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Four Season

Summary:

Ubasute es una práctica antigua del folklore japonés en la que un pariente enfermo o anciano es abandonado en un lugar remoto para morir.
o

La deidad del invierno encuentra un bebé en medio de la planicie congelada y decide hacerse cargo de el...solo hay un problema, ¡no tiene la mas remota idea de como cuidar a un bebé!

Notes:

Esta solo es una inocente idea que tuve hace mucho tiempo.

;D

Los capitulos seran cortos como este. Sin grandes ambiciones, disfruten.

Chapter 1: Invierno 1

Chapter Text

Los ruidos se volvían más fuertes a medida que se acercaba, y supo que iba por buen camino cuando reconoció que se trataba de un llanto. Unos zorros blancos se adelantaron a su paso, olfateando la fuente de aquel sonido, lo que detuvo por un instante el lloriqueo de la criatura en el suelo. Gojo se agachó y descubrió que era un bebé. ¿Un bebé? En pleno bosque, en invierno. Era más común encontrarse con cadáveres congelados de ancianos al amanecer, pero ¡un bebé!

El niño seguía llorando mientras apretaba las mantas maltrechas que lo cubrían; sus mejillas y nariz, de un rosa oscuro, casi no destacaban frente a su cabello del mismo color. Los dedos del bebé, apenas visibles, estaban azulados por el frío.

Gojo examinó los alrededores, asegurándose de que no hubiera nadie más cerca. Era invierno; los aldeanos solían abandonar a sus ancianos en el bosque cuando las cosas se ponían difíciles, pero hasta entonces Gojo no se había topado con un bebé. Tomó a la criatura, que no dejaba de llorar, y la envolvió en su manto blanco con la intención de calentarlo. Sin embargo, el niño no cesaba su llanto; su pequeña lengua temblaba con cada exhalación.

—Vamos, no deberías gastar energía así —le dijo mientras lo mecía, pero nada parecía calmar a aquel bebé de pulmones fuertes. Gojo reflexionó rápidamente—. Debes llevar aquí mucho tiempo. Me sorprendes, pequeño.

Los mocos del niño colgaban de su nariz, y a Gojo le resultó curiosamente tierno.

—Te daré de comer... cuando descubra qué comen ustedes —intercambió una mirada con el zorro a su lado. Acomodó al niño en sus brazos, mientras este seguía intentando perforar los oídos de todos con su llanto.

—¿Qué es ese ruido? ¡Estás volviendo loco a todo el mundo! —Gojo oyó una voz a sus espaldas y, al volverse, vio a Megumi. Estaba desaliñado, como siempre que la primavera despertaba de su sueño. Su expresión de disgusto cambió al ver lo que Gojo tenía en brazos.

Por instinto, Megumi se acercó para asegurarse de que no era una ilusión. ¿Eso era un bebé? ¡Claro que lo era! Lloraba y olía como uno.

—¿De dónde sacaste eso? —preguntó Megumi, señalando al pequeño con el dedo. Gojo se interpuso, como si quisiera protegerlo del mal humor de su compañero.

—¿Cómo puedes pensar eso de mí? ¡Lo encontré justo aquí! —replicó Gojo, indignado. El bebé seguía llorando; Megumi rodó los ojos.

—Conociéndote, puedo pensar muchas cosas —dijo Megumi. Sabía que la calma del invierno a veces aburría a Gojo, quien no dudaba en provocar ventiscas o avalanchas solo por diversión.

Gojo fingió ofenderse.

—Lo encontré, como a los viejos que dejan para morir aquí. Alguien dejó a este bebé también. ¿No son crueles los humanos?

Megumi se acercó al niño, que ahora solo gemía, exhausto. Su cabello rosado y los ojitos húmedos lo conmovieron. A pesar de su tamaño, el bebé mostraba signos de desnutrición. ¿Por qué alguien lo abandonaría en medio del bosque?

—¿Qué es eso? —preguntó Megumi, notando un papel en el dobladillo de su pequeño brazo. Con cuidado, extrajo una hoja amarillenta y rota, en la que ponía: "Yuuji Itadori".

—¿Yuuji?

—Ah, es un nombre adorable, como él. Tan lindo —dijo Satoru, limpiando las mejillas frías del bebé.

—¿De verdad lo dejaron aquí para morir? —preguntó Megumi, con el rostro endurecido.

—No veo qué más podría estar haciendo una criatura como él en un lugar así —respondió Gojo. El zorro se paró en dos patas, como si también quisiera ver al pequeño Yuuji.

A Megumi no le gustaba la idea. Tampoco le agradaba encontrarse con cadáveres descongelados de ancianos en primavera, y un niño muerto sería aún peor. Pero conocía a Gojo y sabía que su presencia en el mundo era tan devastadora como impersonal; si uno no estaba preparado, el fin era inevitable.

—Oye, Megumi, ¿sabes qué podría comer Yuuji? —preguntó Gojo. Mientras lo mecía, Yuuji se preparaba para otra ronda de gritos—. Si sigue así, nadie va a dormir.

Megumi frunció el ceño, pensando. Yuuji volvió a llorar, y Gojo observaba fascinado la resistencia del pequeño, mientras Megumi se veía resignado a no dormir pronto.

—No tengo nada de comida ahora. Los animales están hibernando y ya no hay reservas. Además, Yuuji no tiene dientes —ambos miraron la boca del niño, abierta y potente.

—Ah, cierto —asintió Gojo. De repente, una idea cruzó su mente.

—No —dijo Megumi, con tono seco.

—Nanamin siempre tiene pan y leche —dijo Gojo alegremente, por encima del llanto de Yuuji.

Megumi quería decirle que no era una buena idea, pero Gojo siempre hacía lo que quería. Antes de que pudiera detenerlo, Gojo ya había desaparecido, dejando tras de sí una suave ventisca.

Chapter 2: Verano 1

Chapter Text

Nanami vivía apaciblemente cerca del río, que en invierno se congelaba. Su hogar era una pequeña gruta acondicionada para sus necesidades. Vivir cerca del río le permitía tener más contacto con los seres humanos y viajeros que lo cruzaban, llevando sus pertenencias. Con el tiempo, desarrolló el hábito de probar sus artesanías, comer sus alimentos y coleccionar libros, lo que lo convirtió en uno de los espíritus más cultos y "humano".

Normalmente, se aislaba durante las otras tres estaciones, disfrutando de su paz y tranquilidad. Pero cuando sintió el ligero frío en sus pies, supo que alguien había entrado a su cálido y acogedor recinto, interrumpiendo su tranquilidad.

Nanami se giró hacia el pasillo que conducía a la entrada, contemplándolo con resignación. Al escuchar su nombre a lo lejos, cerró el libro que leía en silencio y suspiró profundamente cuando Gojo apareció en el pasillo, imponente, frío y molesto. Pero algo lo sobresaltó: un ruido que no provenía de Gojo, sino de otra criatura.

—¡Nanamin! —saludó Gojo alegremente, mientras una brisa fría traspasaba sus ropas. Se acercó para colgarse de él, pero el Espíritu del Verano, acostumbrado a sus formas, fue más rápido y se alejó detrás de la mesa, iluminada por piedras que calentaban el recinto. Dentro hacía un calor tal que parecía que el viento frío se derretía.

—¿Qué traes ahí? —preguntó Nanami, acercándose. Era imposible no notar que se trataba de otra criatura viva, ya que el eco de sus llantos resonaba en la gruta.

Al ver de qué se trataba, Nanami dejó la mesa y se acercó a Gojo, arrebatándole al bebé de los brazos.

—No es un juguete, ¿qué crees que estás haciendo? —le espetó, alejándose con el bebé—. ¿A quién se lo has quitado?

Gojo, devastado, sintió una punzada en el pecho. ¿Cómo podían pensar que era un secuestrador de bebés?

—¡No se lo he quitado a nadie! —replicó, con lágrimas en los ojos—. Lo encontré en el bosque y ahora es mío.

—De ninguna manera.

El corazón de Gojo se partió en dos.

—¿Cómo qué no? —inquirió.

—Debes llevarlo a la aldea más cercana. Ahí es donde pertenece.

—Pero si de allí mismo lo trajeron. ¿Qué te hace pensar que lo quieren? Nadie desea a este dulce Yuuji, lo dejaron a su suerte en el bosque. ¿No te parece cruel? ¿Vas a devolverlo a esos desalmados?

Las cejas rubias de Nanami se arquearon un instante antes de volver a su expresión habitual. ¿Sería eso cierto? Observó al bebé en sus brazos, que mordía uno de los cordones de su ropaje en silencio.

—¿Yuuji? —preguntó Nanami.

—Sí, así se llama. ¿No te parece adorable? ¡Mira, quiere comerte! —dijo Gojo con entusiasmo, aplaudiendo al recordar su petición—. Necesito tu ayuda. No hay mucha comida en invierno y sé que te esfuerzas por alejarte de nosotros cuando no es tu tiempo, pero quería saber si tienes algo para alimentar al pobre.

Los ojos suplicantes de Gojo no fueron necesarios; Yuuji ya hacía su parte, tirando de los cordones de Nanami. El espíritu olía a pan recién horneado y miel, algo que despertó el apetito del pequeño, que ya pensaba que Nanami podría saber tan bien como olía.

Nanami apartó los cordones babosos de la boca de Yuuji, pero no pudo liberar sus manos, que los sujetaban con tenacidad. Se apartó de Gojo, quien ya empezaba a congelar el piso bajo sus pies. El Espíritu del Invierno aceptó el silencio de Nanami como un sí.

Nanami fue a un estante y sacó un recipiente de arcilla con forma de conejo. De su cola salía un pequeño orificio.

—¿Qué es eso? —preguntó Gojo, intrigado por los movimientos de Nanami.

