudio haciendo sonar los pequeños timbres de las bicicletas en las que van montadas.

Antes de continuar con el espectáculo, Peter tomó el control remoto y apagó la televisión. Ya había visto demasiado por el resto del día. Suspiró y, con las yemas de los dedos, froto sus ojos. Todo ese espectáculo comenzaba a parecerle molesto, pero prefirió no pensar más en ello y retomó su desayuno con calma.

El castaño terminó de comer, colocó su plato y vaso en el fregadero.

La puerta principal se abrió de golpe. Con pasos tambaleantes y el uniforme de mesera lleno de manchas, entró Mary Jane. Tiró las llaves al piso y lanzó los zapatos lejos.

— ¡YA…YA LLEGUE!— gritó la pelirroja

Peter al escuchar la voz de la mujer, salió de la cocina y camino en dirección de la escandalosa mujer.

— ¡Mary Jane, llegaste! Un poco temprano… son las seis de la mañana—dijo Peter, algo sorprendido.

— ¡A mí qué me importa qué hora sea! Sabes que los jueves o los viernes o hasta los sábados me quedo a beber con las chicas—respondió con molestia.

— Lo sé… ¿cómo te fue?

— ¡Qué te importa! —gritó furiosa—. No… no quiero nada. Estoy harta de ver tu cara y escuchar tu voz siempre…tan amable. ¿Quién te crees que eres?

Mary Jane entro a la casa, con el cuerpo pesado y pequeños tropiezos, pasó junto a Peter. Él quiso sujetarla para evitar que cayera, pero el hedor a alcohol y vómito llenó de golpe sus fosas nasales. Intentó ocultar su disgusto, aunque ella lo notó. Se detuvo y lo miró con desprecio.

—Quita…quita esa expresión de tu rostro. ¿Quién te crees?

— ¿De… que expresión hablas?

—De esa… me miras con asco—dijo con Mary Jane, con tristeza.

—No… no digas tonterías, es solo…

— ¡Me importa una mierda! Iré a dormir al sofá. Estoy demasiada ebria para subir las jodidas escaleras.

La pelirroja se dejó caer en el sofá como una piedra. Peter deseó quedarse con ella, pero no era la primera vez que llega así; incluso había ocasiones en que su estado era más deplorable. Siempre intentaba recordar cuándo había comenzado el deterioro de su esposa, pero nunca lo lograba. Decidió no preocuparse. Además, llegaría tarde a su trabajo.

— Ella va a estar bien— se dijo— Siempre lo está, además la ha visto llegar en peores condiciones.

Fijó la mirada en el reloj que colgado sobre la chimenea: marcaba las seis con quince. Debía irse, y hacerlo ahora mismo. Esta vez viajara en autobús. No confía en la palabra de Jonah Jameson, pero tenía razón respecto a la situación grave del metro, así que solo por si acaso…

— ¿Ya te vas a trabajar?—pregunto Mary Jane, somnolienta.

—Sí, ya es hora.

—Está bien… que te vaya bien y todo eso.

Era lo más amable que le ha dicho en meses, quizás años. Después de eso, ella ya no dijo nada, cayó rendida, preza del cansancio. Cerró sus ojos y se quedó dormida. Peter la miró una vez más, con tristeza suspiró y salió de casa, rumbo a la parada de autobús.

— ¿En qué momento las cosas se salieron de control?

No sucedió nada durante el camino, solo el tráfico pesado y gente conduciendo sus autos a toda marcha, inmersa en sus propios problemas. Al lado del autobús pasó el metro de nueva york; Peter alzó la vista y soltó una pequeña risa. Le causaba gracia recordar aquel encuentro. Ya había pasado un mes desde aquel día, y ese hombre de piel canela y él no habían vuelto a coincidir.

—Con todo lo que está pasando, me pregunto... ¿estará bien?— susurro Peter.

Aunque fuera extraño, se preocupó por el bienestar de su travieso amigo.

— ¿Quizá lo arrestaron? ¿O lo asaltaron?— pensó inquieto. Su mente se llenó de varios escenarios, cada uno peor que el anterior. Pero luego sacudió la cabeza y decidió concentrarse en sus propios asuntos— No es momento de pensar en eso; probablemente encontró a alguien más con quien divertirse.

Mientras tanto, en algún café de Broadway, un par de amigos se reunieron para beber un poco de café, comer algunos postres y charlar. Debería ser una reunión amistosa, pero solo uno de ellos parecía realmente presente; el otro miraba hacia la calle con expresión melancólica, dejando que su café se enfriara y su pay permaneciera intacto.

—Miguel, ¿de verdad vas a pasarte toda la reunión mirando hacia la calle?—preguntó Jess.

Miguel giró la cabeza para verla, pero no respondió. Volvió a fijar la vista en el exterior.

—Ahg, tienes que estar bromeando… ¿aún sigues pensando en aquel hombre del metro?
—Un poco—respondió Miguel en voz baja.

—Miguel, solo se vieron una vez. ¿Por qué no vas al vagón y haces lo mismo con el primer tipo que veas?

—No lo entiendes… no sería lo mismo. Con el tuve… tuve química—dijo Miguel.

Jess, sosteniendo su tasa de té, lo miro con disgusto, gesto que solo indignó al moreno.

—No puedes hablar en serio—replicó Jess.

—Hablo en serio. Mis manos encajaban perfectamente en su cadera, y al principio se resistió, pero después se dejó llevar… Es bueno besando.

—Estoy segura de que hay más tipos así en el metro. Nunca has tenido problemas para conseguir a alguien con quien divertirte.

—Sí, pero aunque quisiera ir a distraerme un poco al metro, la seguridad se ha duplicado—dijo Miguel, molesto.

—Cierto, después de que encontraron a un oficial cubierto de semen, reforzaron todo—agregó Jess.

—Si… espera… ¿cómo sabes eso?

—Una amiga trabaja ahí. Me contó lo sucedido. Al pobre tipo lo despidieron; no dejaba de gritar. El director Ayala movió cielo y tierra para evitar que la noticia saliera a los medios, pero parece que no hizo lo suficiente¬—dijo Jess, tomando un trago de té.

Miguel se tensó y bajó la mirada. Sintió una punzada de culpa. Sabía que Ben se había quedado a divertirse con el resto de los pasajeros, pero nunca imaginó que lo descubrirían… y mucho menos que lo despidieran.

Jess notó la incomodidad.

—Y estoy segura de que alguien de aquí no sabe nada al respecto, ¿verdad?— pregunto Jess, con sarcasmo.

—No sé de qué hablas—respondió Miguel—. Además, ya sabes cómo están las cosas. Todo está fuera de control.

—Claro… si tú lo dices.

Jess bebió con tranquilidad su te, sin apartar la mirada de él. Miguel conocía bien esa mirada: solía usarla para intimidar a quienes le mentían.

—Así que quieres jugar…—pensó Miguel.

La cafetería continuaba con normalidad. Los trabajadores están recibiendo los pedidos, preparaban las órdenes, mientras que el resto de clientes están sentados, conversando y riendo. Pero ellos dos permanecían en silencio, midiendo cada movimiento. Sus miradas se cruzaron con fuerza. Miguel intentó mantener el control, pero Jess es terca; sabía que el moreno no tardaría en ceder, así que intensificó su mirada.

Miguel se estremeció. Conocía bien esos ojos; eran comparables a una arma apuntándole directo a la cabeza, o a un par de cuchillos listos para cortar a la menor provocación. Se movió incómodo en su asiento; quiso hablar, pero las palabras no salían. Jess y él habían sido amigos durante años, y sabía de lo que ella era capaz.

—Miguel, me conoces. Tarde o temprano me voy a enterar. Y sabes que lo mejor es que me lo cuentes. Lo digo porque me preocupa tu bienestar —dijo Jess, fingiendo calma mientras dejaba la taza de té con delicadeza sobre la mesa.

El moreno tragó saliva y soltó un gran suspiro. Ni si quiera se había dado cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Víctima de la presión, cedió.

—De acuerdo, tú ganas… me descubriste. El oficial quiso arrestar a unos amigos míos y no lo permití. Deje que las personas del vagón se divirtieran con él. No pensé que lo fueran a descubrir.

Jess se quedó en silencio unos segundos. La sorpresa inicial fue remplaza por una profunda molestia.

—Ahg Miguel… no puedo creer que dejaras que eso ocurriera—dijo, molesta.

—No tenía idea que eso…

—Con todo lo que haces, me sorprende que no te hayan arrestado—interrumpió Jess.

—No te molestes conmigo. Desde que Jonah abrió la boca, todo esto se ha salido de control—se quejó Miguel.

—Ahora que lo mencionas... parece que a nadie en esta ciudad le resulta extraño que Jonah esté haciendo todo este espectáculo —comentó Jess.

— ¿No es obvio? Quiere ganar más televidentes.

—Sí, pero ¿porque?

—Tener más televidentes, hará que el rating suba; eso atrae patrocinadores y significa más dinero—explicó Miguel.

—Reitero Miguel: ¿por qué? ¿Vale la pena mandar al demonio la ciudad solo por uno dólares?

—Bueno, recuerdo que la última vez que Jonah y yo nos vimos, me contó que su esposa lo había dejado sin nada tras el divorcio. Tuvo que vender su estudio a Kingping. Odia su forma de trabajar, así que supongo que está haciendo todo esto para poder comprar de nuevo su estudio y no estar bajo las órdenes de ese grandulón—expresó Miguel.

— ¿Y porque Jonah te contaba sobre su vida?—preguntó Jess.

—Pues siempre ha tenido una boca grande con una lengua muy suelta— respondió Miguel mientras mordía un pedazo de pay.

—Pensé que, después que su mujer los descubriera a ambos, ya no se veían—dijo Jess.

—Fue una cogida de despedida. Siempre me gusto que su bigote me hiciera cosquillas cada vez que me la…

—Te he dicho que odio cuando hablas explícitamente sobre tus encuentros— interrumpió Jess con disgusto.

—Es una pena que empezara enamorarse de mí. Era divertido—dijo Miguel, encogiéndose de hombros.

—Entonces… ¿está sumiendo a Nueva York en llamas solo para recuperar su canal?

—Eso parece.

—Que fastidio.
—Lo es.

Después de aquella conversación, ambos se miraron por unos segundos; al parecer, no hay nada que agregar, así que guardaron silencio. Miguel aprovecho esta pequeña pausa, para beber su café que, a pesar de estar frio, no le molestó.

—Por cierto, más te vale no ir al metro por un tiempo— amenazó Jess.

Miguel bajo su tasa de café con desconcierto.

— ¿Por qué haría eso?—preguntó el moreno.

— Por todo lo que está ocurriendo.

—Sí, pero no me pasará nada— dijo Miguel despreocupado

—No me importa, más te vale no meterte en problemas, a menos que quieras que verme enojada—dijo Jess, irritada.

—Lo que digas, mamá—replico Miguel, indignado—. Además, el metro no es el único lugar donde puedo divertirme; también están los últimos autobuses que pasan por la noche.

Jess lo miró con cansancio, ignoró su comentario y bebió el resto de su té con calma. Miguel siguió su ejemplo y ambos comieron en silencio.

Mientras tanto, Peter llegó a su trabajo. Saludó a Eddie, entró a su oficina y sus compañeros, Gwen, Antón, Cassandra y Kaine, le dieron la bienvenida. El castaño les devolvió sus mejoras sonrisas, aunque en realidad no le agrada convivir con las personas. Sin embargo, debía hacerlo: el trabajo en equipo, aunque le cueste admitirlo, facilita las cosas.

Una de las condiciones que le puso a Tyler cuando aceptó a cambiar la misión de ALCHEMAX fue que trabajaría solo. No es nada personal; simplemente le gusta tener su espacio. La soledad le permite desempeñar su trabajo a su propio ritmo.

Peter entró a su oficina, encontró todo el lugar limpio y en orden. Este tipo de detalles se deben al compromiso de Gerald. Aunque le sorprendía su dedicación, también le molesta un poco que hiciera más de lo debido; se supone que solo deben cumplir con sus propias tareas y además, no le pagan por limpiar.

