Chapter Text
“La vida es impredecible,
Cambia junto a las estaciones,
Incluso el más frío de tus inviernos
Ocurre por la mejor de las razones,
Y aunque parezca eterno,
Como si lo único que pudieras hacer fuera congelarte
Te prometo que la primavera llegará,
Y junto a ella, hojas nuevas brotarán.”
“Life is Unpredictable” de Erin Hanson
No comenzó cuando el cadáver de Voldemort cayó sobre las frías losas de piedra del Gran Comedor, un monstruo y un mito finalmente mortal otra vez. El olor de la magia, los hechizos, tanto oscuros como lumínicos, resonaban en el aire, volátiles… como el aroma de una tormenta. Las personas gritaban, chillaban y lloraban alrededor de Harry, sonidos de euforia, de dolor y de alivio. Mas todo lo que él veía era el cadáver frente a él, su vista enfocada, como si estuviera parado al final de un túnel y Voldemort estuviera en el otro extremo.
No comenzó entonces, porque todo lo que sintió en aquel momento fue euforia, alivio y triunfo mezclándose en lo más profundo de su ser. Lo había logrado. Finalmente, todo estaba bien en el mundo, las personas que amaba a salvo otra vez.
En ese entonces fue rodeado por Hermione, Ron, Ginny y tantas otras personas que perdió la cuenta. A penas podía reconocer a algunos de ellos, sus cabellos teñidos de sangre, y sus rostros manchados con polvo y suciedad. La multitud vitoreaba y gritaba, sosteniéndolo como si hubieran ganado un partido de Quidditch y estuvieran a punto de levantarlo sobre sus hombros.
La vida estaba a punto de comenzar. Ahora, por fin, podría continuar, a salvo y seguro, rodeado de las personas que lo amaban.
La euforia duró un par de semanas, quizá casi un mes. Todos querían hablar con él, agradecerle, estrecharle la mano. Se sentía bien, en el sentido de que eran como una caricia a su ego. Casi siempre había tenido que esconder sus hazañas que desafiaban a la muerte o nunca había podido explicarlas por completo.
Ahora, eso no pasaba, dado que todos lo habían visto conjurar el hechizo que asesinó a Voldemort, incluso si es que sólo unas cuantas personas sabían toda la historia. Se sentía bien poder hablar de ciertas cosas con otras personas que no fueran solamente Ron y Hermione. Estaba casi cansado de hablar de Voldemort, la batalla y de la muerte con ellos. Se merecían un poco de descanso.
Así que no, no comenzó entonces.
Puede que haya comenzado cuando Harry empujó la pesada puerta del estudio de Grimmauld Place para preguntarle a Ron si es que quería salir a volar un rato, sólo para encontrarse con los gritos de Hermione y Ron mientras trataban de cubrirse. Harry se había reído en ese entonces, chocándole los cinco a Ron cuando los dos entraron a la cocina con los rostros enrojecidos. Puede que haya comenzado entonces, pero Harry no creía que fuera así.
Sucedió de nuevo un par de veces más, antes de que Ron y Hermione le avisaran que se mudarían. Habían encontrado lo que Hermione describió como “una adorable y pequeña cabaña” en las Dales de Yorkshire, y que estaban planeando tomárselo en serio.
—¿Cuál es el apuro? —preguntó Harry, su taza de té olvidada ya desde hace mucho.
—Hermano, no puedes esperar que nos quedemos aquí para siempre —bromeó Ron. Su sonrisa se extendía ampliamente en su rostro de una manera que Harry nunca había visto antes—. Necesitamos nuestro propio espacio para poder volver a conocernos otra vez.
—Hay suficiente espacio aquí —contestó Harry, señalando la habitación con los brazos extendidos—. Este lugar es demasiado grande para mí solo.
—Sí, pero es tuyo. Necesitamos algo que sea nuestro ¿sabes? —Ron se veía un poco avergonzado, frotándose la parte trasera de su cabeza con la palma de su mano—. No es como si no fueras a estar cerca todo el tiempo. Tendremos un cuarto de invitados y podrás venir a quedarte con nosotros. Iremos a volar sobre los valles cuando el clima esté bueno. Será genial.
Harry asintió, forzando una pequeña sonrisa sobre su rostro. Sabía que en algún momento Ron y Hermione se mudarían, pero no había pensado que sería tan pronto.
—Sé que es pronto —comenzó Ron, dándole a Harry un empujón juguetón en el hombro—, pero siento que hemos perdido mucho tiempo en el último año, en cuanto a relación. Ahora que no tenemos que preocuparnos de los Horrocruxes o mortífagos siento que ya es momento. Siento que podría conquistar el mundo, o alguna tontería así —Ron sonrió mirando el techo, luciendo como si realmente tuviera el mundo a sus pies—. Se siente como si todo estuviera encajando en su lugar y quiero aprovechar la oportunidad mientras todo va de maravilla. Sabes a lo que me refiero.
En ese momento, Harry se dio cuenta de que no sabía a qué se refería. Se había sentido en la cima del mundo en ciertos momentos. Definitivamente cuando se paró por encima del desplomado cadáver de Voldemort, en otra ocasión cuando estrechó la mano del Ministro en la ceremonia de reconocimiento, donde le entregaron más medallas de las que podría ponerse, y sin duda alguna, cuando entró a la Madriguera por primera vez después de la batalla, siendo recibido con vítores y gritos de los Weasley.
Ahora, que tenía que afrontar la idea de vivir solo en Grimmauld Place, no se sentía así.
Pero Ron no tenía por qué ser molestado con nada de eso, así que Harry se irguió y tiró de él para abrazarlo, susurrándole sus felicitaciones a su viejo amigo.
Pero sí comenzó, sin ninguna duda, cuando Ron y Hermione se mudaron. No tenían muchas cosas en Grimmauld Place, pero Harry los ayudó a empacar de todos modos. Ellos insistieron que no necesitaban ayuda para terminar de llevarlo todo, y que si Harry podía simplemente mandar lo que restaba través de la red Flú estarían muy agradecidos con él.
—Nadie necesita estar allí cuando cruce la entrada con ella cargada en brazos —Ron le guiñó un ojo a Harry, moviendo sus cejas un poco.
—Que la dejes caer ciertamente sería algo digno de ver —bromeó Harry, pero algo se revolvió en el fondo de su estómago.
—Organizaremos un día para que puedas venir, haremos que sea algo habitual —dijo Hermione, haciendo a un lado a Ron para poder abrazar a Harry con fuerza—. Por favor, mantén el contacto, no te conviertas en alguien lejano.
—No lo haré —prometió Harry, abrazando a Hermione con fuerza, el malestar en su estómago aliviándose un poco—. Buena suerte.
Esperó un par de minutos antes de enviar los bolsos que faltaban, el sonido de la red Flú sonando con fuerza en sus oídos. Cuando los bolsos desaparecieron la casa se volvió silenciosa, ni siquiera el sonido del segundero de un reloj podía romper el pesado silencio. Se sentía opresivo, de una manera que Harry nunca había experimentado antes en Grimmauld Place. El silencio se sentía como si algo estuviera acechándolo, esperando para atraparlo y arrastrarlo debajo de un lugar del que nunca podría escapar. Tal vez era real, porque el malestar en su estómago volvió con venganza, y Harry sintió que en cualquier momento terminaría vomitando frente a la chimenea.
Harry sacudió la cabeza con firmeza, decidiendo que lo que necesitaba era salir con alguno de sus amigos y estar rodeado de personas. Se apresuró en atravesar el pasillo y entrar en la cocina, haciendo un lugar entre los platos y tazas del último desayuno de Ron y Hermione en Grimmauld Place.
Revolviendo uno de los cajones de la cocina, Harry agarró un trozo de pergamino y le escribió una nota primero a Neville, preguntándole si quería salir a tomar una pinta. Abrió la ventana de la cocina y esperó a que su lechuza se acercara volando, poco después, el ave aterrizó sobre la mesa de cocina. La lechuza era alquilada del Ministerio… Harry no se sentía listo para comprometerse con otra tan pronto, pero Hermione le había insistido que tener una era algo práctico para poder contactarse de una manera diferente que las llamadas por polvos Flú.
Se sintió esperanzado mientras ataba la nota a la pata de la lechuza, enviándola después de darle una caricia y un bocadillo de una de las jarras que estaban cerca al fregadero. Trató de no pensar en cómo es que los bocadillos de aquella jarra habían sido comprados para Hedwig, abandonados y dejados a echarse a perder antes de que pudiera tener oportunidad de comerlos.
La respuesta de Neville llegó pronto, pero no tan pronto como Harry había anticipado. Se había quedado jugueteando con un trozo de pergamino, doblándolo y desdoblándolo mientras esperaba sentado en la mesa de la cocina. La lechuza se sentía fría cuando regresó, como si hubiera volado mucho más lejos que a través de Londres. La respuesta de Neville hizo que Harry se sobresaltara ligeramente, sus cejas frunciéndose en decepción.
Hola, Harry,
¡Qué bueno saber de ti! Me encantaría ir a tomar una pinta, pero Hannah y yo estamos en Cornwall por el fin de semana. No estoy seguro de cuando tendré tiempo, ya que voy a empezar un nuevo trabajo con una empresa que contrata personas para buscar y recolectar para usar en pociones. Probablemente estaré fuera del continente gran parte del tiempo ¡¿lo puedes creer?! ¡Yo! ¡Trabajando internacionalmente!
¡Espero que estés bien, amigo!
Neville
Genial, incluso Neville estaba deambulando y disfrutando Inglaterra, mientras que Harry estaba atascado en Grimmauld Place. Harry suspiró, mordiendo su labio entre los dientes.
Dean y Seamus, pensó Harry, sonriendo y enderezándose sobre la silla. Acercó el ahora arrugado trozo de pergamino hacia él y lo rasgó en la mitad. En un pedazo escribió una nota a Seamus, preguntándole si es que quería salir con él y Dean a tomar una pinta; y en el otro escribió un mensaje casi idéntico para Dean con los nombres invertidos. No tenía idea donde es que estaban viviendo ahora, aunque había escuchado rumores de que Seamus había regresado a Irlanda después de la batalla de Hogwarts.
Envió la nota a Dean primero, pensando que lo más probable es que Dean estuviera más cerca a Harry y fuera un vuelo más cercano para la lechuza que Seamus. Harry se inclinó hacia atrás sobre la silla, sonriendo para sí mismo. Se puso de pie y se ocupó de ordenar la cocina, conjurando hechizos para limpiar los platos y tazas que estaban sobre la mesa. Un momento antes de conjurarlos, se detuvo, guardando en su memoria la evidencia del último desayuno que tuvo junto a Ron y Hermione mientras vivían juntos.
Ahora que se habían ido, no creía que los tres volverían a vivir juntos de nuevo, lo cual era un pensamiento bastante extraño. Durante casi ocho años habían compartido juntos prácticamente todas las comidas, se habían visto casi todos los días, y habían llevado una existencia compartida. Todo lo que le pasaba a Harry, Ron y Hermione lo sabían, y viceversa. Habían cursado las mismas clases y conocido a las mismas personas en la escuela. Habían hecho juntos los deberes, ido a partidos de Quidditch en grupo e ido a Hogsmeade juntos.
Harry se preguntó qué estarían haciendo Ron y Hermione ahora sin él. Ahora compartirían cosas entre ellos que nunca compartirían con Harry. Harry sintió otro tirón en su estómago pensando en cómo Ron y Hermione tendrían cerca una tienda de Fish and Chips a la que quizás él nunca iría. La persona detrás del mostrador posiblemente reconocería a Ron cuando fuera a retirar su pedido, pero nunca reconocería a Harry. Algo tan pequeño como eso, se sentía como si fuera a desgarrarle el pecho, y se acurrucó sobre sí mismo, apoyando la frente sobre la mesa de la cocina, presionándola contra la madera. Doblarse sobre sí mismo hizo poco por calmar la sensación en su estómago, pero sí logró que su corazón diera un salto cuando de repente escuchó el golpeteo de la lechuza alquilada sobre la ventana de la cocina.
Harry se apresuró en dejar entrar a la lechuza, agarrando el pergamino que tenía atado en su pata de una manera que hizo que la lechuza, fastidiada, le diera un picotazo.
—Lo siento —murmuró Harry, esta vez retirando el pergamino con más cuidado.
La respuesta de Dean fue más positiva a la de Neville, aceptando ir con Harry a tomar una pinta. Él respondió que ya se encontraba en el Caldero Chorreante con Seamus, pero que Harry era más que bienvenido a acompañarlos. Harry se apresuró tanto a buscar su abrigo que la lechuza chilló, aleteando como si estuviera a punto de despegar.
—Lo siento —dijo Harry de nuevo, esta vez riendo. La sensación de opresión en su estómago se había disipado un poco, dejándole espacio para el entusiasmo. No había visto mucho a Dean y Seamus en el último año, gracias a todo el asunto de Voldemort/Horrocruxes/y esconderse. Sería genial verlos de nuevo. Sería justo como los viejos tiempos, cuando solían pasar el rato en los dormitorios de Gryffindor o volar alrededor del campo de Quidditch de Hogwarts los fines de semana.
Harry sonrió, recordando cómo en sexto año habían convencido a Neville que jugara como bateador y había intentado esconderse detrás de Ron cada vez que las Bludgers venían hacia él. Ver a Neville volar entre los aros, con las Bludgers detrás de él, había hecho que Harry se riera tanto que casi se había caído de su escoba. Esto era exactamente lo que Harry necesitaba, unas cuantas risas para sacarlo de su desánimo.
El Caldero Chorreante estaba cálido cuando Harry salió de la red Flú, velas goteando sobre las paredes, iluminando suavemente sobre la piedra y madera del interior. Había una chimenea encendida en una de las esquinas, dándole al lugar un ambiente invernal, a pesar del aire veraniego y vivaz que se respiraba fuera de él.
Harry se quitó el abrigo y lo colgó en uno de los ganchos torcidos, en el perchero que estaba cerca de él. Mientras se adentraba a la taberna y miraba alrededor del lugar, buscando a dos muchachos con colores de Gryffindor, se encontró con la mirada de Tom, el dueño, y levantó la mano para saludarlo.
—¡Señor Potter! —exclamó Tom, apresurándose en salir de la barra—. ¡Qué honor verlo por aquí!
—Hola, Tom —dijo Harry avergonzado, bajando la cabeza. Odiaba que anunciaran su presencia, siempre ocasionaba que las personas voltearan a verlo boquiabiertos, como si fuera la mismísima reencarnación de Dumbledore—. ¿Todo bien?
—Sí, sí, venga, siéntese, Señor Potter —exclamó con entusiasmo Tom, casi arrastrando a Harry hacia la barra.
—La verdad es que me voy a encontrar con unos amigos —dijo Harry, escapándose del agarre de Tom—. Quizás los has vis…
—¡Eh, Harry! —llamó Seamus, saludándolo con la mano desde el otro lado del Caldero Chorreante, parcialmente oculto detrás de un gran poste de madera.
Harry sonrió agradecido y se acercó, sonriendo forzosamente a cada bruja y mago con el que se cruzaba, cada uno saludándolo o boquiabiertos al verlo. Uno de ellos trató de agarrar su túnica con sus dedos retorcidos, logrando que la sonrisa de Harry se volviera una mueca.
Seamus se estaba riendo cuando Harry finalmente llegó a su mesa, con los pies apoyados sobre una de las sillas frente a él.
—Muchos admiradores por allí, ¿eh?
—No los llamaría así exactamente —respondió Harry, sobresaltándose cuando una pinta de Ale fue colocada frente a él —. Hm, ¿cuánto te debo? —preguntó, buscando su bolsa de monedas dentro de su bolsillo.
—¡La casa invita! —vociferó Tom, dándole una palmada en el hombro a Harry—. ¡Déjame saber si hay algo más que desees!
—Oh, así estoy bien, gracias —dijo Harry, sintiendo como su sonrisa se torcía en una ligera mueca—. Pero, gracias, Tom.
—Qué honor —murmuró Tom, mientras regresaba a la barra—. El mismísimo Harry Potter en mi taberna.
—¿Estás seguro de que no tendrá una poción de amor dentro? —bromeó Dean, señalando con un dedo la pinta de Ale de Harry—. ¿Recuerdas lo que pasó en sexto año?
—Oh, Dios, sí que lo recuerdo —rio Harry, dándole un sorbo a su cerveza. Nunca le habían gustado lo sabores fuertes como el Ale, pero no había forma de que pudiera devolverla. Lo más probable es que Tom se pusiera a llorar si lo hacía.
Fue un alivio ver a Seamus y Dean y notar lo poco que habían cambiado mientras intercambiaban recuerdos de sus años más jóvenes en Hogwarts. Cada uno de ellos evitó hablar sobre lo que habían estado haciendo en su séptimo año, algo por lo que Harry se sintió agradecido. Se sentía tal como solía sentirse antes, y eso era exactamente lo que Harry buscaba. Con tantas cosas cambiando tan rápido, era un respiro saber que Dean y Seamus no habían cambiado de manera tan drástica como los demás.
Harry fue capaz de aferrarse a esa sensación hasta que le preguntó a Dean cuales eran sus planes ahora, si es que iba a centrarse en sus E.X.T.A.S.I.S o aprovechar la exención que se le había ofrecido a todos los de séptimo año que habían luchado en la batalla de Hogwarts.
—Por eso mismo es que vinimos al Caldero Chorreante —dijo Dean, inclinándose hacia delante en su silla. Se veía entusiasmado, mientras veía a Seamus—. Estábamos celebrando.
—Decidimos que sería una locura quedarnos lamentándonos mientras pensábamos que es lo que queríamos hacer, así que aplicamos para una universidad muggle. ¡Nos han aceptado esta mañana! —Seamus prácticamente estaba saltando sobre su asiento. Su entusiasmo hubiera sido contagioso para Harry si es que la sensación anterior de regocijo no se hubiera detenido abruptamente.
—Vamos a estudiar en Dublín —dijo Dean, aunque sonaba como un eco lejano en los oídos de Harry—. Viviremos en los dormitorios y todo eso. Será como volver a la escuela, excepto que podremos tener una cerveza después de clases esta vez. Eso hubiera sido genial después de doble sesión de pociones con Snape.
—Es posible que tengamos chance de ser compañeros de habitación también —añadió Seamus—. Aunque no creo que vayamos a tener una temática roja y dorada esta vez. Puede que la cambiemos un poco.
—¿Harry? —preguntó Dean, empujando el vaso de Harry con el suyo—. ¿Estás bien?
Harry se sorprendió, saltando ligeramente en su silla
—Por supuesto —respondió, agarrando su vaso—. Felicitaciones a los dos. ¿Deberíamos hacer un brindis?
—¡Brindemos! —gritó Seamus, chocando su vaso con firmeza contra el de Harry y luego con el de Dean—. ¡Por vivir la vida!
—¡Por vivir la vida! —rio Dean, terminando lo que le quedaba de pinta.
—Por vivir la vida —asintió Harry, aunque tragó con fuerza antes de darle un sorbo a su cerveza.
Dublín no estaba exactamente lejos si uno consideraba la red Flú, pero Dean y Seamus irían a una universidad muggle, lo que significaba que no habría forma de hacer llamadas a través de ella. Sin mencionar todas las nuevas amistades que lo más seguro es que harían, dejando poco tiempo para Harry.
—Hablando de vivir la vida, ¿cuáles son tus planes ahora que Hogwarts ha terminado? —preguntó Dean, observando a Harry atentamente, casi como si lo estuviera analizando. Eso hizo que Harry se sentara un poco más erguido y se concentrara en la conversación, en vez de continuar viendo las gotas de condensación deslizarse por su vaso.
—No estoy seguro —contestó Harry encogiendo los hombros. Esa era la verdad… no tenía idea de qué se suponía que debía hacer ahora. Nunca había tenido una opción tan abierta antes. En la escuela todo estaba decidido, e incluso cuando estuvo buscando Horrocruxes había un objetivo, un final. Maldición, incluso había tenido quien lo guiara en aquel entonces, gracias a Hermione. Pensar que tenía toda la vida por delante sin que nadie lo dirigiera, poniendo una mano sobre su hombro para orientarlo hacia el camino correcto, era algo jodidamente aterrador.
¿Qué es lo que iba a hacer? Había querido empezar de inmediato su entrenamiento como Auror, pero Kingsley le había informado que necesitaba tomarse un año de descanso antes de unirse.
—Todo es muy reciente para ti —le había dicho Kingsley, observando a Harry con cuidado—. Has estado con esto ya casi por todo un año. Has pasado por mucho y ciertamente has hecho más que nadie. Necesitas descansar. Tómate un tiempo y encuéntrate a ti mismo. Si permito que empieces en este momento, te agotarás.
—No pasará eso —refutó Harry, negando con la cabeza—. Esto es lo que se supone que debo hacer.
—Puede que eso sea verdad, pero el Departamento de Aurores no se irá a ningún lado—respondió Kingsley. Su voz sonaba tan amable que, en ese momento, Harry lo odio por ello. No era ningún animal herido que necesitaba que le hablaran con suavidad para prevenir que se escapara—. Si permito que empieces ahora, cometerás errores —continuó Kingsley—. Piensa en esto como un descanso obligatorio. Básicamente has estado en el campo en una misión otorgada por Dumbledore… Ahora necesitas completar este periodo de descanso obligatorio. Evaluaremos tu solicitud el próximo verano.
Harry había cerrado la puerta de la oficina de Kingsley, dando un portazo con más fuerza de la que había planeado, pero no se arrepintió de ello hasta que se encontró acostado en su cama aquella misma noche. La voz de Ron se repetía dentro de su cabeza, dándole razón a Kingsley y diciéndole a Harry que debería estar agradecido por este tiempo de descanso, ya que podía hacer cualquier cosa que quisiera.
Harry no se sentía agradecido, simplemente se sentía triste. Unirse a los Aurores se suponía que era el siguiente paso lógico en su vida. Se suponía que tendría que pasar sus próximos años cazando a los últimos mortífagos que quedaban para llevarlos ante la justicia. ¿Y ahora que se suponía que debía hacer? ¿Cazar las últimas papas fritas en el fondo de una bolsa de papel que había comprado en un local cercano? ¿Sentarse solo en casa mientras sus amigos comenzaban sus carreras? No había nada más que quisiera hacer. Además del Quidditch, no había tenido el tiempo de desarrollar una larga lista de pasatiempos gracias al problema de que un mago oscuro homicida había tratado de matarlo en cada ocasión que podía. Y, de todos modos, no se podía jugar al Quidditch siendo una sola persona. Gracias a que sus amigos se estaban alejando probablemente ni siquiera tendría los suficientes para armar un equipo normal.
Volar era la única cosa que le quedaba, pero no tenía dónde hacerlo. No podía simplemente volar por encima de Londres y arriesgarse a ser visto, y no le gustaba la idea de imponer su presencia a Arthur y Molly todos los días solo para poder volar en un lugar donde los muggles no lo podrían ver. La simple idea de eso ya era demasiado incómoda.
Supuso que aún estaba saliendo con Ginny, aunque no estaba del todo seguro. Hermione habría puesto los ojos en blanco y le habría dicho que simplemente hablara con ella, pero eso era más fácil decirlo que hacerlo cuando uno no sabía siquiera que es lo que quería de una conversación así. Era mucho más sencillo dejar la Quaffle en posesión de Ginny y permitirle que guiara la relación a su manera.
—Bueno, si es que hay alguien en la mejor posición para esta situación ese eres tú —dijo Dean, sacando a Harry de su ensimismamiento—. Tienes un trabajo ya asegurado, una novia genial y todo el amor del mundo mágico. ¡Puedes hacer lo que quieras!
Harry asintió, no sabiendo que más responder. Todo lo que Dean había dicho era técnicamente cierto, aunque la verdad era que no sentía que pudiera hacer todo lo que quisiera. Es más, nunca antes se había sentido tan enjaulado como en este momento, con toda su vida por delante.
—Podrías unirte a algún equipo de Quidditch… ¡Joder, podrías comprar tu propio equipo de Quidditch! —bromeó Dean, sonriendo de lado.
—Abre tu propia agencia de detectives —sugirió Seamus—. O viaja por el mundo.
—Tal vez podrías escribir un libro —dijo Dean, riéndose de su sugerencia—. Podrías ofrecer por fin un pedazo de tu vida a todas esas brujas solitarias que hay por ahí.
Harry rio débilmente.
—Sí, puede ser.
No había nada que se pudiera imaginar menos que escribir un libro sobre su vida. Excepto, tal vez, presumir de su dinero lo suficiente como para comprar su propio equipo de Quidditch.
Dean y Seamus se miraron entre ellos, pero Harry no pudo descifrar sus expresiones. Seamus rápidamente comenzó a hablar sobre las posibilidades de Puddlemere en la próxima temporada, algo sobre lo que Harry, afortunadamente, podía comentar con vaguedad.
Estaba aliviado de que Seamus llenara los vacíos de su conocimiento de Quidditch que se había ampliado durante el último año. La conversación no volvió a fluir con la misma facilidad, aunque Harry se dio cuenta de que ya no le importaba. Estaba más que feliz en dejar que Dean y Seamus lideraran la conversación, encontrándose de repente muy cansado.
—Bueno, si alguna vez te encuentras en Dublín, háznoslo saber —dijo Seamus, estirando sus brazos por encima de su cabeza—. Estaremos felices de verte.
—Será mejor que nos vayamos —dijo Dean, levantándose abruptamente—. Tomaremos la red Flú hacia Dublín mañana para empezar a buscar departamentos para pasar el verano. Queremos sumergirnos adecuadamente en la cultura irlandesa antes de que el año comience.
—Oh, claro —dijo Harry, poniéndose de pie y trastabillando un poco. Sentía como si una Bludger lo hubiera golpeado en el pecho—. Fue genial verlos a los dos.
—Igualmente, amigo —contestó Seamus, tirando de Harry para darle un fuerte abrazo—. No te conviertas en un extraño.
Dean también lo abrazó ni bien Seamus lo soltó, dándole unas palmadas en el hombro al separarse.
—Cuídate, Harry —dijo Dean, sus ojos cuestionándolo, como si no estuviera seguro que pensar de Harry.
Harry fue invadido por la misma sensación que había notado durante su conversación con Kingsley… como si todos a su alrededor lo vieran como un animal asustado que necesitaba ser tranquilizado. Odiaba eso.
—Claro —contestó Harry, acomodando su suéter—. Nos vemos.
—Nos vemos —dijo Dean, pero Harry no se detuvo a ver si su rápida despedida había logrado que frunciera el ceño.
Caminó rápidamente hacia el perchero, saludando con un gesto desganado a Tom al pasar cerca de él. No fue hasta que las llamas verdes se disiparon y se encontró en la sala de estar de Grimmauld Place que Harry se preguntó por qué le había disgustado tanto las noticias de Seamus y Dean. Ambos eran sus amigos y debería de sentirse feliz por ellos, así como por Ron y Hermione, quienes finalmente estaban juntos y habían logrado mudarse a su propia casa. Harry no podía sacarse la sensación de encima de que todo el mundo estaba avanzando sin él, mientras que él continuaba estancado en un pozo del que no sabía cómo salir.
Saldré mañana, pensó Harry. Saldré a volar o me iré a comprar al Callejón Diagon, o le escribiré a Ginny y le preguntaré si es que quiere venir.
Harry asintió para sí mismo mientras subía las escaleras, sintiéndose tan cansado que sentía como si estuviera a punto de colapsar. El silencio de la casa lo siguió hacia el segundo piso, oprimiendo sus oídos cuando miró la puerta cerrada que había sido la habitación de Ron y Hermione. Apenas logró quitarse la ropa antes de dejarse caer sobre la cama, arrastrando la manta por encima de su cabeza, como si todavía tuviera trece años y tratara de esconder la luz de su Lumos debajo de las sábanas.
Aquella noche soñó que estaba solo en un bosque, la neblina cubría las copas de los árboles, forzando al usualmente ruidoso ecosistema a guardar silencio. Abrió la boca para anunciar su presencia o pedir ayuda, pero las palabras se negaron a salir de ella. Se sentó con pesadez a los pies de un árbol y observó la neblina. Entre la penumbra, una figura se movió, y Harry se quedó sentado en silencio, esperando a que se acercara, pero nunca lo hizo.
***
Harry se despertó la siguiente mañana sintiéndose optimista. Cálidos rayos de sol atravesaban las cortinas de su habitación, haciendo que el espacio se sintiera como si estuviera iluminado bajo la luz de las velas.
Se bañó y se vistió con una sonrisa en el rostro, la cual sólo se detuvo cuando desayunó sobre el fregadero. El pastelillo que se metió en la boca se había puesto un poco duro… Hermione probablemente los compró y Harry se olvidó de conjurar un hechizo de preservación en la caja. Harry miró por la ventana de la cocina hacia el jardín. Una ligera brisa sacudió las hojas de un árbol de roble cercano a la valla, haciendo que las pequeñas ramas bailaran de un lado a otro.
Podría ocuparme del jardín, pensó Harry, observando su patio trasero.
Matarás cualquier cosa que plantes, contestó una voz en la cabeza de Harry. Sonaba similar a la suya, pero más oscura y enfadada. ¿Para qué tomarte la molestia siquiera?
Podría ser divertido, pensó Harry, frunciendo el ceño.
¿Qué tiene de divertido limpiar plantas muertas? preguntó la voz dentro de su cráneo.
—Tal vez debería ir a visitar a Ron y Hermione —dijo Harry en voz alta, lavándose los dedos bajo el grifo. Ignoró sus pensamientos y se concentró en observar cómo el agua empujaba las migajas del pastelillo por la cañería. Un pedazo en particular de glaseado se había pegado a uno de los nudillos de su mano derecha.
No te quieren allí. Te dijeron que te mantengas alejado por un tiempo.
No lo habían hecho, pero sí le dieron a entender que no necesitaban su ayuda para acomodarse. Harry supuso que lo entendía, aunque la verdad es que él no se había sentido así cuando se mudó a Grimmauld Place. Había querido que absolutamente todos estuvieran allí para iluminar los oscuros pasillos y las sombrías habitaciones llenas de aire estancado. Cuantas más personas hubiera para desvanecer las telas de araña, mejor. La gran mayoría de las cosas que tenía en la casa y que le pertenecían habían sido acomodadas en sus lugares por alguno de sus amigos; Hermione y Ginny habían reorganizado la cocina, Ron había organizado su vestimenta de Quidditch, Neville había ordenado su biblioteca y Molly había guardado su ropa. Había estado más que feliz de que todos crearan su propio espacio en su casa, en su vida. ¿Por qué de repente parecía no haber espacio para él en la vida de ellos?
Ya no te necesitan, informó la voz de Harry. Hiciste lo que debías hacer… mataste a Voldemort. ¿Para que más te necesitarían?
—Puede que ya no me necesiten, pero aún me quieren —murmuró Harry, cerrando el grifo con firmeza. Su humor se había arruinado dramáticamente, y ni siquiera había salido de casa.
No mejoró cuando envió una carta a Ron y Hermione, ni tampoco cuando leyó su respuesta.
Harry,
Estaremos comprando muebles en Manchester durante gran parte de la mañana, pero nos encantaría que vinieras a cenar.
¡Trae a Ginny si deseas!
Si puedes, ¿podrías traerme ese paño de cocina amarillo de la casa de mis padres? Creo que lo guardé al fondo de uno de tus cajones de la cocina.
Con amor, Hermione (y Ron)
Al final de la carta Hermione había incluido su dirección de red Flú. No se le había ocurrido a Harry hasta ese momento que no la sabía. Harry leyó la carta un par de veces, mordisqueándose el labio. Iría a cenar con Ron y Hermione, pero ¿qué se suponía que debería hasta entonces? Dean y Seamus estaban en Irlanda, Neville estaba en Cornwall, y él no se sentía con ganas de ver a los Weasley, aunque probablemente debería ver a Ginny. Trazó con los dedos el nombre de Ginny escrito en la carta de Hermione. Habían pasado un par de semanas desde la última vez que la vio. Podría invitarla, supuso, aunque no estaba seguro de si eso era lo que quería hacer. Extrañaba a Ron y a Hermione y no se sentía con ganas de compartirlos esta noche en particular. Tal vez la próxima vez.
Harry caminó hacia la equilibrada pila de pergaminos en la parte superior de uno de los armarios de la cocina y escribió una respuesta a Hermione, confirmando que iría a cenar con ellos. Se ocupó buscando el paño de cocina de Hermione, aunque no le tomó mucho encontrarlo. Era de un amarillo manteca y se veía bastante usado, pequeñas flores púrpura descoloridas decoraban las esquinas. Sobresalía notablemente entre todos los demás utensilios de cocina de Harry, en especial ahora que Hermione se había llevado consigo la gran mayoría de los que había comprado para su nueva casa. Harry no se había dado cuenta de cuánto color aportaban sus utensilios al lugar en comparación con los suyos.
Tal vez eso es lo que necesito… algo de color, pensó Harry colocando el paño de cocina de Hermione sobre la mesa de la cocina para asegurarse de recordar llevarlo después. Podría comprar una gran alfombra arcoíris, o algo por el estilo. No tenía idea de dónde pondría una alfombra arcoíris, considerando que no encajaría con ninguna de la decoración ancestral de los Black, pero era una idea que no podía sacarse de encima. Seguramente alguna de las tiendas en el Callejón Diagon que vendían productos para niños tendría una horrenda alfombra arcoíris.
Una de las mejores cosas de no estar más involucrado en una guerra, además de la reducción de sus experiencias casi mortales, era que Harry no tenía que usar un hechizo de glamour en el Callejón Diagon. Por supuesto que era observado y muchas veces rodeado, pero no había ningún intento de secuestro o envenenamiento como cuando Voldemort aún no había sido derrotado. Odiaba los hechizos de glamour, le hacían sentir su piel con picazón y la visión borrosa, como si pudiera físicamente ver el hechizo en el aire. A veces eran necesarios, pero se sentía afortunado de poder evitar usarlos la mayoría de las veces. Además, muchas de las tiendas no te dejaban ingresar si es que llevabas uno puesto, como medida de seguridad.
El Callejón Diagon estaba lentamente recuperándose. Muchas de las tiendas estaban nuevamente ocupadas, y ya no había trozos de vidrios rotos o pedazos de madera quemados esparcidos sobre las baldosas de piedra. Era reconfortante poder ver a los niños nuevamente en él.
Por lo que Harry había oído, la mayoría de los padres se habían negado a llevar a sus hijos al Callejón Diagon durante el último año, incluso siquiera para comprar los útiles para Hogwarts. Harry recordaba con claridad el asombro que había sentido al entrar al Callejón Diagon por primera vez, aferrándose con fuerza a la lista de útiles que necesitaba comprar para su primer año en Hogwarts. Había sido uno de los mejores días de su vida, y le entristecía pensar que algunos niños no pudieron tener la oportunidad de experimentarlo.
Harry mantuvo su cabeza baja mientras se dirigía a Juguetes Tompritt, decidiendo que tendría más suerte encontrando una alfombra allí que en una tienda de túnicas como la de Madame Malkin. Una campanilla resonó sobre la puerta en cuanto entró en ella, haciendo que una nube plateada de purpurina lloviera sobre sus hombros. Harry tosió y se sacudió algunos de los brillos de su suéter. Muchas partículas aprovecharon la leve brisa para aterrizar sobre sus zapatos, sin duda listas para esparcirse por toda la casa en cuanto regresara.
—¿Harry Potter? —exclamó una voz chillona, sobresaltando a Harry.
—Hola —contestó Harry, dirigiéndose con rapidez a uno de los pasillos. Los estantes estaban repletos de trenes de madera, dragones y pequeñas réplicas de Merlín. Harry dio un paso hacia atrás cuando uno de los dragones le disparó una pequeña bocanada de fuego a su nariz.
—¿Con qué lo puedo ayudar, Sr. Potter? —preguntó una bruja, apresurándose en acercarse desde el pasillo al fondo de la tienda. Era tan baja de estatura que Harry se preguntó cómo fue posible que lo pudo ver entrar a la tienda.
—Estoy buscando una alfombra —dijo Harry, quitándose un poco de la purpurina que había quedado atorado en la parte trasera de la palma de su mano—. Preferiblemente en color arcoíris.
—Claro. Sígame al pasillo doce.
La bruja no parecía nada sorprendida frente a su pedido. ¿Acaso tenía la apariencia de un tipo que compraría una alfombra arcoíris? Harry nunca había sido muy bueno en interpretar como lo veían los demás.
Harry mantuvo cierta distancia detrás de la bruja, mientras observaba cada uno de los pasillos por los que pasaban. Los juguetes mágicos lo fascinaban, aunque algunos se veían un poco muy siniestros para su gusto. No había forma de que pudiera imaginarse una versión de él de once años salir ileso si jugaba con un tigre de peluche que le gruñía desde dentro de una jaula encantada.
—Aquí estamos —anunció la bruja, sacando un gran trozo de tela de uno de los estantes inferiores. Se detuvo tan abruptamente que Harry casi tropieza con su pequeña figura; sus mejillas se sonrojaron y dio un paso hacia atrás.
Tomó el trozo de tela que la bruja le ofreció y lo frotó entre sus dedos. Parecía más una manta que una alfombra, pero el patrón que tenía era un remolino de colores brillantes que danzaban en una forma que parecía imitar las suaves olas en la superficie de un sereno lago.
—Puedo hechizarla para que la parte inferior sea más gruesa —dijo la bruja, agarrando la tela de las manos de Harry.
—No gracias, creo que la llevaré como una manta —contestó Harry. De todos modos, una alfombra había sido una tonta idea. Grimmauld Place ya estaba repleta de viejas alfombras llenas de polvo, y a Harry le venía bien tener una manta extra. Los Dursley habían tenido una manta exclusiva para usar en el sofá, aunque nunca le habían permitido tocarla; puede que ahora eso sería para lo que usaría su manta arcoíris.
La bruja costeó su compra detrás del mostrador, aunque intentó insistir de que Harry se llevara la manta sin costo alguno.
—Sólo asegúrese de mencionar en qué tienda la compró por si alguien de Corazón de Bruja pregunta, querido —dijo la bruja, mirándolo por encima de sus enormes anteojos—. Me imagino que debe pasarse todo el día dando entrevistas, podría mencionarse en alguna de ellas.
—Uh, no suelo darlas, pero si surge lo haré —contestó Harry, estirando la mano para agarrar la manta.
—Oh, eso sí que no lo creo —rio la bruja—. No hay bruja ni mago en todo el Callejón que no fuera a dejar todo lo que está haciendo para poder entrevistarle al instante.
Harry movió los pies, incómodo, volviéndose cada segundo más impaciente. Desde el rabillo de sus ojos pudo ver que una multitud estaba empezando a reunirse afuera de la tienda. Una bruja tenía su rostro presionado contra el cristal de la tienda, sus ojos fijos en la cabeza de Harry.
—¿Y qué es lo que hará ahora, Sr. Potter? —preguntó la bruja, tirando de la manta ligeramente hacia ella cuando Harry volvió a estirar la mano para agarrarla—. El rumor que está circulando ahora es que decidió tomar un descanso del Ministerio para dedicarse a trabajar como entrenador de dragones. Aunque me imagino que antes de eso debe entrenar mucho.
Sus ojos recorrieron su torso, claramente fijándose en su físico demasiado delgado. Harry sintió la necesidad de envolver sus brazos alrededor de sí mismo para proteger su cuerpo de su mirada entrometida.
—No lo creo —rio Harry débilmente.
—Si, bueno, espero que nos saque de nuestra miseria y le dé una entrevista a Corazón de Bruja pronto. Todos nos estamos muriendo por saber qué es lo que va a pasar ahora. Ya sabe, suelen circular muchos rumores cuando no hay información directa desde la misma fuente —dijo la bruja, para luego suspirar como si todo esto fuera una carga personal—. Realmente parece tener la vida más emocionante de todo el mundo mágico a comparación del resto de nosotros, Sr. Potter.
—Gracias por la manta —dijo Harry. Su tono sonó bastante cortante, a juzgar por la forma en la que bruja inhaló con fuerza y levantó una ceja al escucharlo, pero Harry ya estaba llegando al límite de su paciencia como para preocuparse por sus modales. Se dio la vuelta y caminó rápidamente hacia la puerta de la entrada, casi chocando con la multitud que se había juntado afuera.
Harry sonrió con una mueca apenas perceptible a cada bruja y mago que le empujaba objetos a la cara, ansiosos por obtener su firma. Fotografías le rozaban sus mejillas, pergaminos le tocaban la parte de su nuca y el mango de una escoba se le clavó en uno de sus costados, empujado por un entusiasmado mago de mediana edad.
—Harry, ¿es verdad que planeas estar casado la próxima primavera? —preguntó una joven bruja, agarrándolo por la manga de su suéter. La pregunta se superpuso con la de otra bruja, que le exigía saber si es que era cierto que Harry se iba a ir a Estados Unidos para unirse al Congreso Mágico. Otra se le acercó chillando cuando trató de escapar, preguntándole si sabía que era el padre del hijo aún no nacido de su hija. Harry los hizo a un lado, murmurando un cortante “lo siento” cuando chocó contra el hombro de un mago.
Harry fijó la mirada en un mago que estaba parado al otro lado del Callejón Diagon. El hombre tenía el cabello negro y fino, y una nariz ganchuda, pero cuando arqueó una ceja, como si estuviera quejándose de que Harry había armado un tremendo alboroto, le recordó tanto a Draco Malfoy que Harry casi trastabilla con sus propios pies. Apartó la mirada cuando una vieja bruja le agarró su brazo con fuerza, parloteando de cómo es que necesitaba que bendijera a su nieto.
—Estoy segura de que esa manta es un regalo para Ginny Weasley —suspiró una bruja adolescente a su amiga, justo al lado de Harry—. Harry es tan romántico
—Imagina recibir un regalo de Harry Potter —contestó la amiga, fingiendo estar a punto de desmayarse, o capaz sí que estaba a punto de hacerlo—. Moriría feliz —dijo, abanicando sus pestañas en dirección a Harry cuando lo vio mirándola.
Harry detuvo su búsqueda de encontrar la red Flú más cercana y decidió aparecerse ahí mismo, mirando fijamente los ojos del hombre que estaba parado al otro lado del Callejón Diagon hasta que el mundo dio vueltas y se reacomodó. Aterrizó en el medio de su sala de estar, un poco agitado. Odiaba tener que aparecerse directamente en Grimmauld Place, ya que le habían dicho que, con el tiempo, debilitaría las barreras mágicas de la casa si lo hacía, pero a veces no podía evitar hacerlo. De repente, ya no tenía más ganas de lidiar con más personas por hoy.
Harry miró la manta que tenía en las manos y la sacudió para estirarla, midiendo el tamaño contra el largo de sus brazos. Parecía que podría cubrirlo sentado, lo cual era bastante sorprendente, considerando que había sido diseñada teniendo en cuenta el tamaño de pequeños magos y brujas. Unos cuantos brillos de purpurina volaron de la manta y aterrizaron sobre la madera oscura de la sala de estar. Harry suspiró y los desvaneció con su varita, teniendo cuidado de no desvanecer también sus zapatos mientras también limpiaba el brillo de ellos.
Ni bien colocó la manta sobre el sofá de la sala de estar, Harry nuevamente sintió que no sabía qué debería hacer. Aún era temprano; había tenido planeado pasar mucho más tiempo en el Callejón Diagon que el que pudo. Había pensado ir a visitar la tienda de George, capaz darse una vuelta por Flourish y Blotts también, pero no después del encuentro que tuvo con esa multitud. Lo que menos necesitaba era estar como titular en un artículo de Corazón de Bruja que detallaba todas las cosas que se detuvo a observar mientras estaba de compras.
Ya había pasado antes, para vergüenza de Harry. A Ron le había parecido chistosísimo colocarle “Una guía mágica del sexo” en las manos justo cuando una reportera de Corazón de Bruja pasaba por su lado. Los titulares de los artículos lo persiguieron por semanas… “Los gustos pornográficos de Potter”, “El Domingo sexual del Salvador” y “El elegido… ¿Virgen?” fueron los favoritos de Ron. Incluso Hermione había empezado a reírse de ellos, minimizando la vergüenza de Harry con cada edición que tiraba a la basura.
—Si lo estás haciendo, deberías ser capaz de hablar de ello —declaró, golpeando a Ron en la cabeza cuando este emitió un ruido de disgusto.
Ella tenía razón, obviamente, a excepción de que en ese entonces no lo estaba haciendo. No es que no lo hubiera hecho en el pasado, pero en ese momento no era así. No era algo que quisiera discutir con Hermione, que era una chica, ni con Ron, que era el hermano de su novia. Además, había una gran diferencia entre hablar de sexo con tus amigos y que tu vida sexual se publicara en una de las revistas más famosas del mundo mágico. Eran dos niveles diferentes de vergüenza, según Harry.
Harry se dejó caer con pesadez sobre el sofá, cubriéndose con la manta hasta la barbilla. Sus pies quedaron descubiertos al hacerlo, por lo que levantó las rodillas. Quería una taza de té, pero nada en la vida podría obligarlo a levantarse a prepararse una. Eran momentos como este los que le hacían desear no haberle hecho caso a Hermione cuando le sugirió liberar a Kreacher.
Harry refunfuñó para sí mismo, mientras acomodaba la manta debajo de su barbilla. Era un poco áspera, claramente estaba diseñada con la intención de imitar a una tejida a mano, lo cual le recordó a sus viejos suéteres de los Weasley, desatando una cascada de recuerdos agridulces que no tenía ganas de volver a revivir estando de tan mal humor.
El brillo de aquellos recuerdos parecía, por algún motivo, opacado; como si hubiera dementores en la habitación del al lado. Ni siquiera al permitirse permanecer en el recuerdo de su primera Navidad en Hogwarts, y recordar la emoción de desenvolver su primer suéter de los Weasley y sentirse parte de una familia por primera vez en su vida, logró hacerlo sentir mejor. La verdad, es que lo único que hizo fue lograr que Harry se sintiera incluso más triste. Sólo Merlín sabía cuándo volvería a sentirse así de feliz, y claramente no parecía ser algo que fuera a suceder pronto.
¿Realmente mereces ser feliz? preguntó la voz de Harry. Nadie quiere estar cerca de ti.
Eso no es verdad, pensó Harry. Lo pensó con tanto ímpetu que sus ojos le empezaron a doler de lo fuerte que los apretó al cerrarlos. Se sentía tan cansado; seguramente estaba de tan mal humor, porque no había dormido bien la noche anterior.
Harry se incorporó, reacomodó uno de los cojines, haciéndose una almohada mucho más cómoda, y se volvió a acostar. La casa estaba en completo silencio, no se oía ni el crujir de la madera ni el eco de las tuberías. Estaba segurísimo de que lo único que podía escuchar era su propio pulso latiendo en sus oídos, por lo que rasgó ligeramente la tela del sofá para tener al menos un mínimo de ruido. Cerró los ojos y continuó moviendo sus dedos sobre la tela.