Este no respondió. Colocó a Yuuji sobre un mueble tejido y trajo un recipiente lleno de un líquido blanco. Vertió el líquido en la vasija y luego tomó al bebé en brazos.

Gojo, fascinado, observaba la destreza de Nanami. Yuuji comenzó a beber del pequeño orificio en la cola del conejo. Sus manos intentaban agarrar tanto los cordones de Nanami como la vasija, pero Nanami no la soltaba en ningún momento.

—Awww, Nanami… —dijo Gojo, emocionado ante la escena.

—¡Yo quiero intentarlo! —exclamó Gojo, acercándose a Nanami. Pero este lo detuvo.

—No. Congelarías la leche —le advirtió el Espíritu del Verano.

Gojo frunció el ceño mientras observaba a Yuuji beber con avidez. No podía entender cómo Nanami sabía todo sobre cómo alimentar a un bebé: la herramienta, la leche, todo... ¡Y él no podía hacer lo mismo!

—Déjame intentarlo —insistió Gojo, pero Nanami negó con la cabeza.

Gojo vio cómo Nanami volvía a llenar la vasija de cerámica, y Yuuji, feliz, bebía nuevamente. El bebé, con sus mejillas llenas y sonrosadas, parecía saludable y lleno de vida.

A medida que el pequeño se calmaba, Nanami detuvo la alimentación. Yuuji comenzó a relajarse, y pronto sus ojos, entre sus pestañas castañas y pequeñas, se cerraron. Al quedarse dormido, Nanami limpió su rostro, lleno de lágrimas y mocos, sin asco, y lo colocó en su hombro para darle suaves palmaditas en la espalda.

—Luego de ver todo esto, ¿tienes alguna conclusión? —preguntó Nanami, inexpresivo.

—Que Yuuji es más lindo cuando no llora.

Nanami suspiró profundamente.

—No tienes la menor idea de cómo cuidar a un bebé. ¿Por qué insistes en quedártelo? Eres demasiado peligroso; podrías congelarlo si se queda contigo.

Las palabras fueron como puñales para Gojo, que apretó los labios.

—Puedo controlar mis poderes. Exageras. Además, fui yo quien lo encontró. Es mi responsabilidad.

El labio de Nanami se crispó apenas un milímetro. Los ojos de Gojo se oscurecieron, tan fríos e insondables como el invierno. El silencio se profundizó entre ambos hasta que Yuuji eructó. Incluso ese sonido le pareció adorable a Gojo, quien sonrió de oreja a oreja.

Pero Gojo debía admitirlo: no tenía idea de cómo cuidar a Yuuji. Aunque el pequeño había cautivado su corazón, no sabía qué hacer con él. Su reino, el Invierno, no era un lugar adecuado para un bebé.

Chapter 3: Primavera 1

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Primavera 1.

Megumi entró en la cueva y atravesó el cálido pasillo hasta llegar a la cámara que hacía de sala. Como era de esperar, el lugar estaba bien iluminado por las rocas luminiscentes que Nanami había creado. Todo era cálido y olía muy bien. Encontró a ambos espíritus contemplando al bebé dormido, envuelto en pañales, descansando en un mueble.

Excelente, podría volver a dormir. Megumi se disponía a retroceder cuando Gojo detectó su presencia y lo llamó con un gesto enérgico de la mano, aunque sin hacer ruido. Megumi rodó los ojos y, con cautela se acercó. La imagen del bebé capturó su atención por un instante. Como siempre, Nanami tenía soluciones para todo.

Gojo le explicó cómo había alimentado al bebé. Era extraño escucharlo hablar en voz baja, pero con una emoción contenida. Megumi no lo había visto tan entusiasmado desde la pelea contra Sukuna, cuando el Invierno se adelantó hace algunas lunas. Desde entonces, Gojo se había aburrido rápidamente de la quietud.

—Y ahora está dormido —concluyó Gojo, y los tres volvieron a mirar al bebé. Naturalmente, estaría agotado después de luchar por sobrevivir en aquel suelo frío y desierto.

—¿Qué piensas hacer con él? —preguntó Nanami, sentado impávido junto a Yuuji. Sabía que el frío tacto de Gojo podría despertarlo si se acercaba demasiado—. Este niño necesita una madre, alguien que pueda alimentarlo.

—¿No es obvio? —replicó Gojo—. Por supuesto que pienso quedármelo.

—¿Por cuánto tiempo? —cuestionó Megumi—. ¿Qué harás cuando ya no estés en tu lugar?

Por un instante, la sonrisa de Gojo menguó. Su rostro pálido se tornó serio al contemplar al pequeño Yuuji, que dormía plácidamente, después de quién sabe cuántas noches en el implacable invierno. Gojo no sabía cuánto tiempo el niño había estado solo, pero por la forma en que se había aferrado al biberón, dedujo que había sido mucho. Ese recuerdo le provocó una ternura incontrolable. Nanami, al ver la expresión en su rostro, supo que sería difícil convencerlo de lo contrario.

—Esto es una locura —dijo Nanami, poniéndose de pie. Soltó un suspiro y, casi de inmediato, los pequeños ojos de Yuuji se estremecieron. Nadie respiró, temiendo que se despertara. Cuando el bebé volvió a relajarse, ellos también lo hicieron. Sin embargo, un grito desde la entrada de la cueva los sacudió.

Megumi giró hacia el pasillo de piedra y se apartó un poco más del mueble. Sukuna, el espíritu del otoño apareció caminando hacia ellos. Nanami reprimió una mueca; no le gustaba que entraran en su refugio como si fuera una posada.

Sukuna tenía una expresión de disgusto y miró directamente a Megumi, a quien había estado buscando durante horas.

—¿Qué hacen todos aquí? —preguntó con tono áspero. Algo andaba mal. Observó a Gojo, que lo miraba sonriente con las cejas arqueadas, y eso no le gustó para nada.

Nadie respondió. Preferían dejar que Sukuna se diera cuenta de lo que estaba sucediendo por sí solo. Cuando detectó el olor de la pequeña criatura, arrugó la nariz y se acercó para ver mejor, pero Yuuji abrió los ojos y comenzó a llorar, abrumado por la presencia de Sukuna.

En un parpadeo, Gojo ya tenía al pequeño en brazos.

—Ah, ya lo hiciste llorar con tu horrible cara —dijo Gojo, apartándose mientras hacía monerías para calmar al bebé.

Sukuna miró a Megumi, luego a Nanami, pero ambos decidieron no intervenir.

—Gojo, al final te hiciste con una humana para tener a tu cria —espetó el otoño, con sarcasmo—. ¿Qué haces con eso?

Aunque la idea de que Yuuji fuera su hijo despertó en Gojo una emoción peculiar, sabía que tenía que desmentir las teorías de Sukuna, quien simplemente frunció el ceño al escuchar la explicación de que habían encontrado al bebé en el bosque.

—Revisa a esa cosa, huele fatal —dijo Sukuna con desdén, lanzando una mirada a Megumi. Después de todo, solo había venido a buscarlo tras no encontrarlo al despertar.

Gojo, que había logrado calmar el llanto de Yuuji, revisó los pañales del pequeño y, efectivamente, encontró una sorpresa.

Sukuna soltó una risa cruel.

—No me importa lo que hagas con ese mocoso. Morirá antes de que termine el invierno —profetizó entre risas—. En fin, vuelvo a dormir.

Antes de irse, Sukuna tomó a Megumi de la mano y lo arrastró fuera de la cueva. La Primavera le lanzó una mirada preocupada a Yuuji, quien movía sus pequeños pies con energía, antes de desaparecer tras un suave rastro de hojas secas.

Gojo miró a Nanami, que recogía los utensilios de la mesa de piedra.

—Yo le di de comer. Te toca encargarte —dijo Nanami, sin molestarse en mirarlo.

Gojo se lamentó dramáticamente, pero no era alguien que se arrepintiera de sus decisiones. Sabía que aprendería, tarde o temprano. Yuuji, por su parte, apretó con su manita una de las joyas que colgaban del cuello de Gojo, mostrando una sonrisa babeante mientras intentaba llevársela a la boca, aunque no podía.

El corazón de Gojo se derritió ante tanta ternura.

 

Chapter 4: Invierno 2

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Invierno 2

Nanami le proporcionó telas nuevas, cálidas, que pudiera vestir al bebe, con ello Gojo salió de la cueva y se dio cuenta que un zorro blanco los estaba esperando curioso de la criatura que tenía en brazos el señor del invierno. Si quería lavar a Yuuji, porque lo necesitaba urgentemente, sabia  a donde tenía que ir. Nanami tuvo que explicarle el método correcto, ya que conociendo a Gojo, estaba propenso a tirarlo al agua nada más llegar.

Yuuji envuelto en una manta se distraía fácil jugando con las prendas tan cuantiosas de Gojo, asi que no representó ningún inconveniente mientras se deslizaban hasta el lugar.

Cuando los vapores de aquellas aguas se hicieron presentes supo que habían llegado. El zorro olfateó el aire y no encontró a nadie cerca de las aguas termales. Aquel estanque era demasiado grande y si Gojo ingresaba estaba seguro que templaría el agua. Rápidamente desenvolvió a Yuuji de los pañales y se dispuso a limpiarlo, tal cual Nanami se lo había indicado, difícil tarea ya que Yuuji, energéticamente movía los brazos y las piernas como si se tratara de un juego, encontrando cierta diversión en jugar con el agua tibia, agradable y abundante, por un instante llegó a frustrar los movimientos de Gojo, mientras el zorro observaba a su lado moviendo la cola perezosamente.