—Señor Parker, ya he preparado la agenda para desarrollar con precisión todas nuestras actividades—anunció Gerald.

—Si…gracias, Gerald. Pero ya hemos hablado sobre esto: no es necesario que llegues tan temprano. El conserje Marc Webb se encarga de la limpieza—dijo Peter.

—Lo sé, señor pero…

—Gerald, te lo agradezco mucho pero no es necesario. La próxima vez llega a la siete esa es nuestra hora de entrada—ordenó Peter.

Gerald asintió en silencio.

Al principio, Peter tuvo sus dudas, pero con el paso de los días notó cómo Gerald completaba sus tareas con precisión. Siempre se aseguraba de ser amable con los pacientes; si llegaban con niños, se quedaba a jugar con ellos. Es afable con el resto de compañeros, aunque habla solo lo necesario. Al parecer, la disciplina de su vida militar sigue intacta.

—Bien, Gerald. Hoy trabajaremos hasta las dos de la tarde.

— ¿A las dos? Pero, señor Parker, nuestro descanso es a las tres.

—No pasa nada, Gerald. Podemos usar esa hora para descansar los ojos y estirar un poco el cuerpo. Estar encorvado todo el día es malo para la salud—dijo Peter.

Gerald asintió, aunque dudaba. Después de todo, Peter es su superior y debe seguir su orden, pero el Director Stone está por encima de él, esto va en contra de las reglas, ¿a quién debe escuchar?

—Gerald en verdad no tienes que preocuparte. No quiero presumir, pero soy el mejor científico que tiene Tyler. Nos conocemos desde hace años; él sabe que suelo adelantar mi descanso—dijo Peter en un intento de tranquilizar a Gerald.

—Perdone mi actitud, señor Parker. Es solo que…descansar en tiempo de labores no es mi estilo. Además, en estos días no adelantó su descanso—dijo Gerald, nervioso.

—Bueno, tenía la cabeza en otros lados—se justificó el castaño—. Pero dejando de lado ese tema… ¿recuerdas que te pedí que estudiaras? ¿Lo has hecho?

—Sí, señor Parker.

—Espero que así sea, porque hoy realizaremos amniocentesis. ¿Recuerdas qué es una amniocentesis, Gerald?

—Si señor Parker. Es un procedimiento que consiste en extraer una muestra del líquido amniótico que rodea al feto para analizarlo. Se realiza a partir de la semana quince de embarazo y es utilizado para detectar alteraciones antes del nacimiento—respondió Gerald.

—Bien hecho, has seguido mi consejo de estudiar después del trabajo.

—Agradezco sus consejos, señor Parker.

Las horas transcurrieron con normalidad. Peter, aun sabiendo lo que debía hacer, no pudo evitar divagar. Luchó por mantener su atención en el trabajo y explicarle a Gerald cada detalle, aunque en más de una ocasión tardó en responder sus preguntas. Con frecuencia, su mirada se perdía hacia la ventana del laboratorio mientras su mente se llenaba de pensamientos sobre el bienestar del hombre que alimentaba sus fantasías pasajeras. Aquella actitud no pasó desapercibida para Gerald.

—Señor Parker, son las dos de la tarde. Es hora de nuestro descanso—informó Gerald.

—Claro, claro… gracias, Gerald—respondió Peter, saliendo de sus pensamientos—Vamos a comer algo.

Ambos hombres salieron del laboratorio en dirección a la cafetería, la cual aún estaba vacía; después de todo, la mayoría descansaba a las tres.

Peter continuó inmerso en sus pensamientos, moviéndose casi por inercia. Apenas tocó su comida y mantuvo la mirada perdida en algún punto indefinido.

—Señor Parker, ¿sucede algo malo? —preguntó Gerald, preocupado.

—No es nada… solo estoy pensando.

—Señor Parker, sé que apenas nos conocemos, pero sabe que puede contar conmigo. La unión es importante en un equipo.

Peter se sobresaltó al escuchar tales palabras. Lo miro y sus miradas se cruzaron; Gerald no bromeaba. Irradiaba un aura de calma y confianza, tanto que el castaño dudó por un instante si debía abrirse con él.

— ¿Debería decirle? Gerald no parece el tipo de persona que juzgaría… al contrario, ha demostrado ser confiable—pensó Peter.

—Aunque, si no se siente cómodo, lamento la intromisión—dijo Gerald, desviando la mirada hacia su bandeja.

Peter soltó una ligera risa.

—Gracias, Gerald, pero en verdad, no es nada.

— Señor Parker, estoy más que dispuesto en apoyarlo. Después de todo, usted ha hecho lo mismo por mí.

—Gerald, exageras. No he hecho nada por ti, solo cumplo con mi trabajo.

—Seré honesto, señor Parker—dijo el exmilitar—. En las fuerzas armadas, pocos hombres son amables contigo, en especial si eres nuevo. Usted ha hecho más que su trabajo, y por eso estoy agradecido.

La sinceridad en sus palabras conmovió a Peter. Hacía mucho tiempo que alguien no le hablaba con tanta honestidad.

—No hay problema, Gerald. Estoy aquí para ayudarte—respondió Peter con una sonrisa.

Gerald realmente deseaba serle de ayuda. Aunque no entendía qué le sucedía a su superior, intuía que el castaño arrastraba algún problema. Siempre lo veía llegar al trabajo con la mirada apagada. “Ningún hombre se queda atrás”, era un principio que el exmilitar seguía con devoción.

Durante años había visto cómo sus compañeros se sumergían en una profunda tristeza; el campo de batalla destrozaba sus voluntades, y al volver a casa, las cosas no mejoraban. Muchos terminaron perdiendo la vida. Gerald no estaba dispuesto a abandonar a otro camarada, pero al ver sonreír a Peter sus inquietudes se calmaron… al menos por ahora.

Continuaron su comida en silencio, pero no fue incómodo. Al contrario, las palabras de Gerald reconfortaron a Peter, una parte de él deseaba poder contarle sus problemas.

Devuelta en el laboratorio, ambos retomaron sus actividades. Sin embargo, las dudas volvieron a invadir la mente del castaño. No era normal preocuparse tanto por un desconocido que apenas lo había manoseado en el transporte público… y aun así, quería verlo. Quizá solo para saber si estaba bien. O, tal vez, porque deseaba ser sostenido de nuevo por esos brazos fuertes, o besado por esos labios y su hábil lengua.

Ante tales pensamientos, el rostro de Peter se tiño de rojo. Estaba otra vez fantaseando en el trabajo, y tener una erección frente a Gerald no era precisamente conveniente. Luchó por pensar en otra cosa, y lo consiguió… aunque el recuerdo que vino a su mente fue el de su esposa, ebria, tirada en el sofá. Lo más probable es que al llegar a casa encontrara más botellas vacías y algo de vómito en el suelo.

Pensar en MJ logró calmarlo, haciendo que la sangre dejara de fluir a su rostro… y a otras partes. Pero ese mismo pensamiento lo deprimió una vez más. Gerald notó su cambio de ánimo y trató de animarlo discretamente.

La noche cayó, y era hora de irse a casa. Peter, con la ayuda de Gerald, terminó los exámenes, archivó los informes y desinfectó el equipo.

—Señor Parker, lo veo mañana. Descanse— se despidió Gerald.

El castaño respondió con una sonrisa.

—Sí que el nuevo tiene mucha energía —comentó Eddie.

—Me agrada su entusiasmo; se parece a mí cuando recién llegue —respondió Peter

—Nos vemos mañana, Parker.

—Hasta Mañana, Eddie.

Peter salió directo a la parada de autobús. Sería un viaje largo, pero no le importaba. A pesar de sentirse aún un poco deprimido, las palabras de Gerald lo animaron, quizás tener un compañero de laboratorio no sea tan malo.

Al subir al autobús, notó la poca cantidad de pasajeros. Un pensamiento fugaz cruzó por su mente.

— ¿Me pregunto si sería posible hacer aquí lo mismo que en los vagones…?—pensó, esbozando una sonrisa irónica.

Al llegar a casa, encontró las luces apagadas. En la puerta había una pequeña nota pegada: “SALI, NO ME ESPERES“. Es la letra de Mary Jane, el castaño suspiro con alivió; esta vez no tendría que pasar la noche cuidándola. Podría dormir tranquilo.

Se dirigió al baño de su dormitorio, se desvistió y quedó completamente desnudo dentro de la ducha. Dejó que el agua caliente lo cubriera, arrastrando consigo sus preocupaciones. Entrecerró los ojos, fijando la vista en su pene.

—Quizás una sesión rápida… no me haga daño—murmuró.

Sin apuro, Peter comenzó a masajearse bajo el agua, lubricando su glande. Aquello le arranco un par de gemidos, pero no es suficiente; necesitaba más. Soltó su miembro e introdujo sus dedos en su boca humedeciéndolos con esmero. Cuando estuvieron lo bastante mojados, los guio directo hacia su culo.

Su ano no tardó en ceder, y los quejidos que al principio eran suaves se transformaron gimoteos. Peter se abandonó al placer que sus dedos le brindaban. No eran tan gruesos ni tan largos como los imaginaba, pero bastaban para saciar su hambre.

De adentro hacia fuera, los movía con ritmo: primero dos, luego tres… incluso cuatro. En ese punto, es un completo desastre, perdido en la fantasía de sentir aquellas palmas morenas repletas de callos que recorrieran su piel.

No le importaba si es de noche o si los vecinos podían escucharlo. Lo único que desea es aumentar su placer, y así lo hizo: logró encontrar su próstata. Aquel punto dulce, el cual lo hizo casi gritar. Mantuvo los dedos dentro de sí, sintiendo cómo su cuerpo temblaba; su pene, aún más duro, palpitaba con fuerza mientras el agua se mezclaba con sus propios fluidos.

El baño se llenó de vapor, calentando la habitación, aunque nada comparado con el fuego que ardía dentro de él. Con sus últimas fuerzas que le quedan, profundizó una vez más hasta que, sin poder contenerse, se vino. Chorros de semen cayeron sobre su pecho y se deslizaron hasta perderse entre la espuma.

Aún con la respiración agitada, trató de calmar sus sentidos. No fue hasta que un repentino toque en la puerta lo hizo sobresaltarse, interrumpiendo su paz post-orgásmica.

— ¡Maldición, Peter! Más te vale no acabarte toda el agua caliente — se quejó Mary Jane al otro lado, con voz molesta.

Al oírla, el castaño se apresuró a enjuagarse, tomó una toalla y se la envolvió en la cintura. Salió del baño con el rostro enrojecido y el vapor siguiéndolo.

— ¡Mary! ¿Qué haces aquí? Pensé que estarías… por ahí—dijo nervioso.

—Nada que te importe—respondió ella con desdén.

Peter no replicó, pero notó múltiples manchas blanquecinas en el uniforme de camarera. Al parecer, tuvo un problema con un cliente. Con fastidio, la mujer comenzó a despojarse de su ropa, tirándola al suelo con enfado.

— ¿Por qué estabas gritando? —preguntó de repente.

— ¿Gritando? Yo no grite…—balbuceó Peter.

— ¿Crees que soy una idiota? Te escuché detrás de la puerta. No me digas que te estabas masturbando—lo acusó, con asco.

Peter sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La expresión de ella de puro de desagrado. La paz que había logrado hace unos segundos se desvaneció.

—No… solo me cayó jabón en los ojos, es todo—atinó a decir.

—Como digas—replicó, girándose.

Ya desnuda se detuvo en el marco de la puerta y con molestia grito:

— ¡Diablos¡ Parece un sauna. ¡Más te vale que todavía haya agua caliente!

Cerró la puerta de golpe. Peter observó la ropa de su esposa esparcida por el suelo. Un mes atrás habría hecho todo lo posible por entrar con ella a la ducha, tal vez desnudarla con ternura, pero ya no.

Ahora sus deseos pertenecían a alguien más.

Se vistió con calma y se encerró en su estudio, dejando que el silencio lo envolviera.

—Con todo lo que está pasando… me pregunto si el estará bien.

Las estrellas adornaban el cielo de Central Park. El viento sopla con gentileza, mientras dos amigos caminaban con tranquilidad. Bueno…solo uno de ellos lo hacía; el otro seguía atrapado en su tristeza.