No se puede decir que durmió, pero sí descansó. No tenía idea de cuando tiempo había pasado, pero cuando la bocina de un auto sobre la calle lo sobresaltó, se dio cuenta que la luz estaba mucho más atenuada que cuando se había acostado
Harry rebuscó su varita en el sofá y conjuró un hechizo de tiempo, los números brillaron sobre la oscura habitación.
—Mierda —murmuró, sentándose y pasando una mano por su cabello. Se levantó, realizó un hechizo de limpieza sobre sí mismo y estiró los brazos por encima de su cabeza, haciendo un gesto de dolor cuando su espalda crujió, el sonido rompiendo la pesada manta de silencio que había sobre la casa. Por la hora que era, seguro que Ron y Hermione se estaban preguntando dónde es que estaba.
Harry se dirigió a la chimenea y tomó un puñado de polvos Flú. Volvió a maldecir, apretando con fuerza el puñado para intentar evitar que el polvo se escapara de entre sus dedos, y se apresuró por el pasillo hasta la cocina. Le dio un vistazo a la dirección escrita al final de la carta de Hermione que había recibido en la mañana y agarró el paño de cocina amarillo que le había pedido. Al regresar a la chimenea, notó que había regado tan solo un poco de polvo en el suelo, lo cual consideró un pequeño triunfo en su día.
Lo primero que Harry pensó cuando salió de la chimenea de la nueva casa de Ron y Hermione fue que se veía exactamente como la Madriguera. Los pisos eran de madera auténtica, había vigas a la vista en el techo y las paredes estaban plagadas de colores alegres. La casa se sentía cálida, con un fuego encendido en otra chimenea frente a la de la de la red Flú; había troncos reales ardiendo sobre ella, en vez de un hechizo calefactor para combatir el frío. Un aroma reconfortante de pan recién horneado provenía de la cocina, y se oía música de la radio desde alguna otra habitación.
El corazón de Harry se acongojó. Grimmauld Place no se parecía en nada a esto, ni siquiera cuando Ron y Hermione vivieron allí.
—Harry, ¿eres tú? —llamó Hermione desde otra habitación.
—Pensamos que tal vez habías cambiado de opinión, amigo —dijo Ron, apareciendo de repente a su lado y dándole una palmada en el hombro.
Harry levantó el paño de cocina de Hermione, sonriendo. Ron le dio una mirada frustrada y le hizo señas hacia donde Harry asumió que estaba la cocina. Hermione estaba de pie frente a la estufa, revolviendo una cacerola cuyo contenido parecía ser estofado. Al verlo, sonrió y, cuando vio el paño amarillo que tenía sobre su mano, soltó un sonido de sorpresa. Ron emitió un sonido desganado en protesta cuando Hermione presionó un beso sobre la mejilla de Harry y le sacó el paño de sus dedos.
—Revuelve esto —indicó a Harry, señalando el estofado—. Ron, ve a poner la mesa —dijo, antes de apresurarse en salir de la cocina con el paño en sus manos.
Ron hizo un saludo militar burlón y le guiñó el ojo a Harry.
—Chicas —dijo, riendo.
Harry se forzó a responder riendo un poco, esperando que Ron no se diera cuenta lo extraño que se sentía al hacerlo. Ron no pareció darse cuenta, se dio vuelta y caminó hacia la siguiente habitación mientras silbaba la canción que sonaba en la radio.
Harry dejó escapar el aire que no sabía que había estado conteniendo. Este era su hogar… Ron, Hermione, una cena y la radio pasando música. Era exactamente lo que necesitaba. Escuchó los pasos de Hermione sobre los pisos de madera en el pasillo y volvió la mirada por encima de su hombro.
—¿Y esa sonrisa? —preguntó Hermione, acercándose a su lado y tomando el cucharón de su mano para probar el estofado. Sus ojos se abrieron de golpe y empezó a abanicar su boca. Harry rio y conjuró un hechizo enfriador sobre su rostro.
—He tenido un día de mierda —suspiró Harry—. Me he estado sintiendo un poco mal.
—Ojalá que no estés por enfermarte o algo así —dijo Hermione, observando su rostro con atención. Parecía estar a punto de presionar el dorso de su mano sobre su frente—. Tengo algo de Pepper Up en el gabinete del baño, puedes llevarte un poco a casa.
—Gracias —murmuró Harry, apartando con gentileza las manos de Hermione que intentaban arreglarle el cabello—. ¿Qué tal el nuevo lugar?
—Es fantástico —dijo Hermione, suspirando—. No podía creer que fuera real cuando lo vimos por primera vez, era como si lo hubiera conjurado directamente de uno de mis sueños. Aunque no sabía si Ron estaba encantado o disgustado de que se pareciera tanto a la Madriguera —rio mientras apagaba la estufa, para luego levitar tres platos cerca de la cacerola y llenarlos de estofado—. Se siente muy bien vivir aquí, pero no sé si es que se siente así sólo por que nuestro. Obviamente, aún es muy pronto para saberlo. Puede que en algún momento termine asesinando a Ron por dejar sus medias en cualquier lugar, pero por el momento todo es simplemente nuevo y encantador.
—Estoy muy feliz por ustedes —dijo Harry, dándole un apretón en el hombro. Y realmente lo estaba, incluso cuando no lo sentía así. Disfrutaba ver a sus amigos felices; después de todo, se lo merecían tras todo lo que había pasado.
Son mucho más felices, porque tú no estás allí con ellos todo el tiempo, entrometiéndote e invadiendo su espacio.
Harry sacudió la cabeza con fuerza y se encontró con la mirada preocupada de Hermione.
—Había un bicho en el aire —dijo Harry, sonriendo avergonzado y frotándose la nuca.
—Claro… —contestó Hermione—. Lleva estos al comedor, ¿sí? Es por allí. Ronald, ven a ser un buen anfitrión y sírvele algo para beber a Harry.
Harry rio por lo bajo, levitando los tres platos hacia el comedor. Aceptó en silencio la cerveza de mantequilla que Ron le ofreció y se bebió la mitad de un trago. Ahora que lo pensaba bien, no había tomado nada en todo el día.
—¡Con calma! —gritó Ron—. ¡No sabía que íbamos a emborracharnos!
—Es cerveza de mantequilla —replicó Harry—. Estoy seguro que ni siquiera tú podrías ser capaz de emborracharte con esto.
—Podría intentarlo —contestó Ron, encogiéndose de hombros y haciéndose a un lado cuando una bandeja llena de pan voló hacia la mesa—. Hermione se ha vuelto completamente loca con todo esto. Horneó pan fresco y todo, cómo si fueras las mismísima Reina de Inglaterra, joder. Mamá dice que está “anidando”.
—Era obvio que dirías algo así, después de lo que pasó hace un rato —dijo Hermione con sorna, colocando una copa de vino en la mesa y sentándose.
—Ey —dijo Ron sonriendo, señalándola mientras negaba con un dedo—. Nada de eso en frente de Harry.
—¿Nada de qué? —preguntó Harry, pero ninguno le estaba prestando atención.
El estofado estaba sorprendentemente bueno, considerando que ni Hermione ni Ron eran los mejores cocineros. Había sido Harry quien preparó la gran mayoría de comidas cuando vivían juntos, con el fin de mantener a todos a salvo. Se estremeció al recordar algunas de las horrendas comidas que Hermione había hecho en la estufa de acampar cuando estaban buscando Horrocruxes. Al mencionárselo a Hermione, Ron se puso un poco de color verde.
—Es una receta de Molly —dijo Hermione, sonriendo cálidamente a Ron mientras comían el estofado—. Es una receta familiar, al parecer.
—Mamá nunca se la había dado a nadie que no fuera parte de la familia —explicó Ron —. Aunque la verdad es que no puedes estar más cerca de la familia.
—¡Ni siquiera Fleur la tiene! —informó Hermione, fingiendo sorpresa en su tono—. Y eso que ella es legalmente su yerna.
—Felicidades —dijo Harry, intentando burlarse, aunque sonó bastante poco convincente.
—Hablando de familia… ¿Cómo está Ginny? —preguntó Hermione, recostándose en el respaldo de su silla.
—Bien —contestó Harry, introduciendo una cucharada de estofado en su boca, esperando que eso pudiera mantener las preguntas al margen.
—Se la ve muy bien, por lo menos eso parece según los periódicos —dijo Hermione, dándole un sorbo a su vino mientras miraba fijamente a Harry.
—Sale todas las putas noches —bufó Ron con burla, cortando un trozo de pan para remojarlo en su estofado—. No es que diga que esté mal solo porque sea una chica, pero ¿qué piensas tú de todo esto?
Harry no tenía idea de cómo debía responder, porque si decía que simplemente no le importaba lo que hiciera Ginny iba a sonar mucho más duro que lo que pensaba. No es que no le importara porque no la quisiera, sino que simplemente no sabía que pensar al respecto. Ginny había firmado con las Harpies hacía unos cuantos meses y siempre se encontraba entrenando con su equipo, jugando con su equipo o saliendo de fiesta con su equipo. Ya no pedía ver a Harry tan seguido como antes, pero no había nada de malo con eso. Parecía feliz, y Harry esperaba que realmente lo fuera. Merecería ser feliz, al igual que Ron y Hermione.
La única respuesta segura que se le ocurrió ante la pregunta fue encogerse de hombros.
—Hmm —musitó Hermione, enfocando sus ojos—. ¿No crees que deberías tener una conversación con ella sobre todo esto?
—No hay nada de qué conversar —contestó Harry, metiendo un trozo de pan en su boca y sonriendo.
—Harry —suspiró Hermione. Parecía estar a punto de empezar a regañarlo, pero se detuvo cuando Ron colocó su mano encima de la suya. Harry vio como Ron presionó con suavidad la mano de Hermione, conversando con ella en silencio.
—Te amamos, amigo —dijo Ron después de un rato, asintiendo hacia él—. Sólo queremos que seas feliz.
Harry les sonrió, forzando toda la positividad que podía reunir en su gesto.
—Soy feliz. Ahora que tengo comida en frente de mí, mucho más. Hermione, me tienes que compartir la receta del pan, podría empezar a practicar hornear algo.
Hermione asintió, pero Harry pudo ver como apretó la mano de Ron, aparentemente sin darse cuenta de que podía verla.
Al darse cuenta de que en algún momento había metido la pata, Harry subió su positividad por encima del máximo el resto de la cena. La verdad es que no había querido preocupar a Hermione. Ahogarse en su tristeza, ya de por sí era lo suficientemente vergonzoso como para andar restregándoselo en el rostro a todos.
Ron y Hermione lo despidieron a través de la red Flú más tarde esa noche con la receta para el pan, un ligero zumbido en su organismo por el Firewhisky que él y Ron habían empezado a beber al terminar la cena y la promesa de que vendría a la fiesta de inauguración de la casa la próxima semana.
Harry arribó a Grimmauld Place con una sonrisa en los labios. Aquella noche soñó nuevamente que estaba solo en un bosque, pero esta vez, entre las ramas de los árboles, pudo divisar rayos de sol, en lugar de la pesada capa de neblina de la vez anterior.
***
La sensación de bienestar que se había asentado en su pecho después de cenar con Ron y Hermione se esfumó como aquellos rayos de sol. Harry se encontró de nuevo frente a una interminable cantidad de nada para hacer.
Se mantuvo ocupado deambulando por la casa por un rato, enderezando pinturas clavadas en las paredes hace décadas y revisando viejos jarrones sobre repisas empolvadas. Los ojos de los ancestros Black, fallecidos hacía ya mucho tiempo, lo juzgaban desde sus retratos enmarcados en oro, refunfuñando cada vez que lo veían pasar. Harry se golpeó el codo con el marco de una puerta cuando un gran gato negro saltó de una roca pinta a otra dentro de su cuadro, bufando y mostrado los dientes al gran pasillo.
Harry terminó una vez más en el sofá, envuelto en la manta arcoíris, con las rodillas apoyadas contra el pecho. Las cortinas del gran ventanal que daba hacia la calle estaban medianamente abiertas, dándole un vistazo de lo que sucedía afuera. No había muchos muggles que caminaran por esta área, notó. Supuso que si era una zona algo adinerada, como Hermione le había comentado alguna vez. Asumió que lo más probable es que muchos de ellos tuvieran sus propios autos o tuvieran conductores particulares para movilizarse. De vez en cuando, pasaba algún taxi negro, con el taxista conduciendo con el codo apoyado en la ventana y un cigarrillo entre los labios.
Harry se cuestionó, distraído, si debería comenzar a fumar, pero hacerlo requeriría tener que deambular por el Londres muggle, algo que no tenía ningún apuro de volver a hacer. El par de veces que lo había hecho, fue abrumado con recuerdos desagradables de visitar tiendas con los Dursley. Como si hubiera vuelto a tener nueve años, obligado a los gritos a permanecer en la puerta y no interrumpir a nadie. En una ocasión, Dudley lo había chocado con un carrito de compras con tanta fuerza que su pie se había puesto morado por todo un mes. Harry estiró su mano para acariciar la parte superior de su pie, recordando el dolor.
Permaneció en esa posición hasta que las luces de la calle se encendieron, ligeros destellos que iluminaron su oscurecida habitación. No había sentido en absoluto el paso del tiempo. Se frotó los ojos, intentando aliviar la sequedad que de repente se había hecho evidente en ellos. ¿Cuándo había sido la última vez que parpadeó? Su estómago resonó en el silencio de la habitación, recordándole que no había comido nada en todo el día.
Harry se obligó a levantarse del sofá, arrastrando la manta con él. La envolvió con fuerza alrededor de sus hombros mientras se dirigía a la cocina a abrir la heladera. No había nada dentro, a excepción de una botella a medias de jugo de calabaza, una manzana roja marchita y un tarro de salsa de tomate. Harry frunció el ceño y agarró el jugo de calabaza, destapando la botella e inclinándola para beber. Se la terminó en tres sorbos antes de desvanecerla. Su estómago gruñó en protesta, claramente nada feliz con lo que Harry le había ofrecido.
Harry se frotó la nariz y se volvió hacia la caja de pastelillos que había sobre la mesada de la cocina, todavía en el mismo lugar que Hermione los había dejado. Quedaban dos, ambos cubiertos con azúcar impalpable y un poco de mermelada de naranja. Nuevamente comió uno de ellos sobre el fregadero, aunque esta vez estaba muy oscuro para ver a través de la ventana de la cocina mientras lo hacía. Un repentino ventarrón hizo que el vidrio de la ventana temblara, haciendo que Harry se sobresaltara y un pedazo de pastelillo cayera sobre el fregadero. Harry lo fulminó con la mirada, como si fuera su culpa que ahora se encontrara húmedo.
¿Ha estado así de ventoso todo el día? Se preguntó a sí mismo, mientras frotaba sus dedos bajo el grifo. La mermelada se estaba volviendo menos pegajosa conforme los pastelillos se iban endureciendo, lo cual, por lo menos, era un beneficio; limpiar requería menos esfuerzo.
En ese momento, Harry se dio cuenta de que no había pensado en el clima hace días. Estaba seguro de que eso era algo que debía preocuparle, pero no podía siquiera forzarse a que le importara.
De repente, se sintió muy cansado, como si hubiera pasado todo el día jugando Quidditch en vez de acostado en el sofá. Se frotó los ojos otra vez y maldijo cuando una gota de agua entró en ellos. Envolvió la manta alrededor de sus hombros con más fuerza, tambaleándose como si estuviera a punto de colapsar. Harry arrastró los pies hacia la sala de estar, los dedos de sus pies chocando contra cada tablón del piso, pero no le importó. Se dejó caer sobre el sofá, acurrucándose con las rodillas contra su pecho y dejó que sus ojos se cerraran. Afuera, la bocina de un auto sonó antes de que todo se volviera silencio.
***
—Mierda —murmuró Harry, frotándose la nunca. Crujía de una manera desagradable después de pasar los últimos días y noches acostado en el sofá.
Escuchó el ligero sonido de una canción de los Weird Sister desde una radio lejana. Un tema demasiado pesado e intenso para que suene tan temprano en la mañana, pensó Harry.
Estamos a la tarde, se corrigió después de conjurar un Tempus para ver la hora. Su estómago gruñó con fuerza, exigiendo ser escuchado por encima de la música.
—A comprar —murmuró Harry para sí mismo, asintiendo en el proceso. Sin duda alguna era, ya era hora de que volviera a salir, algo que debió haber hecho hace bastante. El último pastelillo, la manzana marchita y el par de galletas dulces que había encontrado mientras rebuscaba le habían durado un par de días. Se dio cuenta de que había tocado fondo de una manera que ningún hombre debería, cuando probó untar la salsa de tomate que tenía sobre las galletas. Esa fue una experiencia que no tenía apuro alguno de volver a repetir.
El sólo pensar en ir de nuevo al Callejón Diagon era suficiente para drenar la energía de su cuerpo, pero se forzó a hacerlo. Además, necesitaba ir a comprar un regalo para la fiesta de inauguración de la casa de Ron y Hermione. Nunca antes había ido a una, pero las personas siempre llevaban regalos a esa clase de cosas en los programas que solía mirar en la televisión muggle por encima del hombro de su tía Petunia, escondido detrás del sillón floreado. Al parecer, los utensilios de cocina eran la mejor opción, pero no tenía idea de que les hacía falta a Ron y Hermione.
—Lo resolveré cuando esté allá —se dijo Harry a sí mismo. Bostezó y se acomodó con las manos el cabello. Eso tendría que ser suficiente, porque no tenía ganas de subir y peinarse en frente del espejo. Era ir a Diagon o subir… no tenía la energía para ambas cosas.
Invocó con un Accio un par de jeans y una camiseta limpia, y se vistió rápidamente. Hizo un gesto de disgusto cuando vio su estómago, notando que estaba mucho más delgado que antes. No se había dado cuenta de lo poco que estaba comiendo, pero no volvería a cometer el mismo error. Llenaría la cocina de tal manera que no tendría la necesidad de juntar la energía para ir a buscar comida en otro lado, sólo por si acaso.
De repente, Harry sintió ansias de escribirle una carta a Hermione. Tal vez realmente estaba por enfermarse.
Si realmente estuvieras enfermo la Pepper Up te habría ayudado, dijo la voz de Harry. Si crees que algo anda mal contigo, tal vez deberías salir de vez en cuando y ver cuántas personas la pasan mucho peor que tú. Eres afortunado. Deberías estar agradecido.
—Lo sé —murmuró Harry. Se puso sus viejas Converse y agarró un bolso que tenía un hechizo extensible, sólo por si lo necesitaba.
Las red Flú públicas del Callejón Diagon siempre hacían que Harry tosiera. Cada superficie de ellas tenía gruesas capas de polvo Flú adheridas a la madera y piedra. Harry se preguntó de que color sería la parte de adentro de la chimenea si rascaba la mugre acumulada con una de sus uñas. Se quedó mirando fijamente la parte posterior de la chimenea de la cual había salido por un largo rato; y se sorprendió cuando una bruja apareció en medio de un torbellino de llamas verdes. La bruja levantó las cejas al verlo mientras salía de la chimenea, torciendo su cuerpo para que sus brazos no se rozaran.
—Lo siento —dijo Harry, haciéndose a un costado, olvidando la mugre de la red Flú.
Su primera parada fue la tienda de alimentos de Fabien, deseando sacarse de encima eso antes que cualquier otra cosa. No fue hasta que llegó al lado del mostrador que se dio cuenta de que no había hecho una lista para dejársela al encargado de la tienda.
—Por favor, coloque su lista en el buzón —dijo el encargado, acomodando unas jarras de granos en uno de los estantes detrás del mostrador, dándole la espalda a Harry.
—¿Tendrá un pedazo de pergamino que me pueda prestar? —preguntó Harry, avergonzado.
El encargado suspiró mientras se daba vuelta para enfrentar a Harry, con un pedazo de pergamino en su mano. Sus ojos se abrieron de golpe al darse cuenta de la identidad de su cliente, irguió su postura y esbozó una enorme sonrisa.
—Cualquier cosa por usted, Sr. Potter. ¿Necesita una pluma?
—Por favor —dijo Harry, asintiendo, tomando el pergamino y la pluma.
La puerta de la tienda se abrió mientras Harry escribía su lista de alimentos. Estaba conteniéndose las ganas de morder la parte superior de la pluma mientras pensaba en el lamentable estado de sus gabinetes cuando sintió que una manga rozaba contra la suya. Se hizo a un lado para dejarle espacio al siguiente cliente, tirando de su pergamino junto a él sobre el mostrador. Levantó la mirada y se encontró con la del mago que recién había entrado. Tenía el cabello negro, una nariz ganchuda y le parecía extrañamente familiar. La familiaridad se hizo más evidente con el gesto de asentimiento que le dio el mago, como si reconociera a un viejo conocido.
Harry estudió el perfil del mago mientras hablaba con el encargado, entregándole una corta lista de compras. Golpeteó la pluma sobre el mostrador cuando se dio cuenta de dónde es que había visto a este mago antes. Había sido en el Callejón Diagon, después de haber comprado la manta arcoíris. El mago le había recordado a alguien en aquel momento también, incluso desde el otro lado del callejón.
—¿Todo en orden? —preguntó el mago, arrastrando las palabras y volviendo su rostro hacia Harry mientras levantaba una de sus cejas.
Harry sintió sus mejillas enrojecer, avergonzado de haber sido atrapado con la vista fija en él. Asintió con la cabeza y forzó a que sus ojos volvieran al pergamino que tenían enfrente.
—¿Listo, Sr. Potter? —preguntó el encargado, extendiendo su mano para recibir el pergamino, el cual Harry entregó rápidamente. El encargado levantó las cejas al ver la larga lista de compras, pero enseguida se dio vuelta y se dirigió hacia el almacén trasero donde guardaba su mercancía.
—Me sorprende que no estés usando un hechizo glamour como el resto de nosotros —dijo el mago, apoyado contra el mostrador, de cara a Harry con una mano metida dentro del bolsillo de su túnica.
—¿Por qué debería? —replicó Harry, aunque cuestionarlo sonaba estúpido.
—La multitud de fans adoradores puede ser una buena razón —contestó el mago con sorna—. Parecen bastante… manoseadores.
—No son tan malos —mintió Harry.
El mago chasqueó la lengua un par de veces en desaprobación en voz baja, como si la respuesta de Harry lo aburriera.
Una caja atravesó la puerta del almacén y aterrizó en el mostrador en frente de Harry. Después de un momento una idéntica se posó en frente del otro mago, quien colocó una pila de galeones sobre el mostrador.
—Su recibo, Sr. Potter —dijo el encargado, entregándole a Harry un pedazo de pergamino con la lista de precios en ella.
Harry rebuscó su bolso de monedas, tomado por sorpresa.
—Espera... ¿a qué te refieres con “usar el hechizo glamour como el resto de nosotros”? —preguntó Harry, volviéndose hacia el otro mago. El espacio a su lado en el mostrador estaba vacío; el mago y su caja habían desaparecido.
—No le iría bien a ese tipo sin uno puesto —dijo el encargado, haciendo un gesto con las manos sobre la pila de galeones que el otro mago había dejado, enviándolo hacia la habitación contigua. Sonrió cuando Harry le entregó el contenido de su bolso de monedas, inclinándose con tanta profundidad que un poco más y su nariz tocaba el piso—. Por favor, no dude en mandar su próximo pedido por la red Flú, Sr. Potter. No le suelo ofrecer ese servicio a cualquiera, pero imagino que usted debe de estar ocupado ahora. Uno escucha muchos rumores por aquí en Diagon… ¡No puedo creer que haya tenido tiempo de venir a comprar a mi pequeña tienda!
—Gracias —dijo Harry, forzándose a sonreír. Agarró la caja del mostrador y la encogió hasta que fue lo suficientemente pequeña para entrar en su bolso extensible.
El viaje de Harry hacia la casa de té fue bastante menos fluido. La tienda rosa y morada estaba repleta de brujas recorriendo las estanterías llenas de cajas de distintos sabores de té, mientras otras chismoseaban sentadas en las mesas, bebiendo té de sus hirvientes tazas. Harry estaba convencido de que lo más seguro es que fuera el único mago en pisar la tienda en días. Al verlo entrar, las conversaciones se detuvieron de forma abrupta, sólo para reanudarse con mayor intensidad.
Harry se estremeció y se dirigió con rapidez al pasillo más cercano a la puerta delantera. Agarró una de las cajas de la estantería al azar y rodeó a un par de brujas que se habían acercado a pararse junto a él. Afortunadamente, pudo encontrar el pasillo que contenía las tazas con rapidez. Se estaba volviendo cada vez más difícil poder moverse con todas las brujas rodeándolo en cada pasillo cada vez que se giraba. Agarró dos tazas de Gryffindor de la estantería, planeando transfigurarlas para personalizarlas cuando llegara a Grimmauld Place.
—Seguro que no piensas llevar esas —dijo una bruja agarrando una de las tazas que tenía en su mano, para luego reemplazarla con una de Ravenclaw mientras le guiñaba un ojo y abanicaba sus largas pestañas.
Harry apretó los dientes con fuerza, su mandíbula tensándose mientras trataba de ignorar las preguntas y comentarios que empezaron a lloverle de todos lados. Con un movimiento, devolvió la taza de Ravenclaw a la estantería y metió las dos tazas de Gryffindor y la caja de té en los bolsillos de su suéter. La ira que sentía comenzó a burbujear dentro de su pecho al sentir que una mano tocaba un lado de su cabeza, como si estuviera jugueteando con su cabello. Clavó la mirada en la bruja que lo hizo, quien, entre risas, le susurraba algo a su amiga mientras sacaba el pecho hacia él.
—¿Podrían todas irse a la mierda? —Harry respiró hondo, con el pecho agitado. No fue hasta que vio a la multitud dar unos cuantos pasos hacia tras que se dio cuenta de que había dicho eso en voz alta… y bastante fuerte. No tenía ánimos para disculparse, por lo que se dirigió hacia el mostrador con mucha más facilidad ahora que el camino estaba despejado, todas tratando de mantener su distancia. La bruja del mostrador negó con la cabeza en desaprobación cuando se acercó con su compra, sus largas uñas repiqueteando contra la taza de la que bebía.
Harry nunca creyó que podría sentirse tan aliviado de ver las viejas y empolvadas instalaciones de Grimmauld Place aparecer frente a él cuando salió de la red Flú. Dejó caer el bolso extensible al suelo y agitó su varita para que la caja con provisiones se dirigiera a la cocina. Tenían un encantamiento de conservación, podría acomodarlas mañana.
Deslizándose despacio hacia el suelo, recostó la espalda contra el sofá y se cubrió con la manta arcoíris, descansando la frente contra sus rodillas. No recordaba cuando es que había cerrado los ojos, sólo que, al volver a abrirlos, se encontró en un bosque lleno de neblina, su garganta lastimada del esfuerzo de haber gritado en silencio.
***
—Merlín, ¿por qué estás sentado a oscuras?
Harry llevó una mano a sus ojos para protegerse de la repentina luz que comenzó a quemar sus retinas. Movió su cabeza hacia un lado y la presionó contra la tela del sofá mientras gruñía.
—¿Estás con resaca? —preguntó Ginny, abriendo de golpe la otra cortina.
—No —contestó Harry, cubriéndose la cabeza con la manta—. ¿Qué haces aquí?
—No te he visto en semanas —Harry la escuchó sentarse en el sillón que estaba en frente del sofá—. Mamá estaba preocupada. Creo que Ron le dijo algo.
—Qué bueno saber que te importó lo suficiente como para venir a verme —dijo Harry con un toque de sarcasmo en su voz.
—Oye, eso no es justo —contestó Ginny, sonando fastidiada—. La red Flú funciona en ambas direcciones, ¿sabes?
—Oh… ¿en serio? —Harry se sacó la manta de la cabeza de un tirón y fulminó con la mirada al techo—. Y claro que estarías en casa el tiempo suficiente para atender una llamada por red Flú, ¿no? ¿O capaz estarías ocupada, en algún bar con cualquier otro hombre?
Ginny dejó escapar un largo silbido por entre sus dientes. Harry podía sentir su mirada clavada en un costado de su cabeza.
—No vine aquí para pelear contigo —suspiró Ginny—. Realmente quería ver si estabas bien, sobre todo después de leer esto.
Harry sintió que algo le golpeó el brazo. Por instinto agarró lo que era; un periódico enrollado. Lo levantó por encima de su cabeza, desplegándolo para poder leer la portada y se encontró con una foto suya fulminando con la mirada a un grupo de brujas, rodeado de cajas de té en los estantes de la tienda. Parecía estar a punto de golpear a alguna de ellas en el rostro. “La boquita sucia de Potter” titulaba en grandes letras negras.
—¿El Elegido finalmente a explotado? —Harry bufó con sarcasmo, arrojando el periódico al suelo—. ¿Acaso ahora no tengo permitido caminar por la calle sin sonreír de forma exagerada?
—Para ser justos, sí que le dijiste a una señora mayor que se fuera a la mierda.
—Le dije a todas que se fueran a la mierda. Ojalá lo hubieran hecho.
—Sólo están agradecidas por lo que hiciste, y lo sabes.
—Sí, bueno, yo estaría agradecido si pudiera ir a comprar una maldita caja de té sin que alguien prácticamente termine acosándome.
Harry volvió la cabeza para encontrarse con la mirada de Ginny, pero no pudo descifrar su expresión. Ginny mantuvo su mirada por un momento, sus cejas frunciéndose un poco, mientras sus dedos golpeteaban el sillón, emitiendo un ritmo que hacía que Harry sintiera los nervios de punta. Notó que sus uñas estaban cortas, como si se las hubiera mordido hasta casi llegar a la cutícula. Se preguntó si realmente se las había mordido o si las estaba manteniendo cortas para el Quidditch. Pero ahora que lo pensaba, no tenía ni la más mínima idea de si las tenía largas o cortas cuando estaban en Hogwarts. ¿Acaso eso no era algo que uno debía saber sobre de su novia? Se cuestionó.
—Bueno —dijo Ginny, poniéndose de pie—. Claramente no estás de humor, así que mejor me voy.
Harry volvió su mirada al techo. Sintió una ligera sensación de molestia que se esfumó tan pronto como llegó.
—No te olvides de la fiesta de Ron y Hermione el sábado —dijo Harry en voz alta, escuchando como sus pasos se detenían frente a la chimenea.
—¿Quieres que pase por aquí antes? —preguntó Ginny—. ¿Para ir juntos?
La escuchó maldecir en voz baja, lo más seguro es que fuera por derramar polvos Flú en la alfombra. Harry sintió nuevamente a la molestia aparecer, sabiendo que tendría que limpiar eso después. Eso sólo significaba que no podría transfigurar los regalos para Ron y Hermione hasta mañana; hoy ya no tendría la energía para hacerlo.
—Como quieras —murmuró Harry, dejando que sus ojos se cerraran nuevamente.
—¿Qué es lo que tú quieres? —preguntó Ginny.
—No lo sé —respondió Harry con sinceridad.
Ginny se detuvo por un momento antes de que Harry la escuchara entrar a la chimenea. No le prestó atención a la dirección que pronunció, concentrándose más bien en el sonido que resonaba dentro de sus oídos. Se escuchaba como el golpeteo de olas contra una orilla llena de arena, pero nada comparado al sonido que envolvía a Shell Cottage.
Bastaron sólo un par de minutos para que la culpa invadiera su estómago con tanta fuerza que tuvo que cubrir su boca con una de sus manos para intentar frenar las ganas de vomitar que sentía.
Sólo hay un límite de mierda que ella va a poder aguantar, dijo la voz de Harry riéndose con maldad desde dentro de sus oídos. Pronto te quedarás solo. Te dejará, así como Ron y Hermione, Dean y Seamus, Neville y todos los demás.
Harry retiró la mano de su boca, dándose cuenta de que había estado mordiéndose uno de sus dedos.
Tal vez, lo que mereces es quedarte solo. Tu propósito expiró cuando Voldemort murió.
Harry reemplazó la mano que tenía sobre su boca por la manta. Apoyó sus rodillas contra su pecho, presionó sus labios con fuerza y gritó hasta que le dolió la garganta. Pasó un largo tiempo antes de que volviera a emitir sonido alguno.
***
Harry despertó la mañana de la fiesta de inauguración de la casa de Ron y Hermione sintiéndose mejor de lo que se había sentido en meses. Era como si alguien hubiera entrado a Grimmauld Place durante la noche y ajustado todas las bombillas de luz para que iluminaran con más intensidad. El sol se sentía cálido sobre su piel, ya no más contenido por las cortinas desde que Ginny las había abierto. Su mente se sentía calma, como la superficie brillante del Lago Negro en una mañana soleada, no como el remolino de aguas turbulentas que se volvía durante una tormenta de primavera.
Harry se levantó y estiró sus brazos por encima de su cabeza, notando el tirón en los músculos de su espalda y cuello, adoloridos por tanta inactividad. Pasó las manos por su cabello, e hizo una mueca al sentir nudos enredándose entre sus dedos. Necesitaba un corte de pelo, los mechones ya estaban tan largos que caían sobre sus ojos. Recorrió sus manos por su cuerpo, en busca de su varita, la cual eventualmente encontró medio oculta debajo del sofá, el mango siendo lo único a la vista. La madera estaba ligeramente cálida y se sentía reconfortante volver a tenerla sobre su mano.
Harry sonrió y sacudió la varita como si tuviera once años de nuevo, probando varita tras varita en la tienda de Ollivander. La varita vibró con suavidad en su agarre, su magia extendiéndose para acariciar su palma.
—Sí, yo también te extrañé —dijo Harry a nadie en particular.
La voz dentro de su cabeza estaba sospechosamente callada, pero Harry empujó esa inquietud al fondo de su mente. Hoy iba a ser un buen día.
Con otro movimiento de su varita, Harry mandó los platos sucios que se habían acumulado en preocupantes torres a la cocina. Fue tras de ellos, tratando de no gesticular cuando escuchó el desagradable sonido de las porcelanas rozando entre sí. Supuso que debió haber conjurado un encantamiento protector antes de moverlos.
Hermione lo hubiera hecho si hubiera estado aquí. Pero, claro, ¿por qué querría estar aquí?
—Cállate —murmuró Harry, apuntando su varita hacia la puerta que daba a la sala de estar para prender la radio. La música invadió el espacio antes silencioso, y Harry sintió cómo su pie comenzó a seguir el ritmo de una canción desconocida. Realizó un hechizo sobre la cascada de platos que había en el fregadero, echando un vistazo sólo para corroborar que el agua había empezado a correr y las esponjas a limpiar los restos secos de los platos.
Lo siguiente en la agenda de Harry era darse un baño. Ya había pasado mucho más tiempo del que le gustaría admitir desde el último que tuvo e hizo un gesto de desagrado al sacarse la camiseta por encima de su cabeza, el fuerte olor a sudor seco invadiendo su olfato de golpe. Una vez desnudo, mandó la ropa sucia a un cesto con un movimiento de su varita, con intención de encargarse de ella después.
Apenas pudo reprimir un gemido de alivio al sentir el agua caliente sobre sus adoloridos músculos. Se frotó con fuerza el cuerpo, como si pudiera eliminar los recuerdos de los últimos meses de su cabeza usando sólo jabón y sus manos desnudas. Cabello mojado cayó sobre sus ojos, oscureciendo su visión. Inclinó la cabeza bajo de la ducha y contempló cómo los mechones negros bailoteaban como una cortina en frente de él. El agua recorrió sus piernas y suspiró cuando rozó los vellos de sus pantorrillas, trazando caminos sobre sus dedos. El agua continuó su recorrido hacia el desagüe, pero fue interrumpida por sus pies. Se rio en voz baja, mientras movía sus dedos contra las baldosas mojadas de la ducha. Se sintió alegre, viendo sus dedos como si fuera la primera vez que los veía.
Lavarse el cabello lo distrajo aún más. El champú parecía formar burbujas que explotaban dentro de sus oídos, rastros de él cayeron por sus hombros mientras se enjuagaba. Su acondicionador incluso parecía tener un aroma más intenso de lo normal, la esencia de pino y cedro invadió con fuerza sus fosas nasales. Harry se apoyó contra la pared de la ducha, sintiéndose extrañamente satisfecho. Permaneció allí hasta que el agua pareció empezar a enfriarse si es que no conjuraba algún encantamiento calefactor en ella.
Se estremeció mientras se secaba con una toalla. Su piel se sentía muy sensible, escalofríos empezaron a aparecer en sus brazos y hombros a pesar de la cálida temperatura que había en el baño. Si cerraba los ojos podía imaginar que el material de la toalla era como una caricia fantasmagórica de unos dedos sobre sus hombros, presionando con demasiada ligereza su piel.
Harry tenía demasiada hambre como para cocinar algo cuando regresó a la cocina. Así que optó por hacerse un sándwich tostado, apilando tantas capas de queso en el pan que estaba seguro de que la parte superior se empaparía cuando el queso se derritiera. Soltó un gemido cuando le dio el primer bocado al sándwich recién sacado de la sartén, comiéndoselo demasiado rápido. Después, murmuró un encantamiento de sanación en su boca, apuntando la varita hacia su boca; las áreas que se habían quemado se curaron con la misma rapidez que como se las había hecho y su boca quedó con una placentera sensación de adormecimiento.
Lo siguiente en la agenda eran los regalos de Ron y Hermione. Harry los sacó de su bolso extensible que había dejado abandonado en la mesa de la cocina desde su último desastroso viaje al Callejón Diagon. Apuntó con su varita a una de las tazas rojas y trazó la figura de una nutria, imaginándose el Patronus de Hermione mientras lo hacía, esculpiendo la imagen poco a poco. Después de un par de minutos una nutria se unió al león de la taza, los dos animales corriéndose el uno al otro sobre la superficie.
Harry sonrió y transfiguró la letra “G” amarilla de Gryffindor por una H que parpadeaba como si estuviera iluminada por pequeñas luces internas. Repitió el mismo proceso con la taza que era para Ron, y se rio cuando el Jack Russel Terrier le ladró en silencio antes de empezar a correr al león que lo acompañaba. Con otro movimiento de su varita invocó papel de regalo desde el estudio, no pudiendo evitar sentirse un poco incómodo al ver el patrón verde y plateado. Sólo Merlín sabía el tiempo que ese papel había estado en la Noble y Ancestral Casa de los Black y que tipo de regalos temáticos de Slytherin debe haber alguna vez envuelto. Fred y George habían encontrado el papel durante una reunión de la Orden años atrás para usar los tubos en los que estaba guardado para esconder fuegos artificiales.
La sonrisa de Harry se apagó un poco al recordarlo. Tantas memorias de antes de la guerra se sentían agridulces ahora. Eran nostálgicas, pero estaban manchadas con el duro conocimiento de la pérdida. Pérdida de personas, de tiempo y de inocencia… esa era la temática que rodeaba la vida de Harry ahora, al parecer. Y, la verdad, había sido así por años.
Harry se apoyó contra el respaldo de su silla y miró los dos regalos frente a él envueltos en papel verde, pensando en qué hacer ahora. Debería cocinar, razonó. De esa manera por lo menos tendría algo más que comer que galletas si es que algo salía mal y se cansaba demasiado para cocinar otra vez.
Sucederá de nuevo sólo si eres débil, le dijo la voz de Harry. Si te preparas por si vuelve a pasar de nuevo, significa que eres débil e inútil. Te estás rindiendo.
Harry se detuvo con la tabla de picar entre las manos, frunció el ceño y la colocó en la mesada.
—No soy débil —dijo en voz alta, a la cocina vacía. Hizo una pausa, como si esperara la respuesta de alguien más que no fuera él mismo.
Pruébalo. Aléjate de la cocina.
Está bien, pensó Harry, agachándose para volver a guardar la tabla de picar.
Caminó hacia la sala de estar y se sentó en el sofá, retorciendo una de las esquinas de la manta arcoíris entre sus dedos. La radio aún sonaba, pero ahora se escuchaba lejana y más distorsionada que antes.
—No —susurró Harry, sintiendo cómo la neblina comenzaba a volver a apoderarse de su cerebro. Enderezó sus hombros e invocó sus medias y zapatillas. La velocidad con la que se las puso le recordó de una manera nada agradable al tiempo que pasó cazando Horrocruxes por todo el país con Ron y Hermione; sobresaltándose constantemente ante cualquier crujido o sonido que provenía del bosque. Vestirse rápido se había vuelto un talento necesario en ese entonces, uno que no tenía ninguna intención de mantener ahora que la guerra se había terminado.
Harry se apareció fuera de Grimmauld Place, no queriendo pasar ni un segundo más dentro de esa casa. Necesitaba salir de inmediato de allí o perdería la cordura. Apenas había pensado donde aparecerse, pero se sintió aliviado al ver el Caldero Chorreante comenzar a materializarse en frente de sus ojos. Por lo menos había terminado en un lugar que A) estaba cerca de su casa, B) no estaba lleno de gente y C) servía alcohol.
Harry ignoró el perchero junto al que se había aparecido, no teniendo nada que colgar en él. Caminó hacia la barra, con toda la intención de pedir algo para tomar y dirigirse a una de las mesas del fondo, fuera de la vista, pero con vista a las demás personas. Desafortunadamente, Tom tenía otros planes. Harry fue saludado ruidosamente, lo que, al parecer, atrajo la atención de todas las brujas y magos que había en un radio de dos cuadras. Y con un agarre fuerte y sorpresivo, Tom lo forzó a sentarse en uno de los taburetes de la barra, justo antes de que fuera rodeado por una multitud de magos que querían invitarlo a beber algo.
Después de la quinta pregunta sobre cuales serían sus planes ahora que Voldemort estaba muerto, de si iba a ser Jefe de los Aurores, Ministro de Magia, abrir una tienda de varitas o volverse el próximo Señor Oscuro… se sintió cada vez menos tolerante y más cortante. Lo que tuvo el efecto positivo de que la multitud se dispersara un poco, por lo menos dos pasos atrás, pero también el efecto negativo de que Tom y los demás clientes de la taberna comenzaran con una interminable interrogación sobre su estado mental.
Harry se preguntó así mismo que es lo que ganaban las personas que preguntaban ese tipo de preguntas tan invasivas y personales a alguien que no conocían, nunca habían conocido y probablemente nunca conocerían de manera personal. Nunca se le habría ocurrido siquiera hacerle a alguno de sus amigos alguna de las preguntas personales y desubicadas que le hicieron.
—Sienten que te conocen —le dijo Hermione en una ocasión, cuando le presentó esa misma pregunta días después del último funeral en honor a las víctimas de la Batalla de Hogwarts—. Sienten que nos conocen a todos nosotros por lo que han leído. Y en especial a ti, porque siempre has estado en el periódico.
Saber eso no hizo que la invasión fuera más fácil de soportar ni que la sensación de molestia disminuyera. Lo peor de todo era que, si no respondía las preguntas como ellos querían que respondiera, sin lugar a dudas lo catalogarían como grosero, rudo o cortante, y lo más probable es que terminara en las noticias del periódico. Harry se dio cuenta que los artículos no parecían evitar que las personas continuaran acercándosele o que contuvieran sus preguntas o comentarios incesantes. Los artículos sólo cumplían la función de hacerlo sentir como la mierda misma, lo que tal vez era la mitad del propósito con el que los publicaban
Después de todo, él era un símbolo. Muchas personas, al parecer, aún lo veían sólo como eso, en vez de como a una persona real que no disfrutaba que lo presione, moleste y analice cualquier mago o bruja que se le cante por la calle. O bueno, como en este caso en una taberna algo mugrosa.
Fue sólo después de que Harry pudiera lograr soltarse del agarre de un mago mayor bastante borracho que juró no volver pronto al Caldero Chorreante o al Callejón Diagon; el abatimiento que sentía en Grimmauld Place podía irse bien al carajo. ¿Acaso era mucho pedir que a estas personas les importara que él era demasiado Harry Potter como para tener que responderles? Al parecer no, y eso que había salvado al puto mundo. Estaba seguro de que tenía derecho a exigir un pequeño privilegio a cambio de haberlo hecho.
A pesar de no querer estar en el Callejón Diagon necesitaba caminar a través de él para dirigirse a cualquier otro lugar que fuera de magos y que sirviera alcohol. Harry había perdido el gusto por las tabernas muggles con demasiada rapidez. Había ido a unas cuantas tanto solo como acompañado, después de que terminara la guerra por un par de meses, pero la incapacidad de usar magia le había parecido increíblemente molesto y sorprendentemente inquietante. Tal vez fue por el constante estado de alerta en el cual había vivido por más de un año, constantemente viendo por encima de su hombro atento a cualquier amenaza por la que defenderse, pero se encontraba incapaz de soportar no poder usar magia con libertad.
Un día, mientras esperaba en la fila para entrar a una taberna muggle estuvo a punto de estallar cuando una chica muggle le tocó el hombro, giró con rapidez, listo para defenderse contra la amenaza como si se tratara del mismísimo Voldemort. No estaba tan lejos la posibilidad de que el Ministerio hubiera fallado en capturar a uno o dos mortífagos durante sus misiones, y esos mortífagos eran lo suficientemente estúpidos y vengativos como para tratar de eliminar a Harry en un área muggle. Así que no, la taberna tenía que ser de magos.
Harry se estremeció al conjurar un glamour sobre sí mismo. Odiaba por completo como se sentía, como si tuviera una capa de barro cubriendo cada centímetro de su piel. Tampoco ayudaba que sus lentes fueran tan reconocibles que algunas personas a veces solían descubrir quien era; y sus encantamientos de corrección visual eran demasiado mediocres como para mantenerse por más de cinco minutos. Sin embargo, no tenía ninguna intención de volver a repetir su última experiencia en el Callejón Diagon, así que un glamour mal hecho tendría que bastar.
Medio que esperaba que algunos de los magos lo siguieran fuera del Caldero Chorreando hacia el Callejón, pero afortunadamente regresaron a sus asientos, alardeando entre ellos sobre cómo es que se habían sentado, hablado y bebido con el grandioso Harry Potter. Harry no tenía idea de cómo es que se veía con el glamour puesto, demasiado avergonzado y fastidiado como para que su cerebro pudiera encontrar inspiración. Lo más probable es que se pareciera a uno de los magos que estaban en la taberna. Si ese fuera el caso, tendría que apresurarse en atravesar Diagon para poder quitárselo; era muy grosero disfrazarse de otra persona por obvias razones. Había escuchado suficientes historias aterradoras sobre infidelidades, robos y varios crímenes cometidos mientras alguien se disfrazaba de otra persona como para no sentirse extrañado de que alguien lo enfrentara por copiar su apariencia. Se estremeció al recordar el incidente con la poción multijugos en el Ministerio durante la guerra. Otra experiencia que no tenía ganas de revivir.