…por fin terminó, Gojo se sintió agotado y húmedo, tomó a Yuuji en sus brazos y se sentó cerca del vapor de las aguas termales donde el calor podría consolar al pequeño. Yuuji estaba protegido por las telas de Nanami y no parecía afectado por el aura de invierno, jugando con su mano que se metía en la boca en un puño, Gojo sonrió enternecido dejó salir una risa entre dientes viendo tal ternura. El zorro se acercó olfateando cuidadosamente el cabello del niño.

—No puede ser que tengas hambre, acabas de comer-Dijo con una sonrisa, pero el bebe no podía entender lo que decia, sacó el puño de la boca y se entretuvo con las prendas de plata que Gojo tenía en sus ropajes.

Vio algo extraño en su boca y la examinó, apenas se podían ver los pequeños dientes asomándose, eran tan diminuto que tenía que afilar la mirada para darse cuenta que comenzaban a asomarse.

Eso quería decir que podría comer sólidos, se preguntaba cuándo, ¿cuán rápido podía crecer un humano? un bebé en este caso. Gojo se perdió en sus pensamientos mientras Yuji era feliz en su mundo lleno de luces y colores traslucidos.

El zorro repentinamente giró su cabeza hacia el camino por donde ambos habían venido, se trataba de alguien que había llegado y entre el vapor podía verse su silueta.  Gojo observó la figura emerger del vapor de las aguas. Se trataba de Yuuta.

El rostro familiar era inofensivo, tenía su ropa de invierno, y lo único de color era su cabello negro y sus grandes ojos cargados de amabilidad, al ver esta escena frente a el, pronto mostró contrariedad, pero Gojo estaba mas que dispuesto a sacarlo de su duda.

—Se llama Yuuji y lo encontré -Dijo Gojo teniendo al niño en su regazo preparado para lo que sospechaba era otra siesta. Yuuta se maravilló con la historia, pero no tardó en manifestar sus preocupaciones.

Siendo un espíritu del invierno, sabia lo cruel que podría ser esta estación y más aun las otras estaciones para un bebé. Observó a Yuuji dormir y la simpatía no tardó en llegar a sus ojos.

—Es un niño muy fuerte. -Apuntó sabiamente, se preguntó ¿Por qué lo habrían abandonado a su suerte? Pero sospechaba que esto era natural, después de todo Gojo era despiadado– Me encantaría ayudarte. Necesitará más comida y ropa. Esta pequeño ahora, pero tarde o temprano crecerá y se hará más fuerte y grande.

—Ya están los dientes a la vista -Indicó Gojo y le abrió gentilmente los pequeños labios para que Yuta lo confirmara.  

—Eso es bueno-Dijo Yuuta sonriendo- ¿Qué piensan los demás Señores al respecto? -Preguntó poco después. Algo en el rostro de Gojo confirmó que no estaba del todo claro.

—Nanami dice que debo devolverlo a la aldea, Sukuna es indiferente, Megumi no lo sé; aunque parece preocupado, pero supongo que no es como pudiera hacer algo. Devolverlo a aldea mas cercana no es garantía que este a salvo. -Explicó el invierno, acariciando distraído el cabello rosado de Yuuji que hacía pequeños ruidos dentro de sus sueños.

Yuuta tenía una expresión contemplativa, internamente pensaba en el destino de este pequeño ser.

—Puedo investigar de donde proviene. Si aún tiene familiares vivos en alguna de las aldeas circundante.

Gojo arrugó un poco la expresión, miró al bebe, durmiendo aun con sus mejillas sonrosadas por efecto del vapor y las ropas amarillas de Nanami, su pequeña mano, era un puño tenaz sobre las perlas de sus collares.

Un sentimiento de disgusto nació de la propuesta de Yuuta, aunque también era consciente que el joven solo deseaba ayudar, ¿Por qué todos insistían en alejarlo del pequeño bebé? Era como si no comprendieran en problema en sí, la única razón por la que estaba alli con ellos, era por que aquellas mismas personas de la aldea se habían encargado de abandonarlo en el bosque.

De repente, Yuuji comenzó a removerse incomodo en los brazos de Gojo, este que no habia salido de su abstracción solo reaccionó a tiempo para darse cuenta que él bebe estaba emitiendo sonidos de disgusto y su rostro se arrugaba.

—Oh.-Dijo y procuró tranquilizar su carácter. Yuuta que resultaba muy observador, no comentó algo, y se abstuvo de ofrecer ayuda similar…al menos, por el momento. - ¿Qué pasa, Pequeño? ¿Ya tienes hambre?

Yuuji era incapaz de expresar sus deseos en palabras de modo que ninguno de los dos se enteró que el cambio de humor de Invierno lo había asustado.

—¿Cómo lo alimentas? -Preguntó Yuuta mirando los ojos luminosos del pequeño.

—Nanami lo hace- Indicó Invierno – algo con unas herramientas en forma de conejo, creo que es leche.

—¿De conejos? ¿leche? -Yuuta arrugó el entrecejo - ¿Leche en invierno? 

Luego pensó en Nanami, convencido casi de inmediato de que Verano era un espíritu muy capaz. Yuuji se tranquilizó y se distrajo con las joyas de Gojo, pronto tuvieron que alejarse, ya que el vapor del agua, comenzaba a humedecer sus ropas. Yuuta se despidió de Yuuji conmovido tocando sus pequeñas manos, pronto pensó en que la próxima vez que se volvieran a ver le traería algún regalo de bienvenida al bosque.

Chapter 5: Primavera 2

Notes:

He estado llena de trabajo, no he tenido tanto tiempo para escribir, espero les guste este cap. Gracias por los votos y por leer.

Chapter Text

PRIMAVERA 2 

Megumi tenía los ojos abiertos, fijos en el techo de piedra. Por la presencia de Sukuna en la gruta, las flores perdían vitalidad, y ninguna de ellas podía florecer en las enredaderas de las paredes mientras estaban juntos. El Otoño dormía plácidamente a su lado, agotado tras haber terminado su Lugar. Por lo menos este Año, Gojo no parecía ansioso por ocupar su puesto antes de lo previsto. La última vez, debido a un capricho del albino, Sukuna había dormido hasta finales del verano.

Megumi deseaba también poder descansar como lo había hecho desde que terminó su Lugar; sin embargo, los llantos de aquella criatura lo habían despertado. Ahora no podía dejar de pensar en el destino de esta. Imaginó a Gojo cargando al bebé de un lado a otro y, peor aún, el cadáver congelado de un bebé, presumiéndolo como si realmente fuera un objeto o un juguete, y no un ser vivo con necesidades.

¿Se daría cuenta?
Seguro que Nanami lo impediría… Aunque, ciertamente, la actitud de Nanami hacia los demás era desdeñosa; no aparecía sino cuando Megumi se retiraba de su Lugar. Desconocía qué hacía Nanami mientras él descansaba, pero no era necesario ser un genio para deducirlo. A Nanami le gustaba la tranquilidad del verano, el sonido de las cigarras y el río que estaba frente a su gruta. De todos los espíritus, suponía que Nanami era el más sensato y humano.

Se levantó lentamente del lecho y observó con atención a Sukuna, que respiraba apaciblemente a su lado. Se alejó de él sin apartar la mirada y salió de la gruta donde ambos habían decidido descansar y, en parte, alejarse de Gojo. Afuera se hizo presente el frío, naturalmente, pero Megumi supo ignorarlo. Atravesó el bosque con rapidez y notó que la nieve se acumulaba en las copas y las raíces de los árboles. Volvió al camino del río, donde se encontró con la entrada de la gruta de Nanami, iluminada.

Nada más acercarse a la cálida área del hogar, algunas ramas brotaron en las grietas de la roca, y aquel aroma floral invadió la caverna. Nanami levantó la mirada de la mesa donde parecía estar leyendo y observó, por cuarta vez, cómo volvían a interrumpir en sus aposentos. Algo increíble, ya que no solía recibir visitas espontáneas de aquellos que dormían en invierno, por obvias razones.

—Primavera… ¿a qué debo tal interrupción? —preguntó Verano, sin apartar los ojos de lo que estaba leyendo.

El aludido pronto se sintió fuera de lugar. Buscó con la mirada a Gojo y al bebé, pero no encontró a nadie más que a Nanami.

—No están aquí. Ha salido a limpiar al bebé; Yuuji.

—¿A limpiar?

—Sus pañales —indicó Nanami, impávido.

Megumi se acercó a donde estaba sentado; no tenía mucho tiempo.

—¿Hace cuánto que se fue? ¿Volverá? Tenemos que hacerlo entrar en razón —dijo rápidamente.

Nanami le dirigió una mirada difícil de interpretar, pero estaba serio.

—No creo que Gojo quiera cambiar de opinión —dijo el Verano.

—Pero cuando llegue mi Lugar, él estará dormido, y no quiero imaginar qué hará si no quiere irse solo para cuidar a la criatura. Arrastrará a todos a un largo invierno.

—No sería la primera vez —expresó Nanami, con los ojos nuevamente en los escritos—. Sin embargo, eso no sería conveniente. Lo más sensato es encontrar un hogar para la criatura en cuestión.

Megumi pensaba lo mismo, no solo por el equilibrio de la naturaleza, sino por el bienestar del pobre bebé. En primavera habría más oportunidades de comida, y estaba seguro de que alguna aldea no tendría problemas en recibir a un nuevo integrante, ¿verdad?

—Tenemos que conseguir un lugar donde pueda quedarse cuando no esté en su reinado.

Megumi se detuvo en seco cuando sintió una brisa fría detrás de él. Intercambió una mirada con Nanami, que estaba impávido frente a él.

Ambos se giraron para observar al recién llegado, quien tenía a la criatura dormida en sus brazos y los miraba expectante. Luego, fue como si hubiera leído su mente, aparentemente consciente de que estaban hablando de él.

—Pequeño Megumi… —saludó Invierno, mirándolo con fijeza—. Pensé que te encontrabas durmiendo con Otoño. ¿No vendrá a buscarte de nuevo?