—No puedo creer que hayas pasado todo el día con esa cara—reclamó Jess, molesta.

—Lo siento.¬..

—No entiendo por qué tanto drama por ese hombre.

—Digamos que me pasó algo parecido, cuando conociste a Gerald por primera vez.

Jess se sonrojó.

— ¿Todavía recuerdas eso? —preguntó, avergonzada.

—Claro. También recuerdo que quedaron de verse y lo hicieron detrás del cuartel—dijo Miguel con un toque de picardía.

—No entiendo por qué siempre te cuento todo —se quejó Jess.

—Porque soy tu mejor amigo—respondió Miguel, riendo.

—Creo que lo mejor que puedes hacer es pedirle su número. Así no tendrás que esperar para volverlo a verlo —sugirió Jess.

—Eso haré. Y con todo lo que está pasando… me preguntó si el estará bien—dijo Miguel, con preocupación.

Jess lo miró y pudo ver la angustia reflejada en su rostro.

—Espero que sí—dijo ella, suavemente.

Notes:

Alguna vez han estado en una situación similar a la de Peter, estar con alguien complicado y saber en el fondo que te hace daño, pero aun así te quedas?
Por los recuerdos o con la esperanza que las cosas puedan ser como antes. Un agredecimiento para banda IN THIS MOMENT y su canción Whore me ayuda bastante a mantenerme cuerdo.

Chapter 5: Reencuentro fortuito

Summary:

Ha pasado tiempo... pero en mi defensa puedo decirles que estuve arreglando los anteriores capítulos. Mejore la narración y agregue escenas por si gustan darle una leída.

Chapter Text

Peter despertó. Con los nudillos se talló sus ojos y, aún adormilado, miró hacia un lado. Para su sorpresa, Mary Jane dormía junto a él. Ver a su esposa descansando tan tranquila, le pareció extraño, incluso llegó a incomodarlo.

Salió de la cama y caminó en cuclillas para no hacer ningún ruido y no interrumpir el sueño de la mujer. En silencio se dirigió al baño para ducharse. Al terminar, salió con una toalla en la cintura, se vistió con lo de siempre: un par de zapatillas deportivas, una camiseta sin mangas y vaqueros.

Bajó a la cocina. Esta vez no quiso preparar su típico desayuno; al contrario, solo de pensarlo sintió un retortijón en el estomagó. Encendió la cafetera y con pesadez miró el televisor. Su curiosidad le pedía que lo encendiera, pero al oír cómo el café cae en la taza, decidió no hacerlo.

Se sentó con desgana y pensó en su esposa, que aún seguía dormida, por alguna razón eso no lo animo, fue justo lo contrario, le parecía extraño como si hubiese despertado con una desconocida, estos últimos días han sido difíciles para él.

Nunca en su vida se había sentido tan deseado por alguien más, ni había deseado a alguien con tanto fervor. Sentado en silencio, reflexionó con detalle sobre lo que había hecho. Por primera vez, un sentimiento de culpa lo golpeó: le había sido infiel a su esposa. Ese pensamiento se le incrustó en la cabeza.

El castaño suspiró y bebió con pesadez su café.

Su momento de reflexión fue interrumpido por el sonido de pasos pesados en el techo de la cocina. Mary Jane había despertado. Bajó las escaleras con cansancio, vestida con una bata para dormir de color rosa, demasiado estridente para la vista. Entró a la cocina, observó alrededor con una mirada molesta, y frunció aún el ceño al ver a su esposo sentado.

—Pensé que el desayuno ya estaría listo—dijo Mary Jane, disgustada.

Peter no respondió. No tuvo ánimos para excusarse. Continuó bebiendo su café en silencio, aunque su taza ya está vacía.
La pelirroja soltó un bufido y, a regañadientes sacó un sartén para cocinar algo.

Siempre ha odiado cocinar.

El castaño, miró en silencio a su esposa, se levantó de la mesa, colocó sus brazos en su cintura y escondió el rostro en su cuello. Hacía mucho que no la abrazaba.

Aunque no quisiera admitirlo, el remordimiento lo ha alcanzado. Comprendió lo que había hecho en aquel vagón. A aquella mujer a la que tiempo atrás, juro serle leal, estar en las buenas y las malas. Se sintió como la peor persona del mundo por haberla traicionado de esa manera, solo por seguir sus más bajos instintos. Lo peor de todo es que fue con un hombre.

—Mary Jane…—susurró Peter.

— ¿Qué quieres?

Peter quiso decir algo, pero se contuvo. En lugar de hablar, apartó con suavidad el cabello de la mujer y besó con ternura su cuello.

—No hagas eso, es molesto— dijo Mary Jane, claramente fastidiada.

—Lo siento…

—Estás actuando raro. ¿Qué rayos te pasa?

—No… no, es nada.

—Si no fuera nada, el desayuno ya estaría listo. Sabes que odio cocinar—dijo la pelirroja. Con el desayuno terminado, retiró el sartén de la estufa y lo dejó con brusquedad sobre la mesa.

— ¿Qué cocinas?

—Lo único que hay dentro de la despensa: huevos y tocino.

Mary Jane sacó un plato y una taza del estante, se sirvió lo que había preparado y un poco del café que aún quedaba en la cafetera.

Peter se sentó en silenció a su lado. La observó con atención. La culpa lo sacudió una vez más. Tenía que decirle lo que había hecho. Después de todo, aquella mujer es su esposa. Lo que hizo no tiene perdón.

Ella ignoró por completo su mirada del castaño. Comió en silenció, con gesto tenso. Detestaba que Peter la mirara así, con esos ojos de perro a medio morir.

Desvió su vista con rapidez. Su cabello largo le cubrió gran parte del rostro, como suele pasar a menudo: en el trabajo, al despertar… siempre se enreda, sin importar cuántos cuidados le dé. Sus amigas halagan su melena rojiza, aunque más de una ya le han sugerido cortarla. Pero ella se niega. Le encanta que sus amantes le jalaran el pelo al penetrarla.

—Estúpido cabello, no me deja comer—murmuró irritada. Sacó una liga del bolsillo de su bata y se recogió el pelo, dejando al descubierto su rostro… y su cuello.

Peter siempre pensó que Mary Jane es una mujer muy atractiva, incluso ahora, a pesar de que se ha descuidado. En la secundaria solía quedarse embobado mirando su piel blanca, tersa al tacto, su cabello como llamas, y ese cuello elegante como el de un cisne.

Pero al observarla con atención, notó algo: varias sigilaciones que manchaban su piel. Peter sabe lo que significan, alguien más se los había hecho.

— ¿Qué tienes en el cuello, M.J.?

Ella lo fulminó con la mirada, sin responder. Se acomodó la bata para intentar cubrirse y bebió un largo sorbo de café.

—Mary Jane, ¿qué tienes en el...?

—No es asunto tuyo, además ya deberías irte.

Las palabras lo atravesaron como una lanza. Se quedó inmóvil unos segundos, luego se puso de pie, aún en silencio. Tomó sus llaves. Caminó hacia la puerta, antes de salir, contempló en silenció la casa y escucho que su esposa continua desayunando con fría indiferencia.

— ¿También me fuiste infiel? —murmuró para sí.

Cerró la puerta con tristeza.

—Al fin se fue —musitó Mary Jane con desdén.

Molesta, llevó su plato y taza al fregadero. Suspiró. Al instante, se sintió más ligera. Con pequeños brincos fue hasta la sala, se lanzó al sofá, tomó el teléfono que esta al junto a él. Con dedos ágiles marcó un número conocido. Esperó. Al tercer tono, una voz masculina respondió.

— Querida Mary, me alegra que me llames. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Jonah Jameson Junior, no juegues conmigo. Ya sabes lo que quiero— respondió la mujer con sensualidad.

—Solo bromeaba contigo, querida —rio Jonah—Dame unos minutos y estaré ahí contigo. Espero que estés usando la ropa interior que te compré.

—La tengo puesta—respondió Mary, mordiéndose con picardía el labio inferior—. Estoy ansiosa por verte.

—Nena, ¿acaso quieres que mi secretaria note mi erección? —respondió Jonah Jr., divertido ante el juego.

Él no está mintiendo. Apenas cruzaron un par de palabras y el pene de Junior ya está duro. Su pronunciado miembro logra marcarse en los pantalones de vestir negros. Imaginar a esa pelirroja debajo de él, tan solo pensar en sus labios color carmín lamiendo sus bolas y succionando su falo… diablos, tendrá que dejar el trabajo de nuevo. Todo sea por tener a esa mujer cabalgando su verga.

—No me importaría si la trajeras— contestó Mary Jane.

Eso fue el último incentivo que Junior necesitaba para dejar botado su trabajo. Es probable que su padre se moleste al no encontrarlo en la oficina, pero poco le importó.

—Dalo por hecho.

Junior colgó el teléfono, acomodó su pene dentro del pantalón para que la erección no fuese tan obvia, salió de su oficina y, con entusiasmo fue a hablar con su secretaria.

—Debra, deja lo que estás haciendo. Necesito que me acompañes a una cita.

La joven secretaria, curiosa, miró a su jefe. Él le devolvió el gesto con lujuria, y sus ojos se cruzaron en un intercambio cargado de intención. Con un gesto breve, señaló su entrepierna. Ella entendió la señal de inmediato; no le eran ajenas las perversiones de su jefe. Al contrario, con una sonrisa cómplice, sin dudar abandonó su trabajo.

Ambos salieron apresurados hacia el estacionamiento. Al llegar, Junior encendió el vehículo con rapidez y tomó rumbo al barrio de Queens.

—Soy un bastardo con suerte —murmuró Junior con una sonrisa soberbia.

Arriba del autobús, rumbo a su trabajo, Peter se sentó en el último de los asientos. Lo ha hecho así desde la secundaria; gracias a eso evitó que la mayoría de las veces Flash y su grupo de bravucones lo molestaran. Siendo adulto, es un hábito que todavía conserva.

Con la cabeza agachada y la mirada en el piso, se hundió en sus pensamientos.

Sabe que desde que hace algún tiempo su matrimonio se ha complicado. Pensó que todo mejoraría con el tiempo. Después de todo, vendió aquel departamento que estaba a tan solo a una vuelta de su trabajo y compró aquella casa en Queens. Su amada esposa le pidió que se alejaran del ruidoso centro de la ciudad, ya que le gustaría estar en un lugar tranquilo, donde pudieran cuidar a sus futuros hijos. Siempre la llevó a todos lados para que pudiera comprar lo que quisiera o a cientos de restaurantes, ya que ella siempre odio cocinar, aunque los primeros años no siempre fue así.

— ¿Qué hice mal?

Arrepentido y triste, cerró sus ojos y recostó la cabeza en la ventana del autobús. No deseaba ser presa de sus inquietudes. Dormir durante el trayecto lo tranquilizaría, aunque fuera un poco.

A su vez, le sirvió de consuelo que el autobús estuviera medio vació. Aun con todo el desastre que está pasando, los ciudadanos prefieren seguir viajando en el metro o en taxi.

Mientras tanto, en el departamento de seguridad, específicamente en la oficina del Director Héctor, el hombre, sentado en su escritorio, observaba con detenimiento sus múltiples planes. Estos servirían para frenar al agitador de J. Jonah Jameson y, de paso, calmar a los ciudadanos, haciendo su trabajo más fácil.

—Alguien debe poner orden a todo este desastre. —dijo Héctor para sí mismo.

Unos golpes sonaron en la puerta de la oficina.

—Pasa— ordenó Héctor.

La puerta se abrió y Margot entró. Nerviosa, tomó asiento.

—Con permiso señor—dijo Margot.

—Margot, ¿sabes por qué te pedí que vinieras a mi oficina?

—Yo…yo no lo sé, Director.

—Necesito tu apoyo respecto a algunos planes que quiero hacer.

—Sea lo que sea, estoy para ayudarle.

—Te lo agradezco, en especial porque ambos somos los encargados de mantener la seguridad en esta ciudad, pero no hemos podido hacer nuestro trabajo. Por ese…—Héctor se mordió los labios con frustración y soltó un gran suspiro para poder calmarse—Por ese intento de reportero, Jonah Jameson, hemos fracasado.