El glamour parecía haber logrado su cometido. Fue capaz de atravesar la calle sin alboroto alguno, familias a su alrededor acompañaban a sus niños, adolescentes reían junto a sus amigos y los dueños de las tiendas ofrecían sus productos. Harry notó lo placentero que era mezclarse con todos los demás en el Callejón, en vez de que la multitud se abriera para dejarlo pasar como si de una ola se tratase.
Harry casi choca con una bruja en la entrada del Callejón Knockturn, completamente concentrado en un cartel que ofrecía lechuzas azules a un bajo precio.
—Lo siento —dijo Harry, sonriendo.
La bruja le mostró los dientes, se ajustó el abrigo con fuerza y continuó caminando rápidamente.
Harry observó el cartel del Callejón Knockturn. La madera colgaba de la pared de una sola cadena, la otra golpeaba la pared con cada brisa que pasaba. Knockturn era significativamente más oscuro, estrecho y ventoso que Diagon. Harry no recordaba haber recorrido jamás toda su longitud… Sólo Merlín sabía que es lo que había allí. Knockturn era otro lugar del cual no tenía buenos recuerdos, aunque, por lo menos, estos no tenían ningún trauma asociado al recordarlos.
Recordó haber visto a Draco Malfoy en él las anteriores ocasiones en las que había entrado; una por accidente y otra con la expresa intención de seguir a Malfoy. Sonrió de lado para sí mismo, con sorna, mientras volteaba en la esquina para adentrarse en Knockturn, pensando lo divertido que sería encontrarse nuevamente con Malfoy allí. Encajaría a la perfección con su perfil descubrirlo recorriendo otra vez esa oscura calle, otro plan arruinado por culpa de Harry.
Harry mantuvo la sonrisa en su rostro mientras caminaba por Knockturn. Era casi cómico lo diferentes que eran las fachadas y productos comparados con los de Diagon. La magia oscura estaba presente en cada rincón y Harry se imaginó a sí mismo patrullando el Callejón cuando fuera auror. Sólo pensar en eso hizo que su sonrisa desapareciera y frunciera el ceño.
Si es que llegas a ser auror, dijo su voz. Kingsley no te quiere cerca del Departamento.
Harry se detuvo de golpe, arremolinando los brazos para evitar chocar con un viejo mago agachado en el suelo que empujaba una carretilla que contenía cajas de lo que parecían ser sanguijuelas carnívoras. Se hizo a un lado con rapidez, salvando por un pelo a que su pie terminara siendo aplastado por el peso de la carretilla. El mago no se disculpó y, en cambio, lo fulminó con la mirada.
Una puerta se abrió en la pared en la que Harry se había apoyado, causando que cayera sentado.
—¡Mira dónde te apoyas! —ladró el mago, empujando a otro hombre a través de la puerta hacia la calle, mandándolo a volar hacia el suelo de adoquines.
Harry observó la escena con los ojos completamente abiertos, inseguro de si debería ofrecerle ayuda al hombre que acaba de ser arrojado o no. Eligió no hacerlo cuando el olor a Firewhisky golpeó su nariz al emanar de él.
—¿Vas a entrar?
Harry miró por encima de su hombro al mago que estaba en la entrada de la puerta. El hombre llevaba puesto un delantal y olía Firewhisky, lo que lo hizo sentir algo incómodo. Supuso que lo más probable es que fuera un tabernero, lo que explicaría al mago borracho que ahora yacía sobre los adoquines.
Miró hacia arriba y vio el letrero que había sobre la puerta que nombraba a la taberna “El Wyvern Blanco” en grandes letras debajo de una imagen de un dragón blanco largando fuego. Harry pensó por un momento, considerando sus opciones. Estaba en Knockturn, así que tendría que bajar sus expectativas, y, por otro lado, estaba buscando una taberna, pero tampoco quería ir a una en la cual lo más probable fuera que lo mataran por pedir una cerveza.
El hombre en la puerta escupió por encima de Harry hacia la calle, volviendo a mirarlo con una mirada inquisidora. Tenía una gran verruga en la punta de su nariz, la cual parecía moverse cuanto más la veía.
—Claro —respondió Harry después de un momento, encogiéndose de hombros. Había derrotado al mago más poderoso del mundo, podía lidiar con una taberna del Callejón Knockturn.
Harry siguió al tabernero dentro, pausando un momento en la entrada para dejar que sus ojos se acostumbraran a la tenue iluminación. La taberna era mucho más pequeña que el Caldero Chorreante, eso era seguro. Había unos cuantos taburetes al lado de la barra, de los cuales sólo dos estaban ocupados, y unas cuantas mesas dispersas por todo el local. Una de las mesas estaba ocupada por el cuerpo dormido de un mago excesivamente grande, su cabeza colgando de uno de los bordes de la mesa. Harry observó como roncaba, con un pie estirado a punto de tirar una de las sillas. El tabernero hizo un movimiento con su varita y la silla se acomodó.
Harry se adentró en la taberna, prestando atención a las grandes manchas que había sobre el suelo. Una de ellas era sospechosamente verde, y Harry no sabía si prefería que fuera de una poción letal o de un vómito en proceso de descomposición.
—Si fuera tú me mantendría alejado de ese —dijo el tabernero a Harry cuando llegó a la barra, señalando a uno de los hombres sentado en los taburetes—. Es un vomitador.
Harry no pudo evitar la expresión de disgusto que se dibujó en su rostro. Dio un par de pasos largos hacia un costado y casi choca con el otro cliente, un hombre con el cabello oscuro y hombros encorvados.
—¿Este asiento está ocupado? —preguntó Harry. Sus ojos se dirigieron al tabernero, esperando alguna otra advertencia, pero no la recibió.
—Al parecer ahora sí lo está —contestó el mago, dándole un largo sorbo a su botella de cerveza.
El tabernero colocó una botella idéntica frente a Harry, estirando su otra mano para recibir el pago de esta.
Harry rebuscó su bolso de monedas, sacó un par de Knuts y los colocó en la palma del tabernero. Bebió un sorbo de la cerveza e hizo una mueca al saborear lo barato que era el alcohol. Un ruido a su lado le llamó la atención. El mago que estaba en el taburete de al lado lo estaba observando con los ojos muy abiertos, su botella de cerveza ahora volcada sobre el mostrador que estaba en frente de ellos.
—¡Ey! —gritó el tabernero.
—Mis disculpas —dijo el mago, sacando su varita para desvanecer el líquido derramado sobre el mostrador con la mirada fija en Harry durante todo el tiempo que le tomó hacerlo. Harry no estaba seguro de si el mago lo estaba analizando para poder robarle o si se había quedado congelado por el miedo ante su presencia. Harry supuso que la respuesta a eso dependía de cuán cerca estuvo el mago del círculo íntimo de Voldemort.
—No quiero problemas —suspiró Harry, para luego beber un par de tragos de su botella de cerveza, sintiéndose ansioso de terminarla lo antes posible. Si es que iba a terminar siendo robado, por lo menos quería terminar la bebida que recién había pagado.
El mago no respondió, pero continuó mirando a Harry.
Harry soltó un bufido cargado de sorna volvió la mirada a su cerveza.
Hubo un momento de silencio antes de que el mago a su lado se riera.
—No, claro que el gran Harry Potter nunca iría por allí buscando problemas.
Harry volvió la mirada rápidamente a su izquierda, encontrándose con los ojos del mago que estaba a su lado. No se había quitado el glamour, pero el mago pudo reconocerlo de todas formas. Era verdad que su glamour era bastante mediocre y que sus lentes eran fácilmente reconocibles, pero había cambiado sus ojos de color y cubierto su cicatriz. Era poco probable que un mago cualquiera lo reconociera con sólo un vistazo periférico y más aún si es que este había estado bebiendo.
Harry observó al mago a su lado. Había algo familiar en él y Harry recordó de golpe que ya había visto a este mago antes, en dos ocasiones; una en pleno Callejón Diagon y otra cuando estaba escribiendo su lista de compras en la tienda de alimentos.
—¿Me estás siguiendo? —preguntó Harry, entrecerrando los ojos.
—Yo estaba aquí primero —dijo el mago, su voz petulante, como si la simple idea de seguir a Harry fuera algo que ofendiera sus principios. Su tono de voz hizo que su cerebro lo analizara. Conocía ese tono altanero, estaba seguro de ello.
—¿Te conozco de algún lado? —preguntó Harry, notando que el mago se alejó ligeramente de él al escuchar su pregunta.
El mago hizo una pausa por un momento y miró a Harry de arriba abajo, claramente pensando en cómo debía responder. Harry asumió que, por la demora, sí, se habían conocido antes. El mago seguro era uno de los miles a los que Harry había hablado en uno de los cien y pico funerales a los que había asistido los últimos meses. Le había estrechado la mano a tantas personas que apenas pudo reconocer al Sr. Weasley al final; cada rostro se desdibujaba, como si su cerebro rechazara la idea de almacenar más información.
—Supongo que no —contestó el mago finalmente. Se puso de pie, colocó unos cuantos Knuts en el mostrador y se acomodó el abrigo. Harry notó que su abrigo era de demasiada calidad como para ser usado en una taberna como en la que estaban. No tenía manchas ni desgarros visibles, y la tela no mostraba señal alguna de desgaste; parecía recién sacado de una sastrería.
El mago se detuvo en la puerta y volvió la mirada hacia Harry, quien no se había movido de la barra.
—Nos vemos, Potter.
Harry casi se cae del taburete; manoteó torpemente para aferrarse a la pegajosa superficie del mostrador y mantenerse derecho, porque la voz del mago en ese momento le resultó desconcertantemente familiar. Sólo una persona en todo el planeta pronunciaba el apellido de Harry con la voz así de altanera. Se podía casi hasta escuchar como levantaba la ceja cuando lo pronunciaba, como si el apellido de Harry fuera una terrible incomodidad que tenia que ser forzada a salir de sus labios fruncidos. Esa voz había sido la banda sonora de algunos de sus recuerdos más irritantes en Hogwarts. Casi no había reconocido la voz de Draco Malfoy cuando le hablaba sin insultos ni comentarios burlones.
Por supuesto que era Malfoy, el maldito imbécil. Se había burlado tanto de los lentes de Harry cuando eran jóvenes en Hogwarts que no debería sorprenderle que pudiera reconocerlo de un simple vistazo.
Harry se rio débilmente para sí mismo, mientras inclinaba su cerveza para terminarla por completo, su boca de repente seca. A pesar de lo que había dicho en su monólogo interior, no había esperado encontrarse con Malfoy en el Callejón Knockturn. Por lo poco que sabía, Malfoy había sido liberado en términos que indicaban que se mantuviera lejos de cualquier tipo de problema. Harry no había visto a Malfoy en absoluto desde el juicio que terminó con Lucius y Narcisa en Azkaban, liberando a Draco de las pesadas ataduras, expectativas y riquezas de su niñez. O por lo menos Harry no lo había visto a él. Malfoy al parecer había estado merodeando camuflado en Diagon y Knockturn, observando a Harry desde lejos. O por lo menos eso es lo que le parecía.
Harry supuso que por lo menos debería sentirse un poco aliviado de que Malfoy estuviera deambulando por allí; había hablado a su favor en aquel juicio apresurado para darle a Malfoy la oportunidad de hacer precisamente eso. Harry había enviado carta tras carta al Wizengamot defendiendo a Malfoy y solicitando clemencia. En parte había sido por que Hermione se lo había pedido y en parte porque él había querido hacerlo. Había escuchado de parte de Luna y Dean cómo Malfoy los había tratado con mucho más respeto cuando estuvieron cautivos en las celdas de la Mansión Malfoy que cuando estuvieron en Hogwarts. Estaba claro que Malfoy había estado completamente aterrorizado durante la guerra y había actuado con el suficiente decoro para que los prisioneros de sus padres estuvieran dispuestos a pedir misericordia en su nombre.
Para la sorpresa de Ron y Ginny, no fue difícil convencer a Harry de que lo hiciera. Incluso él mismo se sorprendió en cierta manera, aunque no estaba seguro de porqué. Nunca podría olvidar la expresión que había en el rostro de Malfoy aquella horrible noche en la Torre de Astronomía; la mano que sostenía la varita de Malfoy temblando mientras apuntaba a Dumbledore. Pero más que eso, Harry nunca podría olvidar el miedo que había en los ojos de Malfoy cuando se agachó frente a él aquel fatídico día en la Mansión Malfoy, la mano de Lucius Malfoy forzando a que Draco se agachara tan cerca de Harry que pudo sentir su aliento en su rostro.
Así que Harry lo había defendido, había usado todo el peso de ser un héroe de guerra para mantener fuera de Azkaban a un maldito mortífago. Los titulares del Profeta aquella semana fueron una pesadilla total, y más aún cuando se descubrió que Harry le había devuelto su varita. Harry no tenía duda alguna de que si Grimmauld Place no hubiera estado bajo el encantamiento Fidelius, le hubieran arrojado calabazas por las ventanas. Ginny no le habló por toda una semana. Por lo menos, Hermione estaba de su lado. Malfoy era un tremendo imbécil, el cabrón de mayor rango entre los cabrones, pero no se merecía hundirse junto a su padre.
Harry frunció el ceño, las uñas de su mano derecha clavándose en la palma de su mano. Lo mínimo que debería poder hacer Malfoy era encararlo. No esperaba un gracias, no de Malfoy, pero por lo menos merecía una pizca de respeto. Harry se rio en voz baja, volviendo la cabeza hacia el polvoroso techo, donde una araña estaba tejiendo su telaraña en una de las vigas. Era obvio que Malfoy terminaría escapándose. Eso era exactamente lo que Harry debió haber esperado de él.
El ceño fruncido quedo grabado en la piel de Harry incluso cuando salió de la taberna y se dirigió a la red Flú pública del Callejón Diagon. Cada paso que daba sobre los irregulares adoquines empeoraba su mal humor. Estaba seguro de que se veía a punto de asesinar a alguien cuando arrojó los polvos Flú en la chimenea frente a él, a juzgar por la expresión aterrorizada de algunos niños que estaban por usar la red Flú después de él.
Maldito Malfoy, pensó Harry para sí mismo. Lo único que sabe hacer bien es arruinar mi buen humor.
Chapter Text
El humor de Harry no mejoró cuando las llamas verdes se disiparon y mostraron a Ginny con las manos en la cadera frente a su chimenea.
—¿Dónde demonios estabas? —cuestionó—. Se supone que tendríamos que habernos ido a lo de Ron y Hermione hace casi media hora. Pensé que te habías muerto o algo por el estilo.
—Sigo vivo —contestó Harry, sacudiendo polvos Flú de su camiseta—. Me entretuve en el Caldero Chorreante.
No había posibilidad alguna de que Harry le contara a Ginny que se había ido a merodear por el Callejón Knockturn, y que terminó en una taberna mugrienta bebiendo con, de todas las personas habidas y por haber, Draco Malfoy. Si es que acaso se podía llamar beber con alguien a esa breve interacción en la que ni siquiera había sabido que era Malfoy quien estaba a su lado en la taberna.
—Bueno, siempre y cuando te hayas divertido —murmuró Ginny con tanta insinceridad que Harry casi se ríe en su cara. Su comentario le resultó mucho más divertido de lo que era por lo poco acertado que había sido.
—Dame cinco minutos —dijo Harry, levantando cinco dedos hacia Ginny, dirigiéndose hacia las escaleras antes de siquiera escuchar su respuesta. Subió las escaleras de a dos en dos, sintiéndose de repente increíblemente ansioso de alejarse de Grimmauld Place y de llegar a la cabaña de Ron y Hermione.
Harry se cambió de camiseta y aplicó un Scourgify a la que recién se acababa de sacar. Tres tipos distintos de manchas de alcohol cubrían la tela, ninguna de ellas hecha por él. Aún tenía la esperanza de que fueran manchas de alcohol y no de otra cosa, recordando al hombre que el tabernero del Wyvern Blanco había descrito como “un vomitador” y a las sospechosas manchas verdes sobre el suelo de la taberna. Quién sabe con qué es que se había manchado realmente. Si es que algo positivo se podía rescatar del Caldero Chorreante era que al menos mantenía una limpieza razonable.
Se miró en el espejo de su dormitorio e intentó acomodar su cabello. A pesar de todos los años que habían pasado parecía estar al igual que cuando tenía once años, levantado en distintos ángulos, como si hubiera clavado un tenedor en un enchufe. Entró con rapidez al baño del dormitorio y mojó una de sus manos para intentar domarlo un poco. Qué irónico, pensó Harry, que la poción alisadora de Sleekeazy, creada por su abuelo, nunca le hubiera funcionado. Pero bueno, nada nuevo en el curso de su vida, realmente no debería haber esperado algo distinto.
El agua poco podía hacer, concluyó Harry, observando cómo una gota recorría los mechones que cubrían su frente. Bajo por su nariz hasta la punta, donde se desprendió y aterrizó en el lavabo con un pequeño “plop”.
Harry resopló para sí mismo, acomodándose el cabello hacia atrás para evitar que cayera más agua sobre su rostro o camiseta.
La verdad es que ni siquiera sabía por qué se estaba tomando la molestia de intentar verse presentable. Los Weasley lo habían visto en sus peores y lo más probable es que lo esperaran tanto con una sudadera como con una camisa formal. Ron y Hermione, en especial, lo habían visto vestido con atuendos realmente sorprendentes. Harry sonrió mirándose en el espejo al recordar una ocasión en el Bosque de Dean cuando Ron estaba por relevarlo de guardia y casi terminan revelando su escondite (cosa por lo que Hermione los regañó después), porque empezó a reírse a carcajadas hasta el punto de terminar jadeando sobre las hojas secas que cubrían el suelo del bosque. Cuando Harry lo cuestionó al respecto, Ron simplemente le preguntó si es que no había sentido su suéter más apretado que lo normal ese día, haciendo que se diera cuenta del vergonzoso hecho de que se había puesto un suéter de color rosa brillante con rayas moradas que era de Hermione. La verdad es que sí, lo había sentido apretado, pero asumió que se le había encogido después de haber usado tantos encantamientos de limpieza sobre él; según la Sra. Weasley eso era algo que podía suceder.
Harry supuso que quería demostrarles que estaba esforzándose en todo el sentido de la palabra. El simple hecho de ir a la fiesta de inauguración se sentía, de alguna manera, algo monumental; como si debería sentirse orgulloso de sí mismo por hacer algo tan básico como ponerse una camiseta limpia e ir a la casa de sus amigos.
Eres tan inútil que esto realmente es algo monumental, le dijo su propia voz. ¿Qué pensarían todos de ti si pudieran verte en este momento? ¿Qué pensaría Dumbledore? ¿Qué pensaría Sirius?
El cuerpo de Harry se sobresaltó y se aferró al lavabo con ambas manos. Sus ojos se veían fuera de sí en el espejo, oscurecidos por unos cuantos mechones que habían vuelto a caer sobre ellos. Sintió una oleada de nauseas recorrerle todo el cuerpo. Jadeó, pero las náuseas se disiparon rápidamente, dejando a su paso un vacío helado. Su estómago y pecho se sentían como si hubieran sido sumergidos en agua helada.
—¿Harry? —alguien golpeó la puerta de su habitación—. ¿Estás listo?
Harry sacó las manos del lavabo, estremeciéndose cuando sus dedos quedaron sueltos. Había estado agarrando la porcelana con tanta fuerza que una de sus uñas quedó ligeramente doblada hacia dentro por la presión ejercida. Se sintió incapaz de responderle a Ginny, por lo que volvió a dirigirse a su dormitorio, agarró su varita que estaba en la mesa y abrió la puerta.
Ginny tenía el puño alzado, claramente a punto de volver a tocar la puerta. Se veía frustrada, con los labios fruncidos y las cejas levantadas.
—En serio, vamos a llegar tardísimo. Preferiría no llamar tanto la atención.
—Eso nunca te ha puesto nerviosa antes —murmuró Harry, cerrando la puerta de su dormitorio. No esperaba dormir allí esta noche.
—¿Qué cosa? ¿Llegar tarde? —respondió Ginny, bajando las escaleras. Harry notó que llevaba puestas unas botas pesadas que, con cada paso que daba, hacía un fuerte ruido, como si estuviera a punto de romper la madera debajo de ella.
—Llamar la atención —dijo. Ginny siempre era el centro de todo, llamando la atención no sólo por su nombre o su novio, sino por su personalidad y belleza.
—Bueno, estas son circunstancias distintas, ¿no te parece? —bufó Ginny, deteniéndose frente a la chimenea para darle un vistazo a Harry.
Harry supuso que sí lo eran, aunque no supo exactamente a que se refería. Las cosas estaban distintas entre ellos, lo podía sentir hasta en lo más profundo de su ser. Esta noche habría preguntas, comentarios preocupados y opiniones no solicitadas al respecto. Odiaba que cualquier mago o bruja desconocido las hiciera, pero tampoco estaba más predispuesto a recibirlos de toda la familia Weasley.
No es que no quiera que su familia se entrometa. Es que le avergüenza que le vean contigo ahora que estás así, dijo la voz dentro de sí.
No le preguntó a Ginny si aquel pensamiento era verdad. No estaba seguro si era porque le ponía nervioso saber cuál podría ser su respuesta, o si simplemente no le importaba. No estaba seguro cual de esas dos opciones era la peor.
Harry se volvió para invocar los regalos de Ron y Hermione hacia él y las cajas aterrizaron sobre su pecho con un suave golpe. Apenas se dio cuenta cuando Ginny se fue, agarró un puñado de polvos Flú y dijo la dirección de Ron y Hermione.
Cuando las flamas desaparecieron para revelar la acogedora sala de estar, Harry pensó que estaba nadando. Seguro que se había quedado dormido en la bañera o algo por el estilo. El sonido de Ginny cruzando la sala, con los brazos abiertos para abrazar a Bill, se oía apagado, como si lo estuviera escuchando desde debajo del agua. Sacudió la cabeza, intentando aclararlo, pero no hubo mucha diferencia al hacerlo. Una mano se posó sobre su hombro y no pudo evitar sobresaltarse al ser atraído hacia un abrazo.
—Harry, Harry, qué bueno verte de nuevo —dijo el Sr. Weasley; la textura de su suéter tejido a mano se sentía rugosa debajo de la palma de Harry, las fibras de la tela haciendo que su piel se sintiera incómoda—. Hace mucho que no venías. Tienes que venir con Ginny de vez en cuando a merendar.
—Claro —respondió Harry, evasivo. Pronto se encontró siendo abrazado por la Sra. Weasley, luego por Bill y, al final, Ron.
—Hermione está en la cocina —dijo Ron, masticando algo—. Déjame decirte que la comida está espectacular —una alarma sonó desde el fondo del pasillo, haciendo que la Sra. Weasley se apresurara en salir de la habitación—. Mamá, Hermione y Fleur han estado cocinando todo el día —continuó, agarrando las cajas de regalo que Harry le ofrecía y levitándolas hacia una mesa que había en una esquina.
—¿Dejaste algo para el resto de nosotros al menos? —preguntó Harry, intentando bromear como siempre lo hacía cuando hablaba con Ron, pero a su voz le hacía falta el tono burlón y terminó sonando más seria de lo que pretendía.
—¿Estás bien, amigo? —preguntó Ron después de un momento.
—Sí —contestó, volviéndose hacia George, que acababa de entrar con media botella de Firewhisky de Ogden.
—¿Un trago? —preguntó George, sirviendo uno antes de que Harry pudiera responder.
—Por favor —murmuró, aunque la verdad es que no lo necesitaba. Había estado bebiendo prácticamente desde que se despertó.
—Te vi antes merodeando hacia Knockturn —dijo George con una ceja levantada, entregándole a Harry un vaso que contenía mucho más Firewhisky del que era necesario para una sola porción—. Pensé en acercarme a saludar, pero justo te pusiste un glamour. Supuse que no querías que nadie te fastidie.
—¿Qué fuiste hacer a Knockturn? —preguntó Ron, para luego darle un trago a su propio vaso de Firewhisky, tosiendo cuando llegó a su garganta.
—Siguiendo a Malfoy —contestó Harry sin pensar. Eso obviamente no era verdad y tampoco era justo que insinuara que Malfoy estaba haciendo algo malo más allá de beber en una taberna de mala muerte durante el día, pero no le importó un carajo.
—Era más que obvio que Malfoy volvería a hacer de las suyas —dijo George con sorna.
—¿Siguiendo a Malfoy a través de pasillos oscuros otra vez? ¡Justo como en los viejos tiempos! —exclamó Ron, tirando las manos hacia el aire. Sonaba exasperado. Un poco de Firewhisky cayó de su vaso, pero Ron lo desvaneció antes de que tocara el suelo—. ¿Por qué te importa? Si es que se equivoca terminará en Azkaban, de todos modos.
Harry se encogió de hombros y le dio un largo sorbo a su vaso, agradecido de que el Firewhisky aún le quemara la garganta. Era lo más real que podía sentir en ese momento, apenas podía discernir si sus pies estaban tocando el suelo o no.
—Pensé que no te unirías a los Aurores este año, ¿o cambiaste de opinión? —preguntó Ron con la voz firme, mirando a Harry fijamente.
—Nadie ha cambiado su opinión sobre nada —contestó Harry. Ya se estaba empezando a sentir frustrado por perder el control de la conversación tan rápido. Sintió a la amargura refugiarse en el fondo de su estómago. Sí que se hubiera unido a los Aurores este año si se lo hubieran permitido. Ron lo sabía.
Si es que hubieran querido reclutarte, querrás decir. Si es que fuera posible confiar en que no la cagarías.
—No la cagaría —murmuró Harry para sí mismo.
—No estoy diciendo que conseguirías que te maten, ni nada por el estilo —dijo Ron, antes de que Harry dijera algo para detenerlo.
—¿Podemos dejar de hablar de esto?
Ron hizo una pausa por un momento, con los ojos fijos en el rostro de Harry.
—Claro, amigo —dijo, para luego beber el resto de su Firewhisky y terminar tosiendo en el pliegue de su brazo. Los ojos de George se iluminaron como gemas al ver la reacción de su hermano—. ¿Qué mierda le has puesto a esto?
—Creo que le puse algo de chili —dijo George riendo—. Pensé que sería divertido no advertírtelo.
—¡Déjate de joder! —exclamó Ron limpiándose la boca con el dorso de su mano—. ¿Cómo carajo puedes seguir bebiendo eso, Harry?
Harry no se había dado cuenta de la persistente quemazón que tenía en la garganta por el fastidio que sentía en el pecho; un fastidio que estaba progresando rápidamente a ser enojo; el cual, incluso para él, carecía de sentido. Ron estaba siendo un poco molesto, pero eso no justificaba la intensa reacción con la que su cuerpo estaba respondiendo. Se sintió frustrado por su enojo, lo que sólo añadía más enojo, como una bola de nieve rodando cuesta abajo por una colina.
Se encogió de hombros para responderle a Ron y le dio otro trago a su Firewhisky. De repente, Ron se encontró siendo arrastrado del antebrazo por la Sra. Weasley hacia la cocina, con tanta rapidez que sus pies apenas tocaron el suelo.
—Mala suerte —dijo George viendo a Ron siendo llevado. Levantó un par de dedos para despedirse y se rio cuando la respuesta de Ron fue mostrarle el dedo medio—. ¿Todo bien, Harry?
—Sí —repitió Harry. Su vaso ahora estaba vacío y lo miró con desanimo.
—No quise decirlo en frente de Ron, pero te vi bebiendo unos cuantos tragos en el Caldero Chorreante. ¿Estás seguro como para continuar?
—Eso es lo que pasa cuando todo el mundo decide que te ama… recibes tragos gratis —contestó Harry. Sabía que su tono sonaba cortante, pero se sentía incapaz de suavizarlo—. Bueno, casi todo el mundo.
Los pensamientos de Harry se centraron en Malfoy y cómo es que básicamente se había escapado de él en la taberna. Él no le había ofrecido un trago. Harry ni siquiera sabía si lo volvería a ver siquiera.
—Oh, vaya —rio George—. ¿Problemas en el paraíso?
Fue entonces que se dio cuenta de que mientras había estado pensando en Malfoy sus ojos se habían fijado en Ginny. Tal vez su subconsciente estaba tratando de decirle algo.
—¿Qué paraíso? —dijo Harry con una risa amarga, agarrando la botella de Firewhisky adulterado de la mano de George. ¿Se había muerto para llegar al paraíso? No lo creía. Se había muerto por la mundana razón de poder ir a Hogwarts sin que alguien amenazara contra su vida, por no tener que volver a esconderse, porque todos pudieran vivir sus vidas con normalidad. Se había muerto para que nada tuviera que cambiar, para que el mundo mágico dejara de estar permanentemente al borde del caos. Al parecer, nadie había recibido aquel mensaje.
—Puede que ya hayas tenido suficiente de esto —dijo George, quitándole la botella de las manos justo cuando estaba llenando su vaso. Harry lo dejó sacársela, y sostuvo su vaso medio lleno contra su pecho—. ¿Tienes ganas de jugar al Quidditch después de cenar? Ha pasado bastante desde que jugamos todos juntos. Charlie de buscador puede que sea un desafío para ti.
Harry descubrió que ni siquiera la idea de jugar al Quidditch lograba entusiasmarlo. Con un gesto señaló el vaso que estaba sosteniendo.
—No quiero beber y volar.
—Estoy seguro que Ron debe tener alguna poción de sobriedad escondida por ahí.
Harry negó con la cabeza, arrastrando la parte delantera de sus Converse contra las tablas de madera del piso. El tener que subirse a una escoba y volar frente a todos lo demás observándolo parecía más una tarea que un disfrute. Lo cierto era que hacía mucho que no volaba como se debe, tal vez hasta estaba en pésimo estado físico. No tenía ni idea, sólo que de pronto, se cuestionó porqué es que disfrutaba del Quidditch; ya que en ese momento le parecía la peor actividad del mundo.
George lo dejó en paz después de eso, y se dedicó a recorrer la habitación tratando de engañar a varios de sus familiares a beber el Firewhisky adulterado, con diferentes niveles de éxito. Harry permaneció en aquella esquina, dándole pequeños sorbos a su vaso para que le durara más. No tenía idea de cuanto estuvo ahí, sólo que, en algún momento, Hermione lo encontró.
—Harry, ¿qué estás haciendo ahí? Ven a comer algo —dijo Hermione. Sonaba molesta, pero Harry no tenía idea de si estaba enfadada con él, con alguien más o si era el estrés de organizar la fiesta de inauguración de su casa. Hermione y Harry adoraban a la Sra. Weasley, pero Merlín sabía lo densa que se volvía cuando estaba a cargo de un proyecto.
—Hay tarta de melaza de postre —dijo Ginny, apareciendo de la nada a su lado—. Está muy buena, probé un poco en la cocina, pero no le digas a nadie. Mamá hará un berrinche si se entera.
Harry asintió en silencio, recibiendo el plato que Hermione le ofrecía. Sentía como si todo el mundo lo estuviera observando, aunque cuando levantó la mirada nadie parecía estar haciéndolo. ¿Estaba cagándola de alguna manera? ¿Estaba cometiendo algún tipo de error imperdonable que no podría remediar?
¿Cuándo no los estás cometiendo? La voz se rio con crueldad. Sólo mira cómo todos te están evitando.
Harry estuvo tentado a llenar su plato hasta el tope de carne asada, vegetales y el pan casero de Hermione que la Sra. Weasley proclamó con orgullo que era “su receta”, pero se contuvo. Sentía el estómago revuelto, pero estaba seguro de que era más por la gran cantidad de alcohol que había consumido que por la falta de comida. Se sirvió un poco de calabaza, algunas fetas de carne, arvejas y un pedazo de pan; más que suficiente. La Sra. Weasley trató de ponerle más comida encima, pero fue rescatado por Bill. Harry se sintió agradecido por esto, porque su reacción ante la insistencia de la Sra. Weasley había pasado de negativas educadas a un ceño fruncido con comentarios cortantes que seguramente lamentaría después.
—¿Todo bien, Harry? —preguntó Bill, sentándose en el sofá al lado de Fleur—. No pude evitar notar que…
—Sí —respondió Harry, interrumpiéndolo antes de que Bill terminara de hablar—. Súper bien.
—Harry tu cabello está muy largo —exclamó Fleur, estirando la mano para pasar sus dedos por los mechones que caían sobre su frente—. ¿No crees que ya es hora de cortártelo?
—Puede ser —contestó Harry, sin prestarle mucha atención.
—No vas a poder ver la Snitch si continúas dejándotelo crecer —dijo Ginny, dejándose caer pesadamente sobre el sofá al lado de Harry y estirando las piernas frente a ella—. ¿Quieres que te lo corte antes de que juguemos? El otro día se lo corté a un compañero del equipo, no le quedó tan mal.
—No voy a necesitar ver la Snitch —murmuró Harry. Se metió un pedazo de calabaza en la boca y fijó la mirada en su regazo.
—Interesante punto, puede que sea más interesante si cambiamos las posiciones. Yo creo que serías buen Guardian. Podríamos mandar a Ron de Buscador y ver lo malo que es. El juego nunca terminaría —dijo Ginny, soltando una risita. Harry levantó la mirada y vio a Bill sonriéndole con cariño mientras negaba con la cabeza.
—No voy a jugar —dijo Harry después de un momento. Miró la copa de vino de Fleur, con unas ganas de agarrarla y darle un sorbo.
—¿El mundo mágico se ha congelado? —bromeó Ginny—. ¿Harry Potter no quiere jugar al Quidditch?
—¿Estás lastimado, Harry? —preguntó Bill.
Harry se sintió incómodo al escuchar el tono de preocupación en la voz de Bill.
—No tengo ganas de jugar, eso es todo —respondió, volviendo la mirada hacia Ginny, quien lo estaba mirando con el ceño fruncido. Abrió la boca para decir algo, pero fue interrumpida cuando George colocó la botella de Firewhisky adulterado en frente de ellos, intentando convencer de que Ginny lo probara.
—Como si fuera a probar algo que tú me des —bromeó Ginny, haciendo a un lado a la botella.
Ginny no habló más de Quidditch, pero Harry podía sentir que de vez en cuando su mirada se posaba en él de reojo. Se recostó contra el respaldo del sofá y dejó que Ginny, Bill y Fleur conversaran entre ellos. Ni siquiera le pareció divertido que a Ginny aun le molestara Fleur sin motivo alguno.
La comida pasó de salado a dulce y a Harry le ofrecieron un plato con un pedazo de tarta de melaza hecha por Hermione.
—Estoy segura que hizo esa tarta especialmente para ti —dijo Ginny, señalándola con su tenedor, mientras comía algo que parecía pegajoso y espero, probablemente una trufa—. Estuvo toda la tarde esclavizada haciéndola.
—No sólo a Harry le gusta la tarta de melaza —dijo Bill lentamente. Harry levantó la mirada y vio a Bill mirando a Ginny con una expresión intensa en su rostro, aunque Harry no pudo comprender su significado.
—Sí, pero es la favorita de Harry. Hermione siempre se esfuerza más por él —contestó Ginny encogiéndose de hombros.
Harry se sintió horrible de repente, la tarta de melaza se volvió ceniza en su boca. No le había dicho ni dos palabras a Hermione en toda la noche, apenas había hablado con Ron, y estaba sentado en el sofá esperando pasar desapercibido en lugar de estar felicitando a sus amigos.
¿Qué tipo de amigo eres? Preguntó la voz. ¿Para qué viniste siquiera? Estarían pasándola mejor si no hubieras venido.
Harry se metió el resto de tarta de melaza en la boca, impaciente por terminarla ahora que había perdido el gusto. Tosió al intentar tragarla y le dio un par de tragos a la cerveza de mantequilla que Ginny le ofreció.
—Ya no se te puede sacar a ningún lado —bromeó Ginny, riéndose en una forma que Harry estaba seguro que era con cariño, pero sintió como si un bloque de hielo le hubiera caído al estómago, porque tenía razón. Broma o no, tenía razón.
—Ginny —dijo Bill, con un tono de advertencia. Vio como Ginny se volvió hacia Bill con una expresión confundida y Harry se encontró con los ojos de Bill, cuyo rostro era ilegible, mirándolo como si fuera una pista de un caso por resolver. Harry odiaba que hicieran eso.
De repente, la sala de estar se sintió claustrofóbica, y Harry sintió una necesidad urgente de escapar. Agitó su varita y mandó su plato hacia la cocina, esperando que terminara dentro del fregadero y no estrellado a pedazos contra alguna pared. Se levantó y caminó rápido hacia el pasillo, el murmullo de las voces se opacaba con cada paso que daba. El tono severo de Bill se mezcló con el confuso de Ginny, mientras susurraban entre ellos, sin duda alguna hablando de Harry y de cómo acababa de irse tan repentinamente. Una cagada más para sumar a la tarde, pensó. Debería empezar a llevar la cuenta y hacer una lista. Capaz que si llegaba a veinte podría regalarse algún premio de mierda.
Harry empujó la primera puerta que vio, sólo para encontrar una habitación vacía con varias cajas apiladas cerca de la ventana. La cerró y abrió la siguiente. Esta lo llevó a un baño, pequeño pero acogedor, decorado en blanco y rojo Gryffindor. Se acercó al lavabo y abrió el grifo, dejando que el agua corriera por sus manos, sobresaltándose ante el primer contacto; estaba mucho más fría de lo que había esperado. Se mojó el rostro y notó lo sonrojadas que estaban sus mejillas en el espejo. Parecía como si hubiera estado afuera bajo la nieve, aunque no había estado más que en el sofá de la sala de estar en lo que a él le parecieron horas. Hizo una mueca al ver su reflejo y darse cuenta de que su intento de acomodar su cabello con agua no había funcionado para nada; seguía igual de desaliñado.
Un golpeteo sobre la puerta del baño lo sobresaltó, haciendo que se golpeara la mano contra el grifo. Cerró la llave y se frotó donde se había golpeado. Cuando abrió la puerta se encontró con Hermione en el pasillo. La cálida luz de uno de los apliques de la pared rebotaba sobre su cabello, haciendo que sus rulos se vieran mucho más brillosos que de costumbre.
—Harry —dijo frunciendo el ceño, como si no fuera la primera vez que decía su nombre—. Todos están yendo afuera a jugar Quidditch. Ginny dijo que no querías jugar, así que me preguntaba si es que podías ayudarme a lavar —estiró la mano como si estuviera hablándole a un niño, ofreciéndole la suya para cruzar la calle.
—Claro —contestó Harry. Apagó la luz del baño y salió al pasillo, pero Hermione no se hizo a un lado para darle espacio. En cambio, envolvió sus brazos alrededor de su torso y lo apretó con fuerza. Harry se quedó inmóvil por un momento antes de devolverle el abrazo. Escondió el rostro en el cabello de Hermione y percibió el aroma cítrico de su champú. No era el de siempre, se dio cuenta entonces; era distinto al que siempre había usado durante sus años en Hogwarts. Su cuerpo se tensó al darse cuenta de este pequeño cambio. Otra cosa más que ya no era igual. Hermione lo soltó en ese momento, aunque Harry no estaba seguro de si fue en respuesta a su reacción.
—Gracias, siempre puedo contar contigo para ayudarme —dijo, esbozando una sonrisa apagada. Mantuvo una mano sobre su brazo mientras lo guiaba por el pasillo hacia la cocina, como si estuviera nerviosa de que si lo soltaba se escaparía como un ciervo asustado.
Durante el tiempo que vivieron en Grimmauld Place, Harry descubrió que tanto él como Hermione preferían lavar las cosas de forma muggle, para diversión de Ron. Desde que empezó a vivir solo hace poco, comenzó a usar hechizos de limpieza, incapaz de encontrar la motivación de pararse en frente del fregadero durante media hora; algo que no le costaba hacer estando rodeado de sus amigos. Muchas noches en Grimmauld Place las habían pasado juntos turnándose para meter las manos en agua jabonosa, fregando platos, enjuagándolos y pasándoselos al otro, que los secaba con una toalla de cocina. Ron siempre solía sentarse en la cocina con ellos, burlándose de su decisión de esforzarse en una tarea que podía realizarse mucho más rápido con magia.
Harry recordó haberles sonreído cuando Ron abrazaba a Hermione por detrás del fregadero, agradecido de que pudieran hacer eso: pararse en la cocina, riendo y hablando, sin preocuparse de nada más. Ahora, al recordar esos momentos, la sensación que lo invadía era agridulce, sabiendo que ya no volverían.
Se dejó guiar hacia la cocina, junto a su lado hasta el fregadero, y agarró la toalla de cocina que Hermione colocó sobre sus manos. Hermione se remangó las mangas de su suéter marrón, el tejido abultándose en sus antebrazos, y sumergió las manos en el agua jabonosa. Harry tomó el plato limpio que Hermione le ofrecía y lo frotó hasta secarlo por completo. Se sentía bien tener algo en qué concentrarse y que mantuviera sus manos ocupadas.
Harry se giró para colocar el plato en el estante que estaba justo debajo del fregadero, pero se detuvo al darse cuenta de que no sabía dónde es que debía guardarlo. Se sintió de repente muy solo, ni siquiera sabía dónde es que Ron y Hermione guardaban sus platos. Era algo tan pequeño y tan trivial, pero se sintió como si algo hubiera perforado su pecho. Había tantas cosas ahora que no sabía sobre sus vidas, y aquí estaba él, siendo recordado una y otra vez de ello.
—Es ese de ahí, querido —dijo la Sra. Weasley frente a él, señalándole el estante al otro lado de Hermione—. ¿Estás segura que no sería mejor hacerlo con magia? —la pregunta iba dirigida a Hermione.
—A Harry y a mí nos gusta hacerlo a mano —respondió Hermione, esbozando una pequeña sonrisa a Harry, mientras le entregaba otro plato cuando volvió a su posición, claramente habiéndolo esperado.
—Bueno, no creo que vayas a tener mucho tiempo cuando tengas bebes correteando por aquí —replicó la Sra. Weasley. Harry notó que estaba acomodando un bol de frutas en la pequeña mesa de la cocina.
—Espero que eso no sea pronto —suspiró Hermione, dándole a Harry una mirada exasperada. Harry asintió en comprensión.
Lavaron en un silencio cómodo que sólo se rompía cuando Hermione le indicaba a Harry dónde había que guardar lo que había secado. Todos los demás estaban afuera viendo el juego, el cual parecía estar en pleno auge, a juzgar por los gritos y rugidos que iban aumentando en volumen. Cuando las burbujas del agua jabonosa se deshicieron y la última losa fue guardada, Hermione le sugirió a Harry ir afuera con los de más. Aunque no tenía muchas ganas de hacerlo, no tuvo la fuerza suficiente para decirle que no.
Una vez afuera en el jardín, Harry decidió sentarse al lado de Percy, sabiendo que sería el menos probable a forzarlo a una conversación prolongada. Estuvo en lo correcto; Percy solo lo saludó con un gesto de la cabeza antes de volver su atención al partido de tres contra tres que se jugaba sobre ellos. Harry divisó un destello de cabello rubio, y se dio cuenta de que, al parecer, Fleur había tomado su posición habitual de buscador. Se sorprendió y se preguntó cuanto les debió haber costado convencerla de subirse a una escoba.
Después de un rato, Harry vio como Fleur y Charlie volaban uno tras otro hacia la pradera que estaba detrás de la cabaña de Ron y Hermione, claramente ambos habían visto la Snitch. Ninguno de los dos parecía haberla podido atrapar, y volaron alrededor hasta desaparecer en la oscuridad.
—¡Harry! —gritó Ron desde su posición frente a los aros que estaban cerca de la cabaña—. ¿Podrías enviarles un Patronus? —soltó un alarido cuando casi se cae de la escoba al bloquear uno de los tiros de Ginny—. Hay unas cuantas casas muggle no muy lejos de aquí y no quiero que terminen volando por encima de ellas.
—¿Es en serio? ¿Están sin encantamientos desilusionadores? —murmuró Percy al lado de Harry negando con la cabeza.
—Está bien —respondió Harry sacando su varita y poniéndose de pie. Recordó el momento de haber dejado la casa de los Dursley por última vez y esperó a que el pulso de magia recorriera su brazo y se transformara en un ciervo plateado, pero el pulso no llegó. Harry frunció el ceño y volvió a concentrarse en el recuerdo—. Expecto Patronum.
—Harry —llamó Ron de nuevo—. ¿Quieres que… ¡Maldita sea, George, eso estuvo cerca!
—No, yo puedo —respondió Harry, apretando los dientes.
Pasó de un recuerdo a otro en su catálogo de momentos felices: Ginny abrazándolo después de la Batalla de Hogwarts, Ron y Hermione en la cocina de Grimmauld Place, dándole los cinco a Sirius aquel verano en su cuarto año, ganar la temporada de Quidditch en Hogwarts. A medida que los iba evocando, cada recuerdo se iba apagando, sus colores disipándose como si fueran una fotografía muggle dejada mucho tiempo bajo el sol.
—Expecto Patronum —pronunció Harry, esta vez en voz más baja, pero aun así el ciervo no apareció.
Ver a sus padres en el Espejo de Oesed, Hermione abrazándolo en la Madriguera, Sirius pidiéndole que se mudara a Grimmauld Place con él, Ron y Hermione riéndose en la sala común de Gryffindor.
—Expecto Patronum —dijo Harry, aunque esta vez no fue más que un susurro. Ni un destello de luz plateada emergió de su varita. Estaba seguro de que la oscuridad se estaba burlando de él.
—Expecto Patronum —dijo Hermione, a su lado. Una pequeña nutria plateada salió desde su varita y se dirigió hacia las verdes praderas, en dirección hacia donde Charlie y Fleur habían volado. Harry se hubiera sobresaltado por la repentina proximidad de Hermione si hubiera sido capaz de sentir otra cosa que no fuera un vacío doloroso. Nunca había tenido problemas en realizar un Patronus. Sus brazos se sentían pesados y los dejó caer a su lado, guardando su varita en el bolsillo.
Harry podía sentir los ojos de Hermione sobre él, pero no se atrevió a levantar la mirada hasta que escuchó un sollozo ahogado. Volvió la cabeza lentamente para mirarla, justo a tiempo para verla limpiarse una lágrima que caía sobre su mejilla.
—Harry —dijo Hermione, extendiendo la mano para agarrar su brazo. Sus ojos estaban muy abiertos y llenos de lágrimas y Harry no podía soportarlo.
—No —susurró Harry, tragando con dificultad—. Por favor, sólo déjalo. Estoy bien.
Alejó la mirada de Hermione, incapaz de seguir mirándola. Su corazón latía con tanta fuerza que estaba seguro que sus costillas se terminarían rompiendo en cualquier momento, pero eso no sucedió. En cambio, se vio forzado a encontrarse primero con la mirada de Percy, luego con la de Arthur y después con la de Molly; todos al parecer se habían acercado. La lástima y preocupación que tenían en sus rostros era tan evidente que bien podrían haber estado fácilmente escritas en letras grandes y rojas en el medio de sus frentes.