El aludido frunció el ceño al ver cómo la sonrisa de Gojo se tornaba más aguda y jocosa. Hablaba, en cambio, suavemente, seguramente para no despertar al bebé.

—¿Has pensado en lo que pasará con él cuando no estés en tu Lugar? —preguntó Megumi, evitando caer en la provocación del otro.

Gojo arqueó ambas cejas.

—Aún no encuentro una solución. ¿Por qué? —preguntó con aparente interés, acercándose a donde hablaba Primavera—. ¿Acaso podría contar con tu ayuda? Por supuesto, eres un buen chico, ¿no?

Megumi resistió las ganas de fruncir más el ceño. Invierno, a veces, solía ser un poco infantil. Gojo se apartó, consciente de que podría perturbar a Yuuji. Se puso al lado de Nanami y depositó al bebé en el mueble para que descansara cómodamente con la tibia aura de Verano.

—Yuuji se quedará conmigo. Eres bienvenido a apoyarme en esta empresa y mantenerlo con vida. De lo contrario, no te entrometas en esto.-Le amenazó, Megumi sintió un escalosfrios recorrerle la espalda. Los ojos de Gojo brillaron amenazadoramente.

Megumi observó al bebé. Estaba limpio, y había color en sus mejillas. Era una criatura adorable, más aún porque su cabello rosa, estaba parado a todas direcciones y lucia limpio, como los sakura, delataba que era un hijo de la primavera, sin lugar a duda.

Suspiró profundamente.

Chapter 6: Invierno 3

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

 Invierno 3

 

Yuuta había sugerido a Gojo la idea de construirle un pequeño hogar a Yuuji para protegerlo de los elementos. La gruta de Nanami era un buen refugio, pero a largo plazo, Yuuta dudaba cuánto podría soportar la paciencia de Verano. Nanami era quien lo alimentaba con aquella leche inagotable y con quien dormía más tranquilo durante el día. Dormir era, sin duda, la actividad favorita de Yuuji. Lo hacía después de comer, jugar, bañarse, e incluso en los momentos más inesperados: sentado, en cualquier superficie, o en los brazos de quien lo cargara. Para Gojo, aquello comenzaba a parecerle incómodo.

Gojo estaba preocupado por lo que comería Yuuji cuando ya no quedara más leche, o por la posibilidad de que sus noches en vela estuvieran agotando la paciencia de Nanami. Por el momento, Nanami parecía tener suficientes reservas, pero no la suficiente tranquilidad, ya que Gojo nunca perdía oportunidad de visitarlo y atender al bebé con su característico entusiasmo.

En algunas noches, Yuuji despertaba llorando sin motivo aparente, y Gojo aún no dominaba el arte de volverlo a dormir. Solo Nanami parecía saber cómo hacerlo. Se levantaba con calma, lo cargaba en brazos, y el bebé se aferraba con sus pequeñas manos a las cálidas ropas de Verano, quedándose dormido de nuevo. Gojo lo observaba con una mezcla de envidia y fascinación.

Yuuta teorizó que tal vez la convivencia de dos seres tan opuestos en un mismo espacio afectaba al bebé. Sin embargo, esto no consolaba a Gojo, quien sentía celos de la calidez natural de Nanami. Literalmente, calidez. Yuuji se relajaba completamente cuando Nanami lo sostenía: lo alimentaba, lo hacía eructar o incluso se quedaba dormido sobre su hombro, babeando sus ropas.

—Tenemos que construir ese lugar pronto —afirmó Gojo para sí mismo mientras veía a Yuuji dormir en los brazos de Nanami, con las mejillas rosadas después de otra ración de comida.

Le pidió a Yuuta que lo ayudara a localizar una nueva gruta lo suficientemente amplia para las necesidades del bebé. Así fue como Yuuta visitó a Megumi para contarle el plan de construcción. Necesitaban su ayuda para crear muebles con hojas, una cama y, tal vez, apoyo adicional en el cuidado del bebé. Aunque Yuuji le despertaba una cálida ternura, Megumi no tenía idea de cómo cuidar a un niño. Aun así, la idea de estar cerca de la criatura lo emocionaba profundamente.

Megumi deseaba tener niños algún día, pero a Sukuna no le agradaba la idea. De hecho, Sukuna solía dormir profundamente y no se enteraba de lo que Megumi hacía fuera de la cueva. A Megumi le tocaba ser especialmente cuidadoso al abandonar el lugar por las mañanas para no molestarlo.

Yuuta y Megumi encontraron una pequeña gruta hueca no muy lejos del refugio de Nanami, cerca de una fuente de agua que atravesaba la zona. Examinaron el lugar para asegurarse de que fuera seguro. Aunque olía a humedad y parecía haber sido habitado por animales, decidieron que sería adecuado. Bloquearon la entrada con ramas para evitar que el viento se colara y comenzaron a trabajar en convertirlo en un espacio habitable.

Mientras tanto, Gojo se dedicó a conseguir ropa para Yuuji. Recorrió cada aldea cercana al bosque, buscando telas cálidas y resistentes. Aunque muchas prendas eran demasiado grandes, los colores eran hermosos: rojos, rosas, azules y amarillos. Sin pensarlo dos veces, Gojo se despojó de las joyas de su cuello para conseguirlas, además de unas canastas de bambú grandes, ideales para fabricar una cama para el bebé.

Cuando Gojo llegó a la gruta, se encontró con un espacio habitable: ramas trepaban las paredes de piedra, desprendiendo un aroma primaveral. Algunas piedras mantenían el calor, similares a las que Nanami usaba para iluminar su hogar. Sin embargo, cuando Invierno apareció, la temperatura descendió rápidamente, y todos tuvieron que trabajar con prisa.

—¿Qué trajiste? —preguntó Megumi al verlo con varias canastas.

—Telas y otras cosas —respondió Gojo, orgulloso.

Megumi examinó las telas en silencio. No eran finas, pero servirían. Cuando Megumi empezó a cortar las telas para ajustarlas, Gojo casi lloró al ver su esfuerzo desmoronarse en retazos. Sin embargo, Megumi trabajó de manera implacable y, al final, crearon una cuna cómoda con las canastas.

Aunque habían progresado, aún faltaba confeccionar más ropa, y ninguno de los tres sabía coser. Tuvieron que volver a donde Nanami estaba con Yuuji. Nanami, al escuchar el relato, llevó al bebé al interior de su gruta, lo dejó jugar entre almohadas cálidas y comenzó a cortar las telas que Gojo había conseguido. Gojo casi se desmaya cuando Nanami cortó una de las telas más costosas para hacer pañales.

—Es tu culpa por traer telas tan caras. La próxima vez, consigue algodón o lana —reprochó Nanami sin detenerse.

Gojo se mordió los labios, tragándose su orgullo. Mientras tanto, observaba a Yuuji gatear con entusiasmo, explorando su entorno con la curiosidad de un bebé. Aquella visión lo reconfortó, recordándole que todos esos esfuerzos valían la pena.

Notes:

Gracias a todos por sus comentarios y kudos, espero poder traerles mas de esto.

Si desean ver algo mas en estos relatos, haganmelo saber. :)

Chapter 7: Otoño 1

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

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Otoño 1

La gruta estaba terminada luego de algunos días. Curiosamente, Nanami parecía no confiar en la capacidad de nadie más para cuidar al bebé. Cada mañana fría se aparecía con alimento, telas limpias y algo que parecía una papilla hecha de algún tipo de cereal. Gojo no tenía idea de dónde Nanami conseguía esas cosas, pero, recordando que comerciantes solían cruzar el río, supuso que se las había procurado de alguna manera, ya fuera por curiosidad o por casualidad. De todos modos, Yuuji parecía encantado de tener a Nanami cerca. Cuando lo veía, sus ojos se iluminaban, y había aprendido a llamarlo alzando los brazos para que lo cargara, emitiendo ruidos en ese curioso lenguaje de bebé: "Uhhh, aaaa, hnng..."

Gojo, aunque a veces sentía celos de ese vínculo, admitía que era algo adorable de ver. Cada vez que Yuuji alzaba los brazos hacia él, su corazón de hielo se derretía. Lo tomaba en brazos y acariciaba su pequeño rostro de bebé.

En la gruta, que habían construido con esmero, hicieron lo imposible para mantener viva la vegetación de primavera. Para ello, Megumi solía frecuentar el lugar, escapándose de su recinto. Si la esencia de la primavera desaparecía, era posible que tanto la calidez como la vida de la vegetación se desvanecieran bajo la influencia de Gojo. Cuando este no podía permanecer allí por más tiempo, Yuuta se quedaba a hacer guardia por las noches. Encendía un buen fuego y velaba por el sueño del niño.

Por las mañanas, Gojo jugaba con Yuuji. Lo envolvía en telas cálidas y lo llevaba a pasear para que tomara el sol y conociera a los animales del bosque. Estos, por supuesto, sentían curiosidad por aquella pequeña y ruidosa criatura que había captado toda la atención del Señor del Invierno.

Todo parecía estar en paz hasta que, una tarde, alguien irrumpió en la gruta justo después de que Yuuji terminara de comer. Nanami, Megumi y Gojo estaban conversando sobre qué hacer cuando Gojo tuviera que marcharse y ceder su lugar a Megumi. A este último le ilusionaba la idea de cuidar al niño, aunque su rostro no lo demostrara del todo. Sin embargo, había algo que lo preocupaba profundamente.

—Sukuna —dijo Gojo de repente.

Megumi lo miró sorprendido. ¿Cómo podía haber leído su pensamiento?

—Sí, exacto —respondió Megumi, pero Gojo señaló hacia la entrada.

—No —corrigió—. Me refiero a que está aquí. Ahí.

