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Language:
Español
Stats:
Published:
2024-08-16
Words:
1,760
Chapters:
1/1
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2
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3
Hits:
36

Begging To Bleed

Summary:

Arrullado por la oscuridad, Marsh podía fingir con comodidad que seguía estando vivo. Que no había perdido el control sobre su vida y no había dejado de ser del todo funcional.

Notes:

this made several people cry

Work Text:

Arrullado por la oscuridad, Marsh podía fingir con comodidad que seguía estando vivo. Que no había perdido el control sobre su vida y no había dejado de ser del todo funcional. Si cerraba los ojos y bloqueaba los ruidos del exterior e ignoraba el picor de la ropa sobre su piel húmeda y el olor salobre que desprendían las sábanas, seguía siendo Marsh, líder de la rebelión skaa. Si reprimía el ansia de tragar más bronce o de escapar de su propia piel abriéndosela hasta hacerse sangre, todo estaba bien. Nada se salía de sus patrones habituales. El orden, el orden era lo más importante. El orden de un rostro inexpresivo y una mente vacía, de un corazón bordado de cicatrices.

La vida continuaba en el exterior, y eso era lo que más le dolía.

Se colocó bocarriba, fingiendo mirar al techo. Su cuerpo, llevado al límite, protestó. Sus músculos obedecieron con desgana y sus articulaciones crujieron, débiles. Resopló. El dolor que acechaba bajo sus costillas era pesado como una losa. Aquella postura lo amplificaba y le dificultaba la respiración. Por desgracia, el dolor pasaría. Su cuerpo se acostumbraría a él, como se había acostumbrado antes a otras formas de maltrato. Como se había acostumbrado a tener las manos siempre manchadas de sangre inocente.

*

Mare tocó la puerta con los nudillos con suavidad, sin esperar respuesta. Iba a entrar de todos modos. Marsh ni siquiera estaría en condiciones de responder, viendo el estado general del diminuto apartamento. Se había hecho con las llaves precisamente para poder entrar cuando el líder de la rebelión se sumía en el pozo sin fondo de la apatía y desaparecía de la esfera pública con una excusa pobre. No era la primera vez (tampoco sería la última) que le ayudaba a volver a la vida, pero esta vez Marsh se había asegurado de enviarla lejos, fuera de Luthadel, y Mare estaba segura de conocer las razones. Habían muerto tantos skaa —civiles y rebeldes por igual— durante la última operación de rescate que Marsh estaba siendo incapaz de procesarlo. Las tendencias autodestructivas de su (ahora) cuñado se manifestaban de forma completamente distinta a las de Kelsier. Donde Kell se envalentonaba e ideaba planes suicidas para ejecutar golpes imposibles, Marsh se retraía y sufría en silencio, apartado de sus amigos. Kell salía a la calle y buscaba pelea en cualquier callejón: necesitaba que el dolor se lo infligiesen otros para poder lucir sus trofeos. Marsh, por el contrario, anhelaba el control que le proporcionaba autolesionarse en la intimidad de su dormitorio. Ninguno era capaz de abrir su corazón y exteriorizar su angustia; en eso eran hermanos de la misma sangre.

Marsh era su amigo más antiguo, en la rebelión y en su vida en la capital. Era el líder menos carismático que había tenido el placer de conocer nunca (Marsh aborrecía escucharlo de sus labios: fingía odiar su sinceridad con una acidez deliciosa y un mohín muy divertido), y también su vínculo humano más firme y más auténtico. Era muy difícil ver el fuego en él. Quizá por la frialdad de sus ojos o su postura envarada, o tal vez por la seriedad de su voz cuando exponía los planes, que no dejaba espacio a las bromas. A veces tenía la impresión de que la rebelión lo que necesitaba era un mártir para terminar de alzarse en Luthadel, una figura pública que inflamase a las masas con sus discursos apasionados. Marsh nunca sería aquella persona, pero su gestión de personal y recursos era intachable.

Las contraventanas impedían el paso de la luz exterior y en el dormitorio cerrado olía a sudor rancio y a enfermedad. Un leve aroma a comida en descomposición lo impregnaba todo. Cerró la puerta tras de sí antes de acercarse a Marsh. Después quemó un poco de estaño, lo suficiente para no tropezarse en la oscuridad. Marsh gruñó desde la cama, de espaldas a ella, haciéndose un ovillo entre las sábanas.

—No hagas eso. Estoy a oscuras por algo.

Mare maldijo entre dientes, sorteando una pila de ropa, pero lo ignoró. Permitió que el metal se le asentase en el estómago y la habitación fue tomando forma poco a poco. Localizó la palangana llena de vómito reseco junto a la cama y los restos de metal en forma de virutas sobre la mesilla. Lo estaba volviendo a hacer, consumir bronce sin descanso y mantenerlo en el cuerpo sin quemar, envenenándose. Se secó los ojos antes de que se le saltasen las lágrimas y se acercó a la cama, esbozando una sonrisa tranquilizadora.

—¿Puedo sentarme? Cambiaré las sábanas en un rato, si te parece bien.

Marsh no respondió, solo se pegó más a la pared, haciéndole un hueco en el estrecho colchón. Ella se sacó los zapatos y se metió bajo las mantas, a su lado. Del cuerpo de Marsh emanaba un calor febril.

—¿A qué has venido? —preguntó Marsh en un susurro.

—A que dejes de hacer el idiota y te levantes de una vez.

Marsh rio con desgana y Mare le pasó los brazos por la cintura, colocando la mano en su pecho. Él se la cogió y la mantuvo apretada contra su corazón por encima de la ropa. Entrelazaron los dedos en un apretón silencioso.

—Lo siento. Todo iba bien, pero… 

—Shhh —tranquilizó ella, apoyando la mejilla en su espalda—, no he venido a regañarte.