—Incluso tuvimos que despedir a uno de nuestro departamento— completó Margot.

—Eso es lo peor de todo. Quisiera no haber despedido a Ben, pero no tuve opción…

—Señor, entonces ¿qué es lo que tiene en mente?

—Son varias propuestas que presentaré ante el consejo.

— ¿Señor, no cree que asistir ante al consejo es demasiado?

—Quizás lo sea y estaríamos admitiendo nuestra incapacidad, pero si continuamos así, será peor… no para nosotros, sino para la gente.

—De acuerdo, señor. Sea lo que tenga planeado, estoy para apoyarlo.

—Me alegra escuchar eso. Será mejor que te ponga al corriente, ya que estas propuestas son buenas, pero necesito la opinión de mi subdirectora.

El descanso de Peter fue interrumpido por un par de voces que lograron despertarlo apenas. Somnoliento, sin abrir los ojos, divisó a dos sujetos sentados frente de él. Estaban tan cerca que sus voces se mezclaban con el traqueteo del autobús.

—Ugh, Ezekiel, sabes que odio tener que usar el autobús.

—Lo sé, Cooper. Llevas quejándote desde que subimos

— Desde que ese tonto de Jonah hizo su reportaje ya no podemos divertirnos dentro del metro.

—En especial por aquella vez que nos divertimos con aquel guardia y sus compañeros nos descubrieron.

—De no ser por el grandulón de O’Hara nos hubieran llevado.

—Sí y es una pena que no podamos ya sabes…—dijo Cooper.

—Ojala pronto la situación se calme.

—Si…pero he oído un rumor.

— ¿Qué clase de rumor? —pregunto Ezekiel.

—Dicen que si tomas el último autobús de la noche…puedes encontrar hombres que están dispuestos a compartir algo más que el viaje.

Cooper sonrió, esa clase de sonrisa con doble filo, y su mano jugueteó cerca del muslo de Ezekiel. Este le lanzó una mirada de advertencia, aunque había una chispa divertida en sus ojos.

—Entiendo la indirecta pero no estoy dispuesto a que otro intento de policía nos descubra, ese día tuvimos mucha suerte—respondió Ezekiel, tomando la mano del chico y haciéndola a un lado.

—Prometo ser más discreto—susurró Cooper, con voz suave, casi un ruego y ojos suplicantes.

— ¿No puedes esperar hasta que lleguemos a mi departamento?

—Un pequeño refrigerio nunca ha hecho daño.

Ezekiel suspiró, medio resignado, medio integrado. Cooper se inclinó hacia él con intenciones claras, pero justo entonces se detuvo.

—Espera… maldición ¿y qué hay del tipo que está atrás de nosotros?

— ¿Quieres invitarlo?

—No seas idiota. ¿Y si se da cuenta?

—Está dormido desde que subimos. No creo que despierte—dijo despreocupado, mirando de reojo a Peter.

Pero Cooper se equivocaba. Peter no estaba dormido. A pesar del ruido del motor, las palabras de los hombres llegaron hasta sus oídos, y aunque intentó volver a cerrar los ojos, su mente ya no podía ignorar lo que estaba escuchando…ni lo que estaba recordando.

—De acuerdo, haz lo que quieras—dijo Ezekiel.

Cooper no perdió el tiempo. Con una mirada pícara descendió su cabeza hacia la entrepierna del peli plateado, dejando en su paso una serie de besos suaves, que despertaron el miembro de su acompañante. Reflejando una gran carpa en los pantalones del hombre. Sin esperar permiso bajó lentamente el cierre, liberando su pene erecto.

—Vaya… no llevas ropa interior—comentó Cooper con sorpresa.

—Nunca la uso, en especial cuando salgo contigo—respondió Ezekiel, con un tono cargado de intención.

Los suaves gemidos de Ezekiel y el sonido de succión que Copper, quedaron disimulados entre el rugido de los autos y el traqueteo del camión. Pero no lo suficiente para Peter que no pudo evitar oírlos. A pesar de intentar conciliar de nuevo el sueño, su mente fue arrastrada a imágenes que lo vinculaba con aquel desconocido que le dio placer tiempo atrás. Su cuerpo reaccionó, traicionando su autocontrol y una erección se hizo presente.

Cooper, con ganas de ir más allá, se separó del pene de Ezekiel y, se levantó dispuesto para bajarse sus pantaloncillos y, al volver la vista hacia el asiento trasero, pudo notar el ceño fruncido de Peter y la visible tensión en su entrepierna.

— ¿Por qué te detuviste?—pregunto Ezekiel, aún entre suspiros.

—Nuestro amigo de atrás parece estar disfrutando el espectáculo—susurró Cooper con picardía.

Ezekiel se giró y sus ojos se encontraron con la apretada erección de Peter, ambos hombres se miraron. Sin hacer ruido, se desplazaron hacia él. Cooper se sentó a su lado mientras el peliblanco tomó el asiento delantero.

Con delicadeza, Cooper guio su mano hacia el bulto de Peter, empezó a frotarlo, provocando una reacción inmediata del castaño, que abrió los ojos de golpe, y miro con confusión al chico quien continuaba con su toqueteo.

—Espera… no podemos hacer esto—dijo Peter con un jadeo ahogado.

—Tranquilo hombre, no pasa nada—respondió Ezekiel en voz baja.

Justo cuando Cooper se disponía a continuar así que con mano ágil bajo la cremallera del pantalón de Peter, se agacho para sacar su pene pero cuando estuvo a punto de lograrlo, un presentimiento lo detuvo. Algo en los ojos de Peter le resulto familiar… una tristeza reconocible.

—Tú eres el tipo del otro día…—dijo Cooper sorprendido.

Ezekiel lo miró con desconcierto, pero al enfocarse en Peter, también lo reconoció.

—Es cierto. Eres el mismo de aquel día.

Peter, desorientado, frunció el ceño.

— ¿Nos hemos visto antes?

—Si camarada, fuimos nosotros quienes que te acompañamos al último vagón—contestó Ezekiel despreocupado—Eso tiene casi un mes creo…

—En realidad tiene más de un mes—corrigió Cooper.

Peter no supo que decir ante tal revelación, los tipos que lo sumergieron dentro de un espiral de sentimientos que él no entiende estaban delante de él. Por un momento quiso gritar o quizás preguntar. No pudo definirlo, así que solo se quedó sentado en silencio, tratando de pensar.

Ambos hombres, notando su confusión, hablaron con más cautela.

—Oye, ¿estás bien? —preguntó Ezekiel, preocupado.

—No queríamos incomodarte—agregó Cooper, cerrando la cremallera de Peter y alejando sus manos.

El castaño los miró por un momento y suspiró.

—Entonces… ¿ustedes eran los tipos de aquel día?

Por un momento la actitud relajada de Peter sorprendió a ambos hombres así que con sonrisas incomodas asintieron.

—Hombre, lamentamos lo que sucedió ese día… es solo que te vimos algo tenso—rio Ezekiel nervioso.

—Sí, no queríamos causarte problemas…

Cooper estaba por contar toda la verdad acerca de que solo le estaban haciendo un favor a un amigo y Ezekiel tuvo el presentimiento que abriría la boca.

Peter los observó, haber tenido esa experiencia hizo que su vida tambaleara pero con lo que descubrió en la mañana, fue un golpe crudo de realidad y como un click que sonó dentro de su cabeza le hizo darse cuenta que su matrimonio lleva años así y que su rutina es monótona, al menos durante ese día hizo algo diferente.

—Tranquilos, no pasa nada. Ese día si estaba algo estresado, lo necesitaba—dijo con honestidad.

La nueva actitud de Peter relajó el tenso ambiente que se había formado dentro del autobús. Ezekiel relajo sus hombres y Cooper bajo la mirada hacia abajo.

— ¿Entonces…te divertiste? —preguntó Ezekiel con una sonrisa torcida.

— ¡Ezekiel! —exclamó Cooper.

— ¡Hey! Solo preguntaba.

—La verdad es que si—admitió Peter, mirando al frente—Conocí a alguien allí que me hizo sentir cosas… que nunca antes había sentido.

Ambos hombres se miraron, aliviados.

—Wow, esa respuesta no la estaba esperando —dijo Ezekiel, dejando escapar un suspiro de alivio.

Cooper le dio un leve golpe en la frente, lo que hizo fruncir el ceño a Ezekiel con una mueca de molestia.

— ¡Oye! Eso dolió.

—Retomando el tema… ¿entonces sí lograste divertirte aquel día?—preguntó Cooper.

—Sí, fue… increíble—respondió Peter, con una sonrisa leve que no lograba ocultar del todo su nostalgia.

El dúo se miró y, por un instante, en sus rostros se dibujó una expresión compartida de alivió y alegría. Peter no estaba acostumbrado a abrirse con desconocidos, y aunque le resultaba extraño compartir eso con ellos, además no tenía a nadie más a quien contárselo, la mañana había sido complicada y distraerse no le venía mal.

—Son un poco raros…pero al menos no son espeluznantes—pensó con una sonrisa discreta.

Mientras tanto, J.Junior se encuentra recostado sobre la cama, fumando un cigarro con aire de satisfacción. A ambos lados, dos mujeres desnudas reposaban sobre sobre su fornido y sudoroso pecho.

—Diablos…ha sido el mejor trío que he tenido. Ambas estuvieron increíbles—dijo con una carcajada perezosa, abrazando con fuerza a los dos—.En especial tú, MJ. En cuanto llegue, saltaste sobre de mí.

—Si…te echaba de menos—susurró MJ, dejando un beso suave en la barbilla del hombre.

—Mary, ¿puedo usar tu baño?—preguntó Debra con voz cantarina.

—Claro, es la puerta que está alado de la cama.

—Gracias, querida. Necesito enjuagarme el pelo. Junior tiene la mala costumbre de tirarme su semen en mi hermoso cabello—comentó, riendo suavemente, dirigiéndose al baño.

—No tardes, querida. Aún tengo demasiada energía—dijo Junior con picardía.

—Eres tan coqueto—comentó MJ con una sonrisa.

—Lo sé, querida— respondió él, dándole un beso fugaz en los labios—Por cierto… ¿Cuánto tiempo estará afuera tu esposo?

—Siempre se queda hasta tarde en el trabajo. Me deja sola todo el tiempo—dijo Mary Jane haciendo leves pucheros.

—Es un tonto, al dejar a semejante hermosura sola.

—Lo es. Pero tú serías aún más tonto si me dejas aquí deseando más.

—Nunca, mi linda musa.

Ambos se fundieron en un beso intenso en el que sus lenguas juegan entre sí, mientras las manos de Junior descendían hacia la vagina de Mary Jane, y con sus dedos la acaricia con movimientos circulares. Ella, sin dudarlo, deslizó una mano hacia su miembro, masturbándolo con habilidad.

Muy lejos de allí, Peter estornudó con fuerza, interrumpiendo la amigable conversación. Cooper dio un respingo, y Ezekiel soltó una pequeña risa.

—Perdonen—dijo Peter, avergonzado.

—No pasa nada, camarada—respondió Ezekiel.

—Por cierto guapo, ¿solo te mueves en autobús? O ¿también vas en taxi a tu trabajo?—preguntó Cooper.

El dúo en este punto solo busca hacer conversación con Peter, aunque por supuesto ambos tienen objetivos diferentes. Cooper quería saber todo lo que pueda del castaño y así poder contárselo todo a Miguel.

En cambio Ezekiel, siente que Peter y el pueden congeniar puesto que ambos tienen edades similares.

—No, no para nada—se apresuró a responder Peter—Solo que bueno… no me gustan las taxis.

— ¿Acaso no tienes auto?

— ¡Cooper! No se le pregunta eso a alguien. Con esta economía, ya es difícil tener uno.

—Perdón.

—No es por eso… es solo que no me gusta conducir, son muchos problemas—explicó Peter.

—En eso tienes razón. Todos esos tipos en autos están locos—comentó Ezekiel despreocupado, justo cuando se escucharon claxonazos y gritos de los conductores — ¿Ves?

—Por cierto, Peter… ¿no has tenido ganas de volver a divertirte?—preguntó Cooper, con una mirada cómplice.