Los vellos de la nuca de Megumi se erizaron al sentir el viento otoñal. Giró hacia la entrada y allí estaba Sukuna, de pie en medio de la estancia. Vestía su kimono blanco, y sus ojos rojos, afilados como rendijas, estaban fijos en el bebé que descansaba en los brazos de Megumi.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Sukuna—. ¿Es por esta razón que abandonas el sueño a mi lado? ¿Por esa cosa rosada?

Sukuna dio unos pasos hacia adelante, pero no llegó más lejos. Gojo ya se había levantado y bloqueaba el camino. Ambos intercambiaron miradas desafiantes.

—Aparta de mi camino —ordenó Sukuna.

Gojo no se movió.

—Sukuna, no. No peleen aquí —exigió Megumi.

Nanami los observaba impávido, pero se levantó de su lugar. Justo entonces, Yuuji arrugó la boca, frunció sus pequeñas cejas y comenzó a inquietarse. El Otoño y el Invierno estaban midiendo sus fuerzas.

—Entonces suelta a esa cosa y ven conmigo. No deberías estar aquí —ordenó Sukuna.

—Estoy seguro de que Megumi sabe muy bien dónde quiere estar —respondió Gojo con frialdad—. ¿Qué pasa? ¿El pobre Otoño tiene miedo de dormir solo una temporada?

—¡Maldito! —gruñó Sukuna.

—Sukuna, no. ¡Gojo, basta! Puedo estar donde quiera. No necesito que me defiendas —interrumpió Megumi.

—¿Por qué demonios estás aquí? ¿En esta porquería de cueva, con estos dos… y esa cosa? ¿Es una cría de humano? ¿Y te vas a escondidas? ¿Esperas que no me sienta ofendido por tus mentiras? —La voz de Sukuna resonó en la cueva, oscureciendo el ambiente y enfriando el aire. Yuuji gimoteó en los brazos de Megumi, frotándose los ojos.

—¡Yo jamás te mentí! —replicó Megumi.

—¿Por qué no me dijiste que estabas aquí? —insistió Sukuna.

—¡Muy bien! —interrumpió Gojo al escuchar el llanto de Yuuji intensificarse—. Pueden discutir sus problemas matrimoniales fuera de aquí. Megumi, dame al bebé.

—No, no —respondió Megumi, alejando al niño de ambos. Gojo abrió los ojos de par en par.

—Si lo tienes tú, morirá congelado.

Gojo reaccionó ofendido. Aunque sabía que era verdad, no esperaba que Megumi lo dijera así. Observó cómo este se alejaba, sosteniendo al niño, quien lloraba desconsolado, asustado e incómodo.

—¡No haré tal cosa! —exclamó Gojo indignado. El frío a su alrededor se intensificó, obligando al Otoño a retroceder. Sin embargo, este miraba incrédulo a Megumi, sorprendido por su actitud protectora—. ¡Dame a Yuuji ahora!

—¡No! —replicó Megumi con una mirada furiosa—. ¡Tú, vete de aquí! Estás asustando al bebé.

—¡Sí! ¡Nadie te quiere aquí! —apoyó Gojo por un instante—. Este es mi lugar.

El llanto de Yuuji rompió el tenso silencio. Megumi, incapaz de calmarlo, lo mecía torpemente mientras retrocedía hacia la cuna. Pero los gritos del infante llenaban la cueva.

—¡Megumi, dame al bebé! Lo estás asustando —rogó Gojo desesperado.

Antes de que Megumi pudiera reaccionar, una figura amarilla entró en su campo de visión. Era Nanami.

—Dame a Yuuji. Lo estás asustando —ordenó con suavidad, extendiendo las manos. Solo entonces Megumi fue consciente de que el pequeño Yuuji temblaba, con el rostro húmedo por las lágrimas. Sintió como si el corazón se le cayera al estómago.

—Lo siento… no quería…

—Vamos —lo instó Nanami.

Megumi entregó al bebé. Nanami lo tomó en brazos, lo observó con su calma característica y comenzó a arrullarlo. Yuuji dejó de llorar rápidamente. Impresionado, Megumi observó cómo Nanami lo tranquilizaba con facilidad.

—Todo está bien. Todo está bien —murmuró Nanami, dejando al bebé en su cuna. Pero Yuuji se aferró a su ropa, buscando su calor.

Megumi, confuso, miró detrás de Nanami. Sukuna y Gojo habían desaparecido.

—Ya no molestarán por aquí. Está bien —aseguró Nanami.

Yuuji, finalmente tranquilo, comenzó a quedarse dormido en los brazos de quien parecía ser su protector más confiable.

Notes:

Hacia donde nos llevara esto. Ni idea

Chapter 8: Espiritus 1

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Yuuta había escuchado sobre aquel evento de la boca de Gojo. En realidad, solo oía sus quejas: cómo Nanami los había echado a él y a Sukuna de la cueva, cuando claramente Otoño era el verdadero culpable de todo. Fue él quien asustó a Yuuji y enfureció a Verano. Gojo no tenía nada de culpa; solo quería que Yuuji dejara de llorar. Sin embargo, Primavera, al parecer, entró en pánico, y ahora Gojo tenía prohibido entrar a la cueva. ¡Era Primavera quien debía volver a su cueva con aquel desagradable imitador del clima frío y ventoso! Sí, definitivamente era así.

El espíritu del Invierno no emitió juicio alguno sobre aquel asunto, aunque sintió cierto resentimiento por el hecho de que Yuuji hubiera entrado en pánico ante la presencia de Otoño. Sabía que Sukuna tenía una presencia muy intimidante, similar a la del Invierno, pero sin serlo. Sukuna tendía a marchitar lentamente toda la vegetación, dándole un aspecto lúgubre al lugar... La verdad era que tenía un temperamento terrible cuando no dormía bien, algo diferente a los demás espíritus de las estaciones.

El asunto con Primavera, sin embargo, era algo sobre lo que no podía opinar, pues escapaba de su alcance. Megumi tarde o temprano tendría que retirarse de la cueva y volver a su verdadero recinto, no a aquel que compartía con Otoño. Después de aquello, no sería prudente ir directamente a hablar con Otoño para explicarle lo que estaba sucediendo, especialmente sabiendo que, desde un principio, no estaba de acuerdo con que una criatura como Yuuji habitara el bosque.

La noticia de que Otoño e Invierno habían comenzado una pelea se propagó rápidamente, como el fuego en un bosque reseco. Al igual que Yuuta, otros espíritus sintieron curiosidad por la situación. Uno de ellos era Jogo, un espíritu del Verano que, junto con sus amigos, llegó hasta la gruta donde se encontraba Yuuji. Allí, junto a él, estaban otros espíritus, como Hanami, un brote de Primavera, y Mahito, un espíritu cambiaformas y burlón. Observaban en silencio lo que ocurría fuera de la cueva, pero realmente no pasaba nada interesante. Gojo llegaba, entraba rápidamente y, durante horas, no parecía suceder nada. Luego salía, a veces acompañado por Nanami, el espíritu del Verano, o por Yuuta, el hijo de la nieve, pero jamás se veía a ninguna otra criatura distinta a ellos dos.

Aquel comportamiento les resultaba extraño. Dos espíritus tan opuestos no se unirían por una simple amistad, y la idea de que compartieran un vínculo como el de Otoño y Primavera era impensable. Mahito se estremeció solo de imaginarlo.

Decidieron entonces elaborar un plan. Esperaron a que Invierno se retirara al mediodía y se dispusieron a investigar el interior de la cueva. Mahito se encargaría de distraer a Verano transformándose en un animal para robarle sus herramientas. Cuando este saliera de la cueva, Jogo y Hanami entrarían rápidamente a inspeccionar.

El plan parecía infalible. Nanami era extremadamente celoso con sus herramientas y su tiempo, por lo que la distracción funcionó a la perfección. Sin embargo, al entrar en la cueva, no encontraron nada más que una recámara. Jogo revisó las paredes, detrás de las cálidas rocas de Verano, pero no halló nada, solo retazos de tela fina, kimonos de diferentes colores y pequeños tejidos.

No comprendían el propósito de aquellos materiales. ¿Estaba Nanami haciendo algo con ellos? ¿Cómo se relacionaba Gojo con esto? ¿Por qué tenían que verse todos los días? ¿Por qué se habían unido? ¿Estaban planeando algo? ¿Un nido de amor? ¿Con tela?

Observaron una canasta vacía llena de telas que formaban un pequeño y acogedor colchón. ¿Qué significaba aquello? No pudieron pensar demasiado en ello, pues, al no encontrar respuestas, decidieron salir de allí lo más rápido posible.

Se alejaron hacia los arbustos cubiertos de nieve, esperando a que Mahito los alcanzara. Mientras tanto, vieron a alguien acercarse a través del manto blanco. Pensaron que sería Nanami, pero no era él, sino Gojo. Se apresuraron a esconderse, esperando que Mahito supiera camuflarse inteligentemente.

Gojo entró a la cueva un instante, y poco después, alguien más se acercó entre los arbustos. Se estremecieron, pero resultó ser Mahito, quien había adoptado la forma de un zorro. Recuperó su forma original y preguntó si la misión había sido un éxito.

Negaron con la cabeza. No habían logrado descubrir nada, solo pistas inconexas.

Entonces escucharon pequeños pasos. Creyeron que se trataba de algún animal y no le dieron importancia, demasiado confundidos por lo que habían visto. Mahito tenía el rostro interrogante, y de repente, lo sintieron: una ventisca salió de la cueva como si un monstruo escupiera agua congelada.

A la distancia, vieron a Nanami regresar con su traje amarillo. Un rugido imponente los hizo estremecer y esconderse aún más. Nanami corrió hacia la cueva, y lo siguiente que vieron fue a Gojo emergiendo de la nieve como un espectro, gritando desesperadamente. El frío a su alrededor parecía cristalizar el aire mismo.