—Amigo —Ron se acercó volando hacia ellos, dejando los aros completamente abandonados. Sus ojos pasaron de Harry a Hermione, como si no supiera a quien debía acercarse, como si no supiera quien de los dos necesitaba más su consuelo—. ¿Estás…?
—Dije que estoy bien, Ron —dijo Harry cortante. Su propio tono de voz le recordó tanto al de Malfoy en tercer año que casi se larga a reír. Se giró alejándose de Hermione para ver el cielo oscuro lleno de estrellas brillantes. Era irónico que tuvieran el mismo color del Patronus que, al parecer, ya no podía invocar.
El sonido de un auto muggle a lo lejos fue lo único que rompió el silencio antes de que Fleur y Charlie volvieran volando desde la pradera. En la mano de Charlie se podía divisar algo dorado.
—¡Te dije que ganaríamos! —exclamó Charlie, comenzando a festejar ruidosamente, deteniéndose de golpe cuando se dio cuenta de que nadie más parecía compartir su entusiasmo—. ¿Qué sucede? ¿Alguien está lastimado?
Hermione volvió a sollozar y los hombros de Harry se elevaron hacia sus orejas. Quería abrazarse a sí mismo, pero se obligó a no hacerlo cuando se dio cuenta de cómo se vería haciéndolo; lo débil que parecería en frente de todos.
Tenía que salir de allí.
Apenas fue consciente de cómo sus pies se empezaron a mover, aunque lo llevaron sin dificultad hasta la parte trasera del jardín y hacia la cocina. Pudo oír vagamente el murmullo de voces detrás de él, su nombre siendo llamado por Bill y Ginny; pero los ignoró. No recordaba haber abierto la boca ni bien estuvo de pie frente a la red Flú, con un puñado de polvo en la mano, pero debió haber dicho su dirección porque las llamas verdes lo envolvieron, alejándolo de la cabaña de Ron y Hermione. La última imagen que captó antes de desaparecer entre las llamas fue a Ron caminando hacia él con el brazo extendido.
Grimmauld Place parecía oscura cuando entró a la sala de estar, a pesar de tener las luces encendidas. Harry rápidamente cerró y aseguró su red Flú, no queriendo lidiar con lo que fuera que Ron tuviera para decirle, ya fuera lástima porque ahora era incapaz de invocar un Patronus o enojo por haber entristecido a Hermione y, sin duda alguna, arruinado la velada.
La voz dentro de su cabeza estaba en completo silenció, notó Harry mientras se sacaba las zapatillas y se acostaba en el sofá, cubriéndose con la manta arcoíris hasta la barbilla. Ningún pensamiento negativo se abrió paso desde el fondo de su mente hasta sus oídos para invadirlo, pero, bueno, se sentía tan vacío y apagado que la verdad ni siquiera hacían falta para hacerlo sentir peor. Cuando uno ya estaba en el fondo, ¿cuánto más se podía continuar hundiendo?
***
Como era de esperarse, Harry recibió una gran cantidad de lechuzas los días posteriores, sin duda seguro eran todas provenientes de los Weasley. Aunque no pudo confirmarlo, porque nunca recogió ninguna de las cartas. Varias lechuzas permanecieron en la ventana de la cocina, golpeteando el vidrio con sus picos y garras, intentando llamar su atención. El sonido resonó por los pasillos de Grimmauld Place, como si fueran arañazos fantasmales en un espejo. Con el tiempo las lechuzas se rindieron y, después de ser ignoradas, volvieron con sus respectivos dueños.
Ron apareció al segundo día, golpeando la puerta principal y gritando con tanta fuerza que Harry estaba seguro que ni siquiera los encantamientos sobre la casa serían suficientes para contener el ruido, lo que seguro ocasionaría que sus vecinos muggles escucharan lo que sucedía y se acercaran a chusmear. Después de un rato, dejó de golpear, pero no se fue; al parecer, estaba decidido a acampar en su entrada. Harry se levantó por primera vez ese día y se tambaleó hacia la puerta principal. Sus piernas se sentían como si estuvieran hechas de toneladas de piedra, aunque pudo moverlas sin dificultad cuando a través de la neblina que cubría su cerebro las obligó a avanzar.
—No estoy muerto —murmuró Harry, abriendo la puerta sólo un poco. Poco después de mudarse había instalado una cadena en la parte interior, aunque no estaba seguro de que le ofreciera mucha seguridad en ese momento sí servía para crear una barrera física entre él y Ron, algo por lo que Harry estaba profundamente agradecido—. Sólo quiero que me dejen en paz.
—Está bien —respondió Ron lentamente—. Pero amigo, Hermione está realmente muy preocupada y…
—Por favor, no —susurró Harry. No podía lidiar con la culpa de eso, no ahora.
—Al menos vuelve abrir la red Flú, Harry. Prometo que no te molestaremos.
—Está bien —respondió Harry después de unos segundos.
Ron asintió, dejando escapar algo que sonó como un suspiro de alivio.
—Gracias.
Harry se movió para cerrar la puerta, pero fue rápidamente detenido por la mano de Ron. Sus dedos se posaron sobre los de Harry, que seguían aferrados al borde de la puerta abierta.
—¿Tal vez podríamos ir a volar algún día de estos? No para jugar al Quidditch, sólo nosotros… ¿cómo en la escuela? —dijo, esbozando una sonrisa que no llegó a sus ojos.
—Está bien —repitió Harry. Había rocas en su garganta, estaba seguro de ello, las podía sentir.
Ron se marchó después de eso, y Harry se sentó en el frío suelo de su sala de estar para desbloquear su red Flú. Al hacerlo, una sensación tremenda de alivio lo invadió, pero no estaba seguro de porqué. No quería que nadie lo contactara, ¿por qué le aliviaba el saber que ahora podían hacerlo? Sacudió la cabeza. Hace mucho que había perdido la capacidad de comprender sus propias emociones, o bueno, la falta de estas.
En el sexto día, Harry se despertó en la sala de estar poco después del mediodía, con la luz del sol cayendo sobre su rostro. Durante la última semana, no se había dado cuenta de que la luz del sol llegaba hacia donde estaba acostado en el sofá, pero ahora no podía comprender como eso era siquiera posible. Por el amor a Merlín, le caía directamente en los ojos.
Harry gruñó y se obligó a sentarse para estirar su cuerpo. Sus hombros crujieron e hizo un gesto de dolor al sentir un tirón en sus músculos. Fue en búsqueda de una poción para aliviar el dolor o para relajar sus músculos, pero sólo encontró un frasco de Pepper Up en el gabinete de su baño. No teniendo la paciencia para sumergirse en la bañera, Harry se paró frente a la ducha y abrió el agua lo más caliente que pudo soportar. Jadeó cuando el agua golpeó su rostro, la piel de su pecho rápidamente enrojeciéndose por la temperatura. Se mantuvo debajo del agua por un largo rato, sus dedos de manos y pies arrugándose por el tiempo que estuvo allí. Estiró los brazos por encima de su cabeza y movió su cuello de un lado a otro, pero el dolor persistió.
—Pero la puta madre —murmuró Harry para sí mismo. Estaba empezando a preocuparse de que haber dormido en el sofá le hubiera ocasionado algún daño. La verdad es que no era un mueble muy cómodo, pero Harry había dormido en lugares peores. Su cama en lo de los Dursleys, por ejemplo, era un colchón tan pero tan delgado que podía hasta sentir el metal del armazón de la cama todo el tiempo, y no había tenido ningún malestar físico por eso.
Después de salir de la ducha, con la piel enrojecida y arrugada, pero aún adolorido, Harry se puso un par de jeans limpios y un suéter azul, sin siquiera tomarse la molestia de ponerse una camiseta debajo. Bajó las escaleras mientras peinaba su cabello con los dedos. Sinceramente, no estaba seguro de que hacerlo le haría alguna diferencia a su habitual apariencia desaliñada, pero al menos le hacía sentir un poco mejor intentar hacer algo al respecto. Cuando llegó a la cocina abrió un par de gabinetes antes de encontrar la lonja de pan que había comprado hace más de una semana, cuando fue al Callejón Diagon.
Gracias a Merlín por los encantamientos de preservación, pensó Harry mientras cortaba unos cuantos pedazos de pan. Su estómago gruñó con fuerza, y el dolor le hizo recordar que no había comido una comida decente desde la fiesta de Ron y Hermione. Había estado subsistiendo a base de barras de cereal, galletas y manzanas que podía invocar con facilidad desde el sofá.
Harry colocó mantequilla en las rebanadas de pan que cortó y se dirigió nuevamente a la sala de estar, comiendo mientras caminaba. Al llegar al umbral de la sala, se estremeció al ver el estado de su vivienda. El espacio alrededor del sofá estaba repleto de vasos, platos y unas cuantas envolturas que, al parecer, se había olvidado de desvanecer. Se ocupó rápidamente de eso, comiendo un pedazo de pan con una de sus manos, el plato con las demás rebanadas balanceándose entre su brazo y pecho, mientras que su otra mano realizaba hechizos sobre el desorden. Desvaneció las envolturas que quedaban, hizo que los vasos y platos volaran hacia la cocina y realizó un encantamiento para doblar la manta arcoíris en un atractivo cuadrado sobre el sofá. La manta, ahora doblada, quedó justo en el medio de una gran hendidura que el cuerpo de Harry había dejado sobre el material. Se preguntó si es que se iría con el tiempo o si es que tendría que averiguar algún hechizo que devolviera la forma original a los cojines del sofá. Se encogió de hombros y se metió el ultimo pedazo de pan en la boca antes de regresar a la cocina.
Sin pensarlo, envió el plato que recién acababa de usar para el pan hacia el fregadero, donde toda la demás losa yacía, y realizó un hechizo para lavarla. Por un momento consideró lavar a mano, pero se detuvo cuando una oleada de culpa lo invadió al recordar el rostro de Hermione aquel día de la fiesta. No, no quería revivir esos recuerdos ahora mismo.
Harry inhaló bruscamente entre dientes apretados al sentir un fuerte dolor en su cuello. Se lo frotó con la mano y realizó un Tempus para ver qué hora era. Aún era temprano, la botica de pociones del Callejón Diagon estaría abierta hasta la tarde, y sin duda seguro tendría algo para sus adoloridos músculos. El único problema era que realmente no quería ir al Callejón Diagon.
¿Qué tal si voy a la botica del Sr. Mulpepper? Pensó Harry. Estaba en el Callejón Knockturn y, aunque nunca había ido, seguro que tendrían pociones comunes además de los ingredientes que vendían para preparar pociones.
Está decidido, asintió Harry. Iré por red Flú hasta Knockturn, compraré la poción allí y volveré a casa. A nadie le importará ni nadie se dará cuenta.
El siguiente problema era que Harry no conocía las direcciones de red Flú del Callejón Knockturn. La única vez que había llegado allí por Flú fue durante aquel desafortunado accidente antes de su segundo año, en el cual había terminado solo en Borgin y Burkes, casi cruzándose con los Malfoy. Qué irónico cómo es que la historia solía repetirse, pensó.
Harry suspiró y guardó su varita en el bolsillo de sus jeans. Agarró su bolso de monedas de la mesa y también lo guardó, antes de dirigirse hacia su chimenea y agarrar un puñado de polvos Flú. Respiró profundamente y se preparó mentalmente antes de anunciar su destino.
—Borgin y Burke, Callejón Knockturn.
Las llamas verdes se disiparon para revelar una tienda poco iluminada llena de una variedad de objetos en colores monocromáticos y apagados. Alguien soltó un gritó de sorpresa, notó Harry, mientras limpiaba un poco de polvo de sus lentes. El dueño de la tienda, el Sr. Borgin o el Sr. Burke, asumió Harry, estaba boquiabierto detrás de su mostrador.
—Lo siento —dijo Harry, levantando una mano en señal de disculpa. No se detuvo a hacer conversación alguna; en cambio, se dirigió hacia la puerta delantera. Trató de no mirar ninguno de los artefactos que lo rodeaban, temiendo encontrarse de nuevo con una mano marchita, una cabeza de un elfo decapitado, o peor, el maldito armario evanescente que Malfoy había usado para que los mortífagos entraran en Hogwarts.
Ni bien salió a la calle Harry dejó escapar el aliento que no sabía que había estado conteniendo. Knockturn estaba silencioso, como siempre. Había un par de brujas y magos deambulando, pero no le prestaron atención. Harry observó el callejón de un lado a otro, tratando de ubicarse; hasta que divisó la oscura fachada de la botica del Sr. Mulpepper a unas cuantas tiendas de distancia. Caminó hacia ella, manteniendo la cabeza baja.
No había campana en la puerta principal que anunciara su llegada, y Harry se sintió bendecido de pasar tan desapercibido mientras se dirigía al mostrador, sin ningún mago o bruja a la vista. Un par de minutos después un viejo y arrugado mago sacó la cabeza por una trampilla que estaba detrás del mostrador. Un aroma dulzón mezclado con el frescor de agua de río emergió del agujero que lo rodeaba.
—¿Sí? —preguntó el mago, mirando a Harry.
—Uh, necesito una poción para el dolor —dijo Harry, sintiéndose incómodo de repente—. Muscular, para el dolor muscular, eso.
—Claro —contestó el mago saliendo de la trampilla del suelo, para luego alcanzar algo detrás del mostrador.
—Una poción herbovitalizante creo que sería lo… —empezó a decir Harry.
—Elixir restaurativo, 10 sickles —interrumpió el mago, colocando sin gracia alguna y con desgano un frasco de líquido púrpura brillante sobre el mostrador. Tenía una expresión de aburrimiento, mientras estrechaba la mano para recibir el pago, sin quitarle la mirada de encima a Harry.
—Uh… claro —respondió Harry, sacando el dinero de uno de los bolsillos de sus jeans—. ¿Si la encojo, la poción se verá afectada?
—Sí —contestó el mago recibiendo el dinero de Harry, antes de colocar el frasco dentro de una pequeña bolsa de papel—. No la encojas. Medio vaso una vez al día, no más de tres días. ¿Algo más?
—N-no, gracias —tartamudeó Harry, agarrando la bolsa de papel. Para su sorpresa, la bolsa se veía igual a la que usaban los muggles, aunque Harry estaba seguro que tendría prohibido el ingreso a la botica de nuevo si le hacia este comentario al dueño.
El dueño no esperó a que se fuera para volver a descender por la trampilla, cerrándola tras de sí. Harry parpadeó un par de veces, mirando el espacio vacío que acababa de dejar, antes de darse vuelta y salir de la tienda con la bolsa de papel en la mano. Se detuvo un momento al pisar de nuevo las baldosas de piedra del Callejón Knockturn, dejando que la puerta de la botica del Sr. Mulpepper se cerrara tras de él, cuando un destello de blanco atrapó su mirada. Al mirar con más atención, descubrió que era… el letrero de “El Wyvern Blanco”, balanceándose ligeramente con la brisa. El dragón blanco del letrero, esta vez, caminaba sobre el fondo de madera, lanzando llamas blancas a los transeúntes.
Un trago no puede hacerme mal, pensó Harry mientras se dirigía por el callejón hacia la taberna. Puede que Malfoy esté allí. Capaz que está planeando algo. Naturalmente, Harry sentía la necesidad de investigar, por el bien de toda la comunidad mágica.
Malfoy, al parecer, no estaba allí, notó Harry ni bien entró a la taberna. Echó un vistazo alrededor, buscando una cabellera rubia platinada, pero no encontró ninguna. Había cuatro clientes en la taberna, tres de los cuales parecían estar jugando algún tipo de juego de cartas mágicas en una mesa apartada. El único mago restante estaba sentado en la barra, pero su cabello era de un negro intenso, muy distinto al rubio casi blanco de Malfoy.
Harry se sentó en uno de los taburetes de la barra y colocó su bolsa de papel en el suelo, entre sus pies.
—¿Cerveza? —preguntó el tabernero, agarrando un vaso.
—Cerveza de mantequilla, si es que tienes —respondió Harry. El mago a su lado dejó escapar un bufido burlón. Harry alzó una ceja en su dirección en respuesta, pero el mago mantuvo la cabeza baja.
—Aquí no hay cerveza de mantequilla —espetó el tabernero, como si Harry fuera alguien realmente estúpido—. ¿Aguamiel?
—Bueno —aceptó Harry asintiendo y colocando unos cuantos Knuts sobre el mostrador. Un vaso alto de aguamiel se deslizó frente a él y unas cuantas gotas del líquido ámbar cayeron por el borde.
—Cerveza de mantequilla, ¿es en serio?
Harry fulminó con la mirada al mago. Era cierto, la cerveza de mantequilla era mayormente consumida por estudiantes de Hogwarts, pero no se podía negar que tenía buen sabor. Harry no podía ser el único que disfrutara de la nostalgia que le invadía al sentir el sabor de aquel líquido amarillento en su lengua. Le recordaba al invierno, a tardes frías, y al olor ahumado de las Tres Escobas. Eran recuerdos agradables y reconfortantes. ¿Acaso ningún otro mago sentía nostalgia? ¿O simplemente no les importaba recordar de dónde provenían?
El otro mago levantó ligeramente la cabeza, y sus ojos se encontraron con los de Harry, y oh, claro. Harry se había olvidado de considerar el uso del hechizo de glamour cuando echó un vistazo antes.
—Hola, Malfoy —suspiró Harry. Soltó una risa burlona cuando los ojos de Malfoy se agrandaron por la sorpresa—. Sí, maldición, ya sé que eres tú.
—No sé de qué hablas, Potter —respondió Malfoy. Sus ojos comenzaron a moverse rápidamente alrededor, como si estuviera buscando una salida. No era como si estuviera en la maldita Sala de los Menesteres, la puerta estaba justo a su derecha.
—Claro que no —Harry rio de nuevo en voz baja. Se sentía familiar, provocar a Malfoy. Esto era lo más normal que se había sentido en Merlín solo sabe cuánto.
Harry esperó a que Malfoy dijera algo más, pero se quedó en silencio. Malfoy se quedó mirando fijamente el mostrador de la barra, como si este lo hubiera ofendido de alguna manera.
—¿Qué estás tomando? —preguntó Harry finalmente. La cabeza de Malfoy se levantó de golpe, con las cejas levantadas en sorpresa. Harry hizo un gesto con la cabeza hacia el vaso a medio terminar que tenía frente a él, con un líquido marrón oscuro.
—Cerveza —contestó Malfoy con dificultad. Sus ojos continuaban muy abiertos, y Harry se preguntó si es que acaso había parpadeado alguna vez desde que él entró a la taberna.
Harry se aclaró la garganta y, sin pensar demasiado en exactamente porqué estaba por hacer esto, se levantó y se sentó en el taburete más cercano a Malfoy, dejando un asiento entre ellos. Si Malfoy realmente estaba tan nervioso como parecía estarlo, probablemente terminaría escapando si es que se acercaba más.
Sin duda alguna Malfoy sí parecía un poco aterrorizado cuando Harry achicó la distancia entre ellos. Apretó su vaso de cerveza con firmeza, sus nudillos comenzando a ponerse blancos por la fuerza. Su labio inferior estaba atrapado entre sus dientes, notó Harry, desviando la mirada antes de que Malfoy se diera cuenta de que estaba mirándole la boca. No era lo mejor que uno podía hacer cuando tu asustadizo rival de la escuela estaba al lado.
—¿Por qué? —preguntó Malfoy en un hilo de voz. Le dio un sorbo a su cerveza, su mirada sorprendida aún fija en Harry.
—No lo sé —respondió Harry con sinceridad.
Malfoy asintió en respuesta. Harry notó que su mandíbula estaba tan apretada como sus dedos.
—Entonces… —comenzó Harry. Era bastante incómodo hablar o siquiera mirar al mago que estaba a su lado. Esto no sólo se debía al hecho de que era Malfoy, sino a que no se veía en nada como él. Aunque Harry sabía que Malfoy llevaba puesto un glamour, era como si sus ojos lo estuvieran engañando. A Harry no le gustaba nada esto, así que decidió solucionarlo—. Quítate el glamour.
Malfoy se atoró con el sorbo que le dio a su cerveza y tosió un par de veces en una servilleta. Fulminó con la mirada a Harry, sus ojos inquietantemente azules.
—¿Por qué mierda haría eso?
—Porque no me voy a sentar aquí si no te lo quitas —dijo Harry, sabiendo que no había forma alguna de que su provocación funcionara. Ni siquiera sabía porque le importaba tanto hacerlo. Pero era tan jodidamente reconfortante y familiar este tira y afloja con Malfoy. Todo a su alrededor había cambiado, pero esto siempre existiría.
—¿Y por qué, en el nombre de Merlín, me importaría que te sientes aquí? —preguntó Malfoy, su voz incrédula, como si no pudiera creer el atrevimiento de Harry—. Estaba perfectamente bien aquí solo, antes de que vinieras a pavonearte.
—Mira, Malfoy —suspiró Harry, rodando los ojos—. Claramente querías que yo supiera quien eras, sino no lo hubieras hecho tan obvio la última vez que te vi. Deja de ser tan cretino y quítate el maldito glamour.
—No fui obvio —murmuró Malfoy para sí mismo. Su labio inferior nuevamente volvió a colocarse entre sus dientes y bajó la mirada hacia su vaso de cerveza.
—Sí lo fuiste —replicó Harry—. Y sé quién eres, así que no hay motivo para que sigas usándolo. Además, estamos en el Callejón Knockturn, Malfoy. ¿Qué crees que vaya a pasar aquí? A nadie le importa una mierda. Quítatelo.
—Como si necesitara que tú me digas eso a mí —murmuró Malfoy, pero soltó el agarre mortal que tenía sobre su vaso de cerveza—. El puto Santo Potter educándome a mí en el Callejón Knockturn. El mundo mágico realmente se ha ido a la mismísima mierda.
A pesar de renegar en el proceso, Malfoy sacó su varita y empezó a quitarse el glamour. Harry observó cómo su cabello negro se aclaró a un rubio platinado, los mechones afinándose y acomodándose entre sí hasta que quedaron cortos en la parte de atrás y un poco más largos sobre su frente. Sus ojos se aclararon de un intenso azul a un gris tormentoso, y sus rasgos faciales se modificaron hasta que quedó tal y como Harry lo recordaba.
—¿Contento? —preguntó Malfoy, levantando las cejas. Harry notó que no guardó su varita, lo que lo molestó por alguna razón que no lograba identificar.
—No —contestó Harry—. Pero por lo menos ahora tengo menos ganas de maldecirte que antes.
—Gracias a Merlín que pude ser de ayuda —dijo Malfoy, rodando los ojos mientras terminaba el resto de su cerveza. Colocó unos cuantos Knuts sobre el mostrador y el tabernero rápidamente volvió a llenar su vaso, colocándolo de vuelta frente a Malfoy—. Gracias, Elías —golpeteó sus dedos sobre la pegajosa superficie del mostrador con los ojos fijos en Harry—. Y bueno, ahora que ya has logrado amenazar con éxito mi seguridad, ¿te vas a ir a la mierda o qué? ¿O necesito pedírtelo con amabilidad? —espetó con sorna, mostrándole los dientes.
Harry sintió una ráfaga de molestia invadirlo otra vez, pero esta era diferente al tipo de ira latente que lo había llevado a morderse las uñas hasta dejarlas desgastadas y a mantener los puños cerrados durante los últimos meses. Esa ira se había sentido venenosa, como un hechizo de Fiendfyre ardiendo en su interior, listo para destruir sus relaciones y su cordura. Esta ira, en cambio, le calentaba el pecho y se extendía hacia sus brazos. Malfoy lo irritaba, pero era simplemente eso… se sentía enojado. Esta vez, él era un participante activo en comportarse como un idiota con Malfoy, a diferencia de aquella fuerza pasiva que había estado consumiendo su cerebro poco después de la caída de Voldemort. Este enojo lo avivaba de una manera que no había sentido hace mucho tiempo.
Harry le sonrió con arrogancia, acomodándose para que su cuerpo estuviera frente a él.
—Pensaste en mí cuando creaste tu glamour, ¿no? Siempre supe que eras mi admirador secreto.
Malfoy levantó una ceja altiva y miró a Harry como si este se hubiera vuelto loco.
—Perdón, Potter, ¿qué dijiste?
—¿El color de cabello? —sugirió Harry haciendo un gesto hacia la ahora platinada cabellera de Malfoy y hacia su persona en sí—. El cabello negro no te queda, ¿sabes? Eres demasiado pálido. Pero es bueno saber que soy una fuente de inspiración para ti, Merlín sabe bien que necesitas una.
Malfoy bufó con desdén, pero se detuvo cuando una expresión sombría cruzó su rostro. Harry no la habría notado si no hubiera estado mirándolo con tanta atención. Malfoy apretó y relajó la mandíbula antes de girar ligeramente el cuerpo para encarar a Harry. Sus ojos recorrieron el cuerpo de Harry de arriba a abajo, mostrando ese familiar gesto de disgusto que parecía tan propio de él.
—Más bien tomé inspiración de la nariz. No sé si te diste cuenta, considerando lo intensamente que me has estado mirando, pero la tenía como si me hubiera estrellado contra una pared. La verdad es que me recordó bastante a la tuya. ¿Recuerdas cuando te la rompí en sexto año?
Harry bufó y Malfoy hizo una pausa para darle un sorbo a su cerveza.
—Buenos tiempos. Romperte la nariz fue uno de mis mejores recuerdos de ese año, ¿lo sabías?
—No es como si tuvieras mucho más de que estar orgulloso ese año —replicó Harry. No podía creer que Malfoy estuviera mencionando por voluntad propia su sexto año en Hogwarts. Aunque en parte sí podía creerlo; Malfoy siempre había tenido la costumbre de exponerse si es que con eso conseguía la oportunidad de provocarlo.
La expresión de desdén de Malfoy flaqueó justo cuando desvió la mirada de la de Harry. Tragó con fuerza antes de cubrirla dándole un sorbo a su cerveza. Sus dedos golpetearon un lado del vaso por un momento antes de detenerse. Su mirada se volvió siniestra cuando sus ojos se volvieron a posar en los de Harry.
—Oh, no sé si eso es así. Al fin y al cabo, logré que Harry Potter me siguiera por todas partes durante todo el año. ¿Quién más puede andar presumiendo que su acosador personal a los dieciséis era el mismísimo elegido? Es bastante escandaloso, la verdad. No me imagino lo que habrían dicho los titulares si se hubieran enterado —Malfoy chasqueó la lengua y negó con la cabeza. El fantasma de una sonrisa altanera se empezó a asomar en su rostro.
Harry sintió una fuerte sensación de enojo invadirlo. Apretó los dientes con fuerza, esperando que Malfoy no se hubiera dado cuenta de cómo sus palabras lo habían afectado, pero no tuvo suerte. Ahora sí que estaba sonriendo con completa altanería, sus ojos brillando inclusive.
Harry no estaba seguro de si el enojo que sentía se debía a que Malfoy estaba sacándose de encima los crímenes literales que había cometido cuando tenía dieciséis años, como si fueran pelusa en una de sus túnicas caras, en vez de asalto, conspiración y casi asesinato, o si era el simple hecho de que había dado en el clavo con respecto a Harry. Había descrito su comportamiento con exactitud, algo que los amigos de Harry habían catalogado como “preocupante” y “casi obsesivo”. Capaz que fueron ambas cosas. Harry fue transportando de golpe a aquellas tardes en la sala común de Gryffindor que pasó con los ojos fijos en el Mapa del Merodeador, observando como el punto con el nombre de Malfoy se movía por el castillo, mientras Ron y Hermione le pedían que dejara de hacerlo. Recordó cada uno de esos momentos en los cuales había estado convencido (y con razón) de que Malfoy estaba yendo a alguna reunión secreta de mortífagos y que por eso mismo siempre se apresuraba en alejarse de Harry en los largos pasillos fuera del salón de Encantamientos. Malfoy había desaparecido de su vista un par de veces, y no había ningún lugar en donde lo encontrara, a pesar de revisar detrás de tapetes, estatuas e incluso una pintura particularmente ofendida.
Harry apretó con fuerza su vaso. Sus dientes se golpearon con fuerza, provocando un gesto de dolor.
—Siempre fuiste una mierda, Malfoy. Naciste como cretino y sin duda morirás como uno.
Malfoy volvió a sonreír con sorna, claramente satisfecho de haber dado en el blanco. Giro su varita sobre la barra, como si fuera su turno de girarla en el juego de la botella. Harry observó cómo la rotación se completaba hasta que se detuvo, la varita terminó apuntándolo. Esta era la primera vez que la varita de Malfoy lo apuntaba después de mucho tiempo, pero ciertamente no era la primera. Y Harry decidió en ese momento que tampoco sería la última.
—Merlín, actúas como si yo te hubiese atormentado —suspiró Malfoy. Se veía tan aburrido de repente que Harry estaba seguro de que estaba actuando esa perfecta apariencia construida de indiferencia—. Recuerdo bien algunos de tus puñetazos durante esos años. ¿No te trae ningún recuerdo un equipo entero de Quidditch contra un solo jugador? Eso sí que no estuvo equilibrado —Malfoy chasqueó la lengua de nuevo, levantando una ceja—. Y aquí yo pensaba que los Gryffindor jugaban limpio.
No caigas ante su provocación, no caigas, pensó Harry, dándole un sorbo a su aguamiel. Mantén el control, no dejes que Malfoy te domine. Harry hizo una pausa por un momento antes de terminar su vaso de un solo sorbo. Que se vaya todo a la mierda, ¿qué carajo tengo para perder? Se puso de pie y se impuso frente a Malfoy, quien aún continuaba sentado. Malfoy siempre había sido más alto que él durante todo Hogwarts, así que era agradable estar por encima de él en altura al menos una vez.
Malfoy se veía desconfiado, su mano sostuvo su varita, pero aún continuaba apoyada en el mostrador.
—¿Quieres intentarlo de nuevo? —preguntó Harry. Se sentía casi eufórico, como un niño ansioso por encender un fuego artificial nuevo. Supuso que esa era una buena manera de resumir la relación que tenía con Malfoy con precisión, una bomba a punto de estallar en cualquier momento.
—¿Qué? —dijo Malfoy, visiblemente confundido.
—Que si quieres intentarlo de nuevo —repitió Harry, esta vez más despacio.
Los ojos de Malfoy se abrieron de golpe, y por un momento pareció incluso asustado.
—¿Perdón, Potter?
—Que si quieres intentar de nuevo romper mi nariz —aclaró Harry, levantando una ceja. ¿Acaso estaban teniendo conversaciones completamente distintas?
Malfoy soltó una débil risa y dejó caer sus hombros ligeramente.
—¿Realmente te has vuelto loco, Potter? ¿Necesito hacer una llamada por red Flú y reservarte una habitación en el pabellón Janus Thickey?
—Vamos, Malfoy —insistió Harry. Ahora que se había imaginado peleando con él, recordando la emoción y la inmensa satisfacción de lanzarle hechizos en los pasillos de Hogwarts, no podía quitárselo de la cabeza. Algunos de sus mejores recuerdos de Hogwarts incluían vencer a Malfoy en el campo de Quidditch, demostrándole que no era el mejor en todo por primera vez. Si ignoraba el hecho de que lo más probable era que Malfoy hubiera comprado su entrada al equipo de Slytherin, Harry era mucho mejor que él, y no había nada que pudiera hacer al respecto. Esos recuerdos eran casi dignos de invocar un Patronus.
Harry se detuvo de golpe al pensar en eso. Ese sí que era un pensamiento peligroso que todavía no estaba listo para analizar, en especial no con Malfoy cerca. Sacudió la cabeza para despejarla y notó como Malfoy lo estaba observando.
—Vamos, Malfoy —repitió Harry—. Tu vida se ha ido a la mierda. Tus padres están en Azkaban, estás bebiendo solo a plena tarde en una taberna de mala muerte y no tienes ningún amigo cerca. Vamos, revivamos esos buenos tiempos. Trata de romperme la nariz —Harry le sonrió ampliamente y Malfoy lo miró como si lo último que acababa de decir fuera confirmación suficiente para saber que, en definitiva, Harry había perdido la cordura por completo.
—Aquí no —dijo el tabernero en voz alta. Los señaló con la varita y alejó levitando sus vasos. Malfoy hizo el intento de agarrar el suyo en el aire, para detenerlo, pero su mano se cerró alrededor de un espacio vacío.
Malfoy enderezó sus hombros y endureció su expresión antes de girarse por completo hacia Harry. Se veía furioso.
—Disculpa mi ignorancia —dijo entre dientes. Sus ojos brillaban con una peligrosa oscuridad y su tono de voz era afilado como el hielo. Harry sintió un escalofrío familiar recorrerlo—, pero no he podido evitar notar que tú también estás bebiendo solo en esta taberna de mala muerte. No veo a Granger ni a Weasley, ni a ningún otro patético amigo Gryffindor acompañándote.
Harry trastabilló y se agarró al borde de la barra para recuperar el equilibrio, justo cuando notó que estaba siendo arrastrado lejos de la barra hacia la puerta. Miró a Malfoy, un insulto listo en su lengua para ser lanzado, pero Malfoy se veía igual de desconcertado, habiendo sido forzado a ponerse de pie de su asiento. Malfoy trastabilló con una pata del taburete y se sostuvo del hombro de Harry para no caerse. Sus dedos se sintieron como un hierro al rojo vivo, la sensación permaneciendo incluso después de que Malfoy apartara el brazo y lo dejara caer a su costado. La furia había desaparecido de su rostro, ahora sólo parecía irritado con la situación.
Harry empezó a sentirse frustrado, notando lo rápido que Malfoy podía cambiar de enojado a aparentemente aburrido en su presencia. Antes solía afectarlo, solía ser capaz de provocarlo con facilidad, lo que resultaba en deducciones de puntos para su casa, maleficios y el muy placentero incidente de ser convertido en hurón en cuarto año. ¿Realmente ya no le afectaba nada de esta mierda? ¿Realmente Harry se había vuelto tan insignificante para él que ya no le importaba lo que le dijera? Harry necesitaba saber si aún podía afectarlo, provocarlo. No había necesitado nada con tanta locura en un largo tiempo, aunque no tenía idea de porqué se estaba fijando en esto con tanta intensidad.
—Seguro que estás enojado —continuó Harry, mientras eran forzados a salir de la taberna. Cruzó el umbral de la entrada con mucha más dignidad que Malfoy, o al menos eso notó y volvió a sentirse eufórico, como si estuviera borracho—. Quieres golpearme, lo puedo ver. Puede que incluso creas que me lo merezca. Vamos, hazlo.
La bolsa de papel que contenía el frasco de elixir restaurativo golpeó la pierna de Harry antes de que la puerta de la taberna se cerrara de golpe. Harry agarró la bolsa, la colocó contra la pared de la taberna y se volvió a encarar a Malfoy. Sintió una oleada de emoción al ver lo tensa que estaba su mandíbula. Se preguntó si, al conjurar un hechizo silenciador alrededor de ellos, sería capaz de oírlo rechinar sus dientes.
—Dejando de lado mis sentimientos personales —dijo Malfoy, arrastrando las palabras—. Golpear al maldito Harry Potter en el medio del Callejón Knockturn no me traerá ningún beneficio —lanzó sus brazos al aire y se inclinó contra la sucia pared de piedra de la taberna—. Si lo hiciera debería agarrar una escoba y volar derechito hacia Azkaban, para ahorrarles el trabajo a los Aurores.
—No estamos en el medio del callejón —replicó Harry, aunque sabía que su respuesta era bastante pobre—. Estamos casi al final, para ser exactos.
Malfoy rio con sorna. Harry no podía creer que estuviera apoyado contra la pared de la taberna, dejando que su costosa túnica tocara la piedra que sin duda había sido meada durante años por más borrachos de los que cualquiera de los dos podría ser capaz de contar.
—¿Estás olvidando a que casas pertenecemos, Potter? —preguntó Malfoy con lentitud, aunque Harry no sabía si lo hacía para fastidiarlo tratándolo como un estúpido o si estaba tratando de hacerlo entrar en razón antes de que la situación escalara—. Los Slytherin nos centramos siempre en nuestra supervivencia, ¿recuerdas? No voy a golpearte en plena calle si es que no hay nada para mí en juego, y por lo que veo, ciertamente no hay nada que gane haciéndolo —volvió a reír con sorna, negando con la cabeza.
Harry observó a Malfoy por un momento antes de acercarse a él, esperando provocarlo con su proximidad. Pareció funcionar, al menos un poco, dado que los ojos de Malfoy se agrandaron e inhaló con fuerza, mientras presionaba los puños con fuerza contra sus muslos y se apoyaba más contra la pared, estremeciéndose como si estuviera a punto de explotar. Harry se preguntó si sería capaz de prevenir el hechizo que le lanzaría si continuaba presionando.
—No se lo diré a nadie —dijo Harry en voz baja. Dio un paso más cerca de él, la distancia entre ellos ahora no superaba más que un par de centímetros.
Los ojos de Malfoy continuaron abiertos de par en par. Miraba a Harry como si se tratara de un depredador acercándose, en vez de un ex compañero de clase temporalmente fuera de sí.
—Potter —dijo Malfoy con tono de advertencia—. ¿Qué estás haciendo?
—No lo sé —dijo Harry con sinceridad. Y en verdad… ¿Qué mierda estaba haciendo provocando a Malfoy a pelear en plena calle como si se tratara de un delincuente muggle?
No lo sé, pensó Harry para sí mismo. Sintió una extraña sensación de alivio. Malfoy era la primera persona a la que le daba esa respuesta, sabiendo que a él no le importaría la respuesta que le diera. Era extrañamente liberador poder hacerlo.
—¿Potter? —preguntó Malfoy después de un rato. Su mano estaba levantada, como si hubiera detenido el impulso de tocar a Harry después de haberlo pensado mejor—. ¿Estás bien?
Y eso, eso, era exactamente lo contrario a lo que quería escuchar. Ya era suficientemente malo escucharlo de Ron, Hermione o Ginny, personas a quienes eso les debería importar. Harry no necesitaba escuchar eso de Malfoy también, alguien a quien, según todos los indicios, no debería importarle.
Los puños de Harry se cerraron. Vio cómo Malfoy se sobresaltó al verlo, presionándose incluso más contra la sucia pared.
—¿Te defenderías si te atacara? —preguntó Harry en voz baja.
Malfoy tragó, sus ojos fijos en los de Harry.
—Sí —contestó despacio—. No. Tal vez
Los ojos de Malfoy se fijaron en su alrededor. Sin duda ya habían llamado la atención de más de un par de transeúntes. Las personas solían mantener las cabezas bajas en Knockturn, pero no todos los días se veía a dos magos pelear en la calle
—Aquí no. Lo digo en serio, Potter —dijo, sus ojos quedando vacíos de repente, como si toda la luz se hubiera ido de ellos—. No voy a arriesgarme a terminar en Azkaban.
Harry asintió. Su mirada recorrió de nuevo el cuerpo de Malfoy, disfrutando la sensación de poder que le daba el escuchar cómo Malfoy inhalaba con fuerza.
—¿En tu mansión?
—Merlín, no —bufó Malfoy. Parecía haber vuelto en sí, apartándose un mechón de cabello de los ojos—. ¿Te imaginas que pasaría si algo sucediera y tuviera que llamar a un Sanador allí? Todos pensarían que te secuestré.
—Entonces, ¿dónde? —preguntó Harry, exasperado, lanzando sus brazos hacia los costados, haciendo un gesto y sobresaltándose ante el sonido sordo que surgió cuando aterrizaron contra sus jeans.
Malfoy se mordió el labio inferior, mirando a Harry en silencio. Tardó tanto en responder que Harry comenzó a ponerse ansioso.
—Hay una cancha de Quidditch cerca de la mansión —dijo Malfoy finalmente. Suspiró, claramente resignándose a lo que iba a suceder—. Generalmente está vacía, sobre todo entre semana. De vez en cuando suelo volar allí.
Harry asintió y extendió el brazo para sostener el antebrazo de Malfoy, quien se sobresaltó ante el contacto y lo miró sorprendido. Harry se estiró para agarrar su bolsa de papel sin dejar de mirarlo.
—Aparécenos —dijo Harry, clavando sus dedos en el antebrazo de Malfoy. La túnica de Malfoy era suave y estaba bien cuidada, se sentía agradable bajo la palma de Harry. Se preguntó si Malfoy alguna vez había usado una sudadera, lo dudaba, pero la imagen mental disminuyó algo de la emoción que sentía por un breve momento, como una suave ola rompiendo en la orilla.
—Está bien —dijo Malfoy suavemente. Colocó su mano sobre la de Harry, cubriéndola mientras descansaba sobre su antebrazo. No era algo estrictamente necesario para aparecerse, pero Harry sintió que no le molestaba que lo hiciera ni que no lo hubiera hecho.
La aparición fue fluida, pero el tirón que sintió Harry en el estómago fue igual de desagradable que siempre. Nunca le había gustado aparecerse con alguien, y dudaba que alguna vez le fuera a gustar.
La cancha pública parecía estar desierta, tal y como Malfoy había predicho. Parecía tener el mismo tamaño que la de Hogwarts, aunque con menos fanfarria. En el lugar en el cual hubieran estado las banderolas de cada casa de Hogwarts colgaba una tela gris claro. Se veía ligeramente desgastada, como si hubiera sido víctima de muchos hechizos de limpieza y de cambios de color.
—Si uno usa muchos Scourgify la tela se termina arruinando —le había dicho la Sra. Weasley una vez, después de que Ron había intentado limpiar una gran mancha de quemado de uno de sus suéteres Weasley.
—¿Qué estás murmurando sobre telas?
Harry dio un brinco, soltando el antebrazo de Malfoy de golpe y frotándose la nuca, avergonzado. No se había dado cuenta que había estado sosteniendo todavía a Malfoy, a pesar de que ya había pasado más de un minuto desde que se aparecieron. Harry no sabía por que Malfoy no se lo había sacado de encima de inmediato. Lo más probable es que estuviera buscando cualquier oportunidad para desconcertarlo.
—¿Hace cuánto que no pisas una cancha de Quidditch? —preguntó Malfoy.
—¿Qué? —preguntó Harry, entrecerrando los ojos.
Malfoy lo observó con una expresión indescifrable en el rostro.
—No hay nada impresionante aquí, Potter. Ni siquiera creo que sea privada, lo más probable es que la mantengan con los galeones de los contribuyentes, si es que te lo puedes imaginar. Merlín sabrá en qué estado tendrán el equipamiento.
—No vinimos aquí a jugar Quidditch —replicó Harry, sacando su varita del bolsillo de sus jeans y soltando la bolsa de papel, dejándola caer junto a sus pies.
—No, pero parece como si quisieras —dijo Malfoy con lentitud—. ¿Crees que puedas ganarme?
La mano de Harry se tensó.
—Déjate de joder y prepara tu varita.
Malfoy alzó los hombros y frunció el ceño, claramente enojado.
—Si me vas a maldecir, hazlo de una vez.
—Quiero que pelees —dijo Harry—. Un duelo mágico como corresponde. ¿Recuerdas al que me retaste en primer año, pero nunca apareciste?
—La verdad que no —dijo Malfoy con sorna—. Pero al parecer es un recuerdo importante para ti.
—Sólo estoy dándote una oportunidad para que recuperes tu honor. Merlín sabe que necesitas ayuda en eso ahora que papi no está aquí para limpiar tus desastres.
El hechizo de Malfoy lo atacó tan rápido que Harry casi no logró invocar un escudo a tiempo. Sintió como una sonrisa se extendía en su rostro y soltó una fuerte carcajada. El sonido fue violento, como si le desgarrara el pecho. No sonaba feliz, pero se sentía más vivo de lo que se había sentido en un largo tiempo.
—¡Expulso! —gritó Harry, riendo de nuevo cuando Malfoy invocó un escudo.
—Rictusempra —lanzó Malfoy. Su voz era grave, pero carecía de intensidad. Harry inmediatamente dejó de reírse y sostuvo su varita con fuerza.
—¡Protego! Confringo —gritó Harry. Sus dedos le estaban empezando a doler por la fuerza con la que estaba sosteniendo su varita. Por un breve instante, se distrajo pensando en qué pasaría si su varita llegaba a partirse en su mano, y fue atacado en el pecho con un hechizo punzante.
Malfoy bajó su varita, como si estuviera esperando que Harry le estrechara la mano y le agradeciera por un buen duelo.
—¡Aún no hemos terminado, Malfoy! —gritó Harry, ignorando el dolor que sentía en el pecho—. ¡Stupefy!
—Protego —murmuró Malfoy, en voz tan baja que Harry apenas lo oyó—. Titillando.
—¡Protego Maxima! —Harry sonrió con altanería cuando la aparición repentina de un escudo mucho más grande hizo que Malfoy retrocediera, sorprendido—. ¡Incarcerous!
—Protego. Tarantallegra.
Harry no podía discernir si Malfoy sonaba aburrido, asustado o triste. Repelió con facilidad el hechizo de Malfoy.
—No tenemos doce años, Malfoy. Lanza algo mejor. Hazme algo de daño.
—No soy uno de esos estúpidos estudiantes de tu club de duelo —espetó—. Furnunculus.
Harry estaba medio tentado a que el hechizo de granos le golpeara, pero decidió evadirlo y, en cambio, le lanzó otro hechizo punzante a Malfoy.
—¡Oh, vaya! ¿Es esa Ginevra Weasley? —gritó Malfoy, desviando a un lado el hechizo de Harry.
Harry miró tras de sí, frunciendo el ceño. No le sorprendería que Ginny apareciera de alguna forma, seguramente mandada por Hermione.
—Expelliarmus.
La varita de Harry voló de su agarre hacia Malfoy, quien la atrapó sin dificultad.
—¡Eso no es justo, Malfoy! —gritó Harry, cruzándose de brazos—. Juegas sucio.
—Otra vez me estás confundiendo por un Gryffindor —dijo Malfoy dándole vueltas a la varita de Harry en su mano, observándola—. Los Slytherin no somos conocidos por jugar limpio —le devolvió la varita a Harry lanzándosela, y guardó la suya en la manga de su túnica.
—Revancha. Pelea conmigo de nuevo —dijo Harry irguiendo sus hombros y apuntando su varita hacia Malfoy.
Malfoy suspiró. Parecía como si estuviera a punto de dejarse caer allí mismo, en plena cancha de Quidditch.
—No.
—¿Por qué no? —Harry detestaba lo quejosa que sonaba su voz, pero no podía controlarse—. ¿Qué te pasa? Siempre querías lanzarme algún hechizo antes.
—Sí, cuando tenía trece —gritó Malfoy, exasperado—. Ya soy un adulto, Potter, en caso de que no te hayas dado cuenta. Y tú también lo eres, por lo que veo.