—Bueno…

—No te preocupes, camarada. Puedes ser honesto con nosotros—dijo Ezekiel.

—Si… algunas veces. Pero me gustaría hacerlo con alguien que conocí ese día—admitió Peter, bajando la mirada avergonzado.

— ¿Te refieres al sujeto con el que te divertiste aquella vez? —preguntó Cooper.

Peter, sonrojado, asintió.

Ambos hombres compartieron sonrisas y miradas repletas de complicidad ya que saben a quién se refiere, y también saben lo que tienen que hacer.

—Habrá que darles un pequeño empujón—pensó Cooper.

—Si quieres divertirte, puedes tomar el último autobús de la noche. Por lo general, hay otros hombres que buscan… lo mismo—sugirió Ezekiel.

—Lo tendré en mente. Gracias.

—Pero... ¿no te resulta complicado tomar el autobús?—preguntó Cooper.

—Aunque ahora tomo dos, hago casi el mismo tiempo que hacía en el metro.

—Sí, desde que el estúpido de Jonah Jameson arruinó todo, se complicó el transporte…y otras cosas— gruño Ezekiel.

—Ni que lo digas.

— ¿Dónde sueles tomar el autobús? Quizá podríamos coincidir algún día—sugirió Ezekiel.

Peter al escuchar tal sugerencia, se echó para atrás.

— ¡No, espera! Lo malinterpretaste. Solo es para conversar—aclaró Ezekiel.

—Ezekiel, suenas como un hombre de las cavernas. Podemos hablar por teléfono—comentó Cooper, riendo.

—Lo siento, pero no suelo usar el teléfono. En mi trabajo no me permiten usarlo.

— ¿En serio? —pregunto Cooper.

— ¿En que trabajas camarada?

—Yo…trabajo en un laboratorio en Midtown Manhattan.

— ¡Qué genial! Yo también trabajo por ahí, en la Gucci de Macy's Herald Square— Cooper sonrió con entusiasmo—Si alguna vez pasas por ahí te puedo hacer un descuento… o podríamos ir por un café.

—Tranquilo, Cooper, ¿no crees que vas demasiado rápido?— intervino Ezekiel con media sonrisa.

—Lo siento, me emociona mucho salir con gente nueva—respondió apenado sin dejar de sonreír.

—Bueno… ¿al menos hay otra forma de comunicarnos contigo?—preguntó Ezekiel.

—Puedo pasarles mi correo—respondió Peter con timidez.

— ¡Ahora quién es el hombre de las cavernas!—se burló Ezekiel.

Una vez más, Cooper golpeó la frente de Ezekiel. Este se froto con fingida molestia, mientras ambos sacaban sus teléfonos y anotaron la dirección de correo que Peter les dio.

—Anotado, camarada—dijo Ezekiel.

—Prometo que nuestro próximo encuentro será menos extraño, Peter—añadió Cooper sonriente.

Cooper se levantó y, sin previo aviso, le dio un beso en la mejilla a Peter quien solo pudo quedarse estático en su asiento mientras su rostro se sonrojaba.

Ezekiel, por su parte, se despidió con un guiño, presionó el botón del autobús. Mientras partían, Peter recuperándose un poco, corrió a la ventana se acercó a la ventana. El dúo sonrió desde la acera; Cooper le envió un beso y Ezekiel agitó su mano con suavidad.

El autobús arrancó y Peter miro como ambas figuras se alejaban, regreso a su asiento sonriendo, a pesar de ser encuentro inusual, son buenas personas, hacía tiempo que no compartía una conversación tan amena.

—A pesar de que es algo tímido, es agradable— comentó Cooper.

—Sí que lo es… ahora entiendo la fascinación de Miguel.

Mientras hablan, Cooper, sin haber guardado su teléfono, comenzó a marcar un número.

— ¿Qué haces?—preguntó Ezekiel.

— ¿No es obvio? Voy a llamar a Miguel para decirle que encontramos a su novio.

Peter llegó a su de trabajo y fue recibido, como siempre, por un enérgico Eddie, que lo saludo con aprecio, después de intercambiar palabras, el castaño, fue al primer piso, se cambió y entro a su laboratorio, donde Gerald ya lo esperaba, listo para comenzar el día.

—Señor Parker, buen día.

—Buen día, Gerald. Hoy tendremos que apresurarnos; será un día ocupado. Se acerca el Baile de las Flores.

— ¿El baile de las flores? —preguntó Gerald, curioso.

— ¿Lyla no te ha dicho nada?

—No, señor Parker.

—Qué raro. Siempre a los nuevos se les suele informar primero—pensó Peter en voz alta.

Gerald esperó en silencio una explicación.

—Es una celebración que Tyler organiza una vez más al año para agradecer a todos los trabajadores de ALCHEMAX.

— ¡Wow! Nunca había escuchado de un jefe que celebrara así a sus empleados.

—Sí, suele ser una celebración que dura una semana entera. Por eso tenemos que avanzar con las pruebas de tolerancia a la glucosa (GTT). ¿Sabes para qué sirve?

—La prueba de tolerancia a la glucosa evalúa cómo el cuerpo procesa el azúcar en la sangre. Se usa principalmente para detectar diabetes o prediabetes.

—Te felicito, Gerald. Cada día mejoras más.

—Gracias, señor Parker. Pero… ¿por qué es necesario hacerla en mujeres embarazadas?

—Es por los antojos. A veces, algunas embarazadas consumen demasiada azúcar, lo que puede derivar en diabetes gestacional. Es un tipo de diabetes que se desarrolla durante el embarazo y puede afectar tanto a la madre como al bebé.

—Entiendo, señor Parker.

—Muy bien Gerald, continuemos. De todas formas, Lyla suele hacer el anuncio mediante el sistema de sonido que hay en el edificio.

—Gracias por decirme señor Parker.

Mientras tanto, Miguel pasea con confianza y una gran sonrisa. Atrayendo consigo múltiples miradas de mujeres y hombres que deseaban un poco de aquella seguridad que irradiaba el hombre a excepción de la mujer que camina a su lado.

Jess solo pudo sentirse incomoda. Está acostumbrada a ver sus sonrisas falsas, no una genuina. Dudaba en preguntarle, prefiere que él lo contara.

Miguel, por su parte, estaba inmerso en sus recuerdos.

Alrededor de las siete de la mañana. Subía y bajaba un par de mancuernas; sus músculos tensos por el esfuerzo. El sudor descendía por su frente, en su espalda y por sus abdominales marcados. De pronto, su teléfono sonó, interrumpiendo su sesión de ejercicios. Tomó una toalla, se secó un poco y respondió:

—Miguel, cariño, corazón, ¿cómo está mi lindo y sexy moreno? —se escuchó la voz juguetona de Cooper.

—También es un gusto hablar contigo, Cooper.

—No vas a creer a quién me encontré de camino al autobús.

—Déjame adivinar… ¿a tu tía Laurie?

— ¡Jajá, muy gracioso! Si continuas con tus bromas de mal gusto, no te diré, es alguien especial, que has querido ver desde hace un tiempo…

—Estás mintiendo.

—No, no. Hable un poco con tu novio del vagón.

— ¿Sobre qué hablaron?

—Te contaré, pero con una condición.

—Nunca haces algo gratis, ¿verdad?

—Ya sabes que no.

—Bien. ¿Cuál es tu precio?

—Una cartera de la tienda donde trabajo.

—No eres nada barato, pero acepto.

— ¡Eres un amor!, Ahora bien, escucha con atención…

Después de obtener la información, Miguel contactó a Jess y la invitó a Midtown. Al principio se sintió algo culpable de usarla como excusa, pero así también compensaría las salidas que ella siempre organizaba.

En cambio, Jess no está segura de por qué aceptó. Sabía que era una artimaña del moreno, ya que rara vez tenía un lugar al que ir. Pero no se quejó; al menos saldría a tomar aire fresco, y estar fuera de casa la mantendría ocupada, especialmente porque Gerald la había llamado para avisarle que llegaría tarde a casa.

Miguel, aunque está usando a Jess para tratar de ubicar el lugar de trabajo de su enamorado del vagón, no era tan mal amigo, así que la llevó a un local de helados.

—Hemos llegado— anunció Miguel.

— ¿Me trajiste a un puesto de helados? — preguntó Jess, incrédula.

—Por supuesto—respondió, con una sonrisa.

—Estas actuando raro.

— ¿Por qué lo dices?

—Primero me llamas para salir, lo cual es raro en ti. ¡Siempre soy yo quien te saca de tu cueva!

—Si logras probar los cincuenta y un sabores en menos de una hora, no pagas nada y puedes llevarte una bola del Golden Opulence Sundae.

— ¿Estas bromeando, verdad?

—No, es una promoción exclusiva para clientes nuevos.

—Miguel, si esto es una artimaña para distraerme, debo decirte que está funcionando. ¡Ese helado es muy caro! ¡Debo probarlo!

Con entusiasmo, Jess entró al local y se acercó al mostrador. Una joven sonriente los atendió.

—Buen día. Mi nombre es Anna María, estaré atendiéndolos hoy. ¿Qué puedo hacer por ustedes?

—Anna María, cariño, vengo por la promoción de los cincuenta y un sabores—dijo Jess.

— Con gusto, señorita. Nuestro reto se llama “Tour Heladero de la ruta 51”. Si logra probar toda colección de sabores, en una hora, no pagará nada y se llevará una scoop Golden Opulence Sundae en colaboración con el restaurante Serendipity 3 Además, también recibirá esta linda gorra.

Anna María mostró una gorra roja brillante con líneas negras y con un estampado de un cono de helado dorado, en conjunto con una leyenda “QUEEN OF ICE CREAM”.

— ¡Es hermosa!— exclamó Jess.

— ¿Eso es un sí, señorita?

— ¡Estoy lista!

—Antes de empezar, recuerde solo una persona puede participar, sin ayuda.

—No te preocupes, cariño, mi amigo pedirá otra cosa.

—Yo solo quiero un helado de yogurt—intervino Miguel.

Anna María asintió.

— ¿Ésta lista señorita?

—Cariño, ¡yo nací lista!

Anna María colocó un tazón frente de Jess, junto con una cuchara.

—En sus marcas… ¿lista?... ¡fuera!

El día avanzó y, llegada la tarde, una melodía de ascensor sonó por el edificio, seguida de la voz Lyla.

—A todo el equipo de trabajo de ALCHEMAX, se les hace la invitación al Baile Anual de las Flores, celebración que organiza el señor Tyler Stone, en agradecimiento por el esfuerzo que cada uno de ustedes brinda a esta empresa. La ubicación y horario del evento se les enviará por correo. Gracias por su atención.

— ¿Vez, Gerald? Te dije que el anunció no pasaba de hoy—comentó Peter.

— ¡Es impresionante! Nunca trabajé en una empresa que valore así a sus empleados. Pero, señor Parker… ¿una semana de celebración no afectará nuestro trabajo?

—En realidad, el sábado se hace un gran banquete y baile. La mitad de los trabajadores descansan mientras la otra mitad trabaja, y luego se rotan.

—Entiendo.

—Espero puedas venir Gerald.

— ¿Yo? Señor Parker, soy un practicante… no creo…

—Asiste, Gerald. Lo creas o no, ya eres parte de esta compañía. Incluso puedes traer a tu familia.

—En realidad, solo somos mi esposa y yo. Intentamos de tener hijos, pero… no sucedió.

—Lamento escuchar eso.

—Está bien, señor Parker. Las cosas pasan por algo.

—Por cierto Gerald, me quedaré hasta tarde, probablemente hasta las once. Por si quieres avisar a tu esposa…

—No hay problema, señor Parker. Ya le avisé.

—Siempre te gustar estar un paso por delante, ¿verdad?

Gerald asintió, un poco avergonzando.

Mientras tanto, el dúo de amigos camina sin rumbo fijo, relajados y animados, en especial Jess no deja de admirar su nueva gorra

— ¡Mira esta hermosura!—exclamó Jess—Me tomó cincuenta minutos y dos congeladas de cerebro, ¡pero lo conseguí! Además, tengo un conjunto deportivo rojo que combinará perfecto y ni hablar de esa bola de helado…Ahora entiendo porque es tan caro.