No entendieron nada. No, hasta que Mahito, mirando hacia un lado, notó que algo se acercaba gateando.

Una criatura vestida con telas claras y finas. Sus pequeñas manos estaban protegidas con guantes, y lo más llamativo era su cabello rosado, suave y esponjoso.

—¿Un bebé?

Los amigos se quedaron observándolo, y casi se podía escuchar el engranaje de sus cerebros procesando la información.

—Es de ellos dos.

—¿Un bebé? —interrumpió Hanami, incrédula.

Eso explicaría la cuna… y la ropa.

—Ahh… —Mahito sonrió—. Eso también explicaría esa extraña herramienta. Parecía un biberón de bebé.

Los tres tenían la mandíbula en el suelo, palidos.

¿Verano e Invierno tenían un bebé?

¿En qué momento?

Eso ya no importaba. Lo único que sabían era que Gojo estaba a punto de desatar una tormenta invernal si esa criatura no regresaba.

Chapter 9: Espiritus 2

Summary:

Lamento la demora en actualizar, estaba trabada con algunas ideas, pero ya se para donde vamos.

Notes:

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Los Espíritus 2

El niño en cuestión se distrajo con las prendas que colgaban de Mahito, mientras los otros dos espíritus parecían estremecerse en la misma medida en que Gojo vociferaba a Nanami algo; seguramente la desaparición del infante.

—¿Qué se supone que hagamos? —preguntó Mahito a Jogo. Este miró al niño que aguardaba tranquilo en los brazos del cambiaformas; su aspecto era saludable y no parecía afectado por su aura. Por el contrario, se mostraba encantado. Su cabello rosado brillaba bajo el sol invernal y sus manos no dejaban de moverse, inquietas.

Jogo lo observaba con intensidad, como si no pudiera creer que aún se encontrara allí.

—Hay que devolverlo —dijo Hanami con lógica. Los tres se volvieron hacia la cueva, temerosos de enfrentarse a un invierno inmisericorde. Jogo palideció ante la posibilidad de acercarse, sin saber qué estaba ocurriendo entre aquellos dos.

Mahito, sin embargo, se mostraba entretenido examinando al pequeño.

—Es muy cálido —comentó con suavidad, mientras observaba al niño que ahora se distraía llevándose los dedos a la boca—. Ah, creo que tiene hambre... ¿No podemos quedárnoslo? —preguntó, casi con ingenuidad.

La pregunta, por absurda que pareciera, dejó a Jogo en un estado de estupefacción. Rápidamente le propinó un golpe para hacerlo reaccionar y sacarlo de aquella fantasía. Era mejor devolver al niño, como había sugerido Hanami, aunque esta última también comenzaba a mostrar un notable interés por la criatura, que había encontrado tranquilidad en los brazos de Mahito.

—La verdad es que es adorable —concordó Hanami. Se inclinó hacia él y acercó una mano para tocar su mejilla. Una breve risa brotó de los labios del pequeño al sentir el contacto, y tomó rápidamente el dedo del espíritu para examinarlo con sus diminutas manos.

Tanto Hanami como Mahito estaban visiblemente encantados con aquel pequeño ser, mientras Jogo parecía al borde de un colapso nervioso. No tardó en encontrar justificación para su temor. Justo cuando se disponía a reprender a sus compañeros, una helada sensación le recorrió la espalda. Se giró abruptamente, como si su alma se hubiese separado del cuerpo. Allí estaba Él: el Invierno, con sus ojos azules brillantes y cargados de amenazas.

—¿Se puede saber qué hacen ustedes con Yuuji? —inquiró con voz lacerante.

—¿Yuuji? ¿Así se llama? —preguntó Mahito con inocencia, sin ser plenamente consciente de a quién se dirigía. Al apartar la mirada del bebé, un escalofrío le recorrió la espalda.— G-Gojo...

—Entréguenmelo ahora, y consideraré no congelarles los huesos —ordenó el aludido, extendiendo las manos. Su aura fría era casi sólida. En ese instante, Yuuji comenzó a llorar, removiéndose incómodo en los brazos del cambiaformas.

Gojo no esperó más. Se acercó para tomar al niño, quien se aferraba con tenacidad a las prendas de Mahito. Aunque el gesto podía interpretarse como una especie de traición, el Invierno lo apartó con delicadeza, arrancando un leve gemido del pequeño. Se alejó con la misma rapidez con la que había llegado, como si nunca hubiera estado allí. Aun así, Yuuji seguía llorando, y ni los movimientos suaves ni las palabras tranquilizadoras de Gojo lograban consolarlo.

 

Los tres espíritus suspiraron con alivio al pensar que habían escapado de la ira del Invierno. Al fin y al cabo, el niño era adorable, y todos conservaban sus cuerpos enteros y sin congelar. Sin embargo, el respiro fue breve: una ola de calor les golpeó por la espalda.

Se giraron. Allí estaba Nanami, el Verano, observándolos con una mirada fría —irónicamente— y severa.

—¿Qué planeaban hacer aquí? —preguntó, escrutándolos uno por uno. Si Gojo hacía temblar por frío, Nanami lograba hacer que sus rostros se derritieran bajo el peso de su aura opresiva.

—Nanami, no... no es lo que parece. Sólo pasábamos por aquí —intentó justificarse Mahito, pálido y sudoroso, mientras retrocedían ante un suelo que comenzaba a agrietarse por el choque de temperaturas.

—No quiero volver a verlos rondar por aquí. Fuera de mi vista —ordenó.

En ese preciso momento, una roca se partió en dos por el violento choque térmico. Los espíritus no esperaron una segunda advertencia; echaron a correr mientras Mahito, transformándose en ave, gritaba que todo había sido idea de Jogo.

Nanami los vio perderse en la distancia. Mas algo llamó su atención. Allí, justo debajo de sus pies, en una de las rocas agrietadas, había musgo.

Se agachó lentamente. No era extraño encontrar musgo en rincones húmedos, pero en un lugar expuesto a tamaña violencia elemental, resultaba insólito. Lo tocó con dos dedos. Estaba tibio... vivo. Parecía palpitar levemente.

—¿Qué demonios...? —musitó.

Notes:

Recuerde los comentarios son alimento para los escritores ;D

Chapter 10: Yuta 1

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Se había aventurado a atravesar la montaña hasta encontrar una pequeña aldea, una de las cinco que rodeaban la vasta cordillera. Todas estaban allí por la generosidad del río que cruzaba la región, abundante en peces y en vida silvestre. Sin embargo, los inviernos eran despiadados. A menudo, las heladas diezmaban la población, como si la propia naturaleza regulara no solo el equilibrio de los animales, sino también el de los humanos.

Los espíritus del bosque, antiguos y reservados se mantenían alejados de los humanos, a quienes consideraban egoístas y peligrosos. Sabían bien que el mundo espiritual y el mundo de los hombres debían mantenerse separados, y que cualquier contacto debía manejarse con extrema precaución. No obstante, algo importante había llevado a Yuuta a emprender ese viaje. Necesitaba descubrir el origen del pequeño de cabello rosado.

Un color así no podía pasar desapercibido. Tenía que encontrar alguna pista. Recorrió cada rincón de la aldea, pero no encontró a nadie con ese tono peculiar. Los más cercanos eran aquellos con cabellos castaños claros. Se acercó a ellos, preguntó por la desaparición o pérdida de algún infante, pero todos se mostraron confundidos. Nadie pudo darle una respuesta clara. De todos modos, Yuuta dejó algunos zorros blancos rondando el área, atentos a cualquier señal.

Continuó su camino hacia la siguiente aldea, donde encontró a un aldeano que transportaba leña en una carreta. Lo ayudó a cargarla y, como se avecinaba una tormenta de nieve, aceptó su invitación para refugiarse en su hogar.

La cabaña era sencilla, rodeada por un huerto cubierto de nieve, inerte hasta el deshielo. Sobrevivían con reservas de arroz y pescado seco. Le ofrecieron té caliente y un lugar junto al fuego. Al poco rato, la familia quiso saber por qué alguien como él viajaba bajo una tormenta inminente.

—Estoy en busca de una persona —dijo Yuuta—. He escuchado la historia de un niño con el cabello rosado.

El aldeano frunció el ceño, confundido.

—¿Y es importante para usted saber eso? ¿De dónde viene?

—Vengo de la capital —respondió Yuuta—. He viajado por orden de mi señor. Cree que ese niño podría ser la clave para liberarlo de una antigua maldición.

El aldeano lo observó con cautela. El visitante tenía una belleza etérea: ojos azules, piel pálida como la nieve, casi parecía un espíritu. Y en efecto, lo era. Pero también era sincero.

—Puedo asegurarle que, si puede ayudarnos, mi señor sabrá recompensarlo con generosidad —añadió Yuuta.

Pasaron unos minutos en silencio antes de que el aldeano finalmente hablara.

—Me temo que ese niño ya no está aquí —dijo con cautela, su mirada fija en el fuego—. Su madre... era una mujer extraña. Vivía sola en las afueras. Llegó un verano, venía de otra aldea, pero nunca mencionó cuál. No sabíamos cómo sobrevivía. No tenía parientes, ni marido, ni pretendiente.

El silencio llenó la cabaña, roto solo por el crepitar de la madera y el viento golpeando las paredes.

—Pero una primavera... apareció con un niño en brazos. Tenía el cabello rosado. Ninguno en el pueblo comprendía cómo. Ella no habló mucho. Solo decía que el padre del niño era "un espíritu del bosque". Algunos pensaron que estaba loca, pero otros... otros recordamos un rumor antiguo.

Yuuta inclinó levemente la cabeza, intrigado.