—Los adultos pelean —replicó Harry, sin importarle lo infantil que sonaba—. ¿Por qué no podemos?
—Porque no quiero —contestó Malfoy, dejándose caer sentado allí mismo, sobre el césped verde de la cancha—. No tengo ningún interés en incapacitarte —pasó una mano por su cabello y miró hacia el cielo. Harry también lo hizo, por primera vez en semanas. Estaba sorprendentemente azul, los rayos de sol atravesando las blancas nubes, un clima que no solía verse tan a menudo en Inglaterra.
Harry suspiró y también se dejó caer, estirando las piernas frente a él. No podía creer que estuviera sentado en el medio de una cancha de Quidditch junto a Malfoy. Aunque ambos estaban a varios metros de distancia, ¿realmente se podía considerar que estaban sentados juntos? ¿O simplemente estaban existiendo en el mismo espacio?
—¿Te hizo sentir mejor? —preguntó Malfoy después de un par de minutos, rompiendo el silencio.
—¿El qué? —rio Harry con amargura—. ¿Lanzarte hechizos? ¿Que me ganes? ¿Matar a Voldemort? He hecho varias cosas en este último año, ¿sabes?
—Sí —dijo Malfoy en voz baja—. Estoy al tanto.
Se quedaron en silencio por un momento más antes de que Harry volviera hablar.
—¿Lanzarte hechizos? No, la verdad es que no. Si hubieras peleado en serio capaz que sí me hubiera hecho sentir mejor.
—A mí tampoco me hizo sentir mejor —añadió Malfoy en voz baja. Estaba rompiendo el césped que tenía frente a él, notó Harry. Se preguntó cuando es que Malfoy dejó de preocuparse por el estado de las ropas que llevaba puestas.
—Si es que acordamos una fecha para hacer esto una próxima vez, para que te prepares —comenzó Harry—. ¿Pelearías conmigo en serio?
—No —respondió Malfoy. Le echó un vistazo a Harry luego volvió a mirar el cielo. El sol le caía de una forma que hacía que su clara cabellera brillara, como si una vela estuviera prendida dentro de su cráneo—. Ya no quiero ser más ese tipo de persona. Ya he sido así por mucho tiempo.
Harry bufó y se puso de pie. Miró a Malfoy desde allí, enojado de que ni siquiera le devolviera la mirada.
—No hay nada como estar en el lado perdedor y tener a tus padres en prisión para que te enderezaras, ¿no? Lástima que fuiste demasiado débil como para ver la mierda que eras tú y tus padres hace un par de años. Podrías haber salvado una gran cantidad de vidas que sí eran buenas —dijo Harry, respirando agitadamente, su cabeza dando vueltas—. Realmente eres un bastardo egoísta, ¿sabes?
Finalmente, Malfoy volvió la cabeza para encontrarse con su mirada. Sus ojos grises estaban apagados y su rostro no mostraba emoción alguna.
—Lo sé —dijo Malfoy.
Harry se quedó allí, de pie, mirando a Malfoy por un largo rato, antes de invocar su bolsa de papel con la poción.
—Vete a la mierda, Malfoy —murmuró Harry, sintiendo como el mundo se disipaba al aparecerse.
—Nos vemos pronto, Potter —contestó Malfoy.
Harry arrojó su varita al suelo en cuanto se apareció en Grimmauld Place, haciéndola rodar por los tablones. Se quitó las Converse a patadas, con tanta fuerza que dejó una marca en la pared despintada del pasillo. Subió a trompicones la escalera y dejó la poción en el gabinete del baño, pero se detuvo al verse en el espejo. Sus ojos parecían salvajes y sus mejillas estaban sonrojadas, al igual que su cuello. Se veía familiar. Sólo en ese momento se dio cuenta de que había dejado de reconocerse en el espejo cada vez que se miraba en los últimos meses. Era como si hubiera estado viendo a un Doppelganger o a una versión suya que pertenecía a un recuerdo de un Pensador; pero este era él. Era como si hubiera vuelto a casa y se hubiera reencontrado con un viejo amigo.
Harry se sonrió a sí mismo en el espejo, sin importarle lo estúpido que se podía llegar a ver.
Se veía como él. Demonios, se sentía como él mismo después de tanto tiempo.
—Maldito estúpido cretino de Malfoy —murmuró Harry para sí mismo mirándose en el espejo, pero la sonrisa no se esfumó.
Aquella noche se cocinó, hizo un complicado estofado de carne escuchando música en la radio, mientras bailaba a solas en la cocina.
Chapter Text
El subidón de energía que obtuvo de pelear contra Malfoy no le duro tanto como esperaba que lo hiciera. Un par de días después, Harry volvió a sentir el cerebro nublado y su cuerpo se volvió a pegar al sofá. No había comido una comida decente desde la mañana siguiente después de ver a Malfoy, pero no tenía ganas de levantarse y cocinar otra vez.
Ginny lo encontró así, unos cuántos días más tarde, acostado en el sofá con la mirada fijada en la nada. El ruido de la red Flú lo sorprendió. Sonaba extraño en sus oídos, como si alguien hubiera abierto la ducha justo al lado de donde estaba.
—Por Merlín y Godric —murmuró Ginny, arrugando la cara—. Ron dijo que estabas mal, pero no pensé que sería así de mal.
—No estoy mal —murmuró Harry. Quería rodar los ojos, pero no tenía la motivación suficiente como para hacerlo.
—Estás acostado en una cama hecha de envolturas —dijo Ginny, cruzándose de brazos.
—No lo estoy.
—¿Qué demonios es lo que te pasa?
Harry cubrió su cabeza con la manta y gruñó. En ese momento se dio cuenta de que preferiría pelear con un Escreguto de Cola Explosiva con las manos desnudas que lidiar con Ginny Weasley.
—Merlín, ¿cuándo fue la última vez que te diste un baño? —preguntó, arrugando la cara de nuevo como si apestara, lo que era una completa exageración.
Harry se encogió de hombros, incapaz de recordar cuando es que exactamente se había bañado por última vez. Definitivamente se bañó el día que vio a Malfoy en el Callejón Knockturn, pero después de eso… No estaba seguro.
—Claro, bueno, ¿tal vez deberías ir a bañarte? —dijo Ginny, formulándolo más como pregunta que como sugerencia.
—Estoy bien así, gracias —murmuró Harry.
La manta fue arrancada de un tirón de su cuerpo y Harry soltó un chillido que, en otras circunstancias, probablemente habría hecho reír a Ginny.
—Voy a hacer té y tú te vas a sentar en la mesa a beberlo.
Ginny no espero ninguna respuesta; se dio media vuelta y se dirigió a zancadas hacia la cocina.
Por un momento Harry consideró ignorarla y quedarse exactamente como estaba, pero aquello, de alguna manera, se sentía vergonzoso. No quería imaginar cómo es que se vería fusionado con el sofá con Ginny gritándole para que se levantara. Patético.
Bostezó mientras se dirigía a la cocina, sintiendo un cansancio tan profundo que le llegaba hasta los huesos.
—No me puedes decir que estás cansado; parece como si hubieras dormido por dos semanas enteras —dijo Ginny colocando con fuerza una taza de té frente a Harry, frunciéndole el ceño—. En serio, ¿cuándo fue la última vez que saliste de la casa?
Harry se encogió de hombros y se dejó caer en el asiento.
—¿Crees que deberías ir a ver a un Sanador Mental?
La cabeza de Harry se levantó de inmediato al escuchar las palabras de Ginny, quien ahora estaba sentada justo en frente de él, mordiéndose el labio inferior, como si estuviera nerviosa por cuál sería su respuesta.
—No necesito ver a un Sanador Mental —dijo Harry lentamente—. Estoy bien. Y estaría mucho mejor si todos pudieran dejar de molestarme.
—¿Es eso lo que estoy haciendo ahora? —preguntó Ginny, inclinándose hacia atrás en su silla, como si eso le permitiera analizarlo mejor—. ¿Venir a ver si estás bien o no ahora es considerado “molestar” en el mundo de Harry Potter?
—Lo lamento —murmuró Harry, sintiéndose de repente realmente arrepentido.
Cree que eres un malagradecido, susurró la voz de Harry. Se merece algo mejor que esto. Algo mejor que tú.
—Está bien —murmuró Ginny, para luego suspirar—. En fin, mi entrenamiento está yendo bien con las Harpies. El equipo es genial, me han hecho sentir como si siempre hubiera sido parte de él.
Harry asintió, escuchándola a medias. La bolsita de té en su taza se hundió ligeramente, creando pequeñas olas sobre la superficie del líquido marrón.
—Deberíamos ir a volar algún día —dijo Ginny—. Podrías venir a ver alguna de mis prácticas con el equipo, estoy segura de que no les molestaría.
—Puede ser —respondió Harry, sin mucho interés—. No creo que me guste más el Quidditch.
—¿Qué no te gusta más el Quidditch? —exclamó Ginny, sorprendida
—Me parece tan… —comenzó Harry, haciendo un gesto vago con la mano a su alrededor—. Blah, ahora. Desde que salimos de Hogwarts.
—Un partido profesional es mucho más interesante que un partido escolar, y lo sabes —dijo Ginny, entrecerrando los ojos, como si estuviera nuevamente analizándolo. Harry odiaba eso—. Estoy segura que retomarías el interés si…
—¿Por qué no regresaste a Hogwarts? —interrumpió Harry—. Por tu séptimo año, me refiero. ¿Por qué no regresaste?
Ginny pareció sorprendida ante la pregunta y dejó su taza con un golpe seco sobre la mesa.
—¿Lo consideraste alguna vez? —presionó Harry.
—¿Por qué no regresé? —Ginny lo miró como si se hubiera vuelto loco. No era muy diferente a como Malfoy lo había mirado el otro día, cuando Harry propuso la idea de que le rompiera la nariz otra vez. Eso por lo menos había sido emocionante, esta conversación con Ginny no hacía más que drenarle la energía—. ¿Qué porqué no regresé? ¿Dejando de lado el hecho de que mi hermano murió allí?
Harry hizo una mueca y retrocedió como si hubiera sido abofeteado.
¿Qué tan patético puedes ser? Preguntó su voz. Ni siquiera puedes recordar que el hermano de tu novia y tu mejor amigo murió hace medio año. ¿Acaso te importa siquiera?
Harry sintió su pecho tensarse, su respiración se volvió laboriosa. Era como si tuviera algo atorado en la garganta que impedía que el aire transitara con facilidad.
—No le vi sentido —continuó Ginny, sus manos temblando ligeramente—. La preparación para los E.X.T.A.S.I.S fue inexistente el último año, así que había mucho en que ponerse al día. Todo innecesario considerando el hecho de que de todas formas no necesitaba los resultados. Por suerte para mí, a los equipos profesionales de Quidditch no les importa si sacaste un Excede las Expectativas en tu examen de Herbología o no.
Ginny sonrió, pero su sonrisa no llegó a sus ojos.
Harry se aferró al asiento de la silla en la que estaba sentado, en un intento de mantenerse en la realidad. Su pecho no estaba tensándose más, pero ciertamente no se estaba relajando tampoco.
¿La estás escuchando, aunque sea? ¿Realmente te importa tan poco?
—Además, necesitaba salir adelante —continuó Ginny, haciendo rebotar el papel de su bolsita de té contra un lado de su taza—. Estuvimos en Hogwarts muchos años… He pasado más que suficiente allí, lo último que necesitaba después de todo lo que pasó era regresar. Y, Harry, la guerra ya terminó. Por fin, finalmente, terminó.
Su sonrisa llegó hasta sus ojos entonces, aunque parecía que estuviera viendo más allá de Harry.
—Es momento de que sigamos adelante, todos nosotros. Por fin podemos vivir nuestras vidas. Nuestras verdaderas vidas, en vez de vivir escondiéndonos de ese psicópata.
Harry sintió que sus ojos se empezaron a nublar.
—¿Salir adelante con qué? —se esforzó en decir con dificultad.
—¿A qué te refieres? —dijo Ginny, confundida.
—¿Qué se supone que hay para hacer ahora? —preguntó Harry. Se sentía aterrorizado, como un animal acorralado. Su respiración no se había regulado, aún era rápida y superficial, el esfuerzo haciendo que su pecho le doliera.
—Todo —respondió Ginny, sus hombros tensos mientras lo observaba, como si fuera un resorte comprimido, listo para saltar—. Quiero hacer todo lo que sé que puedo hacer ahora. Siento que mi vida por fin ha comenzado.
—La mía no —murmuró Harry, sobresaltándose al percatar como sus uñas se habían clavado en la madera de la silla, presionando y, sin duda, dejando marcas en ella. No había notado cuando sus dedos empezaron a apretarla, pero ahora que estaba consciente de ello, le empezaron a doler.
—Claro que sí —dijo Ginny.
Está tratando de tranquilizarte. Cree que eres débil.
—Bueno, bien por ti. La mía no se siente como si estuviera empezando; se siente como si ya hubiera terminado —dijo Harry, exhalando con fuerza, su pecho finalmente relajándose. Por fin lo pudo decir. Se sentía monumental, como si el enorme peso que llevaba en su pecho hubiera sido arrojado a la mesa.
Ginny lo observó por un momento, inmóvil.
—No tengo idea de cómo responder a eso —dijo después.
Harry se encogió de hombros, agarrando finalmente su té para darle un sorbo. El líquido estaba tibio, pero sintió todo el recorrido hacia su estómago al tragar.
—No digas nada —dijo tras una pausa—. Y tampoco esperes que yo lo haga.
—De acuerdo —dijo Ginny en voz baja.
Se quedaron sentados en silencio por un par de minutos. Harry bebiendo su té con rapidez, la primera cosa caliente que había consumido en días.
—Vayamos a volar —dijo Ginny poniéndose de pie, arrancándole la taza vacía de las manos.
—No quiero.
—No me importa un carajo lo que quieras hacer ahora —murmuró Ginny, mandando las tazas hacia el fregadero. Su varita cortando el aire como un cuchillo cuando conjuró un hechizo para limpiarlas—. Vamos a ir. Te desmayaré y pondré en la red Flú de ser necesario.
Harry refunfuñó para sí mismo mientras se ponía las zapatillas e invocaba un suéter con un Accio, pero obedeció. La verdad es que se sentía bien hacer lo que otra persona quería. Odiaba que le dijeran que tenía que hacer, pero en ese preciso momento odiaba aún más no saber qué hacer.
—¿A dónde vamos? —preguntó Harry, tironeando del suéter para ponérselo.
—Por las mañanas suele haber sólo un par de personas en la cancha de las Harpies —contestó Ginny, atrayendo la escoba de Harry de algún lugar del segundo piso y sujetándola debajo de su brazo.
Harry no quería ir a la cancha de las Harpies. Que otras personas lo vieran y atosigaran ya era malo, pero tener un recordatorio constante de toda la vida que Ginny ahora tenía, de la cual él no era parte, era peor. Que su cerebro le recordara una y otra vez que esa nueva vida no le interesaba era lo peor de todo. Sabía que le debía de importar, pero simplemente no podía obligarse a hacerlo.
—Allí no —dijo Harry, enderezando su postura—. Nos llevaré a otra cancha.
Le ofreció el brazo a Ginny, quien lo agarro sin cuestionar. Apareció con ella en la cancha pública a la que había ido con Malfoy, esperando encontrarla vacía como aquel día. Tuvo suerte; la única presencia en la cancha era la de unas cuantas aves sentadas en uno de los aros.
—¿Dónde se supone que estamos? —preguntó Ginny, dejando la escoba de Harry en el césped.
—En Wiltshire, creo —respondió. La mansión de los Malfoy estaba en Wiltshire, ¿no era así? Todo lo que sabía era que la cancha estaba cerca de la casa de Malfoy.
—¿Qué has estado haciendo por Wiltshire? —preguntó Ginny, sacando su escoba de uno de sus bolsillos y agrandándola con un hechizo.
—Nada importante —contestó Harry. Era la verdad, claramente. Beber alcohol y tener un duelo fallido con Malfoy era algo difícil de catalogar como importante, pero de alguna manera sintió que realmente lo era.
Ginny bufó con sorna, se subió a su escoba y salió disparada hacia el cielo. Después de unos segundos, Harry la siguió. Tuvo que reajustar su posición al sentarse, aún no acostumbrado estar sobre una escoba de nuevo.
—¿Un partido de buscadores? —preguntó Ginny, sosteniendo una Snitch en la mano, la cual brillaba intensamente bajo la luz del sol.
Harry asintió, volando más cerca de ella. Miró hacia abajo y vio la cancha muy pero muy debajo de él. Su estómago dio un vuelco ansioso, haciéndolo soltar una carcajada. Podía manejar la ansiedad; al menos eso era algo.
—Ve —indicó Ginny, soltando la Snitch. Esta pasó volando por detrás de su cabeza y se dirigió hacia las gradas. Harry aceleró tras ella, dejando atrás a Ginny justo cuando empezó a girar.
Volaron de esa manera por un rato, la Snitch siempre fuera del alcance de los dos. Ginny se estaba conteniendo, notó Harry. Cuando jugaban partidos amistosos con los Weasley ella solía presionar y empujar para ir detrás de la Snitch, poniendo su escoba en frente de su oponente sólo para fastidiar. Esta vez parecía estar evitando interponerse en el camino de Harry.
Cree que no serás capaz de soportar si te llega a ganar. Cree que te enojarás por completo.
—Cállate —murmuró Harry en voz alta. Nunca había sido un mal perdedor, y tampoco era como si Ginny no le hubiera ganado antes en otros partidos amistosos. Obligó a que sus pensamientos se callaran, forzándolos a volver al lugar más recóndito de su cerebro para poder concentrarse.
—¡Cuidado! —gritó Ginny desde algún lugar cercano a su hombro derecho.
Harry jadeó, volando hacia arriba con rapidez, la punta de su escoba había estado a centímetros de chocar con una de las gradas. Soltó una carcajada y lanzó un brazo en el aire.
—¡Ten cuidado! —gritó Ginny—. No sé que tan lejos está el Sanador más cercano.
Harry la ignoró, dando una vuelta sobre sí mismo y lanzándose en picada en un movimiento espiral. Escuchó a Ginny gritar su nombre de nuevo, pero no le importó. Observó como el suelo estaba cada vez más cerca de él, el verde del césped nublando los bordes de su visión por completo mientras caía y caía. Y justo antes de estrellarse, levantó su escoba hacia arriba, la punta de sus zapatillas rozando sobre el suelo.
—¡Harry!
Sólo entonces se detuvo, bajó de su escoba y se dejó caer de espaldas en el césped, jadeando. Una sonrisa enorme extendiéndose en su rostro.
—¡Harry, estúpido idiota! —gritó Ginny, aterrizando a su lado y bajándose de su escoba a toda prisa—. ¡¿En qué demonios estabas pensando, por Merlín?! ¡Casi te matas!
—No es verdad —replicó Harry. El césped se sentía suave debajo de sus palmas, notó. Recorrió sus manos de un lado a otro sobre el suelo, sintiendo cada brote de hierba.
—¡Sí lo es! —gritó Ginny, de pie junto a él, su rostro furioso. Tenía la Snitch en la mano, sus delicadas alas aleteando con suavidad.
—Lo tenía todo bajo control.
—No se puede tener control a esa velocidad —replicó Ginny, guardando la Snitch—. Mira, no hagas eso de nuevo, ¿sí? No si no hay un Sanador presente.
Se veía completamente exhausta de repente. El cuerpo de Harry parecía estar en la misma situación.
—Bueno —contestó Harry. Levantó una mano y se tocó el rostro, notando que la sonrisa aún estaba allí. Soltó otra carcajada, sus orejas sonrojándose. No se había sentido así de vivo desde antes de la guerra. Ni siquiera el duelo que tuvo con Malfoy se acercaba a esta sensación. Podía volverse adicto a esto, pensó.
—Vamos, regresemos. Tengo que ir a entrenar —dijo Ginny, estirándose para agarrarlo de los antebrazos y levantarlo de un tirón—. No pienso dejarte solo aquí.
Harry quiso protestar, pero Ginny mantuvo su agarre en un antebrazo, apareciéndolos antes de que pudiera abrir la boca para decir algo.
***
Apenas dejó pasar un día antes de volver a ir a volar. Esta vez, solo.
La cancha pública estaba nuevamente vacía cuando Harry apareció en ella. Los rayos de sol apenas traspasaban las nubes, a diferencia de las dos últimas veces que Harry había estado allí. Miró a su alrededor, prestando atención a cualquier movimiento que diera indicio de otro mago, animal, o el mismísimo Merlín, pero no había nada más que silencio. Era como si Harry estuviera en un mundo que sólo le pertenecía a él. Había medio esperado que Malfoy saliera de las gradas y se burlara de que la cancha no era pública, sino que estaba dentro de los terrenos de los Malfoy y que él, definitivamente, no era bienvenido; pero nada de eso sucedió. Además, Harry dudaba a Malfoy capaz de resistirse a conjurar las banderolas blancas en verde Slytherin si es que realmente fuera dueño de la cancha.
Dejó que su bolso deportivo cayera en el césped, agachándose para abrirlo y sacar su Saeta de Fuego. A pesar de que la madera tenía golpes y estaba descolorida en ciertos lugares, aún seguía siendo reconfortante y familiar. La presión del mango de la madera contra la palma de su mano era exactamente la misma sensación que había experimentado la primera vez que sacó a la escoba del empaque, cuando atrapó su primera Snitch y cuando ganó la Copa de las Casas. Volar era algo bueno. Harry necesitaba volar; lo llevaba en la sangre.
Su mente estaba libre de cualquier pensamiento cuando montó sobre su escoba y dio una patada para elevarse al cielo. No se tomó la molestia de liberar una Snitch; no era por eso que estaba aquí de todos modos. El viento azotó el cabello de Harry, despeinándolo más y más con cada pirueta que hacía. Se dio la vuelta sobre sí mismo, trazó giros cerrados, hizo volteretas y entró y salió de los aros, jadeando y gritando mientras lo hacía. Podía sentir el esfuerzo sobre sus músculos, sus dedos ardiendo por el esfuerzo de aferrarse con fuerza sobre la escoba.
El aliento se le atoró en la garganta cuando su mano izquierda se deslizó de su agarre en plena voltereta, había sudor en la palma de su mano y en su rostro. Rio como un loco cuando logró completar la voltereta con una sola mano, disminuyendo la velocidad y sacudiendo ambas manos al final. Sus dedos estaban comenzando a entumecerse, quedándose doblados incluso cuando intentó enderezarlos.
—Una más —murmuró Harry para sí mismo, obligando a que sus dedos entumecidos agarraran el mango de su escoba otra vez. Giró la escoba para enfrentar el otro lado de la cancha y se lanzó en picada, precipitándose hacia el suelo. Forzó a que su escoba diera vueltas en espiral otra vez, todo a su alrededor volviéndose borroso como si estuviera dentro de un tornado. Tiró de su escoba con fuerza hacia arriba cuando su borrosa visión comenzó a volverse completamente verde, intentando salir del giro. Al principio lo logró, el mango de su escoba subió y salió de la peor parte del peligro, de toda el impulso y velocidad adquirida, pero sus dedos se soltaron abruptamente del mango, haciendo que ambas manos dejaran de sujetar la madera.
Creyó haber maldecido en voz baja, pero no pudo escuchar su propia voz a través del zumbido que sentía en sus oídos cuando sus piernas se deslizaron de su escoba. Salió despedido hacia un costado, su escoba dirigiéndose hacia el césped a un par de metros de distancia.
Una gran presión golpeó su pecho y torso, haciéndolo expulsar todo el aire de sus pulmones. Jadeó, el sonido ahora resonando con fuerza en sus oídos. No muy lejos de él se escuchó que algo se estrellaba, sin duda alguna su escoba acababa de aterrizar sobre el suave césped de la cancha.
De inmediato se dio cuenta de que, al parecer, el crujido de su escoba probablemente partiéndose en mil pedazos no era el único sonido desagradable que se forzó a entrar en sus oídos.
—Potter, eres un tremendo y maldito imbécil.
El encantamiento de levitación que tenía encima se terminó de golpe y Harry cayó los últimos centímetros que lo separaban del suelo con un suave jadeo. Estiró las piernas y movió los dedos de sus pies. Al parecer todo estaba en orden, no tenía nada roto.
—Te juro por Merlín…
Malfoy estaba de repente por encima de él, su cabeza bloqueando su vista de las nubes. Su cabello rubio estaba hecho un desastre, los mechones usualmente peinados cayendo sobre su frente y orejas. Se veía extremadamente furioso, lo que sólo logró que Harry esbozara una sonrisa.
—No me pongas esa maldita cara de felicidad, Potter. ¡Casi te matas, ¿acaso no te diste cuenta?!
—Pero no me morí —respondió Harry, frotando las palmas de sus manos sobre el césped, la adrenalina aun recorriéndolo.
—¿Tienes alguna puta idea de lo que… —empezó Malfoy, pero se quedó en silencio, pasando una mano por su cabello. Hizo un sonido extraño como si estuviera gritando con la boca cerrada.
—¿De qué tan alto me caí? —preguntó Harry, sentándose para crujir su cuello y hombros. Aun no parecía tener nada roto.
—Como de quince metros, como mínimo —respondió Malfoy—. Capaz treinta. Quien mierda sabe.
Malfoy tenía los ojos cerrados con fuerza y los puños apretados. Estaba tan cerca de Harry que este pudo observar lo blancos que se pusieron sus nudillos, la piel tensándose sobre sus huesos.
—Debo haber disminuido la velocidad antes de caer —dijo Harry mirando a su alrededor, preguntándose que tan lejos había caído su escoba.
—No fue así —contestó Malfoy, abriendo los ojos para fulminarlo con la mirada.
—Bueno, claramente sí, por que no siento nada roto —replicó Harry señalándose así mismo, mientras sacaba su varita. Se había roto suficientes huesos a lo largo de los años como para saber bien cómo es que se sentía.
—Eso es porque detuve tu caída, tremendo retrasado que eres —espetó Malfoy, sacando su varita y agitándola con brusquedad, como si estuviera cortando el aire. La escoba de Harry voló hacia ellos. Por lo menos aún estaba entera, aunque la madera se había retorcido en varios lugares.
—No te pedí que lo hicieras —replicó Harry, arrebatándole su escoba. Frunció el ceño y lo miró mal cuando Malfoy realizó un hechizo para repararla, la madera acomodándose de inmediato.
—Oh, claro, imagínate lo bueno que eso sería para mí —murmuró Malfoy, volviendo a guardar su varita dentro de su manga—. Salgo a volar por la tarde y el maldito Harry Potter justo termina muriéndose estrellado contra el suelo.
—No te pedí que me ayudaras —repitió Harry, poniéndose de pie para encarar a Malfoy—. Y no quiero tu ayuda.
—No me voy a disculpar por haberte salvado la vida, eres un tarado si eso es lo que esperas de mí —replicó Malfoy, dándose la vuelta. Harry no estaba seguro de si estaba planeando irse o montar la escoba que estaba tirada a unos metros sobre el césped.
—No te debo nada —dijo Harry, siguiéndolo.
—Y tampoco quieres nada de mí, eso ya lo dejaste bastante claro.
Malfoy levantó su escoba. Estaba vestido completamente en ropa de Quidditch, notó Harry. Lo observó montar su escoba y alzar vuelo por encima de él, sólo a unos metros de distancia.
—¿Un partido de buscadores? —preguntó Harry, entrecerrando los ojos para mirarlo. La verdad es que era un misterio cómo es que sus lentes no habían salido volando durante la caída.
—Vete a casa, Potter —respondió Malfoy. Se veía cansado. Su rostro ensombrecido a pesar de estar iluminado por la luz del sol a media tarde—. Ve a abrazar a Granger. O mejor aún, a tu novia.
—Vete a la mierda —murmuró Harry, frunciendo más el ceño. La adrenalina estaba comenzando a salir de su cuerpo mientras permanecía allí, parado; su corazón calmándose, las palmas de su mano volviéndose menos sudorosas. En su lugar, sólo quedó cansancio.
—Vete a casa —repitió Malfoy. Voló más alto, pero mantuvo la mitad de su rostro fijo en Harry, controlándolo.
Harry tuvo que forzarse a no lanzarle alguna maldición. ¿En qué maldito momento Malfoy obtuvo el derecho de decirle a Harry que hacer? Como si Malfoy fuera el bastión de las buenas decisiones. Capaz que lo era en su propia cabeza, seguro. Pero no en el mundo real.
—¡Anda a hacerte coger! —gritó Harry a la pequeña figura de Malfoy que volaba por encima de la cancha. Su insulto salió sin intención, pero aun así se sintió bien decirlo.
—¡Lo mismo para ti! —gritó Malfoy, pero su voz no sonaba enojada.
Harry caminó en zancadas sobre la cancha para agarrar su bolso deportivo de donde lo había dejado. Miró un par de segundos a Malfoy antes de aparecerse. Malfoy no se movió de donde estaba, flotando en silencio sobre el aire, observando a Harry hasta que se fue.
***
Harry no esperaba la llamada por red Flú que obtuvo a la mañana siguiente, pero tampoco se sorprendió al recibirla. La cabeza de Ron se asomó por la chimenea, sus ojos mirando alrededor de la sala de estar antes de fijarlos sobre Harry.
—¡Ey! —exclamó Ron, frunciendo los labios para soltar un silbido.
Harry continuó observándolo en silencio. Había escuchado a la chimenea encenderse por la llamada, pero no tenía ganas de levantarse y arrodillarse frente a ella.
—Harry —llamó Ron, con algo en su tono de voz Harry sintió que parecía fastidio, pero también lástima. Si había algo que iba a hacerlo levantar del sofá era evitar que su mejor amigo sintiera lástima por él.
—Sí, ya voy —murmuró Harry, rodando fuera del sofá para acercarse a la chimenea.
—Tenemos pastel de carne y papas para cenar —dijo Ron, asintiendo con la cabeza—. Hermione hizo suficiente como para guardarte un poco, pero creo que es mejor recién salido del horno. ¿Quieres venir a comer?
—No, gracias —respondió Harry, encogiéndose de hombros—. Tengo cosas que hacer.
—¿Qué cosas? —cuestionó Ron, su mirada intensificándose, sus ojos clavándose hasta en lo más profundo de su alma.
Harry se tensó, incómodo. Nunca había sido bueno mintiendo, y el tiempo que había pasado alejándose de las personas no había mejorado su habilidad en nada.
—Uh…
—Claro. Hazte a un lado, voy a pasar —dijo Ron antes de que su rosto desapareciera de la chimenea.
—Espera, no…
Hary fue empujado bruscamente hacia un lado cuando Ron forzó su cuerpo a través de la chimenea, terminando casi encima de él en el suelo.
—Te lo advertí —dijo Ron, algo avergonzado, acomodando su cuerpo lejos del de Harry.
—Sí, gracias por eso —murmuró Harry, rodando hacia un costado.
—Entonces… —empezó Ron, mirando alrededor de la sala de estar—. ¿Vas a tener una gran fiesta esta noche?
Harry se encogió de hombros. ¿Qué podía decirle a Ron para sacárselo de encima?
—Voy a encontrarme con… —Harry miró a su alrededor. ¿A quién no le iría a cuestionar Ron si es verdad o no? Casi estuvo a punto de decir el nombre de Neville, pero eso sería muy fácil de verificar. Todos sus amigos de Gryffindor lo serían, en realidad. Sus ojos finalmente se fijaron en su escoba, la cual estaba apoyada contra una pared del pasillo, visible a través de la puerta de la sala de estar. Se veía como nueva, y Harry no pudo evitar sentir un ligero enojo de que el hechizo de reparación de Malfoy fuera mejor que el suyo—. Malfoy. Voy a encontrarme con Malfoy.
Harry asintió para sí mismo.
—Hmm…
Harry levantó la mirada y vio los ojos de Ron estudiándolo. Se estremeció ante su mirada, sintiéndose de alguna manera atrapado.
—Que chistoso que lo menciones —dijo Ron, apoyándose contra la repisa de la chimenea—. Porque justamente ayer Hermione recibió una carta a la tarde muy interesante y preocupante de esa misma persona.
—Espera. ¿Qué? —dijo Harry, dejando de sentirse incómodo de golpe. Podía sentir como sus latidos se aceleraban, la sangre palpitando con tanta fuerza en sus oídos que le sorprendía que Ron no dijera nada al respecto.
—Malfoy le escribió que te había visto volar ayer. Estaba un poco preocupado. Le pidió a Hermione que te revisara por si tenías algún daño.
—¿Malfoy estaba preocupado? —rio Harry ante lo ridículo que eso sonaba—. ¿Estás escuchando lo que dices?
—Créeme, amigo, yo también estuve tan sorprendido como tú al principio —respondió Ron, su tono de voz no tenía el mismo humor que el de Harry. A decir verdad, Harry no podía recordar cuando fue la última vez que escuchó a Ron hablar con tanta seriedad.
—¡Es Malfoy! —exclamó Harry, abriendo enormemente los ojos—. ¡Es obvio que está inventando cualquier mierda para causar problemas como siempre!
—Mira, la verdad es que no creo que sea así —dijo Ron, sentándose pesadamente contra uno de los sillones cercanos, dejando caer su cabeza entre sus manos. Era el mismo sillón en el que Ginny se había sentado hace unas semanas. Ron se veía tanto como su hermana en ese momento que Harry se estremeció al sentir algo. Era la primera vez en semanas que sentía algo que no estuviera relacionado con pura adrenalina.
—Mira, siento mucho que Hermione se haya preocupado…
—¿En verdad lo sientes? —replicó Ron con enojo, sus ojos desorbitados cuando fijo la mirada en Harry—. Amigo, no sabemos qué hacer.
—No necesitan hacer nada. Estoy bien —insistió Harry, intentando esbozar una sonrisa que esperaba que se viera genuina. Sus manos empezaron a temblar, así que las guardó en los bolsillos de la sudadera que llevaba puesta.
—Prométeme que no volverás a ir a volar de esa manera solo —dijo Ron, poniéndose de pie y acercándose hacia Harry para abrazarlo.
Harry asintió, pero no fue sincero. Ahora que finalmente había encontrado algo que lo hacía sentir una persona completa, no iba a abandonarlo. No era justo que le pidiera eso, mandarlo nuevamente a hundirse en el agujero oscuro de Grimmauld Place cuando podía estar en el aire, surcando las nubes. No era nada justo.
—Gracias —dijo Ron, palmeando la espalda de Harry.
—No hay de qué —contestó Harry, esbozando otra débil sonrisa.
***
—Carajo, no puedo creer que me hayas delatado con Hermione.
Era lunes, Harry había estado furioso en Grimmauld Place todo el fin de semana, obligándose a no buscar a Malfoy para decirle, en términos no amistosos, que se fuera a la mierda. Si hubiera estado sintiéndose mejor con todo este asunto, probablemente le habría parecido hasta divertido que el pensar en darle a Malfoy su merecido lo había mantenido con la suficiente energía durante el fin de semana para poder cocinar, limpiar y caminar por el vecindario. No tenía idea si eso era algo negativo o positivo.
Harry pateó uno de los taburetes de el Wyvern Blanco lejos de la barra y se dejó caer en él.
No se lo admitiría nunca a nadie, pero se apareció en el Callejón Knockturn específicamente para ver a Malfoy. Bueno, para gritarle a Malfoy. Esta vez no se tomó la molestia de comprar o tomar algo, mandando la farsa al carajo.
—Hola para ti también —murmuró Malfoy sin volverse a mirar a Harry.
—Ósea… ¿Qué tipo de mierda nivel de Hogwarts es esa? ¿Delatarme? —insistió Harry, pateando el taburete en el que Malfoy estaba sentado. Logró moverlo un par de centímetros, haciendo que Malfoy se sobresaltara y sostuviera el borde de la barra con sus largos dedos.
—¿Te importaría no hacer eso? —respondió Malfoy, volviéndose para ver a Harry, una expresión incrédula en su rostro—. Merlín, ¿siempre sueles acosar a las personas así? ¿Es esta tu versión de una conversación adecuada? ¿Acaso fuiste criado en una granja?
—No me importa ser “adecuado” contigo —replicó Harry, inclinándose cerca de Malfoy con el ceño fruncido—. Y tu glamour sigue viéndose como la mierda, por si acaso.
Malfoy agitó su varita, quitándose el glamour.
—Eres jodidamente demandante, ¿sabías?
—¿Por qué te molestas siquiera en ponértelo? —preguntó Harry. El tabernero le hizo un gesto con un vaso y Harry asintió.
—Ayuda con la gente que se queda viéndome —respondió Malfoy, colocando un par de Knuts sobre el mostrador cuando un vaso lleno de aguamiel fue colocado en frente de Harry.
—Nadie se queda viéndote aquí —siseó Harry, intentando hacer a un lado el dinero de Malfoy y fallando en el proceso—. No quiero que me compres un trago.
—Considéralo un gesto por haberte delatado con Granger.
—¿Entonces lo admites? —preguntó Harry, levantando las cejas—. ¿Realmente fuiste tú quien me delató con Hermione sobre cómo volé?
—Bueno, no había nadie más allí, ¿no? —dijo Malfoy, bufando con sorna—. El ratón que estaba en los vestuarios ciertamente no iba a poder hacerlo.
—¿Por qué te importa? —insistió Harry, ahora exasperado—. ¿No te puedes ocupar sólo de tus malditos asuntos?
—No —respondió Malfoy, volviéndose a verlo. Sus ojos estaban ligeramente rojos, notó Harry, aunque la verdad es que no le interesaba saber el porqué.
—¿Por qué no? —replicó Harry, lanzando las manos al aire y dejándolas caer sobre la barra, con un ruido sordo que hizo que Malfoy se estremeciera.
—A veces… me siento responsable —respondió Malfoy con una mueca, como si las palabras le causaran dolor pronunciarlas.
—Bueno, tienes mi permiso para no sentirte así —dijo Harry, riendo con amargura—. Todos están encima de mí todo el tiempo, no necesito que tú también seas otro más.
—Entonces no me des motivos —contestó Malfoy, mirando su cerveza.
Harry murmuró un insulto en voz baja, sintiéndose más enojado aún cuando vio que un lado de los labios de Malfoy se elevaba, como si eso lo divirtiera.
—¿Qué es lo que haces tú con tu tiempo, de todas formas? —cuestionó Harry, desesperado por alejar la conversación de la mierda que Malfoy estaba insinuando con su comentario de “sentirse responsable”. Apoyó un codo en el mostrador y giró su cuerpo completamente hacia Malfoy—. ¿Cuándo no estas embriagándote solo o acosándome?
Malfoy rio con sorna.
—Creo que ya dejamos claro el hecho de que, entre nosotros dos, tú eres el más propenso a acosar.
—Responde la pregunta.
—¿Por qué? —replicó Malfoy, negando con la cabeza—. Ni siquiera te importa, ¿por qué debería tomarme la molestia de responderte?
—Si es que tú te metes en mis asuntos, yo puedo meterme en los tuyos. Es lo justo.
—No me parece que sea una situación de “ojo por ojo” —contestó Malfoy—. Te salvé la vida, ¿sabes?
—Deja de mencionar eso. No te debo nada —replicó Harry mirándolo fijamente, desafiando a que Malfoy dijera algo en contra de eso. Puede que terminara lanzándole alguna maldición si es que lo hacía.
—Nunca dije que lo hicieras —dijo Malfoy, golpeteando sus largos dedos sobre la superficie de su vaso de cerveza—. No sé. Leer, más que nada. No puedo estar mucho tiempo en otro lugar. El glamour sólo dura cierto tiempo, y la mayoría de tiendas tienen encantamientos que los eliminan ni bien entras en ellas. Así que la mayor parte del tiempo estoy en casa.
Se oía tan patético en aquel momento que Harry casi sonríe ante su desgracia. Era un cretino, después de todo. Si alguien merecía, al menos, una vida mediocre, ese era Malfoy. No una vida completamente miserable, pero sí una mediocre, por lo menos.
—¿Qué es lo que tú haces? ¿Además de volar imprudentemente y gritarle a pobres brujas en la calle? —preguntó Malfoy, sus ojos brillándole con diversión.
Harry gruñó y se pasó una mano por la cara.
—Déjame decirte que esas historias sobre mí en Corazón de Bruja son muy exageradas.
—No estoy muy seguro sobre esa, Potter. Estuve allí y vi como sucedió, ¿recuerdas?
—Si fueras portada de noticia cada vez que te comportas como un cretino el mundo mágico nunca dejaría de ver tu cara —replicó Harry—. Ni un glamour podría ser suficiente para esconderte en toda Europa.
—Déjame decirte, Potter, que no me han llamado cretino tanto desde quinto año —dijo Malfoy inclinándose hacia atrás en su taburete, sonriendo como si recordara algo con cariño. Harry no podía imaginarse que parte de ese año Malfoy podría recordar con nostalgia. Umbridge se había comportado como una hija de puta con todo el mundo, fueran Slytherin o no, según lo que Harry recordaba—. Me hace sentir casi como un humano de nuevo —Malfoy recorrió con su mirada a Harry y se detuvo en su rostro—. Hablando de eso, te ves mejor.
—¿Mejor que qué? —preguntó Harry, alzando una ceja—. ¿Mejor que en quinto año?
Malfoy bufó con sorna y negó con la cabeza.
—Sí, seguro, pero eso también es porque tu cabello se veía horrible ese año. No, me refería a hace un par de semanas.
El impacto de que Malfoy le recordara la mierda que era su vida actual fue tan instantáneo como si alguien hubiera bajado una persiana sobre sus ojos, protegiendo su mente de lo que lo rodeaba.
—Estoy bien —contestó Harry, casi robóticamente.
—Eso es… ¿bueno? —dijo Malfoy, para luego hacer una pausa. Harry no estaba seguro de si era porque estaba mintiendo, o porque no estaba acostumbrado a expresar una opinión positiva sobre algo que le pasara a Harry—. No me importa de todas formas. Sólo estoy diciendo que te ves mejor que antes.
Harry sintió que las persianas sobre su mente se levantaban apenas, como si quisiera echar un vistazo por debajo.
—Tal vez es porque pude venir a decirte que te comportas como un hijo de puta.
—Claro —dijo Malfoy encogiéndose de hombros—. Lo que sea que le sirva a nuestro Santo Salvador.
—Vete a la mierda —replicó Harry. Ahora su voz sonaba más intensa. Podía sentir como la persiana se levantaba más, dejando que luz entrara nuevamente en su mente ante la oportunidad de discutir con Malfoy—. ¿Y qué si es así?
—Espera, ¿no estabas bromeando? —contestó Malfoy, elevando cada vez más las cejas, sus labios esbozando una sonrisa burlona.
—Eso no es lo que dije… —trató Harry de explicar, pero Malfoy levantó una mano, interrumpiéndolo.
—Me estás diciendo que… sea verdad o no, lo que sea que te ayude a dormir mejor por las noches… ¿Ese enojo que tienes conmigo es literalmente lo que te saca de la cama por las mañanas? —preguntó Malfoy, pareciendo un Niffler que había encontrado la mayor pila de monedas de todo el mundo mágico.
—No.
Sí.
—No, eso es exactamente lo que estás diciendo —dijo Malfoy riendo, su risa resonando en la silenciosa taberna, recordándole al sonido de copas vacías tintineando, agudo, inesperado y un poco molesto.
—Bueno, suena peor de lo que es si lo dices de esa manera —admitió Harry rodando sus ojos cuando vio a Malfoy reír de nuevo, claramente divertido.
—Potter, no sé si sentirme halagado o aterrado —dijo Malfoy, con una sonrisa lo suficientemente enorme como para devorarlo, tanto que Harry pensó por un momento que lo haría—. Pero, bueno, esa es generalmente la pregunta que surge cuando uno nota cómo te comportas conmigo.
—Por Merlín y Godric, sí que sabes cómo halagarte a ti mismo —dijo Harry con sorna. Le dio un largo trago a su aguamiel, ignorando por completo la mirada de Malfoy sobre él—. En serio, lo tuyo es un talento.
—Uno debe aprender a halagarse de vez en cuando. Aunque, por supuesto, alguien que tiene a la mitad de la población mágica de Inglaterra arrojándose a sus pies puede que no considere necesario desarrollar una habilidad como esta.
—¿Y qué habilidad es esa? —preguntó Harry, acercándose más a Malfoy sin dejar de mirarlo a los ojos.
Los ojos de Malfoy se suavizaron un poco y su sonrisa sarcástica se convirtió en algo más genuino.
—Autoestima —respondió Malfoy.
Harry sintió como si alguien le hubiera tirado un balde de agua helada justo ahí mismo, en plena taberna. Juró poder sentir cómo su cuerpo aumentaba la temperatura a través de sus venas, comenzando en su estómago e irradiándose hacia sus brazos y piernas, pulsando por debajo de su piel. Su lengua se sentía pesada en su boca cuando desvió la mirada de los ojos de Malfoy y se tomó el resto de su aguamiel de un solo trago a pesar de sentir que la garganta se le cerraba. Al terminarlo dejó caer el vaso vacío con menos firmeza de la que pretendía.
—Potter… —dijo Malfoy, extendiendo el brazo, como si estuviera a punto de forzarlo con la mano sobre el hombro para que se quedara sentado.
Harry retrocedió y se puso de pie con rapidez.
—Ocúpate de tus asuntos, Malfoy —murmuró, volviéndose hacia al fondo de la taberna, donde estaba la descuidada chimenea de red Flú. No creía tener la mente lo suficientemente clara como para aparecerse en Grimmauld Place sin arruinar los hechizos protectores de la casa en el proceso.
—Potter, espera —dijo Malfoy, esta vez sí logrando colocar una mano sobre él, su palma descansó sobre el antebrazo de Harry en la misma posición que él había adoptado cuando se aparecieron en la cancha pública de Quidditch. Harry fijó la mirada en su mano, debatiéndose si debería sacársela de encima o no—. Lo… siento —murmuró en voz baja—. No quise… No lo sabía. Bueno, tal vez sí.
—Tengo autoestima, Malfoy —espetó Harry, no importándole si era mentira o verdad, y fulminó con la mirada a la mano que sostenía su antebrazo.
No lo tienes.
Malfoy dio un paso hacia atrás y colocó ambas manos en el aire, con las palmas frente a Harry, como si estuviera calmando a un animal salvaje. Harry sintió el impulso de golpearlo otra vez. Por un instante, casi se sintió agradecido con la familiaridad de esa sensación.
—Pruébalo —dijo Malfoy, con un desafío claro en su mirada.
—No tengo porqué probarte una mierda —replicó Harry, ofuscado, pero algo dentro de sí se retorció, queriendo aceptar el desafío como siempre lo había hecho cuando Malfoy se comportaba como un imbécil. Sacudió ese impulso fuera de su cabeza y se dirigió nuevamente hacia la red Flú.