Miguel sonrió levemente. Ha sido un buen día.

—Por un momento pensé que me habías traído aquí con la excusa de buscar a tu novio misterioso.

—Bueno… quizás sí.

— ¡Lo sabía! Te metería una bofetada en tu cara, pero hace tiempo que no me divertía así…

— Entonces, ¿puedo mostrar mi rostro sin esperar un golpe?

—Muy gracioso. No quiero que este día termine. Además, Gerald me avisó que llegaría tarde a casa.

—Escuché que Martin está ayudando en un albergue. Podemos ir a visitarlo, y quizás hacer algo más—sugirió Miguel.

— ¿Martin? ¿Hablas de Martin Li?

— ¿Conoces a otro Martin?

Jess rió.

—Es solo que sabes a ti no te agrada mucho Martin en especial por lo que paso en el frente.

—Siempre ha sido más amigo tuyo que mío, además velo como una forma de disculpa por ya sabes usarte…

Ambos guardaron silencio, pero Jess decidió continuar como si nada, ese es un tema que debe resolverse pero no será ahora…

—El albergue en el que está ayudando queda a un par de calles. Si nos damos prisa, aún podemos alcanzarlo—dijo Miguel.

— ¿Y qué estamos esperando? ¡Vamos!

Finalmente, el manto de la noche cubrió a la ciudad. Las luces de las oficinas comenzaron a apagarse una a una, mientras la mayoría de los trabajadores se retiran a sus hogares. Sin embargo, algunos como Peter y Gerald, permanecen aún en sus puestos.

—Vaya, por un momento pensé que no acabaríamos con todo el trabajo—suspiró Peter, aliviado.

—Pero lo terminamos, señor Parker.

— ¿Tienes hambre, Gerald?

—No suelo cenar a esta hora, pero sí que ha sido un día agotador.

— ¿Te parece si pido algunas hamburguesas para cenar?

—Señor Parker, no creo que deba abusar de su confianza.

—Gerald, solo son hamburguesas, no es para tanto.

—De acuerdo… ¿podría ser una con doble queso?

— Una doble queso en camino.

Peter tomó su teléfono y marcó un número conocido.

—Hola, Caldero Grill al habla: sabor ardiente en cada llamada.

— ¿Qué tal, Angélica? Soy yo, Peter.

— ¡Peter! Tiempo sin saber de ti. ¿A qué debo el gusto?

—Bueno, quiero que un amigo mío pruebe las mejores hamburguesas de todo Nueva York.

—Ay, tú siempre tan dulce… Me alegra saber que aun te gusta mí comida. Pensé que ya me habías remplazado.

—No, no para nada. Solo que han pasado muchas cosas…en mi trabajo—dijo Peter.

—Siempre tan apasionado con tu trabajo—dijo Angélica con orgullo.

—Solo un poco.

—Dime, ¿qué te gustaría ordenar?

—Un combo flameante con doble queso, un par de sodas del Himalaya y dos órdenes de papas llameantes.

— Perfecto, tu pedido estará listo en treinta minutos. Fuego lento, sabor intenso.

—Gracias.

—No agradezcas, cariño.

Colgó el teléfono con una pequeña sonrisa.

—Muy bien, Gerald. Nuestras órdenes llegaran en unos treinta minutos. Espero no tengas demasiada hambre.

—Al contrario señor Parker, se lo agradezco. Aunque… no escuché que diera la dirección.

—No hay problema. Hace algunos años, cuando ALCHEMAX apenas comenzaba, solía quedarme días enteros. Caldero Grill me alimento más de una vez.

—En verdad le apasiona su trabajo—comentó Gerald.

—Solo un poco…y gracias por quedarte hasta esta tarde. Sin ti, habría terminado hasta mañana.

—No hay de que, señor Parker, soy yo quien le agradece por enseñarme. Aunque al principio no quería un compañero.

—No era nada personal, Gerald. Es solo que…estoy acostumbrado a trabajar solo

—Lo entiendo. Cuando era un NAVY, tenía una superior llamada Cassandra. Siempre se mantenía aislada y quería hacer todo ella sola. Decía que así resolvía los problemas a su propio ritmo.

—Se escucha como una mujer difícil de lidiar—dijo Peter con sinceridad.

—Como alguien que conozco—replicó Gerald con una sonrisa.

—Gerald…

—Está bien, señor Parker. Incluso yo fui así. Pero ser un NAVY implica trabajar en equipo, aunque no quieras.

—Entiendo, por cierto, Gerald, ¿qué fue lo que te hizo cambiar de opinión? Ya sabes… dejar de ser un NAVY y convertirte en científico—preguntó Peter.

—Siempre quise dedicarme a la medicina o la genética. Pero mis padres no podían costearme la universidad, así que me enliste a las fuerzas armadas al terminar la preparatoria. Gracias a mi tamaño y fuerza termine como NAVY.

Peter lo escucho en silencio, con una creciente admiración

—Después años en el frente, pude retirarme y fue difícil reintegrarme a la sociedad. Decide perseguir mi sueño, solicité el GI Bill, logre entrar a una universidad, me gradué… y estoy aquí.

—Tienes una gran historia, Gerald. Gracias por compartirla conmigo.

—Al contrario Señor Parker. Gracias usted.

— ¿A mí?

—Si por escucharme. Hace tiempo que no tenía una conversación tan amena con alguien… bueno, aparte de mi bella esposa.

—Tampoco yo. No suelo tener muchos amigos.

Por primera vez en años, Peter sintió que podía confiar en alguien. Gerald también lo sintió.

Mientras tanto, las luces de los edificios brillaban, ambos llegaron al albergue que aún continua abierto.

Martin al mirarlos los recibió con una amplia sonrisa.

—Vaya, vaya… miren que ha traído el viento—dijo Martin con tono burlón.

—Parece que has estado ocupado Martin—saludó Jess.

—No tanto. Y veo que me trajiste un regalo.

—Oh, solo es Miguel—respondió ella, divertida.

Miguel saludó en silencio.

Martin abrazó al moreno, aunque apenas correspondió el gesto.

—Me alegra verte, tiempo sin saber de ti.

—Igualmente, Martin— respondió Miguel sin animó.

—En fin, ¿a qué debo el gusto? — preguntó Martin separándose de Miguel.

—Queríamos pasar a saludarte—contestó Jess.

—Son tan tiernos… En unos minutos mi turno terminara. Después podemos ir a un bar.

—Suena como un plan—acepó Jess.

—De acuerdo, esperen afuera y nos vamos en un momento.

Miguel y Jess salieron y tomaron asiento en la cera, mientras esperaban. Ella lo miró de reojo.

—Parece que todavía no perdonas del todo a Martin.

— ¿Y puedes culparme por no hacerlo?

—Claro que no… lo entiendo y gracias por hacer esto.

— Como te dije, él siempre fue más tu amigo que mío—murmuró Miguel, mirando hacia otro lado.

En ese momento, la puerta se abrió y el repartido entró con una caja de cartón humeante.

—Una orden para Peter “siempre ocupado” Parker—bromeó el repartidor.

— ¡Bobby! —Peter se levantó, sonriendo—Es un gusto verte.

—Lo mismo digo Peter—sonrió Bobby.

—Muchas gracias por venir hasta aquí.

—Te traje esto solo porque siempre me das propinas generosas.

—Claro, claro…— rió Peter.

—Veo que tienes compañía…eso es raro… y más a estas horas—bromeo Robert.

—No digas tonterías, él es mi nuevo compañero de laboratorio—explicó Peter.

Gerald se levantó y estrechó su mano.

—Gerald Drew, un placer.

—Bobby Drake, el placer es mío. Oh, casi lo olvido, Angélica te manda esto.

Peter abrió la bolsa y vio un six de cerveza.

—Angélica, ¿en verdad me lo envía?

—Cortesía de la casa. Teníamos mucho sin saber de ti.

Peter sonrió.

—Muchas gracias, dile a Angélica que mantenga siempre caliente el asador

—Siempre lo está. — Bobby recibió un billete y silbó— ¿Uno de cien? Definitivamente te extrañamos.

—Ya, ya sal de aquí.

—Hasta luego, Gerald. Fue un gusto.

—Igualmente—respondió Gerald.

Cuando Bobby se fue, Peter destapó una de las cajas.

—Veo que usted es cliente frecuente—bromeó Gerald.

—Algo así…—dijo Peter sonriendo. —Prepárate Gerald. Tus papilas gustativas serán quemadas y renacerán de las cenizas con estas bellezas.

Gerald tomó su hamburguesa con una sonrisa

—Provecho.

La luz tenue del lugar ilumina cálidamente el pequeño bar. Las conversaciones en voz baja, el choque de copas y el suave murmullo de la música creaban un ambiente cálido, perfecto para relajarse.

Jess miró a su alrededor con una sonrisa.

—Cuando sugeriste ir a un bar admito que estaba algo preocupada por ya sabes… las luces y la música. Pero este lugar es fantástico.

Martin, que va delante de ellos, levantó una mano para llamar al camarero.

—Dije que iríamos a un bar, no a una discoteca y con todo lo que nos ha pasado un lugar ruidoso es lo menos que necesitamos—Se giró hacia Miguel—. Además, no es necesario que sigas usando esos tapones para los oídos, ¿sabes?

Miguel con fastidio respondió:

—Lo sé… pero uno se atoró.

Jess no pudo evitar soltar una carcajada.

—Típico de ti, drama en todo lo que haces.

—No es gracioso estas cosas ya son algo viejas…tendré que cambiarlas.

Se sentaron en una mesa apartado, cerca de la ventana. Desde ahí, podían ver el reflejo de las luces de la ciudad. El camarero llegó con tres menús, pero Martin lo detuvo con un gesto.

—No hace falta, ya sé qué pedir. Tres cervezas negras y una ronda de alitas picantes.

—No has cambiado nada, ¿recuerdas que ya no eres nuestro superior? —preguntó Jess, divertida.

—Perdonen, la costumbre—respondió Martin con una sonrisa confiada.

Miguel apoyó un brazo sobre la mesa, mirando en silencio cómo la gente del bar ríe, habla y comparte. Por un momento se perdió en recuerdos que preferiría enterrar. Jess lo notó y le dio un suave codazo.

—Hey… ¿sigues aquí?

—Si. Solo…pensando.

—No pienses tanto, hoy estamos para divertirnos—dijo Jess, intentando arrancarle una sonrisa

Las cervezas llegaron, frías y con espumas derramándose por el borde. Martin levantó su vaso.

—Por nosotros, que aun haber pasado por un infierno seguimos vivos.

Jess chocó su vaso con el de él, Miguel, aunque con menos entusiasmo, también brindó.

El sabor amargo de la cerveza se mezcló con la sensación cálida que comenzaba a instalarse en el ambiente. Jess comenzó a contar anécdotas divertidas del pasado, logrando que incluso Miguel soltara una leve risa.

Sin embargo, entre sorbo y sorbo, Martin no pudo evitar lanzar una pregunta con malicia:

—Entonces, Miguel… ¿vas a decirnos quién es ese misterioso novio del vagón?

Jess casi se atraganta.

— ¡Martin!

— ¿Qué? Es una pregunta inocente.

Miguel dejo su cerveza y con molestia miró a Jess.

— ¿Le constaste?

—Tal vez…—dijo Jess mirando hacia el otro lado.

Martin tenía una sonrisa pícara en cambio Miguel sus ojos mostraron un brillo peligroso.

—No es asunto tuyo.

—Oh, vamos, ¿ni un nombre? — insistió Martin.

—No.

El silencio se apoderó de la mesa por unos segundos, hasta que Jess lo rompió con un suspiro.

—Martin, deja el tema.

El levantó las manos en señal de rendición.

—Está bien, está bien. No preguntaré más… por ahora.

La tensión se disipó cuando llegaron las alitas, acompañadas de una salsa tan roja que parecía fuego líquido. Jess fue la primera en probar una, y sus ojos se iluminaron.

— ¡Esto está increíble!

—Cuidado, que pican—advirtió Martin.

—Por favor, he sobrevivido a cincuenta y un sabores de helado—respondió ella, con la boca ardiendo.