Escuchó su cuerpo, potenciando un poco más sus sentidos. No tenía conocimientos médicos suficientes para tratar nada, pero le bastaba con comprobar que todo sonaba correctamente. Escuchó su corazón y el fluir de su sangre, el rugido de su estómago vacío. Le ayudó a acompasar la respiración a la suya, en bocanadas profundas y rítmicas.

—Pero necesito que quemes todo ese bronce, ¿de acuerdo?

—Lo siento mucho —sollozó Marsh, apretándole más los dedos—. Yo… No sé en qué estaba pensando.

—Hazlo despacio y estarás bien.

—Siento que tengas que verme así. Es… es humillante.

—Oh, Marsh. —Apretó más el abrazo, sosteniéndole contra su pecho con fuerza.

—No se lo digas a mi hermano.

—Prometido.

Marsh gruñó, disgustado.

—Huelo mal.

—Especialmente mal.

—Deja de quemar estaño. Te estoy viendo.

Mare se alegró de que el buscador estuviese obedeciendo.

—Me gusta escuchar tu cuerpo con claridad.

—Tienes unos gustos muy extraños.

—Por eso estoy aquí.

Marsh rio y cambió de postura, girándose para mirarla. Le permitió acurrucarse contra su pecho y descansar al fin. Ella misma terminó por cerrar los ojos y dejarse acunar por el ritmo de sus corazones, justo antes de que su estaño se extinguiese. Fue un sueño breve e incómodo en una cama demasiado pequeña para ser compartida, pero despertar abrazado a su mejor amiga fue el último empujón que necesitaba para volver a ponerse en pie.

*

—¿Qué necesitas? —preguntó Mare, deshaciéndole los lazos de la camisa para sacársela por la cabeza. La tiró al montón de ropa sucia, junto a las sábanas—. Déjame ayudarte. 

—La habitación…

—No hablo de la limpieza, Marsh. Creo que eso lo sabes.

—Llévate todo el metal, por favor —suplicó con labios temblorosos—. Y… y cualquier objeto con el que pueda hacerme daño —terminó en voz muy baja.

Mare le acarició la muñeca y el dorso de la mano.

—¿Y si vienes con Kell y conmigo? Hasta que te sientas mejor.

—No quiero molestar.

—Marsh.

—De verdad.

—Eres sangre de mi sangre, parte de mi corazón, y te quiero. Te queremos. Podemos cuidar de ti, pero tienes que permitirnos hacerlo.

—No creo que sea una buena idea.

—Y yo creo que no estás en posición de opinar nada.

Marsh bajó la vista hacia sus manos entrelazadas, palmas callosas y dedos castigados por el trabajo esclavo, manos rebeldes que habían amado, cuidado y asesinado en nombre de un mundo mejor, que conocían todos sus huecos y sus vanos, todas sus cicatrices, como si fuesen las suyas propias. Mare apoyó la cabeza en su hombro y durante un buen rato volvieron a permanecer en silencio.

Cuando Marsh trató de ponerse en pie, las rodillas le fallaron. Mare le sujetó por la cintura y él le pasó un brazo por los hombros.

—Despacio. 

El cuarto de baño era apenas un armario con un barreño del tamaño justo para que una persona pudiese sentarse. Marsh terminó de desnudarse y Mare llenó el fondo con una capa de agua templada. Acercó también un taburete  para ella y le hizo un gesto a su compañero para que se sentase dentro. Le lavó primero el pelo, masajeándole el cuero cabelludo con dedos hábiles. También la barba, que le había crecido y le cubría las mejillas y el cuello. Marsh se dejó manipular con diligencia. Lloró mientras le enjabonaba los brazos y el torso, dejando ir el dolor con las lágrimas. Mare tuvo que enjugarse el rostro un par de veces con el antebrazo también. Buscó heridas en su cuerpo de forma disimulada y se alegró de no ver ninguna, solo las mismas cicatrices de siempre.

—Gracias —dijo cuando el agua se hubo enfriado y ella dio por terminado el trabajo.

—¿Mejor?

Le tendió una toalla limpia y Marsh se envolvió con ella. Sus mejillas habían adquirido mejor color y el brillo había regresado a sus ojos. Incluso sonreía.

—Mejor.

—Te he traído la mezcla de té que te gusta. Y ropa. Es de Kell, pero está limpia y servirá hasta que tengas de nuevo toda la tuya.

—Eres demasiado buena.

—Soy tu amiga. Tú harías lo mismo por mí. Ya lo has hecho otras veces.

—Hasta me convertiría en un líder carismático por ti. O en un mártir, quién sabe. —Mare enarcó una ceja y Marsh calló, avergonzando—. Eso ha sido bastante inapropiado, perdóname.

—Oh, no, no, no te disculpes —respondió, cruzándose de brazos—. Dilo otra vez, dilo, me gusta escuchar tu desapasionado y ligeramente misógino discurso revolucionario, para nada alineado con los valores que promueve este nuestro amado Imperio Final.

—Eres idiota.

Ella se encogió de hombros. 

—Ya, pues despídeme.

—No soy tu jefe.

—Qué pena. Según mis antiguos dueños, soy una auténtica joya entre los skaa. Joven, trabajadora, servil… Una lástima que no puedas pedirles mis referencias, ya que están muertos y los maté yo.

—Ah, Mare, siempre tan dulce y refinada. Casi podrías ser hija de la nobleza.

—Insúltame otra vez, por favor. Tú sí que sabes hacer las delicias de una mujer, no me extraña que seas tan popular.

Marsh le dedicó una reverencia y a Mare se le escapó una carcajada. 

—¿Vas preparando el agua para el té? —preguntó Mare—. Así yo puedo ir cambiando la cama y ventilando la habitación.