—Iré a volar contigo —dijo Malfoy. Al parecer, por el sonido de sus botas contra los tablones del suelo, estaba siguiéndolo.
Harry se odiaba a sí mismo por querer aceptar la oferta sin siquiera haberla pensado.
—No necesito que continues haciéndome favores.
—No le diré a Granger, incluso si es que haces algo realmente estúpido. Bueno, salvo que termines en San Mungo o algo así —dijo Malfoy. Su voz sonaba como si estuviera cerca de suplicar, aunque Harry no tenía ni idea de por qué demonios le importaba tanto como para querer involucrarse de esta manera
Estuvo a punto de no preguntar el porqué, pero de cierta manera era reconfortante que alguien pareciera preocuparse en él de verdad. Por un momento, Ron parecía haberlo hecho, cuando irrumpió en Grimmauld Place, pero Harry sabía que él no era lo más importante en su mente. Nunca lo había sido… para nadie. Nadie había permitido que Harry ocupara por completo sus pensamientos. Y, por más egoísta que sonara, eso es lo que él quería. En ese preciso instante, Malfoy parecía lo suficientemente desesperado, por alguna extraña razón que escapaba a toda lógica, como para estar dispuesto a ofrecerle eso.
Harry se volvió hacia Malfoy, tomándose un tiempo en observarlo. Sus hombros estaban ligeramente elevados; su cuerpo completamente tenso, como si estuviera anticipando una pelea. Su cabello estaba mucho más revuelto que cuando había estado sentado en la barra, como si se lo hubiera tironeado a sí mismo.
—¿Por qué te importa tanto? —preguntó Harry, arqueando las cejas cuando Malfoy no respondió de inmediato.
—¿Acaso importa? —replicó Malfoy—. Capaz simplemente me gusta volar, ¿pensaste en eso?
—¿Qué, acaso no hay muchas personas con las que puedas volar? —preguntó Harry con sarcasmo. Después de todo, Malfoy había sido uno de los mejores jugadores del equipo de Slytherin; seguro que tenía a algún ex compañero dispuesto a jugar con él de vez en cuando.
—No. No las hay —contestó Malfoy, interrumpiendo el hilo de sus pensamientos—. ¿Entonces, qué? ¿Hacemos esto o no?
Malfoy le tendió la mano. El gesto le pareció tan simbólico que Harry no se sentía listo para reconocerlo ni aceptarlo, por lo que mantuvo la suya firmemente pegada a su costado.
—No traje mi escoba a la taberna —dijo Harry, apretando las manos contra los bolsillos de sus jeans, anclándolas a su cuerpo.
—Hay algunas para alquilar allí —respondió Malfoy, con la mano aún extendida.
—No necesito aparecerme contigo —murmuró Harry.
—Puede que yo sí —replicó Malfoy, sin mover la mano.
Harry bufó, exasperado, y finalmente estiró la suya, pero en lugar de estrechársela, rodeó la muñeca de Malfoy, tirando de él para aparecerlos. Su cabeza se sentía mucho más despejada ahora, pero no se había dado cuenta hasta que realizó la aparición conjunta. Por un instante, se preguntó si alguno de los dos terminaría despartido, antes de que la cancha se materializara en frente de ellos y Harry se percatara de que tenía todos sus miembros en su lugar. Malfoy no chilló ni nada por el estilo, por lo que asumió que tampoco le había pasado nada.
—Las escobas están por aquí —dijo Malfoy, cruzando la cancha. Sólo entonces Harry se dio cuenta de que llevaba puestos pantalones de vestir y un chaleco encima de una camisa.
—¿Cómo demonios vas a volar vestido así? —preguntó Harry, señalando su atuendo. Malfoy se detuvo frente a una enorme cabina de madera cercana a las gradas, y se fijó en la ropa que llevaba puesta. Parecía como si ni hubiera considerado que lo que llevaba puesto no era apropiado para volar.
Malfoy levantó la mirada hacia Harry, frunciendo los labios antes de morderse el inferior.
—¿Puedes duplicar lo que tienes puesto? —preguntó haciendo un gesto con la cabeza a la sudadera y jeans de Harry.
—Debes estar bromeando —dijo Harry, soltando una risa burlona mientras arqueaba las cejas—. ¿Tú? ¿En ropa muggle?
—No me disgusta tanto la ropa muggle como al parecer crees que sí —respondió Malfoy, realizando un Alohomora sobre la cabina. La cerradura hizo un clic al desbloquearse y la puerta se abrió hacia adentro—. Al fin y al cabo, ellos no son los que me maldicen cuando me ven por las calles.
—No vas a usar mi ropa —replicó Harry, siguiéndolo dentro de la cabina. Un aplique sobre la pared se iluminó ni bien entraron, iluminando unas cuantas hileras de escobas colgadas contra la pared.
—Sinceramente, Potter, estás exagerando —murmuró Malfoy. Sacó un par de monedas de su bolsillo y las levitó hacia una caja que había al lado de las escobas. Dos escobas se elevaron del soporte en la pared y flotaron hacia él. Malfoy las agarró en el aire—. Son duplicados, no es como si de verdad los hubieras usado antes.
Malfoy le echó un breve vistazo, apartando los ojos casi de inmediato.
—Aunque, la verdad, preferiría no saber dónde es que esas cosas han estado. Quién sabe en qué cuchitril te has metido usando eso.
Harry agarró la escoba que Malfoy le ofreció, y lo miró fijamente.
—Pero…
—¡Demonios! ¡¿Podrías simplemente duplicar tu puta ropa?! —estalló Malfoy, pasando a su lado y dándole un empujón con el hombro—. Salazar, nunca pensé que llegaría el día en el que casi tengo que pedir por ropa muggle.
Se detuvo en la entrada de la cabina, su espalda tensándose.
—No es como si alguna vez fuera a pedir algo, eso sería indigno. Menos a ti, de entre todas las personas. Por supuesto que no, eso jamás.
Harry bufó con sorna y lo siguió fuera de la cabina. Colocó la escoba que estaba sosteniendo en el suelo y sacó su varita para realizar el hechizo de duplicación sobre su sudadera y jeans. Era tedioso realizar ese tipo de magia con la ropa puesta, pero no había posibilidad ni manera de que Harry se fuera a sacar la ropa delante de Malfoy para realizar el hechizo. Al terminar, le ofreció a Malfoy la sudadera azul y los jeans, sorprendiéndose de lo suave que se sentía la tela encantada.
Malfoy agarró la ropa, colocó su escoba en el suelo al lado de la de Harry, y se dirigió a la cabina. Harry estuvo a punto de atorarse con su propia lengua cuando, después de un rato, Malfoy salió de la cabina vistiendo su ropa. Por más que Malfoy hubiera insistido antes que no lo era porque era un duplicado, definitivamente esa era su ropa. La sudadera azul de Harry contrastaba con el cabello claro y su complexión de una manera casi etérea. Malfoy estaba sosteniendo sus pantalones de vestir, camisa y chaleco en una pila cuidadosamente doblada, con una pequeña Snitch encima de todo. Al notar que Harry lo miraba, levantó una ceja, sus mejillas sonrojándose un poco.
—No me jodas —espetó Malfoy, dejando su ropa en el suelo y poniéndose de pie con elegancia—. No tengo ganas de escuchar lo ridículo que me veo. Estoy mucho más interesado en ganarte esta vez con la Snitch.
Levantó la pequeña esfera dorada y le dio un par de golpecitos con su varita antes de soltarla en el aire. La Snitch salió disparada con tanta velocidad que Harry la perdió de vista en cuanto alcanzó las gradas al otro lado de la cancha.
—¿Empezamos? —preguntó Malfoy, ofreciéndole una escoba a Harry.
Harry la tomó, se montó en ella y se impulsó hacia el aire. Una sensación reconfortante le recorrió el estómago al elevarse, el viento volviéndose más intenso conforme se alejaba del suelo.
—Creo que te voy a volver a ganar. Tengo un buen presentimiento —dijo Malfoy, apareciendo nuevamente a su lado, esta vez a la altura de las nubes.
Harry bufó con sorna y negó con la cabeza.
—La última vez no cuenta, no estaba prestando atención.
—Eso es algo que sólo un perdedor diría —dijo Malfoy sonriendo de lado. Maniobró su escoba hacia abajo y rápidamente descendió hacia la cancha. Harry lo siguió, deteniéndose cuando Malfoy frenó a la altura de los aros. Malfoy se estaba riendo a carcajadas, su risa aguda penetrando el aire frío.
—No viste la Snitch, ¿no? —gruñó Harry, rodando los ojos.
—No, pero te engañé —respondió Malfoy, sonriéndole abiertamente, su rostro relajado.
Harry tragó saliva con dificultad y volvió su mirada hacia abajo, buscando la Snitch. La vio revolotear cerca de la cabina de la cual habían sacado las escobas, a unos veinte metros de altura. Harry salió disparado, riéndose al escuchar a Malfoy maldecir detrás de él. Su mano se cerró alrededor de la Snitch con facilidad, Malfoy casi estrellándose contra él antes de frenar en seco.
—¡Revancha! —gritó Malfoy, sus cejas fruncidas, pero sus ojos brillando con diversión.
Harry soltó la Snitch en el aire, siguiéndola con la mirada mientras ascendía hacia las nubes, esperando que desapareciera.
Cuatro de las cinco partidas que jugaron las ganó Harry, dejándolo con todo el derecho de autoproclamarse el mejor buscador que Hogwarts había tenido jamás.
—¿Eres consciente de que yo también he ganado muchos partidos como buscador de Slytherin? —preguntó Malfoy. Estaba inclinado sobre su escoba, una de sus manos apoyada contra su barbilla, aparentando estar aburrido. Su respiración era lo único que traicionaba su fachada; su pecho agitado después de la última carrera frenética que habían tenido por la Snitch. Harry no estaba mucho mejor que él, tenía la sudadera arremangada para aliviar un poco del calor que tenía sobre su piel después de semejante esfuerzo físico. Después de meses sin siquiera moverse demasiado, no estaba acostumbrado a tanta intensidad.
—No, contra mí no —replicó Harry, riendo—. Y, por lo que veo, eso no parece haber cambiado mucho.
Malfoy voló cerca de Harry y estiró la mano para sacarle la Snitch de la mano. Le dio un par de golpecitos con su varita, las pequeñas alas plegándose hasta quedar ocultas alrededor de la esfera dorada.
—Adelante —dijo Malfoy, guardando la Snitch en el bolsillo de la sudadera duplicada—. Ve y haz tus malditas locuras aéreas.
Harry se quedó observándolo con desconfianza.
—¿Esto es un truco o…?
—Sorprendentemente, no —contestó Malfoy, girando su escoba para descender hacia el suelo—. Ve, Potter. Te atraparé si te llegas a caer.
—No me voy a caer una mierda —murmuró Harry. No lo permitiría; de todos modos, no podía confiar en que Malfoy lo atraparía si es que eso llegaba a pasar. Eso sería una expectativa ridícula, considerando el pasado no tan distante que tenían.
Harry salió disparado como un cohete hacia una hilera de árboles que había al borde de la cancha, zigzagueando entre ellos a toda velocidad. Una rama pequeña lo golpeó en el brazo, provocándole un cosquilleo intenso que le recorrió todo el lado izquierdo de su cuerpo. Soltó una carcajada, agachando la cabeza para esquivar otra rama. Se dobló sobre sí mismo y giró su escoba al salir de entre los árboles, volando bocabajo por un par de segundos mientras regresaba hacia la cancha. Los músculos de sus muslos se tensaron por el esfuerzo de mantenerse firme sobre la escoba, pero no se cayó. Voló directo hacia los aros, atravesando uno de ellos antes de descender en espiral alrededor del mástil, girando y girando hasta casi rozar el suelo. Tiró de su escoba hacia arriba y voló nuevamente hacia el cielo a toda velocidad, volviendo a reír a carcajadas al sentir la adrenalina recorrer su cuerpo.
Harry creyó escuchar a Malfoy reírse desde algún lugar en la cancha, aunque bien podría haber sido solo el viento rugiendo en sus oídos. El viento era ensordecedor, ahogando casi todos los sonidos que lo rodeaban. Casi todos, excepto un fuerte chillido agudo que atravesó el torbellino de sus pensamientos de golpe. Perdió el equilibrio sobre la escoba ante el inesperado sonido, sus manos resbalándose antes de lograr aferrarse de nuevo y frenó su escoba de golpe. Su cabeza se sacudió por el repentino movimiento y sintió la presencia de lo que asumió ser la magia de Malfoy envolverlo, ayudando a reducir el brusco impulso.
—¡Por Merlín, ¿qué crees que estás haciendo?!
Harry abrió y cerró la boca, desconcertado. Se dio la vuelta, sus ojos fijándose rápidamente en el origen del ruido. Ginny estaba de pie en la cancha, a unos pocos metros de Malfoy, su varita apuntándole.
—¡Expelliarmus! —gritó Ginny. Harry vio como la varita de Malfoy voló de su mano hacia la de ella—. ¡¿Creíste que podrías maldecirlo mientras caía?! ¡¿Hacer que pareciera un accidente?!
Su rostro se veía furioso. Malfoy le lanzó una breve mirada a Harry y presionó los labios con fuerza.
—¡No me iba a maldecir! —exclamó Harry, volando hacia ellos. Se sentía algo inestable después de haber sido sacado de manera tan abrupta de la reconfortante sensación que había obtenido al volar.
—Tenía su varita apuntándote —espetó Ginny, fulminando a Malfoy con la mirada—. No estabas mirando. No lo viste.
Harry le dio a Malfoy una mirada que esperaba que transmitiera sus disculpas, pero los ojos de Malfoy estaban clavados en el suelo. Había descendido cerca de la cancha mientras Harry había estado volando, y ahora se encontraba flotando a unos cuantos centímetros del suelo.
—¡¿Y tú qué demonios crees que estás haciendo?! —chilló Ginny, girándose hacia Harry, señalándolo con un dedo—. ¡Prometiste que no volverías a volar de esa manera! ¡Podrías lastimarte! ¡Te vas a lastimar! ¡Lo prometiste!
—¡Dije que no volvería a hacer nada arriesgado si es que estaba solo! —gritó Harry. Sus manos continuaban resbalándose del mango de la escoba, sus palmas sudorosas por el esfuerzo físico de volar y por la indeseada atención—. No estoy volando solo, Malfoy está aquí.
—Me refería a que lo hicieras con alguien en quien se pueda confiar, con alguien que se preocupe por ti. Alguien como yo, Ron o Hermione… ¡O literalmente cualquier otra persona! —exclamó Ginny, cruzándose de brazos, mostrándose decepcionada—. ¡Él te maldeciría antes de salvarte, por Godric!
Por el rabillo de su ojo, Harry vio como Malfoy enderezaba su postura; la viva imagen de una indiferencia imperturbable. Bajó de su escoba, eliminando la corta distancia de entre la suela de sus zapatos y el césped verde de la cancha.
—Mi varita, si fueras tan amable, Ginevra —dijo Malfoy, su voz cargada de condescendencia, estirando la mano con la palma hacia arriba.
—No creas que te saliste con la tuya —siseó Ginny, entregándole la varita con una mueca de disgusto—. Si Harry aparece muerto en algún lugar, vamos a asumir que tú tuviste algo que ver.
—Él no haría algo así, Ginny —murmuró Harry—. Las personas cambian.
—¿No fue hace una semana que te quejaste de que la gente cambiara para mejor? —preguntó Ginny, cortante—. Y puede que algunas personas puedan, pero él no.
Malfoy se tensó e intentó disimularlo extendiendo la mano y susurrando un “Accio” hacia la pila de su ropa doblada.
—Potter —dijo, asintiendo en dirección a Harry, sacando la Snitch del bolsillo de su sudadera para lanzársela—. Devuélvelas, ¿sí?
No esperó una respuesta, dejó caer su escoba al suelo y desapareció de inmediato, todavía vistiendo la ropa duplicada de Harry.
Harry trató de imaginarse a Malfoy caminando a través de las enormes puertas de hierro del frente de su mansión vistiendo su sudadera y caminando por los largos y oscuros pasillos llenos de retratos de sus ancestros llevando jeans muggle. Era una imagen bastante difícil de procesar. Harry casi se sintió apenado de no poder presenciarla, antes de erradicar por completo ese pensamiento de su cabeza.
—¡En serio, ¿qué demonios está pasando?! —gritó Ginny, lanzando sus brazos al aire.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó Harry, su tono mucho más cortante de lo que pretendía—. ¿Viniste a volar?
—Te estaba buscando. No estabas en Grimmauld Place, y no se me ocurrió donde más buscarte —respondió exasperada, para luego reír con amargura—. No me esperaba encontrar a Malfoy aquí también, a punto de maldecirte. Y mucho menos que tú trataras de defenderlo.
—No iba a maldecirme —replicó Harry, bajando de su escoba y agachándose para levantar la de Malfoy. Caminó hacia la cabina. Ya no tenía más ganas de seguir volando.
—Vamos, Harry —murmuró Ginny, empujando la puerta de la cabina y manteniéndola abierta con un brazo—. Eres mejor que esto.
—¡¿Qué mierda se supone que significa eso?! —gritó Harry, arrojando las escobas contra la pared y colocando la Snitch en una repisa cercana.
—Lo que estás haciendo es…
—No estoy haciendo nada —espetó Harry, apretando los puños, intentando controlar su respiración.
Ginny lo observó en silencio, suavizando su mirada.
—Vas a terminar lastimado, Harry.
—Eso no va a pasar.
—Sí, pasará —replicó Ginny, colocando una mano sobre su hombro—. No has volado por más de un año. No estás en el mismo estado físico que cuando entrenabas Quidditch en Hogwarts dos veces por semana —Ginny dejó de hablar, parecía estar a punto de llorar, pero a Harry no podía importarle menos—. Harry, ¿de verdad quieres terminar lastimado?
—No —respondió Harry rápidamente. No podía obligarse a abrazar a Ginny, aunque cada fibra de su cuerpo le estaba gritando que lo hiciera. Debería de consolarla y debería permitirse recibir consuelo también; pero no podía. Sentía que, si lo hacía, perdería algo. Su orgullo, tal vez. Fuera lo que fuera, lo que dijo era cierto; no quería lastimarse. Simplemente no tenía el interés suficiente para esforzarse en evitarlo.
Abrió la boca para tratar de explicar que volar de esa manera era lo único que lo hacía sentir algo; que necesitaba ese impulso fugaz de adrenalina para poder sobrellevar el resto del día, pero decidió no hacerlo. Si lo hacía parecería débil, como si no tuviera control sobre sí mismo. Y sí que lo tenía. Claro que lo tenía.
—Está bien —dijo en voz baja después de un rato—. Voy a ir a la casa de Ron y Hermione. ¿Quieres venir conmigo?
—No, gracias —respondió Harry. No quería estar sentado junto a Ginny llorando en la mesa del comedor, si es así como se iba a desenvolver la tarde. No podría soportar la mirada decepcionada de Ron ni la preocupación de Hermione.
Ginny asintió en silencio, pero extendió su mano. Harry la tomó, permitiendo aparecerlo en Grimmauld Place. Sintió una ligera molestia al darse cuenta de que ella no confiara en que se iría de allí por su cuenta, pero ni bien llegaron soltó su mano y se volvió a aparecer. Se fue tan rápido que Harry no tuvo oportunidad de disculparse por preocuparlos a todos, y realmente lo sentía. No quería preocuparlos, a pesar de que eso fuera lo que todos pensaban. Simplemente quería que vivir fuera un poco más fácil, cuando ya era tan difícil.
En cuanto el aire volvió a unirse, con Ginny desvaneciéndose en un remolino, Harry no pudo evitar sentir que algo había cambiado. Las cosas no volverían a ser las mismas, decidió. Allí, en medio de la sala de estar, estaba parado en el borde de un precipicio.
***
Ni siquiera un día completo después, Harry fue despertado con brusquedad de un buen sueño, en el que estaba volando a través de una zona rural. Voló por encima de techos de paja y calles empedradas, mirando a los muggles colgar la ropa para secarse al sol y llamando a sus hijos que corrían por los patios. Había sido un buen sueño, uno del que Harry se sintió mucho más que molesto por haber sido despertado de él. Había estado teniendo pesadillas con bastante frecuencia, perdido en bosques lleno de niebla con criaturas desconocidas acechándolo desde la oscuridad. Las pesadillas nunca ocurrían las noches después de las que volaba, por lo que eso era una razón más para mantener ese riesgoso hábito.
Harry rodó del sofá, sobresaltado al escuchar un fuerte ruido. De alguna manera, la manta arcoíris termino envuelta alrededor de su cabeza, bloqueando por completo su visión. Escuchó a alguien soltar una maldición y derribar algo, sin duda el frasco con polvos Flú de la repisa de la chimenea.
Manoteó buscando su varita, la manta impidiendo que moviera su muñeca con libertad. Finalmente, la encontró debajo del sofá y resopló aliviado cuando su mano se cerró alrededor de ella. Levantó la cabeza del revoltijo de la manta y parpadeó, sus ojos aún nublados por el sueño. La sala de estar estaba oscura, iluminada solamente por tres pequeños Lumos al final de tres varitas bastante familiares.
Harry sabía que Ginny le contaría a Ron y Hermione lo que había sucedido en la cancha, pero no había esperado que fuera tan pronto, ni mucho menos que literalmente irrumpirían dentro de su casa a mitad de la noche.
—¿Qué maldita hora es? —gruñó Harry, desplomándose en el suelo. La manta podía ser un cómodo colchón, cuando no estaba tratando de estrangularlo. Tiró de ella alrededor suyo para acomodarla, pero se asegurar de liberar sus manos de ella.
—Uhm… ¿La una? —contestó Ron. Sonaba avergonzado, aunque Harry no tenía claro el por qué. Quizás estaba borracho.
—¿Estás borracho? —preguntó Harry, entrecerrando los ojos hacia las difusas figuras que asumía que eran sus amigos.
—No —respondió Hermione. Harry la observó apuntar con su varita hacia una de las lámparas de la esquina, el Lumos en la punta trazando un rastro luminoso en el aire. Harry se frotó los ojos cuando la lámpara se encendió, iluminando la habitación y proyectando largas sombras por encima de los muebles, dándole una apariencia escalofriante.
Harry los observó, confundido, mientras Ginny salía apresurada de la habitación, seguida rápidamente por Ron.
—Esta… uhm… ¿Está todo bien? —preguntó Harry, arqueando una ceja hacia Hermione, quien lucía increíblemente abatida. Sus ojos estaban rojos, notó Harry al mirarla, sus ojos tomándose un tiempo en acomodarse a la luz. Estaban incluso mucho más rojos de como habían estado los ojos de Malfoy aquella vez en el Wyvern Blanco.
—No, la verdad que no —contestó Hermione. Caminó hacia él y se sentó a su lado, apoyando la cabeza en su hombro—. Oh, Harry. Estamos tan preocupados por ti.
—¿Estaba durmiendo? —cuestionó Harry, sin entender qué es lo que había hecho para preocuparlos esta vez.
—Fuiste a volar otra vez de esa manera —dijo Hermione, su voz cargada de emoción—. Harry, prometiste que no lo harías.
Ah, cierto. Lo de volar.
Harry apartó la cabeza de Hermione de su hombro y se giró para mirarla de frente. Abrió la boca para empezar a explicar, nuevamente, que no había estado solo y que probablemente había estado en menos peligro que en meses, cuando ruido de los pasos pesados de Ron bajando las escaleras lo distrajeron.
—¿Por qué estaba Ron arriba? —preguntó Harry, desviando la conversación a algo más directo.
—Él..
Hermione se detuvo al ver a Ron asomar la cabeza dentro de la sala, Ginny detrás suyo.
—Ya la tenemos, Herm —dijo Ron, lanzando una breve mirada Harry antes de volver a mirar a Hermione—. ¿Quieres quedarte?
—Espera… ¿qué es lo que tienen? —preguntó Harry, poniéndose de pie de inmediato, la manta cayendo al suelo. Resopló al notar la expresión cautelosa de Ron—. En serio, ¿qué han tomado? Se dan cuenta lo demente que es toda esta situación de mierda, ¿no? Irrumpir en el medio de la noche para robarme. ¿Quién eres? ¿El maldito Mundungus Fletcher?
Ron retrocedió un poco, manteniendo su cuerpo detrás de la pared para quedar fuera de la vista de los que ocupaban la sala de estar.
—Ron, te juro que te voy a maldecir si es que no me dices que mierda está pasando —dijo Harry, acercándose a Ron con la varita en la mano.
—Sólo estamos tratando de ayudarte —intervino Hermione, agarrándolo del brazo—. En serio, Harry, eso es todo.
—Entonces dime que es lo que han tomado —replicó Harry, volviéndose hacia Hermione con las cejas alzadas. Su mandíbula le dolía por lo fuerte que estaba apretándola—. Vamos, dime.
—Tu escoba, Harry —contestó Hermione en voz baja—. Si no puedes volar con cuidado, no podemos simplemente quedarnos de brazos cruzados viendo cómo arriesgas tu vida.
—¿Estás bromeando? —Harry rio con amargura—. Si realmente crees que voy a dejar que se lleven mi Saeta de Fuego por red Flú…
—No creo que tengas muchas otras opciones, amigo —interrumpió Ron. Su rostro firme y serio, su mandíbula tan tensa como la de Harry—. Esto es una intervención.
—Claro —murmuró Harry con sarcasmo, rodando los ojos—. Ahora resulta que sí les importa…
—Siempre nos ha importado —siseó Ron—. Hemos estado esforzándonos un montón contigo, pero tú no pones de tu parte. Así que ahora tenemos que hacer lo que creemos que es lo mejor para ti.
—¡Bueno, claramente no tienen ni puta idea de qué es lo mejor para mí! —gritó Harry. Podía sentir cómo su cuerpo empezaba a temblar, pero no estaba seguro de si era por enojo, tristeza o por el impulso de adrenalina que estaba empezando a recorrerlo ante la posibilidad de una pelea inminente—. ¡Nada nuevo, la verdad! ¡Nunca lo han sabido!
—Déjate de joder —murmuró Ron—. Algún día nos vas agradecer, amigo.
Se volvió para irse, dándole otra mirada a Hermione antes de hacerlo.
—Mierda —masculló Harry entre dientes. Repasó mentalmente una lista de hechizos rápidamente, tratando de decidir cuál sería el que menos daño le haría a Grimmauld Place si lo realizaba allí mismo, en el medio de la sala de estar. No tenía ganas de pasar los próximos días realizando hechizos de reparación sobre las paredes de la vieja casa. Ni siquiera sabía si iba a tener la energía suficiente para levantarse, después de haber sido despertado en el medio de la noche por estas personas que, supuestamente, eran sus amigos más cercanos.
Sin pensarlo demasiado, Harry intentó con un simple Accio, esperando no desencadenar un festival lleno de Bombarda. Apenas alcanzó a distinguir una pequeña parte del mango de su Saeta de Fuego asomándose por la puerta antes de que un hechizo protector envolviera a Ron. La varita de Hermione había estado lista, en el instante que Harry había levantado la suya.
—Lamento que pienses que esto es exagerado —dijo Hermione, bajando su varita cuando vio que Ron y Ginny se aparecían en el pasillo, seguramente creando fisuras en los hechizos protectores de Grimmauld Place—. Pero realmente creemos que esto es lo mejor para ti, y eso significa mantenerte a salvo.
Entonces, los temblores se apoderaron de él. Apretó su varita con tanta fuerza que temió romperla, por lo que decidió dejarla caer al suelo, apenas registrando el ruido que hizo al rodar por el piso de madera. Se dejó caer en el sofá y hundió el rostro entre sus manos.
—¿Por qué están tratando de controlar todo? —preguntó. Su pecho se estaba volviendo cada vez más tenso, haciéndolo jadear para mantener el aliento. Hermione intentó abrazarlo, pero Harry la apartó de inmediato. Lo que menos quería en ese momento era recibir consuelo de ella.
—Realmente estamos tratando de ayudarte, es la verdad,
Los ojos de Hermione estaban llenos de lágrimas, el enrojecimiento haciendo que el color marrón oscuro resaltara bajo la tenue iluminación que había en la sala.
Mentiras, pensó Harry.
Si realmente estuvieran tratando de ayudarlo, por lo menos tratarían de comprender porqué sentía la necesidad de volar de esa manera. Y realmente, tenía la necesidad de hacerlo. Volar de manera arriesgada era la única cosa que lo hacía sentir algo, bueno, eso si es que no contaba el hecho de presionar su varita contra el cuello de Malfoy. Una de esas dos actividades tenía muchas más probabilidades de enviarlo a San Mungo, y no era la de hacer maniobras en espiral entre los árboles. Aunque, si lo pensaba bien, quizás Malfoy no era tan peligrosos para su salud como todos parecían creer. De hecho, ya lo había salvado dos veces, lo cual, sinceramente, era mucho más que lo que habían hecho Ron, Hermione o Ginny en los últimos meses.
—Necesito poder volar… —trató Harry de explicar, pero no sabía cómo hacerlo sin que sonara como si tuviera deseos de morir. Y realmente no los tenía—. Ya no están mas aquí, ninguno de ustedes lo está. Necesito esto para poder… no sé, sobrellevarlo, supongo.
—Pero, Harry, sí que estamos aquí —insistió Hermione, sosteniendo sus manos. Lo miró con tanta lástima que casi tuvo el impulso de empujarla fuera del sofá. Enterró sus manos en la tela de manta arcoíris, aferrándose a la sensación del áspero tejido para mantenerse centrado.
—Sólo vete —murmuró Harry—. Es de madrugada, estoy demasiado cansado para lidiar con toda esta mierda.
Hermione asintió, limpiándose los ojos con el dorso de su mano al levantarse del sofá.
—¿Hermione? —llamó Harry, al observarla caminar hacia la chimenea.
Hermione se detuvo al escucharlo, girándose hacia él con una expresión tan vulnerable que Harry apenas podía creer que tuviera el descaro de mirarlo de esa manera, teniendo en cuenta la situación en la que estaban.
—No vuelvas sin llamar por red Flú primero, o volveré a cerrar la comunicación para todos ustedes. Lo digo en serio.
Su rostro decayó al escucharlo, y por un momento pareció estar a punto de derrumbarse allí mismo, frente a la chimenea.
—Harry, tú no eres así —dijo, abrazándose a sí misma—. Tú nunca…
Oh, pero si era así. Este era él, realmente él, y no le importaba.
—Bueno, creo que ya no tienes idea de quien soy, ¿no? —espetó Harry, dándose vuelta sobre él sofá para darle la espalda—. Es en serio lo de cerrar la comunicación.
Se encogió de hombros, subiéndolos hasta las orejas, y se envolvió aún más en la manta, intentando ensordecer los sollozos de Hermione. Juró poder escuchar el eco fantasma de sus sollozos mucho después de que se fue, como si la casa estuviera llorando junto a ella. Las paredes de la sala de estar parecían abalanzarse sobre él, apretándolo de la misma manera con la que su pecho comprimía sus pulmones.
A pesar de todo lo sucedido, el sueño no tardó en alcanzarlo. La oscuridad de perder la consciencia era mejor que la nube oscura que solía invadir su mente cuando estaba despierto. No había punto de comparación.
Aquella noche, Harry soñó que estaba nuevamente en el bosque cubierto de neblina, con criaturas acechándolo entre la bruma. Corrió hasta que no pudo mover más las piernas, tropezando hasta caer sobre el suelo. Presionó su rostro contra el manto de agujas de pino secas y gritó hasta quedarse afónico, su garganta quebrándose y resquebrajándose.
A lo lejos, escuchó a alguien reír con malicia, el crujido de pasos lentamente avanzando sobre el suelo del bosque. No pudo forzarse a levantar la mirada para ver quien era; estaba demasiado exhausto como para hacer otra cosa que no fuera aceptar el destino que le aguardaba y soportarlo.
***
No fue sorpresa alguna para Harry no poder levantarse por días después del incidente del robo de su escoba. Se sentía solo, herido, y más que nada, traicionado. Una vez más, las personas que se suponía que debían confiar en él no lo escucharon. Era como si estuviera reviviendo su sexto año. Sentía que estaba a punto de volverse loco. Una vez más, las personas estaban tomando decisiones por él, en cosas que lo involucraban directamente a él, sin siquiera preguntarle cuál era su opinión al respecto. Creyó que ahora que la guerra había finalizado y que le había hecho al mundo entero un maldito gran favor y derrotado a Voldemort, las personas respetarían que sabía de lo que hablaba la mayor parte del tiempo. No necesitaba que siguieran tomando decisiones por él que, al final, sólo terminarían lastimándolo, y mucho menos por personas que no podían aceptar un no como respuesta.
Recordó de inmediato cuando Dumbledore le insistió que Snape le enseñara Oclumancia, a pesar de lo terriblemente mal que se llevaban y de los años de antagonismo que tenían encima. Harry había rogado y suplicado que alguien más le enseñara, alguien que no irrumpiera en su mente de manera forzosa y bruta, agregándole aún más daño emocional; pero, como siempre, fue Dumbledore quien tomó la decisión final. Obviamente, nada bueno salió de eso, y el resultado terminó siendo la muerte del único familiar que le quedaba. A pesar de haberse equivocado algunas veces, Harry sabía que sus instintos no eran malos. Lo habían mantenido con vida, después de todo. A través de todos los incidentes que casi terminan con su vida y de la asombrosa cantidad de gente que había intentado matarlo a lo largo de los años, había logrado sobrevivir. Ciertamente eso tenía que avalarlo en algo. No estaba dispuesto a tirar todo eso por la borda.
A Harry no le molestaba que lo dirigieran. Sabía bien que tanto Hermione como Ron había contribuido en gran medida a su éxito y continua supervivencia, sin contar este incidente en particular. No tenía problema en seguir a los demás cuando era necesario y nunca desestimaba opiniones e instrucciones que fueran útiles. Su única condición era que necesitaba que lo escucharan. Seguro que eso no era mucho para pedir a sus amigos más cercanos. La traición le dolía más que cualquier otra cosa que hubiera sentido antes. El ardor vibraba a través de sus extremidades y se enroscaba en su pecho, como intentando consumirlo desde dentro.
Así que, no, no se levantó por unos días.
No esperaba que Ginny fuera la primera en venir a verlo, pero supuso que no tenía porqué sorprenderse; al fin y al cabo, era su novia. No tenía idea de dónde se suponía que debía ubicarla en la jerarquía de su vida, pero asumió que las relaciones románticas solían estar bastante arriba.
Harry no la vio entrar por la red Flú al principio. Estaba distraído con las pequeñas arrugas que se habían formado en la tela del sofá por el uso continuo. Presionó una con el dedo, observando cómo se aplanaba momentáneamente antes de volver a aparecer. Asoció el ruido de la red Flú al de la sangre fluyendo por sus oídos. En los días anteriores, de manera intermitente, había sentido una opresión en el pecho y los oídos tapados, la sensación disipándose tan rápido como había aparecido. No se movió para nada al escuchar su voz, sintiéndose mucho más cómodo ignorándola por un rato.
Ginny se mantuvo ocupada en la cocina por un momento antes de regresar a la sala de estar. El olor al té llegó a su nariz y su estómago gruñó con fuerza, retorciéndose con hambre y ansiedad. Era una sensación casi extraña, el hambre. Era la primera vez que lo notaba desde que había ido a volar por última vez, pero ahora era avasallante.
Escuchó a Ginny apoyar la taza de té en la mesa que estaba al lado del sofá, el ruido de la cerámica sobre la madera indicando que no había colocado ningún portavaso. Sintió por primera vez en días una emoción verdadera… frustración. No debería importarle en lo absoluto que Ginny no se tomara la molestia de usar un portavaso, él mismo ni siquiera los usaba, pero de repente le pareció algo importante. Si no respetaba su propiedad, claramente tampoco lo respetaba a él, como lo había demostrado al aparecer en medio de la noche para robarle algo suyo.
Ginny estaba hablando, se dio cuenta Harry. Pero no le importó prestarle atención, hasta que sintió que un hechizo de limpieza lo invadía. Que grosera, pensó.
—¿Qué demonios? —murmuró Harry, estremeciéndose al sentir la magia de Ginny sobre él. Se sentía invasiva e incorrecta, y lo odiaba—. En serio, ¿qué demonios?
Ginny ignoró por completo su tono molesto.
—¿Cuándo fue la última vez que comiste?
—No lo sé —respondió Harry. Se dio vuelta y la miró con el ceño fruncido, esperando que su expresión mostrara en forma suficiente la frustración que sentía y que lo estaba invadiendo.
Ginny emitió un sonido grave en su garganta, su rostro adoptando también uno de molestia.
Oh, no jodas, pensó Harry. No era como si no estuviera comiendo a propósito. No estaba tratando de morirse de hambre ni nada por el estilo, simplemente se le había olvidado comer. Apenas se había dado cuenta de cómo pasaban los días y las noches, atrapado en la misma posición en el sofá, sin prestarle atención a los retorcijones del hambre. Últimamente levantarse a hacerse un sándwich era el equivalente a correr una maratón.
No trató de explicarle esto a Ginny. No lo comprendería o no le importaría tratar de entenderlo. Sin duda sacaría una conclusión antes de que siquiera pudiera terminar de hablar, ¿para qué tomarse la molestia de hacerlo?
—Te haré algo —anunció Ginny, poniéndose de pie. Levantó la taza de te y la colocó en las manos de Harry, obligando a que sus dedos la sostuvieran—. Puedo hacerlo. Sólo quédate ahí.
—¿A dónde más iría? —murmuró Harry después de que se fuera. Era su casa, al fin y al cabo. Aunque no se sentía mucho como si lo fuera, con todos los invitados no deseados que tenía.
Después de un rato, Ginny regresó con una tostada de queso en un plato. Olía deliciosa, y el estómago de Harry gruñó con tanta fuerza que le preocupó un poco que sus vecinos pudieran oírlo.
—Saldré de la banca en el próximo juego —dijo Ginny, entregándole el plato y tomando la taza ahora vacía de sus manos. Harry ni siquiera se había dado cuenta de que la había estado bebiendo—. Me van a poner como Cazadora. Con suerte, el entrenador me dejará jugar todo el partido, en vez de reemplazarme.
Su sonrisa era amplia, pero sus ojos se veían distantes. Seguro estaba imaginándose la cancha de las Harpies en la cual practicaba.
Harry sintió un golpe de celos atravesarlo. Mordió la tostada de queso con tanta fuerza que sus dientes chocaron entre sí, enviando un dolor punzante hasta su mandíbula.
—Creo que tenemos gran probabilidad de ganarle a Puddlemere. Su nuevo Buscador es bastante malo.
Harry sintió su mirada desviarse hacia la gran ventana que daba a la calle. Notó que estaba lloviendo.
—… Papá aún está nervioso por las Bludgers después de lo que pasó la última vez.
Desde algún lugar en la calle un auto tocó la bocina y un hombre gritó.
—…Pero podría venir si es que quieres. Yo…
La sala de estar estaba bastante cálida, notó Harry. No había hecho ningún hechizo calefactor, por lo que no estaba seguro de donde provenía el calor. Capaz que Ginny había dejado la estufa de la cocina prendida.
—¿Harry?
Harry dejó que su mirada se apartara lentamente de la ventana y volviera a Ginny. Pasaron varios segundos antes de encontrarse con la de ella. Tenía el ceño fruncido, sus cejas completamente juntas.
—¿Por lo menos me estás escuchando? Pareciera que estuvieras a cientos de kilómetros.
Harry encogió los hombros en lo que esperaba que fuera un gesto de disculpas.
—Lo siento, es sólo que…
—¿Acaso te importa? —interrumpió Ginny, su voz temblorosa mientras lo miraba fijamente—. Sé sincero, ¿te importa?
Harry hizo una pausa por un momento para pensar. Le importaba, pero al mismo tiempo no. Fluctuaba entre ambas posturas con tanta fluidez y sin advertencia alguna que le costaba diferenciarlas. No era que no le importara, era la ausencia de sentir que le importara lo que lo dejaba en un limbo. Pero no sabía como explicar eso sin herir los sentimientos de Ginny o sin sonar como un completo lunático. ¿Qué clase de persona era incapaz de sentir?
—Es sólo que estoy muy cansado —dijo Harry finalmente. No había hecho nada más que dormir durante días, pero sus huesos y músculos le dolían como si no hubiera pegado un ojo en una semana.
—Estás cansado —murmuró Ginny, dándole un vistazo al nido con la manta que Harry había armado en el sofá—. Claro —hizo una pausa, sus ojos agrandándose por un segundo antes de entrecerrarse—. Espera… ¿de mí? ¿Estás diciendo que estás cansado de mí?
—De todo —respondió Harry. Tal vez podría explicárselo, y podrían llegar a algún punto de comprensión—. Estoy muy cansado de todo.
Ginny se puso de pie con brusquedad, sobresaltando a Harry.
—¡Por Godric, yo… —rio con fuerza y amargura—. Está bien, por lo menos ahora lo sé.
Harry levantó las cejas, confundido, no entendiendo bien a qué conclusión había llegado.
—Sólo para que lo sepas, no te molestes ni en pensar en volver a esa cancha dónde ibas a volar —murmuró Ginny, mirándolo de una manera que creyó ser condescendiente, pero que no tuvo el efecto que había pretendido—. Le pedí un favor al dueño. Puso barreras mágicas para evitar que fueras por un tiempo.
Harry sacudió la cabeza, dejando que su rostro se apoyara sobre el brazo del sofá. Su boca se frunció en una sonrisa irónica, porque claro, no debería haber esperado menos de ella.
—Realmente creo que algún día nos lo agradecerás, Harry —dijo Ginny, esperando una respuesta que Harry no le iba a dar. Abrió la boca para decir algo más, pero lo reconsideró; se dio la vuelta y se dirigió hacia la red Flú sin decir ninguna otra palabra, dejando a Harry sentando allí, a solas, con un plato vació entre las manos.
Aún así, no siento nada, pensó Harry para sí mismo, colocando el plato en la mesa junto a la taza vacía. ¿Por qué incluso en este momento no siento nada?
Y entonces pensó en algo que hizo que la culpa se acunara en su estómago, fría y ácida al mismo tiempo. Al ver a Ginny irse, sintió una oleada de alivio invadirlo. ¿Qué clase de persona lo hacía sentir eso? Su relación se estaba cayendo a pedazos frente a él y lo único que sentía era alivio de que Ginny se hubiera ido… ya que, de esta manera, tendría una persona menos con la que lidiar. ¿Qué decía eso sobre él?
***
—Hace mucho que no te veía por aquí.
Harry odio sentir como su pecho se aflojaba un poco al escuchar el tono altanero de la voz de Malfoy. Seguro era porque estaba comenzando a asociarlo con no sentirse una completa mierda por dentro, dado que las únicas veces en las que se había sentido vivo fueron volando… con Malfoy, y peleando… también con Malfoy. Seguro que esa era la razón. La verdad, esto estaba empezando a volverse poco vergonzoso.
Malfoy agitó su varita para retirarse el glamour tan pronto vio a Harry, con una pequeña sonrisa en el rostro.
—¿Dónde has estado? —preguntó Malfoy, su tono de voz más animado de lo habitual. Lo observó fijamente por un momento antes de levantar una de sus cejas—. ¿Acaso has encontrado un lugar más deplorable que este para beber hasta morir?
—Simplemente no tenía ganas —contestó Harry, colocando unos cuantos Knuts sobre la barra.
Malfoy se encogió de hombros como respuesta, y le dio un sorbo a su cerveza. El tabernero hizo desaparecer las monedas con un gesto de su varita y colocó un vaso de aguamiel en frente de él. Asumió que debía de tener pocos clientes, ya que recordaba lo que había pedido la última vez que estuvo allí. Le comentó esto a Malfoy, quien se rio al escucharlo.
—Eres el maldito Harry Potter —dijo, rodando los ojos—. Es más que obvio que va a recordar lo que sueles tomar.
—¿También recuerda lo que tú tomas? —preguntó Harry, musitando cuando el dulce sabor del aguamiel invadió su boca—. Eres casi tan famoso como yo, al fin y al cabo.
—No confundas ser famoso con ser infame, Potter —dijo Malfoy riendo. Harry notó que llevaba puesta una camisa azul. Era de un tono similar a la sudadera que había duplicado la última vez que estuvieron en la cancha—. Son dos cosas muy distintas. Confía en mí, sé de lo que estoy hablando.
—Lo hago… —dijo Harry antes de quedarse en silencio, confundido con sus propios pensamientos. ¿De verdad ahora confiaba en Malfoy? Jugar un par de partidas de Quidditch con alguien no significaba que pudieras confiar en esa persona. En serio, ¿tan desesperado estaba? —. Bueno, no lo sé —añadió apresuradamente, carraspeando un poco para disimular el cambio en su respuesta—. Uhm, no estoy muy seguro de eso. Eso de confiar en ti. Yo, bueno, uh…
Qué cosa estúpida la que dije, pensó para sí mismo. Malfoy seguramente va a tomar lo que dije de mala manera.
Harry tampoco estaba seguro de qué significaba de “mala manera” … ¿Maldecirlo, tal vez? Y tampoco era como si supiera, que era de “buena manera”, pero sentía que necesitaba admitirlo para sí mismo de alguna forma. Siendo sincero, ni siquiera sabía si lo que dijo era completamente cierto. ¿Realmente confiaba en Malfoy? No del todo, pero un “definitivamente no” tampoco se sentía como si fuera la respuesta correcta.
Le echó un vistazo a Malfoy y bufó con sorna al ver su expresión sorprendida.
—Me salvaste la vida —razonó Harry, su tono de voz neutro. No estaba seguro de si estaba razonando con Malfoy o consigo mismo. Sus pensamientos ya de por sí estaban bastante enredados, apenas podía distinguir qué era arriba y qué era abajo—. Incluso siendo un tremendo imbécil.
Malfoy canturreó, sus largos dedos golpeteando su mejilla.
—Si sólo tenemos en cuenta las últimas semanas, seguro. Podemos ignorar todo lo que pasó antes, si quieres.
Harry se encogió de hombros.
—No me importa —dijo, dándole un trago a su aguamiel, sus pensamientos completamente enredados—. No me importa eso de la confianza. Lo de que seas un imbécil no es algo que vayamos a debatir.
Malfoy resopló una risa y rodó los ojos.
—¿Dónde estuviste entonces? —preguntó Malfoy después de un momento. Harry se volvió a encoger de hombros—. Está bien. ¿Quieres ir a volar?