Miguel observó a sus dos acompañantes discutir entre risas, en el fondo quiso participar pero no podía evitar sentir algo disgustado porque Jess le haya dicho a Martin sobre su implacable búsqueda.

Así que con indiferencia reviso el menú, una bebida más fuerte, quizás tequila lo ayude a disipar su molestia.

Paralelamente Peter y Gerald se encuentran frente a su tercera y última cerveza. Aunque no es demasiado alcohol ambos tienen los rostros sonrojados y las risas se llenan todo el laboratorio.

— ¡Rayos señor Parker!— rió Gerald—Han sido las mejores hamburguesas que he probado en mi vida.

—Sabía que te gustarían—respondió Peter, aun riendo.

—Usted ha sido el mejor jefe que he tenido.

—No es para tanto, Gerald.

El ex—NAVY agitó la botella y lo miró con seriedad.

—Se lo prometo. Al principio, cuando lo vi con esa aura tan… deprimente, pensé que sería un idiota pero es justo lo contrario, sin ofender señor.

La risa de Peter se apagó de golpe. Bajo la mirada y jugó entre sus dedos con la botella vacía. Gerald notó el cambio en su expresión.

—Lo siento, no era mi intención…

— Está bien… es solo que últimamente me han pasado demasiadas cosas.

— ¿Quiere hablar de eso?

Peter dudó, pero el calor del alcohol lo hizo bajar la guardia. Necesitaba desahogarse, aunque fuera solo esta vez.

—He tenido problemas en mi matrimonio… y no sé si es correcto… ya sabes, mirar a otras personas—se cubrió el rostro con una mano, avergonzado.

Gerald frunció el ceño, pensativo.

—Señor Parker, seré honesto. La infidelidad está mal, siempre es mejor separarse antes de llegar a eso.

Peter soltó un suspiro tembloroso.

—Lo sé… pero, ¿y si tengo sospechas de que ella fue quien lo hizo primero? — Las palabras salieron casi sin pensar. Se quedó inmóvil, sorprendido de haberse escuchado decirlo en voz alta.

—Tampoco creo que sea correcto— respondió Gerald después de unos segundos—Un clavo no saca a otro clavo.

—Ya veo…

—Pero…— Gerald entrecerró los ojos, pensando en la elección de sus palabras— si su esposa ya cruzó esa línea y usted aún no decide nada… quizá pagarle con la misma moneda no sería tan terrible.

Peter lo miró, incrédulo.

—Gerald… ¿tú acaso...?

—No digo que lo haga. Solo que, a veces, devolver lo malo que te hacen no es tan imperdonable.

Peter no respondió, aunque haya mentido un poco…

En ese momento, el teléfono de Gerald sonó.

—Disculpe, es mi esposa.

—Adelante, contesta.

Gerald se alejó unos pasos y respondió.

— ¿Amor? ¿Todo bien?

— ¡Gerald! —La voz de Jess sonaba alegre y tambaleante—Estoy un poco ebria… ¿puedes venir por mí?

—Claro cariño. Envíame tu ubicación.

—Sí, si… dame un segundo…

—Te espero, amor.

— ¡Gerald!

— ¿Que ocurre, querida?

—Te amo. Eres el mejor esposo—Jess habló con hipos y una risa dulce.

Gerald sonrió suavemente.

—Gracias amor, yo también te amo.

— ¿Que hice para merecerte? ¡Te amo tanto!

—Y yo a ti, mi cielo. Espérame, ya voy para allá.

Colgó y guardó el teléfono.

— ¿Todo en orden? —preguntó Peter.

—Si. Mi esposa salió con unos amigos y quiere que vaya por ella.

Peter se levantó de su asiento y le dio una palmada en el hombro.

—Eso habla bien de ti como marido.

—El matrimonio trata de eso: apoyarse y confiar el uno en el otro.

Peter desvió la mirada.

—Una pena que yo no tenga eso.

—No lo vea así señor Parker, piense que es, como una oportunidad de intentar cosas nuevas…con personas nuevas.

Peter quedó callado, parece que ya no tendrá que sentirse del todo culpable por lo que hizo en ese vagón.

—Ve, tu esposa te necesita.

—Si necesita hablar, puede contar conmigo—aseguró Gerald.

—Gracias, Gerald.

—Por cierto, si quiere puedo llevarlo a casa.

—Vivo en Queens Gerald, te queda algo lejos.

—No pasa nada, es lo menos que puedo hacer.

—Todavía pasa el autobús. Ve con tu esposa, nos veremos después.

Gerald asintió, tomó sus llaves y se despidió.

—Gracias por la cena, la próxima vez corre por mi cuenta… y yo me encargaré de limpiar.

Las palabras de Gerald lo golpearon parece que tiene las puertas abiertas para ¿vengarse? ¿Divertirse? No hace falta definirlo, la risa amarga escapó de su boca y comenzó a ordenar el laboratorio en silencio.

Algunos minutos después, Gerald llegó tan rápido como pudo y encontró al trio de amigos semi ebrios, pero aun conscientes, frente al bar que ya casi ésta a punto de cerrar.

— ¡Eh chica! Llegó tu caballero de brillante armadura—bromeó Martin.

El auto se estaciono enfrente de ellos y salió del auto, Jess soltó una carcajada y corrió tambaleante hacia él.

— ¡Gerald querido! —le gritó, abrazándolo con fuerza colgándose de su cuello.

—Hola, cariño. Yo también te extrañé—susurró y besándola en la mejilla.

Jess volteó hacia Martin con una sonrisa triunfal.

— ¿Ven? Les dije que vendría.

—Sí, sí nos callaste la boca— rió Martin.

— ¿Lista para irte, amor? —pregunto Gerald, acomodándola con cuidado.

—Contigo, hasta el fin del mundo—respondió ella con ojos brillantes.

—Qué tierna eres.

Gerald tomo de la mano a su esposa, abriéndole la puerta del auto, entrando con dificultad, antes de arrancar, bajó la ventana y asomó la cabeza.

— ¿Y ustedes no vienen con nosotros?

—No, ya pedí a un taxi—respondió Martin— ¿Y tú, Miguel?

—Meh, el autobús todavía pasa por aquí—dijo Miguel despreocupado aunque sus ojos denotan cierto cansancio.

— ¿Seguros? No tengo ningún problema en…—sugirió Gerald, mirando de reojo a ambos hombres.

—Está bien, está bien, guapo, no te preocupes por nosotros. Váyanse ustedes, tortolitos—intervino Martin con unas sonrisa traviesa, empujando suavemente la cabeza de Jess hacia el auto.

—Nos vemos, chicos, me divertí mucho—se despidió Jess y con alegría saco de su chaqueta la gorra que había guardado, colocándosela con orgullo— Mira, amor, me gane esta bebe en un concurso de helados.

—Te queda bien, cariño—dijo Gerald con una sonrisa.

—Gracias, querido. .

Ambos se dieron un beso tierno antes de que Gerald encendiera el auto y se alejaran.

Martin suspiró teatralmente al verlos partir.

—Supongo que los dos ahora nos quedamos solos, Miguel.

—Eso parece—contestó Miguel, mirando al suelo.

— ¿Nos besamos? — preguntó Martin, con descaró.

—Parece que nunca dejaras de ser un idiota—respondió Miguel con evidente molestia.

—Nunca me vas a perdonar, ¿verdad?

—Podre estar algo ebrio pero el tequila no me hace olvidar.

Un silencio sepulcral lleno el ambiente y Miguel continuó mirando el piso en cambio, Martin solo miro hacia otro lado con vergüenza.

Mientras tanto, Peter terminaba de limpiar el laboratorio. Apagó las luces, bajo por el ascensor, entro a los vestidores y colgó su bata en el casillero. La tranquilidad lo envolvió mientras descendía hasta el lobby. Quiso despedirse de Eddie, pero ya se había ido. Salió hacia la parada de autobús que por suerte no tardó en llegar.

Por cuestión de la hora solicito el servicio request por suerte el conductor acepto y subió.

La verdad, era solo un pretexto: Quería comprobar si era cierto lo que sus “nuevos amigos” le contaron, que a esas horas podía encontrarse con algo más… diferente.

Pensó en aquel hombre de la otra vez, al que no había vuelto a ver en más de un mes. Quizás, con suerte, esta noche encontraría consuelo.

Subió al autobús, caminó hasta el fondo y se sentó en los últimos asientos, recostando la cabeza sobre el cristal. El cansancio y el alcohol se mezclaban en su cuerpo mientras dejaba que el vehículo lo meciera.

En la calle, Martin levantó la mano para detener un taxi.

—Bueno, mi carruaje ya llego por mí.

Antes de entrar, miró a Miguel con una sonrisa pícara.

— ¿Seguro que no quieres venir conmigo?

—No, así estoy bien.

—Aunque trates de disimularlo, estás tan ebrio como Jess.

—Ya te dije que estaré bien—dijo Miguel entre dientes.

—Pero mándame un mensaje cuando llegues a casa.

—No lo hare.

Martin rodó los ojos, subió al taxi y se perdió entre las luces de la ciudad. Miguel tambaleante, caminó unas cuadras hasta que vio acercarse un autobús. Pagó con las manos temblorosas y subió, buscando un asiento libre.

Fue entonces cuando lo vio.

Se acercó en silencio y se sentó a su lado. Su mano, sin vacilar, se posó sobre el muslo del castaño. Peter abrió los ojos ante el toque y, a pesar de la penumbra, reconoció a su juguetón amante.

Tragó saliva y colocó su mano sobre la de Miguel. Una risa baja escapó del moreno. Quizá era el alcohol, quizá el hambre acumulada, pero no se contuvieron. Sus rostros se acercaron hasta encontrarse en un beso.

Al principio fue un roce breve, una chispa contenida. Se separaron solo para mirarse, como sí intentaran confirmar que el otro realmente estaba ahí. Luego, el beso se hizo más intenso, más hambriento. Sus lenguas se buscaron con desesperación, mientras sus manos viajaban solas hacia la entrepierna del otro, apretando, jalando.

—Rayos…extrañaba besarte—susurró Miguel, apenas separándose.

Peter soltó una risa suave, acarició la mejilla del moreno y besó su rostro con ternura.

—También te eche de menos.

Se recostó sobre el pecho de Miguel, quien lo rodeó con un brazo. Volvieron a mirarse y, sin palabras, se hundieron en una nueva ronda de besos, más profundos, más cargados de deseo.

Las manos de Miguel descendieron hasta frotar el trasero de Peter, quien a su vez acariciaba el bulto creciente del moreno. Por suerte, el viaje sería largo y el autobús estaba casi vacío. Si se mantenían en silencio, podrían desahogar lo que ambos llevaban dentro.

Peter, con el valor que le daba su excitación, bajo la cremallera del pantalón de Miguel, liberando su bulto cubierto por la tela húmeda de presemen. Lo besó primero, luego lo lamió, saboreando el jugo de su amante.

—Es dulce…—susurro Peter.

La reacción de Miguel fue inmediata. Con manos ágiles, bajó los pantalones y ropa interior de Peter, llevando sus dedos a la boca para humedecerlos antes de juguetear con su entrada. Movimientos circulares arrancaron gemidos ahogados del castaño.

Peter, sin nada más que decir, desabrochó por completo los pantalones de Miguel, bajándolos hasta los muslos. Incluso en la oscuridad, admiró el considerable tamaño del pene que tiene frente a él. Su boca se hizo agua.

Lo lamió de nuevo, esta vez más lento, permitiendo que el sabor del presemen se impregnara en su boca, antes de introducirlo hasta donde pudo. Miguel soltó un gemido contenido, inclinando la cabeza hacia atrás mientras el sudor comenzaba a cubrir su frente.

Este sabor causo estragos dentro de él, quiso más. Así que estiro su boca lo más que pudo para introducirse más aquel miembro, Miguel no paraba de gimotear al sentir como su verga era cubierta por la calidez y la humedad de aquella boca.