—Decían que, en esa primavera, en lo profundo del bosque, floreció un cerezo donde nunca había uno. Un árbol magnífico. Nadie se había atrevido a acercarse demasiado. La mujer lo visitaba con frecuencia. A veces hablaba sola frente a él. Y un día, simplemente... el árbol desapareció. Solo quedó una espacio sobre la nieve. Pocas semanas después, nació el niño.

Yuuta cerró los ojos por un momento. Quizá finalmente había encontrado la respuesta.

 

Le pidió al aldeano que le indicara dónde había vivido aquella mujer. Sin decir más, se levantó de su asiento y, al abrir la puerta, el viento helado irrumpió en la cabaña. Los miembros de la familia lo observaron con asombro: pensaban que esperaría hasta que amainara la tormenta, pero él ya había desaparecido, tragado por el manto blanco de nieve.

La casa de la mujer se encontraba en el extremo opuesto del pueblo, aislada, como si incluso dentro de la aldea hubiese querido mantenerse al margen. A pesar de los años, la estructura aún se mantenía en pie. Un pequeño huerto, cubierto de escarcha, yacía en la parte trasera, congelado en el letargo del invierno.

El lugar estaba claramente abandonado. Yuuta empujó la puerta y esta cedió con un crujido suave. Se aventuró al interior. Era una vivienda sencilla, de una sola habitación. Los utensilios de cocina seguían en su sitio, cubiertos por una fina capa de polvo. Nadie había tocado nada en mucho tiempo. El silencio que lo envolvía era como un luto latente, pesado y respetuoso.

Entró al dormitorio y comenzó a buscar. Abrió cajones y alzó esteras, guiado por el instinto. Debajo de unas tablas sueltas —parte del suelo roto— encontró algo escondido: un hermoso kimono de color rosado, cuidadosamente doblado. La tela era delicada, de un tono similar al del cabello del niño.

Junto al futón halló varias telas que habían servido como pañales, aún dobladas. Pero fue cuando encontró una pequeña pelota temari —bordada con hilo rosado y patrones florales— que su corazón se estremeció. Un juguete de infancia, seguramente hecho por manos amorosas. Yuuta la sostuvo un momento en silencio, sintiendo una calidez inexplicable.

Salió nuevamente al frío, cerrando la puerta con suavidad. La ventisca seguía azotando, pero él no temblaba.

Poco después, algunos zorros blancos corrieron a su encuentro. Traían noticias. Habían oído cosas, susurros, historias enterradas entre las conversaciones de los aldeanos. Historias que hablaban de noches donde la mujer danzaba sola bajo los árboles, de un aroma a flores primaverales en pleno invierno, y de un árbol que floreció solo una vez… y nunca más volvió a ser visto.

Chapter 11: Invierno 4

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Invierno 4

Cuando Yuuta terminó de relatar sus descubrimientos, Yuuji ya dormía plácidamente en los brazos de Megumi, quien había escapado unas horas del sueño para asegurarse de que el bebé no corriera peligro por culpa de Invierno. Las palabras de Yuuta resonaron en Primavera de una forma particular. ¿Un árbol que solo floreció una vez? No podía estar seguro de algo así; el bosque era extenso, habitado por innumerables yokai y espíritus, además de aquellos que llegaban con los cambios de estación. Si ese árbol existió, Megumi no podía saber quién fue.

Lo cierto era que abandonar a un niño a su suerte resultaba detestable. Aun así, comprendía que aquellas pobres gentes no sabrían qué hacer con una criatura como esa. Gojo era el Señor del Invierno, y no precisamente conocido por su compasión. Con esa idea en mente, Megumi examinó a Yuuji de pies a cabeza, pero no encontró nada que lo distinguiera de un bebé humano común. Invierno ya había hecho lo mismo antes… y, sin embargo, Yuuji parecía solo eso: un bebé. Uno muy tierno, con una habilidad especial para arrancarle sonrisas. Pero ser hijo de un yokai y una humana no auguraba una vida sencilla.

Por otro lado, las criaturas del bosque ya estaban al tanto —más o menos— de lo ocurrido. Invierno no las aterrorizaba con sus habituales ventiscas o heladas, y los espíritus como Jogo, Hanami y Mahito se habían encargado de difundir la noticia: Invierno y Verano habían tenido un hijo. Algunos, escépticos, sostenían que el niño de cabello rosado debía ser fruto de Otoño y Primavera. Como suele ocurrir en esas comunidades donde la información se propaga de boca en boca, la historia se fue deformando hasta tornarse irreconocible. Algunos creían que el niño había nacido de una roca esculpida por Verano. Otras versiones aún más descabelladas circulaban, pero a Gojo no le importaban en lo más mínimo. El bosque nevado, de hecho, parecía volver a la vida con este nuevo acontecimiento.

Finalmente, la mayoría coincidía en que Gojo había tenido un hijo: tal vez lo esculpió del hielo, o quizá lo engendró con alguna mujer humana de una aldea remota. Eso explicaría por qué la criatura no murió al ser tocada por el mismísimo Señor del Invierno.

Yuuji, por su parte, sin más medios de expresión que la risa o el llanto, no podía defender la verdad sobre su humilde origen. Aun así, sin saberlo, se ganó el respeto de los habitantes del bosque. Los días pasaron y, en el umbral de la cueva, comenzaron a aparecer ofrendas: pelotas, kimonos, utensilios para alimentarlo, pieles, telas y alimentos.

Nanami dedujo de inmediato que todo aquello solo podía estar destinado al bebé. Nadie apreciaba lo suficiente a Gojo como para hacerle regalos; si algo sentían por él, era temor. El niño, en cambio, se deleitaba con sus nuevos juguetes, que mordía con apasionada concentración, dándole así un descanso a la ropa de Nanami, a las goyas del atuendo de Gojo, o incluso a los pliegues del kimono de Megumi.

Gojo pasaba largas horas atendiéndolo: dormía cuando el bebé dormía, jugaba con él, lo alimentaba. Aunque, para ser justos, Nanami seguía siendo mejor en eso. Fue precisamente Gojo quien notó algo nuevo al vestirlo: los pañales ya no cerraban con facilidad.

—¿Yuuji está más grande? —preguntó, con expresión desconcertada.

Nanami lo observó con atención y se sorprendió al comprobarlo. Tuvo que improvisar un nuevo pañal y un kimono más amplio.

Días después, Megumi confirmó lo mismo: Yuuji había ganado peso. Entonces Gojo, con renovada obsesión, comenzó a medirlo rigurosamente en una de las paredes de la cueva, a pesar de que el pequeño aún no caminaba. Pero solo pasaron unos días antes de que lo encontraran fuera de su cuna, descendiendo con un movimiento ágil y asombrosamente profesional. Gojo se alarmó.

—¡Está creciendo demasiado rápido!

Revisó su alimentación, pero Nanami explicó que solo le daba leche de garbanzos y frijoles conservados desde el verano. Gojo lo confirmó observando con detalle cómo la preparaba. Usualmente, tras comer, Yuuji caía en un sueño profundo; sin embargo, en los últimos días, parecía lleno de energía. Gateaba por todos lados, siguiendo a Nanami y a Gojo, o acercándose adonde Megumi dormía, soñoliento y medio alerta.

Una mañana, después del desayuno, Nanami llevó a Yuuji al lago, que comenzaba a descongelarse. Horas después, Gojo lo vio desde la cueva, boquiabierto: Nanami regresaba sosteniéndolo de las manos… mientras el pequeño daba sus primeros pasos sobre la nieve.

Chapter 12: Invierno 5

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¿Cómo explicar la desilusión y la tristeza que invadieron a Gojo al enterarse de que Yuuji había dado sus primeros pasos en su ausencia? Nanami —sin intención alguna, pero igualmente culpable a ojos del Invierno— le había arrebatado aquella experiencia maravillosa. Solo habían sido unos pocos pasos antes de que el bebé se cansara y, mediante gestos, pidiera que lo cargaran; regresó a la cueva en brazos de Verano.

—¿Cómo me robas este momento? ¡Yuuji puede caminar y no me llamas! —exclamó Gojo, su voz resonó por toda la cueva, un eco que hizo estremecer al pequeño y que terminó por arrancarle un llanto desconsolado en los brazos de Nanami.

El arrepentimiento llegó de inmediato, sellando los labios de Invierno. Palideció, consciente de que él era, aparentemente, el más propenso a provocar lágrimas en Yuuji… y aquello siempre lo dejaba devastado. Nanami lo ignoró por completo y entró en la cueva con la calma que lo caracterizaba, decidido a tranquilizar al bebé. Por suerte, había aprendido en poco tiempo cómo consolarlo sin demasiado esfuerzo; Yuuji se apaciguó, distrayéndose con los juguetes que los yokais del bosque le habían obsequiado tras el agotador ejercicio del día.

—Fue solo una vez. Yuuji está creciendo muy rápido —remarcó Nanami—. No puedes estar con él todo el tiempo. Crecerá, es normal.

—No estamos hablando de eso… ¡yo quería verlo! —gruñó Invierno, todavía dolido. Se sentó junto al bebé, aunque era evidente que Yuuji no tenía intención alguna de caminar otra vez. Gateaba, y lo hacía sorprendentemente bien, moviéndose con rapidez para buscar otros juguetes o perderse en nuevos descubrimientos. Por ahora, la idea de ponerse de pie parecía distante; al menos por ese día.

Invierno lo observó con detenimiento. Notó que sus manos eran más grandes, más fuertes, más rápidas. Contemplarlo jugar —sin intervenir, sin cargarlo, sin tenerlo entre sus brazos— le hizo comprender algo que hasta entonces había permanecido oculto: Yuuji crecía. Era inevitable. Pero los niños no se suponía que crecieran tan rápido… y algo en esa certeza le partió el corazón.