Harry sintió un escalofrío recorrerle por todo el cuerpo al escuchar la pregunta, sabiendo bien la respuesta que tenía la obligación de dar. Miró a Malfoy, esperando comunicarle con la mirada que no tenía muchas ganas de continuar con ese tema de conversación. No era sólo que la explicación lo haría sonar como un peligro para sí mismo y para todos los que lo rodean, sino que también era bastante vergonzosa. ¿A qué tipo de adulto le prohibían la entrada a una cancha de Quidditch? Malfoy nunca lo dejaría en paz si es que llegaba a saberlo, y tampoco se creía capaz de soportar que se burlara de todo el incidente en sí; no cuando aún se estaba sintiendo un poco sensible al respecto.
Sensible no, simplemente débil, resonó la voz dentro de la cabeza de Harry. Y lo sabes bien. Fijó la mirada en su vaso, observando como las gotas de condensación rodaban por su exterior.
—No puedo —respondió Harry, obligándose a no mirar a Malfoy, apretando los dientes y sus puños con fuerza.
—Vamos. Parece que necesitas algo que te anime.
Harry escuchó a Malfoy moverse en su asiento, como si estuviera juntando sus pertenencias para irse, claramente asumiendo cual sería la respuesta de Harry.
Harry se volvió a encoger de hombros, forzándose a no mirarlo.
Malfoy se detuvo, y cuando volvió a hablar, su voz sonaba claramente confundida.
—¿Qué pasa? ¿No me vas a contestar “me animaría no tener que ver tu estúpida cara”? Por lo menos dame un “incluso con cara de enojado me veo mucho mejor que tú”.
Harry se encogió de hombros una vez más y suspiró, finalmente dirigiendo su mirada a Malfoy, quien estaba mordiéndose el labio inferior, volviéndolo de un color rojo oscuro.
—No puedo ir a volar —respondió Harry después de un rato, alejando su mirada de los labios de Malfoy—. Me han… —suspiró y luego gruñó—. Me han prohibido la entrada a la cancha.
—¿Te han prohibido la entrada a la cancha? —preguntó Malfoy. Harry gruñó otra vez al escuchar su tono burlón—. ¿Qué hiciste, en nombre de Merlín? ¿Rodaste desnudo por el césped? ¿Explotaste uno de los aros? ¿Transfiguraste las gradas en efigies de tu cabeza? Ningún tipo de dueño en su sano juicio le prohibiría la entrada a nuestro leal Salvador.
—Eres un fastidio. Ginny pidió un favor —respondió Harry, rodando los ojos—. No sé cómo. Pero como sea, no puedo ir más a volar ni alquilar una escoba allí. Dijo que lo hizo por mi propio bien.
Malfoy dejó escapar un largo silbido entre sus dientes, su sonrisa abandonando su rostro para ser reemplazada con una mueca.
—Lo siento mucho, Potter —dijo, haciendo un gesto con la mano en el aire cuando Harry lo miró confundido—. Es mi culpa, obviamente. Aunque debo decir que me parece bastante exagerado. Nunca imaginé que verme allí le sorprendería tanto. Para que lo sepas, no he cometido ningún tipo de crimen recientemente. Sin duda, es una exageración, aunque Ginevra tampoco parecía querer escuchar ningún tipo de explicación de mi parte.
Harry se quedó mirándolo, sin entender en absoluto lo que decía.
Malfoy hizo un sonido exasperado.
—En serio, Potter, ¿tan lento eres? Tu novia está claramente preocupada de que algo malo te suceda si es que sé dónde es que vas a volar. Claramente asume que estoy buscando la manera de lastimarte. Vuelvo a repetirlo, es una exageración, pero supongo que puedo comprender de dónde saca esa conclusión considerando el pasado que tenemos.
—No todo se trata de ti, Malfoy —suspiró Harry—. Para que lo sepas, ellos no quieren que vuelva a volar en absoluto. Creen que es demasiado arriesgado.
—¿Quiénes son “ellos”? —preguntó Malfoy, frunciendo el sueño—. Te encanta volar, todo el mundo lo sabe. Por Salazar, es el único momento en el que pareces ser tú mismo.
—Ron, Hermione, Ginny —respondió Harry, contando los nombres los dedos, ignorando el comentario de que “parecía ser él mismo” —. El resto de los Weasley también, sin duda.
Malfoy se quedó mirándolo por un rato, su rostro pensativo.
—Bueno, supongo que ellos seguro deben saber mejor que yo que es lo mejor para ti. Obviamente.
Harry rio con amargura, negando con la cabeza. ¿En qué se había convertido su vida para que sintiera la necesidad de no estar de acuerdo con Draco Malfoy en este tema en particular?
—No saben un carajo. No saben ni la mitad de lo que creen que sí. Idiotas.
No le importaba sonar demasiado hostil. Después de todo, sólo Malfoy lo estaba escuchando, ¿a quién le diría?
Malfoy se veía completamente desconcertado, inclinado hacia atrás en su asiento. Observó a Harry por un momento y, sin apartar la mirada, levantó un par de dedos en dirección al tabernero.
—Elías, dos Ridgeback Noruegos, por favor.
Sólo desvió la mirada para sonreírle al tabernero cuando colocó dos vasos de shot con una sustancia negra y desagradable dentro.
—Gracias, Elías —dijo Malfoy, empujando uno de los vasos cerca de Harry y colocando una pila de Knuts sobre la barra—. Espera, mejor agrega dos más. Gracias.
—¿Qué mierda es esto? —murmuró Harry, empujando el vaso de shot con un dedo. Una burbuja se elevó hacia la superficie y explotó en el borde. El líquido se parecía demasiado a la poción multijugos para su gusto y sintió a su estómago revolverse.
—Algo que no deberías tratar de saborear, si sabes lo que te conviene. Hasta el fondo —dijo Malfoy, chocando su vaso de shot contra el de Harry antes de vaciarlo de un trago. Su rostro se contrajo ligeramente al tragar y echó la cabeza hacia atrás. La línea pálida de su cuello parecía casi brillar en la penumbra de la taberna.
Harry agarró su vaso y lo vació de un trago, deteniendo cualquier tipo de pensamiento innecesario sobre la apariencia del cuello de Malfoy. Sus ojos se abrieron de golpe cuando sintió el sabor de la bebida quemarle la garganta. Tosió un par de veces y manoteó hasta alcanzar su aguamiel.
—¡¿Qué carajos es eso?! —gritó Harry, mientras Malfoy reía a carcajadas.
—Esta bebida te hace crecer pelo en el pecho —dijo el tabernero, colocando dos vasos de shot nuevos en frente de ellos.
—Vamos de nuevo —dijo Malfoy, agarrando uno de ellos.
Harry gruñó, pero obedeció, chocando su vaso contra el de Malfoy antes de vaciarlo de un trago.
Malfoy no volvió a mencionar la prohibición de su entrada a la cancha ni la reacción de Ginny y, por eso mismo, Harry se sintió agradecido. A medida que la tarde fue pasando, notó que sus pensamientos se fueron desvaneciendo de su mente de una manera placentera. Era diferente, no pensar ni sentir nada mientras bebía con alguien en una taberna, que estar en casa en el sofá sintiéndose culpable y autocompadeciéndose al mismo tiempo. Malfoy no realizó ninguna otra pregunta, simplemente se limitó a pedir shot tras shot para Harry, quien sintió cómo sus hombros se aflojaban y su sonrisa se ensanchaba conforme el tiempo pasaba; feliz de embriagarse por completo con los shot que Malfoy le ofrecía. La taberna se fue volviendo borrosa; el marrón, negro y verde oscuro de la ambientación se fundieron en una masa borrosa de colores difusos.
—Bueno —dijo Malfoy riendo, colocando una mano sobre el hombro de Harry. Ya era la tercera vez en cinco minutos que Harry casi se caía del taburete—. Es hora de llevarte a casa.
—No —gruñó Harry, dándole un manotazo a la barra—. Uno más.
—No sabrías que hacer con uno más —dijo Malfoy riendo, ayudándolo a ponerse de pie.
—Claro que sí —respondió Harry, sacándole la lengua a la mancha difusa que estaba seguro que era Malfoy.
—¿Crees que puedas viajar por red Flú tú solo? —preguntó Malfoy, dando un paso hacia atrás y soltándolo, manteniendo una mano estirada en caso de que perdiera el equilibrio. Lo cual hizo, de inmediato—. Merlín y Morgana —murmuró, sosteniéndolo otra vez—. Bueno, tendremos que aparecernos. No quiero que te golpees al salir de la chimenea. En el estado en el que estás lo más probable es que termines en Calais en vez de en tu casa.
—No nos podemos aparecer estando borrachos —respondió Harry, con un aire muy responsable de su parte, considerando el estado en el que estaba.
—Eso es verdad, excepto que yo no estoy borracho. Tú sí lo estás.
—No —dijo Harry, estirando la “O” al final—. Tú estás borracho —dijo, empujando con un dedo el pecho de Malfoy, sonriendo cuando su dedo hizo contacto con el material de su camisa.
—No lo estoy —dijo Malfoy sonriendo, acercándose lo suficiente para que Harry pudiera discernir algo de su borrosa expresión—. Lo prometo.
—Joder —murmuró Harry, frotándose los ojos con las manos—. Eso no ha sido muy amable de tu parte, ¿sabes? Bastante desubicado, emborrachar a alguien para aprovecharte de él.
—Uhm… ¿qué?
Las mejillas de Malfoy ahora estaban sonrojadas. Harry tocó con el dedo una de ellas, la piel se sintió suave y cálida bajo su toque, por lo que la volvió a presionar una vez más.
—Seguro que te conté todos mis secretos —siseó Harry, tratando de hablar en voz baja—. Y sin duda alguna vas a comportarte como un imbécil al respecto.
A juzgar por la expresión divertida, pero algo tensa de Malfoy, estaba fallando de manera estrepitosa en intentar murmurar y ser discreto.
—Oh —exclamó Malfoy después de un segundo, para luego estallar en carcajadas histéricas—. Claro, claro. Bueno, no voy a venderle tus secretos al Profeta, tienes mi palabra.
—Bueno, está bien —murmuró Harry, dejando caer su peso contra Malfoy, agradecido por su ayuda—. Aunque no puedes aparecerte en mi casa, está bajo un Fidelius.
Falló un par de veces en pronunciar “Fidelius” antes de rendirse en seguir intentado, esperando que Malfoy comprendiera lo que quiso decir.
Los hombros de Malfoy se tensaron, y puso algo de distancia entre él y Harry.
—Claro, por supuesto que no querrías que yo… sólo dime la zona y te dejaré en algún lugar cercano. Te ofrecería que me lances un Obliviate después de decirme, pero creo que estás demasiado borracho para eso y lo más probable es que termines lanzándotelo a ti mismo.
—Nah —dijo Harry, frunciendo el ceño al ver su expresión. Malfoy no debería de verse así de descontento, debería verse feliz. Harry estaba muy feliz—. Dame un segundo —continuó, sacando su varita y concentrándose.
—Será mejor que no estés intentando aparecerte —dijo Malfoy agarrando la punta de su varita, como si pudiera bloquear el hechizo con su mano.
—No. Estoy tratando de recordar el hechizo para permitirte la entrada, idiota —respondió Harry, entrecerrando los ojos, tratando de atraer el hechizo a la parte frontal de su cerebro.
—¡Oh! —exclamó Malfoy, más animado, para luego soltar una risita—. No tienes que realizar ningún hechizo para hacer eso, Harry —comenzó a balbucear como si hubiera hecho algo tremendamente vergonzoso—. Uh, digo, Potter. Sólo tienes que decirme la dirección y funcionará si es tu casa.
Harry musitó para sí mismo, asintiendo con la cabeza repetidas veces.
—Claro. Uh, ¿dónde es que vivo?
—No te has golpeado la cabeza, ¿verdad? —preguntó Malfoy, acercándose con las cejas fruncidas en preocupación. Harry hizo un gesto despreocupado con las manos, golpeando con una de ellas la cabeza de Malfoy y con la otra una de las mesas de la taberna.
—Espera —dijo Harry, apretando los ojos con fuerza—. Uh, Draco Malfoy, Harry Potter vive en el número… uh… doce —chasqueó los dedos y asintió—. Eso es, doce. Uh, de Grimmauld Place, en Londres. Sí, eso es.
—¿Quieres intentarlo de nuevo? —Malfoy parecía demasiado entretenido con la situación y Harry le dio un manotazo otra vez—. No me agradaría que tus barreras mágicas me hicieran pedacitos si es que no me lo has dicho correctamente.
—Cállate. Harry Potter vive en el número doce de Grimmauld Place en Londres —dijo Harry con una gran sonrisa, mientras guardaba su varita en uno de sus bolsillos con torpeza.
—Seguro que vas a terminar vomitando, ¿no? —preguntó Malfoy, colocando una mano sobre su antebrazo para estabilizarlo—. ¿Debería de realizarle un Impervious a nuestros zapatos?
—No voy a vomitar —declaró Harry.
—No sé ni siquiera para qué te pregunté. No podías ni recordar tu maldita dirección —dijo Malfoy riendo.
—No voy a vomitar, tarado —repitió Harry, conteniendo la respiración cuando Malfoy los apareció fuera de la taberna hacia la entrada de Grimmauld Place, sólo para terminar vomitando encima de sus zapatos.
—Joder —murmuró Malfoy, colocando uno de los brazos de Harry por encima de sus hombros para mantenerlo en pie.
—Lo siento —murmuró Harry, limpiándose la boca con el dorso de su mano. Dio un paso hacia adelante, con toda la intención de abrir su puerta. Malfoy murmuró un hechizo de limpieza, haciendo desaparecer el vómito antes de que Harry pudiera resbalar y caer, descerebrándose contra el piso de concreto.
—Ha pasado un largo tiempo desde que estuve aquí —dijo Malfoy cuando atravesaron la puerta principal—. Calculo que más de quince años.
Harry gruñó, deslizándose contra la pared hacia el piso. Realmente se compadecía de sí mismo. El mundo giraba y giraba, y no dejaba de girar por más que presionara sus ojos con las palmas de sus manos.
—¿Supongo que tendrás alguna poción de sobriedad? —preguntó Malfoy, mirándolo con atención.
—No sé —respondió Harry, apoyando la cabeza contra la pared—. ¿Tal vez? Si es que la tengo debe de estar arriba.
Probablemente no debería dejar que Malfoy recorriera la casa solo, pero aceptaría tomar el riesgo de que se encuentre con algún objeto maldito si es que eso significaría que dejaría de sentirse tan mareado.
Malfoy asintió y dio unos cuantos pasos hacia el pasillo, antes de volverse para mirar a Harry, quien levanto una mano y le hizo un débil gesto con la mano, para luego volver a gruñir.
—Merlín —murmuró Malfoy, retrocediendo y dirigiéndose hacia Harry. Lo levantó de los brazos, dejando escapar un fuerte “uff” cuando el torso de Harry chocó contra el suyo. Lo llevó hacia la sala de estar y lo dejó sobre el sofá. Harry sonrió y se acurrucó en él, tapándose con la manta arcoíris.
Malfoy se demoró lo que parecieron ser años, aunque Harry no era el mejor para controlar el tiempo, durmiéndose y despertándose de a ratos. Eventualmente Malfoy regresó, sus brazos cargados de cosas, a juzgar por el ruido que hacía al caminar.
—Lamento haber tardado tanto —dijo Malfoy, dejando algo sobre la mesa que estaba al lado de Harry—. No tenías poción de sobriedad, así que tuve que aparecerme en mi casa para traerte algunas. Ten —Harry sintió la fría presión de un frasco contra su frente—. También te traje un poco de agua.
Harry se sentó rápidamente, sus manos sosteniendo su cabeza cuando el mundo comenzó a girar por el movimiento abrupto. Cerró los ojos con fuerza y extendió las manos hacia donde provenía la voz de Malfoy.
—¿Cuál quieres? ¿El agua o la poción?
—Agua —balbuceó Harry. Cuando Malfoy le alcanzó el vaso, se lo bebió de un solo trago y su estómago se revolvió.
—Realmente eres un desastre, ¿sabes? —dijo Malfoy—. Si tan sólo hubiera podido ver esto en mis malditas hojas de té en Adivinación en lugar de la media izquierda de Goyle. Me hubiera hecho el año, en serio, te lo juro.
—Cállate —murmuró Harry, colocando el vaso vacío en la mesa y agarrando el frasco de poción de sobriedad—. Un día de estos tú vas a ser el borracho y voy a ser yo quien se burle de ti.
—Eso no es probable, nunca podría permitirme hacer algo tan indigno —bufó con sorna Malfoy, mirando a Harry con una sonrisa altanera—. Terriblemente presuntuoso de tu parte asumir que habrá una próxima vez, teniendo en cuenta cómo es que vomitaste mis zapatos no hace media hora. Las manchas no salen del cuero de piel de dragón, ¿sabías?
Harry apartó el frasco de poción de sobriedad de sus labios sólo para mirar a Malfoy con amargura.
—Si yo voy a hacer este tipo de mierdas indignas, entonces tú también tendrás que hacerlas.
—Cada cosa sobre ti es indigna, es tu sello personal. No puedes decir lo mismo de mí —contestó Malfoy. Se veía extremadamente orgulloso de sí, notó Harry, lo que hizo que la sangre se calentara dentro de su pecho, esparciendo calidez por su torso.
Harry estiró una mano para sujetar uno de los brazos de Malfoy, sintiendo el suave material de su camisa azul. Era extrañamente suave, cuando lo normal era que las camisas no lo fueran.
—¿Por qué estás siendo amable conmigo? —preguntó Harry, sintiéndose de repente demasiado consciente de eso.
Malfoy lo observó con ojos calculadores, su rostro astutamente en blanco.
—No lo soy.
—Sí lo eres —insistió Harry, forzándose a sentarse, casi volcando la poción de sobriedad sobre sí mismo en el proceso, si no fuera por la mano que Malfoy estiró para evitarlo—. Ves, lo eres —dijo Harry, señalando la mano de Malfoy sobre el frasco.
—Sólo estoy salvando tu sofá. Quién sabe, puede que sea una antigua reliquia de la familia Black —resopló Malfoy—. No puedo permitir que derrames poción sobre él si fuera así.
—Está bien, pero no te burlaste de mi por haber vomitado…
—Sí lo hice.
—No lo hiciste. Incluso me trajiste poción de sobriedad.
—Ciertas personas me vieron irme de la taberna contigo. Si te hubieran encontrado muerto después de ahogarte sobre tu propio vómito, sería yo quien terminaría en Azkaban, como siempre.
—Tú…
—Por el amor de Merlín, Potter, ¿podrías simplemente dejar de tocar el tema? —dijo Malfoy, exasperado, pasando una mano a través de su cabello.
—¿Por qué estas siendo amable conmigo? —preguntó Harry de nuevo.
—Tomate la poción.
—Responde la pregunta.
Malfoy gruñó y lanzó las manos al aire.
—Tal vez, simplemente, soy una persona amable.
—No lo eres —replicó Harry, no sintiéndose ni un poquito mal de haber dicho eso. Era la verdad, después de todo. Malfoy podía ser muchas cosas, pero una persona amable no era una de ellas.
—Tal vez estoy tratando de serlo —contestó Malfoy, esta vez en voz baja.
—No —dijo Harry—. No cambies. Todos los demás están cambiando.
Malfoy lo miró por un momento, con una expresión calculadora.
—Ya te lo dije antes, me siento… responsable en cierta manera. Tal vez esta sea mi penitencia, limpiar tu vómito de la puerta de entrada.
Malfoy se encogió de hombros y suspiró. Harry se dio cuenta de que estaba sentado en el piso y se desconcertó al verlo allí, como cuando lo vio sentado en el césped de la cancha de Quidditch en sus pantalones de vestir. Era algo tan poco propio de un Malfoy.
Malfoy levantó la mirada y fijó su mirada en la de Harry.
—Bebe la poción de sobriedad, Potter. Antes de que termine avergonzándome aún más.
Harry obedeció, agarrando la poción azul que borboteaba para luego beberla de un solo trago. Jadeó y cerró los ojos con fuerza, rogando que su estómago dejara de revolverse. La sensación embriagadora que invadía sus extremidades y cabeza se disiparon como cuando uno limpiaba el vapor del espejo del baño. Levantó sus lentes y frotó sus ojos con una mano, forzándolos a enfocar correctamente. Cuando logró poder mirar con claridad, notó que Malfoy ya se había ido. No era algo que lo sorprendiera, la verdad. No era como si fueran amigos; Malfoy ya había hecho mucho más de lo que cualquiera esperaría de él al lidiar con un Harry borracho. Tampoco era como si hubiera estado esperando que se quedara para charlar un rato y tomar el té, después de todo.
Grimmauld Place estaba en silencio una vez más, y Harry ahora lo suficientemente alerta para notar la ausencia total de sonidos. Se abrazó a sí mismo atrayendo las rodillas contra su pecho, mientras hacía el esfuerzo de escuchar algún ruido de la casa que lo rodeaba. Su mente llenó el silencio, imaginando que podía escuchar el tic tac de un reloj en algún lugar de los pisos superiores y el resonar de las tuberías de alguna de las casas vecinas. Aquello lo hizo sentir menos solo, a pesar de que sabía que nada de eso era real.
Se sentó solo en el sofá, siendo la única evidencia de que Malfoy había estado allí el vaso vacío, el frasco de la poción y una pizca de polvos Flú esparcidos en la chimenea. Lo que Harry aún desconocía era que la cocina ahora estaba impecablemente limpia, sin rastro de platos sucios ni desorden, como no lo había estado en semanas.
Chapter Text
El motivo de la siguiente visita de Ginny no debería de haber sido ninguna sorpresa para Harry, pero por alguna razón lo desconcertó aún más que cualquier otra cosa que hubiera ocurrido antes, incluyendo la traición de haberse llevado su escoba.
Harry había estado levantándose los últimos días, holgazaneando por la casa, pero sin salir de ella. Le había mandado una nota a Malfoy, la mañana siguiente a haber bebido con él, esperando que su respuesta le aclarara si aquella noche había sido real o sólo un producto de su imaginación. La nota era simple, en ella le preguntaba si es que sus botas de cuero de piel dragón realmente se habían arruinado y si sus bóvedas estaban lo suficientemente vacías como para aceptar que Harry le comprara unas nuevas. La respuesta de Malfoy había sido breve y predecible: “No soy pobre, vete a la mierda”, escrito en una elegante letra cursiva en un trozo de pergamino.
Harry sonrió al leer la nota, agradecido de todavía no estar lo suficientemente demente como para empezar a inventar situaciones completas en su cabeza desde cero. Era un pequeño alivio. Y necesitaba muchos más como ese.
¿Qué dirían tus padres si supieran que pasas tiempo junto a un mortífago? preguntó la voz dentro de su cabeza. Seguro que estarían avergonzados. Aunque, tratándose de ti, esa no es la única razón por la cual estarían avergonzados.
Harry dejó caer el pergamino y presionó las palmas de las manos contra sus ojos, justo por debajo de sus lentes, para luego dejar escapar un largo suspiro
—No necesito esta mierda —murmuró Harry para sí mismo, arrugando la nota de Malfoy y conjurando un Incendio sobre ella en el fregadero. Observó cómo pequeñas hileras de humo se elevaron en el aire, desvaneciéndose al llegar cerca del borde de la ventana de la cocina. Pasar una noche bebiendo junto a Malfoy era como pegar unas cuantas cintas sobre una grieta en el suelo. Había sido ingenuo al pensar que de repente todo estaría mejor. Le enojaba haberse siquiera permitido creer eso.
Así, que sí, había estado levantado y haciendo cosas antes de que Ginny llegara, pero no había estado ni siquiera cerca de estar preparado para la cantidad de mierda que estaba a punto de ser arrojada sobre su persona.
—¿Harry?
Harry levantó la mirada de su taza de té, sus ojos sorprendidos al verla. Hoy se había sentido bastante orgulloso de sí mismo, teniendo la energía suficiente como para prepararse un té y un sándwich, aunque aún no la necesaria como para bañarse o limpiar. Estaba tratando de animarse a hacerlo, pero no estaba del todo seguro de ser capaz de lidiar con contacto humano en este momento.
Maldijo en voz baja, arrepintiéndose de no haber bloqueado la red Flú después de que Ginny se marchara furiosa la última vez que vino. Ron y Hermione claramente habían tomado en serio su advertencia y no se habían atrevido a venir, pero Ginny, al parecer, no compartía la misma cautela que ellos.
—Oh —dijo Ginny, dándole un vistazo desde la puerta de la cocina—. Te levantaste del sofá.
Harry frunció el ceño, nada agradecido por el recordatorio de que en este punto de su vida estaba teniendo problemas para simplemente existir.
—Te ves… ¿mejor? —dijo, sentándose en la silla que estaba frente a él, colocando sus codos sobre la mesa.
—No lo estoy —contestó Harry, después de un rato—. Todavía estoy enojado con ustedes, por si te interesa saberlo.
Lo estaba, aunque no se sentía enojado. No era que fuera difícil no estarlo, cuando ya de por sí no sentía ninguna emoción. Sabía que en lo más profundo de sus pensamientos aún estaba enojado, así que eso era suficiente.
Ginny soltó un resoplido y su rostro se endureció.
—Mira, no he venido aquí a pelear contigo. Ni siquiera estoy aquí para discutir. En serio, sólo vine a decirte algo —dijo, para luego hacer una mueca y frotar uno de sus antebrazos con su mano—. Lo siento, eso sonó muy brusco. Sólo… déjame decirte esto. Es bastante difícil hacerlo, ¿sabes?
Harry no sabía. No tenía idea de qué es lo que Ginny quería decirle. Sus ojos se volvieron a su taza de té y observó como el líquido se movía dentro de ella. Se dio cuenta de que ya se había enfriado. ¿Cuándo había pasado eso?
—Estás tan diferente —dijo Ginny, todavía frotándose el antebrazo—. Es como si ni siquiera estuvieras aquí. Tu cuerpo lo está, pero tu mente está… en otro lugar. A veces… Merlín, esto suena horrible, pero a veces cuando te miro, lo único que veo es a Hagrid cargando tu cadáver hacia la escuela y es tan… a veces creo que no regresaste. No lo sé.
Realmente me morí, ¿sabes? pensó Harry para sí mismo. Seguro que eso servía para algo y le daba algún tipo de permisividad a su situación.
—Es sólo que… es tan difícil venir aquí cuando estás así. Lo siento, pero se está volviendo un poco agotador hacerlo —dijo Ginny con tristeza, forzándose a esbozar una sonrisa arrepentida en su rostro.
Harry podía visualizar lo que estaba diciendo, podía imaginar las partes de su vida en la cual él ya no estaba involucrado, de las que no tenía idea ni le interesaba saber. Se imaginó a Ginny entrenando con sus compañeros de equipo, sobre una escoba, volando en una cancha a la que lo habían invitado, pero nunca fue a ver. Le había contado que sus compañeros de equipo eran divertidos, amigables y comprensivos. Harry lo recordaba. Iban a bares juntos siempre que podían, muggles y mágicos. Siempre aparecía en la sección de sociedad de Corazón de Bruja, con un brazo alrededor de uno o dos compañeros. Si es que esas personas eran compañeros. No tenía forma de saberlo. Podían ser cualquier persona, por lo poco que sabía. Seguro que reía y bromeaba con ellos antes de venir a visitarlo, obligada. Llamándolo por red Flú, recibiendo un ceño fruncido y palabras mordaces de alguien a quien no le interesaba escucharla hablar.
Está claro que no es feliz, ¿realmente esperabas que lo fuera? preguntó la voz dentro de su cabeza. ¿Tú lo serías?
No, pensó Harry. No lo sería. No lo soy.
—Es como si ni siquiera intentaras —dijo Ginny, y Harry sintió sus puños cerrarse contra el mantel de la mesa.
¿Cómo podía poner en palabras lo mucho que lo estaba intentando? Claro que tratar de sobrellevar cada día era mucho más importante que salir a beber con los compañeros de Ginny, ¿no? ¿Cómo podía siquiera empezar a explicárselo si ella ya había sacado sus propias conclusiones al respecto? Forzarse a esbozar una media sonrisa le agotaba toda su energía, y apenas podía hacer eso alguno que otro día. Era agotador colocar una fachada y fingir para todos; era mucho más fácil simplemente no ver a nadie. Realmente se estaba esforzando mucho, pero eso no era suficiente para nadie.
Harry no sabía cómo explicárselo, así que no dijo nada.
—Creo que esto ya se veía venir desde hace mucho, ¿sabes? —dijo Ginny, esbozando una pequeña sonrisa que él asumió que tenía toda la intención de ser reconfortante. No lo era—. Nunca congeniamos después de la guerra; hemos estado en páginas distintas todo el tiempo.
Más bien en libros distintos, pensó Harry. Deseaba poder estar sólo a unas cuantas páginas de diferencia de todos los demás.
—Quiero que aún seamos amigos, Harry —dijo Ginny, estirando un brazo para envolver su mano alrededor de la de suya. Harry la miró, sin realmente verla—. Aún estoy aquí para ti, cuando quieras volver a ser quien eras.
Harry no pudo detener la risa sardónica que salió de su pecho. Ginny lo miró sorprendida y, un poco preocupada, retiró su mano.
—Volver a ser quien era —murmuró Harry, para luego bufar una risa sarcástica. ¿Cómo mierda se suponía que iba a lograr eso cuando apenas podía bañarse?—. No soy yo quien ha cambiado.
Ginny asintió con firmeza.
—Me voy, no tiene sentido que hablemos si es que vamos a terminar discutiendo.
Harry quería decirle que se fuera, enojarse y gritarle, intentar forzarla a comprender, tratar de que le ayudara con todo lo que estaba pasando dentro de su cabeza, pero ni siquiera pudo obligarse a ponerse de pie.
Ginny no había llorado, se dio cuenta, mirando su té frío cuando la red Flú sonó, señalando su partida. Se preguntó cuando es que a ella le había dejado de importar la relación como para no afectarle que se terminara. ¿Cuál había sido el punto de quiebre para ella? Él tampoco había llorado, se dio cuenta. No podía hacerlo, aunque quisiera. No había llorado en mucho tiempo, y no parecía estar a punto de romper esa racha. Tal vez él también había decidido que la relación ya estaba terminada, incluso sin saberlo, en algún momento de los meses anteriores.
Sus manos empezaron a temblar, su pecho estrechándose. Su visión se volvió borrosa, puntos blancos y negros apareciendo por encima del color de la mesa de la cocina. Ron y Hermione lo habían traicionado y abandonado. Ginny lo había dejado. Dean, Seamus y Neville se habían ido. Lo más probable era que también hubiera perdido el apoyo de los Weasley, dado que eran la familia de Ginny. Siempre los había considerado su familia, a través de su amistad con Ron, pero eso ya no parecía probable. ¿Quién mierda le quedaba?
No tienes a nadie, dijo la voz. Has logrado que todos se alejen. ¿Por qué alguien querría lidiar contigo cuando estás así? ¿Puedes culparlos?
Harry se aferró a la mesa con ambas manos, desesperado por calmar su respiración. Se preguntó si es que realmente se podría morir en este mismo instante por la opresión que sentía en el pecho, un puño invisible apretando su torso, haciéndolo añicos.
Nunca nadie lo había elegido. Nunca nadie lo había hecho, nunca de verdad. Nadie que realmente lo conociera. ¿Qué tenía tan de malo él para nunca ser la primera opción de nadie? Ron y Hermione se habían elegido entre ellos al final, compartiendo bromas privadas y una casa que habían escogido juntos, llena de muebles y chucherías que Harry nunca había visto. Ginny no quería saber nada de él ahora que tenía a sus compañeros de equipo y un montón de otros amigos. Todos los amigos de Harry tenían a otros con los que se llevaban mejor, con los que eran mucho más cercanos. Estaba seguro de que creían que era divertido salir con él a beber, pero nunca sería la primera opción de ellos, la persona más importante. Ni siquiera la Sra. Weasley, que para él había sido como una segunda madre desde que tenía doce años, lo amaría tanto como a sus propios hijos, sin importar si estuviera con Ginny o no. Siempre sería alguien de más, alguien a quien agregaban después de haber considerado a todos los demás.
En ese momento Harry extrañó a sus propios padres con profundidad. Nunca los había conocido, sólo podía suponer cómo habían sido a través de recuerdos, pero tenía que creer que él habría sido importante para ellos. Como bebé verdaderamente lo fue, lo suficiente para que ellos murieran por él. Aunque eso tal vez sólo se debió a la profecía que lo había destinado a salvar al mundo. Qué lamentable sería si sus padres se hubieran preocupado más porque él creciera para ser un héroe que por ser su hijo. Nunca podría saber si eso era cierto, pero igualmente sintió una oleada de tristeza dentro de sí invadirlo.
Siempre era la segunda mejor opción, y estaba tan, pero tan cansado de serlo. Tan agotado. No podía sacárselo de encima ahora que había pensado en ello.
Harry se sacó los lentes de un tirón y se frotó los ojos, pero ninguna lágrima salió. Jadeó por aliento, abrazándose a sí mismo, ofreciéndose alguna especie de consuelo. Si cerraba los ojos con fuerza, casi podía imaginarse que estaba en los brazos de otra persona, en vez de solo en su cocina. Casi podía imaginarlo, pero no era suficiente. Él no era suficiente.
Nunca serás suficiente, dijo la voz.
Harry no pudo evitar estar de acuerdo con ella, con toda la evidencia que lo rodeaba.
***
Ginny seguro que habló con Ron y Hermione, porque Harry empezó a recibir paquetes todos los días. Por lo general, consistían en comida, una ración o dos de una comida caliente puesta en un hechizo de conservación, envuelta en un paquete bien cerrado. Una lechuza, con un aspecto muy molesto, tuvo la mala suerte de cargar un gran pote de sopa desde Yorkshire a Londres. Al parecer, había sido un viaje estresante, por la apariencia desordenada de ella al llegar a Grimmauld Place.
Harry no podía encontrar dentro de sí cómo sentirse agradecido por la ayuda, atención, o lo que sea que Hermione intentaba demostrar a través del acto de alimentarlo. A medida que pasaban las horas después de recibir el primer paquete, se fue sintiendo cada vez más molesto; no eran más que evidencia sólida de que todos estaban hablando de él a sus espaldas. Se preguntó qué es lo que estarían diciendo, si es que lo llamaban un cretino, si es que se burlaban de él, o si le tenían lástima. La última cosa que Harry quería era que Hermione sintiera lástima por su ruptura con Ginny. Estaba bien, en serio. No era como si realmente le hubiera afectado, así que ¿realmente importaba?
Lo único que quería era que las lechuzas dejaran de venir, nada lo molestaba más que el incesante aleteo sobre su ventana de la cocina, sin duda dejando rasguños en los paneles exteriores del vidrio. Las lechuzas aleteaban contra el cristal, picoteando y picoteando hasta que Harry empezó a escucharlas hasta mientras dormía.
Ya me volví loco, pensó Harry, presionando la manta arcoíris contra sus oídos, esforzándose por bloquear el ruido de nuevamente otra lechuza golpeteando la ventana de la cocina. El sonido resonaba por el pasillo hacia la sala de estar, amplificado por el completo silencio que envolvía a Grimmauld Place como un velo. Podía escuchar el ruido incluso cuando ponía los dedos dentro de sus oídos, como si la lechuza estuviera dentro de su cabeza. Al final, se irritó tanto que se levantó para dejarla entrar, entrando a zancadas a la cocina y abriendo la ventana con un gesto agresivo. La ventana golpeó contra el marco con tanta fuerza que Harry pensó que se terminaría rompiendo, pero se mantuvo intacta. La lechuza parecía estar fulminándolo con la mirada, estirando la pata mientras chillaba. Ni siquiera esperó a que Harry escribiera un mensaje de respuesta, dándose vuelta y alejándose a una velocidad que dejaba claro su enfado de haber estado esperándolo tanto tiempo. No era como si Harry hubiera planeado escribir una respuesta, pero hubiera sido bueno que la lechuza no asumiera que no lo iba hacer.
Las lechuzas continuaron llegando, ahora viniendo varias veces en el día. A veces traían comida, otras veces objetos al azar como una taza o un recorte del periódico. Harry trató de ignorarlas siempre que venían, pero eran incesantes y molestas, en especial cuando las dejó esperar tanto tiempo que varias de ellas terminaron sentadas sobre el alfeizar de la ventana. Tal vez lograr que se levantara del sofá era parte de la estrategia de Hermione, y a Harry le molestaba saber que probablemente estaba cayendo en su juego. Nada le drenaba la energía tanto como levantarse constantemente y caminar hacia la cocina para dejar entrar a las lechuzas para luego espantarlas. Odiaba tener que revisar el contenido de los paquetes, eso lo agotaba más que nada. No quería sentir nada al verlos, ya que no hacían más que recordarle que Hermione no estaba allí junto a él, pero también se odiaba a sí mismo por sentir sólo molestia ante esos gestos.
No pueden hacer nada más, porque te niegas a verlos, dijo la voz dentro de su cabeza. Eres un pésimo amigo, y lo sabes.
Harry se resignó a las entregas, eventualmente decidiendo dejar la ventana de la cocina abierta. Soportaría el frío que se colaba en las ya heladas habitaciones de Grimmauld Place si es que eso significaba poder permanecer en el sofá, incluso si el resultado de eso fuera terminar temblando y perder la sensación en los dedos de sus pies. Apenas notaba el frío, a pesar de estar temblando. Las lechuzas habían comenzado a entrar a la sala de estar para encontrarlo, acomodándose en los brazos del sofá para chillarle en la cara.
¿Realmente esto es una mejora? se preguntó Harry a sí mismo cuando fue despertado de su sueño intermitente por una gran lechuza de color marrón picoteándole la frente. Esto no era mucho mejor, pero al menos no se tenía que levantar. Las lechuzas podían irse solas una vez que entregaban el paquete.
Harry le dedicó un breve pensamiento a su propia seguridad, riéndose con amargura de sí mismo por dejar su casa abierta para cualquier mortífago que aún lo estuviera buscando. Se habían esforzado mucho en reinstaurar el Fidelius que había en Grimmauld Place después de la guerra, sólo Merlín sabía cuantas personas habían aprendido la dirección de los cuarteles de la Orden antes de que colocaran el nuevo hechizo. A Harry, la verdad, no le importaba demasiado. Cualquiera podría treparse y entrar por la ventana si así lo deseaba. Puede que ni siquiera lo vieran, así como estaba: enterrado debajo de la manta en el sofá, inmóvil, como si fuera una pintura muggle. Dudaba incluso que él mismo se diera cuenta si es que alguien entraba a robarle. Y tampoco es como si le importara, lo más probable es que continuara acostado en el sofá mientras figuras encapuchadas robaban reliquias de los Black de toda la casa, llevándose lo que quedaba después de que Kreacher se hubiera llevado lo más valioso.
—Pero la puta madre —murmuró Harry. Una lechuza rubio oscuro estaba justo en frente de su rostro, aleteando sus alas con insistencia. Una pluma suelta cayó sobre su mejilla, haciéndole cosquillas cuando se la sacó de encima de un manotazo. Desató el paquete de la pata de la lechuza y la espantó hacia la cocina con un gesto de su mano. Gruñó para sí mismo, arrojando el paquete al suelo. Esto ya era realmente invasivo. Incluso si es que quería irse a algún lado, no podía, no sin que una nube de lechuzas lo siguiera a donde fuera. Realmente creía que su vida mejoraría un montón si es que Hermione desistía con todo este estúpido acto de lástima que había montado en su honor y si simplemente lo dejaba en paz.
¿Por qué nadie me puede dejar simplemente en paz? pensó Harry para sí mismo.
Comenzó a enfadarse nuevamente consigo mismo, porque odiaba estar solo. Se sentía tan perdido y vacío sentado en Grimmauld Place, completamente solo por días y semanas, pero detestaba siquiera la idea de invitar a alguien a su casa y que lo vieran en el estado en el que estaba. No quería estar en ningún lugar… ningún lugar era seguro, según su mente. No quería estar en público, donde sería minuciosamente juzgado, con fotos de él respirando o tropezándose terminando publicadas en la portada de Corazón de Bruja. No quería estar solo en Grimmauld Place, dónde el único sonido que se escuchaba era el de sus pensamientos, lentos y frenéticos al mismo tiempo, pero siempre tóxicos. Y en especial, no quería estar con sus amigos o ex novia, quienes le recordaban constantemente y de todas las maneras posibles que siempre sería la segunda mejor opción. Ningún lugar era seguro, ningún lugar lo hacía sentir mejor.
Tal vez estoy destinado a estar así para siempre, pensó Harry. No creía poder sobrevivir eso, no sabría como lidiar con ello, consumiéndose hasta cenizas en las cavernosas habitaciones de Grimmauld Place.
Harry le dio un vistazo a la sala de estar, sus ojos enfocándose por primera vez en días. Había paquetes esparcidos en todos lados, la mayoría de ellos sin abrir. Plumas de lechuzas cubrían la habitación, junto con unas cuantas cagadas. Sin duda alguna, las rencorosas aves lo habían hecho a propósito, por lo enojadas que habían estado con él.
Necesito salir de aquí, pensó Harry de repente. Sintió un pánico invadirlo al observar los paquetes. Necesito irme, ya mismo.
Así que eso hizo, se levantó y se lanzó un Scourgify a sí mismo, esperando que eso fuera suficiente para no llamar mucho la atención con respecto a su falta higiene.
¿A dónde puedo ir? pensó Harry, guardando su varita. Al Callejón Diagon no, la cancha de Quidditch no es una opción y tampoco es que puedo simplemente deambular por Londres. Necesito sentarme.
Pensó por un par de segundos mientras se ponía las zapatillas, considerando sus opciones. Al final, decidió ir al único lugar mágico del Reino Unido en el cual sabía que se podía sentar sin ser observado, acosado con preguntas o agradecido efusivamente: el Wyvern Blanco.
La taberna se veía exactamente igual que la última vez que Harry había estado allí, aunque se veía mucho menos borrosa que cuando se había ido la última vez. La taberna estaba completamente vacía, no había ningún borracho tirado en alguna mesa, no había magos jugando a las cartas, y tampoco había ningún Draco Malfoy sentado en la barra, escondido bajo un glamour de mierda.
Harry se acercó a la barra, arrastrando los pies. El tabernero sacó la cabeza para echar un vistazo desde uno de los cuartos de atrás, claramente observándolo.
—¿Vienes por uno de esos shot que tomaste la última vez? —preguntó el tabernero levantando un vaso de shot, mirando a Harry con curiosidad.
—Claro —respondió Harry con nada de entusiasmo en la voz.
—Son un trago de mierda —murmuró el tabernero. Harry lo vio mezclar el shot con la mente vacía, sin preocuparse ni un poco por la cantidad de ingredientes que iba poniendo en el pequeño vaso—. ¿Aguamiel también?
Harry hizo un gesto con la mano, aceptando y colocando una pila de monedas sobre la barra que cubrían más de lo que costaba. Se bebió el shot de un solo trago ni bien se lo puso en frente, esta vez ni siquiera saboreándolo un poco. Comenzó a beber el aguamiel ni bien se la sirvió, la dulzura de la miel atascándose en su lengua.
—Oh, bueno, por lo que veo ya empezamos. Firewhisky, gracias, Elías —dijo Malfoy dejándose caer en el taburete que estaba al lado de Harry, mientras se sacaba su abrigo—. Y sí, Potter, dame un minuto.
—Estás de mal humor hoy —dijo Harry, para luego aclararse la garganta, sorprendido de lo ronca que sonaba su voz.
Apenas has dicho diez palabras en la última semana, ¿qué esperabas?
—No me jodas —dijo Malfoy, mucho más tenso de lo habitual, sacándose el glamour con un agresivo movimiento de su varita. Hizo a un lado el vaso que el tabernero había colocado en frente de él y, en su lugar, agarró la botella—. Sólo déjame la maldita botella, pagaré por ella.
Harry lo observo con una mirada en blanco, los bordes de su visión volviéndose borrosos. Era más por el cansancio, asumió, que por estar ebrio. Malfoy bebió de la botella directamente, sin molestarse en usar un vaso. Harry vio al tabernero levitar las monedas que había colocado sobre la barra hacia un cajón, levantando las cejas hacia Harry mientras hacia un gesto con la cabeza en dirección a Malfoy. Harry se encogió de hombros, no iba a detener que cobrara lo que Malfoy había pedido. Tenía suficientes galeones, podía costear unos cuantos tragos para Malfoy.
—Pareciera que eres tú el que esta con un humor de mierda —murmuró Malfoy, finalmente volviendo la mirada hacia Harry—. ¿Qué te pasa?
—No tengo porque decirte —respondió Harry, mirando fijamente su vaso—. Así que no lo voy hacer.
Era algo infantil de decir, pero le reconfortaba de alguna manera tener algo de control, incluso si eso significaba negarle a Malfoy un poco de información.
Malfoy se tensó y suspiró.
—Potter, si es que aún estás dolido por tu orgullo de haberte emborrachado…
—No todo se trata sobre ti —dijo Harry, apretando su mano alrededor de su vaso—. Puede que esto sea difícil para ti de creer, dado el ridículo privilegio en el que has crecido, pero no todo el mundo calibra su vida en función de tus caprichos —espetó, apretando los dientes, sintiendo la ira recorrer sus venas con fuerza.
Malfoy rio con amargura y le dio otro trago a la botella de Firewhisky.
—Y qué privilegio es tener a tus padres en Azkaban.
—Por lo menos tienes pa… —empezó Harry, pero Malfoy lo interrumpió.
—Oh, vete a la mierda, Potter. Los míos están prácticamente muertos —Malfoy inhaló con fuerza, y Harry sintió pánico sólo de pensar que Malfoy pudiera estar a punto de llorar. No le importaba la emoción detrás de eso, pero sí la atención que pudiera atraer—. Fui a verlos hoy, ¿sabes? Bueno, a mi madre —le dio un trago a su Firewhisky, esta vez mucho más largo—. Ni siquiera me reconoció —rio con amargura y cubrió su rostro con las manos—. Era como si ni siquiera hubiera estado ahí. Ella sólo se quedó mirando la pared; se veía aterrorizada, como si un Boggart estuviera a punto de salir de la pared de piedra. Los guardias dicen que se ha vuelto loca por los dementores —Malfoy volvió a inhalar, colocando uno de sus codos sobre la barra y descansando la frente sobre la palma de su mano, bajando la mirada a sus zapatos—. Al parecer no suele pasar tan rápido, pero dicen que puede que se deba a que tiene un “alma sensible”.
Todo el cuerpo de Malfoy se estremeció y su mano se cerró en un puño.
Harry se sintió de repente terriblemente incómodo, como si estuviera entrometiéndose en algo a lo que no debería tener acceso. Y sintió enfado de nuevo, porque Malfoy lo estaba forzando a escuchar esto, obligándolo a sentirse de alguna manera peor, sintiendo nuevos hilos de culpa y ansiedad enredándose en su estómago.
—¿Por qué no la salvaste? —preguntó Malfoy entonces, sus ojos clavándose en los de Harry. Se veía desesperado.