Peter se mantuvo quieto unos segundos, permitiendo que su garganta se acostumbrara y manteniendo la calma para no toser. Luego, comenzó a subir y bajar con ritmo lento, deteniéndose solo para ahogar gemidos. Al mismo tiempo, los dedos del moreno lo preparaban, penetrando su culo con suavidad, y ya dentro inicio con movimientos circulares arrancando ligeros gemidos de Peter. Incluso deteniéndose para lograr asimilar el cómo los dedos del moreno entran dentro de él.

—Yo he estado esperando por esto—pensó Peter.

Coloco su mano libre sobre la nuca del castaño, marcando un ritmo constante.

Aun con la boca llena, los gemidos ahogados de Peter escapaban por su garganta.

El tupido vello púbico del moreno le hacía cosquillas en el rostro, arrancándole un leve rubor.

—Mierda…eres bueno—gimió Miguel.

Peter se sonrojó aún más al escuchar esa confesión jadeante. Miguel quería prolongar el momento, pero el exceso de alcohol comenzaba a intoxicarlo. Por un instante pensó en poner al castaño en su regazo y penetrarlo, pero aunque el trasero de Peter está lo suficientemente estimulado, no era el momento: ambos ya son demasiado ruidosos y las sospechas de los pocos pasajeros se puede intensificar.

Retiro sus dedos lentamente, dándole unas palmadas juguetonas al trasero del castaño antes de tomarlo del cabello y alzarlo para que sus miradas se encontraran.

Miguel tomo el pene de Peter, y escupiéndose en la mano, comenzó a masturbarlo.

Peter tembló, aferrándose al firme pecho de Miguel; alzó la mirada y, al ver su rostro sonrojado y sudoroso, lo beso con pasión. No quería ser menos, así que también llevó su mano al pene de su amante, devolviendo el gesto.

Se dejaron guiar por la excitación —o quizás por el alcohol que ardía en sus venas—sin importarles si alguien los veía. El deseo contenido explotaba; habían esperado demasiado para reencontrarse.

Entre gimoteos ahogados, sudor deslizándose por sus frentes y la saliva escurriendo de sus bocas por los besos desesperados, el orgasmo se aproxima. Peter fue el primero en llegar, apretando con fuerza el pene de Miguel fue Peter, mientras grandes chorros mancharon sus muslos y abdomen. Miguel, con los ojos en blanco y los labios mordidos, contuvo su propio orgasmo.

Aun mareado, Peter se dejó caer contra el cuello Miguel.

—Eso fue intenso—jadeó el moreno.

Peter soltó una risa suave, besando su mejilla.

—Te eché de menos.

Quizá fue el alcohol hablando, pero no fue del todo mentira.

—Igual yo—respondió Miguel, y ambos se regalaron besos cortos y tiernos.

—Sabes, aún tenemos los pantalones abajo. Creo que deberíamos…—sugirió Miguel.

—Espera…tú todavía no has terminado.

—No hace falta—replicó Miguel, intentado subir su ropa.

Pero Peter lo detuvo con firmeza.

—Quiero hacerlo.

—Pero…

—Déjame hacerlo—pidió, con un brillo hambriento en los ojos.

Miguel vio esa llama de deseo y no pudo negarse.

Está presente aquella hambre y sed de pasión que vio aquel día. Mientras Peter, decidido, lo masturbaba con movimientos firmas, usando su saliva para facilitar el ritmo. No tardo en arrancarle un gemido ahogado; el semen brotó disparado, manchando su rostro y su mano. Peter lo miró curioso, mientras Miguel trataba de recuperar el aliento.

— ¿Dónde aprendiste a chuparla así? —preguntó Miguel, divertido.

Peter no respondió; estaba demasiado concentrado mirando el semen.

—Saque bastante, ¿no crees?

Sin pensarlo, lamió con ansias los restos en sus dedos hasta dejarlos limpios. Luego, usando la yema, recogió lo que quedaba en su cara y también lo llevó a su boca y saboreo cada gota

—Es dulce—susurró.

Miguel se quedó congelado con pañuelo en mano y el rostro completamente rojo. No esperaba que Peter se lo comiera.

— ¿Pasa algo? —preguntó el castaño.

—No…no es nada. Solo que eso fue inesperado… y bastante sexy—admitió Miguel, aún sonrojado.

Le tendió el pañuelo mientras se acomodaba, tratando de no excitarse de nuevo ante esa imagen. Peter lo imitó, subiendo su ropa, justo cuando el autobús se detuvo.

Se miraron, pero la voz del conductor los interrumpió:

—Hasta aquí llegó.

Descendieron sin decir palabra, no sin antes escuchar un resoplido del hombre.

—Pervertidos—murmuró antes de cerrar la puerta.

Ambos se miraron y rieron.

—Parece que se dio cuenta—comentó Miguel.

—Tampoco fuimos los más discretos—rió Peter— ¿Y ahora qué quieres hacer?

Miguel abrió la boca para responder, pero la cerró casi de inmediato. Su expresión cambió: parpadeó nervioso, tambaleó y, sujetándose la boca, corrió hacia un callejón.

Peter fue tras él.

— ¿Estás bien? —pregunto, preocupado.

Miguel resoplaba por la boca, con las piernas semi abiertas, temblando hasta que finalmente vomitó. Peter apartó la vista, pero se acercó a él con cuidado y despacio le dio algunas palmadas en la espalda.

—Ya, ya… déjalo salir.

Mientras tanto, Mary Jane se relajaba en un relajante baño de burbujas. Desde hace horas sus acompañantes se han ido, ya que Jonah Junior, quien recibió una llamada furiosa de su padre. Se vistió apresuradamente, besó fugazmente a la pelirroja y salió disparado en compañía de Debra. Eso la molesto un poco, pero no podía culparlo.

Soltó una risa suave al recordarlo y se sumergió en el agua caliente.

—Ya es tarde… ¿dónde estará ese tonto? —murmuró.

Miguel con el estómago vacío, se sentó en la acera. Peter le regreso su pañuelo, limpiando resto de saliva y vomito de su rostro.

— Siento mucho que hayas tenido que ver eso…—dijo jadeante.

—No pasa nada. Aunque no lo creas, he visto cosas peores—respondió Peter.

—Eres muy lindo.

—Y tú…bueno… eres guapo, supongo—dijo el castaño, sujetándolo de la cintura.

—Gracias…la próxima vez te prometo que esto no pasará.

— ¿La próxima? —preguntó Peter, sorprendido.

—Sí, la próxima te llevaré a un lindo lugar en el que no haya alcohol. No lo digiero bien—explicó Miguel.

—Ya veo—dijo Peter.

Miguel se disculpó de nuevo.

—Siento no estar al cien por ciento.

—Tranquilo, yo también me siento algo mareado.

—Pero no fuiste tú quien vomitó—rio Miguel.

Ambos hombres salieron del callejón, sentándose en la cera, donde Miguel, agotado, se dejó caer sobre el regazo de Peter.

—Eres muy cómodo…

Peter como pudo, saco el teléfono de Miguel de su chaqueta y colocando su dedo sobre el detector de huella logro desbloquearlo.

— ¿Qué haces?

—Llamo a un taxi.

—No…lo hagas, hay que quedarnos aquí, la noche es hermosa.

—Lo es, pero no podemos dormir en la calle.

—Dormir en la calle no es tan malo como crees, te lo aseguro…—murmuró Miguel, cerrando los ojos.

Se quedó dormido plácidamente en las piernas de Peter, quien, resignado, llamó al taxi.

La mujer de cabello rojo estaba sentada a la mesa, con una taza de café en las manos, mirando hacia la nada.

Ya era casi la media noche.

Suspiro con molestia, dejando la taza sobre la mesa y subió a su habitación.

—Si ese idiota me hubiera dicho que llegaría hasta tarde, podría haber llamado a uno de mis hombres y no estaría sola—murmuró para sí, chasqueando la lengua.

Mientras tanto, Peter le dio un par de palmadas en el rostro a Miguel despertara para despertarlo, reaccionando con dificultad, con pesadez abrió la puerta del auto, se dejó caer sobre el asiento.

El conductor los miró fastidio.

—Por llevar ebrios, hay un costo extra.

Peter saco un billete de cien dólares y se lo entregó.

—Asegúrese que llegue bien.

El hombre silbó al ver el dinero.

—Con esta propina, lo dejaré hasta la puerta de su casa—Luego miró a Miguel con sorna—. Y bien, fortachón, ¿a dónde te llevo?

—Llévame…mmm… Manhattan Valley.

Antes de que el coche partiera, Miguel sonrió y envió un beso a Peter

— ¿Te veré de nuevo?

—Espero que sí.

—Prometo pagarte.

—Buenas noches.

El conductor subió la ventana y arrancó. Peter observó el auto perderse entre las calles, soltó una pequeña risa y se quedó esperando su transporte.

Mary Jane, incapaz de dormir, volvió a bajar a la cocina y se preparó otra taza de café. Lo sorbió lentamente mientras su mente se llenaba de quejas y reproches listos para su marido.

—Más le vale no haberse divertido mucho con esa perra—masculló, chaqueando la lengua.

Peter finalmente llegó a casa. Con expresión alegre pago al conductor, agradeció y descendió del auto. Antes de entrar, se aseguró de eliminar cualquier expresión de alegría que pudiera demostrar. Abrió con pesadez la puerta; el chirrido avisó su llegada.

Camino directo a las escaleras, cuando notó la luz de la cocina encendida. Algo inusual. Se asomó y vio a su esposa sentada, con la taza ya vacía entre las manos.

Mary Jane lo miró con molestia.

— ¿Sabes qué hora es?

—No lo sé.

—Es tarde.

—Ya veo.

Peter intentó darse la vuelta, pero MJ, salió disparada de su asiento y lo sujetó de la mano, obligándolo a mirarla.

— ¿Dónde estabas?

—Estuve cenando con un amigo.

— ¿Crees que soy una idiota? ¡Tú no tienes amigos!

Peter prefirió mantener silencioso. Había tenido un buen día: terminó su trabajo, se aseguró de tener libre el resto de la semana, disfrutó la compañía de Gerald… y también, de cierta forma, de Miguel.

— ¿Sigues pensando en tu amante? —espetó ella.

Él suspiro, negó con la cabeza, se dio la media vuelta y se marchó rumbo a su dormitorio, sin darle la satisfacción de arruinar su ánimo.

— ¡Peter! Tarde o temprano sabré con qué perra me estas siendo infiel, y cuando ese día llegue, te dejaré nada, ¿me escuchaste? ¡SIN NADA!

Ya en su habitación, cerró la puerta detrás, silenciando los gritos. Se desvistió y se recostó en la cama. Aunque no lo pareciera, estaba en paz.

—Hoy fue un buen día—murmuró antes de cubrirse con las mantas y cerrar los ojos.

Los pájaros cantaban, la brisa acariciaba los árboles y el sol comenzaba a iluminar el vecindario.

Miguel, molestó se cubrió el rostro para evitar que la luz lo lastimara. Estaba tirado afuera de su casa. Confundido, parpadeó y se dio cuenta de que había dormido allí… otra vez.

—Coño…— gruñó.

Froto sus adoloridos ojos y bostezo. Al levantarse, el sabor ácido del vómito aún persistía en su boca, provocándole una mueca de asco.

—Parece que te divertiste mucho anoche—dijo una voz.

— ¿Quien dijo eso?—respondió Miguel, a la defensiva.

—Tranquilo, solo vengo con un pequeño favor.

Miguel lo reconoció.

—Espera… tú eres el guardia de aquella vez.

—Ex guardia, para ser exacto

—Entonces… ¿Qué haces aqui?

Entretanto, Peter estaba tranquilo en el laboratorio. Esta vez había dejado a Gerald a cargo, mientras él se desempeña como asistente, un pequeño ejercicio de confianza que se le ocurrió de camino en el autobús.

—Señor Parker… ¿estoy sosteniendo correctamente el microscopio? —preguntó Gerald.

—Sí, Gerald… ¡maldición!

— ¿Hice algo mal? — preguntó Gerald, alarmado.

—Olvide darle mi correo.

Gerald no entendió a qué se refería, pero la seriedad en el tono de Peter le hizo pensar que es importante.

Notes:

Este es el primer fanfic qué público, si hay errores sin problemas, háganmelo saber, espero les guste, gracias.