Pasó un largo rato mirándolo jugar —al pequeño que pronto dejaría de serlo— cuando Primavera llegó, y con él, las flores de la cueva se abrieron en un estallido exuberante. Entonces Gojo tomó plena conciencia de que aquel lugar debía ser ocupado por Megumi.

La alegría en los ojos de Yuuji al ver a Megumi acercarse, envuelto en el aroma fresco y vibrante de su aura, fue evidente y conmovedora. El bebé intentó levantarse, pero la emoción solo le permitió avanzar gateando con cierta torpeza. La escena tomó por sorpresa al propio Primavera, quien, aunque apreciaba profundamente al pequeño, se contenía para no encariñarse demasiado; sabía que Yuuji no debía estar allí en primer lugar.

Gojo los contempló con los ojos muy abiertos. Megumi lo tomó en brazos, y Yuuji se aferró de inmediato a las camelias que adornaban su ropa, aspirando aquel dulce aroma que, al parecer, le evocaba un recuerdo particular.

Un breve silencio bastó para que Gojo confirmara lo inevitable: el Invierno tendría que marcharse pronto. Y, aunque no quiso admitirlo, no estaba preparado. Si Yuuji crecía con tanta rapidez, para el próximo Invierno quizá ya no sería el mismo; se perdería demasiados momentos, y algo en su gélido —y orgulloso— corazón se negaba a aceptarlo.

El propio Invierno se debilitaba: el lago comenzaba a descongelarse y, a Megumi, las flores del kimono le florecían con renovado vigor. Incluso su aura se veía más despierta y radiante.

 

Gojo observó al niño jugar cerca de Megumi. Yuuji estaba simplemente sentado, moviendo sus juguetes y emitiendo sonidos felices sin motivo aparente. Pero era un niño, después de todo.

—…Deja de mirarme así. Me estás asustando —reclamó Megumi, consciente de la extraña mirada que Gojo le dirigía desde hacía un rato.

El aludido reaccionó casi de inmediato, como si regresara de un viaje astral desde lo más profundo de sus pensamientos.

—¿Cuánto tiempo llevas ahí? —preguntó con ironía, recuperando su actitud pedante.

Megumi frunció el ceño, cruzó los brazos y decidió ignorarlo.

—Ah, no te estaba mirando a ti —prosiguió Gojo, desviando la vista hacia el bebé—. ¿No has notado que Yuuji está creciendo muy rápido?

Megumi observó al pequeño —que pronto dejaría de serlo—.

—Sí, lo he notado. Debe deberse a su naturaleza —respondió con tranquilidad. Luego tomó a Yuuji, que mordisqueaba un juguete, y lo acomodó en su regazo. El niño se apaciguó al instante—. También pesa más.

Gojo asintió, aunque una inquietud lo atravesó.

—¿Qué ha pasado con Otoño? Si tú estás aquí, significa que él pronto despertará también.

—Ah, se ha ido a su cueva en los Arces —dijo Megumi con indiferencia.

—¿Discutieron?

—Algo así. Dice que no puede dormir porque entro y salgo demasiado de casa. —Hizo un ademán molesto—. Ya sabes cómo es.

Gojo sonrió; el orgullo de Primavera siempre florecía cuando su estación se acercaba. Sería, aunque fuera por un breve tiempo, la fuerza más poderosa del bosque.

—Lo dejé ir —añadió Megumi.

Aquello sorprendió a Gojo. La relación entre Otoño y Primavera siempre había sido un constante tira y afloja, una ambigüedad interminable.

Megumi observó a Yuuji, y por primera vez se preguntó cuán seguro estaba el bebé bajo su cuidado. Desvió la mirada hacia Verano, que estaba ocupado cortando tela. Al menos no estaba completamente solo en aquello.

Aun así, nada impedía que, mientras él dormía, dejaran a Yuuji en una aldea. Esa idea lo puso en alerta. Tendría que pensar en algo para evitarlo.

Chapter 13: Verano 6

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Como su preocupación lo exigía, Invierno habló largamente con Yuta acerca de sus temores. El espíritu de la nieve comprendió con exactitud la angustia del Señor del Invierno; aunque le tenía aprecio, consideró prudente buscar un refugio seguro en territorio de Otoño. Había muchos lugares en el bosque, ciertamente, pero estos cambiaban cada vez que un Señor reclamaba un dominio. Y si Otoño ya tenía el suyo, lamentablemente no habría ningún rincón verdaderamente seguro.

Aun así, Yuta intentó tranquilizarlo, asegurándole que no debía obsesionarse tanto. Tras la conversación, el espíritu se incorporó, anunció que haría una búsqueda exhaustiva y desapareció. Invierno quiso hacer lo mismo, pero sintió de inmediato una pesadez en su cuerpo: el cambio de estación comenzaba ya a imponerse. La nieve menguaba, las aguas del bosque se descongelaban y él no podía sobreexigirse; el niño había drenado parte de su fuerza. No tenía forma de prolongar el Invierno por más tiempo.

Primavera estaba completamente despierto ahora y, con renovada energía, rondaba cerca del lugar donde Yuuji descansaba. Verano se había entretenido fabricando nuevos utensilios para el pequeño: cestas, telas, juguetes improvisados. Megumi se había convertido en el centro de atención del niño; por alguna razón, Yuuji no podía separarse de él. Si Invierno hubiera estado allí, seguramente habría sentido celos, pero en su estado agotado aquello habría sido efímero.

—¿Piensas cuidar de Yuuji en tu Lugar? —preguntó Verano al verlo jugar con él.

La pregunta hizo que Megumi se detuviera un momento. Observó al niño, completamente ajeno a la conversación de los adultos.

Verano preguntaba porque sabía que, aunque Megumi había mencionado devolver al bebé a la aldea, no parecía tener verdadera intención de hacerlo. Ni siquiera había vuelto a tocar el tema.

—Quizá lo haga —respondió Primavera—. Yuuji no es completamente humano, y eso cambia algunas cosas.

—¿Qué tanto las cambia? —inquirió Verano con genuino interés.

Yuuji mordisqueaba un juguete con insistencia. Megumi reparó en que tenía los dientes completamente formados, sin fiebre ni molestias; más bien parecía ansioso por usar aquellas pequeñas armas en cualquier objeto que cayera en sus manos.

—Solo lo sabremos a medida que crezca —dijo Primavera.

Verano no añadió nada; se limitó a ajustar el nudo final de la cesta que estaba tejiendo.

—¿Es posible que lo hayan dejado en el bosque porque sabían que no era humano? —preguntó Megumi.

—Es una posibilidad —respondió Nanami con un suspiro. Sabía demasiado bien que los híbridos no eran bien recibidos ni en un lado ni en el otro. Ignoraba la razón exacta por la que el niño había terminado en el bosque, pero sí sabía que sin Invierno no habría sobrevivido.

Para Nanami, toda criatura tenía un lugar asignado desde mucho antes de nacer; era la Ley de la Vida.

—¿Dónde está Gojo? —preguntó de pronto Megumi al no verlo en la cueva desde hacía un buen rato.

La sola mención del Invierno hizo que Yuuji emitiera sonidos ininteligibles. Intentó trepar por el kimono de Megumi, exigiendo claramente que lo cargara.

—Yo tampoco sé dónde está —añadió Megumi mientras revisaba al niño—. ¿Qué ocurre? ¿Tienes hambre? ¿Quieres que te limpie?

Pero Yuuji estaba perfectamente. Quizá, como Megumi, simplemente sentía inquietud por la ausencia del Señor del Invierno.

—Gojo pronto tendrá que dormir —comentó Nanami, continuando con otra cesta—. El hielo está derritiéndose, el río pronto fluirá libre y las criaturas despertarán. Siempre ha sido así.

El equilibrio dependía de que cada uno cumpliera su papel.

Como si comprendiera aquel presagio, Yuuji comenzó a inquietarse. Megumi no supo qué hacer por un instante. No podía tener hambre, ni estaba incómodo, pero no dejaba de moverse y gemir con disgusto. Lo tomó en brazos, intentando calmarlo.

—¿Quieres ver a Gojo? —preguntó finalmente.

El niño intentó avanzar dentro de sus brazos, como si quisiera correr hacia alguna parte. Imposible, pero el mensaje estaba claro.

—Iré por Gojo. Creo que Yuuji lo necesita —anunció Megumi.

Nanami solo asintió sin levantar mucho la vista, ocupado como estaba.

Afuera, el clima era soportable. No caía nieve, y el suelo se sentía peligrosamente húmedo. Yuuji, envuelto en las telas preparadas por Verano, no parecía tener frío. Jugaba con los adornos del kimono de Megumi mientras avanzaban siguiendo el río, cuyo murmullo reaparecía conforme el deshielo progresaba.

¿Dónde estaría Gojo?

Miró al pequeño, que solo estaba allí, pesando más de lo que debería, con ese cabello rosado que parecía desafiar al bosque entero. Un sentimiento intenso, desconocido, surgió en Megumi con la súbita fuerza de un relámpago: quería protegerlo. Tanto que tuvo que detenerse para asegurarse de que aquel impulso era realmente suyo.

Yuuji comenzó a llorar: se había mordido los dedos al intentar llevárselos a la boca. Megumi reaccionó enseguida, riendo suavemente.

—Travieso… No te hagas daño.

Fue entonces cuando algo llamó su atención: una mancha roja entre los árboles blancos.

Otoño.

El Señor de los Arces lo observaba desde unos metros de distancia, inmóvil, como si sus ojos quisieran transmitir algo sin palabras. Megumi le sostuvo la mirada, pero Otoño no dio un solo paso. Tampoco lo hizo él.

Finalmente, ambos se dieron la vuelta y se alejaron en direcciones opuestas.