Harry se encontró así mismo pensando en el sacrificio que Narcisa Malfoy había hecho en el Bosque Prohibido aquel día, el riesgo que tomó al mentir de que Harry estaba muerto después de confirmar que su hijo estaba vivo. Salvarle la vida a Malfoy había salvado la suya, pero no le había pagado el favor a la madre de Malfoy. Había sido un día horrendo, una situación espantosa, una que Harry no había pensado en meses. Y ahora que se encontraba recordándola, forzada en su conciencia por Malfoy, no tuvo la reacción que pensó que tendría. No sentía absolutamente nada al pensar en la deuda de vida que debía, ni siquiera la muerte mental de la mujer que lo había salvado le provocó alguna reacción. No estaba seguro siquiera de sentir simpatía por Malfoy, a pesar de verlo contener sus emociones al hablar de su madre.
Puede que realmente estoy roto, pensó Harry.
—Si es que ella... —Malfoy se detuvo con un ruido ahogado. Se detuvo para centrarse así mismo, respirando profundamente una vez, y luego otra vez—. Si ella se muere, Potter, no sé qué haré.
Sus ojos se veían torturados, como si pertenecieran al rostro de una persona prisionera en Azkaban, en vez de a un hombre libre.
Harry volvió su mirada a la barra y le dio un trago profundo a su aguamiel. Deseaba que fuera Firewhisky, pero no quería pedirle a Malfoy un poco, estaba demasiado enfadado con él. Había una mancha pegajosa en la barra de alguna bebida que cayó en ella y Harry se concentró en ella.
Malfoy hizo un sonido ahogado y volvió su cuerpo hacia Harry.
—Potter… Harry —dijo Malfoy, para después aclararse la garganta. Harry podía sentir su mirada fija en su rosto—. Sé que esto puede sonar extraño, pero la verdad es que ni me importa. ¿Puedes llamarme Draco?
Harry lo miró lo suficientemente rápido como para ver a Malfoy hacer una mueca de dolor al escuchar sus propias palabras, su cuerpo sobresaltándose, como si estuviera esperando que Harry lo golpeara. Se veía aún mucho más patético de lo que sonaba, suplicándole a Harry algo que no podía hacer. Y Harry no lo podía hacer, porque ellos no tenían ese tipo de confianza, nunca la habían tenido. Eso sería una cosa más que tendría que cambiar, y Harry estaba increíblemente harto de todo tipo de cambios.
—No —respondió Harry—. No lo haré.
Malfoy se quedó en silencio por un rato, mirando el dorso de sus manos.
—¿Sabías que ya nadie me llama Draco? Puede que ni siquiera sea mi nombre ya. Todos mis amigos que me llamaban así están muertos, lejos de Inglaterra, o no quieren saber ya nada de mí, ni relacionarse conmigo. Incluso para los magos en las calles sólo soy el apellido de mi familia, es sólo que… —Malfoy suspiró —. Siento como si una parte de mí murió aquel día en Hogwarts.
—Tal vez eso hubiera sido lo mejor —murmuró Harry. No le importaba que Malfoy estuviera sufriendo, la verdad es que no. Se sentía culpable, seguro, pero lo que más sentía era enfado.
—Tal vez —murmuró Malfoy—. A veces creo eso también, que debería haberme muerto en la batalla. Pero luego recuerdo que en realidad tengo algo por lo que vivir. Pienso en cómo mi madre quería que yo tuviera un futuro, en cómo es que se puso en riesgo para salvarte sólo para que yo pudiera vivir. Ella quería que yo viviera, por lo que no puedo creerlo del todo. Debo seguir adelante, como ella lo hubiera querido. Tal vez en lo más profundo de su locura, ella aún quiere que tenga un futuro.
—Yo no tengo futuro —murmuró Harry para sí mismo. No le importaba si es que Malfoy lo escuchaba, era más para él mismo que lo dijo que para alguien más. Era la verdad más rotunda que se había permitido creer en mucho tiempo, la sentía cierta hasta en lo más profundo de sus huesos.
La cabeza de Malfoy se volvió con brusquedad para mirarlo, sus cejas elevadas y sus ojos completamente abiertos, sorprendido.
—Potter… —dijo Malfoy, quedando brevemente en silencio—. Por supuesto que tienes futuro. Eres la razón por la cual todos tenemos uno.
—¿Entonces por qué no se siente así? —suspiró Harry, apretando su mano en un puño. Era una pregunta retórica, no una que esperara que Malfoy respondiera. Para su sorpresa, Malfoy parecía querer responderla, su boca abriéndose y cerrándose mientras lo miraba.
—¿No se siente así? —preguntó Malfoy después de un rato—. ¿No sientes que tienes algún futuro? ¿Algo a lo que aspirar?
—No —respondió Harry con firmeza.
—No puedes realmente creer eso.
—La verdad es que realmente lo hago —dijo Harry, dándose cuenta de que había terminado su vaso. Malfoy deslizó la botella de Firewhisky hacia él de inmediato, esperando a que Harry se sirviera el líquido en su vaso vacío.
—¿Por qué me estás diciendo esto? —preguntó Malfoy, colocando una mano sobre la barra cerca de la de Harry, como si estuviera debatiendo si debería acortar la distancia o no. Al final lo hizo, colocando su mano sobre la de Harry, ambas manos descansando sobre el muslo de Harry, quien bajó la mirada para verlas, frunciendo el ceño ligeramente.
—Porque estás aquí —respondió Harry. No tenía nada que ver con que fuera Malfoy, no creía que fuera eso. Malfoy simplemente estaba allí mostrándose enojado y triste justo como él se sentía. Era algo familiar para él, algo que no iría a cambiar, siempre y cuando siguiera siendo Malfoy. Harry sabía lo que podía esperar de él, hasta el momento en que no.
—No sé si… Cuando estuvimos aquí la última vez hiciste cosas que pueden haber implicado que… —Malfoy se quedó en silencio un momento, mostrándose inseguro de cómo expresarse—. Mira, Harry…
—Nop —dijo Harry, entrecerrando los ojos.
Malfoy suspiró, dándole a la mano de Harry un apretón. Harry se había olvidado que aún la tenía allí.
—Potter. Sé que no es el mejor momento, pero bueno, tengo que preguntar y ver si… —Malfoy se veía incómodo—. ¿Sientes algo por mí? Por que sí es así puede que…
Bajo circunstancias normales, puede que las cejas de Harry se hubieran elevado de golpe, puede que se hubiera reído o sonreído o sentido algo, pero en ese momento su rostro de mantuvo impasivo.
—No —dijo Harry, mirando a Malfoy a los ojos—. No siento nada por nadie. No siento absolutamente nada. Esa es la verdad.
Harry escuchó la respiración entrecortada de Malfoy, su mano deslizándose de suya. Lo observó ponerse de pie y agarrar la botella de Firewhisky para darle unos cuantos tragos largos, para después colocarla frente a Harry, limpiarse la boca con el dorso de su mano y mirar fijamente sus propios pies. Harry abrió la boca para decir algo, aunque no estaba seguro de qué. Malfoy se detuvo para mirarlo un momento antes de sacar su varita y desaparecer ahí mismo, sus ojos fijos en los suyos mientras lo hacía.
Harry sintió una punzada de decepción en algún lugar en lo más profundo de su ser, pero la ignoró, asintiendo para sí mismo mientras tomaba un trago de la botella abandonada de Firewhisky. ¿Por qué Malfoy se quedaría? No le debía nada. ¿Por qué se quedaría cuando nadie en su vida lo hacía? Merecía aún menos la presencia de Malfoy que la de cualquier otra persona. ¿Entonces por qué sentía como si el piso se hubiera desvanecido bajo sus pies? Sentía que había cometido un terrible error en algún momento, pero no tenía idea de cuando, y no estaba en el estado mental adecuado como para empezar a cuestionárselo y averiguarlo.
—¿Te vas a llevar eso? —preguntó el tabernero haciendo un gesto con la cabeza a la botella de Firewhisky. Se veía enojado, pero Harry aún no sabía por qué. No era como si él le hubiera hecho algo a Malfoy.
Harry asintió en respuesta, tomando la pregunta como una señal para irse. Tomó la red Flú hacia Grimmauld Place, con media botella de Firewhisky en la mano y un peso invisible en el estómago.
Aquella noche, Harry volvió a soñar que estaba en el bosque. La neblina era pesada y empalagosa, formando una capa pegajosa en su garganta y pulmones con cada respiración que daba. Figuras se movían en la oscuridad, la neblina demasiado densa como para poder distinguirlas. Trató de correr, como solía hacer en sus sueños, sus pies deslizándose sobre la gruesa alfombra de agujas de pino secas. Incapaz de huir o de continuar corriendo se dejó deslizar en uno de los árboles, su espalda presionada contra el viejo tronco. En algún lugar, a lo lejos, un lobo aulló, haciendo que Harry se preguntara si sería posible que la muerte en los sueños pudiera trasladarse a la vida real. Si eso le pudiera pasar a alguien, seguro que le pasaría a él. Después de todo, ya se había muerto una vez.
Una de las figuras parecía estar abriéndose paso de entre la neblina hacia Harry, lo que hizo que se estremeciera, cada fibra de su cuerpo gritaba peligro. La neblina se disipó lo suficiente como para que los ojos de Harry se ajustaran y pudiera ver las líneas, curvas y colores que se filtraban. Malfoy estaba de pie frente a él, hilos de niebla aferrándose a sus brazos y piernas mientras interrumpía la paz antinatural del bosque. Harry se presionó contra el tronco del árbol, sus talones enterrándose sobre el suelo inestable.
Los ojos de Malfoy estaban en blanco conforme se fue acercando a Harry, pero su rostro se estrechó en una gran sonrisa. Se detuvo a unos cuantos pasos de él y le extendió la mano, esperando en silencio. Harry observó la mano estrechada hacía él por un momento, inseguro de si su cerebro le estaba jugando otro truco injusto o no.
¿Es Malfoy seguro? se preguntó, mirando la mano estrechada. ¿Vale la pena arriesgarme para averiguarlo?
Le tomó menos de un instante decidirlo, sosteniendo la mano de Malfoy y tirando de él para ponerse de pie. Malfoy no le soltó la mano, en cambio, se dio la vuelta y lo condujo hacia dentro de la neblina y a través de los árboles, con un claro en el bosque claramente visible delante de ellos.
***
Harry no sabía que es lo que podía esperar de Malfoy después de haberse comportado de manera extraña en el Wyvern Blanco. Tal vez unos cuantos labios fruncidos, miradas disgustadas y que volviera a llamarlo un idiota. Harry sabía que probablemente se lo merecía. Después de dejar que un par de días pasaran y reflexionar al respecto, se sentía un poco culpable. No le gustaba meterse con Malfoy si es que no iba a recibir el mismo trato; lo hacía sentir como un bravucón, y eso era algo que, en definitiva, no quería llegar a ser. Sentirse arrepentido por haber sido un idiota con Malfoy era algo que, sin duda, daba risa. No quería ni pensar que es lo que su yo de trece años diría al respecto.
Malfoy no frunció sus labios ni lo miró con disgusto cuando lo volvió a ver, y tampoco lo llamó un idiota. Parecía querer hacerlo, pero no lo hizo.
Harry gruñó al escuchar el ruido de la red Flú que indicaba que alguien estaba volviendo a entrar a su casa.
—¡Vete! —gritó Harry, sin tomarse la molestia en abrir los ojos. ¿Acaso era Ginny, viniendo a retorcer el cuchillo que le había clavado un poco más? ¿O acaso Ron o Hermione finalmente se habían cansado de que no respondiera a la ridícula cantidad de paquetes que Hermione había estado enviando? Demonios. ¿Tal vez era la Sra. Weasley, quien había venido a golpearlo en la cabeza por haberse comportado como un idiota con su hija? Resultó ser que no era ninguno de ellos.
—No, creo que me voy a quedar un rato.
Los ojos de Harry se abrieron de golpe, sorprendido al escuchar el característico tono arrastrado de Malfoy. Lo observó sacudirse polvo Flú de su túnica, murmurando algo sobre haberse olvidado de volver a conjurar un Impervious en ella.
—Honestamente, Potter, deberías mandar a revisar tu red Flú. Ninguna chimenea decente escupe tanto polvo como esta —resopló, luciendo ofendido.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Harry—. Si es para maldecirme o presumir algo te puedes ir yendo ya mismo.
—Sorprendentemente, no es para eso —respondió Malfoy, mirando a su alrededor, claramente prestando atención el estado en el que estaba su sala de estar. Una vez más, las cortinas estaban a medio cerrar y una solitaria lámpara iluminaba la habitación desde una esquina.
Por lo menos no hay un montón de platos tirados por todas partes, pensó Harry. No podía recordar exactamente cómo es que estaba su casa la última vez que Malfoy había estado ahí, pero esperaba que se hubiera visto peor de lo que estaba ahora. Al menos eso daría la impresión de que había habido una leve mejoría en algún aspecto.
—Sí, sí, ya sé que tengo que limpiar —dijo Harry, volviendo a cerrar los ojos, no queriendo ver como Malfoy lo juzgaba. Estaba demasiado avergonzado como para verlo a los ojos.
—Eso no es lo que vine a decirte —dijo Malfoy, sonando como si estuviera incómodo. Ni se tomó la molestia de sentarse, claramente no tenía planeado quedarse mucho tiempo.
Harry luchó, pero terminó perdiendo contra el impulso de mantener sus ojos cerrados. Suspiró y los abrió para mirar a Malfoy, quien no lo estaba mirando, sino que observaba la ventana, mordiéndose el labio inferior mientras sus dedos jugueteaban con su varita.
—Vine a decirte que me voy. No sé por cuanto tiempo aún —dijo Malfoy, deteniéndose para soltar una risa irónica mientras negaba con la cabeza—. Ni siquiera sé porque estoy aquí, la verdad. Salazar, sé bien que tú tampoco lo sabes.
Harry sintió en ese momento una extraña oleada de pánico retorcerse en su interior, porque mierda, incluso Malfoy lo estaba dejando. ¿Cuáles eran las malditas probabilidades de que eso sucediera? No eran nada más que conocidos que bebían y volaban juntos de vez en cuando y, aun así, Harry de alguna manera había logrado alejarlo incluso a él.
Ahora sí que no tienes a nadie, susurró la voz dentro de la cabeza de Harry. Sólo seremos tú y yo, solos en esta casa.
El pánico debió haberse reflejado en el rostro de Harry, porque la expresión rígida de Malfoy pareció suavizarse un poco cuando finalmente se encontró con su mirada por primera vez desde que había llegado.
Malfoy gruñó y se frotó el rostro con una mano.
—A la mierda con esto. ¿Qué es lo peor que me podría pasar? ¿Terminar maldecido? —murmuró para sí mismo en voz baja, acomodando su postura y dando unos pasos para acercarse a Harry. Su mirada era intensa—. Me voy por un tiempo y creo que deberías venir conmigo. No, más bien, sé que deberías venir conmigo. A la mierda todo, ni siquiera te lo voy a preguntar. Te informo que vendrás conmigo. Ya lo he decidido.
Harry se quedó en silencio un momento antes de dejar escapar una risa sardónica. Malfoy no se alejó al escucharlo reír, como Ginny lo había hecho; se mantuvo de pie justo en el medio de la oscura sala de estar.
—¿Por qué demonios haría eso? —cuestionó Harry, alzando las cejas—. No sé ni que estás diciendo. Esta es la primera vez que me dices algo al respecto. ¿Qué esperas de mí? ¿Qué me escape contigo?
—Mira, me voy a ir de todas formas, vengas o no conmigo —dijo Malfoy.
—¡Entonces vete! —gritó Harry, sentándose abruptamente, la manta que lo cubría cayendo de sus hombros. Se dio cuenta, un segundo demasiado tarde, de que aún llevaba puesta la misma sudadera que había usado la última vez que vio a Malfoy, hace varios días atrás. No se la había sacado para nada, y seguro que se veía lo suficientemente arrugada como para que Malfoy lo notara.
—¿Qué otra cosa vas hacer? —preguntó Malfoy, su voz era dura, pero sus dedos jugueteaban nerviosos con el dobladillo de su camisa, retorciendo el material—. ¿Sentarte aquí a lamentarte? ¿Salir a emborracharte solo? ¿Estrellarte contra un árbol mientras vuelas? Potter, lo mejor sería que vengas conmigo. Necesito alejarme de todo, y sé que tú también. ¿Qué mierda tienes para perder si lo haces?
¿Mi cordura? ¿Mi dignidad? ¿Las pocas ganas de vivir que me quedan?
Harry no respondió, sus pensamientos frenéticos desbordándose. Bajó la mirada a su regazo, frotando la manta contra el dorso de su mano para sentir la rugosa sensación del tejido. No quería irse con Malfoy. ¿Por qué lo haría? Estaba perfectamente bien así, quedándose en Grimmauld Place y saliendo cada unas cuantas semanas, acompañado únicamente de su soledad. Excepto que, en realidad, no lo estaba y que el simple hecho de pensar que eso sería lo que haría de manera indefinida le robó el aliento de golpe. Una oleada ácida de ansiedad le retorció el estómago y subió hacia su pecho, oprimiendo su corazón, haciéndolo latir de manera errática.
¿Qué es lo que pasaría con Harry si es que no aceptaba la demente propuesta de Malfoy? ¿Qué pasaría si se quedaba exactamente dónde estaba, como en los últimos meses, hundido en su viejo sofá, desgastando la manta arcoíris de tanto frotarla con los dedos, por el resto del año? ¿O por los próximos dos años? Se sintió desesperado de repente, los dos hemisferios de su cerebro gritándole órdenes opuestas.
Malfoy lo observó batallar con su crisis silenciosa, luchando por poder desenredar sus pensamientos. Los labios de Malfoy ahora estaban un poco fruncidos, pero no parecía enojado, sólo nervioso, lo que casi hizo que volviera a reír con amargura. ¿Cómo era posible que él, sentado en su viejo sofá de mierda, envuelto en una manta arcoíris que claramente necesitaba ser lavada, pudiera ser capaz de poner a Malfoy nervioso? No podía ni empezar a imaginar que es lo que él estaba pensando. Malfoy era una de las personas más desconcertantes que había conocido, concluyó.
—Si acepto ir… —empezó Harry a decir, volviendo la mirada hacia Malfoy—. Si acepto ir contigo, ¿qué es lo que esperas de mí?
Malfoy soltó una carcajada.
—No espero nada de ti, Potter —murmuró—. Ya no.
Esa fue la respuesta correcta para Harry. Su cerebro se quedó en silencio, permitiendo que un solo pensamiento apareciera.
Vete de aquí.
Harry se resignó a su destino, todavía bastante seguro de que no quería ir, pero demasiado asustado como para volver a decir que no. Miró a Malfoy y asintió con la cabeza.
Los ojos de Malfoy se agrandaron por completo, como si nunca hubiera esperado que Harry dijera que sí y aceptara el plan demente que le había propuesto. Enderezó su postura y respiró hondo antes de volver a hablar.
—Bien. Supongo que tendrías que empezar a empacar. Quiero que nos vayamos mañana.
—¿Mañana? —preguntó Harry, incrédulo—. ¿Por qué esperaste hasta el último momento para decirme? ¿Qué hubiera pasado si, no sé, tenía algún compromiso o algo para hacer, como trabajar?
—Porque no los tienes —respondió Malfoy. Su respuesta fue cortante, pero su voz era suave—. Por eso mismo te estoy invitando. O, bueno, ordenando, tómalo como quieras.
Malfoy dio unos cuantos pasos hacia atrás, dirigiéndose hacia la red Flú, sus ojos alternando entre la chimenea y los de Harry.
—Necesito irme —dijo Malfoy—. Tengo unas cuantas cosas de último minuto de qué ocuparme. Volveré mañana a las tres, ¿está bien?
—Claro —dijo Harry, encogiéndose de hombros—. Puede que me dé el tiempo suficiente como para decidir no ir.
—Vas a venir. Ya está decidido —dijo Malfoy, agarrando un puñado de polvos Flú, maldiciendo al ver caer un poco de ellos. Intentó conjurar un Impervious con su mano izquierda, pero falló en el intento. Harry le lanzó uno, lo que lo hizo sobresaltarse—. Además, puede que nos matemos a medio camino de Brighton, y no tendrás nada por lo qué preocuparte entonces.
No se detuvo para agradecerle que le hubiera lanzado un Impervious, simplemente entró en la chimenea y se fue, dejando a Harry en silencio.
Harry se dio cuenta, después de estar sentado en el sofá de la sala de estar completamente incrédulo por más de una hora, que debería haberle hecho a Malfoy unas cuantas preguntas antes de que se fuera así sin más. ¿Cómo podía empezar a empacar si ni siquiera sabía a dónde irían? ¿Necesitaba botas de nieve o sandalias? ¿Pantalones cortos o un abrigo? ¿Necesitaba llevar ropa de baño? ¿Acaso tenía ropa de baño? Estaba seguro de que no. Por Godric. ¿Necesitaba un pasaporte? No tenía idea de como era el control en las fronteras siendo mago. Nunca había salido del país ni como mago ni como muggle. Demonios, ni siquiera había viajado por Inglaterra, salvo Londres y Hogwarts, sin contar el viaje de campamento desastroso a Hampshire que tuvo con los Dursleys. Nunca más lo llevaron de viaje después de que accidentalmente prendió fuego una de las camas cuando Dudley le jaló el pelo. Dudaba que se pudiera tramitar un pasaporte en menos de un día, incluso si es que se pagaba como prioritario.
Entonces se dio cuenta de que estaba pensando muchísimo en todos esos detalles. Si es que algo iba mal, Malfoy simplemente lo dejaría y se iría sin él. Y la verdad es que no quería ir, así que no habría problema. Pasara lo que pasara, él estaría bien. Ignoró a la parte de su cerebro que le decía que nada estaría bien, no queriendo volver a pensar en ello. Permitir entrar al pensamiento de que pasaría sus próximos años solo y pudriéndose en Grimmauld Place ya había sido suficiente una sola vez ese día.
Harry no sabía que empezar a empacar, por lo que no se tomó la molestia de hacerlo. Estaba demasiado cansado, de todos modos. Consideró irse a dormir a su cama por esa noche, sólo en caso de que Malfoy llegara antes de que él se despertara, pero descartó la idea. Lo más probable era que su cama estuviera llena de polvo, teniendo en cuenta que había pasado mucho tiempo desde la última vez durmió en ella. Lo mejor sería simplemente dejarla así y ocuparse de ella cuando volviera de quién sabe qué plan demente Malfoy había tramado.
Malfoy regresó cinco minutos antes de las tres al día siguiente, luciendo mucho más elegante de lo que Harry había esperado.
—Entonces que, ¿vamos a terminar yendo a una mansión de alguno de tus amigos? —preguntó Harry, observando los pantalones y camisa de vestir impecables que Malfoy llevaba puestos.
Malfoy hizo una mueca al escuchar la palabra “amigos”.
—Al este de Sussex, en realidad.
—¿Te apetecía viajar a Eastbourne? Ni idea que hay para hacer allí —dijo Harry, presionando sus dedos cuando Malfoy comenzó a observar la sala de estar. Sentía vergüenza. Estaba exactamente en la misma posición en la cual Malfoy lo había dejado ayer, aunque tenía la esperanza de que no se hubiera dado cuenta de esto.
—No —dijo Malfoy, su voz grave. Era más que obvio que se había dado cuenta del aspecto descuidado de Harry—. En realidad, a Brighton.
—Ah —contestó Harry, poniéndose de pie, sus piernas tambaleando.
Malfoy se acercó rápidamente y lo sostuvo antes de que se cayera. Tan pronto como Harry se estabilizó, retiró la mano como si se hubiera quemado. Esto hizo que Harry frunciera el ceño. No era como si estuviera sucio, por el amor a Merlín. Creía que Malfoy ya había superado este tipo de cosas.
—¿Dónde están tus cosas? —preguntó Malfoy, mirando a su alrededor, estirando el cuello como si creyera que Harry había escondido su equipaje detrás del sofá.
—No sabía que empacar —respondió Harry—. No me diste nada de información.
—Uno siempre empaca teniendo en cuenta todas las temporadas, Potter. Merlín y Morgana —dijo Malfoy, negando con la cabeza, como si no pudiera creer que Harry no hubiera comprendido eso—. También se empaca teniendo en cuenta posibles cambios de clima. Eres un maldito caso perdido.
Harry apretó la mandíbula y su ceño se frunció mucho más.
—Si es así, ¿para que quieres que vaya contigo?
—Por el amor de Merlín, era una broma —dijo Malfoy, pasándose una mano por el cabello, exasperado—. Mira, está a punto de ser invierno, así que empaca un abrigo. Pantalones también, obviamente. Nada que sea demasiado veraniego, aunque puede que haya una ola de calor en Glasgow, quién sabe.
Harry rodó los ojos, y se acercó a Malfoy para dirigirse a la escalera. Los ojos de Malfoy se abrieron un poco al verlo acercarse y tardó un momento en hacerse a un lado para dejarlo pasar. Harry notó que sus mejillas se teñían de un leve tono rosado al hacerlo. Malfoy era realmente raro.
—Potter —llamó Malfoy. Harry apenas había puesto un pie en las escaleras—. Esto puede parecer una pregunta increíblemente obvia, pero ¿le has informado a Granger que te vas? Sé que obviamente lo debes haber hecho, pero pregunto sólo para confirmarlo. Preferiría saber de antemano si los Aurores van a venir por mí, que ser sorprendido en el medio de la noche en pijama.
—Eh… —dijo Harry, su mano aferrándose al barandal de madera—. ¿No?
—¿A quién le dijiste, entonces? —preguntó Malfoy, acercándose—. ¿A que Weasley? ¿Hombre o mujer?
—¿No se lo he dicho a nadie? —dijo Harry, pronunciándolo como pregunta—. Soy un adulto, no tengo ningún hechizo rastreador puesto sobre mí.
La verdad es que ni siquiera había pensado hacerlo.
Malfoy hizo un sonido de molestia y cruzo los brazos sobre su pecho.
—Honestamente, Potter, eres un imbécil.
—No me jodas —contestó Harry, volviendo a subir las escaleras. La madera se sentía fría bajo sus pies descalzos, se hizo una nota mental para investigar sobre hechizos calefactores que cubrieran toda la casa. Seguro que existían… La Madriguera siempre se había sentido cálida, incluso en pleno invierno.
—Lo digo en serio —dijo Malfoy, apareciendo frente a él, bloqueándole el paso—. Necesitas mandarle una lechuza a Granger antes de que nos vayamos, o tendremos las fuerzas combinadas de los Aurores de Inglaterra, Francia y Dinamarca detrás de nosotros en cuestión de horas.
—No se dará cuenta de que no estoy aquí, no te preocupes por eso —dijo Harry, apartando a un lado a Malfoy para abrir la puerta de su habitación.
Malfoy se rio como si Harry le hubiera contado un chiste. La molesta risa se detuvo cuando Harry se quedó en silencio, mirándolo mientras arqueaba una ceja.
—Eso realmente lo dudo. El trio dorado siempre se mantuvo unido durante todos esos años en Hogwarts. Créeme que lo sé. Era algo que me solía irritar.
—Muchas cosas han cambiado desde Hogwarts, Malfoy —respondió Harry, para luego suspirar. Agitó su varita y observó cómo las pocas prendas de ropa que poseía salían de su cómoda y se doblaban solos sobre la cama.
—Eso no ha cambiado —replicó Malfoy, como si supiera más al respecto que Harry.
—Vas tener que creerme a mí en eso, ya que lo sé bien.
Harry se dirigió hacia el armario y sacó un pequeño baúl de adentro. Había sido suyo desde que empezó Hogwarts, y ahora lucía bastante maltrecho por haber recibido varios golpes antes de que aprendiera a conjurar un Impervious.
—No me interesa cuál es tu opinión sobre tu amistad —dijo Malfoy, fijando la mirada en Harry—. Me interesa no terminar siendo arrestado. Si no se lo vas a decir a Granger, entonces díselo a tu novia o a tu antiguo elfo doméstico, o a alguien. No puedo creer que me estés llevando la contraria en esto.
Malfoy cambió de táctica cuando Harry hizo caso omiso a lo que le dijo, y lo siguió al salir de la habitación y bajar las escaleras. Estuvo a punto de tropezar con él cuando se detuvo para levitar el baúl en frente suyo.
—Sabes, si hay algún indicio de que has desaparecido bajo circunstancias sospechosas, esa será la única noticia que el Profeta publicará por semanas. Nadie dejará de hablar sobre ello, y será mucho peor cuando regreses.
—¿Y qué si no regreso? —murmuró Harry, deseando que Malfoy dejara de insistir.
—Bueno, vas a regresar, eso también ya está decidido. ¿Y que hay de tu lechuza? Alguien tendrá que alimentarla cuando no estés.
Dejó caer su baúl al lado de la chimenea y se dirigió hacia la cocina, Malfoy siguiéndolo. Revolvió entre varios de los cajones hasta encontrar un pequeño amuleto dorado que había venido junto a la lechuza que había alquilado. Cabía justo en el centro de su palma, y Harry había temido poder llegar a perderlo, ya que no quería terminar haciéndose responsable de la lechuza para siempre. Había considerado pegarlo a una de las paredes con un hechizo, pero Hermione lo convenció de que lo guardara en un cajón, dónde sería menos probable que se perdiera, siempre y cuando recordara en cual lo puso.
Caminó hacia la ventana de la cocina, que seguía abierta, y se inclinó hacia afuera para echarle un vistazo al jardín, buscando a la lechuza. Esta, al verlo, voló hacia él y aterrizó sobre el alfeizar. Harry sabía que probablemente estaba imaginándolo, pero estaba bastante seguro de que la lechuza parecía sorprendida de verlo. Ató el amuleto a la pata de la lechuza con un pedazo de cuerda que encontró en el alfeizar y dio un paso hacia atrás. La lechuza batió sus alas y despegó hacia el cielo, emprendiendo su último vuelo desde Grimmauld Place, rumbo al Ministerio.
—Listo, ya está solucionado lo de la lechuza —anunció Harry, cerrando la ventana de la cocina, asegurándola con el pestillo.
—Potter —dijo Malfoy detrás de él. Harry casi se había olvidado de que aún estaba allí—. Necesitas decirle a Granger que te irás. Lo digo en serio, no quiero que el Ministerio crea que una desgracia te ha ocurrido y que…
—¡Maldición, Malfoy, ya déjalo, ¿quieres?! —interrumpió Harry—. Ya te dije, no se dará cuenta ni le importará.
—¡Está bien! —gritó Malfoy, lanzando las manos al aire—. Ve arriba y asegúrate de haber empacado todo lo que necesitas. Cepillo de dientes, crema facial, vestido de gala, lo que sea.
Harry obedeció, recordando que no había empacado su cepillo de dientes ni su peine, ni nada que no fuera ropa. Demonios, y de eso sólo había empacado un poco, que ni siquiera había sido suficiente para llenar la mitad del pequeño baúl. Se detuvo mientras subía las escaleras cuando escuchó activarse el sonido de la red Flú de la sala de estar y a Malfoy pronunciar la dirección de Ron y Hermione… Sólo Merlín sabe cómo la había conseguido. Apretó los dientes con fuerza y continuó subiendo, enfadado de que Malfoy lo hubiera ignorado y que se hubiera unido a la interminable lista de personas que ignoraban todo lo que decía para hacer lo que se les daba bien la gana. Al menos eso era algo que podía esperar de Malfoy, aunque no había imaginado que iría tan lejos como para decidir ir a la casa de Ron y Hermione sin avisar. Que hermosa venganza, pensó. Por lo menos Malfoy no se estaba apareciendo en el medio de la noche como se lo habían hecho a él.
Harry consideró por un momento bajar y seguir a Malfoy por la red Flú. Tenía ganas de aparecerse en la sala de estar de Ron y Hermione y decirle a Malfoy que se fuera bien a la mierda y que tuviera un maravilloso viaje en solitario, pero sus pies se negaron a moverse, rehusándose a dejarlo darse la vuelta y bajar las escaleras.
¿Qué pasaría si es que no se iba con Malfoy? ¿Qué pasaría?
Harry se estremeció, invadido nuevamente por el miedo de quedarse en Grimmauld Place año tras año, consumiéndose. Sólo imaginarlo le devolvía las ganas de irse. Se mantuvo ocupado en el baño, recolectando cosas y metiéndolas en una pequeña bolsa que encontró en la parte trasera del gabinete. No tenía idea de quien era, pero claramente no era suya. Nunca había tenido una bolsa para artículos de tocador en toda su vida.
Harry escuchó activarse la red Flú y se preparó a sí mismo para discutir un poco con Malfoy. No lo suficiente como para que reconsiderara que lo acompañara en este pequeño viaje, pero sí lo suficiente como para que supiera que estaba enojado con él. Se detuvo de golpe cuando escuchó activarse la red Flú dos veces más y a las fuertes voces de Ron y Hermione en el piso de abajo.
—¡Harry, ¿dónde estás?! —gritó Ron—. Te juro, Malfoy, si lo has lastimado…
Harry suspiró y se acercó al lugar de donde provenían las voces, asegurándose de que sus pasos fueran silenciosos.
—Weasley, ¿no te cansa ser tan imbécil? —replicó Malfoy—. En serio, considéralo un talento especial. Honestamente, si tuviera planeado hacerle algo a Potter, ¿crees que iría decírtelo primero?
—Estoy segura de que eres capaz de comprender nuestra preocupación, sabes cómo ha estado actuando últimamente —dijo Hermione, y Harry frunció el ceño al escuchar sus palabras, deteniéndose frente a las escaleras—. No puede irse a ningún lado en este momento. Necesita estar rodeado por personas que se preocupen por él. Está pasando por un momento difícil, Malfoy, estoy segura de que lo has notado.
—Sin duda alguna tengo ojos, así que sí.
—Deja de comportarte como un cretino.
—No me jodas, Weasley. Seré un cretino si quiero serlo.
—Sí, estoy seguro de que si…
Harry colocó un pie en la escalera y luego el otro, tratando de evitar pisar los lugares que hacían que la madera crujiera. Parecía que aún estaban en la sala de estar, lo que significaba que podía bajar las escaleras sin que todavía lo vieran.
—Cállate, Ron —dijo Hermione en un tono cortante—. Harry necesita nuestro apoyo. No necesita que nadie lo presione en este momento, creo que ya está en su límite. Malfoy, tú no eres la persona adecuada para acompañarlo en este estado… Ustedes se odian, siempre lo han hecho.
Hubo una pausa en la cual nadie habló por un rato. Harry descendió otro par de escalones en silencio. Hermione emitió un sonido desesperado y Ron rio con amargura. Harry asumió que fue en respuesta a algo que Malfoy había hecho, pero no pudo verlo como para confirmarlo.
—Piensa lo que quieras, pero mis intenciones son buenas —dijo Malfoy después de unos segundos más de silencio.
—Está bien —respondió Hermione. Harry se sorprendió de que aceptara las palabras de Malfoy con tanta facilidad—. Pero, dime, ¿por qué querría estar cerca de ti, cuando tú a él ni si quiera le importas?
—Tal vez esa es la precisa razón por la cual debería ser yo quien lo acompañe. Tu misma lo has dicho… a él yo no le importo. Eso significa que no hay ninguna expectativa sobre él. Esto ya se lo he expresado, así que no empieces a cotorrear al respecto. No tiene nada que fingir conmigo, y eso es porque a él no le importa lo que piense sobre él.
Harry se detuvo en la escalera con un pie en el aire. Su ceño se frunció al considerar las palabras de Malfoy en su mente. Era la primera vez que alguien había reconocido que todo este tiempo había estado fingiendo en sus interacciones sociales. Con quien menos fingía era con Malfoy, y eso era porque tenía razón… A Harry no le importaba cual fuera su opinión con respecto a su situación. Y a pesar de eso, Malfoy había sido capaz de darse cuenta de ello. Y tenía razón, ¿acaso no era así? La comodidad que Harry sentía con Malfoy estaba directamente relacionada con la falta de expectativas que había en sus interacciones. Malfoy esperaba que él fuera un cretino, así que no tenía porque medir lo que le decía. Malfoy esperaba que él siempre estuviera a la defensiva, por lo que no tenía motivo por el cual pretender estar feliz. No había anticipado que Malfoy fuera tan observador, y eso lo hacía sentir un poco incómodo, cómo si hubiera estado bajo la lupa de un microscopio sin siquiera darse cuenta.
—Si algo le llega a pasar… —empezó a decir Ron, pero Malfoy lo interrumpió.
—Me maldecirás, me matarás, me cazarás, ya lo sé. Las amenazas son innecesarias, Weasley. No planeo que algo le suceda ni tampoco causarle daño. Sé que no confías nada en mí, pero por lo menos cree eso. Por favor, Granger.
Hubo una pausa antes de que Hermione volviera a hablar, y cuando lo hizo su voz sonaba llorosa.
—En el instante que Harry quiera regresar nos lo harás saber —dijo, sollozando, claramente llorando. Era un sonido que ya era demasiado familiar para Harry como para no poder reconocerlo.
—Tienes mi palabra —contestó Malfoy.
—Como si eso significara algo —murmuró Ron, dirigiéndose a zancadas hacia el pasillo de la sala de estar, sus pasos resonando con fuerza.
Harry se sobresaltó al ver a Ron aparecer de repente y su espalda chocó contra la pared. Ron lo miró, sorprendido.
—La única razón por la cual estamos aceptando esto es porque no tenemos más opción —dijo Hermione, todavía hablando con Malfoy. Su voz era un susurro, claramente estaba consciente de que Harry había escuchado todo el ruido que habían hecho—. No sabemos que más hacer, ni siquiera nos habla.
Ron llamó a Hermione, sus ojos fijos en Harry.
Hermione caminó hacia el pasillo, su rostro desmoronándose al ver a Harry. Subió los pocos escalones que restaban y se abalanzó sobre él. Su rostro mojado se presionó contra su pecho, ya que era más baja que él, y la humedad penetró la tela de su suéter. Harry instintivamente la rodeó con sus brazos, pero no pudo obligarse a devolverle el abrazo con la misma fuerza. Todavía estaba enojado, y verla llorar no hizo más que recordarle a la noche en la cual se llevaron su escoba. Pensó que lo superaría en algún momento, pero hoy no era el momento.
—Te dije que no les dijeras nada, Malfoy —dijo Harry, frunciéndole el ceño a la silueta de Malfoy en la puerta del pasillo, la lámpara de la sala de estar iluminando su espalda, mientras su rostro permanecía en sombras.
—No me voy a disculpar por lo que hice —replicó Malfoy al mismo tiempo en el que Hermione exclamaba—: Hizo lo correcto, Harry, y lo sabes.
—¿Ya estás listo para irnos? —preguntó Harry, levantando las cejas hacia Malfoy al mismo tiempo que dejaba de abrazar a Hermione.
—¿Qué? ¿Ya mismo? —Malfoy se veía sorprendido, su mirada alternándose entre la de Harry, Ron y Hermione—. ¿No quieres que…
—Como te dije antes, Malfoy, no tienes ni idea de lo que dices —interrumpió Harry, deslizándose a un lado de Hermione para bajar el resto de los escalones. Evitó mirar a Ron cuando entró a la sala de estar, no quería ver la decepción ni el enojo que sin duda estaban grabados en su rostro. Les tomó un momento a los otros tres que lo siguieran a la sala de estar. Se detuvieron en una hilera detrás del sofá, observando a Harry guardar la bolsa de artículos de tocador en su baúl. El sonido del baúl cerrándose resonó con fuerza en la silenciosa habitación y pudo ver por el rabillo de sus ojos como Hermione se sobresaltaba y Malfoy se estremecía.
—Nos escribirás, ¿verdad? —preguntó Hermione, manteniéndose detrás del sofá, como si estuviera tratando de mantener una barrera entre ella y Harry—. Por favor, escríbenos.
Harry se encogió de hombros, no queriendo hacer una promesa que de seguro no iba a cumplir.
—Escribirá —respondió Malfoy por él. Harry abrió su boca para decirle que se fuera a la mierda, pero decidió no hacerlo, sintiéndose de repente demasiado cansado.
—Te vamos a extrañar —dijo Hermione. Estaba llorando de nuevo. Harry observó como Ron se acercaba a ella, envolviendo su brazo alrededor de su cintura.
Malfoy se aclaró la garganta, incómodo.
—En serio, puedo irme y volver en un rato si es que quieres…
—No quiero.
Harry se odio en ese momento por ser tan duro. Simplemente quería irse de allí, lejos de todo el lloriqueo, vacío y enojo. Lo más seguro es que todo eso lo persiguiera a donde fuera, pero por lo menos no tendría que experimentarlo en esta siniestra y solitaria casa.
Ron y Hermione se dirigieron a la red Flú, estirando las manos para tocarlo al pasar junto a él. Hermione le dio un apretón en el antebrazo y Ron una palmada en el hombro. Ambos lo tocaron apenas por un par de segundos, pero Harry juraba poder haber sentido cómo sus emociones se transferían a través de su piel. Su pecho comenzó a oprimirse y su respiración se volvió entrecortada. Se cruzó con la mirada de Hermione de casualidad y vio cómo sus ojos se abrían de par en par, sorprendida al darse cuenta de su estado, y se soltó del agarre de Ron para acercarse nuevamente a él.
—¿Tienes todo lo que necesitas? —preguntó Malfoy, justo en su oído, dándole golpecitos en la mano con un dedo para captar su atención. Harry sintió cómo la ansiedad se disipaba un poco al apartar la mirada de Hermione y su pecho se relajó un poco—. Potter —continuó—. Dime todo lo que has empacado así estoy seguro de que no te has olvidado de nada. No pienso desviarme una hora para regresar aquí sólo porque te has olvidado un par de medias.
Harry ignoró el ruido disgustado que Ron emitió, seguro creía que Malfoy estaba siendo simplemente un idiota, pero Harry estaba agradecido tener algo insignificante en lo que enfocarse. Enumeró cada prenda que había empacado y también los elementos que habían dentro de la bolsa de artículos para tocador que Malfoy no le había visto empacar.
—¿Ningún abrigo? —preguntó Malfoy, elevando una ceja—. ¿Recuerdas lo que te dije sobre tener en cuenta los posibles cambios climáticos?
—Usaré un hechizo calefactor —replicó Harry, su pecho finalmente se había relajado por completo y su respiración volvió a la normalidad—. Somos magos, por si te lo has olvidado.
—Al parecer, tú te has olvidado lo molesto que es tener que conjurarlos a cada rato porque se desvanecen cuando llueve —resopló Malfoy, dando unos pasos lejos de Harry—. Bueno, iré por mi baúl, lo dejé en tu cocina —añadió, para luego volverse hacia la chimenea para despedirse con un breve gesto de cabeza—. Granger. Weasley.
Harry lo siguió con la mirada hasta que salió de la habitación, y entonces la dirigió hacia Ron y Hermione, enderezando su postura.
—Adiós, supongo.
—Si es que estás en problemas, si quieres regresar a casa, o si pasa cualquier cosa, háznoslo saber, iremos por ti —dijo Ron. Harry agradeció que ninguno de los dos intentó volver acercarse, por miedo a que su pecho volviera a sentirse oprimido.
Harry asintió una vez con la cabeza y se forzó a esbozar una pequeña sonrisa.
—Te amamos, Harry —dijo Hermione, esbozando una sonrisa igual de pequeña—. Y lamento mucho que…
—En otra ocasión —interrumpió Ron—. Vamos, será mejor que nos vayamos —dijo dirigiendo a Hermione a la chimenea, colocando un poco de polvos Flú en la palma de su mano y cerrándole el puño—. Vamos, él va estar bien. Malfoy se encargará de él.
Lo último que dijo Ron fue casi en un susurro, como si pensara que Harry no debería escucharlo decir eso.
La verdad es que Malfoy no se iba a encargar de él, pero Harry no iba a discutir con ellos si es que eso significaba que todos se terminarían yéndose rápido de Grimmauld Place, incluido él.
Ron se volvió hacia Harry, asintió con la cabeza e hizo un breve gesto con la mano después de que Hermione desapareciera entre las llamas verdes. Harry devolvió el saludo y Ron entró a la chimenea para regresar a la casa que compartía con Hermione.
—Joder —murmuró Malfoy desde la puerta del pasillo—. No bromeabas cuando decías que las cosas cambiaron después Hogwarts.
—Ellos han cambiado —dijo Harry, suspirando—. A veces ni siquiera sé qué hacer con ellos.
—Sí, han cambiado bastante —dijo Malfoy, colocando el baúl que estaba levitando en el suelo, al lado del de Harry. Era significativamente más grande y estaba hecho en madera oscura. Se vería terriblemente fuera de lugar si es que algún Muggle lo llegara a ver, por lo que Harry se lo mencionó a Malfoy—. Es obvio que voy a reducir su tamaño —replicó, haciendo exactamente eso. Luego conjuró el mismo hechizo sobre el de Harry y sonrió al ver el resultado.
Harry levantó su baúl, el cual ahora tenía el tamaño de una caja de fósforos y lo giró sobre su mano.
—Amo la magia —murmuró, guardándolo en su bolsillo.
—Tiene su utilidad —dijo Malfoy, guardando su baúl en el bolsillo de sus pantalones, dándole unos cuantos golpecitos hasta que el bulto dejó de ser visible—. ¿Nos vamos, entonces?
Harry asintió. Sacó su varita y conjuró un hechizo para apagar todas las luces de la casa. Rio con amargura cuando se dio cuenta de que la única luz que había prendida era la de la lámpara de la sala de estar. No podía ni recordar cuando es que prendió alguna otra, lo cual explicaba porque es que siempre Grimmauld Place se sentía increíblemente oscura durante las noches.
—Recuérdame a dónde es que vamos —dijo Harry, acercándose a Malfoy y sosteniendo el brazo que le era ofrecido antes de guardar su varita.
—A Brighton —respondió Malfoy—. Nos apareceré ahora. Trata de no vomitar esta vez.
—Déjate de joder —dijo Harry, pero sus últimas palabras se transformaron en un jadeo en cuanto Malfoy los hizo aparecer, el mundo volviéndose un remolino de colores al desaparecer de la sala de estar de Grimmauld Place.
Harry se dio cuenta de que no le importó despedirse de su casa, sabiendo bien que no la extrañaría. No tenía idea de cuando es que volvería, pero tampoco le interesaba averiguarlo.
Notes:
Debo ser sincera: traducir estos cuatro primeros capítulos costaron más de lo que creí. Los sufrí al leerlos y el doble al traducirlos. Pero bueno, la depresión no es joda y la autora la describe en Harry de una manera increíble...
CardinalComet on Chapter 1 Sun 10 Nov 2024 05:18AM UTC
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Zanra on Chapter 1 Sun 16 Feb 2025 05:47AM UTC
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